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Resumen Fundamentos - Bourdieu - Las Categorias Del Juicio Profesoral

El documento analiza cómo los profesores clasifican y evalúan a los estudiantes en función de su origen social, utilizando datos sobre estudiantes de una escuela francesa en los años 1960. Los profesores asignan calificaciones más altas y comentarios más positivos a estudiantes de clases sociales más altas, mientras que critican con más dureza a estudiantes de clases medias o bajas, aunque tengan resultados similares.

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Resumen Fundamentos - Bourdieu - Las Categorias Del Juicio Profesoral

El documento analiza cómo los profesores clasifican y evalúan a los estudiantes en función de su origen social, utilizando datos sobre estudiantes de una escuela francesa en los años 1960. Los profesores asignan calificaciones más altas y comentarios más positivos a estudiantes de clases sociales más altas, mientras que critican con más dureza a estudiantes de clases medias o bajas, aunque tengan resultados similares.

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Resumen Fundamentos - Bourdieu - Las categorías del juicio profesoral

La práctica implica siempre una operación de conocimiento, es decir, una operación más o
menos compleja de clasificación que nada tiene en común con un registro pasivo, sin
convertirla por ello en una construcción puramente intelectual; el conocimiento práctico es
una operación práctica de construcción que pone en juego, por referencia a funciones
prácticas, sistemas de clasificación (taxonomías) que reorganizan la percepción y la apreciación
y estructuran la práctica.

Estos esquemas de percepción, de apreciación y de acción que se adquieren por la práctica y


se ponen en ejecución en estado práctico, funcionan como operadores prácticos a través de
los cuales las estructuras objetivas que los producen tienden a reproducirse en las prácticas.
Las taxonomías prácticas, instrumentos de conocimiento y de comunicación que son la
condición del establecimiento del sentido y del consenso sobre el sentido, no ejercen su
eficacia estructurante más que en la medida en que ellas mismas están estructuradas. Lo cual
no significa que se les justifique un análisis estrictamente interno que, al alejarlas
artificialmente de sus condiciones de producción y utilización, impide la comprensión de su
función social. Para convencerse de ello basta con someter a análisis ya no más tal o cual
curiosidad exótica que neutraliza la distancia, terminologías de parentesco, clasificaciones de
plantas o de enfermedades, sino las clasificaciones que los profesores producen
cotidianamente, tanto en sus juicios sobre sus alumnos o sus colegas actuales o potenciales,
como en su producción específica (manuales, tesis y trabajos doctos) y en toda su práctica. En
efecto, es más difícil en este caso poner entre paréntesis las funciones sociales del sistema de
clasificación pro-fundamente oculto, que está al principio de todas estas clasificaciones
escolares y de las clasificaciones sociales que determinan o legitiman.

La jurisprudencia profesoral

Las taxonomías que revelan las formas rituales de los considerandos del juicio profesoral (“las
apreciaciones") y de las que se puede suponer que estructuran el juicio profesoral, a la vez que
lo expresan, pueden relacionarse con la sanción en cifras (la nota) y con el ori gen social de los
alumnos que constituyen el objeto de estas dos formas de evaluación.

Las operaciones de clasificación que, en este punto del curso escolar, constituyen operaciones
de cooptación, son, sin duda, el lugar en el que se pueden comprender mejor los principios
organizadores del sistema de enseñanza en su conjunto, es decir, la verdadera jerarquía de las
propiedades a reproducir, por ende, las “elecciones” fundamentales del sistema reproducido.

Se observarán así, funcionando, las formas escolares de clasificación que son transmitidas, en
lo esencial, en y mediante la práctica fuera de toda intención propiamente pedagógica. Estas
formas de pensamiento, de expresión y de apreciación, deben su lógica específica al hecho de
que, al ser producidas y reproducidas por el sistema escolar, representan el producto de la
transformación que la lógica específica del campo universitario impone a las formas que
organizan el pensamiento y la expresión de la clase dominante.

