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Curso Practico de Concentracion Mental

Este documento presenta un curso práctico de concentración mental con ejercicios para el control de la mente en la meditación. Explica que la concentración es fundamental para el éxito en la vida y en cualquier objetivo que se persiga. Propone diferentes técnicas como la caja mágica, las cadenas de oro y la meditación para facilitar la concentración y dominar los pensamientos. El documento concluye señalando que la concentración mental permite alcanzar objetivos más elevados como el conocimiento y la sabiduría.

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Curso Practico de Concentracion Mental

Este documento presenta un curso práctico de concentración mental con ejercicios para el control de la mente en la meditación. Explica que la concentración es fundamental para el éxito en la vida y en cualquier objetivo que se persiga. Propone diferentes técnicas como la caja mágica, las cadenas de oro y la meditación para facilitar la concentración y dominar los pensamientos. El documento concluye señalando que la concentración mental permite alcanzar objetivos más elevados como el conocimiento y la sabiduría.

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CURSO PRÁCTICO DE

CONCENTRACIÓN MENTAL

Ejercicios Simples para El Control de la


Mente en la Meditación

Por

Ernest Wood
Prefacio
En el prefacio de la primera edición expliqué que el libro era el fruto de
unos quince años de experiencia. Desde entonces esa experiencia se ha
acrecentado todavía más, he adquirido mucho más conocimiento, tanto
interno como externo, y he tenido el honor de estar en estrecha asociación
con grandes expertos en esta rama del pensamiento y de la práctica. El
resultado ha sido que no he hallado nada que eliminar de las instrucciones
originales, sino que poseo un incrementado conocimiento de las verdades
contenidas en ellas.
No pueden obtenerse sino beneficios al seguir las instrucciones que aquí
se dan, porque he eliminado cuidadosamente del curso entero todos los
elementos peligrosos que tanto abundan en los libros orientales sobre el
yoga. A dichos libros se los estudiaba con un maestro competente, mientras
que el presente es para el uso privado; de aquí la necesidad del cuidado.
Este libro está destinado a servir de manual práctico, y el estudiante que
quiera sacar el mayor beneficio de él ha de utilizarlo, más que como libro
de texto, como un curso de seis meses. Al finalizarlo, el estudiante
cuidadoso y persistente se encontrará con que ha logrado exactamente lo
que buscaba. Sin embargo, los que sólo desean una ayuda general para su
meditación lograrán gran beneficio al leerlo, y aplicar aquella parte que
especialmente les interesa.
Muchas personas, que se consideran perspicaces, pueden pensar que mis
convicciones, en cuanto a las posibilidades a que puede llegarse en un
futuro cercano o remoto por la propia cultura interna, son excesivamente
extravagantes; más puedo asegurarles que esas convicciones están de
acuerdo con la ley universal e inviolable, y con los asertos de exponentes de
elevada categoría como Patanjali, y que guardan conformidad con la
experiencia y logro efectivos de muchísimos expertos a quienes he tenido el
honor de conocer.
—Ernest Wood
Indice
El Buen Éxito en la Vida

La Caja Mágica

De Como Facilitar la Concentración

Las Cadenas de Oro

La Concentración en la Vida Diaria

Dominio del Cuerpo y de Los Sentidos

De Como Alejar los pensamientos Intrusos

Gimnástica de la Concentración

Que es la Meditación

Métodos de La Meditación

La Meditación Mántrica y Simbólica

Obstáculos a la Meditación

La Contemplación

Conclusión

Acerca del Autor


El Buen Éxito en la Vida
Una Ilimitada Oportunidad
¿Deseáis el triunfo en la vida? ¿Queréis los medios que infaliblemente lo
aseguran? ¿Sois capaz de elegir y deciros: “Yo quiero riquezas; he de ser
famoso; quiero ser virtuoso; he de ser poderoso”? Que nuestra imaginación
obre sobre el pensamiento, y observad cómo las confusas nubes de la
esperanza van tomando la forma de célicas posibilidades. Dadle alas a
vuestra fantasía, porque más esplendoroso que el mejor cuadro que podáis
hacer con el pensamiento es el futuro que podéis pretender mediante la
voluntad. Una vez que la imaginación haya obrado, tan pronto hayáis
escogido, decíos: “Yo quiero”. Y nada hay en la Tierra que pueda
detenernos por más tiempo, pues sois inmortal y el futuro tiene que
obedeceros.
¿Decís que la muerte puede saliros al paso? No lo hará. ¿Decís que la
pobreza, la enfermedad o los amigos pueden estorbaros? No será así. Nada
puede ser obstáculo, a menos que lo permitáis. Pero debéis hacer vuestra
elección, y en adelante ya nunca más desear otra cosa. Sino que debéis
deciros: “Yo quiero”. Y debéis decirlo siempre en pensamiento y en acción,
y ya jamás en meras palabras. Y en adelante ni por un momento debéis
cambiar de propósito, sino que vuestra constante intención debe hacer que
todo lo que contáis vaya a serviros. Y entonces, si lo que habéis escogido
no es perjudicial, antes de mucho será vuestro.
Habláis de la pequeñez del hombre, perdido entre los surcos de la madre
tierra, y de esta tierra, una partícula de polvo en la inmensidad del espacio.
No hay tal, pues las grandes cosas no se miden por su apariencia. Decís de
las debilidades y fatigas, de los inmediatos placeres y locuras, las
conveniencias y accidentes de la vida... de cómo estas cosas confirman y
limitan al hombre pequeño. No hay tal, pues todo puede llegar a utilizarse.
El cuerpo es sólo una vestidura y los sentidos meros agujeros en el velo de
la carne, y cuando éstos se aquietan y aquél es obediente, y la mente
permanece en contemplación de sus inmortales posibilidades, se abre una
ventana dentro de vosotros, y a través de ella veis y aprendéis que seréis lo
que queráis ser... y nada más.
Como la débil semilla enterrada en el suelo irrumpe y lanza un tierno
brote, que se abre camino a través del suelo y consigue verse libre a pleno
aire, y llega a convertirse en una poderosa encina que puebla la tierra con
porciones de sí misma, o como un gran baniano se extiende sin límites
desde una pequeña raíz suministrando abundancia y hogar a miles de
criaturas, así también lanzad en este día el primer brote, tierno mas no
incierto, de la voluntad, y elegid lo que habéis de ser.
¿Qué escogeréis? ¿Queréis el poder? Dejad entonces que los demás sean
más libres y poderosos, porque vos también lo sois. ¿Queréis el
conocimiento? Como vos lo sois, que los demás sean también sabios.
¿Queréis amor? Dejad entonces que los demás gocen de él, ya que tenéis
tanto que dar. De esta suerte estaréis acorde con la Gran Voluntad y la Gran
Ley, y vuestra vida será una con la Gran Vida, sin la cual no puede haber
triunfo permanente.
¿Que cuáles serán los medios? Todo lo que os salga al paso, grande o
pequeño; porque no hay nada que no podáis usar como medio para vuestro
fin. Pero recordado una vez más: que todas las personas y las cosas que
uséis salgan beneficiadas con ello. Así vuestro triunfo será también el de
ellas, y la Gran Ley se habrá cumplido.

El Triunfo Mediante la Concentración


Mas sea lo que fuere lo que elijáis, necesitáis de una cosa en todo
momento y lugar: la concentración de propósito, de pensamiento, de
sentimiento y de acción, de modo que ella, como un poderoso imán,
polarice todo aquello en que intervenga. Se necesita para el buen éxito en
todo lo que se persigue en la vida.
Los hombres que han triunfado en los negocios, en la vida social y
política, en el arte, la ciencia y la filosofía, en el poder y la virtud, han
descollado todos por una inflexible fijeza de propósito y dominio de la
mente, si bien muy a menudo, nada cuerdos, han despreciado la Gran Ley.
¿No ha sucedido siempre, no sucede actualmente, y no ha de acaecer en
el futuro, que en tanto que el progreso dependa del esfuerzo humano ha de
realizárselo mediante la actividad sistemática y persistente del dominio de
los deseos y la concentración de la mente, y que sin esto no se lo consigue?
Leed la vida y penetraos de la filosofía de cualquier hombre decidido, o
de la sociedad o secta a que perteneció, y encontraréis registrado este
hecho. Los epicúreos de antaño concentraban la mente en el presente y
trataban de vivir de acuerdo con las leyes naturales. No permitían que la
mente se detuviera a lamentarse en nada ya pasado, ni que tuviera temor o
ansiedad por el futuro. Los estoicos fijaban la atención sobre todo aquello
que caía bajo su dominio, y rehusaban molestarse por nada que no estuviera
dentro de su poder o propósito, o malgastar el pensamiento y la emoción en
ello. Los platónicos se esforzaban en fijar la mente, en reverente búsqueda,
sobre los misterios de la vida. Patanjali, el gran maestro del Yoga hindú,
declaraba que el hombre sólo podía llegar a su verdadero estado mediante la
afortunada práctica del completo dominio de la mente. El devoto religioso
hace lo posible, llenando para ello su vida y ambiente de ceremonias y
símbolos, repitiendo constantemente en el pensamiento los nombres de
Dios, por estimular su mente para que mantenga cada vez más devotos
sentimientos. El hombre que logra el conocimiento es tan decidido en su
propósito que aprende hasta en las cosas más fútiles. Tal es el poder de la
mente, que con su ayuda todo llega a servir a nuestro propósito, y tal el
poder del hombre que puede doblegar la mente a su voluntad.
¿No vemos que la indecisión, el azoramiento, la ansiedad y la inquietud
dan origen a enfermedades, debilidad, indigestión e insomnio? Aun en estos
asuntos de pequeña importancia la práctica regular del dominio de la mente,
hecha en una forma sencilla, actúa como una cura mágica. Es el mejor
medio para escapar de la envidia, los celos, el resentimiento, el descontento,
la ilusión, el engaño, el orgullo, la ira y el temor. Sin ella no puede
efectuarse la formación del carácter, y con ella no puede fracasar. Todo
estudio se torna fácil y próspero en proporción a la concentración mental
con que se lo hace, y la práctica incremento enormemente los poderes
reproductivos de la memoria.

Más Elevados Objetivos


Uno de los más elevados esfuerzos y objetivos de la concentración de la
mente ha sido descrito por Annie Besant en su libro La Sabiduría Antigua,
con elocuentes palabras:
El estudiante debe empezar a practicar una extrema temperancia en
todas las cosas, cultivando un estado ecuánime y sereno de la
mente; su vida debe ser limpia y los pensamientos puros,
manteniendo el cuerpo en estricta sujeción al alma, y la mente
adiestrada para ocuparse en nobles y elevados asuntos; debe
habitualmente practicar la compasión, la simpatía y la ayuda a los
demás, indiferente a las molestias y placeres que puedan afectarlo,
y debe cultivar el valor, la constancia y la devoción. Una vez que
por la perseverancia práctica ha aprendido a dominar la mente hasta
cierto punto, de modo que puede mantenerla fija en una sola línea
de pensamiento por algún tiempo, debe empezar un adiestramiento
más rígido por la diaria práctica de la concentración sobre algún
tema difícil o abstracto, o sobre algún elevado objeto de devoción,
Esta concentración consiste en el firme fijar de la mente en un solo
punto, sin vagar y sin entregarse a las distracciones que causan los
objetos externos, la actividad de los sentidos o la mente misma. Se
la debe domeñar hasta conseguir una imperturbable tranquilidad y
fijeza, de manera que gradualmente aprenda a retirar su atención
del mundo exterior y del cuerpo, cuyos sentidos permanecen
quietos y tranquilos, mientras la mente vive intensamente con todas
sus energías recogidas interiormente, lista para aplicarse a un solo
punto del pensamiento, el más elevado que pueda alcanzar. Cuando
es capaz de mantenerse así con relativa facilidad, está lista para un
nuevo paso, en que por un poderoso y calmado esfuerzo de la
voluntad pueda lanzarse por encima del más elevado pensamiento a
que pueda llegar mientras obra el cerebro físico, y en tal esfuerzo
elevarse hasta unirse con la conciencia superior, y así liberarse del
cuerpo.
De esa vida superior que está más allá del cerebro encontraréis detalles en
sus valiosos libros teosóficos, y de cómo abre ante el hombre infinitas
perspectivas de conocimiento y poder, muy por encima de todo lo
imaginable dentro de las necias limitaciones del cerebro. Pero si perseguís
la vida espiritual por métodos más devotos, no por eso dejará de seros
necesaria la concentración de propósito. Una antigua escritura dice que el
devoto debe ver a Dios en todo y a todo en Dios.
Cualquier acción que realicéis: el comer, el sacrificaras, el dar, el
esforzaras... hacedlo como una ofrenda a Él. Y eso sólo puede hacerlo el
hombre cuando ha adquirido la concentración. También para aquellos que
llaman al portal del santo sendero encontramos escrito en el famoso libro A
los pies del Maestro que el aspirante debe conseguir la unidad de propósito
y el dominio de la mente.
Todavía en otro sentido se ha utilizado la concentración mental. La
literatura religiosa está llena de notables ejemplos de la visión llevada hasta
las cosas invisibles mediante la mente extasiada. Los yoguis y faquires
hindúes enumeran ocho series de facultades y poderes, que incluyen la
visión de lo ausente, del pasado y del futuro, el telescopio y el microscopio
psíquicos, el poder de viajar invisiblemente en el cuerpo sutil y otros...
todos alcanzables por medio de la concentración. Maravillosos como son
estos efectos, y fascinantes como son el estudio y la práctica que a ellos
conducen, no menos interesante y eficiente es la aplicación de la
concentración al juego de nuestros sentidos normales, y para extender
nuestro poder y conocimiento sobre el mundo que nos rodea en la vida
diaria.
¿Qué significa, entonces, esta concentración, y qué práctica hemos de
seguir para obtener el dominio de la mente?
No quiere decir que debemos estrechar, limitar, confinar nuestros
pensamientos y actividades. No significa retirarse a las selvas o a las
montañas. Ni tampoco perder la simpatía e interés por todo lo humano. Ni
significa que la corriente de la vida se ha secado en nuestras venas, como el
río del desierto en el árido estío. Sino que toda nuestra vida está inspirada
en un solo propósito. Significa pensamiento y actividad siempre crecientes
y más amplias simpatías, pues estamos siempre alerta para usar todas las
cosas en un gran y único objetivo.
La Caja Mágica
El Primer Poder de La Mente
Imaginaos que estáis de pie con una partida de amigos en algún mercado
oriental, o en el jardín de un palacio, y que entra un mago con una caja. El
hombre extiende sobre el suelo una alfombra cuadrada, y coloca sobre ella
reverentemente su caja colorada, que es quizás una excelente obra de
cestería de unas ocho pulgadas por lado. La contempla con fijeza, murmura
algo, levanta la tapa y saca una tras otra, con exquisito cuidado, nueve cajas
más, que parecen ser del mismo tamaño que la primitiva, si bien todas de
diferentes colores. Pensáis que la prueba ha terminado. Mas no es así. Abre
una de las nueve cajas y saca otras nueve más; abre luego las otras ocho, y
de cada una saca otras nueve... todo ello con oriental premeditación.
Y todavía no ha terminado; empieza a abrir lo que podemos llamar la
tercera generación de cajas, hasta que todo el suelo se cubre con montones
de ellas hasta donde puede alcanzar el brazo del mago, Las nueve cajas de
la primera generación y la ochenta y una de la segunda han desaparecido de
la vista en medio de los montones, antes de que podáis pensar que el mago
está preparado para continuar en esta forma quién sabe hasta cuándo y
entonces hacéis que se detenga y abrís generosamente vuestro bolsillo.
Vuestro yo superior es el espectador, vos el mago; vuestra mente es la
alfombra extendida, y cada idea que tenéis, una caja mágica. Una gran
voluntad ha de ser el premio que de arriba reciba quien se convierta en un
gran mago; y se ponga a producir las más variadas y hermosas cajas.
Sentaos en algún tranquilo lugar, y fijad en la mente la idea de algún
objeto corriente. Observadla cuidadosamente y advertiréis que contiene
muchas otras ideas, que de ella se pueden extraer o hacer que permanezcan
a su alrededor... o bien notaréis que inmediatamente empiezan a moverse y
actuar. Suponed que pienso en una moneda de plata. ¿Qué es lo que
encuentro al mirar en esta caja? Veo una rupia india, media corona
británica, cincuenta centavos americanos. Veo también monedas redondas y
cuadradas, con estrías y con filete, grandes y pequeñas, gruesas y delgadas.
Veo una mina de plata en Bolivia, y una tienda en Shangai donde cambié
unos pesos mexicanos. Veo el águila americana y el mote: "E pluribus
unum"; veo también la efigie del Rey Jorge. Veo la Casa de Moneda de
Bombay; de cómo al pasar por las máquinas las tiras del metal, se acuñan
los discos y van quedando los agujeros.
Es suficiente, y debemos detenernos, pues de lo contrario no sabemos
adónde iría a parar este mago fascinador. Es claro que no continuaría
eternamente, pero si se lo permitís abriría miles de cajas antes de agotar sus
poderes. Pronto puede llegar al término de las posibilidades de la primera
caja, pero le quedan aún por abrir las otras que de ella ha sacado.
Ciertas mentes, de la clase vagabunda y versátil, pueden fácilmente abrir
otra caja antes de que hayan sacado todo lo que hay en la primera. Eso no es
concentración. Concentración en una idea significa que habéis de vaciar por
completo esa caja antes de que la dejéis para abrir otra. El valor de
semejante práctica es que aclara la mente y la hace adelantar ideas, sobre el
asunto escogido, en forma rápida y abundante.

Las Vías del Pensamiento


Hay una razón para que deba agotarse lo que contiene una caja
determinada. Es la de que las ideas que proceden de ella no salen al azar,
sino de acuerdo con leyes definidas: están encadenadas a ella, por decirlo
así, y sólo cierta clase de ideas puede salir de una cierta caja. Supongamos,
por ejemplo, que oímos que alguien menciona la palabra "elefante". Muchas
ideas, debido a ello, pueden surgir en nuestra mente.
Podéis pensar en partes determinadas del animal, tales como sus grandes
orejas o su peculiarísima trompa. Podéis pensar en su inteligencia y su
temperamento filosófico, o en determinados elefantes que habéis visto o de
que habéis leído. Podéis pensar en animales semejantes como el
hipopótamo o el rinoceronte, o en los países de donde proceden los
elefantes. Mas hay ciertas cosas en que no es posible que penséis, como son
el colibrí o un sombrero de felpa, una plegadera o un buque de vapor, Hay
ciertas leyes definidas que mantienen enlazadas las ideas en la mente, lo
mismo que la gravitación, el magnetismo, la cohesión y otras leyes
semejantes mantienen en relación los objetos materiales del mundo físico.
Con el fin de servir a nuestro actual propósito voy a indicar las cuatro
principales leyes del pensamiento. Nótese primero que, entre los
pensamientos que se tengan sobre un elefante, puede haber imágenes de
cosas que se le asemejan muy de cerca, esto es, de otros animales, como
son: la vaca, el caballo, la ballena o el camello, Se ve aquí la primera ley de
la atracción ideal, Las ideas de cosas similares se enlazan estrechamente, y
fácilmente la una sugiere a la otra. A esta primera ley podemos denominarla
ley del objeto y clase, y de objetos de la misma clase.
La segunda ley relaciona el todo con la parte, de modo que cuando
pensáis en un elefante es probable que forméis cuadros mentales especiales
del tronco, las orejas o las patas.
La tercera ley expresa la relación entre el objeto y la cualidad. Así se
piensa en que el elefante es filósofo, el perro fiel, y el gato gracioso.
La cuarta ley no implica la observación de las semejanzas y diferencias
entre las cosas, o un objeto y la clase a que pertenece, o un todo y sus
partes, o un objeto y sus cualidades más prominentes. Está relacionada con
las más notables experiencias que nos son familiares, y tiene más que hacer
con la imaginación que con la observación lógica. Si he visto dos cosas
juntas frecuentemente o he pensado en ellas persistentemente, el enlazado
impacto que ellas producen sobre mi conciencia tenderá a darle permanente
asociación en mi mente.
Por consiguiente, yo titularía a esta cuarta ley de la experiencia familiar.
Así, por ejemplo, si pienso en una pluma, es probable que también piense
en un tintero, y no en un pote de vaselina. Si pienso en la cama, puede que
también piense en dormir y no en bailar. Sí pienso en el Brasil, es posible
que después piense en el café y en el maravilloso río Amazonas, y no en el
arroz y en la cordillera de los Himalayas. Cada uno de nosotros tiene un
fondo independiente de experiencia formado con los recuerdos de tales
relaciones ya vistas, ya oídas, ya pensadas, y en forma vívida o repetida.
Las cuatro vías del pensamiento ya mencionadas se dan de un modo
general a fin de servir a nuestro actual objetivo. Si yo formulara en forma
más completa estas leyes tendría que indicar que son nueve, cosa que he
hecho en mi libro sobre Educación de la Memoria. Quien desee estudiar
este asunto más ampliamente encontrará en dicho libro detalles de otras
relaciones, como la del contraste (que cae dentro de la primera ley, pues
implica semejanza y comparación) y la de causa y efecto (que está incluida
en nuestra cuarta ley por tratarse de contigüidad, relación mutua o
secuencia en el tiempo).

Mentes Rápidas y Lentas


Hemos llegado al punto en que podemos empezar con el primer ejercicio
de concentración. Debemos considerar en qué consiste y qué es lo que nos
proponemos hacer, y esto antes que aquello.
Aunque todas las mentes actúan bajo las mismas leyes, lo hacen sin
embargo en grado diverso en cuanto a poder y abundancia, Algunas
trabajan rápidamente, otras lentamente; unas tienen mucho que ofrecer,
otras poco. Supongamos que os sentáis a escribir un ensayo sobre los gatos;
puede que los pensamientos afluyan en abundancia de los repliegues de la
mente, o bien que, por largo tiempo, permanezcáis con la pluma en alto
antes de que aparezca un solo pensamiento. Puede que hagáis una acabada
descripción, o bien algo semejante a lo que se cuenta de un pequeño niño de
una escuela de Inglaterra.
"El gato es un cuadrúpedo, que tiene las patas, como de costumbre, en las
cuatro esquinas. No fastidiemos a los gatos porque, en primer lugar, no es
conveniente y, en segundo lugar, porque tienen las uñas más largas de lo
que se cree. Los gatos tienen nueve vidas; pero, a causa del Cristianismo,
no las necesitan en nuestro país."
Considérese a este respecto la diferencia entre la mente de un poeta y la
de un jornalero corriente. Para el primero todo aparece sugestivo. Recuerdo
el caso de un amigo mío, que es uno de los mejores poetas irlandeses.
Cierto día que en Irlanda bajaba en bicicleta por una callejuela vio a un
niño, sentado ante una reja, ' haciendo pompas de jabón sirviéndose de un
tubito de greda. Esto no le habría sugerido nada a una mente común, pero la
de mi amigo empezó a trabajar de inmediato y a producir sus tesoros, de
suerte que al llegar a su casa estaba dispuesto a escribir todo un largo
poema sobre las pompas de jabón. Escribió no sólo sobre el niño de la reja,
sino también sobre los globitos de jabón que siempre estamos haciendo en
la imaginación y hasta sobre esos globos que Dios sopla en el espacio, los
grandes mundos que a Él le han de parecer tan fáciles de deshacerse como
al niño de esa callejuela de aldea, sus pompas de jabón.
Algunas mentes son más brillantes que otras, y necesitáis que la vuestra
sea exuberante y vigorosa. Necesitáis pensar en muchas ideas, y hacerlo
bien. Necesitáis pensar en forma cabal sobre cualquier objeto que
consideréis, y no únicamente en uno de sus aspectos, como lo hacen los
pensadores tímidos o dominados por el prejuicio. Mas al dar brillo a la
mente, debéis sin embargo, tratar de evitar el peligro que por todas partes
acosa a las mentes exuberantes. El pensador rápido que va a escribir sobre
un tema social, como el de la reforma de la educación o de la prisión, ve
que surgen en su mente velozmente los pensamientos, y muy a menudo se
deja llevar por el primero que viene, lo sigue y escribe en forma brillante en
la dirección a que él conduce; pero es probable que deje perder algo para la
mejor comprensión del asunto, por haber abandonado el tema central del
pensamiento antes de haberío considerado desde todos los puntos de vista.
Lo mismo que un jugador de ajedrez, cautivado por un plan brillante y
atrevido que ha ideado, olvida cuidar su defensa y de repente él mismo cae
víctima del desastre, A veces una mente más apagada, y en todo caso más
lenta, es más equilibrada, y al final llega más cerca de la verdad. Así pues,
aunque necesitáis una mente viva y rápida, y no una mente tan difícil de
poner en movimiento como un automóvil barato en una fría mañana de
invierno, no necesitáis tampoco que parta de un salto y os arrastre consigo,
sino que se detenga lo suficiente en el asunto elegido a fin de considerar
todos sus aspectos, antes de dar comienzo a las variadas exploraciones que
el pensamiento debe efectuar en distintas direcciones.

La Práctica del Retorno


Podemos ahora empezar con el primer ejercicio.

EJERCICIO 1º – Primera Semana


Escoged un lugar apropiado, donde nadie os moleste. Durante unos
quince minutos, sentaos tranquilamente y enfocad la mente en un
pensamiento agradable. Colocad ante vuestra vista un reloj que marque los
segundos y anotad el tiempo exacto. Cerrad luego los ojos, pensad en el
objeto y tratad de no olvidarlo. Después de un corto, tiempo hallaréis que
estáis pensando en algo muy distinto. Apuntad entonces en las columnas
respectivas de vuestro cuaderno: 1º, aquello en que os concentrasteis; 2º, el
período de tiempo, y 3º, aquello en que os hallasteis pensando.
Este procedimiento puede repetirse varias veces, pero si os doliera la
cabeza, debe dejársela por el momento. Debe escogerse un objeto sencillo y
comparativamente sin interés, como una moneda, un reloj, una pluma, una
hoja, una flor sencilla, para este experimento preliminar, si bien conviene
cambiarlo de cuando en cuando. Al terminar la semana de estudio veréis en
el cuaderno que vuestra concentración ha cesado siempre por una de las
siguientes razones: impaciencia, ansiedad sobre algo, somnolencia,
inquietud corporal, dolor de cabeza, detención de la respiración o
interrupción exterior. Habéis descubierto que la mente es inquieta, y que
responde demasiado fácilmente a la más ligera perturbación, ora del mundo
exterior, ora del cuerpo, de modo que nada le cuesta abandonar el tema de
concentración y prestar atención a cualquier otra cosa.
Esto nos lleva al segundo ejercicio, que ha de integrar a la mente el
hábito del retorno, de manera que su tendencia no consista en abandonar el
objeto elegido, sino en volver a él cada vez que por un momento lo
abandone. Acostumbran los estudiantes que desean adquirir la
concentración de modo que puedan mantener la atención en una sola cosa
durante algún tiempo, fijar la mente con firmeza sobre el objeto, con
determinada voluntad, y hacerla volver de nuevo cada vez que se la
encuentra vagando. No es éste el mejor medio de llegar a la concentración.
El modo correcto de hacerlo es decidir el objeto en que vuestra atención
ha de fijarse, y luego pensar en todo lo que podáis, pero sin que en ningún
momento lo perdáis de vista.

