Los hábitos nutricionales que priorizan la comida ultraprocesada, por ser más barata y
cómoda, están directamente relacionadas con la epidemia de obesidad que sufre el mundo
industrializado y sus enfermedades derivadas, como la diabetes o las cardiovasculares. Las
carencias en consumo de legumbres, vegetales y fruta van también en ese sentido, algo que se
relaciona con una pobre ingesta de fibras alimenticias y un aumento en la ingesta de aditivos
de efecto obesogénico, como los emulsificantes o las gelatinas. Los emulsificadores se han
relacionado en pruebas in vitro con alteraciones del microbioma intestinal, lo que eleva la
glucosa en sangre en ayunas, causa hiperfagia -aumento descontrolado del apetito-,
incrementa el peso corporal y la adiposidad, e induce la esteatosis hepática. En ese mismo
sentido, las comidas ultraprocesadas se relacionan con los marcadores bioquímicos de la
inflamación, el colesterol, y con una ingesta más compulsiva de la comida.
Si usted quiere bajar de peso o simplemente está interesado en tener una dieta
verdaderamente saludable, tenga en cuenta lo que han encontrado varias investigaciones
sobre la comida más peligrosa.
Patatas fritas.
El acompañamiento habitual de los locales de comida rápida fue definido por departamento
de nutrición de la Universidad de Harvard (EEUU) como "una bomba de más de 500 calorías
repleta de almidón". Según el artículo que publicaron, no se deberían tomar más de seis
patatas fritas por comida, cuando un estadounidense consume unos 52 kilos al año.
Nutricionalmente, la patata aporta carbohidratos de forma más saludable que otros alimentos
procesados, pero poco más; y si se toma frita, estamos consumiendo un 30% de grasa.
Comida chatarra y de paquetes
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) señaló que los comestibles ultraprocesados
no están diseñados para alimentar, sino que muchos de sus ingredientes buscan conservarlos
por mucho tiempo y promover deseo de consumo, al punto de que bloquean los mecanismos
de control del apetito y la voluntad para dejar de comer.
La OPS también dijo que estos productos son doblemente perjudiciales porque son casi
adictivos, lo que favorece su ingesta, y a su vez modifican procesos metabólicos que estimulan
la absorción calórica proveniente de otros productos. Si se suma que se eligen por encima de
los alimentos frescos, su presencia en las dietas es factor clave en esta epidemia.
Alimentos fritos
Pollo frito
Un estudio publicado en el 'American Journal of Clinical Nutrition' demostró que una dieta que
incluya alimentos fritos predispone al sobrepeso y la obesidad. La investigación siguió a más de
40.000 voluntarios y relacionó el índice de masa corporal y el perímetro de la cintura con el
consumo de estos productos y, por ende, con enfermedades cardiovasculares. Las grasas, dice
el cardiólogo Gabriel Robledo, hacen la comida más apetitosa que aquella que es cocida o
hervida, además de saciar poco y favorecer la absorción y el metabolismo de otros productos
que se ingieren junto con ellos. En conclusión, se sugiere evitar el uso diario de aceites y
cocinar a la plancha, al vapor o al horno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha
recalcado insistentemente en la necesidad de velar por una dieta saludable.
Bebidas y jugos con azúcar
La Comisión de Salud Pública de Boston, basada en varios estudios, alertó sobre el hecho de
que beber en exceso gaseosas y jugos con azúcar añadida aumenta el riesgo de obesidad,
desarrollar diabetes tipo II, enfermedades cardiacas y gota. De hecho, las mujeres que
consumen uno o más de estos productos duplican el riesgo de desarrollar diabetes, en
comparación con las que no lo hacen. El endocrinólogo Iván Darío Escobar explica que el
azúcar que se usa en estos alimentos no alimenta y produce calorías vacías, que no se queman
fácilmente y tienden a acumularse en forma de grasas dañinas. En el caso de los niños que las
toman diariamente, la posibilidad de ser obeso en la adultez aumenta en un 60 por ciento
Bizcochos, panes y hojaldres
Galletas, pasteles, donas y bizcochos, y más los hojaldrados, forman parte de la dieta diaria de
al menos el 10 por ciento de los niños, que, en una proporción de casi la mitad, los comen dos
veces por semana, según el estudio español Aladino. La mayoría de ellos contienen aceites no
saludables, mantequilla, azúcar, dulces como bocadillo o arequipe, que los tornan gustosos,
pero que además concentran gran cantidad de calorías, muchas de ellas libres, en pequeñas
porciones. La nutricionista Nohora Bayona explica que son atractivos para todas las edades y
mucho más peligroso por presentaciones de varias unidades y a bajo precio, lo que induce a
que la gente termine los paquetes después de abiertos. “Son muy riesgosos”, remata.
Dulces, postres y caramelos
Gomitas
Así sean caseros, pequeños y hasta de apariencia inofensiva, estos productos son una trampa
porque culturalmente hacen parte del día a día de la gente. ¿O quién no piensa en un postre
tras el almuerzo? Y aunque puestos en dosis pequeñas se pensaría que pueden ser tolerables,
el problema, según la nutricionista Bayona, es que se consumen varias veces al día e incluso se
convierten en pasabocas entre comidas. Aquí cabe todo el espectro de la confitería industrial:
dulces, bombones, almíbares y gomas. La experta indica que los postres caseros, en particular,
pueden salvarse, siempre y cuando sean parte integral del contenido calórico de una dieta
normal. Lo demás estaría proscrito, sobre todo en niños y adolescentes.
Harinas refinadas.
El pan blanco, en sus diversas encarnaciones (pan de molde, pan de hamburguesa...), es uno
de los responsables de la epidemia de obesidad más ignorados: se asocia con un alimento
tradicional, cuando en realidad es un procesado. La harina que conserva las propiedades del
grano no es la refinada sino la integral, con el salvado o 'cascara' rico en nutrientes como la
fibra alimentaria, y con un menor índice glucémico -la tasa a la que se absorbe la glucosa en
sangre- que previene tanto la ganancia de peso como la diabetes.
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