Caton Saltillense
Caton Saltillense
EL
SALTILLENSE
DE TODA
LA VIDA
A R M A N D O F U E N T E S A G U I R R E , C AT Ó N ,
EL
SALTILLENSE
DE TODA
LA VIDA
COMPILADOR: JESÚS DE LEÓN MONTALVO
I NG. M A N OLO JIMÉN EZ SALIN A S
P residente M uniciPal de s altillo
SALTILLO, 2018
©D.R . G OBIERN O MUN ICIPAL D E S A LTILLO
©D.R . I NSTITUTO MU N ICIPAL D E C ULTUR A D E S A LTILLO
©D.R . JESÚS D E LEÓN MON TA LVO
ISBN: 978-607-8419-37-1
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A M O D O D E P R E S E N TA C I Ó N
Soy seguidor de las columnas de don Armando Fuentes Aguirre desde niño. Hoy es un
placer y un honor que a través del Instituto Municipal de Cultura de Saltillo se rinda
homenaje a una persona a quien respeto y admiro. Aplaudo su compromiso con la so-
ciedad saltillense y su incansable labor con la pluma. Admiro la facilidad de envolver-
nos con su lenguaje y su filosofía. La humildad y el cariño con que realiza su trabajo lo
han posicionado donde ahora se encuentra: uno de los escritores más queridos a nivel
nacional.
Con gran orgullo celebro su aniversario y estoy seguro que estos ochenta años son
apenas el principio de una gran leyenda. El cariño que profesa por nuestro Saltillo hace
de él un ciudadano ejemplar. Ciudadanos como don Armando hacen de esta sociedad
una más llevadera, porque su optimismo siempre aparece ante las adversidades socia-
les, que no son pocas. Pero ellos están ahí para recordarnos que el Sol siempre vuelve
a brillar y ellos mismos nos regalan un poquito de su luz.
Catón es un humanista en toda la extensión de la palabra. Sus temas lo convierten
en un hombre universal. Filosofía, música, letras, pintura, construyen al ser humano
que conocemos. Al ser humano que encaja en todos los círculos sociales porque siempre
tiene una palabra de aliento y una sonrisa qué ofrecer a su público. En este aspecto
radica su universalidad. Diría que Catón es un hombre de mundo, porque el mundo lo
quiere; pero no, Catón es nuestro. Por eso cuando me preguntan “¿a poco Catón es de
Saltillo?, con orgullo puedo responder “sí, es de Saltillo y de los saltillenses”.
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Agradezco a don Armando Fuentes Aguirre su incansable labor como cronista de
la ciudad a lo largo de estos cuarenta años, herencia invaluable para los ciudadanos.
Deseo sinceramente que su trabajo continúe rindiendo frutos y se conserve siempre
entre el cariño de los lectores.
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AC C I Ó N D E G R AC I A S
Nací en Saltillo. Pude haber nacido en París, Roma, Nueva York o Londres, pero algo
bueno hice en alguna existencia anterior, y Diosito me premió haciendo que en Saltillo
viera la primera luz.
Aquí vine al mundo. Y aquí, si el dueño de la vida y de la muerte no dispone otra
cosa, saldré de él. Nunca quise dejar esta ciudad, pues lejos me siento fuera de lugar.
Cuando voy a Monterrey, tan pronto paso por Ramos Arizpe empiezo a cantar aquello
de “qué lejos estoy del suelo donde he nacido…” Cuando me alejo de Saltillo, siquiera
sea un poco, experimento los síntomas de todas las enfermedades habidas y por haber,
aun de las más exóticas y raras. Si por males de mis pecados me sacaran de Saltillo
como se saca de raíz un árbol, conmigo sacarían también a la Catedral, la Alameda, el
Ateneo y la Normal.
En estos días he completado ochenta años de vida. La mitad de ellos he sido cronis-
ta de la ciudad. Debí ese privilegio a don Óscar Flores Tapia, ilustre saltillense. Llevaré
tal distinción hasta que a mí me lleven, pues el cargo que desempeño, a más de hono-
rífico, es vitalicio.
Venturosa edad es ésta mía, aunque ya corresponda a la que que Manrique llamó
en sus doloridas coplas “el arrabal de senectud”. Dios me ha dado hasta este día buena
salud y ánimo bueno, y eso ayuda a que los ajes del cuerpo y los alifafes del espíritu
no me hagan demasiado daño. También me fortalecen los seres a quienes amo y que
me dan su amor: mi señora —señora en el sentido de esposa; señora en el sentido de
dueña—, mis hijos y mis nietos, mis hermanos, mis amigos, mis cuatro lectores, la
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bondadosa gente que en los caminos por los que voy, juglar itinerante, me expresa su
afecto y me brinda su amistad.
De rodillas debería yo vivir, dando gracias al Señor por ser conmigo tan señor. He
dicho siempre que el Padre ama a todas sus criaturas, pero más a los niños y a los viejos.
A los niños porque acaban de salir de sus manos; a los viejos porque ya vamos a llegar
a sus amorosos brazos.
Doy gracias por todas esas gracias, y por mil más que no menciono. Todo es gra-
cia, decía Bernanos. Entonces por todo debemos dar las gracias, incluso por lo que no
entendemos. ¿Qué podemos entender los hombres? Apenas unas cuantas letras y unos
pocos números. Al fin de la jornada te das cuenta que la vida no es cuestión de enten-
dimiento, sino de sentimiento. El arte de vivir, he aprendido, consiste en ser feliz y en
dar felicidad a los demás.
Doy gracias a mis padres y a los de mi compañera, segundos padres para mí. Doy
gracias a María de la Luz, la mujer sin la cual no habría sido yo pleno hombre; mis
castillos en el aire caerían sin los cimientos que ella les pone. Doy gracias a Luly, mi
adorada hija: en este libro está lo que de mí ha guardado con amoroso celo. Expreso
mi particular agradecimiento a Manolo Jiménez, joven y talentoso político de quien
Saltillo ha recibido mucho bien; a Iván Márquez, gran promotor cultural que enriquece
a nuestra ciudad con su trabajo; a Elsa Tamez, a Jesús de León Montalvo, a Cristina
Araiza y a Víctor Mendoza, quienes pusieron su talento y dedicación en este homenaje
al cronista que se esforzará hasta el fin de sus días en merecerlo.
Y especialísimas gracias doy a mis paisanos saltillenses. Ellos han hecho que sea
yo profeta en mi tierra. Me acerco al final de mis días con ánimo sereno, alegre y sin
espinas en el alma. Si algo me apena es el pensamiento de que he recibido mucho y he
dado muy poco. El honor que el Cabildo de mi ciudad me hace al editar este libro es
otro inmenso honor. A quienes me han favorecido tanto, les digo que los días que me
quedan los dedicaré en alma y cuerpo a dar lo mejor de mí a esta amadísima ciudad. Y
les digo también que si el buen Dios, por su infinita misericordia, perdona mis pecados
y voy a dar al cielo, San Pedro tendrá que atarme con cadenas para que no me regrese
acá, a Saltillo.
Verano de 2018.
En mi casa de la antigua calle de Santiago,
esquina con el callejón del Caracol
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Armando Fuentes Aguirre, Catón, en su casa de General Cepeda, esquina con el callejón del Caracol
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
U N S A LT I L L E N S E P A R A D I G M ÁT I C O
Dentro de los cronistas urbanos, Armando Fuentes Aguirre, Catón (Saltillo, 1938), es
una excepción que debería ser la regla. Además de ser un escritor que entrega un espejo
en el que cotidianamente se ven sus conciudadanos, es una especie de paradigma de
lo que debiera ser el saltillense ideal. Catón podría verse como la personificación de
aquellos rasgos y conductas que definiríamos como idiosincrásicamente saltillenses.
Esto nos lleva a preguntarnos si los cronistas de otras ciudades del país tienen
una relación tan estrecha, un vínculo tan consustancial con sus respectivas ciudades.
Tal vez sólo la Ciudad de México haya tenido varios de estos cronistas, quienes crean
una especie de extraña dinastía, al mismo tiempo singular y emblemática. La línea va
de Artemio de Valle-Arizpe (saltillense, para más señas) pasando por Salvador Novo
(coahuilense de formación) y termina —por el momento— con Carlos Monsiváis.
Cada uno de estos exponentes se define por una actitud ante la historia y la cultura
que, al mismo tiempo que los ubica, reinventa su tema: la ciudad.
Armando Fuentes Aguirre ha escrito variadas crónicas de la cotidianidad local. Su perma-
nencia en su desempeño es un hecho insólito en Saltillo, cuya larga historia de cerca de 450
años sólo ha registrado la existencia de tres cronistas que han alcanzado, aparte del reconoci-
miento público, el nombramiento oficial: José García Rodríguez, Sergio Recio Flores y Catón.
En las columnas de Catón encontramos sucesos de nuestra historia, pero también anécdo-
tas, relatos curiosos y descripciones de personajes atípicos de las regiones y ciudades mexicanas
a donde lo lleva, día tras día, su actividad de conferencista. En el libro Los caminos del juglar.
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Un paseo por la vida de Armando Fuentes Aguirre, Catón (2009), el cronista de la ciudad
de Saltillo afirma que, aunque sabe que es el editorialista más leído del país, él preferi-
ría ser ponderado como “el más querido” (p. 21).
He llegado a pensar que la razón por la que los saltillenses leemos a Catón es por
el temor de que, si alguna vez faltamos a esa costumbre, algo terrible podría pasarle a
nuestra amada Atenas del Noreste, y eso en verdad es un tema de reflexión. Catón, en
su inconmensurable amor por esta ciudad, nos preserva de desaparecer, igual que los
habitantes de Macondo en Cien años de soledad.
¿Qué mejor reconocimiento para un cronista que ofrecer un libro que reúna una
selección de sus obras y de las opiniones que las mismas han suscitado? ¿Qué institu-
ción más idónea que el Ayuntamiento de su ciudad natal para realizar este merecido
homenaje?
En este libro, Armando Fuentes Aguirre es reconocido y ponderado por personas
afines a su ocupación, pero también por aquellos que no sólo ejercen tan digno y noble
oficio. Catón tiene seguidores dentro de la farándula, la televisión, las bellas artes. Tie-
ne colegas de otras partes que opinan sobre él y lo elogian, así como amigos cercanos,
que desde la aparente cotidianidad de sus relaciones afectivas, nos dicen cosas revela-
doras sobre el personaje.
Este mosaico tan diverso, también contiene imágenes de valor incalculable, que
pertenecen a la colección particular de Luz María Fuentes de la Peña, hija de nuestro
cronista. El resto de las fotografías fueron tomadas por Víctor Mendoza, fotógrafo del
Instituto Municipal de Cultura, durante el proceso de edición de este libro que, desde
diferentes ángulos, retrata a Armando Fuentes Aguirre: el amigo, el maestro, el colega,
el periodista, el humorista y, por supuesto, el ser humano.
Catón es esto y mucho más. Cualquier administración alcanza con este gesto uno
de los logros más significativos.
Honor a quien honor merece.
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Armando Fuentes Aguirre con Ronald Reagan, cuando fue gobernador de California
Colección: Luz María Fuentes
Circa: 1967
Armando Fuentes Aguirre con John Volpe, gobernador de Massachusetts
Colección: Luz María Fuentes
Circa: 1960
L A I N FA N C I A E N SA LT I L LO
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Armando Fuentes Aguirre aprendiendo a caminar de la mano de su mamá en la casa de Radio Concierto
Colección: Luz María Fuentes
Circa: 1939
giosamente a misa y al rancho, que ver las películas en blanco y negro, lo cual delegó
después a sus hijos cuando éstos crecieron.
“Por primera vez nos enlazamos, de diez a once de la noche, para transmitir La
Hora Nacional”, decía el locutor el domingo 25 de julio de 1937, a las 22:00 horas, con
tal entusiasmo como queriendo ser escuchado a lo largo y ancho del país por un gran
auditorio, a través de todas las estaciones de radio donde ya eran populares, desde
1934, las nuevas canciones de Cri-Crí, El Grillito Cantor, estrenadas en la XeW.
“Hemos de expropiar el petróleo si las cosas no mejoran”, se oía exclamar en el Pa-
lacio Nacional al presidente Lázaro Cárdenas, cuyo gobierno a partir del 1 de diciembre
de 1934 y tras la expulsión de Plutarco Elías Calles en 1936, había puesto en alerta a
muchos por sus afanes de una educación socialista y el reparto agrario. “Sí, sí”, se oían
al eco los colaboradores, al instante en que aplaudían en su última gira por Yucatán y
le presentaban un ejemplar del periódico El Nacional, fechado el 4 de agosto de 1937,
cuyo encabezado destacaba en mayúsculas y a dos pisos: “La revolución hará el reparto
de las haciendas henequeneras”.
Se hablaba en el periódico de la grandiosa manifestación al presidente y del re-
novado entusiasmo del pueblo yucateco durante el discurso. “Con los henequenales,
reciben los campesinos mínima compensación por la sangre derramada en sus luchas
por la tierra”, subraya un breve epígrafe.
Y meses después, en pleno ajetreo internacional, mientras Alemania anunciaba
el nacimiento de un nuevo orden, aquí muy cerca, en la entonces silenciosa ciudad del
aire acondicionado, doña Carmelita anunciaba el nacimiento de un nuevo varón. Era el
8 de julio de 1938, un día de poco frescor en el ambiente y de mucha calidez también
en la familia Fuentes Aguirre.
“Qué hermoso bebé”, exclamaba la nana Lucía, meciendo amorosamente al re-
cién nacido, mientras se escuchaban comentarios a granel sobre el polémico libro del
famoso coahuilense Vito Alessio Robles, Mis andanzas con nuestro Ulises, recién salido
en 1938 de las prensas de Ediciones Botas y que era una semblanza en contra de José
Vasconcelos, uno de los personajes culturales y políticos más populares y controverti-
dos de la época.
Don Vito Alessio Robles acababa de ser muy cuestionado, como representante de
los profesores del Ateneo Fuente de Saltillo, por una entrevista con el presidente Láza-
ro Cárdenas, en unión de varios jóvenes estudiantes que representaban a los alumnos,
para arreglar un conflicto surgido en aquel glorioso instituto.
Lucía, la nana del recién nacido, entendía poco de esas cosas de libros y de historia-
dores, pero sí de ternura y atenciones con la criatura de los Fuentes Aguirre. “Déjame a
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mí también verlo y cargarlo en mis brazos”, replicaba con voz de viejo querendón don
Mariano Fuentes Narro. Y le hacían segunda el consuegro de éste, José María Aguirre
Narro, papá Chema, y doña Liberata Flores de Aguirre, mamá Lara, mujer dedicada a sus
hijos y a los rezos a San Francisco, santo varón de su dilatada devoción.
El abuelo Mariano Fuentes Narro, perteneciente a muy antiguas familias de gran
tradición saltillense, no cabía de gusto ante el anuncio de una nueva rama de su árbol
genealógico, y cómo anhelaba que su difunta esposa, doña Felipa Flores de Fuentes,
hubiera contemplado aquella criatura a la que él veía con singular ternura, como se ve
la prolongación de la vida en los seres que son regalo y compromiso en el seno de un
hogar: el de los Fuentes.
Armando Sergio, como fue bautizado de inmediato, llegó entre dolores de parto de
una nueva sociedad mexicana sacudida por los efectos del decreto de la expropiación
petrolera en marzo de 1938, así como por la Guerra Civil española y la inminencia de
la Segunda Guerra mundial, pues cuando el pequeñín apenas abrió los ojos, el perió-
dico El Norte de Monterrey, que empezó a circular su primer número el jueves 15 de
septiembre, dio a conocer la conferencia entre Chamberlain y Hitler en un intento des-
esperado de Londres por dar el último paso contra la conflagración que tenía en vilo a
los habitantes de Berlín.
Alemania celebraba el pacto de Múnich del 28 de septiembre de 1938, merced al
cual obtuvo los territorios que reclamaba de Checoslovaquia. Y un año después, el 1°
de septiembre de 1939, tras la invasión de Polonia, la estrujante realidad abrasó a los
primeros dos países: Francia e Inglaterra, terminando por incendiar a muchos más,
incluyendo a México, a donde empezaron a llegar ese año los republicanos españoles
asilados por el presidente Cárdenas.
Tata Lázaro terminaría su periodo gubernamental en 1940 y desde 1938 habían
empezado las movilizaciones políticas, lo que llevó a los empresarios de Monterrey,
además de fundar el periódico El Norte, a promover otras iniciativas, pues ya había
arrancado la organización de la oposición a nivel nacional hasta culminar con la crea-
ción de nuevas siglas: Partido Acción Nacional (Pan), ya que don Manuel Gómez Morín
insistía en que “la política es el camino más ancho para la caridad”.
¿Y si la situación se complicaba a la hora de la hora? ¿Y si Estados Unidos era
arrastrado a la Guerra? ¿Y si Hitler era en verdad un loco o un guía iluminado? ¿Y si…?
Tantas dudas se arremolinaban en el ánimo, porque las cosas estaban para pensarse en
lo nacional y en lo global.
Imposible que no se alterara la tranquilidad del pequeño industrial que era don
Mariano Fuentes Narro quien, dedicado a ganarse la vida con el trabajo de sus manos
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en la fabricación de pastas para sopas, no sabía lo que podría ocurrir con su futuro y el
de sus seis hijos en caso de avanzar la susodicha guerra mundial, tan difundida por la
radio y la prensa. Él había conformado una familia no de ricos ni de potentados sino de
gente laboriosa, y la sombra de la incertidumbre pesaba en el ambiente.
En cambio, don Mariano Fuentes Flores no se “arrugaba” —como se dice ahora—
pues como nuevo padre de familia sabía que tendría que contar con una reserva moral
para seguir adelante y garantizar un porvenir promisorio a los suyos. Sus estudios en el
antiguo colegio de San Juan Nepomuceno, a cargo de los jesuitas, lo habían nutrido de
algo más que del título de tenedor de libros y contaba con una seguridad en sí mismo
que envidiaban quienes lo conocían.
Doña Carmen Aguirre de Fuentes, cuyos orígenes familiares se remontan a Ar-
teaga, Coahuila, contaba que sus padres, José María Aguirre Narro y Liberata Flores
de Aguirre, habían emigrado a General Cepeda, por el rumbo de Torreón, donde ella
consolidó un férreo carácter a prueba de retos en sus primeros años de vida, cuando ya
alboreaban en el horizonte los primeros destellos de la Revolución mexicana. Niña aún,
nacida en 1903, había llegado alrededor de 1909 a Saltillo, que le abrió las puestas de
una escuela primaria para dar pie a sus inquietudes de precoz declamadora, poeta, es-
critora, directora de teatro y fundadora del círculo literario María Enriqueta.
Y fue dicha ciudad también la cuna de otro descubrimiento afortunado en su vida,
cuando conoció a quien sería su amoroso cónyuge durante décadas, y con quien pro-
crearía, además de Jorge y Armando, a Odila y a Carlos.
Cómo evoca don Mariano Fuentes Flores aquellos días en el antiguo colegio de San
Juan Nepomuceno, donde había estudiado también don Isaac Garza y su hijo don Eu-
genio Garza Sada, los pilares de la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey desde 1890.
También se encontraron ahí, como compañeros de primeras letras, a don Vito Alessio
Robles y Emilio, el hermano de don Francisco I. Madero.
Su edificio —convertido hoy en Museo de las Aves— y sus viejas instalaciones son
un rumor de voces perdidas en el tiempo, como perdidas en el tiempo están quedando
las antiguas tradiciones de los bailes de disfraces, desfiles de carros alegóricos, com-
bates de flores y cascarones llenos de confeti, al poner fin con júbilo al carnaval, a la
alegría profana que quedaba atrás en la Cuaresma y en la Semana Santa, a las que con
tanto respeto se apegaban don Mariano y los suyos, cubriendo los grandes espejos de
sus casas con severos lienzos negros e imponiéndose sacrificios y mortificaciones por la
significación de las fechas.
Doña Carmen Aguirre de Fuentes, a su vez, no cesaba de enseñar a su hijo mayor
a declamar el prolongado monólogo El Cascanueces, y promovía con fervor el teatro en
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Saltillo, para ganarse con todas las de la ley el título de audaz precursora del feminismo
—aunque ella misma nunca se asumiera como feminista—, pues le apuraba mucho ser
plenamente mujer cuando era difícil serlo, y con sus obras luchaba por la defensa de los
derechos de la mujer y lo decía a voz en cuello. Escribir poesía le gratificaba plenamen-
te, pero leer todavía le era más placentero, así que en aquella vieja casona de General
Cepeda sur Núm. 443, esquina con Caracol, no faltaban las amenas tertulias y veladas
literario-musicales, con un hermoso piano al centro.
