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Peter Burke, La-Revolucion-Historiografica-Francesa Lectura Profe Archila

Este documento describe la evolución de la historiografía desde la antigüedad hasta principios del siglo XX. Tradicionalmente, la historia se centraba en los acontecimientos políticos y militares, pero en el siglo XVIII surgió un enfoque más amplio en la "historia de la sociedad". Aunque este enfoque ganó popularidad, en el siglo XIX la escuela de Ranke volvió a centrarse en la historia política. No obstante, surgieron voces que defendían incluir otros aspectos como la cultura, la economía y

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Este documento describe la evolución de la historiografía desde la antigüedad hasta principios del siglo XX. Tradicionalmente, la historia se centraba en los acontecimientos políticos y militares, pero en el siglo XVIII surgió un enfoque más amplio en la "historia de la sociedad". Aunque este enfoque ganó popularidad, en el siglo XIX la escuela de Ranke volvió a centrarse en la historia política. No obstante, surgieron voces que defendían incluir otros aspectos como la cultura, la economía y

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1

El antiguo régimen historiográfico


y sus críticos

Lucien Febvre y Marc Bloch fueron los directores de lo que podría


llamarse la revolución historiográfica francesa. A fin de interpretar las
acciones de estos revolucionarios nos es necesario sin embargo conocer
algo del antiguo régimen que ellos deseaban derribar. Para comprender
y describir ese régimen, no podemos limitamos a considerarla situación
de Francia alrededor de 1900, cuando Febvre y Bloch eran estudiantes.
Es menester que examinemos la historia de los escritos históricos en el
largo plazo.
Desde la época de Herodoto y de Tucídides, la historia se escribió
en el Occidente en una variedad de géneros: la crónica monástica, la
memoria política, el tratado sobre antigüedades, etc. Sin embargo, la
forma dominante fue durante mucho tiempo la narración de sucesos
políticos y militares, presentados como la historia de las grandes acciones
de grandes hombres: los capitanes y los reyes. Durante la Ilustración esta
forma predominante fue seriamente puesta en tela de juicio.1
En esa época, a mediados del siglo XVIII, numerosos escritores y
estudiosos de Escocia, Francia, Italia, Alemania y otros países comenza­
ron a ocuparse de lo que llamaban la “historia de la sociedad”, una historia
que no se limitara a tratar la guerra y la política sino que debía incluir las
leyes y el comercio, la moral y las “costumbres” que constituyeron el foco
de atención del famoso Essai sur les moeurs de Voltaire.
Esos estudiosos desechaban lo que John Millar de Glasgow llamó
alguna vez “esa superficie común de los sucesos cuyos detalles ocupan
al historiador vulgar” para concentrarse en la historia de estructuras, tales
como el sistema feudal o la Constitución británica. A algunos de esos
estudiosos les interesaba la reconstrucción de actitudes y valores del
pasado, especialmente la historia del sistema de valores conocido como
“caballeresco”, a otros les interesaba la historia del arte, de la literatura
y de la música. A fines de aquel siglo, este grupo internacional de eruditos

15
había producido un conjunto sumamente importante de obras. Algunos
historiadores, especialmente Edward Gibbon en su Decadencia y caída
del Imperio Romano, integraron esta nueva historia sociocultural en una
narración de acontecimientos políticos.
Con todo eso, una de las consecuencias de la llamada “revolución
copemicana” producida en la historia y relacionada con Leopold von
Ranke fue la de marginar o de volver a marginar la historia social y
cultural. El interés de Ranke no se limitaba a la historia política. Escribió
sobre la Reforma y la Contrarreforma y admitía la historia de la sociedad,
del arte, de la literatura o de la ciencia. Sin embargo el movimiento de
Ranke, con el nuevo paradigma histórico que él formuló, socavó la
“nueva historia” del siglo XVIII. La importancia que asignaba Ranke a
las fuentes contenidas en los archivos hizo que los historiadores que
trabajaban en historia social y cultural parecieran meros dilettanti.
Los discípulos de Ranke tenían un espíritu más estrecho que el de
su maestro y en un momento en que los historiadores aspiraban a ser
profesionales, la historia no política quedó excluida de la nueva disciplina
académica.2Las nuevas publicaciones profesionales fundadas a fines del
siglo XIX, tales como la Historische Zeitschrift (fundada en 1856), la
Revue Historique (1876) y la English Historical Review, (1886), se
concentraban en la historia de los acontecimientos políticos (el prefacio
al primer volumen de la English Historical Review declaraba la intención
de la revista de concentrarse en “los Estados y la política”). Los ideales
de los nuevos historiadores profesionales se articulaban en una serie de
tratados sobre el método histórico, como por ejemplo, la Introduction aux
études historiques (1897), obra compuesta por los historiadores france­
ses Langlois y Seignebos.
Desde luego, podían oírse voces de disenso en el siglo XIX.
Michelet y Burckhardt, que escribieron sus historias del Renacimiento
más o menos en el mismo momento, en 1855 y 1860 respectivamente,
tenían concepciones de la historia mucho más amplias que los discípulos
de Ranke. Burckhardt abordaba la historia como el campo de interacción
de tres fuerzas —el Estado, la religión y la cultura— , en tanto que
Michelet pedía lo que hoy caracterizaríamos como la “historia de abajo”;
para decirlo con sus propias palabras, “la historia de aquellos que
sufrieron, trabajaron, decayeron y murieron sin ser capaces de describir
sus sufrimientos”.3
Asimismo, la obra maestra del historiador francés de la antigüedad
Fustel de Coulanges, La ciudad antigua (1864), se concentraba en la
historia de la religión, de la familia y de la moral antes que en los
acontecimientos políticos. Marx también ofreció un paradigma histórico
alternativo respecto del de Ranke. De conformidad con la visión de la

16
historia de Marx, las causas fundamentales de cambio estaban en las
tensiones existentes en el seno de estructuras sociales y económicas.
Los historiadores económicos fueron quizá los mejor organizados
de aquellos que se apartaban de la historia política. Gustav Schmoller, por
ejemplo, profesor de Estrasburgo (o, mejor dicho, Strassburg, porque en
aquella época era todavía parte de Alemania) desde 1872 fue el director
de una importante escuela histórica. En 1893 se fundó una revista de
historia social y económica, la Vierteljahrsschrift fü r Sozial und
Wirtschaftsgeschichte. En Gran Bretaña, los estudios clásicos de historia
económica, como el de William Cunningham Growth o f English Trade
y de J. E. Thorold Rogers Six Centuries o f Work and Wages, se remontan
a 1882 y 1884 respectivamente.4 En Francia, Henri Hauser, Henri Sée y
Paul Mantoux comenzaban a escribir sobre historia económica a fines del
siglo XIX.5
Al terminar ese siglo XIX, el predominio o, como dice Schmoller,
el “imperialismo” de la historia política fue frecuentemente cuestionado.
J.R. Green, por ejemplo, iniciaba su Breve historia del pueblo inglés
(1874) con la audaz pretensión de haber“dedicado más espacio a Chaucer
que a Cressy, a Caxton que a las mezquinas contiendas de York y
Lancaster, a la Ley de los pobres de Isabel que a la victoria de ésta
obtenida en Cádiz, al Renacimiento Metodista que a la huida del joven
pretendiente”.6
Los fundadores de la nueva disciplina que era la sociología expre­
saban análogas concepciones. Auguste Comte, por ejemplo, se burlaba
de lo que llamaba los “menudos detalles infantiles estudiados por la
irracional curiosidad de ciegos compiladores de inútiles anécdotas” y
abogaba por lo que llamaba, según una famosa frase, la “historia sin
nombres”.7 Herbert Spencer se quejaba de que “las biografías de monar­
cas (y nuestros hijos no aprenden otra cosa) no arrojaran ninguna luz
sobre la ciencia de la sociedad”.8 De manera análoga, Emile Durkheim
desechaba los hechos particulares (événements particuliers) por conside­
rarlos sólo “manifestaciones superficiales”, lo aparente antes que la
verdadera historia de una nación dada.9
Alrededor de 1900, las críticas de la historia política eran particu­
larmente vivas y las sugestiones hechas para que se la reemplazara
resultaron particularmente fértiles.10 En Alemania, esos eran los años de
la llamada “controversia de Lamprecht”. Karl Lamprecht, profesor de
Leipzig, oponía la historia política, que era tan solo historia de individuos,
a la historia cultural o económica, que era la historia del pueblo.
Posteriormente definió la historia como “una ciencia primariamente
sociopsicológica.”11

17
En los Estados Unidos, el famoso estudio de Frederick Jackson
Turner sobre “la significación de la frontera en la historia norteamerica­
na” (1893) rompía francamente con la historia de los acontecimientos
políticos, en tanto que a principios del nuevo siglo James Harvey
Robinson iniciaba un movimiento con el lema de la “Nueva Historia”.
Según Robinson, “la historia comprende todo rasgo y vestigio de cuanto
el hombre ha hecho o pensado desde que apareció por primera vez en la
Tierra”. En cuanto al método, “La nueva historia habrá de valerse de
todos los descubrimientos que sobre la humanidad hacen los antropólogos,
los economistas, los psicólogos y los sociólogos”. 12
También en Francia, alrededor del año 1900, la naturaleza de la
historia fue objeto de un vivo debate. No debería exagerarse la estrechez
del espíritu de los historiadores oficiales. El fundador de la Revue
Historique, Gabriel Monod, combinaba su entusiasmo por la historia
“científica” alemana con su admiración por Michelet (a quien conocía
personalmente y cuya biografía escribió); él mismo era muy admirado
por sus alumnos Hauser y Febvre.
Por otra parte, Ernest Lavisse, uno de los más importantes historia­
dores que trabajaban en Francia en esa época, era el editor general de una
historia de Francia que apareció en diez volúmenes entre 1900 y 1912. A
Lavisse le interesaba primariamente la historia política, desde Federico
el Grande a Luis XIV. Sin embargo, la concepción de la historia revelada
por esos diez volúmenes era una concepción muy amplia. La introduc­
ción fue redactada por un geógrafo y el volumen sobre el Renacimiento
fue compuesto por un historiador de la cultura, en tanto que la parte
debida a Lavisse sobre la época de Luis XIV dedicaba un espacio
sustancial a las artes y en particular a las medidas culturales.13 En otras
palabras, es inexacto pensar que los historiadores profesionales oficiales
de ese período estaban interesados exclusivamente en la narración de
acontecimientos políticos.
Sin embargo, los que cultivaban las ciencias sociales percibían
precisamente de esa manera a los historiadores. Ya hemos mencionado
el hecho de que Durkheim desdeñara los hechos particulares. Su discípu­
lo, el economista François Simiand, fue aún más lejos en esa dirección
con su famoso artículo en el que atacaba lo que llamó “los ídolos de la
tribu de los historiadores”. Según Simiand había tres ídolos que era
menester derribar. Estaba el “ídolo político”, “esa preocupación perpetua
por la historia política, por los hechos políticos, por las guerras, etc. que
da a esos sucesos una exagerada importancia”. Estaba también el “ídolo
individual”, en otras palabras, el énfasis excesivo puesto en los llamados
grandes hombres, de suerte que hasta los estudios de instituciones se

18
presentaban en la forma de “Pontchartrain y el Parlamento de Paris", etc.
Por último, estaba el “ídolo cronológico”, a saber, “la costumbre de
perderse uno en estudios sobre los orígenes".14
Estos tres temas eran atrayentes para los del grupo de Annales, y
luego volveremos a considerarlos. El ataque a los ídolos de la tribu de los
historiadores se refería particularmente a uno de los jefes tribales, el
protegido de Lavisse, Charles Seignebos, profesor de la Sorbona y
coautor de la bien conocida introducción al estudio de la historia.15 Tal
voz por esa razón Seignebos se convirtió en el símbolo de todo aquello a
que se oponían los reformistas. En realidad, Seignebos no era un histo­
riador exclusivamente político, pues escribió también sobre la civiliza­
ción. Le interesaba la relación entre la historia y las ciencias sociales
aunque no concebía esa relación de la misma manera que Simiand o
Febvre, quienes publicaron duras críticas de la obra de Seignebos. La
crítica de Simiand apareció en una nueva publicación, la Revue de
Synthèse Historique, fundada en 1900 por un gran intelectual empren­
dedor, Henri Berr, para alentar a los historiadores a colaborar con otras
disciplinas, particularmente la psicología y la sociología, con la esperan­
za de producir lo que Berr llamaba una psicología “histórica” o “colec­
tiva”. 16 En otras palabras, lo que los norteam ericanos llaman
“psicohistoria” se remonta mucho más allá de la década de 1950 y del
famoso estudio de Erikson sobre El joven Lutero. 17
El ideal de Berr de una psicología histórica que debía lograrse
mediante la cooperación interdisciplinaria ejerció gran atracción en dos
jóvenes que escribían para la revista de Berr. Estos se llamaban Lucien
Febvre y Marc Bloch.
2

Los fundadores: Luden Febvre


y Marc Bloch

En su primera generación, el movimiento de Annales tuvo dos


directores, no uno: Lucien Febvre, un especialista en el siglo XVI, y el
medievalista Marc Bloch. Sus maneras de abordar la historia eran
singularmente semejantes, aunque ambos hombres tenían temperamen­
tos muy diferentes. Febvre, ocho años mayor que Bloch, era hombre
expansivo, vehemente y combativo, con tendencia a increpar a sus
colegas si éstos no hacían lo que él deseaba; en cambio Bloch era sereno,
irónico y lacónico, con un amor casi inglés por la reserva y los
sobrentendidos.1 A pesar de estas diferencias o quizás a causa de ellas,
estos dos hombres trabajaron juntos y armoniosamente durante los veinte
años del período transcurrido entre las dos guerras.2

1. Los primeros años

Lucien Febvre ingresó en la Ecole Normale Supérieure en 1897. En


esa época, la Ecole estaba completamente separada de la Universidad de
París. Era un colegio pequeño pero intelectualmente vigoroso que al­
guien hubo de llamar “el equivalente francés de Jowett’s Balliol”.3 No
admitía más de cuarenta alumnos por año y estaba organizada según las
líneas de una tradicional escuela pública británica (todos los alumnos
eran pupilos y se observaba una estricta disciplina).4 La enseñanza se
impartía por seminarios, no por lecciones, y esos seminarios estaban
dirigidos por estudiosos distinguidos de diferentes disciplinas. Aparen­
temente Febvre era “alérgico” al filósofo Henri Bergson, pero aprendió
mucho de cuatro de los colegas de Bergson.5
El primero de éstos fue Paul Vidal de la Blache, un geógrafo
interesado en colaborar con historiadores y sociólogos; había fundado
una nueva revista, Annales de Géographie (1891), para fomentar este

20
enfoque.6 El segundo de esos profesores de la Ecole era el filósofo y
antropólogo Lucien Lévy-Bruhl; buena parte de su obra estaba dedicada
a lo que Lévy-Bruhl llamaba “pensamiento prelógico” o “mentalidad
primitiva”, un tema que afloraría en la obra de Febvre en la década de
1930. El tercer profesor era el historiador de arte Emile Mâle, uno de los
primeros en concentrarse, no en la historia de las formas, sino en la
historia de las imágenes, en la “iconografía”, como se la llama general­
mente hoy. Su famoso estudio del arte religioso del siglo XIII se publicó
en 1898, año en que Febvre entraba en la Ecole. Por último estaba el
lingüista Antoine Meillet, un discípulo de Durkheim particularmente
interesado en los aspectos sociales del lenguaje. La admiración que
Febvre sentía por Meillet y su interés por la historia social del lenguaje
se manifiestan en una serie de reseñas de libros lingüísticos que Febvre
redactó entre 1906 y 1926 para la Revue de Synthèse Historique7de Henri
Berr.
Febvre también debía mucho a historiadores anteriores. Durante
toda su vida fue admiradorde la obra de Michelet. Reconocía a Burckhardt
como a uno de sus “maestros” junto con el historiador del arte Louis
Courajod. También confesaba una influencia algo más sorprendente en
su obra, la de la Historie socialiste de la révolution française (1901-
1903), compuesta por el político izquierdista Jean Jaurès, “tan rico en
intuiciones económicas y sociales”.8
La influencia de Jaurès puede apreciarse en la tesis doctoral de
Febvre. Febvre decidió estudiar su propia región, el Franco Condado, la
región que se extiende alrededor de Besançon, a fines del siglo XVI,
cuando estaba gobernado por Felipe II de España. El título de la tesis,
"Felipe II y el Franco Condado”, enmascara el hecho de que el estudio
mismo era una importante contribución a la historia social, cultural y
política. Trataba no sólo la rebelión de los Países Bajos y el surgimiento
del absolutismo, sino también la “enconada lucha de dos clases rivales”,
la nobleza en decadencia y endeudada y la ascendente clase burguesa de
los mercaderes y abogados que compraban las tierras de los nobles. Este
esquema parece marxista, pero Febvre difiere fundamentalmente de
Marx al describir la lucha entre los dos grupos concebida “no como mero
conflicto económico sino también como conflicto de ideas y sentimien­
tos”.9 Su interpretación de ese conflicto y de la historia en general no era
muy diferente de la de Jaurès, quien pretendía ser al propio tiempo
“materialista con Marx y místico con Michelet”, al conciliar fuerzas
sociales con pasiones individuales.10
Otro rasgo impresionante del estudio de Febvre es el relacionado
con su introducción geográfica, en la que se describen los contornos
distintivos de la región. La introducción geográfica que casi era de

21
rigueur en las monografías provinciales de la escuela Annales durante la
década de 1960 puede haberse modelado de conformidad con el famoso
Mediterráneo de Braudel, pero no tuvo su origen en él.
Febvre estaba lo bastante interesado en la geografía histórica para
publicar (por instigación de Henri Berr, el editor de la Revue de Synthèse
Historique) un estudio general tópico con el título La terre et l’évolution
humaine. Este estudio había sido planeado antes de la Primera Guerra
Mundial, pero quedó interrumpido cuando su autor tuvo que cambiar sus
funciones de profesor universitario por las de capitán de una compañía de
artilleros. Después de la guerra, Febvre continuó trabajando en su estudio
con la ayuda de un colaborador. La obra se publicó en 1922.
Este extenso ensayo, que molestó a algunos geógrafos profesiona­
les porque era obra de un extraño a esa actividad, desarrollaba las ideas
del antiguo maestro de Febvre, Vidal de la Blache. Importante para
Febvre, aunque de diferente manera, fue el geógrafo alemán Ratzel.
Febvre era una especie de ostra intelectual que producía sus ideas más
fácilmente cuando se sentía irritado por las conclusiones de un colega.
Ratzel era otro pionero de la geografía humana (Anthropogeographie,
como él la llamaba), sólo que, a diferencia de Vidal de la Blache, hacía
hincapié en la influencia que tenía el ambiente físico sobre el destino
humano.11
En este debate desarrollado entre el determinismo geográfico y la
libertad humana, Febvre prestaba caluroso apoyo a Vidal y atacaba a
Ratzel al hacer notar la variedad de posibles respuestas al desafío de un
ambiente dado. Para él, no había necesidades, sólo había posibilidades
(Des nécessités, nulle part. Des possibilités, partout).12 Un río —para
citar uno de los ejemplos favoritos de Febvre— podría ser considerado
por una sociedad como una barrera y por otra como un camino. En última
instancia, no era el ambiente físico lo que determinaba esta decisión
colectiva, sino que eran los hombres, su modo de vida y sus actitudes.
Entre éstas, Febvre incluía las actitudes religiosas. En una discusión
sobre ríos y caminos, Febvre no se olvidó de tratar los caminos de las
peregrinaciones.13

La carrera de Bloch no fue muy diferente de la trayectoria de


Febvre. También él asistió a la Ecole Normale, donde su padre Gustave
enseñaba historia antigua. También él recibió las enseñanzas de Meillet
y de Lévy-Bruhl. Sin embargo, como lo muestran sus últimas obras,
recibió sobre todo la influencia del sociólogo Emile Durk heim, que
comenzaba a enseñar en la Ecole más o menos en el momento en que
llegaba a ella Bloch. Durkheim, que era él mismo ex alumno de la Ecole,
había aprendido de los estudios realizados con Fustel de Coulanges a

22
tomar seriamente la historia.14 En sus últimos años, Bloch reconocía la
profundadeudaque tenía con la revista de Durkheim , Année Sociologique,
leída con entusiasmo por numerosos historiadores de su generación, tales
como el clasicista Louis Gernet y el sinólogo Marcel Granet.15
A pesar del interés que sentía por la política contemporánea, Bloch
decidió especializarse en la Edad Media. Lo mismo que a Febvre, le
interesaba la geografía histórica y su especialidad fue la Ile-de-France,
sobre la que publicó un estudio en 1913. Este estudio muestra que,
también como Febvre, Bloch concebía una historia orientada por un
problema. En un estudio regional llegó hasta a poner en tela de juicio el
concepto mismo de región, aduciendo que ese concepto dependía del
problema con el que tuviera relación. Y escribió: “¿Por qué debemos
esperar que el jurista interesado en el feudalismo, el economista que
estudia la evolución de la propiedad de las tierras en los tiempos
modernos y el filólogo que trabaja con dialectos populares se detengan
todos precisamente ante una idéntica frontera?”16
La atracción que sentía Bloch por la geografía era menor que la de
Febvre, en tanto que su interés por la sociología era mayor. Sin embargo,
ambos hombres pensaban de una manera interdisciplinaria. Bloch, por
ejemplo, ponía el acento en la necesidad que tiene el historiador local de
combinar el saber de un arqueólogo, de un paleógrafo, de un historiador
del derecho, etc. 17 Evidentemente los dos hombres tenían que llegar a
conocerse. Y la oportunidad llegó cuando fueron nombrados para ocupar
cargos en la Universidad de Estrasburgo.

