Apolo o de la literatura
Alfonso Reyes
1. Sumariamente definidas las principales actividades del espíritu, la filosofía se ocupa
del ser; la historia y la ciencia, del suceder real, perecedero en aquélla, permanente en
ésta; la literatura, de un suceder imaginario, aunque integrado – claro es- por los
elementos de la realidad, único material del que disponemos para nuestras creaciones.
Ejemplos: 1º, Proposición filosófica, que se ocupa del ser, “El mundo es voluntad y
representación. 2º, Proposición histórica: “Napoleón murió tal día en Santa Elena”; el
suceder es real y perecedero, fenece al tiempo que acontece, y nunca puede repetirse.
3º, Proposición científica: “El calor dilata los cuerpos”, suceder real y permanente. 4º,
Proposición poética: “Como un rey oriental el sol expira”. No nos importa la realidad
del crepúsculo que contempla el poeta, sino el hecho de que se le ocurra proponerlo a
nuestra atención, y la manera de aludirlo.
La literatura posee un valor semántico o de significado, y un valor formal o de
expresiones lingûísticas. El común denominador de ambos valores está en la
intención. La intención semántica se refiere al suceder ficticio; la intención formal se
refiere a la expresión estética. Sólo hay literatura cuando ambas intenciones se juntan.
Las llamaremos para abreviar, la ficción y la forma.
2. A la ficción llamaron los antiguos imitación de la naturaleza o “mimesis”. El
término es equivoco, desde que se tiende a ver en la naturaleza el conjunto de hechos
exteriores a nuestro espíritu, por donde se llega a las estrecheces del realismo. Claro
es que al inventar imitamos, por cuanto sólo contamos con los recursos naturales, y no
hacemos más que estructurarlos en una nueva integración. Pero es preferible el
término ficción. Indica, por una parte, que añadimos un nueva estructura– probable o
improbable- a las que ya existen. Indica, por otra parte, que nuestra intención es
desentendernos del suceder real. Finalmente indica, que traducimos una realidad
subjetiva.
La literatura, mentira práctica, es una verdad psicológica. Hemos definido la literatura:
La verdad sospechosa.
3. Algo más sobre la ficción. La experiencia psicológica vertida en una obra literaria
puede o no referirse a un suceder real. Pero a la literatura tal experiencia no le importa
como dato de realidad, sino por su valor atractivo, que algunos llaman significado. La
intención no ha sido contar algo porque realmente aconteciera, sino porque es
interesante en sí mismo, haya o no acontecido. El proceso mental del historiador que
evoca la figura del héroe, el del novelista que construye un personaje, pueden llegar a
ser idénticos; pero la intención es diferente en uno y otro caso. El historiador dice que
así fue; el novelista que así se inventó. El historiador intenta captar un individuo real
determinado. El novelista un modo humano posible o imposible. Nunca se insistirá lo
bastante en la intención.
4. Respecto a la forma, sin intención estética no hay literatura; materia prima, larvas
que esperan la evocación del creador. Por de contado, cualquier experiencia espiritual,
filosófica, histórica o científica, pueden expresarse en lenguaje de valor estético, pero
esto no es literatura, sino literatura aplicada. Esta se dirige al especialista, aunque sea
provisionalmente especialista. La literatura en pureza se dirige al hombre en general,
al hombre en su carácter humano. La forma, como lenguaje mismo, es oral por
esencia. Escribir – decía Goethe- es un abuso de la palabra, El habla es esencia; la letra
contingencia. Téngase presente, para evitar la confusión a que conduce el término
mismo de “literatura”, que es ya un derivado de “letra”, de lenguaje escrito.
5. El contenido de la literatura es, pues, la pura experiencia, no la experiencia de
determinado orden de conocimientos. La experiencia contenida en la literatura – como
por lo demás toda experiencia, salvo tipos excepcionales- aspira a ser comunicada.
Para distinguir el lenguaje corriente o práctico del lenguaje estético o literario, se dice
a veces que el primero es el lenguaje de la comunicación y el segundo el de la
expresión. En rigor, aunque la literatura es expresión, procura también la
comunicación. Aunque en los casos de deformación profesional o de heroicidad
estética más recóndita, se desea – por lo menos- comunicarse con los iniciados y,
generalmente, iniciar a los más posibles. Es cosa de parapsicología escribir poemas
para entenderse solo y ocultarlos a los demás. En este punto la erótica puede
proporcionar explicaciones que son algo más que meras metáforas.
6. De aquí que algunos teóricos se atrevan a decir que la cabal comunicación de la
pura experiencia es el verdadero fin de la literatura. (Ya afirmaba el intachable
Stevenson, en su Carta al joven que deseaba ser artista, que el arte no es más que un
“tasting and recording of experience”). La belleza misma viene a ser así, un
subproducto; o mejor, un efecto; efecto determinado en el que recibe la obra, por
aquella plena o acertada comunicación de la experiencia pura. Esta comunicación se
realiza mediante la forma o lenguaje. La tradición gramatical suponía que el lenguaje
sólo era un instrumento lógico, lo que hacía incomprensible el misterio lírico de la
literatura. No, el lenguaje tiene un triple valor:
1º De sintaxis en la construcción y de sentido en los vocablos: gramática.
2º De ritmo en las frases y períodos, y de sonido en las sílabas: fonética.
3º De emoción, de humedad espiritual que la lógica no logra absorber: estilística
La literatura es la actividad del espíritu que mejor aprovecha los tres valores del
lenguaje.
7. Es innegable que entre la expresión del creador literario y la comunicación que él
nos transmite no hay una ecuación matemática, una relación fija. La representación
del mundo, las implicaciones psicológicas, las sugestiones verbales, son distintas para
cada uno y determinan el ser de cada hombre. Por eso el estudio del fenómeno
literario es una fenomenografía del ente fluido1. No sé si el Quijote que yo veo y
percibo es exactamente igual al tuyo, ni si uno y otro ajustan del todo dentro del
Quijote que sentía, expresaba y comunicaba Cervantes. De aquí que cada ente literario
esté condenado a una vida eterna siempre nueva y siempre naciente, mientras viva la
humanidad . . .
1 Para evitar confusiones con la moderna “fenomenología” (Husserl), prefiero usar este término, que tiene
antecedentes mexicanos en la lógica de Porfirio Parra.