Tema 3 (EVAU 2020) - La Formación de La Monarquía Hispánica y Su Expansión (1474-1700)
Tema 3 (EVAU 2020) - La Formación de La Monarquía Hispánica y Su Expansión (1474-1700)
Y SU EXPANSIÓN (1474-1700)
El reinado de los Reyes Católicos significó el inicio de la Edad Moderna en España. La boda
secreta entre Isabel la Católica y Fernando de Aragón en 1469 dio lugar a la unión dinástica de los
dos grandes reinos peninsulares, ambos titulares de derechos sucesorios al trono, y su conversión en
reyes en 1479 al finalizar la guerra civil castellana tras la muerte del rey Juan II de Aragón.
Y es que la llegada al poder de los Reyes Católicos se produjo en el contexto de una grave crisis
política en Castilla. El rey Enrique IV (1455-1474) se enfrentó a partir de 1461 a una rebelión de la
nobleza, iniciándose una campaña de desprestigio contra el rey, al que acusaban de tiranía. También
se decía que Juana, su heredera, no era hija suya, sino de un consejero real, Beltrán de la Cueva, por
lo que la llamaban la Beltraneja y cuestionaban su derecho al trono. El enfrentamiento llegó al
extremo de que Enrique IV fuera destronado por los nobles en la llamada “farsa de Ávila” (1464).
En 1468, Enrique y su hermanastra Isabel llegaron a un acuerdo por el que esta se convirtió en la
heredera del trono; pero la joven Isabel, de 17 años de edad, haciendo caso omiso de los proyectos
matrimoniales que su hermano tenía para ella, negoció directamente con el rey Juan II de Aragón, y
en 1469, en secreto, contrajo matrimonio con el príncipe Fernando de Aragón.
La alianza entre Castilla y Aragón trajo consigo el conflicto con Enrique IV, que devolvió a su hija
Juana el principado de Asturias. En 1474, moría Enrique IV e, inmediatamente Isabel se
autoproclamó reina de Castilla. Al mismo tiempo, se acordaba el matrimonio de Juana con Alfonso
V de Portugal, que a su vez se alió con Francia. Se inicia entonces una guerra por la sucesión, con
ecos internacionales, que terminó con el Tratado de Alcaçovas-Toledo (1479), mediante el cual
Alfonso de Portugal reconocía a Isabel como reina de Castilla a cambio del reconocimiento por
parte de los Reyes Católicos de la autoridad de Portugal en la costa occidental africana salvo las
Canarias. Juana, por su parte, quedó relegada de la vida política.
En enero de 1475, Isabel y Fernando habían llegado a un acuerdo, la Concordia de Segovia1, por la
que acordaron gobernar conjuntamente sus territorios: Fernando como Rey consorte en Castilla, e
Isabel en Aragón. Se trataba de una unión dinástica, por la cual el gobierno unificado no supuso
la creación de una administración común, pues cada reino conservó sus leyes, instituciones,
lengua, economía (moneda, aduanas) y costumbres. La política exterior y la Inquisición
fueron los únicos elementos en común. Castilla desempeñó un papel hegemónico por su mayor
tamaño, población y poder económico.
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En la Concordia de Segovia quedó fijado el sistema de gobierno en Castilla: en Castilla, los dos tendrían la misma capacidad de decisión política y
las órdenes reales irían firmadas por ambos. Pero Fernando sería solo rey consorte, de forma que Isabel retenía en exclusiva los derechos sucesorios.
En Aragón, cuya corona heredó en 1479, las leyes solo permitían ser rey a Fernando, pero este firmó en 1481 un decreto que concedía a su esposa la
corregencia.
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Una vez unidas las dos Coronas, los Reyes Católicos se propusieron transformar una monarquía
feudal en una monarquía autoritaria. Para ello, ejercieron personalmente el poder con ayuda de
eficaces colaboradores como el Cardenal Cisneros mediante una política de reformas que pretendía
lograr el fortalecimiento de la autoridad real, la modernización del Estado y la unidad religiosa
de sus súbditos. Las características de la nueva monarquía autoritaria fueron:
- La nobleza vio reducido su poder político y fue integrada en la Corte para facilitar su
control. Como contrapartida, se consolidó la riqueza económica y la preeminencia
social de la nobleza. En las Cortes de Toro (1505) se reguló el mayorazgo, que se
convirtió desde entonces en el seguro fundamental de los patrimonios nobiliarios y
garantía de su preeminencia social.
- La Iglesia se vio sometida al derecho de presentación o patronato regio, por el cual
los Reyes Católicos proponían al Papa las personas que ocuparían los cargos
eclesiásticos más importantes en sus reinos (esto permitió a la Corona disponer de un
eficaz instrumento para controlar a la Iglesia española). Además, se presionó a la
Órdenes Militares para que nombrasen al rey Fernando como su gran maestre cuando
el cargo quedase vacante. Con lo que se reforzó el poder real y aumentó
considerablemente los bienes controlados por la Corona.
- Los municipios tuvieron que aceptar la designación real de los corregidores,
encargados del gobierno de los municipios y con competencias administrativas,
judiciales y militares. Su actuación frenó el poder de las oligarquías locales (nobleza
y burguesía) en favor de la autoridad real. En Aragón se regularizó el sistema de
sorteo (insaculación) para los nombramientos de los cargos municipales, evitando las
luchas entre los diferentes sectores de las oligarquías urbanas.
Creación de un eficaz aparato burocrático: los Consejos (órganos de gobierno de carácter
temático, como el de la Inquisición, o territorial, como el de Aragón), chancillerías y
audiencias (tribunales dependientes de la Corona, puesto que los reyes eran los jueces
supremos), la Hacienda (control de ingresos con impuestos, como la alcabala y monopolios),
la Santa Hermandad (vieja institución medieval que los Reyes Católicos convirtieron en un
cuerpo integrado por cuadrillas armadas que perseguían a los delincuentes para garantizar la
seguridad interior) y un Ejército profesionalizado y permanente (se convirtieron en un
instrumento de guerra moderno con mercenarios; elemento esencial de la expansión
exterior).