La construcción de un diagrama

(Bourdieu realiza un diagrama con datos de alumnas. La llama “Maquina para clasificar de la
clasificación social a la clasificación escolar”. En una línea, la ENTRADA a la escuela de las
chicas, es decir, su capital cultural heredado (Profesión y residencia del padre). Allí se lee
“agente técnico Paris”; “secretario administrativo, Provincia”, etc. En otra línea, los apodos que

1
fueron dados a las chicas por los docentes (Simplona, Cuidadosa, Interesante). Finalmente, la
SALIDA a la escuela, el capital escolar, es decir, la nota promedio).

Se dispone de 154 fichas individuales de alumnos de una clase de 6° año de bachillerato


superior de una escuela de París para señoritas. En estos documentos, establecidos alrededor
de los años ‘60, se consignan, por una parte, los datos de nacimiento, la profesión y la
dirección de los padres, así como el establecimiento al que se asistió durante los estudios
secundarios y, por otra parte, las notas (5 a 6 por alumno) asignadas a las tareas escritas y a las
intervenciones orales, acompañadas de apreciaciones justificativas.

1. Se ha clasificado a las alumnas de uno de los años investigados según la importancia del
capital cultural que han heredado de sus familias o, si se prefiere, según su distancia del
sistema de enseñanza, guiándose, a falta de criterios más precisos, por la profesión y la
residencia, ya sea parisina o provincial, de los padres. Se empieza, pues, con los alumnos
procedentes de las clases medias y se sigue luego con los alumnos que tienen su origen en las
clases superiores y, dentro de las mismas, de las fracciones más desprovistas (relativamente)
de capital cultural (industriales y ejecutivos) a las más ricas (profesores de universidad),
quedando las profesiones liberales en una posición intermedia.

2. Cada línea del diagrama representa el universo de los juicios que el maestro puede hacer
acerca de un alumno: se ha clasificado a los adjetivos, reagrupados en 27 clases, desde los más
peyorativos hasta los más laudatorios (juntando en la misma clase a los adjetivos cuyo sentido
es similar y que aparecen en asociación).

3. Se ha colocado en el extremo derecho del diagrama el promedio del conjunto de las notas
obtenidas en el curso del año por cada una de las alumnas.

Primera lectura del diagrama

Los calificativos más favorables aparecen cada vez con más frecuencia a medida que el origen
social de los alumnos es más elevado. Se observará también que las notas promedio suben a
medida que se sube en la jerarquía social, por ende, a medida que aumenta la frecuencia de
los juicios laudatorios.

Las alumnas procedentes de las clases medias constituyen el blanco privilegiado de los juicios
negativos, y de los más negativos de entre éstos, tales como simplonas, serviles o vulgares.

En cuanto a las alumnas que proceden de las fracciones más ricas de la clase dominante, en lo
que a capital cultural se refiere, escapan casi totalmente a los juicios más negativos.

Por otra parte, se observa que a notas iguales o equivalentes las apreciaciones son aún más
severas y más brutalmente expresadas, menos eufemísticas, cuando el origen social de los
alumnos es más bajo.

El juicio profesoral se apoya, de hecho, sobre todo un conjunto de criterios difusos, nunca
explicitados, nunca contrastados o sistematizados, que le son ofrecidos por los trabajos y los
ejercicios escolares o por la persona física de su autor. La escritura, a veces explícitamente
mencionada, cuando llama la atención por su «fealdad» o su «puerilidad», es percibida con
referencia a una taxonomía práctica de las escrituras que está lejos de ser neutra socialmente
y que se organiza alrededor de oposiciones tales como «distinguida» e «intelectual» o “pueril»
y «vulgar».

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Se ve que la cultura específica, en este caso en particular, el conocimiento de los autores
filosóficos, el dominio del vocabulario técnico de la filosofía, la aptitud para construir un
problema y llevar a cabo una demostración rigurosa, etc., no cuentan de hecho más que en
una parte mínima en la apreciación. Los criterios externos, los más frecuentemente implícitos y
aun rehusados por la institución, tienen un peso mucho más importante en la apreciación de
las manifestaciones orales, ya que, a los criterios ya mencionados, se une todo lo que se refiere
a la palabra y, más precisamente, el acento, la elocución y la dicción, que son las marcas más
seguras, ya que son las más indelebles, del origen social y geográfico, el estilo del lenguaje
hablado, que puede diferir profundamente del estilo escrito, y en fin, y sobre todo, el «hexis»
corporal, los modales y el porte, que a menudo se designan muy directamente en las
apreciaciones.

