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Fernando Rodríguez. Francisco de Carvajal

Este artículo analiza cómo el Inca Garcilaso presenta a Francisco de Carvajal, conocido como "El Demonio de los Andes", de una manera diferente a otros cronistas. Garcilaso intenta desmitificar la imagen cruel que otros le atribuyen y en cambio lo describe como un hombre culto y con ingenio. El artículo también explica el papel de Carvajal en el libro V de la Historia General del Perú, donde se narra la guerra entre Gonzalo Pizarro y Pedro de la Gasca, y cómo a través de su personalidad jocosa aporta elementos

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Fernando Rodríguez. Francisco de Carvajal

Este artículo analiza cómo el Inca Garcilaso presenta a Francisco de Carvajal, conocido como "El Demonio de los Andes", de una manera diferente a otros cronistas. Garcilaso intenta desmitificar la imagen cruel que otros le atribuyen y en cambio lo describe como un hombre culto y con ingenio. El artículo también explica el papel de Carvajal en el libro V de la Historia General del Perú, donde se narra la guerra entre Gonzalo Pizarro y Pedro de la Gasca, y cómo a través de su personalidad jocosa aporta elementos

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

B. APL, 44. 2007 (61-76)

FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V


DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS DANS LE LIVRE V


DE L’HISTOIRE GÉNÉRALE DU PÉROU

Fernando Rodríguez Mansilla


Universidad de Navarra - UNC at Chapel HUI

Resumen:
El presente artículo analiza el punto de vista que el Inca Garcilaso asume con
respecto al viejo conquistador, Francisco de Carvajal, «El demonio de los andes»,
enfoque en el cual intenta desmitificar la imagen cruel y despiadada que los
demás cronistas han construido sobre él. Además, presenta una descripción sobre
la función que este personaje cumple en el libro V de la Historia General del Perú,
dónde se narra la guerra entre Gonzalo Pizarro y el pacificador Pedro de la Gasca.
Por otro lado, se revisa en Carvajal, el concepto humanístico del vir facetus, ese
hombre culto y refinado, capaz, al mismo tiempo, de deslumbrar en los salones
con su ingenio y sus facecias o divertidas anécdotas.

Résumé:
Cet article analyse la perception présentée par l’Inca Garcilaso du vieux conquérant
Francisco de Carvajal, communément appelé « Le démon des Andes ». Dans son
approche, il essaie de démystifier l’image cruelle et impitoyable de Francisco de
Carvajal, telle qu’elle a été divulguée par les autres chroniqueurs. De plus, cet
article présente une description du rôle joué par Carvajal dans le cinquième tome
de l’Histoire Générale du Pérou dans lequel est racontée la guerre entre Gonzalo
Pizarro et le pacificateur Pedro de la Gasca. En outre, Garcilaso a révisé chez
Carvajal le concept humaniste de vir facetus, cet homme cultivé et raffiné et, en
même temps, capable d’éblouir les salons par son génie et ses mots d’esprit ou par
ses anecdotes amusantes.

B. APL, 44(44), 2007 61


FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

Palabras clave:
Crónicas, corona, guerra civil, providencia, humanismo, vir facetas, etc

Mots clef:
Chroniques, couronne, guerre civile, providence, humanisme, vir facetus, etc.

Sabido es que el proyecto histórico narrativo del Inca Garcilaso en


la segunda parte de sus Comentarios reales, publicada bajo el nombre de
Historia general del Perú (1617), posee una visión trágica manifiesta sobre las
guerras civiles que asolaron estos reinos en las décadas siguientes a la
conquista1. Sin embargo, este texto surcado de asesinatos y traiciones posee
algunos interludios cómicos para disfrute del lector. Esto se observa
especialmente en los capítulos dedicados a Francisco de Carvajal, maese
de campo de Gonzalo Pizarro. En el presente trabajo analizaremos el punto
de vista que Garcilaso asume frente al viejo conquistador, bien distinta de
la ofrecida por otros cronistas, y la función que este personaje cumple
especialmente en el libro V, en el cual se narra la guerra entre Gonzalo
Pizarro y el pacificador Pedro de la Gasca. Si, como advierte el Inca, cada
libro de la Historia general acaba con una muerte lastimera «porque en
todo [la Historia general] sea tragedia» (VII, XIX, 250)2, puede considerarse
cada libro como una tragedia en miniatura o subtragedia. En la tragedia
particular que envuelve a Gonzalo Pizarro y sus hombres, Carvajal, como
vir facetus, cumplirá una función retórica primordial, la de la relaxatio (Luck
116), en medio de este episodio peliagudo de la conquista: la rebelión
encabezada por Gonzalo Pizarro que puso en jaque la autoridad de la
Corona en el Perú e inclusive el papel de Sebastián Garcilaso, el padre del
Inca, en la misma.

