Pati piscina
y
otros
cuentos
Liliana de los Ángeles
Ceballos Vargas
Pati piscina y otros
cuentos
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Liliana de los Ángeles
Ceballos Vargas
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Pati piscina y otros cuentos
Liliana de los Ángeles Ceballos Vargas
Ilustraciones de portada e interiores:
Seidy Nayelly Chale May
D.R. Liliana de los Ángeles Ceballos
Vargas
Obra protegida por el Derecho de Autor
ISBN versión impresa: 978-607-29-1543-5
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Para mis tres amores: Rolando, Liliana y
Miranda.
Para mi amado compañero de aventuras:
Rolando grande.
Para mi madre: “la monarca”.
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Una serpiente domesticada
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U na serpiente y un caballo se
encontraron en un rancho. La serpiente
admiraba el paisaje. Le gustaba mirar el
cielo, las nubes y los pájaros, aunque no se
sentía segura de estar ahí, en medio de todo,
expuesta. Temía pasar mucho tiempo fuera
de su cueva. ¡Le daba miedo que alguien la
descubriera! El caballo la había sorprendido
lamiéndose un costado. ¡Había relinchado!
La serpiente se lo quedó mirando incrédula y
dijo:
–¿Tan grandote y me tienes miedo?
¿Pues…qué animal eres?
El caballo, al oírla hablar, se quedó quieto.
“Si las serpientes hablan el idioma de los
caballos entonces no hay por qué temer”, –
pensó el equino, quien no tenía malicia ya
que, ¡nunca ningún animal lo había atacado!
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–Este…No.… ¿Miedo? ¡Te podría
aplastar con mis patas si quisiera! –dijo el
caballo, un poco nervioso.
–¿Ah sí? ¿Y por qué vas a lastimarme
si yo no te he hecho nada? ¿Acaso no te han
enseñado que lastimar a un ser vivo es de
muy mala educación?
–¡Claro que me lo han enseñado!
Pues… ¡con qué animal crees que estás
hablando! ¡Soy un caballo!, ¡los de mi raza
somos grandes, fuertes e inteligentes!...
¿Cómo te llamas?
–Soy Luna. ¿Y tú?
–Bueno, todo el mundo me dice
caballo, pero creo que me llamo Buche.
–¿Buche? –La serpiente empezó a
reír tanto que parecía una palmera doblada
por el viento–. El caballo estaba sorprendido
y a la vez apenado.
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–¿Qué tiene de malo mi nombre?
–Nada. Es que… Es tan gracioso.
¡Dime!, ¿quién te puso semejante nombre?
–¡Mi dueño!
–¡Ah!, ¡ya veo!, ¡eres un caballo
domesticado! Ya decía, ahora entiendo tu
asombro al verme. ¡Nunca habías visto una
serpiente!, ¿no? Y… ¡qué tal!, ¿soy
terrorífica?
El caballo se la quedó mirando de
extremo a extremo, luego le miró la cara. ¡Sí,
su cara era intimidante! Los ojos un poco
agresivos y esa lengua que no dejaba de salir
y moverse rápidamente de izquierda a
derecha, daba un poco de temor.
–La verdad das un poco de miedo. Un
poco solamente, aunque eres pequeña y
pareces delicada.
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–Sí, eso me han dicho. –dijo
desanimada Luna. Aunque, todo el mundo
me teme, huye de mí e inventan cuentos de
que, ¡soy muy mala!
–Y… ¿lo eres?
–Bueno, algunas serpientes son
agresivas, pero no todas. Yo soy bastante
tímida.
–El caballo rio.
–¿De qué te ríes? –dijo Luna.
–Me da risa esa palabra. ¡Tímida!
¿Qué significa?
–Ayyy, bueno…tímida es alguien que
casi no habla con otros.
–Tú no pareces así. Conmigo estás
hablando.
–Sí, no siempre soy tímida, ni tampoco
soy siempre muy platicadora.
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–Entonces, ¿cómo eres?
La serpiente se quedó pensando, en
verdad no sabía cómo era.
–Bueno, no sé, supongo que soy
buena.
–Y, ¿qué es ser bueno?
–Mmm, no morder a la gente, a menos
que me quieran lastimar… Mmm. –se quedó
pensando–, no sé qué más.
El caballo estaba algo inquieto con la
plática. No le gustaba nada estar hablando
de cosas que no entendía. Prefería correr y
relinchar, por eso se animó a hacerle una
invitación.
–¿Quieres dar un paseo en mi
espalda?
–¿De verdad? ¡Me encantaría!
¡Parecería que vuelo!, ¿no?
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–Sí, cuando corro muy rápido el viento
sopla fuerte en la cara y si cierras los ojos
puedes pensar que estás volando. Yo no
puedo cerrarlos porque soy el conductor,
pero, ¡tú sí!
La serpiente subió a la pata del caballo
y escaló rápidamente a su espalda. Buche rio
porque Luna le hacía cosquillas.
Emprendieron el viaje. Ella iba feliz, el viento
soplaba en sus ojos y tenía qué cerrarlos.
Imaginó que volaba, se pensó a sí misma
como una mariposa. Estaba tan
entusiasmada imaginando cosas que no se
fijó que el caballo saltaba un hoyo; quiso
aferrarse a la cola, pero el salto había sido
con rebote y no pudo evitar caer de porrazo.
La serpiente pensó que el caballo la había
tirado a propósito; desanimada bajó la
mirada y observó su reflejo en el charco de
agua en el que ahora estaba. Suspiró y dijo:
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–¡Ayyy!, ojalá fuera una serpiente
domesticada. Me gustaría que alguien no
tuviera miedo de mí; que me paseara y
abrigara en tiempo de frío; y también que me
dejara excavar su patio para buscar mi propia
comida. Y que pueda sonreírme si hago algo
divertido, por ejemplo, bailar.
Buche se percató de que Luna ya no lo
acompañaba, empezó a buscarla. Escuchó
que a lo lejos su dueño gritaba: “¡Buche!