No cabe duda de que los juicios que pretenden aplicarse a toda la persona tienen en cuenta no
sólo la apariencia física propiamente dicha, que siempre está socialmente marcada (a través de
los indicios tales como la corpulencia, el color, la forma de la cara), sino también el cuerpo
tratado socialmente (con la ropa, el adorno, el cosmético y sobre todo los modales y el porte),
que es percibido a través de las taxonomías socialmente constituidas, que son percibidas como
signo de la calidad y del valor de la persona. El «hexis» corporal constituye el soporte principal
de un juicio de clase que se ignora como tal.

La descripción de la apariencia física funciona no sólo como un prontuario, sino también como
un análogo sensible de toda la persona, de lo que ésta ha-sido desde el primer encuentro. El
“hexis” corporal suministra el sistema de indicios a través de los cuales es reconocido-
desconocido un origen de clases.

Segunda lectura. La máquina ideológica

Se puede considerar el diagrama como el esquema de una máquina que, al recibir productos
socialmente clasificados, proporciona productos escolarmente clasificados. Pero significaría
dejar escapar lo esencial de la operación de transformación que realiza; en realidad, esta
máquina asegura una correspondencia muy estrecha entre la clasificación de entrada y la
clasificación de salida sin nunca conocer ni reconocer (oficialmente) los principios y los criterios
de la clasificación social.

Es decir que el sistema de clasificación oficial, propiamente escolar, que se objetiva bajo la
forma de un sistema de adjetivos, cumple una función doble y contradictoria: permite realizar
una operación de clasificación social a la vez que la oculta; sirve al mismo tiempo de relevo y
de pantalla entre la clasificación de entrada, que es abiertamente social, y la clasificación de
salida, que desea ser exclusivamente escolar. En suma, funciona según la lógica de la
denegación: hace lo que hace en las formas tendientes a demostrar que no lo hace.

La taxonomía que expresa y estructura prácticamente la percepción escolar es una forma


neutralizada e irreconocible, es decir, eufemística, de la taxonomía dominante.

Lo vago y lo confuso aun de los calificativos, que a la manera de los adjetivos empleados en la
celebración de la obra de arte, constituyen el equivalente de interjecciones que no comunican
casi ninguna información (a no ser sobre un estado de ánimo), son suficientes para testimoniar
que las cualidades que designan permanecerían imperceptibles e indiscernibles para
cualquiera que no poseyera de antemano, en estado práctico, los sistemas de clasificación que
están inscriptos en el lenguaje ordinario. De tal suerte que no se comprendería el «sentido
vago y afectivo» de la palabra vulgar, «que carece totalmente de distinción, que revela gustos

3
groseros, independientemente de la clase social», como dice Robert, si ya no se tuviera, con
anterioridad, el sentido primario, primitivo, que se sitúa abiertamente en el dominio social:
«de condición mediocre y baja y de gustos, de pensamientos ordinarios, en oposición con la
elite (...), propios de los estratos más bajos de la sociedad».

Ideología en estado práctico, produciendo efectos lógicos que son forzosamente efectos
políticos, la taxonomía escolar encierra una definición implícita dé la excelencia que, al
consagrar como excelentes las cualidades detectadas por aquéllos que son socialmente
dominantes, consagran su manera de ser y su estado. La homología entre las estructuras del
sistema de enseñanza (jerarquía de las disciplinas, de las modalidades, etc.) y las estructuras
mentales de los agentes (taxonomías profesorales) constituye la base de la función de con-
sagración del orden social que cumple el sistema de enseñanza aparentando neutralidad. En
efecto, es por medio de este sistema de clasificación que el sistema escolar establece la
correspondencia entre las propiedades sociales de los agentes y de las posiciones escolares, je-
rarquizadas ellas mismas según el orden de enseñanza (primaria, secundaria, su perior), el
establecimiento o la sección (grandes escuelas y facultades, secciones «nobles” y secciones
“inferiores”) y, para los profesores, según el grado y la localización del establecimiento (París,
provincia). Esta asignación de los agentes en posiciones escolares jerarquizadas constituye, a
su vez, otra mediación más entre las clases sociales y las clases escolares. Pero este mecanismo
no puede funcionar más que si la homología permanece oculta y si la taxonomía que expresa y
estructura prácticamente la percepción utiliza las oposiciones más neutras socialmente de la
taxonomía dominante. ¿Pero cómo explicar la complacencia y la libertad en la agresión sim-
bólica que se observa en todas las situaciones de examen?

