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CASELLI Judios y Eclesiasticos Milano

Este documento describe un largo pleito judicial que tuvo lugar en Castilla en el siglo XV. El pleito involucró al licenciado Fernando González de Ortega, quien prestó dinero a un judío llamado don Saúl. Tras la muerte de don Saúl, González de Ortega intentó cobrar la deuda pero los herederos de don Saúl se negaron a pagar. El pleito duró casi 10 años e involucró a cientos de personas. El documento provee información valiosa sobre la participación de judíos en el arrendamiento de tierras y circul

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CASELLI Judios y Eclesiasticos Milano

Este documento describe un largo pleito judicial que tuvo lugar en Castilla en el siglo XV. El pleito involucró al licenciado Fernando González de Ortega, quien prestó dinero a un judío llamado don Saúl. Tras la muerte de don Saúl, González de Ortega intentó cobrar la deuda pero los herederos de don Saúl se negaron a pagar. El pleito duró casi 10 años e involucró a cientos de personas. El documento provee información valiosa sobre la participación de judíos en el arrendamiento de tierras y circul

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Judíos y eclesiásticos del Obispado de Osma:

arrendamiento de rentas y circulation del crédito


(Castiglia, siglo XV)
di Elisa Caselli*

1. Introducción1

Vuestro humilde servidor el licenciado Fernando González de Ortega, besa las re-
ales manos de Vuestra Alteza a la que plugo saber cómo en esta su Real Audiencia
fue dada una sentencia en mi favor por la cual me fueron mandados entregar todos
los bienes, deudas y haciendas pertenecientes a un don Saúl, judío, vecino que fue
de la villa de Coruña, por cierta suma de maravedíes que le hube prestado.

Con estas palabras comienza el escrito de apelación que, en el año


1494, el licenciado González de Ortega interponía ante los oidores de
la Real Audiencia de Valladolid. Las primeras fojas de este proceso no
presentan ninguna excepcionalidad, como tampoco su correspondiente
catalogación en el archivo2. Se trata de un juicio por el cobro de una deuda,
solicitado en el archivo al igual que todos aquellos que involucraban

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro de Estudios


Sociales e Interdisciplinarios del Litoral (Universidad Nacional del Litoral), Argentina,
Groupe d’Études Ibériques (École des hautes Études en Sciences Sociales) Francia; e-mail:
[email protected].
1. Abreviaturas: ARCHV, Archivo de la Real Chancillería de Valladolid; ARCHV.RE,
Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias; AGS.RGS., Archivo
General de Simancas. Registro General del Sello. La cita textual fue tomada de: ARCHV.
Pleitos Civiles, Fernando Alonso (F), 1496-1135-1.
2. El proceso (ibídem) se encuentra registrado bajo el siguiente título: «Pleito de Fernando
González Ortega, vecino de El Burgo de Osma (Soria), con Álvaro Daza, vecino de Almazán
(Soria), sobre la entrega al licenciado Fernando González, en virtud de una sentencia dada
a su favor, de una hacienda de vid que fue de Saúl Aljamy, judío difunto, por la que había
pagado 16.500* maravedíes; reclama a su sobrino Álvaro Daza tal cantidad por no haber
recibido nada de la hacienda salvo unas viñas de poco valor, que ya los judíos tenedores de
la hacienda han pasado a Portugal». [* la cifra indicada es errónea, el litigio es por 116.500
maravedíes].

23
judíos o conversos dentro del período estudiado. Sin embargo,
una vez transcripto en su totalidad, resultó ser una documentación
particularmente interesante, que permite ser abordada desde distintos
ángulos. Entre ellos hemos privilegiado indagar los elementos referentes
a la participación de judíos en el arrendamiento o recaudación de rentas
y en la circulación del crédito. Si bien el papel de los judíos en tales
actividades ha sido largamente estudiado3, el caso que aquí presentamos
reclama una justificada atención. Por un lado, debido a la información
que proporciona sobre un nivel mucho menos conocido dentro del
engranaje del arrendamiento como es el concerniente a subarrendatarios
menores, figuras de fundamental importancia en esos aspectos clave
de la economía. Por otra parte, el documento puede traducirse en un
avance significativo con relación a lo que hasta ahora se sabía respecto
de la intervención de eclesiásticos en el mercado crediticio. Aunque la
presencia de la Iglesia en el área ha sido constatada hace tiempo, en
especial en una segunda instancia, como adquirente de derechos sobre
bienes hipotecados o prendados y suscriptora de censos, no se había
verificado, al menos en el ámbito castellano, su participación directa
y oculta, adelantando a judíos el dinero destinado al otorgamiento
de préstamos a efectuarse bajo un interés considerado por entonces
usurario. En otras palabras, a través del proceso judicial estudiado se
puede comprobar el rol encubierto desempeñado por miembros de la
Iglesia en la trastienda de una escena, como la del crédito, en apariencia
dominada exclusivamente por judíos.
Además del caso citado, nuestro trabajo se nutre de fuentes de
procedencia preferentemente judicial (causas civiles y criminales,
notificaciones, emplazamientos, cartas ejecutorias, etc.) provenientes de
los más altos tribunales del reino castellano, existentes en el momento
estudiado, cuyos repositorios se encuentran en el Archivo General
de Simancas y en el Archivo de la Real Audiencia y Chancillería de
Valladolid. Cuando la explicación así lo requiere, se utilizan también
fuentes de naturaleza jurídica.

3. Por razones de espacio y debido a la amplitud de la bibliografía relativa a los temas


aquí tratados, tanto en este punto como en los restantes, nos limitaremos a citar historiografía
española. Entre otros investigadores, se han dedicado a estos temas: David Alonso García;
María Asenjo González; Juan Carrasco Pérez; Juan M. Carretero Zamora; Javier Castaño;
Antonio Collantes de Terán; Máximo Diago Hernando; Ágatha Ortega Cera; María del Pilar
Rábade Obradó y, por supuesto, una mención especial merecen los trabajos de Miguel Ángel
Ladero Quesada.