Uniformidad religiosa: los Reyes cohesionaron socialmente y dotaron de identidad a reinos
muy dispares (Castilla, Aragón, Navarra y Granada) mediante la implantación del Tribunal
de la Santa Inquisición, para la persecución de los falsos conversos; y la expulsión de los
judíos (1492), a los que se unieron en Castilla los musulmanes en 1502. Cabe destacar que
al crear la Inquisición se atendía a los problemas religiosos, pero también a los políticos y
sociales. La Inquisición española era un organismo sometido a los reyes, que nombraban a
sus cargos, por lo que, si en tiempos de los Reyes Católicos empezó persiguiendo a los
falsos conversos, con sus sucesores acabaría transformándose en un poderoso mecanismo de
represión al servicio de la Monarquía contra cualquier tipo de desviación religiosa o moral,
pero también contra delitos de carácter político. La Inquisición fue la institución del poder
monárquico más centralizada, tenía competencias en todos los territorios de la Monarquía
Hispánica
Con el fin de subrayar la superioridad de la monarquía, se añadió la propaganda de
historiadores y cronistas dedicados a ensalzar y difundir la acción política de los reyes; así
como un amplio programa de construcciones benéficas: hospitales, iglesias, conventos...
Para concluir, podemos afirmar que, si bien la forma de ejercer el poder de los Reyes Católicos aún
mantenía numerosos rasgos de carácter medieval (dirigían la guerra en persona, y su corte era
itinerante), a través de su reorganización estatal establecieron las primeras bases de un Estado
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moderno, con ciertos elementos unitarios (la existencia de una sola Corte, lo que implicaba
gobernar juntos todos sus reinos y tener una sola política exterior; además existía una
institución real con competencias en Castilla y Aragón, la Inquisición) que desarrollaron después
sus sucesores bajo la forma de la monarquía absoluta, característica de la Edad Moderna.
Durante el año 1492 se produjo una conjunción de importantes acontecimientos que marcaron un
hito en el reinado de los Reyes Católicos con su expansión territorial: la conquista del Reino
Nazarí de Granada y el descubrimiento de América. Estos hechos significaron un momento clave
en la forja del Estado castellano moderno.
Tras la unión dinástica de Castilla y Aragón, los Reyes Católicos se dispusieron a imponer la
unidad religiosa y territorial en la Península Ibérica. Con este propósito, los Reyes Católicos
iniciaron en 1481 la guerra de Granada, que puso fin en 1492 al Reino Nazarí de Granada tras
más de dos siglos de existencia. Y es que desde 1236 el Reino Nazarí de Granada se mantenía
independiente gracias a los tributos que pagaba a Castilla, su aislamiento geográfico y las guerras
internas de los reinos cristianos. Sin embargo, esta situación cambió en el siglo XV: por un lado,
Granada atravesó una grave crisis política por la lucha entre las grandes familias nazaríes; y, por
otro lado, el fortalecimiento de la autoridad real implantada por los Reyes Católicos favoreció el
final de la Reconquista. Así las cosas, el papa Sixto IV emitió una bula en 1482 que otorgaba
gracias especiales a quienes contribuyeran en dicha campaña, ya fuera de forma económica o
militar; esto impulsó la participación de la nobleza en la toma de Granada. La empresa,
exclusivamente castellana, se realizó a través de una serie de asedios militares seguidos de
capitulaciones y que redujeron el número de batallas campales. Tras la pérdida de Málaga y
Almería, se inició la última campaña de la guerra de Granada: el asedio de la ciudad de Granada,
para el que los propios Reyes Católicos se asentaron en el campamento de Santa Fe. A pesar
de la debilidad del reino granadino, la campaña fue muy dura debido al relieve escarpado, la
amplitud de recursos y el elevado número de población. Sin embargo, el estallido de una guerra
civil en el Reino Nazarí entre el Sultán Muley Hacen y su hijo Boabdil facilitó el fin de la guerra:
el rey Boabdil negoció en secreto con los Reyes Católicos la rendición de Granada a cambio de
unas generosas capitulaciones: el respeto de la seguridad, propiedad, libertad religiosa y usos y
costumbres de los musulmanes que permaneciesen en el territorio. El 2 de enero de 1492 los Reyes
Católicos entraron en Granada. La unidad religiosa peninsular se completó en 1492 con la
expulsión de los judíos que rechazaron convertirse al cristianismo. Para el reino de Castilla, la
conquista de Granada aseguró la posición de Isabel y Fernando frente a la nobleza, a la que
consiguieron hacer participar de forma masiva en la guerra. Junto a la toma de Granada, la otra
incorporación territorial en la Península fue la de Navarra en 1512, lo que supondrá la formación
del actual territorio peninsular.
Una vez completada la conquista de Granada, Isabel de Castilla se lanzaría a la exploración del
mar Atlántico en un proceso que daría lugar al descubrimiento de América, que marca el inicio
de la Historia Moderna. Son varios los factores que explican el descubrimiento europeo de un
nuevo continente: desde el punto de vista económico, la aparición del Imperio Otomano
obstaculizó la ruta marítima entre Europa y Asia a través del mar Mediterráneo que era utilizada
para los intercambios comerciales (especias, piedras preciosas, seda…); aunque también habría
que mencionar la ambición por conseguir metales preciosos como el oro y el aumento de capitales
durante los siglos XIV y XV, procedentes del comercio internacional, necesarios para financiar las
empresas de navegación. Desde el punto de vista político, la rivalidad entre Portugal y Castilla
fomentó el interés de ambas Coronas por buscar nuevos territorios en los que expandirse para
consolidar su superioridad territorial. A nivel cultural, el desarrollo del humanismo fomentó el
interés por las exploraciones geográficas y el espíritu aventurero; y, finalmente, los avances
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técnicos permitieron cruzar el Atlántico gracias al desarrollo de la cartografía, los instrumentos de
navegación (brújula, astrolabio o sextante) y, especialmente, la aparición de nuevas embarcaciones
(carabela y la nao).
