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Ward, en Llamas - Kate Bristol

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Primera edición en formato digital: Septiembre, 2022

Título Original: WARD, en llamas – Bomberos de Chicago I


© Kate Bristol, 2022

Diseño de portada y maquetación: El Primo del Cortés, mundialmente conocido como El


Gitano Hacker.
(La foto del maromo ha sido cuidadosamente escogida por LA JUANI)

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del
copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las
leyes.
ÍNDICE

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPITULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
EPÍLOGO
NOTA DE KATE BRISTOL
Serie gentlemen
PASSION FRUIT: (Los orígenes de LA JUANI)
Brilli brilli en las highlands: LA SERIE
GENTLEMEN y BRILLI-BRILLI
LA SERIE
Lobo Blanco
¿Aún no conoces a mis Cowboys?
Grupo Brilli-brilli de la Juani, en FACEBOOK
CAPÍTULO 1

—¿Sabes que si miras una olla que está en el fuego, nunca


hierve?
Sophie dejó de mirar la puerta del pub y giró su cabeza hacia
Moon, su amiga que trabajaba de camarera en el pub más
frecuentado por los bomberos de la 47 de Chicago.
Dejó de sorber el cóctel en vaso de tubo que le había puesto su
amiga y no tuvo más remedio que dedicarle una sonrisa tan
inocente como devastadora. Porque así era Sophie. Inocente y
encantadora, y sinceramente, estaba un poco harta de serlo.
Moon la miró con una sonrisa, ella también seguía viéndola como
la niña inocente que conoció en el parvulario. Y a pesar de sus
veinticinco años, no había conocido a alguien tan cándida como su
querida amiga rubia de pelo largo.
Se escuchó un suspiro y Sophie contuvo las ganas de volver a
mirar la puerta.
—¿Se me nota demasiado?
—¿Qué esperas, que el bombero buenorro aparezca por el pub y
te haga suya?
—¡Moon! —se escandalizó Sophie.
Sí, puede que su amiga supiera desde que ella había cumplido
los doce años, que estaba, profunda e irremediablemente
enamorada de George Ward, uno de los hombres que siempre
había trabajado con su padre desde que cumpliera los diecisiete
años. Primero como voluntario en el parque de bomberos y después
como bombero para la 47. Se había pasado allí media vida, pero a
sus treinta y un años era jefe de la sección de “provocados”, así es
como llamaban al área que se encargaba de resolver los incendios
que parecían intencionados. Trabajaba en el ayuntamiento, muy a
su pesar, pues a Ward siempre le había gustado la acción y estar en
la oficina, le quitaba tiempo para estar sobre el camión de
bomberos. Quizás fuera ese carácter tan decidido y dispuesto a la
acción lo que había atraído a Sophie desde el principio.
—Cariño… te conozco —escuchó que decía Moon.
—Yo también te conozco —Sophie le dedicó una sonrisa
radiante.
Sabía que si a su amiga le hubiera interesado alguien,
encontraría el modo de verle. Ella solo estaba siguiendo sus pasos.
Se terminó el cóctel.
—¡Ah! ¿Y cuándo dices que suele aparecer por aquí…? —
preguntó Sophie de nuevo—. Llevo esperándole toda la noche. —
Hizo una mueca de fastidio—. Me pasé esta tarde por el
ayuntamiento, pero no estaba trabajando, y tampoco estaba en el
parque de bomberos…
—Seguro está con una de sus novias —suspiró Sophie.
Moon soltó una carcajada, porque Ward no había tenido, y en su
humilde opinión, no tendría jamás una novia. Le gustaba demasiado
el sexo casual, y odiaba cualquier tipo de atadura. ¿Verle dos veces
con la misma mujer? Sí, esos pequeños milagros habían existido,
pero no con demasiada frecuencia.
Eso no hizo demasiada gracia a Sophie, pero Moon sonrió al otro
lado de la barra, mientras limpiaba las copas.
—Deberías haberle enviado un mensaje, y decirle que estabas
aquí esperándole.
Sophie se puso colorada.
—¡No podía hacer eso! Pensaría… —pensaría que estaba
enamorada de él, la cual cosa era cierta, pero ella no quería que él
se enterase de ese hecho. Al menos, si no la iba a corresponder
como se merecía.
—No quiero parecer una mujer desesperada.
—¿Desesperada por ver al amor de tu vida?
Sophie entrecerró los ojos y Moon soltó una carcajada.
—Eres mala, Moonriel —dijo Sophie en broma, citando a una de
sus películas favoritas, La boda de Murriel.
Eran amigas desde siempre, como lo eran de Heather, que en
esos momentos estaba en Nueva York trabajando para un bufete de
abogados que no le dejaba tiempo para nada, ni siquiera para visitar
a sus amigas y a su hermano en Chicago.
Si Heather estuviera aquí, se reiría de ella como hacía Moon,
picándola para que hiciera algún movimiento para acercarse a Ward,
o más bien para acostarse con él. Era de las mujeres que pensaba
que si el chocolate te gusta, debes comértelo, aunque después
tengas que correr veinte kilómetros para desempacharte.
Y Sophie siempre se había negado a comerse un buen trozo de
tarta, pero esta vez estaba dispuesta a hacerles caso. Obviamente,
el trozo de tarta era Ward, e iba siendo hora que él supiera que no
era una niña.
Desde el instituto no había tenido ojos para nadie más.
Sophie era la hija de uno de los concejales del ayuntamiento de
Chicago, su padre siempre había tenido muy buena relación con los
bomberos y a instancias del alcalde se encargaba de hacer de
enlace entre él y los jefes de bomberos.
Como hija única, Sophie siempre había vivido entre algodones,
sobreprotegida por sus padres. Cuando su madre murió, ella tenía
doce años, y Ward siempre estuvo allí para animarla. Cierto que la
había tratado como a su hermana pequeña, pero ella no lo veía así,
al menos no cuando llegó a su adolescencia.
Se había esforzado por ser una mujer madura, un tanto
sofisticada, pero no se había quitado esa aura de Madre Teresa de
encima. Tampoco es que lo hubiera intentado con demasiado
ahínco. A pesar de sus sentimientos por Ward, no había sido capaz
de declararse, había llegado prácticamente virgen a la universidad.
Y… de igual manera había terminado la carrera.
No había tenido novio, y sus experiencias sexuales que podrían
contarse… con muchos menos dedos de los que tenía en una
mano, no eran dignas ni de ser mencionadas.
Miró a Moon coqueteando al otro lado de la barra con un cliente.
Desde luego ella no era Moon, tan guapa, tan alocada, tan… llena
de tatuajes y tan segura de sí misma. Moon sí que era el tipo de
Ward, de hecho, Sophie estaba convencida de que si su amiga no
hubiera sabido desde siempre que le gustaba ese hombre, sin duda
ya lo habría probado.
Pero Moon se había dedicado a hacerse amiga de Ward y a
dejarle claro que no serían nada más que amigos. Él entendió esa
negativa como algo tajante, y por lo que ella sabía, nunca intentó
nada. Al igual que Sophie, se había dedicado a ser amiga de
Ward… y él, tal como había hecho Moon, le había dejado claro con
acciones que la veía como una niña a la que proteger. Por algo ella
era la hija del alcalde, y por consiguiente la hija del jefe. La pequeña
Sophie a quien Ward adoraba por su dulzura e ingenuidad y que
jamás vería como a una mujer.
Eso le dejaba claro a Sophie que no serían nada más que
amigos, nunca, jamás. A menos que ella le dejara claro que ya no
era una niña y que por supuesto, no quería ser su amiga.
—La vida es un asco —dijo Sophie apoyando la cabeza sobe la
barra.
Moon soltó una carcajada y le puso otro cóctel al lado de su
cabeza.
—Invita la casa. Si estás tan triste, al menos deberías estar
borracha. Si no, solo eres patética a medias.
—Eres tan amable… —dijo Sophie riéndose de pronto.
Moon le guiñó un ojo.
Suspiró, dispuesta a beber una copa más y a fingir que no
esperaba a George Ward. Ese bombero era el culpable de provocar
un incendio en el corazón de la joven, y no solo en su corazón. ¡Oh!
Lo deseaba tanto…
Se enamoró de él cuando a los doce años recién cumplidos,
justo antes de que su madre muriera, apareció por primera vez con
la camiseta de los bomberos, para dar una charla en el instituto.
Ward era voluntario, solo tenía dieciséis años, pero ya se estaba
preparando para ser uno de los mejores bomberos de Chicago, y
vaya si lo había conseguido.
Desde ese día, Sophie lo había dejado de mirar como a su
amigo, y empezó a despertar su interés de mujer. Un interés que
nadie más había conseguido activar.
¡Maldita fuera esa charla de primero auxilios! Desde entonces, no
había dejado de pensar en él, en la envidia que le dio el muñeco
cuando él puso sus labios sobre los de plástico. Su enamoramiento
fue a más y a los diecisiete estuvo a punto de confesarle que le
quería, pero el miedo a perder su amistad pudo más que su deseo.
Ahora ya no tenía diecisiete años, ahora ya había terminado el
instituto, la universidad y era una mujer completamente adulta.
—Completamente adulta, enamorada como una quinceañera —
refunfuñó para sí.
Era solo pensar en él, y su corazón volvía a arder en llamas.
—Mmmm… —Moon la sobresaltó cuando puso su cara justo
frente a la suya—. ¿Sabes que hablas en voz alta? ¿Y que en este
bar de bomberos y policías todo el mundo conoce al bombero
buenorro cuyo nombre no dejas de suspirar?
Sophie se puso colorada.
—Cállate.
La carcajada de Moon no hizo más que intensificar el color de
sus mejillas.
Se encogió de hombros, intentando fingir que no sabía de qué
estaba hablando.
—No he dicho nada.
Estás enamorada. Moon moduló la palabra con los labios, pero
gracias a Dios, no la dijo en voz alta.
—Está bien, me callaré mientras espero.
—Sí —suspiró Moon—. Aunque si lo gritaras a los cuatro vientos,
tampoco es que sorprendieras a nadie. Siempre has estado coladita
por él.
Sophie parpadeó lentamente.
—¿Crees que los demás lo saben? ¿Tanto se me nota?
—Claro que sí. Recuerdo cómo lloraste el día que dejaste
Chicago para marcharte a la universidad de Nueva York.
Ella se encogió de hombros, como si no le diera importancia.
—Fue porque era la primera vez que salía de la ciudad. Dejaba
todo atrás… —Moon alzó una ceja ante las palabras de Sophie—
Bueno… Y porque temía no verle en cinco años. Y exactamente ese
es el tiempo que ha pasado.
Moon la miró con el ceño fruncido.
—Sophie, Ward es extraordinario, siempre que no te cuelgues de
él —y lo dijo con una lástima que no pudo ocultar—. Y Heather está
de acuerdo conmigo.
Por supuesto, aunque Heather hubiera estado en Nueva York
con ella, también hablaba cada semana con Moon.
—Seguro que os habéis puesto las botas cotilleando a mis
espaldas.
—Somos tus amigas, te queremos y lo más importante es que no
queremos que sufras. Tú ya sabes que Ward…
—Lo sé —dijo suspirando, como si el corazón no se le partiera
en dos—. Él jamás querrá nada serio con nadie. —Se encogió de
hombros—. Quizás yo tampoco quiera nada serio. Quizás quiera un
revolcón…
Moon miró al techo y después cerró los ojos, pidiendo paciencia.
—Sophie… no eres chica de revolcones. Eres Sophie. Una mujer
hermosa y buena que ha nacido para construir una bella familia y
criar a sus diez hijos en las afueras de Chicago.
—Quizás no quiera hijos —dijo ofendida.
Pero sí quería, montones. Aunque tenía muy claro que eso no
era conversación para la primera cita. Quería una casa en las
afueras, un perro, dos gatos… pero también quería todo eso con
Ward. Porque sabía que, aunque todo el mundo lo veía como un
trozo de carne, Ward no era solo un dios del sexo. Era su amigo, era
bueno, honrado, trabajador…
—Ya estás fantaseando otra vez.
—Aisssh —se quejó Sophie—. Déjame con mis fantasías. Soñar
es gratis y es lo único que puedo hacer sin que mi padre me juzgue.
En ese momento Moon se calló, porque ser la hija del alcalde, no
debía ser nada fácil. Y menos cuando el alcalde era un hombre que
lo controlaba todo y a todos.
Sophie miró la puerta de la entrada y siguió esperando.

***

Dos horas después, el bar, entre semana estaba medio muerto.


Y Sophie seguía hablando con Moon, mucho más achispada de lo
que hubiera estado en sus años universitarios.
—Deja de esperarle, es un capullo.
Sophie miró a su amiga, indignada.
—¡No es un capullo! Es un auténtico héroe. George Ward es el
mejor bombero de Chicago. —El cuerpo de Sophie estaba
completamente inclinado sobre la barra y su mandíbula colgaba más
de lo necesario.
—Eso no lo pongo en duda. Me refiero a que es un capullo con
las tías —se rio Moon mientras sacaba las copas del lavavajillas—.
Por supuesto que es un héroe. El otro día salvó a cuatro patitos de
morir atropellados en la autopista en plena hora punta. Detuvo el
tráfico…
—¡Y eso es una monada! —gritó Sophie— ¿Hiciste un video?
Moon meneó la cabeza intentando no reírse demasiado, y
Sophie apoyó la frente en la barra, ocultando su cara de desilusión.
—Es un héroe —dijo, aplastando el puño contra la madera. Si
hubiese sido posible, los iris de Sophie se habrían transformado en
corazones.
Moon soltó una carcajada.
—Sophie, —dijo, sin parar de reír—. Lo siento, pero me lo estaba
inventando.
—¿Qué?
—Si es que te lo crees todo. No salvó a patitos.
—¡Eh! —estaba indignada—. Ward es perfectamente capaz de
hacer algo así —se quejó Sophie, haciendo un puchero.
—Está bien, le salvó la vida a un animalito. Un perrito muy mono,
pero no en la autopista sino en una calle residencial. Y sale en el
YouTube.
Sophie lo buscó y sus ojos casi se llenan de lágrimas al verlo
coger el cachorro entre sus manos.
—¡Oh! Es tan mono…
—¿El cachorro o Ward?
Sophie la ignoró.
—Es un tío genial, ¿verdad? Cuando íbamos al instituto, llenaba
las libretas con su nombre. Y la W siempre fue mi letra favorita.
Hasta me hice pegatinas. Oh, Moon, no me puedo creer que vaya a
verlo después de tanto tiempo…
Moon sonrió como una bandida, mientras posaba la vista en la
entrada del pub.
—Hablando del rey de Roma.
Sophie se puso colorada.
—Oh, no…
—¿Oh, no? —dijo Moon sonriendo a Ward y mascullando entre
dientes para Sophie—, pero si lo has estado esperando desde hace
horas.
—¿Qué tal estoy? —susurró, peinándose con los dedos la
melena rubia.
Moon miró a su amiga de reojo. Sophie se había convertido en
una mujer preciosa. Lucía una larga melena dorada y tenía unos
ojos azules preciosos rodeados por unas largas pestañas. Nada que
ver con la adolescente tímida y con gafas, que se escondía en la
última fila de la clase. Como si la hija del que ahora era alcalde
pudiera pasar desapercibida de algún modo.
—No te va a reconocer.
Sophie la miró ofendida.
—¡Claro que sí!
—¿Apostamos?
Volvió a mirar a Ward, y alzó la mano saludándolo. Los ojos de
Sophie brillaron nada más verlo. Pero Moon rompió la magia
gritando como la loca que era:
—¡Eh, Ward, mira quién está aquí!
CAPÍTULO 2