¡Bucheee!” El equino relinchó avisando que
ya iba.
Luna se quedó un buen rato en el
mismo lugar donde había caído. Tenía la
esperanza de que el caballo la fuera a
buscar. Pero no…, Buche debía atender de
inmediato al llamado de su dueño; parecía
muy urgido. Seguramente había que
trabajar, Buche era caballo de campo y los
caballos de campo trabajan de día.
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Corrió. Su dueño lo acarició y le dio una
palmadita en la cabeza. Le desenredó la crin,
le puso la silla de montar y subió a cabalgar
los campos. Pensaba en Luna, en qué lugar
del camino había caído y si estaría bien.
Seguramente que sí, pensaba, “parece ser
un animal muy inteligente”.
La serpiente iba a empezar a
deslizarse, bordeando el gran charco del cual
aún titubeaba en salir. Escuchó a lo lejos un
crepitar de patas.
–¡Son caballos! –dijo y empezó a
deslizarse por el camino.
–¿Eres tú Luna? –dijo Buche, a través
de un relincho.
–¡Sí, me caí!
–¿Estás bien? –dijo, y sin esperar
respuesta, continuó–: ¡Mira, él es mi dueño!
–El muchacho se bajó del caballo, tomó una
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rama seca y se la ofreció a la serpiente para
que subiera. Luna no sabía si podía. Era un
poco desconfiada. Las serpientes con las
que había platicado le habían dicho que en
los humanos no se puede confiar. Aun así,
Luna accedió a subir a la rama. El muchacho
le acarició la cabeza y se la mostró a Buche.
–¡Mira Buche, es una serpiente! ¡Ésta
no es de veneno, pero hay algunas por este
rumbo que sí tienen!, así que…mejor, ¡si
vuelves a ver una, huye de ella!
Luna estaba decepcionada por ese
comentario, hasta que… el caballo se acercó
y la lamió como un perro. El muchacho
sorprendido llamó a los demás rancheros
para que vieran a su caballo. Lo miraron con
extrañeza y dijeron al muchacho: “¡suéltala o
mátala!, es inofensiva, pero… ¿qué beneficio
puede traernos?”
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Los rancheros eran tíos del joven.
¡Gente con más experiencia, pero con mucho
menos corazón!
Al muchacho le dio pena hacerle algo a
la serpiente. No daba miedo. Parecía de
juguete, tenía hermosos colores brillantes. Y
parecía divertir a Buche quien se había
acostado cerca de ella y ella se había
enrollado junto a él.
–Parece que no te dan miedo las
serpientes, ¿eh Buche? Pero… no podemos
conservarla. Las serpientes no se
domestican, bueno, por acá no se
acostumbra eso.
Buche relinchó y después volvió a
lamerla. ¡Estaba irreconocible!
–Está bien, no las quedaremos unos
días, pero estará en el patio y si se llega a
meter a la casa, me la como. –dijo y rio muy
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fuerte–. No te creas Buche, a mí no me
gustan las serpientes en comida.
Buche y Luna suspiraron de alivio.
El muchacho metió a Luna a una bolsa
que traía, la amarró e hizo unos huecos para
que respirara. Luego continuó cabalgando.
Los amigos platicaron por el resto de la
mañana, hasta pasadas las cuatro de la tarde
que el trabajo acabó y el joven los llevó a su
rancho.
Luna estaba feliz. Su nuevo hogar tenía
un campo inmenso, lleno de árboles, y la
tierra, ¡la tierra era lo mejor! Suavecita,
húmeda.
–¡Hola!, no me he presentado de
manera apropiada; mi nombre es Pepe –dijo
el muchacho. ¡Pórtate bien y seremos
grandes amigos!
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–¡Qué prejuicios tienen con las
serpientes! –dijo Luna, un poco enojada.
Como si el muchacho la hubiera
entendido, aclaró:
–Las serpientes no me gustan nada.
Pero tú eres especial. Buche, mi caballo,
reconoce a los animales que son peligrosos
y tú le agradas. Confiaré en él y si te
comportas… ¡te podrás quedar el tiempo que
quieras!
El muchacho sonrió y Luna sintió esa
sonrisa, su primera sonrisa humana, como
una caricia. Se sintió feliz y agradeció a Dios
haberla hecho serpiente.
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Pati piscina
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L a alberca se siente aún más vacía que
de costumbre. Los niños no llegan este
fin de semana porque a ella le toca baño de
cloro.
Pati es su nombre. Patota le dicen
algunas veces los niños disgustados cuando
debido a un clavado se golpean la cabeza
con el fondo de su cuerpo. Ella no tiene la
culpa, hay letreros que anuncian que están
prohibidos los clavados de cabeza y de
panza, pero…los niños no hacen caso de los
letreros. Se los quedan mirando y después,
sonríen; otros más atrevidos gritan, se
carcajean como si los anuncios les
recordaran algo chistoso. Es verdad lo que
dicen los adultos “prohíbele algo a un niño y
querrá hacerlo” –dicen que este dicho aplica
también a los grandes. Pero, a las piscinas,
no. Ella es muy obediente. Si el señor que
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llega a limpiarla dice: “límpiate pronto”. Ella
ayuda con sus pies o aletea con la poca agua
que le queda para que la suciedad se
desprenda del fondo y quede muy limpia.
A Pati la entristece un problema. No
conoce a ningún piscino y ella quiere
enamorarse de alguien. Ha escuchado, por
los niños que llegan a visitarla que algunos
tienen novias en su escuela. Muchas veces
se preguntó qué eran esas palabras –amor,
enamorarse, novio– hasta que una vez las
entendió todas, en un solo momento. Dos
mamás con sus hijos entraron a sus aguas.
Dijeron:
–Lili, ¡estoy enamorada!
–¡De veras! ¡De veras! ¡De quién!
–¿Te acuerdas de Mario?
–¿Tu novio de primaria?
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–Sí, ese mismo. Pues… de él. Estamos
muy felices. Tavito le ha tomado mucho
cariño. ¡Tal vez nos casemos!