1 Carmela Zanelli, en particular, ha investigado los alcances del concepto, bastante


complejo y ecléctico, de «tragedia» vigente en la época del Inca y la aplicación que este
le da en su obra.
2 Las citas de la Historia general del Perú se toman de la edición de Ángel Rosenblat en
tres volúmenes que figura en nuestra bibliografia. En romanos se indican el libro y el
capítulo correspondientes y en arábigo la página.

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

Este procedimiento no debe extrañamos. El Inca Garcilaso


demuestra constantemente, como lo indicó José Durand, «una elaboración
literaria de la historia» («Introducción», 82). Por otra parte, el discurso
histórico en su época no pretendía la rigurosidad científica que se le exige
actualmente. En su interesante estudio sobre La vocación literaria del
pensamiento histórico en América, Enrique Pupo-Walker señala que «ese sesgo
creativo de la historiografia americana fue determinado en gran parte por
consideraciones retóricas y ampliado, a su vez, por preceptos detallados
que elaboraron los primeros cronistas oficiales» (69). Para circunscribirnos
al personaje de Carvajal, cabe resaltar que su faceta jocosa está presente
también en otras crónicas, pero en ellas es solo un complemento de su
característica esencial según estas mismas: la crueldad. A Garcilaso le
debemos un enaltecimiento de la comicidad de Carvajal y una elaboración
literaria mucho más recusada del mismo que lo conecta incluso, como
veremos, con la mitología clásica. Creo que es posible afirmar, como lo
hace Pupo-Walker para referirse a la figura de Cortés, la cual guarda
reminiscencias de los héroes clásicos en las crónicas, que nos hallamos, en
el caso de Carvajal, también ante una «laboriosa ficcionalización de la
historia» (50).

Comparándolo con los testimonios de López de Gómara y el


Palentino3, constantemente citados y discutidos en la Historia general, se
observa que Garcilaso toma distancia de estos testimonios y superpone la
agudeza de Carvajal, tanto en lo militar, gracias a la cual Gonzalo Pizarro
vence en la estratégica batalla de Huarina, como en lo jocoserio. Garcilaso
se preocupa de matizar lo suficiente el lugar común de «cruel» que le

3 En particular Diego Femández de Palencia, a quien refuta más el Inca a este respecto,
da una descripción muy negativa de Carvajal, con el añadido de una edad sumamente
imprecisa: «Era en esta sazón [Carvajal] de edad de más de setenta y cinco años,
crudelísimo de condición, mal cristiano y muy codicioso» (I, XI, 20). López de Gómara,
por su parte, admite que Carvajal era el soldado más famoso en Indias, «aunque no
muy valiente ni diestro», reconociéndole solo la crueldad como su rasgo más
sobresaliente, ya que «dicen por encarecimiento: ‘Tan cruel como Carvajal’, porque
de cuatrocientos españoles que Pizarro mató fuera de batallas, después que Blasco
Núñez entró en el Perú, él los mató casi todos con unos negros que para eso traía
siempre consigo» (273). La exageración es insoslayable.

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FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

endilgan otros autores a Carvajal: «Cruel fue, que no se puede negar; pero
no con los de su bando, sino con sus enemigos, y no con todos, sino con
los que él llamaba pasadores y tejedores, que andaban pasándose de un
bando al otro, como lanzaderas en un telar, por lo cual les llamaba tejedores»
(IV, XXVIII, 98). Garcilaso de esta forma transfigura la crueldad en una
operación punitiva frente la deslealtad contra su líder, Gonzalo Pizarro.

