Anna
Me he venido a la cafetería que llevaba tiempo posponiendo solo por no tener con quien venir, y lo de
venir sola me daba pánico, así que lo seguía posponiendo de lunes a lunes hasta ahora.
Me siento orgullosa de mi. Me convencido mucho tiempo que arreglar papeles en el banco o ir ha
hacer la compra podía colar, pero supongo que son cosas de adultos y esos no cuentan.
Mientras espero a que me atiendan miro el reflejo de la ventana, me he puesto cerca para
entretenerme mientras tomo mi café. Y antes de fijarme en qué pasa fuera, en la calle me fijo en mi
propio reflejo en el cristal de la ventana. «Egocéntrica», pienso.
—No pienses así de ti Anna de verdad, no empieces.— me digo a mi misma en voz alta, pero no lo
suficiente como para que los de la mesa de al lado se enteren y me oigan.
Analizo mi reflejo y me doy cuenta que mi pelo está volviendo a ser lo que era, durante la
adolescencia odié mis rizos y me planchaba el pelo casi todos los días para eliminarlos de mi imagen,
ahora con veintisiete me doy cuenta que fue un error, pero no me quiero culpar y tratar peor de lo
que ya lo hice, me hizo daño aquella época en el instituto, algunos compañeros no les gustaban mis
rizos, y por aquel entonces me importaba demasiado lo que la gente pensaba de mi, eso lo he
cambiado, creo, bueno quizás aún esté en proceso, pero algo sí es diferente en mi.
—Buenos días señorita, ¿qué desea tomar?.—Me pongo de los nervios, además de ser guapo, no
quiero hacerle perder el tiempo y estaba tan metida en mis pensamientos que se me pasó mirar la
carta, así que con un vistazo rápido elijo uno al azar. «¿De verdad hay tanta variedad de cafés»
—Una café Imperial y la tostada Salmón Revuelto.
—Estupendo. — Mientras apunta en su libreta con una sonrisa y acto seguido se va.
He estado todo el tiempo sonriéndole, es por ser amable, no por ligar.
«Bueno no está mal, espero que no haya notado lo nerviosa que me he puesto.» Me vuelvo a fijar en
mi reflejo, ahora me doy cuenta lo bonito que es mi pelo, siempre me lo decía mi abuela, esos rizos
rubios eran preciosos y debía dejarlos libres, así que eso hacía desde hacía algo más de un año, dejar
de intentar cambiar algo de mi solo porque la sociedad me decía que ser diferente al resto, no era
algo bueno.
Me empecé a fijar en la calle, porque no paraba de ver movimiento mientras me miraba a mi, es un
poco una metáfora de la vida, miro siempre que pasa fuera sin prestar atención que pasa dentro, pero
era algo que también he estado intentando cambiar.
No sé si será que esta cafetería está justo en la salida de una boca de metro en pleno Madrid o que en
todas las partes del mundo la gente va así de rápida pero parece que la vida no importa, todos
tenemos miles de cosas que hacer, y sí hay que ir a trabajar y no todos queremos levantarnos un rato
antes para ir a la cafetería o ir ha hacer deporte, pero parece que con la vida adulta se pierde la
esencia de vivir de verdad.
Llega el mismo chico que me atendió hace un rato con mi desayuno y tanta amabilidad por su parte y
por la mía llega a ser incomodo, pero es un trámite rápido, deja mi desayuno en la mesa, nos
sonreímos «Gracias.Nada.» Y se va.
El tiempo dentro de esa cafetería parece que pasa más lento, disfruto de mi desayuno como ninguna
otra mañana y dejo de mirar por la ventana y mi móvil también, disfruto del momento y de mi y
pienso que no soy tan mala compañía como pensaba, estoy feliz.
Acabo y me levanto de la mesa para acercarme a la barra a pagar. Esta vez me atiende una mujer,
tendrá la edad de mi madre y es muy parecida al chico que me atendió antes, su madre supongo.
—Que ojos y qué pelo más bonitos.—Me dice la mujer.
— Oh muchas gracias.— Me sale decir roja como un tomate, no sé como seguir la conversación, me
he puesto de los nervios.
Me doy cuenta como la madre y el hijo se miran y él parece que se ha puesto de los nervios también.
Ahora solo quiero salir corriendo de aquí.
Una vez salgo de la cafetería caigo en que no ha estado tan mal, es más me ha encantado este plan,
debo hacerlo más a menudo.