EJERCICIO 2º –Segunda, tercera y cuarta Semanas


Antes de sentaros a iniciar la práctica del retorno decidid en forma muy
definida cuál ha de ser el objeto de vuestra concentración, y por cuánto
tiempo debéis sostenerla. Algunas personas se sientan y luego deciden lo
que van a hacer; empiezan con un objeto y lo cambian por otro porque no
les resulta satisfactorio, y por último se encuentran con que el tiempo ha
pasado y no han hecho nada. Es mucho mejor determinar exactamente,
antes de sentarse, lo que se va a hacer, y luego decirse a sí mismo: "Voy a
fijar la mente sobre tal o cual cosa durante quince minutos, y en todo este
tiempo no tendré nada que ver con ninguna otra cosa". Importa mucho que
determinéis claramente en la imaginación lo que vais a hacer, y antes de
empezar os imaginéis haciéndolo.
Practicad todos los días el siguiente ejercicio, durante unas tres semanas,
antes de ir más adelante. No importa qué objeto escojáis, si bien conviene
evitar al principio todo aquello que sea muy difícil o complejo. Debe
pensarse en objetos materiales, cuadros o símbolos, teniendo cuidado de
cambiarlos cada dos o tres días. Demos un ejemplo de este ejercicio:
supongamos que decidís concentraras en una vaca. Debéis pensar en todo lo
que queráis o podáis, pero sin perder de vista a la vaca. Esto es, debéis
pensar en todo lo que podáis relacionar con la idea de vaca, siguiendo
cualquiera de las cuatro líneas de pensamiento que ya se han explicado.
Así, pues, cerrad los ojos, imaginad una vaca y decíos: "Primera ley:
objeto y clase, y otros objetos de la misma índole", y pensad: "La vaca es
un animal, un cuadrúpedo, un mamífero"... (puede haber también otras
clases), "y otros miembros de su especie son las ovejas, caballos, perros,
gatos...... y así sucesivamente, hasta que podáis educir de la mente todo lo
que se pueda pensar a este respecto. No os sintáis satisfecho hasta haber
conseguido extraer todo posible pensamiento.
Conocemos las cosas por su comparación con otras, esto es, notando,
aunque sea rápidamente, sus semejanzas y diferencias.
Cuando definimos una cosa mencionamos su clasificación y luego los
aspectos en que se diferencia de otros miembros de la misma clase. Así, una
silla es una mesa con cierta diferencia, y una mesa es una silla también con
cierta diferencia; ambos son muebles, y ambos sirven de apoyo. Mientras
más comparamos de este modo un objeto dado con otras cosas, mejor le
conocemos; de esta suerte, así que hayáis aplicado este ejercicio a la
primera ley y observado por un momento todas las demás criaturas sin
perder de vista a la vaca, habréis logrado hacer breves comparaciones que
han perfeccionado vuestra observación de ese rumiante. Conoceréis
entonces lo que es una vaca como nunca lo supisteis antes.
Pasad luego a la segunda vía del pensamiento de la vaca en su conjunto y
en sus detalles: los ojos, la nariz, las orejas, las patas, las pezuñas, etc., y
también en las partes internas si estáis al tanto de la anatomía y fisiología
del animal.
En tercer lugar, sigue la ley que interviene en los objetos Y sus
cualidades. Pensáis en las cualidades físicas de la vaca: su tamaño, peso,
color, forma, modo de andar, costumbres, etcétera, y también en sus
cualidades mentales y sentimentales, en lo que sea posible discernirlas.
Se presenta por último la cuarta división, la de la experiencia familiar, en
que pasáis revista a "las vacas que habéis conocido", particularmente las
experiencias habidas con vacas que han dejado huellas en vuestra
imaginación. En esta clase entran también cosas comunes relacionadas con
estos animales, como la leche, la manteca, el queso, los potreros, el pasto, y
hasta los cuchillos con cacha de cuero o de hueso, y los zapatos de cuero.
Habéis así extraído todos los pensamientos de que sois capaz, que en
vuestra mente se relacionan directamente con la idea de vaca. Y esto no
debe hacerse en forma descuidada e incierta; sino que al terminar el
ejercicio debéis tener conciencia de que en cada dirección habéis buscado
toda posible idea, mientras que todo el tiempo tuvisteis presente a la vaca y
la atención no se separó de ella. Muchísimas veces la mente se ha sentido
tentada de seguir algún interesante pensamiento en relación con las ideas
que extraéis; pero cada vez se le ha hecho retornar al objeto central, la vaca.
Si realizáis esta práctica como es debido se habrá producido el hábito del
retomo, que viene a reemplazar el antiguo hábito de vagar, de manera que
llega a ser inclinación de la mente volver al pensamiento central, y adquirís
el poder de fijar la atención en una sola cosa durante largo tiempo.
Un símil que puede ayudarnos a descubrir esta práctica del retorno es el
de un viaje por ferrocarril a través de una fértil llanura, con una montaña
que descuella en lontananza.
Sentados en el vagón, podemos observar los diversos objetos que pasan
en rápida fuga; muy cerca de la vía, las cercas, matorrales, árboles y
algunas casas; más lejos, las aldeas, campos, ríos, bosques y lagos; más
todo el tiempo divisamos la montaña, que semeja un pivote alrededor del
cual todas las cosas parecen girar. Esta práctica preliminar de la
concentración es similar a dicho viaje en que inspeccionamos los campos
intermedios, mientras el objeto central de la concentración permanece
siempre descollante.
Pronto notaréis que esta práctica os ha dado no sólo poder de
concentración, sino que también ha beneficiado a la mente de muy diversos
modos. La habréis así adiestrado en la observación y en el pensar correcto y
consecutivo, y habréis organizado en parte ese cúmulo de conocimientos
que quizás por muchos años, como ocurre a mucha gente, habéis estado
arrojando sin ningún orden ni concierto en vuestra mente. Este ejercicio,
realizado por tres semanas, exactamente de acuerdo con las instrucciones,
tornará la mente más lúcida y le dará fuerza y calidad evidentes no sólo en
el momento del ejercicio, sino en todo tiempo, cualquiera sea el asunto en
que el pensamiento esté ocupado durante el día.

La Observación
Uno de sus más fructíferos resultados consistirá en el desarrollo de una
observación perspicaz y exacta. Las ideas de muchísima gente sobre
cualquier cosa son excesivamente imperfectas. En las pinturas mentales que
se forman de las cosas, algunos puntos son claros, otros vagos, y otros
faltan completamente, hasta el extremo que a veces se halla aislado en la
mente un fragmento de una cosa como una especie de símbolo del objeto
entero. A un caballero se le preguntó una vez sobre una señora que él había
conocido muy bien durante muchos años.
La Pregunta consistía sencillamente en si su cabello era rubio o negro, y
no supo decirlo. Al pensar en ella su mente se había representado
únicamente ciertas partes, 0 'bien unas partes en forma vaga y otras muy
nítidamente. Quizás sabía, la forma de su nariz, su aspecto general y la
silueta de su cuerpo, pero era muy cierto que en la representación mental
que ella había hecho el cabello no tenía color.
Puede comprobarse la misma verdad si se le hace a un amigo la pregunta
tan familiar sobre cuáles son las cifras que marcan las horas en la esfera de
su reloj, o cuáles la forma y color de los minuteros, Le hice una vez a cierto
amigo esta pregunta:
–¿Puedes decirme si los números de tu reloj Son los romanos antiguos
que tanto se han usado, o bien los arábigos o corrientes que desde hace poco
están de moda?
–¡Ya lo creo! –replicó sin hesitar–, Son los romanos, por supuesto.
E inmediatamente sacó su reloj, no para confirmar su aserto de ese modo
automático con que procede la gente cuando piensa en una cosa semejante,
así que fijó en él la mirada, el más intenso asombro se pintó en su cara.
– ¡Por Jove! –exclamó–. Son números arábigos. ¿Lo creerás? He estado
usando este reloj durante siete años y nunca lo había notado.
El creía que conocía su reloj, mas sólo había estado pensando en una
parte de él, y la parte había equivalido en su mente al todo. Luego le hice
otra pregunta:
–¿Supongo que sabes andar lo mismo que correr?
–Sí, claro que sí.
–¿Y puedes imaginarte haciendo ambas cosas?
–Sin duda alguna. –le dije–, ¿quieres
–Bien, entonces decirme cuál es la diferencia que hay entre correr y
andar?
La pregunta le tuvo intrigado por largo tiempo, pues vio que no se trataba
de una mera diferencia de velocidad. Anduvo de aquí para allá por el
cuarto, y corrió un poco, observándose así muy cuidadosamente. Al fin se
sentó riendo, y me dijo:
–Ya la encontré. Al andar tenemos siempre por lo menos un pie en el
suelo, mientras que al correr ambos pies están en el aire. Y tampoco tocan
ambos el suelo al mismo tiempo, pues eso sería saltar. Su respuesta era
correcta, pero nunca se había dado cuenta antes de aquel momento.
De Como Facilitar la Concentración
En la Atención no debe Haber Tensión
Muchas personas fracasan en la concentración porque cometen el error de
tratar de asir firmemente la imagen mental. No hagáis eso. Colocad la idea
escogida ante vuestra atención y contemplada calmosamente, como si
observarais vuestro reloj para saber la hora. Este apacible mirar revela los
detalles de una cosa tan bien como puede hacerlo un intenso esfuerzo, y
quizá mejor. Tratad de hacerlo ahora por unos cinco minutos, porque una
vez que hayáis llegado a mirar bien una cosa y verla perfectamente, en todo
y en parte, sin poner la mirada fija y escudriñadora, sin fruncir el ceño ni
retener el aliento, sin cerrar los puños ni hacer nada semejante, podréis
aplicar vuestro poder a la práctica mental de la concentración.
Tomad un objeto cualquiera: un reloj, una pluma, un libro, una hoja o una
fruta, y miradlo con toda tranquilidad por unos cinco minutos. Observad en
él cuanto detalle podáis, como el color, peso, tamaño, configuración,
composición, construcción, ornamentación, etc., sin efectuar la menor
tensión. Es necesario observar bien sin que se presente la más mínima
tensión nerviosa. Una vez que os hayáis capacitado en eso, comprenderéis
por qué la concentración debe realizarse en perfecta quietud y silencio.
Supongamos que necesitamos sostener un objeto pequeño con el brazo
estirado el mayor tiempo posible debemos sujetarlo con el mínimo de
energía, dejándolo que descanse en la mano, y no agarrándolo fuertemente.
No os imaginéis que la idea que habéis elegido para vuestra concentración
tiene vida y voluntad propias, y que quiere saltar o alejarse de vos. No es el
objeto el voluble, sino la mente. Confiad en que el objeto ha de permanecer
donde lo habéis puesto, ante el ojo mental, y mantened serena vuestra
atención sobre él, No hay necesidad de asirlo, porque esto tiende a destruir
la concentración.
Por lo general, empleamos la energía mental únicamente en el servicio
del cuerpo físico y en pensar en todo lo relacionado con él. Vemos, así, que
el flujo mental no tiene obstrucción y que el pensar es fácil cuando hay un
objeto físico para fijar la atención, como, por ejemplo, al leer un libro. El
argumentar se hace fácil cuando cada paso se' encuentra determinado en lo
escrito, o el pensamiento es estimulado por la conversación. De la misma
manera es fácil jugar al ajedrez cuando vemos el tablero; pero jugar con los
ojos vendados ya es cosa más difícil. El hábito de pensar únicamente en
asociación con la actividad o el estímulo corporales es, por lo general, tan
grande que un esfuerzo especial del pensamiento suele ir acompañado del
fruncir de las cejas, el morderse los labios v otros varios desórdenes
musculares, nerviosos y funcionales. La dispepsia de los filósofos y
hombres de ciencia es casi proverbial. Cuando un niño aprende algo
despliega el más asombroso juego de contorsiones. Al escribir sigue a
menudo los movimientos de la mano con la lengua, aprieta con toda su
fuerza el lápiz, enrosca el pie en la pata de la silla... y se cansa en tiempo
muy escaso.
Tales cosas deben cesar por completo en la práctica de la concentración.
Un alto grado de esfuerzo mental es de todo punto dañino al cuerpo, a
menos que se haya logrado siquiera parcialmente cesar con dicha
asociación entre el pensamiento y el cuerpo. La tensión muscular y nerviosa
nada tiene que ver con la concentración, y el buen éxito en el ejercicio no se
mide por ninguna sensación o sentimiento corporal. Algunos creen que se
están concentrando cuando sienten cierta tirantez en el entrecejo o en su
parte interna; pero lo que logran únicamente es causarse dolores de cabeza
y otras molestias. Llega a ser casi notorio en Oriente que el sabio o gran
pensador posee un plácido entrecejo.
Hacer variar el rostro o retorcer su forma, y cubrir la frente de arrugas, es
comúnmente signo de que el hombre trata de pensar más allá de su
capacidad, o que no está acostumbrado a ello. Más bien donde se puede ver
en todo su apogeo el ceño fruncido es en los asilos de alienados, y no entre
los hombres que saben pensar. Debe practicarse siempre la concentración
sin el menor esfuerzo. El dominio de la mente no se consigue por un férvido
esfuerzo de ninguna clase, así como no se toma agua de un solo trago, sino
que se consigue con la práctica constante, calma y tranquila, y
desprendiéndose de toda agitación y excitación de las emociones.
La calma constante, pausada y tranquila consiste en el ejercicio
continuado, regular y periódico por un tiempo suficiente para que sea
efectiva. Los resultados de esta práctica son acumulativos. Escasos al
principio, abundantes después. El tiempo que se le dedique cada vez no
necesita ser grande, porque la calidad de la obra importa más que la
cantidad. Poco y frecuente es mejor que mucho y a largos intervalos. La
práctica puede hacerse una o dos veces al día, y hasta tres veces si es por
corto tiempo. Una vez al día bien ejecutada es mejor que tres veces
practicadas con indiferencia. A veces la gente que tiene más tiempo
disponible consigue un menor logro, porque sabiendo que tiene mucho
tiempo no se siente compelida a efectuarlo inmediatamente y de la mejor
manera; más el hombre que dispone de corto tiempo para su práctica siente
la necesidad de lograrla a la perfección. Los ejercicios deben hacerse por lo
menos una vez al día, y siempre antes y no después de entregarse al reposo
o al placer. Deben practicarse lo más temprano posible, y no posponerlos
hasta después de haber cumplido con otros deberes más fáciles o más
placenteros. Es necesaria cierta estrictez de regla, y es mejor que nos la
impongamos nosotros mismos.

Naturalidad de las Imágenes


Ayudará a nuestra concentración el cuidado que pongamos en plasmar las
imágenes naturales y las coloquemos en situaciones también naturales, No
toméis, pongamos por caso, una estatuita imaginándola colocada en el aire
ante vos. En esa posición hay una tendencia subconsciente a sentir la
necesidad de colocarla sobre algo. Más bien imaginadla que está sobre una
mesa delante de vosotros en posición natural dentro de la habitación.
Empezad luego cuidadosamente vuestra concentración imaginando primero
toda aquella parte del aposento que normalmente cae dentro de vuestro
campo de visión; prestad después menos atención a las cosas más lejanas y
fijadla sobre la mesa que sostiene la estatua. Finalmente estrechad todavía
más el círculo hasta que sólo quede la imagen de la estatuita y hayáis
olvidado el resto del cuarto. Aun entonces, si otras cosas volvieran a
vuestro pensamiento no os molestéis por ellas. No podéis, como con un
cuchillo, separar cualquier imagen de vuestra imaginación. Siempre tendrá
que haber un marco de otras cosas que rodea a la principal, pero serán
débiles y estarán fuera de foco.
Así como cuando fijáis la vista en un objeto físico, las demás cosas que
hay en la habitación son visibles, pero de una manera vaga, así también
cuando se concentra la visión mental sobre un objeto, pueden surgir otras
imágenes en su vecindad. Pero así que el objeto, la estatuita en este caso,
ocupa el centro de la atención y es el foco de la visión mental, no necesitáis
molestaros por los otros pensamientos que se presentan. Haréis mejor en
emplear la sencilla fórmula: "No me importa". Si permitís que ellos os
perturben, desplazarán a la estatua del centro del escenario, porque vuestra
atención irá hacia ellos; pero si los percibís accidentalmente, y sin separar
los ojos de la estatua, decís: "Ah, ¿sois vosotros? Muy bien, quedaos si
queréis, o iros si lo preferís; ello no me importa". Y quietamente
desaparecerán sin que os deis cuenta. No podéis tener la satisfacción de
ver– cuándo se van, así como no podéis tener el placer de veros dormir. ¿Y
de qué os serviría?
Haced que el objeto sea perfectamente natural, revistiéndolo para ello con
todas las cualidades que le son comunes. Si es algo sólido, hacedlo sólido
en vuestra imaginación, y no como un cuadro. Si tiene color, hacedlo que
brille en el objeto, y haceos sensible a su peso, si se trata de una cosa física.
Las cosas que por naturaleza son inmóviles deben aparecer con positiva
inmovilidad en la imaginación, y las móviles moviéndose en forma
definitiva, así, los árboles deben agitar y entrechocar con el viento las hojas
y ramas, los peces nadar, las aves volar, la gente andar y conversar, y un río
deslizar sus aguas con suave y dulce murmullo mientras la luz se quiebra en
ellas.

Confianza
La confianza en sí mismo es también una gran ayuda para la consecución
de la concentración, especialmente cuando va aliada con algún
conocimiento de cómo obra el pensamiento y del hecho cierto de que los
medios están allí aun cuando no sean visibles por el momento. Tal como las
actividades de manos, pies, ojos, y de toda otra parte del cuerpo físico,
dependen de sus órganos internos en cuya función confiamos enteramente,
asimismo las actividades de la mente, que son visibles a nuestra conciencia,
dependen de invisibles funciones con las que se puede contar con toda
seguridad.
Toda actividad mental se perfecciona con la confianza. Una buena
memoria, por ejemplo, descansa enteramente en ella, y la menor
incertidumbre puede hacerla flaquear muchísimo. Recuerdo que cuando era
muy pequeño mi madre me envió, en cierta ocasión, a comprar algo, jabón
o manteca, a un pequeño almacén que distaba como una media milla de
casa. Me dio una moneda y me indicó el nombre del artículo que
necesitaba. No tenía yo la menor confianza en la competencia de los sastres,
y por cierto que no iba a confiar la moneda al bolsillo.
No podía creer, tratándose de un asunto tan importante, que la moneda
estaría todavía en el bolsillo al llegar al término del viaje, de modo que la
sujeté lo más fuerte que pude en la mano a fin de sentirla todo el tiempo.
Durante todo el camino repetía el nombre del jabón, o lo que fuera, con la
certeza de que si lo apartaba de mi conciencia por un momento lo perdería
definitivamente. No tenía tampoco confianza en los bolsillos de la mente,
aunque en realidad la merecen más que los fabricados por el sastre. Sin
embargo, a pesar de mis esfuerzos, o más probablemente a causa de ellos, al
entrar en el almacén y ver aparecer ante mí al tendero que descollaba como
una gran masa, tuve un momento en que me paralicé y no pude recordar qué
era lo que tenía que comprar.
Esto no es nada inusitado, aun entre los adultos. He conocido muchos
estudiantes que seriamente han comprometido, exactamente por la misma
especie de ansiedad, el buen éxito en sus exámenes. Sin embargo, si
queremos recordar, lo mejor es hacer completamente claro en la mente la
idea o el hecho, luego observarlo con inalterable concentración por algunos
segundos y después dejarlo que se pierda de vista en las profundidades de la
mente.
Esta confianza, junto con el método de la observación tranquila ha de
producir una disposición para concentrarse que puede sólo asemejarse a la
que se adquiere al aprender a nadar. Ocurre a veces que una persona se
lanza muchas veces al agua, y hasta se agarra con manos y dientes sin otro
resultado que hundirse más y más; pero llega un momento en que de
repente se siente en el agua como en su elemento. De aquí en adelante,
doquiera que va a entrar en el agua se pone casi inconscientemente en
disposición para nadar, y esta obra sobre el cuerpo para nadar y flotar. De
igual modo ha de llegar un día en la concentración, si es que ya no ha
llegado, en que notaréis que habéis adquirido la disposición necesaria y
podréis en adelante reflexionar sobre un objeto dado del pensamiento tanto
tiempo como queráis.
Las Cadenas de Oro
El Andar de La Mente
Hemos estudiado la primera operación del pensamiento, el modo en que
cada idea se abre camino en diversas direcciones. Tenemos ahora que
considerar la segunda operación, el modo en que nuestra atención pasa de
una idea a otra y forma una corriente de pensamiento. Es casi un asunto de
saber común que la atención viaja entre los pensamientos en forma muy
parecida a nuestro cuerpo al moverse entre las cosas. Tan estrecha es la
semejanza, que podemos decir que la atención en realidad va a pie de una
idea o imagen mental a otra. Supongamos, por ejemplo, que empiezo a
pensar en un gato, y pocos momentos después me encuentro pensando en
un magnífico puente de hierro que atraviesa el río lndo entre las ciudades de
Sukkur y Rohri.
Si yo no conociera las leyes que gobiernan las operaciones del
pensamiento, podría imaginarme que la mente había saltado de una de estas
ideas a la otra, que por mera casualidad había olvidado la primera y que
también por puro azar pensada en la otra, Pero si me tomo la molestia de
revisar lo que ha sucedido y de estudiar el asunto, encuentro que hay una
ininterrumpida cadena de imágenes que va de la primera a la última, y r)ara
ello tuve que pasar por una serie definida de peldaños. Pensé en un gato,
luego en un gato que yacía sobre un felpudo ante el fuego (cosa muy común
en Europa; lo hago notar entre paréntesis, para ilustración de los amigos
hindúes y americanos, para quienes el fenómeno es casi desconocido),
después en el felpudo sin el gato, posteriormente en que el felpudo se hace
en una fábrica, después en una fábrica determinada que conozco mucho y
que está cerca del río Indo, y por último en una escena más distante de esta
parte del río en que el gran puente ya mencionado parece colgar en el aire.
El procedimiento es precisamente como el de andar: un pie mental va
hacia la idea del gato, mientras el otro se endereza hacia la idea del felpudo
y descansa en ella; luego el primer pie abandona al gato y avanza hacia la
fábrica. Una vez que éste está establecido allí, el segundo pie deja la idea
del felpudo y se dirige hacia el río indo. Luego el primer pie parte de la idea
de la fábrica para dirigirse al puente del Sukkur, y así sucesivamente.
La operación se asemeja también al latir del corazón. Se presenta primero
un pensamiento, que luego se agranda por la adición de otro, para después
contraerse por la eliminación del primero. La expansión y la contracción
alternan así tan regularmente como el latir del corazón. Cuando se verifica
la expansión la conciencia se hace más vaga, pues la luz de la atención es
más difusa al abarcar mayor extensión; más al realizarse la contracción, el
objeto aparece vívidamente iluminado y la conciencia se encuentra en su
más alto grado en punto a calidad. La contracción es concentración: la
expansión es meditación.
Ahora bien, dos cosas pueden ocurrir en esta segunda operación del
pensamiento. La atención puede derivar de una imagen a otra sin ningún
definido propósito o dirección tomando a cada paso el sendero más fácil,
siguiendo antiguos hábitos de pensamiento y manteniéndose en el camino
trillado, recorriendo la vía más fácil, tal como una corriente de agua
encuentra su camino colina abajo. O puede ocurrir que haga trabajo de
exploración y de descubrimiento, en una cierta y definida dirección, la que
fue determinada antes de empezar la operación.
La primera de estas alternativas es el vagar de la mente: la segunda es el
pensar. Algunas mentes apenas hacen otra cosa que vagar, mientras otras
son capaces de pensar. Nuestro segundo propósito, una vez efectuados
algunos ejercicios de concentración para la apertura de las cajas mágicas,
consiste en practicar otra forma de concentración tendiente a mantener la
atención en una definida línea de pensamiento. De esta suerte el hombre
puede convertir sus actividades mentales en cadenas de oro, de corrientes
de fango y arena que antes eran.
Definamos algunos de nuestros términos, y veamos dónde nos
encontramos:
1º La atención es la voluntad, o sea cada uno de nosotros mismos
despierto, que se expande o contrae como el corazón, y recorre porciones
del mundo mental como si marchara a pie.
2º El mundo mental es una región subjetiva plena de ideas. Así que la
atención se posa en una de ellas, ya sea simple o compleja (una porción
grande o pequeña de ese mundo), puede mirar a su alrededor y ver parte del
paisaje mental, o sea las ideas relacionadas con aquella sobre la cual se
apoya.
3º Llamase pensamiento la operación de mover un pie y luego el otro.
Las ideas son objetos mentales; y el pensar es un viaje mental, en que la
voluntad es el viajero. Examinemos todo esto en forma más completa.

El Mundo de La Mente
El cuerpo en que nosotros vivimos es un vehículo en el que el hombre y
su mente actúan en el mundo. Este vehículo lleva también consigo un saco
de herramientas, que son los órganos de los sentidos, los que le informan de
lo que existe y ocurre dentro del límite de su capacidad. Supongamos que
ceso de escribir por un momento y miro a mi alrededor. Frente a mí están la
mesa y las sillas, y colgados de las paredes los estantes Y vitrinas, un reloj,
los cuadros, un calendario y muchas otras cosas. Miro a través de la ventana
y veo las copas de palmeras Y mangos, las blandas nubes de marzo en
Madrás, destacándose sobre el intenso azul del cielo. Si en lugar de los ojos
atiendo los oídos, llega a mí el graznar de un cuervo hacia la izquierda, el
tictac del reloj de pared, los pasos de alguien que anda por el corredor, el
murmurar de voces distantes, el chillar de una ardilla no muy lejos, el
musitar de los pandits allá abajo, el golpe seco de una máquina de escribir
no sé dónde, y por último el constante rugir de las rompientes de la Bahía
de Bengala, al quebrarse en la costa de Adyar, a una media milla de
distancia.
Escucho más atentamente y siento el sordo y prolongado ruido de la
sangre en mis oídos, y el lento y distante silbar de alguna oscura función
fisiológica. Enfoco la atención en la epidermis, y siento la pluma que
suavemente aprieto entre los dedos, la ropa que ciñe mi cuerpo, la silla en
que me siento (ojalá fuera más cómoda), el piso en que descansan mis pies,
y la brisa dulcemente tibia que me produce una agradable sensación en las
manos y en el rostro.
De este modo los sentidos, que porta consigo este vehículo de mí cuerpo,
que es el instrumento de la voluntad y el foco de la conciencia en el mundo
exterior, me ponen en contacto con tina parte de este vasto mundo en que
vivimos. Sin embargo, no es más que un diminuto fragmento del mundo.
Por muchos años he viajado en este cuerpo, y he visto, oído y sentido
doquiera muchísimas cosas, mas ¡cuán poco de la experiencia que he tenido
puede existir en un momento dado en mi conciencia, cuán inefablemente
pequeña ha sido toda ella en comparación con todo lo que existe y no he
visto o conocido!
De la misma naturaleza es el mundo interno de la mente. Existe también
una vasta región de verdaderas ideas, algunas de las cuales conozco ahora
con el vehículo de mi mente, pero cuya mayoría permanece aún para mí
como lo desconocido y sin' límite aparente. En ese mundo tengo también un
instrumento, y en obediencia a mi voluntad viaja por el mundo del
pensamiento y sigue su derrotero por la vida mental, lo mismo que mi
cuerpo vive y se mueve en el mundo exterior. Ese vehículo es la mente, el
foco de mi conciencia en lo que atañe a las cosas mentales. Tomemos otro
símil, y digamos que el cuerpo mental, que me permite prestar atención a
las ideas, es como un pececillo que nada en el vasto océano de las ideas, y
ve y me informa de lo que se halla al alcance de sus limitadas facultades,
No puede ver más allá de cierta distancia, ni dar grandes saltos en el
espacio, sino que debe viajar por los puntos intermedios para ir de un lugar
a otro, o sea para pasar de una idea a otra.

El Derrotero del Pez


Tenéis ahora que dirigir este pececillo de la atención, de modo que: a)
siempre nade en la dirección que habéis escogido, y b) extienda y mejore su
campo visual y su habilidad para presentaras, en forma cabal y clara, los
sucesos con que se pone en contacto cuando viaja por el mundo del
pensamiento. La concentración ya practicada ha de mejorar su visión,
tócanos ahora tratar de su pujanza para viajar.
Cuando el pie del pensamiento pisa sobre una idea en el mundo de la
mente, lo hace como un elefante que se extiende al echarse y cubre un
determinado espacio. Por consiguiente, cuando volvéis la atención hacia
una idea no encontráis una cosa aislada y claramente definida, sino un algo
asociado con muchas otras cosas. El contacto del pie abre la caja mágica.
Materialmente es éste enteramente el caso, y así nada podéis encontrar que
esté completamente aislado y viva por sí mismo: libros sin ojos que los
lean, plumas sin papel sobre qué escribir, zapatos sin pies que calzar, copas
sin bocas adonde llevarlas, y casas sin gente que pueda habitarlas, son cosas
impensables. Pero toda idea tiene un centro en que la visión es clara, y
alejándose del cual gradualmente se oscurece.
Así como cuando fijo la vista en el tintero veo también vagamente otras
cosas sobre la mesa, los muebles de derecha e izquierda, los árboles que hay
afuera en el jardín, y una multitud de detalles, así también cuando fijo la
atención en un pensamiento determinado encuentro una masa de
pensamientos vagos que le rodean, que gradualmente se nublan y se hacen
más indefinidos mientras más se alejan, para perderse finalmente en límites
indeterminados. La atención no halla obstáculos al pasar de un objeto a otro
en este su propio campo, pues su horizonte siempre retrocede cuando ella se
aproxima.
Ya hemos visto que al pensar en un gato pienso también en un felpudo
(que es una de las muchas ideas que salen de la caja mágica); pero,
aparentemente, podía con igual motivo pensar en los bigotes, la leche, las
garras, los ratones o en la música que producen a medianoche. Una de estas
ideas secundarias es seguro que formará el siguiente paso de mi cadena de
ideas o corriente de pensamiento. Esta cadena presenta una ininterrumpida
sucesión en la vida interna. Cada idea va seguida de otra, lo mismo que los
eslabones concatenados. Así como en el tiempo las cosas se siguen una tras
otra, estando sólo dos momentos con su contenido directamente
entrelazados, así también en el flujo de la actividad mental las imágenes se
siguen una a otra, y sólo dos de ellas se enlazan entre sí directamente.
Este fluir de la actividad mental no es otra cosa que el camino que recorre
el pez de la atención cuando pasa de una dirección a otra. Hay una especie
de elección a cada paso que da, y es curioso observar a qué distante meta
conduce cada uno de los senderos que parten del mismo punto, puesto que
cada idea da origen a una gran variedad de asociaciones. Cuando miro al
baniano que está cerca de mí veranda, veo y oigo graznar a cuervos y
ardillas; y luego, cada vez que pienso en un baniano, inmediatamente la
mente me conduce dentro del círculo de la visión de este árbol particular,
con sus ramas extendidas y sus raíces colgantes, los maceteros que hay
debajo, los audaces cuervos y las charlatanas cuanto chilladoras ardillas
listadas de café. Pero inmediatamente pensamientos de otra clase de árboles
entran también en el círculo de la atención, si bien lejos del centro: la
esbelta y elevada palmera, la rugosa encina, el airoso álamo, el triste sauce
mocho de la Inglaterra central y el acicalado pino de las nieves del Norte.
Después, cuando contemplo sus extendidas ramas y sus muchos troncos
que soportan el peso de gigantescas ramas de diez siglos de edad, mi mente
recorre la historia que podría contarnos: las avenidas del río que corre muy
cerca, las casas que se han hecho y los caminos que se han trazado, y
retrocediendo más al pasado, el crecer de la lujuriosa selva, los chacales y
tigres, las aves y los monos, y los innumerables escorpiones, hormigas y
culebras que han hecho sus nidos entre sus oquedades y vivido entre sus
ramas desde pretéritas centurias.
Si varío el pensamiento puedo otra vez notar su vasta extensión –toda una
montaña de madera– y pensar cómo todo un ejército podría cobijarse a su
sombra, cómo sería posible construir unas diez casas o alimentar unos mil
fuegos crepitantes. De esta suerte el baniano despierta diferentes clases de
pensamientos de acuerdo con mi modo de ser.

