HASTA QUE TE CONOCÍ ✿ KOOKMIN
Autora: @salemwitchesss (Wattpad)
Sinopsis:
Jamás lo comprendió. Tal vez nunca lo pensó. O varias
veces renegó de aquel sentimiento anómalo que se aferró
indomable en su mente, cuerpo y alma.
Quién era aquel y por qué de repente esa impulsividad que
acojonaba a cualquiera le volvía eufórico. Ese misterio que
desprendía por cada poro de su esencia le obligaba a cruzar
lo más lóbrego de lo contradictorio. Quizás podría ser su
carácter egoísta, aventurero, incluso desagradable; o ese
líder innato que todos observaban en él cuando se atrevía a
tan sólo respirar.
Cada paso que daba era una advertencia: «NO TE
ACERQUES». Un mirar castaño y penetrante, una sonrisa
ladina y coqueta que aseguraba saber quién era y el efecto
que causaba al adverso: «SOY PELIGROSO».
Esa atracción y fascinación eran sin duda más voraz que su
propia lógica. Pero probablemente ignoraba qué de aquel
chico exótico sólo añoraba algo tan simple como seguridad.
El deseo de sentirte protegido, Jimin siempre lo llevó
aferrado a su ser.
Lamentablemente nunca midió las consecuencias...
Capítulo 1
Inició como una punzada leve, nada grave, llevaba tiempo
asociado a aquel dolor tan recurrente después de una noche
alocada. Pero esta vez resultó diferente, imaginó como sus
ojos se salían de sus cuencas lentamente, la habitación
pronunciada parecía girar como si acabara de ingerir su
último vaso con alcohol.
Cubrió con ambas manos su rostro, gimoteando como si se
tratara de un novato. Su boca se hallaba seca y su garganta
agrietada. Y entonces no comprendió qué era lo que más
odiaba: despertar con una enorme resaca que parecía
matarle, o el cuerpo de su mejor amigo Taehyung recostado
a su lado, observándole con un mirar burlesco, comiendo lo
que parecía ser leche con cereal.
La serenidad y la pereza en los movimientos de Taehyung le
llevo a entender que aún era temprano. Tenía tiempo de una
simple ducha y un ligero desayuno antes de su primera clase.
Su celular vibró detrás de su almohada, pero sólo se dedicó
a refunfuñar mientras se envolvía en las sábanas y se
aferraba a la frescura de la pared. Sintió como la mano de
Taehyung hurgaba entre medio, tomando su teléfono para
verificar lo que ambos creían sucedería.
— Tu madre va a matarte —Taehyung murmuró, deslizando
el dedo sobre la pantalla, leyendo cada mensaje que dictaba
una sentencia para nada agradable en cuanto Jimin se
atreviera a poner un pie dentro de su casa.
— Mi madre siempre quiere matarme, es una histérica.
— Oh, vamos J —Taehyung le golpeó—, ambos sabemos
que es una mujer maravillosa.
— Lo dices porque no es tu madre y no intenta controlarte
todo el maldito día.
— Esto de comportarte como un rebelde sin causa no es la
forma y ambos lo sabemos. Yo desearía que mi madre fuera
de esa manera.
Augurando el camino de la conversación, Jimin decidió
levantarse incluso si las ganas de vomitar le superaban. El
sol invadía cada centímetro de la amplía ventana y renegó
de los momentos qué anheló que el verano llegara pronto.
— Tengo 19 años —Se desnudó y cogió una toalla—. Ella
no entiende que puedo cuidar perfectamente de mí mismo
sin problema.
Ignoró el suspiro cansino que resonó en la habitación e
ingresó a la ducha. Lo que menos necesitaba en ese
momento era discutir.
Maldición, amaba a su madre más que a su propia
existencia, pero no había forma de hacerle enternder que no
era el niño que recurría a su auxilio cada que quería. En
instancias como aquellas odiaba el paso de la vida y lo que
dejó en ella. Aborrecía el ayer que les invadía y la amargura
que se bañaba en el verde claro de sus ojos cada vez que le
observaba.
En su recuerdo el momento del detonante permanecería
aferrado eterno, implorando al universo nunca más volver a
hablar de ello. Era un tema delicado, y aunque la mayor
parte del pueblo lo sabía, preferían guardar silencio como
símbolo de respeto.
Sin embargo, a pesar de los constantes intentos por negarlo
y aparentar ser una persona valiente, él tampoco volvió a ser
el mismo. Odiaba incluso el hecho de saber que tenía que
volver a esa fría y desolada casa después de la universidad.
Era incómodo y resultaba un verdadero fastidio tener que
recurrír al amparo de alguno de sus amigos con la excusa de
no tener que retornar allí porque simplemente no soportaba
la inmensa soledad que esa persona dejó impuesta.
A mediodía se halló recorriendo los pasillos de la
universidad, en total acuerdo con que a esa hora el flujo de
estudiantes era más decente y le facilitaba su desganado
andar. Era un día extraño y él también se sentía extraño.
Algo no calzaba y no podía dejar de pensar en el pasado,
asumiendo que el breve recordar sobre su madre había sido
el detonante.
— ¿Todo bien? —Hoseok cuestionó caminando a su lado,
observándole con un mirar confuso—. Has obtenido la
mejor calificación de la clase, pero parece que de todos
modos no te ha importado.
Todo lo contrario, ser el único sobresaliente dentro de sus
compañeros ante una de las clases más difícil de la carrera
le llenaba de alivio y orgullo. Había pasado días encerrado
en su habitación, calcinándose los ojos estudiando,
soportando el constante intento de su madre por entablar una
conversación que él sabía perfectamente acabaría en una
discusión.
Algo más profundo le fastidiaba. Hoseok era su amigo, más
no tan cercano para tomarse el atrevimiento de molestarle
con sus repentinos presentimientos.
— Claro que estoy contento. Es solo que este maldito dolor
de cabeza me está matando, creo que anoche nos pasamos
de copas.
Y no era del todo una mentira. Cada centímetro, incluso su
cuero cabelludo se sentía tenso. Después de clases era
normal salir a beber, a pasarla bien, creían que lo merecían
y que el estrés pre exámenes no les afectaría. No era un
pueblo lo suficientemente grande, reconocerse por las calles
no era una opción. Los bares se llenaban de universitarios
para luego terminar la noche en la casa de quien se ofrecía.
Era un trabajo arduo, las migrañas por las mañanas le
invadían y tener que levantarse como buenos responsables
era un verdadero fastidio.
La asotea era uno de los sitios favoritos a la hora de tomarse
un descanso. Nadie les invadía ni mucho menos molestaba.
Los almuerzos se llevaban a cabo y las pláticas eran más
privadas y divertidas.
Taehyung les esperaba recargado sobre la baranda del
balcón, contemplando hacia el horizonte, luciendo jovial y
despreocupado como siempre. Sin decir palabra alguna,
Jimin se posó a su lado, inhalando el aire fresco que creyó
necesitaba con urgencia, mientras que Hoseok sacaba un
cigarrillo y lo encendía. Ironías de la vida.
— El negocio de Jeon ha crecido bastante, ¿No crees? —
Sonriendo hacia Jimin, esperó ver una pista de acuerdo en
sus ojos astutos.
Muchos le llamaban la punta, un sitio la mayor parte del
tiempo frecuentado por las tardes. Denominado la gloria
para los adictos. Dotado de grandes árboles la mayoría de
los estudiantes concurrían con total descaro y confianza.
Nadie les atraparía, incluso si existiese la gran posibilidad,
nadie se atrevería siquiera a nombrar el lugar; quienes lo
conocían aseguraban que sus respectivos vendedores eran
personas serias, decididas y sobre todo, peligrosas.
Centrándose en un punto exacto, Jimin observó a quien
mencionaban como el dueño de todo el terreno. Su altura y
la elegancia que desprendía de ella eran desbordante,
ahogándose entre sí con nada más que pura soberanía. El
cabello desordenado que poseía resplandecía; el azabache
que le embargaba era tan negro como los tatuajes que
repletaban cada centímetro de la piel de sus brazos y cuello.
Su nombre era Jeon Jeongguk, cursaba su último año en
finanzas. Pocos se atrevían a entablar algún tipo de vínculo
con él, no obstante, excesivas eran las historias que el
pueblo susurraba. No era un buen chico, estaba claro. Las
discusiones y peleas solían ser su pasatiempo favorito. Los
caminos que recorría no eran legales, el dinero lo llevaba
aferrado a su ser, pavoneándose con cientos de lujos que era
capaz de adquirir.
— La hierba que vende es buenísima —Hoseok se posó
entre medio, pasándole lo poco que quedaba de su cigarro a
Taehyung—. Y lo mejor de todo es que la bolsa me la deja
a mitad de precio.
Sonrió ganándose la mirada de ambos. Taehyung era uno de
los compradores, pero no había ningún tipo de confianza
para regatear algún tipo de compra.
— Ya suéltalo, Hoseok, ¿A qué se debe eso?
— He estado saliendo un tiempo con Yoongi, creo que me
he ganado algún tipo de nivel privilegiado o algo por el
estilo.
— Eres todo un ligón —Taehyung le golpeó burlesco. En el
fondo alegrándose, como amigo cercano podría disfrutar de
aquellas regalías poco necesarias.
Entre los pequeños hilos de humo que circulaban alrededor,
volvieron a centrar la mirada en el lugar. Como acto de
asecho, Yoongi se percató de la vigilia, saludándoles con un
asentimiento de cabeza, murmurándole entre un sonreír
travieso a Jeongguk lo que sucedía.
Y entonces Jimin se percató de aquellos ojos pardos,
profundos y penetrantes que le observaban. Directo a él,
fijamente, sin pudor y con total descaro. Emboscándole
como un vil depredador.
Meditar al respecto no era una opción. No, claro que no.
Sentía que jamás podría explicar la electricidad que le
embargaba, hipnotizado y excitado. El murmullo de las
hojas de los árboles meciéndose con el viento le advertían:
«No caigas, no lo hagas». Él decidió obedecer.
Jeongguk regresó la vista al fardo de billetes que contaba y
todo pareció volver a la realidad. Jimin parpadeó aún fuera
de sí, escuchando lo que sus amigos conversaban.
— Has vuelto al planeta tierra, J. Yoongi le acaba de enviar
un mensaje a Hoseok. Quiere que mañana vamos a fumar a
su casa, ¿Te animas?
No era una buena idea, lo supuso al instante. No debía, por
su propio bien no debía aceptar.
— No lo sé, chicos —Rascó su nuca, nervioso—. Tengo que
estudiar.
— ¿Y desde cuándo te preocupas por estudiar? —Hoseok
envolvió un brazo alrededor de sus hombros—. Vamos
amigo, tú nunca necesitas estudiar para obtener una buena
calificación.
— Debo volver a casa —Insistió.
— ¿Ya olvidaste que tu madre te matará si pones un pie en
esa casa? —Taehyung lo sabía, sabía cuánto Jimin quería
corresponderles, solo había que intentar un poco más—.
Incluso aún te queda un poco de ropa en el bolso que dejaste
en mi habitación.
Jeongguk estaría allí, siempre estaba alrededor de Yoongi,
eran socios y mejores amigos. Y tendría que verle,
observarle e incluso saludarle. No quería.
Exhalando una gran boconada de rendición, Jimin solo
asintió.
— Está bien. Vamos.
Capítulo 2
Sentado sobre un confortable sillón bermellón, suspiró con
los ojos cerrados, echando la cabeza hacia atrás mientras
movía su cuello de lado a lado, totalmente extasiado por el
relajo que le envolvía. El efecto de la marihuana lentamente
comenzaba a disipar, notando a través del gran ventanal que
el anochecer se avecinaba.
Un sutil resplandor de luz enfocaba la sala, cada uno
disfrutando bajo la dulce melodía de one love de Bob
Marley; en su propio transe elevador. Resultó ser una tarde
agradable, Yoongi era un chico bastante sociable y
encantador. Y aunque decidió ir con el temor corriendo por
sus venas, nada sucedió, porque Jeon Jeongguk nunca se
encontró entre ellos.
No iba a negarlo, ese chico le gustaba, demasiado como para
poder manejarlo. Pero el solo hecho de tenerle cerca le
abrumaba. Ningún tipo de vínculo anterior existía entre
ellos, jamás se habían topado ni mucho menos hablado, pero
Jimin siempre le observó desde la lejanía.
Quiso comprenderlo, buscar alguna excusa. La única
conclusión coherente era que Jeongguk no era como los
demás. No era la clase de chico que constantemente iba
arrastrándose a sus pies, codiciando la enorme belleza que
poseía con el solo propósito de llevárselo a la cama. Él
siempre le ignoró, mirada al frente, soberbia y dominante.
— ¿Qué quieren pedir para comer? —Yoongi apareció con
un teléfono sobre su oído.
Hoseok le abrazó por detrás, besándole la mejilla.
— Creo que alguien ha bajado de la nube con hambre —
Dijo.
— ¿Sushi? —Comenzó Taehyung—. No, espera, pizza. ¿Y
si mejor pedimos hamburguesas?
— Tráigame tres piezas de sushi, dos pizza familiar y cuatro
hamburguesas con queso doble. Sí, pago en efectivo —
Yoongi demandó, como si el presupuesto realmente no fuera
mayor problema para él.
Jimin contuvo una carcajada ante la mirada pasmada de
Taehyung. Hoseok lucía ambientado con la situación,
caminando con total normalidad hacia la cocina, trayendo
consigo cuatro botellas de refrescante cerveza.
A penas destapadas, Jimin comenzó a beber del líquido sin
precaución, a solo centímetros de acabársela por completo.
Su garganta volvía a tornarse refrescante, lamiendo sus
labios resecos con anhelo.
— Vives solo, ¿No? —Taehyung preguntó con gran
curiosidad, arrastrando la mirada por la sala de paredes
blancas.
Entonces Jimin notó qué desde que habían llegado, Yoongi
en ningún momento procuró nombrar la presencia de
alguien más en el departamento. Sin embargo, era
comprensible, no tenían el derecho a saber de todos modos,
pero la lengua de su amigo era bastante preguntona.
— Solía compartir piso con un amigo.
— ¿Jeongguk? —Yoongi solo asintió—. Por cierto, ¿Dónde
está? Él siempre está contigo.
— La mayor parte del tiempo no. Él... bueno, él tiene sus
propios asuntos.
Ante una conversación que comenzaba a tornarse tensa e
incómoda, Jimin decidió recorrer los pequeños pasillos para
ingresar al baño. Mirarse al espejo fue una gran impresión,
la marihuana siempre dejaba los contornos de sus ojos
irritados, luciendo sus verdes esmeraldas más claros de lo
normal.
De pronto una leve emoción de angustia comenzó a
atormentarle. Diablos, como odiaba la vida que llevaba. La
monotonía le embargaba y no hallaba la forma de escapar
de ella. Quería volver a casa, pero incluso si podía, no
quería. Él realmente no sabía lo que quería.
Sacó el celular de su bolsillo y miró su rostro reflejado en la
pantalla apagada, temiendo observar los continuos mensajes
de amenazas de su madre. Ella no merecía aquel martirio,
pero él tampoco merecía ser regañado y cuestionado por
cada cosa que hacía.
Era un buen chico y un buen alumno. ¿Por qué ella no podía
entenderlo? Descubrir y tropezar era parte de la vida y la
responsabilidad de su crecimiento. Su deber era caer las
veces que fuera necesario para aprender a levantarse, no
pretendía subsistir dentro de una burbuja como planeaban
hacerlo con él. Se arriesgaría y así sería, aunque se llevara
en contra el reproche de su amada madre.
«La vida es mala, Jimin. Deja de rodearte con personas que
terminaran matándote al igual que lo hicieron con él», le
escuchó decirle una vez, repletándole de miedo, forzándole
a sentir rechazo hacia las personas, de sus propios amigos.
Su futuro sería distinto, él lo sabía. Era diferente, aniñado y
astuto. Era Park Jimin.
Mientras lavaba sus manos, se escuchó un fuerte ruido
provenir de la sala. Alguien llamaba a la puerta principal, un
desconocido bastante furioso y apresurado. Asustado, secó
sus manos y esperó en silencio, escuchando la pequeña
discusión que Yoongi sostenía con alguien.
— ¡Ni lo pienses, mírate, estás herido! —Por el impacto de
su voz, supuso forcejeaba—. ¡Detente!
Entonces con la mano temblorosa, tomó el pomo de la
puerta. ¿Él realmente debería salir del baño y ver qué
ocurría? Por más que procuró poner toda la atención que le
fue posible, las voces de sus amigos no se oyeron en ningún
momento.
De pronto el bullicio y los pasos inquietos se apresuraron
hacia donde él se encontraba. El pomo del otro lado fue
girado y la puerta fue empujada con fuerza, forzándole a
retroceder por el impacto.
— ¡Jeongguk, basta! —Yoongi gritó tomándole del brazo.
Hoseok y Taehyung se encontraban detrás, preocupados.
En ese momento Jimin no supo qué hacer. No había reacción
alguna. Solo una débil mirada atemorizada por esos
brillantes y penetrantes ojos que le observaban fijamente.
La sangre caía por el rostro de Jeongguk, manchando a su
paso la camiseta blanca que llevaba y el suelo que pisaba.
Tenía el pómulo hinchado y el labio inferior levemente
partido. Se había metido en una pelea, una bastante grande.
Jimin concordó que normalmente el color de ojos de
Jeongguk era pardo claro, pero actualmente se hallaban
oscuros, malignos, creyendo que en cualquier momento las
pupilas que se veían en exceso dilatadas le devorarían.
— Largo —Jeongguk exigió, pero Jimin pareció no oírle,
permaneciendo quieto, sin siquiera pestañear—. ¿Eres
sordo? ¡He dicho que te largues, mocoso!
Tomándole del brazo, lo sacó sin importar empujar a los
demás que se encontraban en el camino.
— ¿J, estás bien? —Hoseok intentó protegerle, llevándolo
hacia la sala. Impresionado, Jimin solo atinó a sostener su
brazo adolorido mientras jadeaba.
— ¿Qué mierda acaba de suceder? —Taehyung lucía
descolocado, de pronto ya no se encontraba drogado.
Agarrándose el cabello producto al nerviosismo, se acercó a
Jimin cerciorando que se hallara bien.
El momento de diversión había acabado, ellos debían salir
de aquel lugar, con Jeongguk completamente cegado y
rabioso era peligroso. Hoseok se aproximó a coger las
pertenencias de sus amigos, pero se vio frenado con la
llegada de Yoongi y Jeongguk a la sala, retrocediendo
despavorido. Sentados los tres en el amplió sillón, solo
observaron en silencio.
— Malditos hijos de puta —bramó Jeongguk, caminando de
un lugar a otro, enajenado—. Me las van a pagar.
— ¿Te puedes calmar? —La tranquilidad con la que Yoongi
trataba el asunto dio a entender que no era la primera vez
que ocurría algo como tal.
— ¡Eran cinco contra uno y aun así no acabaron conmigo!
¡Puercos malnacidos, creyeron que en manada se saldrían
con la suya! ¡Los mataré!
Fue hacia la puerta con la intención de cumplir con su
palabra, pero Yoongi se interpuso empujándole hasta
sentarlo en uno de los sillones.
— Ni lo pienses, no irás, mucho menos en este estado.
— ¡No puedo permitir que estén caminando por la calle
como si nada! —Exaltado intentó levantarse, perdiendo la
estabilidad en el proceso—. ¡Déjame salir!
— ¿Cuántas pastillas te has tomado?
Pero Jeongguk pareció no escucharle, sumergido en su
propia furia. Yoongi prosiguió a convencerlo.
— Prometo acompañarte a darles su merecido, pero no hoy.
Sólo debes calmarte.
En un descuido, Jeongguk rodeó el sillón, corriendo hacia la
cocina, sacando de entre los cajones un filoso cuchillo.
Cuando Yoongi trató de llegar a él fue demasiado tarde,
Jeongguk se encontraba corriendo por los pasillos del
edificio.
Entre maldiciones sacó su celular y marcó a quien era el
único capaz de calmar la conducta descuidada de Jeongguk
cuando se hallaba completamente bajo los efectos de la
droga.
— Yoongi —Hoseok comenzó, aún temeroso—, creo que
nosotros deberíamos irnos.
— Chicos, no es por asustarles, pero les recomiendo que no
salgan en este momento a la calle. Con Jeongguk y esos
estúpidos afuera es peligroso.
Por primera vez no eran rumores acerca del arriesgado
comportamiento que Jeongguk tenía, lo estaban viviendo en
carne propia. Todo el tiempo nunca se trató de algún tipo de
falsedad, los tres descubrieron que era absoluta verdad.
Ante el obvio nerviosismo, Yoongi sintió que debía
remediarlo, sobre todo con Jimin, quien parecía ser el más
afectado.
— Pueden quedarse todo el tiempo que quieran, o al menos
hasta que todo este alboroto pase —rascó su nuca, sonriendo
levemente en un intento por tranquilizarles—. La comida
que pedimos está un poco fría pero podemos calentarla. Y,
bueno, si quieren, podemos fumar toda la hierba que deseen.
Pero ninguno respondió.
— Vamos, chicos —Yoongi se acercó, sentándose frente a
ellos, sobre la mesa de centro—. Les aseguro que aquí
dentro nada malo les va a suceder. Este tipo de situaciones
siempre pasa, Jeongguk es un demente.
— ¡Bien! —el grito de Hoseok mientras se levantaba exaltó
a todos—. Yoongi sería incapaz de mentirnos y ponernos en
peligro, así que a comer.
Taehyung se aproximó a sacar los platos. Poniendo de su
parte, todo volvería a la normalidad. Yoongi le tendió una
botella de cerveza a Jimin y se sentó a platicar con él.
Sin darse cuenta, la situación volvía a la normalidad. La sala
se hallaba repleta de humo por la hierba, y aunque Jimin
había decidido no fumar por el momento, su estado de
ánimo volvía a ser el mismo; conversador y risueño.
— ¿Cuántos son en el grupo? —Hoseok cuestionó de
pronto, recibiendo el bong de agua que Taehyung le tendía.
— ¿Me hablas a mí? —Taehyung se señaló a sí mismo.
— No, idiota, a Yoongi.
Y entonces todos explotaron en ruidosas carcajadas,
completamente elevados por los efectos pasivos de la
marihuana. Taehyung se volvió el centro de burla,
siguiéndoles el juego ocasionando que ninguno dejara de
reír, incluso Jimin que se encontraba lúcido.
Era media noche, sin embargo nadie lo había notado, el
tiempo se había frenado para todos. Poco a poco la mesa se
iba llenando de botellas de cervezas vacías, motivándoles a
una fiesta improvisada.
En un intento por acomodarse, Jimin se golpeó el brazo,
quejándose. Remangando la manga de su polerón, notó
como el tono de su piel nívea se había tornado ligeramente
rojiza. La fuerza con la cual fue sacado del baño no era
ninguna broma.
Tres golpes en la puerta principal se hicieron presente por
sobre el elevado sonido de la música, más nadie entró en
pánico. Con total relajo Yoongi se aproximó a abrir dejando
ver a dos tipos. Se saludaron agradablemente e ingresaron,
detrás venía un Jeongguk más tranquilo.
— Chicos, les presento a unos amigos. Jackson y JB.
— ¡Qué pasa, primos! —Jackson vociferó, alzando los
brazos, animado. Entre sus dedos yacía un cigarrillo de
hierba enrolado sin prender.
Como si se tratara de su propio hogar, Jeongguk fue hacia la
cocina, sacando una botella de cerveza. Observó por un
momento lo que ocurría y se acercó al sillón donde se
encontraba Taehyung y Jimin sentados, situándose en
medio.
Nervioso y ligeramente tímido, Jimin se acomodó,
midiendo la proximidad que había entre sus hombros.
Jeongguk le notó, mirándole.
— Qué pasa, ¿Te sientes intimidado? —El tono de voz era
severo, sin embargo había un tenue llamado de coqueteo en
él.
Jimin se cuestionó si se acordaba en la forma que le había
tratado hace horas. El pómulo de su mejilla izquierda se
hallaba rojo, pero todo rastro de sangre sobre su rostro había
desaparecido. Entonces cayó en cuenta que esos dos chicos
que llegaron junto a Jeongguk fueron los encargados de
sacarlo de la riña que había provocado.
Ante el mutismo que Jimin le entregaba, Jeongguk sonrió
de lado, volviendo su mirada al frente. Observó como
Taehyung se levantó para bailar, propinando un gran sorbo
a su cerveza.
— ¿Tú no bailas? —Nuevamente centró su atención en
Jimin.
— No —Fue todo lo que Jimin le respondió.
— Baila —Insistió—. Hazlo, quiero verte hacerlo. Báilame.
— ¿Disculpa? —Malhumorado, Jimin quiso levantarse para
alejarse, pero Jeongguk le tomó de la mano, reteniéndole en
su lugar para hacerle saber que solo bromeaba.
El silenció se centró sobre ellos. Contemplándole el rostro,
Jeongguk bajo lentamente, centrándose en la mano que aún
sostenía.
— Tienes unas manos muy suaves —Se aventuró a tocarle
los dedos y Jimin dejó que lo hiciera—. Jimin, ¿Verdad?
— Sí —Susurró, sonrojado. Nunca creyó que tendría algún
tipo de interacción con el chico que parecía gustarle.
— Te he visto en la universidad, ¿Qué estudias?
— Medicina veterinaria.
— ¿En qué año vas?
— Este es mi segundo año.
— Genial —Pareció meditarlo—. Sabes, yo tengo un perro,
un pitbull.
— ¿Cómo se llama? —De pronto, platicar con Jeongguk no
era tan malo como pensaba.
— Jack el destripador.
— Bromeas, ¿Verdad? —Sonrió, pero al notar que la mirada
seria de Jeongguk decía la verdad, guardó silencio.
— No, no es una broma. Ese maldito es peligroso, muy
pocos se atreven a acercarse. Sin embargo salen heridos en
el intento. Solía usarlo para peleas clandestinas.
Jimin quiso abofetearle, como era capaz de semejante
tortura. Los animales eran sagrados, cualquier tipo. Hasta el
momento pensó que Jeongguk sería diferente a cómo lo
juzgó, pero se equivocó rotundamente.
— ¿Sabes que eso es maltrato animal?
— Jimin —le llamó—. Me importa una mierda lo que
pienses. Ese animal es mío y yo hago lo que se me dé la
gana.
— Bueno, entonces tú y tu maldito pensar también se
pueden ir a la mismísima mierda —Bramó, levantándose.
Pero nuevamente Jeongguk se interpuso. Esta vez lo situó
más cerca, cogiéndole del mentón a solo centímetros de su
propia boca. Jimin jadeó y la respiración de Jeongguk se
volvió rauda. Contemplándole fijamente, Jimin notó que
Jeongguk aún seguía bajo los efectos de las pastillas que
había ingerido. Y se aborreció, se odio a sí mismo por
excitarse con la fuerza que Jeongguk imponía ante él.
— ¿A dónde crees que vas?
— Suéltame, jodido maltratador. Voy a demandarte.
— Cuida esa lengua prepotente cuando hables conmigo —
Jeongguk lo soltó bruscamente, apretando la mandíbula.
Ante el alejamiento áspero, Jimin chocó contra JB. Sobó su
piel ligeramente lastimada y fulminó a Jeongguk. Pero qué
se creía. No, definitivamente ese tipo debía estar fuera de su
lista. No tan solo era impulsivo, también se dedicaba a
maltratar a una criatura que nada malo hacía. Había cosas
en la vida que nunca iba a permitir, ese era el daño hacia los
animales.
Notando el pequeño altercado, JB le aproximó a Jimin una
cerveza. Ofuscado por apaciguar el enojo, le dio un gran
trago, atragantándose cuando Jeongguk decidió no dejarlo
tranquilo.
— ¿Al menos tienes edad suficiente para beber y estar fuera
de casa a esta hora, ricitos de oro?
Jimin no lo soportó. Él realmente había llegado a su punto
culmine, deseando nunca más toparse con un tipo tan
desagradable como ese. Se levantó ante la mirada pasmada
de sus amigos y se encaminó a la puerta.
— ¿Qué haces? —Hoseok fue el primero, cerrando la
puerta—. ¿Qué te pasó?
Yoongi se acercó segundo después, consciente de lo que
había ocurrido. Ignoró la pregunta que Hoseok le había
hecho a Jimin y se excusó.
— Está drogado, Jimin. No le hagas caso.
Jimin vaciló, desviando su mirada cabreada hacia algún
rincón de la sala. El bullicio de los demás apaciguaba la
conversación que sostenían. Entonces dudó si quedarse
realmente. El motivo claramente era Jeongguk. Pero al día
siguiente tenía que rendir un examen.
De pronto, Yoongi fue empujado suavemente, dejando ver
la altura imponente que Jeongguk poseía. Se metió entre
ellos para llegar hasta él, acorralándolo contra la puerta. El
estómago de Jimin sufrió en tensión, se mareó levemente
por el brusco giro de la situación y se desesperó por la
exagerada cercanía.
Tomándole del mentón, Jeongguk le forzó a mirarlo. Jimin
notó que tenía los ojos desorbitados y su hablar cada vez era
más lento y arrastrado.
— ¿A quién crees que dejas hablando solo? —Jimin no
respondió y Jeongguk lo zarandeó levemente—.
¡Respóndeme, mierda!
Hoseok se interpuso, preocupado. Yoongi pescó la mano
con la que Jeongguk apretaba el mentón de Jimin e intentó
apartarlo, pero fue imposible.
— Déjalo tranquilo, Jeon —La urgencia en su tono de voz
se notó—. ¡Vamos, suéltalo!
Entonces en ese momento, Hoseok se sintió realmente
preocupado, lanzándole a Taehyung una mirada silenciosa
para que se acercara. Yoongi conocía a Jeongguk más que
nadie, y controlarlo era algo que sólo podía lograr él. Ver
como la situación se les iba de las manos y ese maldito no
era capaz de soltar a Jimin se tornó un verdadero martirio.
De pronto, todos prosiguieron a intentar quitar a Jeongguk,
procurando no hacerle daño a Jimin en el intento en caso
que Jeongguk decidiera afianzar el agarre sobre él.
Jimin se sintió aterrado. En qué momento habían pasado de
gozar, a estar en ese punto sin salida. Definitivamente
Jeongguk era peligroso y jamás procuraría atravesarse en su
camino. No comprendía qué había ocurrido, qué había
gatillado esa acción tan impulsiva.
Realmente asustado de ver el pánico que se expandía a
través de los ojos de los demás, Jimin decidió posar sus
ocelos esmeraldas en su captor. Jeongguk rugió cuando los
notó llorosos, tremendamente presos del pánico. Entre la
niebla de los efectos de la droga y la consciencia real, se
lamentó. ¿Qué estaba haciendo?
Cuando las lágrima finalmente bajaron por sus mejillas
carmesí, Jeongguk debilitó su agarré y susurró alejándose
lentamente, sin quitarle el mirar fijo.
— Mierda, ricitos... —Se pasó las manos por el rostro,
sintiéndose mareado por los efectos de la clonazepam.
Atento confusamente a la voz temblorosa de Taehyung por
irse a casa, se aproximó hacia los sillones con la intención
de buscar la llave de su auto para ir a dejarlos, pero todo lo
que sintió, fue el fuerte impacto que se dio contra el suelo.
El suspiro que dieron los demás fue en sincronía. Con
Jeongguk tirado en el suelo de manera inconsciente, no
tendrían que lidiar con el mayor problema de calmarlo
cuando estaba bajo los efectos de las pastillas. Yoongi aún
no lograba procesar lo ocurrido, jamás lo vio tan posesivo
con alguien a quien no conocía en absoluto.
Sintiéndose culpable por haber dejado entrar a Jeongguk en
primer lugar, atrajo el cuerpo oscilante de Jimin para
consolarlo. Susurrando que todo lo malo había pasado,
excusando a su amigo y prometiendo que él nunca había
actuado de esa forma con otra persona.
Capítulo 3
Afianzó la correa del bolso sobre su hombro, hallándose
más nervioso de lo usual; lo cual asumía como algo
totalmente normal cuando se atrevió a desaparecer de casa
por una semana. Todo recaía en el gran alboroto que armaría
su madre al verle, no obstante, lo único que ansiaba era una
ducha caliente y el cobijo de su agradable habitación. Si bien
su estadía fuera del hogar no hizo la diferencia, todo el
tiempo en casa de su mejor amigo se sintió como un
vagabundo. Sucio, holgazán y atrevido.
Centró la mirada en la puerta blanca frente a su nariz,
contemplando el mármol que le volvía única entre las demás
del vecindario, trazos cautivantes que en el pasado le fueron
indiferentes. El ingreso fue silencioso, sus pasos casi
clamosos. Observando de lado a lado, se aproximó a las
escaleras, frenando en seco cuando su madre le intersectó en
el último escalón.
— Cualquiera que te viera entrar de esa forma pensaría que
se trata de un ladrón.
Su madre le estudiaba centímetro a centímetro, él lo
presentía, le conocía a la perfección.
— Hola, mamá.
— ¿Por qué actúas como si esta no fuera tu casa? ¿Acaso
crees que le negaría la entrada a mi propio hijo?
Era el comienzo de uno de sus tantos discutir, pero algo no
andaba bien, ella estaba intentando controlarse pero, ¿Por
qué?
Jimin decidió continuar hasta ingresar a su habitación con
su madre siguiéndole. En cuanto lanzó el bolso al suelo, ella
se acercó, sacando y revisando todo lo que había dentro. A
través del espejo de cuerpo completo, Jimin lo notó,
ejerciendo todo su auto—control para no explotar.
— Oye... No es necesario que ordenes mi ropa —Volteó,
avergonzado de ver que su madre comenzaba a oler sus
prendas—. Mamá, detente.
— Lavaré tu ropa, de seguro sea donde sea que estabas no
se lavó como corresponde.
— No es necesario. Vamos, detente.
Arrodillándose para poder arrebatarle las prendas,
comenzaron a forcejear, ella estaba fuera de sí,
completamente efusiva por no poder tener el control sobre
su hijo una vez más.
— No está limpia, Jimin. Déjame ayudarte, yo haré las cosas
por ti. Como antes, ¿Recuerdas?
— Mamá, basta...
— Y cuando esté lista la plancharé y doblaré por ti, no debes
preocuparte.
— ¡He dicho que te detengas! —Vociferó.
Y aunque la calma le invadió, en similitud la culpa también
lo hizo al notar como su madre había retrocedido
despavorida.
— ¿Cuándo vas a entenderlo? —Jimin se alzó, derrotado,
lanzando la ropa que había logrado obtener al suelo—.
Mamá, ya no soy un niño. Puedo hacer las cosas por mí
mismo.
— ¿Eso es lo que ellos te enseñan? ¿A despojarte de tus
seres queridos?
— ¿De qué hablas? —Jimin le miró como si estuviese
completamente loca.
— De tus amigos. Desde que comenzaste a tenerlos has
cambiado.
— Ellos no tienen nada que ver. Lamentablemente crecí y
me di cuenta que hay cosas que debo hacer solo. Eso es todo.
El silencio les embargó. Desde la ventana se podía distinguir
como lentamente el cielo se teñía de gris, adaptándose a la
ocasión desdeñada. Jimin se sentó en la orilla de la cama,
contemplando el barro en sus zapatos.
— Estoy cansado, mamá —Dijo simplemente—. Estoy
harto de llegar a casa solo a discutir. Todo lo que siempre
haces es regañarme, prohibirme cosas, pero nunca me has
preguntado cómo me va en la universidad o qué tan bajas o
altas son mis calificaciones.
El mutismo adueñándose de los labios de ella le dio a
entender que lo pensaba, que se encontraba reflexionando
acerca de sus palabras heridas y tristes. Pero era una mujer
testaruda, como él.
— Jimin, solo quiero que entiendas que no quiero perderte.
No soportaría una perdida más en mi vida.
— ¡Entiende que está muerto y la vida lo quiso así!
¡Supéralo de una puta vez!
— ¡Ellos lo mataron! ¡Esa misma junta que tienes lo mató y
harán lo mismo contigo!
Jimin comenzó a sonreír burlesco. Su paciencia se había
agotado y no tendría piedad incluso si su madre lloraba
frente a sus ojos.
— ¿Ellos? —Jimin inquirió con una ceja alzada—. Siempre
te refieres a ellos y los culpas. Pero, ¿Qué hay de ti? ¿Acaso
no fuiste culpable tú también, o ya olvidaste la clase de
mujer que eras?
— Cállate.
— ¿Ahora no quieres hablar? Vamos, mamá, me sorprende
lo malvada y controladora que puedes llegar a ser a veces.
Desde la niñez cargó con el peso del silencio, no estaba
seguro si iba a poder lidiar con ello toda la vida. Crecer en
el corazón de una familia perfecta y a través de los años ver
como poco a poco se volvía disfuncional fue difícil para él,
presionándole a perder su rumbo y lo que de verdad valía en
la vida.
— No permitiré que me hables de esa manera —Se acercó
a Jimin, intentando cubrir sus labios.
— Ellos no fueron los causantes de su muerte, fuiste tú. ¡Tú
lo mataste!
Entonces ella le abofeteó, fuerte, un golpe totalmente sólido.
Era la primera vez que se atrevía a golpearle, Jimin no supo
cómo reaccionar. Su mejilla derecha ardía, irritada. Mas no
se arrepentía, no lamentaba ninguna palabra dicha. Era la
verdad, aunque doliera.
— Hijo...
— Vete.
— Jimin, por favor, no fue mi intención, yo nunca...
— Vete, mamá —Peinó su cabello hacia atrás en un intento
por pretender que nada había ocurrido—. Tengo que
ducharme e irme a la universidad y solo tengo una hora.
— ¡No, no me iré porque sé que volverás a desaparecer de
esta casa! —Lloró desesperada. Su niño se le iba como el
agua entre los dedos.
— ¿Y qué quieres? ¡Míranos! Parecemos dos salvajes
discutiendo cada maldito día —Sujetándola del brazo la
condujo hacia la salida. Y antes de cerrarla, le dijo: — Mejor
pregúntate cuál es la razón por la que siempre decido no
estar en casa y cambia algo al respecto.
El destello de luces atravesaba la ventana del auto donde se
encontraba. Con la frente recargada sobre el cristal, observó
la masa de personas que se desenvolvían dentro y fuera del
recinto. Aquel viernes por la noche habían decidido acudir
a las ruinas del pueblo, sitio desenfrenado donde se llevaban
a cabo infinitas fiestas, venta y consumo de drogas y
prostitución.
Su apetito de diversión era mínimo. El día no había sido
agradable, no esperaba que ese momento mejorara. De su
mente no podía quitar el encuentro con su madre y en lo que
acabó. Su mejilla aún dolía si pasaba los dedos por su piel.
— ¡Bien, hemos llegado! —Exclamó Taehyung, abriendo la
puerta donde Jimin se encontraba, jalándole de la mano para
obligarle a caminar entre la multitud, animándole en el
intento.
— Anímate, hermano —Hoseok se situó al otro lado—.
Dicen que los hongos alucinógenos de hoy están increíble.
Un amigo cercano de Jeongguk los ha traído de Perú.
Pero Jimin no se hallaba entusiasmado, sonriendo
forzadamente a quienes les reconocían. Taehyung le pasó un
vaso con licor, incentivándole a beber. Y sin darse cuenta,
prontamente aquel único cuenco se convirtieron en cinco
más.
Para aquel entonces, el alcohol se había apoderado
completamente de sus acciones, desinhibiéndolo,
impulsándole a contagiarse con el ritmo de la música y la
alegría de los presentes.
En ningún momento se atrevió a soltarse de la mano de
Taehyung. Si bien no era la primera vez que concurrían a
ese sitio para muchos denominado como extremadamente
peligroso y vicioso, la desconfianza estaba intacta en cada
acto que ejercían.
Un Hoseok totalmente eufórico los encaminó a través de un
pasillo, sometiéndose a la tenue luz de una habitación sucia
y desalmada. Yoongi y sus amigos más cercanos parecían
llevar su propia fiesta allí. Entre las penumbras Jimin pudo
distinguir a Jeongguk en compañía de una chica.
Deduciendo la forma en cómo se besaban, eran más que
conocidos.
Sintió un rechazo inminente. Él no se olvidaría fácilmente
de la estúpida escena que le hizo aquella noche en el
departamento de Yoongi. Se había asustado como la mierda.
— ¡Primos! —Jackson se aproximó hacia ellos,
abrazándoles—. Les tengo un regalo.
Jimin intentó zafarse del agarré que Jackson ejercía sobre
sus hombros, pero fue demasiado tarde cuando frente a él
JB le tendió un puñado de hongos.
— Estos harán que la fiesta se vuelva aún más increíble —
JB señaló, masticando uno de ellos.
— No, gracias —Jimin se rehusó, buscando algún tipo de
consuelo en los ojos de su mejor amigo—. No quiero.
El susto fue palpable a tal punto de sentir como el alcohol
abandonaba su cuerpo. No conocía los efectos y sobre todo,
le atemorizaban las consecuencias. Todos parecían
disfrutarlo, pero no se le antojaban en ese momento.
— No tienes que hacerlo si no quieres, J —Taehyung
susurró, animándole—. Y si aun así aceptas, no te
preocupes, estoy aquí para cuidarte.
Jimin sonrió agradecido y repleto de amor hacia la persona
que por años consideraba su mejor amigo. Todo rastro
despreocupado se esfumó cuando detrás de JB apareció
Jeongguk con aquel porte arrasador e imponente,
sosteniendo en su mano un vaso.
— ¿Todo bien? —La pregunta fue dirigida a todos en el
círculo, pero su mirada penetrante dirigida únicamente a
Jimin no dejó de atormentarle.
— Los chicos se sienten reacios a probar los hongos —
Jackson le comentó, como si se tratara de algo realmente
gracioso.
— ¿Ah, sí? —Con total superioridad, mascó un hongo,
demostrándole que no había nada de novedoso—. Están
deliciosos. Qué pasa ricitos de oro, tienes miedo o qué.
La presunción se plasmó en el aire, de pronto nadie decidió
hablar, esperando algún tipo de respuesta por parte de Jimin.
Taehyung observó como la altanería lentamente devoraba
los ojos felinos de Jimin. Estaba enojado y cualquiera que
aun así no lo conociera podía fácilmente notarlo.
— ¿Y qué si tengo miedo? —Alzó el mentón, aniñado—.
¿Vas a acorralarme contra la pared una vez más? No quiero
probar tus malditos hongos.
Jeongguk ladeó la cabeza sin comprender a qué se refería.
Era un hecho que no recordara absolutamente nada, supuso
Jimin. Después de todo ni siquiera fue capaz de mantenerse
en pie por sí mismo.
Una sonrisa ladina surcó el rostro magullado de Jeongguk,
nadie se atrevía a hablarle de esa manera, mucho menos si
no existía ningún tipo de vínculo entre ambos. Y le
agradaba, le encantaba la actitud desdeñosa que el mocoso
poseía, como si nada le importara, aunque en el titilar de sus
ocelos se viera reflejado el miedo a una abrupta reacción de
su parte.
Cuando Jeongguk se determinó a hacer algo al respecto,
Jimin apretó la mano de Taehyung al ver que su oponente se
acercaba a paso lento, cauteloso y burlesco. De pronto, notó
que la proximidad que les invadía era casi inexistente. En el
momento que Jeongguk se dirigió a su oreja izquierda para
susurrar, Jimin sintió como los labios de Jeongguk rozaban
los suyos propios y fue inevitable pensar cuán delicioso se
sintió.
Pero unas manos sobre los hombros de Jeongguk les
detuvieron por completo. Se trataba de la hermosa chica que
Jimin había notado con él, su cita. Arrastrándole hacia atrás,
advirtió la molestia de ver a Jeongguk con alguien más.
Jimin sintió el odio que era dirigido hacia su persona,
desviando la mirada.
La chica lo arrastró de la camiseta negra que llevaba y
Jeongguk accedió con total pasividad sin siquiera voltear a
verle una vez más, como si lo ocurrido a tan solo segundos
no hubiese pasado realmente.
Alejándose de aquel ambiente tenso, decidieron que era
momento de pasarla realmente bien. Entre la poca luz que
les invadió y el tumulto de gente, Taehyung se puso una
pastilla sobre la lengua y atrajo a Jimin para un beso
apasionado. Disfrutando del escaso danzar de sus lenguas,
Jimin la tomó. Les encantaba consumir éxtasis cuando las
fiestas prometían ser salvajes. El día había sido una mierda
y ellos merecían divertirse un poco.
Lentamente la noción del tiempo se encontró fuera de sus
alcances. Jimin se hallaba fascinado, bloqueando cualquier
tipo de emoción que le atormentara, cerrando los ojos para
entregarse completamente al delirio. Su piel pálida y febril
se encontraba perlada por el sudor, volviéndola brillante,
apetitosa para los hombres al asecho.
Separados al bailar, vislumbró a Taehyung desde su lejanía,
sonriendo cuando lo vio menearle el trasero a su
acompañante desconocido, devorándose la boca en un beso
hambriento.
Jimin comenzó a percibir situaciones a través de intervalos
que parecían llegar y alejarse fugases. Estaba fuera de sí.
Cuando sintió calor, decidió que apoyarse contra una pared
fría era lo mejor. Sin notarlo, prontamente se hallaba
bebiendo de un vaso que no sabía qué contenía porque la
sed que le embargaba era voraz. Y fue demasiado tarde
negarse al hombre que le tenía en el baño sucio y maloliente,
acorralado, succionándole el costado del cuello.
En cuanto la conciencia tomó un poco de él, se sintió
asqueado, forcejeando para que le dejase ir, pero el tipo le
doblegaba en fuerza y en altura. Como acto de desespero,
elevó la rodilla, golpeándole en la entrepierna. Era su
momento, debía escapar mientras el tipo se revolcaba de
dolor.
Se hallaba totalmente desorientado, el pánico le engulló por
completo y prontamente comenzó a sentir que la respiración
le fallaba. Aquel sitio era un maldito laberinto y sus amigos
no se encontraban por ningún lugar.
Se sintió perseguido, como si todos en aquel lugar supiesen
lo que ocurría, juzgándole con un mirar burlesco. El muro
entre sus manos parecía alejarse, viéndose obligado a caer
incontables veces al suelo.
La hora avanzaba y continuaba atrapado en la semi
inconciencia, suplicando por un poco de socorro. A través
de la oscuridad, Jeongguk pudo reconocerle, acercándose
con el único fin de molestarle, sin embargo, todo se vio
arruinado cuando finalmente pudo observarle con mayor
atención.
Jeongguk se puso pálido. Por primera vez no supo cómo
reaccionar. Jimin se encontraba en un rincón murmurando
lo que parecían ser incoherencias. El sudor abarcando
mayormente su frente ocasionaba que su hermoso cabello
rubio se pegara. Las ojeras eran notables y el seco en sus
labios amenazaba con desaparecerlos pedazo a pedazo.
Lucia como un cadáver.
— Mierda, ricitos —Se arrodilló, sujetándole el rostro con
ambas manos—. ¿Qué te hicieron? ¡¿Qué consumiste?!
Aunque Jimin intentó responder a lo poco que Jeongguk
gesticulaba, fracasó, tragando sonoramente. Como acto de
reflejo, se apoyó en las tibias manos que le envolvían las
mejillas, cerrando los ojos.
— Yo...
— Está bien, vamos, levantémonos y salgamos de este lugar.
La delgada y frágil contextura de Jimin le permitió tomarlo
en brazos, llevándolo a su auto. Dentro de él, solo se dedicó
a mirarle y procurar que bebiera toda la botella con agua que
le había entregado.
Si no tenía idea donde él mismo se hallaba, preguntar por la
extraña ausencia de su amigo Taehyung era absurdo.
Detestaba el hecho de sentir preocupación hacia Jimin, de
sentir que le debía algo. Y sobre todo, odiaba como Jimin
colocaba su vida en peligro al entregarse de esa manera a
sustancias que no podía controlar.
Condujo a través de las calles desoladas hasta su
departamento. La idea de llevar a Jimin a su privacidad no
le agradaba en absoluto, pero no podía esperar a que
despertara de su desmayo en la parte trasera de su Ford lobo
negra.
Recostando a Jimin sobre el sillón de cuero negro, Jeongguk
se sentó a su lado, contemplándole hasta en el más mínimo
detalle. Park Jimin era un chico hermoso, aunque muy en el
fondo sabía que esa apariencia de chico precioso y frágil no
existía en absoluto, al menos no del todo. A veces, cuando
se decidía a observarle en los recesos de la universidad o en
las fiestas alocadas que acostumbraba a presenciar,
Jeongguk sentía que era el único que podía ver a aquel niño
vulnerable, a esa criatura que se vio forzada a crecer de
manera apresurada. Como ahora.
Una sonrisa genuina adornó sus labios cuando le vio el
parentesco que intentaba borrar con el pasar del tiempo,
pero era imposible, de cierto modo Jimin era el vivo retrato
de aquel que les dejó de manera abrupta. Se tomó el
atrevimiento de alzar la mano y tocarle el rostro, sintiendo
la reconfortante suavidad adormecer las yemas de sus
dedos.
— Ruego de todo corazón que nunca tengas que pasar por
lo que él pasó.
En cuanto movió su lengua para bostezar, Jimin no pudo
evitar el horrible síntoma de adormecimiento dentro de su
boca, frunciendo el ceño como señal de desconformidad.
Ignorando la enorme punzada en su cabeza, lo primero que
notó fue la manta que le cubría del frío y la sala desconocida
frente a sus ojos.
El miedo le embargó al instante. Procurar recordar algún
tipo de vestigio de la noche anterior fue imposible, dejando
que el pánico comenzara a devorarle.
— Jodida mierda —Murmuró ensimismado, pasándose la
mano por el cabello—. Debo llamar a Tae.
Pretendió buscar su teléfono, pero al notar que los bolsillos
de sus jeans se hallaban vacíos, quedó totalmente en blanco,
observando un punto fijo en aquel lugar opulento.
— ¿Dónde estoy?
Ampliando la vista por la sala, se topó con la presencia de
Jeongguk, sentado en unos de los sillones individuales, con
los brazos recargados sobre sus rodillas, analizándole
dolorosamente.
— ¿Es esto lo que acostumbras hacer? —Jeongguk
demandó en total confianza—. ¿Emborracharte y drogarte
para que después cualquier extraño te lleve a casa y haga lo
que desee contigo?
De inmediato, Jimin se cubrió el cuerpo como instinto de
protección, lo cual al reflexionar se dio cuenta de lo inútil
que resultó cuando se halló a merced de Jeongguk desde que
le trajo a casa en plena madrugada.
Ante la tímida interrogante en los ojos de Jimin, Jeongguk
suspiró y negó.
— No ha pasado nada entre nosotros. Por suerte no soy un
maldito depravado. A mitad de la fiesta te encontré tirado
cerca de los baños.
— Yo... —Jimin intentó explicar, cabizbajo y totalmente
avergonzado—. En serio, Jeongguk, yo no acostumbro a
hacer estas cosas.
— ¿Cuales, Jimin? —La ironía vagó en el aire, de pronto se
sintió enojado con solo ver a Jimin—. ¿Qué cosas no
acostumbras a hacer: emborracharte, drogarte, caer
totalmente inconsciente o dejar que cualquiera te manosee
en los baños?
— ¡¿Qué?! —Boqueó, sintiéndose incapaz de responder a
tal prepotencia. Se sentía tan inferior, tan tímido; como
cuando era pequeño y su madre le regañaba—. Oye, yo no...
— ¡Joder, debes ver las marcas que tienes en el cuello!
Cualquiera podría pensar que te liaste con una sanguijuela.
Y entonces, Jeongguk se sintió confundido consigo mismo.
¿Por qué de pronto le molestaba, por qué de pronto la idea
de imaginar a Jimin con cualquier tipo le asqueaba, por qué
aún no podía dejar de ver al adorable y pequeño niño que
caminaba de la mano de su hermano?
— ¡Te he dicho que no es lo que parece! —Jimin se levantó
y Jeongguk le imitó tan enojado como él—. ¡No acostumbro
a emborracharme, ni a drogarme, ni mucho menos caer de
manera inconsciente para que cualquier puerco se me
acerque!
Sujetó las hebras doradas de su cabello, alterado. En aquel
momento comprendió que, aunque Jeongguk no era nadie
en su vida más que una alteración a su sistema nervioso, le
importaba lo que pensara, se sentía ofuscado y severamente
lastimado.
— ¡Diablos! —Jimin continuó—. La única droga que
consumo es marihuana y es lo más mínimo. Ayer no sé qué
me sucedió, estaba confundido, triste y creo que todo se me
salió de control.
Dirigiéndose a la puerta principal, notó que Jeongguk le
seguía. La proximidad era tal que podía oler la deliciosa
fragancia de sus prendas.
— ¿Qué clase de vida llevas, ricito?
— ¡Oh, vaya! —Volteó furioso, sentía que Jeongguk
únicamente quería recalcarle en el rostro el mal que había
hecho—. Bueno, no lo sé, ¿Quizás una vida menos digna
que la tuya? Porque al parecer para ti soy un jodido estúpido
que hace todo mal.
— ¿Al menos eres mayor de edad?
— ¡Y qué mierda te importa! —Jimin se acercó, agresivo.
Bastante tenía que lidiar con lo que tenía en casa para tener
que soportarlo también.
— ¡Pudieron haberte violado, niñato estúpido! —Jeongguk
terminó por acabar con la poca distancia que les quedaba,
empujando bruscamente a Jimin contra la puerta,
acorralándolo—. ¿Es que acaso no comprendes todo el mal
que hay afuera, sobre todo en las fiestas que sueles
frecuentar?
— Y tú qué sabes —Giró el rostro, como acto de un niño
berrinchudo.
Sintió que Jeongguk era el menos indicado para corregirlo.
Él le había intimidado en casa de Yoongi y le amenazó por
la simple razón de haberle dejado hablando sólo. Las calles
no eran el único peligro, asumiendo su desquiciado
comportamiento cuando estaba bajo los efectos de la
clonazepam.
— Lo sé, porque yo... —Se detuvo abruptamente, no sabía
lo que estaba dispuesto a decir y no estaba preparado para
revelarle a Jimin lo que hacía para ganarse la vida, aunque
fuera bastante evidente.
— Qué ibas a decir.
— Nada, vete a casa.
— No —Se cruzó de brazos. Jeongguk no pudo evitar
pensar cuán infantil Jimin podía llegar a ser—, no me iré
hasta que termines lo que ibas a decir.
— ¡Nada! —Sujetándole de los hombros para dirigirlo a la
puerta, Jimin se resistió—. ¡Oye niño, vete ya!
— ¡No me grites!
— Joder, eres un dolor en el culo.
Jimin estaba dispuesto a responder, centrado en ganar una
discusión que hace bastante había carecido de sentido, pero
algo tibio, viscoso y mojado rozando el dorso de su mano
los detuvo a ambos, dirigiendo la mirada hacia abajo de sus
cuerpos.
El miedo pudo haberle embargado, comenzando a chillar
como un vil cobarde ante aquella bestialidad oscura, como
si su pelaje negro azabache luciera la maldad que poseía,
congelándose ante esos ojos tan blancos como la nieve. Pero
nada de aquello que imaginó, sucedió. Se trataba del pitbull
de Jeongguk, ese animal que él mismo denominó como un
devorador de personas. Y aunque a simple vista ocasionaba
que te cagaras encima por lo grande, musculoso y temeroso
que lucía, Jimin sintió ese amor a primera vista.
Cuando Jimin se arrodilló encantado por el perro, Jeongguk
no hizo más que fruncir el ceño, observando una escena que
jamás en su vida imaginó, sobre todo de Jack.
— ¿Qué sucede contigo? —Jimin le cuestionó, alzando la
cabeza para mirarle burlesco, sin dejar de rascar la cabeza
de Jack—. Es como si hubieses visto un fantasma.
— Sucedió algo parecido —Rascó su nuca, confuso—. Es...
Bueno, es extraño, porque Jack odia a las personas, sobre
todo a los mocosos ruidosos como tú.
— Bueno, yo soy diferente —Centró la atención
nuevamente en Jack y comenzó a reír cuando comenzó a
lamerle el rostro.
Jeongguk se sintió desfallecer. Era la primera vez que le veía
reír de esa manera, tan genuinamente. Y joder, como amó la
melodía de sus carcajadas. Por primera vez sintió que
conocía al verdadero Jimin, tan cálido y amante de los
animales.
— Sí —Jeongguk susurró, más para sí mismo—. Parece que
realmente eres diferente, Jimin.
Entonces comenzó a reír él también, divertido por los
pequeños saltos de emociones de Jack ante el sentimiento
de paz que Jimin era capaz de trasmitirle.
— Bueno —Jeongguk pareció asustarse ante la energía de
Jimin y el cómo se levantó rápidamente—, debo irme.
— ¡Dios! —Exclamó con la intención de molestarlo—.
Pensé que jamás lo harías
— Imbécil.
Incluso si Jimin le fulminó con la mirada, ningún tipo de
mala intención había en ella. La llegada de Jack pareció
alegrar el ambiente y de paso alegrarlos a ellos.
— Sabes, estoy estudiando medicina veterinaria —Jimin
comentó.
— Lo sé, me lo habías dicho en casa de Yoongi.
Procurando que Jeongguk no lo notara, Jimin se sorprendió.
Le asombró el hecho de que recordara lo que había ocurrido
la primera vez que interactuaron. También se preguntó si
recordaba algo del incidente que prefirió no mencionar
tampoco.
— Bueno, me encantaría hacerle un chaqueo a Jack y
procurar que se encuentre en buen estado. Será totalmente
gratis.
— ¿En serio? —La impresión y la emoción en el tono de
voz de Jeongguk le hizo lucir tierno—. Eso sería genial, te
lo agradecería enormemente.
— No es para ti, idiota —Sonriendo, le miró despectivo—.
Es para el precioso Jack.
— Bueno, en ese caso —Hizo comillas con los dedos,
utilizando un tono irónico y chillón—, el precioso Jack te lo
agradecerá.
— Solo estaba bromeando —Le golpeó en el hombro de
modo juguetón—. En realidad, es un agradecimiento para ti,
por salvarme.
Avergonzado, Jeongguk intentó quitarle importancia.
— No es nada. Lo haría por cualquiera de todos modos.
— Aun así, realmente lo valoro.
Y sin más, se lanzó a los brazos de Jeongguk, inhalando el
delicioso aroma a menta que poseía. Tragando con
dificultad, Jeongguk se paralizó por completo cuando Jimin
acercó los labios a su oreja, susurrándole.
— Muchas gracias, idiota.
Sin más, se fue dejándole ensimismado, ignorando los
gruñidos de Jack, como si el perro fuese capaz de entender
lo que había ocurrido y se burlara de lo estúpido que lucía.
Capítulo 4
Aún pudo sentir la emoción rugir en su estómago cuando
bajó del autobús. No pudo dejar de pensar en esa mirada
fiera que le calcinó el alma, la deliciosa fragancia a lavanda
de sus prendas ante el más mínimo contacto. Le deseaba, no
estaba dispuesto a negarlo una vez más. Le anhelaba. Quería
ser presa de esa hostilidad salvaje. Esa brutalidad con que
solía tocarle hasta provocar que su piel ardiera y cediera ante
esa pasión dormida en él.
Giró en la esquina del paradero, introduciéndose en los
barrios marginales de Twinpeaks, lugar de la gente
deprimida con una pobreza fatal. Eran las lejanías que se
ocultaban entre los inmensos y frondosos árboles, donde los
inadaptados habían dejado de protestar cuando la alcaldía le
construyó un par de edificios con no más de diez pisos por
cada bloque. Una zona que pese a la naturaleza, era oscura
y deteriorada. La tierra húmeda invadía el paso y te
ensuciaba los zapatos, el hedor a orina te obligaba a no
respirar tan profundamente y te forzaba a no llevar
pertenencias de lujo por el hurto de los más necesitados.
Jimin estaba acostumbrado a toda esa mierda. A caminar sin
prisa y sin temor por los pasajes. Estaban familiarizados con
su presencia, de todos modos. Verle a diario con un buen
vestir y el cabello rubio angelical perfectamente peinado y
limpio. Era un pedazo de destello que sobresalía entre tanta
inmundicia. Una preciosidad que frenaba el paso sin rumbo
de cualquiera para contemplarle con una genuina
curiosidad. ¿De dónde venía? Nadie lo sabía, asumían que
era del centro del pueblo, donde la vivencia era más
cómoda. Le habían hecho parte de la manada hace años,
cautivados por su sencillo tratar y gentileza a la hora de
ayudar.
Permaneció con las manos en los bolsillos cuando un niño
esnifando de una bolsa con pegamento que conseguían por
ahí, se paró frente a él.
— Oye J, ¿Me das una moneda?
Jimin ni siquiera lo dudó. Registró en los bolsillos traseros
de sus jeans, pasándole unas cuantas que le habían sobrado
del pasaje en bus. Miró la palma sucia alzada y recordó las
veces que le quitó la bolsa a ese mismo chico y la tiró a la
basura. Dejó de hacerlo cuando se dio cuenta que no tardaba
en encontrar otra. Era una pérdida de tiempo, y aunque
sonase cruel, era la vida que acostumbraban llevar.
Chuck era un chico que apenas y alcanzaba la pubertad.
Vivía en unos bloques más allá. Su madre era alcohólica y
caminaba por allí a veces, cuando le iba bien en la
prostitución y podía traer algo de dinero para gastarlo en un
poco de pan y bebidas alcohólicas.
Más allá, se encontraba Samanta, una pequeña de ojos
chocolates y el rostro repleto con pecas. Era la hermana
menor de Chuck, pero había corrido con mejor suerte,
Jiwoo, quien vivía en el departamento contiguo, se hacía
cargo de ella.
— ¿Qué me trajiste esta vez, J?
Se balanceaba en el pequeño y oxidado triciclo que habían
conseguido del basural a unos kilómetros de allí. La gente
se abastecía con los objetos que los más ricos desechaban.
Jimin siempre solía traerle pequeños regalos. Los dulces
eran sus preferidos, pero esta vez, no tenía nada consigo.
Hurgó en todos sus bolsillos, encontrando un pequeño
caramelo con el envoltorio deteriorado, lo había conseguido
en algún momento y había olvidado que estaba allí. Los ojos
de Samanta resplandecieron y fue ese pequeño detalle de
agradecimiento que le apretó el corazón. Dejó caer su mano
sobre su cabello sucio y opaco y le acarició.
— Para la próxima, voy a traerte una bolsa enorme. Lo
prometo.
— ¿Pueden ser chocolates esta vez?
— Claro. Chocolates.
Divisó el departamento de Taehyung y trotó por los
escalones. Su amigo llevaba viviendo allí hace algún
tiempo, cuando logró independizarse y subsistir por sí
mismo. Sus idas y venidas en centros de acogidas fueron
varias. Con un par de padres sumidos en las drogas, vivir
entre familias adoptivas fue su única opción. Sin embargo,
siempre lo detestó. Las experiencias fueron malas y tuvo
suerte de no internarse en las calles por el desespero.
Sobre la puerta brillaba el número trece y sonrió cuando
recordó que le habían puesto escarcha plateada para hacer
que sobresaliera del resto. Propinó tres toques intercalados,
una clase de contraseña que habían planeado para avisar que
era él. Se meció sobre sus talones ante la espera y torció el
gesto cuando fue demasiada.
Se recargó sobre el barandal que daba hacia el exterior y
divisó a Jiwoo, la tía de Chuck y Samanta. Humedeció sus
labios para gritar por su atención, pero de pronto, la puerta
se abrió y todo lo que pudo sentir fueron unos largos y fríos
dedos agarrándole de la oreja.
— ¡Ahora vas a ver de lo que soy capaz, Park Jimin!
Oh no, le había llamado por su nombre completo. Eso solo
explicaba una sola cosa. Tironeándolo hasta el interior,
Taehyung miró a ambos lados de su piso y cerró la puerta,
encarándolo con las fosas nasales prominentes y las pupilas
de sus ojos ámbar dilatadas en furia pura.
La vivienda de Taehyung era un exagerado contraste con lo
que yacía allí afuera. Para nada similar. Las paredes eran
rojas y los sillones blancos. Una hermosa cocina americana
compartía espacio con la sala y la habitación se encontraba
cruzando el pasillo con varias fotografías de ellos decorando
las murallas. Era pequeño, lujoso, excéntrico y precioso.
Jimin adoraba lo acogedor que era. Aunque siempre se
preguntó dónde conseguía exactamente el dinero para todas
esas cosas, después de todo, trabajar a base de propinas
como mesero era imposible, sobre todo si no lo hacía a
tiempo completo.
Sin despegar la espalda de la puerta, Taehyung se sacó una
de sus chanclas y Jimin se arrodilló, suplicando:
— Voy a explicarlo todo. Por favor, devuelve esa chancla a
su lugar.
Taehyung permaneció escrutándolo con un mirar severo y
la mandíbula apretada. Era el único que causaba esa
soberanía en él, y si era sincero consigo mismo, le temía.
Taehyung era su cable a tierra, el único con derecho a
castigarlo cuando veía que su control se salía de lugar.
Le miró un poco más, pero cuando se volvió a calzar con la
chancla, Jimin suspiró, cerrando los ojos ante un inmenso
alivio. En el pasado él había probado el poder de la chancla,
no era un chiste, esa cosa dolía como el demonio.
— ¿Sabes de dónde vengo? —Taehyung inquirió—. ¡De la
maldita estación de policía!
Permaneciendo aún de rodillas, Jimin bajó la cabeza. Había
cometido un grave error. Dejando atrás el encuentro
clamoso con el hombre que tanta hambre de sexo le causaba,
él había faltado a una de las reglas y su amigo se amaneció
buscándolo en las calles. No era justo.
— Nadie sabía nada. La última vez que te vieron fue en los
baños de las ruinas —Taehyung continuó, caminando hacia
la cocina donde preparaba café—. Si tan solo pudieses saber
el miedo que sentí en ese momento. Eras mi responsabilidad
y te había perdido.
Jimin se sentó en uno de los taburetes en completo silencio,
lanzando de vez en cuando miradas a la espalda rígida de
Taehyung.
Él siempre fue así, sobreprotector. Incluso si su vida era un
verdadero caos, Taehyung se preocupaba de que la vida de
Jimin no fuera por el mismo rumbo. Era dos años mayor y
desde pequeños siempre actuó como la imagen materna que
siempre careció.
Conoció a Jimin en el preescolar. En aquel tiempo era un
gordito precioso y los demás compañeros siempre le
molestaban porque le costaba meterse en el pupitre que iba
pegado a la silla. Taehyung fue su protector. Era aniñado y
salvaje. En los orfanatos siempre tuvo que pelear para
ganarse un lugar, la escuela era similar, pero no tan cruda.
Fue fácil crearse una imagen de niño malo cuando muy en
el fondo, Jimin había descubierto que allí albergaba el
corazón más noble y preciado.
Sintiendo el escozor de sus lágrimas quemando los
contornos de sus ojos cansados, Jimin corrió hacia él,
abrazándose a su amplia espalda, besándole la piel desnuda.
Gimiendo su dolor porque era todo lo que podía hacer.
— Perdóname, Hyung. Fue estúpido de mi parte, pero no
pude controlarlo. Me fui por el mal viaje y luego no sé qué
pasó conmigo.
Taehyung suspiró y dejó lo que hacía de lado para girarse
entre los brazos que aún le rodeaban. No había modo de
continuar, lo malo había pasado y no podía seguir
martirizando a Jimin por algo que simplemente se salió de
su alcance. Le rodeó el rostro con las manos y le besó en los
labios. Una caricia simple, un contacto que desde pequeños
acostumbraban a darse sin segundas intenciones.
Permanecieron con las frentes unidas y los ojos cerrados,
separándose únicamente cuando la cafetera sonó, avisando
que el café estaba listo. Llenó dos tazas y puso un plato con
rosquillas en el centro del mesón. Tomó asiento frente a
Jimin.
Un cuerpo pequeño, repleto de pelos se frotó contra la pierna
de Jimin, llamando su atención. Saltó de su asiento para
cogerlo entre sus brazos. Era el gato que había recogido de
la calle hace tres años y Taehyung había decidido quedárselo
ante su insistencia de encontrarle un hogar.
— ¡Pepe! —Lo besó efusivamente, regocijándose ante el
ronroneo placentero al verle.
Pepe le pew había sido su nombre asignado. Su pelaje negro,
con una enorme línea sobre el lomo, le recordó a Jimin al
zorrillo de los Looney Tunes que solía ver en la televisión
cuando era más pequeño.
— Está castigado —Taehyung miró a Pepe con reprobación
mientras revolvía la azúcar en su tasa—. Me despedazó la
almohada que me regalaste la navidad pasada.
— No importa, son cosas materiales, ¿Verdad, Pepe? Papi
es un exagerado.
— No cuando son cosas de valor —Taehyung alzó el
mentón y lo giró como un niño pequeño enojado.
— No pasa nada —Jimin agarró sus manos desde el otro
extremo—. Te regalaré otra y esta será hecha por mis manos.
Te amo. Lo sabes, ¿Verdad?
— A veces lo dudo —Hubo un dejo de diversión en sus
facciones.
— Perdón por siempre causarte problemas.
— No pasa nada —Le quitó importancia, metiéndose una
rosquilla a la boca—. No sería divertido de todos modos.
Taehyung había sido un pilar fundamental en su vida. Fue
quién le enseñó muchas cosas a través de los años.
Defenderse fue uno de los primeros objetivos. Solían pelear
en el patio trasero de su casa, cuando su madre no estaba.
Era rudo y siempre lo dejaba con algún moretón. Él decía
que era parte del proceso. Jimin lloraba solo un rato.
También le había enseñado a dar su primer beso. De sólo
recordar lo nervioso y avergonzado que estaba, se sonrojaba
sutilmente. Lo habían hecho durante una pijamada. Estaban
a oscuras y se habían tapado con la sábana. Lo habían
acordado unos días antes, Jimin tenía trece y la mayoría de
sus amigos lo habían experimentado. Se sentía
desconcertado cuando tocaban el tema y esperaban algún
tipo de historia por parte de él. No tenía ninguna, entonces
como siempre, Taehyung tuvo que remediarlo.
Habían comenzado con un simple roce, donde Taehyung era
quien guiaba la situación, animándole a que se relajara.
Cuando utilizaron la lengua, Taehyung le regañaba porque
se salía del ritmo y todo le volvía baboso. Fue un completo
desastre. Con el pasar de los días mejoró y lo notó cuando
oía a Taehyung gemir con aprobación, sin detenerse.
En algún momento todo se salió de control, en una de sus
continuas pijamadas. Eran dos chiquillos hormonales y
fueron demasiado lejos, tocándose, frotándose mutuamente
hasta correrse en sus pantalones de dormir. Lejos de
volverse una experiencia incómoda como dos amigos
cercanos, lo disfrutaron. Sin embargo, no lo volvieron a
repetir. Eran fogosos y en cualquier momento querrían algo
más que no podrían controlar entonces.
Jamás dejaron de ser cariñosos y las muestras de afecto
persistían incluso en público. Ambos sabían lo que eran e
ignoraban algunos chismes sobre ellos dos juntos en una
relación oculta.
— ¿En qué piensas? —Taehyung le susurró al oído.
Estaban acostados en la cama. Taehyung tenía la espalda
pegada sobre el respaldo y Jimin yacía entre sus piernas,
disfrutando de sus largos dedos acariciar su cabello.
— En la vez que nos corrimos en los pantalones.
Entonces Taehyung soltó una enorme carcajada, volteando
levemente a Jimin para mirarlo. Jimin lucía risueño, sus ojos
brillaban con felicidad.
— ¿Tú realmente te acuerdas de esas cosas?
— Claro que sí —Lució indignado, pero la diversión
permaneció—. También recuerdo cuando nos bañábamos
juntos.
— Bueno, eso es algo que aún hacemos.
— Cierto —Torció el gesto y se quedó callado por un
momento. Cuando alzó la mirada nuevamente, dijo—.
Estuve con Jeongguk.
Entonces Taehyung lo sacó de encima y se enderezó para
mirarlo seriamente. No le había gustado en absoluto. No
porque le molestara que Jimin tuviera contacto con otros
chicos, es más, él mismo solía presentarles algunos. La
verdadera razón era más que clara. Jeongguk no era un buen
partido, sobre todo por lo que había ocurrido anteriormente.
— ¿Follaron?
— ¡Qué! —Los ojos de Jimin se expandieron—. No, claro
que no. En realidad, él me salvó.
— Es mejor que te expliques antes de que acuda a la chancla
nuevamente. Esta vez si la vas a probar.
De manera inconsciente, Jimin se sobó una nalga.
— Fue quien me encontró tirado en algún sitio de las ruinas.
Me ayudó y me cuidó mientras estuve drogado.
Taehyung permaneció pasmado, incapaz de asimilarlo. ¿Se
trataba del mismo Jeon Jeongguk que ambos conocían?
¿Aquel que le había tironeado para que saliera del baño y
luego lo arrinconara contra la pared hasta hacerle llorar del
susto? ¿Ese Jeongguk?
— Jodida mierda.
— Y bien jodida —Jimin estuvo de acuerdo. Cogió una
almohada y la abrazó mientras se animaba a decir algo que
jamás pensó que reconocería—. Él me gusta, Tae.
— ¿Te gusta Jeon Jeongguk?
— Mucho.
El silencio se cernió y centraron la mirada en algún punto
de la habitación. Taehyung no sabía qué pensar al respecto.
Si era sincero consigo mismo, jamás lo pensó. Es decir,
Jimin nunca mostró ningún interés por él. Vez que pasaban
por su lado siempre fue indiferente, al igual que Jeongguk
con ellos.
Jimin esperó paciente, meciéndose en su lugar, mirando de
vez en cuando a su amigo para advertir cuál sería la
siguiente reacción. Se sorprendió cuando Taehyung
comenzó a reír mientras negaba, divertido.
— Jodido mocoso —Le alborotó el cabello
juguetonamente—. Tú sí que estás loco, ¿Eh?
— He firmado mi sentencia de muerte, ¿No es así? El
bastardo es peligroso como el demonio.
— El bastardo es jodidamente aterrador —Concordó—.
Pero es caliente como la mierda.
— Sí —Jimin entrecerró los ojos, mirándole con descaro
mientras movía las cejas—. ¿Será su polla tan grande como
él?
— Oh jodidamente lo creo. ¿Has visto sus tatuajes? Que
daría por lamer el león que tiene en el cuello.
— Deseo que me ahorque con esas grandes manos mientras
me folla duro.
— Que me jale del cabello mientras me empotra por detrás.
— Atragantarme con su enorme polla.
— Enterrarle la cara en mi culo.
Estallaron en descontroladas carcajadas, mientras caían
sobre la cama, gimiendo por el dolor en sus estómagos de
tanto reír. Ellos eran así, se complementaban a la perfección
y no se juzgaban en absoluto. La tensión les había
abandonado por completo y se mimaron toda la tarde.
Capítulo 5
Lunes por la mañana, abandonaron el departamento de
Taehyung. Sus cabellos aún yacían húmedos por la ducha y
se fundieron profundamente en los enormes abrigos que
llevaban. Hacía frío, los débiles rayos prematuros del sol ni
siquiera calentaban en sus rostros adormilados.
Caminando sin cuidado por la tierra húmeda, dieron un
ligero saludo al grupo de hombres que rodeaban la esquina,
bebiendo de la última botella de vino que les quedaba.
Solían amanecerse, drogarse y alcoholizarse para escapar de
la prisión imperceptible que les rodeaba. Las fogatas que
encendían para apaciguar el frío terminaban en cenizas
humeantes, mientras las colillas de cigarros y las latas de
cerveza volvían del caminar incómodo.
Taehyung codeó coquetamente es costado de Jimin al
toparse con la pandilla que controlaba las lejanías del norte
al cruzar la calle hacia la parada de autobús. Eran la viva
imagen de unos chicos callejeros y feroces. Subsistían la
mayor parte del tiempo robando, pero el verdadero oficio
que les mantenía alejados de la mierda, era la mercancía que
Jeon Jeongguk les proporcionaba para vender.
Posicionados en las diferentes puntas del territorio que
rodeaba los edificios, donde el consumo era más rentable,
parecían jamás dormir. Siempre se encargaban de mantener
el control y de sacar la basura que no les convenía, que era
sospechosa o no les pagaba lo que consumían. Era un sitio
poblado, donde la totalidad eran adictos.
Jimin no pudo dejar de pensar en Jeon Jeongguk y en cómo
eso le volvía responsable al ser quien suministraba
silenciosamente a través del pueblo. Todo el norte de
Twinpeaks le pertenecía.
— Los chicos preciosos han madrugado hoy —Yeonjun se
recargó en el capó de su carro.
Era encantador, Jimin siempre molestó a Taehyung por el
frágil parecido que tenían. Estaba flechado por su amigo y
Taehyung decía que sin esa cara de bebé entonces sería
capaz de tomarlo en serio. Pero no había que dejarse
engañar, detrás de esa cara de puberto se escondía alguien
impulsivo. Los rumores que corrían por el pueblo decían
que él fue el causante de la muerte de Mark Lee, el sujeto
de la banda rival del sur, asesinado por apuñalamiento.
Taehyung sacó su cajetilla de cigarros y se metió uno
entremedio de los labios, aproximándose a Yeonjun cuando
sacó un encendedor. Propinó una profunda calada e exhaló
todo el humo sobre su rostro, sin dejar de mirarle a los ojos.
— Oye, chiquitín —Dijo—. ¿Nos das un aventón?
No era la primera vez que se montaban en el carro de
segunda mano de Yeonjun. No eran amigos pero eran
cercanos de algún modo. Jimin sospechaba que Taehyung se
lo había follado, era evidente el galanteo y la excesiva
confianza. Solían contarse los secretos, pero no era como si
hablar de las pollas que se metían en el culo fuera una
obligación.
La primera parada fue en la universidad donde Jimin
estudiaba. Procurando bajarse una cuadra antes para evitar
los malos comentarios que, de por sí, eran varios en su
contra. A Taehyung le tocaba turno en la cafetería unas
manzanas más allá. Había dejado los estudios hace tiempo,
pero no impedía que pudiera ingresar al recinto sin mayor
problemas. Pasaba como un alumno más. A veces asistía a
las clases de Jimin y Hoseok, otras, les esperaba en el
campus. Los estudiantes le conocían y se llevaba bien con
varios.
Comprobando la hora en su reloj, decidió ocupar los veinte
minutos que faltaban para tomar un café. Era una
costumbre, se había vuelto tan dependiente de él que sufría
de migrañas si no obtenía un poco de cafeína en su sistema.
Caminó alrededor de las mesas ocupadas y sonrió
ampliamente a Amélie cuando se recargó sobre el mesón.
Era una dulce anciana amada por todo la facultad. A Jimin
siempre le recordaba a la abuelita de piolín, bromeando con
ella de vez en cuando. Había migrado de Francia y fue novia
de su difunto abuelo paterno.
— Mi pequeño Mochi —Le pellizcó la mejilla—. Mírate,
tan precioso como siempre.
— Quiero un café, Ami. Tengo veinte minutos.
Pero Amélie no le prestó atención, escrutándolo con un
mirar agudo. Frunció el ceño y Jimin supo de inmediato lo
que se avecinaba.
— Tu madre está preocupada. Quiere que regreses.
— Claro, cuando deje de ser una controladora —Amélie le
pellizcó el brazo—. ¡Qué! Es cierto. Esa mujer lo único que
sabe hacer es discutir.
— Pero es tu madre.
— Sí, sí, como sea... —Le quitó importancia, divisando a
Hoseok unas mesas más allá—. Ami, mi café por favor.
Pagando con anticipación, Jimin aprovechó para
aproximarse a saludar a su amigo. No le había visto desde
la noche en las ruinas.
Jung Hoseok había llegado al pueblo hace dos años. Vivía
en el seno de una familia disfuncional. Su madre era
alcohólica y su padre un ludópata. El dinero en el hogar era
escaso y siempre estaba al cuidado de sus cuatro hermanos
menores. Había logrado ingresar a la facultad mediante una
beca. A pesar de las malas vivencias, siempre era alegre y
sonreía todo el tiempo. Tenía la risa más ruidosa y
contagiosa.
Se detuvo a mitad de camino cuando notó que no estaba
solo. Yoongi estaba junto a él. Se habría acercado de todos
modos, pero la presencia de Jeongguk era todo un problema,
sobre todo cuando entre sus piernas se hallaba sentada la
chica que le acompañó la noche en las ruinas.
Interrumpir sería solo una mala jugada y estaba seguro que
ella volvería de la situación todo un desastre. Era lo
suficientemente astuto para descubrir que le había declarado
la guerra en cuanto Jeongguk se había acercado de un modo
íntimo aquella vez.
También se sintió celoso, herido de algún modo al saber que
Jeongguk tenía puesta la atención en alguien más. Esa chica
era realmente hermosa, porqué siquiera Jeongguk repararía
en un desastre como él. Había oído y visto bastante para
saber que no era esa clase de chico libertino y seductor.
Jeongguk siempre se mantenía asustando a las personas. Y
aunque fuese un atractivo para lo demás, pocos podían
contar que experimentaron algún tipo de contacto íntimo
con él.
Volteó en el momento exacto donde Jeongguk buscaba los
labios de la chica, claramente no quería ver cómo le
devoraba esa boca, esos labios que él mismo soñaba con
probar algún día.
Sobre el mesón estaba listo su café y un par de donas
adicional por parte de Amélie como muestra de cariño. Se
bajó los anteojos hasta el puente de la nariz y negó en
desaprobación hacía él. Lo había visto todo.
— Esa clase de chicos siempre acarrean problemas.
Asumiré que eres lo bastante inteligente para saber qué te
conviene. Tienes un tremendo futuro por delante para
arruinarlo de esa manera.
Jimin le miró confuso. Ella hablaba como si algo más fuese
a ocurrir. Sí, era vieja y sabía, pero no era algo de lo que
debiese preocuparse, después de todo, aunque lo quisiera
con fuerza, Jeon Jeongguk era algo que jamás podría
obtener.
Hoseok se sentó a su lado como de costumbre. Lucía más
risueño de lo usual y asumió que las cosas con Yoongi
comenzaban a ir por buen camino.
— Voy a reprobar bioquímica —Hoseok susurró mientras el
profesor explicaba sobre la alimentación animal.
— ¿Tan mal te fue en el examen anterior? —Jimin se
encogió sobre su asiento—. Cómo es posible, estudiamos
juntos.
— La maestra me dijo que necesitaré un cuatro para aprobar
con la nota mínima —Garabateó sobre la guía, sumido en su
preocupación—. No puedo reprobar, J. Me quitarán la beca.
— Lo harás bien —Le pasó un brazo por los hombros,
atrayéndole en un cobijo—. Tienes tutoría hoy, ¿No?
Se habían conocido cuando cursaban el primer año de la
carrera. Congeniaron al instante y siempre hacían equipo en
trabajos grupales. Como amantes de los animales, eran
miembros de una organización animalista llamada garras y
patas. Se reunían para recoger animales de la calle y
encontrarles un hogar.
Las influencias de Hoseok lo habían convertido al
veganismo. Hoseok solía recibir los suplementos de
vitamina B12 a través de inyecciones, él prefirió las pastillas
de 2000 microgramos para tomarlas una vez a la semana.
Hace poco habían descubierto una camada de gatitos en las
profundidades del bosque. Atrapados en un saco de basura,
los habían tirado cerca del arroyo. Muy pronto comenzarían
un operativo de esterilización gratuita para que eventos
como aquellos no volvieran a repetirse. Garras y patas no
solo les permitía cuidar de los derechos de los animales,
también era de gran ayuda para ambos en el momento de
desenvolverse y adquirir experiencia.
Alrededor de las dos de la tarde, las clases habían finalizado.
Jimin aprovecharía el tiempo libre para ir a visitar a los
gatitos que habían rescatado. Guardando sus pertenencias en
su casillero, Hoseok se acercó.
— Oye J, hazme un favor —Susurró, observando a los
estudiantes transitar por el pasillo—. Tengo clases
adicionales de bioquímica y le hice un pequeño encargo a
Jeon para esta tarde.
— Supongo que quieres que vaya por él —Cerró la puerta
del lockers.
Hoseok le entregó el dinero y le besó las manos. Jimin sólo
suspiró, eran amigos y solían hacerse favores. Después de
todo, Hoseok necesitaba poner todo su empeño en esas
pequeñas clases para poder salvar su beca. Él le ayudaría en
lo que quisiera.
No iba a mentir, después de todo volver a encontrarse con el
dueño de su deseo le volvía emocionado. Jimin estaba
dispuesto a conformarse con solo mirarlo. Lo buscó en la
punta, pero la información adicional señaló que estaba en el
estacionamiento.
El aire cálido de verano le acarició las mejillas, volviéndolas
más sonrosadas de lo habitual, producto de los nervios. El
hormigueo se acentuó en su estómago cuando lo divisó entre
el tumulto de sus amigos, sintiéndose tímido al respecto
cuando todos giraron a verle.
Fueron los diez pasos más largos de su vida. Con todos esos
pares de ojos encima, temía tropezar ante la torpeza de su
inquietud.
— ¡Hey, J! —JB le pasó un brazo por el hombro—. ¿Cómo
estás?
De pronto la atención sucumbió ante él cuando los chicos le
acogieron animadamente. Haciéndole preguntas,
bromeando y avergonzándole al decirle descaradamente lo
bien que se veía. En ningún momento Jeongguk dejó de
mirarle fijamente mientras sonreía ante las estupideces de
los demás, con un fardo de billetes a medio contar. Su
sonrisa era ladina, sexy y depredadora.
— ¿Qué pasa, ricitos? —Se recargó en la puerta de su Ford
lobo negra cuando Jimin se paró frente a él. Se llevó el
cigarro que sostenía entre los dedos a los labios y propinó
una calada.
— Vengo por el encargo de Hoseok.
Jimin le entregó el dinero y Jeongguk sacó del maletero una
bolsa repleta de hierba. La forma despreocupada con la que
actuaba le decía que tenía mucha experiencia al parecer. Él
ni siquiera temía que le pillasen infraganti, vendiendo
sustancias ilícitas a los estudiantes.
— Dile a Hoseok que van unos gramos más —Le tendió la
bolsa y rápidamente Jimin la metió en su mochila—. Regalo
de Yoongi.
Preparado para girarse e irse, la cercanía de Jeongguk le dejó
pasmado sobre sus pies endebles. El característico olor a
lavanda le inundó las fosas nasales y se armó de valentía
para levantar la cabeza y mirarle a los ojos. Su boca se hizo
agua por la belleza inminente que captó y su estómago
bramó de lujuria. Se sintió sofocado ante ese escrutinio
abrumador, casi salvaje, como si de algún modo pudiese
sentir que Jeongguk le deseaba tanto como él.
Jeongguk levantó la mano, con una bolsa pequeña entre los
dedos y delineó suavemente las facciones de Jimin con ella,
frotándosela sobre los labios. Entonces susurró:
— Y esto, es para ti —Señaló la hierba—. Corre por mi
cuenta.
A Jimin le picaron las manos por tomarla. Pero aceptarla
sería dejarle el camino demasiado fácil, supuso. El juego de
las provocaciones que nacía entre ambos de manera natural
le encantaba, y si Jeongguk no lo deseaba aún, él haría que
en cualquier momento lo hiciera.
Miró la bolsa una vez más y arrastró la mirada hacia esos
ojos pardos ardiente. Retrocedió levemente y sonrió con
total descaro.
— Gracias, pero prefiero comprarla.
Entendiendo la indirecta, Jeongguk bajó la cabeza
sonriendo, cuando volvió a levantar los ojos, asintió
coquetamente, mordiéndose el labio inferior.
— Mañana haré una fiesta, espero verte allí.
Jimin no respondió y simplemente se alejó.
Capítulo 6
Taehyung miró la caja que Jimin cargaba sobre su regazo
por enésima vez, farfullando sin siquiera tomarse la
molestia de que lo notara, de todos modos iba bastante
ensimismado en hacer sentir bien a su invitado con palabras
dulces. Mentiría si dijera que no se sentía celoso al respecto.
Jimin había ido a buscarle al final de su turno, demasiado
inquieto y sonriente para apresurarse a preguntar el porqué.
Ni siquiera aceptó el ofrecimiento para quedarse a comer, él
simplemente estaba emocionado por llegar a casa.
Pinchitos era el erizo que Jimin había conseguido de garras
y patas. Había luchado por sobrevivir ante un nacimiento
prematuro y estaba listo para conseguir un hogar justo
ahora. Era apenas un bebé, sus espinas aún eran débiles y su
piel rojiza y arrugada yacía libre de pelaje.
El cielo apagado y las nubes grisáceas anunciaban la llegada
del otoño. Odiaba los días oscuros y rogaba que no lloviera
en ese momento. Jimin le forzó a detenerse en el walmart de
la avenida y trajo consigo un par de chocolates. El trayecto
en autobús fue silencioso y ni siquiera se atrevió a iniciar
una conversa que no tomaría fluidez porque había sido
dejado de lado por un maldito erizo.
Su enfado fue total cuando Jimin no le dejó tomar un poco
de ese delicioso chocolate con almendras que a él tanto le
gustaba. ¿Para qué lo había comprados de todas formas si
no le daría entonces?
La sorpresa llegó tiempo después, cuando caminaban por el
pasaje de los bloques marginales y se arrodillaba frente a
Samanta montada en su triciclo viejo, tendiéndole las barras
de chocolate que con tanto esmero le había conseguido.
La ternura fue tal que todo el cabreo en Taehyung
desapareció. Era ese tipo de comportamiento en particular
que hacía amar a Jimin más que a su propia vida.
— ¿Por qué me miras así? —Jimin frunció las cejas ante su
mirada brillosa.
Taehyung negó avergonzado y le arrebató la caja de las
manos, aproximándose a subir las escaleras.
Sentado en la alfombra de la sala, Jimin sostuvo a Pinchitos
en sus manos, presentándoselo a Pepe el gato, para que lo
conociera. El erizo estaba acurrucado en una bolita y
Taehyung rodó los ojos, con una botella con agua a medio
camino hacia su boca.
— Es mejor que mantengas a ese alfiletero alejado de Pepe.
— ¡Hyung! —Jimin le miró, divertido—. Al parecer eres al
único que no le agrada, porque Pepe luce fascinado.
Observaron como el gato acercaba una pata para tocarlo
toscamente, oliéndolo a continuación. Taehyung sonrió
burlón.
— Claro, fascinado por comérselo.
No le agradaba el hecho de que Jimin lo trajera a su casa,
pero negárselo era igual que negar a un niño un dulce. Jimin
se enojaría y haría una pataleta, entonces comenzaría a jugar
con su mente, lamentándose que los animales tenían
derecho a ser felices y tener un hogar digno. Y que él era
muy malvado para entenderlo y que sería su responsabilidad
si Pinchitos encontraba la muerte por frío y hambre. Bla.
Bla. Bla. Lo sabía perfectamente, después de todo así
consiguió meter a Pepe al departamento.
Prepararían una cena rápida, con los pocos alimentos que
Taehyung tenía en la nevera. Querían comer sushi, pero el
delivery no se atrevía a pasar por esos lares tan toscos.
Recargado sobre el mesón, con una lata de cerveza en la
mano, Jimin miró los mensajes sin abrir en su celular.
Llevaba días sin volver a casa. Taehyung se aproximó por
detrás, posando el mentón sobre su hombro izquierdo.
— Deberías responder —Dijo y Jimin negó—. Entonces
mándala a la mierda de una vez.
Jimin suspiró. Ojala fuera tan fácil. Dio un sorbo a su
cerveza y bloqueó la pantalla. La forma en que su madre
actuaba todo el tiempo le desequilibraba, ella continuaba en
insistir cuando él le había dicho de todas las maneras que no
quería nada, pero incluso a través del desasosiego, no quería
dejarla sola en esa enorme casa tan carente de vida y afecto.
— ¿Sabes? —Se giró de pronto. Taehyung aún permaneció
cerca, con un tomate a medio pelar—. A veces siento que la
historia se vuelve a repetir. A él tampoco le gustaba estar
cerca de ella.
Taehyung pareció meditarlo por un momento, negando al
sacar su propia conclusión.
— Su relación con ella era diferente, de todos modos. Él
tuvo que ver cosas que un niño no debía. Kahi fue
descuidada en todos los aspecto ante la crianza para con él.
Jimin coincidió. Lo secretos que empapaban su seno
familiar eran más que sus ganas de vivir. Situaciones fuera
de lugar que ocurrían incluso antes de su nacimiento. Pero
había uno en particular que le provocaba escalofrío de solo
pensarlo.
Él era un niño para ese entonces, pero lo suficientemente
astuto para saber que los chismes que contaban los padres
de sus compañeros iban dirigidos a los Park. Su madre le
había reñido aquella vez, gritándole que no debía creer en
esas cosas, mucho menos en que él no era hijo de su padre.
— Tal vez ahí esté la lógica de porqué nunca me parecí tanto
a él —Jimin ladeó la cabeza.
Taehyung se limpió las manos con un mantel y trató de
entenderle. Jimin solía divagar en esa clase de pensamientos
cada vez que se veía forzado a involucrarse con su madre.
Él creía que Kahi era una mujer maravillosa, una madre fiera
y sobreprotectora, pero odiaba que su sola presencia efímera
hiciera sentir a su amigo de esa manera. Era cuando
comenzaba a detestarla por momento.
— Llevas los genes de Kahi. Namjoon siempre fue la viva
imagen de tu padre. Suele pasar, J. Por ejemplo, tenemos a
Hoseok. Soobin y él son igual a su madre. Taehyun y
Beomgyu son igual a esa maldito ludópata que tienen como
padre.
Jimin asintió poco convencido, pero se forzó a sonreír.
Taehyung pasó un brazo por sus hombros y los condujo para
cenar. Entre bocados, intentó distraerle.
— Hoy la pasaremos bien. Vamos a beber, fumar hierba y a
bailar hasta que el culo se nos vuelva gelatina —Taehyung
comentó eufórico.
Jimin cubrió su boca ante el asalto de una ruidosa carcajada.
Bebió de su cerveza, pero no pudo detenerse.
— ¿Culo de gelatina? ¿No debería ser todo lo contrario?
— Oye J, tengo un par de jeans negros nuevos que te van a
encantar. Tu culo de melocotón se verá realmente bien en
ellos.
A media noche, se encontraron con Hoseok en la tienda de
convivencia que estaba abierta las 24 horas. Acostumbraban
a comprar sus bebidas, sobre todo porque lo hacían a gusto
propio. El departamento de Yoongi estaba a solo unas calles
y decidieron caminar a través de la oscuridad mientras
bebían de sus botellas individuales.
Era la única fiesta en un día de semana, y como
consecuencia, estaría repleta. A la gente del pueblo le
encantaba gozar, de gustos sucios y bohemios, cualquiera
podría perderse en la hostilidad del vicio, sobre todo cuando
lo podías obtener tan fácilmente.
Ahogándose con el sorbo de whisky aún en la boca, Jimin
tosió y rio al mismo tiempo, mientras se doblaba en mitad
de la calle desolada. Taehyung fue el próximo en carcajearse
cuando Jimin se vio forzado a botar el contenido
abruptamente, como si se tratase de vomito. Hoseok les
estaba contando su peor experiencia sexual con Yoongi al
mencionar que el condón se le había quedado atrapado
dentro del culo.
Las risas imparables parecieron aligerarles y para cuando
llegaron al piso de Yoongi, estaban bastante entonados. El
bajo de la música movida retumbaba en las paredes. Bajo
luz tenue, se insertaron en el tumulto de gente, saludando a
los conocidos.
Frente a la enorme ventana que daba paso al balcón, estaba
Jackson, JB, Sungwoon y algunos chicos más jugando Beer
Pong. Se acercaron y los acogieron en un efusivo abrazo.
— ¡Primos! —Jackson pasó un brazo sobre los hombros de
Taehyung—. ¿Cómo está el más guapo de todos?
A Taehyung le molestaban las muestras de afecto tan
bruscas, apartándose a medida que le arrebataba el vaso a
Jackson para beber de él.
— Oye, primo —Dijo—. Vete a la chingada.
Jimin se unió al juego. Sungwoon y él hacían un gran
equipo, sobre todo cuando se les daba excelente la puntería.
Prácticamente habían forzado a Jackson y a JB a tomarse
todos los vasos con cerveza.
Alzó la cabeza y rastreó la sala en búsqueda de Jeongguk,
hallándolo sentado en los sillones arrinconados contra la
pared. Torció el gesto y su estómago hormigueó en tensión
cuando lo vio con la misma chica. Sin embargo, esta vez fue
diferente, ella no estaba sentada sobre sus piernas como
siempre y ambos lucían igual de serios. La rigidez en la
mandíbula de Jeongguk se podía apreciar desde su sitio.
— Su nombre es Soojin —Yoongi apareció de pronto,
posicionado a su lado con una botella de cerveza y Hoseok
colgado de su cuello—. Su novia.
Jimin parpadeó ante algo que realmente no sabía. ¿Jeongguk
tenía novia? Se dio cuenta de la existencia de Jeongguk en
su primer año de universidad, pero jamás le vio acompañado
de alguien.
Hoseok se aproximó para que le oyera. Con una mueca de
desagrado, comentó:
— Siempre terminan y vuelven. Son la peor pareja que he
conocido.
Jimin se halló incluso más confundido al notar que Hoseok
también sabía de ella. Aunque obviamente era un hecho.
Salía con Yoongi y Yoongi era el mejor amigo de Jeongguk.
Estaba claro que los cuatro se reunieran a veces. Pero, ¿Por
qué de pronto le molestó que Hoseok pudiese interactuar
con ella en algún momento?
Él realmente se sentía celoso alrededor de ella. Era preciosa,
sobre todo ese cabello de un tono rojo apasionado y largo.
Como una muñequita sexy, pensó.
Soojin se acercó a Jeongguk y pareció murmurar una
pregunta, porque Jeongguk negó sin siquiera voltear el
rostro para verla.
— Si esto te hacer sentir mejor, entonces escucha —Hoseok
cuchicheó en su oído cuando Yoongi se acercó a jugar Beer
Pong—. Todos los amigos de JK la odian. Es tan
desagradable y creída.
— ¿Ah, sí?
— Sí. Nunca deja a JK disfrutar cuando nos reunimos a
beber. Siempre insiste en llevárselo a la habitación para
follar.
— ¿Y él se lo permite?
Jeongguk lucía como un hueso difícil de roer. Imaginarle
sucumbiendo a los caprichos de alguien parecía algo
demasiado imposible.
— Él siempre hace lo que ella pide. Yoongi cree que está
enamorado.
Entonces dolió oírlo. Jimin quiso devolver todo el alcohol
cuando al mirarles una vez más, notó que Jeongguk había
caído una vez más por ella y aceptaba el beso que le daba.
Como un don de la intuición, cada vez que Jimin se sentía
lastimado, Taehyung aparecía entre las sombras. Esta vez no
fue la excepción. Bebiendo del vaso que le había robado a
Jackson, posó la mirada en el objetivo de Jimin.
— No vale la pena —Dijo—. De todos modos ella lo vio
antes que tú. Así que quita ese puchero y centra la atención
en alguien más.
Taehyung nunca le diría a Jimin lo que esperaba escuchar.
Taehyung era esa clase de amigo que siempre le diría a Jimin
lo que no quería escuchar.
— Lo quiero a él.
— Lo quieres porque no lo puedes tener —Taehyung le
golpeó juguetonamente con su hombro, en su rostro se
vislumbraba una sonrisa traviesa—. Jodido malcriado.
Jimin lo encaró y le miró esperanzado.
— ¿Entonces vas a ayudarme?
— Dime de alguna vez que no lo haya hecho.
Taehyung lo tomó de la mano y lo encaminó hacia la mesa
donde los demás jugaban. Tomó dos vasos con chupitos e
incentivo a Jimin para que bebieran todo su contenido.
Volteó hacia los demás y preguntó:
— ¿Alguien se quiere frotar contra nuestros culos?
Los seis se abrieron paso a la pista de baile improvisada.
Hoseok y Yoongi. Jackson y Taehyung. JB y Jimin.
Astutamente, Taehyung los había guiado del modo que
quedase justamente al frente de Jeongguk, donde Soojin aún
insistía por algo que todos desconocían.
Jimin hiso de las suyas, después de todo le encantaba bailar.
Dándole la espalda a Jeongguk, se mantuvo ajeno de la
reacción que esperaba. Unos minutos después, Taehyung se
acercó, tendiéndole un vaso con alcohol sin dejar de
moverse.
— Él te está mirando justo ahora. Y al parecer, no le hace
gracia verte tan cerca de JB —Chocando sus vasos para un
brindis, guiñó—. Vamos nene, haz enojar a ese león.
Entonces Jimin se volteó de cara a Jeongguk, pero no le
miró, fingiendo que no sabía que estaba justo allí, a solo
unos cinco pasos de distancia. Se restregó contra JB y gimió
cuando sus grandes manos le acariciaron el pecho, tejiendo
un camino hacia la longitud de su cuello para tenerle
completamente pegado a él.
Sintió los labios de JB rozar su mejilla febril y se dejó guiar
por la situación y el alcohol que hacía de las suyas. Jimin
alzó levemente la cabeza y giró el rostro de modo que
pudiese besarlo en la boca.
Fogoso y desinhibido, volteó el rostro hacía Jeongguk y esta
vez le miró, fijo, provocador. Jimin siempre fue un chico
liberal, todos lo sabían. Mas nunca acostumbraba a besar a
sus parejas de baile, esta ocasión fue la simple excepción.
Él realmente se sintió excitado ante el enojo que esos ojos
pardos y dilatados le disparaban. La expresión de Jeongguk
era brava, como si luchase con el impulso de acercarse y
separarlos. En cambio, tomó bruscamente a Soojin y la
apartó con un empujón, yéndose a otro lado para no tener
que ver como Jimin era descaradamente manoseado.
Tiempo después, salieron a tomar aire fresco. Recargados
sobre el barandal del balcón, reían a medida que le
propinaban profundas caladas a sus cigarros.
— Me imaginé que todo este alboroto solo podría ser parte
del cerebro maquiavélico de Taehyung —Hoseok comentó
acerca de lo que acababan de hacer—. Yoongi y yo también
lo notamos. Estaba furioso.
— La pobre chica casi salió volando cuando la empujó de
un manotazo —Taehyung lanzó la colilla de su cigarro, listo
para seguir bailando.
— Ten cuidado, J —Hoseok se puso serio y Jimin le escuchó
cuidadosamente—. Él realmente es bravo. No tientes a tu
suerte.
Jimin no se sintió asustado en absoluto. En ese momento
solo podía estar consciente de la euforia que corría por sus
venas. Permanecieron allí por un rato, hablando de todo y a
la vez nada. Taehyung había desaparecido hacia la pista de
baile.
A unos pasos más allá, Yoongi, Jeongguk y un chico que
desconocían, se mantenían hablando en el rincón del balcón.
Prometía ser una discusión por la voz que a momentos se
alzaba. El chico les explicaba algo mientras Yoongi
intentaba mantener a Jeongguk sereno.
Hoseok y él se mantuvieron callados para lograr oír con
claridad, pero solo se podían distinguir los murmullos
alterados del chico que parecía estar cada vez más asustado.
De pronto, Jeongguk lo arrinconó.
Ante la exaltación de Jeongguk, pudieron descubrir que el
problema era sobre una mercancía que le habían dado y el
chico no les había pagado en la fecha acordada. Jeongguk
quería saber qué había hecho con la droga.
Jimin vio en cámara lenta exactamente como Jeongguk
alzaba la mano y con la palma abierta, golpeaba duramente
el rostro del chico, forzándole a decir algo que él exigía. Por
detrás se aproximó lo que parecía ser el amigo del
arrinconado, estrellando su botella de cerveza en el rostro de
Jeongguk.
Entonces todo se volvió un caos. Una riña se desató y
Hoseok y Jimin fueron empujados por Sungwoon a un lugar
seguro dentro de la sala mientras los demás resolvían sus
asuntos. Jimin finalmente pudo comprender por qué
Jeongguk siempre llevaba algún tipo de moretón, rasguño o
corte en el rostro. Se metía en peleas constantemente.
— Bienvenido a mi mundo —Hoseok le codeó.
Jimin se sorprendió al no verle alterado. ¿Es que acaso este
tipo de alborotos siempre ocurrían?
Tan simple como comenzó, la pelea se detuvo y la fiesta
continuó. Pocos se habían dado cuenta de lo ocurrido, entre
ellos Taehyung, moviendo las caderas animadamente
mientras hacía nuevos amigos, pero Jimin sólo pudo seguir
a Yoongi por el pasillo cuando le vio guiar a Jeongguk hacia
la habitación principal.
Saliendo del baño con un botiquín de primeros auxilios,
Yoongi frenó abruptamente. Claramente no esperaba verle
recargado en la pared.
— Déjame ocuparme de él —Jimin extendió las manos para
que le pasara el botiquín.
Yoongi lo meditó duramente. Torciendo el gesto como si
justamente en su mente se desatara una lucha.
— Tiene un corte en la mejilla, J. Y no está contento en
absoluto con eso —Yoongi negó—. Se va a desquitar
contigo si decides cruzar esa puerta. Créeme.
A Jimin no le importó, las ansias de verlo sucumbían ante el
razonamiento del miedo. Tanto como le deseaba, estaba
preocupado por su estado actual. Insistió con las manos aún
tendidas.
— Hoseok tiene razón, eres tan terco como una mula —
Bufó, tendiéndole el botiquín con un movimiento de
rendición—. Lo que pueda ocurrir a continuación, queda a
tu criterio, J. Te lo advertí.
Jimin lo vio desaparecer por el pasillo, donde la bulla se
sentía apaciguada a través de esas murallas blancas, lisas y
vacías. Los nervios de expectación le apabullaron cuando
giró el pomo de la puerta. La habitación, en un cómodo
silencio y quietud, se presentó ante él, con el cuerpo de
Jeongguk sentado en la orilla de la cama king size mientras
miraba la sangre manchar el suelo bajo sus pies.
De pronto, Jimin no supo que hacer, mas no se arrepintió.
Simplemente no sabía si acercarse o iniciar una
conversación. Optando por la primera opción, la caja de
metal tembló entre sus dedos. Chilló asustado cuando
Jeongguk alzó la mano y de un manotazo le botó la caja al
suelo. Todo lo que había dentro se esparció.
Jeongguk finalmente levantó la mirada y lo juzgó
ferozmente. El corte en su mejilla lo hacía lucir aún más
terrorífico.
— ¿Qué mierda haces aquí? ¿Se te adormeció el culo de
tanto frotarte contra la polla de JB?
Jimin decidió no responder. Sería darle en el gusto y
garantizaba una discusión segura. Se arrodilló en el suelo y
comenzó a recoger las cosas. Lentamente, ante el silencio
cayendo pesadamente sobre ellos, comenzó a notar su
ridículo error. ¿Por qué había ido allí en primer lugar? ¿Para
qué? ¿A buscar precisamente qué? Jimin realmente no podía
explicar la necesidad silenciosa que crecía cada vez más en
su interior, una emoción desconocida y devastadora.
— Deja esa mierda allí y vete —Jeongguk ordenó. Jimin no
prestó atención—. ¿Eres estúpido? ¡Lárgate!
Él realmente se arrepintió de haber entrado allí. De pensar
que podía lograr algo con ese hombre que era tan
desagradable pero que deseaba tanto. Furioso, ante su
descarado silencio, Jeongguk se levantó y pateó el botiquín
fuera de su alcance. Esta vez rebotó contra la pared más
cercana y se hizo pedazos.
— ¡He dicho que te largues! —Jeongguk insistió.
La rabia burbujeó en Jimin. Enojado más consigo mismo
que con la situación en sí. Tomó la botella con alcohol y la
lanzó al rostro de Jeongguk, justo donde el corte adornaba
su mejilla.
— Maldito hijo de puta —Jimin bramó con los dientes
apretados—. No me vuelvas a dar una jodida orden en tu
vida.
Sinceramente se había preocupado por él, porque joder, le
importaba. ¿Cómo no iba a sentir preocupación por el chico
que le gustaba después de ver cómo le reventaban una
botella en la cara? Sí, solía ser frío y a veces algo
manipulador, pero tenía buenas intenciones cuando se
trataba de ayudar.
Fue por impulso, algo que no había planeado en absoluto.
Esa extraña sensación lo empujó allí, lo llevó ante él. Pero
Jimin le temía, porque cada vez que la sentía, se perdía cada
vez a sí mismo.
Caminó hacia la puerta y la abrió, pero Jeongguk se
aproximó y la cerró frente a sus narices. Tomándole
bruscamente del brazo, lo acorraló. Jimin tembló con
anticipación, pero no pudo definirla, él realmente no sabía
qué sentía en ese momento. Todo se volvió confuso,
adormecedor.
En los ojos de Jeongguk se bañaba el verde claro, ese tipo
de verde tan transparente que le hizo pensar que su tono no
era del todo pardo, o que solía variar con distintas
tonalidades. La respiración que le exaltaba el pecho era
acelerada, caliente a su tacto. Había algo más que ira allí
también.
Jimin se sometió a la tensión imponente, a la orden cautelosa
que Jeongguk le trasmitía. Las cosas se salían de control
cuando ambos estaban alrededor. Entonces Jimin
comprendió que no era el único afectado.
Cada movimiento tenso, cada oscilar en el cuerpo fornido
de Jeongguk le advertía que se estaba conteniendo. Jimin
quiso saber de qué. Él no tuvo más miedo, Jimin cedió ante
su propia necesidad, soberbio ante el razonamiento que
siempre solía ignorar.
Alzando la mano, acarició con sus dedos pequeños la mejilla
magullada de Jeongguk, sin hacer presión para no provocar
dolor. Suspiró maravillado cuando el hombre comenzó a
ceder ante él, cerrando los ojos para recargarse en su sencillo
contacto.
Cuando los abrió y correspondió al mirar fijo de Jimin, se
sintió igual de abrumado. Era insoportable y dolía
controlarlo. ¿Qué más da? Jeongguk pensó. Está aquí, no
huye y lo quiere tanto como yo.
Jeongguk se aproximó tímidamente. Tanteando, frotando
sus narices. La sofocación fue repentina. En un improvisado
juego de provocación, abrieron los labios y se fundieron en
un beso lento, apasionado. Succionar la lengua de Jeongguk
con el alcohol impregnado fue la total perdición para Jimin.
Enterró los dedos en el cabello de Jeongguk y sintió como
este lo alzaba para llevarlo a la cama, aplastándole contra
ella. Abrazado a él, Jimin lo sintió tan correcto, tan suyo.
Nunca había deseado a alguien con la fuerza que le
calcinaba en ese momento.
La puerta fue abierta y un tambaleante Taehyung se unió a
ellos, cayendo al suelo en un intento por subirse a la cama,
ignorando la comprometedora posición que les delataba.
— Déjame llevarte a casa —Jeongguk susurró, depositando
algunos besos sobre su cuello.
Recargándose sobre sus codos, Jimin le miró por unos
segundos. Las lejanías era un lugar peligroso, y aunque la
mayoría les conocía, no dejaba de ser un riesgo pasearse por
allí a esa hora. La gente en estado de ebriedad o bajo los
efectos de las drogas a veces solía desconocerlos.
— Vas a necesitar ayuda con eso —Jeongguk insistió,
señalando con el mentón el cuerpo muerto de Taehyung.
Capítulo 7
Jimin tembló y se encogió en su asiento. Las tinieblas que
circundaban alrededor de las lejanías siempre fueron
horribles de ver. Las sombras detrás de los árboles sólo
podían dar al camino esa idea de ir directo hacia la muerte.
Miró el perfil de Jeongguk, lo bastante ambientado con el
sitio para conducir a través sin mayor problema. No parecía
afectado por la miseria que se plantaba frente a ellos y pensó
acerca de nunca verle por esos lares. La única propiedad que
daba un pensamiento momentáneo acerca de su persona era
la droga que repartía.
Jimin se embelesó, mirándolo un poco más. Atraído por esa
mandíbula definida, esa nariz prominente y sus labios
delgados que se habían sentido tan dulces en su lengua.
Fantaseó un poco acerca de mirar por debajo de esa camiseta
negra, hacia los tatuajes de tinta negra que vestían su cuerpo
y en cómo sus dedos hormiguearían ante el tacto.
Contó las argollas que perforaban su oreja. Y se sintió
ligeramente amenazado por la imagen de ese león en la
longitud de su cuello que le intimidaba con ojos grandes y
dilatados a medida que rugía mostrando sus enormes
colmillos afilados.
Jeongguk cambió la marcha del auto a segunda,
conduciendo por el camino de tierra desigual lentamente.
Fue entonces que le atrapó devorándole con un intenso
escrutinio. Jimin no se sintió avergonzado en absoluto, pero
el calor apretó sus entrañas cuando le vio sonreír
ladinamente. Esa clase de sonrisa tan confiada. El maldito
sabía lo jodidamente guapo que era.
— En la guantera tengo unos pañuelos —Jeongguk dijo de
pronto, sin apartar la mirada de la carretera.
Jimin frunció el ceño. Sin entender, se aproximó a sacar la
caja, alzándola en modo de pregunta.
— Para que te seques la baba que chorreas por mí.
Jimin chilló ofuscado, golpeándole juguetonamente. Pero
no iba a negarlo, le había caído una clase de hechizo por ese
chico malo. Reparó en el corte con sangre seca en su mejilla,
se mordió ligeramente en labio inferior y le acarició
suavemente.
Jeongguk torció el gesto, le dolía. Pero no haría nada que
pudiera alejarle. Le gustaba que fuese de ese modo, atento y
gentil.
El percance de hace unos minutos atrás seguía intacto en sus
mentes. La forma tonta y salvaje en cómo se habían
comportado. No estaban realmente fuera de sí para echarle
la culpa al alcohol o a las drogas. Ellos fueron bruscos
porque simplemente les costaba asimilar las emociones
abrumadoras completamente nuevas.
De dos personas obstinadas nunca saldría nada bueno. Se
deseaban tanto como se repudiaban. Las ordenes, las
amenazas, el salir de su zona de confort era algo con lo que
tendrían que lidiar constantemente si pretendían seguir con
esa sed de pasión desenfrenada.
Jeongguk se sentía realmente posesivo alrededor de Jimin.
Siempre fue de ese modo, porque le conocía incluso desde
antes que Jimin pudiese reparar en él totalmente. Había algo
en el pasado que le ataba a su presencia. Le vio crecer,
convertirse en ese adolescente precioso que todo el mundo
comenzaba a desear. No le gustaba el rumbo que Jimin
tomaba, de todos modos. Él había hecho una promesa que
se escapaba como el agua entre sus dedos, un juramento que
se había hecho realmente difícil con el pasar de los años,
sobre todo porque caía ciegamente en lo que tantas veces se
forzó a no desear.
Verle esa noche del modo en que prácticamente Jimin le
forzó a hacerlo, como si su objetivo fuese principalmente
provocarle. ¿Qué quería? ¿Restregarle en la cara que nunca
podría tenerlo? ¿Qué jamás sería capaz de tocar su cuerpo
como las manos asquerosas de JB lo hacían? Jeongguk vio
rojo cuando le observó besar a otro, frotándose,
entregándose del modo que él ansiaba poseerlo también.
Él realmente deseó abarcar sus manos alrededor del cuello
de Jimin y apretarlo. Fantaseó con castigarlo por hacer cosas
que no debía, cosas sucias con personas que apenas y
conocía. Maldito Park Jimin.
— Oye, lamento lanzar esa botella de alcohol.
Los ojos de Jimin brillaron en la oscuridad del auto. Era tan
cálido, tan precioso cuando se lo proponía. Y si Jeongguk
no colocaba distancia, acabaría con él y la poca cordura que
era capaz de poseer.
— No pasa nada. Tampoco debí gritarte del modo en que lo
hice —Añadió—. Lamentó mucho esa vez que te saqué
bruscamente del baño, también. Y hacerte llorar cuando te
acorralé.
Hasta ese momento, Jimin había creído que realmente no lo
recordaba. O que Jeongguk tal vez jamás quisiese hablar de
ello en algún momento como ese. Las palabras habían sido
aceptadas y no había nada más por arreglar.
Se introdujeron en el pasaje principal de las lejanías y
Jeongguk bajó su ventana, recargando el codo en el borde,
mirando fijamente al grupo que yacía apelotonado en la
esquina.
Fue increíble para Jimin notar su cambio brusco, de
sincerarse pasivamente a convertirse en el tirano que
mandaba en ese mugrerío. Yeonjun se acercó con un cigarro
entre los labios, chocando los cinco a modo de saludo.
Aproximándose a la ventana, reparó en la presencia de
Jimin, pero simuló no haber visto nada.
— ¿Cómo va todo? —Totalmente serio, Jeongguk señaló
con el mentón a los hombres amontonados.
— Nada inusual. Ya sabes, la coca fue la primera en agotarse
—Llevó su mano al pequeño bolso cruzado sobre su
pecho—. ¿Te doy el dinero ahora?
Pero Jeongguk no respondió. Miró un poco más hacia esos
hombres y a la calle desolada, como si buscase algo que se
saliera de lo habitual. Miró un par de veces por el espejo
retrovisor y finalmente dijo:
— No. Mañana Yugyeom vendrá por él.
Jimin permaneció totalmente mudo. Se sentía tenso ante lo
que escuchaba, demasiado incomodo aún con esa clase de
conversación. Notando que de vez en cuando Yeonjun le
lanzaba miradas curiosas.
Taehyung se removió en los asientos traseros, llamando la
atención. La noche llegaba a su fin, pero Jeongguk se
negaba a deshacerse de la compañía de Jimin. Dirigiéndose
a Yeonjun, señaló el cuerpo de Taehyung, después de todo,
Jimin sería incapaz de llevarlo por cuenta propia.
— Llévalo a su departamento y asegúrate de que se acueste
en su cama.
Jimin volteó a mirarle sorprendido. Para ser un chico que no
venía nunca, sabía extremadamente demasiado. No dijo
nada, de todos modos. Simplemente observó
silenciosamente cómo Yeonjun tomaba a Taehyung en
brazos y se lo llevaba.
Se sintió tímido entonces. Allí, a solas y en penumbras con
él. El silencio gobernó un poco más, Jeongguk parecía
demasiado interesado por quienes estaban en la calle. Se
notaba tenso.
— ¿Sabes quién es ese sujeto de gorra roja?
Jimin arrastró la mirada hacia la fogata improvisada,
negando. Él no compartía demasiado con la gente de las
lejanías, sobre todos los hombres. Conocía a un par de
vecinas y a los niños pequeños que siempre saludaba cuando
venía. Más allá de eso, todo era un verdadero misterio.
Se mantuvo ocupado pensando en algún par de teorías más
acerca de la soberanía de Jeongguk en ese lugar, cuando de
pronto sintió sus dedos tibios delinearle el labio inferior.
Jeongguk sonreía, burlesco de su rígido actuar.
— ¿Qué pasó con el mocoso aniñado? —Molestó—. Verte
tan callado es extraño.
Sujetó a Jimin de la nuca y lo acercó. Codicioso por sentirle
aún más, echó el asiento hacia atrás para subirlo a
horcajadas sobre regazo. Jimin tembló en anticipación. Le
miró y se deleitó con esa energía tan imponente que
infringía ante él. Sin querer, notó lo húmedo que se había
puesto.
Jimin le besó con total confianza, después de todo la
oscuridad los resguardaba. Yeonjun era un buen chico y
cuidaría de Taehyung mientras él se quedaba ahí un
momento. Le metió la lengua y gimió cuando Jeongguk le
sujetó duramente, restregándose contra él.
Cerró los ojos cuando los labios dóciles tejieron un sendero
por su cuello, plantándole besos pequeños y mojados. Jimin
se aferró a los hombros anchos, ido por el placer que no
dejaba de acrecentarse en su pelvis.
Metiendo las manos por debajo de su camiseta, Jeongguk se
la subió hasta la garganta, bajando la cabeza para meterse
un pezón en la boca. Jimin tembló y jadeó, acercándose en
un intento por forzarle a ir más profundo. La lengua tibia y
mojada se movió en círculos, tan lentamente que comenzaba
a ser tortuoso. Dio un pequeño mordisco al botón empinado,
succionó y lo soltó para devorarse el otro.
Jimin lucho con el impulso de llevarse una mano a su polla
y acariciarla, en cambio, comenzó a mecerse sobre el bulto
sobresaliente bajo su culo. Cuando lo labios humectados de
Jeongguk le acariciaron el extremo del pezón, se arqueó.
— Oh, que rico...
Fue un lamento arrastrado, demasiado somnífero. Sujetó a
Jeongguk del rostro y le metió la lengua, desesperado por el
fervor de su propio anhelo. Jeongguk introdujo las manos
por debajo del jeans y la tela del bóxer y le apretó las nalgas
vigorosamente. Jimin fue levantado prácticamente ante ese
apretón necesitado, moliéndose el uno al otro.
Meciéndose en círculos, miró fijamente a Jeongguk,
observando cada detalle del placer que sólo él le brindaba.
Se movió con esmero, de pronto celoso y posesivo ante las
manos de su novia que le habían tocado con anterioridad.
Jeongguk no sería suyo nunca más, él no lo permitiría.
— Así —Jeongguk susurró, mordiéndose el labio inferior,
mirando como el bulto que sobresalía de Jimin se mecía
deliciosamente sobre su polla—. Justo así. Oh, Jimin...
Si follaban en ese auto, para Jimin estaría bien. Todo lo que
deseaba era sentirlo en todos los aspectos profundos
posibles. Arañarle la espalda, succionarle el cuello de modo
que todos supieran que Jeongguk tenía un nuevo juguete
para usar cuando se le antojara.
El cuerpo que le arrullaba era tan grande, tan proporcionado
y fuerte. Jimin realmente quería que le tomara tan
duramente. Que lo empotrara hasta sentir que le destruía las
entrañas.
Esa clase de pensamientos les hacían sentir desequilibrado,
enfermo, pero era así como se sentía alrededor de Jeongguk.
Las fuerzas exorbitantes de ser sólo y únicamente suyo.
La ventana del piloto fue golpeada continuamente. Una
presencia entre la oscuridad llamaba su atención. Jeongguk
bufó, pero no opuso resistencia a lo que hacían. Bajó a Jimin
de su regazo y lo devolvió a su asiento, ordenándole que se
bajara la camiseta. Jimin se sintió molesto, como un niño
que después de todo, no había conseguido lo que quería.
Jeongguk bajó del auto, recargándose en el capo mientras se
cruzaba de brazos. El desconocido estaba alterado, de su
ceja derecha se veía un hilo de sangre fresco y alzaba las
manos, ofuscado. Jeongguk simplemente asentía pensativo.
Era definitivo, la fiesta se había acabado. Jimin lo aseguró
cuando Jeongguk abrió la puerta de su lado y se asomó.
— Debes irte —Se alejó para permitirle salir—. Tengo cosas
que hacer.
Odiaba ese tipo de cambio, pero levemente se acostumbraba
a la hostilidad con la que solía tratarlo. No había obtenido el
premio gordo, pero al menos se llevaría consigo algo con lo
que pensar durante la noche.
No iba a rogar por nada. Eso era algo que él nunca hacía.
Tan recto y orgulloso como su aspecto excitado le permitió
mostrar, comenzó a caminar sin siquiera mirar a esos ojos
prepotentes.
Pero Jeongguk le sujetó firmemente del brazo,
devolviéndolo a su lugar. Lo arrinconó contra el auto y
frente a las miradas intrigadas de los hombres que le
conocían, le comió la boca.
— ¿Te veo más tarde?
Empujándole, Jimin se pavoneó hacia las escaleras.
Mirando por sobre su hombro a medida que batía sus
gruesas pestañas coquetamente, respondió:
— No sé. Lo pensaré.
Capítulo 8
A mediodía tarareó una canción ochentera que tocaban en la
radio, ordenando alrededor de la estancia. El abuelo solía
ponerla en su tocadiscos, mientras se mantenía ocupado en
la cochera. Sacudió los cojines y le acarició el lomo a Pepe
el gato, asegurándose de que Pinchitos se hallara cómodo en
su caja entre el eno sin aroma que le había comprado para
que utilizara como nido.
El día nublado prometía ser frío y se abrazó al chaleco de
lana marrón que le cubría. El departamento de Taehyung era
precioso y cómodo, pero era helado como la mierda.
Entonces consideró regalarle un calefactor cuando cobrara
la mesada que recibía de su difunto padre cada mes.
Ojeó a través de su horario, considerando qué clases
tomaría. No alcanzaba a llegar a las primeras tres horas de
anatomía, por lo que finalizar con economía agraria sería lo
mejor, después de todo era la materia que más le costaba.
Taehyung se levantó minutos después, vestido únicamente
con un bóxer. Llevaba el cabello alborotado y el ceño
adormilado. Miró hacia Jimin y sonrió débilmente.
Aproximándose al mesón, Jimin le tendió lo que había
preparado para él. Taehyung miró el vaso expectante,
asqueado por el color verdoso que poseía. Oliendo el
contenido, hizo una arcada. Pero no había otra opción que
aceptarlo. Las recetas de Jimin para la resaca eran
milagrosas. Se tapó la nariz y bebió hasta la última gota,
haciendo continuas muecas de desagrado.
— ¿Qué tenía?
Sentado sobre el mesón, Jimin le observó paciente, casi
risueño.
— Pulmones de oveja, huevo de búho, pene seco de toro y
excremento de conejo.
Los ojos de Taehyung se desorbitaron y Jimin juró que le
vería vomitar allí mismo. Se carcajeó sin parar, afirmándose
para no caer en el intento. Él siempre solía caerse. La mitad
del pueblo había sido prácticamente bautizado por su torpe
culo.
— ¡Pequeña mierda!
Taehyung iba a golpearle. Escupió exageradamente dentro
del lavadero. Ágilmente, Jimin saltó sobre sus pies y corrió
por el pasillo. En realidad sería incapaz de hacer ese tipo de
cosas, sobre todo cuando procuraba no utilizar alimentos
que provinieran de animales. Taehyung estaba demasiado
consumido por la resaca para deducirlo.
— En realidad era un batido de espinaca —Dijo cuándo
Taehyung ingresó a la habitación para tomar una ducha—.
Amélie me la enseñó.
— Esa vieja y sus brujerías. De seguro te habría sugerido
cola de ratón, también —Desnudo, inquirió—. ¿Cómo
pudiste beberlo? El sabor fue fatal.
Jimin sonrió burlesco, mirándose en el espejo mientras
acomodaba su cabello. Dentro de unas horas tendría que
volver a casa. Amaba pasar tiempo con Tae, pero era lo
mejor. Su amigo necesitaba privacidad.
— Ah, no lo hice. En realidad me tomé una pastilla para el
dolor de cabeza.
Si no fuese porque Pepe llegó exigiendo contención,
Taehyung habría utilizado la chancla. Desayunaron huevo
revuelto, enfrascados en una conversación acerca del
estreno de una nueva película de terror en el cine.
La hora avanzaba lentamente, sonriendo ante el
pensamiento de poder hacer un par de cosas antes de ir a
clases. Le sorprendió que Taehyung no hiciera ningún tipo
de pregunta acerca de la fiesta, él realmente se había
borrado. Jimin decidió no intervenir en su bloqueo mental,
más por el bien de sí mismo en un intento por evadir el
nombre de cierto personaje.
Notó que el celular de Taehyung no dejó de vibrar con
cientos de mensajes que parecían llegarles al mismo tiempo.
Frunció el ceño cuando la tez bronceada en él se volvió
pálida y desapareció por el pasillo para contestar. Y estaba
bien, Jimin supuso, escuchando los murmullos alrededor de
la habitación principal, ellos merecían tener secretos.
Recogió del mesón lo que habían usado para comer y los
lavó, manteniéndose enfrascado en una rara preocupación
acrecentándose cada vez más en el centro de su pecho.
Últimamente la conducta de Taehyung era muy rara. Solía
enojarse de momentos y prefería guardarse a sí mismo
cuando Jimin le hacía preguntas al respecto. Lo conocía
como a la palma de su mano, era evidente que nunca podría
ser engañado precisamente por él. La diferencia era que
Jimin prefería mantenerse al margen, entendiendo que
Taehyung tenía sus propias razones para decidir omitir
ciertos asuntos.
Alimentaba a Pepe con sus croquetas de pescado cuando
Taehyung apareció duchado y vestido, dejando la sala
impregnada con su perfume. Lucía agitado.
— ¿A dónde vas? —Jimin se levantó, mirándole
confundido.
— A trabajar.
Caminaba alrededor como si realmente quisiera evitarle.
Cogió las llaves y su celular, avanzando directamente hacia
la salida, sin siquiera lanzarle una mirada.
Jimin no lo comprendió. ¿Había hecho algo mal? ¿Por qué
Taehyung estaba molesto?
— Pero tu turno empieza dentro de unas horas...
— ¡Joder! —Taehyung se detuvo bajo el umbral—. Métete
en tus putos asuntos, J. Yo no ando preguntándote
constantemente qué andas haciendo por la vida. Y lárgate de
una vez por todas a tu casa.
La puerta azotándose resonó en la soledad del departamento
y Jimin brincó sobre su sitio, mirando fijamente la madera
ligeramente deteriorada. Cuando pestañeó, las lágrimas
mancharon sus mejillas. Decidió no pensar en nada. Se
apresuró a recoger sus cosas, y barriendo la mirada una vez
más para asegurarse de que todo estuviese en orden, se fue.
El bullicio allí afuera era apabullante. La música sonaba
fuerte y la calle estaba repleta de niños jugando por doquier.
Descendiendo por el último escalón, divisó a Hoseok en el
primer piso del bloque, donde un departamento abandonado
albergaba a los vagabundos. Tironeaba del brazo a uno de
sus hermanos menores. Beomgyu solía ser el más rebelde de
los cuatro y le encantaba juntarse con Yeonjun.
— ¡Te he advertido muchas veces que no me gusta verte con
él! —Hoseok bramó, tironeándolo hacia el auto donde
Yoongi esperaba por ellos—. ¡Nunca será una buena
influencia para ti! ¡Jamás escuchas lo que te digo!
Era vergonzoso, sobre todo cuando todos sus amigos
observaban expectantes. Jimin le había notado últimamente
frecuentar por esos lares. Hace algún tiempo, cuando
regresaban de la tienda con Taehyung, le habían visto probar
hierba, tosiendo toscamente al no tener experiencia. Los
demás simplemente le animaban a continuar. Si fuese su
hermano, Jimin se sentiría molesto también.
Jimin se acercó, saludando a Yoongi mientras Hoseok abría
la puerta trasera y metía a Beomgyu a la fuerza. Exhalando
toda la ira que le hacía temblar, Hoseok reparó en Jimin.
Sintió que algo no andaba bien.
— ¡Tú lo veías venir y nunca me dijiste nada! —Le acusó
ferozmente, señalándolo—. ¡Se supone que eres mi amigo,
J!
Jimin permaneció pasmado. Sin saber qué responder
realmente. El rostro de Hoseok yacía tenso y rojo, como si
en cualquier momento se lanzara a golpearle.
— Lo siento, no pensé...
— ¡No, claro que no! —Lo empujó bruscamente y Yoongi
intervino, quitando a Jimin de su camino—. ¡Tú nunca
piensas en nada, J! ¡Es por eso que tu vida es una grandísima
mierda!
Yoongi simplemente guardó silencio y bajó la cabeza.
Hoseok rodeó el auto y se subió. Una vez más, Jimin se
quedó parado en su sitio, viendo cómo se marchaban a toda
prisa. Una sensación apabullante le lastimó en el pecho, una
opresión cada vez más grande y tosca que le volvía ansioso.
Él no entendía qué ocurría y por qué de pronto todos le
odiaban. Quizás estuvo mal, no debía callar las cosas que
veía. Pero si no le gustaba que se metiesen en su vida, por
qué haría lo contrario para los demás. Suficiente tenía que
lidiar con su miseria para tener que lidiar con los destrozos
ajenos. Sin embargo, Hoseok es su amigo y no le ayudó. No
estuvo allí o no trató de advertir a Beomgyu.
Haciendo lo mejor que sabía hacer, fingió una sonrisa y
siguió avanzando. El trayecto en autobús fue silencioso,
castigador porque le forzaba a pensar en exactamente lo que
no quería. Lo había hecho lo suficientemente bien para
arruinarlo ahora. No, él no podía caer en ese preciso
momento, pero todo se salía de control y comenzó a temblar.
A una cuadra vio a su anciana vecina y a su perrita venus,
caminando lentamente por la vereda con un carrito de
compras. Desesperado por contener el desasosiego que
amenazaba con ahogarle, puso su mejor sonrisa fingida y
corrió hacia ella.
— ¡Señora Sara!
— ¿Cuántas veces tengo que decirte que me llames abuelita
Sara, angelito? —Le tendió el carro para que Jimin le
ayudara y retomó su escaso andar—. El cacahuate está
realmente caro. Estoy pensando seriamente en dejar de
comprarlo.
Sara vivía con su hija, pero nunca estaba en casa porque
trabajaba como enfermera. Su estado cada vez más
malogrado le impedía sacar a pasear a Venus. Jimin se
ofrecía a veces, cuando tenía algo de tiempo, ganándose un
sonoro beso en la mejilla como pago.
— En la huerta de la señora Gain están a mitad de precioso.
Debería considerar comprar la verdura allí desde ahora.
— Si tan solo estas piernas viejas me ayudaran... Pasaría
todos los fines de semana moviendo el esqueleto con algún
viejo galán de por ahí.
Jimin se carcajeó. Ella era bastante rara a veces, esa era la
conexión que les volvía tan unidos.
— Puedo ir a comprarla por usted. Sólo tiene que avisarme
con anticipación.
La decepción atacó a Jimin cuando notó que habían llegado.
Pero esperó paciente a que la abuelita Sara le invitara a
entrar para hacerle compañía. Ellos siempre pasaban el rato
juntos, igual de solos. Tomaban el té y jugaban a las cartas
en su jardín trasero, repleto de girasoles. Él se había vuelto
un verdadero experto en el póquer gracias a eso.
Ayudó a la abuelita Sara a meter correctamente la llave en
la cerradura y la giró por ella. Sabía lo patético que lucía allí
parado, como un cachorro esperanzado, pero la pena creció
cuando vio esa cabeza blanca en negación.
— Te invitaría a pasar, angelito. Pero mi hija ha traído a unas
amigas a comer —Buscó su mano y se las llevó a los labios
fruncidos, besándole con adoración.
— ¡Ah, no pasa nada! —Se rascó la nunca, avergonzado y
desilusionado—. De todos modos tengo tarea por hacer.
Estancado en el pórtico, rendido con los brazos a cada lado
de su cuerpo, miró hacia esa residencia que tanto odiaba. No
la soportaba, ni siquiera el color gris que cubría las paredes.
Era tan ostentosa, tan tosca, tan espeluznante.
Inhaló profundamente, llevándose consigo el aroma a tierra
mojada por el pasto recién regado. Ignoró el tormento que
le esperaba detrás de esa puerta de mármol, aproximándose
resignado.
La escalera prominente que conectaba con el segundo piso
le saludó. El piso resbaladizo y reluciente apestaba a cera
incolora. Echó una ligera mirada al vestíbulo y cerró la
puerta con fuerza, esperando obtener un poco de atención.
El viento fresco mecer las hojas de los árboles en proceso
otoñal fue el único en responder. Sí, estás solo. Como
siempre.
La sonrisa de alivio se desvaneció y permaneció varado ante
una corriente sin retorno. La angustia estaba por devorárselo
y tembló con miedo. Recorrió los pasillos de la segunda
planta, deslizando las manos por las paredes lisas, un acto
que lo tenía aferrado desde que era un niño, como si
inconscientemente buscara confirmar que estaba en casa.
— ¡Mamá!
La buscó en su cuarto, pero estaba igual de limpio y
desolado. No había entrado allí hace mucho tiempo, desde
que su convivencia comenzó a empeorar. Tocó el edredón
esponjoso que cubría la cama con dedos curiosos. Miró
hacia el precioso tocador de pino oregón, olisqueando la
variedad de perfumes. Siempre fue intruso con las cosas de
su madre. Le fascinaba esconderse dentro de su closet y
hurgar entre su maquillaje.
Cerró la puerta con discreción, como si de algún modo su
madre pudiese verle. Girando sobre sus talones, lo lamentó.
La puerta celeste justo frente a sus narices le hizo recordar
que existía, que alguien alguna vez había habitado en su
interior.
Fue cuando deseó permanecer en el frío de la calle.
Volviéndose solitario. Envejeciendo en el dolor que jamás
podría desterrar de sus entrañas. ¿Puedes sentirme?
Preguntó como si él pudiese oírle desde donde se hallara.
Sucumbió ante las ansias y sintió su mano hormiguear
cuando giró el pomo, demasiado tarde para retractarse
cuando se paró en medio de la habitación, observando una
decoración que se había vuelto desconocida, olvidada en
algún sitio lóbrego de su mente. La piel le escoció y su
sonrisa entristecida se volvió difusa.
Miró la cama donde tantas veces corrió a esconderse,
buscando el tibio contacto del cuerpo grande y cálido que le
protegía de las pesadillas. Que le abrazaba sin decir
absolutamente nada y lo mecía acostumbrado a recibirle
todas las madrugadas.
Anhelaba poder verle una vez más, a sus ojos felinos y
profundos. Que le animara como siempre, que le forzara a
no enterrar esa luz carente sin antes luchar. Ante su partida
lo intentó, en su nombre, porque incluso si no estuviese, se
sentiría orgulloso. Pero el muro era tan alto y firme. Jamás
podría alcanzarle, ver qué había detrás. Simplemente se
rindió.
Acarició los libros sobre la repisa. Le encantaba leer,
embriagarse con cada párrafo que le volvía tan sabio,
inteligente. Ese era su hermano, tan culto, tan relajado.
Silencioso y atento a su manera.
Hurgó detrás de la almohada que era su favorita y cogió con
dedos oscilantes la camiseta que siempre solía utilizar para
dormir. Se la llevó a la nariz, inhalando
profundamente. Olía a dulzura, a amor. Olía a hogar. Apretó
la mandíbula y entonces no pudo contenerse más. Su pecho
se exaltó por el llanto. Quería continuar siendo fuerte, sin
una pizca de rencor en su corazón marchitado. Todavía
quería pretender que era feliz. Pero estaba tan cansado. Tan
agotado de llevar esa sonrisa falsa en su rostro y de querer
complacer a todo el mundo.
Jimin solo quería un poco de esa amor incondicional que
entregaba. Que la gente dejara de mirarle con lastima, que
dejara de juzgarle al primer error. Jimin quería dejar de
sentirse tan solito.
Se arrodilló en el costado que su hermano ocupaba para
dormir, intentando conectarle, sentirle. La vida era tan dura
y no podía contra ella, no si él no estaba a su lado para
enseñarle. Lo amaba tanto que dolía, le desgarraba y no
podía quitarlo de adentro.
De pronto, unas manos suaves, que podría reconocer incluso
si le arrancaran los ojos le apretaron los hombros. Mamá lo
atrajo hasta sus brazos y lo meció como cuando era un niño
pequeño. Le acarició el cabello y le besó la frente.
— ¡Me siento tan solo! ¡Tan vacío! —Sollozó, apretando
fuertemente los ojos—. ¡Y no quiero sentirme así nunca
más! ¡Me duele! ¡Me duele mucho!
— Estoy aquí. Mamá está aquí contigo y nunca se irá.
Capítulo 9
Se acurrucó hasta sentir cómo el calor penetraba el polar de
su bata para dormir. Miró fijamente hacia la televisión
donde una serie de terror se reproducía en netflix e
inconscientemente absorbió el dulce aroma de mamá
mientras yacía aún cobijado entre sus delgados brazos.
Cuando era más pequeño, había adoptado la costumbre de
quedarse dormido en la curva de su cuello, donde el aroma
era más nítido.
La genuina curiosidad empañó sus esmeraldas cuando le
miró con disimulo. Estaba absorta en lo que veía y Jimin
siempre consideró que su mirada se volvía severa al
concentrarse. Ella comenzaba a hacer movimientos extraños
con la boca y se acariciaba el cabello con los dedos. Mamá
es hermosa, pensó, decidido a observarle un poco más.
Tenía el cabello corto y ondulado. De ojos estrechos y
verdosos le hacía cuestionarse si alguna vez vería unos así
de bonitos. Su piel era pálida y suave y ella procuraba
volverla aún más tersa con cremas que él alguna vez tomó
prestada.
Había pasado un tempo desde que él dejó de prestarle
atención. Ya no le decía cuánto le amaba o lo hermosa que
era ante su anhelo bondadoso. Ella de pronto se había
convertido en su peor enemiga y pretendía tenerla lo más
alejada posible. Incluso había llegado a aborrecer el sonido
de su voz. ¿Por qué? Porque Jimin jamás olvidaría las veces
que le dejó botado para ir al encuentro con su amante.
Porque mientras papá yacía postrado en una cama, ella
prefería pasar la noche entre unos brazos ajenos. Porque
cuando papá y Namjoon murieron, él tenía que oír como ella
y su amante follaban duramente en la habitación. Él la
odiaba tanto como la necesitaba.
Levantó la mano y le pinchó el hoyuelo que sobresalía de su
mejilla izquierda, pillándole por sorpresa. Un precioso
detalle que su hermano había heredado. Ella le cogió el dedo
regordete y se lo mordió con ternura, recordando que
Namjoon también solía hacerlo.
El timbre sonó y Jimin bufó cuando perdió su calor. Se sentó
y miró hacia la puerta desde la sala, expectante, demasiado
receloso por quién esperaba en el exterior. ¿Sería ese
hombre otra vez? ¿Regresó al pueblo para apartarla de sus
brazos nuevamente, llevándosela finalmente?
El aroma de la masa recientemente horneada le hizo cerrar
los ojos, de pronto hambriento. Exhaló toda la tensión
retenida cuando divisó la chaqueta verde que el chico del
delivery llevaba. La puerta se cerró y el sonido de la moto
se alejó por las calles.
— Pizza vegana para mi futuro veterinario.
Jimin sonrió, complacido. Sus mejillas se tiñeron de un
delicado carmesí y se regocijó en el cariño que necesitaba.
Mamá se sentó a su lado y dejó la enorme caja sobre la mesa
de centro. Tomó un pesado y lo dirigió a Jimin.
— ¿Alimentarme también es parte del proceso? —Bromeó,
llenándose la boca con un gran mordisco que había
propinado.
Menú vegano había abierto las puertas al pueblo hace un año
aproximadamente. La gente estaba cada vez más interesada
y les iba bien como único restaurante del tipo
medioambiental. Lo que le hizo sentir sorprendido, fue
saber que mamá estaba al tanto de sus gustos.
Comieron en silencio, prestando atención al antepenúltimo
capítulo de Marianne. Cuando Jimin decidió dejar su tercer
trozo a la mitad, su madre frunció el ceño.
— ¿Es todo lo que tu estómago puede soportar? Estás
perdiendo peso, Jimin —Sopló su taza con té y dio un ligero
sorbo—. No has comido en todo el día.
— Estoy bien, mamá.
Para cuando las pequeñas letras blancas recorrían la pantalla
oscura, la luz del sol se había ido por completo. Su madre
dormitaba sobre su hombro. Era hora de irse a la cama,
supuso. Recogieron todo lo que no pertenecía a la sala y
subieron las escaleras lentamente.
La incomodidad se apresuró y Jimin no supo qué hacer
cuando se detuvieron frente a la puerta de su cuarto a medio
abrir. Su madre lucía tensa y boqueaba como un pez fuera
del agua en un intento por decir algo que no arruinase la
buena convivencia que parecía llevar. Jimin se acercó y besó
su frente, deseándole las buenas noches.
A medianoche, después de organizar nuevamente su horario
y ocuparse del desorden ante un cuarto que había sido
deshabitado por semanas, Jimin salió entre el vapor que
había creado la ducha tibia, secando su cabello. Miró la
pantalla de su celular libre de mensajes y torció el gesto.
Taehyung no había intentado comunicarse.
Ellos habían tenido un par de discusiones en el pasado. La
diferencia era enorme; había un problema de por medio, esta
vez Taehyung le había atacado de la nada.
Preparado para acostarse, el vidrio de su ventana vibró. No
le tomó importancia al primer intento, pero cuando una
piedra casi lo atraviesa, saltó hacia el balcón con un rosario
de insultos. Se paralizó por un momento, pero todo lo que
hizo luego fue sonreír.
Taemin esperaba por él, recargado en el range rover que su
novio Minho conducía. Sonrió traviesamente y alzó una
botella de whisky a medio beber para advertirle a Jimin
cuáles eran sus intenciones. Sabían que su madre se hallaba
en casa y todo debía desempeñarse en una exagerada
omisión.
Metiéndose en un par de jeans ajustados, Jimin escribió una
pequeña nota, avisando de su temprana asistencia a la
universidad, consciente en que su madre entraría a la
habitación al día siguiente. Desordenó las mantas y escaló a
través del viejo árbol que tanto le aterrorizó en las noches
de tormenta con movimientos agiles, casi inexistentes.
Jimin ni siquiera sopesó la idea de mirar atrás. Hablar con
mamá al respecto sería una pérdida de tiempo, después de
todo las discusiones siempre era por las amistades
descarriadas que poseía. Siempre se había escabullido del
mismo modo, tan habitual en los demás que se habían vuelto
conscientes en que lanzar una piedra a su balcón era un tipo
de contraseña.
Corrió hacia su amigo, le besó la mejilla y le arrebató la
botella de las manos, sentándose en los asientos traseros.
Las ruedas chirrearon en la huella húmeda y solo quedó el
humo como evidencia.
Había conocido a la pareja en unas de sus tantas idas a las
fiestas de las ruinas. Se había peleado con Taehyung y había
enrolado un porro sin percatarse de que no llevaba un
encendedor. Taemin se había acercado y fumaron un poco.
Esa noche terminaron la fiesta en el departamento de Minho.
Eran cuatro años mayor que él y se habían graduado de la
universidad hace tiempo.
Eran una compañía totalmente diferente a la que solía
acostumbrar al lado de Taehyung y Hoseok. Ellos se
desplazaban por sitios pocos concurridos y disfrutaban de
cosas más extravagantes. De visita a la casa de los padres de
Taemin, habían llegado al pueblo el fin de semana pasado.
— ¿A dónde vamos? —Dio un profundo trago a la botella y
aulló por el ardor del licor recorriendo su garganta.
Minho le lanzó una mirada que prometía diversión por el
espejo retrovisor y Taemin se le sumó, subiendo todo el
volumen a la canción Even Flow de Pearl Jam.
— ¡Chanyeol nos espera en las carreras del cañón!
En sus rostros se dibujó un gesto de complicidad. Jimin
continuó bebiendo, moviendo la cabeza al ritmo de la
música salvaje. Solo quería divertirse, despojarse de la
incómoda sensación que el mal comenzar del día dejó
impuesta en él. Haría todo lo posible para olvidar y el
alcohol mareándole levemente fue un gran indicio.
Era un sitio a las afuera del pueblo, donde las montañas eran
enormes y amenazaban con aplastarte. La naturaleza era
frondosa y los que acudían allí aprovechaban la oscuridad
del bosque para internarse entre los caminos maltrechos.
Los autos corrían a la más alta velocidad sobre las
inclinaciones y curvas pronunciadas de los montes. La
mayoría de los concurrentes eran hombres adultos que
subsistían de la ilegalidad y apostaban grandes sumas de
dinero.
Él nunca había tenido la oportunidad de ir. Los del pueblo
eran reacios y temerosos a toparse con gente mucho más
seria en el ámbito bohemio. Cosas fuera de sus alcances se
solían consumir. Se beneficiaban del dinero y el
contrabando no se hacía de esperar.
Se acercó a la ventana polarizada cuando desde la lejanía,
en medio de las montañas, las luces de los autos se avistaban
como luciérnagas. Los ojos de Jimin brillaron anhelosos y
su estómago hormigueó con emoción.
Fue el primero en bajar cuando la range rover se estacionó.
El aire frío y espeso de la madrugada le abofeteó el rostro y
ahogó un jadeo por la cantidad excesiva de diferentes
modelos de autos. Surtidos ritmos de música se escuchaban
por doquier, volviendo del habla casi imposible. Arrastró la
mirada como un niño curioso, detallando hasta el más
mínimo detalle, reparando en la ropa cara y descotada de las
mujeres sobre las piernas de los hombres formidables.
— ¡Esto es genial! —Se giró hacia Taemin—. ¡Oh por dios,
no me quiero ir nunca!
— ¡Esto recién comienza, pequeño!
Se reunieron con Chanyeol unos autos más allá. Tenían la
puerta del maletero abierta y dentro toneladas de bebidas se
lucían para escoger a gusto propio. Baekhyun abrazó a Jimin
por la espalda y lo giró en el aire, emocionado de verle.
Junto a él se encontraban Kai y Sehun.
— ¡Tú cabello es azul! —Jimin gritó.
Chillaron un poco más al respecto, hablando animadamente
de todo lo que habían hecho en un desesperado resumen.
Baekhyun era novio de Chanyeol. Kai y Sehun eran
hermanos. Todos ellos vivían en la ciudad y solían venir
para los eventos de carreras clandestinas donde Chanyeol
competía.
Baekhyun lo tomó de la mano y lo guio silenciosamente
hasta las puertas delanteras. Debajo de los asientos sacó un
maletín negro, donde varios fardos de billetes gordos se
apilaban ordenadamente. Jimin simplemente boqueó.
— Chanyeol lo ganó hoy —Alardeó—. Qué opinas,
¿Quieres ir de compras mañana? Tú solo pide lo que quieras.
Las esmeraldas de Jimin estaban dilatadas. A los únicos que
le había visto manejar esa cantidad de dinero era a los
traficantes del pueblo. Pensó específicamente en alguien, en
realidad. Era gruñón, llevaba tatuajes por doquier y tenía un
perro llamado Jack el destripador.
Jimin rio inconscientemente por su mal chiste y se apresuró
a asentir cuando Baekhyun lo miró con curiosidad. Taemin
se aproximó a ellos, asustándoles.
— ¡Si ya terminaron el cuchicheo, par de cacatúas, vamos a
bailar!
Bailaron alrededor de la música que amenazaba con
reventar los parlantes del camaro negro de Chanyeol,
bebiendo y fumando hierva. Solo ellos tres, nadie les
molestaba, los demás se mantenían enfrascados en una
conversación sobre la carrera.
Jimin había perdido la cuenta de los vasos que había bebido
y del alcohol que había mesclado, solo recibía lo que Taemin
le tendía. La euforia le había superado y alzó los brazos al
aire, gritando con alegría. El entorno se transformó en una
clase de cámara lenta y se centró en lo que por el momento
le volvía tan feliz. El cielo sobre sus ojos era oscuro y las
estrellas amontonadas titilaban efusivamente. Él realmente
quería permanecer allí para siempre. Olvidarse de los
problemas y enterrar la tristeza que le acompañaba como su
sombra.
Centrándose nuevamente en lo que le rodeaba, de pronto
todo comenzó a darle vueltas. Tropezó hacia atrás y chocó
contra el auto, riendo histéricamente de su torpeza. Taemin
y Baekhyun se dieron una discreta mirada y se aproximaron
para estabilizarlo. Rodearon el camaro por el lado que no
daba hacia los demás y se recargaron en la puerta abierta del
piloto.
— Creo que nuestro bebé necesita una pequeño incentivo
—Taemin canturreó dirigiéndose a Jimin, siguiendo con la
mirada los dedos de Baekhyun hurgar dentro de su billetera.
Incluso si se sentía aturdido, Jimin le miró sin dejar de
sonreír, demasiado inocente a lo que tramaban a
continuación. Baekhyun desdobló el papel, dejando ver una
cantidad moderada de polvo blanco en el centro. Tomó una
tarjeta de crédito, y con la punta, acarreó un poco. Jimin
permaneció pasmado cuando le vio llevárselo al orificio
derecho de la nariz y esnifar. Cogió un poco más y repitió el
mismo procedimiento con el orificio izquierdo.
De pronto, Jimin ya no sonreía, demasiado asustado al
respecto sin saber por qué. La cólera creció cuando Taemin
tomó la tarjeta entre sus dedos, haciendo lo mismo. Estaba
mal. Él no debería estar allí. Él... Simplemente él...
Jimin sabía perfectamente lo que era. Había visto a muchos
de sus amigos hacerlos. En las lejanías la gente
prácticamente vivía de ello. Pero nunca fue algo que llamó
su atención sinceramente. No le veía la gracia y si era
sincero consigo mismo, le temía. En su lista de sustancias
solo se podían enumerar la marihuana, el tabaco, éctasis que
muy pocas veces lo probaba y el alcohol. La cocaína estaba
fuera de sus límites.
Cuando los dos pares de ojos se posaron en él, Jimin tembló
ligeramente. Con la intención de retroceder sobre sus pies.
Taemin pasó un brazo por sus hombros y susurró:
— Escucha, pequeño. Si esto no fuera indefenso, no te lo
ofrecería. Es simplemente para ayudarte a proseguir con la
fiesta. Solo te despojará del emborrachamiento del alcohol
y te animará un poco.
Jimin enmudeció, mirándole receloso. Su cuerpo débil y
tambaleante no le permitía reaccionar como quería.
Baekhyun se arrimó a su lado.
— Él tiene razón, Jimin. Esto te dejará igual de lucido como
saliste de tu casa. No hace daño alguno y verás que la
sensación es increíble. Te dará energía para seguir gozando.
¿No es eso lo que quieres? Dijiste que no querías irte de
aquí.
— Te vuelve adicto —Contestó finalmente, mirando la
tarjeta en la mano de Taemin.
— Claro que no —Baekhyun movió con cuidado el papel—
. Es como la marihuana o el tabaco. Podrás controlarlo. No
es la gran cosa, créeme.
Jimin odiaba la sensación de sentirse borracho. Quería
seguir bebiendo y bailando. Lo estaba pasando increíble.
Pero su cuerpo no correspondía a lo que su mente deseaba y
le advertía que la hora de diversión se agotaba.
Se relamió los labios y miró con inseguridad el polvo
blanco. Ellos eran chicos geniales, grandes personas y todos
unos profesionales. Si esa droga fuera tan dañina como
pensaba, no tendrían grandes vidas, ¿No? Quizás era solo
un prejuicio, el miedo que los demás querían infringir.
— ¿Lo prometen?
— ¡Por supuesto! —Contestaron al unísono, alegres de ver
como sus barreras flaqueaban.
Jimin lo pensó un poco más. Cada vez más alejado del
verdadero razonamiento que le atemorizaba. Solo un poco,
se dijo. Para probar, para ver que se siente y por qué es tan
famosa.
Asintió con un movimiento firme y se puso rígido cuando
Taemin cogió un poco con la punta de la tarjeta. La guio con
cuidado a su nariz y dijo:
— Debes aspirar fuerte. Con una sola inhalación, ¿Sí?
Sintió el borde duro de la tarjeta y el toque casi inexistente
del polvo hacerle cosquillas en la punta de la nariz.
Posicionada en su orificio, Jimin esnifó lo más fuerte que
pudo, sacando risas enternecidas por su acción inexperta.
El polvo no tenía ningún tipo de aroma o sabor, dejando en
su paladar un gusto agrio. Cuando había perforado lo más
profundo de su orificio, tuvo una pequeña impresión de
querer estornudar y toser al mismo tiempo, algo muy
mínimo. Se tragó una especie de moco espeso y recibió la
siguiente porción en su orificio izquierdo.
— ¡Muy bien! ¡Así se hace, pequeño! —Taemin le
palmeó—. ¡Ahora a seguir con la fiesta!
Baekhyun guardo su billetera en el maletero y se dirigieron
a donde estaban bailando anteriormente. Jimin no podía
controlar la sensación de sorber por su nariz a cada segundo,
sintiendo las fosas nasales cada vez más adormecidas. Kai
se sumó a ellos, entregándole un vaso a cada uno. Se
aproximó a Jimin y susurró en su oído.
— Procura no sorber por tu nariz contantemente. O todo el
mundo sabrá lo que hiciste allá atrás —Le guiño un ojo—.
Táctica de un adicto.
Jimin se sintió desconcertado. Él no era un adicto. Tampoco
pretendía convertirse en uno. Claro que no.
Continuó bailando y bebiendo. De pronto, se dio cuenta que
todo lo que decían sus amigos era verdad. Era dueño
nuevamente de su lucidez y podía volver a beber todo el
alcohol que quisiera. La energía pareció resucitar y se sintió
contento.
Unas horas más tarde, los tres caminaron entre los autos,
dirigiéndose a los arbustos para orinar. Reían y parloteaban
acerca de lo bien que la estaban pasando, celebrando de
hacer a Jimin parte de su pequeño secreto.
Retornando sobre sus pies, Jimin se cayó. Y no era un hecho
que pudiera culpar al alcohol, él siempre solía tropezar con
todo. Estallaron en carcajadas, llamando la atención de
algunas miradas ajenas. Estaba vez le costó levantarse.
Sacudiendo la tierra de su culo, observó por sobre el hombro
de Baekhyun, hacia una Ford lobo negra. El dueño de esa
mirada pardo le resultó bastante familiar. Pudo haber sido
una clase de ilusión o tal vez un simple parecido, pero la
presencia de Yoongi a su lado, mirándole igual de
desconcertado le dijo que sí, se trataba precisamente de él.
Asustado de algún modo a lo que esos dos pudiesen pensar
de él allí, en tierras totalmente desconocidas, tomó a sus
amigos de los brazos y los forzó a volver a su sitio
velozmente, ignorando completamente las preguntas acerca
de qué había ocurrido.
Jimin fingió no sentirse preocupado e intentó empaparse del
increíble ambiente que segundos atrás estaba viviendo. Pero
la mirada preocupada de Taemin le advirtió que se
avecinaban problemas.
Dándole la espalda a quién se acercaba bravamente hacia
ellos, sintió como le tomaban duramente del brazo y lo
giraban. El vaso de Jimin impactó contra la tierra y en todo
lo que pudo fijarse fue en esa furia pura, casi bestial.
— ¡Qué mierda estás haciendo aquí! —Jeongguk exigió.
— ¡Lo siento, mamá! —Intentó zafarse. Fue imposible y el
agarre dolió—. ¿No viste la nota que te dejé?
— No sabes en lo que te estás metiendo —Murmuró sobre
los labios de Jimin.
— ¿Vas a enseñarme?
Entonces Taemin se metió, intentando alejar a Jeongguk de
él cuando notó que pretendía llevárselo. Baekhyun se sumó
y los tres comenzaron a forcejar contra Jeongguk.
— ¡He dicho que lo sueltes, imbécil!
Aun sujeto a Jimin, Jeongguk pescó a Taemin del cuello de
su camisa y lo empujó duramente contra el auto. El bullicio
se hizo cada vez más grande y Minho y Chanyeol se
acercaron a defender a sus novios. Kai y Sehun lo
resguardaron por detrás listos para lanzarse a la lucha si era
necesario.
— ¡Suelta a mi chico!
Minho se acercó con el puño en el aire, decidido a
impactarlo, pero cuando Jeongguk se giró hacia él,
palideció.
— Jeon Jeongguk —Chanyeol pronunció cuidadosamente.
— Es mejor que controles a tus perras —El tono de su voz
se había vuelto ronco. El león impregnado en el costado de
su cuello lucía tenso. Miró a Jimin y lo zarandeó para que
caminara junto él aun agarrándolo del brazo—. Yo me
llevaré a esta.
Capítulo 10
El bullicio y el alboroto de las risas de las personas que a
esas alturas estaban fuera de sus límites de consciencia
absorbían sus jadeos, sus intentos fallidos por liberarse del
agarre de esas manos grandes y toscas. La piel le ardía bajo
el tacto y podía sentir como el hueso de su antebrazo
zumbaba. No era un chiste. Jeongguk molesto no era un
jodido chiste.
Se paró en su sitio, enterrando los talones en la tierra
mientras avistaba la Ford lobo negra y a Yoongi recargado
sobre ella, mirándoles expectante. Tenía los brazos cruzados
sobre el pecho y Jimin quiso borrarle ese destello acusador
de una bofetada. Un solo tirón fue capaz de desestabilizarle
y prácticamente saltó para procurar no tropezar ante la
urgencia de ser empujado para avanzar.
Golpeó la espalda de Jeongguk y le arañó el hombro como
última opción. Para cuando se halló rodeado de individuos
que no conocía, Jimin estaba chillando, dejando de lado el
orgullo cuando le miraron burlesco. No quería estar ahí. Él
la estaba pasando bien con sus amigos y no era justo que
Jeongguk le estropeara la noche.
— ¿Ese es el mocoso, JK?
Preguntó uno de ellos. Se le hacía familiar, pero Jimin no
pudo discernir de dónde. Su aspecto era espigado. Con
facciones pétreas y desarrolladas supo deducir que era un
hombre mayor.
Jeongguk le lanzó una mirada airada, forzándole a que
cerrara la puta boca. Yoongi miró al tipo como si hubiese
dicho algo fuera de lugar, se metió la mano al bolsillo y
lanzó a Jeongguk las llaves de la camioneta. Él las cogió en
el aire.
Jimin realmente no entendía absolutamente nada. Tampoco
estaba en condiciones para hacerlo, de todos modos. Lo
único que había penetrado en su cerebro era la mofa al
dirigirse hacia su persona como mocoso. ¿Qué se creía? ¡Él
no era ningún mocoso!
Jeongguk abrió la puerta del copiloto, pero antes de que
pudiera exigirle que subiera, Jimin se había lanzado a
Bogum como un gato ofuscado. Con los dedos directos a
arañarle el rostro, Jeongguk lo atrapó de la cintura,
manteniéndose estable cuando Jimin pataleó.
— ¡Mi nombre es Park Jimin, maldito! ¡Park Jimin!
Era realmente tonto discutir por algo tan simple, pero
Jeongguk comprendió que Jimin necesita descargar su
frustración con alguien, después de todo le habían aguado la
fiesta. Sin embargo, no se arrepentía en absoluto, y lo
seguiría haciendo cada vez que sintiera que no estaba en
buenas manos.
Jimin fue sometido al asiento delantero y se negó a mirar a
Jeongguk cuando su aroma tan característico a lavanda
atravesó sus fosas nasales aun entumecidas para abrocharle
el cinturón de seguridad. Jimin alzó el mentón aniñado y lo
corrió hacia el lado contrario cuando Jeongguk le miró. Con
un tono hostil, murmuró:
— Sabes que me voy a soltar esta mierda y correr lejos
cuando rodees la camioneta, ¿Verdad?
Entonces se acobardó cuando Jeongguk rugió y le cogió
duramente el mentón, obligándole a que esmeralda y pardo
se encontraran. Tenía el ceño fruncido y una vena palpitaba
en el centro de su frente.
— Si te atreves a sacar siquiera un pie fuera, voy a llevarte
a donde todos puedan verte, te bajaré los pantalones y te
azotaré el culo hasta que llores —Su tono era bajo, muy
áspero—. Entonces te daré un jodido motivo para que te
enojes con razón.
Jimin bufó, desviando la mirada, cruzándose de brazos para
darle a entender que no estaba interesado.
— No serías capaz.
— ¡¿Ah, no?!
Sus ojos se abrieron con impresión cuando Jeongguk llevó
las manos al pestillo del cinturón. La determinación le hizo
comprender que hablaba en serio. Jimin le sujetó las
muñecas, hablando veloz.
— ¡No saldré! —El despreció bañó sus ojos claros—. De
todos modos estaba por irme.
Sí, claro, Jeongguk pensó cerrando la puerta. Dio un rápido
asentimiento hacia Yoongi, avisándole que se iban. Yoongi
apretaba los labios, disimulando una risa ante el miedo de
que la próxima víctima de Jimin fuese él. Era pequeño y
delgado, pero era un severo dolor en el culo cuando se lo
proponía. No le importaba quién eras, si sentía que le
faltabas el respeto, Jimin te golpearía.
El auto se desplazó por la carretera desolada. La oscuridad
se filtraba por las ventanas, permitiéndoles reconocer sus
facciones con la ayuda de las luces frontales. Echado sobre
el asiento, Jimin se negó a prestar atención a las miradas que
Jeongguk le lanzaba de vez en cuando. De pronto, divisar
las aristas de los árboles que la luna menguante iluminaba
era más interesante.
Jimin quería su vida normal de vuelta. Pasar los días sin
tener que ver a Jeongguk frecuentemente. Volver a esos
tiempos donde espiarle desde la lejanía era lo único que
podía hacer. Fantasear con él en el silencio de su habitación
y gemir su nombre ante la esencia de su placer regada entre
sus manos. Entonces maldijo cuando meditó acerca de cómo
la amistad de Hoseok los llevó a todo esto.
Pero incluso si lo deseaba, supo que desde esta noche todo
cambiaría. Negar lo que sentía por ese chico salvaje era cada
vez más difícil. Jimin no quería necesitarlo del modo en que
lo hacía. No quería sentir como su interior se agitaba cuando
demostraba la posesividad abrumadora con que lo sacó de
las carreras clandestinas.
Jimin se atrevió a mirar a Jeongguk cuando estacionó la
camioneta frente a un restaurante que abría las 24 horas.
Aún estaban a unos treinta minutos del pueblo. La mayoría
de los clientes solían ser camioneros.
— ¿Qué hacemos aquí?
Miró a Jeongguk sacar la llave y guardarse la billetera en el
bolsillo trasero. Enarcó una ceja y le miró burlesco. Jimin
rodó los ojos. El enorme letrero de neón rosa parpadeaba de
manera intermitente, haciéndole sentir realmente cabreado.
— ¿No es obvio?
— Se supone que ibas a llevarme de regreso al pueblo.
— Primero vas a comer. Apestas a alcohol y te tomarás un
café.
Jeongguk salió y rodeó la camioneta al notar que guiar a
Jimin adentro sería una nueva batalla. Abrió la puerta y lo
sacó de un tirón. Se sorprendió que esta vez no se quejara.
A lo mejor tiene hambre, pensó.
Tropezando sobre sus pies por el rápido caminar de
Jeongguk, quiso quitar la opresión sobre su brazo. Parecía
un muñeco de trapo que podía manejar a su antojo.
— No estoy borracho.
— Sí y necesitas estar sobrio. Al menos un poco —Lo
zamarreó—. Si no eres capaz de respetar a tu madre, al
menos respeta tu casa.
Jimin lo miró rápidamente. ¿Qué sabía él acerca de su
relación con su madre? No tuvo tiempo de cuestionar
cuando Jeongguk lo condujo a través de las mesas apiladas
en una fila junto al ventanal. Una clase de música del viejo
oeste sonaba en algún lugar y frunció el ceño ante la
desagradable mezcla de aroma entre fritura y desodorante
ambiental barato.
En completo silencio, Jeongguk le contempló. Sus ojos eran
como dos gemas esmeraldas, tan claras como el agua del
arroyo pero tan complicadas de ver a través. Las pestañas
que le delineaban eran espesas y ansió sentirlas acariciar su
mejilla. Poseía unos labios voluptuosos ilegales. De cabello
corto, despeinado y dorado como el sol que solía colorear
cuando era pequeño. Park Jimin, el pequeño ángel que
quería sostener en su mano.
La mesera se acercó a ellos sosteniendo una libreta.
Masticaba chicle con la boca abierta y Jimin hizo una mueca
de desagrado cuando infló un globo y lo reventó. Las ojeras
tajeaban la zona inferior de sus ojos, pero el maquillaje
camuflaba su tonalidad grisácea. Llevaba los labios pintados
de un rosa chillón que combinaba con su delantal
exageradamente descotado.
Jimin miró a Jeongguk, notando que sus ojos estaban
puestos desvergonzadamente sobre sus enormes tetas. Su
enojo aumentó cuando reparó en lo hermosa que era. Una
mujer madura y jodidamente caliente. Petulante, Jimin se
cruzó de brazos. Ella podía tener las tetas más bonitas. Y
qué. Él tenía un culo espectacular también y no era falso.
— ¿Qué vas a pedir, bombón? —Aleteó las pestañas falsas
hacia Jeongguk.
Jeongguk sonrió ladinamente. Acariciándose el labio
inferior con los dedos en un modo pensativo, hizo una
examinación de su cuerpo completo lentamente, tan
despacio que Jimin luchó con el impulso de lanzarle la
botella con ketchup en el rostro.
— ¿Qué me ofreces?
Recargando las manos sobre la mesa, la mujer se arrimó,
mostrándole las esferas apetitosas que poseía. Jodidamente
no podían estar coqueteando frente a él, Jimin pensó
indignado.
— ¿Qué tal un revolcón en la parte trasera del loca?
Jimin se apresuró a acomodarse sobre su asiento, dispuesto
a impedir cualquier idea que ese par estuviese planeando.
Tiró levemente del delantal de la mujer y la miró con ojos
cariñosos.
— ¿Me puedes mostrar la carta, por favor?
Asqueado y sacado de quicio le demostraría a Jeongguk
cuán desagradable podía ser él también. Se las cobraría por
arruinar su noche y por follarse a esa mujer con los ojos.
Tomó la carta y ojeó atreves de los platillos surtidos que
obviamente no comería. Jeongguk no sabía que era vegano.
Pero daba igual, no es que pensara en contárselo de todos
modos.
Se relamió los labios, miró a la mujer que estaba preparada
para anotar y comenzó a enumerar.
— Quiero huevos y tocino. El tocino tiene que estar bien
crujiente. Un batido de fresa ultra grande. El más grande que
posea. Dos raciones de waffles con dos bolitas de helado de
coco en el centro y jarabe alrededor. Y tostadas francesas.
Prácticamente podía adivinar lo que la mujer pensaba.
Anotaba apresuradamente y la mueca de desagrado en su
delicado rostro era evidente. Jeongguk permaneció
pasmado, mirándole horrorizado.
— Yo solo voy a pedir un café, por favor —Jeongguk no
dejaba de mirarle en un intento por descifrarlo. Cuando la
mujer comenzó a retroceder sobre sus pies, se arrimó—.
¿Qué pretendes?
Jimin entrecerró los ojos y lo retó con la mirada. Al parecer
Jeongguk no había entendido y sintió que no era suficiente.
Con una sonrisa pecaminosa en los labios, alzó la mano para
llamar a la mesera. Respondiendo a la mirada fija que
Jeongguk le lanzaba, dijo:
— Señorita, también quiero una Coca—Cola bien helada.
Una hamburguesa con queso extra y papas fritas. ¿Tienen
pizza? —Cuando la mujer asintió, su sonrisa se volvió más
amplia—. Tráigame una doble.
— ¡Basta! —Jeongguk siseó entre dientes.
Cruzando los brazos sobre la mesa, Jimin se aproximó para
mirarle de cerca.
— O qué.
Jeongguk no contestó y ese echó sobre el respaldo del
esponjoso asiento. Tomó su celular y comenzó a responder
sus mensajes. Jimin se encogió de hombros. Sabía que no
estaba molesto por lo que tendría que pagar, después de todo
el dinero no era un problema para él. Jimin pensó que tal vez
estaba enfadado por sus intenciones fallidas para follarse a
esa mujer. ¿Entonces por qué lo trajo?
Cuando Jimin se halló distraído en los corpulentos
motoqueros que ingresaban, Jeongguk le miró, notando que
se pasaba los dedos por la nariz y sorbía constantemente
como si tuviera mocos. Pero Jimin no estaba resfriado.
Agudizó la mirada y notó que las pupilas de sus ojos estaban
dilatadas. Lucía más inquieto de lo usual y se removía
seguido sobre su asiento. Barrió la mirada hacia su pecho y
lo halló agitado.
Jeongguk se puso rígido, apretó las manos en un puño y
tensó la mandíbula. No quería creer en lo que su mente
arrojaba. Se negaba a pensar de esa manera de él. Jimin era
un gatito descarriado, contestón y aniñado, pero no un
adicto. ¡No!
La mesera llegó con una enorme bandeja repleta de todo lo
que Jimin había pedido, colmando la mesa, dejándoles
apenas un espacio para recargar los brazos. Jimin cogió una
papita y se la llevó a la boca frunciendo el ceño a Jeongguk.
— ¿Por qué me miras como si quisieras matarme? Si tanto
quieres ir a cogértela anda —Tomó otra papa entre sus dedos
y señaló hacia los hombres cubiertos de cuero, pañuelos y
barba—. Iré a hacerles compañía a esos gorilas. Quien sabe,
quizás cumpla mi sueño de viajar en moto.
Sonrió bajito cuando Jeongguk rugió. Pensó que la velada
estaba arruinada, pero se dio cuenta que se divertía mucho
más sacando de quicio al salvaje que tenía como
acompañante que beber con sus amigos.
Consciente en que sería incapaz de comerse todo lo que
había pedido, Jeongguk cogió la enorme y jugosa
hamburguesa. Jimin arrugó la nariz al verle morder la carne.
Pobre animalito, pensó.
Desde su sitio y sin voltear completamente, podía notar
como la mujer limpiando un par de mesas cercanas no
dejaba de devorarse a Jeongguk. Ella realmente estaba
interesada en ir hacer cosas sucias en la parte trasera.
Cochina. ¿Por qué no se interesaba por esos orangutanes
mejor? Eran grandes y de seguro les colgaba una polla igual
de inmensa entre las piernas. Además eran tres. La dejarían
bien seca y así no miraría a chicos ajenos.
Sonrió ante sus pensamientos y unto un poco de ketchup en
su papita, llevándosela a los labios con un movimiento que
demostraba lo feliz que estaba. Jeongguk no pudo evitar
imaginarse a un niño pequeño cuando le compraban una
cajita feliz, meciendo los pies alegremente. Entonces quiso
saber qué mantenía a Jimin tan sonriente. Obviamente no
podía ser la comida, no había tocado nada más que las papas.
— ¿Qué te pasa?
— La tetona no deja de mirarte. Es una asalta cunas.
Fue cuando el ambiente comenzó a aligerarse. Jimin era tan
difícil de tratar, de descifrar, pero le gustaba de aquel modo.
Lo complicado siempre había llamado su atención.
Consideró molestarlo y acusarle de sentir celos, pero así
calladito, se veía más bonito.
— ¿Te gustaron las papitas? —Jeongguk preguntó con
burla, viendo como Jimin se comía la última.
Asintiendo, dio un sorbo a la Coca—Cola.
— ¿Puedo pedir otra ración?
— Por supuesto. Lo que quieras.
— ¿Qué haremos con todo esto? —Jimin señaló la comida
con el mentón.
Jeongguk se encogió de hombros.
— La llevaremos. Los vagabundos estarán felices con el
banquete que les proporcionaste con tus niñerías.
Finalizando la tardía cena, Jimin notó que los dedos de
Jeongguk estaban manchados con los aderezos de la
hamburguesa. Una extraña idea perversa cruzó por su mente
cuando la mesera parecía acercarse cada vez más sin quitar
la vista de su mesa.
Antes de que Jeongguk pudiera coger una servilleta, Jimin
le tomó de la muñeca acercando la mano a su boca. Ante la
fija mirada de la mujer, sacó la lengua y la pasó lentamente
por la palma, dirigiéndose al dedo anular, donde rodeó la
punta como si se tratase de un chupetín.
Sintió como Jeongguk se paralizó bajo su tacto húmedo.
Con sus pestañas gruesas casi adormiladas, Jimin posó la
mirada en él, sin sacarse el dedo de la boca, notando sus ojos
amplios, ahogándose con su propio respirar.
De pronto se sintió caliente. El que Jeongguk no lo apartara
le animó a proseguir, metiéndose el dedo hasta la
empuñadura como lo haría con su polla. Regó un camino de
besos con los labios abiertos por sus yemas y se posó en el
dedo índice, lamiéndolo en círculos, abrazándolo de vez en
cuando con su carnosidad tibia.
Olvidó completamente la presencia de la mujer lujuriosa y
que la idea principal era cabrearla. Todo lo que quería ahora
era oír a Jeongguk gemir. Rogar porque allí mismo le tomara
en su boca frente a todos. Él lo haría, jodidamente que lo
haría.
Jadeando, Jeongguk tomó la iniciativa. Hipnotizado con la
lengua que le bañaba, le acarició el labio inferior, juntó el
dedo índice y medio y los metió dentro de su boca,
simulando una penetración.
Había algo en la forma en que su boca obscena se movía
alrededor de sus dedos empapados. En la forma en que sus
ojos sugerentes le seducían. No quería deshacerse de Jimin
nunca más. En algún lugar de esa sonrisa caprichosa, Jimin
sabía que le deseaba jodidamente mal. Jeongguk no
necesitaba a nadie más cuando estaba cerca de él. Había algo
en Jimin que se lo aseguraba, como un juramento silencioso.
Con un ruidoso pop, Jimin se alejó. En su precioso rostro
sonrojado se apreciaba una sonrisa triunfal. Descolocado,
Jeongguk se aproximó a pedir la cuenta y que envolvieran
las sobras para llevar. Jimin bebió un poco más de soda y
notó el pequeño papel con un número telefónico que la
mujer le tendía cuidadosamente a Jeongguk.
Oh, no. Claramente no sucedería. Se levantó y se estiró
como un gatito mimoso, entonces alargó la mano hacia el
cambio de la paga y cogió el papel, mostrándoselo a la
mujer, respondiendo por Jeongguk.
— Él no podrá llamarte, no tiene celular —Tomó a
Jeongguk de la mano, alejándolo de ella—. Muchas gracias
por el provocador servicio.
Escuchó a Jeongguk murmurar un par de disculpas y que le
ofrecía quedarse con el cambio como propina. Aun
sosteniéndole, se acercó a los tres motoqueros y dejó el
papel telefónico en su mesa. Miró al que le había parecido
más apuesto y guiñó un ojo, coqueto:
— Toma, grandulón. Llámame.
Caminó hacia el aparcamiento. Cuando notó que Jeongguk
no le seguía, volteó, notándole en medio de la huella con
una ancha y preciosa sonrisa. Entre negaciones, Jeongguk
se deshizo en carcajadas.
— ¡Estás completamente loco, ricitos! ¡Loco!
Capítulo 11
El leguaje simbólico y abstracto que implicaban las
matemáticas siempre fue difícil para él. En simples palabras,
las odiaba. No las entendía y por más que lo intentara, su
mente no era capaz de absorber todo lo que trataba por
comprender. Su razonamiento no era demasiado activo,
negándose a hacer uso de esa energía mental porque no
podía.
Entre apuntes y borrones sobre la guía que le habían
entregado al comienzo de la clase, bufó. A la mierda, no iba
a aprobar. Nunca hubo caso, ni siquiera con los profesores
particulares que papá pagó para ayudarle. Namjoon lo
intentó un poco, parecía haber encontrado la manera de
incentivarle a querer aprender de un modo más amplio y
divertido. Eran ecuaciones sencillas en aquel tiempo,
mínimas. La facultad era algo totalmente diferente, fuera de
su alcance si nadie tenía la paciencia para enseñarle. Jimin
solía ofuscarse demasiado rápido y todo lo que se podía
vislumbrar a continuación eran las hojas arrugadas en
frustración.
Sabía que necesitaba saber al respecto tanto como quería
ejercer como un veterinario. El análisis y la gestión en el
campo eran extremadamente primordiales y se odiaba a sí
mismo cuando no pretendía hacer nada por remediarlo. Todo
se basa en la responsabilidad y honestidad, le había dicho
una vez papá, mientras suturaba la pata de un cachorro
accidentado.
Mordió la punta del lápiz con impaciencia, sobresaltándose
cuando Hoseok llegó a su lado. De ojos risueños y sonrisa
engatusadora, Jimin lo aborreció en ese momento. Lo había
hecho sentir pésimo el otro día y se atrevía a actuar con
normalidad a su alrededor. Jimin no lo permitiría. Tampoco
olvidaría que como consecuencia lloró casi todo el maldito
día en los brazos de su madre.
— ¿Necesitas ayuda, J?
Arrastró la mirada severa al reloj en lo alto de la pared,
faltaban dos minutos para desalojar la sala. Recogió sus
cosas sin decir palabra alguna. Hoseok sólo se dedicó a
mirarlo con los labios en una tensa línea. Pasó entremedio
de sus compañeros, sintiendo cómo le seguía.
No era la primera vez que Taehyung y él le amargaban el día
tratándolo mal. Quizás era muy blanco, demasiado débil
ante sus visiones expertas. Lo consideraban un miserable
endeble que nunca podía hacer nada bien. Jimin jamás les
había juzgado, nunca. No les refregaba en la cara sus fallas,
mucho menos cuando estaba enojado. Sería incapaz de
desquitarse con alguno de ellos. Pero sus amigos hacían
todo lo contrario y detestaba cuando lo hacían sentir como
una pequeña mierda insignificante. Daba igual, con amigos
así para qué quería enemigos.
Dirigiéndose a la cafetería del exterior, donde se podía
comer al aire libre, no comprendió por qué Hoseok
continuaba siguiéndolo. Había pensado que su silencio
descortés había dejado muy en claro que no quería verle.
Como de costumbre, Amélie le esperaba con su cappuccino
habitual sobre el mesón, regalándole un caramelo.
— Buen día, Hoseok —Le saludó con su suave voz—. ¿Qué
te vas a servir?
A Jimin no le importó escuchar. Lanzó un beso cargado de
amor hacia Amélie y giró sobre sus talones para dirigirse a
los estacionamientos donde sabía que él estaría. Fue cuando
le divisó, vistiendo una chaqueta fila de azul marino, blanco
y rojo. Llevaba el cabello azabache desordenado y luchó con
el impulso de pasar los dedos por entremedio. Estaba
recargado en su Ford lobo negra, charlando con sus amigos.
Se giraron hacia él cuando le divisaron a solo unos pasos.
Envuelto en varios abrazos, Jimin sonrió. Se acercó a
Jeongguk y se situó a su lado. Ya no había una tensión brava
entre ellos y desde la noche anterior, parecían llevarse
mucho mejor. Jeongguk le quitó el café de las manos y Jimin
el cigarrillo de los labios, en un silencioso intercambio
amistoso.
— ¿Cómo te fue ayer con tu madre?
Jeongguk preguntó. Dio un sorbo al cappuccino e hizo una
mueca de desagrado. Tenía demasiada azúcar.
Encogiéndose de hombros ante la interrogante, Jimin
propinó una profunda calada al cigarro, mirando hacia los
demás autos en el aparcamiento. Era mentolado. Después
del restaurante y un viaje tranquilo devuelta al pueblo,
Jeongguk lo dejó en su casa. Había comenzado a amanecer
y temió que alguien pudiese pillarlo infraganti escalando las
ramas del viejo y grueso árbol. Arrugó la nota que le salvaría
de una reprimenda, se sacó la ropa sucia y se metió bajo las
mantas para dormir un poco.
El dolor de cabeza que le acompañó durante toda la mañana
fue insoportable. Cuando bebía solía sufrir de resaca, pero
esta vez fue severa e incontrolable. ¿Serían los efectos de la
coca? Pensó al salir de la ducha, quitando el vapor del espejo
donde se miraba.
— Mis habilidades de escalar hacia el balcón sin hacer ruido
siguen invictas.
Jeongguk le miró con una expresión divertida y chocó sus
hombros juguetonamente.
— Por si no lo sabías, hay algo que se llama puerta. Y la
gente normal suele utilizarla.
— No conoces a mamá. Ella es una histérica cuando se lo
propone.
Se volteó para quedar frente a él, devolviéndole el cigarro.
Correspondiendo a esa mirada coqueta que Jeongguk le
lanzaba, sintió sus mejillas arder. Siempre se volvía
cohibido a su alrededor.
— Entonces no salgas. Quédate en casa y déjate de ser un
mocoso desobediente. En el futuro se lo vas a agradecer.
Jimin rodó los ojos. Jeongguk lo pescó de la mano y lo
acercó hasta tenerlo pegado a su pecho fornido. Jimin inhaló
profundamente su exquisito aroma y le devolvió el corto
beso que le dió en los labios. Fue una simple caricia, pero
había alcanzado a succionarle la lengua al finalizar.
Al parecer nadie se había dado cuenta. Y si lo hicieron, nadie
dijo nada, demasiado enfrascados en conversar entre ellos y
vender droga a quienes se acercaban sigilosamente.
Jeongguk había decidido expandirse por la facultad, dejando
a un par de amigos de confianza encargarse de la punta
mientras Yoongi y él vendían en el estacionamiento.
Frunció el ceño cuando Jimin se separó discretamente de él,
notando lo tenso que se había puesto con la llegada de
Hoseok y Taehyung. Cuestionó con una ceja enarcada y
Jimin solo bufó. El ambiente de pronto pesaba. Era claro que
algo había pasado entre los tres, sobre todo con Taehyung
que lanzaba a Jimin miradas tristes de vez en cuando.
Estaban haciendo planes para ir a pasar la tarde a un bar
cercano. Pero Jimin y él tenían otro panorama.
Una range rover frenó bruscamente frente a la facultad, con
el volumen de la música retumbando en los parlantes
llamando la atención del grupo. Los ojos de Jimin brillaron
cuando Baekhyun abrió la puerta y se paró sobre el escalón
del auto, eufórico. Taemin conducía.
— ¡Jimin—ah, trae tu culo gordo aquí que nos vamos de
compras! —Gritó.
Se sintió tímido cuando todos repararon en él. El semblante
amable de Jeongguk se había vuelto frío e indescifrable.
Taehyung no podía disimular la sorpresa y Hoseok negó en
desaprobación. Nunca estuvieron de acuerdo con la relación
que tenía con Taemin y Baekhyun. Eran más alocados,
soberbios y consumían cosas más fuertes, según ellos. Jimin
les decía que estaban celosos de que tuviera otros amigos.
Al menos Taemin y Baekhyun no le juzgaban. Tampoco lo
trataban mal cuando se les daba la gana.
Les ignoró por completo. Toda la vida habían pensado mal
de él. A estas alturas le valía mierda. Una reprimenda más,
una reprimenda menos, qué más daba. Se colgó la mochila
al hombro y se dirigió hacia los ojos enojados de Jeongguk.
— Te veo más tarde. Recuerda que Jack no puede comer
nada.
Con las manos en los bolsillos de su jeans, Jeongguk se
aproximó más cerca. Jimin no sabía si él se daba o no, pero
a veces le amenazaba.
— ¿A dónde vas? Te dije que ese par no me agradaba.
Jimin ladeó la cabeza y le miró confuso. Jeongguk solía
tomarse demasiadas atribuciones. En algún momento lo
hablarían, Jimin no estaba dispuesto a ese tipo de escenitas.
Quizás le funcionaba con su noviecita, pero con él no.
Retrocediendo, Jimin negó lentamente.
— No te importa.
Dispuesto a irse, sonriendo ante las risas histéricas de
Baekhyun y Taemin mientras conversaban para esperarle,
Hoseok lo sujetó duramente del brazo.
— Vamos a ir a tomarnos unas cervezas y a fumar hierba.
Pensaba que irías con nosotros.
Jimin fue incapaz de camuflar la rabia. Le molestaba que
actuara con tanta normalidad, lucía como un completo
hipócrita. Se soltó bruscamente y sus ojos brillaron opacos.
Estaba herido y ellos al parecer no lo entendían.
— ¿Vas a ir a consumir alcohol y drogas? Vaya Hoseok, que
buen ejemplo eres para tu descarriado hermano Beomgyu.
El círculo jadeó por una inminente discusión que se
acercaba. De pronto, el viento correteando las hojas caídas,
la música movida en el auto de Taemin y los murmullos de
los que transitaban por la facultad pasaron a segundo plano.
Allí mismo se desataba una guerra de miradas desdeñosas.
— No acabas de decir eso —Hoseok bramó.
Taehyung apareció por detrás, a tan solo unos pasos. Jimin
podía verlo desde su periferia izquierda.
— Deja que se vaya, Hoseok —Dijo.
— Hazle caso a tu amigo y déjame en paz.
— Quiero que sepas que no me arrepiento de nada de lo que
te dije. Eres una pérdida de tiempo andante.
Un nudo cargado de angustia se acentuó en la garganta de
Jimin, porque al menos había esperado que lo lamentara.
Que respetaría su enojo y que hablarían cuando fuese el
momento indicado. Todo era una locura y esta vez no
pensaba quedarse callado en cuanto a ellos una vez más.
Desde ahora en adelante dejaría de ser el tonto del grupo. Y
sería tan hiriente como ellos lo eran con él sin razón alguna.
— ¿Mi vida es una grandísima mierda, Hoseok? ¿Qué hay
de la tuya? Al menos yo no tengo que lidiar con la porquería
que deja tu madre alcohólica y tu maldito padre ludópata.
Hoseok avanzó lentamente hasta él. Jimin no retrocedió ni
el más mínimo paso.
— Al menos yo no soy hijo de un amante. ¿Qué se siente
caminar con la vergüenza de que todo el pueblo sepa que tu
mamá es una puta?
— ¿Qué dirán tus hermanos cuando se enteren que les dabas
pastillas para dormir para ir a saltar sobre la polla de tu
vecino? Al parecer mi madre no es la única ramera en
pueblo, ¿No es así, Hoputaseok?
En un movimiento rápido, sin darle oportunidad a Jimin de
siquiera reaccionar, Hoseok le propinó dos bofetadas por
cada mejilla. Enajenado, pretendió acercarse a él
nuevamente, pero el cuerpo alto e imponente de Jeongguk
le cubrió como una sombra aterradora.
— ¡Hey! ¡¿Qué te pasa?! —Jeongguk lo empujó por lo
hombros, acercándose cuando Hoseok retrocedía—.
¡¿Cómo te atreves a tocarlo?!
Jimin respiró con dificultad. Las lágrimas empañaban sus
ojos desorbitados y corrían sin parar por sus mejillas
magulladas. Cuando la gente se enojaba solía herir con las
palabras, no entendía por qué, pero al menos así funcionaba
el mecanismo de defensa irracional. Ninguno debió decir lo
que dijo. Eran secretos íntimos y había gente que no sabía y
no tenía derecho a enterarse.
Jimin se sintió aturdido porque en ningún momento, incluso
si le hizo añicos el corazón con los secretos que manchaban
el nombre de su familia, pensó en querer golpearle. Vamos,
lejos de los problemas, le amaba, ¿Cómo dañar físicamente
a quien fue su amigo por tanto tiempo? Hoseok podría ser
capaz, Jimin no era esa clase de persona. Era lo que más
dolía sinceramente.
— Este asunto no te incumbe, Jeongguk —Yoongi puso a
Hoseok detrás de él, advirtiéndole que estaba bajo su
protección—. ¡No te metas!
— ¡Cállate! —Bramó, provocando que los demás brincaran.
Señalando a Hoseok con el dedo, le amenazó—. Estás
advertido. No te atrevas a volver a tocarlo en tu puta vida.
Ni Yoongi va a poder defenderte si cruzas esa línea otra vez.
Jimin rehuyó de los brazos de Taehyung. Comenzó a
retroceder despavorido, desesperado por el ataque del llanto
mientras se cubría una de sus mejillas enrojecidas.
— ¡No me toques! ¡Vete a la mierda! ¡Todos ustedes
váyanse a la mierda!
Corrió con Jeongguk siguiéndolo apresuradamente.
Esquivando sus intentos por cogerle del brazo.
— ¡Maldición, ricitos! —Gritó cuando le vio subir a la range
rover—. ¡Regresa aquí!
Capítulo 12
Ahogó un sollozo. No podía controlar los espasmos de su
cuerpo por el hipido. Parecía que comenzaba a calmarse,
pero la escena rebobinándose una y otra vez en su mente
provocaba se echara a llorar otra vez. Sentados en una de las
mesas más alejadas de le heladería, Taemin y Baekhyun
intentaron consolarlo.
Jimin hizo un puchero cuando Taemin regó varios besos por
su mejilla magullada, comprobando de vez en cuando su
estado que cada vez perdía más irritación. Baekhyun se
aproximó con una enorme copa de helado entre las manos,
esperando impresionarle y de ese modo dejase de estar
triste.
Sentándose a su lado, lo atrajo hasta sus brazos para
apapucharlo. Besó su coronilla y le dio suaves golpes en la
espalda.
— Ya, ya, ya, mi bebito precioso. Todo estará bien.
Pero nada estaría bien, Jimin supuso, aferrándose a la
camiseta que le absorbía las lágrimas. Cómo podría estarlo.
Había perdido a sus dos mejores amigos por una tonta
discusión que se salió de control. Jamás olvidaría el
desprecio que Hoseok le arrojó a través de esos ojos tajantes.
Una parte de él quería volver. Forzarlos a reunirse y hablar
de simplemente todo, porque no estaba dispuesto a tenerlos
lejos. Su lado lógico le decía que estaba bien llorar,
permanecer ahí y lamentarse. Después de todo, lo más sano
sería brindar a cada uno su propio espacio para reflexionar
al respecto.
Miró a los dos hombres que le acompañan y se sintió
aliviado, abrumado por la preocupación que le brindaban.
Ellos realmente eran buenas personas, más alocadas que él,
pero buenas personas finalmente.
Taemin y Baekhyun fácilmente pudieron haber hecho de
todo esto una tortura. Llevarlo al centro comercial y no
reparar en lo mal que se sentía. Prefirieron llevarlo a un sitio
tranquilo, animarle a comer algo que le refrescara el alma y
lo sentaron en medio de los asientos para que ambos
pudiesen abrazarle.
— Anda, el helado te hará sentir un poquito más tranquilo
—Taemin tomó una cucharada del helado de chocolate y la
guio a los labios temblorosos de Jimin—. Vamos, di ah...
— Di ah... Jimin—ah —Baekhyun se sumó, haciéndole
cosquillas.
Jimin se retorció entre esos dedos que le picaban el costado,
carcajeándose. Llevaba los ojos brillosos e hinchados. Sus
mejillas abultadas y sonrojadas le volvían excesivamente
adorable.
Consciente en que ese par no se detendría hasta obtener lo
que querían, Jimin abrió la boca. El helado se derritió sobre
su lengua tibia, el dulzor glacial acarició su paladar y tragó,
gimiendo complacido. Abrió nuevamente la boca y dejó que
le complacieran, alimentándolo a través de consuelo.
Con el helado casi derretido en la mitad de la enorme copa,
Jimin se sintió mucho mejor. Había dejado de llorar y el
cansancio le hacía suspirar de vez en cuando.
— ¿Sabes? —Baekhyun comentó—. Hace años tuve una
pelea horrible con mi hermano. Yo había tomado un par de
prendas prestadas de su armario sin avisar y rompí su
pantalón favorito. Nos agarramos a golpes y lo lancé por las
escaleras.
Jimin le miró en silencio, sorprendido. Él había sido
demasiado cercano a su hermano para comprender. Nunca
hubo algún tipo de discusión, pero tal vez se debía al hecho
que de Namjoon le llevaba por once años de diferencia.
Baekhyun tenía un mellizo, era posible esa rivalidad.
— Se fracturó una pierna y tuvo que llevar una bota
ortopédica por tres meses —Continuó—. Me sentí
realmente fatal. Por empujarlo y por ver que a causa de mi
furia salió lastimado. Sin embargo, aunque haya actuado
acorde a mis impulsos, no dejé de amarlo en ningún
momento. Quiero que entiendas que estas cosas suceden,
¿Sí? Y no está bien, en absoluto. Pero hay personas que
pierden el control.
Jimin hizo un mohín, encogiéndose de hombros con aires
quejumbrosos. Se sentía más aliviado, pero seguiría triste
por un tiempo más. Miró con anheló a Baekhyun y
preguntó:
— ¿Crees que mi amigo se sienta culpable?
Taemin asintió también cuando Baekhyun hizo un sonido de
afirmación. Entonces agregó:
— Yo creo que se siente muy mal. Tú mismo nos has
contado la clase le relación cercana que tienes con ellos.
Eres un chico encantador y deben de estar revolcándose en
su propia mierda culposa. Solo dales tiempo.
Jimin bajó la mirada hacia sus dedos, moviéndolos con la
expectación creciendo en su mente. Él no era tan rencoroso.
Le llevaría tiempo acostumbrarse, pero no les odiaría si las
cosas no salían bien, de todos modos. Tal vez ninguno de
ellos estaba pasando por un buen momento, se cruzaron en
el momento equivocado y...
— ¿Y si no lo hacen? —Jimin preguntó de pronto.
— ¿Qué cosa? —Baekhyun inquirió, limpiando una gota de
helado que se había resbalado hasta la mesa.
— ¿Y si ellos no me quieren devuelta? —Jimin rascó su
frente, nervioso—. No es un secreto que soy un desastre.
Siempre me meto en problemas y...
— ¡Ah, no! —Taemin cortó duramente, se enderezó y cogió
a Jimin del rostro, forzándolo a que le mirara fijamente—.
Te metes en problemas constantemente y qué, no tiene nada
de malo, es el proceso de crecer y aprender para avanzar.
— De los errores se aprende. No serías humano si no te
mandas una cagada —Añadió Baekhyun—. Escucha, aún
eres joven. Tienes un gran camino por delante, aférrate a
eso.
— Eres un chico maravilloso, Jimin, que nadie se atreva a
decir lo contrario. Si tú no crees en ti mismo, ¿Quién lo
hará? La vida puede ser dura, pero si te tienes a ti mismo,
entonces todo valdrá la pena —Taemin peinó su sedoso
cabello hacia atrás—. Y si no te quieren de vuelta, qué más
da. Ellos se lo pierden. Nunca serán tan geniales como tú.
Baekhyun pasó un brazo por sus hombros. Jimin no pudo
evitar sonreír.
— Además nos tienes a nosotros. Te adoramos y puedes
venir a visitarnos a la ciudad cuando quieras. Los chicos
estarán encantados de verte.
Jimin los atrajo en un apretado abrazo, forzándoles a pegar
sus mejillas, restregándose como un gatito felizmente
mimado. Nunca se cansaría de decirlo, esos chicos eran
geniales y lamentaba que dentro de unas semanas no les
vería en un largo tiempo.
