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Capítulos XII - XIV

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CAPITULO XII —Let’s go home— Dijo Perla. El cuerpo doliente y ardiendo en sus muslos. Las mu- fiecas, los brazos y los pies, amoratados. Las ufias blan- cas se dibujaron clavadas en su carne barbadiense, color de té, La boca rota y la cara arafiada. Como fue arras- trada sobre el llano, su traje de dacr6n quedé entre zarzas y cadillos. Sus interiores rasgados por manos rubia3 que tiraron de ella igual que si arrancasen pellejos de una res muerta. A su pelo aplanchado estaban adheridas briznas secas del camino. Apestaba a gringos borrachos. Y le do- lia el sexo por dentro. Cayeron ondulando sobre ella co- mo buitres blancos sobre la morrina. Apretaron sus se- nos hasta arrancarle gritos de dolor en su larga pesadilla. Habia muerto y muerto y muerto bajo los machos de manos rudas que corcovearon sobre su cuerpo de calipso. Entonces la dejaron abandonada. Y sobre su cuerpo helado, roto y pegajoso descendie- ron los mosquitos. Zumbaron sobre ella apenas fue abor- dado el carro azul por los tltimos asaltantes. El carro ha debido decir: 141 JOAQUIN BELERNO © Oh right! 0. K! La retreta de los mosquitos zumbé sobre su cuerpo exai Habia perdido el conocimiento. Se defendié has ta lo tiltimo. Pero sucumbié rebelde y se entregé a la tie- rra. Los gringos cayeron sobre su cuerpo mientras tuvo fuerzas. Le cayeron encima, unos sosteniéndole las manos y otros los pies, como los condenados a descuartizamiento. Ella se rebelé y pated, enardeciendo mas a Bobby. “Good battery’ —Remember Annabelle! Son of a bitch! Cayeron sobre la tierra, uno detras del otro. El ca- rro servia de parapeto. Rapido corrian los carros alla le- jos en la carretera. Los mosquitos se dieron festin y dejaron su cuerpo hinchado. + Cuando abrié los ojos habia salido el sol y todo halla- base bajo la penumbra sombreada de la mafiana, Estaba desnuda. Inmévil. El filo de las piedras herian sus espal- das, Le parecié tener las entrafias reventadas. Pero su pudor superé su doloroso ultraje. Su ropa interior, su brassier y su traje de dacrén a su alrededor. Altas palmas de corozo. Maleza cerrada. Enfrente la carretera. Al otro lado pudo ver un cafién del tiempo de los ¢s- pafioles. La caseta de zine para pienies. Un claro de mon- te. Latas vacias de cervezas, papeles sucios de pan y sal- chichas. El camino de piedra que se interna en el monte. Un letrero amarillo escrito en inglés: 1 GOVERNMENT ' FOREST PRESERVE THE CUTTING, REMOVING, OR DESTROYING OF ANY SHRUBBERY FOLIAGE, TREES ETC PROHIBITED OLD CRUCES ROAD 142 Manos esclavas, encadenadas bajo el litigo de los es- pajioles, construyeron ese camino para enlazar Ja ciudad de Panama con Cruces, en el Chagres. Sobre aquellos can- tos labrados, puestos por los esclavos, los siete gringos del carro azul saciaron su apetito negro. Perla sentiase as- queada de si misma. Entonces vio que un auto se intro- ducia en el claro. Era una pareja de enamorados criollos. Perla quiso levantar la voz y no pudo, Estaba mareada. Los novios se besaron, Entonces oyeron claramente —Please...! Please. Help me..! La novia temblé al ver aquella muchacha, compren- diendo enseguida lo que habia pasado, —Battery! —Musité. Y corrié a ayudarla, Se quit sus enaguas de can can y se las dio a vestir. Luego su brassier y le eché encima entonces cuanto trapo suelto encontré en el suelo. —Poor girl— Dijo y se eché entonces a llorar, in- contenible. E] muchacho corrié a socorrerla y, Ileno de amargura, se bebié sus lagrimas. Ratos después marcha- ban veloces a llevar el denuncio a la Policia de Balboa Cc. Z. Pero Perla Watson dijo sencillamente “Let’s go” cuan- do estuvo enfrente a la Policia de Balboa. El muchacho habia cetenido el auto en un Angulo de la _plazoleta. Ha- cia el medio estaba una réplica diminuta de la estatua de “La Libertad”. Perla dormitaba pensando, enferma del asco de si misma y del ultraje fisico. Pero habia dicho con temor no exento de decisién, —Let’s go home, please... Durante el trayecto de la carretera de Chilibre a Bal- boa, eruzando puentes y orillando el canal, entre lagunas 143 JOAQUIN BELENO © pintoreseas donde revolotean aves marinas, midiendo distancias de montes Iejanos, Perla y la pareja de enamo- rados negros pudieron apreciar su pequefiez. Las eselu- sas isoclinas de hormigén y acero no eran de ellos. Ni las grtias y las bareazas Mevando la tierra de los dragades. En Pedro Miguel los enormes barcos eabecedbanse lentos y ondeaban en la popa la bandera norteamericana. Los blancos campamentos de Clayton y Albrook Field brillaban a la luz del sol. Y los acrodromos esplendian su aceite en is de concreto. las pis! —iUsted es casada?— Se atrevié a preguntar la mu- chacha. —No.— Dijo Perla.— Pero tengo una nifia. —iUsted no conoce a los que la asaltaron? —Si los veo los reconozeo. Iban en un carro azul, Chevrolet. Tenia placa de Ja Zona del Canal ntimero 3548. —iCudantos eran? —Siete. Estaban jumados. —iSoldados? —No. Civiles: Zonians. . —Siempre es lo mismo. Cuando vienen de los Esta- dos y estén a punto de regresar, cometen toda clase de fechorias y no dejan huellas. —i Usted piensa hacer el denumeio a la Policia de la Zona?.— Indagé el joven, mientras condueia, sin mirarla por pudor y vergiienza, —Si ustedes son tan amables de Ievarme. ¢Son us- tedes novios...? Quiero decir, si se van a casar... —A comienzos del préximo aiio cuando los dos ten- gamos vacaciones, 144 AMBOA ROAD GANG : —Ella trabaja en la imprenta de la Administration Building en Balboa y yo con una compaiiia de Seguros en Panama. Iremos a vivir a Rio Abajo en casa de mi sue- gra. EI] muchacho inconscientemente queria hablar de otras cosas, estaba impresionado por lo sucedido a aquella des- conocida que levaba en su carro, Intuia una mujer muy bonita que no queria mirar, por temor a su novia. Le em- barazaba la presencia de la ofendida, le era imposible quitarse de la cabeza la imagen de aqucllos siete gringos encima de Perla. Desnuda. Pensé que a su novia también le pudiera suceder lo mismo y se le crisparon las manos sobre el timén. —Con los datos que usted tiene es facil atrapar a los miserables que la ultrajaron... Digame... gse siente bien?... © primero la levamos donde un médico... —Mejor vamos a la Policia Lerespondi6 Perla a la muchacha.