DON QUIJOTE DE LA MANCHA EN TIERRAS AMERICANAS
Rafael González Cañal
Universidad de Castilla-La Mancha
Que El Quijote de Cervantes fue conocido y leído en los territorios americanos
desde su publicación, es algo perfectamente constatado. A pesar de las frecuentes
prohibiciones de introducir libros de ficción y de asuntos profanos en los territorios
conquistados (1), parece claramente demostrado, sobre todo a partir de las investi
gaciones de Irving A. Leonard y José Torres Revello (2), que el comercio del libro
floreció abundantemente en las colonias españolas y que los libros de ficción, que tan
peligrosos para la moral consideraban las autoridades, lograron entrar en el Nuevo
Mundo, y, entre ellos, por supuesto, El Quijote de Miguel de Cervantes.
Quizá no fue Mateo Alemán el que llevó a América, por primera vez, las aventu
ras del hidalgo manchego (3), pero, como muy bien ha demostrado Rodríguez Marín
(4) , Don Quijote llegó muy pronto a las colonias españolas. Pocos días después de su
publicación, el 25 de febrero de 1605, Pedro González Refolio presentaba a la Inqui
sición cuatro cajas de libros que incluían 5 ejemplares de la primera parte del Quijo
te, que iban con destino a Puerto Belo, donde él mismo las recogería. Poco después,
el 26 de Marzo, Juan de Sarria, vecino de Alcalá, enviaba a Puerto Belo 79 ejempla
res más de dicha obra, lo que hace un total de 84 ejemplares de la obra cervantina re
mitidos al Perú y a las demás regiones de Tierra Firme en el año de su publicación
(5) . Asimismo, entre Junio y Julio de 1605, zarpaba de Sevilla una flota que llevaba
262 ejemplares de la genial novela cervantina, dirigidos a Clemente Valdés de Méxi
co. Luis González Obregón comprobó más tarde cómo, en los 28 barcos llegados a
Nueva Veracruz a finales de Septiembre y principios de Octubre de aquel mismo
año, aparecían registrados un número considerable de ejemplares de las aventuras
del caballero manchego, con lo que resulta a todas luces evidente que, desde la mis
ma fecha de su nacimiento, la magistral obra cervantina desembarcó en América y
fue conocida y leída. Además, como comenta Irvig A. Leonard:
No hubo necesidad de que los navios llegaran a puerto en el Nuevo Mundo para
que empezara a producir contentamiento la lectura de la gran obra. Cuando la flota an
cló en Veracruz, los empleados aduanales que practicaron su visita como de costumbre
hicieron constar que habían encontrado ejemplares del “Quijote” en los camarotes de
los pasajeros; la lectura había empezado en alta mar (6).
Según Rodríguez Marín, son un total de 346 los ejemplares de la primera parte
del Quijote que se enviaron a América el mismo año de su publicación (7), pero, da
do que los documentos que acreditan los registros de los barcos que se dirigían a
América se encuentran incompletos, podrían llegar hasta unos 1500, según los cálcu
los del ilustre cervantista, los ejemplares de la novela que fueron enviados a territo
rios americanos en 1605.
No obstante, parece que Don Quijote no desembarcó al mismo tiempo en todas
las posesiones españolas del Nuevo Mundo. José Toribio Medina, tomando como ba
se los índices de las librerías de oidores, abogados y eclesiásticos, sostiene que El
Quijote no se leyó en Chile antes de los últimos años del siglo XVIII, es decir, más de
150 años después que en el vecino Perú (8).
Además, no podemos reconstruir con exactitud la recepción y difusión de la no
vela cervantina en el Nuevo Mundo debido a la destrucción de la mayor parte de las
bibliotecas indianas. Lo único que se puede asegurar es que los primeros lectores
americanos de la obra cervantina tuvieron que ser aquéllos que desempeñaban altos
cargos políticos y administrativos de las colonias, entre otras cosas porque eran los
únicos que podían desafiar las prohibiciones y que podían tener acceso a los ejem
plares procedentes de España.
