1. ¿Cómo define el texto el concepto de virtud?
¿Cuál es el objetivo de una
vida virtuosa? (no 1803)
1803 “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de
honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta”
(Flp 4, 8).
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no
sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas
sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a
través de acciones concretas.
«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San
Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
2. Explica cada uno de los términos con los que el texto se refiere a las
“virtudes humanas” (no 1804)
1804 Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones
habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan
nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan
facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso
es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los
gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser
humano para armonizarse con el amor divino.
3. Enumera y explica brevemente cada una de las cuatro virtudes
cardinales (no 1805-1809)
1805Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama
“cardinales”; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la
justicia, la fortaleza y la templanza. “¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus
esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza” (Sb 8,
7). Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la
Escritura.
1806Laprudenciaes la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda
circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. “El
hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15). “Sed sensatos y sobrios para daros a la
oración” (1 P 4, 7). La prudencia es la “regla recta de la acción”, escribe santo Tomás
(Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a Aristóteles. No se
confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada
auriga virtutum: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la
prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide
y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los
principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que
debemos hacer y el mal que debemos evitar.
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar
a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud
de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de
cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la
equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con
frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus
pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por
favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15).
“Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que
también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4, 1).
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la
constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones
y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de
vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las
persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por
defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el
mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura
el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre
los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona
moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no
se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón” (cf Si 5,2; 37, 27-31). La
templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: “No vayas detrás de tus
pasiones, tus deseos refrena” (Si18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada
“moderación” o “sobriedad”. Debemos “vivir con moderación, justicia y piedad en el
siglo presente” (Tt 2, 12).
«Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma
y con toda la mente. [...] lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor,
que es los propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas las incomodidades,
que es lo propio de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es
lo propio de la justicia, y, finalmente, lo que le hace estar siempre en guardia para
discernir las cosas y no dejarse engañar subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo
que es propio de la prudencia» (San Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae, 1, 25,
46).
4. ¿Cómo se adquieren y para qué sirven las virtudes cardinales) ¿Qué
papel desempeña la Gracia en el desarrollo de estas virtudes? (no 1810-
1811)
1810Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos
deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y
elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la
práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.
1811 Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El
don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la
búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de
fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus
invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.
5. ¿Qué función cumplen las virtudes teologales? (no 1812-1813)
1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las
facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las
virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en
relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y
Trino.
1813Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano.
Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de
los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna.
Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser
humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13,
13).
6. Enumera los rasgos principales de cada una de las tres virtudes
teologales (no 1814-1829)
1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha
dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por
la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se
esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1,
17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Concilio de
Trento: DS 1545). Pero, “la fe sin obras está muerta” (St 2, 26): privada de la esperanza
y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo
de su Cuerpo.
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también
profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos [...] vivan preparados para
confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cf DH 14). El servicio y el
testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo [...] aquel que se declare
por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los
cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre
que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).
La esperanza
1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a
la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de
Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del
Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor
de la promesa” (Hb10,23). “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con
largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia,
fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).
1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el
corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los
hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento;
sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza
eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la
caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que
tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios;
esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22,
1-18). “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas
naciones” (Rm 4, 18).
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús
en la proclamación de las bienaventuranzas. Lasbienaventuranzaselevan nuestra
esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia
ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos
de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5).
La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra... “a donde entró por
nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en
el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo
de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con
la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se
alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo
que la esperanza nos hace desear.
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le
aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada
uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf
Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de
Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia
implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del
cielo unida a Cristo, su esposo:
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que
todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve
largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y
más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa
de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)
La caridad
1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas
por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos
“hasta el fin” (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos
a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso
Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced
en mi amor” (Jn15, 9). Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a
otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de
Dios y de Cristo: “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor” (Jn 15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8-10).
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10).
El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5, 44), que
nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc
9, 37) y a los pobres como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45).
El apóstol san Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es
paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es
decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la
injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo
lo soporta» (1 Co 13, 4-7).
1826 Si no tengo caridad —dice también el apóstol— “nada soy...”. Y todo lo que es
privilegio, servicio, virtud misma... si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13,
1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes
teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor
de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).
1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es
“el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las
ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y
purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del
amor divino.
1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad
espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor
servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al
amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19):
«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del
esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o
finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda [...] y entonces
estamos en la disposición de hijos» (San Basilio Magno,Regulae fusius tractatae prol.
3).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del
bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre
desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo,
corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (San Agustín, In
epistulam Ioannis tractatus, 10, 4).
7. ¿Qué son los dones del Espíritu Santo? Enuméralos (no 1830-1832)
1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los
impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza,
ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is
11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen
a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo
como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad,
gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad,
modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.).