24
2. Texto y contexto de un largo pleito

El proceso que vamos a analizar tuvo sus orígenes en el año 1486, cuando
don Saúl Aljami y doña Úrsula, su esposa, ambos judíos, vecinos de villa
de Coruña, en tierras del Obispado del Osma, fallecieran víctimas de una
epidemia de peste. Entre otros compromisos, don Saúl había contraído
varias deudas con el licenciado González de Ortega, quien, enterado de
la muerte del deudor, pretendió cobrarle al fiador de la operación –que a
su vez era sobrino del difunto– o, en su defecto, a los a los herederos del
matrimonio, pero ante las evasivas de todos ellos, no halló otra alternativa
que iniciar una demanda por vía judicial. El rechazo a pagar por parte de
los familiares, además enfrentados entre sí ante la justicia, acusándose
mutuamente de haberse llevado bienes o de haber cobrado deudas o
recaudado sobre derechos dejados por don Saúl, obligaron al acreedor a
buscar pruebas en uno y otro sentido: debía demostrar, por un lado, que
existían bienes y derechos y, por otro, que estos se encontraban en poder de
sus herederos o bien que habían sido liquidados por ellos. La prosecución
de las probanzas lo llevó a recorrer los distintos lugares hasta donde se
extendían las actividades del difunto. Son precisamente las diligencias
realizadas en ese recorrido las que permiten reconstruir la participación
de don Saúl en el arrendamiento de rentas y en la circulación del crédito,
constituyendo una de las facetas más notables de este proceso. El otro
elemento relevante lo proporciona el hecho de que, en el momento de
otorgar el préstamo, el licenciado Fernando González de Ortega era nada
menos que vicario general del Obispado de Osma.
En cuanto al aspecto jurisdiccional, debemos señalar que todas las
villas y ciudades citadas en el pleito se hallaban comprendidas dentro de
los términos del mencionado obispado (ver Mapa 1), aunque corresponde
precisar que bajo el dominio de diferentes señores4: condeduque de
Mendoza, conde de Coruña, conde de Miranda y marqués de Denia.
Desde el punto de vista geo-económico, recordemos que se trata de una
zona naturalmente muy fértil, atravesada por la cuenca del río Duero,
que la dotaba de una copiosa vegetación de ribera o sotos (sauces,
álamos, fresnos… que en buena medida se conservan en la actualidad) y
de una gran riqueza ictícola; contando además con abundantes bosques
naturales en áreas de montaña. En la época estudiada disponía ya de una
importante producción de vinos y cereales.

4. Consignamos los nombres tal como aparecen mencionados en el proceso judicial.

25
Mapa I – Ámbito aproximado del Obispado de Osma, finales siglo XV

La multiplicidad de jurisdicciones recién aludidas hace que esta


causa suministre informaciones de sumo interés tanto sobre cuestiones
económicas –en especial, tratándose de un ámbito geográficamente
favorecido, con un notable movimiento productivo– y políticas como
en lo referente a la práctica de la administración de justicia. En efecto,
a lo largo del pleito intervienen diversos agentes judiciales: jueces
eclesiásticos, alcaldes de la justicia señorial, jueces del Consejo Real,
oidores de la Real Audiencia, jueces ejecutores de la justicia regia
y jueces judíos; asimismo, es posible apreciar la relevancia de las
actuaciones notariales en el desarrollo procesal ordinario. Resulta clave
apuntar que tales intervenciones no se producían de un modo sucesivo
sino superpuesto, ofreciendo así una muestra clarísima de la concurrencia
jurisdiccional y, por ende, de conflictos competenciales, tan propios del
período estudiado, siendo, al mismo tiempo, ejemplos muy difíciles de
hallar condensados en una misma causa judicial.
El litigio se extendió durante casi diez años –la última carta
ejecutoria está datada en 1496– y en él participaron, de una u otra
manera –como pleiteantes, testigos, abogados, jueces, notarios,

26
testigos notariales, etc.– cerca de 300 personas. Esto hace que el
texto concentre una información riquísima, en cantidad y en calidad;
información que es proporcionada por las presentaciones de las partes,
por las pruebas aportadas, pero sobre todo por las deposiciones de
una infinidad de testigos, cuyos testimonios fueron levantados en
distintos lugares a lo largo y a lo ancho del obispado. A partir de esas
referencias suministradas hemos ampliado la indagación, y con ello
acrecentado nuestro conocimiento sobre diversos aspectos, centrados
en dos temas principales (además del referido a la administración de
justicia, ya mencionado). Por un lado, lo concerniente a los miembros
de la catedral del Burgo de Osma y, por otro, todo lo relativo a la
comunidad judía. Respecto del primer tema, una aproximación inicial
muestra un grave conflicto en el interior de la iglesia (que era ya
perceptible en el expediente por los testimonios enfrentados de algunos
clérigos), motivado por las asignaciones de cargos y sus respectivos
beneficios; y da cuenta también de la gestión y diversificación de las
rentas eclesiásticas. En cuanto a la comunidad judía, se han revelado
datos interesantes sobre la situación económica y ocupacional de los
judíos comprendidos en la zona, como así también sobre las relaciones
entre las distintas familias (y aljamas) de la región. Por otra parte, este
litigio es uno más de aquellos que se hallaban en curso al momento
de decretarse la expulsión de los judíos, en marzo de 1492, y que
afectara de manera directa a un sinnúmero de pleiteantes, que de un
día al otro vieron impedida o dificultada la defensa de sus derechos,
como consecuencia inmediata del edicto; mientras que, quienes
se convirtieron, pasaron a un nuevo estatus y por ende a una nueva
situación jurídica5, entre otros cambios transcendentales que afectaron
su vida, por supuesto. Además de estas consecuencias claves, las
fuentes analizadas dejan ver las conversiones, los exilios y también
los regresos; los matrimonios o las familias separadas, y muchas veces
vueltas a reunir, tras un exilio casi siempre traumático, constituyen
algunos de los aspectos que con mayor claridad se pueden apreciar en
este tipo de documentación. Dentro de las problemáticas susceptibles
de ser abordadas, hemos optado por tratar aquí aquella vinculada a los
préstamos y el arrendamiento de rentas, como ha sido dicho.

5. Hemos estudiado estos temas en: Elisa Caselli, Antijudaïsme, pouvoir politique et
administration de la justice. Juifs, chrétiens et convertis dans l’espace juridictionnel de la
Chancillería de Valladolid (XV-XVI siècles), Anrt, Lille 2016.

27
3. Crédito y fiscalidad en la Castilla bajomedieval

A comienzos del siglo XV, en especial desde 1425-1430, pueden


apreciarse en toda Castilla, y en particular en el valle del Duero, síntomas
inequívocos de superación de la crisis económica bajomedieval6.
Crecimiento demográfico, expansión de la agricultura, aumento
de la producción ganadera son algunos de los indicadores de ese
mejoramiento. Pero donde más se evidencia la recuperación económica
es en el desarrollo del comercio y las finanzas7. El sector mercantil
adoptó técnicas operativas más avanzadas –como la conformación de
compañías, el registro contable por partida doble o el seguro marítimo,
entre otras– por lo general de origen flamenco o italiano, que facilitaron su
perfeccionamiento y acrecentaron su competitividad. Una de las claves de
tal expansión se hallaba en la financiación de las operaciones comerciales
–ya sea para aquellas realizadas por pequeños y medianos comerciantes
como para transacciones mayores a escala europea– protagonizada por la
difusión de la letra de cambio8. Ello propició en Castilla el surgimiento
de distintos tipos de «bancos» –aunque el concepto remita a una agencia
social completamente distinta aún a la que se desarrollaría y asentaría
en los siglos posteriores9. Los más numerosos eran los particulares,
aunque también existían los «públicos» –así denominados por contar
con autorización real o de las ciudades, pero que en realidad estaban
manejados por manos privadas10– y los «bancos de ferias»11. Ahora bien,
quienes realizaban las actividades financieras no eran ajenos al mundo
mercantil. Si bien recibían depósitos, abrían cuentas y utilizaban sistemas
de transferencias mediante letras de cambio, su principal ocupación