Nada más entrar por la puerta, George Ward vio como Moon
alzaba el brazo para saludarlo. La espectacular morena llevaba el
pelo recogido en una cola de caballo y estaba señalando con el
dedo índice a una chica rubia que estaba sentada en uno de los
taburetes de la barra.
—¡Eh, Ward, mira quién está aquí!
Se acercó, echando fugaces miradas a la belleza de cabellos
dorados. Lo primero en que se fijó fue en el trasero que marcaba
esos vaqueros ajustados. Espectacular. Y los elegantes zapatos de
tacón negros, no hacían más que sumar sensualidad a su outfit.
Dedujo que no era demasiado alta y que los tacones conseguirían
sacarle un par de centímetros de más. Tenía curiosidad por saber
qué cara tenía, pues su blusa entallada revelaba un cuerpo
escultural, redondeado en los lugares adecuados y dejando una
cintura delgada donde se abrazaban sus jeans.
Entendió que no era alguien que hubiera visto antes por allí, de lo
contrario ya sabría su nombre, edad, en qué trabajaba… y por
supuesto, era más que probable que se hubiera acostado con ella.
—¡Hola Moon! —saludó sonriendo a la guapa morena—. Ponme
una birra.
Al acercarse, inclinó su cuerpo hacia delante y puso ambos
antebrazos sobre la barra.
Había sido un día duro en la unidad de provocados, estaban
trabajando en un caso que se le resistía. Sin duda, al día siguiente
pediría ayuda a alguien de la brigada del 47 para investigar el lugar
del incendio, de nuevo.
Moon señaló con la cabeza a la chica rubia y él vio como esta se
giraba para mirarlo con sus grandes ojos azules.
—Ho… hola.
Ward ni siquiera se pudo sentar, quedó impactado por aquella
hermosa mirada. Una mirada que sin duda conocía muy bien.
Meneó la cabeza, incrédulo y parpadeó sin poder creérselo.
—¿Sophie, eres tú?
No, no podía ser la pequeña Sophie.
—Hola —una risa amistosa y algo nerviosa salió de entre los
labios de Sophie.
—Dios mío… —Cuando ella se levantó, Ward la envolvió entre
sus brazos—. No me lo puedo creer.
La balanceó por un instante, para después agarrarla por los
hombros y separarla de su fornido pecho.
Sophie lo miró como si fuera un hombre perdido en el desierto,
que encuentra por fin un oasis. Soltó una risita nerviosa.
—Sí, ha pasado tiempo.
—¡Ni que lo digas! Estás tan distinta —le dijo, sin poder dejar de
mirarla, de arriba a bajo.
Hacía mucho tiempo que no la veía. Quizás, desde que se
hubiera marchado a la universidad, la habría visto una o dos veces.
Pero Ward no la había olvidado.
La pequeña Sophie siempre estaba en su memoria. Tan dulce y
cándida.
—Me alegro tanto de verte —dijo con sinceridad— ¿Qué tal te ha
tratado Nueva York?
Ward se sentó en uno de los taburetes y Sophie hizo lo mismo.
Sus cuerpos estaban uno frente al otro y Ward apoyó un codo en la
barra mientras la miraba fascinado.
Sophie apenas podía articular palabra, así que se encogió de
hombros, obligándose a mantener la sonrisa en sus labios, y decir
algo agradable.
—Nueva York me ha tratado bien, pero ya sabes que uno
siempre echa de menos Chicago.
—Es difícil olvidar a la ciudad del viento.
Y más difícil olvidarla a ella. Aunque con sinceridad, había
cambiado mucho. Esa niña delgaducha y desgarbada, con anteojos,
se había transformado en toda una mujer. Una mujer bellísima.
Rubia, de cintura estrecha y pechos generosos, ojos azules…
impresionante.
Carraspeó algo horrorizado al sentir que estaba mirando a su
amiga con otros ojos, unos ojos mucho más perversos de lo que era
recomendable.
Su pequeña Sophie.
Carraspeó más fuerte.
Ward se vio negando con la cabeza. Sophie era una mujer que
seguía sin estar a su alcance. No en vano era la hija del alcalde.
Uno no podía perder su carrera por un affaire. Así que Sophie era
una mujer que, por bella que fuera, debía evitar. Fruta prohibida.
Respiró hondo para despejar su mente de esos pensamientos.
Lo único que importaba era que había vuelto y parecía feliz… y algo
achispada.
—Ward… tomemos algo —dijo ella, interrumpiendo sus
pensamientos.
Miró a Moon, que le dejó una birra sobre la barra.
—Ella ya ha tomado demasiado —le susurró con un guiñó.
Él le dedicó una sonrisa y miró a Sophie que no pareció darse
cuenta de que su amiga estaba advirtiendo a Ward que no se
aprovechara de ella, o lo castraría.
—Por supuesto —le respondió el bombero—. Cuéntame todo lo
que has estado haciendo estos cinco años de Nueva York.
—Bueno, no hace tanto que nos vimos. Fue hace poco más de
un año… en Navidad.
—Oh, sí, pero esa fiesta benéfica de tu padre no cuenta —dijo
Ward sin perder la sonrisa—. Apenas pudimos saludarnos, me
contaste muy poco.
Eso era cierto y a Sophie le sorprendió que se acordara.
Intentó no suspirar, que él no la notara nerviosa, pero Ward por
supuesto sabía leer el lenguaje corporal de las mujeres. Sophie
seguía siendo tan inocente como siempre.
—Dime qué has estado haciendo.
—Me he estado sacando la carrera de economía con matrícula
de honor.
Uuuuh… captó la mirada de Moon, eso había sonado demasiado
pretencioso. Su amiga le puso un nuevo cóctel sobre la barra, esta
vez sin alcohol, esperaba que ward no se diera cuenta de ese
hecho.
—Siempre fuiste una chica muy inteligente.
Ella se sonrojó y a Ward le pareció encantador.
—Tú sigues siendo un héroe.
La carcajada de Ward fue sincera y arrebatadoramente sexy.
—Eso cree la gente, pero últimamente paso demasiado tiempo
en un despacho y muy poco salvando cachorritos. —Se encogió de
hombros, restándole importancia a su maravillosa labor de bombero.
—Ye visto un video tuyo con un perrito.
A Sophie se le caía la baba y era tan evidente que Moon tosió
para avisarla.
Parpadeó al ver la expresión de su amiga y enderezó la espalda.
—En fin, no has cambiado nada —le dijo Sophie, tragándose un
suspiro.
—¿No? ¿Lo dices porque sigo siendo tan guapo como siempre?
—Lo digo porque sigues siendo tan modesto como siempre.
Como si el hecho de que amaras tu trabajo, no lo hiciera algo
heroico.
Ahora fue su turno sonrojarse.
—Vaya, chica, sabes sacar los colores a un hombre.
Ella rio tapándose la boca y jugueteó con la pajita de su cóctel.
Una mirada a Moon y se dio cuenta de que su amiga le estaba
diciendo, en un lenguaje de cejas alzadas y miradas ansiosas, que
era el momento de seguir coqueteando. Moon, que se alejó un poco
hasta el final de la barra, y se tocó su propio brazo, como
indicándole que tenía que hacer lo mismo con Ward.
Sí, quizás debería avanzar un poco más en su coqueteo, o una
vez más se quedaría en nada.
Carraspeó, nerviosa.
—Dices que te pasas media vida en el despacho, pero sigues
estando en plena forma.
¡Y ahí va!
Le tocó el bíceps y pudo ver como los ojos de Ward se abrían por
la sorpresa, sin duda no se lo esperaba.
Moon apretó los labios para no reír y disimuladamente sacó el
móvil para hacerle un video y mandárselo a Heather: su amiga no
podía estar perdiéndose esto.
Ward tragó saliva mirando la mano de Sophie, que se apresuró a
retirar al verlo incómodo.
—Lo siento.
Se sonrojó.
—No, tranquila —Ward se rio como si no hubiera pasado nada,
como si no acabara de caer en la cuenta de que la pequeña Sophie
estaba coqueteando con él.
Sophie pego otro pequeño sorbo y pensó que el alcohol la
ayudaría a no pasar tanta vergüenza. ¡Dios! Seguro que estaba roja
como un tomate en verano.
Ward… su Ward. Lo miró de reojo. No había cambiado,
definitivamente desde la última vez que lo vio, su cuerpo seguía
siendo el mismo. Igual de espectacular. Alto, de espaldas anchas y
bíceps de infarto. Su rostro quitaba el hipo, con esos ojos negros y
penetrantes, su sonrisa sexy y su pelo negro, como la noche. Y esa
sonrisa de dientes perfectos y parejos, por no hablar de sus
pómulos y su mandíbula… ¡Dios! Ella quería morder esa mandíbula.
—Sophie.
Él le llamó la atención al ver su mirada fija en sus labios.
—Oh, lo siento. ¿Me decías?
—Que… te noto cambiada —dijo él, mirándola de tal forma que
por poco le arranca un suspiro.
¿Le estaría gustando a Ward lo que veía?
—Tú sigues igual que siempre —balbuceó Sophie, arrancándole
a él una sonrisa.
Estás tan jodidamente guapo como de costumbre.
—Y dime —empezó a decir, Ward— ¿Vas a quedarte por aquí?
¿O solo has venido de visita? Con esa matrícula de honor, seguro
que te llueven las ofertas para trabajar en Nueva York.
Ella asintió, pero seguidamente negó con la cabeza, dejándole
claro que le llovían las ofertas, pero que no pensaba quedarse en
Nueva York.
—Como te he dicho, echo de menos muchas cosas que están
aquí.
La mirada profunda que le lanzó a continuación, hizo que Ward
detuviera el movimiento de su brazo, y el botellín de cerveza quedó
a medio camino.
—Esto… por supuesto.
—Sí —dijo, más entusiasta—. Me quedaré por aquí. Incluso
tengo un trabajo, si es que acepto la oferta. Empezaría la semana
que viene. La verdad es que la idea es tentadora.
—Eso es maravilloso, Sophie. Nos veremos más por aquí,
entonces. —dijo Ward sin pensar.
Tragó saliva, la verdad es que no sabía por qué había dicho eso.
No quería sonar como si lo estuviera deseando, aunque recordaba
que antes se habían llevado estupendamente, Sophie había sido un
gran apoyo en su carrera, siempre animándole cuando estaba
deprimido, siempre ahí para escuchar sus problemas, aunque para
él fuera solo una amiga inocente, no en vano se llevaban cinco
años. Cuando ella tenía dieciséis, él tenía veintiuno, pero no por ese
hecho, Sophie había dejado de ser un gran apoyo. Al fin y al cabo,
la familia de él jamás lo había sido. Apenas se hablaba con su padre
y su madre vivía al otro lado del país con su nuevo y flamante
esposo. Para Ward, la única figura paternal que había tenido era el
capitán del la 47 y el padre de Sophie, por muy autoritario y exigente
que fuera este último.
Ella lo miró con la cabeza ladeada, como un cachorrito pidiendo
algo de cariño.
Eres patética, Sophie.
A punto estuvo de poner los ojos en blanco al darse cuenta de
como lo miraba. Se recompuso. Era una mujer diferente, y tenía que
demostrarlo. No podía decepcionarse solo porque él no le pidiera
una cita. Nos veremos más por aquí, no sonaba tan mal ¿no?
—Yo también espero verte más. Heather también vendrá pronto
a Chicago.
—¡No me digas! —exclamó Ward—. Seguro que ha sido un gran
apoyo para ti en Nueva York.
—Sí que lo ha sido.
—Pero Moon os ha echado de menos, las tres siempre habéis
sido inseparables. Se me hacía extraño ver a Moon sin vosotras
orbitando a su alrededor.
—A nosotras también se nos ha hecho raro no tenerla cerca.
Le guiñó un ojo a Moon y ésta bajó el teléfono, desconcertada.
Sophie parpadeó. ¿Le estaba haciendo un video? Por supuesto,
refunfuñó en sus pensamientos, Moon estaba haciendo un video
para Heather.
—Heather llegará mañana, tiene que tratar algunos asuntos con
su hermano Maximilian.
Su hermano, que era su única familia directa, estaba ahí, y a
veces tenía tantos problemas que era una suerte que Heather fuera
abogada.
—Como no —dijo, algo exasperado—. Ese Max, siempre
metiéndose en líos. —Suspiró, y se terminó la cerveza—. Espero
verla también, su fama de ser una de las mejores abogadas de
Nueva York ya ha llegado hasta aquí.
—Sí, pero su corazón le pertenece sin duda a Chicago.
No tuvo tiempo para decir nada más, pues en ese momento
entraron los bomberos del parque 47.
Sophie soltó una carcajada y lejos de sentirse decepcionada,
saltó del taburete presa de una incontenible alegría.
—¡Chicos!
Antes de darse cuenta se había lanzado a los brazos de Logan
Farrell.
El teniente Logan era tan guapo como Ward, pero como no
estaba enamorado de él siempre lo había visto como un maravilloso
hermano mayor: fuerte, protector, y tan encantador… le había
echado mucho de menos.
—Mi pequeña Sophie…
La levantó del suelo y Ward alzó una ceja cuando empezó a girar
con ella en brazos.
—Vaya… mi bienvenida no ha sido tan afectuosa —se quejó
Ward.
Las mejillas de Sophie ardieron.
—No estés celoso —gritó alguien entre el grupo de bomberos.
Wachowsky, apareció con sus increíbles espaldas anchas y Sophie
fue engullida por un nuevo abrazo.
—Dimitri… —la carcajada se escuchó por encima de la música y
los murmullos del local.
Él era el bombero más gracioso del parque, podría ser
monologuista de éxito, pero era demasiado valiente como para no
hacer lo que más le gustaba: adentrarse en el fuego y salvar vidas.
Fue maravilloso volver a verlos. En cinco años los puestos no
habían cambiado tanto y de los siete bomberos que tenía frente a
ella, conocía a la mayoría. Pero sin duda con Dimitri y Logan tenía
algo especial. A ellos sí que los consideraba algo así como sus
hermanos mayores.
—¿Por qué no has avisado que venías? Te habríamos hecho una
fiesta —dijo Logan.
—Sí, eso me temía.
Rieron todos. Ward se quedó mirando a la nueva Sophie que
tenía frente a él, tan relajada y natural. ¿Siempre había sido así con
todos? ¿Por qué con él ahora parecía que era diferente que con los
demás?
Se alzó del taburete y se acercó más a ellos.
Sophie no paraba de abrazar a sus compañeros y Ward
parpadeó porque a él no lo había tratado con esa familiaridad.
¿Acaso él no podía considerarse un amigo como los demás? Se
rascó la cabeza mientras los escuchaba hablar.
Sophie estaba muy feliz, y sabía que el alcohol no tenía nada
que ver. Los conocía de toda la vida. Su padre solía trabajar mucho
y su tía favorita trabajaba para el capitán del parque de bomberos
donde estaban Ward, Logan y los demás chicos de la 47, por lo que
siempre estuvo correteando por el parque de niña.
—Bienvenida, princesa —le dijo Allan, el más veterano de los
bomberos. A él Sophie lo abrazó con más fuerza.
—Gracias.
Allan, Tim y Will eran los bomberos más veteranos. Logan y
Dimitri entraron con Ward en el equipo. Pero por lo que veía ya no
eran los novatos. Un chico, quizás algún año más joven que ella, se
presentó.
—Soy Phill.
—Nuestro novato —dijo Logan—. Ella es nuestra Sophie. Nadie
hace el pastel de melocotón mejor que ella.
—¿Insinúas algo?
Él puso cara de cordero degollado y ella asintió mientras reía—.
Mañana tendréis uno en vuestra cocina.
—¡Bien! —gritaron al unísono, menos Ward, que parecía que se
había perdido algo.
Miró a Moon, con cara de burlarse de él. Antes de que esta
pudiera apartarse, se inclinó sobre la barra y le preguntó:
—¿Sophie siempre ha sido tan simpática con todos?
Como única respuesta, Moon le dedicó una enigmática sonrisa.
—No con todos. Contigo, no.
Ward parpadeó, sin saber muy bien como tomarse eso.
CAPÍTULO 3