2. Estrasburgo

El medio

El período de Estrasburgo en el que se encontraban diariamente


Febvre y Bloch duró sólo trece años, desde 1920 a 1933, pero fue
enormemente importante para el movimiento de Annales. La importancia
de ese período fue tanto mayor cuanto que los dos hombres estaban
rodeados por un grupo interdisciplinario extremadamente activo.
También vale la pena considerar el medio en que se reunió ese
grupo. En los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, Estrasburgo
contaba con una nueva universidad, puesto que la ciudad acababa de ser
recuperada de Alemania. Ese medio favorecía las innovaciones intelec­
tuales y facilitaba el intercambio de ideas a través de fronteras discipli­
narias.18
Cuando Febvre y Bloch se conocieron en 1920, poco después de

23
haber sido nombrado uno profesor y el otro maître de conferences, su
conocimiento se convirtió rápidamente en amistad.19Sus despachos eran
adyacentes y ellos dejaban las puertas abiertas.20 En ocasiones compar­
tían sus interminables discusiones con colegas, tales como el psicólogo
social Charles Blondel, cuyas ideas fueron importantes para Febvre, y el
sociólogo Maurice Halbwachs, cuyo estudio sobre la estructura social de
la memoria, publicado en 1925, produjo profunda impresión en Bloch.21
Otros miembros de la facultad de Estrasburgo compartían o llega­
ron a compartirlos intereses de Febvre y Bloch. Henri Bremond, el autor
de la monumental Histoire littéraire du sentiment religieux en France
depuis la fin des guerres de religion (1916-24), ejercía la docencia en
Estrasburgo en 1923. El interés que sentía Bremond por la psicología
histórica inspiró a Febvre para escribir su obra sobre la reforma.22
Georges Lefebvre, el historiador de la Revolución Francesa, cuyo interés
por la historia de las mentalidades era afín al de los fundadores de
Annales, enseñó en Estrasburgo desde 1928 hasta 1937. No parece
fantástico sugerir que la idea de Lefebvre del “gran temor de 1789”
contenida en su famoso estudio debe algo al anterior estudio sobre los
rumores compuesto por Marc Bloch.23 Gabriel Le Bras, un pionero de la
sociología histórica de la religión, también enseñaba en Estrasburgo, lo
mismo que el historiador de la antigüedad André Piganiol, cuyo estudio
sobre los juegos romanos publicado en 1923 revela el interés por la
antropología, como el estudio de Bloch publicado un año después, Los
reyes taumaturgos 24
Esta obra puede considerarse como una de las grandes obras
históricas de nuestro siglo.25 Se refiere a la creencia, corriente en
Inglaterra y en Francia desde la Edad Media al siglo XVIII, de que los
reyes tenían la facultad de curar escrófulas, una enfermedad ganglionar
conocida como “el mal del rey”, a causa del poder del toque real,
relacionado con el rito de tocar al enfermo para curarlo.
El tema puede aún parecer algún tanto marginal y ciertamente lo era
en la década de 1920. Bloch hace una irónica referencia a un colega inglés
que hizo un comentario sobre “ese curioso desvío de usted”.26 Pero en
cambio para Bloch el toque real no era ningún desvío sino que era una
carretera real, ciertamente une voie royale en todo sentido. Tratábase del
estudio de un caso que esclarecía importantes problemas. El autor
pretendía con cierta justificación que su libro constituía una contribución
a la historia política de Europa en el verdadero y amplio sentido de la
palabra “político” (au sens large, au vrai sens du mot), porque el libro se
refería a ideas de la realeza. “El milagro regio era sobre todo la expresión
de una particular concepción del poder político supremo.”27

24
Los reyes taumaturgos

Este libro era notable por lo menos a causa de otros tres aspectos.
En primer lugar, porque no se limitaba a considerar un período histórico
convencional, como la Edad Media. Siguiendo el consejo que posterior­
mente habría de formular en términos generales en El oficio del historia­
dor, Bloch eligió ese período para enfocar el problema, lo cual significaba
que escribiría lo que Braudel habría de llamar una generación después “la
historia de duración larga”. Esta perspectiva de largo plazo hizo llegar a
Bloch a ciertas conclusiones interesantes, como por ejemplo la de que el
rito del toque no sólo sobrevivió en el siglo XVII, la época de Descartes
y de Luis XIV, sino que floreció en ese período como nunca antes, por lo
menos en el sentido de que Luis XIV tocó a un número de pacientes
mucho mayor que el de sus predecesores. No se trataba pues de una mera
práctica “ fósil”.28
En segundo lugar, el libro era una contribución a lo que Bloch
llamaba “psicología religiosa”. El estudio se concentraba principalmente
en la historia de milagros y concluía con una discusión explícita sobre el
problema de explicar cómo la gente podía creer en semejantes “ilusiones
colectivas”.29 Bloch observaba que algunos pacientes regresaban para
que se los tocara una segunda vez, lo cual indicaba que sabían que el
tratamiento no había dado resultado; pero así y todo esa circunstancia no
minaba la fe de los creyentes. “Era la expectación del milagro lo que
creaba la fe en él” (Ce qui créa lafo i au miracle, cefu t l'idée qu'il devait
y avoir un miracle).30 Según la famosa frase del filósofo Karl Popper,
formulada unos años después, la creencia no era “falsificable”.31
Esta discusión de la psicología de la creencia no era el tipo de tema
que uno esperaba encontrar durante la década de 1920 en un estudio
histórico. Ese era asunto de psicólogos, sociólogos o antropólogos. En
verdad, Bloch consultó sobre este libro a un psicólogo, su colega de
Estrasburgo Charles Blondel y también a Febvre.32 Asimismo Bloch
conocía la obra de James Frazer y lo que decía La rama dorada sobre la
realeza sagrada, así como tenía conciencia de lo que decía Lucien Lévy-
Bruhl sobre la “mentalidad primitiva”.33 Si bien Bloch no hizo un uso
frecuente de esa expresión, su libro iniciaba una contribución a lo que hoy
llamamos la historia de las “mentalidades”. El libro podría definirse
también como un ensayo de sociología histórica o de antropología
histórica, pues abordaba sistemas de creencias y la sociología del cono­
cimiento.
La expresión que Bloch empleó más de una vez para describir su
libro fue “representaciones colectivas" (représentations collectives), una
frase estrechamente vinculada con el sociólogo Emile Durkheim, lo

25
mismo q ue la expresión “hechos sociales" (faits sociaux), que también
puede encontrarse en páginas de Bloch.34 En realidad, todo este enfoque
debía no poco al de Durkheim y su escuela.35 En cierto sentido por lo
menos podría objetarse que la obra era demasiado durkheimiana.
Aunque Bloch pone cuidado en registrar las dudas sobre el toque
real expresadas durante el largo período que abarca el libro, logra sin
embargo dar una viva impresión de consenso, quizá porque no ofrece una
discusión sistemática de la clase de personas que creían o no creían en el
loque o de los grupos que tenían interés en que otras personas creyeran
en el loque real. Bloch no trata el fenómeno desde el punto de vista de la
ideología. Por supuesto, en los días de Bloch el concepto de “ideología"
solfa emplearse de una manera cruda y reduccionista. Hoy esto ya no es
así, de suerte que resulta difícil imaginar a un historiador relacionado con
Annales, a un Georges Duby por ejemplo, tratando el toque real sin
recurrir hoy a ese concepto.
Un tercer rasgo que hace importante el estudio de Bloch es su interés
por lo que el autor llamaba “historia comparada”. Algunas de las
comparaciones se hacen con sociedades muy alejadas de Europa, como
las de la Polinesia, aunque sólo se las compara al pasar y con considerable
precaución ( “ne transportons pas les Antipodes tout entiers à Paris ou à
Londres" ).36En el libro es central la comparación de Francia e Inglaterra,
los únicos países de Europa donde se practicaba el toque real. Hay que
agregar que esa comparación deja despacio para los contrastes.
En suma, en 1924 Bloch ya estaba practicando lo que iba a propiciar
cuatro años después en un artículo titulado “Hacia una historia compara­
da de las sociedades europeas”. El artículo abogaba por lo que el autor
llamaba “un empleo mejorado y más general” del método comparativo,
el cual distingue el estudio de las similitudes entre sociedades y, por otra
parte, el estudio de sus diferencias y además el estudio de sociedades
vecinas en el tiempo y el espacio del estudio de sociedades alejadas unas
de otras; pero Bloch recomendaba a los historiadores la práctica de todos
estos enfoques.37

Febvre: sobre el Renacimiento y la Reforma

Después de completar su antiguo proyecto de geografía histórica,


Febvre, como Bloch, desplazó su interés hacia el estudio de actitudes
colectivas o la “psicología histórica”, como a veces la llamaba (lo mismo
que su amigo Henri Berr).38 Durante el resto de su vida Febvre se
concentró en la seria investigación de la historia del Renacimiento y de
la Reforma, especialmente en Francia.
Comenzó esta parte de la trayectoria con cuatro conferencias sobre

26
protorrenacimiento francés, con una biografía de Lutero y con un
polémico artículo sobre los orígenes de la reforma francesa, que Febvre
describió como “una cuestión mal planteada” (une question mal posée).
Todas estas contribuciones se orientaban a la historia social y a la
psicología colectiva.
Las conferencias sobre el Renacimiento, por ejemplo, rechazaban
las tradicionales explicaciones de este movimiento dadas por historiado­
res de la literatura y del arte (incluso de su antiguo maestro Emile Mâle),
explicaciones que hacían hincapié en una evolución interna. En cambio
Febvre daba una explicación social a esta “revolución”, ponía el acento
en lo que podría llamarse la “demanda” de nuevas ideas y también, como
en la tesis sobre el Franco Condado, sobre el surgimiento de la burgue­
sía.39
Análogamente, el artículo de Febvre sobre la reforma criticaba a los
historiadores eclesiásticos porque éstos trataban ese movimiento como
algo esencialmente relacionado con "abusos” institucionales y con la
corrección de éstos, en lugar de considerarlo como “una profunda
revolución del sentimiento religioso” (une révolution profonde du senti­
ment religieux). La causa de esta revolución, según Febvre, era una vez
más el surgimiento de la burguesía, que “necesitaba... una religión clara,
razonable, humana y mansamente fraternal”.40 Invocar a la burguesía
parece hoy un poco trivial, pero continúa siendo inspirado el intento de
eslabonar la historia religiosa y la historia social.
Tal vez al lector le sorprenda el hecho de que Febvre escribiera una
biografía histórica en ese momento de su trayectoria. Pero el prefacio que
el autor puso al estudio de Lutero afirmaba que no se trataría de una
biografía sino que era un intento de resolver un problema, en este caso “el
problema de la relación entre el individuo y el grupo, entre la iniciativa
personal y la necesidad social” (la nécessité sociale). Observaba Febvre
que en 1517 existían potenciales discípulos de Lutero, los miembros de
la burguesía una vez más, un grupo que estaba adquiriendo “un nuevo
sentido de su importancia social” y que se sentía incómodo a causa de la
mediación clerical entre Dios y el hombre. De cualquier manera, Febvre
se negaba a reducir las ideas de Lutero a una expresión de los intereses
de la burguesía. Por el contrario, sostuvo que esas ideas creativas no
siempre eran adecuadas a su marco social y que tuvieron que ser
adaptadas a las necesidades y a la mentalidad de la burguesía por los
discípulos de Lutero, especialmente por Melanchthon.41
Es evidente que ciertos temas centrales se repiten una y otra vez en
la obra de Febvre y que también existía una tensión creativa entre su
fascinación por los individuos y su interés por los grupos, así como existía
una tensión entre su vivo interés por la historia social de la religión y su

27
deseo igualmente intenso de no reducir actitudes y valores espirituales a
meras expresiones de los cambios producidos en la economía o en la
sociedad.

3. La fundación de Armales

Poco después de terminar la Primera Guerra Mundial, Febvre


proyectó fundar una revista internacional dedicada a la historia económi­
ca y que debía dirigir el gran historiador belga Henri Pirenne. El proyecto
tropezó con dificultades y se lo dejó a un lado. En 1928, Bloch tomó la
iniciativa de reanimar los planes para fundar una revista (una revista
francesa esta vez), y en esta ocasión el proyecto tuvo éxito.42 Se pidió de
nuevo a Pirenne que dirigiera la revista, pero el hombre declinó el
ofrecimiento, de manera que Febvre y Bloch fueron los directores
asociados.
Annales d’histoire économique et sociale, como se llamó primero
según el modelo de Annales de géographie de Vidal de la Blache, fue
planeada desde el principio para ser algo más que otra publicación
histórica. Aspiraba a ser la guía intelectual en los campos de la historia
económica y de la historia social.43 La revista fue un verdadero vocero de
las aspiraciones de los editores que abogaban por un nuevo enfoque
interdisciplinario de la historia.
El primer número se publicó el 15 de enero de 1929. Ese número
llevaba un mensaje de los directores en el que se explicaba que la
publicación se había proyectado hacía ya mucho tiempo pero que había
encontrado ciertas barreras entre los historiadores y los que cultivaban
otras disciplinas; se hacía notar la necesidad del intercambio intelec­
tual.44 El comité de redacción incluía no sólo a historiadores de historia
antigua y moderna sino también a un geógrafo (Albert Demangeon), a un
sociólogo (Maurice Halbwachs), a un economista (Charles Rist) y a un
especialista de ciencia política (André Siegfried, un ex alumno de Vidal
de la Blache).45
En los primeros números, los historiadores económicos eran los
más prominentes; Pirenne, por ejemplo, que escribió un artículo sobre la
instrucción de los mercaderes medievales; el historiador sueco Eli
Heckscher, autor de un famoso estudio sobre mercantilismo, y el norte­
americano Earl Hamilton, más conocido por su obra sobre el tesoro
norteamericano y la revolución de los precios producida en España. En
aquel momento, la publicación parecía más o menos el equivalente o el
rival francés de la Economic History Review británica. Sin embargo, en
1930 se anunciaba la intención de la revista de establecerse en el “terreno

28
casi virgen de la historia social” (sur le terrainsi mal défriché de l’histoire
sociale). 46 La publicación también se interesaba por el método de las
ciencias sociales, lo mismo que la Revue de Synthèse Historique.
El énfasis puesto en la historia económica sugiere que en los
primeros años Bloch fue el codirector dominante. Pero sin ver toda la
correspondencia de los dos hombres, buena parte de la cual no se ha
publicado, sería aventurado conjeturar si Febvre fue más importante que
Bloch en la historia de Annales después de 1929 o siquiera tratar de
establecer cómo se dividieron el trabajo de la revista. Lo que se puede
decir con cierta confianza es que si ambos hombres no hubieran estado
de acuerdo en lo fundamental y si no hubieran trabajado juntos, el
movimiento no habría tenido el éxito que tuvo. De todas maneras, es
necesario considerar separadamente las contribuciones históricas de los
dos asociados después de 1929.

Bloch: sobre historia rural y sobre feudalismo

La carrera de Bloch quedó bruscamente interrumpida por la guerra.


En las últimas décadas de su labor académica Bloch produjo algunos
artículos seminales y dos importantes libros. Los artículos comprendían
un estudio de los molinos de viento y de los obstáculos culturales y
sociales que se oponían a su difusión; también contenían reflexiones
sobre el cambio tecnológico considerado “como un problema de psico­
logía colectiva”.47 Como a menudo se considera a Bloch un historiador
económico, puede resultar conveniente llamar la atención sobre su
interés por la psicología, como se comprueba evidentemente en Los reyes
taumaturgos, pero visible también en el artículo sobre el cambio tecno­
lógico, una conferencia que se ofreció a un grupo de psicólogos profesio­
nales y que pedía la colaboración de las dos disciplinas.48
El principal esfuerzo de Bloch estuvo dedicado a dos libros impor­
tantes. El primero fue su estudio de la historia rural francesa. El libro tuvo
su origen en la serie de conferencias dadas en Oslo por invitación del
Instituto para el Estudio Comparado de las Civilizaciones.49 Sin embar­
go, en cierto sentido se trataba de una ampliación en el tiempo y en el
espacio de la tesis sobre la población rural de la Ile-de-France durante la
Edad Media, tesis que se había proyectado antes de la Primera Guerra
Mundial y que había sido abandonada cuando Bloch tuvo que alistarse en
el ejército. El libro, publicado en 1931, tiene poco más de doscientas
páginas y es un breve ensayo sobre un amplio tema que revela las dotes
que el autor tenía para la síntesis y para llegar a los puntos esenciales de
un problema.
El ensayo fue y continúa siendo importante por una serie de razones.

29
Lo mismo que Los reyes taumaturgos, se ocupaba de fenómenos desarro­
llados en el largo plazo, en la duración larga, desde el siglo XIII al siglo
XVIII; mostraba esclarecedoras comparaciones y contrastes entre Fran­
cia e Inglaterra. La concepción de Bloch de la “historia rural” (histoire
agraire), definida como “el estudio combinado de técnicas rurales y de
costumbres rurales” era inusitadamente amplia para su época, cuando los
historiadores tendían a escribir sobre temas más reducidos, como la
historia de la agricultura o de la servidumbre o de la propiedad rural.
Igualmente inusitado es el empleo sistemático que hace Bloch de fuentes
no literarias, como por ejemplo mapas de fincas y heredades; también
muy amplia era su concepción de la “cultura rural” (civilisation agraire),
expresión que eligió para hacer hincapié en el hecho de que la existencia
de diferentes sistemas agrarios no podía explicarse atendiendo solamente
al ambiente físico.50 La historia rural de Francia es quizá muy célebre
por su llamado “método regresivo”. Bloch señalaba la necesidad de “leer
la historia hacia atrás” (lire l’histoire à rebours) por la razón de que
sabemos más sobre los períodos cercanos y porque es bien prudente
proceder desde lo conocido a lo desconocido.51 Bloch emplea efectiva­
mente este método, pero no pretende haberlo inventado. Con el nombre
de “método retrogresivo” ya había sido empleado por F.W. Maitland
—un estudioso al que Bloch profesaba considerable admiración— en su
clásico estudio Registro del gran catastro y más allá (1897); el “más allá”
del título se refiere al período anterior al Registro del gran catastro
verificado en 1086.52
Unos pocos años antes del de Maitland, otro estudio sobre la
Inglaterra medieval que interesaba mucho más a Bloch, el estudio de
Frederick Seebohm, La comunidad aldeana inglesa (1883), comenzaba
con un capítulo sobre “El sistema inglés de campo abierto examinado en
sus restos modernos”, especialmente en Hitchin, donde vivía Seebohm,
antes de volver a la Edad Media. En realidad, el historiador de la
antigüedad Fustel de Coulanges, el maestro del padre de Bloch, había
abordado de manera análoga La ciudad antigua (1864) al estudiar la
historia de la gens griega y romana. El autor admite que todos los
testimonios sobre este grupo social “datan de una época en que aquél ya
no era más que una sombra de sí mismo”, pero sostiene que ese testimonio
tardío así y todo nos permite “tener un atisbo” del sistema en su estado
primero.53 En otras palabras, Bloch no inventó un nuevo método; lo que
hizo fue emplearlo de manera más sistemática y consciente que sus
predecesores.
El segundo libro, La sociedadfeudal (1939-40) es la obra por la que
hoy más se conoce a Bloch. Se trata de una ambiciosa síntesis que abarca
unos cuatro siglos de historia europea, desde el año 900 al 1300, con una

30
amplia variedad de temas, muchos de los cuales habían sido tratados en
otros lugares, como por ejemplo servidumbre y libertad, realeza sagrada,
importancia del dinero, etc. En este sentido, el libro resume la obra de toda
la vida de Bloch. A diferencia de anteriores estudios sobre el sistema
feudal, la obra no se limita a considerar la relación entre la posesión de
las tierras, la jerarquía social, la guerra y el Estado. Trata la sociedad
feudal como un todo, lo que hoy podríamos llamar “la cultura del
feudalismo”.
También trata una vez más la psicología histórica, lo que el autor
llamaba “modos de sentimiento y de pensamiento” (façons de sentir et de
penser). Esta es la parte más original de la obra, una exposición que se
refiere, entre otros temas, al sentido medieval del tiempo o, mejor dicho,
a la indiferencia medieval al tiempo o en todo caso a la falta de interés por
una medición precisa. Bloch también dedica un capítulo a la “memoria
colectiva”, un tema que lo había fascinado durante mucho tiempo como
había fascinado a su amigo, el sociólogo durkheimiano Maurice Halb-
wachs (véase pág. 28).
La sociedad feudal es ciertamente la obra más durkheimiana de
Bloch. El autor continúa empleando expresiones como conscience
collective, mémoire collective, représentations collectives.54 Hay algu­
nas observaciones incidentales que se hacen eco de su maestro, como por
ejemplo, “en toda literatura, una sociedad contempla su propia ima­
gen.”55 El libro se refiere esencialmente a uno de los temas centrales de
la obra de Durkheim, la cohesión social. Esta particular forma de
cohesión o de “lazos de dependencia” (liens de dépendance) se explica
esencialmente de una manera funcionalista como una adaptación a las
“necesidades” de un particular medio social o, más precisamente, como
una respuesta a las tres oleadas de invasiones: la de los vikingos, la de los
musulmanes y la de los magiares.
La preocupación de Durkheim por las comparaciones, por las
tipologías y por la evolución social dejó su marca en una sección del final
del libro titulada “el feudalismo como forma típica de organización
social” (la féodalité comme type social), en la que Bloch sostiene que el
feudalismo no fue un fenómeno único sino que fue una fase reiterada de
evolución social. Con su habitual precaución Bloch señalaba la necesidad
de que se hicieran más análisis sistemáticos, pero luego menciona al
Japón como un ejemplo de sociedad que espontáneamente produjo un
sistema en esencia semejante al del Occidente medieval. Señalaba
significativas diferencias entre las dos sociedades, especialmente el
derecho del vasallo europeo de desafiar a su señor. Con todo, este interés
por las tendencias repetidas y por las comparaciones con remotas socie­
dades hace que la obra de Bloch resulte mucho más sociológica que la de

31
otros historiadores franceses de su generación. Ciertamente era demasia­
do sociológica para el gusto de Lucien Febvre, quien regañaba a Bloch
porque éste no trataba los casos individuales más detalladamente.

4. La institucionalización de Annales

En la década de 1930 se dispersó el grupo de Estrasburgo. Febvre


abandonó la ciudad en 1933 para hacerse cargo de una cátedra en el
prestigioso Collège de France, en tanto que Bloch abandonó Estrasburgo
en 1936 para suceder a Hauser en la cátedra de historia económica de la
Sorbona. Considerando la importancia que tenía París en la vida intelec­
tual francesa, estos desplazamientos hacia el centro eran signos del éxito
del movimiento de Annales.
Otro signo fue el nombramiento de Febvre como presidente de la
comisión organizadora de la Encyclopédie Française, una ambiciosa
empresa interdisciplinaria que comenzó su publicación en 1935. Uno de
los volúmenes más notables de esta enciclopedia fue el editado por el
antiguo maestro de Febvre, Antoine Meillet, que versaba sobre lo que
podría llamarse “aparato conceptual” o “equipo mental”, outillage men­
tal, en el original francés. Podría afirmarse que ese volumen echó las
bases de la historia de las mentalidades. Sin embargo, habría que agregar
que más o menos en la misma época, el ex colega que Febvre tenía en
Estrasburgo, Georges Lefebvre, publicaba un artículo —que iba a hacer­
se célebre— sobre las turbas revolucionarias y sus mentalidades colec­
tivas. Irritado por el hecho de que el psicólogo conservador Gustave
Lebon diera por descontada la irracionalidad de las muchedumbres,
Lefebvre trataba de establecer la lógica de las acciones de las masas.
Annales llegó a ser gradualmente el centro de una escuela histo­
riográfica. En las décadas de 1930 y 1940, Febvre escribió la mayor parte
de sus ataques contra los empiristas y especialistas de mente estrecha y
sus programas para propiciar el “nuevo tipo de historia” relacionado con
Annales; pedía colaboración en la investigación, propiciaba una historia
orientada según los problemas (l’histoire-problème), la historia de las
sensibilidades, etc.56
Febvre siempre se inclinó a dividir el mundo en aquellos que
estaban con él y aquellos que estaban contra él y a dividir la historiografía
en “la de ellos” y la “nuestra”.57 Pero seguramente tenía razón cuando en
1939 reconocía la existencia de un grupo de simpatizantes, “un núcleo fiel
de jóvenes”, que seguían lo que llamaban “el espíritu de Annales”
(l’esprit des Annales).58 Probablemente pensaba en primer lugar en
Fernand Braudel, a quien había conocido personalmente en 1937, pero

32
también había otros jóvenes. En esa época Pierre Goubert estudiaba con
Marc Bloch y, aunque posteriormente se especializó en el siglo XVII,
permaneció fiel a la historia rural del estilo de Bloch. Algunos de los
discípulos que Bloch y Febvre tuvieron en Estrasburgo transmitían ahora
los mensajes de ambos hombres en colegios y universidades. En Lyon,
Maurice Agulhon estudiaba historia con un discípulo de Bloch y Georges
Duby con otro. Duby consideraba a Bloch, a quien nunca conoció, como
su “maestro”.59
Estos procesos quedaron detenidos durante un tiempo a causa de la
Segunda Guerra Mundial. La reacción de Bloch, aunque ya tenía cin­
cuenta y tres años en 1939, fue alistarse en el ejército. Después de la
derrota de Francia, Bloch regresó brevemente a la vida académica pero
luego se unió al movimiento de resistencia en el que desempeñó una parte
muy activa hasta que lo apresaron los alemanes. Fue fusilado en 1944. A
pesar de sus “actividades de extramuros”, Bloch encontró tiempo para
escribir dos breves libros durante los años de la guerra. El primero,
Extraña derrota, era la relación de un testigo ocular del colapso francés
de 1940 y era también un intento de comprenderlo desde el punto de vista
de un historiador.
Quizás aún más notable era la capacidad de Bloch que le permitió
componer sus tranquilas reflexiones sobre los fines y métodos de la
historia en un momento en que estaba cada vez más aislado y ansioso por
las futuras perspectivas de su familia, de sus amigos y de su país. Este
ensayo sobre el “oficio de historiador” (métier d’historien), que quedó
inconcluso a la muerte del autor, es una introducción lúcida, moderada y
sensata a ese tema — y continúa siendo la mejor contribución que
tenemos— antes que un manifiesto en favor de la nueva historia que
seguramente habría escrito Febvre en su lugar.60 El único rasgo icono­
clasta era una sección en la que se atacaba lo que Bloch llamaba, según
el estilo de Simiand, “el ídolo de los orígenes”, y en la que Bloch sostenía
que todo fenómeno histórico ha de explicarse atendiendo a su propio
tiempo y no a una época anterior.61

El Rabelais de Febvre

Mientras tanto, Febvre continuaba publicando la revista primero en


nombre de los dos directores y luego sólo en el suyo.62 Demasiado viejo
para luchar, se pasó la mayor parte de la guerra en su casita de campo
escribiendo una serie de libros y artículos sobre el Renacimiento y la
Reforma en Francia. Varios de esos estudios se refieren a individuos,
como Margarita de Navarra y François Rabelais, sólo que no son
biografías en el sentido estricto del término. Fiel a sus propios preceptos.

