0% encontró este documento útil (0 votos)
99 vistas6 páginas

Actividad 1 UNIDADIII

Este documento resume un actividad sobre el cuento "El ahogado más hermoso del mundo". El estudiante responde preguntas sobre los detalles del cuento como el título, tema, número de párrafos y oraciones. También identifica la estructura del cuento como introducción, desarrollo y conclusión.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
99 vistas6 páginas

Actividad 1 UNIDADIII

Este documento resume un actividad sobre el cuento "El ahogado más hermoso del mundo". El estudiante responde preguntas sobre los detalles del cuento como el título, tema, número de párrafos y oraciones. También identifica la estructura del cuento como introducción, desarrollo y conclusión.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 6

Jeremy Jiménez Santos

20210726

21/03/2021

Actividad 1 unidad III

Con el cuento...El ahogado más hermoso del mundo...

A) Responde:
-Título
El ahogado más hermoso del mundo.
-Tema
La solidaridad.
-Sub-temas
No tiene.
- Tipo de texto
Texto narrativo al dramático.
- Subtipo textual
- ¿Cuántos párrafos y oraciones tienen?
Tiene 7 párrafos y 61 oraciones.
-Esquema de contenido (qué se hace en el texto: concepto, importancia, tipos,
clasificación, etc)
B) Señalar:
- Estructura: introducción, desarrollo, conclusión, recuerda según el tipo de texto
Introducción:
LOS PRIMEROS NIÑOS que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por
el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba
banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en
la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de
cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un
ahogado.
Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando
alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo
cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos
conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado
tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron
en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas
si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la
muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma
permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de
una coraza de rémora y de lodo.

Desarrollo
No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas
unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo
de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor
de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años
tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los
hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con
mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no
faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le
quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos
submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo
hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus
ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales.
Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante
solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de
los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia
de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto,
el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía
cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante
sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni
las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado.
Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle
unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para
que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo,
contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido
nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y
suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel
hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más
anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de
cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban
que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos
por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar
manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los
acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían
capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y
terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y
mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más
vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos
pasión que compasión, suspiró:
—Tiene cara de llamarse Esteban.
Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener
otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión
de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera
llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal
cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacía
saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del
viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas:
era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían
cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de
compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces
cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal,
si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio
lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas
sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de
casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban,
hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así
estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo
mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar
vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no
te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después
susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban
las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la
cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre,
tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de
lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras,
asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban
más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban,
hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y
el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia
de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo
entre las lágrimas.
—¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer.
Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse
de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y
sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las
amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los
acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que
fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos
se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la
orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más
cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas
picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle
al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una
pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes,
mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las
suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para
un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a
masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y
trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así
que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un
muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres,
mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y
también los hombres se quedaron sin aliento.
Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir
Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con
su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente
podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos
pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó
con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de
que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido
que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio,
me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado
como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este
muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de
fiambre que no tiene nada que ver conmigo.
Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que
sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de
soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se
estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban. conclusión, recuerda según el
tipo de texto Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse
para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos
vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más
flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta
gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las
aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron
hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron
por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la
certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando
antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros
por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por
primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus
sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que
volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción
de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de
mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían
a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas
iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que
el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y
que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya
murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para
eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales
en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años
venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines
en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su
astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio
de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento
es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla
tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

C) Buscar o extrae:
-Conectores
Y, pero, entonces, por, aunque, sin embargo, así que.
-Secuencias textuales: narrativa, descriptiva, explicativa, dialógica, argumentativa, etc.
La secuencia textual del cuento es narrativa ya que se va narrando como sucedieron los
hechos, luego descriptiva ya que se dan detalles específicos del protagonista y demás
participantes
- Oración principal de cada párrafo.
Párrafo 1: LOS PRIMEROS NIÑOS que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se
acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo.
Párrafo 2 Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos
los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de
seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados.
Párrafo 3 No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tendero ni una mesa
bastante sólida para velarlo
Párrafo 4 No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían
visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
Párrafo 5 Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían
cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de
compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos
Párrafo 6 Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran.
Párrafo 7 A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y
una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a
través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí.

- Coloca entre paréntesis cada oración secundaria.


D) Elabora:
-Resumen del texto
El relato habla sobre un poblado donde se encontraban unos chicos los cuales visualizaron
que algo se acercaba al océano pensando que era un barco o una ballena, después
quedando de esta forma varado en la playa le quitaron todo lo cual llevaba encima y
descubrieron que era una ahogado, empero sin importarles jugaron con él toda la tarde
enterrándolo en la arena y desenterrándolo, luego alguien más lo vio y otorgó alertó al
poblado de lo cual habían encontrado, luego de ser hallado, un conjunto de hombres lo
llevaron a una vivienda que estaba cerca y se brindaron cuenta de que era más pesado que
un caballo. Las féminas del poblado arreglaban al ahogado e inventaban historias sobre
él, en lo que los hombres averiguaban si el ahogado pertenecía a aquel poblado o a los
otros, en ello, supieron que el ahogado no pertenecía a ningún poblado, y acordaron
adoptarlo y hacerle un entierro merecedor, además acordaron nombrarlo Esteban.
Desde el entierro hubo un enorme cambio debido al recuerdo de Esteban, remodelaron el
poblado, los pisos, puertas y hasta pintaron fachadas de tal forma que todo se viera alegre,
además sembraban flores, y de esta forma cada que un barco pasara, el capitán y los
marineros mencionaban que allá donde brillaba el sol y todo se viera alegre estaba el
poblado de Esteban.

También podría gustarte