La Separación de los Caminos


La forma en que ha de conducirse el pensamiento ante los diversos
caminos que se presentan ante cada uno de sus pasos, depende de las
tendencias de cada persona. Consideremos la idea del árbol, con el que se
relacionan tantos pensamientos, como los ya indicados más arriba, o los que
aparecen en el siguiente diagrama:

Árbol
1.Jardín, campo, etc.
2.Baniano, pino, etc.
3.Edad, tamaño, valor, etc.
4.Arbusto, seto, planta, etc.
5.Hojas, ramas, corteza, etc.
6.Cuervos, ardillas, insectos, etc.
7.Semillas, brote, fruto, etc. 8. X...
Si yo fuera un arboricultor que comercia en frutas, mi pensamiento
seguiría la línea 7 hacia la idea de fruta. Esta sería entonces el centro de
otro círculo de ideas, quedando enteramente, o casi del todo, sin notar las
que pertenecen a las líneas 1 a 6. La mente puede luego pasar a la idea de
mercado, Pensamiento que no tiene conexión directa con el árbol, y éste
queda ahora olvidado así que la mente prosigue su errante caminar.
Si soy comerciante, mi pensamiento ha de detenerse en la línea 3,
interesado en el negocio de la madera, –que está directamente relacionado
con el pensamiento sobre el árbol, Y de ahí puede pasar a los precios
corrientes de la madera, o a cuestiones financieras o de banco, y
relacionarlas con otras todavía más remotas.
Un naturalista pasaría a la línea 6; un cazador, o quien sólo busca el
placer, se detendría en la línea 1, mientras que un filósofo lo haría en la
línea 3 0 en la 7. Casi todos perderían de vista al árbol al tercer paso del
pensamiento. Las líneas que aquí se dan se han numerado con el mero
propósito de servir de ilustración, pues no se ha tratado de hacer
especialmente ninguna clasificación científica, y porque además las
irradiaciones del pensamiento son mucho más numerosas que las indicadas.
Maravilla hasta qué punto depende el futuro de la elección que a cada
momento hago en cuanto al siguiente paso de mi pensar. El siguiente
diagrama ilustra sobre cuán pequeña es en un principio la separación de los
caminos del pensamiento, y cuán lejos se encuentran después los unos de
los otros a medida que se va avanzando:

Lo que puede la Tendencia


Lo que se ofrece a cada momento no es una elección entre dos caminos,
sino entre muchos. La atención se encuentra solicitada a la vez hacia
muchísimas direcciones. Existe una competencia que nunca termina entre
los objetos de los sentidos a fin de que los notemos, y lo mismo la hay en el
mundo de la mente en lo que se refiere a nuestra atención. El pececillo se
encuentra rodeado de los más tentadores cebos. ¿Cuál cogerá en un
momento dado? ¿Preferirá el felpudo o la leche? ¿Cuál es la naturaleza de
esa tendencia o disposición interna que, en la sucesión de ideas, determina
aquella que, prevaleciendo sobre otra, hemos de apropiarnos colocándola en
el trono de la mente, en medio del continuo pasar que allí se efectúa? ¿Por
qué no es alguna otra idea, que tenga también estrecha asociación con la
primitiva?
Permitidme presentar la cuestión de otra manera. Supongamos que
estando yo sentado a mi escritorio, en el centro del cuarto, se abren
repentinamente las cuatro puertas a la vez y con la precisión de los antiguos
relojes de cuco mis amigos Smith, Brown, Jones y Robinson entran y
exclaman a coro: " ¡Hola, Wood, necesito consultarte algo!" ¿Cuál de ellos
atraerá primero mi sorprendida atención? Por cierto que esto ha de depender
de algo. Dependerá de la disposición de mi mente, de la dirección en que el
pez nadaba en el momento de la sorpresa.
La única otra cosa que podría determinarla sería alguna inusitada
particularidad en el vestido o en el gesto, que no hemos supuesto que se
haya presentado.
Si Brown estuviera vestido a lo turco sería el primero en llamar mi
atención; más en ausencia de un algo maravilloso o anormal, nada sino la
disposición de la mente en ese momento podría determinar qué selección
haría la atención.
Supongamos también que estoy ocupado en la publicación de un libro, y
alguien llama a la puerta y grita: " ¡Las pruebas!" Tengo entonces la visión
de páginas impresas y la molestia de corregirlas. Si he estado ocupado en
estudiar un problema científico las mismas palabras despertarán una serie
totalmente diferente de ideas. Aquí se ve claro que la diferencia que
determina el resultado se encuentra en la mente, y no en el mundo exterior.
De igual manera, si Mr. Lincoln lnn, el eminente abogado, se encuentra en
Londres y alguien lanza a su oído la palabra "bag"* inmediatamente ha de
pensar en escritos, alegatos y demás asuntos de su profesión; si, por el
contrario, está de vacaciones y entregado a su favorito deporte de la caza en
los páramos escoceses, la palabra le ha de producir inmediatamente
visiones, que para él han de ser dulces, de aves atadas por las patas que
miran en forma resignada y desesperada, y le traerá agradables recuerdos de
su destreza y de pasados triunfos y proezas en esa rama del deporte.

La Polarización del Pensamiento


En diferentes épocas también diferentes disposiciones –propósitos,
hábitos e intereses– dominan nuestra mente, y es esta disposición la causa
de que se escoja una idea, y no otra, entre las muchas que circundan todo
pensamiento y objeto. Como un poderoso imán polariza el hierro dulce en
una considerable área no sólo en la inmediata proximidad, así también la
disposición temporal o permanente polariza cada nueva idea tan pronto se
acerca a la esfera externa del campo de la atención.
Para la mayoría de nosotros es familiar el experimento del tubo de vidrio
semi-rrepleto de limaduras de hierro. Herméticamente tapado y dejado
sobre una mesa, se observa a medida que lentamente se les pasa por encima
un imán, cómo se levantan las limaduras, giran y se colocan todas en la
misma dirección de modo que se convierten en un conjunto de pequeños
imanes que actúan juntamente. Y poco después se comprueba
experimentalmente que el tubo con las limaduras se ha convertido a su vez
en un imán. Al principio las limaduras se hallan en cualquier posición, sin
guardar el menor orden; aunque hubieran estado magnetizadas, la influencia
de una habría neutralizado la de su vecina, por causa de sus diversas
direcciones; pero una vez que han tomado una dirección única obran todas
como un poderoso imán sobre cualquier pedazo de hierro dulce que se les
acerque.
Así también ocurre con nuestros pensamientos. Si están en confusa
disposición y tirando cada uno en dirección distinta, se malogran los unos a
los otros.
Debe entonces practicarse la concentración a fin de establecer una
disposición o tendencia preponderante, de modo que todas nuestras ideas se
polaricen por ella. Entonces nos convencemos de que los pensamientos que
alimentamos cuando no estamos pensando activa o deliberadamente, y que
constituyen nuestra base mental, tienen mucha más importancia que
aquellos pensamientos esforzados que sostenemos en los movimientos en
que tratamos asuntos que requieren atención.
Hemos visto que el curso o flujo del pensamiento sigue una determinada
disposición o tendencia. Eso nos capacita para comprender que el triunfo,
en la consecución de algún objetivo, estriba en que sepamos establecer una
disposición permanente en la correspondiente dirección. Una vez logrado
esto, hasta el incidente más trivial y el suceso más adverso se adaptan y nos
sirven en la conquista de nuestros fines. Este hecho fue muy bien expresado
por el filósofo romano Epicteto cuando dijo "Dios me ha enviado al mundo
con un solo objeto: lograr la perfección de mi naturaleza en todo lo que es
facultad y virtud, y no hay experiencia alguna en el mundo que no me
pueda servir para el logro de tal fin".
La voluntad que dirige el pensamiento puede formar la disposición o
tendencia necesaria a un período de tiempo o a una empresa determinada.
Del mismo modo que lograréis despertar a cierta hora en la mañana, si os
proponéis, así también podéis imponer a la mente una cierta disposición
para el análisis mental, en una determinada dirección y por un definido
período de tiempo.

EJERCICIO 3º –Quinta Semana


Practíquese, con el convencimiento de llegar a un determinado fin, de la
siguiente manera: Abrase un libro al azar, y tómese nota del primer
sustantivo con que se tropiece, el cual ha de ser el punto de partida. Abrase
luego el libro en una página diferente, y anótese otra vez el primer nombre
que se lea; éste ha de ser nuestra meta. Pasemos luego consecutivamente
nuestro pensamiento desde el punto de partida hacia la meta. Por ejemplo,
he encontrado primero "ley" y después "portal": debo entonces pensar
partiendo de la "ley", y manteniendo en expectativa la idea de "portal" hasta
que le llegue el turno en el orden propuesto. Me resulta un asunto
sencillísimo, porque pienso en cierto tribunal que conozco, que tiene una
entrada notablemente sombría.
Un segundo caso:
"capa" y "resplandor". También es fácil, porque pienso en un rico manto
de color oro que a veces ha usado mi mujer, y que me sugiere la idea de
brillo o resplandor. Supongamos, sin embargo, que encuentro cualquier otra
palabra en vez de resplandor. Digamos que sea "fruta". No me siento
inclinado a pensar ahora en el manto. Observo la idea de "capa" pensando a
la vez en "fruta", y dejo que esta idea gobierne mi pensar. Algo me llega en
un momento, y me encuentro pensando en una cubierta, en la corteza de una
naranja, en la fruta misma, Un tercer caso: "estruendo" y "muralla". Puedo
pensar en muchísimas cosas relacionadas con estruendo, pero en las
presentes condiciones me encuentro pensando en una batalla medieval
contra las murallas de una antigua fortaleza, cerca de la cual tuve una vez
un colegio.
Estos ejercicios os ayudarán a comprender cómo actúa en realidad una
disposición o tendencia impuesta por la voluntad y os servirán para imponer
a la mente una línea inestable o fija, de modo que vuestra vida pueda
concentrarse en un definido propósito. Además de este objeto general de la
vida, encontraréis que este poder sirve para imponer a la mente
disposiciones muy útiles, que os capacitan para pasar en forma rápida y
efectiva de una clase de trabajo a otra y de la vigilia al sueño.
La Concentración en la Vida Diaria
El Buen Éxito Interior y Exterior
La concentración por sí misma no es un fin, sino un medio par–a
desarrollar la voluntad a fin de que la vida entera tenga un definido
propósito. Polarizad toda vuestra vida –todas vuestras acciones,
sentimientos y pensamientos–, y para ello estableced una disposición
permanente para el triunfo en cualquier línea del humano esfuerzo. Puede
ser la disposición del artista, la del devoto, del científico, del poeta, del
filósofo o del filántropo; puede relacionarse con el arte, la ciencia, la
religión, la hermenéutica, la filosofía, los pensamientos y los actos de afecto
y bondad, o los asuntos relacionados con el comercio y el gobierno; puede
que pretenda llegar a la destreza en la acción, al intenso y dilatado
sentimiento, o a la clara y profunda comprensión de la vida; puede intentar
el dominio de sí mismo, o del ambiente en que viva y el triunfo en las cosas
exteriores. La elección es cosa vuestra; pero escoged algo definido y
polarizad toda vuestra vida hacia ese fin. No seáis una de esas personas que
no se han decidido por ningún camino determinado, y deambulan de aquí
para allá, hacia una vejez repleta en su mayor parte de desengaños y
arrepentimientos.
Y este objetivo debe ser humanitario, porque si no el hombre se convierte
en esclavo de las cosas. No se puede ser un hombre lleno de calma y fuerza,
si el triunfo depende de la posición, el poder, la dignidad y la seguridad de
vuestro yo personal. El ansia de poseer esas cosas exteriores indica cuánto
dependemos de ellas, y tal dependencia nos lleva a sentir ansiedad por ellas,
inquietud y zozobra al ver que con la misma facilidad que vienen se alejan
de nosotros. No hay grandeza sin bondad, ni triunfos externos sin el logro
interno de una poderosa voluntad plena de benevolencia hacía los demás.
El buen éxito exterior sin pujanza interna es una ilusión. Conocí muy
bien una familia compuesta de cinco hermanos. Tres, son hoy viejos que
andan entre los sesenta y setenta años; los otros dos murieron a los
cuarenta. A estos últimos se les llamaba los afortunados de la familia.
Cuando eran relativamente jóvenes lograron triunfar en los negocios. Pero
desgraciadamente, no poseían la potencia interna para aprovechar su
prosperidad externa, y su triunfo resultó más bien una maldición que una
bendición. Comieron y bebieron más de lo deseable; no hicieron ejercicio, y
a pesar de conocer muy bien el peligro, entregaron su cuerpo a los excesos.
Al llegar a los treinta y cinco años ambos estaban enfermos y
excesivamente gordos; a los cuarenta estaban permanentemente en manos
de médicos, y a los cuarenta y cinco ambos habían muerto, después de diez
años de una vida completamente miserable. Los otros tres hermanos están
todavía robustos y sanos, y a cada uno le rodea una familia feliz. De este
modo el triunfo exterior sin ir acompañado del interno conduce al fracaso;
por el contrario, el buen éxito interno lleva también al logro exterior.
El triunfo depende de lo que busquéis y de cómo lo busquéis. Si os habéis
propuesto triunfar en algo, lo conseguiréis sin duda, no importa cuán
elevado sea el objetivo, siempre que vuestra voluntad esté de acuerdo con la
Gran Ley. Si no tenéis esto último en cuenta no lo queréis en realidad,
sentís sólo atracción hacia algo exterior, os contentáis por el momento con
un imperioso deseo.
Si lo que buscáis es la vana satisfacción del cuerpo o de los sentidos, o
siquiera de la mente, no podéis verdaderamente decir: "Yo quiero", porque
sois esclavo de los placeres de la vida inferior y los objetos de los sentidos
os llevan por doquiera.
Sin embargo, si os decís: "He de tener poder; sentiré amor; quiero saber",
tenéis que escoger el recto camino para llegar al fin, y cuidar de que los
demás sean también más poderosos y libres porque vos lo sois; que tengan
más amor, puesto que tenéis mucho que dar, y que atesoren un mayor
conocimiento, puesto que vos lo habréis logrado. El rico que vive entre
gente pobre no es realmente rico... aunque se haga la ilusión de serio. Si
lleno de orgullo retenéis el poder a fin de hacer sentir vuestra supremacía
sobre los demás, no estáis obedeciendo la Gran Ley, y sois un esclavo de la
baja emoción del orgullo.
Si al ir en busca del conocimiento vuestro propósito es el de brillar y
sentiros superior, o si queréis el amor de los demás para vosotros solos, con
el objeto de multiplicamos en ellos, a fin de que piensen bien de vosotros,
se hagan lenguas de lo que sois y gusten de buscar vuestra compañía, una
vez más obráis desobedeciendo la Gran Ley, y sois un esclavo de la
equívoca emoción del orgullo. Y ese orgullo, cuando se sienta doblegado
por los accidentes de la vida, se tornará en envidia, celos, ira y temor, y
seréis hechos pedazos por los vientos en conflicto de las circunstancias. Os
ahogaréis en el mar de los deseos, y seréis incapaces de decir: "Yo quiero".
Mayormente será esto así si lo que procuráis es la satisfacción de los
sentidos y el regalo del cuerpo: entonces sí que seréis un esclavo.
Corrompido por los deseos y remordimientos, no habrá dentro de vosotros
ni paz ni poder. Claro está que debéis adiestrar todos vuestros vehículos –el
cuerpo, los sentimientos y la mente– para que obren activa y
ordenadamente, removiendo en ellos toda huella de pereza y pesadez, de
agitación y excitación, de modo que sean perfectos instrumentos para llevar
a cabo vuestra voluntad en la región en que respectivamente trabajan.
La primera cosa que hay que hacer es determinar la disposición o
tendencia que necesitamos, y luego eliminar todo aquello que puede agitar
de cualquier manera la mente. Tenéis que tratar de liberaros de todo vestigio
de irritación, enojo, ansiedad, incertidumbre y temor. Cuando se permite
que tales cualidades tengan asiento en la mente, no puede haber un real
ejercicio de la voluntad, ni la disposición puede ser en verdad permanente,
El buen éxito en la práctica del dominio de la mente depende de la
persistencia de la disposición, y si sois todavía de carácter tan infantil para
que os arrastren la ira, la ansiedad y el temor por causa de los llamados
accidentes de la vida, no podréis tener, hasta que no logréis gobernaros, más
que cambiantes disposiciones y una mente vagabunda. Únicamente las
cosas puras, buenas, benignas y tranquilas pueden ser permanentes; el
orgullo, la rabia, el miedo y todas las demás de su calaña son de la
naturaleza de la agitación y de lo impermanente.
Por tanto, la disposición que debéis escoger tiene que ser compatible con
vuestro mejor y más altruista idea... sin egoísmo, no sólo por lo que toca a
vos, sino también a. los demás. No podéis ya considerar la vida como una
batalla con vuestro prójimo a favor de unos pocos, ni tampoco desear
vuestra preponderancia sobre los demás; y si vuestro propósito es la gradual
conquista del yo y el pleno desarrollo de vuestros poderes, vuestra única
posible actitud hacia los demás, hacia todo ser en todo momento de la vida,
debe ser la de la benévola intención para compartir con ellos la libertad y el
poder, que son vuestra adquisición más preciada.
La Locura del Desear
Luego debéis abandonar todo deseo, porque no podéis desear y querer a
la vez. Las dos cosas son del todo incompatibles. Esto puede ser
demostrado por un sencillo argumento. Supongamos que estoy
considerando si he de tomar o no la pluma. En este asunto no puede haber
deseo, sino que debo decidir si la tomo o la dejo donde está. Sé
perfectamente bien que pesa apenas unos cuantos gramos, y que tengo la
libertad y el poder suficiente para cogerla, y por tanto me digo: "La tomo",
o "No la tomo". Pero si yo supiera o pensara que pesa media tonelada, me
diría: " ¡Oh, desearía tomar esa pluma!" El deseo implica reconocimiento de
nuestra incapacidad. Es una demostración de que dependemos de los
acontecimientos externos. Es esperar, no trabajar, y malgastar tiempo y
energía mientras se espera, y abrir la puerta a toda clase de debilidades que
han de inutilizar la oportunidad cuando se presente.
Los hombres cuerdos no buscan la oportunidad, sino que tratan de
prepararse para ella. Querer es poner en uso nuestros poderes; y el hombre
de voluntad no utiliza los deseos, que no hacen sino malgastar su tiempo y
minar su fuerza moral y espiritual. De aquí que no se queja de su ambiente,
ni murmura de las cosas que la fortuna le trae sin aparente acción de su
pare, Como el sabio que menciona el Bhagavad Gita permanece "contento
con lo que le llega sin esfuerzo", y está siempre decidido a hacer el mejor
uso posible de todo lo que de esta suerte le llega a la mano.
¿Os atrevéis a afrontar el choque mental y emocional de que habéis de
aceptar los hechos de la vida y no desear que la naturaleza y la Gran Ley
hayan puesto un diferente material a vuestro alcance? Al menos decíos,
cada vez que os encontréis deseando: " ¡Concluyamos con eso; no lo
quiero!
Es bueno detenerse un rato a pensar en lo que este cambio d c, actitud ha
de significar para nuestra vida. ¿Qué significará para nosotros al
levantarnos a la mañana, al comer o cuando vamos a dormir?
¿Qué, cuando nos encontremos con nuestros amigos, con nuestros
compañeros, o con nuestros llamados enemigos?
¿Qué resultado dará cuando perdamos nuestra ocupación o nuestro
dinero, cuando tengamos un incidente desagradable, o caigamos enfermos,
o nuestra familia sufra? Sentaos y pensad en todas las cosas desagradables
que os pueden acaecer dentro de la semana próxima, y ved en cada caso qué
es lo que ello puede significar para vos, No debéis abatiros y decir: "Estoy
triste..." o "Yo deseo...", sino que debéis levantamos afirmando: "Yo
quiero..." o bien "Yo no quiero..." En esta disposición no hay para vos
esperanza, sino certeza. No hay expectación, sino conocimiento. No hay
tampoco temor, sino confianza en la Gran Ley que actúa dentro de vos y en
todas las cosas.
Todas las mañanas, por una semana, antes de empezar a trabajar, ocupad
unos cinco minutos en pensar en este vigoroso modo de considerar la vida.
Cada noche, antes de ir a reposar, disponed de otros cinco minutos para
echar una mirada retrospectiva y ver en qué forma cumplisteis con vuestra
determinación durante el día, No os preguntéis especialmente: "¿En qué he
errado?", sino "¿En qué he triunfado?" Cada día tiene que contaros sus
hazañas. No deseéis, no os lamentéis ni os entreguéis a la esperanza. Mas
cuando vayáis a dormir, decíos muy suave y dulcemente: "Yo quiero". Y al
despertar repetid también con igual nobleza: "Yo quiero".

Economía de las Fuerzas


Si queréis convertiros en un hombre o mujer de vigorosa concentración,
vuestra nueva tarea consistirá por el momento en vigilar las cosas pequeñas,
en economizar todos vuestros poderes, y no malgastar ninguno en ociosos
pensamientos, emociones o acciones.
Durante el día no hagáis ninguna cosa mientras estéis pensando en otra.
El pensamiento y la acción deben ir unidos: no penséis nada, sin referirlo a
la acción o a una posible acción; no realicéis tampoco ninguna acción sin
intención. Por esta práctica de todo el día la mente y el cuerpo aprenden a
actuar juntos, sin malgasta, energía física o mental, y de esta manera
llegaréis a suprimir todo pensamiento inútil.
Con respecto a la acción Inútil o superflua, evítense todas esas pequeñas
pero dañinas actividades y amaneramientos a que la gente se entrega casi
inconscientemente, como el entrechocar las rodillas, el hacer oscilar un pie
poniéndolo sobre la otra rodilla, el usar frases inútiles, como "ya lo ve
usted", "por supuesto", y otras más que son las muletillas de tanta gente: el
retorcerse los bigotes, el roerse o morderse las uñas, el jugar con los
botones y cadena del reloj, el sostener conversaciones sin objeto, etc.
Tras de cada acción o palabra debiera haber un propósito. Deben también
proscribiese las que podemos llamar las grandes actividades perjudiciales,
como el quedarse hasta tarde en la cama por la mañana, el malgastar tiempo
en la noche, el comer más de lo necesario y el luchar por conseguir algo que
realmente no necesitamos. Igualmente deben evitarse en lo posible toda
excitación corporal y toda tensión nerviosa y muscular. Estos malos hábitos
son difíciles de cambiar de golpe, y es mejor formarse la resolución de
dedicarse una hora diaria a su extirpación e ir aumentando gradualmente el
tiempo, que resolverse a cambiarlos inmediatamente y fracasar así en la
tarea.
En lo que toca al pensamiento ocioso, evítese el hábito de quedarse
despierto en la cama o el ponerse a pensar en el momento de irse a dormir, y
el quedarse en un estado de semi-somnolencia al despertar. El pensar debe
hacerse en una posición positiva y con intención, y no medio dormido.
Además, no os mantengáis una y otra vez en el mismo pensamiento o
argumento, Si es necesario resolver algo, hacedlo considerando todos los
hechos que tienen que ver con ello; llegad a una conclusión, y luego alejad
el asunto de la mente; y nunca más lo volváis a considerar a no ser que haya
nuevos hechos que con él se relacionen. Si las razones que hay en pro y en
contra de una acción parecen ser iguales, la decisión que toméis no tiene
importancia; tirad entonces una moneda al aire, y solucionad así la duda, no
permitiendo que la mente se preocupe más en ello. Si surge una dificultad,
no la dejéis para después, sino tratad de resolverla inmediatamente, sin que
dejéis nada para su ulterior consideración, o bien determinad de antemano
un momento para solucionarla; y por ningún motivo permitáis que la
ansiedad, el temor o el desasosiego ronden alrededor de la mente,
emponzoñándola y debilitándola.
Evitad también el pensar demasiado en lo que vais a hacer. Tratad, por el
contrario, de llevarlo inmediatamente a la práctica. No penséis en lo que
otros dicen de vosotros, a no ser para extraer de ello el elemento de verdad
que en todo existe.
Que de ninguna manera las imperfecciones de los demás sean tema para
vuestras meditaciones. No sólo porque necesitáis todo vuestro tiempo y
energía para la labor que estáis realizan do, sino también porque
reflexionando en los defectos ajenos aparece en vos la tendencia a incurrir
en las mismas debilidades. Si el cerebro está aletargado no comáis después
de oscurecer, o no durmáis después de amanecer. Haced un ejercicio
moderado y tomad aire fresco.
Hay que eliminar aun las emociones superfluas. La búsqueda de
pequeños placeres que, en verdad, no recrean y al entregarse a la emoción
que procuran sin su correspondiente acción y pensamiento, debilitan la
voluntad. Vuestro principal propósito debe ser vuestro mayor placer... y si
esto no es así, el placer o el propósito son perjudiciales.