Esta crueldad aplicada a los tránsfugas lo erige en defensor de un


valor altamente estimado en el Antiguo Régimen (la fidelidad), no obstante
deba acatarse frente a quien, en principio, desde el punto de vista de la
Corona, es un desleal. Con todo, Carvajal es suficientemente hidalgo para
no ensañarse contra enemigos que se han conservado fieles a la Corona;
respeta su posición y los considera sus iguales: «Con estos tejedores que le
engañaban mostraba él su ira y crueldad, que a los soldados que
derechamente servían al Rey, sin pasarse por una parte a otra, les hacía
honra cuando los prendía y procuraba regalarles, por ver si pudiese hacerlos
de su bando» (IV, XXIX, 101).

Por este mismo rasgo de su personalidad (su deslealtad a la Corona


abrazando la causa de Gonzalo Pizarro), el Inca tiene que hilar muy fino
para que su simpatía hacia Carvajal no sea malinterpretada. Así, reconoce
que su rol en la guerra civil ha sido la razón por la que no ha merecido
todo el encomio que se merece, ya que para Garcilaso, en lo que respecta
a su talento militar, Carvajal fue

flor de la milicia del Perú si se empleara en el servicio de su Rey,


que esto solo le desdoró y fue causa de que los historiadores
escribiesen tanto mal dél; hombre tan esperimentado en la guerra
y tan diestro en ella, que sabía a cuantos lances había de dar mate
a su contrario, como lo sabe un gran jugador de ajedrez que juega
con un principiante. (V, XVIII, 199)

Otro descargo, contra la crueldad que se le achaca, se ofrece en el


episodio de la batalla de Huarina. El Palentino afirma que después de la
lucha, Carvajal remata a los heridos enemigos, lo que Garcilaso refuta,
enfatizando de esa forma el «buen arte militar» del conquistador:

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

Carvajal no mató a nadie después de la batalla; contentose con


sola la victoria, que, por haberla alcanzado él por su buena maña e
industria (como fue notorio), quedó satisfecho por entonces y tan
ufano de su hazaña que se loaba de haber muerto él solo el día de
la batalla más de cien hombres, y pudiera decir que a todos los que
murieron en ella, pues los mató su buen arte militar. (V, XXI, 210)4

En contraste con el sádico Carvajal de las otras crónicas, el que


retrata Garcilaso adquiere cierto tinte de humanidad. Mientras López de
Gómara recoge el testimonio de un testigo que afirma que Carvajal,
capturado ya y vencidos los pizarristas, se extraña de que no hayan matado
a nadie, pues de haber ganado él ya habría descuartizado a novecientos
hombres, el Inca sostiene que «Carvajal no dijo la bravata de derramar los
cuartos de novecientos hombres por aquellos campos, que no era tan loco
ni tan vano como eso» (V, XL, 267).

En otro momento, haciendo la semblanza del viejo conquistador


que acaba de ser ajusticiado, el Inca nuevamente rechaza los testimonios
de los otros cronistas sobre el personaje: «En el discurso de su vida tuvo su
milicia por ídolo; y así todos los tres autores [el Palentino, Gómara y Agustín
de Zárate] lo condenan, pero no fue tan malo como ellos dicen, porque,
como buen soldado, presumía de hombre de su palabra y era muy
agradecido de cualquiera beneficio, dádiva o regalo que le hiciesen, por
pequeño que fuese» (V, XL, 269). Esto queda demostrado en el relato del
encuentro entre Carvajal y Miguel Cornejo, a quien el viejo soldado libera,

4 A propósito de la refutación que en este punto hace Garcilaso de la versión del


Palentino, que incluye una paráfrasis del discurso de este último que no hemos incluido
aquí, Rodríguez Garrido observaba que las citas y referencias tomadas de los cronistas
españoles (López de Gómara, Diego Fernández, Agustín de Zárate, etc.) constituyen
en la Historia general del Perú un recurso argumentativo muy importante para la escritura
de la historia que emprende el Inca: «[El Inca Garcilaso] parte del supuesto
reconocimiento del prestigio de las palabras de los cronistas españoles para llegar a la
destrucción de él. Insinúa una imagen modesta de sí mismo y construye la afirmación
de su autoridad» (113). La misma operación puede observarse, con mayor o menor
exactitud, en lo que se refiere a la representación del personaje de Carvajal, según
iremos viendo a lo largo de este trabajo.