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mujeres. Además, las principales cuatro promotoras del arte llevaban el mismo
nombre: Carmen. En el ballet, Carmen Guerra de Weber; en la pintura y la músi-
ca, Carmen Harlan Laroche; en la danza folklórica, Carmela Valdés; en la poesía y
el teatro, Carmen Aguirre de Fuentes.
Hablan los muebles de la casa. Sus voces no se escuchan por el día, pero en las noches
se oyen claras. Ayer, en la duermevela de la madrugada, sentí como un quejido. Prendí
la luz y vi abierta la puerta del ropero que perteneció al abuelo, primer dueño de estas
tierras. Me puse a hurgar en los cajones, para pasar el tiempo, y hallé un papel que
pondría fin a las diferencias por cuestión de límites con el vecino.
Yo no digo que aquí haya un misterio. Lo que digo es que en todo hay un misterio.
Queda en las cosas algo de sus dueños, una especie de aroma desvaído de lo que fue y
ya no es. En esta casa del Potrero, de vastos aposentos y largos corredores, se oyen aún
antepasados ecos. Rieron las señoritas en la sala; hablaron de dinero en el despacho
lo señores; lloraron su pena en la capilla las madres de los niños muertos. Ahora los
muebles dejan salir esas antiguas voces.
Yo las oigo en el silencio de la duermevela y me parece que muerte y vida son lo
mismo, que decir “hoy” y decir “ayer” es la misma cosa. (Columna Mirador de Grupo
Reforma).
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Conchita Fuentes Flores, la tía de los pequeños Jorge, Armando, Odila y Carlos, no
cesaba en su afán por compartir el tiempo con los niños y contribuir en su educación,
con un método que tenía como centro el amor, la paciencia, la comprensión. Igual lo
hacían Beatriz, Amelia y Adela, las hermanas de doña Carmen.
Cuánto calor humano había alrededor de aquellas figuras hieráticas de los Fuentes
Aguirre, como las dos hijas profesoras de la abuela de Jorge, Armando, Odila y Carlos;
profesoras que un día se quedaron sin sueldo a causa de una huelga y la anciana mujer,
ocupado su pensamiento en el conflicto, una noche que recitaba la letanía del rosario,
en lugar de decir “Reina de los confesores”, dijo “Reina de los profesores”, causando
la hilaridad de los chiquillos durante una de las posadas religiosas de aquellos años en
que la Navidad tenía un hondo sentido espiritual.
Oh, la Navidad. Cuánta nostalgia revive aún en la memoria de quienes vivieron
esta fiesta —la más bella del año— durante la década de 1940 en la silenciosa ciudad
de Saltillo en aquel tiempo que parecía inmóvil. El nacimiento, por ejemplo, tenía figu-
ras de barro: un gallito, un ángel tornasolado y un burrito que fueron propiedad de los
abuelos, de principios de ese siglo.
“¡Cuánta vida en verdad hay en las cosas!” publicó un día el ahora culto e ilustre pe-
riodista. Los antiguos creían que lloraban. Sunt lacrimae rerum, escribió Virgilio en el libro
primero de La Eneida. Yo digo que las cosas también sonríen. Saben que el recuerdo pone
una leve tristeza en las pasadas dichas, y un tenue velo de alegría en las penas de ayer.
Este tren sube y baja por los montes; pasa por un airoso puente sobre el lago en que
nadan dos cisnes impertérritos; entra en un túnel, y cuando sale lanza el viento, como
aliviado, el jubiloso clamor de su silbido. Este pequeño tren pone en el aire una espiral
de humo. Por ella sube el son de la campana hasta llegar al ángel.
Este tren de juguete da vueltas y vueltas en torno al árbol de la Navidad, y no se
cansa nunca. Lo ven mis nietos, sentados en semicírculo junto a la vía, y yo los veo a
ellos, y en ellos me veo yo. Nunca se ha ido el niño que en mí vive. Eso me ayuda a ver
las cosas de hoy con mi mismo asombro y la misma alegría con que las vi cuando era
pequeño.
Aún lo soy, loado sea el Señor. Vivo en perpetuo gozo de la vida. Tengo infantil el
corazón. Cuando se me haga viejo yo seré viejo también. Pero todavía no. (Columna
Mirador de Grupo Reforma).
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de un leve refrigerio. Y cuánta ilusión despertaba en el pequeñín no encontrar a la ma-
ñana siguiente ni los buñuelos ni la leche.
Uno de esos fríos días, camino al rancho, el padre de Armando le mostraba la
lejana silueta de los pinos sobre los riscos de la sierra y le decía: “Es el cortejo de los
Reyes Magos.” Él, niño de pocos años, miraba los árboles diminutos en la distancia, y
descubría en ellos la forma de un caballo, de un elefante, de un camello, y hombres
con turbante que cargaban baúles con regalos. Volvía a ver la altura al día siguiente y
le parecía que el cortejo había avanzado, y que empezaba a descender por la falda de
la sierra para llegar hasta su casa.
“Ha pasado ya más de medio siglo —cuenta ahora el escritor—, y cada vez que por
estos días veo el perfil de la montaña vuelvo a oír las palabras de mi padre. Hace 25
años las dije yo a mis hijos, y ayer las dije a mis pequeños nietos. Si Dios quiere ellos
dirán también esas palabras a sus hijos, y a los hijos de ellos. Éste es otro cortejo. Vamos
en él mi padre y yo, mis hijos y mis nietos, y mil queridas sombras que antes fueron y
que aún no son. Es el cortejo de la vida, con su baúl cargado de regalos”.
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Los espacios de la casona eran propicios para ello, y no se desperdiciaba un día
en nada que no tuviera que ver con la cultura y la fraternidad. Ahí, cabalmente ahí, el
pequeño Armando empezó a asimilar la fruición de la inspiración poética y a roturar el
sendero de la literatura y música, entre ruidos de máquinas de la fábrica de su abuelo
y el cintilar de los rayos artísticos de los grupos de adultos que inundaban los salones.
El abuelo era paciente con los niños y llenaba su soledad de viudo con las risas can-
tarinas de los amiguitos de ellos que iban a jugar a “ladrones y policías”, por ejemplo, o
a otras ocurrencias espontáneas, pletóricas de imaginación e ingenio, pues los infantes
tenían poca noción de los desastres que alrededor del mundo dejó el encontronazo de
los aliados contra Alemania, Japón e Italia, hasta septiembre de 1945.
A los cinco años de edad, Armando y sus compañeros de colegio hicieron la pri-
mera comunión, y el buen padre Secondo pidió a todos que antes de recibir a Jesús
Sacramentado fueran con sus padres y les pidieran perdón por sus faltas de niños. Los
chiquillos buscaron, cada quien, a sus papás y ahí en la banca les pidieron perdón.
La escena permanecerá imborrable en la mente de muchos de ellos cuando ya gran-
des, como Armando, evocarían: “No entendimos aquello; a los cinco años no es necesario
entender nada. Pero ahora creo saber lo que aquel santo padre nos quería enseñar. Pri-
mero, que no estábamos pidiendo perdón a nuestros padres por las faltas que habíamos
cometido —¿qué faltas podían ser aquellas?— sino por las que íbamos a cometer. Ellos, al
fin papás, las perdonaban todas por adelantado. Y otra: el perdón de Dios sólo se puede
hallar íntegro y pleno en el perdón de aquellos a quienes ofendimos”.
Después de la misa, hubo pan y chocolate en el domicilio de los Fuentes Aguirre.
Y los días siguientes volvió a ser escenario de juegos y “escondidas” de los niños. Mi-
guel Ángel Arizpe, uno de los chiquillos que frecuentaba a Armando en esos rincones
de la casa de General Cepeda y Caracol, provocaba en los mayores la hilaridad por el
atrevimiento de convertir a sus compañeros en animados locutores de una estación de
radio, pues le bajaban el volumen al aparato justamente mientras duraban los comer-
ciales, y ellos se entrenaban como anunciantes a la espera de una nueva melodía por
la frecuencia preferida.
La radio tenía un embrujo especial para aquellos niños, como lo tiene la televisión
para las criaturas de hoy, pues Adolfo Hitler, en Alemania, y Franklin Delano Roosevelt,
en Estados Unidos, hicieron el primero de estos medios de comunicación casera un
recurso muy útil para sus intereses políticos y le acarrearon gran fama.
Además, estaban de moda las radionovelas y las series dedicadas a personajes fa-
mosos. Y fue en una de estas series —donde doña Carmen Aguirre de Fuentes perso-
nificaba a Juana de Arco— que el pequeño Armando tuvo su primer “papel” teatral: el
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director le entregó un papel de celofán para arrugarlo ante el micrófono y hacer así el
sonido del fuego que consumía a Juana.
Pero además de la radio, la escuela primaria del colegio Ignacio Zaragoza, de los
lasallistas, entretenía sobremanera y dejaba tiempo, después de las tareas, para que el
pequeño Armando desahogara sus inquietudes y travesuras, así como para dar curso a
su incipiente afición por los libros. Y ni el cambio a una escuela Anexa a la Normal, en
sexto año de primaria, descarriló el entusiasmo de aquel niño que despertaba a la pu-
bertad entre volúmenes de diversos autores, y escritos de su madre, sin faltar los textos
de los deberes escolares y la asistencia a los oficios religiosos.
Sin embargo, en un pasaje autobiográfico, Armando, personificado por Jean Cusset,
reniega de aquellos que en esos días “en nombre de Dios, pusieron el miedo en los hu-
manos y nos quitaron el gozo de vivir haciéndonos creer que todo es pecado. Maldigo a
quienes nos dijeron que el cuerpo es algo sucio, y que así nos ensuciaron el alma. Maldigo
a quienes nos hicieron sentir, aun siendo niños, el peso de la culpa. Por ellos —en pala-
bras de Jean Cusset— soñé pesadillas de infiernos y demonios. Por ellos tuve una idea
torcida de Dios. Ellos me llevaron a oscuros pensamientos que de milagro no me volvie-
ron carne de psiquiatra. Corrompidos, todo lo que tocaba con su desviada forma de creer
lo corrompían. Mi vida en cierta forma ha sido un esfuerzo cotidiano para liberarme de
las mentiras que ellos me enseñaron, para recuperar la belleza, la verdad y el bien que
me quisieron arrebatar”.
De todo tiene que haber en el trajín diario de una vida llamada a involucrarse en las
profundas interrogantes sobre la trascendencia del ser humano. Y de todo hubo en esa
infancia inquisitiva del futuro escritor saltillense que hoy evoca cómo gozaba bucólica-
mente las vacaciones con sus padres y hermanos en el rancho El Refugio, recorriendo sus
inmensas praderas.
Las luciérnagas fueron, hace mucho tiempo, el misterio y ornato de mis noches de
niño. Caía la noche sobre el campo y se encendían y apagaban los cocuyos, como si la
oscuridad abriese y cerrase sus mil párpados.
Ayer fui al campo y lo vi lleno de luciérnagas. Las hojas de los árboles dejaban
resbalar gotas de lluvia, y las briznas de hierba, humedecidas, tenían el resplandor de
un brillo nuevo. Las luciérnagas eran como un silencioso estallido de fuegos artificiales.
Recordé cómo las aprisionábamos en frascos de cristal para luego, ya en la
cama, ver que el cuarto se iluminaba con esplendores mágicos. Y pensé que eran
mejores aquellos días, cuando uno tenía tiempo para buscar la luz aunque fuese en
una luciérnaga.
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En fin, quizá después vendrán tiempos mejores, y podremos detenernos a pensar si
las estrellas son luciérnagas enormes, o si son las luciérnagas estrellas pequeñitas. (Co-
lumna Mirador de Grupo Reforma).
Su tío Federico Sánchez le dio, además, unas vivencias exclusivas a esa edad, pues
como ingeniero agrónomo, amó el campo y lo hizo producir e inclusive le tocó traer a
México ganado vacuno de alto registro; de modo que el pequeño Armando se sobreco-
gía al lado de aquellos enormes toros de altisonantes nombres: Corsario Negro, Mariscal
de Campo y de aquellas majestuosas vacas —La Palma, La Chavira— que daban leche
en abundancia y que la querida tía Beatriz repartía entre los suyos.
En esas mismas tierras de un verde purísimo se contempla él mismo contagiándose
con los afanes literarios y teatrales de su señora madre, con sombrero de paja, compo-
niendo versos debajo de un árbol, que ya nada más en sus versos es un árbol. De todo
ese manojo de influencias y de todas esas visiones, en cierta forma, Armando Fuentes
Aguirre comenzará a escribir desde los diez años de edad.
Muy escondido, pero bien identificado en parte de su biblioteca, Fuentes Aguirre
conserva un pequeño diario de apuntes donde están sus primeros ensayos cortos sobre
mitología griega e historia sagrada, además de otros temas que superaban los alcances
de los niños de esa edad. No lo muestra a cualquiera —“por pudor”, dice—, pero se
recrea a veces releyéndolo y lamentando que esté algo maltratado por el tiempo.
Cuando yo era niño, en mi casa no faltaba nada. Tampoco sobraba nada, sin embargo.
Modesto empleado de oficina era mi padre, así que el dinero se destinaba a lo más
indispensable: una buena alimentación y un buen colegio.
No obstante, nos dábamos grandes lujos. Los cumpleaños se festejaban con una vi-
sita a la nevería. Un sundae, lo más barato del menú, era delicia celestial. Los domingos
acompañábamos la comida con refrescos. Si había una película de Disney, íbamos todos
en caravana a verla.
Mi padre tenía su propio gran lujo: Selecciones del Reader’s Digest. Mes tras mes
lo compraba con devoción puntual. Lo paladeaba despacito, como nosotros nuestro
sundae. Leía un artículo cada día nada más. Luego lo comentaba con nosotros o daba
autoridad a su conversación con los antiguos trayendo a cuento datos sacados de la
revista.
Cuando llegaba el nuevo ejemplar, el anterior pasaba a nuestra pequeña biblioteca en
calidad de libro. Entonces lo leíamos nosotros. Lo que más me gustaba y leía era “La risa,
remedio infalible”. Consultaba en el diccionario las palabras que no entendía; me aprendía
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Armando Fuentes Aguirre en unas vacaciones en el campo
Colección: Luz María Fuentes
Circa: 1943
los chistes casi de memoria y luego se los contaba a mis amigos con enorme éxito. Quizá
ahí se encuentre la semilla de mi afición al humorismo y de mi gusto por la palabra escrita.
Con su revista, Reader’s Digest nos brinda amable compañía, enriquece nuestra
conversación, nos muestra las mil y mil bondades de la vida y pone en nuestras manos
la risa, seguro medicamento contra los males del cuerpo y del espíritu.
Ayer fue Selecciones la revista de mi padre. Hoy la recibo yo todos los meses: cada
año, mis hijos, que también la leen, me regalan una suscripción. Con esas palabras
agradezco de corazón a Reader’s Digest todas las cosas buenas que ha puesto en nues-
tras vidas. (Columna Mirador de Grupo Reforma).
No era sólo el beisbol el que atrapaba sus inquietudes infantiles, aunque sí era el
deporte que le ponía a prueba sus piernas de gacela y ligereza física para “robar” las
bases; ni eran las complicadas maniobras que hacía para “apantallar” a sus amiguitos
con el balero y el trompo de madera; ni las delicias de los famosos “garapiñados” lo
que más recuerda Catón de aquella década. De todo hubo en su formación integral que,
andando el tiempo, lo llevaría a ser eximio representante del oficio de juglar y cómico
de la lengua.
“Vamos, por aquí… Tenga cuidado”, era la advertencia de quienes conducían al
grupo de aquellos pequeños rumbo a la Catedral. No era un paseo frecuente, porque
los chiquillos iban por lo común a la iglesia de San Juan, de modo que ir a Catedral se
convertía en un paseo especial, ya que al contemplar de frente o de lado la monumental
obra arquitectónica, antes y después de los rezos, la tentación de subir al campanario y
mirar la ciudad desde lo alto, no dejaba otra salida más que el arrojo.
Cómo les atraía a esas generaciones el ir y venir de feligreses cada 6 de agosto,
durante las fiestas del Señor de la Capilla, con todo el folklor propio de la fecha y las
fervorosas celebraciones dentro de aquella iglesia, alma y corazón de Saltillo desde
tiempos inmemoriales.
Pero un día murió el abuelo. Fue el año de 1949, y a los once años toda ausencia
deja un vacío insondable. Se fue sin muchos aspavientos, pues todavía su rostro dibujó
una sonrisa delicada a la hora del adiós definitivo. Armando lo vio y lo vivió con entere-
za. Y se solidarizó con su padre en aquel trance de dolor, aunque su edad apenas diera
para comprender semejante prueba.
La casona —sus enormes espacios, su embrujo familiar— pasó de inmediato a
manos de don Mariano Fuentes Flores y significó todavía más el área vital de Jorge,
Armando, Odila y Carlos, pues debieron anudar esfuerzos y compartir vivencias en el
difícil arte de aprender a volar con las propias alas.
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“Dámelo, dámelo, es mío”, chillaba Armando en la pelea por la posesión de un
juguete con Jorge. “Mira, entonces si yo te doy ese carrito a ti, tú no le muevas a Odila
su muñeca de la camita”, condicionaba el hermano mayor, en tanto la chiquilla se refu-
giaba, como cotidianamente, todas las tardes, en el regazo de mamá Carmen. “Carlitos
apenas camina pero ya va a venir a jugar con nosotros, amiguitos, y nosotros lo vamos
a cuidar”, se sinceraban Jorge y Armando.
La animación no cesaba en aquel solar de recia construcción ni se rompía la uni-
dad con nada dentro de aquella familia de rica tradición saltillense.
Cómo gozó Armando el día en que empezó a cursar la educación secundaria en
la escuela Anexa a la Normal. Parecía descubrir en su nuevo grado todo un caudal de
sorpresas como las que encontraba en cada página de un libro o en la charla amena con
los otros estudiantes de la misma edad. Por otra parte, muy adentro de aquel chamaco
se avivaba la emoción por la pronta elección de carrera, donde las letras jugaran un
papel muy importante, si bien es cierto a los doce años ya soñaba con la música y las
ansias de dirigir una orquesta le salían a borbotones por todos los poros. A los catorce
obtuvo su credencial de locutor y en una estación de radio participó en un programa al
que él mismo bautizó como Concierto, y que pasaba todos los días a las dos de la tarde.
El hoy polifacético coahuilense ha tejido este poema en prosa al conjuro evocador
de aquellos días:
Hay tantas estampas polvorientas prendidas como imágenes venerables en las pa-
redes de la memoria de Armando, que basta un clic de computadora para que los re-
latos fluyan uno a uno en cascada armoniosa, sobre la pantalla o el papel. Y es que los
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sueños de aquellos días no han sido sepultados por el éxito de ahora, sino que podrían
considerarse el punto de partida para nutrir las realizaciones de hoy. Porque aquel me-
nudito estudiante, con un parecido físico a doña Carmela, cada vez mayor a medida
que pasa el tiempo, no ha cejado en su empeño de vivir a plenitud su destino.
Manuel Machado, alto poeta, habría querido ser un buen banderillero. A mí me habría
gustado ser un buen actor. Lo fui, medianejo, en mi temprana juventud. Muchas veces
subí al palco escénico —así se decía— en obras de mucho impacto entonces, olvidadas
hoy: El niño y la niebla, de Usigli; El pobre Barba Azul, de Villaurrutia.
Conocí entonces el misterio de ese magnífico rito religioso que es el teatro. To-
davía, cuando estoy entre el público de una función teatral, siento mariposeo en el
estómago al oír la frase sacramental que precede al levantamiento del telón: “Tercera
llamada, tercera. Comenzamos”.
De aquellos tiempos tengo una memoria. Habíamos ensayado la última pieza de
un dramaturgo oaxaqueño, Rodolfo Álvarez. Se llamaba Martina y trataba de amores
ilícitos, tema sobre el cual hay siempre abundante material. Aquel tremendo drama
concluía con el suicidio del hijo adolescente de la protagonista. Ese hijo era yo.