–¿No es muy precipitado?
–Lo es, pero… ¡así es el amor!
Qué tontería –pensó Pati–, querer a
alguien así parece de locos.
Ella no sabe nada de locura, ni de
nada, pero con los años ha aprendido a usar
las palabras, aunque no sepa algunos
significados. Sólo sabe de soledad, cuando
los niños la abandonan a las seis de la tarde.
Se queda triste, platica con el sol, pero él se
despide apresurado porque según comenta
mucha gente lo espera del otro lado. Luego,
por las noches, las estrellas están muy
lejanas, además, hay frío y ya no le dan
ganas de hablar. A veces la luna le hace
cosquillas y agita sus aguas. Es entonces
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cuando la mira y ella la saluda. La luna casi
no habla. A veces incluso parece molesta,
como si alguien la pellizcara por dentro.
Tiene varios looks. Pati la envidia a veces.
Luna tiene, como una reina, la potestad de la
noche. Ella es la capitana de ese mundo
nocturno en donde millares de estrellas la
adoran. Ella tan sólo quiere un piscino, un
amigo con quién hablar cuando los niños se
vayan. Cuando el sol la abandone y cuando
la luna enfríe y agite sus aguas.
Pati es feliz, sin embargo; sobre todo
cuando el sol la ilumina y le hace cosquillas
para que se levante. A partir de las diez de la
mañana ella está disponible para el público.
Por lo general se meten a sus aguas sólo
niños –y cuando decimos niños también
queremos decir niñas–. Los adultos, ahora,
tienen prohibida la entrada, así es mejor para
ella. Ellos tienen sudores y a veces apestan
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un poquito. Los niños sólo huelen un poco a
lodo, a veces. Pero… nada más.
Pati ya no tiene fuerzas para atender a
tantos visitantes. No habla para no
ahuyentarlos, pero la verdad es que ya la
están empezando a lastimar. Además, ya
tiene diez años de edad y está bastante
maltratada para sus años. Algunos niños no
son gentiles con ella. La golpean a propósito,
le quitan sus adornos. Un niño, la semana
pasada, metió un clavo y le talló un avión en
uno de sus escalones. Le dolió mucho y
quiso gritar, pero tuvo miedo de que alguien
la escuchara y creyeran que estaba viva. No
puede permitirse decir una palabra. Cosa
distinta es si tuviera permitido conversar con
los visitantes, pero no se puede. El sol se lo
ha advertido:
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–Nosotros no decimos palabras a los
humanos. Es la regla. Síguela y vivirás
muchos años.
Pati se ha dado cuenta que, a siete
metros de ella, en el jardín de su casa, están
haciendo un gran hueco. Se pone triste
porque el jardín la hace a ella más bella. El
almendro le da sombra y las mamás dicen
que ella es muy hermosa gracias a él, porque
evita que sus hijos se asoleen mientras se
bañan. Además, están las rosas que
perfuman el ambiente con su olor, y se dejan
acariciar por algún visitante, de vez en
cuando. Está también el pasto suave que la
circunda y los pajaritos que se quedan
mirándola desde el almendro.
Las rosas le han dicho esta noche que
van a ser trasplantadas. Se siente tranquila
cuando le explican que estarán en macetas
hasta que arreglen la parte de adelante del
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terreno, entonces ellas estarán a la entrada,
alrededor de un gran campo de pasto que la
dueña va a comprar la próxima semana,
según han escuchado. El almendro se siente
tranquilo de que no lo muevan, ya es muy
viejo y quizá no soporte el ajetreo.
A la semana siguiente no acuden a
limpiarla. El señor del cloro no llega, ni
tampoco ningún visitante para el domingo.
Ella descansa los sábados porque es su día
preferido de entre todos. Ese día la dueña no
abre el terreno y ella duerme hasta tarde.
Llegan trabajadores con palas y picos.
Los oídos le zumban. Agarran sus aguas
para lavarse las manos. No tienen
precaución de las piedras que salpican
cuando rompen algo. ¿Acaso ha llegado la
hora de su muerte? ¿Esta es la manera en
que las piscinas mueren? ¿Habrá un cielo
para piscinas? Ella no ha hecho nada malo.
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Bueno, sólo una vez que agitó sus aguas
para asustar a un niño que pretendía hacer
sus necesidades dentro de ella, pero de ahí
en fuera, ¡nada!
Pati convalece. Apenas si quiere hablar
con el sol, está muy desarreglada y ya hasta
huele un poco raro. Como a rancio. Pati
piensa que de seguro esta semana morirá.
Mientras duerme siente una suave
caricia en la mejilla. Despierta, pero no ve a
nadie. Vuelve a dormirse, aunque con los
nervios un poco alterados. Como a los cinco
minutos vuelve a sentir algo, esta vez un
suave murmullo, como si alguien estuviera
aprendiendo a hablar.
–¿Quién es? –dice segura, aunque
muy nerviosa, casi temblando.
–Soy yo.
–¿Quién es yo?
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–¡Yo!
–¿Como? ¡Imposible!
Se levanta un piscino hermoso al que
sólo se le ve la mitad de la panza y dos
grandes brazos.
–¡Aquí no hay espacio para alguien
más! –dice emocionada pero incrédula de lo
que ve.
–Pues, ¡ni modo! –dice el piscino recién
creado.
¡Pati no lo puede creer! ¡Su sueño se
ha convertido en realidad! ¡Ahí está su
piscino, aunque soberbio y un poco
presuntuoso! ¡Sin duda será su amigo!
Alguien con quien platicar cuando los niños
se vayan. Alguien con quien envejecer.
Dos meses después Doña Toña, la
dueña de las piscinas, pone un gran letrero a
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un costado de las rosas. Dice: “¡YA
ABRIMOS! ¡AHORA… DOS PISCINAS!”
Pati y Pato, el piscino, viven felices, son
grandes amigos, se están conociendo y tal
vez, en un futuro, se casen.