Por otra parte, la difusión de los personajes cervantinos en tierras americanas fue
mucho más rápida que la de la propia novela, si tenemos en cuenta, siguiendo las in
vestigaciones de Rodríguez Marín, la presencia de Don Quijote, Sancho e incluso
Dulcinea en los bailes de máscaras de las ciudades americanas desde muy pronto.
Menciona Rodríguez Marín la existencia de un pliego mexicano titulado Verdadera
relación de una máscara que los artífices del gremio de la platería de México y devotos
del glorioso san Isidro el Labrador de Madrid, hicieron en honra de su gloriosa beatifi
cación. Compuesta por luán Rodríguez Abril, platero (México, por Pedro Gutiérrez,
calle de Tamba, 1621), en el que figuran numerosos caballeros andantes y, entre
ellos, aparecen Don Quijote, Sancho y Dulcinea, que se pasearon por las calles de la
ciudad de México el domingo 24 de Enero de 1621 (9). Asimismo, los personajes de
la novela cervantina aparecen también en una de las fiestas organizadas por el corre
gidor del partido de Parinacocha (distrito de la ciudad de Cuzco) para celebrar la
noticia del proveimiento del virreinato del Perú en el Marqués de Montes Claros, en
Octubre o Noviembre de 1607. La fiesta consistió en una “sortija” en la que partici
paron, entre otros, el Caballero de la Ardiente Espada, el Caballero Antártico de
Luzissor, el Dudado Furibundo, el Caballero de la Selva, el de la Escura Cueva, el de
la Triste Figura, don Quijote de la Mancha, acompañado del cura, el barbero, la in
fante Micomicona, Sancho Panza y hasta el yelmo de Mambrino. De los premios “de
letra, gala e invención” con que contaba el torneo, don Quijote obtuvo el último, con
sistente en cuatro varas de raso morado, que el Caballero entregó a Sancho para que
lo pusiera a los pies de la sin par Dulcinea. Sancho aprovechó la ocasión para hacer
sus burlas, que no se refieren en la relación: “Sancho echó unas coplas de primor,
que por tocar en berdes no se rrefieren” (10). Rodríguez Marín publicó este manus
crito del siglo XVII que lleva por título Relaçion de Fiestas que se celebraron en la
corte de Faussa por la nueba del prouiymiento de Virrey en la persona del marqués de
montes claros, cuyo grande afiçionado es el Corregidor deste partido, que las hizo y fue
el mantenedor de vna sortija çelebrada con tanta magestady pompa, que a dado moti-
bo a no dejaren silençio sus particularidades (11).
A pesar de la popularidad inmediata del personaje, hubo que esperar algo más
de tiempo para el Caballero de la Triste Figura subiera a los escenarios. Ya en Di
ciembre de 1799 se habían escenificado en México La bodas de Camacho y La ilustre
fregona, y el 16 de mayo de 1810, en el Teatro El Coliseo de la misma ciudad la Nu-
mancia destruida y El Licenciado Vidriera. Pero fue a mediados del siglo XIX, en
1850, cuando la Compañía Monplaisir estrenó en dicha ciudad de México una panto
mima en cinco actos titulada Don Quijote de la Mancha, con el bailarín Gordy en el
papel del hidalgo manchego. Asimismo, tenemos noticia de una ópera en tres actos
titulada Don Quijote de la Mancha en la venta encantada, que se estrenó el 4 de Ene
ro de 1871 en el Teatro Nacional de México, con música de Miguel Plana y libreto de
Adolfo García (12). Poco después, en 1879, en el Teatro Tacón de La Habana se
representaba una zarzuela titulada El Manco de Lepanto. El recuento podría ser in
terminable si nos adentráramos en nuestro siglo.
