ANTIFASCISMO.
Fascio: El fasces clásico simbolizaba "la fuerza a través de la unidad": si bien cada varilla
independiente que formaba el fasces era frágil, todas las varillas como un conjunto
constituían una fuerza apreciable. Por extensión, el término fascio surgió en Italia después
de la unificación italiana con el sentido de grupo, sindicato o liga, usualmente vinculado
con sindicatos obreros, como manifiesta el hecho de que grupos obreros derivados de
asociaciones sindicales internacionales tomaban comúnmente el nombre de fascio operaio
(o "fascio de obreros"), usando también la expresión fascio dei lavoratori (o "fascio de
trabajadores") para describirse a sí mismos.
Según, Julián Pérez Porto y María Merino.
El fascismo es un movimiento político y social que nació en Italia de la mano de Benito
Mussolini tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. Se trata de un movimiento
totalitario y nacionalista, cuya doctrina (y las similares que se desarrollaron en otros países)
recibe el nombre de fascista. Desde 1922 hasta 1943 fue cuando el citado dictador italiano
se convirtió en el primer ministro de su país. Fecha aquella última en la que fue depuesto y
posteriormente encarcelado, aunque en prisión estuvo muy poco tiempo pues recibió la
ayuda de la Alemania nazi para escapar de dicho lugar. No obstante, dos años después, en
1945, finalmente moriría tras ser ejecutado. El fascismo se propuso como una tercera vía
ante las democracias liberales (como la estadounidense) y el socialismo (la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas). Además del régimen de Mussolini en Italia, se califica
como fascistas a la Alemania de Adolf Hitler y la España de Francisco Franco. El fascismo
se basa en un Estado todopoderoso que dice encarnar el espíritu del pueblo. La población
no debe, por lo tanto, buscar nada fuera del Estado, que está en manos de un partido único.
El Estado fascista ejerce su autoridad a través de la violencia, la represión y la propaganda
(incluyendo la manipulación del sistema educativo). El líder fascista es un caudillo que
aparece por encima de los hombres comunes. Mussolini se autodenominaba como Il Duce,
que deriva del latín Dux (“General”). Se trata de liderazgos mesiánicos y autoritarios, con
un poder que se ejerce de manera unilateral y sin ningún tipo de consulta. Además de todo
ello hay que resaltar el hecho de que el Fascismo en Italia llevó a que se desarrollaran y
promulgaran las que se dieran en llamar “leyes raciales”. Estas eran un compendio de
medidas de discriminación y de persecución hacia todas aquellas personas que fueran o
estuvieran en relación con los judíos italianos. Dicha legislación dio lugar no sólo a que se
llegara a hablar de una raza italiana “pura” sino también a que se abrieran campos de
concentración donde los judíos eran recluidos, sometidos a trabajos forzosos, objetivos de
todo tipo de torturas y abusos e incluso algunos de ellos fueron también asesinados. En
Alemania, el fascismo está asociado al nazismo. Este movimiento tuvo un fuerte
componente racial, que promulgaba la superioridad de la raza aria y buscaba el exterminio
de otras colectividades, como los judíos, los gitanos y los negros. En este sentido, hay que
subrayar que el Nazismo propagó en el año 1935 las conocidas Leyes de Nuremberg
mediante las cuales no sólo se les privaba a los judíos de sus derechos como ciudadanos
sino que también se les obligaba a portar una identificación como tal y a evitar relacionarse
con los llamados arios. Pero ese sólo fue el punto de partida de una persecución
indiscriminada y atroz contra aquellos ciudadanos alemanes que fueron víctima de torturas
y asesinatos por parte de la conocida como SS, policía nazi. El neofascismo y el
neonazismo repiten actitudes de los movimientos originarios (violencia, autoritarismo),
mientras niegan o minimizan los crímenes cometidos por esos grupos a lo largo del siglo
XX.