6. Hilario Casado Alonso, La economía en las Españas medievales (c. 1000-c. 1450), en
Francisco Comín, Mauro Hernández y Enrique Llopis, (eds.) Historia económica de España,
siglos X-XX, Crítica, Barcelona 2002, p. 40.
7. H. Casado Alonso, Comercio, crédito y finanzas públicas en Castilla en la época de
los Reyes Católicos, en Antonio Bernal (ed.), Dinero, moneda y crédito en la Monarquía
Hispánica, Marcial Pons, Fundación Ico, Madrid 2000, pp. 136-137.
8. H. Casado Alonso, Comercio, cit., p. 138 y La economía, cit., pp. 40-41.
9. Las actividades bancarias se conducían sobre los «terrenos movedizos» de una
moralidad social eminentemente religiosa. Ver: Bartolomé Clavero, Antidora. Antropología
católica de la economía moderna, Giuffrè, Milano 1991, pp. 42-45.
10. Elena García Guerra, Una profesión de riesgo. El mercader-banquero castellano
durante el siglo XVI, en Ángel Alloza Aparicio, Francisco Fernández Izquierdo, Elena
García Guerra (eds.) Comercio, banca y sociedad en los reinos hispánicos (siglos XIV-XVIII),
Polifemo, Madrid 2012, p. 83.
11. Alberto Marcos Martín, España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad,
Crítica, Barcelona 2000, p. 139.

28
«estaba todavía muy ligada a su papel de comerciantes y el ser banqueros
era una parte de su tarea en los negocios»12.
Otro aspecto clave e íntimamente vinculado al anterior residía en la
fiscalidad y el manejo de las rentas reales. Comencemos por recordar
que en el tiempo que nos ocupa los ingresos fiscales ordinarios se
componían, fundamentalmente, de: alcabalas y tercias reales (80%),
diezmos aduaneros (12%), regalías de salinas (3,5%), servicios y
montazgos (2,5%) y otros derechos menores (2%)13. Durante el reinado
de los Reyes Católicos, el volumen global de ingresos ordinarios creció
considerablemente: pasó de unos 150 millones de maravedíes anuales en
1481 a cerca de 318 millones para 150414, aunque debe señalarse que no
se trata de un aumento en términos absolutos, pues cabría considerar el
incremento de población, el crecimiento económico, la variación de las
rentas enajenadas (algunas recuperadas a inicios del reinado, pero vueltas
a enajenar, producto de negociaciones permanentes con la nobleza)15.
Las alcabalas y las tercias16, es decir, la porción más importante de
estos ingresos se percibía a través del arrendamiento. En pocas palabras,
podría decirse que se trataba de un procedimiento mediante el cual, a
través de subastas públicas, un agente particular (por lo general, también
comerciante) accedía al cobro de una o varias rentas a cambio de un
precio determinado, durante un plazo que se definía en el acto mismo del
arriendo y que podía ir de uno a cinco años17. En dichas subastas, que

12. E. García Guerra, Una profesión, cit., p. 83.


13. Miguel A. Ladero Quesada, Fiscalidad regia y génesis del Estado en la Corona de
Castilla (1252-1504), en Espacio, Tiempo y Forma, S. III, Medieval, t. 4, Madrid, 1991,
pp. 102-103. En cuanto a los ingresos extraordinarios (contribuciones extraordinarias de
la Hermandad de ciudades, de Cruzada, de las Órdenes Militares, de judíos y mudéjares,
ventas de juros, etc.), estos variaban según los años, en el reinado de los Reyes Católicos
su proporción creció con respecto al período precedente, pasando a representar un valor
promedio del 60 al 75% con relación a los ordinarios. Ver, del mismo autor: La Hacienda
Real de Castilla, 1369-1504, Real Academia de la Historia, Madrid, 2009, p. 653.
14. Miguel A. Ladero Quesada, La Hacienda, cit., p. 40 y La España de los Reyes
Católicos, Alianza, Madrid 2005, p. 174.
15. Cfr. Bartolomé Yun Casalilla, El siglo de la hegemonía castellana (1450-1590),
en Historia económica, cit., pp. 51-84; H. Casado Alonso, Comercio, cit.; M.A. Ladero
Quesada, Fiscalidad, cit.
16. Recordemos que la alcabala era un tributo que gravaba la circulación de mercancías
con un 10%; mientras que las tercias reales, correspondían a una porción de las rentas
eclesiásticas (2/9 del diezmo) cedidas por la Santa Sede a Castilla a partir del siglo XIII.
M.A. Ladero Quesada, Fiscalidad, cit., p. 100.
17. David Alonso García, Poder financiero y arrendadores de rentas reales en Castilla a
principios de la Edad Moderna, en Cuadernos de Historia Moderna, 31 (2006), p. 118; M.A.
Ladero Quesada, Fiscalidad, cit., p. 105.

29
se hallaban reglamentadas desde el siglo XIII, los arrendatarios pujaban
entre sí con el fin de adquirir el control de la renta en cuestión y para
la cual los contadores de la Real Hacienda pretendían lograr el mayor
monto posible, obviamente. El pago del precio acordado se pactaba en un
anticipo de contado o (lo más frecuente) en un adelanto y el resto dividido
en libranzas18. En 1495 el sistema cambió por el de encabezamiento, no
obstante ello no se tradujo en una modificación sustantiva en el manejo
de la recaudación a nivel local, pues las ciudades encabezadas acababan
por trasladar la gestión a arrendadores, con lo cual el negocio fiscal19
continuaba casi sin alteraciones.20 Cabe señalar que el sistema entrañaba
una gran complejidad, que daba lugar, a su vez, a competiciones feroces
–con frecuencia apreciables en la documentación judicial– y a arreglos
ocultos o semi-ocultos entre los interesados. Muchas veces, la presencia
nominal de numerosos arrendadores escondía relaciones más amplias y
estrategias financieras entre ellos.21 Se conformaban verdaderas redes de
arrendadores, recaudadores y fiadores, que por lo general constituían las
denominadas «compañías», aunque no siempre se rigieran por contratos
formales, como veremos más adelante.
Atendiendo a las características de la fiscalidad del período, debe
precisarse que el arrendamiento no equivalía a una «delegación»
administrativa, sino que se trasladaba al arrendatario los derechos sobre la
renta y con ellos la capacidad de recaudarla. El hecho de que la operación
pudiera derivar para este último en «pérdida o ganancia» demuestra que
no había allí una delegación, sino el traspaso del tributo22. La cuestión
esencial subyacente es que la fiscalidad de Antiguo Régimen debe ser