33
Febvre organizó esos estudios alrededor del problema. Por ejemplo,
¿cómo se explicaba que Margarita, una princesa instruida y piadosa,
escribiera una colección de cuentos, el Heptamerón, algunos de los
cuales eran en extremo procaces? ¿Era Rabelais un incrédulo o no lo era?
El problema de la incredulidad en el siglo XVI: la religión de
Rabelais—para dar su título completo— es uno de los trabajos de historia
más fructíferos publicados en este siglo. Junto con Los reyes taumaturgos
de Bloch y el artículo de Lefebvre sobre las multitudes, este trabajo
inspiró la historia de las mentalidades colectivas a la que tantos historia­
dores franceses se entregaron a partir de la década de 1960. Como muchos
estudios de Febvre, éste comenzaba con su reacción contra los puntos de
vista de otro historiador. Febvre estaba tan irritado que se puso a estudiar
a Rabelais cuando encontró la sugerencia, contenida en la edición de
Pantagruel de Abel Lefranc, de que Rabelais era un incrédulo que
escribía con miras a socavar el cristianismo. Febvre estaba convencido no
sólo de que esta interpretación era equivocada en cuanto al propio
Rabelais, sino también anacrónica, pues atribuía al autor de Pantagruel
pensamientos que no eran concebibles en el siglo XVI; de manera que se
propuso refutar dicha interpretación.
El problema de la incredulidad tiene una estructura bastante
inusitada, la de una especie de pirámide invertida. Comienza de una
manera extremadamente precisa y filológica. Según Lefranc, muchos de
los contemporáneos habían denunciado el ateísmo de Rabelais, de suerte
que Febvre se puso a examinar a esos contemporáneos, que en su mayor
parte eran poetas menores neolatinos de la década de 1530, a fin de
mostrar que el término “ateo” no tenía entonces su precisa significación
moderna. Era una palabra de difamación, “usada en cualquier sentido que
uno quisiera darle”.
Pasando de esta discusión de una sola palabra, Febvre consideró los
chistes aparentemente blasfemos que Rabelais hacía en Pantagruel y
Gargantúa, bromas que Lefranc en su argumentación había considerado
muestras del “racionalismo” del autor. Febvre señalaba que aquellos
chistes pertenecían a una tradición medieval de la parodia de lo sagrado
a la que se habían entregado frecuentemente clérigos medievales; esas
bromas no eran prueba de racionalismo. Según Febvre, Rabelais era un
cristiano de corte erasmiano: un crítico de muchas de las formas exterio­
res de la Iglesia medieval tardía, pero hombre que creía en la religión
interior.
Cabría esperar que en este punto el libro tocara a su fin puesto que
quedaban verificadas las credenciales religiosas de Rabelais y los argu­
mentos de Lefranc estaban refutados. Pero lo que realmente hizo Febvre
fue ampliar aún más su investigación. Dejando atrás a Rabelais, Febvre

34
continuó considerando lo que llamaba la imposibilidad del ateísmo en el
siglo XVI. Marc Bloch había intentado explicar por qué la gente conti­
nuaba creyendo en el milagro del toque real aun cuando las curaciones
fracasaban. De manera semejante, Febvre trataba ahora de explicar por
qué la gente no dudaba de la existencia de Dios. Sostenía que el outillage
mental de ese período, su “aparato conceptual”, no permitía la incredu­
lidad. Febvre abordaba el problema con su característica manera, es
decir; valiéndose de una especie de vía negativa, y hacía notar la
importancia de lo que faltaba en el vocabulario del siglo XVI, las
“palabras que faltaban” (mots qui manquent), términos claves como
“absoluto” y “relativo”, “abstracto” y “concreto”, “causalidad”, “regula­
ridad” y muchas otras. Sin ellas, y aquí Febvre se hace la pregunta
retórica, “¿cómo podía darse a un pensamiento un vigor verdaderamente
filosófico, solidez y claridad?”.
El interés de toda la vida que manifestó Febvre por la lingüística está
en la base de esta discusión en extremo original. Sin embargo, no se daba
por satisfecho con el análisis lingüístico. El libro terminaba con conside­
raciones sobre algunos problemas de psicología histórica. Esta parte del
libro es la más conocida, la más controvertida y la más inspirada. Febvre
observaba, por ejemplo, que las concepciones del siglo XVI del tiempo
y del espacio eran sumamente imprecisas medidas con nuestros criterios.
“¿En qué año nació Rabelais? El mismo no lo sabía”; y no había nada raro
en esto. El “tiempo medido” o tiempo del reloj era menos importante que
el “tiempo experimentado”, que se describía atendiendo a la salida del
sol, al vuelo de las becadas o a la duración de un avemaria. Febvre iba aún
más lejos y sugería que en ese período la vista era un sentido “infra-
desarrollado” y que faltaba el sentido de la belleza de la naturaleza. “En
el siglo XVI no había ningún Hotel Bellevue ni ningún Hotel Beau Site.
Estos no habrían de aparecer hasta la época del romanticismo”.
Según Febvre, era aún más significativa en ese período la falta de
una cosmovisión. “Nadie tenía el sentido de lo que era imposible.”
Supongo que Febvre pensaba que en general no había criterios aceptados
de lo que era imposible, pues el adjetivo “imposible" no era una de esas
“palabras que faltaban”. Como resultado de esta falta de criterios, lo que
nosotros llamamos “ciencia” era literalmente inconcebible en el siglo
XVI. “Guardémonos de proyectar esta concepción moderna de la ciencia
a la instrucción de nuestros antepasados.” El aparato conceptual del
período era demasiado “primitivo”. De manera que un análisis preciso y
técnico de la significación del término “ateo” usado por un puñado de
poetas condujo a una audaz caracterización de la cosmovisión de toda una
época.
Al cabo de casi cincuenta años, el libro de Febvre nos parece ahora

35
un tanto pasado de moda. Historiadores posteriores han señalado pruebas
de que se equivocó al sugerir que Rabelais abrigaba considerable simpa­
tía por algunas ideas de Lutero. Otros han cuestionado la suposición de
Febvre de que en el siglo XVI era inconcebible el ateísmo, fundándose en
los interrogatorios de la Inquisición practicados en España y en Italia y
señalando a algunos individuos que parecían por lo menos haber negado
la Providencia o haber profesado alguna forma de materialismo.63 La
teoría del subdesarrollo de la vista — recogida veinte años después por el
teórico canadiense Marshall McLuhan— no es muy plausible. Que haya
habido o no en la Francia del siglo XVI un Hotel Bellevue, lo cierto es que
existía un Belvedere en la Florencia renacentista, en tanto que Alberti y
otros sostenían que el ojo tenía preeminencia sobre el oído.
La más seria de todas es la crítica de que Febvre suponía con
bastante ligereza una homogeneidad de pensamiento y de sentimiento en
los veinte millones de franceses de aquel período, por lo que confiada­
mente escribía sobre “los hombres del siglo XVI” como si no hubiera
diferencias significativas entre lo que pensaban hombres y mujeres, ricos
y pobres, etc.64
Sin embargo, el libro de Febvre continúa siendo una obra ejemplar
por las cuestiones que plantea y los métodos que sigue más que por las
respuestas que da. Trátase de un sobresaliente ejemplo de historia
orientada según los problemas. Como Los reyes taumaturgos de Bloch,
ejerció considerable influencia en los escritos históricos de Francia y de
otros lugares. Irónicamente, no parece haber tenido gran efecto en
Fernand Braudel, a quien estaba dedicado el libro. Sin embargo, la
historia de las mentalidades tal como se cultivó a partir de la década de
1960 y como lo hicieron, por ejemplo, Georges Duby, Roben Mandrou,
Jacques Le Goff y muchos otros, debe no poco al ejemplo de Febvre y al
de Bloch.

Febvre en el poder

Después de la guerra, Febvre tuvo por fin su oportunidad. Se lo


invitó a ayudar a reorganizar una de las principales instituciones del
sistema francés de educación superior, la Ecole Pratique des Hautes
Etudes, fundada en 1884. Se lo eligió miembro del instituto. También
llegó a ser el delegado francés de la UNESCO, encargado de la organi­
zación de un multivolumen, “Historia Científica y Cultural de la Huma­
nidad”. A causa de todas estas actividades, a Febvre le quedaba poco
tiempo para escribir extensamente, de manera que los proyectos de sus
últimos años no llegaron a concretarse (como el volumen sobre “Pensa­
miento y creencia occidentales” desde 1400 a 1800) o fueron terminados

36
por otros. La historia del libro impreso y sus efectos en la cultura
occidental durante el Renacimiento y la Reforma fue en gran medida la
obra del colaborador de Febvre, Henri-Jean Martin, aunque se publicó
con los dos nombres.65 El ensayo sobre psicología histórica, Introducción
a la Francia moderna, fue redactado por el discípulo de Febvre sobre la
base de sus notas, Robert Mandrou y publicado con el nombre de este
último.66
Sin embargo, la máxima realización de Febvre durante los años de
posguerra fue establecerla organización dentro de la cual podía desarro­
llarse “su” clase de historia, la Sexta Sección, fundada en 1947, de la
Ecole Pratique des Hautes Etudes. Febvre fue el presidente de la Sexta
Sección, dedicada a las ciencias sociales, y director del Centro de
Investigaciones Históricas, que era una sección dentro de la sección.
Colocó a sus discípulos y amigos en posiciones claves de la organización.
Braudel, a quien Febvre trataba como a un hijo, lo ayudó a administrar el
Centro de Investigaciones Históricas, así como Annales. Charles Morazé,
un historiador que estudiaba el siglo XIX, se le unió en el pequeño comité
de redacción de la revista. Robert Mandrou, otro de los “hijos” de Febvre,
fue su secretario de organización en 1955, poco antes de la muerte de
Febvre.
Annales había comenzado siendo la publicación de una secta
herética. “Es necesario ser herético”, declaraba Febvre en su conferencia
inaugural Oportet haereses esse.61 Sin embargo, después de la guerra la
revista se transformó en el órgano oficial de una iglesia ortodoxa.68 Con
la dirección de Febvre los revolucionarios intelectuales lograron hacerse
cargo de la posición histórica oficial en Francia. El heredero de este poder
sería Fernand Braudel.

37
3

El período de Braudel

1. E l M editerráneo

En 1929, cuando se fundó Annales, Fernand Braudel tenía veintisie­


te años. Había estudiado historia en la Sorbona, estaba enseñando en una
escuela de Argelia y continuaba trabajando en su tesis. Esa tesis había
comenzado de una manera bastante convencional —aunque ambiciosa—
como obra de historia diplomática. Braudel la había planeado al principio
como un estudio sobre Felipe II y el Mediterráneo; en otras palabras,
como un análisis de la política exterior del rey.
Durante su largo período de gestación, la tesis se hizo mucho más
amplia en su alcance. Era y es corriente en los historiadores académicos
franceses enseñar en escuelas mientras escriben su tesis. Lucien Febvre,
por ejemplo, impartió brevemente su enseñanza en Besançon. Braudel
pasó diez años (1923-32) enseñando en Argelia, y esa experiencia parece
haberle ampliado su horizonte.
En todo caso, su primer artículo importante publicado en ese
período se refería a los españoles del norte de Africa durante el siglo XVI.
Ese estudio, que en realidad tiene las dimensiones de un librillo, debe
rescatarse de un inmerecido olvido. La obrita era al mismo tiempo una
crítica a sus predecesores en el campo histórico (por dar éstos excesivo
énfasis a las batallas y a los grandes hombres), una discusión de la “vida
cotidiana” de las guarniciones españolas y una demostración de la
estrecha relación que había entre la historia africana y la historia europea.
Cuando estalló la guerra en Europa quedaron detenidas las campañas
africanas y viceversa.1
Buena parte de la investigación básica para la tesis se realizó a
principios de la década de 1930 en Simancas, donde se conservaban los
documentos oficiales españoles y en los archivos de las principales
ciudades del Mediterráneo cristiano: Génova, Florencia, Palermo, Vene-

38
cia, Marsella y Dubrovnik, donde Braudel ahorró tiempo filmando los
documentos (cuando se lo permitían) con una cámara norteamericana.2
Esta investigación quedó interrumpida cuando se lo llamó para
enseñar en la Universidad de San Pablo (1935-7), período que Braudel
había de describir posteriormente como el más feliz de su vida. Fue al
regresar de Brasil cuando Braudel conoció a Lucien Febvre, quien lo
adoptó como a un hijo intelectual (un enfant de la maison) y lo persuadió,
si todavía necesitaba persuadirse de ello, de que “Felipe II y el Medite­
rráneo” debería ser realmente “El Mediterráneo y Felipe II”.3

La gestación de El Mediterráneo
Irónicamente fue la Segunda Guerra Mundial lo que dio a Braudel
la oportunidad de escribir su tesis. Braudel pasó la mayor parte de los años
de la guerra en un campamento de prisioneros situado cerca de Lübeck.
Su prodigiosa memoria compensó en cierta medida la falta de acceso a
bibliotecas; Braudel redactó El Mediterráneo en escritura manuscrita
corrida y en libretas que envió por correo a Febvre y que recobró después
de la guerra.4 Sólo un historiador que haya examinado los manuscritos
puede decir qué relación tienen éstos con la tesis que Braudel defendió en
1945 y publicó en 1949 (tesis dedicada a Febvre “con el afecto de un
hijo”). Pero lo que aquí me interesa es el texto impreso.
El Mediterráneo es un libro extenso aun si se atiene uno a las normas
de la tradicional tesis doctoral francesa. En su edición original ya contenía
unas 600 mil palabras, lo cual representaba seis veces la longitud de un
libro corriente. La obra está dividida en tres partes, cada una de las cuales
—como lo indica el prefacio— ejemplifica un enfoque diferente del
pasado. En primer lugar, se trata de la historia “casi atemporal” de la
relación entre el “hombre” y el “ambiente”, luego se presenta gradual­
mente la cambiante historia de estructuras económicas, sociales y políti­
cas y, por último, la historia del rápido movimiento de los acontecimien­
tos. Puede resultar útil tratar estas tres partes en el orden inverso.
La tercera parte, que es la más tradicional, probablemente corres­
ponde a la idea original de Braudel de una tesis sobre la política exterior
de Felipe II. Braudel ofrece a sus lectores una obra especializada de
historia militar y política. Traza breves pero incisivos esbozos de los
principales personajes que aparecen en el escenario histórico, desde el
duque de Alba, hombre de “estrechas miras políticas”, “ce faux grand
homme", hasta su amo Felipe II, mesurado, “solitario y amigo del
secreto”, cauteloso, muy trabajador, un hombre que “veía su misión co­
mo una sucesión sin término de pequeños detalles”, pero al que le faltaba

39
una visión del todo. La batalla de Lepanto, el sitio y auxilio de Malta y las
negociaciones de paz de fines de la década de 1570 están descritas muy
circunstanciadamente.
Sin embargo, esta narración de acontecimientos dista mucho de la
tradicional historia de “tambores y trompetas”. De vez en cuando el autor
se sale de esta senda para hacer resaltar la falta de significación de los
hechos y la limitación de la libertad en las acciones de los individuos. En
1565, por ejemplo, García de Toledo, el comandante naval español del
Mediterráneo, fue remiso en auxiliar a Malta, sitiada por los turcos. “Los
historiadores han censurado a don García por su demora”, escribe
Braudel, “pero ¿acaso examinaron siempre a fondo las condiciones en
que el hombre había tenido que operar?”5Braudel también insiste en que
la bien conocida y a menudo condenada lentitud de Felipe II para
reaccionar a los acontecimientos no se explica enteramente por su
temperamento, sino que ha de considerarse en relación con el agotamien­
to financiero de España y con los problemas de comunicación en un
imperio tan vasto.6
De manera análoga, Braudel no explica por méritos personales el
éxito de don Juan —don Juan de Austria en Lepanto— . Don Juan era tan
sólo “el instrumento del destino” en el sentido de que su historia dependió
de factores de los que él ni siquiera se daba cuenta.7 En todo caso, según
Braudel, Lepanto fue sólo una victoria naval que “no destruyó las raíces
de Turquía que entraban profundamente en el interior continental”.8
Lepanto fue sólo un suceso. También la toma de Túnez por don Juan se
describe como “otra victoria que no condujo a ninguna parte”.
A Braudel le interesa situar a los individuos y los acontecimientos
en un contexto, en su medio, pero los hace inteligibles a costa de revelar
su fundamental falta de importancia. La historia de los acontecimientos,
dice Braudel, si bien es “la más rica en cuanto a interés”, es también la más
superficial. “Recuerdo una noche que pasé cerca de Bahía, envuelto en
los fuegos artificiales de fosforecentes luciérnagas; sus pálidas luces
resplandecían, se apagaban, volvían a brillar sin procurar a la noche una
verdadera iluminación. Lo mismo ocurre con los sucesos; más allá de su
brillo, prevalece la oscuridad”.9 Con otra poética imagen, Braudel
describía los sucesos como “perturbaciones de superficie, crestas de
espuma que las oleadas de la historia llevan sobre sus poderosos lomos”.
“Debemos aprender a desconfiar de ellos”. 10 Para comprender el pasado
es necesario bucear debajo de las ondas.
Las aguas más calmas que corren a mayor profundidad constituyen
el tema de la segunda parte de El Mediterráneo', esa parte lleva el título
de “Destinos colectivos y movimientos de conjunto” (Destins collectifs

40
et mouvements d'ensemble) y se refiere a la historia de las estructuras:
sistemas económicos, Estados, sociedades, civilizaciones y las cambian­
tes formas de la guerra. Esta historia se desarrolla a un ritmo más lento que
el de la historia de los acontecimientos. Abarca generaciones y hasta
siglos, de suerte que los contemporáneos ni siquiera se dan cuenta de ella.
De cualquier manera, son arrastrados por la corriente. En uno de sus más
célebres análisis, Braudel estudia el imperio de Felipe II que considera
“como una colosal empresa de transportes terrestres y marítimos”,
imperio que se “agotó por sus propias dimensiones”, lo cual no podía
dejar de ocurrir en una época en que “cruzar el Mediterráneo de norte a
sur duraba una o dos semanas” en tanto que cruzarlo del este al oeste
duraba “dos ó tres meses”. 11 Uno recuerda aquí el juicio de Gibbon sobre
el imperio romano aplastado por su propio peso y recuerda también sus
observaciones sobre la geografía y las comunicaciones contenidas en el
primer capítulo de la Decadencia y caída del imperio romano.
Con todo, el siglo XVI parece haber sido un período favorable a la
formación de grandes Estados, como los imperios español y turco que
dominaban el Mediterráneo. Según Braudel, “el curso de la historia es
alternadamente favorable y desfavorable para la formación de vastas
hegemonías políticas”, y el período de crecimiento económico de los
siglos XV y XVI creaba una situación considerablemente favorable a los
Estados muy grandes.12
Lo mismo que sus estructuras políticas, las estructuras sociales de
los dos grandes imperios — opuestos en tantos aspectos— fueron hacién­
dose cada vez más semejantes. Las principales tendencias sociales de
Anatolia y los Balcanes durante los siglos XVI y XVII corren parejas con
las tendencias de España y de Italia (país este último gobernado en buena
parte por los españoles en esa época). En ambas regiones, según Braudel,
la tendencia fundamental era la polarización económica y social. La
nobleza prosperaba y se trasladaba a las ciudades en tanto que los pobres
se hacían cada vez más pobres y eran empujados a dedicarse a la piratería
y al bandolerismo. En cuanto a la clase media, tendía a desaparecer frente
a la nobleza, proceso que Braudel describe como “la traición” o la
“bancarrota” de la burguesía (trahison,faillite de la bourgeoisie). 13
Braudel extiende esta comparación del Mediterráneo cristiano y del
Mediterráneo musulmán pasando de la sociedad a la “civilización”, como
él la llama, en un capítulo que se concentra en las fronteras culturales y
en la gradual di fusión de ideas, de bienes o de costumbres a través de esas
fronteras. Evitando toda idea de fácil difusión, Braudel también conside­
ra las resistencias a las innovaciones y se refiere especialmente al
“rechazo” español del protestantismo, al rechazo del cristianismo por

41
parte de los moros de Granada y a la resistencia de los judíos a todas las
demás civilizaciones.14
Pero todavía no hemos llegado al fondo del asunto. Por debajo de
las tendencias sociales, se desarrolla todavía otra historia, “una historia
cuyo transcurso es casi imperceptible..., una historia en la que todo
cambio es lento, una historia de constante repetición, de ciclos permanen­
temente recurrentes”. 15 El verdadero objeto de estudio es esta historia
“del hombre en su relación con el ambiente”, una especie de geografía
histórica o, como Braudel prefiere llamarla, una “geohistoria". La geo-
historia es el tema de la primera parte de El Mediterráneo que dedica unas
trescientas páginas a las montañas y llanuras, a las costas e islas, al clima,
a los caminos terrestres y a las rutas marítimas.
Esta parte del libro debe sin duda su existencia al amor que Braudel
sentía por la región, un amor revelado en las primeras palabras del libro
que comienza así: “He amado el Mediterráneo con pasión, sin duda
porque soy hombre del norte” (Braudel era oriundo de Lorena). El objeto
es mostrar que todos estos rasgos geográficos tienen su historia o, mejor
dicho, que son parte de la historia y que ni la historia de los acontecimien­
tos ni las tendencias generales pueden comprenderse sin tales rasgos. La
sección sobre las montañas, por ejemplo, trata la cultura y la sociedad de
las regiones montañosas, el espíritu conservador de los montañeses, las
barreras sociales y culturales que existen entre los hombres de la montaña
y los hombres de la llanura y la necesidad que sentían muchos jóvenes
montañeses de emigrar para convertirse en soldados mercenarios.16
Volviendo luego al mar mismo, Braudel muestra los contrastes que
había entre el Mediterráneo occidental, dominado por los españoles en
ese período, y el Mediterráneo oriental, que estaba sometido a los turcos.
“La política no hace más que seguir la línea general de una realidad
subyacente. Estos dos Mediterráneos, regidos por gobernantes guerreros
eran física, económica y culturalmente diferentes”. 17 Sin embargo, toda
la región mediterránea constituye una unidad, y según Braudel, una
unidad mayor que la de Europa, gracias al clima, a los viñedos y a los
olivos que florecen en ella y gracias también al mar mismo.
Este notable volumen produjo una inmediata conmoción en el
mundo historiográfico francés. Su fama se difundió en ondas crecientes
a otras disciplinas y a otras partes del mundo. No cabe dudar de su
originalidad. De todas maneras, como el autor lo reconocía en su ensayo
bibliográfico, esa obra tiene un lugar en una tradición o, más exactamen­
te, en varias tradiciones distintas.
En primer lugar, por supuesto, la tradición de Annales, una revista

42
que ya tenía veinte años cuando se publicó el libro. “Lo que debo a
Annales, a su enseñanza y a su inspiración constituye la mayor de mis
deudas”. 18 La primera parte del libro que trata del ambiente debe mucho
a la escuela geográfica francesa, desde el propio Vidal de la Blache, cuyas
páginas sobre el Mediterráneo Braudel “leía y releía”, hasta las monografías
regionales inspiradas por el maestro.19 Lucien Febvre también está
presente en esta parte de El Mediterráneo, no sólo como el autor de un
ensayo sobre geografía histórica, sino también porque su tesis sobre
Felipe II y el Franco Condado comenzaba con una introducción geográ­
fica de tipo similar, aunque en una escala mucho menor.
Una presencia igualmente palpable en El Mediterráneo es irónica­
mente la del hombre a quien atacaba Febvre, el geógrafo alemán Friedrich
Ratzel, cuyas concepciones geopolíticas parecen haber ayudado a Braudel
a formular sus ideas sobre una serie de temas, desde los imperios a las
islas.20 Los sociólogos y antropólogos son menos visibles, pero el
capítulo sobre la civilización del Mediterráneo muestra señales de lo que
el autor debía a las ideas de Marcel Mauss.21
Entre los historiadores, Braudel probablemente debe más que a
nadie al gran medievalista belga Henri Pirenne, cuyo famoso Mahoma y
Carlomagno sostenía que el fenómeno de Carlomagno, el fin de la
tradición clásica y el desarrollo de la Edad Media no podían entenderse
sin salir de la historia de Europa o de la cristiandad para estudiar el Medio
Oriente musulmán. La visión de Pirenne, de dos imperios hostiles
enfrentados a través del Mediterráneo unos ochocientos años antes de
Solimán el Magnífico y de Felipe II, debe de haber sido una inspiración
para Braudel. Aunque ese fue el último libro de Pirenne, es curioso el
hecho de que la idea de escribirlo se le ocurriera en un campamento de
prisioneros durante la Primera Guerra Mundial y que Braudel elaborara
su libro en un campamento de prisioneros durante la Segunda Guerra
Mundial.22

Evaluaciones de El Mediterráneo
En la segunda edición de la obra, Braudel se quejaba de que se le
hubiera elogiado mucho y criticado poco. Sin embargo, críticas las hubo
y algunas de ellas contundentes, sobre todo procedentes de los Estados
Unidos y de otros lugares.23 En cuanto a los detalles, muchos de los
argumentos de Braudel fueron cuestionados por investigadores posterio­
res. Por ejemplo, la tesis sobre la “quiebra de la burguesía” no satisface
a los historiadores de los Países Bajos, donde los mercaderes continuaban
floreciendo. También la tesis de Braudel sobre la relativa insignificancia

43
de la batalla de Lepanto fue descalificada, aunque no exactamente
rechazada, por trabajos recientes.24
Otra laguna que presenta El Mediterráneo ha atraído menos la
atención, pero aquí es necesario hacerla notar. A pesar de sus aspiraciones
a lo que se complacía en llamar una “historia total”, Braudel dice muy
poco sobre las actitudes, los valores y las mentalidades colectivas, aun en
el capítulo dedicado a las civilizaciones. En este sentido difiere mucho de
Febvre a pesar de que Braudel elogiaba El problema de la incredulidad,25
Por ejemplo, Braudel prácticamente no hace ningún comentario
sobre el honor, la ignominia y la masculinidad, por más que (como lo ha
mostrado una serie de antropólogos) este sistema de valores era (y
ciertamente aún lo es) de gran importancia en el mundo del Mediterráneo,
tanto en el mundo cristiano como en el mundo musulmán.26 Si bien las
creencias religiosas, católicas y musulmanas, tenían evidentemente mu­
cha importancia en el mundo mediterráneo de la época de Felipe II,
Braudel no las trata de ninguna manera. A pesar del interés que sentía por
las fronteras culturales Braudel curiosamente dice muy poco sobre la
relación del cristianismo y del islamismo en ese período. Esa falta de
interés contrasta con el interés por la interpretación del cristianismo y del
islamismo que muestran algunos historiadores anteriores de España y de
la Europa oriental, quienes señalaban la existencia de santuarios musul­
manes frecuentados por cristianos o la existencia de madres musulmanas
que bautizaban a sus hijos para preservarlos de la lepra o de la licantro-
pía.27
Otras críticas de esta obra son aun más radicales. Un crítico
norteamericano lamentaba que Braudel hubiera “confundido una res­
puesta poética al pasado con un problema histórico”, de modo que al libro
le faltaba un centro y la organización de la obra divorciaba los hechos de
los factores geográficos y sociales que los explican.28 Estas críticas
merecen considerarse más detalladamente.
La sugerencia de que el libro no aborda un problema sería cierta­
mente irónica si estuviera bien fundada, puesto que Febvre y Bloch
habían puesto tanto énfasis en la historia orientada según los problemas
y puesto que el propio Braudel escribió en otro lugar que “La región no
es el marco de investigación. El marco de investigación es el proble­
ma”.29¿Podía Braudel haber descuidado realmente su propio parecer? En
una entrevista que mantuve con él en 1977 le hice esta pregunta a Braudel,
quien no vaciló en responder: “Mi gran problema, el único problema que
tenía que resolver era mostrar que el tiempo se mueve a diferentes
velocidades”.30 Sin embargo, extensas partes de su voluminoso estudio
no tratan este problema, por lo menos no lo hacen directamente.