Es el campo universitario como tal el que, funcionando como censura, hace que sea
impensable -tanto para los que los pronuncian como para los que son objeto de los mismos- el
desciframiento del significado social de los juicios, que se reducen así a simples actos de ritual
desrealizado y desrealizante de la iniciación escolar, al mismo título que los anatemas
colectivos. El profesor puede permitirse todo, incluyendo las alusiones más transparentes a la
clasificación social («vulgar», «pesado», «pobre», «estrecho», «mediocre», «torpe», «inhábil»,
etc.) porque es inconcebible, aquí, que alguien pueda «pensar mal». Esta denegación se
produce en y por cada uno de los profesores individualmente, que atribuyen calificaciones a
alumnos en función de una percepción escolar de sus expresiones escolares (redacción, ex-
posiciones verbales, etc.) y del total de su persona: lo que es juzgado, es un producto
escolarmente calificado, una copia «sin brillo», una disertación «simplemente pasable», y así
sucesivamente; jamás un pequeño-burgués.

La denegación se reproduce en y por cada uno de los alumnos quienes, por que se perciben tal
como los perciben,. es decir, como «sin brillo», «poco dotados para la filosofía», se dedican al
tema de latín o a la geografía. En tanto que forma neutralizada del sistema de clasificación
dominante que es producida por y para el funcionamiento de un campo relativamente
autónomo y que lleva al segundo grado de neutralización a las taxonomías del lenguaje
ordinario, el lenguaje escolar contribuye a hacer posible el funcionamiento de mecanismos
ideológicos.

Sistema de clasificación objetivado en instituciones cuyas divisiones reproducen bajo una


forma irreconocible la división social del trabajo, el sistema de enseñanza efectúa
clasificaciones que se traducen, en un principio, por la asignación a clases escolares (clases,
secciones, etc.) y luego a clases sociales.

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Los agentes encargados de las operaciones de clasificación no pueden cumplir adecuadamente
con su función de clasificación social más que porque ésta se opera bajo la forma de una
operación de clasificación escolar, es decir, por medio de una taxonomía propiamente escolar.
Hacen bien lo que tienen que hacer (objetivamente), porque creen hacer otra cosa de lo que
hacen; porque hacen algo distinto de lo que creen hacer; porque creen en lo que creen hacer.
Mistificadores mistificados, ellos son las primeras víctimas de las operaciones que efectúan.
Porque creen operar una clasificación propiamente escolar, el sistema puede operar un
verdadero desvío del sentido de sus prácticas, obteniendo de ellos que hagan lo que «por todo
el oro del mundo» no harían. También porque creen efectuar un juicio estrictamente escolar,
el juicio social que se oculta bajo las aptitudes eufemísticas de su lenguaje escolar puede
producir sus propios efectos. El juicio escolar obtiene un reconocimiento, es decir, un
desconocimiento, que no obtendrá indudablemente el juicio social del que constituye la forma
eufemizada. La transmutación de la verdad social en verdad escolar (de «es usted un pequeño
burgués» en «es usted trabajador mas no brillante») no constituye un simple juego de
escritura sin consecuencias, sino una operación de alquimia social que confiere a las pala bras
su eficacia simbólica, su poder de actuar en forma duradera sobre las prácticas. Una
proposición que, bajo su forma no transformada {«es usted un hijo de obrero») o a un grado de
transformación superior {«es usted vulgar»), estaría desprovista de toda eficacia simbólica y
que aun podría suscitar la revuelta en contra de la institución y de sus integrantes (si, como se
dice, es “concebible en la boca de un profesor»), se convierte en aceptable y aceptada,
admitida e interiorizada, bajo la forma irreconocible que le impone la censura específica del
campo escolar.