El comunista alemán Willi Münzenberg había fundado la Liga contra Imperialismo en
1927, pero esta organización se derrumbó en 1931. Münzenberg organizó el Congreso
Mundial contra la Guerra Imperialista en Ámsterdam a finales de agosto de 1932. Tuvo
cuidado de evitar la inclusión de cualesquiera nombres rusos en la publicidad, con
excepción de Máximo Gorki, jefe del comité de convocatoria.
Frente al avance del fascismo, especialmente con el ingreso de Hitler al gobierno, la mayor
parte de los intelectuales europeos se posicionaron en el campo antifascista, y en gran
medida se orientaron hacia la izquierda. Una de las cuestiones más debatidas gira en torno a
las razones que impulsaron a escritores y artistas hacia la asunción de una conducta
militante: ¿fue básicamente resultado de la política hábilmente desplegada por el régimen
soviético para expandirse y cubrir de brillo a la idea comunista? O, por el contrario, ¿fue la
definida adhesión a determinados principios y valores civilizatorios lo que condujo a gran
parte de los intelectuales a comprometerse con el antifascismo, en sintonía con el
marxismo? Para algunos, por ejemplo el historiador francés François Furet, la estrategia
desplegada por la URSS a través de la Internacional y determinados agentes soviéticos fue
un factor clave en el desarrollo de grupos y actividades antifascistas en el campo de la
cultura europea. Esta versión también fue esbozada por el escritor francés André Malraux
quien, en la década de 1930, combinó su decidida actuación en el campo antifascista con su
adhesión al comunismo, pero cuando en 1944 fue convocado por De Gaulle destacó el peso
de las maniobras de los comunistas: “Desempeñaron [los intelectuales] un gran papel en el
affaire Dreyfus. Han creído recuperar ese papel en tiempos del Frente Popular. Este se
servía ya de ellos más de lo que en ellos se inspiraba. Esta utilización por parte de los
comunistas fue planeada con mucha habilidad por Willy Münzenberg”. En aquellos años, la
Internacional Socialista denunció a Münzenberg como “potencia oculta” de los eventos y
organismos antifascistas. Otra explicación totalmente diferente es la que propone Eric
Hobsbawm. Para este historiador marxista inglés, la mayoría de los intelectuales se
posicionó en el campo antifascista porque visualizó al nazismo no solo como un enemigo
político sino como la fuerza que alentaba la destrucción de la civilización basada en los
principios de la Ilustración, compartidos tanto por liberales como por comunistas: fe en la
razón, confianza en la marcha hacia un mundo mejor. Si el antifascismo acercó los
intelectuales al marxismo fue porque en la URSS percibieron la encarnación de dichos
valores en contraste con la aguda crisis que corroía a las democracias liberales, pero
también porque visualizaron a la Unión Soviética como el país más decidido a oponer
resistencia al nazismo. Herbert Lottman, en cambio, en su estudio sobre la rive gauche,
descarta la posibilidad de pronunciarse sobre las causas del compromiso intelectual, pero
subraya los desgarradores conflictos que afectaron el vínculo entre antifascismo y
comunismo: en la guerra civil española, cuando los antifascistas soviéticos asesinaron a los
antifascistas trostkistas y, luego, cuando el pacto germanosoviético de 1939 obligó a los
comunistas a sabotear el frente antifascista que habían defendido hasta ese momento. El
planteo de Hobsbawm relativiza y apenas presta atención a estas tensiones. A lo largo de la
década de 1930, los intelectuales desplegaron una serie de encuentros y crearon organismos
a favor de la paz y en repudio al fascismo, dos objetivos que fue cada vez más difícil
sostener en forma conjunta. La mayor parte visualizó a la URSS como el país más decidido
a frenar a Hitler, especialmente a partir del impulso dado a los frentes populares desde la
Internacional Comunista. Sin embargo, hubo algunos intelectuales que, en esos años, por
haberlo percibido como dictatorial, o bien haber sido víctimas de ese carácter dictatorial del
régimen soviético, rompieron con el estalinismo. Entre las principales iniciativas
antifascistas impulsadas por la intelectualidad de izquierda se destacan las siguientes: el
Movimiento Amsterdam-Pleyel fue el nombre asignado a dos reuniones concretadas por
iniciativa de Romain Rolland y Henri Barbusse; ambos escritores denunciaron la Primera
Guerra Mundial y en la posguerra se comprometieron activamente con la defensa de la paz.