No cabe duda, pues, del éxito y notoriedad alcanzados por el personaje y la nove
la cervantina en América. No obstante, cabe preguntarse: ¿fue la novela o fue el per
sonaje el que adquirió popularidad inmediata? Es indudable que la difusión del hé
roe cervantino en el Nuevo Mundo no procede sólo de la lectura de la novela, sino
que fue la fama del personaje la que forjó muy pronto un verdadero símbolo entre el
público americano. El hidalgo manchego llevó una doble vida americana: por una
parte, la que procedía de la lectura de la novela y, por otra, la procedente de la re
cepción del personaje como un símbolo, símbolo del idealismo, de la rectitud moral
deseable. Así lo señala Rodríguez Marín:
Don Quijote de la Mancha, que va a tomar la posesión moral de las tierras del Nue
vo Mundo, a nombre de una civilización grandiosa que tiene por principios cardinales
el amor a Dios, y a los hombres, el respeto a la mujer y el amparo del desvalido (13).
Ante este panorama, se puede pensar en la paradoja que supone el deseo frustra
do de Cervantes de pasar a las Indias, frente a la rapidez con que su personaje más
universal atravesó el Océano y adquirió popularidad en el nuevo continente.
Sin embargo, la recepción de la obra cervantina no fue tan rápida como se podía
prever por la difusión de su personaje. Mucho hubo que esperar para asistir a la pri
mera edición de la genial novela impresa en tierras americanas, a pesar de que ya en
1535 abría sus puertas la primera imprenta en México, la de Giovanni Paoli, mientras
que otro italiano de Turin, Antonio Ricardi, procedente de México, se convertía en
el primer impresor en Lima en 1582 (14) Pero los primeros libros impresos en Amé
rica suelen ser casi siempre textos piadosos, como, por ejemplo, La Escala espiritual
para llegar al cielo de Fr. Juan de Estrada de la Magdalena, primera obra impresa en
México en 1535. Además, en otros lugares, la introducción de la imprenta fue mucho
más tardía, como, por ejemplo, en Bogotá en 1738, en Quito en 1760 y en Caracas,
que data de 1808 (15).
Es también México el primer país del que sale una edición del Quijote, la llamada
edición de Arévalo, que constaba de 5 tomos:
El Ingenioso Hidalgo / Don Quijote / de la Mancha / compuesto / por ¡ Miguel de
Cervantes Saavedra. / Primera edición mejicana, conforme a la de / la Real Academia
Española, hecha en Madrid, / en 1782... Méjico, por Mariano Arévalo, 1833.
A partir de este momento, comienzan a proliferar en México las ediciones de la
gran obra cervantina, y así, por ejemplo, tenemos la edición en dos tomos de Ignacio
Cumplido en 1842, la de Simón Blanquel en 1852, la de Mariano Villanueva en 1868,
la de 1877, publicada en 4 volúmenes por D. Ireneo Paz, director y propietario del
Diario La Patria (la novela apareció como folletín en dicho diario), y la publicada
por Talleres de Tipografía y Grabado “El Mundo” en 1900, con espléndidos graba
dos (16).
Otros países de América Latina aún tardaron más en dar a la imprenta la obra
cervantina. Así, en 1875 salía a la luz un fragmento del Quijote que contenía solamen
te parte del capítulo primero, publicado conjuntamente en Montevideo y Buenos Ai
res (17).
La primera edición completa en Sudamérica tuvo que esperar hasta 1880, y fue
publicada en Montevideo, por la Imprenta de la Colonia Española, siguiendo la últi
ma edición corregida por la Academia Española. En la Plata, capital de la provincia
de Buenos Aires, apareció una nueva edición en 1905, con prólogo de Luis Ricard
Fors, bibliotecario. En el resto de los países sudamericanos no contamos con edicio
nes de la obra cervantina hasta bien entrado nuestro siglo, por lo que, indudablemen
te, el conocimiento y difusión de la misma tuvo que ser mucho menor (18).