Siempre estaría eternamente agradecido con esa compañía
que ofrecieron darle. Por apoyarlo, escucharlo y
aconsejarlo. Les había arruinado los planes, pero en el fondo
se sintió reconfortante tenerles cerca.
Jimin constantemente tendría ese defecto. Se volvía
demasiado dependiente de las personas. Con la muerte de
papá y el pronto fallecimiento de Namjoon sentía que jamás
podría lograr llenar ese vacío, buscándolo de manera
inconsciente en alguien más. Eso le llevaba a cometer
errores, confiar más de la cuenta y era desgraciadamente
muy influenciable.
Recibiendo un mensaje de Jeongguk, recordó que tenían
algo pendiente. Observó la hora en su celular y se levantó
en compañía de sus amigos para ir al encuentro. Esa tarde
estelarizarían a Jack. La range rover lo dejó a una cuadra de
garras y patas y les lanzó besos cargados de amor como
despedida.
Divisó a Yoongi, Jackson y JB en el parque central y toda
intención de pasar desapercibido falló cuando Yoongi alzó
la mano, invitándole a que se acercara. Pudo haber girado
sobre sus pies y continuar con su camino, usando como
excusa su furia, pero se sintió curioso al respecto.
El ambiente seguía siendo tenso, Jimin comprendió que
Yoongi no sabía por dónde empezar. Y estaba bien, después
de todo nada era su culpa. Jimin le sonrió y recibió el cigarro
que le tendía como una clase de tregua. Negó la cerveza que
JB le tendía, en garras y patas eran estrictos y como respeto,
él estaría totalmente lúcido.
— Él está destrozado, ¿Sabes? —Yoongi comentó después
de exhalar el humo—. Está en mi departamento. El llanto lo
venció y se quedó dormido. Quiere verte.
El estómago de Jimin se tensó y suspiró cuando la angustia
regresó. Estaban a la par entonces, supuso. Y muy en el
fondo se alegró que sufriera tanto como él lo hacía. Quiso
preguntar sobre Taehyung, pero se arrepintió en cuanto lo
consideró.
Jackson silbó con burla, mirando por sobre el hombro de
Jimin. Entrometido, Jimin volteó a ver qué les había
llamado la atención. Cruzando la calle venía Jeon Jeongguk.
Vestía igual que en mediodía, pero ahora llevaba una gorra
negra. Lucía tan alto, tan formidable y rudo. Jack le
acompañaba sujeto a un arnés rojo y a un bozal. Eran la
pareja perfecta, ambos igual de aterradores. Se trasladaban
como si fuesen los dueños del pueblo, aunque literalmente
Jeongguk lo era. La seguridad al caminar era tentadora y se
volvía imposible apartar la vista de ellos.
— No puede ser —La voz de Jackson sonó como un
lamento—. Ha traído a satanás con él.
— Ese animal es aterrador como la mierda —JB se
aproximó a subir a la banca antes de que tuviera que
enfrentarse a lo que solía parecer su peor pesadilla.
— Vamos, Jack es encantador si sabes tratarlo —Yoongi dio
una calada a su cigarro, divertido.
Jackson le miró indignado, uniéndose a la altura que JB
mantenía.
— Lo dices porque no te ha mordido el culo. ¿Sabes cuántos
puntos recibí en la nalga izquierda? ¡Siete!
— JK te dijo que no te fueras a meter a su departamento.
Además estabas borracho —JB le dio un zape en la
cabeza—. Por lo mismo no permite que nadie vaya a
visitarlo.
La curiosidad de pronto bañó las esmeraldas de Jimin. ¿Será
solo por eso? No, él pensaba que había algo más. Posó la
mirada en el pelaje negro furioso del perro y lo mucho que
brillaba. Caminaba con estilo y Jimin notó que estaba muy
bien cuidado.
Dudoso, reparó en Yoongi con el ceño fruncido:
— ¿Hace cuánto dejó de usar a Jack en peleas clandestinas?
De pronto, los tres chicos que le acompañaban se echaron a
reír. Carcajadas fuertes. Se miraron entre ellos y negaron
con una diversión contagiosa.
— ¡Oh por dios! —Dijo Jackson—. No puedo creer que lo
haya hecho otra vez.
Entretenido, Jimin ladeó la cabeza genuinamente. Yoongi
notó que lucía como un niño pequeño, tan inocente pero
muy engañoso. Entonces se apresuró a aclarar:
— Él siempre cuenta esa historia. Les hace creer a todos que
lo usaba para pelear, pero la verdad es que Jeongguk lo
rescató de ese ambiente cuando descubrió lo que hacían con
él —Rascó su nuca, como si recordara algo—. Nunca
entendí por qué lo hace, tampoco quiere contarme, pero creo
que no quiere que el mundo sepa que en el fondo es una
persona maravillosa.
Aprovechando que Jack no llegaba JB bajó un pie al césped,
frunció el ceño a Jimin y preguntó.
— ¿No te lo ha dicho?
— ¿Qué cosa?
Jimin mordió su labio inferior para no reír cuando JB miró
a la lejanía, notando que Jeongguk y Jack estaban cada vez
más cerca. Entonces se subió nuevamente sobre la banca.
— JK fue quien donó el dinero a garras y patas para que
pudieran esterilizar a todas las mascotas del pueblo. Por eso
es gratuito.
Al parecer era un asunto confidencial, porque Yoongi lo
codeó fuertemente, negando con un semblante serio. Miró
hacia Jimin y se encogió de hombros.
— Por el bien de JB te pido que no le digas que lo sabes. Es
mejor si cree que su buen acto benéfico pasó desapercibido.
Él todavía cree que las abuelitas de la pastelería le regalan
las rosquillas porque ha dejado de tener esa cara de
amargado, pero en realidad es para pagarle lo que hizo por
esos animales.
Jimin no respondió, no podía. Demasiado abrumado,
conmovido de alguna manera. Quién era realmente Jeon
Jeongguk. Qué escondía debajo de esa fachada de chico
malo. Jimin no podría mirarle del mismo modo nunca más.
De pronto ya no se trataba del chico que le gustaba; se
trataba del chico que deseaba y además, había hecho un
precioso gesto sin la intención de presumirlo.
Se enderezó nervioso cuando llegaron finalmente. Rio sin
poder evitarlo cuando Jackson y JB chillaron abrazándose
mutuamente cuando Jack les notó y subió las patas
delanteras a la banca, ladrándoles. Movía la cola
continuamente, divertido con la situación.
Jeongguk saludó a Yoongi chocando sus manos. Al parecer
todo parecía ir bien entre ellos nuevamente. Después de todo
no eran sus problemas. Miró hacía Jimin y frunció las cejas
con una sonrisa coqueta. Entonces Jimin notó lo embelesado
que estaba de pronto alrededor de él. Debería disimularlo
mucho más al parecer, pero cómo podría después de
enterarse de lo que había hecho.
Lo había juzgado mal, todo este tiempo. Pensando en lo
cruel que era con Jack y con la vida desconocida que
llevaba. Sospecho que si seguía así, dentro de poco estaría
completamente loco por él.
Jack volteó cuando perdió interés en el par chillón y cobarde
y reparó en la presencia de Jimin. No le había olvidado,
porque saltó sobre él gimiendo de felicidad. Jimin lo abrazó
desde su altura, acariciándole detrás de las orejas. Jack
comenzó a dar brincos y girar en su lugar, pavoneándose.
— Bueno, eso sí que es raro. ¿Desde cuándo conoces a Jack
y por qué eres el único que al parecer le agradas? —Señaló
Yoongi, muy impresionado por la interacción entre ellos—.
¿Sabes cuánto tiempo me tomó para que dejara de
amenazarme con sus terroríficos gruñidos?
— Él aún te gruñe —Le cortó Jeongguk, golpeando
juguetonamente el lomo del perro—. ¿Verdad, Jack?
Entonces Jack se giró a Yoongi y le gruñó. Todos a
excepción de Yoongi comenzaron a reír. Pero cuando Jack
se centró en atormentar nuevamente a Jackson y a JB
volvieron a chillar asustados.
— Chu... Chu... Perro malo —JB sacudía la mano.
Jackson le dio un zape.
— ¡No lo insultes que seguirá amenazándonos!
Jimin se cubrió la boca con una risa histérica. Por dios, el
perro tenía un bozal. Aunque quisiera, no podría atacarles.
Jeongguk pasó un brazo por su hombro y le susurró:
— ¿Vamos?
— Esperen un momento —Yoongi salió de su trance—. ¿A
dónde van y por qué están juntos? ¿Qué hay entre ustedes
dos?
Jeongguk lo ignoró con una expresión divertida en el rostro.
De seguro en algún momento hablarían acerca de eso. Jimin
asintió a su pregunta y comenzaron a caminar con Jack por
delante de ellos, pavoneándose como solo él sabía hacerlo.
— ¿Quieres llevarlo? —Jeongguk le preguntó al notar lo
embelesado que estaba por el perro.
Jimin se animó a sostener la correa y disfrutó ante el pesado
contacto de Jeongguk sobre su hombro. Parecían una pareja.
Y fantaseó con qué los que les miraban pasar creyeran que
eran novios.
Capítulo 13
La correa se sintió pesada bajo su tacto endeble. Jack se
alejaba más de lo que el arnés le permitía, correteando y
olfateando lo que llamaba su atención, pillando a Jimin
desprevenido, obligándole a forcejar. Jeongguk le ayudaba
de vez en cuando, colocando su pesada mano sobre la suya
sin despegar el contacto que tenía aún encima de sus
hombros.
Hablaban sobre temas triviales, de cómo el frío empeoraba
a mitad de otoño, la alimentación que tenía a Jack obeso, el
gato de la vecina que insistía con meterse por la ventana de
su balcón de Jimin y las suturas que Jackson había recibido
en su nalga.
Descubrió que Jeongguk no solía ser muy hablador, pero si
movía las piezas con cuidado, podía lograr que su lengua se
aflojara. Era consciente en que no debía acostumbrarse a
esas situaciones donde la tranquilidad les embargaba. Pero
iba a disfrutarlas de todos modos.
Buscaba la forma de agradecerle por cómo le defendió
frente a la violencia de Hoseok. Estaba demasiado pasmado
y sucumbido ante la impresión que creyó incapaz de alguien
tan cercano, pero él pudo ver y escuchar perfectamente
cuando Jeongguk se plantó ferozmente para resguardarlo sin
pensarlo. Hubo algo en esa espalda ancha y engrifada que le
cubrió, un pensamiento de sentido de pertenencia que
incluso si reparaba en ello ahora, quería volver a sentir.
Namjoon había sido su guardián, podía defenderle hasta de
las reprimendas de su madre cuando Jimin se agarraba a
pelea en la escuela. Después de él, nadie intentó ampararlo
bajo un llamado de socorro. Taehyung parecía estar allí,
pero no era suficiente; siempre terminaban huyendo por las
calles, corriendo de los malhechores que habían provocado.
Jimin se había vuelto dependiente de la sombra imponente
que trasmitía la espalda ancha de su hermano cuando lo
colocaba detrás de él para protegerlo. La había anhelado
tanto cuando no la tuvo más. Entonces la vio, en otra
persona, en un ser ajeno. Esa sombra protectora estaba
devuelta y él la quería a su lado otra vez.
Miró hacia arriba cuando quiso contemplar a Jeongguk en
silencio. Era muy alto. Se alzó sobre las puntitas de sus pies
y le dio un beso en la mejilla. Jeongguk sonrió, tocándose
donde su piel se había vuelto cálida.
— ¿Y eso? —Enarcó una ceja.
Jimin simplemente se encogió de hombros, sin ánimos de
responder. Todo parecía ir con calma, tocar el problema con
Hoseok sería una gran molestia para ambos. Se sorprendió
cuando Jeongguk enrolló el brazo alrededor de su cuello y
lo atrajo para un beso apasionado. Todo lo que Jimin hizo
bajo el trance sorpresivo, fue abrir la boca para recibir su
lengua tibia.
Ellos se besaron sin dejar de caminar, oyendo el bullicio del
pueblo y los ladridos por doquier de Jack. Separándose
levemente, Jeongguk le brindó una sonrisa resplandeciente.
Jimin fue sensato en que si no tuviese la correa de Jack
aferrada a su muñeca y el brazo de Jeongguk sobre sus
hombros, se habría caído de culo por la impresión.
Cerró los ojos cuando Jeongguk le besó sobre la frente para
finalizar y suspiró, embelesado por la delicia que tenía a su
lado.
— Así está mucho mejor —Jeongguk susurró.
Se detuvieron frente a la consulta de garras y patas y
respiraron ansiosos. Lanzó una mirada rápida a la expresión
afligida de Jeongguk y supo que no estaba muy emocionado
de permitir que a su perro le cortaran las bolas. Sonrió
enternecido.
— Debemos entrar —Jimin le animó.
Tomó a Jeongguk de la mano, pero no se movió. Permaneció
sobre su lugar mirando a través del enorme ventanal donde
varias mascotas se divisaban. Se decidió a que comenzaría
entonces con Jack y tiró de su correa para forzarle a entrar,
pero Jack plantó sus patas en el suelo y gimió con la cabeza
gacha.
Oh por dios, no puede ser cierto, pensó. ¿No se suponía que
eran los malotes del pueblo? Tan imponentes y toscos por
igual. La gente solía permanecer alejada de ellos porque
simplemente daban miedo. Pero ese par tan bravo no se
atrevía a cruzar la puerta de una sencilla clínica veterinaria.
Frente a ambos, Jimin se llevó las manos a las caderas y
resopló. Ellos entrarían por las buenas o por las malas. Pero
entrarían.
Rosé, la veterinaria de cabecera que en ese momento se
encontraba en recepción finalizando la ficha de una gatita
recién operada, miró hacia la entrada cuando las campanas
sonaron. Una sonrisa se formó en su rostro cuando
vislumbró a Jimin forcejando con un chico alto y la correa
de un pitbull. Ambos igual de reacios a entrar.
— ¡Ya, par de miedosos! —Jimin tiró del brazo de Jeongguk
y la correa de Jack una vez más, agitado por el esfuerzo—.
¡Les contaré a todos los gallinas que son!
Rosé le dio una mirada burlesca a la recepcionista y se
acercó a ellos. Vestida con un uniforme azul, metió sus
manos en los bolsillos de su camisola de mangas cortas.
Para proteger su cabello y mantenerlo alejado de su precioso
rostro, llevaba un gorro con tiras.
Mirando hacia sus ojos almendrados, Jimin sonrió
encantado. Amaba a esa mujer y siempre fantaseó con algún
día portar el mismo uniforme. Era dedicada a la labor, la
mejor profesional que conocía. Se había especializado en
California, donde albergaba una de las mejores
universidades para estudiar veterinaria y venía a controlar la
salud de los animales al pueblo tres veces al mes.
Se paró frente a Jeongguk y a Jack y negó con un semblante
divertido.
— ¿Qué tenemos aquí?
— Tienen miedo —Jimin les acusó.
— ¡Claro que no! —Jeongguk se defendió enseguida,
colocándose recto.
Jack ladró a la par y Jeongguk le miró como si le hubiese
entendido.
— ¿Ves? No tenemos miedo.
— Eres Jeongguk, ¿Verdad? —Él asintió y Rosé le tendió la
mano—. Los estaba esperando. ¿Primera vez en una
veterinaria?
Jeongguk rascó su nuca, nervioso. Así que simplemente
asintió. Jimin recordó lo callado que era. Entonces
descubrió que con los desconocidos lo era aún más.
— Jack nunca ha sido vacunado —Informó.
— Ah, no te preocupes por eso —Rosé le quitó tensión con
un gesto de mano y Jimin consideró porqué la adoraba
tanto—. Estamos aquí para ayudar a Jack en todo lo que
necesite.
Continuó haciéndole un par de preguntas, pero Jimin sabía
que aparte de unos requisitos necesarios, Rosé se estaba
ganando la confianza de Jack. Papá se lo había enseñado
cuando era más pequeño. Un perro mira a su dueño para
captar las señales emocionales, le había comentado. Si el
dueño se siente cómodo, el perro también lo estará.
Rosé se colocó al lado de Jack y le permitió que le olfateara
la pierna. Se agachó hasta quedar a su altura sin mirarle
fijamente a los ojos para demostrar que no era una amenaza
y extendió un puño cerrado para que continuara con el
escrutinio.
Cuando Jack comenzó a lamer a través de las rendijas del
bozal, lo desabrochó para quitarlo de su hocico. Jack
prácticamente saltó sobre ella, lamiéndole toda la cara.
— Este amiguito vendrá conmigo —Rosé sujetó a Jack de
su correa. Notando la mirada abatida en Jeongguk, aclaró—
. La operación que le haré es rutinaria y se hace con
anestesia. Él estará bien. En recepción tendrás que llenar
una ficha para él.
Jeongguk acarició el lomo de Jack y le besó con absoluta
adoración, dejándolo partir. Jimin le acarició el rostro en un
intento por hacerlo sentir mejor.
— Él está en buenas manos. Rosé es la mejor, te lo prometo.
— ¿Y si siente miedo?
Jimin le miró sorprendido, viendo a través de sus ojos las
emociones más abrumadoras y transparentes. No le importó
si tal vez era del mismo modo con sus cercanos, se sintió
bien poder presenciar que en ese momento no temió
mostrarse atemorizado.
— Él no tiene miedo —Miraron como ingresaba a la sala
continua, donde solo el personal estaba autorizado.
— ¿Cómo estás tan seguro?
— Su cola se mecía efusiva. Cuando los perros suelen tener
la cola entre las patas es porque tienen miedo. La señal de
miedo también se puede comprobar en sus orejas, se
vuelven planas sobre su cabeza. Jack sabe que está en
buenas manos.
Jeongguk asintió convencido, recordando que estaba frente
a un futuro veterinario. Pero la preocupación no se
apaciguó, él continuó asustado por lo que le harían a su
pequeño amigo. Se acercaron a llenar la ficha, pero sus
dedos temblaban y Jimin tuvo que hacerlo por él.
Jimin intentó convencerlo de ir a caminar o comer algo.
Jeongguk se negó rotundamente, él esperaría hasta escuchar
que Jack se encontraba bien y a salvo. Estaría ahí para
recibirlo. Él siempre estaría para su amado hijo canino.
Siempre.
Sentados, Jimin animó a Jeongguk a que posara la cabeza
sobre su hombro mientras le acariciaba el cabello a medida
que tarareaba una melodía improvisada. Supo que
funcionaba cuando la respiración de Jeongguk se volvió
relajada.
— ¿Cuánto dura la operación? —Jeongguk preguntó sin
despegarse del hombro de Jimin.
— Treinta minutos aproximadamente. Después de la
operación, Rosé le inyectará un analgésico para el dolor. Y
tú después debes darle un par de antinflamatorios. La
castración no es para nada evasiva.
— Bueno, yo había fantaseado con que me diera un par de
nietos —Bromeó y ambos rieron.
— No traigas más animales a este mundo tan cruel —Jimin
se acurrucó—. Mejor adopta a los que ya están. Todos
necesitan un hogar.
— ¿Cómo es que sabes tanto?
— Papá era médico veterinario.
Jeongguk cantó una afirmación, moviendo la cabeza.
— Cierto, lo había olvidado.
— ¿Lo habías olvidado?
Jimin lo sacó de su hombro para mirarle con el ceño
fruncido. Jeongguk parpadeó desconcertado y se relamió los
labios para hablar atropelladamente.
— Me refería a que había olvidado que estudiabas medicina
veterinaria —Mintió—. ¿Tu padre era veterinario?
Jimin logró calmarse lo suficiente para atraer a Jeongguk a
que posara la cabeza sobre su hombro nuevamente. Se había
alterado de una forma bastante patética al haber asumido
que en algún momento Jeongguk pudo conocerle. Era
imposible de todos modos.
Eso había estado muy cerca, Jeongguk pensó. Y fue
realmente estúpido de su parte. Jimin jamás podía enterarse.
Nunca.
A través del cabello alborotado, los dedos de Jimin
descendieron por la frente de Jeongguk, creando caricias
suaves sobre su tersa piel, alisando entremedio de sus cejas
cuando le notó con el ceño fruncido.
— Papá fue el fundador de garras y patas. Bueno, en ese
tiempo solo era una clínica. Rosé fue su aprendiz y cuando
él falleció, la convirtió en una fundación para ayudar a los
animales desamparados.
— ¿Entonces heredaste garras y patas?
Jimin negó de inmediato. Le habría gustado, claro que sí.
Como un legado familiar que pasaría de generación en
generación. Fieles ayudantes de las criaturas más puras y
preciosas.
— No. Las acciones fueron compradas mucho antes de que
papá siquiera pensara heredarme la clínica. Tal vez creyó
que nunca me dedicaría a esto. Y quizás nunca lo pensé,
hasta que murió y me di cuenta que quería seguir sus pasos.
Treinta minutos después, Rosé se acercó a ellos, avisándoles
que la operación había sido un excito, pero Jack debía
reposar al menos dos horas más antes de partir a casa.
Jeongguk había tomado a Jimin entre sus brazos y lo había
hecho girar en una celebración.
Se besaron un par de veces y hablaron un poco más. Para
cuando salían por las puertas de cristales, con Jack envuelto
en una manta entre los brazos de Jeongguk, Jimin miró con
extrañeza la Ford lobo negra que estaba estacionada frente
al local. Estaba oscureciendo.
— La estacioné aquí cuando salí de clases —Jeongguk
contestó a su mirada pasmada—. ¿Qué, pensabas que era
demasiado tonto para pretender que nos iríamos caminando
con este gordinflón en brazos?
— Jack no está gordo. Sólo está un poco llenito.
— Eso no es lo que dijo Rosé. Tiene sobrepeso.
Acomodaron a Jack cuidadosamente sobre el asiento trasero
y Jimin decidió que iría junto a él para evitar cualquier
movimiento brusco. Mientras Jeongguk conducía
lentamente por las calles, Jimin acarició el rostro del perro
con adoración, ignorando que Jeongguk le miraba desde el
espejo retrovisor.
Este chico no solo se había colado hasta sus huesos, al
parecer también lo había hecho con Jack. Nunca había visto
al perro tan contento de ver a una persona como lo hizo con
Jimin esa tarde.
— ¿Tienes clases mañana? —Jeongguk le preguntó, girando
en la venida que daba hacia su edificio.
— En la tarde. Dos horas de bioquímica.
Aparcando la camioneta, Jeongguk se giró para mirarle.
Sonrió hacia Jack y le guiñó un ojo a Jimin.
— Entonces pasa la noche conmigo.
— ¿Contigo? —De pronto Jimin se sintió sofocado.
— Sí. Tienes experiencias con los animales. Y si te soy
sincero, tengo miedo de no poder cuidar adecuadamente a
Jack. ¿Por favorcito?
Jeongguk ni siquiera tenía que rogar, Jimin pensó. Él había
aceptado incluso antes de que preguntara.
Capítulo 14
El departamento de Jeon Jeongguk era lujoso, amplio y de
dos pisos. Jimin había estado allí antes, mas no había
prestado la atención suficiente para curiosear alrededor. Y
no es que se hubiese hallado en el momento correcto, de
todos modos. Sostuvo la puerta de madera maciza para
facilitar a Jeongguk el ingreso con Jack envuelto entre sus
brazos y tragó, sorprendido. Era lo más sofisticado que sus
ojos habían visto nunca.
Era un complejo de edificios enormes. Viviendas urbanas
modernas que hasta hace algunos años habían sido
reformadas. Un sitio solo para adinerados, Jimin supuso. Él
jamás podría pagar la renta de un lugar como ese aunque
juntara todo el dinero que recibía de su padre mensualmente
por un año.
La adquisición más actual que el pueblo tenía. Muchos le
llamaban la expiración de Twinpeaks. El señuelo perfecto
para llamar la atención de más empresarios que deseaban
convertirla en una ciudad apta para el comercio. Jimin no lo
soportaría, estaba dispuesto a arrancarse los ojos antes de
ver cómo destruían la naturaleza que les rodeaba y las
posesiones históricas de sus antiguos antepasados.
Desde la puerta, tres escalones le separaban de la sala
hundida rodeada de grandes ventanas panorámicas. Un
enorme televisor de pantalla plana yacía sujetó en la parte
superior de la pared que resguardaba una chimenea
eléctrica. Sobre la mesa de centro había una consola de
videojuegos; por el desorden, supuso que Jeongguk había
estado jugando esa tarde.
Las paredes eran blancas y no había mucha decoración. Un
estilo minimalista exquisito y refinado. Algo discreto y
sólido como su personalidad. Cruzando la estancia, la
cocina parecía brillar, limpia, reluciente. El ambiente se
cernió sobre él y lo percibió sereno y cálido a pesar de lo
espacioso que era. Como si la sola presencia de Jeongguk y
Jack fuera suficiente para llenarlo.
Jimin dejó su mochila sobre el sillón negro y siguió a
Jeongguk por el pasillo cuando le hizo un gesto con la
cabeza. Ingresaron a una habitación, por los juguetes de
hules masticados y regados en el suelo supo que era la
propiedad de Jack. Incluso el perro parecía llevar mejor vida
que varios. En el rincón se alzaba un corral con una cama
esponjosa en el centro. Miró a Jeongguk con las cejas
alzadas.
Jeongguk se arrodilló y acostó cuidadosamente a Jack,
cubriéndole con las mantas. El perro parecía estar
consciente, pero la mayor parte del tiempo se quedaba
dormido, aún adormecido.
— Investigué en internet —Se paró sobre sus pies y rascó
su nuca, ligeramente avergonzado—. Recomendaban
mantener a tu perro en un lugar cómodo. Él suele ser
inquieto, así que instalé un corral para que no se moviera
por la habitación.
Un corral no era necesario, Jimin supuso, pero había sido
muy considerado de su parte. De pronto se imaginó a
Jeongguk como futuro padre, demasiado quisquilloso e
histérico por el cuidado de su propio bebé.
— No te tomes esto tan duro —Jimin se encogió de hombros
y se aproximó al mueble cercano, dejando la bolsa con los
medicamentos que Rosé le había recetado—. Lo único que
debes hacer es estar cerca. La faja post operatoria hará que
no se lama la herida. En unas horas me encargaré de darle
un antinflamatorio para que continúe durmiendo toda la
noche.
Jeongguk permaneció mirándole mientras Jimin apilaba los
medicamentos que se había excedido en comprar. Pero
vamos, no podían culparle. Si algo le había enseñado la vida
complicada que llevaba era a ser precavido. ¿Qué tal si Jack
cogía fiebre? ¿Y si le daba vomito?
De pronto, el silencio se cernió sobre ellos y se sintió
incómodo cuando Jimin volteó a verle de manera extraña.
Como si esperase algo de su parte. Un acercamiento, quizás.
Un beso, tal vez.
Recorrió la distancia que les mantenía alejado y tomó el
rostro de Jimin entre sus manos, besándole lento y
pausadamente, sin profundizar en absoluto. Pero el tacto no
había sido el mismo, totalmente carente. Incluso frío y
forzado. Como si lo hubiese hecho solo para dejar a Jimin
conforme.
El timbre sonó y Jimin bufó cuando Jeongguk se apresuró
hacia la puerta principal como si hubiese estado rogando por
escapar de la situación. Estaba raro, lo intuía. Tal vez ver a
Jack de ese modo realmente le lastimaba. No lo sabía, pero
había algo. Había dejado de ser coqueto y estaba más
callado de lo usual.
Echó un ligero vistazo a Jack y comprobó su temperatura.
El pequeñín estaría bien, Jimin aseguró, arropándolo una
vez más. Apagó la luz para que no incomodara su reposo y
dejó la puerta abierta cuando decidió cruzar el pasillo.
— ¿Jeongguk?
En medio de la enorme y desolada sala, Jimin escondió sus
pequeñas manos bajo las mangas de su suéter. Ligeramente
cohibido y preocupado por el giro de la situación. ¿Había
hecho mal en quedarse? Quizás Jeongguk se había
arrepentido de invitarle y ahora no se atrevía a echarle.
— En la cocina.
Parándose frente al mostrador, Jimin le vio sacar un par de
platos. Un exquisito aroma a comida le acarició la nariz,
pero frunció el ceño a la bolsa. Jeongguk sacó lo que había
dentro y le sonrió.
— Debes tener hambre. Encargué un par de hamburguesas.
Él había hecho una orden por internet de camino aquí. Pero
no le había preguntado nada al respecto y Jimin no tuvo la
oportunidad de confesarle sus preferencias. Apretó sus
labios en una fina línea y jugueteó con sus dedos, nervioso.
— Yo... En realidad no consumo productos y servicios de
origen animal. Soy vegano.
Sintió sus mejillas coger color. Estaba avergonzado. Ser
vegano y decírselo no fue el problema, la cuestión estaba en
que Jeongguk había gastado dinero por algo que no se
comería. No quería estropearlo de aquel modo, pero no
había nada más que pudiera hacer. Causar molestias era algo
que siempre hacia sin siquiera darse cuenta. Esta vez no fue
la excepción y casi quiso voltear y dirigirse a la puerta.
— Oh, mierda... ¿Eres vegano? —Frunció el ceño pero no
había molestia allí. Posó las manos sobre el mesón y lo miró
fijamente—. Ahora entiendo.
— ¿Qué?
— El otro día en el restaurante te comiste solo las papas.
Jimin asintió. Sus ojos se llenaron de preocupación cuando
Jeongguk cogió su teléfono. Barriendo el dedo a través de la
pantalla, frunció el ceño.
— Menú vegano debe estar abierto, aún es temprano. ¿Por
casualidad no tienes su número?
Jimin simplemente boqueó como un pez fuera del agua. No
le sorprendía en absoluto, pero que Jeongguk captara
rápidamente la idea sin juzgarlo le dejó pasmado de cierto
modo. Ser vegano aún era un tabú por aquellos lares y varias
veces tuvo que entrar en debate con un par de amigos por su
propia decisión de no consentir el maltrato consumiendo
animales.
Negó con la cabeza y movió efusivamente las manos en un
intento por frenar la decisión de Jeongguk.
— No es necesario, de verdad. Ni siquiera tengo hambre.
Jeongguk le ignoró descaradamente. Desenvolviéndose con
movimientos morosos por la cocina, continuó preparando el
mesón para cenar. Tomándole el pedido, Jimin decidió que
cualquier cosa estaría bien. Veinte minutos después, se
encontraba sentado frente a unos rollitos de primavera
veganos, la nueva creación añadida a la carta. Jimin nunca
los había probado, de modo que la emoción burbujeo en su
estómago engañosamente famélico.
Jeongguk le dio un enorme mordisco a su hamburguesa.
Con la boca llena animó a Jimin a comer con total libertad.
Jimin pichó la levadura crujiente con el tenedor y dio un
mordisco. Jeongguk lo observó con atención, notando que
comía lento, con pequeños mordiscos, como si se centrara
en disfrutar de la comida más de la cuenta.
— ¿Quieres probar? —Jimin tendió el bocado.
Estaba delicioso. La envoltura de papel de arroz, el jengibre,
las setas y las zanahorias salteadas habían explotado en su
paladar. Dio un mordisco más. Jeongguk negó con la nariz
arrugada.
— Estoy bien con mi hamburguesa —Separó el pan y quitó
los pepinillos—. ¿Qué tal las clases hoy? Háblame un poco
de eso.
Jimin limpió cuidadosamente su boca y torció el gesto. Lo
que menos quería hacer era pensar en cómo había fracasado
con la estúpida guía que no pudo resolver. La reflexión le
llevó a pensar en Hoseok sentándose a su lado, pretendiendo
que nada había pasado y entonces su ánimo decayó, porque
desde allí había pasado todo.
— Me va pésimo en matemáticas —Contestó secamente.
— No luces como si fueras un mal estudiante. ¿Cuál es el
problema?
— Soy uno de los mejores, en realidad. Es solo que
matemáticas... —Un suspiro tosco abandonó sus labios
humectados por la lengua que había pasado por ellos.
Jeongguk había captado cada movimiento, haciendo lo
mismo inconscientemente—. Soy pésimo con los números.
— Podemos hacer algo al respecto. ¿Qué clase de problemas
debes resolver?
Jimin dio el último mordisco a su primer rollito y pensó al
respecto. Había leído tantas veces el maldito problema
porque no podía comprenderlo que se lo había memorizado
tanto como a su propio nombre.
— A una serpiente se le deben administrar 2ml de penicilina
G (200.000 U/ml). ¿Cuántas unidades de penicilina G
recibirá la serpiente en cada dosis?
Jeongguk le miró en completo silencio, como si de pronto
le hubiesen crecido dos cabezas y un ojo en medio de la
frente. Evitó el impulso de hacer un mohín por hacerse una
idea del pensamiento que le mantenía tan descolocado y se
metió la mitad de un rollito en la boca para no reclamar al
respecto.
— 400.000 unidades —Jeongguk respondió con total
simplicidad.
Jimin entrecerró los ojos. Entonces Jeongguk comenzó a
escribir sobre el mesón, simulando que tenía un cuaderno.
— Según los datos, la penicilina está dada en una razón de
200. 000 unidades por cada mililitro y deseas saber cuántas
unidades corresponden a 2 mililitro. Debes despejarlo de la
siguiente manera. Tienes 1 ml = 200.000 U...
Pero Jimin se perdió allí mismo. Su mente divagó como
siempre solía hacer cada vez que intentaban explicarle y
solo pudo poner atención en los finos labios que se movían
pausadamente. Reparó en el color pardo de sus ojos irritados
y en el nuevo moretón al costado de su boca. ¿Se había
peleado durante el día? Jimin pensó, barriendo la mirada por
los contornos rojizos y grisáceos. Eso debe doler, continuó.
No había un solo momento en donde Jeongguk no portara
un daño en su rostro, se preguntó cómo sería su piel sin
ninguna magulladura de por medio.
Esa camiseta negra lucía muy bien en él. De hecho, el color
oscuro parecía adaptarse a su piel ligeramente bronceada a
la perfección. Una cadena ancha y de plata colgaba en su
cuello. Ese detalle le hacía lucir más hostil, como un
completo chico malo. Se sintió caliente cuando bajó por sus
brazos, hacia esos tatuajes de tinta bruno.
Sus brazos eran macizos, musculosos pero no de un modo
exagerado. Sus pectorales sólidos sobresalían levemente de
la delgada tela. De pronto quiso lamer las venas que
sobresalían de sus enormes y delgadas manos. Sentir el tacto
de esos dedos hábiles.
Y su cabello. Oh por todas las criaturas de Narnía. ¿Era
posible sentirse excitado con solo ver su cabello azabache
alborotado? No podían culparle, era tentador y le daba ese
aspecto misterioso. Tan sedoso. Tan caótico como su
personalidad.
— ¿Entendiste? —La voz grave de Jeongguk se estrelló
contra su burbuja lujuriosa. Jimin lamió sus labios para decir
una mentira, pero Jeongguk le lanzó una mirada
inquisidora—. La verdad.
— No.
Jeongguk suspiró, negando divertido. Obviamente ni
siquiera tenía idea de lo que le había hablado, era de suponer
cuando Jimin tenía el codo sobre el mesón y su mejilla sobre
su mano abierta. Sus ojos soñadores lo habían delatado
totalmente.
— ¿Al menos oíste algo de lo que te dije?
Una risilla nerviosa se escapó de los labios gruesos de Jimin.
Jeongguk apretó el puño cuando el impulso de lanzarse
sobre el mesón directo a ellos le atacó.
— ¿No?
— Pequeña mierdilla —Jeongguk le lanzó una servilleta
arrugada—. Es por eso que no te va bien. ¡No prestas
atención!
— Nadie puede enseñarme.
Hizo un mohín con los labios y se estiró en su lugar, como
si realmente no le importara, como si de pronto se hubiese
resignado. Jeongguk no lo permitiría. Por varios motivos.
Uno de ellos era la promesa que había hecho hace algunos
años.
— Yo voy a ocuparme de eso. Serás tan jodidamente bueno
que aprobarás con un sobresaliente.
La tonalidad ocre brilló en sus ojos astutos y Jimin sintió esa
exagerada confianza. Al parecer Jeon Jeongguk sentía que
tenía un nuevo reto por delante.
— Vas a fracasar. Nadie puede conmigo, excepto Na... —
Jimin guardó silencio de inmediato, desviando la mirada
hacia sus rollitos.
Jeongguk supo directamente a dónde iban dirigidas esas
palabras a medio terminar pero no le forzó. Indagar en algo
que él sabía a la perfección sería dañar la tranquilidad
emocional que le había costado conseguir durante mucho
tiempo. Aunque últimamente el escudo que había alzado en
modo de protesta se estaba trizando con la llegada de ese
mocoso precioso y aniñado.
— Estudio finanzas. Es mi último año y nací para los
números.
Nadie podía negarlo, Jimin pensó con ganas de rodar los
ojos. El tipo parecía saber lo que hacía, sobre todo con sus
negocios prohibidos que crecían cada vez más. Jimin
siempre le pillaba contando el dinero, sacando cuentas.
Normalmente había alguien que se ocupaba de la
contabilidad, ese al parecer era él.
Acordaron un par de clases particulares gratuitas y
retomaron su cena. Finalizando, el celular de Jeongguk
comenzó a sonar y toda diversión pareció esfumarse. Miró
la pantalla y luego dirigió a Jimin una mirada nerviosa.
Dirigiéndose al balcón para obtener privacidad, Jimin
aprovechó para ordenar.
Sintió curiosidad, porque simplemente todo lo que
Jeongguk hacía era como su nuevo foco de atracción. Botó
la basura y lavó lo que habían utilizado. Cuando se asomó a
la sala, le vio aún con el celular pegado en la oreja, caminaba
de un lado a otro y gritaba algo que por los ventanales
cerrados no pudo escuchar. Discutía con alguien.
Jimin se sintió un grosero por siquiera atreverse a fisgonear
y se acercó a la habitación de Jack. El perro aún dormía,
pero le abrió el hocico para forzarle a tragar la pastilla
molida que había mezclado con un poco de agua.
Sería casi medianoche y se reencontró con Jeongguk
sentado en el amplio sillón negro enrolando un porro. Lucía
tensó, tenía los hombros rectos y la sola ola de furia que se
cernía sobre él le hizo ver más grande. Tenía las piernas
abiertas y los codos recargados sobre sus muslos. Jimin se
aproximó temeroso, tomando asiento a su lado.
Jeongguk prendió el cigarrillo y se echó hacia atrás,
exhalando una espesa bruma de humo. Propinó una segunda
calada y aguantó la respiración antes de soltarlo
nuevamente. Le pasó el porro a Jimin y preguntó sin mirarle.
— ¿Por qué medicina veterinaria?
Jimin se llevó el cigarrillo a los labios. El olor a hierba
siempre le resultó delicioso, único. Incluso si no la fumaba,
el simple aroma era capaz de calmarle como un somnífero.
El humo resecó su boca y se lamió los labios.
— Crecí rodeado de animales. Creo que todo comenzó
desde allí. Acompañando a papá a la ciudad pude ver
variedades de ellos, pero lo que siempre me cautivó, fue ver
que papá adoraba a todos por igual. Era tan dedicado y
cuidadoso, como si de algún modo pudiese hablar con ellos.
Lo animales confiaban en él plenamente.
A través de la densa niebla que se había formado alrededor,
Jimin rememoró la primera vez que se colgó sobre los
hombros a una serpiente boa de cola roja de apariencia
fuerte y robusta. La emoción que había sentido en ese
momento, la magia de su largo cuerpo macizo y de textura
fría. La sensación de cómo se arrastraba sobre su piel.
Habían ido a comprobar su salud, papá la había intervenido
quirúrgicamente para sacarle huevos deformes que no había
podido expulsar de forma natural.
— Mi hermano... —Jimin dudó una vez más y dio una
calada al porro. Jeongguk se puso tenso y comprendió que
no le gustaba hablar de él—. Mi hermano quería convertirse
en un veterinario también. Era como un legado familiar,
pero nunca forzado. Un sentimiento más bien natural.
Cuando Jeongguk se atrevió a mirarle, le notó ido en sus
pensamientos. Entrecerraba los ojos cuando se concentraba
y mordía su labio inferior. Supo que pensaba en su hermano.
Inevitablemente, la mente de Jeongguk viajó por el mismo
camino. A esa vez que rescataron a Jack del infierno que
debía soportar a diario. Entonces recordó la frase que había
marcado un antes y un después en su vida: No me importa
si un animal no es capaz de razonar. Sólo sé que es capaz
de sufrir y por eso lo considero mi prójimo. Si tan solo la
vida le hubiese dado una oportunidad, él habría sido un
magnifico veterinario, Jeongguk pensó.
Jimin le miró y le devolvió el porro. Se encogió de hombros
y dio por finalizada su respuesta.
— Además no hay nada mejor que trabajar con tus seres
favoritos. ¿No crees? —Su sonrisa pareció resplandecer
ante sus ojos hipnotizados.
Jeongguk reparó en la gran diferencia que Jimin causaba en
la atmosfera de su frío departamento. En cómo el aire era
más liviano y le hacía sentirse de cierto modo reconfortado.
Él miraba cada detalle de Jimin cada vez que podía,
rememorando, volviendo a esos tiempos donde todo era
bueno.
La sonrisa fresca de Jimin le recordaba a su difunta madre.
Cuando la tuvo presente en algún momento de su niñez. Le
forzaba a volver a donde una vez se sintió correspondido, en
los cálidos brazos que jamás olvidaría. Donde las mañanas
eran soleadas e inspiraba la deliciosa lecha chocolatada que
ella le servía para el desayuno.
Jimin era esos finos y lánguidos rayos cálidos del sol que
creyó perdidos cuando ella se fue de la vida terrenal. Esa
leche chocolatada que no bebió nunca más. Jimin llegó para
abrumarlo, maravillarlo y finalmente, abrigarlo.
Apagó el porro a la mitad y encaró las esmeraldas
enrojecidas de Jimin ante los efectos de la hierba. Sabía lo
que ocurriría a continuación, él lo había esperado del mismo
modo, pero a estas alturas no lo deseaba.
Es un error, pensó cuando Jimin gateó hasta él, rozando sus
labios. Llevaba una expresión risueña y sus mejillas se
hallaban sonrojadas. Fue demasiado tarde cuando abrió la
boca para permitir el acceso de su lengua. Se sentía tan bien.
Tan jodidamente exquisito, pero simplemente no podía.
Agarró a Jimin de las caderas y lo apartó. Ver la mueca de
confusión le hizo suspirar culposo. Jeongguk sabía que
continuar sería un gran error para ambos. Y no podía
arruinar lo poco que Jimin tenía. Aún estaban a tiempo de
remediarlo, de desviar la situación y tomar caminos
distintos.
La sola mención de su hermano había gatillado en Jeongguk
el despoje de esa confusión engatusadora para con Jimin. Le
aclaró la mente y le forzó a plantar los pies sobre la tierra.
Recordó lo que había prometido y se lamentó por llegar tan
lejos sin sopesar en las consecuencias.
Pero Jimin no aceptó la distancia que había impuesto, se
acercó para besarle nuevamente. Jeongguk puso las manos
sobre su pecho y negó al susurrar:
— No.
El aire se quedó atascado en la garganta de Jimin y la
seguridad flaqueó en sus ojos encendidos. Con el orgullo
marchito, se alejó como si el solo tacto de sus amplias
manos sobre él quemara.
— Es por ella, ¿Verdad? Tu novia.
Jeongguk quiso negar de inmediato. Aclarar que ella no
tenía nada que ver en esto que tanto le disgustaba. Pero si
eso le hacía permanecer alejado, sería lo mejor. Entonces
guardó silencio y no dijo nada.
Se maldijo a sí mismo por darle alas al contacto íntimo que
comenzaban a tener. Debió detenerlo en cuanto tuvieron su
primer encuentro. Pero cuando estaba con Jimin todo
parecía perder validación. Si continuaban de aquel modo le
rompería el corazón.
Se levantó y se pasó una mano por el cabello, alborotándolo.
Miró a Jimin desde su posición y señaló las habitaciones en
la segunda planta.
— Es tarde y debemos descansar. Tengo una habitación que
puedes utilizar.
Jimin negó y se levantó, manteniendo la distancia.
— Lo mejor sería que me fuera a casa. Aún tengo...
— No irás a ningún lado —Jeongguk contestó, tajante—.
No a esta hora.
Había esperado que Jimin le contradijera como
acostumbraba. Desobediente, grosero y aniñado. Pero todo
lo que hizo fue asentir.
Subieron las escalares en silencio y Jimin se metió en la
habitación que le había señalado sin ninguna palabra.
Jeongguk permaneció mirando la puerta cerrada por unos
segundos más y se dijo que había hecho lo correcto.
Era un hecho, Jimin no dormiría en esa cama ni mucho
menos pasaría la noche en ese departamento. Se sentía como
un completo imbécil y no pudo controlar las emociones que
se desataban dentro de él. Había pensado... Él había
imaginado que quizás iban por buen camino, que las cosas
mejorarían y podrían tener algo.
Se había olvidado del calvario y sobre todo de la relación
existente que había pensado en arruinar. Jeongguk tenía
novia. ¡Una jodida novia! No se reconocía, no aceptaba la
tentación de sus intenciones por el simple hecho de que él
también le deseaba. Era ridículo y muy egoísta de su parte.
Se sintió una completa mierda por tan siquiera pensarlo.
Estaba cometiendo el mismo error que le recriminaba a su
madre una y otra vez. Estaba siguiendo los mismos pasos de
ese hombre desconocido que destruyó a su familia. No
estaba bien y debía detenerse. Y lo haría en ese mismo
instante, largándose.
Si tan solo hubiera reparado en ello desde la primera vez. Si
hubiese hecho caso a Taehyung. Contuvo la ira y abrió
cuidadosamente la puerta, mirando a los costados del pasillo
vacío. Caminó sin hacer el más mínimo ruido, pero la voz
de Jeongguk dentro de su habitación le obligó a frenar
abruptamente. Hablaba por teléfono y Jimin deseó no haber
escuchado.
— ¡No, no puedes venir Soojin! Porque no, estoy ocupado.
Te dije que... ¡Jodida mierda!
Jimin brincó despavorido cuando le escuchó aproximarse a
la puerta y girar el pomo para abrirla. Jimin corrió veloz por
el pasillo y se escondió en su habitación designada,
recargando la espalda sobre la puerta.
Su respiración se había vuelto agitada y la tensión en su
estómago se había vuelto dolorosa. Se sentía tan irreal, esto
no podía estar sucediendo. Su novia no debería estar aquí y
Jeongguk no debía dejarla entrar. No debería estar
escuchándolos discutir. No debería imaginarla acercándose
a él al rogar. Jimin no debería estar ahí. ¡No debió aceptar
venir!
Se paralizó cuando les escuchó subir las escaleras. Los ojos
de Jimin se sintieron húmedos y se cubrió la boca ante un
sollozo cuando los escuchó besarse en el pasillo. Ella quería
tocarle y Jeongguk procuraba mantenerla apartada, pero
parecía no poner demasiada resistencia.
— Vamos nene, perdóname. Fui una tonta, déjame
recompensarte.
Escuchó como le bajaba el cierre del pantalón y forcejeaba.
— No, aquí no —Jeongguk la frenó y susurró—. Entremos
a la habitación.
Jimin se sintió nauseabundo. Sabía que Jeongguk no quería
que escuchara, pero fue demasiado tarde. Tampoco era algo
que pudiese controlar, su alboroto se había oído desde su
sitio. Y sería demasiado estúpido de su parte pretender que
detrás de esa puerta no estaban haciendo nada.
Jimin sabía que Jeongguk era incapaz de resistirse a ella.
Hoseok y Yoongi se lo habían confesado. La consentía en
todo porque simplemente estaba enamorado.
El sabor agridulce se instaló en su paladar y corrió escaleras
abajo. Tomó su mochila y no miró atrás al salir por la puerta
principal. Meterse con hombres ajenos era algo que nunca
más volvería a hacer en su vida. No estaba dispuesto a caer
tan bajo nunca más. Jimin era demasiado precioso para
rebajarse por un hombre cuando podía obtener a los que
quisiera.
Pero ninguno es él, susurró su mente. Se detuvo frente al
edificio, allí, en medio de la noche y luchó con la ansiedad
que le torturaba el alma. Ignoró la mirada preocupada del
conserje y corrió por la calle. Corrió, corrió y corrió.
Capítulo 15
Guardó silencio cuando regresó a casa, caminando en mitad
de una noche gélida y sombría. El pavimento estaba húmedo
y las hojas secas se pegaban en las suelas desgastadas de sus
zapatos. Inhaló profundo, queriendo ser parte de ella,
expulsando el vaho tibio que abandonaba sus labios
hinchados y rojizos como la punta de su pequeña nariz,
como sus mejillas abultadas.
De mirada perdida, solo avanzó. Sin un rumbo fijo, con la
sola necesidad de llegar. No había peligro, no le importaba.
Nadie le haría daño, era demasiado insignificante para que
alguien pudiese reparar en él. Estaba demasiado sucio para
siquiera atraer. Demasiado podrido. Nadie le atraparía,
porque tenía que llegar.
Los espasmos persistieron, exaltando su pecho contraído
por el sollozo que abandonaba sus labios. No intentó limpiar
las lágrimas que empañaban su vista, solo continuó porque
necesitaba llegar. Él debía llegar. Porque entonces se
derrumbaría allí mismo, en medio del frío descuidado. Y
envejecería ahogado con su propia pesadumbre antes de
tocar la luz con sus dedos frágiles y temblorosos.
Se abrazó a sí mismo, pero no supo cuál era la razón
correcta. ¿Lo hacía para remplazar el sentimiento de soledad
que taladraba justo ahí, donde su corazón palpita desbocado
o porque tenía frío? No sabía. Estaba confundido,
entumecido incluso ante sus propias necesidades
emocionales.
El simple desasosiego. Ese lamento de desamparo siempre
se activaba cuando sufría, cuando no podía gozar en un
intento por ser feliz. ¿Lo sería alguna vez? ¿Vería el sol
brillar alguna vez sin la necesidad de tener a alguien a su
lado? Él quería poder hacerlo. No sabía cómo. Nadie le
había ensañado a estar solo. Y si era sincero consigo mismo,
no quería estarlo. Y es por eso que dolía tanto, porque no lo
había escogido. No había esperado esto para él, pero ahí
estaba, recibiéndolo como de costumbre, abriendo las
puertas de su alma devastada al enemigo.
Mamá no estaba cuando la casa crujió ante su llegada. Ella
le había prometido que estaría. Por qué mamá no estaba. Por
qué no estaba para recibirle como prometió. Por qué nadie
era sincero. Por qué al final de todo siempre le dejaban solo.
Por qué.
Permaneció un poco más inmerso en la oscuridad,
escuchando el murmullo de los grillos. El zumbido de la
corriente. La gruesa densidad de la frescura que bañaba las
calles. ¿Sería así siempre? ¿La melancolía siempre le daría
la bienvenida? ¿Sería su fiel compañera incluso si le
dañaba?
Su habitación había perdido color. Ya no le abrigaba y la
sentía vacía, entristecida porque él también le había
abandonado. Se preguntó en qué momento había pasado de
estar días encerrado en ella para sustituirla por noches de
fiestas. Los muebles tenían polvos y los cristales de la
ventana estaban manchados. ¿Por qué la había descuidado
tanto? ¿Desde cuándo su zona confortable había dejado de
sentirse segura?
Se quitó los zapatos y la tersa alfombra acarició sus pies
entumecidos, cansados. La luz del baño escoció sus ojos
ofendidos y evitó mirar su reflejo cuando abrió la despensa.
Todo lo que necesitaba estaba allí, en el frasco de Valium
que le saludaba después de un largo tiempo.
Jeongguk se había hecho un favor a sí mismo al no
escogerle, porque él era un desastre. Porque siempre lo
arruinaba todo. Y estaba bien sentirse solo, lo merecía de
todos modos. Estaba bien que la gente se alejara de él, era
demasiado malo, como un sencillo virus de resfrío que si no
lo cuidabas terminaba matándote. Jimin había sido un virus
desde que nació, porque fue quien mató a su familia. La
destruyó con su sola presencia al ser fruto de un desliz. De
una infidelidad.
Vertió una pastilla sobre la palma oscilante de su mano, pero
no bastaba, dos era mejor. O tal vez no, no era suficiente, así
que tres estaría bien. Muy bien. Demasiado bien. Las tragó
sin ninguna duda al respecto y suspiró aliviado cuando el
agua facilitando su recorrido le refrescó la garganta
entumecida.
Recargó la espalda sobre la pared y se arrastró hasta el suelo,
mirando un punto fijo entre el lavamanos y el sanitario.
Pronto todo acabaría, dejaría de pensar en Jeongguk y en
cómo su preciosa piel se rozaba con ese toque ajeno. No
pensaría en cómo se besaban, gemían al unísono por el
placer reconfortante y caliente que se brindaban
mutuamente justo en este momento. No rebobinaría una y
otra vez la escena donde fue rechazado, donde debió lucir
como una completa puta en celo. No más. Al menos por esa
noche no tendría que sufrir más.
Lentamente sus parpados comenzaron a pesar y su
respiración se volvió apacible. No tenía frío, no se sentía
casado. Él solo... Solo quería dormir por un ratito. Solo un
ratito. Chiquitito.
Cuando finalmente abrió los ojos, recordó que había tenido
un sueño, donde había escapado y nadie lo había notado.
Pero de pronto sopeso en cuál era la diferencia de la realidad
que volvía a abofetearle el rostro.
Sintiéndose aún drogado, barrió la mirada sin moverse.
Estaba tirado en el suelo del baño. Hacía mucho frío y le
dolía la espalda. Pero no se movió, enfocando la atención en
la luz del sol que ingresaba por el balcón de su habitación y
la pequeña ventana del baño. Había pasado la noche ahí,
tirado y dopado.
— Como en los viejos tiempos —Susurró—. Como en los
putos viejos tiempos.
Hizo su mejor esfuerzo para sofocar el dolor que pesaba en
su pecho. Decepcionado porque pensó que al despertar todo
sería diferente y volvería a ser el mismo descarriado de
siempre. Al parecer la tristeza quiso quedarse.
Rio a carcajadas. Celebró como un desquiciado. La risa era
fuerte, vigorosa, haciendo eco entre las baldosas, pero las
lágrimas que empañaron sus ojos cansados fueron rabiosas,
bañándole el rostro demacrado. Entonces lloró, lloró como
nunca antes lo había hecho. Sacó de su interior el grito de
suplicio que por muchos años le mantuvo ahogado. Pataleó
y se quejó. Gimoteó como el malcriado que era hasta que su
garganta dolió y su voz se volvió áspera.
Colocándose en posición fetal, se abrazó a sí mismo,
consolándose por ser tan hiriente, tan malvado consigo
mismo. Fue cuando susurró que todo estaría bien, porque se
tenía a sí mismo. Él y él contra el mundo. Como siempre.
Capítulo 16
Descalzo, caminó alrededor de la cocina vistiendo
únicamente un ligero pantalón de chándal. Mamá no había
regresado a casa anoche o tal vez salió muy temprano por la
mañana. La duda burbujeó, le hubiese pillado tirado en el
suelo del baño entonces.
Se quejó cuando su rodilla chocó contra la encimera. Aún
yacía levemente dopado, lo suficiente para sentir su lengua
adormecida y la boca seca. Sus movimientos eran torpes, de
lentitud excesiva. No le importó, se sentía bien. Ligero. Le
gustaba de aquel modo y recordó porqué le encantaba tanto
consumir Valium. Una escala mucho más arriba que la
marihuana.
Había dejado de tomarlos porque no había reparado en ello
desde entonces. Demasiado ocupado con sus amigos.
Pasando ratos libre y amenos con Taehyung. Gozando de
fiesta en fiesta. No quería dejarlo de lado nunca más y
sopesó en la idea de pasar por la farmacia de camino a la
facultad para abastecerse con la receta que mamá guardaba
en uno de sus cajones. Sería cuidadoso y ni cuenta se daría.
De todos modos nunca lo hizo.
Jimin siempre se salía con la suya. De pronto, se preguntó
qué quizás se debía a que era muy bueno ocultándose o que
en realidad sabían pero no les importaba. Sobre todo a su
madre.
Llenó un tazón con frosties y leche y se acomodó en medio
del amplio sillón, encendiendo el televisor. Aún no era
mediodía y sonrió por primera vez cuando notó que estaban
dando su serie favorita de los Looney Tunes. El Pato Lucas
siempre había sido su preferido, amaba su mal genio y el
carácter charlatán que le caracterizaba. Jimin aún tenía
guardado el enorme peluche que papá le había obsequiado
cuando perdió su primer diente.
Namjoon y él solían verlo a diario también, antes de que
tuviese que partir a la escuela. De cierto modo se había
vuelto un bonito recuerdo y se sentía conforme cada vez que
podía verlos, sentía que una parte de su hermano estaba con
él e inconscientemente acariciaba el lugar en el sofá que
utilizaba. Mamá siempre lo regañaba cuando colocaba las
piernas encima de la mesa de centro de madera secuoya tan
valiosa para ella.
— Mesa fea. Voy a colocar mis piernas sobre ti y esta vez
mamá no podrá defenderte —Jimin bufó, pateándola como
un niño malcriado—. Namjoon debe estar festejando en su
maldita tumba por esto.
Incluso si lo intentó, no pudo prestar atención a la serie tanto
como quiso. Distrayéndose levemente cuando Elmer
Gruñón intentaba darle casa a Bugs Bunny. Los efectos de
las pastillas le tenían muy colocado y pensó que la sensación
incluso había incrementado. Si permanecía allí un segundo
más, se quedaría dormido. Tenía que ir a clases.
El agua en otoño era fría. Muy fría. Pero decidió que meterse
bajo el chorro gélido sería lo mejor en un intento por
despabilar aun fuese un poco. Sentía los ojos hinchados,
considerando la idea de retocarse ligeramente con
maquillaje.
Se metió en sus ripped jeans favoritos, sintiéndose fresco
como una lechuga a pesar del letargo que le atacaba. Estaría
bien, no era la primera vez que vivía momentos como
aquellos. Estaba acostumbrado. Siempre dolía con la misma
intensidad, pero siempre lograba recuperarse. Se paró frente
al espejo, retándose con la mirada. Las esmeraldas en sus
ojos yacían opacas y sus pupilas dilatadas parecían devorar
todo su color.
Había llorado todo lo que debía lamentar. Se había quejado
suficiente como un vil debilucho. Era momento de la
autosuficiencia. No tendría misericordia consigo mismo. Ya
no más.
— Pon ese enorme, precioso y delicioso culo a trabajar.
Se apresuró hacia la salida. Todo lo que quería, era
abandonar esa estúpida casa desolada de una jodida vez.
Guardó las llaves en su mochila, pero frenó abruptamente
sobre sus pies cuando divisó un mustang mach 1
estacionado frente al pórtico. Era rojo y llevaba los vidrios
polarizados.
Pudo haberlo ignorado. No le importaba en lo más mínimo
quién lo conducía. Pero cuando vio a su madre bajar de él,
la calidez de la fuerza se drenó por completo. En su precioso
rostro envejecido lucía una sonrisa petulante. Sus espesas
pestañas se batían coquetas y lanzó un beso al conductor que
la hizo lucir repulsiva. Vestía bien, pero incluso un ciego
podría notar que se había levantado hace poco. Su perfecto
cabello dorado que ahora estaba ligeramente desordenado la
delataba.
¿A dónde la habían llevado esta vez? ¿A un motel barato o
lujoso? ¿A su propia casa, tal vez? Daba igual, todas las
opciones eran igual de sucias. Jimin empuñó las manos
cuando sintió la necesidad de abofetearle, borrarle esa
maldita mueca asquerosa de una puta vez.
Notó que llevaba la mandíbula duramente apretada cuando
le comenzó a doler. Los signos de la droga habían
desaparecido y dejó consigo un rastro de rabia pura. Dañina.
El auto se marchó y su madre le miró desde su posición. Ya
no sonreía y Jimin se sintió bien al respecto. Le había pillado
por sorpresa. La muy hipócrita creyó que esta vez no le
vería. ¡Pero Jimin le veía siempre! ¡Desde pequeño que la
veía bajar del mismo jodido auto!
Ella pretendía esconderse, pasar desapercibida igual que una
rata sucia de alcantarilla. Pero todo el pueblo sabía lo que
hacía. Incluso su propio hijo.
Mamá se peinó ligeramente, un movimiento que delataba lo
nerviosa que estaba y se forzó a sonreír como si nada
hubiese ocurrido, caminando hacia la casa. Jimin bajó los
últimos peldaños de la entrada y barrió una mirada
desdeñosa por todo su cuerpo, forzándola a sentirse
insignificante.
Jimin era dulce. Un muchacho precioso y adorable. Como
un ángel. Sí, la viva imagen representativa de un ángel
rubio, de mirada celestial. Pálido y pequeño. El agradable
carmesí teñía sus mejillas sanas y abultadas y le hacían lucir
frágil. Pero cuando se molestaba, cuando lo enfurecían,
Jimin no lucía débil en absoluto. El contorno de sus ojos se
volvía felinos, severo. Una sola mirada te forzaba a temblar
con anticipación.
— ¿Ya te vas? —Mamá le preguntó cuándo pasó por su lado
con la intención de ignorarle—. Puedo llevarte. Sólo tengo
que ir a buscar las llaves del auto.
Jimin se detuvo y le miró por sobre su hombro. Si
permanecía ahí un segundo más, no sabía de lo que sería
capaz. Estaba furioso e intoxicado. Jimin siempre decía, no
te metas con un drogadicto enojado. Lo lamentarás.
— ¿Para qué me vean llegar con la puta del pueblo? —
Sonrió burlesco—. Ahórrame la vergüenza, jodida ramera.
Y ve a darte una maldita ducha, apestas a polla.
Jimin prendió un cigarro frente a sus ojos pasmados y
exhaló el humo, avanzando por la calle con pasos sueltos,
incluso contentos. Volteó por última vez y le levantó el dedo
medio, sintiendo que no le había insultado lo suficiente.
Ingresó a la universidad sin saludar a nadie. Ignorando
descaradamente a todo aquel que se acercaba. Usualmente
su sonrisa brillaba, incluso si era falsa. Esta vez, todos
podían irse perfectamente a la mierda.
Las clases de bioquímica fueron un completo asco. Ni
siquiera necesitaba poner atención para sacar buenas notas
en los exámenes. En cada vistazo al reloj se preguntó a qué
había venido realmente.
Se aproximaba una exposición grupal y maldijo cuando
recordó que Jung Hoseok era su pareja asignada desde el
primer día. Giró discretamente la cabeza y le pilló
mirándole. Habrían hecho un gran equipo como siempre.
Congeniaban muy bien y esta sería la oportunidad de
Hoseok para finalmente aprobar.
Pero entonces, recordó que Hoseok era demasiado
importante para juntarse con una mierda andante como él. Y
al parecer, era alérgico a las putas y qué sorpresa, justamente
su madre era una maldita puta. Qué pena por Hoseok, pero
le haría un favor. Uno enorme.
Jimin alzó la mano y el salón quedó en completo silencio.
El profesor asintió.
— Voy a trabajar solo.
El vejestorio se sacó los lentes y le examinó con el ceño
fruncido. ¿Por qué lo haría? Era una materia complicada.
Por la misma razón trataban de hacerlo grupal.
— ¿Vas a hacerlo solo?
— ¿Puedo hacerlo solo? —Jimin fue violento y no lo
disimuló.
— Claro que puedes.
— Entonces voy a hacerlo solo.
Le hubiese encantado ver la expresión de Hoseok en ese
momento. Pero hacerlo sería confesar que quería demostrar
algo y no estaba en condiciones de rebajarse. Esta vez, sí lo
golpearía si se atrevía a sobrepasarse con él una vez más.
Oh por dios, Jimin golpearía en ese momento a cualquiera
que se atreviera a interponerse en su camino.
Durante el receso, Jimin encendió un cigarro a medida que
avanzaba hacia la cafetería frente al estacionamiento.
Amélie solía intercambiarse constantemente de puesto y
Jimin solo le compraba a ella.
Se situó en la enorme fila y esperó paciente, a medida que
fumaba e intentaba relajarse. Miró un par de veces el lugar,
asintiendo a quienes le saludaban brevemente. El rumor se
había esparcido rápido y esta noche habría fiesta en las
ruinas. Sonrió ansioso, joder como iba a disfrutar.
Las comisuras de sus labios cayeron cuando divisó la Ford
lobo negra. Eran inmensa, imposible que pasara
desapercibida, menos con el sonido imponente del motor.
Igual a su maldito dueño, pensó.
La tensión entumeció su cuerpo cuando le vio bajar de ella.
Tan precioso como siempre. Formidable y hostil. Quiso
desviar la mirada, pero su maldito carácter contradictorio
reparó en la puerta del copiloto que se abría. Soojin bajó. La
seguridad brilló en cada uno de sus movimientos,
sintiéndose orgullosa de que le vieran llegar con él.
Jimin centró la mirada en la fila y avanzó. No quedaba nada.
Pronto llegaría su turno y podría largarse tanto como
deseaba. Claramente habían pasado la noche juntos. ¿Qué
pretendía el muy maldito? ¿Que se quedara a dormir en su
jodido departamento y tomaran el desayuno los tres juntos
esa mañana? Era un hecho que se encontrarían si se hubiese
quedado, a no ser que Jeongguk fuera lo suficientemente
astuto de despertarlo antes de que ella lo hiciera y le forzara
a marcharse a escondidas.
Lanzando una última mirada hacia ellos, fue que Jeongguk
le notó. Se lamió los labios, nervioso y se excusó con sus
amigos para acercarse. Jimin no lo permitiría. Claro que no.
El penúltimo en la fila se marchó y Jimin recargó las manos
sobre el mesón, listo para ordenar. No fue necesario abrir la
boca, Amélie se encontraba en proceso de prepararle su
usual café. Espeso y bien dulce.
De pronto, un pesado cuerpo chocó contra él y lo
desestabilizó ligeramente. Jimin miró al chico, sorprendido.
Había sido muy grosero de su parte. El chico puso dinero
sobre el mesón y pidió un café sin reparar en absoluto en su
presencia. ¡Qué se creía ese imbécil!
— ¿Disculpa? —Jimin inquirió, ofendido.
— Lo siento, estoy apurado.
— Y a mí qué. Respeta la maldita fila —Señaló a los demás
que esperaban.
— No lo haré. Mi clase ya empezó y necesito comprar un
jodido café.
En un intento por disipar la discusión que se avecinaba,
Amélie le preparó el café al chico. Jimin la miró indignado.
¡Por qué permitía estos tipos de arrebatos! Sintió la
presencia de Jeongguk detrás de él, pero no volteó en lo más
mínimo, completamente enajenado por lo que ocurría frente
a sus flameantes ojos.
El vaso de cartón fue puesto sobre el mesón y el chico lo
cogió. Pero antes de que pudiera retirarse, Jimin apagó su
cigarro dentro del líquido, dejándolo allí.
— ¡Hey, qué te pasa! —El chico lo increpó, disgustado.
— ¿Qué me pasa? —Jimin lo encaró incluso si era mucho
más pequeño que él—. ¡Qué mierda me pasa! ¡Era mi turno!
¡Mío!
Estiró la mano y golpeó el café fuera de la mano del chico.
Se estrelló contra el piso, mojándolo. Todo quedó en
absoluto silencio. Estaba llamando la atención pero en ese
momento nada importaba. Le respetarían. ¡Jodidamente que
desde ahora en adelante toda esa maldita masa le respetaría!
— Vas a devolverme el dinero que pagué por él.
El chico estiró la mano, impaciente. Jimin entrecerró los
ojos y sonrió perversamente, entonces se la escupió. Se
escuchó un grito de asombro por varios y era una pelea
segura.
— Vamos, vuelve a exigir que te pague. Porque te escupiré
en la maldita cara. ¡Vamos!
Se aproximó con la intención de golpearle, pero unos brazos
fuertes se enrollaron en su pequeña cintura y lo sacaron de
allí. Forcejeó porque sabía de quién se trataba. Odió que le
tocara, sobre todo cuando sabía lo que había hecho la noche
anterior.
Fue conducido a un sitio apartado de la multitud y cuando
fue liberado, le encaró. Maldito, se desquitaría con él
entonces. Si tanto lo quería, le daría en el gusto.
— ¡Qué mierda te pasa! —Jeongguk lucía molesto.
— ¡No me toques!
Jimin intentó caminar para alejarse de él, pero Jeongguk lo
devolvió a su sitio con las manos sobre sus hombros.
— No estabas en casa esta mañana. ¿Por qué te fuiste sin
avisar?
Oh por dios, Jimin quería darle un puñetazo en el rostro.
Hacerlo sangrar. Jeon Jeongguk era un descarado total.
— ¿Tenía que pedirte permiso? Lo siento, papá. No lo sabía.
— ¡Basta!
Con toda su fuerza, empujó a Jeongguk por el pecho,
forzándolo a retroceder. La sorpresa baño sus ojos pardos y
boqueó como si no entendiera absolutamente nada.
— El que debe detenerse eres tú. ¿Qué planeabas? ¿Qué me
quedara para escuchar cómo te la cogías? Maldito enfermo.
¡Asqueroso!
— ¡De qué hablas!
Jimin casi creyó en ese semblante llenó de confusión. Pero
Jeongguk era alguien en quien nunca debía confiar. Nunca.
— Debiste haberle puesto el puto bozal de Jack. De ese
modo no me hubiese enterado de nada. Pero de todos modos
me hubiese largado.
— No... No es lo que crees, ricitos. Ella...
Pero Jimin había tenido suficiente. Y había hecho suficiente
también. Jeongguk era un completo error en su vida. Le
desestabilizaba por completo y desde que lo conoció las
crisis ansiosas había retornado más voraces que nunca. Por
su bien, por su maldito bienestar tenía que mantenerse
alejado.
— Aléjate de mí, ¿Me oyes? ¡No me hables! ¡No te
acerques!
Jimin hizo el ademán de avanzar, pero Jeongguk se
interpuso. Alzó las manos para tocarle, pero se arrepintió en
el acto cuando vio la mirada perversa de Jimin.
— Hablemos. Por favor, déjame explicarte.
— Si no me dejas pasar, te voy a golpear tan jodidamente
fuerte en las bolas que tendrán que cortártelas.
— Atrévete —Jeongguk le retó.
Entonces Jimin le miró fijamente y habló con total
sinceridad. La verdad más digna que pudo sentir y decir. Su
voz tan cansada.
— No quiero volver a verte, Jeongguk. Jamás voy a ser un
plato de segunda mesa. Y tengo que lidiar con suficiente
mierda para soportar la tuya. Simplemente déjame.
Los hombros de Jeongguk flaquearon y se rindieron. La
expresión que volvía dura sus facciones se apaciguó y dejó
consigo algo que Jimin no pudo descifrar.
— Ricitos...
Jimin miró por sobre el hombro de Jeongguk y vio a Soojin,
demasiado interesaba en ellos. Se encogió de hombros y
supo que era lo correcto. Jeongguk había sido alguien
pasajero, pero tan feroz como un huracán. Pero hasta los
huracanes se marchaban. Solo eran visitas breves y
destructoras.
— Ve, Jeongguk —Señaló con el mentón y Jeongguk reparó
en lo que se refería—. Tu novia siempre tiene que ser tu
prioridad.
A Jimin no le importaba si Jeongguk continuaba siéndole
infiel. Al menos estaría tranquilo de que no sería con él
nunca más. No iba a ensuciarse por tan poca cosa. Cuando
Jimin fuera amado, sería sintiéndose pleno y correspondido,
sin intermediarios de por medio. Una relación limpia.
Avanzó y esta vez Jeongguk no le detuvo. Jimin no insistió
en su café y no miró hacia atrás, simplemente caminó
orgulloso de haber finalizado algo que en realidad nunca
comenzó. Llegaría a casa, se colocaría con un poco de
Valium y dormiría hasta que la noche llegara para irse de
parranda. Taemin y Baekhyun estarán encantados de
acompañarle.
Capítulo 17
Army Of Me de Björk retumbó en los ventanales de su
habitación. La explosión instrumental le motivó a menear
levemente las caderas a medida que se metía un Valium en
la boca, bebiéndose todo el Jack Daniel's del vaso para
compensar la sequedad.
Había mantenido la botella de whisky escondida para
ocasiones especiales como esas. No la tocaba casi nunca, en
realidad. La había comprado en algún punto de su
desconcierto, donde las ansias por emborracharse le habían
consumido. Discutir con mamá por el hombre que le trajo
esta mañana a casa era ciertamente una constante.
Al parecer, ella era demasiado ingenua o bastante malvada
para quizás siquiera entender y meditar al respecto. Era un
hombre casado. Un hombre que aún vivía con su familia
engañosamente perfecta. Tenía tres hijos y dos de ellos
estudiaban en la misma facultad que él. Jimin tenía que
toparse con los gemelos a diario. Los había saludado un par
de veces. Y era definitivamente lo más incómodo que debía
experimentar. ¿Qué podría decirles? Hey, mamá no llegó
anoche, ¿Te preparó el desayuno? Porque a mí ni siquiera
me dejó dinero para comprar leche.
Jimin tenía cinco años cuando despertó en medio de la
madrugada. Llovía y los truenos amenazaban con reventar
los ventanales. Para ese entonces, la relación de sus padres
estaba rota. Papá pasaba la noche en la clínica veterinaria en
un intento por no discutir y Namjoon estaba sumergido en
la delincuencia. Mamá no estaba allí, se había ido con ese
hombre.
El invierno concluía y Jimin había cumplido los siete años.
En la escuela habían preparado un festival para las madres.
Esa tarde, Jimin fue el único niño que se había quedado
esperando frente a la puerta con el regalo que, con tanto
esmero, escogió para obsequiarle. Mamá lo había dejado
plantado, se había ido con ese hombre.
Se aproximaba el cumpleaños de Namjoon y Jimin tenía
nueve años. Había insistido toda la mañana para ir a
comprarle un regalo. Mamá accedió, pero primero propuso
hacer una parada en un hotel. Debía juntarse con una
persona muy importante. Esperó paciente y emocionado en
el lobby con una bolsa de dulces entre las manos. El cielo se
oscurecía y el sol se apagaba entre las montañas cuando ella
abandonó la habitación y Jimin no pudo ir a escoger el
regalo. Mamá había preferido quedarse con ese hombre.
Jimin tenía trece años cuando llamaron a la puerta la
madrugada del sábado. Era verano y el calor se sentía
insoportable. Los golpes eran secos sobre la madera y
amenazaban con tirarla. Había saltado de su cama sin
calzarse, siguiendo a papá por las escaleras. Entonces, todo
lo que vio fue sangre. Un líquido viscoso y bermellón. De
algún modo pudo olerla, percibir su hedor metálico. La
camiseta sucia de Namjoon estaba perforada por las balas.
Esa noche, su hermano mayor murió en sus brazos. Y
mamá... Mamá no estaba, porque se había ido con ese
hombre.
En algún punto de su vida, en el futuro quizás, uno muy
lejano, podría entenderla. Soportarla. Pero jamás le
perdonaría. Nunca. Estaba enamorada, obsesionada con un
amor imposible. Pero, ¿Qué culpa tenía ese niño pequeño
que pasó la mayor parte de su vida abandonado? ¡¿Por qué
tuvo que cargar con las consecuencias de una calentura?!
Esa tarde cuando finalmente llegó a casa, le escuchó llorar.
No sintió ni la más mínima empatía. Ella merecía sufrir
tanto y mucho más que todos ellos. Porque simplemente
todo el calvario desatado siempre fue su culpa. Su maldita
culpa.
Controlando las ansias de ir a por ella y hacerle sufrir con
debida razón, se encerró en su habitación con un portazo. Se
drogó un poco y se sumergió en un profundo sueño. La
ducha al anochecer fue refrescante y la emoción burbujeó
con anticipación.
Miró la hora en su pequeño reloj de conejito en su mesita de
noche, quedaba muy poco para la verdadera diversión. Se
movió alrededor de la habitación sintiéndose ligero. Bailó
un poco y prendió un cigarro, asomándose por el balcón. La
noche estaba despejada y las estrellas titilaban como si de
algún modo quisiesen celebrar junto a él. La calle yacía
silenciosa, tenuemente iluminada.
Llenó su vaso con un poco más de Jack Daniel's, bebiéndolo
de un sólo trago. Sacudió la cabeza y rugió ante el ardor que
calcinaba su garganta. La range rover llegó unos minutos
después, tocando la bocina. Baekhyun asomó la mitad de su
cuerpo por la ventana de copiloto y alzó una botella similar
a la que Jimin tenía.
— ¡Apresúrate perra, este culo necesita sacudirse!
Por primera vez, Jimin no escapó por el balcón.
Aproximándose bajo el umbral de su puerta, se enfrentó con
mamá. Vestía una bata de seda y se sujetaba el cuello. Una
expresión de desespero consumía su rostro y sus ojos
hinchados y marchitos le rogaron silenciosamente. Sin dejar
de mirarle, Jimin ajustó su chaqueta y evitó tocarle al pasar.
Quizás sería su noche de suerte. Si le mataban, al menos esta
vez ella estaría en casa, pensó al cerrar ferozmente la puerta
principal.
El polvo izado por la aspereza de las llantas al estacionar,
quedó al descubierto frente a las luces delanteras. Miró a
través de la ventana, hacia la masa social que abarcaba la
mayor parte del sitio abandonado. La hilera de luces
titilando por doquier y la música retumbando sobre las
paredes de concreto descuidado prometía una de las fiestas
más alocadas del año.
Se situó en medio de Taemin y Baekhyun, tomándoles de la
mano para ingresar. Jimin se sintió eufórico,
exageradamente vivo. Aulló en conexión con el ritmo de la
música y los condujo a la improvisada pista de baile.
Cada vicio dependía de quien lo llevara. La venta de alcohol
no existía y la droga podías comprarla en los jardines
traseros, donde la pandilla de Jeongguk la proporcionaba.
Cocaína, Marihuana, Xanax, Clonazepam, Valium, Éctasis,
LSD. Todo lo que jodidamente deseabas. Absolutamente
todo.
Jimin no prestó atención a nadie. Taemin y Baekhyun eran
su prioridad y evitó mirar alrededor para tener que
interactuar. Pero allí, en medio de la tierra bajo sus pies
vigorosos, dejó de bailar abruptamente. Taehyung se hallaba
unos pasos más allá, observándole con la misma intensidad.
Le miró un poco más, hacia esos ojos que recordaba tan
llenos de vida, pero qué, incluso con la luz distorsionada,
los percibía opacos. Las ojeras manchaban su preciosa piel
y su aspecto era tan casual como desaliñado.
Sentía que había pasado una eternidad. El alma le dolía
porque no le tenía y sus manos hormiguearon ante el deseo
de tocarlo. Todo hubiese sido más fácil si Taehyung hubiese
estado con él. Sabía cómo tratarle e inducirlo a ese
sentimiento calmoso sin siquiera hablarle, solo arropándolo
entre sus tibios brazos. Su círculo nunca tendría fin. Jimin
lo quería junto a él para siempre.
Taehyung giró la cabeza ante la conversación que Hoseok
entabló, entregándole un vaso. Detrás de él, se acercaron
Yoongi y Jeongguk.
Fue que Jimin se apresuró a moverse de allí, buscando un
sitio donde no pudiese sentirse juzgado. Sin embargo,
Jeongguk le había notado desde que bajó de la range rover.
Había notado su comportamiento alocado y la soltura
excesiva. Algo no andaba bien. Inclusive el rostro de Jimin
lucía extraño.
— Valium —Taehyung había contestado a su pregunta
interna. Posicionado a su lado, le vio entrar también—. Lo
conozco tan jodidamente bien, que puedo saber qué tipo de
mierda se mete en el cuerpo. De seguro estuvo bebiendo
antes de venir aquí.
No era rabia lo que había percibido en el tono ronco de
Taehyung. Era tristeza pura. Una clase de decepción tan
profunda que podía ver el dolor en sus orbes fúnebres.
— ¿Por qué? —Jeongguk quiso insistir—. ¿Por qué es así?
¿Por qué hace esas cosas?
Había centrado la mirada en los labios temblorosos de
Taehyung y notó como se tragaba el espeso nudo ahogando
su garganta.
— Con lo extremadamente observador que eres, me
desconcierta que no lo hayas notado —Entonces Taehyung
le había observado con ojos húmedos—. ¿No lo entiendes?
Detrás de esa hermosa imagen aniñada se esconde un niño
solitario. Tan vacío y triste.
Jimin continuó bebiendo de la botella de whisky. A esas
alturas se había familiarizado con el escozor y el sabor agrio,
pasándolo por su garganta como si fuese agua. El Valium
estaba en su apogeo y se sintió mareado. Pero no había
modo de olvidar. No podía detener la inquietud que
hostigaba el latir vehemente de su corazón. ¿Qué ocurría?
¿Por qué no dejaba de sentirse tan miserable?
Se forzó a sonreír. Se exigió a sí mismo continuar meneando
las caderas al ritmo de la música. Y a reír sin ganas, con una
nueva sonrisa fingida para no levantar ningún tipo de
preocupación. La estaban pasando bien y era todo lo que
importaba.
Cuando fue tironeado por sus amigos a los baños, Jimin se
hizo una idea de inmediato. Chocó contra algunos cuerpos
y sonrió ante su usual torpeza. Se situaron en un rincón y la
iluminación brillante le obligó a parpadear.
Baekhyun sacó su billetera y hurgó, sacando un papel
doblado. Jimin se relamió los labios, impaciente,
ligeramente emocionado. ¿Por qué? No lo sabía, solo
atendía a la ansiosa necesidad de su cuerpo al ver el polvo
blanco pavoneándose frente a sus luceros desorbitados.
El bullicio a su alrededor se apaciguó cuando las personas
comenzaron a abandonar el baño y pudo percibir mucho
mejor lo que sus amigos decían. Baekhyun se metió dos
puntadas del mismo modo que Jimin había visto
anteriormente. El proceso se repetía y esta vez él sabía qué
hacer al respecto. Taemin fue el siguiente.
Para cuando la tarjeta llegó a los dedos de Jimin, la acercó
y acarreó una cantidad considerable, mucho más de lo que
había obtenido la primera vez. Miró hacia sus amigos y
sonrió cuando le animaron a tomar todo lo que quería. De
todos modos lo necesitaba, un trago más de esa botella de
whisky semi vacía y caería inconsciente antes de que la
fiesta se pusiera mejor.
Esnifó su primera porción, disfrutándolo, tomándose el
tiempo de sentirla entrar por su orificio izquierdo hasta tener
que tragar la mucosidad que se formaba al final del
conducto. Fue dulce. Esta vez se percató de ese dulzón.
Levemente agria, pero dulce finalmente. Tomó un poco más
y completó el proceso con su lado derecho. Sorbiendo
liberalmente por la nariz, un gemido desconcertado llamó la
atención de los tres.
De cara a la puerta principal, Jimin alzó la mirada leyendo
el «Oh por dios», abandonar los labios temblorosos de
Taehyung. Jimin se paralizó, con la tarjeta alzada y la
cocaína que Baekhyun sostenía frente a su rostro.
El impacto sobre Taehyung había sido grave, Jimin supuso.
Porque permaneció con la mirada perdida incluso cuando
pasó por su lado para continuar con la fiesta. Despabilado,
Jimin sintió la conmoción. No había arrepentimiento, en
absoluto, pero una clase de necesidad de retornar sobre sus
pies y explicarle surgió.
No lo hizo. Jimin no volvió. Taemin y Baekhyun se pusieron
a bailar con unos chicos y él se negó a ser participe. No
quería estar con nadie. Por su cuenta estaría mucho mejor.
Bailó un poco más, completamente solo, ignorando las
propuestas de los demás para animarse a compartir.
Se llevó la botella a los labios y cerró los ojos,
conmocionado, perdido en ese espiral de emociones
tormentosas. Si no puedes contra el caos, únete. Dolerá
menos. Chocó contra un torso fornido y giró abruptamente
cuando se sintió toqueteado. El hombre sonrió y Jimin le
miró asqueado, empujándole por el pecho.
— Vamos preciosura, mueve ese maravilloso culo para mí
—Le animó.
Jimin intentó retroceder, pero un segundo cuerpo le
arrinconó contra el otro. Jodida mierda. Forcejeó, pero solo
consiguió frotarse. Entonces levantó su botella y le golpeó
en el rostro. El hombre se sujetó la zona herida y Jimin
sonrió triunfante. Si él no quería, no quería y punto.
Sin previo aviso, el hombre empuñó su mano y le dio un
puñetazo en la nariz. Jimin trastabilló por el impacto y cayó
al suelo. La masa se dispersó a su alrededor y todo lo que
pudo ver fue el cuerpo de Taehyung abalanzándose sobre el
hombre alto, pateándole, gritándole.
No fue suficiente, el maldito era un mastodonte comparado
con ellos. Sus acompañantes se lanzaron contra Taehyung
de manera amenazante. De pronto, miró la espalda de
Yoongi y su refuerzo inesperado, Hoseok. Defendiéndole.
Ellos estaban defendiéndole.
El premio gordo llegó segundos después. Jeongguk se
apresuró veloz, se detuvo por un breve momento para
analizar lo que ocurría realmente. Fue cuando notó a Jimin
en el suelo, con el rostro repleto de sangre. Ahí estaba esa
mirada otra vez. Esa sensación monstruosa que emanaba de
su cuerpo cada vez que se enojaba. Jeongguk había hecho
un gran alboroto cuando Hoseok le había simplemente
abofeteado, Jimin no quiso imaginar qué pasaba por su
mente al enterarse que un desconocido le había
posiblemente roto la nariz.
A través de la música, Jimin escuchó su rugido que
estremeció el lugar. Con la mandíbula apretada y el rostro
distorsionado, Jeongguk se estrelló contra el mastodonte
como un verdadero toro, intersectándolo por las costillas.
Cayeron al suelo en tiempo veloz y a horcajadas, Jeongguk
desató una hilera de puñetazos directo a su asqueroso rostro.
Tambaleándose como un borracho lo haría, Jimin se levantó,
ignorando la incómoda sensación de la sangre brotar por su
nariz, manchándole la ropa. Miró a su alrededor sintiéndose
desorientado y caminó hacia la salida de las ruinas. El aire
fresco chocó contra sus mejillas y se aproximó hacia la
oscuridad del camino de tierra.
No sabía lo que hacía. No estaba apto para cerciorarse de
absolutamente de nada. Pero la grave voz de Taehyung a su
espalda le hizo detenerse. Temblaba. ¿Por qué Taehyung
temblaba?
Desde su distancia, Jimin dio un tragó a la botella. Le habían
cagado a golpes, pero él no había soltado su maldita botella.
No, no, no. Le miró con el ceño fruncido y preguntó.
— Oye, ¿Por qué tiemblas? ¿Tienes frío?
— J... —Taehyung sollozó.
El temblor que atacaba su cuerpo se convirtió en evidentes
espasmos y lloró. Ver a su pequeño de ese modo tan
desastroso era lo más doloroso que había presenciado jamás.
Nunca le había visto en ese estado, ni en sus peores
momentos. ¿Por qué ahora? ¿Qué había pasado? ¡¿Por qué
no estuvo ahí para socorrerlo como siempre?!
— ¿J? —Jimin giró sobre sus pies como si buscara a
alguien—. ¿Alguien por aquí se llama J? Porque yo me
llamo Jimin. No J.
Ignorándole, Jimin continuó con su camino tambaleante, sin
rumbo alguno. Taehyung le siguió, sintiendo como Yoongi,
Hoseok y Jeongguk le seguían por detrás silenciosamente.
— Déjame llevarte a casa —Taehyung suplicó—. Voy a
cuidarte.
— ¡Y luego qué! —Jimin explotó y su voz se escuchó
destrozada—. ¿Me vas a juzgar como siempre haces? ¿Me
vas a apuntar con el puto dedo y me sacaras en cara todos
mis malditos errores?
Señalándole con la botella, Jimin reparó en la presencia de
Hoseok. Sus ojos se empañaron con lágrimas y la rabia
resucitó. Jimin no tan solo estaba borracho y drogado.
También estaba furioso.
— ¿Qué culpa tenía yo, Hoseok? —Jimin gritó con voz
quebrada—. ¿Qué culpa tenía de que tu hermano no te
hiciera caso? ¿Merecía que me trataras de ese modo?
Hoseok se situó junto a Taehyung. Las lágrimas acariciaban
sus mejillas abatidas. Si se acercaban del modo que
deseaban, solo lograrían desequilibrar a Jimin. Mucho más
de lo que estaba. Entonces Jimin les dijo con la voz rota.
— Porque yo los quiero, ¿Saben? Lo quiero mucho y
siempre van a ser perfectos para mí, sin importar lo que
hagan. Serán... Siempre perfectos.
— Jimin... —Taehyung susurró.
— ¡Y no lo merecía! ¡No merecía las malditas acusaciones!
—La rabia volvió a brotar, desgarrándole la voz—. ¡Saben
lo que pasa en mi vida y aun así se esmeran en recordarme
la maldita mierda con la que tengo que lidiar a diario! ¡Mi
hermano y mi padre están muertos, jodidamente muertos y
tengo que soportar vivir con una zorra que prefiere una
maldita polla en vez que a su propio hijo!
Jimin volvió sobre sus pies débiles y caminó, sumiéndose
en la oscuridad.
— ¡Perdóname! —Hoseok sollozó—. ¡Por favor,
perdóname!
— ¡No les hice nada! ¡Nunca les he hecho nada para que
sean tan malos conmigo! —Entonces Jimin alzó la botella y
se las lanzó.
Se acercó a unos botes de basura y comenzó a patearlos,
desquitándose, despojándose de esa rabia continua que no
podía dejarle en paz, que no le permitía sanar. Tomó un tarro
y lo arrojó al vacío.
— ¡No me importa el maldito regalo que compré para ti,
Kahi! —Gritó a la noche, recordando cuando mamá lo dejó
plantado—. ¡De todos modos no te lo merecías! ¡No me
importa que me hayas dejado abandonado esa noche
lluviosa, porque siempre estuve solo! ¡Solo!
Trastabilló y cayó al suelo. Unos brazos grandes y cálidos
lo arroparon. Lo atrajeron hasta su pecho firme. Esa
fragancia se la había memorizado y supo quién era incluso
si no abrió los ojos.
— ¡Déjame! —Forcejeó, pero Jeongguk no lo soltó—. ¡No
me toques! ¡Te dije que no te acercaras a mí! ¿No lo
entiendes? ¡Tú... Tú me haces daño!
Golpeó su pecho hasta sentir que no tenía energía. Entonces
enterró los dedos en la camiseta que sus lágrimas
empapaban y la empuñó, cediendo a ese consuelo
silencioso. Escondió el rostro en el hueco de su cuello y
lloró desconsolado. Lloró hasta que no pudo soportarlo un
segundo más, desplomándose.
Entre la inconsciencia, sintió que era levantado en brazos y
acunado. Sintió el aroma de un auto y su movimiento por
las calles desoladas. Advirtió la serenidad de un hogar y la
suavidad de una cama. Somnoliento, continuó llorando,
pero esa cercanía tan necesitada no le abandonó, no dejó de
sostenerle y abrazarle fuerte.
Desorientado, abrió los ojos. Las cortinas sin cerrar le
avisaban que el alba se avecinaba. Levantó levemente la
cabeza porque su cuerpo se hallaba pesado y atrapado y un
nudo se formó en su garganta cuando se dio cuenta de lo que
sucedía. Por qué no podía moverse.
Allí, sobre la enorme cama y dormidos, Jeongguk abrazaba
a Jimin de cara a él. Taehyung le abrazaba por la espalda,
ambos manteniéndole a salvo. Yoongi abrazaba a Jeongguk
y Hoseok abrazaba a Taehyung. Y por primera vez, Jimin
comprendió que no estaría solo nunca más.
Capítulo 18
Miedo. Ese sentimiento de desconfianza que le hizo abrir
los entumecidos ojos de golpe. Cayó devuelta a la cama en
un débil intento por reincorporarse, demasiado mareado
para siquiera recargarse sobre un codo. Miró alrededor,
desde la mullida almohada, asfixiándose con las
desordenadas sábanas que se enredaban en sus piernas
vestidas.
No era un sitio que pudiera reconocer, pero sí el aroma a
lavanda que le mareaba por encanto cada vez que lo
inspiraba. Estaba por doquier. Era una habitación amplia y
sobria. Demasiado sencilla para su gusto. Nada que le
incitara a mirar más de lo que quería.
Había algo en la familiaridad del lugar. En el gusto por las
cosas de color negro. Y sólo bastó con levantarse sin
fracasar y mirar por la ventana panorámica para saber dónde
realmente se encontraba.
Soltó una carcajada cuando giró hacia la enorme cama king
size y miró el bastidor de cinco piezas con la imagen
impresa de Tony Montana en la parte superior de la pared.
Jeon Jeongguk al parecer tenía un modelo a seguir. Y no le
culpaba, Scarface era una excelente película, después de
todo. La había visto un par de veces con Namjoon. En algún
momento había fantaseado con que Elvira volviera.
Agobiado por la migraña inminente, se cubrió la frente con
dedos temblorosos, balanceándose sobre sus pies desnudos.
Mirando un poco más, hacia el colchón ahuecado por los
cuerpos que durmieron allí, la diversión en su rostro
adormilado decayó. Era la cama de Jeongguk. La cama que
había utilizado para tener sexo con su novia. La cama que
utilizaban para pasar tiempo juntos. ¿Cuántos más habrán
venido también?
Tembló cuando el bullicio provino de la primera planta,
atormentando la poca tranquilidad que poseía, acechando a
través de la puerta entreabierta. Se preguntó si debía bajar,
sobre todo cuando a su mente comenzaron a llegar los
primeros vestigios de lo que había ocurrido.
Qué hacer al respecto, era el nuevo problema ahora. Porque
simplemente no sabía lo que quería. Demasiado confuso
aún, demasiado temeroso sin saber por qué. Podría hacerlo
del modo fácil, calzarse en sus zapatos apilados en un
rincón. Conocía la salida a la perfección, solo tendría que
bajar rápidamente las escaleras y cruzar la puerta sin mirar
a nadie.
Pero entonces no pudo dejar de mirar hacia la cama una vez
más, hacia las sábanas arrugadas y las mantas enredadas,
rozando el suelo. En el alboroto que se había convertido la
habitación con cinco personas en ella. Él quería quedarse,
porque le había gustado la idea de sentirse protegido incluso
si no estuvo consciente para sentirlo precisamente real. Solo
agradeció la serenidad que su corazón le trasmitió con cada
palpitar.
Ellos le habían salvado, de cierto modo. Y no lo esperó en
absoluto, pero allí estuvieron. Sin poder evitar que le
destrozaran la nariz, pero allí estuvieron.
Dudó duramente, meciéndose sobre sus pies con un mohín
en los labios. Irse y volver a la soledad que no quería.
Quedarse y esperar qué ocurriría a continuación. No tuvo
tiempo de pensar un poco más cuando una silueta ingresó
silenciosamente.
Los ojos de Taehyung fueron directos a la cama, como si
esperase encontrarle aún dormido. Cuando le vio cerca de la
ventana, permaneció quieto, temeroso a qué haría Jimin. No
hizo nada, Jimin no hizo absolutamente nada. La conmoción
se adueñó de sus facciones suaves y parpadeó para
deshacerse de las lágrimas.
Taehyung vestía casual. Una camiseta negra con el rostro de
Marilyn Manson que reconoció como su favorita. No
llevaba sudadera y afuera llovía, fue cuando reparó en que
el departamento contaba con calefacción. Un par de risas
más provinieron desde abajo. Ellos se miraron un poco más.
Jimin estaba tan cansado de fingir que no lo necesitaba.
Cansado de forzarse a sí mismo a ser duro. Pero, ¿Qué clase
de persona sería si continuase fomentando un extraño y
débil odio que comenzaba a crecer entre ambos?
El rostro de Taehyung estaba limpio, terso, pero su piel no
brillaba y las ojeras alrededor querían quedarse. Miró hacia
la pequeña cicatriz que adornaba su mejilla derecha. Casi
cerca de los labios.
Taehyung odiaba las relaciones amorosas. Pero él había
tenido un novio. Park Hyung Sik. Sí, hace algún tiempo. Su
primer amor. Como un príncipe azul, tan precioso y tan
inalcanzable. Tan imperfecto y tan desbordante. Park Hyung
Sik era adicto a las Anfetaminas. Y estaba bien, nunca hacía
daño a nadie, ni siquiera a Taehyung.
Fue la madrugada de un sábado o la madrugada de un
domingo, Jimin no lo recodaba con precisa claridad.
Taehyung y él se habían peleado. Jimin quería quedarse en
casa y Taehyung quería salir con su novio. De regreso a
casa, después de una fiesta, tuvieron un accidente. El auto
que Park Hyung Sik conducía se volcó y salió impactado
por el parabrisas. No sobrevivió. Taehyung había
conseguido una fractura de muñeca y una huella que jamás
le permitiría olvidar lo que ocurrió esa fatídica noche.
Entonces comprendió el porqué del aspecto tan desaliñado
de Taehyung. El porqué de esas ojeras y esas señales rojizas
alrededor de sus ojos fúnebres. Ayer se cumplieron cinco
años.
En completo silencio, Taehyung se acercó, parándose en
frente. Jimin desvió la mirada, avergonzado. Tímido al
respecto. Taehyung alzó una mano y le acunó el rostro. Pero
Jimin continuó sin corresponder. Entonces cerró la distancia
y le besó en los labios. La señal divagó a través de la
atmosfera apretada que se cernía sobre ellos. Ese código que
sólo ambos conocían. Ese llamado de auxilio callado.
Se dejó conducir hasta el baño privado que Jeongguk tenía
en su habitación. Taehyung manipuló los grifos para llenar
la bañera con agua tibia y se volteó, desvistiendo a Jimin.
— ¿Mi nariz? —Jimin preguntó, viendo caer al suelo su
camiseta manchada de sangre.
No le dolía, pero había una incomodidad justo en el tabique.
Quiso mirarse al espejo, contemplar qué tipo de aspecto
tendría en general, pero Taehyung le volvió la vista al frente.
— Algo hinchada. Mañana estará bien.
Jimin reparó en el cardenal amoratado cubriendo su pómulo.
Debieron golpearlo cuando intentó defenderle, supuso. Se
mordió el labio inferior sin saber qué decir. Por dónde
comenzar a pedir perdón. Aunque ambos no eran esa clase
de personas. Más bien, nunca habían disculpas de por
medio. Simples acciones que eran mucho mejor que fácil
promesas.
Jimin dejó que deslizara la cremallera de su jeans y llevó sus
dedos temblorosos al borde de la camiseta de Taehyung,
entonces suplicó cuando le vio alzar una ceja inquisidora:
— Báñate conmigo, ¿Sí?
Se desnudaron mutuamente, entre diminutas sonrisas.
Dejando que el agua templada les abrazara, gimieron con
satisfacción, sentados frente al otro. Taehyung mojó el
cabello de Jimin y vertió un poco de Head & Shoulders en
su mano, creando espuma sobre su cabeza. Jimin hizo lo
mismo por él.
Cerró un ojo cuando Taehyung le quitó la espuma que se
había escurrido y bromeó:
— Prefiero tu champú de coco.
Con un sonido gutural, Taehyung estuvo de acuerdo. Sus
largos dedos masajeando a través de las hebras doradas de
Jimin como si fuesen sagrados. Por la diferencia de altura,
para Jimin siempre había sido difícil alcanzarle la cabeza,
forcejando con sus brazos más de la cuenta.
— Ni las mejores marcas podrán compararse a mi
maravilloso champú de coco.
— Tu champú de coco es el puto amo —Jimin comenzó a
peinar el cabello de Taehyung hacia atrás.
— Mi champú de coco te deja el cabello tan suave como el
trasero de un bebé.
Taehyung continuó lavándole y Jimin no se quejó al
respecto, dejándole jabonarle el cuello, las axilas y la
espalda. A veces, Taehyung se tomaba muy en serio el papel
de mamá gallina.
Dejando que el acondicionador actuara sobre sus cabezas,
permanecieron abrazando sus rodillas, disfrutando del
silencio, pero al mismo tiempo, buscando esa extraña
conexión extraviada.
Esa rara reconciliación no significaba que todo volvería a
ser lo mismo. Habían discutido y debían cambiar algo al
respecto, aprender del proceso. Jimin supuso que estaban a
mano y de cierto modo, lo volvía todo menos doloroso.
Taehyung no estuvo en unas de sus inusuales crisis y él no
estuvo para apaciguar el dolor ante el aniversario de la
muerte de Park Hyung Sik.
No hablarían sobre eso, de todos modos. Exhalando un
suspiró, Jimin recorrió el baño de Jeongguk, sonriendo.
Hasta las cortinas de baño y el tapis del sanitario eran
negros. Se tomaba muy en serio sus gustos.
Reparando en la mirada perdida de Taehyung, Jimin dijo de
pronto:
— Un bosque nocturno. Escondido entre montañas
inmensas, tan gigantes que sus aristas cubiertas de nieve
tocan el cielo estrellado.
— Y una luna llena y brillante —Taehyung dijo. Sus ojos
cobrando vida—. Sí, una luna tan gorda que apenas cabe
entre las montañas. Su luz es tan potente que se pueden ver
los peces nadando en el río.
Esa era su dinámica intima. Una terapia para aligerar el peso
de la carga que los demonios internos dejaban consigo. Un
juego que habían inventados cuando eran apenas unos críos
revoltosos.
No existían explicaciones. No había espacio para el perdón.
Solo un juego que les prometería que después de eso, todo
estaría bien, incluso si era una gran mentira. Pero al menos
les mantenía nuevamente unidos.
Taehyung abrió sus piernas y Jimin se giró, metiéndose
entre ellas para recargar la espalda contra su pecho. Sujetó
los dedos de Taehyung y los entrelazó, disfrutando del
palpitar sereno de su corazón.
— Estamos descalzos y el césped nos hace cosquillas. Los
árboles son frondosos.
— Y tienen manzanas acarameladas.
— Y las ramas son de chocolates —Jimin concordó.
— Y de pronto aparece Brad Pitt.
— ¿Brad Pitt? —Jimin giró levemente la cabeza para
mirarle—. Que mejor sea Johnny Depp en sus tiempos
mozos, cuando protagonizaba Cry—Baby.
— Mhm... ¿Qué tal Elvis Presley?
— Sí, Elvis está bien.
— Bien. Entonces aparece Elvis cantándonos Can't Help
Falling in Love con su dulce voz profunda.
— Y luego nos baila con Suspicious Minds —Jimin
propuso, fascinado con la imagen.
— No. Que mejor sea Jailhouse Rock.
— Suspicious Minds.
— Jailhouse Rock.
— Suspicious Minds.
— Sabes que no.
— Sabes que sí.
Continuaron imaginando, agregando todo lo que quisiesen
a su mundo. Ignorando por completo la presencia de
Jeongguk recargada bajo el umbral de la puerta, mirándoles
tan relajados, disfrutándose mutuamente. Tenía los brazos
cruzados sobre su pecho y una sonrisa en el rostro. Incluso
se había acercado a dejarles un par de toallas. Ellos tampoco
le habían notado.
Con el cuerpo seco y humectado y los dientes limpios, Jimin
reparó en el bolso que había sobre la cama. Era suyo,
claramente. Pero, cómo había llegado allí. Taehyung se
acercó y le sonrió, fue cuando comprendió que él había ido
por ropa a su casa. Le mostró el raspón que se hizo al escalar
por el árbol y Jimin se lo besó.
Mama odia a Taehyung. Siempre sintió un rechazo enorme
hacia él y nunca comprendió el verdadero por qué. Según
ella, era una pésima influencia, pero Jimin sabía que había
algo más. Sin embargo, nunca reparó en ello más de la
cuenta. Taehyung era su amigo y estaría siempre con él le
gustase o no. Era la menos indicada, de todos modos.
Esperando a que Taehyung guardara sus cosas para bajar y
comer algo, el destello de un collar entre una pila de libros,
llamó su atención. Sus pasos fueron morosos, entrecerrando
los ojos ante la sensación de reconocimiento. Una cadena de
plata, larga y delgada. Llevaba el dije del árbol de la vida.
Namjoon y él tenían el mismo, ¿Cómo era posible que
Jeongguk tuviera uno también?
Se los habían dado al nacer y tenían prohibido quitárselo del
cuello. Pero cuando Namjoon murió, no lo tenía. La duda
surgió de pronto. ¿Se lo robaron, se lo quitaron o Namjoon
decidió no usarlo más? Desde entonces, Jimin había
decidido quitárselo, también. Llevaban sus iniciales
grabadas en la parte trasera. Jimin quiso saber si el collar de
Jeongguk llevaba sus iniciales también. Acercó las yemas
de sus dedos, rozándolo, pero Taehyung lo agarró por los
hombros, dirigiéndolo hacia las escaleras.
— Bajemos. Nos esperan.
La tranquilidad en Jimin se esfumó y fue imposible
controlar el hormigueo desatándose en su interior. Los
escalones se volvieron infinitos y las voces provenientes de
la cocina lo pusieron en alerta. Taehyung le animó,
apretándole la mano que aún sostenía y sonrió. Todo estaría
bien.
El mesón estaba repletó de bocadillos y estaban sentados
sobre los taburetes, compartiendo una taza de café. Cuando
le vieron, el silencio reinó y todo se volvió exageradamente
incómodo, al menos para Jimin. Jeongguk le daba la espalda
y Yoongi y Hoseok estaban sentados juntos. Todos lucían
limpios y duchados.
Jimin miró hacia las marcas grisáceas en sus rostros,
producto a la riña en la fiesta de las ruinas. Se mordió el
labio, temblando ligeramente al sentirse culpable. Hoseok le
sorprendió enormemente cuando se levantó y se acercó a él,
tomándole de la mano. Lo dirigió a la silla que él había
ocupado con anterioridad y con un suave susurró, le
incentivó a sentirse cómodo. Desplazándose por la cocina,
pareció buscarle algo para comer.
Se mantuvo cabizbajo, incapaz de alzar la mirada y toparse
con los ojos atentos de Jeongguk. Se sobresaltó cuando
sintió la mano de Yoongi acariciar su nuca, enterrando los
dedos en su cabello húmedo.
— ¿Has dormido bien? —Sonrió y Jimin le miró
pasmado—. Esa cama es jodidamente cómoda.
Hoseok se aproximó y le tendió un enorme plato con
hotcakes de mora azul. No hacía falta pensar al respecto,
sabía que él mismo lo había preparado. Le sirvió una taza
con café y se metió entremedio de las piernas de Yoongi.
— Estos eran tus favoritos, ¿Recuerdas?
Había ilusión en sus ojos cuando Jimin le miró. Algo había
cambiado en ese momento, no supo descifrarlo, pero le
sonrió sinceramente, asintiendo. Ellos lo preparaban cada
vez que pasaban la noche juntos, por asuntos de garras y
patas o cuando estudiaban. Se preguntó qué había pasado
entonces, por qué habían dejado de tener pijamadas y se
volvieron tan poco unidos. Estaban creciendo, tal vez.
Hacían cosas diferentes, podría ser. Muchos factores
albergaban una opción. A Jimin no le importó. De pronto,
los quería de vuelta. A los dos. Taehyung y Hoseok.
— Oye, ricitos —Jeongguk llamó su atención, tendiéndole
un vaso con un líquido marrón—. Debes probar esto.
Especialidad de Hoseok.
Jimin lo miró receloso. Su desconfianza aumentó cuando
advirtió la señal de repugnancia en Jeongguk, Yoongi y
Taehyung. Por otro lado, Hoseok sonreía orgulloso de lo que
fuese que haya preparado. Él a veces solía ser una persona
bastante rara, sobre todo cuando se disponía a inventar
nuevas recetas para su uso personal, usando a los demás
como sus conejillos.
Jimin llevó el borde a sus labios y apenas tragó. Su mueca
de desagrado fue inmediata y todos comenzaron a reír.
Frunció el ceño y buscó una explicación, relamiéndose en
un intento por apaciguar el mal sabor.
— Esto sabe a barro.
— ¡Ves! —Jeongguk se dirigió a Hoseok—. Te dije que esto
sabía a tierra. Es asqueroso.
— Vincent Vega se va a cagar en tu nombre —Hoseok hizo
un mohín. Entonces se dirigió a Jimin—. Es café espresso
con Coca—Cola, jarabe de vainilla y hielo.
Yoongi tomó el vaso y lo vació en el fregadero. Hoseok
gimió indignado. Apretando los labios en una fina línea,
Jimin se forzó a no reír. No había esperado tal recibimiento
de ninguno de ellos. No lucían enojados en absoluto y eso
le incentivó a relajarse. Sin embargo, aún sintió que no
encajaba. Al menos no del todo.
Yoongi volvió a su asiento y sacudiendo la mano, le quitó
importancia al parloteo indignado de Hoseok.
— La semana pasada vimos una película de Quentin
Tarantino —Dijo—. Se obsesionó tanto con el personaje de
Vincent Vega en Tiempos Violentos que descubrió una
receta en su nombre en internet.
Las burlas continuaron hacia Hoseok y su vago intento por
defender su reciente creación. Jimin comió en silencio,
disfrutando cada bocado dulce y la tranquila compañía
oculta que Jeongguk le brindaba, pasándole de vez en
cuando servilletas o la botella de jarabe. Era como si
disfrutara el hecho de ver que se alimentaba.
El departamento se había vuelto bullicioso y le gustaba de
ese modo, aplacando el silencio tormentoso en su mente. Un
ladrido cargado de emoción los sobresaltó y Jeongguk
apuntó a Jimin con su tenedor.
— Él te ha escuchado y vendrá en, tres... dos...
El sonido de unas patas cortas les hizo reír. Jack corría tanto
como su herida se lo permitía. Caminaba con incomodidad
por la faja y saltó hacia Jimin cuando se arrodilló para
recibirlo entre sus brazos. Movía la cola efusivamente y
ladraba emocionado a medida que le lamía toda la cara.
La situación no dejaba de ser increíble, sobre todo para un
Yoongi pasmado. Ese perro era terrible con las personas a
su alrededor, pero la presencia de Jimin le volvía realmente
feliz. Taehyung le miró con recelo, temeroso por su aspecto
terrorífico. Sentado a su lado, Jeongguk le palmeó el muslo,
bromeando.
— Estará ocupado venerando a su dios ricitos. No te
preocupes, eso evitará que te muerda el culo.
— Estúpido —Taehyung lo codeó.
Jimin continuó embelesado con Jack en el suelo y los demás
volvieron a su usual conversación sobre todo y a la vez nada.
Entre risas y bromas. Entonces Jimin aprovechó para
mirarlos desde su sitio, reflexionando al respecto.
Al igual que él, eran personas que intentaban encontrar su
propio lugar en el mundo. No conocía la historia que
representaba a Jeongguk y a Yoongi, pero era consciente que
la vida no había sido buena para Taehyung y Hoseok.
¿Podría culparles por actuar como lo hicieron? Claro que no.
No era su derecho. La gente se equivocaba, cometía errores
y estaba bien perdonarlos.
Jimin podría centrarse en el daño que le causaron, y tener
muchas razones para volver a llorar, pero era remediable, de
todos modos. Tal vez ninguno de ellos estaba pasando por
un buen momento esa vez. Incluso ahora. Y estaban juntos
nuevamente. Era todo lo que bastaba. Harían las cosas bien
desde ahora en adelante. Había hecho nuevos amigos ahora
y le dejaron saber que la soledad no volvería a ser parte de
él mientras ellos estuvieran allí. Sonrió agradecido.
Brincó cuando Jeongguk se acuclilló a su lado, mirándole
desde su altura. Jack yacía mostrándoles la panza y se la
acarició suavemente, sin dejar de mirar los ojos
sorprendidos de Jimin.
— Me gustaría que revises su herida —Pidió—. Parece
repuesto, pero quiero asegurarme.
Excusándose e ignorando las burlas de enamoramiento, se
dirigieron a la habitación de Jack. El corral había
desaparecido y las cortinas elegantemente atadas volvían de
la habitación un sitio tranquilo y agradable. Jack mordió uno
de sus juguetes de hule y se lo tendió a Jimin como una
invitación a que jugara con él.
Jack fue extremadamente educado y dócil cuando Jimin le
revisó y permaneció mostrándole la panza para que
continuara acariciándole. Sentado a su lado, Jeongguk
sonrió. El silencio era bueno.
— Esa noche no ocurrió nada —Jeongguk dijo de pronto.
Jimin continuó mirando a Jack, respiraba de manera agitada
y sacaba la lengua. El rumbo de la conversación le forzó a
recordar, intentado que los sentimientos angustioso no
formaran parte de él. Jeongguk quería arreglar las cosas, era
un buen comienzo al parecer.
— No es necesario que me des una explicación —Jimin le
miró—. Es tu vida y nadie tiene derecho a entrometerse en
ella.
— Quiero hacerlo, ricitos —Sentenció, decidido—.
Mereces saber que rompimos el mismo día que fuiste a
comprar la hierba para Hoseok.
Vaya, eso era mucho tiempo. Entonces pensó en la fiesta
donde él besó a JB y Jeongguk consiguió una herida en la
mejilla. Soojin rogaba por algo esa vez en el sillón. Y el
hecho de notar que no había sido precisamente infiel le hizo
sentirse aliviado.
— La vi bajar de tu camioneta. La noche que...
— ¡Está loca! —Lució exasperado y se acomodó de modo
que pudiese mirarlo mejor. Se relamió los labios—. Esa
noche ella vino e intentó convencerme. Era consciente de tu
presencia en la habitación continua y ella haría un
escándalo.
Cualquier cosa que estuviese dispuesto a decirle, Jimin no
le estaba creyendo absolutamente nada. Jack se levantó y se
sacudió, tomando el juguete que Jimin había ignorado para
jugar con él. Salió por la puerta y Jimin se quedó mirando
un punto muerto.
Jeongguk continuó:
— Eres prepotente. Te vería aquí y gritaría y tú no ibas a
tolerarlo. Era un hecho que pelearían. La eché, ¿Está bien?
Ricitos, esa noche no ocurrió nada y la eché. Cuando
desperté no estabas y ella había pasado la noche en la calle
en un estúpido intento por llamar mi atención.
— Lo escuché todo.
— Lo sé, ¿Sí? Cuando no te vi me lo imaginé. Quise
explicarte, pero tú estabas tan ofuscado y violento.
Jimin desvió la mirada. Todo había comenzado desde allí.
Su arrebato, su dolor. Su adicción olvidada por los Valium.
Jeongguk era todo lo que quería en ese momento, pero era
tan arrasador lo que sentía que era realmente difícil poder
lidiar con eso que desconocía. Y sabía que era mutuo. Lo
presentía porque la atmosfera parecía querer calcinarles a
ambos.
Estar con Jeongguk se sentía bien. Demasiado bien. Y se
sentía muy vulnerable a su alrededor. Era confuso, pero solo
sabía que lo necesitaba.
— Seamos amigos —Jimin propuso.
En los ojos de Jeongguk un brillo extraño se reflectó, Jimin
frunció el ceño, curioso. Jeongguk sonrió, pero notó cuán
fingido era. Asintió, pasándose las manos por el cabello,
alborotándolo de la forma que a Jimin le fascinaba.
— Claro, nosotros... Sí, podemos ser amigos.
Jimin le tendió la mano para cerrar esa clase de trato extraño
y contradictorio. Jeongguk la miró un poco más y sin ánimo
alguno, la aceptó.
Siguió a Jimin con la mirada cuando se levantó y pensó
duramente al respecto. No, ser su amigo no era precisamente
lo que quería. Había desarrollado un apego hacia él, uno que
se había desarrollado hace mucho tiempo. Años, en realidad.
Estaba obsesionado con tenerle, le deseaba profundamente.
Le quería a su lado.
Divagó y sacudió la cabeza, ofuscado. Él había hecho una
promesa, dio su palabra de mantenerse alejado y aun así
velar por su bienestar desde la lejanía. Pero no podía, no
más. Era un tormento que crecía hasta volverse pesado e
insoportable. A la mierda, pensó, levantándose. Estás
muerto y no puedes hacer absolutamente nada para
impedírmelo, no ahora. Tomaré lo que me pertenece.
Tomó a Jimin por el codo antes de siquiera atravesar el
umbral y lo arrinconó contra la pared. No le permitió
reaccionar y lo besó bruscamente. Deseoso, sediento. Jimin
gimió y no se negó. Enrolló los brazos alrededor de su cuello
y lo atrajo hasta él. Abrió la boca y le recibió con anhelo. Se
besaron hasta sentirse asfixiados. Hasta que sus labios
dolieron.
Jeongguk unió sus frentes y permaneció con los ojos
cerrados, respirando agitado, salvaje. Susurró sobre
aquellos labios apetitosos e hinchados:
— Mentí, ricitos de oro. No quiero ser tu amigo.
— Pero... —Jimin no podía hablar, consternado.
Su pecho ardía. Su corazón bombeaba eufórico. Y no estaba
dispuesto a negar la sensación dichosa que le invadía. Ellos
se querían, ¿Por qué no intentarlo? Su consciencia vibró
alarmada, en negativa. Pero estaba tan cansado de
escucharla y solo quiso seguir el deseo. Ese anhelo de tener
a alguien cerca, a alguien a quien realmente ansiaba.
— Vamos nene, déjame tenerte. Nos deseamos y te quiero
conmigo, a mi lado. ¡Te haré feliz!
Jimin sonrió, una sonrisa grande, resplandeciente. Esas
cosquillas en su estómago eran deliciosas y se abrazó a él
para no rendirse ante la emoción. Lo intentarían, al menor
lo harían.
Para cuando aparecieron, los demás estaban en la sala,
jugando cartas. Jeongguk le abrazada por la espalda,
recargando el mentón sobre su hombro derecho, caminando
lentamente.
— ¿De qué me perdí? —Hoseok frunció el ceño al verles,
pero no había enojo.
Ellos se encogieron de hombros y se acercaron. Jeongguk
palmeó sus muslos para que Jimin se sentara sobre ellos y
todo alrededor pareció perder importancia. Se acariciaban y
se besaban. De pronto, no podían quitarse las manos de
encima. El miedo había desaparecido. El prejuicio también.
Podían darse ese afecto que tanto desearon.
Desde la cocina, preparando una ensalada de frutas,
Taehyung reparó en el semblante preocupado de Yoongi.
Cortó un par de manzanas y las echó al plato.
— Vamos —Dijo—. Parece que no estás feliz al respecto.
Yoongi terminó de pelar el último plátano y suspiró. A través
de sus ojos, Taehyung pudo ver su sinceridad
— Lo estoy, créeme. Es solo... Me siento preocupado,
¿Sabes? Ambos son muy impulsivos y tienen que lidiar con
su propia ira a diario. ¿Qué puedes esperar de dos personas
que son violentas?
Capítulo 19
El viento ululó. Una ventisca que se adueñaba de las
marrones hojas secas y las arremolinaba, creando un
torbellino deforme y ruidoso, como el molestoso piar de los
polluelos varados en las ramas de su árbol en primavera.
Como el aullido de los perros por las noches. O como el
insistente repiqueteo de la puerta trasera de la señora Sara
sin reparar.
De pequeño, él solía jugar con las hojas que caían con
relativa facilidad en otoño. Mamá lo calzaba en un par de
botas amarillas para saltar dentro de los charcos de lodo.
Merodeaba por todo el patio trasero y las apilaba por color.
Amarillas, rojizas y marrones.
Cuando sus padres discutían, Namjoon lo llevaba al bosque,
amontonaban un montón de esas hojas que yacían por
doquier y chillaba al volar por los aires, cayendo sobre ellas
sin lastimarse en absoluto. Su hermano era muy fuerte y
alto, siempre lo levantaba sin mayor esfuerzo.
Elevó la mirada al cielo, hacia las nubes esponjosas y
grisáceas. Estaba nublado, pero no hacía frío, al menos no
para él. Hace días había dejado de percibir las cosas de un
modo frívolo. Se sentía contento, relajado. Más atento y
sinceramente sonriente.
Hace tres semanas se había convertido en el muñequito
oficial de Jeon Jeongguk. Taehyung lo reñía cada vez que se
denominaba de aquel modo despectivo, pero era todo lo que
podía conseguir, de todos modos. Había un anhelo
persistente, una fogosidad que se adueñaba de ellos cada vez
que estaban a solas. Y sentía que nunca tenía suficiente. No
con él.
Jeongguk era dominante, soberbio. También era detallista y
muy atento. Pasaban la tarde juntos en su departamento y
las noches se animaban cuando llegaban los demás.
Estudiaban, bebían y fumaban hierba casi como un ritual.
Aunque todavía se sentía intimidado, abrumado por la
excesiva velocidad que todo estaba tomando. Adaptarse al
caos, a las idas y venidas era algo que no podía asumir del
todo.
— Así que... ¿Jeon Jeongguk está finalmente soltero?
Jimin espabiló con violencia, sobresaltándose al tener el
rostro de Jo Kwon a solo centímetros de su nariz. ¿Tenía
alguna idea de lo que significaba el espacio personal? Esa
sonrisa exuberante le desconcertaba. El chico en sí le
desconcertaba. Qué hacía ahí de todos modos.
Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, confundido. Boqueó
como un pez fuera del agua y miró hacia Taehyung y
Hoseok, compartiendo la misma mesa que él en la cafetería
del campus. Señaló discretamente hacia el intruso y
Taehyung se metió una papa en la boca, encogiéndose de
hombros. La respuesta había sido muy clara: Es tu
problema. Su segunda opción fue Hoseok, pero de pronto,
descifrar la guía de física era todo un enigma. Traidores.
Apretó los dientes y bramó cuando les vio sonreír. Volvió la
vista a Jo Kwon, notando que se observaba diligentemente
el esmalte trasparente de sus uñas.
— Oye, son muy bonitas —Intentó desviar el tema.
— No me tomes por estúpido y responde a mi pregunta.
— ¿Disculpa? —Frunció el ceño, ofendido. Él jamás solía
hacer cumplidos y un, gracias, hubiese estado de lujo.
Además, qué le importaba el estado civil de Jeongguk—. Y
no lo sé. Ni siquiera sé por qué me preguntas a mí.
— Oh vamos, toda la facultad te ha visto con él.
— ¿Y me da algún derecho o algo?
Estaba totalmente serio, pero la dicha de tener algún tipo de
privilegio le estaba haciendo añicos el estómago. Luchó con
el impulso de lucir como un engreído y se encogió de
hombros.
No era como si Jeongguk y él intentasen ocultar lo que
tenían. Caminaban de la mano y chillaba cuando lo alzaba
en brazos para arrinconarlo en cualquier sitio, devorándole
la boca delante de todos. Esa era la mejor parte de todas. Sin
lugar a dudas. Cuando le pillaba desprevenido.
— ¿Entonces está disponible? ¿Debería intentarlo?
Los ojos de Jo Kwon brillaron, demasiado para su gusto.
Jimin casi quiso rodar los ojos. Casi. Pero de algún modo le
entendía, cómo negarse a un sujeto como Jeon Jeongguk.
No había sido el único baboso por él a través de los años,
después de todo. Había corrido con un poco más de suerte,
tal vez.
Jimin cerró su libro, cogió sus cosas y se levantó. De
inmediato, Taehyung y Hoseok le imitaron.
— Ni lo pienses —Amenazó, pero no había violencia—.
Que esté soltero no significa nada. Su polla aún me
pertenece.
— No seas egoísta —Jo Kwon se giró sobre su asiento—.
Podemos compartirla.
Jimin entrecerró los ojos y lo señaló con el dedo:
— Cochino.
La clase de economía agraria estuvo bien. Sin demasiada
charla, solo lo fundamental. Tener a Taehyung a su lado,
haciéndose pasar como un alumno más era divertido, sobre
todo cuando su nerviosismo era evidente en cuanto el
profesor tomaba asistencia y él no era nombrado.
Lo cierto, era que el señor Kang desde hace algún tiempo
sabía que no pertenecía a la facultad, aun así, no hacía
ningún intento por echarle. Lástima, quizás. Pero Jimin no
se lo diría, disfrutaba de esa genuina inquietud por
esconderse. Como un enorme elefante que se resguardaba
detrás de una ramita para pasar desapercibido. Imposible.
La facultad era una mierda, pero impartía buenas clases. Era
todo lo que importaba, al menos para él.
Las cosas iban bien entre ellos. Entre los tres. No habían
tocado el tema de la disputa en absoluto, pero de vez en
cuando hablaban al respecto sin hacerlo realmente, entre
indirectas. Qué importancia tenía de todos modos, un
perdón no era precisamente adecuado, lo efectivo era hacer
algo al respecto.
No centrarse demasiado en el tema y perdurar en tomar
buenas decisiones hasta llegar al punto donde pudiesen
darse cuenta de que allí estaban otra vez, siendo los mejores
amigos de siempre. La oportunidad era limitada. Era mejor
no cagarla. De parte de ninguno, exactamente.
Ingresando al baño, repararon en el cuchicheo de un par de
chicos en un rincón. La soltería de Jeon Jeongguk recorría
los pasillos como pan caliente y jamás imaginó que la
atención fuera demasiada. El maldito prácticamente tenía a
todos de cabeza. No los culpaba, Jimin se consideraba uno
de ellos. Fácilmente podría liderar el club de fans.
Lavándose el jabón de las manos, rodó los ojos a través del
espejo, hacia sus amigos, cuando escuchó por enésima vez
el nombre del galán más cotizado.
— ¿Qué opinas tú, J? —Sungjong lo codeó, posándose al
lado de él—. Pareces conocerlo mejor.
De pronto, se halló acorralado por esas cacatúas necesitadas.
Jimin frunció el ceño, disgustado. Deberían dejarle en paz.
— Sí J, dinos —Fue codeado nuevamente—. ¿Cuáles son
sus gustos?
Suspiró aliviado cuando la mano firme de Taehyung le
sujetó la muñeca y lo sacó de ese raro acorralamiento. Miró
hacia ellos y sacudió la cabeza en un intento por dejar de
sentirse desconcertado. ¿Era el lado malo de salir con Jeon
Jeongguk?
Se dirigieron a la salida, pero antes de cruzar el umbral,
Taehyung se detuvo y sonrió complaciente:
— Les daré un dato que vuelve loco a Jeongguk —Guiñó—
. Le encanta que se metan su polla hasta la garganta y le
vomiten encima.
Rieron todo el trayecto del pasillo. Tan fuerte que volteaban
a verlos mientras iban cogidos de las manos. Taehyung en
medio.
— Luciste tan convincente que casi lo creí —Hoseok secó
sus ojos, pero cuando Taehyung permaneció totalmente
serio, dudó al respecto—. Porque era mentira, ¿Verdad, Tae?
Estabas mintiendo.
Taehyung volteó disimuladamente hacia Jimin y le guiñó un
ojo, haciéndole cómplice. Centró la mirada al frente y se
encogió de hombros, sintiendo la mirada pasmada de
Hoseok.
— Dicen que es un fetiche que intenta mantener oculto —
Jimin comentó de pronto—. Ya sabes cómo es con sus
asuntos. Por tu bien, espero que no le digas que lo sabes. Se
va a desquitar contigo.
Jodida mierda, oyeron a Hoseok murmurar. Se apretaron las
manos entrelazadas y fruncieron los labios para no echarse
a reír ante la broma de muy mal gusto.
La ventisca había disipado cuando se aproximaron al
estacionamiento. Las puertas delanteras de la Ford lobo
negra estaban abiertas y los parlantes retumbaban ante la
música alta.
Yoongi sostenía un cigarro entre los dedos y propinaba
rápidas caladas, hablando de algo emocionante con JB.
Sonreía ampliamente y movía las manos efusivamente.
Jackson intentaba cambiar la música y Jeongguk chocaba
discretamente la mano con un chico para pasarle la droga
que le había comprado.
Encendiendo su propio cigarro, Jimin notó prontamente que
el relato que les tenía tan emocionado era sobre la última
pelea que habían tenido. Rodó los ojos, exhalando el espeso
humo. Hoseok le ofreció una mentita y decidió que
deshacerse del envoltorio era mucho más interesante.
Aún podía evocar las imágenes de aquella noche tan
aterradora. Se habían topado con la banda rival y Jeongguk
no había dudado en dejar las cosas claras. Las botellas
volaban por el aire y él fue forzado a subirse en un auto que
desconocía para mantenerle a salvo. La atmosfera olía a
tierra húmeda y no había dejado de patalear y llorar por dejar
a los demás atrás.
Sí, se había asustado como la mierda. Y estaba seguro de
que jamás podría acostumbrarse, incluso si esa madrugada,
Yoongi le había hecho entender que era usual. Se habían
enfrentado a situaciones peores.
Sintió un par de brazos gruesos envolverse alrededor de su
cintura y el cálido aliento de Jeongguk sobre su oído le hizo
suspirar. Giró sobre sus pies y miró la cortada fresca sobre
su ceja izquierda. Le habían propinado cuatro puntos de
sutura. Jeongguk parecía estar bien al respecto, pero Jimin
no podía controlar el escalofrío que le embargaba cada vez
que la miraba. Era horrible.
— Hola tú —Jeongguk susurró sobre sus labios, coqueto.
— Hola tú.
Comenzaron con una caricia suave, rozando la piel carnosa
de sus labios. Sintiendo la exquisita sensación del tibio
aliento asomarse con un gesto sugerente, deleitoso.
Dejándose llevar poco a poco, como si nada más importase,
Jimin llevó las manos hasta su nuca, acercándole,
enterrándose en ese cabello azabache y furioso que loco le
volvía.
Jeongguk gimió ante el sabor de su aprobación, lo alzó entre
sus brazos y gozó cuando Jimin enrolló las piernas sobre sus
caderas. Lo guio, empotrándolo contra la puerta trasera de
la Ford lobo negra, tomándose todo el tiempo del mundo
para recorrer cada centímetro de su boca gruesa, cálida.
La intromisión se volvió sensual, abrumadora. Se
estremecieron y el anhelo de Jimin por esa lengua
moviéndose de lado a lado se volvió pesado en su pelvis.
Vigoroso, meneó las caderas, perdido.
— Detente o vas a hacer que se me pare —Hubo fuerza de
voluntad en ese tono tosco. Jeongguk apretaba la mandíbula.
Jimin miró entre ellos, hacia es bulto levemente notorio que
se perdía entre sus muslos enroscados. Sonrió, ese gesto
sugestivo que Jeongguk reconocía en él cuando quería
llevarle la contraria.
— Puedo ayudarte —Jimin ronroneó, con las manos
perdidas en su cabello, tiró hacia atrás, dejando la garganta
de Jeongguk al descubierto, posando sus labios abiertos
sobre la tierna piel—. Qué prefieres esta vez, ¿Mi mano o
mi boca?
— Ricitos...
— Te sugiero mi boca —Trazó un camino con los labios
hasta llegar a su oreja, chupándole el lóbulo—. Es más
húmeda. Aunque también puedes escupir en mi mano y...
Jeongguk lo soltó abruptamente. Lo acorraló con los brazos
a los costados de su cabeza y frunció el ceño, divertido.
— ¿Qué te pasa?
— ¡Estoy caliente!
El tono fue exigente y Jeongguk echó la cabeza hacia atrás,
ligeramente asustado. Un jadeo sorpresivo provino del sitio
del copiloto y halló a Jackson desparramado sobre el
asiento, con el celular en la mano con la lista de
reproducción, mirando hacia ellos con una paleta de
caramelo a medio camino hacia su boca. Sí, había
escuchado fuerte y claro, incluso a través de la música.
Jeongguk frunció el ceño y le hizo un gesto con el mentón
para que se metiera en sus propios asuntos.
Jimin estaba molesto. Cachondo y enojado. Casi un mes
juntos y aún no había conseguido más que dedos
deliciosamente enterrados en su culo y un par de mamadas.
Él quería que le follara, burdo y duro. Que doliera. Como en
sus fantasías. Pero Jeongguk se negaba, excusándose como
si Jimin no fuese capaz de darse cuenta. Él lo hacía. Claro
que lo había notado. Y cada vez que quería referirse al
problema, le distraía con cualquier estupidez.
El viento sopló, el cielo se oscureció levemente y
continuaron en silencio, retándose con la mirada. Jimin no
quería llegar a conclusiones incorrectas, pero Jeongguk no
le estaba dejando otra opción.
Tal vez se esté follando a alguien más, le había comentado
hace algunos días Taemin. Hablaban por teléfono. Ellos
habían vuelto a la ciudad y no sabían cuándo sería su
siguiente retorno.
Justo ahora volvía a dudar duramente. Según Taemin,
durante el tiempo que Minho le había sido infiel, no tenían
relaciones sexuales. Se satisfacía con el amante. Bueno,
Jimin no era ningún amante, no debería enojarse, ¿No? La
cuestión estaba en que pudiese entenderlo, porque su mente
se negaba rotundamente. Le quería solo para él.
Arrastró la mirada hacia las señas que Hoseok le hacía y se
apartó. Jeongguk le sujetó del brazo en un vago intento por
devolverlo a su sitio. Jimin logró soltarse.
— Aún me quedan tres horas más de clase y voy a
comprarme un jodido café.
— Entonces te acompaño —Jeongguk hizo el ademán de
seguirle.
— No quiero.
Jeongguk apretó la mandíbula. Molesto, entornó los ojos y
Jimin luchó con las ansias de desviar sus esmeraldas,
intimidado.
— ¿En serio te vas a enojar por eso, Jimin?
Oh, vaya. Por primera vez le llamaba por su nombre y no
mentiría al respecto, se sintió decepcionado. Como un niño
reñido.
Jeongguk se debatía, lo veía en la forma en que sus pupilas
se dilataban y tensaba los músculos. Bien, quizás se estaba
dando cuenta de que él realmente quería follar. ¿Por qué no
quería? ¿Por qué se negaba a dárselo?
— Sí —Respondió finalmente.
— Cuando salgas de clase te llevaré a casa y hablaremos.
— Me iré con Taehyung.
— ¡Bien entonces vete a la mierda! —Alzó los brazos,
alejándose hacia la camioneta con el ceño fruncido.
Jimin quiso seguirle. Pero no lo haría. Estaba taimado y
aunque se arrepentía por generar una discusión tonta, se
haría cargo largándose de allí.
Capítulo 20
Cuando Jimin tenía once años, decidió que patear las piedras
sobre el camino de tierra era más interesante que llegar a
clases a tiempo. Con las manos en los bolsillos de su
chaqueta amarilla grande y esponjosa, en su rostro contraído
y sonrosado por el escozor del frío, se dibujó uno de sus
tantos mohines. Entornó las esmeraldas hacia el mediano
edificio de ladrillos rojos y permaneció oculto entre los
arbustos, mirando a los demás niños ingresar. Él no lo haría.
Lo había decidido al salir de casa esa mañana nublada.
Mamá y papá podían irse al carajo.
Retornó sobre sus botas manchadas de barro, desviándose
del camino usual. Internándose en el prado repleto de hierba
bajo el dosel de los árboles caducifolios, siguió el camino
frondoso que le llevaría al cementerio de animales. Había
estado allí muchas veces, enterrando a las pobres criaturas
que se encontraba muertos por el bosque.
Pero leer los nombres de las tumbas y limpiarlas no era
precisamente lo que haría ahora. Él continuó más allá,
donde el herbaje era más verdoso y espeso, procurando no
lastimarse con las ramas como consecuencia desmedida.
Hacia las montañas se hallaba una casona abandonada. Era
siniestra y antigua. Pero tenía sus encantos, como por
ejemplo el que muy pocos pudiesen llegar hasta allí sin ser
antes guiados por alguien experto.
Era un sitio apartado, tan confuso que podía cometerse el
homicidio más exitoso. Jimin siempre corría riesgo al
merodear por donde le advertían que no lo hiciera.
Fácilmente podía lesionarse o peor, ser seguido y violado,
tal vez luego asesinado. Eran las consecuencias a tal
rebeldía.
Un par de risas hicieron eco alrededor, Jimin levantó la
mirada al cielo y agudizó el oído. Iba por buen camino. Poco
a poco las voces gruesas y roncas se iban haciendo más
claras y los pudo divisar sentados en sillas y sillones que
ellos mismos habían adquirido.
Salió de entre las ramas, sacudiéndose las hojas de la ropa,
dirigiéndose hacia los hombres mayores que mantenían una
pandilla. La banda de su hermano. El mayor de ellos
redondeaba los cuarenta. Eran sujetos con vidas distintas,
pero dedicados a lo mismo. La delincuencia.
— ¡Hyung! —Gritó a unos pasos.
Esas miradas duras con experiencia le miraron fijo, como
las águilas que acechaban a su presa desde lo alto. Jimin no
se inmutó y sonrió, cerrando los ojos alegremente en el
proceso. Había compartido con todos ellos en algún
momento. Y no eran tan rudos como aparentaban.
Una cabeza curiosa se asomó entre ellos y vio a Namjoon
suspirar, apresurándose. Era tan alto que Jimin tuvo que
alzar la cabeza.
— Enano, se supone que debes estar en clases. ¿Qué haces
aquí?
Jimin se encogió de hombros y pasó por su lado. Orientado
con la situación y con quienes le rodeaban, avanzó con total
confianza. Namjoon contuvo una risa por su aspecto
gracioso y tierno. Jimin era pequeño y rechonchito. Llevaba
una mochila que parecía ser más grande que él y esa
chaqueta mullida que le cubría hasta las rodillas le hacían
ver mucho más chiquito. Y ni hablar de sus botas para la
lluvia que mamá le obligaba a usar.
— Hey, Piolín —Park Seo Joon se acomodó sobre el sillón
para alborotarle el cabello—. ¿Te has escapado otra vez?
Jimin sonrió, tímido. Había obtenido el apodo por su cabello
rubio y sus ojos claros. Entrelazó las manos detrás de su
espalda y se meció sobre sus talones. Él tenía un flechazo
por Seo Joon. Su voz gruesa y su aspecto tosco le hacían
posar los ojos en él como un imán. Pero fuera de esa
apariencia desdeñosa, era quien más le hacía reír dentro del
grupo.
Se despojó de las correas de su mochila y la abrazó contra
su pecho. Pudo sentir como la silueta de Nam se acercaba
por detrás.
— He traído mi lonchera. ¿Quieres compartirla conmigo?
Mamá me hizo dos emparedados de lechuga, queso y tomate
—Jimin abrió el cierre y hurgó dentro—. ¿Te gusta la leche
de frutilla? Quise obtener otra cajita, pero mamá no me dejó.
Había oído a las señoras que siempre cuchicheaban afuera
de la tienda de verduras que a los hombres se les conquistaba
con comida. De todos modos Seo Joon estaba muy delgado
y él quería un esposo de aspecto fuerte y sano.
Seo Joon mostro la hilera de sus perfectos dientes blancos y
las mejillas abultadas de Jimin se tiñeron de un delicado
rosa. Se hizo a un lado y palmeó un lugar para él dentro del
deteriorado sillón.
Pero Namjoon ni siquiera le dejó hablar, le apretó los
hombros y le forzó a seguir de largo. Jimin volteó hacia su
enamorado con tristeza, incapaz de hacer algo al respecto.
Su relación al parecer debía esperar.
— Ni lo pienses, enano. Tú y yo vamos a hablar seriamente.
Dirigiéndose al esqueleto de la casa abandonada, Jimin
reparó en una figura sentada con los demás. Era un chico
joven, demasiado para estar rodeados de todos esos hombres
adultos. ¿Quién era? Jamás le había visto. Curioso respecto
a su rostro, Jimin casi cayó hacia atrás. Pero el sujeto se
mantenía oculto con una capucha negra.
Namjoon lo sentó en las escaleras estrepitosas del porche.
Le quitó la mochila de las manos y sacó su lonchera,
pasándosela para que pudiese merendar aunque la hora no
fuese la correcta. Pero Namjoon había visto que no había
comido su desayuno.
— Mantenerme alejado de Seo Joon Hyung no impedirá que
en el futuro nos casemos —Jimin le riñó mientras enterraba
la pajita dentro de la caja para beber de la leche.
Namjoon rodó los ojos, pasándose las manos por el cabello.
Pensaba que ese tonto flechado sería esporádico, Jimin le
había dicho que era su tipo ideal y nada más. Ahora
aseguraba que serían esposos. Todo empeoró cuando hace
unas semanas atrás le llevó de compras y Jimin estuvo muy
interesado por observar sortijas en una vitrina. Mocoso
impulsivo, pensó.
— ¿Por qué no fuiste a clases? —Decidió preguntar.
— ¿Tú por qué no fuiste a la universidad? Papá dijo que
estás en semana de exámenes. Y de todos modos estás aquí.
¿Por qué no puedo estar contigo, entonces?
Namjoon suspiró. Jimin era extremadamente despierto para
su edad. Lo peor de todo era que intentaba igualarle en cada
cosa que hacía. Incluso ahora respondía como solía hacerlo
él cuando discutía con mamá.
— Eso no importa. No significa que tú debas faltar a la
escuela también —Lo miró fijamente—. Hablamos de esto.
¿Por qué no lo entiendes?
Jimin desenvolvió una mitad de su emparedado y le dio un
mordisco. Con los mofletes llenos, le miró. Un vistazo fijo.
Entonces supo que le estaba examinando. Namjoon alzó las
cejas, dándole a entender que esperaba una respuesta. Pero
Jimin se tomó su tiempo.
— ¿Quién es él? —Dijo en cambio, señalando con el
mentón al chico joven desconocido.
Namjoon cerró los ojos, masajeándose las cien. No había
caso. Con ese mocoso nunca había caso. Tan terco como una
mula. Siguió su mirada curiosamente genuina y reparó en
ellos. Negó, encogiéndose de hombros.
— No te importa, enano. Nada de lo que pase aquí te
importa.
Jimin dio otro mordisco y bebió de su leche para tragar con
facilidad. Miró a su hermano y entornó los ojos.
— Entonces no te importa saber por qué falté a clases.
— Deberías dejar de hacer eso.
— ¿Qué?
— Chantajearme.
Jimin boqueó, simulando estar ofendido. Pero ambos sabían
que era verdad. Y eso no lo había aprendido de nadie.
— No lo hago.
— Sí. Acabas de hacerlo.
Con un mohín adueñándose de sus labios regordetes, Jimin
miró alrededor de la casa. Estaba repleta de moho y grasa.
Le faltaba la mitad del techo y supuso que de noche debía
ser aún más tenebrosa. Nunca había estado allí de noche.
Namjoon una vez le dijo que hacían fogatas.
— Si me dices quién es ese chico, te diré por qué falté a
clases —Jimin propuso finalmente.
No le miró, Jimin no se atrevió. Sabía que si volteaba, esos
ojos le acusarían con desaprobación y no podría salirse con
la suya. Oyéndole exhalar con resignación, Jimin celebró
silenciosamente su victoria.
— Es el hijo de Gong Yoo.
— ¿El traficante?
— ¡Hey, qué hablamos de eso!
Jimin brincó y lució cabizbajo cuando la mirada de
Namjoon se tornó realmente enojada. Lo habían hablado,
pero lo había olvidado. Las cosas que Namjoon hacía era
una verdadera incógnita, no para Jimin. Con el mal hábito
de esconderse en la habitación de su hermano para asustarle,
se enteró a lo que se dedicaba. Sin embargo, nunca dijo nada
y tampoco se sorprendió al respecto. Quizás era demasiado
pequeño aún para procesar la magnitud.
— Lo siento. ¿Cómo se llama?
— No te diré eso —Negó tajante.
— Entonces qué edad tiene. Luce muy joven.
— Quince. ¿Por qué no fuiste a la escuela?
— Le mordí la nariz a un niño.
Jimin se encogió de hombros como si fuese un acto normal.
Namjoon boqueó como un pez fuera del agua. ¿Era posible
que esa cosa rechoncha y adorable hiciera daño a alguien?
— ¿Que hiciste qué?
— Me estuvo molestando durante meses. Ayer me acorraló
en los baños y quiso golpearme —Jimin se miró las manos,
entristecido—. Por su culpa ahora todos en la escuela me
llaman gordo.
Namjoon chistó a medida que negaba con el pesar instalado
en sus facciones endurecidas. Tomó a Jimin de la cintura y
lo sentó a horcajadas sobre sus piernas para que le mirara
fijamente.
— Mi bebito...
— ¿Es verdad, Hyung? ¿Soy gordo y feo?
Oh por dios. Namjoon ahora quería ir a buscar a ese pedazo
de mierda y molerlo a golpes. Nadie tenía derecho a hacer
sentir inseguro a su hermanito.
— ¡Claro que no! —Le besó la punta de la nariz y unió sus
frentes. Entonces susurró—. Te contaré un secreto. Yo
siempre quise tener tus ojos esmeraldas.
— ¿En serio, Hyung?
Namjoon asintió efusivamente. Arrastró la mirada hacia el
cabello esponjoso y jugó con los mechones dorados de
Jimin.
— Tu cabello rubio también. ¿Sabías que es muy brillante y
sedoso? Mira el mío, es opaco y tieso.
Eso no era verdad, pensó Jimin. Su cabello rubio era igual
de bonito. Namjoon le pellizcó una mejilla, llamando su
atención.
— Para tu edad, enano, es normal tener esta complexión
física. Significa que eres muy saludable.
— Pero...
— ¿Quieres que te cuente otro secreto? —Susurró de prisa,
para que Jimin no se desviara—. El otro día, Seo Joon dijo
que cuando crecieras, ibas a ser un hombre muy precioso.
La mirada de Jimin se amplió y sus esmeraldas refulgieron.
Namjoon quiso besar esas mejillas regordetas al verlas
coger color. Era verdad, todos los secretos que Namjoon le
había confesado a su hermanito pequeño eran verdad.
Namjoon jamás olvidaría los celos que le embargaron
cuando escuchó a la pandilla hablar al respecto. Comentar
sanamente sobre lo hermoso que era su hermanito y lo
despampanante que sería en cuanto creciera. Nunca tuvo
tiempo para considerarlo, pero en ese momento sopeso en la
idea de ver a Jimin rodeado de miradas urgidas, curiosas y
embobadas. Cuando tuviera que andar pegado a él como una
sombra ahuyentando a la escoria.
— ¿Entonces le gusto así, todo gordito?
— No eres gordo, enano. Entiéndelo. Eres precioso.
— ¿Lo prometes?
— ¿Te he mentido alguna vez? —Jimin negó—. Confía en
tu hermano.
Namjoon echó un ligero vistazo a su reloj de muñeca y se
levantó, ordenándole que recogiera todas sus cosas. Le vio
acercarse al grupo y conversar con Seo Joon. Cuando su
futuro marido le miró, Jimin se apresuró a ordenar todas sus
cosas, de ese modo tendría tiempo para despedirse.
Colgándose la mochila sobre los hombros, observó al chico
misterioso al pasar. Lucía incómodo, perdido en sus propios
pensamientos mientras miraba la tierra bajo sus pies.
¿Lograría conocerlo realmente alguna vez?
— Piolín ven aquí —Seo Joon le ordenó y Jimin trotó hacia
él—. Si pretendes que alguna vez sea tu marido, debes
hacerme una promesa.
Jimin miró a su hermano como si hubiese escuchado la cosa
más maravillosa. Namjoon se encogió de hombros y con un
gesto de mentón, le animó a centrarse en el hombre. Seo
Joon le sujetó la mano y Jimin chilló.
— Debes prometer que no volverás a faltar a la escuela. Y
que sacarás las mejores calificaciones —Seo Joon lo acercó
para que le mirara fijamente—. También debes prometer
que no volverás a venir a este sitio.
La esperanza en Jimin flaqueó e hizo un mohín. Quiso
soltarle, pero esos dedos grandes y fuertes no lo dejaron.
¿Cómo podría seguir viéndolo entonces? Casi nunca se
paseaba por el pueblo. De ese modo jamás iba a poder
conquistarlo.
— Eso no es justo, Seo Joon Hyung.
— ¿Quieres ir a comer helado el sábado? Si lo prometes te
llevaré. Podemos comenzar a planificar nuestra boda.
— Está bien. Lo prometo.
Comenzó a retroceder y aceptó la mano de su hermano.
Curioso, volteó hacia el chico joven y le pilló viéndole. Fue
demasiado apresurado, ni siquiera pudo ver la forma de sus
ojos porque bajó velozmente la cabeza, volviendo a la
misma postura aburrida.
— Hyung, ¿Me llevas sobre tu espalda?
Esa noche, Jimin soñó con la silueta del chico misterioso.
Lo vio en medio del bosque, vestido de negro e
inalcanzable.
Jimin cumplió su promesa de no volver a faltar a la escuela.
Jamás volvió a la casona abandonada y nunca pudo casarse
con Seo Joon Hyung. Había caído en prisión.
— ¡Park Jimin!
Un grito que sintió lejano y un golpe sobre su pupitre le
forzó a reincorporarse histérico. Se había quedado dormido
en clases y había soñado con el pasado. Con su hermano y
con su eterno enamorado.
Jimin no supo definir la sensación pesada sobre su pecho.
Recordar siempre le volvía vulnerable y era entendible
cuando se encontraba en la intimidad de su habitación,
estaba vez estaba en un lugar público. Era difícil soportarlo.
Hoseok le miraba con el ceño fruncido, acariciándole
ligeramente la mejilla al ver sus emociones difusas. No
preguntó nada y se sintió agradecido. Las clases habían
llegado a su fin y podría obtener un poco de distracción.
— ¿Preparemos un bufet vegano este fin de semana? —
Hoseok quiso animarle.
— Claro —Sonrió, tomándole de la mano.
Pero toda idea de cruzar el umbral se vio afectada cuando
vio a Jeongguk recargado en la pared de enfrente,
esperándole con las manos en los bolsillos. Hoseok se
adelantó y les dio privacidad.
Mentiría si dijera que no estaba arrepentido por la tonta
discusión que había iniciado horas atrás. Las clases de
Jeongguk habían finalizado hace bastante. Notar que le
había esperado le hizo sentirse feliz.
Sin dejar de mirarle fijamente, Jimin se acercó lentamente,
como un gatito que buscaba ser perdonado. Jeongguk abrió
los brazos y lo atrajo hasta su pecho. Jimin suspiró, besando
el costado de su cuello, encontrando esa calidez tan
característica en él. Esa sensación que siempre le hacía
sentirse tranquilo consigo mismo.
— Perdón por ser tan idiota.
— No pasa nada —Jeongguk le cogió el rostro entre las
manos—. Perdón por gritarte.
— No pasa nada.
Se besaron entre risas. Satisfechos por atreverse a hacer las
paces después de todo. Jimin adoraba perderse en esos ojos
que le miraban con adoración. Había algo en ellos que le
forzaba a evocar, pero no sabía exactamente hacia dónde.
Se dirigieron a la salida cogidos de la mano. Jimin le miraba
de vez en cuando y cada que le pillaba, Jeongguk le guiñaba.
— Estás muy callado —Jeongguk le arrinconó contra la
camioneta, inspeccionándole atentamente—. ¿Sucede algo?
— Estoy cansado.
— ¿Te vienes conmigo? —Le besó—. Dormimos un poco,
comemos y nos vamos a la fiesta de Jackson. ¿Te parece?
— Solo si prometes bailar conmigo esta noche —Jimin le
abrazó las caderas y le apretó el culo, juguetón.
— Si quieres te bailo ahora —Se meneó, moliéndose contra
su polla dormida.
Capítulo 21
El trayecto al departamento fue tranquilo y silencioso.
Jeongguk no despegó la vista de la carretera y Jimin no dejó
de mirar hacia el cielo. En la radio sonaba una melodía
desigual, una que ninguno de los dos puso atención, pero la
sentían allí, llenando los espacios vacíos.
Las mullidas nubes plomizas flotaban. Estaba harto de
verlas. Sus ojos no dejaban de mirar hacia arriba en un
intento por encontrar el sol que no había salido hace días.
Era simplemente deprimente. No dejó de pensar en el
pasado, donde el frío era intenso. Como ahora.
Entonces se preguntó. ¿Aún estará la casona? ¿Estarán
todos esos sillones intactos? ¿La marca de la fogata que
nunca pudo presenciar? Ni siquiera recordaba el camino. Y
tampoco contaba con la valentía de pequeño para atreverse
a cruzarlo.
Jimin se echó sobre el asiento con aires soñadores
plasmándose en su rostro, de pronto, sonriente. Sin lugar a
dudas, era un sitio que estaría lleno de recuerdos que
necesitaba volver a sentir. Casi podía evocar el herbaje
espeso y verdoso. Las pisadas pesadas de su hermano y sus
largos suspiros cansinos al verle merodear sin permiso. La
estridente risa de Seo Joon y esa mano grande que le
abarcaba casi toda su cabeza cuando le acariciaba el cabello.
Park Seo Joon. Su eterno enamorado. Jimin quería pensar
que no le había olvidado. Que llevaba una vida tranquila en
prisión. Deseaba que estuviese haciendo las cosas correctas.
Seo Joon había enviado una carta cuando su hermano mayor
murió. Afirmaba la desdicha de una pérdida valiosa y
presagiaba la promesa de volver por él y cuidarle como
Namjoon hubiese querido.
Por años, Jimin le esperó. Fantaseó con la idea de verlo
parado bajo el umbral de la puerta principal y a veces solía
permanecer horas en su balcón. Pero él nunca llegó y Jimin
se cansó. Ligeramente le olvidó. El tosco modo de crecer
apresuradamente fue borrando las huellas que en algún
momento le hicieron feliz. Y con ello, la necesidad de su
eterno amor.
Observó el perfil de Jeongguk con la omisión sellando sus
labios. ¿Qué había visto en él, exactamente? El imposible
parentesco, quizás. El aire de chico malo que desprendía
tanto como su perfume de agua fresca, tal vez. O
probablemente ese aspecto duro y bruto del hombre que
jamás pudo tener porque se fue.
— Al parecer es algo muy bueno —Jeongguk le apretó el
muslo, haciendo alusión a su aspecto risueño—. No has
dejado de sonreír en todo el recorrido. ¿Me quieres contar?
Jeongguk aparcó la Ford lobo negra con sutileza y Jimin
parpadeó para adaptarse a la débil oscuridad del
estacionamiento. Permanecieron sentados y Jeongguk le
miró.
Jimin se encogió de hombros, acariciando la calavera de
tinta negra que le cubría todo el dorso de la mano derecha.
Sobre el dorso izquierdo, Jimin había visto la cara
imponente de un lobo feroz. Gruñendo, mostrando los
dientes tal cual lo hacía el león al costado de su cuello.
— Pensaba en cuando era niño y estaba flechado por un
hombre dieciséis años mayor.
— ¿Ah, sí? —Jeongguk alzó las cejas, divertido.
Jimin ronroneó cuando comenzó a hacer presión sobre su
muslo, acariciándolo morosamente. Le brillaron los ojos y
Jeongguk casi se sintió celoso. Casi. Porque era solo un
recuerdo de un extraño que sería viejo ahora, ¿Verdad? Él
no debería preocuparse por un fantasma del pasado, pensó.
— Quería casarme con él. Alimentarlo para que me diera
hijos sanos y fuertes.
Para ser sólo una fantasía, Jeongguk lo sintió muy seguro de
sí mismo. El fuego en su interior comenzó a inquietarse.
Para variar, había deseado preñarse de él. La sola idea de
imaginarlo de ese modo le asqueaba.
De pronto, no era divertido y deseó decirle a Jimin que se
callara, que dejara de sonreír de esa forma tan estúpida por
alguien que ya no estaba. Él le pertenecía ahora.
— Eras demasiado pequeño para pensar de esa forma, ¿No
crees?
Hubo rencor y Jimin le miró, extrañado por esa actitud que
comenzaba a tornarse áspera. No era su culpa. Él había
escuchado y aprendido muchas cosas de las amigas de
mamá. Se desvivían por los hombres. No pudo obtener un
ejemplo diferente con todas ellas reunidas tomando el té en
el jardín de casa a diario.
— Qué más da —Le quitó importancia, pero no dejó de
sentirse feliz por el recuerdo—. Fue solo una ilusión. De
todos modos, Seo Joon Hyung fue arrestado y nunca más lo
vi.
El ambiente se tornó denso y Jeongguk apartó bruscamente
la mano de su muslo. Jimin extrañó de inmediato el calor y
le observó cauteloso. El rostro de Jeongguk estaba rígido y
si la luz tenue del sitio no le engañaba, su faz se volvió
pálida. Sus hombros eran rectos ahora y lucía más grande.
Jimin quiso eludir la sensación insólita que le forzó a sentir
miedo. Confundido, se preguntó por qué estaba tan enojado.
¿Le molestó que hablase de otro hombre? Era realmente
tonto si lo hacía.
Jeongguk recogió sus cosas y salió del auto. Con los ojos
entornados y la mandíbula duramente apretada, le miró
cabreado.
— ¿Qué te pasa, Jeongguk?
— Bájate —El eco de su voz gruesa sondeó a través del sitio
vacío—. ¿Estabas cansado? Bájate.
Jimin abrazó la mochila contra su pecho al salir. Saltó
cuando Jeongguk cerró su puerta de un portazo,
dirigiéndose al ascensor sin ninguna intención de esperarle.
Corrió hasta él y fueron los segundos más incómodos de su
vida mientras esperaban llegar al piso correcto.
Las puertas se abrieron y Jimin tardó en salir, demasiado
abrumado por algo que desconocía. Jeongguk siempre era
un enigma y jamás hablaba de sus sentimientos, de cómo se
sentía a veces. Jimin asumió que tal vez aún no se había
ganado esa confianza, pero esa clase de acciones le hacían
dudar respecto a ambos.
Quizás él se estaba apresurando a apostar por algo serio
cuando Jeongguk quería quizás solo divertirse un poco.
Disfrutar incluso si era pasajero.
Trastabilló sobre sus pies cuando Jeongguk le tomó la mano,
guiándolo por el pasillo hacia su puerta apresuradamente.
Sus dedos bombearon por el fuerte agarre.
— Jeongguk para, me estás lastimando —Su mochila casi
cae al suelo y le ignoró completamente, afianzándolo más—
. Jeongguk... Me duele... ¡Jeongguk me duele!
Un par de mujeres que eran sus vecinas, se detuvieron ante
su grito. Entonces Jeongguk decidió soltarle. Le miraron
con desaprobación y Jimin bajó la cabeza, avergonzado.
— Ese no es el modo de tratar a alguien —Una de ellas le
riñó.
Jimin tembló y permaneció cabizbajo. Jeongguk era
prepotente y atrevido. En un silencio sepulcral, metió la
llave en la cerradura y abrió la puerta, cuando le tomó del
brazo para forzarle a entrar, fue suave.
Volteó de inmediato cuando Jeongguk no entró, temiendo su
reacción. Le vio acercarse a las mujeres con un paso
despreocupado, pero la tensión en su espalda era evidente.
— Métete en tus asuntos, vieja chismosa.
Oh por dios, Jimin se sentía demasiado desorientado,
apabullado por ese actuar desconocido. Alzó la cabeza para
igualar la mirada fija que Jeongguk le daba al cerrar la
puerta, recargándose sobre ella. Estiró la mano para cogerle
del brazo y lo apegó a su pecho.
El pardo dentro de sus ojos lucía oscuro y su respiración era
tremulosa, esforzándose por mantenerse sereno. Pegó su
frente contra Jimin y le acarició las caderas.
— Jeongguk por qué estás tan enojado. ¿Dije algo que te
molestó?
Él negó, con los ojos cerrados. Cómo explicarle que un
torbellino de emociones le invadían en ese momento. No era
bueno expresándose, sobre todo si la explicación tenía que
ver con el pasado que se esmeraba por ocultar.
Sería devastador hablar de ello. Sobre todo si la persona del
pasado que Jimin tanto adulaba tenía mucho que ver. La
vivencia lejana pesaba en su interior a diario. El
remordimiento le volvía loco. Tenía que vivir con la culpa,
de la situación que alguna vez presenció. Él hizo muchas
cosas malas. Muy malas. Jimin jamás le perdonaría. Le
odiaría. Porque fue el principal causante de su perdida más
dolorosa.
Aborreció notar como sus esmeraldas refulgieron con el
nombre de ese sujeto. Como si aún fuese capaz de amarle.
Jeongguk tenía miedo, de perderle, de despertar algún día y
ver que no lo tendría más.
Ese momento llegaría en cualquier instante, porque
Jeongguk sabía perfectamente que Park Seo Joon fue dejado
en libertad hace dos meses. Y se llevaría a Jimin como tanto
prometió.
— Me sentí celoso —Intentó camuflar lo que no quería
expresar—. Hablabas de él como si aún lo quisieras.
Jimin se apartó levemente para observarle. Notar que su
tensión comenzaba a disiparse le motivo a relajarse entre sus
brazos. Alzó la mano y le acarició la mejilla con sus dedos
pequeños.
— Aún lo quiero, Jeongguk —Reconoció—. Fue un hombre
muy importante durante mi infancia. Me ayudó y me cuidó.
— Pero yo...
— Estoy contigo ahora —Jimin detuvo cualquier
pensamiento erróneo—. Es todo lo que importa.
Se mantuvieron en silencio y Jeongguk le delineó la
mandíbula con la nariz. Jimin continuó sintiéndose perdido
en ese espiral turbulento.
— Qué harías si vuelve, Jimin. ¿Seguirías escogiéndome a
mí?
Jimin se mantuvo muy quieto y Jeongguk lo sintió. La rabia
burbujeó aún, sobre todo cuando no obtuvo una respuesta
inmediata, pero no quería continuar asustándolo. De ese
modo Jimin se iría mucho antes de que su pesadilla
retornara.
Era demasiado apresurado para que Jimin pudiese reparar al
respecto. Siempre pensaron que ese interés por el hombre
mayor era una cosa tonta de un niño pequeño. A través de
los años se había dado cuenta que no era así. Nunca fue de
ese modo. Él había desarrollado un apego emocional por
Park Seo Joon. Entonces dudó. ¿Seguiría mirando a
Jeongguk del mismo modo? ¿Seguiría sintiendo esa
conexión tan abrasadora e insoportable? Tenía miedo de
asumir que sólo había sido porque Seo Joon no estaba con
él.
— Te escogería a ti, Jeongguk.
Se levantó sobre sus pies y besó los labios de Jeongguk.
Sonrió en un intento por apaciguar la situación. Pero ambos
sabían que no era así.
Tal vez no era un buen momento para hablar. Estaban
cansado y confusos y solo lo emporarían. Ellos iban a
descansar y asistirían a la fiesta que les esperaba esa noche.
Capítulo 22
Placidez. Esa tranquilidad inminente que deseaba beberla en
grandes sorbos. El silencio de la habitación fue prudente,
primoroso con la desganada silueta de sus cuerpos rendidos.
La luz destelló en despedida, perdiéndose lentamente en la
figura moldeada de las corpulentas montañas, dejando
consigo un atisbo tenue que les volvió afables.
El tacto de Jeongguk pesó en su mano al guiarle hasta el
borde de la cama, caliente, consistente. Parándose frente a
su amplio pecho robusto, su excesiva altura creó una sombra
imponente ante su figura pequeña, delgada y ligeramente
temblorosa.
Creando un mapa con sus dedos sedientos de curiosidad,
tejió un camino por la tela negra, absorbiendo el sabroso
aroma de agua fresca. Amplió las palmas sobre los
pectorales duros y se ahogó con su propio gemido de
satisfacción. Jeongguk era sofocante, firme y enorme.
Con un resoplido formándose en la base de su garganta
reseca, agarró el borde de la camiseta, quitándosela. La tez
bronceada y cubierta de tinta brilló en delirio y se sintió
magnetizado por la calidez que desprendía en cada
boconada de aire que Jeongguk absorbía.
Desde en el inicio de sus clavículas hasta el final de sus
caderas, la furia de dos dragones se desataba. Entre colas
entrelazadas y atisbo de escamas, sobresalían para adquirir
el poder, devorándose su piel con colores estridentes. Jimin
los había vislumbrado antes, pero jamás dejaría de
sorprenderse.
Acercó sus labios y besó un colmillo con un toque
pecaminoso, sintiéndose codicioso cuando Jeongguk se
puso tenso. Tentando un poco más a su suerte, la punta
húmeda de su lengua salió al encuentro con un pezón
dormido, meciéndolo de lado a lado hasta sentir cómo
cobraba vida en su boca. Jeongguk jadeó y enterró los dedos
en su cabello, Jimin se aferró a su cintura cuando advirtió la
intención de apartarle y gimió cuando abrió la boca para
abarcar la zona como si quisiera mamar.
— Ricitos... —Siseó una advertencia.
Jimin recargó la frente sobre su pecho, con los ojos cerrados
y la respiración ajetreada. Rindiéndose al ser consciente que
no le daría lo que deseaba. Sondeó con sus dedos la tinta de
su extensa espalda, donde había evitado mirar cuando
descubrió la enorme imagen de un rostro aterrador.
Jeongguk le había comentado que se lo había tatuado en
Japón. Un demonio Oni que simbolizaba la creencia del
mundo espiritual. Habían muchos significados respecto a
llevarlo, Jeongguk le había negado el suyo. Eran conocidos
por castigar y atormentar a los malvados. Otros
representaban la protección. Jimin no sabía qué opción
escoger en cuanto a él.
De ojos rojos, dientes negros y nariz turbulenta, Jimin
volvía a sentirse como ese niño asustado de la oscuridad,
otra vez. Estaba acompañado de diseños orientales
coloridos, tan espesos que llegaban hasta sus nalgas,
cubriéndolas por completas.
Los diseños plasmados sobre su tersa piel le daban a
entender que constantemente estaba a la defensiva. ¿Con
quién? ¿Con el mundo? Eran animales voraces que
bramaban una advertencia peligrosa. León, lobo, dragones,
demonio y una calavera. ¿Era Jeongguk tan peligroso como
la descripción de sus tatuajes?
Con dedos oscilantes ante el impacto de su propia
fogosidad, le desabrochó el pantalón, quitándoselos para
dejarlo vestido únicamente con su bóxer. Apretó la
mandíbula cuando notó el bulto sobresaliente, ese pedazo de
carne tibio. Él quería tomarlo, Jimin anhelaba arrodillarse y
envolverlo con sus labios. Acariciarlo con su lengua y
acogerlo en su garganta. Atragantarse hasta sentir que se
asfixiaba. Ansiaba gemir con esos largos dedos perdidos en
las hebras doradas de su cabello para controlar el impacto
de las firmes caderas que se impactarían contra su boca
colmada con su polla gorda.
Con un suave toque, le alisó los hombros y le animó a
tenderse sobre la cama. Ante su mirada oscura y expectante,
Jimin se desnudó, envolviéndose en la camiseta holgada que
Jeongguk le había prestado. Olía a él, a lavanda, a serenidad.
Gateó y se acostó a su lado. Jimin se sintió vencido
alrededor de sus brazos fuertes y protectores. Abrigado y
querido.
Entonces soñó con cejas gruesas, ojos afilados y labios
encantadores. La culpa pesó y se removió, atragantándose
con un resuello culposo. Para cuando sus ojos se abrieron,
la noche caía sobre el pueblo. Jeongguk continuaba
envolviéndolo y Jimin reparó en la polla erguida metida
entre sus nalgas cubiertas por la delgada tela de su bóxer.
Se mantuvo quieto, muy expectante. Jeongguk descansaba
plácidamente y su respirar era sereno. Jimin se mordió el
labio, ansioso por el calor que cubría su cuerpo como un
abrigo denso y apretado. No iba soportarlo, no quería
sopesar en la idea de esperar para ser tomado como tanto
anhelaba. Se sentía como un animal atrapado. Como un
insecto que quería posarse en esa luz refulgente, paradisiaca.
Comenzó a menearse, a contornearse lentamente contra las
caderas adormecidas. Jeongguk gimió y apretó el agarre
sobre su cintura. Jimin percibió su aliento caliente en su
nuca, erizándole la piel febril.
— No te atrevas... —Jeongguk gruñó con la voz
somnolienta. Pero Jimin empujó, cegado—. ¡No te muevas,
dije!
Harto de obedecer e ignorar su propio placer, Jimin le dio
un codazo, apartándolo bruscamente. Jeongguk impactó
contra el colchón y Jimin abusó de su proximidad
subiéndose a horcajadas. Fue tan rápido y violento que
Jeongguk permaneció pasmado.
— No puedo —Jimin se peinó el cabello hacia atrás y se
despojó de su camiseta, luciéndose con su bóxer ajustado—
. No puedo soportarlo más.
Se lamió la resequedad de sus labios gruesos y comenzó a
frotarse contra esa polla dura y jugosa. La fricción fue
ardiente, Jeongguk estaba húmedo y él podía sentirlo,
mezclándose con sus propios fluidos que atravesaban la tela.
Advirtiendo la intención de sus manos, Jimin las sujetó y las
mantuvo prisioneras por encima de su cabeza, no le
detendría. No más. Se restregó más rápido, necesitado.
Gimiendo su propio gozo moroso, moviéndose en círculos.
Jeongguk cerró los ojos, prisionero y traicionado por las
necesidades urgidas de su cuerpo. Hundiéndose en la
almohada. Jimin los desnudó a ambos con movimientos
urgidos, tan deprisa antes de que Jeongguk pudiera frenarlo.
El glande les goteaba, lloraban ante las exigencias de
atención. Su mano pequeña no podía tomarlos a ambos,
usando ambas para unirlos y masturbarse.
Jeongguk se sentía candente bajo su tacto, cepillándose
entre sí. Jimin sintió su culo contraerse con el afán de ser
penetrado. Entonces se apoyó sobre sus rodillas y guio a
Jeongguk hacia su agujero. La punta le humectó y sacó la
lengua ante un pesado jadeo cuando comenzó a entrar,
sintiendo el escozor que imaginó. Oh cielos, él realmente
anhelaba empalarse. Cabalgarle cruel.
La electricidad brotó y fue suficiente para traer a Jeongguk
de vuelta a la realidad. Maldición, cada vez era más difícil
controlarlo, distraerlo. Jimin no lo entendería, no
comprendería lo complicado que se tornaría todo si decidía
tomarlo finalmente. Entrar en él sería como sellar un pacto
que se impuso. Dejaría su huella y nunca más podría escapar
de sus manos sucias. Porque Jeongguk nunca se lo
permitiría. Sería suyo para siempre. De manera egoísta,
codiciosa.
Había roto la primera regla, la promesa que sollozó con los
ojos repletos de lágrimas. Se atrevió a tentar al fuego que
sabía perfectamente que le calcinaría. Y se sentía bien, tan
jodidamente bien que muchas veces estuvo dispuesto a
empotrar a Jimin con todas sus fuerzas. Fuerte. Duro.
Jeongguk era un hombre bruto. Alguien que estaba
acostumbrado a tener todo lo que quisiese. Las
cordialidades no eran necesarias. No formaban parte de su
diccionario. Si quería follar, lo hacía, sin preámbulos, sin
una conversación previa. Solo tomaba lo que quería y luego
se largaba para impedir cualquier señal íntima.
Pero por primera vez, deseaba hacer las cosas bien. Tomarse
su tiempo, venerar lo que tanto había anhelado. Disfrutar
todo lo que podría tomar antes de la cuenta regresiva. Ser un
buen hombre. Un buen amante y volver a Jimin realmente
feliz. ¿Cómo hacerlo si Jimin no lo dejaba? Le volvía
primitivo. Loco de histeria. Siempre apresurándose,
forzándole a caer por el abismo.
Giró y dejó a Jimin bajo de su cuerpo rígido. Llevaba el ceño
fruncido y una maldición saldría de esos labios tan
exquisitos. Su celular tintineó sobre la mesita de noche y
Jeongguk jamás estuvo tan aliviado de tener una excusa. Se
apartó.
Se metió en su bóxer mientras respondía al saludo de
Yoongi, ignorando el precioso cuerpo tendido en su cama a
plena merced. Jeongguk podría tomarlo en ese momento,
cuánto quisiera. Pero no sería esa clase de persona. Al
menos no por el momento.
Jimin se vistió en silencio y Jeongguk le dio la espalda,
mirando el paisaje ensombrecido por la ventana
panorámica. Chilló cuando le quitó el celular de la oreja
colgando groseramente a su amigo, lanzándolo sin cuidado
a la cama.
— ¡Qué mierda te pasa!
— ¡Qué mierda te pasa a ti! —Jimin lo empujó por el pecho.
Tenía el semblante sombrío y una vena palpitaba en su
frente—. ¡Casi un mes y aún no te atreves a meterme la puta
polla!
Los ojos de Jeongguk amenazaron con salirse de su cuenca,
aún incapaz de acostumbrarse al hablar tan descarado de
Jimin. Se atragantó con su propia saliva. Jodidamente iban
a tener esa conversación al parecer.
— Ricitos...
— Dime, ¿No me deseas? ¿No soy lo suficientemente
atractivo para ti? ¿No te gusta mi culo?
Jodida mierda, Jeongguk pensó. Si tan solo supiera. Si Jimin
tan solo entendiera que su belleza no era algo simple de
explicar. Era una preciosidad que endulzaba su mundo. El
hipnotismo de su cabello dorado, reluciente sedoso.
Poseedor de un encanto eterno. Esa esencia dulce que su
cuerpo desprendía que era capaz de confortar. De enamorar.
Belleza suave, como las flores que brotaban en plena
primavera.
Jeongguk envolvió los brazos alrededor de su pequeña
cintura y la atrajo hasta su pecho. Le cogió del mentón,
forzándole a mirarlo.
— Déjame hacerlo especial para ti —Rogó. No quería ser
parte del mismo patrón que ejerció sobre sus antiguos
amantes—. Eres diferente a todo lo que tuve antes,
permíteme disfrutarte del modo correcto.
Pero no fue suficiente. Lo percibió en el rostro ofuscado de
Jimin. En sus labios siniestros. Suspiró derrotado cuando lo
apartó bruscamente.
— Si no vas a hacer lo que quiero. Terminaré este estúpido
trabajo por mí mismo.
No lo comprendió y frunció el ceño cuando imaginó que
entonces lo buscaría en otro lado. En otro hombre. Pero
sonrió sintiéndose un completo idiota cuando entendió que
se masturbaría dentro del baño.
Jimin se lanzó una mirada fulminante a través del espejo. El
cuerpo le temblaba ante la excitación incipiente. La
corriente magnética del tacto que aún podía percibir en su
piel febril. Era un tormento que cada vez se salía de control.
Temía la reacción en el momento en que toda esa tonta
abstinencia explotara.
Se miró la polla erguida y la envolvió con toque oscilante.
Joder, ni siquiera era capaz de jalársela él mismo. Enojado
y caliente, decidió darse una ducha con agua helada. La más
helada en pleno otoño.
Humectó cada centímetro de su titubeante cuerpo y se vistió
con las prendas que había guardado en su mochila para la
ocasión. No ser capaz de obtener una buena follada no
impediría pasarla bien esa noche. Vería a sus amigos,
bebería y se colocaría un poco con cualquier mierda que se
le atojase consumir.
Bajó por las escaleras y halló a Jeongguk alimentando a un
totalmente recuperado Jack. Riñéndole por la pantufla
mascada y babeada en su habitación, escondida entre todo
ese montón de juguetes de hule. Aún estaba vestido con su
bóxer y la erección había mermado. El bulto todavía
sobresalía porque tenía una polla grande, Jimin bufó,
rodando los ojos. Maldita polla que no podía disfrutar.
— ¿Tienes problema para que se te pare? —Jimin inquirió
de pronto, sentado en un taburete.
Jimin notó cómo contrajo los omóplatos y la horrible cara
del Oni plasmada sobre su piel se movió. Desvió la mirada,
aterrado. Jeongguk tenía prohibido darle la espalda cuando
decidían pasar la noche juntos, no soportaba la idea de abrir
los ojos en plena madrugada y toparse con semejante
horripiles.
— ¿Qué has dicho?
Jimin se encogió de hombros, meciéndose de lado a lado.
Sabía que no era necesario responder a algo que había
entendido a la perfección. Lo veía en su mirada indignada.
Él había visto perfectamente cómo se le paraba, sobre todo
cuando se la mamaba, pero quizás, solo quizás, tomaba algo
para que su amigototote funcionara. Nunca se sabía.
— ¿Eres eyaculador precoz, Jeongguk?
— ¡Cielos, no! —Se sobresaltó y Jimin se echó a reír cuando
le vio sonrojarse—. ¿Qué mierda te ocurre ahora?
— Quiero follar, eso es todo. No sé qué te está tomando
tanto tiempo.
— ¿En serio quieres volver a discutir por esa mierda?
— No.
Apretó los labios en una fina línea cuando le vio
completamente serio. No pretendía ofuscarle, pero
simplemente se sentía curioso al respecto. Ellos deberían
tener esa conversación, si es que se pudiese llamar de algún
modo.
— Bien, porque no tengo ganas de jodidamente gritarte —
Caminó hacia las escaleras y miró por sobre su hombro
derecho—. Vas a tener mi polla enterrada en tu culo sin que
te des cuenta, créeme. Y vas a llorar para que te la saque.
Jimin rodó los ojos, volteándose por completo sobre el
asiento giratorio para mirarle. Ojalá ese momento fuera
ahora. Relamió sus labios al notar lo hermoso que estaba
totalmente descalzo. Jeongguk era precioso y salvaje.
— ¡Dámela ahora!
Desde la cima del barandal, Jeongguk se la sacó y comenzó
a sacudirla, tentándolo. Jimin se arrimó, hipnotizado.
— ¿La quieres?
— ¿Me la darás?
— No.
Desapareció por el pasillo evitando ver el mohín en sus
labios. Jimin reparó en Jack y lo halló sentado sobre sus
patas traseras, con una gallina de hule. Se divertiría un poco
con él al menos.
— Jodida polla —Protestó con desdén, quitándole el juguete
y lanzándoselo para que fuera tras él—. Estoy comenzando
a odiarla.
La casa de Jackson era grande, colorida. Con un jardín
precioso donde los demás se divertían alrededor de la
piscina. Salieron de la camioneta e ingresaron cogidos de la
mano. Jimin se sintió encantado, fascinado con la soberanía
que trasmitía ese solo tacto en él. Sobre todo cuando las
miradas inquisidoras reparaban en ellos. Es mío ahora
perras, deseó gritarles.
Taehyung gritó emocionado al verles y Jimin sonrió
burlesco cuando Jeongguk hizo una mueca ante el sonoro
beso que le plantó sobre la mejilla. JB se reunió con ellos y
Taehyung aprovechó para abrazar a Jimin por los hombros
y llevárselo con él. Jeongguk le animó con un leve
asentimiento. De seguro hablarían de negocios.
— ¡Primo! —Jackson le dio un abrazo apretado y lo tomó
de la mano, dirigiéndolo hacia la enorme mesa donde se
desarrollaba una batalla de Beer Pong—. Te necesito.
Eran un dúo ahora. Taehyung decidió unirse a Yoongi para
generar más emoción a la competencia. Ambos eran
realmente buenos y antes de que pudiesen darse cuenta, se
había vuelto una batalla personal. Jimin llevaba la delantera
con cuatro vasos con cerveza bebidos y Taehyung no estaba
seguro de manejar los ocho.
Jackson comenzó a hacerle barra, gritando y agitando los
brazos en el aire cuando se preparó para achuntar la pelota
dentro del enorme vaso rojo. El alcohol le había mermado
levemente los sentidos y temió que su puntería no fuera tan
buena ahora. El bullicio estalló y saltó junto a la emoción de
Jackson cuando tuvo éxito. Taehyung tuvo que beber el
noveno.
Pasaron el rato sentados en la encimera del salón,
conversando. Jimin se movió ante el ritmo de la música y
bebió de la deliciosa combinación de whisky y bebida
energética en su vaso. Desde su sitio divisó la figura
imponente de Jeongguk rodeado de hombres que no
conocía. Lucía serio y asentía constantemente al parloteo.
Se centró en esos ojos limpios, genuinos. En esa mirada
perdida que le enredaban, le hechizaban. En la sensación de
hundirse cuando reparaba en el pardo latente, opaco. Jimin
sería incapaz de huir desde entonces. Su rostro era la
perfecta combinación de la perdición más pura, más
anhelante incluso si era peligrosa. Jeongguk era un hombre
peligroso. Ser consiente en que ahora le tenía le provocaba
cavilar en esa obsesión tortuosa que le generaba. Llevándole
a lo profundo. Hacia el paraíso.
Entre la lista de muchos se vislumbraba el nombre de Jeon
Jeongguk, el frío rompecorazones. Dispuesto a quemar y a
partir el corazón de quien se atreviese a entregárselo.
Taehyung lo codeó para llamar su atención y señalar al
grupo de chicas frente a los asientos llenados por Jeongguk
y sus amigos, bailando frente a ellos con un contorneo
provocativo. Eran preciosas. Si a Jimin le fueran las chicas,
hubiese reparado en ellas, también. Bebió un poco más y se
encogió de hombros. No armaría un alboroto si solo
pretendían bailar para calentarlo. Obviamente todo sería
completamente diferente si les pillaba con las manos
encima. Él no sería tan comprensivo entonces.
Una de ellas prácticamente le estaba sacudiendo el culo en
la cara para llamar su atención, Jeongguk finalmente reparó
en los movimientos bruscos de esas nalgas y alzó la mirada
para notar a Jimin observándole. Jeongguk revoloteó sus
pestañas azabaches y largas. Suspiró enseñándole el agobio
que sentía al tener a esas descaradas casi encima y vio en los
preciosos labios de Jimin un sonrisa atrevida. Movió la
cabeza con una señal veloz, invitándole a acercarse.
Con piernas seductoras, Jimin le asechó, tomándose su
tiempo, luciéndose ante esas miradas famélicas que les
devoraban. Era precioso, Jeongguk comprendió, imposible
no reparar en esa luz que desprendía tan deprisa. Pasó
entremedio de las siluetas femeninas con movimientos
delicados, casi educados.
De pronto, la atención se centró sobre ellos cuando gateó
hasta sentarse a horcajadas sobre su regazo. Jimin frotó el
culo contra su polla ansiosa y Jeongguk miró a las chicas
que le querían con un encogimiento de hombros que decía:
Lo siento chicas, estoy comprometido. Devolvió la mirada
a esas esmeraldas que le observaban con emoción y soltaron
una carcajada ante el nacimiento de la complicidad.
Entre meneaos mutuos, Jeongguk se llevó una clonazepam
a la boca, atrayendo a Jimin para un beso apasionado,
provocando que se desvaneciera sobre sus lengua húmedas.
Sintió las pesadas manos apretarle las nalgas y gimió en su
boca, afanoso.
El círculo alrededor se agrandó y disfrutaron de la compañía
de sus amigos. Taehyung y Hoseok invitaron a Jimin a bailar
y se contornearon frente a las miradas hambrientas de
Jeongguk, Yoongi y Jackson. Le animaban y de vez en
cuando Jimin chillaba cuando Jeongguk le propinaba una
nalgada.
Cuando la madrugada cayó, Jimin tuvo que lidiar con un
Jeongguk completamente ebrio. El ambiente apaciguado
que les rodeó fomentó en él reacciones pasivas, riéndose
ante sus cariños efusivos y besos continuos. Le gustaba ese
Jeongguk empalagoso. Bastante.
— Ricitos, tienes los ojos más bonitos que he visto nunca.
Todos rieron y Jimin tuvo que apartarlo suavemente para
que dejara de plantar delicados besos por todo su rostro.
— Ricitos, te quiero mucho, mucho. Eres una cosita
preciosa. Me vuelves loco —Se echó hacia atrás y trastabilló
sobre sus pies—. Pero tienes que controlar esa boca tan
descarada que tienes.
Yoongi tomó el control de la Ford lobo negra cuando
decidieron retornar al departamento, se la devolvería al día
siguiente. Jimin cargó con el peso casi muerto de Jeongguk
y sonrió apenado cuando el conserje los observó
preocupado. Ellos estarían bien, aseguró. En cuanto se
impregnaron en la oscuridad de la sala, Jimin jadeó
sorprendido cuando fue empotrado contra la pared.
Jeongguk le devoró la boca y rugió ante una inminente
necesidad.
— Voy a follarte —Aseguró.
Subir por las escaleras se transformó en un verdadero
martirio cuando Jimin le vio tropezarse constantemente con
los escalones. Cayeron sobre la cama y rieron con la torpeza
necesitada de sus movimientos al querer quitarse la ropa.
— ¿Así que vas a tomarme finalmente?
Luchó con Jeongguk encima de él, quitándole la camiseta.
Pesaba y respirar era dificultoso. Le rodeó las caderas con
las piernas y suspiró, emocionado. Él obtendría lo que tanto
deseó finalmente.
— Hasta que supliques —Metió la cabeza en el hueco de su
cuello y succionó—. Te empalaré tan duro que me sentirás
hasta tus entrañas.
Entonces Jimin esperó el siguiente movimiento. Sus ojos
brillaban y su estómago hormigueaba apremiante. Pero nada
ocurrió. El peso sobre su pequeño cuerpo se volvió más
duro.
— ¿Jeongguk? —Lo sacudió por los hombros—.
Jeongguk...
De pronto, un sonoro ronquido se escuchó y Jimin dejó caer
la cabeza sobre la almohada con un extenso suspiro. El
maldito se había quedado dormido. Comenzó a reírse y se
conformó con al menos tenerlo a su lado esa noche. Fue una
velada tranquila y se habían divertido. Era todo lo que
importaba.
Capítulo 23
Cuando Jimin tenía doce años, decidió que sentarse en la
mesa de cristal del jardín era más interesante que escuchar
a mamá y papá discutir. Abrió la ostentosa maleta repleta
con lápiz de colores que le habían obsequiado en navidad y
se llevó un pequeño dedo a los labios, pensando qué tono
escoger.
La primavera era generosa, dulce. Solía corretear a las
mariposas e impregnar consigo el parsimonioso aroma de
las suaves flores alrededor del patio. Sobre su rostro los
centelleos esbeltos del astro solar se sentían bien, la
sensación cálida que hacía falta en casa aquel mediodía.
Con la lengua entre los labios y los pequeños zapatos rojos
que se sacudían al no tocar el suelo, plasmó un enorme cielo
cósmico. Un sol amarillo limón jugoso y las vastas
montañas que siempre avizoraba desde su balcón al
despertar. Un par de pájaros se posaron en el enorme arroyo
cruzando los arbustos y luchó con el impulso de correr hasta
ellos para forzarles a volar. Podían ahogarse. ¿Debería
agregarlos a su dibujo? Dudó con un mohín entre los labios.
Moldearía sus pequeños cuerpos y les tejería enormes alas,
entonces los pintaría de azul.
El verde que coloreaba su pasto no era tan intenso como el
que pisaba a diario, pero se conformaría por el momento.
Las rosas que había dibujado en el seto eran desigual y
frunció el entrecejo que mamá siempre le alisaba con sus
dedos finos. Lo llevaba impregnado como un gesto
característico y jamás desaparecería siempre que se
concentraba.
Su dibujo era bueno ahora y se levantó para observarlo con
una sonrisa radiante adornando sus preciosos labios
mullidos. Corrió hacia la entrada y se detuvo con un claro
gesto de culpabilidad. Retrocedió hasta la alfombra,
limpiándose los zapatos como mamá tantas veces exigía.
Corrió bajo el umbral de la cocina, sacudiendo su
maravillosa obra de arte. Tenían que ver lo mucho que había
mejorado desde la última vez. Pero mamá y papá estaban
demasiado ocupados gritándose para reparar en su pequeño
y rechoncho cuerpo. Entonces se sintió acorralado, como
cuando se infiltraba en medio del frondoso bosque y el
viento ululaba una melodía huraña. Los cuerpos de sus
padres eran como esos troncos enormes que le forzaban a
alzar la cabeza. Duros y hostiles. Ásperos ante su tacto
curioso.
Mamá era alta también. ¿Por qué había salido tan chiquitito
entonces? Pensó, mirándola con ojos genuinos. Aún vestía
su pijama descotado que apenas cubría sus piernas esbeltas
y una bata de seda perlada le cubría los hombros. Bebía de
ese líquido marrón otra vez y frunció el ceño asqueado al
recordar la primera vez que intentó imitarle.
El sabor había sido repugnante, amargo. Le había quemado
la garganta. Papá le había hecho prometer que no tocaría la
botella de whisky nunca más. ¿Cuál era el problema? Mamá
lo tomaba sin problemas y no parecía resultarle asqueroso.
Pero actuaba de manera extraña cada vez que lo hacía.
Como ahora. Se tambaleaba y sus palabras se oían
arrastradas, como si su lengua estuviese adormecida. ¿Se la
habrá mordido? Ese pensamiento llenó su mente antes de
brincar espantado cuando papá alzó la mano y la azotó en el
rostro de mamá. El vaso que sostenía chocó contra el suelo
y el bullicio pareció no detenerse.
Como un reflejo que había desarrollado, Jimin se escondió
debajo de la mesa que utilizaban para desayunar. Se abrazó
a su dibujo y con grandes ojos vio a papá cogerla del cabello,
zarandeándola. De su boca brava siempre brotaban palabras
que él no podía comprender. Perra sucia. Alcohólica de
mierda. Ramera. Apestas a polla ajena.
Jimin lloró y suplicó en silencio que la dejara en paz, que
dejara de golpearle de esa manera tan arrebatadora. Mamá
no dejaba de gritar. La sangre brotaba de su boca y
manchaba la seda. Su precioso rostro comenzó a lucirse
magullado. Papá no se detuvo.
La noción del tiempo se volvió ajena. Se internó en la
serenidad de su consciencia con los ojos fuertemente
apretados, tarareando en un intento por apaciguar el ruido.
Meciéndose con el dibujo que con tanto esmero había hecho
para ellos arrugado en el frío suelo.
La puerta principal impactó contra la pared al ser abierta y
unos pasos apresurados se acercaron. Todo lo que pudo
sentir, fueron los fuertes brazos de su hermano sacándolo de
su escondite, alzándolo para resguardarlo contra su cálido
pecho exaltado. Se enrolló a él por instinto y dejó que le
guiara.
El pánico era severo. Jimin sentía que no podía moverse.
Con el rostro escondido en el cuello de Namjoon, ignoró el
andar apresurado de sus pies. No estaban en casa, pero aún
podía sentir el alarido. Los cristales hacerse pedazos.
Papá había golpeado a mamá antes. Era normal. Ellos
siempre recurrían a los golpes, sobre todo cuando mamá
estaba ebria. Más nunca había visto sangre de por medio.
Ese líquido que escupió de su boca tan bermellón como el
color de las rosas que él amaba oler. Tan bermellón como el
labial de la señorita Jun. Su maestra.
Jimin tembló y sollozó. Ella estaba sola y temía que papá
continuara dañándola. Quería correr para su socorro.
Abrazarla y rogar a papá que por favor se detuviera, porque
él tenía mucho miedo.
Sentado en una silla colorida, supo reconocer que estaban
en la heladería del centro. La tienda que solía frecuentar con
Taehyung cuando se escapaban de la escuela. Incluso si
estaba ambientado, Jimin no dejó de sentirse temeroso al
respecto, mirando alrededor como un gatito receloso.
— Ellos pelearon por mi culpa, ¿Verdad? —Jimin murmuró,
cabizbajo.
Le habían suspendido de la escuela. El abuso dentro del aula
continuaba y no tuvo más opción que defenderse. Pero a
mamá no pareció importarle y papá no prestó atención a ese
preciso detalle. ¿Por qué habían peleado entonces?
Namjoon negó y sonrió. Jimin amaba cuando los hoyuelos
se marcaban en sus mejillas, pero ahora ni siquiera reparó
en ellos, demasiado ensimismado en sus pequeños dedos
entrelazados.
— Ellos simplemente están locos.
Namjoon hubiese deseado que al menos la discusión
hubiese sido por Jimin. Jamás se atrevería confesarle a su
hermanito pequeño que ellos estaban tan inmersos en sí
mismos que nunca repararían correctamente en él. Al menos
no del modo que deseaba. No de la manera que los padres
normales harían.
Le compró un cono de helado y lo guio de la mano por el
parque, buscando distraerle de algún modo. La vida era cada
vez más dura y muy pronto Jimin comenzaría a darse cuenta
de su propia realidad. Su mayor temor era que resultara
severamente afectado. Estaba creciendo y para la edad que
tenía, era demasiado astuto. Tomar malas decisiones era casi
una obligación.
Tomó asiento en una banca y lo sentó a horcajadas sobre sus
piernas, acariciándole el rostro con sus dedos largos. El
semblante genuino que poseía le atormentaba, porque solo
buscaba que continuara siendo ese niño tan puro, inocente.
Feliz y radiante.
Jimin lo examinó y se sintió atrapado en ese par de
esmeraldas profundas y brillantes. Era precioso. Le ofreció
helado y negó, frunciendo el ceño. Detestaba el helado de
chocolate. Apretó su pequeña nariz y la carcajada de Jimin
fue contagiosa.
Quería enviarlo con sus abuelos. Le darían una buena
educación y siempre estaría a salvo. La relación de sus
padres no iba bien y la adicción de mamá con el alcohol se
estaba saliendo de control. Namjoon comenzaba a crear su
propia vida y no era la adecuada para sumergir a Jimin en
ella. No por el momento.
— ¿Me quieres, Hyung?
La pregunta de Jimin le hiso sentir descolocado, porque
siempre intentaba impregnarle el fervor que sentía por él.
Que dudara era doloroso, pero estaba en todo su derecho
sentirse inseguro con la mala crianza que llevaba, incluso si
no se daba cuenta.
— Claro que sí.
— Entonces nunca vas a dejarme, ¿Verdad? Tú siempre me
vas a cuidar.
— Siempre, enano.
Cuando Jimin fue dejado en casa, el sol había dejado de
gobernar en el alto cielo. El silencio era un enigma y sus
piernas temblaron a subir por la escalera, evitando mirar
hacia los vidrios esparcidos por doquier. Papá no estaba y el
cuerpo de mamá tendido en la cama llamó su atención.
Las cortinas yacían cerradas y se vio forzado a encender la
lámpara. Olía a tabaco y su delicada mano estaba aferrada a
una botella de whisky vacía. Pero Jimin no prestó atención
a nada de eso, mirando fijamente el pequeño bote de
pastillas. Valium. La había visto consumirlas antes. Siempre
le hacían dormir y deambular alrededor de la casa como un
zombi.
Mamá se volvía extremadamente extraña con los Valium. Y
Jimin lo lamentaba cada vez que le pillaba infraganti,
porque se olvidaba de alimentarlo. Entonces de pronto, la
duda surgió. Él quiso saber y vertió sobre su palma una
pastilla, tragándosela.
Capítulo 24
El latir exultante se desbocó en su pecho, agitándolo,
alzándolo en el apuro de beberse el aire en grandes
bocanadas. Gimoteó ante la necesidad anhelante en su bajo
vientre, hundiendo la cara en el tacto suave y mullido de la
almohada. Boqueó como un pez fuera del agua, temblando.
Sobre sus rodillas oscilantes, empinó el culo, recibiendo las
codiciosas estocadas vibrantes y fulminantes de su
consolador.
Imaginó esas manos grandes, ásperas y la tinta negra que
cubría sus dedos largos como un abrigo natural. Entonces
inventó una historia, donde bruscamente les recorrían, le
alababan hasta pellizcar sus pezones. Imaginó qué, de roces
suaves, le adoraba el vientre, besándolo, hasta tejer un
camino entre sus muslos, mojándole los sentidos. Empujó y
siseó, imaginado cómo la punta húmeda de esa tibia lengua
le adoraba, internándose profundamente entre sus nalgas,
penetrándole hasta dejarlo sin el más mínimo aliento.
Relamiéndose los labios, se alzó, recargando las rodillas
sobre el colchón, alineándose y frotándose con el glande del
consolador que le apuntaba. Disfrutó de su propia codicia
lujuriosa, invocó el rostro ajeno e imaginó mirar hacia el
pardo osco de sus ojos, suplicando que le calcinara, le
devorara. En completa desnudes, se acarició el cuello,
descendiendo lentamente por su pecho, aprendiendo que la
tortura de una pasión descontrolada por él sería eterna.
Absorbería la lluvia impúdica que le bañaría a diario.
— ¡Jeongguk! —Gimió alto, dejándose caer para empalarse
por completo—. ¡Oh, Jeongguk!
Se meneó y forcejeó con el dildo que le sucumbía,
embistiéndose del modo brusco que tanto le encantaba. Pero
no era lo mismo, el placer no le satisfacía y las ansias de
cabalgar el cuerpo de Jeongguk era dolorosa. Recorrer su
figura imponente, acariciarla con sus pequeños dedos hasta
atravesarle el alma. Drogarse con el exquisito aroma de su
piel bronceada. Esa esencia mentolada de agua fresca.
Moldear el contraste de sus tatuajes feroces hasta grabarlos
en su retina. Lo quería todo. Absolutamente todo de él.
Bombeándose la polla, deseó sentir la boca de Jeongguk
sobre ella. Mirar hacia los labios que se amoldarían sobre su
glande rojizo, atragantándose con los fluidos que derramaría
únicamente para él, como su promesa de adoración
incontenible.
Tragó bruscamente, frunciendo el ceño, sintiendo cómo el
orgasmo le apretaba las entrañas. Bombeó un poco más y se
empaló más fuerte, casi doloroso. Entonces cedió y se dejó
caer a la cama, cansado.
Volteando hacia el techo, se quitó el pene falso del culo,
bufando a medida que lo examinaba. Hubiese preferido
sentirse extasiado. En el pasado podía lograrlo. Jugaba con
su pequeño secreto hasta que el alba caía. Ahora nada tenía
sentido, no con el anhelo vivo de poder gozar de uno real y
mucho más grande que ese. Sobre todo por las ansias de
quién lo portaba realmente. Jeongguk era jodidamente
caliente.
Salió de la cama y lanzó el dildo contra la pared, furioso.