44
En su prefacio, Braudel se anticipaba a las críticas de la organiza­
ción del libro en tres partes, pero no respondía a ellas. “Si se me critica
por el método con que fue compuesto el libro, espero que se encuentren
bien acabadas las partes componentes.” Una manera de hacer frente a las
críticas podía haber sido comenzar con la historia de los acontecimientos
(precisamente como hice yo al resumir el libro) y mostrar que esa historia
es ininteligible sin la historia de las estructuras, la cual es a su vez
ininteligible sin la historia del ambiente. Sin embargo, comenzar con lo
que consideraba la historia “superficial” de los acontecimientos habría
sido intolerable para Braudel. En las circunstancias en que redactó su
estudio, es decir, como prisionero, le era psicológicamente necesario
mirar más allá del corto plazo.31
Otra crítica radical de El Mediterráneo se refiere al determinismo
de Braudel, que es lo exactamente opuesto al voluntarismo de Lucien
Febvre. Un crítico británico escribió: “El Mediterráneo de Braudel es un
mundo que no responde al control humano”.32 Tal vez sea revelador el
hecho de que Braudel use la metáfora de una prisión más de una vez en
sus escritos; describe al hombre como “prisionero”, no sólo de su
ambiente físico, sino también de su estructura mental (les cadres mentaux
aussi sontprisons de longue durée).33 A diferencia de Febvre, Braudel no
veía las estructuras como algo que capacitaran al hombre; consideraba
que eran coacciones. “Cuando pienso en el individuo”, escribió una vez,
“me inclino siempre a verlo aprisionado en un destino (enfermé dans un
destin) sobre el que poco puede hacer.”34
Sin embargo, es justo agregar que el determinismo de Braudel no
era un determinismo simplista—siempre insistía Braudel en la necesidad
de explicaciones pluralistas— y también que sus críticos generalmente
rechazaban esa visión determinista de la historia sin hacer críticas
precisas o constructivas. El debate sobre los límites de la libertad y sobre
el determinismo es un debate que probablemente dure mientras se escriba
historia. Digan lo que dijeren los filósofos, en semejante debate a los
historiadores les es extremadamente difícil ir más allá de una simple
afirmación de su propia posición.
Algunos críticos han ido aún más lejos al criticar a Braudel y han
hablado de “una historia sin seres humanos”. Para comprender que esta
acusación es exagerada basta con examinar los penetrantes retratos de
personajes individuales contenidos en la tercera parte de la obra. Sin
embargo, también sería justo considerar que el precio que pagó Braudel
por su olímpica visión de las cuestiones humanas para abarcar vastos
espacios y largos períodos es una tendencia a disminuir a los seres
humanos, una tendencia a tratarlos como “insectos humanos”, frase
reveladora que figura en la discusión de los pobres del siglo XVI.35

45
Una crítica más constructiva de la primera parte ed El Mediterráneo
podría ser sugerir que si bien el autor admite que su geohistoria no es
totalmente inmóvil, él mismo no la muestra en movimiento. A pesar de
su admiración por Maximilien Sorre, un geógrafo francés que ya en la
década de 1940 había mostrado su interés por lo que llamaba “ecología
humana” (la interacción entre la humanidad y el ambiente), Braudel no
nos muestra lo que podría llamarse el “desarrollo del paisaje mediterrá­
neo” ni los daños infligidos al ambiente a causa de las prolongadas talas
de los árboles de la región.36
Pero volvamos a considerarlos rasgos más positivos de un libro que
hasta sus críticos consideran generalmente como una obra maestra
histórica. El punto principal es hacer notar que Braudel contribuyó
mucho más que ningún otro historiador de este siglo a cambiar nuestras
nociones de tiempo y espacio.
El Mediterráneo hace que sus lectores cobren conciencia de la
importancia que tiene el espacio en la historia y lo hace como muy pocos
libros lo habían hecho antes. Braudel logra este efecto convirtiendo al
propio mar en el héroe de su epopeya, en lugar de preferir una unidad
política como el imperio español, para no hablar de individuos como un
Felipe II; ese efecto también se logra al recordarse repetidas veces la
importancia que tienen las distancias y las comunicaciones. Y, sobre
todo, Braudel ayuda a sus lectores a ver el Mediterráneo como un todo al
situarse fuera de él. El mar es lo suficientemente vasto para que se
ahoguen en él los historiadores, pero Braudel sentía la necesidad de
extender sus fronteras al Atlántico y al Sahara. “Si no consideramos esta
extendida zona de influencia... sería a menudo difícil comprender la
historia del mar”.37 Esta sección sobre el “Mediterráneo Mayor”, como
él lo llama, representa un dramático ejemplo de la concepción de historia
“global”, de aquello que hubo de llamarse el vasto apetito de Braudel por
extender las fronteras de su empresa o, como lo dice él mismo, “su deseo
y necesidad de ver las cosas en gran escala” (mon désir e t mon besoin de
voir grand). 38 A diferencia de Felipe II, ese hombre obsesionado por los
detalles, Braudel tenía siempre una visión del todo.
Todavía más significativo para los historiadores es la original
manera que tiene Braudel de tratar el tiempo, su intento de “dividir el
tiempo histórico en tiempo geográfico, tiempo social y tiempo indivi­
dual” y de hacer hincapié en la importancia de lo que ha llegado a
conocerse (desde la publicación de su más famoso artículo) como la
longue durée.39 La duración larga de Braudel puede ser breve según los
criterios de los geólogos, pero su insistencia especialmente en el “tiempo
geográfico” ha abierto los ojos de no pocos historiadores.

46
Por supuesto, antes de 1949 era bastante común en el vocabulario
de los historiadores, así como en el lenguaje corriente, la distinción de
corto plazo y largo plazo. Por cierto, estudios de temas particulares a
través de varios siglos eran corrientes en la historia económica, espe­
cialmente en la historia de los precios. Un ejemplo bien conocido por
Braudel es el estudio de Earl J. Hamilton American Treasure and the
Price Revolution 1501-1650 (1934). Braudel también sabía que historia­
dores del arte y de la literatura habían investigado a veces los cambios
producidos en la cultura y en el largo plazo, como por ejemplo Aby
Warburg y sus discípulos en sus estudios sobre la permanencia y la
transformación de la tradición clásica.40 Sin embargo, continúa siendo
una contribución personal de Braudel haber combinado el estudio de la
longue durée con el estudio de la compleja interacción del ambiente, de
la economía, de la sociedad, de la política, de la cultura y de los
acontecimientos.
Según Braudel, la especial contribución del historiador a las cien­
cias sociales es la conciencia de que todas las “estructuras” están sujetas
a cambios (por lentos que éstos sean).41 Tenía poca paciencia para
considerar las fronteras, ya fueran fronteras que separaban regiones, ya
fueran fronteras que separaban disciplinas. Siempre deseaba ver las cosas
en su conjunto e integrar lo económico, lo social, lo político y lo cultural
en una historia “total”. “Un historiador fiel a las enseñanzas de Lucien
Febvre y Marcel Mauss siempre deseará ver el todo, la totalidad de lo
social.”
Pocos historiadores desearán imitar El Mediterráneo y aún menos
los que sean capaces de hacerlo. De ese estudio cabe decir, como de La
guerra y la paz de Tolstoi (que se le parece no sólo en su escala, sino
también en su conciencia del espacio y en su sentido de la futilidad de la
acción humana), que amplió permanentemente las posibilidades del
género en que está escrito.

2. El Braudel m aduro

Braudel poderoso

Durante unos treinta años, desde la muerte de Lucien Febvre (1956)


hasta su propia muerte, producida en 1985, Braudel fue no sólo la figura
rectora de los historiadores franceses sino también el más poderoso de
ellos. Llegó a ser profesor en el Collège de France en 1949, el año en que
se publicó su tesis, y se unió a Febvre como director del Centro de
Investigaciones Históricas de la Ecole des Hautes Etudes.42

47
De este período de dirección conjunta datan tres importantes series
de publicaciones editadas por la Sexta Sección (de la que el Centro
formaba parte); todas ellas aparecieron en 1951-2. La primera serie
llevaba el título de “Puertos, rutas, tráficos”, la segunda, “Negocios y
gente de negocios” y la tercera, “Moneda, precios, coyuntura”. Conside­
rando el fuerte énfasis puesto en la historia económica, es razonable
suponer que la iniciativa era de Braudel, no de Febvre.43
Después de la muerte de Febvre ocurrida en 1956, Braudel lo
sucedió como director efectivo de Annales. Las relaciones entre los dos
“hijos” intelectuales de Febvre, Braudel y Mandrou, se hicieron cada vez
menos fraternales, de manera que Mandrou renunció como secretario de
organización de la revista en 1962. En 1969 se produjo un cambio
importante —para no decir una “purga”— , aparentemente como reac­
ción a la crisis de Mayo 1968. Los acontecimientos parecían desquitarse
del historiador que los había menospreciado. En todo caso, Braudel
decidió recurrir a historiadores jóvenes, tales como Jacques Le Goff,
Emmanuel Le Roy Ladurie y Marc Ferro para renovar Annales, “faire
peau neuve”, como lo expresó Braudel.44
Braudel también sucedió a Febvre como presidente de la Sexta
Sección de la Ecole. En 1963 había fundado otra organización dedicada
a las investigaciones interdisciplinarias, la Maison des Sciences de
l ’Homme. En su momento la Sección, el Centro y la Maison se mudaron
al nuevo edificio del 54 Boulevard Raspail, donde la proximidad con
sociólogos y antropólogos del calibre de Claude Lévi-Strauss y Pierre
Bourdieu, accesibles en conversaciones de café y para realizar semina­
rios conjuntos, mantenía y continúa manteniendo a los historiadores de
Annales en contacto con las nuevas conclusiones y las nuevas ideas de las
disciplinas vecinas.
Hombre de maneras dignas y llenas de autoridad, Braudel ejerció
gran influencia, aun después de retirarse en 1972. En tanto sus años de
actividad oficial, su control de los fondos destinados a investigaciones,
publicaciones y nombramientos le daban considerable poder, que él
empleaba para promover el ideal de un “mercado común” de las ciencias
sociales, en el que la historia debía ser el socio dominante.45 Las becas
favorecían a jóvenes historiadores de otros países, como Polonia, por
ejemplo, para que estudiaran en París y ayudaran luego a difundir el estilo
francés de historiografía en el exterior. Braudel también aseguró que los
historiadores que estudiaban el período moderno temprano, de 1500 a
1800, dispusieran de una justa participación de los recursos. Si su imperio
no era tan vasto como el de Felipe II, tenía un gobernante considerable­
mente más decidido.

48
También debemos tener en cuenta la influencia que ejerció Braudel
en generaciones de estudiantes investigadores. Pierre Chaunu, por ejem­
plo, cuenta cómo las conferencias de Braudel sobre la historia de América
latina, dadas poco después de su regreso a Francia en el período de
posguerra, tuvieron en él un impacto intelectual tal que determinaron su
carrera de historiador. “Ya en los primeros diez minutos me sentí
conquistado, subyugado”.46 Chaunu no es el único historiador que debe
a Braudel ese interés por el mundo mediterráneo de la primera época
moderna y por ciertos problemas particulares. Por ejemplo, el autor de un
estudio sobre una familia de mercaderes españoles del siglo XVI debió
ese tema a una sugerencia de Braudel, en tanto que monografías sobre
Roma y Valladolid estuvieron inspiradas en el enfoque de Braudel.47
Muchos otros historiadores han consignado cuánto debían a los
consejos y al aliento de Braudel en los días en que escribían sus tesis. La
figura sobresaliente de la tercera generación de Annales, Emmanuel Le
Roy Ladurie, que escribió su tesis sobre los campesinos de la Francia
mediterránea, lo hizo con la dirección de Braudel. Conocido durante
algún tiempo como “el delfín”, Le Roy Ladurie iba a suceder a Braudel
en el College de France, así como Braudel había sucedido a Febvre.

La historia de la cultura material

Durante esos años de actividad como organizador (1949-72), Braudel


trabajaba también en un segundo estudio ambicioso. Después de largos
años de investigación y redacción para producir la tesis doctoral que
resultaba necesaria para asegurar el éxito de una carrera académica,
muchos historiadores franceses prefieren llevar una vida comparativa­
mente tranquila y sólo escriben artículos o manuales. No fue éste el caso
de Braudel. Poco después de la publicación de El Mediterráneo, Lucien
Febvre lo había invitado a colaborar en otro gran proyecto. La proposi­
ción consistía en que ambos debían escribir una historia de Europa desde
1400 a 1800 en dos volúmenes; Febvre se ocuparía del “pensamiento y
las creencias” mientras que Braudel se ocuparía de la historia de la vida
material.48 La parte de Febvre no había sido escrita cuando éste murió, en
1956; Braudel redactó la suya en tres volúmenes entre 1967 y 1979 con
el título de Civilisation matérielle et capitalisme.49
Los tres volúmenes de Braudel se refieren más o menos a las
categorías económicas de consumo, distribución y producción, en ese
orden, aunque Braudel prefería caracterizarlas de diferente manera. Su
introducción al primer volumen describe la historia económica como un
edificio de tres pisos. En la planta baja —la metáfora no dista mucho del

49
concepto “base” de Marx— se sitúa la civilización material (civilization
matériellé), definida como “acciones repetidas, procesos empíricos,
antiguos métodos y soluciones transmitidos desde tiempos inmemoria­
les”. En el nivel medio se encuentra la vida económica (vie économique),
una vida “calculada, articulada, que se presenta como un sistema de
reglas y de necesidades casi naturales”. En el piso alto — para no decir
“superestructura”— está el “mecanismo capitalista”, que es el más
refinado de los niveles.50
Existen evidentes paralelos entre las estructuras tripartitas de El
Mediterráneo y de Civilización y capitalismo (como se llama la trilogía).
En cada caso, la primera parte trata una historia casi inmóvil, la segunda
parte se refiere a estructuras institucionales que cambian lentamente y la
tercera parte se refiere a cambios m is rápidos, a acontecimientos en un
libro y a tendencias en el otro.
El primer volumen versa sobre el nivel del fondo. Como se refiere
a un “antiguo régimen” económico que dura unos 400 años, este libro,
conocido como Las estructuras de la vida cotidiana, ejemplifica el
permanente interés de Braudel por la historia de duración larga.51 Y
también ilustra su enfoque global. Proyectado originalmente como un
estudio de Europa, el libro dice algo también sobre Africa y bastante
sobre Asia y América. Uno de los temas centrales tiene que ver con la
imposibilidad de explicar cambios mayores en otros términos que no sean
términos globales. Siguiendo al economista y demógrafo alemán Ernst
Wagemann, Braudel observaba que los movimientos de la población de
China y de la India tenían una configuración semejante a los movimientos
de Europa: expansión en el siglo XVI, estabilidad en el siglo XVII y
renovada expansión en el siglo XVIII.52 Un fenómeno de dimensiones
mundiales evidentemente necesita una explicación en la misma escala.
Mientras sus discípulos estudiaban las tendencias de la población
en el nivel de las provincias o a veces en el de las aldeas, Braudel
característicamente intentaba percibir el todo. Mientras los discípulos
analizaban las crisis de alimentación registradas en Europa, Braudel
comparaba las ventajas y desventajas del trigo y de otros cereales con las
ventajas y desventajas del arroz cultivado en el Lejano Oriente y del maíz
cultivado en América; observaba, por ejemplo, que los arrozales “apor­
taban elevadas poblaciones y estricta disciplina social a las regiones
donde prosperaban”, en tanto que el maíz, “un cultivo que exige poco
esfuerzo”, dejaba a los indios en “libertad” (si cabe esta palabra) para
trabajar en “las gigantescas pirámides mayas o aztecas” o en “los
ciclópeos muros del Cuzco”.
El objeto de estas aparentes divagaciones es definir a Europa

50
mediante el contraste con el resto del mundo y caracterizarla como un
continente de comedores de cereales, relativamente bien provistos de
equipos, una región cuya densidad de población hacía que los problemas
de transporte fueran menos agudos que en otras partes, pero donde el
trabajo era relativamente costoso, lo cual estimulaba a emplear fuentes de
energía inanimada relacionadas con la revolución industrial.
En este punto, lo mismo que en el caso de la geografía, Braudel
cruza las barreras de la historia económica convencional. Descarta las
tradicionales categorías de “agricultura”, “comercio” e “industria” y se
pone a considerar la “vida cotidiana”, “las personas y las cosas”, “todo
cuanto la humanidad hace o usa”: alimentos, vestidos, viviendas, herra­
mientas, dinero, ciudades, etc. Dos conceptos fundamentales están en la
base de este primer volumen. El primero es el concepto de “vida
cotidiana”; el segundo es el de “civilización material”.
En la introducción a la segunda edición, Braudel declaraba que la
finalidad de su libro era nada menos que la de hacer la historia de la vida
cotidiana (l’introduction de la vie quotidienne dans le domaine de
l'histoire). Por supuesto, no era él el primero en intentarlo. La civilisation
quotidienne era el título de un volumen de Lucien Febvre para la
Encyclopédie française, un volumen al que Bloch había contribuido con
un ensayo sobre la historia de los alimentos. Hachette, a partir de 1938,
publicaba una serie de historias de la vida cotidiana de diferentes lugares
y épocas y había comenzado con un estudio del Renacimiento francés
hecho por Abel Lefranc (el hombre cuya opinión sobre Rabelais irritara
tanto a Lucien Febvre). Aun antes, el gran historiador danés T. F. Troels-
Lund había hecho un importante estudio de la vida cotidiana en Dina­
marca y Noruega durante el siglo XVI, con volúmenes separados dedi­
cados a la alimentación, el vestido y la vivienda.53 Así y todo, la obra de
Braudel es importante por su síntesis de lo que podría llamarse la
“pequeña historia” de la vida cotidiana (que fácilmente puede llegar a ser
descriptiva o anecdótica) y de la historia de las grandes tendencias
económicas y sociales de la época.
El concepto de Braudel de civilización material merece también un
análisis más detallado. La idea de una esfera de rutina (Zivilisation),
opuesta a la esfera de la creatividad (Kultur), era cara a Oswald Spengler,
un historiador con el que Braudel tenía en común más de lo que
generalmente se admite.54 A Braudel no le interesan las estructuras o
aparatos mentales, lo que Febvre llamaba outillage mental. Según vimos
(pág. 44), Braudel nunca mostró gran interés por la historia de las
mentalidades y en todo caso se suponía que dejaría a su socio el trabajo
de ocuparse del pensamiento y de las creencias. Por otro lado, Braudel
tenía mucho que decir sobre otras formas de la vida.

51
Lo mismo que en El Mediterráneo, la manera de abordar la
civilización en este libro es esencialmente la manera de un geógrafo o
geohistoriador, interesado en las áreas culturales (aires culturelles), entre
las cuales se verifican o no intercambios de bienes. Uno de los ejemplos
más fascinantes que ofrece Braudel es el de la silla, que llegó a China
probablemente desde Europa en el segundo o tercer siglo de nuestra era
y cuyo uso se difundió en el siglo XIII. Esa adquisición exigía nuevas
clases de muebles (como por ejemplo, mesas altas) y nuevas posturas, en
suma, un nuevo estilo de vida. Por otro lado, los japoneses rechazaron las
sillas, así como los moros de Granada, tratados en El Mediterráneo,
rechazaban el Cristianismo.55
Si algo importante falta en este brillante estudio de la “cultura
material” es ciertamente la esfera de los símbolos.56 El sociólogo norte­
americano Thorstein Veblen dedicó una parte importante de su Teoría de
la clase ociosa (1899) a los símbolos de la posición social. Algunos
historiadores han trabajado en la misma dirección; Lawrence Stone, por
ejemplo, en un libro publicado dos años antes que el de Braudel, se
ocupaba de las casas y de los funerales de la aristocracia inglesa desde este
punto de vista.57 Más recientemente, historiadores y antropólogos por
igual han dedicado considerable atención a las significaciones de la
cultura material.58
Un antropólogo histórico o un historiador antropológico podría
desear completar la fascinante relación de Braudel sobre la “Europa
carnívora”, por ejemplo, con una discusión sobre el simbolismo de
alimentos tan “nobles” como la carne de venado o de faisán, que estaban
asociados con el pasatiempo aristocrático de la cacería y desempeñaban
una parte importante en los ritos de intercambiar regalos. Observaciones
análogas podrían hacerse sobre el uso de los vestidos, que el sociólogo
Erving Goffm an ha llamado la “presentación del yo en la vida cotidiana”
y también sobre el simbolismo de las casas, de sus fachadas y sus arreglos
interiores.59

Braudel: sobre el capitalismo

Los juegos del intercambio [traducido al inglés como The Wheels


o f Commerce] se inicia con una evocación de la confusión, los ruidos, la
animación de ese mundo multicolor y poligloto del tradicional mercado
y continúa con descripciones de ferias, de mercachifles, de buhoneros y
de grandes mercaderes. Muchos de esos mercaderes eran tan exóticos
como las mercancías que compraban y vendían, pues el comercio
internacional estaba a menudo en manos de personas ajenas al lugar;

52
protestantes en Francia, judíos en la Europa central, viejos creyentes en
Rusia, coptos en Egipto, parsis en la India, armenios en Turquía, portu­
gueses en la América española, etc.
Aquí, como en otros lugares, Braudel mantiene un delicado equili­
brio entre lo abstracto y lo concreto, lo general y lo particular. De vez en
cuando interrumpe su visión panorámica para enfocar el estudio de algún
caso, incluso de una “ factoría” agrícola, como él la llama, situada en la
región de la Venecia del siglo XVIII, y también la Bolsa de Amsterdam,
esa “confusión de confusiones”, como la describió un participante del
siglo XVII, en la que ya había quienes jugaban al alza y a la baja. Braudel
siempre tuvo ojos atentos para los detalles. Durante la feria de Medina del
Campo, Castilla, según nos dice Braudel, solía decirse la misa en los
balcones de la catedral a fin de que “los compradores y los vendedores
pudieran seguir la misa sin interrumpir sus negocios”.
Estas coloridas descripciones se complementan con un fascinante
análisis en el que Braudel demostraba su notable don de apropiarse de
ideas de otras disciplinas para hacerlas suyas. En Los juegos del inter­
cambio se apoyaba en la “teoría del lugar central” del geógrafo alemán
Walter Christaller para tratar la distribución de los mercados de la China.
Se apoyó en la sociología de Georges Gurvitch para analizar lo que
llamaba “el pluralismo de las sociedades”, esto es, las contradicciones
que había en sus estructuras sociales. Se basó en las teorías de Simon
Kuznets, un economista “convencido del valor explicativo del largo
plazo en economía”, para caracterizar a las sociedades preindustriales por
su falta de capitales fijos, duraderos.60 Pero se apoyó sobre todo en ese
notable polígrafo que era Karl Polanyi, quien estaba estudiando antropo­
logía económica en la década de 1940, pero Braudel se oponía a él al
sostener que la economía de mercado coexistía con otras economías a
principios del mundo moderno y que, por lo tanto, no había nacido
súbitamente por lo que Polanyi llamaba “la gran transformación” del
siglo XIX .61
En esta descripción de los mecanismos de distribución e intercam­
bio, Braudel característicamente daba explicaciones que eran a la vez
estructurales y multilaterales. Al considerar el papel de las minorías
religiosas, como los hugonotes y los parsis, en el comercio internacional,
llegaba a la conclusión de que “es seguramente la maquinaria social
misma la que reserva a los extraños semejantes tareas desagradables pero
socialmente esenciales....; si no hubieran existido habría sido necesario
inventarlas”.62 No tenía tiempo para dar explicaciones sobre los indivi­
duos. Por otro lado, Braudel se oponía a las explicaciones debidas a un
solo factor. “El capitalismo no puede haber nacido de una sola fuente

53
aislada”, observaba y así lachaba de un simple plumazo las ideas de Marx
y Weber. “La economía desempeñó una parte, la política desempeñó una
parte, la sociedad desempeñó una parte y la cultura y la civilización
desempeñaron una parte. También lo hizo la historia, que a menudo
decide en última instancia quién habrá de vencer en una prueba de
fuerza”.63 Este es un pasaje característico de Braudel que combina la
amplitud de espíritu con una falta de rigor analítico y que asigna
importancia a factores que luego en el libro no son objeto de una discusión
seria.
Este pasaje también nos recuerda que para Braudel era necesario
conservarse a cierta distancia intelectual de Marx y aún más del marxis­
mo para no quedar atrapado dentro de una estructura intelectual que él
consideraba demasiado rígida. “El genio de Marx, el secreto de su larga
preponderancia”, escribió Braudel, “está en el hecho de que fue el
primero en construir verdaderos modelos sociales sobre la base de una
longue durée histórica. Estos modelos, en toda su simplicidad, quedaron
petrificados al dárseles la condición de leyes”.64
Le temps du monde [traducido al inglés como Perspective o f the
World] pasaba de la estructura al proceso, el proceso del nacimiento del
capitalismo. En este último volumen en el cual era necesario ser conclu­
yentes, Braudel abandonó su habitual enfoque ecléctico. En cambio se
apoyó mucho en las ideas de un hombre, Immanuel Wallerstein.
Wallerstein es casi tan difícil de clasificar como Polanyi. Formado como
sociólogo, investigó la región de Africa. Convencido de que no podía
comprender el Africa sin analizar el capitalismo se puso a estudiar
economía. Al descubrir que no lograba comprender el capitalismo sin
remontarse a sus orígenes, decidió convertirse en un historiador de la
economía. Su inconclusa historia de la “economía mundial” a partir de
1500 es a su vez una obra que debe mucho a Braudel (a quien estaba
dedicado el segundo volumen).65
Sin embargo, el análisis que hizo Wallerstein de la historia del
capitalismo también se apoyaba en la obra de economistas tales como
André Gunder Frank, especialmente en los conceptos de “núcleos econó­
micos” y “periferias económicas”, y en el argumento de que el desarrollo
del Occidente y el subdesarrollo del resto del mundo son las caras
opuestas de la misma moneda.66 Wallerstein trata lo que llama “la
división internacional del trabajo” y la sucesiva hegemonía de los
holandeses, de los británicos y de los norteamericanos. Se sitúa en la
tradición marxista, y para muchos lectores fue una sorpresa ver al viejo
Braudel, que siempre se había mantenido a distancia de Marx, aceptar
finalmente algo semejante a un marco marxista.