Mención aparte merecen las imitaciones o continuaciones de la novela cervanti
na, que también proliferaron en tierras americanas. Entre ellas, brilla con luz propia
la del ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889), titulada Capítulos que se le olvidaron
a Cervantes, que lleva un subtítulo muy significativo: Ensayo de imitación de un libro
inimitable (19). Esta obra destaca, sobre todo, por la imitación de la lengua y del esti
lo de su modelo, y por contener una serie de discursos moralizantes que son verda
deros ensayos sobre diversos temas: la naturaleza (cap. XVI), la libertad (cap. XX),
el casticismo (cap. XXII), etc. En cambio, el diálogo queda en un segundo plano, a
pesar de ser un elemento esencial en la novela cervantina. Otras imitaciones o re
creaciones de la genial obra serían, por ejemplo, las Semblanzas caballerescas o Las
nuevas aventuras de Don Quijote de la Mancha (1886) del cubano Luis Otero Pimen-
tel, Don Quijote en América (1905) del venezolano Tulio Febres Cordero, Escenas de
la andante españolería (1913) de Mariano Sánchez Encios, etc.
En 1905, al cumplirse el tercer centenario de la publicación de la primera parte
del Quijote, se produce un redescubrimiento de la obra cervantina en los distintos
países hispanoamericanos. Así, en dicho año, se programan diversas exposiciones y
homenajes en diferentes lugares: Río de Janeiro (Brasil), Tegucigalpa (Honduras),
Bogotá (Colombia) y Mérida de Tucumán (México) (20). En ese mismo año es cuan
do Rubén Darío escribe uno de los mejores poemas que se hayan dedicado al perso
naje cervantino: “Letanías de Nuestro Señor Don Quijote”, que comienza así:
Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía
por la adarga al brazo, toda fantasía, '
y la lanza en ristre, toda corazón (21).
Quizá sea a partir de dichas celebraciones y de los homenajes que tuvieron lugar
en 1916, al cumplirse el tercer centenario de la muerte de nuestro genial escritor
(Santiago de Chile, San José de Costa Rica, México y Valparaíso) (22), cuando el in
terés por Cervantes y su obra se relanza y se consolida definitivamente en tierras
americanas. Sin embargo, a pesar de dos ediciones aisladas del Quijote en Buenos
Aires, en 1909 y 1916 (23), hay que esperar a la década de los 40 para asistir al
“boom” de las ediciones cervantinas en las imprentas americanas. De 1938 data la
primera edición del Quijote en Santiago de Chile (Edit. Ercilla), y en 1941 aparece
impresa nuevamente en México con notas de Agustín Millares Carlo (Edit. Séneca),
mientras que en Buenos Aires contabilizamos 12 ediciones de las aventuras del caba
llero manchego entre 1938 y 1947 (24). Además, por esos mismos años se publican
por primera vez en América, y también en Buenos Aires, La Galatea (Edit. Sopeña
Argentina, 1941), las Novelas ejemplares (Buenos Aires, Losada (1938-9) y Buenos
Aires, Emecé, 1946), así como una selección del Persiles (Buenos Aires, Marcos Sas
tre, (1946)). En cambio, sus poesías cuentan con una excelente edición de Ricardo
Rojas algo más antigua (Buenos Aires, Coni Hermano, 1916), así como una selección
de las mismas publicada por Agustín Millares Cario en 1947 (México, Secretaría de
Educación Pública, 1947, 2 vols.).
Una cuestión bien distinta es la influencia de Cervantes en la cultura y en los es
critores hispanoamericanos. Como ya dejamos apuntado, El Quijote pudo leerse en
México desde su publicación, aunque no ocurrió lo mismo en otros lugares del conti
nente. En Chile, por ejemplo, no se conoció la novela cervantina hasta finales del si
glo XVIII, ya que aparece registrada por primera vez en 1746. No obstante, a partir
de ese momento, la difusión e influencia de Cervantes en la literatura chilena no es
nada desdeñable, así como los estudios críticos dedicados a su obra (25). Otros in
vestigadores han venido estudiando la presencia e influencia de Cervantes en sus res
pectivos países, influencia que se manifiesta sobre todo a lo largo de nuestro siglo
(26). Además, también se pueden detectar influencias concretas del autor alcalaíno
en escritores de la talla de Fernández de Lizardi, de Borges o de Alejo Carpentier,
como se ha apuntado, por ejemplo, en este último caso, entre las novelas del Persiles
y El reino de este mundo (27).