— Creo que me voy a morir y es mejor denun- ciar lo que me pas6. —i Usted tiene novio .. ;No es cierto? Si. —Es preferible que no le diga nada a su novio. El muchacho que iba al timén se estremecié. La mu- chacha prosiguié con decisién. —Los hombres son raros. A veces nos llegan a abo- rrecer por estas infamias. No es a usted a la primera qne le sucede esto. Las muchachas no deben andar solas por estos lados. —Era temprano y estaba esperando un autobis. —Siempre debe ir acompafiada de alguien. Hay mu- cha gente mala. Dos muchachas panamefias, hace poco, 145 JOAQUIN BELERNO g, después que salieron de Fort Kobbee, la acompaiiaron unos soldados. Por los lados de Arraijan les hicieron lo mismo que a usted. Y eso que las conocian. —iY qué le hicieron a los soldados? La muchacha callé por delicadeza. Pero su novio con- test6. —Nada. Le impusieron una multa de 100 délares a los cuatro y los regresaron a sus cuarteles. Las mucha- chas panameiias dijeron minuciosamente cémo habian pro- cedido. Cémo las habian violado. Pero los jueces dijeron que las mujeres panamefias que van a los fuertes... esas rabicoloradas (1) que Ilaman.... son mujeres “cualquiera”. —Esa no es la raz6n.—protesté su novia.—j Fuercu violadas! —Bueno, las muchachas los acusaron de violacién. Y Io tnico que falt6 fue que ellas y los soldados hicieran lo que habia pasado. Pero no hubo caso. Se burlaron de las panamefias, Las exhibieron en una audiencia y los gringos se fueron riendo... Sin embargo, cuando un negro toca una mujer blanca le ponen cincuenta aiios. Ahora fue Perla la que se estremecié, recordando a Ata y a Lester Greaves. Era la justicia zonefita. Justi- ticia del Gold Roll. Los del Silver Roll no tenian dere- chos. Si las cosas se desarrollaban entre blancos, est eran castigados, pero siempre con mano suave, porque es- ta Justicia perdona con mucha facilidad. Gamboa se hizo para los negros y no para los blancos. Si es un negro el que delinque, no importa cual fuera su delito, o contra quien lo cometiere, le cae todo el peso de la ley despiada- (1) Rabicoloradas: muchachas que se prestan para divertir a los soldados de los fuertes militares, 146 GAMBOA ROAD ANG damente. Perla empezé a recordar el largo rosario de a- frentas a la raza negra en la Zona del Canal. Las chom~ bitas violadas por soldados y civiles. Las que habian ido a los tribunales a pedir justicia y quienes no obstante se- fialar a sus ofensores, nunca pudieron conseguirla. Los abo- gados gringos tienen faciles trucos para evadir la accién penal. La justicia no se ha hecho en la Zona para los blan- cos, sino para los negros. Recordaba a sus amigas, de pronto embarazadas, para salir con un enrazado como Ata. Los gringos se iban, la ofendida rumiaba su tragedia y su hambre y ella continuaba su vida, acostdndose con otros hombres. Pero la justicia seguia muda. Completamente muda y extrafia para los indios, para los negros, para los latinos. Por eso Perla, después que el carro se detuvo frente a la Policia de Balboa, habia dicho: —Let’s go home, please. Me siento muy enferma. 27 En Gamboa, repentinamente, Atdé también se sintié muy mal. Tuvo la sensacién de que algo horrible le iba a suceder o que habia sucedido. Pensativo se quedé ob- servando los cables de acero que se combaban entre dos cerros. —Me siento mal, Jefe. No sé que tengo. —Llamaré al sargento para que te envien al Dispen- sario de Gamboa. » No Chief, Brujeria. Debe ser Perla, para que ol- vide a Annabelle. —No. No lo creo. Su brujeria no puede contra eso. —Usted cree... Si... 147 JOAQUIN BELENO & —Mire, 33. — Me lamé la atencién sefialando Jog colgantes cables de alta tensi6n. — Usted ve? No se tocan. —Eso es Ata. Dos lineas paralelas nunca se encuen- tran. —Quiere decir que Annabelle y yo...nunea nos encon- traremos. ;Hsta seguro de que nunca se encuentran... ? —Dicen los matemiticos que nunca... A menos que no sea en el infinito. —iSomos Annabelle y yo dos Iineas paralelas que no podemos encontrarnos nunca? —Yo no se si ustedes serdin Iineas paralelas. Yo por mi parte no se lo que soy... —Entonces Annabelle y yo sélo nos encontraremos en el infinito. —No sé. —En la muerte, pues con otras palabras. —No sé. La correspondencia estaba retrasada desde algunas semanas atras, Até no recibia cartas de su gringa de ojos azules, que él Hamaba su dulcisima paloma. Su tristeza, es natural, origindbase en este retraso. Sin embargo, ten- go que advertir que la actividad epistolar de Ata y An- nabelle siempre fue muy irregular. Las cartas de ella llegaban como si fueran escritas en ciertos momentos es- peciales. Cuando Ata tomé en sus manos el ukelele se dio cuenta de que las cuerdas del instrumento eran también paralelas y me advirtié sabiamente: 148 GAMBOA ROAD GANG —Si no fueran paralelas...no se entenderian... —Es cierto. Y en los cordones de la electricidad uno es negativo y otro es positivo. —Es cierto, Chief. Usted es un hombre muy clase. Annabelle y yo somos dos lineas paralelas. Negro y blan- co. ‘ Me escandalicé. Por primera vez en todo el tiempo que habia estado en la prisién, el negro-blanco Ata acep- taba que era negro. Quiza slo podia considerarse negro delante de Annabelle. Ata, entonces, improvisé un swin- calipso que habla de dos lineas paralelas que se juntan en la muerte, de un alma negra y una blanca que van hasta el infinito. Y que por mds que al negro lo hagan sufrir y llorar, los negros y los blancos se unen en el infinito. Que cuando el blanco castiga al negro se esté uniendo con él; que no puede andar sin él. Que los blancos no quie- ren ser negros y los negros no quieren ser blancos, pero que siempre se unen en el infinito. 28 —Quiza por esta misma raz6n Perla dijo a sus rescata- dores, con la melancolia de su raza. —Let’s go home, please... Please... Please... “No. Por favor. No me lleven donde un médico, No por favor, déjenme morir con lo que lIlevo por dentro. No me hagan sufrir mds. Ellos iran a la audiencia a reirse de mi. Los sefialaré a todos. Diré que a uno le dicen Jim- mie y al otro Buddy. Hay otro que tiene un diente par- tido. El que maneja, tiene una corona de oro con la que me mordié la oreja. Diré lo que hicieron, cémo cayeron sobre mi, cé6mo me arrastraron, cémo me desnudaron y me 149 JOAQUIN BELESO © agarreron los brazos mientras yo me movia y ellos se excitaban cada vez mas con mis movimientos. Lo diré todo... porque todo lo tengo por dentro... Pero yo soy Per. 2 Watson... Yo no me liamo Annabelle Rodney ni tengo la piel rubia de los sajones. No me creeran y se reiran de mi. Tendré que probar que lo que digo es cierto. No basta las mordidas que tengo, no basta mi cara amorata- da, mi sexo ultrajado, mis carnes laceradas. Nada de eso