Colón partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, con una nao (la Santa María) y dos
carabelas (la Pinta y la Niña), y tras hacer escala en Canarias pusieron rumbo a Cipango (Japón)
por el oeste aprovechando los vientos alisios. El 12 de octubre de 1492 llegó a las Antillas, a
la isla de Guanahaní, a la que denominó San Salvador; y más tarde a Cuba y La Española.
(Santo Domingo-Haití). En 1493 Colón regresó a España presentándose a los reyes en Barcelona
con oro, objetos exóticos y dos indígenas; pero no fue consciente de la trascendencia del viaje,
pues creía haber arribado a Asia.
Tras el regreso de Colón y para evitar disputas con Portugal, los Reyes Católicos solicitaron al Papa
que confirmara su soberanía sobre las nuevas tierras, promulgando este la bula Inter Caetera (1493)
que reconocía los derechos de la Monarquía española sobre todas las tierras descubiertas pero los
portugueses no aceptaron la decisión pontificia. Finalmente, Castilla y Portugal acordaron en el
Tratado de Tordesillas (1494) una nueva división norte-sur situada 370 millas al oeste de las islas
de Cabo Verde; esto permitió a Portugal ocupar Brasil. Gracias a América, España se va a convertir
en el imperio más extenso y en la potencia hegemónica del s. XVI. La riqueza extraída del nuevo
continente América, especialmente la plata será fundamental para sufragar los gastos de la
monarquía. Los indios por su parte verán destruidas sus estructuras sociales, culturales, económicas,
etc. sufriendo un rápido e intenso proceso de aculturación.
La Casa de los Austrias o Habsburgo se instauró en España en sustitución de los Trastámara con
el reinado de Carlos I (1516-1556), quien llegó a España desde Flandes en 1516 convertido en
Rey tras la muerte de su padre Felipe I El Hermoso, y la incapacidad de su madre, Juana La Loca
(hija de los Reyes Católicos) para gobernar. Carlos I recibió una gran herencia territorial, la cual
incluía:
- Por parte de Maximiliano de Austria –su abuelo paterno-, los territorios patrimoniales de
los Austria, pertenecientes al Sacro Imperio Romano Germánico (Alemania).
- Por parte de María de Borgoña –su abuela paterna-, los Países Bajos y el Franco Condado.
- Por parte de Fernando el Católico –su abuelo materno-, la Corona de Aragón (Aragón,
Cataluña, Valencia, Cerdeña, Sicilia y el reino de Nápoles)
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- Por parte de Isabel la Católica –su abuela materna-, la Corona de Castilla, con Navarra,
América, las islas Canarias y las posesiones norteafricanas.
Política interior. Carlos I tomó posesión del trono en 1517 sin hablar castellano y rodeado de
consejeros flamencos que ocupaban los principales cargos en la corte y en la Iglesia. En 1519
(muere su abuelo, el emperador Maximiliano de Austria), recibiendo como herencia también la
Corona Imperial de Alemania. Carlos I convocó a las Cortes para aumentar los impuestos y así
poder sufragar el viaje a Alemania para su coronación, dejando al frente del gobierno peninsular a
consejeros extranjeros (Adriano de Utrecht). Esta política de nombramientos y su mayor
dedicación a las cuestiones relacionadas con su cargo de emperador que como rey de Castilla y
Aragón causó un amplio rechazo en la Península, especialmente en Castilla. Como consecuencia,
tras la marcha del monarca estalló la Revuelta de las Comunidades (1520-1521) en Castilla, un
levantamiento de buena parte de las ciudades castellanas (Toledo, Segovia, Valladolid…) en
contra de la autoridad real. Estas formaron las llamadas comunas o comunidades, gobiernos
municipales que expulsan a las autoridades del Rey y se organizan en régimen de autogobierno.
Los representantes de las ciudades elaboraron un programa demandando la retirada del subsidio
aprobado, una mayor implicación del rey en los asuntos de Castilla, la protección de la industria
textil y un mayor protagonismo de las cortes.
Estas revueltas urbanas acabaron incorporando a los campesinos, lo que convirtió a las
comunidades en una rebelión con carácter antiseñorial. Es entonces cuando la alta nobleza, que se
había mantenido al margen, presta su apoyo a Carlos I. Finalmente, los comuneros fueron derrotados
en Villalar (1521) y sus líderes principales Bravo, Padilla y Maldonado fueron ejecutados. Las
consecuencias de esta derrota fueron muy graves para el futuro de Castilla, ya que se consolidó una
alianza entre la monarquía (poder político) y la alta nobleza (poder económico y social) que dejaría a
Castilla anclada en un tradicionalismo social y económico.
Las rebeliones tuvieron efectos importantes. Carlos I permaneció en Castilla durante los siguientes
años, incorporó a consejeros nativos y aprendió a hablar castellano, por lo que el poder del
monarca salió finalmente reforzado.
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- Guerra contra los protestantes en defensa de la unidad católica, en defensa de la unidad
cristiana. La Reforma protestante había dado lugar a la ruptura de la unidad católica, principal
problema de la monarquía de Carlos V. En 1521 convocó a Martín Lutero ante la Dieta de
Worms (1521) para que se retractase de sus doctrinas, pero el protestante obtuvo el respaldo de
los príncipes alemanes, quienes forman la Liga Smalkalda; y, de este modo, intereses políticos
y económicos se unieron a los puramente religiosos. Pese a la victoria militar de Carlos I en la
batalla de Mülhberg (1547), los príncipes protestantes obtuvieron el derecho de libertad
religiosa en la posterior Paz de Aubsburgo (1555), firmada por un debilitado Carlos I a causa
de la gota que padecía.