No cabe duda, pues, de que la difusión definitiva de Cervantes en tierras america
nas data principalmente de nuestro siglo, que es cuando podemos encontrar una
preocupación editorial importante con respecto a sus obras. No obstante, esto no
quiere decir que El Quijote no haya sido conocido con anterioridad, aparte de que el
personaje se convirtió en poco tiempo en una figura muy popular, como ya hemos se
ñalado.
Cervantes no pudo nunca ver cumplidos sus deseos de trasladarse a América tal y
como había solicitado al Consejo de Indias en 1590, pero su personaje desembarcó
muy pronto en aquellas tierras. No parece, sin embargo, que la difusión y lectura del
Quijote haya sido tan inmediata, salvo en contadas excepciones, pues, como hemos
visto, mucho hubo de esperar para que se editara en las imprentas americanas.
Probablemente, si Cervantes hubiera pasado a América, como era su deseo, no hu
biese escrito la misma obra y su personaje no hubiese sido tan universal. Así lo seña
laba Azorín:
ese espacio inmenso que tenía en América Cervantes, ¿de qué modo hu
biera influido en él? Pensemos lo que pensemos, llegamos a la conclu
sión de que el libro que Cervantes hubiera escrito en América, no sería co
mo el libro que escribió en España. Contaba en América Cervantes con el
espacio; pero la faltaba algo que es esencial: no tenía el ambiente propi
cio para las creaciones literarias. Y sin ese ambiente cargado de intelec
tualidad, ¿cómopodría darse una gran obra? (28).
NOTAS
(1) Es la reina Doña Juana quien por primera vez prohibe la introducción en las
colonias de todo libro de ficción y de historias profanas, por Real Cédula emitida en
Ocaña el 4 de Abril de 1531, en la que se prohibe expresamente que se lleven a Amé
rica “libros de romance de historias vanas o de profanidad, como son de Amadís, e
otros desta calidad, porque este es mal ejercicio para los Indios, e cosa en que no es
bien que se ocupen ni lean”. El cumplimiento de dicha prohibición no debió ser muy
estricto, porque se renovaría repetidas veces: el 4 de Julio de 1536, el 13 y 29 de Sep
tiembre de 1543, el 21 de Febrero de 1575, etc. En la Real Cédula de Valladolid el 29
de Septiembre de 1543, dirigida a la Audiencia y Chancillería del Perú, se advierte de
nuevo del peligro que suponía la lectura de este tipo de libros: “...y demás desto, de
que sepan que aquellos libros de historias vanas han sido compuesto sin auer passa-
do ansí, podría ser que perdiessen el autoridad y crédito de la Sagrada Escriptura y
otros Libros de Doctores, creyendo, como gente no arraygada en la fee, que todos
nuestros libros eran de vna autoridad y manera” (Apud Francisco Rodríguez Marín,
El Quijote y don Quijote en América, Madrid, Librería de los Sucesores de Hernan
do, 1911, pp. 17-18).
(2) Vid. Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, México, F.C.E., 1953
(trad.: M. Monteforte Toledo) y José Torres Revello, El libro, la imprenta y el perio
dismo en América durante la dominación española, pról. E. Ravignani, Buenos Aires,
Inst. de Investigaciones históricas UNBA, 1940; y, del mismo autor, “Los primeros
ejemplares del Quijote que llegaron a América”, Estudios LXXVII, 420, 1947, pp.
395-398.
(3) Así lo creyó durante algún tiempo Luis González Obregón, aunque no tuvo
reparos en rectificar más tarde. Vid. Luis González Obregón, “De cómo vino a Méxi-
co Don Quijote”, en México viejo y anecdótico, París-México, Librería de la Vda. de
Ch. Bouret, 1909 y “La flota cervantina”, en Vetusteces, México, Librería de la Vda.
de Ch. Bouret, 1917. Véase también, sobre este tema, José Rojas Garcidueñas, Pre
sencia de Don Quijote en las artes de México, México, U.N.A.M., 1968, 2a ed., pp. 9-
20.