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FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

pese a que es del bando contrario a Gonzalo Pizarro, en razón de que


Cornejo lo había hospedado en su casa cuando Carvajal llegó al Perú.
Para no ser acusado de falta de objetividad, el Inca tiene a bien declarar su
fuente para este breve relato, ni más ni menos que Gonzalo Silvestre,

el mayor enemigo que Carvajal tuvo y por el contrario amicísimo


de Diego Centeno [también antagonista de Carvajal] [...] Doy
testimonio tan fidedigno, porque ni en abono ni en mal suceso de
nadie pretendo adular a quienquiera que sea, añadiendo o quitando
de lo que fue y pasó en hecho de verdad. (V, XXV, 221)

Más adelante, negando algunas de las anécdotas que cuentan los


otros autores sobre las últimas horas de Carvajal, que lo pintan como
alguien despreocupado de su tránsito a la otra vida, nuevamente Garcilaso
defiende su objetividad, no obstante empática con el conquistador,
resaltando que Carvajal quiso matar a su padre y que por tanto no tiene
por qué hacer estos descargos sobre su personalidad:

Pero la obligación del que escribe los sucesos de sus tiempos, para
dar cuenta dellos a todo el mundo, me obliga y aun fuerza, si así se
puede decir, a que sin pasión ni afición diga la verdad de lo que
pasó. Y juro, como cristiano, que muchos pasos de los que hemos
escrito los he acortado y cercenado, por no mostrarme aficionado
o apasionado en escribir tan en contra de lo que los autores dicen,
particularmente el Palentino, que debió de ir tarde a aquella tierra
y oyó al vulgo muchas fábulas compuestas a gusto de los que las
quisieron inventar, siguiendo sus bandos y pasiones. (V, XXXIX,
263)

La destreza en las armas de Carvajal se ve secundada por su


extraordinario ingenio verbal. En otro episodio, justificando una digresión
sobre Carvajal, Garcilaso señala «la destreza deste hombre [Carvajal],
mezclada con gracia y donaire en todo cuanto hacía y decía» (V, XVIII,
203). Otras veces afirma estar reprimiendo su propio discurso por no
introducir las agudezas del viejo soldado, quien en alguna ocasión,

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

como hombre tan discreto y de tanta experiencia de semejantes


cosas [la promesa de fidelidad que hacen sus soldados a Gonzalo],
reía, burlaba y mofaba en secreto con sus más amigos y les decía:
«Vosotros veréis cómo se cumplen las promesas y cómo se respeta
la majestad del juramento». Decía otras muchas cosas, que, si las
tuviéramos recogidas, pudiéramos hacer un galano discurso, como
lo fueron los de aquel hombre en todos los propósitos, que cierto
fue rarísimo en el mundo. (V, XI, 181)5

Ciertamente Carvajal es bastante experimentado para intuir que


la empresa de Gonzalo está condenada al fracaso. Así, vaticina el final
violento que esperaba a los conquistadores en las guerras civiles (V, XV,
189). Más adelante, sin embargo, Carvajal, producto de intrigantes cercanos
a Gonzalo, pierde credibilidad frente a este último, lo cual provoca que se
desatiendan sus consejos y que, a la larga, se precipite la fatalidad sobre su
líder: «Fue tan cruel esta sospecha [del doblez de Carvajal], que también
dañó al mismo Pizarro, que por no creer en Carvajal ni tomar sus consejos,
se perdió más aína; que si los admitiera, pudiera ser (como lo decían los
que sabían estos secretos) que tuviera mejor suceso» (V, XXX, 236). Esto se
comprueba en la etapa final de la rebelión, cuando Carvajal insta a Pizarro,
recordándole un pronóstico sobre su vida, a que no salga a dar batalla a
Centeno y que se retire. Gonzalo, a partir de que Carvajal le propuso que
se convierta en rey del Perú, «le llamó de allí adelante padre, porque como
tal le miraba y procuraba el aumento de su grandeza y perpetuidad della»
(IV, XL, 135). Pese a ello, el líder de la rebelión no hace caso a su «padre»
y se dirige con sus tropas al campo de Sacsahuana, donde será vencido.
Garcilaso no deja de encontrar en este hecho el signo de la tragedia. Los
compañeros de Pizarro no osan contradecir su decisión de luchar,

5 Otro par de ejemplos de Garcilaso declarando que se abstiene de explayarse en los


decires de Carvajal: en su campaña contra Lope de Mendoza, al capturar a unos soldados
enemigos, «dijo algunos dichos de los suyos que Diego Hernández escribe largamente»
(IV, XXXVIII, 128); cuando se le exige firmar la condena a muerte, en ausencia, del
presidente La Gasca, se burla del papel condenatorio, que era más que nada simbólico
y «con esto dijo otras muchas cosas de burla y donaire, como él las sabía decir» (V, VII,
169).

