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Elias y Eliseo

Elías y Eliseo fueron profetas fieles a Yahvé durante el reinado de Ajab. Elías enfrentó a los profetas de Baal en el Monte Carmelo y demostró que Yahvé, no Baal, controlaba el clima al traer lluvia a Israel después de años de sequía. Más tarde, Elías pasó su espíritu profético a Eliseo antes de ser arrebatado al cielo. Eliseo continuó los milagros de Elías para defender la fe de Israel en Yahvé.
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Elias y Eliseo

Elías y Eliseo fueron profetas fieles a Yahvé durante el reinado de Ajab. Elías enfrentó a los profetas de Baal en el Monte Carmelo y demostró que Yahvé, no Baal, controlaba el clima al traer lluvia a Israel después de años de sequía. Más tarde, Elías pasó su espíritu profético a Eliseo antes de ser arrebatado al cielo. Eliseo continuó los milagros de Elías para defender la fe de Israel en Yahvé.
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1.

ELIAS Y ELISEO

Durante el reinado de Ajab (874-853) y de su esposa Jezabel, hija del rey de Tiro, la fidelidad del pueblo a la Alianza
del Señor se vio amenazada por la introducción del culto a Baal en Samaría. Entonces surge, de improviso, el profeta
Elías. Su nombre Eli Yahu (Yahveh es mi Dios) indica su misión; suena como un grito de arenga a la guerra santa
contra la idolatría. Elías, "el hombre de Dios", se alza para defender la fe de Israel, enfrentando al pueblo con el
dilema de servir a Yahveh o a Baal: "Si Yahveh es Dios, seguidle; si lo es Baal, seguidle a él".

Elías comienza su ministerio presentándose ante el rey Ajab para anunciarle, en nombre de Yahveh, que "no habrá
ni rocío ni lluvia sino por la palabra de Dios" (1Re 17,1). La sequía será total. Baal, entronizado por Ajab, dios de la
lluvia y de la fecundidad de la tierra, no podrá hacer nada frente a Yahveh, de quien en realidad depende la lluvia
que fertiliza la tierra. "Por tres años y seis meses se cerró el cielo y hubo gran hambre en todo el país" (Lc 4,25). Una
vez anunciado el mensaje al rey, Elías se escondió en una cueva del torrente Querit, al este del Jordán. Allí Dios
proveyó a su sustento: "los cuervos le llevaban por la mañana pan y carne por la tarde, y bebía agua del torrente".

Al cabo de un tiempo, habiendo cesado totalmente las lluvias, se secó el torrente. Dios entonces indica al profeta
que se traslade a Sarepta. Allí vive con el milagro de la harina y del aceite de una viuda, a quien Elías anuncia en
nombre de Dios: "No faltará la harina que tienes en la tinaja ni se agotará el aceite en la alcuza hasta el día en que
Yahveh haga caer de nuevo la lluvia sobre la tierra". La viuda hizo lo que le dijo el profeta y se cumplió "lo que había
dicho Yahveh por Elías". "Muchas viudas había en Israel en los días de Elías y a ninguna de ellas fue enviado Elías,
sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón" (Lc 4,26). Los milagros confirman la autenticidad de su palabra.

Pasados los tres años de sequía, Dios saca a Elías de su ocultamiento y le envía de nuevo a Ajab. Apenas Ajab vio a
Elías, le dijo: "¿Eres tú, ruina de Israel?". Y Elías le respondió: "No soy yo la ruina de Israel, sino tú y la casa de tu
padre, apartándoos de Yahveh para seguir tras los baales". Elías indica a Ajab que convoque en el Carmelo a todos
los profetas de Baal. Ante ellos Elías habla a todo el pueblo: "Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies,
danzando en honor de Yahveh y de Baal?" (1Re 18,21).

Elías, único profeta fiel a Yahveh, se enfrenta en duelo con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Pero no
tiene miedo: el duelo es entre Yahveh y Baal. La prueba, que Elías propone, consiste en presentar la ofrenda de un
novillo, él a Yahveh; los otros, a Baal. Colocarán la víctima sobre la leña, pero sin poner fuego debajo. "El dios que
responda con el fuego, quemando la víctima, ése es Dios" (18,24). Con gritos, danzas y sajándose con cuchillos hasta
chorrear sangre estuvieron invocando a Baal sus profetas, de quienes se burlaba Elías. Al atardecer tocó el turno a
Elías. Levantó con doce piedras el altar de Yahveh, que había sido demolido, dispuso la leña y colocó el novillo sobre
ella, derramando agua en abundancia sobre él y la leña... Luego invocó al Señor: "Yahveh, Dios de Abraham, de Isaac
y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he hecho estas
cosas" (18,36). Al terminar su oración cayó el fuego de Yahveh que devoró el holocausto y la leña. Todo el pueblo lo
vio y cayeron rostro en tierra y dijeron: "¡Yahveh es Dios, Yahveh es Dios!" (18,39). Y, a una indicación de Elías, el
pueblo se apoderó de los profetas de Baal y los degolló en el torrente Cisón, al pie del Carmelo.

Elías dijo a Ajab: "Sube a comer y a beber, porque ya suena gran ruido de lluvia" (18,41). Elías oró al Señor y el cielo
se cubrió de nubes y cayó gran lluvia. "La oración ferviente del justo, comenta el apóstol Santiago, tiene mucho
poder. Elías era un hombre de igual condición que nosotros; oró insistentemente para que no lloviese, y no llovió
sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después oró de nuevo y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto"
(Sant 5,17).