(4) Vid. Francisco Rodríguez Marín, El Quijote y don Quijote en América, op. cit.
(5) Vid. Irving A. Leonard, “Don Quixote and the book trade in Lima. 1606”, H.
R., VIII, nfi 4, October 1940, pp. 294-295, en donde presenta un documento de dos li
breros limeños -Miguel Méndez y Juan de Sarria- que acusan recibo, en Lima y en
1606, de 72 ejemplares del Quijote. Señalan, además, que han hecho llegar a Cuzco 9
ejemplares de dicha obra. Por otra parte, Ricado Palma afirma “que al doctor José
Dávira Condemarín, cervantófilo fervoroso, le oyó decir que el primer ejemplar del
Quijote lo recibió el virrey del Perú don Gaspar de Zúñiga Acevedo y Fonseca, a fi
nes de 1605”, comentario que atestigua la recepción de la novela en el Perú práctica
mente el mismo año de su publicación. Vid. Ricardo Palma, “Sobre el Quijote en
América” en Cien tradiciones pemanas, ed. J. M. Oviedo, Caracas, Biblioteca Ayacu-
cho, 1977, pp. 396-401.
(6) Irving, A. Leonard, op. cit., cap.. XVIII “Don Quijote invade las Indias espa
ñolas”.
(7) Lohman Villena añade otros 15 al número que registra Rodríguez Marín, con
lo que tendríamos un número total de 361 ejemplares. Vid. Lohman Villena, “Los li
bros españoles en Indias”, Arbor, 6 (1944).
(8) J. Toribio Medina, Cervantes en las letras chilenas (Notas Bibliográficas), San
tiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1923.
(9) Francisco Rodríguez Marín, El Quijote y don Quijote en América, op. cit., p.
71.
(10) Ibid, p. 89.
(11) Ibid, p. 97-118.
(12) Vid., para estas noticias, Francisco Santiago Cruz, Cervantes y el Sueño de
América, México, Tradición, 1981, p. 92. Rojas Garcidueñas, op. cit., habla también
de una zarzuela titulada La venta encantada, con libreto de Adolfo García -que se
había publicado en 1859- y música de Antonio Reparaz, que puede tratarse de la
misma obra que cita Santiago Cruz. Véase, para este tema, Víctor Espinos, El Quijo
te en la música, Barcelona, CSIC-Instituto Español de Musicología, 1947.
(13) F. Rodríguez Marín, op. cit., p. 92.
(14) Vid. José Toribio Medina, La imprenta en Lima (1584-1824), (Santiago de
Chile, 1904-1907), Amsterdam, N. Israel, 1965 (repr.).
(15) Vid. José Toribio Medina, La imprenta en Bogotá 1739-1821 (Santiago de
Chile, 1904), Amsterdam, N. Israel, 1964 (repr.); La imprenta en Quito 1760-1810
(Santiago, 1904), Amsterdam. N. Israel, 1964 (repr.); La Imprenta en Caracas 1806-
1821 (Santiago, 1904), Amsterdam N. Israel, 1964 (repr.).
(16) Para estas ediciones mexicanas del Quijote, véase el trabajo ya citado de José
Rojas Garcidueñas, Presencia de Don Quijote en las artes de México, op. cit., pp. 75-
98; y, en general, para las ediciones cervantinas, remitimos a José Simón Díaz,
Bibliografía de la Literatura Hispánica, VIII, Madrid, CSIC, 1970, pp. 3-442.
(17) El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Buenos Aires-Montevideo,
Joya Literaria, 1875, 4 hs. Fol.
(18) En Chile, por ejemplo, no se leyó El Quijote hasta finales del siglo XVIII, y la
difusión de nuestro autor fue mucho menor, debido quizá a la diferencia del nivel
cultural de esta colonia frente al de las cortes virreinales. Vid. Maurice W. Sullivan,
“La influencia de Cervantes y su obra en Chile”, Anales Cervantinos, II (1952), pp.
289-310.