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La cucaracha voladora
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A na era una pequeña cuca que no sabía
volar. Tenía unas patas chuecas que se
le metían por en medio de las piernas. Sus
amigas en el colegio se burlaban de ella. Por
eso ella ya no quería ir a ninguna parte,
prefería quedarse en casa, en la seguridad
de su drenaje, por donde se escuchaba caer
el agua y una melodía le susurraba por las
noches, tin, tin, splash, tin, tin, splash.
A su madre no le gustaba verla triste
por eso planeó enseñarla a volar, para que
se diera cuenta que, aunque, si bien sus
patitas chuecas no le favorecían para
caminar largas distancias, en cambio podía
usar esas alas hermosas aterciopeladas que
el Creador le había mandado hacer, quizá
como anticipándose al hecho de que algunas
cucarachas no podrían sobrevivir sólo con
patas.
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Ana lo intentó. Siguió todas las
indicaciones que mamá Cuca le daba para
extender las alas y volar desde el quinto
escalón del drenaje. Una vez tras otra lo
intentó, en todas ocasiones caía de panza y
lloraba desconsolada, diciéndose a sí
misma. “¡Nunca podré lograrlo!”
Una noche, mientras su mamá y papá
dormían, Ana intentó volar. Con mucha
dificultad –y sueño–, subió al quinto escalón
del drenaje, respiró hondo, jugueteó con sus
antenas el aire, raspó con sus patitas
chuecas el suelo lamoso del escalón. Miró
hacia arriba como invocando ayuda del cielo.
Y entonces… sucedió.
31
La pelea de Fina
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F inita era una niña muy frágil a la que
todo el mundo hacía llorar. Si le decían
un día, ¿por qué te ves tan triste? Se ponía a
llorar. Si en cambio le decían “te ves muy
bonita como una pajarita”, también lloraba,
aunque seguramente de emoción. Era muy
delicada como esos árboles enanos
llamados bonsái.
Fina salió una tarde a pasear con su
hermano y sus padres. Llegaron a un
restaurante hermoso, con flores por todas
partes y de muchos colores diferentes: rosas,
naranjas, amarillas y hasta azules, tirando a
morado; plantas enredadas por todas las
paredes y algunos pajaritos “picaflores”,
¡eran muy pequeños! Agitaban sus alas
como abanicos y bailaban entre sí, en el aire.
Fina les dijo a sus padres que le
permitieran ir a recorrer el lugar. Quizá
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recoger alguna hoja. Le encantaba
coleccionarlas; tenía de limón, de
bugambilia, de mango, de naranja…
La pequeña encontró un escarabajo en
medio de unas hojas secas que estaban
acostadas tomando el sol. Pensó en cómo
echarlo suavemente de esas hojas a otras. El
escarabajo no quería, había escogido una en
particular como su cama, ¡quizá había
determinado no irse nunca de ahí!
Ella se entristeció porque esa hoja le
gustaba mucho, no quería llevarse también
al escarabajo, ¿qué haría con él?, además,
lucía amenazador, no sabía si éste podía
picarla o… morderla. Finalmente se puso a
llorar, como era su costumbre; de frustración,
de coraje y tristeza.
El escarabajo se hizo “oídos sordos”; se
aferró más a la hoja y dijo para sus adentros.
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–¡Si esta niña cree que me quitará tan
fácilmente mi hoja cama, se equivoca! ¡Es
mía, yo la vi primero! ¡Niña engreída! –dijo
desafiante, mientras tomaba una
pequeñísima hoja y se la colocaba como un
escudo.
No bastándole con ello, mordió la hoja
cama y de un mordisco la desfiguró. Ella
lanzó un gemido e hizo unas rabietas. ¡El
escarabajo se había salido con la suya! Fina
llegó a la mesa sin hoja, se sentó y escondió
la cara con sus manos, ocultando sus
lágrimas. Entonces escuchó un chillido como
de ratón y después un TRAP TRAP
PRAAAM. Estaba en el suelo, la silla había
colapsado, estaba hecha pedazos. ¡Cómo se
habían atrevido a darle una silla rota! Fina se
sentó en las piernas de su madre mientras el
mesero iba por otra silla. El dueño del
restaurante estaba muy apenado e invitó, a
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cada integrante de la familia, un helado de
limón de postre.
La pequeña se sentía la más
desgraciada de las niñas, sin hoja y sin silla.
¡Seguramente ella era la más desdichada de
todo el mundo!
El mesero la ayudó a sentarse en la
silla nueva. Ella, mientras tanto, pensó en el
escarabajo y en la hoja que éste había
mordisqueado con tal de que no se la quitara.
Seguramente ese animal querría una nueva
hoja, una más verde y suave para descansar.
La pequeña se paró de la silla y fue
hasta donde estaba el escarabajo; no
sabiendo si la escuchaba, le dijo, con el ceño
fruncido y con el dedo índice apuntándolo.
–¡Oye, esa hoja era mía! ¡A mí me
gustan mucho ese tipo de hojas! Mi papá dice
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que soy una gran coleccionista de hojas y de
ramas. ¿Sabes hablar?
–¡Claro que sé! –dijo en tono
desconfiado el pequeño insecto, quien no
sabía qué nuevas intenciones tenía esta niña
caprichosa.
–¡Te desafío a un combate! –dijo la
pequeña, con la voz entrecortada y la nariz
húmeda por el llanto. ¡El que gane se queda
con la hoja!
El insecto pensó: “Que atrevida… mira
que desafiarme, ¡a mí, el escarabajo invicto
en golpes de patas, y mordidas de panza!”
–¡En guardia! –dijo y sacó su escudo y
lanza, poniéndose en posición de ataque. ¡A
pelear!
La pequeña fue atacada por sorpresa.