La injuria ritual

Las apreciaciones escritas u orales que el profesor hace de sus alumnos consti tuyen una
ocasión para afirmar e inculcar los valores profesorales, los cuales, dada la dependencia y la
docilidad casi total de los alumnos de elite, pueden afirmarse sin matices. La complacencia
hacia sí mismos de los maestros no encontraría tal complacencia en los alumnos si tanto los
unos como los otros no comulgaran en la convicción de que la “franqueza brutal” es el único
medio de comunicación que conviene entre seres de elite. Las invectivas que el profesor de
elite les lanza a sus alumnas de elite en nombre de su inadecuación a su idea de la elite y que,
como lo muestra claramente el diagrama, no se dirigen en realidad, bajo la apariencia de
universalidad, más que algunas de ellas, forman parte de los rituales destinados a inculcar
representaciones elitistas.

Extractos del “disparatario”

En el caso en que el discurso filosófico se reduce a lo que se ofrece a menudo en las clases de
filosofía bajo el nombre de moral o de psicología, es decir, una variante universitaria del
discurso dominante en el mundo social, la armonía es casi perfecta entre la estructura del
discurso transmitido y las estructuras de percepción y de apreciación que el campo
universitario les impone tanto a los transmisores como a los receptores de este discurso.
Iniciándose con la transposición que produce la expresión de la visión dominante del mundo
social en el lenguaje esotérico de la tradición filosófica, el rodeo de legitimación se encierra
sobre sí mismo con la empresa escolar de esoterización de lo esotérico. Con la divulgación
legítima hacia algunos destinatarios legítimos (que es lo que hace toda la diferencia entre la
enseñanza y la simple «vulgarización») de una versión más o menos simplificada (y
explícitamente dada como tal) de la forma esotérica de la visión oficial del mundo social, se
acaba y se cumple la circulación circular que define a la alquimia religiosa. Lo distinguido y lo

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vulgar, lo raro y lo común, no son más que lo que son, expresiones eufemizadas, pero todavía
demasiado transparentes de los intereses de clase.

El Eufemismo en la retórica universitaria

La verdad del eufemismo se revela con el uso que él hace de la retórica profesoral cada vez
que se trata de emitir un juicio desfavorable, dentro de los límites del decoro y/o de la
prudencia académica. En las reseñas de trabajos, las cartas de recomendación, los informes de
tesis, o los discursos de candidatos pronunciados con motivo de las operaciones de
cooptación, discursos destinados a pares capaces de leerlos entre líneas y de comprenderlos
con medias palabras, el elogio puede negarse él mismo al ser llevado hacia cualidades
“dominadas” y “mínimas” (aquí: “seria y trabajadora”, “honestidad Intelectual”, “discreta")
que evocan la ausencia de la clase complementarla (“brillante”, etc.) o denunciándose como
convencional y forzada por signos convenidos (“alrededor del promedio”, “alentador para el
porvenir”, “después de un nuevo esfuerzo”, “algo demasiado cerca de las fichas”).

El juicio de los pares y la moral universitaria

Análisis de las notas necrológicas publicadas en el Anuario de la Sociedad de los Ex-alumnos de


la Escuela Normal Superior de 1962, 1963, 1964 y 1965.

Una historia social de la estructura de la clase dominante y de la evolución de la posición


diferencial de las distintas profesiones en esta estructura constituye la condición previa
(magníficamente ignorada por todos los estudios de “movilidad”) de todo análisis riguroso de
las trayectorias sociales (y, a fortiori, del establecimiento de una jerarquía unilineal que está
utilizada aquí por las necesidades del análisis).