Una hora después, Sophie se acercó a la barra para pedirle más


bebidas a Moon. Era miércoles, y el pub no solía estar muy
concurrido entre semana, y si los bomberos llegaban pasadas las
once, solamente era para desconectar, bebían una cerveza y se
marchaban a casa. Pero la presencia de Sophie les había hecho
quedarse y ahora el ambiente era festivo, eso había atraído a más
clientes y el pub estaba a rebosar.
Sophie se apoyó en la barra, sonriendo a Moon.
—Mi chica está contenta.
—Bastante —respondió Sophie—. No me había dado cuenta de
lo mucho que les había echado de menos a todos.
Y no solo a Ward, pensó Moon. Eso estaba bien.
Mientras le servía las cervezas que había pedido, Sophie
contempló a los bomberos jugar al billar. Ward reía con sus
compañeros, pero de vez en cuando podía sentirse agradecía
porque su mirada se posaba sobre ella y sonreía.
Un nuevo suspiro.
—Por Dios… estás muy colada. —dijo, poniendo cuatro
botellines sobre la barra para que los tomara.
—Oh, cállate… —suspiró.
—Habrá que hacer algo —las palabras de Moon hicieron que los
hombros de Sophie se hundieran—. No pongas esa cara. Está feliz
de verte, como todos los demás. Creo que dentro de poco podrás
volver a ser la mascota del parque de bomberos.
Sophie soltó una carcajada.
—¡Te odio!
—Mañana llega Heather, te aconsejo que no hagas planes que
no sean con nosotras. Tenemos que analizar la situación.
—¿Esto te divierte?
—Muchísimo —le guiñó un ojo.
Miró a los bomberos al fondo del bar.
—Mañana termina su turno, podrías llevarles ese pastel de
melocotón y seguro que si vuelves por la noche al pub… es
probable que te lo encuentres aquí para ver qué puede cazar.
Sophie hizo una mueca.
—¿Así que viene de caza?
Moon asintió.
—No lo dudes.
No estaba muy contenta con esa afirmación cuando miró sobre
su hombro y lo vio reírse con los demás.
—¿Me pones un cóctel a mí?
—Te has bebido tres cócteles y dos birras. Ya es suficiente.
La miró, alzando una ceja.
—Sí mamá.
Pero Moon solo se rio.
—Sinceramente, cariño —dijo meneando la cabeza—. No te lo
recomiendo.
—¿A qué te refieres?
—A intentar que Ward cambie, a tener algo con él.
Sophie sintió que Moon tenía razón, pero no podía evitarlo. En su
corazón no gobernaba ella. Su corazón amaba a Ward y no había
más nada que pudiera hacer.
—Sé que no cambiará…
—Por eso no busques nada serio. Pero, si sólo te lo quieres
follar… Entonces adelante.
A Sophie se le escapó una risotada.
—Gracias. ¿Tengo tu aprobación?
Moon se encogió de hombros.
—Sí, y seguro que la de Heather. Espabila, hay mucha chica
esperando turno.
Y Sophie sabía que tenía razón. Moon le guiñó un ojo y ella tomó
las cervezas para llevárselas a sus amigos.
—Hablando de tu competencia… —dijo Moon, señalando con la
mirada a una mujer que acababa de entrar por la puerta.
Sophie miró en la dirección en que lo hacía su amiga y vio como
la mujer miraba a Ward, como si fuera el último trozo de pizza que
quedaba sobre el cartón, después de una noche de juerga. Es más,
parecía que se estaba muriendo de hambre.
¿Esa era la clase de mujer que le gustaba a Ward? Pues sin
lugar a duda, ella no tenía nada que hacer. Era una mujer exótica,
voluptuosa, seguro que medía más de un metro setenta y cinco.
Suspiró con las cervezas en la mano.
No debía entristecerse, Ward jamás la había visto como a una
mujer. Siempre había pasado de ella en ese aspecto, y al parecer,
esa noche no iba a ser una excepción.

***

Se escucharon las bolas de billar chocar entre ellas, y rebotar por


las bandas de la mesa de juego. Pero Ward no estaba concentrado
y la mirada de Logan sobre él se lo hizo saber.
—¿Estás en lo que estás?
Refunfuñó algo entre dientes para luego decir:
—¿Sabes que si no meto mis bolas, tú ganas?
—No quiero hablar de tus bolas, amigo.
Ward sacudió la cabeza como si el mal chiste no le hubiera
hecho gracia.
—No te quejes —dijo Wachoswky—. Te está dejando ganar.
—No le dejo ganar —dijo Ward, con desgana.
—Por supuesto que no, pero hoy las vistas son demasiado
hermosas para concentrarse en nada más —Wachowsky alzó una
ceja mirando a su amigo—. ¿No es así?
Ward se sorprendió ante ese comentario.
—No sé de qué me hablas. No estaba mirando a Sophie.
Entonces, Wachowsky y Logan se sorprendieron más que él.
¿Por qué demonios miraría a Sophie?
—No estábamos pensando en ella, si no en la morena que te
está comiendo con la mirada. Aunque...
Pero algunas miradas volaron hacia la dulce Sophie que en la
barra sujetaba las cuatro cervezas.
—Está guapísima —dijo Dimitri.
—¿Eh? —Ward se mosqueó de veras.
—¿Qué os pasa? No habléis así de ella, es solo una niña.
Logan pareció a punto de partirle el palo de billar en la cabeza.
—Dios mío tío.
—¡Ojito! ¡Estás hablando de Sophie! —se enfurruñó aún más
Ward.
—Solo digo lo evidente, no es ninguna grosería —levantó las
manos Dimitri.
—Es verdad, está muy guapa —convino Logan—. Ninguno
insinúa nada raro. Parece que el que está nervioso por su presencia
eres tú.
Ward puso los ojos en blanco.
—En serio… no volváis a mencionar algo así. Sophie no es una
mujer, es... Sophie.
Wachowsky miró a Ward, como diciendo: lo que tú digas.
—Pues parece que alguien te reclama, y no es Sophie —se
aventuró a decir Logan.
No acabó la frase y Ward se dio la vuelta al ver que las miradas
de sus compañeros se clavaban en la pared del fondo. La morena
que había entrado en el pub, ya había esperado lo suficiente.
—Parece que tu cita está aquí.
—No tengo una cita —dijo Ward.
Pero tampoco importaba. Algunas mujeres acudían a verle y él
simplemente no podía decir que no.
Linda, la chica morena que había conocido algunas semanas
atrás en aquel mismo pub, lo miraba con el mismo deseo de
siempre, tan sexy y espectacular que podía cortar la respiración a
cualquier hombre que tuviera ojos en la cara.
La vio acercarse a la barra, no muy lejos de Sophie, y de pronto
la cabellera rubia de su amiga le llamó la atención, lo suficiente
como para acapararla.
Se dio cuenta de que su cuerpo reaccionaba y desvió la mirada,
carraspeó como si no supiera muy bien qué hacer con ese fogonazo
de deseo. O quizás sí lo sabía.
—Yo…
La belleza morena se inclinó hacia atrás para hacer contacto
visual con él. Alzó su vaso y bebió mientras Sophie se alejaba de la
barra y se encaminaba hacia ellos con una bella y angelical sonrisa.
—Chicos, os traigo las cervezas.
Los más veteranos se lo agradecieron, mientras Ward desviaba
la mirada fijándola en la otra mujer. De pronto, la vio lamerse la
espuma de los labios y sus largas piernas la llevaron hacia el baño
del fondo del local.
Sophie no pudo menos que mirar su caminar pausado y, sobre
todo, como esa mujer se lo comía con los ojos mientras lo miraba
sobre hombros al encaminarse hacia el baño. Y un hombre no
necesitaba palabras de invitación cuando con un aleteo de pestañas
se le podía decir claramente lo que una mujer quería. Y Linda quería
que la siguiera… tener sexo con él en el baño.
Joder.
Ward sonrió. Parecía que no iba a decepcionarla.
—Logan, tú ganas —sin mirarle siquiera, le pasó el taco a
Wachowsky—. Si me disculpáis…
Algunos de sus compañeros estallaron en risas, pero Logan
simplemente puso los ojos en blanco. Pero al instante, todos
siguieron a lo suyo.
Sophie se quedó decepcionada, pero al parecer ese
comportamiento era de lo más habitual. Habían bebido e iban a dar
las dos de la madrugada. ¿Por qué no? Un revolcón en el baño
parecía típico de Ward. Moon ya se lo había advertido y cuando miró
a su amiga con desolación, ella se encogió de hombros, como
diciendo: esto es lo que hay y… no debería importarte.
Pero sí le importaba.
CAPÍTULO 4