basta. Ni la placa ntimero 3548 C. Z. Yo soy negra. Y tengo que morir con mi dolor. Ser ultrajada y aceptar que el hombre mio se pudra cincuenta afios por el mismo de- lito que han cometido conmigo. Pero los gringos se rei- ran de mi. Se iran felices y contentos. Porque aqui la justicia se viste de negro para los negros y de plastico para los gringos. No soy nadie. Nada me pertenece. Mis padres vinieron de lejos a morir aqui para construir el canal. Pero aqui sélo el gringo es ei amo. No puedo lla- marme a engafic. {Para qué voy a presentarme ante los tribunales si se que todo es mentira? Se que los que me ultrajaron no acompafiarén a Ata en Gamboa. Saldran libres y yo saldré burlada. Es la justicia de ellos. La jus- ticia de los zonians. La justicia del mas fuerte, la justicia que algin dia se tendré que acabar sobre esta tierra de lagrimas negras. No quiero que me lleven ni donde el mé- dico, ni donde el juez. No quiero que me saquen lo que tengo adentro de mi. No quicro. Me opongo a ello. Sélo quiero caer en mi cama para Ilorar y Morar largamente. Sélo les pido que me leven a mi casa... Please. Please Please.” Por esta razén los vecinos vieron legar a Perla sit zapatos, en Can Can y cubierta de tiras. Todos se escan- dalizaron. Y del fondo de los patios de la “Loma de San Miguel” surgieron las més intrincadas especulaciones. La version aceptada por todos fue que Perla se habia jumado 150 GAMBOA ROAD GANG y que los hombres que la acompafiaron la habian abando- nado en el monte donde la encontraron tirada. Y de nuevo, los patios de San Miguel, como aquellos tiempos en que Nelly, la mama de Ata, vivia con el soldado Arthur, empez6 a investigar y a murmurar. Todos los dias un nuevo chisme. Y Perla, consolé sus cuitas orando en su cama, en donde nunca jamas se acostaria Ata. 151 CAPITULO XIII En Gamboa los presidiarios cuando rien lo hacen en Ja tiltima escala de los valores humanos. Su carcajada nada tiene que ver con la alegria, si no con sus debilida- des. Se puede decir que es un acto animal como cualquier otro, para dar escape a las tres abundantes comidas dia- rias y a nuestra castidad obligatoria. La prisién engen- dra malestares inexplicables: pasiones atormentadas que no se mitigan; frenesi de amar que no se aplaca. FE] mis- terio de la risa en Gamboa siempre me ha confundido, por- que no tiene nada que la identifique con la risa de la ciu- dad; mas bien, es el producto sensual de la comida abun- dante. La asistencia médica del presidario zoneita es acep- table; en la prisién no hay ninguna clinica, pero si uno declara estar enfermo, lo evan al dispensario de Gam- boa Town, una milla mas adelante y alli lo atienden. Si necesita hospitalizarse lo envian al hospital Gorgas, a la clinica-prisi6n para su tratamiento. No existe ningtin pretexto para que el preso languidezca por enfermedad. 153 JOAQUIN BEL EXO Estamos condenados a reir, a vomitar nuestra r ly nues- tra alegria como una consecuencia prosaica de la dieta earcelaria y no por una humana raz6n emocional. Como el presidiario es reacio a denunciar sus congojas, porque es de mal gusto, su tinico escape es la risa, el cuento tri- vial y la vulgaridad. Cuando abandoné la carcel de Gam- boa, mi herida espiritual era mucho mas profunda que cuando entré. En aquel desierto de limpieza perfecta y de comidas abundantes mi desgaste fisico sélo sirvié para moverme a satisfaccién del amo. Desde hace mucho tiempo se ha venido sosteniendo y afirmando que los norteamericanos son una raza dind- mica, porque proceden de un pais frio. Opino que el se- creto de su histaminica actividad se debe a su alimentacién mas que al clima. He vivido en el norte y conozco gente tan abtlica y perezosa como nuestro hombre desnutrido. En Greenwich Village, el barrio bohemio de Nueva York, he visto a todas esas gentes extrafias, melenudas, ham- brientas y resentidas quienes, igual que la espuma de la cachaza en la paila, consumen su pereza hambreada sobre una mesa de hierro como desechos de aquel hervidero New- yorquino. El presidiario de Gamboa es activo. No necesita del foete para consumir y entregar sus energias bajo el sol o bajo la Iuvia. Lo hace, porque se lo pide el cuerpo. Texuda su vitalidad. Y los policias que bajo el uniforme descansan apoyados sobre el rifle, vigilando el movimien- to rdipido y fugaz de los macheteros descabezando la yer- ba, no necesitan arengarlos ni empujarlos, porque la fuer- za virgen de nuestra castidad nos obliga a consumirla pa- ra no vivir esclavos de ese frenesi de amar largamente, mientras contemplamos los barrotes 0 el tejido de la malla ciclén. 154 GAMBOA ROAD GANG Odio a Gamboa con todos mis sentidos. Prefiero mil veces otras cérecles de hambre y piojos. De foete y de cadenas. Por lo menos me evitan el reir como un animal. Mi protesta aunque sea en vano, me da fuerza. Pero no me envilece como estas comidas que me insuflan fuerza para descabezar las hierbas de la carretera. Cuando contra nosotros se usa la dialéctica del “big stick”, tenemos de- recho a la protesta y a la rebeldfa; pero cuando la mano que te da de comer es la que te quita la libertad para que el producto de la comida se convierta en fuerza de traba- jo al servicio del amo, entonces, maldita sea la comida. Me recuerda mis dias en la Granja Avicola de la pri- sién. Los polles no eran animales sino fabrica de produc- cién, medidos y pesados para el rendimiento comercial. Un pollo tenia que comer tantas libras de alimento duran- te determinado tiempo. Ese alimento tenia que convertir- se en tantas docenas de huevo. El alimento costaba tan- to y los huevos cuanto. Al final de cuentas, después de que los animales rindieran su huevera a las necesidades del presupuesto de Gamboa, eran beneficiados, producien- do una ganancia. Igual somos nosotros. Nuestra comida y casta vida nos da fuerzas, nuestra fuerza esclava sirve para producir una ganancia, Ese superavit se refleja en ‘e] mantenimiento de la cércel. Los alambres siempre pin- tados de aluminio. El equipo siempre completo. La lim- pieza absoluta y desinfectada. No hace falta nada. No- sotros pagamos todo esto con nuestro trabajo. Y como Gamboa tiene que adaptarse a la imagen y semejanza de la riqueza paradisiaca que ostenta la Zona del Canal, la prisin, dias tras dia, se enriquece con nuestro trabajo, se dispensa en servicios a todos los departamentos de la Compafifa del Canal de Panama. Soy un pollo alimenta- 155 JOAQUIN BELENO do y engordado para el amo. Cuando salga me darn vein. te délares. Eso es todo. Es la