54
El tiempo del mundo también se refiere a la secuencia de potencias
predominantes pero, como cabía esperarlo en Braudel, comienza con la
región mediterránea. Según Braudel, fue la Venecia del siglo XV la
primera potencia que alcanzó la hegemonía en una economía mundial. A
Venecia siguió Amberes y a Amberes Génova, cuyos banqueros contro­
laban los destinos económicos de Europa (y, a través de España, de
América) a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII; “esa fue la era
de los genoveses”. Luego llegaron en cuarto lugar los holandeses o, más
exactamente, Amsterdam, que Braudel considera como la última de las
ciudades económicamente dominadoras. Por fin, mediante un vuelco
característicamente hábil, Braudel vuelve patas arriba el problema y trata
la circunstancia de que otras partes del mundo (incluso Francia y la India)
no lograron alcanzar una posición dominante parecida y termina su re­
lación considerando el caso de Gran Bretaña y la Revolución Industrial.
No es difícil encontrar inexactitudes o lagunas en estos volúmenes,
especialmente cuando el autor se aleja del mundo mediterráneo, que era
el que más conocía y el que más amaba. Semejantes inexactitudes eran
virtualmente inevitables en una obra de tanto aliento. Una crítica más
seria (análoga a la que hemos expuesto antes sobre El Mediterráneo) es
la de que Braudel, para emplear una de sus metáforas favoritas, continuó
siendo “prisionero” de aquella original división del trabajo con Febvre (si
no ya prisionero de su propio outillage mental). Hasta sus últimos días
continuó siendo “alérgico” (como él mismo dice) a Max Weber y
teniendo poco que decir sobre los valores capitalistas: industria, ahorro,
disciplina, empresa, etc. Sin embargo el contraste entre lo que podrían
llamarse “culturas favorables a la empresa”, tales como la república
holandesa y el Japón, y “culturas desfavorables a la empresa”, tales como
España y la China, constituye un contraste llamativo y esas diferencias en
cuanto a los valores tienen seguramente importancia en las historias
económicas de esos países.
El hecho de no estar dispuesto a admitir autonomía a la cultura, a las
ideas, está claramente ilustrado en uno de los últimos ensayos de Braudel.
Al tratar el problema del repudio de la Reforma en Francia (así como antes
había tratado el rechazo de la Reforma en España), Braudel daba una
explicación geográfica crudamente reduccionista. Se limitaba a observar
que el Rin y el Danubio eran las fronteras del catolicismo así como fueran
las fronteras del Imperio Romano sin tomarse el trabajo de analizar la
posible relación entre esas fronteras y los sucesos e ideas de la Reforma.67
Con todo eso, los rasgos positivos de la trilogía de Braudel superan
mucho sus defectos. Juntos, los tres volúmenes representan una mag­
nífica síntesis de la historia económica de la Europa moderna temprana

55
—tomando en un sentido amplio el término “económico”— y sitúan esa
historia en un contexto comparativo. Esos volúmenes confirman el
derecho que tiene el autor a que se lo considere un historiador de primer
orden en el mundo. No podemos dejar de agradecer esta demostración de
que aún es posible a fines del siglo XX resistir a las presiones que nos
impulsan hacia la especialización. No podemos dejar de admirar la
tenacidad con que Braudel desarrolló dos proyectos de gran envergadura
en un período de más de cincuenta años.
Y es más aún, todavía no había terminado su obra. En edad
avanzada, Leopold von Ranke se volvió hacia la historia universal. Algo
más modesto en sus ambiciones, Braudel, siendo septuagenario, se lanzó
a escribir una historia total de su propia nación. Sólo las secciones
geográficas, demográficas y económicas llegaron a cobrar existencia
cuando el autor murió en 1985, pero esas secciones se publicaron con el
título La identidad de Francia.
Este último libro era en cierto sentido predecible pues no es difícil
imaginar lo que pudiera ser un estudio de Braudel sobre Francia. Lo
mismo que en sus anteriores libros, Braudel se basaba en sus geógrafos
favoritos, desde Vidal de la Blache a Maximilien Sorre. Aunque Braudel
aprovechó la oportunidad para replicar a las críticas de que era un
determinista extremo y dijo algunas buenas palabras sobre el “posibilismo”
a la manera de Febvre y Vidal de la Blache, en realidad no se movió de
su posición y reiteró su creencia de que estamos “aplastados por el
enorme paso de los distantes orígenes”. De todas maneras, el primer
volumen de este estudio es otra impresionante demostración de la
capacidad que tenía Braudel de incorporar el espacio en la historia, de
discutir la distancia y las diversidades regionales, por una parte, y las
comunicaciones y la cohesión nacional, por otra; y por supuesto nos
mostró su capacidad para describirlas cambiantes fronteras de Francia en
el período muy largo que va de 843 a 1761.68

Un último tema de la obra de Braudel merece considerarse aquí: las


estadísticas. Braudel dio una cálida acogida a los métodos cuantitativos
empleados por sus colegas y discípulos. En ocasiones se valió de las
estadísticas, especialmente en la segunda edición ampliada de El Medi­
terráneo, publicada en 1966. Sin embargo, no sería injusto decir que las
cifras formaban la parte decorativa de su edificio histórico antes que la
parte de su estructura.69 En cierto sentido, Braudel se resistía a los
métodos cuantitativos, así como se resistía a la mayor parte de las formas
de historia cultural, pues consideraba la célebre Civilización del Renaci­
miento en Italia de Burckhardt como “suspendida en el aire” (aérienne,

56
suspendue). 70 De manera que en cierto modo fue ajeno a las dos
disciplinas importantes desarrolladas en esa época por el grupo de
Annales: la historia cuantitativa y la historia de las mentalidades. Debe­
mos considerar ahora estas disciplinas.

3. El nacim iento de la historia cuantitativa

A pesar de las realizaciones de Braudel y de su carismática direc­


ción, el desarrollo del movimiento de Annales en los días de Braudel no
puede explicarse atendiendo tan sólo a sus ideas, a sus intereses y a su
influencia. También merecen examinarse los “destinos colectivos y las
tendencias generales del movimiento”. De estas tendencias, la más
importante a partir de 1950 o alrededor de la década de 1970 fue
seguramente la que dio nacimiento a la historia cuantitativa. Esta “revo­
lución cuantitativa”, como hubo de llamársela, fue primero visible en el
campo económico, especialmente en la historia de los precios. Desde la
esfera económica esta historia se difundió a la historia social, especial­
mente la historia de las poblaciones. Por fin, en la tercera generación,
como se verá en el siguiente capítulo, la nueva tendencia penetró en la
historia cultural, en la historia de las religiones y en la historia de las
mentalidades.71

La importancia de Ernest Labrousse


Que los historiadores económicos se interesaran por las estadísticas
no era nada nuevo. En el siglo XIX se habían llevado a cabo innumerables
investigaciones sobre la historia de los precios.72 A principios de la
década de 1930, se registró una explosión de interés por ese tema,
indudablemente relacionada con fenómenos tales como la hiperinflación
alemana y la gran bancarrota de 1929. En los años 1932-3, aparecieron
en francés dos importantes estudios. El primero, que Lucien Febvre
consideró como un libro que los historiadores debían tener como de
cabecera, era Investigaciones sobre el movimiento general de precios.13
Se trataba de la obra del economista François Simiand, el mismo que
publicara un resonante ataque contra la historia tradicional treinta años
atrás (véase pág. 19). Las Investigaciones se referían a la alternancia en
la historia de períodos de expansión, que Simiand llamaba “ fases A” y
períodos de contracción o “fase B”.74
El segundo estudio importante, modestamente titulado Esbozo del
movimiento de precios e ingresos en la Francia del siglo XVIII, era la obra

57
de un joven historiador, Ernest Labrousse.75 Este era dos años mayor que
Braudel y ejerció gran influencia en los escritos históricos de Francia
durante más de cincuenta años. Considerando la influencia que ejerció en
historiadores jóvenes del grupo, muchas de cuyas tesis Labrousse dirigió,
podría decirse que éste era una figura central de Annales. Pero en otro
sentido, Labrousse podría situarse al margen del grupo. Enseñaba en la
Sorbona, le interesaba sobre todo la Revolución Francesa (el aconteci­
miento por excelencia) y, más importante aún, era marxista.76
Según vimos, ni Febvre ni Bloch sentían gran interés por las ideas
de Karl Marx. A pesar de su socialismo y de su admiración por Jaurès,
Febvre era demasiado voluntarista para considerar esclarecedoras las
ideas de Marx. En cuanto a Bloch, a pesar de su entusiasmo por la historia
económica, su posición durkheimiana lo separaba de Marx.77 Braudel,
como ya dijimos, debía algo más a Marx, pero sólo en sus últimas obras.
Con Labrousse el marxismo comenzó a penetrar en el grupo de
Annales. Y también comenzaron a penetrar los métodos estadísticos,
pues Labrousse estaba inspirado por los economistas Albert Aftalion y
François Simiand y se sentía capaz de emprender un estudio rigurosa­
mente cuantitativo de la economía de la Francia del siglo XVIII; la obra
se publicó en dos partes, el Esbozo (1933), que trataba los movimientos
de precios desde 1701 a 1817, y La crisis (1944), que se refería al fin del
antiguo régimen. Estos libros, provistos de tablas y gráficos, se ocupan
de las tendencias de largo plazo (le mouvement de longue durée) y de
ciclos de breve duración, de “crisis cíclicas” e “interciclos”. Labrousse,
que mostró gran imaginación para hallar maneras de estimar tendencias
económicas, hizo uso de los conceptos, métodos y teorías de economistas
tales como Juglar y Kondratieff, interesados respectivamente en ciclos
económicos breves y largos, y de su propio maestro Albert Aftalion, que
había escrito sobre crisis económicas. Labrousse afirmaba que en la
Francia del siglo XVIII una mala cosecha tenía efectos devastadores pues
determinaba una disminución de los ingresos rurales y una decadencia en
los mercados rurales para la industria. También sostenía la importancia
de la crisis económica de fines de la década de 1780, que fue una
condición previa de la Revolución Francesa.78 Sus dos monografías eran
estudios innovadores de aquello que los historiadores de Annales llama­
rían posteriormente coyuntura (véase el Glosario). En ocasiones se los
criticó por forzar los datos a fin de que se ajustaran al modelo, pero estos
historiadores tuvieron una gran influencia.
En su famoso ensayo sobre “La historia y las ciencias sociales”
(1958), que se concentraba en el concepto de longue durée, Braudel decía
que La crisis de Labrousse era “la obra de historia más grande que hubie­

58
ra aparecido en Francia durante los últimos veinticinco años”.79 Asimis­
mo, Pierre Chaunu declaraba que "Todo el movimiento que tiende hacia
la historia cuantitativa en Francia deriva de dos libros que fueron los
breviarios de mi generación, el Esbozo y La crisis", los libros que Chaunu
consideraba hasta más influyentes que El Mediterráneo mismo .80
Esos libros eran en extremo técnicos, y posteriormente Labrousse
publicó relativamente poco. Sin embargo no era un especialista de mente
estrecha. Su interés se extendía más allá de la historia económica del siglo
XVIII y llegaba a las revoluciones de 1789 y 1848 y a la historia social
de la burguesía europea desde 1700 a 1850.81 Una vez declaró que “no
puede haber un estudio de la sociedad sin un estudio de las mentalida­
des”.82
Labrousse dedicó mucho tiempo a supervisar los trabajos de los
estudiantes que se graduaban y merece recordarse como la “eminencia
gris” de Annales pues desempeñaba el papel del padre José, ese colabo­
rador inadvertido pero indispensable del cardenal Richelieu. Hay moti­
vos para sospechar de la influencia de Labrousse en la segunda edición
de El Mediterráneo de Braudel, publicada en 1966; esa edición ponía
mayor énfasis en la historia cuantitativa e incluía tablas y gráficos que
faltaban en la primera edición .83 En 1969 Annales comenzó a publicarse
en un formato mayor y con más tablas y gráficos que antes.
Es imposible tratar detalladamente todas las obras de las décadas de
1950 y 1960 que llevan el sello conjunto de Braudel y de Labrousse, pero
resulta igualmente imposible pasar por alto la obra de Chaunu Sevilla y
el Atlántico (1955-60), quizá la tesis histórica más larga que se haya
escrito alguna vez .84 El estudio de Chaunu, escrito con la ayuda de su
mujer Huguette, trataba de imitar, si no ya de superar, a Braudel al tomar
como tema la región del océano Atlántico. El autor se concentraba en
aquello que puede medirse, el tonelaje de las mercancías transportadas
entre España y el Nuevo Mundo desde 1504 a 1650; luego, partiendo de
esta base, discutía las fluctuaciones más generales del volumen del tráfico
y por fin trataba las principales tendencias económicas del período,
especialmente el paso de la expansión registrada en el siglo XVI (la fase
A, como diría Simiand) a la contracción, registrada en el siglo XVII (una
fase B).
Este extenso estudio, que puso en circulación ese famoso par de
términos estructura y coyuntura, era a la vez una aplicación al tráfico
transatlántico de un método y un modelo desarrollados por Labrousse
para la Francia del siglo XVIII y un desafío a Braudel, al estudiar un
océano (por lo menos desde un punto de vista económico) y al cobrar una
visión verdaderamente global de su tema. También es sobresaliente la

59
larga sección sobre la geografía histórica de la América española.
Ninguno como Chaunu, salvo Braudel, tenía tanta conciencia de la
importancia del espacio y de las comunicaciones en la historia.85

Demografía histórica e historia demográfica

Después de la historia de los precios, la historia de las poblaciones


fue la segunda gran conquista del enfoque cuantitativo. La historia
demográfica nació en la década de 1950 y debe a la conciencia contem­
poránea de la explosión demográfica mundial tanto como la historia de
los precios, nacida en la década de 1930, debe a la gran bancarrota de
1929. El desarrollo de este campo, por lo menos en Francia, fue el trabajo
conjunto de demógrafos e historiadores. Louis Henry, por ejemplo, que
trabajaba en el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) pasó
en la década de 1940 del estudio de las poblaciones del presente al estudio
de las poblaciones del pasado y desarrolló el método de “reconstitución
de la familia”, al vincular los registros de nacimientos, casamientos y
muertes y al investigar una región y un período a través de estudios de
familias de Ginebra, Normandía y otros lugares.86 La revista del INED,
Population, que comenzó a publicarse en 1946, contenía siempre contri­
buciones de historiadores.
El primer volumen, por ejemplo, incluía un importante artículo del
historiador Jean Meuvret. Este elaboró el concepto de “crisis de subsis­
tencia” al alegar que en la Francia de la época de Luis XIV estas crisis eran
hechos regulares. A un aumento de los precios de los cereales seguía
pronto un aumento de la tasa de mortalidad y una caída en la tasa de
nacimientos. Luego se producía una gradual recuperación hasta la crisis
siguiente.87 Las ideas de este artículo están en la base de una serie de
estudios regionales posteriores, a partir del de Goubert sobre el Beauvaisis.
Lo mismo que Labrousse, Mauvret era un historiador que tuvo para el
movimiento de Annales en las década de 1940 y 1950 una importancia
mucho mayor de lo que podría sugerir su relativamente escasa obra
publicada. Su monumento es el trabajo de sus discípulos.
La demografía histórica pronto quedó oficialmente vinculada con
la historia social. En 1960, la Sexta Sección fundaba una nueva serie
histórica, “Demografía y Sociedades”, que publicó una importante serie
de monografías sobre historia regional.

La importancia de la historia regional y de la historia serial


Una de las primeras publicaciones de la serie “Demografía y
Sociedades” fue la tesis de Pierre Goubert sobre Beauvais y el Beauvaisis.
Como Chaunu, Goubert dividió su estudio en dos partes tituladas “Es-

60
iruclura” y “Coyuntura”. La segunda parte se refiere a fluctuaciones de
largo plazo y de corto plazo en los precios, la producción y la población
durante un “largo” siglo XVII que va desde 1600 a 1730. Se trata de una
ilustración regional de la fase B de Simiand. La yuxtaposición que hace
Goubert de los movimientos de precios y poblaciones muestra las
consecuencias humanas de los cambios económicos.
La importancia de la primera parte consiste en integrar la demogra­
fía histórica en la historia social de una región. Goubert hizo un cuidadoso
estudio de las tendencias de la población en varias aldeas del Beauvaisis,
como por ejemplo Auneuil y Breteuil. Llegó a conclusiones semejantes
a las de Meuvret sobre la persistencia de un “viejo régimen demográfico”,
marcado por crisis de supervivencia aproximadamente cada treinta años
hasta mediados del siglo XVIII, y hacía notar que los aldeanos se
ajustaban a los duros tiempos casándose más tarde de lo que solían
hacerlo, con lo cual daban a las esposas menos años para engendrar hijos.
Sin embargo, Goubert hizo algo más que demostrar la importancia
que tenía para el Beauvaisis lo que se estaba conviniendo en la interpre­
tación ortodoxa de la recesión y de la crisis demográfica durante el siglo
XVII. Goubert puso considerable énfasis en lo que llamaba “demografía
social", es decir, en el hecho de que las posibilidades de supervivencia,
por ejemplo, diferían de un grupo social a otro. Llamó su estudio una
contribución a la “historia social”, una historia de todo el mundo, no sólo
de los ricos y de los poderosos, posición que Goubert reiteró en una obra
posterior, Luis XIV y veinte millones de franceses (1966).
Las partes más interesantes del libro, por lo menos a mi juicio, son
los capítulos sobre sociedad urbana y sociedad rural, sobre el mundo de
la producción textil de Beauvais, por ejemplo, o sobre los campesinos, los
ricos, los de posición mediana y los pobres. Este cuidadoso estudio de las
diferencias sociales y las jerarquías sociales que Goubert desarrolló
posteriormente en un ensayo sobre el campesinado del siglo XVII de toda
Francia, constituye un valioso correctivo de cualquier visión simplista de
la sociedad del antiguo régimen.88
El análisis social de Goubert, por rico que sea, dista mucho de ser
una historia total. El problema de la “mentalidad burguesa” sólo se trata
brevemente, pero, como el autor lo admite al comienzo, la religión y la
política quedan sin discutir. De manera análoga, la mayor parte de las
monografías regionales de las décadas de 1960 y 1970 hechas según el
estilo de Annales (una extraordinaria realización colectiva) se limitaban
prácticamente a la historia económica y social, además de contener
introducciones geográficas, según el modelo de Braudel.
Goubert dedicó su tesis a Labrousse, cuya acción detrás del escena­

61
rio queda revelada por las expresiones de reconocimiento contenidas en
algunos de los estudios regionales más distinguidos de la segunda y de la
tercera generaciones de Annales, desde la Cataluña de Pierre Vilar al
Languedoc de Emmanuel Le Roy Ladurie y la Provenza de Michel
Vovelle .89 Estos estudios, que no son tanto copias de un modelo como
variaciones individuales sobre un grupo de temas, constituyeron la
realización más notable de la escuela de Annales durante la década de
1960. En este particular se asemejan a las monografías regionales de la
escuela geográfica francesa de cincuenta años atrás, como la monografía
de Demangeon sobre Picardía, la de Sion sobre Normandía, etc .90 Estos
estudios también marcan el establecimiento de Annales en las provincias
y en universidades tales como las de Caen y Rennes, Lyon y Tolosa.
En términos generales, los estudios regionales combinaban las
estructuras de Braudel, la coyuntura de Labrousse y la nueva demografía
histórica.
La sociedad rural de la Francia moderna temprana fue estudiada en
el nivel provincial en Borgoña, en Provenza, en el Languedoc, en la Isla
de Francia, en Saboya, en Lorena.91 Había también un puñado de
monografías sobre ciudades modernas, no sólo de Francia (Amiens,
Lyon, Caen, Ruán, Burdeos) sino también de otros lugares del mundo
mediterráneo (Roma, Valladolid, Venecia).92 Estos estudios locales,
urbanos y rurales, presentan considerables semejanzas. Tienden a divi­
dirse en dos partes, estructuras y coyuntura, y a contar principalmente
con fuentes que suministran datos bastantes homogéneos de una clase
que puede disponerse en series de largo plazo, como las tendencias de los
precios o las tasas de mortalidad. De ahí el nombre de “historia serial”
(histoire sérielle) dado frecuentemente a esta manera de abordar la
historia.93 Considerando estas tesis, puede uno comprender la observa­
ción de Le Roy Ladurie de que “la revolución cuantitativa ha transforma­
do completamente el oficio del historiador en Francia”.94
La mayor parte de estos estudios locales estaba dirigida por Braudel
o por Labrousse y casi todos ellos se refieren al período moderno
temprano. Sin embargo, hay excepciones a las dos reglas. El medievalista
Georges Duby fue uno de los primeros en escribir monografías regionales
referentes a la propiedad, a la estructura social y a las familias aristocrá­
ticas de la región de los alrededores de Macon durante los siglos XI y XII.
El trabajo de Duby fue supervisado por un ex colega de Bloch, Charles
Perrin, y estuvo inspirado en la geografía histórica .95 El Limousin del
siglo XIX fue también estudiado según el estilo de Annales en un
volumen que comenzaba con la geografía de la región, continuaba
describiendo “estructuras económicas, sociales y mentales” y concluía

62
con un análisis sobre las actitudes políticas y una descripción de los
cambios a través del tiempo.96
Aun en el caso de los estudios de la Edad Moderna temprana, sería
errado presentar la escuela o el círculo de Annales como si estuviese
completamente aislada de otros historiadores.97 El caso más notable de
hombre extraño a este círculo fue Roland Mousnier, que influyó en la
dirección de las investigaciones sobre el período moderno temprano tanto
como Braudel y Labrousse. Mousnier publicaba sus artículos en la Revue
Historique, no en Annales. Era profesorde la Sorbona, no de la Ecole. Era
persona non grata para Braudel. Si el círculo de Annales es un club,
Mousnier ciertamente no era miembro de él.
Así y todo, sus intereses intelectuales coincidían en gran medida
con los de ese círculo. Desde Bloch ningún historiador francés había
tomado tan seriamente el enfoque comparativo de la historia, se tratara de
comparaciones cercanas o remotas. Por ejemplo, Mousnier había coteja­
do el desarrollo político de Francia y de Inglaterra y había estudiado las
rebeliones campesinas del siglo XVII, no sólo de Francia, sino también
de tierras muy alejadas como Rusia y hasta China. Lo mismo que el grupo
de Annales, Mousnier hizo un uso considerable de la teoría social, desde
Max Weber a Talcott Parsons (no tenía tiempo para el marxismo) 98
Si bien sus opiniones políticas se inclinaban hacia la derecha,
Mousnier fue capaz de colaborar en un estudio sobre el siglo XVIII con
Labrousse, cuyo corazón estaba siempre con la izquierda. Los dos
hombres no se pusieron de acuerdo sobre los métodos de investigación y
menos aún sobre las conclusiones, pero ambos compartían un intenso
interés por el análisis de la estructura social del antiguo régimen, de sus
“clases”, un tema sobre el cual organizaron conferencias rivales .99
Mousnier dirigió un número considerable de tesis sobre historia social, en
temas que iban desde el soldado francés del siglo XVIII al análisis
cuantitativo de cambios producidos en la estructura social de una peque­
ña ciudad francesa al cabo de casi tres siglos. 100A principios de la década
de 1960, Mousnier lanzó un programa de investigación colectiva sobre
las insurrecciones campesinas de los siglos XVI y XVII, en pane para
refutar la interpretación marxista de las rebeliones de los campesinos
franceses expuesta por el historiador soviético Boris Porshnev, cuya obra
—publicada en ruso en la década de 1940— fue traducida al francés por
los rivales que Mousnier tenía en la Sexta Sección.101 Las obras de
Mousnier y de sus discípulos generalmente prestan más atención a la
política y menos a la economía que los estudios regionales supervisados
por Braudel y Labrousse, y toman más seriamente los criterios legales y
menos seriamente los criterios económicos en sus análisis de la estructura