Taehyung se lo había regalado hace tres años en un
intercambio navideño. Lo cual fue realmente estúpido
considerado que en ese tiempo era tan solo un chiquillo
virginal de dieciséis años. Pero precisamente de eso se había
tratado, gastarse bromas. Sin embargo, jamás imaginó que
al abrir la caja, la cabeza de un enorme pene se burlaría de
lo casto que era. Se preguntó si Taehyung aún conservaría
el suyo. Aunque dudaba que el masturbador en forma de
vagina fuera exactamente de su gusto.
Con ese pensamiento se metió en la ducha. Era temprano
por la mañana y tenía tres horas de anatomía. Mamá
continuaba desapareciendo de casa, pero había dejado de
importarle hace bastante. Jeongguk se rehusaba a tocarlo y
la constancia se había vuelto una batalla personal para él.
Sintiéndose como un pobre mendigo de polla. Los sueños
húmedos y el afán desenfrenado se habían convertido en una
constante. No estaba seguro de poder lidiar con eso.
Ingresando a la cafetería de la universidad, Taehyung
sacudió la mano desde su mesa. Lucía como si gozara de
estar allí más que todos. Y era obvio, no tenía que calcinarse
las pestañas para estudiar a diario, sobre todo con la carga
de los exámenes que se aproximaban.
Sonrió ampliamente y Jimin rodó los ojos, no tenía motivo
alguno para sonreír de vuelta. Dejó la mochila sobre la mesa
y se sentó toscamente, agradeciendo sutilmente el café bien
cargado recién servido. Miró las rosquillas, descartándolas
con disgusto. Iban a desayunar juntos.
— Luces terrible —El semblante de Taehyung se impregnó
con burla.
— Jódete.
— ¿Qué pasa? ¿Problemas en el paraíso otra vez?
Taehyung pinchó una salchicha, acercándola a su boca. De
pronto, Jimin no pudo quitar la vista de ella. Era enorme,
gruesa y jugosa. Muy apetitosa. Taehyung se relamió los
labios y Jimin le imitó sin ser consciente. Su vientre vibró,
sintiéndose forzado a apretar los muslos, curiosamente
excitado. Él no podía creer hasta dónde podía llegar su
mente sucia, avergonzado por siquiera atreverse a fantasear
con semejante asquerosidad que Taehyung mordía y tragaba
con esmero.
Se arrepintió de contarle sus problemas sexuales. Ahora no
dejaría de fastidiarlo hasta saber que había obtenido lo que
deseaba. Pero fue necesario, se dijo de inmediato. Las dudas
de que Jeongguk pudiese verse con alguien más le volvían
neurótico, con el creciente temor de no lograr ser suficiente
para él.
— Cállate.
— No tienes porqué sentirte molesto —Taehyung se limpió
las manos con una servilleta. Jimin sopló el borde de su vaso
y bebió lentamente—. Hable con él. Me aseguró que no
había nadie.
Era obvio que Jeongguk lo negaría. ¿Por qué le diría la
verdad a su mejor amigo, después de todo? Era un hecho
que Taehyung vendría corriendo a contarle. De pronto, una
duda más importante martilleó a través de su inconsciencia.
¿Desde cuándo Taehyung y Jeongguk hablaban? Intentó no
desviarse por el mal presagio. Taehyung jamás sería capaz
de traicionarle.
— ¿Ahora son cercanos? —Su intención no fue sonar
acusador, más no se redimió. Le miró fijamente.
— No somos cercanos —El entendimiento en Taehyung
provocó que la diversión se desvaneciera—. No voy a
quitártelo y no lo quiero. Sé cuál es mi lugar, de todos
modos.
— ¿Entonces por qué estás a la defensiva?
— Eres como mi hermano y siempre vas a ser más
importante que una polla. Deberías reflexionar al respecto
antes de pensar en ese tipo de mierda, J. Sobre todo de mí.
— No he dicho nada.
— ¡Pero lo pensaste! —Cortó, molesto—. Te conozco.
Estaba en todo su derecho lucir enojado, Jimin pensó. Le
había juzgado, no directamente, pero lo había hecho. En su
lugar, habría actuado del mismo modo.
Con el silencio cayendo pesadamente sobre ellos, se sintió
culpable. De espalda recta, Jimin le miró un poco más. Un
mohín adornaba la silueta de sus labios tensos.
— La primera vez que me sentí realmente atraído por
alguien, tenía once años —Comenzó—. Pensé que esa
emoción jamás volvería otra vez. No puedo evitar sentirme
posesivo alrededor de Jeongguk cuando es todo lo que
deseo. Perdóname por hacerte sentir mal, Hyung.
Las personas valiosas a lo largo del estrecho camino de su
vida siempre fueron precarias. Se había acostumbrado a
tenerlas, pero sufría cuando no las tenía nunca más. Y
aunque sabía que no debía desarrollar cualquier tipo de
apego, era imposible, sobre todo si lo único real que deseaba
era amor.
Supo que el enfado en Taehyung no duraría por mucho
tiempo cuando le vio fruncir los labios evitando echarse a
reír.
— Eres lamentable, J. Tú realmente lo quieres, ¿Verdad?
Jimin situó la mirada en cualquier lugar, evitando la mofa
que le forzaba a sentirse avergonzado. El calor se extendió,
acentuándose sobre sus mejillas, lo cual no era algo muy
propio en él.
Era extraño para Taehyung verlo de ese modo.
Verdaderamente centrado por alguien. Jimin no era de
muchas conquistas, pero las que obtenía, terminaba
despachándolas a pocos días de conocerlas. Ni siquiera era
cariñoso. Jeon Jeongguk al parecer era diferente y
posiblemente había atado a su descarriado amigo
finalmente. Ya era hora, pensó.
Jimin no estaba enamorado de Jeongguk. En absoluto. Pero
había una clase de afecto incondicional que se había dado
de un modo más bien natural. Una extraña conexión que
solo existía entre ellos. Sí, le quería. Lamentablemente,
demasiado.
— Mhm... —Se encogió de hombros, sonriendo—. Solo un
poquito.
No reparó en lo famélico que estaba hasta que se decidió por
dar un gran mordisco a su rosquilla. Suspiró, saboreado el
almíbar. Taehyung bebió de su café y Jimin no pudo evitar
posar sus ojos curiosos en el ostentoso Rolex dorado que le
abrazaba la muñeca. Tosió.
— ¿Es original?
Jimin preguntó con la boca totalmente llena, atragantándose
en el proceso. Tragó desesperado cuando Taehyung le
dirigió una mirada desaprobatoria.
— ¡Yah, Jimin—ah! ¿Qué pasó con los modales? —Le
pateó por debajo de la mesa—. Yo no te crié de ese modo.
Centró la mirada en su reloj y lo acomodó del modo para
que Jimin pudiese echarle un mejor vistazo. Jimin le tomó
la mano y se la acercó hasta la nariz, leyendo la marca. Rio
ante su excesiva sorpresa, embelesado en cómo sus
esmeraldas refulgían dilatadas.
— Hyung, esto cuesta una fortuna. ¿Es de oro?
— ¿Cuándo me has visto usando algo falso? —Se echó el
cabello hacia atrás, luciendo como el reloj brillaba en el
acto. Parecía muy orgulloso de portarlo—. ¡Claro que es de
oro, mocoso!
Jimin mantuvo los labios cerrados sin dejar de mirarle
fijamente. El apetito se había desvanecido. No quería
centrarse en lo que su mente procesaba, pero de pronto, la
curiosidad esta vez fue más fuerte.
No era estúpido. Que aparentara serlo a veces, era
totalmente diferente. Y quizás por eso siempre terminaba
saliéndose con la suya. Su aspecto angelical tenía efecto y
lo sabía. Entonces lo usaba a beneficio propio. Solo algunas
veces.
Todo lo que Taehyung poseía, era original. Accesorios,
vestuarios. Como mesero, ganaba un sueldo decente,
agregando las propinas que recibía. Era precioso, amable y
atento. Tenía a su clientela ganada. Pero, ¿Qué había de
aquel reloj? Jeongguk tenía uno, plateado. Pero podía
costeárselo. Taehyung no. Ni siquiera si se atrevía ahorrar.
Pagaba la renta. Los gastos comunes. En abastecerse. ¿En
qué momento tendría tiempo para juntar toda esa cantidad
de dinero si siempre la derrochaba?
— ¿De dónde lo sacaste, Hyung?
Permaneció totalmente serio y Taehyung rodó los ojos,
como si hubiese esperado esa clase de pregunta. Que actuara
de un modo tranquilo, le confundía. Esperaba que luciera
nervioso, de ese modo podría sospechar con total razón.
— Es mío, J. Lo compré por internet con mi dinero.
— ¿En qué trabajas?
Disimuladamente, soltó el aire contenido. Él siempre se hizo
la misma pregunta, pero jamás se había atrevido a decirla en
voz alta. Hasta ahora.
Notando cómo Taehyung se acomodaba de manera recta en
su asiento, le hizo entender a Jimin que tenía razón, había
acertado. Obtuvo la reacción que esperaba. Ahora podía
confirmarlo. Como si el reloj de pronto le pesara, Taehyung
bajó el brazo, escondiéndolo.
— Soy mesero.
Taehyung le estaba mintiendo. Apretó la mandíbula,
estrechando las pestañas. Jimin volvió a preguntar con un
tono relajado, pero la autoridad se sintió vivaz.
— No, no es cierto. ¿En qué trabajas, Taehyung?
Cruzando los brazos sobre la mesa, Taehyung se aproximó,
siseando:
— ¿Qué pretendes?
— Quiero que me digas la puta verdad. ¿De dónde sacaste
tanto dinero?
— ¿Intentas insinuar algo o qué? —Parloteó alterado,
sintiéndose ofendido, entonces volvió a mirar a Jimin—.
Pedí un préstamo, ¿Sí? Un jodido préstamo para darme un
merecido lujo.
— ¿Te costaba mucho decirme eso?
— Bueno, perdón —Bufó, irónico—. Esperaba que te
sintieras feliz por mí aunque sea una puta vez. No que me
bombardearas con tus extrañas preguntas.
— ¿De qué hablas? Siempre me siento feliz por ti. Pero soy
tu amigo y merezco sentirme preocupado. A veces siento
que no eres lo suficientemente honesto conmigo.
— ¿Ah, no?
— No, Taehyung. No lo eres.
— Y qué hay de ti, entonces —Sentenció y Jimin frunció el
entrecejo—. ¿Cuándo pensabas decirme que retomaste la
adicción por los Valium? ¿Qué hay de la puta cocaína?
¿Desde cuándo eres adicto a esa mierda?
— Estamos hablando de ti —Se echó sobre el respaldo de
su silla, cruzándose de piernas. Taehyung solo pudo
interpretar su gesto como a la defensiva—. Y no soy adicto
a la cocaína.
— Y una mierda —Golpeó la mesa. La cafetería guardó
silencio por un momento y se acomodó para guardar la
compostura, hablando de un modo que solo ambos pudiesen
escuchar—. No seas hipócrita, J. No te atrevas a
sermonearme cuando ambos sabemos que tú escondes cosas
peores y ni siquiera eres capaz de contarme. ¡Tuve que verte
y ni siquiera te juzgué!
El tacto de unas manos firmes sobres los hombros de Jimin,
les sobresaltó a ambos. Lanzándose una mirada secuaz,
acordaron permanecer callados. Alrededor de la mesa
Jackson, Yoongi y Hoseok tomaron asiento. Jimin se
acomodó y señaló a Jeongguk que se sentara junto a él. La
atmosfera se sentía tensa, pero nadie comentó nada al
respecto, centrando la atención en los bocadillos que habían
traído consigo.
— Te llamé esta mañana —Jeongguk tomó el borde de la
silla que Jimin ocupaba y la acercó para meterla entre sus
muslos abiertos—. Esperaba que viniésemos juntos.
— Tae y yo acordamos desayunar. Salí temprano de casa.
Observando alrededor, reparó en la cantidad excesiva de
alumnos que había normalmente. Eso indicaba lo tarde que
era. Taehyung se bebió de un trago su café, levantándose.
Jimin enarcó una ceja en su dirección.
— Mi turno está por empezar —Dijo, colgándose el bolso
en el hombro, lanzándole un beso—. Me debes una
conversación. Nos vemos. Te quiero.
Jimin quiso decirle a todos que se metieran en sus asuntos
cuando permanecieron atentos al rastro que Taehyung había
dejado. La sospecha era evidente y solo bufó cuando leyó
las intenciones de Jeongguk.
— ¿Qué conversación? —Tomó una rosquilla, metiéndosela
en la boca haciendo una mueca de desagrado por el
caramelo.
De momento ido en la cavilación de su propio raciocinio, se
encogió de hombros, apoyando la mejilla en la palma de su
mano con aire soñador. No le diría. Al manos no por ahora.
Jeongguk tendría que enterarse en algún momento. Pero no
le afectaba en absoluto, todos en esa mesa eran unos jodidos
adictos como él. La verdad respecto al afecto por los Valium
y su reciente iniciación en la coca tendría que esperar.
— Da igual, cariño —Suavemente, quitó el almíbar que
manchaba la comisura derecha de Jeongguk, chupándose el
dedo—. No es nada importante. ¿Todo bien?
— Te extrañé —Encogiéndose de hombros, formó un
puchero—. Mi camita no es tan abrigadita cuando no estás
en ella.
Incapaz de soportar un segundo más sin tener las manos
sobre él, Jeongguk lo cogió de la cintura como si no pesara
absolutamente nada, sentándolo a horcajadas sobre sus
piernas.
— ¡Hum! —Jimin exclamó, pellizcándole el labio inferior
sobresaliente con los dedos—. ¿Mi bebé se sintió solito?
— Tan solito que tuve que invitar a Jack a dormir conmigo.
¿Puedes creer que el muy bastardo no quiso? Tuve que
sobornarlo con esas galletas de carne que le compraste.
— Jack no es un chico fácil. Me siento orgulloso.
— Lo has vuelto todo un malcriado —Le mordió el dedo,
juguetón—. Pero debes dejar de consentirlo. Recuerda que
la veterinaria dijo que tenía sobre peso.
El calefactor se había estropeado. Jimin imaginó el frío que
embargaba en ese departamento tan amplio. Se suponía que
hoy irían a repararlo. Durmiendo junto a él a diario, dos días
encerrado en su habitación estudiando para los exámenes
previos se sintieron una completa eternidad. Jeongguk era
suave y caliente como un osito. Se había acostumbrado a
despertar con el peso de su cuerpo por las mañanas en una
maraña de enredo de piernas entrelazadas.
— El jueves tienes hora con el médico. Deben sacarte las
suturas —Jimin le recordó, tomándole del rostro para
observar diligente la herida sana sobre su ceja.
A Jeongguk no parecía afectarle en absoluto. Supo que no
estaba interesado en ir cuando frunció los labios, disgustado.
— Se saldrán solos.
— Jodido cobarde —Le golpeó sin fuerza—. Irás y se
acabó. A ver si de ese modo dejas de meterte en peleas.
— Deja de ofenderme. Me defiendo, que es muy diferente.
Jeongguk lo atrajo en un abrazo apretado, enterrando el
rostro sobre el hueco de su cuello. Jimin se removió entre
risas cuando le hizo cosquilla con los labios. Recargó el
mentón sobre su cabeza y tarareó una melodía desigual a
medida que le acariciaba el cabello.
— Jack tiene chequeo con Rosé mañana.
— ¿Algo más, señor controlador? —Jeongguk bromeó,
alzando levemente el rostro para mostrarle esa sonrisa
engatusadora que siempre le hacía temblar.
— ¡Sí! —Jimin le abrió los ojos, mandón—. Tienes que
llenar tu despensa. Se acabó la leche de almendras y la fruta.
Desde ahora en adelante vas a aprender a alimentarte como
corresponde. Basta de pedir comida poco saludable a
domicilio.
— ¿Disculpa?
— No creas que no lo he notado, jovencito.
— ¿Me vas a cocinar, acaso? —Movió las cejas,
entusiasmado.
La sola idea de tener a Jimin tiempo completo le volvía
realmente emocionado. Su preocupación y los detalles que
pretendía que no notara. El angelito que quería sostener en
su mano.
— Que no coma los mismos alimentos que tú, no significa
que no sepa prepararlos. Hago unos emparedados con
mermelada que te cagas. También puedo cocer huevos, picar
lechuga y hervir agua. ¿Ves? No es tan difícil.
Entonces Jeongguk comprendió que se estaba burlando. Él
no sabía cocinar. Y por lo que entendía, se le daba totalmente
fatal.
— ¡Pequeña mierda, vas a ver!
Jimin chilló descontrolado cuando afianzó el agarre sobre
sus caderas, hundiéndole los dedos en el estómago,
haciéndole cosquillas. De carcajadas claras y dulces, todos
en la mesa comenzaron a reír con él, ignorando las miradas
ajenas por el alboroto que causaban.
— Anda, bésame.
Atormentado por la euforia, Jimin le cogió de la nuca,
devorándole la boca con la viva ansia que solo él causaba.
Le metió la lengua, gimiendo cuando Jeongguk la succionó,
asfixiándole con los grandes brazos apretándole. La calma
les sosegó, más no se apartaron, picoteándose los labios
entre sonrisas traviesas.
Caminaron por el pasillo tomados de la mano. Ambientado
con la excesiva atención que despertaban alrededor, Jimin
cedió sonriendo triunfador. Sí, era un maldito engreído y
qué. Tenía lo que muchos deseaban, y aunque fue difícil
soportar el creciente odio, decidió que les picaría incluso
más. El frío hombre rompecorazones era suyo ahora. Chu,
Chu, perras.
Trastabilló y frunció el entrecejo cuando Jeongguk frenó
abruptamente, observando hacia el final del pasillo. Su
semblante se tornó tenso, palideciendo casi de inmediato.
Quiso zafarse y soltar sus dedos entrelazados, Jeongguk
gruñó. Ampliando un poco más su escasa visión, Jimin
reparó en el grupo de hombres con chalecos policiales.
— La puta que me parió —Masculló entre dientes.
— ¡Jeongguk esa boca!
— Cállate.
Tironeándolo tan fuerte como apretaba la mandíbula, se
escondieron en el cuarto de aseos. La luz era escasa y
apastaba a desinfectante para pisos. Jimin retrocedió,
pegándose a la pared, ligeramente choqueado.
Mirando de vez en cuando por la pequeña ventanilla en
medio de la puerta, Jeongguk habló aceleradamente por
teléfono. Movía efusivamente las manos, con un tono de voz
tosco. El león al costado de su cuello lucía tenso. La orden
había sido clara; abandonar la punta de tráfico.
Advertir la irritación que Jeongguk emanaba como una
bruma espesa, le forzó a sentirse inquieto. La situación era
evidente, estaban haciendo un control. La duda surgía a
continuación. ¿Quién les había delatado?
Tomando una botella de blanqueador, Jeongguk la lanzó
contra la pared. Llevaba el ceño fruncido y una vena
palpitaba en su frente. No dejaba de refunfuñar. Jimin chilló,
murmurando con un hilo de voz:
— ¿Cariño?
Jeon Jeongguk siempre era un hombre que demostraba lo
seguro que estaba de sí mismo. Solía ser posesivo y
exagerando lo impulsivo. Jimin comenzaba a ambientarse.
A entender paulatinamente y ceder. Guardar silencio cuando
sus cambios emocionales eran bruscos. Sentarse sobre sus
piernas, acariciarle el cabello y tararear una melodía
desigual cuando se encontraba excesivamente callado,
confirmando lo estresado que estaba. Darle suaves
golpecitos sobre el pecho desnudo cuando tenía pesadillas.
Abrigarlo a medianoche porque siempre se destapaba.
Servirle té o café sin azúcar porque odiaba las cosas dulces.
Pero Jimin jamás lo había visto asustado. Preso del pánico
como un animal enjaulado. Y era desconcertante. Entonces
sintió miedo también, porque su soporte más firme le
confirmaba que estaba en un severo problema. Uno muy
grande.
Jeongguk había olvidado la presencia de Jimin por
completo. Percibiendo la preocupación que tiznaba su
exquisito tono de voz, volviéndolo tembloroso, giró
bruscamente hacia su atención, demasiado ocupado en sí
mismo para reparar en el sutil movimiento que Jimin hizo
para apartarse de él porque le tenía miedo.
Lo acorraló, sujetándole el rostro con manos oscilantes.
Habló con los labios pegados a su boca, compartiendo la
súplica de un secreto.
— Ricitos, ayúdame.
Jimin negó, preso de la confusión. Los ojos de Jeongguk
brillaban con esmero. Tenía algo en mente.
— ¿Por qué?
— Tengo droga en la mochila.
Jimin palideció. El trabajo de Jeongguk no era precisamente
un misterio, sin embargo, nunca se relacionaba con su
trabajo. No era algo que Jeongguk permitiera, de todos
modos. Cada vez que tenía que hablar de negocios, le pedía
que le dejase a solas. No mostraba la droga delante de él. Lo
único que Jimin tenía permitido ver, era cómo contaba el
dinero. Nada más.
Esto estaba fuera de sus límites y supo que la forzada
petición era porque no tenía otra opción.
— ¿Ellos vienen por ti? —Tembló—. ¿Te arrestaran?
— ¡Joder, no lo sé! —Rugió y Jimin brincó—. Estoy lo
bastante seguro que van a revisarme. Necesito que te lleves
esto.
Observó a Jeongguk hurgar dentro de su mochila, sacando
un paquete.
— ¡Claro que no! —Enfatizó con las manos, retrocediendo.
— Por favor...
— ¡Cómo te atreves a siquiera sugerirlo!
— ¡Porque no tengo otra opción!
La habitación se sumió en completo silencio. Jeongguk
continuaba con la mano extendida y Jimin controló el
impulso de golpearle lejos. Esa droga no era una jodida
broma. Era otro nivel de venta, uno que ninguno de sus
cervatillos utilizarían para vender en la punta.
No obstante, por mucho que provocara querer mearse en los
pantalones, estaba decidido a no dejarlo solo. Jeongguk le
necesitaba. Era un gran error y no era su puto problema, pero
sería faltar a toda la adoración que sentía por él. Eran
compañeros ahora.
— ¿Y si me pillan? —Jimin miró el paquete, como si de
algún modo el terror fuera a desaparecer.
Jeongguk suspiró, aliviado. Se acercó y puso una mano
sobre su mejilla.
— No lo harán, nene —Susurró entre besos—. Ellos me
quieren a mí. Te lo prometo.
Jimin cayó en la distracción de la punta suave y húmeda de
su lengua tentando alrededor de su labio inferior. Dejándole
entrar, pudo saborear la menta y el dulzor permanente de la
rosquilla en su boca. Era fácil entregarse al placer. El tacto
de esas grandes manos apretando su cintura se había vuelto
su propio somnífero.
Con estricta precaución, optaron por caminos diferentes.
Jimin estaba aterrorizado, incapaz de disimular. Evitó mirar
a las personas a los ojos, creyendo que sabrían lo que llevaba
dentro de su mochila.
Arrepentido y consciente en que no había manera de
retroceder, ingresó a la sala de clases. Hoseok le apresuró a
tomar asiento a su lado y Jimin tembló cuando el profesor
dejó la puerta abierta. Él siempre la cerraba. Jodidamente
siempre lo hacía.
— Mierda —Masculló.
— Relájate, J —Hoseok le codeó.
Estaba al tanto. Claramente Yoongi había sido el mensajero.
Leyendo entre líneas la información de la guía asignada para
trabajar en clases, Hoseok le contó que todos los cervatillos
de Jeongguk habían abandonado el recinto. Al parecer, entre
ellos había un infiltrado.
No quería siquiera imaginar lo que le esperaba en cuánto
Jeongguk supiera de quién se trataba. Iban a despedazarlo.
Y bien merecido se lo tendría, por culpa de su boca
deslenguada él estaba en apuros y su chico corría riesgo de
ir a prisión.
— ¿J, tienes corrector?
Ensimismado, Jimin señaló el bolsillo de su mochila.
Hoseok se agachó, hurgando. Frente a la hilera de los
casilleros visibles desde su pupitre, Jimin divisó la espalda
de un policía, señalando al rector que abriera uno en
específico.
Bajo el umbral de la puerta, se paró una mujer.
Perfectamente peinada y de mirada astuta, observó
alrededor del aula. Jimin escondió la cabeza en su libro,
sintiendo como la bilis le subía por la garganta. Ellos
entrarían a revisar. Le pillarían. Oh por dios. ¡Maldito Jeon
Jeongguk!
Hoseok alzó la mano y Jimin jadeó frenético. Su respiración
se había vuelto superficial.
— Profesor, ¿Puedo ir al baño?
Pasmado, con las esmeraldas oscilantes y dilatadas,
permaneció mirando el reflejo de su amigo que había
desaparecido. Jimin estaba demasiado perplejo para siquiera
asimilar que le había dejado solo. A merced de las
consecuencias.
El lápiz resbaló de entre sus dedos cuando la mujer severa
ingresó acompañada de dos hombres. Una placa colgaba de
sus cuellos y sus rostros hostiles le provocaron querer
echarse a llorar. Era su fin.
La atmosfera a su alrededor se volvió etérea.
Desmesuradamente irreal. Los movimientos ajenos los
percibió lentos, su fuerza se desvaneció de tal modo que solo
permaneció sentado con los brazos caídos. El ritmo
vigoroso de su corazón era tan evidente que creyó que si
miraba su pecho, le vería sobresalir.
— Joven, abra su mochila.
Jimin siempre recordaría esas facciones femeninas
petulantes. Olía a jazmín. La tinta en sus labios era tan
bermellón como las rosas de su jardín en primavera. El
avellana en sus ojos era claro y comenzaban a juzgarle.
— Joven, por favor abra su mochila.
Tragó el pesado nudo que lentamente le asfixiaba y le tendió
su mochila para que hurgara dentro con total libertad. ¿Qué
haría si le arrestaban? Sus papeles quedarían manchados. Se
vería forzado a dejar sus estudios. Y todo por no ser capaz
de decir no.
De sentimientos encontrados, sintió sus fanales marchitos
humedecerse. Lloraría. En cualquier momento sollozaría.
Pero un jadeo le ahogó cuando la mujer le tendió la mochila
y avanzó para continuar con la inspección. Su mochila de
pronto se volvió una imagen extraña y borrosa. Incluso tenía
miedo de tocarla.
Imposible, era todo lo que su mente susurraba. Era
realmente imposible que de pronto no le encontrasen
absolutamente nada. Entonces un vestigio surcó tan pronto
como los policías abandonaron la sala. Jung Hoseok.
El pasillo jamás se había sentido tan extenso. El aire en su
pecho flaqueaba y las piernas amenazaban con dejar de
responder. Boqueó por aire fresco cuando el frío del exterior
le abofeteó el rostro. Su vista solo permaneció fija en la
silueta de Hoseok recargada sobre el camaro rojo de Yoongi.
Sonreía con suficiencia. Jimin trotó y se abalanzó a sus
brazos, suspirando de alivio. Los suaves dedos de Hoseok
le reconfortaron la espalda y de algún modo la tensión.
— Gracias. Muchas gracias.
— Todo estaba perfectamente calculado —Confesó y Jimin
boqueó.
— ¿Qué?
Hoseok miró por sobre su hombro sin dejar de sonreír,
entonces señaló con el mentón para que le imitara. Jeongguk
se acercaba. Tenía las manos en los bolsillos y el pómulo
hinchado. Le habían golpeado. En su rostro portaba una
expresión que no supo reconocer. Aflicción, quizás. Culpa,
tal vez.
Entonces la furia burbujeó. Se llevó la peor experiencia de
su vida por su culpa. Por atreverse a ayudarle. Le había
prometido que todo estaría bien. Sería rápido. Pero
malditamente casi le atrapaban. Y él no hubiese podido
hacer nada.
— ¡En tu vida vuelvas a pedirme hacer esa clase de mierda!
—Empujó a Jeongguk por el pecho—. ¡No sabes el miedo
que sentí! ¡No lo vuelvas a hacer!
Jeongguk intentó cogerle de las manos.
— Ricitos…
Avanzó y Jimin retrocedió. Estaba muy molesto ahora. No
hablarían. Sin pedir permiso, se subió a los asientos traseros
del camaro rojo, cruzándose de brazos. Jeongguk no
insistió.
— Se le pasará, JK —Yoongi le palmeó la espalda—. Nos
vemos en casa de Jackson. Conduce con cuidado.
Pero Jeongguk no se movió de su sitio, permaneciendo
frente a la ventana que Jimin se rehusaba a mirar.
Capítulo 25
El exquisito bajo de Adore You de Harry Styles, aterrizaba
en las paredes maestra del hogar de Jackson. De viaje por
las islas canarias, sus padres le habían dejado la casa por un
mes. El ambiente era sereno. Entre invitados seleccionados,
compartían una velada únicamente en la amplia sala.
Negando con la cabeza al cigarrillo de marihuana que
Hoseok le tendía, Jimin caminó por el pasillo, tocando con
las yemas de sus dedos las murallas pastel, sumergiéndose
en la tranquila habitación de baño. Dejando su vaso con
cerveza en la orilla del lavado, se enfrentó al reflejo del
espejo. Estaba cansado, pero sus esmeraldas refulgentes y
sus mejillas teñidas con un delicado carmesí advertían todo
lo contrario.
Era casi medianoche y Jeongguk no había llegado. Varias
veces luchó con el impulso de llamarlo, de preguntar a
Yoongi su paradero. Merecía que no le importara, incluso si
era una patética mentira. Pero aún estaba molesto. Enojado
e histérico.
La abatida experiencia le tenía en ese estado deplorable. De
solo recordar, su estómago flaqueaba y se apretaba hasta
doler. Se habría convertido en el hazmerreír de plena
facultad. Su reputación era los bastante mala para atreverse
a siquiera sumar algo más a la lista. Cargar con las burlas de
mamá teniendo un amante y él como fruto de esa pasión
desvergonzada era suficiente.
La puerta se abrió toscamente y agradeció no haber estado
haciendo nada comprometedor cuando vio a Jackson bajo el
umbral tan pasmado como él.
— ¡Mierda, primo! —Chilló, tapándose los ojos—. ¡Lo
siento! ¡Lo siento!
Jimin se carcajeó echando la cabeza hacia atrás, tapándose
la boca. Entonces se sintió más ligero. Tal vez desprenderse
de la tensión con las idioteces de Jackson era todo lo que
necesitaba. Jackson retrocedió con los ojos aun fuertemente
apretados, cerrando la puerta. Pero Jimin se lo impidió. Solo
había necesitado un poco de tranquilidad y el baño había
sido la primera opción. Eso era todo.
— Todo tuyo.
Jimin señaló el interior. Soltó otra carcajada cuando Jackson
comenzó a dar pequeños saltitos a medida que intentaba
desabrocharse el cinturón.
— Gracias, ya me meaba.
Parado afuera de la puerta abierta del baño, Jimin volteó
hacia el pasillo cuando escuchó un par de pasos apresurados,
sonriendo a Taehyung.
— ¡Aquí estás! —Suspiró—. ¿Qué haces?
Siguió la mirada de Jimin, curioso del porqué estaba rojo
como un tomate, conteniendo la explosión de una risa.
Entonces reparó en la silueta de Jackson frente al inodoro,
maldiciendo mientras brincaba en una lucha con su
cinturón.
— ¡Yah! —Jackson bramó cuando les pilló partiéndose de
la risa. Jimin se sujetaba el abdomen y Taehyung se doblaba
hacia sus rodillas—. ¡Largo de aquí!
La puerta se cerró de un portazo. Controlando sus
carcajadas, Jimin frunció el ceño recordando que Taehyung
lo buscaba. Había llegado hace poco y su cabello aún lucía
húmedo por la ducha.
— ¿Qué sucede?
Taehyung lo pescó de la muñeca para llevarlo devuelta al
bullicio. Notó que no llevaba el Rolex y temió que fuera por
su culpa. Su intención nunca fue hacerle sentir mal, solo
estaba preocupado.
— Te quiero presentar a alguien.
— Espera —Jimin se detuvo y las cejas pobladas de
Taehyung se alzaron—. Tu reloj. Dónde está tu reloj.
— Ah... Eso.
Estaba avergonzado. Jimin pudo notarlo cuando bajó la
mirada a su muñeca, acariciando alrededor donde debería
estar luciéndolo. I Ran de A Flock Of Seagulls se escuchaba
tenuemente.
— Fui por mi culpa, ¿Verdad? Te hice sentir incómodo.
Jimin rogó que no fuera de ese modo. Desde ahora en
adelante estaba decidido a cerrar su maldita boca. Pero
Taehyung negó, sonriendo.
— Claro que no, cariño. Nada de eso —Le animó,
pellizcándole su pequeña nariz—. Es solo que sentí miedo
de llevarlo. Es demasiado costoso y podrían quitármelo.
Jimin buscó algún vestigio de falsedad. Pero así como
lograba saber cuándo le ocultaba cosas, sabía percibir su
sinceridad en esa mirada avellana y transparente.
— Perdón por lo de hoy. No volveré a juzgarte, Hyung. Lo
prometo.
— ¡Ay, pero si eres una cosita tan adorable! ¡Te comería a
besos! —Taehyung le cogió de las mejillas, sacudiéndole la
cabeza suavemente, provocando que Jimin abultara sus
labios—. Pero eso no te salva de la conversación pendiente.
— Mierda, mi plan de convencerte no resultó —Jimin
bromeó, acariciándose los mofletes sonrojados por el roce—
. ¿Con quién viniste?
Jimin recordó demasiado tarde que había dejado su vaso en
el baño. Miró alrededor y sonrió a la pista de baile
improvisada, la gente comenzaba a animarse. Taehyung
tiraba de su mano con apuro.
— ¿Recuerdas a la familia de acogida que me cuidó cuando
tenía doce? El menor de los ocho hijos me vino a visitar.
Jimin intentó rememorar. Era imposible de todos modos,
Taehyung había pasado por muchos hogares de acogida.
Pero sabía que había sido especial, podía notarlo en el
semblante resplandeciente de su rostro. Estaba muy
contento. Si Taehyung era feliz, él también lo sería y
recibiría a su invitado con una gran sonrisa.
Frente a los ventanales deslizantes que daban paso al jardín,
divisaron a Hoseok y Yoongi. Como único desconocido
entre los tres, Jimin supuso era él.
— Jimin, este es Kim Samuel —Taehyung los enfrentó para
que ambos pudiesen mirarse—. Samuel, esta es la oveja
descarriada de la que tanto te hablé. Mi mejor amigo.
Se echaron a reír. Jimin golpeó juguetonamente el brazo de
Taehyung. Miró un poco más a Samuel y le tendió la mano.
— Bienvenido —Jimin sonrió, admirado por los ojos
amplios que tenía. Eran muy bonitos—. Y perdona a mi
amigo, los rumores dicen que se cayó al nacer.
— Descuida, viví por un tiempo con él. Estoy acostumbrado
a sus rarezas —Entrecerrando los ojos, preguntó a Jimin con
burla—. ¿Sabías que canta el himno nacional cuando
duerme?
Jimin se echó a reír con fuerza, asintiendo frenéticamente.
Oh sí, claro que lo había presenciado un par de veces.
Incluso creyó que su amigo estaba poseído.
— Incluso lo baila —Concordó.
— ¡Yah! Eso sucedía cuando era sonámbulo. Ya no lo soy.
—Taehyung los golpeó a los dos, refunfuñando con enojo
fingido—. Con amigos como ustedes para qué quiero
enemigos.
Con Hoseok y Yoongi sumándose a las burlas, la
conversación se volvió realmente animada. Jimin aprendió
un par de cosas del nuevo integrante. Era un año menor que
él y vivió por un tiempo en el extranjero. Estaba sólo de
pasada por el pueblo porque sus padres estaban muy
interesados en volver a escuchar de Taehyung. Eran
ancianos ahora y recorrer ese tipo de distancia era
complicado para su salud.
Desde la distancia, vio a un par de chicos acomodar una
mesa, adornando su alrededor con vasos grandes y rojos.
Sonrió cuando Jackson le miró y alzó las manos.
— ¡Primo, ven a patear culos conmigo!
Jugar Beer Pong en cada fiesta se había vuelto una
costumbre. Eran buenos y se habían autodenominado el
equipo Primos. Taehyung y Yoongi eran su competencia.
Equipo TaeGi.
Jimin asintió y sonrió a Samuel, codeándolo para llamar su
atención.
— ¿Quieres jugar?
El acuerdo fue de inmediato. Taehyung chilló emocionado
y se llevó a Samuel del brazo para presentarlo a los chicos
con los que jugarían. Jimin volteó para seguirles, pero sus
pasos se vieron frenados cuando reparó en la puerta
principal que se abría. Se congeló de inmediato. Reconocía
esa imponente figura incluso desde la distancia.
Se había cambiado de ropa, llevaba una chaqueta negra de
cuero y el cabello alborotado como de costumbre. El pardo
en sus ojos era descarado y sobresaliente, las emociones
burbujearon afanosas, rendido como un loco engatusado.
Pero la rabia era más fuerte. Se forzó a contenerse para no
plantarse frente a su rostro y ladrarle dónde se había metido.
La atención que levantaba entre los demás era veloz y brava.
No les culparía, el maldito era terriblemente guapo. Esa
vibra de chico malo era su mejor atributo. La gente que le
conocía se acercó para saludarse, Jeongguk se internó en la
sala chocando sus manos, deteniéndose para entablar una
conversación breve mientras se metía las manos en los
bolsillos de sus jeans separando levemente las piernas.
De pronto, notó que quienes le deseaban se habían animado
más de la cuenta, contentos por tenerle allí y esperar llamar
su atención. Siempre era lo mismo. Bien, Jimin pensó,
podían tenerlo todo lo que quisieran. Le daba igual. Es más,
se los regalaba. Antes de siquiera procurar que le percibiera
entre los demás ojos deseosos, se acercó a sus amigos,
tomando el puesto que Jackson le había guardado
especialmente.
Yoongi, Hoseok y Taehyung eran un equipo. Jackson,
Samuel y él, eran la competencia. Taehyung tomó el primer
turno y apuntó a Jimin amenazante. La pelota cayó dentro
del vaso y Jimin no había reparado en lo sediento que estaba
hasta ahora. Se tomó la cerveza de un solo trago sin rechistar
y aulló por lo fría que estaba.
En todo momento, reparó en las miradas alarmadas que
Yoongi propinaba detrás de él. Jimin sabía a la perfección
por qué, pero estaba decidido a disfrutar. Jeongguk no iba a
arruinarle más de lo que ya estaba su día.
La competencia se había vuelto realmente buena, todos
tenían audacia para la puntería incluso con el alcohol
afectándoles los cinco sentidos. Eran el principal bullicio
con los gritos en desacuerdo porque a veces hacían trampa
y las carcajadas de burlas o de victoria que les atacaba.
Para cuando se dieron cuenta, sólo quedaba un vaso y
estaban en desigual con 20 victorias contra 19. Con una
batalla de piedra, papel o tijera entre Taehyung y Jimin, al
equipo Primo le tocó decidir el castigo del perdedor.
Con Jimin situado en medio, Samuel lo tomó de la cadera
para acercarlo a su boca y susurrar en su oído. Jimin lo
percibió como un gesto inocente, sin reparar en absoluto lo
comprometedor que era ante los ojos de los demás que le
observaban atentamente. Jimin sonrió ante la idea de
Samuel, asintiendo. El equipo perdedor iba a beberse la
mezcla de todos los tragos posibles que verterían en el vaso.
De pronto, Yoongi se acercó a Jackson y Jimin le vio
murmurar, señalando sutilmente a donde Jeongguk se
encontraba. La tensión en los hombros de Jackson fue
evidente y se acercó para mover rápidamente a Jimin a la
esquina, ocupando él el centro.
Para sellar el triunfo, Jimin tomó la pequeña pelota,
besándola con una mirada burlesca al enfado competitivo de
Taehyung. La lanzó con una puntería perfecta y su equipo
chilló emocionado. Ignorando la distancia que Jackson
había impuesto entre Samuel y él, Jimin se acercó,
lanzándose a sus brazos para celebrar. Samuel lo giró en el
aire y Jimin estalló en carcajadas.
Demasiado ensimismado en cerciorarse que el equipo TaeGi
se bebiera todo el contenido asqueroso de sus vasos,
burlándose por sus muecas de disgusto, Jimin se sobresaltó
cuando sintió una energía intensa detrás de él.
— ¿Se divierten?
La voz espesa de Jeongguk le mantuvo quieto sobre su sitio.
Estaba cargada de ironía. Le sintió alejarse y le miró cuando
se paró al costado de la mesa. Con las manos en los bolsillos,
sonrió levemente a las arcadas exageradas que Hoseok
hacía. Jimin mantuvo la cabeza gacha, pero la sensación de
sentirse observado le forzó a toparse con el pardo cabreado
de sus ojos. Estaba molesto.
— JK, te presento a mi amigo, Samuel —Taehyung se
animó, señalándolo con el mentón.
Jeongguk reparó en él con un vistazo soberbio. Jimin apretó
los labios, nervioso. Sabía que no era bueno conociendo
gente nueva. Le molestaba porque odiaba el tedioso proceso
de asegurarse que no fueran un peligro. Sobre todo por las
cosas que hacía. Aparte de los golpes, era su mecanismo de
defensa, después de todo.
— Hola —Samuel le tendió la mano.
Jeongguk la miró con desgano. La comisura derecha de su
boca se alzó en una sonrisa socarrona sin ganas, ignorándolo
con total descaro. Arrastró la mirada a Jimin y ordenó:
— ¿Podemos hablar?
Jodido bruto, Jimin pensó de inmediato, sintiéndose mal por
Samuel. Era evidente el sonrojo en sus mejillas y el gesto de
decepción arruinando el precioso rostro de Tae. Él estaba
muy emocionado de ver a quien forma parte de su familia
por años. Emocionado por presentarlo a sus amigos. No se
merecía esto.
El ambiente se volvió tenso y todos guardaron silencio.
Algunos más expectantes que otros. Jimin lanzó una mirada
furibunda y se alejó para que le siguiera. Era el único modo
de sacar a ese cavernícola de ahí y continuar arruinando la
noche de su mejor amigo.
Deslizándose entre el ventanal corredizo, Jimin caminó a
través del pasto. La noche estaba quieta y las pequeñas
farolas incrustadas en el suelo alumbraban el camino.
— Te has comportado como un idiota —Jimin dijo sin
voltear, consciente en que le seguía—. No tenías derecho a
ser un maleducado con él. No lo conoces.
— ¿Tú sí?
Jimin comenzaba a diferenciar los tonos variados de su voz
acorde a sus emociones. Estaba celoso. Y no tenía motivo.
No se los había dado y su intención estaba lejos de
provocarlo con otro chico. El solo hecho de imaginarlo era
estúpido en su mente.
— Intentaba ser amigable.
— Contigo lucía más que amigable.
Maldito, cabeza hueca. Jimin quería golpearlo. No estaban
haciendo nada malo, que su mente fuera malpensada era otra
cosa. Se habían llevado bien, eso era todo. Había una gran
diferencia entre ser amistoso y coqueto.
Jimin lo encaró, señalándolo con el dedo.
— Vas a entrar ahí y te disculparás.
— ¿Qué? —Jeongguk abrió los ojos, a la defensiva—.
¡Claro que no!
— ¡Claro que sí! ¡No voy a consentir que hagas sentir mal
a mi mejor amigo porque no puedes controlar tus putos
celos!
— ¡Ese tipo no podía quitarte las manos de encima!
— ¡Basta! —Bramó y Jeongguk retrocedió ligeramente—.
No te he dado ningún motivo. Estábamos jugando.
— Bueno, Jackson también estaba jugando contigo y en
ningún momento se te tiró encima. Vi cuando te susurró al
oído.
— Obvio que Jackson no lo haría. Tienes a todo el mundo
cagado de miedo.
El silencio se formó y una ligera expresión de pesar cruzó el
rostro de Jeongguk. Jimin no buscaba herirlo, pero estaba
totalmente equivocado y tenía que defenderse de algún
modo.
— Escucha —Jimin habló más calmado—. Samuel formó
parte de un proceso crucial en la vida de Taehyung. Es como
su hermano y no se veían hace años. Él está muy
emocionado por enseñarle su mundo y mostrarle que tiene
amigos. Que a pesar del tiempo, lo está haciendo bien.
Metiéndose las manos en los bolsillos, Jeongguk bajó la
cabeza. Estaba avergonzado, se le notaba. Pero Jimin no
buscaba que sintiera vergüenza, quería que lo lamentara y
que corrigiera ese aspecto tan hostil que tenía a veces.
— Lo siento —Murmuró, cabizbajo.
— Fui amable con Samuel porque estoy agradecido de que
mi amigo tenga preciosos recuerdos gracias a él y su familia
que lo ayudaron cuando no tenía a nadie. Me comporté con
él como lo haría con cualquier amigo que tenemos tú y yo
en común.
— Pero él...
— Pero nada, Jeongguk. En todas las fiestas siempre estoy
jugando con Jackson porque nos gusta el Beer Pong. A veces
me lanzo a la espalda de Yoongi cuando nos traveseamos y
JB me pide ayuda para estudiar. Y con ninguno de ellos has
hecho un problema.
— ¡Porque no lo conozco!
— ¡Pero Taehyung sí! ¡Y se siente feliz y eso basta para mí!
Un segundo. Solo un segundo más le bastaba para mandarlo
a la mierda. Estaba demasiado frustrado para siquiera
atreverse a ingresar y no pretendería que Taehyung se diera
cuenta que habían discutido. Samuel y él merecían pasarla
bien. Ellos no eran nadie para arruinarles la velada.
Caminó hasta el amplio columpio que colgaba frente a la
enorme piscina y se sentó, observando el agua cristalina en
un intento por calmarse. En completo silencio, Jeongguk se
acercó, acuclillándose frente a él. Le agarró las manos y se
las besó. Jimin lo dejó.
— Ricitos no te enojes —Susurró y Jimin percibió su cálido
aliento en el dorso de sus manos—. No fue mi intención.
Efectivamente esa había sido su intención. Estaba buscando
marcar su territorio como lo haría un animal. Quería hacerle
entender que él mandaba y que le temiera como todo el
mundo lo hacía. Eso no estaba bien. Nunca estaría bien.
Era su primera discusión donde los malditos celos hacían su
aparición. Jimin los esperaba, pero no tan pronto. Incluso
pensó que él haría el primer escándalo. Ganas no le faltaban.
— Tengo varias razones para sentirme molesto contigo.
Empezando con lo que pasó hoy, por ejemplo.
Jeongguk suspiró, negando con la cabeza. Su mente
maquineaba como sobrellevar el tema sin que Jimin armara
un alboroto.
— Nunca más.
Jimin alzó una ceja.
— Nunca más qué.
— Nunca más te forzaré a hacer algo semejante. Estuvo mal,
lo sé. Y si te sirve de consuelo, me he sentido como la
mierda toda la tarde.
Bueno, precisamente no le había forzado. Simplemente le
hizo sentir acorralado al demostrarle que no tenía otra
salida. No estaba seguro o si desarrollaría algún trauma de
paranoia, pero estaba claro que en la historia ambos eran
culpables. Uno por hacer cosas indebidas y el otro por
aceptar ser cómplice.
— Bien —Jimin dijo, jugueteando con los dedos de
Jeongguk a medida que torcía la boca—. Pero sigo enfadado
de todos modos.
Jeongguk sonrió ante el mohín en sus labios que le hacían
lucir adorable.
— Está bien. Sí, lo entiendo —Habló con torpeza, contento
por el camino de la situación—. Puedes lanzarme a esa
piscina si quieres.
Jimin lo consideró. Suspiró y la forma en que le miró hizo
añicos el corazón de Jeongguk. Le vio vulnerable.
— ¿Qué habría pasado si me hubiesen pillado, Jeongguk?
— Nada —Soltó con sinceridad—. No lo hubiese permitido.
— No puedes controlarlo todo.
— Hey nene, mírame —Le cogió del rostro—. Confía en
mí, no te iban a pillar.
— El que Hoseok se llevara la droga estaba planeado,
¿Verdad? —Pero aun así no podía entenderlo—. ¿Cómo? ¿Y
si lo hubiesen pillado a él?
Jeongguk pensó. Si Jimin colocaba excesiva atención,
podría oír los engranajes trabajando en su cabeza. Cerró los
ojos cuando Jeongguk unió sus labios en un ligero roce.
— Cariño, a veces hay cosas que es mejor que no sepas.
Lamento el miedo que te obligué a pasar, pero te lo prometo,
nunca más volverá a suceder.
Jimin presintió algo. Como si de algún modo su mensaje iba
destinado a algo más. Jeon Jeongguk siempre era un gran
misterio. Otro detalle que había aprendido de él, era que no
era bueno hablando de sus sentimientos o de su vida pasada.
Pero entendía que estaban comenzado y estaba decidido a
avanzar con cuidado. Aunque la necesidad de follar era otro
asunto. Con ese tema no iba a permitir que fuera lento.
Uniendo sus narices, se delinearon el rostro en un exquisito
reconcomiendo amoroso en completo silencio. Habían
hecho las paces, pero sería una constante pensar en cuándo
sería el siguiente ataque.
Jimin abrió los labios para recibirle. Disfrutó tenerle cerca
otra vez. Y todo era mucho más fácil cuando permanecían
de ese modo tan tranquilo y silencioso. Sin nada alrededor
que les alterara.
Pasándole las yemas por los nudillos, Jimin notó la textura
de piel desigual. Cortó el beso y miró hacia abajo, jadeando
al ver la piel herida y rojiza.
— Te has peleado.
— No importa.
Jeongguk intentó apartar las manos, pero Jimin le retuvo,
mirándole a los ojos, trasmitiéndole la ráfaga de
preocupación que sentía.
— A mí me importa. Me importa mucho.
Reparó en el cardenal que aún lucía fresco en su pómulo.
Verle el rostro magullado era una constante. Hablar al
respecto nunca fue parte de ellos. Jeongguk jamás le daría
una explicación de todos modos, pero nada impediría que se
sintiera preocupado.
— Estoy bien, nene.
— Esos tipos en la facultad te lo hicieron, ¿Verdad? Los
policías.
Jeongguk bajó la cabeza, sonriendo. Cuando la alzó
nuevamente, Jimin sintió que desfallecería por tanta
hermosura.
— Hoy estás demasiado preguntón, ¿Eh?
Entonces Jimin dejó de insistir a cualquier pregunta que su
boca esperaba formular. ¿Por qué había desaparecido por
mucho tiempo? ¿A quién le había golpeado de tal modo que
se rompió los nudillos? Esas eran algunas. Había
muchísimas más.
Retornaron a la fiesta tomados de la mano. Jimin agradeció
que todo siguiera igual de bien y que nadie siquiera les
hubiese notado. Jeongguk le dejó avanzar hacia sus amigos
mientras él iba por unas bebidas. Asintió al "estás bien" que
Taehyung gesticuló y se puso tenso cuando vio a Jeongguk
avanzar hacia ellos. Rogó en silencio que fuera amable.
Todos en el círculo guardaron silencio cuando Jeongguk se
acercó a Samuel, tendiéndole un vaso con cerveza. Jimin le
vio murmurar y Samuel sonrió, aceptando la mano que su
chico feroz le ofrecía, haciendo las paces.
Su pecho se llenó de orgullo. La felicidad aumentó cuando
vio a su mejor amigo sonreír también. Al parecer estaba
trabajando en eso que a diario le atormentaba. Era un paso.
Pero de pronto, reparó en que no era el único sorprendido.
Yoongi lo tomó del brazo, apartándolo levemente y susurró:
— No sé qué hablaron allá afuera. Pero te aseguró que el JK
que conozco jamás se habría disculpado —Golpeó
suavemente la espalda de Jimin—. Gracias.
Jamás habría esperado lograr cosas en él que sus amigos
más cercanos no pudieran. Se sintió bien al respecto.
Orgulloso de cierto modo al notar que hacía lo correcto por
una jodida vez.
Ligero de todo abatimiento, la noche era entretenida por
primera vez desde que había llegado. Blinding Lights de
The Weeknd estimuló el ambiente y sonrió cuando sintió el
cuerpo duro de Jeongguk abrazarle por detrás. Recargando
el mentón sobre su hombro, le escuchó susurrar:
— Baila conmigo.
Se dejó guiar hasta el centro de la pista. Jeongguk era un
muy buen bailarín. Enrolló los brazos alrededor de su
cuello, comenzando a mecerse de un lado a otro en un ritmo
sincronizado y pausado, creando su propio ambiente. Para
Jimin nada más importaba. Solo ese chico feroz, su amplio
pecho duro y los fuertes brazos que le envolvían la cintura.
— Esta es la canción que siempre pones en tu camioneta —
Jimin recordó de pronto, notando el ritmo característico.
— Siempre me hace pensar en ti —Unió sus frentes—. Te
la dedico.
La canción le gustaba. Supo que era buena desde el primer
momento que la escuchó sonar en los parlantes de la Ford
Lobo negra. Tenía esa ligera esencia de la música ochentera.
Jimin escuchó atentamente la letra. He intentado llamar. He
estado solo durante mucho tiempo. Tal vez puedas
mostrarme cómo amar, tal vez. Ahora era especial. Era una
melodía que siempre iba a recordar, porque era la primera
vez que alguien le dedicaba algo. Y por muy simple que
fuera, Jimin no pudo evitar abrazarse a ese pecho caliente,
escondiendo el rostro en el hueco de su cuello repleto de
gratitud.
Cogiéndolo del mentón, para deslumbrarse con las dulces
esmeraldas que le miraban con devoción, Jeongguk le besó.
Entrelazó sus labios en un toque acaramelado, delicado pero
apasionado. Ladeó la cabeza para encontrar un mejor
acceso, percibiendo cómo esa cavidad tibia y sabrosa le
arropaba la lengua. Sostuvo la nuca de Jimin con una mano,
posando la otra en su mandíbula, guiando el ritmo.
Las puntas húmedas de sus lenguas coqueteaban. Se
envolvían, y retrocedían engatusadoras. Entonces se volvían
a reencontrar, anhelándose. Jeongguk retrocedió con el labio
inferior de Jimin entres los dientes, tirándolo y lamiéndolo
para apaciguarlo. La falta que me haces me está poniendo
mal. Ni siquiera tienes que hacer demasiado. Puedes
encenderme con una sola caricia, bebé. Picoteó sus labios
hinchados al finalizar y lo tomó de la mano, girándolo sobre
su sitio, retomando el ritmo de la canción.
Jimin se carcajeó, una risa clara y aterciopelada. Jeongguk
anheló jamás dejar de oírla, mirándole disfrutar con los ojos
repletos de brillo. Entonces le cantó:
— Oh, estoy cegado por la luces. No puedo dormir hasta
que te sienta acariciándome.
De pronto, Jimin chilló cuando sintió las grandes manos de
Jeongguk apropiarse duramente de sus nalgas, alzándole
para enrollar las piernas alrededor de su cintura.
— ¡Cariño! —Se abrazó a su cuello, suspirando extasiado.
Jeongguk comenzó a mecerse al mismo ritmo, paseándolo
por toda la pista de baile improvisada. Llamaban la atención
de todos, pero en su mundo, solo existían ellos dos. Era una
faceta completamente nueva en él, una que no temía en
mostrar siempre y cuando tuviera a la persona correcta entre
sus brazos. Cantó a todo pulmón:
— Solo quiero que la noche te lo haga saber. No puedo
decirlo en mi teléfono. No te dejaré ir esta vez.
La muchedumbre no cabía en su propio asombro. De pronto,
ver al chico frío y peligroso del pueblo bailar y mostrar
afecto por alguien era mucho más interesante que disfrutar
de su propio gozo.
Mirando por sobre los hombros de Jeongguk, reparó en una
presencia que le forzó a tensarse. La sonrisa se esfumó de
su rostro y solo correspondió a esa batalla de miradas
feroces. Soojin, la ex de Jeongguk les había estado
observando todo el tiempo. Recargada en el mesón de la
amplia cocina, el disgusto que sentía era evidente. Jimin
sabía que lo detestaba. Y daba igual. Él la detestaba a ella.
Tenían algo en común después de todo; querían al mismo
hombre. ¿Qué hacía aquí de todos modos? Era una fiesta
solo para personas cercanas.
De mejillas abochornadas por el inminente deleite, Jimin se
dejó conducir hacia donde sus amigos charlaban, aceptando
el vaso con cerveza fría que su chico feroz le tendía.
Jeongguk tomó asiento en el sillón, palmeándose los muslos
para que él tomara el lugar que le correspondía.
Samuel hablaba sobre su experiencia en Japón. Acto que
llamó la atención de Jeongguk. Concordaron en varios sitios
turísticos, hablando de la comida y las costumbres. Samuel
boqueó sorprendido cuando Jeongguk le mostró los tatuajes
que se había hecho en uno de sus tantos viajes. Samuel,
Hoseok y Taehyung jadearon maravillados cuando les
mostró el demonio Oni que acaparaba toda su espalda. Jimin
torció el gesto, disgustado. Odiaba ese maldito rostro
aterrador.
Notándole, Jeongguk lo sujetó de la cintura, besándole todo
el rostro. Jimin se carcajeó, cosquilloso. Pero la diversión
de Jimin llegó a su fin cuando frente a ellos la presencia que
tanto aborrecía le forzó a dejar de sonreír. El silencio era
fastidioso.
Soojin lucía cohibida, permitiéndose observar a Jeongguk
como si de algún modo intuyera las expresiones pasmadas
de los demás. Sentado sobre sus piernas, Jimin tuvo que
levantarse cuando Jeongguk se puso de pies.
— ¿Qué crees que haces? —Jimin cuestionó sin importar
que sus amigos escucharan. Estaba harto de que jamás
pudiesen disfrutar en paz porque siempre algo lo arruinaba.
— Necesito hablar con ella.
— ¿Y qué tan importante es lo que tienes que decirle que no
puedes hacerlo aquí?
Consciente del alboroto y de la voz de Jimin que se alzaba,
lo tomó del brazo, alejándose para tener privacidad.
— No empieces...
— No vas hablar con ella.
Por la arruga en su frente, Jimin notó que se estaba
cabreando.
— ¿Qué hay de los celos que me recriminaste en el jardín?
— Es diferente. Es tu ex novia y te desea.
— Solo vamos a hablar.
Jimin enrojeció de ira.
— No me importa. No lo vas a hacer.
— No vas a impedírmelo. Puedo hacer lo que quiera.
Jimin jadeó cuando Jeongguk se soltó de su mano
bruscamente. Tenía nauseas de solo imaginar que estarían a
solas otra vez. No se fiaba de ella. No se fiaba de ninguno
de los dos. Y dolió cuando Jeongguk no intentó remediarlo.
La decepción se acrecentó y Jimin dejó de insistir. Ni
siquiera intentó defenderse. Retornó sobre sus pies con el
poco orgullo que le quedaba y dejó a Jeongguk hacer la
mierda que quisiera. Se lo había dejado bastante claro. Bien
por él.
Ignoró la falsa postura de víctima de la perra pelirroja y se
sentó pesadamente sobre el sillón. El nudo de su garganta le
asfixio cuando vio a Jeongguk alejarse con ella. Que se
jodan. Se volteó enajenado hacia Jackson y ladró:
— ¡¿Por qué permitiste que viniera?!
— ¿Qué? ¡No lo hice! —Jackson se incorporó, ofendido—.
Nadie la invitó. Ella vino sola.
Controló las ansias de darle un zape en la cabeza cruzando
los brazos. En un intento por aligerar la tensión, Taehyung
se reincorporo de un salto, alzando los brazos mientras
gritaba.
— ¡Tomemos chupitos!
Todos se levantaron, menos Jimin. Taehyung animó a que
todos prosiguieran a preparar los vasos en la cocina y se
quedó un momento allí. Lo entendía más que todos, en su
lugar habría reaccionado del mismo modo.
— No lo entiendo, ¿Sabes? —Jimin comenzó—. A veces me
hace sentir tan seguro, esa sensación que demuestra que de
verdad avanzamos. Pero de pronto sucede esto y se aleja.
— No le des en el gusto. Sobre todo a ella —Taehyung se
arrodilló delante de él—. Mostrarte a la defensiva le hará
entender lo inseguro que estás y se aprovechará de eso.
No solo era ese motivo en particular. Jimin sentía que de
cierto modo Jeongguk era muy injusto. Si fuera él quien
hubiese accedido a hablar con su ex, el grito en el cielo que
Jeongguk pegaría sería seguro.
Para avanzar, tendría que haber confianza. Ellos gozaban de
varias cosas favorables, menos de confianza. Ninguno se
fiaba de las acciones de cada uno y eso se transformaba en
una encrucijada. Y es que todo era tan nuevo, sobre todo
para Jimin. No tenía experiencia ni la más mínima idea de
cómo sobrellevar una relación, aún con esos términos.
Entrelazó los dedos a la mano que su mejor amigo le tendía
y se forzó a creer que nada pasaba. Era un experto en negar
los problemas de su vida. Esta vez nada cambiaría. No haría
una excepción, ni siquiera por el estúpido que decidió irse
con su ex.
Jimin se llevó el primer chupito a los labios, bebiéndolo de
un trago. Apretó los ojos y sacudió la cabeza con un rugido.
Estaba buenísimo. Embelesados, todos comenzaron a
beberse una serie, chocándolos en modo de brindis.
Tiempo después, un Jackson completamente ebrio se situó
en medio de Jimin y Taehyung, pasándole los brazos por los
hombros. Besándoles las majillas, hipó:
— ¡Pri... Primos! Desde que los conocí... —Se tambaleó—.
Mis noches de fiestas han sido las mejores. Son... Son
realmente geniales y los quiero mucho.
Jimin evitó echarse a reír. Pero se sobresaltó cuando Jackson
se separó bruscamente y lo apuntó.
— ¡Y tú! —Su dedo índice le apuntaba como si frente a él
varios Jimin de pronto aparecieran—. Tú deberías ir a
buscar a esa perra, jalarla de su asqueroso pelo y zamarrearla
—Movió las manos, como si de verdad jalara el pelo de
alguien—. Y decirle: Escúchame bien sucia pordiosera, ese
hombre que deseas... ¡Es Mío! ¡Sí! ¡Me pertenece! ¡Así que
aléjate o te dejaré calva! ¡Ya me oíste, largo de aquí y si te
pillo otra vez por...!
— ¡Jackson! —Yoongi le dio un zape, riendo histérico—.
Deja de enseñarle estupideces.
— ¡Y tú! —Jackson apuntó a Taehyung—. Si tan solo me
dieras una oportunidad, te haría el hombre más feliz de este
mundo —Le lanzó un beso, tambaleándose—. Cosita
preciosa.
Todos aullaron. Jimin sentía que en cualquier momento se
desmayaría de tanto reír. El abdomen le dolía. Taehyung le
miró para nada sorprendido y se bebió un chupito.
— No, gracias —Dijo—. Me hago feliz a mí mismo.
Encendidos, Taehyung y Samuel se fueron a bailar y
Jackson minutos después se fue tras ellos. Sentado sobre el
mesón, Jimin meció sus piernas. Había pasado mucho
tiempo y Jeongguk no se dignaba a aparecer. Fue demasiado
tarde para Jimin dejar de pensar en lo que fácilmente
podrían estar haciendo. ¿Qué más daba? Nadie les vería. Un
par de besos. Una follada rápida. Lo tenían muy simple.
Echándose ligeramente hacia atrás, se recargó en las palmas
de sus manos, perdiéndose en algún punto a través de la
ventana oscura. A estas alturas las decepciones deberían
darle igual. Siempre las sufría, por mucho que se esmerara,
siempre terminaba solo y desilusionado.
No, gracias. Me hago feliz a mí mismo. Las palabras de su
mejor amigo hacían estragos en su interior. Ojala pudiera
seguirlas. Conseguir ese amor propio del que tanto carecía.
Sintió el cálido peso de Hoseok al costado derecho de su
cuerpo y luego el peso de Yoongi en el izquierdo. Parados,
le abrazaron, apoyando sus cabezas sobre su regazo.
Entonces murmuraron al unísono, como si presagiaran lo
dolido que se sentía:
— Te queremos, J.
— Lo sé —Jimin les acarició el cabello con parsimonia.
Pensando en voz alta, murmuró—. Qué daría por un poco
de coca. Me siento mareado como la mierda.
Algo activándose en sus amigos, les vio reincorporarse
veloces. Hoseok le miró fijamente, sonriéndole con
complicidad. Yoongi se encogió de hombros y hurgó en su
bolsillo.
— Será nuestro secreto. Pero vamos al baño —Dijo, con la
billetera en la mano.
Buscó la presencia de Jeongguk durante el pequeño
trayecto. No había rastro de él, ni de su ex. Ese fue el
incentivo adecuado para atreverse a hacer lo que se le diera
la gana. No le esperaría, gozaría de su propia fiesta sin la
necesidad de tenerle. ¡De todos modos era feliz antes de que
apareciera en su vida!
El baño era poco espacioso con tres personas dentro. Jimin
tomó asiento en el borde de la tina y se encogió de hombros
ante la mirada inquisidora de Hoseok. Ellos harían una
locura y el proceso de estar juntos era lo mejor. Nadie habló
al respecto, no era necesario de todos modos.
Esta vez el desarrollo fue completamente diferente. Usando
un pequeño soporte cuadrado, Yoongi depositó el polvo
sobre la superficie, creando líneas con una tarjeta de crédito.
Enrolló un billete y lo alzó a la espera de quién tomaría el
primer lugar. Sin apuros, Jimin señaló a Hoseok. De aspecto
risueño, luego vio a Yoongi tomar el segundo lugar.
— ¡Joder! —Yoongi exclamó sorbiendo por la nariz—.
¡Esta mierda sí que está buena!
— Buenísima —Hoseok concordó, tomando un poco de
polvo para frotárselo en los dientes delanteros.
Jimin se abrió paso entre ellos, observando como Yoongi le
preparaba dos líneas. Tomó el billete e inhaló sintiéndose
todo un profesional. Comenzaba a dominarlo y cada vez el
gusto era más exquisito.
— Mhm...— Gimió, echando la cabeza hacía atrás—.
Dulce.
Inclinándose con una mano sobre el lavado, miró su reflejo
a través del espejo, limpiando cualquier evidencia con una
sonrisa de autosuficiencia. Con una patada violenta sobre la
madera, la puerta fue abierta. Hoseok alcanzó a sujetar a
Yoongi antes de verse afectado por un golpe que de milagro
no llegó. Terror puro, fue lo que se percibió a continuación.
Bajo el umbral, un Jeongguk completamente enajenado les
fulminaba, devorándolos. De hombros anchos, lucía más
alto de lo usual. Las pupilas en el feroz pardo de sus luceros
lo volvían casi azabaches. Apretaba los puños, respirando de
manera superficial. La astucia vibró enarcando una de sus
cejas pobladas, rastreando lo que sospechaba, vislumbrando
la bruma de polvo blanco en un rincón.
Los músculos de su sien se contrajeron a medida que
apretaba duramente la mandíbula. Un apretón impaciente
que sería capaz de quebrársela. Una mueca de dolor nació a
través de la furia que le engullía. Estaba intentando
controlarlo, pero cada vez era más complicado.
— Hoseok y Yoongi. Fuera.
Habrían preferido escuchar el aullido característico de su
enfado. Que los sermoneara allí mismo, acabando con todo
a su paso como siempre. La calma fingida y la aspereza de
su voz cada vez más gruesa era realmente espeluznante,
porque sabían que quizás algo peor vendría.
Fiel a su serenidad, Yoongi no se movió de su sitio. ¿Habría
problemas? Podría ser. Pero conocía lo suficiente a ese
hombre enajenado y su historial violento para atreverse a
dejar al más pequeño del grupo a su completa merced. No
en ese estado.
Como si fuese consciente del hilo apresurado de sus
pensamientos, Jeongguk murmuró sin quitar la mirada
hambrienta del cuerpo tembloroso de Jimin:
— Tranquilo, no voy a comérmelo. Solo voy a masticarlo
un poco.
Eso había significado algo. Un código que solo ambos
pudieron comprender. Yoongi tomó la mano de su novio,
forzándole a salir del baño sin antes murmurar que estarían
muy atentos.
En completa soledad, Jimin retrocedió por acto de reflejo.
Tragando el espeso nudo que le sofocaba, negó con los ojos
desorbitados cuando Jeongguk se acercó tal cual lo haría un
animal salvaje a su presa. Sopesó en la idea de gritar, pero
sólo consiguió gemir ante el severo agarre de su mano
grande apretándole la mandíbula, forzado a encararle.
— Un rato —Jeongguk sentenció arrugando ligeramente la
nariz, como si deseara gruñir—. Te dejo solo un jodido rato
y te atrapo haciendo una de las locuras más grande de tu
vida.
Jimin le apretó el antebrazo en un intento por aliviarse de la
opresión, pero de algún modo le enfureció más.
— Claro, me dejaste solo —Le acusó—. Demasiado
ocupado con la puta de tu ex.
— Cuida esa boca, mocoso —Jeongguk le sacudió el rostro.
— De todos modos no ibas a atraparme. Se suponía que
estarían follando.
Buscando algún rastro que pudiese validar su acusación, sus
esmeraldas dilatadas encontraron una marca de labial rosa
en la comisura derecha de su boca. Entonces se revolvió en
su sitio, enajenado.
— ¿Que no te habría atrapado? —Jeongguk gritó en su
rostro—. ¡Pedazo de mierda, siempre voy un paso más
adelante que tú! ¡¿O pensaste que no vi lo duro que estabas
la noche de las carreras?! ¿¡Por quién me tomas?!
Era un hombre con impulsos descontrolados desde una edad
temprana y si continuaba, sería incapaz de controlarse.
Pillándole desprevenido, Jimin golpeó su agarre lejos,
sobándose la zona lastimada.
— ¡Y tú por quién me tomas! —Le golpeó continuamente
en el pecho, asqueado de tenerle cerca—. ¿Crees que no me
daría cuenta? Al menos si te vas andar besuqueando a
escondidas, limpiante bien la boca, jodido puerco.
Jeongguk arrugó el ceño, tan confundido que por un
momento Jimin creyó que solo había sido una equivocación.
Retrocedió para echarse un ligero vistazo al espejo,
impidiendo un posible escape con su cuerpo. Limpió el resto
de labial disgustado, murmurando un par de insultos y
encaró a Jimin. Seguía igual de molesto, pero con la clara
finalidad de defenderse de una falsa acusación.
— Ella intentó besarme, pero no se lo permití.
— Ya —Se cruzó de brazos.
— ¿Ya?
La desesperación en Jimin pareció esfumarse, dejando
consigo una bruma de cansancio. Lucía hastiado y Jeongguk
habría preferido que continuara gritando, al menos tendría
una pista. Siempre fue difícil intentar leer esa mirada
turquesa, incluso ahora. El enojo desapareció y ya no quería
reñirlo. Jeongguk se sintió alarmado.
— ¿Sabes lo que más detesto de un hombre, Jeongguk? Su
maldita incertidumbre.
Era una de las principales razones por las que nunca estaba
dispuesto a comprometerse en algo serio. Nadie le daba esa
certeza que buscaba.
Jeongguk permaneció callado y Jimin prosiguió.
— No quiero sentirme inseguro a tu lado. Y si eso significa
que constantemente vamos a discutir porque siempre vas a
correr cuando tu ex te necesita, no quiero intentarlo contigo.
Estaban a tiempo. Aún podían desligarse sin consecuencias
duras. Lo lamentarían quizás, pero solo duraría un rato. No
iba a matarles.
Jeongguk sacudió la cabeza, buscando salir del estupor. No
se lo esperaba, para nada. Si tan solo hubiese tenido un
presagio de que esto ocurriría, no habría accedido ir.
— Ricitos... —Boqueó como un pez fuera del agua—.
¡Mierda!
Jimin detestaba que le costara tanto reconocer la verdad.
Pero fue paciente cuando le vio girarse y caminar de un lado
a otro, agarrándose el cabello. Se volteó bruscamente,
haciéndole brincar.
— ¡No pasó nada! ¿Por qué no puedes creerme?
— ¡Porque no puedo! Sobre todo si dices que solo van a
conversar y llegas con una puta mancha de su labial en tu
boca.
— Pero me alejé, Jimin. No se lo permití. —Reacio a los
constantes intentos de Jimin por mantenerle apartado, lo
acorralo contra la pared—. Jamás te he dado una razón. Ni
siquiera tengo un historial de donjuán para que me juzgues
del modo en que lo estás haciendo.
Jimin permaneció cabizbajo. Jeongguk sintió cómo la
tensión de su cuerpo se apaciguaba, permitiéndole
acariciarle la mejilla con el dorso. Susurró sobre sus labios:
— Vamos a casa. Hablemos.
El cuerpo de Jeongguk se empinó a la defensiva cuando
negó. No, Jimin no sedería esta vez, no le daría ese gusto.
Le hizo sentir como la mierda cuando decidió acudir a ella
sin preámbulo alguno, incluso cuando le dijo que no lo
hiciera. Le habría escondido también el hecho de que había
intentado besarle. Si no fuera por la marca, Jimin jamás se
hubiese enterado. Estaba enojado, herido y drogado. Lo
mandaría a la mierda porque simplemente se le daba la gana.
— No voy a ir a ningún lado contigo —Le empujó por los
hombros—. Déjame pasar.
— ¿Me vas a dejar?
Jimin se encogió de hombros.
— Hace un rato me dijiste que podías hacer lo que quisieras
—Jimin señaló la puerta con el mentón—. Anda. ¿Qué
esperas? ¡Piérdete!
Jimin supo que estaba cruzando una línea muy fina de su
autocontrol cuando notó sus ojos oscurecerse. Ese hombre
ofuscado presagiaba su regreso. Pero ese no era su maldito
problema. Él debió haber pensado mucho mejor las cosas
antes de dejarle. Jimin era demasiado rencoroso, sobre todo
cuando volvía a sentirse abandonado.
Chilló desorientado al sentir los fuertes brazos de Jeongguk
alzándole sin mayor esfuerzo hasta su hombro, sacándolo
del baño como un jodido saco de papas. A medida que
gritaba, podía sentir la atención que levantaban. Golpeó su
espalda dura y solo recibió un par de nalgadas como
consecuencia.
Divisando a Yoongi a la distancia, Jeongguk le lanzó una
advertencia; tendrían una conversación muy seria. El viento
de madrugada les estremeció a ambos cuando se enfrentaron
a la noche. Los grillos tarareaban y las protestas de Jimin
impedían el sonido de sus zapatos apresurados sobre el
asfalto.
Bajó a Jimin al suelo sin preámbulos, con una brusquedad
nefasta. Lo estampó contra la puerta trasera de la camioneta,
sujetándole la mandíbula.
— No vas a dejarme, ¿Me oíste? No te lo voy a permitir.
Jimin se rehusó a moverse cuando le abrió la puerta del
copiloto. Jeongguk afianzó el agarre en su brazo y lo empujó
dentro. Jimin jadeó cuando casi le pilló los dedos con el
portazo desmedido que propinó. Tomando su puesto,
Jeongguk ni siquiera lo obligó a ponerse el cinturón como
hacía a diario, demasiado urgido por largarse de allí.
Pero Jimin no le permitió encender el motor, abalanzándose
sobre él, golpeándole continuamente a medida que chillaba.
— ¡No puedes obligarme! —Golpe, golpe, golpe—. ¡Voy
dejarte si quiero y tú no vas a impedírmelo! —Golpe, golpe
y más golpes—. ¡Maldito controlador!
Jeongguk se protegió el rostro con el antebrazo. Esos
malditos golpes iban en serio y dolían como la mierda. Las
respiraciones profundas que se auto administraba estaban
perdiendo su eficacia y Jimin drogado no estaba ayudando
en absoluto. Estaba perdiendo el maldito control.
Había tenido un jodido pésimo día y todo comenzaba a
mezclarse en una gigante bola de completa ira a nada de
estallar. Un maldito policía le había golpeado y para variar,
se había metido en una pelea antes de llegar a la casa de
Jackson. Sin contar los tres vasos con alcohol que se había
bebido de un solo trago cuando Jackson le dijo que los
demás estaban en el baño reunidos y que posiblemente
estaban consumiendo.
Joder, el solo hecho de imaginar a Jimin sorbiendo esa
mierda le volvía frenético. Como una bestia que veía todo
rojo, empujó su pequeño cuerpo sin reparar en la fuerza.
Jimin chocó contra la puerta, observándole pasmado.
— Hagas lo que hagas, no me vas a hacer cambiar de
opinión. ¡Así que te vas a sentar allí y permanecerás callado!
Y por lo visto había funcionado. Como un mocoso
malcriado, Jimin se sentó toscamente en su asiento,
cruzándose de brazos con un mohín en sus labios. Jeongguk
comenzó a conducir por la carretera en completo silencio.
— Eso no es el camino a mi casa —Jimin dio un pisotón.
— Pasaras la noche conmigo —Sentenció sin mirarle—. No
pienso discutir al respecto.
De pronto, Jimin detestó verlo tan calmado. Él no merecía
estar calmado después de lo que había hecho. Jimin jamás
podría olvidar aquella vez que su ex le visitó en el
departamento, el chasquido de sus lenguas al entrelazarse y
cómo el muy maldito la invitaba a su habitación. La
repudiaba y aborrecía el hecho de que Jeongguk aún
accediera a hablar con ella a solas.
No iba a permitirlo. Jimin no estaba dispuesto a tolerar que
se olvidara del tema sin antes llevarse su merecido.
— Quería quedarme en la fiesta —Comenzó—. Samuel
comenzaba a agradarme un poco.
Ante el completo silencio como única respuesta, Jimin le
echó un ligero vistazo a su perfil. Estaba serio. Las luces de
los faroles iluminaban el pardo de sus ojos. De pronto, le vio
sonreír ligeramente, socarrón.
— ¿Entonces debí demorar un poco más con Soojin? ¿Debí
corresponder a su beso para que así Samuel te agradara en
su totalidad?
No estaba funcionando. El maldito de Jeongguk no le
dejaría salirse con la suya y todo lo contrario a lo que
esperaba, se estaba enojando él. ¡¿Cómo que corresponder
al beso?!
— Al menos él sería capaz de tocarme, ¿No lo crees? —
Soltó, satisfecho por obtener la reacción que esperaba.
La burla en ese precioso rostro desapareció, dejando
consigo una mandíbula apretada. Incluso si agudizaba la
vista a través de la oscuridad de la carretera, podía ver cómo
sus nudillos se flexionaban al apretar el volante. Entonces
continuó:
— No rehuiría de mi tacto y sería capaz de tomarme como
todo el hombre varonil que es —Jimin se recostó sobre su
asiento, fantaseando a medida que soltaba un ligero jadeo
soñador.
Jeongguk continuaba sin responder. Pero la ira que crecía
podía palparse en la atmosfera, volviéndola sofocante. De
pronto, Jimin sintió el sonido del motor rugir y la velocidad
se volvió ligeramente excesiva. Jeongguk estaba
acelerando.
— Me gustan las pollas grandes. Así como la tuya —Se giró
sobre su asiento para encararle, hastiado de recibir
silencio—. Me pregunto si la suya será igual. Aunque lo
dudo, la tuya les gana a todas. Larga y gorda. ¿Siquiera me
cabrá en el culo si alguna vez te dignas a metérmela?
— Cállate —Siseó, respirando desigual.
Sí, supuso Jimin. Le estaba tocando la fibra débil
comparándolo con alguien más. Y de cierto modo se lo
merecía, estaba harto de esperar a que se dignara a tocarlo.
Estaba harto de sentirse rechazado cada vez que intentaba
provocarle para que finalmente tuvieran sexo. Él tendría que
saber que se atrevería a buscar a alguien más incluso si no
era verdad, porque Jimin jamás sería capaz de desear a nadie
más que a él.
— Pero da igual —Jimin continuó, haciendo caso omiso a
la discreta advertencia—. ¿Sabes qué haría? Le pediría que
me muestre su polla, caería de rodillas y la metería en mi
boca. Mmm... Le daría la mejor mamada de vida. Se la
envolvería con mi lengua y luego me ahogaría con ella.
La velocidad de la camioneta aumentó. Jeongguk
prácticamente jadeaba.
— No voy a volver a repetirlo, Jimin. Cállate.
Jimin no se detendría. Quería verle perder el control sin
medir las consecuencias, demasiado ido en sus sentidos
alterados por la cocaína.
— Me la metería duro, ¿Me oyes? Hasta el tope de mi
garganta.
— ¡Cállate!
— Hasta ahogarme. Y luego me empotraría y me tomaría el
culo por detrás, brusco, salvaje. Y yo lloraría de placer,
gimiendo que me parta, que me penetre tan duro, que me
haga añicos las entrañas. ¿No sería eso delicioso? Le rogaría
como un jodida perra en celo. Y me arrastraría como una
solo para tenerlo insertado en mi culo.
Entonces Jeongguk quitó la vista de la carretera, escupiendo
fuego por los ojos, encarándolo. Por un momento, sólo por
un momento, Jimin sintió miedo. Pero el miedo se volvió
realidad y bravo cuando no soltó el pie del acelerador,
golpeando el pedal con tanta fuerza para que estuviera al
tope.
— Jeongguk...—Jimin abrió los ojos, en su rostro
plasmándose una mueca de puro pánico—. Jeongguk baja la
velocidad.
El motor rugió sin piedad. A través de la ventana el paisaje
se volvió borroso. Jeongguk continuó mirándolo.
— ¡Vamos chocar! ¡Detente! —Se abalanzó sobre él
golpeándolo, haciéndolo entrar en razón—. ¡Mira el puto
camino! ¡Jeongguk!
Jeongguk pisó el freno y la parte trasera de la camioneta se
levantó ligeramente. El cuerpo de Jimin se sacudió,
azotándose contra la guantera, cayendo al suelo. Todo quedó
en completo silencio.
Jimin se sujetó la cabeza, quejándose por el agudo dolor en
su cabeza. Temblando al intentar reincorporarse, se mareó.
Jeongguk abrió su puerta, azotándola después de salir.
Rodeando la camioneta, abrió la puerta del copiloto,
tironeando a Jimin hacia la oscuridad de la carretera.
Estaban en una zona desierta. Las montañas se alzaban
empinadas y todo lo que les rodeaba era la espesura de los
árboles inmensos. Boqueando a través del aire gélido, Jimin
se abalanzó sobre Jeongguk, atacándolo.
— ¡Pero qué mierda te pasa! —Golpe, golpe y más golpes—
. ¡Pudimos habernos matado, grandísimo hijo de puta! ¡Eres
un inconsciente!
Intersectándole el siguiente golpe, Jeongguk le sujetó las
manos, doblándoselas hasta causarle dolor. Jimin chilló,
trastabillando sobre sus pies cuando le empujó hasta
azotarlo contra la puerta cerrada.
— Ahora vas a ver de lo que soy capaz —Jeongguk
amenazó, desabrochándose los pantalones.
— ¿Qué...?
Incapaz de caber en su propio estupor, sus ojos brillantes se
salieron de orbitas cuando Jeongguk se bajó los pantalones.
Aulló de dolor cuando le tomó del cabello, forzándolo a
arrodillarse. La tierra dura y desigual le lastimaba.
— ¿No es esto lo que tanto querías? —Le sacudió la polla
erecta en la cara—. Ahora vas a atragantarte como la jodida
perra en celo que eres.
Observando como ahogaba un jadeo por la violencia
desmedida, Jeongguk le metió la polla en la boca de una sola
estocada, duro, hasta el fondo. La cabeza de Jimin chocó
contra la puerta por el impacto de sus caderas, balbuceando
en desespero.
Sin darle la oportunidad de respirar, Jeongguk lo mantuvo
agarrado, sintiendo sus labios abiertos hasta la empuñadura.
Le estaba asfixiando.
— Vamos, perra —Le tiró del cabello, meciéndose—. Toma
mi polla. ¡Tómala!
— ¡Oh por dios!
Jimin exhaló cuando finalmente pudo tomar aire. Respiraba
arrítmicamente y la saliva le goteaba por el mentón. Pensó
que moriría.
— No perra. Dios no —Siseó, mirándole desde su altura a
medida que se la bombeaba—. Jeongguk. Mi nombre es
Jeongguk.
Jimin percibió la realidad como un colapso volátil. El
exceso de brusquedad tan extrema que era incapaz de
razonar. Entonces reparó en los muslos grandes y
musculosos frente a él. En el cuerpo inmenso que se imponía
como una bestia cruel, mirándole desde las altura como un
halcón astuto y hambriento.
Eso había logrado. Desatar el hambre contenida del chico
feroz. Ahora era demasiado tarde, porque Jimin sabía que
no se detendría. Y para su sorpresa, tampoco quería que lo
hiciera. No quería que parara. Deseaba que continuara
profanándolo de esa manera tan inhumana y devastadora.
Jimin quería más. Él obtendría más.
Hipnotizado con la punta rojiza y goteante, Jimin se
relamió, demostrando lo famélico que estaba. Alzó su rostro
colorado por el escozor del frío y con brillantes ojos suplicó
al hombre colérico.
— Más —Gimió, sacado la lengua—. Esta perra quiere más.
Más. Más.
Un rugido vibró en el pecho de Jeongguk, creando un eco
en la soledad del paisaje lóbrego. Se tomó la polla y posó el
glande sobre la punta de su legua tibia. Sin dejar de mirarle
fijamente, Jimin cerró los labios alrededor, succionando
gentil e inocente, revoloteando la espesura de sus pestañas.
Jeongguk se mordió el labio inferior. Controlando la base de
su polla, comenzó a hundirse en la humedad de esa boca
deliciosa, esta vez sin prisa. Pero Jimin tenía otros planes a
pesar de que el dominante fuera otro. Rodeando la piel
caliente de los muslos, Jimin tejió un sendero hasta su culo,
acercándolo a su rostro para sentir la polla más profunda.
— Jódeme la boca, Jeonggukie —Besó castamente el
glande. Con los ojos cerrados, restregó la mejilla contra el
falo febril tal cual un gatito mimoso—. Ahógame.
Separando las piernas, Jeongguk lo tomó de la nuca,
guiándolo para devorar su carne por completo. Sin prisa,
comenzó a embestir paulatinamente. Abandonaba su boca
lentamente, hasta salirse casi por completo, ingresando de
una sola estocada, repitiendo el mismo patrón una y otra
vez.
— Que boquita tan deliciosa —Siseó—. Oh... Nene.
Mírame, mírame mientras te la engulles.
Percibiendo en afiance tenso sobre sus hebras doradas, supo
que se encontraba cerca. Jeongguk gruñó sin intención
alguna de medir su fuerza. Jimin no necesitaba que fuera
gentil de todos modos, había aprendido que de aquel modo
era fascinante. Le penetró la boca a un ritmo frenético, su
falo era largo y prácticamente lo sentía casi hasta su tráquea,
profanándola hasta provocarle arcadas.
Jimin se acodó sobre sus rodillas mullidas, enterrándole las
uñas en la piel para recibirle a completa merced. Su lengua
ardía por la excesiva fricción, entonces apretó los ojos
cuando los dedos largos se perdieron dentro de su cabello
revoloteado, soportando la violencia de las arremetidas
cercanas al colapso.
— Mmm...—Jimin tarareó alrededor. A Jeongguk le
encantaba que hiciera eso.
— ¡Mierda! —Jeongguk tembló y aprisionó la cabeza de
Jimin con sus caderas contra la puerta, enterrándose tan
profundo, corriéndose.
El semen fluyó, impidiéndole tomar aire. Corrompiéndolo
hasta procurar que se bebiera hasta la última gota. El
dominio no había llegado a su fin, Jimin lo supo cuando lo
obligó a levantarse con piernas oscilantes, volteándolo hasta
quedar cara a cara con la ventana del copiloto. Le
desabrochó los pantalones, bajándoselos hasta los tobillos.
Su culo desnudo se quejó de frio y ardió en contraste
recibiendo el látigo de un par de nalgadas.
Pegándolo a su pecho altanero, Jeongguk amenazó en su
oído, mordiéndolo el lóbulo de la oreja.
— Ahora voy a tomarte, perra. Lo haré tan duro que no
podrás caminar —Nalgada—. Vas a pavonearte con el culo
adolorido y todos sabrán a quien le perteneces.
Empujándolo por los omoplatos, Jeongguk lo inclinó.
Abriéndole las nalgas, delineó su agujero con los fluidos
reincorporados de una nueva ola de excitación. La ira
burbujeaba secuaz en su interior, con las palabras sucias de
Jimin respecto a consentir ser tomado por un hombre que no
fuera él. No lo permitiría. ¡Nunca! Entonces se la metió sin
previo aviso. Una estocada sólida, sin preparación alguna.
— ¡Joder!
Jimin aulló al borde del colapso. Un lamento tembloroso,
cerca del llanto. Un dolor tan agudo que se alzó sobre las
puntas de sus pies para huir, como un mecanismo de defensa
del ataque. Sin nada con qué sujetarse, empuñó las manos,
mordiéndose el labio inferior. Dolía como la mierda. Esa
maldita cosa larga y gruesa estaba por completo dentro de
su culo, palpitando. Juraría que en cualquier momento
sangraría por un posible desgarre. Se lo había buscado de
todos modos. Le había provocado y había obtenido lo que
tanto había esperado.
Jeongguk no iba a sopesar en la idea de esperar a que se
acostumbrara. Enterrándole los dedos en las caderas,
descendió para arremeter nuevamente. Jimin chilló,
boqueando por las clavadas afiladas que no desaparecían.
Recargó la frente en el cristal fresco, sudando frío,
sintiéndose mareado.
¿Era una lección que Jeongguk le estaba enseñando? Porque
si de eso se trataba, lo había logrado con creces. Jimin jamás
volvería a insistir que le tomara sin preparación. Nunca más
en su jodida vida descarriada. Pero no protestó. No le rogó
que se detuviera. Había fantaseado demasiado con lo que
tenía entre las piernas que sería un niño valiente y lo
recibiría sin rechistar.
Leyendo el filamento insufrible de sus pensamientos,
Jeongguk trazó un sendero con sus dedos por el abdomen
contraído de Jimin, descendiendo tan lento que podía
sentirlo contener la respiración ante la expectación.
— Nunca más vuelvas a hablar de un hombre de esa manera,
¿Me escuchaste? —Le riñó, trazando círculos alrededor de
su pelvis—. Eres mío ahora. Me perteneces y planeo
destruir a cualquiera que intente apartarme de tu lado.
Incluso a ti.
Jimin tembló. Su voz lucía tan extraña cuando hablaba de
esa manera. No le gustaba. Tal vez era por la atmosfera
desenfrenada que se había desatado. Estaba tan molesto que
quizás no podía controlarlo. Pero de cierto modo, Jimin
quería decirle que no se iría. A ningún lado. Que no debía
preocuparse, menos en estos momentos.
Se relamió los labios para detener ese dialogo que se había
vuelto realmente posesivo, pero solo consiguió gemir
cuando Jeongguk le rodeó la polla, bombeándola con un
toque primoroso, desesperante y delicioso.
— Eres mío, Jimin —Rodeándole el prepucio, se lo bajó
hasta la empuñadura. Jimin gimió. La mano de Jeongguk
subió hasta cubrirle el glande, descendiendo nuevamente
con el mismo ritmo perezoso—. Dilo.
— Soy tuyo —Echó la cabeza hacía atrás, extasiado. Podía
sentir el placer crecer en su interior, tan intenso, tan sereno.
— Eso es. Buen chico.
— Perra —Jimin le cortó con un jadeo—. Llámame perra.
Me pone tan cachondo.
— ¿Ah, sí? —Sonrió contra el hueco de su cuello—. ¿Te
vuelves todo chorreante, como ahora? —Comprobó,
acarreando los fluidos que comenzaban a gotear sobre su
mano apresándolo.
Jeongguk le apretó la polla, penetrándole el culo en
sincronía. La palma de su mano libre se paseó por su
abdomen agitado, hasta la longitud de su cuello expuesto,
apretándolo, forzándolo a pegar la espalda contra su pecho
caliente. Retrocedió, tirando del culo de Jimin hacia abajo,
intersectándolo al subir las caderas, hundiéndose al
colisionar.
Girando el rostro, Jimin buscó su boca, alzando sus brazos
para rodearle la nuca. Metiéndole la lengua, disfrutó de la
lucha que comenzó a desatarse. Húmeda. Ardiente.
Afianzando el agarre, Jeongguk le devoró la boca con
decisión. Sujetándole el labio inferior entre los dientes,
jadeante, sediento, comenzó con un ritmo acelerado.
Dejando en claro que los juegos previos habían llegado a su
fin. Ahora iría en serio.
La estocada fue dura, forzando el cuerpo de Jimin hacia
adelante, pegando el pecho contra la puerta. Jeongguk
palpitaba en su interior y podía sentirlo tan deliciosamente
bien. Sacó la lengua, ávido, llevándose las manos hasta las
nalgas y separarlas.
— Mmm... ¿El culo de mi perra está hambriento? —Mete,
saca. Mete saca—. Te gusta, ¿Verdad? Te gusta que te
empale tan jodidamente bien.
Jimin se estaba volviendo loco, podía notarlo al verle
empinar el culo en cada arremetida, yendo al encuentro
feroz sin preámbulo alguno.
— ¡Sí!
Jeongguk comenzó a empalarlo hasta dejarlo sin aire, con
los dedos tan enterrados en la piel pálida de sus caderas que
podía ver los cardenales formándose. Cogiéndolo
nuevamente del cabello, Jeongguk se deshizo de un grito
frenético. El aire se vuelve escaso y en cada arremetida el
culo de Jimin choca contra sus caderas bravas.
— ¡Mierda!
— ¡Oh por dios, Jeongguk! —Se arqueó, comenzando a
convulsionar—. ¡Oh por dios! ¡Oh por...!
Las penetraciones se volvieron inhumanas. Jeongguk gruñe,
liberándose de la pasión contenida. Desquitándose.
Ofuscándose porque Jimin había logrado sacarlo de quicio
como siempre, forzándole a perder el control que con tanto
esmero cuidaba.
Jimin sintió cómo el creciente orgasmo le revolvía las
entrañas. No iba a soportarlo un poco más. Estaba seguro de
que en cualquier momento sus piernas iban a flaquear y se
desmayaría por el continuo impacto de esas caderas en su
punto dulce.
Cuando el culo de Jimin se contrajo alrededor de su polla,
supo que se estaba corriendo. Temblaba en total descontrol,
arqueando la espalda. Entonces Jeongguk se apartó.
Bombeándose con una mano, tiró del cabello de Jimin
poniéndolo de rodillas, alzándole el rostro, le metió la polla
hasta la garganta, drenándose con un grave gemido.
— Bébetelo todo.
Meneando las caderas, comenzó a apaciguarse. Jimin
trabajó duro, absorbiendo hasta dejarle complemente seco.
Centrándose en calmar su respiración, lo levantó para que
rodeara sus caderas con las piernas, cerrando los ojos al unir
sus frentes.
Capítulo 26
Silencio. Esa omisión que a veces se volvía descabellada.
Pendiendo del débil trazo de un velo. Reflexivo un día.
Voraz al otro. Jimin se sumió en ese sigilo respetuoso que se
devoraba la noche. Tembló de frío entre esos brazos
musculosos y ronroneó cuando le confortaron,
trasmitiéndole calor.
De aspecto extenuado, fue depositado en su asiento con el
mismo cuidado. Jimin yacía demasiado somnoliento para
reparar en los fanales cargados de temor. Los parpados le
pesaban, pero no significaban un impedimento para
atreverse a considerar que el labio inferior de Jeongguk
temblaba a medida que se internaban en la iluminación
tenue de las calles.
Fue mucha presión. Una energía desbordante que le dejó
noqueado. Jimin jamás olvidaría esa noche. Tan efímera.
Tan sublime. Pero quiso saber qué ocurría con su chico
feroz. ¿Por qué de pronto lucía tan abatido? Imaginó que
levantaba el brazo, posándolo sobre la textura de su hombro
empinado, tenso. Imaginó que murmuraba. Pero solo se
quedó en eso, un pensamiento fugaz porque su cuerpo no
respondía. Tenía la lengua demasiado adormecida, cayendo
en un profundo sueño.
Levemente consciente, escuchó el sonido del motor
apagarse. Sintió como era removido y volvía a sentirse
conforme en esos brazos que le cargaban, dejándolo
descansar en una suave cama. Suspiró satisfecho cuando le
notó arroparle con su enorme cuerpo, rindiéndose.
El manto blanco y delgado que cubría la ventana volvió de
los rayos solares un aspecto débil, una bruma grácil que no
sería capaz de envolverle. Con un parpadeo apaciguado,
comenzó a orientarse. El delicioso aroma de agua fresca fue
suficiente para anunciar que estaba en el lugar correcto.
Entumecido, quiso moverse, pero el peso de un cuerpo
entrelazado a sus piernas se lo impidió. Llevaba el torso
desnudo y el ajeno respirar dócil le condujo a reparar en la
cabeza recargada sobre su pecho. Por instinto, levantó una
mano, posándola sobre la cabellera azabache despeinada,
hundiendo los dedos. Por la forma en que Jeongguk trazaba
pequeños círculos sobre su ombligo supo que estaba
despierto. Él también sabía que estaba despierto ahora.
No intentó apartarle. Jimin nunca le apartaba, ansioso de
esos momentos cargados de un silencio primoroso donde el
tacto de sus pieles se reconocía y sus miradas charlaban.
Pero el constante suspirar apesadumbrado que revoloteaban
de los labios de Jeongguk, le mantuvo atento. Hoy no era
cualquier despertar.
— Fui a terapia para manejar la ira desde que era
prácticamente un crío —Dijo finalmente—. Hacer ejercicio,
técnicas de relajación, pensar antes de hablar... Ya sabes,
toda esa clase de mierda. Sin embargo, no puedo dominarlo,
no del todo si me rehúso a llevar un proceso exhaustivo.
Pero puedo apaciguarla.
Jimin comenzaba a entender ciertos aspectos de la conducta
rara que tenía a veces. Sus profundas y constantes
respiraciones cuando algo no funcionaba. Mantenerse
callado cuando discutían. El pequeño gimnasio en unas de
las habitaciones de la planta baja que visitaba todas las
tardes. Pero su ira parecía ser mucho más exorbitante de lo
que Jeongguk intentaba hacerle creer. Había visto el destello
de ese presagio por sí mismo algunas veces y como
portador, Jeongguk ni siquiera era capaz de notarlo.
Jeongguk se apoyó en un codo y le miró:
— Me hiciste perder el control, ricitos. Y te lastimé.
Sus ojos limpios brillaban, un resplandor cargado de culpa.
Eso era lo que le tenía tan angustiado, comprendió. Entre
negaciones, Jimin estiró el brazo y le sostuvo la mejilla.
— Estoy bien, cariño.
Un poco adolorido, sí. Y tal vez si intentaba sentarse, su culo
comenzaría a quejarse, pero le había dado lo que tanto había
querido. No fue el modo correcto, lo había sacado de quicio,
él mismo lo había forzado a perder los estribos. Le pidió que
se callara y no lo hizo, continuó envenenándole la mente.
Pero, ¿Había otro modo de hacerlo correcto? No eran
normales, Jimin no quería que fueran una pareja normal. No
quería esa basura romántica y el pretexto de hacerlo
especial. Para Jimin había sido especial. Del modo que
fuese, sería siempre especial.
Correspondiendo a su dulce caricia, Jeongguk le besó la
palma de la mano, negando en el proceso. La angustia
persistía allí.
— Sí, te hice daño. Vi cuando te quejabas y no me contuve
—Gateó hasta acostarse de lado, mirándole fijamente—. No
pude parar. Y es lo que más temo, no parar.
— Yo te forcé a hacerlo —Besó tiernamente la punta de su
nariz—. Y me gustó. Cielos, Jeongguk, jamás había sentido
tanto placer en mi vida. ¡Vi las estrellas!
Viéndole alucinar y en cómo el esmeralda de sus ojos
centelleó, Jeongguk soltó una carcajada. Sería difícil, lo
sabía. Jimin era un caso grave de obstinación. Tan terco
como una mula. Y no le importaba la devastación que su
exigencia dejaba a su paso. Jimin no dominaba el mundo
porque simplemente no quería. Él fácilmente ponía a todos
en la palma de su mano.
— Puedo hacerte ver las estrellas de muchas formas —Pasó
la mano por la curva pronunciada de su cadera, embelesado
por la forma en que la sábana de ceda cubría la mitad de su
nalga—. Esto nunca más se volverá a repetir.
— ¡Pero yo quiero que seas de este modo! —Reclamó con
su característico mohín adornando sus labios—. Te exijo
que seas bruto, fogoso y sucio al hablarme. Que me llames
perra y me obligues a arrodillarme para beber tu semen.
— ¡Oh por dios! —Exclamó, recostándose para mirar el
techo empinado—. Estás jodidamente loco.
— Estoy loco por ti —Jimin trepó por su cuerpo, sentándose
a horcajadas sobre sus caderas vestidas con un bóxer—. No
quiero que me veas como a alguien frágil, Jeongguk. No te
controles.
Doblando un brazo bajo su cabeza, Jeongguk enarcó una
ceja, deslizando las yemas de sus dedos por el precioso
cuerpo desnudo que tenía montado encima. Jimin siempre
era precioso, fascinante. Y a diario tenía que repetirse que
era real, al fin le tenía.
De pronto, su rostro se llenó de pánico y Jimin frunció el
ceño.
— ¿Te estás cuidando? —Se detuvo con el dedo a medio
camino hacia su pezón.
Jimin se echó a reír. Esta vez, Jeongguk frunció el ceño.
— Claro que me estoy cuidando, bobo. Sé que soy una oveja
descarriada como Tae me llama, pero comprendo que aún
soy muy chiquitito para llevar a tu bebé en mi vientre.
El pecho de Jeongguk se infló, estaba sorprendido. Fue
consciente en la reacción que tuvo su propio cuerpo ante las
palabras de Jimin. Ese hormigueo intenso que sacudió sus
entrañas, calcinándolas. Nunca imaginó que se sentiría así
de bien. ¿Un hijo con Jimin? Joder, por muy apresurado y
descontrolado que eso sonara, no dejaba de ser maravilloso.
Sería su propia creación. Una semillita sembrada en la
tierra.
— ¿Te gustaría? —Jeongguk le pellizcó el pequeño botón,
empinándolo.
Jimin jadeó.
— Qué cosa.
— Preñarte de mí —Descendiendo, posó la palma abierta
sobre su abdomen plano.
— ¿Y a ti te gustaría que llevara a tu bebe?
Jeongguk notó el sutil carmesí que le empapaba las mejillas.
Al parecer su chico travieso podía ser tímido a veces.
— ¿Por qué no? —Se encogió de hombros. En un rápido
movimiento los giró sobre la cama, metiéndose entre sus
piernas abiertas—. Podríamos comenzar a practicar desde
ahora.
Envolviendo los brazos alrededor de su cuello, Jimin le
atrajo hasta su boca. Adoraba la sensación tibia de sus labios
delgados, el contacto ridículamente perfecto que les unía.
Ladeó la cabeza, recibiéndole apasionado, de pronto
hambriento. Jeongguk le metió la lengua y ambos gimieron.
Se picotearon un par de beses los labios, fundiéndose
nuevamente en el mismo beso vehemente.
Jimin echó la cabeza hacía atrás, ofreciéndole su cuello.
Jeongguk le besó por última vez la mandíbula cincelada,
descendiendo por la piel sensible de su garganta,
depositando besos con los labios abiertos. Tejiendo un
sendero con su nariz, delineándole, tomó uno de sus pezones
en su boca, succionándolo. Con la punta húmeda de su
lengua trazó círculos alrededor.
— Mmm... —Jimin metió los dedos en su cabello,
impidiendo pudiera apartarse—. Me gusta cómo eso se
siente. No pares.
Besándole castamente, Jeongguk continuó con el otro a
medida que bajaba la mano por su vientre, tanteando la
punta de su polla erecta y mojada. Sus largos dedos
masajearon su longitud, abarcándole con la mano abierta las
bolas. Jimin se arqueó, meneando las caderas para recibir
más de ese toque ligero.
Acomodándose, Jeongguk metió la cabeza entre sus piernas,
degustando la suave piel de sus muslos internos. Tanteando,
provocándole alrededor del pubis sin tomarle aún. Un juego
previo que a Jimin comenzaba a fascinarle.
Jeongguk cerró los labios alrededor del glande, enloquecido
por sentirle temblar. Se adentró la carne febril lentamente,
absorbiéndole el deseo pecaminoso mientras sus gemidos le
desbordaban. El aire le acariciaba el cuerpo y cada
centímetro de su cálida piel hormigueaba, cosquillosa.
Como una fiera contenida, Jimin le sujetó la cabeza,
conduciéndolo. Pero Jeongguk se tomaría su propio tiempo,
donde el tacto de su lengua le entibiaría el alma,
apaciguando su fuerza salvaje y desenfrenada. Le
demostraría que no solo podía hacerle ver las estrellas con
el amor afanoso que sentía, también le demostraría que
podía tocarlas.
Recargándose sobre sus codos, Jimin le observó. Mirándole
fijamente, Jeongguk le tomó el falo con la mano, pincelando
su longitud con una lamida larga, una que iba desde el inicio
de su escroto hasta la punta rojiza que goteaba en anhelo por
él y únicamente por él. Esos fluidos, esas pulsaciones
aceleradas, el temblor de su cuerpo y sus gemidos, eran
suyos ahora.
Jeongguk chupó el dulzor chorreante, metiéndose la polla
por completo hasta pegar los labios en la empuñadura. Jimin
se deshizo en pulsaciones aceleradas, blanqueando los ojos
a medida que se dejaba caer pesadamente en la cama.
Por instinto, forzado por el orgasmo que comenzaba a
formarse en su vientre, cerró los muslos, apretando la
cabeza de Jeongguk. Pero sus manos grandes le sujetaron,
manteniéndole completamente abierto y expuesto a su
merced.
Jeongguk continuó bombeándole con su boca, arropándole
con su saliva. Encantado de oírle jadear. La espalda de Jimin
se arqueó con locura. Agarrándole para mantenerle sujeto a
la cama, Jeongguk notó que sus manos grandes podían
abarcar las curvas de sus pequeñas caderas por completo.
Jimin era tan menudito y esa sola imagen le volvía frenético,
posesivo.
El clímax sacudió el cuerpo de Jimin con una ráfaga colérica
y febril. Agarrando las sábanas bajo su tacto inquieto, se
liberó con un gemido alto y espeso. Podía sentir su corazón
latir con esmero en su garganta. Seseado, Jimin dio un
respingón con una risita cuando Jeongguk continuó
mamándosela.
— ¡Ya! —Intentó apartarle, pero Jeongguk se abrazó a él,
manteniendo la boca aferrada a su sexo flácido—. ¡Basta,
tengo cosquillas!
Burlesco, Jeongguk escaló por su cuerpo hasta tenerle
debajo nuevamente. Le besó apasionadamente para que
probara su propio sabor afrodisiaco.
— ¿Pudiste ver las estrellas?
Jimin asintió, extasiado. Apartó el cabello que caía por la
frente de su chico feroz y sonriente.
— Eran muy brillantes.
Dejando atrás las sábanas revueltas sobre la cama, Jeongguk
lo cargó en brazos como a un monito. Llenando la bañera,
lo sentó en el borde, arrodillándose para observar la piel de
sus rodillas magulladas. Jimin notó sus pestañas largas y
azabaches que le miraban de reojo, avergonzado. Sus
hombros anchos y empinados como las colinas de alcatraz
le advertían lo que esos cardenales marcándole causaban en
él. Le hacían sentir culpable.
— Bruto, fogoso y sucio al hablarme, ¿Recuerdas? —Jimin
bromeó en un intento por calmarle. Pero Jeongguk continuó
cabizbajo—. Amor, estoy bien. Te lo prometo.
— ¿Cómo está ese culito de melocotón?
Jimin se tapó la boca, echando la cabeza hacia atrás,
carcajeándose. ¿Culito de melocotón? Le sujetó de las
mejillas, besándole los labios abultados.
— Este culito de melocotón está muy bien. En serio, amor,
deja de preocuparte.
Incapaz de creerle y aún arrodillado, Jeongguk lo puso de
pie. Girándolo, decidió comprobarlo por él mismo. Delineó
los moretones amontonados alrededor de sus nalgas con
pesar, besando cada uno de ellos. Reparó en los dedos
marcados a los costados de sus caderas. Con Jimin
mirándolo por sobre su hombro, evitó rugir.
— Bruto, fogoso y sucio al hablarme. No lo olvides.
Jeongguk lo ignoró. Sin pudor alguno, le separó las nalgas.
Jimin se mordió el labio inferior, no por vergüenza, todo lo
contrario, en realidad rogaba en silencio que no le hubiese
hecho daño al tomarle. De ese modo estaba seguro que
Jeongguk se negaría a follarlo de por vida.
Cuando Jeongguk se levantó, suspiró aliviado. Significaba
que todo estaba bien o eso parecía. De todos modos, Jimin
no le diría que le ardía al moverse. Sería un niño valiente y
esperaría ser tomado con ansias.
Sentándose entremedio de las piernas de Jeongguk,
permanecieron entrelazados bajo el cobijo limpio del agua
tibia. Las caricias que Jeongguk le propinaba le
reconfortaban el alma. Caía rendido cada vez que se sentía
protegido entre sus brazos. Podía percibir el latir moroso de
su corazón bajo su cabeza empapada.
— ¿Jeongguk?
— Hmm... —Respondió. Con ojos cerrados, tenía la cabeza
echada hacia atrás.
— ¿Qué quería Soojin?
Jimin pensó que no respondería, que intentaría cambiar el
tema o tal vez reñirle que no era asunto suyo. Pero se giró
levemente sorprendido cuando le escuchó hablar.
— Quería volver —Abrió levemente los ojos, encarándole
para descifrar su reacción.
— Ah...
Jimin murmuró, cabizbajo, demasiado quieto para la
tranquilidad de Jeongguk. Jimin deseó no sentirse afligido
al respecto, pero a diario tenía que vivir con la preocupación
que acarreaba desde pequeño. La inminente inquietud de
sentirse solo, abandonado en cualquier momento. Jeongguk
era como los destellos cálidos del sol que disfrutaba tomar
en el jardín. Esa sola presencia que le hacía sentir
acompañado. Pero temía no ser suficiente para él.
No conocía la historia que le unía a su ex. Lo que había
sentido y el embriagador motivo que le animó a unirse a ella.
Tenían un pasado y Jimin tenía miedo de que quisiera volver
a él. A ella, precisamente.
Notando la vulnerabilidad impresa en sus ojos de pronto
marchitos, Jeongguk se reincorporó, tomándole del rostro.
— Hey, ricitos...
— ¿La quieres, Jeongguk? —Posó su pequeña mano sobre
su corazón—. ¿Aún late por ella?
Jeongguk sonrió enternecido y respondió sin dudar.
— Siempre tú —Lo cogió sin mayor esfuerzo, sentándolo
sobre sus muslos para mirarle fijamente. Entonces cubrió la
mano de Jimin con sus dedos, manteniéndola sobre su
pecho—. Estos latidos saben que siempre vas a ser tú.
Siempre has sido tú.
Jimin no lo entendía. Y tal vez nunca lo haría. Pero
Jeongguk lo había amado y deseado por años. Desde que era
ese pequeñito rechonchito que siempre se paseaba por el
pueblo en invierno con un abrigo amarillo gigante, esa
mochila que parecía ser más grande que él y sus botas para
la lluvia.
Capítulo 27
En medio del bosque lozano, las espesas frondosidades de
los árboles se entrelazaban ocultando la ostentosa silueta de
la Ford Lobo negra. De ventanas polarizadas, el vapor que
les teñía creaba pequeñas perlas a su alrededor, cayendo
como la tenue llovizna endeble de otoño. La fogosidad de
dos cuerpos frotándose la creaban. El suave resuello de sus
bocas abiertas al gemir y la febril carne al palparse.
El asiento del conductor echado completamente hacia atrás,
le permitió a Jeongguk estirar las piernas, separándolas para
controlar el peso de la menuda figura desvestida de Jimin a
horcajadas sobre sus muslos desnudos. Propinando una
calada al porro encendido entre sus dedos, le observó
brincar sobre su polla erecta, tragándosela hasta la
empuñadura.
Jadeando, Jimin sacó la lengua, meneándose paulatinamente
en un intento por apaciguar su propia agitación. El denso
humo que Jeongguk exhaló, se mezcló junto a la placentera
melodía de Mask Off de Future, amortiguando los
exultantes gemidos de su amante.
— ¿No quieres correrte, nene?
Jeongguk posó su mano desocupada sobre la cadera quieta,
enarcando una ceja cuando Jimin se detuvo. Aspiró el humo
de la hierba, reteniéndolo unos segundos antes de exhalar.
— Este maldito condón me está incomodando.
Jimin se había negado a que se lo pusiera desde el principio,
no le gustaba, pero Jeongguk estaba tan habituado que no
llevarlo era raro. Aquella noche, después de la fiesta de
Jackson solo había sido una excepción a causa de su propio
descontrol. Jeongguk también tenía sus reglas. Y como
siempre, Jimin se rehusaba a cumplirlas.
Deleitándose con el usual mohín entre sus dulces labios,
supo que no se rendiría hasta conseguirlo. Le dio un toque
para que se alzara, tendiéndole el porro. Jimin lo cogió con
una sonrisa triunfante. Recargando la espalda en el volante,
se peinó el cabello hacia atrás, propinando una calada,
observando cómo se quitaba el preservativo y lo metía en
una bolsa con basura.
Jimin le entregó el porro, demasiado urgido por tomarle la
carne tersa, lubricándola con los fluidos que coronaban la
punta hinchada y rojiza.
— Apriétala —Jeongguk siseó, mordiéndose el labio
inferior.
Sí, eso se sentía muy bien. Exquisitamente bien. Esa mano
pequeña era maravillosa.
Decidido a beberse los jadeos que abandonaban los labios
de Jeongguk ante una plegaria silenciosa, Jimin lo besó a
medida que se acomodaba, llevándoselo entre las nalgas,
dejándose caer para tomarlo por completo.
— ¿Mejor? —Jeongguk correspondió a sus pensamientos,
sonriendo burlesco.
Jimin asintió, ronroneando como el gatito mimado que era,
deleitándose con la carne firme palpitando en su interior sin
impedimento alguno. Enterrando los dedos en el cabello de
la nuca de Jeongguk, Jimin comenzó a frotar su propia polla
urgida contra el abdomen ejercitado, creando ondas con sus
caderas al menearse, empinando el culo y contrayéndolo
alrededor de la polla al dejarse caer. La sonrisa petulante de
Jeongguk se borró de inmediato, dejando consigo una
bruma de pura lujuria.
— ¿Te gusta? —Jimin susurró sobre su boca, mordiéndole
y lamiéndole el labio inferior. Jeongguk asintió—. ¿Quieres
más? ¿Hmm?
Usándole como soporte, Jimin aceleró el ritmo coordinado
de sus caderas. Frotándose. Meciéndose en círculos.
Alzándose y dejándose caer. Creando el mismo patrón una
y otra vez.
— Joder —Jeongguk chistó con la voz gruesa.
Apagando el porro, le apretó las nalgas, ayudándole a coger
más velocidad, alzándole hasta la punta de su polla para
luego empalarlo continuamente. La culminación se
acercaba para ambos.
Preso del deseo, Jeongguk le tomó la cadera con una mano,
enterrando sus dedos en la piel tierna, tejiendo un camino
con la otra hasta su mandíbula. Jimin le tomó el pulgar,
metiéndoselo en la boca, succionándolo a medida que le
miraba fijamente, recibiendo las bruscas penetraciones que
le alzaban ligeramente. El clímax fue inminente y se vio
forzado a arquear la espalda. Abriendo la boca, el dedo se
deslizó por su labio inferior, entonces Jeongguk le apretó la
garganta a medida que convulsionaba, apretando los muslos
cuando su semilla se liberó, manchando el tonificado pecho
de su chico feroz.
— Mierda, me voy a correr —El rugido de Jeongguk sonó
ahogado.
Jeongguk le sujetó de la cintura y Jimin auguró de inmediato
sus intenciones, rehusándose a ser levantado.
— Adentro —Gimió—. Vente dentro de mi culo.
Forcejando, Jeongguk negó, levantándolo. Pero Jimin se
dejó caer, empalándose nuevamente, provocando que
ambos gimieran.
— Te dije que no —Boqueó, evitando correrse dentro—.
Levántate.
— Me estoy cuidando, no va a pasar nada.
— No —Le costaba hablar.
Pero Jimin le pasó los brazos por los hombros, abrazándose
a él. Entonces comenzó a cabalgar. Jeongguk agonizó,
gimoteando, apretando los ojos, echando la cabeza hacia
atrás.
— Vamos, mi amor —Jimin susurró entre besuqueo,
contrayéndose—. Venta para mí. Lléname con tu semen.
Lléname. Lléname.
— ¡Mierda, Jimin! —Comenzó a quejarse, corriéndose
duramente.
El león en su cuello se tensó y una vena sobresalía de su
frente. Jimin sonrió una vez más victorioso.
— ¿Ves que no fue tan difícil? —Ronroneó, menándose para
sentir su líquido caliente en su interior.
Tan ligero como un muñeco de trapo, Jeongguk lo levantó,
girándolo e inclinando su pecho sobre el volante.
— Quiero verte.
Colocándose en culo de Jimin frente al rostro, le separó las
nalgas, observando detalladamente cómo palpitaba. Jadeó
cuando Jimin lo contrajo, provocando que su esperma
comenzara a resbalar por el interior de sus muslos
blanquecinos.
— Jodida mierda, nene —Murmuró, embelesado—. Eres
alucinante.
Recogió un pequeño rastro de semen con dos dedos,
penetrándolo. Jimin chilló, arqueándose. Aún yacía
sensible. Jeongguk se abrazó a él, impidiendo que se
moviera, entonces lo profanó rápido y profundo. Las piernas
de Jimin comenzaron a temblar. Contrajo los dedos de
Jeongguk y los expulsó.
— ¡Ya! —Jimin se quejó, golpeándole los brazos que se
envolvían alrededor de su cintura—. ¡Odio cuando haces
eso!
— Claro que no.
Sabía perfectamente que Jimin mentía. Sonriendo, le
mordió una nalga y luego se la azotó, dejando que se
acomodara, observando cada movimiento que hacía.
Totalmente familiarizado, Jimin se hundió en el asiento
contrario, abriendo la guantera para sacar un paquete de
toallitas húmedas, limpiándose.
Jeongguk se las había comprado especialmente para él.
Comprendiendo que siempre las utilizaba, se encargaba de
llevar siempre una metida en la guantera. Había dejado un
par en el baño también. El aroma debía ser de aloe vera y
pepino o no las usaba. ¿A quién carajos les gustaba oler a
pepino de todos modos? Pensó la primera vez. Aunque en
sí, el aroma no era a pepino, específicamente, más bien era
como frutal. Y para su sorpresa, las compraban mucho. Lo
notó cuando la repisa en el supermercado estaba vacía.
«Suelen llevarlas mucho», le había dicho la vendedora,
dispuesta a ir por un par a la bodega.
Se unieron al escaso tráfico de las calles tiempo después,
con destino a las ruinas, Jimin quería ir a visitar a su mejor
amigo. Se habían detenido en Starbucks porque Jimin no
dejaba de quejarse, lloriqueando que quería un caramel
mocha frappucino. Se había apretado el puente de la nariz
cuando le vio acercarse a la camioneta prácticamente dando
brinquitos, feliz de haber conseguido uno de sus tantos
caprichos.
— ¿Está rico? —Deteniéndose en luz roja, Jeongguk le
miró, posando una mano sobre su muslo.
Jimin sorbió por su bombilla, asintiendo efusivamente. Le
tendió la bebida.
— ¿Quieres? —Pero Jeongguk torció el gesto, disgustado—
. Anda, está delicioso. Prueba solo un poquito, ni siquiera
está dulce.
En idioma Jimin, eso significaba que estaba dulce como la
mierda. Comenzaba a conocerlo.
— No, gracias —Puso primera y echó andar nuevamente
por la calle—. Y deberías dejar de consumir tanta azúcar. Es
dañino.
— No consumo tanta azúcar.
— Sí, lo haces.
— Claro que no.
Jeongguk no ganaría la batalla, así que decidió cambiar el
tema.
— ¿Qué quieres cenar hoy?
— Pizza y rollitos de primavera.
— Bien, pizza y rollitos de primavera será —Internándose
en el osco pasaje de las ruinas, Jeongguk se estacionó—.
¿Paso por ti más tarde?
Pasándole su bebida a Jeongguk para que la sostuviera, sacó
sus cosas de los asientos traseros. Entonces negó a su
pregunta.
— Me iré por mi cuenta, no te preocupes —Se acercó para
besar sus labios—. Nos vemos.
— Ve con cuidado —Le guiñó un ojo, lanzándole un besó—
. Te espero esta noche.
Con la mochila colgada sobre su hombro y un par de bolsas
en sus manos, Jimin miró alrededor en busca de la pequeña
Samanta en su triciclo para entregarle el confite que le había
comprado. Tampoco estaba Chuck, su hermano. No venía
por esos lares hace tiempo y extrañamente se sintió
preocupado.
Subió los escalones del block de dos en dos y dio tres golpes
a la puerta de Taehyung con el pie. Observando el número
escarchado, se recordó que le faltaba una capa nueva de
brillo plateado. Taehyung le recibió con una sonrisa ancha,
ayudándole con las compras. Caminando por el pasillo, se
quitó la mochila y miró alrededor.
— Los números de tu puerta necesitan más brillo.
Se acercó a Pepe el gato y lo cogió entre sus brazos,
acariciándole el lomo. Taehyung acomodó las bolsas sobre
el mesón, acercándose.
— Planeo pintarla este fin de semana. ¿Cómo estás? ¿Todo
bien con el grandulón?
— De maravillas. Me vino a dejar —Su sonrisa
deslumbró—. ¿Y pinchitos?
Le había extrañado, pero incluso si no le había venido a
visitar, siempre se encargaba de abastecerlo, enviándole
cosas con Taehyung como mediador. Ante su pregunta,
Taehyung señaló con la cabeza su habitación.
— Duerme allí. Le compré una casita de madera enorme y
ahora el maldito alfiletero ni siquiera sale para darme los
buenos días.
Jimin rio. Para odiarlo, se preocupaba demasiado por él.
Sospechoso. Dándole un efusivo beso a Pepe, lo dejó en el
suelo, acercándose para sacar las compras de las bolsas.
— Le traje comida a Pepito y Pinchitos —Comenzó a
amontonarlo sobre el mesón—. Arena para la cajita de
Pepito y aserrín para la casa de Pinchitos. Un nuevo cepillo
para Pepito y unas gotas para pinchitos que me recetó Rosé.
También traje azúcar y café —Hurgó más adentro—. Te
traje estas sales de baño. Use un par de estas el otro día y su
aroma dura por días.
Taehyung solo sonrió, ayudándole a amontonar todo. Era
divertido ver esa faceta disciplinada en su oveja descarriada.
Adoraba ver que constantemente le traía regalos porque
siempre lo tenía en consideración.
— Huelen bien. Muchas gracias, J. Las usaré hoy —Las
frotó en su nariz. Notando un envase grande, señaló—. ¿Qué
es eso?
Jimin le siguió con la mirada y se carcajeó.
— Ah... Eso —Sacó un envase de nutella enorme—.
Jeongguk lo compró para ti. Dijo que quizás con un poco de
dulce se te quita lo amargado.
— ¡Yah, no soy amargado! —Chilló indignado, pero de
todos modos aceptó el regalo con una pequeña sonrisa—.
Lo aceptaré solo porque el otro envase se me está acabando.
— Me iré a duchar —Se alejó por el pasillo.
— ¡En el armario hay toallas limpias, cariño! —Taehyung
gritó—. ¿Te preparo algo para comer?
— ¡Por favor!
El agua tibia relajó su cuerpo entumecido por el escaso frío.
Relajado y limpio con las prendas que había tomado
prestadas del armario de Taehyung, se estiró. Lo único que
lamentaba era haber borrado el exquisito aroma de agua
fresca de Jeongguk en su piel.
Pinchitos lucía grande y saludable. Y se sintió como un
completo idiota acostado en el piso intentando llamar su
atención. No estaba ambientado con él y era normal que se
engrifara a la defensiva.
Los emparedados que Taehyung había preparado estuvieron
deliciosos. Preparaba una mayonesa deliciosa. Tan adictiva
que Taehyung tenía que arrebatársela para que dejara de
untar los dedos en ella y lamerla.
Decidieron pasar la tarde acostados, hablando de todo y a la
vez nada. Recostado sobre su pecho, disfrutaba de las
suaves caricias que Taehyung le propinaba en el cabello
ligeramente húmedo. Le había extrañado. Samuel había
regresado a la ciudad y el mes siguiente Taehyung les
visitaría.
Como si presagiara el gesto extasiado de su rostro,
Taehyung comenzó a tantear con los dedos alrededor,
buscando la sonrisa que imaginó habría. Jimin se
reincorporó, apartándolo.
— ¿Qué te pasa? —Rio.
— ¿Qué te pasa a ti? —Taehyung inquirió—. Luces
realmente feliz.
— Lo estoy —Se encogió de hombros—. Todo parece ir al
ritmo perfecto.
Comenzaba a disfrutar de esa paz a la que siempre temió.
Había dejado de ser quisquilloso al respecto, forzándose a
simplemente disfrutar. De ese modo las cosas parecían ir
bien. De sueño ligero y esperanzas dulces, sonreía a diario.
Esa sonrisa pura y sincera. Con Jeongguk a su alrededor, el
pasado se alejaba. Permanecía en ese hueco lóbrego intacto
donde rogaba se quedara para siempre.
Acurrucándose de las bajas temperaturas, se quedaron
dormidos. Taehyung olía a caramelo y era calentito como un
osito. Sus largos brazos alrededor de su cintura le hacía
sentirse a salvo, esa idéntica seguridad que absorbía de los
brazos de su chico feroz.
En medio de la oscuridad, su teléfono no dejó de sonar.
Ambos se reincorporaron sobre la cama, con ojos
quisquillosos y gruñidos comprimidos. Leyendo sobre la
pantalla iluminada con varias llamadas perdidas, reparó en
un mensaje de Yoongi.
— Me tengo que ir —Se reincorporó de un salto.
— ¿Qué paso?
— Jeongguk se metió en una pelea. Yoongi dice que le
destrozaron el rostro y no deja de murmurar mi nombre. Está
drogado.
— Mierda...
Taehyung continuó sentado sobre la cama, levemente
aturdido, observando como la pequeña silueta de Jimin se
paseaba de un lugar a otro, buscando sus cosas.
— Sí, mierda —Jimin concordó, atándose los zapatos.
De pronto, comenzó a sentir que el frío empeoraba y sus
manos sudaban. No era frío, en realidad, eran nervios. No
dejaba de temblar y el estómago contraído dolía. No sabía
qué esperar. Con Jeon Jeongguk nunca se sabía qué esperar.
Un maldito misterio continúo.
Su imaginación se dispersó, creando todo tipo de situación.
Una era más terrible que la otra. La mano de Taehyung sobre
su hombro le hizo chillar. No reparó en que sus ojos yacían
húmedos cuando sintió los finos dedos de su amigo
limpiarlos.
— Estará bien, J. Es Jeon Jeongguk.
Sí, era Jeongguk. Y por muy valiente y respetado que fuera,
no dejaba de ser vulnerable como cualquier persona. Jimin
había desarrollado esa clase de sentimientos. Esas emotivas
sensaciones que dictaban que si Jeongguk sufría, lo haría él
también.
Para Jimin no eran simples peleas, nunca las toleraría.
Aborrecía siempre verle con el rostro y los nudillos
magullados. Ver que se quejaba por las noches porque le
habían golpeado en las costillas. Discutir con él cuando no
quería ir al doctor porque su nariz no paraba de sangrar. Y
claro, todos le decían lo mismo. «Estará bien, J. Es Jeon
Jeongguk». Porque ninguno de ellos estaba al tanto de su
intimidad, no sabían lo que ocurría cuando las puertas de su
departamento se cerraban. Para Jimin aún era incomodo
poder adaptarse a esa preocupación. ¿En qué se meterá
ahora? ¿Con quién se peleó está vez? ¿Y si en la siguiente
riña le hacen un daño mayor?
Verle al borde del colapso, Taehyung decidió acompañarlo.
Parecía guiar mejor la situación y lo cuidaría. Corriendo a
través de los escalones, Yeonjun se ofreció a darles un
aventón. Con las calles vacías, el recorrido era cada vez más
rápido. Taehyung intentaba llenar el incómodo silencio
haciéndole preguntas.
Jimin boqueó a través de la densa noche cuando se halló
parado frente al empinado edificio. Y corrió, corrió
ignorando los gritos de su amigo pisándole los talones. Ni
siquiera dio las buenas noches al conserje. Jamás reparó en
la lentitud insoportable del ascensor hasta ahora, mirando
los números deslizarse con la pantalla con una tonalidad
roja.
Prácticamente azotó la puerta principal con los puños,
decidido a aceptar la llave que Jeongguk siempre le ofrecía.
Con las mejillas teñidas de carmesí por el frío y la
respiración agitada, se abrió paso en el interior cuando
Hoseok les recibió.
Cuando le vio de espalda, sentado en el largo sillón, trotó
hacia él, deteniéndose para exhalar todo el aire contenido.
Estaba aquí y aunque llevaba el rostro ensangrentado, estaba
bien. Él está bien, se dijo a sí mismo una y otra vez.
Jeongguk yacía prácticamente echado, con las piernas
abiertas. De cabeza gacha y ojos cerrados, la sangre que
tiznaba su piel manchaba su camiseta blanca. Como si
presagiara la presencia de Jimin, levantó la cabeza y sonrió,
tendiéndole una mano para que se acercara.
En otro momento, Jimin le habría gritado. Ahora solo quiso
acercarse a él y estrecharlo entre sus brazos. Jeongguk lo
acomodó de forma que se subiera a horcajadas sobre sus
muslos, como siempre. Vislumbrando a través de la sangre,
miró hacia ese pardo fulminante y dilatado por las drogas.
— Los hice papilla —Jeongguk murmuró con la lengua
adormecida—. Los pateé en el suelo hasta que me cansé.
Jimin tatareó una afirmación, dejándole simplemente hablar.
Jeongguk era así. Se volvía realmente hablador bajo los
efectos de las pastillas.
— A uno le quebré la mandíbula. Sus huesos crujían.
Jimin aceptó el botiquín que Yoongi le ofreció. Entonces se
dedicó a limpiarlo a medida que él relataba su increíble
batalla con tres tipos. Los demás solo observaban en
silencio.
— Le causé tanto dolor que uno de ellos se meo en los
pantalones.
— ¿En serio? —Mojó el algodón con alcohol, limpiándole
el labio inferior partido. Luego le limpió la ceja izquierda y
metió dos bolitas en las fosas de su nariz chorreante.
— Sí. Si los hubieras visto, amor. Te habrías cagado de la
risa.
Jimin lo dudaba, pero no se lo diría. Le dejaría sentirse
victorioso y fuerte. Le peinó el cabello azabache hacía atrás
y le miró con total devoción. Ese hombre comenzaba a
convertirse en su todo. Y dolía verlo así, tan deplorable.
— Tienes un rostro precioso —Susurró con la voz quebrada,
uniendo sus frentes—. Deja de dañarlo. Por favor, por mí.
Hazlo aunque sea por mí.
Abriendo los ojos, Jeongguk le miró fijamente. En un débil
intento, levantó su mano, acariciándole la mejilla con total
veneración.
— Por ti daría mi vida, ricitos. Te lo prometo. Todo lo que
me pidas. ¡Soy tuyo! Siempre he sido tuyo.
— No quiero tu vida —Sonrió, enternecido—. Solo te pido
que dejes de meterte en problemas. Me aterra.
— Te quiero —Susurró antes de caer dormido.
A media noche, continuaron reunidos alrededor de la sala.
Hoseok preparó café y le entregó a Jimin la botella con agua
que había pedido. En ese estado, Jeongguk siempre pedía
agua. La televisión plasma yacía encendida, manteniendo a
Taehyung embelesado con un reportaje sobre erizos de
tierra. Al parecer, comenzaba a encariñarse con el alfiletero,
Jimin pensó riendo.
Sentado correctamente sobre el sillón, había recostado a
Jeongguk con la cabeza situada en sus muslos. Conversaba
con los chicos y le acariciaba el cabello de vez en cuando.
De pronto, Yoongi se acercó y le tendió una tableta de
pastillas.
— Estuvo consumiendo percocet. Las encontré en su
pantalón. —Negó, abatido—. Es por eso que no se ha
quejado, pero cuando se le pasen los efectos el hijo de puta
va a llorar de dolor.
Jimin suspiró con pesar, mirando al chico feroz que yacía
entre sus piernas, durmiendo plácidamente.
— ¿Con quién se peleó?
Yoongi se encogió de hombros. No sabía con exactitud y lo
comprendía. Si Jeongguk sentía que lo mirabas mal, te
golpeaba. Volaba una mosca y te golpeaba. Una vez Yoongi
le dijo que tenía que lidiar con muchos demonios que a
diario le atormentaban, pero que Jeongguk vería el
momento de contarle. Si es que alguna vez se atrevía.
— ¡Agua! —El grito agotado y somnoliento de Jeongguk de
pronto les hizo reír—. ¡Quiero agua! ¡Me seco!
Intentó reincorporarse, pero Jimin lo detuvo. Destapó la
botella y la acercó a sus labios cuidadosamente. Jeongguk
se bebió todo su contenido de un solo trago, sin parar. Eructó
y se dejó caer nuevamente sobre los muslos de Jimin.
Entre charlas, Jeongguk continuó pidiendo más agua. Jimin
notó que cada vez bebía menos, entonces decidió llevarlo
arriba para acostarlo con la ayuda de Yoongi.
Echado sobre la cama, Jimin se arrodilló para sacarle los
jeans por los pies, dejándolo vestido con su bóxer.
— ¿Me quieres ver desnudo? —Jeongguk ronroneó con una
sonrisa pervertida, alzando levemente su cabeza—.
Cochino.
Dejándolo de costado y levemente tapado, bajaron para
reunirse con los demás. Todo pareció apaciguarse y el
ambiente se volvió ligero. Jimin pudo disfrutar finalmente
de una taza con café.
— ¡Ricitos! —Pero la tranquilidad pareció durar realmente
poco cuando escucharon el grito de Jeongguk desde la
habitación—. ¡Ricitos!
— ¡Qué! —Gritó desde su sitio en el sillón con la taza a
medio camino hacia sus labios y la mirada fija en las
rendijas del segundo piso.
— ¡No quiero estar solito!
Los demás se carcajeaban, cubriéndose la boca para que
Jeongguk no los oyera. Hoseok estaba realmente rojo,
escondiéndose detrás de la espalda de su novio.
— ¡Ya voy!
Sin embargo no se movió de su sitio. Dio un par de sorbos
a su café, mirando el reportaje que tenía realmente absorto
a Taehyung.
— ¿Sabían que una erizo adulto suele tener más de cinco
mil espinas? —Comentó de pronto, quitando la vista de la
televisión—. Son huecas y están repletas de queratina. La
usan a modo de defensa.
Jimin siempre pensó que era demasiado adorable cuando
lucía concentrado e interesado por algo. Solía abrir los ojos
y estirar los labios, abriéndolos ligeramente en una o.
Reincorporándose, Hoseok sacó a su veterinario interior.
Cruzándose de piernas, concordó.
— Emiten diferentes sonidos para comunicarse, también —
Señaló con el mentón al erizo que salía en la televisión—.
Su visión no está prácticamente desarrollada, entonces la
compensan con una audición y un olfato excelentes. De ese
modo se comunican a través de sonidos y olores.
Rodeándole los hombros con un brazo, Yoongi lo atrajo,
besándole orgulloso. Taehyung chilló, burlándose del
sonrojo de su amigo.
— ¡Ricitos!
Jimin cerró los ojos, suspirando por la paz amenazada.
— ¡Ricitos!
— ¡Te dije que ya voy!
El silencio se hizo nuevamente. Jimin dejó la taza sobre la
mesa de centro y levantó los brazos para estirarse.
— ¡Ricitos! —Esta vez el tono de voz fue demandante y
todos brincaron cuando le vieron en las barandillas del
segundo piso. Vestido solo con bóxer y el cabello
ferozmente desordenador. Todos rieron, menos Jimin—.
¿Qué esperas para traer tu delicioso culo a la cama?
— Descuida, J —Taehyung le animó—. Nosotros
limpiaremos y dejaremos cerrado. Ve con él.
Jeongguk no se movió de su sitió hasta que le vio subir el
último escalón. Decidió no meterse a la cama hasta ver que
se quitara la ropa y se acostara. Entonces gateó hasta él y lo
envolvió entre sus brazos, besándole en la cabeza y caer
finalmente dormido. Jimin veló por su sueño, acariciándole
el pecho desnudo con movimientos circulares, tarareándole
la típica melodía desigual que tanto lo serenaba.
Al día siguiente llovía. Una lluvia densa y tronadora.
Aplastado por su enorme cuerpo febril, Jimin luchó para
salir de la cama. Jeongguk gruñó, volteándose hasta
esconder el rostro en la almohada y seguir durmiendo.
Cogiendo una camiseta limpia de Jeongguk, se la puso y
bajó descalzo. El famélico de Jack lo espera en la cocina,
con su plato de comida en el hocico.
— Goloso —Jimin le acusó, acariciándole el lomo.
Alimentándolo, se preparó a sí mismo un tazón con cereal
para desayunar, sentándose en el sillón para ver sus
caricaturas favoritas. Jeongguk le había grabado todos los
capítulos de los Looney Tunes para que los viera cuando
quisiera. Jack se le unió tiempo después, acostándose sobre
sus piernas para dormitar.
Carcajeándose por la rabieta del Pato Lucas al no lograr
vencer a Bugs Bunny, se atoró con la leche cuando la puerta
principal se abrió. Nadie tenía llave. Entonces volteó y casi
derramó su tazón cuando divisó una figura esbelta en medio
de la sala. Era un chico. Un chico elegante y precioso.
El intruso lucía igual de pasmado al notarle. Jack se levantó
de su sitio y corrió hacia él, meneándole la cola. Jodido
traidor, Jimin pensó. No supo qué pensar al respecto. La
rabia burbujeó cuando esos ojos felinos y pardos le
estudiaron a detalle.
— ¿Quién eres y por qué tienes una llave? —Jimin ladró.
El chico enarcó una ceja y la repulsión en su precioso rostro
fue evidente. Al parecer no le hacía gracia verle allí. Jimin
pensó que estaban a la par.
— ¿Quién eres tú? —Inquirió, voz gruesa y seductora.
Era jodidamente apuesto. Era en todo lo que Jimin podía
sopesar. De pronto, decidió no responder y una batalla de
miradas oscas surgió. Él había preguntado primero de todos
modos. Comenzaba a flaquear y la sonrisa petulante le
advertía que lo sabía. Se relamió los labios para dejar en
evidencia que no se sentía amenazado, pero el grito efusivo
de Jeongguk a medida que corría por las escaleras,
estrechándolo entre sus brazos le desconcertó.
— ¡Kim Seokjin!
Capítulo 28
Cuando Jimin era niño, papá le había comentado que la
yorkshire de la vecina entraría en labor de parto durante la
madrugada. Había tenido algunos problemas para parir
tiempo atrás y la llegada de los cachorros era realmente una
bendición para la familia. Se sintió codicioso al respecto, la
curiosidad había vagado en ese cálido sábado en pleno
atardecer y apenas probó bocado durante la cena, demasiado
inquieto.
No hizo el intento de dormir cuando papá lo arropó,
depositando un beso cargado de anhelo sobre su frente antes
de entrecerrar la puerta de su habitación, dejando la tenue
luz del pasillo encendida para que el miedo a la oscuridad
no le consumiera y optara por colarse entre las sábanas de
Namjoon.
Se había calzado en sus pantuflas de pollito y bajó las
escaleras procurando hacer el menor ruido posible. La
cabellera ondulada de mamá le saludó al cruzar la sala.
Yacía dormida y el casto whisky en su vaso pendía de su
mano colgando fuera del brazo del sillón. Entonces se
detuvo y lo consideró un poco más. La culpa nació, forzado
a retroceder y arrebatar el cristal para dejarlo sobre el sitio
seguro de la mesa de centro. Estaba acostumbrado a verla
en ese estado tan deplorable. Borracha y sedada.
Cerró los ojos un instante al salir al apogeo de la noche,
varado en el centro del patio trasero, absorbiendo su fresco
olor. El cielo se veía amplio y las constelaciones
engatusaban en un ligero titileo. El verano siempre era
agradable, no tanto como primavera, pero el radiante color
sobre las flores era el mismo. Eso lo volvía bueno también.
El ronquido dócil del agua corriendo a través de las rocas en
el arroyo le invitaba a cruzar el prado, pero él tenía otras
intenciones.
Se escabulló a través de los arbustos, cruzando el patio
trasero que no les correspondía y se aproximó a la ventana
que le daba un vistazo panorámico de la sala. Los finos
candelabros en las aristas de las paredes iluminaban el
contorno, demasiado sutil para propinar a Cleo un ambiente
templado y cómodo. La familia sentada a su alrededor,
charlaba y sonreía a su pequeña silueta envuelta en mantas
sobre la ostentosa alfombra. Ellos estaban ansiosos y Jimin
se vio preso de la emoción también.
Era realmente pequeño y la ventana era muy alta para
permitirle observar de la manera que esperaba. Pero
acostumbrado a siempre salirse con la suya, se alzó sobre
las puntitas de sus pies, dejando en evidencia su cabellera
dorada, el brillar expectante de sus esmeraldas y su pequeña
y respingada nariz. Con eso bastaba, él podía ver
perfectamente a Cleo desde allí.
Nunca había visto un parto antes. Papá siempre lo mantenía
en la sala de espera en las consultas y él sentía mucha
curiosidad por saber cómo los animales eran arrojados al
mundo. Observando a Cleo comenzar a oler entre sus patas,
jadeó con anticipación. El proceso comenzaba y quiso
chillar. La punta de una bolsa grisácea sobresalió y Cleo no
dejó de lamerla. Poco a poco, el rostro del primer cachorro
se vislumbró. La familia se inquietó, pero evitó
sobresaltarle, arrodillándose, manteniendo la distancia.
Fue un desarrollo lento, demasiado tedioso para el cuerpo
entumecido de Jimin en una posición incómoda. Para había
valido la pena. Sonrió enternecido a los tres cachorros que a
través de su ceguera, buscaban el calor de su madre. La
familia se ciñó alrededor, sonriendo, halagando y
acariciando a Cleo por sus nuevos integrantes. Eran un
círculo cargado de dicha. La felicidad se palpaba, porque
Jimin la sentía también. Fue entonces que notó cuán íntimo
era ese momento. Una celebración interna y muy a su pesar,
Jimin deseó ser parte de ella. De pronto no sonreía más y
sus pies retrocedían sobre la húmeda hierba. Era su
momento y él no pertenecía allí. Era solo un molesto intruso
que nadie notaría.
Él se sintió del mismo modo cuando Jeongguk atrajo a Jin
en un efusivo abrazo. Volvió a transformarse en ese terco
niño acostumbrado a observar la vida ajena de los demás
porque su vivencia en casa era una completa mierda. Con
una madre alcohólica, un padre adicto al trabajo y un
hermano delincuente no tenía muchas opciones de todos
modos.
Lo percibió como una eternidad y contuvo el impulso de
acercarse y arrebatar a Jeongguk de esos brazos ajenos. En
cambio, solo permaneció sobre sus pies desnudos, notando
cómo la calidez se volvía fría recorriendo la piel desnuda de
sus muslos. Completamente expuesto a ese par de luceros
pardos que giraban nuevamente en su dirección.
— ¿Y este quién es? —Jin expuso su desdicha, señalándole
con el mentón.
Jimin ya no era aniñado, pero no iba a someterse al esmero
de su desprecio. Empinó su cabeza con orgullo, evitando
demostrarle lo intimidado que se sentía ante su presencia
grosera y ostentosa. Era incluso más alto que Jeongguk.
— Me llamo Park Jimin.
Enarcando una ceja, Jin bufó una risa. Vestía un abrigo
negro que le hacía lucir aún más esbelto. De cabellara
castaña, sus mechones caían cincelados por su frente. Era
realmente precioso. Y por más que considerara odiarle,
Jimin jamás se retractaría.
— Le pregunté a Jeongguk.
Afilando los ojos, Jimin apretó sus puños a los costados de
su cuerpo. La incomodidad saturaba la atmosfera y no
estaba seguro de soportar la leve señal de humillación. Jimin
había sido humillado en el pasado. Muchas veces. Era
realmente doloroso que al parecer ese detalle sería una
constante en su vida. Él siempre tendría que defenderse. Y
estar a la defensiva todo el tiempo era realmente agotador.
— Preguntas por mí, así que voy a responderte —Apretó la
mandíbula cuando Jin rodó los ojos—. No seas maleducado
y al menos mírame a los ojos.
Jimin notó cuán callado Jeongguk yacía. Era realmente
extraño verle de aquel modo, pero la incomodidad y un sutil
destello de miedo opacaba el pardo de sus ojos amoratados
por la pelea la noche anterior. Un pardo idéntico al de Jin.
Sin embargo, toda intención alguna de sacar conclusiones se
esfumó cuando Jin caminó alrededor de la sala, observando
sin intención de hacerlo realmente. Era como un método
para continuar provocando la incomodidad que él mismo
había creado. Y al parecer lo disfrutaba.
— ¿Qué pasó con la preciosidad de Soojin? Pensé que la
encontraría aquí...—Alzó un cojín, admirando el tapiz de un
negro eléctrico y luego lanzó una mirada retadora a Jimin,
sonriendo—. Contigo.
Jeongguk rascó su nuca, sonriendo avergonzado a medida
que se mecía sobre sus pies. Jimin tragó el pesado nudo que
se formó en su garganta. Jin pretendía algo y lo estaba
consiguiendo.
— Rompimos —Dijo simplemente.
— ¿En serio? Que desdicha. Era realmente preciosa y me
agradaba —Volteó hacia Jeongguk, dándole a Jimin la
espalda de manera intencional—. Siempre creí que sería la
mujer que te haría sentar cabeza finalmente. Eres demasiado
desastroso.
Siguiéndolo con la mirada, Jeongguk se encogió de
hombros. Algo ocurría, Jimin supuso. Porque Jeongguk era
incapaz de moverse de su sitio. Había esa clase de respeto
hacia el chico pretencioso.
— Es... Complicado.
— ¿Ah, sí? —Jin barrió los zapatos por la alfombra,
chistando, enviando una indirecta a Jimin—. ¿O es que
había demasiada mierda en el camino para ustedes? Ya
sabes, esa clase de basura que se interpone y lo arruina todo.
No me extrañaría si ella se alejó por ese motivo, es
demasiado refinaba para pelearse por un hombre. Ah... Mi
hermosa Soojin.
Jimin tembló. Atacado, fuera de sitio. Él habría gritado,
habría hecho un alboroto porque claramente ese chico
pretencioso estaba dejando en claro que no le agradaba. Pero
no lo hizo. Simplemente permaneció allí, buscando la
mirada que Jeongguk se negaba a entregarle. ¿Se sentía
avergonzado de él allí? ¿Se arrepentía? Porque obviamente
cada parte de su cuerpo le gritaba que así era.
— Vamos, Jin —Jeongguk le frenó con voz cancina, como
si siempre estuviese acostumbrado a hacer lo mismo—. No
empieces.
Jimin brincó cuando Jin se paró frente a él, finalmente
encarándole. Desde ese ángulo, Jimin tuvo que alzar la
cabeza para mirarle, notando la tersidad que embargaba su
rostro, el bermellón que teñía sus labios voluptuosos y la
rabia en sus ojos penetrantes. Sí, Jimin se sintió cómo ese
niño pequeño otra vez. Ese niño que todo el mundo
depreciaba. Cuando Jin le lanzó una mirada asqueada,
empuñó la camiseta de Jeongguk que le cubría y la bajó,
completamente exhibido.
— Escucha —Dijo—. Eres lindo. Chiquito, delicado.
Incluso yo me fijaría en ti. Tienes esa aura, ¿Sabes? Esa
apariencia única, arrebatadora y seductora. Y sé que los
hombres deben mirarte dos veces cuando te ven. Causas ese
efecto.
— Jin... —Jeongguk amenazó entre dientes.
Pero Jin no se detuvo. Se acercó hasta arrinconar a Jimin
con su porte imponente y celebró cuando le vio retroceder,
temeroso.
— Pero Jeongguk jamás será tuyo, ¿Comprendes? Soojin y
él tienen un pasado. Fue su primera mujer. Su primer amor.
Y ni tú, ni nadie, será capaz de borrar eso. Se pertenecen. Y
si en ese aspecto tan precioso que posees alberga un poco de
orgullo, vas a largarte jodidamente de aquí y lo dejarás
tranquilo.
Jimin no comprendía el motivo de su rencor. Ni siquiera
había sido cruel con él. Hablaba como si supiera lo que
ocurría. Como si de algún modo, con tan solo verle augurara
que se había metido en esa relación, seduciendo a Jeongguk.
Entonces negó frenéticamente.
— ¡No es verdad! ¡Yo no he hecho nada!
— ¡Cállate! —Jin lo empujó, confinándolo a la pared—.
Conozco a los de tu clase, mocoso. No lo vas a lograr. Él...
— ¡Basta! —El departamento tembló bajo la voz ronca de
Jeongguk. Tan rápido como sus piernas se lo permitieron,
cogió a Jin del brazo, alejándolo e interponiéndose para
proteger a Jimin—. Te dije que te detuvieras.
— ¡Déjame! —Se soltó de su agarre, colérico. Pero nada
impidió que siguiera atacando a Jimin, señalándolo con el
dedo—. Él va a dejarte, ¿Me escuchas? Se siente atraído por
ti porque eres carne fresca, pero él va a dejarte.
En un descuido por parte de Jeongguk, Jin se abalanzó sobre
Jimin, pero se vio bloqueado por ese cuerpo grande otra vez.
Jimin chilló espantado, empuñando la camiseta de Jeongguk
a medida que su amplia espalda le protegía.
Jimin de pronto no se reconocía. No comprendía por qué no
atacaba, por qué no se defendía por cuenta propia como
siempre lo hacía. Pero se encontraba demasiado
desequilibrado para siquiera sopesar en esa idea. Demasiado
inmerso en el pasado, prisionero de los lazos de ese niño
atormentado que alguna vez fue. Aunque tal vez, seguía
siéndolo.
— ¡Déjalo en paz! —Jeongguk rugió—. ¡No te atrevas a
tocarlo! ¡Es mi casa y si quieres volver a pisarla, te vas a
comportar!
Jin retrocedió agitado, peinando su cabello hacía atrás,
volviéndolo pulcro otra vez.
— ¿Por qué lo defiendes tanto? ¡¿Por qué cambiaste a
Soojin por este pedazo de mierda?!
— Lárgate, Jin —Se mantuvo firme en su postura de
impedir que se acercara a Jimin—. Lo estás asustando. Por
favor, detente.
— ¿Acaso no lo ves? —Había tanto rencor en sus
movimientos. Algo realmente le fastidiaba—. Jeongguk, es
tan solo un niño. ¡Te estás metiendo con un niño!
— Es mayor de edad.
— ¡Pero no deja de ser un maldito mocoso!
— ¡No es tu puto problema! —La voz de Jeongguk se
desgarró y Jimin tembló—. ¡Lo que pasa entre él y yo no te
incumbe! Estás sobrepasando tus límites, detente.
Entonces Jimin lo notó, ahí estaba el Jeongguk que conocía.
Aniñado, prepotente. Pero de todos modos no le hizo sentir
mejor.
— ¿Es tu novio? ¿Ahora son novios?
Ante la pregunta, el aire pareció congelarse. El simple
silencio provocado abruptamente solo afianzó la
incomodidad y la tensión. Incluso Jimin había dejado de
respirar, esperando atento a una respuesta.
— No, Hyung —Respondió, más calmado—. Jimin no es
mi novio. Solo follamos y pasamos el rato.
Escondido, Jimin cubrió su boca, impidiendo que el espeso
nudo de su llanto le forzara a sollozar. Suficiente tenía con
lucir tan débil frente a ese hombre bonito y violento. No
podía demostrar la aniquilación que esas simples palabras
causaron en su corazón.
Está bien, su mente susurró. No debería ser la gran cosa,
¿Verdad? Jamás habían acordado algo por el estilo y todo lo
que Jeongguk dijo era cierto. Follaban y la pasaban bien.
Pero últimamente para Jimin no era de aquel modo. No
resultaba de aquel modo. Él sentía que tenían algo especial,
más allá de las etiquetas, pero era fuerte. Ahora comprendió
que no era mutuo. Y si le servía de consuelo, ahora no haría
el ridículo expresando sus sentimiento sinceros a Jeongguk
como tantas veces se sintió capaz, pensando que le
correspondería.
Jimin finalmente comprendió que Jeongguk no lo veía de
ese modo. Y tal vez nunca lo haría. ¿Quién querría estar con
alguien tan dañado como él, de todos modos? Incluso el
mismo a veces ni siquiera se soportaba.
El silencio perduró y Jeongguk se alejó cuando Jin comenzó
a caminar hacia la puerta. De algún modo Jimin se sintió
aliviado, pero se congeló en el momento en que Jin se
volteó, mirándole por última vez.
— Hazme caso, mocoso. Aléjate mientras puedas —Lanzó
una rápida mirada a Jeongguk—. Lo amo con mi vida, pero
sé reconocer que puede llegar a ser un grandísimo hijo de
puta. Lo digo por tu bien, Jimin. Él siempre vuelve a Soojin.
Siempre.
La puerta se cerró de un portazo y el departamento se sintió
más vacío de lo usual. Más grande. Más osco. Ni siquiera
Jack movía la cola, demasiado pasmado igual que los dos
sujetos en completa omisión.
Jimin pestañeó, disipando las lágrimas que se habían
arremolinado en los contornos de sus ojos ahora decaídos.
El ligero desayuno se sentía pesado en su estómago. Dolía.
Había algo peor en todo esto. Jeongguk ni siquiera lo había
negado. Y no supo cómo sentirse al respecto. De pronto notó
que sobraba. No pertenecía ahí. A Jeongguk. A esa clase de
vida afanosa y colorida. Él debía volver a sí mismo, a su
normalidad antes de su llegada apresurada.
Girando levemente, Jeongguk le encaró. Lucía nervioso.
Jimin lo comprendió, tenía miedo de su inminente reacción.
Pero Jimin no haría nada. No le recriminaría absolutamente
nada. No le correspondía de todos modos. Jin tenía razón,
era tan solo un intruso que calmaba la calentura que Jeon
Jeongguk sentía por él. Jimin nunca quiso más, de todos
modos. Nunca pidió más de lo que sabía podría obtener.
Tenía clara su posición dentro de ese tira y afloja. Era solo
su muñequito sexual. Y continuaría siendo su muñequito
sexual hasta que Jeongguk se aburriera. Ambos ganarían.
Incluso si en el proceso lo lamentara, pero era demasiado
tarde.
— Él es así —Jeongguk intentó defenderlo—. Prepotente y
maleducado con la gente que no conoce. Pero es una gran
persona cuando aprendes a sobrellevarlo.
No le importaba. A Jimin sinceramente no le importaba. Ni
siquiera preguntaría quién era ese hombre en su vida. Sería
cruzar el límite.
Con un simple asentimiento, Jimin comenzó a alejarse.
Rehusándose a ser tocado por las manos que Jeongguk
estiraba hacia él.
— Tengo clases dentro de dos horas. Iré a buscar mis cosas
para ir a casa.
Comenzando a subir los escalones, la voz temblorosa de
Jeongguk le forzó a detenerse, más no se giró. Solo
permaneció de espaldas a él, escuchando:
— No voy a dejarte. Él no tiene idea de absolutamente nada.
Pero no voy a dejarte, Jimin.
Hacer un alboroto de todo esto solo empeoraría las cosas,
les obligaría a acercarse más de lo que habían hecho y sería
dañino. Jimin comprendió que sus caminos al cruzarse
fueron apresurados. Todo en ellos era apresurado cuando
solían estar juntos. A solas. Nunca más.
Mirando por sobre su hombro, se obligó a lucir una sonrisa
tranquilizadora. Jeongguk estaría bien, él nunca podría
descifrar lo que su mirada atormentada escondía. Era una
estrategia que había aprendido desde niño y que solo
Taehyung había logrado descubrir.
— No pasa nada, Jeongguk.
Capítulo 29
Había pasado un largo tiempo lejos de la oscuridad. Ahora
los días grises volvían a sentirse fríos otra vez. La calma fue
su martirio, el ruido su consuelo. Entonces se aferró a eso,
al alboroto de la universidad. Al parloteo desmedido de los
estudiantes.
Situado en una de las mesas en el patio trasero, se enfocó en
ellos y consideró sus vidas. No era mejor que ellos. ¿Sufría?
Ellos también lo hacían. Cada uno tenía mierda suficiente
con la cual lidiar. Pero sonreían. Sí, ¿Y qué? Quizás eran
como él. Reservado. Silencioso. Nadie debía enterarse. ¿Por
qué siquiera deberían saberlo?
Volver al hogar esa mañana no fue molesto. Para nada. Sabía
que mamá no estaría allí. No tendría que verla y lidiar con
la rabia que aún burbujeaba con solo echar un ligero vistazo
a su silueta. Tomó una ducha sin siquiera pensar al respecto.
Sin siquiera atreverse a susurrar el nombre de Jeongguk. Sí,
era su método de defensa. Podía irse tan dentro de su mente
que todo lo demás parecía esfumarse. Árboles. Arroyos.
Montañas. Animales. Era todo lo que podía ver. Era todo lo
que él quería ver.
Se había vestido bajo el mismo silencio sepulcral. Tan débil,
tan cansado que sus brazos lucieron flácidos a sus costados
cuando se enfrentó al reflejo tormentoso. ¿Quién era aquel?
¿Por qué lucía tan apagado? ¿Tan muerto? No era su
problema, pensó. No le importaba. Nunca lo hacía.
Tuvo que negarse a sostener un Valium sobre su lengua.
Podía ser despreocupado. Una oveja descarriada como
Taehyung le llamaba, pero él nunca se drogaba antes de una
clase. Porque aunque la vida no era importante justo ahora,
su futuro lo era todo. Él no se necesitaba a sí mismo, pero
los animales sí. Daría lo mejor. Por papá. Por el sueño jamás
cumplido de su difunto hermano, el veterinario que nunca
pudo ser. Desde aquí, él les haría feliz.
— Desearía que estuviesen aquí.
Había susurrado, guardando el bote de Valium en su bolso.
Se colocaría un poco después. Pero antes de cruzar el umbral
de su puerta, la medalla con el dije del árbol de la vida que
Namjoon y él obtuvieron desde su nacimiento, esa que yacía
colgada en la esquina de la repisa repleta de libros
polvorientos que jamás leyó, se cayó.
¿Una señal, quizás? ¿Una respuesta, tal vez? Jimin se forzó
a no creer en ninguna de ellas. Se agachó para recogerla y la
contempló. Continuaba tan radiante como la recordaba,
pequeña y delgada. Bajo su tacto vibró, entonces no pudo
dejarla ir, adornando su cuello con ella, cubriéndola con una
sudadera y su chaqueta holgada como segundo abrigo.
Las clases fueron sabias. Había gozado de cada una de ellas
como siempre lo hacía. Y para su asombro, aquel día estuvo
demasiado cooperador, participando, preguntando,
respondiendo y obteniendo radiantes sonrisas de sus
docentes. Sí, le gustaba, era lo suyo y era realmente bueno
en ello.
Hoseok tenía tutoría. Decidió esperarlo mientras compraba
un café, disfrutando de su soledad. Sacando un cigarro de su
cajetilla, lo encendió. El humo lucía más espeso con el frío.
Fue que volvió a la realidad, recordó el bote que había
metido en su mochila y sacó una pastilla, facilitando el
recorrido por su garganta con un delicioso sorbo tibio de
cafeína.
Ladeando la cabeza de lado a lado, comenzó a sentir los
primero efectos somnolientos. Se volvía pasivo y relajado
con el Valium. Ninguna molestia desgarraba su corazón
ahora. Nada importaba. Bueno, realmente nunca nada
importó. De cara al cielo, cerró los ojos y propinó una
profunda calada a su cigarro. La punta se encendió y rugió
discretamente, creando cenizas.
La silla frente a él chirrió cuando fue ocupada. Alguien
estaba allí, observándole, pero Jimin no se movió. Él
continuó fumando, suspirando y lanzando el humo con total
consideración.
— Hace frío, ¿Verdad? —Esa voz aterciopelada se hizo
notar—. Creo que en cualquier momento comenzará a
llover.
Jimin se hizo una vaga idea. La había escuchado un par de
veces. Era satisfactoria. Sensual. No comprendió cuál era el
motivo de su presencia. Y una vez más, no le importó.
— No realmente —Contestó en cambio, con su rostro aún
hacia el cielo—. Hay días donde el frío es peor. De todos
modos, espero que estés lo suficientemente abrigada.
— Sí. Es fácil coger un resfrío en esta época del año —Un
envoltorio avisó que lo estaban abriendo y el peso retumbó
sobre la mesa ligeramente húmeda—. Solo estás bebiendo
café. Supongo que debes tener hambre. ¿Quieres rosquillas?
Volvió su cabeza y le miró. Fijo, profundo. Lo primero que
Jimin notó, fue el diminuto lunar bajo su ojo izquierdo. De
piel pálida, su cabello rojizo lo contrastaba furiosamente.
Sus labios en forma de cerezos le hicieron recordar los suyos
propios. Suaves, coloridos. Ella era menudita, como él. La
había visto de cerca antes, pero jamás se centró en
observarle correctamente. Jeongguk tenía muy buen gusto
al parecer.
— Que considerada —Respondió, pero no comió.
Sin dejar de mirarla, dio una calada a su cigarro, exhalando
el humo en su dirección. La espesa nube atravesó su
precioso rostro, meciendo los delicados mechones de su
cabello alrededor. No hubo maldad en su intención, pero a
esas alturas Jimin estaba colocado y despreocupado.
— Este es tu segundo año, ¿No? —Ella sonrió, agregando
un poco de conversación al silencio que se había creado.
Jimin la miró. Luego la miró un poco más. Y continuó
mirándola. No debería ser agradable con él. Se estaba
follando a su ex chico. O tal vez, no tan ex después de todo
lo que Jin le confesó. Pero aun así estaba utilizando algo que
al parecer era suyo. Ella debería ser una arpía, así podrían
lanzarse mierda sin preámbulo alguno. Sin embargo, a Jimin
le gustaba. Estaba disfrutando de esa compañía tan extraña
como la conversación que ella intentaba sostener.
— Sí —Se encogió de hombros.
Dio la última calada a su cigarro y lo aplastó con la suela de
su zapato. Centró su atención en Soojin, metiéndose las
manos en los bolsillos de su chaqueta.
— Me odias, ¿Verdad?
Jimin enarcó una ceja. ¿La odiaba? No realmente. Quizás al
principio. Tal vez solo un poco ahora. No importaba de
todos modos.
— ¿Debería? —Sorbió por su nariz, completamente
desinteresado—. Al parecer te preocupas demasiado. La que
debe odiarme eres tú. Me cojo a tu chico a diario.
Ella se ahogó ligeramente con las migas de su rosquilla en
su boca sorprendida por la opción de sus palabras
desmedidas. Una pequeña risa le obligó a posar los ojos
sobre sus labios.
— Los vi esa noche. Ya sabes, en la fiesta de Jackson —
Tatareó, recordando—. Nunca fue de ese modo conmigo.
Jamás me dedicó una canción. Jamás me cantó y nunca
quiso bailar conmigo, por mucho que le rogara.
Jimin debería sentirse afortunado. Ganador y merecedor de
una batalla que muy sutilmente existía. Pero no lo hizo,
simplemente observó más allá de los hombros de Soojin,
hacia el grupo de chicas que compartían sus tareas.
Reconocía a Sooyeon. Habló un par de veces con ella en las
fiestas que frecuentaban. Estaba en su tercer año de
ingeniería comercial. Una chica agradable.
— El suele ser un idiota a veces.
— Sí —Concordó—. Pero siempre fue un idiota conmigo la
mayor parte del tiempo. Frío, desinteresado. Ni siquiera era
posesivo, incluso si intentaba sacarle celos, a él nunca le
importó.
— ¿Entonces por qué sigues buscándolo?
— Tenemos algo especial —Negó, como si intentara volver
a la realidad—. Nadie lo comprende. Tampoco tú. Tenemos
un pasado que nos une.
Jimin asintió. Ahí estaban las palabras de Jin. Pero no
preguntó al respecto, sería cruzar el límite que él mismo se
impuso. De algún modo le daba lastima y quiso
reconfortarla, pero hacerlo significaría perder lo que
disfrutaba con el hombre que no le correspondía. Jimin
quería jugar un poco más antes de dejarlo partir finalmente.
— Entre nosotros solo es pasajero —Dijo en cambio.
— Lo sé.
La seguridad en esa simple respuesta le erizó la piel. Jin lo
sabía. Ella lo sabía. Ahora él también lo sabía. Era un motivo
sucio, Jimin se sentía sucio.
A la distancia, divisó a Hoseok descender por los escalones.
Jimin no esperaba que le viera teniendo una conversación
con ella. Era vergonzoso. Y no lo hizo, Hoseok ni siquiera
lo había notado. Pero más allá, en el estacionamiento, el
imponente cuerpo de Jeongguk vestido con una chaqueta de
cuero, sí. Y no estaba para nada contento. Llevaba el ceño
fruncido y la tensión volvía de sus hombros amplios. Se
dirigía a ellos con pasos firmes.
Jimin se levantó para impedir un encuentro entre los tres.
No era necesario. Sosteniendo su mochila, se levantó,
dándole a Soojin una pequeña sonrisa.
— ¿Jimin?
La voz de Soojin le alcanzó cuando dio unos pasos. Dándole
la espalda, le observó ligeramente por sobre su hombro. No
había intensión de maldad, solo una clara verdad.
— ¿Sí?
— Él siempre vuelve.
El aire se atoró en su garganta. Oírlo de alguien ajeno quizás
no era tan doloroso. Asumirlo en su mente, tampoco. Pero
oírlo de sus propios labios, era realmente devastador.
Tembló y su estómago se contrajo.
Cuando los cachorros de Cleo fueron los suficientemente
aptos y astutos, notaron que colarse en su jardín era más
divertido que jugar en su propio patio. Jimin se divertía con
ellos a tal punto de cogerles cariño y meterlos a la casa, a su
habitación. Papá siempre sonreía, le encantaba verle amar a
los animales tanto como él lo hacía. Pero algo que jamás
olvidó, fueron sus palabras precisas y devastadoras: «No lo
disfrutes tantos. No son tuyos y pronto tendrás que
devolverlos a su dueño».
Inhalando profundamente el nudo atorado en su garganta
reseca, se volteó para mirarla a los ojos. Entonces él también
sonrió:
— Lo sé.
El aire se impregnó con el aroma de agua fresca, entonces
supo que Jeongguk estaba cerca. Se apresuró a alejarse,
topándose con la solidez de su pecho exaltado. La intención
de Jimin fue pasar de largo, Jeongguk no se lo permitió,
sujetándolo del brazo.
— ¿Te está molestando? —Lanzó una mirada furiosa a la
chica que les observaba atentamente.
— Claro que no —Negó. Volteó a mirarla por última vez y
sonrió cálidamente a la confusión intacta en el rostro severo
de Jeongguk—. Soojin es una chica grandiosa.
Cuando te hablas a ti mismo, es imposible auto engañarse.
Jimin lo sabía a la perfección. Sabía lo que hacía, el sendero
peligroso que pisaba. Él no tenía ningún derecho a quejarse.
Solo sentir lastima por lo lamentable que era. Era demasiado
joven para dejar que el amor le rompiera el corazón. Sin
embargo, no podía escapar. Su conciencia nunca más sería
limpia, no después de la pequeña y misteriosa charla que
tuvo con ella.
Más allá, Hoseok gritaba su nombre y agitaba su mano,
llamándole. Él iría, desinteresado por escuchar lo que
Jeongguk tendría que decir. Si se atrevía, claro.
— ¡Qué mierda está pasando! —Jeongguk masculló,
obstaculizándolo—. ¿Por qué actúas de manera tan extraña?
¿Te dijo algo?
Jimin ladeó la cabeza, enarcando una ceja en reproche.
Jeongguk estaba asustado. Sí, él debería estar jodidamente
asustado, pensó. Se lo merecía por ser un completo patán
desvergonzado.
— Yah, detente —Cortó, seriamente—. Luces patético y eso
no es atractivo.
Lo quitó de su camino, sonriendo al bailoteo improvisado
que Hoseok le dedicaba. Ese simple detalle le hizo sentir
reconfortado. Estaba motivado.
— Te estás alejando —Jeongguk susurró.
Jimin se detuvo. Si lo miraba en ese preciso momento,
demostraría la desdicha que él también sentía. Vería lo
aterrado que estaba y lo devastado que su corazón se sentía.
Su voz se quebraría y comenzaría a llorar.
No era culpa de Jeongguk. Claro que no. Jamás le creó falsas
esperanzas. Las ilusiones se las creó el mismo. Son las
consecuencias de sentir. Gozar de esos sentimientos que no
había sentido en un largo tiempo. Él solo se disculpaba por
emocionarse demasiado al respecto.
— Claro que me estoy alejando, tonto —Bromeó, forjando
esa muralla protectora alrededor de él otra vez—. Me dirijo
hacia Hoseok. ¿Vienes?
Entonces trotó, negándose a oír una palabra más de su parte,
no le interesaba. Brincó para saltar a los brazos de su amigo.
No había sido un gran día, pero las clases habían finalizado
y merecían celebrar. Taehyung se les sumó segundos
después, doblando la esquina donde yacía la cafetería donde
trabajaba. De pronto, todos estaban reunidos; JB, Jackson,
Yoongi y un muy callado Jeongguk.
— ¡Vamos a emborracharnos! —Jimin propuso,
dirigiéndose a Hoseok y Taehyung—. Busquemos un par de
bebidas y armemos una fiesta en el bosque. Como en los
viejos tiempos, ¿Lo recuerdan?
Ambos asintieron y brincaron como los críos inexpertos que
alguna vez fueron. Cuando se escapaban de casa y robaban
el licor de la tienda para internarse en la frondosidad de los
árboles.
— ¿Bosque? —Jackson no estaba entusiasmado—. Mejor
vamos a mi casa. Mis padres aún están de viaje.
Recargando un brazo sobre el hombro de Hoseok, Jimin
bufó. Imitándole, Hoseok señaló con desaprobación a
Jackson, comentando entre ambos lo aburrido que era.
— ¡Yah! —Taehyung le dio un zape a Jackson—. Si Jiminie
dice que quiere ir a emborracharse al bosque. Todos
nosotros nos emborracharemos en el bosque, ¿Quedó claro?
— Sí —Yoongi se unió, pero solo por la excusa de poder
golpearle—. Si Jiminie dice que te arrodilles, vas a
arrodillarte, ¿Quedó claro?
Llegando a un acuerdo, los siete se prepararon para
montarse en los vehículos e ir a comprar las bebidas.
Jeongguk intentó coger a Jimin de la mano, pero Jimin se
soltó rápidamente, tan sigiloso para que nadie más pudiese
darse cuenta. No quería que le tocara. En ese preciso
momento no quería nada de él.
Notando a Jeongguk dispuesto a reclamarle y exigir una
jodida respuesta, Jimin se apresuró a engancharse del brazo
de Taehyung, encaminándolo a la Ford Lobo negra.
Jeongguk se sorprendió cuando le vio ingresar en los
asientos traseros, cuando definitivamente el asiento de
copiloto siempre había sido su lugar. Era suyo. Solo suyo.
El trayecto resultó un verdadero martirio. Aunque solo para
Jeongguk. Intentaba encontrar la mirada de Jimin a través
del espejo, pero cada vez que creía tendría una oportunidad,
Jimin la apartaba, charlando animadamente con Taehyung,
comentando lo entretenidas que fueron sus clases hoy.
Se sintió celoso. Normalmente Jimin hacía eso con él. Ellos
siempre se iban juntos a casa y disfrutaba oírle parlotear
acerca de todo lo asombroso que había aprendido. Rodar lo
ojos y suspirar cuando Jimin le forzaba a parar en un
Starbucks porque tenía antojo de algo dulce.
Pararon en un mini supermercado. Uno bastante apartado
del pueblo, pero bastante cercano a donde pretendían ir. El
dueño era un reconocido empresario. Jimin lo detestaba, era
una de los principales causante de la posible deforestación
para crear más edificios que eran innecesarios.
Jimin, Hoseok y Taehyung se reunieron velozmente,
murmurando entre ellos. Los demás solo miraban con el
ceño fruncido.
— Bien —Yoongi suspiró—. Vamos por esas bebidas.
— Pero no vas a necesitar esto, cariño —Hoseok le arrebató
la billetera de la mano—. Vamos a conseguirlas sin pagar.
Esas son las reglas cuando se va a beber al bosque.
— ¿Te refieres a que las vamos a robar? —Jackson lució
aterrado.
Cruzándose de brazos, Jimin rodó los ojos. Como si todos
ellos no hicieran cosas aún peores. Él realmente sopesaba en
la idea de que fueran traficantes. Solían ser tan ingenuos
para ciertas cosas.
— ¿Por qué haríamos algo así? —JB tocó su nuca—.
Tenemos dinero. Podemos comprar todo lo que queramos.
— Tsk... —Jimin frunció el ceño, disgustado—. Pero que
chico más anticuado. ¿Siquiera has robado alguna vez?
— Nunca —JB murmuró, avergonzado.
Jackson se acercó a él y le codeó, susurrándole:
— Los tres lucen realmente aterradores justo ahora —
Señaló con el mentón a Jimin—. Sobre todo el más pequeño.
— ¡Te escuché! —Taehyung lo amenazó y Jackson alzó sus
dos manos—. ¿Ni siquiera han robado un caramelo?
— Ya te lo dijo —Jeongguk intervino, cabreado de ver como
lograban hacer que sus amigos se sintieran amenazados—.
No hay necesidad. Tenemos dinero. Déjate de joder y
entremos.
— No te metas, estamos hablando con él. Si tanto te
molesta, entonces vete —Jimin le atacó.
Se acercó a JB, alisándole los hombros. Ignoró
completamente el rugido desaprobatorio de Jeongguk y
adornó sus preciosos labios con una sonrisa angelical.
— ¿Por qué siento que me veré forzado a obedecerte? —JB
cuestionó sonrojado, observando las pequeñas manos de
Jimin sobre su pecho.
— Porque nadie puede resistirse a él —Taehyung respondió,
encogiéndose de hombros—. Siempre vuelve locos a los
hombres y tú no eres la excepción.
Hoseok le codeó cuando todos repararon en la mirada
sombría de Jeongguk. Él se estaba enojando realmente. Y el
problema exacto no era insistir en robar, la cuestión estaba
en la atención que Jimin se negaba a entregarle. Algo había
pasado entre ambos, el grupo se dio cuenta incluso antes de
subirse a los vehículos.
— Ven conmigo, te vamos a desflorar —Bromeando, Jimin
le tomó de la mano, entrelazando los dedos—. Soy el más
experto en esto, así que no te separes de mí, ¿Sí?
Las puertas corredizas se deslizaron ante sus perspicaces
presencias. Liderando el grupo, Jimin miró discretamente el
entorno. Remotamente siempre era un lugar sosegado. De
clientela escasa, las cajeras siempre charlaban entre sí. Hoy
al parecer, estaban de suerte. El sitio estaba repleto. No era
de extrañar cuando frente a sus narices audaces un enorme
letrero advertía de los precios bajos.
Se dividieron en tres grupos. Hoseok y Yoongi. Taehyung y
Jackson. Jimin, JB y un celoso enajenado, Jeongguk. El
pasillo de los licores fue su principal objetivo.
Jimin lucía realmente pequeño en medio de dos grandotes.
Se llevó el dedo índice a su labio inferior mullido y suspiró,
concentrado en encontrar algo interesante en esa enorme
hilera de botellas coloridas.
— ¿Por qué no escoges una y ya? —JB sostuvo una botella
de Ramazzotti rosada.
Desde su escasa altura, Jimin le miró con una mueca
amarga. Retrocediendo para mirar limpiamente a sus ojos,
chocó contra el pecho de Jeongguk. Le sintió tensarse, pero
no se apartó, después de todo era el primer contacto que
tenían desde el amanecer.
— Amigo —Jimin le golpeó con un dedo—. Cuando
nosotros robamos, lo hacemos con estilo. Debe ser costoso.
¿De qué serviría entonces?
Tenía catorce años cuando decidió hurtar su primera botella.
Las manos le temblaban y el sudor perlaba su frente tensa.
Ese día precisamente, era el aniversario de la muerte de
Namjoon. Dentro de seis meses sería el de papá. No podían
culparle por ser un niño devastado, procurando seguir los
pasos de mamá como un futuro alcohólico. A ella le
funcionaba perfectamente, ¿Por qué con él sería distinto?
Entonces se había llevado el más costoso. Jack Daniel's
Sinatra Century, el mismo que sostenía entre sus manos
ahora. Normalmente venía atrapado en una enorme caja.
Pero era un pueblo, nadie siquiera se atrevería a robar. Jimin
sí.
El cristal pesaba en su mano. Sumergido en su condena,
alisó con el pulgar la etiqueta de grandes letras blancas. El
bosque había sido su principal refugio, comenzaba a
oscurecer pero no importaba, nadie le esperaba en casa.
Entonces el primer sorbo quemó. Fue tan desagradable que
Jimin tosió, justo así, como la primera vez que intentó imitar
a mamá y papá le hizo prometer que nunca más volvería
hacerlo. Si tan solo Namjoon y papá no se hubiesen ido... Si
tan solo ellos...
— Regresa —La suave voz de Jeongguk acarició su oído.
Le miró. Con la miseria bañando el verde claro de sus ojos,
Jimin rogó que comprendiera el presagio de su tristeza.
Suplicó a Jeongguk que sintiera su dolor, que fuera
participe, entonces no dolería tanto, no sería tan pesado en
su interior. Pero en su reacción solo pudo encontrar un ceño
arrugado y el pardo de sus luceros cargados de
preocupación.
Hasta que Jimin no se atreviera a pedir ayuda, nadie nunca
sabría que ocurría en su pequeña mentecita atormentada.
Hasta que él no hablara, todo seguiría igual. Jeongguk
comenzaba a hacer la diferencia. Simplemente comenzaba.
Y había quedado solo en eso, un marchito comienzo.
Retrocedió cuando notó su intención de tocarle. Lo dejó con
las palabras en la punta de su lengua y se giró hacia JB,
sonriendo. Jeongguk apretó la mandíbula, mirando hacia
otro lado, herido por sentirse constantemente rechazado.
— Este —Jimin susurró—. No vamos a llevar este.
En el extremo, en la misma corrida que ellos, Taehyung y
Hoseok hacían lo mismo. Jimin alzó levemente su sudadera
y lo guardó dentro. Estaba frío, pero su chaqueta mullida lo
ocultaba fácilmente. Se acercaron a la caja y Jimin cogió
tres paquetes de chicle en un intento por disipar cualquier
sospecha. Sonrió adorablemente a la cajera y pagó.
El bosque se sintió agradable. El viento de otoño mecía las
hojas creando una melodía desigual, parecida a la lluvia que
golpeaba su ventana por las noches. Entonces allí estaba el
tronco que una vez le sostuvo, guardaba tantos secretos que
él había confesado que lo sintió íntimo. Jimin corrió por la
hierba, comenzando a bailar con la música atestando los
parlantes de la Ford Lobo negra.
Los chicos comenzaron a hacer lo suyo, recargados en el
capó, enrolaron un cigarrillo de marihuana. Jimin destapó la
botella, dándole un trago profundo, ignorando la quemazón
que necesitaba. El Valium había perdido su efecto hace
bastante, ahora necesitaba algo más fuerte.
— ¡Pío. Pío. Pío!
Jimin comenzó a imitar el sonido de los pájaros que
arrojaban su último canto antes de refugiarse con la
despedida del sol. Dio otro trago. Luego otro. Y otro. Río y
giró, completamente enloquecido.
Jeongguk lo observaba silenciosamente desde su sitio. No
era agradable. Verle en ese estado nunca era bueno, pero no
lograba discernir el correcto por qué. Era consiente en que
la llegada de Jin había gatillado algo. Su extraña charla con
Soojin lo había empeorado. Jimin nunca se expresaba,
siempre era tan reservado. Tan cómodo incluso si el mundo
se desvanecía frente a sus ojos. ¿Cómo entenderle? ¿Cómo
adaptarse sin que ambos salieran dañados en el intento? No
pasa nada, Jeongguk, decía. Todo está bien.
— ¡Uh—uh! ¡Uh—uh!
— Ahora se cree un búho —Taehyung bromeó, situándose
a su lado. De pronto, reconoció—. Algo le atormenta. Él es
así cada vez que se siente destrozado. ¿La cagaste otra vez?
Aceptando la botella que Taehyung le tendía, dio un trago.
¿Hizo algo mal? Porque jodidamente no lo sabía. No sabía
qué había hecho mal. Frustrado, apretó la botella contra el
pecho de Taehyung y se aproximó al cuerpo tembloroso de
Jimin debido a la risa histérica que le poseía. No podía
soportarlo más. Su rechazo dolía.
— ¡Háblame! —Le gritó desde la distancia, azotando sus
brazos caídos a los costados de su cuerpo—. ¡Dime qué
pasa! ¡Déjame entenderte!
Jimin se detuvo, completamente serio. Recargado en la
seguridad de un tronco, le miró. Un delicado carmesí le teñía
las mejillas. El ulular del viento le alborotaba el dorado de
su cabello, volviéndolo angelical. Inocente.
— ¿Entenderme? ¿Por qué querrías hacer eso?
Sí, su pasado era pesado. Fastidioso. Sin tan solo se animara
a lograr que le entendiera, entonces la vida se le iría en ello,
porque era eterno.
— Te alejas. Siento que te alejas —Dio un paso. Luego
otro—. Regresa.
Jimin bufó una pequeña risa. El alcohol le hacía pestañar
lento. Lucía risueño. Pero la pena le estaba matando.
— Regresar... ¿A dónde? ¿A dónde debería regresar,
Jeongguk?
Silencioso, Jeongguk caminó hasta él. A solo unos pasos,
donde el calor de su cuerpo se percibía a la perfección.
Donde la química que siempre les unió de pronto no estaba.
Entonces susurró:
— A mí.
— ¿Sabes? —Jimin se acomodó, chistando pensativo—.
Desde que te conocí, todo se volvió un caos. Jin tiene razón,
eres desastroso. Y nadie te soporta. Ni siquiera yo.
Cuando el silenció cayó, Jimin pensó: Yo también soy
desastroso. Y tampoco me soporto. No soporto a nadie, en
realidad. No buscó remediar lo que dijo. Era verdad. Ni
siquiera la mirada pasmada de Jeongguk le haría cambiar de
parecer. Continuó:
— Pero aquí estoy. Soportándote. Soportándome.
Soportando a todos esos idiotas que nos acompañan. Porque
estamos tan podridos que buscamos refugio entre nosotros
mismos. ¿Pero sabes una cosa? —Sus ojos se repletaron de
lágrimas y su voz se quebró—. En ti no lo encuentro.
Trastabilló, pero no estaba borracho. No aún. Bebió de su
botella una vez más, ardiendo ante el presagio de desdicha
que estaba ocasionando, pero si no lo decía, él iba a explotar.
— Aquí estoy —Jeongguk lució desesperado—. Si tan solo
me dejas remediarlo yo...
— No —Con un dedo, le golpeó el pecho—. No lo harás
porque no voy a permitirlo. Tú darás media vuelta y
volverás con esa preciosa chica que a pesar de tus cagadas
aún te espera. Vas a pedirle perdón de rodillas y dejarás de
destrozarles el corazón a las personas. Nadie lo merece. Yo
no lo merezco.
— Te quiero.
— Cuando dos personas follan y pasan el rato, no se quieren
Jeongguk —Dio un trago—. Yo no te quiero.
El labio inferior de Jeongguk tembló. La ira era evidente, el
brillo expectante en sus ojos era innegable. Se le estaba
yendo de las manos. Fue que comprendió que efectivamente
la había cagado. No podían culparle de todos modos. Kim
Seok Jin no podía enterarse que estaba completamente
enamorado del hermano menor de su difunto novio.
— Te quiero —Repitió.
Jimin no lo había considerado realmente. Pero ahora podía
entenderlo, quizás. Tal vez esto faltaba. Todo este
enfrentamiento para adquirir fuerzas y sentenciar:
— Se acabó.
El pecho de Jeongguk brincó con su jadeo sorpresivo. De
pronto, el pardo de sus ojos comenzó a titilar.
— Te quiero —Repitió en un murmulló quebrado.
— No quiero estar contigo.
— No estás siendo razonable —Negó y cogió a Jimin del
rostro, desesperado, ahogado—. No puedes culparme por
algo que no provoqué. Él no lo entiende, no podría. ¡No me
hagas esto!
Tantos años deseando tenerle. Confortarlo entre sus brazos.
Rezando al destino que sus sueños de poseerle se hicieran
realidad algún día. Que su intención de mirarle desde la
distancia dejaran de ser lejanas y poder tomarle de la mano
sin temor alguno. Sin Namjoon que se lo prohibiera. Sin Jin
que lo amenazara.
— Basta, Jeongguk —Intentó apartarle.
— Regresa.
— Jeongguk...
— ¡Regresa! —Gritó y Jimin abrió los ojos despavorido.
Llevaba el rostro rojo y contraído. Jeongguk era esa
adolecente otra vez. Ese chico que se vio forjado a hacer
cosas malas. Muy malas. Pero cuando lo veía... Cuando ese
pequeño travieso vestido de amarillo caminaba de la mano
de su hermano, riendo, bromeado, le decía que el sol existía.
Y que los días no siempre eran oscuros. Él observaba a ese
niño que nunca le miraba. Ese niño que siempre cargaba en
su mochila cosas para Park Seo Joon y nada para él, porque
no tenía permitido acercarse, no tenía permitido ensuciarle
con sus manos manchadas de sangre.
Cada vez que la silueta de ese niño se desvanecía al
anochecer, el siempre susurraba a la luna que regresara. Que
por favor regresara a encantarle con su voz suave. Sus
preguntas extrañas. Sus bromas realmente malas.
Simplemente no podía dejar que se fuera ahora. Cuando
finalmente podía palparlo y no solo desearlo desde las
penumbras. Jeongguk se sintió como ese adolescente
confinado otra vez, cuando las manos de Yoongi intentaban
apartarlo.
— Lo estás lastimando. Vamos, hermano, suéltalo.
Una clase de deja vu atestó la atmosfera. Sí, todos ellos
habían vivido ese momento tiempo atrás. De pronto se podía
vislumbrar el departamento de Yoongi y Jeongguk
arrinconando a Jimin contra la puerta para que no se fuera.
Para que no le abandonara otra vez.
— Regresa, Jimin —Sollozó—. ¡Regresa!
Capítulo 30
Cuando Jimin tenía once años y Park Seo Joon aún no estaba
en prisión, decidió que escaparse de la escuela era más
divertido. Podían vagar por el centro comercial, probándose
todo lo que llamara su atención, sobre todo esas faldas
holgadas que Taehyung tanto amaba y comer todo el helado
que quisieran sin hacer fila. A veces ni siquiera pagaban,
ellos solo corrían lejos. Pero esta vez no se escapó, él había
sido suspendido por formar parte de una riña. En su defensa,
cuando Namjoon le miró con cara de pocos amigos, había
sido forzado a ser violento.
Como su apoderado, Namjoon no intentó reprenderle, es
más, Jimin tuvo que contenerle para evitar se lanzara contra
el rector ante un acto injusto. «¡Ha sufrido acoso escolar
desde hace meses! ¡No puede culparlo por intentar
defenderse porque usted nunca fue capaz de mover su
jodido culo y hacer algo al respecto!». De pronto, Jimin solo
pudo mirar a su hermano con ojos brillantes y
esperanzadores, amando cada fibra de su alma por
protegerle.
Entonces a medio día, Jimin se halló recostado sobre la
espalda de Namjoon con dos algodones frenando el
sangrado de su nariz. Sus brazos colgaban alrededor de sus
hombros amplios y firmes, desinteresado en la conversación
que Taehyung sostenía con Namjoon tomándole de la mano
a medida que se desplazaban por la calle desolada. Era un
grandioso Hyung para ambos.
— Solo hiciste lo que un verdadero amigo haría, pequeño
—Namjoon comentó, completamente de acuerdo cuando
Taehyung le contó que había impactado un palo de escoba
sobre el rostro del victimario de Jimin—. Y te aprecio por
eso. Sé que a tu lado jamás estará solo.
De pronto, Jimin no pudo disimular su entusiasmo al oír que
se dirigían a la casona abandonada en las cercanías de las
montañas. Él realmente amaba ese sitio desaliñado, sobre
todo por su eterno enamorado que estaría allí. Forzó a su
hermano a parar en una tienda, persuadiéndole para comprar
algunos aperitivos.
Fue el primero en cruzar el pastizal alborotado y corrió
soltando las compras cuando Seo Joon se sorprendió de
verle, arrodillándose para recibirle entre sus brazos.
— ¡Seo Joon Hyung! —De sonrisa clara, chilló cuando fue
girado en el aire—. Te traje muchas cosas deliciosas para
comer.
Situado cuidadosamente sobre el verde herbaje, Jimin
comenzó a mirar por todos lados en el suelo, buscando las
bolsas que se había negado a entregar a su hermano para que
las cargara. «¡Yah! Ni se te ocurra tocar las bolsas, es mi
futuro marido y es mi deber llevarlas. Voy a alimentarlo».
Llegando a su lado, Namjoon le fulminó entregándole sus
jodidas ofrendas, todavía cogía a Taehyung de la mano y le
susurraba que no se alejara.
— Se suponía que tú las cargarías, pero las dejaste tiradas
en el camino. ¿Y así quieres que Seo Joon sea tu esposo,
mocoso?
Indignado, Jimin miró suplicante a Seo Joon. Llevaba las
mejillas teñidas de carmesí y negaba efusivamente.
— No le creas, Hyung. En serio las cargué todo el camino.
Absortó en esa autentica inocencia, Seo Joon se inclinó para
mirar las esmeraldas que con tanto fervor le admiraban y
despeinó el dorado de su cabello, su tacto vibrando con lo
sedoso que era.
— No pasa nada, Piolín. ¿Me muestras que has traído para
mí?
Una resplandeciente sonrisa mostró los dientes de Jimin, tan
ancha que sus ojos desaparecieron en una fina línea
encorvada, dejándose guiar. Seo Joon despejó el sillón,
guardando el envoltorio de las hamburguesas que se había
comido, pero Jimin no podía darse cuenta.
Sobre un pedazo de madera desgastada sostenida por un par
de llantas, Jimin dejó un par de bolsas, comenzando a sacar
todo lo que según él había comprado, chillando con
indignación cada vez que Namjoon le decía que dejara de
mentir, que él había usado su tarjeta de crédito.
— Seo Joon Hyung —Hizo un mohín, señalando disgustado
las burlas constantes de su hermano—. Dile que deje de
fastidiarme.
— Yah, Namjoon—ah —Sentado en el sillón, con los
muslos abiertos, Seo Joon le dirigió una fingida mirada
cargada de reproche—. ¿No tienes nada mejor que hacer que
estropear mi cita con Piolín? Lárgate.
Namjoon se centró en teclear en su celular y Jimin se giró
para abrir una lata de fruta surtida. Seo Joon no dejó de
mirarlo, apreciando el detalle constante que este niño
siempre hacía por él. Le recordaba a su difunta abuela,
dedicada a los quehaceres del hogar, pero en una versión
miniatura. Incluso para sus escasos once años, Jimin le
cuidaba mejor que nadie. Y sentenció que en el futuro, ese
niño se convertiría en un hombre precioso y leal. Un niño
que lucharía por mantener en su vida.
De pronto, Seo Joon reparó en el peso constante a su lado,
topándose con unos ojos amplios que no dejaban de mirarle.
Era el adorable amigo de Jimin, ese de piel bronceada y
sonrisa cuadrada. Evitó retroceder y jadear espantado
cuando no dejó de observarle fijamente, muy, muy
fijamente.
— J dijo que le darías muchos hijos —Seo Joon se alejó
ligeramente y Taehyung le siguió, despreocupado del
espacio personal—. ¿Me quieres dar uno a mí también?
— ¿Qué?
— Ah... Hasta tu voz es atractiva —Taehyung le olfateó
descaradamente—. ¿Quieres ser mi esposo? Podemos
casarnos los tres.
— ¡Sí! —Jimin chilló, volteándose—. Podemos vestir
atuendos iguales. ¿No sería romántico, Seo Joon Hyung?
— Dios, estos niños... —Suspiró, cerrando los ojos a medida
que rascaba su frente. Entonces gritó—. ¡Yah, deberían
pensar en qué quieren ser cuando sean grandes, no en querer
casarse! ¡Sean felices, sin ataduras!
Aniñado, Jimin entrecerró los ojos, colocándose las manos
en las caderas, retándole.
— Yo sí sé que quiero ser de grande.
— ¿Ah, sí?
— Claro —Pellizcó una pequeña cereza y la forzó dentro de
la boca de Seo Joon—. De grande, yo seré tu esposo.
Namjoon soltó una carcajada cuando le vio rodeado de los
dos mocosos. No lo dejarían en paz y él no haría nada para
liberarlo. Se encaminó dentro de la casona cuando Seo Joon
le lanzó una mirada suplicante.
Resignado, Seo Joon se dejó mimar, permitiendo que Jimin
se sentara sobre su muslo izquierdo y Taehyung en el
derecho, abriendo la boca cada vez que cada uno le daba de
comer un bocado distinto. Jimin yacía obsesionado con la
fruta picada y Taehyung insistía que las donas con glaseado
de chocolate eran mejor. Luego intentó calmarles cuando
comenzaron a discutir sobre lo que bebería. Jimin quería
darle leche de frutilla y Taehyung prefería el jugo de
naranja.
— Seo Joon Hyung —Jimin le miró con un puchero—. Dile
que siempre tomas leche de frutilla. ¡Anda, dile!
Seo Joon boqueó, confundido, lanzando varias miradas
entre ellos. Si aceptaba lo que Jimin quería, Taehyung se
sentiría mal, pero si no hacía lo que Jimin quería, entonces
comenzaría a llorar.
— Como su futuro segundo esposo, Seo Joon Hyung va a
aceptar mi juguito de naranja —Taehyung tendió la caja
hacia sus labios, pero jadeó cuando Jimin se la botó de un
manotazo—. ¡Oye, eso fue cruel!
— Sí, Piolín. Eso estuvo muy mal.
— Bien —Jimin se bajó de su regazo—. Entonces quédate
con él y bebe su tonto jugo de naranja. No me voy a
disculpar por defender mi puesto como tu legítimo esposo.
De todos modos yo te vi primero.
Se cruzó de brazos y les dio la espalda cuando Seo Joon
comenzó a hablar sobre los modales, el trato hacia los
amigos y compartir. Un auto estacionándose a la distancia y
dos sujetos bajando de él, llamó su genuina atención. Ahí
estaba el chico misterioso otra vez. Era conducido por el
porche hacia la casona, su padre lo tironeaba violentamente.
Jimin era curioso, demasiado para su propio bienestar. Un
sutil destello refulgió en sus esmeraldas cuando reparó en la
oportunidad de descubrir la oscura identidad de ese niño
encapuchado.
— ¡Piolín te estoy hablando!
Seo Joon retrocedió ligeramente ante el mirar frívolo que
Jimin le dirigió al voltearse. Era la primera vez que
presagiaba algún designio de tensión por su parte. De hecho,
dudaba que un niño de once años pudiese tener una mirada
tan aterradora.
— ¿Sabes qué? —Jimin sentenció, cogiendo una caja de
leche—. Quiero el divorcio.
— Pero aún no estamos casados.
— Da igual, ya no te quiero. Y esta leche de frutilla nunca
más será para ti, traidor.
Dejándoles pasmados, Jimin caminó a través del sendero de
hojas secas. El sonido que sus pequeños pies provocaban le
volvía expectante y de pronto dudó frente al porche,
sintiéndose amenazado por la lobreguez reflejada ante la
puerta abierta. Tenía miedo, él siempre se sintió asustado de
la oscuridad, pero rendirse en el intento significaría jamás
saber quién estaba detrás de esa fachada silenciosa y
enigmática.
Tragó el pesado nudo que apretaba su garganta y se aferró a
la pequeña caja de leche a medida que posaba un pie sobre
el peldaño añejo y astillado. El sitio crujió y Jimin tembló.
Olía a humedad, a viejo, a soledad.
El sigilo le ayudó a mermar el miedo, interesado por llegar
hasta la sala, notó que de pronto no era tan tenebroso. Había
una chimenea, sí una enorme chimenea, desgastada y
manchada con tinte de fuego remoto. Jimin imaginó que la
pandilla la utilizaba en tiempos frívolos, como ahora.
Un grito desgarrador causó un eco feroz. Jimin no
retrocedió, se enfrentó a la extensa escalera y corrió a través
de los escalones, buscando el llanto abatido.
— ¡Qué mierda crees que haces, mocoso! —Namjoon
masculló, sujetándolo de la solapa de su sudadera, en medio
del pasillo.
Jimin chilló, asfixiado por el tosco agarre. Él habría gritado,
le habría reñido a su hermano que estaba cansado de
repetirle que no fuera brusco, pero ambos permanecieron
mirándose fijamente cuando un nuevo asalto de gritos y
llanto les descolocó.