En 1556 Carlos I abdicó en su hijo Felipe y se retiró al monasterio de Yuste, muriendo dos años
después. Mientras Carlos había luchado por su sueño político en Europa, los conquistadores castellanos
estaban creando un Imperio en América. Fue precisamente durante su reinado cuando Hernán Cortés
conquistó el imperio azteca y Francisco Pizarro el Imperio lnca.
Tras la muerte de Carlos I en 1556, Carlos cedió a su hermano Fernando el título imperial y Austria,
mientras que su hijo Felipe II (1556-1598) heredó el resto de territorios a los que añadiría Filipinas y
Portugal. La dinastía Habsburgo quedó así dividida en dos ramas con centros en Madrid y Viena.
El Estado de los Habsburgo era una federación de reinos que tenían en común los mismos monarcas,
pero manteniendo sus leyes e instituciones. Este entramado político recibe el nombre de Monarquía
Hispánica, cuyo modelo político se puede definir como una monarquía multinacional y
descentralizada bajo la primacía del reino de Castilla. La dificultad de reinar este vasto territorio
llevó a Felipe II a fortalecer el gobierno centralizado: el aparato de gobierno de los Austrias se asentó
sobre la figura del monarca como centro de la Corte, con una capital fija que Felipe II implantó en
Madrid (1561). El monarca recibía la ayuda de los secretarios en los asuntos de gobierno y
administración, pudiendo pertenecer estos a la nobleza o alta burguesía. Por su parte, el funcionamiento
del gobierno se logró mediante un sistema polisinodial basado en la existencia de un conjunto de
Consejos, tanto territoriales (los distintos reinos) como temáticos (Indias, Inquisición, Guerra o
Hacienda), que elevaban consultas al rey, siendo el Consejo de Estado -presidido por el propio rey e
integrado por personalidades de todos los reinos- aquel que incluía los asuntos más relevantes (política
exterior, guerra y paz). Además, las Cortes se siguieron celebrando en los distintos reinos para votar
impuestos (que solo pagaba el estado llano), aunque cada vez con menos poder en Navarra y Aragón
por el pactismo dominante. Finalmente, se aumentó el número de virreinatos para gobernar los nuevos
territorios: el virrey era el máximo representante del monarca en cada uno de los reinos, donde el
monarca no estaba, asumiendo las funciones de máxima autoridad política en su nombre. También se
amplió el número de audiencias. En este siglo se consolidaron los Tercios como fuerza de defensa de
los intereses de la Monarquía.
Política interior. Los problemas internos más importantes durante el reinado de Felipe II fueron:
- La rebelión de los moriscos de las Alpujarras (1668-1570), producida por la prohibición de
su lengua y costumbres. Fue sangrientamente reprimida por Don Juan de Austria, hermanastro
del rey. En 1570 se decretó la dispersión por toda Castilla de los moriscos granadinos, con
graves consecuencias para la región de Granada.
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- La sublevación de las instituciones de Aragón (1590) para proteger sus fueros
(Alteraciones de Aragón) tras el Caso Antonio Pérez, vinculado con la corrupción política.
Antonio Pérez, secretario de Estado bajo Felipe II, fue acusado del asesinado de Juan
Escobedo (también secretario). A pesar de su encarcelamiento, logró huir a Zaragoza y,
apelando a su origen aragonés, pidió protección al Justicia Mayor, dando lugar a la revuelta se
acogió a la protección del Justicia Mayor. Dado que el Tribunal de la Inquisición era el único
que tenía autoridad en toda la Península, Antonio Pérez fue acusado de hereje. Como
consecuencia, se producen las Alteraciones de Aragón durante las cuales los aragoneses se
amotinaron al considerar esto como una intromisión de la monarquía y una violación de los
fueros y privilegios de Aragón. La respuesta de Felipe II fue contundente, enviando un
ejército a Zaragoza que acabó con las protestas y mandó ejecutar al Justicia. Antonio Pérez
logró huir a Francia siendo uno de los principales impulsores de la “Leyenda Negra”.
Aprovechando este incidente Felipe II introdujo recortes en los fueros aragoneses ya que a
partir de las Cortes de Tarazona el rey nombrará al Justicia Mayor.
- La aparición de grupos luteranos en Sevilla y Valladolid, que fueron duramente reprimidos
por la Inquisición mediante autos de fe.
- La muerte en prisión del príncipe heredero Carlos (1568), encarcelado al descubrirse sus
contactos con nobles flamencos rebeldes, lo que supuso el inicio de la “leyenda negra” de
Felipe II pues se decía que había sido asesinado por orden del propio rey.
Política exterior. A pesar de que Felipe II fue solo rey y no emperador, sus dominios fueron incluso
más amplios y heterogéneos. Además, había heredado de su padre el objetivo de luchar por la
hegemonía española en Europa y la defensa de sus territorios. De ahí que heredara también los
enemigos que su padre había tenido en Europa. Los principales enemigos fueron:
- Francia. La defensa de la hegemonía llevó a la continuación del conflicto con Francia, que
fue derrotada en la batalla de San Quintín (1557). Se firma la paz de Cateau-Cambrésis
(1559), renunciando a reclamar sus derechos sobre Italia e iniciándose un periodo de relativa
calma.
- Imperio turco. Para frenar su expansión en el Mediterráneo, la Monarquía Hispánica, junto a
Venecia y el Papado formaron la Liga Santa y organizaron una flota que venció a los turcos en
la batalla de Lepanto (1571). Esta victoria frenó el avance turco, pero no supuso en absoluto su
derrota definitiva ni el fin de la piratería musulmana en el Mediterráneo.