HENRI BARBUSSE (1873-1935)
Fue un estalinista convencido. En su último libro, staline. Un monde nouveau vu à travers
un homme (Stalin. Un nuevo mundo visto a través de un hombre), definió al jefe político
de la URSS en estos términos: “su historia es una serie de victorias sobre una serie de
dificultades gigantescas. No hay un solo año de su carrera desde 1917 que no hubiera
bastado para hacer ilustre a cualquier otro con lo que él ha hecho. Es un hombre de hierro.
Su nombre lo retrata: Stalin (acero). Es inflexible y flexible como el acero. Su poder estriba
en su formidable buen sentido, en la extensión de sus conocimientos, en su asombrosa
catalogación interior, en su pasión por la claridad, en su inexorable espíritu de secuencia, en
la rapidez, seguridad e intensidad de su decisión, en su perpetua obsesión por elegir a los
hombres necesarios”.
ROMAIN ROLLAND (1866-1944)
Saludó a octubre de 1917 pero no fue un amigo incondicional de la urss, como barbusse. En
1927 escribió sobre el bolchevismo: “portador de ideas elevadas (o mejor dicho,
representante de una gran causa pues el pensamiento nunca fue su fuerte), el bolchevismo
se ha (y lo han) arruinado por su sectarismo estrecho, su intransigencia inhábil y su culto a
la violencia. Ha engendrado el fascismo, que es un bolchevismo a la inversa”. Sin embargo
frente a la violencia nazi adhirió a la defensa del régimen soviético. A mediados de 1935
viajó a moscú donde se entrevistó con stalin a quien, en su libro viaje a moscú, describió
como un jefe político sabio y firme, distante de la figura del líder carismático que arrastra
multitudes excitando las pasiones colectivas.
Rolland y Barbusse organizaron el Congreso Internacional contra la Guerra y el Fascismo,
que se reunió en Amsterdam en agosto de 1932 con el fin explícito de frenar la amenaza de
Japón sobre la URSS. En ese momento, Tokio extendía su ocupación desde Manchuria
hacia la frontera de este país. Rolland hizo un llamado anunciando que: “¡La Patria está en
peligro! Nuestra Patria Internacional […] La URSS está amenazada”. Recibieron la
adhesión de Albert Einstein, Heinrich Mann, John Dos Passos, Theodore Dreiser, Upton
Sinclair, Bernard Shaw, H.G Wells y la esposa de Sun Yat-sen. Se constituyeron comités
nacionales de apoyo en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. La Internacional
Socialista rechazó la iniciativa porque consideró que estaba dirigida por los comunistas.
En un primer momento también se sumaron los surrealistas, pero asumiendo una postura
distante de Rolland y Barbusse, criticados por su “misticismo humanitario”. A fines de los
años veinte, los surrealistas afiliados al Partido Comunista se comprometieron a luchar en
el campo soviético si los imperialistas declaraban la guerra a Moscú, pero en la década de
1930 solo Louis Aragón se mantuvo junto a los comunistas, aceptó el giro hacia el
“realismo socialista” y se erigió en el poeta estrella del comunismo. El resto de la plana
mayor, André Breton, Paul Éluard y René Crevel repudiaron la ortodoxia soviética y
denunciaron la política represiva del estalinismo. En el manifiesto “Hacia un arte
revolucionario independiente", publicado en 1938, Breton junto con Trotsky y Rivera,
apoyaron la revolución social y negaron la condición revolucionaria de la URSS: “El
verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos
establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la
humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a
una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque solo sea para liberar la
creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a
las alturas que solo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo,
reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva
cultura. Pues si rechazamos toda la solidaridad con la casta actualmente dirigente en la
URSS es, precisamente, porque a nuestro juicio no representa el comunismo, sino su más
pérfido y peligroso enemigo”.