Incluso podían imaginar casi lo que ocurría. Ese cuerpo
débil arrojado contra las paredes descascaradas, intentando
cubrirse de las patadas cuando caía al suelo e incapaz de
cubrir su rostro cuando los puñetazos le hacían sangrar.
— ¡No, papá! ¡Por favor, no fue mi culpa! ¡No!
La respiración de Jimin se volvió desigual. Esa clase de
culpa le invadió, la misma que sentía cuando veía a mamá
ser pisoteada en el suelo por papá. Namjoon nunca estaba
para detenerlo, nunca podía hacer nada y él era demasiado
pequeño para siquiera entrometerse.
Se ahogó con un jadeo y dejó que su hermano aferrara una
mano en su nuca, recargando su mejilla sobre su abdomen.
Jimin empuñó su camiseta, perdido en sí. Perdido en los
lamentos de mamá y en cómo su voz se distorsionaba
igualando el lamento ronco del chico.
— ¡Detente, papá, detente!
El chico se había desgarrado la garganta implorando, Jimin
brincó despavorido. Alzó el rostro y miró a su hermano con
los ojos repletos de lágrimas.
— Hyung... —Su labio inferior tembló y el chico gritó—.
Hyung, por favor haz algo. Lo está lastimando.
Namjoon se arrodilló para contenerle, secándole las mejillas
perladas con dedos temblorosos. Gong Yoo comenzó a
insultar a su hijo. Ese tipo de escenas eran constantes, tan
recurrentes que ellos podían vivir soportando ese tipo de
realidad. Jimin no. Su pequeño temblaba y sollozaba
entendiendo el martirio ajeno.
— Vamos abajo... —Intentó tomarlo en brazos.
— ¡No! —Retrocedió, frotando sus pequeñas manos sobre
su rostro contraído—. Haz que se detenga, Hyung. Dile que
deje de golpearlo, por favor. Él también es un niño y los
niños no pueden ser tratados de esa manera. Hyung...
Fue una dura decisión. El peor error que Namjoon podía
cometer era entrometerse. En esa clase de vida existían
algunas reglas y ellos como asociados debían respetar si así
se requería. Pero el bienestar de su hermano pequeño
dependía de lo que era capaz de hacer. Y sería por un bien
mayor.
Dejó a Jimin en un lugar seguro e ingresó a la sala contigua
para detener el calvario. Aferrado al poco vistazo que la
puerta entrecerrada le permitía desde su sitio, Jimin notó que
el alboroto se había apaciguado. Divisó la espalda ancha de
su hermano, llevándose consigo a Gong Yoo. Entonces
aprovechó para introducirse a la habitación.
La fetidez de la humedad agria se percibió al instante, Jimin
reparó en una bañera oxidada, buscando alrededor para
hallar al chico en el suelo. Viéndole arrastrarse hasta un
rincón, dándole la espalda, recordó cuando acompañó a
papá al rescate de un perro callejero. Ese chico era similar,
asustadizo y a la defensiva.
— Oye, tranquilo —Alzó los brazos incluso si sabía que no
podía verle—. No soy malo. No te haré daño, solo quiero
ayudarte.
Ante la omisión reflejada en un suspiro agitado, Jimin sintió
que estaba bien acercarse. El chico cubrió su cabeza con el
gorro de su sudadera negra, pero él pudo notar el hilo de
sangre que caía en gotas espesas en el suelo de madera.
— ¿Quieres leche? —Acuclillándose, Jimin agitó su cajita
de leche para que pudiese verla—. Es de frutilla y es
deliciosa. Calmará tu dolor, lo prometo.
Dejó la leche en los pies del chico, para que pudiese tomarla
cuando quisiera y se acomodó sobre la aspereza. Jimin le
miró y le miró y continuó mirándole. La curiosidad genuina
volvía de sus esmeraldas oscilantes, y deseó que el chico se
volteara a verle para poder sonreír. La gente siempre le decía
que tenía una sonrisa muy bonita y de algún modo quería
hacerle sentir bien también.
— ¿Cómo te llamas? —Pero el chico no respondió, solo
jadeó, soportando la incomodidad de los golpes—. Yo soy
Park Jimin. Pero puedes ponerme un apodo si quieres, todos
lo hacen. Tae, mi mejor amigo, me llama J. Mi hermano
suele decirme mocoso, aunque ese apodo no me gusta
mucho. Y Seo Joon Hyung me llama Piolín. Dice que me
parezco a él porque mi cabello es rubio y siempre visto de
amarillo. Aunque yo no creo que me parezca tanto, Piolín es
un canario y no tiene ricitos como yo. Y también los odio,
suelen enredarse y cuando mamá me peina duelen.
Él estaba hablando demasiado. Siempre lo hacía cuando se
sentía nervioso. No podía controlarlo, simplemente su
lengua parloteaba y parloteaba. Jimin solo quería sanar esa
tristeza que era capaz de sentirse a través de la atmosfera
cada vez más fría.
Después de un momento, Jimin notó como el chico se
acomodaba, podía notarlo porque su espalda encorvada
había dejado de lucir tensa, entonces sonrió.
— ¿Sabías que las mariposas tienen trompas igual que los
elefantes? —Jimin preguntó y el chico negó—. Es un
apéndice en forma de tubo en su cabeza que les permite
absorber líquido.
El distintivo aleteo de un colibrí llamó su atención desde la
ventana con bisagras rotas. Vagando con la mirada, Jimin
supuso que en algún momento esa residencia debió haber
sido una casa muy bonita. Grande, cómoda. La volvía mejor
que muchas porque se situaba en medio del bosque, sin
ruidos de autos o personas divagando por doquier.
— ¿Sabías que el caparazón de un armadillo es muy
resistente? —Se abrazó a sus rodillas—. Papá dice que si
disparas una bala, puede incluso rebotar. ¿No es genial?
Pero el chico no respondió. Jimin formó un mohín entre sus
labios, pensativo. Ideando algún plan para lograr conocer
esas facciones tan misteriosas.
— Aunque sabes... Siempre me he preguntado cómo
llegaron las estrellas al cielo. ¿No crees que es raro? Una
vez le pregunté a mi hermano, dijo que era porque los
planetas se pedorreaban. Papá dijo que no le hiciera caso,
que algún día alguien me diría la respuesta.
Entonces la puerta se abrió y Namjoon se acercó para
cogerle de la mano y guiarlo hasta la salida. Jimin jadeó
cuando sintió la tibia mano del chico aferrarse a su diminuta
muñeca.
— Regresa... —Susurró.
Resistiéndose, Jimin le miró por sobre su hombro. Fue una
voz tan suave y baja que no estuvo seguro de entender:
— ¿Qué dijiste? —Pero Namjoon comenzó a tironearle.
Jimin clavó los talones en el suelo, rogando que el chico
hablara otra vez—. Hyung espera, me está diciendo algo.
Pero Namjoon negó, mencionando que había hecho
demasiado por atreverse a desafiar a un compañero. Que se
quedara tranquilo que no volverían a pegarle al chico por
hoy. Bajando por los escalones, Jimin nunca pudo oír lo que
el chico con tanto esmero le suplicó:
— ¡Regresa!
Capítulo 31
Jimin no regresó. No aquel día, ni en un mes. Huyó como
un chico aterrado de la vida. El simplemente se esfumó.
La primera semana fue el detonante. Aquel día en medio del
bosque sosegado, durante la audaz exhalación del sol,
coloreando el vasto cielo azulado con el ocaso, fue
arrancado de los duros brazos de Jeongguk. Un agarre firme,
un agarre aterrado.
Jimin nunca olvidaría la angustia que vio tiñendo el pardo
claro de sus ojos. Ese espanto que estaría dispuesto a
consolar, a comprender, sin embargo, supo que debía salir
de ahí. Sujetó la mano de Taehyung con esmero y no volteó.
Jeongguk gritó, pero no volteó. Le escuchó sacudirse entre
el afiance brusco de sus amigos para que le soltaran, pero
nunca volteó.
Preso de la consciencia difusa, Jimin se había dejado guiar
a través del pasillo de Taehyung para tomar un baño.
Desvestido y empapado, no dijo absolutamente nada,
simplemente dejó que Taehyung se hiciera cargo.
Seco y arropado, Jimin recibió una pastilla de Valium.
Rehusándose a ingerir solo una, tomó a Taehyung de la
muñeca, rogando que una no serviría, él necesitaba otra. Por
favor necesitaba otra para siquiera conciliar el sueño.
Taehyung le acompañó en la fría cama tiempo después, lo
atrajo por la cintura y Jimin suspiró al sentir su cálido pecho
reconfortándole la espalda. De respirar apaciguado, Jimin se
vio relajado también. Jadeó ante los pequeños besos que
Taehyung depositaba en la piel sensible de su hombro
derecho y se adueñó de los efectos esporádicos de las
pastillas.
Con un tacto sensitivo, Jimin guio su mano ligeramente
adormecida hacia la nuca de Taehyung, enterrando los dedos
entre las hebras, acercándole forzadamente. Ladeando el
rostro, Jimin buscó sus labios, tanteándolo con un roce
grácil. Taehyung abrió la boca, dejando que Jimin le
arropara con la lengua. Se besaron por minutos, gimiendo y
arrasando con la tensión que aún yacía impuesta incluso en
la seguridad de esas cuatro paredes.
Girándose para yacer entre sus brazos repletos de confianza,
Jimin escondió el rostro en el cuello de Taehyung,
finalmente deshaciéndose en los primeros lamentos de su
agonía. Un gimoteo que lentamente se fue sellando con un
llanto desolado e incontrolable. Los espasmos consumían su
pequeño cuerpo, volviéndolo tembloroso y Taehyung solo
lo consoló, acariciándole el cabello.
— Te tengo, cariño. Tranquilo.
En el tiempo que fueron pequeños, Taehyung no lo
comprendía. Él siempre se preguntaba por qué Jimin
siempre lo besaba cada vez que sentía su propio mundo
desvanecerse. Era demasiado complicado y él bastante
ingenuo para siquiera sopesar en alguna idea. A través de los
años, solo el tiempo pudo darle la respuesta. Cuando eres un
niño que siempre careció de afecto, cuando todo lo que
logras obtener finalmente se desvanece, lo pierdes, solo
quieres asegurarte que no estás completamente solo. Jimin
hacía eso. Se aseguraba de ver, escuchar y sentir que
Taehyung estaba allí, con él. Era su modo y Taehyung
dejaba que lo hiciera a su manera. Siempre a su manera.
La segunda semana empeoró. Jimin no dejó de llorar. No
dejó de sentir, de arañar y buscar que algo faltaba. Supo
entonces que el amor que llevaba dentro sería incapaz de
negarlo. No podía simplemente dejarlo ir. No ahora que la
calidez palpitaba como si de algún modo siempre hubiese
estado muerto. Él podía sentir. Y como consecuencia, sufrir.
Evitando que continuara leyendo los mensajes que
Jeongguk no dejaba de enviar, Taehyung le había arrebatado
el celular de las manos. Jimin simplemente optó por
colocarse con un poco de Valium. Era la única alternativa,
el único motivo para tolerar lo cruel que se sentía.
El fatídico día llegó un viernes por la madrugada. Había sido
una noche generosa y Jimin había dejado de llorar cuando
Taehyung propuso ver una película. Demasiado drogado y
somnoliento, Jimin ni siquiera vio el principio, él
simplemente se durmió sobre su regazo.
Entonces la puerta principal comenzó a ser azotada. Patadas
estridentes que amenazaban con tirarla abajo.
— ¡Jimin! ¡Sé que estás ahí, abre la puta puerta!
Sintiendo las paredes tambalearse y el cuerpo de Taehyung
sobresaltarse, Jimin reaccionó como si de algún modo su
mente lo predijera. Despabiló sin siquiera considerarlo,
Jimin saltó de la cama temblando. Jeongguk estaba allí y
venía por él.
La voz pastosa indicaba lo borracho y drogado que estaba.
La ira le carcomía y sabía que ninguno de ellos sería capaz
de enfrentarle. Después de todo, Jeongguk era un tipo
violento.
— ¡Abre mierda! —La rabia desgarró su voz—. ¡Abre!
Jimin chilló aterrado. Ver que Taehyung no hacía la
diferencia lo condujo en un trance paranoico donde nada en
él funcionaba. Su mente solo visualizaba lo terrible que sería
si Jeongguk lograba tenerle cuando consiguiera derribar la
puerta.
Fue que decidió que el único modo de detenerle era
entregándose. Podría apaciguarlo, tenía ese poder sobre él.
Lo calmaría y le diría que se fuera. Que no volviera. Que no
lo quería.
Lo golpes parecieron controlarse. Allí, en medio de la
oscuridad de la habitación, jadeó preparado para lo peor.
Taehyung lo abrazó y permanecieron unidos, rezando en
silencio. Llamar a la policía no era una opción, ellos no
vendrían, nunca lo hacían.
De pronto, comprendieron que no estaban solos. La
presencia de un cuerpo chocando con los muebles de la sala
y las pesadas pisadas en el pasillo solo acrecentaron el
pánico. Había entrado por la ventana corrediza. Soportando
el estrepitoso bombeo de su corazón al contener la
respiración, simplemente dejó que sucediera. No había
escapatoria.
La puerta de la habitación fue abierta y ambos divisaron la
figura imponente que acaparaba la luz tenue del corredor.
Vestía una chaqueta de cuero y apestaba a humo de cigarro.
Con el cabello alborotado, Jimin notó los cardenales
ensangrentados que volvía de sus facciones aterradoras.
Jeongguk permaneció de pie allí, escrutándoles. Como si de
algún modo considerara cuál de los dos sería su primera
presa. Jimin lucía apetitoso ante su inspección intoxicada,
tan asustado. No sabía cómo reaccionar, Jeongguk jamás
pensó que finalmente lo echaría de su vida, y aunque no lo
manifestara en voz alta, podía ver el perfecto adiós en sus
ojos.
Acercándose con huellas primorosas, notó el esbelto cuerpo
de Taehyung impidiéndole tenerlo. Entonces había dos
opciones. Golpearlo y arrancarlo lejos o golpearlo y
arrancarlo lejos. No había nada para procesar, solo una ira
acrecentada con el paso de los días.
Sujetó a Taehyung de las solapas de su pijama y el ademán
de alzar el puño vagó en el escaso aire de la pequeña
habitación cuando Jimin chilló, llorando. Entonces solo lo
empujó para tener una legítima visión de su pequeño niño.
Jimin retrocedió y él solo pudo seguirlo hasta arrinconarlo
contra la pared.
— Me estás asustando —Jimin susurró en un suplicio,
resbalando hacia el suelo, cubriéndose el rostro—. Por
favor, me estás asustando.
Jeongguk se sintió ahogado ante el inminente jadeo que
adormeció su boca, elevando su pecho. No quería que fuera
de ese modo, pero no había otro. No cuando día tras día
intentó buscarle, llamarle. Estaba cansado de rogar y no
podía permitir que se fuera. No esta vez.
Acuclillándose, cogió sus pequeñas y tibias manos,
despejando la afligida expresión que sostenía. Las guio
hacia su rostro magullado, acariciándose, besándole las
yemas de los dedos en el intento. Jeongguk sentía que lo
había perdido todo. No había esperanzas, deseos profundos.
Nada funcionaba si no lo tenía a él.
Era difícil soportar que ese par de esmeraldas le miraran con
miedo. Dolía, lastimaba incluso más que sus costillas
severamente pateadas. Entonces las lágrimas se reunieron
alrededor de sus ojos marchitos y su voz se quebró:
— Te quiero.
Jimin resolló, negando. Unas perlas enormes naufragaron en
sus ojos, cayendo por el contorno de sus mejillas sonrojadas,
humedeciéndolas.
— No sigas. No sigas...
Porque entonces caería. Se desharía del desconsuelo y se
lanzaría a sus brazos.
— No hay nadie más, créeme —Jeongguk se aproximó para
susurrar en sus labios—. Te he esperado toda mi vida, no me
hagas esto, por favor. No me destroces más.
— Vete, Jeongguk. Vete y no regreses.
Sentenció y todo quedó en completo silencio. Apretó los
ojos, evitando sentir lastima por el hombre destruido.
Jeongguk le acarició la mejilla y sintió la aspereza de sus
nudillos raspados. Se había peleado otra vez.
— Hablemos. Déjame entenderte, cambiar al respecto —
Jimin volvió a negar y el desespero le volvió frenético—. Te
voy amar. Te voy a cuidar. Haré todo lo que me pidas. Por
favor...
— Deseo que te vayas.
Recargando la cabeza contra su pecho altanero por lo
sollozos, Jeongguk comenzó a llorar, abrazándose a él. Era
el llanto de un niño desconsolado, tan terriblemente
destruido. Jimin no se movió. Ni siquiera lo tocó. Solo
permaneció allí, sintiendo cómo esos fuertes brazos le
apresaban y le envolvían la cintura, escuchándole hipar.
Jimin se había ilusionado muy de prisa. Jeongguk había
correspondido con la misma fuerza arrasadora. Desde aquel
punto sosegado y reluciente parecía la mejor manera. Jamás
pensaron que sería así de doloroso. Y era tan solo el
comienzo. ¿Cómo sería si tan solo se atrevieran a continuar?
Jimin sabía que moriría entonces de tristeza, porque alguien
tan desequilibrado como él nunca podría ser amado por un
hombre destrozado como Jeongguk. ¿Qué se puede esperar
cuando dos personas son violentas?
Desde las penumbras, Taehyung se acercó. Apretando los
hombros de Jeongguk, intentó apartarlo. Cansado de luchar,
Jeongguk simplemente se dejó envolver entre sus brazos.
— Tú sabes, Taehyung —Tembló y gimoteó escondiendo el
rostro en la curva de su cuello—. Dile que no hay nadie más.
Por favor, haz que entienda.
— Dale tiempo, él lo entenderá.
La tercera semana solo empeoró. Con la mente cansada y el
apetito voraz estropeado, Jimin se sumió en un mar de
sombras lóbregas. Las discusiones con Taehyung por el
abuso de consumo de fármacos se volvieron una constante.
Deambular por las calles era incluso más satisfactorio que
yacer entre cuatro paredes que lentamente le asfixiaban.
Vagando por el sendero de concreto a un lado de la calle
desolada, Jimin sorbió por su nariz, limpiándose con la
manga de su suéter holgado. De aspecto demacrado, cabello
opaco, ojeras grisáceas y labios agrietados, se situó en una
esquina, observando directamente al vacío.
Él se sintió muchas veces perdido en la vida. Deambulando
entre la miseria y aceptando la idea de insertarse en la
inmundicia de días repletos de vicios. Había un cambio
ahora. No era totalmente bueno, pero esos días apagados se
volvían soleados de repente. Jimin había sentido esa clase
de cariño una vez, esa sensación audaz y flameante tan
desbordante que le quemaba el corazón. Era ahí dónde el
miedo persistía. Porque después de tantos años, Jeon
Jeongguk volvía a hacer la diferencia. Entonces estaba ese
amor calcinante otra vez. Y simplemente no quería
estropearlo. Él sabía que en algún momento iba a hacerlo.
Tolerarlo y aceptarlo solo sería sellar lo que tanto había
temido. Perderlo. Y no lo soportaría, realmente se perdería
a sí mismo si lo conseguía.
Era mejor permanecer así. Sintiendo esa herida constante
que en el futuro se volvería solo un cosquilleo. Sufriría
ahora para luego olvidarlo.
El frío le escocía los pies y necesitaba su dosis. Observando
su reloj de muñeca, fue que de pronto reparó en un Toyota
RAV4 plomo. Él lo había visto antes. Las siglas de su
patente no le engañaban. Era el mismo que siempre
visualizaba varado en la esquina de la facultad. En el
callejón de las lejanías. Incluso a unas calles más allá de su
casa. Demasiado ansioso, ni siquiera sintió miedo. ¿Le
seguían? A estás altura realmente no importaba. Continuó
mirando en su dirección, consciente que, a través de esas
ventanas polarizadas, alguien le espiaba.
— ¡Hey, J! —Yeonjun trotó, alzando la mano en un saludo.
— Mierda, hombre —Chistó, sorbiendo por su nariz—.
¿Pretendías que se me congelaran los huevos esperándote?
Acordamos en que nos veríamos en cinco minutos.
— Mi auto está en el taller, me costó venir —Abrió el cierre
de su pequeño bolso, sacando una bolsa transparente.
Jimin aún podía sentir su ira corroer por la maldita mujer de
la farmacia que se negó a venderle un ordinario bote de
Valium. Él iba a pagarle, ¿Por qué hacer un gran alboroto de
todo esto? Jodida estúpida. ¿Qué importaba que la receta
que le había robado a mamá hace algún tiempo hubiese
caducado? Nadie se enteraría de todos modos.
Yeonjun había sido su única opción. Le había contactado
lejos de la lejanía en un intento por evitar que le atraparan,
sobre todo Taehyung que últimamente era incluso más
insoportable que su propia sombra. ¡Él estaba bien! Debería
dejar de preocuparse.
— Sí, Sí. Como sea —Se movió de un pie a otro, lanzando
una ligera mirada al vehículo que aún yacía ahí—. ¿Me vas
a vender las putas pastillas o qué?
Yeonjun desenvolvió un par de tabletas. Ellos habían
llegado a un acuerdo. No tenía Valium como Jimin había
exigido. Dispuesto a no perder un nuevo cliente, decidió
negociar a cambio de suministrarle anfetamina con un
descuento.
— Te sentirás eufórico —Aseguró, recibiendo los billetes
que Jimin le tendía toscamente—. El Valium te vuelve
somnoliento. Incluso podrás asistir a clases sin problema
alguno. No te vas a arrepentir, son realmente geniales.
— Eso lo decido yo —Se cubrió el cabello con el gorro de
su sudadera y guardó las pastillas en el bolsillo de su
chaqueta de cuero—. Si no me gustan, voy a golpearte.
— Tendré Valium para ti la próxima vez. Lo prometo.
Yeonjun intentó sonreír. Jimin bufó, rodando los ojos.
— Esfúmate.
La cuarta semana solo fue un presagio. Intentado obtener
aunque fuesen los repugnantes residuos de lo que alguna vez
fue su vida cotidiana, nunca sopesó en la idea de cuán difícil
sería. Desde que había alejado a Jeongguk, la vieja miseria
había regresado. Entonces se había quedado allí desde ese
día.
Jeongguk simplemente había dejado de intentar. Él se había
rendido. Y estaba bien, ¿No? Debería sentirse aliviado,
¿Verdad? ¿Entonces por qué dolía tanto?
— ¡Patético! —Taehyung gritó, amansando su espalda
contraída sobre el sanitario, vomitando las pastillas que
había ingerido sin siquiera alimentarse—. Si todos se
hubiesen refugiado en el miedo, este puto mundo no
surgiría.
— Cállate —Regurgitó una vez más.
Con párpados pesados y una garganta calcinante, anheló
tener las fuerzas necesarias para levantarse y propinarle a
Taehyung una bofetada.
— Vamos, continua amargándote la existencia. Sigue
intoxicándote con esa mierda que no te lleva a nada. ¡Pedazo
de mierda cobarde! ¡Eso es lo que eres, un puto miedoso!
Las rodillas le temblaron al levantarse. Preso de una
respiración enajenada, cogió el florero más cercano y lo
lanzó. No fue necesario que Taehyung se moviera, ni
siquiera había coincidido en su dirección. Entonces Jimin se
arrojó a él, golpeándolo. Bramando cada vez que Taehyung
le aprisionaba las manos.
— ¡Estúpido! ¡Imbécil! ¡Maldito! —Exclamaba entre
sollozos—. ¡Te odio! ¡Te odio!
Estaba cansado de los sermones. Cansado de Taehyung.
Cansado de sí mismo. No era vida, claro que no lo era. Pero
simplemente no había otra.
Entre forcejeos, comenzaron a rodar por el piso del corredor,
intentando obtener el mando. Pero Taehyung no quería
pelear, él solo intentaba detener la violencia que Jimin
quería derribar sobre él.
Sentándose a horcajadas sobre el pequeño cuerpo histérico
de Jimin, procuró calmarle. Lo había visto así antes. Y
muchas veces tuvo que lidiar con algo semejante. Ahora era
peor. Prácticamente a diario tenía que ver a Jimin vomitar,
intoxicado. Encontrarlo en la calle deambulando solo y
tironearlo para llevarlo de regreso al departamento.
La discusión y la distancia con Jeon Jeongguk solo había
sido el incentivo de toda la mierda que guardaba dentro. Y
había deseado que finalmente Jimin sacara todo el dolor que
llevaba, más no precisamente de ese modo.
— ¡Basta, Jimin! —Lo zamarreó—. ¡Basta, basta!
— ¡No lo entiendes! —Se retorció. Llevaba el rostro rojo y
las mejillas empapadas—. ¡Nunca lo harás!
Jimin no era un chico fácil. Nunca lo había sido. Él
realmente era tan complicado de lidiar. En todos los
aspectos. Y desde pequeño, Taehyung había tenido que
aprender a soportarlo. Su impulsividad era claramente
arrebatadora, llevándolo constantemente a meterse en
problemas.
No había otra opción, se dijo a sí mismo, a tan solo segundos
de permitir que Jimin tomara el control. No podía aceptarlo.
Jimin lucía dispuesto a cualquier estupidez. Entonces alzó
su mano, abofeteándolo. Jimin lució pasmado, con el rostro
volteado.
— ¡¿Crees que no sé lo difícil que es para ti?! —Taehyung
bramó, cogiéndolo del rostro para que observara la desdicha
en sus ojos destrozados—. ¡¿Qué no he visto la mierda por
la que has tenido que pasar?! ¡He sido tu maldita sombra por
años! ¡Años, jodido imbécil!
Volvió a abofetearlo. Pero esos golpes ni siquiera tenían la
fuerza que pretendía. Eran simples toques que perdían la
fuerza suficiente cuando rozaban la piel escocida. Continuó:
— Están muertos, ¿Me escuchas? ¡Muertos! ¡Podridos bajo
tierra y drogándote no hará que regresen! ¡Se fueron, Jimin!
— ¡No! —Jimin se cubrió los oídos, negando—. ¡Cállate!
¡Cállate!
— Te crees especial, ¿No es así? Pobrecito. Su hermano era
lo único que tenía y se lo mataron. Su jodida madre es una
puta alcohólica que nunca se preocupó por él. Entonces
vamos a lamentarlo todo la vida y nos drogaremos porque
es todo lo que podemos hacer.
— Cállate...
— Es patético como suena, ¿No? Pero así te ves, Park Jimin.
Como un completo estúpido que lo único que hace es
revolcarse en su propia miseria.
— Me estás lastimando.
— ¿Y tú no me lastimas a mí? ¿No me haces sufrir a diario?
—Taehyung sollozó—. ¿No me destrozas el corazón cada
vez que veo cómo te intoxicas y no puedo hacer nada?
— Es diferente...
— ¿Por qué es diferente, Jimin? ¿Qué diferencia hay entre
tú y yo? ¡Eh! ¡Dime! —Tomándole de los hombros, lo
sacudió—. Fui malditamente abandonado. Ni siquiera tuve
la oportunidad de conocer a mis verdaderos padres. ¡Nunca
supe lo que era tener una familia! ¡Viví en las calles por años
y tuve que escapar de jodidos puercos pedófilos para que no
me violaran siendo tan solo un niño! ¡Pase hambre y tuve
mucho frío!
Taehyung aún tenía pesadillas. Sus pies descalzos escocían
cada vez que caminaba por las calles buscando cualquier
tipo de armas, apretarlas duramente en su mano cuando los
hombres le despertaban en plena madrugada para tocarlo. Y
no tenía a nadie. En algún momento no tuvo a nadie.
Entonces continuó:
— Y jamás me quejé. No me volví un maldito drogadicto,
despotricando de la vida. ¿Sabes qué hice? Intenté
superarme. Luché contra la vida y le demostré que el futuro
que quería darme no sería de ese modo. Yo sería mejor que
toda esa mierda. ¿Tienes una mujer que no sabe ser madre?
¿Y qué? Al menos cuando piensas sabes que tienes una. Yo
ni siquiera sé si la mía está con vida.
— Tae...
— Escucha. Estoy aquí. Te tengo, ¿Sí? —Descendió hasta
mirarle fijamente, rozando sus labios—. Sé que las personas
son diferentes y existen distintos modos de sobrellevar un
dolor. Pero voy a ayudarte. Seré tu fortaleza como lo he sido
desde años. No voy a permitir que te caigas, porque de lo
contrario me estaré perdiendo a mí mismo. ¡Te amo!
Perdido en su mirada, Jimin hipó. Lo efectos de la
anfetamina habían mermado y su llanto no era tan fuerte
ahora.
— Te amo, Taehyung.
Taehyung lo ayudó a levantarse y lo condujo hasta la ducha.
Desnudándolo, lo metió bajo el chorro de agua fría. Secó su
cabello y lo vistió. Cerciorándose de que yaciera sobre el
amplio sillón, acurrucado con una manta, le preparó
chocolate caliente.
— Vas a recuperarte, Jimin. Porque si no lo haces, voy a
patearte el culo realmente fuerte. Te destrozaré.
Capítulo 32
Esperanza. Esa sensación positiva basada en la expectativa
de un deseo favorable. Esa unión absorbente y encantadora
que le incentivó a salir de la cama con una suave sonrisa
amasándole los labios.
Duchado y arropado, tomó asiento en el taburete de la
cocina de Taehyung. Algo nuevo comenzaba después de un
mes devastador. Se sentía renovado. Observando la espalda
desnuda de Taehyung preparando waffles, pellizcó entre la
variedad de fruta que había alrededor del mesón, llevándose
a la boca un trozo de manzana. Pepe descansaba más allá en
el sillón y Pinchitos olfateaba a través de la alfombra
felpuda.
— Buen día, cariño —Taehyung le besó el cabello
alborotado, situando frente a él un plato repleto.
— Esto huele realmente bien —Aplicó un poco de jarabe y
cortó un trozo, gimiendo de dicha al masticarlo—. Y está
delicioso. Gracias.
— Cualquier cosa que haga feliz a mi pequeño príncipe —
Tomando asiento, Taehyung le observó comer. Entonces
dijo de pronto, tragando—. Estuve pensando...
Comenzaremos por eliminar los Valium.
Jimin se irguió en plena incomodad. Con un trozo de kiwi
sobre su lengua, fingió centrarse en su desayuno. La
conversación llegaría en cualquier momento, más no pensó
que fuera tan pronto.
Aún estaba adaptándose a esas extrañas reglas que
Taehyung había impuesto. Bebiendo leche de almendras por
la mañana y antes de dormir. Masticar chicle en un proceso
de calmar la ansiedad y hablar respecto a todo lo que le
afectaba. Era realmente ridículo, lo pensaba cada vez que
cedía, pero no se atrevía a desinflar la moral de quien
siempre se había preocupado por él.
¿Cómo explicarle a Taehyung que había dejado de consumir
Valium para internarse en la perpetua adicción de las
anfetaminas? ¿Cómo intentar no dañarle el corazón una vez
más? Jimin simplemente no podía. Al igual que no estaba
dispuesto a deshacerse de su pequeña entretención justo
ahora.
La anfetamina le ayudaba a yacer despierto, vivaracho. Se
volvía enérgico en cada clase y su dicha no cabía cuando lo
único que recibía a cambio eran constantes elogios. «El
comité de University of Prince Edward Island, en Canadá,
está interesado en ti para una maestria». La maestra Kim
Sun Ah le había comentado después de clase. «Están
dispuestos a darte una beca si decides escogerlos».
Ni siquiera era capaz de procesar eso aún. ¿Una de las
mejores universidades de veterinaria lo querían? Imposible.
Sí, era bueno. Pero era una idea enorme, sobre todo si se
trataba de un muchacho ordinario de un pueblo que rara vez
la gente podía localizar en un mapa. Aún tenía la propuesta
guardada en su mochila, tímido al respecto. Según la
maestra Sun Ah, todo lo que debía hacer era graduarse
manteniendo las mismas calificaciones sobresalientes. Le
quedaban tres años aún.
— Está bien —Jimin dijo—. Siempre y cuando dejes de
forzarme a masticar chicle. Se me adormece la mandíbula y
luego me duele como la mierda.
Taehyung bebió zumo de naranja, señalándolo con su
tenedor. Jimin evitó rodar los ojos. Últimamente, Taehyung
estaba realmente dispuesto a usar los puños para forzarle
entrar en razón. Masticar chicle era lo más ridículo de todos
modos y no cambiaría de parecer.
— Estoy hablando en serio.
— Yo también.
Cepillándose los dientes, visualizó el encantador rostro de
Taehyung a través del espejo. Lucía apresurado y
exageradamente preocupado. Jimin sabía que no obtendría
una explicación, así que decidió alzar una ceja en dirección
a la mochila que sostenía.
— Te preparé una merienda —Taehyung respondió—.
Podrás encontrar manzana, un emparedado y zumo de
naranja. Y recuerda, nada de cafeína. Estás en un proceso de
desintoxicación.
Oh por dios. Él realmente estaba decidido, Jimin pensó. Y
no era malo. Claro que no. Pero era obvio que esa
improvisada desintoxicación era inútil. Ninguno de los dos
sabía respecto al tema y buscar en internet como Taehyung
hacía cada noche antes de dormir no ayudaría.
— Eres consciente que no eres doctor, ¿Verdad? —Jimin
sostuvo su cepillo y preguntó con la boca llena de
dentífrico—. Ni siquiera sabes la mierda que estás haciendo.
El ambiente se volvió tenso otra vez. Ellos eran así desde el
mes pasado. Constantemente a la defensiva. Taehyung le
miró completamente serio. Jimin tuvo el impulso de
retroceder.
— Bueno, todo sería mucho más fácil si te dignaras a entrar
en un centro de rehabilitación. Entonces de ese modo dejaría
de hablar y hacer tanta mierda, según tú.
Jimin le miró. Y luego le miró un poco más. Apretando la
mandíbula, le dio la espalda para enjuagarse la boca. Ese
maldito tema no solo le volvía una maraña de nervios
estrepitosos. Él se volvía jodidamente furioso, también.
El solo hecho de siquiera imaginarlo le hacía sentir
humillado. ¿Qué haría entonces? Asistir y contar un montón
de mierda a completos desconocidos y sentirse feliz porque
le ayudarían era incluso más repugnante que Taehyung
proponiendo la idea. ¿Qué dirían los demás si siquiera se
enteraran? Escuché por ahí que el hijo de la ramera del
pueblo está asistiendo a rehabilitación porque es un puto
adicto.
Jimin no era ningún drogadicto. Él simplemente tenía una
leve obsesión con los fármacos. Eso era todo. Sí, así de
simple.
— ¡No soy drogadicto! —Exclamó de repente, siguiendo el
hilo de sus pensamientos. Pero Taehyung no estaba allí para
encararlo. Caminando por el pasillo, cruzó el umbral de la
habitación—. ¿Me oíste? No soy un maldito drogadicto.
— Te escuché perfectamente —Taehyung le ignoró,
calzándose en sus zapatos—. No eres un maldito drogadicto.
Pero en realidad sí eres un maldito drogadicto. Y espero que
puedas salir de esto ahora. No quiero llegar a la necesidad
de forzarte, ¿Me entiendes? Porque voy hacerlo.
— ¿Me estás amenazando?
— Sí, J. Te estoy amenazando —Abrió la puerta de su
armario, decidiendo qué abrigo sostener—. Te lo advertí.
Dije que iba a destrozarte si no sucumbías. ¡Ahora lárgate
de una puta vez a la universidad, es tarde!
Como un chiquillo malcriado, dio un pisotón, dando un
portazo al salir. Trotando por los peldaños de la sucia
escalera, ignoró el saludo de Yeonjun. Que le comprara la
mierda que vendía no los volvía cercanos. Iba asumir que
no lo veía todas las semanas, sobre todo cuando la
posibilidad de Taehyung observándole por la ventana podía
ocurrir en cualquier momento.
El frío era condescendiente y no importaba el enorme abrigo
que pesaba sobre sus hombros, él sintió el hielo de todos
modos. Varado en la parada del auto bus, se frotó las manos,
meciéndose ligeramente en un intento por apaciguar el
temblor. Sabía la situación, el calor jamás embargaría su
atormentado cuerpo hasta que fuese capaz de tomar una
pastilla. Y podía tragarse una fácilmente, las llevaba
escondidas. Pero incluso apartado de las lejanías, el miedo
a Taehyung era inminente, como si de algún modo pudiese
vigilarle.
El autobús apestaba a personas. Sentado a un lado de la
ventana, comenzó a forcejear con la ventanilla que se
negaba a ceder. Estaba mareado y necesitaba aire fresco.
Solo se detuvo cuando una abuelita se sentó junto a él. Esa
maldita ventana no accedería y decidió comportarse como
un chico normal que iba a la universidad y no como un
jodido drogadicto ofuscado peleando por un simple detalle
que no le funcionaba.
Controló las ansias de devolver el desayuno allí mismo.
Perdido en sí mismo, comenzó a malgastarse la uña del
pulgar con el dedo índice, demostrando cuán ansioso se
sentía. Entonces jadeó cuando la mano arrugada de la
abuelita se posó sobre su regazo, frenándole.
— Ese es un hábito terrible —Dijo, hurgando dentro de su
pequeña cartera, metiendo la mano dentro de una bolsa con
confites—. Ten, precioso, saborea este delicioso caramelo.
Te hará sentir mejor.
— Muchas gracias, señora.
Fue que la abuelita no dejó de parlotear. Tenía seis gatos
castrados y un conejo que su nieta se había cansado de
cuidar. Estaba apresurada y necesitaba cobrar su pensión.
Jimin simplemente la escuchó, sonriendo y asintiendo en
intervalos.
— ¿Sabes? —La anciana meditó, echándose un chocolate a
la boca—. Tienes unos ojos preciosos.
Él lo había oído antes. Muchas veces. Contenía ese
esmeralda tan innegable como las gemas de antaño. Tan
espesas como las algas que manchaban el agua del río. Tenía
una mirada especial. Pero incluso ahora era capaz de
sonrojarse duramente, escondiendo una pequeña sonrisa.
— Pero me pregunto —Continuó, ladeando la cabeza,
observándole a detalle. En pleno tarareó, Jimin temió—.
¿Por qué si es una mirada tan bonita, está tan triste?
Oh, Jimin pensó. Había estado triste tanto tiempo que
discernir entre una diferencia era imposible. Ya no había
brillo, intentó buscarlo tantas veces, pero simplemente ese
tintineo se había esfumado.
De hecho, aún quedaban cosas que le hacían triste. Y era una
sensación tan aniquiladora que luchar contra ella era casi
imposible. Adaptarse al caos era mucho mejor que
combatirlo. Emocionarse al respecto de cambiar algo solo
lo empeoraría, porque entonces habría un plan, y si no
funcionaba, sería devastador.
De pronto no supo qué decir. Cómo responder. Miró más
allá, hacia la ventana contraría, levantándose. Esta era su
parada. Observó a la anciana y sonrió. Le hubiese encantado
conocerla en otro momento, entonces le habría contado.
Caminó entre el tumulto de personas abarrotando los
pasillos de la universidad. Cabizbajo, pudo discernir la
silueta de Hoseok en los primeros asientos del salón. La
Maestra Kim Sun Ah estaría ahí en breve y luchó con el
fuerte impulso de caminar un poco más allá, donde estuviese
lo suficientemente apartado para no tener que lidiar con ella.
Corresponder a la sonrisa amplia de Hoseok era fácil,
siempre había sido llevadero. Era sincera y solía resguardar
esas buenas vibras que eran necesarias. A él le gustaba
sonreír a Hoseok. Que no nombrara a Jeon Jeongguk lo
volvía aún mejor. Nunca le dijo que no lo hiciera, pero su
amigo era lo suficientemente astuto para saber que allí solo
lograría meterse en un camino turbulento.
Era como si de pronto, nada hubiese ocurrido. Jimin se había
convertido en el chico ordinario otra vez. Sin amarguras, sin
preocupación de amor. Y era bueno. Sí. De cierto modo, era
realmente bueno.
Minutos después de una pausa, cuando se hallaba
ensimismado en un ejercicio sobre su guía, frunció el ceño
a un documento deslizado suavemente sobre su pupitre.
Levantado la cabeza, la vio. Ahí estaba la maestra Kim Sun
Ah otra vez, sonriendo amablemente.
— Cuando hablé al respecto, lo hice en serio —Dijo.
Claro que lo había hecho. Jimin ni siquiera había dudado.
Pero le quedaba tiempo, no comprendió cuál era el objetivo
de insistir tanto. Observó a sus compañeros retirarse y
centró entonces la mirada sobre las letras legibles.
Esa podría ser su salvación, después de todo. Optar por un
camino diferente, uno que fuera suficiente y sobre todo, que
le ayudara a escapar de la oscuridad que le consumía a
diario. Haría lo que amaba y tendría a grandes docentes que
le facilitarían el camino. Entonces papá y Namjoon estarían
orgullosos.
— Voy a leerlo —Jimin asintió.
Un cuerpo se arrimó sobre él, sobresaltándole.
— ¿Qué vas a leer? —Hoseok intentó mirar sobre la hoja,
forcejeando.
— ¡Nada! —La hoja se arrugó bajo su tacto efusivo,
metiéndola dentro de su mochila—. Es solo tarea atrasada.
Hoseok no le creyó. Había ese tipo de incertidumbre en sus
ojos afilados. Pero no insistiría, él no era esa clase de
persona insistente por comprender algo que quería. Sin
embargo, Jimin no dejó de sentirse culpable. Incluso la
culpa persistió cuando se dirigían a la cafetería. ¿Qué
sucedía realmente? ¿Por qué de pronto le daba vergüenza
que los demás se enteraran? Quizás ni siquiera era
vergüenza. Tal vez era miedo. Miedo a lo desconocido,
pavor de tener que desconectarse de su zona segura.
Centrando la atención al final del pasillo, Jimin palideció.
Lo había visto antes. Varias veces, de hecho. Pero todo se
trataba de la distancia que él mismo intentaba crear entre
ambos. Escondiéndose, cambiando bruscamente de
dirección. Todo lo que implicara no tener que cruzarse.
Justo ahora nada de eso era posible. Se vería sospechoso,
sobre todo cuando se hallaba a tan solo un par de pasos.
Jeongguk lucía demacrado. Con una gorra negra que cubría
la apariencia de sus ojos turbulentos, Jimin no pudo
discernir.
Entonces descubrió que algo finalmente había cambiado.
Varado en medio del pasillo, Jimin simplemente esperó.
Realmente le esperó. Rozarse tal vez. Mirarse, quizás. La
proximidad fue notoria. El agua fresca vagó por el aire y
Jimin la inhaló con todas sus fuerzas. Pero un jadeo persistió
cuando Jeongguk pasó por su lado sin medir palabra. Ni
siquiera un indicio de reacción. Le había visto, porque Jimin
se vio reflejado en el pardo de sus ojos, pero Jeongguk solo
continuó su camino, como si no existiese, como si no le
conociera. Él simplemente le ignoró.
¿Qué esperaba de todos modos? Jimin no tenía derecho a
esperar absolutamente nada. Él no merecía nada. No
después de cómo le había tratado. Después de cómo le había
echado cuando Jeongguk quiso rogar. Y estaba bien, supuso,
él merecía sentirse como un pedazo de mierda.
La incomodidad se intensificó tiempo después. Cuando
Hoseok lo condujo a través de la cafetería frente al
estacionamiento. Directo a la mesa que Jeongguk y sus
amigos ocupaban. Reían con la boca llena, molestándose
entre todos. Jimin no pudo conciliar el hecho de ver a
Jeongguk dejar de sonreír cuando le notó.
Tal vez no era buena idea. Jimin estaba invadiendo su
espacio. Su zona segura. No debería estar allí en primer
lugar. Permaneció parado un poco más, inseguro de sus
propias acciones. ¿Quedarse o simplemente correr?
Sintiendo el firme agarre de Hoseok sobre sus hombros,
supo que no habría otra opción. Presionado, se vio forzado
a tomar asiento frente a Jeongguk. Nada inusual había
ocurrido después de eso, el ambiente seguía siendo el
mismo, bullicioso, alegre.
Desgarrándose la uña del pulgar una vez más, la voz nítida
de la anciana le riñó. Claro, él debía dejar de hacer eso.
También debía dejar de pensar demasiado y creer que el
mundo giraba en torno a su mierda. No era así. Los chicos
lucían felices de verle, luego de una fugada extrema, donde
no se habían visto más que en los pasillos de la facultad,
todo parecía yacer en completa calma.
No fue así en absoluto con Jeongguk. Estaba disgustado y
no estaba haciendo el más mínimo esfuerzo por esconderlo.
Ellos jamás imaginaron que sería así de incómodo, que a
pesar de la intimidad que habían desarrollado, serían más
astutos que eso, pero no era así. Ninguno de los dos parecía
dispuesto a alivianar la carga de una relación frustrada,
porque aunque había rencor, parecían querer saltar sobre el
otro y devorarse pasionalmente.
Incluso si trataba, de pronto Jimin no pudo quitarle los ojos
de encima. Porque era guapo. Porque esa esencia peligrosa
era cautivante. Porque le había entrañado. Porque aún le
deseaba duramente. Porque tenía miedo y anhelaba que
Jeongguk comprendiera lo frágil que se sentía.
Lo había comprendido hace bastante. Era demasiado tarde
para deshacerse de lo que ese hombre tosco había creado en
él. Esa sed desesperante de atención, de amor. Un mes no
fue suficiente, nunca lo sería. Jimin tenía absolutamente
claro que sería imposible alejarse.
Simplemente quería que las cosas fueran sencillas. Quería
duramente que la felicidad le arropara una vez más. Pero de
algún modo el desastre siempre lograba salirse de control.
Entonces si le quería de vuelta, él debía comprender que
sería así constantemente, como una montaña rusa furiosa,
que te engatusaba con su viaje brusco, suave, para volverse
otra vez devastador. ¿Lo quieres? Eso es todo lo que
obtendrás. ¿Podría soportarlo?
Ajustándose al hecho de que nada de eso sería fácil desde
ahora. Que Jeongguk estaba dispuesto a dejar de insistir,
rehusándose a crear un ambiente sereno, Jimin miró por
sobre su hombro, un poco más allá, hacia los autos. Un
grupo de chicos parecían festejar. De risas contagiosas y
abrazos demoledores se vio inmerso en nada en específico.
Él miraba porque simplemente no había otra opción. Porque
necesitaba de algún modo impedirse a sí mismo perturbar a
Jeongguk con su mirada suplicante y rogar que hablaran,
porque el solo hecho de tenerlo un segundo más apartado
era doloroso.
Aunque hablar no cambiaría nada, él seguiría igual de
confuso, pero al menos tendría la seguridad de concretar
algo. De ayudarse mutuamente para intentar ser mejores
versiones de sí mismos. Todo lo que quería ahora era tenerlo
cerca, nada más que eso.
Una camioneta blanca abandonó la facultad y Jimin la
siguió sin pestañear. Observando a través de los gruesos
fierros desgastados que formaban las rejas, reparó en un
modelo en particular. La casualidad no era precisamente un
alivio, sobre todo porque en el pueblo ese tipo de vehículo
no existía. Quiso creer que la lejanía que mantenía le
engañaba, pero a esa altura era imposible no notarlo. Era el
Toyota plomo otra vez, varado en frente del establecimiento,
en una postura que para Jimin era realmente difícil
visualizar.
¿Qué sucedía entonces? ¿Por qué de pronto Jimin no podía
dejar de verla en todos lados? El miedo se propagó tan
pronto como la brisa de otoño le abofeteó el rostro. Hace un
mes no sentía miedo, tal vez los fármacos le volvían inmune
a cualquier peligro. Ahora era diferente, él podía ser
consiente y el solo hecho de considerar que le seguían era
aterrador.
— No he hecho nada malo —Murmuró, ido en sus
pensamientos—. ¿Por qué no deja de seguirme?
La bulla en la mesa se detuvo y notó que la atención estaba
puesta en él. Como si de algún modo pudiesen presagiar su
abatimiento, el ambiente fue tenso. Al menos Jimin creía
que era por él. ¿Por qué otra cosa sería? Ellos no tenían idea,
¿Verdad? Yoongi no tenía motivo para volverse rígido.
Jackson no podía sentirse preocupado a tal modo de yacer
cabizbajo. Y Jeongguk no tenía razón para de pronto
volverse pálido y empuñar las manos.
Sintiéndose nauseabundo, se forzó a escuchar lo que
Hoseok preguntaba con una papa a medio camino hacia su
boca.
— ¿Qué sucede? ¿Quién te sigue?
Encogiéndose de hombros, señaló tímidamente con el
mentón al auto varado. Ellos tenían que girarse para intentar
verlo. Entonces una duda surgió. ¿Por qué si le seguía, no se
esmeraba por mantenerse escondido? Incluso con el pasar
de los días su aparición era aún más descarada, como si
quisiera que Jimin supiera. Que todos supieran que estaba
allí. ¿Esperando qué precisamente?
— Es un Toyota —Jimin tembló—. Lo había visto un par de
veces el mes pasado, pero parece que ahora no puedo
quitármelo de encima.
Volverse paranoico al respecto era la única opción. Jimin no
podía dejar de sacar conclusiones sobre qué pasaría si
alguna vez le atrapa finalmente. Tal vez quería hacerle daño.
Quizás era una pandilla especializada en la trata de blanca y
él no era el único objetivo. Sería como esa clase de cadena
donde la gente desaparecía extrañamente para jamás volver
a ser vista.
Jimin no esperaba que su vida terminara en eso. No hacía
las cosas bien e incluso él se hacía daño a veces, pero no
significaba que esperaba morir de una manera cruel. Nadie
lo espera, de todos modos.
Mantenerse callado sería una equivocación total. Decirlo
finalmente le quitaba cierto peso de encima, porque aunque
entre ellos peleaban algunas veces, sabía que estarían ahí
para protegerle.
— También lo he visto —Hoseok concordó. Jimin mitigó su
respiración, atenuando la culpa de sentirse maniaco—. Y es
raro, porque siempre que estoy contigo, parece estar allí
también —Girándose a Yoongi, exigió—. Debemos hacer
algo.
— Lo primero en estos tipos de casos, es calmarse —Dijo
JB, en un intento por apaciguar la bruma de nervios que se
avecinaba.
— ¿Calmarnos? —Hoseok bufó una risa—. ¿Y qué si
quieren secuestrarlo? ¿Debemos estar así de calmados
cuando lo encontremos violado y muerto? ¿Siquiera estás
atento a lo que estamos hablan...?
— JB tiene razón —La tosca entonación de Yoongi lo
silenció abruptamente—. También lo hemos visto, pero
existe otra teoría.
Jimin buscó sus ojos en un intento por sentir la seguridad
que Yoongi deseaba trasmitir, pero no había nada allí. Nada
más que un rostro consternado. Entonces no supo qué creer
exactamente. Últimamente todo se veía tan sospechoso y los
hombres en esa mesa no eran la excepción.
Entonces encaró a Jeongguk. Bajo la constante omisión,
quiso saber qué sentía, qué le provocaba yacer tan
extremadamente callado. Continuaba apretando las manos y
como si supiera que estaba siendo observado, se esmeró por
retener el pardo enfocado hacia la mesa.
— ¿Teoría? —Jimin lució desconcertado, incapaz de apartar
la atención del chico sospechoso que tenía en frente.
Una bruma de confusión le asfixió. Algo en su interior
palpitaba en busca de la verdad, alerta a cualquier palabra
que abandonaba los labios de cualquiera, porque ellos no
estaban siendo sinceros, para nada. Más de dos meses
fueron suficiente para saber cómo funcionaba el lenguaje
corporal de Jeon Jeongguk. Cuando algo le aquejaba solía
volverse silencioso. El enojo volvía sus hombros rectos. Y
el tic efusivo en su pierna se activaba. Quería golpear a
alguien.
— Creemos que son del FBI —Jeongguk respondió
bruscamente.
Jimin jadeó por dos motivos. La sorpresa le embargó cuando
asumió que Jeongguk realmente le había hablado. No del
modo que esperaba, pero al menos era algo. Y le había
costado hacerlo, Jimin supuso. La tensión volvía del león
impregnado al costado de su cuello tieso.
Encendiendo un cigarro, Jeongguk intentó apaciguar lo que
enfrentarse a la realidad causaba. El humo se propagó y una
sola inhalación fue capaz de relajarle. Lanzó una mirada
decisiva al Toyota y asintió:
— Alguien denunció a Yeonjun. Lo están investigando.
¿Investigar? Jimin consideró. ¿Por eso no le había ofrecido
drogas? Durante una semana había dejado de acercarse a él
con esa sonrisa petulante, comentándole que podía darle
más anfetaminas si lo necesitaba. Había considerado que el
motivo era por Taehyung y por su propia actitud desdeñosa.
Jimin no supo discernir entre su preocupación. ¿Preocupado
por qué? ¿Porque quizás lo llevaran a prisión? Nada de eso.
En absoluto. Jimin tembló porque su mercader privado no
podría facilitarle lo que quería, lo que a diario consumía.
Entonces algo peor se acrecentó. Se supone qué Jimin y
Yeonjun no hablaban. Solo un breve saludo al frente de los
demás como cortesía. Jeongguk jamás lo nombraría delante
de él si no fuese por un motivo.
— ¿Ah, sí? —Jimin titubeó, ahora nervioso. Mirando a
cualquier sitio menos a la mirada de pronto acusadora de
Jeongguk—. ¿Y qué tiene que ver ese Toyota conmigo,
entonces?
— Últimamente te has vuelto su mejor cliente —Enarcó una
ceja, dando una larga calada al cigarro—. No sé qué
pretendes obligándolo a callar. Pero creo que olvidaste que
soy su jodido jefe, su obligación es decirme de dónde
proviene el dinero de la mierda que le doy para vender. Me
sorprende que te hayas perdido ese detalle, siendo realmente
astuto a veces.
Jimin tragó el pesado nudo. Ahora todo tenía mucho más
sentido. Ese Toyota estaba la primera vez que le compró a
Yeonjun. Y aunque no era un delincuente, Jimin los
incentivaba a hacer ese tipo de cosas consumiendo lo que
vendían, volviéndolo un criminal también. El enojo llegó
segundos después, furioso por saber que desde el principio
esa sabandija le había traicionado y Jimin deseaba con todas
sus fuerzas ver su sucio culo en prisión justo ahora.
Buscando una excusa simple para responder, sólo consiguió
boquear, porque no había mucho que decir, de todos modos.
Sí, todos allí tenían que lidiar con sus propias adicciones y
podía defenderse con eso, pero incluso si le costaba
admitirlo a sí mismo, Jimin se sentía avergonzado. Tímido
de reconocer que no podía lidiar con los fármacos, que
cuando no los consumía sentía que perdía la cabeza y el
mundo se le caía a pedazos.
— Eso da igual —Jimin se encogió de hombros,
encarándolo finalmente. Encogiéndose sutilmente cuando
esa mirada verdosa lució como si tuviese tanto qué decir al
respecto—. Solo quiero que ese maldito auto deje de
seguirme. Me está aterrando.
Pero lo cierto era que no estaba tan aterrado ahora que sabía
que no era un posible asesino serial. Sólo estaba frustrado.
— Me ocuparé de eso —Jeongguk asintió—. Nadie va a
dañarte mientras yo esté aquí.
Jimin enmudeció. Su estómago se contrajo, disfrutando del
revoloteó que dejaba consigo una pequeña emoción.
Jeongguk aún le quería, eso era algo realmente bueno.
Miró un poco más sobre su hombro, memorizando la
postura de ese auto estremecedor, creando un rostro que
nunca llegaba a tomar contorno. Jimin nunca se consideró
una persona precisamente mística. Los temas basados en las
conexiones, en las vibras y que todo sucedía por algo, no
eran de su agrado. Pero ahora. Justo ahora, la sangre a través
de su cuerpo bombeó de un modo completamente diferente.
Como si el suave palpitar de su corazón quisiera decirle
algo. «Ven, acércate, tengo algo para ti». Entones Jimin
dudó. De respiración levemente exaltada, consideró que ese
sujeto no era un policía. Tampoco un secuestrador. Algo
alrededor de ese vehículo le llamaba, le traspasaba
confianza.
— Ya lo oíste, J —Hoseok le palmeó la espalda, luciendo
sonriente otra vez—. Él cuidará de ti.
— Sí —Yoongi concordó—. Se encargará tan jodidamente
bien de esto que ni siquiera te darás cuenta cuando ese auto
finalmente desaparezca.
Jimin dibujó una sonrisa falsa. No era estúpido, pudo ver
claramente la advertencia que Yoongi arrojaba sobre los
hombros de Jeongguk. Ellos sabían algo más. Miró un poco
más. Hacia esa sombra que recaía sobre el rostro abatido de
Jeongguk. La respuesta estaba allí, ¿Por qué no era capaz de
descifrarla entonces?
Resignación. Esa bruma devastadora que llega cuando sabes
que no se puede hacer nada más al respecto. Esa sensación
que advierte que debes dejar de luchar porque simplemente
lo que quieres, lo que tanto anhelas, no te pertenece. Eso
trasmitía la mirada de Jeongguk sobre él. Esa queja
silenciosa, como si tomar caminos diferentes para dejar de
hacerse daño era la única opción.
Jimin negó. Estirando cuidadosamente la mano sobre la
mesa, intentó sostener los dedos de Jeongguk. No lo hagas,
quiso gritar. ¿Por qué siento que realmente te despides?
Reincorporándose, Jeongguk lo evitó. Se negó a que le
tocara, incluso si su propia piel rugía que lo hiciera.
Todos en la mesa se sobresaltaron con la llegada brusca de
Taehyung. Sentándose al lado de Jimin, le rodeó los
hombros para acercarlo hacia sus labios y darle un
estruendoso beso en la mejilla.
— ¿Terminaron tus clases? —Macaba chicle con total
libertad, creando pequeños globos—. Me pagaron y adivina
qué.
— ¿Vas a dejar de estrujarme? —Jimin intentó soltarse—.
Me estás asfixiando.
El especio personal siempre fue un problema para
Taehyung, no media las consecuencias y no le importaba en
absoluto. Sobre todo si podía apretar ese pequeño y suave
cuerpo cada vez que quisiera. Pellizcando las mejillas de
Jimin, le zarandeó el rostro de lado a lado.
— Significa que voy a llevarte de compras, cariño. Te voy a
regalonear y te compraré todo lo que pidas. La semana
pasada estuve mirando un par de chaquetas que se verían
jodidamente muy bien en ti.
— ¡Yah! —Hoseok se quejó—. ¿Qué hay de mí? También
merezco ser mimado.
— También habrán muchas cosas para ti, solcito precioso
—Alargó el brazo, sosteniéndole la mano—. ¿Vamos?
Categóricamente, Jimin no se sintió emocionado. No podía
dejar de contemplar la mirada perdida de Jeongguk. Le vio
coger su mochila y se apresuró a alcanzarlo cuando se fue,
trotando a su lado.
— ¿Podemos hablar? —Preguntó tímidamente.
Jeongguk se volteó, encarándole finalmente. A solas,
notaron cuán extraños se sentían. Era raro, de todos modos.
Las cosas no habían ido bien y actuar como si nada hubiese
pasado era incómodo.
Con las manos en los bolsillos, Jeongguk suspiró. Parecía
considerarlo, algo en su postura le decía a Jimin que sí, él
quería ceder y hablar. Entonces algo más ocurrió, Jeongguk
miró por sobre el hombro de Jimin y señaló con el mentón
las facciones confusas de sus amigos.
— Ve con tus amigos, Jimin. Te esperan.
Jimin. Ahora era Jimin y no ricitos. Se sintió decepcionado
y no intentó ocultarlo. Había esperado demasiado para
animarse a tomar la iniciativa, días completos sopesando en
la idea, creando distintos escenarios que claramente no era
como ese.
— Quiero hablar —Insistió.
— Pero yo no.
— ¿Por qué?
— ¿Debo tener algún motivo para negarme? —Bufó,
impaciente—. Simplemente no quiero. No puedes venir
cuando se te dé la jodida gana y exigir. Intenté hablar
contigo hace un mes y malditamente me echaste.
Jeongguk comenzó a retroceder. Jimin lo sujetó de la
sudadera, firme, ansioso.
— Pero Jeongguk...
— ¡Basta! —Exclamó y Jimin se sobresaltó. Lidiando con
el impulso de ira, Jeongguk se pasó la mano por el cabello,
alejándose de ese toque dulce que le sostenía—. Detente,
¿Sí?
— ¿Por qué? —Jimin trató un poco más, relamiéndose los
labios—. ¿Ya no quieres estar conmigo? ¿Te diste cuenta
que soy un desastre? ¿No puedes lidiar conmi...?
— ¡Eres tú! —Cerró los ojos, buscando las palabras
correctas que quizás le hicieran comprender—. ¡Tú eres el
que no está listo para esto! No lo entiendes, tampoco creo
que lo hagas ahora. Pero no estoy dispuesto a soportar que
me alejes cada vez que te sientas confundido.
Jimin jadeó indignado. ¿Ahora era su culpa? Jodidamente
no podía ser cierto. No estaba dispuesto a tolerar que le
hiciera sentir culpable. Suficiente había tenido con un mes
entero. Ahora quería efectivamente gritar de cólera.
— Bueno, dejaría de sentirme confundido si fueras
realmente sincero conmigo.
— ¿Si fuera sincero contigo? —Jeongguk bufó una risa—.
Podrías ayudarme a intentarlo en vez de escapar, entonces.
¿Crees que no me doy cuenta? Siempre hay cosas que te
molestan, pero eres incapaz de decirlo. ¿Quieres que
cambie? —Bramó, acercándose—. ¡Entonces sé
jodidamente sincero tú también! No soy un puto adivino,
Jimin. Jamás he podido leerte, no exijas más de lo que puedo
darte.
Estaban equivocados. Ambos. Pero de pronto, ninguno
quería ceder, porque tenían sus razones. Estaban heridos
mutuamente y sólo deseaban ganar una tonta pelea.
— ¿Y por qué tengo que ayudarte? ¡Puedes tomar la
iniciativa y ser sincero sin importar qué haga!
— ¡¿En qué he fallado, entonces?! ¡Dime, porque
jodidamente no lo sé! ¡No sé por qué de pronto te alejaste,
simplemente te fuiste y te negaste a arreglar cualquier cosa
que hice mal!
Fue un grito desgarrador que forjó cientos de miradas
curiosas sobre ellos. Eran conocidos, después de todo. El
malote de la facultad que había sido cautivado y atrapado
por el malcriado. De pronto, resultaba más fascinante saber
el motivo de su discusión que centrarse en sus propias vidas.
La posibilidad de Jeon Jeongguk nuevamente soltero
parecía brillar mucho más ahora.
— ¡Me molesta que no me des mi lugar frente a los demás!
—Sí, finalmente lo dijo y supo que no sería capaz de
detenerse ahora—. ¡Me hiciste sentir como la mierda
cuando Seokjin me atacó! ¡Y no hiciste nada! ¡Simplemente
te quedaste parado, mirando y oyendo las malditas cosas que
me decía!
El descubrimiento pareció iluminar el rostro contraído de
Jeongguk. Dejando de lado la expresión defensiva que su
cuerpo sostenía, se mantuvo de hombros caídos, odiándose
a sí mismo por no verlo antes. Pero había una explicación.
Una verdad que si salía de su boca, no habría vuelta atrás.
Nunca.
— Mierda... —Fue todo lo que dijo a cambio, porque no
sabía qué decir. Avergonzado, rascó su nuca.
— Sí. Mierda —Jimin boqueó, ahogado por la verdad. Triste
por el recuerdo que aún pesaba—. Y no tienes ni puta idea
de cómo me sentí cuando te atreviste a defenderlo.
Preguntarme cómo me sentía al respecto habría estado bien,
¿Sabes? Pero tú decidiste ignorarlo, ¿Podría entonces
decirte cómo me sentía en ese momento si todo lo que sentía
era vergüenza? ¡Fui humillado y tú no hiciste nada!
Exacto, Jeongguk reparó. Él debió detener a Seokjin desde
que le vio parado allí, correspondiendo a la mirada turbada
que Jimin le dirigía. Él debió detenerle cuando su primer
intento fue dañar al chico que amaba. Pero entonces sería un
gran alboroto. Jeongguk sabía que sería forjado a elegir.
Simplemente no podía. Porque... Porque Seokjin...
— Perdón —Jeongguk exhaló—. Perdón por no haber
hecho nada, por dejarte solo en una lucha que no entendías.
Perdón por no haberme asegurado de lo que pensarías a
continuación. Pero estaba nervioso, no lo veía hace más de
dos años y me bloqueé. Y sé que no es una excusa, pero...
— ¡Y luego está la estúpida de Soojin! —Jimin ni siquiera
había reparado en sus palabras, yacía en un estado de
ebullición tan repleto que si no decía todo lo que había
callado, sería terrible—. Me jodidamente molesta que vayas
cada vez que te necesita. Luego viene a mí y comienza a
jugar con mi mente. Su amabilidad me hizo sentir tan
culpable que el simple hecho de imaginarme junto a ti me
hizo sentir asqueado. Lucía tan segura de sí misma respecto
a lo que tú y ella tenían y...
El silencio se propagó como la densa escarcha gélida que
caía sobre sus hombros. Un dulce gemido abandonó los
labios de Jimin al sentir la boca de Jeongguk sobre él,
entrometiéndose, forzándole a abrir los labios. Jimin se
entregó gentilmente, absorbiéndolo con la misma necesidad
famélica. Enrollando los brazos alrededor del cuello de
Jeongguk, quiso obtener cada centímetro que les separaba.
Finalmente era todo lo que quería.
— Bastas, ¿Sí? —Jeongguk murmuró, uniendo sus
frentes—. Acabemos con toda esta mierda. Sé mío de nuevo.
Regresa.
Jeongguk podía con ello. Besando una vez más los labios de
Jimin, sonrió sobre ellos. La culpa ya no pesaba tanto. Había
sido una gran discusión que pudo haberlos alejado para
siempre, pero el contexto era igual de estúpido que ellos dos
tratando de pelear. Jimin quería que le diera su lugar. Él lo
haría. Todos los días. A cada segundo. Sería tan jodidamente
empalagoso que suplicaría por alejarlo.
— No rompas mí corazón, Jeongguk. Lo que tengo ahora es
tan poco y si te atreves a arrebatármelo, no sé qué haré con
mi vida.
Empuñando la chaqueta entre sus manos oscilantes, Jimin
escondió el rostro en el hueco de su cuello, absorbiendo la
esencia de agua fresca que siempre le volvía cálido.
Jeongguk envolvió sus brazos alrededor de él y solo quiso
ronronear. Se sentía bien. Se sentía nuevamente en casa.
Ellos estarán bien, Jeongguk prometió. Lo haría feliz. Le
daría todo lo que quisiera sin importar qué. Porque
Jeongguk estaba dispuesto a matarse a sí mismo antes de
permitir que le arrebataran a Jimin de su vida.
Jimin nunca más sería ese niño desolado. Ahora lo tenía a él
y eso bastaba. Era suficiente. Sujetándole el rostro entre sus
grandes manos, le miró. Y luego continuó mirando.
Entonces lo miró un poco más. Obsesionado. Enamorado.
Demente. Sediento.
— Lo que diga Seokjin. Soojin. El mundo. No importa —
Deslizó las yemas de sus pulgares por sus labios, rozando el
bermellón que les tiznaba—. Tú y yo sabemos lo que
tenemos. Y es especial. ¡Dios! Es jodidamente especial. Lo
sientes, ¿Verdad?
— Es estremecedor —Jimin concordó—. Me vuelve loco y
me hace sentir tan aterrado.
Ellos tenían esa magia. Era conmovedora, a veces. Ese rocío
apacible que les mantenía la mente en calma. Lejos del caos.
Un simple destello que les provocaba ver que con solo dos
en ese mundo creado, sería perfecto. Pero era tan
hambrienta, también. Ese apetito voraz que les consumía y
entonces no podían sacarse las manos de encima. Y luego
llegaba la peor de todas. Esa necesidad de control. Un
presagio de sufrimientos que ellos mismos creaban con la
sola necesidad de herir, de desquitarse porque simplemente
no podían lidiar con sus propios demonios. Y se repetía, una
y otra y otra y otra vez. Sin rumbo. Sin fin.
— ¿Tenemos algo que celebrar? —Taehyung apareció tras
ellos. Creando un globo con la goma de mascar, meneó las
cejas.
Jimin le golpeó juguetonamente el hombro. Mirando de
vuelta a Jeongguk, inquirió con la mirada. Celebrar estaría
bien. Él tenía ganas y alejarse no era precisamente algo que
quería ahora. Le había extrañado. Pero Jeongguk tarareó una
negativa.
— Tengo cosas que hacer —Lanzando una mirada
totalmente seria a Yoongi, le asintió como si hubiese estado
esperando.
— ¿No puedes hacerlo en otro momento? Quiero estar
contigo.
Despejándole el flequillo dorado de la frente con dedos
sutiles, Jeongguk sonrió genuinamente, pero Jimin podía
ver la bruma de preocupación que los volvía opacos. Era una
mirada idéntica a la suya. Jimin quiso saber cuál era su
motivo.
— Te llamaré, ¿Sí? Y hablaremos.
Taehyung se enganchó al brazo de Jimin, comenzando a
tirar de él. Un mohín se situó en los labios de Jimin,
resistiéndose a retroceder.
— ¡No quiero! —Pisoteó el suelo. Como el malcriado que
era, rogó a Jeongguk—. Llévame contigo.
— Vamos, cariño —Jeongguk intentó, picoteándole
continuamente los labios mullidos—. Ve con tu amigo.
Quiere llevarte de compras, no seas maleducado.
Jimin habría aceptado. Eso no era el problema precisamente.
La cuestión recaía en que sabía que algo ocurría. Él podía
jodidamente sentirlo. Definitivamente nada estaba bien. Y
no se quedaría tranquilo.
— ¿Me llamarás? —Jimin resopló, resignado.
— Lo haré.
— ¿Seguro?
— Por supuesto.
— Promételo.
— Lo prometo.
— Promételo con la mano en el corazón.
Bien, Jimin comenzaba a exagerar, pero era parte de su
actitud y estaba bien. Jeongguk estaba absolutamente bien
con eso. Posando la mano sobre el lado izquierdo de su
pecho, sonrió:
— Prometo llamarte.
Había costado alejarlo. Minutos después, Taehyung y
Hoseok caminaban con una amplia sonrisa sobre sus rostros,
sosteniendo la silueta ofuscada de Jimin situado en medio,
evitando cualquier movimiento en falso que le llevara de
vuelta a Jeongguk.
Taehyung y Hoseok parloteaban sin parar, ignorando los
suspiros excesivos que Jimin exhalaba con la intención de
llamar su atención. Recorrerían todos los pasillos del centro
comercial sin excepción. Comprarían abrigos, maquillaje y
algunos zapatos. Se llevarían la mayor cantidad de lencería
provocativa y finalizarían en un club para emborracharse.
Sí, todo estaba definitivamente planeado entre ambos.
Hoseok y Jimin sobrepasaron la silueta erguida de Taehyung
buscando dentro de su bolso. Girándose para ver qué le
detenía exactamente, Jimin frunció el ceño al juego de llaves
que sostenía en su mano.
Una idea vagó fugas, pero era imposible, entonces Jimin la
apartó tan veloz como llegó. Eso hizo de la sorpresa una
verdadera fascinación segundos después. Un suave carmesí
pigmentó las mejillas de Taehyung. Su sonrisa se volvió tan
amplia cuando presionó la alarma en la llave,
desbloqueando las puertas de un Land Rover Discovery
Sport. Era enorme. Jimin quedó completamente hechizado
con el intenso rojo que le atravesaba.
Sus pies se desplazaron por instinto. Con la mirada
pasmada, Jimin patinó las yemas de sus dedos sobre la
pintura reluciente. Era realmente toda una belleza.
— ¡Jodida perra suertuda! —Hoseok exclamó, lanzándose
a los brazos de Taehyung.
Jimin alzó ligeramente la mirada, observándoles
silenciosamente, adornando aún sus bonitos labios con una
sonrisa. Él estaba feliz, claro que sí. Se sentía dichoso por la
felicidad de su mejor amigo, pero ahí estaba ese sentimiento
otra vez. Jimin no quería sentirlo, se había prometido a sí
mismo que dejaría de entrometerse en la vida íntima de
Taehyung. No era su problema. Pero Kim Taehyung era su
hermano, entonces jodidamente era su problema.
Taehyung se aproximó a él con pasos tímidos. Entrelazando
las manos frente a su regazo, esperó paciente. Estaba
cohibido, Jimin podía notarlo. Pero el miedo que brillaba en
sus ojos almendrados era más fuerte. Exacto, Taehyung
temía su reacción. Él había esperado el alboroto que armaría
al ver semejante monstruosidad ostentosa.
Era algo especial, Jimin supuso. Una meta que había
canalizado durante años. Se estaba realizando y todo lo que
Taehyung había deseado era simplemente salir adelante.
Hacerlo malditamente bien. Jimin sonrió. Claro,
deslumbrante. Abrió los brazos y atrajo a Taehyung en un
efusivo apretón. Sincero, satisfecho.
— ¡Oh por dios! —Jimin clamó, sosteniendo a Taehyung
del rostro—. ¿Esto es realmente tuyo? —Girándose frente
al auto, silbó—. Jodida mierda, Tae. Es alucinante.
— ¡Ven! —Taehyung lo tomó de la mano. Abrió la puerta
del copiloto y lo metió dentro. Tomando su sitio sobre el
asiento del conductor, acarició el volante—. Es enorme, ¿No
crees?
Jimin inhaló el característico aroma a limpieza. A nuevo,
moderno. El tapis era de cuero y portaba cientos de botones
que no se molestaría en averiguar para qué eran.
Simplemente gozó.
Fue realmente extraño observar a Taehyung conducir a
través del pueblo. Su aura era diferente. Pero un diferente
bueno. Buenísimo. Jodidamente buenísimo. Kim Taehyung
siempre fue elegante. Estiloso. Contenía un brillo especial y
merecía ser el centro de atención, porque había nacido para
serlo. Ahora ese chico brillante y estiloso había crecido y
Jimin finalmente lo había notado. Era ahora todo un
hombre. Imponente, vigoroso. Fino. Y malditamente
atractivo. Dios... Jimin de pronto no pudo quitar los ojos de
sus firmes brazos. Sus manos grandes sujetando el volante,
donde en su muñeca derecha descansaba el precioso Rolex
dorado. Ese suéter beige le quedaba tan bien.
— ¿En qué piensas? —Taehyung sonrió, sin apartar la vista
de la carretera.
Vislumbrando una sonrisa coqueta en su perfil, Jimin
percibió su rostro arder. Un rojo furioso, tan potente que
fácilmente podría mimetizarse con el color del auto. Apartó
bruscamente la mirada, posándola en algún punto del
frondoso bosque que sobresalía.
— ¡Nada! —Balbuceó nervioso, como si hubiese sido
atrapado haciendo algo realmente terrible—. No es nada.
Asomándose sigilosamente desde los asientos traseros,
Hoseok posó una mano sobre el hombro de Jimin.
Acercando su mejilla hasta rozarle el rostro, bisbiseó
juguetón:
— No creas que no te pillé. Cochino.
Jimin boqueó, fingiendo indignación. Confirmando que
justo ahora yacía completamente abochornado, se volteó
para darle a Hoseok un zape en la frente por bocazas y
metiche. No era que había hecho algo realmente malo,
¿Verdad? Él solo estaba resaltando lo atributos que nunca
notó en su mejor amigo, nada más. ¿Verdad? ¡¿Verdad?!
Verdad.
Sobándose la piel lastimada y rojiza, Hoseok recostó la
espalda en su sitio. Pero inconforme, continuó fastidiando a
Jimin, creando sonidos obscenos con su boca, besándose el
dorso de la mano.
Como la clara definición de un gatito ofuscado, Jimin
intentó abalanzarse sobre él, estirando el brazo en un intento
por volver a golpearle. De carcajada clara, Taehyung
empujó su mano sobre Jimin, reteniéndolo en su lugar.
Dejándola sobre su muslo, Jimin reparó cuán cerca estaba
de su polla. Tragando el espeso nudo que le volvía asfixiado,
se animó a mirar a Taehyung con las mejillas ardiendo. Dios,
esto jamás había pasado antes, Jimin suspiró mentalmente.
Ellos eran realmente cercanos y ese tipo de contacto nunca
resultó ser un problema. ¿Cuál era la diferencia ahora? Él
estaba siendo duramente paranoico.
Forzándose a dejar de pensar en tonterías, situó su propia
mano sobre la de Taehyung. Jadeó cuando notó cuán
desiguales eran. Taehyung tenía dedos largos. Muy, muy
largos y suaves. Vaya, pensó al tocarlos, eran realmente muy
suaves.
Entrelazando sus dedos, Taehyung las alzó juntas,
llevándosela a los labios, depositando un meloso beso sobre
su dorso, guiñándole un ojo al sonreírle. Echando un vistazo
por sobre su hombro, Jimin frunció el ceño a Hoseok, quien
movía constantemente las cejas, simulando un besuqueo.
— Idiota —Jimin gesticuló.
El centro comercial era una masa de personas deambulando
por doquier. Los tres caminaron de la mano, con el más
pequeño en medio como de costumbre. A pesar de ser
aniñado y malcriado, ellos sabían que Jimin siempre
necesitaba ser protegido. Y aunque se quejaba al respecto,
silenciosamente siempre lo disfrutaba.
¿Por dónde empezar? Ese era el verdadero problema ahora.
Taehyung lucía bastante animado, mirando de un sitio a
otro. Su objetivo era obtener lo más caro. Jimin palideció al
ver su tarjeta de crédito negra al pagar un par de camisas que
había conseguido en Wilkes Bashford.
Hace algunos años todo había comenzado con la ropa de
marca. Y estaba bien. Trabajaba duro y Jimin era demasiado
ingenuo para ese entonces. O quizás se debía al hecho de
que Taehyung siempre intentó distraerle. «En la cafetería me
pagan realmente bien. Y la propina es muy buena.
Privilegios de ser un chico apuesto y amable como yo», le
había dicho la primera vez que Jimin preguntó.
Taehyung vivía solo y sus gastos comunes no sobrepasaban
lo normal. No tenía a nadie más en quién gastar su dinero.
Él podía darse esa clase de lujo. La duda se acrecentó
cuando con ello, comenzaron aparecer los muebles
ostentosos. La enorme televisión en la sala y en su
habitación. «¡Oh! ¿No lo sabías? Me ascendieron hace unas
semanas. Me pagan mucho mejor ahora», esa había sido su
explicación cuando Jimin volvió a preguntar.
Durante mucho tiempo Jimin había luchado con el impulso
de seguirle, ver realmente si trabajaba en la cafetería que
siempre señalaba, hablar con el jefe y preguntar. Pero la
simple idea le hacía sentirse asqueado de sí mismo. ¿Qué
clase de persona era para no creer en las palabras de su
mejor amigo? Taehyung jamás le mentiría. Esa clase de
argumento recibía cada vez que pensaba al respecto.
Confiar. Todo estaba en la confianza.
Pero él le mentía a veces a Taehyung. Le mentía incluso
ahora, haciéndole creer que estaba limpio y que no era
adicto a las anfetaminas. Le mentía acerca de las pastillas
que llevaba escondidas en algún lugar de su mochila.
Entonces, ¿Por qué Taehyung no mentiría también? Todo el
mundo guardaba secretos, ¿No?
Luego se trató de notar que Taehyung siempre llevaba
dinero consigo. Ninguna vez, desde que le conoció, escuchó
a Taehyung quejarse sobre la falta de dinero. Incluso si en
aquellos tiempos no trabajaba. «Mis padres adoptivos me
envían dinero mensual. Están preocupados», esa vez Jimin
no había preguntado, pero quizás Taehyung vio la duda
palpitar a través de sus esmeraldas. Entonces hace meses,
fue el ostentoso Rolex de oro. «Pedí un préstamo, ¿Sí? Un
jodido préstamo para darme un merecido lujo», esa vez
Jimin había insistido mucho más que otras veces, porque
esta vez le hizo saber que no se convencería tan velozmente.
Ahora era el auto. Y con ello, una jodida tarjeta negra que ni
siquiera Jeongguk había podido conseguir. El helado que
habían tomado hace rato se revolvió en su estómago y Jimin
se llevó una mano a la boca evitando vomitar allí mismo.
Ignorando la consternación de Taehyung al verle correr
hacia la salida, Jimin se presionó contra la pared de la tienda,
respirando desigual. Una bruma de confusión le cegó y supo
que si no se detenía tendría un ataque de ansiedad.
Qué sucedía. A qué se dedicaba realmente su mejor amigo.
¿Era estafador? ¿Se había robado esa tarjeta? ¿Delinquía de
algún modo? ¿Vendía drogas? Era lo más probable, después
de todo. ¿Con qué explicación saldría ahora si Jimin se
atrevía a preguntar una vez más? ¿Sería tan creíble como
todas las demás? ¿Finalmente le diría la verdad?
Dentro del bolsillo de sus jeans, su celular comenzó a vibrar.
Barriendo el dedo sobre la pantalla, notó las constantes
llamadas que había recibido de Yoongi, Jackson y JB. Lo
había silenciado. Y por un momento, su felicidad era tal que
se había olvidado del mundo cruel. Solo bastó leer los
nombres para saber a qué se debía. Había ocurrido antes,
solo que esta vez, pesaba mucho más por alguna razón.
Como un acto de mecanismo que estaba lo suficientemente
arraigado a él, buscó entre sus contactos, marcando a
Jeongguk. La respuesta no llegó en ningún momento, quedó
paralizado cuando la voz programada le daba la señal para
dejar un mensaje después del pitido.
Él no estaba loco. Jodidamente nunca estuvo loco. Una tarde
entera sintiendo que algo no andaba bien, que no debía dejar
a Jeongguk. Él no había rogado por nada, no fue el simple
hecho de hacer berrinche cuando suplicó que le llevara, era
su corazón gritándole que no lo dejara solo.
Su siguiente opción fue Yoongi, pero estaba ocupado.
Hoseok bloqueando su capacidad visual le dio a entender
que era él el motivo. Hablaban. Lucía nervioso y se pasaba
la mano por el cabello en un movimiento constante, acto que
hacía cada vez que estaba desconcertado. Caminaba de un
lugar a otro y aseguraba algo.
— ¡Aquí estás! —Jimin se sobresaltó con los brazos de
Taehyung tocándole—. ¿Estás bien? Luces enfermo.
Si tan solo Taehyung supiera. De pronto, Jimin se rehusó a
mirarlo a los ojos, manteniéndose cabizbajo. Era
desconcertante después de todo lo que había imaginado.
Una teoría que no se detendría tan fácilmente. Su tacto
incluso se había vuelto repulsivo.
Boqueó una respuesta, pero Hoseok trotando hacia ellos le
forzó a sollozar, porque sabía que algo había ocurrido y el
nombre de Jeongguk saldría de su boca en cualquier
momento.
— Tenemos que irnos —Exigió sin aire, sin decir
absolutamente nada más.
Ellos se aproximaron al estacionamiento y se subieron al
auto tan rápido como sus pies y las bolsas de compras le
permitieron. Jimin no podía controlar el gorgoteo de
preguntas que se querían deslizar de su lengua, pero durante
todo el trayecto Hoseok no dejó de mantenerse en contacto
con Yoongi.
Jimin intentó crear distintos escenarios. Repetir las
ocasiones donde se vieron obligados a hacer exactamente lo
mismo. Y cada vez que Jimin llegaba al encuentro, entonces
estaba Yoongi. Era el más cercano a Jeongguk, después de
todo. Él sabría cómo calmarlo, ¿Verdad? Lo que sea que
estaba ocurriendo, Jeongguk estaría bien, ¿No? Porque
Yoongi no lo permitiría. Él jodidamente amaba a su mejor
amigo con su alma y siempre lo protegería.
Aproximándose a Jimin, Hoseok le pasó bruscamente el
teléfono, ladrando nerviosamente que Yoongi necesitaba
hablar con él.
— Soy Jimin —Dijo con un hilo de voz, apretando el
aparato para que no resbalara de sus dedos húmedos y
oscilantes.
Había un alboroto desde el otro lado. Jimin lo oía difuso.
Voces, muchas voces. Pasos, también. Muchos pasos
apresurados, como si corrieran. Y luego una clase de
forcejeo. Suplicas que se volvían gritos. Vidrios
quebrándose. Jimin chilló.
Se sintió mareado por la situación que cada vez se cernía
más sobre él. La confusión del extraño auto. La extraña
sensación de advertencia. Luego el inminente y vago
descubrimiento de Taehyung. Saber que Jeongguk estaba en
peligro solo le forzó a sentirse mareado.
Abriendo torpemente la ventana, Jimin inhaló el aire fresco
con grande bocanadas. Inhalando y exhalando de manera
variada. Ignorando el contante repiqueteo en sus sienes, se
llevó nuevamente el teléfono a la oreja temiendo cada vez
lo peor. El bullicio al otro lado no disipó cuando habló:
— Yoongi —Suplicó—. ¿Dónde está Jeongguk?
— Estamos en su departamento —Se oía exaltado—. Te
necesitamos. Está fuera de control. Él discutió y se peleó
con Seo...
Se detuvo abruptamente. Expectante, Jimin se removió en
la orilla de su asiento, como si el solo hecho de hacerlo haría
que Yoongi continuara más rápido. Lo escuchó murmurar
un par de maldiciones a sí mismo porque estuvo a segundos
de cometer un gran error.
— ¡Yoongi!
— ¡No sé qué hacer, ¿Sí?! Nunca en mi vida lo había visto
de aquel modo y no... ¡Mierda! Simplemente no puedo con
esto solo. Él te escucha, sé que lo hará, por eso necesito que
vengas... —Gimoteó y el solo hecho de escuchar que esta
vez no era capaz de controlar sus propias emociones como
el chico tosco que a veces era, hizo que Jimin se quebrara—
. Te necesito, Jimin. Por favor, ven rápido.
Y el problema era tan grande como sopesó que sería. Yoongi
era su esperanza. Era de algún modo la fortaleza que
necesitaba para enfrentarse a lo desconocido. Ahora no
había nada. Solo un par de señales de fortaleza perdida para
enfrentarse a lo peligroso. A lo inusual. Tal vez era un nuevo
reto. Una prueba del destino donde debía demostrar si
realmente era merecedor de alguien como Jeongguk.
Alguien que fuera lo suficientemente resistente ante esa bola
firme y destructora. Demoledora y devastadora.
— ¿Está... Está drogado? —Jimin intentó por un camino
firme, sabía cómo comenzar desde allí.
— ¡No! ¡Joder, no! —El sonido de una ventana haciéndose
trizas le hizo saltar. Yoongi comenzó a explicarse cada vez
más rápido—. Él estaba bien. Nos habíamos reunidos con
un tipo e iniciaron una charla tranquila. Luego todo se
volvió negro, solo un parpadeo y Jeongguk estaba sobre él,
golpeándolo. Quiere regresar, intentamos impedir que salga
otra vez porque...
Yoongi comenzó a forcejar y luego el teléfono impactó
contra el suelo. Un huracán de gritos de escuchó a
continuación. Jimin oía su voz nítida gritando a los demás
impedir a Jeongguk encerrarse en su habitación.
De pronto, Jimin vislumbró la esquina que señalaba el
enorme edificio donde Jeongguk residía. Se bajó cuando
Taehyung se detuvo en un pare y corrió ignorando el grito
histérico que exigía regresara. A la mierda, él tenía que
llegar. ¡Ahora! ¡Malditamente ahora!
Con el rostro bañado en lágrimas, apretó los ojos cuando el
frío y la exigencia de moverse más rápido quemó su
garganta. Se obligó a sí mismo sobre sus pies, tropezando
bajo el umbral de la entrada. El conserje se apresuró a
ayudarlo. Fue demasiado tarde cuando Jimin se alzó,
presionando constantemente el botón del ascensor.
— ¡Vamos! —Bramó, deslizándose hacia los demás,
creando el mismo patrón compulsivo. Entonces comenzó a
patearlas—. ¡Mierda! ¡Mierda!
El tiempo era escaso. Jeongguk era capaz de todo. Si algo le
ocurría, si Jeongguk era dañado Jimin no sabría qué hacer
con su vida. Cientos de imágenes escalofriantes le estaban
volviendo demente. Sangre era todo lo que podía visualizar.
Incluso creyó que podía olerla. Era la misma que emanaba
del cuerpo de su hermano. Ese líquido bermellón, espeso,
repulsivo.
Las puertas del ascensor se abrieron y Jimin ingresó entre
arcadas, ignorando los gritos constantes de sus amigos
aproximándose. Sentirlos a su lado justo ahora no ayudaba
en nada. Jimin no estaba precisamente interesado en ellos.
En ninguno de ellos.
Corriendo por el pasillo, la puerta del departamento yacía
completamente abierta. Trotó hacia la sala y la mirada
penetrante de Kim Seokjin le detuvo. No esperaba verle,
Jimin pudo notarlo en el desprecio inminente que se formó.
Atraído por los alaridos en el segundo piso, Jimin se abrió
paso hasta las escaleras, sintiendo como Seokjin y sus
amigos le seguían.
— ¡Abre la maldita puerta, Jeon Jeongguk! —Yoongi le
amenazaba, lanzado patadas a la madera—. ¡Te voy a
destrozar, hijo de puta! ¡Te haré papilla si no abres esta
mierda! ¡Abre!
El grito feroz que despegó de sus labios sobresaltó a todos.
Se había desgarrado la garganta. Normalmente era el más
sosegado de todos. Incluso aburrido. Verlo en ese estado era
petrificante. Para cualquiera. Llevaba el cabello alborotado
y su rostro se contraía en rabia pura, tiznándolo
completamente rojo.
Eso solo significaba lo peor. Había perdido la batalla y él
sabía que, lo que vendría a continuación, sería tan arrasador
como un misil. Echándose hacia atrás, Yoongi empujó
bruscamente a todos, maldiciéndolos. Enfocó la mirada en
la puerta y luego se abalanzó sobre ella, abriéndola.
Jimin fue el último en ingresar. Se sentía aterrado, porque
sabía que, lo que sus ojos verían, sería aniquilador.
— ¡Jeongguk!
Había sido el grito destrozado de Seokjin quien le forzó a
moverse más rápido. Deslizándose entre los demás más
altos que él, Jimin comenzó a arrastrarse hasta yacer
enfrente.
Barriendo la mirada por el sitio, Jimin se desvaneció cuando
finalmente le encontró. Entonces no lo soportó. Cayó de
rodillas al suelo y vomitó. Sacudiéndose, continuó
vomitando. Y sin parar, vomitó otra vez. Sus ojos
empañados por el desespero de las arcadas no era un
impedimento para verlo.
Allí, frente a todos, arrinconado en la pared, yacía Jeon
Jeongguk. Un hombre tan destrozado que su único suplicio
le llevó a la desesperanza, metiéndose el cañón de una
pistola en la boca. La advertencia era clara. Acércate y
apretó el gatillo.
────────────
PD. Quizás algunxs se sientan enfadados con este Jimin
por cómo se comporta con Tae, pero deben entender que
estamos hablando de un adicto. Y lo peor de todo, es un
adicto que no asume que es adicto, lo cual es mucho peor.
Por otro lado, el otro día leí un comentario respecto a por
qué Taehyung o cualquiera del círculo cercano de Jimin no
intenta ayudarlo. La respuesta es más que clara, de hecho
siempre hago alusión de ello entre líneas. Son drogadictos.
¡Todos! De hecho, compiten por quien tiene la vida/familia
más destrozada. Sus mentes están desbastadas, tienen un
sentido de la vida diferente del resto. Lo bueno es malo y
lo malo es bueno. ¿Creen que si no se amaban a sí mismos
aún, podrán ayudar a alguien que esta incluso peor que
ellos?
Capítulo 33
Vio el reflejo de un sacrilegio desierto. Una profanación
volátil. A través de sus ojos empañados, penetró esa mirada
bañada en lágrimas. Secando el escozor de su boca con el
dorso de su mano, fue difícil discernir el significado de este
momento en el tiempo. Ido en su propia agonía, dudó. Y no
pudo volar alto en el cielo azulado, él simplemente se
estrelló con la sucia tierra, cayendo constantemente por un
espiral desigual.
La silueta de ese chico persistió en su memoria. Porque ese
chico estaba destrozado y lucía aterrado. Ese chico se
aferraba al tallo de una pistola como si fuese a sujetar su
propia vida. Era su chico. Y su chico estaba sufriendo.
Fue suficiente para traerse a sí mismo de vuelta. Bebiendo
en grandes sorbos el soplo que careció, se alzó sobre sus
pies, tambaleándose. Entonces había un objetivo ahora.
Necesitaba sortear la amenaza. Avanzar con una silueta
queda y vencer cualquier tipo de transe que parecía
consumir a Jeongguk.
Él había vencido muchas cosas en Jeongguk antes. Simples,
pero significativas. Había encontrado el modo de sosegar
una pesadilla a media noche. Crear y tejer un sendero por su
piel, buscando los puntos que le ayudasen a permanecer
plácido. Había aprendido a moldear su voz en un dulce
susurro pacífico cada vez que su ira no parecía tener
compostura. Conseguir que hablara lo que a veces callaba
mediante un fijo mirar, batiendo sus largas pestañas
empalagosamente. Sosegar el tic en su pierna cada vez que
la necesidad de golpear a alguien era mucho más fuerte
sentándose sobre él, peinándole el cabello azabache hacia
atrás y plantando sutiles besos por todo su rostro.
A veces funcionaba. Otras veces todo lo que parecía querer
hacer en él era completamente imposible. Jimin se sintió
asustado al respecto. ¿Cómo sería ahora? ¿Siquiera lograría
acercarse antes de escuchar el estallido y ver con excesiva
nitidez cómo trozos de sus sesos tatuaban la blanca pared?
Una mano pesó sobre su hombro y Jimin volteó, hallando la
angustia plasmada en el rostro de Yoongi. Era extraño,
supuso de algún modo. Como los más fuertes tenían un
sentido de debilidad hacia alguien. Un alcance y un motivo
para mantenerse aferrado a ese sentimiento de temor cuando
el peligro sondeaba a través. O tal vez no eran tan fuertes,
después de todo. Asumiendo una falsa imagen que dejaba
ver lo que en realidad eran. Más débiles que el propio débil.
Comprendió de pronto. Había imaginado la pared segura
que Yoongi representaba para él. Pero en realidad no era así.
En este momento y quizás siempre, quien era la pared
protectora siempre fue Jimin. Porque no existía otro modo.
Yoongi le necesitaba tanto como él le necesitaba a veces,
cuando Jeongguk perdía el control y solo quedaba esperar.
Entre ambos algo sólido se había creado. Una protección
continúa. Hoy eres tú. Mañana seré yo. Algún día seremos
ambos. Cualquier hecho que provocara que ese chico
destruido en frente de ellos no saliera dañado.
Jimin se atrevió a dar el primer paso, ignorando los
murmullos aferrados al peligro que ese mínimo detalle
pudiese causar. A mitad de camino, supo que no había vuelta
atrás. Retroceder sería incluso peor que avanzar.
Había temido en diferentes lapsos de su vida. Siempre fue
asustadizo, pero su razón de obstinación constantemente le
animaba a acercarse, codicioso por lo que obtendría cuando
el martirio finalizara. Era un maldito chico de diecinueve
años que se obsesionaba por las malas decisiones, llegar a
Jeongguk y esperar qué pasaría no haría ningún cambio a
cuando sabía que ingerir drogas sería el peor error de su
vida. Pero él simplemente lo hizo, igual que se apresuró a
ese cuerpo oscilante cada vez más cerca.
De manos tensas, con todos sus dedos estirados, como si el
solo hecho de siquiera moverlos sería catastrófico, Jimin
cedió ante su última marcha. Dos pasos. Solo dos jodidos
pasos y sería el final. Vislumbrando su propia sombra bajo
sus pies, comenzó a agacharse hasta yacer de rodillas.
Verlo de ese modo solo empeoró. Él jamás podría lidiar con
la imagen que sus esmeraldas apresaban. Porque su chico...
Su chico siempre había sido la persona más fuerte. La
persona más valiente que había conocido en su vida. Era
aniñado, turbulento, maleducado. Y constantemente hacía lo
que le diera la gana. Rebelde como él solo podía serlo.
Entonces ver esa figura malograda, esa facción cansada,
rota. Fue devastador.
El sudor perlaba la frente de Jeongguk. Un sudor frío. La
irritación alrededor de sus ojos le hacía lucir enfermo,
desquiciado. Jimin luchó con el impulso de despejarle las
finas hebras que se le pegaban a la piel por el esfuerzo.
Cuando Jeongguk no correspondió a la cálida mirada que le
entregaba, supo que estaba ido. Echando la cabeza hacia
atrás, Jeongguk miraba el amplio techo con las lágrimas
desbordantes. Luego parpadeaba, murmurando palabras sin
sentido a medida que se golpeaba levemente la nuca contra
la pared, cambiando de sentido para enfocarse en la luz que
ingresaba por la ventana. Eso rompió el corazón de Jimin.
Jimin nunca pensó que alguna vez sucedería, pero en este
momento él odiaba observar los ojos de Jeongguk. Porque
el dolor allí era palpable, tan jodidamente notorio que se
colaba a través de sus huesos y dolía también.
No pudo soportarlo, se derrumbó y lloró. Cuando un gemido
abandonó su boca, Jimin se cubrió los labios con el dorso de
la mano, quejándose en silencio en un intento por no
perturbar todo lo que había conseguido hasta ahora.
Ahogándose con un sollozo, pestañeó las lágrimas que le
nublaban la vista, limpiándose velozmente el rostro con la
manga de su sudadera. Sorbiendo por la nariz, ensayó una
sonrisa, una que a través del duro intento resultó una figura
desigual.
— Hey —Comenzó. Un saludo suave—. ¿Me oyes?
¿Puedes oírme? Soy yo, ricitos. Tu ricitos.
Anunciar lo que le llevaría a obtener algo, retuvo la
respiración al notar cómo ante la mención del apodo,
Jeongguk cerró bruscamente los ojos. Luchaba con algo,
Jimin podía percibirlo en el modo en que fruncía las cejas y
apretaba la mandíbula.
Con las piernas abiertas y flexionadas, Jeongguk recargó los
codos sobre sus rodillas. Sujetando duramente la pistola,
rozó el cañón con la nariz, meditando, analizando qué hacer
a continuación.
— Ellos no comprenden —Jeongguk inició con un claro
bisbiseo—. Ellos jamás podrán entenderlo. Yo era
demasiado joven, pero ellos insistían —Echó la cabeza
hacia atrás, mirando el techo. Un gemido de desconsuelo le
hizo temblar—. Tenía miedo... Yo no quería... Pero fue mí
culpa. Todo esto es mi culpa... Mi culpa... Mi culpa... Mi
culpa...
El frío inminente en el pardusco de sus fanales fue
engañoso. Las alucinaciones se lo estaban devorando. Jimin
debía continuar. El tiempo se consumía con suma avaricia y
lo peor se sentía cada vez más cerca.
— Lo sé. Lo sé, mi amor. Pero aquí estoy, ¿Sí? —Dejando
sucumbir las lágrimas que resbalaban por el contorno de sus
mejillas, sorbió por la nariz, acercándose un poco más, hasta
rozarle los brazos con las manos—. Te voy a cuidar. Lo
prometo.
Algo cambió, entonces. De pronto, Jeongguk dejó de estar
rígido. En un impulso por luchar contra sus emociones,
afianzó el agarre sobre el arma, sobresaltando a Jimin. Pero
Jimin no desistió, él continuó con su apacible tono de voz,
advirtiéndole que así sería, él no le abandonaría.
— Déjame cuidarte. ¿Me dejarías hacer eso por ti? —Jimin
continuó, penetrándole el alma con un mirar marchito,
empañado, pero creando una pequeña sonrisa optimista—.
Así como cuando tienes pesadillas. Me recuesto a tu lado y
te acaricio el cabello, tarareando algo improvisado para ti
hasta que logras volver a dormir. ¿Lo recuerdas?
Jeongguk asintió finalmente, inhalando profundamente a
medida que cerraba los ojos. Jimin pareció brillar al respecto
y quienes le observaban en completo silencio ahogaron un
jadeo. Estaba funcionando.
— Sí, lo recuerdas —Jimin le apremió, como si se tratase de
un niño pequeño asustado—. Entonces, mi amor, lo primero
que haremos, será dejar esto en el suelo, ¿Está bien?
Señalando el arma, Jimin se atrevió a sujetar el cañón,
atrayendo consigo el rostro de Jeongguk que se negaba a
separarse de él. Incluso si Jeongguk la sostenía, se sintió
pesado en su mano también. El frío del metal se propagó y
Jimin contuvo la respiración, deseando apartarse, temeroso
por estar frente a un objeto tan peligroso.
Entonces se miraron fijamente, quedándose completamente
quietos por un par de segundos. Jeongguk parpadeó las
constantes lágrimas que se desbordaban. Debatiéndose,
preguntó:
— Y si te muestro mi lado oscuro, ¿Me abrazarás esta noche
todavía?
El suplicio en su voz solo bastó para que esta vez Jimin no
se contuviera. Y lloró como un niño, hipando sin control.
Jeongguk ni siquiera debería preguntar, porque desde ese
momento se había prometido que así sería. Lo que fuera que
había hecho, el martirio tan poderoso que le había vuelto
loco, no importaba. Estaría allí con él. Para él.
— Todas la noches —Susurró—. Prometo abrazarte todas
las noches sin importar qué. No me iré.
Desnudó sus sentimientos como nunca antes lo había hecho.
Jimin le había abierto su corazón. Le había mostrado su
debilidad y Jeongguk había persistido allí, sin juzgarle, sin
presionarle. Entonces le demostraría que la devoción que
Jeongguk sentía por él, era la misma que palpitaba en su
alma.
Despejando sus dedos del agarre contenido, Jeongguk soltó
el arma y Jimin la sujetó con fuerza, lanzándola detrás de él.
Jimin se abalanzó contra su cuerpo y Jeongguk lo abrazó
duramente, lastimándole con su agarre desesperado,
empuñando sus dedos sobre la sudadera.
Escondiendo el rostro bajo el hueco del cuello de Jimin,
Jeongguk se deshizo en quejidos fuertes. Su pecho
retumbaba ante los espasmos, negando continuamente.
— No fue mi intención. Pero ellos no dejaban de gritar. Me
estaban confundiendo y yo estaba tan asustado, era mi
primera vez. ¡No quería, Jimin, no quería! ¡Por favor
perdóname, perdóname!
Soportando el dolor en el modo que Jeongguk se aferraba a
él, le sostuvo con brazos temblorosos, sollozando en
silencio, porque no cabía en su cabeza, en su imaginación,
la idea de ver a Jeongguk completamente destruido,
llorando de tal modo que se desgarraba la garganta. Era una
tristeza que llevaba conteniendo por años. La última vez que
Jimin había llorado de esa manera tan aniquilante, fue
cuando vio descender el ataúd de su hermano para ser
cubierto por tierra.
— La culpa me carcome —Jeongguk continuó, gimoteando
con la mejilla recargada sobre su hombro—. Todas las
noches. A diario las imágenes se repiten una y otra y otra
vez. No tengo descanso, no hallo algún tipo de tregua. Ellos
simplemente siempre están ahí, en mi cabeza echándome la
culpa.
Desenvolvió a Jeongguk de su abrazo para contemplarle el
rostro contorsionado de amargura. Estaba forzado a ser el
fuerte. Era el soporte ahora. Arropó la humedad esparcida
por la piel enrojecida de su faz, secándola con sus pulgares.
Le limpió la nariz con la manga de su suéter y le peinó el
cabello hacia atrás.
El mundo de Jeongguk se caía a pedazos, simplemente no
podía demostrarle que él estaba siendo afectado también.
No funcionaría de aquel modo. Así que, con toda la dureza
que pudo imponerse a sí mismo, lo jaló de los brazos,
colocándolo de pie.
Echando un vistazo sobre su hombro, notó que el vómito
había dejado de ensuciar el piso y el arma no estaba por
ningún lado. Sujetando a Jeongguk de la mano, decidió que
enfrentarse a los demás estaba bien ahora. Bajo la revelación
de una mirada autoritaria, Jimin les forzó a callar.
— Esperen en la sala —Exigió—. Le daré un baño.
Seokjin fue el más reacio. De mirada afilada, con una
prepotencia que solo su mentón elevado podía indicar,
intentaba advertirle con quién se estaba metiendo. Pero
preocuparse al respecto era algo que Jimin no haría.
Demasiado enfocado en lo que tenía entre sus manos,
tironeó de Jeongguk, guiándolo entremedio de los demás.
La sorpresa ensombreció las facciones de Seokjin tiempo
después, cuando notó cómo Jeongguk se dejaba guiar
cabizbajo tal cual un niño pequeño, limpiándose la nariz con
el dorso de la mano. ¿Quién era exactamente ese mocoso
aniñado y por qué tenía tanto efecto sobre Jeongguk? Pensó
de inmediato.
El sonido del agua abarrotando la bañera era incluso más
nítido ahora a través del silencio. Pero entre ellos la omisión
jamás se trató de un problema. Aguardando en una esquina
del baño, Jeongguk solo le contempló, tímido, vulnerable,
entrelazando sus manos frente a su regazo.
Persistiendo en sus facciones duras, Jimin se movió a través,
obteniendo todo lo que necesitaría. Entre sus manos sostuvo
una pequeña caja con aceites para el cuerpo que había
comprado hace algún tiempo por internet y tarareó al
respecto. Él crearía un baño curativo.
Arrodillándose en el borde de la tina, vertió dos gotas de
aceite de oliva. Tres gotas de aceite esencial de pino. Dos
gotas de aceite esencial de eucalipto. Y dos gotas de aceite
esencial de romero. Barrió el contorno con la mano
sumergida, volteando para escrutar el cuerpo aún oscilante.
Ese baño estaría bien para Jeongguk, le relajaría los
músculos y le ayudaría a dormir.
Acercándose, la prominente figura de Jeongguk creó una
sombra sobre él. Tejiendo un tenue zigzagueo por su pecho,
tiró de la cremallera de la sudadera hacia abajo. Quitándole
la polera por sobre los hombros, reparó en lo fría que se
sentía su piel bajo el roce de sus yemas. Ahuecando con su
mano la silueta del feroz dragón entrelazado en su pecho,
depositó un manso beso sobre un punzante colmillo,
trazando un camino de toques húmedos hasta la extensión
de su cuello. Sujetó a Jeongguk del rostro y lo forzó hacia
un beso dócil, realmente apacible.
— Estarás bien —Susurró sobre sus labios—. Lo prometo.
Jimin no supo si le creyó. Si había algo de verdad en lo que
había dicho, pero el simple gesto de Jeongguk asintiendo le
dio a entender que así sería. Ambos estarían bien desde
ahora en adelante.
Entonces Jeongguk simplemente no pudo dejar de llorar.
Con sus cejas en una postura abatida, las lágrimas
comenzaron a descender, patinando en completo silencio
sobre sus mofletes enrojecidos.
Ignorándole, Jimin se dedicó a deslizarle el cinturón de las
caderas, ayudándole a quitarse el pantalón y el bóxer en su
totalidad. Lo sumergió en el agua pura y tarareó con
complacencia cuando Jeongguk gimió. Sí, sabía que le
gustaría.
Con la misma agilidad sepulcral que sus labios sostenían,
Jimin se desvistió frente a sus ojos hinchados. El pardo
habituado por las curvas que conocía, recorrió cada
centímetro que la ropa iba dejando al contemple.
Desnudo, Jimin se arrimó, situándose detrás de él con las
piernas abiertas. Tomó una cubeta y comenzó a mojarle el
cabello. Sus manos amargas deshicieron las perlas sobre sus
hombros, negándose a contemplar el demonio Oni que
llevaba plasmado en su enorme espalda. Empuñó un poco
de champú, creando ligeros masajes por su cuero cabelludo.
— Estuve tres años en prisión —Jeongguk murmuró.
Con la esponja a medio camino por su grueso brazo derecho,
Jimin se paralizó. Guardó silencio por un momento,
procesando si lo que había oído era real. Si era sincero
consigo mismo, no lo había imaginado. Nunca. Jeongguk
siempre había demostrado saber lo que hacía. Y era perfecto
la mayor parte del tiempo. Ni siquiera temía las
consecuencias.
Frente a la omisión permanente, Jeongguk decidió
continuar:
— Tenía dieciocho años. Era mayor de edad, entonces fui
enviado directamente con los adultos.
De pronto, creyó que tal vez ahí estaba la respuesta.
Jeongguk estaba totalizado con el entorno porque conocía
tanto sus ventajas como sus desventajas. Él era respetado
por esa razón. Su trayectoria delictiva.
— ¿Tráfico? —Jimin intentó.
Algo en su interior rogaba que Jeongguk asintiera, que no
diera paso una circunstancia más terrible del escenario que
comenzaba a plantearse.
— Transportaba cocaína en el maletero —Jeongguk
concordó y Jimin exhaló bruscamente el aire contenido—.
Mi vida siempre se trató de eso, Jimin. Me adiestraron para
ser un delincuente.
Incluso si nunca tuvo opción, a Jimin no le importaba. En
absoluto. Era su forma de vida, le había conocido así y había
aprendido a quererlo del mismo modo. Nada cambiaría la
intensidad de sus sentimientos. Era su vida. Su decisión. Y
la respetaba.
— Está bien —Jimin dijo, depositando un ligero beso en su
omoplato—. Todos tenemos un pasado. Nunca voy a
juzgarte por eso.
Y aunque Jeongguk no hubiese aprendido de él, Jimin no
hacía las cosas mejores, de todos modos. Jeongguk no
debería sentirse avergonzado.
— No lo entiendes —La exasperación hizo de su tono de
voz impaciente—. Hago cosas malas todo el tiempo.
Fomento a que sea de ese modo. Y simplemente no tengo
otra opción.
En un claro desespero por intentar no descontrolarle
nuevamente, Jimin le rodeó, situándose adelante, entre sus
piernas abiertas. Lo sujetó de las mejillas, forzándole a
mirarle.
— Escucha. Todos hacemos cosas malas, incluso si a veces
no querernos. Pero está en nuestros instintos —Sentenció—
. Lo bueno es reconocerlo y hacer algo al respecto.
— ¡Pero yo no lo hago!
— ¡Claro que lo haces! —El aire pareció congelarse.
Suspirando, Jimin deslizó sus dedos por la frente de
Jeongguk, apartando un par de cabellos aislados—. Estás
estudiando y te esfuerzas por hacerlo jodidamente bien.
Entonces dime, ¿Realmente no estás intentando ser mejor
persona?
Tenía sentido, ¿No? Reparó. De otro modo Jeongguk no
hubiese decidido estudiar absolutamente nada, abastecerse
de lo que ganaba, y era un dinero malditamente bueno. Pero
Jeongguk había decidido ser alguien más allá de un instinto
corrupto. Eso le daba una accesibilidad a la vida demasiado
creíble.
La vida luego de prisión era un caos. Ellos eran juzgados
toda la vida por haber cometido un delito. Y aunque era
malo, en el fondo eran personas también. Personas que
amaban. Personas con sueños y esperanzas. Personas con
necesidades. Personas que necesitaban surgir, que les
enseñaran a hacer lo correcto. ¿Cómo podrían entonces si
nadie les daba una oportunidad? Era necesario creer en ellos
cuando no creían en sí mismos. Darles ilusiones y mostrarle
que había un lado bueno de la vida sin la necesidad de dañar.
En las lejanías, donde su mejor amigo Taehyung habitaba,
sucedía constantemente. Como un maldito legado sin fin.
Eran seres cuya sociedad les había cortado las alas. Por su
apariencia, por su escasa experiencia, por sus estudios
arruinados o por los estudios que nunca pudieron obtener.
«¿Hasta qué año académico llegaste?» «¿Has trabajado
antes? Lo siento, buscamos a alguien con experiencia»
«Eres demasiado mayor» «Eres muy joven» «¿Estuviste en
prisión? Lo siento, queremos a alguien con antecedentes
limpios».
Era así todo el maldito tiempo. Entonces no tenían qué
comer. Cómo alimentar a sus hijos. Cómo pagar la renta. Y
luego estaban esos niños que pronto serían el porvenir,
afectados por las malas decisiones de sus padres que fueron
fomentados por el mismo error de sus propios padres
también. Mala vida que forjaban sobre ellos,
incentivándolos a no ser nadie en la vida. A experimentar
los mismos errores una y otra y otra vez. Chuck, el niño
adicto y su pequeña hermana Samanta, eran parte de ese
sucio sistema. Les enseñaban que no había oportunidad para
ellos. Les educaban para ser conformistas.
Y quizás había un Jeon Jeongguk o un Kim Taehyung en
todos ellos. Alguien que fuese capaz de crear una excepción
y solventar su propio destino.
— Ve con calma —Jimin intentó—. Titúlate y luego elige
qué camino será el que tomes. No recrees fantasías y vive
un día a la vez. Y si ese camino no funciona, a la mierda,
escoge otro, hasta que llegue el correcto, pero no te rindas.
No lo has hecho hasta ahora, ¿Cuál sería la diferencia
esperar un poco más?
Jeongguk parpadeó un par de lágrimas que seguían
arremolinándose alrededor de sus ojos. Jimin se aproximó,
depositando dos besos sobre sus párpados.
— Estarás conmigo, ¿Verdad? Cada vez que quiera caer, tú
tomaras mi mano entonces.
— Así será, lo prometo.
Sentándose a horcajadas, Jimin le rodeó los hombros.
Ladeando el rostro, delineó su labio inferior con su lengua.
Respirando desigual, Jeongguk abrió la boca, dejándole
entrar. Succionándose, perduraron a través del tiempo,
reconfortándose mutuamente.
El agua se había vuelto fría. Enjuagando su boca llena de
dentífrico, sentó a Jeongguk sobre la tapa del retrete,
secándole el cabello. Cogió su cepillo dental, obligándole a
abrir la boca para cepillarle los dientes. Le gustaba esa
nueva faceta. Hacerse cargo de Jeongguk en uno de sus
momentos más difíciles le enseñaba cómo tratarlo en el
futuro. Jeongguk se volvía dócil.
Jimin nunca tuvo una responsabilidad aparte de sus
estudios. Desde que tuvo uso de consciencia, la gente a su
alrededor constantemente le cuidaba. Con Jeongguk era
diferente ahora, Jimin finalmente tenía un sentido de
compromiso por alguien. Eso le volvía comprensivo. Mejor
entendedor de su alrededor. Y esperaba que esa confianza
pudiera reformar algo en él.
Jeongguk no quiso vestir ninguna prenda más allá de su
bóxer, había calefacción y él podría caminar por su
departamento sin problema alguno. Tomando prestada una
camiseta y con el cabello aún húmedo, Jimin lo tomó de la
mano, dirigiéndolo a través de las escaleras completamente
descalzos. Debía alimentarse.
La tensión persistió cuando cruzaron la sala. Al verles,
Yoongi se levantó, relamiéndose los labios. Presionando a
Jeongguk por los hombros, Jimin lo sentó sobre el amplio
sillón, entonces Yoongi hizo lo mismo. El silencio se tornó
transigente, una buena señal para animarse a dejarlo solo.
Estaba en buenas manos.
Ignoró la mirada apabullante de Seokjin a través del
ventanal del balcón donde se fumaba un cigarro y encontró
a Taehyung y Hoseok más allá, en la cocina. Rodeando el
mesón donde estaban sentados bebiendo café, Jimin les dio
la espalda. Encendió la cocina, llenó una olla con agua y
vertió una sopa en sobre.
— Entonces... —Taehyung comenzó renuente, a medida
que apartaba los trozos de borde que le había cortado al
emparedado—. ¿Él está bien?
Girándose, Jimin se recargó en la encimera cruzándose de
brazos. No lo había notado hasta ahora, pero se sintió
realmente agotado. Una migraña se avecinaba y cerró los
ojos, deseando consideración.
— Lo intenta —Dijo.
— ¿Podemos hablar con él? —Hoseok sostuvo la taza entre
sus manos, enviando una clase de cobijo que pudiese
apaciguar los nervios que creyó quietos.
Jimin negó, centrándose en el líquido viscoso que
desprendía olor a pollo. Revolvió un poco más, entonces
mencionó:
— Prefiero que no. Aún está nervioso, temo que cualquier
cosa pueda afectarlo.
Sus amigos tararearon en apreciación. Tenía razón después
de todo. Ellos no habían abandonado la residencia por lo
mismo.
— ¿Necesitas ayuda? —Taehyung se ofreció, parándose a
su lado.
— Estoy bien —Sonrió—. Pero me gustaría que le hicieran
compañía, está a solas con Yoongi. Simplemente siéntense
alrededor.
En realidad, Seokjin era el único motivo que le tenía
histérico. Parecía la clase de persona incapaz de respetar el
especio personal y la agonía ajena.
Minutos después, cruzando la sala con un tazón repleto de
sopa, fue el centro de atención. Sigiloso, recorrió con la
mirada, buscando alguna señal que no fuera prudente, pero
todo pareció ir bien. Yoongi le murmuraba a Jeongguk,
haciéndolo reír. Taehyung y Hoseok se mantenían
ensimismados en la televisión y Seokjin procuraba sostener
las cordialidades sentado en el sillón más apartado. Fue que
de pronto, notó la ausencia de Jackson y JB.
Jeongguk se acomodó, palmeándose los muslos para que
tomará asiento sobre ellos. Jimin le peinó el cabello,
sonriéndole. Cogió un poco de sopa con la cuchara,
soplándola antes de guiarla a su boca expuesta.
— ¿Está buena? —Sonrió, escuchando como Jeongguk
gemía complaciente. Abrió su boca nuevamente, exigiendo
más—. Ve despacio, está caliente.
— Normalmente me gustan las de costillas —Jeongguk
confesó después de tragar. Entonces la abrió otra vez.
— ¿Entonces por qué tienes de pollo?
— Quería renovar. Además son rápidas de cocinar —Se
encogió de hombros—. ¿No vas a comer?
Jimin negó. Acomodándose, se sobresaltó cuando Yoongi
sostuvo sus pies descalzos, frotándolos con apego.
— Tus pies son muy bonitos —Jugueteó con su dedo
meñique—. Y muy pequeños.
Entonces comenzó a reír y Jeongguk le imitó. Ellos se
estaban burlando, pero no hubo enojo en absoluto, sin
embargo, decidió bromear también.
— ¡Yah! —Jimin dijo en un tono amenazante, guiando la
cuchara a la boca de Jeongguk—. Son pequeños, pero te
pueden golpear en las bolas jodidamente fuerte. Vuelve a
decirles bonitos y pequeños a mis pies y verás.
— ¿Ya vieron los meñiques de sus manos? —Taehyung se
sumó—. Eso sí que es pequeño.
— Y aterrador —Hoseok concordó, soltando una clara
carcajada a medida que aplaudía—. ¿Quién puede tener
unos meñiques tan pequeños?
Ofuscado como un gatito, Jimin lo fulminó. Deseando
lazarse sobre él, se balanceó cuando Jeongguk procuró que
no callera mientras Yoongi se hacía cargo del tazón con solo
una migaja de lo que había sido.
— ¿Quieres saber qué más tengo pequeño? —Se sujetó la
entrepierna descaradamente—. Mi po...
Pero Jeongguk le tapó la boca con una mano, pegándolo a
su pecho y manteniéndolo allí mientras forcejeaba y
balbuceaba.
— Oh, no querrás decir eso, ricitos —Le susurró al oído.
La situación fue de ese modo ahora. La ligereza había
raspado la intensidad que había amenazado con
consumirles, dejando a su paso un rastro de risas
contagiosas donde Jimin era el blanco.
Respirando desigual por la risa que cesaba, Jimin reparó en
la mueca agria que Seokjin sostenía, como si el solo hecho
de verles divertirse fuera repugnante. ¿Qué hacía ahí, de
todos modos? Pensó. Jeongguk ni siquiera reparaba en su
presencia y él no hacía nada para acercarse, ni siquiera se
alegraba por su evidente mejoría.
Una nueva ronda de café se acordó. Yoongi, Taehyung y
Hoseok se reunieron en la cocina. Atrayéndolo en un suave
abrazo, Jeongguk lo arrulló como un bebé. Lo meció y
depositó un juguetón beso sobre sus labios.
Jimin reflexionó al respecto. Mirando fijamente esos ojos
perlados por el esfuerzo, quiso compartir algo, cualquier
cosa en realidad. Una pequeña historia ordinaria que no
sabía nadie. Como una clase de intercambio.
— Cuando era pequeño, me gustaba visitar el cementerio de
animales —Entonó un murmullo, pensativo—. Siempre creí
que la gente no amaba demasiado a sus animales después de
morir, entonces iba y les dedicaba un poco de mi tiempo;
sentándome junto a ellos, limpiándole la sequedad que se
reunía a su alrededor.
Él podía pasar horas sentado allí, bajo las hojas mullidas,
acariciando el pasto desigual que se unía en los aledaños.
Hablaba de todo y a la vez de nada. De cómo sacó un
sobresaliente en la escuela. Cómo papá abofeteó a mamá
esta vez. Lo fuerte y suave que era la espalda de su hermano
mayor cada vez que lo cargaba. Hasta cómo le había robado
un duende a la vecina porque le había gustado mucho y
quería conservarlo.
Era un niño demasiado extrovertido, sometido a una
curiosidad innegable. Creativo a su manera y entrometido.
Había una gran vida lejos del ambiente tenso que persistía
en casa. El bosque siempre fue su mejor opción.
— ¿Eras algo así como un sepulturero? —Jeongguk
preguntó.
Ambos se miraron y ladearon la cabeza, ahora confusos,
frunciendo los labios en busca de una respuesta milagrosa.
— En realidad, sería un panteonero —Seokjin respondió de
repente.
La sorpresa divagó como una bruma espesa y pesada.
Ensimismados en una pompa hechicera, habían olvidado
por completo su presencia prolongada. Observándoles en
sincronía, Jimin balbuceó:
— ¿Panteo—nero?
— Sí, esa sería la palabra correcta —Seokjin se arrimó,
recargando los codos sobre sus muslos separados—.
Sepulturero se refiere a la persona que entierra a los
muertos. El panteonero es quién vigila las tumbas. Tú serías
un panteonero.
Jimin continuó mirándole con un ceño tieso, varado en un
silencio que sus labios se rehusaban a dejar, incapaz de
asimilar que ese tosco chico estaba intentando entablar una
conversación.
Cayendo en cuenta de su propia reacción, Seokjin jadeó.
Jimin notó en sus mejillas un bonito sonrojo característico
de las rosas frescas de su jardín.
— Vaya —Jimin tanteó, observando a Jeongguk con una
suave sonrisa—. Somos realmente tontos, ¿No?
— Al parecer sí —Jeongguk se encogió de hombros.
Frotando una mano sobre el muslo desnudo de Jimin, le
animó—. ¿Qué más hacías de pequeño?
— Bueno, yo me internaba en el bosque y quitaba las
trampas para ratas —Bufó, recordando la débil imagen de
una rata aplastada.
— ¿Así que tú fuiste el causante de la plaga de ratas hace
unos años? —Seokjin le acusó.
Un miedo inminente empinó los vellos de su piel y Jimin
tembló. Él aún se sentía temeroso alrededor de Seokjin. Pero
todo cambió cuando fue capaz de enfocar su mirada en el
agua turbulenta de sus ojos. Seokjin no lucía molesto, en
absoluto. De hecho, estaba sonriendo. Una mueca tierna y
exquisita.
Abochornado, Jimin asintió, rascando el pelo húmedo de su
nuca. En su defensa, nadie merecía morir de un modo cruel,
sobre todo los animales. El bosque era su hábitat natural,
¿Por qué quitarle lo único que tenían? No hacían daño a
nadie. Que la gente sintiera su molestia era su puto
problema. Ellos habían llego a invadir de todos modos.
— ¿De qué hablan? —Apresurándose con una bandeja entre
las manos, Taehyung inquirió.
Posándola sobre la mesa de centro, Jimin pudo ver la
variedad de bocadillos y tazas con café humeante, sin
embargó, nada de eso llamó su atención. Aún se negaba a
comer porque el nudo apresando su estómago era remiso a
ceder.
— Jimin desató una pandemia de ratas en el pueblo —
Jeongguk bromeó, jugueteando con el dorado de sus tenues
rizos.
— ¿Fue él? —Yoongi reparó, echándose un trozo de jamón
a la boca.
— ¡Dios me salve! —Echado sobre el sillón, Taehyung
exclamó, barriéndose las manos por el rostro con una clase
de exasperación fingida—. Él realmente siempre estuvo
loco. Me hacía caminar por horas en el maldito bosque
buscando todo tipo de arma mortal.
— ¡Ajá! —Hoseok saltó de su sitio, apuntando un dedo
sobre él—. Así que tú le ayudabas. Eso te convierte en su
cómplice.
— ¿Y de qué te quejas? —Jimin le lanzó un cojín, brincando
con emoción cuando cedió contra su cabeza—. Ni siquiera
vivías aquí. Me las habría ingeniado para que te comieran
vivo.
— ¡Yah! —Hoseok frunció el ceño, ofendido—. Sabes que
te habría ayudado.
— Lo sé. Pero de todos modos haría que te devoraran —Un
mohín adornó sus labios, alejando un suspiro cargado de
resignación—. Eres tan molesto.
— Pero aun así me amas —Movió sus cejas continuamente
y Jimin le imitó.
— Chí.
Varados en un hilo de recuerdos de antaño, Jimin se vio
inmerso entre los brazos de Jeongguk, ronroneando ante el
consuelo de sus dedos pasearse por su brazo. Había una
pizca de incertidumbre en la forma en cómo los luceros de
Seokjin se paseaban a través de ellos.
Era entendible de cierto modo. Su intriga. Habían
comenzado bruscamente y tal vez buscaba validar o negar
la suposición que habría hecho al respecto. La simplicidad
meciendo los hombros de Seokjin trajo a Jimin una ola
repleta de calma, apaciguando ese interior que siempre se
mantendría a la defensiva mientras sea que lo fuese no se
solucionara.
No había rencor de todos modos, supuso. Solo una fina capa
de niebla saturada con amargura. Era un vengador, más no
de ese tipo permanente. Si tan solo pudiesen hablar, Jimin
deseaba mostrarle que no era una amenaza. Para nadie, en
realidad. Era incluso más ordinario de lo que la gente
suponía.
Sintiendo sus dedos pegajosos por el aperitivo que había
llevado a la boca de Jeongguk, se levantó, respondiendo a
su pregunta sigilosamente.
— Iré a lavar mis manos.
Masajeándose las manos con jabón, reparó en el par de
ojeras que habían adquirido contorno. Débilmente grisáceas
a su vez, intentó amasarlas incluso si era consciente en que
no funcionaría. El suplicio de un cansancio comenzaba a
funcionar ahora. De ojos endebles e irritados, recargó las
manos sobre el mesón del lavamanos, yaciendo cabizbajo
en un apuro para dejar de contemplar su reflejo en el
inmenso y claro espejo.
Un pensamiento sobre Jeongguk era todo lo que su mente
fatigada podía a sumir ahora. Sopesar en el hecho complejo
que le había llevado a cometer tal barbaridad. ¿Lo había
hecho antes? ¿Tenía pensamientos y actitudes suicidas?
Jimin no veía un modo todavía. Una señal que le permitiera
saber cuándo sería el momento adecuado para hablarlo.
Devolviéndose la mirada a través del cristal, Jimin jadeó al
notar la silueta altiva de Seokjin detrás. Desde ese ángulo
lucía aún más alto, como si en cualquier momento su
proximidad formidable le fuese a devorar. El suéter que
vestía lucía suave y su fragancia era costosa. Jimin se sintió
nervioso al respecto.
— También necesito lavar mis manos —Alzando ambas,
sonrió torpemente—. El cigarro siempre me deja un olor
apestoso en los dedos.
Claro, Jimin no había cerrado la puerta. Quizás le dio a
entender que él podría entrar, sobre todo si había avisado
que lavaría solo sus manos. Pero Jimin no era estúpido,
quitar el apestoso olor del tabaco no era lo único que Seokjin
quería. Así que enjuagando sus manos, esperó.
El silenció recayó, pero Seokjin no lució afectado. En
absoluto. Tomando el lugar que Jimin le cedía, lavó sus
manos, sin dejar de juzgarle a través de la fina capa del
espejo.
— Tú no eres del pueblo, ¿Verdad? —Jimin inició,
secándose las manos.
— En algún momento lo fui.
— Ah... —Murmuró sonrojado, porque era todo lo que
podía formular.
Jimin nunca fue bueno trabajando bajo presión. La
intimidación astuta que Seokjin sometía sobre él era
exactamente lo mismo. Él era tan vigoroso. Tan respingado.
Jimin había sido forzado a sentir esa clase de respeto por ese
hombre adulto, como si lo hubiese doblegado de algún
modo.
A medida que Seokjin se giraba y aceptaba la pequeña toalla
que Jimin le tendía, un pensamiento fugas tiró de la
comisura de sus labios. Jimin sabía que pensaba en él por el
aspecto rastreador de su mirada inquisidora.
Como había hecho la primera vez que se halló bruscamente
parado frente a él, Jimin tiró de la camiseta que apenas
cubría sus muslos en un acto de consuelo. Con la intención
por hacer del ambiente menos tenso, Jimin abrió la boca,
pero solo quedó en un intentó cuando Seokjin se adelantó:
— Gracias.
El manifiesto hizo del rostro de Jimin una amplia mueca
confusa. Permaneciendo con la boca abierta, tembló ante las
circunstancias. ¿Qué se puede esperar de un hombre
formidable que le destrozo con palabras mordaces? De todo
menos un simple gracias, sobre todo con ese extraño aire de
simpatía.
— ¿Qué? —Logró pronunciar ante un ataque oscilante de
desconcierto.
— Y perdón —Agregó, arrugando la tela entre sus manos—
. Nos conocimos en un momento complicado y mi mal pesar
me forjó a desquitarme contigo. No fue mi intención.
Seokjin se inclinó y Jimin negó retrocediendo,
trasmitiéndole su modestia. No era necesario. Sus disculpas
eran suficientes, no debía humillarse en ese sentido,
precisamente.
— Está bien. Tranquilo.
— Claro que no, Jimin. Fui grosero y te juzgué —Inhalando
el aire de la resignación, se encogió de hombros—. Pero
incluso aquí estás, escuchándome cuando en realidad
deberías estar gritándome por lo mal que te hice sentir.
— Oye...
— ¡Ni siquiera me agrada Soojin! De hecho la odio y
siempre fue un dolor en el culo para Jeongguk.
Mirándose fijamente por un momento prolongado, de
pronto ambos estallaron en una risa ruidosa. Porque era
cómico el sentido en cómo se habían desarrollado las cosas.
Eran personas desconocidas que ignoraron el hecho de que
quizás podrían forjar algo bonito y tranquilo.
— Nunca es tarde para comenzar de nuevo, ¿No crees?
— Sí —Seokjin asintió, valorando el hecho de que fue capaz
de aceptar lo arrepentido que estaba al respecto—. Tienes
razón. Podemos empezar de nuevo, ¿Verdad?
Estirando su mano, Jimin sonrió.
— Hola, soy Jimin.
— Es un placer, Jimin —Sacudió sus manos enlazadas—.
Por cierto, soy Seokjin.
— Seokjin es un nombre muy bonito.
— Tú eres bonito, Jimin. Muy bonito —Rascando su nuca,
pensó—. ¿Sabes? Conozco a Jeongguk desde que estaba en
el vientre de su madre. Y jamás creí que alguien pudiese
sosegarlo del modo en que tú lo hiciste. Es un gran cambio
y siempre te voy a estar agradecido.
— Jeongguk significa mucho para mí—Sostuvo cohibido,
incapaz de reaccionar correctamente al inmenso elogio que
había recibido.
— Eres especial, Jimin.
Había algo en el esmeralda que le representaba, Seokjin
supuso. Un aura formidable que le hacía sentirse atraído sin
razón alguna. Una clase de familiaridad que sentía perdida
en el sitio más lóbrego de su alma. Un sentido de
pertenencia que había extraviado y después de tantos años
finalmente lo había encontrado. Jimin sonreía como... Él
tenía un leve parentesco a...
Barriendo la mirada lejos de su semblante gentil, Seokjin se
sintió engatusado por el centelleo constante alrededor de su
cuello. Varado frente a su cadena, donde la medalla llevaba
plasmado el dije del árbol de la vida, una bruma de
confusión le invadió.
— ¿Es... Esa cadena es... tuya? —Tartamudeó.
Apresándola contra su mano, Jimin asintió. Nadie había
preguntado por ella en mucho tiempo. Llevaba un secreto
resguardado que le volvía vulnerable de inmediato.
— Así es —Murmuró, mostrándosela—. Mi hermano y yo
la recibimos al nacer.
— No puede ser... —Bisbiseó para sí mismo.
Frunciendo el ceño, Jimin dejó que la sostuviera entre sus
dedos, permitiendo que acercara su rostro para leer las
iniciales en la parte trasera. Seokjin ahogó un jadeo,
encarando fijamente a Jimin sin alejarse.
Jimin se sintió aterrado de ese escrutinio desesperado.
Seokjin lucía desquiciado y sus ojos amplios amenazaban
con salirse de sus cuencas. No entendía absolutamente nada,
pero la emoción enervante comenzaba a sofocarlo. Quiso
alejarse, pero las manos de Seokjin apresándole el rostro
bruscamente se lo impidieron.
— Jin... Me estás lastimando.
No hubo reacción ante su suplica. Seokjin continuó
ladeando el rostro de Jimin una y otra vez, buscando algo
valioso, algo que definitivamente le dijera que se trataba de
él. Y no importaba cuántas veces lo intentara, la respuesta
estaba allí, mirándole con un terrible pavor.
El cabello rubio. El aspecto de su mirada. Los hoyuelos. La
mueca idéntica cuando sonreía. La forma erguida al
caminar. Eran tan idénticos y a la vez tan desiguales. Y sobre
todo, la obsesiva reacción de Jeongguk por retenerlo a su
lado. La forma exclusiva de su comportamiento cuando
estaba al lado de este niño. Era su hermanito menor. El niño
de sus ojos. El pequeñito que siempre vestía de amarillo. Era
él. Era...
— Park Jimin. Eres Park Jimin.
— Oye, me estás asustando —Admitió con un hilo de voz.
Jimin brincó espantado cuando Seokjin retiró su tacto,
retrocediendo rudamente como si su tacto le fuese a quemar.
Chocó contra el lavamanos, pasándose las manos por el
rostro en una clara agonía. Sus piernas temblaban,
encorvándose.
— No puede ser... No puede ser...
— ¿Te sientes enfermo? —Jimin se acercó lentamente en un
intento por oír lo que sus labios murmuraban—. ¿Quieres
que llame a Jeongguk?
Era insuficiente para Seokjin abandonar el trance que le
devoraba. La sorpresa había calado hondo, hasta sus huesos.
Un sentido de vida controlado la mayor parte del tiempo, un
olvido que se había impuesto y que ahora, en tan solo unos
segundos se quebrantaba.
Moriría de agonía en cualquier momento. Sobre todo
cuando sus ojos empañados veían la silueta del hombre que
amó con su vida. El hombre que se fue tan ferozmente de su
lado. El hombre que la vida le arrebató cruelmente.
Las manos de Jimin habían sido remplazadas por un par de
manos grandes, firmes. El dulce aroma que le caracterizaba
le penetraba la nariz. Y cuando alzó el rostro, cuando
Seokjin se animó a alzar el rostro, lo vio. Estaba allí. Sus
ojos que siempre estuvieron repletos de calma le miraban
con preocupación. De cabello corto y liso, Seokjin lo
acarició, acercándolo con la promesa de no soltarlo nunca
más. Rogando que esta vez no se fuera para siempre.
— Regresa —Sollozó, abrazándolo con fuerza—. Por favor
regresa.
Apabullado, Jimin comenzó a sentirse asfixiado. El agarre
sobre sus hombros dolía y no entendía por qué Seokjin
estaba llorando. Era algo que simplemente no podía
manejar, sobre todo en esas circunstancias donde estaba
completamente apresado contra la pared.
— ¡Suéltame! —Se sacudió histérico al sentir los labios de
Seokjin sobre la piel tierna de su cuello—. ¡Suéltame!
¡Basta!
Era más fuerte. Más alto. El solo porte parecía consumirlo
por completo. Jimin comenzó a llorar, asustado. Los pasos
en la sala se apresuraron corriendo, creando un bullicio
altanero. Jeongguk fue el primero en ingresar, tomó a
Seokjin de los hombros, lanzándolo contra la bañera.
— ¡Suéltalo! —Bramó. Agarrándolo de las solapas de su
suéter afelpado, lo sacudió, propinándole un puñetazo en el
rostro, enviándolo al suelo—. ¡Te lo dije! ¡Te advertí que no
te acercaras a él!
Seokjin se retorció, manchando las blancas baldosas con la
sangre que escupía. Cegado por la ira, Jeongguk se sentó a
horcajadas, maltratándole una y otra vez, cumpliendo la
promesa que en algún momento le había hecho.
Cruzando el umbral de la puerta, Yoongi saltó sobre él en un
intento por apaciguarlo. La ayuda de Taehyung y Hoseok no
fue suficiente. Ni siquiera las suplicas de Jimin pudieron
controlar a la bestia que se había desatado.
Jeongguk se levantó, llevándose a Seokjin con él a través
del pasillo. Ido en una fase de confusión, Jimin solo pudo
correr detrás, gritándole que nada malo pasaba. Si tan solo
pudiera explicarle lo que había sucedido, el pánico que
había atacado a Seokjin, entonces entendería.
— Es él —Seokjin dijo finalmente, con una voz
embriagada—. Sabías que se trataba de él todo este tiempo
y nunca me lo dijiste.
— ¡Cállate! —Jeongguk lo golpeó—. ¡No te atrevas!
— No, Jeongguk. Tú no te atrevas —Sonrió, burlesco—. No
sabes lo que estás haciendo, el grave error que estás
cometiendo. Ese niño no te pertenece.
Seokjin estaba hablando de más. Estaban generando una
atención que no podía permitir, sobre todo ante Jimin, así
que lo silenció con un puñetazo. Abrió la puerta principal,
echándolo. Advirtiendo la presencia de los demás,
enloqueció.
— ¡Fuera! —Se abalanzó sobre ellos, tironeándolos—.
¡Lárguense de mi departamento de una puta vez! ¡Largo!
Advirtiendo cómo Taehyung comenzaba a llevarse a Jimin
con él, se aproximó a soltarlo, bramando en el proceso.
— Suéltalo, Jeongguk.
— Él se queda.
— No voy a permitirlo.
Jeongguk lo empujó y Jimin se interpuso frente a ellos.
Volteando a su mejor amigo, asintió para tranquilizarlo.
— Ve a casa, Tae. Estaré bien.
No hubo credibilidad en el semblante tenso de Taehyung.
Pero después de todo no podía obligarlo si él se quería
quedar. Sabía cómo lidiar con Jeongguk de todos modos,
pensó.
Jeongguk azotó la puerta al cerrarla. Jimin esperó en medio
del pasillo, tambaleante. Negando, suavizó su voz.
— Seokjin no estaba haciendo nada malo. Él se sintió
enfermo de repente y...
Pero Jeongguk no lo dejó terminar. Consumiéndole con un
mirar afilado, lo arrinconó contra la pared. Enterró los dedos
en el dorado de su cabello forzando a Jimin a gemir,
entonces le devoró la boca, metiéndole vorazmente la
lengua.
Consumido por el despliegue de una pasión, Jimin enrolló
los brazos alrededor de su cuello. Jeongguk lo sujetó por los
muslos y lo alzó. Reteniéndolo, ascendió por los escalones,
borracho por los instintos.
Aplastándolo contra la cama, la contrariedad en las acciones
de Jeongguk era notoria. A pesar de su arrebato, sus
movimientos eran gentiles. Despojándose de su camiseta
por los hombros, Jimin sorbió aire fresco en grandes sorbos,
preparándose para el nuevo asalto de Jeongguk sobre su
boca.
Delineándole la mandíbula con la nariz, Jeongguk buscó su
cuello, mordiéndole un beso. Los pezones bajo la tentativa
de su lengua fueron consumidos, succionados y relamidos
una y otra vez, sosteniendo en sus manos la suave espalda
que se encorvaba ante el placer. Arrancó la tierna piel de su
ombligo con los dientes, barriendo un torrente de besos
húmedos hasta succionar la punta de su polla perlada a
través de la tela del bóxer a medida que se los quitaba.
Volteó a Jimin y lo dobló a la mitad empinándole el culo,
entonces se lo devoró. Con la punta de su lengua acuosa,
tanteó alrededor del botón fruncido, meciéndose
continuamente hasta sentir el calor de su interior
apresándole. Agarrándole las nalgas, las separó, escupiendo.
Restregando la saliva, metió un dedo.
— Jeongguk... —Jimin le apresó con cobijo.
Sondeando a través, metió otro hasta la empuñadura,
expandiendo, blandiendo la carne hasta que estuviese lista
para recibirle. Chocando sus labios por las curvas, trepó por
su espalda, meneándole los dedos en un característico
vaivén. Su lengua a oscuras por su mejilla, sondeó hasta
encontrar la suavidad de su boca, succionando en un beso
apasionado, bebiéndose sus gemidos.
Frenético por su amparo, Jimin se volteó, abriéndole las
piernas en un invitación silenciosa. Masajeó la longitud
ostentosa de Jeongguk al quitarse el bóxer, guiándolo a su
estrecha cavidad. Aprisionando la punta de su polla
chorreante, Jimin sintió que se calcinaba, ese fuego
tortuoso, aniquilador. Le encantaba cuando temblaba,
cuando se adentraba de una sola estocada y le arrebataba el
sueño. Como sus manos se entrelazaban sujetándole a la
tierra, apaciguando su fiera interior. Entonces su voz se
desbordaba. Exasperación silenciosa, lamento implorante.
Meciéndose impaciente, Jimin le prohibió procurar
inquietud. Lo deseaba vigoroso, salvaje y brusco.
Enterrándole los dedos en las nalgas, lo forzó a ir más
profundo, fuerte y rápido. Alzando sus propias caderas, se
lanzó a su encuentro, gimiendo sobre su boca abierta,
mirándole fijamente. Exponiendo sus cuello para que le
magullara la piel.
Eran víctimas del amor. Una pasión indomable. Siempre
había esa clase de brillo sagaz cada vez que se movían sobre
las sábanas sofocadas por el deleite.
— ¡Mío! —Jeongguk rugió con una estocada certera—.
Siempre serás mío. Solo mío.
Jimin asintió, cerrando los ojos. El sudor apresaba las
hileras de su cabello sobre su frente. Sujetando la nuca de
Jeongguk, le permitió refugiarse en el hueco de su cuello,
advirtiendo como sus embestidas tomaban fuerza.
— Solo tuyo. Lo prometo.
Con orgullo Jimin sostendría su promesa. Continuaría
tejiendo la tela que les mantendría a salvo de la devastación.
De la crueldad a la que estaban sometidos. Suyo era el fuego
y el calor que sus cuerpos friccionándose podían crear.
De pronto, Jeongguk se detuvo. Recargándose sobre sus
codos, inició con un bambaleo sosegado. En los labios de
Jimin vagó un reclamo, pero el simple meneo de esa polla
sondeando tan jodidamente lento en su interior fue todo lo
que pudo tolerar. Exponiendo el cuello al encorvarse, se
drenó violentamente, convulsionando ante el ritmo que
Jeongguk se esmeraba por mantener.
Esta vez el orgasmo fue tortuoso, Jimin pudo percibirlo
pétalo a pétalo. Había comenzado en el centro de su vientre,
un cosquilleo sobresaliente que se extendía a sus pies,
rebotando hasta sucumbir por la silueta de su espina dorsal.
Había corriente por doquier. Sus dedos. Sus hombros. Su
cabeza.
— Tan receptivo —Jeongguk le apremió, maltratándole la
boca con su lengua.
Emergiendo de su interior, Jeongguk se bombeó,
corriéndose sobre el vientre de Jimin. Aproximándose a
humedecer una toalla, Jimin jugueteó con las yemas de sus
dedos sobre el semen, esparciéndolo levemente.
Fue paciente cuando Jeongguk lo limpió, suspirando de
dicha cuando permanecieron arropados bajo las sábanas,
entrelazados en plena desnudes.
— Podría estar despierto solo para oírte respirar —Jimin
susurró, acariciándole lentamente el contorno de su rostro a
medida que Jeongguk cerraba los ojos.
Podría pasar su vida en esa dulce entrega. El cariño era su
fuerte. Lo que le mantenía viviendo. Él deseaba quedarse
atrapado en ese momento a través del tiempo. Permanecer
entre el cobijo de ese chico fuerte y cálido. Para siempre.
Amasándole el pecho, sintió cómo el corazón de Jeongguk
latía. Un bombeo pacífico. Cepillándole las empinadas
pestañas, quiso saber qué estaba pensando. Y como si
Jeongguk fuese capaz de oír su idea, dijo:
— Colapsaron bajo su propia gravedad desde las grandes
nubes de gas que dejó el Big Bang.
Arrugando el ceño, Jimin bufó una risa:
— ¿Qué?
— Una vez, alguien me preguntó cómo llegaron las estrellas
al cielo. Colapsaron bajo su propia gravedad desde las
grandes nubes de gas que dejó el Big Bang.
Lentamente, la sonrisa sobre los labios de Jimin se comenzó
a desvanecer. Entornando los ojos, se obligó a recordar
dónde había oído eso antes. Era tan familiar...
— ¿Ricitos? —Jeongguk le llamó.
— ¿Sí?
— Seokjin es mi hermano.
Capítulo 34
Jeon Jeongguk tenía doce años cuando decidió que
merodear fuera de casa era mejor que yacer sentado viendo
la televisión sobre la blanca alfombra afelpada que mamá
aspiraba todas las mañanas con diligencia. Era suave y olía
a lavanda.
El esplendor de la primavera se avecinaba muy de prisa. Las
rosas comenzaban a florecer y el verde sobre la frondosidad
era cada vez más intenso. Vislumbrando la silueta de su
sombra bajo sus pies, sonrió hacia los short que podía
utilizar sin ser regañado por mamá en el proceso.
De aspecto taciturno, se halló varado en medio del camino
completamente solo, escuchando cómo el viento entonaba
su clara melodía desigual. El suave bufido que saltó de sus
labios representó el rencor que sentía. Si esos malditos
cobardes no lo hubiesen acusado, estaría en la escuela en
este momento, no suspendido por una semana por robar la
colación de los demás y golpearlos en el proceso.
El orgullo de papá y el malcriado de mamá, Jeongguk era
un pequeño bastante problemático. Altanero como nadie y
aniñado a su manera, la negación no existía en su raciocinio.
A su corta edad, era la mayor parte del tiempo el diablillo
del pueblo.
Escabulléndose a través del prado, arrancó las hojas de los
arbustos, ideando algún plan frente a los chicos que se
reunían para andar en bicicleta. Eran más grandes e incluso
más rebeldes. Jeongguk disfrutaba meterse con ellos todo el
tiempo, vislumbrar sus rostros enrojecidos por la cólera en
el vago intento por atraparlo cuando les lanzaba rocas para
hacerlos caer.
Llenándose los bolsillos con piedras rechazadas por la
tierra, caminó alrededor, dejando que pudiesen percibir su
presencia a medida que daban vueltas por la improvisada
cancha marchita. Desinteresado, Jeongguk se posó frente a
la ordinaria rampa de palos empinados que utilizaban para
crear sus piruetas, impidiéndoles el paso.
— Jeon, no jadas y lárgate —Taeyong frenó bruscamente,
harto de verle irrumpir en la zona que consideraban suya.
Jeongguk alzó el mentón, enfrentándole con el mismo
resentimiento que bañaban sus ojos castaños. El cobarde
que había golpeado en la escuela era su hermano. Mark Lee
le intersectó por detrás, decisivo para atropellarle con la
rueda delantera de su bicicleta.
— Cualquiera puede arrollarte por casualidad —Advirtió.
— Entonces se irá a llorar con mami —Taeyong se burló,
maniobrando al apartarse.
Jeongguk lo siguió con la mirada, sintiendo el peso
constante en sus bolsillos. Tenía otros planes, pero ahora iba
a modificar algunas ideas. Parándose en medio de la cancha,
preguntó:
— ¿Me harás llorar tú? — Separó las piernas y alzó las
manos empuñadas en posición de combate, invitándolo
silenciosamente—. Vamos. Atrévete.
Había probado la tierna piel de su hermano sobre sus
nudillos, quería saber qué tan suave era la suya.
Arrojando su bicicleta al suelo, Mark Lee se acercó en un
intento por lidiar con lo que se aproximaba. Nadie quería
pelear, de todos modos. Observando la espalda rígida de
Jeongguk, posó una mano sobre su hombro. Ofuscado,
Jeongguk volteó bruscamente, impactando sobre su mejilla
el puño que esperaba por Taeyong.
Acojonado, Mark Lee se arrastró por el suelo fuera de su
alcance, sujetándose la magulladura inminente. El alboroto
se desató y Taeyong se abalanzó sobre el costado de
Jeongguk para derribarlo. Jeongguk era resistente.
Enroscando un brazo alrededor del cuello de Taeyong,
comenzó a propinarle continuos codazos en la cabeza.
Yuta llegó segundos después, aprisionándolo por la espalda
para que dejara de golpear a Taeyong. Acorralado, Jeongguk
pensó al respecto. Demasiado ambientado con los
problemas que él mismo ocasionaba por mera diversión, la
reflexión que poseía era veloz. Tomando virada, echó
duramente la cabeza hacía atrás, dándole a la nariz de Yuta
un fuerte cabezazo.
Fuera del alcance de cualquier brazo, Jeongguk barrió la
mirada alrededor, encontrándolos tirados en el suelo.
Nuevamente había ganado. Esos malditos nunca podrían
con él porque era invencible. Apaciguando su respirar
frenético, observó a Yuta llevarse un par de dedos a la boca,
entonces silbó. Un pitido agudo, nítido. Su sonrisa se borró
lentamente al vislumbrar que entre los arboles varias
bicicletas se aproximaban.
Jeongguk era un chico alto a pesar de su corta edad. Buenos
genes que había heredado de sus padres. Pero esos chicos
reunidos lo doblegaban. Si conseguían ponerle las manos
encima, lo destrozarían. Sería incapaz de pelear contra ocho.
Retrocediendo si despegar los ojos de ellos, se sobresaltó
ante la orden de atraparlo, entonces corrió despavorido.
El pasto se adhería a las suelas de sus zapatillas,
volviéndolas tiesas. En una amplía carretera, sería incapaz
de esconderse y perderlos de vista. El oxígeno escaseaba y
la adrenalina palpitaba en el centro de su garganta.
Observando por sobre su hombro, los chicos estaban cada
vez más cerca.
— Maldición —Bramó.
Escuchando el grave choque entre las rocas que pesaban en
su bolsillo, sonrió. Apresando una contra su mano, inició un
trote en retroceso. Aprovechando la cercanía, la lanzó contra
el rostro de Johnny. Fue derribándolos uno a uno.
A la vuelta de su vecindario, se detuvo consolando su
respirar desmedido cuando vio que nadie le seguía.
Quitándose el sudor de la frente con el antebrazo, se irguió,
recargándose en las rodillas a medida que cerraba los ojos.
Ni siquiera hacía deportes en la escuela. Era pésimo en
realidad. Pero esta vez, había corrido como nunca.
Se situó en la vereda con pasos flácidos, creando muecas
por el agudo dolor en sus costillas. La próxima vez que viera
a esos chicos los golpearía el doble por hacerlo agitarse. Y
como si fuese capaz de invocarlos, Jeongguk escuchó el
sonido de las ruedas aproximarse.
— ¡Allí está! —Gritaron al señalarlo—. ¡Atrápenlo!
Jeongguk comenzó a correr nuevamente. Vislumbrando el
segundo piso de su casa, se apresuró. Saltando los arbustos
que decoraban el antejardín, vio a mamá en el porche.
— Jeongguk —Reclamó ella—. Te estaba llamando.
¿Dónde te habías metido?
— ¡Entremos! ¡Apresúrate! —La jaló de la mano—. ¡Cierra
la puerta, mamá! ¡Ciérrala!
Mamá volteó a mirarlo estupefacta, inspeccionado su ropa
sucia, su rostro sudado y sus nudillos ensangrentados. Sin
afectarle en lo más mínimo, Jeongguk se apresuró a los
enormes ventanales, cerrando rápidamente las ostentosas
cortinas que mamá había fabricado. Asomando solo un
tercio de su rostro, Jeongguk vio a los chicos mirar hacia su
casa, buscándole.
— Rayos —Susurró.
— ¡Jeon Jeongguk! —Mamá le juzgó bajo el umbral de la
sala con las manos en las caderas—. Qué hiciste ahora. ¿Por
qué corrías?
— Avispas —Contestó sin dejar de mirar por entre las
cortinas.
— ¿Avispas?
— Sí, mamá. Corría de las avispas. Era una plaga enorme y
querían atacarme.
Mamá le miró un poco más. Claramente lo que tenía a su
pequeño tan alterado no podían ser simples avispas.
Aproximándose lentamente, Jeongguk se sobresaltó,
alargando una mano hasta ella para detenerla.
— ¡Jeongguk!
— No, no mires.
Sujetándole de la muñeca, mamá se arrodilló para revisar la
magulladura en sus nudillos. Jeongguk chistó, torciendo el
gesto. Mamá odiaba verlo herido. Y además, ella odiaba
realmente las peleas.
— Amas tu libertad, ¿No es así mi pequeño? —Ella inquirió
de pronto, dejando suaves besos sobre la piel enrojecida.
— Sabes que sí mamá. Me aburro terriblemente en esta casa.
Mamá tenía esa clase de finura impregnada en el rostro. Era
realmente hermosa y empalagosamente amable. Bueno, solo
a veces, cuando Jeongguk no la sacaba de quicio. El
pardusco en sus luceros formidables siempre lograba
resaltar el pálido de su rostro. El azabache de su cabello
podía ser tan furioso como su propio genio en sí. Amaba
preparar todo tipo de postres dulces. Exagerada con la
limpieza y el desinfectante. Su pasatiempo favorito era
mirar alguna película con Jeongguk sentado en sus piernas,
escarbar en su cabello y responder en defensa propia cada
que vez Jeongguk se enojaba: «Mamá solo se asegura de que
no tengas piojo. No seas tan gruñón, cariño», pero solo es
una excusa para mimarlo a su modo.
— ¡Entonces tienes tres segundos para decirme con quién te
peleaste o no verás la luz del día nunca más!
Jeongguk brincó, palideciendo. Lo peor, era que a pesar de
su mirada afilada, mamá sonreía tiernamente. Eso era
realmente más aterrador que su amenaza.
— ¿Nunca? ¿Nunca? —Jeongguk comprobó, observándola
sin poder creerlo.
— Nunca. Nunca.
— ¿Eso significa que no tendré que ir nunca más a la
escuela? —Sonrió con una emoción burbujeante.
— Bueno... —Mamá meditó, frunciendo el ceño—.
Obviamente la escuela es una obligación. Así que solo verás
la luz del sol para ir a estudiar. Pero no habrá nada de paseos
por la calle, ni mucho menos salir al jardín. Nada de
televisión y consola de videojuegos.
— Pero a mí me gusta hacer todo eso —Jeongguk lució
horrorizado.
— De eso se trata el castigo, mi amor.
Levantándose, planchó el delantal de su regazo. Regresó a
la cocina y Jeongguk la siguió, rehusándose a perder su
libertad por unos estúpidos chicos que no eran capaz de
defenderse. Ahora les pegaría el triple. Por hacerlo correr y
por meterlo en problemas con mamá.
— Mamá, si me castigas, ¿Entonces quién sacará a la
horrible rata de Hyung a pasear?
— Deja de llamar rata a Brad Pitt —Mamá le señaló con el
cucharón—. Es un crestado chino y es un perro adorable.
Además, nunca has sacado a Brad Pitt a pasear. No seas
mentiroso.
— Bueno, ayer al irme a dormir lo estaba considerando, de
hecho —Bufó—. Esa rata parece más nuestras que de
Hyung.
— Es nuestra.
— No es mía —Fingió tener nauseas.
— De todos modos no te salvarás. Cuando llegué tu padre
vamos a decidir qué hacer contigo. Te estás saliendo de
control y no voy a permitirlo.
— Da igual, papá siempre me da la razón.
— No esta vez.
Mirándose los nudillos ahora hinchados, Jeongguk la retó
con la mirada. Lejos de sentirse amenazada, mamá se la
devolvió.
— Si no me dejas salir, entonces escaparé.
— Hazlo si quieres —Le retó—. Pero cuando regreses, te
nalguearé el culo terriblemente fuerte que llorarás. Te lo
prometo, precioso hijo mío. Conocerás mi real enojo.
— Ay sí qué miedo —Tembló exageradamente—. Mira
cómo tiemblo.
Sacándose la chancla que calzaba, la blandeó en amenaza.
Jeongguk quien se había sentado en un taburete, se alejó.
— Eso es mi amor, ten miedo de esta arma mortal.
— Oye, eres cruel.
— Estás advertido. Ahora sube a buscar a tu hermano, el
almuerzo está listo.
Maldiciendo en voz baja, atravesó el pasillo. Parándose
frente a la puerta de la habitación de su hermano, pegó la
oreja sobre la madera, husmeando. Era consciente qué
sucedía adentro y gozaba al respecto, porque de cierto modo
eso le daba una especie de control sobre su hermano mayor.
Giró el pomo y la abrió bruscamente, pillando a Seokjin
sentado sobre la cama, arreglando nerviosamente su cabello
desordenado. Tenía los labios rojos e hinchados.
Adentrándose con total soberanía, barrió silenciosamente la
mirada alrededor. Acercándose a la cama, se agachó,
mirando por debajo.
— Hola, Namjoon Hyung.
— Mierda, mocoso —Seokjin le fulminó—. Te he dicho
cientos de veces que toques antes de entrar.
— De seguro voy a obedecerte, idiota.
Saliendo de su escondite, Namjoon sacudió su ropa.
Notando como Jeongguk le juzgaba, sonrió avergonzado a
medida que rascaba su nuca.
— ¿Cómo estás, mocoso?
— Genial —Se acercó al escritorio de Seokjin, revisando
alrededor sin interés—. Aunque en el centro comercial vi un
nuevo video juego que quiero probar.
Era una clase de trato que habían desarrollado. A cambio de
su silencio, Namjoon debía darle dinero. De otro modo,
papá y mamá enloquecerían si se enteraban que su precioso,
fino y educado hijo mayor Seokjin, metía a escondida a su
novio en su habitación para hacer cochinadas.
— ¿Cuánto quieres? —Namjoon sacó su billetera.
— No lo sé —Jeongguk se giró, recargándose en el
escritorio, ojeando un libro—. Lo que tu humilde corazón
me quiera dar.
Sacando un par de billetes, Namjoon se los tendió. Jeongguk
los contó, era una buena cantidad, pero no bastaba.
— Ahí tienes. Te alcanza para dos juegos.
— Esto sirve solo para decirle a mis padres que estabas
hablando con mi hermano en su habitación. Si no quieres
que les diga que le estabas metiendo la lengua en la boca,
tendrás que esforzarte un poco más.
— ¡Yah! ¡Jeon Jeongguk! —Seokjin bramó, pegándole un
zape en la cabeza—. No seas codicioso.
Jeongguk se quejó, sobándose la zona herida. Señalándolo,
dijo:
— Hermano, cuando los hombres hablan de negocios, tú
debes guardar silencio. Así que, ¿Nam?
Suspirando pesadamente, Namjoon sacó un par de billetes
más y se los tendió. Jeongguk los contó con una
resplandeciente sonrisa y asintió.
— Perfecto. Trato hecho.
Papá llegó media hora después. Traía un par de bolsas
consigo y sonreía realmente emocionado. De facciones
duras, siempre fue un hombre respetado. Pero era realmente
dulce con sus hijos.
Plantando un efusivo beso sobre los labios de su esposa,
pellizcando juguetonamente la mejilla de Seokjin ignorando
como se quejaba y sujetando a Jeongguk en sus brazos para
darle vueltas en el aire, finalmente tomó lugar en la mesa
junto a ellos.
Las reuniones en familia eran una dicha. La risa era clara y
contagiosa. Con una conversación siempre bien recibida,
todos tenían su turno para contar algo al respecto, lo que sea.
Los volvía unidos y de cierto modo, resistentes.
— Jeongguk se volvió a pelear —Mamá lo acusó a medida
que recogía los platos de la mesa y papá se tomaba un café—
. Mírale los nudillos.
— Él siempre se pelea —Con una voz cargada de fastidio,
Seokjin rodeó los ojos, ayudando a su madre—. No entiendo
por qué te sorprendes.
— Considerando que tiene apenas doce años, no es
saludable —Mamá lució ofendida—. Si permitimos esas
acciones crearemos a alguien violento.
— ¿No lo es ahora? —Seokjin elevó una ceja, juzgando la
silueta relajada de Jeongguk tomándose el helado que mamá
le había dado como postre.
A medida que ambos parloteaban, Jeongguk se había
acercado sigilosamente a papá, contándole con lujo de
detalle todo lo que había ocurrido.
— ¡Gong Yoo te estoy hablando! —Mamá exclamó.
Guiñándole discretamente a su hijo en complicidad, se llevó
la taza a los labios, propinando un suave sorbo, entonces
dijo:
— Cuando permites que alguien te moleste, te vuelves su
blanco para siempre. Mi hijo solo se defiende.
— Hace algún tiempo lo dejó bien en claro —Mamá
concordó, recordando la primera vez que Jeongguk se quejó
por el abuso de sus compañeros—. Ahora nadie lo molesta,
pero de algún modo él continúa peleándose.
— Porque siguen molestándolo —Gong Yoo no hallaba la
falla—. Se hace respetar. Eso es todo.
— ¿Lo siguen molestando? —Soltando bruscamente los
platos dentro del fregadero lo encaró—. Le robaba las
colaciones a sus compañeros. ¡Lo único que haces
llevándolo al patio trasero para pelear es crear a un matón!
Levantándose, Gong Yoo dejó la taza vacía sobre la mesa.
Palmeó la espalda a Jeongguk, invitándole a ir con él.
— Aprender autodefensa no es ningún maldito crimen.
Nadie va a ponerle un dedo encima a mi hijo y se acabó. No
me vas a enseñar cómo criarlo y no vas a castigarlo por
simplemente exigir que los demás lo respeten.
— No lo respetan, Gong Yoo. Se cagan de miedo que es
diferente.
Perdiendo a papá de vista, Jeongguk volteó antes de
seguirlo. Tan tierno como solo él podía lucir, suavemente
sentenció sin medir la gravedad de sus palabras:
— ¿Ves mamá? Papá siempre está de mi lado.
Una semana después, Jeongguk tuvo permitido asistir a la
escuela. Las clases habían llegado a su fin y reunirse con sus
amigos en el viejo sauce era lo normal antes de decidir ir a
casa.
Recargado en el tieso tronco deteriorado, Jeongguk se metió
las manos en los bolsillos, riendo ante las bromas continuas
de Mingyu. Un par de chicos se acercaron y el silencio
recayó como una amenaza. Jeongguk los conocía, iban unos
cursos más adelantados.
— ¿Eres Jeongguk? —Había nerviosismo en su voz.
— Qué pasa —Exigió.
Era lo usual. La gente siempre era de ese modo a su
alrededor. Cargaba un historial violento pese a su edad. El
hacía un par de cosas para ganar un poco de dinero.
— Queremos que golpees a un chico.
— ¿Qué me das a cambio?
Era así de simple. No preguntaba la razón. Él solo hacía lo
que le pedían a cambio de una paga. Un par de billetes se
blandieron frente a él y fue todo para aceptar.
Recorriendo el sitio sin problema, varó la mirada en su
nueva víctima. Sería rápido. Una fugaz sacudida y la cuenta
estaría saldada. Lo siguió unos pasos más atrás. El chico iba
de camino a su casa. Caminaba lentamente y sujetaba las
correas de su mochila.
Insertados en medio de la soledad, Jeongguk se aproximó,
volteándolo sin previo aviso para darle un puñetazo en la
cara. Tirándolo al suelo, le dio tres patadas y se alejó.
A medio camino, Jeongguk se paralizó por completo,
sintiéndose ligeramente extraño. Una desazón le invadió de
manera asfixiante y la reconoció como culpa. Él jamás había
sentido arrepentimiento antes. Pero se vio forzado a voltear
y mirar el cuerpo doblado aún en el suelo.
Aproximándose, le vio temblar. Agachándose, le escuchó
sollozar. Entrecerrando los ojos, Jeongguk bufó. Él no
debería sentirse mal. No debería sentir lastima por ese
estúpido cobarde. Pero ahí estaba, llamando la atención.
— Oye...
— ¿Por qué me golpeaste? No te he hecho nada.
No, Jeongguk pensó. No me hizo nada y tampoco debía
golpearlo. Chistando, le quitó el brazo del rostro,
observando como la sangre le brotaba de la nariz.
— Maldición... —Se levantó, despeinándose el cabello. Se
giró para retomar su camino, pero en cambio, decidió jalar
del brazo al chico hasta colocarlo de pie.
— Creo que mi nariz está rota —Dijo nasalmente—. Y para
que sepas, le voy a decir a mi madre.
— Lo siento, no debí golpearte —Confesó sinceramente,
luciendo avergonzado—. Ven, vamos a mi casa, mamá te
ayudará.
Caminaron en silencio. Jeongguk no dejaba de lanzar
miradas furtivas, notando que su nariz no dejaba de sangrar.
Había algo en ese chico que le hacía sentirse extraño. Una
sed de abatimiento que lo forzaba a querer cuidarlo. Incluso
de sí mismo.
— Mamá enloquecerá cuando me vea así. Y es tu culpa —
El chico le acusó.
— Sí... La mía también me matará cuando te vea así —
Jeongguk jamás había sentido el deseo de esconderse,
entonces cayó en cuenta de lo que diría su madre entonces—
. Rayos, mamá sí que va a matarme.
— ¿Cómo te llamas?
— Jeongguk. ¿Y tú?
— Yoongi.
Capítulo 35
Dark Necessitie de Red Hot Chili Peppers, le endulzaba los
oídos, siguiendo el ritmo del bajo con un tenue asentimiento
de cabeza. Su mano se exhibió fuera de la ventana del
copiloto, sintiendo la brisa aflorar alrededor de sus dedos,
flotando a través del reflejo del frondoso bosque borroso a
medida que la Ford Lobo negra se devoraba la carretera.
La mano de Jeongguk pesó sobre su muslo y sonrió con un
indicio de naturalidad. Entrelazando sus dedos, Jimin se la
llevó a los labios, depositando sobre el dorso, donde la
silueta de un lobo feroz gruñía, un pequeño beso. La
mantuvo allí, sobre su regazo, adorando la calidez que le
propagaba su tacto firme.
Durante una recurrente unión entre amigos, a medida que
Jimin exprimía un pequeño trozo de limón con los dientes,
observando silenciosamente cómo Taehyung preparaba un
coctel de limonada, menta y vodka, una idea prácticamente
vaga surgió de pronto: «¡Salgamos por un fin de semana del
pueblo! ¡Sí, larguémonos de aquí!», Hoseok propuso
animado, meneando las caderas al ritmo de la música,
jugando con Jack en el proceso, lanzándole la nueva
langosta de hule que le habían comprado.
Y entonces nadie pudo detenerles. Decidido, Jeongguk rentó
la finca que Jimin había elegido. Estaba a solo cuatro horas
en vehículo y era lo suficientemente privada para gozar ante
el despoje que acostumbraban.
Royal de Lorde se adueñó de los parlantes y Jimin se
sobresaltó ante el grito histérico de Taehyung varado en
medio de los asientos traseros.
— ¡Esa es mi canción! —Propinándole una profunda calada
al porro que sostenía, exigió—. ¡Vamos perra, súbele a esa
mierda!
Jackson y JB, fueron forzados a menearse, alzando las
manos para lucir exagerados. Los parlantes retumbaron.
Jeongguk y Jimin se miraron en efecto de complicidad y
solo sonrieron, cabeceando ante el ritmo.
La alegría burbujeó y Jimin se halló mirando por sobre su
hombro, hacia el fino rubor que pigmentaba las lisas
mejillas de Taehyung. Su cabello había crecido levemente,
creando ondas alrededor. El negro era un color que
realmente resaltaba sus facciones.
— ¿Eres feliz? —Jeongguk le pellizcó el labio inferior,
admirándole con la clara conmoción que volvía sus ojos
risueños.
— Tú me haces feliz —Asumió, mordiéndole ligeramente
el dedo índice para luego chuparlo en su boca.
La tonalidad escarlata que el camaro de Yoongi poseía llamó
su atención. Asomándose fuera de la ventana, notó que
intentaba igualar la velocidad. De efecto apaciguado,
Yoongi llevaba el brazo recargado en el barandal,
sosteniendo entre sus dedos un cigarro. Buscando la silueta
de Hoseok, Jimin se arrimó un poco más, percibiendo su
espalda encorvada. Era una posición intima, demasiado
intima.
Descifrando la vergüenza presagiada en su rostro, Jeongguk
frunció el ceño. Sin contestar, Jimin acercó la mano al
volante, presionando para tocar la bocina. El estruendo fue
nítido y fuerte, lo suficiente para sobresaltarles, entonces
Hoseok alzó la cabeza de entre las piernas de Yoongi,
limpiándose la boca. Jimin frunció el ceño con fingida
repulsión, estallando en una carcajada limpia y agitada.
— ¡Eres un jodido marrano, Hoseok! —Gritó.
— ¿Qué sucede? —Taehyung se asomó entre los asientos,
enarcando una ceja hacia Jeongguk.
— Hoseok se la está mamando a Yoongi mientras conduce
—Dijo, intentando obtener mayor claridad por sobre la
espalda de Jimin.
Subiéndose encima de JB, Taehyung bajó la ventanilla,
apoyando la mitad de su cuerpo hacia afuera. El aire fresco
le azotó el rostro y se removió las hileras de cabellos que le
tapaban la cara.
— ¡Eso es, perra! —Alentó a Hoseok, creando el
movimiento de llevarse una polla a la boca, metiéndola
continuamente—. Métela hasta tu garganta, como te enseñé.
Durante cuatro horas fue un desplazamiento tranquilo.
Escandaloso en ciertos momentos, coreando canciones,
fumando hierba y apaciguando el apetito voraz a través de
comida chatarra que habían tenido al alcance en el pequeño
walmart antes de emprender el viaje.
Y entonces, sin darse cuenta, se hallaban siguiendo las
líneas de un camino terroso hacia una colina pastosa. Entre
un extenso bosque exuberante, la enorme silueta de una casa
campestre de dos pisos les dio la bienvenida. De paredes
blancas y alineaciones de madera efusivamente marrón,
Jimin se halló engatusado, colocando un pie descalzo sobre
el césped sin dejar de mirar alrededor.
Jimin corrió hacia la puerta trasera del camaro, abriéndola
para sacar la imponente figura azabache de Jack. Lo sostuvo
entre sus brazos, rodeándole el hocico de besos efusivos.
Acercándose a Hoseok, le dio un zape:
— ¡Yah! —Riñó—. ¿Cómo te atreves a hacer cochinadas
frente a la presencia de mi precioso hijo perruno?
— Para empezar, no es tu hijo, es de Jeongguk —De mirada
afilada, Hoseok se sobó la nuca—. Y ni siquiera estaba
despierto en ese entonces. Además, puedo chuparle la polla
a mi novio cuando se me antoje, incluso ahora, frente a tu
falsa mirada de niño virgen.
— ¡Tú, pedazo de mierda! —Bramando, Jimin se lanzó.
Revolcándose sobre el lozano herbaje, comenzaron a
carcajearse, rodando por doquier en un intento por
comprobar quién tenía más fuerza. Jack les ladraba e
intentaba pescar a Jimin del brazo en un intento por librarlo
del peligro que él creía tener.
Más allá, Jeongguk, Jackson y JB, sostenían los bolsos y
Taehyung se retocaba el protector solar. Yoongi charlaba
con el encargado de la residencia, inclinándose levemente al
recibir las llaves.
Trepando hasta posarse a horcajadas sobre la espalda de
Hoseok, Jimin le sujetó del cabello, golpeándole sin fuerza
contra el suelo continuamente.
— ¡Dilo! —Exigió—. ¡Promete que no volverás a hacer
cochinadas frente a la presencia de mi hijo!
— ¡Nunca! —Chilló cuando Jack comenzó a morderle los
pies—. ¡Y no es tu hijo!
Estableciendo un alboroto, Hoseok pataleó. Llamando la
atención de los demás, corrieron en su suplicio,
deteniéndose para observar el ridículo lío que los más
pequeños del grupo habían creado. Jimin yacía sobre él,
forzándolo. En total complicidad, Jack se rehusaba a soltarle
el zapato, zamarreándolo con un movimiento gracioso de
cabeza.
Pasando entre los demás, Jeongguk se posó adelante con las
manos en las caderas. Una exhalación repleta de resignación
abandonó sus labios fruncidos y negó, cerrando los ojos para
encontrar cierto tipo de paz interior. Ese par le volvería loco,
y no se refería precisamente a Hoseok.
Hoseok seguía exigiendo socorro, pero nadie se atrevía a
hacer algo al respecto, asustados de la presencia del pitbull.
— ¡Ricitos! ¡Jack! —Jeongguk bramó— ¡Basta!
Y por un momento, Jimin y Jack yacieron pasmados. Era
ese tono otra vez. Y aunque sabían que no estaba enojado,
sonaba aterrador. Jimin y Jack se sentaron sobre el prado,
jadeando en una extraña sincronía.
Aprovechando el descuido, Hoseok saltó sobre Jack,
zarandeándolo por morder uno de sus calzados favoritos.
— ¡Maldito Jack! ¡¿Tienes idea de cuánto me costaron estas
zapatillas?!
Sin preámbulo, Jimin fue en su rescate, sosteniendo a
Hoseok del cabello para que lo soltara.
— ¡Maldito, deja a mi hijo!
— ¡Que no es tu hijo, enano del demonio!
Entonces la escena comenzaba otra vez. Sintiendo las
miradas sobre su nuca, Jeongguk supo que debía hacer algo,
después de todo sabían el peligro inminente que esos dos,
menos Hoseok, significaban. Arrastrando los pies, creó una
sombra sobre los tres cuando se aproximó.
Alzó a Jimin sin la menor pizca de fuerza y lo cargó sobre
su hombro, propinándole una ruidosa nalgada. Enrollando
un brazo alrededor del estómago de Jack, lo levantó contra
su costado, caminando con ellos hacia la sala.
— Siéntate —Jeongguk señaló a Jack con una voz severa.
Volteándose a Jimin, boqueó, no podía ordenarle nada—. Y
tú...
— Yo qué —Mordisqueó su labio inferior, coqueto—.
¿Quieres que me arrodille?
Soplando una risa, Jeongguk solo le vio recargarse sobre sus
rodillas, acariciándole el cabello revuelto cuando Jimin
restregó la mejilla contra su polla cubierta por el jeans como
un gatito mimado. Sacando la lengua, lamió pausadamente
la tela, mirándole a través de sus espesas pestañas.
— ¿Esa preciosa boquita aniñada quiere ser llenada? —
Rozó el pulgar contra sus labios glotones—. ¿Mmm?
Pero Jimin ni siquiera pudo responder. Los demás
comenzaron a entrar y se levantó, fingiendo una postura
desinteresada. Giró a su alrededor, jadeando por la
preciosidad refulgiendo por doquier. Era mucho más
hermoso que en las fotos. Contaba con cuatro suites, cada
una con un baño y balcón privado. Sala de descanso. Mini
bar. Y jacuzzi.
Cruzando las puertas corredizas de la sala, echó un vistazo
por el jardín. Era inicios de primavera y los colores lucían
apasionados. El esplendor de esa época del año le traía
malos recuerdos, era quizás el momento para remplazarlos.
Tenían un mirador espectacular, donde las colinas se
alzaban como dos grandes senos. Estaba perfectamente
diseñada para satisfacer los gustos del huésped, creando un
ambiente realmente familiar.
Avizoró su reflejo sobre el agua quieta de la enorme piscina,
arrastrando la mano para crear diminutas olas. La música
comenzó a sonar de fondo y una sonrisa traviesa le volvió
afanoso. La pasarían realmente genial.
Reunidos en la cocina, prepararon todo tipo de tragos,
bebiendo por doquier sin medir las consecuencias. El sol
aún persistía en lo alto y la ropa comenzó a estorbar.
Jeongguk corría con Jack por el césped. Hoseok reunía todo
lo necesario alrededor de la pileta y los demás acataban sus
órdenes. Entonces supo que era su oportunidad para
escabullirse al baño de la habitación que compartiría con
Jeongguk.
La alfombra cosquilleó en sus pies descalzos al correr de
prisa, trotando a través de los escalones para lograr obtener
éxito sin ser atrapado en el proceso. Estaba jodidamente
nervioso. Sus manos continuaron temblando cuando abrió
su bolso, hurgando muy a fondo, donde en la esquina, una
caja de anfetaminas le raspó los dedos. Sacó un par y se
encerró en el baño. Las metió en su boca y las tragó,
acompasando su tosco rumbo con un poco de agua.
Ya está, pensó. Lo había logrado y no podía negar que se
sentía jodidamente aliviado. Prácticamente casi un día sin
consumirlas efectivamente le estaba volviendo desesperado.
Sentirlas pesar en su estómago era reconfortante.
Se peinó el cabello hacia atrás, enfrentándose a la mirada
clara de sus orbes a través del espejo. Llevaba la respiración
agitada. Entonces notó la marca de los dientes de Jeongguk
alrededor de su pezón izquierdo, creando un círculo
bermellón. Ellos estaban cada vez más activos sexualmente.
Jeongguk comenzaba a frustrarse con más facilidad y el
sexo parecía funcionar. De ese modo evitaban gritonearse.
A veces. Solo a veces.
Girando el pomo, chocó contra el dorso firme de Taehyung.
Olía a loción frutal y a protector solar. Posando la mirada en
la tenue vena en la silueta gentil de su cuello, se negó a
enfrentarlo. Ahora estaba asustado.
— ¿Qué estabas haciendo? —Con voz dura, miró alrededor,
buscando algún indicio de desconfianza.
— Me orinaba.
— Tienes cuatro baños allá abajo —Señaló y Jimin apretó
los ojos—. ¿Qué necesidad había de venir hasta aquí?
— Aproveché para cambiar mi short a uno más corto.
Además, también necesito usar protector solar.
Avanzó hacia el bolso que había dejado abierto sobre la
cama, sacando una botella. Se ocuparía de esconder las
pastillas más tarde, cuando Taehyung no estuviera tan
encima. Entonces se forzó a sonreír, incluso si era
consciente de los pensamientos vivaces de Taehyung.
Jimin intentó persuadirle a medida que descendían,
bromeando y enfatizando que sus ganas de beber eran
incluso más fuerte ahora. Taehyung sonrió complaciente y
lo llevó a una de las hamacas, entregándole su famoso trago
de limonada, menta y vodka, después de todo, no había nada
sospechoso que le forzara a continuar con el escrutinio.
Sorbiendo pacientemente por la pajilla, tosió bruscamente
cuando finalmente notó la figura maciza de Jeongguk. Allí,
directo hacia sus músculos increíblemente tonificados. De
piel bronceada, la tinta de sus tatuajes lucía apetitosa, sobre
todo donde las escamas de los dragones entrelazados
sobresalían como dos estacas coloridas. Era un hombre
ardiente. Jodidamente ardiente.
— Y es solo mío —Murmuró alrededor del filo del vaso.
— ¿Vas a mearlo también? —Taehyung bromeó,
empujándole con el hombro.
Pero era cierto. Si tuviese la oportunidad, Jimin lo haría.
Francamente nadie podría resistirse a un hombre como él.
Jeongguk era el prototipo ideal para el mundo. Alto, fornido,
precioso, inteligente, no tan agradable pero atento con sus
cercanos.
Recargándose sobre sus pies, decidieron que era hora de un
chapuzón. Ligeramente entonados, comenzaron a
travesearse, empujándose para que uno de los dos
finalmente cayera al agua.
La victoria no recayó en ninguno. Hoseok se acercó por
detrás, empujándolos para caer sobre ellos segundos
después. Chapoteándose entre sí, ignoraron la bola negra
que se lanzó con un ladrido, hundiéndoles ligeramente.
— ¡Jack! —Jimin gritó efusivamente, nadando hasta yacer
a su lado—. Mi querido y precioso Jack. ¿Viniste a salvar a
papi otra vez?
— ¡No es tu hijo! —Hoseok lo intersectó por la espalda,
hundiéndole por los hombros ligeramente.
Entonces un tercer round se desató entre Hoseok, Jimin y
Jack. Varado en medio, Taehyung rodó los ojos, exhalando
un bufido. Estaban fuera de control y se sentía como una
maldita guardería. Nadando apaciblemente hacia ellos,
tomó a Jimin y a Hoseok del cabello y los hundió como una
madre molesta.
— Escúchenme bien, par de perras bravas, si siguen
peleando los ahogaré.
Saliendo a la superficie, tragaron a grandes sorbos efusivas
bocanadas de aire. De ojos grandes, chillaron porque
Taehyung no quería soltarlos.
— ¡Ayuda! —Gimieron al unísono.
Los demás solo observaban evitando carcajearse al respecto.
Incluso Jack se mantenía al margen esta vez.
— ¡¿Entendido?! —Volvió a sumergirlos,
zamarreándolos—. No quiero ver ningún intercambio más
de golpes.
— ¡Sí! ¡Sí! —Jimin imploró—. ¡Nunca más! ¡Nunca más!
— ¡Lo prometemos! —Hoseok concordó.
Una vez a salvo, se abrazaron en un intento por aliviar el
terror que Taehyung había sembrado sobre ellos. Pegando
sus mejillas, observaron en detalle como Taehyung salía en
busca de un trago.
— Todo es culpa tuya, idiota—Jimin murmuró, pateándole
debajo del agua.
— ¿Mi culpa? Tú empezaste, marrano —Se lo devolvió.
Y así de pronto, comenzaron a forcejar otra vez. Pero
cuando notaron que Taehyung les observaba por sobre su
hombro, sonrieron, abrazándose casi dolorosamente.
Snap Out Of It de Arctic Monkeys sazonó los parlantes y
Jimin decidió que tomaría un trago también. Las
anfetaminas propagaban su efecto y yacía más animado de
lo normal. Pasaría desapercibido, después de todo, estaban
allí para divertirse.
Sosteniendo un vaso con mojito, se sentó a horcajadas sobre
la silueta que Jeongguk mantenía en una de las tumbonas.
Le arrebató el porro que sostenía entre los dedos y se lo llevó
a los labios con un mirar fijo. Entonces Jimin notó el
enrojecimiento que había dejado la hierba alrededor de sus
luceros, volviéndolos más claros.
Notándole callado, Jimin inquirió, frunciendo el ceño a
medida que deslizaba un dedo por sus abdominales.
— Amor, ¿Estás borracho?
— Nah —Negó, ligeramente adormilado—. Solo estoy un
poco dopado.
Pero Jimin no lo quería dopado. Lo quería eufórico.
Estableciendo un mohín entre sus labios, le advirtió que
estaba yendo contra las reglas. Sus reglas. Bufando una risa,
Jeongguk mantuvo una sonrisa torcida, hurgando en el
bolsillo trasero de su short. Sacando una pequeña bolsa
transparente, Jimin vio su contenido blanco y pulverizado.
Su boca se hizo agua y su estómago se contrajo,
emocionado. Entonces de pronto había dos opciones. Era
una efímera agitación porque vería por primera vez a
Jeongguk jalar ante sus ojos o porque en realidad estaba
desesperado por consumir un poco. Quizás eran las dos. A
esas alturas daba igual.
Pasándole el porro a JB, Jeongguk se acomodó con Jimin
entre sus piernas para depositar cierta cantidad en una
superficie plana y prepararla con una tarjeta. Jimin le
observada quedamente, prácticamente hechizado. De vez en
cuando Jeongguk le miraba, guiñándole. Entonces tomó un
poco con la punta, guiándola al orificio de su nariz,
esnifando a medida que fruncía el ceño.
Jimin tembló ante el anhelo, levemente desesperado. Él
llevaba mucho tiempo sin consumirla y no le importaba,
pero de cierto modo había una advertencia cada vez que la
veía frente a sus ojos joviales. Era esa clase de necesidad
sensible, donde no hacía falta pero no podía negarla, debía
consumirla. Porque era grandiosa. Porque le hacía sentir
despierto, eufórico. Y era deliciosa una vez recorría su
paladar.
Jeongguk acarreó un poco y la sostuvo frente a él, como una
invitación silenciosa. Su estómago burbujeó y sonrió
tímidamente. Acercándose, simplemente la tomó,
degustándola, cerrando los ojos para mentalizarse que la
tenía allí, era suya y le haría sentir jodidamente feliz. Sí, la
había extrañado.
Relamiéndose los labios, inició un simple toqueteo de
caderas, desplazándose con un meneo amplio, duro,
rozándose las pollas erectas en círculos. Había un vínculo
ahora. Y la idea de haber consumido juntos en un efecto de
complicidad les hizo sentir cachondos.
Chistando a modo de desespero, Jeongguk le agarró
bruscamente la mandíbula, enterrándole los dedos en la
tierna piel para atraerle en un beso famélico, gimiendo
dentro de su boca acompasada de sus lenguas entrelazadas.
La coca aún no causaba su efecto, pero Jeongguk se obligó
a despabilar. Tomando a Jimin entre sus brazos, corrió hacia
la piscina, penetrando el agua quieta. Arrinconándolo contra
las baldosas, le delineó el rostro con la nariz en un escrutinio
instintivo. Incluso si Jimin le juraba eterna lealtad, aún era
difícil asumir que lo tenía allí, con él. Su espesa hermosura
era cautivante, doloroso. Demasiado doloroso. Y esa
obsesión cada vez más se le iba de las manos.
Entrelazando sus cálidos alientos, sucumbieron ante la
agonía, estrujándola en un besuqueo exigente. Era brusco y
sus dientes chocaban. Sus lenguas viperinas chorreaban y
Jimin solo tuvo el impulso de gemir, afianzando su agarre
alrededor de la espalda ancha y tatuada, enterrándole las
uñas.
Gradualmente el sol declinó entre las densas montañas, pero
la fiesta pareció recién entablar su verdadero objetivo
vividor. Con Jimin sentado sobre sus hombros, Jeongguk
bebió tequila del pequeño vaso que Yoongi le tendía de un
solo trago, rugiendo por el efusivo ardor. Se echó hacia atrás
y sumergió a ambos bajo el agua.
Más allá, sobre el herbaje, con unos lentes oscuros, Jackson
se movía eufóricamente ante el ritmo de Blame de Calvin
Harris. Llevaba atorado en la cintura un flotador con forma
de dona y un flotador tubular en cada mano, meneándolos
desordenadamente por el aire. Carcajeándose, Jimin lo
señaló con un hablar que detonaba lo drogado que estaba:
— Parece un pulpo. Jackson parece un pulpo... Un pulpo...
¡Pulpo! ¡Pulpo! ¡Jackson es un pulpo!
Nadando a través, Taehyung lo acogió por detrás,
recargando el mentón sobre su hombro al susurrarle al oído:
— Lo sé, cariño. Ya lo has dicho.
— ¿Ah, sí? —Ladeó el rostro para observarle con ojos de
cervatillo, esparciendo esa aura inocente que tanto le
caracterizaba—. ¿Ya viste que parece un pulpo?
— Así es. Es un pulpo estúpido y feo.
Siguiéndole el ritmo, Taehyung abrió sus pesados parpados
para encarar la mirada potente que les quemaba. Frente a
ellos, Jeongguk les observaba quedamente, con los codos
recargados en los límites. Un brillo extraño volvió de sus
pardos engatusadores. Relamiéndose los labios, advirtió lo
que deseaba. Entonces Taehyung cedió.
Exhalando alrededor del hombro izquierdo de Jimin,
Taehyung tanteó con sus labios sobre la piel perceptiva de
su cuello, tejiendo un sendero de ligeros toques sin dejar de
enfrentarse a esa mirada verdosa que les acechaba. Había un
propósito, después de todo. Provocarlo.
— Hueles exquisitamente bien —Taehyung le pellizcó el
lóbulo de la oreja con los dientes. Frotándole las manos por
el torso desnudo perlado de agua, murmuró con voz ronca y
grave—. Me provoca querer devorarte. Sí. Justo aquí, frente
a la mirada cachonda de tu amante.
Ahogando un jadeo, la respuesta de Jimin fue simple. Él
también lo quería. Taehyung no podía dejar de absorber su
dulce aroma, donde el protector solar solía perdurar,
ensalivándole la boca.
Ladeando el rostro, Jimin buscó sus labios, deslizando la
lengua entre medio para profundizar. Consciente de esa
presencia sigilosa, Jimin le enfrentó, entonces esmeralda y
pardo se encontraron por primera vez.
Había una excitación apasionante en la idea de ser enfocado,
deseado. Algo que Jimin jamás había imaginado. Y se sentía
jodidamente increíble. Alzando la mano, le invitó a formar
parte. Les quería a ambos, tocándole y succionándole.
Jeongguk y Taehyung eran altos. Difícilmente Jimin lograba
alcanzar sus mentones prominentes. Entonces cuando fue
situado en medio, allí, en el centro de la piscina, imaginó
esas grandes y toscas montañas que le hacían sentir
amenazado. En sus ojos podía reconocer la lujuria
desenfrenada y temió lo desesperados que estaban por
devorarle. Jimin sabía que eran salvajes.
Taehyung enterró los dedos en las hebras doradas, tirando
de la cabeza de Jimin bruscamente para succionarle la boca.
Descendiendo por la dulce piel de su cuello, Jeongguk hiló
un sendero hasta sus pezones, apresando contra sus labios
uno de sus botones rígidos.
De respiración agitada, Jimin gimoteó, inquieto, sintiendo
como era tocado afanosamente. Esas manos grandes le
rodeaban posesivas y estaban dispuestas a no ceder para
dejarle en paz incluso si rogaba. Se arqueó violentamente
cuando Jeongguk le sujetó la polla y Taehyung le apretó las
bolas en completa sincronía. Jimin se sintió desfallecer.
— Es solo el principio —Jeongguk le mordió la mejilla.
De pronto se alejó y Jimin le miró desconcertado. Pero solo
fue una duda que fue apresada por las manos de Taehyung
sacándolo de la piscina también. Fue guiado a la sala,
goteando sobre la enorme alfombra. Sin importar mojar los
sillones, Jeongguk les esperó sentado, recargando el brazo
sobre el respaldar con las piernas abiertas. Se fumaba un
cigarro.
Como espectador, Jeongguk centró la mirada en la amplia
mesa de centro frente a él, lo suficiente para que Taehyung
captara la idea. Sometiendo suavemente a Jimin, le quitó el
short, dejándolo en completa merced de las miradas lascivas
que ambos le propinaban.
Tomando la iniciativa, Jimin gateó sobre el cristal.
Recargándose sobre su pecho, empinó el culo. Situando la
mejilla sobre el vidrio, sintió su gelidez, entonces volteó el
rostro para encontrarse con la mirada imponente de su chico.
Relamió sus labios y una sonrisa traviesa le conquistó.
Acariciándose gentilmente las nalgas, Jimin asumió lo que
sucedería a continuación. Ordenando a Taehyung, Jeongguk
chistó:
— Devóralo.
Cayendo sobre sus rodillas, Taehyung babeó. Lo había
imaginado alguna vez. Él había deseado poseer ese pequeño
cuerpo tantas veces. Separó la tierna piel y observó a detalle,
finalmente deleitándose de lo que había codiciado. Sus
dedos escalaron por la espalda contraída, sintiéndole
estremecerse. Sus labios chocaron por cada una de sus
curvas, descendiendo por la hendidura hasta atrapar la
pequeña entrada con su lengua.
— Mmm... Tae —Jimin apremió. Sin dejar de mirar a
Jeongguk, gimió, meneándose—. Así. Justo así...
Vislumbrando el rostro de Jimin, Jeongguk reparó en
aquellos labios abultados que permanecían abiertos, resecos
ante la necesidad de absorber aire. El deleite le forzaba a
cerrar los ojos por intervalos, entonces él podía detallar la
hilera de espesas pestañas que le volvían el ser más precioso.
De mejillas abultadas y sonrosadas, Jeongguk se sintió un
hombre afortunado. Los risos dorados se pegaban a su frente
húmeda, luchando con el impulso de acercarse y peinarlos.
Jeongguk permaneció allí, inhalando entre caladas su
cigarro, cautivándose por los gemidos dulces de Jimin.
Quejas apasionantes que Taehyung, su lengua y dedos
causaban. Había un fetiche acerca de verlos juntos, casi
como una necesidad. Eran buenos amigos, lo sabía, pero la
química que persistía entre esos dos era innegable, incluso
si sabía que no había más que buenos sentimientos mutuos
de amistad.
Daba igual, no era un hombre ferozmente posesivo. Si Jimin
lo disfrutaba. Si Jimin lo quería, entonces él compartiría.
Estaban drogados y alcoholizados, tal vez en algún
momento se hubiese negado, ahora no era el momento
adecuado para procesar, ellos simplemente eran fieles a sus
instintos lujuriosos.
Ansioso, se acercó a ellos, aspirando el olor a sexo cada vez
más cargado. Taehyung se levantó y Jimin se arrodilló sobre
la mesa, deslizando sus pequeñas manos por aquellos dorsos
firmes y marcados, sacando la lengua para demostrar lo
famélico que yacía.
Cuando se desprendieron de sus prendas, descendió,
sosteniendo sus pollas hinchadas. Mirándoles una vez más,
absorbió la punta chorreante de Jeongguk, masturbando a
Taehyung. En continuo intercambio, Jimin se llevó cada
polla tan profundo como pudo a su garganta, disfrutando del
resuello que intercalaban al ser tomados en su acuosa boca,
las palmas deslizándose por su fina espalda y los dedos que
le sostenían del cabello para entablar un ritmo.
Jimin unió las pollas, deslizando su lengua por toda la
longitud sin dejar de mirarle a los ojos hasta llegar a los
glandes y succionarlos al mismo tiempo, incluso si no
cabían por completo entre sus labios. Mordiendo besos a
través de sus dorsos, se alzó para sujetarles de la nuca y
forzarlos a un besuqueo. Desesperado, Jeongguk le devoró
a un ritmo frenético, convirtiéndolo en un beso
desordenado. Taehyung le rodeó la cintura, chupándole el
cuello, haciendo suyos sus pezones. Jimin se sintió en el
paraíso. A merced de dos hombres guapos y deliciosos. Dos
hombres que amaba con su vida.
Recostándolo sobre el cristal repleto de vapor, Jeongguk se
sumergió entre sus piernas, agonizando contra ese glande
bermellón goteante. Deslizó la lengua y gimió ante su propia
ansia, sediento. Estrujándole las nalgas, lo elevó levemente
de las caderas, hundiéndolo en su boca para tomarlo en
completa merced, ahogándose, llenándose la boca de ese
dulce caramelo oscilante.
Taehyung le sostuvo de los hombros, rozando su piel febril
con la silueta húmeda de sus labios. De cara al jardín, un
jadeo les forzó a alzar la mirada en sincronía, enfrentando la
inspección repleta de expectación. Abierto de piernas y con
Jeongguk entremedio, Jimin no pudo evitar gemir, echando
la cabeza hacia atrás cuando succionó ágilmente. Taehyung
le consoló, lamiéndole el labio inferior hinchado. Entonces
volvieron a disponer su atención en la audiencia.
— ¿Se quedaran parados ahí toda la noche? —Taehyung
bufó una risa y Jeongguk miró por sobre su hombro,
limpiándose con el dorso de la mano—. Únanse. La
diversión recién comienza.
El silencio fue sepulcral. Incluso si fuese solo por un
segundo, el interés era potente. La lujuria gobernó alrededor
de sus ojos dilatados por la droga y Hoseok fue el primero
en abrirse paso por la sala, desvistiéndose. Acurrucándose
sobre la espalda de Taehyung, recargó el mentón sobre su
hombro, divisando el precioso rostro sonrojado de Jimin
mirándole desde abajo.
Advirtiendo que podía verle, Jimin revoloteó sus pestañas,
saludándole. Jeongguk se alineó y entro de una estocada,
pillándole desprevenido. Sin dejar de observar la curiosidad
bañándose en el castaño claro de los ojos de Hoseok, Jimin
abrió la boca, quejándose a medida que fruncía el ceño por
la brusca intromisión.
Hoseok se arrodilló a su lado, despejándole el cabello de la
frente. Recargándose, le atrapó los labios, silenciando los
gemidos a medida que le metía la lengua.
— Tienes una boca deliciosa —Susurró—. Veamos qué más
puede hacer.
Sosteniendo la polla de Taehyung, Hoseok la guio hasta la
boca de Jimin. Tomando el control, predijo exactamente el
modo en que lo deseaba, entonces forzó a Taehyung a ir más
allá de la garganta. La tráquea de Jimin se abultó y Hoseok,
Taehyung y Jeongguk jadearon sorprendidos. Jimin
realmente sabía cómo tomar una polla.
Y muy pronto, la sala se halló sucumbida por una aleación
de pieles exhaladas. Cuerpos que se presentían, se deseaban.
Miradas cargadas de anhelo que se enfrentaban, cediendo a
la necesidad de ser tomados, acariciados y saciados.