- Inglaterra. La reina Isabel I apoyó a los calvinistas holandeses y fomentó la piratería contra el
comercio en el Atlántico. Felipe II tomó la decisión de invadir Gran Bretaña formando una gran
flota, la Gran Armada (1588). La campaña acabó en un rotundo fracaso de graves
consecuencias, con pérdida de barcos, miles de marineros, pilotos y soldados, además del golpe
psicológico al prestigio español, perdiendo la posibilidad de dominar el Atlántico. Los ingleses
apodaron a tal escuadra “la Armada Invencible”.
- La rebelión calvinista en Flandes, que acabó con la división del territorio en los Países Bajos
del norte (protestantes que abrazaron la independencia) y Flandes (al sur, habitado por católicos
que prefirieron continuar perteneciendo al Imperio). Este fue probablemente el principal
problema del reinado de Felipe II, ya que eran territorios de gran importancia económica y
estratégica, en donde los motivos nacionalistas se unieron a los religiosos: el enfrentamiento
entre el autoritarismo y catolicismo de Felipe II, y el calvinismo y el parlamentarismo de sus
súbditos flamencos. La sublevación estalló en 1566, por el descontento ante los fuertes
impuestos. Aunque los tercios del duque de Alba y de los gobernadores que le sucedieron
obtuvieron éxitos militares, no lograron aplastar la resistencia holandesa. Felipe II logró
mantener su dominio en las zonas católicas del sur, que se unieron formando la Unión de
Arrás, pero no sobre la calvinista Holanda que reaccionaron formando la Unión de Utrecht,
proclamando la independencia de las Provincias Unidas (actual Holanda) respecto de España
en 1591. Esta guerra se convertiría en uno de los mayores problemas de la monarquía,
absorbiendo numerosos recursos militares y financieros, prolongándose hasta la Paz de
Westfalia (1648).
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Con Felipe II también se incorporaron a la Monarquía Hispánica las Filipinas (1571) y Portugal
(1581); esta última tras la muerte sin herederos de Sebastián I, fruto de la política matrimonial iniciada
por los Reyes Católicos y significando, además, la suma de dos inmensos imperios coloniales. Esta
Unión Ibérica no fue una auténtica unificación político-territorial, sino que se impuso el criterio
federal-patrimonialista propio de la Monarquía Hispánica. Así pues, a pesar de todo, a su muerte,
Felipe II había logrado con muchas dificultades mantener la supremacía de la Monarquía Hispánica.
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3.5 EXPLORACIÓN Y COLONIZACION DE AMERICA. CONSECUENCIAS DE LOS
DESCUBRIMIENTOS EN ESPAÑA, EUROPA Y AMÉRICA
Tras la llegada de los europeos, los territorios americanos se incorporaron a Castilla, que
impulsó expediciones de exploración y colonización mediante la firma de capitulaciones:
contratos firmados entre la Corona y particulares (el capitán y sus soldados) en los que se
delimitaba el área de conquista y el reparto de privilegios a los miembros de la expedición, si
bien la Corona se reservaba la jurisdicción sobre los nuevos territorios conquistados.
La primera fase de la exploración del territorio o etapa antillana se saldó con la conquista
de las Antillas y la costa del Istmo (llegada al Pacífico de Núñez de Balboa). Sin embargo, a
partir de 1518 el proceso de exploración inicial concluyó y se impuso la doble necesidad de
encontrar una ruta hacia las Indias Orientales y expandirse por el continente. En la segunda
fase de exploración o etapa continental cabría resaltar la expedición dirigida por Fernando
de Magallanes en 1519, quien encontró un paso hacia el Pacífico (estrecho de Magallanes,
1520) y alcanzar las Islas Molucas y Filipinas (1521). Tras la muerte de Magallanes en
Filipinas, su lugarteniente Juan Sebastián Elcano logró completar la primera vuelta al mundo,
al regresar a Sevilla en 1522 con tan solo 22 supervivientes. Hazaña indiscutible, pero ruta
inviable económicamente.
La principal actividad económica en América era la minería, para cuyo desempeño se instauró la
mita: un sistema de trabajo forzoso en las minas, de tradición precolombina, que obligaba a un
porcentaje de trabajadores de cada pueblo a trabajar en ellas a cambio de un salario mísero 2. Las
minas eran propiedad de la Corona, que cedía los derechos de explotación a particulares a cambio de
impuestos y un quinto del metal. Destacaron las minas de plata de Potosí (Perú) y Zacatecas
(México).
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Aunque en teoría la jornada y las condiciones de trabajo estaban reguladas, la dureza de las minas provocaba la muerte de cientos de trabajadores.
Pero la Corona no hizo nada por atajar el problema, ya que necesitaba imperiosamente la llegada de los grandes cargamentos de plata.
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La segunda actividad económica del continente americano fueron la agricultura y ganadería. Las
tierras cultivadas se trabajaron bajo el sistema de la encomienda, que consistían en la entrega de
un grupo de indios al conquistador, teóricamente para ser evangelizados, pero que en la
práctica eran obligados a trabajar forzosamente para los encomenderos y a pagar tributos en
especie. La Corona dictó las Leyes de Indias para proteger a los indígenas de los colonos tras
las protestas de algunos religiosos como el obispo Fray Bartolomé de las Casas 3.
Todo esto impulsó la economía europea y alentó las empresas coloniales de Inglaterra, Francia y los
Países Bajos con el comercio triangular. Así las cosas, a partir del siglo XVI el océano Atlántico
sustituyó al Mediterráneo como eje económico mundial. No obstante, el rápido aumento de la
cantidad de metal en circulación, tanto en España como en Europa, ante una oferta de productos que
crecía más lentamente, fomentó el alza sostenida de los precios dando lugar a un fenómeno conocido
como la revolución de los precios, que hizo perder competitividad a la economía castellana en
Europa. Si tenemos en cuenta que ese oro no se repartió entre todos los sectores sociales y que la
subida de precios sí, podemos deducir las dificultades que ocasionó para los sectores más
desfavorecidos.