Ward siguió a Linda hasta los servicios de mujeres. La encontró,


retocándose los labios frente al espejo. Cuando ella se dio cuenta
de su presencia, sonrió de la manera más sensual que podía
hacerlo una mujer.
Su reflejo era la viva imagen de la lujuria.
—Te estaba esperando —dijo, con un tono que quería decir que
él se había tomado demasiado tiempo en ir en su busca.
Ward cerró la puerta con pestillo y se acercó lo suficiente para
aprisionarla con su cuerpo. Juntó la pelvis con el trasero de ella, que
seguía observándolo a través del espejo.
La cogió por el pelo con suavidad y le estiró la cabeza hacia
atrás, para lamer su cuello.
—Has tardado mucho —ronroneó.
—Pero ya estoy aquí.
—He visto como mirabas a esa chica…
Ward no la dejó continuar.
—¿Quieres follar? —le susurró al oído, como si fuera una
advertencia de que no estaba dispuesto a recibir ni una sola queja
más.
Ella gimió como respuesta. Luego se dio la vuelta y lo besó.
Metiéndole la lengua hasta el fondo, saboreó su boca.
Las manos de ella se elevaron para acariciar sus fuertes brazos,
deslizando la palma, arriba y abajo, sobre los prominentes bíceps.
Estaba impaciente, Ward lo notaba por la forma en que ondeaba
las caderas, apretándole el trasero contra su potente erección.
Él gruñó.
—Fóllame, Ward —dijo ella, levantando una pierna que colocó
alrededor de su cintura—. Fóllame como tú sabes.
Él sonrió como un diablo.
—¿Duro?
—Muy duro.
Sin dejar de sonreír, Ward la alzó, haciendo que enroscara
ambas piernas alrededor de su cintura. La llevó hasta uno de los
cubículos y entró con ella.
El cuerpo femenino chocó contra la pared, pero Linda no
protestó. Era lo que quería. Un encuentro rápido y
escandalosamente erótico.
¿Quién mejor que George Ward para proporcionárselo?
—Eres un dios del sexo ¿lo sabes?
Él sonrió contra su cuello, justo después de lamérselo.
No era para tanto, pensó el bombero. Le gustaba el sexo, ¿a
quien no? Y lo hacía bien.
Sabía lo que las mujeres querían, quizás por su forma de gemir,
de moverse… sin duda no todas querían lo mismo, y quizás en eso
residía su secreto, en encontrar el punto exacto para hacerlas
estallar.
¿Qué punto sería el de Sophie?
Mierda. ¿Qué coño…?
Apartó la boca de la de su amante, parpadeando sin tener muy
claro de donde había salido ese pensamiento.
—¿Qué? —preguntó Linda, algo confusa.
—Nada.
Él meneó la cabeza una y otra vez hasta que se quitó ese
extraño pensamiento sobre Sophie
—Sigamos.
Ward inclinó la cabeza y se apoderó de la boca de Linda. Sabía a
cerveza amarga.
¿A qué sabrían sus labios?
—Maldita sea… —No hacía falta ser un genio para saber a quien
se refería.
—Hoy estás ausente.
Él negó con la cabeza.
No. Iba a concentrarse en el manjar que tenía delante.
—Lo siento, —le dedicó una de sus mejores sonrisas—. Ya
vuelvo a estar aquí, contigo.
Le subió el vestido hasta dejárselo por encima del sujetador. La
licra negra se abrazaba perfectamente a cada una de sus curvas,
pero finalmente dejó expuesta la piel que deseaba, la de su perfecto
y redondo trasero. Suspiró al acariciar su piel expuesta y deslizar las
manos hacia arriba. Sus protuberantes pechos casi no cabían en su
sujetador.
Ward mordió uno sobre la tela de encaje.
Sintió como se restregaba contra él, mientras gemía presa de un
súbito deseo.
—Ward…
Ambas manos se apretaron contra sus montículos y finalmente
apartó el encaje para sacar uno, solo después de que sus dientes lo
hubieran acariciado, quizás con demasiada pasión.
Se llevó el pezón a la boca y succionó con fuerza.
Linda le tomó la cabeza entre las manos mientras sus caderas se
movían buscando la erección de Ward, que podía finalmente sentir
entre sus piernas.
Cuando él dejó de atormentar uno de sus pezones, pasó al otro.
Pero necesitaba más.
Con un rápido movimiento, le bajó el tanga, haciendo que el
encaje se rompiera.
—¡Oh, sí! —gimió Linda, mientras le desabrochaba los botones
de la bragueta con manos expertas.
Él le acarició el sexo húmedo, y le metió un dedo. La vio apretar
los labios para reprimir un jadeo, quizás un grito de incontrolable
placer.
No pudo contenerse por mucho tiempo. Linda gimió como una
gata cuando hubo liberado su miembro.
—Joder, Ward… —siempre le fascinaba lo grande y duro que era
—. Te necesito. Eres tan… tan… enorme.
Lo acarició, lentamente. Estaba duro, y sí, era enorme.
—¿Te gusta lo que tocas? —preguntó él.
—Estoy deseando sentirla dentro. Fuerte y dura...
—¿Quieres sexo duro?
—Oh, sí…
Él sonrió contra su cuello, y antes de que pudiera darse cuenta le
había bajado las piernas. Los pies de ella tocaron el suelo. A pesar
de sus tacones se puso de puntas y se inclinó contra la puerta del
baño.
—Ward…
Abrió más las piernas, porque sabía lo que vendría a
continuación.
Ward acarició las nalgas plenas, la suave piel y finalmente tocó
su sexo, listo para él.
—Hazlo. —Se abrió más para él.
No obstante, con una sonrisa bailando en los labios, quiso
torturarla un poco más.
—Me vas a matar —gimió ella, cuando notó el glande rozando su
vulva.
Él le acarició el clítoris con la punta de su polla, y lo notó duro. El
movimiento se hizo más lento y el miembro retrocedió de nuevo
hacia atrás, acariciando la sensible zona.
—Solo voy a torturarte… solo un poco —se burló él.
Continuó haciendo el erótico movimiento por unos segundos
más, hasta que notó que temblaba. Estaba más que dispuesta.
Con movimientos rápidos y expertos se sacó un condón del
bolsillo de sus vaqueros. Se lo puso con rapidez y contuvo el aliento
al escuchar la voz de su amante.
—Fóllame de una vez, Ward —Linda no podía esperar.
Y Ward tampoco.
Un rápido movimiento de caderas… y la empaló con fuerza,
metiéndosela hasta el fondo.
—¡Ah! —Linda gritó y se retorció de puro placer, con las palmas
de las manos contra la puerta de uno de los cubículos. Por suerte no
había muchas chicas esa noche que quisieran entrar. Nadie
aporreando la puerta.
Él la agarraba por la cintura y bombeaba en ella, al tiempo que le
observaba el trasero. Verse entrar y salir, fue verdaderamente
erótico. Así como lo fueron los gemidos y grititos que Linda no podía
contener.
—Oh, así… nena. —Aumentó la fuerza de sus envites mientras
dejaba caer la cabeza hacia atrás—. Vamos.
Ward cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. Al principio no
se lo hizo rápido. Entraba con fuerza, hasta el fondo, y se retiraba
con estudiada lentitud. Ella podía notar su enorme verga,
deslizándose por su vagina, para después empalarla con brutalidad.
—Oh, así… ¡Ahhh!
Ward se quedó dentro unos instantes, en los que descendió con
la mano por su vientre y empezó a acariciarle el clítoris. Se
incorporó más sobre ella, y le estiró el cuello, agarrándola por la
melena.
Linda estaba gozando.
Su polla, ancha, larga y dura como una piedra, seguía en su
interior, y con dedos expertos él trazaba círculos en su clítoris.
Iba a correrse. No le esperaría.
—Acaba nena… —le ofreció.
Si de algo estaba orgulloso Ward era de saber darle placer a una
mujer. Jamás se había corrido dejando insatisfecha a una dama, y
esa noche no sería la excepción.
Podía sentir como los músculos de Linda empezaban a apretar
su polla.
—Vamos, nena…
Entonces, el orgasmo le sobrevino. Ward empezó a bombear con
fuerza. Los dedos de él seguían sobre su clítoris, y las potentes
embestidas hicieron que el sexo se contrajese en un orgasmo que
duró unos largos segundos.
Eso era lo que quería Ward. Gozar de su orgasmo, porque en
ese momento las paredes de su vagina palpitaban, y le
estrangulaban el miembro.
No se detuvo, entró y salió de su interior, dejándose llevar.
Pensando que el sexo era maravilloso, que Linda era una mujer
hermosa… quizás no tan hermosa como Sophie, con ese trasero
voluminoso y esa boca…
—Mierda…. —Se corrió, bombeando con fuerza.
Linda estaba demasiado saciada como para haberse dado
cuenta de que la mente de Ward estaba en otra parte, en un pelo
rubio muy distinto al de ella, y en unos ojos azules, que jamás
volvería a mirar de la misma forma.
—Joder…
—Sí —dijo Linda riéndose—. Joder. Cada día eres mejor.
Él se apartó para dejar que se bajara el vestido y se acomodara
el sujetador. Su tanga había quedado inservible, así que vio como lo
tiraba a la basura.
—Esta vez te has superado.
Él parpadeó y sintió el roce de los labios de ella, quien lo besó
rápidamente. Era una despedida, por supuesto. Linda sabía que
aquello era solo sexo, casual, y sin ataduras. A ambos les parecía
bien, porque era lo único que querían el uno del otro.
—Un placer, Linda.
Se subió los pantalones y en ese momento Linda volvió atrás.
—¿Ward…?
—¿Sí? —respondió, parpadeando.
—Me voy de la ciudad unos días. ¿Repetimos a la vuelta? —
Aunque no quisiera nada serio, no era tan idiota como para
renunciar al buen sexo con un espécimen como él.
Él le dedicó una sonrisa lobuna.
—¿Por qué no?
Ward se estaba subiendo la cremallera de la bragueta cuando la
puerta del baño de mujeres se abrió.
No estaba preparado para ver los ojos azules de Sophie sobre él,
sobre su…
—¿Sophie?
Ella lo miró confusa, luego miró a Linda que le dedicó una
sonrisa radiante.
—Ups. Disculpadme —se rio Linda, mientras salía por la puerta
dejando que la recién llegada y Ward se miraran a los ojos.
Por supuesto que han follado. Se dijo Sophie. No habría hecho
falta ser un genio para entender qué hacían esos dos allí, pero… no
lo pensó. Simplemente fue hacia allí y abrió la puerta, como si
instantes antes no se hubiera percatado de lo que iban a hacer.
Los celos la convertían en una auténtica idiota. Debía tomar nota.
El baño olía a sexo y la cara de Sophie se puso de un bonito
color rosado.
—Disculpa.
Sophie se largó antes de que él pudiera decir nada.
—Mierda… mierda. ¡Mierda!
CAPÍTULO 5

—Te habrás equivocado…


—Te digo que se la ha follado en el baño.
Moon puso los ojos en blanco mientras ponía los taburetes sobre
la mesa.
—¡Pues claro que se la ha follado en el baño! ¿Qué crees que
hacían allí dentro? ¿Intercambiar cromos de béisbol?
Moon estaba sola en el bar, no había nadie más para hacer el
cierre, por eso tenía el móvil sobre la barra, con el manos libres,
mientras escuchaba como Sophie despotricaba sobre que Ward
había tenido sexo en el baño con una chica explosiva.
—Yo los vi.
—Bueno, pues ya sabes. La próxima vez espera a que acaben, o
mejor… interrumpe antes y únete a la fiesta. Estoy segura de que
ninguno de los dos te dirá que no.
—¡Moon!
La guapa camarera estalló en carcajadas. Sabía como era
Sophie, demasiado inocente, su reacción escandalizada lo
demostraba.
—Es un cumplido. Eres tan guapa y sexy, que yo me lo montaría
contigo sin dudar.
—¡Moon! Estoy hablando en serio.
—Yo también te lo digo en serio, por la mirada que me echa de
vez en cuando esa chica, estoy convencida de que le encantaría
una noche loca conmigo. Así que como no va a querer montárselo
contigo…
—No hablemos de eso. Yo no soy tú.
Moon suspiró.
—Sí, no te escandalices tanto. Está claro que no eres como yo, y
nunca lo serás —se burló Moon. Y era cierto, no podían ser más
diferentes, ella era morena, vestida de cuero y con tatuajes.
Sophie… era un pastelito de crema—. Por favor, protege a tu
corazón, creo que no estás hecha para el sexo esporádico.
¡Pues tendría que estar preparado para eso! Porque por culpa
del deseo que sentía hacia Ward jamás había podido fijarse en otro
hombre. Lo había intentado, pero en comparación con él… todos
eran… insuficientes.
—Puedo tener sexo sin compromiso.
—¡Aleluya! Eso está muy bien. Es hora de que empieces a ver el
sexo como lo que es, una búsqueda de placer para sentirse mejor.
El sexo libera endorfinas… y la vida es mejor con un par de polvos
al día.
—¿Al día? —preguntó Sophie, totalmente noqueada—. Debo
leer más sobre el asunto.
Porque definitivamente no había practicado lo suficiente como
para tener una idea totalmente formada sobre el coito. Sabía como
se hacía, lo había hecho… más o menos, pero también sabía qué
distinto podía ser del acto que ella había realizado.
—En fin… Creo que esto se merece una larga conversación con
Heather ¿Cuando llega?
—Mañana por la tarde.
—Entonces, genial.
—¿Quedamos mañana?
—De acuerdo, aunque… —en fin, no sabía si quería hablar sobre
el sexo que Ward había tenido con esa despampanante mujer. Y
menos hablarlo abiertamente con Heather, que le daría indicaciones
claras y precisas sobre lo que debía hacer.
No, definitivamente, no estaba preparada.
Al otro lado del teléfono, Sophie se tumbó sobre la cama de su
habitación, mientras dejaba el móvil sobre las sábanas y escuchaba
a Moon cerrar el local.
—No debes tener en cuenta lo de Ward y sus mujeres —le dijo
Moon preocupada por la posible reacción de Sophie—. Para él solo
es sexo. Se le nota cuando está de caza. Mira a las mujeres de una
manera especial, tan sensual…
—No me estás ayudando.
—Espera, que te lo digo porque quiero que entiendas algo.
—¿El qué?
—Pues que a ti te ha mirado igual. Te desea.
Sophie se incorporó de un salto de la cama.
—¿Me desea? ¿Cómo puedes decir eso?
—Te lo juro, te estuvo buscando con la mirada todo el tiempo.
Desde luego no le eres indiferente. Si lo que quieres es divertirte, ve
a por él. Aunque si quieres algo más serio…
Por supuesto. Si quería algo más serio, Ward no era el indicado.
—Lo sé.
—Yo solo digo que protejas tu corazón. No obstante… —Moon
sonrió de forma maliciosa, aunque su amiga no pudiera verla—. Te
animo a que seas tú quien le pegue un buen polvo en el baño.
La mano de Sophie cubrió su cara y fue consciente por el calor
que empezaba a sentir que sus mejillas se estaban sonrosando. Se
tumbó de nuevo en la cama y respiró hondo.
—¿Me estuvo mirando?
Moon soltó una risa divertida.
—Sí, mientras jugaba al billar con los chicos.
Sophie, sintió cómo se le ensanchaba el corazón, pero de
inmediato se obligó a obviar esa dulce sensación. Una dulce
sensación que no tardaría en transformarse en amarga. Sintió como
se hundía aún más en el mullido edredón y suspiró.
Sí, era divertido hablar con su amiga sobre Ward, y planear... y
fantasear, pero sabía que jamás sucedería. Jamás había tenido
opciones con él.
Aunque si la miraba de la forma en que aseguraba Moon…
—¿Crees que tengo una oportunidad?
—No lo dudes.
Siempre había estado locamente enamorada de él, y ¿para qué
negárselo a sí misma? Ward había ocupado todas sus fantasías.
Quizás por eso nunca se animó a nada serio con nadie. Pero
cuando lo vio en el Pub… algo pareció encenderse, como si la llama
que siempre había brillado por él, ahora fuera una hoguera que ni
siquiera él con su camión de bomberos podría sofocar. Sophie
sonrió y se tragó la broma fácil sobre el fuego y la manguera.
Suspiró.
—Sinceramente, creo que por más que lo desee, jamás podré
tener nada con él.
Y lo creía de veras. Aunque su aspecto había cambiado
notablemente, ya no era una niña, al tenerlo delante se sentía igual
que cuando era una adolescente: poca cosa e insegura.
Moon interrumpió sus pensamientos.
—A ver, aclárame una cosa: Sólo te lo quieres follar, ¿verdad?
Sophie sonrió ante la pregunta directa de Moon y movió la
cabeza.
—Siempre tan directa, pero ya te he dicho que sí.
—Bien, pues ahora solo tenemos que encontrar la manera de
hacerle saber que estás dispuesta.
—¿No crees que se me nota?
—¿Cabizbaja y tartamudeando? No creas —se burló Moon—.
Los hombres no ven las obviedades como nosotras.
Sophie sonrió, y al poco se mordió el labio inferior. ¿De verdad
podría acostarse con Ward una noche y no quedar enganchada a
ese sexo que prometía ser maravilloso? ¿A esa sonrisa? ¿A ese
encanto natural que volvía locas a todas las mujeres?
Seguro que se engancharía…
Tenía que ser realista.
—Me conformaría con una noche de sexo, sí —ya era adulta.
—Bien, si estás decidida a aceptar que Ward es un Don Juan y
los tíos así no cambian… te ayudaremos a que suceda.
Ya, se lo suponía. Igual que suponía que Moon estaba sonriendo
de oreja a oreja.
—¿Qué se te ocurre?
—A ver… déjame pensar… ¿qué tal si te cuelgas de un
rascacielos para que te salve? —Moon avanzó por las calles
colindantes al pub hasta llegar a su apartamento, apenas a dos
calles de distancia—. Luego, como agradecimiento lo invitas a una
copa y una cosa lleva a la otra…
—¿Disculpa? —rio Sophie—. Tienes que decirme algo que
pueda hacer en serio. Está claro que deberemos esperar a hablar
con Heather para que dé ideas sensatas y nos las locuras que se te
ocurren.
—¡Bah! —se escuchó a Moon chasquear la lengua—. Sois muy
aburridas. Pero sí, esperaremos a Heather. Pero no pierdas de vista
el objetivo.
—¿Que es…? —Se burló Sophie.
—¡El objetivo es follártelo! —Moon pudo escuchar la risa de
Sophie a través del teléfono—. Necesitas una nueva excusa para
verlo. Yo sigo pensando que comprarte un parapente, para después
subirte a la Torre Willis…
—¡Moon! No cometeré esas locuras —se rio—. No estoy tan
desesperada.
—Sí, lo estás —se burló su amiga.
—Vale, como última opción, de acuerdo. Pero de momento
queda descartada.
—Hmmm… ¿Y si te tiras por el DuSable Bridge?
—No creo que el sexo con una zombie, o en el mejor de los
casos, con una mujer con las piernas rotas, sea lo que le interese a
Ward…
—Supongo que no.
—Haz el favor de descartar todo lo que sea un peligro para mi
integridad física.
—Está bien, algo más realista… Empieza por visitar a tu padre
en el ayuntamiento y de paso… déjate caer por su despacho.
—Eso sí es más realista.
—Ward se pasa las tardes allí. Le ofreces un café y se lo echas
en la entrepierna. Luego se lo puedes limpiar con una servilleta. O…
con la lengua…
—¡Te odio! —gimió Sophie.
—No, me amas.
Ingenua, pensó que estaba hablando en serio sobre lo del café
en la entrepierna.
—No estés tan segura.
—Bueno, tú prueba con lo del café, y si no te funciona… mañana
quedamos con Heather, a las nueve en el pub. Yo invito a un par de
chupitos para que te animes. Luego…
—¿Sí? —preguntó Sophie, sonriendo de oreja a oreja, pues
sabía que las ideas disparatas de su amiga no tenían fin.
—Luego tendrás el suficiente valor para acercarte a Ward y
decirle… ¿quieres follar conmigo?
Sophie respiró hondo.
—No veo que sea un mal plan.
CAPÍTULO 6