El pequeño se le subió a la cabeza y de ahí
se metió a su cabellera. Ella brincó y sacudió
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las manos sobre su espesa melena; la
diadema salió volando y se estrelló en un
arbolito. No le importó. ¡Quería atraparlo! El
escarabajo al verse cercado por las dos
manos y las uñas en posición de tigre de la
niña; tomó una hebra del cabello y se lanzó
dentro de su vestido; ahí, se metió a una
camisera blanca, suavecita que olía a vainilla
y le hacían recordar el pastel de popó que le
hacía la abuela. Después, descendió por las
piernas de la pequeña y fue a parar dentro
del calcetín.
Fina se estremeció por las cosquillas
que el insecto le estaba haciendo, quiso llorar
de desesperación, pero en lugar de ello,
comenzó a reír a carcajadas, mientras se
quitaba el zapato, el calcetín, y sacudía
ambos.
–¡Has ganado! –dijo ella. ¡Te mereces
esa hoja!
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Fina le puso dos hojas verdes más de
cada lado y le hizo un puente con ramitas,
por si quería abandonar esa e irse a una más
bella.
El almuerzo estaba servido. Debía irse
a comer y después, el postre. Se despidió del
escarabajo no sin antes contarle su anécdota
de cómo se le había roto la silla, pero le
habían traído una mucho mejor, con asideras
para poner los brazos, ¡como una reina!
No quiso irse a comer sin llevarse una
hoja. ¡Había visto muchas hojas mejores,
más grandes, resistentes y verdes! Decidió,
sin embargo, no llevarse esta vez una hoja,
sino una ramita; para hacerle un puente al
otro escarabajo del jardín de la casa que se
había quedado sin hojas muchas veces.
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Una sola ala
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C asi era una mariposa de una sola ala.
Cuando todavía era un capullo, un niño
la apachurró. Queriéndole dar un abrazo, sin
querer, le rompió la diminuta extremidad que
iba a ser una de sus alas.
Las demás futuras mariposas que
observaban desde el interior de sus
crisálidas pensaron que Casi, había muerto.
Aunque no podían moverse y ayudarla,
algunas, con gran esfuerzo hicieron el
intento.
Casi, no sintió dolor. Estaba entumida
por las capas de tela suave que la envolvían
con firmeza. Cuando por fin salió de su
envoltura ésta ya no era suave, sino áspera.
Cuando extendió las alas, supo que algo no
andaba bien con una de ellas, se observó
con sus ojitos diminutos y alcanzó a mirar
que sólo un ala purpura, estaba, la otra había
41
desaparecido. Recordó entonces el suceso
del niño abrazándola y entonces comprendió
que con el abrazo la había perdido. Casi se
sintió triste por un momento. Las demás
mariposas ya salían de sus capullos,
hermosas. Multicolores. Sus alas se
extendían formando a veces chistosas
criaturas. Una de las mariposas se sentó a su
lado y la miró. Casi le mostró que sólo tenía
un ala. La otra mariposa se sorprendió
mucho, incrédula le miró la espalda una y
otra vez. Casi se sentía extraña por tantas
miradas. La mariposa se disculpó por mirar
tanto y le sugirió echarse a volar.
–No puedo –dijo con su vocecita, Casi.
–Inténtalo –insistió la mariposa azul.
Casi saltó de la ramita en la que estaba
sentada. Cayó de golpe al piso. Los oídos le
zumbaron, sintió un fuerte dolor en la
42
espalda. Al mirarse vio que su única ala
estaba herida.
–No puedo volar –dijo Casi, estallando
en desesperación.
–Sí podrás –dijo de nuevo la insistente
mariposa azul.
–¡Tú cómo sabes si tienes las dos alas!
–gritó ahora Casi con una voz tan fuerte que
ella misma se asustó.
–Bueno, es cierto, tengo mis dos alas,
pero, ¡mira! –dijo, dándose media vuelta, y
alzándose las alas.
–No tienes… dos patas. ¿Qué te pasó?
–No lo sé, cuando desperté ya estaba
así.
–Y… ¿no te da coraje?
–No. –dijo mientras tomaba con las
manitas una hoja y la olfateaba.
43
–¿Qué vas a hacer?
–Nada. Volar.
–Pero… ¿cómo? ¿Así nada más?
–Pues, ¿qué quieres qué haga?
–Bueno…Tienes razón. ¡Qué se puede
hacer!
Casi y la otra mariposa se la pasaron
toda la mañana hablando. Cuando el sol
estaba a la mitad del cielo azul, Mariposa dijo
que tenía que irse. Casi se entristeció mucho.
–¿Cuándo nos volveremos a ver? –
preguntó Casi con timidez.
–No lo sé. ¿Qué tal en una semana?
¿En este mismo lugar?
Casi sonrió. La otra mariposa extendió
sus bellas alas azules y se perdió entre la
espesa arbolada que se alzaba casi hasta
tocar las nubes. Casi, desganada, se miró
44
una vez más el ala buena y la otra. Una
pequeña protuberancia en su espalda se
extendió brevemente por su lado izquierdo.
Una diminuta ala había aparecido. Casi, no
había podido verla porque la grandeza de su
ala derecha opacaba todo lo demás de su
cuerpo. Pensó que tal vez podría volar si se
esforzaba en mantener el equilibrio. Lo
intentó todo el mediodía y parte de la tarde,
pero no pudo.
A la mañana siguiente despertó y quiso
intentarlo una vez más. Las caídas fueron
muchas, pero pudo volar por la tarde de ese
mismo día con tanto esplendor que no se
notaba que le hacía falta un ala. Saludó a las
nuevas mariposas que salían de sus
capullos. Ellas la miraron con asombro y
admiración. Casi voló a una llanura cercana
en donde vivió el resto de sus días, pero cada
semana regresó al mismo árbol que la había
45
visto nacer para encontrarse con su amiga
Mariposa.
46
Joja, la terapeuta
47
S u color es rojo escarlata. Es hermosa y
frágil, como una mariposa. Tiene unas
bellas hebras de cabello color amarillo.
Cuando el sol brilla sobre su cabeza, las
demás escarabajas hembras, sienten celos
de ella.