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FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

porque bien veían que él [Gonzalo Pizarro] iba a entregarse a la


muerte, que le estaba llamando muy a priesa en lo mejor y más
felice de su vida, pues andaba en los cuarenta y dos años de su edad
y había vencido cuantas batallas indios y españoles le habían dado
y últimamente, seis meses antes (aún no cumplidos), había alcanzado
la victoria de Huarina, con la cual estaba encumbrado sobre todos
los famosos del Nuevo Mundo. Estas prosperidades y las que pudiera
esperar y su vida con ellas, llevó a enterrar al valle de Sacsahuana.
(V, XXXIII, 246)

Como lo recuerda Zanelli, similar estrategia de adelantar hechos


aciagos, mediante la prolepsis, lleva a cabo Garcilaso también en el libro
II, cuando revela la muerte de Manco Inca algunos años después del fallido
cerco del Cusco. Se trata de un ingrediente de la tragedia tal como la
recibió Garcilaso de la tradición literaria de su época: la tensión permanente
entre la fortuna y la Providencia divina (Zanelli 166-168). No es casualidad
que al final de libro V, tras el ajusticimiento de Gonzalo, el Inca resalte
que para todos los miembros del consejo presidido por la Gasca la muerte
del rebelde era necesaria «para servicio de su Majestad y quietud de aquel
Imperio» (V, XLIII, 280). Es una fuerza exterior, la Providencia, la que
impulsa a Gonzalo prácticamente a entregarse a la muerte, a sabiendas
que arriesga todo lo obtenido, desatendiendo a su lugarteniente, Carvajal.

Que sea este, precisamente, el que puede vaticinar o pronosticar el


futuro lo aproxima a una figura mitológica que probablemente Garcilaso
tenía en mente para plasmar la tragedia de Gonzalo Pizarro en las Indias:
Sileno, el sátiro maestro de Baco, un anciano, gordo y borracho, poseedor
de una especial sabiduría (Grimal 422), y que conjugaba en su persona la
comicidad y la inteligencia6. Como Sileno que marcha sobre un asno,

6 Cervantes recuerda al viejo sátiro en un pasaje de Don Quijote en que el hidalgo, luego
de la golpiza que le dan los yangüeses, tiene que ir a lomos del rucio de Sancho, cosa
que no considera afrentosa: «No tendré a deshonra la tal caballería, porque me acuerdo
haber leído que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa
[Baco], cuando entró en la ciudad de las cien puertas iba, muy a su placer, caballero
sobre un muy hermoso asno» (I, XV, 165-166). M. Bakhtin nos recuerda que Rabelais

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

Carvajal acostumbra ir en mula (II, XVII, 226), montura que lo aleja de lo


noble y lo serio, es sumamente anciano (ochenta y cuatro años) y es «muy
grueso de cuerpo» (V, XXXVI, 257). Según Zárate, en cita que recoge
Garcilaso, «muy amigo de vino», hasta el punto de, a falta de vino de
Castilla, tomar chicha, «aquel brebaje de los indios» (V, XL, 269). En la
batalla de Huarina, el viejo Carvajal se presenta vestido de verde, que es el
color emblemático de la locura (Márquez Villanueva 36-48) y además «iba
en un rocín común; parecía soldado muy pobre, de los caballos desechados;
quiso ir desconocido» (V, XVIII, 200), acaso evocando el aspecto del célebre
Gonella, bufón de los duques de Ferrara, cuyo caballo, según lo recuerda
Cervantes citando el latín macarrónico de Teófilo Folengo, «tantum pellis
et ossa fuit» (I, I, 42).