A la mañana siguiente, Sophie abandonó su apartamento y se


fue de compras al centro.
Mientras estaba escogiendo unas gafas de sol, alguien la tomó
por la cintura en un claro intento de darle un susto de muerte.
—¡Ah! —Cuando se volvió con el corazón latiendo a mil por hora
en su pecho, soltó todo el aire que había retenido y la mano abierta
golpeó el hombro de su atacante— ¡Maximilian! ¡Dios! ¡Qué susto!
A pesar de que casi se le detiene el corazón, ciertamente no
pudo evitar sonreír.
—Mi preciosa princesa —dijo Max, con su habitual sonrisa, tan
sensual como peligrosa—. Reconocería ese trasero en cualquier
parte.
—No me hables así —le amonesto, mirando a ambos lados por
si alguien de la tienda lo hubiera escuchado.
—Sí, ya sé que a tu padre no le gustaría.
—Ni a tu hermana tampoco, compórtate.
Maximilian era el hermano de Heather. Un tipo
irremediablemente guapo, y que rezumaba peligro por todos los
poros de su piel. Una piel de auténtico lobo, evidentemente. Pero fiel
amigo de sus amigos, y Sophie era como de la familia.
—Discúlpame, te he visto y no he podido evitar saludarte. Estás
tan guapa como siempre.
Ella suspiro y le echó los brazos al cuello para darle un abrazo.
—Espero que me hayas echado de menos.
—Sobre todo porque solo cuando cenas con nosotros a Heather
le apetece preparar comida casera.
Ella le pellizco el vientre, o al menos lo intentó. Estaba duro como
una piedra.
Al darse cuenta de lo que su amiga había intentado hacer, alzó
las cejas con una sonrisa arrebatadoramente sensual, que
seguramente había provocado algún que otro desmayo.
—Voy mucho al gimnasio.
Sophie no pudo evitar reírse.
Max era un hombre muy divertido, al menos con ella. Pero sabía
que tenía un lado oscuro, muy oscuro. Se rumoreaba que tenía
tratos con la mafia de Chicago, otros simplemente aseguraban que
él era la mafia. Sophie prefería pensar que era el hermano cariñoso
de Heather, que conocía desde que tenía memoria.
—Tu hermana vuelve hoy —le dijo.
—Lo sé —miró sobre su hombro y señaló con la barbilla a dos de
sus hombres. Tan impecablemente vestidos como él. Parecían
guardaespaldas profesionales—. Irán a buscarla en una hora. Me he
parado por si se te ofrecía algo.
—No se me ofrece nada.
—¿Seguro? —la miró con descaro, de arriba a bajo.
—¡Max!
—¿Qué? Mirar es gratis. Y desde luego tú estás para que te
miren… muchas veces, Sophie.
Ella chasqueó la lengua.
No podía decir que no se sintiera halagada. Max, a decir verdad,
era objetivamente el hombre más guapo que conocía. Puede que
Ward fuera como un dios para ella, pero las facciones de Ward eran
más duras y toscas, las de Max… él era un ángel del infierno que no
se arrepentía de ninguno de sus pecados.
—Entonces ¿me voy?
—Lárgate, nos veremos mañana para comer en casa de Heather.
—Lo estoy deseando.
Lo dijo con esa sonrisa que no dejaba lugar a dudas de que lo
que quería comerse más que cualquier plato que preparara su
hermana, era a ella.
Lo vio darse media vuelta después de guiñarle un ojo, y sus dos
maton… guardaespaldas, se movieron con él.
Meneó la cabeza algo contrariada y volvió a probarse las gafas.
Sí, Maximilian era guapo, rico, y poderoso… alguien que quizás
hubiera aprobado su padre, pero su corazón pertenecía a Ward.
Se pasó la mañana sin dejar de pensar en lo que le había dicho
Moon por teléfono aquella mañana.
¿Irse al despacho de su padre y echarle el café encima como por
accidente? No pudo evitar sonreír ante las ocurrencias de su
alocada amiga. Negó con la cabeza, y se dirigió a la caja para
comprar los dos vestidos que se había probado. Sí, aquello era una
locura, pero lo de tirarse en parapente era aún peor.
Pagó sus compras. Ya había paseado lo suficiente. Lo
necesitaba para reconectar con la ciudad, con los barrios que
conocía tan bien.
Caminó por la amplia calle con sus bolsas, en las que llevaba
varios vestidos de fiesta, tres pares de zapatos y unos vaqueros y
varias prendas para el fondo de armario cuando de pronto su móvil
vibró en el pequeño bolso que llevaba colgado del brazo. Sonrió al
ver que era su padre.
—Papá...
—Sophie, ¿estás en casa?
—No, estoy en el centro, he ido de compras.
—Oh, pues qué bien. Tengo media hora libre antes de una
reunión, cariño. ¿Podríamos tomar un café?
Sophie asintió, aunque su padre no pudiera verla.
—Me parece fabuloso. Estoy a dos manzanas, no tardaré
demasiado en llegar a tu despacho.
—Gracias hija, te espero.
Apenas hacia dos días que había llegado a Chicago, pero su
padre no había tenido mucho tiempo para ella, porque estaba en
plena campaña electoral.
Lo de no haber tenido tiempo para ella, realmente significaba que
no había tenido tiempo para reprenderla sobre su decisión de
alquilar un apartamento y emanciparse. Antes de volver, Heather, a
través de su hermano Max se había encargado de buscarle un buen
apartamento. Sophie daba gracias a Dios de que las elecciones
municipales estuvieran a la vuelta de la esquina, en apenas tres
meses, si no seguramente su padre hubiera dedicado todos sus
esfuerzos en controlar a su hija.
Sophie no tardó ni cinco minutos en llegar al edificio del
ayuntamiento. Cargada con las bolsas de la compra, pasó por el
detector de metales y luego subió al primer piso, donde estaba el
despacho de su padre.
Su secretaria, que llevaba veinte años con su padre, desde que
era concejal, la recibió con una alegre sonrisa.
—¡Sophie!
—Hola Molly.
—Cuanto tiempo sin verte. Me dijeron que ya has terminado la
carrera —la mujer salió de detrás del escritorio y la abrazo por un
instante—. Estamos orgullosos.
—Gracias —dijo, algo avergonzada.
—¿Has venido a ver a tu padre? —antes de que ella contestara
añadió—. Supongo que sí. Dame un minuto, creo que te está
esperando.
Molly descolgó el teléfono y pulsó el botón para comunicarse con
el interior.
Sophie miró a su alrededor. El edificio seguía siendo precioso, tal
y como ella lo recordaba. Y siempre que entraba en él, no podía
evitar recordar las carreras que se había pegado en los pasillos
cuando era una niña, ni ese sofá de cuero que había ocupado tanto
tiempo esperando a su padre, ese donde Ward a veces se sentaba
con ella para hacerle compañía. Desgraciadamente el sofá viejo ya
no estaba, ni creía que Ward se sentara nunca más a su lado
mientras esperaba a su padre.
Sonrió, al pensar de nuevo en las descabelladas ideas de Moon.
Sería una auténtica casualidad que apareciese allí con un café, y
ella se lo tirase encima.
—Sophie —Molly captó su atención.
—¿Sí?
—Tu padre está reunido, pero solo tardará dos minutos. ¿Puedes
sentarte aquí mientras te traigo algo de beber?
Sophie asintió.
—Un agua sería perfecto.
Esperó exactamente dos minutos y cuando escuchó la puerta del
despacho de su padre abrirse, se levantó.
No esperaba encontrarse a Max reunido con su padre.
—Ho… Hola.
—Hola preciosa —le dijo Maximilian, besándola en la mejilla.
Sophie miró por encima de las anchas espaldas de Max y vio la
cara de su padre, algo tensa. Al parecer, no le gustaba que tuviera
tanta familiaridad con el hermano de Heather, o quizás era que la
reunión había sido mucho más seria de lo esperado.
—¿Estabais reunidos?
—Así es. Tu padre y yo tenemos algunos negocios.
Su padre, aún más tenso, se acercó a ellos.
—No creo que a Sophie le interesen nuestros negocios.
—Por supuesto que no —le dijo Max a Jack, sin perder la sonrisa
—. Espero verte mañana, Sophie.
—Sí…
Se quedó algo desconcertada al ver que su padre no recuperaba
la sonrisa, de hecho, se abstuvo de respirar hasta que Maximilian
salió de la antesala del despacho.
—No me gusta que tengas un trato tan familiar con él.
—Pero, papá… es el hermano de Heather.
Ambos callaron al ver a Molly llegar con un vaso de agua.
—Gracias, Molly. ¡Oh! —exclamó, de pronto recordando que
llevaba las bolsas de sus compras—, ¿puedo dejarlas aquí, o en
algún otro lado?
—Por supuesto, dámelas a mí.
La mujer tomó las bolsas y las dejó en un lugar discreto.
Cuando su padre la hizo entrar poniéndole una mano en su
espalda, ella pasó al interior del despacho con paso decidido.
—Max es mi amigo —dijo, queriendo aclarar as cosas. No
pensaba dejar de hablarle solo porque su padre no se fiara de él. O
tal vez porque no le había prestado ayuda en su campaña electoral
— Lo conozco desde… siempre.
—Lo sé, lo sé. —Su padre se peinó el cabello con los dedos,
algo contrariado—. Por favor, hablemos de otra cosa.
Ella estuvo de acuerdo. Se bebió el vaso de agua y lo dejó sobre
la mesilla auxiliar del despacho de su padre, justo delante del sofá
de cuero, muy parecido al que un día estuvo en el despacho de
Molly.
—Dime, ¿como te va ahora que has abandonado a tu padre?
—¡Papá!
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Qué? Es una pregunta comprensible —dijo, tomando asiento
a su lado—. Ya eres una mujer independiente que puede costearse
su propio apartamento. Dime, ¿has encontrado trabajo?
—Sabes que sí, pero tengo tres días más para pensármelo y es
lo que haré.
—Ese bufete es muy bueno, deberías aceptar.
Por supuesto, porque así se quedaría en Chicago y podría
tenerla controlada. Lo que su padre no sabía era que no hacía falta
presionarla, por nada del mundo abandonaría la ciudad.
—Pensé que iríamos a tomar un café fuera del ayuntamiento.
—Tengo demasiado trabajo, cariño —la mirada de su padre se
ensombreció un poco, quizás porque el trabajo tenía que ver con la
visita de Max, y no le había gustado nada—. Le diré a Molly que nos
prepare un café y me cuentas tus planes de futuro.
—Perfecto.
Llamó a Molly desde el teléfono de su mesa, pero no respondió
enseguida.
—Esto… señor.
—¿Molly?
El tono preocupado de su secretaria le hizo sospechar que algo
no andaba bien.
—Es el señor Maximilian —su padre se tensó visiblemente y
Sophie se levantó del sofá.
—¿Max? —preguntó, al ver la cara de su padre.
—En realidad, uno de sus… ayudantes. Quiere que le
acompañe, debe darle unos informes.
—Esto… —su padre miró a Sophie y forzó una sonrisa—. Yo…
ahora salgo.
Soltó el botón del aparato y se giró hacia su hija.
—¿Ocurre algo? —preguntó ella, curiosa.
—Nada, cariño. Seguramente quiere enseñarme unos planos del
edificio del que hemos estado hablando. ¿Por qué no vas a la sala
de reuniones y te sirves un café? Yo solo tardaré dos minutos. Solo
debe darme unos documentos.
No tuvo tiempo de contestar, su padre le acarició el hombro antes
de salir por la puerta de su despacho.
—De acuerdo —contestó a la nada.
CAPÍTULO 7