Sucede que el primer actor de la compañía, un apuesto galán de nombre Xavier Ze-
tina —hermano de Guillermo, actor de cine—, consiguió que el Club Rotario de Parral,
Chihuahua, nos comprara la función. Allá fuimos, en un viejo autobús que se descompo-
nía con gran puntualidad cada treinta kilómetros. Cuando por fin llegamos al mineral en-
contramos a nuestros patrocinadores desolados y llenos de consternación. El cura párro-
co del pueblo, que tenía gran ascendiente moral sobre la población, había pedido ver el
libreto de la obra. Lo leyó y quedó escandalizado. ¡Aquellos amores pecaminosos, aquel
suicido, aquellas encendidas escenas donde hasta un beso se veía lleno de pasión carnal!
Exigió a los patrocinadores que cancelaran la función. Ellos le hicieron ver que noso-
tros ya íbamos en camino, y que la obra se había anunciado ya. El inflexible Savonarola
no cedió. Amenazó con tomar medidas tendientes a boicotear la representación. Fue en-
tonces cuando llegamos. Rotarios al borde de un ataque de nervios. Zetina ideó un recur-
so: los integrantes del grupo iríamos a hablar con el padre a fin de rogar su comprensión.
Todos los fondos que se recabaran se destinarían a una obra benéfica.
El sacerdote nos recibió hosco y ceñudo. Nada lo hizo cambiar de posición. La obra,
dijo, era contraria a la moral, contravenía las enseñanzas de la Iglesia. Quien la viera se
ponía a riesgo inminente de condenación. A él le correspondía la salvación de las almas.
Si no renunciábamos a poner en escena esa inmoralidad, dedicaría los tres días que falta-
ban para la función a hacer una campaña a fin de alejar al público del teatro.
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Como dijo, hizo. En todas las misas predicaba contra los fuereños que llegaban a co-
rromper a la ciudad con su espectáculo. Hablaba de lo que verían los que asistieran a esa
vitanda representación: adulterio, fornicación, lujuria. Estuvimos a punto de cancelar la
función: seguramente sería un fracaso. Pero ya estábamos ahí. El día fijado llegamos al
teatro como quien va al patíbulo. Nos vestimos y nos maquillamos en silencio. Seguramen-
te actuaríamos ante una sala vacía. Sorpresa: el teatro se llenó a reventar. Aquello fue un
exitazo. Tuvimos que dar otra función al día siguiente, pues así nos lo pidieron nuestros
jubilosos patrocinadores. Yo propuse ir a la parroquia a dar las gracias al señor cura por la
publicidad tan efectiva —y tan barata— que nos hizo, pero no fue aceptada mi proposi-
ción. La buena fe rara vez encuentra eco. (Columna Mirador de Grupo Reforma).
Saltillo era una ciudad pequeña, con apenas cien mil habitantes, y las opciones no eran
muchas como para fincar en ella la esperanza de obtener un título universitario de relieve.
Por lo pronto, había que dar el estirón en esta etapa en la que los sentimientos se agitan
con más fuerza a la vista de un titilante primer amor, en vísperas del ingreso al bachillerato.
¡Oh, el Ateneo Fuente de Saltillo! ¡Cuánta atracción irresistible sienten aquellos que
sueñan con cursar el bachillerato ahí como paso sine qua non para entrar a la universidad!
Ahí llegó nuestro admirado Armando, ya con la voz más grave y la agudeza mental más
afilada, como su nariz y sus vivaces ojos, a seguir acumulando conocimientos y descifrando
signos de todo orden, pues el latín era una asignatura que daba pie a la conformación de
vocablos “domingueros” y al descubrimiento de significados de términos poco comunes.
Armando se embebió en esta lengua “muerta”, casi como graciosa huida hacia lo
desconocido y como necesidad de reafirmar la expresión de un acervo inmenso de apo-
tegmas jurídicos, pues su mira apuntaba hacia la abogacía.
Quae non est plena veritas, est plena falsitas; non semiveritas, asentaba uno de ellos,
y había que encontrarle la cuadratura al círculo para dar con su traducción: ‘Lo que no
es plena verdad, es plena mentira, no verdad a medias’.
Nullum delitum sine poena, et nulla poena sine lege, sentenciaba otro que se clavaba
en la mente de quienes entendían que ‘no debe haber delito sin castigo, ni castigo sin
ley’, porque se veían ya litigando y de juzgado en juzgado o en bulliciosas agencias del
Ministerio Público.
Pessima tempora plurimae leges: ‘Cuando los tiempos son pésimos hay abundancia
de leyes’.
“Recuerden, en latín las palabras no se acentúan —advertía el profesor—, y la
pronunciación de los diptongos oe y ae equivale a nuestra e, mientras que ce y la ci se
remarcan castizamente como che. Circiter, caecus, principium, etcétera. Ah, y algo muy
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importante para no errar en la dicción: las palabras que se pronuncian con nuestra ci
castellana, en latín son aquellas que se conforman con la ti, seguida de una vocal, como
etiam (‘también’), vocatio (‘vocación’), laetitia (‘alegría’), etcétera.”
Muy pocos preparatorianos de aquellos años se sustraían al encanto de los latina-
jos (Hodie tibi, cras mihi: ‘hoy por ti, mañana por mí’) y a la composición arbitraria de
palabras elegantemente pronunciadas con todas las reglas de rigor; como que era un
sello distintivo de una alta educación, sólo superada por los sacerdotes de entonces,
quienes desde su formación en el seminario, a partir de los doce años de edad, pene-
traban en el rico mundo de este idioma que es el puntual de las lenguas romances.
Además, las misas eran obligatoriamente en latín y muchas preces y cantos sagra-
dos en los oratorios no tenían ni traducción, puesto que se daban por entendidos de
tanto repetirlos; ni qué decir de la composiciones literarias del poeta de la antigüedad,
Ovidio; el gran orador, político y pensador romano, Marco Tulio Cicerón; o del político
e historiador Catón de Censor; de Tácito, de Terencio y de otros muchos.
No había llegado aún el aire modernizador del Concilio Vaticano ii (1965-1965),
que volcara en lengua vernácula los ritos de la iglesia católica, de modo que era común
la lectura de los Evangelios en latín, y en latín gustaban de expresarse los alumnos ba-
chilleres del Ateneo Fuente de Saltillo, donde los maestros saboreaban la materia sobre
todo entre los amantes de las bellas artes.
Concluido este ciclo, la universidad acentuaba el estudio del latín, especialmente
en aquellas carreras donde su conocimiento era ineludible; la abogacía era una de
ellas, de modo que cuando Armando Fuentes Aguirre enfiló hacia la unaM (Universi-
dad Nacional Autónoma de México), iba ya bien pertrechado de lo necesario para salir
adelante, en tanto su hermano Jorge se decidió por la medicina: uno quería encerrar
sus errores; el otro, enterrarlos.
“Creo que la disciplina de escribir —enfatiza—, esa perseverancia, la adquirí en
la Escuela Normal, pero el Ateneo Fuente me dio un gran sentido de la libertad y de la
búsqueda de la verdad”.
Obviamente ahí abrevó en la cultura de los grandes clásicos para poder pergeñar des-
pués estas líneas: “No sé si los griegos eran muy sabios por ser paganos o eran paganos por
ser muy sabios. En todo caso su sabiduría está fuera de duda. Lo prueban esas dos cumbres
del saber humano que son los Diálogos de Platón y el borrego a la griega. Los atenienses
inventaron una institución política y social que desgraciadamente ha caído en desuso. Se
llamaba ostracismo; era un exilio impuesto por la comunidad a quien podía hacerle daño.
Votaban los ciudadanos sobre esa forma de destierro inscribiendo en una concha de ostra
—de ahí la denominación— el nombre de aquellos a quienes querían desterrar. El exi-
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lio se imponía por diez años al que era
considerado una amenaza para la paz y
la tranquilidad de Atenas. Era una medi-
da de precaución, no de castigo, por eso
el ostracismo se imponía sin necesidad
de acusación. Sin formación de causa y
sin derecho a defensa por aquél contra
el cual la comunidad se quería proteger.
Lástima que ya no exista dicha sapiencia
práctica. Si existiera, el candidato perfec-
to para el ostracismo sería Carlos Salinas
de Gortari…”
En el Ateneo, Armando Fuentes
Aguirre era de los mejores estudiantes.
Pero había que ir en busca de nuevos
restos. Y así lo hizo. Era el año de 1956
y la ciudad de México aún no tenía el
bullicio de hoy, porque los indicadores
de la explosión demográfica apenas se-
ñalaban cualquier riesgo mínimo; ade-
más el peso acababa de adquirir una
paridad de $12.50 por dólar y la esta-
bilidad política y económica no mostra-
ban visos de alarma, de modo que los Armando Fuentes Aguirre en la
redacción del periódico The New
campesinos e indígenas, en su mayoría, estaban bien asentados en su York Times
terruño sin la tentación o necesidad de emigrar a la gran urbe. Colección: Luz María Fuentes
Fecha: s/f
“¿En qué sueña un joven que se desprende de su familia, de sus
amigos, de su entorno citadino para retar un medio desconocido y a
veces hostil?”, pregunto a Armando Fuentes Aguirre. “En lo que sueña
todo joven que desea trascender en la vida —responde—. Y en lo que
sueña todo aquel que tiene bien definido qué es lo que quiere ser, en lo
que quiere ser y hacer, no importan los obstáculos y las dificultades”.
Su madre, doña Carmen, ya le había puesto el ejemplo al viajar
también a la Ciudad de México a estudiar actuación teatral en el Insti-
tuto Nacional de Bellas Artes con los grandes directores, actores y dra-
maturgos de aquellos años cincuenta: Gorostiza, Novo, Magaña.
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De ahí que su inscripción en la Universidad Nacional Autónoma de México fuera
ya en sí una meta para Armando, promisoria de muchas metas más, pues sus pa-
dres deseaban que esa independencia del hogar, a los 18 años de edad, sirviera para
algo más que el estudio: para sobrevivir lejos de los afectos más entrañables y para
relacionarse con otras personas de visión menos provinciana, pero sosteniendo sus
principios del hogar paterno, con miras a motivarse a seguir aprendiendo de la vida
y los estudios.
“Estudié en la Ciudad de México cuando ésta aún era encantadora, muy habitable,
muy generosa. Sin embargo, la capital para mí era una especie de purgatorio. Saltillo
siempre ha sido para mí el paraíso…”, sostiene el autor de la columna Mirador.
Y añora las tradiciones ya idas de esa silenciosa ciudad en Semana Santa, como la
ceremonia del pésame a la Virgen y las visitas a los siete templos, los cuales, después
del miércoles de ceniza, lucían las imágenes cubiertas con lienzos morados, mientras
que en las casas, los grandes espejos de ornamentados marcos dorados o con forma de
dragones, se tapaban también con grandes, severos lienzos negros. Y el Viernes Santo
se escuchaban las Siete Palabras, porque a las tres de la tarde quedaba todo quieto,
inmóvil, en silencio, y el Sábado Santo, la quema de Judas. En las casas se degustaban
las delicias culinarias de la temporada cuaresmal, desde el caldo de habas o de lentejas
hasta los postres de torrejas y capirotada, pasando por las tortas de papa y camarón,
los vernáculos nopalitos, chicales o flor de palma y todo aquello que era gala y ornato
de cocinas de las madres y abuelas saltillenses de aquellos años, cuando horneaban el
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pan para toda la semana a fin de no profanar el recogimiento de los “días santos” con
el trabajo mujeril.
De esa ciudad muy suya, aprisionada en el arcón de los recuerdos, evoca a persona-
jes pintorescos, como a uno que le decían Oaxaquita, músico que tocaba Las Mañanitas
en la puerta de las casas. La gente lo quería, y lo invitaba a pasar y a comer algo. Le
preguntaban:
—¿Le servimos almuerzo o desayuno, Oaxaquita?
Y respondía él con mansa sonrisa franciscana:
—Las dos cositas…
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Arnando Fuentes Aguirre dirigiendo la Orquesta Filarmónica del Desierto durante su homenaje en la FILA
Colección: Luz María Fuentes
2016
Antigua casa de Armando Fuentes
Aguirre, Catón, en General Cepeda y
Caracol; actualmente Radio Concierto
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
S Í M B O LO D E SA LT I L LO
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donde hoy funciona Radio Concierto, la estación dedicada exclusivamente a la música
clásica, en la planta alta de la que antes funcionó como fábrica del abuelo de Catón y
que fue acondicionada para dar vida a un apreciado centro cultural con una sala de
conciertos a la que asisten gratuitamente a diario aquellas personas que son amantes
del bel canto, del cine y de las amenas tertulias.
El coche serpentea entre curvas bien trazadas desde 1965, año en que empezó a
construirse la moderna autopista que conecta a Monterey con Saltillo y que dejó de
lado la peligrosa carretera con su famosa “Cuesta de los muertos”, tan estrecha y abis-
mal que con sólo verla tiembla uno de pavor.
A casi una hora de distancia, los 80 kilómetros son una invitación para recordar el
recorrido de aquellas doce familias que llegaron desde Saltillo a los Ojos de Agua de
Santa Lucía el 20 de septiembre de 1596 para fundar Monterrey, y provocan, igualmen-
te recrear la pupila con la majestuosidad de las montañas que apuntan hacia las alturas
como atalayas milenarias, y para salpicar de reflexiones la plática con Herminio Gómez
Rangel, quien conduce su automóvil con la serenidad que da una motivación ad hoc y
un encuentro prometido y reiterado con alguien que sabe dar la mano con sinceridad.
“Mira, José Luis, lee esto.” Y me extiende la página 9 de libro Del amor, la familia y otros
pensamientos, de Armando Fuentes Aguirre, editado en marzo de 1993 por José Hugo Arre-
dondo Estrada, como homenaje a sus abuelitos, al cumplir sus bodas de oro matrimoniales.
Armando Fuentes Aguirre está pleno en esta pequeña obra de 126 páginas que
Herminio conserva como un tesoro, pues el doctor José Hugo Arredondo Estrada tuvo
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el acierto de compilar los mejores Miradores hasta esa fecha. Y él, Herminio, ha tenido
la paciencia de leerlos y releerlos no una sino muchas veces, para marcar con un plu-
món las páginas de los que más le gustan y regalarlos en fotocopias al por mayor.
Conmueven hasta el fondo del alma, como este otro, muy parecido al anterior:
¿Cuántos años tienen de casados? Seguramente más de medio siglo. Los miro pasar por
la ventana de mi casa: van al cercano parque. Igual que cada día al declinar la tarde.
Caminan despacito. Así, despacito, darán dos vueltas en torno al pequeño jardín. Van
siempre de la mano, como cuando eran novios hace mucho tiempo; pero ahora van así
para cuidarse el uno al otro, para sentir si el compañero va a caer y darle apoyo.
Muchos hablan de amor joven, del que es todo ilusión y todo fuego. Yo digo del
amor que se torna más amoroso con los años; del que convierte a dos en uno solo y los
funde en pensamientos y palabras.
Los miro ahora. Ya vienen de regreso. De muchas partes vuelven: de la alegría y
la pena; de la esperanza y la resignación; de las victorias pequeñitas y de los sueños
que nunca se cumplieron. Regresan los dos juntos. Llegará el día en que uno de los dos
se irá. Pero ni aún esa separación podrá apartarlos: en el recuerdo y el amor seguirán
juntos hasta el día de la alegría y la esperanza, de la gran victoria final sobre la muerte.
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“Hablar con el muchacho.” Así escribió en su agenda. Se lo había pedido su esposa,
preocupada. Los maestros se quejaban de su hijo: faltaba a clases, fracasaba una y otra
vez en los exámenes, se mostraba irrespetuoso. Además gastaba más dinero del que
convenía a un chico de su edad. Y aquellas compañías…
Por cosas del trabajo, la necesidad de triunfar en la vida, de no quedarse atrás. Se
fue pasando el tiempo y nunca hablo con él. Y un día, el tiempo se vino encima todo
de repente.
Cuando volvió a su casa, con la espalda encorvada por el peso del sufrimiento y
la vergüenza, entró en su cuarto y vio sus cosas. Extrañas cosas todas, como extraño
había sido siempre su hijo para él. Quizá pudo decir alguna vez que tenía un hijo, pero
ciertamente su hijo no pudo decir jamás que tenía un padre.
Y ahora la cárcel, la acusación —probada— de andar en cosas de drogas y de au-
tomóviles robados, y las fotografías en los periódicos, y las conversaciones que cesaban
bruscamente cuando llegaba él.
Sintió de pronto la ausencia de aquel hijo. Que ahora llevaba como una herida en
la mitad del pecho. Se puso a revolver papeles viejos en busca de una fotografía que le
diera la imagen de al menos un día pasado en familia, felizmente. No encontró nada.
Sólo la hoja rota de una olvidad agenda, y en ella una inscripción borrosa por el paso
de los años idos. “Hablar con el muchacho”.
Herminio está al borde del llano, porque recuerda que no pocos conocidos suyos se
han visto retratados en esta escena.
“Vieras qué franqueza la de un cliente en la compañía de seguros que represento al
decirme, en broma, que Catón escribió esto cuando se dio cuenta de la situación por la
que él estaba pasando.” Y extiende un texto más del mismo tono:
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Ése es el padre que yo les di a mis hijos.
Ahora tienen lo que yo nunca tuve.
El automóvil que conduce Herminio devora kilómetros de ardiente asfalto, en pleno me-
diodía cuando ni las lagartijas se atreven a asomar la cabeza. Pasamos raudos a un lado
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Vitral de la Catedral de Saltillo en
Radio Concierto
Fotografía: Víctor Mendoza
2018 del pequeño aeropuerto de Ramos Arizpe y el aroma del pan de pulque
se mete, intruso, por las fosas nasales bien abiertas y despierta las papilas
gustativas. A lo lejos se divisan los contornos de la hermosa ciudad de
Saltillo con sus símbolos culturales y comerciales en primer plano.
“¡Qué puntuales! Pasen, pasen.” Se oye la voz de Catón, perdido él
en un laberinto de cuartos, y entre el verdor de las plantas que orna-
mentan el centro de aquel espacio añoso, pero lleno de vitalidad y de
frescura.
De pronto se deja ver él todo entero, acompañado de Salvador Yza-
guirre Castañeda, su paisano y periodista que fue de El Sol del Norte y
ahora se dedica a los bienes raíces.
“¡Hola, Esquivel!”, se sorprende Yzaguirre Castañeda al esperar que
se tratara de cualquier otro amigo de Catón, menos de quien esto escri-
be. “¡Qué tal, Chavita!”, le respondo con un reflejo condicionado que
me llevó a recordar al hijo de uno de los fundadores del Pan en Saltillo;
un joven entusiasta durante sus incursiones en los estudios de futbol
soccer de los Rayados de Monterrey y de los Tigres, cuando asistía, sá-
bado a sábado, cámara en mano, a cubrir los partidos religiosamente.
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“¿Se conocen? ¿Dónde?”, pregunta Catón con discreción. Y des-
pués de las consabidas anécdotas de uno y otro, el escritor condescien-
de: “Hombre, qué bueno que haya sido yo quien los ha hecho que se
vuelvan a ver. Entonces si son amigos, quédate, Chavita. Es un placer
que estés entre nosotros, ¿verdad, José Luis? Así somos dos contra dos”.
Herminio Gómez Rangel apenas si sale de su asombro al ver un
vitral multicolor de una torre de la Catedral que ornamenta el recibi-
dor de la casona, que antes era el despacho del abuelo. Herminio se ha
quedado absorto con las máquinas de escribir antiguas que adornan la
sala, pero enseguida saluda, sonríe, estrecha las manos de todos. Y para
él, Catón también tiene palabras de elogio, por ser un limpio luchador
por la democracia y un hombre que se ha expuesto a los poderosos en
distintas épocas desde 1976.
Nuestro anfitrión viste una guayabera celeste y pantalón gris. Luce
una contagiosa sonrisa y un ánimo esplendoroso, a tono con el am-
biente que reina en la capital de Coahuila. Está limpio de impurezas
el cielo de Saltillo: azul, azul, azul, cual marco ideal para las fotos de Antiguas máquinas de escribir
pertenecientes a Armando
los paisajes, de los edificios, de las personas y de una pequeña bandera Fuentes Aguirre
de México que ondea en lo más alto de la casa. Están reverdecidos el Fotografía: Víctor Mendoza
2018
césped, el jardín, el conjunto de plantas que adornan el acceso a las
distintas entradas del centro cultural. Está brilloso el día, radiante la
tarde que empieza, candente el Sol de un verano colmado de sequías.