63
social. Sin embargo, algunos de esos estudios apenas pueden distinguirse
de los de la llamada escuela de Annales. 102

Le Roy Ladurie y el Languedoc


En los estudios regionales procedentes del círculo de Annales hubo
una excepción al gran énfasis puesto en las estructuras económicas y
sociales y en la coyuntura. La tesis doctoral de Le Roy Ladurie sobre Los
campesinos de Languedoc (1966) se lanzaba, como lo formuló el autor,
a la “aventura de una historia total” durante un período de más de
doscientos años. 103
Le Roy Ladurie es por consenso el más brillante de los discípulos
de Braudel, a quien se le parece en numerosos aspectos: fuerza imagina­
tiva, amplia curiosidad, enfoque multidisciplinario de las cuestiones,
preocupación por la longue durée y cierta ambivalencia respecto del
marxismo. Como Braudel, este autores hombre del norte, un normando,
enamorado del sur. Su trabajo Los campesinos del Languedoc está
construido en la misma escala que El Mediterráneo y comienza, como
cabía esperar, con una descripción de la geografía del Languedoc, país
típicamente mediterráneo, de suelo rocoso y cubierto de matorrales, con
cereales, viñedos y olivos, encinas y nogales.
Le Roy Ladurie comparte con Braudel un intenso interés por el
ambiente físico, un interés que lo llevó a realizar un notable estudio
comparado de la historia del clima en el largo plazo. 104 Hombres de
ciencia norteamericanos han usado la prueba de los anillos de los árboles
(especialmente los de las secuoyas gigantescas de California que a veces
viven hasta 1500 años) para establecer tendencias de larga duración en el
clima. Un anillo estrecho significa un año de sequía, un anillo ancho
significa un año de abundantes lluvias. Le Roy Ladurie tuvo la feliz idea
de yuxtaponer las conclusiones de esos hombres de ciencia con las
obtenidas de otro caso de “historia serial”, un estudio sobre las variacio­
nes de fecha de las cosechas de viñedos en diferentes parles de Europa.
Una cosecha temprana significa un año caluroso, una cosecha tardía
significa un año frío. Le Roy Ladurie llegó a la conclusión de que “los
antiguos viñedos de Alemania, Francia y Suiza, aunque muy distantes,
estaban en armonía con las pruebas de los bosques de mil años de Alaska
y Arizona”. 105 El paralelo con la comparación que hizo Braudel de los
movimientos de las poblaciones de Europa y Asia es por cierto evidente.
Por otra parte, Le Roy (como conviene llamarlo) consideraba
necesario mantener una distancia intelectual respecto de Braudel, así
como éste se mantenía a distancia de Marx. Abandonó la organización

64
tradicional de las monografías regionales divididas en secciones sobre
estructuras y coyuntura. En cambio dividió su libro, que abarca desde
1500 a 1700, en tres períodos, en tres fases de lo que llamó “un gran ciclo
agrario", un enorme movimiento de flujo y reflujo, de alza y de baja.
El primero es una fase A, un período de expansión económica
alimentado por un dramático aumento de la población de la región, que
por fin se recobraba de los estragos causados por la peste de fines de la
Edad Media. Como lo expresó un contemporáneo, la población del
Languedoc del siglo XVI se multiplicaba “como ratones en un granero”.
Tierras abandonadas volvieron a cultivarse y a explotarse toda la tierra de
manera más intensiva. El promedio de las propiedades campesinas se
hacía cada vez más pequeño (porque había cada vez más hijos para divi­
dir la tierra) y los labriegos asalariados se hicieron cada vez más pobres
(porque el crecimiento de la población creaba un mercado laboral
favorable a los compradores). Quienes aprovecharon mejor ese cambio
fueron los terratenientes, que administraban ellos mismos sus propie­
dades.
La población continuó expandiéndose a un ritmo menor hasta 1650
o hasta 1680 (poco después había dejado de crecer la población del
Beauvaisis estudiado por Goubert) y los terratenientes se beneficiaron
con la situación. En realidad Le Roy llama a ese período de 1600-50 el
período de la “ofensiva de la renta”. Sin embargo, aquí se produjo lo que
Simiand llamaría una “ fase B” de depresión y todo el enorme movimiento
se invirtió. La razón fundamental de esa inversión fue la declinación de
la productividad agrícola. Los empobrecidos labradores no podían inver­
tir en sus tierras y en todo caso había un límite de lo que podía exprimirse
de ese rocoso suelo mediterráneo. No había suficiente alimento para
mantenerse y, por lo tanto, existía una crisis de supervivencia. Muchos
murieron, algunos emigraron y (lo mismo que en el Beauvaisis) las
parejas tendían a casarse más tarde que antes. “Era como si la población
se estuviera ajustando penosamente a las condiciones de una economía
en contracción".106 Por otro lado, la caída de la población intensificaba
la depresión económica que alcanzó su sima a principios del siglo XVIII,
al terminar el reinado de Luis XIV. Le Roy llegaba a la conclusión de que
“La maldición malthusiana había caído sobre el Languedoc en los siglos
XVI y XVII” puesto que el crecimiento de la población anulaba cualquier
aumento de prosperidad, exactamente como lo había dicho Malthus. 107
Lo que acabamos de describir es una serie de estudios geográficos,
económicos y de historia social según el estilo propio de la década de 1960,
típicamente relacionado con los estudios regionales de Annales. Este
movimiento empleó considerablemente métodos cuantitativos para estu­

65
diar no sólo las fluctuaciones registradas en los precios y en las tasas de
nacimientos, casamientos y muertes, sino también las tendencias visibles
en la distribución de la propiedad, en la productividad agrícola, etc.
Sin embargo, en importantes aspectos Los campesinos del Langue-
doc rompió con la tradición. Como ya vimos, Le Roy adoptó una forma
cronológica de organización en lugar de la división en “estructura” y
“coyuntura”. En cada sección cronológica, el autor trataba fenómenos
culturales tales como el nacimiento del protestantismo y la alfabetización
y también describía las reacciones de la gente ordinaria de la región frente
a los cambios económicos que experimentaba en su vida cotidiana. Para
escribir esta “historia de los de abajo”, el autor se basó primordialmente
en la prueba de las rebeliones.
Por ejemplo, al discutir la polarización de la sociedad rural a fines
del siglo XVI en prósperos terratenientes y pobres asalariados, Le Roy
introduce una mininarración de un episodio de conflicto social registrado
en la pequeña ciudad de Romans. Durante el carnaval de 1580, artesanos
y campesinos aprovecharon las mascaradas para proclamar que “los ricos
de la ciudad habían hecho su fortuna a expensas de los pobres” y que no
tardaría mucho en “venderse carne cristiana a seis centavos la libra”.
También en esta sección sobre la depresión económica de princi­
pios del siglo XVIII, Le Roy nos describe la guerra de guerrilla librada
por los camisardos, los montañeses protestantes de las Cevennes, contra
el rey que acababa de declarar fuera de la ley la religión que profesaban.
Le Roy observaba que los jefes de la rebelión, entre los que había
muchachas jóvenes, eran frecuentemente presas de accesos delirantes en
los que tenían visiones del cielo y del infierno y profetizaban futuros
acontecimientos. Le Roy estimaba que esos raptos eran histéricos y los
refería el fenómeno de la coyuntura general de ese período: la depresión
determinaba el empobrecimiento, casamientos tardíos, frustración se­
xual, histeria y, por fin, aquellas convulsiones.
En general, la tesis de Le Roy fue bien recibida. 108 Es más, aseguró
su reputación. Sin embargo, con el correr de los años se formularon
algunas críticas sustanciales. Su versión de los profetas de las Cevennes,
por ejemplo, fue criticada porque los trataba como casos patológicos en
lugar de interpretar la posesión de sus espíritus como una auténtica forma
de lenguaje corporal. 109Según uno de los críticos, el análisis económico
“no tiene sentido" porque “confunde la renta con los beneficios”. 110
Más importante aún es el hecho de que algunos marxistas atacaron
el “modelo demográfico” de los cambios producidos en el Languedoc
alegando que es demasiado simple y demasiado malthusiano y que “es la
estructura de las relaciones de clase, el poder de la clase, lo que determina

66
la manera y el grado en que ciertos cambios demográficos y comerciales
afectan tendencias de largo plazo en la distribución de los ingresos y del
crecimiento económico, y no viceversa". Le Roy replicó a esto que su
modelo, lejos de ser simple, es complejo, que es “neomalthusiano” y que
incorpora en él la estructura de clase . 111
De modo que así tenemos dos modelos opuestos de cambio social:
un modelo demográfico que incorpora las clases y un modelo de clases
que incorpora la demografía. Lo mismo que en el caso del debate sobre
libertad y determinismo alrededor de El Mediterráneo de Braudel, parece
que tampoco aquí hay manera de decidir prácticamente la cuestión.
Que aceptemos o no el modelo de explicación de ese autor, lo cierto
es que Los campesinos del Languedoc nos producen admiración por su
lograda e inusitada combinación de minuciosa historia económica y
social cuantitativa con las brillantes visiones políticas y religiosas de la
psicohistoria. Al examinar retrospectivamente este estudio al cabo de
más de veinte años de su publicación, vemos con claridad que Le Roy fue
uno de los primeros en ver las limitaciones del paradigma braudeliano y
uno de los primeros en buscar la manera de modificarlo. Esas modifica­
ciones, que en gran medida son la obra de la tercera generación de
Annales, constituyen el tema del siguiente capítulo.

67
4
La tercera generación

El nacimiento de una tercera generación se hizo cada vez más


evidente durante los años posteriores a 1968: en 1969, cuando hombres
jóvenes como André Burguière y Jacques Revel intervinieron en el
manejo de Annales; en 1972, cuando Braudel abandonó la presidencia de
la Sexta Sección (que pasó a manos de Jacques Le Goff) y en 1975,
cuando desapareció la antigua Sexta Sección y Le Goff llegó a ser el
presidente de la reorganización Ecole des Hautes Etudes en Sciences
Sociales (cargo en el que le sucedió François Furet en 1977).
Sin embargo, más importante que los cambios administrativos son
los cambios intelectuales de los últimos veinte años. El problema está en
que resulta más difícil pintar el retrato intelectual de la tercera generación
que pintar el de la primera y el de la segunda. Nadie domina ahora el grupo
como lo hicieron una vez Febvre y Braudel. A decir verdad, algunos
comentaristas hasta han hablado de fragmentación intelectual.1
En todo caso, debemos admitir que prevalece un policentrismo.
Algunos miembros del grupo llevan aún más lejos el programa de Lucien
Febvre y amplían las fronteras de la historia hasta abarcar la niñez, los
sueños, el cuerpo y aun los olores y perfumes.2 Otros han socavado el
programa al volverá la historia política y a la historia de los acontecimien­
tos. Algunos continúan practicando la historia cuantitativa, otros reaccio­
nan contra ella.
La tercera generación es la primera que comprende a mujeres,
principalmente a Christiane Klapisch que trabaja estudiando la historia
de la familia en la Toscana de la Edad Media y del Renacimiento; Ariette
Farge, que estudia el mundo social de las calles del París del siglo XVIII;
Mona Ozouf, la autora de un conocido estudio sobre festivales durante la
Revolución Francesa; y Michèle Perrot, que ha escrito sobre la historia
del trabajo y la historia de las mujeres.3 Feministas criticaron a veces a
historiadores anteriores de Annales por dejar a las mujeres fuera de la

68
historia o más exactamente (puesto que esos historiadores evidentemente
mencionaban a las mujeres de vez en cuando, desde Margarita de Navarra
a las llamadas brujas) por no aprovechar oportunidades para incorporar
más plenamente en la historia a las mujeres.4 Sin embargo, en la tercera
generación esta crítica se iba haciendo cada vez menos válida. A decir
verdad, Georges Duby y Michèle Perrot están empeñados en organizar
una historia de las mujeres en varios volúmenes.
Esta generación de Annales está mucho más abierta que las anterio­
res a ideas procedentes del exterior. Varios de sus miembros han pasado
un año o más en los Estados Unidos, en Princeton, Ithaca, Madison o San
Diego. A diferencia de Braudel, hablan y escriben en inglés. Cada una a
su manera, esas personas han tratado de realizar una síntesis de la
tradición de Annales y las corrientes intelectuales norteamericanas como
la psicohistoria, la nueva historia económica, la historia de la cultura
popular, la antropología simbólica, etc.
Historiadores que se identifican con el movimiento de Annales
están todavía tanteando nuevas maneras de abordar la historia, como
trataremos de mostrar en este capítulo. Así y todo, el centro de gravedad
de la historiografía ya no es París, como lo fue seguramente entre las
décadas de 1930 y 1960. Análogas innovaciones se están produciendo
más o menos simultáneamente en diferentes partes del globo. La historia
de las mujeres, por ejemplo, se ha estado cultivando no sólo en Francia
sino también en los Estados Unidos, en Gran Bretaña, en los Países Bajos,
en Suecia, en Alemania Occidental y en Italia. La historia general de las
mujeres proyectada por Georges Duby y Michèle Perrot se escribe, no
para una editorial francesa, sino para la casa Laterza. Hay más de un
centro de innovaciones o no hay un centro en absoluto.
En las páginas que siguen, he de concentrarme en tres temas
principales: el redescubrimiento de la historia de las mentalidades, el
intento de emplear métodos cuantitativos en la historia de la cultura y por
fin la reacción contra dichos métodos, reacción que puede tomar la forma
de una antropología histórica o de un retomo a lo político o de un
renacimiento del género narrativo. Desgraciadamente el precio que hay
que pagar por esta decisión es excluir una buena parte de interesantes
trabajos, especialmente la contribución a la historia de las mujeres que
están haciendo Farge, Klapisch, Perrot y otros. Sin embargo, esta con­
centración es la única manera de impedir que este capítulo resulte tan
fragmentado como se dice que está el grupo de Annales.

69
1. Desde el sótano al desván

En la generación de Braudel, como vimos, la historia de las


mentalidades y otras formas de historia cultural no quedaron enteramente
descuidadas, pero se las relegaba al margen de la acción de Annales. Sin
embargo, en las décadas de 1960 y 1970 se produjo un importante cambio
de interés. La trayectoria intelectual de más de un historiador de Annales
pasó de la base económica a la “superestructura” cultural, pasó “del
sótano al desván”.5
¿Por qué se produjo este cambio? El desplazamiento del interés fue
en parte, estoy seguro de ello, una reacción contra Braudel que también
formaba parte de una reacción mucho más amplia contra cualquier forma
de determinismo.
Fue realmente un hombre de la generación de Braudel quien llamó
la atención pública sobre la historia de las mentalidades en un notable,
casi sensacional, libro que publicó en 1960. Philippe Ariès era un
historiador aficionado, “un historien de dimanche", como él mismo se
caracterizaba, un historiador que trabajaba en un instituto de frutas
tropicales y dedicaba sus ratos de ocio a la investigación histórica.
Formado como demógrafo histórico, Ariès llegó a rechazar el enfoque
cuantitativo (así como rechazó otros aspectos del moderno mundo
industrial y burocrático). Su interés se enderezó hacia la relación que hay
entre naturaleza y cultura, hacia las maneras en que una determinada
cultura concibe y experimenta fenómenos naturales tales como la muerte
y la niñez.
En su estudio sobre familias y escuelas del antiguo régimen, Ariès
sostenía que la idea de niñez o más exactamente el sentido de la infancia
(le sentiment de l’enfance) no existía en la Edad Media. El grupo de edad
que nosotros llamamos los “niños” era más o menos considerado como
si sus miembros fueran animales hasta cumplir los siete años y más o
menos como adultos en miniatura posteriormente. Según Ariès, la niñez
fue descubierta en Francia aproximadamente en el siglo XVII. En esa
época, por ejemplo, se comenzó a vestir a los niños con ropas especiales,
como el manto o la túnica para los más pequeños. Cartas y diarios de ese
período documentan el creciente interés de los adultos por la conducta de
los niños; y a veces los adultos intentaban reproducir el habla infantil.
Ariès también se apoyó en pruebas iconográficas, tales como el número
cada vez mayor de retratos de niños, para afirmar que la conciencia de la
niñez como una fase del desarrollo humano se remonta a principios del
período moderno pero no más allá .6
La infancia y la vida familiar en el antiguo régimen [traducido al

70
inglés como Centuries o f Childhood] se presta a críticas y lo cierto es que
fue criticado justa o injustamente por varios eruditos. Especialistas en la
Edad Media han aducido pruebas contra las generalizaciones sobre ese
período. Otros historiadores han criticado a Ariès por tratar fenómenos
europeos sobre la base de pruebas prácticamente limitadas sólo a Francia
y por no distinguir suficientemente entre las actitudes de hombres y
mujeres, de elites y de personas corrientes .7 Con todo eso, la obra de
Philippe Ariès colocó la infancia en el mapa histórico, inspiró centenares
de estudios sobre historia de la niñez en diferentes regiones y períodos y
llamó la atención de psicólogos y pediatras sobre la nueva historia.
Ariès pasó los últimos años de su vida estudiando las actitudes
frente a la muerte, con lo cual enfocaba una vez más un fenómeno por su
naturaleza muy resistido en la cultura occidental y respondía al mismo
tiempo a una famosa observación de Lucien Febvre (hecha en 1941): “No
tenemos ninguna historia de la muerte”.8 El extenso libro de Ariès El
hombre ante la muerte [traducido al inglés como The Hour o f Our Death]
exponía los hechos en un plazo muy largo, alrededor de unos mil años, y
distinguía una sucesión de cinco actitudes que iban desde la “muerte
domesticada” (la mort apprivoisée) de la Edad Media temprana, una
concepción definida como “una mezcla de indiferencia, resignación,
familiaridad y falta de intimidad”, a lo que el autor llama la “muerte
invisible” (la mort inversée) de nuestra cultura donde, invirtiendo las
prácticas de los Victorianos, tratamos la muerte como tabú y discutimos
en cambio públicamente sobre el sexo.9 El hombre ante la muerte
presenta en general los mismos méritos y defectos que La infancia y la
vida familiar en el antiguo régimen, del mismo autor. En la obra se
manifiestan la misma audacia y la misma originalidad, el mismo empleo
de un vasto material documental (que incluye la literatura y el arte pero
no las estadísticas) y la misma renuencia a consignar variaciones regio­
nales o sociales. 10
La obra de Philippe Ariès representaba un desafío especialmente a
los demógrafos históricos, un desafío al que respondieron algunos de
ellos prestando mayor atención al papel de los valores y las mentalidades
en la “conducta demográfica”; en otras palabras, se pusieron a estudiar la
historia de la familia, la historia de la sexualidad y, como lo había
esperado Febvre, la historia del amor. La figura central de estos trabajos
es Jean-Louis Flandrin, cuyos estudios sobre la Francia del antiguo
régimen plantearon cuestiones tales como la naturaleza de la autoridad
parental, las actitudes ante los niños pequeños, la influencia de las
enseñanzas de la Iglesia sobre la sexualidad y la vida emocional de los
campesinos. 11 Los estudios realizados especialmente en esta esfera

71
contribuyeron mucho a tender un puente sobre la brecha entre una historia
de las mentalidades basada en fuentes literarias (el Rabelais de Febvre,
por ejemplo) y una historia social que no daba cabida a las actitudes y a
los valores.
En el grupo de Annales, algunos historiadores estuvieron siempre
interesados sobre todo por la cultura: Alphonse Dupront, por ejemplo.
Dupront, otro historiador de la generación de Braudel, nunca fue muy
conocido, pero la influencia que tuvo en jóvenes historiadores franceses
fue considerable .12Desde este punto de vista, Dupront podría ciertamen­
te considerarse el Labrousse de la historia cultural. Su tesis doctoral, que
despertó la atención favorable de Braudel a causa de su preocupación por
las actitudes inconscientes, estudiaba el concepto de una “cruzada” como
un caso de sacralización, como una guerra santa para alcanzar la posesión
de lugares sagrados. 13 Más recientemente este autor ha puesto atención
en las peregrinaciones concebidas como una busca de lo sagrado y un
ejemplo de “sensibilidad colectiva” a sedes de fuerza cósmica, tales como
Lourdes o Rocamadour. Su interés por los lugares sagrados ha inspirado
a algunos de sus discípulos a investigar los cambios producidos en el
trazado de las iglesias y la significación simbólica de esos cambios.
Dupront combina su interés por los grandes temas como lo sagrado con
la precisión en cuanto al inventario o la cartografía o las imágenes
milagrosas. Durante toda su vida, Dupront trabajó por aproximar la
historia de la religión y la psicología, la sociología y la antropología.14
La figura rectora en la psicología histórica à la Febvre fue el hoy
fallecido Robert Mandrou. 15 Poco después de la muerte de Febvre,
Mandrou encontró entre los papeles de éste un fichero de notas para un
libro no escrito que habría de continuar el estudio sobre Rabelais al
considerar el nacimiento de la mentalidad francesa moderna. Mandrou
decidió proseguir el trabajo de su maestro y publicó su Introducción a la
Francia moderna con el subtítulo de “Un ensayo de psicología histórica,
1500-1640” que incluía capítulos sobre la salud, las emociones y las
mentalidades.16 Poco después de la publicación de este libro se produjo
la ruptura entre Mandrou y Braudel. Cualesquiera que hayan sido las
razones personales de la ruptura, lo cierto es que ésta se produjo durante
un debate sobre el futuro del movimiento de Annales. En ese debate,
Braudel se manifestó favorable a las innovaciones, en tanto que Mandrou
defendió la herencia de Febvre, lo que él llamaba “el estilo original”
(Annales première manière) en el que la psicología histórica o la historia
de las mentalidades tenía una parte importante.
Mandrou siguió esta línea escribiendo un libro sobre cultura popu­
lar de los siglos XVII y XVIII. Continuó trabajando en la misma dirección

72
con un estudio sobre Magistrados y brujos de la Francia del siglo XVII
(con el subtítulo de “Un análisis de psicología histórica”). 17 Ambos
temas, la cultura popular y la hechicería, rápidamente captaron el interés
histórico en ese momento. Jean Delumeau, que había comenzado su
carrera como historiador económico y social, cambió su interés y pasó de
la producción de alumbre en los estados papales a los problemas de la
historia de la cultura. Su primer paso fue en dirección de la historia de la
Reforma y de la llamada “descristianización” de Europa. Más reciente­
mente, Delumeau se volvió hacia la psicología histórica en el sentido que
daba a esta expresión Febvre y escribió una ambiciosa historia de los
miedos y la culpabilidad en el Occidente; distinguió “los miedos de la
mayoría” (al mar, a los espectros, a la peste y al hambre) y los miedos de
“la cultura dominante” (a Satanás, a los judíos, a las mujeres y especial­
mente a las brujas).18

Psicohistoria
Dicho sea de paso, Delumeau hizo un uso cauteloso de las ideas de
psicoanalistas tales como Wilhelm Reich y E. Fromm. Había sido
precedido en esta dirección por Emmanuel Le Roy Ladurie, cuya obra
Los campesinos del Languedoc (1966), tratada en el capítulo anterior,
incluía en su bibliografía obras de Freud mezcladas con un estudio de los
precios de los cereales en Tolosa y un análisis de la estructura de clases
moderna. Le Roy describió el carnaval de los romanos como un psicodrama
que daba acceso directo a las creaciones del inconsciente, tales como
fantasías de canibalismo, e interpretó las convulsiones proféticas de los
camisardos atribuyéndolas a la histeria. Como él mismo fue el primero en
admitirlo, “Cavalier y Mazel (los jefes de la rebelión) no pueden ser
invitados a extenderse en el diván de algún hipotético psicoanalista
historiador. Uno sólo puede observar ciertos rasgos evidentes que gene­
ralmente se encuentran en casos similares de histeria ”. 19 Asimismo, Le
Roy consideró un aspecto, antes pasado por alto de los procesos de
hechicería, la acusación de que las brujas habían causado la impotencia
de sus víctimas haciendo un nudo durante la ceremonia nupcial, un rito
que Le Roy interpretó persuasivamente como castración simbólica.20
Otros miembros del grupo de Annales se estaban moviendo en una
dirección parecida, especialmente Alain Besançon, un especialista en la
Rusia del siglo XIX, que escribió en Annales un largo ensayo sobre las
posibilidades de lo que él llamaba “historia psicoanalítica”. Besançon
trató de poner en práctica esas posibilidades en un estudio de padres e
hijos. El estudio se concentraba en dos zares, Iván el Terrible y Pedro el

73
Grande, el primero de los cuales dio muerte a su hijo mientras que el
segundo condenó a su hijo a muerte.21
Lucien Febvre había tomado sus ideas sobre psicología de Blondel
y de Wallon. Besançon, Le Roy Ladurie y Delumeau tomaron las suyas
principalmente de Freud y de los freudianos o neofreudianos. La
psicohistoria de estilo norteamericano, orientada hacia el estudio de
individuos, se había por fin encontrado con la psychologie historique,
orientada hacia el estudio de los grupos, aunque ninguna de las dos
corrientes llegaba a formular síntesis.