De los quince ex-alumnos procedentes de las clases populares y medias, doce ejercieron como
profesores de enseñanza secundaria o secundaria superior, únicamente tres se convirtieron en
profesores de la enseñanza superior, pero en disciplinas consideradas inferiores desde el pun-
to de vista universitario y/o en provincia; en cambio, de los 19 ex-alumnos procedentes de las
clases superiores, sólo dos se hicieron profesores de enseñanza secundaria, mientras que dos
se orientaron hacia la carrera diplomática, dos más se hicieron escritores y trece profesores de
enseñanza superior, la mayoría de ellos en París, asistiendo cuatro al Colegio de Francia.

Hay que evitar establecer una relación de causalidad mecánica entre el origen social y el éxito
universitario: productos clasificados, los profesores no dejan de clasificarse a sí mismos -en la
autoevaluación permanente en la que se definen inseparablemente «las ambiciones» y la
estimación de sí mismos- siguiendo sistemas de clasificación escolar; dicho en otra forma, sus
“aspiraciones» y sus «elecciones de carrera» se adelantan a los juicios que el sistema escolar
hará sobre sus ambiciones. Sería vano (tan cerrada se encuentra la dialéctica de las
posibilidades objetivas y de las aspiraciones) tratar de aclarar los determinismos objetivos y la
determinación subjetiva. Los provincianos no quisieron a un París que tampoco los quería; los
profesores de secundaria rechazaron a la facultad en la medida en que ésta les quedaba
vedada. Toda socialización exitosa tiende a obtener de los agentes que se hagan cómplices de
su destino.

El campo de las trayectorias posibles

Las clases que producen las taxonomías escolares están unidas por relaciones que no son
nunca de pura lógica, porque los sistemas de clasificación de los que son producto tienden a
reproducir la estructura de las relaciones objetivas del universo social del que ellos mismos son

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producto. En el caso particular, la jerarquía que se observa en el universo de las virtudes
profesorales, es decir, en el universo de las formas de realizar la excelencia universitaria,
corresponden muy estrechamente a la jerarquía de las cameras posibles, a la jerarquía de las
instituciones de enseñanza. Todo sucede como si, en el interior de este universo de cualidades
jerarquizadas que el cuerpo profesoral reconoce como suyas al reconocerlas en los mejores de
sus miembros, cada agente se encontrara objetivamente situado por la calidad de sus virtudes.
La serie de adjetivos reseñados define el campo de las cualidades mínimas, que se esperan de
todo «educador de la juventud», virtudes domésticas del buen padre y del buen esposo o
virtudes profesorales en su forma más elemental, devoción a los alumnos o conciencia pro-
fesional hasta las cualidades supremas, negación del aspecto negativo de las virtudes más
ordinarias, que nunca llega hasta la negación de los principios positivos de estas virtudes.

Taxonomías y Ritos de Paso

Del Rito del examen de posición al juicio último del grupo

Se trata del mismo sistema de clasificación que sigue funcionando a todo lo largo de la
trayectoria escolar, carrera extraña en la que todo mundo clasifica y todos son clasificados,
convirtiéndose los «mejores» clasificados en los mejores clasificadores de los que entran en la
carrera. Hasta el Instituto, término final de la carrera, donde los «mejores clasificados» de
todos los concursos ordenan defacto todas las operaciones de clasificación, al controlar el
acceso a la instancia de clasificación de nivel inmediatamente inferior que, a su vez, controla el
siguiente, y así sucesivamente. Esta reglamentación externa se impone a través de la jerarquía
de las instancias; el universitario deseoso de mejorar su clasificación debe mostrarse
respetuoso de las clasificaciones en vigor, tanto en sus producciones como en su práctica
universitaria; no hace más que reforzar los efectos de las disposiciones automáticamente
ajustadas y conformes que han sido seleccionadas e inculcadas a través de todas las operacio-
nes anteriores de clasificación.