Jimin siempre fue la obsesión. Sometido sobre el cristal de
la mesa de centro, los demás podían rendirse ante la
veneración como una estúpida idolatría que escondían del
mundo, presos de la vergüenza, atrapados en un ligero
deseo. Era un chico precioso, pensaban todo el tiempo. Si le
querían no podían culparle, él tenía ese efecto como una
droga efímera. A estas alturas el alcohol solo lo fomentaba.
Rodeado, Jimin recibió las bocas ajenas como simples
caramelos. Sonriendo, acogió cada lengua que anheló
acariciarle, saborearle. Sobre sus rodillas, fue empotrado
por las duras caderas de Jeongguk en advertencia. Estirando
una mano, Jeongguk lo jaló del cabello hasta recargarlo
sobre sus pectorales nacarados. Ladeando el rostro, Jimin le
devoró la boca. Saber que eran atentamente observados
creaba cierto morbo.
Tomando la iniciativa, Yoongi y Hoseok se acoplaron.
Como una clase de imán, las miradas de Jeongguk y Jimin
se sintieron atraídas, sonriendo en completa complicidad al
enfrentarse. JB, Jackson y Taehyung habían creado su
propia fiesta.
Desenfrenado por el deleite, Jeongguk cogió a Jimin en
brazos, guiándolo al enorme sillón, incrustándolo sobre el
mullido cojín para arremeter contra él sin piedad.
Estremecido, Jimin tembló violentamente, sujetándose
firmemente de sus hombros, gimiendo sin control a medida
que se meneaba para ir a su encuentro.
Con sus pestañas perladas en lágrimas por el placer, Jimin
ladeó el rostro cuando Jeongguk inició una recreación de
huellas sobre la extensión de su cuello. Con un dulce
ronroneo abrió los ojos, encontrándose con las miradas
extasiadas sobre él. Entonces se preguntó si todos habían
acabados y solo quedaban ellos dos.
Anclándose sobre sus rodillas, Jeongguk le apretó las
caderas, elevándolo levemente para reiniciar las embestidas
frenéticas. Era el fin. Jimin había aprendido a leer sus
patrones. Ambos no resistirían por mucho tiempo.
Implorando ante el orgasmo que se comenzaba a extender,
Taehyung gateó sobre la alfombra, actuando como consuelo
ante las suplicas que forzaban a Jimin a convulsionar.
Gimiendo sobre su boca, Jimin se deshizo en un lamento
moroso, realmente flojo.
— Eso es, cariño —Taehyung le ordeñó la polla,
esparciéndole su propia esencia sobre el abdomen
contraído—. Eres precioso.
Hechizado, Jimin enfrentó la mirada soberana de Jeongguk,
sonriendo embelesado. Entonces sucedió demasiado veloz
y Jimin no pudo evitar sentirse pasmado. Enterrándose
profundamente, Jeongguk se corrió dentro, manteniéndose
quieto por un segundo como si buscase llenarlo finalmente.
Muy pocas veces sucedía, en realidad. Y la mayor parte del
tiempo, Jimin tenía que rogar. Entonces supo que era un acto
de posesión cuando leyó nítidamente la palabra mío, brotar
de sus labios.
La fiesta continuó hasta el alba. Ese pequeño detalle no
había hecho más que reforzar esa extraña amistad que todos
poseían entre sí.
────────────
Me gusta fantasear con mi escritura, pero también me
gusta agregar un poco de realidad. Hasta que te conocí,
creo que se asemeja mucho más a la realidad que mis
demás obras. Pero lo que realmente quería expresar con
esta nota, es que, no pretendo promover absolutamente
ninguna de las acciones de los personajes. Es más, quiero
visualizar las consecuencias de los actos erróneos que van
tomando. Sé que en la lectura hay menores de edad y
realmente me preocupa que tomen esto como un buen
ejemplo. ¡NO LO ES! Por donde lo miren, es una
destrucción de vida irreparable. En el desarrollo lo verán.
Capítulo 36
Soledad. Ese estado de aislamiento que lo envolvía cada vez
que sentía que no podía con el ritmo de la vida. Ese
sentimiento de melancolía que se volvía hambriento y
devastador. Y justo ahora, creía que no podría aguantar el
peso de su propia agonía.
Vertió otra ronda de licor dentro del vaso y observó el
líquido marrón derretir los pequeños cubos de hielo. La
botella pronto se acabaría y no tendría nada más que beber.
La despensa de mamá estaba vacía. La muy perra había
dejado de beber hace tiempo, cuando asumió que era una
maldita alcohólica, recordó tomando un sorbo, gruñendo
por el ardor que corroía su garganta.
Había vuelto a pasar tiempo en casa. Solía hablar un poco
con mamá ahora, aunque la mayor parte del tiempo eran solo
respuestas monosílabas. Pero ella estaba bien con eso, de
todos modos. Verle a diario era todo lo que deseaba. Sin
embargo, continuaba pasando las noches solo, entonces
asumió que ese aspecto jamás cambiaría y él debía
aceptarlo.
Entonces una vez más estaba sentado en el cómodo sillón
de la sala, centrado en cómo la luz del sol desaparecía entre
las extensas montañas. Según él, todo era culpa de
Jeongguk. Su maldita crueldad le obligaba a emborracharse
para apaciguar el dolor que sus toscas palabras ocasionaban
cada vez que discutían. Y es que simplemente no podía
evitarlo. Soojin parecía jamás querer desaparecer de sus
vidas y Jeongguk se negaba a forzarla.
— ¿Cuál es tu problema? No te ha hecho nada —Jeongguk
le había reñido esa tarde cuando ella le llamó para hablar—
. Déjala en paz.
Sí. La presencia de Soojin era incluso más espesa que la
bruma de humo que salía de sus labios al propinarle una
larga calada a su cigarro. Era agotador y sabía que en
cualquier momento simplemente se rendiría.
Saber la verdad sobre qué les unía precisamente, era cada
vez más difícil. Tal vez, simplemente debería soltar la mano
de Jeongguk, de ese modo Soojin lo obtendría y dejaría de
amargarle la existencia. A esa altura nada importaba. Jimin
sentía que estaba enfocado en otras cosas, muy lejos de los
gustos propios que Jeongguk solía mantener. No
congeniaban.
Depositó cuatro pastillas de anfetamina sobre la mesa de
centro y las molió. Hace unos días había descubierto que su
efecto era mucho más sólido si solo las inhalaba. Entonces
sin darse cuenta, había consumido una tableta completa. Las
manos le temblaban, pero no fue impedimento para beberse
el vaso con whisky de un solo trago.
Era bueno beber. Era bueno drogarse. Pero no soportaba la
carencia de alguien. Observando alrededor y lo abandonado
que yacía, las paredes comenzaron a incomodarle, como si
la casa respirara y las escaleras mordieran. La alfombra en
cualquier momento le tragaría, las persianas le ahorcarían y
la cocina le cortaría en diminutos pedazos hasta molerle por
completo.
Cogió su chaqueta y simplemente trotó a través del pórtico.
Abatido y desorientado, comenzó a caminar por la calle
solitaria, oscura y húmeda. Sus zapatos sobre el asfalto
causaban eco y hacía un poco de frío. Había una clase de
satisfacción en alejarse lentamente de casa y todo lo que
conocía. Entonces caminó sin descanso, sin rumbo alguno
en particular. Jimin solo caminó y caminó y continuó
caminando.
Entrecerrando los ojos a través de la oscuridad y el escaso
pastizal, enfocó la mirada borrosa en un callejón que yacía
débilmente iluminado por una fogata. Curioso, avanzó,
ignorando el peligro. Había un grupo de cinco personas
refugiándose del frío. Dos eran mujeres. No les conocía, sus
rostros se hacían difícilmente familiares. Entonces supuso
que no eran de allí, les recordaría entonces, ¿Verdad? Lucían
jóvenes. Muy jóvenes y se sintió alarmado.
Solo iba de pasada, supuso. No contó que entre ellos, una
chica, la más delgada, se levantara al notarle. Fue casi de
inmediato.
— Hey —Dijo, su voz sonaba densa—. Te conozco.
Impulsado por la impresión, Jimin dio un paso atrás. Con
las manos aún en los bolsillos de su chaqueta, le inspeccionó
detalladamente. Sí, él también sentía que la conocía. Pero
incluso si la miró y luego la miró un poco más, no supo
definir de dónde.
— No —Dedujo, encogiéndose de hombros porque
realmente no le importaba si se conocían o no—. No creo.
— Claro que sí —Aseguró, acercándose un poco más—.
Eres Jimin. Park Jimin.
— ¿Y eso qué? Este es un pueblo pequeño, todos nos
conocemos.
Sorbiendo por la nariz, miró alrededor. Se sentía
extrañamente enojado ahora. Y era exactamente eso lo que
odiaba; el maldito pueblo pequeño. La gente que le conocía
y le señalaba. ¿Un motivo? Jimin les había dado varios para
hablar, como una estúpida clase de banquete.
En intervalos de escasos segundos, la bruma dopada parecía
disipar, entonces se preguntaba exactamente dónde estaba.
No reconocía el sitio. Era escaso de árboles y el ruido de los
autos sonaba con mayor frecuencia.
— ¿De verdad no me recuerdas? —La chica insistió.
— No tengo ningún motivo para mentir, ¿Por qué insistes
tanto con eso? —Chistó—. Oye, ¿Tienes un cigarro?
— Soy Lalisa Manoban, idiota —Se señaló a sí misma con
emoción, hacia la ropa sucia que llevaba—. Fuimos
compañeros en secundaria.
Mirándola fijamente, Jimin permaneció en silencio,
demasiado tiempo para ser normal. Parecía divagar en algún
lugar de su mente, donde la droga le estrujaba sagazmente.
El silencio perduró por unos segundos más. De pronto,
Jimin jadeó ruidosamente y Lisa se carcajeó.
— ¡¿Eres Lisa?! —Exclamó finalmente. Sus ojos yacían
muy abiertos ahora—. ¿Lisa? ¿Esa Lisa?
— ¿Qué quieres decir con, esa Lisa?
— ¡Que eres Lisa!
— ¡Sí, soy Lisa!
— ¡Sí, sí, sí! —La otra chica se levantó, rodando los ojos
con exagerada ironía. Lisa la nombró como Minnie—. A
todos nos quedó claro que es Lisa.
Lisa sonrió y Jimin logró finalmente reconocer cierta parte
de su aspecto. Siempre pensó que su sonrisa era la más
preciosa. Pero el cambio en ella era brusco, pensó. Lucía
más delgada de lo usual. De mejillas chupadas, asumió que
su vida no era muy buena.
Como dos amigos que lograron reencontrarse después de
varios años, Jimin no pudo evitar emocionarse y aceptar la
invitación de todos para tomar asiento junto a ellos
alrededor del fuego. Fue en ese momento donde Jimin
cometería el peor error de su vida.
Entre caladas y caladas de porro, le contaron que eran una
clase de nueva generación libertaria y pacifista de hippies
que viajaban propagando el amor libre. Jimin asintió, pero
no sonaba muy convincente. Lucían más del tipo,
generación incomprendida que buscaba el amor en ningún
lugar. Justo como él.
Le acercaron un tarro que contenía vino y Jimin lo tomó sin
sopesar en lo asqueroso que lucía. Era dulce, sabía bien y
era todo lo que importaba. Sin entender qué hacía Lisa en el
pueblo, después de dejar la preparatoria y fugarse de casa,
le contó que necesitaba dinero y la única opción era su
madre. Jimin veía a la señora Manoban todos los días, era
dueña de una preciosa florería y de pronto sintió compasión
porque la pérdida de su hija aún se bañaba en el castaño
claro y marchito de sus ojos. Lisa era una estúpida, pero se
alegraba de verla. Lisa continuó diciendo que residían en
una caravana en la ciudad. Pero ahora se dirigían a un
festival. Solo faltaba algo de dinero.
— ¿Por qué no vienes conmigo? —Lisa propuso de pronto
en plena madrugada, donde el frío se hacía más intenso—.
Será divertido.
Jimin no respondió. Ni siquiera pensó, demasiado ido en su
neblina dopada. Así que simplemente asintió y siguió sus
pasos hasta la carretera y hacer autostop con los demás. Qué
más da, pensó de repente, cuando el dopaje pareció disipar
por segundos, su vida era un verdadero caos, ir con ellos no
haría ninguna diferencia. Eran geniales y parecían la clase
de persona capaz de entenderle. Eran como una clase de su
propia versión, pero sucios y delgados.
Un camión se detuvo y se ofreció llevarles. Jimin tembló
cuando la condición fue llevar a Lisa como copiloto. Varado
en medio de la nada, Jimin se sintió palidecer. No era
estúpido, sabía lo que conllevaba, pero presenciarlo, era
algo totalmente diferente.
— ¿Qué pasa? —Un chico llamó su atención y Jimin lo
recordó como Zack—. La vida no es gratis. Ella nos está
salvando el culo. Ya sabes...
Mirando a Lisa, notó que no había preocupación absoluta.
Y aunque de cierto modo se sintió consolado, seguía tenso.
Entonces las ansias de las drogas, las experiencias y el
nuevo lugar que conocería, le animó a subir con los demás
en la parte trasera. De ambiente tranquilo y sereno, se
durmió. Llegaron a la bahía casi al atardecer y solo pudo
pensar en lo hambriento que estaba. Todo eso se convirtió
en un pensamiento fugaz cuando el olor a mar y el ocaso
tiñendo el cielo de naranjo le dejaron pasmado.
Quitándose los zapatos en el proceso, corrió por la blanca
arena hasta la orilla ignorando el llamado de Lisa, chillando
al mojarse los pies. El agua turquesa le hizo sentir fresco.
Había conocido el mar una sola vez en su vida y lo
recordaba igual de precioso. Movedizo y claro.
— Es hermoso, ¿Verdad? Sabía que no te arrepentirías —
Lisa se detuvo a mirar el horizonte con él. De pronto,
sonrió—. Sobre el agua se refleja el color de tus ojos. ¿No
es eso una señal?
— ¿Señal? —Bufó una risa—. ¿Acaso crees en esa mierda?
— La bahía quiere que te quedes. Perteneces a ella.
Era realmente una estupidez. Pero Jimin no reconocería que
pensó al respecto. Tal vez este era el cambio que necesitaba.
Salir de casa solo fue el primer paso. Pero entonces, qué
haría exactamente. No tenía un sustento. Algo a lo que
aferrarse.
— Un paso a la vez, ¿No es así? —Dijo.
— Aquí nadie va a juzgarte, Jimin. Puedes ser libre todo lo
que quieras.
Jimin pensó que podía leer sus pensamientos, pero era fácil
suponer por el otro cuando sus vidas se basaban
exactamente en lo mismo. Lisa y sus amigos le entendían
porque necesitaban lo mismo. El consuelo estaba allí, entre
ellos. Reacia a dejarlo pensar más de la cuenta, Lisa le
salpicó agua, iniciando una persecución por toda la playa,
gritando y riendo por doquier. De pronto, Jimin se sintió
finalmente libre. Sin preocupaciones. Sin el temor a ser
regañado. Todas esas personas ni siquiera le miraban. No les
importaba quién era o qué hacía. Él tomó ese deseo
demasiado apretado para su propio bienestar.
Anocheció demasiado rápido para su propio regocijo.
Habría deseado disfrutar del mar un poco más. Sentado
sobre el césped de una plaza, miró hacia los incontables
clubes y restaurantes animados. Era una zona concurrida,
sobre todo en la noche, cuando la fiesta recién comenzaba.
Él no quiso ser parte, de todos modos. La forma en la que
estaban, sentados en círculos a medida que corrían un porro
y conversaban de nada en particular, era mucho mejor que
todo el bullicio que provenía desde allí. Lisa llegó segundos
después, con una bolsa repleta de hamburguesas. Jimin no
se había dado cuenta del hambre que tenía hasta que vio sus
manos vacías y aceitosas por los residuos.
— ¿Todo bien, niño bonito? —Choi Hyunsuk chocó
levemente sus rodillas, sonriendo ladinamente—. ¿Aún no
quieres volver a casa?
Jimin gruñó. Él se había burlado al respecto todo el día. A
esas alturas se sentía harto. Jimin sentía que de algún modo
encajaba, pero los amigos de Lisa veían todo lo contrario.
Veían la clara imagen de un inconformista malcriado. Un
chico demasiado limpio y refinado para mezclarse con la
vida que sostenían. Alguien quien en cualquier momento se
largaría a llorar por que no soportaba la idea de estar lejos y
quería a mamá.
— ¡Vete a la mierda! —Jimin lo empujó, levantándose.
No iba a volver. Había una decisión y sería fiel a ella. La
vida allí era diferente, demasiado buena para ser real. Él la
quería, entonces se quedaría. En casa nadie le esperaba.
Taehyung podía quedarse con su misterio. Mamá podía
yacer en plena burbuja de amor con su amante prohibido.
Tenían sus vidas, Jimin reparó en eso. Eran personas que
tenían algo resuelto y podían aferrarse a eso. Él no. No lo
tenía y necesitaba buscar su sentido de pertenencia. Escapar
de casa sin decir nada no fue la mejor decisión, pero estaba
hecho. No había marcha atrás.
Y luego estaba Jeongguk. Ese maldito hijo de puta que le
hacía perder la razón con demasiada facilidad. Era su más
inocente y brava debilidad. Jimin no quería reconocer que
estaba allí porque intentaba probarle algo: Que no lo
necesitaba. Pero el sentido de pertenencia que tanto
aseguraba que carecía, estaba allí, justo a Jeongguk cada vez
que lo pensaba. Pero no podía borrar el momento de su
mente. El instante cuando Soojin se dignó a aparecer y la
sencillez de Jeongguk al soltarle la mano para correr hacia
ella. Hablar. Hablar. Y hablar. Esos dos siempre tenían que
hablar. Jimin estaba harto de quedar apartado. Harto de
pedir explicaciones y ser simplemente ignorado.
Rechazó la silueta de Hyunsuk posicionando a su lado,
permaneciendo de brazos cruzados para deshacerse del frío
a medida que miraba la figura de la luna reflejada sobre el
mar. El agua yacía quieta. Si la miraba por mucho tiempo,
él podía sentir su quietud también.
— Oye, solo estaba bromeando, ¿Sabes? —Hyunsuk se
balanceó en sus talones—. No te enfades.
— No me conoces, así que no pretendas saber algo respecto
a mí. ¿Quedó claro?
Asintiendo, Hyunsuk estuvo de acuerdo. Demostró su
nerviosismo cuando se rascó la nuca en un intento por idear
algún tipo de conversación. Observándole atentamente,
Jimin supo que no tenía intención de dar media vuelta y
regresar con los demás.
— ¿Has probado el ácido? —Hyunsuk se mordió el labio,
sonrojado.
Jimin pensó al respecto. El éxtasis no contaba, así que su
respuesta era un rotundo no. Negando, aceptó ser guiado
hasta el círculo sobre el césped. Entonces él tuvo su primer
encuentro con el LSD. Temió al principio, porque era
desconocido. Pero de algún modo, la voz apacible de
Hyunsuk le indicó que todo estaría bien.
— No pasa nada —Dijo, recostándolo entre sus piernas
abiertas a medida que masajeaba sus hombros—. Voy a
cuidarte, así que ve por ese viaje.
Inició como una pequeña tempestad, casi intangible. Incluso
sintió que había demorado. El cuerpo se le entumeció y
comenzó a sentir que sus hombros caían y la tierra le tragaba
lentamente. Poco a poco, todo lo que miraba, comenzaba a
contorsionarse, como un remolino. Sí, de esos que se hacía
en el agua cuando giraba su mano una y otra vez.
Sintiendo la espalda húmeda, se puso los dedos de las manos
frente al rostro, observando sus movimientos
exageradamente lánguidos. Entonces estalló en una risa
histérica. Existía un eco por doquier. Un par de carcajadas y
una voz profunda a través de un tacto que parecía quemarle
la mejilla izquierda.
Enfocando las estrellas en el alto cielo azulado, vio cómo se
alineaban de manera monocromáticas. Los destellos se
devoraban los destellos. Las aristas se extendían hasta crear
delgadas ramas hasta sostener el universo entero.
Hyunsuk le animó a posar la cabeza sobre su pecho.
Maravillado, Jimin intentó describir lo que sentía, pero de
lengua dormida, solo pudo aferrarse al sentimiento que sería
plenamente etéreo. Retorciéndose, descubrió que el color
amarillo tenía un sabor. Cítrico. O tal vez azucarado. No, en
realidad era ambiguo. Pero Jimin sentía la sensación en su
boca, cosquilleaste y apetitosa.
Al día siguiente despertó sobre un colchón mullido y sucio.
La carencia de una sábana le forzó a levantar el rostro con
exagerada brusquedad, entonces miró alrededor, donde los
rayos del sol devoraban todo a su paso. Parecía ser una
casona, demasiado maloliente y vieja. Los músculos del
cuerpo le dolían y se bebió gran parte del agua en una botella
que Lisa le tendió.
En esa instancia estaba lo suficientemente lúcido para
pensar correctamente en qué haría desde ahora en adelante.
Pero la idea de un repentino retorno a casa jamás llegó, él
solo pudo pensar en lo radiante que se sentía ante la nueva
sensación que el ácido había dejado. Era un sentimiento
extraordinario y todo su ser rogaba por repetirlo. Fue cuando
pasaron toda la tarde consumiendo LSD, buscando revivir
ese anhelo que por muy etéreo que fuese, era valioso.
Y así, sucesivamente, el día y la noche retomó su rumbo.
Perdido en sí, no tenía idea de qué día era. Se había
ambientado demasiado bien a su parecer. Había dejado su
ropa sucia atrás y había aceptado un par de prendas ligeras
que los chicos le habían prestado después de tomar un
pequeño y necesario baño en la parte trasera de una
gasolinera. Sentado sobre el césped, sostuvo su celular
descargado, observando su reflejo desaliñado a través de la
pantalla negra. No estaba interesado en si le habían llamado,
en si se habían dado cuenta que no estaba. Demasiado
enojado con el mundo, sentenció que los olvidaría.
Maravillado por la sencillez de la vida, Lisa le enseñó hacer
pulseras de artesanía para luego venderlas. Y aunque la
genta escasamente las compraba, había algo de satisfacción
en crearlas y luego entregarlas a quien deseara llevarla.
Todas las tardes observaba a Hyunsuk y a Minnie hacer
malabarismo en la esquina de los semáforos. Doyoung y
Haruto limpiaban el parabrisas de los autos. De esa forma
podían comer y comprar drogas. A veces no era tan bueno,
ellos tenían que elegir entre comer o consumir.
Pasaban las noches acurrucados unos contra otros en un
intento por capear el frío y crear espacios cómodos para
dormir, elevándose con marihuana y trasmitiendo los
pensamientos efímeros que vagaban por sus mentes
dopadas. Recostado sobre el pecho de Hyunsuk, Jimin se
mantuvo observando el amplio techo desgastado de la
casona, entonces dijo a los demás:
— Cuando era pequeño, me gustaba ojear los libros que mi
hermano mayor tenía. Y sin entender por qué, una frase
quedó grabada en mi mente para siempre —El aroma de esa
habitación borrosa pareció divagar, como si de algún modo
pudiese transportarse a esos tiempos donde era feliz y no lo
sabía. Sintió la textura áspera de la hoja sobre sus pequeños
dedos y saboreó las palabras—. Una vida que no ha sido
examinada, no merece ser vivida.
— ¿Eras feliz con todo ese lujo, Jimin? —Hyunsuk
preguntó, besándole castamente el cabello.
— No —Dijo de inmediato.
No había que dudar, no era necesario siquiera sopesar.
Después de la perdida más grande, él comprendió que el
tormento sería eterno. Se había marchitado como las flores
de su jardín, esas que mamá cortaba y nunca más volvían.
— ¿Y ahora?
— ¿A qué te refieres? —Frunció el ceño, observando cómo
Hyunsuk se recargaba sobre su codo para mirarle fijamente.
— Míranos. Mírate. Observa atentamente dónde estamos
intentando pasar la noche —Señaló el sitio con la mirada—
. Este colchón apesta. Nuestras ropas están sucias y no
tenemos idea de si mañana podremos comer. Entonces te
vuelvo a preguntar, ¿Y ahora? ¿Eres feliz?
Tenía razón, pensó. Pero no era algo que fuese a perjudicar
lo que sentía. Sí, era cierto, ese colchón era realmente
repulsivo. Pasaban días sin poder lavarse y hacer las
necesidades en un baño improvisado era prácticamente un
lujo. Su miedo más grande no se traba de no comer, el
verdadero terror se centraba en no poder consumir. Pero allí,
junto a ellos, había descubierto algo realmente genuino,
comprensión. Finalmente había encontrado un núcleo fuera
del prejuicio. Era un cariño genuino que de pronto había
despertado en él. Como una clase de hogar.
Un día, todo pareció empeorar. Mugroso y afligido, se vio
obligado a vender su celular. Las cosas no iban bien en la
calle y necesitaba consumir. LSD, marihuana, anfetamina o
cocaína. Lo que fuese para saciar el vacío que zumbaba en
su estómago. Todo se había vuelto una constante y ahora
nada era divertido. Cada vez era más difícil obtener dinero.
Comenzaba a ponerse nervioso con mayor frecuencia.
Una noche, entre alcohol y drogas, Jimin y Lisa perdieron
el rastro de los demás. Recorriendo la bahía, ahora solos,
Lisa le dijo que no debía preocuparse, conocía ese sitio
demasiado bien. Era amiga de mucha gente y eso les
facilitaba consumir gratuitamente. Pasaban la noche en casa
de algún extraño siempre y cuando ella les diera una
pequeña recompensa. Jimin siempre intentaba mantenerse
al margen de esa situación, demasiado arisco para permitir
las manos ajenas de alguien más sobre su cuerpo.
Pensaba en casa con menor frecuencia ahora. La mayor
parte del tiempo lo hacía cuando tenía hambre o frío.
Imaginaba esa nevera repleta de comida y las sábanas
suaves y tibias de su cama. A veces recordaba pequeños
detalles de sus amigos, lo sedoso que era el cabello de
Taehyung, lo radiante que era la sonrisa de Hoseok, lo
terroríficamente serio que podía ser Yoongi, la calidez de
Jackson y la sencillez de JB. Todos ellos eran personas
agradables, nada comparado a toda la basura que había
tenido que conocer últimamente.
Y cuando sus pensamientos comenzaban a trazar la figura
de esos ojos pardos, esa voz ronca y esos brazos que la
hacían sentir tan seguro, se apresuraba a consumir, de ese
modo todo disipaba y solo podía concentrarse en la bruma
que volvía todo negro. La sensación era tan buena que
volver a casa dejaba de ser atractivo. Entonces el volvía a
disfrutar de la vida que llevaba, porque con droga en el
cuerpo, él podía conquistar el mundo.
Fue un sábado por la noche cuando se llevó el peor susto de
su vida. Drogándose en el departamento de un desconocido
que, según Lisa había conocido un par de veces en el pasado,
se sintió realmente paranoico. El peligro era latente, estaba
allí cada maldito segundo de su vida. Sin embargo, había
algo en el comportamiento del sujeto que no le gustó. Su
mirar lascivo, esa voz acaramelada. En plena madrugada,
inmerso en una bruma de intoxicación, Jimin despertó con
el pantalón hasta los tobillos y el tipo entre sus piernas,
probándole en su boca. Acomodándose torpemente, corrió
hasta la puerta, escapando.
Desde ese día, jamás volvió a saber de Lisa. Estuvo solo
desde entonces, recordando el asqueroso toque de ese
hombre. Sufriendo nauseas por el terror que había
sembrado. Ahora deambulaba sin razón, perdido en sí
mismo. Dormía en cualquier sitio que la noche le dejaba
escoger y pedía moneadas durante el día.
Tenía hambre. Ese era el único pensamiento que venía a su
mente ahora. Parado frente al enorme ventanal de un local
de comida chatarra, saboreó el disfrute ajeno. Esas
apetitosas hamburguesas que se llevaban a la boca,
masticándolas con total satisfacción. Abrumado, yació
cabizbajo, observando entre el velo de lágrimas sus zapatos
desgastados y sucios. ¿Cuándo había sucedido? ¿En qué
momento se había convertido en ese muchacho sucio?
Como si de pronto fuese capaz de asimilar la situación,
comenzó a revisar su ropa. Había grasa en su pantalón y su
camiseta apestaba. Joder, todo en él apestaba. Tenía el
cabello grasoso y las uñas negras por la mugre. El hedor era
bravo y sintió la clara repulsión de sí mismo. Existía un
límite y él había encontrado el suyo. Con la droga fuera de
su organismo, pudo ver el claro engaño que sostuvo. Esa
felicidad efímera que jamás estuvo allí, en realidad.
¿Dominar el mundo? Claro que no, ese maldito mundo se lo
estaba devorando, trozo a trozo, del modo más cruel y
doloroso posible.
— ¿Qué hice? —Cayendo de rodillas, cubrió su rostro,
sollozando—. Oh por dios, ¿Qué hice?
El frío comenzaba a deteriorarle la piel. Su cuerpo yacía
entumecido por el suelo duro. No quería consumir más
drogas. Anhelaba volver a casa. Ir a la universidad y
estudiar. Quería a mamá. A sus amigos. Quería su vida de
vuelta. Él necesitaba volver pero no sabía cómo. Estaba
completamente desorientado, perdido.
Intentó pedir un teléfono prestado, pero la gente le
rechazaba por su aspecto descuidado. Entonces la única
solución fue la estación de policía. Él temió ser rechazado
nuevamente, pero fue acogido amablemente. Había algo en
sus miradas al reconocerle. Duchado y vestido, supo que lo
habían dado por desaparecido. Park Jimin. 19 años. Leyó las
pequeñas letras debajo de su enorme fotografía. Los rizos
sobresalían y su mirada brillaba. Se había tomado esa foto
para ingresar a la universidad. Que expectante se hallaba en
ese momento, repleto de sueños.
Mamá llegó al día siguiente, tan veloz como pudo. Sentado
en una butaca, la reconoció al entrar. De aspecto agitado,
miraba de un lado a otro, desorientada. Había ojeras
alrededor de sus ojos, acentuando lo vieja que se había
puesto. Llevaba el cabello despeinado y se aferraba a la
correa de su cartera como si intentase buscar algo de
seguridad. Jimin se encogió en su asiento cuando sus ojos
se encontraron, avergonzado. Pero no fue un impedimento
para ver a mamá correr y estrecharlo contra sus cálidos
brazos. Mamá lloró de alivio. Jimin lloró por la culpa que
comenzaba a pesar en sus hombros.
— Mamá, yo...
Pero mamá lo apaciguó con un beso sobre la frente. Por el
momento, no había necesidad de una explicación, ella
estaba satisfecha con saber que su hijo estaba con vida.
Mamá compró para él un par de hamburguesas y unas
malteadas. Durante el viaje, se sintió nervioso. ¿Cómo
mirarla a los ojos después de lo que había hecho?
Delineando su perfil, Jimin la notó más relajada. Y al
parecer, aún había algo de bondad en su corazón, supuso.
Jamás imaginó verla, pero allí estaba. Había llegado tan de
prisa, tan repleta de miedo. Por él. Su hijo.
Un mes, mamá dijo. Un mes extraviado en la brutalidad de
las calles. No podía comprenderlo, siquiera asimilarlo. Solo
había sentido que se trataba de un par de semanas, no un
mes. Pero la droga era engañosa. Tan deliciosa que podía
llegar a ser devastadora. Lo habían dado por desaparecido
al tercer día.
Con el retorno de la ansiedad, comenzó a malgastarse la uña
del pulgar con el dedo índice. Mamá le detuvo, entrelazando
sus dedos para plantar un dulce beso sobre el dorso.
— Pensé que ese hábito había desaparecido —Sonriéndole
por un momento, dijo finalmente—. Escucha, todo estará
bien desde ahora en adelante, ¿Sí? Haremos nuestro mejor
esfuerzo para que así sea. Te amo.
A veces, supuso mirando el borroso paisaje por la ventana,
que este tipo de cosas debían suceder para reforzar otras.
Para iniciar cambios. Tal vez esta era la oportunidad; ser
mejor persona e intentar perdonar a mamá.
Llegar a casa jamás se sintió tan bien. Varado en el pórtico,
Jimin observó su estructura amplia. La observó un poco más
y continuó observándola. En el pasado tampoco le había
tenido demasiado afecto, en su interior albergaban tantos de
esos recuerdos dolorosos, pero ahora estaba decidido a dejar
todo atrás para abrirse paso a un nuevo comienzo.
Cruzando el umbral de la puerta, se detuvo abruptamente,
ahogándose con su propio jadeo. Allí, en medio de la sala,
estaban sus amigos. Expuesto ante sus miradas repletas de
sorpresa, se abrazó a sí mismo, tímido al respecto.
Temió de Taehyung incluso ahora. Le había fallado, había
roto su confianza. Pero nada de eso importó cuando se lanzó
sobre él con desespero, sollozando porque finalmente lo
tenía de vuelta. Sin darse cuenta, de pronto se halló rodeado
de brazos, besos y llantos.
Rebosándole de amor, estaban las personas que creyó no les
importaba. Las personas que él mismo rechazó porque era
egoísta e injusto. Había colocado sobre sus hombros una
responsabilidad que no les correspondía. Ellos no tenían
culpa de su dolor. Fue cruel, pero aun así, ellos seguían allí
para apoyarlo pese a la tempestad que él con sus malos
hábitos había creado.
Abriéndose paso entre esa pequeña multitud, lo halló un
poco más allá, tan reservado como siempre. Llevaba el
cabello desordenado y las ojeras volvían del pardo de sus
ojos irritados. Lucía cansado. Y triste, muy triste.
La culpa pesó mucho más ahora. Todos ellos, con esos
aspectos abatidos por su culpa. Avanzó sigilosamente,
asustado. Y poco a poco, fue percibiendo ese característico
aroma a pertenencia en él. Ronroneó entre sus brazos y
restregó el rostro contra su pecho, satisfecho.
— No hay vida sin ti, ¿Comprendes? —Jeongguk susurró,
besándole el cabello—. Nada tiene sentido. No me mates de
esta manera, te lo suplico.
Nunca más, prometió. Él haría las cosas jodidamente bien
desde ahora en adelante. No más más drogas. No más
alcohol. Se centraría en estudiar y aceptaría la beca.
Correspondiendo a todas esas miradas cargadas de
expectativas, se arrodilló, implorando su perdón. Ni siquiera
lo dejaron rogar, tan veloz como había caído al suelo,
Jeongguk lo levantó. Inmerso en el centro otra vez, se dejó
abrazar por todos una vez más. Incluso mamá estaba entre
ellos, sonriendo.
Capítulo 37
El suave respirar de Jeongguk cosquilleaba sobre la curva
de su cuello expuesto, entregándose al exquisito tintineo de
sus labios al besarle la piel sensible. Entre sus piernas,
meneaba lentamente las caderas, embistiéndole con total
serenidad. Era el primer encuentro luego de un mes, más que
un desespero, perduraba el anhelo.
Alzando el rostro, Jeongguk le observó con un aleteo de
pestañas que lo volvió risueño, había una clase de festejo
que Jimin pudo reconocer a través del brillo que hacía del
pardo de sus ojos más intenso. Sus besos le veneraban y las
caricias sobre su cuerpo le hacían sentir como el humano
más preciado en el mundo.
Jeongguk retrocedió hasta solo yacer con la punta húmeda
de su polla dentro, sintiendo a Jimin temblar con
anticipación. Entonces se abrió paso para consumirlo con un
movimiento veloz, hasta el tope, gimiendo ante el placer de
las uñas enterradas en su piel repleta de tinta. De sentidos
empapados, Jimin contrajo la espalda con cada embestida
centrada en el mismo patrón, jadeando entre besos
apasionados.
Entre roncos quejidos, Jeongguk comenzó a correrse. Jimin
se sintió hinchado con sus fluidos, dejándole plantar hasta
la última gota mientras sus paredes contraídas le exprimían.
El sexo con Jeongguk siempre era delicioso, pero hoy había
algo mucho más que eso. Una sensación afirmativa. Una
emoción que se hacía cada vez más clara. Era esa clase de
sentimiento que aterraba a cualquiera que lo sentía. Amor.
Puro, intenso y claro amor.
Y es que no había podido encontrarlo en ningún otro lugar.
No existía comparación, nadie creaba en él esa sed
descomunal, esa necesidad tan brutal que le haría morir en
cualquier momento. Jeongguk era su más bravo y fascinante
tormento.
Acurrucados, dejó que el halago perdurara. Jeongguk no
dejaba de observarlo, recorriendo la silueta de su rostro con
las yemas de los dedos, detalle a detalle. Como si de algún
modo intentara probarse a sí mismo que era real, que había
regresado.
Pero aún era difícil lidiar con el pasado. Jimin se sentía tan
culpable de las malas decisiones. De los constantes errores.
Pero entonces no podía evitar imaginar esa cabellera roja y
larga. Ese precioso rostro pequeño y precioso que casi se
asemejaba al suyo. Todo había comenzado desde allí. Con
ella devuelta en sus vidas.
Odiaba ver a Jeongguk tan tranquilo. En paz consigo mismo
después de todo lo que había ocurrido. Jimin no quería. Se
negaba a soportar ver la armonía que le circundaba, esa
maldita armonía que él carecía a diario. Y si él no podía
tenerla, entonces nadie lo haría.
— Esto pasa cuando eres cruel, Jeongguk —Dijo de pronto,
furioso—. Cuando decides elegirla a ella, esto es lo que
obtienes.
Pasmado por su cambio tosco, Jeongguk parpadeó. Entre
una respiración que comenzaba a agitarse, negó en un
suplicio.
— No digas eso. Por favor, no me fuerces a recordar lo
aterrado que me sentí al no tenerte.
— Es tu culpa, Jeongguk —Murmuró entre dientes,
sintiéndose colérico—. Todo el frío que pasé. Toda el
hambre que sentí. ¡Todo es por tu culpa!
— No, Jimin... —Con el rostro ladeado, las lágrimas
comenzaron a humedecer la almohada.
Tan destrozado como esas palabras le dejaban, Jeongguk
intentó apaciguarlo. Pero era demasiado tarde. Jimin no
quiso detenerse.
— ¿Sabías que casi me violan?
No, claro que Jeongguk no lo sabía, porque desde que había
llegado hace dos semanas, Jimin se había negado a contar
todo lo que ocurrió. Ni siquiera a Taehyung. Él simplemente
guardó silencio, lidiando con sus propios demonios. Esa
maldad que se había adherido y no lo dejaba dormir por las
noches.
Jeongguk ahogó un jadeo, batallando con el remolino de
emociones que esa simple mención comenzaba a
desarrollar.
— No... Tú... —Las palabras sonaron atrofiadas. El ceño de
Jeongguk se tornó afligido, dejando salir un sollozo
abruptamente cuando su pecho se sacudió ante un
espasmo—. Jimin, por qué... Cómo...
Jimin no sintió lastima. Para nada. Verlo así, destruido,
apaciguaba la ira que su retorno había creado. Mirándole
fijamente, sin una pisca de remordimiento, buscó aumentar
la culpa.
— Desperté con mis pantalones hasta los tobillos. Me
enterró tan fuerte los dedos en las caderas que el dolor me
hizo reaccionar. ¿Quieres saber qué encontré? ¡¿Eh?! —
Pescó a Jeongguk del mentón, zamarreándolo
bruscamente—. ¡¿Quieres saber qué me estaba haciendo el
tipo, Jeongguk?!
— Basta... —Jeongguk cerró los ojos, buscando desaparecer
las imágenes que aparecían en su mente. Quiso zafarse del
duro agarre que Jimin sostenía, pero le enterró las uñas.
— Me la estaba mamando. El hijo de puta tenía mi polla
enterrada en la garganta.
— Dije que te detuvieras... —Apretándole la muñeca,
intentó deshacerse del agarre. Frente a frente, una lucha de
miradas cargadas de emoción se desató.
— ¿Te imaginas qué hubiese pasado si no despierto? ¿Si no
hubiese sido lo suficientemente rápido para que no me
atrapara?
— ¡Basta!
— ¡Me hubiese violado, Jeongguk! ¡Violado!
Brusco y veloz, sometió a Jeongguk contra el colchón,
montándolo. Sujetándolo de los brazos, se penetró a sí
mismo.
— ¡Qué mierda, Jimin! ¡Qué te pasa!
— Así hubiese lucido, Jeongguk. ¿Te lo imaginas? —Meneó
las caderas, sacando en Jeongguk un quejido doloroso por
el brusco movimiento—. Siendo apresado mientras me
empala con su polla. ¡¿Te haces una idea?!
— ¡Dije que te detuvieras, maldito loco! —Lanzándole un
manotazo, lo tiró a un lado.
Escapando de su extraño comportar, Jeongguk se vistió con
su bóxer. Jimin lo miraba desde la cama. El esmeralda de
sus ojos lucía tétrico. Jeongguk se sintió asustado.
No sabía si había tenido suficiente. Jimin tenía la capacidad
de bombardear su mente hasta convertirla en precisamente
nada.
Días y noches enteras sin dormir. Sin tan solo pudiese ver lo
gastadas que estaban las llantas de su camioneta de tanto
buscarlo por doquier sin hallar un puto rastro.
Rememorando en el calvario de su memoria qué había
hecho. Preguntándose si había sido por él. Si había obrado
de algún modo que lo alejara otra vez.
Jimin nunca hablaba. Jamás decía lo que le fastidiaba.
Simplemente callaba y desaparecía. Iban a cambiar, lo
habían prometido, pero era tan difícil avanzar. Tan
complicado lograr entenderle cuando se sumergía en el
tosco silencio. Incluso si preguntaba, Jeongguk nunca podía
obtener absolutamente nada. ¿Entonces qué? ¿Qué debía
hacer?
— ¿Sientes esa sensación devastadora que te corroe,
Jeongguk? —Gateando a través de la cama, Jimin se bajó
para encararlo—. ¡Es la misma puta sensación que siento
cada vez que estoy contigo!
Caminando de un extremo a otro, Jeongguk se tiró el
cabello. Estaba desesperado, acorralado, porque Jimin tenía
razón, todo lo que ocurría era su culpa. La vida de mierda
que Jimin llevaba hace años era su culpa desde que él... Él...
— ¿Qué debo hacer? ¿Eh? —A mitad de la habitación se
detuvo, mirándolo abatido, con los brazos flojos al costado
de su cuerpo—. Dime. Haré lo que sea. Pero deja de
mirarme de ese modo. Deja de odiarme, Jimin.
Cuatro meses. Simples y cortos cuatro meses de relación y
sus vidas eran la representación del caos. Y lo peor de todo,
era lo consientes que estaban de lo que sucedía, del
inminente daño que se causaban. Pero amaban ese dolor. Lo
complicados que eran y lo conectados que estaban de alguna
forma, como si hubiesen nacido para estar juntos pese al
tormento. Ese lado tan devastador que se volvía placentero
hasta consumirles por completo, hasta sentir que no podían
vivir sin el otro.
— Solo pido que me des mi lugar —Vulnerable, se
derrumbó. Abrazándose a sí mismo, dejó salir las
lágrimas—. Que dejes de hacerme sentir como la mierda
cada vez que ella aparece. Que me ames solamente a mí y
que sea lo único que tus ojos miren.
— Eres la luz de mis ojos, Jimin —Acercándose, unió sus
frentes—. ¿Por qué nunca es suficiente? ¿Tengo que
sacarme el corazón y entregártelo en las manos para que te
des cuenta que te pertenezco solo a ti?
Entre una bruma espesa de lágrimas que le dejaban
totalmente ciego, negó, sollozando a medida que se dejaba
envolver por esos brazos grandes y fuertes. Ahora se sentía
como la mierda. Avergonzado por someterlo de ese modo
para hacerlo sentir culpable, pero era simplemente
imposible negarlo, porque lo había disfrutado. Había amado
el llanto de Jeongguk y su suplica.
Una semana después, se halló sentado en una de las mesas
de la cafetería que rodeaba el estacionamiento. Muchas
cosas habían cambiado desde entonces, como por ejemplo,
el consumo a las anfetaminas. Para llevar una vida
dispuesta, él tuvo que ser sincero con los demás, confesar a
mamá y Taehyung que era dependiente de los fármacos.
El sol brillaba en el amplio cielo, pero se sentía sucumbido
por el frío, sosteniendo entre sus temblorosas manos un vaso
con café. Lentamente su cuerpo comenzaba a sufrir las
consecuencias, ingresando en un leve transe de abstinencia.
El insomnio era cada vez más frecuente y las pesadillas más
violentas. Estaba cansado, hambriento y jodidamente
irritable la mayor parte del tiempo.
Encendiendo un cigarro, propinó una profunda calada,
moviendo frenéticamente la pierna a medida que exhalaba
el humo, acariciándose la frente ante una señal clara de
migraña. Estaba solo y lo prefería de ese modo para no
desquitar la frustración que en ese momento le embargaba.
Siempre asumió que esa nueva versión de sí mismo que
quería desarrollar no sería fácil. Pero se le estaba escapando
de las manos. Mamá estaba más presente en casa ahora.
Como un fuerte motivo de apoyo, le ayudó a innovar.
Taehyung y ella le animaron a quitar el verde de las paredes
de su habitación, dejando a su paso un blanco
resplandeciente. Los muebles viejos fueron desechados y la
decoración fue renovada.
La extraña confidencialidad que Taehyung y mamá habían
desarrollado desde entonces le incentivaba a sonreír un poco
más. Era bueno verlos juntos. Ella se había dado cuenta del
enorme prejuicio que había sostenido ante él. Ahora
Taehyung podía ir a casa siempre que quisiera. Había dejado
de ser un ambiente solitario y comenzaba a disfrutar
permanecer allí. La casa era buena ahora.
Mamá aún se negaba a preguntar acerca de su relación con
Jeongguk. Tal vez se sentía tímida o asustada al respecto,
pero él lo prefería de ese modo. Un paso a la vez, ¿Verdad?
Ahora había un acuerdo, también. La puerta de su
habitación fue quitada y había accedido a que sucediera.
Tenía prohibido tener consigo cualquier tipo de
medicamento y se hacía una revisión profunda a la
habitación y baño dos veces a la semana.
— ¡Jimin—ah! —Mamá canturreó cariñosamente desde el
auto, agitando la mano para llamar su atención.
Por supuesto había olvidado la regla más importante, tenía
prohibido movilizarse solo. Particularmente, mamá iba por
él después de la universidad. Y se sentía bien con eso, era
bueno asumir que se preocupaba realmente. Comenzaba a
entender que nunca era tarde para nada. Y de cierto modo le
forzaba a no hacer nada fuera de lo acordado, como un
ancla.
Vislumbrando su precioso rostro pálido, Jimin sonrió por
primera vez ese día. Por mucho que negara a asumirlo,
mamá siempre había tenido ese efecto. Trotó ajustándose la
gorra sobre la cabeza, para recibir el beso que mamá tendió
sobre su mejilla. Abrochándose el cinturón, observó las
bolsas de compras sobre los asientos traseros.
— Taehyung quiere preparar lasaña con carne vegetal —
Dijo, internándose en el escaso tráfico.
Observando por la ventana, Jimin escondió una pequeña
sonrisa. Le encantaba notar sus pequeños cambios
alimenticios, era bueno saber que colaboraba en algo
productivo. Al menos ellos lo intentaban, suspiró. Incentivar
a que Jeongguk hiciera un cambio era realmente imposible,
era como intentar quitarle la comida a Jack, gruñía.
Janis Joplin endulzaba cada rincón de la estancia cuando
llegaron. Colgando la mochila en el perchero que realmente
nunca ocupaban, siguió el delicioso aroma de vainilla hasta
la cocina donde Taehyung mezclaba en un recipiente. Mamá
ingresó segundos después, depositando las compras sobre el
mesón, dijo:
— ¿Move Over? —Enarcó una ceja, siguiendo el ritmo de
la canción.
— ¿No te gusta? —Taehyung untó un poco de crema en su
dedo índice para llevarlo a la boca de Jimin cuando le vio
merodear alrededor del postre.
— Esta en mi repertorio, de hecho —Se cruzó de brazos,
observando como Jimin abría la boca para que Taehyung le
diera un poco más—. Pero Piece of My Heart es mi favorita.
— ¿Qué hay de Cry Baby? —Jimin inquirió de pronto,
limpiándose los labios—. ¿No esa su canción más famosa?
Los demás bufaron una risa, burlándose. Al parecer no
estaba en lo correcto, asumió. Taehyung le puso crema en la
punta de la nariz y golpeó su frente.
— Cariño, cuando los adultos hablan de buena música, los
fetos como tú se callan.
— Buena música mi culo —Gruñó, cruzando el umbral para
dirigirse a su habitación.
— ¡Jimin—ah! —Mamá reprendió.
— Lo siento, mamá —Trotó a través de las escaleras—. Y
dile al imbécil de Tae que su música apesta.
Inhaló profundamente cuando se halló en completa soledad.
Era realmente difícil lidiar con eso, sobre todo ahora cuando
sentía que poco a poco su control se desmoronaba.
Resultaba fácil sostener una sonrisa y pretender
tranquilidad, lo había hecho todo el tiempo antes. Pero si
quería sanar, si él sinceramente deseaba recuperarse, debía
dejar de engañarse a sí mismo primero.
Una ducha con agua helada disipó las ansias que se
arremolinaban hasta hacerle temblar, sin importar la
incomodidad que sentía debido al frío. Tardó en acicalarse
en un intento por mantener la mente ocupada. Pero todo
empeoró cuando sostuvo una sudadera entre sus manos,
notando que el cierre no cedía. Cerró los ojos y suspiró, si
lo hacía de ese modo, la ira disipaba. Entonces intentó bajar
el cierre una vez más. Negándose a ceder, tiró bruscamente
de él, gruñendo en el proceso.
— Maldito cierre —Bramó entre forcejeo. Lanzándolo al
suelo, lo pisoteó—. ¡Me cago en tu puta madre!
Con decisión, atravesó el pasillo para ingresar a la
habitación de mamá. Hurgando entre los cajones, sostuvo
entre sus manos una enorme tijera.
La furia quemaba y sus pasos sonaron bruscos. Imaginando
que la tela tenía vida, comenzó a cortarla, murmurando
incoherencia a medida que pequeños trozos caían al suelo.
Cayendo en sus rodillas, les enterró el filo continuamente.
— Maldita sudadera inservible. Pedazo de mierda, te odio.
Te odio, ¿Me oyes? ¡Te odio!
Escondiendo el rostro entre sus brazos cruzados sobre el
suelo, jadeó. La vida apestaba y el solo hecho de respirar se
estaba volviendo insoportable. Estaba harto de pretender
que todo iría por buen camino, de creer que muy pronto
estaría bien, que dentro de poco todo lo vivido sería solo un
rastrojo borroso en sus recuerdos. ¿A quién quería engañar?
¿A sí mismo? Joder, pensaba en la maldita droga a cada
segundo. Daría todo lo que fuese por sostener una
anfetamina sobre la lengua.
Cuando cerraba los ojos y se concentraba, aún podía
escuchar el choque de las olas en la bahía. Ese olor a sal de
mar y su arena tibia. Los porros que le dejaban elevadísimo
y el ácido que le permitía unirse a las estrellas. Si tan solo
pudiese tener de eso una vez más. Ni siquiera le importaría
pasar frío otra vez, no se quejaría al dormir en el suelo. Tan
solo...
— Un poco —Gimió de dolor, enterrando las uñas en la
alfombra—. Aunque sea un poquito... Solo un poquito
más...
— ¿Jimin—ah? —La dulce voz de mamá le llamó desde el
inicio de las escaleras—. Baja a comer.
— ¡Voy!
Se apresuró a guardar todo tipo de evidencia. No podía dejar
que mamá y Taehyung vieran el desastre que había
ocasionado. Metiendo todo debajo de la cama, se observó al
espejo, yacía demacrado. Con el pasar de los días parecía
simplemente empeorar. El contorno de sus ojos estaba
irritado y sus mejillas se negaban a recuperar su color rosa
habitual. Odiaba su reflejo con mayor frecuencia.
La comida olía delicioso. Negándose a permitir que
presagiaran lo angustiado que estaba, atacó su plato.
Acorralado por sus impulsos, tragó, tragó y tragó,
llenándose toscamente la boca. Había esa clase de silencio
otra vez, esa omisión cargada de preocupación que le volvía
furioso. Se habían dado cuenta de la crisis que se avecinaba
otra vez. Detestaba esa clase de lástima que les circundaba
al mirarlo, el opaco en sus ojos y el pequeño temblor en sus
labios inferiores. ¡No era un maldito enfermo! ¡No iba a
morir!
— ¡Qué! —Inquirió toscamente, tenía la boca llena—.
¿Tengo algo en la maldita cara que me miran tanto?
Mamá tragó con nerviosismo y Taehyung cortó un pedazo
de su lasaña. El atardecer estaba próximo y comenzaba
hacer frío. Acorde a sus sentimientos, el ambiente se sentía
tétrico.
— Come más despacio, cariño —Mamá intentó
apaciguarlo—. Luego te sentirás mal.
— ¿Van a controlar mi forma de comer, también? Jódanse.
Ofuscado, dejó violentamente el tenedor sobre la mesa. La
silla chilló al levantarse, pero antes de cruzar el umbral,
Taehyun lo detuvo con un duro agarre.
— ¡Yah! Detente —Bramó entre dientes, advirtiendo a
Jimin que él no caería en sus estupideces—. Realmente
somos pacientes, pero no abuses. Solo estás causando que
quiera azotarse esa maldita boca de una bofetada.
— ¿Ah, sí? —Jimin le retó, arrimándose más cerca—.
Hazlo. Vamos, golpéame. ¡Golpéame, Taehyung!
¡Castígame!
Gruñendo, Taehyung levantó la mano. Jimin cerró
inmediatamente los ojos, aterrado. Él sabía que era capaz de
hacerlo, Taehyun jamás amenazaba por simplemente
hacerlo. Pero el grito sofocado de mamá detuvo a ambos.
Sin disminuir la fuerza que tenía sobre la muñeca de Jimin,
Taehyung lo acercó para rozar sus narices y advertir:
— Nunca más vas a volver a salirte con la tuya, ¿Me oíste?
No te lo voy a permitir. La próxima semana te irás a un puto
centro de rehabilitación.
Jimin sintió la urgencia de devolver lo que con tanto afán
había comido. Ellos estaban jodidamente bromeando. Pero
incluso si buscó esa clase de amenaza engatusadora, sus
posturas le hicieron entender que hablaban en serio.
Arrancándose del firme agarre de Taehyung, cayó al suelo,
arrastrándose hacia la pared como la viva imagen de un
animal asustado. No podían hacerle eso. Él no quería pasar
sus días encerrado hasta esperar mejorar. Era vergonzoso,
humillante.
— ¿Por qué harían algo como eso? —Chilló, descolocado—
. ¿Tan rápido se aburrieron de mí?
— No, cariño —Mamá se acercó suavemente—, No se trata
de eso. Es solo...
— ¡Quieren abandonarme! ¡Eso es lo que quieren!
¡Deshacerse de la pequeña mierda!
Era injusto. Detestaba su falta de confianza. Desde su
llegada no había consumido absolutamente nada, lo estaba
llevando bien, podía controlarlo aunque sus pensamientos
se sumieran en querer hacerlo. ¡Pero no lo hacía! No caía en
la tentación ¿Por qué no podían comprenderlo?
Tanto mamá como Taehyung sabían que ese proceder estaría
inmerso en Jimin. El especialista se lo había advertido.
Intentar someter a un adicto era incluso una lucha más difícil
que intentar curarlo de la drogadicción. El primer paso sería
negarse, el segundo era asumir que no tenía un terrible
problema con las drogas y que las tenía bajo control.
— Puedo controlarlo, ¿Está bien? —En pleno desespero,
Jimin se relamió los labios, buscando convencerles—.
Puedo dejar de consumir cuando yo quiera. No necesito
tratamiento. Ustedes... Ustedes me han visto...
Taehyung casi quiso reír, porque era exactamente lo que les
habían advertido. En algún momento habría llorado, ahora
solo podía sentir la bruma de ira y frustración pendiendo de
un hilo demasiado delgado.
Había sido parte. Él tenía tanta responsabilidad sobre Jimin
como su madre, porque había animado a Jimin en algún
momento a consumir. No importaba cuánto o qué tipo de
sustancias, era culpable de todos modos. Entonces ese
rencor no iba dirigido a su pequeño amigo sometido, era su
sentimiento de autodestrucción al observar lo que había
creado, sus consecuencias burlándose frente a su rostro.
Como un torbellino colmado de sentimientos, Jimin pasó de
furioso a vulnerable en cuestión de segundos. Gateando a
través de las frías baldosas, se abrazó a la pierna de
Taehyung, sollozando.
— Prometiste que siempre me apoyarías —Dijo—. ¿Por qué
quieres traicionarme? ¿Ya no me quieres?
Taehyung meditó. Era solo una etapa, palabras vacías que
intentaban conseguir algo a cambio. Amaba a Jimin más que
a su propia vida, pero siempre había reconocido que era una
mierda demasiado manipuladora. Con tal de obtener algo, lo
que fuera, para Jimin no existían los límites.
— Escucha —Se arrodilló, acunándole el rostro—. Porque
te amo, es que voy a ayudarte. Nadia va a dañarte, Jimin. El
único enemigo eres tú que no quiere ver su propia realidad.
Estás pudriéndote.
Sofocado por la angustia, Jimin azotó la mano de Taehyung
para alejarlo. La ira retornó a sus ojos claros, preso de sus
instintos al notar que su plan no funcionaba.
— ¿Pudriéndome? ¿Qué hay de ustedes, entonces? Se han
centrado demasiado en mí para olvidar la mierda que les
rodea —Bramó con repugnancia. Notando el cuerpo
oscilante de mamá, se dirigió a ella con mofa—. ¿Qué hay
de ti, Kahi? ¿Ya olvidaste tus tiempos mozos cuando eres
una puta alcohólica? Cuando eras una zorra que prefería las
pollas en vez que a sus propios hijos.
Sin previo aviso, Taehyung le azotó el rostro con una
bofetada tal cual lo había prometido. La cocina se sumió en
silencio y Jimin solo pudo sentir que su mejilla ardía como
el demonio. Más no detuvo su furia.
— ¡Basta! —Taehyung lloraba—. ¡Te dije que te detuvieras!
Pero Jimin no respondió. Acumulando la sangre en su boca
al morderse la lengua, se la escupió en el rostro. No había
tregua, no se las daría.
Salió de casa tan pronto como sus pies tambaleantes se lo
permitieron. Un par de cuadras bastaron para hacerlo sentir
desamparado. Girando en medio de la vereda, ido en sí, se
agarró el cabello en un intento por controlar las ganas de
llorar. Entonces se dobló a la mitad, vomitando todo lo que
había comido.
¿Qué haría? ¿Qué se suponía que debía hacer? Se sentía
desgarrado por dentro. No había esperanza, algo que le
permitiera sentir algún tipo de luz. Una señal. El desespero
se lo estaba devorando. Envejecía en el frío. Se volvía cada
vez más solitario. Era consciente de sus fallas, no quería
rendirse sin luchar, pero no podía evitarlo.
Pronto llegó al único lugar que conocía. El único sitio donde
no le juzgaban. El pasillo se sintió eterno y esa puerta
marrón enorme. Había un timbre, pero el desespero le llevó
a azotar los puños contra la madera continuamente.
De semblante confuso, Jeongguk se dejó apreciar. Viéndole
en un estado deplorable, su único instinto fue atraer a Jimin
entre sus brazos, meciéndolo.
— ¡No sé qué hacer! —Inició, escapando del agarre de
Jeongguk para ingresar a la sala entre sollozos—. Me están
haciendo la vida imposible. Taehyung dijo que me llevarían
a...
Pero una figura sentada en el amplio sillón, dejó las palabras
atrapadas en su boca. La bruma retornó a Jimin, incapaz de
asumir lo que sus ojos veían. Ahogándose con un sollozo,
sintió las manos de Jeongguk sobre sus hombros.
— Voy a explicártelo, cariño —Susurró en su oído—. Pero
ve y espera en la habitación, ¿Sí?
Pero Jimin continuó mirándola. Ella realmente tenía un
cabello rojo espectacular. Y era lo único que amaba, porque
solo deseaba patear ese jodido rostro de porcelana. ¿Cómo
se atrevía?
Dócil a las palabras de Jeongguk, avanzó hacia el inicio de
las escaleras, pero una lucha interna surgió. Por favor, estaba
hecho una furia, si esa tipa quiso venir a conseguir algo,
escogió el día y lugar equivocado.
— No quiero —Dijo finalmente.
— ¿Qué? —Nervioso, Jeongguk se levantó.
No iba a tolerarlo. Nunca más. Ellos no volverían a dejarlo
al margen otra vez. Estaba cansado de asumir un rol que no
le correspondía. Callar y simplemente asentir porque tenían
que hablar. A la mierda.
— ¡Te dije que no quiero esperar en la habitación! ¡Lo único
que quiero es que esta maldita puta se largue de nuestras
vidas ahora!
Deshaciéndose del obstáculo que el pecho de Jeongguk
ocasionaba, sus pasos fueron fijos y decididos. Enrollando
la suave hilera de cabello rojizo entre sus dedos, la encaró:
— ¿No puedes entenderlo? —Bramó, zamarreándola—.
¡Este hombre es mío y no te quiere!
Entonces hubo un enredo de forcejo. Soojin chillaba,
enterrándole las uñas en las manos para intentar soltarse.
Jeongguk se había enrollado en su cintura para alejarlo. Pero
solo aumentaron sus impulsos coléricos. Había un desahogo
ahora. Se estaba desquitando porque era lo único que podía
hacer sin miramientos.
— ¡Hey! ¡Hey! —De pronto, Jeongguk lo tenía preso en el
suelo, sujetándole el rostro—. ¡Mírame!
— ¡Quiero que se vaya! ¡Que se largue ahora o te juro que
la mataré! —Pataleó en medio del llanto—. ¡Por favor,
quiero que se vaya!
Jeongguk hizo lo que él quería. Pero incluso si escuchó el
ruido de la puerta, no hubo calma. Perderse en sus
pensamientos se volvía cada vez más fácil ahora. El dolor
iba tomando costumbre y en ciertos momentos lo dejaba ser
parte de su corazón. Sumidos en un silencio sepulcral, se
quiso quedar donde estaba, abrazado a sus rodillas.
Minutos después, Jeongguk se arrodilló frente a él con un
vaso con agua. Sus manos temblaban y había una clase de
confusión circundando sus ojos. Jimin negó.
— Vamos —Insistió—. Lo necesitas.
— Te dije que no quiero.
— Solo un sorbo, vamos amor...
Desmedido, Jimin tomó el vaso, lazándolo contra la pared.
Los cristales volaron por doquier y el agua se esparció.
— Vete a la mierda, Jeon.
— ¡¿Qué mierda te pasa ahora?!
Jeongguk explotó. Y de algún modo, era eso lo que Jimin
quería. Alguien para pelear y drenar todo el tormento que no
podía soportar por sí solo.
Incrédulo ante una pregunta que no tenía capacidad absoluta
de entender, Jimin bramó, alzándose para comenzar a
empujarlo con duros golpes sobre el pecho.
— ¡¿Qué mierda me pasa?! ¡Me pasa que eres un gran
pedazo de mierda que no soporto! ¡Te he dicho que no me
gusta que esa tipa se acerque a ti! ¡No. Me. Gusta!
— ¡Si fueras menos explosivo, intentaría explicarte! —
Sostuvo a Jimin de las manos, pero era realmente difícil
sosegarlo si ahora comenzaba a patearle—. ¡Detente!
— ¿Ahora? ¡¿Ahora quieres darme explicaciones?! —Se
abalanzó con la intención darle un golpe en la cara, pero
Jeongguk fue más rápido—. ¡Métetelas en el culo! ¿Por qué
no eres lo suficientemente honesto y me dices que aún te la
coges?
El arrebato que parecía sostener se estaba excediendo. Jimin
había olvidado que estaba tratando con una persona con un
grave caso de violencia. Entonces cuando vio que el pardo
en esos ojos astutos se volvió oscuro, tembló.
Jeongguk azotó la palma de su mano sobre la mejilla del
Jimin al agarrarle la mandíbula. Zarandeándolo, gruñó entre
dientes:
— ¿Hasta cuándo vas a seguir con esa mierda? ¡No te he
dado ninguna jodida
— ¡Claro que sí! —Forcejeó, pero solo logró que Jeongguk
cambiara el rumbo de su agarre hasta apretarle el cuello—.
¡Me das razones para desconfiar de ti todo el maldito tiempo
cuando decides quedarte a solas con ella!
— Comienzas a cabrearme...
— ¡Y qué! ¿Vas a lastimarme? ¿Más de lo ya me has
lastimado? Deja de evadir el tema y dime la maldita verdad,
porque voy a dejarte, ¿Me oyes? Voy a jodidamente
abandonarte, Jeon Jeongguk.
Despojándose de un ruidoso suspiro, Jeongguk unió sus
frentes, cerrando los ojos. Jimin gimió, el agarre sobre la
piel sensible de su cuello no se detenía y comenzaba a doler.
Cada vez era más difícil respirar.
— ¿Eso es lo que quieres? —Jeongguk lo pescó de la
mandíbula, forzándolo a mirarlo fijamente—. ¿Quieres que
me la coja para darte una razón? Porque cariño, no sé de qué
puta forma hacerte entender que no hay nadie más que tú.
— Suéltame —Su voz vibró sobre el agarre—. Me estás
lastimando.
Pero Jeongguk no se detendría, era su turno. Había intentado
controlarse antes, ahora era demasiado tarde. Jimin tenía la
maldita costumbre de siempre llevarlo al extremo. Lo
alimentaba con su odio y sus celos enfermizos.
— Qué hay de ti, ¿Eh? —Inició—. ¿Por qué no empiezas
por contar tu extraña aventura en la bahía? Te perdiste por
un maldito mes y jamás desconfié de ti. ¿O tal vez hiciste
algo que no quieres contarme? Por eso estás tan paranoico
entre Soojin y yo, algo hiciste.
— Qué dices...
— ¡Habla mierda! —Lo sacudió violentamente y Jimin
sollozó—. ¡¿A quién te cogiste, perra?!
Logrando zafarse, Jimin trastabilló hacia atrás. Las lágrimas
bordeaban el contorno de sus ojos irritados. Apuntó a
Jeongguk con rabia.
— ¡No te atrevas, Jeongguk! ¡No seas injusto!
— ¿Yo injusto? ¿En serio, Jimin?
— ¡No intentes revertir el tema, no me harás quedar como
el culpable! ¡No tienes idea de lo que pasé en la bahía!
— ¿Y tú tienes idea de lo que hacía Soojin aquí?
— ¿Ibas a decírmelo? ¡Porque cada vez que te pregunto,
evades el maldito problema!
— ¡Si dejaras de ser tan explosivo lo haría!
— ¿Lo harías, pero no lo haces porque soy explosivo? ¡Qué
mierda!
— ¡Porque lo eres, Jimin! ¡Todo el maldito tiempo tengo
que lidiar con tu puto humor! ¡Siempre callas, nunca me
dices qué sientes, qué te molesta! ¡Simplemente te esfumas!
¡Cada vez que crees que estás acorralado escapas!
— Me das razones para hacerlo.
— ¡Joder! —Jeongguk se agarró el cabello con
exasperación—. ¡Constantemente soy el malo en esta
maldita historia! ¿Qué hay de ti? ¿Crees que no sufro
cuando te vas, cuando no sé dónde carajo estás? ¡¿Te haces
una maldita idea de cuánto lloré cuando decidiste irte
porque simplemente así lo decidiste?!
— ¿Lloraste? ¿Sufriste? —Retornando a sus impulsos,
Jimin comenzó a golpearlo—. ¡Entonces no lo hiciste lo
suficiente, hijo de puta! ¡Me fui por tu culpa, porque no
soporto como me tratas a veces; eres hiriente, egoísta!
Todo lo que deseaba era que fuese sencillo. Un poco de
maldita sencillez en su vida. Pero Jimin sabía que Jeongguk
jamás comprendería, nunca vería lo frágil que se sentía todo
el tiempo. A veces quería hacer las cosas bien, intentar ser
mejor, pero solo lograba ser un desastre. Entonces solo
estaba malgastando el tiempo.
Jimin no esperó algún tipo de explicación, a esas alturas era
estúpido. No estaba interesado en remediarlo porque había
acabado. Chocando sus hombros, se dirigió a la puerta.
— ¿A dónde vas? —La voz de Jeongguk sonó cabreada.
Jimin le comprendía, estaba tan cansado como él. Sin
voltear, respondió a medida que giraba el pomo:
— Te estoy dejando.
— ¡¿Qué?! —Corrió hasta azotar la puerta entreabierta,
dejando a Jimin entremedio de su cuerpo imponente—.
¡Claro que no, no vas a dejarme!
— ¡Sí, voy abandonarte, Jeongguk! ¡Te lo advertí!
Aquí iban otra vez. El ciclo volvía a tomar forma. Jaló a
Jimin del brazo, dirigiéndolo a la sala, lanzándolo al sillón.
— Tú no quieres dejarme —Le tomó del rostro con
suavidad, susurrando en sus labios—. Solo estás enojado.
— ¿Enojado? —Jimin tembló de ira, cansado de que
ignorara lo que realmente ocurría. Alejándolo de un
manotazo, se zafó—. ¡No estoy enojado, hijo de puta, estoy
destrozado! ¡Herido y todo es por tu culpa!
— Claro, ahora todo lo que ocurre es por mi culpa —
Apretando la mandíbula, Jeongguk se forzó a no derramar
ninguna de las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos—
. ¿Y sabes qué? Sí, todo lo que te pasa es mi maldita culpa.
¡Absolutamente todo! ¿Quieres irte? ¿Quieres dejarme?
Bien. ¡Entonces vete! ¡Lárgate y no vuelvas más! ¡Voy a
salvarte de este maldito monstruo hiriente, violento y
egoísta!
Tomando bruscamente a Jimin del brazo, lo arrastró hasta la
puerta. Entre sollozos, Jimin se negó, arrastrando los pies
para que no lo tirara afuera.
— ¡Basta! ¡Suéltame!
— ¿Qué pasa? Recién querías irte, vamos, te estoy
ayudando. ¡Lárgate de mi casa!
Mirándolo con el terror plasmado en sus ojos humedecidos,
Jimin negó.
— No quiero... No quiero que me eches... Por favor.
Incapaz de contener la ira desatada, Jeongguk gruñó,
comenzando a tomar cada objeto que se atravesaba contra
las paredes. Él tenía que hacerlo, porque entonces, solo
entonces, se desquitaría con Jimin.
Jadeando entre un llanto descontrolado, Jimin se acurrucó
contra el costado de un sillón, protegiéndose. Abrazándose
contra sus rodillas, se meció. Como en los viejos tiempo,
pensó. Eso ocurría seguido en casa cuando era pequeño.
Papá enloquecía y todo se volvía un caos. Si se quedaba
callado y tranquilo, Jeongguk no lo golpearía como papá
golpeaba a mamá.
Haciendo trizas un espejo como última defensa, Jeongguk
llenó la sala con su respiración agitada, escuchando como
Jimin sollozaba hecho una bolita en el rincón. Tomó asiento
en el amplio sillón y encendió un cigarro, observando el
destrozo que había dejado a medida que exhalaba el humo.
Ahí estaban tendidos, bajo el comienzo de la destrucción.
Jeongguk estaba consciente de la poca cordura que ambos
poseían. Estaban enfermos, podridos mentalmente,
destrozados desde una niñez demasiado temprana. La
relación que llevaban era una locura, pero se negaba a
perderlo. Jimin era el amor de su vida.
Se fumó el cigarro pacientemente, notando como el llanto
de Jimin empeoraba. Se estaba saliendo de control, sus
temperamentos cada vez se salían más de control.
Aplastando la colilla con la suela de su zapato, se palmeó
los muslos:
— Yah, Jimin—ah, ven aquí.
Jimin ni siquiera lo pensó. Él se levantó y tal cual lo haría
un gatito arrepentido, se acercó hasta sentarse a horcajadas
sobre sus muslos, sorbiendo por la nariz como un niño
pequeño.
— Lo... Lo siento. Olvida todas las cosas hirientes que te
dije, pero no me dejes. Por favor no me dejes, Jeonggukie.
No importaba la clase de cosas ofensivas que se lanzaban
mutuamente, ellos sabían que lo que poseían era
inquebrantable. Se protegían a su modo.
Jimin estaba bien con eso, el dolor que sentía era bueno. No
importaba cuán malvado Jeongguk podía ser, sabía que le
amaba. Él era violento porque lo amaba. Realmente lo
amaba. Ahora ya no estaba enojado, se sentía satisfecho y
un poco cansado.
— Eres mi vida, risos —Sonrió débilmente a medida que le
acariciaba la mejilla colorada por el llanto—. Sabes que
mataría a cualquiera que quisiera alejarme de tu lado,
incluso a ti.
Sumiéndose en un beso apasionado, Jeongguk lo cargó para
llevarlo a la habitación, demasiado excitado para esperar.
Pero el timbre resonó. Dejando a Jimin sobre el primer
escalón, se sorprendió cuando bajo el umbral había dos
conserjes. Los vecinos le habían denunciado por violencia.
— Todo está perfectamente bien, quizás los vecinos se
confundieron —Jeongguk respondió. Abriendo levemente
la puerta para que pudiesen ver a Jimin, le preguntó—.
¿Verdad, amor?
— Claro que sí, cariño. Todo está bien.
Capítulo 38
Despertó entre un espeso enredo de sábanas. Desnudo y
acalorado, rodó sobre el colchón, yaciendo de cara a la
almohada opuesta. Jeongguk no estaba, pero podía sentir su
aroma a lavanda impregnado en la tela. Inhalando
furtivamente, le escuchó caminar alrededor de la habitación,
atendía una llamada a medida que se cepillaba los dientes.
Permaneciendo en silencio, Jimin solo se dedicó a
contemplarle. Ese bóxer volvía de su culo una exquisitez.
La tinta negra que se adueñaba de su piel canela siempre fue
una satisfacción. Entonces notó algo más, lucía más
vigoroso, más musculoso.
— Sí, pasó la noche aquí —Jeongguk dijo, desordenándose
el cabello a medida que hurgaba en el closet, vistiéndose con
un pantalón de chándal y una camiseta—. Estaba algo
nervioso, pero ahora se encuentra mejor.
Vislumbrando la terrorífica apariencia del demonio Oni que
llevaba plasmada en la espalda, Jimin se cubrió con las
sábanas por completo. Cuanto le odiaba, sobre todo cuando
sus ojos se encontraban con esa mirada enrojecida.
— Sí, se quedará conmigo. Bien, nos vemos, Tae.
Colgó y Jimin bufó, llamando la atención. Con una sonrisa
cargada en picardía, Jeongguk se acercó, vislumbrando el
pequeño cuerpo que intentaba escasamente ocultarse.
Sentándose a horcajadas sobre su pecho sin aplicar
demasiada presión, Jeongguk le destapó, hallando una
maraña de cabello rubio y rizado disparado por doquier.
— Déjame, estoy durmiendo —Jimin se quejó,
restregándose los ojos a medida que hacía uno de sus
constantes mohines.
— Claro que no. Vi cómo me comías el culo con la mirada,
cochino.
— Estaba durmiendo con los ojos abiertos, que es muy
distinto.
Fue consciente en que lo que había dicho era muy estúpido,
eso les hizo reír a los dos. Despojándose de una risa ronca,
Jeongguk le besó, dejándole la boca repleta de dentífrico. Se
levantó y se metió al baño para enjuagarse. Vistiéndose solo
con una camiseta de Jeongguk, le siguió.
— ¿Qué quieres para desayunar? —Jeongguk cuestionó,
mirándole a través del espejo.
Jimin cogió su cepillo de dientes, agregándole dentífrico a
medida que se encogía de hombros. Esa mañana había
amanecido demasiado hambriento. La sola mención había
hecho de sus tripas todo un revoloteo.
— Se me antojan donas y malteada de chocolate.
Jeongguk rodó los ojos. Él incluso había augurado lo que
pediría, pero intentaría persuadirlo con algo más sano y
comestible.
— Es muy temprano para que consumas tanta azúcar. ¿Qué
tal unas tostadas francesas, huevo revuelto y una pequeña
ensalada de frutas?
— No quiero —La pasta pintó su boca de blanco a medida
que con ojos inocentes veía a Jeongguk suspirar y despeinar
su cabello. Claro, obtendría lo que quería—. Entonces
quiero waffles con mucha salsa dulce.
— El azúcar, risos, el azúcar.
— Entonces no comeré.
Se giró, mirándose al espejo con total indiferencia. De
reojos, veía la silueta de Jeongguk en el rincón,
debatiéndose. Lo tomaría con tranquilidad, esas facciones
cansinas le decían estaba mucho más cerca de la victoria.
Un suspiro más y el triunfo era suyo.
— Bien —Jeongguk suspiró, abandonando el baño—.
Waffles con salsa dulce.
— ¡Y donas con una malteada! —Jimin se apresuró bajo el
umbral cuando escuchó a Jeongguk recorrer el pasillo.
— ¡Mierda, risos! —Comenzó a murmurar un sinfín de
palabrerías, sobre diabetes e insulina— ¿De qué sabor la
malteada?
— ¡Chocolate! ¡Y que sea de Starbucks!
Con un pequeño baile de caderas por la victoria, retomó lo
que hacía. Ahora había una enorme sonrisa plasmada en su
cara. Cuando las cosas iban bien, todo resultaba
maravilloso. Incluso el sol brillaba con su radiante
temperamento sosegado y satisfecho.
Pero la felicidad se esfumó por un momento cuando notó las
densas marcar alrededor de su cuello, marcas que las manos
de Jeongguk al estrangularle dejaron. Pasó los dedos por los
cardenales casi purpuras que le decoraban como un collar.
No dolía, pero era incómodo verlos ahí. La palidez de su
tallo los volvía casi potentes y muy notorio.
Existía esa clase de disgusto. Sobre todo cuando
reflexionaba acerca de la oscuridad que les gobernaba.
Estaban desquiciados, no había otra forma de explicarlo.
Locos. Completamente y excesivamente locos. Pero era
bueno. Resultaba emocionante y era complaciente cuando
dolía. Él jodidamente amaba como dolía.
Sin embargo, no siempre era de ese modo. La mayor parte
del tiempo ellos eran realmente felices. Jeongguk era
cariñoso y detallista. Constantemente procuraba protegerlo
y Jimin adoraba sentirse seguro sin siquiera atreverse a
dudar. Fuese lo que fuese, no importaba, porque sabía que
Jeongguk estaría allí para cuidarlo.
Duchado y vestido, se apresuró a tapar las marcas con
maquillaje. No sabía por qué se sentía tan nervioso al
respecto, pero él debía terminar antes de que Jeongguk
llegara.
Parado frente a su enorme reflejo, comenzó a pararse en
diversos puntos del baño, estudiando cómo se veían las
marcas cubiertas. No se sentía convencido y lo que más
temía era dar algún tipo de explicación a mamá y Tae. Untó
un poco más de base en la esponja, retocándose.
— ¡Amor, ya estoy en casa!
La voz de Jeongguk y un par de bolsas resonaron en la
amplia residencia. Jimin maldijo cuando sintió los pasos
subir por las escaleras. Jack fue el primero en llegar para
saludar, meneando la cola y su agitado respirar con la lengua
afuera.
— Mierda, mierda, mierda —Maldijo cuando el pequeño
bolso con maquillaje se estrelló contra el suelo. Jack
comenzó a morder el iluminador—. ¡Bebé, no! ¡Suéltalo!
— ¿Y este desorden? —Jeongguk observó el leve forcejeo
entre Jimin y Jack al centro de todo el maquillaje
esparcido—. ¿A dónde vas?
Jimin no le diría que estaba trabajando en ocultar lo que él
le había hecho. Se sentía tan contento como estaban ahora y
sabía que la sola mención los llevaría a discutir de nuevo.
— Me estoy arreglando porque quiero que me lleves de
compras —Habló velozmente, nervioso—. Vi un bolso de
Chanel la semana pasada y quiero que me lo compres.
— ¿Ahora?
— Ahora, Jeonggukie. No quiero esperar.
Jeongguk avanzó un par de pasos hasta yacer frente a él,
agachándose para estar a su altura, le acarició el rostro,
besándole tiernamente en los labios.
— Por supuesto, lo que mi príncipe desee. Pero
desayunemos primero, te traje esas donas que tanto te
gustan.
— ¿Las que tienen relleno de vainilla?
— Esas.
Sacar la mano fuera de la ventana mientras la camioneta iba
en movimiento se sentía refrescante. El aire le saludaba
mediante variables toques, causándole cosquillas.
Primavera siempre fue su época favorita, y aunque estaba
repleta de malos recuerdos, era inevitable sonreír. El verde
brotaba por doquier.
Habían ocurrido tantas cosas desde que la primavera se
había asomado que lamentó no disfrutarla como
correspondía. Pero mirar hacia las montañas, donde el prado
era complaciente, bastaba para hacerle sonreír otra vez. El
amplio cielo era celeste y las nubes que le acompañaban
eran escasas. Los séquitos de aves planeaban por doquier,
varándose en las aristas de los árboles repletos de flores.
El centro comercial se comenzó avistar y se sintió
emocionado. A pesar de que nunca estuvo en sus planes
acudir, disfrutaría lo que había salido de su pequeña
improvisación. Le gustaba la idea de obtener cosas a
cambio. Y si Jeongguk estaba dispuesto a complacerle en
todo lo que quería, no se negaría.
Mirando a su costado, gozó de lo apuesto que era su novio.
Jeongguk vestía de negro como siempre. Llevaba una
camiseta negra holgada y una solitaria cadena de plata le
adornaba el cuello. Sus preciosos ojos pardos eran
protegidos por unas Ray—Bans Wayfarer. Tenía el codo
recargado en el borde de la ventana abierta y el otro sobre el
volante. Y pensar que solo anoche esos largos y tentadores
dedos estaban enterrados en su culo. Apresando la hilera de
tatuajes que le adornaban los brazos en su totalidad, notó el
Rolex de plata en su muñeca. Entonces dijo con total
serenidad:
— Yo también quiero uno.
Pellizcándose el labio inferior ante un acto distraído,
mientras esperaba que la luz cambiara a verde, Jeongguk le
miró confuso.
— ¿Qué cosa?
— Un Rolex. Tae y tú tienen uno, así que quiero uno
también.
Jeongguk solo rio, girando el volante para ingresar al
estacionamiento. Estaba repleto. Recibiendo el ticket, dijo:
— Mi amor, no es necesario que des una explicación. Tú
solo pide y te lo daré, ¿Sí?
— Bien —Por el camino que avanzaba el tema, decidió
bromear al respecto—. Entonces también quiero un auto. Un
BMW.
— ¿En serio? —Jeongguk detuvo el motor, hurgando
alrededor para llevar todo lo que necesitaba consigo—.
Porque si de verdad lo quieres, te lo compro.
— Bromeaba —Bajó del auto, guiñándole—. Solo te estaba
probando.
Jimin se había sentido nervioso al respecto. Sabía que podía
obtener lo que quisiera, Jeongguk estaba dispuesto, pero el
solo hecho de tener algo semejante creó una incomodidad
en su estómago. Se reunió con Jeongguk detrás de la
camioneta y emprendieron su camino tomados de la mano.
— Lo que mi príncipe desee —Jeongguk citó una vez más,
pasándole el brazo por los hombros y besarle la cabeza.
Y de pronto, Jimin no pudo parar. Las bolsas que Jeongguk
cargaba eran excesivas y la gente les miraba con curiosidad.
Amaba la ropa que había comprado en Chanel, pero
definitivamente se había enamorado del cárdigan de lana de
JW Anderson, tanto así que no pudo evitar llevarse un
Cotton Patchwork Jumper, también.
— ¡Van a lucir increíbles en mí! —Chilló, girando con la
prenda pegada a su pecho—. Qué tal, Jeonggukie. ¿Me veo
lindo?
— Podrías vestir una bolsa de basura y aun así lucirías
precioso, mi amor —Le besó. Jimin tendió las prendas a la
vendedora y Jeongguk le animó—. ¿Solo eso llevarás?
Anda, escoge un poco más.
A mitad de recorrido, Jimin quiso una malteada y Jeongguk
se decidió por una Coca—Cola. Recorriendo los pasillos,
Jimin guiaba la pajilla hacia los labios de Jeongguk para que
bebiera porque la hilera de bolsas no le dejaba sostener su
propia bebida.
Ingresando a la tienda Rolex, Jimin enloqueció. Todos eran
precioso y únicos, no sabía ni siquiera por dónde comenzar
a elegir.
— ¿Cuál quieres? —Jeongguk observó la vitrina junto a él.
— ¡Todos!
Su entusiasmo hizo reír incluso a las vendedoras.
Arrimándose un poco más allá, Jeongguk encontró el
indicado. Cuando la mujer lo lució, los ojos de Jimin
brillaron.
— Rolex Oyster Perpetual Datejust Pearlmaster 34 —
Indicó, observando cómo Jeongguk lo probaba en la muñeca
de Jimin—. Acompañando su oro brillante, su contorno
presenta los diamantes, rubíes y zafiros más puros. La esfera
rosada está completamente cubierta con 455 diamantes. Se
verá espectacular en un chico precioso y elegante como él.
Dejando el reloj puesto sobre su muñeca, Jeongguk lo miró
con picardía. Efectivamente se veía realmente bien en él.
— ¿Dijiste que Taehyung tiene uno de oro? Bien, ahora tú
también tienes uno, pero con 455 diamantes rosas alrededor.
Lo mejor de lo mejor para mi príncipe.
— ¡Gracias, eres el mejor! ¡Me encanta, me encanta!
Jimin saltó a sus brazos, rodeándolo con las piernas cuando
fue levantado. No cabía en su dicha y solo podía expresarlo
con cientos de besos que repartía por todo el rostro de
Jeongguk.
Con los asientos traseros de la camioneta repletos, Jimin se
dedicó a mirar su reloj durante todo el trayecto. Alineándolo
junto a la puesta de sol, el oro resplandecía y no podía evitar
chillar. Se dirigían a las ruinas, Jeongguk necesitaba cobrar
dinero que le debían.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se
sumergió en esos laberintos tenebrosos y podridos. El aire
apestaba y ver a los niños jugar entremedio de la basura era
deprimente, entonces seguir mirando su reloj que fácilmente
podría costearle alimentos por un año ya no era tan
divertido.
Como de costumbre, Jeongguk permanecía en la camioneta
y solo bajaba el vidrio, mirando constantemente por el
espejo retrovisor. Había un aura excitante que crecía en
Jimin al verlo en un aspecto más serio y peligroso. Este era
el Jeongguk matón y delincuente. El jefe. Y lucía
jodidamente caliente.
— Quiero chuparte la polla —Dijo sin una pisca de timidez.
— ¡Qué! —Jeongguk no cabía en su propia impresión,
incluso los ojos de Jimin se habían tornado oscuros y
brillosos por la lujuria—. ¿Ahora?
Arrimándose para desabrocharle el pantalón, Yeonjun y otro
tipo que desconocía se acercaron. Retornando a su asiento,
Jimin no disimuló el disgusto. Aún le odiaba por ir con el
chisme a Jeongguk sobre la compra de anfetaminas.
— Hola, Jimin —Yeonjun saludó, recargado en la ventana.
Había burla en su tono de voz y Jeongguk sonrió en
complicidad—. ¿Sigues enfadado conmigo?
— Señorito Park Jimin para ti, imbécil —Jimin le increpó
sin siquiera mirarle, cruzado de brazos—. Y no me hables
nunca más, acusete.
Lo cierto era que Jeongguk jamás le pedía explicaciones a
sus vendedores sobre quién le compraba drogas, pero había
visto a Jimin con actitudes raras esa vez. Yeonjun solo le
ayudó. Pero ahora Jimin le odiaba y no podía hacer nada al
respecto, tampoco le importaba.
Con una mochila repleta con fardo de billetes, se dirigieron
a la casa de Jackson. La prima de Yoongi estaba de regreso
y le darían la bienvenida. Jimin solo rogaba que Taehyung
no fuera a buscarlo allí.
Había bullicio y un tumulto de gente cuando llegaron.
Consciente de la estricta regla de no beber alcohol y
consumir drogas, Jimin no estaba entusiasmado. Sería
incapaz de conformarse con un vaso con bebida, pero ero
todo lo que podía obtener.
Al verlos, sus amigos se reunieron alrededor, saludándolos
animadamente. Hoseok no dejaba de abrazarlo.
— Nada de alcohol y drogas esta noche, ¿Quedó claro? —
Se burló y Jimin gruñó, dándole un codazo.
— ¿Taehyung te envió?
— ¿Quién más? Sabes lo astuto que es, no te dejará
tranquilo.
Daba igual, no estaba dispuesto a seguir discutiendo. No
valía la pena, de todos modos. Desde el pasillo una cabellera
castaña y larga se vislumbró dirigiéndose a ellos, y cuando
sus ojos miel encontraron lo que buscaban, sonrió con
emoción.
— ¡Kookie! —Lanzándose en sus brazos, enrolló las
piernas alrededor de su cintura, sorprendiéndolo.
Como un pez fuera del agua, Jimin boqueó. Tenía bastante
con la perra de Soojin para soportar a otra más. En un intento
por guardar la compostura, apretó la mandíbula, enarcando
una ceja.
— Hey, Nancy —Jeongguk la dejó sobre el suelo con
suavidad—. ¿Cómo estás?
— Es la prima de Yoongi —Hoseok le susurró al oído,
notando su hostilidad—.Y ha estado enamorada de
Jeongguk desde que era una cría.
— ¿Kookie? ¿Lo llamó Kookie? —Jimin bramó,
cruzándose de brazos—. ¿Hay alguien aquí que no esté
enamorada o enamorado de Jeongguk?
— Yo —Hoseok levantó la mano. Y ese simple gesto hizo a
Jimin reír.
— Estúpido.
— Nancy —Jeongguk tomó la cintura de Jimin y lo atrajo
hasta él—. Este es mi precioso chico, Park Jimin.
Había algo en Nancy que no le gustaba. No era esa clase de
disgusto que Soojin representaba en él, era más bien
diferente, un reto en su mirada amplia y acaramelada,
quizás.
— Así que tú eres el famoso Jimin.
Nancy le escrutó por completo sin la menor pisca de
vergüenza. Entonces ahí estaba ese sentimiento otra vez,
ella también sentía ese rencor. Y claro, debía hacerlo, estaba
con el chico que le gustaba, ¿No?
— ¿Perdón?
— El famoso chico que domó a la bestia. Pero, ¿Sabes una
cosa? Yo también puedo hacerlo.
— ¡¿Perdón?! —Exclamó una vez más, incluso más alto.
No cabía en su propia impresión. Ella era realmente
desagradable.
Las explicaciones no surgieron y Nancy dejó clara su
postura. Conociendo a Jeongguk desde pequeña tenía su
historia, pero la estaba haciendo demasiado evidente.
Aferrándose al brazo de Jeongguk, exigió:
— Estoy de vuelta, así que tienes que beber conmigo esta
noche. Estás obligado a soportarme.
Avergonzado, Jeongguk lanzó una mirada a Jimin. Estaba
nervioso respecto a su reacción. Pero Jimin no era quien
para negarse, se conocían y le daría un voto de confianza
solo para estudiarla.
— Ve, cariño. Conversaré con Hoseok.
Perdiéndolo de vista, Jimin lucho con el impulso de
arrepentirse y tirar de Jeongguk devuelta a casa. Él
simplemente no quería más peleas. No por el momento.
— Si fuera tú —Hoseok comenzó—. No dejaría de vigilarla
en toda la noche. Tuve el placer de conocerla anoche y es
una completa perra engreída. ¿Puedes creer que ni siquiera
me ha dejado estar con Yoongi? No deja de entrometerse,
quiere toda la atención para ella.
— ¿Debería golpearla? —Jimin los vislumbró desde la
distancia. Se habían reencontrado con los demás en las
mesas que solían jugar Beer—Pong.
— Más tarde. Yo te ayudo y la ahogamos en la piscina —
Hoseok se ahogó cuando notó el reloj sobre su muñeca,
tomando su mano con brusquedad—. ¡¿Y esto?! Mierda,
está precioso.
Preparado para alardear, Jimin meneó su muñeca, sonriendo
con absoluta complacencia. Estaba de buen humor otra vez.
— Mi novio me lo compró hoy.
— Maravilloso. Yoongi con suerte me compra una
hamburguesa.
Paseando entre los invitados, buscaron un sitio cómodo. Las
fiestas no serían lo mismo y eso de cierto modo le volvía
triste de nuevo. Quería divertirse y sobrio no había modo.
No conocía otro aspecto ante la moderación.
— ¡Primo! —Jackson corrió hasta ellos en cuanto los vio.
Estaba sin camiseta y su infaltable vaso rojo estaba en su
mano—. Te extrañé. ¿Cómo estás? Te ves bien como
siempre. Oye, me enteré que no puedes beber. Realmente lo
siento, si quieres te preparo un juguito natural. Tengo
manzana, naranja y creo que piña. No, piña no queda, mamá
no ha ido de compras. ¿Quieres una Red Bull? Están
heladas.
Jimin solo pudo observarlo con adoración. Era la clara
representación de un niño con demasiada energía, pero
adorable. Pellizcándole el estómago desnudo con cariño,
asintió:
— Una Red Bull estará bien, gracias.
— ¡Genial! Voy por ella enseguida —Comenzó a retroceder
con nerviosismo—. No te muevas de aquí, ya vengo, ¿Está
bien?
— Desearía quitarle las baterías. Ha estado así de animado
desde la tarde —Hoseok bufó con fingido cansancio.
Sumergiéndose en su propio mundo, con una fresca lata de
Red Bull en la mano, comenzaron a hablar sobre animales.
Hoseok le contó que Garras y Patas tenía nuevos empleados.
Rosé se había tomado un descanso, estaba esperando a su
primer bebé. Y le habló sobre una nueva receta vegana que
había descubierto.
Recapitulando, Jimin recordó la carne que había consumido
en la bahía, demasiado drogado y hambriento para
importarle. Ahora era vergonzoso y Hoseok jamás debía
enterarse. Él incluso había saboreado las hamburguesas que
la gente comía con demasiado entusiasmo. Entonces, supo
que pasara lo pasara, esos recuerdos le atormentarían toda
la vida. Constantemente estarían allí para recordarle el error
que cometió.
Poco a poco, Jimin se ambientaba. Pasar tiempo con Hoseok
y hablar sobre lo que les unía era bueno. La estaba pasando
bien y no había una sola gota de alcohol de por medio. Tal
vez no era tan malo como pensaba. Se acercaron a los demás
y Yoongi lo apretó contra sus brazos, riñéndole sobre no
saludarlo antes. Acorralándolo contra la mesa de Ping Pong,
Jeongguk unió sus frentes, rozando sus narices.
— ¿Todo bien?
— Me estoy divirtiendo. En serio —Notando que no olía a
alcohol, Jimin le observó con atención en busca de algún
vaso—. ¿No estás bebiendo?
— Claro que no, risos —Comenzó a depositar constantes
besos sobre su cuello—. No te dejaré solo en esto. Si vas a
dejar de beber, entonces lo haremos los dos.
— Eso es realmente adorable, Jeonggukie —Tomándole del
rostro, lo besó—. Gracias.
— Te quiero, Jimin. Yo realmente te quiero demasiado.
— ¡Oye, J! —El grito de Jackson les hizo voltear a ambos—
. Ya tengo la solución para que sigas siendo mi compañero
en el Beer—Pong.
Entones alzó una jarra repleta de ponche hecho a base de
frutas y Red Bull. Todos, menos Nancy, explotaron en
carcajadas. Eran un desastre, pero al menos se esforzaban y
eran buenos amigos. Jimin no cabía en su dicha.
— ¡Acepto!
— ¡Eso es, perras! ¿Escucharon? ¡El equipo primo está de
vuelta y más bravo que nunca!
La velada se desarrolló alrededor de la mesa de Beer—
Pong. Hoseok les echaba barra mientras Jackson y Jimin
retaban a cualquiera que se les cruzara a jugar. Yoongi y
Jeongguk conversaban de sus negocios y Nancy insistía en
llamar la atención de Jeongguk.
Estaba claro que el equipo primo quedaría como el mejor
equipo de Beer—Pong en el pueblo hasta que alguien más
llegara y dijese lo contrario.
Observando alrededor, notó que Jeongguk y Yoongi no
estaban. Y como si ese instinto de preocupación cada vez
que Jeongguk se metía en problemas se activara, hubo un
par de gritos y un tumulto de gente alrededor de la piscina.
— ¡Están peleando! —Hoseok lo agarró del brazo
demasiado rápido para procesar, dirigiéndolo al embrolló.
Abriéndose paso, un tipo estaba en el suelo escupiendo
sangre. A horcajadas, Jeongguk lo atacaba con puñetazos.
Yoongi intentaba sacarlo de allí. Nancy se trepó a su
espalda, pero Jeongguk la alejó de un manotazo. Y era
obvio, nadie podría detenerlo, nadie excepto...
— ¡Jeon Jeongguk! —Jimin no hizo absolutamente nada. Ni
siquiera intentó separarlo porque sabía cómo reaccionaba.
Él simplemente se paró a su lado y gritó—. ¡Detente ahora
mismo!
Alrededor de los espectadores, el rumor que corría por el
pueblo era verdad. Finalmente existía alguien capaz de
apaciguar al chico con serios problemas de violencia. Entre
jadeos que casi se convertían en gruñidos, Jeongguk
permaneció con el puño alzado, incapaz de volver a
estrellarlo contra ese rostro magullado.
— ¡¿Qué mierda crees que haces?! —Jimin riñó cuando
Jeongguk se levantó, enfrentándolo con una mirada
cabizbaja, arrepentida.
— Ese imbécil estaba molestando a Nancy.
Una bruma de ira brotó sobre Jimin. De algún modo
presagiaba que esa chica traería más problemas a sus vidas.
Lo que más le enfureció fue que Jeongguk la defendiera. Se
estaban divirtiendo. Estaban todos reunidos como buenos
amigos, pero ella tuvo que descarriarse y meterse en líos.
Era injusto que fuese de ese modo y Jimin casi podía
entenderlo. Ella tenía todo el derecho de andar por esa casa
libremente, pero lamentablemente las personas con malas
intenciones existían y había que tener cuidado.
— No me interesa, nos vamos.
Jeongguk no dijo absolutamente nada, simplemente asintió,
siguiendo a Jimin como un perrito arrepentido. Abriéndose
paso entre la multitud hacia la salida, Jimin se topó con
Nancy, entonces gruñó en su cara:
— ¿En serio puedes domar a la bestia? ¿En serio? No
vuelvas a compararte conmigo nunca más, perra.
Sus pasos enojados resonaron sobre el asfalto en plena
noche serena. Los grillos cantaban y casi podía imaginar a
Jeongguk gimotear de culpa. Se subieron a la camioneta en
completo silencio. Cruzándose de brazos, Jimin no pudo
aguantar la risa. Esa fue una noche realmente loca y ni
siquiera bebieron alcohol.
Besando la mejilla de Jeongguk, se burló:
— Vámonos a casa, Kookie.
— ¡Yah! No te burles, ese maldito apodo es vergonzoso
como la mierda.
Capítulo 39
Dos días fuera de casa aumentaba su propio nerviosismo. Su
temperamento tumultuoso le llevó a cometer un grave error
y realmente se sentía avergonzado al respecto. Comenzar a
tragarse su orgullo e ir por unas disculpas a mamá y Tae
sería difícil, pero simplemente no podía evitar extrañarlos.
Intentaban ayudarle, nada más que eso y él debía
comprenderlo. La angustia plasmada en el rostro de mamá,
sus preciosos ojos repletos de tristeza era una imagen
complicada de olvidar.
Usar las camisetas de Jeongguk era lo habitual cuando se
quedaba en su departamento. Eran suaves, cómodas y olían
bien. Y no mentiría, se sentía jodidamente sexy en ellas.
Retocó el maquillaje sobre su cuello después de tomar una
ducha. Las marcas habían disipado y ahora eran solo
manchas levemente grisáceas.
Hurgando entre sus útiles de aseo, notó que la caja con
pastillas anticonceptivas no estaban. Y era extraño, porque
varias de sus pertenencias habían desaparecido también. En
la habitación no estaban, la había ordenado esa mañana y
entonces lo recordaría. No había otro modo. En un intento
por evitar perderlas, constantemente las dejaba en su bolso
de baño.
La alfombra cosquilleó bajo sus pies descalzos al descender
por las escaleras. Los días continuaban tornándose
exquisitos y era cautivador apreciar las montañas de verde
emergente que se avistaban por los enormes ventanales bajo
los bondadosos rayos del sol.
— Amor —Dijo, buscando sobre el mesón de la cocina.
— ¿Mmm?
Era todo lo que conseguiría de Jeongguk mientras se
mantuviese ensimismado en la enorme TV de la sala,
jugando con su consola de videojuegos. El mundo podría
caerse a pedazos y él realmente no se daría cuenta.
— Amor...
Se asomó por la isla de la cocina, esperando tener algún tipo
de reacción. Nada. Jeongguk continuaba con la mirada fija
en la pantalla, masticando chicle con la boca abierta.
— ¿Mmm?
— ¡Jeon Jeongguk!
— ¿Qué pasa, nene?
— No encuentro mis pastillas —Echó un ligero vistazo
alrededor, para nada comprometedor. No las encontraría
allí, ni siquiera las había bajado.
Jeongguk continuó sin prestar atención. Apretaba
frenéticamente los botones del control, decidido a ganar la
batalla que sostenía en línea con Jackson.
Negándose a sentirse rechazado por un estúpido videojuego,
se plantó en la sala, precisamente frente al televisor. Con un
nuevo mohín sobre sus labios, se llevó las manos a las
caderas.
— ¡Te estoy hablando!
— Te estoy escuchando, nene —De manera agitada,
continuó mascando chicle, echándose a un lado para
observar por el costado de su cuerpo. La tele yacía en lo alto
de la pared y Jimin no era lo suficientemente alto—. Dijiste
que no encuentras tus pastillas.
— Necesito que me prestes atención.
— Te estoy prestando atenci.... ¡Jackson hijo de perra, me
disparó! ¡Te voy a llenar el culo de balas, cabrón!
Había decisión en el pardo de sus ojos. Tenía que ganar.
Mascaba el chicle con más intensidad y Jimin casi podía
jurar que estaba hipnotizado.
Las pastillas carecían de importancia justo ahora. Alzando
los brazos, Jimin comenzó a saltar para obstaculizar su
visión. Era tan gracioso que Jeongguk intentara evadirlo
moviéndose de un lado a otro que se tornó prácticamente
divertido, haciéndolos reír a ambos.
— Amor... —Jeongguk gimoteó, infantil—. Me harás
perder. Una maldita bolsa de hierba está en juego.
Pero Jimin no cedió. En cambio, la determinación volvió de
sus facciones casi felinas. Tenía un plan que siempre
funcionaba, esta vez no sería la excepción. Aprovechando
que no llevaba ropa interior, se levantó la holgada camiseta
hasta el mentón, reteniéndolo allí con los dientes. Dándose
media vuelta, se apoyó contra la pared, justo debajo de la
televisión.
— ¡Yah, Jimin-ah! —Comenzó a reñir sin siquiera notar el
culo esbelto y pálido que tenía en frente, hasta que advirtió
algo fuera de lo usual—. Si me haces perder, te voy a casti...
Oh...
Arqueando la espalda, empinó el culo con intención.
Mirando por sobre su hombro, le provocó, azotándose las
nalgas.
— ¿Qué? ¿Qué me harás, Jeonggukie?
— Mierda, ricitos... —Se pasó una mano por la boca, como
si estuviese babeando. Lanzó el control sobre la mesa de
centro y se palmeó los muslos—. Jackson puede joderse,
ven aquí, nene.
Modelando, Jimin gateó hasta sentarse a horcajadas.
Jeongguk siseó cuando sus manos hicieron contacto con la
piel suave de sus caderas, rodeándolas hasta llegar a sus
nalgas y apretarlas. El deseo reconfortante les puso duros de
inmediato, Jimin amaba sentirse apresado bajo esa mirada
radiante, repleta de lujuria.
Metiendo la cabeza debajo de la camiseta, Jeongguk atrapó
un pezón en su boca. La punta húmeda de su lengua
sobresalió, moviéndose en círculos sobre su protuberancia
erecta. Tejiendo un sendero por el abdomen contraído de
Jimin, su mano le ahuecó la polla, estimulándolo.
— Oh... Jeonggukie —Jimin suspiró, echando la cabeza
hacia atrás a medida que sus ojos se cerraban ante una
reacción inmediata, arqueándose.
— Me vuelves loco, risos —Sus voz era grave ahora, casi
ronca. La devoción al contemplarle lo volvía casi rígido—.
Jodidamente loco.
Aferrando la mano sobre el cabello de su nuca, Jeongguk lo
atrajo en un beso feroz. Tan hambriento que para Jimin era
realmente difícil seguirle el ritmo. Gimiendo en su boca
abierta, donde sus lenguas se entrelazaban atrevidas y
acuosas, Jimin inició un vaivén sobre su polla únicamente
cubierta por su pantalón de chándal.
Embelesados, Jeongguk palpó entremedio de sus nalgas,
buscando su entrada. Eso trajo a Jimin devuelta, recordando
que seducirlo era solo un plan para llamar su atención.
Quería follar tanto como Jeongguk deseaba, absolutamente,
pero existía algo mucho más importante ahora.
Colocando las manos sobre su pecho, Jimin lo apartó.
Relamiéndose la saliva sobre sus labios hinchados, sonrió
coquetamente:
— Cariño, si quieres jodidamente empalarme, me ayudarás
a buscar las pastillas. Ahora.
— Eso puede esperar —Con voz melosa, le abrazó—.
Divirtámonos un poco y luego las buscamos.
— Dije ahora, Jeon Jeongguk.
— ¿Ahora? —Entre bufidos, pegó la frente en el pecho de
Jimin, negando a medida que gemía de dolor—. Nene,
mírame, estoy duro.
— Pastillas o ni un beso obtendrás.
Jeongguk era un hombre inteligente, sabía lo que era
conveniente. Jimin suspiró complacido cuando comenzó a
buscar alrededor de la sala.
— Siempre quieres hacerlo sin condón —Jeongguk
comentó, levantando un cojín del sillón—. ¿Cuál es la
diferencia ahora?
— Porque previenen la ovulación, idiota —Comenzaba a
perder la paciencia. Ahora registraba entre los muebles de la
cocina—. Cuando te vienes dentro de mí prohíbe que me
fertilices.
Sus pies descalzos chocaron contra el plato de Jack,
desparramando su comida por doquier. Entre maldiciones,
Jimin se arrodilló, reuniendo la mayor cantidad de alimento
esparcido. Entonces un pensamiento fugaz cruzó por su
mente. Jack estaba demasiado silencioso en su cuarto.
— ¿Qué pasa con Jack? Está demasiado tranquilo.
Deteniendo el ademán de ir hacia el armario, Jeongguk
frunció el ceño, observando hacia el pasillo donde se
encontraba su habitación.
— Es cierto —Dijo, siguiendo los pasos de Jimin—. Solo
vino a comer y luego se escabulló. ¿Estará enfermo?
Completamente en silencio, se asomaron por el costado de
la puerta, sintiéndose como si fuesen a hacer algo indebido.
Lo primero que notaron, fueron los juguetes regados por
doquier. Normalmente, yacían apilados en la enorme caja.
— ¿Es un berrinche o qué? —Jeongguk susurró—.
Usualmente siempre es ordenado cuando le apilo los
juguetes y le dejo afuera los que quiere usar.
— Esta protestando porque no le prestas atención —Jimin
le codeó—. Juegas más con tu estúpida consola que con él.
— Eso no es cierto.
— Sí, sí es cierto.
— Claro que no. Él único que se queja eres tú.
— Porque no prestas atención a nada. Tuve que mostrarte
mi maldito culo para que lo hicieras
Entre una discusión amistosa, perdieron el rumbo de su
objetivo. Incluso habían dejado de susurrar y Jack les miró
desde su esponjosa cama.
— Hey, ¿Por qué maldices tu culo, eh? Tu precioso culo no
tiene la culpa de que seas un berrinchudo.
— No soy berrinchudo.
— Oh risos, no seas mentiroso, por supuesto que eres un
berrinchudo —Abrió los ojos, exagerando sus gestos—.
Además, el que debería estar molesto soy yo. Me dejaste tan
duro que mis pantalones se parecen a la puta Torre Eiffel.
— Te lo mereces, por ser un completo idiota —Jimin bajó
la vista hacia su polla, notando que aún seguía dura,
burlándose—. Hey, cuidado, me puedes punzar un ojo.
Incapaz de aguantar su propia risa, Jimin se partió a la mitad,
carcajeándose ruidosamente. Jeongguk gruñó.
— ¡Yah, no es gracioso!
Perdiendo el equilibrio, Jimin se dio de cara contra la
alfombra, sobándose la nariz a medida que fulminaba a
Jeongguk quien estallaba en carcajadas.
— Eso dolió, idiota. ¡No te rías! —Picado, Jimin le golpeó
la entrepierna con la palma—. ¡Deja de reírte!
— ¡Auch, mis bolas!
De respiraciones desiguales, Jeongguk retornó a la
normalidad, observando el cuerpo tirado sobre el suelo
como una nueva presa. Entre carcajadas, Jimin comenzó a
gatear, pero la mano de Jeongguk se envolvió en su tobillo
fácilmente, arrastrándolo de vuelta. Metiéndose entre sus
piernas, Jeongguk comenzó a hacerle cosquillas.
— ¡Piedad! —Jimin se retorció, carente de aire—. ¡Por
favor! ¡No lo volveré a hacer! ¡Basta!
Recargando los codos a ambos lado de la cabeza de Jimin,
Jeongguk sonrió, igual de agotado. Desde su visión central,
podía mirar cuánto quisiese el precioso rostro que tenía
aprisionado. El bermellón había tomado posesión de esas
mejillas que con el pasar del tiempo tormentoso, ya no eran
tan abultadas, pero seguían igual de apetitosas como un
melocotón.
Alzando la mano, Jimin le acarició el rostro. Le delineó las
cejas con un toque sutil, descendiendo por la curva de su
nariz hasta llegar al rosa de sus labios.
Entre besos sosegados, un ruido extraño que provenía desde
la cama donde Jack estaba, llamó su atención. Aún tirados
en el suelo, giraron la cabeza, observándole masticar lo que
parecía ser una tableta plateada.
— Joder —Jimin empujó a Jeongguk, arrastrándose hasta
yacer de pies, prácticamente corriendo hacia Jack.
Con una mejor perspectiva de la habitación, giró alrededor,
notando que la caja estaba destrozada, creando basura por
doquier. Quitándole la tableta a Jack del hocico, no había
mucho por hacer, en realidad. Solo quedaba la escasa figura
de una lámina molida.
— ¿Estará bien? —Jeongguk se posó a su lado, mirando a
Jack desde su altura prominente—. Se comió todas las
pastillas.
— No lo sé. De todos modos vamos a vigilarlo —Suspiró.
Lo lamentaba por sus pastillas—. ¡Jack, eres un chico malo!
¡Muy malo!
Escondiendo el hocico bajo su cobija, Jack comenzó a
gimotear, enroscando las orejas. Sabía que había hecho mal,
porque movía la cola. Dispuesto a dejar la situación de lado,
Jimin se dispuso a retornar, pero un poco más allá, en el
rincón de la pared, su tubo de iluminador llamó su atención.
— Joder amigo, gracias al cielo no tienes bolas, porque él
va a cortartelas —Jeongguk negó, advirtiéndole a Jack que
ni siquiera él podría salvarlo—. Si fuera tú, corro por mi
vida.
Jimin había lidiado una vez con quitar el mismo iluminador
de su hocico, como si se hubiese obsesionado. Pero la caja
de pastillas y el iluminador no era lo único que Jack había
escondido en su rincón secreto. Entre el revoltijo, encontró
la pantufla que no había podido encontrar. Su gorra para la
ducha. Sus auriculares. Y un par de bóxer.
— ¿Mis bóxer? ¿En serio? —De respiración agitada, el
rostro de Jimin se volvió rojo. Empuñando su ropa interior,
explotó—. ¡Jack!
Observando como Jimin se dirigía a ellos, Jeongguk palmeó
el culo de Jack, alentándolo.
— ¡Ahora, amigo! ¡Corre por tu vida!
Sin siquiera pensarlo, Jack salió disparado como un rayo,
dejando a un Jimin completamente enajenado. Jeongguk
estalló en carcajadas, recibiendo un zape.
Volver a casa era algo que no tenía planeado. Al menos no
aún. Pero debía si quería obtener la última caja de
anticonceptivos que le quedaban.
Estacionados frente a la residencia, Jimin suspiró cuando
sintió el dulce tacto de la mano de Jeongguk sobre su muslo,
animándolo. Había estado callado durante todo el trayecto,
excesivamente pensativo.
El porche yacía iluminado. La tenue luz volvía la decoración
algo elegante y el blanco que pigmentaba las paredes lucía
más claro que nunca. Plantando un beso sobre los labios de
Jeongguk, bajó, augurando una promesa para verse al día
siguiente.
Soportando el grave silencio que poseía la sala, Jimin
recorrió las escaleras con el paso más lento que podía
sostener. Arrastrando las manos por las paredes del pasillo,
como un hábito adquirido desde pequeño, se paró frente a
su habitación. Con la mano quieta sobre el pomo, notó que
la puerta de mamá estaba entreabierta.
— ¿Cariño, eres tú? —Mamá cuestionó cuando miró a
través, donde la tenue luz de la lámpara le delineaba el rostro
cansino.
Sin decir absolutamente nada, simplemente ingresó. Mamá
yacía recostada. Bordar era su pasatiempo favorito, sobre
todo cuando miraba sus series nocturnas. Dejando su trabajo
a un lado, palmeó el colchón, invitándole. Quitándose los
zapatos, Jimin gateó, acurrucándose para que mamá pudiese
abrazarlo por detrás, arrullándolo como muy pocas veces
hizo.
Sintiendo la calidez de su cuerpo consumiéndolo, una clase
de ronroneó circundó su garganta. Mamá siempre se sentía
bien, pero era difícil, la mayor parte del tiempo lo era.
Volver a amarla o más bien, aprender a amarla era confuso,
porque iba en contra de todo lo que odiaba. Pero era
inevitable cuando se sentía como el hogar. Ese simple
abrazo en su cintura, el tibio respirar sobre su cuello. Mamá
siempre se había sentido tan correcta.
— Yo realmente quiero intentarlo, ¿Sabes? —Jimin dijo,
con la vista fija en el balcón despejado. Mamá le apresó,
estaba atenta—. Pero tengo miedo. Siempre he temido del
daño que puedes provocarme otra vez.
La vida se desarrollaba a través de los errores. Era el proceso
forzado para crecer. Mamá lo tenía claro. Jimin también. Era
lo que tenían en común, tal vez. Pero Jimin era lo que ella
había fomentado a base de tropiezos. Sus propias
consecuencias reflejadas en el sufrimiento de su hijo menor.
Jimin le detestaba porque tenía una razón. ¿Cómo rogar por
algo que ella sabía que merecía? Arrebatándole las
esperanzas. Guiándolo a través de un sinfín de malos
ejemplos; ejemplos que su madre muerta había fomentado
también. Entonces se convertía en una herencia. Un linaje
maldito. Merecía el odio de Jimin más que nadie, porque sin
querer lo había corrompido. Y aunque siempre fue un
pequeño risueño, se rodeó de situaciones que jamás debió
presenciar.
Por supuesto pudo haberlo hecho diferente. Evitado de
algún modo. Hacer algún tipo de diferencia. Pero ella era
tan débil como Jimin lo era ahora. Aterrados de la vida,
acosados por sus demonios internos codiciosos de vicios
sucios.
— Fue una época diferente —Mamá comenzó—. Nuestra
familia pretendía ser perfecta, pero apestaba.
Era tiempo de hablar. Dejar de ocultarse en el frío paño de
la necedad. Jimin era un chico adulto, tenía que saberlo. Era
el momento. Entonces continuó:
— Entre una juventud despiadada, tu padre apareció para
contenerme. Más nunca lo amé, no con ese amor de mujer,
con esa sed de deseo. Simplemente estaba agradecida. Me
había dado paz y una vida por experimentar, pero jamás fui
feliz.
Se le llamaba depresión endógena. Conocida regularmente
como depresión hereditaria. Existía un error en ignorarla,
porque simplemente la fomentaba. Desde una edad muy
temprana, Jimin comenzó a mostrar los mismos efectos. La
muerte de Namjoon la había desencadenado para dejarla
allí, atormentándolo.
— El nacimiento de Namjoon pareció mejorar algo —
Mamá sonaba ida, Jimin supo que se había transportado,
entonces deseó saber qué veían sus ojos—. Había surgido
una clase de química que nunca antes tuvimos, ahora
compartíamos el lazo más increíble que un hijo nos pudiera
dar. Nos convirtió finalmente en una familia. Pero algo
faltaba, siempre me sentí vacía.
La depresión aumentó. El conflicto interno que solo podía
ser apaciguado por una distinta gama de medicamentos. Un
intento de madre frustrado por crisis internas, colmadas de
debilidad y sufrimiento. Namjoon y Jimin nunca tuvieron la
culpa, y aun así, ella les dañó tanto como pudo.
Ese sentido de pertenencia, él lo entendía mejor que nadie.
Mamá estuvo tan vacía como él lo estaba ahora. Guardó
silencio. Ellos nunca hablaron en el pasado. Se sentía bien
oír a mamá ser sincera. Continuó:
— Y de pronto. Sin darme cuenta. Era feliz otra vez. Pero
no era esa felicidad que Namjoon me entregaba con solo
mirar sus ojos. Era esa clase de felicidad reconfortante, que
te planta una estúpida sonrisa en el rostro y te revuelve las
entrañas. Y simplemente no puedes parar.
— Lo sé —Jimin estuvo de acuerdo. Besó la palma abierta
de mamá que sostenía contra su mejilla—. Lo sé, mamá.
Era un sentimiento abrumador. Tan fogoso que esa simple
ilusión podía mantener vivo a cualquiera. Jeongguk había
llegado a su mente casi de inmediato, porque representaba
todo lo que mamá tenía que decir.
— Pero era prohibido. Y al entender lo malo que era, me
volvía infeliz otra vez. Esta mujer atormentada había
encontrado finalmente el amor en una persona equivocada.
Pero había carecido por tantos años de este sentimiento que
fui egoísta. Entonces quedé completamente cegada.
Mamá lo empujó del hombro, animándole a darse la vuelta
para mirar el esmeralda que empañaba sus ojos y mostrar su
más fiel sinceridad. Vislumbrándole completamente, mamá
alzó su dedo índice, delineándole las cejas hasta llegar a su
pequeña nariz de botón.
— Mi pequeño muñeco de porcelana con mechas de oro.
Tan precioso y cautivador —Mamá susurró—. El mundo
dice que fuiste hijo del pecado. Yo sé que fuiste hijo del
amor más genuino que alguna vez pude experimentar.
Jamás fue un secreto. Que nunca se hablara al respecto era
completamente diferente. Vergüenza, quizás. Traición, tal
vez. Daba igual, estaba prohibido. A su corta edad sabía que
por sus venas la sangre de papá no era la misma, pero no
cambió absolutamente nada, papá nunca lo trató como
alguien diferente, siempre fue su bebé. Y quizás debido a
eso había un sentido de gratitud a pesar de lo cruel que fue
con mamá.
Y papá... Papá había sido tan infeliz como todos. Con un
orgullo marchito tuvo que comprender, o quizás jamás
comprendió, que la mujer que amaba nunca podría amarlo.
Tan desquiciada como sus arrebatos mismos, la vio
sumergirse en el alcohol, ceder ante los medicamentos,
buscar lo que él jamás podría darle el los brazos de otro
hombre. Tolerar un desliz y además aceptar y amar al fruto
que había nacido como resultado.
— Comencé a vivir la vida tardíamente. Los descuidé por
negarme a soltar algo que había perdido hace tiempo —
Mamá sollozó y Jimin barrió las lágrimas con sus
pulgares—. Entonces, cuando me di de cara contra el suelo
y miré finalmente mi realidad, tenía un hijo muerto y el otro
me detestaba por ser la peor mujer que conoció en su vida.
Un nudo en la garganta impidió a Jimin respirar. En algún
punto de su vida, abordando el rencor intacto que tenía por
mamá, pensó que verla sufrir era todo lo que necesitaba para
saciar cierta parte. Que escucharla hablar jamás apaciguaría
las ansias de verla agonizar hasta morir. Cuán equivocado
estaba.
Había sido sincera. Después de años, mamá le abría las
puertas de su alma para quizás, intentar comprenderla. Era
su decisión ahora. Una oportunidad que él mismo le había
negado hace tiempo.
— Sé que merezco mucho más que el dolor que yace
anclado en mi pecho. Pero si tan solo pudiese borrar la
imagen de mi hijo muerto... Dejar de contemplar su rostro
pálido. Su piel fría... Lo vi venir al mundo y lo vi irse
cruelmente para saber que nunca más lo vería, que nunca
más tendría la oportunidad de remediar todo lo que le hice
—El llanto la poseyó y Jimin sabía que no podría hacer
nada. Mamá unió sus frentes, temblando—. Yo tuve que
haber estado esa noche. Yo tuve que sostenerlo entre mis
brazos mientras su luz se apagaba, no tú. Tú no merecías ese
sufrimiento. Te forcé a crecer tan deprisa. Te dejé tan solo...
El dolor continuaba al ser consiente que Jimin seguía sus
mismos pasos por la drogadicción. Ejemplos que ella misma
le entregó desde niño. Su dependencia a la bebida, a los
fármacos, a tolerar una relación violenta, tormentosa y
aparentar que estaba bien, que se era feliz.
No podía soportarlo. Jimin no iba soportarlo. Entonces se
abalanzó, apretándola contra sus brazos. Desesperada,
mamá se aferró, enterrando los dedos en la tela de su chaleco
como si lo hubiese esperado por años. Jimin finalmente
cedía.
— Está bien, mamá. Llora. Desahógate.
Era el momento. Ellos debían cerrar el ciclo que les mantuvo
a la defensiva por mucho tiempo. No había manera de
remediarlo, no podían cambiar absolutamente nada de lo
que había ocurrido en el pasado. Pero ellos podían hacer una
diferencia por el presente. Habían perdido demasiado y la
vida era demasiado corta. Sería difícil, pero Jimin quería
mirarla a los ojos y poder decir mamá sin el rencor tiznando
su voz.
Con la noción del tiempo extraviada, mamá permaneció con
el rostro sumergido en el cuello de Jimin, sollozando cada
vez menos. De vista perdida, Jimin simplemente le acarició
la espalda.
— ¿Aún tengo tiempo? —Mamá cuestionó de pronto,
alzando levemente el rostro para mirarle—. ¿Aún puedo
pedirte perdón por todo el mal que fomenté en ti? Quiero ser
tu madre, Jimin. Enséñame a ser tu madre.
Tanto Namjoon como papá estarían repletos de dicha. Ellos
lo habrían querido. Ninguno de ellos tuvo la oportunidad de
remediarlo. Él podía. Y lo haría, por toda la felicidad escasa
que tuvieron, por sus almas inciertas y por él. Sobre todo, lo
haría por él. Lo necesitaba y se lo merecía.
— Claro que sí, mamá —Le besó continuamente—. Un
paso a la vez.
Capítulo 40
Crepúsculo matutino. Siempre asumió que era cuando el
cielo se preparaba para recibir las primeras señales del sol.
Las nubes carecían de poder y el naranja sobre el horizonte
se iba evaporando. El verde emergía entusiasta y el frío se
volvía un poco más generoso.
Desde su llegada de la bahía, no hacía más que toparse con
el amanecer. Dormir era difícil, a veces aterrador. Las
pesadillas eran una constante. Hablar se transformaba en un
temor, porque entonces asumirían que se debía a la escasez
de droga en su cuerpo. Guardar silencio era reconfortante,
le impedía enfrentar la realidad caótica que le rodeaba. Él
realmente haría todo lo posible para evitar ser enviado a
rehabilitación, incluso si con ello conllevaba sufrir en
secreto.
Mamá se removió a su lado y él aprovechó para acurrucarse,
entrelazando las piernas. Era bueno sentirle, cierta paranoia
se apaciguaba cuando la tenía cerca. Durmieron juntos, pero
había algo de tristeza. Ojala lo hubiesen hecho antes, en el
pasado.
— Mi bello durmiente —Mamá le arrulló por detrás,
besándole la mejilla—. Debes tener hambre. Bajemos a
desayunar.
De apetito voraz, Jimin asintió, pero ninguno hizo el
ademán de levantarse, demasiado relajados entre sí.
— Tae me odia —Jimin musitó, de repente. Observando un
punto fijo a través de las finas cortinas—. Esta vez he
llevado las cosas demasiado lejos.
Mamá sopesó en la idea. Opinar al respecto sería un
atrevimiento, no les conocía al interactuar realmente. No
tenía idea de cómo se comportaban más allá de haberles
visto un par de veces. Pero solo bastó una vez para notar
cómo Jimin sucumbía a las órdenes de Taehyung con gran
naturalidad.
— Él realmente te ama —Dijo finalmente—. Es normal que
se sienta dolido, pero no te abandonará. Nunca lo ha hecho,
menos ahora.
Fue fácil deducir que Taehyung había tomado su lugar para
cuidar de Jimin como una madre lo haría. Era dedicado y
estricto. Él intentaba socorrer a Jimin a su escasa manera,
basado simplemente por sus instintos innatos para hacerse
cargo de alguien más débil. Había amor en el brillar de sus
ojos castaños cada vez que se posaban en Jimin.
— Tae es genial, ¿Verdad, mamá? —Jimin volteó entre sus
brazos, la emoción tiznando el tono de su voz.
En el pasado ella le aborrecía. El solo hecho de imaginar a
Kim Taehyung como un posible desastre para su hijo era
denigrante. Desesperada por obtener una aprobación que no
merecía, había forzado a Jimin a quererla y a respetarla
como su debida madre. Se interpuso y decidió utilizar el
prejuicio como un severo acto de cobardía.
Pero Taehyung hizo mucho más por Jimin que ella en
diecinueve años. Le enseñó que pese a las circunstancias,
cuando existía dedicación y amor de por medio, nada
realmente importaba, nada. Y finalmente pudo comprender
que el desastre en la vida Jimin jamás fue él, era ella.
— Kim Taehyung es una persona maravillosa —Peinando
los risos de Jimin hacia atrás, sonrió—. Y siempre tendrá mi
mayor apreciación por cuidar de ti.
Decidieron desayunar waffles. Usualmente Jeongguk los
compraba, entonces había algo de diversión en hacerlos en
casa ahora. Mamá no tenía idea de cómo prepararlos,
generalmente era Taehyung quien cocinaba sus desayunos.
Observarla prácticamente temer de los huevos que sostenía
entre sus manos era realmente gracioso. Sus momentos
juntos a la hora de desayunar eran pocos, pero como un
nuevo comienzo en su relación, Jimin se esmeraría el
remplazarlos, creando buenos recuerdos.
— ¡Mmm! —Jimin exclamó, con el tenedor aún aferrado a
sus labios. Había guiado a mamá a través de la preparación,
ahora estaban listos para degustar—. Nada mal.
— ¿Tú crees? —Mamá lucía tímida—. Creo que le faltó un
poco de azúcar.
— Sabe delicioso —Cortó un trozo, llevándolo a los labios
de mamá—. Y si le pones un poco de jarabe, queda aún
mejor. Di, ah...
Una nueva crisis de abstinencia llegó a mediodía, después
de ducharse y después de despedirse telefónicamente de
Jeongguk. Ocurrió de pronto, demasiado impreciso para
siquiera sopesar al respecto. Envuelto solo en una bata, fue
forzado a caer al suelo, incapaz de soportar el temblor en su
cuerpo. Un revoltijo se apresuró y solo comenzó a sudar en
frío, como una clase de fatiga.
De oídos tapados y mirada turbia, suplicó entre sollozos
ayuda. Tenía miedo. Estaba inestable una vez más. No supo
cuánto tiempo yació en posición fetal. Solo pudo distinguir
la silueta de mamá correr para socorrerle, meciéndolo entre
sus brazos a medida que pasaba una toalla húmeda por su
rostro sudado.
Su estómago comenzó a doler con menor frecuencia.
Recostado en la cama de mamá y aferrado a su pecho,
permaneció con la mirada perdida, ido entre un tumulto de
agonía. Ella le acariciaba los risos, besándole en intervalos.
Deseaba que este tipo de situaciones no ocurrieran, pero a
veces olvidaba que era un adicto. Un chico en plena
juventud que necesitaba consumir, porque entonces su vida
se desmoronaba. Con las lágrimas amontonándose en el
contorno de sus ojos marchitos, pensó al respecto. Cuando
estaba con Jeongguk pensaba en consumir con menor
necesidad. La intención de drogarse persistía, de hecho
siempre estaba, a cada segundo, pero de cierto modo,
Jeongguk la apaciguaba. Su sola presencia imponía en él
olvidarlo por momentos.
Mamá lo forzó a través de respiraciones basadas en la
relajación. Iba a clases de yoga los miércoles de cada
semana y supuso que estaría bien invertir lo que había
aprendido en él. Y funcionaba, demasiado bien para su
propia tranquilidad.
Durante el almuerzo, simplemente no pudo controlar sus
impulsos, llevándose varios bocados a la boca hasta tenerla
repleta. Masticaba con exagerado afán, como si estuviese
muriendo de hambre. Mamá solo le miró precavida,
preparada ante cualquier malestar.
Aún con el miedo volviendo sus movimientos oscilantes, se
atrevió a coger la mano de Jimin sobre la mesa, mirándole
con la mayor comprensión que sus ojos pudiesen entregarle.
Cuando Jimin se detuvo con las mejillas infladas, sonrió:
— Hey, mírame —De voz apacible, señaló su propio
plato—. Un bocado a la vez, ¿Está bien? Comamos juntos.
Entonces Jimin le siguió el ritmo, retornando a su función
normal. Mamá se sintió satisfecha. Incluso si el susto de que
en cualquier momento explotara persistiera, ella lo
disfrutaría al máximo.
El atardecer se aproximaba y Jimin observó el naranja
instalarse en el amplio cielo desde el balcón de su
habitación. Inhaló su limpio aire y se dirigió a la habitación
de mamá, hallándola tendida sobre la cama a medida que
bordaba.
— Quiero ver a Tae —Dijo, parado al borde de la cama,
tirando de la manga de su chaleco para esconder sus manos.
Mamá le escrutó a través de sus pequeños anteojos. En el
pasado, el no que abandonaría su boca sería rotundo. Jimin
se quejaría y mamá le daría varias razones de por qué no era
bueno ir a casa de Taehyung. Entonces una nueva discusión
se aproximaría, Jimin la ignoraría y escaparía de casa.
Estaba acostumbrado a hacer lo que quería, pasar sobre las
reglas de mamá en el pasado era una costumbre. Pero Jimin
se sentía nervioso ahora. De algún modo esperaba escuchar
y sentir la aprobación de mamá.
— Muy bien —Mamá se levantó, dejándole un semblante
sorpresivo—. Te llevaré.
Jimin se sintió cohibido cuando el auto de mama se abrió
paso a través de las calles descuidadas de las lejanías. Temía
que su percepción sobre Taehyung cambiara y volviera a la
misma hostilidad de siempre, llevándolo muy lejos de allí.
De silueta quieta, se mantuvo aferrado al borde su asiento,
forzándose a mirar hacia adelante.
Mamá no comentó nada al respecto y casi rogó que jamás lo
hiciera. En cambio, bajó la ventanilla cuando se estacionó
frente a la hilera de departamentos donde Taehyung
pertenecía, para escuchar lo que Chuck quería decirle.
— Hola, señora —Dijo, pasándose el dorso de la mano por
la nariz. Estaba sucio como Jimin siempre le recordaba—.
¿Me da una moneda?
Mamá ni siquiera se sorprendió. Observándole con la misma
piedad que Jimin tenía sobre él cuando le pedía monedas,
mamá sonrió apaciblemente. No había mucha diferencia
después de todo, su hijo menor también era un adicto, la
única diferencia entre Chuck y él, era que Jimin tenía dinero
y contaba con apoyo, fuera de eso, ambos estaban igual de
perdidos en la miseria.
— Sí, te puedo dar un par de monedas —Su voz era suave,
casi melosa—. Pero también puedo darte varias bebidas,
galletas y golosinas. ¿Qué prefieres entonces?
— Bueno —Chuck se rascó la nuca, indeciso—. Justo ahora
tengo mucha hambre.
Mamá bajó del auto. Aun con los nervios devorándole,
Jimin bajó con ella, observando sin moverse de su sitio.
Mamá se dirigió al maletero, empacando varias cosas en una
caja. De camino a las ruinas, ella había insistido en pasar al
walmart para comprar una tarta para Taehyung y un par de
cosas para llenar la despensa en casa.
— Dime, cariño —Mamá le entregó la caja a Chuck—.
¿Con quién vives?
— Con mi madre y mi hermana —Sin aguantar las ansias,
Chuck abrió un paquete de galletas ahí mismo, llenándose
la boca—. Pero mamá nunca está, así que nos cuida una tía.
Jimin notó que el semblante de mamá se volvió extraño.
Incluso ni siquiera él pudo descifrarlo, meciéndose entre sus
pies de manera paranoica. Entonces volteó bruscamente
cuando el grito chillón de Samanta le llamó:
— ¡J, viniste! —Pedaleando en su triciclo deteriorado, llegó
hasta él, sacudiendo la mano—. ¿Qué me trajiste esta vez?
Ignorando el escrutinio de mamá, Jimin se acercó a
Samanta, arrodillándose para estrujarla contra sus brazos.
Había crecido un poco y su cabello estaba más largo; a veces
lo hallaba grasoso y enredado, esta vez estaba un poco
limpio. Metiendo la mano en su bolsillo, le entregó los
caramelos que había robado del walmart para calmar su
ansiedad.
— Ella es Samanta, mi hermana. Tiene cuatro años —Chuck
se dirigió a mamá, metiendo otra galleta en su boca—. Está
obsesionada con J porque siempre le trae golosinas.
— ¿J? —Mamá lució interesada, sin querer comenzaba a
saber más de su hijo y cómo se relacionaba en el exterior.
Acercándose a Jimin, observó a la pequeña, estirando su
mano como saludo—. Hola, Samanta.
La diferencia de sus manos sostenidas era enorme.
Arrodillándose, mamá se llevó la pequeña mano de Samanta
a su mejilla, percibiendo su calidez.
— Es un color muy lindo —Samanta señaló la tonalidad
perlada en las uñas de mamá.
— Oh, ¿Te gusta? —Mamá le mostró todas sus uñas—. Si
quieres, algún día puedo pintar las tuyas, también.
Jimin les miraba en completo silencio. El esmeralda en sus
ojos brillaba repleto de dicha. Era bueno ver ese aspecto
sencillo en mamá, sin restricción, sin culpa. Una humildad
plena. Incluso si ella misma no se daba cuenta, se llevaba
muy bien con los niños pequeños. Había una conexión con
Samanta. Era evidente, casi palpable. Notándole, mamá lo
encaró:
— ¿Qué?
— Nada —Se excusó con urgencia, volviéndose
completamente sonrojado. Levantándose, fue al auto por la
tarta—. Me voy. Adiós.
Mamá sonrió. Despidiéndose de Chuck y Samanta, les
prometió regresar. El motor sonó y Jimin suspiró aliviado
cuando perdió el auto de vista.
— Oye, J —Chuck le miró desde el comienzo de la
escalera—. ¿Ella es tu madre?
— Algo así.
— Tu madre es genial —Chistó, retrocediendo para volver
a lo que fuese que estaba haciendo—. Desearía que la mía
fuese como ella.
Ignorando su historia remota, Jimin también adoraba en lo
que se había convertido ahora. En el pasado le habría
causado repulsión el solo hecho de reconocer que era su
madre. Entonces sin culpa o vergüenza, asintió:
— Sí. Es una mujer genial.
Taehyung no estaba en casa cuando llamó a la puerta. El
número trece estaba repleto de escarcha otra vez y bufó
porque no le había esperado para decorarlo juntos como
siempre. La tarta pesaba entre sus manos. Decidido a
esperar, se sentó en un escalón, observando sin interés
alguno alrededor.
Ella se toma muchas molestias a veces, pensó con un nuevo
mohín sobre sus labios, detallando la decoración de la tarta
de chocolate que mamá tanto insistió en comprar en un
intento por ganar el perdón de Taehyung.
Demasiado concentrado en sí mismo, ignoró por completo
los pasos que se aproximaban, luciendo a la defensiva
cuando una sombra se cernió encima, asustándolo. Pero sus
ojos brillaron y su cuerpo actuó con premura al notar que se
trataba de él.
— Hey —Dijo torpemente, observando la amplia espalda de
Taehyung introduciendo la llave en la cerradura—. Estuve
esperando un poco aquí afuera. Mamá compró tarta para ti.
Pero Taehyung no volteó, como si él no estuviese allí,
sonriendo con los nervios perturbados. Con total sosiego, se
abrió pasó a través de la puerta, cerrándola en su rostro.
Varado en medio del pasillo, Jimin permaneció intacto,
aferrándose a la tarta.
Taehyung estaba enojado, haberlo imaginado lo hacía
menos doloroso ahora. Entonces decidió qué debía hacer,
pero las opciones estaban agotadas o al menos no estaba en
una instancia para pensar. Retornando al escalón donde
permaneció sentado, esperó, esperó y esperó. Luego esperó
un poco más.
El sol descendía por las paredes malogradas de los edificios
cuando la puerta finalmente se abrió. Taehyung caminó
hasta él y Jimin se levantó con una nueva señal de esperanza
que desapareció tan pronto como Taehyung arrebató la tarta
de sus manos, encerrándose nuevamente en su
departamento.
Debería largarse, pensó al retornar al escalón. Caminar hasta
la parada de autobús y emprender su camino a casa. Era
demasiado tarde para asumir que Taehyung tendría un poco
de compasión. Quizás él necesitaba estar un poco más
enojado hasta decidir qué hacer al respecto, supuso a medida
que se levantaba, limpiando el escaso polvo en sus
pantalones.
Pero solo descendió dos escalones cuando la madera crujió
otra vez, como si de algún modo Taehyung nunca se esfumó,
siempre estuvo allí, al asecho, vengándose. Reuniendo algo
de valor carente, arrastró los pies hasta cruzar el umbral. De
aspecto silencioso, el pasillo iluminado le dio la bienvenida,
Taehyung le esperaba en la cocina.
Él había planeado un par de palabras. Incluso las memorizó
y mamá ayudó al respecto. Ahora nada de eso importaba.
Todo lo que podía sostener por el momento era la ligera
valentía para enfrentarlo y asumir su total error. Después de
todo, Taehyung fue una víctima más de su arrebato.
Cohibido, echó un ligero vistazo a la sala. Todo permanecía
exactamente igual. Se había perdido por demasiado tiempo,
ahora Pepe el gato ni siquiera le saludaba, era un perfecto
desconocido. Secándose el sudor de las manos en sus jeans
desgastados, se animó:
— Te extraño, Hyung.
Sacando el pan de molde de las compras, Taehyung bufó una
risa. Muy pocas veces en su vida Jimin le llamó Hyung, solo
abandonaba sus labios cuando estaba excesivamente
asustado, arrepentido y avergonzado. Había un poco de
satisfacción justo allí, pero Taehyung no quería nada de eso.
No quería a Jimin asustado, arrepentido y avergonzado.
Quería que se diera cuenta de sus errores y batallara contra
los demonios que nunca iban a dejarle en paz, no hasta que
hiciera algo al respecto.
Tal vez nunca fue lo suficientemente duro con él, pero
tampoco era su derecho o su obligación, Jimin era su mejor
amigo, no su hijo. Sin embargo, allí estaba, considerándolo
otra vez como una mamá que sería incapaz de negar algo
por más herido que se sintiera.
— Realmente siento mucho lo que te hice —Jimin
continuó—. No volverá a suceder, lo prometo. Esta vez seré
obediente.
Sin darle una señal de consideración, Taehyung se dirigió a
la nevera. Jimin permaneció paciente, pero existía una pisca
de temor en el sutil movimiento que ejercía al rasparse la
uña de su dedo pulgar con la otra mano. Ansiedad en
ebullición, Taehyung lo había notado.
— ¿Te disculpaste con tu madre?
Taehyung pareció ceder con un tono tosco y grave. Jimin se
irguió derecho, asintiendo de manera obediente.
— Ayer fui a casa para pedir perdón.
— ¿Viniste solo? ¿Alguien sabe que estás aquí?
— De hecho fue mamá quien me trajo. Quería verte, así que
pedí su permiso.
Cortando pequeños trozos de jamón, Taehyung quedó con
el cuchillo varado sutilmente, reconsiderando las palabras.
El Park Jimin que conocía jamás haría algo semejante. Huir
de casa era una de sus mejores cualidades, en realidad.
Entonces supuso que dentro del caos, algo frágil brillaba
como esperanza. Eso apaciguó su enojo, aunque en realidad
jamás lo estuvo, solo tenía miedo, ese miedo que Jimin y su
madre también tenían.
— Yo realmente estoy intentando hacer las cosas bien,
Hyung. Aún me cuesta, demasiado en realidad, pero lo
intento —Jimin se acercó, rodeándolo para abrazarse a su
amplia espalda—. Y quiero que estés en este proceso
conmigo.
— ¿Qué hay de la rehabilitación? ¿Lo consideraste?
Asumiendo su negativa, Jimin se aferró con más fuerza a él,
negando. Ni siquiera lo había considerado, simplemente lo
olvidó porque no estaba interesado, en absoluto.
— Puedo hacerlo solo, Hyung. Yo...
— ¡Basta de esa mierda, Jimin! —Azotó las manos contra
el mesón. Jimin retrocedió—. ¡¿Cómo pretendes que te crea
cuando siempre tienes el descaro de mentirme mirándome
fijamente a los ojos?!
Taehyung volteó para encararlo y Jimin tragó su nudo
espeso. Cuando Taehyung se enfurecía, era aterrador, pero
no era el mismo terror que Jeongguk infundía sobre él.
Existía una gran diferencia, porque sabía que Taehyung
jamás le haría daño, nunca haría algo para lastimarlo.
Al borde del desespero, la mirada de Jimin titiló repleta de
lágrimas. Finalmente comprendía las consecuencias de su
propio caos. Estuvo realmente equivocado al imaginar que
esta vez sería como cualquier otra. Pero esta vez Taehyung
no estaba dispuesto a complacerlo, esta vez Taehyung
parecía tener un límite.
— Hyung, por favor... —Jimin comenzó a ponerse de
rodillas para suplicar.
— ¡Levántate, Park Jimin o te sacaré a patadas de aquí! —
Le señaló—. ¡Deja de evadir tus malditos problemas con
suplicas vagas y enfréntalas!
— ¡Eso intento!
— ¡No, no lo haces! —Avanzó hasta acorralarlo contra la
encimera. Jimin lucía tan pequeño y vulnerable—. Escapas
de casa. Insultas a tu madre. La hieres en el más mínimo
arrebato para sentirte mejor con tu propia mierda. Me
mientes y juegas con la confianza que te entrego. ¿Eso es
cambiar? ¡Dime! ¡¿Realmente lo intentas?!
Entonces Jimin se desmoronó y Taehyung lo aferró contra
sus brazos. Era realmente difícil ser el soporte, porque como
nadie, él tenía que decir la verdad por muy hiriente que
sonase. Si nadie se atrevía, él debía ser su cable a tierra y
restregarle en el rostro sus errores. No había otro modo. No
con una oveja tan descarriada como su pequeño.
— Entiendo que estés herido debido a mí y realmente lo
lamento. Hyung, eres lo más importante que tengo en mi
vida. Sin ti no puedo hacerlo —Jimin se aferró a él tanto
como necesitaba respirar—. Si pudiera ser otra persona, una
completamente normal, lo sería, te prometo que lo sería.
Taehyung no dijo nada. ¿Qué diría de todos modos? Jimin
siempre iba a tenerle en la palma de su mano. Un dominio
total que lentamente se salía de control.
Olfateando a través de la tela de su sudadera, Jimin tejió un
sendero por la longitud de su cuello con los labios, hasta su
boca. Y una vez más, Taehyung fue débil, aceptando con
premura la dulzura de su lengua, succionándola. De pasión
contenida, Taehyung lo arrinconó una vez más, ante el
desespero de una fogosidad desconocida, Jimin se aferró,
sucumbiendo.
— Suficiente... —Taehyung susurró sobre sus labios cuando
escuchó a Jimin gemir.
La situación siempre fue muy propia de ellos, una forma de
reafirmar la amistad, pero algo había cambiado desde su
último paseo a la finca. Había deseo ahora, una excitación
que jamás pensaron en volver a sentir después de sus
comienzos sexuales como unos pubertos sin experiencia.
Aferrándose a su autocontrol, Taehyung pareció
recuperarse. Jimin yacía casi atontado, observándole con las
pupilas dilatadas. Lo conocía tan perfectamente bien para
saber que su lujuria no era más que un extracto de su propia
confusión. Jimin podía llegar a ser tan embarullado como
sus emociones.
— ¿Esto significa que tengo tu perdón?
— Claro que no —Taehyung retrocedió, disgustado—.
Significa que voy a darte una oportunidad más. Pero debes
hacer algo a cambio.
— ¿Qué?
— Someterte a una prueba de drogas cada dos semanas.
Jimin estuvo de acuerdo con eso. No lucía complicado, y
aunque se tornaría difícil, al menos no tendría que alejarse
de casa. Entonces asintió, estrechando la mano que
Taehyung le tendió para cerrar el trato.
Asegurándose de alimentarlo, Taehyung decidió que le
prepararía un sándwich. Por muy molesta que la situación
se tornara, él debía ver a Jimin comer casi como una manía.
El mundo podría caerse a pedazos, pero nunca dejaría de
procurar su bienestar.
Sentado en un taburete, frente al mesón, Jimin recargó la
mejilla contra su mano a medida que observaba a Taehyung
desplazarse por la cocina de modo risueño. Era bueno
volver. Estar con él siempre se sentía realmente bien.
— Y vas a dejar de descuidar la universidad —Taehyung
parloteaba sin parar, situando una rebanada de queso sobre
el pan de molde. Puso un poco de lechuga y luego rebanó
un poco de tomate—. Te queda muy poco para pretender
perder el año.
— Lo sé —Jimin contestó casi adormilado—. Siempre me
ha ido bien. Voy a recuperar las clases perdidas con
facilidad.
— Sí, claro... —Taehyung murmuró, mirándole con clara
desconfianza endureciendo sus facciones.
— Lo prometo, Hyung.
Taehyung cortó los bordes del pan y luego lo partió a la
mitad. Lo posó sobre un pequeño plato y vertió leche en un
vaso. Dejando todo frente a Jimin, ordenó:
— Ahora come —Tomando asiento frente a él, frunció el
ceño—. ¿Te estás alimentando bien? Aún luces muy
delgado.
Jimin rodó los ojos. Frustrado, dio un gran mordisco a su
sándwich, quedando con un pedazo de lechuga fuera de los
labios.
— Hago lo que puedo —Contestó con las mejillas
hinchadas—. Aunque en realidad creo que estoy comiendo
demasiado.
— ¿Qué te he dicho de hablar con la boca llena? —Chistó.
Estiró un dedo para limpiar la mayonesa amontonada en la
comisura de su labio y luego lo lamió—. Oveja descarriada.
— Pero así me amas, ¿Verdad, Hyung? —Mordió un bocado
más, hablando con la boca llena a propósito—. Si fuera
obediente no sería divertido.
— ¡Yah!
Ambos comenzaron a reír. Ahora el ambiente lucía menos
tenso y parecían ligeramente volver a la normalidad.
Más tarde, Taehyung permaneció tendido sobre su cama con
Jimin recostado entre sus piernas abiertas. Hablaban de todo
un poco y a la vez nada, relajándose en esos momentos
donde no había nada que decir.
Jimin prácticamente ronroneó cuando Taehyung le acarició
los risos. Sus grandes manos descendieron hasta sus
hombros, apretándolos para dar comodidad. Y entre
toqueteos, Taehyung inició con unas pequeñas cosquillas.
Removiéndose entre sí, terminaron acostados mirándose de
frente. Con un parpadeó confortable, Jimin se acercó para
plantar un beso fugas sobre sus labios, regresando a su sitio.
Sonriendo ladinamente, Taehyung lo pescó de la nuca,
devorándole la boca sin pretextos.
Sumidos en una ligera capa de sensualidad, Taehyung
comenzó a depositar pequeños besos por su barbilla,
trazando un camino hasta su cuello. Pero asumió que algo
no andaba bien cuando vio unas pequeñas marcas grisáceas
que rodeaban su piel.
— ¿Qué? —Cuando Taehyung levantó lentamente la
cabeza, Jimin preguntó con voz agitada—. ¿Qué pasa?
— ¿Qué te pasó en el cuello?
La atmosfera se trizó. Tragando saliva, Jimin se reincorporó,
sentándose a medida que se cubría el costado del cuello con
una mano.
— ¿Por qué? —Intentó lucir despistado—. ¿Qué tengo?
Bufando una risa, Taehyung negó. Lo conocía demasiado
bien para saber lo jodidamente nervioso que estaba. Incluso
si agudizaba un poco su vista y colocaba más atención,
podría verlo ligeramente temblar.
— ¿Quién fue? —Exigió—. Respóndeme, Jimin. ¿Quién te
hizo esa mierda?
— No sé de qué hablas, Taehyung —Gateó para salir de la
cama—. Nadie me ha hecho nada. Jodido loco.
Pero Taehyung se lo impidió, tirándolo del brazo para
mirarlo fijamente. Jimin estaba de pronto pálido.
— No me hagas repetir la puta pregunta —Bramó entre
dientes—. ¿Quién fue? ¿Fue Jeongguk?
— ¡Claro que no! —Se quitó de su agarre con un brusco
manotazo.
Jimin se levantó, calzándose en sus zapatos, demasiado
apresurado para volver a casa a medida que Taehyung
sacaba del baño un par de toallitas húmedas. De imprevisto,
sentó a Jimin en la cama contra su voluntad, pasándosela
por la piel y limpiar cualquier rastro de maquillaje.
— ¡Qué mierda te pasa, detente! —Jimin se removió.
Tomando a Jimin del mentón, ladeó su cabeza para tener una
mejor visión ahora que no había maquillaje. La tonalidad
era ahora un poco más fuerte, morada.
— ¡¿No me tomes por estúpido, Jimin?! —Colocándole la
mano sobre el cuello, simuló ahorcarlo—. ¿Cómo te sujetó?
¿De esta forma?
Conteniendo la ira, Jimin comenzó a respirar agitadamente.
Sus esmeraldas estaban bañados en lágrimas sin derramar.
— ¡No pasó nada!
— ¡Deja de mentirme, mierda! —Taehyung rugió en su
rostro—. ¡¿Desde cuándo te trata de esta forma?! ¡¿Eh?!
Con el semblante afligido, Jimin negó con un pequeño
sollozo. Sería realmente difícil persuadirlo.
— Él nunca me haría daño.
— ¿No te haría daño? —Impresionado por una actitud que
jamás pensó ver en Jimin, lo agarró del brazo tironeándolo
hasta el baño, parándolo frente al espejo. La luz era más
potente allí, las marcas eran innegables—. ¡Mira la mierda
que te hizo!
Entonces Jimin rompió fuertemente en llanto. Su cuerpo se
sacudía y cerraba los ojos, negándose a ver lo que en
realidad esas marcas significaban. Lo había hecho muy bien
hasta ahora, de hecho hasta las había olvidado.
— No fue su culpa —Hipó—. Yo causé un gran alboroto.
Intentó contenerse, pero lo provoqué. Te lo prometo, no es
violento, nunca me haría daño de verdad. Por favor,
Taehyung, tienes que creerme.
Taehyung no cabía en su propio asombro. Jimin había
aprendido a defenderse, a jamás permitir que pasaran sobre
su carácter. Era realmente difícil imaginarlo doblegado ante
alguien. Su forma de hablar era enfermiza.
— Oh por dios —Se pasó las manos por el cabello,
desesperado—. ¿Ahora vas a defenderlo? ¿Vas a cubrir a
una persona violenta?
— ¡Yo también lo agredí!
— ¿Tú qué? —Boqueó como un pez fuera del agua. Caminó
de un extremo a otro y luego se paró frente a Jimin—. ¡Estás
locos! ¡Los dos! ¡Qué mierda les pasa!
— Por favor... —Jimin sorbió por la nariz, mirándole con
miedo.
— ¡Por favor nada! ¡Joder, le voy a patear el culo!
Salió del baño, dirigiéndose a la puerta. Jimin corrió tras él,
aferrándose a su espalda para impedirlo. Taehyung se
removió, pero el desespero en Jimin fue más fuerte.
— ¡Te lo suplico, Taehyung! —Su voz sonó rasgada—. ¡No
hagas nada, por favor!
— ¡Jimin!
Jimin negó, cayendo al suelo para aferrarse a sus piernas.
Temblaba violentamente. Todo se saldría de control.
Jeongguk no sabía de las marcas, ni siquiera las había
notado. Se enojaría, le odiaría y le gritaría. Temía por el
bienestar de Taehyung. Sabía que si se atrevía a enfrentar a
Jeongguk saldría severamente herido.
— No volverá a suceder, te lo prometo. Tae...
Había desilusión en su mirada cuando Jimin alzó la cabeza
para observarle. Un semblante entristecido, decepcionado.
Pero a Jimin no le importaba decepcionarlo con tal de que
no hiciera nada al respecto.
Cuando Jimin deshizo su agarre, Taehyung se apartó
suavemente. Sin dedicarle una mirada, caminó hasta su
habitación, encerrándose. Jimin permaneció en el suelo,
abrazándose a sus rodillas. Las horas pasaron y sabía que
esta vez Taehyung no iba a ceder. En completo silencio, se
dirigió a la salida, era momento de volver a casa.
Capítulo 41
Avisó a mamá que pasaría la noche en el departamento de
Jeongguk. Mintió acerca de su paradero en casa de
Taehyung y se dirigió a una cafetería. La noche era fresca,
extrañamente silenciosa y tranquila. El viento era generoso
y había esa clase de calor sosegado que solo la primavera
podía proveer.
Necesitaba un poco de serenidad, incluso si sabía que
ajustándose a una mesa al lado de la ventana no serviría. Iba
a intentarlo, de todos modos. Alejarse de los demás era
bueno a veces. Anhelaba ese respiro que solo la omisión
traía cerca. La escasez de clientela hizo de su orden más
rápida, sosteniendo entre sus manos un humeante café.
Jugueteó con el borde de la taza un par de veces antes de
llevársela a los labios y sorber. Bufando una risa, inhaló
profundamente, ni siquiera un simple café era capaz de
hacerle sentir mejor, su corazón seguía frío. El tormento no
parecía tener un desenlace, él continuaba decepcionando a
las personas, continuaba decepcionándose a sí mismo.
Entonces esos pensamientos cargados de amargura le
llevaron a sopesar en una salida. Era lógico, después de
todo, lo único que tenía que hacer era encontrar a alguien
que le facilitara un poco de anfetamina. O un Valium sería
mucho mejor, así dormiría profundamente, apaciguando la
carencia de felicidad que esa tarde devastadora había
drenado por completo.
Todo estaba al alcance, bastaba un movimiento rápido. Sería
sigiloso y nadie se enteraría, años en el consumo le ayudaría
a disimular como siempre lo hizo. Sin darse cuenta,
comenzó a mover frenéticamente su pierna derecha a
medida que se mordía la uña del pulgar, ansioso.
¿Qué debería hacer? Cruzar por esa puerta sería cavar su
propia tumba o en realidad volverla más profunda, porque
ya estaba cavada. Semanas repletas de dolor y adicciones
desatendidas lanzadas a la basura. ¿Lo valía? ¿Realmente
valía la pena un poco de subidón? ¡Joder, sí, lo valía! Él iba
a hacerlo, iría y compraría un poco. No había marcha atrás.
Pero su celular sonó de imprevisto, alarmándolo,
despertándolo de la patética ensoñación que le llevaría a
cometer un error.
— ¿Dónde estás? —La voz de Jeongguk sonó estricta.
Permaneciendo con el teléfono pegado a su oreja, Jimin
guardó silencio. Las luces de neón parpadeante del letrero
volvieron de su rostro rosado. Una camarera pasó por su
lado y la puerta tintineó ante la llegada de un nuevo cliente.
La realidad quemó tanto como la ráfaga de café recién
hervido sobre su lengua. No era cierto, no podía controlar
su adicción, la abstinencia era cada vez más insoportable.
Con un nudo estrangulándole justo el centro de la garganta,
suplicó:
— Ven por mí.
Jeongguk llegó varios minutos después. El brusco frenar
demostraba su intranquilidad, después de todo, con Jimin
jamás se sabía qué acciones o decisiones desastrosas podría
tomar. Al salir de la camioneta, lo primero que hizo fue
observar fijamente aquellos ojos esmeraldas irritados,
buscando algún indicio de droga.
Jimin disminuyó la proximidad que les delataba,
escondiéndose entre ese par de brazos grandes y fuertes.
Jeongguk le impidió esconder su rostro en la curva de su
cuello, sujetándole sutilmente las mejillas.
— ¿Estás bien? —Susurró sobre sus labios, besándolos—.
¿Ocurrió algo?
Jimin simplemente negó, esmerándose un poco más para
que Jeongguk le soltara y así recostarse sobre su pecho.
Había tanto por decir, empezando por el extraño beso que
Taehyung y él compartieron, ese besuqueo que había
despertado una clase de lujuria que jamás estuvo allí antes.
O cómo su cuerpo hormigueó ante la necesidad de consumir
otra vez.
— Llévame contigo, estoy cansado.
Había una clase de silencio fastidioso, casi irritante de
camino a casa. Con los pies sobre el asiento de copiloto y
las rodillas aferradas a su pecho, Jimin se dedicó a
contemplar el camino sucumbido por la oscuridad. Incluso
la luna yacía marchita. Las estrellas ni siquiera brillaban,
como una clase de augurio espeluznante.
En el vidrio se reflejaba su semblante tiznado de amargura,
el perfil de Jeongguk lucía cada vez más sombrío. No supo
cuál fue la necesidad, quizás alguna sobrecarga culposa;
pero a mitad de camino, se giró para encarar a Jeongguk y
confesar:
— Estuve en casa de Taehyung. Esta tarde nos besamos.
Quitando la atención de la carretera, Jeongguk le miró. Una
pequeña sonrisa quiso sobresalir, pensando que se trataba de
una broma. Pero no hubo ningún rastro de burla en el rostro
dolido de Jimin. Entonces continuó mirándolo entre
intervalos, procurando tener precaución en conducir.
— ¿Qué mierda, Jimin? —Bufó, confundido. Dobló el
manubrio a la izquierda, sacando la camioneta de la pista—
. ¿Me estás jodiendo?
Jimin negó, cabizbajo. Tal vez lo hizo porque realmente se
sentía mal, porque decirle a Jeongguk aliviaría la culpa que
se hacía más pesada, pero no había nada de eso, solo un
sigilo omnisciente.
Jeongguk asfixió el manubrio, tenía la mirada fija en algún
punto sobre el horizonte difuso. No hubo reacción, solo una
expresión desierta.
— ¿Follaron? —Preguntó, varios minutos después.
Jimin boqueó. Detestó como esa simple palabra sonó tan
sucia, aberrante. Supo que fue un error apenas abandonó el
departamento de Taehyung. Se había sentido confundido,
descontrolado por sus emociones dispersas.
Taehyung no quería corresponder a su perdón e intentó
remediarlo de manera equivocada. Jimin quiso sentir que
aún estaba allí, que no se iría como esas grandes personas a
lo largo de su corta vida. No podía evitar vivir con ese miedo
constante, no podía remediarlo, estaba impregnado en su
piel tanto como la melancolía, él siempre tenía miedo a estar
solo.
— Estábamos discutiendo —Comenzó, tirando de la manga
de su chaleco para cubrir sus manos inquietas—. En algún
momento no fui consciente y...
— ¡Responde a la puta pregunta, Jimin! ¿Follaron?
— ¡No!
— ¿Iban a hacerlo? ¿Sentiste ganas de follártelo?
Jimin permaneció callado. Con un brote de desprecio,
Jeongguk asintió, captando la idea. Apretando la mandíbula,
se metió un cigarro entre los labios, encendiéndolo. Todo
estaba mal allí.
— Perdón... —Jimin murmuró en un lamento oscilante.
Jeongguk negó a medida que soltaba una sonrisa burlesca.
Dio una calada a su cigarro, moviendo frenéticamente la
pierna, controlándose o al menos haciendo el intento. Sus
impulsos picaban, necesitaba sacarlo, deshacerse de esa
rabia calcinante y todo lo que tenía en frente era la estúpida
cara aterrada de Jimin.
— ¿Perdón por qué? —Abriendo la ventana, arrojó un poco
de ceniza—. ¿Por engañarme con tu mejor amigo? ¿Por casi
cogértelo a mis espaldas?
— ¡No te engañé, es como un hermano!
— ¡¿Lo hicieron para reforzar la amistad?! ¡¿Es una mierda
que haces con él todo el tiempo?!
— ¡Por supuesto que no! ¡Simplemente pasó!
— ¡Wow! —Exclamó con exagerado afán, removiéndose
sobre su asiento—. ¡Qué mierda pasa contigo, todo el jodido
tiempo haces las cosas malditamente mal!
No supo que sería así de grave hasta que percibió la rabia
sofocante emanar del cuerpo cada vez más imponente de
Jeongguk, aunque sinceramente no esperaba nada en
realidad. La camioneta parecía hacerse más pequeña. Creyó
que al menos sería más apaciguado, que Jeongguk no estaría
tan molesto porque había sido sincero al respecto. Se trataba
de Kim Taehyung, no era un extraño, tampoco una posible
amenaza para la relación.
Pero tardó en comprender que para Jeongguk nada de eso
importaba. No solo era una falta de respeto, se trataba de la
confianza que jamás habían podido conseguir mutuamente,
una seguridad que hasta ahora les costaba trabajar.
Oriundo del caos más innato, para Jimin era difícil distinguir
lo que a través del tiempo sería un error. Las vivencias lo
confirmaban, el lío familiar, la escasez de enseñanza y el
fomento de soledad solo lo volvían alguien de emociones
desordenadas.
— No volverá a pasar. Te lo prometo —Sollozó—. Yo sólo
me sentí tan confundido. Pero...
— Joder, esto es ridículo —Echó la cabeza contra el
respaldar del asiento—. Ni si quiera sé por qué haces este
tipo de cosas, con qué objetivo. A la mierda contigo, nene,
estoy harto de tanta locura...
El pánico forzó a Jimin a brincar. Arrodillándose sobre el
asiento, intentó sostener el rostro de Jeongguk, pero sus
manos temblorosas fueron alejadas con un duro manotazo.
— Vamos, Jeongguk —Sorbió por la nariz, ansioso—. Fue
una estupidez.
— Y ahora qué, ¿eh? ¿Debo alejarte de todos para que
cuando te sientas confundido no te lances como una puta?
— Por favor...
— Eres injusto, Jimin —Ladeándose para finalmente
encararlo, lo señaló. Hubo una clase de rugido en su voz
ahora ronca—. Si te hubiese contado que besé a Soojin,
habrías destruido todo a tu paso. Enloqueciste con solo verla
en mi departamento.
— ¡Es diferente!
— ¡¿Por qué?! —Repleto de rencor, se abalanzó con un aura
impregnada en desafío. Jimin retrocedió ligeramente—.
¡Dime, mierda! ¡¿Qué lo hace diferente?!
No había diferencia, en realidad. Jimin lo supo en cuanto el
arrebato abandonó su boca. Poseía esa clase de egoísmo, de
hecho. Sabía que las muestras de cariño que se daba con
Taehyung no eran normales, pero nunca se trató del sentido
obsceno. Imaginar a Jeongguk y Soojin lo volvía todo
completamente diferente. Ellos se quisieron en algún
momento, había ese deseo sexual. Pero incluso si nada de
eso justificaba el error que cometió, el sólo hecho de pensar
en su novio con ella juntos, lo volvía sucio y desastroso.
— Taehyung es mi amigo —Respondió torpemente,
consciente de su razonamiento forzado para simplemente no
perder—. Y nunca nos miraríamos diferente ante la
hermandad que tenemos.
Sucumbidos en un silencio inquietante, Jimin no cedió, de
pronto aniñado. Pero toda esa falsa confianza se destruyó
cuando Jeongguk se abalanzó, arrinconándolo contra la
puerta. Enroscando los dedos alrededor de su mandíbula,
bramó:
— En tu vida, ¿Me escuchas? —Lo zamarreó—. En tu puta
vida vuelvas hacerme una escena de celos, no después de la
mierda que me acabas de hacer.
Espantado, Jimin le sujetó la muñeca en un intento por
zafarse. De ojos amplios, le miró fijamente, buscando
hacerle entender que se sintió mareado por el brusco
sacudón. Sofocado, sintió cómo los dedos se apretaban,
marcando quizás nuevamente su piel.
— Nunca más —Chilló, su voz pendiendo de un hilo—. Por
favor, suéltame. Jeongguk...
Existía esa clase de maldad ahora. Sus ojos yacían bañados
de irritación. De pupilas extensas, Jeongguk parecía cada
vez más propenso a descontrolarse y no poder manejarlo en
absoluto. De repente, la tierna piel de ese cuello expuesto se
sentía tentador para estrujar.
Fue un chillido o quizás el pataleo de Jimin lo que frenó sus
impulsos por completo. Detallando su vulnerable silueta,
supo que se había excedido una vez más. Echando la cabeza
hacia atrás, soltó un grueso suspiro, deshaciendo el agarre.
Dejando a Jimin solitario en medio de su propio
desconcierto, Jeongguk encendió la camioneta,
devolviéndola a la carretera. Enredados en un silencio
sepulcral, las disculpas punzaron en la punta de su lengua.
Odiaba lastimar a Jimin, observar el reflejo de su rostro
plasmado en esas esmeraldas que se dilataban a causa del
terror que él ejercía. Pero se mantuvo firme, dispuesto a no
ceder. Ni siquiera estaba enojado, estaba dolido y
humillado; porque incluso si era consciente de una traición,
sería incapaz de dejarlo.
Cuando la camioneta frenó frente al edificio, Jimin sacó el
rostro de entre sus piernas flectadas. Reuniendo el coraje
suficiente, observó el perfil reacio de Jeongguk mirando
fijamente hacia el límite del bosque. Jimin se sintió curioso.
— Jeongguk...
— Baja y ve adentro —Le lanzó un manojo de llaves.
La inquietud se asomó, punzando justo en el centro del
estómago de Jimin. Jeongguk se sintió distante, fomentando
su desespero a la inminente soledad.
— ¿Por qué, a dónde vas?
Jeongguk no respondió, hinchando el pecho para resoplar,
como si intentase controlar su paciencia. Estaba picado,
Jimin podía presentirlo, sabía que él iría a desquitar su
frustración a otro lado. No quería, detestaba la simple idea
de imaginarlo visitando a alguien más, consiguiendo una
revancha.
— ¡Respóndeme! —Jimin insistió, de pronto histérico.
— Bájate.
— No.
— Por el amor de dios, Jimin —Jeongguk se pasó las manos
por el rostro, guiándolas a su cabello para desordenarlo—.
No hagas esta mierda más difícil y desaparece de mi vista.
Jimin captó su intención, era su modo para evitar desquitar
su rabia en él. Pero a Jimin no le importaba, en absoluto. Era
incluso más alarmante que se fuese de su lado.
— No me hagas esto —Sollozó—. Haré lo que quieras, pero
por favor, sube conmigo.
Lloró en silencio por un par de segundos, esperando a que
cambiase de opinión. Jeongguk no le dio nada de eso,
metiéndose un segundo cigarro entre los labios, le dedicó
una mirada gélida, ese tipo de señal que advertía que si no
bajaba en ese momento, las cosas solo empeorarían.
Jimin no tuvo otra opción. Bajó de la camioneta con una
lentitud excesiva, sosteniendo un débil sentimiento de
esperanza para que Jeongguk tuviese compasión.
Ignorándole, Jeongguk pisó el acelerador, la camioneta
rugió y desapareció.
Siempre ocurría. En cualquier momento. Ante cualquier
altercado, la soledad siempre retornaba, como si le esperase,
cautelosa, acechante. Esta vez lo pilló varado frente a ese
enorme edificio, repleto de luces que lo señalaban, lo
juzgaban. La imaginó emanar de entre los arbustos,
codiciosa, risueña. Esa era su soledad, tan ambientada que
incluso ahora podía reconocerla, darle una forma.
Jack lo recibió entremedio de tanta penumbra. Encendiendo
la luz tenue de la sala, se sentó en el piso con él, besándole
el hocico. Había algo de gratitud de pronto, el perro tenía
ese efecto desde la primera vez que lo conoció.
— ¿Por qué siempre haces eso? —Jimin sonrió, evitando
que Jack continuara lamiéndole el cuello.
Existía algo en su aroma que lo volvía loco, gemía y movía
la cola todo el tiempo. Una vez Yoongi le contó que quizás
había una similitud con su antiguo dueño, pero Jeongguk no
lo dejó seguir. Estaba en el olvido ahora, nunca puso
demasiada importancia de todos modos.
Con el perro entre sus piernas, miró alrededor, hacia la
espaciosidad descomunal que lo hacía sentirse más
pequeño. Acojonado, se abrazó al cuello de Jack, suplicante,
arrepentido de lo que había hecho. Era una clase de culpa
que continuaba pesando, pero no podía diferenciar cuál era
más dolorosa, el haber besado a Taehyung con una intención
diferente o haberle contado a Jeongguk.
Pudo haber callado, guardar silencio como hasta ahora lo
había hecho. Pero era adicto a la adrenalina, quizás. Tal vez
estaba tan acostumbrado a vivir entre el caos que necesitaba,
inconscientemente, sentirlo de cualquier modo. Si sufría,
todos debían sufrir junto a él.
Luego de tomar una ducha caliente, barrió el vapor del
espejo con su mano, vislumbrando sus ojos marchitos. Las
marcas que Taehyung había notado estaban intactas, y las
aborreció porque eran la causa principal de su problema.
La enorme cama en medio de la habitación sólo fomentó el
creciente hormigueo en su estómago. Había desesperación
ahora, esa clase de angustia que le daban ganas de gritar y
arrasar con todo a su paso. En cambio, tuvo otra idea, el
murmullo de la soledad incitándolo. Comenzó con una
ligera búsqueda por los cajones al encuentro de algo que
saciara su desesperación, algo que calmara las constantes
imágenes de Jeongguk revolcándose con alguien más.
Pero no había nada y eso sólo incrementó su desesperación.
Ya no importaba si dejaba algún tipo de evidencia,
necesitaba encontrar cualquier sustancia que le permitiera
yacer elevado. Fue que dio con una caja sellada de percocet.
Sus fanales brillaron con orgullo y sintió su boca salivar de
dicha.
— ¡Eureka! —Chilló, abrazando la caja contra su pecho.
Desde eso momento absolutamente todo dejó de importar.
Demasiado ido en su propio sufrimiento, bloqueó todo lo
que pudo estar mal justo en ese momento. Sin una pizca de
razonamiento, Jimin permaneció completamente
hipnotizado por el maravilloso tesoro encontrado.
Sus dedos temblaron al abrir la caja, desesperado, famélico.
Depositando una pastilla sobre la palma de su mano supo
que una no bastaría, entonces depositó otra. Pero la duda
persistió, la exasperación lo abrumó tanto que temió no
sentir algún efecto. Fue cuando finalmente decidió echarse
tres percocet a la boca.
Bebió un poco de agua y las sintió recorrer su garganta,
sacándole un gemido tiznado de satisfacción. De pronto, el
peso sobre sus hombros era solo un mal recuerdo, una
sensación que dentro de muy poco desaparecería por
completo. Envuelto en una bata, danzó por la habitación,
demasiado extasiado y contento. Era feliz otra vez.
Finalmente podía sonreír con una sinceridad apremiante.
Ido en un cosmos sumergido, olvidó el ritmo del tiempo.
Paulatinamente, su boca se sintió pastosa, de lengua
adormilada, estalló en una carcajada cuando el intento de
formular una frase se vio estropeado. Yacía elevadísimo,
semanas sin consumir solo había fomentado el impacto de
los efectos. Desnudándose, se recostó, envolviéndose en la
fina sábana, olvidándose completamente del mundo.
Horas más tarde, un cosquilleó insistente sobre la piel de su
cuerpo le obligó a despabilar torpemente. La habitación se
encontraba sumergida en las penumbras. Le dolía
fuertemente la cabeza y su lengua aún pesaba dentro de su
boca, pero un peso a su lado lo mantuvo alerta. Cegado y
con un deteriorado efecto de la droga aún en su sistema, por
un momento Jimin desconoció dónde estaba. Un pecho
fornido y palpitante se apegó a su espalda desnuda y gritó
aterrado cuando una mano le apretó la cintura, pataleando
para arrastrarse fuera de la cama.
— Shhh... ¿A dónde crees que vas, precioso mío?
— ¿Jeongguk? —Jimin jadeó, tragando el espeso nudo
cargado de terror, echando las manos hacia atrás para
palparle el rostro—. ¿Jeongguk, eres tú?
Sonriendo burlescamente sobre la curva de su cuello,
Jeongguk le aferró la pequeña cintura con sus brazos,
apresándolo. Jimin olía a sale de baño, excitándolo.
— ¿Por qué? —Lamió su piel—. ¿Esperabas a alguien más?
Jimin no respondió. Jeongguk tampoco esperó que lo
hiciera. La simple pregunta repleta de ironía había sido
intencional, era imposible suponer que lo olvidaría, él venía
por más, sobre todo cuando apestaba a cigarro y alcohol.
La situación estaba clara, Jimin supuso. Si reaccionaba,
terminaría mal. Si no reaccionaba, de todos modos
terminaría mal. Existía esa energía agresiva alrededor de
Jeongguk, incluso podía presentirlo por la forma en que sus
gruesos brazos le apretaban dolorosamente.
Jeongguk olisqueó su cabello, gimiendo con satisfacción a
medida que comenzaba a tejer caricias alrededor de su
abdomen. Pero sus manos estaban heladas y ásperas, no era
esa clase de toque que Jimin acostumbraba. Removiéndose
sigilosamente, intentó escapar.
— No seas brusco —Jimin susurró, repleto de miedo.
Succionándole el lóbulo de la oreja, Jeongguk le ignoró.
Deslumbrado por la lujuria, comenzó a frotarse contra su
culo, advirtiéndole que también estaba desnudo.
— Mmm... Hueles jodidamente bien, risos. Parece que tú
realmente estabas esperando a alguien.
La respiración de Jimin se volvió temblorosa. El
aturdimiento lentamente comenzaba a disipar, dejando
consigo un rastro de pánico. Efectivamente Jeongguk iba a
obtener una venganza, pero la dejaría caer sobre él justo
ahora.
Girándolo sin una pizca de cuidado, Jeongguk le devoró la
boca. Un beso hambriento, húmedo. Sujetando las manos
que le agarraban el rostro, Jimin intentó seguirle el ritmo,
pero no podía. Sus dientes chocaban y sus labios dolían,
volviéndolo desagradable. Y por primera vez, Jimin no lo
deseaba. No quería ese toque sucio y brusco.
— Estoy cansado —Jimin se excusó torpemente, girando el
rostro para huir de su boca—. Por favor, quiero dormir.
Por un par de segundos, Jeongguk se mantuvo observándolo
a través de la oscuridad en completo silencio. Incluso si no
podía verlo, Jimin podía sentir el odio en su mirada,
augurando lo dilatado y oscuro que el pardo de sus ojos
estaba.
Deshaciéndose de su agarre, Jimin comenzó a voltearse para
darle la espalda. Cuando creyó que el martirio finalmente
había acabado, Jeongguk lo sujetó del cuello, obligándolo a
encararle.
— ¿A quién crees que dejas con las ganas, perra?
Irguiéndose, giró violentamente a Jimin. Dejándolo sobre
sus rodillas, lo forzó a pegar el pecho sobre la cama para
empinar su culo.
— Por favor... —Jimin sollozó.
— Haz de cuenta que te sientes confundido, ¿Sí? —
Jeongguk escupió sobre sus dedos para llevarlos entre las
nalgas de Jimin y tantear—. Es así como funciona, ¿No es
así? Te vuelves una puta cada vez que te confundes.
Jimin arqueó la espalda cuando sintió dos dedos irrumpir sin
cuidado en su interior. De algún modo el dopaje lo volvía
todo más nítido.
— ¡Duele!
Insertando un tercer dedo, Jeongguk intentó expandirlo lo
mejor que pudo. Aunque no era su intención, no estaba
funcionando y lo sabía. Causar dolor era en realidad la
verdadera finalidad.
— Tengo una mejor idea —Sonrió, acomodándose para
alinear su polla—. Imagina que soy Taehyung.
Afianzando las manos sobre las caderas de Jimin, lo
penetró. Comenzó a arremeter con un ritmo constante,
distante y violento.
— ¡Sácalo! —Jimin echó las manos hacia atrás, intentado
alejar las manos de su piel—. ¡Jeongguk para! ¡Me duele!
Desesperado, se alzó, pero Jeongguk lo sujetó de la nuca,
azotando su cabeza contra el colchón, manteniéndolo allí a
medida que gemía.
— Oh nene, que culo más delicioso.
Entonces Jimin comprendió que no podía hacer nada, no
tenía la fuerza suficiente para frenarlo. Empuñando las
sábanas para lidiar con el dolor, se mantuvo quieto, con las
lágrimas desbordándose de sus ojos.
Jeongguk lo empotró a su antojo. Lo marcó y mordió con
total soberanía, manoseándolo y girándolo como si se
tratase de un muñeco de trapo.
Jimin se sintió sofocado cuando Jeongguk apretó sus manos
alrededor de su cuello a medida que lo embestía.
— Gime. Hazlo —Acercó su rostro y le escupió dentro de
la boca—. Quiero oírte gemir como la puta que eres.
¡Vamos!
Jimin nunca había sentido una madrugada eterna. Dominado
por el terror, el lapso del tiempo se sintió vacío. No supo en
qué momento Jeongguk se corrió en su interior, solo
despabiló cuando yació desnudo boca abajo. Jeongguk
roncaba a su lado completamente desparramado.
Capítulo 42
Ahogo. Esa sensación de presión en el pecho. Ese efecto
intermitente de angustia cargado de desesperación. Una
fatiga sofocante que le forzó a abrir los ojos esa mañana. La
quietud era tangible, la luz del sol le bañaba el rostro y una
clase de brisa fresca se colaba por los ventanales abiertos.
De cara contra el colchón, intentó moverse, siseando de
dolor. Algo punzaba alrededor de sus costillas, entonces el
destello de ese imponente cuerpo sobre él y como esas
manos bruscas apretaron cada porción de piel, le dio la
adrenalina suficiente para sentarse en el borde de la cama en
completa desnudez.
Percibiendo el suave ronquido de Jeongguk, su primer
instinto fue temblar. Las imágenes eran dispersas por el
efecto de las percocet, pero seguían nítidas, como un hilo
que se rebobinaba una y otra vez. Quería creer que no había
nada de malo en todo lo que le rodeaba en ese momento, que
Jeongguk nunca llegó ebrio y lo tomó a la fuerza.
Mirando por sobre su hombro, hacia el chico desparramado,
sólo fue una dolorosa confirmación de la realidad más cruel.
Y no pudo soportarlo. De pronto mareado, corrió al baño,
cubriéndose la boca para detener las arcadas.
Abrazando el inodoro, vomitó las consecuencias de
drogarse. Expulsó el pánico ahora presente. Lanzó el
lamento y el suplicio del dolor al que fue forzado durante
horas; esos besos sucios que le envenenaron la boca y la
lengua, las palabras despectivas y esos agarres ásperos. Y
finalmente, arrojó el desconsuelo de una realidad
tormentosa.
¿Era momento para tocar fondo? No lo sabía. A veces sentía
que lo había tocado antes. A veces solo era una ilusión. Y
muchas otras veces reconocía que no. Al parecer aún no
sabía lo que era tocar fondo. Aún no llegaba a ese barranco,
o quizás si lo estaba, la única diferencia era que permanecía
aferrado para no caer, no todavía. Porque estaba aterrado,
espantado de lo que pudiese encontrar si finalmente llegaba
y se estrellaba.
Evitando constantemente el enorme espejo que robaba su
interés, se cepilló los dientes y luego se metió a la ducha. El
agua tibia se sintió agradable, relajó parte de sus músculos
lastimados y borró la evidencia pecaminosa que lo hacía
sentir sucio.
Pero finalmente, no puedo evitar lo inevitable.
Envolviéndose una toalla en la cintura, se paró frente a su
reflejo, divisando las marcas grisáceas presas en su piel.
Necesitaba corroborar lo que su corazón gastado sentía.
Necesitaba ver lo que Taehyung había visto, la repulsión que
esos largos dedos colorearon alrededor de su cuello otra vez,
reforzando las anteriores.
Con una respiración oscilante, se permitió llorar. A medida
que las lágrimas perlaron sus mejillas, trazó un sendero
alrededor de las marcas, sintiéndolas, reconociéndolas,
forzándose a entender que estaban allí y dolían, quemaban
en su piel. Llevaba un par de mordeduras, también; al
costado de su cuello y sobre ambos pezones. Jeongguk se
había ensañado.
Y como si de pronto le hubiese invocado con el
pensamiento, la puerta del baño se abrió de golpe. Su figura
vestida únicamente con un pantalón de chándal quedó
varada bajo el umbral, encontrándose con la mirada
desconsolada de Jimin a través del espejo, notando que el
llanto bañaba su rostro sonrojado y su pecho se sacudía,
hipando.
Una maldición quiso salir de su boca al vislumbrar las
marcas que él mismo había forzado, pero sólo terminó
boqueando como un pez fuera del agua. De pronto, ido en
su propio viaje, recordó lo que realmente había ocurrido.
Sucumbido por un ligero desvanecimiento, echó la cabeza
hacia atrás, golpeándose contra la puerta a medida que
cerraba los ojos.
— Joder... —Chistó, recorriendo las contusiones,
llevándose las manos al cabello en señal de perplejidad.
Inquieto y receloso, Jimin evitó encontrar nuevamente su
mirada, pero era imposible. Había esa clase de culpa repleta
de remordimiento sobre el rostro contraído de Jeongguk. En
algún momento eso le habría hecho sentir mejor, ahora solo
podía pensar en cuánto lo odiaba. Y sin querer, nuevamente
estaban tendidos en el inicio de la destrucción.
Jeongguk sintió el peso de su propio descuido. Hormigueó
y quemó fuerte justo en el centro de su estómago. La sangre
bombeó más veloz ahora, acelerando sus latidos. Jimin lucía
tan frágil, pequeño y quebradizo. Sus preciosos ojos
bañados en amargura, sus deliciosos labios temblando de
pavor y su cuerpo llevando los signos de un error.
— Dime que lo sientes —Jimin exigió entre dientes,
forzándolo a quitar la vista de los chupetones. Brincó
cuando Jimin se acercó, empujándolo por el pecho a medida
que rompía en un llanto descontrolado—. ¡Dime que te
arrepientes! ¡Que te duele tanto como a mí! ¡Hazlo, Jeon
Jeongguk! ¡Dilo!
— ¡Perdón! —Gritó, acorralado contra la pared—. Mierda,
risos, perdón...
— ¡Me violaste! —Jimin se arrastró hasta el suelo y
Jeongguk cayó con él, sosteniéndolo—. Oh por dios, me
violaste...
— ¡¿Qué?! —Los ojos de Jeongguk amenazaron con salir
de sus cuencas—. ¡No, claro que no! ¡Yo nunca...!
— Sí. Tú me violaste. ¡Lo hiciste!
Era la pieza restante en su mente confusa. ¿En qué momento
la bruma del alcohol y las drogas habían tomado su control
por completo esa noche? Quiso respirar, pero un jadeo se
atoró como si le hubiesen clavado una navaja en la garganta.
Hundidos en el silencio, el llanto frenético de Jimin causaba
eco por toda la residencia. Inmóvil por la impresión, movió
la cabeza para divisar a Jimin hecho un ovillo sobre la fría
cerámica. Alcanzado por un respirar errático, dirigido por el
pánico, Jeongguk sintió las lágrimas quemar. Entonces negó
con un pequeño sollozo abandonando su boca, porque era
incapaz de asimilarlo, incapaz de comprender que él había
devastado a Jimin de esa forma. Y supo desde ese momento,
que algo definitivamente se había roto entre ellos. Lo sentía,
ese cambio vagaba en el aire, por doquier, se paseaba entre
las siluetas de sus cuerpos y se impregnaba en las paredes.
— Perdón, Jimin —Avergonzado de sí mismo, se quebró,
gateando para sostenerlo entre sus brazos—. Por favor,
perdón.
El miedo se acentuó cuando vio a Jimin negar. Fue un
movimiento suave, casi sigiloso, pero había significado
tanto, porque quizás era el inicio del final. Intentó tocarlo
una vez más, pero esta vez Jimin rugió, alejándose de su
toque con un manotazo.
— ¡No me toques! —Se levantó—. ¡No vuelvas a tocarme
en tu puta vida!
Ahora había decisión cercando su rostro, volviéndolo
rígido. Y aunque en sus discusiones siempre había una clase
de decisión, esta vez Jeongguk notó que era una decisión
diferente. Se levantó torpemente cuando Jimin cruzó el
umbral hacia la habitación. Callado, lo observó vestirse,
esperando el momento exacto para remediarlo, pero ese
momento jamás llegó. El horror aumentó cuando Jimin
comenzó a guardar todas tus pertenencias en un bolso.
— No lo hagas —Jeongguk suplicó, afligido. Varado en una
esquina, dio un paso torpe con la intención de detenerlo—.
Por favor, Jimin. Hablemos. Déjame compensarlo.
Sin mirarlo, Jimin bufó una risa. Asegurándose que había
sacado toda su ropa del armario, se aproximó a sus útiles de
aseo. Vagamente dijo:
— Vete a la mierda.
Era imposible, Jeongguk lo sabía. Sólo había aumentado el
desespero de perderlo. No estaba dispuesto a verlo
desaparecer tras la puerta. Se moriría sin Jimin.
— Por favor...
Jimin se sintió afectado, verlo con lágrimas en los ojos como
si algo fuese a borrar el dolor, sólo reforzó su furia.
Azotando el bolso contra el suelo, se acercó a Jeongguk,
propinándole una bofetada que le volteó el rostro.
— Hijo de puta —Se quitó la camiseta, exponiendo todas
sus marcas—. Observa muy bien lo que hiciste. ¿Crees que
un por favor va a cambiar algo? ¡¿Eh?! ¡Marcaste mi
maldito cuello dos días consecutivos intentando ahorcarme
con tus estúpidos arrebatos de furia!
Jeongguk negó, cabizbajo. No había manera de negar que
llevó la situación al extremo, incluso si no fue consciente.
Merecía mucho más que ese aborrecimiento, y estaba bien,
las palabras de odio que Jimin le dirigía estaban bien. Él
podía soportarlo, podía soportar absolutamente todo si en
cambio no le dejaba. Porque luego le demostraría cuánto lo
amaba y todo volvería a ser maravilloso otra vez. Una pelea
más añadida al historial.
Resoplando, Jimin se dio la vuelta, pero sintió que no era
suficiente, la rabia era incluso más intensa ahora,
hormigueaba y quemaba. Retornando sobre sus pies,
abofeteó a Jeongguk por segunda vez. Y luego otra vez, y
otra, y un poco más hasta sentir su palma arder.
Vistiéndose, cogió sus pertenencias y abandonó la
habitación. Jeongguk corrió tras él a través de las escaleras
como un cachorro arrepentido.
— Devuelve esas cosas a su sitio —Forcejeó con el bolso
que Jimin se negaba a soltar—. Vamos nene, no me hagas
esto. La próxima vez...
— No habrá próxima vez, Jeongguk —Sentenció
abruptamente en medio de la sala. Jeongguk se ahogó con
un sollozo—. Se acabó.
— Estás castigándome por un error. Pero, ¿qué hay de ti? —
Hipó, con las manos holgadas a los costados en señal de
rendición—. Tú lo iniciaste. Juegas con mi confianza una y
otra vez y siempre me haces quedar como un completo
estúpido. Me haces explotar a tal punto de no poder
controlarlo y luego toda la culpa recae sobre mí.
— Reconocí mi error y fui sincero —Ofendido, dio un paso
adelante—. Inten...
— Los amigos no hacen lo que él y tú hicieron, por muy
cercanos que sean —Interrumpió—. Cuando estás en una
relación, no se anda por la vida besando a alguien más, eso
no se hace. Yo no lo hago. Incluso si pudiera, no lo hago,
porque respeto y valoro lo que siento por ti.
Jimin pestañeó un par de veces. No estaban allí para discutir
acerca de cómo cada acción era más fuerte que la otra, pero
si no sacaban todo lo que les afligía, jamás llegarían a nada.
— ¡De qué mierda hablas, no nos respetamos en absoluto!
—Negó, sus ojos repletándose de lágrimas—. ¡Míranos,
constantemente peleando como el perro y el gato! ¡Nos
humillamos y nos agredimos todo el jodido tiempo, una y
otra vez!
La seguridad lentamente se evaporaba, Jeongguk podía
verlo en la mirada cada vez más opaca de Jimin. Una mirada
que se oponía a ceder porque había tomado su decisión final.
— ¡Porque es así como funcionamos! —Avanzó,
sosteniendo el rostro de Jimin—. ¡Nos alimentamos con
nuestro odio y nos gusta porque estamos dementes!
— ¡Basta, voy a dejarte! —Quitó las manos de un
manotazo—. ¡Estoy harto de toda esta mierda! ¡Estoy harto
de ti!
Agotado de una súplica rechazada, Jeongguk cedió a su
propia ira. No iba a ser humillado.
— ¿Sabes qué? ¡Jódete, Park Jimin! —Agarrándose de las
hebras azabaches, comenzó a dar vueltas por la sala,
controlando cualquier impulso que detonara en lastimarlo.
Frenando en seco, lo apuntó—. ¡Eres un maldito mocoso
malcriado que está vacío! ¡Un maldito niño que disfruta ver
a los demás abatidos, rogando por ti!
Jimin simplemente lo observó estático sobre su sitio, en
completo silencio a medida que las lágrimas picaban por lo
hiriente que de pronto se había vuelto. Jeongguk no se
detuvo, él tenía que decir todo lo que necesitaba porque
entonces se ahogaría.
— ¡Sabías la clase de persona que era! —Jeongguk
continuó—. ¡Entonces dime por qué mierda decidiste estar
conmigo!
Se paseó entre los sillones. Desquitándose con su primer
objetivo, dio vuelta la mesa de centro, lanzándola lejos.
Jimin brincó entre un parpadeo asustadizo, pero no lo
demostró.
Él aún quería estar con Jeongguk, de hecho. Obsesivo y
sediento de su presencia, Jeongguk era como la droga que
no podía dejar. Pero no merecía tanto desencanto. Y por un
momento quería demostrarle el dolor que había forzado en
él. Que sintiera arrepentimiento y tristeza, un desconsuelo
que, claramente, jamás se igualaría.
— Eres patético, Jeongguk —Vigilado desde una esquina,
volteó hacia la puerta, pero antes de decidir cruzarla,
proclamó con un pretencioso desdén—. Ojala me hubiese
follado a Taehyung, al menos lo que me hiciste habría valido
la pena.
Una ráfaga colérica enfureció a Jeongguk. Todo recaía en
esa malvada sonrisa intencional que Jimin poseía para
picarle. Avanzando entre grandes zancadas, lo arrinconó
contra la fría pared.
— ¡No te atrevas! —Bramó.
La tensión en su cuerpo advertía a Jimin que se estaba
conteniendo. Solo prolongo la satisfacción añorada. No se
detendría, en ese momento todo había dejado de importar
nuevamente. Sabía que al alejarse de ese ostentoso edificio
volvería tomar su viejo rumbo de vida, desmedido y
solitario. Reacio a yacer un poco más cabizbajo, dijo:
— Sería un buen amante. Me respetaría. Estoy seguro que
Taehyung nunca me tomaría a la fuerza como tú lo haces.
— Basta...
— Cuando salga de esta mierda quizás y vuelva con él —
Continuó, sintiendo la respiración pesada de Jeongguk sobre
su rostro burlesco—. Terminaríamos lo que dejamos
inconcluso. Y voy a gemir su nombre, ¿Me oyes? Fuerte y
claro, mientras le araño la espalda.
— ¡Cállate! —Jeongguk alzó la mano, amenazando con
abofetearle.
— ¿Ahora vas a golpearme? —El cuerpo de Jimin osciló a
través de la rabia acumulada. Empujándolo por el pecho, lo
retó—. ¡Vamos Jeongguk, golpéame! ¡Atrévete, después de
todo es lo único que te falta por hacer!
Era extraño como la culpa pesaba más sobre sus hombros
que las cosas materiales que cargaba. No quería irse,
necesitaba no hacerlo, pero debía, tenía que desaparecer y
cortas los lazos que solo los perjudicaban a ambos.
Jeongguk dio un paso atrás y Jimin comprendió que era una
oportunidad para huir. Aferrando la correa de la mochila
sobre su hombro, abrió la puerta. Pero permaneció varado
en su sitio cuando frente a ellos estaban Yoongi, Jackson y
Nancy.
Fue un intercambio mutuo, cargado de asombro y repleto de
preocupación. Una imagen sagaz que les advertía que
habían llegado en medio de una discusión. Jeongguk ni
siquiera le permitió reaccionar, adueñándose del brazo de
Jimin, lo atrajo, encarándolo sin importar eran vistos porque
ni siquiera se había dado cuenta que estaban allí, demasiado
desesperado por perderlo.
— ¿Qué vas hacer cuando te sientas solo y nadie esté ahí
para consolarte? —Jimin jadeó, absorbiendo el susurró de
Jeongguk rozando sus labios—. ¿Crees que Taehyung y tu
madre van ayudarte? Lo primero que harán será mandarte a
un maldito centro de rehabilitación en el primer intento para
deshacerse de la molestia. Y no voy a salvarte, Jimin, porque
estarás completamente solo.
— Basta...
— Me necesitas, Jimin.
— No, detente.... —Cerró los ojos, evitando que el pardo
dilatado siguiera quemando—. Ellos me aman. Nunca
harían nada para lastimarme.
— Vamos nene, no me hagas esto —Afianzó el agarré,
obligando a Jimin a gemir de dolor y forzando a Yoongi a
dar un paso—. Sabes que es tu maldito orgullo actuando. Te
suplico que no me dejes, te necesito. ¿No ves lo arrepentido
que estoy?
— Simplemente se acabó —Jimin sollozó, atreviéndose a
mirarlo a los ojos en un intento para que comprendiera que
debía finalmente dejarle—. Por favor... Ya no quiero estar
contigo. No hagas esto más difícil.
Estremecido por la realidad, Jeongguk se sacudió, de pronto
sofocado. Fue cuando notó que no estaban solos. Y detestó
la lastima en sus miradas, pero esa lastima no iba dirigida a
él en absoluto. Arrebataron a Jimin de su lado,
protegiéndolo como si se tratase de un monstruo. Nancy
parecía ahogada de la impresión, por primera vez
presenciando su vulnerabilidad, mirándolo sollozar porque
lo mejor de su vida no quería quedarse.
Vislumbrando la silueta de Jimin cruzar el umbral, se arrojó
hacia ellos colérico en un intento por llegar hacia él, siendo
retenido por los brazos de Jackson y Yoongi, forcejeando.
— ¡Me tienes de rodillas, risos! —Rugió, en un llanto
desconsolado, estirando la mano para atraparlo. Jimin se
aferró a la pared, mirándolo espantado—. ¡Traté de darte
consuelo cuando no tenías a nadie! ¡Nunca te juzgué por
absolutamente nada, no me puedes hacer esto ahora!
¡Regresa, risos, regresa!
Jimin no dijo nada. El dolor en sus ojos hablaba por sí solo.
Pasándose el dorso de la mano por la nariz, para quitar las
lágrimas que habían resbalado hasta su boca, notó la mirada
compasiva de Nancy. Deseó gritarle que no necesitaba la
compasión de nadie, que borraba esa estúpida mueca de su
rostro. Pero un sollozó abandonó sus labios cuando
Jeongguk continuó gritando, entonces no pudo evitar
esconder lo lastimado emocionalmente que se hallaba.
— ¡Vete, Jimin! —Yoongi gritó, observándolo por su
hombro. Contener a Jeongguk era más difícil ahora—.
¡Hazlo mientras puedas!
Aferrando la mochila a su pecho, corrió muy lejos de allí,
tropezando a través de las escaleras. Él finalmente había
dado el primer paso lejos de su tormento, la prueba estaba
en luchar contra ello y no volver nunca más. Porque
entonces sería el fin.
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Mi objetivo de esta pequeña nota era para decirles que el
tema de la novela me afecta tanto o más que a ustedes, soy
quien lo escribe, así que, por favor, mi objetivo es advertir
que aquí está TODO LO QUE NO SE DEBE HACER Y
TOLERAR EN UNA RELACIÓN. LAS DROGAS SON
MALAS, y la propia vivencia del personaje se los reafirma.
Ámense, respétense y siempre busquen lo mejor para sí
mismos. Cuando hay amor propio, nadie puedo contra eso.