Las ideologías y la imaginación social


Sin embargo, la tendencia principal corría en una dirección bastante
diferente. Dos de los más distinguidos representantes de la historia de las
mentalidades a principios de la década de 1960 eran los medievalistas
Jacques Le Goff y Georges Duby. Le Goff, por ejemplo, publicó un
famoso artículo en 1960 sobre "Tiempo de los mercaderes y tiempo de la
Iglesia en la Edad Media”.22 En su estudio del problema de la increduli­
dad en el siglo XVI, Lucien Febvre había tratado lo que llamaba el
“impreciso” o “flotante” sentido del tiempo en un período en que la gente
ni siquiera sabía a veces su edad exacta y medía el día, no por relojes, sino
por la trayectoria del sol .23 Le Goff afinó las generalizaciones de Febvre,
que eran bastante imprecisas, y abordó el conflicto entre los supuestos del
clero y los supuestos de los mercaderes.
Su contribución más importante a la historia de las mentalidades o
la historia de “la imaginación medieval” (l’imaginaire médiéval), como
ahora la llama, se elaboró veinte años después con El nacimiento del
purgatorio, una historia de las cambiantes representaciones del más allá.
Le Goff afirmaba que el nacimiento de la idea de purgatorio formaba
parte de “la transformación del cristianismo feudal”, y que había conexio­
nes entre los cambios intelectuales y los cambios sociales. Al mismo
tiempo insistía en la “mediación” de las “estructuras mentales”, de los
“hábitos de pensamiento” o del “aparato intelectual”; en otras palabras,
de las mentalidades, y observaba el surgimiento durante los siglos XII y
XIII de nuevas actitudes frente al tiempo, al espacio y a los números, e
incluso frente a lo que Le Goff llamó “llevar los libros del más allá" 24
En cuanto a Georges Duby, éste aseguró su reputación como
historiador económico y social de la Francia medieval. Su tesis, publica­
da en 1953, se refiere a la sociedad de la región de Macon. A esta tesis
siguió un sustancial trabajo de síntesis sobre la economía social del
Occidente medieval. Estos estudios se sitúan aproximadamente en la

74
tradición de La sociedad feudal e Historia rural de Francia de Marc
Bloch. En la década de 1960, cuando su interés se orientó gradualmente
hacia las mentalidades, Duby colaboró con Robert Mandrou en una
historia cultural de Francia.
Más recientemente, Duby se apartó de Bloch y de Annales première
manière inspirado en parte por la teoría social neomarxista y llegó a
interesarse por la historia de las ideologías, de la reproducción cultural y
de la imaginación social (l’imaginaire), que intenta combinar con la
historia de las mentalidades.
El libro más importante de Duby, Los tres órdenes, es en muchos
aspectos paralelo a El nacimiento del purgatorio de Le Goff. En él se
investiga lo que el autor llama “las relaciones entre lo material y lo mental
en el curso del cambio social” mediante el estudio de un caso, el de la
representación colectiva de la sociedad dividida en tres grupos: los
sacerdotes, los caballeros y los campesinos. En otras palabras, los que
rezan, los que luchan y los que trabajan (o labran la tierra, y aquí el verbo
latino laborare es convenientemente ambiguo).
Duby tiene plena conciencia, como lo señaló el gran erudito clásico
Georges Dumézil, de que esta concepción de la sociedad compuesta de
tres grupos que ejercen tres funciones básicas se remonta a la tradición
indoeuropea y puede encontrarse tanto en la antigua India como en la
Galia de la época de Julio César. Duby afirma, como hicieron antes los
medievalistas, que esta imagen de los tres órganos tenia la función de
legitimar la explotación de los campesinos que realizaban los señores al
sugerir que los tres grupos servían a la sociedad cada uno a su manera.
Pero Duby no se detiene en este punto. Lo que le interesa es la razón
por la cual se reactivó esta concepción de la sociedad tripartita (desde
Wessex a Polonia) a partir del siglo IX; el autor dedica una larga sección
a tratar el contexto social y político de esta reactivación, especialmente
en Francia, donde la imagen en cuestión volvió a aparecer a principios del
siglo XI.
Duby sugiere que la reactivación de la imagen correspondía a una
nueva necesidad; en un momento de crisis política, como por ejemplo el
de la Francia del siglo XI, esa imagen era un “arma” en manos de los
monarcas que pretendían concentrarlas tres funciones fundamentales en
su propia persona. Latente en la “mentalidad” de la época, este sistema
intelectual se hizo manifiesto como ideología con fines políticos. Duby
observa que la ideología es, no una reflexión pasiva sobre la sociedad,
sino un plan para obrar sobre ella .25
La concepción de la ideología que tiene Duby no está muy alejada
de la del filósofo Louis Althusser, quien la definió como “la relación

75
imaginaría [o imaginada] de los individuos con las condiciones reales de
su existencia” (le rapport imaginaire des individus à leurs conditions
réelles d’existence).26 De manera parecida a la de Duby, un especialista
en el siglo XVIII, Michel Vovelle, hizo un serio intento de conciliar la
historia de las mentalités collectives, en el estilo de Febvre y de Lefebvre,
con la historia marxista de las ideologías.27
No puede sorprendemos encontrar importantes contribuciones a la
historia de las mentalidades realizadas por medievalistas como Duby y
Le Goff. La distancia que nos separa de la Edad Media, su carácter tan
diferente, plantea un problema que este tipo de enfoque ayuda a resolver.
Por otro lado, las fuentes que han llegado a nosotros de la Edad Media
hacen que el período sea algo menos susceptible de ser tratado por otra
de las nuevas maneras de abordar la cultura, la historia serial.

2. El “tercer nivel” de la historia serial

La historia de las mentalidades no quedó enteramente relegada a la


periferia de Annales en su segunda generación sencillamente porque a
Braudel no le interesaba el asunto. Pero había por lo menos dos razones
más importantes para que quedara marginada en esa época. En primer
lugar, muchos historiadores franceses creían — o por lo menos supo­
nían— que la historia económica y social era más importante que otros
aspectos del pasado. En segundo lugar, los nuevos enfoques cuantitati­
vos, que consideramos en el capítulo anterior, no podían captar las
mentalidades tan fácilmente como podían comprobar las estructuras
económicas o sociales.
El primero de estos enfoques de la historia cultural es el enfoque
cuantitativo o serial, según los criterios expuestos por Pierre Chaunu en
un conocido manifiesto en favor de lo que llamaba (siguiendo una
observación de Ernest Labrousse) “lo cuantitativo en el tercer nivel”.28El
artículo de Lucien Febvre “Amiens: Desde el Renacimiento a la Contra­
rreforma”, publicado en Annales en 1941, mostraba la importancia de
estudiar una serie de documentos (en su caso, inventarios post mortem)
en el largo plazo a fin de poder registrar los cambios producidos en las
actitudes y hasta en los gustos artísticos.29 Sin embargo, Febvre no
ofrecía estadísticas precisas. El enfoque estadístico se desarrolló para
estudiar la historia de las prácticas religiosas, la historia del libro y la
historia de la alfabetización. Este modo de abordar la historia se difundió
a otros dominios de la historia cultural poco después.
La idea de una historia de las prácticas religiosas francesas o de una

76
sociología retrospectiva del catolicismo francés basada en estadísticas
sobre el número de comuniones, de vocaciones sacerdotales, etc., se
remonta a Gabriel Le Bras, quien publicó un artículo sobre el tema ya en
1931.30 Le Bras, un sacerdote católico y ex colega de Febvre y de Bloch
cuando éstos se hallaban en Estrasburgo, sentía un profundo interés por
la teología, la historia, el derecho y la sociología. Fundó una escuela de
historiadores eclesiásticos y de sociólogos de la religión que se entrega­
ron especialmente a estudiar lo que llamaban el problema de la
“descristianización” de Francia, proceso desarrollado desde fines del
siglo XVIII, y que investigaron este problema recurriendo a métodos
cuantitativos.
Le Bras y sus discípulos no formaban parte del círculo de Annales;
en general eran sacerdotes y poseían sus propias redes de centros y de
publicaciones como la Revue de l’histoire de l'église de France. Con
todo, la obra de Le Bras (que fue calurosamente acogida por su ex colega
Lucien Febvre) y de sus discípulos se inspiraba claramente en Annales. 31
Como ejemplo de esto se podría considerar una tesis sobre la diócesis de
La Rochelle de los siglos XVII y XVIII. La tesis está organizada
aproximadamente de la misma manera que uno de los estudios regionales
vinculado con Annales: comienza tratando la geografía de la diócesis, la
frontera de la llanura y de los boscajes; luego pasa a tratar la situación
religiosa y termina considerando los sucesos y tendencias desde 1648 a
1724. El empleo de los métodos cuantitativos también recuerda el empleo
que de ellos hicieron las monografías regionales elaboradas por los
discípulos de Braudel y de Labrousse.32
Por su parte, la obra del círculo de Le Bras (como la de Ariès) inspiró
el trabajo de algunos historiadores de Annales cuando éstos subieron
desde el sótano al desván. Recientes estudios regionales (referentes a
Anjou, Provenza, Aviñón y Bretaña) se han concentrado más intensa­
mente en la cultura que los estudios anteriores y especialmente en las
actitudes ante la muerte. Como lo expresó Le Goff en el prefacio de uno
de estos estudios, “la muerte está de moda” (la mort est à la mode). 33
El más original de estos estudios es el de Vovelle. Historiador
marxista de la Revolución Francesa, “formado en la escuela de Ernest
Labrousse, como él mismo lo declara, Michel Vovelle se interesó por el
problema de la “descristianización”. Creía que podía medir este proceso
valiéndose del estudio de las actitudes ante la muerte y el más allá, tales
como dichas actitudes eran reveladas por los testamentos. El resultado
contenido en su tesis doctoral fue un estudio de Provenza apoyado en el
análisis sistemático de unos 30.000 testamentos. Si bien los historiadores
anteriores habían yuxtapuesto pruebas cuantitativas sobre la mortalidad y

77
pruebas literarias sobre actitudes frente a la muerte, Vovelle intentó
estimar los cambios producidos en el pensamiento y en los sentimientos.
Por ejemplo, prestó atención a las referencias a los santos patronos
protectores, al número de misas que el testador deseaba que se dijeran por
el reposo de su alma, a las disposiciones para los funerales y hasta a las
dimensiones y cantidad de los cirios que debían emplearse en la ceremonia.
Vovelle identificó un cambio importante, por el que se pasó de lo
que él llamaba la “pompa barroca” de los funerales del siglo XVII a la
modestia de los funerales del siglo XVIII. Suponía principalmente que el
lenguaje de los testamentos reflejaba “el sistema de representaciones
colectivas” y su principal conclusión fue identificar una tendencia hacia
la secularización; sugería que la “descristianización” de los años de la
Revolución Francesa fue un proceso espontáneo, no impuesto desde
arriba, y que ese proceso formaba parte de una tendencia más amplia.
Particularmente digna de notarse es la manera en que Vovelle registró la
difusión de las nuevas actitudes desde la nobleza a los artesanos y
campesinos y desde las grandes ciudades como Aix, Marsella y Tolón,
pasando por ciudades pequeñas como Barcelonette, hasta llegar a las
aldeas. Sus argumentos estaban ilustrados por abundantes mapas, gráfi­
cos y cuadros.
Piedad barroca y descristianización, que tal es el título del estudio
de Vovelle, causó cierta sensación intelectual gracias especialmente a su
virtuosismo en el uso de las estadísticas, controlado por un agudo sentido
de las dificultades de interpretarlas. En este libro se inspiró Pierre Chaunu
para organizar una investigación colectiva sobre las actitudes ante la
muerte que tenían los habitantes de París en el período moderno tempra­
no, investigación en la que se emplearon métodos semejantes.34 Lo que
Ariès estaba haciendo por su parte en la historia de las actitudes frente a
la muerte quedaba así complementado por las investigaciones colectivas
y cuantitativas de profesionales de la historia.35
Esta manera de apropiarse del más allá que tuvieron historiadores
armados de ordenadores continúa siendo el ejemplo más notable de
historia serial del tercer nivel. Sin embargo, otros historiadores de la
cultura también hicieron un uso efectivo de los métodos cuantitativos,
especialmente para estudiar la historia de la alfabetización y la historia
del libro.
El estudio de la alfabetización es otra esfera de la historia cultural
que se presta a la investigación colectiva y al análisis estadístico. A decir
verdad, un director de escuela francés inició la investigación en este
terreno ya en la década de 1870; utilizó los registros de las firmas de
casamientos como fuente y observó las grandes variaciones que había

78
entre las cifras de diferentes departamentos, así como el aumento de la
alfabetización a partir de fines del siglo XVII. En la década de 1950, dos
historiadores volvieron a analizar los datos de aquel director de escuela
y expusieron en forma cartográfica la dramática diferencia de dos
Francias, separadas por una línea tendida desde St. Malo a Ginebra. Al
nordeste de esa línea, la alfabetización era relativamente elevada, al
sudoeste de la línea era baja .36
En este dominio, el proyecto más importante, comenzado a princi­
pios de la década de 1970, fue desarrollado en la Ecole des Hautes Etudes
y dirigido por François Furet, un discípulo de Ernest Labrousse que antes
había trabajado en el análisis cuantitativo de las estructuras sociales) y
por Jacques Ozouf. El proyecto trataba los cambiantes niveles de la
alfabetización de Francia desde el siglo XVI al siglo XIX .37 Los inves­
tigadores contaron con un caudal mayor de fuentes que antes y se valieron
de los censos y de las estadísticas del ejército sobre los reclutas, de manera
que estuvieron en condiciones de afirmar, y no ya de suponer, la relación
que existía entre la capacidad de firmar con el nombre de uno y la
capacidad de leer y escribir. Confirmaron la tradicional distinción entre
las dos Francias, pero afinaron el análisis al considerar las variaciones
registradas en diferentes departamentos. Entre otras interesantes conclu­
siones, los investigadores observaron que en el siglo XVIII la alfabetiza­
ción se difundía más rápidamente entre las mujeres que entre los varones.
Las investigaciones sobre alfabetización estuvieron acompañadas
por investigaciones sobre lo que los franceses llaman “la historia del
libro”, investigaciones concentradas, no en las grandes obras, sino en las
tendencias de la producción de libros y en los hábitos de lectura de los
diferentes grupos sociales.38 Por ejemplo, el estudio de Robert Mandrou
sobre cultura popular, ya mencionado, se refería a los libros baratos, a los
libros de la llamada “Biblioteca Azul” (la Bibliothèque Bleue, que debía
este nombre a la circunstancia de que los libros tenían cubiertas hechas
con el papel azul usado para empaquetar azúcar).39Estos libros, que sólo
costaban uno o dos sous, eran distribuidos por buhoneros (colporteurs)
y estaban producidos principalmente por unas pocas familias de impre­
sores de la ciudad de Troyes, situada al nordeste de Francia, donde la
alfabetización era más elevada. Mandrou examinó una muestra de unos
450 títulos y señaló la importancia de las lecturas piadosas (120 obras),
de almanaques y hasta de novelas de caballería. Llegó a la conclusión de
que ésa era esencialmente una “literatura escapista”, leída principalmen­
te por campesinos y que revelaba una mentalidad “conformista” (estas
dos últimas conclusiones fueron rechazadas por otros estudiosos que
trabajan en este campo).

79
Aproximadamente en la misma época, la Sexta Sección lanzaba un
proyecto de investigación colectiva sobre la historia social del libro en la
Francia del siglo XVIII.40 Sin embargo, la figura clave de la historia del
libro es otro de los colaboradores de Febvre, Henri-Jean Martin, de la
Biblioteca Nacional. Martin trabajó con Febvre en un estudio general
sobre el invento y la difusión de la imprenta, El advenimiento del libro
(1958). Continuó luego escribiendo un estudio rigurosamente cuantitati­
vo del comercio del libro y de la lectura pública en la Francia del siglo
XVII. El libro analizaba no sólo tendencias de la producción de libros
sino también los cambiantes gustos de los diferentes grupos del público
lector, especialmente de los magistrados del parlamento de París, según
lo revelaban las proporciones de libros sobre diferentes temas que se
encontraban en sus bibliotecas privadas.41 Posteriormente Martin dirigió
una extensa obra colectiva sobre la historia del libro en Francia .42
Uno de los principales colaboradores de estas empresas colectivas,
Daniel Roche, organizó un equipo propio de investigación a mediados de
la década de 1960 para estudiar la vida cotidiana de la gente común del
París del siglo XVIII. En el libro que surgió de esta investigación
colectiva. El pueblo de París (1981), se dedicaba un sustancial capítulo
a la lectura popular y se llegaba a la conclusión de que leer y escribir
desempeñaban una parte importante en la vida de algunos grupos perte­
necientes a las clases inferiores, especialmente los sirvientes.43 Sin
embargo, el rasgo más notable de El pueblo de París consistía en situar
este análisis de la lectura dentro del marco de un estudio general de la
cultura material de los parisienses corrientes. Trátase de un estudio de
historia serial basado esencialmente en inventariosp ost mortem, lleno de
detalles sobre los vestidos y los muebles de las personas fallecidas,
detalles que Roche interpreta con gran habilidad para trazar un cuadro de
la vida cotidiana. Más recientemente aún ha escrito una historia social del
vestido de la Francia moderna temprana y aquí también combina su
interés por la antropología histórica (característico de la tercera genera­
ción) con los métodos más rigurosos de su antiguo maestro, Ernest
Labrousse.44

3. Reacciones: la antropología, la política, la narración

El enfoque cuantitativo de la historia en general y el enfoque


cuantitativo de la historia de la cultura en particular pueden evidente­
mente criticarse por considerarse reduccionistas. En términos generales,
lo que se puede medir no es lo que importa. Los historiadores cuantitati­

80
vos pueden contar el número de firmas que figuran en los registros de
casamientos, los libros contenidos en bibliotecas privadas, los que
comulgaron en Pascua, las referencias hechas a la corte celestial, etc. Pero
el problema está en saber si esas estadísticas son indicadores confiables
de la alfabetización, de la piedad o de lo que el historiador quiere
investigar. Algunos historiadores han abogado por la confiabilidad de sus
cifras; otros la supusieron. Algunos se valieron de otros tipos de prueba
para prestar significación a sus estadísticas, otros no lo han hecho.
Algunos han recordado que están considerando personas reales, otros
parecen haberlo olvidado. Toda evaluación de este movimiento debe
distinguir entre pretensiones modestas y pretensiones extremas del
método y también entre las maneras en que ha sido empleado, con
crudeza o con sensatez.
A fines de la década de 1970 se habían hecho evidentes los peligros
de este tipo de historia. En realidad, se registró una especie de reacción
general contra el modo cuantitativo de abordar la historia. Aproximada­
mente en la misma época hubo una reacción más general contra mucho
de lo defendido por Annales, especialmente contra el predominio de la
historia social y estructural. Considerando el lado positivo de estas
reacciones, podemos distinguir tres corrientes: un giro antropológico, un
retomo al tema político y un renacimiento de la forma narrativa.

El giro antropológico
El giro antropológico podría describirse con mayor exactitud como
un vuelco a la antropología cultural o “simbólica”. Después de todo,
Bloch y Febvre habían leído a su Frazer y a su Lévy-Bruhl y habían hecho
uso de esas lecturas en sus trabajos sobre mentalidades medievales y del
siglo XVI. Braudel estaba familiarizado con la obra de Marcel Mauss,
que está en la base del tratamiento braudeliano de las fronteras de los
intercambios culturales. En la década de 1960, Duby se había apoyado en
la obra de Mauss y Malinowsky sobre la función de los regalos para
comprender la historia económica de la Edad Media temprana.45
Todos los historiadores anteriores desearon aprovechar la oportu­
nidad de hacer de vez en cuando incursiones a las disciplinas vecinas en
busca de nuevos conceptos. Sin embargo algunos historiadores de las
décadas de 1970 y de 1980 alimentan intenciones algo más serias. Hasta
pueden pensar en un maridaje, en otras palabras en una “antropología
histórica” o en una “historia antropológica” (ethnohistoire).46
Lo que atrae a estos historiadores es sobre todo la nueva “antropo­
logía simbólica”. Los nombres que se repiten en sus notas de pie de página

81
comprenden a Erving Goffman y a Victor Turner (quienes ponen énfasis
en los elementos dramáticos de la vida cotidiana), a Pierre Bourdieu y a
Michel De Certeau. Bourdieu, que pasó de los estudios antropológicos de
Argelia a estudiar la sociología de la Francia contemporánea, ejerció
influencia de varias maneras. Sus ideas sobre la sociología de la educa­
ción (una de las principales esferas de su interés), especialmente la idea
de la educación como medio de “reproducción social”, han influido en
recientes estudios sobre la historia social de escuelas y universidades.47
Su concepto de “capital simbólico” está en la base de algunos trabajos
sobre historia del consumo. Los historiadores de las mentalidades, de la
cultura popular y de la vida cotidiana, todos deben algo a la “teoría de la
práctica” de Bourdieu. Este reemplaza el concepto de “reglas” sociales
(que considera demasiado rígido y determinista) por conceptos más
flexibles, tales como “estrategia” y “hábito”, y estas ideas afectaron la
práctica de los historiadores franceses hasta el punto de que sería erróneo
reducirla a sólo ejemplos específicos (como las estrategias matrimoniales
de los nobles en la Edad Media).48
Otra influencia importante es la del difunto Michel De Certeau. De
Certeau era un jesuíta especializado en la historia de la religión. Sin
embargo es imposible vincularlo con sólo una disciplina. Entre otras
cosas, fue un psicoanalista y su tratamiento de casos de posesión
diabólica en el siglo XVII fue original e importante .49 Aún más influyen­
tes fueron sus contribuciones en otros tres campos. Junto con dos
historiadores pertenecientes al grupo de Annales, De Certeau escribió un
estudio innovador sobre la política del lenguaje y se concentró en la
indagación de la jerga desarrollada durante la Revolución Francesa y que
reflejaba el deseo de uniformidad y de centralización que tenía el régimen
revolucionario.50De Certeau organizó también un estudio colectivo de la
vida cotidiana francesa contemporánea en el que rechazó el mito del
consumidor pasivo y puso el acento en lo que llamaba “consumo como
producción”; en otras palabras, destacó la creatividad de la gente corrien­
te para adaptar los productos de producción masiva (desde los muebles
a los dramas de la televisión) a sus necesidades personales .51 Pero quizá
lo más importante de todo sean sus ensayos sobre la manera de escribir
historia, concentrados en el proceso que De Certeau describió como la
elaboración de “lo otro”, lo diferente (los indios del Brasil, por ejemplo),
que con frecuencia es la imagen inversa de la imagen que el autor tiene
de sí mismo .52
Las ideas de Goffman, Turner, Bourdieu, De Certeau y otros fueron
adaptadas, adoptadas y utilizadas para elaborar una historiografía más
antropológica. Jacques Le Goff, por ejemplo, estuvo trabajando durante

82
unos veinte años en lo que podría considerarse la antropología cultural de
la Edad Media y su trabajo iba desde el análisis estructural de las leyendas
medievales al estudio de los gestos simbólicos de la vida social, especial­
mente los ritos de vasallaje.53 Emmanuel Le Roy Ladurie trabajó en la
misma dirección en una serie de estudios, de los cuales el más famoso es
de lejos su Montaillou.54
Montaillou es una aldea de Ariège, el sudoeste de Francia, una
región en que la herejía de los cataros se había difundido considerable­
mente a comienzos del siglo XIV. Los herejes fueron perseguidos,
interrogados y castigados por el obispo local, Jacques Fournier. El
registro de los interrogatorios ha llegado hasta nosotros y se publicó en
1965. Indudablemente fue el interés que sentía Le Roy por la antropología
social lo que le permitió comprenderel valor que tenía esta fuente, no sólo
para el estudio de los cataros, sino para toda la historia rural de Francia.
Le Roy advirtió que veinticinco individuos (alrededor de una cuarta parte
de los sospechosos que se nombraban en el registro) provenía de una sola
aldea. Le Roy tuvo la inspiración de tratar ese registro como el de una
serie de entrevistas con aquellas veinticinco personas (alrededor del diez
por ciento de la población de la aldea). Todo lo que tenía que hacer, como
nos lo manifiesta el propio Le Roy, era reordenar la información suminis­
trada por los sospechosos a los inquisidores y darle la forma de estudio
de una comunidad, como los estudios que frecuentemente escribían los
antropólogos.55 Le Roy lo dividió en dos partes. La primera se refiere a
la cultura material de Montaillou, las casas, por ejemplo, hechas de piedra
sin argamasa, lo cual permitía a los vecinos observarse y escucharse a
través de los resquicios de las piedras. La segunda parte del libro trata las
mentalidades de los aldeanos, su sentido del tiempo y del espacio, sus
actitudes ante la infancia y la muerte, la sexualidad, Dios y la naturaleza.
Lo mismo que Braudel, Le Roy describe y analiza la cultura y la
sociedad mediterráneas, pero nadie podría decir que dejó sin tratar a la
gente. Su libro conquistó un gran público de lectores y uno lo recuerda
principalmente poique el autor tiene el don de hacer revivir a los
individuos, desde ese manso amante de la libertad Pierre Maury, “el buen
pastor”, hasta aquella noble dama, la sexualmente atractiva Béatrice des
Planissoles y su seductor Pierre Clergue, ese sacerdote agresivo y seguro
de sí mismo.
Montaillou es también un ambicioso estudio de historia social y
cultural. Su originalidad no está en las cuestiones que plantea, que, como
vimos, son cuestiones que se plantearon dos generaciones de historiado­
res franceses, como Febvre (sobre la incredulidad) o Braudel (sobre la
vivienda) o Ariès (sobre la infancia) o Flandrin (sobre la sexualidad), etc.