Sophie entró en la sala de reuniones. Unos amplios ventanales


acristalados mostraban unas vistas preciosas a la ciudad de
Chicago. Podía verse el río, y el puente de dónde Moon le había
sugerido que se tirase. No pudo evitar sonreír mientras se dirigía a
la máquina de café.
Esquivó la enorme mesa ovalada, con las diez sillas a su
alrededor. Al plantarse delante de la máquina de café, tomó una de
las cápsulas de forma automática.
Suspiró mientras el chorro negro caía dentro de la taza. Miró la
espuma formarse en la superficie y soltó una risita tonta: Ya tenía el
café, ahora sólo faltaba Ward para echárselo encima tal y como
había sugerido Moon.
Ward…
Suspiró.
¿Y si se lo cruzaba en el pasillo? No lo había visto. El despacho
de provocados seguía en la primera planta, quizás podría desviarse,
solo para saludar… o tal vez luego pudiera verle en el parque. Esa
mañana antes de irse de compras había preparado el bizcocho de
melocotón para los chicos. Cuando llegara se habría enfriado y lo
llevaría a la estación de bomberos 47.
Miró sobre su hombro. Sí, quizás se acercaría al despacho de
incendios provocados antes de irse.
Se puso colorada al recordar cómo lo espiaba cuando tenía
dieciséis años. Él, sentado en su escritorio, con aquellas gafas que
le sentaban tan bien… Por aquel entonces, Ward tenía veintitrés
años, y era toda una proeza que alguien tan joven hubiese llegado
tan lejos. Siempre tuvo buen ojo para la investigación, y aunque
había empezado de becario, se ganó un puesto allí, aunque lo que
él quería era estar en el parque. Por eso tenía las dos cosas, el
trabajo en el parque de bomberos y el del ayuntamiento. Y aunque
en el parque su jefe directo era el capitán de la 47, allí su jefe era su
padre.
Razón de más para que no quisiera tener nada con ella.
¿Llegaría a capitán algún día? Había llegado a jefe de brigada.
Algo que no le extrañaba lo más mínimo. Era un ser
excepcionalmente inteligente, con una fuerza fuera de lo común, y
un físico de infarto…
—Si es que lo tiene todo —gimió Sophie, echándose una
cucharadita de azúcar en el café expresso.
Preparó otro para su padre, al fin y al cabo le dijo que solo
tardaría dos minutos.
Tomó dos cucharillas y las colocó cada una en un plato, su padre
no tomaba azúcar, así que, se encaminó hacia la puerta. Se lo
llevaría a su despacho. Pero la puerta de la sala de reuniones
estaba cerrada y ella tenía las dos manos ocupadas.
—Vaya —se dio la vuelta para abrir con el codo, cuando en ese
momento se abrió.
Ella no había llegado a tocar el pomo, pero dio un paso atrás,
asustada, y las dos tazas volaron por los aires
—¡No!
Ward no pudo evitar que el café caliente, que salió de ambas
tazas, se derramara sobre su pantalón.
—¡Auu! —exclamó él, soltando la carpeta, que cayó al suelo.
Sophie abrió los ojos como platos.
—¡Oh Dios mío! ¡Ward!
No, no podía ser… ¡Era Ward! ¡Y acababa de echarle el café
encima! ¿Moon era bruja o qué?
Lo primero que hizo fue mirarle la entrepierna, y lo segundo
soltar todo el aire que había estado conteniendo.
—¡Santo cielo! —reaccionó—. Déjame ver.
Sin darle oportunidad a decir nada, lo agarró del brazo y lo sentó
en la silla que presidía la mesa de reuniones. Ward gimoteaba.
—Me quemo.
Antes de poder decir nada más, Sophie agarró una botella de
agua preparada para la siguiente reunión y se la vertió sobre los
pantalones.
—¡Sophie!
Ella se apartó un paso mirándolo con sus ojos de cervatillo,
llenos de espanto.
—Lo siento —lo miró con los labios entreabiertos mientras él
estaba sentado con las piernas abiertas y el liquido goteando por la
moqueta— ¿Mejor?
—Supongo que sí.
La miró a los ojos y no pudo evitar sonreírle, ella le devolvió esa
sonrisa.
—Te he quemado —lo miró, arrepentida y avergonzada.
—No es nada —respondió él.
—Deja que te ayude —para asombro de Ward, Sophie tomó un
puñado de servilletas que había sobre la mesa y se arrodilló frente a
él.
Los ojos del bombero se abrieron como platos cuando ella
empezó a dar toques suaves en sus pantalones para secarle la
mezcla de agua y café.
Anonadado, solo pudo parpadear e intentar decir algo mientras
las manos de Sophie estaban sorprendentemente cerca de su
entrepierna.
¡Dios!
Se había arrodillado allí, delante de él.
Sophie escuchó cómo él gemía ligeramente ante el contacto.
—¿Estás bien? —alzó la vista para verle y se lo encontró
concentrado en ella.
Esos profundos ojos oscuros la miraban como si ella fuera un
faro en la tormenta.
Tragó saliva desconcertada y parpadeó para después desviar la
mirada hacia sus manos, que estaban tocando… ¡Mierda!
Se apartó tan velozmente que cayó sobre su trasero, sus rodillas
se doblaron y Ward pudo ver la piel de sus muslos expuesta.
—Esto… lo siento —se excusó ella, intentando ponerse en pie—.
Por cierto, deberías quitarte los pantalones. No es bueno que la tela
te roce la piel, podría agravarse la quemadura…
Él la miró alzando una sola ceja, burlón.
—Ya.
—No digo que lo hagas delante de mí.
Sophie finalmente se apartó un par de pasos y él no supo por
qué demonios estaba sonriendo. Porque en realidad, empezar a
tener una erección incontrolable después de los toqueteos de
Sophie, no le hacía ninguna gracia.
Ward se alzó la camisa para ver la zona enrojecida del vientre.
Bajo el ombligo tenía la piel enrojecida. Los vaqueros eran más
gruesos y después del agua que le había tirado ella, esperaba que
la zona que él consideraba más importante de su anatomía, no
tuviera ese aspecto.
Sophie, al ver la zona afectada, se acercó de nuevo a Ward. Se
inclinó y adelantó los dedos para tocarle el vientre. Él simplemente
apretó los dientes.
—Oh, lo siento tanto… ¿Te duele? —preguntó, rozándole el
lugar, justo donde empezaba el pantalón.
Para cuando se dio cuenta de que lo estaba tocando ahí, alguien
los interrumpió.
—¡Sophie! ¿Qué estáis haciendo?
Sophie se dio la vuelta, y se encontró con la sorpresa impresa en
el rostro de su padre. Ward se incorporó cubriéndose de nuevo con
la camiseta, al ver al alcalde.
—Oh… yo… —empezó a decir Ward, de súbito incómodo.
Jack los miró a los dos y después vio las tazas y platillos en el
suelo. Por supuesto no pudo no fijarse en la entrepierna de Ward,
completamente empapada.
—Vaya…
—Sí —se quejó Ward, a lo que Sophie empequeñeció un poco
más.
—Lo siento mucho papá. Le he tirado el café encima. Sin
querer…
Su padre iba a decir algo, pero después de ver su apuro
simplemente hizo una mueca de dolor.
—Será mejor que te cambies antes de nuestra reunión.
Sophie se relajó, y Ward destensó los músculos. Por un
momento pensó que el alcalde entraría en cólera ante una situación
tan comprometida entre su hija y él, pero nada más lejos de la
realidad.
—¿Tenéis una reunión?
El alcalde le puso una mano en el hombro a su hija.
—Nada de lo que preocuparse, solo unos asuntos sobre unos
edificios.
No preguntó más, pero entendió que tenía algo que ver con el
hermano de Heather.
—Bien… entonces debería irme.
—No, creo que el que debería irse a cambiar soy yo —dijo Ward,
excusándose.
Se despidió de Sophie con una falsa sonrisa, tenso por lo que
podría haber pensado el alcalde, pero al cerrar la puerta tras de sí,
se relajó. ¿Quién iba a pensar mal de ellos? Se conocían desde
siempre. Sophie y él… eso nunca iba a pasar.
Y por supuesto el alcalde no pensó nada malo de ellos dos, al fin
y al cabo, Ward era como un hijo para él, aunque su hija no viese a
ese sexy bombero como a un hermano.
CAPÍTULO 8

Esa misma tarde, después del almuerzo, Sophie llegó a la


estación de bomberos. Por supuesto Ward no estaba allí ya que
tenía la reunión con su padre, y por la expresión de este, suponía
que el asunto con Max, era algo serio.
Pero fue un placer volver a ver a los chicos de la 47. Logan
babeó sobre el dulce de melocotón.
—He echado de menos esto —le soltó, y ella sintió como se
derretía.
A decir verdad, Sophie no había echado de menos solo a Ward,
los había echado de menos a todos. A Logan, a Dimitri, incluso a
Connor, que se había trasladado de parque de bomberos. El capitán
incluso era como un padre para ella. Era uno de los mejores amigos
de su padre, por lo que había estado a su lado viéndola crecer.
Después de despedirse, habían quedado para verse en el pub de
Moon, que esa noche tenía el día libre, porque Heather había
llegado a la ciudad y ella quería una noche de chicas.

Eran las once de la noche y habían bebido más de la cuenta,


pero es que era inevitable cuando las tres se juntaran que
amenizaran las charlas sobre chicos con alcohol.
—Sé que hoy has visto a mi hermano.
—¡Lo sé! —le dijo Sophie a Heather—. Está tan guapo, casi no le
reconozco.
—Sí, él siempre está guapo.
Moon alzó el botellín de cerveza.
—Está como un queso.
Heather rio.
—Y está soltero.
—¿Quieres liarme con tu hermano? —hizo una mueca—. No,
encanto. Mi salud mental me lo prohíbe. Tu hermano es… en fin. Yo
quiero seguir sosteniéndome sobre mis propios pies, poder andar,
ya sabes.
—¡Puaj! —Heather fingió una arcada.
Sophie empezó a reírse, animada tal vez por el alcohol.
—Es una insinuación de lo bien que foll…
—¡Basta! —Heather se llevó las manos a la cabeza, horrorizada
—. Es mi hermano.
—De acuerdo, dejemos de hablar de tu hermano y hablemos de
como Sophie se puede follar a Ward.
—Moon, qué delicada eres —la amonestó Sophie.
—Delicada o no, necesitas una estrategia. —dijo Heather—. Yo
soy muy partidaria de que consumes tu obsesión de la manera más
básica. Me parece buena idea acercarte y decirle ¿quieres follar
conmigo?
—¿Estás loca? ¡No puedo hacer eso! —dijo Sophie, mirando a
sus amigas, escandalizada.
—Claro que puedes —respondió Moon—. Heather, si hubieras
visto como la miraba anoche Ward…
—¡Oh! ¿Se dio cuenta de que ya no es una niña?
—¡Parad las dos!
Pero ambas amigas la ignoraron.
—Sí, se dio cuenta de que le han crecido las tetas y creo que se
obsesionó un poco con su trasero.
—¡Moon! No te metas con mi trasero.
Para ser tan pequeñita, su trasero era de unas dimensiones
bastante prominentes, pero su amiga la ignoró. Solo alzo una ceja
que venía a decirle: Estás realmente buena con ese pandero.
—Vamos Sophie —argumentó Heather seguidamente—. Si te
dice que no, te largarás a Nueva York, para hacer ese máster y
cuando vuelvas toda estupenda le dirás que fue una tontería.
—¿Cómo? ¿Volverás a irte?
—No… es solo una idea.
La compañera de Moon en el bar les volvió a traer tres cócteles
más y de sorpresa una botella de tequila, con sus respectivos vasos
de chupito. Moon le guiñó un ojo, agradecida.
—Bebamos.
Sí, Sophie necesitaba beber si quería hablar con Ward cuando
apareciera. Necesitaba ánimos.
—Entiendo que debo ser directa, pero… no le pediré eso. —
Sophie dio un sorbo a su tequila, solo para probarlo mientras Moon
y Heather se lo bebían de golpe.
Posó su mirada unos instantes en la mesa de billar del fondo,
donde estaban Dimitri, Logan y Matt, este último un bombero que
había estado anteriormente en la 47.
—Vaya trío de guapos —le dijo Heather al ver donde recaía su
mirada.
—Sí, solo falta Ward, pero se hace de rogar.
Las chicas siguieron bebiendo y proponiendo algunas estrategias
para que Sophie tuviera alguna oportunidad de ligarse al bombero.
—Yo, creo que sí debes ser directa. Si te dice que no lo atribuyes
a que ibas pedo.
—Para eso tendría que emborracharme.
Moon se rio a carcajadas.
—Pues ya vas por buen camino.
Media botella de tequila después. La estrategia estaba clara. Ser
directa, sería lo mejor.
—Clara y concisa: Ward, quiero que me folles tan duro que no
pueda caminar en una semana.
Mientras Sophie se cubría la cara con las manos, Heather
señalaba a Moon, dándole toda la razón entre risas.
A pesar del tema de conversación y sus nervios, Sophie había
echado de menos las noches de chicas. Quedaba semanalmente
con Heather mientras estaba en Nueva York, pero les faltaba el
descaro de Moon. Ahora sí era como volver a los viejos tiempos.
Heather que era una auténtica leona en los tribunales, y tres
años mayor que ellas, hubiera podido llevarse el título de la más
seria del grupo, pero nada más lejos de la realidad. Y Moon… había
sido la típica cerebrito que estaba muy buena, pero que vestía como
una monja, y a pesar de ello, volvía locos a los tíos. Pero después
su padre se volvió a casar y su madrastra fue un auténtico ogro, así
que le dio por lo gótico. Nunca olvidaría su primer tatuaje, a su
padre casi le da un infarto. Al terminar el instituto se calmó y pasó
de gótica a rockera. Nunca entró en la universidad, porque prefirió
marcharse a recorrer el país con una Harley. Luego volvió y montó
un bar. A pesar de haberse licenciado con honores, Sophie siempre
tuvo envidia de la seguridad de Moon.
Alzó el chupito de nuevo y brindó en silencio por sus amigas.
—Está tardando demasiado —se quejó Heather, mientras
observaba el líquido de su copa, como si fuese un experimento
científico importante— ¿No te encantaría que te dijera que sí? —le
preguntó, esta vez mirándola a los ojos y poniendo esa cara tan
sexy que hasta hizo sonrojar a Sophie.
—Di “protesto, señoría” —le pidió Moon de improviso. Entonces
empezó a reír tontamente—. Venga, dilo. Seguro que estás súper
sexy y los jueces siempre te dan la razón.
—Eso es súper sexista.
—Porfaaaaa…
—¿Tengo que decir eso para ponerte cachonda, Moon? —dijo
Heather, mientras Sophie no paraba de reír.
—Espera, lo haré yo—. Sophie le quitó las gafas, puso cara sexy
y dijo—: Protesto, señoría. No es delito verter agua en los
pantalones de un hombre para apagar su incendio.
—¡Eso! —rio Moon—. Hubiera dado cien dólares por estar ahí.
Sophie muy achispada, volvía a protestar.
—¡Protesto, enérgicamente!
—¿Protestas? ¿Por qué protestas?
De repente, oyó una voz tras de sí, y al reconocer de quién se
trataba toda sonrisa desapareció de su cara.
Se giró con los labios apretados y vio como Ward estaba muy
cerca, casi rozando su brazo. Sus amigas fingieron que encontraban
muy interesante sus bebidas y ella intentó incorporarse sin éxito.
Como estaba sentada a una de las mesas altas, en taburete,
este se desequilibró porque una de las patas cedió, y empezó a
mover los brazos como un molino para no caerse de espaldas.
—¡Sophie! —gritaron sus amigas.
Pero mover los brazos no dio resultado, y se vio de pronto
cayendo hacia atrás, y después suspendida en el aire por unos
segundos, hasta que unos brazos fuertes y un torso duro y
musculoso la salvaron de partirse el espinazo.
—¡Oh! —exclamó, al abrir los ojos y encontrarse con el rostro de
Ward.
La miraba muy serio, mientras la sostenía en sus brazos. Al
darse cuenta de las risitas de Heather y Moon, sonrió como un
diablo.
—Estás muy sexy con esas gafas, Sophie. Me recuerda a
cuando ibas al instituto.
Oh, no. Oh, no. Oh, no, no, no, no, no.
Las tres amigas se quedaron mudas, y Sophie se puso como un
tomate, pero fue incapaz de moverse. Estaba paralizada.
Intentó apartarse el cabello de la cara y después quitarse las
gafas, pero el fornido pecho de Ward se lo impedía. Estaba
demasiado cerca.
Podía sentir su respiración, notaba los latidos de su corazón en
la mejilla derecha. Su pelo, negro como la noche, le acariciaba la
frente, y sus ojos igualmente oscuros la miraban fijamente.
Joder, qué bueno estaba ese hombre…
Dumdum, dumdum, dumdum. El corazón no hizo más que
acelerarse.
—Esto… yo… —empezó a balbucear, y de repente, se armó de
valor y dijo—: Protesto…
Las tres amigas estallaron en carcajadas, y el mágico momento
se acabó.
—Creo que habéis bebido demasiado —dijo él, incorporando con
delicadeza a Sophie.
—Gra… gracias —musitó ella, y luego bajó la mirada, le devolvió
las gafas a Heather y carraspeó.
Moon le dio un codazo, y ella tragó saliva.
No iba a decirle que quería acostarse con él ahí, en ese preciso
momento. Pero Heather alzó las cejas y vocalizó: Invítale, y señaló
las bebidas.
—Ah, sí. Esto… yo… me preguntaba si podría inv…
En ese momento se escuchó la voz de Logan, a lo lejos.
—¡Eh, Ward! —lo llamó —Te estábamos esperando para
empezar la partida.
Moon miró a los chicos, indignada.
—Si, ya voy —le dijo, y luego miró a Sophie—. ¿Te
preguntabas…?
Ella se encogió de hombros y rio como una tonta.
—No pasa nada, luego te lo digo.
—Está bien.
Moon y Heather pusieron los ojos en blanco en cuanto Ward se
despidió.
—En serio, ese bocazas de Logan…
—No lo culpes —dijo Sophie—, ¿qué va a saber de nuestros
planes?
Moon refunfuñó.
—Todos son unos aguafiestas.
Cuando Ward se fue con sus compañeros a jugar al billar, las
tres se quedaron con los labios apretados y cara de concentración.
—Plan B. —dijo Moon.
Y las chicas alzaron sus chupitos de tequila.
—¡Plan B!
CAPÍTULO 9