El Verdadero Trabajo es un Juego


Este modo vigoroso de estimar la vida puede parecer algo rígido y el día
repleto con un exceso de trabajo. Mas no es así. El trabajo no tiene por qué
ser afanoso y pesado, –en verdad, su verdadero carácter debería ser el de un
juego. Todo trabajo penoso es meramente acción, y no edifica internamente
al hombre que lo hace. Sin embargo, la más pequeña labor conscientemente
ejecutada de corazón y mejor que antes es benéfica para la evolución del
hombre. Y únicamente por la concentración podéis hacer algo mejor que lo
que hicisteis anteriormente. Si al escribir una carta nos esforzamos en
hacerla nítida y hasta hermosa, expresándonos en forma concisa, clara y
graciosa, habremos conseguido el desarrollo de la mano, la vista y el
cerebro, y los poderes del pensamiento, el amor y la voluntad. El verdadero
trabajo, tal como el del artista, está lleno de influencia creadora y de alegría.
Haced vuestro trabajo sabiamente, de suerte que sea un juego. Es
insensato excederse en el trabajo. Quien obra así hace menos que aquel que
mide su fuerza. Toda nuestra labor debiera darnos nuevo vigor, de suerte
que mañana nos encontremos mejor que hoy. Toda labor penosa o
prolongada hace que nos sintamos más débiles al día siguiente, por lo que
no es en realidad verdadero trabajo, sino desgaste.
No existe una división clara entre el tráfago y la diversión. Si hacemos,
por ejemplo, un largo viaje a caballo, la primera parte de la jornada parece
deliciosa, tanto al jinete como a la cabalgadura, delicia que insensiblemente
desaparece a medida que el cansancio aumenta, hasta que de repente
descubrimos que lo que en un principio fue para nosotros una mera
diversión se ha convertido ahora en fatiga, y hasta en algo penoso, Todo
trabajo es en realidad un juego, cuando comprendemos el bien que puede
hacerse con él, y evitamos la fatiga y el exceso.
Tenemos mucho que aprender de los animales, y aun de las plantas, a este
respecto. "Crece como crece la flor -dice Luz en el Sendero–, que abre su
corazón a la luz del sol". y como dijo Jesús: "Considerad los lirios del
campo, que no hilan ni trabajan; y en verdad os digo que ni Salomón en
toda su gloria anduvo vestido como uno de ellos". Es el mortal terror del
mañana lo que hace pesadísimo todo trabajo, y nos hace sudar gotas de
amargura y de angustia. Mas la ley dice: "Obra hoy correcta y cuerdamente,
y deja que el resultado se cuide a sí mismo". No es ésta una doctrina de
pereza, sino de trabajo que divierte en vez de fatigar.
Como ilustración de esto puede servirnos la manera como la gente
efectúa un largo viaje. Sube un hombre a un tren en Chicago, y lleno de
febril impaciencia, pasa los tres o cuatro días que tarda en llegar a San
Francisco, su destino. Tiene fija la mente en algo que necesita hacer allí, su
viaje es pura fatiga y miseria. Para otro hay mil cosas interesantes en el
trayecto: el paisaje; la gente, el mismo tren; para éste el viaje es un feliz
descanso. Y al final ha logrado mucho más que el otro. La gente busca la
novedad debido a que su escaso poder de pensar pronto agota las
superficiales posibilidades de las cosas familiares; un paso más allá es tener
vigorosamente en vista un propósito para el futuro; pero otro paso más
adelante es sentirse pleno de propósitos, y al mismo tiempo despierto ante
los más profundos valores de las cosas comunes que hay en el camino.
El aldeano hindú vive muy cerca de la naturaleza, y nos ofrece en el reino
humano un ejemplo del hombre que crece como la flor. Nuestro aldeano se
dirige a la oficina de coreos, que dista unas quince o veinte millas, para
recoger su correspondencia o despachar algunas cartas. No va andando en
forma estólida y penosa, y haciéndose pedazos los nervios con los nada
graciosos movimientos a que da origen una mente impaciente o
descontenta. La visión de su correspondencia no es una manía que lo prive
de todo otro interés y le haga maldecir lo largo del trayecto.
No; hay insectos, aves, flores, árboles, arroyos, nubes en el cielo, campos,
casas, animales y gente, y por último la misma bendita tierra, en la cual
echarse por un momento como si fuera en la suavidad de divinos brazos.
¡Oh, Cielos!
¡Cuán poco sabe el hombre blanco de la vida y cuánto del fatigoso
trabajo! Los hindúes han sustentado desde antiguo la idea de que los dioses
se divierten y juegan. Cuando la. gente comprenda esta verdad cesará de
desear el descanso, o de desear el fin de la jornada.
Organizad sabiamente vuestra vida, de modo que sea pura delicia y
felicidad sin mezcla. Tal condición hace rápido el progreso y mayor el
triunfo. El trabajo cansador y fatigoso no es meritorio ni especialmente
provechoso, y sólo muy raramente es necesario.

Los Cuatro Grandes Obstáculos


Se dice en un antiquísimo libro hindú que hay cuatro grandes obstáculos
que dificultan todo humano triunfo: un corazón irresoluto, las pasiones
humanas, una mente confusa y el apegarse a cualquier cosa que no sea
Brahman. Por la palabra Brahman se da aquí a entender la Gran Ley.
Un corazón irresoluto significa que el cuerpo es de tendencias perezosas
y sibaríticas y que sus actividades son flojas, mal reguladas o llenas de
excitación.
Las pasiones humanas indican que los sentidos o las emociones están mal
condicionadas en su acción.
Una mente confusa da a entender que es todavía indolente o incoherente
y que no se la ha dominado.
Al buscar el dominio de estas tres cosas no debéis llegar a la represión o a
la destrucción, sino a la bien regulada actividad, que es cultura. La cultura
física implica la supresión de las actividades irregulares del cuerpo. Exige
una vida ordenada, con un ejercicio, alimento y descanso adecuados. El
gobierno de los apetitos naturales que ello requiere no anula su poder, sino
que los armoniza; y este control no disminuye, sino que incrementa el
sentimiento de la vida vigorosa.
Estas cosas son también ciertas en lo que atañe a la mente. Ella también
requiere ejercicios, alimento y descanso regulares y proporcionados. Sus
apetitos naturales necesitan también ser controlados y gobernados, y una
vez que esto se hace ya no hay pérdida de vigor mental, sino más bien un
acrecentamiento.
El ejercicio es algo más que el mero uso de la facultad. El hombre que
parte piedras en el camino hace uso de sus Músculos y seguramente al cabo
de un tiempo esos músculos se tornarán vigorosos. El hombre que sigue un
definido sistema de ejercicios físicos, por un corto tiempo cada día, pronto
se hace más fuerte que el hombre que maneja el martillo todo el día. De la
misma manera, el hombre que pasa su tiempo en el estudio de las
matemáticas, la literatura, los idiomas, la ciencia, la filosofía, o cualquier
otro asunto, hace uso de su mente, y el pensar puede llegar a ser fácil para
él. Pero el hombre que deliberadamente sigue un sistema determinado de
ejercicio mental, por unos cuantos minutos diarios, pronto adquiere un
mayor dominio de su mente que el que meramente lee o piensa sin método
durante todo el día.
En realidad, la necesidad de la educación y adiestramiento de la mente,
del ejercicio mental regular, ordenado y con un objeto determinado, es
mucho mayor que en lo que toca al cuerpo en la generalidad de los casos;
porque en la etapa en que nos encontramos las actividades corporales de los
hombres están bien, ordenadas y controladas, y el cuerpo es obediente a la
voluntad, mientras que la mente es por lo general del todo desobediente,
floja y voluptuosa.
En el sexto capítulo de este libro se encuentran prescritos diversos
ejercicios para el cuerpo, que tienen por fin regularlo y calmarlo. La
tranquilidad no significa pesadez o inmovilidad, sino movimiento regular y
enteramente compatible con la rapidez del movimiento. De esta manera
tampoco el dominio de la mente significa embotamiento o estupidez, sino
pensamiento preciso, nítido y regular, prontitud y vigor de la mente, e ideas
intensas y vívidas.
Ahora bien; sin el preliminar adiestramiento que aquieta el cuerpo, el
dominio de la mente se hace en extremo dificultoso. Una cierta, si bien
pequeña, dosis de austeridad es imperativamente necesaria para el logro de
la concentración. La razón de esto ha de encontrarse en la regla básica del
procedimiento. Esta regla es la siguiente: el cuerpo debe estar quieto y la
mente atenta y despierta.
No es usual en la vida humana que la resuelta perseverancia vaya de la
mano con la ausencia de toda excitación. Y sin embargo, para llegar al buen
éxito la mente debe estar tranquila y libre de deseos, que siempre dan
origen a excitantes apetitos, temores, dudas, esperanzas, y a sentimientos y
pensamientos penosos o agradables. Debiera tenerse claramente delineado
en la mente el ideal a que se aspira, no sólo un momento, sino
constantemente. Una disposición así predominante tenderá a polarizar todo
pensamiento, deseo y actividad en su misma dirección. Así como un viajero
sigue a una estrella por intransitables parajes llenos de arbustos, el
persistente ideal guía; infaliblemente a su devoto por todas las difíciles y
complejas situaciones de la vida. Todo lo que se necesita es la constante
práctica y la ausencia de agitación.
Constante práctica y ausencia de excitación o agitación son dos reglas
que siempre se prescriben ¿Y no veis que son el natural acompañamiento de
la voluntad? Si habéis dicho: "Yo quiero", no sólo en palabras, sino también
en actos, pensamientos y sentimientos, ¿no actualizaréis constantemente
vuestros poderes para llegar al fin, y siempre libre de la excitación que
invade al que desea? Si queréis luz, dice un proverbio hindú ¿de qué sirve el
mero hablar sobre una lámpara? Si estáis enfermo, dice otro, ¿podéis
curaros de vuestra enfermedad con sólo gritar el nombre de las medicinas?
El oculto tesoro no sale a la superficie por el mero mandato: "¡Sal!" Tenéis
que dar con el lugar, remover las piedras y cavar.
Y sí de esta suerte trabajáis y practicáis, y jamás deseáis y no tenéis
apego a nada que no sea Brahman, pronto el triunfo ha de ser vuestro, y el
poder, el amor y el conocimiento han de pertenecemos en forma tal que ni
siquiera pueden imaginario el rey en su trono, el apasionado amante con la
dama de sus pensamientos ni el erudito en su estudio. Porque la Gran Ley
es la fuente de todo poder, de todo conocimiento y de todo amor, y cuando
vuestra conciencia no se adhiera a nada, con excepción de Brahman, el
triunfo ha de ser vuestro para siempre. En un distante futuro, ¿qué no es
seguro?
!Oh, he aquí la Verdad! En el infierno mismo, por encima del Cielo,
más lejos que la estrella más lejana,
más allá do Brahma piensa y vive; antes de todo empezar, sin que
jamás termine, como el espacio eterno,
y como la certeza seguro, existe un Poder divino que hacia el bien
todo lo empuja y mueve...
¡Sólo su Ley perdura!... 
Y lo que es seguro vale tanto como si ya hubiese acaecido; de modo que
si no lo habéis de conseguir de otro modo, aun ahora el triunfo es ya vuestro
y para siempre, sin que tengáis que esperar el triunfo final.
Dominio del Cuerpo y de Los
Sentidos
De Como Sentarse
Para el buen resultado de la práctica de la concentración es necesario
educar el cuerpo, de modo que permanezca quieto tanto tiempo como lo
necesitáis. Quizás nunca os habéis sentado algunos minutos sin moveros.
Ensayadlo ahora. No busquéis un reposo que tienda a la modorra, o al
sueño, sino tratad de sentaros, perfectamente tranquilo, por unos cinco o
diez minutos, sin apoyar la espalda en la cintura, con los ojos cerrados, y sin
sentir inquietud o sueño. Recordad que las actitudes del cuerpo van
asociadas con estados de sentimiento, como el de tenderse con el sueño y el
de arrodillarse con la oración. Hay que tener esto en consideración cuando
os dispongáis a elegir una postura, pues nada hay que objetar a que os
tendáis para concentraras o meditar, siempre que esta posición no os haga
dormir.
Tratad de escoger una actitud para la concentración que esté libre de
asociaciones perturbadoras. Por lo general, resulta ventajoso sentarse con
los ojos cerrados, las manos en descanso y la cabeza y el cuello derechos,
pero no tiesos. Probablemente notaréis que el cuerpo no es tan obediente
como deseáis. A menudo es inquieto e impaciente, o se perturba por
sensaciones baladíes, aun cuando hayáis alejado toda causa de malestar que
pudiera existir. No lo permitáis. El cuerpo debe ser vuestro servidor. –
Queréis ser el amo? Levantaos, y decid: "Yo quiero". No deseéis, sino
decid: "Yo quiero". Si el cuerpo no es activo y obediente, adiestrado, Desde
mañana levantaos diariamente, y durante un mes, media hora más
temprano, y haced los siguientes ejercicios:
1º Estar quieto, de pie: cinco minutos.
2º Relajamiento: cinco minutos.
3º Ejercicio de los nervios: siete minutos.
4º Ejercicios de respiración. ocho minutos.
5º Ejercicios de extensión y flexión: cinco minutos.
Practicad diariamente, con toda fidelidad, y a la misma hora durante un
mes todos estos ejercicios. Si un día dejarais de hacerlo, empezad de nuevo
al siguiente, y hacedlos por un mes a contar desde este nuevo día. Esto os
dará oportunidad de hacer algo que al cuerpo no le gusta, que a la vez que
es benéfico para él es un valioso adiestramiento de la voluntad. Adiestrad
vuestro cuerpo como lo haría un comerciante con un perro fino, no lo
hagáis morir de hambre ni lo golpeéis, pero tampoco le permitáis la pereza
y el regalo.
Si veis que con este nuevo régimen la vieja carroña sale a la superficie y
el cuerpo se pone débil y enfermo –efecto que se debe a la indulgencia del
pasado, y no al esfuerzo de presente–, dejad la práctica por una semana.
Empezad de nuevo con todos los ejercicios otra vez, y así perseverad hasta
que el cuerpo sea sano, limpio, vigoroso y apto instrumento para ejecutar
vuestra voluntad. Repetid el esfuerzo varias veces hasta que los malos
efectos desaparezcan enteramente. Si queréis, podréis.

Los Cinco Ejercicios Corporales

1.Estar Quieto de Pie


Entrad en un cuarto donde no seáis molestado, y habiendo colocado
vuestro reloj a la vista, permaneced de pie, derecho y atento,
preferentemente ante un espejo grande. Permaneced perfectamente quieto
durante cinco minutos. No debe permitirse que el cuerpo se ladee, ni que los
dedos se crispen, ni tampoco interesarse para nada en la más ligera de las
sensaciones, La mente puede ocupársela en pensar por turno en las
diferentes partes del cuerpo, procurando que permanezcan quietas. Es
probable que duelan los dedos meniques, los hombros o cualquier parte del
cuerpo, pero no hay que prestarles la menor atención.

2.Ejercicios de Relajamiento
Estos tiene por objeto enseñarle al cuerpo a estar quieto sin ponerse
tenso. Para sentir el relajamiento intentad el siguiente experimento.
Levantad el codo izquierdo por encima del hombro, y colocad la mano
izquierda sobre el pecho, con la palma hacia abajo. Con el codo derecho en
su posición natural, levantad la mano derecha de modo que los dedos de la
izquierda la cojan. Sostened los dedos de la mano derecha con los de la
izquierda. Retirad lentamente la energía del brazo derecho hasta que no
sintáis vida en él, esto es que esté completamente relajado. Entonces, de
repente abrid la mano izquierda, soltando la derecha. Si ésta cae sin vida
habréis logrado el relajamiento.
Aprendiendo de este modo lo que es el relajamiento, no necesitáis ya
repetir el experimento, sino proceder como sigue: tendeos de espalda en el
piso o en una tabla (no en una cama o lecho), y tratad de hundiros en el
suelo como si fuera blando. Esto os producirá un espléndido sentimiento de
relajamiento de todo el cuerpo, si fuera necesario, relajad el cuerpo por
partes, empezando por 'los pies y subiendo hasta la cabeza. Para relajar los
ojos, es muy importante tratar de imaginar el color negro. Relajaos siempre
de esta manera antes de ir a dormir.
Como medida extrema, cuando las otras fracasan, se puede aprender lo
que es el relajamiento durmiendo unas pocas noches sobre una mesa, con
sólo una sábana entre el cuerpo y la tabla, esto es, sin que nada ablande la
superficie. Es posible dormir en un lecho blando sin relajarse, pero no es así
cuando se trata de una tabla. En la dura superficie plana tenéis que relajaros
a fin de sentimos cómodos. Entonces, una vez que sepáis lo que es el
relajamiento, practicándolo a voluntad, podéis volver a vuestro lecho
blando.

3.Ejercicios de los Nervios


Estos se ejecutan, ora manteniendo una parte del cuerpo quieta e
impidiéndole que tiemble, ora moviéndola lentamente, muy lentamente.
Extended la mano con los dedos un poco abiertos, y observados de intento.
Se moverán un poquito, y empezaréis a sentir una especie de crujido en las
coyunturas. Tratad, por un esfuerzo de voluntad, de mantenerlos
perfectamente quietos. Después de unos pocos minutos empezarán a
hormiguear, y sentiréis como una filtración en las puntas, como si algo se
escapara. Mediante la voluntad haced retroceder esto al brazo, y de éste al
cuerpo.
Poneos de pie, luego, ante un espejo grande, y moved el brazo por grados
imperceptibles, desde el costado a la posición horizontal de frente. Debe
moverse sin ninguna sacudida, y tan lentamente que a duras penas se note el
movimiento.
Sentaos ahora de espaldas a la luz, y mirad un mueble grande, como un
ropero o un estante. Sin mover la cabeza, empezando por una esquina del
mueble, recorredlo con los ojos, muy lentamente, sin dar saltos, por todo su
contorno, siguiendo sus líneas más prominentes, hasta volver al punto de
partida. Concédanse cinco minutos a cada uno de estos ejercicios, y
practíquense en días sucesivos.

4.Ejercicios de Respiración
Sentaos en la posición acostumbrada para concentraras. Inspirad en forma
igual y lenta, por ambas ventanas de la nariz, mientras mentalmente contáis
ocho, o cinco segundos; retened el aliento mientras contáis ocho; y arrojado
luego, también lenta e igualmente, mientras contáis ocho, Repetidlo durante
unas ocho veces. Mientras el aliento está en el cuerpo no se le debe retener
con los músculos de la garganta, sino extendiendo los músculos del pecho y
el diafragma hacia abajo mediante un acto de la voluntad. Retener el aliento
en la garganta como un tapón, es dañino. Todo el procedimiento debe
hacerse fácilmente, y en forma placentera y natural, Proseguid ahora
llenando de aire los pulmones, y después, retened el aliento como antes,
presionando hacia abajo tanto como podáis y hundiendo para ello el
diafragma, Dirigid luego el aire hacia la parte superior del pecho (sin
levantar o mover los hombros), de modo que el abdomen se entre. Lanzad
así el aliento de arriba abajo, y viceversa, lenta y deliberadamente, unas
cinco o seis veces, y luego arrojadlo afuera en forma suave y lenta.
En tercer lugar, inhalad el aire como antes, reteniéndolo en la parte más
baja posible e inhalad más aire, de modo que tanto la parte superior como la
inferior de los pulmones estén completamente llenas. Aspirad luego más
aire todavía por la boca, hasta que sintáis una ligera molestia muscular.
Soltad el aliento lentamente.
Estos ejercicios de respiración tienen por objeto dar alegría y vigor al
cuerpo, y neutralizar la natural suspensión del aliento, que a menudo tiene
lugar fuera del cuerpo durante una poderosa concentración de la mente,
cosa muy distinta de la suspensión del aliento dentro del cuerpo, que
acompaña a todo esfuerzo físico.
Si se practican estos ejercicios por largo tiempo, tienden a inhibir la
sensibilidad. Para la práctica de la concentración no se requieren formas
inusitadas de respiración, como la respiraciones muy lentas o muy largas, o
la práctica de respirar hacia afuera por una ventanilla y después por la otra;
estas formas de respiración resultarían extremadamente peligrosas.

5.Ejercicios de Extensión y Flexión


Poneos de pie con los talones juntos, levantad las manos sobre la cabeza,
e inclinaos hasta tocar los pies sin doblar las rodillas; volved a la posición
recta, estirándoos lo más posible y pisando en la punta de los pies.
De pie como antes, dejad caer naturalmente a los costados los brazos y
manos, con el dorso de éstas vuelto hacia las rodillas; levantad lentamente y
sin doblar los brazos, hasta que las manos se toquen por el dorso por encima
de la cabeza; estiraos, pisando en la punta de los pies y mirando hacia
arriba; lentamente volved a la posición primitiva.
De pie todavía, con las manos a los costados y la palma hacia adentro,
inclinaos lentamente a un lado hasta que la mano pase más abajo de la
rodilla, mientras la otra se dobla para entrar debajo de la axila; lentamente
inclinaos en la misma forma hacia el lado opuesto, cuidando de estirar el
cuerpo todo el tiempo.
Realizad todos los ejercicios con un movimiento uniforme y con el
pensamiento concentrado, por un minuto cada uno. Finalmente, de pie,
levantad un pie doblando para ello la rodilla; levantad luego el otro y bajad
el primero, y corred así tan ligero como podáis, por un minuto, pero sin
avanzar. En este ejercicio los dos pies no deben tocar el suelo al mismo
tiempo.

Dominio de La Sensación
Al terminar el mes, si bien podéis sentaros tranquilamente, y el cuerpo se
ha tornado ágil y vigoroso, de modo que en la mañana podéis levantamos
como lo haría un gato, es posible, sin embargo, que os sintáis todavía
molestado por las cosas exteriores durante la concentración o la meditación.
Los ruidos, por ejemplo, pueden distraemos. En tal caso disponed de unos
quince minutos diarios por mes, para practicar en la siguiente forma.
Esto es necesario, porque la reclusión y quietud completas no es natural
que se consigan, ni siquiera por un corto tiempo. Por muy afortunado que
seáis en cuanto a las circunstancias, no podéis apartar del todo vuestra
atención de la luz, el sonido y el viento, y sin embargo, Podéis educar a los
sentidos de manera que ignoren lo que registran los órganos respectivos.
Cuando estamos profundamente interesados en la lectura de un libro, no nos
damos cuenta de que afuera cantan las aves y de que existen otras
interrupciones. Importa poco que el viento agite las ramas de los árboles;
que el fuego crepite en la chimenea y el reloj no cese en su monótono tictac,
por más que estos sonidos penetren, en realidad, en el oído, poniendo en
acción este órgano de los sentidos.
No es que el oído no responda a los sonidos, sino que los sentidos se han
retirado de los órganos correspondientes. Del mismo modo, si estamos
distraídos Podemos tener los ojos abiertos y no ver nada, por más que la
retina registre la imagen de todas las cosas, que envían ondas de luz a los
ojos. Si el reloj se para de repente, la atención se ve atraída inmediatamente
a averiguar el porqué del inesperado cambio; lo mismo ocurre si una gran
nube repentinamente oscurece el sol, o una fresca y húmeda brisa nos da de
súbito en el rostro. Estas cosas no atraerían a los sentidos si no fuera que
mantenemos en la mente, por lo menos, una ligera conciencia de lo que
pasa fuera de nosotros, y el consiguiente interés en ellas. El estudiante tiene
que aprender a ignorar a voluntad las cosas exteriores.
La práctica que a veces se sigue para retirar la atención de los sonidos y
formas externas es la de escuchar sonidos y atender a luces y sentimientos
en el interior del cuerpo. Tales sonidos, como los que se originan por el
movimiento del aire en los oídos u otras cavidades, o por la circulación de
la sangre, o por otro fenómeno cualquiera del cuerpo, pasan inadvertidas
entre los sonidos más fuertes de la vida, cuando atendemos a los asuntos
corrientes; pero cuando nos sentamos silenciosos, sin prestar atención a los
impactos exteriores, es posible que la conciencia registre estas impresiones
más delicadas. Puede escogérselas como objeto de concentración y cuando
han desplazado a los sonidos exteriores, puede a su vez olvidárselas,
mientras se fija la atención en el objeto de concentración.
Es una cosa difícil retirar los sentidos de los órganos respectivos. Sentaos
tranquilamente y escuchad con atención el andar del reloj. Tratad luego de
no oírlo, primero haciendo un esfuerzo, y luego enfocando adrede la
atención hacia otra cosa. También tratad deliberadamente de confundir el
sonido mezclándolo con otros producidos por vuestra imaginación, y luego
perdedlo de vista en medio de la confusión.
El mejor medio de librarse de semejantes interrupciones consiste en
escoger un sitio en que haya las menos posibles, y después alejar de la
mente toda expectación o interés en los cambios exteriores. Antes de
empezar vuestra práctica de concentración, considerad si por el momento os
importa algún fenómeno físico, ¿Esperáis que alguien os llame o
interrumpa? ¿Teméis que alguien pueda sorprendemos en lo que parezca, al
ignorante, una ocupación ridícula? Aunque así sea, es mejor evitar toda
expectación. No estéis constantemente a la espera de que alguien ha de
venir. Toda expectación semejante mantiene a los sentidos vívidamente
atentos al más ligero ruido. En resumen, resolved que, mientras dure la
práctica, nada de lo que ocurra en el mundo exterior haya de importaros lo
más mínimo; no debéis prestar ninguna atención a las cosas externas.
Si ocurriese un sonido inusitado, dejad de preguntamos cuál ha sido la
causa o qué significa. Cesad de interesaras en los cambios exteriores y
pronto no afectarán vuestra atención. Si habéis querido el triunfo, no os
inquietaréis por las cosas exteriores, ni ocuparéis un instante vuestro
pensamiento en lo que la gente rutinaria pueda hacer o decir.
De Como Alejar los pensamientos
Intrusos
Perturbación originada por nosotros Mismos
Sucede a veces que cuando estamos ocupados en estudiar o escribir llega
una visita; puede que en otros momentos su venida hubiera sido oportuna,
pero en este caso nos perturba. De igual manera, cuando nos esforzamos en
concentrarnos muchos "visitantes" se apresuran por entrar, unos
bienvenidos y otros de lo más incómodos y molestos. ¿Qué es lo que les
trae aquí en forma tan inoportuna, y por qué medios podemos persuadirles
que se vayan?
Un ligero estudio de estos pensamientos intrusos nos dice que en su
mayor parte tienen que ver con consideraciones del yo, y están enlazados
con alguna emoción o recuerdo de la mente. Existe siempre en nosotros la
tendencia a considerar las cosas y las personas con que nos relacionamos,
según sea la manera que afectan nuestra vida. Mientras no deje de suceder
esto, los sentimientos que ellas despiertan han de invadir la mente cuando
menos los necesitemos, y estas emociones despertarán a su turno las
correspondientes cadenas de pensamiento.
Si el coronel Torregris es un camarada bueno y alegre para todos sus
compañeros de club, no por eso deja de ser un rematado atrabiliario para
sus desgraciados subordinados, y cualquier pensamiento que con él se
relacione ha de despertar emociones de cordialidad en un caso y de
resentimiento en el otro. Si doy un paseo por una playa muy arenosa,
encuentro que esas movibles partículas constituyen un pavimento inseguro
y molesto; Pero sin duda que un camello lo encontraría de lo más agradable
para su pezuña. Así ocurre con todos los sucesos de la vida, cada cosa tiene
sus aspectos agradables y desagradables, y estos últimos sólo han de
desaparecer para vosotros cuando hayáis aprendido a usarlos con un
premeditado propósito.
En tanto que prefiráis considerar a los hombres y sucesos de la vida en
cuanto conciernen a la vida diaria y a los sentimientos, vuestra mente se
sentirá llevada de aquí' para allá por los vientos que de todas partes soplan.
La mente está repleta de recuerdos y prejuicios que habitualmente sugieren
emociones de ansiedad, lamentación y resentimiento. Estas sugestiones
pueden en su mayor parte estar latentes mientras estáis metido en alguna
labor física, o en alguna actividad mental que podéis seguir con relativa
facilidad porque tiene una base física, como el estudiar o leer libros, pensar
mientras seguís una conversación.
Pero tan pronto dejáis las ocupaciones activas o el estudio para ocuparos
en la concentración sentís, especialmente cuando no se emplea una imagen
o forma visible, este persistente presionar del pensamiento, que es entonces
de lo más inoportuno.
Es, por tanto, necesario que debilitéis y destruyáis tales asociaciones, que
tan fecundas son en agitación mental y emocional, considerando para ello
constantemente a los demás y a las cosas, no como apéndices de vuestra
vida personal, que os facilitan ocasiones para resentimos o congratularos,
sino más bien como seres que van labrando su propio destino, y que en ello
podemos ayudarles o perturbarles, según lo prefiramos. En la práctica esto
significa que debéis formaros el hábito de considerar las acciones, motivos,
palabras o conducta ajenos, no en cuanto afectan a vuestra vida ni en lo que
pueda tener interés para vos, sino en lo que concierne a la misma vida e
intereses de quien obra.
Al considerar a los demás de este modo, los estáis realmente utilizando
en vuestra perfección, pues la unidad de la vida humana es tal que ganamos
y mejoramos haciendo el bien a los demás. Sin embargo, si utilizáis al
prójimo para vuestra ganancia exterior, desobedecéis a la Gran Ley y
vuestros afectos van en contra de ella, y el resentimiento y el descontento
han de dar buena cuenta de vuestra fuerza y de vuestra paz.
Esta disposición altruista de la vida impide la acumulación de
pensamientos personales, y a menos que seriamente se la consiga es seguro
que la concentración no ha de realizarse corno es debido.
Los estados de la mente durante la concentración y durante el transcurso
del día reaccionan los unos sobre los otros, y si de esta suerte lográis en
gran parte eliminar la ansiedad, la codicia, la envidia, los celos, la ira, el
temor, el orgullo y la irritabilidad de vuestra vida diaria, muchísimo mejor
será para vuestra concentración.