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Sala del siglo XIX en la casa de General Cepeda y Caracol; al fondo una escultura de Santiago Apóstol
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
Pieza traída de Francia. Representación del cuento la Cenicienta, perteneciente a los tíos de Armando Fuentes Aguirre
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
Catón está feliz, no faltaba más, y estamos todos listos para el tour obligado por este
sitio centenario.
“Aquí están los muebles originales del siglo XiX que pertenecieron a mi abuelo: el
juego de sala que era de aquellos que se llamaban de Viena o austriacos, que no podían
faltar en las casas saltillenses donde hacían las famosas tertulias en las épocas anterio-
res a la radio y a la televisión, obviamente, en que la gente se reunía simplemente a
conversar, a cantar, a declamar o a jugar juegos de prendas”.
Catón ya ha sido tocado por la nostalgia. Se nota en su rostro y en la descripción de
lo que sus ojos ven y repasa a cada rato y que ahora cobra un significado especial ante
sus invitados, que muestran ignorancia supina por la decoración del que fue hogar de
sus antepasados.
“Éste era lo que se llamaba el estrado, con su piano que no podía faltar y una gran
cantidad de sillas, porque venían vecinos, amigos y familiares a hacer prácticamente
veladas literarias y musicales donde cada quien mostraba una aptitud”.
Catón mueve el llavero de un lado a otro y hace figuras imaginarias con sus manos,
al momento que pasa al siguiente aposento.
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Alcoba de la abuela de Armando Fuentes Aguirre
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
Antigua máquina de
coser perteneciente
a la abuela de
Armando Fuentes
Aguirre, Catón
Fotografía: Víctor
Mendoza
2018
“Ésta era la alcoba de mi abuela con su silla para tejer. Si se fijan, los brazos están
dispuestos de modo de no estorbar el movimiento de los brazos de la tejedora. El re-
clinatorio para orar, la máquina de coser, que era manual y está en perfecto estado de
funcionamiento todavía”.
Catón demuestra lo que dice accionando la máquina de coser y argumentando el
porqué de conservar tan bien estos enseres. “Sentimos amor por nuestro pasado, por
nuestras raíces. El valor de estas cosas obviamente no es material, porque como se ve,
estos muebles no eran lujosos, sino de una familia que tenía un digno pasar pero que
de ninguna manera era de potentados”.
Después de decirnos que “no hay ladrillo que no me traiga un recuerdo” y presumir
los pisos originales, porque no han sido jamás cambiados, llegamos a otra recámara,
adaptada ahora para recibir visitas con una vistosa biblioteca, así como al cuarto de
estudios para los niños, donde se hacían tareas escolares, con los escritorios muy bien
cuidados, como el del papá de Catón.
“Si mi abuelo y mi abuela por un milagro maravilloso de Dios llegaran de pronto a
verse aquí, encontrarían sus cosas en el mismo sitio prácticamente donde ellos las tenían.
Vean ustedes esta palangana para hacer lo que entonces se llamaban abluciones. Y el
comedor, en el que caben veinte personas.”
Pero lo que sí está reformado —y Catón fue el artífice de las ideas en el diseño— es
el espacio de lo que era la antigua cocina, “que estaba un poquito maltratada y tuvimos
que meter acabados relativamente nuevos”, como un pretexto para poner en los mo-
saicos los nombres de las antiguas criadas de la casa: Lucía y Chilita. Chilita se llamaba
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Cocina de la casa de General Cepeda y Caracol
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
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Busca superarse mujer saltillense y estudia la secundaria a sus 77 años; se
convierte en un ejemplo en el día del estudiante
María Angélica Martínez nunca imaginó la importancia de leer y escribir hasta que
se enfrentó al mundo. No conocía las letras, no tenía entendimiento de lo que
veía, para ella eran sólo “rayas” que comenzaron a desesperarle y a causar una
indignación en sí misma. No podía ayudar a sus hijos a prepararse para ir al jardín
de niños, o la primaria, pero a diferencia de sus padres, en su mente siempre se
mantuvo la idea: “Mis hijos no serán analfabetas como yo”.
Cuando sus pequeños lograron ingresar a la escuela donde iban aprendien-
do con el paso de los días, ella intentó aprender junto a sus hijos, pero no fue
suficiente. Al paso de los años, la necesidad económica le orilló a buscar un em-
pleo. Al principio batalló, pues al acudir en busca de trabajo tenía que pedir apo-
yo a la gente para llegar a sus destinos.
Fue entonces cuando, un día arribó a una biblioteca, solicitó empleo y co-
menzó como una trabajadora doméstica, sin saber que tendría grandes benefi-
cios como aprender a leer y escribir.
Aquel espacio era propiedad de Armando Fuentes Aguirre, a quien ella no
conocía, pero le llamaban Catón, el escritor y periodista de quien nunca pensó te-
ner tanto apoyo. Aquel hombre comenzó a auxiliarle en la lectura y la redacción.
De manera empírica comenzó sus estudios y logró dárselos a sus hijos. “Él me
ayudó mucho económicamente. A comprar los libros de mis hijos. Por él, ellos
terminaron la secundaria y la preparatoria. Al paso de los años, yo fui aprendien-
do también. Nunca pagaré lo agradecida que estoy con él”, recuerda.
Con lo que aprendió del experto en escritura, quien la ayudó incondicional-
mente, supo salir adelante al menos por unos años. Fue hasta décadas después,
al llegar a los 76 años cuando se enteró que podía concluir sus estudios, en el Ins-
tituto Estatal de Educación para Adultos. “Supe de esta escuela. A lo primero que
me metí fue a alfabetización”, dice. Actualmente, María ya cursó su educación
primaria y está en el proceso de concluir la secundaria.
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Vista hacia Catedral desde la terraza
de Radio Concierto
Fotografía: Víctor Mendoza
2018 estamos acomodando muchos libros que están siendo desplazados por
los discos en el piso superior del edificio”.
Catón se adelanta para subir las escaleras y en fiel procesión guiar a
sus visitantes hasta el techo-terraza, muy bien acondicionado como mi-
rador, desde donde se contemplan las señoriales torres de Catedral, que
perecen venirse encima de los curiosos turistas. Pero al simple giro de la
vista, lo que aparece en toda su dimensión es la tarjeta postal de una bien
delineada sierra con los cúmulos apenas perceptibles de nubes delicadísi-
mas como corona triunfal. Se adivinan a lo lejos Arteaga y Las Cabritas, La
Carbonera, Los Lirios, etcétera.
Catón nos saca de nuestras cavilaciones al mostrarnos una hermosa
enredadera conocida como Juan Mecate o don Diego que ha echado
raíces en la pared de su casa. Las hermosas flores con su color solferino
Vista hacia el templo San Juan
y el enjambre de abejas que vienen a posarse en ellas, son dignas de ser
Nepomuceno desde la terraza de
Radio Concierto atrapadas en una fotografía. La estampa no tiene desperdicio y el verde
Fotografía: Víctor Mendoza
2018 chillante como que se quiere fugar de los bordes, igual que las guías de
la enredadera se han trepado por todos lados.
“La gente viene y dice: ‘¡Mira, qué hermoso el Juan Mecate!’ Y otra
más dice: ‘¡Mira, qué lindo el don Diego!’, o sea que esos dos nombres
ya están patentados, pero la verdad no me imagino por qué se llama
así”, explica Catón y de inmediato nos lleva hacia adentro.
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Ya estamos en la estación radiofónica que echó a andar “con los aho-
rros de su vida”, que es la primera estación cultural que pertenece a un par-
ticular en México y no al estado, y que funciona como un dinámico centro
artístico, porque igual el público disfruta ahí la ópera, que el cine, el teatro
y conferencias… gratuitamente. Funciona con la siglas XHala, 97.7 FM.
El hombre saborea cada palabra que pronuncia. Su guayabera color
celeste se ha empapado de sudor y sus zapatos han perdido lustre de Terraza de la Casa de General
Cepeda y Caracol
tanto roce con los escalones y la paredes. Pero la que sigue viva es su Fotografía: Víctor Mendoza
chispa para mantener el entusiasmo de sus interlocutores. Se toca su 2018
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aquí tenemos diez mil discos. No son poca cosa si nos ponemos a sacar un promedio de
su costo, a cien o ciento cincuenta pesos cada uno. Pero lo bonito es que tenemos un im-
portante auditorio. Uno llega a la necesidad —reitera enfáticamente ante la estampa de
su comedor para niños pobres de Potrero de Ábrego— de devolver algo de lo mucho que
ha recibido. Yo de la vida, de Dios. De mi prójimo he recibido incontables bienes, y mal
haría en no contribuir siquiera en la mínima manera en que lo hago. Más debería de dar,
pero no puedo o mi egoísmo me gana”.
Las consolas de audio y las vitrinas para conservar tanto material dan una idea del
orden con que opera Radio Concierto, cuya inauguración en 1997 contó con la presen-
cia del presidente de México, Ernesto Zedillo (1994-2000), con quien después desayu-
nó, lo cual provocó muchas murmuraciones contra Fuentes Aguirre por considerar que
era una contradicción con su espíritu de crítica política permanente en sus columnas
periodísticas. Pero aguantó el chaparral de pie y a tres años de distancia de aquel acto
“oficial” se repuso, y lo mismo que cuando le llovieron oposiciones para llegar a ser
rector de la Universidad Autónoma de Coahuila, sacó la casta y sigue en los cuernos de
la luna en su profesión.
“El periodismo es mi vocación. Es lo que me ha dado para vivir —dice ufano y
convencido–. Pero al mismo tiempo, la generosidad de Dios me ha permitido disfrutar
muchas otras cosas, como la música”.
Es evidente que el tema cultura no se agota frente a Catón, y la pregunta obligada
la adivina él desde que nos plantamos otra vez en el estante de los libros. “Sí, efectiva-
mente, vivimos entre unos 33 mil libros, más o menos. Son muchos, ¿verdad? ¡Y todos
los hemos leído, a veces una o dos veces! Claro que no todos están aquí: hay unos en el
rancho y otros en la casa. Por eso mi esposa dice: ‘Nuestra biblioteca tiene además una
cocina, una recámara…”.
La razón es que para escribir naturalmente, hay que leer continuamente, afirma.
De ahí que en sus conferencias ante estudiantes se la pasa recomendando libros. “Inclu-
sive me lo ganó una marca de ropa: lee”, expresa con picante humor.
Y también con picante humor platica que su mamá, hasta su fallecimiento en 1993,
a los noventa años de edad, por ser una lectora consumada, le revisaba todos los días
sus columnas y le ponía “tacha” a las que no le gustaban. “Sacaste tacha”, comenta que
le decía como señal de reprobación. “Sacaste ángulo”, cuando estaba de acuerdo con
sus trabajos periodísticos. Y guardaba ella todas las de “ángulo”.
Asimismo, confiesa sin ambages su amor a la iglesia católica y su profesión íntima
de fe a la Virgen María.
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Catón en su biblioteca de Arteaga
Colección: Luz María Fuentes
Fecha: s/f
Quiero tanto a mi iglesia que me duele. Soy católico. Mal católico: has-
ta temo estar usurpando el nombre cuando me digo tal. Pero nací en
el seno del catolicismo y en él espero terminar mi vida. Nada me haría
renunciar a mi fe, agua clara en vaso quebrantado y sucio.
[…] Soy mariano, y mariano me habría gustado ser, como mi pa-
dre. Soy mariano porque estoy en amores con María, madre de gracia y
madre de misericordia, esclava que nos dio Señor. No soy digno, lo sé,
ni de decir su nombre, pero lo digo con el atrevimiento del enamorado
[…]. Es para mí la Virgen la dimensión femenina de divinidad. El Dios
en que yo creo es amoroso porque es fruto materno de mujer, de una
mujer virgen y al mismo tiempo madre.
Pero eso no quita que en sus textos exprese las críticas que le parecen
conducentes cuando ocurren desfiguros de los ministros religiosos: “Tengo
un gran respeto a mi tradición católica y a la grandeza de la fe de mis ma-
yores y yo mismo trato de heredar esa fe a mis hijos y nietos, pero como
católico me siento en libertad de señalar lo que a la vista de todos no está
bien dentro de la institución. No pasa nada, porque en la iglesia hay un
gran criterio de modernidad y desde el Concilio Vaticano ii quedó claro
que los laicos también tenemos nuestro sermón, tenemos algo que decir,
siempre con un gran respeto, aunque a veces pudieran parece opiniones
muy heterodoxas, como las mías. Por eso yo hablo del triste espectáculo
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Armando Fuentes Aguirre y su
esposa, en el rancho San Francisco en
la sierra de Arteaga, Coahuila
Colección: Luz María Fuentes
Fecha: s/f
beligerante de las denominaciones religiosas que riñen entre sí, que casi
parecieran mercaderes que se están disputando clientes, ¿verdad?, cuando
la religión que debe imperar es la que yo llamo ‘Religión del amor’. Mire,
usted, para no ir más lejos: la Navidad tiene en el fondo la respuesta para
todas las preguntas. La respuesta es el amor. Por él nos salvamos, y nos
salvamos con él. Lo que la Navidad nos regala es el amor. Y eso mismo
debemos regalar”.
“Esa ‘Religión del amor’ ha hecho que usted lleve a cabo algunas
obras de beneficencia, licenciado, como un comedor para niños pobres.”
“Ésa es obra de mi mujer. Habría que preguntarle mejor a ella.” A su
vez, ella ratifica posteriormente que nadie más que Armando es el mo-
tor de esa inspiración familiar —decisión conjunta— de ayudar a cien
niños del ejido Potrero de Ábrego, “no porque seamos muy ricos o nos
sobre el dinero, no, no; más que nada se trata de repartir bendiciones
que recibimos de Dios”, enfatiza la hermosa mujer, recordando cómo
esos niños caminan entre cinco y seis kilómetros para ir a la escuela,
mal alimentados, desnutridos y con un cuadro triste de infecciones in-
testinales, de suerte que es muy plausible la labor de amigos médicos
que los atienden inclusive de problemas de la vista y el oído.
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Catón baja la mirada. Se queda pensativo como queriendo desembarazarse del asun-
to. Golpea con el tacón de su zapato un pedazo de madera sobre alfombra. Posa su mano
derecha en el hombro de quien lo interroga, y con delicadeza y hasta con simpatía,
endereza la conversación hacia aquello que, a través de la ventana, se nos mete por las
pupilas: “¡Qué hermosas la torres de Catedral! Mire nada más, José Luis, qué altura tan
vertiginosa. Por algo la Catedral es el alma y el corazón de Saltillo. Nosotros lo sabíamos
desde niños, cuando participábamos en las fiestas tradicionales del 6 de agosto en honor
al Señor de la Capilla y cuando subíamos a la altura del campanario. Son recuerdos que
se quedan para toda la vida. Porque la presencia de la Catedral en la vida de los saltillen-
ses es única, igual que la Alameda, que si ésta pudiera hablar… ¡cuántas cosas callaría!”
Y las risas vuelven a inundar el espacio donde Catón es amo y señor de cada rincón,
en sentido literal y en sentido figurado. Lo dice Paco Ramírez, un joven que desde 1996
colabora como programador y locutor en Radio Concierto. “Estudié Ciencias de la Co-
municación pero aquí es donde he aprendido mucho más de la música clásica a fuerza
de leer, de prepararme y estar en contacto con el maestro Fuentes Aguirre, quien, a
pesar de ser una persona muy ocupada, nos visita, nos da consejos, nos asesora y nos
motiva en nuestro trabajo. Ahora sí que como dice el dicho ‘nunca se tiene el tiempo
tan ocupado que no pueda venir a decirte ¡hola!’ y nos resuelve el montón de preguntas
que le tenemos preparadas por las dudas que surgen a cada rato”.
Al lado escucha otro joven que tiene muchas ganas de hacer carrera en Radio Con-
cierto y empieza a asistir para entrenarse. Es Silvestre Marco Antonio Farías Ramos.
“Me gusta —dice— por la oportunidad de hacer lo mío y aprender con este señor…”.
Catón no escucha los elogios de sus colaboradores porque se adelanta al grupo
para esperar el momento certero de invitar a comer, no sin antes dar discretamente
unas monedas a una viejecita que lo busca para una ayuda.
Ingenioso como es, la saludó llamándola cariñosamente por su nombre y la invita
a pasar a la sala para que admire el piano de su abuelo. “¿Qué le parece, eh?” Sin em-
bargo fue sólo un pretexto para que no presenciáramos que sacó de su bolsillo el dinero
que le entregó a la mujer. Pero yo no los perdí de vista y me consta que así es como
Catón practica su “Religión del amor”, tratando de que la mano derecha no se entere
del bien que hace la izquierda, según el Evangelio.
“Ya hace hambre”, dice, y pide que lo acompañemos a un restaurante típico en el
centro de Saltillo, donde el derrumbe de casas viejas y el retoque de otras le despierta
la nostalgia por esos espacios que él conoció desde niño y que ahora la modernidad ha
convertido en estacionamientos, negocios o en sitios de diversión. Como en otras tantas
de sus entrevistas periodísticas, en especial la de Jesús de León, va al grano del asunto,
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pues se trata de oír al cronista desde 1978 de esta ciudad: “No se conoce lo que se tiene
demasiado cerca de los ojos y, menos aún, lo que se tiene demasiado cerca del corazón.
Yo no conozco Saltillo sólo porque aquí nací y aquí he vivido toda mi vida, sino porque
lo amo. Llevo mi ciudad como una calcomanía. Hay quienes dicen que es cerrada, que
por otra parte tiene el carácter de una ciudad montañosa, y Saltillo lo es. Pero resulta
inexplicable esa dureza de la que otros hablan, esa frialdad. Para mí, Saltillo es como
una dulce esposa. Yo vivo dulcemente reclinado en mi ciudad. Encuentro en ella toda
suerte de ventura. Hallo las durezas de mi ciudad del mismo modo que se encuentran
las durezas de la mujer amada…, que no sólo se perdonan sino incluso se aman. Yo viajo
mucho. Me precio de conocer muy bien mi país. Me instalo cómodamente en ciudades a
las que amo también y en las que tengo grandes amigos: Monterey, Guadalajara, Mérida.
Pero con todo y reconocer las bellezas y grandes atractivos de otras ciudades, no cam-
biaría la mía por otras.” Sin embargo, aclara: “Yo le cuestiono a Saltillo su pereza. Aquí
parece que no pasa nada. Hay sucesos que acontecen en Monterrey y pasan a Torreón;
que suceden en San Luis y pasan a Monclova. En el centro de esta cruz está Saltillo, sin
comprometerse con ninguno de los puntos cardinales. Estamos cómodamente instalados
en la indiferencia. No sucede nada en el ámbito de lo político ni de lo cultural. No hay
desarrollo, después del espectacular boom en la época del gobernador Óscar Flores Tapia.
Casi podemos hallar los mismos baches, las mismas esquinas desgastadas, los mismos fo-
cos fundidos en las mismas farolas. Hay apatía, hay adormecimiento. Yo quisiera que mi
ciudad fuera más viva. Que hubiera más a dónde ir por las noches. En todos y con todos
los sentidos. En Saltillo —continúa— hay muchos escritores que no escriben. Muchos
pintores que no pintan. Muchos actores que sí actúan, pero lo hacen abajo del escenario
y no sobre el foro. Yo agregaría que por ahora ese aparador está vacío. No está mostrando
nada. Tampoco sentimos amor por el cuerpo de nuestra ciudad. Continuamente estamos
destruyendo nuestras viejas casonas. No las amamos a ellas que nos han amado a no-
sotros. Que nos han brindado abrigo y protección. Casas grandes de patios arábigos. De
alcobas tan fastuosas que podrían convertirse perfectamente en un salón de baile. Casas
con catorce recámaras. Con un comedor catedralicio. Pero las urgencias económicas ha-
cen que de una casa de Saltillo se saquen tres y el propietario habite una, convertida en
cuchitril, y alquile las otras dos, cuchitriles igualmente. Yo me indigno —advierte— y cla-
mo contra los señores del Casino que destruyeron hace tiempo una vieja casona, dejando
en su lugar un corralón cubierto por una malla de gallinero. Fue como escupir en la cara
de la ciudad, porque aquello queda a dos pasos de la Catedral. Y se hizo impunemente.
Con altanera prepotencia. Seis, siete veces, he escrito contra esos señores y ellos ni siquie-
ra se han dignado a llamarme por teléfono”.