dialéctica del imperialismo, La mayoria de los encarcelados no comprenden esto, ‘Cuando Ata dice que esos hombres jamas han sido gente y que han venido a vivir con limpieza detras de las rejas de la penitenciaria, dice la verdad. Los malhechores que han arrastrado su vida por los barrios miserables de la ciudad de Panama, arrojados por el hambre y la miseria de todos estos cuartuchos y “casas brujas” (1) en donde el dolor compite con el hambre, no tienen derecho a pedir libertad. Para ellos la esclavitud desinfectada con tres aceptables comidas diarias, bien vale su fuerza de traba- Jo que se las regala al gringo. Prefiero mil veces mi libertad con hambre que la es- clavitud de polluelo cuya mentalidad no va més alla del alambre del gallinero, Como ex-presidiario, he leido sobre la realidad de otras cdrceles. Aparentemente Gamboa serfa un paraiso, una -continuacién de ese paraiso que es la Zona del Canal, pero sin libertad. Pero la Cércel de Gamboa es abominable, porque destruye en el hombre algo que es mas valioso que Ja comida. Su deseo de libertad. Cuando se fugaron los tres Gonzalez los envidié. Me di cuenta de que la comida y la limpieza no bastan por sf solos para evitar que el hombre se rebele. No puedo decir cémo se fugaron estos tres reclusos, del Road Gang. Para ese entonces, yo ha- bia ascendido de categoria y trabajaba en la Granja Avi- -cola alimentando pollos para que pagaran en huevos. Pero mi alegria fue inmensa y pensé seriamente en evadirme, preparé mi plan, pero nunca pude llevarlo a cabo ni voy a denunciarlo, porque lo he dejado como un legado para cualquier otro que quiera hacer uso de él. (1) Casas brujas: Casuchas de madera que se hacen de tablas de cajones y otros desechos entre el monte. 156 GAMBOA ROAD GANG Es dificil salir de la Zona del Canal. Este territorio cautivo, en manos de los yanquis, es una inmensa prisién en donde s6lo los gringos son felices. Por todas partes, a la orilla de las esclusas, a lo largo del ferrocarril, alre- dedor de los cuarteles y fuertes, en los campos de las ga- solineras, en las escuelas, comunidades, parques, comisa~ riatos. En todas partes, la misma malla ciclén que circuye el campamento de Gamboa circuye aquellos predios. En los limites entre la jurisdiccién zoneita y la jurisdiccion panamefia, la maldita malla ciclén pintada de aluminio domitia el panorama. Gamboa sélo es un pedazo de esta inmensa céircel de 1.432 kilémetros cuadrados para los criollos y los paname‘ios que tienen que vivir alli. Disfrutan de cines, parques y buenas diversiones. Pe- ro viven prisioneros. Nosotros acé en la carcel para ayu- darnos a mitigar las fuerzas provocadas por las comidas tenemos nuestra liga de Soft ball. Nos consideramos en- tonces jévenes y disputamos, rivalizando con gra ardor, como si de verdad estuviéramos libres. Cuando regresa- mos a nuestros barrotes nos damos cuenta de que todo ha sido un pretexto de nuestros esclavizadores. Seguimos pre- sos. Presos. 30 La tinica careajada franca y alegre eva la de Ata. Una gring» de ojos azules y labios de bugambilias lo amaba... Su alma negra y poética se asomaba a sus dedos y el uke- Iele palpitaba calipsos que algunos misicos iban a apren- derse de memoria para irradiarlos por la ciudad con sus orquestas, Asf, Atd no estaba muerto, no estaba ausente, no estaba preso, su alma y sus calipsos no eran prisione- ros, Volvian a la ciudad haciendo que las cinturas se mo- vieran al son de las tristezas de Gamboa. 157 ENO JOAQUIN BEL Ata cantaba como todos los esclavos negros para libe- rarse. Violentos entre ellos mismos, los jamaicanos aga- chan la cervis delante del gringo. Es parte de su educa- cién, pero no es su cobardia. Sus labios negros cantan dolencias intimas, pero no se quejan ni Ioran el sexo de su mujer como lo hace Bilo. Quisieran ser gringos, pero su color los espanta. En cierta ocasién le pregunté a Ata. —iPor qué razén insistes ti en ser gringo, AtA? —Por la misma razén de que ti eres panameiio. —No entiendo. Tu madre es barbadiense, pero ti na- ciste en Panama, atin cuando tu padre es norteamericano —Mire, Chief— Me dijo con mucha viveza— Los amigos mios que son negros no son panamefios, porque ustedes no los quieren y los desprecian. No son gringos, porque aqui en la Zona no los aceptan. No son ingleses, porque la nacionalidad de sus padres no significa nada para ellos. Somos judios, No tenemos Patria. Somos lo que somos: gente que respiramos, Por eso yo quiero ser alguien. Quiero ser gringo. Soy gringo. Ta ves mi pie No la quiero perder, porque esto sirve mucho. Esperaba probar mi ciudadania cuando tuviera 21 aifios... pero aqui metido... slo Annabelle puede salvarme y lo hard. Estoy seguro... Casado con una gringa me seré mAs facil ser ciudadano norteamericano. Por lo menos mis hijos lo se ran. A Ata hay que entenderlo tal como es él y no como no- sotros quisiéramos que fuera. Quiz piense que con la ciudadania de un gran pais como los Estados Unidos puc- da ser libre y poderoso. Ha vivido como un paria abando- nado y despreciado por todos los panamefios. ; Por qué te- nemos que reprocharlo? Sin embargo, estos motivos no son compartidos por Nicanor, el campesino de Nuevo Em- 158 GAMBOA ROAD GANG perador. Y al ver que At se manifestaba en esa for- ma intervino, a la vez, que trataba de curar un pollo. —T nunca seras gringo, Até. Ta eres chombo-blan- co, Allate buch sucio. Td has venido a saber lo que son zapatos aqui en la prisién, No vales nada. —Yo siempre he usado zapato. Pero lo que tii dices es cierto. Mientras en el Interior hay miles de miles de mis paisanos con los pies lenos de nigua, ustedes que vi- nieron aqui a mi pais, con los pies en el suelo, viven mejor gue nosotros, que somos los duefios. —Ustedes son los duefios de nada. Aqui mandamos los gringos. —Ustedes los chombos han vivido aqui en la Zona del Canal con calles de conereto, luz eléetrica, comisariato, co- mida barata, ropa barata. Los gringos les han puesto escuclas, aunque sea hasta la primaria; tienen cines y cuando se aburren van a Panama con dinero para gastar. Pero alla en las montafias del Interior, hay muchos manu- tos como yo que no tienen agua que no sea de pozos, no agua de cafieria como aqui. Que jamas han entrado a ver una pelicula en un cine, que hacen el arroz con manteca de quebrada (*) y que estén llenos de enfermedades y co- men una vez al dia, no como ustedes que a pesar de ha- ber Iegado al pais extrafio lo tienen todo, contra nosotros que no tenemos nada. Nicanor respiré profundamente y queria decir algo més que Ilevaba por dentro, pero su manera de hablar exi- gia que descansara para reunir sus ideas. (1) Manteea de quebrada: agua del rio. 159 JOAQUIN BELENO —Nosotros no tenemos la culpa de esto. 0 es un problema del Gobierno de Panam inimos a construir el Canal y lo construimos: Dijo Ata. Nosotros Pero se quedaron.