Ciencia que ladra, ………………………………
Les propongo un ejercicio: cierren los ojos (aunque no mucho así pueden seguir leyendo) e
imaginen a alguien que esté investigando en ciencias. ¿ Ya está? Les apuesto lo que quiera a que
han imaginado a:
- un hombre
- con guardapolvos
- con anteojos
- con cara de loco (y no solo cara)
Olvidemos el guardapolvo, los anteojos y la locura. Pero… ¿por qué un hombre, siempre un
hombre? Tal vez parte de la respuesta sea histórica, durante gran parte de esto que llamamos
civilización las mujeres tenían completamente vedado el acceso al conocimiento científico. Que
fuera a lavar los platos, sí, o a otros menesteres, como limpiar el hogar, cuidar niños, coser, bordar
y abrir la puerta para ir a jugar. Pero de ciencia, ni hablar.
Claro que ha habido notables excepciones en nuestra historia, pero pocas veces se las menciona
en toda su grandeza – y muchas otras veces, se recuerda a la “esposa de… “, “la hija de…. “, “la
hermana de… “(detrás de todo gran hombre, y todo eso) - . Más qué olvidadas, las mujeres han
estado exiliadas de la ciencia, y los datos son cruelmente claros.
¿Mujeres en la universidad? Sólo desde fines del siglo XIX o principios del XX ( y a veces, ni siquiera
pudieron ingresar hasta bastante avanzado el siglo pasado). ¿Mujeres en las academias de
ciencias? Pocas, y desde la segunda mitad del siglo XX (y, en la Argentina, recién desde los años
noventa). ¿Mujeres premios Nobel en ciencias? Alrededor del 5% de los galardonados. ¿Mujeres
en posiciones jerárquicas en las instituciones científicas? Ja.
La excusa histórica suele ser que “están menos preparadas”; recordemos que ayer nomás, en
2005, el entonces presidente de la Universidad de Harvard, Lawrence Summers, tuvo que
renunciar por sugerir que la poca representación femenina en ciencias e ingeniería podía deberse
a su menor aptitud para estas cuestiones. Una idea que viene de lejos: durante mucho tiempo se
aseguró que el hecho de que el cerebro de las mujeres fuera unos cuantos gramos más liviano que
el de los hombres era una prueba irrefutable de la superioridad e inteligencia masculinas… hasta
que a alguien se le ocurrió preguntar cuánto pesa el cuerpo de las mujeres, y cuánto es el peso
relativo del cerebro femenino con respecto al del cuerpo. Luego de hacer unas pocas cuentas,
nadie más mencionó el asunto (ya se imaginarán por qué). Es cierto: es un cerebro diferente,
esculpido por las distintas hormonas y genes que van conformando la vida y la historia de una
mujer y de un hombre. Y he aquí lo esencial: “diferente”.
Lo verdaderamente fascinante es que la mirada científica femenina sobre el mundo es original,
innovadora y absolutamente complementaria de la de “ellos”. Su percepción, capacidad analítica,
modos de comunicarse le agregan una riqueza a la ciencia que, de no existir, resultaría en una
tremenda pérdida para nuestra manera de entender y de entendernos.
De ahí la importancia de estas científicas que cocinan, limpian y (a veces) ganan el Premio Nobel:
conocer sus historias es asomarnos al otro lado de la ciencia, casi desconocido y tan fascinante
como el que más.
Viva la diferencia!
Diego Golombek