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Da, a De León otra muestra de su lucha citadina: “Sólo mediante un gran esfuerzo,
y casi llegando al sacrilegio y la blasfemia, pude evitar que se fundieran las campanas de
la Catedral, que la ignorancia ya había condenado. Quiero hablar de estas reliquias con
más de trescientos años de antigüedad y que la ignorancia supina de unos prepotentes
condenó a la muerte. Me consta que las iban a destruir. Hice investigaciones en sedue
(Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología). Un empleado del Distrito Federal dictaminó
que algunas campanas podrían fundirse porque se desconocía su antigüedad. Impugné ru-
damente. Ese señor estaba resolviendo no por lo que conocía de las campanas, sino por lo
que de ellas ignoraba. Afortunadamente el delegado de la sedue hizo una reconsideración.
Yo había ido con el cura (reparad que no digo el señor cura sino el cura) para decirle que
si quería que la campanas volvieran a sonar, podía hacer campanas de otro metal; hasta
ofrecí que yo sería el primero en cooperar económicamente, pero no fui escuchado. Y tuve
que recurrir a otras instancias, hasta que se echó abajo el propósito inicial”.
En el restaurante donde Catón degusta bocadillos especiales y nos invita a no per-
dernos sus delicias, la plática se extiende a la fuente de inspiración de muchas de sus
columnas, es decir, su rancho en el municipio de Arteaga y un pequeño solar que tiene
en el centro del pueblo, donde los fines de semana se vuelve una romería como si fuera
una fiesta alrededor de la plaza.
“Pues resulta que en ese pequeño solar, el muchacho que lo cuida decidió que era
tiempo de plantar hortalizas. Y los frutos fueron abundantes. Entonces un domingo que
fui a verlo, me dijo: ‘Sería bueno vender la cosecha allá en la plaza, licenciado.’ Pero yo
le contesté: ‘Lo que pasa es que vine en coche y no traje la camioneta.’ Entonces él pro-
puso: ‘No importa, nos vamos en el carretón.’ Y nos fuimos en el carretón de mulas allá
por la calle de Hidalgo, con nuestra carga de perejil, cilantro, zanahoria. Encontramos un
lugar en la plaza, nos acomodamos de reversa, y nos pusimos a vender al lado de un tipo
que nos vio con malos ojos, pero no dijo nada porque no éramos competencia. Él vendía
granos: frijol, maíz, etcétera, y nosotros en tres horas acabamos con lo que llevábamos.
Sin embargo, como al mes, el muchacho que cuida mi solar me dijo que otra vez había
que ir al mercado porque la producción estaba buena. Nada más que entonces yo sí llevé
mi camioneta flamante, último modelo, verde eléctrico, preciosa. Echamos la carga y nos
fuimos, adonde mismo, en el huequito de la plaza, al lado del mismo tipo del frijol y del
maíz, que se nos quedó viendo y con un infinito rencor, un rencor infinito que se le notaba
en sus ojos, solamente dijo entre dientes: ‘Se ve que les ha ido bien, cabrones”.
Las risotadas no se hacen esperar. Catón extiende sus brazos en señal de exclamación
con sólo recordar la escena de ese pintoresco sitio de Arteaga, tradicional paseo domi-
nical de la gente de los alrededores, incluyendo Monterrey. El histrión ha vuelto a hacer
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de las suyas con ese sabor picante que adorna su plática frívola, despojada ahora de so-
lemnidad con que habla de Saltillo y sus bellezas. Esa solemnidad que lo obliga a asumir
dignamente su papel de cronista a quien inspira cualquier detalle campirano o citadino.
Hay un árbol en el potrero —es uno solo— que en ninguna otra parte he visto nunca. Ni
siquiera tiene nombre esa rara criatura vegetal. Todos la llaman con un oscuro mote: “El
árbol del ahorcado.” Sus ramas son oscuras también, y de ellas brotan apenas unas cuantas
hojas grises. No hacen en él los pájaros sus nidos; ni gentes ni bestias buscan su sombra para
descansar. Dicen los lugareños que en ese árbol se ahorcó un hombre. Ahí se quitó la vida,
y le quitó también la vida al árbol, que parece un obstinado muerto de pie en la raya azul
del horizonte. Jamás los niños pasan cerca de él. Ellos son la presencia de la vida, y el árbol
es el recuerdo de la muerte. Yo siento lástima por ese árbol condenado a la soledad perpe-
tua. Lo miro desde lejos y le digo que un día sus ramas volverán a verdecer. Todo el mundo
reverdece; al oscuro ramaje del dolor pueden volver los nidos y las canciones de la vida.
Son largas las noches de invierno, y frías. Esta mañana el paisaje es blanco y silencioso.
Cayó en la madrugada eso que en el Potrero llaman “candelilla” —casi nieve, casi hie-
lo— y todo quedó cubierto de un alba soledad.
Yo miro por la ventana el campo, y no lo reconozco. Se me ha extraviado la fa-
miliar visión. ¿En dónde está el camino? ¿Dónde quedó el cauce del arroyo? Entre la
huerta los árboles parecen extraños arrecifes de coral que se desgranó.
A todos llega el invierno en el Potrero, menos a las cocinas. En cada fogón arde un
pequeñito sol. Y me siento en la silla de tule. Junto al fuego, y bebo una taza de recio
café que en el rancho se bebe. Por encima de la chimenea el viento serrano ulula como
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un coyote hirsuto. Yo no lo escucho: yo oigo el crepitar de la leña y el borbollar del
agua en el caldero, monótono ronroneo de gato. Mi corazón no tiene frío. Por fuera de
él pasa el invierno con sus fantasmas blancos…
Armando Fuentes Aguirre, como se ve, no es Catón más que en lo que se refiere a la
destreza de plasmar musicalmente sus pensamientos como artístico bruñidor de frases,
pero el primero supera al otro en la fuerza emotiva de sus conclusiones teniendo como
pretexto cualquier vivencia. Oigámoslo platicarnos lo siguiente:
Una capa de hielo cubrió la sierra anoche. El oscuro follaje de los pinos se hizo blanco
y los caminos desaparecieron bajo la albura que cayó del cielo. El Terry, mi amado
cocker, asoma la naricilla por la puerta y se vuelve hacia mí como para preguntarme
qué ha pasado. Se le ha ido el paisaje familiar. No van los niños a la escuela, ni cuel-
gan de los tendederos las banderas multicolores de la ropa cuando se pone a secar.
Las ruidosas gallinas han callado, y el enemigo gato no sale de su rincón en la cocina.
¿Quieres saber qué pasa, Terry? Pasa la vida, nada más. La vida es también frío, y
silencio y soledad. Pero otra cosa has de saber: este hielo que te parece cosa cruel va a
derretirse, y aumentará los ríos subterráneos. Subirá el agua por la vena de los árboles,
por la raíz ansiosa de las plantas, y será vida en la manzana y el maíz. Tú lo ignoras, pero
dentro de algunos meses nos comeremos este hielo en una tortilla calientita, o en el néctar
melado de una manzana de oro. Eres tan sólo un perro, Terry. Yo soy tan sólo un hombre.
Por eso no entendemos muchas cosas. No te preocupes. Mira que no me apuro yo. Alguna
vez, te lo prometo, lo entenderemos todo. (Columna Mirador del Grupo Reforma).
Doña María, vecina de don Abundio en el Potrero, tiene el mejor jardín de todo el ran-
cho. Es de mano caliente —así se dice allá de quienes tienen la virtud de hacer brotar
las plantas, o de lograr que prendan los injertos—, y entonces su jardín parece un Edén.
Crecen en él los alcatraces, vagamente eróticos; las pomposas dalias, y las violetas,
eternamente condenadas a modestia, y la obvia rosa, y los geranios con el olor a clavo,
y esa humilde flor campesina que se abre a la caída de la tarde y se cierra con el primer
anuncio de la noche, llamada “amor de un rato”.
¡Qué hermoso es el jardín de esta señora! En medio de las opacidades de las tierras
de labor, entre lo gris del caserío de adobe, su jardín es un esplendor real, igual que en
un arcoíris que se hubiese acostado en la tierra a descansar un poco.
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Potrero de Ábrego: huerta
y Cerro de las Ánimas
Fotografía: Luz María Fuentes
Fecha: s/f
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al meter la mano en la canasta de las tortillas, nadie toma la que está encima del montón,
quizá por juzgarla más fría que las otras, y todos buscan una de más abajo. No habrá nadie
que no se haya sentido alguna vez ‘más despreciado que la tortilla de arriba.’ Hay una gran
sabrosura, una gran riqueza de imaginación, de verbo, de expresión. Aquí podemos escu-
char, a propósito de una mujer embarazada, que ‘está enferma de gustos pasados”.
Por eso Catón le saca partido a todo para sus reflexiones, como a ese añejo nogal
que plantó en 1980.
Este nogal que tengo en el Potrero es alto y hermoso. Lo planté hace veinte años, y
creció al amparo de una pared de adobe que lo protegió de los nortes invernales. Un
día cayó aquel viejo muro, cuando las grandes lluvias del 85, pero ya el árbol podía
resistir, y fue como un fornido brazo que se alzara para tocar el viento. Yo me gozaba
viendo desde la loma su verdor, y en las mañanas de domingo me sentaba a su sombra
para ver pasar las nubes, para ver pasar la vida.
Las nueces que da ese árbol son grandes y son suaves, tan suaves que algunas se
quiebran al caer. Las buscamos nosotros, y las buscan también los pájaros y las ardillas,
y estos otros inquietos pájaros y ardillas que son los niños de la escuela. Para todos da
nueces este amable señor del cielo y de la tierra.
Ahora el nogal tiene el color del oro. Al fin de la tarde veo caer sus hojas, y me
parece que caen del cielo pequeños pedacitos de crepúsculo.
Tanto quiere a su tierra que hasta en De política y cosas peores deja a un lado la crítica
acerba y presta el espacio para la promoción turística, con sana intención:
Jesús Garza Arocha, también llamado El Charro es un ser humano excepcional, uno
de los mejores coahuilenses que conozco, y vaya que conozco muchísimos muy bue-
nos. Dios le regaló un hermoso don: el amor a la música. Con lo que El Charro
del tango y el bolero, de la canción cubana y yucateca, de los autores e intérpretes
mexicanos, puertorriqueños, argentinos, venezolanos, chilenos, colombianos, podría
hacerse una enciclopedia más grande que la Espasa. Otro regalo le entregó Diosito:
el sentido del humor.
Cuenta El Charro desaforados hechos de su profusa parentela y sus innúmeros
amigos; narra anécdotas que en otra voz serían inverosímiles y que en la suya adquie-
ren patente de verdad.
Y ama a su tierra Chuy Garza Arocha. Se ha propuesto junto con otros buenos
paisanos suyos rescatar y dar a conocer a México y al mundo las múltiples bellezas que
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hay en Cuatro Ciénegas, al norte de Coahuila. Una de ellas es un prodigio de la natu-
raleza. Se llama la Poza de la Becerra. Ahí el desierto se torna de repente manantial
de aguas clarísimas en donde habitan maravillosas plantas, seres acuáticos fantásticos.
De todo el mundo llegan observadores —ecologistas, geólogos, botánicos, zoólogos—
a contemplar ese prodigio y los demás que existen en la precisa comarca. Hoy (19 de
octubre de 2000), a las ocho de la noche, el Discovery Channel transmitirá para toda
Latinoamérica un programa llamado The Living Desert, en el cual se muestra el esplen-
dor de aquella poza llena al mismo tiempo de vida y de misterios.
Como mexicano, y en mi orgullosa calidad de coahuilense, yo doy las gracias a
Jesús Garza Arocha por su generosa labor tendiente a difundir en México y el mundo
las hermosuras sin par que tiene nuestra tierra.
Saltillo, mi ciudad cumplió ayer (jueves 25 de julio de 2002) 425 años de existencia. Es
niña a veces, en el amanecer del día, cuando alza el Sol sus rayos sobre la sierra de Zapa-
linamé como niño que levanta los dedos para pedir permiso de salir. Y es muchacha des-
pués, en los domingos, cuando se va a pasear a la Alameda del brazo de su novio, el joven
Manuel Acuña. Y es señorial señora luego, en estrado de aquellas casonas saltillenses, de
piano alemán con candelabros, sobre el diván el lujo de un sarape y en cada ventana un
caracol marino que las señoritas de antes usaban para comunicarse con sus novios en el
secreto idioma de los enamorados: “Si el caracol apuntaba al barrote noveno es que saldré
a las nueve; si está puesto bocabajo es que esta noche no podré salir.” ¡Cuántos romances se
trastocaron y murieron porque los muchachillos de la calle movían los caracoles al pasar!
Yo amo a mi ciudad con amor de rendido enamorado. Ciudad convidadora es ésta
mía, que tanto y tanto ofrece a quienes llegan a ella; amable clima, paz y seguridad;
el cordial trato de su gente; tradición prestigiosa de cultura, y un ámbito propicio para
trabajar y hacer fortuna en bienes de la tierra y el cielo.
No quiero exagerar las virtudes de mi ciudad, pero me han dicho de muy buena
fuente que Diosito se está portando bien porque quiere irse a Saltillo.
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Armando Fuentes Aguirre en una de
sus primeras conferencias
Colección: Luz María Fuentes
Circa: 1960
Sin embargo, escribo en 154 periódicos. Tengo casi cuarenta años de hacerlo y jamás
he encontrado hostilidad.
Rectifica Catón con una mueca. Restriega sus cejas y sus párpados. Coloca su dedo
índice en los labios como pidiendo silencio. Luego dice: “Bueno, en tiempos de Díaz Ordaz
sí hubo por ahí una insinuación para no hablar del ejército.” Enseguida sonríe, dando una
palmada en la mesa, para que se escuche una anécdota que le ha venido a la memoria
ante el cuestionamiento de su trato con Alfonso Martínez Domínguez, sobre todo como
gobernador de Nuevo León. “Lo traté poco y por eso no puedo decir que haya él intentado
cortar mi libertad de escribir. La única ocasión que estuvimos frente a frente fue durante la
visita del Papa Juan Pablo ii a Monterrey a fines de enero de 1979. Me invitaron a formar
parte de la comitiva de recepción y como me acababan de nombrar Cronista de Saltillo en
diciembre de 1978, trató de hacer una broma preguntando a todos en voz alta si era muy
importante ese nombramiento, y entonces yo le devolví la broma diciéndole: ‘Solamente
mi nombramiento y el del Papa son vitalicios; el de gobernador no, ese se acaba pronto”.
“¿Y sus lectores lo han atacado?” “Bueno, mis ‘cuatro lectores’, como digo yo, me
llaman por teléfono, me escriben cartas, me envían los modernos emails por internet y
ellos sí me reclaman airadamente cuando no están de acuerdo conmigo, pero no han
tratado nunca de hacerme daño. Inclusive puedo decir que nunca he temido nada por-
71
que para mí lo más valioso es el contacto personal que tengo con la gente. Viajo casi
cotidianamente por mis conferencias y después de éstas, esa gente establece contacto
personal conmigo. Mi labor está llena de sentido humano.
“¿Está usted consciente de la enorme responsabilidad de llegar a un vasto público a
través de 154 publicaciones diariamente?” “Hombre, sí, claro, claro —y Catón saborea
el elogio recreando las palabras con un tono de voz dulcísimo—. Sé que cuando hablo
de ‘orientar a la República’ es una forma festiva de pedir clemencia para mis ideas, pero
claro que tengo la seguridad del alcance de una palabra o de una frase, de un chiste o
de un comentario, cómo no”.
“Entonces, ¿por qué llama usted ‘mis cuatro lectores’ a ese numeroso ejército de perso-
nas que vibran con sus columnas periodísticas?” “Precisamente para no engolosinarme con
la creencia de que soy muy importante y para no caer en falsos engreimientos de populari-
dad que, por otra parte, es muy pasajera, como el título de gobernador de Martínez Domín-
guez, ¿eh?” “Sin embargo, usted sí disfruta escuchando lo que dice Miguel Ángel Granados
Chapa, que no hay en todo México un periodista que sea tan leído como Catón, al parecer
por más de dos millones de aficionados a sus columnas.” “Mire, José Luis, esa pregunta ni
se pregunta, porque soy un ser humano como todos, con su lado flaco, y esos elogios me
hacen mucho bien y me retroalimentan en mi responsabilidad en la prensa. Pero procuro
dejar pasar pronto los efectos de esos encomios y vivir la realidad de todos los días como
cualquier otro mexicano. Trato de regresar a mis orígenes en la prensa cuando era corrector
de pruebas, y me hace mucho bien el recuerdo de cundo era obrero en el periodismo,
lleno de aceite y tinta, siempre con mi overol”.
Herminio Gómez y Salvador Yzaguirre se han quedado pasmados con la lección de
humildad de este hombre tan exitoso y culto, tan centrado y generoso, que no se aguan-
tan las ganas de dar un puntillazo, y casi a la vez se explayan: “¿Por qué nunca ha querido
salir de Saltillo e irse a la Ciudad de México?” “Porque no veo mi ejercicio periodístico
como modo de obtener otras cosas. He escrito varias veces en periódicos de la Ciudad de
México y hoy mismo tengo un espacio muy digno en Reforma, que goza de gran prestigio
y circulación. Durante más de tres años lo hice en la sección cultural de otro periódico
de gran tradición como lo es El Universal. En El Sol de México, en otro tiempo. Inclusive
recibí una invitación de Excélsior, pero definitivamente no me atrae escribir desde el dF.
“En Guadalajara usted estaba bien identificado con los lectores de El Informador,
desde hace décadas.” “Sí, y cómo me dolió desprenderme de ese diario tan querido por
mí, igual que de El Porvenir, de Monterrey. Pero al llegar Mural de Grupo Reforma a la
Perla Tapatía yo debí despedirme de mis antiguos amigos, que no por eso han dejado
de ser mis amigos entrañables”.
72
Suspira Catón con nostalgia pero al mismo tiempo goza los triunfos en los perió-
dicos de los Junco regiomontanos, pues ha ganado en repetidas ocasiones el Premio
Ixtan que esta organización norteña otorga cada año a sus editorialistas leídos en los
anteriores doce meses, según encuestas entre sus lectores.
Herminio le da un vuelco a la conversación y le recuerda que cuando escribió
(Catón) sobre la protesta que él (Herminio) llevó a cabo en Madrid, España, durante
la visita del entonces presidente Miguel de la Madrid, el columnista se ocupó no del
reclamo de democracia sino de que en el cartel apareciera Méjico con jota.
“Qué detalle ¿verdad, Herminio? —suelta la carcajada— desde luego seguimos
pendientes de saber por qué no se ha aclarado esa confusión”.
Pero, oh coincidencia, el 10 de octubre de 2000, el maestro se ocupó pontificalmen-
te del asunto por un hallazgo que le dejó satisfecho.
En su ortografía de la Lengua Española, obra publicada el año que pasó, la Real Acade-
mia da por primera vez su brazo a torcer en lo que atañe a la palabra México.
La docta corporación —así suele decirse— ha puesto siempre Méjico, con j, y con
j escribe también los derivados de ese término: mejicanismo, mejicano. Ciertamente
en la última edición de su Diccionario aparecen los vocablos mexicanismo, mexicano,
México y mexiquense, pero en los tres primeros remite a la definición de la correspon-
diente voz escrita con j. Sólo en el caso de mexiquense —natural del Estado de Méxi-
co— deja de hacer tal remisión.
¿Empieza la Academia a preferir la x sobre la j tratándose de la palabra México y
sus derivados? Ojalá. Con x la escribimos los mexicanos, y debe la Academia reconocer
ese uso. Tal intención parece desprenderse de la nota al pie de la página 29 de la Or-
tografía: “En cuanto a las variantes escritas con j (Méjico, mejicano…) se recomienda
restringir su uso en atención a la tradición ortográfica del país americano.
Caramba, ya era tiempo.
Media tarde ya. De pronto, una revirada al reloj le hace saber a Catón que no ha
escrito sus columnas del día siguiente, pero Chava Yzaguirre le cuenta un chiste para
que empiece De política y cosas peores. Está buenísimo, dice el escritor y los secundamos
los demás, desternillándonos de risa. Es de esos que le han ganado la fama de lépero e
indecente al saltillense, pero de los que quiere un acervo mucho mayor. Buenísimo, en
serio, vuelve a repetir.