(19) La obra fue publicada postumamente en Besançon, 1895; la segunda edición
vio la luz en Barcelona, Montaner y Simón, 1898. Sobre esta obra de Juan Montalvo,
véase la “Introducción” de Ángel Rosemblat a su edición de los Capítulos..., Buenos
Aires, Americalee, 1944; Enrique Anderson Imbert, El arte de la prosa en Juan Mon
talvo, México, El Colegio de México, 1948; Gonzalo Zaldumbide, “El don Quijote de
América o Capítulos que se le olvidaron a Cervantes” Boletín de la Academia Argetina
de letrás, XVI, 61, 1947, pp. 651-658; y también Ignacio M. Zuleta, “La tradición cer
vantina (Algunos aspectos de la proyección del Quijote en Hispanamérica)”, Anales
Cervantinos, XXII, 1984, pp. 143-157.
(20) Vid. J. Simón Díaz, B.L.H., op. cit., VIII, núms. 36, 3726, 3730 y 3743, respec
tivamente, y la lista que confecciona Juan Uribe Echevarría en Cervantes en las letras
hispanoamericanas, Santiago de Chile, Ediciones de la Universidad de Chile, 1949,
“Homenajes y festivales cervantinos”, pp. 25-29. También salieron a la luz algunos es
tudios sobre nuestro escritor, como, por ejemplo, Justo de Lara (seud. de José de
Armas y Cardenas), Cervantes y el Quijote. El hombre, el libro y la época, La Habana,
Imp. La Moderna Poesía, 1905 y José A. Rodríguez García, Vida de Cervantes y Jui
cio del Quijote, La Habana, Imp. Teniente Rey, 32 (1905) y el número monográfico
que le dedica la revista Chile ilustrado, n2 34.
(21) Cantos de vida y esperanza en Rubén Darío esencial, ed. Arturo Ramoneda,
Madrid, Taurus, 1991, p. 398.
(22) Vid. J. Simón Díaz, op. cit., VIII, núms. 3752, 3753, 3755 y 3756.
(23) Buenos Aires, Imp. y Editorial La Nación, 1909 (3 vols.) y Buenos Aires, Ca
sa Escasany, 1916, (6 vols.).
(24) Vid. J. Simón Díaz, op. cit., VIII, núm. 400, 403, 406-8, 410, 412-14 y 418-20.
(25) Vid. José Toribio Medina, Cervantes en las letras chilenas, op.cit, y también la
lista de trabajos y obras recogidas por Maurice W. Sullivan, art. cit.
(26) Véase José Ortega Torres, “Cervantes en la literatura colombiana”, Boletín
del Instituto Caro y Cuervo, V. Bogotá, 1949, pp. 447-477, José Carlos de Macedo
Soares, Cervantes en el Brasil, Sao Paulo, Tip. Ideal, 1949 y Juan Uribe Echevarría,
Cervantes en las letras hispano-americanas, op. cit., que quizá es el estudio más com
pleto sobre el tema, ya que rastrea las influencias cervantinas en la novela y el cuento
de Hispanoamérica (pp. 31-102), en el teatro (pp. 103-113), en la poesía (pp. 115-
159), en el pensamiento (pp. 161-225) e incluso en folklore y la poesía vulgar (pp.
227-231).
(27) Véase Mirjana Polie Bobic, “Sobre los motivos cervantinos en dos novelas de
José Joaquín Fernández de Lizardi” Actas del II Coloquio Internacional de la Asocia
ción de Cervantistas (Alcalá de Hernares, 6-9 noviembre, 1989), Barcelona, Anthro-
pos, 1991, pp. 293-300; Antonio Fernández Ferrer, “La ‘abismación’ cervantina en la
literatura hispanoamericana”, ibid., pp. 327-336; y Frederick A. de Armas, “Meta-
morphosis as Revolt: Cervantes’ Persiles and Sigismundo and Carpentier’s El reino de
este mundo”, Hispànic Review, 49,1981, pp. 297-316.
(28) Azorín, Con permiso de ios Cervantistas, Madrid, 1948.