Los delegados que acudieron a Ámsterdam en 1932 representaban a más de treinta mil
organizaciones. Al cierre del encuentro se publicó un manifiesto en nombre de los
“trabajadores intelectuales y manuales” contra la guerra y el fascismo, contra las naciones
que preconizaban la guerra y por la defensa de la URSS. Más tarde los comunistas
presentaron este evento como el primer ejemplo de frente único.
A principios de junio de 1933 tuvo lugar en la sala Pleyel, de París, el Congreso
Antifascista Europeo que aprobó la creación del Comité de Lucha contra la Guerra y el
Fascismo. La Internacional Socialista volvió a denunciar el “patronaje” comunista y no
asistió. En Argelia, el escritor Albert Camus ingresaría al Partido Comunista luego de su
incorporación a las filas del movimiento Amsterdam-Pleyel, que fue simultáneamente
antifascista y pacifista. La Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios (AEAR),
creada en 1932 en París, negó la posibilidad de un “arte neutro” y manifestó su apoyo al
régimen soviético: “La crisis, la amenaza fascista, el peligro de la guerra, el ejemplo del
desarrollo cultural de las masas en la URSS frente a la regresión de la civilización
occidental dan en la hora presente las condiciones objetivas favorables para el desarrollo de
una acción literaria y artística proletaria y revolucionaria en Francia”. En el comité
patrocinador se encontraban, entre otros: Aragon, Barbusse, Breton, Crével, Éluard,
Rolland, Jean-Richard Bloch, Luis Buñuel. El mitin de marzo de 1933 fue presidido por
André Gide, una figura clave de las letras francesas, quien, aunque poco dispuesto a
ingresar en la arena política, por un tiempo fue compañero de ruta de los colegas que no
dudaban en prestigiar al régimen soviético brindándole su apoyo activo. Su discurso en
AEAR expresó la angustia creada por el ascenso del nazismo en Alemania y también se
refirió a la ausencia de libertades cívicas en la Unión Soviética, pero destacó que no eran
situaciones equiparables ya que Moscú se proponía fundar una nueva sociedad. Por su
parte, Malraux anunció que en caso de guerra “nos volveremos hacia el Ejército Rojo”.
ANDRE GIDE (1869-1951) PREMIO NOBEL DE LITERATURA EN 1947.
En 1933 viajó con malraux a la alemania de hitler para abogar por la libertad del líder
comunista george dimitrov, acusado falsamente de haber incendiado el reichstag. A
mediados de 1936 llegó a moscú en el mismo momento en que moría gorki, a quien iba a
visitar. En noviembre de ese año apareció en francia su retour de l' urss, que denuncia el
régimen estalinista. Algunos de sus amigos de la izquierda, por ejemplo malraux y paul
nizan, le reprocharon haber favorecido a los fascistas, ya que echaba sombras sobre moscú
en el mismo momento en que españa era el campo de batalla entre fascistas y antifascistas.
Irritado por las críticas escribió al año siguiente retouches al retour de l' urss. Aquí su
conclusión es rotunda: “la república soviética ha traicionado nuestras esperanzas".
Un mes después de la violenta jornada del 6 de febrero de 1934 y de la unión en las calles
de los manifestantes socialistas y comunistas en París, así como también del aniquilamiento
de los socialistas austríacos bajo la represión del canciller Dollfuss, y mientras en España la
región de Zaragoza se veía envuelta en una oleada de huelgas, en Francia se creó el Comité
de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas.