18. Recordemos que las libranzas eran órdenes de pago emitidas por la Contaduría o la
Tesorería real, generalmente a favor de proveedores o bien de militares u otros oficiales de
la Monarquía para el pago de sus salarios, sobre las rentas arrendadas en diversas partes del
reino. A lo largo de nuestra investigación, hemos hallado numerosos pleitos originados por la
dificultad que encontraban los beneficiarios para hacer efectiva la libranza.
19 .Tomamos la expresión de Ágatha Ortega Cera, Arrendar el dinero del Rey. Fraude
y estrategias financieras en el Estrado de las Rentas en la Castilla del siglo XV, en Anuario
de Estudios Medievales, 40 (2010),1, pp. 223-249.
20. Juan M. Carretero Zamora, Los arrendadores de la Hacienda de Castilla a comienzos
del siglo XVI (1517-1525), en Studia Histórica, Historia Moderna, 21 (1999), pp. 153-190;
D. Alonso García, Poder, cit.
21. D. Alonso García, Poder, cit., p. 123; Á. Ortega Cera, Arrendar, cit., p. 227.
22. David Alonso García, El sistema fiscal castellano (1503-1536). Elementos de análisis,
palabras de discusión, en F.J. Guillamón Álvarez, J.D. Muñoz Rodríguez, D. Centenero De
Arce (eds.), Entre Clío y Casandra. Poder y sociedad en la Monarquía Hispánica durante la
Edad Moderna, Cuadernos del Seminario Floridablanca, Universidad de Murcia, 6 (2005),
pp. 242-243.

30
considerada en el marco de una economía antidoral23, dentro de la cual
el adelanto del dinero por parte del arrendatario era entendido como un
servicio al rey24 y el negocio fiscal consecuente como un beneficio25,
fruto de la merced recibida.
En este marco y como muy bien señala David Alonso, los tributos
traspasados, ya sea vía arrendamiento o gestión del encabezamiento,
obraban como garantía del dinero adelantado26, en otras palabras,
como aval de un crédito. Los sistemas fiscales de Antiguo Régimen
se desarrollaban precisamente en torno a operaciones crediticias,
articuladas, a su vez, en torno al capital mercantil27. Esta estrecha
vinculación entre fiscalidad y crédito con relación a la Hacienda Real, que
hemos apenas esbozado, se extendía, ramificándose y reproduciéndose
en sucesivas escalas, en el conjunto del reino, comprendidas –nos
interesa remarcar este aspecto– las jurisdicciones señoriales, ya sean
laicas o eclesiásticas. En efecto, estos espacios disponían de un nutrido
elenco de gente especializada, escribanos, amanuenses, contadores, y
en especial, mayordomos, que llevaban adelante la gestión económica
y financiera del señorío28. Aunque algunas casas nobiliarias contaban
con personal de servicio suficiente como administrar y recaudar sus
rentas, la mayoría optaba por arrendarlas, aplicando el sistema más
arriba apuntado.
Con frecuencia contadores y mayordomos tejían sus propias redes
clientelares que les permitían ejercer su influencia e incluso llegar a
arrendar varias rentas a la vez, vinculándose a ayuntamientos, cabildos
catedralicios, o varias casas aristocráticas de manera simultánea29. Como
es sabido, resulta muy común hallar a judíos ejerciendo estas funciones
administrativas clave y cumpliendo, asimismo, un papel central en el
otorgamiento de préstamos y en el arrendamiento y recaudación de
rentas, tanto señoriales como regias. Detengámonos un momento sobre
este punto.

23. B. Clavero, Antidora, cit., passim.


24. D. Alonso García, El sistema fiscal, cit., p. 243.
25. B. Clavero, Antidora, cit., pp. 62-66.
26. D. Alonso García, El sistema fiscal, cit., pp. 253-254.
27. Ibídem.
28. Miguel Gómez Vozmediano, La gestión patrimonial de la aristocracia castellana.
Burocracia señorial, práctica contable y reflejo documental (siglos XV-XVIII), en Comercio,
banca y sociedad, cit., pp. 227-277.
29. M. Gómez Vozmediano, La gestion, cit., p. 244.

31
4. Judíos prestamistas y recaudadores: estereotipos y realidades

En los siglos bajomedievales, las figuras del prestamista o del


recaudador de impuestos se encontraban, sin lugar a dudas, entre
las de menor estima social. En tanto se trataba de tareas a menudo
desempeñadas por judíos, el rechazo por ellas provocado se erigió
como una de las columnas principales sobre las que, secularmente,
se sostuvo y se alimentó el antijudaísmo. Las prédicas antijudías, que
se nutrían de amenazas apocalípticas, sacrilegios y crímenes rituales
supuestamente cometidos por judíos, hallaban en tales actividades una
materialización clara y papable en la vida cotidiana. En la mirada de un
campesino o un artesano cristiano, el judío que golpeaba su puerta para
cobrar tributos o reclamar el pago de una deuda se conjugaba con lo que
habían oído en sermones o en prédicas: ellos solo pretendían apoderarse
de sus bienes y destruir la cristiandad; la prueba estaba a la vista. Al
mismo tiempo, los frescos de las iglesias, las pinturas, los retablos, la
literatura, el teatro religioso, ayudaban a difundir y acrecentar la imagen
de un judío tramposo, engañador y, en particular, usurero. Se fraguó
así un estereotipo que, como tal, resulta sumamente difícil de revertir.
A tal punto es así que cierta historiografía tradicional supo presentar
el mundo del dinero de entonces como un ámbito dominado casi
excluyentemente por judíos30. En las últimas décadas han proliferado
los estudios bien fundamentados, en especial sobre casos concretos,
que, a través del análisis de documentación de procedencia diversa,
muestran con precisión y rigurosidad la fiscalidad castellana del período
y, con ella, una participación más compleja y no exclusiva de judíos en
tales actividades, y algo similar sucede con relación a la circulación del
crédito31.
Sin embargo, persisten aspectos susceptibles de ser ampliados o sobre
los cuales cabría enfatizar; uno de ellos es que arrendamiento y crédito
parecieran transitar por carriles paralelos, desatendiéndose, de alguna
manera, la estrecha vinculación que en la operatoria cotidiana existía
entre ambos. Por otra parte, se ha investigado muy bien la participación
directa de cristianos en materia crediticia, en especial respecto del
crédito caritativo32 que surgió a lo largo del siglo XV como respuesta a

30. Es la imagen que se desprende, por ejemplo, de la lectura de España, un enigma


histórico de Claudio Sánchez Albornoz, Sudamericana, Buenos Aires, 1956, pp.163-297.
31. Vid supra, nota 3.
32. Los Montes de Piedad nacidos en Italia en este período no se conocerán, como tales, en

32
la «usura Judía», pero se ha insistido menos en la intervención solapada
u oculta de los cristianos operando a través de manos judías. Algo
similar sucede con las compañías de arrendadores formadas por judíos
y cristianos. Las fuentes judiciales ayudan en buena medida a clarificar
estas vinculaciones. Cuando un contrato no era respetado por una de las
partes, por regla general se acudía a la justicia, dejando las constancias
de tales participaciones. Respecto de este punto, los pleitos reflejan
acuerdos rotos por el incumplimiento entre contratantes o bien litigios
entre compañías rivales (con frecuencia integradas cada una por judíos
y cristianos) que recurrían a la justicia por desacuerdos surgidos en la
adjudicación del remate. A continuación incluimos un cuadro con unos
pocos ejemplos correspondientes al último cuarto del siglo XV:

Cuadro I – Judíos y cristianos socios (S) o rivales (R) en el arrendamiento de rentas

Año Nombres Lugar

1477 Ferrand González / Mosé Mosoria S Alcalá de Henares

1479 Juan de Cuéllar / Bueno Abulafio S Toledo

1480 Alfonso Fernández / Yucé Abenazar R Zamora

1485 Fernando Sáenz Sastre / Isaque Fromista S P. del Arzobispo

1486 Juan de la Rúa / Mosé de Cuellar [ref de 1488] R Salamanca

1488 Pedro Rodríguez del Águila /Yuçe Abenaex S Córdoba

1489 Rabí Salomón Abendañon / Juan Bravo y otros S Villa de Ocaña

1491 Juan Rodríguez de Medina / Simuel Gatiel S Medina del Campo


1492 García de Medina / Isaq Amigo S Medina del Campo

Fuentes: Archivo General de Simancas. Registro General del Sello33 y Archivo de la Real
Audiencia y Chancillería de Valladolid34.

la península ibérica hasta mucho tiempo después. En el caso castellano surgieron, en cambio,
otras formas de crédito caritativo. Ver, por ejemplo: Javier Castaño, Crédito caritativo en
la Castilla de mediados del siglo XV: los estatutos de las “Arcas de la Misericordia” y la
“usura” judía, en Paola Avallone (a cura), Prestare ai poveri. Il credito su pegno e i Monti de
Pietà in area Mediterranea (secoli XV-XIX), CNR, Napoli 2007, pp. 101-143.
33. AGS. RGS. 1477.457 / AGS.RGS. 1480.252 / AGS.RGS. 1480.186
34. ARCHV. Pleitos Civiles Masas (F) 74.06 / ARCHV.RE 1488.12.30 / ARCHV.RE.
1488.17.42/ ARCHV.RE. 1489.21.29 / ARCHV.RE. 1491.42.23 / ARCHV.RE. 1492.46.45.

33
Una precisión resulta pertinente con relación a los nombres cristianos
–válida tanto para estos casos como para otros mencionados en este
trabajo– y es que, en ocasiones, bien podría tratarse de judeoconversos,
aunque no siempre, ni necesariamente ocurriera así. Otra aclaración de
suma importancia es la referida a la legislación. En el terreno jurídico, el
antijudaísmo más arriba mencionado puede apreciarse a través de un largo
derrotero que se remonta a los primeros tiempos del cristianismo. Las
prístinas imprecaciones neotestamentarias o patrísticas dirigidas contra
judíos fueron trocándose en cánones –hecho comprobable al menos
desde el Concilio de Elvira, a principios del siglo IV– y en disposiciones
normativas de diversa procedencia que, con el devenir del tiempo, se
hicieron cada vez más minuciosas y precisas. En los ordenamientos del
periodo que nos ocupa, herederos de la profusa producción jurídica de
los siglos medievales castellanos, son varios los capítulos que, con una
clara intención segregacionista, se dedican a normar la vida de los judíos.
La constante que desde un comienzo persiguieron tales disposiciones
era la de impedir cualquier superioridad judía: «de manera que ningún
judío nunca tuviese jamás lugar ni oficio público que pudiese apremiar a
ningún cristiano en ninguna manera»35. La normativa se sostendría sobre
estos postulados, con idénticas restricciones repetidas a lo largo de los
siglos XIV y XV, hasta el momento mismo de la expulsión, incluidas las
disposiciones emanadas de Cortes. Entre los oficios interdictos destacan,
en especial, los de arrendadores y recaudadores de las rentas reales, que
eran los que mayor malestar social provocaban, pues, según expresaban
los representantes de las ciudades en las reuniones de Cortes, cobraban
«grandes cuantías e mucho más de cuanto [los pecheros] deben pagar»36.
En 1484, se reiteraba:
que los judíos no sean osados de ser oficiales […] nuestros ni del príncipe […] ni de
los duques, condes e caballeros […] de nuestros reinos ni de alguno dellos ni sean
recaudadores ni contadores ni cogedores por nos ni por ellos […] que ningún judío
[…] fuese osado de arrendar las rentas […] fuesen alcabalas pedidos e monedas
tercias ni portazgos ni otras rentas algunas. Ni sean fieles ni cogedores recaudadores
ni receptores […] ni fiadores […] ni arrienden los diezmos ni otros derechos de la
Iglesia37.

35. Las Siete Partidas del Rey don Alfonso el Sabio, Imprenta Real, Madrid 1807. Partida
VII, Título XXIV, Ley III.
36. Cortes de los Antiguos Reinos de León y de Castilla, Real Academia de la Historia,
Imprenta Rivadeneyra, Tomo I, Madrid, 1861. Cortes de Madrid de 1339, Ítem 2.
37. Ordenanzas Reales, Alonso Díaz de Montalvo, Huete, 1484. Libro Octavo, Título III,
Leyes IV y XXIX.

34
No obstante, debe decirse que, a pesar de la profusa legislación al
respecto, los judíos tuvieron un papel esencial como administradores,
arrendadores y receptores de rentas regias, señoriales y eclesiásticas38.
Lo cual habla de la complejidad de la fiscalidad del período, la
dificultad de reducirla a un mero asunto impositivo y la imposibilidad
de estudiarla desligada de la cuestión del crédito, como bien señala
David Alonso. En el marco de una economía antidoral, de servicios,
mercedes y contraprestaciones, los reyes recibían en Cortes las quejas
que presentaban las ciudades sobre los receptores judíos –no solo porque
cobraban de más, como decían, sino porque eran una competencia
indeseada para los arrendamientos– y les concedían a estas, como merced,
las leyes que solicitaban, entre otras razones porque el monarca estaba
negociando, en esas mismas instancias, los tributos que las ciudades se
hallaban dispuestas a asumir. Pero, dentro de esta misma lógica, también
los nobles, los eclesiásticos y los judíos elevaban sus peticiones al rey,
obteniendo mercedes, frecuentemente a modo de excepciones respecto
de una o varias leyes, a cambio de determinados servicios.
Si llevamos lo dicho a un espectro más amplio, veremos que, en el
caso de los judíos, la contraprestación o servicio ofrecido, se trate de
la Corte o de un señor, tomaba la forma de un auxilio administrativo
o de dinero. Pero ese dinero adelantado a la Hacienda Real u ofertado
en remates de menor cuantía, a nivel local, no procedía solamente de
judíos, sino de fondos por ellos administrados (pertenecientes a nobles,
a eclesiásticos y también a judíos, por supuesto), donde los réditos
provenientes de los préstamos a interés, que aparecían como otorgados
solo por judíos, jugaban un papel esencial. Y tal esquema se reproducía
a escalas menores en todo el ámbito del reino. Vale aquí recordar que,
durante el período estudiado, si bien comenzaba a percibirse cierta
tolerancia respecto de una recompensa o interesse por el usufructo de un
bien usado39, la usura (o logro) conservaba toda su matriz pecaminosa. En
tanto era sinónimo de medrar a costas del prójimo, constituía una figura
delictiva y, al mismo tiempo, un grave pecado, razón por cual devenía en
materia punible en ambas órbitas jurisdiccionales: real y eclesiástica40.