El Objetivo Único
Si ya os habéis dicho: "Yo quiero", todo esto se hará, vuestra
concentración no ha de sentirse perturbada por tales pensamientos y
sentimientos, que constituyen la inmensa mayoría de los Pensamientos
intrusos que pueblan el espacio que os rodea. Si os habéis dicho: "Yo
quiero", ni siquiera podréis desear que ciertos pensamientos no se
entremetan; y si en cualquier momento os halláis deseando, sabed que en
realidad no lo habéis querido así.
Proceded enseguida a clasificar los hechos de vuestra vida. Decid:
1º cuál es vuestro principal Propósito en la vida;
2º qué propósitos secundarios son necesarios por el deber, el goce y la
diversión legítimos, o por debilidades e inclinaciones que por ahora no os
sentís bastante fuerte para subyugar;
3º qué cosas dependen de vosotros y hasta qué punto, y cuáles están fuera
de vuestro poder;
4º cómo las cosas que de vosotros dependen pueden ser modificadas para
servir a vuestro propósito, y cómo las demás pueden también emplearse con
tal fin en cuanto vienen a vuestro encuentro. Lo primero debiera ser vuestro
único objetivo durante el tiempo dedicado a la concentración mental; lo
segundo constituye la porción mayor de vuestra vida diaria; lo tercero
debiera ayudaros a realizar, cuerda y calmosamente, las dos primeras
divisiones, de manera que no os esforcéis, por una parte, en conseguir algo
que está por encima de vuestras fuerzas, y, por la otra, no os sintáis
deprimido por obstáculos que realmente sois capaz de vencer o evitar.
Sentaos en la mañana a considerar qué cosas es probable que se os
presenten durante el día, y ante cada una de ellas preguntaos: "¿Sirve a mi
principal propósito? ¿Concierne a los objetos secundarios? ¿Hasta qué
punto puedo usarla o modificarla? ¿Qué puedo hacer con ella?" Y cuando el
día ha terminado recorred de nuevo la misma lista, y preguntaos: ¿Qué uso
hice de ella para mi propósito principal o secundario? ¿Hasta qué punto
dependió de mí? ¿Para qué me sirvió?"
Si os sentís muy perturbado por estos entrometidos pensamientos, cuando
os sentáis a empezar vuestra práctica diaria, haceos la pregunta: "¿qué es lo
que voy a hacer?" Y respondeos punto por punto: "Voy a hacer esto y esto...
Luego voy a hacer esto otro". Y después inquirid: "¿Por qué voy a hacer
esto?" Contestad: "Por tal o cual motivo". En segundo lugar pensad: "¿Cuál
es mi quehacer en la vida diaria?" Examinadlo brevemente, y luego
formulad claramente la idea: "No tengo nada que ver con él mientras dure
mi concentración".
Pensad finalmente: "¿Qué pensamientos es probable que me perturben
durante este período? El señor Ponsombitos ha hablado mal de mí; mi hijo
me desobedeció; mi padre no me ha comprendido; he perdido dinero;
alguien me ha robado; temo que he de perder mi empleo; quiero fumar,
beber o masticar algo; deseo que no haga tanto calor o tanto frío; no sé si
conseguiré tal cosa; cómo haré para que mi jefe se convenza de mis muchas
cualidades; deseo que mi mujer o mi hijo no enfermen, o ¿cuándo
triunfaré?; no sé si realmente progreso; desearía que estas moscas no me
molestaran; o, en suma, ¿por qué Dios hizo las cosas como son, y no hace
las mejores que le sugiero?"
Dejadlos a todos desfilar en revista. No los irritéis rechazándolos en
forma rápida y enojada, sino que decidle a cada uno por turno, y
tranquilamente: "Buenos días, señor, espero que lo pase bien. Sin duda que
su asunto es de mucho apuro. Le prestaré toda mi mejor atención durante el
día, y trataré de dar a usted la más completa satisfacción; más por el
momento estoy ocupado en otro asunto. Hasta luego".
Tratados así, políticamente, los visitantes se ven constreñidos a
despedirse silenciosamente. Verán que les habéis hecho un lugarcito al
ordenar vuestra vida, y con la pequeña ración de pensamiento que les habéis
otorgado para el día, vivirán en paz hasta que mueran.
Los intrusos pensamientos de esta clase que vienen a perturbaros durante
vuestros esfuerzos por concentraras, se deben a que mantenéis abiertos los
extremos de la emoción y el pensamiento; si en tal caso algún importuno
persistiera todavía en entrar, deteneos a prestarle unos momentos de
consideración. Decidle: "No me interrumpáis ahora. Os atenderé a las cinco
de la tarde", anotad la cita y dejadlo. Considerad si tiene alguna relación
con algo que está en vuestro poder o no. En caso afirmativo, decidid algo
para solucionarlo.
Si habéis hecho todo lo que de vos depende, o si no está en vuestro poder
el arreglarlo, decidid finalmente que no os incumbe y que no pensaréis más
en ello.

Intrusos Telepáticos
Existe otra clase de intrusos, que parecen provenir telepáticamente de
otras mentes y de los objetos que nos rodean. En estos días de
comunicaciones radiotelegráficas no hay inconveniente para creer que los
pensamientos procedentes de otras mentes influyan en la nuestra y que
nuestros habituales pensamientos Permanecen como acechándonos cuando
estamos Muy ocupados, y luego se descargan sobre nosotros en los
momentos de quietud. Es cosa de experiencia común. No es maravilla que
la mente, sujeta a semejante bombardeo, se sacuda como una nave en medio
de una tormenta, y que al que practica le parezca al principio que mientras
más se esfuerza en dominar la mente, más amenace esta zozobra.
En muchos casos, los intrusos de esta segunda clase no excitan
particulares emociones personales. Palabras, números, cuadros, ideas
inteligibles o ininteligibles, llegan oscilando ante la mente; y a menudo no
tienen conexión con los incidentes, propósitos y emociones que gobiernan
nuestra vida diaria. Provienen de las cosas que nos rodean, y de otras
personas. Si la concentración es activa y la mente se mantiene en vigoroso
trabajo, estos pensamientos que vagan a la deriva vendrán y se irán, y
aunque se les vea flotando, no lograrán echar ancla en la atención.
Si notarais que uno de estos vagos y oscilantes pensamientos se hace
insistente y persistente, veréis también que os va interesando y que os
sugiere algo de impaciencia, irritación, desilusión o ansiedad. Lo sucedido
en este caso es que el vagabundo pensamiento ha encontrado–en vuestra
mente a un pariente dormido y lo ha despertado a la actividad. Hay que
tratarlo entonces como a un inoportuno de la clase primera.
Calmaos mentalmente, en forma tal que, mientras la atención está
pendiente de una cosa, podáis notar el paso de las imágenes vagabundas,
pero sin que les prestéis la menor atención. Después, una vez que hayáis
adquirido por la práctica la requerida calma y concentración, será
conveniente que dediquéis algunos momentos a examinar tales imágenes en
detalle; más, en la presente etapa de vuestro desarrollo, cualquier esfuerzo
que a este fin hicierais únicamente distraería vuestra atención.
Si al principio veis que no os es posible permanecer enteramente
indiferente a estos pensamientos vagabundos, reducidlos por el siguiente
artificio externo u otro semejante. Practicad en un cuarto que no se use para
ningún otro objeto. Haced vuestro aseo en él y no permitáis que la
servidumbre intervenga para nada. Poco a poco, el cuarto se irá
convirtiendo en un puerto en que podréis refugiamos de las tormentas de la
vida.
Sentaos en medio del cuarto, y colocad ante vos un cuadro, imagen o
símbolo (si no tenéis que hacer objeción a tales cosas) de algún ser a quien
adoréis, como una imagen de Cristo, o de Shri Krishna, o, si lo queréis, de
algún gran hombre, vivo o muerto, a quien queráis imitar. No uséis para tal
caso vuestros vestidos corrientes, sino poneos más bien una ropa especial, y
mejor todavía si no es de lana. No llevéis tampoco dinero, cortaplumas o
llaves. Especialmente las monedas son psíquicamente impuras. Sentaos
ahora de espaldas a la ventana, y no olvidéis un reloj especial, papel y lápiz.
Si no hace demasiado frío, mantened los pies sin calzar, pero bien lavados
antes de entrar. Es mejor, si ello es posible, darse un baño antes en agua fría,
Todo esto os mantendrá aparte del inmediato contacto con las emanaciones
de objetos que han sido manoseados por otra gente, o usados en los
menesteres de la vida, a la vez que formarán una muralla contra los
pensamientos vagabundos. No habléis a nadie de lo que estáis haciendo. El
secreto, o m bien el silencio es de positivo valor en todas estas prácticas.
Si la gente piensa en lo que estáis haciendo, tales pensamientos tratarán
de entrar a perturbaras, Pero casi todo esto es completamente innecesario, o
en absoluto, si en realidad habéis dicho: "Yo quiero", si bien en todo caso y
en todo momento conviene mantener una escrupulosa limpieza y practicar
el silencio.
Gimnástica de la Concentración
El Pensar directo e Indirecto
Al practicar el recuerdo hicimos que el pez de la atención nadara alrededor
de una idea determinada. Antes de adiestrarlo de este modo es muy probable
que le dejarais vagar de una cosa a otra sin propósito definido. Siempre que
necesitabais solucionar un problema o un plan cualquiera, quizá seguía un
camino parecido como si quisiera pasar del problema A a la conclusión B,
aun si lograba solucionarlo.

Indudablemente es ésta la más común variedad de lo que se llama pensar.


Como un ejemplo de ello escuchad por un momento las palabras de Mrs.
Nickleby con respecto a Stratfordon–Avon, como nos lo relata el inmortal
Dickens:
Creo que algo debe de haber de eso, porque, tan pronto me casé, me
fui a Stratford con mi pobrecito Mr. Nickleby, en una silla de posta
desde Birmingharn... pero ¿fue en una silla de posta? Sí debe de
haber sido un coche de posta, porque recuerdo haber notado
entonces que el conductor llevaba una especie de gran visera verde
en el ojo izquierdo...; en una silla de posta desde Birmingham, y
después de haber visto la tumba y el lugar de nacimiento de
Shakespeare, regresamos a la posada de allí, donde pasamos la
noche, y recuerdo que toda la noche no soñé sino con un caballero
enlutado, todo entero de yeso, con un cuello doblado atado con dos
borlas, apoyado contra un poste y pensando; y cuando desperté en la
mañana y lo describí a Mr. Nickleby, me dijo que era Shakespeare
tal como había sido cuando vivía, lo que era muy curioso, sin duda,
Stratford.., Stratford... Sí, tengo seguridad de ello, porque recuerdo
que entonces estaba embarazada de mi hijo Nicolás, y que esa
misma mañana me había asustado mucho ante el retrato de un niño
italiano. En realidad, señora, fue toda una merced del cielo que mi
hijo no resultara un Shakespeare, ¡y cuán terrible habría sido! ...
Y éste es uno de sus recuerdos sobre una comida:
¡Es curioso lo que me pasa, y no sé cómo se me ha metido en la
cabeza! ... Me acuerdo que comí una vez en casa de la señora Bevan,
en esa calle ancha al dar vuelta la esquina, cerca de la carrocería,
donde el hombre ebrio se cayó por la abertura del sótano de la casa
deshabitada, casi una semana antes del nuevo trimestre, y no fue
hallado hasta que vino el nuevo inquilino... y allí comimos puerco
asado. Creo que eso debe ser lo que me recuerda del puerco...
especialmente porque había un pajarito en el cuarto, que lo pasaba
no más que cantando durante toda la comida... aunque no era un
pajarito, sino un loro, y lo que hacía no era cantar exactamente,
puesto que recuerdo que hablaba y juraba terriblemente...; pero creo
que debe de haber sido eso... Sí, estoy segura de que debe de haber
sido eso...
¿Os encontráis todavía en este grado de desarrollo mental, o habéis ya
logrado adiestrar la mente de manera tal que se mantenga en el asunto en que
habéis decidido pensar, y siga el camino que más directamente lleva al fin?
Si habéis podido practicar regularmente los ejercicios que hasta aquí se han
prescrito, podréis dirigir al pez por una línea comparativamente recta desde
A a B. Los siguientes ejercicios os ayudarán a incrementar el Poder de
concentración, a la vez que Permitirán a la mente desplegarse en una
variedad de modos.

Ejercicios de Secuencia
EJERCICIO 4º –Sexta Semana
Sentaos en vuestro cuarto y mirad cuidadosamente a vuestro alrededor,
tomando nota de todas las cosas que contiene. Cerrad ahora los ojos Y haced
pasar todas las cosas ante vuestra imaginación, en el mismo orden y sin
exceptuar ninguna. Si conocéis un alfabeto de forma extraña, como el
Devanagari, el árabe o el ruso, haced desfilar las letras una tras otra ante la
imaginación, hasta completar la serie entera. Si os saltearais alguna de la
serie, empezad de nuevo.

EJERCICIO 5º – Séptima Semana


Sentaos de nuevo, y dad un paseo, en la imaginación, a lo largo de una
calle o camino que os es familiar, y pasad en lenta revista todos los detalles
que podáis recordar, y luego regresad por el mismo camino. De este modo,
dad un nuevo paseo diario durante tina Semana, y cada vez que el pececito
se desvíe del sendero que le habéis trazado al hacer vuestro paseo, obligadle
a volver y empezad de nuevo el recorrido desde el principio. Así lo ejercitáis
siguiendo una línea o serie de imágenes definidas, no escogidas por él.

EJERCICIO 6º – Octava Semana


Esta vez, en lugar de pasar Por una calle o sendero familiar, renovad
imaginativamente una experiencia que antes hayáis tenido. Suponed, Por
ejemplo, que os habéis levantado en la mañana, tomado desayuno, ido en
coche a la estación, conversado con Mr. Broyn en el tren que OS llevaba a la
ciudad, llegado a vuestra Oficina, leído la Correspondencia de la mañana, y
así Sucesivamente, pasando por todos los incidentes generales de la rutina
diaria. Tratad de vivirlos otra vez tan perfectamente como sea Posible, y, al
menos en lo que toca a una pequeña Porción, con todo detalle. Si el pececito
se dirige a otro lado, hacedlo volver, y empezad de nuevo desde el principio.

EJERCICIO 7º – Novena Semana


Proseguid ahora al tercer grado de esta práctica, en el que vais a tratar de
mantener vuestro pensar en una línea fija de actividad. Decidios por alguna
visita o sonido especial que tengáis cerca; por ejemplo, el tictac del reloj.
Preguntaos cuál es la causa de ello. Se debe al oscilar del péndulo y a los
movimientos de la cuerda y las ruedas. Pero, ¿a qué se deben todos ellos?
Tratad de retroceder por medio de una serie de imágenes, siguiendo al reloj
en sus andanzas retrospectivas: vedle colocado en su sitio, cómo llegó allí,
de dónde vino, cómo se pusieron juntas y se hicieron sus diversas piezas,
dónde y por quién, cómo se buscaron los materiales, y en suma, imaginando
todo lo que ha contribuido a hacerle lo que es. No importa mucho si lo que
imagináis en esta práctica es acertado o no, pero importa que vayáis
siguiendo una serie de imágenes coherentes sin perder el objetivo final. Cada
día seguid en la imaginación el curso de vida de algo que esté cerca de
vosotros, sin dejar que una sola vez el pez de la atención vague hacia otras
cosas.

Ejercicio para Asir y Abarcar


EJERCICIO 8º –Décima Semana
Salid en un paseo de la imaginación, como lo hicisteis antes, siguiendo por
un camino conocido, pero al llegar a una escena o edificio determinado,
deteneos a examinarlo. Tratad de pintarlo en todos sus detalles, sin desviaras
o proseguir. He aquí una cosa difícil de hacer en un principio, y si veis que la
mente empieza como a dar tirones violentos en sus esfuerzos por desviarse,
colocaos a intervalos en posiciones diferentes, y tratad en ellos de describir
la escena: pero en cuanto os canséis volved a donde estabais. Probablemente
notaréis que conocéis muy poco los detalles de los edificios o escenas que
creíais os eran muy familiares. En este ejercicio recorred con perfecta
delicadeza la escena que estáis tratando de recordar, como si os esforzarais
en rememorar un sueño casi del todo olvidado. Lo importante en estos
ejercicios no es lograr el recuerdo, sino el desarrollo de la mente que resulta
del esfuerzo.

EJERCICIO 9º –Undécima y duodécima Semanas


Observad cuidadosamente la pared del cuarto en que estáis sentado,
tomando nota de todas las señales, de todos los objetos que penden en ella, y
la forma, tamaño y proporción de todo lo que con ella se relacione. Cerrad
luego los ojos y tratad de representamos el todo de una vez.
Encontraréis vuestra imagen vaga e indefinida. Imaginad entonces varias
partes de ella, más pequeñas, por turno, y las notaréis mucho más claras.
Representaos ahora la figura de un hombre. Es probable que la encontréis
algo indefinida, más si miráis a una pequeña porción de la imagen, esa parte
se os hará clara mientras el resto tiende a desaparecer. Si veis claros los pies
o las manos, la cabeza de desvanecerá; si se os presenta la cabeza definida,
la parte inferior del cuerpo tenderá a esfumarse. Cualquiera que sea la
imagen que examinéis de esta manera, alguna parte de ella se os escapará, y
mientras observéis una porción cualquiera, las otras empezarán a
desvanecerse, u desaparecerán del todo. Practicad, entonces, por dos
semanas el siguiente método de pintura mental.
Tomad el retrato de un gran hombre, muy virtuoso– a quien sinceramente
admiréis; colocado ante vos y examinad una pequeña porción de la cara,
digamos un ojo. Cerrad los vuestros, pensad en esta porción y, repetid esto
varias veces, hasta que la podáis formar nítidamente de una vez. Luego
tornad otra parte cercana a la primera, pongamos por caso el otro ojo, y
fijadla también firmemente en la imaginación. Recordad ahora el otro ojo y
formad una imagen de los dos juntos. Seguid después del mismo modo,
separadamente, con la nariz, y luego representaos juntos los dos ojos y la
nariz. Comparad cada vez vuestra imagen con el original; y continuad así
añadiendo una parte tras otra hasta que tengáis toda la cara diseñada con
nitidez en vuestra mente; y podáis representarla completa y en detalle sin
gran esfuerzo. En una sesión puede que logréis reproducir uno o dos detalles,
y que tardéis casi una quincena en dar fin al retrato completo. Sí de este
modo hacéis un retrato perfecto, habréis logrado un gran incremento del
poder de la imaginación.

EJERCICIO 10º –Decimotercera Semana


Podemos ahora con ventaja volver a la práctica de expandir la atención.
Tomad la pintura de alguna agradable escena. En la India tenemos muy
deliciosas pinturas de diferentes formas de la deidad ' que se las usa mucho
en diversos propósitos de meditación. Por ejemplo, existe un lindo cuadrito
de Shri Krishna, el Señor hindú del Amor, en que se le ve niño sentado en
unas rocas, tocando la flauta, mientras en el fondo unas vacas felices pastan
a la orilla del tranquilo río y, allá a lo lejos, una cordillera cubierta de oscuro
boscaje, encierra protectora la hermosa escena.
Tomad una pintura como ésta; examinada cuidadosamente; cerrad los ojos
y reproducida en la imaginación. Empezad después a estrechar la visión, y
observad cómo es mucho más clara la escena a medida que disminuís su
extensión. Primero desechad las nubes y las montañas del fondo, luego los
árboles, y el río y las vacas que pacen cerca, y así poco a poco, hasta que no
dejéis nada a no ser la forma del niño. Proseguid lentamente del mismo
modo, aclarando la imagen cada vez más a medida que la empequeñecéis,
hasta que hayáis apartado de vuestra atención la roca y os quede sólo la parte
superior del cuerpo, la cabeza y el rostro.
Mantened esta imagen por un momento, y luego empezad a expandirla de
nuevo, tratando de conservarla en su totalidad tan nítida como la pequeña
parte a que os redujisteis, y a medida que construís de nuevo todo el cuadro,
punto por punto, haced el mayor esfuerzo para que la compleja unidad
retenga la claridad y nitidez que fuisteis capaz de conseguir para una
pequeña porción de ella.

Ejercicios de Propia Expansión


EJERCICIO 11º –Decimocuarta Semana
Colocad un objeto familiar y agradable, como una pequeña estatua, ante
vos, a una distancia de unos tres o cuatro pies de donde estáis sentado, y
preferentemente en el centro de la habitación. Después de examinarlo, cerrad
los ojos e imaginado nítidamente desde la posición en que estáis, tal como lo
veis. Imaginadlo después desde la parte posterior, no dándole vuelta con la
imaginación, sino transfiriéndoos mentalmente al punto opuesto en que
estáis. Imaginaos sentado, no donde estáis, sino al lado opuesto, y mirando al
objeto desde allí. Representaos también una imagen, esta vez de lo que
llamaríamos la espalda del objeto.
Tan luego tengáis bien definidas las dos imágenes, la de adelante y la de
atrás, tratad de imaginarias juntas, como si estuvierais observando el objeto
desde ambos lados a la vez.
Para hacer esto en forma efectiva necesitáis liberaros de la idea de que
enfrentáis el objeto desde un punto de vista, y tenéis que imaginaros como si
estuvierais en los dos extremos, mirando el objeto en las dos direcciones a la
vez.
Tomad ahora el mismo objeto para una nueva práctica. Imaginad que lo
estáis mirando desde arriba. Para este fin, transferid vuestra conciencia al
techo de la habitación.
Que ahora vuestra conciencia descienda y vaya alrededor del objeto,
cuidadosa y lentamente, a poca distancia, a fin de observarlo desde todo
punto de vista. Conseguid después que vuestra conciencia baje al piso
mismo y observe el objeto desde abajo. Y finalmente, por medio de todas
estas andanzas circulares de la conciencia hechas con creciente rapidez,
tratad de fundir todas las imágenes que habéis logrado desde los diferentes
puntos de vista, y abarcad el objeto tal como en realidad aparece, sin que
revista la menor importancia vuestra posición con respecto a él.
Esto es, por supuesto, una cosa difícil de hacer, más recordad que en estos
ejercicios no se nos pide que hagamos las cosas perfectamente, sino sólo que
tratemos de hacerlas.

EJERCICIO 12º –Decimoquinta Semana


Tomad ahora un objeto sencillo, como una caja de fósforos. Examinadla;
abridla e inspeccionad cuidadosamente su interior; colocada ante vos, y
cerrad los ojos imaginándola desde todos los puntos de vista. Imaginad
también la parte interior, y tratad de mantener al mismo tiempo en la
conciencia todas estas ideas o imágenes del objeto, Transfiérase luego la
conciencia al centro del objeto, y míresele desde allí. Expándase después la
conciencia gradualmente hasta que ya no seáis más un punto en medio del
objeto, sino que os hayáis convertido en una gran esfera con el objeto en el
centro.
Continúese esta práctica por una semana con diferentes objetos, tales
como flores, frutas, cocos de palma, un vaso de agua, la cabeza y el corazón.

Ejercicio de Mandato Mental


EJERCICIO 13º –Decimosexta Semana
Al llegar aquí habréis descubierto que sois capaz de evocar imágenes
mucho más fácilmente que antes, y que la mente ya no vaga y se descarría
tan indócilmente como en los primeros días. El próximo paso consiste en
una serie de experimentos para evocar imágenes corporales y completas ante
la mente. A este fin es muy posible que necesitéis al principio la repetición
del nombre del objeto. Suponed que habéis efectuado vuestra práctica con un
cuadro como el de Shri Krishna de uno de los anteriores ejercicios. Pues
bien, con los ojos cerrados, mirad el espacio vacío y mentalmente
pronunciad el nombre de Shri Krishna, repitiéndolo una y otra vez, y
tratando de discernir su forma. De repente surgirá ante vuestra visión mental,
y el cuadro se os presentará ora en idea, ora en la forma.
Es muy necesario para formar cuadros mentales el procurar que todos los
detalles sean congruentes entre sí. Por ejemplo, debéis representamos una
carreta tirada por dos caballos o bueyes, y no tratar de imaginaria tirada por
dos canguros, lo que haría la cosa mucho más difícil. No es posible mantener
ante la mente al mismo tiempo dos imágenes o ideas desconectadas entre sí.
Pero es posible asir las dos a la vez si el foco principal de la atención es algo
que las incluye o que es común a ambas. Puedo representarme juntos un
canguro y un caballo, si enfoco la atención en sus características comunes y
pienso en ambos como animales. Puedo imaginar un caballo y un carro
juntos, porque así se les ve en la común experiencia como una unidad que
tiene un exclusivo propósito. Pero sería comparativamente difícil sostener
juntas las ideas de canguro y de carreta. La mente tendería a correr de la una
a la otra, perdiéndolas de vista alternativamente. Sin embargo, si se
descubriera una común relación y se hiciera de ella el centro de la atención,
las dos ideas fácilmente se enlazarían, en vez de repelerse por causa de su
incongruencia. Es útil, por tanto, encontrar la idea que convierte el grupo en
una verdadera unidad, y hacer de ella el centro de la imagen completa. Es la
idea abstracta la que enlaza todas las imágenes concretas aisladas.

EJERCICIO 14º –Decimoséptima Semana


Tratemos ahora de hacer un esfuerzo para pensar en imágenes, sin el uso
de las palabras. Esforzaos en recordar y conocer las cosas sin nombrarlas o
describirlas en palabras. Es muy frecuente que para nosotros no sea conocida
una cosa hasta que hayamos logrado recordar su nombre o descripción
verbal, por mucho que nos sean familiares su apariencia y cualidades. Pensar
en palabras es pensar en símbolos, y en ello hay mucho peligro de perder la
verdad, porque es muy posible manipular y disponer de nuevo los símbolos,
sin que haya conformidad con los hechos. Al tratar de las elevadas
percepciones místicas y de las investigaciones ocultas, con gran frecuencia
no tendremos que contar con la ayuda de las palabras, que son símbolos
arbitrarios, y sí pensar en las realidades mismas de modo que finalmente el
pensar y experimentar sean indistinguibles.
Como una práctica elemental de esto, dejad que las siguientes ideas
originen una sucesión de pensamientos en la forma, sin palabras: caballo,
vaca, leche, rayo de luna, la luna, el sol. Representaos un caballo, tratando
de no pensar en su nombre. Si desecháis ahora la imagen y evocáis la de una
vaca, tendréis que pensar en la palabra "vaca" entre las dos. Esta es la
operación habitual en la cadena del pensamiento: nombráis (el caballo),
formáis (el caballo), nombráis (el caballo), nombráis (la vaca), formáis (la
vaca), nombráis (la vaca), nombráis (la leche), formáis (la leche), nombráis
(la leche), y así sucesivamente, de modo que el cuadro aparece lleno de
borrones. Mas en esta práctica los nombres deben dejarse de lado, y el
cuadro debe sufrir un cambio gradual y continuo, en el que experimenta
constante modificación la forma.
Habiendo representado claramente el caballo, empezad a modificarlo poco
a poco. Que el contorno del lomo, la curva del cuello, la forma del cuerpo, la
conformación de las patas y cascos, la cola, posición de la cabeza, y otros
detalles vayan gradualmente cambiándose por los de una vaca, hasta que la
transición sea completa. Proceded luego a concentrar la atención en la leche
que proviene de la vaca, y gradualmente perded de vista la cabeza de ésta, la
cola, el cuerpo, las patas y demás partes, hasta que sólo se vea un chorro de
leche. Haced también que ésta sufra un cambio paulatino. Sutilizad la
corriente líquida, dejándola que pierda su contorno y opacidad definidos,
pero reteniendo el color, si bien empalideciéndolo, y a esta corriente
nebulosa añadidle el bosquejo de algunos alrededores hasta que tengáis que
la luz de la luna cae sobre el agua oscura o el claro de un bosque. Mantened
en ello la atención por un momento. Retrotraed el rayo de luz a su fuente, la
luna, y añadidla al cuadro.
Desechad poco a poco el claro del bosque o el mar o la laguna, y haced
que la atención siga un rayo de luz de la misma luna. Cambiad gradualmente
esta última forma. Que permanezca su contorno, pero expandido, y cambiad
el color hasta que tengáis la gran esfera roja dorada del sol que irrumpe a la
aurora o se pone al atardecer.
Quizás pensaréis que todas estas prácticas de concentración implican un
esfuerzo demasiado grande. No es así, Pensad en los esfuerzos que cuando
niño hicisteis para aprender a escribir, cuánto tiempo tardasteis en adquirir el
dominio de la mano y la pluma. Aquél fue un esfuerzo superior a éste, pues,
por más que la mente parezca escurrirse de nuestro control, conviene
recordar que está formada de un material mucho más plástico y obediente
que el brazo o la mano, y es, por consiguiente, más fácil de dominar. No hay
duda que, si queréis, es más fácil aprender a dominar la mente que aprender
a escribir. Pensad, además, en el vasto número de ejercicios que un violinista
tiene que practicar 'para hacer los dedos flexibles, obedientes y expertos.
Aplicad el mismo esfuerzo, o mucho menor, al dominio de la mente, y
llegaréis a ser el amo de este instrumento. Por supuesto, no debe haber,
como ya se ha dicho, ningún esfuerzo físico en todo este trabajo.