— Remaché Nicanor. —Se quedaron los chombos que iban a mandar para las islas. Habian venido para regresar. Pero los ricos que hicie- ron San Miguel, Calidonia y el Chorrillo no quisieron que se fueran. Entonces, ustedes, de qué se quejan? —Todos los chombos deben ser largados de aqui. -~{Para dénde se van? Si no tienen Patria. Ustedes no los quieren, los gringos tampoco y los ingleses menos... Ata, tragé saliva y se dirigid a mi. Ya vio, chief gpor qué yo quiero tener la nacionalidad de mi padre...? —Ustedes son panameiios cuando les conviene y cuan- do no, ingleses.— Hostig6 Nicanor. —iY qué? El que no es nada, lo es todo. —Yo tendria vergiienza de ser gringo después de que, por tocar una gringa, me meten cincuenta ajios. ' —Eso no te importa a ti. Cholo manuto del diablo. —Soy manuto, pero tengo el pelo liso, no como ti que te la quieres dar de gringo y tienes el pelo duro aplancha- do con Pomada Cuba. —No todos los gringos tienen el pelo liso. —EI negro es negro aunque se pinte de cal y se ponga mierda en la cabeza para aplancharse el pelo.— Condend Nicanor, indignado. —Yo me puedo poner mierda para alisarme el pelo. Pero ti estas leno de mierda, més que yo, porque yo no estoy aqui por una iguana que no vale ni un niquel (@). Estas disputas entre jamaicanos criollos y pana- (1) Niquel: 5 centésimos 0 centavos de Balboa o Délar. 160 GAMBOA ROAD GANG meijios eran muy frecuentes en la prisién. Los jamaicanos Hegaban, al final de la discusién, a decirle a los paname- fios que eran vendidos, que no tenian patria y que los Es- tados Unidos cuando quisieran se tomaban a Panamé sin disparar un tiro. Algunas veces las discusiones subian de tono y de color y los presidiarios se indignaban, como si fuesen a pelearse de veras, pero, en realidad, todo redu- ciase a un mero escape de las energias almacenadas en sus cuerpos. Nicanor profirié una sarta de insultos persona- les, inclusive le dijo que no habia sido parido, sino defe- cado en un zagudn de Calidonia por quién sabe qué mona hedionda. Y no quiso entenderse més con Ata al que con- sideraba, pese a su color y sus pecas, como un chombo- blanco, asqueroso y embustero, a quien dizque la gringa Annabelle lo tenia preso... ! —Vea usted...Donde se ha visto eso— Repetia Nica- nor.— Que una gringa le escriba a un chombo, ;Puras mentiras! Y para confirmar sus afirmaciones, con un pollo en la mano hacia la mocién de limpiarse el trasero, diciendo a la par: —Con esas cartas que ti dices que te manda la grin- ga yo me limpio el “fundillo” ;mil veces! Entonces rio con una risa frenética y cortante. Una risa realizada en la Ultima escala de los valores humanos. —No le haga caso, Chief, no le haga caso— Me llamé Ja atencién Ata. Sacé luego una carta escrita en aquel papel de una dignidad de hostia y me la enseiié, diciéndo- me, —Lea, Chief. Vea usted mismo si es 0 no es verdad que Annabelle me escribe. Entonces lei. 161 JOAQUIN BELENO 31 Mister Arthur Ryams: Mis dolores de cabeza han cesado como por en- canto. Estoy como si volviera a vivir de nuevo en el mundo, Todo lo que he hecho durante estos liltimos aiios me parecen cosas raras. Tengo que revisar con mucho cuidado todo lo que me ha sucedido. A veces me cuentan cosas que me pa- recen absurdas. Atn las cartas suyas me pare- cen irreales y tengo la impresién de que no lo re- cuerdo bien y que tendré que contarme de nue- vo todo lo que ha sucedido. Me ha dicho el doctor que ahora soy una persona normal y que no sabe a qué atribuir el cambio; me aconsejé que le escribiera para que no con. siderara que mi vida se habia interrumpido. Me graduaré este verano y he escrito un trabajo que se refiere a “La Contribucién Folklérica Del Ne- gro Americano en La Cultura De Los Estados Unidos”. De todas maneras regresaré pronto a la Zona del Canal donde mis padres y lo visitaré, Creo que las cosas que nos conciernen, mejor Jas hablaremos personalmente. Pronto saldré de todos mis compromisos y estaré en libertad para decidir lo que debo hacer. Annabelle Rodney. Vaya, vaya me dije para mis adentros. {Qué carta mas extrafia! Era y no era la carta de Annabelle, por lo menos, la carta de la Annabelle que ya conocemos, Ata vio ‘en mis ojos parpadear esa luz de la duda que, fugaz, se incendia en el oxigeno de nuestra imaginacién, igual que se incendian los aerolitos en el firmamento. « 162 GAMBOA ROAD GANG Vi pasar la sombra cautiva de las nubes de verano por su frente amplia. Vaya, vaya, vaya, me dije intriga- do y en silencio. Algo raro ha sucedido en Calidonia y Nueva York. Perla ha liberado del hechizo de su bru- jeria a la gringa Annabelle. ;Vendré a decir ella la t ca verdad a los jueces de la Corte Distritorial de Balboa? jLiberard ella a Ata? ;Serd ella la misma sin la influen- cia maléfica de la brujeria? Pero, jexiste, de verdad, la brujeria? En vano Ata esperé que yo le diera mi opinién sobre aquella carta. Mi silencio mortificante avivé sus dudas de hombre inteligente. Mientras tanto, Nicanor rezongando su indignacién decia. —A todos estos Chombos hay que mandarlos de don- de han venido: jal infierno! 32 Aquella noche, Até volvié a cantar, mortifieado, su Calipso inolvidable que le dedicara a Annabelle un siba- do de carnaval en el patio de “La Loma de San Miguel”. Estaba tranquilo e indiferente, pero no refa. O si asomé alguna alegre carcajada pertenecia a la es- cala espiritual propia de Gamboa. Aquella noche no fue a escribir a la biblioteca; escribié, sobre el mueble donde ponfamos las sdbanas limpias, esta carta de amor. Mi dulce amor Annabelle: Gracias a Dios que tus dolores de cabeza han desaparecido para siempre. Asi mi amor serd més verdadero de saberte buena. No quiero que sufras sino que sea feliz, Muy feliz, palomita de mis suefios, no quiero que sufras mds. An- 163 JOAQUIN BELENO nabelle de mi vida, te amo y te amo. Pero he te- nido un sueho. He visto una paloma blanca mue ta de frio. Tenia la patitas rojas, muerta de frio. Cuidate mucho en el invierno. Yo se que ti ven- dras y que contaras toda la historia a los Jue- ces de Balboa. No tienes que decir que nos que- remos, ni tienes que decir dénde estuvimos. Yo vivo en ti y tt vives en mi, Eso es todo. Td sélo tienes que decir la verdad de