38. Debemos decir que algo similar sucedía con casi todas las disposiciones atinentes a
judíos. Hemos estudiado largamente este tema en nuestro trabajo: Antijudaïsme, ya citado.
39. Hugo de Celso, Las leyes de todos los reinos de Castilla, abreviadas y reducidas en
forma de repertorio decisivo, Valladolid 1538; entrada: interesse.
40. Mientras que para los cristianos estaba vedado el préstamo a interés, a los judíos
se les permitía, pero siempre marcando los límites de la tasa a percibir, por lo general, se
establecía un máximo del 25%.

35
Por otra parte, el manejo del dinero era tenido por denigrante, ubicando a
los oficios generados en torno a él (corredores, recaudadores, etc.) al lado
de los considerados viles. En consecuencia, prestar dinero comportaba
no solo una carga punible sino que (y muy especialmente) privaba al
prestamista de toda estima social.
Así como resultan de gran utilidad para apreciar la participación de
cristianos en materia de arrendamientos, las fuentes judiciales devienen
en piezas clave a la hora de comprobar su intervención oculta en el
manejo del crédito. Los hechos han quedado en evidencia no solamente
debido al incumplimiento de un contrato o ante un imprevisto, como el
caso que vamos a analizar, sino también (y de un modo relevante) en
un contexto extremo como fue el provocado por el edicto de expulsión,
cuando los acreedores desesperaron ante la posibilidad de que los judíos
que les debían se fuesen sin pagar41.
Con relación a la Iglesia, desde hace tiempo se ha comprobado
su participación en las operatorias crediticias, como señaláramos
al principio, aunque solo en instancias secundarias, en especial,
adquiriendo derechos sobre bienes prendados o hipotecados (en estrecha
vinculación a su interés por los censos al quitar)42. Sin embargo, más
difícil es encontrar compromisos directos que muestren el anticipo del
dinero para ser empleado en el otorgamiento de préstamos, calificados de
usurarios, como el que obligaba a don Saúl Aljami con el vicario general
del Obispado de Osma, donde, según lo pactado, este último percibió
intereses también usurarios. Previo al hallazgo de este documento,
teníamos serias sospechas, basadas en sucesivas denuncias de vecinos del

41. No es lugar aquí para extendernos sobre el tema, pero a modo de ejemplo, podemos
mencionar el caso de Mosé Barroso, quien tenía un compromiso con el duque de Alburquerque,
arrendando de él, además, ciertas rentas. Cuando se conoció el edicto de expulsión, el duque
le exigió el pago inmediato de todo lo pendiente. Mosé, sabiendo que en esas circunstancias
no lograría cobrar los préstamos ni recaudar lo que se le debía, vendió una viña con su casa
para satisfacer al duque, quien, no obstante lo cual, como el monto no cubría la deuda, ordenó
que lo pusieran en prisión. Logró ser liberado cinco días antes de la fecha límite y salió hacia
Portugal. Unos años después, bajo el nombre cristiano de Fernando Pérez de Cuellar, regresó
y, como tantos otros, entabló un juicio para recuperar sus bienes y derechos. ARCHV. RE.
1498-127-12.
42. Ver, por ejemplo, Francisco Ruiz Gómez, Usura judía y préstamo eclesiástico.
Contribución al estudio de los orígenes del censo al quitar en Castilla, en Francisco Riuz
Gomez, Manuel Espada Burgos (eds.), Encuentros en Sefarad. Actas Congreso Internacional:
Los judíos en la historia de España, Actas del Congresos Internacional ‘Los judeos in la
Historia de España’ (1985, Ciudad Real), Istituto de Estudios Manchego, Ciudad Real 1987,
pp. 71-102.

36
obispado, en las cuales se quejaban de la presión ejercida por parte de los
eclesiásticos para que ellos pagaran sus deudas –es decir, en estos casos,
la preocupación de los religiosos no estaba centrada en el bien prendado,
sino en el dinero líquido– bajo amenazas o directamente aplicando la
excomunión. En sus sentencias, los jueces eclesiásticos se pronunciaban
a favor de los acreedores judíos y excomulgaban a los deudores cristianos
–como castigo por incumplir el juramento efectuado al contraer la deuda
–, instándolos a que pagasen a los prestamistas43. Los cristianos, en tanto,
desconfiando de la ecuanimidad del vicario y demás jueces obispales44,
acudieron ante la justicia regia; pero la jurisdicción real fue rechazada
por los judíos, quienes solicitaron que el caso se tratara ante el tribunal
eclesiástico45. Como descubriríamos más tarde, el vicario en esos años
era, justamente, el licenciado Fernando González de Ortega. Desde el
Consejo Real enviaron, en varias oportunidades, jueces comisionados
para resolver los conflictos46, pero sus sentencias –en contra de los
judíos– fueron rechazadas y resistidas47. Casos similares se repitieron
en los obispados de Sigüenza, Guadalajara y Ciudad Rodrigo48. De allí
la importancia que, en nuestra opinión, tiene el proceso judicial que
analizamos, al menos en el marco de la historiografía sobre Castilla.
No obstante, su riqueza no se reduce a este solo aspecto; entre otras
reconstrucciones posibles, el extenso pleito permite una aproximación
a la gestión económica y financiera de un prestamista y arrendador de
relativa envergadura.

5. Las actividades de don Saúl Aljami

Como acabamos de señalar, don Saúl era un arrendador y prestamista


de nivel intermedio, lo que añade interés al caso, pues como es obvio
son mejor conocidas las actividades de los judíos cercanos a Corte o
de las principales compañías directamente vinculadas a la Hacienda

43. AGS. RGS., 1483.10.29 / AGS. RGS. 1485.9.141 / AGS. RGS. 1485.7.142
44. Denunciaban que los judíos eran favorecidos «en la dicha villa del Burgo por el
vicario e otras personas de la iglesia en la dicha villa» AGS. RGS. 1485.7.74
45. AGS. RGS. 1485.1.67 / AGS. RGS. 1485.3.45
46. AGS. RGS. 1485.3.44
47. AGS. RGS. 1485.7.122
48. He estudiado detenidamente el tema en: E. Caselli, Antijudaïsme, cit., pp. 149-158.