Les quiero e infinitas gracias por el apoyo, por valorar lo
que hago e incentivarme a seguir haciendo una de las
cosas que más me gusta. Y como dice el gran Gustavo
Cerati: "Gracias totales".
PD: Me carga dar adelantos, pero decirles que después de
este capítulo las cosas se pondrán mucho más intensas.
Demasiado intensas, en realidad. Porque se acerca el fin.
Capítulo 43
¿Por qué no intentarlo? Él había estado en ese sitio desde
que su memoria comenzó a tener iniciativa propia. La
soledad, de elocuencia ligera, prácticamente lo había criado.
Le había enseñado que la vida era una zona de guerra
dispersa, un lugar de engaño primoroso que solo te forzaba
a sobrevivir.
Obtenías buenas cosas a cambio, pensó un par de veces en
algún punto de su locura, sentado en la frescura de ese
primaveral jardín en casa, pero, ¿qué tanto valía si podían
arrebatártelas? Las personas a través de su corta vida le
habían quitado tanto que sentía que debía darlo todo antes
de que se lo arrebataran una vez más, capeando el dolor,
quizás, temiendo sufrir una vez más, tal vez.
La vida continuaba, supuso hace tres semanas, cuando
abandonó el departamento de Jeongguk. El rumbo
continuaba siendo el mismo y las personas a su alrededor
llevaban la misma rutina diaria, no había afectado en
absolutamente nada. El algún momento fue un alivio, un
peso que se había quitado de encima. De hecho, estaba
contento, era como volver a ese tentativo contrato de
exclusividad consigo mismo.
Y funcionó. Las marcas, aunque ahora débiles en su piel,
fueron el incentivo suficiente para aferrarse a la idea de que
aborrecía a Jeon Jeongguk lo bastante para no lanzarse a sus
brazos cuando tuvo que verlo alrededor de la universidad.
El humo del cigarro que brotaba de sus labios cuando se
halló fumando en el estacionamiento en compañía de
Hoseok, fue lo suficiente espeso para advertir el desprecio
que sentía por él.
Pero no mentiría, jamás podría negar que esperó a que se
acercara. Demasiado ambientado con la vulnerabilidad
incoherente que a veces Jeongguk poseía, creyó que al verle,
Jeongguk lloraría y rogaría por una oportunidad más. Jimin
había deseado que lo hiciera, leyendo el susurro entre sus
labios que lo sentía, para luego alejarse y gritarle que se
jodiera.
De presencia imponente y mirada astuta, Jeon Jeongguk lo
miró lo suficiente para avisarle que nada de eso ocurriría,
esta vez, él no rogaría.
Pero estaba bien, ¿Verdad? Era bueno, realmente bueno,
pensó cuando todo lo que pudo abarcar el esmeralda de sus
ojos era la ancha espalda alejarse entre la multitud. Desde
ahora no tendría que preocuparse de que Jeongguk lo
acosara o se escabullera por la ventana de su casa a media
noche como ocurrió una vez en el departamento de
Taehyung. Era finalmente libre de toda opresión.
— Esa mierda fue intensa, viejo.
El comentario jocoso de Hoseok lo trajo de vuelta a la
realidad. Volteando, lo vio llevarse el cigarro a los labios
para propinarle una calada a medida que sonreía.
— No sé de qué hablas —Dijo, vagando en sus
pensamientos que evitaban la angustia.
Lo sabía perfectamente. Hace algunos días, las miradas
cargadas de rencor que Jeongguk y él se lanzaban habían
dejado de ser discretas, ahora había una clase de reto. Pero
hablarlo sería darle una importancia que no pretendía hacer.
Era un pueblo pequeño, lo suficiente para que todos allí
presentes se enteraran que ya no estaban juntos.
Pero el oscuro secreto del porqué, estaba sellado en sus
bocas. Para siempre, solo ambos sabrían que pasó dentro de
ese departamento cargado de lujos, vicios y ocio. Jimin no
tan solo se sentía asqueado, de aparente cordura, asumió que
la vergüenza de que alguien más lo supiera era incluso
superior a todo lo demás.
— Me siento curioso —Hoseok recargó la cadera en la
pared—. ¿En algún momento vas a contarme qué pasó?
En algún punto de su vida, Jimin comprendió que hablar de
los problemas solo fomentaba la desgracia que dejaba a su
paso. A través del tiempo se olvidaba y todo seguía su curso.
Estaba tan acostumbrado a callar, a retener todo lo que
sentía que responder a le pregunta de Hoseok solo lo
volvería extraño e incómodo.
— No —Contestó, tajante.
Los pelos de su nuca se engrifaron, propagando por su
cuerpo ese tipo de sensación acechante. Entonces supo que
desde algún sitio, alguien le espiaba. Una clase de deja vu
se asemejó, mezclándose con el suave ulular del viento.
Rastreando, esperó encontrarse con ese extraño auto del
pasado, pero solo logró descifrar la elegante figura de Kim
Taehyung acercándose a ellos.
La sensación no disipó, él continuaba sintiéndose
amenazado, como si se tratase de una mirada penetrante,
vislumbrándolo detalle a detalle. Pero de pronto, había algo
mucho más importante ahora. Desde hace algún tiempo,
decidió evitar cualquier interacción con Taehyung y
temblaba cada vez que lo veía.
Recurrir a sus brazos luego de terminar con Jeongguk habría
sido la mejor opción. Habría llorado un poco, pero
finalmente sería sosegado con ese poder que solo su mejor
amigo tenía. Y aunque hasta el momento el tema era una
incógnita, sabía que Taehyung estaba satisfecho por el
quiebre de su relación.
Jimin quería corresponder tanto como la mirada cargada de
pesar de Taehyung se lo pedía. Pero temía ser descubierto,
sabía que Taehyung le obligaría hacerse el dopaje y entonces
descubriría que tuvo una recaída.
— Viejo —Hoseok llamó su atención una vez más.
Acariciando la lana de su cárdigan, comentó ligeramente—
, desde hace días que te veo usar ropa realmente abrigada y
camisetas de cuello alto. Es primavera.
Jimin se sintió nauseabundo. Murmurando un suave:
«Basta, deja de tocarme», intentó apartarse de ese toque que
sentía excesivo. Hoseok continuó burlándose, con sus dedos
tejiendo un sendero hasta el inicio del cuello de Jimin,
tirando de la prenda para exponer su tierna piel.
— ¡Qué mierda, Hoseok! —Le apartó con un manotazo. Sus
ojos brillaron en indignación y retrocedió dos pasos—. ¡Te
dije que no me tocaras!
Hoseok pareció comprenderlo. Y ver ese aspecto de
remordimiento surcando entre sus cejas hizo a Jimin sentir
culpable. Su amigo solo jugaba y lo molestaba como la
costumbre que había crecido junto a ellos a través de los
años.
— Lo siento, J. Yo solo estaba... —Flaqueó.
— Descuida —Jimin intentó restarle seriedad a medida que
sacudía la mano e intentaba poner una sonrisa en sus
labios—. El que lo siente soy yo. Estoy un poco estresado y
me desquité contigo.
Sus fosas nasales captaron un aroma característico, tan
aferrado a su memoria que con solo percibirlo podía
descifrar de quién se trataba. Temió girarse cuando lo sintió
detrás de su espalda, pero cedió, encontrándose tímidamente
con el canela de su mirada.
— ¿Cómo estás? —Taehyung preguntó. Con las manos en
los bolsillos, se meció en sus talones.
— Estoy... bien —Avergonzado sin saber por qué, se rascó
la nunca, intentando agregar algo más— Sí, yo he estado
bien.
Hubo una clase de indiferencia fingida que le llevó a
comprender que Taehyung no era cualquier persona. Era lo
suficientemente astuto y longevo en su vida para aceptar
cuando mentía.
Tal vez Taehyung quiso intervenir en algún momento, Jimin
lo vio en sus ojos, ese intento de remediar cualquier
malestar, pero se mantuvo quieto y de cierta manera lo
agradeció, porque entonces todo se desmoronaría. Estaba
bien con aparentar que nada ocurría, lo volvía más creíble y
menos doloroso, sobre todo cuando sus ojos querían mirar
alrededor, buscando esa silueta violenta y vigorosa que
necesitaba ver aunque fuese desde la lejanía.
— Oye J... —Taehyung comenzó.
— Tengo que irme —Mordiéndose el labio inferior, brincó
a la defensiva—. Lo siento, debo hacer un papeleo antes de
mi segunda clase.
Y no mentía. Él realmente necesitaba reunirse con su
maestra. Meses sumido en la locura, en la vida disparatada,
le llevó a perder todas su buenas calificaciones. El rumbo de
su vida yacía más lejano que nunca y solo pudo bufar al
notar cuán mal le había ido en su rendimiento.
Había algo alarmante en la sensación, porque sentía que de
cierto modo no le importaba. Era ese punto de retorno otra
vez, donde solo se movía y respiraba porque debía hacerlo.
Al menos antes podía refugiarse en la droga, ahora ni
siquiera eso tenía y lo volvía todo más complicado.
A mediodía todo pareció simplemente empeorar. Por
primera vez, Jimin sentía que estaba parado sobre la
realidad. No había visto a sus compañeros por un tiempo y
estar allí compartiendo la misma sala se sentía raro.
Fisiología era una nueva materia que estaban viendo.
Sosteniendo una guía repleta de ejercicios, se sintió
desfallecer, como si las letras de pronto cobraran vida
propia, patinando alrededor de la hoja, desfragmentando las
frases.
— Enlistar y explicar las diferencias morfológicas y
funcionales de cada subsistema del sistema nervioso
autónomo —Leyó en voz baja—. ¿Cómo mierda voy a
saberlo?
Entre sus manos la guía parecía más y más arrugada,
deshaciéndose en continuos suspiros tiznados de
frustración. A su lado, Hoseok le echó un ligero vistazo.
Jamás pensó que en algún momento los papeles se
invertirían, normalmente era Jimin quien siempre se
dedicaba a ayudarle. Arrimándose un poco más a su lado, lo
codeó, llamando silenciosamente su atención.
— ¿Quieres venir a mi casa? Hacemos un delicioso omelette
y estudiamos toda la tarde, así como en los viejos tiempos.
Una caricia del pasado le hizo sentir mejor. Entonces pensó
de pronto, ¿En qué momento su vida cambió tanto? ¿En qué
momento el control dejó de existir, dejándolo varado en
medio de la nada? «El que cambió fuiste tú», susurraron en
su mente y no pudo evitar brincar. Era una voz nítida, grave
y casi ronca, una voz que aparecía a veces en sus sueños y
le hablaba acerca de lo mal que lo estaba haciendo, una voz
que reconocía desde pequeño.
Preso del instinto, buscó con sus dedos la cadena que
adornaba la silueta de su cuello cubierto, aferrando el dije
del árbol de la vida en el puño de su mano. El color pareció
drenarse de su rostro y notó que la preocupación en Hoseok
se acentuaba acorde al silencio que se alargaba. Instalando
una sonrisa que esta vez fue sincera, dijo:
— Mamá prefiere que esté más tiempo en casa. Vamos y
comemos un delicioso omelette con ella.
— ¿Con... tu mamá? —Hoseok lució receloso.
La incomodidad lo llevó a acomodarse sobre su asiento, de
pronto, Jimin quiso reír. Sí, mamá tenía un historial con sus
amigos, les había fomentado el terror por años, no los
culpaba por aún temerle.
— Mamá es diferente ahora, Ho. Me gustaría que pudieses
conocerla mejor.
Recuperar algo que sentía perdido acerca de su relación con
Hoseok lo volvía todo mucho mejor ahora. Intentar
acercarse y retomar lo que había dejado en el olvido en la
fundación animalista de garras y patas le entregaba esa clase
de emoción ascendente.
A la hora del almuerzo, tragar se sintió pesado. Muy pocas
veces la cafetería se llenaba, pero hoy era un día de aquellos.
A unos metros, Jeongguk se hallaba con los chicos y no
podía evitar chismosear al respecto cada vez que estallaban
en carcajadas, creando el mismo alboroto que siempre
iniciaban.
El pesar pareció desgastarle, porque era imposible olvidar
que en algún momento fue parte de ellos, también. Era
divertido reunirse y reír sobre estupideces que hacían del
estrés de los estudios un poco mejor. Se sentía realmente
bien sentarse en las piernas de Jeongguk a medida que
picoteaba algo de comida y se carcajeaba hasta hacer sus
ojos desaparecer, sintiendo esas grandes manos apretar sus
caderas como un discreto acto de posesividad.
— Si quieres, podemos comer en el patio, agregaron unas
mesas más y definitivamente es más fresco que este sitio
repleto de bullicio —Hoseok propuso, descifrando el nuevo
mohín que adornaba los labios de Jimin cada vez que
observaba a Jeongguk.
— Estoy bien. Aquí es donde siempre me siento para comer,
no debería ser diferente ahora.
Claro, era lo habitual, pero el comportamiento que los
chicos tenían no. Poseían algo intencional en lo que hacían.
La relación de Yoongi y Hoseok había llegado a su fin hace
algunos días y sabían que tanto Jimin como él estaban
alrededor. El juego de los celos había comenzado.
— Lo sé —Cabizbajo, Hoseok decidió revolver su
ensalada—. Pero no es sano que los veamos coque...
— Qué —Propinándole un gran mordisco a su manzana, se
echó sobre el soporte de su asiento intentando adoptar una
silueta relajada, una pose que gritara: «Me paso por el culo
todo lo que intentes, Jeon Jeongguk»—, ¿No quieres verlos
coquetear con esos chicos sentados junto a ellos? ¿No
quieres ver cómo Yoongi deja la mano en el muslo del rubio
discretamente o como Jeongguk mira la boca de ese otro
marrano cada vez que le habla? Por mí, pueden irse
jodidamente al diablo, no soy celoso. Para nada. Es más, se
lo regalo.
La muralla que mantenía su orgullo intacto del peligro se
demolía paulatinamente. Ese patético juego que Jeongguk
había comenzado desde el día cero dejaba una grieta
constante. Pero estaba dispuesto a no ceder, se prometió a sí
mismo a creer que merecía algo más y mucho mejor.
Con tres semanas concluidas, poco a poco sentía que volvía
a la normalidad, los estudios y la fundación garras y patas
lo mantenía la mayor parte del tiempo apartado del calvario.
Los animales hacían una terapia en él cuando se aferraba a
su cariño incondicional, pero por las noches, nadie podía
salvarle, ni si quiera la compañía de mamá.
Era una constante contienda de pensamientos lóbregos y
pesadillas donde todas involucraban a Jeon Jeongguk como
el mismo sujeto. Su vida no pareció ser menos complicada
lejos de las drogas, aún tenía que luchar contra eso también.
Una noche, en plena madrugada, el principio del fin se
presentó frente a su puerta, mamá no estaba, dándole un
adelanto de lo que sería un verdadero martirio desde ahora
en adelante. Sus orbes aturdidos por el aburrimiento se
expandieron al ver como el rostro de Taehyung sostenía un
par de golpes. Un pensamiento fugaz brotó de manera
automática, demandando:
— ¿Jeongguk te hizo esto?
La negación que Taehyung sostuvo no lo hizo menos
alarmante. Era normal, después de todo. Aún persistía el
miedo de que Jeongguk pudiese hacer algo al respecto. Y
aunque parecía despreocupado, Jimin no evitó mirarlo con
recelo mientras lo seguía por las escaleras, directo a su
habitación.
Con una familiaridad que solo Taehyung utilizaba, se quitó
su costoso suéter bañado con su propia sangre ahora seca
alrededor de la nariz y dijo:
— Me voy a duchar.
Jimin permaneció varado en medio de la habitación, con la
mirada perdida entre la puerta cerrada del baño y el
nebuloso transe de la intranquilidad. Nada estaba
absolutamente bien allí, lo percibía en el escaso aire que
ingresaba por el balcón, lo sentía arrastrarse por su piel,
erizándola.
Taehyung salió minutos después. Las gotas perlaban
alrededor de su pecho, pero todo lo contrario a querer tomar
una ducha como correspondía, Jimin supuso que solo
pretendía eliminar el rastro de sangre que lo volvía todo más
caótico. Humedeciéndose los labios con una tentativa
temblorosa, decidió que debía obtener una explicación.
— Si no fue Jeongguk, entonces quién —Preguntó—.
¿Quién te hizo daño, Tae?
Sin ánimos de responder, Taehyung se aproximó a la
mochila que había acarreado sobre su hombro. Dejándose el
torso desnudo, se vistió con un pantalón deportivo. Cogió
una cajetilla de cigarros y sostuvo uno entre sus dientes.
Inspeccionó a Jimin un poco antes de encenderlo, como si
intentase considerar sus siguientes palabras. Pero Jimin no
obtuvo más que una espesa hilera de humo que Taehyung
había lanzado en su cara.
Chocando sus hombros al pasar, Taehyung salió al balcón,
recargándose en la barandilla. Miró un poco más allá, hacia
las grandes montañas que sobresalían y hacían del pueblo
algo insignificante. Abrazándose a sí mismo, Jimin se situó
a su lado.
— Es agotador, ¿Verdad? —Taehyung comentó de
repente—. Intentar hacer las cosas jodidamente correctas
para quedar bien con el mundo. Ni siquiera importa lo que
hacemos o en qué sentido nos superamos, la única mierda
que importa es comprobar que lo estamos haciendo bien
para recibir una estúpida aprobación del resto.
— Tae...
— Me embelesé tanto con la idea de que la gente como
nosotros podía ser diferente, cambiar el destino de nuestras
vidas sumergidas en la miseria, que no noté el daño que te
causaba obligándote a ser alguien que no eres. Finalmente
terminé alejándote y ahora ni siquiera te atreves a mirarme
a los ojos.
— ¿Gente... como nosotros? —Jimin balbuceó—. Yo
realmente no sé a qué...
Pero cuando Taehyung volteó y el canela de sus ojos se
había vuelto cristalino por las lágrimas, Jimin palideció.
— Estoy harto de hacer las cosas bien, J. Me siento cansado
de pretender que soy lo suficientemente maduro para lidiar
con mi maldita vida. ¡Te mentí! ¡Les mentí a todos!
Jimin habría cruzado los centímetros que le separaban para
estrecharlo entre sus brazos y acurrucarlo, pero él realmente
no tenía idea de cómo funcionar ante la situación,
demasiado descolocado.
— Comienzas a asustarme, Taehyung. ¡Dime de una vez qué
mierda pasa!
— Jamás dejé las drogas, Jimin —Limpiándose los ojos con
el dorso de las manos, Taehyung intentó escapar de la
vergüenza—. Yo quería... O más bien intenté ser correcto
para ti, para poder ayudarte, pero fue tan difícil y yo... No
pude evitar recaer hace algunas semanas.
— Oh... —Jimin murmuró.
— Vamos, no me mires de esa forma.
— ¿Cómo te miro?
— Como si estuvieses desilusionado.
— ¿Lo estoy?
¿Lo estaba? Era difícil deducirlo ahora, porque entonces él
tendría que desglosar tantos recuerdos que se reducían a
discusiones creadas a base de que Taehyung lo obligaba a
deshacerse de su adicción.
Y de pronto, su mente no pudo detenerse, recreando y
recreando hasta despertar una clase de ira. Humedeciéndose
los labios, dijo:
— ¿Sabes qué? ¡Sí, estoy desilusionado de ti! —Empujó
una mano hacia el pecho de Taehyung, desestabilizándolo—
. Porque mientras luchaba por corresponder a las reglas que
tú imponías, mientras me hacías sentir como una completa
mierda por no cumplir con tus malditas expectativas,
decidiste que para ti las cosas no corrían del mismo modo.
¡Y te odio por eso!
— Perdón... —Intentó sujetarlo.
— ¡No me toques! —Bramó, de pronto colérico—.
¡Lárgate, Taehyung! ¡Fuera de mi casa!
— ¡Debes entenderlo! —Sollozó—. ¡Tú más que nadie
debería comprender lo difícil que es!
— ¡Pero no te habría juzgado! ¡No como tú lo hiciste todo
este tiempo!
Cruzando el umbral del ventanal, se dirigió a la salida, pero
Taehyung lo detuvo con una tentativa:
— ¿No te gustaría volver a la normalidad? No sé, recuperar
la vida que llevabas antes. Sin preocupaciones, sin
martirizarte cada maldito día porque no puedes hacer lo que
te gusta.
Dándole la espalda, dudó, enviando la señal que Taehyung
había esperado obtener. Recorriendo la distancia, acarició
sus hombros contraídos, susurrando en su oído:
— Vamos, J. No es demasiado difícil de considerar.
Volvamos a ser felices. Adueñémonos del mundo una vez
más. Esta vez estaré contigo.
Era un plan demasiado egoísta, Jimin supuso. Y aunque
incluso había sentido que había fracasado hace tiempo y
lentamente sucumbía en su propia agonía, que esta vez
Taehyung propusiera acompañarlo a través de la tormenta
no lo volvía mejor. Para nada.
Pero luego su dependencia a las sustancias aparecía,
sobornándolo. Él podía continuar enojado con Taehyung y
consumir al mismo tiempo. Con Taehyung de su lado, el
miedo desistiría y ya no habría una muralla demasiado alta
de alcanzar. Él incluso podría sobornarlo para obtener todo
lo que quisiera con tal de ser perdonado. Con Taehyung en
la palma de su mano una vez más todo sería realmente fácil.
Su imaginación voló esta vez más brillante que nunca.
Jeongguk estaba fuera de su camino, mamá parecía amarlo
más que nunca y Taehyung deseaba volver a las andanzas.
Había una clase de libertad ahora, su vida lentamente
comenzaba a ser la misma, y sin darse cuenta, estuvo varado
nuevamente en el principio.
Reunidos en el suelo de su habitación, Taehyung sacó un
bote de anfetaminas. Machucándolas, apiló un par de líneas,
enrollando un billete, se lo pasó a Jimin para que fuese el
primero en aspirar.
Pero Jimin se congeló, una bruma de terror titilaba a través
de sus esmeraldas. Había prácticamente olvidado la euforia
que sentía antes de cada consumo. El rico hormigueo en su
estómago ante la anticipación había sido sustituido por
ligeros retorcijones. Era un miedo tan predominante que
sentía que en cualquier momento los latidos inquietos de su
corazón le atravesarían el pecho.
Estaba asustado. Asustado como la primera vez que
Taehyung y él se aventuraron a consumir. Las palmas le
sudaban y sus manos temblaban. Era quizás la falta de
costumbre, se obligó a pensar. Habían dejado de consumir
juntos hace tanto tiempo que tal vez simplemente se sentía
extraño, incómodo.
«Puedes pretender que todo está perfectamente bien, pero
jamás lograrás engañarte a ti mismo», susurraron en su
mente. Y tenía razón. Él sabía exactamente por qué se sentía
jodidamente asustado. Existía una diferencia al aceptar
volver a consumir. De niño, no tenía idea en lo que se estaba
metiendo, a dónde le llevaría precisamente la dependencia.
De experiencia recorrida, ahora lo sabía, y temía sumergirse
en el tumulto, pero simplemente no podía evitarlo
— Puedo ser el primero si así lo prefieres —Taehyung
intentó animarle.
Con tal de obtener unos segundos más para reunir coraje,
asintió, observando como Taehyung inhalaba dos líneas
consecutivas. Recibiendo el billete entubado, supo que no
había modo de evitarlo. Él lo había ansiado tanto, sería una
locura rechazarlo.
Bajo la atenta mirada de Taehyung, se inclinó lo suficiente
para esnifar por cada conducto de su nariz.
Ya está, pensó, sorbiendo los residuos de polvos que aún
persistían. Se limpió los bordes con delicados toques de sus
dedos.
— ¿Y? —Taehyung inquirió. Había un dejo de diversión en
su voz—. ¿Cómo estuvo?
— Mmm... —Encogiéndose de hombros, Jimin añadió—.
No estuvo tan mal.
— ¿Tan mal?
— Fue lo que dije.
— Oh vamos, J —Sonrió y tímidamente Jimin comenzó a
imitarle—. No seas tan severo.
Jimin lo intentó una vez más.
— Bien, no estuvo mal, pero he probado mejores.
— ¡Yah! —Taehyung le pateó. Jimin cayó al suelo
estallando en carcajadas—. ¡Es lo mismo!
Permanecieron tendidos en la cálida alfombra,
contemplando la textura cremosa del techo. Toda alusión a
un miedo persistente desapareció, dejando consigo una
bruma de alegría que ligeramente se iba intensificando. La
comodidad volvía a ser parte de ellos y sin darse cuenta,
comenzaron a sentir los primeros efectos.
El primero: Alegría. Ese sentimiento de placer que les
incentivó a ponerse de pie para bailar al ritmo de I Feel Love
de Sam Smith que Jimin había reproducido en su laptop. Las
explicaciones podían esperar, ellos debían disfrutar ese
momento que de pronto se había tornado mágico.
Crearon una sutil coreografía con sus manos alzadas en el
aire. Moviéndose en perfecta sintonía, juntaron sus espaldas
para resbalarse a medida que meneaban sus caderas,
envueltos en un velo aflojado pero en control.
El segundo: Seguridad. Esa sensación de total entrega y
confianza con su yo interior que les incentivaba a sentirse
seguros de sí mismos. Después de todo, el mundo les
pertenecía.
— Salgamos —Taehyung propuso repentinamente,
limpiando el escaso polvo que le manchaba la nariz ante una
segunda ronda de anfetaminas.
— ¿A dónde? —Jimin preguntó, inclinándose sobre el
mueble para esnifar su porción.
— Lancémonos a la vida —Giró por la habitación,
pretendiendo bailar una elegante pieza de ballet—. Como en
los viejos tiempos. ¿Lo recuerdas?
Las 01:00 a.m. se reflejaban en sus relojes de muñecas, pero
nadie podía pararles, no ahora. Se apoderaron de las calles
tenuemente iluminadas y desoladas, gritando para oír el eco
de sus voces distorsionadas, pillándose el uno al otro en un
improvisado juego, brincando sobre sus espaldas, creando
figuras con sus cuerpos para adivinar qué eran.
— Vamos por unas bebidas —Jimin apuntó hacia una tienda
que abría las 24 horas.
— Jackson me acaba de enviar un mensaje —Taehyung
murmuró, observando la pantalla de su celular—. Al parecer
hay una fiesta improvisada en su casa y quiere vernos.
No había mucho afán en comprender los pros y los contras
al aceptar acudir. Se habían internado en una burbuja tan
inquebrantable que a esas alturas nada importaba realmente.
Asumiendo que la noche no dejaba de colocarse mejor,
ingresaron a la tienda, correteando por los pasillos como dos
mocosos.
Calmando la risa que aún provocaba vibraciones en su
pecho, Taehyung se acercó al mostrador, donde un chico que
parecía compartir la misma edad les miraba con recelo.
Como un buen conquistador de habilidades expertas, Jimin
le dejó hacer de las suyas, apresurándose a la zona de los
licores.
Desenvolviendo un costoso Jack Daniel's de su caja, decidió
que darle un par de sorbos solo mejoraría su existencia. El
empleado estaba demasiado entretenido con la perfecta
sonrisa de Taehyung como para mirar por las cámaras y
descubrir lo que hacía. Apresurándose, guardó la botella
bajo su chaqueta, pretendiendo que el notable bulto era casi
inexistente y continuó su camino por la zona de los
comestibles. Masticó un par de gomitas y luego decidió que
las barras de snickers eran realmente deliciosas.
— ¿Ya escogiste qué vamos a beber? —Taehyung apareció
de repente, agitado por la euforia.
En su propia sintonía laxa, Jimin continuó saboreando el
chocolate, cabeceando como si fuese lo más delicioso en el
mundo.
— Hey —Dijo, acercando la barra a los labios de
Taehyung—, tienes que probar esto.
— Vamos, J —Sacudió la cabeza, disgustado—. Sabes que
no me gusta comer esa mierda.
— No seas así —Persistió, ahora empujándola dentro de su
boca—, solo será un mordisco. Te alegrará la vida.
— ¿Sabes que me alegrará la vida? —Masticando para
sacárselo de encima, susurró en su oído con la boca llena al
pasar por su lado—. Un pedazo de carne largo y duro.
— ¿Largo y duro? —Ladeando la cabeza, Jimin
reflexionó—. ¿Un pedazo de carne... largo y... duro?
Sin darle mucho sentido, se aproximó a desenvolver un
paquete de galleta. Taehyung abrió un paquete de maní y los
empuñó, lanzándoselo para que captara.
— ¡Me refiero a una polla, estúpido! ¡Una polla larga y
dura!
Sorprendido, Jimin se carcajeó cuando Taehyung emprendió
su huida. Unos pasillos más allá, Jimin lo encontró
utilizando la tapa del basurero como escudo, pero no se
libraría, pillándolo por detrás, vació sobre él un paquete de
popcorn.
Segundos después, rodaban por el piso en un forcejeó débil,
riendo frenéticamente. El bullicio se salió de control.
— ¡Hey, qué están haciendo! —El empleado corrió hacia
ellos, disgustado por el desorden—. ¡Van a pagar todo este
desastre o tendré que llamar a la policía!
— Tranquilo, guapetón —Taehyung se aproximó,
acariciándole el pecho—. Solo nos divertíamos un poco.
¿No quieres unirte?
Considerarlo era difícil cuando tenía a dos chicos realmente
apuestos en frente. Tímido e inexperto, el chico tartamudeó,
entonces Taehyung gritó para alertar a Jimin y darle luz
verde para zafarse:
— ¡Ahora! —Lo siguió, deteniéndose para coger un carrito
de compras— ¡Corre, perra, corre!
Internándose en la oscuridad de la noche, Jimin saltó dentro
del carro, jadeando.
— ¡Tienen que pagar! —El empleado trotó hasta la
vereda—. ¡Hey!
— ¡Tienes mi número, guapo! —Taehyung gritó en medio
de la calle, corriendo con el carro para facilitar su viaje—.
Llámame uno de estos días y te pagaré con carne.
Las carcajadas por la loca aventura duraron unos minutos
más. Su destino se acercaba y el cansancio no parecía formar
parte de su estado. Abriendo su chaqueta, Jimin sacó la
botella que había robado, dándole un sorbo para luego
pasársela a Taehyung.
— ¿Qué harás con esta cosa? —Secándose la boca con el
dorso de la mano, señaló el carro.
— ¿Cosa? ¿Cómo que cosa, mocoso? —Taehyung gruñó
ante el licor que le quemaba la garganta—. ¿Sabes cuánto
me costó alquilar esta limosina para que tú la trates de cosa?
¡Jódete, J!
Riendo un poco más, se detuvieron frente a la casa de
Jackson. El bullicio del parloteo de los invitados y la música
retumbando las ventanas abiertas era caótico.
— Esto está jodidamente repleto —Jimin murmuró,
bajando.
— Justo en la puerta, señorito Park —Taehyung bromeó,
dejando el carro a mitad de la calle para tomar a Jimin de la
mano.
— Esa no es forma de estacionar una limosina —Jimin dijo,
mirando sobre su hombro.
— Tranquilo, es una limosina con inteligencia artificial, se
estaciona sola.
— El viaje fue realmente entretenido —Jimin le regaló una
sonrisa.
— ¿En serio? Cuando quieras robo otro —Le guiñó un ojo.
Cruzando el pasillo de la casa, brincaron de espanto al
unísono cuando Jackson los reconoció.
— ¡Primos!
Aferrándose al Jack Daniel's que habían conseguido,
desistieron de los tragos que Jackson les ofreció. Un poco
más allá, Yoongi les saludó, invitándoles a una usual partida
de Beer Pong. Encontrar a Hoseok abrazado a su cintura no
fue de extrañar, Jimin supuso que ese quiebre entre los dos
nunca fue duradero.
Los grupos fueron conformados y casi como una costumbre,
el equipo Primos y el equipo TaeGi se enfrentaron una vez
más. Propinándole un largo trago a su botella, Jimin inició.
Había pasado algún tiempo sin salir. Era agradable volver a
sentir el efecto cálido de las fiestas entibiar su sangre, como
si de algún modo volviese a vivir. Las mismas caras de
siempre, el mismo ambiente bohemio y cotidiano. Era
jodidamente bueno estar de vuelta, pensó, encestando su
sexta victoria, abrazándose al cuello de Jackson para
celebrar. Jackson giró con él sobre su sitio, alardeando que
tenía al mejor compañero de juegos.
Pero toda la bruma alegre que los había envuelto,
desapareció cuando una voz ronca se hizo presente.
— ¿Se divierten?
Jimin se congeló de inmediato. Y casi por instinto, se
refugió entre los brazos de Jackson, escondiendo el rostro
sobre su cuello. Jackson lo sintió, dándole un sutil apretón
en un intento por decirle que estaba bien, que no pasaría
nada.
Pero Jimin no se escondía por miedo, se escondía porque era
consciente en que sus sentimientos flaquearían si se atrevía
a mirar ese par de orbes pardos, tan intensos como su sola
presencia. Que todo ese rencor justificado se debilitaría y
entonces su mente crearía una excusa para intentar ceder.
— ¡Hey, perras! —Gritó Taehyung—. Van a jugar o qué.
Tomando una inhalación profunda, Jimin volteó. El
ambiente era de pronto demasiado tenso y notó que
Taehyung hacía un enorme esfuerzo por ignorar la presencia
burlesca de Jeongguk. Asumió que las anfetaminas le darían
la valentía que necesitaba, pero todo se derrumbó cuando
una sutil risa, muy delicada y suave, llamó su atención.
Esas hebras tan rojizas como las rosas que mamá se
esmeraba por cuidar en primavera siempre llamaron su
atención. Ella era tan hermosa como la recordaba.
Distinguida y provocativa. En algún momento él la habría
deseado también.
El martirio lo acorralaba una vez más. Y aunque tal vez
había algo intencional, no evitó ser doloroso. Jeongguk
yacía sentado al otro extremo de la mesa, justo frente a él.
Tenía las piernas abiertas y Soojin estaba parada
entremedio, abrazándose a su cintura. Se miraban
intensamente, sonriendo en complicidad. Su estómago se
apretó cuando les vio besarse.
Jimin se sintió traicionado. No debía, claro que no, no tenía
derecho, tampoco tenía sentido. Pero el peso de la
infidelidad estaba allí, la sentía, gruesa, pesada, repulsiva.
Porque incluso si él se había alejado, nunca pensó en estar
con nadie más. No deseaba a nadie más. Jeongguk tampoco
debería.
— Es tu turno, J —Jackson susurró.
Jimin no era estúpido, podía reconocer la lástima en su voz,
en el toque suave que le acariciaba la espalda para alentarlo.
La maldita lástima estaba instalada en el rostro de todos
quienes atentamente le miraban. Jimin se sintió asqueado de
sí mismo, tan patético como siempre porque era incapaz de
controlar la niebla que le cegaba.
— ¡No, basta! —Soojin chilló de pronto, alejándose de los
besos que Jeongguk le daba en el cuello—. ¡Me haces
cosquillas!
Jimin tomó la pelota de ping pong. Alineándola, comenzó a
temblar. Él realmente no podía, acobardado, pero no había
otra opción y entonces la tiró. La pelota dio en el borde de
un vaso y rebotó alrededor de la mesa hasta caer en la mano
que Jeongguk había estirado ágilmente para atraparla. Pardo
y esmeralda se encontraron finalmente.
— Creo que perdiste —Jeongguk exhaló en una mofa.
— Que mal —Opinó Soojin, un toque casual endulzaba sus
palabras—. Pero su amigo Tae estaría encantado de
consolarlo.
Ambos rieron en complicidad. Jimin se preguntó qué tanto
le había contado Jeongguk al respecto. La rabia burbujeó.
— ¿Qué fue lo que dijiste, perra? —Se acercó amenazante,
pero Taehyung se apresuró a frenarle, posando una mano en
su pecho.
— Lo que oíste —Soojin le provocó, consciente en que
Jeongguk no iba a permitir que le hicieran daño.
— Lo siento, pero no escuché muy bien tus malditos
ladridos. Vamos, ladra otra vez.
— Vamos, J —Taehyung afianzó al agarré cuando Jimin
intentó soltarse—. No hagas de esto un alboroto, su objetivo
es picarte. Podemos ir a divertirnos a otro lado.
Llevándose a Jimin de la mano, intentaron escapar del
problema, pero Jeongguk se levantó bruscamente,
impidiéndole el paso. Frente a frente, Taehyung y Jeongguk
se pararon erguidos, desafiándose.
— ¿A dónde te lo llevas? —Jeongguk bramó, lanzando una
mirada fugaz al rostro inquieto de Jimin—. ¿Le vas a
polvorear la nariz o te lo vas a follar?
Estaba ebrio, Taehyung podía apreciarlo en el ritmo
arrastrado de su voz y el ligero tambaleo de su cuerpo
imponente. En algún momento habría temido, pero estaba
tan elevado como él. No le importaba si perdía en el intento,
pero si Jeongguk se atrevía a golpearlo, se defendería.
Disminuyendo la proximidad, Taehyung se acercó hasta
chocar sus narices.
— Y cuál de las dos te molesta más, ¿Eh? —Susurró con la
intención de provocarlo—. ¿Qué le polvoree la nariz o que
me lo folle? Porque podemos hacer ambas.
— ¡Hijo de puta! —Jeongguk lo pescó de su chaqueta,
zamarreándolo.
Lo aborrecía. Había sido el causante del quiebre de su
relación. Por su culpa Jimin lo había dejado. No podía
permitir que se jactara, no iba a humillarle. Alzando el puño,
iba a golpearle, pero Soojin se colgó de su brazo, asustada.
— ¡Jeongguk, suéltalo! ¡Por favor!
Observar su rostro patéticamente aterrorizado solo
acrecentó su furia. Echando el brazo hacia atrás para
deshacerse de su agarre, la empujó.
— Hazle caso a tu chica y suéltame —Taehyung advirtió—
. ¿Por qué querrías jodernos la noche si fuiste tú el que
provocó que Jimin se alejara?
Demasiado cerca, ambos parecían murmurarse entre sí,
evitando ser oídos a propósito.
— ¿De qué mierda hablas?
— Desde ahora en adelante vas a dejar a Jimin en paz. No
te gustaría que todo el mundo supiera de las marcas que
dejaste en su cuello al intentar ahorcarlo.
— ¿Es una amenaza? —De pronto, Jeongguk se mostró
nervioso.
— Sí, te estoy amenazando.
— Si fuera tú, no me iría por ese camino, Taehyung. No soy
el único que tiene que esconder algo después de todo.
Imagina qué pensaría de ti tu precioso amigo si se llegara a
enterar de la verdad.
— Déjanos en paz —Taehyung bramó, acorralado.
— No te metas en lo que no te incumbe. Solo por esta vez
lo dejaré pasar, pero no tientes a la suerte, tú mejor que nadie
sabe que no advierto dos veces.
Jeongguk inició su retirada, señalándolo con el dedo. Sabía
que si decidían hablar en ese momento, ambos saldrían
perdiendo.
— Lo ahuyentaste —Jimin siguió a Taehyung hasta la
cocina—. ¿Qué le dijiste?
— Le dije que esta noche nos vamos a divertir y estuvo
completamente de acuerdo.
Entregando a Jimin una cerveza fría, bufó una risa, dándole
a entender que el tema estaba zanjado y no debía preguntar
nada más al respecto.
La fiesta continuó con un malestar diferente. De
sentimientos confusos, Jimin hizo el intento por olvidarlos.
Pero el choque de realidad solo lo complicaba todo, no podía
engañarse a sí mismo, nunca sería capaz de superar su
relación.
Jeongguk y él continuaron lanzándose miradas desde la
distancia, como si intentasen comprobar sutilmente dónde
se hallaba el otro. Y cuando dejó de percibirlo en su
capacidad visual, olvidó por completo al chico con el que
había comenzado a coquetear. ¿Qué sentido tenía si
Jeongguk no estaba para verlo?
Sumergido entre la bruma del alcohol y las drogas, halló la
valentía suficiente para levantarse de su sitio, ignorando el
ligero mareo que le envolvía. Completamente solo, varado
en un tumulto de personas bailando alrededor, vagó por los
pasillos.
No podía, pensó, con la respiración agitada, percibiendo los
dolorosos latidos que le bombardeaban el pecho. Jeongguk
no podía hacerle esto. Todas las habitaciones que irrumpía,
llevaba dentro a las personas incorrectas.
A esas alturas estaba demasiado ido para sopesar en lo
realmente desgarrador de la situación. Pero necesitaba
sufrir, saciar ese vacío de masoquismo que lo hacía sentir
vivo. Nada importaba con tal de tenerlo de vuelta, podía
olvidarse de la violación, de las marcas que aún seguían
tatuadas en su piel. Podía olvidar absolutamente todo con tal
de que dejara a Soojin.
¿Sería posible llevar a cabo sus intenciones todavía? Se
preguntó, parado frente a los gemidos que brotaban desde la
última puerta del pasillo. Unos gemidos que conocía a la
perfección. ¿Él aún estaba dispuesto a olvidarlo todo con tal
de recuperar su relación, sin importar que Jeongguk se
estuviese follando a su ex?
El color se drenó por sus mejillas, dejándolo totalmente
descolorido y aturdido. Su mano jamás había temblado
tanto, tampoco dejó de temblar cuando giró el pomo de la
puerta. Sobre la amplia cama, Jeongguk embestía a Soojin
brutalmente, como si buscara una pronta liberación ante la
ira acumulada. Ella se aferraba, arañándole la espalda.
Jimin permaneció en medio de la habitación, expectante. De
hombros caídos, se rindió frente al dolor, sollozando.
Entonces Jeongguk alzó la cabeza, notando su presencia.
Sus facciones se tornaron duras, pero el impacto en su
mirada fue clara. Si de algún modo Jeongguk esperó que
viniera y lo viera, eso Jimin jamás lo sabría.
Jimin recordó la vez que se habían metido a la tina juntos,
después de aquella madrugada impulsiva donde Jeongguk
lo folló bestialmente por primera vez en medio de la nada.
Lo mal que se había sentido al día siguiente por haberle
hecho daño. La noche en que Soojin quiso volver y él se
había sentido inquieto al respecto y había preguntado: «¿La
quieres, Jeongguk?» «¿Tu corazón aún late por ella».
Entonces Jeongguk le había contestado:
— Siempre tú —Jimin susurró, acorde a su recuerdo,
mirándolo fijamente con los ojos empapados mientras él aún
yacía encima de Soojin, de torso desnudo y sus jeans
desabrochados—. ¿Lo recuerdas, Jeongguk? ¿Recuerdas
que una vez me dijiste que tus latidos siempre iban a ser
míos?
En aquel instante, la realidad golpeó a Jeongguk. Casi como
un choque eléctrico, saltó para apartarse de Soojin,
arreglándose torpemente. Los tatuajes de su torso estaban
sudados y Jimin se sintió nauseabundo cuando descubrió
que iba a acercarse.
En medio del pasillo, Jeongguk lo intersectó, jalándolo
bruscamente del brazo para estamparlo contra la pared.
— ¿Te sientes traicionado, Jimin? —Inquirió con voz
agitada—. ¿Te dolió lo que viste?
— Suéltame...
— Porque así me hiciste sentir cuando besaste a Taehyung.
— No es lo mismo.
— ¡Claro que no es lo mismo! Esa vez tú y yo teníamos una
relación y me traicionaste. ¡Traicionaste mi puta confianza!
— ¡Vete a la mierda!
Se alejó con un manotazo, pero Jeongguk lo detuvo
nuevamente con una mano apretando su mandíbula.
— Despierta, Jimin —Lo zamarreó—. Deja de ser tan
malditamente egoísta y pretender que el mundo gira entorno
a ti. Si vas a sacarme de tu puta vida hazlo de una vez y no
vuelvas. Deja de buscarme para nuevamente salir dañado y
echarme la culpa de tus desgracias.
Jeongguk lo soltó, avanzando hacia la habitación, pero se
detuvo cuando Jimin preguntó:
— Volverás con ella, ¿verdad?
— Ese no es tu problema.
Poseído por los celos, avanzó hasta interponerse entre
Jeongguk y la puerta. Mirándolo fijamente, lo retó.
— ¡No quiero que estés con ella! ¡No quiero!
Jeongguk no respondió. Tomándolo como algo sin
importancia, se burló al respecto. Intentó apartarlo, pero
Jimin no cedió.
— Apártate.
Jimin ni siquiera tenía la menor idea de por qué aún seguía
allí, humillándose completamente, perdiendo
desesperadamente los estribos. Simplemente estaba
bloqueado, fuera de sí, luchando imprudentemente con los
demonios de su pasado.
— No me hagas esto —Suplicó con la voz quebrada y
Jeongguk estuvo a punto de ceder—. Por favor... Por favor...
Estaba actuando acordé a sus traumas. Recordando como a
lo largo de su vida le arrebataban lo que más quería, como
todos lo abandonaban bruscamente.
Consciente del amor marchito y débil que poseía, volvía de
esto todo un problema porque esta vez no era él quién dejaba
a Jeongguk, sino todo lo contrario. Jeongguk tenía razón,
era egoísta, pero era incapaz de darse cuenta, porque no
podía lidiar con el aislamiento. Necesitaba controlar todo lo
que le rodeaba como un mecanismo de defensa. Su miedo
más grande era la soledad y la estaba presenciando
claramente justo ahora.
Olvidando que hace minutos atrás el pecho de Jeongguk
estaba sudado por la fricción de un cuerpo que no era el
suyo, se aferró a él ante el suplicio. Jeongguk se mantuvo
intacto, mirando un punto fijo en la pared, sintiéndose
confundido, desestabilizado.
Pillando a Jimin desprevenido, lo alejó, abriendo la puerta.
Jimin gritó con un llanto descontrolado:
— ¡Si te acercas a ella voy a matarla! ¡Te lo juró Jeongguk,
la mataré!
— Estás enfermo, Jimin. Necesitas ayuda —Reconoció
toscamente—. Pero no seré yo quién te la dé.
Impidiendo un arrebato más, cerró la puerta, dejándolo a su
suerte. Jimin pataleó un poco más, pateando la puerta con
un llanto descontrolado. Exigió que saliera, que se apartara
de ella porque era suyo.
Entre un lapso y otro, se halló insertado en la oscuridad y el
vacío de la calle, caminando sin rumbo alguno, con la
mirada perdida y empañada. Eran los efectos secundarios de
la droga avivada por el alcohol. Todo lo que su mente podía
rebobinar en ese momento era a Jeongguk junto al cuerpo
de Soojin, en cómo le abandonó para ir con ella un vez más.
«Jimin», Soojin le había dicho una vez. «Él siempre
vuelve». Había estado consciente de sus palabras y le creyó,
nunca dejó de tomarla en serio porque en el fondo sabía que
tenía razón. Pero en algún momento lo había olvidado,
Jeongguk pretendió estar tan aferrado a él que pensó que
jamás ocurriría. Bueno, ahora comprendió que la intuición
de las personas nunca mentía.
A pesar del llanto que parecía querer reventarle el pecho, sus
oídos fueron sensibles al sonido de un auto aproximándose.
Conducía lentamente, justo detrás de él. Y cuando notó que
no tenía intención de alejarse, Jimin se detuvo, limpiándose
los ojos con el dorso de la mano, hipando como un niño
pequeño.
Se ahogó con su propio sollozo cuando lo reconoció, era el
mismo Toyota gris que le había estado siguiendo por un
tiempo. Finalmente se encontraban frente a frente. Los focos
delanteros le iluminaban por completo, bloqueando su
capacidad visual para descubrir quién estaba detrás de
volante.
En otro momento habría temido por su vida. Allí, en medio
de la oscuridad y soledad de la carretera cubierta de árboles,
podría ocurrir un sinfín de circunstancias que pudiesen
llevarle a la muerte y nadie siquiera podría notarlo u oírlo.
Pero ahora, todo lo que deseaba era poder despojarse de la
ira que le atormentaba. Mirando alrededor, cogió una roca
del suelo, acercándose a la ventana del conductor para
reventarla.
Tomando un profundo respiro, se preparó para el impacto,
pero de pronto, la ventana comenzó a descender lentamente.
— ¿Necesitas un aventón?
Jimin pestañeó un par de veces, incapaz de asimilar aquellas
facciones que se le hacían familiar.
— Tú...
— ¿Qué? —Sonrió—. ¿Es así cómo vas a saludar a tu viejo
amigo, Piolín?
— ¿Park... Seojoon?
Capítulo 44
La quietud perduró en el tiempo. De pronto, la noche se
sintió más fría de lo habitual. El viento ululó acarreando las
hojas muertas a su alrededor, desordenándole ligeramente
los risos, pero no se movió. Aún con la mano alzada, donde
la roca pesaba mucho más ahora, mantuvo su expresión
pasmada.
Seojoon abrió la puerta y avanzó hacia él. Había dejado de
sonreír, llevando consigo el gesto que definía su amargura.
Un largo y negro abrigo volvía de sus hombros imponentes
y más anchos. A pesar de los años, Jimin continuó
encontrándolo tan alto como siempre.
Llevaba el cabello tan corto y azabache como lo recordaba.
Le daba una apariencia formidable, esa clase de imagen que
te advertía considerarlo dos veces antes de acercarte. Pero
esta vez la mirada de Park Seojoon no fue risueña, esta vez
había tristeza y desaprobación.
Con cada paso cuidadoso que Seojoon daba para acabar con
la distancia, Jimin tomaba una boconada de aire, buscando
ser parte de la realidad. Su cuerpo grande plantó una sombra
sobre él y tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo a
los ojos.
Sintió la calidez de sus dedos cuando los enroscó alrededor
su mano para quitarle la roca. Jimin se mantuvo rígido,
negándose a dejarla ir. No hubo forcejeo alguno, Seojoon se
mantuvo quieto, esperando que en algún momento quisiera
entregársela.
Era realmente difícil de asimilar, Jimin pensó. Seojoon se
sentía tan irreal, como una visión producto de su propia
locura. Pero el aroma no mentía, él aún podía recordar su
característico olor a tabaco y menta. El mismo aroma que
había percibido en Namjoon un par de veces.
Por primera vez en seis años, Jimin se sintió frente a las
puertas de su verdadero hogar. El pasado nunca se había
sentido tan dichoso en sus recuerdos. Justo en ese momento,
Jimin se sentía como esa clase de perro que se extraviaba,
esperando años para poder volver y Jimin finalmente había
vuelto.
Sollozó cuando en el rostro de Seojoon se reflejó la silueta
débil de Namjoon. Cediendo a sus emociones reprimidas,
dejó ir la roca y se aferró al torso que había vuelto para
entregarle el apoyo que necesitaba. Frente a una de las
personas más significativas en su vida, Jimin fue capaz de
desbloquear la tristeza más profunda que le quedaba. La
tristeza que nunca se había permitido llorar ni siquiera a
solas.
Sintiendo sus piernas flaquear, creyó desfallecer, pero sus
rodillas jamás tocaron el suelo. Seojoon lo cogió por los
muslos, tomándolo en brazos. Y tal cual lo hacía con su
hermano mayor, Jimin enrolló las piernas alrededor de su
cintura, escondiendo el rostro en la curva de su cuello.
— Quiero a Nam —Suplicó, aferrándose a los hombros de
Seojoon—. Por favor, Hyung, haz que Nam regrese.
Seojoon lo acurrucó tanto como pudo. Le acarició la espalda
y exhaló palabras de consuelo. Namjoon no estaba y jamás
iba a regresar, pero si de algo estaba seguro, era que haría
algo al respecto sobre el futuro del niño que prometió
proteger.
Jimin no dejó de llorar cuando llegaron al departamento
temporal que Seojoon alquiló. Tampoco lo hizo cuando
aceptó tomar una ducha y un nuevo cambio de ropa, que
consistía en un pijama demasiado grande para sostener por
sí mismo.
— Tardaste — Jimin decidió romper el silencio, acurrucado
en una esquina del sofá. Una taza con café humeante entre
sus manos.
A esas alturas los efectos de las anfetaminas habían
mermado lo suficiente para poder pensar coherentemente.
Pero aún era raro notar a Seojoon frente a él.
— Lo sé... —Seojoon permaneció a su lado. Con la espalda
encorvada, tenía los codos recargados sobre sus muslos
abiertos, escondiendo el rostro entre sus manos.
— ¿Por qué?
— Ha pasado un tiempo. Me sentí abrumado.
No se atrevería a confesar a Jimin que simplemente lo estaba
espiando, estudiando su entorno y las personas que le
rodeaban. El enorme esfuerzo que le llevó contenerse
cuando le veía tomar pésimas decisiones, golpeando
ferozmente el volante ante las ansias de salir y plantarse
frente a su rostro.
Jimin sopesó al respecto. ¿Qué importaba la demora? Podía
mirar la magia intacta en los ojos de quién tanto añoró ahora.
No importaba la infinidad de tiempo si finalmente había
cumplido con la promesa que plasmó aquella vez en una
carta.
Depositando la taza sobre la mesa de centro, recargó sus
piernas deliberadamente sobre los muslos de Seojoon.
Tomándole tiernamente del rostro para captar su atención,
le delineó el rostro con un toque moroso, reconociéndolo,
advirtiéndose a sí mismo que era real y no una falsa ilusión.
Seojoon lo aceptó gratamente, mirándolo en completo
silencio. Notó que la rigidez en Jimin había desaparecido
totalmente, dejando consigo unas facciones ligeramente
adormiladas.
— Estás viejo —Jimin bromeó.
Seojoon sonrió, cerrando los ojos cuando Jimin pasó la
yema de sus dedos por sus pestañas, revoloteándolas.
A pesar de los treintaicinco años que le pesaban en el
cuerpo, Park Seojoon no había cambiado nada en realidad,
pensó, sintiendo la barba incipiente cosquilleándole los
dedos cuando descendió por su mentón. Él se había
mantenido intacto a través del tiempo y de algún modo,
Jimin sintió como si hubiese retrocedido seis años en el
tiempo, volviendo a ser un niño.
— Y tú sigues siendo el mismo bebé precioso que una vez
conocí —Seojoon estiró la mano hacia su cabello, cogiendo
entre sus dedos un pequeño rizo dorado para tirarlo
ligeramente, observando cómo se acomodaba rápidamente
en su lugar.
Jimin se ruborizó furiosamente, pero permaneció intacto en
su sitio, dejando que tomara su turno para comenzar a
inspeccionarle. La diversión disipó de sus rostros,
recayendo en un silencio confortable cuando toda
comunicación se basó en sus miradas interactuando.
— Un bebé que creció para convertirse en un jovencito
demasiado precioso para la salud mental de cualquiera —
Seojoon susurró, acariciándole el labio inferior con el
pulgar.
Sus mejillas regordetas habían desaparecido por completo,
dejando un rostro cincelado. Pero el bermellón que le teñía
tiernamente las mejillas seguía intacto. A Seojoon le había
tomado un tiempo comprender cuánto había crecido Jimin.
Asimilar que ese joven rubio que se paseaba por las calles,
acaparando miradas, se trataba de él, su pequeño y regordete
piolín.
— Hyung —Jimin dijo de pronto, recargando el rostro en
esa mano grande en busca de cariño.
— ¿Sí?
— Yo tuve un novio.
Seojoon emitió una carcajada, asintiendo con diversión. Fue
una confesión bastante dulce a su parecer, en cómo Jimin le
miró tímidamente al intentar compartir algo íntimo con él.
Pero el trasfondo de cómo se sintió cuando se enteró por
primera vez fue sofocante. Que Jimin fuese capaz de tener
novio no le molestaba en absoluto, el odio recaía en asumir
de quién se trataba, de a quién Jimin había elegido como su
compañero, porque conocía el pasado oscuro de esa persona
mejor que nadie.
— Lo supuse —Dijo finalmente.
— ¿No estás molesto?
— ¿Por qué lo estaría?
— Porque tú y yo íbamos a casarnos.
Por unos segundos permanecieron completamente quietos,
mirándose mutuamente hasta explotar finalmente en
carcajadas.
— Tenemos una cita pendiente a la heladería —Seojoon le
siguió el juego—. ¿Lo recuerdas?
¿Cómo olvidarlo? Jimin recordaba detalladamente cada
momento que vivió a su lado. Lo feliz que le hizo incluso si
su interacción a veces se tornaba demasiado escasa. Park
Seojoon siempre fue uno de sus cercanos más querido.
Nunca le hizo daño, jamás le faltó el respeto, como aliado
de su hermano mayor siempre le incentivó a hacer las cosas
bien, sobre todo cuando se trataba de estudiar.
Reflexionando al respecto, Jimin cayó en cuenta de sus
errores. De la vergüenza que le inundaba al pensar qué diría
Seojoon de él respecto a su adicción. De seguro no le querría
nunca más, se daría cuenta de que era una pérdida de tiempo
como todos los demás y se iría. Se iría, porque si Park
Seojoon iba a ayudarlo, solo perdería su tiempo.
Seojoon frunció el ceño al notar que las esmeraldas de Jimin
comenzaron a titilar debido a las lágrimas arremolinándose
alrededor, perlándole los pómulos sonrosados al caer.
— Hey... —Susurró apaciguador, tomándole delicadamente
del rostro para secarle la humedad—. Tranquilo.
— Yo lo he hecho tan mal, Hyung —Seojoon lo acurrucó
sobre su regazo y por instinto, se abrazó a sus hombros,
escondiendo el rostro en la curva de su cuello—. Estarás tan
desilusionado de mí cuando te enteres de mis errores.
— Piolín, mírame —Le acarició suavemente la espalda y
Jimin salió de su escondite, obediente a medida que
hipaba—. No somos perfectos, ninguno de nosotros lo fue
ni lo será nunca. Nacimos para cometer errores y aprender
de ellos. Y seguiremos cometiéndolos porque necesitamos
aprender y continuar avanzando, evolucionando. La
sabiduría más auténtica nace a base del error. Pero entonces
la elección es sólo tuya. O decides seguir cometiendo los
mismos errores y continuar lamentándote por lo mal que lo
hiciste o reflexionar al respecto, mirar un poco el pasado y
seguir adelante para afrontarlo y crear un buen futuro.
— Pero yo...
— La vida duele, Jimin. Y te duele porque estás vivo —
Colocándole la mano sobre el pecho, golpeó suavemente—
. Te desgarra el alma porque eres capaz de amar. Y el que es
capaz de amar hace grandes cosas. Entonces dedícate a
hacer de tu vida algo enorme, desbordante, porque es sólo
tuya y la vivirás una vez.
— Hyung, no estoy bien —Sollozó, deshaciéndose en
ligeros temblores—. A veces pienso en cosas muy malas. Y
consumo cosas para...
Rehusándose a escucharlo de sus propios labios, Seojoon lo
atrajo hasta su pecho en un apretado abrazo. Acorde a los
lamentos de Jimin, sus ojos se fueron humedeciendo,
entonces tuvo que morderse el labio para evitar sollozar.
— Lo sé, bebé —Lo meció—. Y estoy aquí. Volví por ti.
Joder, pensó, mirando un punto fijo a través de la pared.
Jimin estaba tan roto, tan deteriorado mentalmente. Si tan
solo él no hubiese caído en prisión, entonces la vida de su
pequeño habría sido muy distinta.
Finalmente Jimin cayó dormido. Aún gimoteaba si lo
movía. Y cuando intentó apartarlo, Jimin empuñó las manos
en la tela de su abrigo, desesperado entre sueños por no
perder su calor. Entonces Seojoon tuvo que ir a la cama y
acostarse con él encima de su pecho.
Jimin fue el primero en despertar al día siguiente. Sus ojos
pesaron al pestañar, acostumbrándose a los ligeros rayos del
sol. Entre la bruma de la somnolencia, permaneció ido,
rebobinando una y otra vez todo lo que le haría triste y
miserable aquel día.
Pero todo se desvaneció cuando se dio cuenta que estaba
prácticamente encima del cuerpo de Seojoon. Entonces
decidió aprovecharse un poco más, mirándole atentamente
dormir. Lucía tan en calma, tan sereno que Jimin se sintió
relajado también.
Paseando un dedo por las cejas de Seojoon, pensó en su
pequeño yo del pasado. Se preguntó cuál hubiese sido su
reacción. ¿Estaría furioso con su yo del futuro porque le
quitó la oportunidad de dormir a su lado por primera vez o
estaría completamente satisfecho al saber que incluso a
través del tiempo logró tener un acercamiento con el que
tildaba como su futuro esposo?
Asumiéndolo como una completa estupidez, Jimin sacudió
la cabeza, abandonando la cama con una gran sonrisa
plantada en los labios.
Seojoon se levantó próximo al mediodía. Aún fue difícil
despabilar cuando notó que faltaba alguien más en la cama.
Tropezando alrededor, atravesó el pasillo, el aroma a café
recién hervido y el freír de lo que reconoció como tocino, lo
guiaron genuinamente a la cocina.
Dándole la espalda, Jimin tarareaba una canción. De tono
demasiado chillón, hizo a Seojoon sonreír. Era agradable
verlo en ese aspecto, sin la defensa que lo hacía lucir rígido.
Park Jimin se veía realmente bien en su cocina.
La mesa albergaba varios platillos que lucían deliciosos.
Que Jimin se hubiese tomado el tiempo, volvía de su
corazón una maraña de locura dulce, casi tan empalagosa
como la salsa que bañaba aquellos waffles.
Silenciosamente se acercó, adaptándose al pequeño cuerpo
para rodearle la cintura con los brazos, recargando el
mentón sobre su hombro derecho. Sintió a Jimin congelarse
por un momento, pero una clara carcajada le hizo reír
también, entonces lo giró para poder cautivarse con el
esmeralda de sus ojos una vez más.
— Así que después de todo, sí eres real —Dijo Jimin, como
si aún esperara que no lo fuera.
— ¿Lo soy? —Bromeó.
— ¿Lo eres?
— Claro que sí.
— Pruébalo —Jimin le retó, abrazándose a su torso.
Suspirando, Seojoon barrió la mirada por las baldosas,
pensando al respecto. Bajando la cabeza para acaparar la
mirada de Jimin, notó que le contemplaba los labios. El
calor de la cocina se expandió sobre ellos, creando una
atmosfera de pronto intensa.
Seojoon quiso besarlo. Joder, él quería cerrar la distancia y
fundirse contra su boca. Inmediatamente el pensamiento le
hizo sentir culpable, casi nauseabundo, Jimin era un niño.
«No, no lo es».
Su mente se aproximó a decir, audaz. Y aunque su edad
actual comprobaba lo que su mente advertía, no cambiaba
absolutamente nada, él continuaba viendo a Jimin como el
niño rechonchito que se robó su corazón.
Maldición, por su propio bienestar, él necesitaba continuar
viéndolo como un bebé.
Tragándose el sabor amargo de un impulso desenfrenado,
sólo sonrió a Jimin como respuesta, besándole la frente.
Echando un ligero vistazo a la mesa, fingió sorpresa y dijo:
— Wow... ¿Todo eso es para mí?
Jimin asintió, de pronto cabizbajo, escondiendo el delicado
carmesí que le adornaba las mejillas. Aferrándose a la
espátula, se encogió de hombros.
— Supongo que esta es mi muestra de agradecimiento —
Dijo.
— ¿Por qué? —Seojoon frunció ligeramente el ceño. Hasta
ahora no había hecho nada que Jimin pudiese agradecer.
— Por volver, Hyung.
La sola presencia de Seojoon le hacía feliz otra vez. Lo
transportaba a esos tiempos donde la primavera era más
intensa, colorida y su hermano seguía con vida. De algún
modo, podía ver a Namjoon a través de Seojoon.
Disfrutaron el desayuno enfrascados en varios recuerdos del
pasado. Todo se había vuelto apacible, la cocina jamás se
había sentido tan llena de risas cantarinas, miradas brillosas
y suspiros anhelantes.
Jimin había vuelto a ser un niño.
Ir a clases no fue tan malo como supuso cuando tuvo que
dejar a Seojoon. Incluso se había negado a asistir ese día,
intentando hacerle creer que debían tener una celebración.
Sin embargo, Seojoon jamás fue partidario de verlo faltar a
la escuela. Este momento no sería la excepción y casi rio por
ello. Él incluso lo llevó a casa para que se duchara y cogiera
una nueva muda de ropa.
Entonces Jimin no dejó de sonreír durante toda la tarde,
demasiado abrumado por la emoción. Había una clase de
motivación ahora. El mundo era radiante otra vez. Esa
noche se reunirían una vez más.
— Mierda, Hoseok está de cumpleaños —Maldijo, frenando
en medio de la calle.
Hoy tenía que verlo y ni siquiera había comprado un
obsequio. Intentó llamar a Taehyung un par de veces, pero
todo lo que recibió fue el buzón de voz. El centro comercial
no quedaba lejos y de pronto emprender su camino
solitariamente no fue tan malo. Haría una compra express,
Hoseok y él eran lo bastante cercanos para saber que todo lo
que se trataba de literatura era su mayor obsesión.
El olor de los libros siempre le resultó peculiar, sobre todo
los más viejos, esos que yacían en lo alto de un estante con
demasiado polvo encima para siquiera notar. Varado en
medio de la librería, observó alrededor, donde una vasta
gama intentaba aturdirlo. Él no iba a caer en los enredos,
había llegado hasta allí con un punto claro, sus pies ya
habían retomado el rumbo antes de siquiera darse cuenta,
parado frente a la repisa que le daría lo que buscaba.
El enigmático rostro blanco de un gato con matices negros,
le saludó. Poseía una mirada azulada y Jimin se sintió
tentado, acariciando la portada con una sonrisa adornando
sus labios. Él había buscado ese libro antes. De hecho, él
había estado varias veces en esa misma librería antes,
buscando el momento exacto de cuándo llevarlo.
— Memorias de un veterinario —Susurró, leyendo el título.
Había una clase de atmosfera conmovedora alrededor justo
ahora. Era inevitable añorar lo que fue y lo que sintió cuando
papá se lo leyó por primera vez.
Era ese tipo de libro adictivo que con solo una hojeada
sentías que no podías parar. Jimin nunca pudo parar.
Un veterinario, simple y hasta un poco reservado, narraba
las memorias que habían marcado su vida. Un médico que
todo aspirante a veterinaria desea a convertirse, un médico
de cabecera que siente pasión por lo que hace y demuestra
el inmenso amor y respeto que siente por sus pacientes
animales. Jimin había llorado un par de veces con sus
relatos, sintiéndose avergonzado por hacerlo frente a
alguien. Entonces papá le había dicho, acariciando su
espalda: «Está bien, puedes llorar. Este relato ha aflorado
tus sentimientos, nos los reprimas, porque entonces te
oxidarán la vida».
Era un libro que reforzaba el amor por la vocación y
definitivamente era un libro que Hoseok necesitaba leer y
conservar por el resto de su vida.
Tatareó una dulce melodía al caminar, balanceando
ligeramente la bolsita que portaba el obsequio. Quiso
recorrer el centro comercial un poco más, aún era temprano
para ir al departamento de Yoongi, donde se celebraría algo
para Hoseok y volver a casa no sonaba muy tentativo.
Él ahora se sentía un poco inquieto, la verdad. Su
respiración se volvía lentamente intranquila y luchó con el
impulso de rasparse la uña del dedo pulgar. A esas alturas se
conocía demasiado bien para saber que necesitaba su dosis.
Tomó su lugar en una cafetería, tranquila y hasta algo
solitaria. Fingiendo observar el cálido paisaje por el
ventanal, a medida que su orden de tarta y un jugo eran
depositados sobre su mesa, se aproximó a dejar dos
anfetaminas en su mano. Intentó no gemir de gozo cuando
las sintió bajar por su garganta.
La puerta tintineó. Un par de pasos y balbuceos intentaron
darle vida al lugar. Jimin permaneció demasiado ocupado
reorganizando su mochila. Ahora con Taehyung como su
aliado, ya no debía esconder las pastillas y casi sonrió al
recordar que tenía un peso menos sobre sus hombros.
— ¿Jimin? —Pronunciaron de pronto.
Entonces hubo un silencio. Un silencio que comenzó a
prolongarse. Jimin lo había oído, de hecho. Pero le había
tomado algún tiempo deducir que se dirigían a él.
Levantando lentamente la cabeza, chocó contra la mirada de
Seokjin.
— Hey —Jimin se forzó a decir, intentando esconder lo
incómodo que se sentía el ambiente—. ¿Qué tal?
— Todo bien —Seokjin se metió las manos en los bolsillos
de sus jeans, luciendo casual aunque el tono en su voz
demostrase todo lo contrario—. Volví.
— ¿Siquiera te habías ido? —Jimin sonó grosero y lo
entendió al instante. Reincorporándose sobre su asiento,
carraspeó—. Digo... ¿No vives aquí?
— Creo haberte comentado una vez que en realidad vivía en
la ciudad.
— Ah, claro... Lo había olvidado.
Joder no. Él ni siquiera lo recordaba. ¿Había de hecho
hablado alguna vez con Seokjin? Porque todo lo que
recordaba del tipo fue cómo una vez se le lanzó llorando a
los brazos en el baño de Jeongguk.
Silencio otra vez.
Sonriendo torpemente, Jimin alzó las cejas, intentando
advertirle que lucía estúpido allí parado y que estaba
volviendo todo aún más incómodo. Vagamente murmuró:
— Así que...
— Escucha —Seokjin le interrumpió de pronto. Jimin se
sobresaltó cuando tomó asiento frente a él en su mesa—. He
intentado localizarte por un tiempo. Cuando estoy frente a ti
ni siquiera sé cómo comenzar, me pones jodidamente
nervioso.
— ¿Oh...? —Jimin lució angustiado.
— Maldición... —Seokjin chistó—. La estoy cagando de
nuevo. ¡Joder Jimin, perdón! Han pasado meses, pero
incluso hasta ahora sigo sintiéndome culpable por lo
lamentable que fui contigo.
— Exacto, amigo —Jimin se encogió de hombros. La
situación se estaba volviendo patética y sinceramente no
tenía nada más que decir al respecto. Había pasado un
tiempo ya, no importaba en absoluto ahora—. Me hiciste
sentir como la mierda.
— Ver a Jeongguk en ese momento con alguien más,
realmente me enfureció —Parpadeando en confusión,
Seokjin intentó ordenar sus pensamientos—. Y no porque
fueras tú o alguien más, es solo que... se trataba de él.
— ¿Por qué? —La duda picó en su lengua y no la pudo
detener.
— Porque no lo merece, Jimin. Mi hermano no merece ser
feliz con nadie. Nunca.
El silencio se sintió más pesado esta vez. ¿Cuál era
exactamente la relación entre los hermanos Jeon? El solo
hecho se asumir que no quieres la felicidad de tu hermano
era un asunto demasiado grave, porque vamos, él amaba a
su hermano incluso si ahora estaba muerto.
¿Qué error cometió Jeongguk para generar la aversión de su
hermano? Quiso saber más al respecto, pero pronto
descubrió que nada de eso debería ser su problema.
— Entonces estarás encantado de saber que tu hermano y yo
dejamos de ser novios hace un tiempo —Jimin se cruzó de
brazos, instintivamente buscando cobijo por algo que le
causaba dolor.
— Lo sé —Seokjin asintió y Jimin se sorprendió—. Lo he
visto con Soojin alrededor.
— Sí, ellos han vuelto.
Hubo una punzada de desconsuelo. Era incluso más difícil
mencionar que habían vuelto. Jimin lo había olvidado
durante el día, demasiado emocionado con la llegada de
Seojoon, demasiado emocionado con el obsequio que le
entregaría a Hoseok. Él había vuelto a sentirse miserable
una vez más, porque de pronto estaba recordando lo que
había visto la noche anterior. Había recordado cómo se
humilló y cómo rogó para que finalmente Jeon Jeongguk
decidiera escoger a Soojin.
— Eres mucho mejor que esto, Jimin.
— ¿Esto?
— Mereces cosas mucho mejores que continuar viviendo en
este maldito pueblo con Jeon Jeongguk a tu alrededor,
créeme.
Jimin soltó una mofa.
— Gracias por el cumplido entonces.
— No es un cumplido —Seokjin estaba completamente
serio—. Te digo la verdad. Si quisiera hacerte un cumplido
habría dicho otra cosa.
Jimin comprendió que toda esa charla motivacional, basada
en la sinceridad, no llegaría a ningún punto en realidad. No
estaba de humor para conversar con el hermano de su ex y
notar cuánto de pronto se parecían. Reuniendo su mochila,
supo que debía irse.
— Como sea —Dijo, al borde de su asiento para
levantarse—. Entonces te veo por ahí.
— ¡Espera! —Ansioso, Seokjin lo retuvo un poco brusco
del brazo, forzándolo a permanecer sentado—. Yo... Bueno,
quería saber si podemos acordar un día para almorzar. Me
gustaría pasar el rato contigo para remediar de algún modo
lo que te hice.
Jimin no supo cuáles eran realmente sus intenciones, por
qué este afán por insistir en tenerlo de repente cerca. Desde
la última vez en el baño del departamento de Jeongguk,
Seokjin había sido así de raro también.
— ¿Por qué? —Jimin preguntó.
— ¿Por qué, qué?
— Por qué conmigo.
— ¿Y por qué no?
— No nos conocemos en absoluto y para serte sincero, soy
una persona que guarda mucho rencor —La sinceridad que
burbujeaba de su boca era dura, pero Jimin estaba enojado
por varias razones y hacer sentir mal a Seokjin lo consolaba
de cierto modo—. Y yo aún te odio por lo que me hiciste,
así que mi respuesta es no. No quiero volver a verte ni
reunirme contigo alguna vez. Adiós.
Jimin rechazó su segundo intento por levantarse cuando una
nueva presencia llegó hasta ellos, sorprendiéndolos con una
voz chillona.
— Listo, papá. Fui al baño solo como un niño grande.
Descolocado con la situación, Jimin buscó respuestas en la
mirada de Seokjin. Pero Seokjin estaba demasiado ocupado
mirando al niño como si fuese su mundo.
— ¡Muy bien! —Seokjin lo apremió. Una sonrisa enorme
tirando de la comisura de sus labios—. ¿Y lavaste tus
manos?
— Por supuesto. Mira, aún están húmedas y huelen a jabón
—Dijo el niño, de pronto notando la presencia de Jimin—.
¿Y tú quién eres?
Mentiría si dijese que no se sintió aturdido cuando fue capaz
de mirar a los ojos del niño con mejor claridad ahora. Fue
ese el momento exacto donde esmeralda y esmeralda de
conectaron por primera vez.
— Soy Jimin —Flaqueó, ansioso, indeciso, sin saber por
qué. Entonces carraspeó en un intento por ocultarlo—. ¿Y
tú?
— Park Taehwan.
— Es mi hijo —Dijo Seokjin.
Y aunque su voz se había sentido lejana, por el extraño
estupor que rodeó a Jimin, se forzó a mirarle de vuelta.
— Claro... Sí... —Dijo vagamente, mirando entre el niño y
él—. Escuché cuando te llamó papá. ¿Qué edad tiene?
— ¡Tengo seis! —Taehwan se aproximó a decir. Había
levantado sus dos manos, mostrando seis deditos. Una
enorme sonrisa instalada en su rostro, mostraba que le
faltaban los dos dientes incisivos de arriba—. ¿Y tú cuántos
años tienes?
— Diecinueve.
— Luces joven, pero en realidad eres viejo —Taehwan
exhaló una mofa.
Sus esmeraldas brillaron con diversión. Pero la diversión le
duró realmente poco cuando Seokjin le riñó, advirtiéndole
que no debía ser grosero con las personas más grandes que
él.
Jimin ni siquiera se había inmutado. Su niño interior había
despertado cuando sintió una clase de desafío vagar por el
aire. Entrecerrando los ojos y formando un mohín con los
labios, dijo:
— Y tú eres un mocoso.
— ¿Qué me dijiste? —Taehwan se volvió hacia él, con una
expresión de indignación.
— Te dije que eres un mocoso, porque eres pequeño igual
que un moco.
Se miraron fijamente por unos segundos, retándose con la
mirada. Rehusándose a perder la batalla, Taehwan continuó:
— Viejo.
— Mocoso.
— Viejo.
— Mocoso.
— Viejo.
— Mocoso.
— ¡Al menos yo no tengo arrugas!
— ¡Al menos a mí no me faltan los dientes!
Silencio.
Mucho silencio.
A Jimin realmente no le preocupaba haber dañado los
sentimientos del niño. En su defensa, se lo había buscado
por insolente. Y si Taehwan se sintió ofendido, no lo
demostró, él continuó igual de terco que su oponente.
Los segundos pasaron, y cuando Seokjin pensó que era
momento de intervenir, Jimin y Taehwan estallaron en una
enorme carcajada. Idénticos, sus ojos desaparecieron, sus
mejillas se tornaron coloradas por el esfuerzo de la risa y un
par de hoyuelos sobresalieron.
Con las claras y armoniosas carcajadas de fondo, los ojos de
Seokjin se humedecieron. Deseó plasmar ese momento para
siempre. «Hey, míralos», Pensó. «Son como el perro y el
gato tal cual una vez imaginamos, ¿Recuerdas? Habrías
estado encantado de estar aquí. Claro que sí, mi amor».
Negándose a ser visto, se tragó el espeso nudo del llanto,
secándose sutilmente con el dorso de la mano, dejando que
esos dos se conocieran a su manera.
— Me caes bien, Jimin —Taehwan le guiñó—. Se nota que
tienes coraje.
Si le hubiesen dicho antes que ese mocoso aniñado de ahí
tenía seis años, no lo habría creído, Taehwan estaba más allá
de eso. Esa aura de superioridad y arrogancia le recordaban
a alguien, alguien con una mirada parduzca y muchos
tatuajes. Tal vez era por la sangre que compartían. Y para
qué hablar de Seokjin y su lengua afilada. El niño tenía a
quien salir.
En respuesta, Jimin solo volvió a carcajearse. Pero cuando
Taehwan se pegó a su lado, se sobresaltó.
— ¡Yah, mocoso! ¿Qué crees que haces?
— Córrete hacia el otro extremo, me quiero sentar a tu lado
para comer mi helado. Me caíste bien, así que he decidido
darte un lugar en mi mesa.
— ¿Tu mesa? —Jimin boqueó—. Jodido tramposo, para que
sepas, estuve sentado aquí primero.
Seokjin pensó que Jimin se negaría, hace unos minutos
yacía demasiado renuente a quedarse, sobre todo con él.
Creyó que justo ahora se levantaría, diciéndole a Taehwan
que no podría quedarse, pero para su sorpresa, Jimin cedió
a las exigencias del niño en completo silencio,
acomodándose al otro extremo para que Taehwan se sentara
a su lado.
Taehwan pidió un helado doble. Seokjin una hamburguesa
y Jimin se animó con unas papás fritas. Lejos de lucir
intimidados, la mesa se sumió en una conversación
agradable, una conversación que solo Taehwan y Jimin
tenían.
— ¿Quieres un poco de mi helado? —Taehwan levantó su
cuchara, pero había una intención en su gesto—. No, creo
que es una mala idea, estás viejo y el hielo podría hacer que
te enfermes.
Jimin se encogió de hombros, restándole importancia.
Agarró una papa, untándole un poco de ketchup en la punta.
— ¿Y tú quieres probar unas de mis papitas? —La acercó a
la boca de Taehwan—. No, creo que es una mala idea, no
tienes dientes para mascar.
— ¿Y eso qué más da? —Taehwan se volteó para mirarlo de
frente—. Al menos a mí me van a crecer, en cambio a ti, se
te van a caer.
Jimin se halló sin respuesta.
Jamás lo habría permitido o peor aún, admitido. Pero existía
algo alrededor del niño que lo volvía tan blando. Él ni
siquiera sabía por qué había aceptado quedarse, pero allí
estaba, comiendo una porción de papás fritas mientras le
hacía compañía a un mocoso completamente desconocido
solo porque se lo había pedido.
— Taehwan —Seokjin llamó su atención—. Come tu
helado, se está derritiendo.
— Sí, papá.
Obediente, el niño se arrodilló sobre su asiento para sentirse
más cómodo y comenzó a comer su helado. Jimin no dejó
de mirarlo. Lo único que Taehwan había heredado de la
familia Jeon era el cabello azabache. Todo lo demás Jimin
lo atribuyó a su otro padre. Su cabello era rizado. Y el color
de su piel era tan blanca como un papel, ocasionando que el
azabache de su cabello y el esmeralda de sus ojos resaltaran
de inmediato. Los hoyuelos en sus mejillas se le hacían
familiar.
Entonces comprendió por qué él niño había logrado meterse
bajo su piel en solo segundos. Taehwan se parecía mucho a
su hermano mayor, Namjoon. Pero decirlo en voz alta sería
demasiado tétrico, sobre todo para Seokjin. Era un hecho
que se sentiría disgustado al saber que comparaba a su
precioso tesorito con un desconocido que incluso estaba
muerto.
Observando la hora en su reloj de muñeca, maldijo a lo bajo.
Se le había hecho tardísimo. Mirando por el ventanal, notó
como el sol comenzaba a esconderse entre las montañas. El
tiempo junto al mocoso había pasado demasiado rápido.
— Tengo que irme —Cogió su mochila y el obsequio—.
Tengo un compromiso.
— ¿Qué, tan pronto? —Taehwan puso ojos de cachorro—.
Pero ni siquiera llegamos a la mejor parte.
— ¿Mejor parte? —Jimin le miró con curiosidad, pero
estaba vez no estaba dispuesto a ceder, él en verdad tenía
que irse—. ¿Y cuál sería?
— En la que te invito a mi casa a jugar.
La mirada de Jimin se enterneció. A él de hecho le habría
encantado aceptar, pero de todos modos no estaría bien. Aún
se negaba a permanecer cerca de Seokjin e ir a su casa sería
demasiado extraño. Pero cortar las esperanzas del niño sería
desgarrador.
— En otro momento —Fue todo lo que dijo, levantándose
finalmente.
Colgándose la mochila sobre el hombro, lanzó una mirada a
Seokjin, dándole un asentimiento de cabeza como
despedida. Se acercó a Taehwan y le alborotó los risos.
Dirigiéndose a la salida, la voz del niño le detuvo.
— Hey, Jimin. ¿Volveré a verte?
— Claro que sí, mocoso —Sonrió—. Es un pueblo pequeño,
así que nos veremos por ahí supongo.
Un toque al timbre y un par de segundos fueron suficiente
para que Yoongi lo recibiera en su departamento. Su
agradable sonrisa y sus ojos risueños le advertían que se
alegraba de verlo. Pasando un brazo sobre sus hombros,
Yoongi lo condujo hasta la sala, preguntándole qué quería
beber.
— Una cerveza está bien —Asintió, perdiéndolo de vista.
Lanzó una mirada alrededor.
Había varias personas, alguna de ellas ni siquiera las
conocía. El volumen de la música era cómodo y todos
charlaban entre sí. De repente, su inspección se detuvo en la
pareja felizmente acurrucada en el amplio sillón, sus
entrañas se contrajeron dolorosamente y apretó el regalo
entre sus manos, nervioso.
Fue difícil y desgarrador permanecer allí de pie, reuniendo
la fuerza necesaria para no retroceder hasta la puerta. Intentó
decirse a sí mismo que ese día no se trataba de él, era un día
especial para su amigo, su cumpleaños. Pero ver a la persona
que aún amas, en los brazos de otra persona, era complicado.
Solo habían pasado horas desde el altercado y su mente le
dijo que estaba bien sentirse así de miserable. Pero eso no
significaba que debía lamentarse frente al mundo, él podía
llevar su lamento consigo y sonreír. Había estado drogado y
borracho en ese entonces y era la excusa perfecta para
permanecer frente a Jeongguk como si nada hubiese
ocurrido.
Jeongguk y Soojin estaban juntos ahora. Compartían el
mismo círculo de amigos y muy a su pesar, debía comenzar
a adaptarse. No era el final, ¿Verdad? Ese tipo de cosas
sucedían y no era, ni será el único con ese problema.
— ¡Jimin! —Hoseok exclamó su nombre cuando cruzó el
umbral del balcón, donde Taehyung, Jackson y JB se
fumaban un cigarro, embelesados en una animada
conversación.
Hoseok se lanzó a sus brazos, agradecido. Susurrando en su
oído cuánto le alegraba que estuviese allí con él. Jimin lo
abrazó con el mismo afán. Por el rabillo del ojo, comprendió
que su nombre no había pasado desapercibido cuando sintió
la mirada de Jeongguk.
— Feliz cumpleaños —Le entregó el obsequió—. Esto es
para ti.
Jimin se sintió expectante cuando Hoseok decidió abrirlo
allí mismo. Ese libro había significado tanto en su vida y en
la relación con su padre que realmente deseaba trasmitir lo
especial que era a Hoseok.
— Me encanta —Hoseok se mordió el labio, acariciando la
portada tal cual él lo había hecho—. Los libros y los
animales son mi pasión y tú me trajiste ambas. Es un
hermoso detalle, gracias por eso.
Se había creado un ambiente tan bonito que Jimin se rehusó
a perderlo por dos personas. Había ignorado muchas cosas
dolorosas a lo largo de su vida, esta vez no tenía por qué ser
la excepción.
La velada continuó. Reunidos en los cómodos sofás situados
en el balcón, Jimin se llevó un pedazo de torta a la boca,
asintiendo a lo que Jackson explicaba. El gato de su abuela
había fallecido y el tema de conversación se desarrollaba
entorno a la perdida de una mascota y su importancia.
Todo lo que agradecía, era la tranquilidad que les gobernaba.
Él había asumido algo mucho peor, pero se sorprendió a sí
mismo manteniendo la calma incluso cuando veía la silueta
de Jeongguk paseándose por la sala a través del amplio
ventanal. En momentos, Jimin se sintió observado,
consciente de quién se trataba, pero solo se esmeró en
sonreír y contestar a sus amigos lo que le preguntaban.
Tal vez era necesario, pensó en algún momento. Ver a
Jeongguk y Soojin juntos nuevamente era necesario para
que comenzara a adaptarse a la idea. Ahora ya no estaba ese
sabor amargo ni los retorcijones dolorosos en su estómago.
— Cuando adoptas a una mascota que es tan solo una cría,
se crea un lazo diferente —Jimin comentó en defensa de
Jackson, cuando JB dijo que su abuela solo exageraba—. Se
activa inmediatamente la necesidad de protección. Tienes
que crear un horario para alimentarlo y asearlo. Y es una
secuencia que se repite a diario, entonces dejas de ver al
animal como una mascota.
— ¡Exacto! —Exclamó Hoseok, dando una tragó a su
cerveza mientras meneaba el porro entre sus dedos en señal
de estar de acuerdo—. Es tanta la dedicación que le das, tal
cual se haría con un bebé humano, que terminas por
asumirlo como tu hijo. La abuela de Jackson tiene una
profunda depresión porque en su subconsciente, ella no
perdió un gato, en realidad ella perdió un hijo.
— ¿Un hijo? —JB bufó, negando—. Eso es descabellado,
viejo. No puedes comparar a un animal con un ser humano.
— ¿Por qué no? —Fue el turno de Yoongi, recargando su
brazo en el barandal, tiró la ceniza de su cigarro—. Da igual
si tiene cuatro patas o dos piernas y dos brazos. Todos somos
seres vivos y merecen respeto tanto como nosotros.
— Un animal te puede alegrar el corazón, créeme —
Taehyung asintió—. Cuando Pepe el gato llegó a mi
departamento me cambió completamente la vida. Tuve un
sentimiento de pertenencia, de pronto tuve un incentivo
porque sabía que tenía que cuidarlo y protegerlo.
— No sé, viejo —JB mantuvo su postura— Nunca he tenido
una mascota.
— Por lo mismo —Dijo Jimin, observando cómo Jeongguk
cruzaba el umbral para unirse a ellos. Estaba solo—. Nunca
sabrás lo que se siente si no has tenido la experiencia.
— ¡Maldición! —Jackson gritó, sujetándose la cabeza—.
Entonces solo estamos perdiendo el tiempo con este idiota.
Todos estallaron en una carcajada.
— ¡Hey! —JB alzó las manos—. No me juzguen.
— Da igual —Jackson le dio un zape—. Deja de hablar,
idiota.
Entonces comenzaron a hablar de otra cosa. De pronto Jimin
estuvo demasiado ocupado cuando su celular vibró con un
mensaje.
SEOJOON:
¿Qué tal la reunión?
21:00 p.m.
JIMIN:
Agradable. A Hoseok le encantó mi regalo.
21:02 p.m.
Taehyung se arrimó a su lado, intentando husmear al
respecto, mirando hacia la pantalla encendida de su celular.
Jimin lo escondió.
— ¿Con quién te mensajeas? —Había una sonrisa pícara en
su rostro—. ¿Es el tipo con el que te fuiste anoche?
Notó cómo Jeongguk dejó de prestarle atención a Yoongi
para mirarlo. Entonces supo que estaba atentó a lo que
Taehyung le decía. Era un ambiente cerrado y Jeongguk
estaba cerca.
— No me fui con nadie, tonto —Intentó lucir casual. El
nombre de Seojoon vibró en la pantalla de su celular una vez
más.
— ¡Es un chico, acabo de ver su nombre! —Taehyung se
arrimó otra vez.
Jeongguk apretó la mandíbula, dándole un trago tosco a su
cerveza sin dejar de mirarlos. Ni siquiera intentaba
disimular. Yoongi le comentó algo y él simplemente se
encogió de hombros, murmurando.
— Estás delirando —Jimin lo codeó para alejarlo.
Cuando lo vio ocupado sirviéndose una bebida, Jimin
aprovechó para centrar su atención en su celular.
SEOJOON:
Me alegro. Dile que tu viejo amigo le manda saludos.
21:05 p.m.
JIMIN:
Ni siquiera lo conoces. Pero pensaré al respecto. De todos
modos estoy por irme. ¿Vienes por mí?
21:10 p.m.
SEOJOON:
Estoy cerca. ¿Voy ahora?
21:11 p.m.
JIMIN:
Sería ideal. Te espero.
21:12 p.m.
SEOJOON:
Primero pasaré por algo para comer. ¿Sushi o pizza?
21:12 p.m.
Jimin arrugó el ceño. No se le antojaba nada de eso en
realidad. Él tendría que advertir a Seojoon acerca de sus
nuevos gustos por la comida. Sonriendo, propuso:
JIMIN:
Ninguna de las dos. Cocinaré algo para los dos en casa, ¿te
parece?
21:13 p.m.
SEOJOON:
Si es igual de delicioso que el desayuno que hiciste para mí
hoy... ¡Encantado! Llego en 10.
21:13 p.m.
— Estás sonriendo —Taehyung lo acusó burlesco.
— ¡Claro que no! —Levantó la cabeza de su celular,
notando que todos le miraban.
— De hecho estás sonriendo —Hoseok se sumó.
— Estás sonriendo y además te has sonrojado —Jackson lo
señaló con el mentón—. ¿Quién es el suertudo?
— ¡¿Qué?! —Abriendo los ojos de par en par, lució a la
defensiva—. ¿Por qué todos asumen que tengo a alguien?
— Porque ayer te fuiste de la fiesta sin decir nada —Yoongi
movió las cejas, traviesos.
— Y porque hoy te vimos bajar de un auto que nunca antes
vimos —Hoseok dijo—. Incluso observamos cuando te
bajaste y te acercaste a la ventana del conductor para darle
un beso.
Bien, eso del beso era una completa mentira. Jimin no supo
si Hoseok estaba exagerando para darle celos a Jeongguk,
cosa que funcionaba a la perfección, o porque en realidad
malinterpretó todo. Él se había arrimado a la ventana porque
había olvidado su mochila y Seojoon se la había pasado.
Estaría descaradamente mintiendo si decía que la expresión
dura de Jeon Jeongguk no le causó placer absoluto. De
hecho le encantaba que comenzara a hacer conjeturas en su
mente, desde la distancia Jimin podía oír las tuercas de su
mente maquineando. Le fascinaba que pensara que no
estaba perdiendo el tiempo después de ver cómo se follaba
a su ex frente a sus ojos.
Jimin se sentía maravillado.
Entonces su celular comenzó a sonar con una llamada
entrante de Seojoon y todos se callaron, expectantes.
— ¿No vas a contestar? —Yoongi lo molestó, señalando el
celular con el mentón.
Jeongguk apretó la lata entre sus manos. Yacía cabizbajo. El
tic en su pierna le advertía a Jimin lo furioso que estaba. Sus
amigos estaban haciendo un gran trabajo, descubrió que
estaban intentando darle celos a Jeongguk cuando JB lo
apuntó sigilosamente, tapándose la boca para evitar reír y
arruinarlo todo.
— No es necesario —Jimin guardó su celular—. Vienen por
mí.
Desde la distancia, se escuchó el pitido de una bocina y
Taehyung se acercó al barandal, soltando un silbido.
— Esos fue rápido, J. Porque tu carruaje ya está aquí.
Y como si se tratase de una estampida, todos, menos
Jeongguk, se acercaron al barandal para husmear.
Extrañamente Seojoon había cambiado el Toyota por una
camioneta blanca, pero Jimin estaba lejos de sospechar algo
al respecto.
— Romeo, Romeo, dónde estás que no te veo... —Jackson
comenzó a burlarse con los brazos abiertos hacia el vacío,
provocando un par de risas.
Harto, Jeongguk se levantó, empujando bruscamente un
sofá al salir. Todos voltearon a verlos, ligeramente
sorprendido.
— No entiendo porque se molesta —Hoseok hizo un
mohín—. Fue él quien se metió entre las piernas de otra
primero.
— Tsk... —Bufó Jackson—. Soojin ni siquiera nos cae bien.
— Se lo merece —JB bebió de su cerveza, volviendo a su
sitio—. Le pasa por sustituir un exquisito coctel por agua
ardiente.
— Espera... —Jackson maquineó de pronto—. ¿Estás
comparando a Jimin con alcohol?
JB se encogió de hombros. Todos rieron.
— Solo dedícate a ser feliz, Jimin —Yoongi le guiñó—. Así
que ahora ve con tu galán y disfruta. Y si no funciona, aquí
estamos nosotros.
— ¡Sí! —Hoseok se alzó un poco tambaleante con la lata de
cerveza—. ¡Hagamos un brindis por eso!
Jimin estaba realmente tentado en aclarar que no se trataba
de una conquista, sino todo lo contrario. Pero le gustaba esta
nueva sensación. Le encantaba que todos asumieran que
Jeongguk no lo era todo en su vida y que podía seguir,
incluso contando con su apoyo.
Se despidió de cada uno con un abrazo y un sonoro beso en
la mejilla. Todo lo contraria a cómo llegó, se iba con una
inmensa sonrisa plasmada en el rostro sonrojado.
Se detuvo abruptamente cuando vio a Jeongguk en la isla de
la cocina, situada justo al lado de la puerta principal. Se
fumaba un cigarro. Lucía ligeramente tranquilo, pero Jimin
sabía que lo estaba esperando.
Aferrándose a la correa de su mochila en su hombro, se
armó de valentía para avanzar hacia la puerta sin siquiera
mirarlo.
— ¿Quién es? —Jeongguk preguntó cuándo le vio girar el
pomo de la puerta.
Jimin ni siquiera volteó, abandonando la residencia,
simplemente respondió lo suficientemente alto:
— Sin duda alguna alguien mil veces mejor que tú, jodido
idiota.
Capítulo 45
Quietud. Esa sensación suave que extendía sus raíces para
volver de su alma afectuosa. La quietud le trasmitía silencio
y el silencio le permitía escuchar.
La quietud estaba en el fresco césped donde se hallaba
recostado. La vio instalarse en el amplio cielo azulado
donde sus ojos permanecieron fijos. La quietud se esparcía
entre los dedos de Taehyung acariciándole los risos.
¿La droga había hecho su efecto? No lo sabía, a esas alturas
ya ni siquiera podía diferenciar entre estar drogado o no.
Cuando hay un constante abuso de sustancias, el efecto deja
de ser el mismo y él estaba plenamente consciente de eso,
porque lo hacía sentir molesto, comenzando a desear algo
mucho más fuerte que unas ordinarias anfetaminas.
— Estás demasiado quieto —Taehyung le quitó el flequillo
de la frente, dibujando círculos en su piel lisa—. Sé que
cuando hay excesiva quietud en ti, no significa nada bueno.
Jimin no contestó. Continuó vislumbrando los pequeños
matices que las nubes creaban alrededor del cielo.
Dos semanas desde la llegada de Park Seojoon. Ese día,
Jeongguk y él cumplían un mes separados oficialmente.
Pero Jimin no sabía cómo se sentía exactamente. No podía
sentir nada. No podía pensar nada. Bloqueado. Consternado.
Él no se había tenido mucha confianza en realidad. Mirando
en retrospectiva, imaginó que esa relación fallida solo sería
temporal. En algún momento estuvo dispuesto a que solo
fuera temporal. Confió en que Jeongguk y él podían volver
en cualquier instante, pero los días no hacían más que
aumentar y ellos aún no eran capaz de buscarse. Supuso que
todo se arruinó exactamente el día en que le vio en otros
brazos, inhalando otro aliento, otro cobijo y tacto.
Estaba bien, él aún podía reconocer lo dolido que se sentía
incluso ahora. Sus entrañas bramaban al respecto y su
corazón lloraba una clase de lamento. Sucedía cuando te
enamorabas por primera vez, sucede cuando eres ingenuo y
simplemente quieres entregarlo todo, porque ese amor
potente e irreal te consume.
Había estado interesado en Jeongguk por un largo tiempo,
incluso mucho antes de que Jeongguk fuese capaz de notar
su presencia. Se fijó en él por primera vez en el receso, en
su primer año de universidad, la semana ni siquiera
concluía, pero aquel chico con chaqueta de cuero lucía
interesante. El brillo expectante que le circundaba la mirada
parduzca cuando miraba a las personas a los ojos, la
confianza al caminar, el cómo era incapaz de temerle a
absolutamente nada.
Jimin quiso esa seguridad.
— ¿Quién es él? —Le había preguntado a Daehyun, su
padrino de carrera. Parecía llevar más tiempo y le había
visto interactuar con varios.
Daehyun levantó la cabeza de su libro de estudio y observó.
Sintiéndolo como una eternidad, Jimin se encogió en su
asiento cuando Daehyun se quitó los lentes, mirándole con
excesiva seriedad.
— ¿Te doy un consejo?
Jimin asintió, mirándolo como un cachorro de pronto
asustado. Tímido ante alguien que obviamente era mucho
más adulto y avanzado que él. Entonces Daehyun dijo:
— Llevo en esta universidad lo suficiente para saber lo que
es bueno y malo —Señalando discretamente, se dirigió a
Jeongguk—. Escoge a todos, menos a ese.
Jimin siempre fue un aventurero por naturaleza. Imprudente
a su manera y temerario como ninguno. Lo predijo la
obstetra cuando lo sacó del vientre de su madre. De mirada
despierta, Jimin vino al mundo bostezando y no llorando
como lo haría un bebé usualmente. La enfermera sólo lo
reafirmó cuando lo depositó en la balanza pediátrica para
pesarlo y Jimin volteó bruscamente, casi cayendo al suelo.
Él definitivamente sería un chico arriesgado.
Fue que la sutil advertencia de Daehyun no hizo más que
reafirmar sus sentimientos, activando en él esa sed de
peligro, de adrenalina. Anhelando la fantasía de
experimentar qué se sentiría yacer entre los brazos del
temido Jeon Jeongguk.
Y entonces, cuando por primera vez interactuó con él
realmente, cuando Jeon Jeongguk se quitó el disfraz de
chico malo y se permitió mostrar su verdadero yo, Jimin
descubrió que era frágil e indefenso. Comprendió desde
aquel entonces que Jeon Jeongguk era incluso más débil que
la propia debilidad en sí. Jeongguk vivía a diario con
demonios internos, demonios que lo hacían gritar a mitad de
la noche, que lo mantenían paranoico la mayor parte del día.
De pronto, Jimin había encontrado su complemento. La
similitud de un sufrimiento que compartía con Jeongguk
dejó de hacerlo sentir solo, como si fuese una clase de bicho
raro. Había encontrado un compañero que podía entender su
dolor y ser cómplice de eso.
— Él no es malo, ¿Sabes? —Jimin dijo de pronto, volviendo
a la realidad, sacando en Taehyung un jadeo sorpresivo.
— Es él quien te tiene tan pensativo. Jeongguk...
Jimin se mantuvo mirando el cielo, dejando que Taehyung
continuara con sus suaves toques. Un par de pájaros piaban
más allá.
— Ha hecho cosas malas, pero no lo convierte en una mala
persona —Jimin pensó mejor sus palabras, intentando
ordenar sus pensamientos—. Hizo buenas cosas por mí la
mayor parte del tiempo. Fue atento, dulce y agradable.
— También intentó ahorcarte y volvió con su ex para darte
celos —Taehyung fue mordaz, pero no había enojo en su
voz.
Las circunstancias dadas no hacían de Jeongguk menos
culpable, Jimin era consciente. Pero también sabía que él
mismo fue participe de los arrebatos, porque buscó
enfurecerle sabiendo acerca de sus problemas de ira. Jimin
se metió y se internó en el peligro sensato en lo que podía
pasar. Eso lo hacía responsable también.
Ni Jimin había perdido a Jeongguk ni Jeongguk había
perdido a Jimin, simplemente ambos se habían perdido
finalmente. El maltrato físico marcaba, pero con el pasar del
tiempo se desvanecía. El maltrato psicológico no, eran
filosas dagas que te penetraban el alma para nunca más salir.
El que Jeongguk haya vuelto con Soojin sólo reafirmaba lo
desesperado que se sentía por el quiebre de una relación
fallida en un intento por llamar su atención. Jimin lo notó,
se dio cuenta de la forma en cómo Jeongguk intentaba
seguirle discretamente cuando estaban juntos alrededor de
sus amigos, en cómo dejaba sola a Soojin para ir detrás de
él sutilmente.
Y aun así, ninguno de los dos estaba dispuestos a buscarse.
Ellos parecían sobrevivir a base de miradas discretas,
miradas incapaces de durar más de tres segundos porque tal
vez se sentían aterrados de cometer el mismo error.
Jimin finalmente se sentó sobre el césped, mirando
fijamente al canela opaco de Taehyung. Observándolo tan
fijo como pudo, quiso confesarlo por primera vez, porque
era un sentimiento que lo hacía sentir ahogado y necesitaba
soltarlo:
— Lo amo.
Taehyung pareció enmudecer por un momento. Alzando la
mano, acunó la mejilla de Jimin, en un acto que reflejaba
tristeza.
— Tú no lo amas, cariño. Lo que sientes en este momento
es obsesión.
Jimin negó, pero no escapó de su tacto. No podía ser
obsesión lo que sentía, hace algún tiempo comprendió que
la necesidad por Jeongguk iba más allá de eso.
— Lo amo —Repitió—. Lo amo demasiado.
— No intentes engañarte a ti mismo.
— No lo entiendes...
— Lo hago, es por eso que intento ser sincero al respecto —
Acercándose, susurró para que sus palabras fueran
esparcidas por el viento inquieto—. ¿Sabes por qué no
puedes amarlo? Porque eres incapaz de amarte a ti mismo.
Y una persona que no se ama lo suficiente, no puede amar a
nadie.
Jimin tragó el espeso nudo. Las palabras directas de
Taehyung lo habían llevado a entender otra realidad, una
realidad para nada parecida a la que pretendía llevar, por eso
dolía tanto, porque en el fondo de su corazón sabía y
comprendía que era verdad.
Taehyung continuó:
— Yoongi, Hoseok, Jackson, JB, Jeongguk... Ninguno de
nosotros lo merece, somos incapaces de avanzar porque no
tenemos el amor propio que nos hace falta. Es quizás por
eso que nos necesitamos tanto los unos a los otros,
intentamos suplementar el cariño del cual carecemos.
Cada uno de ellos en su propia lucha, tratando de buscar un
sitio donde poder pertenecer. Un sitio donde no tuviesen que
salir lastimados una y otra vez, encontrándose frente a frente
con las peores pesadillas del pasado. Cada uno de ellos era
tan miserables como Jimin lo era.
Taehyung continuó:
— ¿Y sabes qué es lo más triste de todo esto? —Una sonrisa
cansada tiró de las comisuras de sus labios—. Es que somos
conscientes de absolutamente todo, pero no hacemos nada
al respecto. Tan poco nos amamos que no nos importa.
Jimin frunció el ceño. Ese no era el Kim Taehyung que
conocía, su mejor amigo, aquel que siempre intentaba ser
optimista a pesar de la tempestad. Algo estaba muy mal allí,
lo presentía, lo sentía en el ambiente, alrededor de
Taehyung, como si estuviese desgastándose poco a poco.
— ¿Qué te pasa, Tae? Tú no eres de esta forma.
Taehyung siempre fue el primero en intentar salir adelante.
Él realmente quería intentarlo, las circunstancias jamás
habían sido un impedimento. Pero desde hace algún tiempo,
Taehyung no hacía más que desmotivarse respecto a la vida,
como si de pronto hubiese perdido todas sus esperanzas.
— Simplemente soy realista —Encogiéndose de hombros,
intentó quitarle importancia.
Pero no había brillo en su mirada, sus ojos nunca habían sido
tan opacos como ahora. Esa luz que lo caracterizaba había
dejado de brillar. Jimin se sintió alarmado.
— Desde hace algún tiempo comenzaste a ocultarme cosas.
¿Por qué?
— Somos como hermanos, Jimin. Pero eso no significa que
debamos contarnos todo. Así funcionamos, ¿No? Lo sabes.
Reclamar al respecto sería egoísta. Jimin era consciente en
que jamás podría ser sincero con Taehyung respecto a la
violación, porque se sentía temeroso y avergonzado. Había
cosas que hacían sentir a Taehyung temeroso y avergonzado
también, estaba en todo su derecho a guardar silencio tal
cual él lo hacía.
— ¿Al menos puedo ayudarte?
Taehyung negó.
— A estas alturas ni siquiera yo mismo puedo ayudarme —
Bufó una risa—. Créeme, lo intenté.
— Por favor...
— Solo ayúdame a seguir viviendo, Jimin. Ayúdame a hacer
de esto algo memorable, que haya valido la pena y que
llegue hasta donde tenga que llegar.
Jimin describió el sentimiento que le circundaba como
amargo. Hacía de su corazón un bombardeo inquieto y sus
entrañas se contraían dolorosas. De pronto, hubo un ligero
ahogo también.
— Te amo —Jimin susurró, sintiendo la humedad emerger
de entre sus ojos—. Lo sabes, ¿Verdad? Te amo demasiado.
— Lo sé —Asintió efusivamente, rodeándole los hombros
para atraerlo en un abrazo—. Yo también te amo demasiado.
Y gracias, gracias por ser esa pequeña estrella que vino a
entregarle un poco de luz a mi mundo.
— ¡Yah! —Jimin lo empujó, su labio inferior comenzando
a temblar por el llanto que amenazaba con salir—. Luces
como si te estuvieses despidiendo.
La sola idea de perder a Taehyung lo volvía vulnerable una
vez más. Era parte de su soporte, un pilar fundamental que
si se marchaba, lo dejaría destruido para siempre.
Taehyung soltó una carcajada.
— ¡Claro que no, tonto! Yo aún seguiré aquí para hacerte la
vida imposible —Pellizcándole un cachete, lo zarandeó—.
¿Crees que podría irme y dejar a esta oveja descarriada sola?
Serías capaz de destruir el pueblo en solo segundos.
Una noche cargada de enigma se avecinaba. En un pueblo
pequeño la voz corría más rápido de lo usual, había fiesta en
las ruinas. Ante un anonimato que duró meses, la clase jovial
se sentía emocionada, expectante frente a unas de las
celebraciones más grandes y alborotadas.
Jimin sentía cierto pavor al respecto. No tenía buenos
recuerdos respecto a las ruinas y sabía que cada vez que las
pisaba nada bueno ocurría. Quizás era por el desenfreno, el
abuso excesivo de alcohol y drogas. La vibra se volvía
insoportable y entonces cosas malas sucedían. Pero
Taehyung y Hoseok eran los más emocionados, entonces él
no pudo decir que no.
El ocaso pigmentó de naranja el cielo. Siguiendo los últimos
rayos del sol, Jimin miró las inmensas montañas, justo allí,
hacia el horizonte. Sorbiendo por la nariz, se metió las
manos en los bolsillos de sus jeans, vislumbrando la pintura
blanca de casa.
La última dosis de anfetamina que había jalado con
Taehyung antes de partir a sus respectivos hogares para
prepararse para la fiesta, lo había dejado ligeramente
aturdido.
Envuelta en una manta, mamá veía una película recostada
en el sillón de la sala. Parado bajo el umbral, la observó
sigilosamente antes de hacerse notar. Había algo agradable
al respecto, sobre cómo la situación había evolucionado
demasiado bien pese al miedo.
El único recuerdo que había acarreado de pequeño era ver a
mamá desparramada sobre algún sillón de la sala con una
botella vacía de whisky apenas colgando de su mano. Y
sobre la alfombra, un bote de Valium con algunas pastillas
alrededor.
Poco a poco sus memorias iban siendo sustituidas y Jimin
no ignoró el hormigueo de calidez que le invadió de pronto.
Mamá había pasado por muchas tristezas antes de lograr
permanecer sobria y Jimin se sentía orgulloso.
El instinto de mamá al verle fue hacerle un hueco sobre el
sillón y abrir la manta para acurrucarlo entre sus brazos,
depositando un efusivo beso sobre sus risos. Sintiendo el
suave respirar de mamá sobre su nuca, centró la mirada en
el televisor. Era una película francesa y estaba tan drogado
que no lograba comprenderla en absoluto, dejándose llevar
por las imágenes a ratos distorsionadas.
— ¿Soy demasiado vieja para volver a ser madre?
La vaga pregunta de mamá le hizo despabilar. Girando la
cabeza, la miró y luego la miró un poco más, intentando
descifrar las intenciones de sus palabras.
— Bueno, estás vieja, pero creo que nunca se es demasiado
viejo para... ¿Criar?
Lejos de sentirse insultada por la honestidad de Jimin, se
apresuró a delinearle el contorno de las cejas como un
reflejo que siempre tuvo ante él, recordando lo hermoso que
ha sido desde que salió de su vientre, como un pequeño
querubín. Sonriendo gentilmente, se animó a preguntar:
— ¿Y qué opinas acerca de agregar un nuevo integrante a
nuestra pequeña familia?
Jimin hizo un mohín, concentrándose en el collar que
adornaba el cuello de mamá, comenzando a jugar con él.
— Mmm... ¿Algo así como una mascota?
Mamá bufó en negación ante el desinterés de Jimin. Lucía
más atraído a jugar con el collar en su cuello que en la
conversación que intentaba tener.
— ¿Eres al menos consciente de lo que te estoy hablando?
— Claro que sí, mamá —Jimin movió ligeramente la
cadena, intentando ver si el dije brillaba ante la luz de la
televisión—. Estamos hablando sobre lo vieja que eres.
— ¡Yah, Park Jimin, no me estás escuchando!
— ¿Qué? —Mirando a mamá con ojos amplios, intentó lucir
inocente.
Suspirando, golpeó ligeramente la cabeza de Jimin para
regresarlo a su sitio. Embelesado con el dulce aroma de
mamá, se abrazó a ella, escondiendo el rostro en la curva de
su cuello.
— Me refiero a un hermanito —Acarició los risos de
Jimin—. Desde hace algún tiempo he pensado en adoptar
y...
Se detuvo, esperando que Jimin fuese capaz de decir algo.
Pero Jimin simplemente permaneció enterrado en su pecho,
completamente quieto. Mamá continuó:
— Yo sé que es un tema complicado, sobre todo por las
circunstancias, pero lo necesito. Necesito comenzar a hacer
las cosas bien y de algún modo enmendar todos mis errores,
liberarme de esta culpa que aún me atormenta.
Jimin no se sentía egoísta al respecto. Y exactamente no
sabía cómo se sentía en realidad. Pero si de algo estaba
seguro, era que estaba muy lejos de sentirse reacio ante la
extraña idea.
Mamá nunca había sabido ser madre. Ella nunca tuvo la
dicha de criar correctamente, de entregar esa clase de amor
incondicional que nace naturalmente. Simplemente se
dedicó a hacer todo mal. Presa de un vicio, hizo la vida de
sus hijos amarga.
Abrazándose a Jimin, recargó el mentón sobre su cabeza
escondida.
— Sólo quiero que sepas que nadie llegará a sustituir el
amor de Namjoon y el tuyo. Aún intento enmendar mis
errores contigo, pero soy consciente de que has crecido lo
suficiente para asumir que en cualquier momento
emprenderás tu propio viaje.
Y entonces ella se quedaría completamente sola, Jimin
asumió. En algún momento él habría deseado que muriera
con la soledad como su única aliada, pero ahora el contexto
era diferente y sus pensamientos también.
— Lo entiendo —Dijo finalmente. Saliendo de su escondite,
se recargó sobre su codo para encarar a mamá—. Deseas
entregar el amor que nunca pudiste. Deseas ser la madre que
nunca fuiste.
— Alguien nos necesita —Mamá le acunó el rostro, de
pronto orgullosa por el recibimiento—. Y nos haría bien,
¿No crees? Ayudaríamos y entregaríamos un buen hogar a
alguien que sufre.
Poco a poco la emoción que mamá trasmitía fue tejiendo un
sendero hacia sus sentidos, forzándolo a de pronto sonreír y
atreverse a fantasear un poco al respecto. De cierto modo,
sería agradable. La casa era grande y dos personas en ella
no la llenaban lo suficiente. Un niño o una niña le darían la
luz que necesitaba.
Podían hacer la diferencia a su pasado tormentoso. Evitar
que alguien viviera lo mismo.
El reloj en lo alto de la pared marcó medianoche cuando
Jimin se acomodó la chaqueta sobre los hombros. Lanzando
un vistazo a su reflejo en el espejo, observó sus facciones
que pese a las circunstancias, demostraban estar más sanas.
Era agradable notar que el rosa teñía nuevamente sus
mejillas y las bolsas grisáceas bajo sus ojos habían
desaparecido por completo. Él incluso había conseguido un
poco más de peso.
— Te ves precioso —La voz de mamá le asustó. Yacía
recargada bajo el umbral con los brazos cruzados, una
sonrisa le endulzaba las facciones.
Acercándose con un danzar silencioso, mamá le arregló la
chaqueta y Jimin se congeló.
En momentos, Jimin aún demostraba sentirte inquieto ante
su tacto, ella podía percibirlo perfectamente. Le lastimaba
profundamente, pero también comprendía que se trataba de
un proceso donde aún estaban trabajando la confianza. Por
ahora, ella lo estaba haciendo muy bien, lo sabía porque
Jimin la dejaba traspasar esa zona personal que él apartó de
ella durante años.
— Mamá...
— Ten cuidado, ¿Sí?
Jimin sonrió. Había estado en peores circunstancias y a
nadie le había importado su seguridad. A través del tiempo
aprendió como sondear a través del peligro. A veces, bajo el
dopaje de las drogas, sentía que era incluso hasta invencible.
Salir de casa para ir a una tonta fiesta no era absolutamente
nada en comparación, pero entonces existía una diferencia
ahora y aunque era demasiado tarde para aceptar la
preocupación de mamá, sus palabras habían significado
algo, un sentido de pertenencia, un lugar en dónde alguien
le estaría esperando. Mamá finalmente estaría en casa.
— Lo haré —Dijo, tomando sus manos para besarlas—. Me
cuidaré, mamá.
Desde la distancia, el rugir de un motor les advirtió que era
el momento, Yoongi, Hoseok y Taehyung habían llegado.
Unos segundos después, la bocina comenzó a sonar y el
grito de Taehyung les hizo asomarse por el balcón.
— ¡Vamos perra, mueve tu gordo culo hasta aquí! —
Apoyado en la ventana del camaro de Yoongi, Taehyung
reparó en la otra presencia, una que claramente no
esperaba—. Oh... mierda. ¡Hola, tía mamá de Jimin!
— Hola, Tae —Alzó la mano—. Es bueno verte otra vez.
— Tía mamá de Jimin, ¿Le puede decir a su precioso retoño
que mueva su robusto trasero hasta aquí, por favor?
— ¡Jimin, dice Tae que muevas tu enorme culo hasta el auto!
— ¡Mamá! —Jimin se sonrojó, provocando una carcajada
al unísono.
Lo que más odiaba Jimin de las ruinas, era la tierra. El polvo
que se levantaba por la brusquedad de las llantas al frenar y
de los zapatos al caminar. Era una clase de castillo
tradicional donde a través del tiempo la putrefacción fue
desmoronando sus gruesas paredes, dándole un aspecto
tétrico, casi embrujado.
Aferrado a la mano de Taehyung, se dejó conducir hacia la
oscuridad, donde las luces de neón titilaban. En algún rincón
de la enorme residencia, encontraron a su grupo de amigos
instalados, bailoteando alrededor.
— Tienes que probar esto —Hoseok le acercó una botella
con alcohol a los labios—. Yoongi lo compró hace unos días
y es delicioso.
Desde esa tarde, donde la insistencia por asistir a la ruinas
había sido desesperante, Jimin no había dejado de sentir una
clase de intranquilidad. De hecho, él jamás se había
rehusado a ir a una fiesta, pero esta vez algo divagaba en el
aire, una clase de vibra negra, maliciosa.
El ambiente estaba motivado, no mentiría. La música era
demasiado buena, forzándole a moverse con el ritmo. Había
risa por doquier y de pronto era bueno ver a casi todo el
pueblo reunido. Él quería pasarla bien también, fue que
decidió aceptar lo que Hoseok le tendía, propinando un
profundo trago, cerrando los ojos ante el licor quemando su
garganta.
— ¡Joder! —Aulló, sacudiendo la cabeza, provocando que
el efecto se disparara, mareándolo—. Esta mierda está
buenísima. Sabe a canela.
— ¡Sí!
Imitándole, Hoseok se puso a la par, fue que decidieron
beberse la botella entera entre ambos. Un porro corrió entre
ellos, recargado en la pared, Taehyung se acercó a sus labios
sin rozarlos, pasándole el humo.
Dejando que la bruma creara su propio sendero por su
organismo, Jimin se relajó, simplemente dejándose llevar.
Siendo guiado a la pista por Hoseok y Taehyung, bailaron
por un momento, riendo, revoloteando entre ellos, momento
donde todo lo demás desapareció, incluyendo el tiempo.
El alcohol y los efectos de la marihuana estaban mermando,
instante exacto donde estaban preparados para recibir algo
más fuerte, esa clase de vitalidad que le ayudara a continuar
con la diversión.
Reuniéndose en una esquina con el grupo, Yoongi se acercó
a ellos, desenvolviendo un papel. Había mezclado un par de
anfetaminas con cocaína. Jimin fue el primer en tomar su
dosis.
No supo en qué momento divisó la cabellera rojiza de Soojin
entre ellos, eso significaba que Jeongguk había llegado.
Estaban tomados de la mano. La aflicción que siempre
aparecía cuando les veía fue persistente, sus entrañas
bramaban por el impacto, pero esta vez se forzó a dejar de
actuar al respecto, simplemente aceptándolo, asumiendo la
derrota.
El ánimo de Jeongguk había cambiado hace algún tiempo,
como si estuviese en sincronía con Jimin. Había comenzado
a pelearse más de la cuenta y sus actitudes eran más
violentas de lo usual. Su tosco rostro llevando consigo
constantes heridas frescas. Un moretón sobresalía de su
pómulo derecho, llevaba el labio inferior roto y cuando
recibió la botella que Jackson le tendió, Jimin notó lo
molidos y costrosos que estaban sus nudillos.
Freak On a Leash de Korn puso eufórica a la multitud.
Dando un trago a una botella que ni siquiera sabía lo que
contenía, Jimin bramó ante el ardor. El entornó cobró vida,
girando a su alrededor, su cabeza en cualquier momento
estallaría.
Fue que se sintió observado. Era una sensación que conocía,
se había acostumbrado tanto a ese espionaje discreto que se
animó a encontrar su mirada a través de la luz tenue. Sabía
dónde precisamente se hallaba, como una corriente que solo
ambos sabían, una corriente que siempre les permitía
encontrarse.
Notó que el pardo que le caracterizaba se hallaba oscuro,
peligroso, enviando un hormigueo por todo su cuerpo,
volviéndolo débil. Algo nuevo había nacido en ese instante,
esa clase de deseo que estuvo quieto hace un tiempo cobraba
vida de pronto. Y le gustaba, le gustaba como la mirada de
Jeongguk se volvía hambrienta lentamente, deseándolo.
Los estragos de lo consumido estaban haciendo un efecto
entre ellos, despojándolos de la realidad, propinándoles la
valentía suficiente para animarlos a hacer realidad lo que
tanto habían fantaseado. De pronto, ellos podían seguir el
hilo de sus pensamientos, podían saber lo que el otro quería.
Jeongguk se llevó la botella a los labios, propinando un
sorbo. Con una mano en el bolsillo, le hizo a Jimin una seña
con la cabeza para que lo siguiera.
No lo hagas. En lo profundo de su ser, donde su consciencia
se hallaba cautiva, le advirtió. No lo sigas. No vayas con él.
Te arrepentirás. No cedas.
Jimin ni siquiera la escuchó. Antes de siquiera notarla sus
pies se hallaban a mitad de camino. Hipnotizado, clavó sus
esmeraldas dilatadas en esa espalda ancha, cubierta por una
camiseta negra. Jeongguk era alto, incluso a través de la
multitud sería difícil perderlo de vista.
No supo hasta dónde lo condujo, todo lo que Jimin pudo
notar a su alrededor fue un callejón oscuro. El pasillo era
tétrico y casi se pilló retornando ante el ligero miedo.
Ingresando por el esqueleto de una puerta, ingresó a una
habitación, su visión acostumbrada a la oscuridad lo divisó
recargado en la pared.
Entre la adrenalina y el miedo, supuso que lo había
conducido a un sitio apartado, porque la música solo era un
eco entre sus respiraciones. Sus manos comenzaron a sudar
y el bombardeo de su corazón parecía retumbar en sus oídos.
Jimin nunca se había sentido tan nervioso en su vida.
Avanzando, se detuvo en medio de la habitación, un poco
reacio a lo que estaba a segundos de ocurrir. Y como si
Jeongguk fuese capaz de intuir su posible cambio de idea,
comenzó a acercarse. Sus pasos eran lentos, demasiado para
la vulnerabilidad que parecía circundar a Jimin.
Lo estaba acechando, domándolo tan malditamente mal para
luego lanzarse y cazarlo. Jimin estaba atrapado frente un
lobo feroz, y todo lo que pudo hacer, fue retroceder ante su
inminente cercanía.
Tropezando, Jimin cayó hacía atrás, chocando contra una
pared. El imponente cuerpo de Jeongguk creó una sombra
sobre de él. Aproximándose a su oído, susurró:
— No tienes escapatoria.
Había algo en la forma en cómo Jeongguk se cernía sobre él
sin tocarlo. Se sentía desfallecer, tan atraído como un imán.
En cómo lo seducía silenciosamente. En cómo el fuego se
avivaba entre ellos sin siquiera hacer nada aún.
Recargando las manos a los costados de la cabeza de Jimin,
Jeongguk descendió, trazándole la mandíbula con la nariz.
Atraído por su cálido aliento, Jimin buscó sus labios. Fue
cuando finalmente sus bocas se devoraron en un beso
desenfrenado, tan desesperado que a momentos se volvía
desigual.
Sintiendo como la lengua de Jeongguk le profanaba, Jimin
gimió, aferrándose a su sudadera para atraerlo más hacia su
cuerpo con la ilusión de sentirse aplastado.
¡Oh, dios! Cuánto le había extrañado. Ese dulzor mentolado,
su ligera fragancia a lavanda, lo sedoso que se sentía su
cabello azabache cuando enterraba los dedos en él. En ese
momento Jimin estaba dispuesto a tomar todo lo que podía,
todo lo que ansió y añoró.
En algún lugar de su corazón, sabía que era su único amor,
que por más que lo intentase, Jeongguk jamás podría
remplazarlo.
Bajando por la longitud de su cuello, Jeongguk presionó
besos en la piel sensible. Levantándole la polera hasta la
garganta, se metió un pezón a la boca. Jimin boqueó,
sucumbido por el placer. Enterrando los dedos en la nuca de
Jeongguk, le animó a ir más profundo, sintiendo el aleteo de
la punta de su lengua moviéndose en círculos.
Jeongguk lo conocía a la perfección. Sabía cómo
desestabilizarlo en segundos, atacando sus puntos débiles,
sus zonas más erógenas.
No supo en que momento terminaron con la polla del otro
entre sus manos, bombeándose, meneándose para
embestirse en sincronía a medida que jadeaban contras sus
bocas ligeramente abiertas.
No era suficiente. Quería más. Era bastante claro que Jimin
no lo había superado, a Jeongguk, a su relación fallida. El
deseo era tan mordaz que no le importaba. Necesitaba más.
Necesitaba que Jeongguk tomara el control por él una vez
más. Sólo una.
— Jeongguk...
Jeongguk lo sabía, porque lo había ansiado igual o más que
él. Volteando a Jimin contra la pared, le bajó los pantalones.
Haciendo que Jimin le escupiera sobre sus dedos, buscó su
entrada, palpándole para que la intromisión de su polla
hinchada no fuese tan invasiva.
Ingresando de una sola estocada, permaneció quieto,
permitiendo que Jimin fuese capaz de adaptarse.
Recargando la frente contra sus rizos dorados, inhaló
profundamente su característico champú frutal, el mismo
que había dejado olvidado en el baño de su departamento el
día en que decidió dejarlo completamente solo.
Entre la bruma de la calentura y el alcohol, Jeongguk
pareció caer finalmente en cuenta de lo auténtica que era la
situación. Era real, el chico contra su cuerpo era
jodidamente real. Rodeando el torso de Jimin con sus
grandes brazos, lo atrajo en un abrazo, temblando en el
proceso por la conmoción.
Jimin eran tan cálido, tan pequeño y delgado. Siempre había
amado la sensación que trasmitía cada vez que lo
estrechaba, la sensación de protección que brotaba.
Lo había extrañado tanto.
Buscando la mano de Jimin, las entrelazó en lo alto de pared,
iniciando con un lento vaivén. Sumergido entre sus paredes
anales, Jeongguk se despojó de un ronco gemido. Buscando
algún soporte, enterró sus dientes sobre la piel tierna de su
cuello.
Lanzando los brazos hacia atrás, Jimin rodeó los hombros
de Jeongguk, ladeando la cabeza para buscar sus labios.
Preso de una pasión, sintió que el hormigueo en su vientre
bajo crecía, forzándolo a gimotear.
Yendo al encuentro de las embestidas, Jimin apoyó ambas
manos contra la pared, dejando que Jeongguk se apoderara
de sus caderas para hacer de las estocadas cada vez más
veloces. Divagando por su abdomen, sintió el roce de la
mano de Jeongguk, sujetando su polla para comenzar a
bombearla.
De piel excitada y garganta contraída, Jimin sollozó,
añorando que ese placer desenfrenado durara para siempre,
añorando que el hombre que lo apretaba contra su cuerpo y
le succionaba el cuello con tanto afán no lo dejara nunca
más, porque estaba cansado de sentir cómo su alma aún
lloraba su ausencia.
— ¡Joder, Jimin! —Jeongguk gimoteó.
De respirar errático, acorraló a Jimin, dando los últimos
empujes hasta colapsar. En continuo bombeo, Jimin fue el
último en correrse.
La peor parte venía justo ahora. Con la calentura drenándose
de su sistema, estaban forzados a toparse de golpe contra la
dura realidad. Reacios a enfrentarla de cierto modo,
permanecieron quietos y jadeantes.
Se había sentido tan extraño, no tan solo la situación en sí,
el hecho de que su intimidad fuese a ahora distinta era de
pronto demasiado chocante. En el pasado ellos fueron
desenfrenados, ardientes y hasta violentos. Pero ahora todo
lo que sus movimientos y acciones reflejaban era cobardía.
Ellos de pronto se sentían cohibidos frente al otro, como
unos completos desconocidos. La llama vivas que en algún
momento les había caracterizado había desaparecido.
Con la mirada perdida, Jimin se preguntó por qué. Por qué
de pronto ellos habían cambiado tanto. Por qué de pronto ni
siquiera habían sido capaces de controlar ese cambio, ser
capaces de notarlo y frenarlo.
Sin embargo, no podían culpar a la vida por las
circunstancias dadas, ellos menos que nadie. No podían
esperar demasiado cuando hubo un maltrato por delante, un
engaño, una violación y un encuentro sexual con una ex.
Entonces, por mucho que lo deseara, nada jamás volvería a
ser lo mismo.
Arreglándose la ropa en completo silencio, Jimin notó que
la fiesta estaba en la cúspide, el sonido era incluso mucho
más fuerte ahora. Abrochando sus jeans, permaneció quieto,
a la espera. En lo profundo de su corazón, deseaba que
Jeongguk dijera algo, que hiciera cualquier cosa para
remediar de cierto modo lo que había hecho en el pasado.
Pero la desilusión cayó como un balde de agua fría cuando
Jeongguk simplemente no hizo nada. Él solo permaneció
varado en medio de la habitación con las manos en los
bolsillos. Jimin se tuvo que tragar su propia humillación al
pretender que ese encuentro cambiaría algo.
La celebración continuó en el departamento de Yoongi. A
esas alturas, Jimin se sentía completamente sobrio, sucio y
exhausto. Soojin había venido con ellos, presentando al
grupo a una nueva amiga. Jimin ni siquiera se había
molestado en notarlo, demasiado inquieto con lo ocurrido.
Justo ahora, la mirada de Jeongguk era demasiado intensa,
como si estuviese esperando que Jimin explotara de cólera.
Fumándose un cigarro, ni siquiera escuchó lo que Soojin
intentaba decirle.
Hace algún tiempo, cuando Jeongguk y él comenzaron a
interactuar, el principal problema de su entrega era Soojin.
En ese entonces era su novia y Jimin se prometió a sí mismo
jamás ser el tercero en ninguna relación. El ejemplo que
mamá le había dado desde que era un niño había bastado
para asumir que no quería repetir la misma historia en su
vida con absolutamente nadie. Pero esa noche, él se había
tragado sus palabras, consciente o inconscientemente, se
había convertido en lo que juró nunca ser.
No lograba percibir tranquilidad y el solo pensamiento le
hacía sentir nauseabundo, porque en ese momento, él tenía
que ver cómo Jeongguk y Soojin interactuaban. Entonces
los recuerdos vividos retornaban. Los gemidos de Soojin
mientras arañaba la espalda de Jeongguk permanecían
nítidos en su cabeza. El movimiento brusco con el que
Jeongguk la penetraba, la misma impaciencia que había
utilizado con él al tomarlo en las ruinas hace tan solo unas
horas.
Se supone que Jeongguk lo quería, entonces porque estaba
siendo tan cruel, porque estaba castigándolo y
sentenciándolo a ver cómo se entregaba a alguien más sin
pudor alguno. Jimin no lo merecía, no merecía tanta
desdicha.
Dejando que sus sentimientos le destrozaran, se levantó
bruscamente del sillón, dirigiéndose a la cocina. Mirando
entre las botellas con licor que Yoongi tenía, se decidió por
cualquiera, desesperado por apaciguar la inquietud.
— Eres Jimin, ¿Verdad?
Volteó torpemente, aún con la botella intacta en su boca. Era
Soyeon, la amiga de Soojin. Ignorando el ardor del licor en
su garganta, le dedicó una mirada confusa. Ella había
intentado interactuar con él en un principio, cuando recién
habían llegado al departamento, pero todo lo que se trataba
de la chica que le había robado la atención de Jeongguk lo
hacía sentir a la defensiva. Él claramente no estaba
interesado en entablar una conversación con su amiga.
Recargándose en el mesón, Soyeon le miró con un brillo
peculiar de curiosidad. Una pequeña sonrisa volvía de sus
facciones astutas, como si intentase comprobar algo.
— Hey... —Es todo lo que fue capaz de decir.
Secándose los labios con el dorso de la mano, continuó
quieto. Estaba jodidamente nervioso, a esas alturas su
muralla defensiva estaba demasiado rota y expuesta.
— Me he llevado bastante bien con todos —Soyeon se
encogió de hombros, asumiendo que debería dar una
explicación al momento incómodo—. Simplemente me
preguntaba por qué te reúsas a siquiera mirarme a los ojos.
— Qué —Bufando una risa, Jimin bebió otro trago—. ¿Tú
ego se marchita cuando no te dan la atención que necesitas?
— No te agrado —Sentenció.
Jimin estaba muy lejos de odiarla, él sinceramente no estaba
interesado, de hecho ni siquiera le había importado su
presencia.
— Escucha, no soy bueno socializando. En absoluto. No es
algo que debas tomar personal, pero simplemente estoy bien
con la gente que conozco.
Desde que tenía memoria, su única amistad había sido
Taehyung. La llegada de Hoseok a su vida no había tenido
sentido, pero el tiempo que tuvieron que pasar juntos en
horas de clases había hecho la diferencia. Yoongi, Jackson y
JB habían sido la consecuencia de la relación que había
tenido con Jeongguk. Él realmente odiaba tener que conocer
a la gente, levantar ese escudo reacio para evitar salir dañado
en el intento era agotador.
Era muy consciente en que se trataba de un señuelo. Soyeon
no estaba interesada en socializar en absoluto. Lo que ella
realmente quería era poder hablar y mirar a los ojos del
chico que se había robado la atención del gran Jeon
Jeongguk. Ella quería comprobar toda la basura que quizás
Soojin había arrojado sobre él.
— ¡Aquí estás! —Soojin intersectó a Soyeon por la espalda,
enrollando los brazos alrededor de su diminuta cintura,
besándole la mejilla. Recargando el mentón sobre su
hombro, notó lo que ocurría—. Oh... Veo que ya se
conocieron.
La dicha de su delicado rostro se drenó paulatinamente.
Estaba claro que no se sentía cómoda alrededor de Jimin,
pero Jimin no la culpaba, él tampoco soportaba la
sofocación que se creaba cuando tenían que compartir la
misma habitación.
— Él no quiere hablar conmigo —Soyeon bufó, burlesca—
. Creo que no le caigo bien porque soy tu amiga.
— No te alarmes, pero él es así de raro —El falso consuelo
en la voz de Soojin fue notable.
— Es una lástima. Es demasiado lindo y me agrada.
Ellas hablaban como si Jimin no estuviese allí,
observándolas pasmadamente con la botella de alcohol
temblando en su mano. Ellas se estaban burlando. Se
estaban jodidamente riendo en su cara.
— Es tan raro, que nadie quiere estar cerca. Si supieras todas
las cosas que hablan de él y su familia —Soojin soltó con
despreció. Mirándolo fijamente, dijo—. Ni siquiera
Jeongguk lo soporta.
— Que mal por él.
— ¿Puedes creer que cuando nos atrapó follando, amenazó
a Jeongguk con matarme? Está loco.
Cuando naces rodeado de sufrimiento, sabes cómo controlar
ciertos detalles. A través de los años, Jimin había aprendido
a mantener la distancia para evitar que otros vieran cuán
lastimado y marchito estaba.
Sin reflexionar mucho al respecto, lo habría dado todo por
escoger una vida sencilla. Estaba harto de ver lo roto que
estaba y la lástima que a veces generaba en las personas. La
debilidad palpable siempre había titilado en el esmeralda de
sus ojos, era difícil mentir cuando su mirada reflejaba por sí
sola los latidos desconsolados de su corazón. Era cuando el
entorno se aprovecha de su vulnerabilidad con la intención
de hacerlo aún más miserable de lo que ya era.
Entonces tuvo que aprender a defenderse. Y desde muy
pequeño, él decidió que las personas como Soojin no le
harían la vida imposible, que todo aquel que se atreviera a
pasarle por encima, sufriría las consecuencias.
Soojin adoptó esa actitud arrogante desde que había vuelto
con Jeongguk. El hecho se asumir que la había escogido por
sobre Jimin le había dado un estatus más elevado dentro del
grupo. Pero Jimin se encargaría de bajarle los humos.
De pronto, el aura que bañaba a Jimin volviéndolo débil,
había desaparecido. La malicia en su mirada se volvió
palpable. Plasmando una sonrisa en sus labios, dijo:
— Espero que hayas disfrutado de tu fantasía lo suficiente,
porque justo ahora, voy a recordarte el lugar que mereces.
Voy a devolverte al mugrerío del cual nunca debieron
sacarte, mujer ilusa.
Dejó la botella sobre el mesón bruscamente. Ignorando que
Soyeon había sustituido su expresión burlesca por una
temerosa, avanzó hasta yacer a centímetros del rostro de
Soojin, justo allí, donde podría observar detalladamente el
brillo acobardado de sus ojos.
Hace algún tiempo, comprendió que las malas acciones de
Jeongguk no pertenecían a Soojin, entonces no la odiaba, él
incluso le había tomado como una clase de afecto lastimoso
por cómo se habían dado las cosas. Pero ahora, todo lo que
Jimin sentía al mirarla fijamente era repulsión, esa misma
repulsión que mamá despertaba en él cada vez que bajaba
del auto de su amante.
— Acéptalo de una vez, Jimin —Atacó a la defensiva—. Él
nunca va a amarte. Deja de permitir que Jeongguk te pisotee
el orgullo, porque no va a volver.
— ¿No como vuelve a ti? —De mirada astuta, sonrió—.
¿Recuerdas esas palabras, Soojin? Porque yo nunca seré
capaz de olvidarme de ellas. Pero si piensas que jamás
regresará, ¿Por qué no vas a la sala y compruebas los
chupetones que tiene en el cuello? Se los hice yo hace unas
horas en las ruinas. Mientras tú te esmerabas en presentar a
tu amiguita al grupo, yo me lo estaba follando.
El color se fue drenando de las mejillas de Soojin
lentamente, dejando consigo una tez enfermiza. En cómo
apretaba la mandíbula, Jimin se hizo una idea de cómo
rechinaban sus dientes. Su rabia emergía con la intención de
engullir el entorno, pero la rabia que Jimin había acumulado
hasta esa instancia no se comparaba.
El haberse enfrentado a Soojin era solo el inicio. Él había
estallado y no se detendría hasta ver arder todo a su paso.
Golpeó bruscamente el hombro de Soojin al cruzar el
umbral de la cocina y se aproximó a la sala, donde todos los
que estaban sentados, le miraron alarmados por la expresión
tétrica que había en su rostro. Mirando precisamente al
pardo de Jeongguk sabía que lo que diría a continuación
causaría el efecto que deseaba:
— Park Seojoon. El hombre con el que me he estado
reuniendo, es Park Seojoon.
La sala jadeó al unísono. Yoongi escupió la cerveza de su
boca. Jackson y JB se miraron inquietos. Y Taehyung se
cubrió la boca.
Desde que Seojoon volvió, Jimin decidió que mantenerlo en
secreto era lo mejor. Su llegada había sido lo más bonito y
especial, que temió que si alguien se enteraba, todo se
arruinaría.
Pero una alarma se encendió cuando notó que los demás
parecían saber de quién se trataba. Cuando el único que
debería estar sorprendido era Taehyung, porque en su niñez
también lo conoció.
— ¿Qué dijiste? —La tosca pregunta de Jeongguk, lo hizo
volver a la realidad.
La forma lenta en cómo se había levantado del sillón para
acercarse a él lo hizo yacer a la defensiva. No mentiría,
Jimin se sintió aterrado. La oscuridad en los ojos de
Jeongguk no eran una broma, y él más que nadie sabía que
cuando eso ocurría, solo se aproximaba lo peor.
Pero era muy tarde para arrepentirse, sobre todo cuando
escuchó los pasos de Soyeon y Soojin acercarse hasta
quedar detrás de su espalda, observando atentamente lo que
pasaba.
— Lo que oíste, Jeongguk —Dijo—. El hombre del que me
enamoré hace muchos años está de vuelta y vino por mí.
— Mentiroso —Bramó, sus dientes apretados. Jeongguk
comenzaba a arder de ira—. Es solo un pretexto para llamar
mi atención porque no soportas que esté con alguien más.
Pero la forma en que respondía a la confesión de Jimin,
demostraba que sabía que era verdad, que sería incapaz de
mentir con algo así.
— Yo también tengo derecho a rehacer mi vida.
— ¡Cállate! —Abriendo los ojos, Jimin notó cómo el indicio
de las lágrimas los iban tornando brillosos. Apuntándolo con
el dedo, Jeongguk le ordenó—. No te atrevas a seguir.
— Lo amo.
— Te lo advierto. Cállate.
Finalmente, la pesadilla de Jeongguk se volvía realidad. La
premonición estaba intacta en el aire que tragaba
desesperadamente por la nariz. Seojoon se lo había
advertido hace un tiempo, le arrebataría a Jimin de los
brazos.
— ¿Recuerdas cuando te hable de él, Jeongguk? Me
preguntaste a quién escogería si volvía —Con el silencio
sepulcral que se adueñó de la sala, la voz decidida de Jimin
hizo eco—. Te mentí, Jeongguk. Jamás sería capaz de
escogerte por sobre Seojoon. Jamás sería capaz de cambiar
a la persona que amo por una basura de hombre como tú.
Porque en eso te has convertido para mí, en una patética
basura.
Un «Oh por dios» se escuchó nítidamente y supo que había
flotado de la boca de Hoseok. Por el rabillo del ojo pudo
notar cómo los demás estaban rígidos, esperando el
momento exacto en que Jeongguk finalmente estallara.
De pronto, Jimin avistó en Jeongguk una expresión que
nunca había visto antes, pillándole por sorpresa. Era una
mueca que volvía de sus cejas afligidas. De rostro rojo, las
venas sobresalían sobre su frente y al costado de su cuello,
como una bomba que estaba a segundos de estallar.
Avanzó velozmente hacia Jimin, impidiéndole reaccionar.
Cogiéndolo de la nuca, unió sus frentes. Esmeralda y pardo
se conectaron. Cuando el labio inferior de Jeongguk
comenzó a temblar notoriamente, Jimin vio las lágrimas
descender por sus mejillas.
— Estás matándome —A través de un sollozo, Jeongguk
susurró. Soojin jadeó—. Maldición, risos. Estás
jodidamente matándome.
— ¿Cómo tú me matas a diario? ¿O ya olvidaste todo el mal
que me has causado, empezando por volver con ella?
Inhalando profundamente, Jeongguk cerró la mano sobre el
cabello de Jimin, tirándolo bruscamente lo forzó a gemir.
Era un gesto que Jeongguk siempre hacía cada vez que
discutían, como una clase de demostración de quién
mandaba.
— ¿Es que acaso no lo entiendes? ¿Durante un maldito mes
has sido incapaz de entender por qué hago lo que hago? —
Soltando un quejido, reconoció—. No sabes lo destrozado
que me sentí cuando me dejaste. Yo solo he intentado
devolverte el dolor que me causaste.
— No es lo mismo—La voz de Jimin vibró, cargada de
emoción. La humedad en sus ojos haciéndose notar—. Lo
sabes, Jeongguk. Tú sabes lo que me hiciste esa noche. Me
desestabilizaste en todos los sentidos.
— Lo sé y no puedo soportarlo —Negando, se acercó hasta
rosas sus labios, susurrando sobre ellos—. Daría mi vida por
volver el tiempo atrás y borrar lo que sucedió. Daría todo lo
que tengo por volver a tenerte en mis brazos.
— Es demasiado tarde.
— Regresa.
— No.
— Por favor, regresa.
Jimin necesitaba darle el golpe final. Necesitaba causarle el
mismo dolor que él le había generado cuando lo vio follarse
a Soojin y además escogerla en el proceso. Jimin necesitaba
darle su merecido.
— Me acosté con él.
Jeongguk se apartó ligeramente, como si la confesión le
hubiera golpeado.
— ¿Qué?
— Me acosté con Seojoon. Me entregué a él porque lo amo.
Atormentado, Jeongguk negó. Ido en algún lugar de su
raciocinio intentó afrontar lo que Jimin decía.
— No —Sollozó a medida que reía, presó de la histeria, del
nerviosismo—. Dime que no es verdad, dime...
— Es verdad —Jimin interrumpió.
— No puedes...
— ¿Y tú sí? Te recuerdo que te cogiste a Soojin frente a mis
ojos.
— Es diferente.
— No lo es.
— Sí.
— No.
— ¿Por qué?
— ¡Porque no la amo!
Fue un grito que le desgarró el alma. Una declaración que
dejó a Jimin ahogado y a una Soojin congelada.
— ¿Y crees que eso cambiará algo? Pretendes que vuelva a
ti después de que me confesaras que solo la utilizaste para
darme celos, ¿Eh?
— ¿Qué más quieres? —Jeongguk lució rendido.
— Quiero sacarte de mi vida, Jeongguk. Quiero expulsarte
de mí maldito organismo. Deseo no tener que necesitarte y
sentirme ahogado por que no estás a mi lado.
— Regresa.
— No voy a regresar, Jeongguk. Porque cada vez que estoy
contigo mi vida se vuelve una completa mierda.
— Deja de engañarte, él no te hace feliz. Él nunca será como
yo.
— Claro que no Jeongguk, él nunca será como tú, porque es
mil veces mejor.
— Te vas a arrepentir...
— ¿Ah, sí? ¿Vas a amenazarme? ¿Qué me harás esta vez,
ahora que te enteraste que me acosté con otro?
Intuyendo hacia dónde iba dirigida la conversación,
Jeongguk advirtió.
— No empieces...
— Es demasiado tarde —Burlesco, alzó los brazos
señalando la sala—. ¿Porque no le cuentas a tus amigos y a
tu novia por qué te dejé?
— Basta...
— ¡Anda Jeongguk, diles!
— Cállate.
— ¡Me violaste! ¡Te dejé porque me violaste!
— ¡Cállate!
Desesperado por no poder controlar la situación, Jeongguk
alzó la mano, abofeteándolo en el proceso.
Con el rostro doblado por el impacto, Jimin permaneció
quieto. La mejilla le picaba, una mezcla de ardor y calor
comenzaba a extenderse por su piel. Era difícil de procesar,
y aunque dolía más que el golpe, tuvo que afrontarlo,
Jeongguk lo había golpeado por primera vez.
Se formó una clase de alboroto a continuación.
Despabilando lentamente se dio cuenta que Taehyung había
derribado el cuerpo de Jeongguk para subirse encima,
golpeándole el rostro con puñetazos certeros. Jeongguk
simplemente se dejaba. No estaba haciendo absolutamente
nada por detenerlo, porque era muy consciente en que se lo
merecía.
Los chicos lograron sacar a Taehyung de encima minutos
después. Pero tuvieron que sujetarlo todo el tiempo para que
no se lanzara sobre Jeongguk otra vez.
Sentándose, Jeongguk escupió la sangre que bañaba su
boca. Lo más extraño fue ver como una sonrisa jocosa se
adueñaba de sus facciones.
— ¡Eres una mierda, Jeongguk! —Taehyung lo señaló.
Avanzando hacia un Jimin ligeramente pasmado, le revisó
la mejilla magullada.
— ¿Y golpearme te hace mejor que yo? —Quiso levantarse,
pero Yoongi lo mantuvo quieto. Pero Jeongguk continuó—.
Siempre me resultó repulsiva tu doble moral. Kim
Taehyung, la blanca paloma. Luchaste tanto por sacar a
Jimin de la droga, jodiéndolo mentalmente para luego tú
mismo hundirlo.
— Tú nunca serás mejor que nadie, Jeongguk. Eres un
maldito violador.
— Sí —Dijo, arrastrando las palabras debido a los golpes—
. Lo reconozco y voy a arrepentirme toda mi vida, como me
arrepiento de muchas cosas más. ¿Pero sabes de qué me
arrepiento también? De haberte salvado el culo cuando te
contrataron para ir a chupar pollas y terminaste robando
dinero.
Yoongi se arrodilló frente a Jeongguk, advirtiendo:
— Creo que es suficiente.
— No me digas qué hacer —Empujándolo, se levantó
torpemente. Apuntó a Taehyung—. Ahora que todos
estamos enfrentando nuestros peores secretos, porque no
sigues tú. Anda, dile a tu mejor amigo a que te dedicas.
— ¿Tae? —La suave voz de Jimin se hizo notar.
Pero Taehyung no contestó. Se mantuvo cabizbajo.
— Tu amigo se dedica a la prostitución, Jimin. Esa pequeña
mierda te da su culo incluso por una miserable línea de
cocaína.
Capítulo 46
Si le preguntaran dónde comenzó todo exactamente, él no
tendría ni la más mínima idea. Simplemente había ocurrido,
destinado a sólo suceder.
Kim Taehyung, dos años mayor, había llegado a su vida un
día lluvioso. ¿Otoño o invierno? No lo recordaba. Varado en
medio del camino de tierra que siempre utilizaba para ir a
casa después de la escuela, se mantuvo cabizbajo,
observando cómo sus botas amarillas se manchaban con
barro. Las lágrimas le nublaban la vista y el fuerte torrente
encubría sus sollozos.
Más allá, su mochila empapada yacía tirada con todos sus
cuadernos destrozados. Era su favorita, se la había regalado
Namjoon para su cumpleaños.
Estaba asustado, aterrado por la posible desaprobación de su
hermano al ser incapaz de cuidar sus cosas. Pero no era su
culpa, esos chicos que siempre le molestaban lo habían
emboscado, ni siquiera pudo reaccionar.
— ¿Estás loco? —Taehyung gritó de pronto.
Con la mirada perdida, Jimin divisó cómo unas botas verdes
similares a las suyas se posaron al frente, forzándolo a
levantar bruscamente la cabeza. Fue cuando lo vio por
primera vez, siempre un poco más alto que él, de piel
ligeramente bronceada y ojos despiertos.
— Mis cosas... —Atacado por un llanto cada vez más
histérico, Jimin apuntó su mochila.
Taehyung siguió su pequeño y gordo dedo. Pero el deterioro
era innegable, no podía hacer nada al respecto. Colocando
su paraguas sobre Jimin, lo pescó de la mano, tironeándolo
para sacarlo de allí.
— Vamos, vas a resfriarte.
Taehyung lo había reñido un poco más antes de volver a
casa, refunfuñando acerca de gripes, hipotermias y muertes,
pero se había cerciorado de que estuviese a salvo.
Esa alma de mamá gallina estuvo arraigada en Taehyung
desde el día uno. Y sin siquiera conocerlo, Jimin había
cedido ante él de manera natural.
Un mes después, Taehyung había llamado a la puerta de su
casa, sostenía entre sus manos una mochila nueva, la misma
que le habían destrozado. Desde ese entonces,
automáticamente fueron inseparables.
Taehyung conoció a la familia de Jimin por accidente. Era
fin de semana y habían quedado de ir a nadar al lago. Tres
golpes en la puerta fueron suficientes, pero nadie atendió.
Sabía que Jimin estaba en casa, se lo había asegurado.
Estaba decidido a esperar justo allí, pero cuando unos gritos
desesperados provinieron desde la sala, reconociendo que se
trataban de Jimin, no tuvo otra opción que atreverse a
ingresar sin permiso.
En medio de la ostentosa alfombra, la mamá de Jimin estaba
hecha un ovillo, cubriéndose de los golpes que papá le
lanzaba. En un vago intento, Jimin tironeaba de los hombros
de papá para que la dejara, pero era demasiado pequeño y
débil.
— ¡¿Qué haces aquí?! —Bramó cuando divisó a Taehyung
pasmado bajo el umbral. Acercándose, lo tironeó hasta la
puerta con la intención de echarlo—. ¡Vete, Taehyung!
¡Lárgate de mi casa! ¡Fuera!
Pero Taehyung no se fue. Era incapaz de dejarlo solo, a
merced de una mujer completamente borracha y un hombre
violento. Ignorando el alboroto que continuaba, preguntó:
— ¿Comiste?
Jimin no contestó y bajó la mirada, pero el rosa que
comenzaba a teñirle las mejillas le advertían que no, que su
mamá nuevamente no le había dado de comer.
Sacándolo de casa, Taehyung lo condujo hasta un
restaurante, pero un indicio de ataque de pánico invadió a
Jimin a mitad de la calle.
— Mamá es alcohólica, Tae. Ella no puede vivir sin estar
drogada o alcoholizada. Papá la golpea todo el tiempo
porque es incapaz de cuidarme y darme de comer. Me he
esforzado tanto para que no lo supieras que ahora no puedo
ni siquiera mirarte.
Entonces Taehyung había comprendido por qué Jimin nunca
se atrevió a invitarlo a su casa o por qué jamás hablaba de
su familia. Él se avergonzaba.
Jimin comenzaba a hiperventilar. Sentándolo en una banca,
Taehyung se arrodilló para sujetarle del rostro, forzándolo a
que encontrara su mirada. Con toda la sinceridad que
arrojaba su corazón, dijo:
— No me importa, ¿Me escuchas? Eso no cambia nada, mi
amor por ti sigue siendo el mismo. Estoy aquí, Jimin.
Siempre sostendré tu mano y no me iré. Seremos mejores
amigos hasta la eternidad.
Taehyung siempre se preocupó de hacerle feliz. Siempre
intentó hacer de su vida menos agobiante. Le mostró otra
clase de cariño, ese amor que podía venir de alguien que no
compartía la misma sangre, pero que pese a la circunstancias
se sentía verdadero, como uno más de la familia. Como un
hermano. Su hermano.
Entonces cuando escuchó a Taehyung jadear, la realidad lo
golpeó. El departamento de Yoongi y el entorno había vuelto
a cobrar vida y lo que ocurría estaba lejos de ser una
pesadilla. Era real. Lo que en ese instante sucedía era
completamente real.
Devastado y humillado, Taehyung estaba al borde del
colapso, siendo incapaz enfrentar la verdad que con tanto
esfuerzo se esmeró por mantener oculta, sobre todo de
Jimin.
Fue cuando notó que el pequeño y temeroso Jimin de hace
algunos años estaba de vuelta, reflejándose en la figura
oscilante de su mejor amigo. Entonces se acercó velozmente
a Taehyung, cogiéndolo del rostro para que encontrara su
mirada.
— No me importa, ¿Me escuchas? —Recitó las mismas
palabras que una vez le acariciaron el alma—. Eso no
cambia nada, mi amor por ti sigue siendo el mismo. Estoy
aquí, Taehyung. Siempre sostendré tu mano y no me iré.
Mejores amigos hasta la eternidad, ¿Lo recuerdas?
Cerrando los ojos, Taehyung dejó caer sus primeras
lágrimas. Uniendo sus frentes, se mantuvieron así por un
momento.
— Perdóname, Jimin. Por favor, yo... yo...
— ¿Por qué debo perdonarte, Taehyung? ¿Por intentar salir
adelante? ¿Por ser valiente? No debes sentirse avergonzado,
no estás haciendo nada malo. No dañas ni molestas a nadie.
De pronto, una clase de ira comenzó a burbujear a través de
él. Era tan extraño ver a Taehyung vulnerable que la sola
idea lo abrumaba, lo enfurecía. Porque su amigo jamás se
metía con nadie, él simplemente vivía su vida.
— ¿Quiénes somos nosotros para juzgarte? —Preguntó,
lanzando una mirada a cada facción pasmada. Apretando los
puños, se acercó a Jeongguk. Empujándolo por el pecho, lo
estampó contra la pared—. ¿Quién mierda eres tú para
juzgar? ¿Qué puto derecho crees que tienes sobre las
personas para ventilar sus secretos? No eres mejor que
nadie. Eres un maldito traficante.
El arrepentimiento en las facciones de Jeongguk fue
inmediato. De pronto, intimidado, permaneció quieto ante
la cólera que volvía de los ojos de Jimin salvajes.
— Jimin...
Empuñando la tela de su camiseta negra, Jimin lo zamarreó,
bramando:
— Conmigo puedes hacer lo que se te plazca, pero no voy a
permitir que te metas con mi amigo. ¡Nunca! Porque
entonces voy a destrozarte —Soltándolo bruscamente, se
giró para advertir a los demás—. ¡Ninguno de ustedes!
Era incluso demasiado sorprendente cómo se había volteado
la situación. De ser la víctima, de pronto Jimin se convertía
en el victimario, dejando caer una bruma de tensión con su
sola presencia amenazante.
Sus instintos protectores finalmente se habían activado.
Se había aferrado a la espalda de Taehyung por años, porque
sabía que nunca permitiría que algo malo le ocurriera. Era
momento de tomar las riendas y permitir que esta vez
Taehyung se aferraba a su espalda, protegiéndolo.
Había tanto por decir. Incluso los demás parecían querer
decir algo al respecto, pero no era el momento, parecían a
través del silencio, respetar lo que sucedía. El impacto
demostraba que Taehyung no estaba apto para recibir la
compasión de nadie de todos modos.
Tiró suavemente del brazo de Taehyung hacia la puerta,
sintiendo cómo bajo su tacto la rigidez de su cuerpo era
palpable.
A mitad de camino, Jeongguk se interpuso. Su imponente
porte era hasta cómico en cómo lucía justo ahora. Devastado
y arrepentido. El enojo lo llevó por el camino incorrecto,
porque estaba enojado y no quería ser el único en hundirse.
De cierto modo, Taehyung se la debía, porque en algún lugar
de su mente enferma continuaba culpándolo por el quiebre
de su relación.
Él ni siquiera era capaz de notar que hace unos minutos su
mano había impactado contra la mejilla de Jimin, dejándola
entumecida y marcada. En ese momento, todo lo que su
mente podía albergar era que Jimin se iría otra vez.
— ¡No lo hagas! —Chilló, como si se tratase de un niño
pequeño. El quejido los pilló por sorpresa, sobre todo a
Jimin cuando cayó sobre sus rodillas y envolvió los brazos
alrededor de su cintura, aplastando el rostro sobre su
abdomen, manchándole de sangre—. ¡Te lo suplico, risos,
no vuelvas a dejarme!
Jimin había perdido la cuenta de las veces que estuvieron en
la misma situación. Pero ahora había algo más que
satisfacción, se cuestionó la forma en cómo Jeongguk
siempre estaba dispuesto a dejar su orgullo para rogar por
él. Suplicó muchas veces en el pasado también, pero esta
vez lo hacía de rodillas, negándose a soltarlo.
Ceder no era definitivamente una opción. La cólera de
Jeongguk arrasó dejando a más de una persona herida a su
paso.
Sin embargo, el que no quisiera ceder justo ahora, no
significaba que no quisiera corresponder. Joder, lo amaba,
sin importar qué, Jimin lo amaba y era doloroso verlo llorar
como un completo niño porque no quería estar solo.
Observar cómo hipaba, cómo su pecho se contraía ante los
espasmos, cómo sus manos se aferraban a la tela de su
chaqueta con tanta fuerza que dejaba sus nudillos
completamente blancos.
Ya está, había conseguido lo que merecía, pensó. Pero, ¿por
qué dolía tanto? Se odiaba por no poder disfrutarlo, por no
poder mirar a los ojos de Jeongguk y decir: Te lo mereces.
Lo único que en ese momento Jimin quería, era arrodillarse
con él, sostenerlo de la nuca, abrazarlo contra su pecho y
mecerlo para que dejase de llorar de esa manera. Pero luego
estaba Taehyung, temblando y llorando en silencio, al borde
de un ataque. Un ataque que Jeongguk había provocado. La
elección estaba más que clara.
Mirando alrededor, buscó la mirada de la única persona que
en ese momento podría ayudarle. Y como si fuese capaz de
seguir el hilo de sus pensamientos, Yoongi se acercó, tirando
a Jeongguk de los hombros.
— La has cagado lo suficiente —Yoongi forcejeó un poco,
pero finalmente Jeongguk cedió—. No pretendas que se
quede después de todo lo que hiciste.
Limpiándose las lágrimas con el dorso, se lanzó a los brazos
de Yoongi, escondiendo el rostro en la curva de su cuello.
— Yo no quería... Tú sabes que yo no quería —Hipó.
— Lo sé... —Fijó la mano sobre su espalda, masajeándola
como consuelo—. Lo sé.
— No soy una mala persona. Por favor, dile que no soy
malo. Dile que...
— Shhh... Tranquilo. Él lo sabe.
El pomo sonó y la puerta se abrió. Espantado, Jeongguk alzó
el rostro comprobando que era lo que imaginó. Quiso
avanzar y detenerlo, pero Yoongi lo retuvo con fuerza.
Intentó zafarse.
— No... Suéltame —Sollozó—. No dejes que se vaya.
Jimin...
— ¡Basta! —Yoongi plantó firme los pies sobre el suelo
cuando el cuerpo de Jeongguk comenzó a arrastrarlo con él.
— Si dejas que cruce esa puerta se lo va a llevar, Yoongi —
Chilló—. Me lo va a quitar, él me lo va a quitar. ¡Regresa!
— Permite que las cosas se calmen, Jeongguk. De este modo
no vas a lograr ni conseguir absolutamente nada.
Pero Jeongguk no escuchó, demasiado cegado. Sabía que en
ese momento, si Jimin cruzaba definitivamente esa puerta,
no lo vería nunca más. Lo perdería para siempre. Park
Seojoon haría que el único sol que iluminaba su vida se
apagara por completo.
Con el último aliento que le quedaba, preguntó:
— ¿Alguna vez has amado a alguien con todas tus fuerzas
que apenas puedes respirar? ¿Has sentido que ese amor es
tan potente que te calcina dolorosamente? Porque es así
como me he sentido toda mi vida a tu alrededor, Jimin. Te
amo tanto que me duele. Es tan poderoso que me desgarra
en sentidos que ni te imaginas.
Jimin no volteó. Él simplemente quedó varado a mitad de
camino. Lucha, Jeongguk lo sabía, lucha con su consciencia.
Incluso si agudizaba la mirada, podía verlo temblar, podía
imaginar cómo lloraba silenciosamente.
Jeongguk comprendió que hiciera lo que hiciera, Jimin no
cedería. Habría deseado otro momento, habría optado por
algo especial, haber mirado profundamente a esos ojos casi
trasparentes para finalmente confesar lo que su alma
bramaba por arrojar. Ahora no había otro modo, no podía
quejarse y no podía dejarlo partir sin antes declarar.
— Te amo, risos.
Jimin agarró firmemente la mano de Taehyung,
ignorándolo. Jeongguk no se detuvo.
— Te amo con toda mi alma.
Sacó a Taehyung hacia el pasillo. Girándose para tomar el
pomo y cerrar la puerta, sus miradas finalmente se
encontraron. Jeongguk podía ver ese amor contenido, podía
jodidamente sentirlo. Había algo en cómo Jimin le miraba
que le decía que tal vez no todo estaba perdido.
Y aun así, Jimin no dijo nada y Jeongguk dijo todo.
— Te amo como nunca amé a nadie.
Capítulo 47
No había solución. Taehyung quería estar solo. Incluso
cuando rogó, con una hilera de lágrimas manchándole el
rostro, no hubo modo para que cediera.
Ellos estuvieron tendidos en la cama por un rato. Hechos un
ovillo, Jimin le abrazó por detrás, besándole la mejilla en
momentos, confesando en susurros cuánto le amaba.
No fue suficiente.
Volteando para encararlo, Taehyung sonrió débilmente
hacia el esmeralda que le observaba con tanta devoción,
suplicando.
Jimin se sintió herido, por supuesto. Su deber era estar allí,
él necesitaba estar allí. Pero Taehyung no quería y entonces
ordenó que se fuera. No importaba la situación, no le
importó todo el amor que Jimin tenía por entregar,
simplemente quería estar solo.
La sensación de vergüenza era más poderosa. La
humillación se bañaba en el castaño claro de Taehyung,
entonces sabía que necesitaba enfrentarla en completa
soledad.
Antes de abandonar el departamento, Jimin tropezó con la
silueta laxa de pepe el gato. Tan gordo y mimoso como
siempre, lo cargó entre sus brazos, hundiendo la nariz en su
abundante pelaje. Dejándose seducir por el suave ronroneó,
susurró:
— Cuídalo. A mí no me dejó, así que hazlo tú, ¿Sí? Ve a la
cama y acurrúcate con él. Le encanta cuando ronroneas
sobre su pecho.
Aún se sintió desanimado cuando descendió por las
escaleras. Estaba pronto a amanecer, pero en las lejanías
nada de eso importaba. La pobreza, la precariedad de
absolutamente todo y el consumo excesivo de drogas y
alcohol generaban que esas personas vivieran el momento,
llenando las calles sucias y en ruinas de bullicio.
Con las manos en los bolsillos de su chaqueta, caminó y
caminó y continuó caminando, sin rumbo alguno. El frío
escoció sus mejillas, el hielo volvió de su cuerpo pesado,
entumecido, pero nada de eso importó. Sucumbido por una
hilera de pensamientos dispersos, se sintió perdido. ¿A
dónde ir si no tenía nada a qué llamar hogar? Todo era tan
vacío, tan desigual, tan confuso e incomprendido.
¿Por qué todos lo hacían sentir tan frío? Era demasiado
joven para morir por amor. Pero era demasiado tarde,
porque su corazón estaba roto ahora.
¿En qué punto las cosas cambiaron tanto? ¿En qué momento
todo comenzó a desmoronarse? Fue tan rápido, tan
malditamente calcinante.
Él siempre perteneció a la noche, a esas caminatas infinitas,
al frío espeso, al vaho que salía de su boca al respirar.
Perderse en las calles le ayudaba a escapar de la realidad. La
calle le ensuciaba los zapatos con barro, le absorbía las
lágrimas que brotaban de sus ojos y se tragaba el lamento de
sus llantos. La calle lo vio crecer, lo vio escapar del miedo,
lo vio tomar malas decisiones. Y ahora, lo veía pudriéndose
lentamente. Lo veía envejecer, allí, en medio de la gelidez.
El motor de un auto rugió. Percibiendo cómo las llantas se
acercaban lentamente, hasta posarse detrás, permaneció
quieto. Sabía quién era, sabía que le había seguido y que se
había vuelto un hábito.
No lo entendía. No sabía por qué siempre le seguía en
completo silencio, esperando el momento exacto para actuar
y socorrerle. Simplemente estaba ahí, atento.
Entonces le esperó y suspiró cuando dejó caer un abrigo
sobre sus hombros. Fue volteado y arropado contra su
pecho, permitiéndole arrojar toda la tristeza contenida a
través de un llanto descontrolado.
— Tranquilo —Seojoon susurró—. Estoy aquí.
El trayecto al departamento de Seojoon fue silencioso. Jimin
se sintió agradecido cuando le permitió tomar una ducha,
porque apestaba a cigarro, alcohol y desamor.
Seojoon le esperó en la sala, entregándole una taza con café
humeante. Bastó sólo un sorbo para que Seojoon lo tomara
cuidadosamente del mentón para estudiar el moretón que
había en su mejilla.
Sabía que contenía la rabia cuando preguntó entre dientes:
— ¿Y esto?
Jimin tembló. La verdad vibró en su garganta y luchó por
querer salir de su boca. Pero decirlo sólo desataría el caos.
— Me peleé —Dijo, después de un largo silencio.
De mirada fija, supo que no le creía. Pero más allá de insistir,
Seojoon arrastró los dedos hacia la marca rojiza,
acariciándola.
Que le creyera o no, realmente no importaba. Tenía
suficiente mierda con la cual lidiar para preocuparse de lo
que Seojoon pudiese pensar al respecto. En ese momento
todo se reducía a una insignificancia mortal. Enfurecido
consigo mismo, no entendía qué pasaba por su inútil cabeza.
Recargando la espalda sobre el respaldar del sillón, lanzó la
mirada a algún lugar de la amplia pared, bufando:
— Mi capacidad para siempre arruinarlo todo es
impresionante, ¿No crees? —Bebió toscamente de su café—
. Soy como un maldito virus, contaminando todo a mi paso.
— Creo que simplemente pones demasiado peso sobre tus
hombros. Peso que no te pertenece en absoluto —Seojoon
respondió, tajante—. Estás más pendiente de ayudar al resto
que a ti mismo.
Había algo en su postura, en su semblante endurecido que
advertía lo molesto que se sentía. Jimin se preguntó si la
rabia iba dirigida a él. Porque si así era, no le culpaba,
constantemente sacaba de quicio a la gente hasta hartarla.
Siempre lo hacía con Jeongguk. Lo presionaba hasta hacerlo
llegar a su límite. Porque incluso si Jeongguk intentaba no
hacerlo, no ceder, Jimin siempre buscaba la forma para
presionarlo. Porque si Jeongguk no explotaba, no se
detendría, persiguiéndolo hasta ver toda esa furia reventarle
en el rostro.
Tenía un efecto placentero. Jimin estaba tan lleno de rabia,
de rencor y remordimiento que sentía que estaba bien, se lo
merecía. Su paso por la vida era tan insignificante y
miserable que necesitaba esa adrenalina. Necesitaba que le
tratasen mal, porque era el único modo de saber que le
amaban. Constantemente necesitaba saber con cuánta fuerza
le amaba.
Estuvo rodeado de violencia incluso antes de salir del
vientre de mamá. Esperar algo bueno de él ahora de adulto
era mucho pedir en realidad, porque su conocimiento y en
cómo se comunicaba con la gente era muy diferente a un
trato completamente normal.
¿Cómo entregar y recibir amor si nunca lo conoció? Nadie
se lo enseñó. Jimin simplemente iba acorde a sus instintos,
descifrando por sí solo lo que estaba bien y mal. Sus propias
leyes creadas a base de experiencias, la mayoría
tormentosas.
— Siempre estoy haciendo cosas que luego me hacen sentir
tan desilusionado. Estoy rodeado de personas, de amigos,
pero me siento jodidamente solo.
— Estás rindiéndote sin siquiera comenzar.
Jimin comenzaba a odiarlo. A aborrecer esa postura serena,
tranquila que Seojoon adoptaba en momentos de tensión.
Para Jimin las cosas no funcionaban de ese modo.
Necesitaba desquitarse y que en el proceso se desquitaran
con él.
— Al parecer, las cosas siempre resultan sencillas para ti —
Estaba muy lejos de querer disimular el tono amargo en su
voz—. Estuviste lejos de mi puta vida por seis años. Si crees
que vas a solucionar mi mierda con palabras bonitas y
alentadoras estás muy equivocado, estás perdiendo el
tiempo.
Inhalado profundamente, Seojoon lo miró fijamente. Y a
pesar de la situación, ninguna pizca de rigidez albergaba en
su semblante.
— ¿Terminaste? —Preguntó, cruzándose de brazos.
Seojoon ni siquiera se rebajó, siendo paciente. Jimin se
sintió desestabilizado. Frunciendo el ceño, solo tendió a
balbucear.
— ¿Qué?
— Pregunté si ya terminaste con tu rabieta —Ladeó el
rostro, dejando que una pequeña sonrisa le adornara los
labios—. Sé lo que intentas hacer, a mí no me vas a
envenenar con tus estupideces Jimin, soy un perro viejo.
Le quitó la taza de las manos, dejándola en la mesa de centro
de un golpe. Cogiéndolo de los brazos, maniobró con él
hasta sentarlo a horcajadas sobre sus muslos. Jimin
permaneció quieto y pasmado.
Seojoon continuó:
— Entiendo que estás herido, que la tristeza y la injusticia
en tu vida te hierbe la sangre y quieres desquitarte a tal punto
de herir a los demás, porque no quieres estar solo en esto —
Le sujetó suavemente el rostro con ambas manos—. Pero
cariño, adivina qué; la vida no funciona de ese modo. Hay
algo que se llama respeto y comunicación y te enseñaré a
usarlos.
— No lo entiendes.
Jimin comenzó a temblar, una señal que advertía que su
guardia estaba bajando. Seojoon decidió aprovecharse de
eso.
— Entender qué, Jimin. Vamos, intenta expresarte,
comienza a comunicarte sin querer armar una pelea en el
proceso.
A través de los años, Jimin constantemente reconocía que
estaba lleno de amargura, pero nunca frenó y reflexionó al
respecto. Nunca intentó ahondar a través de su mente y
descubrir cuál era la verdadera razón de su infelicidad.
Lo que Seojoon intentaba hacer, ese efecto para hacerlo
reaccionar y razonar lo desconcertaba, porque nunca
hablaba de sus problemas con absolutamente nadie. Eran
toneladas y toneladas de secretos que se había guardado
para sí solo. Y estaba bien, porque era su vida y todo lo que
había en ella le pertenecía.
Pero se estaba pudriendo.
La falta de alivio, de desahogo se lo estaba devorando
cruelmente por dentro.
— Yo... ¿Qué se supone que deba decir? —Masculló,
rascándose la nuca. Tímido al respecto—. Creo que durante
todos estos años me he sentido... ¿Incompleto?
— Por qué —Sutilmente y por debajo de la camiseta de
dormir, Seojoon comenzó a masajear la piel suave de sus
brazos, mirándolo fijamente.
Jimin ni siquiera se había dado cuenta que esos pequeños
detalles y sentir que finalmente alguien quería escucharle,
estaba ayudando.
— No sé... Supongo que, cuando Namjoon murió se llevó
una parte de mí con él.
Namjoon se había llevado una parte de todos en realidad.
Pero el dolor y la pérdida en Jimin eran más grande y
devastadora que la de cualquiera. Era su hermano. El único
ser dentro de su familia cuerdo. El único que se esmeró por
brindarle el amor necesario. El único que lo arrulló como a
un pollito y lo protegió de toda maldad. Namjoon fue el
ancla que mantenía a Jimin sereno. El único que le decía
cuando las cosas estaban mal y lo guiaba sanamente para
que aprendiera al respecto.
Y de pronto, ante un simple parpadeo, nada de eso quedaba.
Se había esfumado y Jimin había quedado varado, sin su
horizonte. Era tan solo un niño de trece años que le
arrebataron la mitad de su corazón.
— Sí... Su pérdida fue devastadora —Seojoon suspiró—.
Pero han pasado seis años desde entonces y lo único que has
hecho es vivir en el pasado.
Jimin revivía la muerte de su hermano todos los días. Y era
quizás por la forma abrupta en cómo se fue.
Seojoon continuó:
— A diario, tus pensamientos se centran en Namjoon, en
cómo sufres porque no puedes estar con él. Pero, ¿te has
preguntado por un momento en lo que Namjoon hubiese
querido para ti? Eras su vida, piolín. Y lo único que has
demostrado hasta ahora es que todo lo que hizo Namjoon,
todo lo que soñó para ti, no valiera absolutamente nada.
Comprendiendo el peso de sus palabras, Jimin permaneció
cabizbajo. El temblor en sus labios se hizo evidente y
entonces las primeras lágrimas comenzaron a emerger,
perlándole las mejillas sonrosadas.
Namjoon habría querido que se convirtiera en un
profesional. Le habría fascinado verlo seguir su rumbo y
haber armado su propia vida.
Seojoon lo acercó, uniendo sus frentes. La calidez en su
proximidad les llevó a cerrar los ojos. Susurró sobre sus
labios:
— Lo has llorado suficiente. ¿No crees que es momento de
dejarlo descansar en paz? —Arrastró la mano hacia su
pecho—. Él siempre vivirá en tu corazón, estará aquí cada
vez que lo necesites. Pero tu vida debe continuar. Tu futuro
está allí, esperándote para que comiences a construir sobre
él. Es un lienzo blanco y tú eres tan joven que estás a tiempo
de hacer tantas cosas. Supérate por ti y por todos nosotros
que fuimos incapaces de reparar en nuestros errores cuando
aún estábamos a tiempo.
Un futuro. Jimin ni siquiera se había sentido ambientado con
la palabra. No la conocía, nunca intentó conectar con ella,
sumergido en la nada, viviendo en una burbuja repleta de
malos hábitos.
Jimin ni siquiera había pensado en qué hacer una vez
terminara su carrera de médico veterinario. Incluso ahora,
eso ya ni siquiera existía, su rendimiento universitario
decayó tanto que era imposible recuperarlo.
Jamás se había planteado un futuro y eso era lo más triste de
todo. Entre vivir y existir, Jimin simplemente existía,
vegetaba desvergonzadamente.
Vivir era actuar. Levantarse con un propósito. Leer un libro.
Hacer ejercicio. Dar un paseo y sonreír a un nuevo
comienzo. Experimentar. Sentir. Probar. Darle un sentido.
Empaparse de conocimiento.
Él no estaba haciendo nada de eso.
— No sé cómo comenzar —Confesó—. Y tengo miedo,
porque esta es la única vida que conozco.
— Está bien tener miedo.
— ¿Sí? —Una pequeña luz de esperanza, casi sutil, hizo de
sus esmeraldas un poco brillantes.
— Claro que sí. Es normal temer a lo desconocido —Le
animó, apretándole juguetonamente la nariz—. ¿Sabes qué
me dijo mamá una vez?
— Qué.
— Hazlo. Y si te da miedo, hazlo con miedo, pero hazlo.
— ¿Y si fracaso, Hyung?
— Bueno, para saberlo, tienes que intentarlo —
Encogiéndose de hombros, sonrió ampliamente,
ocasionando que Jimin le imitara—. Entonces qué harás.
¿Vas a lanzarte o te quedarás con la duda toda tu vida?
— Siempre he sido demasiado curioso para mi propio
bienestar —Comenzó—. Y esto es algo que estoy dispuesto
a descubrir. Pero debes prometerme algo.
— Qué cosa.
— Pase lo que pase, siempre estarás conmigo.
— Ahí estaré —Prometió, cincelándole el rostro con un
toque moroso. Descendiendo, posó la mirada sobre sus
labios, acariciándolos con el pulgar—. Cuando tengas
miedo. Cuando te sientas triste. Cuando estés feliz. En cada
paso que des en tu vida, ahí voy a estar.
El silencio emergió. Entre la conexión de sus miradas, algo
comenzó a surgir. Una corriente impregnada de
comunicación elocuente, seductora. Una omisión cálida que
los arropaba.
Esa clase de hogar naciente, confortable y afectuoso que
sólo nacía entre ellos. Como una ilusión predestinada.
Tímidamente, Jimin alzó su mano, posándola sobre la
mejilla de Seojoon, reconociéndolo. Un mes desde su
regreso, pero aún, en momentos, era difícil lidiar con la
realidad de su retorno.
Ellos habían disfrutado mucho desde entonces. Ir a comer o
dar un largo paseo se convirtió casi en su pasatiempo
favorito. Acostumbraban a hablar de todo y de nada a la vez.
Era sorprende lo parlanchín y relajado que Jimin se volvía
alrededor.
Park Seojoon. Su eterno enamorado. Su futuro esposo. El
futuro padre de sus hijos. El hombre que haría grandes
cambios. Jimin había fantaseado con él a lo largo de su vida.
Desde que sus genuinos esmeraldas se posaron por primera
vez en la silueta alta y hostil al lado de su hermano,
conversando frente al pórtico de la casa.
El pulgar de Seojoon continuó acariciándole el labio
inferior. Notando la contención que había en su mirada,
Jimin decidió incentivarle un poco. Ladeando sutilmente el
rostro, le rozó la yema con la lengua, engulléndolo
lentamente dentro su boca.
El pecho de Seojoon se expandió. La calidez de esa lengua
le hizo jadear. De mejillas sonrojadas, Jimin permaneció
mirándole fijamente. Su contención ni siquiera había sido
evidente, pero Jimin era demasiado astuto.
Quería desestabilizarlo y lo estaba logrando.
Dejándole con un nítido «pop», Jimin se acercó hasta rozar
sus labios, susurrando:
— Ya no soy un niño, Hyung —Aprovechándose, sostuvo
el labio inferior de Seojoon entre sus dientes, succionándolo
suavemente para soltarlo en el proceso.
— Te equivocas —A pesar de la moderación que intentaba
tener, sus manos, con vida propia, se adueñaron de las
delgadas caderas, apretándolas fuerte—. Eres mi niño.
Siempre serás mi niño.
— Crecí. Ahora puedes tener conmigo todos los
pensamientos sucios que quieras.
Jimin descendió por la curva de su cuello, chupando
alrededor de la tierna piel. Seojoon echó la cabeza hacia
atrás, suplicando:
— Detente...
— Me deseas.
Besuqueándole la mandíbula, Jimin buscó sus labios y
Seojoon le recibió con la boca abierta, fundiéndose en un
beso ardiente y profundo. El chasqueo de sus lenguas era
constante. Ante un ritmo pausado y sensual, el ambiente no
tardó en calentarse.
Sujetándole de la nuca para obtener mejor acceso, Jimin
gimió gustoso. La saliva de Seojoon era dulce. El roce suave
de su lengua revoloteaba en su boca, avivándola.
Tomando las manos de Seojoon, las guio por debajo de su
pijama, posándolas sobre su pecho. Meneándose sobre el
bulto cada vez más hinchado, ordenó:
— Tócame, Hyung.
Gimió y arqueó la espalda cuando Seojoon cerró los dedos
alrededor de sus pezones, apretándolos y tirándolos
ligeramente.
Seojoon permaneció jadeante. De boca abierta, quedó
hipnotizado por la belleza etérea ante sus ojos. Un pequeño
ángel que debería ser prohibido. Era demasiado peligroso
para el mundo, porque por sí solo, era capaz de hacerlo
enloquecer.
— Jimin... —Bramó a medida que cerraba los ojos,
sintiendo la mano de Jimin apretándole la polla dura y
dolorosa contra sus pantalones.
— Hyung...
Uniendo sus frentes, Jimin se aproximó a abrirle la
cremallera, tanteando alrededor para sacar y sostener la
polla de Seojoon en su mano. Jalándola en movimientos
firmes y prolongados, observó atentamente sus facciones
contraídas por el placer.
Entonces la realidad le pilló de golpe. La calentura pareció
mermar y se ahogó con su propia respiración. Era bastante
claro ahora mismo, cuando notó que esa cabellera era corta
y no de hebras largas, desordenadas y azabache. Cuando
miró profundamente a esos ojos y notó que eran café oscuro
y no pardos. Cuando notó que el agarre sobre sus caderas
era considerado y no brusco ni posesivo.
Todo era completamente diferente. Y se sintió descolocado,
porque era evidente que jamás podría ser capaz de sustituir
el cuerpo y la ferocidad con la que Jeongguk lo tomaba.
Estaba enamorado y era doloroso pretender que sería fácil
yacer en los brazos de otro hombre.
Aun podía sentir la energía de Jeongguk a través de su
cuerpo. Sus besos, las marcas que había dejado presas en su
cuello y su semen impregnado en su interior como una
marca, un dominio. Incluso si se había tomado una ducha
para deshacerse precisamente de eso, no funcionó en
absoluto.
Pero luego estaba ese lado que quería ser egoísta. El orgullo
que intentaba persuadirlo y decirle que frente a él finalmente
estaba el hombre que deseó durante tantos años. Ese hombre
que por primera vez cedía ante ese deseo y parecía estar a
su merced.
Esa sed de venganza que quería demostrarle a Jeongguk,
incluso si no estuviera, que podía yacer entre los brazos de
alguien más y sentir la calidez de un cuerpo que no era el
suyo. Que nunca sería completamente suyo desde ahora,
porque había dejado de pertenecerle.
Y tal vez debería intentarlo realmente, quizás Taehyung
tenía razón y solo se trataba de una obsesión. Quizás el estar
con Seojoon le hacía ver ese aspecto tan diferente al cual se
negaba enfrentar. Probablemente todo este tiempo necesitó
de alguien distinto para finalmente arrojar a Jeongguk fuera
de su sistema.
Sintiendo su rigidez, la pregunta de Seojoon le trajo de
vuelta.
— ¿Qué pasa?
Jimin rozó sus narices cariñosamente.
— Hyung.
— ¿Sí?
— Por favor, hazme sentir bien.
La indecisión aún brilló en el café oscuro de su mirada
cuando se levantó con Jimin en brazos, conduciéndolo a la
habitación hasta recostarlo gentilmente sobre la cama.
Parado en la orilla, se quitó la camiseta. Dejándose
consumir por la mirada hambrienta de Jimin, le permitió
estirar la mano y palpar la firmeza en su abdomen.
Seojoon se arrodilló, tirando del pantalón de pijama de
Jimin hasta dejarlo en algún lugar de la habitación. Muy
lejos de sentirse cohibido, Jimin separó sus piernas
lentamente. Y como si predijera que Seojoon enloquecería
con la desvergonzada vista, sonrió jocosamente.
Jimin era asertivo, porque estaba muy consciente de lo que
ocasionaba en las personas. Era su mejor virtud y sabía
aprovecharse de eso.
Siempre.
Las grandes manos de Seojoon se envolvieron alrededor de
sus piernas, acercando el rostro para tejer un sendero de
besos húmedos a través de sus muslos internos. Su aliento
cosquilleó y Jimin tembló en anticipación al percibir cuán
cerca estaba de su polla empapada.
Sin previo aviso, Seojoon comenzó a tomarle lentamente en
su boca, succionándole el glande perlado. La boca de Jimin
se abrió ante un jadeo y sus ojos se expandieron por la
sorpresa.
— Oh, Hyung... —Gimió.
Recargándose sobre sus codos, contempló la cabeza entre
sus piernas, estirando la mano para acariciar su corta
cabellera, animándole a ir más profundo. Entonces Seojoon
le tragó hasta la empuñadura y Jimin blanqueó los ojos,
cayendo de vuelta al colchón como un peso muerto.
Marcando un ritmo, Jimin quiso menear las caderas para ir
al encuentro con su boca, pero Seojoon lo mantuvo anclado,
tomándose el tiempo de saborearlo. Palpando alrededor,
Seojoon ahuecó sus bolas, apretándolas sin ejercer
demasiada presión para luego engullirlas en su boca sin
dejar de masturbarlo.
Jimin se vio envuelto en una maraña de gemidos y palabras
sin sentido. Tembló cuando sintió un dedo tantear entre sus
nalgas, acariciándolo y metiéndose poco a poco. El fuego se
expandió por todo su cuerpo, consumiéndolo, llenándolo de
vigor. Seojoon lo estaba llevando al borde demasiado
rápido, apropiándose de sus zonas más sensibles.
La mano derecha de Seojoon se hallaba envuelta en su polla,
su boca y lengua se adueñaban de sus bolas y dos dedos de
su mano izquierda arremetían contra su culo. Jimin se sintió
desfallecer.
Y recordando como aún se encontraba sensible por el
reciente encuentro con Jeongguk, la bruma de excitación
mermó una vez más. Fue devuelto a la realidad torpemente
y quiso llorar cuando sus ojos intentaron adaptarse a la
oscuridad de la habitación.
El zumbido en sus oídos decayó y fue consciente de su
respiración agitada, de los chasquidos que producía Seojoon
al devorarlo.
Percatándose de la rigidez constante en su cuerpo, Seojoon
alzó la cabeza.
— Jimin...
Pero Jimin se negó a escuchar lo que tenía por decir. Lo
atrajo bruscamente de los brazos, tirándolo sobre él, dejando
que su cuerpo lo aplastara. Metiendo las manos entre sus
piernas, donde el bulto de Seojoon chocaba contra su
intimidad, intentó bajarle torpemente los pantalones.
Estaba ido, sumergido en su propia ira naciente. Se oponía
a perder la batalla contra Jeon Jeongguk. Se prohibía a sí
mismo a ser incapaz de poder disfrutar, de sentirse culpable
y miserable por pensar que lo estaba traicionando.
Tenía que intentarlo. Él tenía que...
Seojoon siseó cuando el agarre de Jimin sobre su polla fue
rudo. Abrió la boca para reclamar, pero la orden de Jimin
fue clara:
— Condón.
Despojándose finalmente del pantalón, Seojoon sacó un
condón del velador. Regresando a la cama, Jimin se lo quitó
de las manos. Lucía nervioso y cada vez más al borde de la
histeria, sus manos temblaban al intentar abrir el sobre. Sin
embargo, Seojoon lo dejó, paciente y atento para cuando
finalmente explotara. Fácilmente podía seguir el hilo de sus
pensamientos.
Seojoon sabía lo que ocurría.
Arrodillados sobre la cama, frente a frente, los labios de
Jimin chuparon el costado de su cuello mientras guiaba el
condón a lo largo de su polla erguida, haciéndolo jadear.
Tomando a Jimin del mentón, lo devoró en un beso,
recostándolo para meterse entremedio de sus piernas.
— Por favor —Jimin suplicó, ejerciendo presión.
Pero hubo duda en las facciones de Seojoon cuando cogió
su polla, alineándola contra su entrada. Ante una lucha
constante, Jimin supuso que si no insistía, se negaría
completamente.
Pero lo que Jimin no sabía, era que la negación venía de él
mismo.
— Hyung... —Alzó las caderas en un intento por penetrarse
a sí mismo.
Seojoon presionó, tragándose un gemido. Pero de pronto,
Jimin estaba demasiado apretado. Aferrándose a sus
hombros, Jimin escondió el rostro en la curva de su cuello,
tragándose los quejidos de dolor cada vez que intentaba
entrar.
Y cuando finalmente lo hizo, cuando Seojoon entró de golpe
sin querer, Jimin aulló de dolor. Seojoon quiso retroceder,
pero Jimin se lo impidió, abrazándolo.
— Continúa —Sollozó—. Por favor, Hyung, ayúdame a
sacarlo de mi sistema. Ayúdame a olvidarlo. Por favor...
Descabellado.
Esa fue la primera palabra que cruzó por la mente aturdida
de Seojoon. De hecho, si reflexionaba un poco, era hasta
perverso. Lo peor de todo, era que estaba cooperando. Había
cedido ante la tentación.
Y si en algún momento pensó en tomar a Jimin, no fue
precisamente de esta forma. Era cruel. Inmoral para una
persona que le doblaba la edad. Una persona que tenía sus
límites definidos y un camino recorrido lo suficiente para
saber que estaba bien o mal.
¿Sentía celos por Jeon Jeongguk? Claro que sí. Tuvo entre
sus brazos a la criatura más preciosa y confusa del mundo y
jamás supo aprovecharla. Un ángel que se culpaba a sí
mismo porque no podía olvidarlo.
Jimin merecía mucho más que una simple follada para
olvidar a su ex. Incluso si así fuera, estaba claro que no lo
lograría, Jeongguk se había metido por debajo de su piel
para nunca más salir.
— No puedo —Seojoon dijo finalmente. Recargándose
sobre sus rodillas, quitó los brazos de Jimin de sus
hombros—. No voy a ser parte de esto, lo siento.
— ¡Hyung! —Desesperado, en pleno llanto, trató de atraerlo
a su cuerpo una vez más, forcejeando—. ¡Por favor,
ayúdame! ¡Ayúd...!
Sorprendiéndolo, Seojoon lo impactó contra la cama,
sujetándole de ambos brazos para mantenerlo quieto.
— ¡Basta!
Pasmado, Jimin parpadeó, ahogándose con un sollozo. La
habitación se sumió en el silencio y la ira en los ojos de
Seojoon fue palpable, haciendo sentir a Jimin diminuto.
— ¿Por qué haces esto? —Seojoon susurró, dolido—. ¿Por
qué te lastimas a ti mismo una y otra vez? ¿Qué esperas que
suceda?
Entonces el rostro de Jimin se desfiguró cuando un llanto
violento abandonó su boca, desgarrándole la garganta, un
llanto repleto de aflicción y desesperación. Un llanto que
pedía a gritos ayuda.
Recostándose, atrajo a Jimin hasta su pecho, acurrucándolo.
Durante sus treintaicinco años de vida, solo dos veces lloró
de impotencia. La primera vez, fue cuando mataron a
Namjoon mientras él estaba en prisión. La segunda fue esta,
presenciando cómo Jimin era capaz de atormentarse a sí
mismo por algo que estaba más allá de su control.
Joder, había conocido a Jimin cuando aún le faltaban los
dientes. Era tan solo un niño que a pesar de las
circunstancias que rodeaban su vida, siempre le vio con una
sonrisa amplia que volvía de sus ojos brillantes y preciosos.
Sin embargo, nunca se imaginó que al volver, se encontraría
con un Jimin completamente destructivo, drogadicto y
atrapado en una maldita relación toxica.
¿Quién esperaría eso para una persona que ama? Nadie.
La propia vida se había encargado de despedazar, marchitar
y apagar la luz de la única persona inocente que quedaba en
el pueblo. Un niño que sufrió las consecuencias de unas
malditas decisiones ajenas.
Seojoon sollozó cuando Jimin se aferró tanto a su cuerpo
que comenzó a doler. Sollozó al darse cuenta cómo esos
mofletes regordetes fueron sustituidos por unas mejillas
chupadas, deterioradas. En cómo esos esmeraldas tan únicos
y preciosos habían dejado de brillar para ahora observar con
rencor y recelo.
— Me está matando, Hyung —Jimin restregó el rostro sobre
el pecho desnudo de Seojoon, humedeciéndolo con sus
lágrimas—. El amor de Jeongguk me está matando.
El amor se trata de una conexión con el alma. Significa
felicidad, libertad, energía vigorosa, solemne. El amor
consiste en el placer y la alegría, y si no hay alegría, no hay
amor de verdad. El amor se trata de equilibrio, de equidad,
de ceder al otro su propio espacio, de permitirle
simplemente ser, sin juzgar, sin prohibir. Se trata de ser
flexible. De sentirse seguro y querido. Cuando hay amor, no
se hace sufrir a la otra persona. Significa estar atento a sus
necesidades. Se trata de comprensión, de entendimiento
mutuo.
Ese es el verdadero amor.
Seojoon reflexionó un poco al respecto. Últimamente, Jimin
había estado presenciando una avalancha de emociones. Y
era completamente normal, supuso. El chico se había
internado en una burbuja para evitar el dolor del mundo real
por años. Con su llegada, todo eso había terminado, el
verdadero trabajo de Seojoon era enfrentar a Jimin contra la
realidad, enseñarle a desinhibirse de sus secretos y explotar
con ellos, desahogándose.
Pero al parecer, un secreto era más fuerte que el otro, la poca
experiencia hacía de Jimin un manojo de nervios,
desequilibrándose fácilmente. Debía trabajar un poco más
en eso, en decir lo que sentía y no estallar en el proceso.
Tenía que aprender a ser relajado, a recepcionar.
— ¿Jimin? —Dijo, después de un largo silencio.
Jimin había dejado de llorar y ahora solo jadeaba, abatido.
El amanecer se acentuaba a través de las delgadas cortinas,
dándole claridad al techo que Seojoon se había mantenido
mirando.
— ¿Sí, Hyung? —Contestó adormilado, apretándose más
contra ese cálido cuerpo.
— El amor no duele.
Capítulo 48
Las chispas de luz solar se estrellaron contra su rostro.
Escapando de su insistencia cálida, ladeó el rostro sin
atreverse a abrir los ojos aún. Los músculos de su cuerpo
dieron las primeras señales de vida y soltó un quejido al
rodar por las sábanas alrededor de sus piernas. Lanzando su
brazo hacia el otro extremo, palpó.
Estaba completamente solo.
Sentándose de golpe, observó la habitación con los ojos
empañados, presos del sueño persistente. Y como si hubiese
sido capaz de percibir que ahora estaba despierto, Seojoon
apareció tras el umbral con un mantel de cocina sobre el
hombro.
— Ducha y a desayunar —Ordenó, desapareciendo por el
pasillo.
Jimin miró el punto vacío un poco más, frunciendo el ceño
cuando los recuerdos de lo que había pasado durante la
madrugada llegaron.
Asumió que sería completamente normal si todo de pronto
se volvía tosco e incómodo. Era habitual cuando se
despertaban emociones y sensaciones completamente
diferentes y no se sabía cómo remediarlas.
Nada de eso ocurrió.
Al parecer ninguno de los dos estaba dispuesto a evitar la
situación. El ambiente fue acogedor esa mañana al salir de
la ducha. El aroma de los waffles le recordó cuánta hambre
tenía.
Trastabilló alrededor de la cocina, luchando contra el cuello
de una camiseta que se negaba a bajar por su cabeza.
— Déjame ayudarte —De sonrisa burlesca, Seojoon le
atrajo de la manga.
Completamente ciego, Jimin chocó contra su pecho,
provocando más risas. Seojoon tiró rápidamente del cuello
hacia abajo y Jimin soltó una respiración agitada.
— Gracias, Hyung —Metió los brazos por las mangas,
acomodándose—. Me estaba ahogando.
Seojoon mantuvo la mirada fija sobre su mejilla derecha.
Alzando la mano, le acarició la piel magullada suavemente
con los nudillos. Viéndolo fruncir los labios, Jimin dedujo
que tenía algo que decir al respecto.
— ¿Quién te hizo el magullón en la mejilla?
Jimin no había mostrado ninguna señal de pelea. Durante la
madrugada, cuando lo recogió, sus risos estaban
perfectamente ordenados y su ropa intacta. Incluso sus
nudillos estaban limpios en caso de que se hubiese agarrado
a puños. Él ni siquiera se había mostrado eufórico o furioso,
todo lo que el esmeralda de Jimin demostró fue una enorme
tristeza y decepción.
¿De quién se había sentido tan decepcionado esa
madrugada?
— Ya te lo dije, Hyung —Retrocedió, luciendo a la
defensiva. Rodeando la mesa, tomó asiento—. Me peleé.
Cuando Jimin mentía, tendía a abrir los ojos más de la
cuenta. Seojoon no sabía si Jimin era consciente, pero su
mirada era demasiada expresiva y sincera para su propio
bienestar.
Entonces recordó que en el pasado, Jimin nunca pudo
vencer a Namjoon. No había modo, su hermano mayor
siempre lo atrapaba.
Namjoon había desarrollado esa clase de radar que le
advertía incluso cuando Jimin estaba a punto de mentir. En
ese momento Seojoon no lo comprendió. Por más que
buscara una pizca de sospecha en Jimin, no había modo de
encontrarla.
— ¿Cómo lo haces?
Le preguntó una vez, cuando pillaron a Jimin con una bolsa
con caramelos, que según él, se la habían regalado, pero en
realidad la robó de la tienda. Hubo tanta verdad en lo que
Jimin contaba que Seojoon le creyó, pero Namjoon se había
mantenido mirándolo fijamente.
Entonces dijo:
— Si sientes que este mocoso te está engañando, todo lo que
tienes que hacer es mirarlo fijamente. Cuando Jimin miente,
sus pupilas se dilatan.