esa noche. Amor, palomita dulcisima de mis suefios, ti sélo tienes que decir que no fue nada... Si ti lo dices, los jueces de Balboa lo creeran. Duleisima paloma de mi vida, todas las noches ‘canto tu Calipso. Ahora que se que vienes impro- visaré uno para recibir tu IMegada. “Lo cantara todo el mundo, Todos los negros de Calidonia lo bailaran por las calles y los blancos del Panama \ en Ia piscina del Hotel. Te quiero Annabelle. Tuyo, tu hombre, Ata. contesté Ata, a la dltima car- Nunca mas volvié a recibir Esta fue la misiva que le ta que recibié de Annabel una letra de ella. 164 CAPITULO XIV Nuestra vida comparada con la de cualquier campe- sino panamefio es mas facil y menos ruda. Gracias al trabajo que hacemos en los talleres, siempre contamos con ‘'algin dinero, aunque irrisorio, en nuestra libreta personal de la oficina. Esto nos da cierta sensacién de libertad, porque el dinero provee al ser humano de un sentimiento irreemplazable de seguridad. i Estoy convencido de que en aquel espléndido mundo de limpieza extrema, de tres balanceadas comidas con opor- tunidad de hacer algtin deporte, leer y ver un mundo de libertad, alld en Ja pantalla del cine los lunes en la noche, es mil veces mas confortable que el mundo del campesino que muere lejos y solo dentro de su propia choza. Pero en nosotros el trabajo es irreal. Trabajamos sin saber que existimos, porque de nuestro trabajo en las granjas y en las carreteras no derivamos ningtin provecho. Es- te es el sentido del castigo. No el trabajo por el trabajo mismo, sino por la verdad inttil que nos entregamos a gastar nuestra fuerza en el vacio. En la desesperanza. 165 JOAQUIN BELENO CG, Estamos aqui, porque la sociedad zoneita en nombre de el Gobierno y el Pueblo de los Estados Unidos, tiene necesidad de vengarse de nosotros, que hemos violado sus leyes. Nos obligan a trabajar con la amenaza de los po- licias con sus armas cargadas, listas a disparar como exi- ge el reglamento. A veces, en los talleres, trabajamos por amor al trabajo mismo. Esto nos libera del policia armado. Pero todo es una ficcién cuando nos ordena el alto-parlante formar filas y desfilar frente al fusil. La venganza, en otras palabras, consiste en hacernos traba- jar en el vacio, en atormentarnos con el sexo de nuestras mujeres, con el fusil vigilante, con la compafiia forzosa de hombres que nunca nos atreveriamos a mirar con simpa- tia, con el sedimento y la angustia de una castidad forzada. Para que suframos no permiten que nos enferme- mos. Nos cuidan para castigarnos y que sintamos plena- mente la ausencia de nuestros valores espirituales, mate- riales y morales. Aqui, refmos, discutimos, nos insulta- mos y nos contamos chistes indecentes. Jugamos y exu- damos el sobregiro de nuestras glindulas endocrinas, Aumentamos de peso y damos la impresién de vivir en un sanatorio. El presidente Belisario Porras nos habia abandonado después de que el Teniente de la prisién le dié varias pal- maditas en las espaldas recomendéndole que regresara pronto. Y Belisario Porras hubo de r satisfecho. Su lugar lo ocupaba un antillano para quien parecia indtii cualquier desodorante en el mundo que acallara la erup- cién de sus humores afrieanos, El tiempo que pasé en su obligada compaiiia es el mds terrible que he vivido en Gamboa. * Los compafieros que cohabitébamos ¢aimos en- cima de su grajo, pero para Segismund Bankrof, su pes- tilencia era su manto viviente, su medio particular y 166 GAMBOA ROAD GANG pese a los esfuerzos y la higiene, nos vimos obligados a vivir en una atmésfera de barco negrero. Los veteranos de la prisién veiamos llegar con preme- ditada indiferencia a los nuevos convictos. Los ayuddba- mos y nos refamos de sus angustias. Unos venian por cortas temporadas, otros por larg: Pero los nuevos, como los veteranos, le dabamos gracias a Dios de no estar ‘en el pellejo de Lester Greaves, Edward Kemp y Arthur Ryams. Durante el tiempo que cohabité con Kemp, éste me aseguré, con gran respeto por mi persona, la necesidad de liberar a la humanidad de otros muchos intrusos so- ciales y eveia francamente que a la postre, de la misma manera que Dios tendré que perdonar al Diablo, la so- ciedad tendria que perdonarlo a él, ahorrdndole la muer- te en Gamboa. —Por lo menos. —Le dije— Si mueres en la Zona, tendras el privilegio de que te entierren en las parcelas para blancos de Mount Hope. A Kemp le hizo mucha gracia mi pronéstico. Pero no quiso, como sucede con la mayoria de los presidiarios que sufren largas condenas, hablar de esto. A Segismund Bankrof lo habian sorprendido roban- do dinamita en la Zona. Trabajaba para una compaiiia particular y ganaba sesenta délares a la semana. Dia y noche, durante los primeros dias de su reclusién, se mal- ‘dijo de la estupidez de robar dinamita para perder su em- pleo y ganar la carcel. Pero cuando Segismund se dio cuenta de que cada ‘uno de nosotros lleva una historia por dentro y que no nos podiamos avergonzar mutuamente, hizo una vida casi nor- ‘mal, claro esta, evitando bafiarse lo mas posible. 167 JOAQUIN BE 34 Mientras tanto, Perla Watson también guardaba algo por dentro. No sélo era el secreto de los ultrajes que metieron con ella, sino también la sustancia viva y ani- mal de los gringos. Al principio habia atribuido la de- mora a su estado nervioso, como las consecuencias que hacen suspender el ciclo femenino. Pero luego se percaté de que su organismo todo respondia a una nueva necesidad en si misma. Se adiviné que estaba embarazada. No sé- lo las arcadas fueron sintomas alarmantes de su situa- cién, también los tobillos se le hincharon ligeramente. Sus heridas anteriores habian cicatrizado. Volvié a visitar a Ata con todo el entusiasmo de su raza. Ata noté que habia abusado un poco mas de la cuenta con el “pancake” de cara y de cuerpo. Extrafié que su palidez estuviera a flor de piel. Quizd alguna disputa de familia. Conocfa la vehemencia de las mujeres de su raza, que se baten con ferocidad primitiva. Sus venganzas son terribles, principalmente las de las amantes cuyos deporte favorito es arrojar potaza viva a los ojos de su ecmbelesa © enémiga. Pero Perla no le quiso decir la raz6n de su palidez y aparenté estar mds optimista de lo que en rea- lidad mueve la felicidad. Para Até, las mujeres de su tribu eran una fantasia. Tenerlas, usarlas y apreciarlas; pero no mortificarse por ellas. Como hay tantas mujeres negras, su valor en el mercado no era una problematica. Nunca por estar ena- merado con una gringa, Ata se consideré necesariamente