37
Real49. En tanto que arrendador directo, él tenía a su cargo las rentas
del conde de Coruña, del marqués de Denia, del conde de Miranda y
del cabildo catedralicio del Burgo de Osma; mientras que, al mismo
tiempo, era subarrendador de las rentas reales. A su vez, don Saúl
trasladaba las rentas señoriales en contratos de subarriendo, mientras
que sub-subarrendaba las rentas reales50, a través de contratos directos
con personas de su confianza y sin mediar ninguna instancia formal de
remate, pero conformando, de todos modos, una auténtica compañía. En
cuanto al tributo, para cuando llegaba a la puerta de aquellos que debían
pagarlo, este había pasado ya por tres eslabones, incrementándose en
cada uno de ellos. Simultáneamente, don Saúl otorgaba préstamos de
poca cuantía a labradores y artesanos con dinero proveniente, por un
lado, de personas que lo ponían en su mano con dicho fin y a quienes
pagaba intereses y, por otro, de las recaudaciones que iba realizando y
cuyas liquidaciones iba demorando; en otras palabras, operaba como un
incipiente «banco privado»51. Uno de los testimonios más valiosos sobre
tales gestiones lo brinda, en calidad de testigo de la causa, Rabí Ona,
quien fuera «tenedor del libro de don Saúl»52, sus deposiciones, sumadas
a las de otros declarantes, ayudan a reconstruir de manera aproximada
la situación patrimonial de nuestro arrendador. Si bien muchos datos
permanecen en zonas de sombras, no es poca la información que a lo
largo del proceso se proporciona, en especial, gracias a la habilidad del
demandante –no olvidemos que se trataba de un licenciado que había
actuado como vicario del obispado– para probar la existencia de bienes
en poder de los herederos, de los cuales, se presuponía, sus derechos
como acreedor podían ser satisfechos. De allí que resulte posible realizar
una aproximación mucho más precisa de los activos que de los pasivos.
Sin embargo, las obligaciones que comprometían el patrimonio, aunque
con menos nitidez, también se hacen presentes. El cuadro estimado sería
el siguiente:

49. Miguel A. Ladero, La Hacienda, cit., pp. 520-528, ofrece una nómina de arrendadores
judíos, pero en ella no aparecen ninguno de los nombres encontrados en el caso aquí estudiado,
entendemos que por tratarse de arrendadores menores.
50. Son muy escasos los conocimientos respecto del «arrendamiento al por menor». Cfr:
Á. Ortega Cera, Arrendar, cit., p. 228.
51. E. García Guerra, Una profesión, cit., p. 84, nota a pie.
52. En adelante, todas las expresiones entrecomilladas, salvo indicación en contrario,
están tomadas de ARCHV. Pleitos Civiles, Fernando Alonso (F), 1496-1135-1.

38
Cuadro II – Situación patrimonial aproximada de don Saúl Aljami (en maravedíes)

Activos Pasivos

Bienes raíces53 300.000 Oblig. por arrendam. 750.000 [?]

Deudas por cobrar54 300.000 Otras obligaciones 176.000 [?]

Bienes de cambio55 150.000

Bienes muebles56 150.000

Dinero al contado 1.000 [?]

Los signos de interrogación indican que la cifra puede no ser la definitiva.

Como puede apreciar el lector, tres de las cifras proporcionadas


dejan dudas. Respecto del dinero, no hubo tasación posible (como sí
ocurrió con los otros bienes), y los familiares, aun peleados entre sí,
coincidieron en señalar que, en «dineros contados» solo se encontró
lo que don Saúl «llevaba en su cinto» al momento de morir, algunos
declararon que eran 25 reales de plata (unos 775 maravedíes), otros
1.000 maravedíes. Una cifra que resulta difícil de aceptar, pues según
las deposiciones de varios testigos, habitualmente él manejaba mucho
dinero. En cuanto a las obligaciones por arrendamientos (ver Cuadro
III), debemos decir, en primer lugar, que el monto total es incompleto,
pues del contrato firmado con el cabildo catedralicio del Burgo de Osma,
se dice que se encuentra pendiente de pago, pero no se suministran las
cifras. En cuanto a los compromisos con el marqués de Denia y con el
Conde de Coruña, se informan las cifras globales de lo adeudado a cada
uno, pero nada sabemos respecto de los anticipos efectuados, si es que
los hubo. Con relación a las rentas reales, los datos son más precisos.
Se trata de un contrato de subarrendamiento suscripto por un total de
120.000 maravedíes, cuyo arrendador principal frente a la Hacienda Real
era Pedro de Santa Cruz –su compañía se encontraba por entonces entre

53. Según lo declarado, poseía: una casa con viña, huerta y palomar en Coruña del Conde,
más otra casa en Arauzo de Salce, más un molino.
54. De acuerdo a lo registrado en sus libros «hasta ocho días antes de morir» [suponemos
que hasta antes de caer enfermo]. No es posible determinar cuánto de esto corresponde a
préstamos y cuánto a rentas por cobrar.
55. Se incluyen en este ítem: 600 fanegas de trigo, 300 fanegas de cebada, 300 fanegas
de centeno y 300 canteras de vino.
56. Se consideran aquí los objetos y atavíos de casa (mantas de pared, tapicería, muebles,
etc.) más adornos, alhajas, tocados y demás piezas de valor.

39
las más destacadas del reino, pero su importancia crecería aún más57–
y, al momento de la muerte de don Saúl, quedaban pendientes de pago
55.000 maravedíes más 200 fanegas de trigo58. Si recordamos la cifra
aproximada de los ingresos reales antes apuntados, comprobamos que la
gestión de don Saúl era en verdad de muy escasa envergadura.
Cuadro III – Obligaciones por arrendamiento y subarrendamiento

Marques de Denia 300.000


Conde de Coruña 300.000
Conde de Miranda 95.000
Cabildo del Burgo de Osma Cifra desconocida
Pedro de Santa Cruz (rentas reales) 55.000 + 200 fanegas de trigo

Cuadro IV – Arrendamiento con la Hacienda Real

Arrendador Subarrendador Sub-subarrendadores

Pedro de Santa Cruz Saúl Aljami Jaco Aljami


Fiadores: Isaq Aljami
Martín Alonso Abrahim Aljami
Hacienda Real Pedro Sánchez Rabí Ona
Pedro de Lodosa
Sancho de Cepeda

Cada uno de los contratos suscriptos se hallaba avalado por dos, tres o
más fiadores, figuras, asimismo centrales en los mecanismos de arriendo,
que vivían de esta tarea de brindar avales, riesgo que jamás se asumía de
manera gratuita, obviamente59. En todos los casos, los fiadores de don
Saúl eran cristianos, mientras que, aquellos encargados de recaudar las
rentas o de cobrar los préstamos eran siempre judíos60, como puede verse

57. Sobre este arrendador se puede ver: Máximo Diago Hernando, Arrendadores
arandinos al servicio de los Reyes Católicos, en Historia. Instituciones. Documentos, 18
(1991), pp. 71-95; D. Alonso García, El sistema fiscal, cit.
58. Para poder establecer un total aproximado hemos estimado su valor según los datos
proporcionados en la tasación de lo contenido en el granero de don Saúl.
59. Es frecuente hallar juicios con fiadores condenados a pagar mediante la ejecución de
sus bienes y, si ello no cubría la deuda, se ordenaba que fueran conducidos a prisión.
60. Aclaramos que los mencionados en el Cuadro IV no eran los únicos sub-
subarrendadores; los había más, todos ellos judíos.