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Es importante mencionar el papel de la Iglesia: la evangelización de los indios se convirtió en la justificación de la conquista y de la colonización,
cuya función recayó sobre todo en las órdenes religiosas: franciscanos, dominicos y jesuitas. En España, se dio una crítica jurídica sobre el derecho de
conquista de las Indias por parte de Castilla, los denominados justos títulos, justificados por la evangelización de los indígenas. El trato dado a los
indios generó un intenso debate en la época entre juristas, teólogos y frailes a favor y en contra de la esclavitud. Dominicos como Fray Bartolomé de
las Casas denunciaban los abusos cometidos contra los indios. Francisco de Vitoria, al tratar el problema de los justos títulos, puso las bases del
derecho de gentes, hoy derecho internacional. La Corona en general era proclive a la defensa de la población indígena, llegando a prohibir la esclavitud
de los indios pues eran súbditos de la Corona. A pesar de esto y de la promulgación de leyes que les protegían, Leyes de Burgos en 1512 y las Leyes
Nuevas de 1542, en la práctica los abusos fueron una constante.
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3.6 LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVII: EL GOBIERNO DE VALIDOS. LA CRISIS DE
1640.
Felipe III (1598-1621), hijo y sucesor de Felipe II, carecía de vocación política. Con él se inició la
política de la privanza o valimiento, delegación de las cuestiones de gobierno en un hombre de su
plena confianza, el valido, con el que el rey solía mantener una estrecha relación de amistad. La
mayor parte de los validos intentaron gobernar al margen de los consejos, lo que unido a su
nepotismo (colocan a hombres de su confianza en los puestos más importantes) provocaron el
rechazo del pueblo y la alta nobleza, que eran apartados de la Corte por sus críticas al sistema del
valimiento. Otra novedad en la política del siglo XVII fue la generalización de la venta de cargos,
práctica utilizada en el siglo anterior para obtener dinero rápido, pero que ahora se aplicaba de
forma alarmante; incluso se llegaron a vender los puestos de consejeros.
Bajo Felipe III destacó el duque de Lerma, político mediocre y ambicioso, que colocó en los
cargos relevantes a parientes y amigos. Para sus enemigos, Lerma carecía de un programa político
coherente y le acusaban de usar el poder únicamente para promover sus intereses personales y
amasar una inmensa fortuna. En política interior, el hecho más destacado del reinado de Felipe
III fue la expulsión de los moriscos4 (1609), provocando la salida de 300.000 laboriosos
campesinos y artesanos. Esto tuvo consecuencias especialmente graves en Valencia y Aragón,
donde muchas zonas quedaron despobladas (ocasionando una grave crisis agraria). Su política
exterior estuvo presidida por la pacificación ante la falta de recursos económicos. Así, se firman
el Tratado de Londres (1604) con el rey Jacobo I que finaliza la guerra con Inglaterra tras la muerte
de Isabel I; y la Tregua de los Doce Años (1609) con las Provincias Unidas. Aunque el cese de las
guerras ofreció una buena oportunidad para la recuperación económica y fiscal, ésta fue
desaprovechada por la prodigalidad del rey y la corrupción de su valido.
En 1621 murió Felipe III y le sucedió su hijo Felipe IV (1621-1665), quien nombró como valido al
conde duque de Olivares, de gran inteligencia política y una sincera voluntad de reforma, aunque no
tuvo éxito en sus proyectos. Respecto a la política interior, presentó al Rey el “Gran Memorial”,
una reforma interna con el objetivo de unificar la Monarquía bajo unas mismas leyes e instituciones,
siguiendo el modelo de las de Castilla. La política exterior del conde duque de Olivares pretendía
recuperar el prestigio exterior de la Monarquía Hispánica, para lo cual provocó la participación
española en la Guerra de los Treinta Años, que condujo a la Crisis de 1640.
En plena Guerra de los Treinta Años, y con el objetivo de comprometer más económica y
militarmente a los reinos periféricos en la política de la Monarquía Hispánica, planteó el proyecto de la
Unión de Armas (1626): a diferencia de lo que ocurría hasta ahora, que la mayor parte de los
impuestos recaudados y de los gastos de la guerra eran abonados por Castilla, se pretendía que cada
reino de la Monarquía Hispánica aportara dinero y/o soldados para la guerra en proporción a su
población y riqueza para costear la participación española en el conflicto y aliviar la presión fiscal en
Castilla. Sin embargo, los reinos de Aragón y Portugal rechazaban las pretensiones unitarias y
centralistas, por lo que votaron en contra de la Unión de Armas. Estos sucesos, unidos al
agotamiento económico de las clases populares castellanas, dieron lugar a la Crisis de 1640:
La rebelión de Cataluña (1640-52). Después del rechazo de la Unión de Armas por parte de las
Cortes catalanas, el conde duque decidió utilizar la frontera catalana en la guerra contra Francia, lo
que supuso una disminución del comercio en el Mediterráneo y provocó el enfurecimiento de la
burguesía catalana. En estas circunstancias, el gobierno obligó a los vecinos a acoger en sus casas
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Mudéjares obligados a convertirse al cristianismo por los Reyes Católicos.
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a los soldados castellanos e italianos que se dirigían a la frontera para combatir contra Francia, lo
que dio lugar a la rebelión de Cataluña el 7 de junio de 1640 (Corpus de Sangre). La revuelta,
durante la cual el virrey fue asesinado y dio lugar a una larga guerra civil, supuso la unión temporal
de Cataluña con Francia en 1641 - por lo que contó con su apoyo militar que derrotó a los
castellanos y en 1642 conquistó el Rosellón y Lérida-, hasta que en 1652 se reincorporó a España
gracias a la intervención de las tropas de don Juan José de Austria contra los franceses. Cataluña
juró fidelidad a Felipe IV, pero respetándose sus leyes e instituciones particulares de gobierno.