infiel para con sus amigas de color. Perla Watson sufrié horrible impresién paulatina y alarmante, a medida que iba confirmando que estaba em- barazada. Tuvo muchos impulsos, pero’ no se dejé arras- trar por ninguno de ellos. Volvié a retocar la imagen de cera de Annabelle, pero la abandoné recordndole su pr 168 GAMBOA ROAD GaAaNnG mesa a Ata. Quiso averiguar de quién era el auto C. Z. 3548 para vaciarle un platén de potaza en la cara a su due- fio, pero también le falté decisién. Consideré seriamen- te abortar, ya que es relativamente facil ir donde una par- tera clandestina’ y botar el hijo. Pero algo la contuvo, mas poderoso que ella misma, Eva la conciencia de tener aprisionado en su matrix a un gringo, rubio y de ojos azules. Quiz por eso era por Jo que nunea quiso que le arrancaran nada: ni su dolor de ultrajada, ni Jos despojos organicos depositados en el sur co de su existencia negra. Cuando miraba a Annabelle, la del pelito enrazado y los ojos dormiditos, pensaba que su compafiera seria igual © mas bonita. Pero entonces las horribles dudas surgian. 2Y qué iba a decir Ata? Ata estaba dominado por la grin- ga. {Qué esperanza podia tener en un hombre que se pa- sara cincuenta afios eri la céreel? Es como esperar que un cadaver salga de una tumba. Ella no lo habia bus- ‘ado. Fue el buen Dios. Dios quiso que tuviera un hijo. aPor qué tenia que abortarlo? ;Y si Ata saliera? La des- preciaria, Se irfa con Bebi, aunque él supiera que Bebi andaba del gancho con Guali. ! Lo unico doloroso para ella es que su hija se llame ‘Annabelle... como la gringa que habia hecho que le pusie- ran 50 afios a Ata. | Ama a su hija, pero odia su nombre. La nenita mi- rando siempre, fijamente, al plafén del cuarto. Ahora que estaba encinta, los senos se le habian secado, Tenia que salir a buscar leche donde la abuela. Y su madre la habia mirado sospechosa y alegre de que Perla volviera ‘a tener otro hijo. ‘A medida que Ata se desesperaba por recibir corres- pondencia desde Nueva York, el vientre de Perla se fue hinchando. Para evitar la mirada de su amante, no quiso 169 JOAQUIN BELENO volver a la prisién. Asi, ni Ata recibié cartas de la grin. ga, ni recibié la visita de la francesita Perla. Cayeron los meses en aguaceros y la correspondencia de Ata se estan. cé6. Lo atribuyé a que el policia habia roto relaciones con su amiga y que se vengaba. Pero no era cierto. No to- maban represalias contra él. Y podia reir estruendosa- mente hasta el punto de que me fui percatando que su reir adquiria el valor sonoro de las risas infra-humanas de Gamboa. 35 Wallai y Franklin empezaron a notar la ausencia de correspondencia. Segismund también se unié al bando de los que despreciaban a Ata. Este wltimo no s6lo lo des- preciaba sino que lo odiaba con todos sus sentidos porque Ata no podia tenerlo cerca, a un metro de distancia, de- bido a su olor. En cierta ocasién le pregunté: —i Tt qué tienes debajo de los brazos? ; Una morrina? Con razén yo he visto que cada vez, hay més gallinazo por aqui cerca. Nicanor y yo reimos del chiste. Pero Segismund, que antes ganaba 60 délares a la semana, no sélo habia tenido dinero para comprar MUM sino también para te- ner mujeres blancas de verdad sin verse obligado a vio- larlas. —A ti no te importa cémo huelo yo. Aqui ti y yo somos iguales: Convictos. —No. No te acerques. Gritaré si te me acercas, Por eso es que hablan ‘mal de ustedes los chombos... por el grajo. —1Y ta qué eres?... / ~Yo soy gringo. 170- ROAD i ANG —iY por qué no te vas al cell block de los gringos? —Eso es asunto mio..... —Tii eres tan chombo y sucio como yo. —No soy chombo y mucho menos sucio como ti. —Hablas y hablas de gringas y de rubias. Puras mentiras. Nunea has estado con una blanca. Yo si. -—Mira.... Si yo fuera una chomba negra y sucia el iiltimo hombre con quien me acostaria seria contigo. Pri- mero tendrias que quitarte el grajo para que una blanca se acereara a hablarte siquiera. Todos volvimos a reir con muchos brios. Lo hacfa- mos para demostrar nuestra protesta por los sobacos at- tichigiénicos de Segismund. Pero Segismund era im- permeable a las palabras y a las sitiras. Al salir del ba~ fio, aseados y limpios, nos solicitabamos el desodorante en alta voz para que lo oyera irremediablemente. Habla- bamos de la potencia aséptiea y germicida de cada una de las mareas conocidas. Pero Segismund levantaba sus bra- 70s, metia cl Angulo obtuso de su nariz debajo de sus soba- cos y sin inmutarse respondia. —Pénganse ustedes.... Que yo no tengo grajo. Y asi se quedaba, esparciendo su atmésfera particu- lar alrededor de todos los reclusos, hasta que le denuncia- ron ante el sargento, el que lo obligé a higienizarse. Esto no lo perdoné nunca Segismund y odiaba a Ata como el denunciante personal de sus sobacos ante la mesa de dis- ciplina, Lo que me comprobé que, a veces, la pérdida de nuestra libertad, contribuye a hacernos perder nuestro olor peculiar el cual forma parte de nuestra personalidad. EI castigo no consiste, pues, en higienizarnos, sino en que dejemos de ser nosotros mismos. a JOAQUIN BELENO © Mi deporte favorito era contar mis dias en la prisién. Esta aficién no es ajena a ninguno de los reclusos, inclu- sive Lester Greaves y Arthur Ryams condenados a cin- cuenta aiios, Todos Ievamos una exacta contabilidad de nuestros dias, balanceada con nuestra cuenta en el activo del Perdén. Esa era la raz6n de nuestra alegria. Espe- Sabfamos que cada mafiana nos acercaba a la puer- ién. yar. ta de piedra para abandonar definitivmente la pri La carcel, sea los afios que fuere, es un lugar de tran- sito en donde hay que pasarla de la mejor manera. Por eso reimos y jugamos, nos divertimos y queremos olvidar siem- pre el motivo de nuestra prisién, pero nunca los dias que tenemos por delante. Para el hombre libre, la esperanza esta acondicionada a su libertad y a su destino. Para no- sotros la libertad esta acondicionada a los dias. Y, si fuera posible que alguna vez dejara de salir el sol, esto seria la tragedia mds grande, por haber perdido un dia en acercarnos a la fecha dorada. Todos sabemos que viviremos, 0 mejor dicho que rea- nudaremos nuestra vida, como si los afios de la earcel fue- ran un paréntesis invisible. Justificamos nuestros cri- menes y nuestros delitos. Ncs creemos inocentes. Y to- das las majianas al levantarnos, imaginamos que de Bal- boa vendraé la orden judicial, ordenando nuestro indulto. Pero lo mas cruel es darse cuenta que todos estos hom- bres que esperan ver surgir el maravilloso dia de su