Y con las pupilas dilatadas, Jimin le observó quietamente,
esperando que se sentara. No tenía ni la menor idea de que
esos preciosos esmeraldas eran su peor enemigo y lo habían
delatado.
Excediéndose con el jarabe, Jimin cortó un gran trozo de
waffle, metiéndoselo a la boca, comiendo sin cuidado.
Estaba famélico e inquieto a causa de la ausencia de
anfetaminas. Él se había mantenido tan ocupado que incluso
se había olvidado de su dosis diaria. Parecía no notarlo, pero
su comportamiento era claro, abstinencia.
Y sin siquiera tragar aún, se metió otro bocado a la boca,
abultando sus mejillas. Seojoon se detuvo para mirarlo con
desaprobación, pero Jimin estaba tan ensimismado que no
se percató. Entonces volvió a repetir el mismo
procedimiento. Tragando con dificultad, se metió un nuevo
bocado a la boca, mucho más grane que el anterior. Masticó
un par de veces y sin tragar intentó comer otro, pero la mano
firme de Seojoon le sujetó la muñeca.
— Mastica lo que tienes primera en la boca —Riñó.
Acercándole un vaso con agua, esperó diligente a que
masticara y tragara. Jimin le miró, testarudo.
— Pero tengo hambre —Se quejó, tomando un sorbo de
agua, frunciendo el ceño cuando fue un poco doloroso.
— Lo que tienes no es hambre, es ansiedad.
Pero Jimin pretendió no haberlo escuchado, actuando con
total indiferencia cuando se metió otro bocado a la boca,
masticando con exagerada lentitud para hacerlo enojar. Y
como era de esperarse, Seojoon lo ignoró y Jimin se rindió
demasiado rápido.
Su problema de adicción no era un secreto, pero había algo
de gratitud en no querer profundizar más en el tema.
Limpiándose las manos, Seojoon las cruzó sobre la mesa y
lo miró fijamente. Jimin detuvo su tenedor a medio camino.
— Qué —Dijo.
— ¿Planes para hoy?
— Quiero ir a ver a Tae —Murmuró, de pronto
desanimado—. Pero de seguro si me ve allí va a patearme el
culo.
— Aún son grandes amigos, ¿No? —Seojoon lució
sorprendido, observándole con claro interés—. Recuerdo
que antes no había modo de separarlos.
— Todavía lo somos —Las ganas de comer habían
desaparecido, jugando con el tenedor—. Tae es mi vida,
Hyung. Sin él, no sé qué hubiese hecho durante todo este
tiempo.
Y aunque la diferencia no era mucha, Taehyung había
ayudado de algún modo. Con todos sus problemas y
demonios sobre sus hombros y siendo tan solo un niño
también, había decidido proteger a Jimin de la única forma
que sabía y podía. Y si bien varias veces fracasó, nunca se
rindió en volver a intentarlo, nunca dejó de lado su
preocupación y amor por Jimin.
La desmotivación de Jimin fue evidente y Seojoon tuvo que
reaccionar apresuradamente.
— Te propongo algo —Intentó—. Vamos al centro
comercial a dar un paseo y compramos cosas deliciosas para
que le lleves a Taehyung. Estoy seguro que no te pateará el
culo si le llevas un par de regalos.
— Es cierto —Supuso, sonriendo débilmente—. A Tae le
encantan los regalos.
Él realmente necesitaba verlo. Y no para preguntarle por qué
había hecho lo que hizo, quería estar allí para ser su soporte,
sin miramientos ni prejuicios. Era su vida y sus decisiones
y sabía que detrás de todo eso había un gran sufrimiento. La
necesidad a veces era ruda y se tenía que sobrevivir de la
forma más bestial.
Porque no había otro modo, porque la gente como ellos
nunca tenía suerte ni esperanza.
Esa tarde, Seojoon condujo en silencio. Ensimismado, Jimin
se dedicó a mirar por la ventana, creando figuras sobre el
vidrío. Estaba soleado y el ajetreo de personas lucía
constante.
De mirada inquieta, Jimin reparó en un par de folletos que
sobresalían de los bordes de la guantera. Echándoles un
vistazo, divisó una extensa costa nocturna, enormes
palmeras y focos la delineaban, volviéndola deslumbrante.
Pero lo que llamó su atención fueron los enormes edificios
que se ceñían alrededor en una sutil mezcla de lo moderno
y lo natural. Era una imagen que trasmitía rejuvenecimiento,
elegancia, distinción, frescura.
Renacimiento.
Ansioso, Jimin se acomodó sobre su asiento, observando
con más atención, llevándose el folleto casi a la nariz con la
intención de contemplar hasta el más mínimo detalle.
— ¿Dónde es esto? —Murmuró, notando cómo más allá,
detrás de todo ese revoloteo centelleante, un par de
montañas sobresalían.
— Es la capital.
Lo más lejos que Jimin había llegado fue a la bahía. Y no
era la gran cosa en realidad, solo estaba a un par de horas y
era solo un poco más grande que el pueblo. Más allá de todo
lo que estaba fuera de su límite, convertía a Jimin en un
ignorante.
— ¿Y es así de grande, Hyung?
Atónico. Esa sensación repleta de conmoción que la
sorpresa dejaba a su paso. Ese asombro vivaz que te
descompone y te transporta a una dimensión diferente,
donde alberga todo lo desconocido, todo lo que no sabías
que anhelabas. Hasta que lo vez, hasta que te das cuenta que
existe.
Él de pronto lo quería.
Observando ligeramente lo que le mostraba, Seojoon sonrió,
enternecido por la tierna expresión que la curiosidad había
dejado en Jimin.
— Eso que estás viendo ni siquiera es la mitad de la capital.
Jimin devolvió la mirada al folleto, relamiéndose los labios
con avidez, demostrando cuán anhelante estaba de lo que
sus ojos veían de pronto.
— ¿Qué se siente? —Preguntó después de varios minutos
de silencio, pasando los dedos por la imagen—. ¿Qué se
siente vivir en la capital?
Frenando frente a un semáforo en rojo, Seojoon se echó
sobre su asiento, buscando las palabras adecuadas.
— Cuando pienso en la capital, lo primero que viene a mi
mente es libertad, renovación. Es un sitio repleto de
oportunidades. Existe la variedad y la extravagancia. Vivir
en la capital te facilita la vida en muchos aspectos. ¡Y
además es muy divertido!
Pero Seojoon odiaba el tráfico que se generaba, el estrés y
la desigualdad económica. Sin embargo, eran puntos que
definitivamente no le diría a Jimin.
— ¿Divertido?
— Claro que sí —Seojoon notó esa enorme bruma de
curiosidad que crecía hasta casi ser palpable,
aprovechándose—. El centro comercial que hay aquí ni
siquiera se compara, la capital alberga cientos de ellos.
Tiene sala de cines enormes y unos teatros extravagantes
donde puedes ver a la gente actuar o danzar en vivo.
— Nunca he ido al teatro —Suspiró, acariciando la punta
del folleto—. Ha de ser genial, ¿No es así, Hyung?
— Definitivamente. También hay restaurantes con todo tipo
de temáticas y comidas. Acuarios repletos de criaturas
marinas. Miradores y teleféricos donde puedes contemplar
la capital entera. Vivir allí, significa que siempre tendrás
donde divertirte.
La educación era realmente buena. Universidades de
renombre con una calidad absoluta. Sabía que Jimin era un
chico inteligente, sería muy fácil para él adaptarse al
retomar los estudios. Y sobre todo, los centros de
rehabilitación dispuestos a ayudar a jóvenes perdidos como
él.
Había contemplado un par de opciones. Un especialista
esperaba por ellos y eso hacía del tiempo valioso. Él había
planeado engatusar a Jimin con la capital, solo estaba
buscando el momento correcto, pero que Jimin se le
adelantara lo volvía aún mejor.
Le había prometido a Namjoon que se lo llevaría y eso haría.
Entonces comenzó a tantear:
— ¿No crees que sería un lugar genial para comenzar de
nuevo?
— ¿Te refieres a mudarme?
— Bueno, sería lo más lógico si lo que deseas es conocer
todos los lugares que posee.
De pronto, Jimin se mostró reacio, temeroso.
— No lo sé, Hyung... Creo que pensar en eso me asusta un
poco.
Sutilmente, Seojoon apretó el volante. Sabía que sería
realmente difícil separar a Jimin de todo lo que
acostumbraba, sobre todo cuando había una adicción por
delante. Y si era sincero consigo mismo, también tenía
miedo, miedo de espantar a Jimin y que nada de lo planeado
resultara.
Así que decidió intentar con algo mejor.
— ¿Y si llevamos a Tae con nosotros?
Jimin le miró sorprendido, mordiendo el anzuelo.
— ¿A Tae?
— ¿No te gustaría cambiar de rumbo y llevar una buena vida
con tu mejor amigo? Estoy seguro de que le encantará la
idea.
— Bueno... Eso lo cambia todo.
— Te propongo algo —Se detuvo frente a otro semáforo en
rojo, posando la mano sobre el muslo de Jimin—. Vamos de
vacaciones. Tanteamos un poco y si les gusta, nos
quedamos.
— ¿Y si no me gusta, puedo devolverme cuando quiera?
— Claro que sí, Piolín. Piénsalo.
— Lo haré.
La conversación quedó allí. El miedo era más fuerte que la
curiosidad que le había envuelto. El deseo se mantuvo
intacto, pero pensar en abandonar todo lo que conocía le
abrumaba.
No se sentía preparado para enfrentar la realidad. No aún.
Inquieto, decidió observar el paisaje. Detenidos en el
tráfico, se interesó por la personas que transitaban. Frente a
una cafetería, una camioneta negra llamó su atención.
Era la Ford Lobo negra de Jeongguk.
Agitado, se acomodó sobre su asiento, observando como del
interior salía Jeongguk, Seokjin y el pequeño Taehwan.
Notando la rigidez en sus hombros, Seojoon siguió su
mirada.
El caos se desató.
Fue todo demasiado rápido, Jimin ni siquiera alcanzó al
reaccionar cuando Seojoon estacionó bruscamente el auto,
tirando un portazo al salir.
— ¡Hyung! —Gritó, brincando al salir.
Entre zancadas, se dio cuenta que Seojoon se dirigía
directamente a Jeongguk. Pillándolo desprevenido, lo giró,
impactando un puño contra su rostro, tirándolo al suelo.
Jimin chilló histérico, corriendo hasta enrollarse en su brazo
para impedir que continuara. Pero Seojoon estaba cegado
por la ira. Sin medir su fuerza, tiró de Jimin para alejarlo.
Subiéndose a horcajadas sobre el torso de Jeongguk,
comenzó a golpearlo brutalmente.
— ¡Hijo de puta! —Bramó—. ¡Te lo advertí! ¡Te dije que si
le tocabas un mísero pelo te mataría!
El pequeño Taehwan lloró espantado y todo lo que pudo
hacer Seokjin fue contenerlo, privándolo de la imagen
desgarradora.
Jimin no sabía qué hacer. La realidad se distorsionaba y la
confusión lo cegaba. No podía permitir que Seojoon
continuara lastimando al hombre que amaba. Entonces
corrió y se abalanzó torpemente contra el enorme cuerpo de
Seojoon, rodeándole los hombros para tirar de él.
La gente murmuraba alrededor sin hacer nada. Se oía
nítidamente cómo el puño de Seojoon se estrellaba contra el
rostro ensangrentado de Jeongguk y los gemidos que salían
de su boca por el dolor.
Jeongguk no pudo defenderse en ningún momento. Casi
noqueado, Seojoon parecía acabar con él. La ira burbujeo en
el pecho de Jimin haciéndolo gruñir, entonces incrustó los
dientes sobre el hombro derecho de Seojoon, mordiéndolo
con toda su fuerza.
Seojoon siseó. Desesperado por el dolor de la mordida, se
apartó, tirando a Jimin al suelo por acto de reflejo. Jimin ni
siquiera sintió el impacto, levantándose rápidamente para ir
a socorrer a Jeongguk.
— ¡¿Qué mierda crees que haces?! —Arrodillándose frente
al cuerpo inerte, logró sentar a Jeongguk, protegiéndolo
entre sus brazos, lanzándole a Seojoon todo el odio que
sentía.
Temblando, Jimin inspeccionó el rostro de Jeongguk a
través de toda la sangre que brotaba, manchándose la mano.
Lentamente Jeongguk recobró el conocimiento y todo lo que
pudo hacer fue mirar a Seojoon.
Hubo algo en su mirada pardusca que Jimin no pudo
reconocer. Era una mezcla de ira y terror.
Seojoon caminó hasta ellos, cerniéndose. Pateando
ligeramente la pierna de Jeongguk, exigió.
— Levántate pedazo de mierda, no he terminado contigo.
Ignorando las suplicas de Jimin, Jeongguk logró levantarse
a través de tambaleos. Limpiándose la sangre de la boca con
el dorso de la mano, enfrentó a Seojoon.
Advirtiendo que Seojoon volvería a golpearlo, Jimin se
metió entremedio, encarándolo. Con los ojos repletos de
lágrimas y con el labio inferior temblando, demandó:
— ¡Detente! —Lo empujó por el pecho—. No voy a
permitir que lo lastimes, Hyung. Si pretendes golpearlo una
vez más vas a tener que pasar sobre mí.
Seojoon le doblaba en altura y fuerza, fácilmente podría
deshacerse de Jimin con un simple empujón, pero no lo
haría, porque lo respetaba.
Jimin no comprendía por qué Jeongguk ni siquiera hacía el
intento de defenderse. El hecho de que yaciera
completamente callado lo volvía todo aún más turbio. Lucía
totalmente choqueado ante la imponente presencia de
Seojoon.
Ignorando la presencia de Jimin, Seojoon centró la mirada
en Jeongguk. Alzando la mano, lo apuntó con el dedo.
— Fui realmente paciente contigo, pero fuiste incapaz de
cumplir con tu palabra. Tu tiempo se agotó, Jeon Jeongguk.
— ¿Qué? —Jimin se tambaleó, ligeramente mareado—.
¿De qué mierda hablas, Hyung?
— Tú decides, Jeon —Seojoon sentenció—. Le cuentas tú
o lo hago yo.
Cautelosamente, Seokjin se acercó a ellos. Taehwan le
agarraba la mano.
— Seojoon... —Comenzó.
— ¡Apártate y no te metas en esto, Seokjin!
— ¡No lo hagas delante del niño!
Taehwan comenzó a llorar nuevamente.
— ¡Cállate y llévatelo!
La bilis se instaló en la garganta de Jimin. La realidad
parecía querer comérselo vivo. La confusión se había vuelto
tan hostigosa que se sintió desfallecer.
No comprendía absolutamente nada.
— Por favor, Seojoon —Seokjin suplicó—. No lo hagas
ahora, no de este modo.
— Me cansé —Seojoon lució rendido. De hombros caídos,
negó—. Me cansé de pretender, de permitir que Jimin
continúe viviendo en un engaño. ¡Me cansé que lo utilicen
para su propio beneficio, merece saber la verdad! Sea el
momento adecuado o no, el dolor de la traición lo va a
destrozar de todos modos.
— ¿Hyung? —Jimin se ahogó con su propia saliva.
De pronto, silenciosamente, Jeongguk caminó hasta yacer
frente a Seojoon. Temblando visiblemente, descendió hasta
yacer sobre sus rodillas.
— Por favor, Seojoon —Suplicó, con la voz rota—. Por
favor no lo hagas. Te lo ruego.
Seojoon apretó la mandíbula. Negándose a ceder, se dedicó
a mirar al frente, ignorando cómo Jeongguk se humillaba.
Cerrando los puños, comenzó:
— Jeongguk y Namjoon se conocían. Hace muchos años,
los Jeon fueron parte de nuestra pandilla.
Jimin palideció. Hace algún tiempo, Jeongguk le había
dicho que él vivía en la capital, que era la primera vez que
visitaba el pueblo.
— ¡Por favor! —Jeongguk se desgarró la garganta.
— Eras pequeño, Jimin —Seojoon continuó—. Tal vez ni lo
recuerdas, pero los Jeon eran tus vecinos. Por muchos años,
Seokjin fue el novio de Namjoon.
La mirada sombría de Jimin se posó en Seokjin, entonces
las piezas comenzaron a calzar. El ataque que Seokjin tuvo
en el baño de Jeongguk al reconocerlo. Sus intentos fallidos
por querer entablar una relación más cercana.
Y el niño... Taehwan.
Entonces miró a Taehwan. Pero lo que realmente captó la
atención de Jimin fue el ligero brillo alrededor de su cuello.
Una medalla. Una medalla que sería capaz de reconocer a
kilómetros.
Hipnotizado, Jimin se acercó, arrodillándose frente a
Taehwan.
— Es el dije del árbol de la vida. La medalla que nos dieron
a Namjoon y a mí al nacer —Murmuró, tomándola entre sus
dedos. Cada medalla tenía grabada sus respectivas iniciales,
entonces Jimin la volteó para reconocerla.
P.NJ.
Respirando de manera entre cortada, Jimin comenzó a
jadear, intentando llevar aire a sus pulmones para no
desplomarse allí mismo. Sin poder controlar la ira, miró
fijamente a los ojos aterrados del niño.
Esmeralda y esmeralda se conectaron.
— Esta es la medalla de mi hermano. ¿Por qué tienes puesta
la medalla de mi hermano? —Le preguntó. Preso de la
cólera, Jimin agarró a Taehwan de los hombros y lo
zamarreó violentamente, gritándole en el rostro—.
¡Responde! ¡Por qué tienes puesta la cadena de mi hermano!
Taehwan gritó espantado, llorando de manera desenfrenada.
Tan rápido cómo sus sentidos se lo permitieron, Seokjin fue
al socorro de su hijo, jalando a Jimin hasta empujarlo lejos.
— ¡Aléjate de mi hijo!
Jimin miró la cadena entre sus dedos, observando cómo las
lágrimas que rodaban por sus mejillas la humedecían.
— Qué está pasando... Qué está pasando... Qué...—
Murmuró hasta convertirlo en un grito—. ¡Qué mierda está
pasando!
— Es su hijo, Jimin —Seokjin confesó—. Taehwan es el
hijo de Namjoon.
Jimin se tambaleó.
Entonces, qué tenía que ver Jeongguk en esto. Por qué
Jeongguk estaba rogando. Por qué... Y como si fuese capaz
de leer sus pensamientos, Seojoon dijo:
— La noche en que Namjoon murió, Jeongguk estuvo
presente.
— ¡No, por favor! —Jeongguk gritó con un llanto
descontrolado. Su cuerpo temblaba violentamente y negaba,
suplicándole que se detuviera—. ¡Yo no quería! ¡Yo no
quería!
Pateándolo lejos, Seojoon le recriminó repleto de rabia.
— ¡Si tanto dices amarlo al menos ten el valor de mirarlo a
los ojos y decirle la verdad!
— ¡Ellos me obligaron! —Jeongguk se puso de pie—.
¡Estaba tan asustado! ¡Pero yo no quería, tú sabes que yo no
quería!
El día en que Seojoon cumplió su sentencia y fue dejado
finalmente en libertad, lo primero que hizo fue volver.
Decidido e impulsado por su promesa, él había retornado al
pueblo a buscar al pequeño que había quedado desolado.
Pero ese pequeño creció, se convirtió en un precioso joven
rodeado de una vida indigna, repleta de drogas y enamorado
de la persona que nunca debió conocer.
Jimin jamás imaginó que se había enamorado del principal
responsable de su infelicidad infinita. A base de mentiras y
una identidad completamente falsa, Jimin fue sucumbido
por la tentación.
Cuando Jimin le había preguntado por qué demoró tanto,
Seojoon le dijo que simplemente no se había sentido
preparado aún. Había mentido. Seojoon estuvo allí desde
hace mucho tiempo, observándolo entre las sombras.
Entonces le había dado dos opciones a Jeon Jeongguk.
Decirle la verdad o darse un disparo en la cabeza con la
pistola que personalmente le había entregado.
Jeongguk no cumplió con ninguna y Seojoon no tendría
piedad.
— Jeongguk mató a tu hermano, Jimin. El disparo que
recibió en la espalda fue de él.
Esmeralda y pardo se encontraron. La brisa fresca de
primavera sopló y los envolvió, revoloteándoles el cabello.
El silencio fue palpable. La vida se detuvo en ese instante.
Jimin parpadeó, luego parpadeó una vez más hasta que sus
ojos se volvieron blancos, desplomándose contra el suelo.
Capítulo 49
Jeon Jeongguk tenía trece años cuando descubrió su odio
por la luz tenue. Esa luz débil que gobernaba en cada rincón
de la casa al anochecer. Esa luz que era más oscura que
cálida. Esa luz tan endeble que lo forzaba a encerrarse en su
habitación porque simplemente le aterraba, era turbia y
desconsiderada y lo hacía sentir amenazado.
Pero esa noche, todo quedó atrás; el miedo, los posibles
fantasmas esperando por él en el corredor. Ahora el miedo
era otro y era mucho más devastador, porque estaba allí y
podía tocarlo.
El miedo se había vuelto real.
Sus pies descalzos sintieron la textura tersa de la alfombra
al caminar por el pasillo. Desde la habitación de mamá,
sobresalía esa luz que le fascinaba, ese destello que le
encandilaba y lo volvía vivaz, contento. Le recordaba al
color amarillo, al resplandor del sol. La luz significaba paz,
sosiego, amor.
Mamá era como la luz. Era la claridad en su vida. El calor
que siempre le decía que todo iba a estar bien, que no se
preocupara, que estaría siempre con él.
Pero la luz de mamá se estaba apagando.
Así, como una velita que se va desvaneciendo lentamente, y
es tan débil que temes tocarla y dañarla. Y te entristece,
porque te asusta que se vaya, te asusta no volver a verla.
Esperas y la miras hasta que poco a poco notas que da su
último respiro y entonces, esa luz ya no brilla más.
La luz se ha ido.
Asomando tímidamente la cabeza por el umbral, la vio
acostada. Seokjin yacía a su lado, pintándole
cuidadosamente las uñas de un rojo intenso. Reían
efusivamente de algo que desconocía, peros sus risas
cantarinas le hicieron sonreír también. Lo sintió como un
momento íntimo, un momento que solo los dos necesitaban
tener. Entonces permaneció allí, parado y solitario en medio
de la luz tenue con su ropa de dormir puesta.
Fue cuando la voz cansada de mamá lo hizo brincar:
— Ese cabello negro intenso que heredaste de tu abuelo lo
podría reconocer incluso si me arrancasen los ojos —
Estirando una mano, lo llamó—. ¿Qué haces parado allí?
Ven y acurrúcate conmigo.
En silencio, se acercó, gateando a través de la cama para
meterse entremedio de mamá y Seokjin. Sintiéndose un
poco desorientado, se fundió entre sus brazos, escondiendo
el rostro entre los pechos que una vez lo amamantaron.
Mamá lo acurrucó, acariciándole el cabello.
— Estas dos semanas has estado muy silencioso. Ya no
hablas y ni siquiera estás comiendo adecuadamente —
Mamá le besó la coronilla. Deslizó la mano por debajo de
su sudadera, acariciándole la suave piel de la espalda—.
Mira, te estás quedando en los huesos.
— Ya ni siquiera llega con heridas en el rostro —Seokjin
bromeó, intentando aligerar el ambiente—. Incluso ha
dejado de golpear a los chicos del barrio. ¿Qué pasa contigo,
Jeonggukie?
Acercando sus labios gentiles, mamá le susurró en el oído.
— ¿No quieres contarle a mamá cómo te sientes?
¿Cómo le explicas a un niño de trece años que su mamá se
va a morir? ¿Cómo lo ayudas a asociar una muerte si nunca
ha tenido contacto con ella?
Jeongguk se enteró que el cáncer se la estaba devorando de
manera accidental. Esa tonta manía que tenía de escuchar
detrás de las paredes le había dado su peor merecido.
Y no había marcha atrás, estaba desahuciada.
Pero la sonrisa de mamá siempre fue brillante, incluso en las
peores adversidades. Cuando le sangraba la nariz y
Jeongguk se volvía pálido del susto, ella sonrió. Cuando las
quimioterapias le arrebataron el cabello, ella sonrió. Cuando
no pudo mantenerse de pies más de cinco segundos, ella
sonrió.
Y continuó, continuó, continuó sonriendo. Porque no quería
que las últimas imágenes que su familia se quedaría de ella
fuesen de dolor. Quería ser la mamá risueña que siempre fue
para sus hijos hasta el último día.
Ante el testarudo silencio de su hermano pequeño, Seokjin
se arrimó junto a ellos, acariciándole la cabeza.
— Reprimir tus emociones no está bien. Tienes que dejarlo
ir.
Jeongguk no lloraba. Nunca lo había hecho. La frustración
en él se había desbordado un par de veces, pero aun así,
Jeongguk no lloraba.
Ni siquiera lloró cuando, reunidos en la sala, se dijo que
mamá finalmente moriría. En completo silencio, se levantó
y se sentó en el porche de la casa hasta que oscureció y el
frío lo ahuyentó.
¿Cómo se sentía al respecto? Jeongguk se sintió acorralado
por las emociones dispersas, emociones que nunca habían
estado allí antes. Simplemente no se imaginaba viviendo sin
ella.
Siempre fue un niño que lo había tenido todo. Una familia
construida, repleta de amor. Rodeado de mimos y codicia.
Su mayor lamento no fue enterarse que en algún momento
se iría. La verdadera tristeza nació cuando tuvo que
presenciar cómo poco a poco se extinguía, ver cómo sus ojos
se apagaban.
Y sin embargo, esa noche no habló. No dijo nada. Se aferró
a ella como el niño desesperado que era y nunca le dijo
cómo se sentía.
Una semana después, la luz de mamá se apagó un domingo
por la mañana. Arrodillado en el borde de la cama, Jeongguk
contempló su cuerpo sin vida. Con dedos temblorosos le
delineó el rostro pálido y jugueteó con sus manos frías y
rígidas, observando como el esmalte que Seokjin le había
puesto seguía intacto.
Y tampoco lloró.
Su compañera, su ancla, se había ido para siempre. Pero
Jeongguk continuó manteniéndose firme y silencioso,
llevando el duelo a su manera.
Cuando la funeraria con los preparativos llegaron casi al
atardecer, decidió que salir de casa sería lo mejor. Ido en su
propia melancolía, se dejó guiar por sus pies caminando sin
un rumbo fijo. Carente de afecto, intersectó a uno de los
chicos que aborrecía y drenó toda su rabia en él. A
horcajadas sobre su cuerpo, Jeongguk lo golpeó hasta
dejarlo desfigurado. Luego se sentó junto al cuerpo
inconsciente, ignorando cómo la sangre ajena le manchaba
las manos y la ropa.
Mamá fue velada en una iglesia. Como la mujer afectuosa y
atenta que fue, el pueblo se conmocionó con su partida.
Durante los dos días de velo todos estuvieron allí, menos
Jeongguk.
— Nadie lo ha visto —Namjoon ingresó al salón contiguo
de la iglesia, rodeando a Seokjin con los brazos—. De
pronto se ha esfumado.
— Siempre ha sido demasiado impulsivo —Seokjin
sollozó—. Temo que con la muerte de mamá se vuelva aún
peor.
— Estará bien, solo hay que darle tiempo para procesarlo.
Nosotros seremos su apoyo, nunca estará solo.
— No lo entiendes, Nam —Intentó apartarse, pero Namjoon
se lo impidió, abrazándolo con más fuerza—. Cuando
Jeongguk se descontrolaba, ella era la única que lo
sosegaba. Tocaba esa fibra que volvía a Jeongguk humano,
mamá era su corazón.
Y ahora que no estaba, nadie podría guiarlo. Jeongguk se
dejaría cegar por sus instintos violentos, instintos
deshumanos que por culpa de papá poseía.
El desarrollo de Jeongguk nunca fue el correcto. Siendo tan
solo un crío, antes de dejarle interactuar y desarrollar el
afecto con otros niños de su misma edad, papá ya estaba
explotando su lado agresivo, enseñándole a pelear para
poder defenderse sin reparar en el enorme daño que le estaba
ocasionando.
Entonces la conducta de Jeongguk empeoró, despertando la
preocupación de mamá y Seokjin, creyendo que debería ser
tratado por un especialista. Pero papá siempre se negó a
detener su comportamiento agresivo, aludiendo que era
normal, estaba creciendo y se estaba desarrollando.
«Jeongguk solo está pasando por una fase».
Los niños no nacen violentos, aprenden a serlo.
Entrenando defensa en el patio de la casa le hacía creer que
ese era el vínculo que lo volvía cercano a papá. Pasaban
horas juntos y se sentía querido, sobre todo cuando elogiaba
lo fuerte que se volvía. Siendo violento, Jeongguk creía que
era la única forma de recibir la aceptación de papá.
— Estamos a tiempo —Namjoon sentenció—. Yo voy a
salvarlo. Me convertiré en su ancla.
— Estás tanteando en terreno peligroso, Jeongguk es...
Sujetándolo del rostro, Namjoon le obligó a mirarlo. Tan
pacifico como siempre, le sonrió, entregándole calma:
— ¿Acaso te olvidas que soy hermano de Park Jimin? Ese
mocoso sí que es un dolor en el culo. No hay forma de
regañarlo y castigarlo, el enano continúa escapándose de la
escuela. El otro día la directora llamó dos veces en la misma
semana porque continúa mordiéndoles la nariz a los niños
que lo llaman gordo. Ah, y ayer lo pillé con una bolsa repleta
con caramelos y dijo que la señora de la tienda se la había
regalado porque no pudo resistirse a su belleza... ¡Se la había
robado, Jin! ¡El maldito se atrevió a robar como si yo no le
diera dinero suficiente para comprar sus estúpidas
golosinas!
— ¿Y qué hiciste? —Seokjin le miró, enamorado.
— Lo llevé hasta la tienda, lo obligué a pedir disculpas y a
entregar los caramelos. Los que ya se había comido los
pagará ayudando en la tienda. Se comió la mitad, así que eso
significa que estará alrededor de dos semanas.
El eco de un estruendo los hizo brincar violentamente.
Lanzándose una mirada conmovida entre sí, sabían que vino
de la iglesia, donde el ataúd de mamá descansaba.
Mamá sería finalmente enterrada en las primeras horas de la
mañana. Era de madrugada y se suponía que no había nadie
más allí excepto ellos. Seokjin avanzó, pero Namjoon lo
detuvo posicionándolo detrás para protegerlo. Tomados de
la mano, caminaron en medio de las bancas hasta frenar a
unos pasos del altar.
El ataúd de mamá estaba abierto.
— Oh por dios —Seokjin se llevó una mano a los labios,
sollozando.
Su primer instinto fue acercarse, pero Namjoon lo detuvo,
negando en completo silencio. Entonces permanecieron allí,
observando la escena desgarradora.
Dentro del ataúd, junto a mamá, se hallaba Jeongguk. Entre
maniobras logró sentarla para sostenerla entre sus brazos. Y
como de costumbre, no lloraba.
En completa tranquilidad, le acomodó un par de hebras de
cabello detrás de la oreja, cincelándole el rostro pálido y frío
con los dedos. Meciéndola, comenzó a tatarear la melodía
de una canción de cuna.
— Esa es la canción de cuna que ella cantaba cuando él no
podía dormir —Seokjin hipó.
Y así, Jeongguk permaneció por horas, arrullándola entre
sus brazos, besándole los párpados hinchados, entrelazando
sus manos. Porque después de esa noche, nunca más
volvería a tocarla, a sentir su piel lisa y a divisar sus
facciones suaves.
Mamá no estaba muerta, solo se había ido en un sueño muy
profundo.
Delicadamente la recostó y él se acurrucó a su lado,
hundiendo el rostro entre sus pechos como siempre
acostumbró. Pero esta vez, el retumbar del corazón que
siempre le brindó calma no estaba. Cerrando los ojos, la
apretó fuerte, aferrándose.
— Sé que no he sido el mejor —Susurró, como si estuviese
compartiendo un secreto que solo ella debía escuchar—.
Siempre te hago rabear porque no me quiero bañar o porque
llego con la ropa manchada de sangre que te es difícil quitar.
Pero si regresas, te prometo no volver a pelearme nunca
más. Incluso me bañaré todos los días y haré mi tarea a
tiempo. Abre los ojos mamá. Por favor ábrelos. Me portaré
bien.
Tiempo después, cayó dormido. Namjoon se acercó y lo
sacó del ataúd. Con Jeongguk aún en sus brazos, se sentó en
una banca, quitándole el cabello de la cara a medida que lo
mecía, quebrándose finalmente cuando Jeongguk comenzó
a gimotear:
— Regresa, mamá. Regresa.
Al día siguiente, Jeongguk continuó callado. Ido en su
propia melancolía, dejó que Seokjin lo bañara y lo vistiera
para la ocasión. Sentado en la parte trasera del auto de
Namjoon, se mantuvo mirando sin interés el paisaje,
ignorando las bromas que Namjoon hacía para aligerar el
ambiente.
La ceremonia se llevó a cabo en un enorme y frondoso
bosque. El amplio y verde césped estaba repleto con lápidas
de mármol que irónicamente daban vida al lugar. Seokjin
condujo a Jeongguk de la mano, hasta sentarlo en la primera
hilera de asientos. Todo el mundo estaba allí, pero Jeongguk
solo se dedicó a mirar el blanco ataúd esperando descender.
El sacerdote llegó unos minutos después y la misa de difunto
comenzó. Ante un día completamente soleado y despejado,
el viento ululó, meciendo las hojas un poco más allá.
Entonces uno de los momentos más difíciles de sus vidas
apenas iniciaba cuando el ataúd de mamá comenzó a bajar
para ser cubierto con tierra.
De respiración agitada, Jeongguk balbuceó:
— Hay que sacarla...
— ¿Qué dices, Jeonggukie? —Seokjin le observó, la
preocupación haciéndole fruncir el ceño.
Pero Jeongguk lucía atontado, con los ojos excesivamente
abiertos, observando cómo el hueco que habían cavado se
tragaba el ataúd.
— Se está ahogando. Mamá se está ahogando.
Atento a cada señal extraña de su hermano menor, Seokjin
se arrodilló ante él, tomándole suavemente del rostro.
— Hey Jeonggukie, mírame —Pero no había modo para
Jeongguk poder regresar a la realidad—. Desde ahora,
mamá está descansando. Va a continuar cuidándote, pero lo
hará desde otro lugar.
Jeongguk negó. Asfixiándose, intentó llevar oxígeno a sus
pulmones en grandes bocanadas, pero no funcionó. Notando
cómo su rostro rápidamente comenzaba a ponerse morado,
papá se aproximó entre grandes zancadas, zamarreándolo
por los hombros tratando de hacerlo reaccionar.
— Respira, Jeongguk —Ordenó, preso del pánico—.
¡Respira, hijo!
No hubo caso, Jeongguk no progresaba. Tal vez fue la
desesperación o la necesidad de supervivencia, no tenía idea
de lo que hacía o qué lo empujó a hacerlo, pero papá le abrió
la boca y le metió los dedos hasta forzarlo a toser.
El pecho se Jeongguk se infló con aire y todo lo que pudo
salir de su boca fue un fuerte llanto, desgarrando a la
multitud. El niño que durante días se había mantenido bajo
las sombras, guardando silencio he intentado lucir los más
discreto posible finalmente se desahogaba ante un llanto
violento y desolado.
Lloraba. Finalmente lloraba.
Jeon Jeongguk tenía catorce años recién cumplidos cuando
se enfureció con Seokjin por haberle preparado un pastel de
cumpleaños.
¿Qué sentido tenía celebrarlo si ella no estaba allí para verlo
soplar la velas, aplaudir y besarlo?
La furia le había cegado tanto esa noche que se aproximó
hacia Seokjin, arrebatándole bruscamente el pastel de las
manos para lanzarlo contra la pared de la cocina.
En completo silencio, Seokjin se acercó al desastre,
arrodillándose para recoger los trozos desparramados. Le
tomó todo el día cocinarlo, él había estado muy emocionado
por aunque sea ver una pequeña sonrisa en el rostro de su
hermano pequeño.
Una avalancha de culpa erizó la piel de Jeongguk cuando
vio que los hombros de Seokjin se sacudían debido al llanto.
— Yo también soy tu familia, Jeongguk —Sollozó, con las
manos manchadas de crema—. Y solo quería hacerte feliz
aunque fuese por unos segundos.
— Hyung yo...
Abrió la boca, pero nada salió, no sabía qué decir. Titubeó
por un momento, pero todo lo que hizo fue abandonar la
cocina para correr al patio trasero en busca de aire fresco.
Todo había cambiado tanto desde aquel entonces. No
soportaba ser consciente de la soledad que les circundaba.
Incluso si vivían en la misma casa, habían dejado de actuar
como una familia, cada uno internado en su propio mundo.
Tirándose el cabello, alzó la vista hacia el cielo, buscando la
presencia de mamá entre las estrellas. Se sentía tan solo y lo
único que hacía era extrañarla a tal punto de sentir su
ausencia desesperante.
La tristeza lo estaba matando.
De pronto, los arbustos que dividían el jardín de los vecinos
comenzaron a vibrar, unas pequeñas manos atravesaron las
ramas y luego el rostro pálido de un niño se asomó.
Jeongguk volteó, pillándolo desprevenido. Ambos yacieron
pasmados, mirándose fijamente.
Era el hermanito de Namjoon.
— Uh... ¿Hola? —Jimin saludó, embozando una tímida
sonrisa.
Jeongguk no respondió, enarcando una ceja. Con un
semblante completamente serio, en cambio preguntó:
— ¿Por qué intentas escabullirte en mi jardín?
Jimin fingió estar confundido, plasmando una mueca de
consternación en su rostro.
— Uh... ¿Acaso este no es el camino hacia el arroyo?
— El arroyo está del otro lado —Pausó, frunciendo el ceño
al caer en cuenta—. ¿Y por qué querrías ir al arroyo a esta
hora? Está completamente oscuro.
Jeongguk pestañeó aturdido cuando Jimin hizo caso omiso
y se metió al jardín de todos modos. Deshaciendo la
distancia entre ellos, Jimin se paró a escasos centímetros,
alzando el rostro para poder verle.
— ¿Qué crees que haces? —Jeongguk bramó esta vez,
descolocado por esa actitud tan rara.
— Soy Jimin.
— No te pregunté.
— Tengo diez años.
— No te pregunté.
Entrelazando las manos detrás de su espalda, Jimin
comenzó a balancearse sobre sus talones, con su
característico mohín, lanzando una cautelosa mirada
alrededor. Jeongguk supo interpretar de inmediato que
buscaba algo.
Un ladrido hizo ecos a su alrededor y Jimin se arrodilló para
recibir al perro eufórico entre sus brazos, dejándose lamer
el rostro a medida que soltaba una risa cantarina.
La respuesta era clara ahora. Exaltado, Jeongguk lo acusó.
— ¡Tú eres el que se roba a Brad Pitt todas las noches!
Levantándose con el perro en brazos, Jimin le observó con
desaprobación.
— Robar es una palabra muy fea, ¿sabes? —Bufó—. Yo
prefiero decir que lo tomo prestado.
— ¡Es lo mismo! —Estirando los brazos, ordenó—.
Devuélveme a Brad.
— ¡Por supuesto que no! —Volteó, quitando al perro de su
alcance—. Además, Seokjin Hyung me dio permiso para
sacarlo a pasear cuando quisiera. ¡Brad me ama!
— ¡Brad es parte de nuestra familia!
— ¿Y eso qué? No seré parte de su familia, pero al menos
hago más que tú en su vida. Ni siquiera te preocupas por
sacarlo a dar un paseo.
Los primeros indicios de una nueva ira se asomaron, Jimin
estaba tanteando un terreno delicado y Jeongguk estaba
demasiado vulnerable y tosco ante cualquier situación.
Señalándolo con el dedo, Jeongguk iba a amenazarlo, pero
la puerta principal fue azotada, haciéndolos brincar en
sincronía.
La tensión en el ambiente fue evidente. Incluso el perro se
removió entre los brazos de Jimin para que le dejase ir,
huyendo con la cola entre las piernas cuando unos pasos
pesados se hicieron cada vez más evidentes.
Confundido y temeroso, Jimin se percató de la rigidez que
poseía el cuerpo de Jeongguk, dejándolo estático sobre el
césped. Buscando su mirada, se encontró con unos ojos
pardos cristalinos, desbordados de horror.
— Oye... —Susurró, pero las palabras murieron en su boca
cuando Jeongguk estiró su mano para cubrirle los labios.
El retorno de papá a casa intoxicado con alcohol se había
vuelto una costumbre. Igual que todos, la muerte de mamá
le marcó de cierto modo. De ese hombre risueño, dedicado
y amoroso nada quedaba, dejando consigo nada más que
terror.
De temperamento volátil, Jeongguk y Seokjin habían
aprendido que era mucho mejor permanecer alejados de él
mientras la borrachera se agriara. El moretón que aún no
mermaba de la mejilla de Seokjin era un claro recordatorio
de lo violento que se había vuelto últimamente.
Por el simple hecho de mirarlo a los ojos, él era capaz de
golpearte.
— ¡Dónde están todos! —Papá gruñó en un tono
distorsionado, chocando con los muebles—. ¡Nunca hay
nadie en esta maldita casa! ¡Malditos inservibles!
¡Jeongguk! ¡Jeongguk ven aquí, maldito cobarde!
Asumiendo que Seokjin había hecho su escapada, corrió
hacia los arbustos, atravesándolos para huir lejos de casa.
Sería una de esas noches largas otra vez, donde le tocaría
vagar por las calles húmedas hasta que retornar se volviese
un poco más seguro.
Abstraído en la desdicha intranquila, el sonido de unos
pequeños pasos siguiéndole en completo silencio le hizo
detenerse.
— ¡Yah, mocoso! —Apretándose el puente de la nariz, rogó
por un poco de paciencia—. ¿Qué crees que haces?
Con sus esmeraldas abiertos de par en par, se rascó la nuca,
intentando lucir casual.
— ¿Dirigiéndome al arroyo?
— Te dije que el arroyo está del otro lado —Dándole la
espalda, retomó su andar—. Deja de seguirme.
— No te estoy siguiendo.
Pero Jimin continuó siguiéndolo.
Ofuscado y aterrado por papá, cualquier situación lo volvía
nervioso. Y escuchar los zapatos de Jimin era una de esas
cosas.
— ¡Basta!
— ¿Qué?
— ¡Deja de seguirme!
— Estoy aburrido, déjame ir contigo.
El niño tenía una actitud desagradable. Desde siempre supo
que Namjoon tenía un hermanito, pero las veces que se topó
con Jimin fueron pocas. Interactuando entre sí era la primera
vez y para ser la primera vez, fue fatal.
— Piérdete y déjame en paz.
Lanzándole una mirada cargada de desprecio, Jeongguk
continuó su camino. La voz aniñada de Jimin arrojando una
amenaza le detuvo abruptamente.
Girándose, lo encaró:
— ¿Qué dijiste?
— Dije que si no me llevas, le diré a tu papá que escapaste.
Él se veía muy enojado hace un rato.
Tomándolo por las solapas de su camiseta, Jeongguk lo
zamarreó. Apretando los dientes, intentó asustarlo. Jimin ni
siquiera se inmutó, permaneció quieto, disparándole una
mirada carente de emoción.
— Si me haces daño, Namjoon vendrá y te pateará el culo.
Desde niño, Jeongguk solo honró la existencia de papá entra
las personas que aprendió a respetar, todo lo demás carecía
de sentido.
Hasta que lo conoció.
Namjoon llegó a su vida un sábado a medianoche. Tenía
diez años y en sus labios se reflejaba un descarado mohín a
medida que arrastraba los pies escaleras arriba porque mamá
lo había enviado a preguntarle a Seokjin si quería un pedazo
de tarta.
Nunca tuvo la costumbre de llamar a la puerta. Entre una de
sus tantas malas costumbres, fue que descubrió el primero
de muchos encuentros que se concretaron a lo largo de los
años, con Jeongguk como el único confidente.
Park Namjoon era alto, macizo e intimidante. Tan
intimidante que Jeongguk tembló cuando se vio preso en su
mirada afilada, desechando por completo la intención de
correr hasta la primera planta y acusarlos.
Seokjin intentó esconder la hinchazón de sus labios detrás
de su mano y lo riñó casi como un hábito por no avisar antes
de entrar. Las facciones felinas de Namjoon se tiñeron de
rojo, las comisuras de su boca se elevaron dominadas por
una sonrisa tímida, saludándolo.
Patético.
Fue el primer término que vino a su mente. Aún aferrado al
mango de la puerta, Jeongguk lo estudió con el desprecio
haciéndolo fruncir las cejas, llegando a la conclusión de que
Namjoon era tan idiota como para matar incluso a una
mosca. El miedo se esfumó y correr a la primera planta para
acusarlos volvía a ser una muy buena opción.
No lo hizo. Ni ese día ni nunca. Namjoon había comenzado
a comprar su silencio con dinero, pero inclusive si en algún
momento decidiese no saldar su deuda, Jeongguk habría
guardado silencio de todos modos. Pero eso era algo que
nunca le diría porque le gustaba el dinero y le gustaba ver lo
estúpido que Namjoon era.
Y sin embargo, involuntariamente, Jeongguk se sintió
atraído por su ingenuidad. La pronta curiosidad que
Namjoon despertó en él le llevó a querer estar siempre cerca,
observando, escuchando, aprendiendo. Era tan distinto a
todo lo que conocía que en muy poco tiempo se tragó sus
propios prejuicios.
Era un hombre que apreciaba la vida y respetaba
absolutamente a los animales. Un hombre que estaba
rendido de amor por Jimin.
Fue un poco más tarde que la admiración creció
desconsideradamente. Una clase de respeto que camuflaba
el temor que sintió cuando descubrió que Park Namjoon
estaba muy lejos de ser estúpido, patético e ingenuo.
Regresaban del centro comercial, Namjoon y Seokjin lo
habían llevado de compras. Sentado en el borde de los
asientos traseros, meció sus pies, observando lo genial que
se veían sus zapatillas nuevas. Ocurrió tan breve; un par de
autos que les rodearon, el nauseabundo aroma a neumático
quemado y el estridente sonido que le ensordeció ante el
frenar brusco de Namjoon.
Cinco hombres descendieron, blandiendo entre sus manos
unas varillas de acero. Seguros de sí mismos, las comisuras
de sus bocas tiraron en una sonrisa triunfante, tan tétrica que
demostraba que la presencia de un niño ante ellos era
insignificante.
El miedo empujó a Seokjin a aplastarse contra su asiento.
Allí, en medio del caos, Jeongguk pestañeó con la
respiración obstruida. El pánico fue severo, el miedo
desconectándolo de la realidad, volviéndola lejana e irreal.
Sin embargo Namjoon, tan impasible, tan imperturbable,
desabrochó su cinturón sin dejar de acecharlos, contándolos,
estudiándolos. Besó la frente de Seokjin y se giró para mirar
profundamente los pardos húmedos de Jeongguk.
— Oye, enano —Dijo, expandiendo la magia de sus
hoyuelos al sonreír, dejando caer su mano pesada sobre la
cabeza de Jeongguk, desordenándole el cabello—. Todo va
a estar bien.
Arrastrándose hasta la ventana, Jeongguk siguió su rastro.
Atrapado en medio, Namjoon fue intersectado por una
varilla, recibiendo el impacto al costado de su cabeza. Fue
un golpe certero, pero no tan certero para derribarlo,
dejando como rastro un hilo de sangre que brotó de su cien.
Un segundo intento de golpe llegó tan veloz como sus
reflejos oscilantes pudieron reaccionar. Bloqueando el brazo
del sujeto, Namjoon lo golpeó en las costillas, despojándolo
de la varilla para comenzar a mecerla en su mano ahora.
Tentando a su suerte, uno de los sujetos se aproximó,
desgarrándose la garganta ante un grito de lucha. Una lucha
que ni siquiera alcanzó a concretarse, Namjoon lo había
derribado en un segundo con una patada justo en el centro
de su estómago.
El miedo mermaba y Jeongguk se halló de pronto
maravillado. Apoyando las palmas de sus manos sobre el
ventanal, deseó atravesarlo para obtener una mejor visión.
Esas tácticas de pelea solo las había visto en papá. Y si era
sincero consigo mismo, aseguraba que Namjoon era incluso
más hábil.
— ¡Oye, Hyung! —Jeongguk se dirigió a Seokjin sin voltear
a verlo, asegurándose de no perderse nada de lo que ocurría
allá afuera—. Él ni siquiera está ocupando la varilla, se está
defendiendo solo con sus puños.
Enfrentándose al último de los sujetos, Namjoon decidió
que merecía un poco más de diversión. Después de todo,
atreviéndose a interrumpir uno de sus paseos, ignorando y
asustando a un niño, no era fácil de perdonar.
Utilizando su cuerpo como un saco de boxeo, Namjoon
drenó finalmente toda su ira. Pateándolo por la espalda, el
sujeto trastabilló, chochando contra el ventanal de
Jeongguk, dejando un rastro de sangre al resbalar hasta el
suelo.
Sin rastro de peligro, Jeongguk abrió la puerta, pasó por
encima del cuerpo inconsciente y corrió hasta lanzarse a los
brazos de Namjoon, soltando un grito cargado de euforia.
— ¡Eso fue genial! —Exclamó—. Te vez tan amable,
Hyung. Pero fuiste capaz de acabar con cinco tipos tú solo.
— ¿Qué quieres decir con eso? —Namjoon sonrió, dejando
que Jeongguk envolviera los brazos alrededor de su
cuello—. Sigo siendo amable, considerado y...
— Tonto —Jeongguk finalizó.
— Sí. Tonto.
Pronto descubrió que su ingenuidad era solo una fachada.
Park Namjoon era prácticamente dueño del pueblo. Un
hombre de negocios, cruel y respetado.
Entonces cuando la amenaza de Jimin hizo eco en su cabeza,
supo que hablaba en serio. Aprendió a conocer tan bien a
Namjoon que estaba seguro de que si le tocaba un mísero
cabello a su hermanito, no tardaría en tenerlo pateándole el
culo.
En la actualidad eran grandes amigos y le encantaba que
fuera el novio de Seokjin. Por muy cercanos que fuesen,
Jeongguk sabía cuáles eran los límites y Jimin era uno de
ellos.
Masticando el sabor amargo de la derrota, Jeongguk lo soltó.
Lanzándole todo el despreció que nació de pronto, volteó,
retomando su camino.
Esta vez Jimin no lo siguió.
El mocoso había sido tan ruidoso que no escucharlo fue raro.
Curioso, Jeongguk miró sobre su hombro, observando cómo
la pequeña silueta de Jimin se perdía a través del oscuro
bosque. La duda burbujeó: ¿qué hacía un niño de diez años
completamente solo en la calle? Sobre todo internándose en
un sitio tan peligroso como lo era el bosque.
Pero decidió que ese no era su jodido problema.
Jeon Jeongguk tenía quince años y todavía era difícil
asimilar la ausencia de mamá.
Durante el día era fácil llevar consigo un semblante
impasible. Sus facciones eran duras y se le daba bien lucir
frío, casi intimidante. Las noches eran todo lo contrario.
Atrapado en la soledad de su habitación, Jeongguk era
incapaz de poder controlar su llanto. Habían dejado de ser
silenciosos hace mucho tiempo, desde que había aprendido
a cómo llorar, todo lo que salía de su garganta eran gritos
desgarradores.
Esa madrugada una tormenta se dejó caer de imprevisto.
Llovía a cántaros. Entre intervalos, el cielo se iluminaba
silenciosamente para luego escuchar el estruendo de un
rayo, de algún modo adormeciendo su llanto frenético.
Pero papá estaba tan cabreado de la vida, tan hastiado de la
penuria que había dejado su esposa que ante el menor
estremecimiento de pronto se volvía colérico. Las dosis
excesivas de alcohol que le envenenaban el alma a diario y
el rencor hacia sus hijos, sobre todo en Jeongguk, crecía
desconsideradamente, volviéndolo carente de total afecto.
Él no se había esmerado todos estos años para criar a un hijo
débil.
Una hilera de rayos azotaron el cielo y la puerta de la
habitación chocó violentamente contra la pared. Bajo el
umbral, la sombra imponente de papá le asechó, su cuerpo
bombeaba agitadamente de ira y una correa colgaba de su
mano.
Con la mirada empañada, Jeongguk se arrimó hasta
aferrarse a la cabecera de la cama. La tensión era palpable y
sabía que habría una consecuencia por su agonía.
No importó cuánto suplicó, papá alzó la mano y el cuero de
la correa le quemó la piel. Uno, dos, cinco, ocho azotes solo
fomentaron su llanto y la rabia de papá.
Desprendiéndolo de la cama, papá lo arrastró por el pasillo
a través del cuello de su camiseta de dormir. Sus pies
desnudos intentaron aferrarse a la alfombra, pero trastabilló,
rodando por las escaleras. Entre gemidos desconsolados y
una confusión significativa, sintió cómo papá lo levantaba
del brazo. Y de pronto, todo lo que había, era lluvia y el
asfaltó helado y mojado bajo sus pies.
Papá lo había tirado a la calle.
Estaba oscuro. La lluvia efusiva lo dejó ciego y el frío
inminente creó en él el desespero suficiente para correr
hacia la puerta y golpearla.
— ¡Déjame entrar! ¡Papá, por favor!
No supo cuánto esperó bajo el manto de frialdad. Rendido,
permaneció hecho un ovillo, temblando violentamente,
intentando formular una respuesta coherente a todo el mal
que de pronto papá comenzó a salpicar en él.
Era una situación que permanecía más allá de su control,
Jeongguk ni siquiera lo imaginaba, jamás deduciría que el
odio de papá solo era una razón de despecho.
Jeon Gong Yoo era demasiado egoísta, demasiado codicioso
para aceptar que su hijo admirara a alguien más.
Se había esforzado demasiado, forjó en Jeongguk la imagen
que deseó ser alguna vez. El anhelo de poder le había
nublado la mente, solo pretendía hacer de Jeon Jeongguk un
tipo valiente, inteligente y poderoso. Había trabajado mucho
en él para que de pronto, así, sencillamente, Park Namjoon
llegara a su vida y le arrebatara toda la atención.
La puerta se abrió de golpe y el pánico lo hizo brincar. A la
defensiva retrocedió, expectante, suplicando que papá no
decidiese regresar.
No era papá.
Atolondrado, descubrió que los brazos que le rodearon con
fuerza eran los de su hermano. Temblaba y seguía el hilo de
su llanto. Observándole, flaqueó de tristeza cuando notó el
rostro ensangrentado de Seokjin.
— Hyung...
— No pasa nada. Vamos adentro.
Seokjin se había vuelto su protector. A veces funcionaba y
otras veces no. Con tal de protegerlo, Seokjin se lanzaba a
la deriva para recibir todo el odio que papá podía albergar,
no le importaba y no dolía tanto con tal de que Jeongguk no
sufriera demasiado. Pero esa noche ninguno de los dos se
salvó.
En la contienda por ir a sacarlo de la lluvia, papá le azotó el
rostro con la correa. La nariz le sangraba y el ardor en su
mejilla era insoportable, pero valía la pena si tenía a
Jeongguk limpio, seco y dormido a su lado ahora.
Jeon Jeongguk aún tenía quince años cuando fue guiado a
través del bosque durante el mediodía. El barro le ensució
los zapatos y las ramas dispersas le arañaron el rostro. Entre
las colinas, la base de una casona antigua lo hizo temblar,
era sucia y tétrica y se detuvo a medio camino porque no
quería llegar hasta ella.
Pero papá lo pateó por la espalda, forzándolo a continuar.
Aferró una botella de licor y se la llevó a la boca, dando un
desproporcionado sorbo, rugiendo ante el ardor. De mirada
nublada, siguió a Jeongguk hasta el porche con un danzar
tambaleante.
En medio de la sala, completamente cohibido, Jeongguk
volvió a suplicar.
— Por favor, no quiero.
— ¡Sube! —Señalando las escaleras, bramó en voz baja—.
Maldito pedazo de mierda, cobarde.
Entre los últimos escalones, Jeongguk no lo soportó, el
miedo y la idea de lo que podría suceder a continuación lo
obligaron a sollozar. Papá detestaba cuando lloraba.
Perdiendo completamente la paciencia, lo tironeó del brazo,
metiéndolo a una habitación.
Fue arrinconado contra el esqueleto de una vieja pared.
Aferrándose al concreto, sus manos se mancharon con la
escarcha podrida de la pintura. Boqueaba como la viva
imagen de un pez asfixiándose y suplicaba a papá que
tuviese piedad.
— Esto no se trata de lo que quieres, inservible de mierda.
Lo único que has hecho desde la muerte de tu madre ha sido
llorar como un maldito cobarde. Todo lo que te pedí fue que
entregaras la maldita droga a la persona correcta. Incluso en
lo más absurdo eres capaz de fallar.
Había estado asustado como la mierda. Nunca se había
entrometido en los negocios sucios de papá. De hecho ni
siquiera sabía que papá fuese capaz de llevar esa clase de
vida, pero finalmente comprendió que esas ganancias eran
las que se habían encargado de alimentar a la familia por
años.
Tuvo miedo y tembló cuando papá lo había forzado a cargar
una mochila con drogas. Mikey lo estaría esperando en la
plaza central, en una camioneta negra. Seria rápido. Solo
tenía que cruzar la calle y entregarla. Entonces la policía
apareció y él fue demasiado evidente. Los oficiales ni
siquiera habían estado interesado en lo que llevaba en la
mochila, pero Jeongguk había corrido por su vida,
acobardado.
— Tenía miedo —Sollozó, chistando cuando intentó
limpiarse las lágrimas del rostro y papá le azotó la mano con
un manotazo.
— ¿Miedo? —Hubo una mueca mordaz que tiró de las
comisuras de sus labios en una sonrisa tétrica. Hurgando
detrás de sus pantalones, sacó una pistola—. Yo te enseñaré
lo que es el verdadero miedo.
Acariciándola, metió dos balas. Quitándole el seguro, la
empuñó descaradamente contra el rostro de Jeongguk.
El aire quedó retenido en el pecho de Jeongguk, volviéndolo
estático. La saliva lo ahogó y temió pestañear. El cañón se
veía imponente. La seguridad era tan real en papá que el
llanto le desfiguró el rostro y los mocos le mancharon la
boca.
— Baja eso, por favor —Cubriéndose el rostro con los
brazos, intentó rodar hacia su derecha, pero papá le siguió
con el arma.
Correr hacia la puerta era una opción ahora. Era joven y
veloz y podría zafarse si a través del miedo se permitía
moverse con audacia. Y lo hizo. Pero sus piernas flaquearon
cuando papá disparó contra el suelo, espantándolo.
Iba en serio. Papá estaba dispuesto a matarlo.
Arrastrándose por el suelo, se apegó a la pared. No había
nada más que hacer y dejó que papá se acercara, empuñando
el arma.
— Puedo hacerlo fácil para ti —Dijo—. Voy a liberarte del
tormento. Haré que vuelvas a reencontrarte con tu madre.
Sí, definitivamente lo haré.
No era lo que quería. No de esta forma. Estaba cansado de
ese sometimiento violento, de la agonía que papá comenzó
a provocar sin razón alguna. Si aceptaba, sin tan solo lo
hacía, entonces papá no tendría problema en liberarlo.
Pero no quería. Mamá no estaba y sufría a diario, pero él
quería vivir. Por favor, quería vivir.
El pesado metal del cañón pesó sobre su frente. Derrotado y
abatido, cerró los ojos, esperando. Pero papá decidió hacer
el suplició un poco más tormentoso.
— Un agujero en tu cabeza. Será un poco doloroso, pero no
te preocupes, seré rápido.
El pestillo castañeó y supo que papá lo estaba apretando.
Entonces no lo soportó. Mordiéndose el labio inferior para
silenciar sus sollozos, comenzó a orinarse en los pantalones.
Los segundos transcurrieron y nada ocurrió. Abriendo
tímidamente un ojo, Jeongguk notó cómo papá lo examinó
con una mueca sarcástica en el rostro. Tocándole los
pantalones húmedos, se jactó:
— Eso es precisamente lo que un cobarde haría.
Cohibido de pronto, Jeongguk se abrazó a sus rodillas en un
intento por refugiarse de la vergüenza. No podían culparlo,
era un niño de quince años que veía cómo su vida se
desmoronaba lenta y dolorosamente.
Un niño que en algún momento lo tuvo todo. Familia, amor
y luz.
Agachándose a su altura, papá meditó por un momento sin
dejar de blandir el arma. Lo miró fijamente y apretó la
mandíbula. Entra la difusa niebla de pavor y confusión,
Jeongguk notó el dolor que había en el pardo de sus ojos.
— Eres mi favorito, Jeongguk. Desde pequeño has sido
distinto al resto, travieso, audaz. Eres importante. La ira será
tu posesión más grande. Nunca muestres debilidad, nunca
agaches la cabeza, nunca te arrodilles ante nadie, porque
entonces siempre te van a pisotear. No permitas que nadie te
humille, ni siquiera me lo permitas a mí. No tengas
compasión, nunca.
Jeongguk parpadeó. Procesando las palabras de papá,
lentamente comenzó a comprender sus intenciones. Quería
volverlo inquebrantable. Todo rastro de malicia se drenó de
su rostro, ni siquiera parecía borracho ahora.
— Utiliza tu ira con inteligencia —Continuó—. Que la
muerte de mamá sea una fortaleza y no una debilidad. Sé
imponente, temerario y entonces el mundo siempre te
respetará.
En algún intervalo de los quince años, Jeon Jeongguk se
interesó en Park Jimin por primera vez. Una curiosidad
genuina que nació una tarde de otoño, estaba pronto a
oscurecer y Jeongguk divagaba por el bosque, siguiendo el
camino a casa.
Fue cuando lo vio, pequeño, llamativo y tan solitario como
siempre. Rodeaba el cementerio de animales con una mirada
exhaustiva, buscando cualquier indicio de basura que
pudiese quitar.
— ¡Hey! —Jeongguk gritó—. ¿Qué haces ahí? Está
anocheciendo y es peligroso. Regresa a casa, Namjoon te
está buscando.
Jimin brincó y se escondió detrás de una improvisada lápida
de madera. Permaneció completamente quieto. Jeongguk
frunció el ceño, bufando para sí mismo.
— ¿Él cree que es un buen escondite? Desde aquí puedo ver
las puntas de sus risos.
El primer instinto de Jeongguk fue ignorarlo, no era su
problema. Dispuesto a retomar su camino, se detuvo,
mirando por sobre su hombro, notó cómo los ojos y la
pequeña nariz de Jimin se asomaban tímidamente.
— Vamos, te llevaré a casa.
La travesura se bañó en las esmeraldas de Jimin cuando
Jeongguk se aproximó. Chillando, saltó torpemente para
correr y esconderse detrás de otra tumba, repitiéndolo cada
vez que Jeongguk se acercaba.
— ¿Qué haces? —Jeongguk frunció el ceño, preguntándose
por qué el niño huía de él. Escuchando la clara risa de Jimin,
pronto lo comprendió, lo estaba invitando a jugar—. Oh...
Ignorando que tenía un objetivo de por medio y que
necesitaba llegar a casa porque moría de hambre, Jeongguk
se escondió detrás del tronco de un árbol. Rígido, esperó
unos segundos. La curiosidad empujó a Jimin a salir de su
escondite, hurgando alrededor. Jeongguk supo que era su
oportunidad.
— ¡Te atrapé!
Emboscándolo, intentó agarrar a Jimin del brazo.
Espantado, pero con una genuina carcajada, Jimin corrió. A
mitad de camino, Jeongguk se detuvo, el sendero estaba
vacío y el ambiente extrañamente sospechoso.
De pronto, las hojas de un árbol se mecieron y las ramas
crujieron, fue demasiado veloz, no tuvo tiempo para reparar
en lo que sucedía. Saltando desde lo alto, Jimin se abalanzó
con la intención de caer sobre el cuerpo de Jeongguk,
derribándolo.
— ¡Te atrapé! —Chilló con voz cantarina.
Se corretearon hasta llegar al final del bosque. Lo que había
comenzado como un juego indefenso, se había convertido
en una lucha de poder. Con las manos entrelazadas,
intentaron empujarse para ver quien caía primero al suelo,
hasta que chocaron contra un torso formidable,
derribándolos a ambos.
— ¡Hermano!
— Namjoon Hyung...
Namjoon no estaba contento. Cruzado de brazos, los miró
desde su exuberante porte, amenazándolos con una simple
mirada felina y estridente. Jeongguk se encogió sobre su
sitio.
— Hermano —Acostumbrado a desobedecer, Jimin no lo
tomó en cuenta, decidido a explicar qué le había tomado
tanto tiempo—, inventamos un juego. Gané la mayoría de
veces y...
— A casa —Namjoon sentenció. Jimin se plantó
berrinchudo y sólo obedeció cuando tuvo que alzar la voz—
. ¡Ahora, Park Jimin!
Jimin se oponía la mayor parte del tiempo, era berrinchudo
e insoportable. Pero como un niño de once años, era lo
suficientemente inteligente y astuto para saber cuál era el
límite y hasta dónde Namjoon iba a ser capaz de soportarlo.
La línea había sido discretamente dibujada bajo sus pies y
bajó la cabeza en señal de sumisión. Lanzó a Jeongguk una
mirada de pesar, despidiéndose para emprender su camino
con los hombros hundidos.
— Adiós, Jeongguk.
Tímido al respecto, Jeongguk susurró—. Adiós, Jimin.
Jimin continuó cabizbajo, volteando de vez en cuando.
Jeongguk lo siguió con la mirada y solo el carraspeo
intencional de Namjoon lo trajo de vuelta, creando con su
cuerpo una sombra sobre él.
Jeongguk se encogió una vez más, entonces intentó dar
alguna explicación:
— Hyung, yo...
— Somos amigos, Jeongguk —Namjoon se impuso—. El
pasar de los años me ha llevado a estimarte y a comprender
el por qué eres como eres, pero mi hermano es el límite.
Jeongguk pestañeó. Luego pestañeó una vez más y boqueó
en el proceso, intentando decir algo al respecto, pero todo lo
que pudo hacer fue trastabillar.
— Hyung... Yo... —Retrocedió como un acto de reflejo,
sintiéndose de pronto juzgado y lastimado—. Solo intentaba
llevarlo a casa porque estaba solo en el bosque.
— Lo sé.
— Entonces por qué...
— Existen códigos —Discretamente hizo alusión a la
pandilla que tenían en común, un lugar que su padre
forzosamente le había hecho ocupar—. Simplemente no te
acerques a él.
— ¡Jamás le haría daño!
Namjoon sabía que no mentía, sabía que Jeongguk era
sincero con sus palabras, pero también estaba consciente
que si cedía, si dejaba que Jimin comenzara a interactuar
con él, terminaría por hacerle daño, porque Jeongguk era un
chico violento, le había visto interactuar con las personas y
lo tosco que podía llegar a ser con ellas.
A su corta edad y como labores criminales que se ejercían
dentro de la pandilla, Namjoon le había visto cometer actos
abominables, pero lo quería demasiado como para atreverse
a decirle: «No quiero que pongas tus manos manchadas de
sangre sobre él».
— Es un niño aún —Namjoon intentó remediar la tristeza
que sabía que había forjado a través de Jeongguk—. Todavía
tengo que lidiar con la culpa por las cosas que hago. Sin
embargo, soy todo lo que tiene. Lo único que deseo, es que
esté lejos de la gente como nosotros.
Jimin era curioso. De sentimientos aún inocentes, sería fácil
para él moldearse de malos hábitos. Pero de algún modo,
Namjoon había olvidado que Jeongguk aún seguía siendo
un niño también. Un niño que aún quería jugar, divertirse,
hacer travesuras. Namjoon estaba tan ocupado en sus
asuntos, en lo difícil que era lidiar con un niño como Jimin,
que ni siquiera había notado todas las obligaciones que
Jeongguk cargaba sobre su espalda, toda la desdicha que lo
albergaba y lo infeliz que se había vuelto desde la muerte de
su madre.
Jeongguk fue lentamente marginado, incluso por sus seres
queridos. Y de pronto, el único que nunca le juzgó fue a
quién menos esperó, Park Jimin. Su preciada inocencia le
había dado una oportunidad, una oportunidad que a causa de
otro, estaba siendo nuevamente arrebatada.
Arrastró los pies hasta casa. El hambre había mermado y
todo lo que hizo fue yacer parado frente al pórtico, notando
por primera vez cuán grande y frío era su hogar. Mamá lo
volvía todo tan acogedor.
Jugar con Jimin fue divertido. Hace más de dos años que no
había reído como lo hizo. Por incluso un momento, él había
vuelto a ser feliz.
— Allí estás —Seokjin lo sorprendió, asomándose desde la
cocina cuando cerró la puerta principal—. Ve a ducharte, la
cena está casi lista.
Pero Jeongguk no se movió de su sitio. De aspecto rendido,
preguntó:
— ¿Hyung, soy una mala persona?
— Qué cosas dices, Jeonggukie... —Bufó, caminando hasta
él para revolotearle el cabello en un intento por apaciguar su
semblante decaído—. Por supuesto que no.
— ¿Entonces por qué la gente se aleja de mí, por qué me
teme?
Seokjin meditó. Su hermano era un tanto peculiar y creía
que no estaba preparado para hablar del tema sin herirlo en
el proceso. Su padre había normalizado la violencia de tal
forma en Jeongguk que él mismo la desconocía.
— Tú también me temes, ¿verdad?
— Claro que no.
Pero el esfuerzo por fingir en su rostro de pronto rígido
advirtió a Jeongguk que mentía.
— Olvídalo, Hyung —Caminó hasta las escaleras—. No
cenaré esta noche, no tengo hambre.
Al día siguiente, Jimin lo intersectó a mitad de la calle. Su
respiración agitada y su sonrisa ansiosa le decía que corrió
hasta alcanzarlo.
— Vamos a jugar —Propuso.
Jeongguk evitó mirarlo, continuando con su camino. Jimin
persistió a su lado.
— ¿No fue divertido para ti? —Insistió—. Creí que habías
dejado de odiarme.
— No te odio.
— Claro que lo haces —Jeongguk era alto y sus zancadas
largas, Jimin tenía que trotar para poder alcanzarlo. Con voz
oscilante, confesó—. Siempre me ignoras y cuando intento
acercarme a ti me tratas mal.
— Nos hemos topado solo dos veces, no exageres.
— Con esta serían tres —Cansado, Jimin tiró de la chaqueta
de Jeongguk para detenerlo—. Vamos a jugar.
— Te dije que no —Intentó zafarse, golpeando la mano de
Jimin, pero Jimin se aferró.
— Pero yo quiero jugar contigo. Eres divertido, Jeongguk.
El auto de Namjoon se vislumbró desde la esquina y
Jeongguk tembló, sabía que le espiaba. Siempre había
respetado a Namjoon, pero el miedo era más grande, el
maltrato de papá de pronto lo había convertido en un chico
temeroso.
No había opción, por mucho que lo lamentara, tenía que
alejar a Jimin.
— Juguemos, Jeongguk. Esta vez dejaré que ganes.
Preso de los nervios, Jeongguk se giró hacia Jimin y golpeó
ambas manos sobre su pecho, empujándolo hasta hacerlo
caer.
— ¡Te dije que basta! —Bramó, con la mirada cristalina por
la culpa cuando el labio de Jimin comenzó a temblar—. No
te acerques nunca más a mí.
Jeongguk le dio la espalda y comenzó a caminar, pero la voz
quebrada de Jimin le detuvo.
— Yo solo quería ser tu amigo, Jeongguk. Siempre te he
visto tan solitario y triste que solo quería darte un poco de
compañía.
Jeongguk no respondió, simplemente se alejó. Dolido por la
situación, susurró para sí mismo—. Lo siento, Jimin.
Y fue así como Jeongguk se acostumbró a verlo desde las
sombras, cuando Jimin no le hacía caso a Namjoon e iba a
meterse a la casona. Gozaba de sus facciones risueñas desde
la distancia, de su risa cantarina tan estridente que se volvía
contagiosa.
De pronto, en medio de la oscuridad, algo parecía brillar. Y
sin querer, sin notarlo, Jimin había llegado a iluminar su
mundo. Reconoció en Jimin esa luz, la luz que poseía mamá.
La llama de la velita que una vez se había extinguido, se
volvía a encender.
Jeon Jeongguk tenía dieciséis años cuando siguió a
Namjoon a través de una carretera desolada. La tierra del
desierto le ensuciaba los zapatos y la baja temperatura de la
madrugada le hacía castañear los dientes por el frío.
— Debe estar por aquí... —Namjoon musitó para sí mismo,
camuflándose a través de los arbustos resecos y filosos.
Jeongguk no sabía nada al respecto. Él solo había acatado la
orden de Namjoon de montarse en su auto y acompañarlo.
Había sido un camino tedioso hasta allí y solo ahora
comenzaba a asumir lo riesgosa que la situación era cuando
advirtieron un par de francotiradores en las aristas de las
montañas.
Mentiría descaradamente si dijese que temblaba más por
frío que por miedo.
— Hyung... —Inició.
Pero Namjoon alzó la mano y susurró—. Allí está.
Situándose a su lado, vislumbró un amplio terreno y una
casona armada de hojalatas oxidadas. Era un sitio tosco y
desde allí, Jeongguk podía ver la inmundicia. Dándole un
golpe en el hombro, Namjoon lo invitó a seguirle.
A medida que se acercaban, los ladridos fueron evidentes,
chocando contra la atmosfera hueca creando insoportables
ecos. El tiempo era valioso y Jeongguk cubrió su nariz ante
el fétido olor de las necesidades de los perros. Observando
con atención, pudo darse cuenta que ese sitio era un
cautiverio donde se llevaban a cabo peleas caninas
clandestinas.
— Vamos a hacer que esta mierda desaparezca —Namjoon
gruñó.
Vislumbrando sus hombros rígidos, Jeongguk advirtió lo
furioso que estaba. Él también lo estaba, de todos modos.
Estaban en medio de varias jaulas atestadas de perros
viviendo en las peores condiciones que jamás hubiese
imaginado, algunos de ellos muertos o heridos.
— Son demasiados, Hyung —Miró las jaulas colmadas—.
Es imposible.
— Nuestro trabajo es otro —Namjoon sacó un celular,
tecleando un par de coordinas a medida que tomaba
fotografías—. Una organización se hará cargo, yo solo vine
a marcar el lugar.
Envuelto en su propia curiosidad, Jeongguk vagó alrededor.
Un poco más allá, justo en el fondo, había una pequeña
jaula. Un par de ojos grandes y plomos brillaron desde la
oscuridad. A medida que se acercaba, podía escuchar el
claro sonido de un gimoteo.
— Hey, tranquilo —Susurró a medida que se arrodillaba
para yacer a la altura—. No te haré daño.
Aferrado al rincón, el perro no le creyó. Temblaba
visiblemente. Un nudo de impotencia se instaló en la
garganta de Jeongguk. Era tan solo un cachorro que no
sobrepasaba los cinco meses.
Se trataba de un ser vivo. Una criatura inocente que, quizás
había sido cruelmente arrebatada del lado de su madre para
comenzar a crecer entre la desdicha, forzado a sufrir y a
crecer a un temprana edad para comenzar a ser cosas
abominables, normalizando en él la violencia.
Y de pronto, quien estaba aferrado en ese rincón temblando
de miedo no era el cachorro, era él mismo. La impresión lo
dejó aturdido. El cachorro y él conectaron su mirada y
entonces lloró sin darse cuenta que realmente lo hacía.
Eran dos niños atrapados en la misma realidad.
Hubo un quiebre y un notable cambio en ese momento, el
cachorro había dejado de sentir miedo, acercándose para
lamer los dedos de Jeongguk aferrados a la jaula.
— Todos serán rescatados —Namjoon se paró detrás,
notando como el llanto silencioso sacudía los hombros de
Jeongguk—. Pero esta noche vamos a llevarnos a este.
Era un sitio tan apartado de la sociedad que sus dueños ni
siquiera le habían puesto candados a las jaulas, demasiados
confiados en que nadie sería capaz de llegar hasta allí.
Namjoon abrió la reja y el cachorro saltó a los brazos de
Jeongguk, desestabilizándolo hasta hacerlo caer al suelo sin
dejar de lamerle ansiosamente el rostro.
— Realmente le agradas —Namjoon asumió.
— Jack.
— ¿Qué?
— Este amiguito se llamará Jack —Jeongguk dijo,
acariciando su pelaje negro.
Pero la entrada de Jack a casa estaba prohibida. Jeongguk
temía la ira de papá y la clara oposición de Seokjin, así que
Namjoon se lo llevó hasta que Jeongguk creciera y fuese
capaz de darle un hogar propio.
Jeon Jeongguk tenía diecisiete años cuando el principio del
fin llamó a su puerta. Fue un día raro desde el comienzo,
cuando apenas abrió los ojos esa mañana en pleno verano.
El aire se había sentido extraño, sofocante, como una
advertencia.
El reloj estaba próximo a marcar madia noche, Seokjin y él
seguían sentados en la sala, viendo una película.
— ¡Yah! —Seokjin pateó su hombro—. ¡No te duermas y
sigue masajeándome los pies!
— Hyung... —Se quejó—. Han dejado de estar hinchados
hace más de media hora.
— ¡Yah, Jeon Jeongguk! —Lo amenazó, apuntándolo con
el dedo índice—. ¿Te atreves a cuestionar a un hombre
embarazado? ¡Llevo en tu vientre a tu sobrino!
— ¿Y eso qué tiene que ver con tus apestosos pies?
Seokjin estaba pronto a cumplir los seis meses de gestación.
Hasta hace solo unos días el bebé finalmente se había dejado
ver. Namjoon y Seokjin tendrían a un precioso niño al que
llamarían Park Taewhan.
Barajando un par de insultos en su cabeza, Seokjin abrió la
boca para contraatacar, pero todo lo que llenó el ambiente
fueron unos golpes desesperados en la puerta principal. Por
instinto, Seokjin se protegió el vientre hinchado con las
manos, buscando una explicación en la mirada extrañada de
Jeongguk.
— Quédate aquí.
Jeongguk avanzó hacía la puerta. Incapaz de permanecer en
su lugar, Seokjin le siguió discretamente, refugiándose todo
el tiempo tras su espalda.
— ¡Se desató una pelea! —Uno de los miembros de la
pandilla vino a buscarle. Llevaba el rostro ensangrentado—
. ¡Un grupo intersectó a Namjoon y a tu padre, son
demasiados! ¡Los tienen acorralados!
— ¡No vayas! —Fueron las primeras suplicas de Seokjin
cuando Jeongguk se giró para ir en busca de las llaves de su
auto—. ¡Manda a alguien más, pero no vayas!
— Déjame pasar...
— ¡Por favor, Jeongguk, es peligroso!
— ¡Van a matarlos! ¿No escuchaste? ¡Los tienen
acorralados!
Solo un par de minutos bastaron para que llegara al sitio. De
los años que llevaba en la pandilla, Jeongguk nunca había
visto nada semejante. Era una batalla campal, todos
completamente revueltos. El polvo que los pies al
arrastrarse ocasionaban era asfixiante, la oscuridad de la
noche lo volvía todo tan poco visible. Jeongguk tuvo que
dejar las luces de su auto encendidas para poder correr y
socorrer a su padre que estaba siendo pateado brutalmente
en el suelo.
Noqueó a dos tipos en el proceso, buscando alguna señal de
Namjoon. Más miembros de su pandilla comenzaron a
sumarse, llevando consigo un poco de ventaja. Notando
cómo Namjoon se enfrentaba a tres tipos al mismo tiempo,
Jeongguk se descuidó, recibiendo el impacto de un bate
contra el costado de su rostro, derribándolo.
Permaneció noqueado por unos segundos, completamente
mareado y aturdido por el constante pitido adueñándose de
su oído. De pronto, todo lo que podía distinguir era los pies
tropezando con su cuerpo tieso, los gritos de furia y la
sangre que teñía la tierra.
De imprevisto, agarraron sus brazos y fue arrastrado lejos
de la disputa. Era su padre.
— ¿Estás bien? —Papá se arrodilló, sujetándole el rostro
para verificar su herida.
Desconcertado, Jeongguk sacudió la cabeza, intentando
despabilar. Papá no pudo socorrerlo por demasiado tiempo,
volviendo a la lucha para ayudar a sus demás compañeros.
— ¡Jeongguk!
Un grito cortó el aire, devolviéndolo a la realidad. De
mirada perdida, se levantó, buscando quién le llamaba
desesperadamente.
Park Namjoon se enfrentaba al líder de la pandilla oponente.
Con el tipo sobre su torso, bloqueando cualquier
movimiento, luchaban por obtener el control de una pistola.
Jeongguk palideció.
En una maniobra, Namjoon alzó la cabeza, dándole un
cabezazo al sujeto, quitándole el arma para lanzarla a
Jeongguk.
— ¡Dispárale! —Namjoon le ordenó—. ¡Date prisa,
dispara!
La pistola permaneció tirada a los pies de Jeongguk por unos
segundos. Un par de sujetos se abalanzaron contra
Namjoon, rodeándolo, No había opción. Preso del pánico,
Jeongguk la cogió entre sus manos, intentando apuntar.
— ¡Jeongguk, apresúrate!
— ¡Dispara! —Escuchó el grito desesperado de papá.
Estaban perdiendo.
— ¡No puedo! —Jeongguk comenzó a llorar—. ¡No puedo
ver bien a través de la oscuridad!
— ¡Dispara, Jeongguk! —Sus demás compañeros
comenzaron a presionarle.
— ¡Hazlo, maldito cobarde!
Temblorosamente blandió la pistola, apuntando el cuerpo
del líder oponente, cerrando los ojos, disparó.
El estruendo paralizó a todos. Pasmados ante la amenaza,
buscaron el cuerpo que había recibido el impacto. Allí, en
medio de la tierra, el cuerpo de Namjoon yació tendido, la
bala se había incrustado en su espalda y no dejaba de escupir
sangre por la boca.
En ese momento, Jeongguk deseó haberle hecho caso a su
hermano. Él debía haberse quedado en casa.
— ¿Hyung? —Gimoteó
— ¡Retirada! —La banda contraria comenzó a dispersarse,
dejándolos solos con el tormento que se avecinaba.
Nadie tuvo tiempo de sopesar en lo que sucedía, Namjoon
estaba convulsionando. Eran delincuentes, no podían
llevarlo a un hospital y que todo arriesgaran ir a la cárcel,
sobre todo Namjoon en que caso de que saliera con vida.
— Yo no quería... —Ido en su propia agonía, Jeongguk
susurraba a medida que todos se organizaban en meter a
Namjoon al auto—. Yo no quería... Él me dijo que disparara,
pero...
— ¡Basta! —Papá lo abofeteó para hacerlo reaccionar—.
¡Por primera vez en tu vida deja de comportarte como un
maldito cobarde y conduce tu puto auto!
Llevaron a Namjoon a la casa de su familia. En medio del
desespero, la única opción fue su padre, era veterinario y
sabría cómo detener una hemorragia.
— ¡No cierres los ojos, Nam!
Uno de los acompañantes le palmeó la mejilla,
devolviéndolo a la realidad, pero en ese momento Namjoon
ya estaba completamente ido.
Entre sollozos, Jeongguk solo podía apretar el volante.
Papá, de copiloto, verificaba que no perdiese el control. En
sus facciones apretadas intentaba aparentar que no era la
gran cosa, que era un hombre fuerte, pero las lágrimas en
sus ojos advertían lo preocupado y asustado que estaba.
— Él va a estar bien. Namjoon se va a salvar —Papá intentó
dar ánimo al grupo—. Su padre detendrá el sangrado y lo
llevará al hospital más cercano. Sí, todo estará bien y en el
futuro solo será un mal recuerdo. Incluso nos reiremos de
esto.
Sin embargo, cuando llegaron a la casa de los Park,
Namjoon estaba completamente muerto. Él incluso ni
siquiera habría soportado llegar al hospital, su último aliento
se había quedado en el auto de Jeongguk.
Azotaron la puerta hasta que el señor Park los recibió,
cayendo con el cuerpo de Namjoon bajo el umbral. Detrás
de él, una silueta pequeña se asomó.
— ¿Hermano?
La débil voz de Jimin quebró la moral de todos. El corazón
de Jeongguk se detuvo por un segundo cuando pardo y
esmeralda se conectaron. Temiendo que pudiesen
reconocerle, papá lo agarró de la solapa de su sudadera y lo
arrastró hasta casa.
— Debo volver —Jeongguk dijo de pronto, cuando el
cuerpo de papá bloqueó la puerta principal, evitando que
saliera—. ¡Debo decirles que fui yo! ¡Debo decirles que yo
lo maté!
— ¿Mataste a quién?
La voz preocupada de Seokjin los detuvo a ambos. Cuando
ninguno de los dos se atrevió a contestar, Seokjin se acercó.
La aflicción tiñó su semblante cuando notó la sangre que
manchaba sus ropas, insistiendo ahora con mayor autoridad.
— ¿A quién mataste, Jeongguk?
— Fue un accidente —Jeongguk dijo lentamente,
sollozando—. Yo no quería. Todo se salió de control y...
— ¡¿A quién mataste?! —Seokjin los zamarreó.
Papá decidió acabar con el suplicio, confesándole:
— Namjoon está muerto.
La vida se drenó de los ojos de Seokjin. En ese momento,
papá y Jeongguk observaron cómo la mitad del corazón de
Seokjin se marchitaba para siempre.
Con una noticia por procesar y un niño en pleno desarrollo
dentro de su vientre, Seokjin se desplomó contra el suelo,
desmayándose.
Y así la madrugada fue desapareciendo hasta dar con los
primeros rayos del sol. El plan estaba listo, ahora solo
faltaba asumir las consecuencias.
Con un pequeño bolso en mano, Jeon GongYoo se despidió
para siempre de sus hijos. No había sido un buen padre
después de la muerte de su esposa, sobre todo con Jeongguk,
de algún modo sentía que tenía una deuda con él.
Jeongguk tenía una vida por delante, no podía dejar que se
estropeara por algo que sabía que estuvo fuera de su control.
Esa noche Jeongguk solo había sido una víctima más,
forzado a hacer algo que no quería, entonces asumiría la
culpa como el total culpable de la muerte de Park Namjoon.
Sin embargo, Seokjin no se lo perdonaría nunca.
Cuando Seokjin se despertó, todo lo que pudo hacer
Jeongguk fue arrodillarse.
— Perdóname, Hyung...
— ¿Cómo te atreves a siquiera mirarme después de lo que
hiciste? —Lo abofeteó—. ¿Siquiera eres capaz de asimilar
la situación? ¡Dejaste a mi hijo sin su padre! ¡Por tu culpa
ahora Taewhan crecerá sin nunca haber conocido a su padre!
— Lo siento, Hyung... Lo siento mucho.
Arrodillado, dejó que Seokjin lo golpeara a su antojo. Sabía
que lo merecía.
— El vientre de mamá estaba maldito cuando te trajo al
mundo, porque desde que llegaste lo único que nos has dado
han sido tragedias —Seokjin gritó con todas sus fuerzas—.
Mamá y Namjoon nunca merecieron morir. El único que
debería estar muerto eres tú, pedazo de mierda.
— Perdóname, Hyung...
— Te maldigo, Jeon Jeongguk —Escupió—. ¡Deseo con
todas mis fuerzas que desde ahora en adelante nunca más
puedas ser feliz, porque la muerte de Namjoon siempre
pesará sobre tus hombros!
Capítulo 50
Crisis existencial. Esa sensación de realidad incomprendida.
Aquel periodo de vida ante un pensamiento profundo, un
cuestionamiento que llega cuando eres incapaz de soportar
lo que tienes alrededor.
No lo entendía. No había modo incluso si se esmeraba en
reflexionar al respecto. ¿En qué momento la vida decidió
que lo merecía? ¿Qué tanto mal había hecho para soportar
la vida que llevaba?
Él había sido tan inocente. ¿Entonces por qué tenía que
cargar con cientos de pecados que no eran suyos?
Recargado sobre el respaldar de su cama, dejó que las
lágrimas tejieran su propio sendero a través de sus mejillas.
De mirada perdida, se negó a recibir la cuchara con sopa que
mamá intentaba llevar a su boca.
— Jimin, cariño... —Insistió, rindiéndose en el cuarto
intento.
La preocupación volvía de su rostro más viejo, Jimin notó.
Sujeto a su locura, él quiso hacer una broma al respecto,
pero estaba tan cansado. Observando la manta que le cubría
las piernas, la empuñó contra sus manos.
Dos semanas. Dos largas semanas donde fue incapaz de
poder levantarse de su cama sin desfallecer en el proceso.
Mamá se cansó de preguntar de lo ocurrido al tercer día,
Jimin no hablaría y ella solo podía agradecer que la dejase
cuidarlo.
Un par de retorcijones lo hicieron despabilar, una clase de
contracciones que se expandieron hasta provocarle nauseas.
Era el aroma del pollo en la sopa.
— Llévate eso de aquí, mamá —Se cubrió la nariz con el
ante brazos, como si eso fuese capaz de calmar su
malestar—. Apesta.
— ¿Qué, la sopa? —Mamá la alzó, buscando que Jimin la
reconociera—. Pero si es tu favorita.
No lo soportó.
Trastabillando con las mantas y la postura confusa de mamá,
saltó de la cama, corriendo hasta arrodillarse frente al
inodoro.
— ¡Cariño!
Mamá no supo qué hacer. Y era triste, porque eso reflejaba
cuán poco se preocupó de él en el pasado. Tan ausente fue
su presencia durante la infancia de Jimin que nunca lo
socorrió ante algún malestar.
Mientras Jimin se deshacía en vómito, su primer instinto fue
sobarle la espalda. No entendía qué regurgitaba si no había
comido absolutamente nada.
Fue un gran malestar, pero fue el impulso necesario para que
Jimin se animara a abandonar la cama finalmente. Frente a
un bloqueo mental, silenció las voces estridentes de su
cabeza, moviéndose en automático.
Bañado y vestido con ropa limpia y fresca, descendió
lentamente por las escaleras, sobándose inconscientemente
el vientre. Mamá cortaba para él un par de manzanas.
— La fruta es muy buena después de vomitar. Tu abuela me
preparaba ensalada de manzana y plátano cuando me
embaracé de ti —Notando su presencia, comentó
vagamente—. La manzana disipa los químicos que provoca
las náuseas y el plátano relaja el estómago.
Mamá parloteó un poco más acerca de enfermedades
estomacales y las consecuencias de no comer
adecuadamente. Fingiendo que la escuchaba, respondió
entre monosílabos variados, caminando hasta la sala y
fisgonear a través del ventanal.
Su estómago se descompuso una vez más, pero esta vez el
causante había sido la propia impresión cuando divisó la
Ford Lobo negra al otro extremo de la calle.
No había olvidado lo ocurrido. De hecho, era el motivo que
lo hacía llorar desconsoladamente por las noches. Pero
extrañamente, incluso si el recuerdo estaba claro y latente
en su mente, Jimin no había pensado ni una sola vez en él.
Quizás por miedo. Tal vez por el pavor de tener que
enfrentar completamente la realidad.
— Lleva ahí durante días —La voz de mamá lo hizo
brincar—. Se va por la mañana, pero en la tarde ya está de
regreso.
La intuición de mamá no fallaba, sabía que había ocurrido
algo entre ellos. Pero el tiempo le había dado la razón al
saber que Jimin no trabajaba bien bajo presión, y empujarlo
a decir algo era tentar descaradamente a su propia suerte.
Jimin regresó a la cocina y tomó asiento, devorando su
ensalada de frutas en completo silencio. Mamá se dedicó a
lavar un par de platos y Jimin fijó un punto sobre su espalda.
Ahora que veía con atención el cabello suelto de mamá, notó
que los risos eran una genética fuerte que provenía de ella,
un legado que a diferencia de Namjoon, Taewhan lo había
heredado. Lo mismo pasaba con los hoyuelos y el color
esmeralda en los ojos.
Negando a medida que se deshacía en una carcajada seca,
recargó los codos sobre la mesa, sujetándose la cabeza como
un desquiciado.
— ¿Cómo pude estar tan ciego en ese entonces?
— ¿De qué hablas, cariño?
Mamá frunció el ceño. Preocupada, quiso acercarse, pero
tenía miedo. El cuerpo de Jimin temblaba, desde su boca
solo salía una risa burlesca, pero su rostro se hallaba
contraído en una mueca de llanto a medida que las lágrimas
salpicaban la mesa.
— Estuvo frente a mis ojos todo este tiempo —Murmuró,
tirándose el cabello—. ¡Maldición!
Preso de la histeria, se levantó, cogió el plato aún con frutas
y lo lanzó contra la pared. Comenzó a patear la silla hasta
que sus rodillas oscilaron y cedieron, botándolo al suelo.
Fue cuando se permitió llorar realmente.
Mamá se sentó a su lado y Jimin se aferró desesperadamente
a ella.
— Era su viva imagen, mamá. Y fui incapaz de reconocerlo.
Mamá lo arrulló.
— Tranquilo, bebé...
Jimin no podía borrar de su mente esos ojos
semitransparentes que le miraron por primera vez. Esa
ingenuidad saturada de curiosidad que hizo brillar sus
esmeraldas igual que a él, porque la conexión fue inmediata,
estuvo allí todo el tiempo.
Su familia.
— ¿Mamá?
Jimin la llamó sin atreverse a levantar el rostro. Acorralado
entre sus brazos vestidos de lana, la abrazó más fuerte.
— ¿Qué sucede, cariño?
Una vez, Park Seojoon le dijo que el cambio comenzaba por
uno mismo. El truco estaba en hacer la diferencia. La familia
Park estuvo corrompida por años, nunca nada funcionó de
manera correcta y allí estaban las circunstancias.
Pero en ese momento, Jimin decidió que la sinceridad sería
un buen comienzo.
— Mamá —Retuvo el aire por unos segundos, consciente
en que esa simple confesión lo cambiaría todo para
siempre—. Namjoon tiene un hijo.
Jimin lo sintió. Sintió esa rigidez que paralizó el cuerpo de
mamá por completo. Notó que sus manos se volvieron frías
y el color que volvía de su rostro encantador se drenó. Mamá
estaba blanca como el papel y temió que se desmallara.
En cambio, mamá solo lloró. Y solo ella sabría el verdadero
motivo de su llanto. Había una culpabilidad que todavía la
martirizaba. Llegó tarde a la muerte de su hijo y lamentaba
aún más no poder verlo criar y amar a su primer retoño.
— Eso significa qué... —Con dedos temblorosos se acarició
los labios, silenciando sus sollozos—. ¿Tengo un nieto?
Jimin creyó que la verdad traería consigo más peso a la
tristeza con la que tenían que acarrear a diario, pero muy por
lo contrario, de pronto solo hubo calidez. Como una clase
de esperanza.
— Verás... —Jimin se acomodó, emocionado—. Tiene seis
años y se llama Park Taewhan.
— Taewhan —Mamá saboreó el nombre—. ¿Y tiene seis
años, dices?
— Sí. Al parecer, nació el mismo año en que Nam... Ya
sabes.
— Oh, entiendo... —El recuerdo volviéndola desanimada
una vez más, pero la conmoción era más fuerte, en segundos
se reincorporó preguntando con una clara ingenuidad—. ¿Y
cómo luce? ¿Se parece a Nam?
— Tiene un poco de todos, en realidad —Sonrió
tímidamente—. Él sacó nuestros risos y el esmeralda en sus
ojos es idéntico al mío. Tiene un par de hoyuelos que,
cuando sonríe, es la viva imagen de Namjoon.
— Oh por dios... —Mamá sollozó una vez más, pero esta
vez, la emoción de su llanto fue diferente.
Ella estaba feliz.
— Es un niño muy inteligente, mamá —Jimin correspondió
a su llanto, sonriendo a medida que se secaba las lágrimas
de las mejillas—. Y testarudo también. Es sociable y no
tiene miedo en darte su punto de vista. Vas a amarlo. Tú
realmente vas a amarlo.
Namjoon había decidido llevar una vida silenciosa y
diferente lejos de casa. Estuvo en todo su derecho, mamá
pensó. Con una vida dura y tener que presenciar a diario la
miseria que sucumbía dentro del hogar forzaría a cualquiera
a querer escapar.
Ella fue la causante, después de todo.
No estaba molesta porque su hijo mayor decidió que no
tenía el derecho de saber de la existencia de su nieto.
Aceptaba el rencor que Namjoon alguna vez le tuvo y
lucharía por ser una mejor persona de ahora en adelante,
incluso si era demasiado tarde, pero el intento valía la pena.
Estaba pronto a anochecer cuando Jimin salió hasta el
pórtico. Observando sus converse negras sobre la madera
húmeda, se encogió dentro de su suéter. Pero lo necesitaba,
necesitaba de ese aire fresco que le devolvía a la vida,
percibir el aleteo de las hojas entre las ramas de los árboles
y el gentil ritmo del agua en el arroyo.
Un poco más allá, el bosque le llamaba, le invitaba a dar un
paseo como en los viejos tiempos, aquellos en que la
amargura se instalaba comprimiéndole la garganta hasta
ahogarlo y la única solución estaba en acudir a la naturaleza
para sanar la tristeza que le inquietaba el alma.
Miró sobre su hombro, hacia el pasillo oscuro y desolado de
casa. Mamá tomaba una siesta y no lo notaría en absoluto.
Metiéndose las manos en los bolsillos del suéter, dejó las
primeras huellas sobre el césped, desapareciendo entre las
frondosidades.
La oscuridad nocturna siempre fue su aliada, solía
frecuentar ese mismo camino cuando escapaba de casa, lo
tenía grabado incesantemente en su memoria. La luna estaba
llena y gorda y se detuvo a contemplarla. De luz sin igual,
ella le iluminaría esta noche.
Batallando con la cubierta densa y verde del césped, divisó
el ajetreo de ramas secas entrelazadas entre sí. Entonces
supo que había llegado.
El cementerio de animales.
Frente a una memoria emotiva, reencarnó al pasado cuando
su mirada se posó en una tumba o lo que quedaba de ella en
realidad. Yacía completamente deteriorada, cubierta de
herbaje fresco y naciente. Arrastrando la mano sobre la cruz
de madera improvisada para quitarle el polvo, susurró:
— Winter...
Winter había sido una gatito siamés. Fue la mascota de
Violeta, una vecina con la cual muy pocas veces interactuó,
pero que con la muerte de Winter se entabló un lazo de
agradecimiento cuando Jimin se ofreció a darle sepultura.
Winter tenía cinco meses recién cumplidos cuando una
jauría de perros lo mató. Ellos ni siquiera lo habían
destrozado, uno de ellos mordió su cuello hasta quebrarlo.
Fue la primera vez que Jimin comprendió cuán dolorosa la
muerte de una mascota puede llegar a ser y lo devastado que
dejaba al dueño.
— Hace tan solo unos minutos le había dado de comer,
Jimin —Violeta se había desmoronado en medio de la calle
con su gatito desvanecido entre sus brazos, negándose a
dejarlo ir.
Más allá, otra tumba pareció sobresalir, limpiando sobre el
nombre, una sonrisa débil tiró de sus labios. Lalo fue una
tortuga de tierra que vivió durante cincuenta años. La causa
de su muerte había sido su propia vejez.
Luego estaba la tumba de Timothy Jones, un pez dorado
que, debido a la imprudencia de su dueño, murió de hambre.
La tumba más antigua era la de Bonnie y Clyde. Se trataba
de una pareja de conejos de la cual desconocía su muerte.
Al parecer murieron cuando él era muy pequeño aún.
Recordaba sentarse alrededor, reflexionando acerca de
cómo había sido su tragedia a medida que quitaba la maleza.
La nostalgia se apresuró a comprimirle el pecho. De
suspiros desolados, se sentó entre las hojas resecas
abrazando sus rodillas, observando las tumbas que una vez
juró cuidar para siempre. Pero fue incapaz de cumplir su
promesa.
Les había fallado tal cual se había fallado a sí mismo.
Las hojas comenzaron a vibrar y la luna brilló más fuerte,
iluminándolo todo. De pronto, Jimin divisó a su yo del
pasado, aquel niño de diez años rechoncho que le encantaba
vestir de amarillo.
Ingresó brincando con esas botas de lluvia que odiaba
quitarse porque simplemente las amaba. Llevaba consigo
una pequeña escoba y una pala para limpiar la maraña que
se formaba en la semana a medida que batalla con una
mochila más grande que él sobre su hombro.
Una sonrisa que Jimin no recordaba que alguna vez existió
hacía resaltar sus facciones risueñas.
— Buenos días, señorita Bonnie —El niño sacó un par de
gardenias—. Compré para ti estas lindas flores. La señora
de la tienda me dijo que es una flor mística que simboliza la
pureza, la dulzura y la energía positiva.
Agarrando el tarro de frijoles que había tomado prestado de
casa, quitó las flores que se habían marchitado
cambiándolas por unas frescas. Devolviéndolo a su sitio con
bastante esmero, acarició la tumba.
— ¿Sabes, Señorita Bonnie? Cuando vi las gardenias,
enseguida pensé en ti. De seguro fuiste igual de hermosa y
blanca que ellas.
Un niño repleto de sueños, indefenso e ignorante de una vida
tormentosa que se avecinaba. Jimin deseó advertirle, decirle
que esa bonita sonrisa desaparecería algún día. Deseó poder
abrazar a su niño interior y pedirle perdón por lo cobarde
que fue, por ser incapaz de salvarlos a ambos incluso ahora.
Permaneció ensimismado un poco más hasta que detrás de
él un par de ramas crujieron. La defensiva lo hizo poner de
pie, observando cuidadosamente alrededor. Y a pesar de que
no encontró nada, supo que no estaba solo, alguien le
asechaba desde la oscuridad.
Pero no temió, estaba demasiado cansado para hacerlo. O
quizás se debía al hecho de que sabía que ese alguien no
venía a lastimarlo, porque cuando el viento ululó una vez
más, esa fragancia mentolada le adormeció la nariz.
Y como si fuese capaz de intuir que Jimin se había dado
cuenta, Jeongguk apareció. El poleron negro y ancho que lo
refugiaba del frío volvía de su cuerpo más grande, sin
embargo, esa postura imponente se había esfumado,
dejando consigo un par de hombros decaídos. Una gorra le
cubría la cabeza y creaba una sombra sobre su rostro, pero
Jimin no necesitaba ver sus facciones para saber lo roto que
estaba. Incluso desde esa distancia podía ver sus grietas.
El silencio fue corrosivo y Jeongguk no lo soportó.
Moviéndose torpemente sobre su lugar, susurró:
— Está anocheciendo y es peligroso. Regresa a casa.
Jimin brincó, despabilando ante esas palabras que resonaron
tan familiar. Esa voz... Esa mirada... El mismo sitio. Y como
si su cuerpo fuese capaz de cobrar vida propia, se aproximó
al árbol más cercano, escondiéndose. No había lógica, se
movía acorde a sus instintos.
Necesitaba probar algo.
Jeongguk parpadeó, desorientado. La situación ya era lo
bastante difícil como para intentar comprender qué estaba
sucediendo ahora. Todo lo que quería hacer era caer de
rodillas frente a Jimin y rogar por un perdón que temía no
recibir.
Observando un poco más, a través de la penumbra y la ligera
claridad de la luna, Jeongguk notó cómo los ojos y la
pequeña nariz de Jimin se asomaron tímidamente, entonces
gritó:
— ¿Crees que es un buen escondite? Desde aquí puedo ver
las puntas de tus risos.
Jimin no contestó. En cambio, la travesura circundó sus
ojos, bañándole las esmeraldas de efusiva emoción.
— Oye, Jeongguk —Ansioso, lo retó—. ¡Atrápame si
puedes!
Jimin fue veloz, azotándole el rostro con una ventisca que
lo hizo despabilar. Percibiendo el crujir de las hojas muertas,
le siguió, frenando en un punto vacío. De desesperación
evidente, Jeongguk volteó hacia todos lados.
— Basta, Jimin —Luchó con la frondosidad que se enredaba
en su tobillo—. Esto no es divertido.
Por el rabillo del ojo lo divisó escondido un par de árboles
más allá. Cada cierto tiempo se asomaba cautelosamente y
Jeongguk ideó un plan. Volviéndose un aliado de la
oscuridad, se acercó cada vez que Jimin se ocultaba.
Estaba cerca, a solo unos pasos. Podía oír su respiración
inquieta. Jeongguk sabía que estaba nervioso. Solo bastaba
con estirar la mano para alcanzarlo, un poco más y lo tendría
preso entre sus brazos. Pero vaciló y fue suficiente para que
Jimin se esfumara una vez más.
Jeongguk decidió dejar de intentarlo. No lo siguió. Varado
en medio de la penumbra, inhaló desesperadamente,
buscando dejar de sentirse preso del pánico. Las manos le
temblaban y su corazón bombeaba demasiado veloz para ser
normal.
Tenía tanto miedo.
— Eras tú, ¿verdad? —La voz suave de Jimin lo hizo girar
bruscamente.
Hallándolo unos pasos más allá, toda diversión fingida se
había drenado de su rostro, dejando consigo una bruma
carente de emoción. Jimin caminó hasta él, parándose a
escasos centímetros alzó el rostro para contemplarle enserio.
Dijo una vez más:
— Fuiste tú todo este tiempo. El vecino que me detestaba.
El chico que su papá golpeaba en la casona.
Jeongguk lo observó fijamente, una mirada quebrada, difusa
por las lágrimas que perlaban sus mejillas.
— Siempre estuve aquí —Respondió, soportando las ansias
de estirar la mano y sentir su delicada piel—, pero fuiste
incapaz de reconocerme. Nunca dudaste, nunca titubeaste...
Simplemente estuviste ciego.
Y estaba bien. Olvidarlo a él y a sus recuerdos, estaba bien.
Jimin había sido demasiado pequeño para soportar las
tragedias que vivió. Lapsos demasiados cortos entre sí que
no le dieron ningún tipo de tregua. La muerte de su hermano
había sido demasiado, había sido su límite.
Su mente solo intentó defenderse, vaciando de su memoria
lo traumático que fue ver a su hermano muerto entre sus
brazos con un agujero en la espalda y llevándose consigo lo
que Jeongguk significó alguna vez en su vida, porque de
todos modos su interacción había sido levemente pasajera.
Jeongguk titubeó cuando Jimin alzó la mano, ahuecando
cuidadosamente su mejilla. Su silencio era confuso, pero
Jeongguk había necesitado tanto de su tacto que
simplemente cedió, yendo al encuentro de su palma suave y
tibia.
De pronto, Jeongguk notó cómo las esmeraldas de Jimin le
miraban con una ligera capa de fascinación, un deje de
curiosidad y un titileo de tristeza. Emociones que iban
pasando una tras otra a medida que sus dedos pequeños le
cincelaban el rostro, reconociéndolo, recordándolo.
— El chico de capucha que me espiaba desde las sombras
—Jimin susurró en completo transe, pasándole el pulgar por
la dulce piel de los labios—. Ese que esperaba
pacientemente por mí entre los arbustos cuando deambulaba
en plena noche por el bosque, siguiéndome hasta asegurarse
que llegara salvo a casa.
Tragándose un sollozo, Jeongguk asintió, entrelazando la
mano que le acariciaba con la suya.
— Ese niño que siempre estuvo tan solo y desgraciado —
La voz de Jimin finalmente se quebró—. ¿Qué nos pasó,
Jeongguk? ¿En qué punto de nuestras vidas logramos
pudrirnos de esta manera?
Siempre fueron dueños de sus vidas. Ante las adversidades
se rinde solo quién lo desee. Pero, ¿cómo esperas que
prosperen dos niños que nunca tuvieron una oportunidad?
Dos niños que ni siquiera sabían siquiera que las
oportunidades existían. Dos niños que fueron forzados a
madurar de la manera incorrecta ante un mundo cruel y
despectivo.
Dos niños completamente inocentes que solo buscaron un
poco de consuelo entre sí. Dos niños que, cuando se
reencontraron, descubrieron en las oportunidades sí
existían.
— Dame la oportunidad de explicarte qué pasó —Con voz
ronca, Jeongguk suplicó—. Sé que es demasiado tarde y está
bien si después de esto te quieras alejar definitivamente,
pero déjame contarte la verdad.
El departamento de Jeongguk nunca se había sentido tan
ajeno. Pasó tanto tiempo viviendo allí que en algún
momento lo sintió propio también. Era grande, ostentoso e
intimidante, pero habían trabajado su relación de tal forma
que ese vacío jamás se sintió.
Su amor había sido poderoso.
Nada de eso quedaba ahora. Jimin recorrió la sala como si
se tratase de un completo desconocido. Observó
quedamente alrededor y Jeongguk dejó que se tomara su
tiempo. Mantener la distancia era más seguro.
Jack le saludó y le dio una efusiva bienvenida, gimoteando
a medida que Jimin se arrodillaba para dejar que le lamiera
el rostro.
— También te extrañé, amiguito.
Tomando asiento uno frente al otro, Jeongguk se despojó de
todo el remordimiento acumulado por años. Relató
cuidadosamente cómo había sido su vida en casa y lo
terrible que fue perder a mamá a una edad temprana y el
cambio drástico que ocasionó en todos, sobre todo en papá.
No pudo contener la voz a través del llanto cuando su
recuerdo llegó a Namjoon, expresándole con severa
adoración cuánto había cambiado su vida y lo buena que
había sido con él en ella.
Hizo entender a Jimin que durante la infancia jamás le odió.
Confesó que ese rechazo fue injustamente forzado por la
amenaza que Namjoon impuso hacia él, reclamándolo como
el límite y el fin de una amistad que pudo haber sido bonita
por llevar una vida diferente.
Y finalmente relató aquella fatídica noche. En algún punto
el aire pareció faltarle. El llanto desbordado hacía
convulsionar su pecho y escondía el rostro entre sus manos
porque el simple hecho de recordarlo, de rememorar lo que
arruinó su vida de por vida le causaba una ansiedad que le
volvía nauseabundo.
— Significó mucho para mí. Me enseñó tanto... —
Sollozó—. Entonces, ¿cómo podría querer hacerle daño?
Apretó los ojos con fuerza en un intento por borrar las
imágenes del cuerpo inerte de Namjoon sobre la tierra. Pero
todo lo que podía ver era su sangre y cómo la vida se
drenaba de sus ojos.
— Solo quería ayudar —Continuó, temblando—. Era
apenas un niño y estaba tan asustado. Si no hacía algo iban
a matarlo. Entonces él gritó y me forzó a disparar, no quería,
pero los demás comenzaron a presionarme. ¡No tuve
opción!
Jimin inhaló lentamente. Pasmado ante un relato doloroso,
sintió el leve roce de sus lágrimas. Por primera vez durante
años comprendió lo que realmente sucedió, pero el alivio no
lo hacía menos devastador. Frente a él tenía al hombre que
le había quitado lo más importante de su vida, pero también
presenciaba la vulnerabilidad de un niño que fue
presionado.
— ¡Yo no quería! No quería... —El gritó que desgarró la
garganta de Jeongguk lo hizo brincar—. Sé que Namjoon te
amó incondicionalmente. Te cuidó sin nunca pedir nada a
cambio y yo te lo arrebaté cruelmente de los brazos.
Silenciando sus sollozos, Jimin cubrió su boca. Jeongguk
continuó:
— Le quité a Taewhan la oportunidad de amarlo en vida.
Por mi culpa se vio forzado a crecer sin un padre que nunca
podrá conocer. Acabé con las ilusiones de Seokjin y sé que
por mi culpa jamás será capaz de amar otra vez. Y es un
sentimiento que me invade apenas abro los ojos cada
mañana.
Jeongguk finalizó con una frase que hizo a Jimin despabilar.
— Debiste dejarme morir ese día. Debiste dejarme disparar
esa puta pistola para acabar con este maldito dolor que me
ha tenido agonizando durante años —Acercándose al borde
del sillón, exclamó—. ¡Si mi acción fue un accidente, al
menos tenía el derecho de escoger morir!
Jack, quien se había mantenido silencioso y sereno echado
sobre los pies de Jimin, se alzó sobre sus cuatro patas y
gruñó hacia Jeongguk. Su mirada ploma se volvió afilada y
la rigidez en su cuerpo insinuaba su postura desafiante que
advertía: «Acércate a él y verás».
Jeongguk gimió indignado. Como si ya hubiese tenido esa
conversación con su perro, se defendió:
— ¡No voy hacerle daño! —Dejando caer sus hombros en
rendición, recargó los codos sobre sus muslos, escondiendo
el rostro entre sus manos, susurrando para sí mismo—. Lo
que menos quiero es hacerle daño...
Jack se sentó, y junto a Jimin, observaron a Jeongguk llorar
por un largo tiempo. Necesitaba vaciar su tristeza y ellos le
dejaron.
Jimin exhaló un suspiro cargado de emociones contenidas.
Lanzando una genuina mirada a Jack, le acarició detrás de
la oreja.
Entonces comenzó a reflexionar.
Jeongguk fue una víctima más. Una víctima tal cual él lo
había sido. Un niño que solo intentó sobrevivir frente a
tantas desdichas. Un niño que sufrió y adquirió la violencia
y los malos hábitos de un adulto irresponsable. Jimin no
necesitaba que se lo dijeran, él recordaba claramente la dura
golpiza que Jeongguk recibió varias veces.
¿Era entonces culpable de la muerte de Namjoon? Claro que
no.
Esa fue su primera conclusión.
Y comprendió que finalmente sí había una diferencia entre
Jeongguk y él. Toda su vida, Jeongguk fue marginado,
rechazado incluso por sus seres queridos. De pronto, todo el
mundo había olvidado que Jeongguk aún era un niño que
quería jugar, pasarla bien y tener amigos. En cambio, todo
lo que recibió fue un adoctrinamiento que lo afectaría en el
futuro. Le habían destruido la vida.
Jeongguk se convirtió en un ser que nadie comprendió y
solo lo juzgó.
Jimin lo miró una vez más. Ahora comprendía muchas
cosas. Entendía el porqué de las pesadillas que lo hacían
gritar a media noche. Esos cientos de perdón que
abandonaban su boca de la nada. Esos estados de paranoia,
entre tantas otras situaciones.
Se lo dijo a Taehyung una vez. Jeongguk no es malo. Hizo
cosas buenas por él y los demás la mayor parte del tiempo.
Armándose de valor, Jimin dijo:
— Te creo.
— ¿Qué? —Jeongguk lo había oído, pero era demasiado
sorpresivo para tomarlo enserio.
— Fue un accidente, Jeongguk. Es momento de drenar todo
el remordimiento y dejarlo ir —Dando palmaditas sobre sus
muslos, le llamó—. Ven aquí.
Completamente pasmado, Jeongguk procesó la situación. Él
solo había rogado que Jimin no le odiase, que comprendiera
su dolor y lo aceptara. Era consciente de sus errores y el mal
que había causado. Necesitaba yacer en paz consigo mismo.
Con una mueca de aflicción, se aproximó, cayendo de
rodillas entres sus piernas, abrazando su cintura mientras
enterraba su rostro en él.
— ¡Risos! —Lloró con todas sus fuerzas—. Lo siento... Lo
siento tanto.
— Shhh... —Enterrando los dedos entre sus hebras
azabaches, lo apaciguó—. Tranquilo.
Jimin arrulló a ese niño devastado y vulnerable. Le hizo
saber que todo estaría bien desde ahora porque su
remordimiento comenzaría a mermar, que podía irse
tranquilo porque él no le odiaba, nunca lo haría. Le dijo que
aceptaba su pasado y que no le juzgaba.
En algún momento el llanto de Jeongguk cesó. Aún aferrado
a la cintura de Jimin, se mantuvo con la mirada fija en un
punto vacío. El resultado de su desconsuelo le había dejado
con ligeros espasmos.
— Fuiste el único que jamás me juzgó —Confesó de
repente—. Vi en ti la luz que mamá poseyó una vez.
Entonces me aferré a ti porque de algún modo era como
volver a reencontrarme con ella.
Bonitos ojos. Sonrisa risueña. Siempre vio a Jimin como un
ángel.
Jeongguk continuó:
— Mamá era la única que podía apaciguarme. Ella era mi
corazón —Alzando el rostro, expresó a Jimin su inmenso
amor—. Pero ahora mi corazón eres tú.
Un poco atontado, Jimin pestañeó y luego pestañeó un poco
más. Entonces las viejas sensaciones parecieron estar de
vuelta. El entorno desapareció a su alrededor y ese vacío
constante que la inmensidad del departamento aportaba,
ligeramente se iba difuminando. Con esa pasión
descontrolada que los abordaba cada vez que estaban a
solas, estaban llenando su espacio una vez más.
Había un encanto en Jeongguk que lo seducía como nadie
más ha podido. Esa fuerza energética potente que sentía que
arrasaba con su moralidad. Ese fuego constante que los
calcinaba, volviéndolos sedientos.
Estaba bastante claro que aún no lo había superado. Todavía
seguía aferrado a todas esas emociones que lo hacían sentir
tan vivo. Necesitaba que tomara el control de su vida, que le
hiciera feliz un poco más.
Jeongguk le demostraba que no necesitaba ningún otro
amor.
Tomándolo gentilmente del rostro, Jimin comenzó a secarle
las lágrimas. El pardo de sus ojos aún yacía atormentado,
sabía que aunque hubiesen parecido saldar una clase de
deuda, los demonios de Jeongguk aún estaban lo
suficientemente aferrados, pero trabajarían en eso.
Uniendo sus frentes, Jimin susurró:
— Te amo —Le besó castamente sobre los labios—. Te amo
tanto.
Ansioso, Jeongguk se aferró a su nuca, atrayéndolo para
devorarlo en un beso apasionado, un beso que con cada
chasquido entre una humedad empalagosa se volvía
frenético. Cediendo ante su carencia afectiva, Jimin se
abrazó a él, atrayéndolo a su cuerpo.
Era demasiado irreal para dejarlo ir, así que Jeongguk lo
alzó entre sus brazos y lo condujo a través de las escaleras.
Lo depositó suavemente sobre la cama y Jimin esperó por
él, espero a ser tomado con ese frenesí pasional que tan loco
le volvía. Preso en su mirada pardusca, comenzó a
desvestirse, incitándolo.
La delgada tela de su bóxer era todo lo que vestía a Jimin
ahora. Aproximándose al borde de la cama, ayudó a
Jeongguk a despojarse de su camiseta. La altura formidable
de Jeongguk creo una sombra dominante ante su cuerpo
pequeño y oscilante. Cautivado, trazó un mapa con sus
dedos por las finas líneas de sus músculos, absorbiendo
anhelante su primoroso aroma a agua fresca. Amplió las
manos sobre sus pectorales duros, ahogándose con su propio
gemido cargado de satisfacción.
Jeongguk era sofocante, sólido y exquisito.
Los colores estridentes que conformaban los tatuajes de dos
dragones feroces resaltaron sobre su tez bronceada. Con un
resoplido formándose en la base de su garganta, acercó los
labios, besando uno de los colmillos con una intención
obscena. Sondeando a través de su lujuria, la punta húmeda
de su lengua abordó un pezón dormido, meciéndolo hasta
sentir cómo cobraba vida en su boca. Jeongguk suspiró,
posando una mano sobra sus risos, animándole a continuar.
Sin dejar de succionarle, Jimin tanteó el borde del pantalón
de buzo, notando que no llevaba ropa interior, lo bajó,
enrollando los dedos sobre el tronco duro de su polla
empapada. Con un toque sensual, comenzó a estimularlo,
balanceando su falo paulatinamente, prolongando su placer
entre lamidas constantes a sus pezones.
— Oh, nene... —De voz ronca, Jeongguk gimoteó.
Liberándolo con un chasquido acuoso, Jimin se bajó de la
cama, cediendo sobre sus rodillas. Lanzando una mirada
sagaz a Jeongguk, lo tomó lentamente en su boca,
saboreándolo, cobijando el glande con su lengua picara.
La pelvis de Jeongguk tembló, percibiendo la agradable
sensación de un hormigueo que volvía de su cuerpo tan
cálido, incitándolo a menear las caderas. Sus manos
resbalaron hasta sujetar el cabello de Jimin, yendo al
encuentro de su tibio aliento para meterle la polla hasta la
empuñadura, despojándose de un gemido extenso.
— ¿Se siente bien? —Jimin le provocó. Dedicándole una
sonrisa juguetona, volvió a engullirlo por completo.
Jeongguk respondió con un gruñido latente. Afianzando el
agarre sobre sus hebras doradas, le forzó a ir más rápido,
dilatando su garganta hasta notar cómo la mirada de Jimin
se empañaba.
— Ven aquí —Levantó a Jimin con una agilidad que solo él
poseía.
Situándolo de cara sobre la cama, le empinó el culo,
amasándoles las nalgas a medida que dejaba caer un par de
nalgadas. Mordiendo gentilmente la suavidad de su piel,
deslizó el rostro hasta que su lengua tanteó alrededor de su
agujero.
— Oh... —Jimin murmuró. Cerrando los ojos, siguió el
sendero de la agonía placentera.
Entre chasquidos acuosos, Jeongguk tanteó entre las piernas
de Jimin, tomando su polla; bombeándola a medida que su
lengua se abría paso a través de su conducto.
Meneando las caderas, Jimin posó una mano sobre la nuca
de Jeongguk, enterrándole el rostro en su culo, exigiendo
entre acciones silentes que necesitaba más.
De apetito voraz, Jeongguk le escaló la espalda con los
dedos, acercando los labios, tejió un sendero por su curva,
poseído por su belleza sublime. Su lengua a ciegas, degustó
su piel confitada hasta su oído.
— ¿Cómo quieres que te tome? —Susurró.
De iniciativa propia, Jimin volteó entre sus brazos, abrió las
piernas y lo atrajo hasta él. Mirándose fijamente, acarició
sus narices ante un contacto intimo y afectuoso. Las manos
de Jeongguk le acariciaron el cuerpo, podía sentir
claramente su tibio tacto. Y cuando su boca tomó uno de sus
pezones, la espalda de Jimin se irguió violentamente ante un
espasmo, gimiendo.
—¿Estás bien? —Jeongguk le miró, alarmado.
— Sí —Oscilante, Jimin asintió.
Era incapaz de explicar la electricidad que le invadió
cuando Jeongguk le había succionado. De efecto irritante,
también había sido placentero.
Jeongguk tomó su polla, lubricándola con sus propios
fluidos, alineándose. Hundiéndose por completo, ambos
gimieron satisfechos, presos del calor, inhalando entre sí el
cautivador olor a piel estremecida.
Iniciando un ligero vaivén, se miraron fijamente, besándose,
acariciándose, obsesionados por el amor que no se habían
dado.
— Te amo —Jeongguk confesó una vez más—. Te amo
tanto que me retuerce el alma.
Un amor obsesivo, obsceno y fascinante. Deseoso de sus
labios deliciosos. Preso de la luz esmeralda de sus fanales.
Lo soñaba. Lo imaginaba. Lo esperaba. Ese ángel de mirada
siniestra, de boca corrompida y piel engatusadora, llena de
exquisito placer.
Amaba a Jimin con tal fuerza, que solo ahora comprendía
que nunca antes había amado.
Entrelazando las manos por encima de sus cabezas,
comenzó a bombear firme y prolongado. La idea de volver
a poseerlo se mostró tan lejana en su mente, la sensación de
hundirse entre sus paredes húmedas, fundirse hasta lograr
ser solo uno. Un vínculo especial, cada penetración, cada
beso, cada roce de sus cuerpos.
Jimin lo agarró del rostro, devorándolo en un beso
apasionado, famélico. Alzando sus propias caderas para ir a
su encuentro, le animó a ir más rápido.
Acomodándose sobre sus rodillas, Jeongguk se llevó una de
las piernas de Jimin al hombro, chupando y
mordisqueándole el empeine del pie. Hundiéndose más
profundo, gimieron al unisono.
Entre embestidas desenfrenadas, Jimin se tensó. Boqueando
ante lamentos placenteros, su espalda de arqueó con una
convulsión y cerró los ojos, dejando que el hormigueo del
orgasmo le invadiera el cuerpo. Jeongguk gruñó, arrasando
con vehemencia, incrustando los dientes en el cuello de
Jimin, follándole por unos minutos más hasta vaciar la
última gota en su interior. Exhausto, Jeongguk se dejó caer
sobre su cuerpo. Jimin lo abrazó a medida que deslizaba los
dedos entre sus hebras negras y húmedas.
En completa desnudez, se acomodaron en medio de la cama
con las sábanas entrelazadas entre sí. De costado, se
miraban fijamente, con miradas soñadoras, amorosas.
Jeongguk le acarició la mejilla y Jimin cerró los ojos, porque
sus caricias le abrigaban el alma. Rendido quedaba cada vez
que yacía entre sus fuertes brazos.
— ¿Qué pasa contigo? —Jeongguk inquirió de pronto,
acomodándose hasta esconder el rostro sobre la curva de su
cuello.
— ¿A qué te refieres? —Le recibió, acariciándole la espalda
con toques morosos.
— Tu cuerpo está demasiado sensible. Si hago esto... —
Llevó los dedos a uno de sus pezones y lo pellizcó. Frente a
un espasmo, Jimin chilló—. ¿Ves?
— No lo sé —Con un mohín entre los labios, se sobó la
zona, notando que la piel alrededor se había puesto
colorada—. He estado sensitivo al contacto hace un tiempo.
La duda vagó en el aire por un momento y se deshizo entre
los chasquidos de sus besos. De pronto, Jeongguk dejó caer
una mano sobre su vientre y susurró entre sus labios.
— Seamos mejores versiones de nosotros mismos de ahora
en adelante —Besándole, prometió—. Voy a mejorar por ti,
por nuestro amor.
Cambiarse a sí mismos, Jimin pensó. Aprender a ser
flexibles, porque el progreso era imposible sin un cambio.
Y el cambio dolía, pero si lo hacías con la persona correcta,
podría soportarlo.
Sonriendo sobre los labios de Jeongguk, asintió:
— Creo que podremos con eso.
— Así se habla, nene.
Descendiendo, quedó a la altura del abdomen de Jimin,
besándolo y acariciándolo. Su mano era grande y pesaba
sobre su tierna piel. Jimin rió porque le hacía cosquillas.
— ¡Ya deja mi panza! —Se quejó.
Pero Jeongguk no se detuvo, había algo en la sensación que
lo volvía hipnótico hacia su vientre. Una evocación que
extrañamente lo volvía muy feliz y ansioso de nuevos
sueños.
Susurrando para sí mismo, dijo:
— Los tres seremos muy felices.
Capítulo 51
Sus párpados, fuertemente apretados, comenzaron a titilar.
Era un toque suave sobre su mejilla quién intentaba
despertarlo, tan similar al ligero aleteo de las alas de una
mariposa, imperceptible. Entrelazado a las sábanas, intentó
moverse, pero había una clase de adormecimiento que
volvía de su cuerpo estático.
Entonces se acercaron y susurraron tiernamente sobre sus
labios:
— Despierta.
Reconoció ese tono de voz profundo, a veces seductor, pero
la mayoría del tiempo dulce, atento y generoso. Esa dicción
cargada de un satisfactorio matiz, tuvo efecto sobre él,
elevándolo hasta sentarlo sobre la cama en un
desplazamiento automático.
Inquieto y un poco asustado por la extraña sensación que
parecía circundarle, se cubrió los ojos ante una luz blanca,
casi cegadora, que se había apoderado de la habitación.
Parpadeando para alejar los rastros de confusión, lo vio
finalmente, allí, frente al enorme ventanal con las manos en
los bolsillos de su pantalón de tela. Vestía completamente de
blanco, pero, ¿por qué vestía de blanco? Se preguntó,
deslizando los pies fuera de la cama para situarlos sobre el
suelo frío.
— La vida es más hermosa de lo que parece —Continuó
dándole la espalda, pero en un punto a través del silencio, le
miró por sobre su hombro—. Es realmente triste que no
seamos capaces de notarlo, ¿verdad?
Jimin no respondió y solo permaneció sentado,
observándole quedamente. Hipnotizado. Curioso. Fuera de
lugar.
Las piernas le temblaron cuando logró levantarse,
tambaleándose hasta llegar a su lado. Se mantuvo pensativo
por un momento, observando a través del enorme ventanal
lo que él también miraba. El día era precioso allá afuera,
incluso parecía haber más frondosidad de lo habitual; el
verde coloreando el césped era intenso.
Jimin finalmente preguntó:
— ¿Es demasiado tarde?
Él le miró por un momento prolongado, estudiando sus
rasgos risueños pero tristes. Encogiéndose de hombros,
decidió quitarle importancia.
— Al menos para mí.
Hace algún tiempo atrás le había visto lamentándose de la
misma manera y pensó que se trataba solo de una fase, pero
esa amargura en el castaño de sus ojos, la textura áspera en
el tono de su voz le hizo saber que no, no se trataba de una
fase, se trataba de algo más pesado y peligroso que si no
remediaba ahora iba a lamentarlo por el resto de su vida.
— Podemos hacer que sea diferente —Jimin le animó,
alzando el rostro para encontrar su mirada, hallándola vacía,
carente de emoción—. Lo hemos hecho antes, ¿no?
— Lo recuerdo.
— ¿Y sabes por qué funcionó?
— Por qué.
— Porque estábamos juntos.
Encarándolo, Jimin le forzó a mirarlo. Tomando sus manos,
las sintió frías. Y como si él se diera cuenta del espanto
reflejándose en las esmeraldas de Jimin, entrelazó sus
dedos, forzándose a sonreír.
— Estamos destinados a ser inseparables, ¿no es así, J?
— Hoy es un gran día para volver a comenzar.
Ignorando la intención de Jimin, miró por sobre su hombro,
hacia la puerta de baño, dudando por un momento, propuso:
— ¿Nos bañamos juntos como en los viejos tiempos?
Completamente desnudos, se sumergieron a través de la
espuma, gimiendo cuando el agua tibia les arropó. Jimin le
abrió las piernas y se acomodó entremedio de ellas como
siempre hacía, recargando la espalda contra su pecho,
porque se sentía cobijado con su cuerpo grande.
Siempre había sido su lugar seguro.
Enfrascados en un silencio confortable, Jimin le sintió
moverse, notando cómo vertía un poco de champú sobre su
cabeza para lavarle el cabello, enterrando los dedos sobre
sus risos. Jimin gimió, haciéndolo reír.
Alzando la cabeza para observarle y decirle cuánto había
extrañado oírle reír, Jimin notó cómo la nostalgia se bañaba
en su semblante de pronto indeciso. Levantándose para
yacer sobre sus rodillas, sostuvo su rostro entre sus manos,
manchándolo con espuma.
— Todos tenemos un pasado que pesa sobre nuestros
hombros, Hyung. Y está bien si te sientes triste al respecto,
pero quiero que sepas que no has hecho daño a nadie —
Uniendo sus frentes, susurró—. Tu fortaleza siempre me
hizo admirarte. Me haz cuidado como nadie nunca lo ha
hecho y siempre te estaré eternamente agradecido.
— ¿De verdad? —Las lágrimas finalmente se asomaron por
el contorno de sus ojos sombríos, decorados con unas ojeras
profundas y grisáceas—. Incluso a través de las cientos de
veces que tropecé y te hice caer conmigo, ¿de verdad lo hice
bien?
— ¡Claro que sí, Hyung! Fuiste mi mayor consuelo cuando
más solo estuve —Bajando la voz, como si alguien fuese
capaz de escucharlo, dijo—. ¿Y sabes una cosa?
— ¿Qué? —Susurró de vuelta, atentó a lo que salía de sus
labios.
— Todos mis momentos de felicidad han sido a tu lado. Eres
mi vida, Hyung —Dejó que un sollozo brotara de su
garganta, porque la idea de perderlo en algún momento le
desesperaba—. Y te amo demasiado.
— Yo también te amo —Le peinó los risos húmedos hacia
atrás, observándolo con severa adoración—. Pero en algún
momento vamos a tener que separarnos...
— ¡No! —Jimin le interrumpió, abrazándose fuertemente a
él—. ¡No voy a permitirlo!
— Escúchame, cariño...
— ¡No, no quiero oírte! —Lloró.
En algún momento, cuando gran parte de la soledad lo
acorralaba, él fue todo lo que tuvo. Se aferró tan fuerte a su
presencia que la idea de imaginarlo lejos de su vida era
abrumadora.
— Muy pronto tendrás que emprender tu camino como
adulto, Jimin —Intentó por ese camino, notando como los
brazos de Jimin se relajaban, pero continuaba chillando
sobre su hombro—. Crear tu propia vida y te prometo que
siempre estaré allí para ti, pero no del modo que hasta ahora
acostumbramos.
Gimoteando, Jimin se atrevió a mirarle.
— ¿Entonces no vas a dejarme?
— Siempre estaré para ti, hoy más que nunca —
Limpiándole las lágrimas, sonrió—. A dónde sea que vayas,
me llevarás contigo. Estaré aferrado a ti; en tus penas, en tus
decisiones, en tus logros. ¡En todo!
— ¿Lo prometes?
— Te lo prometo, cariño —De postura de pronto seria,
dijo—. Prométeme algo.
— Qué.
— Que pase lo que pase, vas a luchar por tener una mejor
vida.
Frunciendo el ceño, Jimin negó confundido.
— No entiendo, Hyung...
— Ya no estás solo —Situó la mirada sobre el estómago de
Jimin—. Alguien más va a depender de ti ahora y hoy más
que nunca debes sacar esa fortaleza que nunca has utilizado.
Y yo voy ayudarte, te lo prometo.
Observando hacia el castaño de sus ojos, Jimin comenzó a
sentirse mareado.
— Te amo —Él acercó su rostro y le besó castamente en los
labios como siempre lo hacía—. Nunca lo olvides. Te amo...
Te amo...
— ¿Hyung...?
A través de una mirada extrañamente difusa, le vio sonreír
con una felicidad genuina, sintiendo el frío tacto de su mano
posándose sobre su vientre.
— Felicidades —Jimin le escuchó sollozar—. Es un niño.
Todo se fue a negro. La oscuridad lo abdujo por impacto,
sometiéndolo a una espiral constante y enfermiza, sintiendo
cómo su cuerpo pesado y adormecido, descendía hacia una
superficie infinita, nauseabunda. Intentó aferrarse a algo,
pero todo lo que había era un escenario cubierto de
lobreguez.
Una corriente sometió a su cuerpo. El sudor lo volvió
pegajoso y su garganta estaba a punto de estallar por el grito
que no podía sacar. De pronto, comenzó a sentir el
desesperante retumbar de su corazón, el ambiente fue
tomando forma y sintió como sus manos empuñaban la
textura de las sábanas.
Entonces susurraron:
— Despierta.
Acorralado, gritó, abriendo los ojos de golpe,
reincorporándose hasta yacer sentado y aferrado al respaldar
de la cama. El sudor descendía por su frente, manchándole
la camiseta de dormir. Observando desesperadamente
alrededor, notó que la habitación seguía siendo de Jeongguk,
pero quién le despertó no fué él.
Era mamá.
Con un semblante afligido y las manos alzadas, intentó
apaciguar su conducta agitada y asustada. Jeongguk yacía
unas pasos más allá, cruzado de brazos e incapaz de mirarle
a los ojos.
— ¿Qué...? —Jimin murmuró, completamente
desorientado, casi ido en su propio raciocinio—. ¿Qué...?
¿Qué sucede...?
— Shhh... —Mamá cobijó su rostro—. Tranquilo, cariño.
— ¡No! —Jimin se aferró a sus manos, intentando apartarlas
de su rostro.
— Escúchame...
— ¡Déjame! —Quiso salir de la cama, pero su cuerpo era
incapaz de moverse—. Tengo que ir a ver a Tae... Él...
— ¡Jimin!
Mamá gritó, fuerte y claro, paralizándolo. Había un intento
de fortaleza en sus ojos, Jimin notó. Pero estaba nerviosa.
En cualquier momento se desmoronaría. Posando la mirada
en sus manos, notó que también temblaban.
Inhalando profundamente, mamá se atrevió a mirarlo a los
ojos, humedeció sus labios y dijo:
— Se ha ido... —El nudo en su garganta le impidió seguir—
. Taehyung se ha ido para siempre, Jimin. Está mañana lo
encontraron sin vida en su departamento.
Capítulo 52
Kim Taehyung murió un viernes por la madrugada, al menos
eso arrojó la autopsia. Pero Jimin supo que su amigo estuvo
muerto hace mucho tiempo.
Fue desgraciado a penas vino al mundo. De madre
drogadicta y carente de afecto, fue abandonado a su azar,
sentenciado a tener un poco de suerte en levantar lástima en
alguna familia desdichada por no poder crear hijos propios,
usándolo como un sustituto que era incapaz de durar unos
meses; su hermosura genuina y cautivante siempre fue su
más certera enemiga, despertando el interés y la obsesión de
aquellos hombres lujuriosos, condenándolo a siempre tener
que huir.
Sin embargo, nada de eso fue motivo para decaer, incluso si
su mundo se desmoronaba a pedazos, Taehyung tuvo la
fuerza de un guerrero. De vigor brutal, nadie, nunca, pudo
apaciguarlo.
Tan único y distinguido, tenía el poder se adormecer a las
masas. De mirada penetrante, castaña y sigilosa, era capaz
de hipnotizar con un solo aleteo de sus pestañas, te hacía
pensar que te acariciaba el alma. Su voz grave y misteriosa
era una melodía que endulzaba los oídos, volviendo a quien
tenía la suerte de escucharle codicioso.
Lamentablemente, en algún punto de su vida, no supo
comprender su esencia extraña. Era diferente al resto y no
importaba lo fuerte que era, siempre caía. El agobio agrietó
tanto su confianza, sus esperanzas, que lentamente fue
extinguiendo su vida.
Seducido por el cansancio, un día, así sin más, decidió que
era el momento de partir.
Exhalando un aliento envenenado con tristeza, Jimin posó
la mano sobre el cristal del ataúd, vislumbrando su rostro
pálido entre una bruma nublada por las lágrimas.
— De seguro te sentiste aterrado —Murmuró, incapaz de
poder soportar las ansias de atravesar el vidrio y acariciar su
piel gris y fría—. Fui incapaz de oír tu grito repleto de
desespero.
Se ahogó con su propio sollozo. Abrazándose al féretro,
imaginó cuán desesperado se sintió su amigo en ese
momento, esas ganas inmensas por desaparecer que
sustituyeron el miedo a morir.
Taehyung estaba tan hastiado de la vida, que una soga
alrededor de su cuello fue su infinita liberación.
— Si tan sólo yo... —Hipó, descontrolado, arañando la
madera—. Si tan sólo yo...
Si tan sólo no hubiese escuchado su suplica para que le
dejase solo. Si tan sólo se hubiese quedado allí con él. Si tan
sólo no se hubiese ido con Jeongguk al departamento y en
cambio hubiese ido a verle, nada de eso estaría pasando.
Tal vez habría podido evitarlo.
En algún momento pareció desvanecerse. Sus rodillas
oscilaron, advirtiendo que el suelo esperaba por él. Pero
nada de eso ocurrió, Jeongguk fue lo suficientemente veloz
para alzarlo y arroparlo entre sus brazos.
— Ya está, cariño —Caminó con él hasta sentarse en una de
las bancas, meciéndolo en un dulce arrullo—. Ya está...
Podía sentir el desconsuelo de Jimin en carne viva, porque
él estuvo en ese lugar antes. Comprendía mejor que nadie
ese desespero constante y mortífero de saber que la persona
que más amaste no volvería nunca más.
Con el rostro escondido sobre la curva de su cuello, Jimin
volvió a gimotear y Jeongguk tarareó tiernamente para
apaciguarlo una vez más hasta hacerlo dormitar. Entonces
se tomó un tiempo para echar un vistazo alrededor; la iglesia
era enorme y estaba repleta de personas que fueron de
alguna u otra forma parte de la vida de Taehyung, pero a
pesar del constante ajetreo, el entorno se sentía tan vacío.
Habían estado allí desde el mediodía y ahora estaban a
puertas de la medianoche.
Fue cuando supo que una verdadera y devastadora contienda
se avecinaba. Observando la tristeza impregnada en el rostro
de Jimin, temió más que nunca porque ya no estaban solos
en esta batalla, un ser inocente pronto necesitaría de su
cobijo y ellos tenían que estar sanos para recibirlo.
Eran los encargados de romper la cadena tortuosa acarreada
desde la infancia. Debían aprender a dar paz y estabilidad
para que ese tormento nunca más se volviese a repetir. Para
que ningún niño suyo tenga que vivenciar lo que ellos nunca
debieron ver.
Deslizó la mano sobre la mejilla de Jimin, sintiendo la
textura ligera de las lágrimas aún húmedas en su piel. Fue
cuando los primeros indicios de culpa comenzaron a pesar
sobre sus hombros. De algún modo sabía que había sido
parte del detonante ante la decisión de Taehyung. Sería, una
vez más, parte de la causa de sufrimiento del hombre que
más amaba en la vida.
Las puertas de la iglesia rechinaron, sobresaltándolos. Una
silueta tambaleante se aproximó hasta yacer aferrado al
ataúd de Taehyung. Afianzó el agarré sobre Jimin cuando
una mano se posó sobre su hombro, actuando a la defensiva.
Y cuando divisó el rostro abrumado de Yoongi, por primera
vez se permitió soltar un sollozo. Él había tenido que ser
fuerte para Jimin, pero Yoongi era su zona segura y le había
necesitado allí, con ellos.
Agachándose frente a Jeongguk, Yoongi acarició los risos
de Jimin, observándole dormir.
— ¿Cómo está? —Susurró.
Jeongguk se encogió de hombros, dándole a entender que
nada podía estar bien en ese momento. Pero si hablaba,
probablemente lloraría. Yoongi se levantó y atrajo su cabeza
hasta pegarla contra su pecho, conteniéndolo
silenciosamente.
Una voz amarga se dirigió a ellos, precisamente a Jeongguk:
— ¡Conseguiste lo que querías! ¿Estás contento ahora?
Cuando Yoongi volteó, la silueta caótica de Hoseok lo
encaró. Sus ojos, cocidos por el llanto, le miraron con todo
el odio que una vez pudieron albergar. Su voz estridente fue
tal, que despertó a Jimin de un sobresalto.
— Lo humillaste y no soportó el peso de la vergüenza —
Hoseok lo apuntó—. ¡Taehyung se suicidó por tu culpa!
Yoongi intentó llevárselo, pero Hoseok se negó.
— Basta, Hoseok —Murmuró, observando cómo la
multitud comenzaba a prestarles atención—. Elige bien tus
palabras, lo que dices es grave.
— Estuviste allí ese día. ¿Estoy mintiendo acaso? —Dirigió
a Jeongguk una nueva mirada de odio renovado incluso más
potente—. ¿Y todavía tienes el descaro de aparecerte en su
funeral? ¿Si quiera te queda un poco de decencia, pedazo de
mierda?
Jeongguk palideció. Completamente estático, ni siquiera
retrocedió cuando Hoseok dio un paso al frente con la
intención de abofetearle, recordando las duras palabras que
Seokjin le dijo una vez, volviendo a esa niñez maldita otra
vez.
Pero Jimin se interpuso, protegiéndolo.
— ¿Qué mierda crees que estás haciendo? —Dijo,
apretando la muñeca de Hoseok con fuerza—. Mi mejor
amigo está dentro de ese maldito cajón, ¿Y tú te atreves a
hacer un alboroto?
— ¡Mató a Taehyung!
— Nadie lo mató —Soltando su agarre, bramó entre
dientes—. Taehyung se suicidó.
— ¡Por su culpa!
Hoseok intentó pasar sobre su autoridad para lograr su
intención de drenar la ira a través de Jeongguk.
Desesperado, Jimin lo empujó violentamente por el pecho,
tirándolo al suelo.
— ¡No te acerques a él! —Advirtió, con la voz rota—. ¡No
te atrevas a ponerle un dedo encima!
La mirada dolida que Hoseok le lanzó lo hizo llorar. Ellos
no deberían estar discutiendo, no de esa manera. Pero Jimin
se mantuvo firme, incluso si los espasmos de los sollozos lo
hacían temblar.
Hoseok le miró desde el suelo, retándolo con una agonía que
le nublaba los sentidos:
— ¿Vas a defenderlo después del daño que le provocó a
Taehyung?
— ¿Crees que una tonta disputa de superioridad que nació
entre ellos lo llevaría a tomar una decisión tan drástica? —
Empuñó las manos a los costados de su cuerpo. La rabia
hervía—. ¿Es que no lo entiendes? La vida se drenó del
cuerpo de Taehyung hace meses. Y ni tú, ni yo, fuimos
capaces de escucharlo, porque acarreaba con una depresión
silenciosa.
Había dejado de ser igual hace mucho tiempo. Todo lo que
Taehyung amó una vez de pronto careció de sentido, de
significado. La soledad le ahogaba, lo atormentaba. Un
dolor interno que no podía exteriorizar y que su silencio le
envenenó el alma.
Simplemente ya no podía soportar quedarse.
— La vida que llevaba fue demasiado para su propia cordura
—Continuó—. El verdadero motivo de Taehyung fue la
culpa. No soportó la idea de volver a inducirme a las drogas
y ver cómo nuestras vidas se desmoronaban en el proceso
una vez más.
Confesó frente a la multitud sin pudor. Entregando a varios
una verdad que no conocían. Pero, ¿qué importaba ahora?
¡Su amigo estaba jodiamente muerto y nada iba a
devolvérselo!
Se acercó a Hoseok y lo ayudó a pararse. No había rencor
en absoluto. La situación era complicada y alterarse era
demasiado sencillo.
Dijo:
— Así que si estás buscando un culpable por la muerte de
Taehyung... Ese soy yo.
Tomando a Jeongguk de la mano, lo sacó de allí,
conduciéndolo a través de un pasillo para meterlo dentro de
una habitación repleta de antigüedades religiosas. Bajo la
luz tenue, observó su silueta oscilante. De respirar errático
y preso ante una mirada perdida, Jimin supo que un ataque
de pánico comenzaba a invadirlo.
— Hey —Le tomó del rostro, forzándolo a ser consciente
del entorno—. Mírame... ¡Cariño, mírame!
Jeongguk boqueaba como la viva imagen de un pez que era
sacado cruelmente del agua, intentado llevar
desesperadamente aire a sus pulmones. Aferrándose a las
manos que le sujetaban los costados de su cabeza, buscando
suporte, lo miró.
— Eso es —Jimin le apremió, con una sutil sonrisa genuina.
Ellos habían estado en esa situación antes—. Ahora respira,
intenta relajarte y respira.
Tomándose como ejemplo, Jimin comenzó a tomar
respiraciones profunda y Jeongguk poco a poco fue
imitándole, permaneciendo unidos en medio de la
habitación hasta que todo indicio de un ataque
desapareciera.
Jeongguk recargó la espalda sobre la pared y se deslizó hasta
sentarse sobre el suelo. Tirando de la mano de Jimin, lo
invitó a posicionarse a horcajadas sobre sus muslos,
envolviéndole los brazos alrededor de la cintura para
abrazarse a él como hacía cada vez que sentía que su mundo
se desestabilizaba.
Dócil ante su agónico desespero, Jimin le acarició el
cabello, sintiéndolo temblar cuando finalmente sacó el
llanto.
Jeongguk lloró por un largo rato. Un llanto realmente
doloroso.
— Fuimos amigos una vez —Jeongguk comentó
vagamente.
Jimin se puso rígido, porque sabía que una verdad
finalmente sería liberada y temía que no fuera nada bueno
al respecto.
Sin embargo, en algún momento lo supuso; no sobre que
Taehyung y Jeongguk fueron amigos alguna vez, pero
siempre estuvo la ligera sospecha de un posible pasado que
les unía por la forma en que solo ellos dos se comunicaban.
Ante el silencio latente que Jimin decidió mantener,
Jeongguk continuó:
— Frecuentábamos los mismos sitios y la gente alrededor
siempre pensaba que éramos hermanos por nuestra altura y
cuerpo similar. Rodeados de bromas que se hacían al
respecto, terminamos acercándonos de cierta forma.
Recordaba que Taehyung siempre había sido más sociable
con las personas alrededor. Y aunque él nunca había sido
bueno relacionándose con extraños, Taehyung lo había
convencido con una simple sonrisa. Sí, solo eso bastó para
que él riese esa noche y respondiera a la conversación vaga
que Taehyung había intentado sostener.
Ciertas similitudes en sus vidas y en gustos provocaron que
entre ambos naciera un compañerismo un tanto extraño; no
se veían a diario como harían los amigos ni mucho menos
se llamaban por teléfono y contaban sus problemas. Pero
cuando se reunían, la sola compañía del otro bastaba para
sentirse bien, hablando de todo y de nada a la vez.
El quiebre llegó en una de las tantas andanzas que Jeongguk
hacía con la droga. En ese entonces su negocio no era lo
suficientemente grande y poderoso para pagarle a
subordinados y tenía que distribuir su propia mercancía
alrededor del pueblo.
En una casona, lo bastante alejada del ojo público se había
llevado a cabo una fiesta donde la sorpresa inicial era la
esperada visita de las putas y los putos más bellos de la zona.
Fue cuando le vio y supo a qué se dedicaba Taehyung por
primera vez.
— Jamás desmerecí lo que hacía. Intentaba ganarse su
sustento igual que yo. No teníamos privilegios y nuestra
vida era dura —Jeongguk recargó la frente sobre el hombro
de Jimin—. Adoraba a Taehyung, ¿sabes? Yo realmente lo
quería mucho.
Él no pudo hacer nada en ese momento. No pudo levantarse
del sillón donde se hallaba sentado con una mujer sobre su
regazo y tirar del brazo de Taehyung hacia la calle y
llevárselo de ahí. No pudo decirle que no siguiera a esos tres
hombres gordos y nauseabundos hasta la habitación, porque
estaban entre personas importantes que no dudarían en
matarles por el simple hecho de arruinarles la diversión.
— Sabía que no era feliz en lo que hacía. Sabía que si
tuviese otra opción, él dejaría de vender su cuerpo a extraños
—Pestañeó las lágrimas que le nublaron la vista y alzó el
rostro, enfrentando la mirada pasmada de Jimin sobre él—.
Es por eso que quise ayudarlo. Joder... —Cerró los ojos,
golpeándose la nuca contra la muralla—. Intenté sacarlo de
allí muchas veces... Pero entonces él había levantado una
muralla entre nosotros. Me sacó de su vida como si mi
cariño no hubiese valido nunca nada.
Pero en el fondo fue consciente que ese era el mecanismo
de defensa que Taehyung intentó sostener. Era incapaz de
lidiar con la percepción que pudiese tener sobre él y su
trabajo. Cientos de veces se había plantado frente a la puerta
del departamento de Taehyung, ofreciéndole su ayuda, pero
Taehyung siempre golpeaba su mano, tirando el dinero que
quería darle.
— Estaba claro que no aceptaría mi dinero —Rio sin ganas,
una risotada carente de alegría—. Era tan orgulloso y
soberbio que jamás aceptaría las migajas de nadie. Todo lo
que tuvo siempre se lo había ganado por esmero propio, era
un luchador. Y el que yo me hubiese enterado de lo que hacía
no haría ninguna diferencia.
Pero muy pronto, descubrió que tenía algo de lo que
Taehyung sí estaba interesado y lo ansiaba de tal modo que
no dudó en acudir en su ayuda.
Jeongguk siempre había vendido la mejor droga de la zona.
Y eso lo atrajo como a una polilla a la luz.
— Siempre detesté a lo que se dedicaba y odiaba que no
aceptara mi maldito dinero. Todo lo que quise fue hacerlo
feliz de cierto modo, así que, cuando vino a mí para que lo
dejara consumir, no se lo negué. Incluso se la regalaba,
porque era la única forma de mantenerlo cerca y de saber
cómo estaba, de cuidarlo y protegerlo.
Hasta que un día, Taehyung no vino nunca más. Jeongguk
entendió que volver a intentarlo sería en vano y lo aceptó. Y
así, sin más, se transformaron en completos extraños.
Pestañeando, Jimin supo que era mucha información para
procesar, pero no había nada que entender, todo estaba allí
ahora. Le habría gustado que las cosas hubiesen sido
diferente, de pronto naciendo en él la fantasía de que
Jeongguk y Taehyung hubiesen seguido siendo los buenos
amigos que una vez fueron.
Brindando a Jeongguk una mirada repleta de comprensión,
estiró la mano, acariciándole el rostro.
— Así que es difícil para ti también, ¿eh? —Refiriéndose a
la muerte de Taehyung—. Debió ser complicado para ti
enfrentarte a él de esa manera cuando pelearon y lo difícil
que fue para él también.
— Desearía... —Jeongguk comenzó, pero el llanto atorado
en su garganta no lo dejó hablar. Cerró los ojos y sollozó por
un momento. Jimin unió sus frentes, dándole consuelo—.
Desearía no haberle dicho lo que le dije. Desearía tenerlo en
este instante frente a mí y decirle cuán arrepentido estoy.
Desearía haber dejado mi maldito orgullo de lado y volver a
recuperar su amistad. ¡Mirarlo a los ojos y abrazarlo fuerte!
— No fue tu culpa.
Jimin hizo alusión a la decisión de Taehyung. Sabía que
Jeongguk se iba a culpar.
— Si, lo fue.
— No.
— ¡Lo empujé a hacerlo!
— ¡Iba a suicidarse de todos modos! —Sentenció y
Jeongguk calló—. Estuve presente cuando comenzó a actuar
de forma extraña, ¿sí? Y eso fue mucho antes de la pelea.
Él... Él se había vuelto pesimista últimamente y siempre
hablaba como si se estuviese despidiendo.
Cuando la muerte llega, cuando te arrebata a un ser querido,
es cuando los remordimientos profundos llegan. Entonces
comienzas a pensar y a martirizarte: "No debí ser tan
hiriente con mis palabras, debí haberme disculpado". "Tal
vez debí cuidarlo más". "Si tan solo le hubiese demostrado
más afecto, más amor...".
El momento es era ahora, de hacer lo que sientes. Porque en
cualquier momento, en cualquier segundo, esa persona
dejará de existir. Y entonces tendrás que vivir con el
arrepentimiento toda tu vida.
Jimin había comenzado a entenderlo.
— La culpa que has acarreado toda tu vida por la muerte de
Namjoon es suficiente. No voy a permitir que hagas lo
mismo con esta situación —Susurrando sobre sus labios,
dijo—. Me lo prometiste, dijiste que íbamos a cambiar.
Mejores versiones de sí mismos. Claro que Jeongguk lo
recordaba. Estaban a tiempo y ¡debían sanar!
Sorbiendo por la nariz, Jeongguk unió sus narices en un
gesto íntimo. Tener a Jimin a su lado era todo lo que
necesitaba para atreverse a ser feliz y a querer cambiar de
verdad.
— Te amo, Jimin.
— Te amo.
Entrelazados entre sí, se besaron apasionada y lentamente.
Sintiéndose, sintiendo qué lo que les invadía era real y
debían disfrutarlo.
Y si alguna enseñanza les había dejado Taehyung con su
dolorosa partida, era que la vida era aquí, y era ahora.
Capítulo 53
La excesiva tranquilidad en el entorno de pronto se volvió
una preocupación constante. Presos de una turbación
insistente, Jimin se volvió el foco de sus más cercanos;
poseedor de un carácter volátil, todos habían esperado que
hiciera un alboroto al respecto.
Nada de eso sucedió.
Jimin se transformó en el público más sereno dentro de todo
el caos latente. Aferrado al féretro, siempre se mantuvo al
lado de su amigo, velándolo, haciéndole compañía. Recibía
y acomodaba las flores que llegaban y entregaba una cordial
sonrisa; Taehyung tuvo muchos amigos.
En momentos se le podía visualizar recostado ligeramente
sobre el cristal, hablándole a Taehyung, recordando alguna
anécdota del pasado y explotando en carcajadas, pero muy
pronto su cuerpo se sacudía en un doloroso llanto que
estremecía la iglesia.
No se despegó de su amigo en ningún momento. Acarició a
Taehyung desde la lejanía; trazando sobre el vidrio el rostro
durmiente que en unas horas no vería nunca más.
Sintió una presencia tras su espalda, pero no se giró. Nada
era más importante ahora, sin embargo, no fue un
impedimento para pasar la lengua por sus labios resecos y
decir:
— Obligarlo a quedarse habría sido muy egoísta de mi parte,
¿No es así, Hyung?
Observando la rigidez adueñándose de sus hombros,
Seojoon permaneció en silencio por un momento. Tenía
mucho por decir, pero prefirió que nada, sería mucho mejor.
Los pies le pesaron al moverse, situándose a su lado. Le
resultó difícil llevar la mirada donde Jimin tenía posada la
mano, porque no quería que la última imagen que recordaría
de Taehyung fuera de esa manera.
Prefiriendo echar un ligero vistazo alrededor, hacia esas
estatuas que lucían espeluznantes y los amplios y confusos
murales cargados de códigos subliminales que la volvían
misteriosa, preguntó en cambio:
— ¿Tenías algo mejor que ofrecerle?
La ligereza y la serenidad en su trato siempre llevaban a
Jimin a reflexionar, a no estancarse y a tener la necesidad de
buscar más allá de lo que creía necesitar.
Fue lo que sucedió.
El amor no bastaba, Jimin supuso. Haría de Taehyung un
hombre inconformista y sería incapaz de soportarlo si lo
volvía infeliz en el proceso. Jimin tenía una familia,
personas que querían socorrerlo de la oscuridad en la que se
hallaba. En cambio, Taehyung... Taehyung solo lo tenía a él.
Pero él nunca iba a ser suficiente.
Decidió no responder. Estaba claro en que jamás le daría la
libertad que le brindó la muerte. Buscando la mirada
sosegada de Seojoon, encontró todo lo que necesitaba saber,
hallando un poco de calma entre sus brazos.
Y más allá, Jeongguk los observó silente, comprendiendo
cuánto estorbaba en su entorno. Y estaba bien, supuso,
porque él jamás iba a poder darle la calma que se merecía y
que solo podría encontrar al lado de Seojoon. Ese vínculo
especial que los circundaba era evidente, y aunque dolía,
amaba tanto a Jimin que estaba dispuesto a aceptarlo.
Sentado en una banca, puso las manos sobre sus muslos,
notando que temblaban. Arrastrando los dedos sobre su
pantalón de tela para empuñarlas y detenerlo, no funcionó.
La presencia de Park Seojoon representaba todo lo que no
quería recordar. Con su presencia imponente y sabia, lo
empujaba a ser ese niño repleto de temores otra vez.
El odio estaba latente. Todavía Seojoon le lanzaba aquellas
miradas impregnadas de odio, volviéndolo temeroso e
inútil. Pero un hombre afable, sensato y maduro como
Seojoon sabía que no era el momento de hacerle la vida
imposible por ahora.
Jimin se desvaneció dos veces seguidas durante el entierro.
Luchó contra el agarre de Jeongguk para impedir que
corriera hacia el ataúd, y lo derribó con él cuando cayó al
suelo de rodillas, negándose a dejar partir a Taehyung
finalmente. Con sus dedos, violentamente aferrados a la
chaqueta de Jeongguk, se deshizo entre gritos
desgarradores.
Se desvaneció una vez más cuando iban de camino al
estacionamiento, Jeongguk intentó levantarlo pero Seojoon
se lo quitó de los brazos, alzándolo para arrullarlo.
Parado en medio de la calle, vislumbrando la espalda de los
demás, Jeongguk permaneció quieto por unos segundos,
debatiéndose ante sus emociones confusas. Había estado
junto a Jimin durante todo el proceso, no era justo que de
pronto él apareciera y quisiese tomar el control de la
situación como si le perteneciera.
Empuñando las manos a los costados de su cuerpo para
obtener el valor suficiente, demandó:
— Él se irá conmigo, así que llévalo a mi camioneta.
Seojoon se detuvo. Con una mano sobre la nuca de Jimin,
mantuvo su rostro resguardado sobre la curva de su cuello
mientras sostenía su cuerpo flácido. La respiración de
Jeongguk se tornó oscilante cuando Seojoon giró,
dirigiéndose lentamente hasta yacer a unos centímetros de
su rostro, buscando intimidarle.
— ¿A quién crees que le estás dando órdenes?
Jeongguk se mantuvo firme, pero la vulnerabilidad en el
pardo de sus ojos era evidente. La madre de Jimin, exhausta
y devorada por las ojeras, fue una intermediaria, colocando
una mano en cada uno de sus hombros.
— Jimin lo quiso así —Dijo, acariciando los risos dispersos
de su pequeño—. Es un momento difícil y necesitamos estar
todos juntos para darle consuelo a mi hijo y a Hoseok. Eres
bienvenido también.
— ¡¿Qué?! —Jeongguk exclamó.
Se negó a confesar en voz alta que ese tipo obviamente no
estaba invitado, sin embargo su postura fue evidente y
mamá le lanzó una mirada aterradora, insistiendo.
— Estás invitado, Seojoon.
— Bien —Seojoon dijo—. Pero Jimin se va conmigo.
Jeongguk dio un paso a delante, iba a detenerlo, pero mamá
envolvió una mano alrededor de su brazo, apretándolo.
Asintiendo hacia Seojoon, sonrió suavemente:
— Me parece maravilloso. ¿Sabes cómo llegar, verdad?
— ¡Tsk! —Jeongguk bufó. La ironía tirando de las
comisuras de sus labios en una sonrisa fingida—. Por
supuesto que sabe cómo llegar.
Seojoon no respondió. Aferrándose al cuerpo de Jimin, se
alejó. Mamá y Jeongguk fijaron la mirada sobre su espalda
rígida, esperando cautelosamente hasta que metiera a Jimin
dentro del auto.
Entonces mamá dijo:
— No sé qué ha pasado entre ustedes, pero no quiero su
mierda sobre mi hijo. ¿Quedó claro?
— Sí, señora Park.
— Llámame mamá.
Jeongguk boqueó, preso por la sorpresa. Una sensación de
calidez se instaló de pronto en el centro de su pecho. Ligera
pero abrumadora. No había compartido mucho con ella, le
hubiese encantado hacerlo en algún momento, pero tal vez
ahora era una forma de empezar, después de todo nadie
había estado haciendo las cosas bien.
Mamá y él decidieron hacer una parada fugaz en el
supermercado, recolectando municiones. Yoongi se
encargaría de guiar y recibir al resto en el departamento.
— Minni odia el zumo de frutas —Mamá murmuró,
observando una caja de jugo entre sus manos.
Organizando los productos que ella le iba entregando,
Jeongguk comentó vagamente, sin darse cuenta.
— Sí le gusta el zumo de frutas. Lo que él odia es el zumo
de frutilla en realidad.
— Ah, ¿sí? —Su sonrisa traviesa aumentó cuando notó que
Jeongguk continuaba sin notarlo—. Y dime, qué más le
gusta a mi hijo.
Retomando el andar por los pasillos, Jeongguk rascó su
nuca. Era una pregunta complicada.
— Bueno... Jimin es esa clase de persona que puede gustarle
de todo y a la vez nada.
Mamá se deshizo en una carcajada clara y Jeongguk se
animó a sonreír también. Apretando el volante del carro,
hizo que mamá le siguiera hasta el pasillo de comida
saludable.
Continuó:
— A él le fascina el caramel mocha frappucino. Los waffles
con salsa dulce y las donas con chocolate —Parándose
frente a una despensa, debatiéndose entre llevar espinaca o
berros, se quejó—. No entiendo cómo es que a estas alturas
no tiene diabetes.
— ¿Qué tal si llevas ambos? —Mamá echó al carro una
porción de espinacas y berros, animándole a que siguiera
con la conversación—. Sigue.
— Odia cuando el agua está demasiado caliente o
demasiado fría. Cuando se despierta por las mañanas, lo
primero que hace es llenar un tazón con cereal de froot loops
y se sienta a ver los Looney Tunes, pataleando y quejándose
cada vez que Bugs Bunny le gana al pato Lucas. Es de esas
personas que suelen dormir desparramadas sobre la cama y
te patea por las noches. Chilla y hace berrinches cuando no
consigue lo que quiere. Pero también es determinado.
Sigiloso. Muy observador. Sencillo. Y creo que ama más a
los animales que a las propias personas —Soltó una pequeña
carcajada—. También es sensible, y porque es sensible es
que Jimin ama mucho a tal punto de hacerse daño a sí
mismo. Sí... Así es él.
Finalizó con un deje de pesar, porque todo lo que aludía al
pesado era doloroso. Porque las peleas insaciables, los
golpes, el daño psicológico ahora lo volvían un hombre muy
triste. Porque dentro de toda esa tempestad, quitando lo
tóxicos y enfermos que eran, en el fondo pudieron llegar a
ser una pareja maravillosa, fueron felices en algún
momento, increíblemente dichosos al lado del otro.
Y ver cómo poco a poco todo se desmoronaba, era
desgarrador.
Cuando mamá se detuvo a mitad del pasillo, Jeongguk la
miró por sobre su hombro, notando la compasión que había
despertado en ella con sus palabras.
— Tú realmente lo amas, ¿verdad?
— No he estado haciendo las cosas bien últimamente —
Decidió confesar—. Pero realmente quiero hacerlo
completamente feliz desde ahora. Que todo lo que ocurrió
se transforme en un aprendizaje que nos impulsó a ser
mejores versiones de nosotros mismos. Y que el rencor y el
abandono solo sean cosa del pasado.
La conversación murió allí, con ellos, esparciéndose a través
de los pasillos que lo mantenían en secreto. Jeongguk
continuó dando un par de vueltas más, asegurándose de que
tuviese todo lo que necesitaba.
— Pimiento rojo. Plátano —Enumeró, concentrado—.
Brócoli...
— A Minni no le gusta el brócoli —Mamá intento interferir.
— Tendrá que comenzar a gustarle desde ahora entonces.
— Pero...
— No hay objeciones, mamá —Jeongguk alzó la mano,
advirtiendo que no se hablaría más del tema—. Jimin tiene
que empezar a comer saludable. Sobre todo ahora.
— ¿Sobre todo ahora?
Jeongguk la ignoró, continuando.
— Tenemos huevos... ¿Qué más falta? —Echó una ligera
mirada alrededor—. ¡Oh, sí! Algas.
Observando las algas con una mueca de disgusto, mamá
sonrió al recordar.
— Oh por dios, como odio las algas. Mi madre me obligó a
consumirlas mucho durante el embarazo de...
Poco a poco la realidad comenzó a golpearla. La mueca de
su sonrisa se ralentizó hasta dejar un rostro carente de
emoción, completamente ensimismado. Mamá observó todo
lo que había en el carro y luego observó a Jeongguk. Y así
se mantuvo por un tiempo, intercalando la mirada, sin
embargo, temiendo decir lo que imaginó.
En el departamento todo pareció estar bajo control.
Cruzando el umbral de la puerta principal, mamá se detuvo
con las compras colgando de sus manos. Observando a su
alrededor, exclamó, maravillada.
Ella había estado allí antes, pero por la noticia que tuvo que
entregar a su hijo, ni siquiera se había percatado.
— ¡Joder! —Alzó la cabeza, contemplando el amplio techo
y el enorme colgante que caía en forma de cascada,
iluminándolos—. ¿Es esta la humilde morada de la que
hablabas Jeonggukie?
Jackson se aproximó a socorrerla con el peso y aprovechó
para recorrer la sala.
— Algo así... —Jeongguk murmuró, cerrando la puerta.
Un fuerte ladrido los espantó y mamá chilló, buscando
protección detrás de Jackson. Todos rieron.
— No tienes por qué asustarte, mamá —Jeongguk se agachó
hasta la altura de Jack, acariciándole detrás de las orejas—.
Este amiguito es una bola de puro amor —Estirando la
mano, la invitó—. Ven, aquí.
Mamá dudó, titubeando en sus pasos. Jeongguk insistió,
riendo.
— ¡Vamos, acércate!
Tomándola de la muñeca, la ayudó a acariciar la cabeza de
Jack. Jack permaneció quieto, intuyendo el miedo que la
mujer le tenía. Notando que no había peligro alguno, mamá
se agachó, acariciándole naturalmente ahora.
— ¿Ves? No te hará daño. Incluso le agradas.
Jack la olfateó y movió la cola. Mamá olía a familia; llevaba
en ella el aroma de Namjoon y Jimin. Estaba feliz.
— Hablando en serio —Mamá se levantó junto a Jeongguk,
con un tono más serio ahora—. ¿De dónde sacas tanto
dinero para costear todo esto?
Ella notó su camioneta. Su ropa lucía costosa y el precio de
las compras había sido elevado. El departamento lujoso era
un agregado más a la duda.
De entre el sigilo, Seojoon decidió hacerse notar con una
doble intención:
— Jeongguk es un hombre muy trabajador, Kahi.
Recordando su presencia indeseada, Jeongguk se volvió
rígido. Seojoon seguía sembrando el terror en él, pero ahora
estaban en su casa y no estaba dispuesto a soportarlo una
vez más.
Mamá notó cómo Jeongguk estuvo dispuesto a discutir, así
que tomándolo del brazo, dijo:
— Vamos, nene. Ayúdame a llevar las compras a la cocina
—Jeongguk asintió y desapareció. Mamá se dirigió a
Seojoon—. ¿Jimin?
— Duerme en la habitación —Seojoon se pasó una mano
por el cabello—. Estoy realmente preocupado por él. No
creo que este sea el lugar adecuado para que esté.
— Somos su familia. Lo único que debe importar es darle el
cobijo suficiente.
Mamá conocía a Seojoon. Muchas veces Namjoon lo había
llevado a casa. Y a pesar de que, debido a las circunstancias
de ese tiempo no interactuaron mucho, siempre supo que era
un buen hombre y lo mucho que sus hijos lo amaban, sobre
todo Jimin.
Las tareas del hogar fueron repartidas. Mamá y Jackson se
encargaron de preparar la cena. Yoongi era la contención de
Hoseok, que pese a que no estaba descansando, se mantuvo
con la mirada perdida desde el sofá. JB y Jeongguk
prepararon la mesa para comer y Seojoon me mantuvo
aislado, atento a cualquier acontecimiento que ocurriese con
Jimin.
Revolviendo la sopa, mamá tomó un poco, llevándola a la
boca de Jeongguk para que probara y le diera su punto de
vista.
— Le falta un poco de sal.
— Sí —Sonrió torpemente—. Siempre tengo problemas con
la sal.
— Pero está deliciosa, mamá —Le acarició el hombro—.
Gracias por hacer esto.
Mamá permaneció en silencio por un momento. En su
semblante de pronto serio, se vio una ligera capa de tristeza.
Jeongguk permaneció a su lado, acompañándola.
— Yo tampoco lo he estado haciendo bien durante estos
años, ¿sabes? —Dijo finalmente, con la mirada intacta en la
sopa que hervía—. Sé que fui partidaria del dolor que
atormentó a mis hijos por mucho tiempo. Fui la causa de sus
tantos traumas... Pero al igual que tú, también quiero hacer
las cosas diferentes desde ahora. Y aunque sé que todo el
dolor que les causé jamás desaparecerá, aún tengo las
esperanzas de que en el rostro de mi hijo brille una sonrisa
cada vez que me vea.
Jeongguk sonrió, animándola.
— Haremos que eso suceda.
— ¿Por qué tenemos que esperar que el dolor nos colme
para hacer que las cosas sucedan, Jeongguk? ¿Por qué
somos incapaces de hacer el cambio antes de que la
tormenta nos sobrepase y luego sea demasiado tarde?
— Porque tal vez es parte del crecimiento personal. La base
que nos ayuda a escoger qué clase de persona queremos ser
en el futuro.
Porque mamá, como todos allí presentes, tenía también un
pasado que la hizo desdichada. Un pasado que no pudo
detectar a tiempo y lo sembró a sus hijos también. Todos
eran víctimas de algo. Una cadena maldita que en algún
momento tenía que cortarse.
Jimin despertó casi al anochecer. La cena aún no estaba lista
y todos charlaban alrededor de la sala. Hallándose
completamente solo y atrapado en la amplia habitación
principal, su primer instinto fue lanzar un alarido seguido de
un llanto repleto de terror.
Desconcertado, se sintió desorientado por un momento. A
través de la oscuridad que atravesaba la ventana se vio
incapaz de reconocer dónde se encontraba.
Repleto de confianza, Seojoon empujó a Jeongguk al
levantarse. Corriendo a través de las escaleras, encendió las
luces, encontrando a su pequeño gateando alrededor de la
enorme cama, buscando consuelo.
— Hey, tranquilo —Susurró, arropándolo entre sus
brazos—. Todo está bien. Estoy aquí, cariño, estoy aquí.
Gimoteando sobre su hombro, cautivo en una mirada
perdida, Jimin notó que esa no era la presencia que deseaba.
Esos brazos que le envolvían no lo apretaban lo
suficientemente fuerte. Los latidos de corazón que
rebotaban contra su pecho no eran lo suficientemente
vigorosos y no estaba ese exquisito aroma a menta que le
adormecía la nariz.
— No... —Se quejó, intentando zafarse de su agarre—.
Jeongguk... ¡Quiero a Jeongguk!
— ¿Qué haces? —Seojoon intentó sostenerlo, pero la
insistencia de Jimin lo forzó a dejarlo ir, siguiéndolo—.
¡Jimin!
Completamente descalzo, Jimin corrió a través de las
escaleras, llorando a medida que estiraba los brazos:
— ¡Jeongguk! ¡Jeongguk!
Jeongguk estuvo allí para recibirle al final del último
peldaño, abrazándolo fuertemente cuando se lanzó
precipitadamente a sus brazos.
— ¡Oh, Jeongguk! —Gimoteó, escondiendo el rostro sobre
la curva de su cuello—. Jeongguk...
— Ya está... Ya está, nene —Susurró, enfrentando la mirada
pasmada que Seojoon le arrojaba desde los escalones
superiores; en el brillo de sus ojos se bañaba la confusión—
. Estoy aquí.
Se sentó con él en uno de los sillones. Los quejidos de Jimin
los devolvió a la realidad, donde estaban reunidos ahí
porque Taehyung se había suicidado y no porque de pronto
eran amigos de toda la vida que decidieron pasar un rato
agradable. En un suave sigilo, el silencio los envolvió,
haciéndolos parte del dolor también.
Jimin hipaba y Jeongguk lo arrulló un poco más fuerte,
meciéndolo, acariciándole los risos que el sudor adhería a
su frente y le tarareaba una melodía desigual en el oído.
— Hoseok se tranquilizó con un calmante —Yoongi
sugirió—. Creo que le vendría bien también.
— No —Jeongguk negó, no había cabida para negociar al
respecto.
Pero al parecer no le habían oído o no fue lo suficientemente
firme. De pronto, la sala se había llenado de murmullos que
estaban de acuerdo en dar un poco de tregua al sufrimiento
que desgastaba a Jimin lentamente.
— Necesita relajarse —Mamá se levantó, buscando su
cartera.
— No... —Jeongguk volvió a repetir, sintiéndose
completamente ignorado.
— Le daremos solo la mitad —Mamá insistió.
Dispuesto a cooperar, JB se levantó:
— Puedo ir por el botiquín que está en el baño de invitados,
de allí saqué los calmantes para Hoseok.
— Sería perfecto, cariño. Te lo agradecerí...
— ¡Dije que no! —Jeongguk gritó, tajante,
interrumpiéndolos.
— ¡Jeongguk! —Yoongi riñó, obstruyendo cualquier
arrebato que pudiese venir por su enojo.
Bramando entre dientes, Jeongguk abrió los ojos,
desbordados de fastidio. La calidez se drenó por completo
de sus pardos, dejando consigo sobre su rostro una
advertencia.
— Nadie va a suministrarle ninguna puta pastilla.
¿Entendido?
Seojoon se paró frente a él con las manos en los bolsillos,
creando una sombra. Mirándolo desde su superioridad,
bufó:
— ¿Es un amenaza?
Jeongguk apretó la mandíbula. Ahora había algo mucho más
importante que su tonto miedo por ese hombre. Y odiaba ser
tajante con los demás porque no sabían qué ocurría al
respecto, pero era todo lo que podía hacer.
Levantándose aún con Jimin entre sus brazos, finalmente lo
encaró:
— ¿Es esto un puto juego? —Sintió a Jimin temblar bajo su
tacto prepotente—. ¿Crees que puedes burlarte de cómo
decido manejar la situación? Sé que quieres patearme el
culo y después de esto con mayor razón, pero adivina qué,
estás en mi casa y me respetas.
Un poco más allá, Jackson murmuró sin la intención de ser
escuchado:
— Además nadie lo invitó...
Pero fue demasiado tarde. Sintiendo la necesidad de
justificar por qué estaba en un lugar que no deseaba,
Seojoon arrojó a Jackson su mirada más aterradora,
forzándolo a esconderse detrás de mamá.
— Estoy aquí por Jimin —Devolvió la atención a Jeongguk,
dejando entre sus palabras una doble intención—. Que no se
les olvide.
— Pero Jimin quiere estar conmigo.
— Por ahora —Para evitar que los demás escuchasen,
susurró, victorioso—. Y espero que lo disfrutes
cuidadosamente.
El enfrentamiento comenzaba a intensificarse. Los ánimos
no eran los mejores y a la más mínima provocación todo
podría descontrolarse. Pese a su luto, Jimin fue consciente
de eso. Alzando una mano que temblaba, la posó sobre la
mejilla de Jeongguk, devolviéndolo a la realidad, avisándole
que estaba allí.
Y cuando Jeongguk le miró sorprendido, susurró:
— Por favor...
Fue todo lo que bastó para que Jeongguk cediera. Se dirigió
a la cocina, sin darse cuenta que las siluetas sigilosas de
mamá y Seojoon le seguían, contemplándolo en completa
discreción, como si temiesen alterarlos.
La sopa que mamá preparó estaba lista ahora y Jeongguk se
las arregló aún con el cuerpo de Jimin aferrado a él como un
coala para sacar un plato y servirle un poco.
— Mmm... —Con la mejilla recostada sobre su hombro,
mirando un punto fijo en medio de la nada, Jimin se quejó
disgustado cuando el aroma de la comida llenó sus fosas
nasales—. No.
— Vas a comer —Chupó su pulgar cuando una gota de sopa
manchó su dedo. Aún tuvo dificultad para posar el plato
sobre la mesa, cuidando de no derramarlo con su torpe
equilibrio—. Lo necesitas.
— Pero no tengo hambre.
— Vas a comer, Jimin —Zanjó.
Jimin notó que hubo un tono mucho más serio en su voz esta
vez. Su cuerpo, que ágilmente le sostenía estaba duro por la
rigidez. Y aunque las cosas parecían estar bien entre ellos,
todavía temía que Jeongguk fuese capaz de perder el
control.
Jeongguk tomó asiento y Jimin permaneció a horcajadas
sobre sus muslos, lanzando al plato una mirada resignada
cargada de enojo.
— Esa sopa luce asquerosa —Sacó la lengua, imitando una
expresión nauseabunda.
Desde el anonimato, mamá gimió sorpresivamente,
llevándose una mano a los labios temiendo ser atrapada.
— Esa sopa la hizo tu madre y se esmeró mucho para
prepararla con la ilusión de que te gustara.
Jeongguk le miró con desaprobación, forzándolo a
encogerse sobre su sitio. Pensar lo nerviosa que debió de
estar mamá para prepararle algo delicioso lo hizo sentir
culpable enseguida.
— Lo siento.
— Está bien —Intentó quitarle tensión al asunto, de todos
modos podía persuadirlo con eso—. Puedes
recompensárselo comiendo.
Entrecerrando los ojos, Jimin meditó al respecto. De pronto,
divisó una pequeña sonrisa que Jeongguk se esmeraba por
contener.
— ¡Es injusto! —Chilló, haciendo sobresalir su
característico mohín—. Buscas hacerme sentir culpable.
— Está bien si no quieres comer —Jeongguk se encogió de
hombros con la intención de bajarlo de su regazo—. Pero
mamá se va a sentir muy triste.
— Eso se llama manipulación —Jimin lo golpeó
suavemente en el pecho.
Jeongguk fingió que lloraba:
— Wah... Pobre mamá, se sentirá tan triste... Wah... Wah...
Entonces mamá sonrió esta vez, fascinada por esa
interacción que los volvía tan propios entre sí. Ellos eran tan
peculiares...
Sin embargo, Seojoon se mantuvo estático a su lado.
Observaba con atención, pero ese momento meloso entre
ellos solos aumentaba el desagrado que lo obligaba a apretar
los puños.
Y por un momento, fuera del juego que parecían sostener,
Jimin reflexionó al respecto. Él casi pudo imaginar
nítidamente la desilusión en el rostro envejecido de mamá.
Ella había sido tan buena últimamente, tan gentil estos días
difíciles.
Observando la sopa, entendió que estaba hecha con amor.
Bufando por el solo hecho de que Jeongguk había ganado
una batalla que jamás existió, abrió exageradamente la boca,
exclamando:
— ¡Ah!
Acomodándolo sobre su regazo, Jeongguk brincó de
felicidad, tomando rápidamente la cuchara con sopa en ella.
Y cuando Jimin la aceptó, Jeongguk le apremió con un beso,
gustoso.
— ¿Está deliciosa?
Tragando, Jimin notó que no estaba tan mal... En realidad,
estaba realmente deliciosa. Ese toque sutil de la sal y el
dulzor que el zapallo le daba era una buena combinación.
Llenando la cuchara una vez más, Jeongguk la guio a su
boca, incitándole a comer más:
— Ahora una cucharada por mamá y su sopa deliciosa.
— Ah... —Jimin tragó con un poco de dificultad esta vez.
No se había alimentado correctamente por un tiempo y
llenar sorpresivamente su estómago lo hizo sentir
ligeramente raro.
— Ahora una cucharada por mí. Di, ah...
— Ah... —Jimin frunció el gesto.
Jeongguk intuía que estaba próximo a negarse a recibir más
sopa, así que decidió acudir a una táctica que no fallaría.
— Ahora, una cucharada por Jack.
Jimin ni siquiera lo pensó. A penas el nombre de Jack
endulzó su voz, Jimin ya estaba con la boca abierta,
esperando el siguiendo bocado.
— Otra cucharada por Jack, porque él te quiere mucho y se
pondrá muy triste cuando le cuente que no quieres comer.
— Ah...
A esas alturas solo quedaba la mitad dentro del plato. Jimin
había soportado bien hasta el momento, pero sus muecas
tiznadas por una ligera repulsión eran cada vez más
evidente.
— Una cucharada más por Jack, porque es...
Pero Jimin frunció los labios, negándose a recibir una
cucharada más.
— Jimin... —Jeongguk lo llamó lentamente, había una
advertencia.
Jimin negó. Entonces Jeongguk fingió que lloraba una vez
más:
— Wah... Pobre Jack, estará tan triste de ver a su Jimin
efermo... Wah... Wah... Y él va a dejar de comer también
porque se sentirá culpable y se enfermará... Wah... Wah...
Fulminándolo con la mirada, Jimin abrió la boca a
regañadientes. Pero Jeongguk estaba demasiado contento
para notarlo y temer al respecto.
— ¡Ese es mi chico! —Lo besó castamente sobre la
mejilla—. Jack estará tan contento de saber que te alimentas
correctamente y él se va alimentar también.
Pero incluso si lo intentó, Jimin no pudo soportarlo. Con
arcadas de pronto, Jeongguk se asustó, dejando la cuchara a
un lado para sostenerlo de la cintura.
— ¿Qué pasa, nene?
Jimin tapó su boca y trastabilló al saltar de los muslos de
Jeongguk, ignorando por completo las siluetas pasmadas de
mamá y Seojoon al correr al baño.
Aferrado al inodoro, Jimin se quejó de dolor. Los espasmos
eran brutales y las arcadas lo volvían un chico abrumado.
Vomitaba con tal fuerza que temió desmayarse cuando la
habitación pareció dar vueltas a su alrededor.
Jeongguk chocó contra la puerta ante su llegada
desesperada. Con un mirar repleto de terror, se acercó,
sobándole la espalda. Entonces Jimin comenzó a vomitar
una vez más.
Los demás, preocupados, se acercaron, pero solo
despertaron el odio de Jimin al verse expuesto ante tantas
miradas.
— ¡Fuera! —Gritó débilmente, entre nuevas arcadas—.
¡Largo de aquí!
Jeongguk asintió en silencio, indicándoles que estaba bien,
que podían regresar a la sala. No obstante, Seojoon decidió
yacer inmerso entre la oscuridad del pasillo, recargado en la
pared con los brazos cruzados, escuchó atentamente su
interacción.
Las cosas pudieron haber mejorados entre ellos, pero no
estaba dispuesto a dejar a Jimin a su merced. Él aún era su
protector y aún iba a llevárselo lejos de ese pueblo maldito.
Jeongguk cogió una toalla, humedeciéndola. Cuando Jimin
logró apaciguar las arcadas, Jeongguk se arrodilló,
limpiándole la boca. Se recostó contra la pared y atrajo a
Jimin entre sus piernas, recostando su espalda contra su
pecho.
De respiración agitada, Jimin aún se quejaba un poco por la
fuerza que hizo. Durante ese lapso, Jeongguk se mantuvo en
silencio, refrescándole la frente con la toalla que había
mojado, besándole los risos de vez en cuando.
— Esto apesta —Jimin se quejó, refiriéndose a que era
realmente molesto vomitar por absolutamente todo.
Jeongguk sonrió sin energía. Arrastrando la mano bajo el
chaleco de Jimin, la posó sobre su vientre, acariciándolo
gentilmente.
— Es normal, supongo —Dijo.
Jimin se volvió pensativo por un momento. Todo estaba más
claro ahora, pero de algún modo, mencionarlo, hacer que
fuese real, le asustaba. Él había tenido sus dudas por un
tiempo, cuando los síntomas comenzaron a ser un poco
evidente, pero no pensar al respecto hacía que lo olvidase
rápidamente.
Recargando la cabeza sobre el hombro de Jeongguk, alzó el
rostro, buscando su mirada.
— ¿Cómo lo supiste? —Preguntó, sin muchas expectativas,
en realidad.
Jeongguk se encogió de hombros. Paseando la mirada en
algún lugar del baño, pensó.
— ¿Intuición?
— ¿Siquiera es posible? —Jimin frunció el ceño,
burlándose.
— ¿Y por qué no? Es a mi hijo a quien llevas en tu vientre,
de algún modo me avisó que estaba allí —No tenía lógica
para él también, incluso si pensaba un poco más al respecto,
era casi imposible y rebosaba lo raro—. Simplemente lo
supe, ¿sí? Cuando te vi, cuando te toqué supe que había algo
más. Tu cuerpo ha cambiado y eres mucho más sensible al
tacto. Tus vómitos lo hacen más evidente ahora.
Después de todo, ellos no estuvieron muy preocupados de
cuidarse de todos modos. Era evidente que en cualquier
momento sucedería incluso si Jimin tomaba la píldora.
El silencio se apoderó de ellos una vez más. Un silencio
pacífico que les permitió divagar en sus pensamientos y
hacer frente a la situación que se les presentaba. Entonces
recordó el sueño que tuvo con Taehyung. Él también lo sabía
y vino a reafirmárselo.
— Es un niño —Jimin confesó después de un momento.
Más allá, apegado a la puerta, Seojoon se paralizó por
completo.
Sorprendido, Jeongguk se reincorporó esta vez, sentándolos
a ambos para mirarse de frente.
— ¿Qué? —Preguntó, lamiendo sus labios, ansioso—.
¿Cómo lo sabes?
— Tae me lo dijo —Cabizbajo, intentó que la tristeza no le
impidiera hablar—. Vino a despedirse, entonces me dio la
noticia. Creo que se sintió un poco culpable por lo que hizo,
entonces, de algún modo, intentó remediarlo.
Jimin no era muy creyente en el ámbito espiritual, pero las
pistas fueron demasiado evidentes como para atreverse a
renegar de lo que ocurrió durante su sueño.
Pero Jeongguk si creía y no pudo evitar sentirse feliz al
respecto. Más allá, muy lejos de lo que ocurría, había una
esperanza. Entonces tomó las manos de Jimin y las besó con
devoción.
— Risos... —Sus ojos brillaron con lágrimas tiznadas de
emoción frágil y pura—. ¿Eres consciente de la situación?
¡Seremos padres!
Jimin no había llegado a esa conclusión todavía. Aún estaba
pasmado por la impresión de la noticia, pero su terca
negación no lo volvía menos emocionado también.
Él todavía recordaba como hace algún tiempo fantasearon
al respecto. Lo ansiosos y emocionados que se volvían cada
vez que hablaban de un posible bebé en un futuro.
Y ahora era real. Estaba jodidamente ocurriendo.
— Nuestro —Su voz flaqueó. Pero el esmeralda de sus ojos
brillaba de amor—. Un niño... Nuestro niño.
Capítulo 54
Dos meses y dos semanas de gestación fue lo más certero
que trató de ser la obstetra designada a cuidarles y a
orientarles durante estos largos nueve meses.
Gozando los privilegios de poder costear una consulta
privada, la atención fue diferente. Era lujoso, reservado y
cálido. Sin embargo, no bastó para hacer desaparecer esa
extraña aversión por lo desconocido que nació en su primera
escapada a la bahía.
Verse comprometido de pronto a lo extraño, evocaba
momentos que había intentado olvidar, pero con detalles
como esos se volvía preso del pánico una vez más. Su
primer instinto al ser recostado sobre la camilla con el
vientre expuesto con unas manos ajenas tocándolo fue
sentirse acorralado por el miedo.
Pero Jeongguk estuvo allí para hacerle saber que todo estaba
bien. Entrelazando sus dedos, besándole el dorso de la
mano, su sonrisa brillante, repleta de ilusión lo hizo sonreír
también cuando sobre el monitor los primeros indicios de lo
que sería su retoño se apreciaron.
El segundo mes era preciso para iniciar la evolución del
embrión en su forma humana. La obstetra los guio a través
de la pantalla, deslizando el cabezal del ultra sonido sobre
su vientre cubierto con un líquido viscoso.
Allí, sobre una maza oscura, justo en medio, sobresalía un
pequeño bulto.
— Mide 16 milímetros —La obstetra intentó llamar su
atención—. Y pesa 3 gramos.
Eran tan jóvenes y la idea de un primer bebé volvía de sus
emociones las más genuinas y dichosas. No importaba lo
que dijese, supuso, a ellos solo le bastaba con verlo.
— Crece rápidamente —Continuó—. Su cabeza es mucho
más grande que su cuerpo que comienza a alargarse y sus
rasgos faciales son más evidentes ahora.
En medio del cuerpecito aún transparente, un constante
bombeo hizo a Jimin fruncir el ceño. Señalando la pantalla,
dijo:
— ¿Es ese su corazón?
Alargando la mano sobre el monitor, la obstetra activo el
sonido, dejando oírles los primeros indicios de su eterna
felicidad. Los primeros latidos que les habló de su
existencia.
Decían que con la llegada de un hijo la vida cambiada por
completo. Ese bebé aún no llegaba, pero en ese momento
fueron consciente en cómo su vida dejó de ser la misma
definitivamente.
Jimin se cubrió los labios con dedos temblorosos. El
esmeralda de sus ojos resplandecía con el fulgor de las
lágrimas. Le invadió una emoción inexplicable, un afecto
tan desconocido que le apretó dolorosamente el pecho.
Llevaba una vida en su interior; le daba alojo como una cuna
y lo mantenía calentito.
— Su sangre bombea muy fuerte y acelerada —Dijo la
obstetra, observando de reojo cómo Jimin se secaba las
lágrimas—. Son alrededor de unos 180 latidos por minuto.
El sonido de alguien sorbiendo por la nariz desestabilizó la
calma de la habitación. Buscando de quién venía, hallaron a
Jeongguk llorando en completo silencio. Su labio inferior
sobresalía formando un puchero y su rostro estaba bañado
en lágrimas mientras veía la silueta de su bebé
desarrollándose.
Rebosando ternura, Jimin lo atrajo en un abrazo.
Escondiendo el rostro sobre la curva suave de su cuello,
Jeongguk sollozó:
— ¿Cómo es posible sentir tanto amor por alguien que
todavía no conoces?
Jeongguk había amado a su hijo desde que lo intuyó en el
vientre de su padre. Nunca había sentido tanta dicha y
fortuna como ahora.
Sin embargo, Jimin estaba deshidratado y necesitaba con
urgencia un apoyo nutricional. Una situación que si no
controlaba podría agravar su embarazo, dañando el tubo
neutral y su líquido amniótico, aumentando el riesgo de un
parto prematuro y consecuencias en el desarrollo del bebé.
El consuelo fue saber que estaban a tiempo.
Cuando abandonaron la consulta y caminaron por la calle
tomados de la mano aún se sentía raro, como un sentimiento
lejano, pero que estaba allí al mismo tiempo. De camino a
casa, Jimin pidió un caramel mocha frappucino y Jeongguk
se lo negó porque tenía cafeína. Las ansias de tomar algo
dulce le llevó a aceptar un helado, pero el mohín que sostuvo
durante todo el trayecto advirtió lo molesto que estaba.
Jack les dio la bienvenida, movía la cola al compás de sus
ladridos y Jimin se lanzó sobre él, rodando por el suelo en
una lucha de poder.
— Basta... —Jeongguk comentó vagamente, cruzando la
sala para dirigirse a la cocina y sacar la comida congelada
que mamá les había preparado—. No sean tan bruscos.
Jimin... Jack...
La sopa de algas según su conocimiento era una gran fuente
de nutrientes sobre todo para el estado en que Jimin se
encontraba. El ácido fólico que contenía era una gran ayuda
para el desarrollo del tubo neural, además de que contaba
con yodo y hierro.
Más allá, el forcejeo entre esos dos fue más evidente. Jack
ladraba y Jimin trataba de rugirle, quejándose cada vez que
se lanzaban contra el otro y caían al suelo.
— ¡Jueguen con más cuidado! —Jeongguk les exigió,
notando la espesura del caldo.
Entonces dudó por un momento; era un hecho que Jimin se
negaría a comerlo y cerró los ojos intentando obtener la
paciencia necesaria para idear un plan.
El sonido discordante de un mueble le espantó y a
continuación el impacto de un florero contra el suelo.
Golpeando el mesón, Jeongguk les gritó:
— ¡¿Qué les dije?!
Pero cuando llegó a la sala, estaba completamente vacía y la
evidencia había desaparecido. Dejándose guiar por los
murmullos, llegó hasta la habitación de Jack, recargándose
bajo el umbral de la puerta con los brazos cruzados.
Más allá, en el rincón, Jimin y Jack escondían los trozos de
vidrio bajo la alfombra.
— No te los lleves, idiota —Jimin chocó sus hombros,
susurrando—. Te vas a cortar. Déjame taparlo.
— ¿Tapar qué?
La voz serena de Jeongguk los asustó. Cuando se acercó,
permanecieron sentados sobre el suelo, observándolo con la
resignación volviéndolos cabizbajos. Ya no había forma de
zafarse, habían sido descubiertos cuando alzó la alfombra.
— ¿Saben cuánto me costó ese jodido florero?
Silencio.
Parándose frente al par creó una sombre sobre ellos. Los
miró seriamente, esperando aunque fuese una disculpa.
Rascándose la nuca, Jimin fingió desinterés, señalando a
Jack.
— Él fue.
— ¿Qué?
Encogiéndose de hombros, Jimin insistió:
— Le dije que no lo hiciera pero nunca me hace caso.
Y como si Jack hubiese comprendido la traición, gruñó,
lanzándose sobre Jimin, iniciando una nueva batalla de
poder.
— ¡Basta! —Jeongguk fue más firme esta vez, se veía un
poco cabreado. Señalando la puerta, ordenó—. Los dos a
comer. ¡Ahora!
Vertió sobre el plato de Jack su pasta favorita, escuchando a
Jimin quejarse desde la encimera, donde se encontraba
sentado.
— No es justo, su comida luce más deliciosa.
Jeongguk decidió ignorarlo. Dirigiéndose a las algas para
revolverlas, vertió un poco en un plato. «El embarazo lo
volverá un poco mañoso, así que necesitarás de una
paciencia de oro», le dijo la obstetra. ¿Un poco mañoso?
Jimin no necesitaba de un embarazo para ser mañoso.
¡Mañoso era de hecho su segundo nombre!
Caminó con el plato y lo depositó sobre la meza. Parado en
la esquina, rascó su frente, esperando a que Jimin se
acercara y tomara asiento. Todo lo contrario, Jimin
permaneció quieto, mirándose las uñas como si Jeongguk
no estuviese allí parado como un idiota, esperándole.
— No me obligues a ir por ti —Jeongguk amenazó—. Uno...
Dos...
— No quiero —Pataleó—. Luce horrible y no lo voy a
comer.
— No es necesario que te guste, es para el bebé.
— El bebé dice que no le gusta la sopa de algas. Dice que le
gustan las donas con salsa dulce.
— Si comes esto te daré un postre delicioso.
— ¿Qué me darás, Jeongguk? Si todo lo que tienes es
brócoli, berros, zanahoria y huevo. ¡Y no puedes negarlo
porque miré dentro de la nevera! —Bajando de la encimera
de un salto, pisoteó el suelo—. ¡No me gusta nada de eso y
no puedes obligarme a comerlos!
Entonces abandonó la cocina, ignorando el llamado de
Jeongguk a medida que corría escaleras arriba. Y cuando
Jeongguk lo siguió, lo encontró boca abajo sobre el colchón,
taimado.
Meditó por unos segundos hasta finalmente acercarse y
gatear a través de la cama para llegar hasta él. Jimin ni
siquiera se movió de su sitio, decidido a llevar su supuesto
berrinche hasta conseguir lo que quería.
Esta vez no va a funcionar, Jeongguk pensó en decirle, pero
llevarle la contraria en ese momento haría que todo
empeorara.
En un gesto desinteresado, Jeongguk miró su cabeza,
agarrando un riso dorado con sus dedos para tirarlo y ver
cómo se devolvía a su sitio.
Jimin continuó ignorándolo.
