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Jefes Cabecillas Abusones

Lio entre abusones

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Jefes, cabecillas, abusones Alianza Editorial Disefio de cubierta: Angel Uriarte ‘Traduccidn de Isabel Heimann Copyright © 1085 by Maris © Manz JA Linea de Te rs T9908 1, 711 66.00 1 15, B8027 Made BN: 81-206. 10083, Depesito legals M, 310 {Impreso en COWRI, Printed in Spain éHabia vida antes de los jefes? Puede existir la humanidad sin gobernantes ni gobernados? Los fundadorés de la ciencia politica crefan que no. «Creo que existe una inclinacién ge- neral en todo el género humano, un perpetuo y de- sazonador deseo de poder por el poder, que slo cesa con la muertes, declaré Hobbes. iste crefa ue, debido a este innato anhelo de poder, la vida anterior (0 posterior) al Estado constitufa una «guerra de todos contra todos», «solitaria, pobre, sordida, bestial y breves, :Tenia razén Hobbes? ¢Anida en el hombre una insaciable sed de poder Que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitable- Mente a una guerra de todos contra todos? A juz. gar por los ejemplos de bandas y aldeas que sobre- viven en nuestros dias, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra especie se manejé bastante bien sin jefe supremo, y menos atin ese todopode 5 roso y leviaténico Rey Dios Mortal de Inglaterra, que Hobbes creia necesario para el mantenimiento dela ley y el orden entre sus discolos compatriotas. Los Estados modernos organizados en gobier nos democraticos prescinden de leviatanes heredi- tarios, pero no han encontrado la manera de pres- cindir de las desigualdades de riqueza y poder res- paldadas por un sistema penal de enorme comple- jidad. Con todo, la vida del hombre transcurrié ‘durante treinta mil afios sin necesidad de reyes ni reinas, primeros ministros, presidentes, parlamen- tos, congresos, gabinetes, gobernadores, alguaci- Jes, jueces, fiscales, secretarios de juzgado, coches patrulla, furgones celulares, carceles ni penitencia- ras. gCémo se las arreglaron nuestros antepasados sin todo esto? Las poblaciones de tamajio reducido nos dan parte de la respuesta. Con 50 personas por banda o 150 por aldea, todo el mundo se conocia intima- mente, y asi los lazos del intercambio reciproco vinculaban a la gente. La gente ofrecia porque es- peraba recibir y recibia porque esperaba ofrecer. (Dado que el azar intervenfa de forma tan impor- tante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimenta- rias formas de agricultura, los individuos que esta~ ban de suerte un dia, al dia siguiente necesitaban pedir. Asi, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable dia adverso consistia en ser generoso. El antropélogo Richard Gould lo expresa asi: «Cuan- to mayor sea el indice de riesgo, tanto mds se com- parte.» La reciprocidad es la banca de las socieda- des pequefias. | En el intercambio recfproco no se especifica cuanto o qué exactamente se espera recibir a cam- bio ni cudndo se espera conseguirlo, cosa que en turbiaria la calidad de la transaccidn, equipardn- dola al trueque o a la compra y venta. Esta distin- ccidn sigue subyaciendo en sociedades dominadas por otras formas de intercambio, incluso las capi: talistas, pues entre parientes cercanos y amigos es habitual dar y tomar de forma desinteresada y sin ceremonia, en un espiritu de generosidad. Los j6- venes no pagan con dinero por sus comidas en casa ni por el uso del coche familiar, las mujeres no pa- san factura a sus maridos por cocinar, y los amigos se intercambian regalos de cumpleatios y Navidad. No obstante, hay en ello un lado sombrio, la e pectativa de que nuestra generosidad sea reconoci- Ga con muestras de agradecimiento, Alli donde la reciprocidad prevalece realmente en la vida cot diana, la etiqueta exige que la generosidad se dé por sentada. Como descubtié Robert Dentan en ‘sus trabajos de campo entre los semais de Malasia central, nadie da jamds las gracias por la carne re- cibida de otro cazador. Después de arrastrar du: ante todo un dfa el cuerpo de un cerdo muerto por el calor de la jungla para llevarlo a la aldea, el ca- zadot permite que su captura sea dividida en par- tes iguales que luego distribuye entre todo el gru- po. Dentan explica que expresar agradecimiento por la racién recibida indica que se es el tipo de persona mezquina que calcula lo que da y lo que recibe. «En este contexto resulta ofensivo dar las gracias, pues se da a entender que se ha caleulado el valor de lo recibido y, por afiadidura, que no se esperaba del donante ianta generosidad.» Llamar Ja atencién sobre la generosidad propia equivale a indicar que otros estan en deuda contigo y que es eras resarcimiento. A los pueblos igualitarios les Tepugna sugerir siquiera que han sido tratados con generosidad. Richard Lee nos cuenta cdmo se percaté de este aspecto de la reciprocidad a través de un incidente muy revelador. Para complacer a los 'kung, deci- dié comprar