Mesero, por favor, dame la cuenta…
73
Homenaje a los padres de Armando Fuentes Aguirre, Catón, en la antigua casa de General Cepeda y Caracol
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
Saludos y abrazos le llueven al festivo periodista al salir del restaurante. Al fin se
desprende cortésmente de los espontáneos amigos.
Andando por las calles en donde se respira el aire barrial, mezcla de pan de muer-
to, aceite quemado de motores automotrices, zurcidos invisibles, comida, pañales de
niños en sus hogares, perfumes de guapas oficinistas, nos dirigimos a la esquina de
General Cepeda y Caracol.
En la calle poco bulliciosa y estrecha que nos lleva a la estación permisionaria de
Radio Concierto se oye el canto de algunos pajarillos sobre árboles. Repasamos la ins-
cripción sobre azulejos que Catón dedicó a sus padres:
“En esta casa vivieron don Mariano Fuentes y su esposa doña Carmen Aguirre de Fuen-
tes. Varón ejemplar él; mujer de letras ella y gran dama del teatro saltillense, pasaron por
la vida haciendo el bien. Quien tal hace no pasa: queda, como ellos, en el recuerdo y el la
gratitud. Saltillo rinde homenaje a su memoria. Centro Histórico de Saltillo. Archivo Muni-
cipal de Saltillo. 1996”.
Llega la hora de la despedida. Del “gracias, licenciado” y del “mucho gusto” obliga-
do. La mirada brota cristalina de esos ojos bailarines de Catón, que no puede disimular
la prisa que lo lleva a abordar su camioneta y desplazarse a su destino. Las horas mue-
ren felices.
“Nos vemos mañana en Monterrey”.
Salimos nosotros también rumbo a la autopista. El Sol pende sobre nuestras cabe-
zas. “Desde el Cerro de la Silla se divisa el panorama cuando empieza a anochecer”.
Texto tomando de Esquivel Hernández, José Luis. (2003). Armando Fuentes Aguirre, el Catón
de Saltillo. Monterrey, Nuevo León: Esquivel Esparza.
75
Armando Fuentes Aguirre, Catón, en Radio Concierto
Fotografía: Víctor Mendoza
2018
O P I N I O N E S S O B R E E L C R O N I S TA
POR JESÚS DE LEÓN
LO QU E S E LLA MA U N P O LÍ G R A FO
ENRIQUE KRAUZE
Por más de veinte años, Enrique Krauze colaboró con Octavio Paz en la revista Vuelta, de
la que fue secretario de redacción (1977-1981) y subdirector (1981-1996). En 1992 fun-
dó la Editorial Clío, de la que es director, mismo puesto que ocupa dentro de la revista cul-
tural Letras Libres, que fundó en 1999, con circulación en varios países de habla hispana.
Krauze es un destacado historiador, ensayista y editor con varios premios y reconoci-
mientos. En 1976, recibió el Premio Magda Donato por su libro Caudillos culturales en la
Revolución mexicana, y, en 1979, obtuvo la beca Guggenheim. En octubre de 1993, ganó
el Premio Comillas de Biografía, otorgado anualmente por Tusquets Editores a la mejor
biografía internacional, por Siglo de caudillos.
Ha recibido muchas otras distinciones.
También es autor de series documentales y televisivas sobre la historia mexicana como
Biografía del poder (1987), México: Siglo XX (1998-2000) y México: Nuevo siglo. Desde Primeras conferencias
de Armando Fuentes
1990 es miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Aguirre
Este destacado intelectual mexicano fue entrevistado con motivo del reconocimiento Colección: Luz María
Fuentes
al cronista de la ciudad por parte del Ayuntamiento de Saltillo. Es difícil, y eso hasta los Circa: 1960
77
más grandes autores lo saben, obtener el reconocimiento de los conciudadanos. Krauze
manifestó que considera muy importantes las distinciones de este tipo —con claridad, con
generosidad— para ciudadanos tan eminentes, para las voces de la ciudadanía que, como
Armando Fuentes Aguirre, Catón, son tan versátiles, tan inteligentes, y dijo:
—Tengo una muy alta opinión de lo que este hombre significa en el periodismo y en
la vida pública de México. Es un escritor, es un periodista, es un hombre que además
proviene de muchas tradiciones, por ejemplo de la tradición del epigrama clásico. Leo
sus diversas columnas y tienen el don del apotegma moral, del epigrama preciso, de
la tradición griega y latina; pero también de la parábola cristiana y, por otro lado, es
un pícaro humorista; un contador de anécdotas y un agudo crítico de la vida pública.
Es un hombre muy original. Por eso tiene éxito. Al mismo tiempo también ha escrito
libros muy estimables de la historia de México. Es un hombre que tiene, por otro lado,
inteligencia, cultura y corazón. Sabe reconocer, sabe admirar y, por si fuera poco, es un
hombre del interior de la República, de Saltillo, de Coahuila. Es un sobreviviente de la
gran tradición cultural del interior de la República.
¿Con qué otros ilustres autores, periodistas, humoristas, cronistas, columnistas políticos,
podría compararlo?
—Es bastante único en estilo y hasta en la forma de armar sus textos diarios. Es tan proli-
jo. No sabe uno a qué hora saca tiempo para escribir prácticamente a diario. No me viene
a la mente alguien más. Tiene, como le digo, muchos registros. Sobre todo, creo, que el
principal es el tacto periodístico con el público. Diariamente es una presencia que mueve
a la reflexión, a la sonrisa y con un sentido moral de respeto a la tradición liberal y tam-
bién de respeto a las creencias religiosas de México. Es decir, es un liberal moderado que
tiene respeto por la religiosidad. A mí me gustan mucho esos epigramas sobre personajes
heterónimos inventados que coloca diariamente y que lo hacen a uno pensar. Son muy
originales, muy profundos.
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Comparándolo con don Artemio de Valle-Arizpe, otro saltillense, ¿qué similitudes o qué
diferencias encuentra?
—De Valle-Arizpe era más costumbrista, más historiador anecdótico. Son más amplios
los registros de Catón. Digamos que son dos generaciones distintas. Valle-Arizpe está
más ligado a la tradición de la historia que de la crónica, de los lugares y de las per-
sonas. Catón dio el brinco hacia otros ámbitos, hablar directamente al público sobre
temas filosóficos profundos. Eso es bastante admirable.
De Catón se dice que es popular, así como de otros personajes se dice que son populistas,
¿podría usted establecer la diferencia entre ser popular y ser populista?
—Ser popular es tener éxito, genuino, natural, con el público y con el lector. Ser popu-
lista es darle al público lo que quiere oír. El populista actúa con malicia política. El hom-
bre natural no lo es, porque lo es de manera natural. Catón es popular, no populista.
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E N T R E M O N S I VÁ I S Y V I VA L D I
HORACIO FRANCO
Horacio Franco es uno de los artistas mexicanos más reconocidos con casi cuarenta años de
intensa trayectoria. Estudió en el Conservatorio Nacional de México y posteriormente en el
Conservatorio de Ámsterdam, donde obtuvo el grado “Solista Cum Laude”.
Aclamado como uno de los más importantes flautistas y directores a nivel mundial,
impulsa el movimiento de música antigua y funda la primera orquesta barroca de México.
Ofrece alrededor de 150 conciertos anuales que, con su larga trayectoria como ejecutante
y pedagogo, amplían la visión que se tiene de la flauta de pico.
Su repertorio abarca música medieval, renacentista, barroca y contemporánea, inclu-
yendo música colonial latinoamericana, tradicional y popular.
En sus giras por los cinco continentes ha impartido numerosas clases magistrales y
participa en proyectos de educación, así como de apoyo a sectores marginados y desprote-
gidos de la sociedad.
Sin más preámbulos ni obertura, he aquí su opinión sobre Armando Fuentes Aguirre.
—Yo celebro 40 años de carrera este año, y él cumple 80 años el 8 de julio. Para Fuentes
Aguirre es un merecido homenaje, dada su labor imprescindible para la prensa mexica-
na y como cronista de la ciudad de Saltillo. Don Armando es un emblema en la cultura
coahuilense, en la cultura periodística mexicana y, además, nos hace reír.
En su Mirador de hoy, Catón nos habla del optimismo. Él se define como un optimista
profesional. ¿Qué opinión le merece el periodismo optimista?
80
—Hay muchas clases de periodismo y muchas generaciones nuevas de periodistas que
están buscando una identidad. Si algo tiene Catón, si algo tiene el maestro Fuentes
Aguirre, es que encontró su camino, su lenguaje, al margen de toda la podredumbre
que nos aqueja. México no es un país del cual uno diga que está funcionando, porque
estaríamos ciegos. Ningún político, por muy bueno que sea, puede decir que México
es un país donde no pasa nada. Asesinan periodistas, mujeres, migrantes. Ahora están
asesinando candidatos también. Vivimos una situación anómala. Pero alguien como Ca-
tón, que en un momento dado ya no es un reportero, sino un periodista muy respetado
y muy querido, cronista de una ciudad, tiene todo el derecho de ser optimista, pero de
ser crítico además. Está optimista de que las cosas van a mejorar en México, porque
peor no pueden estar. No sé qué tanto vayamos a tocar fondo en los meses que quedan
de este sexenio, pero creo que yo también soy optimista, en ese sentido. Hay que tener
una mentalidad muy crítica. Catón la tiene. Es una persona sumamente experimentada
en la política. A mí se me figura un prototipo, un sucedáneo de Antonio Vivaldi, el gran
compositor italiano, que escribe muy ligero y piensa muy profundo.
¿Con qué cronista mexicano, de esa gran tradición de cronistas que tenemos en México, lo
compararía?
—Con Monsiváis, en muchos sentidos. Pero Monsiváis era más denso. Usaba un voca-
bulario mucho más reprimido, como era él, mucho más intelectual, más serio. No repri-
mido en el sentido de auto represión, sino en el uso de un vocabulario más cuidadoso.
Muy ingenioso, muy de doble sentido y con mucho humor. Es como comparar a Vivaldi
con Bach o con Händel. Bach es profundo, intelectual; Vivaldi es intelectual y profundo,
pero escribe muy ligero. Catón es un Vivaldi contemporáneo del periodismo.
¿Considera que Catón es tan querido como leído o cree que es más querido que leído?
—Creo que debería ser más leído. El periodismo al estilo Catón de la prensa editorial
y de la prensa crítica se han perdido en la prensa diaria. Estamos viviendo, a través de
la información diaria, la vorágine de cosas tremendas que pasan en México. Tremendas
son las elecciones, como tremendos son los asesinatos; tremendas son las noticias sobre
el crimen organizado, como tremendas son las cuestiones que pasan con el huachicol
o con el descarrilamiento de trenes. Todo lo que vivimos hoy por hoy es tremendo. No
podemos deslindarnos. Las redes sociales absorben todo de una manera impresionante.
Catón necesita mayor difusión en las redes sociales. Ojalá que al maestro se le ocurra
hacer un canal de YouTube para decir todo lo que dice. Lo que hace en televisión es muy
conocido. Me encantó, por ejemplo, uno de los últimos segmentos que vi en el noticiero
81
de Televisa, donde planteó el hecho de que hay que cuidarse a uno mismo, que nosotros
preferimos cuidar nuestro coche que cuidarnos a nosotros mismos. Es importante que
difundan eso entre los jóvenes y los millennials, que son los que finalmente conocen
menos a Catón.
¿Qué opina de una persona tan carismática, que lo mismo lo veamos dirigir una orquesta
que dando una conferencia?
—Catón es un hombre de su tiempo, un humanista. Gente que se puede permitir ya con
la carrera y la trayectoria que tiene, todos esos lujos, sin que le afecte. No sé qué tanto
sepa el maestro de música, pero si lo puede hacer o lo quiere hacer, pues sea bienveni-
do. No se le puede cuestionar ni nada. No creo que vaya a dirigir toda una temporada
de conciertos, pero se le puede permitir porque es un intelectual y se le respeta.
82
UN CRONISTA FA MI LI A R , D I C E F E R N A N DA
FERNANDA FAMILIAR
Fernanda Familiar cuenta con dos Best Sellers: Mamás de teta grande y El tamaño sí
importa; y recién ha lanzado su cuarto libro No la vi venir. Conduce diariamente un pro-
grama de radio de dos horas, a nivel nacional, en Grupo Imagen Multimedia. Edita, con
Grupo Medios, una revista que vende sesenta mil ejemplares mensuales, avalada, con su
nombre, en calidad y contenido. Imparte conferencias anuales a miles de personas, a nivel
nacional e internacional.
Es considerada como integrante del Foro Internacional de la Mujer Capítulo México,
entre otros logros. Gracias a su esfuerzo, dedicación, responsabilidad y entrega, Fernanda
Familiar ha logrado ser un referente de liderazgo en México, sustentado por la credibilidad
y el compromiso, que mantiene de manera incansable.
La afinidad de su actitud con la de Catón en el campo del periodismo resulta evidente
en el tipo de respuestas que dio a nuestras preguntas.
83
como internacionales. Lo que tengo muy presente es que aquel primer encuentro con
sus letras ocurrió precisamente cuando yo me interesaba en el periodismo y su columna
me llamó la atención por la contundencia de sus palabras y la facilidad para no sólo
entender lo que deseaba transmitir, sino también escuchar su voz que años después
tendría el gusto de conocer en alguna entrevista que le realizaron.
¿Podría usted citar alguna frase memorable que haya leído en una de las columnas o en
alguno de los libros de Catón?
—Catón escribió una divertida queja contra la revista Fortune porque no lo mencionaba
como uno de los hombres más ricos del mundo. Pese a que en la lista que era la causa de
su enojo se encontraba otro mexicano como Carlos Slim, Catón planteaba una posible
demanda porque su nombre se había omitido. A continuación desglosaba con detalle las
características por las que se consideraba un hombre extremadamente rico, que no es lo
mismo que millonario. Y entre tantas afirmaciones, hubo una que se me quedó grabada
en la memoria. Catón decía: “Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis de-
fectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos.” Tener una honestidad
tal en materia de nuestras debilidades es un ejercicio de valentía pero, cuando además
hay gente que nos quiere con sinceridad en este medio donde la solidaridad gremial es
tan poco común, debemos celebrar que existan personas como Catón que saben querer
y darse a querer.
¿Con qué otros ilustres autores (humoristas, periodistas, cronistas, columnistas políticos,
etcétera) podría usted comparar a Catón?
—Otro gran cronista y crítico teatral que guarda cercanía con el estilo y el reconoci-
miento que se ha ganado Catón es el célebre Luis Reyes de la Maza, quien también
poseía la destreza de transformar la narración de un acontecimiento en una película
84
dentro de la imaginación del lector. También se puede comparar la versatilidad para
transitar de la literatura al periodismo de Catón con el trabajo de Vicente Leñero,
quien es posiblemente el único escritor mexicano que probó —y no sólo eso, sino
dominó— todos los géneros literarios y periodísticos. Y cómo olvidar la sabiduría y
el flujo narrativo de un Carlos Monsiváis, con quien Catón comparte el gusto por la
crónica.
¿Cree usted que la forma de hacer periodismo de Catón sea imitable o pueda dejar
descendencia?
—Hay en el medio periodístico una cantidad infinita de compañeros que pasan por
la redacción de un periódico o de algún medio electrónico. Y así, hay varios que se
quedan para siempre en ese lugar, tecleando letras y formando palabras en un estilo
homogéneo aprendido en la carrera de periodismo. Pero son aquellos, los que logran
romper esos paradigmas, los que saltan de la redacción a la escritura, aun hablando
de medios informativos. Curiosamente, lo que marca la diferencia y otorga el recono-
cimiento es el cambio en las reglas, aunque para hacer esto primero hay que conocer
las normas que intentamos romper. Ese periodismo donde hay un estilo es en realidad
la firma de cada persona. Catón tiene un estilo característico que ya trascendió en la
historia de un país, una firma que conocemos, y Catón es Armando Fuentes Aguirre
y nadie más.
85
maginable de noticias terribles, pero que ha preferido hacernos reír que hacernos sufrir
con la nota roja. Catón es el hombre que parece escribir porque le sale del alma y que
para suerte nuestra eso se convierte en una columna o en un libro.
86
TAM BIÉ N LOS Q U E H AC E MO S PA STO R E LA S
O COLU MN A S P O LÍ T I C A S
MIGUEL SABIDO
87
¿Por qué en México acostumbramos escribir tan poco sobre las personas que escriben mucho?
—Es un vicio heredado de la Nueva España. Falta de reconocimiento. El deporte nacio-
nal en México —como lo dijo Octavio Paz— es el ninguneo. Parecería que no reconocer
el talento ajeno da mayor talento. Nunca he tenido esa posición. He hecho homenajes a
Pita Amor, a Hugo Arguelles, a Griselda Álvarez… Creo que en vida se debe reconocer
la aportación de los mexicanos a la cultura y me parece que ustedes están subsanando
ese grave defecto nacional, porque es un defecto el silencio acerca del mérito ajeno.
Hablemos a gritos de un enorme talento, tan variado, porque además es sumamente
amplio. Va desde la sátira, la política más fina, hasta la reflexión filosófica y el rigor
académico más profundo. Me parece que están ustedes luchando contra ese horrible
deporte mexicano del ninguneo.
Ya que estamos hablando de deportes nacionales, ¿por qué hay gente en México que no
toma en serio el humor?
—Mucha gente toma en serio el humor. La columna de Catón se publica en más de cien
periódicos. Armando es una figura nacional, es una verdadera estrella que ha logrado
convertirse en una institución nacional. Ha convertido su columna en la más importan-
te de toda la República. Usar sabiamente el humor para poder decir la verdad, muchas
veces desgarradora, sobre este país tan lastimado. Cuando él habla de sus cuatro lec-
tores podríamos decir sus cuatro millones de lectores. Me parece que él ha sabido usar
el humor para hacernos ver la realidad en México y para reflexionar también sobre el
ser humano.
88
diferentes a los del español normal. Cantinflas en ese sentido fue un Quijote, como lo es
Armando. Contra lo que luchaba Cantinflas era contra un idioma que no era el suyo y,
sin embargo, sabía hacerse entender por todo el mundo. Lo mismo le pasa a Armando.
Utiliza el sentido del humor aparentemente para hacer un chistorete, pero lo que está
haciendo es una reflexión filosófica profunda.
89
ABR IR U NA E N C I C LO P E D I A O LE E R A C ATÓ N
EDUARDO CACCIA
Desde que Eduardo Caccia (Ciudad de México, 1962) era niño, se dio a la tarea de descu-
brir lo extraordinario y obtener respuestas a preguntas paradójicas. Su deseo era conver-
tirse en arqueólogo. La vida lo puso en otra dirección, que lo llevó a la investigación no
tradicional de consumidores. Según dice, esta actividad semeja mucho a la del arqueólogo,
pues consiste en escarbar profundo en las capas de la mente humana, hasta el fondo, donde
están enterrados los tesoros.
Eduardo ha sido profesor universitario en la Universidad Panamericana y miembro
de la Universidad de San Diego, en la Oficina de Educación Corporativa y Profesional.
También ha escrito artículos sobre marcas y temas de código cultural en prestigiadas
publicaciones como Expansión, Reforma, Mural, El Norte, La Jornada. Es conferencis-
ta y ha dado cientos de conferencias y presentaciones sobre diferentes temas, en varios
países.
Enterado sobre el motivo de la entrevista, consideró el homenaje para Armando Fuen-
tes Aguirre como un acto de justicia. “Los cronistas son portadores, no solamente de la
historia, sino de la tradición —dijo— y mantienen vivos los lazos entre generaciones. Es lo
menos que merece un personaje de la estatura del maestro Catón”.
¿Dónde lo leyó por primera vez? ¿Cuál fue el primer contacto que tuvo con sus textos?
—Fue en periódico Reforma. Tengo entendido que él es la persona que publica en pe-
riódicos más leída de México. Es difícil no toparse alguna vez en la vida con un texto
del maestro.
¿Algún texto en particular que lo haya ganchado como lector para acercarse a la obra de
Fuentes Aguirre?
—Hay varios ángulos de su obra, pero particularmente a mí me llama la atención su
enorme capacidad para crear nombres. Esos nombres que les pone a sus personajes
reflejan una habilidad, una creatividad muy especial, que yo valoro porque parte de mi
actividad profesional implica muchas veces el desarrollo de nombres para marcas que
están por salir al mercado. Crear nombres es un proceso complicado. En el caso de él,
creo que tiene una facilidad absoluta, porque en los nombres de sus personajes revela
90
características fundamentales, que nos ayudan a completar el cuadro de esas microhis-
torias con las que él nos deleita todos los días.