Cuando Felipe IV murió, dejó como heredero a Carlos II (1665-1700), un débil niño de cuatro años
que contó con varios validos (Nithard, Valenzuela, Juan José de Austria) que no pudieron frenar ni el
expansionismo francés ni la crisis económica.
En el siglo XVII la guerra fue constante (76 años de guerras) y el declive del poderío español se
fue produciendo de forma paulatina y sólo a finales de siglo era evidente el fin del Imperio Español
en Europa. La política de defensa del catolicismo y de la hegemonía de los Austrias promovida por
el conde-duque Olivares tras el ascenso de Felipe IV al trono en 1621 llevó a España a participar
en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que enfrentaba a los Habsburgo de Viena con los
protestantes. El conflicto empezó siendo una guerra de religión, entre católicos y protestantes,
dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, por las disputas entre el emperador Fernando II de
Habsburgo y los príncipes luteranos de Bohemia, derivó en un estado de guerra general europea
cuando intervinieron España, los Países Bajos, Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Francia. En estas
intervenciones no sólo influyó la religión, sino que, en algún caso, pesó más el intento de alcanzar
la hegemonía en Europa (la lucha entre la Monarquía Hispánica y Francia), la búsqueda de una
situación de equilibrio político internacional y el enfrentamiento con una potencia rival. Se
formarían dos grandes bandos que pretendían alcanzar la hegemonía en Europa: los Habsburgo
(austriacos y españoles) por un lado, y las potencias rivales lideradas por Francia, por otro,
Tras los éxitos iniciales de las dos ramas de la Casa de Austria (rendición de Breda, batalla de
Nördlingen) el conflicto dio un giro con la entrada de la Francia del cardenal Richelieu apoyando a
los protestantes (1635), pese a ser católica. Finalmente, la Crisis de 1640, instigada por la rebelión
catalana y la independencia de Portugal; y la victoria francesa de Rocroi, precipitaron el fin del
conflicto con la firma de la Paz de Westfalia (1648), por la que España tuvo que reconocer la
independencia de Provincias Unidas. La Paz de Westfalia dio lugar al primer congreso diplomático
moderno e inició un nuevo orden internacional en Europa, basado en el concepto de soberanía
territorial (la integridad territorial es el fundamento de la existencia de los Estados, frente a la
concepción feudal de que territorios y pueblos constituían un patrimonio hereditario), el principio de no
injerencia en asuntos internos y el trato de igualdad entre los Estados, buscando un equilibrio que
impidiera a unos Estados imponerse a otros. La Paz de Westfalia, también, supuso el fin de los
conflictos militares aparecidos como consecuencia de la Reforma Protestante. Se propugnó el principio
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de libertad religiosa entre los Estados (la religión de cada Estado será la de su soberano, como ya había
establecido en Alemania la Paz de Augsburgo en 1555).
Sin embargo, la firma del Tratado de Westfalia no puso fin a la guerra entre España y Francia,
sino que esta se prolongó hasta la victoria francesa en la batalla de las Dunas, en la que contó con
el apoyo inglés. En 1659 se firmó la Paz de los Pirineos, por la que España entregaba a Francia el
Rosellón y la Cerdaña, al tiempo que aceptaba el matrimonio de la hija de Felipe IV, la infanta
María Teresa, con el rey francés Luis XIV, que con el tiempo posibilitaría la llegada de los
Borbones a España. Todo esto significó el fin de la hegemonía española sobre Europa, siendo
sustituida por la Francia absolutista del Rey Sol, primera potencia europea en la segunda mitad del
siglo XVII.
El fin de la hegemonía española se consumó bajo Carlos II tras la pérdida del Franco Condado en
la Paz de Nimega (1678). Al morir Carlos II en 1700, los territorios europeos españoles se
limitaban a Flandes, el Milanesado, Nápoles, Sicilia y Cerdaña.
Desde el punto de vista socioeconómico, el siglo XVII se caracteriza por la crisis económica
general, el estancamiento demográfico, el aumento de las desigualdades y la conflictividad
social en Europa. Todo ello en consonancia con la crisis política y en oposición al esplendor
cultural.
A lo largo del siglo XVII, España sufrió una profunda crisis económica por el esfuerzo bélico
realizado durante el siglo anterior, lo cual llevó a la Hacienda Real a una situación de
endeudamiento constante, agravado por la disminución del volumen de metales preciosos
procedentes de América. Así, si en el reinado de Felipe II se habían producido tres bancarrotas
(1557, 1575 y 1596), en el siglo XVII la Hacienda Real quebró en seis ocasiones (1607, 1627,
1647, 1652, 1662 y 1678). Esto provocó que ni los ingresos directos del Estado (impuestos y
monopolios) ni el oro y la plata americanos (en franca disminución) fueran suficientes para
financiar las constantes guerras en el exterior.
Para obtener más recursos, la Corona tomó dos clases de medidas que acabaron hundiendo a la
economía: el incremento de la carga fiscal, que empobreció a la población y redujo la demanda
de bienes; y la devaluación de la moneda, provocando una gigantesca hiperinflación como refleja
la crisis del vellón, cuando la práctica desaparición del primer metal (se acuñan monedas con
mayor proporción de cobre que plata) para aliviar la situación económica de las arcas públicas
provocó la pérdida de confianza de la población en la moneda, dando lugar a un terrible proceso de
hiperinflación que terminó de hundir la economía del reino. Ambas iniciativas arruinaron la
artesanía y el comercio de núcleos castellanos como Segovia, Toledo o Sevilla, provocando la
invasión del mercado español por las manufacturas extranjeras. Por su parte, la sucesión de malas
cosechas y la caída de los ingresos americanos por la evasión fiscal y el aumento del contrabando
de holandeses, ingleses y franceses empeoraron aún más la situación.