un buey de gran tamafio y sacrificarlo como presente. Después de pasar varios dias bus- cando por las aldeas rurales bantuies el buey mas grande y hermoso de la region, adquirié uno que le parecfa un espécimen perfecto. Pero sus amigos Ie llevaron aparte y le aseguraron que se habia dejado engafiar al comprar un animal sin valor alguno. «Por supuesto que vamos a comerlon, le dijeron, «pero no nos va a saciar, comeremos y regresaremos a nuestras casas ‘con rugir de tripase. Pero cuando sacrificaron la res de Lee, esulté estar recubierta de una gruesa capa de grasa. Mds tarde sus amigos le explicaron la Tazén por Ja cual habfan manifestado menos- Precio por su regalo, aun cuando sabian mejor que él lo que habia bajo el pellejo del animal: Sf, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne Ile” ga.a creerse un gran jefe o gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos, No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algdn dia su orgullo le levard a matar a alguien. Por esto siempre decimos que su came no vale nada. De esta manera atemperamos su corazén y hacemos de él un ) hombre pacifico. Lee observ a grupos de hombres y mujeres re- sgresar a casa todas las tardes con los animales y las frutas y plantas silvestres que habfan cazado y re- colectado. Lo compartfan todo por un igual, inclu- so con los compafieros que se habjan quedado en el campamento 0 habian pasado el dia durmiendo 0 rTeparando sus armas y herramientas, No solo juntan las familias la produccién del dia, sino que todo el campamento, tanto residentes como visitan- tes, participan a partes iguales del total de comida dispo- nible. La cena de todas ias familias se compone de por- ciones de comida de cada una de las otras familia resi , «en la que cada familia deposita cierta cantidad segun sus Posibilidades o inclinacién, o incluso nada en ab- soluto si ast lo desea». Los graneros de los jefes funcionaban a modo de stesoro pubblico... al que se podia acudir en busca de auxilio cuando se malo- graba la cosecha, como reserva alimenticia «para 39 tender a extranjeros o viajeros» y como depdsito militar de alimentos «cuando emprenden expedi- clones hostiless. Aunque cada habitante tenfa «de- echo de acceso libre y publicos, los miembros del comiin debian reconocer que el almacén realmente pertenecia al jefe supremo que ostentaba el «dere- cho y la facultad exclusiva... para socorrer y aliviar los necesitados». Sustentados por prestaciones voluntarias, los je- fes y sus familias podian entonces embarcarse en un tren de vida que los distanciaba cada vez mds de sus seguidores. Podian construirse casas mayores y mejores, comer y vestir con mayor suntuosidad y disfrutar de los favores sexuales y del servicio per. sonal de varias esposas. A pesar de estos presagios, la gente prestaba voluntariamente su trabajo per. sonal para proyectos comunales, a una escala sin recedentes. Cavaban fosos y levantaban terraple- hes defensivos y grandes empalizadas de troncos alrededor de sus poblados. Amontonaban cascotes y tierra para formar plataformas y monticulos, donde construfan templas y casas espaciosas pars sus jefes. Trabajando en equipo y sirviéndose tini- camente de palancas y rodillos, trasladaban rocas de mds de cincuenta toneladas y las colocaban en lineas precisas y circulos perfectos para formar re- Cintos sagrados, donde celebraban rituales comu- nales que marcaban los cambios de estacin. Fue- Ton trabajadores voluntarios quienes crearon las alineaciones megaliticas de Stonehenge y Carnac, vantaron las grandes estatuas de la isla de Pas- cca deron fora a ls inmenses cabezas pétreas de los olmecas en Veracruz, sembraron Polinesia de recintos rituales sobre grandes plataformas de piedra y lenaron los valles de Ohio. Tennessee y ‘Mississippi de cientos de tuimulos, el mayor de los cuales, situado en Cahokia, cerea de St. Louis, cu- bria una superficie de 5,5 kilémetros cuadrados y aleanzaban una altura de més de 30 metros. Dema- siado tarde se dieron cuenta estos hombres de que ‘us jactanciosos jefes iban a quedarse con la carne y la grasa y no dejar para sus seguidores més que huesos y tortas secas. El poder, gse tomaba o se otorgaba? El poder para dar Grdenes y ser obedecido, tan ajeno a los cahecillas mehinacus o semais, Ba 6, al igual que e! poder de los hombres sobre las mujeres, en las guerras libradas por grandes hom- bres y jefes. Si no hubiera sido por la guerra, el po- tencial de control latente en la semilla de la redis- tribucién nunca hubiera legado a fructificar. ‘Los grandes hombres eran hombres violentos, y los jefes lo eran todavia mds. Los mumis eran tan conocidos por su capacidad para incitar alos hom- bres a la lucha como para incitarlos al trabaj Aunque las guerras hablan sido suprimidas ry eens coloniales mucho antes de que Dou a las Oliver realizara 2 Su estudio, an eguta viva la pes la iis Como caudillos guerreros.

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