Por las mañanas se levanta muy
temprano porque le gusta observar la salida
del sol. ¡El escenario es espectacular! Los
rayos empiezan a subir más y más, hasta
que, por fin, la bella bola de fuego, enorme,
se queda fija, a lo lejos, y los demás animales
empiezan a despertar. El primero es el gallo.
Muchas veces Joja le ha ganado. El segundo
animal en despertarse es ella y los gusanos
que, aunque están calientitos dentro de la
tierra, salen por instinto a buscar quién sabe
qué. Quizá a cambiarse de lugar. Quizá a
admirar también el sol, quizá a hacer un
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recuento de los hallazgos sobre la tierra que
serán su alimento durante el día.
Después de los insectos siguen las
aves. Ellas en verdad madrugan bastante,
algunas cantan a eso de las seis de la
mañana. Algunas otras empiezan a lanzar
gritos horribles, quizá así se comunican,
mucho antes de las seis, pero no se mueven
de lugar. Sólo chillan y levantan a todo el
mundo.
Joja es feliz y agradecida por ser tan
hermosa y estar viva. Le gusta tanto como
es, que da clases motivacionales a sus
amigas y compañeras de guarida. Su madre
y padre están orgullosos de ella porque no
vacila ni se desanima por nada. Ella tiene un
gran trabajo en su aldea de escarabajos. Es
la “anima escarabajos”. Si por alguna razón
algún escarabajo; hembra o macho, está
triste o molesto, ella va, observa desde lejos.
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Después se sienta a su lado, o sólo se
detiene cerca y, antes de hablar, implora a lo
alto, en donde sabe hay un Creador; ruega
porque el consejo que está a punto de dar
sea el mejor. Después habla sin parar o
guarda silencio total y se comunica con
sonrisas y miradas. A ciertos bichos les gusta
más quedarse calladitos y a otros hablar
muchísimo. Por eso ella primero los observa.
Algunas veces se ha equivocado, sin duda.
Pero después de un breve tiempo se da
cuenta de ello y corrige su actitud. Uno debe
ser cuidadoso cuando quiere dar un consejo
porque algunos bichos se toman todo literal,
es decir, “al pie de la letra”. Por eso Joja no
habla mucho la primera vez que platica con
el insecto que tiene algún problema.
Por ejemplo, una vez una luciérnaga se
acercó a ella buscando un consejo. Sus
amigos no jugaban con ella y temía que
nunca lo hicieran. Entonces Joja le sugirió:
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–Por qué no dejas de insistir y te
conviertes en una lámpara brillante que dé
luz en cualquier tiempo, aún en los días
lluviosos.
Entonces, la luciérnaga decidió que
seguiría el consejo de Joja, se compró una
lamparita en la tienda de las abejas, ya que
ellas no tienen luz propia y las necesitan por
las noches, y se la llevó todos los días por
una semana a la escuela. Las demás
luciérnagas pensaron que estaba enferma
porque ya no encendía su luz, sino que
utilizaba la lámpara recién comprada. La
creyeron extraña y las otras luciérnagas,
preocupadas, decidieron hacer junta para
contarle a la directora que Lupita luciérnaga
estaba gravemente enferma. La
consecuencia fue un mes sin ir a la escuela,
“hasta que su brillo se restableciera”. Lupita
fue a decirle a Joja lo que había pasado y ella
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amablemente le explicó que la cosa no era
así, que quizá se había explicado mal.
Por eso y por otros casos, menos
extremos, Joja trataba de ser lo más directa
que podía. Aunque no tanto; había insectos
que le pedían que fuera a veces menos
literal, más poética. Por ejemplo, que en
lugar de decir “te debes bañar cada tres
días”, dijera “debes dejar que el agua te
cubra; sacúdete la neblina color ocre que es
mácula en tu cuerpo”. Era a veces muy
confuso todo, por eso ella insistía en ser
directa, casi siempre.
Este año recibirá el mejor premio de la
aldea, será nombrada “doctora del alma”.
Antes de ella sólo dos animales han tenido
este título. Está feliz y agradecida a Dios
porque, aunque es pequeña puede hacer un
trabajo inmenso, magnífico, aconsejar es su
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talento. Para eso –piensa–, ha venido a este
mundo.
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El consejo que salvó la vida de
tres lombrices
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U na vez llegó con Joja, la terapeuta; una
lombriz preocupada porque sus
lombricitos no habían comido en tres días y
era inevitable: morirían. El médico lombriz le
había dicho a ella y al señor lombriz que no
se preocuparan, que las lombrices sólo se
estaban adaptando al nuevo pasto. Joja
pensó que la cosa no era así, después de
una gran plática con la señora lombriz,
descubrió que había algo que no estaban
recibiendo los bebés lombrices.
–¿Cada cuando los abraza? –dijo muy
seria.
–Bueno…la verdad es que…yo nunca
los he abrazado. No me gustan los abrazos,
creo que los bebés lombrices se pueden
pegar más a mí, por eso trato de no tocarlos
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casi, sólo cuando les doy comida y los baño
con el lodo fresco, después de la lluvia.
–Mmmm.
–¿Qué pasa? ¿Acaso es que he sido
mala madre?
–Bueno, no es así, permítame
explicarle algo acerca de los abrazos. Los
abrazos son una forma de mostrar cariño por
alguien. Podemos abrazar cuando estamos
felices o cuando estamos tristes, o cuando
queremos hacer sentir bien a alguien, o que
lo apoyamos si está pasando un mal
momento.
–¡Y eso qué! –Mis nenes tienen todo en
la lombricera. Tienen comida fresca, pasto
verde, lodo calientito pues a diario me
encargo de calentar por ellos un buen tanto,
mientras el señor lombriz sale por comida,
cuando no hay nada cerca.
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–Sí, no dudo que les esté dando cariño
a los pequeños, de otra manera. Pero a
veces las palabras tienen un poder muy
fuerte que no podemos entender a primera
instancia. Y las acciones también; los
abrazos…Por eso es importante que les diga
a los bebés que los quiere y si no puede que
cuando menos los abrace.