Deslizando la palma de su mano por la silueta fina de su
espalda, la acarició hasta llegar a sus nalgas, apretándolas.
Jimin continuó ignorándole.
Despojándose de un bufido, Jeongguk pareció resignarse.
Arrimándose a su lado, acercó los labios a su oído:
— Nunca te he negado nada y lo sabes. A pesar de tus
infinitos berrinches siempre termino cediendo ante ti. Y no
me molesta, en absoluto —Comenzó, su voz de pronto un
poco decaída—. Pero esta vez no se trata de lo que tú
quieres, estamos hablando de la salud de nuestro hijo y al
parecer aún no le has tomado el peso.
Incluso si estaban a tiempo, una mala ejecución al plan y
todo se vería estropeado. No importaba si le pagó a la mejor
obstetra del puto pueblo o compró los mejores
medicamentos, todo carecía de sentido si ellos no ponían de
su parte, sobre todo Jimin.
— Sé que lo amas tanto como yo. Lo vi en tus ojos esta
tarde, cuando escuchamos por primera vez los latidos de su
pequeño corazoncito —Le besó el costado del cuello,
acariciándole con la nariz—. ¿Harás el intento de comer más
saludable desde ahora?
Jimin no respondió, pero cedió asintiendo con la cabeza aún
incrustada sobre la almohada. Y para volver del ambiente
más ameno, Jeongguk comenzó a hacerle cosquillas. La voz
cantarina de Jimin fue música para sus oídos y muy pronto
estaban riendo y jugando otra vez.
Queriendo ser parte del alboroto, Jack saltó sobre ellos,
ladrando. Se revolcó hasta yacer recostado en medio de sus
cuerpos, disfrutando de los mimos y besos que le daban. A
medida que Jeongguk le rascaba la panza, frunció los labios,
un poco pensativo.
— ¿Qué pasa? —Jimin inquirió.
— ¿Sabes por qué Jack te quiso desde el primer momento?
— ¿Por qué soy lindo?
Ambos rieron y Jeongguk se acercó para besarlo, chupando
su labio inferior al retroceder. Entonces negó:
— Fue porque en ti reconoció el aroma de Namjoon.
Ahora, completamente interesado, Jimin se recargó sobre su
codo para observarle con atención.
— ¿Cómo es eso?
— Nam siempre fue un defensor de los animales. Una vez
lo acompañé a desmantelar un sitio de peleas clandestinas y
ahí vimos a Jack. No pude tenerlo de inmediato porque no
me dejarían, entonces Nam lo cuidó por un tiempo.
— ¿Así que Jack conoce a Nam?
— Sí.
— ¿Y recuerda a Nam a través de mi olor?
— Algo así...
De pronto, las cejas de Jimin se entristecieron y sus labios
comenzaron a temblar en un puchero. Saltó sobre Jack,
enrollando los brazos alrededor de su cuello, soltando un
llanto estridente:
— ¡Waaaaah! ¡Waaaaah! ¡Waaaaah!
Conmocionado por su ternura, Jeongguk los enrolló entre
sus brazos, yaciendo los tres abrazados sobre la cama.
— Oh, cariño, no llores...
— Es que... —Hipó, restregando el rostro sobre la cabeza
de Jack—. Es que... ¡Waaaaah!
Fue significativo. Ese perro había sido especial desde el
primer momento, pero jamás pudo descubrir el porqué.
Saber que Jack veía a su hermano a través de él le partió el
corazón, porque como todos allí, Jack también le extrañaba.
Acariciándole la mejilla húmeda y sonrojada, Jeongguk le
dijo:
— Él vive en ti.
Limpiándose los mocos, Jimin mató toda la magia
murmurando:
— Eso sale en el rey león.
Pero fue el incentivo para volverle alegre una vez más,
rompiendo en carcajadas cuando Jeongguk bufó. Y
aprovechando el momento, Jeongguk le propuso:
— ¿Bajamos a comer ahora?
— Está bien.
Levantándose, se dio cuenta que Jimin no le seguía y cuando
volteó, Jimin estiraba los brazos para que le cargara,
entonces bajó con él entre sus brazos hasta la cocina.
Sentándolo sobre sus muslos, notó que la sopa aún estaba
tibia, llenando la cuchara para comenzar a alimentarlo.
Dos semanas después y Jimin cumplió los tres meses de
gestación. Según la obstetra, el bebé era todavía muy
pequeño, pero de 16 milímetros, pasó a medir 2,5
centímetros y pesar 11 gramos. Tenía un aspecto más
humano y su salud se veía mucho más sana y estable. Con
todos sus órganos formados, comenzaba a hacer función de
alguno de ellos.
Frente al enorme espejo del baño, Jimin alzó su camiseta,
ladeando su cuerpo para observar su vientre. Había
despertado recién y su cabello era un verdadero nido de
pájaros. Con sus ojos aún hinchados por el sueño, murmuró
con el cepillo de dientes en la boca repleta de dentífrico:
— Estoy engordando.
Duchado y vestido, Jeongguk ingresó, arreglando un poco
el desorden. Besando castamente el dorado de su cabeza,
negó.
— No estás engordando, risos. Es el bebé creciendo dentro
de ti —Acomodando las toallas limpias, observó los pies
descalzos de Jimin—. Y ponte calcetines, por favor. Te vas
a resfriar.
Jimin ni siquiera lo tomó en cuenta. Acariciándose
suavemente el vientre, insistió:
— Estoy engordando.
Cerrando los ojos, Jeongguk suspiro pacientemente.
Pellizcándose el puente de la nariz, decidió ceder.
— Entonces sí. Estás gordo, joder.
Apresurándose a la habitación para abrir los ventanales, un
llanto estridente lo hizo encogerse de hombros.
— ¡Waaaaah!
Y antes de correr hasta el baño, se acercó al cajón donde
Jimin guardaba su ropa y sacó un par de calcetines.
Cruzando el umbral, lo vio en el centro con el cepillo de
dientes en la mano mientras lloraba con la boca blanca
manchada por la pasta.
— Cariño, ¿por qué estás llorando ahora? —Lo atrajo
suavemente entre sus brazos, dándole ligeras palmaditas
sobre la espalda.
— ¡Porque me llamaste gordo! —Hipó. Se detuvo por un
momento, pero cuando miró a Jeongguk a los ojos, estalló
en un nuevo llanto—. ¡Waaaaah!
Jeongguk le habría dicho que no, que el primero en llamarse
gordo fue él. Pero las semanas le habían enseñado que
discutir con un embarazado no era una buena idea, sobre
todo cuando explotaba en llanto de la nada.
— Sí, lo sé —Hubo un deje de culpa fingida en su tono de
voz—. Soy un tonto, cariño, perdón.
— ¿De... verdad que... no... estoy... gordo?
— ¡Oh, por supuesto que no, nene! —Desdoblando los
calcetines, se arrodilló para ponérselos—. Estás precioso,
mi amor.
Luego enjuagó su boca y lo cargó, llevándolo con él hasta
un sofá de la primera planta. Sentado a horcajadas sobre sus
muslos, Jimin escondió el rostro sobre la curva de su cuello,
disfrutando ser arrullado.
Él había estado mucho más mañoso de lo usual. Y estaba
bien, él se sentía bien porque Jeongguk lo hacía sentir
completamente seguro y a salvo.
Las náuseas y los mareos disminuían con el pasar de los días
y habían hecho un trato que consistía en que si comía todas
sus verduras durante toda la semana, Jeongguk le compraría
donas con salsa dulce los sábados.
Recargando la frente sobre el hombro de Jeongguk, aún
continuó hipando, pero nada le impediría comer esas
deliciosas donas con salsa dulce.
— Hoy es sábado —Dijo, con una voz nasal que hizo a
Jeongguk romper en carcajadas.
— Claro que no lo he olvidado, cariño —Tomándole del
rostro, le forzó a mirarlo. Con la manga de su poleron, quitó
la humedad de sus mejillas y limpió su nariz roja—. Pero
prométeme que vas a dejar de llorar.
— Ya no estoy llorando —Secó las lágrimas de sus ojos por
su cuenta, abriendo sus ojos para mostrarle—. ¿Ves? Ya no
estoy llorando.
Esa tarde decidieron acudir al Starbucks más cercano.
Abrazados entre sí, Jack caminaba a su lado sin correa. No
era problemático y se conocía las avenidas de memoria. De
vez en cuando correteaba a las aves y lamía el rostro de los
niños que se atrevían a acariciarlo. En el camino una poodle
se enamoró de él y un pastor alemán intentó desafiarlo, pero
Jack era tan amigable que en vez de ladrarle le propinó un
largo y húmedo lengüetazo.
— Él realmente no sabe defenderse, ¿verdad? —Jimin se
burló.
— No tiene necesidad —Jeongguk se encogió de hombros,
tenía un brazo sobre los hombros de Jimin y el otro en el
bolsillo de su pantalón de chándal, continuaba su camino
esperando a que Jack les siguiera—. Para eso estoy yo para
defenderle.
— Eso es ridículo. ¿Te enfrentarías a un perro?
— ¿Y por qué no? —Miró sobre sus hombros cuando Jack
no les siguió, silbándole para llamar su atención—. Desde
pequeño fue torturado para pelear, era apenas un cachorro.
Jack no necesita vivir esa mierda otra vez, prefiero a que los
demás lo consideren como un perro manso a que sea
violento.
Jimin le miró con ojos soñadores. Ahí, en medio de la calle,
lo besó. Un beso apasionado, que trasmitía cuánto le amaba.
Y aunque la mayor parte del tiempo deseaba que los demás
fuesen capaz de ver ese lado tan humano en él, también
disfrutaba ser el único al que Jeongguk confiaba en
mostrarle su lado más vulnerable.
Recorrieron el centro comercial un poco más antes de ir por
sus donas con salsa dulce. Pasando frente a una vitrina de
accesorios para bebé, Jimin chilló cuando vio unas
diminutas converse rojas, aferrándose al cristal para verlas
más de cerca.
— ¿Las quieres? —Jeongguk le miró, acariciando el lomo
de Jack.
— ¡Joder, sí!
— Mmm... Se verían muy bonitas en tus piecitos de bebé —
Le molestó, quejándose con una sonrisa en los labios cuando
Jimin comenzó a golpearle.
— ¡Son para el bebé, idiota!
— ¡Auch! Solo bromeaba, cariño.
Continuó riéndose cuando entró a la tienda, cubriéndose la
sonrisa con el dorso de la mano cuando las vendedoras le
dieron la bienvenida. Jimin no reparó en nada más que las
pequeñas zapatillas, babeando por ellas cuando finalmente
las tuvo en sus manos. Desde atrás, Jeongguk le abrazó,
situando las manos debajo de su camiseta para acariciarle el
vientre ligeramente prominente. Con el mentón sobre su
hombro, besó su cuello:
— Escoge algo más, cariño.
Divisando a posibles peces gordos, una de las muchachas se
acercó.
— Es un nuevo modelo para bebés que nos llegó —Dijo—.
Edición limitada, solo tenemos cuatro pares de esos.
— ¿Tienen en otros colores? —Jimin acarició la suela de
goma, acomodando los cordones.
Eran unas zapatillas tan pequeñitas que desbordaban
ternura. El par era capaz de caber en una sola de sus manos.
— Por supuesto. Verde, amarillo, celeste y...
— Nos llevamos todos —Jeongguk la interrumpió, soltó a
Jimin, pasándose por la tienda, observando la ropa.
— ¿Perdón? —La muchacha parpadeó.
Mirando por sobre su hombro, Jeongguk sonrió.
— Queremos esos zapatos en todos los colores que tenga
disponible —Agarró entre sus manos seis diseños diferentes
de body, incapaz de decidirse, escogió uno de cada uno—.
También llevaremos estos.
Jimin permaneció intacto. Aferrándose a las converse, de
pronto se sintió pasmado por la incomodidad.
— Jeongguk...
Jeongguk no volteó a verle. Ensimismado en escoger un par
de gorritos que combinasen con las prendas, dejó que la
muchacha se situara a su lado, instruyéndole.
— Su textura fina y delicada está hecha con lana, tiene
protección para sus oídos y es unisex —Tomó otros
diseños—. Y estos son totalmente de algodón, tiene
diferentes estampados de animalitos.
Agarrando uno con orejas de oso, se lo mostro a Jack.
— ¿Qué te parece este, amiguito? ¿No se verá lindo en tu
hermanito?
Jack ladró, moviendo la cola.
— ¿Ves? —Sonrió a Jimin sin darse cuenta de lo que
ocurría—. Jack lo aprueba.
Pero Jimin no mostró expresión alguna. Cuando finalmente
Jeongguk le miró por un tiempo más, notó cómo los bordes
de sus ojos estaban irritados por las lágrimas que intentaba
contener. Aun se aferraba a las converse, temblando
ligeramente.
La sonrisa de Jeongguk murió en ese instante, dejando todo
a un lado, se acercó, tomándolo por la cintura. Sintiendo la
cercanía de sus labios sobre su frente, besándola, Jimin
cerró los ojos.
— Hey, mírame —Jeongguk susurró, sujetándolo de las
mejillas para que le enfrentara—. ¿Qué sucede, cariño?
Jimin se encogió de hombros, sorbiendo por la nariz. Una
parte de él se sentía avergonzada, todo lo que había hecho
durante el día había sido llorar. Pero su lado más elocuente,
sabía perfectamente lo que ocurría y porqué lo volvía tan
desdichado de pronto.
Jeongguk estaba tan emocionado que temía apagar esas
pequeñas ilusiones, pero no pudo evitarlo, no cuando una
ráfaga de miedo lo invadía y lo dejaba completamente
pasmado.
Estaba tan acostumbrado a pasarla mal, a que todo en torno
a su vida se desmoronara que cuando había un poco de luz,
un poco de esperanza el terror a perderlo todo era
nauseabundo.
No sabía cómo ser feliz.
— Me he sentido tan bien últimamente. Tan dichoso a tu
lado y con este bebé en mi vientre —Comenzó, aprendiendo
a comunicarse—. Solo temo que se estropee. Vas tan rápido
a veces que me abruma.
Jeongguk lo miró con una ligera capa de sorpresa
adueñándose de sus facciones risueñas. Había estado tan
feliz, tan emocionado al respecto que no reparó en cómo se
sentía Jimin. Eran dos personas con claras emociones
contrariadas, la reacción ante la situación obviamente no
sería la misma.
Jimin solo había querido un par de zapatillas y él no pudo
evitar volverse loco deseando comprar toda la tienda para su
bebé sin siquiera conversar en qué querían realmente.
— Perdón —Jeongguk lo atrajo entre sus brazos,
meciéndolo—. Tienes razón, me apresuré demasiado.
— Sí, está bien —Jimin murmuró, aceptando el roce de sus
labios, besándolo—. Comuniquémonos mejor para la
próxima.
Sin embargo, Jeongguk todavía quería seguir comprando, su
gran problema se debía a que era un comprador compulsivo.
— ¿Quieres ver la ropita? —Propuso y Jimin asintió—. Te
va a encantar.
Intentado persuadirlo, Jeongguk lo cogió de la mano,
mostrándole la ropita que había escogido. A su lado, la
vendedora le enumeraba los motivos de porque esa ropa era
la ideal para su bebé.
— Mira, cariño —Jeongguk alzó un body de Mickey
Mouse—. Nuestro hijo se verá muy lindo de ratoncito,
incluso trae su propio gorrito con orejitas.
Jimin sonrió, aun limpiando las lágrimas que quedaban en
sus ojos. Asintiendo, tomo el body entre sus manos.
— ¡Mira este de pato Donald! —Jeongguk chilló.
Decidió recorrer un poco más alrededor de la tienda,
mientras Jimin prefería ser orientado por la vendedora,
preparando las cosas que llevarían. Observaron por un
momento la silueta de Jeongguk quien conversaba con Jack,
le mostraba la ropa y cada vez que ladraba Jeongguk lo
tomaba como un visto bueno.
— Hace tiempo no veía un futuro papá como ese —La
vendedora comentó tímidamente—. Él está realmente
emocionado por su bebé.
Jimin asintió, un poco sonrojado. Rascando su nuca, decidió
responder.
— Sí, él es un poco intenso con las personas que ama.
— ¿Cuántos meses tiene?
Por instinto, Jimin se miró el vientre. Debido a la decisión
de mantenerlo en secreto, hablar con otra persona de su
embarazo todavía se sentía un poco extraño.
— Hace poco cumplí los tres meses.
— Felicidades.
Jimin asintió, brincando ante el grito eufórico de Jeongguk.
— ¡Oh por dios, risos, ven aquí! ¡Apresúrate! —Brincaba
ligeramente—. Oh por dios, te va a encantar...
Y cuando Jimin llegó a su lado, se detuvo abruptamente.
— ¡Oh por dios, no puede ser!
— ¡Sí!
Frente a ellos una colección del pato Lucas se vislumbraba.
Embobado, Jimin tomó entre sus manos un enterito negro
con una capucha que llevaba los ojos y la boca del pato.
Amansado por la imagen de su personaje favorito, Jimin le
mostró a Jeongguk que en sus piecitos también llevaba el
diseño de las patas del pato.
Jeongguk no lo dejó compartir el peso de las compras
cuando se lo propuso. Dispuesto a ceder para que no se
sintiera frustrado, Jeongguk le dejó llevar la pequeña bolsita
que llevaba un par de chupetes para recién nacido, pero no
fue suficiente, Jimin podía cargar esa bolsa con su dedo
meñique.
Solo las donas con salsa dulce lo hicieron sonreír otra vez.
Propinando un gran mordisco, se llenó la boca, inflándole
los mofletes.
— ¿Está delicioso? —Jeongguk le besó, limpiándole
cuidadosamente las comisuras de sus labios.
Jimin asintió, tragando rápidamente para devorarlas en un
nuevo mordisco. Apartó un poco y se agachó para
convidarle a Jack, recibiendo una mirada de reprimenda de
Jeongguk porque ellos ya habían tenido esa charla de nada
de cosas dulces al perro.
Pasearon un poco más, se detuvieron en una plaza y
observaron a Jack hacer nuevos amigos. Relajado entre sus
brazos, Jimin ronroneó cuando Jeongguk le acarició el
vientre, besándolo en los labios de vez en cuando y
estallando en carcajadas por cosas sin sentido que arrojaba
de la nada.
El sol estaba pronto a desaparecer cuando finalmente
llegaron al departamento. Jimin, demasiado emocionado por
ordenar las cosas del bebé, subió las escaleras con las
compras y Jack detrás de él.
Jeongguk calentó la cena, cargándolo entre sus brazos una
vez más para alimentarlo. Una manía que habían
desarrollado últimamente y que estaba muy lejos de querer
desaparecer. Sentado sobre los muslos de Jeongguk,
observó la ecografía que tenía entre sus manos, apegándola
casi a su frente para buscar más detalles.
— ¿Notaste su nariz? —Se la mostró, abriendo la boca
cuando Jeongguk le acercó la cuchara a la boca,
ofreciéndole otro bocado del guiso.
Jeongguk asintió. El cuerpo de su hijo había adquirido una
forma más parecida a la silueta humana. En su rostro se
apreciaba el pequeño respingo de su nariz. Su oreja también
estaba más visible ahora.
Todas las noches le daba forma a lo que sería su llegada a
este mundo, donde sus papás lo recibirían con el calor de sus
brazos. Fantaseaba con la idea de mirar al esmeralda más
profundo de los mares y al dorado ondulado que se enredaría
entre sus dedos.
Más tarde, le dio a Jimin un baño, lo vistió con un cómodo
pijama y lo arropó en la cama, besándole suavemente la
frente, acariciándole el cabello hasta verlo cerrar los ojos
por completo.
Se mantuvo observándolo por un momento, recorriendo la
tersidad de su piel con dedos temblorosos y nuevos
sentimientos de culpa. Su ángel, el tesoro más grande de su
vida que no supo cuidar y valorar. Ese ángel con alma
marchita y quebrada, destinado a la perdición.
Buscando mermar esas emociones asfixiantes, bajó a la sala
donde se sirvió un vaso con whisky y encendió un cigarro.
Exhalando una boconada de humo, divisó la ecografía de su
bebé que Jimin había dejado sobre la mesa de centro.
La contempló por unos minutos, deslizando el pulgar sobre
la silueta de su bebé de tres meses, acariciándolo, amándolo.
Pero la inquietud persistía, porque hace tres meses él había
violado a Jimin, hace tres meses él sembró la semilla de lo
que hoy en día sería su primer retoño de la manera más
descabellada.
Recargando los codos sobre sus muslos, despeinó su cabello
ante una expresión de exasperación acumulada. Había
sacado la cuenta, porque ese escabroso día jamás
abandonaría sus vidas, estaría siempre allí, aferrado,
acusándolo de lo salvaje, lo inescrupuloso que podía llegar
a ser cuando el odio formaba parte de su ser.
No recordaba nada. No tenía visión alguna de lo que hizo,
de cómo lo tomó, de cómo lo forzó. Pero ver el rostro de
Jimin al día siguiente, las marcas que le envenenaban su
dulce piel, el terror en sus esmeralda y su llanto
descontrolado solo reafirmó lo mucho que lo devastó, que
lo marchitó, quebrándolo en todos los sentidos.
Jimin no necesitaba esa mierda en su vida, había vivido
demasiado en el dolor para que él se atreviera a agregar más
desgracia a su vida. Y sin embargo allí estaba Jimin,
amándolo como la primera vez, amándolo intensamente.
Jimin nunca más habló de eso. Lo bloqueó en su mente por
completo y Jeongguk sabía que era por el trauma inmenso
que le ocasionó.
No supo cuánto tiempo pasó lamentándose de sí mismo.
Perdido en su propio remordimiento no le escuchó bajar y
se espantó cuando la dulce voz adormilada de Jimin le llamó
unos pasos más allá.
— ¿No vienes a la cama? —Inquirió tímidamente,
balanceando sobre sus pies descalzos.
Jeongguk se bebió lo último que quedaba de su tercer vaso
con wiski de un solo trago y estiró la mano.
— Ven aquí...
Jimin caminó hasta yacer parado entre sus piernas. Supo que
algo no andaba bien cuando Jeongguk se abrazó a su cintura
y hundió el rostro sobre su vientre, sorbiendo por la nariz.
No dijo nada, solo permaneció en silencio, acariciándole el
cabello en completa quietud. Jeongguk tenía tantos
demonios encima que a veces era difícil saber cuál de ellos
le aquejaba, pero estaba acostumbrado a confortarlo, era el
proceso de ser parte de su vida y aceptar estos miedos que
lo volvían un niño atemorizado otra vez.
— Perdóname —Jeongguk lo apretó con más fuerza
ahora—. Por favor, perdóname.
No había forma de remediarlo, cuando tomas algo y lo
rompes, nunca más vuelve a ser del mismo modo. Pero tenía
la opción de hacerlo diferente ahora, demostrarle que había
cambiado y que haría las cosas bien.
— Shhh.... —Jimin intentó aguacharlo—. Todo está bien...
— ¡Nada está bien, risos! —Retrocedió bruscamente,
alzando el rostro bañado en lágrimas para mirarlo—. Es
momento de hablar de esto... De enfrentar lo que te hice esa
noche.
Jeongguk se cubrió el rostro, porque de pronto era incapaz
de enfrentarlo cuando la vergüenza lo invadió. Pero Jimin
no era tonto, en cuanto supo hacia dónde iba dirigida la
conversación retrocedió a la defensiva, cruzándose de
brazos, señal de lo vulnerable que se sintió en tan solo
segundos.
— Ah... Eso —Comentó, vagamente.
No dijo nada más. Permaneció ahí parado, con una mirada
seria y una facción carente de emoción. Jeongguk le miró,
la confusión haciéndole fruncir las cejas.
— ¿Es todo lo que dirás?
— ¿Qué quieres que te diga?
— ¡No lo sé! —Exclamó, abriendo los brazos—.
¡Golpéame! ¡Grítame por el daño que te causé! ¡Pero no te
quedes ahí parado sin hacer nada!
El coraje subió a través de Jimin, haciéndolo bramar.
Apretando la mandíbula, Jeongguk supo que había acabado
con su paciencia.
— ¿Para qué? —Gritó—. ¿Para fomentarte la culpa? ¿Para
volverte más desgraciado de lo que ya estás?
— ¡Porque es lo que merezco!
— ¡¿Y qué cambiaría?! —Jimin se impuso con tal fuerza
que su garganta dolió.
Desde allí, todo se volvió silencio otra vez. Jeongguk lo
miró, aturdido.
Por primera vez, Jimin era capaz de ver lo agotadoras que
se volvían las situaciones como esas. Y está vez, no tuvo
ganas de discutir, de saber a dónde les llevaría esa tonta
pelea.
Suspiró para calmarse y Jeongguk permaneció cabizbajo.
Caminó hasta él y se arrodilló en medio de sus piernas,
buscando su mirada difusa por las lágrimas.
— Escucha —Dijo—. Si no eliminas esto de tu sistema,
jamás seremos capaces de avanzar. Lo que me hiciste fue
horrible y a veces aún siento rencor por eso, y quizás va a
tardar un tiempo más en sanar. Pero también sé que lo estás
intentando y que me amas tanto como yo te amo.
— Mierda... —Se pasó las manos por el rostro,
refregándolos, suplicando por dejar de sentirse tan abatido
una y otra vez.
— Fue el momento más oscuro de nuestra relación donde
ambos cometidos grandes errores y... ¡Ya está! Sucedió y
jamás vamos a poder borrarlo —Se acercó, tentándole la
boca con el roce de sus labios—. Pero podemos aprender de
todo ese dolor y hacerlo diferente desde ahora.
Y de pronto, Jeongguk soltó una pequeña risotada,
sorbiendo por la nariz. La tensión en el ambiente había
mermado un poco y sus hombros cayeron un poco más
relajados ahora.
— Mírate, hablando como todo un chico sabio —Bromeó,
sujetándolo de la nuca para unir sus frentes—. La antigua
versión de este Jimin ya estaría pataleando, haciendo de
todo esto un desastre.
— Supongo que es parte de crecer.
— Tienes razón... —Jeongguk lo miró fijamente por un
momento. Aún lucía triste, pero el pardo en sus ojos jamás
dejó de observarle con devoción—. Aún me voy a sentir
triste a veces. Te voy a pedir perdón un poco más y lloraré a
escondidas en la madrugada. Pero te prometo que voy a
meditar en cada uno de mis lamentos y trataré de sanarlos
hasta que desaparezcan por completo.
— ¿Es una promesa?
— Te lo prometo, mi amor.
Capítulo 55
Barrió la mirada ante un deje de ausencia. Tenía frío, hacía
frío y había frío. Sus pasos sobre el suelo desolado lo
volvieron ansioso, porque esperó a que algo pasara. Deslizó
las manos por las paredes rojas aun esperando que algo
pasara. Se detuvo en el centro, justo allí, en medio de los
sillones blancos y miró hacia la cocina americana, dispuesto
a no perder la fe en que algo pasara.
No sucedió.
Esperó quieto, en silencio, ligeramente emocionado,
engañándose a sí mismo, envenenándose con su propia
falsedad. Pero él no vino, él no apareció por el pasillo, él no
lo recibió.
Y era mucho más real ahora, mucho más evidente que
cuando contempló su cuerpo yacente cubierto de un velo
silente que la muerte dejó al llevárselo; que dejó al
quitárselo, al arrebatárselo cruelmente de los brazos.
Soportó el nudo que se instaló en su garganta. El pecho le
osciló por el impacto de un espasmo. Se estaba asfixiando,
se estaba ahogando con el dolor de su ausencia.
Los recuerdos permanecieron vivos en su memoria. Y si se
cerraba los ojos, aún podía sentirlos nítidamente. Todas esas
memorias que saturaban alrededor, lo circundaban y lo
volvían desgraciado.
Cuantas charlas en ese sofá, ese parloteo interminable que
tenía tanto y que a ratos carecía de sentido, pero siempre
vivo, siempre atento en sus bocas. Las risas que estremecían
las murallas y se incrustaban en ellas convirtiéndolo en
calidez; melodías desiguales y desafinadas que le
acongojaban y los forzaba a tomar aire. Llantos constantes
bajo el consuelo de un abrazo repleto de amor, de seguridad
infinita, poderosa, mágica.
Su amigo fue su todo. Es su todo.
Dos semanas desde su muerte y eso era todo lo que quedaba,
un departamento silencioso que pese a sus adornos lucía tan
vacío. Rehusándose a dejarlo, recorrió cada rincón de él,
tomando entre sus manos temblorosas una de las tantas fotos
que se tomaron juntos y que Taehyung decidió decorar el
pasillo con ellas.
En ese tiempo fueron realmente felices al lado del otro,
pensó, arrastrando la mano por ese rostro risueño, esa piel
canela y deliciosa. Tantas ilusiones... Se querían comer el
mundo. Eran inquebrantables.
Almas gemelas.
Ingresar a la habitación solo lo empeoró todo. Se paró frente
a la cama y divisó la marca de su silueta. Ahí acabó todo, su
fortaleza se trizó y un llanto fuerte, desgarrador lo poseyó.
Se recostó entre las mantas, inhalando el aroma de su dulce
y refinado perfume que aún lo habitaba, gritando de
impotencia porque ya no podría tenerlo nunca más.
Se revolcó allí, con el cuello hinchado por sus gritos, sus
palabras repletas de rabia porque odió que no fuese capaz de
aferrarse a la vida, lo detestó porque se atrevió a
abandonarle incluso cuando le prometió que nunca iba a
hacerlo, que nunca lo dejaría solo, que siempre iba a
proteger a su oveja descarriada.
Durante la tarde, Jeongguk intentó marcarle a Jimin una vez
más, la voz en automático de su teléfono le indicaba que
estaba apagado y una sensación de inquietud se instaló en la
boca de su estómago por segunda vez ese día. La sintió
antes, al salir de casa por un problema con la droga que
tenían que distribuir.
Jimin le había mirado desde el sofá con Jack echado sobre
su regazo, le acariciaba la cabeza con un roce constante,
diciéndole que estaría bien por su cuenta. Y aunque
Jeongguk se había mostrado un poco reacio a tener que
dejarlo, asintió, aceptando con una ligera resignación. Besó
su frente y sobre su piel dejó sellada la promesa de que
volvería pronto.
Se negó a pensar que se trataba de una señal. Estaba harto
de pensar mal de la vida y que todo era un constante
sufrimiento, a momentos pretender que todo estaba bien era
una caricia en el alma y le hacía estar de mejor humor.
Estaba próximo a regresar a casa y solo quería asegurarse de
que Jimin quisiese que le llevase algo cuando lo primero que
llamó su atención desde la camioneta fue un supermercado.
Esa mañana le había hablado acerca de antojos por comer
galletas con mantequilla de maní, pero la duda lo frenó
porque no sabía si las quería dulce o saladas.
Quiso ignorar el peso de la desesperación que crecía cada
vez que la llamada era desviada. Confiaba en Jimin, se dijo
a sí mismo, controlando su respirar de pronto errático, con
constantes respiraciones profundas.
Guardó su celular, puso en marcha la Ford y se forzó a ser
sereno. Pensó en su bebé y en lo cálido que lo hacía sentir,
porque sabía que era la única forma de no entrar en
descontrol.
Pero muy pronto las dudas surgieron. ¿Y si se desmayó? Fue
impulso suficiente para que apretara las manos sobre el
volante. ¿Y si se desmayó y cayó por las escaleras? Sin darse
cuenta, su pie presionó el acelerador y en segundos la
camioneta volaba por la carretera.
No pudo evitarlo y no le importó en lo absoluto. Todo lo que
quería era llegar pronto y asegurarse de que todo estuviese
bien, de que Jimin estuviese bien y a salvo sin importar
quedase como un completo paranoico.
La llave tembló en su mano al intentar encajarla dentro de
la cerradura, su hombro golpeó si cuidado la puerta,
atravesando el umbral, lanzando al entornó una mirada
frenética. Estaba vacío y el silencio se sintió espeluznante.
Jack le saludó desde el pasillo.
— Jimin —Le preguntó—. ¿Dónde está, Jimin?
Entonces Jack ladró un poco alterado. Jeongguk no reparó
por mucho tiempo en él y subió las escaleras, buscándolo.
— ¡Jimin!
No estaba en la habitación, tampoco en el baño. El
departamento era grande, pero no tenían muchos lugares en
los que buscar. Estaba mucho más claro ahora, Jimin no
estaba en el departamento.
Estaba preocupado, pero se mantuvo al margen intentando
adivinar dónde pudiese estar. La primera en la lista, fue
mamá. Pero la voz desconcertada de mamá al teléfono le
dijo que no estaba con ella. Yoongi no era una opción, se
había llevado a Hoseok lejos por un tiempo. Jackson y JB
estaban juntos, pero Jimin no estaba con ellos.
— Seojoon... —Susurró, apretando el teléfono en su mano.
Era la única respuesta. Tal vez Jimin estaba con él, fue a
verle y no le avisó porque temió su reacción. Y Jeongguk
rogó que estuviese con él cuando pidió a mamá comunicarse
con Seojoon. No le importaba absolutamente nada si de ese
modo Jimin estaba bien y a salvo junto al bebé.
Pero Jimin no estaba con Seojoon, dijo mamá. La atmosfera
decayó y la habitación comenzó a girar alrededor de él,
mareándolo, desestabilizando, porque en el fondo de su
corazón sabía muy bien que algo no calzaba.
No supo por qué exactamente lo hizo o qué le llevó a
hacerlo, pero cuando Jack llegó al segundo piso y continuó
ladrándole, Jeongguk miró el resplandor vagamente del dije
en su collar.
— Collar... —Balbuceó, pensando en automático.
Mamá había venido hace un par de días atrás, quería
saludarlos y almorzar con ellos. Pasaron una tarde realmente
agradable y Jimin se mostró muy feliz con ella a su lado.
Durante el postre, mamá mencionó que le fascinó el collar
que Jack traía mientras le acariciaba el lomo, dijo que le
encantaría tener uno así para Pepe el gato.
— El gato de Taehyung... —Abrió los ojos, finalmente
cayendo en cuenta, pensando en el único lugar que nunca
estuvo en su lista—. ¡Mierda, el departamento de Taehyung!
¿Cómo no lo pensó antes? Chistó, con murmuraciones que
renegaban de sí mismo por su falta de lógica. Conduciendo
hasta el otro lado del pueblo, solo pudo mantenerse rogando.
Ellos habían estado tan bien, Jimin había estado tan feliz que
los metió en una burbuja sin reparar en que aún sería incapaz
de dejar partir la memoria de su amigo. «O tal vez te
equivocas», dijo su consciencia. Tal vez Jimin lo había visto
tan feliz últimamente que no quiso estropear sus ilusiones,
tal vez Jimin sufrió todos estos días en silencio para poder
dejarle disfrutar plenamente de la noticia del bebé.
Jimin lo amaba tanto que decidió sacrificar su dolor paro no
hacerlo infeliz a él también.
Ni siquiera se preocupó de sacar las llaves de la camioneta
cuando llegó a las lejanías. Los zapatos se le mancharon de
barro contaminado y la gente que lo reconocía muy bien
como el facilitador de sus más sucios vicios se hizo a un
lado, demostrando el respeto que camuflaba el miedo que en
realidad sentían por él, porque en las calles, cuando
Jeongguk trabajaba en ese mundo, era una persona
completamente distinta y muy lejos de ser amable y
misericordioso.
— ¡Hey, JK! —Yeonjun lo llamó desde la esquina. Alzó la
mano para llamar su atención y en sus labios había una
sonrisa que solo indicaba que el negocio estaba yendo bien.
Era un buen subordinado, Jeongguk aún lo dejó encargarse
de esa zona porque era fiable y organizado con las ventas,
sobre todo ahora que le gente había aumentado su consumo.
Pero Jeongguk lo ignoró completamente, ni siquiera miró en
su dirección, sobrepasando los escalones del edificio entre
veloces zancadas. Tomó la virada suficiente para impactar
su hombro contra la puerta deteriorada; era vieja y en su
interior tenía nido de polillas, solo un poco más de forcejeo
y entonces la puerta cedió ante su brutalidad.
En el interior, Jeongguk se mantuvo estático por unos
segundos, en medio del pasillo, se decidió por cuál camino
tomar. Aproximándose a la habitación, lo primero que divisó
desparramado sobre la alfombra fue un tubo de pastilla
vacío. Y a su lado, la silueta desparramada de Jimin.
Soltó un jadeo de espanto y corrió hasta él, sujetándolo entre
sus brazos, negándose a reconocer que en realidad lo movía
para ver si seguía con vida.
— ¡¿Qué hiciste?! —Fue todo lo que pudo decir,
escuchando como Jimin balbuceaba, completamente ido—.
¡Qué mierda fue lo que hiciste!
Jimin ni siquiera era capaz de mantener la mirada, sus ojos
se emblanquecían y los rulos aferrados a su frente por el
sudor advertían que no estaba bien. Jeongguk lo cargó entre
sus brazos como un peso muerto, llevándolo hasta el baño.
Lo obligó a arrodillarse y le metió los dedos en la boca,
obligándolo a vomitar, a devolver esas malditas pastillas que
se tragó.
Jeongguk lloró mientras Jimin regurgitaba. Volvió a
cargarlo entre sus brazos cuando ya no salió nada más y
corrió con él a través de las escaleras con todas esas miradas
curiosas encima. No tuvo cuidado al conducir, no importó
las luces rojas, los letreros que advertían que tenía que parar
o las líneas que cedían el paso a los peatones.
Recostado sobre los asientos traseros Jimin no reaccionaba.
Las llantas de la Ford chillaron ante el frenar brusco y todo
lo que se pudo divisar a continuación fue a Jeongguk correr
dentro del hospital con Jimin entre sus brazos, gritando a
través del llanto:
— ¡Ayuda! —Su lamento desgarrador causó ecos,
espantando y saboteando la tranquilidad de la sala de
recepción—. ¡Ayuda, por favor! ¡Necesito un doctor, se está
muriendo, mi novio se está muriendo!
La ayuda fue inmediata. Recostaron a Jimin sobre una
camilla, tomando sus signos vitales. Y cuando un doctor se
acercó a ellos y vio que se llevaba a Jimin, Jeongguk
finalmente se permitió respirar. Encorvándose, recargó las
manos sobre sus rodillas, cerrando los ojos.
Ahora todo estaba en manos del destino.
Pasó las manos por su rostro. Despeinó su cabello. Suspiró
un par de veces y se sintió ahogado otras más. Golpeó su
frente contra la pared cuando sintió que enloquecía. No
había noticias de Jimin. Continuó llorando. Rezó un poco,
aunque no sabía cómo hacerlo, después de todo nunca lo
había hecho. Rellenó un formulario con los datos de Jimin.
Se despeinó el cabello de nuevo. Llamó a mamá. Tomó
asiento por un momento y luego se levantó, creando un
vaivén de un extremo a otro. No había noticias de Jimin. Se
ahogó otra vez, suspiró y se relajó. Avisó a la obstetra que
estaba a cargo del embarazo. Pasó las manos por su rostro
una vez más. Continuó llorando. No había noticias de Jimin.
La obstetra fue la primera en llegar. Sus tacones altos y
elegantes repiquetearon sobre el suelo, llamando la atención
de Jeongguk. Por instinto, lo primero que hizo fue
bombardearla con preguntas: ¿Esto dañará su embarazo?
¿El bebé estará bien? ¡Por favor, sálvelo! ¡Salve a mi bebé!
— Haré todo lo que esté a mi alcance, Jeongguk —Fue todo
lo que dijo, atravesando las puertas del pabellón.
Jeongguk se quedó parado en medio del pasillo, observando
la pantalla roja que decía emergencias. Ahí se decidía todo.
Su vida, su futuro. Pero de algo estaba absolutamente
seguro, si Jimin moría, él moriría con él, porque no había
vida sin Jimin, no existía un después sin él.
Reconoció a mamá por el llanto. La escuchó llamarle
mientras corría por el pasillo. Jeongguk la recibió entre sus
brazos y lloró con ella.
Mamá hizo un par de preguntas después y las respondió en
automático. ¿Qué pasó? No lo sé. ¿Dónde estaba? En el
departamento de Taehyung. ¿Qué hizo? Se tomó unas
pastillas. ¡¿Por qué?! No lo sé. ¿Discutieron? No. ¿Eran
drogas? No me fijé. ¿Va a estar bien? No lo sé. ¿Hablaste
con el doctor? No. Él aún está en emergencia.
Esta vez Jeongguk permaneció sentado, todo lo que hacía
era mirar un punto fijo a través de la pared. Mamá le ofreció
agua, pero no aceptó. Le ofreció café, pero tampoco aceptó.
No quería nada, solo quería saber cómo estaba Jimin y su
bebé.
Seojoon llegó unas horas después. Lucía agitado y la
amenaza de posibles lágrimas volvía los bordes de sus ojos
irritados. Jeongguk lo miró desde el final del pasillo.
Seojoon los divisó y camino directamente hasta ellos. Sus
pasos fuertes, seguros y estridentes. No se detuvo hasta
detenerse frente a Jeongguk, agarrándolo de las solapas de
su chaqueta, azotándolo contra la pared, gruñendo sobre su
rostro.
— ¡¿Dónde mierda estabas cuando sucedió esto?!
Jeongguk no respondió. Con los ojos abiertos, rebosados de
lágrimas le miró pasmado por unos segundos.
— ¡Responde mierda, hazte cargo! —Lo zamarreó una vez
más.
Mamá intentó apaciguarlo, pero no funcionó esta vez,
Seojoon quería comérselo vivo.
— No lo sé... —Jeongguk comenzó a formular finalmente.
— ¡Sucedió porque lo dejaste solo!
— ¡No es cierto! —Agarró las manos de Seojoon,
intentando quitárselo de encima—. Yo... Yo solo salí por un
momento. ¡Él me dijo que estaría bien!
Sollozó cuando recordó la imagen relajada y risueña de
Jimin desde el sillón, despidiéndolo, diciéndole que no se
preocupara, que estaría bien.
— ¡¿Y qué mierda te hizo pensar que Jimin está bien?! ¡Eh!
—Volvió a azotarlo contra la pared, con mucha más rabia.
Jeongguk casi podía ver el fuego en sus ojos—. ¡Su amigo
se suicidó, ¿comprendes?! ¡Se mató y lo dejó! —Esta vez
susurró—. Te mataré, ¿me escuchas? Si algo le sucede a
Jimin, te mataré con mis propias manos. Y si se recupera,
me lo llevaré y lo alejaré de tu lado para siempre, pedazo de
mierda.
Jeongguk se ahogó por el asombro. Odiaba verse reflejado
en esa mirada que lo acechaba con tanto desprecio.
Aborrecía esas palabras envenenadas que lo volvían
enfermo. Él había soportado suficiente, vivió con el mismo
martirio por años para permitir que Seojoon continuara
empujando la culpa sobre sus hombros.
— Estuviste seis putos años lejos de su vida —Se atrevió a
decir—. ¿Quién te hace pensar que ahora tienes algún tipo
de derecho sobre él? ¿Le preguntaste qué quería o si quería
irse? ¿Si quiera estás seguro de que va a querer irse contigo?
Seojoon afianzó el garre sobre él. Su mandíbula, lo
suficientemente tensa le advertía que comenzaba a
sumergirse en un terreno peligroso.
Lo sabía, Seojoon estaba consciente. El corazón de Jimin
jamás sería suyo. Pero lo amaba, lo amaba como amante, lo
como amaba como ese niño pequeño que pudo disfrutar,
cuidar, y aconsejar. Lo sostuvo entre sus brazos cuando
sufrió, cuando escapó de casa porque papá golpeaba a
mamá, estuvo ahí cuando mamá lo abandonó muchas veces
y estará con él incluso ahora. Sabía que al alejar a Jeongguk
de su vida le dejaría un hueco inmenso, un vacío
desgarrador, pero él iba a llenarlo como tantas veces lo llenó
y arrojó la tristeza de su interior.
— ¿Y dónde estabas tú? —Seojoon lo desafió—. ¿Dónde
estabas cuando lloró desconsoladamente entre mis brazos?
Cuando el dolor se lo estaba comiendo vivo y pensó que el
amor que sentía por ti lo estaba matando —Fingió pensar—
. Ah... Cierto. No pudiste hacer nada, porque el culpable de
ese tormento eras tú. ¡Tú lo estabas matando!
— ¡¿Y cuántas veces lloré yo y nadie me escuchó?! —
Intentó quitarse a Seojoon de encima y estaba vez lo logró—
. ¡¿Cuántas veces lloré siendo un niño y nunca hiciste nada?!
Atrapando a Seojoon con la guardia baja lo notó dudar.
Porque él también había sido parte de su pasado antes de
que la tragedia pasara y lo sabía, sabía que Seojoon era
consciente.
Continuó:
— Me odias por algo que no fue mi culpa. Me señalas y me
acusas pero nunca estuviste ahí. No sabes lo que pasó, pero
sí sabías lo que mi padre me hacía y nunca hiciste nada. ¿O
ya olvidaste cuando te rogué? ¿Olvidaste cuando me
arrodillé ante ti y te supliqué que hicieras que papá parara,
que dejara de obligarme a hacer cosas malas? Claro... de eso
no te acuerdas, ¿cierto?
Seojoon palideció. Trastabilló al dar un paso hacia atrás,
viéndose incapaz de defender su postura, porque esta vez,
Jeongguk tenía razón.
— Permitiste que manipularan y moldearan a un niño
inocente a su antojo. ¡Ni siquiera sobrepasaba los quince
años! —Exclamó, repleto de rabia acumulada—. No puedes
esperar que algo salga bien cuando obligas a un niño a
sostener un arma. ¿Te crees mejor que yo? No eres mejor
que nadie. Cómo te atreves a decir que vas a salvar a Jimin,
cuando ni siquiera pudiste salvarme a mí.
Capítulo 56
Acción y consecuencia. Esas fueron las primeras palabras
que vinieron a su mente tan pronto pudo ser consciente. Esas
actitudes tan raras en él, ese poder tan nefasto sobre su
voluntad. Después de todo, no podía esperar que las cosas
estuviesen bien, si todo lo que hacía era tomar malas
decisiones, arrasando con quién osara ponerse por delante,
volviéndolo cómplice, haciéndolo parte de la desdicha.
Aún se sintió ligeramente mareado cuando movía la cabeza,
pero al menos ahora era capaz de caminar. Entonces barrió
la mirada por el jardín, hacia esa pileta plateada de
estructura desigual y romana que llamó su atención a penas
la enfermera lo dejó sentarse en una de las bancas, la madera
dura le incomodaba pero estaba bien, él podía soportarlo con
tal de poder tomar aire suficiente hasta sentir que sus
pulmones estaban los suficientemente purificados.
El sol era imponente hoy, al medio día, varado en el alto
cielo. Alzó el rostro, disfrutando de sus rayos cálidos,
suplicándole que reviviera esa parte tan deteriorada en él.
Recargándose sobre el respaldar, se miró el vientre. La culpa
sucumbió finalmente ante él, de pronto tuvo vergüenza, la
timidez ruborizó sus mejillas, sin embargo se animó
finalmente a posar la mano sobre la piel abultada.
«Sobredosis por consumo excesivo de diazepam», decía su
ficha médica. No sabían qué esperar, la duda era evidente,
¿accidente o intencional? Daba igual lo que Jimin les dijera,
no lo tomarían en serio.
— ¡Claro que no fue a propósito! —Jimin había intentado
defenderse cuando una de las enfermeras a su cargo se
rehusó a creer que fue un accidente—. ¿Acaso está
insinuando que quise suicidarme? ¡Míreme, estoy
esperando un bebé!
La mujer le había observado con tanta rabia contenida en
ese momento que Jimin se vio obligado a retroceder cuando
aún yacía sentado en la camilla.
— Con lo que has hecho dudo que quieras a ese bebé en lo
más mínimo, accidente o no, no te importó hacerle daño, no
pensaste en él —Escupió, olvidando de pronto el
profesionalismo, hablando desde el instinto de madre que
tenía—. Hasta un animal es mejor madre con su cría de lo
que serás tú en tu vida.
Esas palabras mordaces le atravesaron la piel, desgarrándole
el alma, porque era verdad. Su egoísmo y esa falta de
empatía sagaz le impidieron tener miramientos por su hijo,
ni siquiera se había acordado de él cuando encontró la droga
de Taehyung y continuó olvidándolo cuando las ganas de
consumir otra vez fueron más fuerte.
Solo una, se había dicho así mismo, la voy a poner en mi
boca y no pasará nada. Pero de una, pasaron a tres, cinco...
hasta terminarlas. No se acabó el tubo por completo, a esas
alturas Tae lo había dejado hasta la mitad, pero estaba tan
débil en ese momento que fue suficiente para derribarlo y
noquearlo hasta la inconsciencia.
Acariciando su vientre con más seguridad ahora, suspiró,
volviéndose cada vez más cabizbajo al caer en cuenta de
todas sus fechorías absurdas. Su nene no tenía la culpa, no
merecía venir al mundo y ser desgraciado como tantas veces
él lo fue.
Renegó tanto de mamá, la maldijo hasta el cansancio para
darse cuenta que era igual a ella, para darse cuenta que si no
hacía algo al respecto, llevaría a su único hijo a la misma
ruina.
Y entonces el patrón volvería a repetirse.
— El bebé está bien, aunque prefiero seguir monitoreándolo
más seguido —Le había dicho la obstetra cuando finalmente
despertó. Su trato era diferente esta vez, porque también
estaba molesta por lo que hizo—. El doctor dice que tu
sobredosis fue leve, pero de todos modos voy a asegurarme.
«Voy a cuidarlo ya que tú no eres capaz». Sí, Jimin casi pudo
leer el hilo de sus pensamientos, después de todo era la
misma imagen que todos se habían llevado de él. Estaba
bien, se lo merecía.
Después de tres días de hospitalización, hoy le daban el alta.
Allí, exhibiéndose al aire libre, se negó a entrar. Esperó a
mamá por un momento, y cuando la vio llegar con ropa
limpia, todo lo que quiso fue ir a casa.
Mamá condujo en completo silencio. Ella también estaba
molesta, pero no estaba molesta por lo que había hecho...
Bueno, sí, un poco, sin embargo su desazón se debía a que
le había ocultado su embarazo. Y no le molestaba en
absoluto que estuviese embarazado, pero le hubiese
encantado enterarse por sus propias palabras que por las del
doctor, aunque en sus más profundos pensamiento ella lo
intuyó en algún momento, sobre todo cuando la conducta de
Jeongguk fue demasiado evidente.
Jimin permaneció quieto por un momento. La culpabilidad
continuaba creciendo, empujando sus hombros cada vez
más abajo. La ansiedad se hizo evidente y comenzó a
rasparse la uña del dedo pulgar, entonces la cálida mano de
mamá se posó sobre la suya.
— No permitas que se haga un hábito —Lo cuestionó sin
apartar la vista de la carretera.
— Ya es un hábito mamá, siempre ha estado.
— Lo sé. Pero lo tenías controlado.
¿Controlado? ¡¿Qué mierda tenía controlado?! Su maldita
vida se estaba cayendo a pedazos una vez más y a su mamá
solo le importaba que ese tonto y feo hábito no volviera.
¿Pero cómo iba a saberlo mamá? Si después de todo era
incapaz de confesarle cómo se sentía.
El ambiente continuaba siendo igual de tenso, pero la
burbuja del silencio se había reventado, así que se animó a
preguntarle:
— ¿Has sabido algo de él?
Mamá negó y Jimin volvió a preguntar un poco más
frenético.
— ¿Siquiera lo llamaste?
— Fui hasta su departamento, cariño. El conserje dijo que
la última vez que lo vio fue hace dos días.
Jimin desvió la mirada hacia la ventana. Apretó los dientes,
de pronto quería gritar, quería abrir esa maldita puerta y
tirarse. Sabía que él estaba enojado o más que enojado,
furioso, pero Jeongguk no haría eso, no se iría sin avisar,
nunca sería capaz de castigarlo de esa forma. Y si incluso
estuviese botando baba por la rabia, se hubiese quedado por
su hijo.
Algo no estaba bien. Pero luego estaba ese orgullo marchito,
esa inseguridad que había nacido hace un tiempo que le
decía que tal vez se aburrió, que ese fue su límite y que de
verdad se cansó de estar con él, de soportar una y otra vez
sus mismos errores porque simplemente no veía un futuro a
su lado, en medio de tanta tempestad que él mismo creaba.
Continuó raspándose la uña del pulgar, con más insistencia
esta vez. La ansiedad lo hizo sudar y era tanta la
desesperación que sentía que sabía qué hacer, cómo actuar.
Se bloqueó por completo.
Había quedado atrapado en las murmuraciones difusas de
sus pensamientos y solo reaccionó cuando mamá tocó sus
hombros, preocupada. Entonces cayó en cuenta que estaba
en casa. Arrastró los pies por el asfalto y su energía decayó
cada vez más a medida que subía las escaleras hasta su
habitación.
Lo había arruinado por completo. Y tal vez, muy a su pesar,
ya no había marcha atrás esta vez. Quizás, finalmente todo
se había acabado allí. Y se lo merecía, por codicioso, por ser
incapaz de recibir la ayuda que tantas veces le entregaron
sin pedir nada a cambio.
Entonces no tenía derecho alguno de absolutamente nada.
Cada uno recibe lo que se merece, y buscando una manera
de remediarlo para consigo mismo, decidió mantenerse
quieto y en silencio. Avanzó hasta su ventana y tomó asiento
frente a ella. Ahora el sol y su calidez no importaban, solo
quería que él estuviese de vuelta, que dejase de estar enojado
y volviera.
Más tarde, mamá lo llamó a cenar. Sin rechistar, bajó, tomó
asiento y comió. Fue cuidadoso con la comida, lo masticó
lento y lo disfrutó hasta el final. Agradeció a mamá y subió
a su habitación, tomando nuevamente la posición que había
dejado frente a la ventana, dispuesto a continuar esperando.
Esperó hasta que anocheció. Mamá lo llamó una vez más
para que tomara las vitaminas para el bebé y lo hizo con total
disposición, no chistó, ni reclamó como usualmente lo haría.
Y luego de eso, continuó esperando, hasta que sus ojos
cedieron ante el cansancio sin ser capaces de mantenerse
abiertos, obligándolo a ir a la cama.
Y así transcurrieron los meses.
Hasta que se cansó de esperar, a esas alturas era demasiado
tarde, él no volvería, se había ido y lo hizo en silencio, así,
sin más, sin avisar, sin amenazar, se desvaneció. Pero no
podía desfallecer en el proceso, su hijo dependía de su vigor.
Por algún tiempo, Jeongguk fue el soporte. Y no le importó
en absoluto entregarse, yacer a su disposición, porque sabía
que nada malo sucedería. Pero ahora el control era suyo, y
si bien no tenía muy claro qué hacer, quiso aventurarse a
probar esa lado suyo desconocido que con el pasar del
tiempo comenzó a gustarle.
Vistiéndose con un abrigo largo y tallado, se acercó al
espejo, el beige le quedaba bien, lucía apuesto y elegante.
Era grueso y templado, perfecto para lucirlo estos primeros
días de otoño. Ladeándose, sonrió, acariciándose
gratamente el vientre excesivamente abultado. Le gustaba
admirarlo por horas, desde todos los ángulos, lucía
encantador... Bueno, más gordo que encantador, pero
encantador finalmente.
El rubor ferviente sobre sus mejillas lo volvía mucho más
saludable ante la mirada curiosa y ajena. El que le dijesen
que era el embarazado más hermoso que alguna vez han
visto solo le reforzaba la confianza de la cual careció por
mucho tiempo entorno a sus tiempos más oscuros.
Y aunque a veces sus días seguían siendo oscuros, otros un
poco más oscuros, se había sentido más fuerte que nunca,
porque de pronto la soledad y el abandono activaron algo
dentro de él que durante años yació dormido; sus ganas de
luchar, de buscarle un sentido a la vida, su vida y con el bebé
en ella.
— ¡Felicidades! —Le había dicho la obstetra esa mañana—
. Has llegado a los siete meses.
El trato agradable había vuelto a ser el mismo. Con
acciones, lentas, muy lentas para una persona con poca
paciencia como él, pero seguro, le había demostrado que
estaba dispuesto a cuidar de su hijo y ella confió en que así
sería.
Fue su última consulta con ella a su cuidado, y aunque iba a
extrañarla, confiaba fervientemente en que alguien más
preservaría la salud de su bebé durante los tres meses que
faltaban.
Guardó los últimos libros que faltaban en una de sus tantas
cajas y suspiró, aliviado. Había sido un trabajo de
recolección y organización que hoy finalmente llegaban a su
fin. Tomó el obsequio que había dejado sobre su cama y
bajó.
Mamá lucía nerviosa. Observándola desde el último
escalón, notó como se arreglaba cuidadosamente el cabello,
asegurándose de que su ropa estuviese en su lugar,
planchando arrugas inexistentes.
— No vamos a ir a ver a la reina ni nada por el estilo —
Jimin la molestó, espantándola con su brusco aparecer.
Pero la vulnerabilidad que se bañaba en el esmeralda de
mamá le hizo querer confortarla. Así que cuidadosamente le
sujetó el rostro con sus manos tibias y le sonrió, esa sonrisa
que ella siempre deseó que adornara sus lindos labios con
tan solo verle.
— Todo estará bien, mamá —Besó su frente—. Te lo
prometo.
Mamá condujo con cuidado a través de las calles oscuras y
húmedas por las bajas temperaturas cada vez más
acentuadas. Apretó el cinturón que incomodaba su vientre
hinchado en un intento por apaciguar el nerviosismo que de
pronto nacía al notar cuán cerca estaban de su destino.
Fingió serenidad cuando mamá le dio una mirada rápida,
justo antes de doblar en una esquina. Mamá era realmente
tierna cuando estaba nerviosa, pensó. Y era bonito conocer
ciertos detalles de su aspecto que de niño nunca pudo ver.
Estacionaron frente a un hotel. Jimin se mantuvo allí, parado
con la cabeza alzada, contando vagamente la cantidad de
pisos como una excusa para alargar un poco más el tiempo.
Había estado ansioso de venir también, pero pasó un tiempo
y no sabía cómo él iba a reaccionar con su pronta presencia.
Piso 20, departamento 1201. Esas fueron las indicaciones
que recibió esa mañana y que aún guardaba entre los
mensajes de textos en su celular. Tomó la mano de mamá, le
besó el dorso una vez más y la incentivó a entrar.
— ¿Y si no le agrado? —Ella insistió.
La primera impresión era importante, al menos así lo creía.
Tenía mucha importancia en situaciones concretas como
esa. Era determinante. Y aunque juzgar por las apariencias
era un gran error, no evitaba el temor de mostrarse por
primera vez ante alguien que ni siquiera sabía que existía.
Jimin no contestó. Observó a las dos personas que iban con
ellos dentro del ascensor bajar en el piso 13 y se acercó a los
botones para cerrar las puertas. Volteó a mirar a mamá y
entonces dijo:
— Solo sé tú misma. No trates de complacerlo o de
modificarte a una expectativa que a él le agradaría...
Simplemente aférrate a tu propia esencia.
No fue un consuelo. Jimin tampoco intentó consolarla, de
todos modos. Pero de algún modo la hizo sentir mejor. Y
aunque todavía estaba asustada, se animó un poco más
cuando las puertas finalmente se abrieron y caminaron por
el largo pasillo.
Había un timbre, pero por una extraña razón, Jimin decidió
llamar a la puerta. «Toc toc», desde ahí comenzó a contar
los segundos. Y no pudo seguir ocultándole a mamá lo
nervioso que estaba cuando el pestillo sonó y retrocedió,
como si estuviese evitando encontrarse con quien estaba
detrás de esa puerta.
A pesar de saber que vendrían, Seokjin lució igual de
sorprendido al verles. Cuando sus ojos conectaron con los
de mamá, un leve sonrojo volvió de su rostro vulnerable.
Jimin podía casi sentir, ver a través de él y toda esa
conmoción de tener en frente un pedazo de la familia del
hombre que, aunque ya no estaba, aún amaba como la
primera vez.
Las facciones sobre su rostro elegante continuaron
cambiando cuando notó el enorme vientre de Jimin.
Relamió sus labios, ansioso, con tanto por decir, por
preguntar.
Y todo lo contrario a su ligera timidez por la primera
interacción con su suegra, su voz fue animada:
— ¡Adelante, pasen!
Mamá y él nunca hablaron antes. Seokjin siempre supo
quién era ella y fantaseó con conocerla en algún momento
cuando Namjoon estaba vivo. Esa pequeña e inocente
fantasía de ser presentado ante la familia como su novio.
Pero luego estaba el rencor incontrolable de Namjoon hacía
su madre y todo se desvanecía.
Mamá titubeó un poco cuando no supo si tomar asiento o
yacer parada, pero Seokjin la invitó a sentarse a su lado.
— Es un lugar muy bonito —Dijo, sobando sus muslos en
un gesto casi inconsciente, porque no sabía qué más decir
para cortar la timidez del momento.
Jimin permaneció aislado, en un silencio prudente. Quería
que mamá sobresaliera, que los conociera y que ellos la
conocieran. Era lo correcto, después de todo, eran familia.
— Sí —Seokjin concordó, observando alrededor junto a
ella—. Es cómodo y cálido. Nos hospedamos aquí cada vez
que venimos.
— ¿Viven en la ciudad? —Mirarlo a los ojos le resultaba un
poco extraño todavía, pero el recibimiento de Seokjin y sus
ganas de querer conocerla la hacían sentir poco a poco más
cómoda.
Seokjin asintió. Cruzándose de piernas, entrelazó las manos
sobre sus rodillas, entonces reflexionó un poco acerca de lo
que quería decir.
— Así es... Aunque no lo prefiero —Dudó—. Bueno... está
lleno de oportunidades y las escuelas allí son buenas, pero a
veces el bullicio y el ajetreo son un poco abrumador,
entonces decidimos venir aquí cada vez que necesitamos un
descanso de todo eso.
Mamá soltó una carcajada, dirigiendo la mirada a Jimin,
lanzándole una ligera burla cuando dijo:
— Dudo que Jimin pueda soportarlo.
Seokjin lo miró por sobre su hombro, sonriéndole,
lanzándole una expresión que detonaba complicidad.
— Podrá soportarlo —Dijo—. Estará en buenas manos. Me
aseguraré que disfrute el proceso de su nuevo camino.
Dándose cuenta del ligero silencio que los envolvía, Seokjin
miró a mamá, notando como lo miraba atentamente, detalle
a detalle. Comprendió que no había malicia alguna cuando
vio un ligero destello en su mirada.
La garganta de Seokjin se comprimió ante un nudo de
nostalgia cuando mamá alzó la mano y la acercó,
acomodándole un mechón de cabello caído.
— Eres muy bonito —Su voz estaba cargada de ternura—.
Lamento mucho que no hayamos podido conocernos antes.
— Está bien —Sujetó su mano, confortándola—. Podemos
comenzar desde ahora. Además, hay alguien más que quiere
conocerte.
Seokjin se levantó y desapareció a través del pasillo. Mamá
suspiró, intentando calmar el hormigueo insistente que
había en su estómago. Buscó la mirada de Jimin, viéndolo
pestañear lentamente a medida que asentía, trasmitiéndole
quietud, diciéndole que todo estaría bien.
Un par de murmullos se escucharon a continuación y
entonces Seokjin tenía las manos sobre los hombros de un
niño que caminaba hasta ella.
El primer instinto de mamá, fue cubrirse los labios con la
mano en un gesto de consternación, sin poder asimilar lo
que sus ojos veían. Taewhan se paró frente a su silueta aún
sentada sobre el sillón, sonriendo sin una pisca de timidez.
— Hola, abuela.
Mamá lloró sin contenerse ahora. Abriendo las piernas,
alargó los brazos, atrayéndolo contra su cuerpo. Taewhan se
mostró receptivo, aceptando su abrazo, estrechándola igual
de apretado a medida que recargaba la mejilla sobre su
hombro.
Mamá sintió su calidez, el complaciente retumbar de su
corazón contra el suyo. Entonces sujetó su pequeño rostro
entre sus manos y por primera vez esmeralda y esmeralda se
conocieron. Mamá delineó la silueta de sus cejas pobladas,
recorrió la hilera de largas pestañas que colmaban sus
fanales astrales, repletándolo de una belleza sublime.
Y aunque sus características eran idénticas a las de Jimin,
cuando lo mirabas atentamente, el parentesco de Namjoon
era innegable, entonces comprendió algo que hizo trizas el
corazón.
Namjoon vivía en Taewhan.
— Hola, cariño —Mamá lo besó profundamente en las
mejillas—. Hola...
Y lo amaba. Amaba profundamente a ese niño. Lo adoraba
como si hubiese sido parte de su vida desde siempre. Era la
sangre que compartían, que los vinculaba y los atraía de
manera natural. La viva imagen de su hijo que ya no estaba,
pero que podía contemplar una vez más en el rostro de su
nieto.
— Luces demasiado joven para decirte abuela, ¿No crees?
La actitud despierta de Taewhan la sorprendió. Su hablar
elocuente, su mirada fija, cargada de seguridad. Era un niño
astuto. Le recordaba a alguien, a esa persona que estaba un
poco más allá, con una panza enorme que si crecía más lo
haría desaparecer en cualquier momento.
— Oh... —Fue todo lo que mamá pudo gesticular.
— ¿Qué tal si te llamo Abu? —Preguntó, ahora pensativo,
colocando su dedo índice sobre su mentón—. Da a entender
que eres mi abuela y hace referencia a que eres vieja, pero
no tan vieja.
De pronto todo quedó en completo silencio, como esa clase
de silencio incómodo. Jimin no se sorprendió de todos
modos, ese niño era mordaz con sus palabras, fue así con él
la primera vez también. Pero las orejas de Seokjin estaban
rojas, quería gritarle por ser tan grosero, pero al mismo
tiempo no quería interrumpir.
— ¿Cuántos años me dijiste que tenía? —Mamá observó a
Seokjin
Pero Taewhan decidió responder:
— Tengo siete —Alzando las manos, mostró siete dedos—.
Los cumplí hace unas semanas.
Mamá explotó en carcajadas, encantada. Jimin nunca la
había visto tan feliz en su vida y era lindo, de cierto modo.
La llegada de Taewhan definitivamente traería un poco de
calma a su vida y una oportunidad para comenzar a hacer
las paces con el pasado.
— Eres un niño increíble —Mamá sujetó sus manos
pequeñas, llevándoselas a los labios para besarlas.
— ¿Cuántos años tienes? —Taewhan ladeó la cabeza,
demostrando lo curioso que estaba por ella.
Mamá hizo el ademán de responder, pero su voz murió en
su garganta cuando la voz nerviosa de Seokjin interrumpió:
— ¿Alguien quieres té?
Y sin esperar una respuesta afirmativa, desapareció hacia la
cocina. Su huida urgida y fugaz hizo a Taewhan bufar.
— Él siempre hace eso... —Se quejó.
— ¿Qué?
— Ofrecer té cuando meto a la gente en aprietos —Continuó
mirando el camino por el que papá había desaparecido—.
Da igual, no me llevó con él, así que voy a insistir de todos
modos. ¿Cuántos años tienes?
— ¡Park Taewhan!
Pero la voz estridente de Seokjin llegó hasta ellos. Hubo
seriedad en su grito y una advertencia que solo Taewhan
supo reconocer, haciéndolo encoger de hombros.
Así que el mocoso tenía un punto débil, pensó Jimin,
asechándolo desde el anonimato. Un escondite que no duró
demasiado tiempo cuando Taewhan presintió la existencia
de alguien más. Entonces toda la afectuosidad que se había
adueñado del momento mermó.
La sonrisa en el rostro de Taewhan se desgastó y Jimin se
maldijo a sí mismo por el temor que infundió en él hace un
tiempo. Taewhan no lo había olvidado, incluso había un
poco de rencor en su mirada justo ahora. La tensión con la
que su cuerpo retrocedió al verle, como si estuviese a la
defensiva, como si pensase que Jimin volvería a atacarle.
Eso hizo a Jimin sentir realmente miserable.
La excusa podría ser que se vio envuelto en un choque de
verdades devastadoras. Ese día Jimin había soportado
mucho, lo suficiente para bloquearse y a reaccionar como lo
hizo. Pero no le servía de nada, porque un niño de siete años
sería incapaz de entenderlo, tampoco tenía porque rodearse
de ese tipo de mierda. Y no importaba, porque todo lo que
quedó en la mente del pequeño Taewhan fue presenciar
cómo una persona que de verdad le agradaba lo atacó de la
nada.
Mamá pareció comprender la situación, decidiendo ayudar
a Seokjin con el té cuando Jimin le arrojó una mirada
reservada.
Decidió avanzar hasta Taewhan con pasos cortos y sutiles,
temiendo escapara. Indeciso de qué hacer con el temblor que
se propagaba por sus manos, decidió esconderlas en los
bolsillos de su abrigo.
— Hey —Murmuró.
Pero Taewhan no contestó a su saludo, su mirada estaba
quieta sobre su vientre. En cambio reconoció:
— Tienes a un bebé dentro de ti.
Jimin sonrió torpemente. Joder, nunca se había sentido de
esta manera en realidad. Los nervios se lo estaban
devorando. A lo largo de su vida, las personas nunca fueron
demasiado importantes para él, entonces jamás le importó
lo que pudiesen pensar o si las hería en el proceso.
Ese niño era diferente, con un carácter tenaz y vivaz,
Taewhan se había colado en su corazón desde antes de saber
quién era realmente. Y lo amaba, porque llevaba una parte
de él también. Quería recuperarlo, recuperar su confianza,
que fuera descortés, burlón, no que lo mirase con recelo, con
miedo.
Ser capaz de ceder ante su orgullo era difícil incluso hoy en
día. Nunca le agradó tener que soportar esa sensación
amarga que la derrota dejaba en su boca, así que dejó de
emplearla. Pero ahora esa clase de derrota no existía,
Taewhan podría ordenarle que se arrodillara y eso haría,
porque de pronto sentía que podría hacer y dar todo lo que
ese niño quisiera.
Su vientre hinchado le complicó un poco al sentarse en el
sofá para igualar su porte. Rechazó el impulso de coger las
manos de Taewhan y en cambio le miró fijamente.
— Lo siento, he perdido los nervios y te he gritado. Eso
estuvo muy mal, no debí hacerlo —Relamiendo sus labios,
trastabilló en las siguientes palabras, preso por las ansias—
. Taewhan... Taewhan, si me das otra oportunidad, te
prometo que esto nunca más se volverá a repetir, lo haré
mejor la próxima vez.
Entonces hubo un brillo extraño en los ojos de Taewhan, una
naturaleza repleta de amor, de auto sanación y un gesto libre
de culpa. En su pequeño rostro se dibujó la sonrisa más
hermosa y se lanzó al cuerpo de Jimin, enrollando los brazos
alrededor de sus hombros con fuerza.
Un poco más sensible de lo habitual, por las hormonas,
Jimin lloró, escondiendo el rostro en la curva de su cuello,
absorbiendo su cálida y suave esencia a colonia de bebé.
— Oye, Hyung —Taewhan se apartó, lo suficiente para que
solo sus narices se rozaran—. Yo solo estaba un poquito
enojado.
Uniendo sus frentes, Jimin cerró los ojos, percibiendo la
ligera onda de sanación, recibiéndola para sanar el piélago
inquieto de su mente.
— Te extrañé —Murmuró.
— También te extrañe, Hyung —Taewhan acercó sus
pequeños dedos a sus ojos y retiró pacientemente las
lágrimas que aún descendían por sus mejillas sonrojadas.
Observando alrededor, Jimin avistó la bolsa que había traído
con él, titubeando con ella cuando Taewhan la dejó sobre
sus piernas.
— Te he traído algo —Dijo, con un ligero tono de
vergüenza.
Y si era un poco sincero consigo mismo, temía cuál sería la
primera reacción de Taewhan. Pasando los dedos por el
papel, dudó. El niño estaba enterado de la ausencia de su
padre, y aunque sabía que estaba muerto, ciertas partes de la
historia le fueron omitidas.
Sin embargo, Taewhan nunca hablaba de él, ni siquiera
ahora que sabía que Jimin era su tío. Entonces no sabía qué
fibra tocaría al entregarle lo que había guardado
especialmente para él.
No dijo nada más y dejó que Taewhan indagara,
asechándolo con un silencio indeciso.
— ¡Hyung! —La voz chillona de Taewhan lo hizo
temblar—. ¿Cómo sabes que me gustan los rompecabezas y
los libros?
No lo sabía. No tenía ni la más jodida idea de qué le gustaba.
Solo eran cosas con un gran significado que necesitaban
estar con la persona correcta. Sin embargo, no le sorprendió
en absoluto, supuso que la pasión por los objetos
complicados venía incluidos en los genes.
Posando la mano sobre la portada de un libro gordo y viejo,
se atrevió a confesar finalmente.
— Eran de tu padre —Sintiendo el escaso polvo que no
había logrado quitar del todo sobre sus dedos temblorosos,
notó cómo el rostro de Taewhan se volvía cada vez más
cabizbajo—. A él le gustaban este tipo de cosas, ¿sabes?
Taewhan no dijo nada por un tiempo. En un sigilo que de
pronto se tornó íntimo, se tomó su propio tiempo para sacar
cada objeto de la bolsa, observándolos y acariciándolos con
un enternecimiento valioso.
— Hyung... —Hubo un deje de tristeza en su voz—. ¿Cómo
era papá?
Jimin enmudeció de inmediato. Removiéndose sobre el
sofá, intentó formular algo que fuese coherente frente al
ataque de nervios que le invadía.
— Bueno, él... Era una persona muy especial —Tragó
saliva—. Brillaba con una luz tan diferente al resto. La
inteligencia que poseía era asombrosa y cuando tenía miedo,
era fácil acudir a él, porque era tan valiente que hasta los
animales furiosos le temían.
Taewhan abrió los ojos. Animado, se sentó a su lado,
arrimándose ansioso.
— ¿En serio, Hyung? ¿En serio hasta los animales feroces
le temían?
— ¡Claro que sí! Tenía la fuerza de un guerrero, siempre fue
muy respetado —Fue la confianza que Jimin necesitó para
despojarse del temor que sentía al hablar de su hermano—.
Una vez, cuando estábamos en el bosque, se nos acercó un
puma que nos quería devorar. Era enorme, tenía colmillos
afilados y unas garras largas. Pero Namjoon gruñó tan alto
que lo espantó y nunca más volvió.
Aquella vez sí habían querido atacarles, fue en esa época
donde acostumbraba a escaparse al bosque y Namjoon
corría detrás de él para devolverlo a casa. Pero jamás se
había tratado de un puma, solo fueron dos perros que
merodeaban por ahí.
— ¡Wow, mi papá era genial! —Taewhan brincó—. ¿Y
contigo cómo era, Hyung?
— Bueno, era muy sobreprotector e intentaba adiestrarme la
mayor parte del tiempo.
— ¿Y funcionaba?
Jimin bufó una risa. Encogiéndose de hombros, preguntó en
cambio:
— ¿Qué crees tú?
Taewhan lo miró por un momento, estudiándolo. Arrugando
el ceño, negó entonces.
— No creo que funcionara. Apuesto a que lo hacías enojar
todo el tiempo.
Lo hacía enojar siempre. A veces por gusto y otras porque
en verdad no quería hacer lo que le ordenaba que hiciera.
— Solo un poco...
Taewhan guardó su nuevo tesoro en su cuarto y se unió a
ellos tiempo después. Seokjin y mamá prepararon
bocadillos y disfrutaron de una velada grandiosa. Cuando
repararon en la hora, era casi media noche y debían volver
a casa. Rehusándose a apartarse de su lado, incluso cuando
Jimin cruzó el umbral de la puerta, Taewhan tiró de su
abrigo para llamar su atención.
— Hyung, somos amigos, ¿verdad?
Jimin le miró con una ternura apremiante, pensando en que
si no hubiese sido por su enorme vientre, se habría agachado
para besarle. Acarició sus risos y le pinchó la nariz.
— Claro que somos amigos.
— ¿Entonces me prometes que vendrás a visitarme cuando
te mudes a la ciudad?
— Seremos inseparables, te lo prometo.
Con una última promesa abandonando sus labios
complacidos con una suave sonrisa, se despidieron de
Taewhan y Seokjin. Sujetó la mano de mamá hasta que
llegaron al auto. De vuelta a casa, mamá no dejaba de
sonreír y Jimin compartió su dicha.
— ¿Estás seguro que no necesitas nada, cariño? —Mamá le
miró desde el filo de las escaleras cuando Jimin decidió ir
directo a su habitación.
— Estoy bien, mamá —Sonrió ampliamente una vez más—
. Quiero descansar y tú deberías hacer lo mismo.
Continuó sonriendo cuando se paró frente a la puerta de su
habitación con la mano intacta sobre el pomo. Pero cuando
cruzó el umbral y su puerta se cerró, toda la felicidad fingida
se drenó por completo, dejando consigo solo una cascara
vacía.
Se despojó lentamente de su abrigo, con la mirada perdida
en algún punto de la pared. Sus pasos alrededor fueron
lentos, carentes de sentido. Intentó permanecer ocupado,
observando entre las cajas ahora apiladas, pero un par de
libros apenas alcanzaron a ser sujetados por sus manos hasta
que finalmente aceptó las lágrimas difusas en sus ojos.
¿Cómo fue que sucedió? ¿En qué momento lo tuvo todo y
cuando despertó ya no tenía nada? Allí, en medio de la
habitación, lloró solo y angustiado, realmente arrepentido,
disgustado consigo mismo por no haber sido capaz de
valorar lo que tenía.
Pero, ¿quién podría señalarlo? Era un maldito adicto. Y
pensar que el amor y la llegada de un bebé a sus vidas
mejorarían la mierda con la que aún tenía que lidiar sería
realmente egoísta para cualquiera. No solo se trataba de la
intención de querer cambiar, se trataba de tener la intención
certera para hacerlo realmente.
Se cubrió los ojos con el dorso de la mano, intentando
disimular la fuerza de su llanto para no inquietar a mamá.
Se acarició el vientre y se lamentó con su bebé por no darle
tranquilidad ni siquiera en su gestación.
Pero había soportado tanto durante este último tiempo. Él
realmente quería cambiar, hacer finalmente la diferencia,
pero el camino era tan jodidamente difícil. Ya no quería
seguir decepcionando a las personas a su alrededor ni a él
mismo. Quería probarse que era capaz.
Era agotador fingir, sonreír todo el tiempo y hacerles creer
a todos que no pasaba nada.
Jeon Jeongguk no dejó rastro alguno, la tierra se lo había
tragado por completo. Intentó buscarlo un par de veces, y
cuando logró entrar al que había sido su hogar todo lo que
encontró fue un departamento completamente vacío. Jack
había desaparecido, también.
— Lo pondremos a la venta —Le había comentado la
verdadera dueña del lugar.
Había intentado hacerle unas cuantas preguntas, pero todo
lo que la mujer pudo decirle era que un chico de apellido
Min había venido por las cosas y el perro.
Se mentiría a sí mismo si dijese que incluso ahora no
esperaba por su regreso. Y sin querer, su mirada esmeralda
se marchitó una vez más. Era difícil intentar ser fuerte,
porque estaba débil de mente y de alma, su fe se había ido
con él.
Sin embargo, el dolor que sentía lo empujó a aceptar la idea
de ir a rehabilitación. Era consciente que todo había sido su
culpa y sabía que debía redimirse con su bebé por haberlo
puesto en peligro.
Afuera estaba oscuro y divisó su reflejo en la ventana. Sin
perder las esperanzas, musitó una vez más, como un deseo:
— Regresa, Jeongguk. Regresa.
Capítulo 57
De aspecto diverso, la ciudad refulgió como un capricho.
Los edificios sustituían ahora la esencia mágica de las
abundantes montañas y el evidente bullicio que lo volvía un
poco nervioso, delataba que era un pueblerino.
Pero no fue difícil adaptarse. Casi nada, de hecho. La gente
era igual de amable y la forma en que se movían, en la que
interactuaban, pronto se transformó en una genuina
curiosidad.
Era interesante observarlos pasear desde el ventanal de la
cafetería que siempre concurrían. De aspectos ligeros y
sonrisas risueñas, Jimin deseó ser como esos jóvenes que
hacían que se enfriara su chocolate porque se robaban su
atención.
Era bueno allí. Y aunque el aire no era tan limpio como en
el pueblo, le gustaba salir hasta el balcón y recargarse sobre
el barandal cada vez que el ocaso teñía el cielo de naranjo y
el mar se tragaba el sol por completo.
Seojoon se había esforzado. Encontró para ellos una casa de
dos pisos muy bonita, donde le dejó escoger la habitación
más grande. La impresión se apoderó de las facciones de su
rostro cuando notó que había una para el bebé también.
Y casi como un ritual, lo primero que hacía al despertar por
las mañanas era acercarse a esa habitación vacía de paredes
blancas, recorriendo su lienzo blanco y dispuesto a medida
que acariciaba su vientre cada vez más pesado,
reflexionando al respecto, intuyendo de algún modo cómo
iba a decorarla.
Entonces la tristeza sucumbía entre sus sentimientos,
inquietándolos, porque era difícil soportarlo de este modo.
Porque aunque el tiempo continuaba su rumbo, aún
fantaseaba con que él en algún momento regresara. Porque
vio y sintió lo emocionado que estaba con la llegada de su
bebé y todas las cosas que quería comprarle.
Saber que ese proceso tan especial que pudieron haber
compartido ahora nunca más sería parte de su vida, que no
tendría la dicha de plasmarlo en su memoria como un
recuerdo, porque ya no estaba, le destrozaba el corazón.
El pasado continuaba pesando sobre sus hombros, pero
estaba bien con eso de todos, sabía que sería una larga lucha
pero lo estaba intentando. Lo importante era que lo estaba
intentando. Y aunque el proceso era igual de lento, estaba
satisfecho con los resultados.
De algún modo, la ciudad le quitó la venda que le cegaba,
un velo grueso y resistente que él mismo se había auto
impuesto. La vida allí era tan diferente que, para poder
adaptarse, tuvo que ser diferente también.
Sin embargo, el trauma era innegable. En un proceso por
recordar, enumerar y ordenar el caos que había estado en su
vida por años, volvió a Jimin una persona silenciosa,
retraída. Interactuar lo volvía incómodo y atreverse a salir
de casa era un enorme desafío.
Ya no sonreía.
Aún lloraba por las noches, gritando el nombre de Kim
Taehyung después de una pesadilla o tenía arrebatos de ira
esporádicos. Pero Seojoon supo adaptarse bien. Él siempre
supo adaptarse muy bien alrededor de Jimin, volviéndose su
contención.
Estaba pronto a atardecer cuando Seojoon llamó a la puerta.
Asomó ligeramente la cabeza y agitó un enorme vaso con
malteada y crema. Su favorita.
— ¿Se puede?
En cambio, Jimin sonrió y supo que no necesitaba una
respuesta. Acomodó las últimas prendas del bebé dentro de
la cajonera blanca que Seokjin le dio como un obsequio por
adelantado y se sentó en la cama.
— Me harás explotar —Dijo, observándolo con una
molestia fingida.
Y pese a la contradicción de sus palabras, atrajo
codiciosamente la malteada hasta su boca, propinando un
largo sorbo. La crema le manchó los labios y luchó con su
lengua para poder sacarla.
Seojoon se sentó a su lado, acariciándole el vientre en un
silencio confortable. El bebé siempre respondía a su tacto,
entonces Jimin se quejaba que dejase de hacerlo porque era
doloroso, y aunque, de verdad le dolía, sabía que Jimin
odiaba que le tocasen el vientre, como si ese único tacto
estuviese reservado para alguien más.
Jamás lo imaginó. Aún era extraño ver a Jimin preñado.
Desde pequeño lo escuchó desear una familia, quería hijos
en su vida y un lindo matrimonio que rebosaba lo cliché.
Fue consciente de la enorme atracción que Jimin sentía por
él, pero pensar al respecto era definitivamente un delito,
porque Jimin era tan solo un niño. Estuvo fuera de su límite
por años y aunque se sentía mal por verlo con otros ojos
ahora, muy en el fondo de su corazón hubiese deseado que
ese niño en su vientre fuese de él.
Bebiendo un poco más de su malteada, Jimin bajó
cuidadosamente el vaso hasta su regazo, pensativo y
tembloroso. Esta vez, Seojoon tomó su mano, la guio a sus
labios y la besó.
— Estarás bien —Le animó—. Puedes hacerlo.
— Lo sé. Sin embargo, no puedo evitar sentir miedo de mí
mismo.
— Un paso a la vez, ¿lo recuerdas?
Jimin no contestó. Cabizbajo, un suspiro se convirtió en un
sollozo incesante. Tenía miedo, pero estaba bien sentir
miedo. Estaba expuesto y haría algo que nunca estuvo en
sus pensamientos más insólitos. Salir al mundo era
doloroso, pero más doloroso era no vivirlo.
— Es lo que Tae hubiese querido —Murmuró.
— Y él estará orgulloso.
Las razones para hacerlo eran muchas. Pero una de ellas y
la más especial, era alcanzar las metas que su amigo deseó
que obtuviese. En su memoria y ante la fortaleza que sabía
que desde el más allá le enviaría, tomaría esa gran decisión
con valentía.
Park Jimin ingresó finalmente a rehabilitación un lunes por
la mañana. Mamá, Seojoon, Seokjin y el pequeño Taewhan
estuvieron a su lado, animándolo a dar el primer paso hacia
una nueva vida que comenzaba.
Frente a las puertas de cristal, se detuvo. Después de esto,
no había marcha atrás. Se avecinaba un sinfín de retos y
como una persona insegura, avasallada por los traumas, era
normal sentirse aterrado.
— Luces como mis compañeros en su primer día de clases
—A su lado, Taewhan bufó—, asustado.
— ¡Que no estoy asustado! —Le riñó.
Taewhan le lanzó una mirada desafiante. Examinó detalle a
detalle su cuerpo, notándolo tembloroso, entonces enarcó
una ceja, retándolo:
— Miedosito.
— ¡Ya te dije que...!
Interrumpiéndolo, Taewhan le ofreció su mano pequeña,
una sonrisa gentil decoraba sus bonitos labios.
— Puedes tomar mi mano, Hyung. Si tienes miedo, entonces
yo voy a protegerte.
La psiquiatra a cargo le recibió y pronto tuvo que despedirse
de todos. Era una mujer de mediana edad que, pese a la
calidez en sus movimientos y en la entonación de su voz,
sabía lo que hacía. A diario recibía a personas como él;
aprender a tratarlas solo era el fruto de un esfuerzo y
dedicación por años.
«Puedo dejar la droga cuando quiera». «Puedo hacer esto
por mí mismo». Eran frases que escuchaba a diario.
Lanzando una mirada discreta pero exhaustiva a Jimin, la
psiquiatra estaba segura que si le preguntaba a Jimin si se
consideraba un adicto su respuesta sería un rotundo no,
porque lo más habitual en ellos era permanecer en negación.
Para Jimin, debido a su estado de gestación, se creó un
programa de desintoxicación planificado con un alto nivel
de criterio.
Reunidos en una consulta pequeña, neutra y excesivamente
sofocante, hablaron sobre el programa.
Analizándolo desde el borde de los lentes, la psiquiatra hizo
una simple pregunta que le remeció hasta el alma.
— ¿Cómo comenzó todo?
El primer instinto de Jimin fue deslizar la mirada hasta sus
manos, notándolas húmedas y temblorosas. De pronto,
mirar a los ojos de esa mujer le daba vergüenza.
Claro, reflexionó un poco al respecto, consciente en que
tenía que dar una respuesta. Todo comienza desde un punto
en específico. Las iniciaciones siempre se diferencian las
unas de las otras, sin embargo las estadísticas asumían que
las fiestas eran el sitio más recurrente donde se consumía
drogas por primera vez. Uno de los principales motivos era
el querer experimentar, encajar, o uno de los más comunes
y más bajo, miedo al rechazo. Vidas atestadas de mierda que
encontraban un consuelo en las sustancias.
El incentivo de Jimin fue la curiosidad. Tal vez la
imprudencia de un adulto que debió encargarse o el
abandono a una edad temprana.
— Tenía diez años cuando fui realmente consciente de la
situación, mamá era alcohólica desde antes que mi hermano
mayor naciera —Rascándose el costado del cuello, hizo su
incomodidad más evidente—. El whisky era su preferido, la
dejaba noqueada en el suelo como a un saco.
Kahi fue una mujer que odiaba la responsabilidad que debía
asumir. Dos niños que nunca deseó, pero que la sociedad la
forzó a tener, porque cuando creces en un entorno
conservador y machista, tu única obligación es encontrar a
un hombre, casarte y darle hijos.
Nunca fue verdaderamente feliz y nunca pudo amar al
hombre que realmente amó. Jimin había sido el fruto de ese
amor prohibido e incondicional fallido, que se encargó de
demostrar cuán arruinada la familia estaba.
Emborracharse era lo único que tenía al alcance para huir de
su intenso dolor. Y como una consecuencia desmedida,
Jimin era incapaz de comer por días.
— Pero era imposible que solo el alcohol causara ese efecto
tan intenso en ella. No es tan fuerte para dejarla dormida por
días, ¿verdad? —Preguntó, mirando a la psiquiatra sin
esperar una respuesta—. Entonces noté que sobre su velador
siempre había un bote de pastillas semivacío. Tenía doce
años cuando tragué una pastilla de Valium por primera vez.
— ¿Por qué? —Inquirió la psiquiatra—. Si veías lo que
causaba en tu madre, ¿por qué quisiste hacerlo?
— Porque quería saber precisamente qué sentía ella. Que
tan fuerte era lo que consumía para dejarme solo siempre.
Quería saber por qué mamá dejaba de quererme cuando
estaba en ese estado.
Pero no había funcionado, la pastilla solo lo hizo dormir. Era
demasiado pequeño de todos modos para darse cuenta que
necesitaba más de una pastilla y una botella de whisky para
alcanzar ese estado.
— Intenté imitarla por un tiempo, sabe —Echándose hacia
atrás, se recargó en el respaldar del sillón, sintiendo que el
vientre le pesaba—. Probé el whisky y fue asqueroso, papá
me atrapó y me hizo prometer que no lo haría de nuevo. Y
cuando la veía fumar, me acercaba a aspirar la colilla de
cigarro que tiraba al suelo. Pero nunca pude entenderla, sin
embargo.
La falta de entendimiento hizo que sin darse cuenta,
comenzara a construirse lo que sería la firme muralla que
permanecería entre ellos durante años.
La psiquiatra anotó y luego lo miró fijamente:
— ¿La odiabas?
— Aún la odio.
Ni siquiera lo pensó, ni siquiera intentó reflexionar al
respecto ni dudó en contestar. Por primera vez quería ser
sincero consigo mismo incluso si lo hacía frente a una
completa desconocida.
Cuando la psiquiatra no dijo nada al respecto, Jimin bufó
una risa.
— ¡Oh, vamos! Fue la mujer que destruyó mi vida. Y
aunque a veces hago el intento de quererla, sé que si ella
hubiese hecho el intento de cambiar, todo habría sido
diferente.
— A qué te refieres con todo.
— ¡Todo! Desde la estúpida obsesión de papá por el trabajo,
hasta la vida que decidió llevar mi hermano —Un ápice de
ira lo hizo apretar la mandíbula—. Nunca fuimos pobres,
¿entonces qué necesidad tenía Namjoon de convertirse en
un delincuente?
— Ser pobre no es la única razón que te lleva a ser un
delincuente, Jimin.
— Lo sé, pero el entorno también puede convertirte en uno.
Las influencias malas que te rodean y las que rodearon a mi
hermano.
— ¿Y a qué lo asemejas entonces?
— A que nadie quería estar en casa con ella —Alzando una
ceja, Jimin la retó con la mirada—. Dígame, ¿no habría
escapado usted también de una alcohólica?
Mamá sufría ataques de ira constante. En estado de ebriedad
su pasatiempo favorito era lanzar cosas y destruirlo todo. A
Jimin solo le tocaba esconderse en un rincón hasta que
descubrió el bosque y sus alrededores.
Un tono ácido se adueñó de su voz cuando confesó:
— Al menos ellos podían huir. Yo no. Por un tiempo tuve
que encontrar diferentes escondites dentro de la casa para
escapar de ella. ¿Sabe lo que es ser tan solo un niño y que
su miedo sea tan grande que le den hasta ganas de vomitar?
¿Se le ha distorsionado la mente alguna vez por el inmenso
terror?
— No intento juzgarte, Jimin —Lo calmó cuando vio la
defensiva en cada poro de su cuerpo.
— Siento que lo hace. Siento que todo el mundo siempre
está juzgándome.
Esa reacción era absolutamente normal en una persona con
el historial de Jimin. Todo lo que ha tenido que hacer durante
toda su vida ha sido sobrevivir. Al hacerlo enfrentar su
pasado, sus instintos defensivos se activaban por miedo a
volver a sufrir. De algún modo, cierta parte de su cerebro
sentía que estaba nuevamente allí, que era nuevamente un
niño y veía a su madre ebria.
— Vamos a trabajar en eso, ¿está bien? —Le animó—.
Viniste hasta aquí por ayuda y voy a ayudarte. Nunca más
estarás solo, Jimin.
Entregó a Jimin un vaso con agua. Dejar que se tomara su
propio tiempo ayudaría a controlar la ira que aún se negaba
a dejar ir por completo. Le hizo cumplidos por su bonito
aspecto y lo encantador que lucía llevando a un bebé en su
vientre, haciéndolo sonreír.
Entonces ese escudo que él había mantenido cerca comenzó
a descender, permitiéndose ser vulnerable frente a ella
porque sabía que no le haría daño.
Dejando el cuaderno a un lado, la psiquiatra adoptó una
postura abierta y agradable, despertando inconscientemente
en Jimin el querer interactuar con ella y sentirse cómodo,
demostrándole que estaban en el mismo nivel emocional.
— Entonces tu madre fue pionera en tu primera interacción
con las sustancias —Dijo—. Pero, ¿qué hay con la relación
con tu padre?
— Papá... —Jimin frunció los labios. Hablar de papá se
sentía extraño porque no estaba acostumbrado a hacerlo. De
hecho, recordar a papá era algo que casi nunca hacía—.
Papá era un poco introvertido. Él sentía que podía
comunicarse mejor con un animal que con una persona.
Era silencioso, rara vez hablaba más de lo que podía, de
pasos casi sigilosos. Usaba unos enormes anteojos que lo
hacían lucir tierno, de aspecto risueño era fácil confiar en él.
— Era veterinario. Fue gracias a él que Nam y yo nos
interesáramos en la misma profesión, porque amábamos a
los animales tanto como él. Nos dejaba ir a su consulta y
aprender al respecto. Y de cierto modo esa era nuestra forma
de interactuar, de comunicarnos.
A medida que interiorizaba en las emociones hacia su padre,
el rostro de Jimin comenzaba a adoptar una sombra. Cada
vez más cabizbajo, la psiquiatra dedujo que detrás de esa
grata evocación, se escondía un pasado turbio.
— Papá siempre cuidó de mí. Nunca le importó que no
compartiéramos la misma sangre, siempre me trató como si
fuese parte de él.
A diferencia de mamá, papá siempre lo ayudó a exteriorizar
sus emociones. Le decía que estaba bien llorar, estaba bien
sentirse frustrado, y le mostraba el camino para salir de eso.
Namjoon había sacado esa misma sabiduría.
— Pero papá tenía un defecto... —Mordió su labio inferior,
inseguro. El recuerdo le impidió hablar incluso cuando
sentía que su garganta se comprimía de todo lo que quería
decir.
Esos gritos repletos de desespero que intentó borrar
encarecidamente estaban de vuelta, obligándolo a apretar las
manos. Esos pasos sigilosos que se volvían estridente. La
imagen difusa de alguien siendo arrastrado del cabello por
todo el suelo de la sala, pataleando, suplicando que la dejase
en paz.
Relamiéndose los labios, miró a la psiquiatra una vez más
antes de hablar.
— Papá golpeaba a mamá... Él era capaz de lastimarla hasta
dejarle el rostro ensangrentado.
Era cuando toda esa imagen de hombre tímido e indefenso
se evaporaba. La furia volvía de papá tan imponente que
Jimin recordaba cómo su cuerpo se volvía más grande y alto.
De ser un hombre callado y reservado, su boca se
envenenaba con los insultos denigrantes que escupía.
— ¿Odiaste a papá en algún momento?
— No.
— ¿Por qué?
— Porque me amaba.
— Pero golpeaba a tu madre.
— Se lo merecía.
Un silencio desolador cayó entre ellos. Jimin ni siquiera
vaciló, solo se mantuvo enfrentando la mirada fija de la
psiquiatra. Y cuando la psiquiatra continuó sin decir nada,
sintió la necesidad de explicarse:
— Él nos amaba. Nunca fue un mal padre —Acomodándose
sobre el sofá, agregó—. Ella era capaz de sacar de quicio a
cualquiera. Le encantaba provocarlo, lo perseguía por toda
la casa hasta hacerlo explotar. Pero él la amaba.
— ¿Por qué?
— Porque de algún u otro modo, él siempre volvía a ella.
— ¿Y eso es amor, Jimin?
Jimin no contestó, apretando la mandíbula en cambio.
Porque era ahí donde su mente precisamente se rompía. Su
cerebro se bloqueaba de tal manera que era incapaz de darse
cuenta por sí mismo.
A papá nunca le importó que dentro del matrimonio, ella
tuviese el hijo de otro hombre. No le importó lo alcohólica
o lo mala madre que era. La amaba con todos esos defectos.
Sin embargo, en medio de esas peleas como espectador,
ellos nunca repararon en la presencia de un niño que
comenzaba a hacerse una idea equivocada de cómo
funcionaba realmente una relación amorosa.
Ayudar a Jimin a trabajar con su pasado, sería una tarea
difícil, sobre todo la relación con su madre. Y era entendible,
dedujo la psiquiatra, todo lo que había visto de su madre
durante años, fueron comportamientos negativos. Y aunque
asumía que papá era un maltratador, no podía verlo de la
misma manera, porque siempre había sido bueno con él.
Nacer dentro de un hogar roto, te volvía incapaz de entender
qué era bueno o qué era malo. Acostumbrado a los actos
indebidos dentro del hogar, volvían a Jimin una persona
violenta por naturaleza, porque fue todo lo que aprendió.
En un chico con ese historial, era muy probable que llevase
ese mismo comportamiento a sus vínculos amorosos.
Continuando con la siguiente pregunta, la psiquiatra quiso
asegurarse de que así era:
— ¿Cuántos novios has tenido, Jimin?
Jimin siempre se aferró a una vida cargada de excesos.
Taehyung lo llamaba oveja descarriada por lo mismo. Pero
si en algo se destacaba, era en el poco expediente de
hombres que había tenido en su vida. Nunca nada formal,
nada serio. Odiaba el solo hecho de llamar algo como una
"relación". Era más bien un joven adicto a las drogas un
poco solitario con algo de sexo casual y le gustaba ser así.
«Hasta que te conocí», pensó.
— Solo uno —Contestó, tajante.
Y aunque sabía el rumbo que tomaría la conversación,
decidió dejar su respuesta de ese modo.
— ¿Te sentirías incómodo si me dices su nombre?
Jimin negó, pero todo lo contrario a su acción, guardó
silencio. Dentro de su propia reflexión, intentó buscar por
qué el tener que hablar de él, lo paralizaba por completo. No
lo odiaba ni tampoco se avergonzaba. Y cuando sintió unas
enormes ganas de llorar, entendió que temía referirse a él
porque era doloroso recordarlo.
— Jeon Jeongguk.
— ¿Es... —En un movimiento cauteloso, la psiquiatra
señaló su vientre—. el padre del bebé?
— Sí.
— Entiendo.
— ¿Están juntos ahora?
— No.
— ¿Cómo fue tu relación con Jeongguk?
Jimin boqueó, fallando en encontrar las palabras precisas
para comenzar. Ellos fueron como dos huracanes avanzando
en la misma línea, destinados a encontrarse e impactarse
para destruirlo todo a su paso.
— Intensa —Respondió—. Jeongguk y yo tuvimos una
relación demasiado intensa.
— ¿Qué te llevó a fijarte en él?
— Supongo que la seguridad que se tenía a sí mismo...
Jeongguk siempre había tenido una luz propia. De aspecto
formidable, era difícil no reparar en él. Esa soberbia que se
bañaba en el pardo claro de sus ojos, su boca codiciosa y las
palabras mordaces que salían de ella.
Todas esas características que Jimin deseaba para sí mismo,
pero que no tenía.
— O al menos eso es lo que creo —En su semblante había
una contradicción. Sobándose los muslos con las palmas
abiertas, avisó a la psiquiatra que estaba buscando ordenar
sus pensamientos para llegar al punto que quería—. Él y yo
nos conocíamos desde pequeños.
— ¿Eran amigos?
— Éramos vecinos. Intenté ser cercano a él varias veces,
pero era rechazado. Y aunque siempre me trataba mal
cuando me veía, cuidaba de mí en silencio. Pero en algún
punto de mi vida, me olvidé por completo de él.
Jimin enmudeció de pronto, perdido en los pasajes de sus
recuerdos. Y cuando no reaccionó, la psiquiatra lo hizo
regresar a la realidad.
— ¿Por qué te olvidaste de él? ¿Se había mudado a otra
ciudad?
Jimin negó. Aún con la mirada perdida, frunció el ceño,
porque no lo recordaba, no estaba en su mente el momento
exacto en que se olvidó de Jeongguk para siempre.
— Fue después de la muerte de mi hermano —Zanjó—.
Desde ese punto, todo se volvió difuso en mi vida. Fue el
momento exacto en que decidí refugiarme en las drogas.
— Si eran vecinos, ¿no lo viste merodear alguna vez por ahí
después de eso?
— No lo sé... —Despabilando, dijo lo primero que vino a su
mente—. O quizás sí. No lo sé. En ese punto nada me
importaba. Pero estoy seguro que desapareció por años.
— Entiendo —Acomodándose, quiso intentarlo una vez
más—. Me acabas de contar que tenían una historia,
¿verdad? Él era un poco arisco contigo, pero sin embargo le
importabas, porque te cuidaba. Ahora que tenemos todas
estas partes reunidas, te preguntaré de nuevo, Jimin. ¿Qué
te llevó a fijarte en él?
Cierto, él jamás sería capaz de olvidarse de esa mirada rota.
Y ahora que cavilaba al respecto, todo era mucho más claro
ahora. Jeongguk se había refugiado dentro de ese escudo
repleto de valentía, una postura imponente que Jimin vio la
primera vez que lo notó en la universidad. Pero ese galanteo
frívolo con el que lo miró había sido solo una fachada.
Jeongguk estaba roto.
— Me sentí atraído hacia él porque en el fondo sabía quién
era.
— ¿Lo deseaste desde eso momento?
— Era guapo —Se encogió de hombros—. Y hasta ese
momento no entendía por qué había algo en él que me
llamaba la atención.
— ¿Y en qué punto decidiste aferrarte a él?
— Cuando se reflejó en él la naturaleza protectora que sentía
cada vez que estaba con mi hermano. Me aferré a él porque
me recordaba la zona de confort que Namjoon me
entregaba.
— Y si tuvieses que describir a Jeongguk, ¿cómo lo harías?
— Jeongguk gritaba peligro por todos los poros —Comenzó
a reír de pronto, una risa contagiosa, incómoda, repleta de
emociones, qué, cuando se detuvo, lo primero que notó la
psiquiatra fueron lágrimas amontonándose—. Es malvado
con las personas, pero extremadamente cariñoso con sus
cercanos. Me amó a tal punto de obsesionarse.
— ¿Discutían?
— Todo el tiempo.
— ¿Por qué?
— Porque nos amábamos —Bufó una risa—. De algún
modo el pelear, reafirmaba nuestras emociones por el otro.
— ¿Y te gustaba?
— Un poco...
— Y cuando esas paleas terminaban, ¿en qué pensabas?
— En que solo un enfermo puede entender a otro enfermo.
Se miraron fijamente por un momento. Jimin imponiendo su
sinceridad y ella estudiando su reacción. El ciclo dentro de
la vida de Jimin volvía a repetirse. Todos esos traumas de
infancia lo exteriorizaban con su único lazo amoroso.
— ¿Por qué sentías que Jeongguk te entendía?
— No vivimos lo mismo, diría que su pasado es aún peor.
Pero el hecho de saber que ambos sufrimos desde pequeños,
nos hacía sentir menos solos, quizá —Se encogió de
hombros.
El vínculo que les unió fue el abandono.
Dentro de todo el descontrol, Jimin creyó que tenía cierta
parte de su vida controlada. Había vivido de ese modo por
años, drogas, universidad, estar con Taehyung, ir de fiestas.
Y así, una y otra y otra y otra vez. Hasta que Jeongguk llegó
a cambiarlo todo. Activó en Jimin los complejos que
acarreaba desde la infancia para comenzar a exteriorizarlo.
Despertó en Jimin todos los sentimientos de algún modo
dormidos, lo hizo volver a sentirse solo, miserable,
confundido, perdido.
— ¿Dentro de las discusiones, hubieron golpes?
— Un poco de forcejeos —Jimin retrocedió sobre el sofá.
Rascándose nuevamente el cuello, evidenciaba lo incomodo
que se sentía con tocar ese aspecto de la relación.
— ¿A qué te refieres con forcejeos?
— Me tironeaba o me sujetaba violentamente de la
mandíbula. Y cuando perdía el control, él solía... —Se llevó
la mano al cuello con un poco de timidez—. Ahorcarme.
— Entiendo...
La psiquiatra escribió en su cuaderno. El sonido de la punta
del lápiz lo volvió de pronto nervioso y relamiéndose los
labios, sintió la necesidad de explicarse:
— Pero no era siempre, él...
— Dejando el forcejeo de lado. ¿Te golpeó alguna vez?
Jimin pestañeó, tragándose el nudo espeso que le ahogaba.
Porque hablar de su familia tenía un sentido diferente.
Ahora, referirse a los aspectos de cómo manejó su vida
amorosa lo cambiaba absolutamente todo.
— Solo una... —Admitió en un susurró.
— ¿Qué sentiste en ese momento?
Jimin miró un punto fijo sobre el suelo. Rebobinando,
sintiendo y externalizando. En su mente se reflejó el
semblante duro de Jeongguk, la rabia que hacía arder su
mirada.
— Me sentí solo —Con ojos cristalinos, la miró—. Yo esa
vez me sentí muy solo.
Esa clase de forcejeo que el nombró en algún momento,
tenían una complicidad. El tratarse mal psicológicamente o
forcejar entre sí, de cierto modo era aceptable, porque
ambos sabían que ese era el límite. El que Jeongguk lo
abofeteara, le hizo sentir que ya no estaban en la misma
sintonía independiente de la discusión que estaban teniendo
en ese momento.
— ¿Lo odiaste en algún momento?
— No.
— ¿Por qué?
— Por qué me amaba.
— Pero era violento contigo.
— Me lo merecía.
Acomodándose una vez más sobre el sofá, Jimin intentó
excusarse:
— Yo lo provocaba todo el tiempo. Sabía de su historial
violento y aun así lo empujaba hasta hacerlo explotar. ¡Pero
Jeongguk me amaba!
— ¿Por qué?
— Porque de algún u otro modo, él siempre volvía a mí.
Y fue en ese entonces, donde todas las piezas del puzle se
unieron. La psiquiatra había dado en el clavo. Jimin
aborrecía a su madre porque en el fondo sabía que eran
completamente iguales. Era su viva imagen.
"Aquello que nos desagrada del otro es lo que no nos gusta
de nosotros mismos". En teoría, era un efecto espejo.
Y como el diálogo volvía a repetirse, la psiquiatra decidió
hacer la misma pregunta de cuando hablaban de sus padres.
— ¿Y eso es amor, Jimin?
Jimin bajó la mirada a sus manos. La psiquiatra lo miró de
pronto con un ápice de curiosidad, porque era extraño se
expresara de esa forma tan traumática, pero que en el fondo
supiera no estaba bien lo que hacía o lo que hicieron sus
padres.
— ¿Lo sabes, verdad? —Tanteó—. Sabes que eso no es
amor.
Jimin le dio una mirada tímida, negando. Seojoon también
se lo había dicho. El amor no duele.
La psiquiatra continuó:
— Eso se llama dependencia emocional y patrones
familiares repetitivos. Y vamos a...
— Me asusta, porque no quiero dejar de amarlo —Jimin la
interrumpió con voz afligida.
— A qué te refieres.
— Temo trabajar en mí mismo y darme cuenta que de
verdad no lo amo.
Era una posibilidad. Entender ciertas conductas erróneas en
él, la harían ver finalmente con claridad y se despojaría de
su paso, incluso de Jeongguk.
— Trabajar en ti mismo te hará amar de verdad y sanamente
—Señalando su vientre, sonrió—. Sobre todo con esa
criatura en camino. Sé el primero en cortar el patrón, Jimin.
Estás a tiempo.
Aún había mucho más por desglosar. Resultó ser un buen
comienzo. Después de ayudarlo a resolver los traumas del
pasado y todo lo que hacía de manera incorrecta, trabajar el
amor propio sería el siguiente paso.
Pero su estado avanzado y delicado, era mucho más
importante ahora, permaneciendo solo tres semanas
internado dentro de la clínica antes de cumplir los ocho
meses de gestación. El programa se modificó para recibir
ayuda desde casa.
Los pacientes necesitaban tener la mente ocupada, lejos de
las ocurrencias que en cualquier momento pudiesen dañarle.
Y aunque Jimin estaba embarazado y amaba a su bebé, era
un adicto.
La adicción era una enfermedad en la que se perdía la
capacidad para controlar el impulso de consumir. Ese
mismo impulso que Jimin no pudo controlar aunque era
consciente de la vida que llevaba dentro.
Los adictos eran incapaces de poner freno, de dejar de
consumir, ni siquiera cuando se veían en peligro o graves
problemas de salud. Ahora Jimin lo lamentaba, porque que
el bebé resistiese todos estos meses no le garantizaba la
salud o secuelas que tendría.
Para que una persona se vuelva adicta, se necesita tiempo.
La droga afecta directamente al cerebro, dañándolo y
entrenándolo para responder ante su efecto. Era
exactamente esa una de las grandes dificultades a la hora de
la desintoxicación. Y el mismo tiempo que se invirtió en
entrar, se necesitaba para salir.
Fue que la psiquiatra decidió acudir a la terapia hortícola.
En definición, es la participación de una persona en
actividades de jardinería. Se cree que el contacto directo con
las plantas aleja el enfoque de una persona ante el estrés y
mejora la vida en general. Una terapia que aprovechaba las
bondades de la naturaleza.
Jimin decidió hacerse cargo de cuatro plantas. Y aunque las
adoptó con cierto escepticismo, paulatinamente se dio
cuenta de lo curativas que eran, notando cómo el estrés y la
ansiedad disminuían. Sentir el efecto de la tierra húmeda
refrescándole las manos, cultivándolas con amor y
dedicación porque deseaba que crecieran lindas y vigorosas.
Ver que su trabajo para con ellas funcionaba le daba
esperanzas.
Se interesó en los diversos cuidados de plantas y hierbas y
sin querer comenzó a ganar su independencia. La psiquiatra
le animó a conocer un poco más sobre las hierbas
medicinales e implementarlas en el futuro, sobre todo una
persona como él que tuvo una vida marcada por los excesos
de los fármacos.
El ficus se convirtió en su mimado. Tenía la forma de un
pequeño árbol tropical y fresco. Sus hojas eran grandes y
puntiagudas. De ramas grandes y gruesas, era el que más
resaltaba en la casa. Estaba justo al lado del enorme ventanal
de la sala.
Aunque no iba a mentir, en secreto amaba apasionadamente
a su pequeña Ceropegia Woodi, pero prefería llamarla collar
de corazones por la forma de sus hojas carnosas. Había
decidido colgarla en su habitación debido a lo delicada que
era ante los rayos directos del sol.
Sin embargo, todas esas plantas se la habían entregado
crecidas. La Anturio rojo fue la única que crio realmente,
sembrando sus semillas y trabajando su tierra desde cero. Y
cuando notó pequeños rastros florecientes, su primer
instinto fue coger el masetero y correr hasta Seojoon en la
cocina.
— ¡Está floreciendo! —Su voz cantarina se acentuó como
un eco por toda la casa—. Mis cuidados están funcionando
porque está cre...
Preparando el desayuno, Seojoon volteó para recibirlo, pero
todo rastro de alegría murió en su rostro cuando Jimin se
detuvo abruptamente. Un espasmo le azotó el cuerpo y el
masetero resbaló de sus manos, regando la tierra alrededor
de sus pies descalzos. Su primer instinto fue gritar,
agarrándose el vientre a medida que el dolor lo forzaba a
encorvarse.
Seojoon corrió por el pasillo, guardó la billetera y las llaves
del auto, pero el resuello débil que abandonó los labios de
Jimin lo paralizó.
— Seojoon, creo que el bebé quiere nacer ahora.
Y aunque todo marchaba bien hasta ese momento, Jimin se
desvaneció a mitad de camino. El sudor le perlaba la frente
y los risos se adherían. La frescura de su rostro desapareció,
dejando consigo rastros de una piel amarilla y opacada.
— ¡Hey! —Seojoon intentó mantenerse sereno. Entre
miradas intercaladas a la autopista, estiró una mano,
golpeando su mejilla—. ¡Despierta, Jimin! ¡Vamos, cariño!
Mierda...
Jimin despabiló abruptamente, mareado y completamente
ido, sujetándose el vientre por los dolores estridentes que le
atacaban en ese momento y que de cierto modo lo mantenían
ligeramente consciente.
A mediodía, Jimin se encontraba en pabellón para una
cesaría. Con una semana antes de cumplir los ocho meses,
el bebé sería sietemesino. Un par de monitores que le
controlaban la presión arterial y el corazón. Completamente
ido, intentaron mantenerlo despierto con una mascarilla de
oxígeno.
— Háblele —El obstetra animó a Seojoon—. Funciona para
llamar su atención.
Seojoon asintió, pero de pronto no supo qué hacer,
arrinconado por los nervios. Relamiéndose los labios, se
aproximó a sujetarle las manos, trazando un sendero de
besos por cada una. Los párpados de Jimin oscilaron ante el
toque.
— Todo va a estar bien —Seojoon musitó en su oído,
plantando los labios sobre su frente empapada—. Muy
pronto podrás tener al bebé entre tus brazos y todo lo que
has pasado habrá valido la pena.
Jimin abrió los ojos, sin titubear, sin pestañear. Lo primero
que notó, fue la luz cegadora del pabellón que le forzaba a
desviar la mirada. La sombra de un rostro se cernió sobre él
y se esforzó en descifrarlo. Eran dos ojos grandes, intensos
y pardos. Y a pesar de los sombríos que eran, le
contemplaban con amor.
— ¿Jeongguk? —Intentó alzar la mano, quería tocar su
rostro, quería acariciarlo y llenarlo de besos—. ¿Jeongguk
eres tú? ¿Viniste a darle la bienvenida a nuestro niño?
Seojoon se paralizó por completo, Jimin estaba divagando.
Y no estaba bien, porque eso significaba que se estaba yendo
en el sueño. La enfermera se acercó, palmeándole
suavemente el rostro, hablándole suavemente cuando Jimin
regresaba.
— Aguanta —Seojoon sollozó—. Por favor, aguanta un
poco más, el bebé ya viene.
Un par de maniobras por parte del obstetra y el bebé estaba
fuera del vientre. Seojoon se acercó para verlo, pero unas
manos le apretaron los hombros, sacándolo del quirófano.
Rehusándose a dejar a Jimin, lo último que escuchó del
obstetra lo desconcertó por completo.
— ¡Reanimación! ¡El bebé no está respirando!
Capítulo 58
Naturaleza. Ese conjunto de vegetación existente en el
mundo que se produce o se modifica sin la intervención del
ser humano. Una especie de vida más allá del razonamiento,
pero que sin embargo, dependemos de ella.
Él lo tenía claro. Desde siempre. El arduo herbaje, verdoso
y vigoroso, fue de algún modo el consuelo más preciado que
tuvo, porque fue su refugio cada vez que lo necesitó. Le
entregó quietud y ese silencio fundamental que, de algún
modo, le ayudó a ser, a sobrevivir.
Y aunque era una de las cosas que más extrañó a diario,
deseó no haber regresado nunca más. Allí, frente a su mirada
conmovida, el paisaje le decía que aunque nada estaba bien,
seguía siendo el mismo, seguía igual de vivaz y saludable.
Se animó a recorrer la silueta de un pueblo vacío, carente de
esa energía devastadora que siempre le caracterizó. Se
recordó a sí mismo jugando entre esas calles, corriendo de
sus travesuras cuando creció un poco más y las veces que
las caminó de madrugada en pleno llanto cuando se
convirtió en un adolescente incomprendido y desolado.
— Que privilegiados son ustedes los muertos —Dijo.
Arrastrando la mano por el nombre de Taehyung sobre la
lápida, como una caricia de anhelo, se acomodó mejor sobre
el césped. De algún modo, cuando la tristeza más se
acentuaba, era otoño; todo se volvía frío y carente y
entonces sabía reconocerlo.
— Sin preocupación alguna, sin nadie que los moleste... —
Desenvolvió un par de girasoles—. Creo que todos estos
años lloré más por mí mismo que por ustedes que ya no
están, porque sigo vivo y tengo que continuar
enfrentándome a este mundo hostil.
Un suave tarareo le endulzó los labios a medida que
limpiaba alrededor, entregando el mismo cuidado y cariño
que de niño le entregaba a las tumbas de sus animalitos en
el bosque. Al encuentro con flores que aún no se
marchitaban, descubrió que aún lo visitaban. Y como no, si
era tan querido, pensó.
— Quería traerte gardenias —El viento ululó fuerte,
meciendo abruptamente las aristas de los árboles, sacándole
una enorme carcajada—. Lo sé, lo sé, las odiabas... Pero
entonces recordé que amabas los girasoles.
Taehyung fue como uno de esos en la vida. Representaba el
sol y la belleza física, luciendo su vibrante color amarillo
como ni siquiera la flor misma podría.
El silencio se cernió sobre él, arrullándolo, matando la
sonrisa en sus labios. En un intento por exteriorizar lo que
había planeado para decir, en su rostro se manifestó uno de
sus característicos mohines; una manía que ni siquiera los
años quitaron.
Reconoció que el tiempo finalmente sanó sus heridas al
notar que sentarse y entablar una conversación coherente
frente a la tumba de Taehyung no se sintió como un suplicio
nunca más.
De apariencia sana, el esmeralda en sus ojos resplandeció
con orgullo al confesar que finalmente las drogas dejaron de
ser parte de su vida. Le dijo que debido a eso solía comer
más de la cuenta pero que estaba intentando equilibrarlo
ejercitándose, dedicando las primeras horas de la mañana
para trotar alrededor de un parque que estaba a un par de
cuadras de la casa.
Le contó que aún era difícil la vida para él, pero que de todos
modos siempre había sido difícil, así que río torpemente. La
psicóloga y él se habían hecho grandes amigos, y a pesar de
que ya no necesitaba de las terapias, continuaban
reuniéndose los domingos al mediodía, en un jardín
botánico cultivando plantas.
Le habló un poco acerca de mamá y su firme decisión de
mudarse junto a Seokjin, para yacer más cerca del ahora no
tan pequeño Taewhan y de algún modo, reemplazar la
soledad que al parecer siempre les albergaría.
— Seokjin se niega a rehacer su vida —Comentó en un
bufido, rodando el cuerpo sobre el césped para yacer sobre
su abdomen. Recargando la mejilla en su mano, recorrió con
la mirada un par de tumbas que se hallaban cerca—. Y no
creo que este mal, en absoluto. Pero debería perdonar a sus
propios demonios. Taewhan me ha dicho que aún lo escucha
llorar por las noches.
El hecho de que mamá le hiciera compañía ahora alivianaba
un poco las cosas, pero sabía que no tendría quietud hasta
que la tratara.
— Por otro lado, mamá está apelando a la custodia de
Samanta y Chuck —Claro que Taehyung iba a recordarlos,
fueron sus pequeños vecinos, pensó—. Todavía creo que es
una gran responsabilidad, pero es reconfortante de cierto
modo.
Esos niños necesitaban a alguien que pudiese amarlos de
verdad y ella necesitaba poder zacear los instintos
maternales que jamás supo usar, porque con Namjoon y él
fue demasiado tarde.
Le gustaba lo feliz que mamá era ahora. Por primera vez,
podría decir que no sentía ni una pizca de odio al verla. El
haber trabajado su amor propio, también le ayudó a
perdonarla, porque eso significaba que se había perdonado
a sí mismo también.
El destello de una anécdota lo hizo reír de pronto.
Acomodándose esta vez para sentarse y abrazarse a sus
piernas, le contó que hace un tiempo había retomado sus
estudios gracias a la casi muerte de popich, la perrita de su
vecina.
— ¡Ayuda!
Había escuchado débilmente antes de doblar la esquina.
Venía de hacer las compras para la cena cuando divisó la
figura aterrada de su vecina, una mujer robusta que adoraba
echarse varias capas de rímel hasta dejar sus pestañas como
las patas de una araña. La impresión y la confusión le
hicieron detenerse en medio de la acera, aferrándose a las
bolsas para no tirarlas.
Arrinconado, a orillas de un pórtico con escaleras, el cuerpo
de popich convulsionaba. Tal vez fue la sensatez o quizás
ese instinto propio y desbordante de amor que sentía por los
animales lo que lo empujó a correr hasta yacer de rodillas
frente al cuerpo oscilante de manera casi automática.
— ¡Llame al centro de medicina veterinaria! —Jimin
ordenó.
Inhalando profundamente para mantener la calma, estudió
cuidadosamente la situación, creando una lista de
emergencia. Y aunque trabajó varias veces en la fundación
garras y patas tiempo atrás, nunca había tenido que acudir a
la ayuda de un animal por sí mismo en este tipo de situación.
El nerviosismo le secó los labios y tuvo que lamerlos para,
de algún modo, reaccionar ante lo que ocurría. Era momento
de probarse a sí mismo, de implementar todo lo que había
aprendido durante los dos años de una profesión que sus
malas decisiones le impidieron continuar.
— ¡Vamos, tú puedes Jimin! —Inhalando y exhalando
profundamente, se animó a sí mismo—. Primero, me voy a
despojar de mi chaqueta —abultó la prenda en el suelo,
depositando el cuerpo de popich sobre ella—. Eso creara
una superficie blanda, dándole comodidad e impidiendo que
se golpee contra cualquier objeto. No debó manipular su
hocico y debo dejar que se recupere lentamente, sin
apresurar la situación.
Respiró profundo una vez más.
El llanto estridente de su vecina al anunciar que no
contestaban fue algo que decidió ignorar. Era difícil
mantener la concentración y todo el cuerpo le temblaba,
tener a una persona histérica a su lado no era de gran ayuda.
— Ahora, voy a tomar el tiempo —Observó su reloj de
muñeca—. La información que reúna ayudará al especialista
a cargo a tener un mejor diagnóstico.
Entre un arrullo cuidadoso y suaves caricias, popich pareció
finalmente recuperarse, un poco desorientada intentó
moverse, pero Jimin la retuvo. Usando una botella con agua
de entre sus compras, la hidrató.
Cualquier situación que alterara la funcionalidad neuronal
provocaba una convulsión, pensó. Se trataba de una
patología muy común en los perros y las razones para
provocarlas eran varias; enfermedades metabólicas,
traumatismo craneal, hasta epilepsia idiopática.
Sin embargo, el comportamiento anómalo de popich le hizo
entender que había algo más. En un intento por intentar
caminar, la descoordinación en sus movimientos, sobre todo
en sus patas traseras, fue evidente.
— ¿Ha tenido convulsiones antes? —Jimin inquirió.
Sujetando el rostro de popich, frunció el ceño como
producto de la concentración.
— Un par de veces esta semana —La vecina contestó
vagamente, decidiendo si continuar acercándose cuando
Jimin le lanzó una mirada recriminadora.
— ¿Y espera a que su mascota muera para acudir a un
veterinario?
Había tanto por recriminar, pero en su lugar, chasqueó los
dedos frente a los ojos de popich para llamar su atención,
pero sus movimientos oculares fueron rápidos e
involuntarios.
— No es eso... —La vecina vaciló—. Intento cuidar de
popich lo mejor que puedo, pero me dijeron que era algo
normal en ellos.
Jimin no contestó. A medida que continuaba su evaluación,
su respiración se volvió errática al notar que algo
definitivamente no calzaba. Él había prestado atención ese
día en clases cuando se habló respecto a los tipos de ataques
que podían tener los perros, casi podía oír la voz rasposa de
la maestra al decir: "Cuando utilizamos el término infarto
siempre solemos hacer referencia a un problema cardiaco,
pero en los perros es muy inusual ver uno. Por lo general,
siempre suelen tener infartos en otro tipo de órganos, como
los riñones o incluso el cerebro".
La vecina continuó:
— Sin embargo, popich tuvo un poco de vómito esta
mañana, pensé que habían sido las croquetas...
Había una clase de letargo en la conducta de popich.
Metiendo los dedos por debajo de sus beltos, los levantó
para observarle las encías.
— Tiene las mucosas moradas... —Obteniendo un
veredicto, jadeó—. ¡Mierda, esta perrita está sufriendo un
infarto cerebral!
No había tiempo para esperar a que alguien viniese por ellos,
así fue como Jimin, envolviendo el cuerpo débil de popich
entre sus brazos, se hizo cargo de llevarla ante un
especialista. Y aunque dudó un poco de su propio
diagnóstico, en la clínica confirmaron que efectivamente se
trataba de un infarto cerebral.
— Fue todo lo que necesité —Dijo, regresando de la bruma
de sus pensamientos para sonreír ante la tumba de
Taehyung—. Me hizo entender que mi propósito en esta
vida es ayudar a los animales.
Su pecho aún se sentía cálido con las palabras del
veterinario que lo alentaron a continuar. Su pecho
retumbaba con un latir vigoroso, atestado de orgullo. «Eres
bueno, no dejes que ese don se pierda».
Tenía el mando de su vida por primera vez. Ahora podía ver
cómo las piezas encajaban a la perfección.
Era la última vez que visitaría la tumba de Taehyung, porque
era la última vez que vendría al pueblo. Una forma certera
de sanar, era dejar todo lo que lo lastimaba atrás. Y aunque
era doloroso dejar el sitio que le vio crecer, era más triste ser
consciente de todo el daño que vivió en él.
La esencia de Taehyung siempre había estado en su corazón,
amándole, acompañándole en las batallas que a veces eran
más difíciles que otras. Pero estaba casi seguro que la mitad
de la fuerza que obtuvo para continuar en la vida fueron de
él.
Casi al atardecer, hizo una última parada antes de retornar a
la ciudad. Desde la ventanilla de su carro, echó un largo
vistazo a la cafetería. No había cambiado mucho desde
entonces, aunque su estructura de madera lucía ahora un
poco más vieja.
Era rustica y acogedora, sobre todo en días lluviosos. No la
visitó mucho durante su estadía, pero aseguraba que
preparaba el mejor café del mundo.
— No es necesario que lo hagas.
Escuchó, sintiendo cómo la mano cálida de Seojoon pesaba
sobre la suya, devolviéndolo a la realidad.
Claro, no estaba obligado a hacerlo, pensó, pero quería.
Sentía que estaba preparado para enfrentar ciertos aspectos
de su pasado sin que saliese afectado en el proceso.
Era parte de sanar y avanzar.
— Lo necesito —Asintió.
Lanzándole una última sonrisa, le avisó que estaría bien.
Ella le estaba esperando, entre unas mesas al fondo, un café
humeante yacía entre sus manos. Deduciendo por su postura
inquieta, estaba nerviosa. No la culpaba, él también lo
estaba.
Divisándolo a la distancia, Soojin intentó levantarse para
recibirlo, pero Jimin detuvo su ademán, diciendo:
— No es necesario.
Frente a frente, permanecieron en silencio, una pausa
demasiado incómoda para mantenerlos quieto sobre sus
asientos. Mirándose fijamente de vez en cuando, intentaban
encontrar las palabras que con tanto esmero habían
preparado en sus mentes pero que habían muerto en sus
bocas.
— Luces saludable —Soojin inició entre balbuceos—. Te
queda... bien.
— Gracias —Señalando su cabello ahora corto, intentó
devolver el cumplido—. La melena te queda bien, también.
Y aunque no sentía la necesidad de hacerla sentir bien, se
vio en la obligación para generar algún tipo de vínculo que
los llevara a avanzar en algo que no tenía idea hacia dónde
iba exactamente. O tal vez sí sabía y solo sentía un poco de
miedo encontrarse con eso otra vez.
Una chica se acercó a tomar su pedido, pero Jimin negó,
estaba bien, no tenía pensado quedarse mucho tiempo.
— Él desapareció por completo —Las palabras de Soojin le
pillaron por sorpresa, pero era la única forme de ir al
"punto".
Esa tarde ella le había contactado. Y aceptó consciente de
cuál sería el tema de conversación. En un intento por
digerirlo, enterró ligeramente las uñas sobre el jeans que
cubría sus muslos.
— Lo sé —Dijo.
— Nunca más lo volví a ver.
— Nadie nunca más lo volvió a ver.
Cabizbaja, Soojin jugueteó con el borde de su taza, tímida
ante las palabras secas que recibía. El conflicto interno se
hacía cada vez más evidente en su rostro pálido.
Sin embargo, Jimin permaneció impasible. Con un rostro
carente de emoción, se mantuvo con la mente en blanco,
porque llevaba años sin pensar en él, sin recordarlo,
cuidando egoístamente los sentimientos que alguna vez esa
relación afloró.
Se había lamentado demasiado, había llorado suficiente,
volver hacerlo significaría que en todo lo que trabajó
durante todo este tiempo no valiera absolutamente la pena.
— Te odio, Park Jimin. Porque me quitaste lo que más
amaba en la vida. —Confesó—. Y lamento la crueldad de
mis palabras, pero necesitaba decírtelo o entonces me
ahogaría.
Había tanta sinceridad, tanto sentir, que Jimin simplemente
sintió compasión.
— Lo siento.
— Si te hubiese rogado... —Apretó los dientes—. ¿Te
habrías alejado?
— ¿Hubiese cambiado algo al respecto? —Preguntó en
cambió y Soojin negó como respuesta, entonces la
recriminación murió ahí.
Exacto, nada hubiese cambiado, porque no era amada, al
menos no con sinceridad. Él la habría dejado de todos
modos, pero no le diría eso, no fomentaría un dolor que
sabía perfectamente que era difícil de sobrellevar.
El bullicio se hizo evidente cuando un grupo de tres chicos
ingresaron, parlanchines, sonrientes y joviales,
recordándole que hace un tiempo también fue uno de ellos;
un joven colmado de esperanzas, que también tuvo un par
de amigos que amó con toda su alma, sobre todo a uno en
especial. Le recordó que así como el dolor era efímero,
también lo era la felicidad, que todo era un constante ciclo
de aprendizaje y que vivir definitivamente dolía, pero que
no te mataba.
— Jeongguk y yo teníamos diecisiete cuando nos
conocimos por primera vez —Soojin comenzó.
Despabilando, Jimin se encontró de pronto casi al borde de
su asiento, expectante. Porque había esperado durante años
para esta historia.
— Nuestros padres eran viejos amigos y Jeongguk fue
enviado a la ciudad hasta que el caso de Park Namjoon se
resolviera. Se hospedó un tiempo en nuestra casa. No
hablaba y apenas comía. Pero durante las noches, su llanto
de agonía hacía ecos por todos lados.
Soojin tragó el nudo pesado que se formaba en su garganta
cada vez que recordaba exactamente esa parte de su pasado.
En cómo varias veces se levantó de su cama y se paró frente
a la puerta de Jeongguk durante horas, luchando con la
intención de querer consolarlo.
— Para ganarme su confianza, comencé a dejar una bandeja
con comida frente a su habitación todos los días con una
pequeña nota que lo alentaba a sobrevivir.
Jeongguk nunca la recibía y entonces se marchitaba. Pero de
pronto, notó que las notas desaparecían, y luego la fruta,
seguidamente la fruta y el jugo. Hasta que un día, reunidos
en la mesa para el desayuno, Jeongguk los apremió con su
presencia.
— De algún modo me sentí afortunada, porque de entre
todos los que queríamos ayudarle, él confió primero en mí.
Convivían a diario. Para una chica tímida y curiosa y un
chico demasiado vulnerable para sopesar en lo que de
verdad hacía, fue demasiado fácil mezclar los sentimientos.
Él creyó que de verdad la amaba, y ella, codiciosa por su
amor, se pegó casi como su sombra, desarrollando una
codependencia que con el tiempo se volvió dañina.
— Yo lo devolví a la vida, Jimin —Pestañeó, luchando con
las lágrimas que amenazaban con amontonarse—. Trabajé
duramente para ganarme su confianza y que me quisiera.
Para que de pronto tú aparecieras y me lo arrebataras como
si nada.
Ella fue testigo de cómo Jeongguk se obsesionó con Jimin
llevándolo a la locura. Y aunque muy en el fondo de su
corazón reconocía que ellos se amaban, su felicidad estaba
primero y no podía estar completa hasta que Jeongguk
estuviese a su lado.
— Él nunca fue violento conmigo, ni siquiera me gritaba
cuando discutíamos y nunca me golpeó. Pero habría
deseado que lo hubiese hecho, habría deseado que de ese
modo al menos me hubiese demostrado que me amaba.
Lo que más le dolía era su indiferencia. El saber que ni
siquiera su ira provocaba.
— ¿Pero sabes lo que realmente me mató en vida? —
Preguntó.
Tragando con dificultad, Jimin negó en silencio.
— Que te embarazaras de él —En ese punto no pudo
soportarlo y entonces se deshizo en sollozos contenidos.
Jimin apretó la mandíbula—. Los vi un par de veces
visitando las tiendas para bebés y lo feliz que él estaba.
Jimin abrió la boca, intentado decir algo, formular una frase
al respecto. Pero solo pudo brindarle una mueca de
comprensión, haciéndole entender que estaba ahí,
escuchando lo que ella con tanto dolor le contaba, sintiendo
cada una de sus palabras.
— Entonces te odié un poco más porque cuando yo me
embaracé de él sólo recibí desprecio —Gimoteó y Jimin
palideció—. Me llevó a una clínica privada para asegurarse
de que me desasiera del bebé. Me obligó a abortar.
Jeongguk no amó a Soojin lo suficiente para atreverse a traer
un bebé al mundo. Ni siquiera fue la edad o la situación en
la que en ese momento se encontraban, simplemente no
quería nada que lo atase a ella y su hostilidad en ese tiempo
era más evidente y para nada controlada. Sin embargo, si en
esa época hubiese sido Jimin en su lugar, incluso así
Jeongguk habría sido el hombre más feliz.
Lamentablemente la intervención dejó secuelas y como
consecuencia, Soojin quedó infértil. El daño permanente le
creo una depresión profunda y un sinfín de intentos de
suicidio. Con el tiempo Jeongguk fue consciente de su error
y un pecado más se añadió a sus hombros.
Simples consecuencias de sus propios actos finalmente.
— ¿Quieres saber que lo ató siempre a mí? —Inquirió, de
pronto con una mirada desdeñosa—. La culpa.
Nada más que la culpa. Ella sabía que a través de eso
sostenía a Jeongguk en la palma de su mano, disfrutaba
recriminárselo cada vez que podía y notar cómo el color se
drenaba de su rostro, porque era injusto que él fuese feliz y
ella no.
El que Jeongguk nunca se atreviera a contárselo a Jimin era
porque realmente se avergonzaba de lo despiadado que fue
en aquel tiempo. Y ella se aprovechaba de la situación,
dejando que la mente de Jimin volara con miles de
suposiciones que ninguna nunca fue correcta.
— Lo único que él sintió por mí fue lástima —Se encogió
de hombros, a estas alturas completamente derrotada.
Y una vez más Jimin no supo qué decir. Solo albergaba en
su mente el hecho de que todo pudo haber sido diferente si
en primer lugar todos hubiesen actuado con la verdad. Pero
entonces reflexionaba acerca de lo que sentía en ese
momento y tal vez era necesario que fuese de esa forma,
necesitaban inconscientemente que fuese de esa forma.
Mirando fijamente a Jimin, dijo:
— Me alegro de que hayas perdido también a tu bebé, Jimin.
Jimin tembló, vulnerable, entregado a la bruma de
desconsuelo que Soojin le había trasmitido.
Sin embargo, la maldad de Soojin no paró allí. Decidida a
drenar todo lo que había acumulado por tanto tiempo,
decidió confesar también, porque ella juró ser el karma de
Jeongguk por siempre.
— Quien delató a Jeongguk fui yo —Sentenció y Jimin
frunció el ceño, confundido—. Desapareció de pronto
porque está secándose en prisión.
Con los nervios nacientes, esperó alguna reacción de Jimin,
pero todo lo que recibió a cambio fue una mirada vacía, casi
ida.
De pronto, Jimin se levantó con fuerza, asustada, se levantó
también. El tiempo pareció ralentizarse y observó en cámara
lenta como Jimin alzaba el brazo, obligándola a cubrirse el
rostro ante un posible golpe. Pero todo lo que sintió a
continuación fue la cercanía de su cuerpo y unos brazos
cálidos envolviéndola.
Jimin la abrazó con fuerza, con sinceridad. Y ver que él no
respondió con la misma agresividad que ella sostuvo al
escupir todas esas palabras malintencionadas, se quebró por
completo.
Entonces Jimin le susurró con mucho amor:
— Estás ciega ahora, pero estoy seguro que en algún
momento encontraras tu camino. Y cuando dejes ir ese
coraje que tanto te atormenta, comenzarás a vivir de verdad
—Tomando cuidadosamente su rostro entre sus manos, la
miró fijamente—. Yo realmente lo lamento, pero tus
problemas no me pertenecen, debes hacerte cargo por tu
cuenta, porque solo tú misma puedes ayudarte, nadie más.
Capítulo 59
"Querido Jimin, he perdido la cuenta de cuantas veces he
arrancado la hoja de este viejo cuaderno. Deseo dedicarte un
par de palabras, están bien planeadas en mi mente, pero
mueren una vez la tinta del lápiz comienza a reflejarlas; creo
que es la tristeza dentro de mí que lo impide, aunque mi lado
más sensato sabe que es la vergüenza. Te fallé. Así de
simple. No fui lo suficientemente fuerte o resistente para
quedarme, pero si hay algo que al menos me tranquiliza, es
que luché y lo hice con todas mis fuerzas."
15 años de presidio por tráfico ilícito de estupefacientes y
sustancias sicotrópicas. Esa fue la condena. ¿Y su vida? Su
vida pareció que terminó allí. Con las únicas pertenencias
que llevaba consigo, lo habían arrastrado hasta el corazón
del desierto, donde unos inmensos muros de concreto se
alzaban, envolviendo y privando un pedazo de terreno que
sería su martirio por un largo tiempo.
Lo detuvieron un jueves por la madrugada. Jimin seguía
internado y sus signos vitales aún no lograban ser lo
suficientemente estables. Hubo una clase de augurio en ese
momento, de pronto él había podido sentirlo, como un ligero
retorcijón en la boca del estómago que luego se expandió a
través de su pecho, comprimiéndolo.
Entonces necesitó fumar.
El cigarro ni siquiera alcanzó a consumirse a la mitad
cuando dos patrullas lo intersectaron y un par de hombres lo
acorralaron. Su mejilla fue aplastada contra el frío y sucio
asfalto y sus manos fueron bloqueadas contra su espalda. El
metal de las esposas pesó sobre sus muñecas y se quejó
cuando lo alzaron bruscamente.
— Finalmente eres nuestro, hijo de puta —Uno de los
policías le susurró en el oído. El putrefacto olor de su aliento
lo forzó a correr el rostro, asqueado.
Apretando la mandíbula, observó a las personas a su
alrededor, condenando su mísera curiosidad, ignorando que
frente a sus ojos yacía un hombre que abandonaría al amor
de su vida y dejaría a un niño que sería incapaz de conocer
a su padre.
Entre la bruma de luces policiales que parecía distorsionarle
la vista, un rostro sobresalió, pálido y carente de emoción.
En medio del tumulto, la silueta imponente de Seojoon le
acechaba, silenciosa, expectante. Con las manos en los
bolsillos de su abrigo, no hizo el más mínimo intento para
acercarse, esperando atentamente a que se lo llevasen.
Jeongguk era consciente, si nunca le ayudo, ¿qué diferencia
habría ahora? Le había rogado una vez, y desde entonces
juró más nunca volver a hacerlo. Con el poco orgullo que le
quedaba, alzó el rostro, dejándose llevar hasta una de las
cuatro patrullas.
Park Seojoon finalmente había ganado.
"La tristeza me persiguió y me buscó. Creí que me había
escapado de ella cuando fuiste mío completamente, cuando
en tu vientre acogiste una de mis razones más fuertes para
volver a vivir. Pero me encontró, me absorbió, me masticó
y me tragó, dejando nada de mí, de mí ser. Sin embargo,
nunca fui el único; atrapado entre estos barrotes que con
cada vistazo se volvían más gruesos, existían más tipos
como yo. Tipos que dejaban un rastro de lágrimas
impregnadas en sus almohadas".
Se reencontró con varios conocidos, algunos de su propia
pandilla, como Eliot. Fueron compañeros en el jardín de
niños y socios en los negocios sucios, ahora eran
compañeros de celda. Y en cierto punto no fue sorprendente,
en realidad, para nada. Cuando tienes la oportunidad de
elegir y escoges el camino incorrecto, la cárcel es una de las
primeras consecuencias en caso de que la muerte no te
alcance primero.
Rodeado de tempestad, de almas carentes de vidas,
apresadas por la angustia, tuvo que defenderse muchas
veces. Era una selva despiadada donde el más fuerte
sobrevivía. Dormir entre sobresaltos se había vuelto una
normalidad, engullir la comida de su plato a la hora del
almuerzo, también, constantemente observando a tu
alrededor, cuidando de no dar la espalda por mucho tiempo.
Frente a los enemigos nunca fue un hombre débil, ni siquiera
de pequeño. De aspecto retador, su energía siempre fue la
más dominante. Hacerse de un nombre en el penal no fue
difícil, y aunque había ganado muchos enemigos a cambio,
también se rodeó de compañeros que logró encariñarse de
alguna manera.
"Tus nueve meses están tallados en la pared donde reposa
mi cama. Líneas blancas que con el pasar del tiempo se
volvieron más frágiles porque mis manos nos dejan de
temblar, ansiosas, devastadas. Y cuando la última raya del
último mes llegó, entonces lloré en silencio, un sollozo que
me quemó la garganta y me lastimó el pecho, porque eso
significaba que mi niño había nacido y yo no estaría ahí para
arrullarlo. Aún lloro por las noches, Jimin.... En realidad
continúo llorando todos los días... Me imagino cómo sería
su pequeña silueta, entonces lo sueño, a veces creo que hasta
me viene a ver; tiene la piel blanca como el papel, así, como
la tuya. Los hoyuelos le endulzan el rostro, así, como el
tuyo. Y cuando habré los ojos, el mundo se paraliza, porque
posee el esmeralda más cautivante jamás visto, así como el
tuyo. Pero hay un detalle que me hace saltar de alegría y reír
a toda dicha, y ese es su cabello, negro azabache, tan
azabache como el mío. Aunque claro, tiene ricitos, así como
los tuyos...".
Yoongi vino tiempo después. Su fiel compañero, su
hermano. Le habló un poco sobre Jimin y su estadía en la
ciudad, pero que no había podido acercarse y sobre el bebé
no se sabía nada. Era una completa incógnita incluso cuando
le espió noche tras noche desde el escondite de su carro. Le
comentó que siempre veía a Jimin solo o en compañía de
Seojoon, pero el bebé de pronto no existía.
Algo que Jeongguk desarrolló y entrenó duramente en
prisión, fue la paciencia. Bajo una constante presión, su
cerebro aprendió a trabajar a través de la serenidad, la
tolerancia. Una forma astuta de sobrevivir era ser prudente,
observador y callado.
Así que cuando supo que de su bebé no se sabía nada, solo
respiró profundamente y esperó, esperó y esperó. Y aunque
miles de pensamientos y suposiciones vinieron a su cabeza,
el continuó respirando y esperando y respirando un poco
más para continuar esperando.
— ¿Están juntos? —Preguntó.
— ¿Qué? —Yoongi frunció el ceño—. ¿Quién?
— Jimin y Seojoon, ¿están juntos amorosamente?
Yoongi guardó silencio y Jeongguk lo tomó como una
confirmación, entonces solo respiró y esperó. La respuesta
que Yoongi le dio a continuación no pareció aclarar nada, en
realidad.
— No lo sé...
Entonces continuó respirando y esperando.
¿Qué es lo que tanto esperas? Su mente preguntó. Jeongguk
simplemente la ignoró.
Antes del arresto, había guardado mucho dinero, porque
sabía que en algún momento esto ocurriría. No puedes tener
la libertad garantizada cuando decides ser un delincuente,
así que ser astuto es parte del trabajo.
Le permitió contratar a una buena abogada que apeló en su
condena hasta lograr que se la rebajaran a 4 años y un día.
Y fue suficiente para recobrar la compostura y saber que
entonces sí había un futuro.
Comenzó a tratarse. Buscó terapia y participó en cada taller
de reinserción social. Fue en un taller de mueblería donde
descubrió su pasión por crear, dar vida de muchas formas
con una simple madera.
Hizo mesas, escritorios, sillas; incluso uno de los guardias
le había pedido un closet para su esposa, se sintió eficiente,
independiente y lo más importante, libre, porque por
primera vez hacía algo que estaba bien y ganaba dinero de
manera honrada.
Comprendió otra forma de vivir. Otra forma de expresarse
sin dañar en el proceso, sin culpas que cargar.
"Por favor, Park Jimin, espera por mí. Con mucho amor,
Jeon Jeongguk".
4 AÑOS DESPUÉS.
Libre era la sonrisa que le resplandecía el rostro. Su mirada
recorrió el cielo azulado y dejó que los rayos del sol le
azotaran el rostro. El viento ululó y supo que le daba la
bienvenida.
Su vida comenzaba.
Caminó sin mirar atrás, sin siquiera mirar sobre su hombro.
El pasado estaba sanado, no había necesidad de volver a él.
La espera había valido la pena y ahora correría hacía esa luz
que tanto añoró. Corrió tanto que no esperó encontrar el
camino de regreso, no lo necesitaba, no lo quería.
El bullicio de la ciudad lucía diferente al que recordaba, y
aunque se sintió desorientado no permitió sentirse
derrotado.
Frente a una puerta de pino, se halló impaciente, tragando
profundo, asintió a Yoongi para que girara el pomo. El
pasillo le recibió y caminó hasta yacer en el centro de él, de
pronto, una cabeza negra se asomó y unos ojos blancos lo
estudiaron cuidadosamente, entonces el llanto le obligó a
soltar un lamento y se arrodilló, abriendo los brazos para
recibir su cuerpo fuerte y robusto.
Jack ladraba, con movimientos descoordinados le lamía el
rostro y luego saltaba a su alrededor, eufórico de verle luego
de cuatro años cruelmente separados. Arrullándolo,
Jeongguk rodó con él por el suelo, permaneciendo
recostados en un fuerte abrazo, empapándose de besos
profundos con un gran sentir.
— He vuelto amiguito —Le acarició entre la orejas. De
manera quieta, Jack suspiró, mirándolo a los ojos—. Nunca
más volverán a separarnos, te lo prometo.
Ese departamento era para él, Yoongi lo había conseguido
antes de su liberación. Y había una buena noticia, eran
vecinos ahora.
Sin embargo, el que no hubiese regresado al pueblo y
decidiera mudarse a la ciudad tenía un motivo en especial.
Era evidente y las ansias parecían estar comiéndoselo vivo.
— Tómalo con calma —Yoongi lo miró desde el marco de
la sala.
Los años a su lado le habían permitido leer su expresión
corporal. Desde allí podía notar cómo Jeongguk se frotaba
las manos con anhelo, casi siguiendo el hilo de sus
pensamientos.
— Lo hago.
Abriendo los ojos a la defensiva y mordiéndose el labio
inferior lo delató por completo. No podían culparle de todos
modos.
— No lo haces —Se aproximó a la cocina y Jeongguk lo
siguió—. Acabas de llegar a casa, ni siquiera has comido.
Necesitas descansar.
— Necesito verlo.
— Lo sé —Sacando una jarra con jugo, lo vertió en un vaso
y se lo tendió—. Pero has esperado cuatro años para esto,
esperar uno o dos días no te va a matar.
Jeongguk no respondió, en cambio, dio un sorbo. Intentando
hacer valer lo que decía, Yoongi insistió.
— Debes ser consciente, ha pasado mucho tiempo y no
sabes cómo va a reaccionar. Puede que ni siquiera quiera
recibirte.
— Lo sé.
— ¡No! —Exclamó, molesto porque estaba cansado de ver
a su amigo sufrir—. No lo sabes. Jimin rehízo su vida,
aprendió a vivir sin ti, ¿comprendes? Incluso puede que
tenga a alguien más.
— ¿A Seojoon?
— Sí.
Y ese era su mayor temor, no tan solo porque era Seojoon,
era un miedo que sentía hacía cualquiera que lograra
arrebatárselo finalmente.
— Pero tiene a mi hijo —Intentó defenderse—. Tengo
derecho a conocer a mi hijo.
— ¿Qué hijo, Jeongguk?
Silencio...
Un silencio sepulcral, un mutismo que les secó la garganta.
Yoongi dijo:
— En todos estos años no he visto a ningún niño. ¿Qué tal
si ese niño nunca nació?
El color se drenó del rostro de Jeongguk, dejando consigo
un semblante enfermo. Tambaleándose, el vaso se estrelló
contra el suelo. Jack gimió.
Porque cuando lo arrestaron, Jimin aún estaba internado,
¿qué tal si no pudieron salvar al bebé?
Era una posibilidad, pensó. Una teoría que siempre estuvo
en sus pensamientos durante todos estos años, pero pensar
en ello significaba el fin, porque no podría con otra perdida
nunca más.
Con los ojos saliéndose de sus cuencas, inhaló
profundamente. Respira y espera. Respira y espera. Lo
intentó, realmente lo intentó, pero todo estaba fuera de
control ahora. Necesitaba saberlo, comprobarlo con sus
propios ojos sin importar desfallecía en el intento.
— Por favor... —Susurró a Yoongi entre un hilo de voz
oscilante—. Llévame con él, necesito verlo. Necesito saber
si mi hijo está vivo.
Estaba pronto a atardecer cuando le dijo a Yoongi que
estaría bien por sí solo, sintiendo su fina mirada desde el
auto. Caminó por la vereda entre pasos impacientes, casi
desiguales. Era un vecindario bonito, demasiado tranquilo y
silencioso. Recordando las indicaciones, divisó el pórtico y
subió sus escaleras, plantándose frente a la puerta.
Le tembló el cuerpo. De respirar agitado, se pasó el dorso
por la nariz, mordiéndose el labio inferior, meditando,
calculando la situación. Alzó el puño para llamar a la puerta,
pero su mano quedó intacta en el aire, porque estaba
aterrado de lo que encontraría al otro lado de la puerta.
Porque era aquí donde todo se definía.
Entonces dio dos toques en la puerta, sintiendo cómo el
estómago se le revolvía y lo mareaba ligeramente,
corrompiendo su mente, asegurando que estaba sucediendo.
Pero nadie vino. Nadie abrió la puerta.
«Estoy en casa. Abre la puerta. Regresa».
Propinó dos toques y una vez más nadie vino. Con la
angustia palpable en la silueta de sus pardos, volteó y
caminó hasta las escaleras, quizás no estaba, quizás...
— ¿Hola? —La puerta se abrió—. ¿Quién es?
El mundo se detuvo.
Allí, de espaldas, no se atrevió a girar. Su semblante titiló,
dejando que las lágrimas le nublaran la vista. Su voz... Esa
voz dulce, suave, risueña. Esa voz calmosa, acogedora que
le espantaba las pesadillas y lo arrullaba como a un niño.
Sintió unos pasos aproximándose, volviéndose rígido
cuando una de sus pequeñas manos se posó sobre su
hombro.
— ¿Jeongguk, eres tú? — Jeongguk se giró lentamente y los
gruesos labios de Jimin se abrieron en un jadeo.
Pardo y esmeralda se saludaron por primera vez después de
cuatro años.
Su precioso rostro brilló en el espejo de sus pupilas. Tan
lejos y tan cerca. Perdidos y encontrados. Entre resoplidos
se miraron fijamente. Amor. Tristeza. Deseo. Desconsuelo.
Pasión. Añoranza. Vivian el reencuentro de un amor que
dejaron, pero que jamás olvidaron.
Viejas palabras por decir, recuerdos que eran incapaces de
morir, pero nada era capaz de salir de sus bocas ahora
demasiado secas.
Y de pronto, sin miedo, Jimin alzó la mano, posándola sobre
su mejilla, ahuecándola, acariciándola. Atrapado al verlo de
nuevo, admirando el sentir de su amor inconfundible,
viviendo el reencuentro de ese cariño tan inmenso que lo
hacía suspirar, porque nunca sería capaz de olvidarlo,
porque...
— Te reconocería siempre —Jimin murmuró, siguiendo el
hilo de sus propios pensamientos—. Incluso si pasasen mil
años seguiría reconociéndote.
Tragando el grueso nudo que le impedía respirar, Jeongguk
lo atrajo hasta su pecho, abrazándolo con fuerza, porque lo
había extrañado, porque le hizo mucha falta, porque nunca
ningún pensamiento dejó de ser suyo, porque aún era el
amor de su vida.
Escondiendo el rostro en la curva de su cuello, Jeongguk
inhaló profundamente, grabándose su aroma, reteniéndolo
para esta vez no soltarlo jamás. Se sentía a salvo ahora.
Estaba finalmente en casa.
— Jimin, yo...
Sujetándolo del rostro, Jimin interrumpió:
— Lo sé todo.
Jeongguk pestañeó y luego boqueó, pestañeando un poco
más, completamente pasmado. Jimin sonrió, ansioso,
enternecido, algo en el brillo de sus ojos, demasiado
expectantes ahora le decía que no debía preocuparse, que al
parecer las cosas iban bien.
— ¿Quién...?
— Eso no importa —Susurró esta vez más cerca de sus
labios—. Lo importante es que estás aquí, regresaste.
— Regresé, risos.
Entonces lo besó, un besó intenso, húmedo. Empujando la
lengua en su boca, Jimin la recibió entre un suspiro repleto
de anhelo, llevando las manos hasta su nuca para atraerlo
aún más cerca, embriagándose con el dulzor de sus labios.
No era suficiente, nunca sería suficiente pasión. Sus ojos
lucían tan resplandeciente por el deseo que parecían de
cristal. Jimin sentía que se calcinaba y de pronto no podía
parar, no podía soltarlo, porque temía perderlo otra vez.
Jeongguk le acarició la espalda, pasando sus largos dedos
por su columna tan firme y delicada, sosteniéndolo,
percibiendo cómo temblaba, recibiendo sobre su pecho los
dispersos latidos de su corazón, empapándose de él.
Separándose ligeramente, Jimin le sujetó el labio inferior
entre los dientes, chupándolo hasta finalmente dejarlo ir.
Entonces unieron sus frentes a medida que cerraban los ojos,
permaneciendo abrazados, acurrucados, meciéndose como
si el mundo alrededor no existiera, como si esos cuatro
largos años nunca hubiesen existido.
Cuando Jimin decidió ir a terapia, tenía clara dos
situaciones: trabajar el amor propio drenaría de él toda la
tempestad y le permitiría ver lo sano de su vida, qué podía
tener y que no. El amor hacia Jeongguk fue uno de esos, o
lo borraría para siempre o simplemente persistiría.
El haber trabajo en sí mismo le ayudó a reconocer qué tan
fuerte era su amor, incluso a través del sufrimiento y que sus
traumas del pasado nunca fueron una excusa para acercarse
a él.
Comprendió finalmente que estaban destinados. Así de
simple. Dos personas arrojadas al mundo dispuestas a
encontrarse y trabajar en sí mismas para fortalecer una
unión que por obligación del destino les pertenecía.
— ¿Papi?
Una pequeña voz los paralizó por completo. Aún unidos,
Jimin sintió cómo Jeongguk comenzó a temblar. Su respirar
fue tan errático que temía que de pronto estuviese sufriendo
un ataque de pánico.
— Hey, mírame —Jimin le susurró sobre los labios.
Jeongguk le miró—. Todo está bien, ¿de acuerdo?
Jeongguk no lo comprendía, no podía. Era una avalancha de
sentimientos encontrados nunca antes sentidos. Demasiado
abrumador, demasiado perfecto.
Jimin depositó un último besó sobre el dorso de su mano y
lo soltó finalmente para ir al encuentro con el pequeño que
les observaba curiosamente.
— Hola, cariño —Se arrodilló frente él, hablándole
suavemente—. ¿Qué tal estuvo la siesta?
Pero el niño no respondió, ni siquiera le miró. Él mantuvo
su mirada astuta fija sobre la imponente figura de Jeongguk,
estudiándolo.
El niño se acercó a la oreja de Jimin y susurró:
— Es él, ¿verdad?
Jimin asintió. Pero antes de que Jeongguk pretendiera hacer
un movimiento, el niño corrió dentro de la casa.
Herido, Jeongguk finalmente asintió, cabizbajo. Un posible
rechazo era normal, había estado lejos de la vida del niño
prácticamente desde que nació. Tal vez Jimin nunca le dijo
quién era y se lo merecía, porque aunque no quiso irse por
mérito propio, los abandonó en el momento más importante.
— Debería darle tiempo, ¿no es así? —Murmurando,
Jeongguk se rascó la nuca—. Él tal vez ni siquiera sabe qui...
Pero uno pequeños pasitos apresurándose a toda prisa
hicieron ecos por el pasillo. Agitado, el niño apareció
nuevamente con un marco sobre sus manos. Alzándolo
hacia Jeongguk para mostrárselo, gritó felizmente:
— ¡Papá! ¡Eres mi papá!
Tomando lo que el niño le mostraba, notó que se trataba de
una fotografía donde Jimin y él posaban cariñosamente,
mirando fijamente al lente de la cámara.
Inhalando profundamente, el semblante de Jeongguk se
conmovió ante el llanto, soltando un pequeño sollozo a
medida que sorbía por la nariz, porque su hijo había sabido
de él durante todo este tiempo.
¡Su hijo estaba vivo!
Y cuando se arrodilló por primera vez frente al niño que amó
desde que estuvo en el vientre de su padre, la vida tuvo otro
sentido ahora, otro matiz.
Era exactamente como lo imaginó en sus sueños. Poseía
esos ojazos esmeraldas que te quitaban el aliento y dos
hoyuelos que daban ganas de pincharlos. Los risos le
tapaban ligeramente los ojos y el azabache que lo pintaba
solo aumentaba la palidez de su piel.
Su niño era hermoso.
No pudo evitar estrecharlo entre sus brazos, abrazándolo sin
hacerlo sentir incómodo. Pero cuando sintió cómo los
pequeños bracitos del niño le correspondieron, lloró
descontroladamente, un llanto fuerte, repleto de
sentimientos encontrados.
Su bebé estaba entre sus brazos ahora. Era real, existía y
estaba con él. Podía mirarlo, sentirlo, olerlo.
Había llenado su vida de luz, así, tan de repente.
— Mi hijo amado —Sollozó—. Te amo tanto.
— Se llama Taehyung —Jimin le dijo desde una distancia
prudente, dándole la privacidad suficiente para conocerse.
— ¿Taehyung? —Jeongguk le miró por sobre su hombro,
sorprendido, entendiendo el significado detrás de la
intención—. Me gusta, es un nombre hermoso.
Tomando las manos de su niño entre las suyas, las besó,
saludándolo.
— Hola Tae, te extrañé mucho.
— Yo también, papá.
Epílogo.
Perdón. Un valor humano dirigido a reconocer la culpa, a
contemplar el daño. Una expresión difícil de decir, difícil de
escuchar. Una palabra valiosa, un término subjetivo;
arraigado a un sinfín de religiones que, sin importar qué,
tiene el mismo propósito: sanar.
El perdón existe.
Y si no sabes lidiar con él, te vuelve prisionero por siempre,
te pudre el alma y te mata silenciosamente, porque el odio y
el resentimiento te consumen.
Vivió a través del odio por mucho tiempo, toda una vida,
quizás. Una sed de venganza que lo llevó a hundirse. Sin
embargo, el aborrecimiento constante solo causó que se
hiciera daño a sí mismo. Hasta que un día, entre tantas
circunstancias que tenían que suceder para llegar a ese punto
exacto, supo que finalmente quería ser feliz.
Jimin se despojó de las cadenas que en realidad nunca
estuvieron atadas, y estuvo tan ciego por la ira que nunca lo
supo hasta entonces.
Fue libre.
Porque sin libertad, no hay felicidad. Quiso aprender a
perdonar, pero para comenzar a perdonar, primero tuvo que
perdonarse a sí mismo.
El perdón está conectado con la bondad, y el amor es la
forma de bondad primordial para el perdón. Supo en su
corazón que todas las heridas estaban sanadas. El perdón le
enseñó a comprender, a ponerse en el lugar del otro y de
entender por qué hace lo que hace, aprendió a amar sin
condición, le enseñó a Jeongguk, a mamá y a Jin, a amar sin
condición.
Y aunque aún tenían un largo camino por recorrer todos
juntos como familia, la vida era definitivamente mucho
mejor ahora, sobre todo cuando decidió tajantemente sacar
a Seojoon de ella.
Siempre le estaría agradecido por todo lo bueno que hizo
por él y por lo mucho que lo quiso desde pequeño, pero idear
un plan para alejarlo de la verdadera felicidad era
inaceptable, sobre todo cuando su bebé tuvo que sufrir en el
proceso.
Cinco años desde la llegada de Jeongguk a sus vidas, sonrió
con la última caja entre sus manos. No se trataba de un
domingo normal, en absoluto. Y aunque se sentía un poco
agotado, no dejó de contemplar lo que sería el nuevo hogar
por el resto de sus vidas.
Con la cabeza alzada, por lo inmensa que era, disfrutó de la
sombra que creaba sobre él en esa desesperante tarde de
verano.
Estilo nórdico. Esa fue la distinción que optaron por darle
entre tantas conversaciones de planificación. Trabajaron
duramente por años para conseguirlo y allí estaba, una
enorme casa de piedra, madera y acero. Un muro alto y de
piedra con tonalidades neutras con enormes ventanas
rodeadas de madera y varios balcones de acero color
marrón.
En su interior, las paredes blancas fueron la idea principal,
pero con dos niños revoloteando y ensuciando todo a su
alrededor no fue convincente, optando por colores neutros y
complementarios como beige, gris y marrón.
— Esa es la última caja que queda —Taewhan avisó,
cruzando el umbral de la puerta principal.
Vestía una camiseta holgada y unas bermudas. Jimin volteó,
mirándolo de frente. Con tan solo dieciséis años de edad le
había igualado en altura. Sería un chico alto como sus
padres. Su voz chillona y cantarina fue remplazada por un
tono más grave y ronco y como todo adolescente, se había
vuelto un poco retraído aunque continuaba siendo igual de
astuto y altanero con su usual lengua mordaz.
A veces, de reojo, era como ver la viva imagen de Namjoon.
Aunque con las facciones un poco más definidas ahora, los
rasgos de Jin se hacían notar de vez en cuando.
— Genial —Jimin alargó la mano, acariciándole los rizos de
la nuca—. ¿Qué tal te pareció tu habitación? ¿Te gustó?
— Sí —Se encogió de hombros, intentando rehuir de las
caricias—. Aunque la alfombra esta horrible.
Jimin soltó una carcajada fuerte.
— Sabía que dirías eso... Últimamente tus gustos cambian
con demasiada prisa —Alisándole los hombros, asintió—.
Bueno, supongo que es parte de crecer. La cambiaré para ti.
Era sagrado que Taewhan pasara las vacaciones de verano
con ellos. Era muy amado y lo trataban más como a un hijo
que un sobrino.
Jin y la abuela vendrían más tarde a cenar como motivo de
celebración y Taewhan se quejó acerca de lo abusivo que era
su padre con las algas y lo mucho que las odiaba, rogándole
a Jimin que por favor no lo dejase tocar la cocina, pero la
paz fue interrumpida con un par de gritos y risas cantarinas.
Taewhan rodó los ojos y Jimin le pellizcó un moflete,
burlándose.
— Te dije que no les dieras golosinas —Bufó una risa—.
Ahora están más bulliciosos de lo usual.
— Solo quería que se callaran —El viaje en auto no fue muy
gratificante, entonces había intentado mantenerlos
ocupados—. ¿Desde cuándo se volvieron tan parlanchines?
— Son niños y todo le da curiosidad —Encogiéndose de
hombros, se animó a desempacar las últimas pertenencias—
. Eras igual, de todos modos. Ellos son dos, pero tú eras peor.
Jeon Taehyung estuvo de cumpleaños la semana pasada,
cumplió nueve. Y a pesar de su corta edad, ya demostraba
indicios de que sería un chico igual de alto. Es el alma de la
fiesta y suele reírse por absolutamente todo, lo cual es
bastante contradictorio, porque durante su gestación, Jimin
pasó la mayor parte del tiempo triste. Le fascina todo lo que
es de color verde y se esconde debajo de la mesa para
comerse los tomates.
Taewhan y él son exageradamente idénticos y confundirlos
ya es parte del hábito. Suelen discutir a menudo por sus
temperamentos fuertes.
Jeon Sunny es el bebé de la familia, tiene cinco. Llegó un
año después de la reconciliación. Es el mandón de la casa.
Totalmente indiferente a los rasgos de la familia Park, es la
viva imagen de Jeongguk. De cabello lacio y furiosamente
azabache, posee unos ojos pardos intimidantes. Tiene un
humor ligeramente negro, le encanta andar desnudo y no
come sandía si papá no le saca las pepas. Odia las pepas.
Jeongguk apenas pudo dar un par de pasos hacia la sala.
Detrás de su espalda, sostenía a Taehyung por el tobillo,
colgando de cabeza hacia el suelo. Aferrado a su pierna
izquierda como un coala, permanecía Sunny; hacía
demasiado calor y se negaba a caminar por sí mismo.
— ¡Ayuda! —Taehyung se sacudía entre carcajadas,
fascinado con la brusquedad de papá.
— ¡Déjalo caer, papá! —Sunny lo animaba, una ligera pizca
de maldad alzaba las comisuras de sus labios—. ¡Déjalo
caer!
Boqueando con tal indignación, Jimin soltó un par de
cuadros y se dirigió a ellos, tomando a Sunny entre sus
brazos.
— ¿Qué significa eso de déjalo caer, papá? ¡Eh! —Arrugó
el ceño, fingiendo una voz autoritaria mientras le hacía
cosquillas en la barriga desnuda, besándole el cuello—.
Pequeño brabucón.
Entre risotadas, Sunny comenzó a acomodarse en su regazo,
apoyando la mejilla sobre su hombro a medida que se
refregaba los ojos. Era hora de la siesta.
Alzando la mirada, Jimin se topó con ese par de luceros
parduscos tan intensos que aún a través de los años le hacían
temblar las rodillas. Revelando una pequeña sonrisa tiznada
de timidez que le hizo resplandecer el rostro, arrastró la
mano por el amplio pecho de Jeongguk hasta su cuello,
acercándolo a sus labios para saborearlo.
— Mmm... —Jeongguk ronroneó, mordiéndole
coquetamente el labio inferior—. ¿Qué significan esas
mejillas sonrojadas?
Jimin se encogió de hombros, mirándolo intensamente a
través de la hilera de sus espesas pestañas, revoloteándolas
para él en un modo de galanteo; una sutil invitación que solo
ambos entendían.
Con Sunny ahora durmiendo profundamente entre sus
brazos, sintió la pesada mano de Jeongguk al costado de su
cuello, dejando que lo arrastrara nuevamente hacia él para
cobijar su lengua dentro de su boca ante un beso apasionado,
deshaciéndose en suspiros que intentaba controlar.
— Eh... ¿Disculpen? —La voz chillona de Taehyung
interrumpió—. Pero aún estoy colgando de cabeza.
Detuvieron abruptamente el besuqueo, observándose aún
pasmados, incapaz de creer que se habían olvidado del otro
retoño, estallando en una ruidosa carcajada que hizo a
Sunny fruncir el ceño.
Devuelta al suelo, Taehyung se tambaleó levemente
mareado, pero acostumbrado al dramatismo, fingió chocar
contra los muebles alrededor.
— ¡Oh, alabado señor! —Gimió, echando la cabeza hacia
atrás, llevando una mano a su frente—. Creí que moriría del
asco, por favor nunca más me permitas presenciar un beso
de mis padres.
Acto seguido, se desplomó sobre la alfombra.
Jimin y Jeongguk permanecieron en completo silencio,
observándolo fijamente aturdidos.
— ¡Tarán! —Taehyung se levantó con los brazos abiertos,
finalizando su escena con una reverencia.
Entonces sus padres estallaron en aplausos.
— ¡Bravo! —Jimin aplaudió como pudo con Sunny aún
entre sus brazos, quien tenía el ceño cada vez más fruncido.
— ¡Eso fue magnífico, hijo! —Jeongguk silbó.
Era un niño demasiado travieso. A la edad de cuatro años
notaron en él ciertas actitudes un poco peculiares a la de los
demás niños, sobre todo cuando comenzó a ir a la guardería
y lo difícil que fue para él adaptarse. Lo diagnosticaron con
TDAH. Tenía la combinación de ambos tipos, falta de
atención predominante y conducta hiperactiva/impulsiva
predominante.
Fue realmente duro, sobre todo para Jimin. Y aunque hace
mucho tiempo había sido consciente de sus errores, saber
que su hijo ahora sufría las consecuencias sin haber hecho
absolutamente nada, lo volvía aún más doloroso, porque
todo eso se debió a la ingesta excesiva de drogas y alcohol.
Sin embargo, descubrieron que la mejor manera de
sobrellevarlo, impidiéndole sentir a su hijo algún tipo de
carga, fue el amor, la contención y el entendimiento.
Jeongguk y Jimin se empararon del conocimiento suficiente,
se involucraron seriamente en la situación para hacer del
camino de su hijo lo más fácil posible.
Con Taehyung un poco más grande y con los debidos
cuidados, el trastorno disminuyó a tal punto que podía
sostener una conversación completamente normal o
permanecer sentado en la mesa haciéndoles compañía por
horas. Y aunque aún era demasiado parlanchín y se
apresuraba a decir una frase sin terminar la otra, cada día era
una oportunidad para mejorar.
Por lo mismo, sus actividades eran distintas a la de los otros
dos niños en la casa, porque necesitaba gastar la energía
suficiente para mantenerse en equilibrio. Los legos y los
juguetes no estructurados eran sus favoritos, favorecía su
creatividad e imaginación. Dos veces a la semana tomaba
clases de karate y los sábados iba a taller de teatro.
Últimamente había despertado en él el interés por la puntura
en acuarela, así que todas las tardes le dedicaba un poquito
de su tiempo.
— La mozzarella sabe realmente mal —Taehyung recargó
la barbilla sobre el mesón, observando cómo Jimin le
preparaba amablemente un sándwich.
— Pero esto no es queso mozzarella, es cheddar.
— Lo sé —Movió ligeramente las piernas, echándose hacia
atrás y luego hacia adelante, creando un patrón constante—
. El otro es blanco y este es amarillo.
— Yo diría que es anaranjado.
— Claro que no, papá —Bufó una risa que pronunció los
hoyuelos de su rostro—. En realidad es... ¿Le vas a poner
jamón también?
— ¿Quieres que le ponga jamón?
— Sí, por favor —Entonces corrió y lo sacó de la heladera—
. Pero que sean rebanadas más gruesas esta vez.
— Está bien —Aún consciente en que Taehyung no había
terminado su frase, como parte de sus ejercicios constantes
y una manera de ayudarlo a mejorar, Jimin insistió—.
Estábamos hablando sobre el color del queso cheddar.
— ¡Cierto! —Brincó, giró sobre su sitio y luego volvió a su
postura normal sobre el mesón—. Bueno, yo creo que en
realidad es amarillo patito.
— Tal vez originalmente sea amarillo, pero se vuelve
naranja debido a los colorantes comestibles con el que los
modifican.
— ¿Ponen colorantes en los alimentos?
— Claro que sí, por algo les llaman comestibles.
— ¿Entonces no es dañino?
— Algunos sí.
Taehyung hizo una cara de espanto y Jimin sonrió. Cortó
dos trozos de jamón y los acomodó sobre el pan. Tomó un
par de hojas de lechuga y las puso encima. Taehyung trajo
para él tomates.
— Los quiero en rodajas... ¡No! Mejor picados... O tal vez...
—Indeciso, miró hacia el canasto de frutas—. Papá, ¿Me
puedes preparar un juego de manzana?
— Por supuesto —Llevó un poco de lechuga a su boca—.
Pero primero debes concentrarte en los tomates. Un paso a
la vez, ¿recuerdas?
— Está bien, los quiero en rodajas —Sin estar interesado en
los tomates, propuso—. Si combino manzana y naranja,
¿crees que sepa mal?
— Mmm... no creo —Selló el pan con un poco de
mayonesa—. Deberíamos intentarlo, quizás descubramos
un nuevo sabor.
Jimin sabía que a Taehyung no le gustaba el pan con bordes,
pero no los quitó para ver si era capaz de darse cuenta por sí
solo.
— ¡Sí, seria genial!—Aplaudió, dando dos brincos que
detuvo abruptamente con un pequeño mohín sobresaliendo
de sus labios—. Pero papá, no le quitaste los bordes...
— ¡Oh, es cierto hijo! —Fingió sorpresa—. Gracias por
notarlo.
Era bueno, porque los avances se hacían notar mucho más.
Haciendo otro sándwich para él, se sentó junto a su hijo,
comiendo a través de diversos temas de conversación que
Taehyung creaba y que Jimin lo reducía a solo uno. Los
demás estaban esperando las pizzas que habían ordenado.
— ¡Ups! —Taehyung sonrió avergonzado cuando un tomate
con mayonesa cayó sobre su pantalón—. Se manchó.
— Está bien —Con un tono suave, Jimin tomó una servilleta
y lo limpió, aprovechando de limpiarle la boca también—.
Cuando los lave quedaran limpios otra vez.
Los ojos le brillaban cuando veía a su niño y lo mucho que
había crecido. Sonreía como un bobo y luego debía
parpadear para quitar disimuladamente las lágrimas que se
amontonaban en sus ojos. Había recorrido una dura batalla
con él en su vientre, porque en algún momento solo fueron
ellos dos contra el mundo, y verlo allí, a su lado, sentados
en la misma mesa, a veces era difícil de asimilar.
Jeon Taehyung nunca había muerto. Tuvo ciertas
complicaciones al nacer por venir de un padre que fue
adicto, pero incluso de bebé fue fuerte. Nunca supo quién le
dio tal noticia a Soojin, pero tampoco se dio el tiempo de
desmentirlo, porque simplemente no quiso. Era una mujer
que estaba llena de maldad, y prefería que asumiera que ese
bebé no existía a que en algún momento, a través de su
locura, intentase hacerle daño.
Al anochecer, Jimin fue arrinconado después de tomar una
ducha, las visitas estaban pronto a llegar y era el único que
faltaba en arreglarse. Preso contra la pared del baño, el
cuerpo alto de Jeongguk se impuso, creando una sombra
sobre él. Frente al espejo empañado, boqueó a través del
vapor sucumbido por la excitación.
— Por favor —Jeongguk suplicó, augurando una posible
negación—. Te necesito, cariño. He estado duro desde que
llegamos.
Jimin sonrió, echando la cabeza hacia atrás, sintiendo cómo
Jeongguk comenzaba a restregarse contra su vientre.
— Lo hicimos esta mañana, ¿recuerdas?
Jeongguk negó, cobijando su rostro contra el cuello de
Jimin, tejiendo un sendero de besos sugerentes por su piel.
— No es suficiente —Gimió, su voz grave, cada vez más
ronca—. Vamos, nene. Seré rápido.
Eso era una completa mentira. Con ese pensamiento en
mente, sonrió burlesco una vez más. Era imposible que
Jeongguk fuera rápido, el imbécil era capaz de durar por
horas.
Jimin lo quería tanto como él, pero la idea de tener a los
niños revoloteando por toda la casa lo volvía paranoico y
nervioso de pronto.
— Los niños pueden escuchar.
— Seremos silenciosos —Susurró sobre su oído,
mordiéndolo juguetonamente—. Te daré la vuelta y te
embestiré por detrás mientras te tapo la boca —Fingió una
dura embestida—. ¿Mmm?
Jimin cerró los ojos con fuerza. Una sonrisa traviesa tiró de
los labios de Jeongguk, sabía que si insistía un poco más,
entonces lo lograría.
— ¡Papá! —La voz estridente de Sunny llegó hasta ellos
desde el patio trasero—. ¡Tae no quiere compartir la pelota
conmigo!
Pero cuando eres papá de dos pequeños revoltosos, es
imposible encontrar el momento adecuado. Resignándose
por completo, Jeongguk recargó la frente sobre el hombro
desnudo de Jimin y soltó un suspiro, largo y ruidoso.
— ¡Él ni siquiera sabe jugar! —Taehyung se defendió—. ¡A
cada rato patea la pelota hacia el lado contrario!
— ¡Eso es mentira!
— ¡Es verdad! ¡Tienes dos pies izquierdos!
— ¡Ya verás!
Separándose sin realmente querer hacerlo, Jimin se metió
dentro de una bata.
— ¿Vas tú o voy yo? —Jeongguk preguntó.
— Iré yo. Están alzándose muy fuerte la voz el uno con el
otro y eso significa que llegaran a los golpes —Lo besó
fugazmente—. Ve a buscar a Taewhan, dile que su hora con
los videojuegos caducó.
Un par de forcejeo hizo eco en el amplio patio, el viejo Jack
comenzó a ladrar y luego unos segundos de silencio antes
de un fuerte llanto.
— ¡Waaaaah! —El llanto de Sunny—. ¡Waaaaah!
Jeongguk atravesó el pasillo hacia el cuarto de Taewhan.
Una sonrisa boba se adueñó de su boca, volviendo de su
rostro completamente risueño. Le encantaba la bulla que
constantemente había en casa, el desorden de los juguetes y
las marcas de zapatos con barro sobre el piso limpio. Amaba
ciegamente a sus hijos y solo ellos pudieron reafirmar esa
paciencia que mucho tiempo estuvo perdida.
— ¡Qué es lo que está sucediendo aquí! —Jimin gritó y
Jeongguk asumió que tenía las manos en las caderas.
Sunny fue el primero en quejarse, gritaba a través del llanto
y apenas se le entendía.
— ¡Me tiró la pelota en la cara!
— ¡Porque tú comenzaste a patearme!
—
¡Papáyosóloqueríajugarconélperocomenzóatratarmemal!
—
¡Noseasmentirosoyoestabajugandotranquiloytemetistesóloa
patearlapelotahacíaotrolado!
— ¡Basta los dos! —Jimin zanjó cada vez más colérico y
Jeongguk entró riendo al cuarto de Taewhan—. ¡No
entiendo nada de lo que me dicen!
Taewhan se reía también, incluso desde esa posición era
capaz de oír el alboroto perfectamente.
— ¿Por qué pelean esta vez? —Preguntó, corriéndose en la
cama para cederle un lugar a Jeongguk frente al televisor.
— Una pelota —Encendió el control restante para unirse—
. Tae no quería compartirla y al parecer Sunny lo pateó,
entonces le tiró la pelota en la cara.
— ¿Vas a castigarlos, Hyung?
— No, no voy a castigarlos, pero tendré una charla seria con
ellos sobre por qué la violencia no es buena.
Taewhan dejó de jugar por un momento y observó su perfil,
entonces preguntó:
— ¿Ni siquiera un poco? Me refiero a que si quieres
defenderte, tienes que usarla.
— Es un modo de sobrevivencia, supongo —Se encogió de
hombros—. Pero ellos no se estaban defendiendo, estaban
enfrentándose por una tonta pelota para ver quién es el más
fuerte. Y deben entender que no, no está bien llegar a los
golpes porque algo no funciona como quieren.
— Papá una vez dijo que eras igual de peleador que ellos de
pequeños —Bufó una risa—. Incluso salías a la calle a
golpear niños solo por diversión.
Jeongguk forzó una sonrisa, porque no quería estropear el
ambiente y porque le encantaba pasar tiempo con su
sobrino. Había un trasfondo mucho más oscuro en esas
historias que Jin le contaba pero que no necesitaba saber con
certeza. Así que solo decidió zanjar, diciendo:
— Cuando usas la violencia y te acostumbras a ella, te
vuelves de inmediato una persona violenta.
Como los niños vulnerables y abandonados que una vez
fueron y los padres que eran ahora, podían reconocer
claramente conductas que no estaban bien en sus hijos,
conductas arraigadas quizás por genética que se repetían y
ellos se esforzaban por romper y reparar.
Taehyung y Sunny eran imponentes, y no estaba mal en
absoluto, al igual que en el mundo animal, siempre
sobresalía el más fuerte, pero que fuesen los más fuertes no
significaba que tenían que ser violentos e imponerse al más
débil. El significado de ser el más fuerte, estaba en ser un
aporte para el otro, un soporte, un guía, un compañero y
brindar las armas que el otro no tiene para crecer y aprender
juntos, con amor y respeto.
Cuando solían ser más pequeños, no había discusiones entre
ellos porque la diferencia de edad era más evidente.
Actualmente con Sunny un poco más grande, existía ahora
una opinión, un pensamiento que a veces a Taehyung no le
parecía y que con la consciencia un poco más desarrollada
en ambos, creaba este tipo de situaciones desafiantes, donde
peleaban y median sus fuerzas. Y era completamente
normal, pero si se dejaba estar, si no se guiaba
apropiadamente, en unos años más con ambos llegando a la
adolescencia, dejaría de ser normal y se convertiría en un
grave problema.
Jeongguk lo tenía más que claro. Les brindaría a sus hijos
las herramientas que él nunca tuvo.
La abuela y Jin fueron los primeros en llegar. Saludando
ligeramente a los demás, fueron directamente en búsqueda
de los pequeños, hallándolos sentados en medio del gran
sillón con las manos forzadamente entrelazadas.
— ¡Oh, mis pequeños! —La abuela les habló con voz
mimosa, logrando que los mohines en sus bocas se
intensificaran como berrinche—. ¿Qué les pasó? ¿Por qué
están aquí tan solitos?
— Papá nos reprendió —Taehyung masculló, bajando
inmediatamente la mirada cuando vio a Jimin detrás de la
abuela con los brazos cruzados.
Sunny sin comprender aún, observó hacia adelante
encontrándose con la misma mirada aterradora, bajando
enseguida la cabeza también.
— Oh, Jimin —La abuela comenzó—. No los castigues,
míralos, pobres mis pollitos, están muy tristes. ¿No es así,
mis pollitos?
Acto seguido, ambos levantaron la cabeza con ojos llorosos
y arrepentidos, haciendo que su labio inferior sobresaliera,
entonces asintieron.
— Ellos son incluso más manipuladores que tú en tu época
de adolescente rebelde —La voz de Yoongi tras su espalda
hizo a Jimin brincar de espanto.
— ¡Claro que no! —Se defendió indignado, haciendo un
ligero mohín.
— ¿Ves? Lo estás haciendo —Yoongi señaló su rostro,
burlesco—, me estás manipulando.
Y cuando los niños lo vieron aparecer en su capacidad
visual, se olvidaron del castigo y del horrible enojo de papá,
se soltaron la mano y corrieron hacia él, brincándole
encima.
— ¡Tío Yoongi, tío Yoongi! —Al unísono gritaron de
emoción—. ¡Pensamos que no ibas a venir!
Cargándolos en brazos a cada lado, fingió indignación.
— ¿Y perderme la diversión de ver a su padre enojado?
Claro que no, mis pequeños, yo vine a salvarlos de las garras
de la bestia feroz.
Dedicándole una última mirada de reproche, Jimin retuvo
en su boca una queja. Girando sobre sus talones, chocó con
el pequeño cuerpo de Sacha, el único hijo que Yoongi poseía
hasta el momento. Tenía la misma edad que Sunny y eran
buenos amigos. Era extremadamente pálido y el rubio de su
pelo era casi platinado; rasgos que había heredado de Katia,
su madre rusa.
Tomándolo en brazos, besó sonoramente uno de sus
mofletes colorados, realmente feliz de verlo después de
mucho tiempo.
— ¡Hola, chachá! ¿Cómo estuvo tu viaje a Moscú?
— Un poco frío —Respondió, observando como Sunny
llegaba hasta ellos, tirando del abrigo de Jimin.
— Ya bájalo, papá —Ordenó—. Quiero jugar con él.
La relación de Yoongi y Hoseok no fue duradera incluso si
lucía aspectada para serlo. Y aunque Hoseok tenía una
buena vida ahora, habían dejado de ser cercanos. Yoongi y
Katia se conocieron vacacionando, se casaron y tuvieron a
Sacha, sin embargo a ellos tampoco les fue bien,
divorciándose tiempo después. Katia regresó a Rusia y
Sacha solo viajaba los veranos a visitarla.
— ¡Hermano! —De pronto se envolvieron a él en un abrazo
apretado.
Se trataba de la preciosa niña que vivió en la tempestad de
una sociedad marginal inmersa en el abandono y la pobreza
que se había robado su corazón desde el día uno y que ahora
tenía trece hermosos años. La nena que mamá había logrado
adoptar para darle una nueva oportunidad y hacerla una más
de la familia, Park Samanta.
Tristemente Chuck, su hermano, no corrió con la misma
suerte, fue demasiado tarde para él. Instalado ya en la
adolescencia se negó a obtener un cambio.
Charlaron por un momento, había regresado hace unos días
del campamento de verano y Jimin notó que sus piernas se
habían alargado. Como de costumbre le dio un par de
golosinas que siempre guardaba para ella, porque mamá no
la dejaba consumir dulces debido a sus nuevos brackets y la
mandó a buscar a Taewhan para que bajara a cenar.
— A él no le importa —Escuchó a Jin decirle a Jeongguk
cuando se dirigió a la cocina—. Lleva más de un mes sin
verme y ni siquiera dedica un poco de su tiempo en venir y
saludarme.
— Es la edad —Jeongguk le acarició el hombro como
consuelo—. Incluso a nosotros no nos pone atención a veces
y eso que estamos en la misma casa. Dale su espacio, que
busque por sí mismo lo que necesita, Tae es un niño
inteligente y si necesita algo te lo hará saber.
— No estoy muy seguro de eso —Zanjó.
Jimin sonrió, era bueno verlos conversar. Como hermanos
también intentaron sanar su relación, aún estaban en
proceso, pero cada vez se les veía más unidos, sobre todo a
Jin quien solía buscarlo con más frecuencia ahora.
Sentados todos alrededor de la mesa en el comedor,
disfrutaron de una deliciosa cena. La dicha era palpable y
había una energía de amor contagiosa en cada uno, en cómo
se movían, en cómo interactuaban con el otro. Era una
morada bendecida, y de pasar a sentirse solos, vacíos en
muchos aspectos de sus vidas, ahora eran una familia
numerosa y fuerte.
Una familia que aprendió a ser familia.
— Come un poco más —Jimin insistió con la cuchara en su
mano, esperando que Sunny abriera la boca.
— Es que no puedo —Morosamente se tocó la panza con un
tono de pesar—. Ya estoy llenito.
Unos asientos más allá, Yoongi batallaba con Sacha, y a
diferencia de Sunny, tenía su plato lleno. Era un poco
mezquino y se rehusaba a que su padre llevara la cuchara a
su boca con un movimiento despectivo.
Asegurándose de no ser atrapado, Taehyung daba algunos
trozos de pavo a Jack quien yacía entre sus piernas por
debajo de la mesa. Y cuando notó la mirada traviesa de la
abuela, solo llevó un dedo a sus labios, después de todo
siempre fue su mayor aliada.
— Necesito que optimices para mí un presupuesto para una
inversión que quiero hacer —Sentado a su lado, Jin le
platicó a Jeongguk.
— Un plan de acción —Jeongguk asintió—. Sí, no hay
problema. Podríamos reunirnos durante la semana.
— La próxima —Sentenció, dando una mirada fugaz pero
cargada de reproche a Taewhan cuando lo vio usar su
teléfono en la mesa—. Esta semana estoy viajando fuera del
país.
Taewhan suspiró en derrota y Jeongguk le guiñó el ojo,
dándole ánimo. Ya pronto la cena terminaría y entonces
podría ir a jugar.
Luego de salir de prisión, Jeongguk finalmente se graduó en
finanzas. Después de todo, antes del caos, él cursaba su
último año. Se especializaba en crear estrategias, analizar
estadísticas en base a presupuestos disponibles de las
empresas. Estaba encargado en decidir si el plan era rentable
en el corto o largo plazo o cualquier tipo de pérdidas.
— ¿Te sientes bien, Taewhan? —Ligeramente curiosa,
Samanta intentó interactuar—. ¿Estás enfermo?
Por lo general eran muy cercanos, pero hoy Taewhan estaba
de muy mal humor. Y aunque comió todo lo que estaba en
su plato, se negó a recibir el postre incluso si era su favorito.
Taewhan fijó la mirada en Samanta y negó. Jin lo iba a
regañar para decirle que esa no era la manera de contestar,
pero con voz eufórica, Taehyung se apresuró a decir.
— ¡Taewhan no está enfermo, está enamorado!
— ¡¿Qué?! —Exclamaron todos al unísono, divertidos.
— ¡Cállate! —Taewhan le riñó—. Está mintiendo.
— Está enamorado de Lulú, su compañera de clases —Se
arrodilló en su silla, intentando dar más énfasis a la situación
y sacando a Taewhan definitivamente de quicio— Yo
siempre los veo juntos.
— ¿Así que... Lulú? —Jin observó a su hijo con una mirada
que destellaba picardía, haciéndolo sonrojar.
— Es solo una amiga, papá.
— Está bien si te gusta —Insistió.
— ¡Que no me gusta!
— ¡Te gusta! —Taehyung se paró sobre su silla—. Cuando
duerme siempre dice "Oh, Lulú, bésame Lulú, muak,
muak".
— ¡Jeon Taehyung! —Jimin gritó para que parase.
Sin embargo fue demasiado tarde, finalizando, Taehyung le
lanzó un beso, ocasionando que Taewhan se levantara
furioso para ir a golpearlo, Taehyung saltó de su silla,
escapando, ambos desapareciendo hacia la sala.
De pronto, con la completa atención de todos sobre su
pequeña figura, Sunny se bajó de su silla tomando un palo
de escoba. Siguiendo el rastro de los chicos, dijo:
— ¡Toma Taewhan, golpéalo con esto! ¡Dale su merecido!
— Oh dios... —Jeongguk suspiró, cerrando los ojos—.
Danos paciencia.
Jin estalló en una carcajada, señalándolo para burlarse.
— ¿Ahora entiendes a mamá lo que tenía que soportar
contigo?
Jeongguk rio también. Era completamente verdad, con ese
par estaba viviendo en carne propia todo lo que le hizo a su
pobre madre.
Y antes de que se desatara una guerra, se levantó para ir a
frenar lo que fuese que estuviese a punto de ocurrir.
— Sunny, bebé... —Tarareó con toda la paciencia que le fue
posible—. Suelta ese palo, cariño.
La madrugada arribó y la casa permaneció en completo
silencio, donde la quietud fue total. Las visitas se habían ido
y los niños dormían plácidamente en sus habitaciones. En el
cuarto matrimonial, la cama crujía en sincronía con los
cuerpos aferrados entre sí, sucumbidos por el placer,
rociados de sudor, afanosos de deseos, atestados de lascivia.
Meneándose con la polla de Jeongguk llenándole por
completo, lo montó lento, casi moroso, entre un contoneo
erótico, sensitivo. Mordiéndose el labio inferior, fijó la
mirada en sus ojos parduzcos dilatados, nublados de anhelo,
que le advertían que estaba frente a un hombre de apetito
voraz que en cualquier momento se lo devoraría de un solo
bocado.
Jeongguk jadeó, contemplando cómo las caderas de Jimin
creaban pequeñas ondas. Adueñándose de su cintura con sus
manos apretando su dulce piel, lo forzó a ir más rápido,
alzando él mismo su pelvis para ir al encuentro.
— Ah... —Jimin gimió, preso de un espasmo cuando su
punto dulce comenzó a ser estimulado una y otra vez.
Saliendo de su interior, ante una cordura cada vez más
perdida, Jeongguk lo moldeó sobre la cama posicionándolo
de rodillas, inclinando su pecho frente al respaldar. Volvió a
embestirlo. Movimientos de caderas fuertes y prolongadas,
empujando una y otra vez, forzándolo a jadear.
En pleno deleite, notó las gotas de sudor que perlaban la
espalda de Jimin, pasando suavemente la mano por su curva,
grabándola en el espejo de sus pupilas.
Suspiró, loco de amor.
Atrajo a Jimin hasta pegarlo a su pecho, ladeando su cabeza
para devorarle la boca en un beso famélico que apenas los
dejó respirar. Arremetiendo más rápido, Jimin se vio incapaz
de acallar sus gimoteos, Jeongguk le tapó la boca.
— Oh, nene... —Jeongguk le susurró al oído,
mordisqueándole la oreja—. Eres tan delicioso.
Jimin blanqueó ligeramente los ojos, cerrándolos cuando el
orgasmo fue inminente y demasiado intenso para sostenerse
por sí mismo, sintiendo como los brazos a su alrededor lo
apretaban, sujetándolo a medida que temblaba.
El verano llegó a su fin y el primer día de clases fue un
completo éxito. Sacar a los niños de las camas era una
pesadilla, pero se logró.
Jeongguk volvió con ellos a tiempo cuando Jimin terminaba
de preparar la mesa para el almuerzo. Le dio un beso a cada
uno y los envió a sacarse el uniforme, no tenía mucho
tiempo, pronto tenía que volver a la clínica veterinaria.
— Taehyung —Llamó cuando lo vio subir las escaleras—,
te dije que te sacaras el uniforme.
— Soy Taewhan —Volteó, casi con indignación.
— Oh... —Jimin musitó, cubriendo con su mano una sonrisa
burlesca—. Lo siento.
Reunidos para tomar asiento alrededor de la mesa, notaron
que Sunny no estaba. De hecho, su actitud había sido
extraña desde que había llegado, apenas y saludo a papá para
correr escaleras arriba.
— Taewhan —Dijo Jeongguk, ayudando a Jimin a traer los
platos a la mesa—, ve por Sunny, por favor.
— ¡Papá, soy Taehyung! —Exclamó, disgustado.
— ¿Eres Taehyung? —Jeongguk se volvió sobre su sitio,
observándolo cuidadosamente esta vez para luego estallar
en una carcajada—. Lo siento, durante el verano creciste
bastante.
No podían culparle, eran dos gotas de agua.
Jimin decidió ir en su lugar, curioso por la extraña actitud
de su hijo. Dirigiéndose silenciosamente hasta su cuarto, lo
escucho murmurar. Asechándolo a través de la puerta entre
abierta, lo diviso al costado de su cama, arrodillado en el
piso.
— Hola —Dijo cuidadosamente, ingresando con una
sonrisa—, ¿qué estás haciendo, bebé?
Tan pronto Sunny lo notó, metió apresuradamente algo
debajo de la cama, luciendo visiblemente culpable.
— ¡Nada!
— ¿Nada? —Jimin entrecerró los ojos.
— ¡Nada, papá!
Pero algo comenzó a removerse, emitiendo pequeños
maullidos. Saliendo del escondite, dos gatitos caminaron
hasta ellos. Jimin jadeo por la sorpresa y Sunny se rascó la
nuca, avergonzado.
— Estaban abandonados en la calle —Habló torpemente—
. Tenía que traerlos, papá. Te juro que no quería esconderlos,
pero de pronto temí que no me dejaras tenerlos.
— Hey —Jimin lo sujetó del rostro cuando lo vio
hiperventilar un poco—, todo está bien, ¿sí? Lo que hiciste
fue muy bonito y estoy muy orgullo de ti.
— ¿En serio, papá? —El pardo de sus ojos brilló.
— Por supuesto. A los animales se les debe dar el mismo
respeto, cuidado y cariño.
Corriendo por las escaleras, un emocionado Sunny les contó
que la familia se agrandaba, brincando de emoción cuando
Jimin apareció con los gatitos bebé en brazo. Esa tarde se
los llevaría con él a la clínica para revisar su salud.
— ¡Puedes construirles una casa de madera, papá! —
Taehyung le dijo a Jeongguk—. Así como la que creaste
para Pepe el gato y pinchitos.
— Ya que Sunny fue quien los rescató —Jimin dijo—,
¿cómo los llamaras?
— ¡Taewhan y Taehyung!
— ¡¿Qué?! —Los susodichos gritaron al unísono.
— Así los llamaré, papá —Sunny insistió—. Tae número
uno y Tae número dos.
— Los gatos TaeTae, me gusta —Jeongguk se burló,
quejándose cuando Taewhan lo pateó suavemente en la
canilla.
FIN.
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Es un nuevo logro. Finalmente pude terminarla, disfruté
mucho su proceso y me siento realmente orgullosa del
resultado. Fue una temática complicada, personajes
complicados de los cuales me encariñé y como siempre
cuando todo llega a su fin, me cuesta soltar.
Me fascina crear, pero también me fascina poder dejar una
enseñanza al respecto por más mínima que sea. Gracias a
todxs por el inmenso apoyo y cariño que le dieron a esta
historia durante su emisión y por su paciencia.
🎉 Has terminado de leer HASTA QUE TE CONOCÍ ✿
KOOKMIN 🎉