Los efectos de la crisis económica se vieron agravados por una fuerte crisis demográfica
provocada por la caída de la población debido al aumento de la mortandad (hambrunas,
epidemias, como la peste), el descenso de la natalidad y la expulsión de los moriscos de la Corona
de Aragón en 1609 bajo el reinado de Felipe III, que sumió en el caos la agricultura y la ganadería.
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los campesinos, y además su número creció gracias a la compraventa de títulos nobiliarios
(“patentes de hidalguía”) por los reyes para obtener ingresos. Y es que el modelo de prestigio
social en Castillera era el del noble que no trabaja y vivía de sus rentas, produciéndose un
movimiento de emulación en que se compran al rey dichos títulos en un intento de ascender
socialmente, lo que implica a su vez el desprecio por las actividades productivas y la
inmovilización de capital en la compra de títulos y cargos públicos. A esto se le unirá la venta de
certificados de limpieza de sangre para acreditar la ausencia de ascendencia judía o musulmana (lo
que desprestigió aún más los oficios manuales y el comercio, actividades vinculadas
tradicionalmente a judíos y moriscos). Por otro lado, los miembros de la Iglesia también
aumentaron y dicha institución logró mantener su poder económico y social. Respecto al grupo de
los no privilegiados, la escasa burguesía existente en la Monarquía Hispánica se hundió por la
crisis de la artesanía y el comercio. Sin embargo, los más perjudicados por la situación fueron los
campesinos y trabajadores asalariados, quienes sufrieron el aumento de la carga fiscal y el
incremento de las rentas señoriales, llevando a muchos al bandolerismo y la mendicidad (auge de
la novela picaresca).
Los problemas económicos fueron analizados por los Consejos y las Cortes, resaltando el papel de
los arbitristas, expertos independientes que denunciaban esta situación a través de memoriales
dirigidos al rey y que eran totalmente ignorados. Estos denunciaban la excesiva presión fiscal, los
abusos señoriales, la falta de inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de la
moneda y, sobre todo, insistían en la necesidad de una política de paz que permitiera recuperarse a
Castilla. En virtud del mercantilismo imperante en Europa, los arbitristas recomendaban la
restricción de las importaciones de manufacturas y la protección de la artesanía. Sólo a fines del
siglo XVII, el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa, validos de Carlos II, emprendieron
una auténtica, aunque tímida, política mercantilista logrando una lenta recuperación. Esto condujo
a una expansión demográfica y económica en la siguiente centuria.
El reinado puede dividirse en dos etapas claramente diferenciadas. Entre 1665 y 1679 se caracteriza
por la postración económica y las luchas por el poder entre don Juan José de Austria, hijo ilegítimo
de Felipe IV, apoyado por una buena parte de la aristocracia; y los favoritos de la regente, Nithard y
Fernando Valenzuela. Don Juan José se valió del respaldo de Aragón, adonde fue enviado como
gobernador militar, para organizar un golpe de Estado y entrar con un ejército en Madrid en 1677,
obligando a Carlos II a expulsar a Valenzuela. El golpe significó el triunfo de la aristocracia y la
recuperación del control del gobierno por los grandes que desarrollaron una política muy similar a la
de los anteriores validos. En 1680 se inicia una nueva etapa marcada por las reformas de dos nuevos
validos: el duque de Medinaceli intentó hacer frente a la crisis económica con una importante
reforma monetaria que permitió reactivar el comercio y de la Hacienda, que permitió reducir los
gastos y con ello rebajar la presión fiscal. A partir de 1685, el conde Oropesa, gran admirador de la
política económica de Francia, inició una reforma fiscal parecida a la de Luis XIV. Estableció un
presupuesto fijo para la Corte y se dictaron normas para la creación de manufacturas y para favorecer
la llegada de inversiones extranjeras. Se inició entonces una lenta recuperación económica, más
marcada en la periferia y sobre todo en Cataluña.
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Las luchas nobiliarias por el poder y la incapacidad de Carlos II para manejar los asuntos del reino
agravaron la crisis política, situación que fue aprovechada por el rey Luis XIV de Francia para
conquistar el Franco Condado (Paz de Nimega, 1678) y la región de Artoios. Además, se
reconoció la independencia de Portugal. A la muerte del Rey, los territorios europeos de España
se limitaban a Flandes, el Milanesado, Nápoles, Sicilia y Cerdeña.
Los últimos años del reinado están marcados por las tensiones suscitadas por el problema
sucesorio. La imposibilidad de que Carlos II consiguiera un heredero directo desató una grave
crisis política internacional por la sucesión al trono español y su imperio colonial. Así,
mientras España luchaba por conservar la unidad territorial, las potencias europeas aspiraban a
repartirse las posesiones hispanas tratando de no alterar el equilibrio continental. A partir de 1697,
dos candidaturas se disputaban el trono: la del archiduque Carlos de Austria, de la rama
austriaca de los Habsburgo y la de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y aspirante de los
Borbones. Tanto los Austrias de Viena como los Borbones alegaban derechos sucesorios. En
1700, meses antes de morir, Carlos II nombró sucesor en su testamento a Felipe de Anjou,
segundo en la línea de sucesión francesa, con la intención de asegurar el apoyo de la poderosa
Francia y evitar así la desmembración territorial de la Monarquía Hispánica. La posibilidad de que
los Borbones reinasen a ambos lados de los Pirineos despertó los recelos de Inglaterra y Países
Bajos, que apoyaron la candidatura del archiduque Carlos de Austria. Poco después moría
Carlos II iniciándose la Guerra de Sucesión (1700-1714), el primer gran conflicto del siglo
XVIII, que supondrá el fin de la dinastía Habsburgo y el inicio de la Borbón con importantísimos
cambios en la organización del Estado.
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