–Es que…no puedo. –dijo consternada
la señora lombriz.
–¿Por qué?
–Es que…verás pequeña. A mí nadie,
nunca en mi vida, me abrazó. Mamá me
cuidaba y jugaba conmigo, pero a la hora de
los abrazos ella simplemente huía. Una vez
intenté abrazarla y…ella me dijo que no. Que
las lombrices no nos abrazábamos, que nos
podíamos lastimar.
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–Su mamá estaba equivocada señora
lombriz, los abrazos no hacen daño a nadie.
Déjeme demostrárselo.
Enseguida Joja abrazó muy fuerte a la
señora lombriz, tanto que la señora pensó
que la aplastaría. Luego la soltó muy rápido.
–¡Ya ve!, ¡no ha pasado nada! ¿No se
siente mejor?
La verdad es que la señora lombriz
estaba algo asustada. Después del susto
sintió ganas de reír, y se carcajeó hasta que
la panza le empezó a doler. Joja también rio.
–¡Está curada de los abrazos! –dijo
Joja aún sonriente.
–¡Sí! Y ahora, ¡a curar a los bebés! –La
señora lombriz salió feliz de la casa de Joja y
se fue cantando hasta llegar al hoyo en
donde estaban ya convaleciendo sus tres
bebés lombrices. Ya decían agu y
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canturreaban una cancioncita que su mamá
les había enseñado. Los bebés lombrices
crecen y aprenden muy rápido. La señora
lombriz los abrazó una y otra vez. Cuando el
señor lombriz llegó con la comida, también lo
abrazó a él y juntos rieron por largo rato.
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El gran problema del señor
ratón
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J oja era visitada por animales más
grandes también. Aunque no era muy
común. Un día llegó un ratón solicitando
ayuda a la aldea. Su guarida había sido
descubierta por el dueño de una granja y
ahora tenía qué huir de ahí, con toda su
familia. Pronto se acercaría el invierno y no
habían podido sacar provisiones para hacer
frente a la helada.
–Los inviernos ahora son más fríos que
antes. –explicó el ratón al comisario de la
aldea.
–Sí, es cierto. –dijo muy seguro el
comisario.
–¿Me podrían recibir en este sitio? Sólo
estaríamos de paso, quizá unos tres meses.
Era mucho tiempo. Los bichos no
podían resistir. La aldea era muy pequeña y
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con ratones por todos lados los alimentos
escasearían. Además, es bien sabido que los
ratones se reproducen muy rápido. Dentro de
muy poco, en lugar de doce ratones serían
veinticuatro o quizá muchos más.
–Mire usted, realmente quisiéramos
hospedarlo en nuestra pequeña aldea, pero
la verdad es que es muy pequeña y no
tenemos suficiente alimento para hacer
frente al invierno. Nuestros pastos son aún
verdes, pero pronto estarán cubiertos de
granizo. A nosotros los insectos no nos gusta
el frío. Todo el mundo lo sabe. Ustedes se
adaptan en cualquier ambiente, pero
nosotros los bichos somos diferentes. Por
eso le sugiero vaya usted con nuestra
consejera: la pequeña Joja. Si la ve muy
pequeña no se asuste, aparenta tener mucha
menos edad que la que en verdad tiene. Ella
le dará un muy buen consejo.
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–Pase señor ratón. ¿Qué puedo hacer
por usted?
–Mire niña escarabajo, ¡tengo un
problema grandísimo! Necesito mucha
ayuda, es de vida o muerte.
–Cuénteme entonces, ¡rápido!, ¿cuál
es el problema?
–El problema no es sólo mío, es de
toda mi familia, unos veinticuatro ratones.
Sabe usted, a los ratones nos gusta tener
mucha familia. Eje…Bueno… pasando a lo
importante: el problema. Lo que pasa es que
no tenemos dónde pasar el invierno, aunque
éste no ha llegado, debemos prepararnos
para él. Los inviernos ahora son muy fríos y
aunque es verdad que los ratones nos
adaptamos a todos los ambientes, la verdad
es que mi familia prefiere los sitios cálidos;
así como esta aldea. Aunque ya nos dijeron
que…aquí no hay lugar para nosotros… el
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comisario fue muy amable al decírnoslos. No
como otra gente que es grosera con nosotros
y nos echan, como si fuéramos apestosos o
algo así. Nosotros somos muy limpios, ¿sabe
usted? Nos bañamos dos veces al día. Eso
nadie lo sabe. Si los otros animales lo
supieran nos tendrían más respeto. Además,
sólo comemos de la basura en casos
extremos, como lo haría cualquier ser
viviente desesperado. Nos gusta la comida
casera, si está calientita, mejor.
–Bueno, la verdad yo no veo el
problema.
–Ya se lo dije, no tenemos dónde pasar
el invierno.
–Pero para el invierno faltan dos
meses. Ese es tiempo suficiente para buscar
con calma un lugar cerca de aquí para que
puedan hospedarse, incluso trabajar
almacenando comida. Por acá hay muchas
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granjas deshabitadas y con mucha comida.
¿Ustedes comen vegetales?
–Sí, ¡nosotros comemos de todo!
–Hay dos hermosas granjas muy cerca
de aquí, como a seis kilómetros en distancia
de insecto, a ustedes esa distancia viene a
ser como… déjeme ver… como poco menos
de un kilómetro. Yo le sugiero las visiten, los
dueños vienen tan sólo un par de meses
cada año. Las hortalizas crecen solas. No
hay otros animales, sólo árboles, frutas y
vegetales. Es un paraíso según cuenta mi
abuelo. Yo nunca las he visitado, pero en la
aldea hay algunos bichos que sí han ido y
algunos cuantos hasta se han quedado a
vivir ahí.
–Pero es que…y si no nos gusta… es
que la señora ratona es muy delicada, si le
da mucho el viento se pone morada y de mal
humor y luego nos grita a todos.