No obstante, la unión de las izquierdas era complicada: los dirigentes comunistas seguían
empeñados en sostener la línea de clase contra clase y los socialistas se mantenían al
margen de iniciativas que incluyeran la presencia de los comunistas, los militantes que
apoyaron el movimiento Amsterdam-Pleyel fueron sancionados. Parecía difícil coordinar
esfuerzos, apagar rencores y disipar recelos. Sin embargo, frente al ascenso del fascismo,
tres intelectuales de gran prestigio: el etnólogo socialista Paul Rivet, el físico Paul
Langevin, cercano a los comunistas, y el filósofo Alain (Émile–Auguste Chartier),
vinculado a los radicales, consiguieron el acuerdo y nació la primera agrupación de
comunistas y no comunistas por la causa común del antifascismo, sin que la condujera
ningún partido. En su presentación, los impulsores del Comité de Vigilancia de los
Intelectuales Antifascistas afirmaron que estaban “Unidos por encima de toda divergencia,
ante el espectáculo de los motines fascistas de París y de la resistencia popular que les ha
hecho frente ella sola, declaramos a todos los trabajadores, nuestros camaradas, nuestra
decisión de luchar junto a ellos para salvar de una dictadura fascista los derechos y las
libertades públicas que el pueblo ha conquistado”.
La declaración fue firmada por Víctor Basch (presidente de la Liga de Derechos del
Hombre), Henri Wallon, Albert Bayet, Jean Cassou, Marcel Prenant, Julien Benda, Paul
Éluard. El Comité contaba con una mayoría pacificista y esto lo conduciría a su crisis
cuando parte de sus miembros se inclinase a favor de la resistencia activa.
Otro factor que trajo aparejadas diferencias en el campo de los intelectuales de izquierda
fue el carácter represivo del gobierno de Stalin. A pesar de los esfuerzos de los
organizadores, los disidentes se hicieron oír en el Primer Congreso Internacional de
Escritores reunido en París en junio de 1935, a partir de un hecho que los une: la detención
de Victor Serge. Entre las voces de este grupo se escuchó la del profesor antifascista
italiano Gaetano Salvemini y las de los surrealistas. Salvemini, que había abandonado Italia
ante la persecución de Mussolini, reprobó el “terror en Rusia” y pidió la liberación de
Serge. El poeta surrealista Éluard leyó el manifiesto firmado, entre otros, por Breton, Dalí y
René Magritte, que repudiaba el pacto francosoviético porque legitimaba a la Francia
burguesa y conducía a la impotencia a quienes luchaban como revolucionarios contra la
clase dominante francesa. Los firmantes también denunciaron que el Congreso se “había
desarrollado bajo el signo del amordazamiento sistemático”.
Al final del encuentro se aprobó la creación de una Asociación Internacional de Escritores
para la Defensa de la Cultura, dirigida por un comité internacional encargado de “luchar en
su terreno propio que es la cultura, contra la guerra, el fascismo y, de manera general,
contra todo lo que amenace la civilización”. Entre sus miembros figuraban cuatro escritores
que habían recibido el Premio Nobel: el francés Romain Rolland, el inglés Bernard Shaw,
el estadounidense Sinclair Lewis y la sueca Selma Lagerlöf (la primera mujer en recibir
esta distinción).
En todos los eventos reseñados, se propuso “luchar” por la paz desde el antifascismo.
Evidentemente no era sencillo dejar de lado el sentimiento de rechazo a la guerra: el pacto
de Munich no fue solo la expresión de la falta de voluntad de los gobernantes. A su regreso
a París, Daladier creyó que la muchedumbre que lo esperaba en el aeropuerto iba a
abuchearlo a causa de las concesiones francobritánicas, pero fue aclamado. Gran parte de
los intelectuales antifascistas seguían siendo antibelicistas. La escritora francesa Simone de
Beauvoir, pareja de Jean Paul Sartre, escribía “¡cualquier cosa, hasta la más cruel injusticia,
era mejor que una guerra!”. Cuando los nazis invadieron el territorio checo, Antoine de
Saint-Exupéry reconocía la desgarradora ambigüedad frente a esta agresión: “Hemos
optado por salvar la paz […] Sin duda, muchos de nosotros estaban dispuestos a arriesgar
su vida por deber de amistad. Estos experimentan una especie de vergüenza. Pero si
hubieran sacrificado la paz, experimentarían la misma vergüenza. Pues entonces habrían
sacrificado al hombre […] Por ello, hemos oscilado de una a otra opinión”.