¿Con qué otros ilustres autores, humoristas, cronistas, columnistas políticos, lo podría
comparar?
—Por la frescura y la cotidianidad de sus publicaciones, lo compararía con un Germán
Dehesa, quien también tenía esa capacidad de transmitir los elementos vivenciales de
la vida diaria y publicaba prácticamente todos los días; ambos, creo, tienen un sentido
del humor parecido: decente, pero muy jocoso. En el caso particular del maestro Ca-
tón, rescato cómo puede, por ejemplo, hablarnos de temas eróticos y de incursionar en
escenas que serían de escándalo, pero de una manera tan sutil, tan bien llevada y sos-
tenidas las palabras, que terminan esos temas siendo invitados en la sala de cualquiera.
Se convierten en parte de nuestro contexto.
¿Cree que sea imitable la forma de hacer periodismo de Armando Fuentes Aguirre?
—Es muy difícil imitar a un autor de sus características. Primero, porque tiene una
capacidad espectacular para generar contenidos y todos, quienes estamos en el medio
periodístico, de alguna forma generando contenidos, sabemos que no es fácil hacerlo;
incluso, como es mi caso, semanalmente. Ahora, hacerlo todos los días implica un reto
mayúsculo. En el caso de él, tiene elementos sumamente competitivos para el oficio,
como es una memoria prodigiosa. He escuchado narraciones en donde hace referencia
a temas históricos. Su memoria creo que le ayuda mucho. Por el otro lado, tiene un
dominio del lenguaje espectacular. Si uno quisiera aprender nuevas palabras y enrique-
cer su vocabulario, creo que tiene dos opciones: abrir una enciclopedia o leer a Catón.
Es un autor que fascina a las masas. Sobre las presentaciones en público, ¿cómo enfrenta
Catón al monstruo de los mil ojos?
—La primera vez que tuve contacto personal con él daba una conferencia en un foro
donde yo participé. Mi intervención fue primero, así que me quedé para escucharlo.
91
Nada más lo conocía por sus textos y me llamó poderosamente la atención el dominio
que tiene en el escenario. Todos quienes hemos subido a un escenario sabemos que
hablar en público tiene retos muy específicos. En el caso del maestro Catón se maneja
como un pez en el agua. Tiene un dominio magistral. No lo escuchamos trastabillar y
toda la ilación y la elocuencia parecen como de alguien que tiene todo este contenido
cargado de una forma artificial y alguien ha apretado un botón y sale de una forma
muy natural. La primera vez que lo vi platiqué con él. Me confesó que estudió teatro y
creo que esta capacidad histriónica le abre muchas posibilidades que no tienen quienes
simplemente escriben bien. Él no solamente escribe bien, sino que habla bien, gesticula
bien. Es un gran comunicador. Creo que eso es lo que le ha dado tanto público y tanto
arrastre.
¿Qué pasa cuando los grandes conferencistas quieren decir algo nuevo y la gente les pide
lo mismo? Me parece que el público se acostumbra y exige lo mismo. A los conferencistas
les pasa como a los cantantes que cuando quieren presentar material nuevo, resulta que el
público pide las mismas canciones.
—El primero en cansarse del contenido es uno mismo, porque lo vive permanentemen-
te. El reto está en poder tener un equilibrio entre estos lados que son los permanentes
y los lados que puedan ser novedosos. Creo que un conferencista tiene el reto que tiene
un río, que siempre está en el mismo lugar, pero con distinta agua y esa característica
de renovación sin moverse es lo que el público agradece.
92
Armando Fuentes Aguirre entrevistando a un pescador de New Bedford, Massachusetts
Colección: Luz María Fuentes
Fecha: s/f
Catón en su casa de Bloomington, Indiana, a su paso por la escuela de periodismo de la universidad de ese estado, con dos de sus compañeros
de estudios. A la izquierda Mike Anamzoya, de Ghana; y Luis Espinoza, de Colombia
Colección: Luz María Fuentes
Fecha: s/f
E L BAL AD ISTA H A BLA D E L C RO N I STA
C É S A R C O S TA
César Roel Schreurs, conocido artísticamente como César Costa (Ciudad de México, 1941)
es un actor y cantante mexicano que actualmente es miembro del Consejo Consultivo de la
UNICEF en México y Embajador de buena voluntad.
Con la compañía Orfeón, grabó tres discos con canciones como Mi Pueblo (My Home
Town) y Loco Amor (Crazy Love), versiones castellanas de los temas de Paul Anka, ade-
más del clásico La Historia de Tommy (Dile que la quiero).
Además de su actividad como cantante, trabajó en la serie televisiva de 1986 Papá
soltero, llevada también al cine. Condujo programas periodísticos y musicales en radio
y televisión, como Un nuevo día y Al fin de semana, show que reemplazó en Televisa al
tradicional Siempre en domingo. En 2017, participó en el doblaje para América Latina
de Coco de Disney Pixar.
La evolución de César Costa, de cantante a actor y de actor a entrevistador, lo fue
colocando cada vez más cerca del trabajo del periodista; el hecho de que Catón haya evolu-
cionado de periodista a conferenciante y, después, a figura de los medios, ha exaltado sus
dotes histriónicos: es en ese punto donde el cronista y el baladista se juntan.
¿Quién no lo recuerda a usted como baladista de toda una época? ¿Los baladistas y los
cronistas se llevan?
—Depende de con quiénes. Somos de alguna manera una familia. Todos los comunica-
dores tenemos algo en común: el deseo de poder establecer una relación con el público,
una comunicación directa. Eso de alguna manera nos hace familiares, tanto a los cro-
nistas como a líderes de opinión, a los cantantes, los conductores.
95
¿Y de qué platican, cuando han platicado?
—Bueno, siempre está flotando el sentido del humor, porque él tiene un estupendo
sentido del humor, que es una característica de la inteligencia. Hablamos de todo, por-
que es un hombre universal en ese sentido. Puede uno abordar temas de tipo político,
académico, de historia… Él es un historiador muy serio. Así es que de todo, de todo. La
vida da para eso y para mucho más.
Se dice que Catón tiene oficio. ¿Qué opina usted del oficio? ¿Qué es el oficio?
—Cuando se ha repetido algo o cuando se sabe tanto de algo, se convierte uno en
maestro y sin la menor duda yo creo que él es un maestro en muchos sentidos. El oficio
es lo que hace al maestro. El conocimiento y la profundidad de esos conocimientos,
pues, le dan a uno el título de maestro.
96
cuanto a sus conocimientos, en cuanto a lo que expresa en cualquier tema. Lo leo a
menudo y me gusta mucho cómo escribe.
Le haré la pregunta que nos hemos hecho todos alguna vez: ¿de dónde saca Catón tantos
chistes?
—Creo que tiene un poder de observación extraordinario y luego los humoristas se
vuelven ellos recipientes de alguna manera, porque uno, cuando conoce a una persona
como él, generalmente saca lo mejor de su repertorio. Son buenos observadores, que
todo lo asimilan, lo transforman y luego lo plasman en el mejor medio posible.
Catón defiende por un lado el valor del orador cívico. ¿Usted cree que es actual, que está
vigente?
—Sí, sin duda. Creo que sí.
Hay quienes dicen que Catón es más querido que leído, ¿está usted de acuerdo con esa
afirmación?
—Es difícil responder eso. Ambos aspectos van de la mano. Si no fuera querido, no
lo leerían y, si lo que leyeran decepcionara, pues ya no lo seguirían queriendo. Es un
círculo virtuoso. Creo que él está muy a la par de lo que recibe del cariño del público,
pero él lo da en sus escritos, en sus pensamientos.
¿Con qué humorista, que haya trabajado con usted, compararía a Catón?
—Es totalmente distinto. Catón es muy universal. Puede ser muy profundo. He tenido
la oportunidad de trabajar con muy buenos escritores, tanto en mis películas como en
los programas de televisión; he incursionado bastante en los libretos también, siempre
lo hago, pero es difícil. No quisiera yo hacer comparaciones. Pero sí, creo que su idea
de que un día probáramos hacer algo juntos sería muy interesante.
97
Hacer reír o sonreír, ¿qué tan importante es para un país como el nuestro?
—Es indispensable. ¿Qué pasaría si no tuviéramos ese sentido del humor los mexicanos
y esa chispa que, además, tiene dos filos? Porque buscarle la salida humorística a los
problemas tiene cierto talento pero, a la vez, es una manera de evadir la realidad. Es
un tema muy discutible. Si no tuviéramos sentido del humor, México hubiera cambiado
desde hace mucho. No sé hasta qué grado sea buena la evasión de la realidad y que no
la afrontemos, con la seriedad que deberíamos, dadas las circunstancias que estamos
viviendo y a las que hemos llegado. Pero, bueno, desde el punto de vista positivo, el
poder comunicar alegría, una sonrisa, se me hace lo más maravilloso; se me hace una
misión importantísima en la vida de cualquier ser humano, el que pueda contagiar una
visión positiva de los momentos más difíciles o dramáticos que se puedan vivir.
98
CATÓN V I STO D E C E RC A
DIANA MARÍA GALINDO TEISSIER
Se podrá impresionar fácilmente a los extraños o a esos paisanos que nos han visto de lejos
y de cuando en cuando, pero lograr la admiración de quienes te ven todos los días es quizá
lo más difícil y, por eso mismo, lo más meritorio. ¿Por qué cree que sea tan difícil obtener
el sincero reconocimiento de los conciudadanos?
—Porque te conocen como ser humano, conocen tu intimidad. Ocurre en los matrimo-
nios cuando el marido o la mujer son muy destacados, pero el cónyuge no lo reconoce
tanto porque ve a la pareja en sus miserias. Eso que ocurre en la vida conyugal también
sucede con la proximidad: “Era mi vecino —decimos— y siempre andaba pidiendo
prestado, aunque ahora sea un destacado escritor, poeta, músico…”. Si fuiste el chillón
de la clase, ¿cómo vas a ser ahorita el destacado?
99
libro así. Firmado por Catón El Censor, Armando Fuente Aguirre, quien añadió algunas
imágenes al volumen, sátiras de sí mismo. “El autor, como él quisiera ser,” y aparecía
un Charles Atlas musculoso, y en la siguiente página “El autor, como realmente es,” y
aparecía Armando en la misma pose pero como era él, muy delgado. El libro es una
recopilación de sus mejores columnas aparecidas en El Heraldo, pero además su autor
le añadió un toque de humorismo. Por cualquier lado era muy apetecible el libro y muy
fácil de leer. Eso debe haber sido allá por el 67. Armando y Lulú, su mujer, fueron unos
de nuestros padrinos, cuando nos casamos, en el 68. Luego seguimos con una amis-
tad de hijos y luego de vecindad. Vivimos por la misma calle cuando recién casados,
en Bravo. Luego él vivía aquí en González Lobo, muy cerquita. Nosotros vivíamos por
Chiapas. Él fue el primer director de Vanguardia. Aquí, a cuadra y media, se fraguó todo
el plan para hacer el periódico. Mi marido desde un principio pensó en Armando como
director. Él fue el iniciador, con unas ideas muy novedosas para un periódico. Traía una
biografía narrada en siete días de un personaje famoso. Recopilaba biografías y obras
de los artistas plásticos, sobre todo de Saltillo. Hizo cosas distintas, muy singulares,
que dieron un toque distinto al periódico. Así que había mucha convivencia. Después,
Armando Fuentes estuvo en Monterrey y allá escribió para El Norte. Luego, pusieron
un periódico aquí: Palabra. Fue cuando dejó de escribir para nosotros. Pero siempre ha
habido una estrecha amistad, una convivencia más frecuente o menos frecuente, pero
siempre afectuosa.
¿Cuál considera que es el principal atractivo del estilo de Armando Fuentes Aguirre?
—Tiene una prosa inteligente, fácil de leer, accesible y al mismo tiempo no deja de
llevar su gramito didáctico. Te queda algo más, aparte de la risa o de la crítica que esté
haciendo. Siempre tiene algo con qué sorprenderte. Eso es algo importante para cual-
quier artista. La escritura es un arte. Entonces yo creo que siempre debes tener algo de
“veme, veme, fíjate que no soy el mismo de ayer, aunque parezca, traigo otra cosita.”
Creo que Armando lo logra a pesar de tener una carga extraordinaria, porque no sé
yo de otro autor que trabaje los siete días de la semana y publique cuatro diferentes
columnas. Es mucho esfuerzo aunque tengas mucha facilidad como la tiene él. Yo re-
cuerdo también que íbamos a salir a alguna parte, y decía: “Ahorita vengo, nada más
voy a escribir la columna.” A los veinte minutos salía: “Ya, ya la tengo.” Era rapidísimo.
En un momento la escribía.
Eso quiere decir que, como hay poco tiempo para redactar el texto, hay que pensarlo bien y
tenerlo resuelto en la mente antes de empezar a escribir. ¿Y sobre la actualidad de los temas?
100
—La actualidad no le importa tanto a Armando. Creo que a él no le importa tanto la
noticia del día a día como a la gran mayoría de los comentaristas. Es muy eventual que
saque el comentario de tal cosa que sucedió ayer. Es más importante para él lo perenne,
lo que siempre está en función, lo que no va a cambiar.
¿Le parece sincero el amor que siempre le manifiesta a la ciudad o es un recurso para
echarse a la bolsa al lector?
—Pienso que es sincero. Y, haciendo una comparación con Armando, mi marido, quien
amaba a la ciudad de una forma que decías tú: “Bueno, ¿no ha viajado o qué?” A lo
mejor sí hay esos amores.
“Los ojos muy abiertos antes del matrimonio, y medio cerrados después”, la máxima de
Benjamín Franklin.
—Lo que lograste ver. Por eso te digo: esas personas ya se casaron con la ciudad.
Catón extrae frases de la vox populi, pero él también es un surtidor de frases para la vox
populi.
—Él inventa mucho. Tiene alma de publicista. Como publicista es genial. Ha hecho
muchas campañas.
De las frases de Catón, ¿cuál es la que más le gusta a usted, con la que más se identifica,
la que más recuerda?
—Me acuerdo de anécdotas, que me caen mucho en gracia. Una vez contó que su
tío Rubén, el papá del Profesor Jirafales, le dijo: “¿Ya viste, hijito, la película Cuando
los hijos se van?” “Sí, tío, está muy triste, ¿verdad?” “Sí, pero es más triste cuando se
quedan.” Eso le dijo el tío Rubén. Creo que los hijos estaban ya grandecitos y no salía
ninguno.
“Saltillo es otra cosa” es una de las frases de Catón, con la que hizo una campaña publici-
taria. Si se la aplicamos al mismo Armando Fuente Aguirre, ¿considera usted que Arman-
do Fuentes Aguirre también es otra cosa y, si es así, qué cosa es Armando Fuentes Aguirre?
101
—Armando también es otra cosa. Es el juglar de Saltillo. Es un personaje. Va a pasar
mucho tiempo sin que se dé otro igual. No lo puedes encasillar. Tiene muchas facetas.
¿Considera que Catón es fiel a sí mismo? Ha publicado desde hace muchos años. ¿Cómo
ha visto usted esa evolución? Como persona que de una u otra manera ha estado al tanto
de las publicaciones de Catón al frente del periódico, ¿lo encuentra fiel a sí mismo? ¿Ha
mantenido esa fidelidad a sí mismo?
—A sí mismo, sí; a su forma de ser, sí.
¿No ha cambiado?
—No. Es lo que se espera de él.
¿Con qué otros cronistas que también hayan sido saltillenses lo compararía? ¿Con don
Artemio de Valle-Arizpe, qué similitudes encuentra?
—Quizá de otra forma, pero por esa veta graciosa, esa veta de humorismo en sus escri-
tos. La manejan de distinta forma don Artemio y Armando, pero quizá por eso.
¿Y el hecho de que sean personajes del siglo xix en su forma de vestir, en su forma de hablar,
en sus giros del lenguaje?
—Pero no decimonónicos.
Sí. Eso ya es peyorativo, como decir vigesímico a los que somos del siglo xx.
—Es un caballero bien vestido, correcto, como eran los señores en el siglo XiX. Ésa era
también la forma de ser de don Artemio de Valle-Arizpe.
¿Los señores de la ciudad así son? ¿Es una imagen que le gusta a la gente en Saltillo?
—Hay una parte que es así. Todavía muy conservadores dentro de todo y caballerosos.
Sí hay todavía. Sobre todo gente que ahorita está de setenta y cinco para arriba, inclu-
so de menos de setenta, que son muy propios. Todavía no se atreven a sentarse si está
una mujer parada. No se atreven a cometer una falla de urbanidad, pero ni por asomo.
102
sabría yo ubicarlo exactamente en el tiempo, cuando se convirtió en un periodista
reconocido a nivel nacional, cuando ofreció su columna a muchísimos periódicos, que
rápidamente también se volvieron adictos a sus columnas. Es exitosísimo en todo el
país. A mí me toca eventualmente: “¿Conoces a Catón?”, me preguntan. Se embelesan
cuando les digo que sí. Quieren que les diga que es de carne y hueso. Lo tienen en una
gran estima en todas partes.
¿Qué tan importante en la vida de un señor como Armando Fuentes Aguirre es su mujer?
—A lo mejor no voy a ser muy imparcial, tengo en muy alta estima a Lulú, pero creo
que le solucionó a Armando todo lo que él necesitaba de esa parte: una casa organi-
zada, con una mujer completa, que sabe cocinar, que sabe bordar, que sabe tejer. Una
mujer muy femenina y aparte muy lista, porque me consta que Armando era el tipo de
hombre que le entregaba a Lulú el dinero y ella era muy buena para administrar. Hacía
sus pagos, hacía sus ahorros y muy pronto pudieron tener una casita y otra. Ella era
una excelente administradora.
Él se admiraba: “¿Tú hiciste esta carpetita? ¿Tú la hiciste?”, decía incrédulo. Valoraba
mucho todas las cosas prácticas de mujer que ella sabía hacer. Lulú complementó
justamente a Armando en su ideal de vida, porque le dio el tipo de hogar que él quería.
Lo ha apoyado siempre. Mucho, mucho.
¿Con cuál de las cuatro colaboraciones que tiene Armando Fuentes Aguirre en el periódico
se quedaría usted? ¿Cuál es la que más le gusta?
—Presente lo tengo yo, porque es más saltillense.
¿Es aquel que dijo: “No hay espectáculo más divertido y edificante que ver cómo se casan
los amigos”?
—Ése. Un humorista español.
El guionista de ¡Espérame en Siberia, vida mía! El autor de Pero… ¿hubo alguna vez
once mil vírgenes? Qué bueno que lo menciona. Se me hace muy pertinente la relación.
—Jardiel era periodista y creo que lo mandaron a cubrir una ejecución a un reo. Él ya
había visto varias ejecuciones y ya las había cubierto, entonces se fue con amigos, se la
103
pasó muy a gusto y, como era muy ingenioso, llegó e hizo su nota inventada. Escribió su
crónica y, al día siguiente, los demás periódicos publicaron que habían indultado al reo.
Entonces lo corrieron del periódico, pero la gente se rio del ingenio de la descripción
de la nota. Él ahí descubrió que podía inventarse cosas y le dio por ese lado. Creo que
así inició Jardiel Poncela. Y si no, otro fue.
¿Con qué anécdota podría cerrar esta conversación? Algo que nos muestre a un Armando
Fuentes Aguirre como ser humano.
—Es muy fácil. Armando da con facilidad. Recuerdo muy bien una vez que estábamos
haciendo una recolecta de fondos, en la asociación, para becas a estudiantes. Le hablé
yo para solicitar su ayuda y de inmediato me dijo que sí, sin preámbulo.
104
UNA V IDA T R A N S IDA D E AT E N EO
E S P E R A N Z A DÁV I L A S O TA
Vista a través del tiempo, la gestión de Armando Fuentes Aguirre al frente del Ateneo
adquiere una connotación particular. Dirigió la prestigiada institución en los años
críticos en que, siendo una de las escuelas fundamentales de la Universidad Autó-
noma de Coahuila, debía emprender junto a ésta el camino de la autonomía recién
conquistada.