Las aristas del personaje de Carvajal, con sus burlas y sus veras, en
la Historia general del Perú llevaron a Durand a emparentarlo con la picaresca:
«Carvajal, como los pícaros de que habla Américo Castro, significa en su
propia vida una terrible y sarcástica revisión de la moral y costumbres de
su tiempo» («La idea de la honra», 111). De hecho, Garcilaso hace un retrato
del cruel conquistador siguiendo en parte el modelo del vir facetus, ideal
del siglo XVI que equilibra el humor con la inteligencia. El vir facetus es un
auténtico artista que ejecuta su performance todo el tiempo y cuyo ingenio
no es descontrolado (como el que se le reprocha a los bufones), sino que
está regido por la razón (ratio) y el sentido del decoro (mensura) que hacen
que su virtud humorística (facetudo) tenga un valor tanto moral como
estético (Luck 118-120). Cuando los otros cronistas retratan a Carvajal, no
siguen este modelo humanístico y por ende llaman la atención sobre
defectos o excesos que en la versión de Garcilaso están depurados.

El vir facetus practica el humor de la preceptiva aristotélico-


ciceroniana que recogieron y sintetizaron los tratadistas de manuales

en el prólogo de Gargantúa retrata a Sócrates como otro Sileno, es decir feo,


desharrapado y risible por fuera, pero resaltando que por dentro está lleno de virtudes
y sabiduría; agrega el investigador ruso que el equiparar a Sócrates con Sileno proviene
de la descripción, sumamente popular entre los humanistas, dada por Alcibiades en
El banquete de Platón (Bakhtin 168-169).

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FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

cortesanos, desde Baldassare Castiglione hasta Giovanni Della Casa con


su fundamental Galateo: una risa decorosa, que no caiga en lo indecente,
ni en el vicio de motejar ni mucho menos en burlas sobre la apariencia
física (Roncero 312). Solo teniendo en cuenta este concepto del vir facetus
se comprenden las observaciones de Garcilaso sobre Carvajal, su afán de
desplazar su crueldad a un segundo plano y, sobre todo, el desautorizar
muchos de los cuentecillos que lo tienen como protagonista tal como los
cuentan otros autores. Así lo hace con el Palentino en un episodio que
compromete al obispo del Cusco, a Carvajal y a Diego Centeno ocurrido
el día de la muerte del viejo conquistador. Garcilaso considera inverosímil
lo narrado por Diego Fernández de Palencia en torno a la actitud agresiva
del obispo y de Centeno (quienes habrían vejado a Carvajal, lo que
Garcilaso refuta), pero especialmente la del lugarteniente de Gonzalo
Pizarro, a quien el Palentino reprocha haber muerto «más como gentil que
como cristiano», según lo cita el propio Inca (V, XXXIX, 265). En el capítulo
XL del libro V, Garcilaso niega otros excesos que se le atribuyen a Carvajal,
quien, equilibrado como vir facetus, «no era tan loco ni tan vano» (V, XL,
267) para tomarse las cosas tan a la ligera a esas alturas de la situación. Al
final del mismo capítulo, muerto Carvajal, Garcilaso exalta algunas de sus
virtudes (como la ya referida del ser hombre de palabra) y para ejemplificar
su don de vir facetus, dedica a la narración de anécdotas jocosas suyas los
capítulos XLI y XLII, titulados respectivamente: «El vestido que Francisco
de Carvajal traía y algunos de sus cuentos y dichos graciosos» y «Otros
cuentos semejantes, y el último trata de lo que le pasó a un muchacho con
un cuarto de los de Francisco de Carvajal»7.

Estos microrrelatos de chanzas y agudezas atribuidas al viejo soldado


configuran lo que podríamos llamar un «ciclo de Carvajal», un repertorio

7 Notable diferencia con López de Gómara, por ejemplo, quien recoge muy al vuelo dos
de los cuentecillos de Carvajal (el de «Basta matar» luego de escuchar su sentencia y su
sorpresa de ver cara a cara a Centeno, a quien solo había visto hasta entonces de
espaldas), no precisamente los de mayor donaire, y comenta finalmente con
displicencia: «Largo sería de contar sus dichos y hechos crueles; los contados bastan
para declaración de su agudeza, avaricia e inhumanidad» (273). A la luz del concepto
del vir facetus, el Carvajal de López de Gómara es monstruoso, ya que mezclaría la
virtud de facetudo con tachas morales realmente graves.