Después de su victoria contra los profetas de Baal, Elías es perseguido por Jezabel, esposa del rey Ajab, que no le
perdona la muerte de sus profetas. Elías, único profeta de Yahveh, para salvar su vida, huye, sube a las fuentes de
la Alianza, al monte Horeb, que es la montaña donde Dios selló su Alianza con Israel. Este retorno de Elías a la cuna
del nacimiento del pueblo de Dios es el signo característico de todos los profetas. Pero no se llega al Horeb, el monte
de la manifestación de Dios, sin cruzar el desierto. Elías, como el pueblo liberado de Egipto, camina por el desierto
bajo el implacable sol. Solo, devorado por el hambre y la sed, cae rendido y se duerme a la sombra de una retama.
Es tal el cansancio que se desea la muerte: "¡Basta, Yahveh! Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres"
(19,4). Dios, que alimentó a Israel con el maná y le dio el agua de la roca, reconforta ahora al profeta, dejando a su
cabecera una torta cocida y una jarra de agua. El Señor, que le espera en el Horeb, le dice: "Levántate y come,
porque te queda aún mucho camino" (19,5). Con la fuerza de la comida del Señor caminó cuarenta días y cuarenta
noches hasta llegar al monte Horeb.

En el Horeb, Elías se refugia en una cueva. El Señor con su palabra le saca fuera: "Sal y ponte en el monte ante
Yahveh que va a pasar delante de ti" (19,11). Ante Elías pasa un viento impetuoso que quiebra las peñas, pero no
estaba Yahveh en el viento. Tras el viento vino un terremoto, pero no estaba Yahveh en el terremoto. Tras el
terremoto vino fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Tras el fuego vino un ligero susurro de viento. Cuando lo
oyó Elías, se cubrió el rostro con el manto, se puso en pie a la entrada de la cueva y oyó la voz de Yahveh que le
enviaba de nuevo a Israel para ungir a Jehú como rey de Israel y a Eliseo como profeta, sucesor suyo. Partió Elías y
halló a Eliseo, que estaba arando con doce yuntas. Pasando junto a él, le echó su manto y Eliseo, dejando los bueyes
se echó a correr tras él y le dijo: "Déjame ir a abrazar a mi padre y a mi madre y te seguiré" (19,20). Elías le responde:
"Vete y vuelve, ¿qué te he hecho?". Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó; con el yugo y el arado
de los bueyes coció la carne e invitó a comer a sus gentes. Después se levantó, se fue tras Elías y entró a su servicio.

El espíritu de Elías pasa a Eliseo. Discípulo y maestro marchan hacia Jericó. Elías trata de alejar de su presencia a
Eliseo, pero éste no le abandona. Con su manto abre Elías las aguas del Jordán y los dos pasan a la otra orilla. Elías
dice a Eliseo: "Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de que sea apartado de ti". Y Eliseo le dijo: "Dame dos
partes de tu espíritu". Le replicó Elías: "Difícil cosa has pedido. Si logras verme cuando sea arrebatado de ti, lo
tendrás; si no, no lo tendrás". Mientras caminaban y hablaban, un carro de fuego separó a uno de otro, y Elías fue
arrebatado al cielo en el torbellino. Eliseo miraba y clamaba: "¡Padre mío! ¡Carro de Israel y auriga suyo!". Y ya no
vio más a Elías. Entonces Eliseo agarró su túnica y la rasgó en dos; luego recogió el manto, que se le había caído a
Elías, se volvió y se detuvo a la orilla del Jordán, y con el manto de Elías golpeó las aguas, diciendo: "¿Dónde está
Yahveh, el Dios de Elías?". Golpeó las aguas, que se dividieron a un lado y a otro, y cruzó Eliseo. Al verlo, los hermanos
profetas comentaron: "Se ha posado sobre Eliseo el espíritu de Elías" (Cfr 2Re 2).

El Eclesiástico nos ha dejado su testimonio de Elías y de Eliseo: "Surgió el profeta Elías como fuego, su palabra
abrasaba como antorcha. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos! ¿Quién se te compara en gloria? Un torbellino
de fuego te arrebató al cielo, en carro de caballos de fuego. Fuiste designado para el momento de calmar la ira antes
de que estalle, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y restablecer las tribus de Jacob. Dichosos los
que te vean a tu retorno y duerman en el amor de Dios. Cuando Elías quedó envuelto en el torbellino, Eliseo se llenó
de su espíritu. En sus días no fue zarandeado por nadie, y nadie pudo dominarlo. Nada era imposible para él. Durante
su vida hizo prodigios y después de su muerte fueron admirables sus obras" (Eclo 48,1ss).

La predicación de Elías, "el hombre de Dios", no ha sido recogida en un escrito, pero es el prototipo de profeta. Ya
Malaquías anuncia la vuelta de Elías en tiempos del Mesías. Durante la transfiguración de Jesús, Elías aparece junto
a Moisés, representando el testimonio que la Ley y los profetas dan de Cristo, el Salvador. Y Eliseo, con sus prodigios,
en favor de Israel y de los extranjeros (curación de Naamán el sirio), es figura del Salvador, enviado como "luz para
iluminar a los gentiles y gloria de Israel" (Lc 2,32). Jesús, el verdadero profeta de Dios, repetirá centuplicados los
milagros de Eliseo.1[1]

1 [1]
Cfr. 2Re 4,42-44 y Mt 14,16-20;Lc 9,13;Jn 6,9-12; 1Re 5,1ss y Lc 4,27.

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