Hasta este momento el afán de evitar la guerra y frenar el avance del fascismo fueron de la
mano, pero el fascismo siguió su expansión arrolladora: desde la ocupación de Etiopía por
los italianos y el apoyo de Mussolini y Hitler a la empresa bélica de Franco en España,
pasando por el Anschluss de Austria y el desmembramiento de Checoslovaquia, hasta la
invasión de Polonia y la ocupación de gran parte de Europa. En el marco de la guerra ya no
hubo posibilidad de ser antifascista y pacificista: o se resistía la agresión nazi o se
colaboraba con ella.
Leonora Carrington
La pintora siguió a Max Ernst desde Londres (a pesar de que era casado y 27 años más
grande que ella). Durante la Segunda Guerra Mundial, él fue encarcelado y llevado a un
campo de concentración. Ella huyó a Francia y, como producto de la trágica separación,
sufrió un trastorno mental a causa del cual fue enviada a un manicomio en Santander,
España, de donde escapó en 1941. Renato Leduc la ayudó para salir de Europa, él era
diplomático y permanecía en Madrid. La solución fue casarse. Leonora y Renato
contrajeron matrimonio en 1941 en Madrid. Una vez en México, se instalaron en la colonia
Tabacalera. Se divorciaron en 1943, según lo convenido.
Juan Gelman
Combatió bajo las siglas del Partido Comunista argentino y, tras la derrota, perdió a su hijo,
a su nuera y a decenas de compañeros. El poeta se convirtió en exiliado de la dictadura
militar durante los años setenta. Después de un periplo por Francia, Nicaragua e Italia
decidió instalarse en México. Su poesía transita del amor, a la soledad, al desamor y a la
emoción política. Ha declarado públicamente que quiere morir en México.
Remedios Varo
La artista huyó del nazismo francés para llegar a México a fines de 1941 con su compañero,
el poeta francés Benjamín Péret, miembro fundador del grupo surrealista. Él regresó a
Francia en 1947. Ella conoció en 1949 al exiliado austriaco Walter Gruen y en 1952 se
hicieron pareja, él la convenció de que se dedicara solamente a la pintura. Vivió en un
departamento ubicado en Gabino Barreda número 18, en la colonia San Rafael. Su primera
exposición individual en México fue del 15 de abril al 15 de mayo en la galería Diana, que
se encontraba en Paseo de la Reforma, cerca del cine Chapultepec (hoy Torre Mayor).
Max Aub
Nacido en Francia, llegó a Valencia, España, con sus padres escapando de la Primera
Guerra Mundial. Por la Guerra Civil tuvo que salir de España. Arribó a México en 1942,
donde vivió hasta su muerte. Fue dramaturgo, novelista, cuentista, guionista, ensayista,
además de poeta, tipógrafo y artista plástico. Es considerado el escritor antifascista español
por antonomasia.
Chavela Vargas
La cantante salió de Costa Rica por los golpes que recibió durante su adolescencia por parte
de su padre, quien la atacaba por sentirse atraída por otras mujeres (incluso la amenazaron
con excomulgarla por ser lesbiana). Llegó a México en 1936 y a finales de los años 40
comenzó a cantar. Amiga de parranda de José Alfredo Jiménez y Frida Kahlo, su gusto por
el tequila la desvió de su carrera hasta que fue relanzada a la fama por Manuel Arroyo en
los años 90.
Luis Buñuel
Sin patria por la dictadura de Francisco Franco, el cineasta llegó a México en 1946, después
de varios años en Estados Unidos. Conoció al periodista Fernando Benítez, quien a través
de un contacto en el Ministerio de Gobernación le consiguió el visado a toda su familia.