Ward caminó hasta la mesa de billar, donde estaban sus


compañeros. Logan le sonrió cuando le dio el palo. Matt
simplemente lo saludó con la cabeza. La cosa entre esos dos no
marchaba bien. Habían tenido sus más y sus menos cuando Matt
intentó quitarle el puesto de teniente en la 47, pero finalmente
cambió de unidad con un ascenso. Pero Matt siempre echó de
menos a sus compañeros, por eso se reunía con ellos en el Blue
Moon.
—Por cierto, ¿quién es esa chica tan guapa? No la había visto
nunca.
Logan sonrió.
—Es nuestra pequeña Sophie.
Ward miró bien la expresión de Matt, como se pasara un pelo
tendría que partirle la cara.
—No veo que tenga nada de pequeña.
—Cuidado —le dijo Ward.
Los dos se miraron desafiantes, y Dimitri, para liberar la tensión,
intentó hacer una broma que no entendió nadie.
—No os peleéis —dijo Logan, interponiendo un palo de billar
entre los dos—. Es que Sophie es como nuestra hermanita. Es la
hija del alcalde y siempre ha estado con nosotros.
—Entiendo.
Por su bien, Ward esperaba que el imbécil de Matt entendiera
que no debía cazar por allí. Si se acercaba a Sophie sería capaz
de…
—¿Jugamos?
Asintió para no seguir pensando en su mal humor. Porque estaba
de mal humor, y no solo por Matt. Quizás había empezado cuando
se dio cuenta de que miraba a Sophie de otra manera a como lo
había hecho hasta ahora. Se sentía algo incómodo.
Ese día en la sala de reuniones, con ella secando sus…
pantalones. No había podido evitarlo, y después se cabreó consigo
mismo, porque no quería, no podía ver a Sophie con los ojos del
deseo. ¡Por Dios, si hacía cinco años era tan solo una niña! Seguía
siendo una niña, se corrigió, aunque hubiese cumplido la mayoría de
edad. La miró justo antes de golpear la siguiente bola, y tragó saliva.
No, Logan tenía razón, ya no era una niña. En aquellos momentos,
reía con sus amigas, y era… era una mujer preciosa, caramba.
Llevaba el pelo suelto, y le caía sobre el hombro derecho. El vestido
ajustado de color negro, destacaba las suaves curvas, y unos
tacones de infarto moldeaban unas piernas de gacela que…
Ward negó con la cabeza. Tenía que dejar de mirarla, o se
volvería loco.
—¿Ward? ¿Estás en lo que estás? —preguntó Dimitri, que
jugaba contra él mientras Matt y Logan esperaban su turno.
—Sí.
Pero no lo estaba.
—Estará pensando en una mujer… rubia —añadió Matt,
ganándose una mirada exasperada de sus compañeros.
Parecía que quería pelea, y quizás la encontrara.
—Vamos, ¿qué ha sido eso? —dijo Logan.
—Nada, simplemente tengo ojos —dijo Matt—. No creo que
Ward mire a ninguna mujer como a una hermana.
—Será mejor que te calles.
—Solo digo que esa chica ha cambiado para bien. Es un
cumplido.
No le gustaban las palabras de ese idiota, pero estaba dispuesto
a pasarlas por alto.
—Yo la veo igual.
—Hombre, igual, igual… —dijo inocentemente Dimitri hasta que
se encontró con la dura mirada de Ward.
—¿Y si cambiamos de tema? Es la hija del alcalde.
Todo el mundo entendió la advertencia.
—Lo que me recuerda —empezó a decir Logan—, que la
semana que viene seguramente te la encuentres en la cena que han
organizado el ayuntamiento y los bomberos de Chicago.
—¿Y de qué va la cena? —preguntó Matt.
—Es un reconocimiento por nuestro servicio… aunque a nadie le
pasa por alto que las elecciones están en ciernes —dijo Logan—.
Pongamos buena cara y todo irá bien.
—Asistencia obligatoria —dijo Dimitri, que ya intuía que Ward
querría escaquearse—. Ordenes del capitán.
Suspiró mientras golpeaba una bola lisa y metía dos en la
esquina derecha.
—Pues no hay más que hablar.
—¿La rubia irá? —preguntó Matt.
—¿Sophie? —Logan asintió—. Como hija del alcalde irá.
Ward apretó los dientes.
—No creo que su padre en plena campaña la deje quedarse en
casa.
—Querrá presumir de hija —siguió diciendo Dimitri—. Yo lo haría.
Es genial. El pastel de melocotón… ha sido espectacular.
Ward no dijo nada, sólo le dio la vuelta a la mesa para golpear
una bola, que metió en el agujero. Luego continuó, y casi gana la
partida.
Era mucho mejor centrarse en el juego que en el hecho de que
Sophie ya no era la niña que le seguía a todas partes. Era una mujer
preciosa, con una carrera impresionante y que además hacía un
pastel riquísimo.
Logan negó con la cabeza, pues le acababa de adelantar en
puntos, y Matt sonrió.
—Ya eres mío Logan —sonrió Ward.
—Si quieres ganarle, háblale de Sophie, creo que eso lo
distraería bastante. He visto la escena de rescate en el taburete. —
Matt se rio, pero a Ward no le hizo ninguna gracia—. Parecíais
sacados de una película romántica.
—No le cabrees, Matt.
El aludido alzó las manos ante las palabras de Logan y la mirada
de Ward que acto seguido acabó la partida metiendo todas las
bolas.
—Si me disculpáis, voy a tomar aire.
No esperó respuesta, se fue hacia el fondo del local, y abrió la
puerta que daba al callejón al almacén. Como ellos eran clientes de
confianza, Moon les dejaba entrar, pero él no se detuvo ahí, si no
que salió al callejón a tomar el aire.
Realmente lo necesitaba.

***

—Bien, es tu oportunidad —dijo Moon.


—¿Sí?
Sophie se levantó del taburete y miró a sus amigas, que
apretaban los puños y la miraban fijamente en una señal de darle
ánimos.
—Se ha ido al callejón.
—Sí, dile que necesitas tomar el aire, te acercas… ya sabes, le
tocas el brazo…
—¿Le toco el brazo ¿y luego qué?
Heather estrelló la frente en la mesa.
—¡Dios! Es tan ingenua.
—¡Vale! Ya sé el qué —protestó Sophie.
Respiró hondo y pensó en que no tenía ni idea de lo que iba a
hacer, pero lo haría. Sí, tenía que saber si había alguna posibilidad
de tener algo con él, por pequeñito que fuera. Un algo que le hiciera
darse cuenta de que no era el hombre indicado para ella. Si se daba
cuenta de ello, podría pasar página.
—¿A qué estás esperando? —le preguntó Moon al ver la mirada
fija de Sophie en el almacén.
—Voy.
Sus piernas se movieron y avanzó un paso tras otro hacia la
puerta del almacén, pero antes de llegar allí, un cuerpo grande y
fornido se interpuso en su camino.
—Hola, Sophie.
Ella parpadeó vivamente.
Sabía que había bebido demasiado, pero estaba convencida de
que no había hablado nunca con ese hombre.
Matt Lohan la miró de arriba abajo y los chicos a su espalda
contuvieron la respiración.
Se avecinaba tormenta.
—Soy Matt. Creo que debería presentarme formalmente, ya que
todos en la 47 hablan de ti.
—Pero tú no eres de la 47.
—Emm… no.
Vale, había sonado muy borde, pensó Sophie, pero Matt, por
increíblemente guapo que fuera había enfriado su avanzadilla hacia
la carrera del sexo con Ward.
Suspiró, algo derrotada.
—Si te molesto…
—Por supuesto que no. Es que me has sorprendido. ¿Entonces
en qué parque estás?
—En el 25. —dijo Matt, con orgullo—. Soy teniente.
A Sophie no se le pasó por alto que intentaba impresionarla,
como si sus ojos verdes y esos reflejos dorados en el pelo no fueran
suficientes como para hacer que una chica se desmayara.
Cinco minutos después, Sophie debía admitir que Matt era muy
majo, encajaría perfectamente en el parque de bomberos de los
demás. Se rio de una de sus gracias, no era muy buena, pero nunca
tan malas como las de Dimitri.
En ese momento la puerta del almacén se abrió y Ward se quedó
parado, quieto como una estatua de sal.
—Eh, Ward —dijo Sophie, al verle la cara de pocos amigos.
Reaccionó al instante, acercándose a ellos. Estaba claro a quien
iba dirigido su mal humor, pero Matt solo hizo que ensanchar su
sonrisa.
—Tengo que irme, mañana madrugo.
—Pero…
Sophie quiso pararle, pero solo tuvo tiempo de ver como recogía
su chaqueta y abandonaba el local sin mirar atrás.
Adiós a su proposición indecente.
Miró hacia las chicas, que estaba convencida de que estarían
muy decepcionadas, pero lo único que hacían era mirarse la una a
la otra, como si estuvieran viendo la mejor telenovela del mundo.
No entendía nada.
CAPÍTULO 10

Heather sonrió a Sophie, mientras veía a su amiga negar con la


cabeza.
—Estaba celoso.
—No lo estaba —le dijo Sophie, muy sorprendida.
—Si Moon estuviera en esta cena de estirados conmigo te diría
lo mismo. Estaba muuuuy celoso.
En el primer piso de la sala de fiestas que su padre había
alquilado para hacer un homenaje a los bomberos de la ciudad,
Heather con su vestido dorado, apoyaba un brazo en la barandilla,
mientras veía como la gente en el salón se relacionaba con los
demás por puro interés político. Sabía perfectamente como
funcionaban esos juegos, no en vanos su familia le había enseñado
bien. Al menos hasta que su padre y su madre murieron en un
accidente de coche.
—¿Ese no es Max? —sonrió Sophie, al verle avanzar por el
salón. Pero Heather no lo hizo.
Bebió de su copa de champan y se olvidó por un instante de
Sophie y Ward al ver a su hermano acercarse al alcalde. No era
tonta, sabía que ahí estaba pasando algo. Su hermano la había
hecho llamar para ofrecerle un puesto privilegiado en uno de los
bufetes de abogados más prestigiosos de la ciudad. ¿Tenía él ese
poder? Por supuesto. ¿Quería ella que lo tuviera? Desde luego que
no.
Había ayudado a su hermano en pequeñas cosas legales, pero
pronto se dio cuenta de que solo era una excusa para tenerla cerca.
Al fin y al cabo, Maximilian tenía un ejercito de abogados a quienes
les pagaba en un mes, lo que ella ganaba en un año, y Heather no
ganaba poco.
—Volvamos a hablar de Ward y de como vas a bailar con él esta
noche. —Cualquier cosa era mejor que seguir pensando en los
asuntos turbios de Max.
—Heather… Yo no creo que él esté interesado.
—Ayer parecías muy contenta de poder lanzarte y decirle lo
mucho que te apetecía acostarte con él.
—Fue el tequila —se rio Sophie.
—¡Oye! ¿Acaso has cambiado de opinión y quieres un
encuentro… romántico, por no decir descaradamente sexual, con
Matt?
Sophie se sonrojó.
—Basta, solo nos saludamos.
—Sí, tú le saludaste mientras él te desnudaba con la mirada.
Sophie estaba dispuesta a pasar por alto ese comentario, ella
estaba colada por Ward y no podía entrar nadie más en la ecuación.
—¡Sophie!
La voz de su padre llegó a sus oídos. Estaba en la planta baja, y
le saludó con la mano. En algún momento Max había desaparecido,
puede que Sophie no se diera cuenta, pero Heather sí.
—Será mejor que bajemos a saludar a tu padre.
Ella asintió ante las palabras de Heather.
Con paso elegante bajaron la gran escalera central y el alcalde le
salió a su encuentro.
—Estás preciosa, hija —la besó la mejilla en un acto amoroso y
la tomó de la mano, mientras en la otra sostenía una copa de cava.
También saludó a Heather, que hacía tiempo que no veía.
—Un placer verte por aquí, Heather. ¿Estás disfrutando?
—Oh, claro que sí, señor Kasidy. Una gran velada.
—Espero que lo sea —con ello quería decir que deseaba que
esa noche fuera una gran publicidad para él.
—He visto que estaba con mi hermano.
De pronto el alcalde perdió la sonrisa, solo un momento, pero el
suficiente como para que Heather entendiera qué tipo de relación
tenía con Max.
—Sí, creo que anda por aquí —se giró a derecha y a izquierda,
pero intentó cambiar forzosamente de tema. Sophie era tan inocente
que no se dio cuenta—. Bueno, Sophie, gracias por venir, sé que no
te gustan este tipo de cosas, pero me hace muy feliz que estés aquí.
—Y a mi también, papá.
En ese momento se abrieron las puertas que daban al comedor y
su padre literalmente la arrastró hacia allí para presidir la larga fila
de asistentes a la cena. Heather se acabó la copa y fue tras ellos.
Después de presentarle a un par de personajes importantes de la
ciudad, Jack liberó a su hija, que se apresuró a tomar asiento junto a
Heather.
—¿Qué tal?
—Bueno —Sophie se encogió de hombros—. No ha sido tan
terrible, al menos no me ha hecho sentar a su lado.
—Tiene a muchos inversores que quiere camelarse, supongo
que no quiere que interrumpas sus conversaciones sobre política.
Sophie entrecerró los ojos.
—No soy tan mala acompañante.
—Sí —se burló Heather—, pero no importa, así podremos beber
mientras intentamos localizar a los bomberos buenorros.
No tardaron mucho en localizarlos.
Hasta Heather suspiró al verlos con su uniforme de gala.
—Madre mía.
Sophie hubiera podido decir lo mismo, pero simplemente se
quedó muda.
Por la puerta acababan de aparecer algunos de los chicos de la
47. Logan y Dimitri, pero por supuesto también Ward.
—¡Jesús! —logró decir Heather, cuando consiguió cerrar la
mandíbula y articular palabra.
—¿De pronto te has vuelto religiosa?
—Me volvería lo que fuera por esos hombres.
Sophie se carcajeó.
—Moon va preguntando por ahí cuando hacen los calendarios de
año nuevo. Desde luego ha pedido estar en la sesión fotográfica.
—Yo también quiero, avísame y tomaré el primer vuelo.
Sophie volvió a centrarse en los bomberos que acababan de
tomar asiento en una de las mesas cerca de la puerta. No pudo
menos que suspirar.
Cuando fue dispuesta a acercarse a ellos, las luces de la sala se
atenuaron lo suficiente para potenciar las del escenario. Su padre
iba a hablar, los discursos comenzaban.
Tuvo que sentarse como todos los demás, pero cuando su padre
salió al escenario, Sophie seguía mirando al objeto de deseo de
soslayo.