40
en el Cuadro IV. Los contratos suscriptos con los sub-subarrendadores,
cuya red cubría casi todo el espectro obispal, iban de 45.000 a 65.000
maravedíes, lo que muestra que nos encontramos en la escala más baja
de la recaudación fiscal61.
Con relación a las otras obligaciones, solo disponemos de los contratos
firmados con el licenciado Fernando González de Ortega, aportados como
prueba a la causa. Se trata de tres compromisos por un total de 110.000
maravedíes62 –signados ante escribano público entre abril y mayo de
1486, con vencimientos escalonados entre agosto del mismo año y febrero
de 1487– de cuyo monto don Saúl recibió un importe menor, pues cada
préstamo contenía intereses «usurarios» no declarados que se habían
descontado de antemano63, según los testimonios vertidos en la causa.
A lo que el licenciado respondería que se trataba de falacias, esgrimidas
con el solo fin de perjudicarlo, pues él siempre prestaba su dinero «por
amor y piedad» a personas que lo necesitaban con el único propósito «de
hacer el bien», respuestas obvias y de ningún modo originales, por el
contrario, constituían el argumento habitual de los abogados defensores
en los juicios por usuras. Los restantes acreedores mencionados en el
proceso eran: «clérigos del Burgo» por 40.000 maravedíes; Mosé Almaner
(cuñado de don Saúl) por 15.000; Mosé Arbahy por 5.000 y Rodrigo de
Prado, sin referir cifra. Cuando se produjo el deceso de don Saúl, todos
ellos, sumados a los titulares de los señoríos (ya nombrados) y también
a los fiadores64, interpondrían por sí mismos o mediante representantes
acciones judiciales, con el fin de preservar sus derechos. Ante la infausta
noticia, quienes lograron trabar embargo de inmediato sobre los bienes
fueron los primeros en cobrar, por supuesto, iniciando los remates por
aquello que más rápido y en mejores condiciones podía venderse: los
cereales y el vino contenidos en el depósito –es importante señalar que
los cereales obraban como monedas de la tierra. Como se habrá advertido,
nuestro licenciado no había sido el único eclesiástico en prestar dinero a
don Saúl y es muy probable que la competencia por cobrar haya sido otro

61. Las rentas del territorio obispal ascendían por esos años a 3.330.000 maravedíes
anuales. Miguel A. Ladero, La Hacienda, cit., Cuadro Segundo, 1480-1491
62. El reclamo judicial es por 116.500 porque prevé las costas judiciales.
63. Se trataba de una práctica muy habitual en este tipo de operaciones, que con frecuencia
era denunciada ante la justicia.
64. Por ejemplo, Domingo Cuesta, Juan Fernández y Martín Aparicio, quienes en varias
ocasiones prestaron sus testimonios en este proceso, iniciarían una causa contra los herederos
de don Saúl Aljami en calidad de fiadores por las rentas de la iglesia del Burgo. AGS. RGS.
1490.12.347 / AGS. RGS. 1491.03.528.

41
motivo de disputa que se sumaría a los ya existentes entre los miembros
de la iglesia del Burgo de Osma.65 Por su parte, con estos fondos más
los provenientes de las recaudaciones, don Saúl efectuaba préstamos de
poca monta, por ejemplo: a Juan Pascual García, labrador de la villa
de Aza, 2.000 maravedíes; a Pedro Gómez, clérigo de Coruña, 3.000
(como vemos no todos los religiosos estaban en situación de acreedores);
a Pedro Fernández de la Cal, también de Coruña, 1.850; a Diego Gómez,
vecino de Peñaranda, 1.000 maravedíes. Completando, de esta manera,
un circuito complejo que ligaba arrendamientos y créditos.
A la casa de los pequeños deudores recién mencionados llegaban a
cobrar Mosé Almaner, Isaq Aljami o Rabí Ona; para esos cristianos, las
caras de los judíos, y no otras, representaban claramente los rostros de la
usura. Ahora bien, cuando algunos cristianos reclamaban por la falta de
ecuanimidad del vicario y otros jueces del obispado, lo más probable es
que no sospecharan que parte del dinero prestado por los judíos pertenecía,
precisamente al vicario, el licenciado Fernando González de Ortega, y
a otros clérigos. En especial, si imaginamos lo que escucharían en las
homilías respecto de los judíos. Sermones que más de una vez habrán
sido pronunciados por los mismos que, en la trastienda, le prestaban «a
logro» su dinero a don Saúl y a otros judíos prestamistas, pues está claro
que el caso analizado no era una excepción. Como corolario, señalemos
que, cuando los judíos salieron del reino a raíz de la expulsión decretada
en 1492, «los vicarios del obispado del Burgo de Osma» continuaban
intimando a quienes «debían deudas a los judíos», haciéndose pagar
mediante amenazas de «excomunión»66.
El laberinto de los mecanismos crediticios seguramente escapaba
al horizonte de aquellos hombres, preocupados por salvar sus almas
de infierno, así como traspasaba también los límites del mero opuesto
prestador-prestatario. En efecto, atravesada por intereses diversos (y
divergentes) e íntimamente ligada al fenómeno del arrendamiento, la
complejidad de la circulación crediticia de la época distaba de poder
resolverse en términos binarios. En este sentido, las fuentes judiciales abren
radicalmente el espectro de posibilidades para repensar estas cuestiones
y, en particular, para rebatir el rol estereotipado que tradicionalmente se
atribuyó a los judíos. La idea del judío usurero era tan fuerte y se hallaba

65. Es interesante hacer notar que los litigios por los cargos del obispado –entre ellos el
de tesorero– se dirimían ante la justicia eclesiástica y la regia. Por ejemplo: ARCHV. RE.
1488.12.58 / ARCHV. RE. 1488.17.56.
66. AGS. RGS. 1493.11.117.

42
tan instalada que ocluyó, incluso para buena parte de la historiografía,
otras realidades que la documentación consultada hace emerger con
nitidez, como por ejemplo judíos endeudados con cristianos o con otros
judíos y algunas veces puestos en prisión por no poder hacer frente a
sus deudas. Por otra parte, sin negar que hubieran existido judíos que
lucraban merced a intereses usurarios, da cuenta de que ellos no eran los
únicos dedicados a tales actividades. El proceso analizado revela la trama
de relaciones de judíos con cristianos, entabladas en torno a los circuitos
del arrendamiento de rentas y la circulación del crédito –interesante
además por tratarse de las escalas más bajas de su funcionamiento –,
donde abierta o solapadamente unos y otros participaban y obtenían
beneficios, aunque el logro y la usura mostraran, como siempre, una
misma y única cara.

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