La Concentración y El Estudio
He mencionado ya en qué forma la concentración ayuda a la memoria;
permítaseme ahora añadir aquí una explicación sobre el modo en que puede
ser usada por los estudiantes. Quiero particularmente referirme a los que se
están preparando para rendir exámenes.
Supongamos que un estudiante va a leer varias páginas de un texto de
historia o de química. Hay tal vez cinco ideas que debe comprender y
definir. Pues bien: empieza en la primera página con la idea Nº 1, a la que
presta todo el poder de su atención, y obtiene una clara impresión de ella.
Luego pasa a la otra página, a estudiar la segunda idea; pero con un poco de
ansiedad sobre la primera. Cree que debe mantener un ojo sobre ella para
que no se le escape de la mente y se pierda. No está completamente seguro
de que la posee a menos que la vea o la sienta. La consecuencia es que no
puede enfocar toda su atención en la idea Nº 2. Por tanto, no la comprende
tan bien como la primera, aparece menos definida, y su ansiedad es mayor
cuando pasa a la idea Nº 3. Todavía menos poder de atención puede prestar a
la idea Nº 4, dado que siente ansiedad por la Nº 1; está muy ansioso por la
Nº 2, y más todavía por la Nº 3. Su conocimiento de la idea Nº 5 es posible
que sea de lo más vago.
Cuando ha terminado su estudio resulta que su conocimiento del asunto es
por demás desigual y abigarrado, Unas pocas cosas le son claras, otras
nebulosas y otras invisibles; y su éxito en los exámenes depende en mucho
de la suerte que tenga en las preguntas. Además, este conocimiento no le
será de gran utilidad en sus estudios superiores, puesto que las partes
elementales las posee en forma tan desigual.
Al infortunado estudiante le pasa lo que al irlandés del cuento, que
trabajando en una granja, se le envió un día al corral a coger unos
lechoncitos. Corrió tras uno y lo cogió de la cola. Sujetándolo con una mano
se fue en persecución de otro, que también logró aprisionar. Sujetando ahora
a los dos, se fue tras un tercero. El cuento no dice cómo terminó la tarea. Por
supuesto que lo más razonable debía ser lo siguiente: coger uno y encerrarlo,
luego otro, y así sucesivamente. He ahí lo que el estudiante debiera hacer
con las ideas. Comprender perfectamente la idea Nº 1, y luego encerrarla
mediante un acto de concentración. Una vez que la idea se ha hecho clara
para él, que se apoye en el respaldo de su silla y la observe en forma
tranquila y persistente por un cuarto de minuto. Puede ahora tranquilamente
abandonar el asunto, mientras se dirige a la idea Nº 2, confiado en que la Nº
1 se presentará a la mente cuando la necesite. De este modo estará en
situación de prestar toda su atención a la Nº 2, en la misma forma que lo hizo
con la primera, y así sucesivamente hasta la Nº 5. Siguiendo este método de
concentración, su conocimiento será parejo y el olvido no existirá. No hay
nada como la ansiedad para producir la mala memoria y la debilidad mental;
más la experiencia del valor de la concentración en el estudio pronto da gran
confianza en su poder y concede al cansado cuanto aburrido estudiante la
dicha de sentirse otro.
Otro gran mérito de la concentración consiste en que capacita al estudiante
o trabajador no sólo para considerar y retener una nueva idea, sino también
para abandonarla y pasar a otra. Esta habilidad de olvidar, de dejar las cosas
mentalmente solas cuando no es el tiempo oportuno de pensar en ellas, es de
inestimable valor.
Que es la Meditación
La Concentración y La Meditación
La meditación empieza donde la concentración termina. El objeto de la
concentración es enfocar la atención sobre un pequeño campo de visión
mental, de modo que la luz de la conciencia sea lo más brillante posible; es
semejante a lo que se hace cuando a una luz se le fija un reflector para
convertirla en proyector. Durante la concentración la conciencia se
encuentra, por consiguiente, en su punto máximo en cuanto a calidad y
poder.
En la concentración hay contracción del campo de visión, mientras que
en la meditación hay expansión. Con la primera se consigue una visión
clara, y con la segunda se mantiene esa clara visión a la vez que se la
extiende a un campo más amplio y a profundidades y alturas de
pensamiento que no han sido antes alcanzadas.
Una mente limitada puede a menudo hacer bien una cosa; hasta un animal
puede llevar una virtud incipiente a un alto grado de perfección, como en el
caso de la fidelidad del perro; lo más importante es desarrollar una mente
amplia que pueda a arcar mucho a la vez y que trate perfecta y
decisivamente el conjunto. De esta manera adquiriremos con el tiempo
absoluto dominio sobre un gran campo de muy variados intereses.
Conviene, sin embargo, no abarcar demasiado en tanto la mente no percibe
gran número de cosas mínimas, lo que ha de lograrse por medio de la
concentración.
Se puede decir, de un modo general, que el objeto de nuestro ser,
encarcelado en un cuerpo terrestre, es el de producir una especie de
concentración, Estamos temporalmente privados de la luz de otros mundos
y de las mil cosas a que los sentidos no se han adaptado en este plano a fin
de que la poca experiencia que obtenemos, mediante los limitados sentidos,
sea vigorosa y clara. Esto es análogo al cuadro que distintamente se forma
en la placa o película fotográfica, en cuya cámara sólo se admite una
limitada cantidad y grado de luminosidad. El despertar de la completa
clarividencia y otros poderes semejantes en el hombre vulgar no enaltecería
su vida, sino que, por el contrario, la llenaría de peor confusión. Que se
haga primero dueño de sí mismo en la pequeña región de que es
gobernador, que no ha de tardar el día en que se realice en él una vida de
mayor expansión, La conciencia del común de los hombres es difusa e
indefinida; la concentración tiene por fin darle vigor y claridad, y después la
meditación le permitirá expandir la ya clara y vigorosa conciencia sobre un
campo más amplio.
El buen éxito en la meditación, por tanto, implica el triunfo en la
concentración, y en cuanto le es necesario, a saber, el relajamiento del
cuerpo, la indiferencia por el momento a lo que ocurre cerca o lejos, la
calma de las emociones y la sutileza de la visión. El hombre que, sentado en
su silla, se halla en actitud de concentración, está dormido aparentemente,
pero la conciencia que actúa en el cerebro está más despierta que nunca, En
la meditación esta conciencia, poderosamente despierta, se aplica al sujeto
del pensamiento. La meditación es lo opuesto del sueño, Es el flujo regular
del pensamiento sobre un objeto, con respecto al cual no hay dificultad para
concentrarse. No es el vagar de la mente, en que la cadena del pensamiento
nos lleva a la punta del cerro y aún más allá; no es el cavilar, en que
siempre llegamos, una y otra vez, al mismo punto, porque viajamos dentro
de un círculo; es, por el contrario, un paseo botánico por los Campos
Elíseos, en que cada flor contiene la propia luz solar convertida en una
forma.
La meditación es el gran acto de la creación de sí mismo. Con la vívida
conciencia que se obtiene en la concentración es como si el positivo
espíritu, que dentro de nosotros alienta, abriera una puerta en la mente
terrena, A veces, en su ignorancia, la gente busca en la excitación exterior
lo vivido de esa verdadera vida, no sabiendo que los placeres que anhela no
son más que una temporal excitación del cuerpo, de los sentidos o de la
mente, y sin comprender y que todo esto es puro oropel que pronto ha de
desaparecer, y no el oro puro de la verdadera vida y la genuina felicidad.
La vida que se vierte en la meditación es creadora, Considérese el
siguiente diagrama:
El primer jarro representa al hombre corriente, y las tres alturas o niveles
del jarrón, las secciones física, emocional y mental de su constitución
personal, Físicamente está inquieto y distraído por todo lo que llega a sus
sentidos; emocionalmente tiene muy poco dominio de sí mismo, y el más
insignificante acontecimiento puede hacerle perder el equilibrio por algún
tiempo mentalmente, su vida carece casi en absoluto de dirección. El agua
que cae desde arriba representa la vida divina, que se pierde por los
innumerables agujeros del recipiente.
En el segundo jarrón tenemos al hombre meditativo. Mediante la
concentración tapa los agujeros, y el agua que en él se vierte en siempre
creciente cantidad, va llenando el recipiente cada vez más; y la vida divina
hace obra creadora hasta en el más elevado nivel que haya alcanzado. De
esta suerte, el hombre de meditación puede lograr conceptos de belleza,
deber, verdad o grandeza de carácter, más elevados que los que jamás
obtuvo antes. A medida que reflexiona en ellos, obran de un modo creador
sobre él, así que posteriormente podrá alcanzar más alto nivel y mantenerse
allí con relativa facilidad.
Sin embargo, el objeto de la meditación no consiste en atraer algo hacia
el yo inferior, 'para su satisfacción, sino más bien en elevar algo, en
alcanzar con el pensamiento o el sentimiento un estado a que se ha llegado
antes, y mantener en tales alturas la misma claridad de visión que poseemos
en los niveles inferiores. Debéis elevaros. El yo que sólo busca consuelo de
las desdichas de la vida, o la agradable sensación emotiva de confianza en
algo que le es superior, puede conseguir y gozar de los ínfimos deleites que
concede una especie inferior de meditación, que apenas es digna de tal
nombre. Quien así medita, agradecido y satisfecho, se asemeja al gato que
ronronea en los brazos de una persona, gozando de] regalo que le brinda un
ser superior. Más la verdadera meditación es para aquel que recorre el
mundo en la triunfante carroza de la gloria del alma, para aquel que quiere
expandir su corazón con un amor que ha de brillar como el sol en todo
clima y en todo lugar, y para 1 aquel cuyos ojos contemplan, en perpetuo
éxtasis de comprensión, el milagro que todo lo abarca y contiene, de la
existencia de lo grande y de lo pequeño. Para tales cosas el yo diminuto
debe abandonar sus placeres, que no tienen paridad con la genuina felicidad
de la verdadera vida.

La Meditación y La Experiencia
La meditación es uno de los polos de la existencia, que es toda creadora.
No sólo por la meditación podemos alcanzar las más gloriosas alturas; las
limitaciones de la vida externa contienen también, en igual medida, la
divina enseñanza. Adentrarse en sí mismo y buscar en el exterior son el
invierno y el verano, el día y la noche, el pie izquierdo y el derecho del
progreso del alma. Así como el que posee la comprensión se siente movido
por la belleza de una pequeñísima hoja lo mismo que con la inmensidad de
una floresta tropical, así también puede verse el dedo divino actuar en las
pequeñas experiencias que a cualquiera de nosotros nos ocurren, lo mismo
que en los grandes acontecimientos que marcan los hitos de la historia.
Nuestra vida se mueve entre estos dos polos, el interno y el externo. El
pensamiento interno imagina una máquina o propone una teoría; la
experiencia exterior sugiere mejoras para ese mecanismo, o declara
verdadera o falsa la teoría. Lo único que hace que la cosa sea útil, o la teoría
verdadera, es su relación con las leyes de la naturaleza en sus múltiples
operaciones, o, en otras palabras, su unidad con los arquetipos.
Tocamos a Dios en ambos polos. Se ha dicho que no hay causa, cese, y el
hombre, el efecto, empiece; puede también decirse que no hay Punto o
lugar en el espacio donde nuestra mano no tropiece con la de Él.
La meditación tiene, por tanto, más efecto cuando sus pensamientos y
emociones se llevan de nuestro cuarto de estudio a los asuntos de la vida,
para allí recibir, corregirse o modificarse, para enriquecerlos con nuevas
experiencias que los harán florecer de nuevo, a la vez que permitir que se
les añadan flores hermanas en futuras meditaciones.
Prácticas Preliminares
Hay ciertas prácticas preliminares que son de gran ayuda para la
meditación, La primera consiste en el método sencillo de dedicar algún
tiempo, en la mañana o en la tarde, para recopilar mentalmente los sucesos
del día, y pensar en ellos de una manera tranquila. Es éste un gran recreo y
descanso para la mente, las emociones y el cuerpo; purifica y acrisola la
vida, ara y limpia el terreno, preparándolo para la inspiración y la intuición.
Lo que la mayoría de nosotros leemos puede también servirnos de
oportunidad para el desarrollo del poder mental. El efecto que produce la
lectura es muy frecuentemente de índole contraria, porque dudo que haya
algo más destructor de la Organización de la mente y del poder del
pensamiento que el hábito de leer promiscuamente, sin propósito, sin objeto
definido o sin meditar después en lo leído. Si conocéis algunas personas que
no pueden leer o rara vez leen, observaréis que su condición mental es, por
lo general, superior a la de la gente que lee.
Lo que saben lo saben bien; sus ideas son vívidas, y las tienen a mano
cuando las necesitan... si bien esta ventaja está contrabalanceada con la gran
pobreza de su contenido mental. No hay ninguna razón para que no
tengamos una perfecta claridad y un gran vigor de la mente junto con un
amplio conocimiento, y claro está que esto puede conseguirse con la lectura
hecha en forma correcta. Quizás, al proceder así, leamos menos que antes,
pero leeremos bien.
A este fin recomiendo el consejo de Emerson: "Leed para corregiros, y no
para informaros". En otras palabras, pensad primero y leed después.
Algunas personas leen primero y piensan después, lo que es bueno, si bien
no lo mejor, –más temo mucho que la gran mayoría lee y no piensa
absolutamente. Los pocos que realmente sacan provecho de su lectura son
los que piensan primero y leen después. Si disponéis de media hora para
leer, dedicad diez minutos a revisar vuestro saber sobre el asunto y a pensar
en él –y si creéis que nada sabéis ocupaos en investigar el porqué– y luego
leed durante veinte minutos. O si apenas podéis contar con un cuarto de
hora, pensad cinco minutos y leed diez.
Esto quiere decir que, cuando tomáis el libro para leer, supongamos, un
capítulo sobre las ranas arbóreas y sus hábitos, no abriréis inmediatamente
el libro y os sumergiréis en su lectura. Os sentaréis primero con el libro sin
abrir en las rodillas o sobre la mesa, y os diréis: "Bueno, ¿qué es lo que sé
de los hábitos de las ranas arbóreas?" Puede ser mucho, poco o casi nada lo
que sabéis, pero sea lo que fuere, debéis revisar vuestro conocimiento antes
de disponemos a incrementarlo. Entonces podéis abrir el libro y comenzar a
leer, y el resultado será que entenderéis más que de costumbre, y además
retendréis en la memoria mucho más, o casi todo, de lo que habéis leído.
Habéis despertado el interés de la mente en este asunto; el conocimiento
que posee ha quedado dispuesto en una forma ordenada, y muchas
preguntas y cuestiones definidas e indefinidas han salido a la luz. La
expectación que engendra el pensar antes de leer provee a la mente de algo
así como garfios, que cogen muchos puntos que de otra manera apenas se
notarían, y el arreglo que se ha hecho del antiguo conocimiento ofrece un
sitio, un casillero, en que cada parte del nuevo puede colocarse.
Esta práctica pone en orden la casa mental; abre, limpia y ordena los más
desusados cajones y gavetas, y prepara la mente para recibir la luz, como
ninguna otra lectura puede hacerlo. Al principio Sólo tenéis vuestras
propias ideas sobre el asunto, las que luego corregís, aumentáis e
incrementáis por medio de la lectura. Adquirís no sólo sabiduría y una
mente ordenada, sino también el ejercicio que da por resultado el poder
mental y la voluntad.
Esta manera de leer tiene también otro gran mérito; nos prepara para una
vejez fecunda. Todo aquel que desee conservar intactos sus poderes
mentales, después que declinen sus sentidos físicos, debe tener una afición
mental, y dedicarle algún tiempo de tres a cinco veces a la semana –no
diariamente, porque ello tiende a fatigar–. Es conveniente tener siempre a
mano un buen libro de filosofía, historia, viajes, ciencia, o de cualquier otro
asunto, al cual recurrir varias veces a la semana en busca de recreo mental.
No hay que pensar en llegar al término del libro, pues, precisamente, es
para usarlo. Y el método para leerlo debe ser el de pensar primero y
dedicarse a la lectura después.
Recomiendo a todo joven que, al dejar la escuela o el colegio, mantenga
una de sus materias de estudio como afición mental, o bien escoja cualquier
otra que le interese. No importa lo que sea... las matemáticas, la historia, la
biología, la geología, la psicología, la filosofía, la economía, la ciencia
política, la astronomía, la química, la religión o el arte; cualquiera de éstas,
o más bien una rama de ellas.
Lo más importante con relación a este estudio es que el estudiante
utilizará la mente bajo el dominio de la voluntad, es decir, por
determinación interior, y no meramente en respuesta a los estímulos de los
acontecimientos y necesidades diarios, como sucede cuando pensamos en la
mayoría de los asuntos de la vida. Si un hombre ha vivido pensando
únicamente en responder a las incitaciones del exterior, es casi seguro que
cuando los poderes físicos del oído, la vista, etc., comiencen a declinar y las
cosas externas ya no tengan sobre la atención el mismo poder que antes, y
la curiosidad empiece a desaparecer, la actividad mental también
disminuirá.
Pero cuando un hombre ha utilizado la mente por impulso interno, y la ha
acostumbrado a trabajar por propia voluntad, no hay razón alguna para que
los poderes mentales no continúen mejorándose, aun en edad avanzada del
cuerpo... y esto es lo que en realidad sucede en tales casos. Hay, sin
embargo, otros beneficios que resultan de la posesión de una afición mental.
Tarde o temprano tenéis la satisfacción de sentimos dueño de una línea de
pensamiento o de una rama del saber humano en la que sabéis tanto o más
que cualquier otro. Esto os dará seguridad y confianza, a la vez que sentiréis
la pujanza e inenarrable felicidad de la íntima posesión de la voluntad.

La Meditación y la Evolución Humanas


El diagrama que sigue tiene por objeto dar una ligera idea de los cambios
que se verifican en el hombre, en el curso de su desenvolvimiento. La
primera figura indica la condición del hombre no desarrollado, y la segunda
la del muy avanzado; el resto de la gente se encuentra entre ambos.
Dado que la meditación implica un paso gradual de la percepción, desde
las cualidades más groseras de las cosas hasta las más sutiles, sin perder el
calor, la viveza, y la precisión, o sea, en resumen, el vigor de la experiencia
exterior, a la clave del buen éxito en cada punto de la práctica puede
definírsela en pocas palabras: obstruir las actividades exteriores y mantener
el pleno fluir de la energía consciente.
Debe retirarse la atención del cuerpo físico, a fin de que éste no sea en sí
mismo un fin, sino que sólo nos interese como un instrumento útil y
hermoso para los objetos del yo superior. Luego deben dejarse de lado los
deseos personales y las emociones inferiores. Es preciso vigorizar y
agudizar la mente, y obstruir sus actividades inferiores, mientras el ímpetu
adquirido se utiliza para ejercitar y desarrollar las facultades de orden
superior.
En las etapas primitivas del desarrollo humano son pocos los deseos. El
salvaje acepta el bienestar que la naturaleza le da, y sólo ocasionalmente
pone a su cuerpo en gran actividad a fin de satisfacer sus deseos. Está
gobernado por el inmediato ambiente que le rodea. Pero poco después
encontramos que la vida se ha hecho más compleja; la naturaleza de deseo
ha despertado considerablemente, y al tratar de gratificar cada vez más sus
ansias, el hombre ha multiplicado las actividades de la vida en una enorme
extensión. Lo más fuerte y potente en el hombre es ahora el deseo; la
inmediata comodidad física va en segundo lugar. El deseo le hace elegir una
de las muchas líneas de acción que son posibles en un momento dado. La
mente en este estado, hasta el punto en que se ha desarrollado, trabaja
únicamente como servidora del deseo, tratando de que éste cristalice en
acción.
Pero en el curso del desenvolvimiento, la mente crece hasta que se
convierte en superior autoridad, y empieza a seleccionar entre los deseos.
Los deseos y emociones se multiplican hasta el punto que surgen conflictos
entre ellos, pues no es posible satisfacer a todos a la vez. Entonces cada uno
eleva su demanda ante el intelecto, y mediante el pensamiento el hombre
comienza a seleccionar los deseos que son deseables y a apartar los
indeseables, diciéndose a sí mismo: "Me permitiré desear esto, y no
aquello".
Podemos llevar el argumento un poco más adelante, declarar que cuando
las operaciones de la mente pensadora están gobernadas por una naturaleza
moral y una activa voluntad, el individuo se encuentra en un nuevo estado
de conciencia que guía el Pensar ordinario, al mismo tiempo que el
pensamiento trasciende los deseos y selecciona entre ellos. Semejante
estado superior de conciencia no puede describirse en términos propios de
la mente inferior, si bien sus efectos son observables en la inspiración, la
intuición y la conciencia. Lograr este estado significa que el hombre tiene
conciencia de que está por encima de la mente y el pensamiento, aun
cuando esté mentalmente activo, como el hombre culto reconoce que está
por encima de su cuerpo y es algo superior a él, aun cuando pasee por la
calle.
Detengámonos un momento para tomar nota de las actividades de la
mente que tienen que ser trascendidas, de modo que, de entre nuestros
principios superiores, pueda surgir la intuición. Las susodichas actividades
consisten en observar, percibir, clasificar, asociar y razonar. La mente
distingue la diferencia que existe entre las cosas; descubre sus
características comunes y tas clasifica; infiere las relaciones que hay entre
ellas y discurre de lo visible a lo invisible, de lo presente al pasado y al
futuro; comprende que los objetos son cosas que ella conoce, que están
asociados con ella, que la afectan y ella afecta a su vez. El más general
propósito de la mente, en las primitivas etapas, consiste en decidir cuál es la
mejor manera de realizar la acción para la satisfacción de los deseos, y
llegar a conocer las cosas con el mismo fin; en los grados intermedios se
ocupa en seleccionar entre los deseos; pero, ya más avanzada se ocupará en
buscar los medios por los cuales los requerimientos de la naturaleza ética y
de la voluntad espiritual puedan llevarse a mejor práctica en el mundo
exterior.
Distingamos claramente entre el conocer y el conocimiento mismo. El
lenguaje es una modalidad del conocer. Es hábito nuestro creer que, cuando
hemos formulado los hechos en palabras satisfactorias, conocemos esos
hechos. Mas las palabras son únicamente un vehículo inferior del
conocimiento, un sustituto de los hechos, como los términos en el álgebra;
en el mejor de los casos sólo sugieren ideas, pero no pueden reemplazarlas,
y deben ser trascendidas en cuanto nos aproximamos más a un real
conocimiento de las relaciones entre las cosas.
Todas las formas que vemos y podemos visualizar son sólo un imperfecto
modo del conocimiento, y tienen que ser trascendidas en tiempo oportuno.
Esto no quiere decir, sin embargo, que el conocimiento de la intuición sea
menos definido que el incorporado en palabras; si bien pueda parecerle así a
quien se le acerca por el argumento metafísico, ciertamente no hay tal para
quien llega a él, directamente, mediante la práctica de la meditación.
No es difícil indicar las razones por las cuales la mente 'inferior, tarde o
temprano, tendrá que ceder su lugar de autoridad en la vida humana a la
intuición superior.
He aquí algunas:
1º Atiéndase cuidadosamente la facultad analítica de la mente, ¿Cómo
observamos las cosas? Por comparación, notando los puntos de similitud y
diferencia. Pero para distinguir perfectamente una cosa hace falta su
comparación con otras; y como esto es cierto en todos los casos, la perfecta
percepción ve a todos los objetos doquiera se vuelve, y desaparece así la
noción de la diferenciación de las cosas. El análisis se destruye a sí mismo.
2º Además, en el curso de los sucesos todas las cosas son como son y
ocupan el lugar que a su índole corresponde, por lo que desaparece toda
causalidad particular. Es indudable que vamos girando a través del espacio,
tanto mental como físicamente, sobre una esfera que no tiene base ni
soporte.
3º El concepto del objeto de contemplación como algo extraño a mí, y el
"yo" termina y "aquello" empieza. La distinción entre el sujeto y el objeto
se desvanece cuando comprobamos que se trata sólo de los extremos de un
bastón, o sea que el "yo" es el espectador, inmutable e inmodificado, de
todos los cambios y modificaciones que se verifican en sí mismo.
Existe otro estado de vida, o más bien, otra forma de vida, más allá de la
mente, con sus elaboradas operaciones de discernimiento mediante
comparaciones y relaciones causases entre las cosas. Ese estado superior
puede únicamente alcanzarse cuando se llevan las actividades de la
conciencia en todo su lugar, fervor y vigor, por encima de la vida corriente,
semejante a una caverna oscura, en que normalmente actúan. Tarde o
temprano esa conciencia superior la poseerán todos los hombres; y cuando
se le presenta a cualquiera de nosotros parece como que toda la vida
cambiara de repente. Ya no tenemos por qué vacilar al pensar en la vida
eterna en un universo, hijo del tiempo y siempre cambiante, ni tampoco
aterrarnos ante la temible posibilidad del eterno descanso en el seno de lo
inmutable; porque éstas no son sino cristalizaciones de la mente limitada,
que aplica sus normas diminutas a la ilimitada gloria de la vida divina.
Métodos de La Meditación
La Meditación y El Carácter
Si pasáis ahora de la práctica de la concentración a la de la meditación,
vuestro objeto puede ser uno de los tres siguientes: elevar la conciencia para
abarcar normalmente cosas más elevadas y sutiles, de manera que los
pensamientos abstractos y sentimientos elevados ocupen más de lleno
vuestra mente; hacer que descienda una bendición desde las superiores
esferas de la vida o elevaros en devota aspiración hasta la presencia de lo
divino; o bien desarrollar vuestro carácter y fijar en él cualidades que
intentáis expresar, esforzándoos para ello en comprender esas cualidades,
reflexionando sobre ellas, e imaginándoos la manera en que afectarían
vuestra vida si las poseyerais. Consideremos primero esto último.
En el trabajo de la construcción deliberada del carácter hay dos cosas que
tomar en consideración. Debéis comprender realmente cuáles son las
cualidades que necesitáis –Cimentar en vuestro carácter, y luego trabajar en
ellas. Los esfuerzos vagos no producen gran resultado. Si un hombre no
sabe cómo es la esfera de su reloj, o cuál es la diferencia entre andar y
correr, manos todavía sabrá lo que realmente son las virtudes e ideales. La
gente –cree que conoce estas cosas, y sentándose a meditar empieza a
repetirse palabras como las siguientes: "Valor, valor, valor; verdad, verdad,
verdad; bondad, bondad, bondad", pero esto es casi lo mismo que de un
salto querer llegar al cielo. Para saber lo que realmente son estas cualidades
y edificarlas en el carácter, hay que meditar como es debido.
Los ideales son el norte y guía de nuestra vida y las virtudes las antorchas
que iluminan el sendero. Los ideales son el plan ya acabado del edificio, y
las virtudes las herramientas de trabajo. Tenemos que hacer nuestro camino
a través de mares desconocidos, cubiertos de miles de arrecifes e islas, si
bien por encima, y ante nosotros, resplandece un gran ideal –la verdad, la
bondad, la belleza, la armonía, la libertad, la unidad, la comprensión, etc.–,
toda una vía láctea, una de cuyas estrellas es nuestro guía especial para el
gobierno de nuestra solitaria nave.
Rara vez estas estrellas son invisibles para nosotros, aun en medio de la
noche más oscura; pero sí es frecuente en nuestro mundo que su luz sea
insuficiente para hacernos ver los obstáculos del camino. Aquí entran en
funciones las virtudes, las "fuerzas" de nuestro carácter.
Son como pequeñas lámparas, alimentadas por nuestro ideal, que nos
permiten encontrar el camino. Tales virtudes son el valor, la bondad, la
devoción, la determinación y muchas otras, sin las cuales nuestros
movimientos serían como los de un ciego en noche oscura, a quien ni la luz
ni el paisaje pueden aprovechar.