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

de cuentecillos tradicionales indianos, semejantes a los atribuidos, en la


península, al doctor Francisco López de Villalobos o al propio Juan Rufo.
Los personajes de los cuentecillos, a decir de su mayor experto, Maxime
Chevalier, son a menudo anónimos o estos pueden atribuyarse por igual,
según la fuente consultada, a más de un personaje con nombre y apellido
y existencia histórica conocida. A menudo ocurre también que el recuerdo
exacto de alguna anécdota se va perdiendo y con su transmisión de baca
en boca acaba por atribuirse a un personaje anónimo o al que un escritor
elija según sus particulares propósitos (Chevalier XVI-XVII)8. Un recurso
bien repetido de Garcilaso a lo largo de la Historia general del Perú, y ya
presente en la primera parte de los Comentarios reales, es atribuirse calidad
de testigo o de manejar información de primera mano. El caso de Carvajal
no es la excepción. El Inca nos ofrece la selección de cuentecillos
carvajalianos apelando a su prodigiosa memoria:

Tuvo Francisco de Carvajal cuentos y dichos graciosos, que en todas


ocasiones y propósitos los dijo tales. Holgara yo tenerlos todos en
la memoria para escrebirlos aquí, porque fuera un rato de
entretenimiento. Diremos que se acordaren y los más honestos,
porque no enfade la indecencia de su libertad, que la tuvo muy
grande. (V, XLI, 270)

Al final de este pasaje se hace evidente además hasta qué punto


Garcilaso escribe con el concepto humanístico del vir facetus siempre en la
mente, justificando su selección no solo ya según el recuerdo, sino mediante
una suerte de autocensura, descartando cuentecillos que escapen del ideal
del humor que ha venido trazando a lo largo de su narración. De allí
también que, al final de uno de los cuentecillos, el que narra el encuentro
del viejo conquistador con un mercader, el Inca comente la posibilidad de

8 Este fenómeno ocurre, por ejemplo, con el cuentecillo que puede denominarse «la
prueba del fraile» que Garci1aso atribuye a Carvajal y Gonzalo Correas en su Vocabulario
de refranes (1627) a un oscuro Garay, «tirano en Indias». Me he ocupado de este
cuentecillo y el curioso empleo que le da Ricardo Palma en su diálogo literario con
Clorinda Matto de Turner, en mi artículo «Garcilaso, Palma y Clorinda Matto: notas
sobre ‘Beba, padre, que le da la vida’» que figura en la bibliografía.

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FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

encontrar otra versión discordante, quizás menos apropiada según su gusto


estético y por ello descartada: «Este cuento u otro semejante cuenta un
autor muy de otra manera» (V, XLI, 271).

No está de más añadir que al menos en el caso particular de los


cuentecillos tradicionales atribuidos a un personaje festivo célebre, como
lo es Carvajal en las crónicas de Indias, la estratagema de presentarse como
testigo privilegiado (mediante declaraciones del tipo «yo vi», «yo oí», etc.) o
el señalar que se recoge el relato de un informante fidedigno es bien
conocida en el Siglo de Oro y se emplea más que nada con finalidad
retórica 9 . Hace varios años, Marcel Bataillon llamó la atención
oportunamente, a propósito del Lazarillo de Tormes, gran depósito de materia
tradicional, la existencia de «cuentos de mentiras», cuentecillos que incluso
a menudo se narran en primera persona, factor que otorga una cuota
«realista» a los textos, la cual no debe sorprendernos (49-50). Diego
Fernández de Palencia, que también pretende, en tanto historiador, recoger
información fidedigna, pone en boca de Carvajal un cuentecillo presente
en la archifamosa Floresta española de Melchor de Santa Cruz (parte IV,
capítulo VI, núm. 7; 412): el del ahorcado que en vez de aceptar que lo
casen con una desagradable prostituta que lo reclama como esposo (recurso
lícito en la época para escapar de la horca), prefiere la muerte. Lo incluye
el Palentino en su Historia del Perú (II, XLL, 114). Se trata, según la erudita
nota de Chevalier y Cuartero a su edición de la Floresta, de un cuentecillo
de gran circulación por la Europa del siglo XVI (401; con referencias a
otros varios testimonios).