libe- racién, sélo necesitan salir para volver a cometer los mis- mos delitos que los llevaron a la circel. Y confirmar que el presidio no es el sitio adecuado para ensayar la rege- neracién del hombre. El cautivo tiene su propia dialéctica de la esperanza; como la mujer criolla su propia dialéctiea de la vida. Per- la no divulgé jamés el ultraje que sufrié. Acostumbrada a todos los chismes de su barrio se dejé Ievar en la boca de todos. Pero callé, demostrando una gran piedad por si misma. Pero cuando se supo embarazada, no lo callé, sino que lo dijo a todo el mundo. No fue a la cliniea de abortos clandestinos, sino que paseé su barriga y dejé a, todos intrigados sobre quién era el padre. Perla no contaba los dias en que se liberarfa de aque- la barriga- Pienso que una mujer criolla debe concebir su venganza en parir un hijo de gringo. Ella se consti- tuye en el Gamboa eterno de un ser vivo que tendré la an- gustia de Até. Todo enrazado es un gringo prisionero en una carcel negra y wn pelito cuscis. En el amor de estos seres extraiios y trastornados hay el sutil placer de la ven- ganzap Un rebajamiento del gringo altanero al patio ya la vida de negro. Por esa razn, Perla prefirié mejor romper con Ata, guardar su secreto y parir su hijo. El dia que ella se liberara de su barriga, empezaria el cautiverio de un nuevo ser. Otro Ata, sofiando con otra ‘Annabelle. El deseo de encontrarse y unirse de nuevo, pero no abandonar el bajo fondo de una historia de bareo negrero que trajo esclavos para construir el canal, en nom- bre de la humanidad. Qué otra explicacién puede existir para que Perla hu- biera callado todo, con energia poco comin en su gente? Nenén, la madre de Perla, viéndola cargar su nieto en el Voluminoso saco de su vientre se desvive por saber la ver- dad, pero no lo consigue. Ella adivina el seereto de su hija. Pero su curiosidad insaciada la obliga a indagar intitilmente. 178 JOAQUIN BELENO & —iYa sabes cémo le vamos a poner al muchacho? —No. Todavia no se me ha ocurrido. —Le pondras el nombre del padre. —No tiene padre. —Lo tuviste con el viento, pues. —iSi! —No trates de ocultar— Reprocha Nenén.— Ya sabe- ™os guién es. —Entonces para qué preguntan. —tLas barajas me lo dijeron. —Las barajas, sabes bien que no dicen eso. Nenén sabe que su hija no lo diré. La conoce muy bien. La mataré y ser por el gusto. No diré. Pero ahora que ha hablado de las barajas ha leido cosas malas, —Las barajas no te favorecen. Dicen que vas a lorar. Mucho. —iMAs de lo que he lorado madre. La bruja Nenén da vuelta por su oscuro cuarto, En- frente hay dos enormes cuadros de cuerpo entero del Rey Jorge V y la Reina de Inglaterra. Estan pintados a colo- res. La cama de cobre es tan alta porque esta colocada sobre cuatro tucos de un pie de alto cada uno. Un turbante rojo y amarillo le cubre la cabeza y los afios. La piel aper- gaminada est veteada de arrugas. Las dos hablan en pa- tia y en inglés entremezclado los sonidos agradablemente. —Las barajas dicen que vas a Ilorar de nuevo. —iPor auién? —Tu marido. El hijo de ese muchacho debe ser. —No tiene padre. Te lo aseguro. 114 oe Sad GAMBOA ROAD GANG —Las cartas dicen que a ese hombre lo van a traicio- nar. —Mi tinico marido fue Ata. —Entonces, tii eres la que lo vas a traicionar. —No le he traicionado. —Y esa barriga. ;Te prefié Até en Gamboa? —Te juro que no lo he traicionado. —Si es At, las cartas dicen que esté sufriendo, que sera traicionado y que hay sangre. —jSangre? Madre e hija dejaron que la respuesta se absolviera por si misma. Perla supuso, con justificada razén que, alguien fue donde At para contarselo todo. El estaba sufriendo un poco; ya se consolaria. ;Acaso ignoraba ella que Annabelle era el nico amor de Até? ;Acaso no la oblig6 a prometer, cuando estuvo embarazada, que de te- ner una nifia se lamaria Annabelle y si varén, Bobby? {Qué podia esperar de su marido, encarcelado con cincuen- ta afios? Seguir viviendo de las cartas que “echaba” su madre allé en La Loma? Y aun cuando Ata estuviera libre.... él siempre seria prisionero tan cautivo como lo estaba en Gamboa, de aquella blanca rubia de ojos azules que era su perdicién. 37 Até jamds pens6 que su “sweety golden haired, blue pidgeon” —como él a veces la Ilamaba— era su per- dicién. Habian caido muchos aguaceros de hombres. Oc- tubre descargaba violentamente sus nubes bajas y la na- turaleza no sélo se tornaba, mds verde, sino que los mon- 115 JOAQUIN BELERO & tes floreaban nutridos de agua en abundancia. Para Ag; ova “Fall, Pronto entraria el invierno en el norte. yy) bia sofiado estar libre pronto; pero el verano y el otg;. pasaron fugaces. Annabelle no regresaba. No sabia 4n da de ella. Eseribié y sus cartas no obtuvieron respues, tas. La sombra de un final alimentaba la nostalgi negro blanco. La ausencia de cart: los reclamos de sus compaieros. ut ia del s también recrudecig —Hoy tampoco he recibido cartas de mi fulota que tengo en Nueva York. Dijo Segismund. Y ti, Ata, ;hag recibido carta de la tuya? Até lo miré con desprecio, como él estaba acostum. brado a mirar a sus paisanos cuando queria humillarlos, —Yo'no tengo que darle cuenta a chombos. Los criollos todos rieron y Franklin Owen le aconse. 56 a Segismund. —Escribete ti mismo las cartas y recibirds corres. pondencia. Volvieron a reir. Até no era consciente de su infortunio. Era un hombre seguro de si mismo. Pero la ausencia de las car- tas dejaron sus huellas. Ata ya no hablaba con la segu- ridad de antes.Esquivaba el tema. Evitaba a sus enemi- gos. Hasta deseaba que cumplieran sus sentencias para librarse de ellos. Até, inseguro, consumia su paciencia. En la prisién s6lo nos sostiene la esperanza de salir algin dia. De perder ésta ya no nos quedan sino dos ca- minos: 0 tratar de escapar o suicidarnos, Cualquiera de estas dos soluciones es razonable. Pero Ata estaba con- vencido de que de un ‘momento a otro veria llegar a Anna- belle en un carro trayendo la sentencia de perdén. Se ha- 116 GAMBOA ROAD GANG a Ne pia imaginado que ella le preparaba una sorpresa. Pero jas Iluvias, eayendo y cayendo dejaban por las mafianas um manto de neblina y tristeza que empafiaba todo Gam- poa y los cerros lontanos. A Gamboa no lleg6 esa orden de perdén que Ata esperaba. Unicamente Iegé por los canales secretos por donde llegan todas las cosas, la noti- cia de que Perla estaba embarazada y era por eso la razén de su ausencia. Todos lo sabiamos ya en Gamboa, pero nadie osaba decirlo al infortunado.

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