Meditar Sobre Una Virtud


EJERCICIO 15º –Decimoctava y decimonovena Semanas
Es sencillo el modo de meditar en una virtud. Primero de todo hágase una
imagen concreta de la virtud en acción. Si se trata del valor, háganse varias
imágenes que representen esa cualidad: un soldado que rescata a un
camarada herido, bajo el fuego enemigo; un inválido, lleno de dolor y
miseria, y que, sin embargo, no se doblega a fin de no hacer sufrir a otros;
una persona obligada a cumplir con un deber molestísimo, que lo ejecuta
con toda alegría; un artista o un poeta que no abandona su idea, a pesar de
que la mala fortuna no cesa de perseguirle; o bien, un reformador cuyo
talento podría hacer de él el más adulado de los políticos si dejara de seguir
por el recto camino.
Debéis formaros estas imágenes, claras, vívidas, concretas y detalladas,
sólidas como un drama representado en el escenario, y no planas como
dibujos hechos en una muralla.
Edificad luego la cualidad en vuestro carácter subiendo para ello al
escenario, entrando en el cuerpo del héroe, obrando, sintiendo y
actualizando la escena como un vívido incidente de nuestra, vida, y
resolviendo que, de ahí en adelante, tal será vuestro carácter. Escoged en
días alternos una virtud diferente, durante unas dos semanas, y no concedáis
menos de quince minutos a este ejercicio.
Formúlese después en el pensamiento de qué manera las virtudes obran
en la vida práctica, haciéndolo más o menos de la siguiente manera:

EJERCICIO 16º –Vigésima Semana


Sentaos a pensar lo que significa el no dañar. No hay que dañar en acto,
de modo que nadie se perjudique; ni tampoco de palabra, tratando de no
pronunciar ninguna palabra hiriente, o que nada se diga de otro haciendo
que la opinión de los demás le sea adversa o esté mal informada a su
respecto, ni tampoco nada se exprese que haga que otro actúe
imprudentemente o incurra en incomprensiones; y no dañar con el
pensamiento, de suerte que nadie reciba impresiones bajas o malas por las
emanaciones de vuestra mente, o se inspire en el error o el mal por causa de
vuestros pensamientos, ni tampoco os veáis conducidos al juicio acre o a la
crítica hiriente. ¿Cómo encontráis expresado este no dañar en la vida de los
grandes seres que admiráis, o en las acciones, los pensamientos y las
palabras del Maestro? ¿Cómo os refrenaríais de causar daño si estuvierais
en Su presencia? ¿Cómo afectaría esta virtud vuestra vida diaria, al
encontrar a alguna persona con quien no simpatizáis, al tener algún
incidente desagradable, cuando alguien se os pone en el camino o trata de
injuriaras, o bien cuando las cosas no salen como pensabais? ¿Cómo
trataríais a aquellos a quienes amáis, si tuvierais esta virtud, de modo que en
nada les quitarais su libertad, a la que tanto teme a menudo el amor?
Durante una semana considérese una virtud diferente cada día.

De Cómo Remover las Faltas


Aliada a la práctica de edificar las virtudes en el carácter, se encuentra la
que tiene por objeto remover los distintos defectos. Generalmente no es
nada útil reflexionar sobre nuestras faltas; el remordimiento se apodera del
pecador, y hace de él un miserable, una calamidad tanto para sí mismo
como para los demás. Quien pone sus ojos en el bien es posible que evite el
mal, o bien pronto desechará de sí el mal que haya en él.
Hay, sin embargo, a veces, determinadas faltas que uno puede tratar de
una manera quirúrgica. Suponed que tenéis la tendencia a la ira repentina,
cosa que es bastante mala, aunque haya lo –que comúnmente se llama razón
suficiente para ello. Sentaos e imaginad una escena que despierte o pueda
despertar la ira. Pintadlo todo en la forma más vívida: el gato que da vuelta
el tintero sobre la mejor carpeta, vuestro enemigo que habla mal de vos a
una persona a quien estimáis, o cualquier otra cosa. Pensad, entonces, que
obraríais en tal caso en forma exactamente opuesta, dulce y
bondadosamente, y resolveos a vivir de acuerdo con semejante norma
siempre que la ocasión se presente.
Puede aplicarse este método a todas las emociones, porque siempre hay
por cada una mala otra buena que le corresponde. Así el temor puede ser
reemplazado por la admiración o la gratitud, pues si tenéis alguna razón
para temer a alguien, generalmente hay también otra buena razón para
admirarle; o bien algo se puede aprender de él, algo que vosotros no tenéis
y, por tanto, existe un motivo de gratitud. Puede que la lección sea dolorosa,
mas si la tomáis con correcto espíritu buena parte del sufrimiento se
desvanecerá. Del mismo modo, la objetable emoción del orgullo puede ser
reemplazada por la excelente de la benevolencia. Todo lo que hay que
hacer, en la mayoría de los casos, para producir esta transformación, es
cesar de pensar en uno mismo y pensar más bien en cómo le parece el
mundo a los demás y cuál es la causa que los hace actuar. Como toda mala
emoción surge del pensar en sí mismo, el pensar en los demás y en lo que
ellos se imaginan, da nacimiento a las buenas emociones.

La Meditación sobre las Leyes


Es necesario, también, dedicar algún tiempo para meditar quietamente
sobre las leyes materiales y espirituales. Existe, por ejemplo, la ley de
gravedad. Conociéndola, seríamos insensatos si bajáramos las escaleras de
un salto en vez de hacerlo andando o tratáramos de cruzar un río a pie.
Existen las leyes de la salud, que gobiernan el sueño, el trabajo, el
alimento y muchas otras cosas, y aquí también sabemos que la
desobediencia es necedad, y la ruina de la salud y la felicidad.
Si hay leyes para el cuerpo, las hay también de orden espiritual para el
alma, las que ocasionalmente nos recuerda la voz de la conciencia. Estas
leyes espirituales tienen relación con el largo viaje de nuestra vida, y no
sólo con lo poco que conocemos en nuestro cuerpo actual. Sin embargo, no
son de ningún modo contrarias a las materiales, porque nuestra misma vida
física tiene una base espiritual. La honradez y la veracidad, por ejemplo,
edifican las relaciones sociales que descansan sobre la confianza que
tenemos los unos en los otros, y nos conducen a la cooperación y a la
prosperidad. La meditación sobre las leyes espirituales puede hacer que
todos nuestros pensamientos y emociones se polaricen con ellas, y que el
diario y común contacto con los demás sea un viaje espiritual, en lugar de
una batalla material.

La Meditación Devota
Si vuestro temperamento es el del hombre de voluntad o de intelecto,
apreciaréis las citadas formas de meditación, y las aprovecharéis para
edificar el carácter, pero si sois de naturaleza devota, encontraréis más fácil
seguir un método más piadoso. En vez de tomar las cualidades y
deliberadamente cimentarlas en el carácter, tratad de imaginar entonces que
ellas son la posesión del hombre ideal, o del caudillo religioso a quien
adoráis, y así imprimidlas en vosotros y hacedlas parte de vuestra propia
naturaleza, pues el hombre se convierte en aquello que alimenta su
pensamiento.

EJERCICIO 17º – Vigésimo primera y vigésimo segunda Semanas


Escoged el ideal, el objeto que reverenciáis, y al hacerlo cuidad que no
haya nada en él que suscite en vos la duda o el temor, Que sea algo en que
podáis plenamente confiar y jamás poner en tela de juicio, porque manchar
la mente con una deidad que hay que reverenciar, adular o tratar de
conquistar, es prostituir la más elevada de las facultades humanas, el poder
de adorar sujetándolo a los rastreros usos de las esperanzas y temores
mundanos.
Una vez que os hayáis decidido por un objeto apropiado, formad su
imagen mental, fijad en él la atención y dejad que el pensamiento fluya en
ininterrumpida corriente, de suerte que a medida que ponderáis sus
diferentes aspectos, va despertando constantemente vuestra admiración.
Así, por ejemplo, la deidad representada como dador de todo bien ha de
despertar la gratitud, que debe brotar espontáneamente de lo interior, sin
reserva e incondicionalmente; como creador, padre, protector y rey, su
misterio y majestad originarán un gozoso deslumbramiento y confianza,
como salvador, su compasión ha de excitar el propio sacrificio; como eterno
sacrificio, su omnipresencia ha de engendrar la simpatía hacia todo.
Conociendo los hindúes el valor de este método, tienen largas listas de
cualidades, en que enumeran las virtudes del divino ser. Existe el peligro,
sin embargo, cuando se practican tantas fórmulas, de repetir meras palabras,
sin alcanzar y sentir hondamente el efecto de cada una. La mera repetición
de palabras y frases, vagamente comprendidas, únicamente produce una
especie de hipnotismo mental y moral. Reflexiónese sobre la cualidad,
como se manifiesta en la forma que se ha seleccionado para la meditación,
y tómesela en todos sus aspectos y relaciones. Al principio puede usarse
una serie de preguntas, a fin de estimular el pensamiento, pero, una vez que
se le ha aclarado, considérese y reflexiónese sobre ella mirándola desde
cuantos puntos de vista sea necesario.
Dichas preguntas son: ¿Por qué el ser divino posee y manifiesta esta
cualidad... digamos, la impavidez? ¿Cómo? ¿Ante quién? ¿Cuándo? ¿En
qué grado? ¿Con qué efecto? Una lista de cualidades puede extraerse de
cualquier libro de oración, o de divina alabanza, de cualquier religión. Una
cualidad es suficiente para meditar unas cuantas veces.
Encuentro la preparación para esta clase de meditación tan hermosamente
expresada en un antiguo libro sánscrito, que no puedo menos de ofrecer una
traducción del pasaje. Siguiendo semejante procedimiento con la
imaginación, un hombre puede librarse de las deprimentes sugestiones de
una habitación sucia y oscura, envolviéndose primero en una escena de
belleza y paz, y luego gozando en ella de una tranquila meditación sobre la
forma adorada.
Que en tu corazón halles inmenso mar de néctar, y dentro de él
hermosa isla cuajada de gemas,
do las arenas luzcan diamantinos fulgores,
y la playa circunden
árboles siempre en flor;
y en el centro de la isla arbustos peregrinos,
enredaderas, juncos,
que por doquiera esparzan dulcísima fragancia.
Si gustar quieres la miel de perfección divina, un maravilloso árbol
en el centro imagina,
cuyas frondosas ramas atesoren los frutos de sin par fantasía...
las cuatro poderosas
Doctrinas que sostienen el mundo.
Ni la muerte ni la tristeza tienen allí cabida, y sólo
vive y canta el
Amor.
Luego, bajo la sombra benéfica del árbol,
ve cómo surge un templo
radiante de rubíes.
Busca allí, y encontrarás un precioso santuario en que vive y espera
la más gentil Amada.
¡Que tu mente repose en la Divina Forma!...
Un cristiano escogería, por lo general, como objeto personal de adoración
a Cristo en medio de las escenas que relatan los evangelios; los hindúes
tienen una variedad de formas y encarnaciones de Shiva y Vishnú, y de las
diosas Parvati, Lakmi y Sarasvati.
Es costumbre entre ellos usar en la meditación muy diversos símbolos.
Por ejemplo, en Cierta meditación relacionada con el centro de la garganta,
los yoguis piensan en el gran deva Sadashiva; es de color blanquísimo,
como la nieve, y va vestido con una piel de tigre; tiene cinco caras con tres
ojos cada una, y diez brazos, cada uno de los cuales sostiene un símbolo de
Poder o exhibe un cierto signo: un tridente, un hacha de combate, una
espada, el rayo, una culebra, una campana, un aguijón, un lazo corredizo y
con un gesto que disipa el miedo. Estos son sólo unos pocos de los muchos
símbolos. En un capítulo aparte he de dar detalle de esta forma de
meditación simbólica.
Es posible también meditar sobre la música, que tiene Simbólica y directa
realidad para el oído, si bien la mayoría de la gente prefiere para meditar
una imagen visible antes que audible.

Meditación Intelectual
En la forma intelectual de la meditación nuestro propósito es comprender
lo más posible el objeto de estudio elegido. Cuando esto ocurre hay una
expansión sin pérdida de vigor o de claridad. Cuando un estudiante trata de
demostrar un teorema geométrico, si es cuerdo, lo primero que hará será
concentrarse un momento sobre los datos que posee, pasará revista a su
saber y luego estudiará las condiciones del problema. Y sólo después
empezará a pensar en su solución. Si encuentra, entonces, que no puede
inmediatamente recordar los datos, 0 que constantemente los pierde y tiene
que hacer un esfuerzo para recordarlos de nuevo, ha de notar también que
es punto, menos que imposible solucionar su problema, y que si lo consigue
ocurre más por mero accidente que como resultado de una verdadera y
pujante labor. En este caso, significa que quiere avanzar demasiado sin la
suficiente base, y que debe dejar de lado su presente investigación, para
dedicarse algún tiempo al estudio de los datos, que en sí mismos han sido
conclusiones un poco antes.
Pero si, por otra parte, se encuentra capaz de seguir en firme camino
hacia la solución, es probable que también descubra que sus datos se han
hecho además perfectamente claros. La expansión no ha destruido la
claridad en este caso. Se puede decir que en todos los estudios que implican
comprensión o profundidad de pensamiento, el objeto del estudiante debe
consistir en hacer su conclusión tan clara, real y familiar como sus
premisas, de manera que pueda utilizarla después como un dato simple y
evidente de por sí, en más profundas o ulteriores investigaciones.
Es como si todo el tiempo el estudiante se ocupara en hacer plataformas
que le permitan encaramarse a ellas.
Todo pensar es, en realidad, un pensar abstracto. Es una idea abstracta la
que mantiene juntas dos o más ideas concretas. Nadie, en verdad, puede
pensar a la vez en dos cosas completamente separadas; y si así no le parece,
es porque son partes de pensamiento mayor.
Podéis pensar en una idea abstracta o compleja que contiene a otras dos o
más. Así, por ejemplo, imaginarse separadas una pluma y una mano, sería
cosa difícil; pero sí muy fácil representarse una mano con una pluma en el
acto de escribir. Esto se debe a que ello ha llegado a ser una idea para
nosotros en el curso de la experiencia. De modo, pues, que el estudiante no
debe jamás tratar de coger una variedad de cosas a la vez; si tal hiciese
conseguiría únicamente fatigarse y producir una especie de pánico mental.
En cambio, que siempre busque las ideas abstractas enlazadoras, pues, en
el hecho, son ideas que encierran y envuelven.
Haremos ahora algunos ejercicios sobre la expansión de las ideas y la
comprensión de ideas abstractas.

EJERCICIO 18º – Vigésimo tercera Semana


Sentaos como de costumbre y concentraos en un gato, tratando el asunto
en todos sus aspectos por medio de las cuatro vías del pensamiento. Pensad
luego en el gato en un más amplio significado, haciendo que vuestras líneas
y formas se extiendan más que antes, pero sin que por ello disminuya la
vista perfecta y clara del gato. Es precisamente lo mismo que en el ejemplo
del elefante, en que pudisteis pensar en los aserraderos de madera de
Rangún, luego en la construcción de una nueva casa en que usasteis de esa
madera, después en una perturbación o atraso relacionado con ese trabajo, y
todo sin perder la perfecta visión del elefante. Utilizar un diferente tema
cada día.

EJERCICIO 19º –Vigésimo cuarta Semana


Tomad el gato una vez más como sujeto, y llevad el pensamiento hacia
adentro y hacia arriba. Deteneos primero en la naturaleza física del gato y
tratad luego de comprender lo que son sus emociones; después, si es
posible, su naturaleza mental, y aun su condición moral y espiritual, si se
las puede discernir.
Vamos a hacer ahora unas prácticas más difíciles, que han de Parecer
nada satisfactorias y casi imposibles de realizar. Se espera, sin embargo, que
ellas han de producir la facultad de la inspiración, un más profundo obrar de
la parte superior del hombre, que se lanza a la acción inesperadamente, A
menudo se ha observado, con respecto a los grandes descubrimientos e
inventos científicos, lo mismo que con relación a los elevados pensamientos
filosóficos y religiosos, que son debidos más a la inspiración que al lógico
pensar. Es raro que sean el fruto inmediato de un deliberado
encadenamiento del pensamiento, y, sin embargo, sin ese pensar no habría
resultado. Generalmente, sólo cuando la mente inferior ha hecho lo posible
y llegado al máximo esfuerzo puede la mente superior correr en su ayuda.
Es cosa muy frecuente que un inventor o un científico se hayan detenido
largo tiempo ante un problema, sin encontrar la solución, hasta que, de
pronto, quizá cuando lo habían dejado por insoluble, la verdad llega con la
rapidez del relámpago a su mente, iluminando así todo el campo de la
investigación. Eso es la inspiración, Pertenece a la mente superior, mientras
que la intuición propiamente dicha toca al íntimo corazón y nos habla del
bien y del mal; sin embargo, la conciencia procede de la voluntad interior.

EJERCICIO 20º –Vigésimo quinta Semana


Escójase un tema difícil o abstracto, como el de la idea de la armonía.
Fijad el pensamiento en ella. Empezad haciendo preguntas al respecto.
¿Cuál es la idea seleccionada? Nombradla. Pensad en algunos ejemplos
concretos, como el de la armonía en la música y el movimiento armónico de
los péndulos. Ved a qué sentidos se aplican estos ejemplos, Seguidlos en
detalles y observad sus cualidades en cuanto a la sensación ¿A qué clase
pertenece la idea? ¿Cuáles son sus características prominentes? –¿En qué se
parece y en qué se diferencia de otras ideas similares u opuestas? ¿Cuál es
su naturaleza real y por qué existe? ¿Qué papel desempeña en la sucesión
de los acontecimientos? ¿De dónde proviene y a qué conduce?
Cuando, hasta cierto punto, hayáis respondido a todas estas preguntas,
imaginad las diversas imágenes concretas juntas, tratando de asir su común
elemento de armonía. Ensayad luego de retener este abstracto pensamiento
de la armonía, en tanto abandonáis las imágenes concretas.
Pensad en diversos colores: el rojo, el amarillo, el verde, azul y el violeta.
Notad que todos ellos son sensaciones distintas y completamente diferentes,
¿Qué veis? Rojo, amarillo, verde, azul y violeta. Mas no veis el color como
tal. Fijaos en dos colores, digamos el rojo y el verde. Concentraos en ellos.
¿Qué tienen en común? Poco por cierto, con respecto a su apariencia
superficial.
Hay, sin embargo, una relación entre ellos, algo que les es común. Es el
color. Tratad de comprender lo que es el color. Desechad las imágenes y el
pensamiento del rojo y el verde, tratando de retener, sin ellos, el concepto
de color.
Fijad ahora el pensamiento en el frío y el calor. Somos sensibles a los
diferentes grados de calor o de frío, mas no tenemos directa sensación del
calor en sí mismo. Tratad, mediante estas dos ideas, de concebir el calor en
sí. Aferraos al concepto que de esta suerte obtenéis, mientras os liberáis de
las ideas de los diferentes grados de calor. Además, el color y el calor son
dos formas de la sensación.
¿Qué es lo que tienen de común? La idea de sensación. Tratad de asirla, a
la vez que desecháis las ideas de color y de calor. En esta práctica no basta
con definir las cosas lógicamente en palabras, mediante sus características
genéricas y diferenciadoras. Se debe reflexionar en ellas y considerarlas con
una especie de percepción mental, y luego hay que hacer un esfuerzo para
asir y retener la idea abstracta, eliminando toda sensación de forma o de
nombre.

EJERCICIO 21º –Vigésimo sexta Semana


Tomemos ahora, para una ulterior práctica, una serie de difíciles
cuestiones, como las siguientes:
¿Qué es la verdad? ¿Qué es el espíritu? ¿Qué es la justicia? Evítese el dar
meras definiciones verbales, pero trátese de vivificar estas cosas
mentalmente. Tomemos algunos pasajes difíciles de un libro de profundos
pensamientos, o de misticismo. Seguid a la razón tratando de dilucidarlos, y
cuando ya no podáis razonar más, no dejéis sin embargo, que el
pensamiento vague a su antojo. Mantenedlo allí, en el más elevado punto
que hayáis podido alcanzar, y esperad la inspiración que, sin duda ha de
llegar.
La Meditación Mántrica y Simbólica
El Mantra de Shri Krishna
Existe otro método de meditación muy difundido en la India, donde cien
millones de personas ofrecen diariamente su devoción a Shri Krishna, el
Señor del Amor, El devoto dispone su mente para meditar sobre Shri
Krishna, el Dios Encarnado, y por medio de El sobre Shri Krishna, el
Espíritu de sabiduría y amor del mundo. Es de lo más frecuente oír repetir
una y otra vez una sentencia o canto, mientras que reflexionan sobre su
variado y profundo significado; y este canto cuando se lo repite con
verdadera devoción, pone al devoto en diario contacto con el supremo
Señor, el dispensador de la fuente de vida en nuestro mundo y mensajero
del magnánimo Sol. No importa que como hindú adoréis con el nombre de
Shri Krishna, como cristiano con el de Cristo, y como budista con el del
Bodhisatva; siempre vuestra aspiración llega hasta el gran Ser que
concentra toda la devoción del mundo. Es el espíritu lo que importa.
De todos los mantras de Shri Krishna ninguno es más potente que el de
cinco divisiones y dieciocho sílabas que, según se dice, diera el mismo
señor a Brahma, y así pasara a nuestro mundo:
Klim Krishnaya Govindaya Gopi–Jana Vallabhaya, Swaha
Visite nuestra página para escuchar la pronunciación de este Mántra. 
Una y otra vez repite el devoto este mantra, y por su medio consigue
hollar el sendero de Shri Krishna en este mundo. Las siguientes
explicaciones las hemos tomado de los Upanishads Gopalatapani y Krishna.
Cierta vez los sabios llegaron hasta el poderoso Brahma y le
preguntaron: ¿Quién es el Dios Supremo? ¿A quién le teme la
Muerte? ¿Mediante qué conocimiento todo llega a ser conocido?
¿Qué hace que este mundo continúe en su carrera?
Brahma replicó: Shri Krishna, en verdad, es el Dios Supremo. La
Muerte teme a Govindaya (Shri Krishna). Conociendo al señor de
Gopi–jana (Shri Krishna) todo llega a ser conocido. El mundo
continúa evolucionando mediante Swaha.
Entonces de nuevo le preguntaron: ¿Quién es Krishna? ¿Quién es
Govindaya? ¿Quién es el Señor Gopi–jana? ¿Qué es Swaha?
Y contestó: Krishna es el que destruye todo lo malo. Govindaya es
el conocedor de todas las cosas, y a quien, en la tierra, se le conoce
mediante la gran doctrina. El Señor de Gopi–jana es el que guía
todos los seres condicionados. Swaha es un poder. Quien medita
sobre todo esto, repite el mantra y le adora, se hace inmortal.
Y otra vez le preguntaron: ¿Cómo es su forma? ¿Cuál es su mantra?
¿Cuál su adoración?
A lo que contestó: Tiene la forma de un protector de vacas (versos
de la gran doctrina). El joven de color como la nube (el color del
insondable abismo). El que se sienta al pie del árbol (cuyas ramas
extendidas son la creación y la evolución de las edades). Cuyos
ojos son como el loto perfectamente abierto (siempre en descanso
sobre el puro loto del corazón de sus devotos). Cuyas vestiduras
tienen el esplendor del relámpago (que brillan con luz propia). Que
posee dos brazos (vida y forma). Que posee el signo de la sabiduría
(con el que los silentes sabios son iniciados). Que lleva una
guirnalda de flores (el collar de globos o planetas). Que está
sentado en medio del loto de oro (en el corazón de todas las cosas).
Quien medita en él se libera. Suyo es el mantra de cinco partes. La
primera es Klim Krishnaya. Klim es la simiente de la atracción. La
segunda es Govindaya. La tercera es Gopi–jana. La cuarta es
Vallabhaya. La quinta y última es Swaha, Klim –a Krishna– al
Dador del Conocimiento, al Señor de los Pastores, Swaha!
Aum. ¡Adoración a la Forma Universal, la Fuente de toda
Protección, la Meta de la Vida, el Gobernador del Universo, y el
Universo mismo!
Aum. ¡Adoración a la Encarnación de la Sabiduría, el Supremo
Deleite, Krishna, el Señor de los Pastores! ¡Al dador del
Conocimiento, adoración!

La Meditación sobre Shri Krishna


Si queréis practicar esta forma de meditar, sentaos tranquilamente en
vuestro sitio de costumbre, y dejad que los pensamientos y sentimientos se
vayan aquietando hasta que la mente repose, llena de paz, pensando en el
gran Instructor de los dioses y los hombres.
Pensad en todas las condiciones del triunfo mundano, el poder, la riqueza,
el amor mundano y el saber, y ved cuán imperfectas y nada satisfactorias
son todas estas cosas, y cómo todo el bien que en ellos hay no es sino un
reflejo, en la oscura materia, de su perfecto conocimiento, poder y amor.
Todo amor terreno lleva consigo el vicio de la incomprensión'; todo saber
terrestre vive acosado por el error; sólo en él no hay incomprensión,
impedimento ni mal.
Imaginad ahora en vuestro corazón un botón de rosa o de loto. Que la
mente lo contemple en paz, cuando pende del tallo. Poco a poco, mientras
con intención pronunciáis la palabra Klim, anhelando la presencia de lo
divino enderezad la flor 'que ahora se va abriendo, y ved, sentada en su
trono de doce pétalos, la divina forma de Shri Krishna, el joven de color de
nube, con ojos de loto y la guirnalda de los mundos sentado al pie del árbol
de la vida, y cuyas vestiduras brillan con el esplendor de la  luz. Y así que
os inclináis ante él diciendo Krishnaya, poned toda vuestra devoción en él.
Y así que decís Govindaya, vedle levantar la mano con el signo de la
sabiduría, en el acto de bendecir. Y mientras repetís Gopi–Jana Vallabhaya,
dejad que su poder y amor os conmuevan e irradien sobre vos. Y al
pronunciar Swaha, desprendeos con la voluntad de toda esa fuerza, a fin de
que el mundo pueda compartirla. Repítase siete veces el mantra de Shri
Krishna, contemplando la Divina Forma en la flor del corazón.
Obstáculos a la Meditación
Los Tres Esfuerzos
Si habéis resuelto triunfar, esto es, vivir y crecer de acuerdo con la Gran
Ley, y si os habéis dicho: "Yo quiero", tarde o temprano veréis que habéis
realizado tres cosas: Primero, volver la vista en la debida dirección.
Segundo, mantenerla fija en ella. Tercero, hacer un esfuerzo para avanzar ...
; no con apresuramiento, sino lo necesario para adelantar sin detenerse ante
nada.
Constantemente, y durante algún tiempo, tendréis necesidad de vigilar
estos tres pasos, a fin de aseguramos de que vais por el recto camino, de
mantenemos en él sin desviaras, y de proseguir en el impulso iniciado. Una
vez que estéis cierto de que avanzáis en la debida dirección, y no antes,
aplicad en ello tanto esfuerzo como podáis. Si dais este impulso sin seguir
el sendero, causaréis daño a otros y os lo haréis a vosotros mismos, a la vez
que os crearéis obstáculos para el futuro; más si os mantenéis firme, cuanto
más os esforcéis, mayor será vuestro triunfo, y los obstáculos irán en
constante disminución.
Con el objeto de mantenemos en el verdadero camino, recordad siempre
que otros también andan buscando lo mismo que vosotros. Dejad que lo
consigan. Nunca privéis a otros de lo que tiene valor para vosotros, ya se
trate de la libertad o el poder, ya del conocimiento o la erudición, ya del
amor o la amistad; que de este modo iréis siempre tras la huella de la Gran
Ley. Si tratáis de adquirir poder sobre los demás, anhelando sobrepasarlos
en conocimiento, o de atraeros el amor o la alabanza ajena, estad seguros de
que peligrosamente os habéis desviado del sendero y que debéis poner
especial cuidado en no perjudicar jamás a nadie con el pensamiento, la
palabra o la acción. Cualquier infracción de la Ley ha de castigarse de algún
modo, pues no hay verdadera grandeza sin bondad.