Desde 1949 se convirtió en ciudadano mexicano. Aquí desarrolló su cine y vivió en la
colonia Tlacoquemécatl del Valle, al sur de la capital.
José Gaos
En 1938 el filósofo español llegó a México “transterrado” de la Guerra Civil Española.
Fundó la filosofía moderna en México, impulsó los estudios en historia de las ideas y formó
a varias generaciones de alumnos, hoy insignes pensadores y maestros. A sus clases asistía
Jaime Sabines como oyente en la UNAM. Hizo antologías de las obras de Samuel Ramos,
José Vasconcelos y Alfonso Reyes.
Adolfo Sánchez Vazquez
Tras la derrota de la Guerra Civil española, el filósofo, escritor y profesor español se exilió
en México. Llegó el 13 de junio en 1939. Dedicó gran parte de su vida al estudio de las
ideologías, sobre todo el marxismo. Obtuvo el doctorado en filosofía por la UNAM y fue
distinguido con el doctor Honoris Causa de las universidades de Guadalajara, Puebla,
Nuevo León y Cádiz.
WOLFGANG PAALEN
Inventor de la técnica fumage (pintar con el humo de una vela), sus primeras obras
conservan un trazo viscoso que en muchas da la impresión de ser un montón de alas de
mariposa. Al llegar a México su estilo cambió al influenciarse por las culturas indígenas, y
se transformó en mosaicos coloridos de formas mucho más toscas, en las que los tonos y las
figuras cambian desde la distancia en la que se observe el cuadro.
ALICE RAHON
Comenzó siendo poeta, inspirada por sus travesías en India, y no fue hasta que se estableció
en México (siendo la primera esposa de Wolfgang Paleen) que dejó a un lado su carrera
como escritora para dedicarse completamente a la pintura. La manera en la que juega con
las dimensiones de las figuras, le da a sus pinturas una estética surreal. Gran parte de su
trabajo rinde homenaje o referencias a obras de sus contemporáneos, como: La balada de
Frida Khalo o El gato herido. Escribió el guión para el Ballet d’Orion, un montaje de títeres
que hablaba del Principio y al destrucción de todas las cosas, esta podría haber sido su obra
culminante de no ser porque nunca llegó a montarla. Su última exposición, y el sueño de
toda su vida, fue en Bellas Artes en 1986. Después de su primer periodo en México viajó a
Nueva York y Europa, de donde volvió frustrado por las atrocidades de la Segunda Guerra
Mundial. Finalmente se estableció en una hacienda cerca de Taxco, donde rodeado de las
formaciones rocosas que tanto le fascinaban, encontró el final de su vida.
BENJAMIN PERET
Poeta surrealista, uno de los pocos que permaneció junto a André Breton hasta el final del
movimiento. De origen francés, después de la Primera Guerra Mundial, saltó de país en
país debido a sus ideales políticos. Finalmente es forzado a huir de Europa y se estableció
en México, en 1942, junto con su esposa: Remedios Varo. "El fuego enlutado brota de
todos sus poros/El polvo de esperma y de sangre vela su rostro tatuadopor la lava/Su grito
resuena en la noche como un anuncio del finalde los tiempos/El escalofrío que salta sobre
su piel de espinas correcuando el maíz se alisa al viento. Este poema, Air Mexicain, habla
del origen de las civilizaciones en México antes de la llegada de los españoles.
Seki sano
Trabajó como director de teatro y fue dirigente del movimiento teatral proletario, la
Asociación Japonesa de Teatro Proletario (PROT). Fue detenido en mayo de 1930 junto a
otros muchos activistas, acusado de cooperación económica con el Partido Comunista y fue
liberado bajo la condición de salir del país.
Ludwik Margules
Fue un gran estudiante, primero de Periodismo en la Universidad de Varsovia, luego en la
Facultad de Filosofía y Letras en Polonia. Tras un tiempo refugiado en Rusia con su
familia, llegó a México en 1957, matriculándose en la Escuela Dramática de la UNAM, la
de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes y la del maestro Seki Kano