Catedrático del Ateneo y de Jurisprudencia desde 1963, Fuentes Aguirre había
participado activamente en el movimiento que culminó en la autonomía universita-
105
ria, primero como maestro y después al frente del Ateneo. El Gobierno del Estado lo
había nombrado director de la institución en 1973 y, dos años después, en 1975, se
convirtió en el primer director electo por su comunidad, conforme al Estatuto Univer-
sitario emanado de la nueva condición autónoma de la máxima casa de estudios. Una
vez terminada su gestión de tres años, se postuló nuevamente para la reelección del
cargo, única que permite la normatividad universitaria, y alcanzó de nuevo el triunfo
por votación directa de alumnos y maestros para dirigir, en su caso por tercera vez,
los destinos del Ateneo.
Es importante resaltar que, desde la dirección del Ateneo, Armando Fuentes Agui-
rre contribuyó poderosamente a dar vida y realidad al concepto de la autonomía en el
momento en que daba sus primeros pasos en la Universidad. Su magnetismo de orador
incomparable, que provoca siempre la atención absoluta de sus oyentes en todas las
ocasiones, se volvía indiscutiblemente más solemne y eficaz en aquellas en que, en
ejercicio de su autoridad, debía emprender acciones históricas para consolidar la nueva
condición universitaria.
Creo recordar la arenga con la que garantizó el resguardo de las instalaciones
al entregarlas a los trabajadores académicos, administrativos y manuales, a raíz de
la huelga que demandaba a la Universidad asumir la responsabilidad de su parte en
el pago de sus prestaciones en servicios médicos y pensión y jubilación, cubierta en
otros tiempos por el estado. Palabras más, palabras menos, la voz del director resonó
en el vestíbulo: “El Ateneo ha sido siempre y seguirá siendo el primero en defender
el espíritu de la verdad, que ustedes iluminan con su sabiduría, su talento y su dedi-
cación al trabajo. Por eso, este día de trascendencia histórica para el glorioso Ateneo
Fuente, hago entrega de su edificio a sus trabajadores y maestros, en el entendimien-
to de la nobleza de su causa y en la certeza de que en sus amorosas manos estará
seguro y protegido”.
Dos días solamente ondeó la bandera rojinegra en lo alto de una de las puertas
de acceso al edificio central. Las instalaciones fueron regresadas en condiciones ínte-
gras, cuidadas con diligencia por los trabajadores y maestros, según la encomienda
del director.
Impulsor del desarrollo intelectual de alumnos y maestros, desde el primer año de
su gestión instituyó la semana cultural que, además de encuentros deportivos y cultura-
les, integró con mucho éxito visitas guiadas a los edificios y lugares históricos de la ciu-
dad y concursos de cultura general, música, arte, oratoria, ajedrez, canto y actuación,
matemáticas y ciencias, cuya organización involucraba a los maestros de las materias y
a reconocidos personajes expertos en cada disciplina. Así, el jurado calificador contaba
106
con campeones de ajedrez, actores, músicos, intelectuales y oradores, entre otros, para
calificar la participación de los alumnos y otorgar el premio a los primeros lugares: un
viaje a la ciudad de Guanajuato para asistir al Festival Cervantino, hasta donde llegaba
cada año la delegación de maestros y estudiantes del Ateneo a disfrutar de los espectá-
culos culturales de primer nivel.
Como director, siempre encontró espacio para homenajear y reconocer a algún anti-
guo ateneísta y apuntalar el prestigio del Ateneo en cada una de sus áreas. Por ejemplo,
el Museo de Historia Natural, para el cual convocó a concurso la imposición de nombre
y que desde entonces lleva el de don Rafael B. Narro. Igualmente, aprovechaba para es-
timular a los estudiantes por haber agregado una nueva nota de honor al prestigio de su
escuela. Por sus triunfos más sonados en todas las disciplinas deportivas, la rondalla, los
diversos grupos musicales; el grupo de teatro y el ballet folklórico también alcanzaban
preseas por sus muy aplaudidas actuaciones dentro y fuera de Saltillo.
Armando Fuentes Aguirre emprendió desde la dirección, múltiples acciones en
beneficio del Ateneo. Promovió un nuevo plan de estudios de Bachillerato, que in-
cluía la materia de apreciación del arte; el área de ciencias recibió apoyo incondi-
cional, entre otras cosas, la realización de un Congreso Nacional de Biología y la
modernización y actualización de los laboratorios ya existentes de física, química y
biología, poniendo al frente a maestros especializados de tiempo completo, además
de la instalación de dos nuevas unidades de laboratorios en el edificio adjunto, donde
funcionaba el Sistema de Educación Personalizada, una división del Ateneo que él
mismo había implementado en 1975 para la atención de estudiantes de preparatoria
mediante un método de educación semiabierta, impartida por los maestros de las
clases regulares.
En otras áreas, acrecentó los acervos de la biblioteca y promovió su catalogación,
así como la divulgación y restauración de piezas importantes del patrimonio artísti-
co del Ateneo resguardado en la Pinacoteca; apoyó irrestrictamente el cultivo de los
deportes, la formación y entrenamiento de equipos representativos y los encuentros
deportivos de los Daneses en ésta y otras ciudades, al igual que las presentaciones de
los grupos musicales, de baile y teatro; alentó las actividades académicas y editoriales,
así como las inquietudes del alumnado y de la Sociedad Estudiantil Juan Antonio de
la Fuente. Atendió siempre con solicitud las necesidades y promociones del personal
administrativo y manual bajo sus órdenes.
Cabe mencionar que, siendo director del Ateneo Fuente, Armando Fuentes Aguirre
recibió en diciembre de 1978 el nombramiento de Cronista de Saltillo y que su profun-
da y reconocida vocación periodística lo llevó a fundar, en 1980, siendo aún director
107
del Ateneo, la Escuela de Ciencias de la Comunicación, que también dirigió en sus
primeros tiempos.
Durante los ocho años de su gestión al frente del Ateneo, promovió intensamente
la superación en el salón de clases, en el laboratorio, en la rutina del trabajo académico
y administrativo, en el campo deportivo y en todos los quehaceres relacionados con la
vida cotidiana de la escuela. Así mismo, cultivó en todos los niveles la responsabilidad
en la libertad y la preocupación por la verdad, la Veritas inscrita en su lema.
Con la certeza de que el colegio siempre habría de ser recordado por sus egresados,
Armando Fuentes Aguirre sembró a manos llenas el espíritu ateneísta. Aún hoy se re-
cuerda su discurso en la ceremonia de graduación de bachilleres en 1976: “No hay tal
cosa como un ‘ex ateneísta’. Quien en el Ateneo ha estado es ateneísta a lo largo de su
vida toda, porque toda su vida queda transida de Ateneo…”
108
CATÓ N , MI MA EST RO
SERGIO CISNEROS
—Por naturaleza siempre volteamos hacia las obras y hacia los logros de un personaje
cuando ya se fue —dijo—. No sé si sea un mal de esta humanidad, pero es un mal de
México, de Saltillo, de acá de nosotros. Somos sumisos en ese sentido y por más de que
algunos autores han escrito: debemos reconocer en vida. Finalmente no tomamos esa
dirección de reconocer lo que todavía está vigente. Aunque luego obras de personajes
o de autores siguen vigentes, porque son eternas. Destaco que el Ayuntamiento de Sal-
tillo haga este tipo de homenajes, sobre todo por la relevancia del personaje del que
estamos hablando. Los saltillenses lo leemos a diario. Creo que hoy día Catón significa
el mejor referente de la ciudad de Saltillo. Me atrevería a decir que no se puede conce-
bir a Saltillo sin Catón. En el resto del país, Catón significa Saltillo. Sobre todo porque
es una persona que ama a la ciudad, que la lleva como estandarte en cada una de sus
presentaciones, que no son pocas. De hecho, nosotros batallamos para charlar con él
aquí en Saltillo, para un desayuno, para alguna opinión. Él atiende muchos compromi-
sos fuera de la ciudad, precisamente por la envergadura del personaje.
109
¿Lo leíste antes de ser su alumno o te interesaste por su obra después de que fue tu maestro?
—Yo lo leí en los periódicos, antes de ingresar a la escuela de Ciencias de la Comuni-
cación. Siempre he sido lector de periódicos, inicialmente deportes. Leía mucho a su
hermano, Emergente (Carlos Ramiro Fuentes Aguirre). De ahí también comencé a leer
a Catón. Luego ya lo tuve como maestro excepcional. Un hombre de mucha cultura.
Creo que él fue el picaporte a voltear hacia el mundo, para nosotros como estudiantes,
porque nos abrió esa puerta para conocer un poquitito; porque en realidad un curso así
no te permite mucho, de conocer un poquito las artes del mundo por la naturaleza de
la materia que nos daba. Pero, la verdad, le agradezco eso, porque a mí me permitió
tomarlo como referente y luego, ya en mis viajes evocaba las materias de Catón.
Los profes tienen mucho poder dentro y fuera del salón de clase. ¿Cuáles serían esos gran-
des momentos de Armando Fuentes Aguirre en el aula?
—Esa parte de Juan Gabriel. Cuando llegamos a la música de actualidad, te estoy ha-
blando de 1986, y tuve mi primer encuentro con Catón como maestro. Juan Gabriel
estaba ya encumbrado y fue motivo de plática en el aula.
110
¿Qué canción en particular de Juan Gabriel? ¿Qué frase? ¿Se me olvidó otra vez?
—Querida… Don Armando hacía referencia al tema, la letra y los arreglos de Juan
Gabriel como músico.
¿Cómo discípulo de Armando Fuentes Aguirre crees que la forma de hacer periodismo de
Catón sea imitable? ¿Crees que deje descendientes en el periodismo saltillense?
—Quizá no en la parte inicial. Él nos platica sus anécdotas, nos las platicó en el aula y
cuando tengo yo contacto con él también conversamos un poquito acerca de cuando él
tuvo sus primeras andanzas en la calle. Ahorita ya vemos a Catón, el que escribe, el que
hace periodismo de mesa o periodismo en la oficina. A mí me hubiera gustado conocer
o saber un poquito más a detalle del Catón callejero, del Catón que salía a reportear,
del Catón que fue editor del periódico. Creo que esa parte a mí me gustaría que él la
diera a conocer y descubrir más cosas sobre la labor periodística, que serían de gran
valía para nosotros y las nuevas generaciones. Al final de cuentas, lo incipiente de hacer
periodismo es salirte a la calle y tener contacto con la sociedad, ser reportero. Ahorita
ya vemos al Catón encumbrado, el que hace libros y escribe columnas, pero creo que
hace falta que él platique un poquito más del Catón callejero, que tuvo contacto con
sus fuentes, con la redacción.
¿Alguna anécdota en particular que recuerdes de esas que te ha contado de sus inicios?
—Él me platica cuando nos vamos a desayunar que, estando en la Ciudad de México,
iba al Palacio de Bellas Artes y ahí, se topa con un reportero y se hicieron amigos. En
una ocasión, el reportero falla y le pide a Catón que escriba la crónica del evento de ese
día. Ahí tuvo sus inicios ya redactando una crónica en el Palacio de Bellas Artes. A su
regreso a Saltillo, por razones familiares, me platica que traía una carta de recomen-
dación pidiendo que le dieran oportunidad de ingresar a las filas del ya extinto Sol del
Norte. Entonces él marca ese inicio de una manera muy peculiar, hasta de cierta manera
accidental, porque creo que él estudió inicialmente derecho. Es esa la forma en la que
pudo ingresar al Sol del Norte. Me lo ha dicho, pero no recuerdo el nombre del director
que le abrió la puerta por instrucción de esa carta de recomendación.
111
Esos hechos históricos también te atrapan y dices: “¡Ah, caray, qué interesante!” No
recuerdo que me haya narrado esa parte donde él empieza a despegar y a volverse ya
el Catón universal.
112
L O S S O N E T O S D E C AT Ó N
P O R J U L I Á N H E R B E RT
Desde hace algunos años, en México, ha venido arraigándose una rara cos-
tumbre: la de “profesionalizar” la escritura lírica. Digo que se trata de una
costumbre peculiar porque muy pocos gestos humanos me parecen tan gra-
tuitos como el de acometer el verso. El niño que raya las paredes deviene,
apenas adquiere un adarme de conciencia política, discípulo del muralismo:
exige cursar estudios en Europa y hasta gana algún vetusto, apócrifo, floren-
tino laurel. Por su parte, el chico que golpea rítmicamente sobre una mesa
decide, de pronto, comprarse una computadora y transformarse en ídolo de
la música electrónica. La música verbal, en cambio, resulta casi imposible de
vender. Y, cuando se vende, suele ser muy mal pagada: si no que lo atestigüen
los poetas. Se podría argüir, claro, que al menos la buena elocución podría
granjearle a uno la riqueza ambigua de un escaño en el Congreso. Mentira:
nuestros políticos mejor pertrechados suelen usar el lenguaje con la misma
precisión y generosidad que un merolico de banqueta.
No obstante, los poetas mexicanos de las últimas décadas han encontrado
la manera —casi siempre gracias a premios o becas— de convertir su oficio
en una forma de ganarse la vida: muchos de ellos se dedican a versificar de
tiempo completo. Lo que redunda en un vastísimo (y por supuesto desigual)
cauce de libros de poesía contemporánea. Catón en conferencia
En tal contexto, resulta raro toparse con un poeta accidental: uno de esos Colección: Luz María
Fuentes
que, apegados a la honorable tradición de la escasez, escriben versos casi bajo Fecha: s/f
113
protesta. Poetas bartelbys para quienes, en comparación, incluso la magra
obra lírica de Gabriel Zaid resulta extensa. A ese peculiar reducto pertenece
Armando Fuentes Aguirre pues, pese a contar con una muy vasta obre en
prosa, a la fecha ha dado a conocer apenas una veintena de composiciones en
verso —todas ellas vertidas en la forma del soneto.
Al respecto, el propio don Armando ha acuñado una justificación que
bien vale como aforismo: “Yo no escribo los sonetos; se me caen”.
No me sorprende que Catón haya elegido el soneto como recipiente de
sus raptos líricos: la prosa cotidiana del autor —con toda su socarronería y
frescura— se asemeja a esos cubos visuales y mentales que encarnan los ca-
torce endecasílabos. El soneto es una forma engendrada en la Italia medieval
con el fin de unir, me parece, dos aspectos centrales del pensamiento occiden-
tal. Por una parte, la obsesión filosófica por el proceso dialéctico, la necesidad
de construir silogismos partiendo a veces de ideas o imágenes antípodas: el
hielo quema, la escasez resulta fecunda. Por otro lado, el soneto es también
una clave rítmica: hace portátil y al mismo tiempo estable al verso de once
sílabas, extrayéndolo de la inexorable epopeya o la canción provenzal.
Como cualquiera sabe —pero no está de más repetirlo— el verso de once
sílabas es sumamente práctico para las lenguas romances, pues se presta a
combinar lo sencillo con lo solemne. Los versos de arte menor (y en particular
los octosílabos) están demasiado cerca del habla común, en tanto el alejandri-
no —con sus catorce sílabas— resulta denso y grave. El endecasílabo combina
las virtudes de ambos, fluyendo con elegante suavidad entre lo cotidiano y lo
fatídico, entre la sonoridad histriónica y la charla amistosa. El endecasílabo
—y con él el soneto— es una tierra indecisa y múltiple, como indecisa y múl-
tiple ha de ser siempre la escritura poética.
He dicho que no me extraña la elección formal del autor porque, bien mi-
rados, muchos de sus textos en prosa pasarían por adecuaciones periodísticas
de las principales condiciones que propicia el soneto: una retícula prefijada,
es decir una medida de texto que es ajena a la voluntad del escritor; una te-
situra que puede ir de lo cómico a lo trágico, de lo ocasional a lo histórico,
porque el género y el tema importan menos que la claridad del proceso men-
tal y la belleza de la ejecución; una serie de rasgos estilísticos recurrentes;
una constante aparición de la dialéctica como método de pensamiento; y un
fraseo que, aunque rítmicamente riguroso, no se desprende del todo de la voz
popular.
114
Así, aunque Catón haya escrito apenas un puñado de sonetos, es esta for-
ma literaria la que más se asemeja al espíritu de su prosa periodística. De ahí,
tal vez, que don Armando parezca conocer tan bien sus entresijos.
La poesía de Fuentes Aguirre no está determinada por estética histórica
alguna: no quiere ser ni romántica ni clásica, no condesciende ni al sentimen-
talismo chabacano ni a desaforadas imágenes surrealistas. Abreva lo mismo
en el tópico barroco (siguiendo en particular a Lope de Vega) que en re-
flexiones acerca de la materia continente del tiempo —un tema que desvelaba
también a Gorostiza. Puede asomarse al costumbrismo (por ejemplo cuando
habla de la Alameda de Saltillo) pero siempre lo hará con sana ironía. Su
asimilación de la tradición y los recursos es evidente, mas, en el soneto que
consagra a la muerte de su padre, la donosura de la forma es devorada por la
belleza calcinante de la sinceridad.
Haber escrito pocos versos le ha permitido a Catón ser muy preciso en el
espíritu, el tono y la técnica de sus composiciones. Son todas muy distintas
entre sí. Las une sin embargo —además, obviamente, de su estructura for-
mal— una fina prosodia.
Armando Fuente Aguirre trae siempre a colación, al hablar de poesía, una
clásica descripción de las aspiraciones de un soneto, una fórmula plástica y
simple que se puede constatar en cada uno de los ejemplos que compila este
volumen:
Un soneto debe ser como un león: ancha cabeza y resonante cola.
Si ser dueño de un oficio significa dedicarse a él de por vida, cotidiana y
productivamente, podríamos decir que don Armando es más bien un aficiona-
do de la lírica. Sin embargo, cuando uno se sienta en una silla y ésta resulta
cómoda (y mire usted que no hablo de poca cosa: las sillas cómodas son una
especie en peligro de extinción), lo último que se nos ocurre es andar pregun-
tando cuántas sillas ha construido hasta ahora el carpintero: uno se limita a
elogiar la bondad del acabado que nos obsequió.
De igual modo, los sonetos de Fuentes Aguirre no requieren de mayores
documentos: son poemas cabales. Y los poemas cabales son, junto a las sillas
cómodas, una especie amenazada por la negligencia del mundo.
Julián Herbert
115
A R T E P O É T I CA
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S O N E TO D E L A PA L A B R A
encontrarás tu palabra.
Virgen, incólume, mágica.
Nunca dicha, sólo tuya.
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S O N E TO C O N BA R C O
118
S O N E TO C O N D E R I VA
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Este hombre del retrato, este hombre triste
es mi padre: Mariano Fuentes Flores.
No están en el retrato sus dolores,
su mansa soledad… Él ya no existe,
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S O N E TO C O N S I L E N C I O
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S O N E TO PA R A D E C I R S E E N V I E R N E S SA N TO
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Llegó, cuando pardeaba, el señor cura al rancho
—misa, bodas, bautizos, primeras comuniones—;
pobres, como de pobres, sus recios zapatones,
su raída sotana y su sombrero ancho.
Potrero de Ábrego
Ayer. Muy ayer
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U N S O N E TO P O R E L A M O R D E D I O S
124
L A A L A M E DA
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S O N E TO A U N A DA M A Q U E M E P I D E E S P E R A R
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S O N E TO A U N H O M B R E R I C O
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S O N E TO A U N H O M B R E Q U E T I E N E M I E D O A M O R I R
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S O N E TO C O N R E LO J D E S O L
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S O N E TO C O N R E LO J D E A R E N A
130
S O N E TO C O N H E R I DA
131
Me tomas de la mano, flor pequeña,
espejo, colibrí, canela, nube;
y me elevas al cielo a donde sube
el alma cuando olvida o cuando sueña.
132
La flor sobre el armario tus perfumes aspira.
El cristal de tu carne retrata los espejos.
Y tú me miras. Miras. Y me miras, me miras…
Y yo te beso. Beso. Y te beso, te beso.
133
S O N E TO C O N M A R Y G AV I OTA
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PLEGARIA
Capítulo tomando de Herbet, Julián. (2009). Los caminos del juglar. Un paseo
por la vida de Armando Fuentes Aguirre, Catón. Saltillo, Coahuila: Instituto
Coahuilense de Cultura.
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ÍNDICE
A MODO DE BIENVENIDA 9
A MODO DE PRESENTACIÓN 11
ACCIÓN DE GRACIAS 13
UN SALTILLENSE PARADIGMÁTICO 17
ARMANDO FUENTES AGUIRRE, CATÓN. UNA VIDA CON BUEN HUMOR, UNA
VIDA DE BUEN HUMOR, POR JOSÉ LUIS ESQUIVEL 21
La infancia en Saltillo 21
Símbolo de Saltillo 43