Liberarse del Deseo


Antes de que podáis pasar de la meditación a la contemplación tenéis que
ser capaz de abandonar enteramente el deseo y la esperanza, al menos
mientras dura la práctica. Jamás puede la mente ser pura mientras la ocupe
el deseo. Cada deseo es además una semilla de la que brotan la ira, la
mentira, el robo, la impureza, la codicia, la negligencia, el descontento, la
pereza, la ignorancia y el resentimiento; y mientras un deseo o una
esperanza quede dentro de nosotros, todas estas violaciones a la Ley son
posibles. Abandonad el deseo y la esperanza; decíos: "Yo quiero", y tened
fe; que os baste vuestra propia luz y dejad que la Gran Ley siga su voluntad
y su camino.
Si podéis mantener esa actitud no habrá obstáculos en vuestra
meditación, pero si no la conseguís, los deseos y esperanzas irrumpirán
constantemente y echarán a perder vuestro trabajo. Cada vez que os sentéis
a pensar, estos deseos, estas afluencias desagradables os distraerán. Hay un
dicho familiar según el cual la naturaleza aborrece el vacío. Así, la corriente
de pensamiento está siempre tratando de escurrirse por las pequeñas ranuras
y canales que han dejado abiertos los deseos insatisfechos y los
pensamientos indecisos. El más pequeño deseo no saciado, todo problema
que se deja sin resolver, presenta siempre una boca hambrienta que distrae
la atención; y es inevitable que al meditar, cuando el curso del pensamiento
tropieza con una dificultad, la atención se aparte a un lado para atender a.
tales llamados. Mientras ellos existan vuestra meditación será
constantemente interrumpida por los pensamientos y deseos que surgen de
los repliegues de la mente. Si retrocedéis al origen de estas cadenas
interruptores de pensamiento, veréis que su frente brota de los deseos
insaciados y de los problemas sin solucionar.
Para librarse de estas obstrucciones, de poco sirve tratar de reprimirlas o
suprimirlas. Mejor es darles lo que les corresponde, designándoles un
momento para pensar en ellas. La mente que no vence esta vacilación y deja
sus problemas perpetuamente insolubles, no conseguirá el triunfo en la
meditación.
A este fin tenemos que decidirnos a solucionar nuestros problemas,
ateniéndonos a lo que decidamos y rehusaremos pensar en el mismo asunto
una y otra vez. La habilidad en realizarlo aumenta con la práctica y con el
hábito de llevar las decisiones a la acción. Rellenad todas las grietas del
pensamiento y haced que todos los arroyuelos vayan a converger a la
corriente principal.
Solucionad todo problema e interrupción según sea su importancia y
efecto en lo que toca a vuestro principal propósito. El desenvolvimiento de
una disposición filosófica general, que aporta sus experiencias y facultades
a la unidad de comprensión y propósito, es esencial para el afortunado
esfuerzo de la meditación. Es también de gran ayuda conocer qué tipo de
persona sois, a qué rayo de vida pertenecéis, cosa que puede estudiarse en
mi libro Los Siete Rayos.
En lo que respecta al devoto, las interrupciones surgen en su mayoría del
deseo. Un anhelo medio oculto y reprimido florecerá en un flujo de
emociones (el pensamiento impulsado por el deseo) tan pronto la corriente
de emoción devota agote su impulso y el objeto cese de presentar novedad y
asombro, y la copa del deleite parezca vacía. Hay que acabar con los
deseos, no por la destrucción del deseo, sino conduciéndolos, a medida que
surgen, a la corriente mayor de la efusión emotiva, y juntándolos con el
potentísimo deseo de sentir la presencia de lo divino. Lo divino puede
buscarse y hallarse en cualquier sitio y en cualquier tiempo, y cuando llega
a sentírsele, todo perturbador temor, pena y ansiedad desaparecen en el gran
deleite de una oportunidad siempre presente, para cumplir con el más santo
y omni-abarcante de los deseos.

Necesidad del Maestro


Entre todas estas anomalías, una de las que más descuella, en el
pensamiento de muchos aspirantes a la conciencia superior, es el anhelo de
encontrar un instructor. Es enormemente estimulante saber que existen
aquellos Seres que han sido antes como hoy somos nosotros, que han
llegado a la amplitud de la conciencia superior y entrado en ella, y que de
vez en cuando aparecen al investigador fervoroso y le enseñan el camino.
Mas si hacéis mal uso de este bendito conocimiento, como ocurre con
muchos y caéis en el constante hábito de anhelar ansiosamente ayuda,
veréis por fin que es éste uno de los más grandes obstáculos para la
meditación.
De cierto está permitido que, en medio de nuestra confianza en nosotros,
mismos, reconozcamos siempre la necesidad de un Maestro. Pero recordad
que tenéis siempre a vuestro lado un instructor, si bien al principio y a todas
horas no es necesariamente un ser humano. Quizás habéis tropezado con un
libro que por el momento, os inspire; que por ahora, sea él vuestro maestro;
y no suspiréis por un instructor cuando descuidáis el que tenéis a mano. Los
conocedores del yoga siempre han afirmado que en una avanzada etapa del
progreso del aspirante, cuando ha utilizado perfectamente todo el
conocimiento general que se encuentra en los libros o se obtiene de los que
saben los principios del arte, siempre aparece el gran Instructor.
No viene antes, porque en vez de beneficiar perjudicaría al aspirante.
Como dice una antigua escritura: "Aprende con reverencia, con indagador
pensamiento y sirviendo; que entonces los sabios que conocen la verdad
han de aparecer para enseñarte la sabiduría". Mas no olvidéis que tenéis a
cada momento el Maestro a vuestra vera y ha de conversar con vosotros, si
lo preferís a las cosas de confusión que al presente tratáis de asir, conocer y
acariciar.

Meditad dentro de Vosotros Mismos


Todavía, otro serio obstáculo es el de anhelar algún método especial de
meditación, o bien si meditar en el corazón, en la cabeza, en el dedo
meñique o en cualquier otra parte. No os molestéis para nada por estas
cosas, a menos que os la haya prescrito un maestro competente; meditad en
vuestro ser interior. Profundizadlo hasta olvidar, durante ese tiempo, vuestro
cuerpo; porque recordad que todo el propósito de la meditación es, en
primer lugar, mejoraros, alterar la forma de la mente, y luego crecer
siguiendo los nuevos ejes que habéis así formado.
Dad primero la forma y creced después, porque sabed que no podéis tener
verdadero poder y libertad a menos que seáis inofensivos, ni verdadero y
real goce de la vida hasta que estéis plenos de simpatía amor y reverencia.
Sin duda que hay muchas aptitudes y habilidades que podéis aprender por
medios especiales, pero no forman parte de vuestro verdadero objetivo.
Sed francos con vosotros mismos. Definid claramente vuestro propósito.
Y fijad los mejores medios que a él conducen. La vida es seria. No podéis
jugar con vuestro destino y hacer burla de vuestros principios. Si todavía
buscáis por encima de todas las cosas la satisfacción de las ambiciones y
posesiones mundanas, reconocedlo así e id derechamente en busca del
éxito; que una mente dividida contra sí misma jamás ha de persistir por
mucho tiempo. La eficacia de la meditación no ha de conseguirse hasta que
no desbandéis las huestes en conflicto de los deseos, que están en perpetua
guerra civil dentro de vosotros, y así alcanzaréis la paz. Entonces, esa paz
interna os pondrá en paz con todo el mundo.
La Contemplación
La Cumbre del Pensamiento
Así como la concentración conduce a la meditación, ésta nos lleva a la
contemplación, que puede definirse como la concentración en la cúspide de
una línea de pensamiento. Así como no es bueno empezar de repente la
meditación, sino que conviene sentarse y llevar calmosamente la atención
hacia el objeto escogido, pensando primero en una vasta escena y luego
reduciéndola gradualmente al objeto especial y entonces meditar sobre él,
así también no es bueno terminar en forma abrupta la meditación. En cierto
punto debemos detener la corriente de pensamiento y reposar por un corto
tiempo, con visión clara y tranquila, sobre lo más elevado que podamos
alcanzar. Puede que lleguéis a una altura o profundidad de pensamiento más
allá de la cual no podáis conseguir ninguna ventaja, Al llegar a este punto la
atención empieza a flaquear y la mente a perder su firmeza.
No tratéis entonces de ir más allá; tampoco os esforcéis
desesperadamente en fijar o asir esa espléndida concepción o visión que
oscila más allá de nuestro alcance. Deteneos donde estáis y considerad lleno
de contento lo más elevado a que hayáis podido llegar. Eso es
contemplación.

La Inspiración
Muy a menudo sucede que está más elevada concepción no es el
resultado consecutivo del procedimiento mediador, sino que súbitamente un
pensamiento irradia la mente entera, o una gran emoción os da una paz que
sobrepasa toda comprensión, o una gran belleza o amor, o lo que sea, pero
que jamás antes tuvisteis, irrumpe dentro de vosotros como un relámpago
de inspiración. Entonces debe cesarse en la meditación y dirigir toda la
atención a la contemplación de ese algo elevado. Esta contemplación crea
un nuevo estado en que la conciencia puede estacionarse, de suerte que
cuando de nuevo consideráis otra vez ese profundo pensamiento, veis que
es más fácil mantenerlo, y que la meditación puede adelantar algo más
todavía.
Ocurre frecuentemente en la vida diaria que quienes practican la
meditación tienen repentinos vislumbres de grandes verdades, que llevan
consigo una inexplicable evidencia de su propia exactitud, y uno entonces
considera en su maravillosa sencillez, y se dice a sí mismo: "Pero, ¿cómo es
que nunca pensé en ello, o jamás oí hablar de semejante cosa?" Mas tened
cuidado; si no fijáis la atención en esa idea, por simple que sea, muy pronto
se desvanecerá y os encontraréis incapacitados para recobrar su mensaje. Es
muy cierto, ¡ay!, que tenéis que aprisionarla en forma de palabras.
Escribidla y haced de ella el tema de una futura meditación, pero sin olvidar
que las palabras no constituyen la verdad. En caso semejante las palabras
ayudan a rescatar la realidad que habéis visto, la que es difícil de encontrar
en los grandes pensamientos ajenos, enterrados como se hallan en los libros
o la conversaci6n en palabras que nunca pueden decir algo, sino tan sólo
sugerir. Una gran verdad puesta en palabras en como un pájaro enjaulado;
hay algunos que gustan de su canto, que no tiene nada de la nota de la
libertad, la cualidad de la vida.

La Contemplación Intelectual
Hay ciertos medios definidos de practicar la contemplación. En todo
caso, para llegar al pináculo del propio pensamiento debería uno pasar por
las tres etapas siguientes:
1º, la atención debe centrarse en el objeto;
2º, el pensamiento debe ser activo con referencia a ese objeto únicamente,
y
3º, la mente debe permanecer activamente enfocada en el objeto mientras
que todas sus actividades inferiores se suprimen con feliz éxito.
En la última etapa cesamos con toda comparación y razonamiento, y
permanecemos con la atención fija, activamente, sobre el objeto, tratando
de penetrar lo indefinido que entonces parece circundarlo. Se ve que en las
etapas se requiere una gran concentración, de modo que la actividad del
pensamiento pueda mantenerse dentro de un círculo tan pequeño que su
centro esté siempre dentro de la esfera de la atención. El procedimiento de
la contemplación comienza realmente cuando se despierta la voluntad
consciente, por decirlo así, en ángulo recto a la usual actividad pensante,
que trata de comprender una cosa en relación a las demás cosas de su
misma naturaleza y de su mismo piano; un movimiento semejante atraviesa
los planos de su existencia y penetra en su naturaleza sutil e interna,
Cuando la atención ya no se divide en partes por las actividades de
comparación, la mente se mueve como un todo, y parece perfectamente
quieta, tal como un trompo que gira da la idea de la 1 quietud cuando está
en su más rápido movimiento.
Supongamos, por ejemplo, que tomamos una idea como la de justicia;
podemos considerar primero una forma de la justicia, la manifestación de la
justicia en un acto, de manera que toda la mente se ocupe en ella; luego
debemos volver el pensamiento hacia los efectos psicológicos de la justicia
sobre el malhechor y la víctima, dejando que toda la mente se concentre en
ellos; y luego de hacer un esfuerzo para comprender la justicia abstracta, y
así continuar el empeño mental hasta que no se pueda seguir más con el
pensamiento, sino que se encuentre, por decirlo así, en un espacio abierto, e
incapaz de asir nada claramente. Cuando entonces, por un esfuerzo de la
voluntad, se mantiene el pensamiento en un nivel más allá del que llegan
sus actividades normales, es obvio que ya no se puede pensar más en el
objeto, sino sólo contemplarlo.
Si podéis hacer esto, es mejor que evitéis comenzar el procedimiento
pensando que vosotros y el objeto sois dos cosas diferentes que están en
relación, pues entonces no será fácil liberaros de esta idea de relación, y así
os incapacitaréis para obtener la idea sin el tinte del sentimiento. Mas si
podéis llegar a un punto tal de desprendimiento de vosotros mismos que
podáis empezar la contemplación desde lo interno de la cosa misma, y sin
embargo mantener vuestro entusiasmo y energía mentales durante todo el
curso del pensamiento, desde el nombre a la forma del objeto, de ésta a su
aspecto psicológico (a su sentimiento o pensamiento, si es un objeto
senciente, o al sentimiento y pensamiento que despierta en una mente
senciente, si es un mero objeto o cualidad), de este último a su naturaleza
abstracta (a su naturaleza en simultánea relación con todas las concebibles
manifestaciones de sí misma), en que tanto la palabra como la forma han
desaparecido... y si sois capaz de sostener ahí la mente, tratando de penetrar
lo indefinido que rodea ese estado (pero sin usar ni palabras ni formas a este
propósito), tal como trataríais de penetrar la neblina con la vista física,
manteniéndoos firme allí, mirando hacia adelante y sin pensar en volver
atrás, y tan equilibrado como un ave, que se apoya en sus alas, entonces
habréis logrado la contemplación.
Tomemos algunos ejemplos, definidos para hacer más comprensible el
método. Si fijo la atención en una hoja de papel, puedo considerar su clase,
tamaño, forma, color, textura, grosor, variedad; qué relación tiene con otras
hojas del libro; desde y cuándo fue hecha, y muchas otras cosas con ella
relacionadas. Supongamos, sin embargo, que deseó contemplarla;
comenzaré entonces fijando la atención sobre el papel y, después de
observarlo, procederé cuidadosamente a pensar en su naturaleza más sutil,
en su composición, en los elementos sutiles que lo constituyen y en cómo
sería la visión resultante de esas sutiles realidades. Yendo más allá, trataría
de concebir cuál es la naturaleza de esas partículas–invisibles que lo
componen, y haría un esfuerzo para aplicarles una especie de percepción
mental, y no meras palabras y definiciones. Empeño semejante finalizaría
en el proceso de la contemplación.
Si, por otra parte, se escogiese un objeto que posee conciencia, podrían
obtenerse más gradaciones. Tomemos, por ejemplo, un perro. Concentro la
atención en un perro, sin pensar en ese perro en relación a mí mismo con
respecto a la acción, la emoción, posición o relatividad de ninguna clase.
Paso de ahí a un esfuerzo por comprender la naturaleza interna del objeto,
los sentimientos y pensamientos que pueda tener, y me empeño en definir
su estado de conciencia. Es difícil ir más allá con un animal.
Si uno se aventura a fijar la atención sobre un ser superior, pasaría a
meditar desde su apariencia física hasta su estado de sentimiento, emoción
y pensamiento, y trataría así de elevarse internamente hasta asir el estado de
conciencia de que él goza. En cualquiera de estos casos a que he conducido
el pensamiento, internamente, hasta no poder ir ya más adelante ni
comprender claramente lo que se tiene ante él, si bien se sabe que hay algo,
y me mantengo en esa posición sin retroceder o desviarme, un
procedimiento que debe practicarse muchas veces, me encuentro en el
estado de contemplación con referencia a la naturaleza interna de ese
objeto. Es éste el estado que se debe alcanzar, doquiera la oportunidad se
ofrezca, antes de que se logre un dichoso éxito.
Se ve que en la contemplación no hay nada que se parezca al sueño o a la
inactividad mental, sino una intensa investigación; hacéis un esfuerzo para
ver en lo indefinido algo definido, a la vez que os negáis a descender a las
ordinarias regiones inferiores de la actividad consciente, en las que la vista
es normalmente clara y precisa.

La Contemplación Devota
Quien tenga un intenso afecto por un objeto de devoción, como un
cristiano devoto tiene por Cristo, o un hindú por Shri, Krishna, puede seguir
el mismo método, pero en ese caso la actividad debe ser principalmente del
sentimiento. El devoto debe delinear primero en la imaginación la forma
particular que él considera como especial manifestación de Dios. Hacer
luego consideraciones sobre ella, dedicándole sus sentimientos llenos de
afecto, admiración y reverencia. Se imaginará a sí mismo en compañía del
divino ser, asociado con Él en los incidentes de Su vida. Luego, cuando sus
sentimientos han llegado a la cúspide, hay que hacer un esfuerzo para pasar
de la forma exterior de la realización de los sentimientos y pensamientos
que animan a la divina forma en tan adorable modo, y pensar cómo ellos
dan origen a todo ese delicioso exterior; de esta forma los propios
sentimientos llegan a transformarse. Debería empezar por realizar en sí, con
ardiente devoción, las más sutiles características de la naturaleza divina.
Al principio podría considerar a Dios, manifestado en una forma
particular, como el dueño de todas las cosas, y ejecutar todos los actos de la
vida con el propósito de agradarle. Entonces empezaría a ver que las sutiles
cualidades, tan trascendentalmente manifiestas en la divina forma, aparecen
también, en cierta medida, en todas las demás formas, a la vez que
comenzaría a vislumbrarse que hay algo de la divina naturaleza en todas las
cosas, y que Dios compenetra todo aquello que posee y gobierna. Llevando
así su apasionado afán a una más sutil condición, el adorador empieza a
percibir a Dios en todas las cosas y a sentir por ellas un ardiente afecto,
dado que por su medio Él se manifiesta. Y, sin embargo, no necesita dejar
de adorar la muy amada forma, así como la madre, que al amar hermanos y
hermanas y a otros parientes y amigos, siente el más profundo cariño por su
hijito.
Un paso más avanzado es aquel en que el devoto pasa al principio y
origen del completo e incondicional amor y dádiva de lo que la forma
encarna, y en vez de pensar que existe algo divino en todas las formas,
descubre que todo existe en Dios, que cada cosa representa a Dios y le
reproduce, si bien no en Su plenitud, y que todo lo que hay en ella es Dios,
y si algo le parece malo o feo es porque está ausente de aquello que él sabe
que es divino, Sin embargo, todo lo que existe manifiesta a Dios, y
mediante cada cosa reconoce a Dios. Así como el devoto, que apenas se
atreve a contemplar los pies de su Salvador encarnado, le ama sin embargo
todo entero, así también, aunque no vea más que imperfectas
manifestaciones de Dios: sabe que por ellas está siempre en presencia de lo
divino.
Y si por la contemplación pudiera él llevar a esas regiones el ardor de su
personal pasión por la divina forma, estaría constantemente en el éxtasis de
Su Presencia, sintiendo que todas las cosas son formas de Él, y que todos
los actos han de ser obra Suya. En el curso de esta práctica habrá veces
también en que el devoto perderá el contacto, al avanzar, de las cosas que
claramente puede comprender. Puede encontrarse en la región de la
emoción indefinida, y ha de sentirse tentado a sumirse en las más familiares
formas; pero ha de esforzarse en mantener el ardor de sus sentimientos
mientras trata de penetrar lo que, a veces, parece el rarificadísimo aire de
las más elevadas concepciones de la Divinidad.

La Contemplación y La Adoración
Es posible, siempre, hasta cierto punto, encontrar la contemplación en la
verdadera adoración, Esta es una facultad diferente del pensamiento,
diferente aun del amor; es el yo pequeño que se encuentra a sí mismo en el
yo superior tal como si el sol reflejado en lo profundo de un pozo le echara
una mirada al sol en el cielo, y se sintiera liberarse de repente a una vida
más amplia. No se ha perdido, sino que se ha ganado a sí mismo. Tal es la
experiencia del hombre que de pronto se ve confrontado con la realización
de aquello que es muy superior a lo que él había pensado, Entonces olvida
lo que acostumbraba llamar su yo: la mente inferior ha llegado a ser una
con la mente universal.
Es el surgir de una nueva facultad. Con el cuerpo físico nos ponemos en
contacto con las cosas materiales del mundo; con Muestras emociones de
orden inferior nos regocijamos en su energía– con la mentalidad nos
ponernos en contacto con las leyes materiales que gobiernan todas las
cosas; con las emociones superiores, nuestros sentimientos intuitivos, nos
hacemos sensitivos a la vida del prójimo, y devotos de su bienestar y
felicidad; mas con esta facultad de la adoración nos ponemos en contacto
con el único Yo.
Emerson hablaba de esta facultad como el florecimiento y consumación
de la cultura humana. No siempre en el árbol de la vida la rama más grande
es la más elevada. En la etapa animal de evolución se ve que los poderes
físicos y emotivos se han desarrollado hasta cierto punto, a la vez que hay
también un pequeño crecimiento de la mente. En el ordinario nivel humano
este crecimiento mental se ha hecho dominante, y el hombre utiliza su
juicio para seleccionar sus deseos, para decidir qué sentimientos ha de
mantener en la mente y cuáles rechazar, si bien en él no hay todavía más
que débiles aspectos de la emoción humana superior, el instinto ético, y aún
antes que a sí mismo. En el hombre del tipo de santidad ese instinto ético se
ha desarrollado hasta que excede a la mentalidad, y en el la mente se ocupa
únicamente de irradiar para el servicio del gran corazón humano. Pero aún
tiene que desarrollar hasta sus más perfectas proporciones otra facultad:
esta realización del Yo divino, la facultad de adorar.
Es algo como el crecimiento de algunos árboles, como la palmera, cuyas
nuevas ramas surgen en la copa; veis primero un débil brote, casi escondido
en la más robusta fronda de anterior crecimiento, que luego se desarrolla
hasta hacerle sombra al resto del árbol. De manera semejante, esta facultad,
tan pequeña al presente, gradualmente, con el uso, ha de crecer en todo
hombre hasta predominar perfeccionando la vida humana.
La rapidez de su acción es un perpetuo milagro. El devoto de la belleza se
queda en extática adoración ante una gloriosa puesta de sol, ante la
majestad de las montañas, que en sus cimas sostienen los níveos símbolos
de la pureza; ante un enorme desfiladero, una magnífica cascada o un
furioso tifón. . . y cuando vuelve a su viejo y pequeño yo se encuentra con
algo de la belleza, la paz o la fuerza de aquello que contempló. Ver a Dios
es identificarse con Él. Quien con Él no se identifica, no le ve.

La Contemplación del Yo
Otra forma de contemplación, de gran predicamento en la escuela del sin
rival Shri Shankaracharya, es la de contemplar nuestra propia y verdadera
naturaleza. Mirad el cuerpo y considerad sus diversas partes. Observad una
mano; consideradla de intento como una mera forma disociada, hasta que
sepáis que "yo no puedo ser cosa extraña". Aplicad el mismo pensamiento a
cualquier parte del cuerpo. Miraos los ojos en un espejo y convenceos de
que ello tampoco sois vosotros. El sujeto y el objeto jamás pueden ser lo
mismo, y yo soy el sujeto, el preceptor, y no la forma, lo percibido.
¿Qué sois entonces? ¿La mente invisible que usa este agregado que se
llama cuerpo? Inspeccionad la mente como habéis examinado el cuerpo.
Habéis descubierto que no sois los dedos, los brazos ni los ojos. ¿Sois ira,
temor confianza, duda bondad, reverencia, orgullo, o cualquier otro de los
diversos modos de acción de la mente? ¿Se os ha de encontrar en sus
distintos modos de recibir el conocimiento? ¿Sois la razón, la percepción o
la facultad del discernimiento? De seguro que no. Estos son los elementos
que se agregan para componer la mente, y esta mente no puede ser mi yo.
La mente es sólo un agregado, un conjunto de cosas objetivas, algo externo,
y no mi yo. La observo y veo que no es el yo.
¿De dónde procede, entonces, el concepto de la individualidad? ¿Soy yo
esta personalidad, este Juan Pérez, o este señor González? De cierto que no;
es una mera reunión de asociaciones que uso temporalmente, que he
reunido a mi alrededor y en las cuales me he encerrado mediante una larga
serie de imperfectas imaginaciones. Ninguna otra persona puede hablar de
mí, alabarme o vituperarme; los demás únicamente conocen este algo
exterior. Si en el pasado me enamoré del cuerpo de la mente, me llegué a
infatuar de él, como Narciso con su reflejo en el lago, no hay ya necesidad
de que continúe en el mismo error. ¿Qué es entonces el yo, una vez que
habéis separado todas estas cubiertas externas? Esta pregunta sólo puede
responderla cada cual a sí mismo cuando alcanza su propia naturaleza
interna, después de haber apartado una tras otra las capas de la corteza
exterior, y roto la cáscara para dar con la sabrosa pulpa interna.
Sería un error suponer que a medida que el proceso de íntima
investigación continúa, se llega a descubrir que la propia naturaleza e más
indefinido. Tal idea surge de la errónea suposición de que sólo el cuerpo
externo tiene calor y está repleto del vino de la vida, mientras que lo interno
está helado y vacío. Algunos filósofos se han aventurado a decir que no
pueden hallarse aparte de la sensación corporal, pero eso es una definición
de que no puede sentirse uno despierto en el cuerpo sin alguna sensibilidad
del cuerpo, que no podernos pensar en el cuerpo sin sentirlo en algún modo,
lo que sin duda es cierto. Mas es posible perder de vista por algún tiempo la
existencia del cuerpo, y hallarse independiente y más allá de él.
¿Cuál es el resultado de negar, en esta contemplación, nuestra identidad
con los cuerpos exteriores y la mente? ¿Cuál es el efecto de llegar a la
conclusión de que la mente, con todo su contenido, es un instrumento que
usamos y no nosotros mismos? ¿Significa que el hombre interno se va
despojando de atributos, sin movimiento ni poder, incapaz de amar e
ignorante? No. Al seguir el procedimiento no os despojáis de atributos, sino
de limitaciones. La mente es más rápida y libre que el cuerpo, y por encima
de la mente está el espíritu, que es incomparablemente fugaz y libérrimo. Es
más posible el amor en la quietud del corazón que en cualquier expresión
exterior, pero en el espíritu, más allá de la mente, es esto de una realidad
divina. La razón y el juicio están siempre corriendo la vacilante evidencia
de los sentidos, más la visión del espíritu discierne la verdad sin necesidad
de órganos ni de mente.
Conclusión
Si os habéis dicho, "Yo quiero", escoged lo que necesitáis y no olvidéis
que mientras más cerca del corazón, de la Gran Ley esté vuestra elección
más pronto triunfaréis. Dad alas a vuestra fantasía e imaginaos que la
libertad, el poder, el amor y el conocimiento son vuestros. Vuestro carro irá
con la rapidez del relámpago, vuestras vestiduras tendrán el esplendor del
sol, y hablaréis con la potente voz de las esferas, El divino conocimiento
será vuestro alimento, y residiréis en el etéreo azul. Tendréis la resistencia
de las montañas, el poder de la tempestad, la fuerza del océano y la belleza
de la aurora; la triunfante luz del mediodía, la libertad del viento, la frescura
de la flor, la paz del crepúsculo y la pureza de las nieves eternas.
¿Pensáis que lo que digo es extravagante? Es cierto que no podréis
conseguir semejante triunfo en una breve vida de cincuenta años. La razón
os dice que toda una vida sería corta. Convenceos primero de vuestra propia
inmortalidad, y comprended después que el futuro está lleno de un
esplendor que excede los más elevados sueños de la imaginación, y que de
la elección que ahora hagáis depende tan excelsa conquista. La muerte no es
sino un episodio insignificante en la larga vida del alma. Pasamos por un
portal como un enfermo que deja su lecho de dolor para salir al sol. Si
ponemos el corazón en las cosas suprahumanas, seguramente lo
conseguiremos.
Si fijamos nuestra ambición en la vida humana, también lo
conseguiremos en el constante renacer. Creed en la inmortalidad, dadle alas
a la imaginación, y decíos "Esto está a mi alcance: LO HE DE
CONSEGUIR". Y el triunfo ha de venir más pronto de lo que esperáis.
Puede que tarde algunos miles de años. ¿Os asusta eso? Si es así, no habéis
querido sino deseado tan sólo, porque si hubierais querido sabríais que el
Resultado es seguro, y que lo que es seguro es lo mismo que si va lo
tuviereis. el pensamiento en vuestro ideal, que tarde o temprano ha de
realizarse, y, a la luz de semejante certeza, todo cuanto os pueda ocurrir
nada puede importaros, ni tampoco el camino que os lleve hacia esa
estupenda meta.
Acerca del Autor

Ernest Egerton Wood

Cuando era joven, Wood se interesó en la teosofía después de escuchar


las conferencias de Annie Besant, cuya personalidad lo impresionó
enormemente. Se unió a la logia de Manchester de la sociedad y en 1908
siguió a Besant, que se había convertido en Presidente de la Sociedad
Teosófica Adyar en la India. Wood se convirtió en uno de sus ayudantes,
trabajando con Besant y Charles Leadbeater, quienes llegaron a Adyar en
1909.
Wood observó el descubrimiento del niño Jiddu Krishnamurti por
Leadbeater, quien pronto declaró que Krishnamurti sería el vehículo para el
"Maestro del Mundo que viene". El relato de Wood de este descubrimiento
se encuentra en su autobiografía, Es Esto Teosofia?, Publicada en 1936, y
en dos artículos escritos después de eso.
A sugerencia de Besant, Wood se involucró en la educación, y después de
1910, se desempeñó como director de varias escuelas y colegios fundados
por la Sociedad Teosófica. Wood se convirtió en profesor de física, director
y presidente del Colegio Nacional Sind y el Colegio Madanapalle, ambos
colegios de enseñanza de las universidades de Bombay y Madras. Wood
promovió ideas teosóficas, realizó giras de conferencias y publicó
numerosos artículos, composiciones y libros sobre una variedad de temas
teosóficos, entre ellos un resumen de la Doctrina Secreta de Helena P.
Blavatsky. Dio conferencias en toda la India y viajó a muchos países de
Asia, Europa y América, y se reunió con el maestro espiritual Meher Baba a
bordo del barco Conte Rosso en abril de 1932.
Continuó residiendo en la India hasta el final de la Segunda Guerra
Mundial, cuando se mudó a los Estados Unidos.

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