83
Le Roy fue uno de los primeros en usar registros de la Inquisición para
reconstruir la vida cotidiana y las actitudes de una época, pero no fu e el
único en hacerlo. La novedad de su manera de abordar la historia consiste
en su intento de componer un estudio sobre una comunidad histórica en,
el sentido antropológico, no una historia de una determinada aldea, sino
una pintura de la aldea trazada con las palabras de los propios habitantes,
y una pintura de la sociedad más amplia que representan los aldeanos.
Montaillou es un primer ejemplo de lo que se ha dado en llamar “mi-
crohistoria”.56 Aquí el autor ha estudiado el mundo en un grano de arena
o, para citar su propia metáfora, ha estudiado el océano en una gota de
agua.
Y precisamente en este punto es en el que se concentran las críticas
más serias de que fue objeto el libro .57 Se ha censurado en Montaillou
(independientemente de las inexactitudes de detalle) un uso insuficiente­
mente crítico de su fuente principal, que Le Roy caracterizó alguna vez
como “el testimonio directo de los campesinos sobre sí mismos” (le
témoignage sans intermédiaire, que porte le paysan sur lui-même).58Por
supuesto, nada de esto es cierto. Los aldeanos hacían sus declaraciones
en occitano y esas declaraciones eran consignadas en latín. Los aldeanos
no hablaban espontáneamente de sí mismos, sino que respondían a
preguntas hechas bajo amenazas de tortura. Los historiadores no pueden
permitirse olvidar a estos intermediarios que están entre ellos mismos y
los hombres y mujeres que estudian.
La segunda crítica principal del libro —y del enfoque microhistó-
rico que se hacía cada vez más popular— plantea la cuestión de lo que es
típico. Ninguna comunidad es una isla, ni siquiera una aldea de montaña
como Montaillou. Sus conexiones con el mundo exterior, que llegaban
hasta Cataluña, surgen claramente del mismo libro. Queda pues pendien­
te la cuestión: ¿Qué unidad mayor representa la aldea? ¿De qué océano
es la aldea una gota? ¿Se supone que es típica de Ariège, del sur de
Francia, del mundo mediterráneo o de la Edad Media? A pesar de su
anterior experiencia con las estadísticas y muestras, el autor no trata este
crucial problema de método. ¿Se deberá esto a que escribió Montaillou
en reacción contra la aridez de la historia cuantitativa?
Así como se encuentran hendeduras en las casas de piedra de la
aldea, resulta fácil encontrar resquicios en Montaillou. La obra merece
recordarse sobre todo por la facultad que tiene el autor de hacer resucitar
el pasado y también por tratar documentos que hay que leer entre líneas
para hacer que revelen lo que los aldeanos ni siquiera sabían que sabían.
Se trata de un brillante tour deforce de la imaginación histórica que revela
las posibilidades de una historia antropológica.

84
Más paradójica es la contribución que hace a esa historia antro­
pológica Roger Chartier, quien es más conocido por su trabajo sobre la
historia del libro en colaboración con Martin, Roche y otros autores
tratados en la sección anterior. Puede parecer extraño caracterizar a un
especialista de la historia de la alfabetización como antropólogo histórico
y no tengo ninguna seguridad de que Chartier aceptaría esta designa­
ción.59 Así y todo, su obra corre en la misma dirección que los recientes
trabajos de antropología cultural.
La importancia de los ensayos de Chartier estriba en que ellos
ejemplifican y discuten un cambio de enfoque, como lo expresa el propio
autor, “desde la historia social de la cultura a la historia cultural de la
sociedad”. Los ensayos significan que lo que los anteriores historiadores
pertenecientes o no a la tradición de Annales suponían en general como
estructuras objetivas deben considerarse como culturalmente “constitui­
das” o “construidas”. La sociedad misma es una representación colectiva.
Los estudios sobre las mentalidades de Philippe Ariès implicaban
que las actitudes frente a la infancia y a la muerte eran construcciones
culturales, pero en la obra de Roger Chartier, este punto se hace explícito.
Chartier decide estudiar no tanto a los campesinos o vagabundos como las
maneras de ver a los campesinos y vagabundos que tienen las clases
superiores, es decir, las imágenes “del otro”.60 A diferencia de Furet y
Ozouf (ya mencionados), Chartier no se ocupa de las diferencias objeti­
vas que hay entre la Francia del nordeste y la Francia del sudoeste, según
la línea tendida desde St Malo a Ginebra. Se concentra en la idea de las
“dos Francias”, en su historia y en los efectos de este estereotipo sobre las
medidas gubernamentales.61 Al tomar distancia respecto de los llamados
factores “objetivos”, Chartiercoincide con la actual antropología, con los
recientes trabajos sobre “lo imaginario” y también con el difunto Michel
Foucault.
A pesar de la crítica que hace Foucault del concepto de “influencia”,
resulta difícil no emplear este término para describir los efectos de su
libro en los historiadores franceses del grupo de Annales. Gracias a
Foucault esos hombres descubrieron la historia del cuerpo y las relacio­
nes que hay entre esa historia y la historia del poder. También importante
en el desarrollo intelectual de muchos hombres de la tercera generación
fue la crítica que hizo Foucault a los historiadores por lo que él llamaba
“su pobre idea de lo real”; en otras palabras, por reducir lo real a la esfera
de lo social, dejando fuera de ella el pensamiento. El reciente vuelco a la
“historia cultural de la sociedad”, bien ejemplificado por Chartier, debe
mucho a la obra de Foucault.62
Los estudios de Chartier sobre la historia del libro siguen líneas

85
similares y muestran su creciente insatisfacción con la historia de las
mentalidades y con la historia serial del tercer nivel.63 Sus ensayos sobre
la Biblioteca Azul, por ejemplo, socavan la interpretación dada por
Robert Mandrou (y tratada supra), pues sugiere que esos libros baratos
vendidos por buhoneros no eran leídos exclusivamente por los campesi­
nos o por la gente ordinaria. Antes de 1660 por lo menos los lectores eran
generalmente parisienses.64
Un punto de vista más general en el que insiste Chartier es el de que
resulta imposible “establecer relaciones exclusivas entre formas cultura­
les específicas y grupos sociales particulares”. Esto desde luego hace
mucho más difícil la historia serial de la cultura, si no la hace completa­
mente imposible. Por eso Chartier desplazó su atención, siguiendo a
Pierre Bourdieu y a Michel De Certeau, hacia las “prácticas” culturales,
atención compartida por varios grupos.65
En su análisis de los libros baratos y otros textos, el término central
es “apropiación”. Sugiere Chartier que lo popular no debe identificarse
con el particular cuerpo de textos, objetos, creencias o lo que fuere. Lo
popular consiste en “una manera de usar productos culturales”, como el
material impreso o los festivales. Los ensayos de Chartier tienen por eso
mucho que ver con las refundiciones de textos, con las transformaciones
sufridas por textos particulares para adaptarse a las necesidades del
público o, más exactamente, de sucesivos públicos.
Un análogo interés por la apropiación y la transformación está en la
base de una de las empresas historiográficas francesas más notable de los
últimos años, la obra colectiva sobre Los lugares del recuerdo, publicada
por Pierre Nora, quien combina las funciones de editor y de historiador.66
Estos volúmenes, que tratan temas tales como la bandera tricolor, la
Marsellesa, el Panteón y la imagen del pasado que se encuentra en
enciclopedias y en manuales escolares, marcan un retomo a las ideas que
alimentaba Maurice Halbwachs sobre el marco social de la memoria,
ideas que habían inspirado a Marc Bloch pero que habían sido bastante
olvidadas por historiadores posteriores. En su interés por emplear el
pasado aplicado al presente, esas ideas ejemplifican un modo antropológico
de abordar la historia: una antropología reflexiva en este caso, puesto que
los autores forman un grupo de historiadores franceses que escriben
sobre la historia de Francia. Organizados alrededor de los temas de “la
revolución” y “la nación”, estos volúmenes revelan también un retomo
al tema político.

86
El retorno al tema político67
Tal vez el cargo más notorio formulado contra la llamada escuela
de Annales sea el de su supuesto descuido de la política, una acusación
cuya veracidad la revista parece confesar, pues lleva en su subtítulo la
leyenda économies sociétés civilisations sin mencionar Estados. Esta
crítica tiene por cierto algún peso, pero es necesario considerarla más
precisamente.
Febvre y Braudel habían concentrado sus esfuerzos en la lucha
política académica, pero una serie de historiadores importantes del grupo
intervinieron en la política de la Francia de posguerra, a menudo como
miembros — por lo menos durante algún tiempo— del Partido Comunis­
ta. Las reminiscencias de uno de ellos ofrecen un vivido cuadro de las
reuniones del partido, de las denuncias, de las expulsiones y de las
renuncias de los años que siguieron a 1956.68
La acusación de descuidar lo político se dirigía, por supuesto, a la
obra historiográfica del grupo, pero aquí es preciso distinguir matices.
Por ejemplo, sería difícil sostener el argumento en el caso de Marc Bloch.
Su obra Los reyes taumaturgos [traducida al inglés como The Royal
Touch] aspiraba a ser una contribución de la historia sobre la realeza. Su
Sociedad feudal comienza con una relación de las invasiones a Europa
occidental de los vikingos, los musulmanes y los húngaros y comprende
una larga sección sobre el feudalismo como forma de gobierno.
En el caso de Lucien Febvre, la crítica tiene más peso. Aunque
Febvre había tratado la rebelión de los Países Bajos con considerable
extensión en su tesis sobre Felipe II y el Franco Condado, este autor
denunció posteriormente la historia política con su habitual violencia y
se entregó a estudiar la religión y las mentalidades. En el caso de Braudel,
habría que observar que la sección estructural de El Mediterráneo
comprende capítulos sobre los imperios y la organización de la guerra. Lo
que Braudel pasa por alto son los sucesos políticos y militares por
considerarlos un tipo de historia sumamente superficial.
Los estudios regionales sobre la Francia moderna temprana que
llevan el sello de Annales se limitaron generalmente a la historia econó­
mica y social. El Beauvais de Goubert es un ejemplo obvio. Sin embargo,
nadie podría decir que Goubert sea un historiador sin interés por la
política. Escribió un libro sobre Luis XIV y un estudio del antiguo
régimen cuyo segundo volumen se ocupa del poder.69 Tal vez la región
no sea el marco apropiado para un estudio de la política del antiguo
régimen. Esa suposición puede muy bien haber disuadido a los autores de
estudios regionales de incluir en su obra una sección sobre política. Sin

87
embargo, los trabajos de discípulos de Mousnier sobre rebeliones popu­
lares y algunos recientes estudios norteamericanos sobre política en el
nivel regional sugieren que esa suposición era errada y que se perdió una
espléndida oportunidad de hacer “historia total”.70La excepción evidente
a la regla es, según vimos, Le Roy Ladurie, quien trató las rebeliones del
Languedoc (aunque no la administración de la provincia) y quien produjo
posteriormente algunos estudios explícitamente políticos.71
Los medievalistas del grupo de Annales están muy lejos de desdeñar
la historia política, por más que dediquen mayor atención a otros temas.
Georges Duby, que comenzó su carrera como historiador económico y
social para pasar luego a cultivar la historia de las mentalidades, escribió
una monografía sobre una batalla medieval, Bouvines (que luego trata­
remos). Su relación de la génesis o reactivación de la idea de los tres
órdenes coloca esta idea en un contexto político, la crisis de la monarquía
francesa y de otras monarquías. Jacques Le Goff considera que la política
ya no es la “columna vertebral” de la historia en el sentido de que la
“política no puede aspirar a la autonomía”.72 Sin embargo, Le Goff
comparte el interés de Bloch por la realeza sagrada y ahora está trabajan­
do en un estudio sobre el gobernante medieval.
No puede sorprender sin embargo comprobar que la mayor atención
a la política fue dedicada por los historiadores del grupo de Annales a lo
que los franceses llaman “historia contemporánea”, en otras palabras, al
período que comenzó en 1789. A François Furet y a Michel Vovelle, que
han dedicado mucho tiempo a la Revolución Francesa (a pesar de tener
otros intereses históricos) no se los puede acusar de descuidar la política.
Tampoco se lo puede acusar a Marc Ferro, historiador de la Revolución
Rusa y de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la figura sobresalien­
te de este dominio es con seguridad Maurice Agulhon.
Agulhon es el autor de La república en la aldea, un estudio sobre
la conducta política de la gente corriente del Var (Provenza) desde 1789
a 1851.73Este estudio hace uso de un marco ampliamente marxista, el del
crecimiento de la conciencia política. El autor describe los años 1815-48
como los años de preparación, en los que los conflictos por abusos contra
el derecho común (especialmente la explotación de la madera de los
bosques), junto con la “ampliación del horizonte cultural debida a la
difusión de la alfabetización, estimularon el aumento de la conciencia
política en esa región. Agulhon presenta los breves años de la Segunda
República (1848-51) como los años de “revelación”, en los que la gente
común del Var votó por primera vez y lo hizo por la izquierda.
Aunque el trabajo se refiere más a los campos que a las ciudades,
resulta tentador afirmar que el estudio de Agulhon tiene que ver con “la
formación de la clase obrera provenzal”.74 El paralelo con Edward
Thompson puede extenderse. Ambos historiadores eran marxistas “abier­
tos” , empiristas, eclécticos.75 Ambos estaban interesados por las formas
de “sociabilidad”. Thompson se ocupó de sociedades de amigos y de sus
“ritos de mutualidad”.76 Agulhon, gracias a quien la palabra sociabilité
es ahora corriente en Francia, había estudiado las logias masónicas y las
confraternidades católicas desde este punto de vista y luego estudió los
“círculos” burgueses y el café. Los dos historiadores tomaban muy
seriamente en cuenta la cultura. Thompson describió la tradición del
radicalismo popular; Agulhon describió jaranas y carnavales, como ese
“carnaval sedicioso” de Vidauban de 1850, bastante suave si se lo
compara con el carnaval de Romans de 1580, pero significativo como
ilustración de los procesos opuestos pero complementarios de “arcaismo”
y modernismo, de “folklorización” de la política y de politización del
folklore.77
Se da una interpenetración análogamente fructífera de la historia
política y de la historia cultural en la obra más reciente de Agulhon. Su
Marianne en el combate analiza las imágenes republicanas francesas y su
simbolismo desde 1789 a 1880 al concentrarse en las representaciones de
Marianne, que es la personificación de la República, y al subrayar la
cambiante significación de su imagen — tanto en la cultura popular como
en la cultura de la elite— en el período que va de la Revolución Francesa
a la comuna de París .78 Su ensayo, publicado en Los lugares de recuerdo,
tiene una orientación semejante y presenta la alcaldía de la ciudad del
siglo XIX (la mairie) como la institución en la que cobran cuerpo los
valores republicanos; éste es un texto que los historiadores deben apren­
der a leer.79
Resumamos. Febvre y Braudel pueden no haber ignorado la historia
política, pero tampoco la hicieron objeto de su máxima prioridad. El
retomo al tema político producido en la tercera generación es una
reacción contra Braudel y también contra otras formas de determinismo
(especialmente el “economismo” marxista). Esa reacción está vinculada
con un redescubrimiento de la importancia que tiene la acción frente a la
estructura. También está vinculada con la percepción de la importancia
de lo que los norteamericanos llaman “cultura política”, la importancia de
las ideas y de las mentalidades. Gracias a Foucault, esta corriente también
se extiende en la dirección de la “micropolítica”, es decir, la lucha por el
poder en el seno de la familia, en las escuelas, en las fábricas, etc .80 Como
resultado de estos cambios, la historia política se encuentra en un proceso
de renovación.81

89
El renacimiento de la forma narrativa
El retomo a la historia política está relacionado con la reacción
contra el determinismo, la cual a su vez inspiró el giro antropológico,
como ya vimos. La preocupación por la libertad humana (junto con el
interés por la microhistoria) también está en la base de la reciente
biografía histórica cultivada dentro del grupo de Annales y fuera de él.
Georges Duby publicó la biografía de un personaje inglés medieval,
William, en tanto que Jacques Le Goff está trabajando sobre la vida de un
rey de Francia, San Luis. Este renacimiento de la biografía no es un simple
retomo al pasado. La biografía histórica se cultiva por diferentes razones
y toma diferentes formas. Puede ser un medio para comprender la
mentalidad de un grupo. Una de las formas que toma esta biografía es la
vida de una persona más o menos corriente, como el burgués de Aix-en-
Provence, Joseph Sec, sobre cuya “irresistible ascensión" escribió Michel
Vovelle, o el artesano parisiense, Jean-Louis Ménétra, estudiado por
Daniel Roche.82
El retomo al tema político está vinculado también con una
reactivación del interés por la narración de acontecimientos. Los aconte­
cimientos no son siempre políticos; piénsese en la gran bancarrota de
1929, en la gran peste de 1348 o hasta en la publicación de La guerra y
la paz. Así y todo, la historia política, la historia de los acontecimientos
y la narración histórica están estrechamente entrelazadas. Paralelo al
llamado “retomo a la política”, se ha dado un “renacimiento de la
narración” entre los historiadores de Francia y otros lugares. La expresión
es del historiador británico Lawrence Stone, quien atribuye esta tenden­
cia a “una muy difundida desilusión con el modelo económico determi­
nista de explicación histórica” empleado por los historiadores marxistas
y los historiadores de Annales por igual, y especialmente la desilusión
provocada por el hecho de que ese modelo relega la cultura a la
superestructura o “tercer nivel”.83No hay duda de que Stone percibió una
tendencia muy significativa, pero aquí también hay que distinguir mati­
ces.
El hecho de que Durkheim, Simiand y Lacombe desecharan des­
deñosamente “la historia de los acontecimientos” (histoire événemen-
tielle) fue tratado al comenzar este libro. El acento que Febvre pone en la
historia orientada según un problema sugiere que este autor compartía
semejante punto de vista a pesar del lugar que da a los acontecimientos
de la rebelión de los Países Bajos en su tesis doctoral. Marc Bloch, que
yo sepa, nunca denunció la historia de los acontecimientos, pero tampoco
escribió esa clase de historia.

90
En cuanto a Braudel, denunció esta historia y también la escribió;
más exactamente, según vimos, declaró que la historia de los aconteci­
mientos era la superficie de la historia. No dijo que esa superficie
careciera de interés; por el contrario, la describió como “la más excitan­
te ”.84 Esa historia tenía para él, sin embargo, el interés de lo que pudiera
revelar sobre las “realidades más profundas”, sobre las corrientes que se
movían debajo de la superficie. Para Braudel los sucesos eran simples
espejos que reflejaban la historia de las estructuras. En su magistral
estudio del tiempo y la narrativa, el filósofo Paul Ricoeur ha sostenido
que todas las obras de historia son narrativas, hasta El Mediterráneo de
Braudel. Su demostración de las similitudes que hay entre historia
convencional e historia estructural (en su temporalidad, en su causalidad,
etc.) es difícil de rebatir. Sin embargo, decir que El Mediterráneo es una
historia narrativa supone por cierto em plear la palabra “narrativa” en un
sentido tan amplio que el término pierde su utilidad .85
La mayor parte de las monografías regionales de las décadas de
1960 y 1970 van más lejos que Braudel en esa dirección, puesto que no
contienen ninguna narración. La excepción fue Los campesinos del
Languedoc, de Le Roy Ladurie, estudio en el que, como vimos, el análisis
estructural alternaba con relaciones de sucesos, especialmente protestas:
el carnaval de Romans de 1580, el alzamiento producido en el Vivarais
en 1670, la rebelión de los camisardos de 1702.
La manera que tiene Le Roy de tratar los sucesos como reacciones
o respuestas a cambios estructurales no estaba muy lejos del punto de
vista de Braudel, que los consideraba espejos que revelaban estructuras
subyacentes. Algo parecido podría decirse del libro que Georges Duby
publicó en 1973, un libro que habría podido chocar a Febvre, puesto que
se refería no sólo a un suceso sino a una batalla, la batalla de Bouvines
librada el 27 de julio de 1214. En realidad, el libro fue escrito para una
serie bastante anticuada llamada “jomadas que hicieron a Francia”
(journées qui ont fa it la France) dirigida al gran público. Sin embargo
Duby no representa un retomo a la historia anticuada. Empleó fuentes
contemporáneas de la batalla para mostrar actitudes medievales frente a
la guerra y consideró las visiones posteriores de Bouvines como un
“mito” que revelaban más sobre los narradores que sobre el suceso que
ellos narraban .86
La cuestión que estos estudios no plantean es la de saber si por lo
menos algunos acontecimientos no pueden modificar las estructuras en
lugar de simplemente reflejarlas. ¿Qué decir de los sucesos de 1789 o de
1917, por ejemplo? El sociólogo Emile Durkheim, a quien deben tanto los
críticos de la histoire événementielle, estaba preparado para descartar

91
hasta 1789 y considerar ese acontecimiento como un síntoma antes que
como una causa de cambio social.87 Sin embargo, hay signos de que los
historiadores se están apartando de esta posición extrema durkheimiana
o braudeliana. Por ejemplo, un estudio sociológico sobre una región del
oeste de Francia, el departamento del Sarthe, ha aducido la necesidad de
tener en cuenta los sucesos de 1789 y los sucesos siguientes para tratar de
explicar las actitudes políticas de la región (dividida en un ala izquierda
al este y un ala derecha al oeste).88
Le Roy Ladurie ha llamado la atención sobre las implicaciones de
ese estudio en un ensayo en el que trata lo que llama distintamente el
acontecimiento “traumático”, el acontecimiento “catalizador” y “el acon­
tecimiento creativo” (l’événement-matrice). Su empleo de metáforas tan
divergentes sugiere que Le Roy no capta la importancia de los aconteci­
mientos, de suerte que su artículo no pasa de ser una recomendación
general al historiador para que reflexione sobre la relación que hay entre
sucesos y estructuras.89 Sin embargo, algunos años después, Le Roy
volvió a ocuparse del carnaval de Romans, que convirtió en el tema de un
libro. Analizó el suceso como un “drama social” que hizo manifiestos los
conflictos latentes en aquella pequeña ciudad y sus alrededores. En otras
palabras, síntoma antes que causa.90
Por supuesto, el carnaval de Romans no fue un gran acontecimiento.
Más difícil es desechar como meros reflejos de estructuras sociales los
acontecimientos de 1789 o la gran guerra de 1914-18 o la revolución de
1917 (todos temas sobre los que escribieron los historiadores de Anna­
les).91 En un estudio reciente, François Furet llega a sugerir no sólo que
los acontecimientos de la Revolución Francesa quebrantaron las antiguas
estructuras y dieron a Francia su “patrimonio” político, sino que hasta
unos pocos meses de 1789 fueron decisivos.92
Otro rasgo de la tercera generación de Annales merece conside­
rarse.
Es en la tercera generación cuando se hace popular en Francia la
historia cultivada por el grupo de Annales. No se vendieron muchos
ejemplares de El Mediterráneo de Braudel ni de las obras de Bloch
cuando se publicaron por primera vez. Sólo en 1985, cuando llegaron a
venderse 8.500 ejemplares, pudo considerarse que El Mediterráneo era
un best-seller. Por otro lado, Montaillou encabezó la lista de los libros que
no eran de ficción más vendidos en Francia y sus ventas llegaron al
apogeo cuando Mitterrand admitió en televisión que lo había estado
leyendo; mientras tanto, la aldea misma era inundada por oleadas de
turistas.
Montaillou fue un libro escrito en el lugar adecuado y en el

92
momento adecuado, impulsado por las olas de la ecología y del regio­
nalismo, pero su éxito es el ejemplo más espectacular del interés que
muestra ahora el público francés por la “nueva historia”. Cuando en 1979
se publicó la trilogía de Braudel Civilización y capitalismo, el libro fue
objeto de una atención muy diferente de la suscitada por sus anteriores
libros por parte de los grandes medios de difusión. Algunos miembros del
grupo de Annales aparecen regularmente en televisión y en programas de
radio y hasta son productores de ellos, como Georges Duby y Jacques Le
Goff. Otros, como Pierre Chaunu, Roger Chartier, Mona Ozouf y
Michèle Perrot escriben regularmente en periódicos y revistas, incluso en
Le Figaro, Le Monde, L’Express y Le Nouvel Observateur. Es difícil
imaginar otro país u otro período en el que tantos historiadores profesio­
nales estén tan firmemente establecidos en los grandes medios de
comunicación.
Los trabajos de los historiadores de Annales solían publicarse en
gruesos volúmenes y en pequeñas ediciones de la casa Armand Colin (los
fieles editores de la revista) o de Hautes Etudes. En la actualidad, suelen
ser delgados volúmenes editados por importantes casas comerciales y a
menudo publicados en series que editan otros historiadores de Annales.
En la década de 1960, Ariès y Mandrou publicaron una serie sobre
“Civilizaciones y mentalidades” para la casa Plon. Agulhon publica
ahora una serie histórica para Aubier Montaigne, en tanto que Duby ha
editado más de una vez para Seuil (incluso historias en varios volúmenes
sobre la Francia rural, la Francia urbana y la vida privada). Un ejemplo
de colaboración aún más estrecha entre historiadores y editores es el de
Pierre Nora, que enseña en la Ecole y trabaja para Gallimard. Fue Nora
quien fundó la conocida serie Bibliothèque des Histoires que comprende
una serie de estudios escritos por sus colegas.
No afirmo que los medios de difusión hayan creado la ola de interés
por esta clase de historia, aunque muy bien pueden haberlo fomentado.
Los productores y editores deben haber pensado que había demanda por
la historia en general y en particular por la historia sociocultural del estilo
de Annales. Esta demanda no se limita a Francia. Hemos de examinar
ahora cómo fueron recibidos los historiadores de Annales fuera de su país
y de su propia disciplina.

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