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–Bueno, no puedo asegurarles que les
gustará, pero creo que pueden intentar
adaptarse; como dijo el comisario este sitio
es muy pequeño, y ustedes son muchos, no
me lo tome a mal.
–¡Claro, yo entiendo!
–Si la señora ratona se enoja, dele un
masaje en las manos, eso siempre reanima.
Y si grita, ustedes ignórenla hasta que deje
de gritar y se dé cuenta que no está bien
gritar.
–Pero ella es la que nos sirve la
comida.
–Bueno, tendrán que aprender a
servírsela ustedes mismos.
–Bueno, está bien. Niña Joja, ¿puedo
hacerte una pregunta?
–¡Claro!
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–¿Cómo descubriste que eras buena
dando consejos?
–Dándolos, me di cuenta que era
buena. ¿Y usted señor ratón?, ¿cuál es su
talento?
–Bueno…, ¿tener mucha familia
cuenta? No verdad…Bueno, creo que soy
bueno cantando. ¿Quieres escuchar una
canción?
–¡Me encantaría!
Joja escuchó una hermosa canción. El
señor ratón cantaba en verdad muy bien,
tanto que los demás bichos de la aldea se
juntaron en la casa de Joja para escucharlo.
El comisario lo contrató para la primavera,
para la fiesta anual de los bichos de la aldea,
a cambio le darían en pago 500 moras, de las
más dulces. El señor ratón salió feliz de casa
de Joja. Ésta le dio un último consejo.
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–No se dé por vencido antes de tiempo;
sea así como el sol que siempre está
sonriente.
El señor ratón se fue pensando en lo
que había querido decir Joja. Mientras lo
hacía, cargaba sus maletas con sus muchos
hijitos y su esposa; todos iban cantando,
zapateando y brincando.
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Camuflaje
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L os niños lo habían mirado. ¡Era una
mezcla de animal persona, gigante,
monstruoso, escalofriante! Salía sólo a la
hora del recreo, cuando la maestra los
dejaba solos, castigados en el salón de
clases por andar de traviesos.
Los niños no sabían de dónde salía.
Sólo aparecía y ya… ¡Qué terrible sorpresa
era verlo rondando por el pizarrón, como
flotando en el aire! ¡Y haciendo un sonido
chillón que ponía los pelos de punta!
Una vez la maestra lo sorprendió y el
monstruo, quien se llamaba así mismo “el
ogro del estero”, tuvo que salir corriendo del
salón; hasta entonces no se sabía que
tuviera patas.
La maestra mandó a llamar a la mamá
del terrible ogro; ¡era una ogra gigantesca y
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el papá…ni se diga, tenía un vozarrón que
retumbaba por toda la escuela!
Conforme pasaron los días, cuando el
ogro ya no asustaba a los niños, éstos lo
empezaron a tratar. Dijo Patricio:
–¡No es tan ogro como creíamos!
Le gustaba el futbol como a los demás,
y también las luchas. Aunque la verdad es
que sí tenía mal genio. Una vez, a la hora del
recreo, cuando todos los niños estaban
reunidos, confesó que en su antigua escuela
nadie lo invitaba a jugar y por eso había
decidido convertirse en ogro. Al preguntarle
cómo le había hecho para ser tan grande y
fuerte, respondió que su mamá le daba diario
avena licuada con leche y un huevo de águila
que lo hacía además de fuerte, valiente. Por
eso no le tenía miedo a nada ni a nadie. Por
eso es que quizá le agradaba andar solo,
como a las águilas.
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El ogro se volvió amigo de todos, como
tenía mucha fuerza fue elegido como
defensa del equipo. ¡Hacía unas “fintas”
tremendas! Con el tiempo dejó de ser verde,
dejó de enojarse tanto. Ya no se veía tan
diferente, ni monstruoso.
Se fue haciendo popular y conforme
pasaban los días, el ogro fue cambiando aún
más su aspecto; tanto que ya no se sabía, si
era prudente seguir llamándolo ogro o
Ricardo…el niño del rincón, tímido a veces,
inteligente pero iracundo, impaciente y
malhumorado. Pero…ya no más. Ahora
sonreía con mucha facilidad y ya no buscaba
pleito.
Al cabo de los meses, las apariciones
del ogro cesaron; hubo rumores de que, en
otros salones, estaban apareciendo seres
variados: ogros, dragones escupe fuegos,
culebras venenosas y hasta ponys; claro; los
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alumnos sabían que eran algunos de sus
compañeros y compañeras, disfrazados de
animales, que así, bajo ese camuflaje se
sentían más seguros.
La maestra confesó un día que había
castigado a todos por no entregar la tarea,
que algunas veces hasta ella se convertía en
ogra. Y era cierto…porque de repente la
maestra empezó a volverse verde, grande y
justo cuando iba a reventar el techo con su
espalda, se desinfló como un globo, sonrió y
entonces dejó salir a todos al recreo.
Algunos animales, dentro de la
escuela, empezaron a causar serios
problemas, las culebras estaban mordiendo,
los dragones atemorizaban a los más
pequeños; los ogros empezaron a llorar y
gritar mucho; entonces el director tuvo que
prohibir la entrada de niños con camuflaje, o
disfraces invisibles de animales. Dijo que no
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era necesario…y que, en la escuela, a partir
de ese momento, sólo se recibirían niños y
niñas.
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Índice
Pág.
Una serpiente domesticada, 5
Pati piscina, 18
La cucaracha voladora, 29
La pelea de Fina, 32
Una sola ala, 40
Joja, la terapeuta, 47
El consejo que salvó la vida de tres
lombrices, 54
El gran problema del señor ratón, 60
Camuflaje, 69
75
Liliana de los Ángeles Ceballos Vargas, nació
en Mérida, Yucatán, México, en 1982, no obstante, se
considera Campechana de corazón. Radica en Ciudad del
Carmen, Campeche, una Isla formidable en la que vive en
compañía de su esposo y sus tres hijos. Es feliz de escribir y
compartir. Este es su primer libro de cuentos para niños.
Lectura a partir de los 7 años
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