El lugar de este interludio ameno de cuentecillos carvajalianos no


debe ser pasado por alto: se coloca antes de la muerte trágica y por ende
ejemplar de Gonzalo Pizarro. He aquí la función de relaxatio propia del vir
facetus que es Carvajal en manos del Inca Garcilaso. La materia de Carvajal
no es mero apéndice de los capítulos finales del libro V de la Historia

9 A este respecto, Pupo-Walker añade la idea de que, precisamente «la invocación a esta
tópica narrativa parcialmente nos sirve para confirmar el cariz imaginativo del relato»
(56). Tal sería el caso, como el mismo estudioso lo indica, del relato del naufragio de
Pedro Serrano que incluye Garcilaso en la primera parte de los Comentarios reales.

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FRANCISCO DE CARVAJAL, VIR FACETUS EN EL LIBRO V DE LA HISTORIA GENERAL DEL PERÚ

general, sino que tiene un propósito. En su análisis del duelo en la obra del
Inca, Durand señalaba que este apelaba al humor o la ironía, ya que «no
halla mejor paliativo para las atrocidades de los heroicos, pero terribles
conquistadores, que presentarlas desde el punto de vista pintoresco» («El
duelo», 121). Es en esas coordenadas trazadas por Durand en que cabe
interpretar la comicidad de Carvajal.

Así, por ejemplo, otra diferencia notable entre la narración de los


hechos del Palentino o la de López de Gómara frente a la del Inca (la cual
tiene visos de estrategia discursiva orientada a paliar, precisamente, un
momento clave de las guerras civiles) se encuentra en la ubicación de unos
versos entonados por Carvajal («Estos mis cabellicos, madre,/ dos a dos
me los lleva el aire»). Mientras Garcilaso cuenta que el viejo soldado los
canta contemplando la deserción de su ejército en la batalla de
Sacsahuana y «a cada cuadrilla que se les iba [al campo del ejército del
rey] lo entonaba de nuevo» (V, XXXV, 254), el Palentino menciona el
canto de los mismos versos cuando Gonzalo pierde algunos hombres
que escapan a Trujillo (II, LXV, 196), mucho antes de la decisiva batalla
con La Gasca; y lo mismo hace López de Gómara en la Historia de las
Indias, ubicando los versos en un contexto nada épico (268). Garcilaso,
tal vez en aras de un efecto más profundo en el lector, ha introducido los
versos en un contexto dramático, crucial, donde estos ponen de
manifiesto el estoicismo de Carvajal y resaltan mucho más la lealtad con
su líder. El humor cumple la función de amortiguador dentro del discurso
grave y sentido de la Historia general, sin negar su esencia trágica; además
de revelar una conciencia narrativa de parte del Inca bastante afín a la de
los mejores autores auriseculares.

Esta concepción humanista del personaje humorístico que


representa Carvajal no caerá en saco roto. Unos años más tarde, Tirso de
Molina, una de cuyas fuentes es el Inca Garcilaso, transmite la misma idea
de vir facetus al referirse a Carvajal en Amazonas en las Indias (segunda pieza
de la Trilogía de los Pizarros). Vaca de Castro, admirado tras escuchar el
ingenioso relato de Carvajal sobre la expedición de Gonzalo Pizarro al
país de la Canela, resalta sus dotes festivas: «A vos, maese de campo, os
sobra tanta [canela, o sea ‘calidad’]/ y endulzáis narraciones lastimosas/

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FERNANDO RODRÍGUEZ MANSILLA

de suerte que si oírlas nos espanta,/ vuestra sazón las sabe hacer sabrosas»
(vv. 1559-1562)10. Más de dos siglos después, en el XIX, será Ricardo Palma
el tributario de la faceta cómica de Carvajal, pero ya con distintos fines.
Queda no obstante, un vestigio del trabajo del Inca Garcilaso sobre el
personaje del viejo conquistador, ya que todas las recreaciones posteriores
que se hacen del mismo parten de la Historia general del Perú.

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10 Cabe apuntar, como lo hace Miguel Zugasti en nota a pie de página de su edición de
Amazonas en las Indias, que si bien Tirso explota la jocosidad inherente al personaje no
pretende erigirlo en el gracioso de la comedia (nota a los vv. 151-152), lo cual hubiera
implicado arrebatarle buena parte de su esencia de vir facetus.

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