Es por referencia a la estructura de este campo de las cualidades objetivamente ofrecidas a


todo normalista que entra en la carrera profesoral, que se define objetivamente el valor social
de las virtudes atribuidas a cada uno de ellos. En la misma forma, la serie de las posiciones que
enumera cada año el Anuario de la Sociedad de ex-alumnos delimita el campo de las tra-
yectorias posibles, para una cohorte determinada de normalistas, y es también por referencia
a este espacio de los posibles, al que la indiferenciación inicial de las trayectorias da una
realidad vivida, que se define objetivamente el valor social de las trayectorias individuales que
da un fundamento objetivo a la experiencia del éxito o del fracaso. De ello se desprende que
las virtudes y las carreras son objeto de un reconocimiento absoluto e incondicional; la
ausencia de estas cualidades es suficiente para poner en duda la pertenencia al grupo, pero,
por otra parte, no se puede jamás olvidar totalmente la verdad del ascetismo universitario,
necesidad hecha virtud; estas vidas simples y modestas, todas llenas de sabiduría y de sere-
nidad interior, no pueden dejar de parecer lo que son tan pronto se les vuelve a colocar en el
campo de las trayectorias posibles.

Las virtudes inferiores, y también las virtudes medianas, ya más específicas y menos
exclusivamente morales, tales como las aptitudes pedagógicas, la claridad, la soltura, el
método, o las cualidades intelectuales inferiores, erudición (memoria), precisión, no son nunca
más que virtudes dominadas, formas mutiladas de las virtudes dominantes que no pueden
volver a encontrar su pleno valor más que cuando se asocien a las virtudes dominantes,
capaces de rescatar y de salvar lo que queda en ellas de pobremente menesteroso y de

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mediocremente escolar. Tomando poco a poco todo el lugar en los elogios a medida que se
vuelven más raras las virtudes superiores, las virtudes morales no pueden ser más que aquello
que permite aceptar los límites de las virtudes intelectuales en un universo que colocan a estas
virtudes en su cumbre. Aquí también, la verdad más cínica siempre se asoma bajo la
celebración más encantada: en efecto, es significativo que a las virtudes dominadas los elogios
asocian casi siempre virtudes de resignación, que permiten aceptar una posición inferior sin
sucumbir al resentimiento, que es la contrapartida normal de la sobreinversión frustrada,
rechazo de los honores, rectitud moral, modestia, discreción. Y los que no destacan tienen
para sí toda la lógica de un sistema que honra a la modestia y al desdén frente a los honores
cuando, por una estrategia típica de inversión del pro al contra, intentan transformar su
oscuridad, su falta de proyección, y echar así el descrédito de la sospecha sobre los prestigios
necesariamente mal habidos de las glorias demasiado brillantes.

El ascetismo aristócrata

En esta combinación única de virtudes intelectuales y morales en la que la «elite» del cuerpo
docente se reconoce y que fundamenta su convicción de constituir una elite a la vez intelectual
y moral, se expresa toda la posición de este cuerpo en la estructura de las relaciones de clases.
Ocupando una posición temporalmente dominante (en comparación con los artistas), en una
fracción dominada de la clase dominante, los profesores constituyen una clase de alta
pequeña burguesía dedicada al aristocratismo de la moral y de la inteligencia.

Las disposiciones que caracterizan en forma inherente a los profesores en oposición a los
«burgueses» (fracción dominante) y a los «artistas» (fracción temporalmente dominada de la
fracción dominada) encuentran su principio en el hecho de que se sitúan a media altura en las
dos jerarquías según las cuales se dividen las fracciones de la clase dominante, la jerarquía del
poder económico y político y la jerarquía de la autoridad y del prestigio intelectual: demasiado
«burgueses» a los ojos de los escritores y de los artistas, de los que se encuentran separados
por sus condiciones de existencia y su estilo de vida, demasiado «intelectuales» a los ojos de
los «burgueses», de los que no pueden compartir completamente el estilo de vida (salvo en el
orden de los consumos culturales), no pueden encontrar la compensación de su doble semi-
fracaso más que en una resignación aristócrata o en las satisfacciones relacionadas con la vida
doméstica que hacen posible sus condiciones de existencia, las disposiciones vinculadas con su
trayectoria social y las estrategias matrimoniales correlativas. Los profesores se encuentran
más cerca de la alta función pública que los intelectuales y los artistas cuyo culto celebran.

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