***

Ward se había pasado toda la cena mirando a Sophie. Se


intentaba convencer de que era porque Logan y Dimitri no dejaban
de comentar lo guapa que estaba y que había prometido hacerles
más pasteles.
Para cuando hubo terminado el postre, y los discursos de sus
jefes acabaron, él solo deseaba largarse de esa fiesta. Pero el
capitán fue tajante, había que relacionarse y agradecer el apoyo
político a los bomberos.
Ward se quedó un rato más, apoyado en una de las barras
donde había decidido resguardarse de los comentarios estúpidos y
la prensa.
—Buenas noches, Ward.
Al parecer, los estúpidos lo habían alcanzado.
—Matt.
El bombero apoyó un codo en la barra mientras echaba un
vistazo a la sala, bajo los arcos podía ver a Sophie acompañar a su
padre mientras hablaba con el fiscal del distrito.
—Sophie está impresionante —Ward lo miró como si le hubieran
salido dos cabezas y él se fingió el sorprendido—. Oh, perdona.
¿Acaso tenéis algo?
—No tenemos nada —el tono que utilizó fue cortante, pero eso
solo le sirvió para que Matt se pusiera más contento.
—Entiendo. Entonces…
—Si te acercas a Sophie, te estrangularé con la manguera.
Matt parpadeó.
—Vaya, ahora solo has hecho que redoblar mi interés por esa
princesa.
—Te lo advierto.
Ward se apartó de la barra y se cernió sobre su compañero, por
suerte los otros bomberos fueron al rescate.
—¿Qué pasa aquí? —inquirió Logan, con cara de pocos amigos
—. No se os habrá ocurrido empezar a pelearos ¿verdad?
—No.
—No, estamos bien —pero Matt ya no sonreía y Ward tampoco.
Miró a sus amigos de la 47 que estaban evaluando cuando
tardaría esa bomba de relojería en explotar.
No era un secreto para nadie que esos dos no se llevaban bien,
pero jamás habían pensado que serían tan estúpidos como para
arreglar sus diferencias en un evento público como ese, ni más ni
menos que una fiesta en honor al cuerpo de bomberos.
Ward salió del salón a grandes zancadas. Afuera, en una de las
barras, pidió un wiski y se lo bebió antes de pararse a pensar en qué
hubiera sido capaz de hacerle a ese imbécil si hubiera seguido
hablando de Sophie.
Se apartó el pelo de la cara.
¿Qué le estaba pasando?
Durante toda la noche solo había tenido ojos para ella. Jamás la
había visto tan hermosa.
Sí, por todos los diablos, tenía que reconocer que pensaba en
ella, más de lo que le gustaría, y que por muy bien que le quedara
ese vestido, en algunas ocasiones se la imaginaba desnuda.
Completamente desnuda.
Movió la cabeza y pidió otro trago, pero no se lo bebió de golpe,
si no que se lo quedó observando. Tenía que conducir, y debido a su
mal humor, sería mejor que se largara de allí cuanto antes.
De pronto, la vio aparecer por las puertas que daban al jardín del
hotel.
Llevaba un vestido de color azul claro, largo y elegante, con un
precioso escote en la espalda. El peinado era exquisito, sus cabellos
dorados como el trigo estaban recogidos en un moño alto, con una
preciosa diadema de oro blanco, rodeándolo. Varios mechones
sueltos, acariciaban su piel de luna.
Ward contuvo un jadeo.
Pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos, dos preciosos
zafiros celestes, que lo miraban con un brillo que jamás había visto
en otra mujer.
Tragó saliva por un instante, pues una sensación, dulce y
amarga al mismo tiempo, lo recorrió de arriba abajo. Era la hija del
alcalde. Era su amiga.
Forzó una sonrisa cuando la vio acercarse.
—¿Ward? —le sonrió más ampliamente al llegar a su lado—.
¿Qué haces aquí escondido?
Ahora la sonrisa ya no era forzada.
—Veo que me conoces bien.
—¿A ti tampoco te gustan estos eventos?
Él negó con la cabeza.
—Prefiero meterme en un edificio en llamas. —Suspiró.
—Te entiendo, esto es un poco rollo.
—Lo es, Sophie —le dijo Ward.
En realidad, no quería decir que fuera un rollo estar con Sophie,
al contrario. La conversación con ella siempre era muy amena.
Siempre le sorprendía ver lo inteligente y divertida que era, aunque
no entendía por qué eso seguía sorprendiéndolo. Ella era perfecta.
Sonrió con dulzura. Por unos momentos dejó de verla como una
niña, y la vio como una mujer madura, sensata, cabal. Y
precisamente eso fue lo que le hizo decidirse por finalizar la velada.
—Esto…
—¿Sí?
Para su sorpresa, ella parecía radiante, nunca había estado tan
encantada.
Quizás Ward no lo supiera, pero si en ese momento brillaba con
luz propia era porque estaba con él, por fin estaban solos.
Heather la había empujado hasta allí y le había hecho prometer
que haría cualquier cosa para que Ward accediera a acompañarla a
casa.
Carraspeó.
—Yo, empiezo estar un poco cansada, supongo que pronto me
iré a casa.
Empezaba bien, ¿no? Quizás podría invitarle.
—Sí, yo también estoy a punto de irme.
Se mordió el labio y lo observó de arriba abajo. No podía perder
esa oportunidad…
—Entonces... —Ese era el momento. No podía dejarlo escapar.
—¿Sí? —dijo él, mirándola con interés.
Ella solo se humedeció los labios, torpemente.
—Yo…
Ese gesto a Ward no le resultó torpe, sino sexy y encantador.
Joder, era preciosa y dulce. Sí, debía largarse de allí de
inmediato.
—Debo irm… —no terminó la frase cuando vio que Matt salía al
jardín.
Por la forma en que miraba hacia los lados, estaba claro que
estaba buscando algo, u mejor dicho, a alguien. Y Ward sabía a
quien.
El muy cretino había puesto el punto de mira en Sophie. Quizás
porque era un lameculos insufrible y quería ganar posiciones a costa
de acercarse a la hija del alcalde.
Él no pensaba permitir eso.
De pronto y sin pensar, tomó la mano de Sophie.
—¿Quieres que te acompañe a casa? —dijo, sin saber muy bien
si sería una buena idea.
No tuvo tiempo de arrepentirse, porque ella respondió de
inmediato con una arrebatadora sonrisa.
—¡Claro!
El corazón de Sophie latió desbocado. ¡Por supuesto que podía!
Había pensado que todo sería mucho más difícil y complicado, pero
ahí estaba Ward pidiéndole que se fuera con ella, agarrándola de la
mano mientras atravesaban el jardín y salían por la parte trasera del
edificio.
Mientras se dirigían al coche de Ward, él miró sobre su hombro
para ver si alguien les seguía. Ella, por su parte, mandó
disimuladamente un mensaje a Heather.
Sí, sentía que podría hacerlo. Podría tirarle los tejos a ese
hombre. Era una mujer hecha y derecha, ¿no? Además, no tendría
otra oportunidad como esa, así que debía aprovecharla.
Cuando Ward quitó el seguro de su coche con el mando a
distancia, ella subió de un salto. Cuando él entro, debía tener el
rostro desencajado porque le preguntó:
—¿Estás bien?
Ella asintió, pero volvió a dudar.
Llevaba un par de copas, ¿sería capaz de decirle lo que había
estado ensayando?
Apretó los puños. ¡Claro que sí!
—¿Te duele el estómago? —preguntó Ward, al verla tan
nerviosa.
Sophie enrojeció como un tomate.
—¿Qué? —¡Cálmate, joder!— No, estoy bien, muy bien.
Volvió a sonreír, y él le devolvió la sonrisa.
—Pues vamos.
CAPÍTULO 11

Sophie miró el perfil de Ward mientras conducía.


¿Desde cuando estaba enamorada de él? Desde antes de
empezar el instituto, eso seguro. Qué tendría, ¿doce años? No lo
recordaba, solo recordaba que él era valiente y guapo, y le hizo
despertar esos sentimientos de niña a mujer. Luego cuando él
terminó el instituto mucho antes que ella, lo veía en el parque de
bomberos donde se reunían con la tía de Moon, que después de la
muerte de su madre, se convirtió en su figura materna. Ella les
preparaba la merienda y a veces los chicos jugaban con ellas. Si lo
pensaba bien, el parque de bomberos había sido su zona de juegos.
Ahí es donde siempre había estado Ward, entrenando como pocos y
finalmente consiguió su plaza de aspirante, en parte porque el
capitán confiaba plenamente en él.
Con el paso de los años, fue ella quien terminó el instituto, y para
entonces Ward consiguió un puesto en prácticas en el
ayuntamiento, y ahí lo veía cada vez que visitaba a su padre.
Seguramente su padre creyó que lo echaba terriblemente de menos,
porque iba varias veces a la semana.
—¿Qué haces? —Después de hacer la pregunta, Ward giró la
cabeza y le sonrió de oreja a oreja.
—Lo siento, te estaba mirando con fijeza.
—Al parecer encuentras mi perfil muy interesante.
¿Solo tu perfil? Sophie rio nerviosamente.
—Pensaba en que has estado ahí prácticamente toda mi vida, en
el parque de bomberos y en el ayuntamiento.
Él juntó las cejas sin saber muy bien como tomarse todo eso.
—Es cierto. Las chicas del parque 47, así os llamaba Logan.
—Cuando llegaste de voluntario, él era aspirante.
—Y muy buen aspirante, me enseñó muchas cosas.
Ella pareció entusiasmarse.
—Y luego llegó Dimitri con sus bromas absurdas.
—El capitán las odiaba. —Luego añadió— :Y aún las odia.
El capitán Sammers estaba a punto de jubilarse, y como ellos
llevaba en el 47 toda la vida.
—Me sorprendió que no se mudara de parque —rio ella.
—Quien sí se mudo fue Matt, es un imbécil.
Ella parpadeó por el ataque gratuito. Ward normalmente no
hablaba mal de la gente.
—Parece que te cae mal.
—Aléjate de él, Sophie. —El tono serio la hizo parpadear—. Al
parecer, quiere acercarse a ti por los contactos de tu padre. Quiere
ascender a teniente como sea. Es de lo peor.
Sophie parpadeó sorprendida. No había pensado en eso. Matt
parecía un chico bastante amable.
—Vaya, no me dio esa impresión.
—Eso es porque eres muy inocente —cuando volvió a mirarla,
Sophie sintió que sus ojos oscuros escudriñaban los suyos. Eso la
hizo respirar con más fuerza.
—Bueno… No soy tan inocente.
Por un instante, pensó que le habían temblado las manos al
volante.
—Yo diría que sí lo eres, o no te acercarías a él.
Parecía algo molesto y sin saber por qué, ella se puso a reír.
—Pareces un novio celoso.
Él negó con la cabeza.
—No tengo madera de novio.
—Eso dicen.
Volvió a mirarla, como si se preguntara qué le habrían dicho de
él.
—Cuéntame qué dicen. —Ward se arrepintió de ello nada más
pronunciar las palabras, pero ya era un poco tarde. Vio como Sophie
se ponía cómoda y lo encaraba con una sonrisa enigmática en la
cara.
—Que eres un mujeriego.
—¿Cómo?
Soltó una risa despectiva y ella continuó.
—No lo niegues. Sé que es verdad.
—Vaya, —dijo tan sorprendido como molesto—. ¿Y tú eres mi
amiga?
—Quizás por eso te conozco. Me acuerdo de tu época de sexo
desenfrenado en el instituto.
—¡Sophie!
Ella lo ignoró.
¿Cómo podía acordarse de eso? Aunque decía la verdad, ella
debía ser apenas una niña.
—Estaba Giny, con la que estuviste seis meses. Todo un récord.
Creo que fue tu única novia formal, hasta que te abandonó para irse
a Los Ángeles a trabajar de socorrista ese verano. Pero no la
echaste de menos —él estaba con la boca abierta—. Te consolaron
Rebeca, Loren, Kris, Tina, Judit…
—¡Dios! Me había olvidado de Judit.
Yo no, se dijo Sophie. Por culpa de esas mujeres no tuvo
oportunidad de meterse en su cama… mucho menos en su corazón.
—No puedo creerme que te acuerdes de sus nombres, y del
orden cronológico.
—¿Seguro que fueron en ese orden?
Él abrió la boca y volvió a cerrarla, estaba dudando, y eso solo
hizo que Sophie riera con más fuerza. Sin duda esa chica se
acordaba de todas sus conquistas mejor que él, pero ¿por qué?
—Luego perdí la pista a tus amantes. Te metiste en el cuerpo de
bomberos y más tarde en el ayuntamiento, con mi padre.
—¿Ahí dejaste de presta atención a mi vida amorosa? —se burló
él.
Sophie solo se encogió de hombros.
—Seguramente fue porque dejaste de tener novias, y solo polvos
de una noche.
—¡Sophie! No hables así, me desconciertas.
—¿Te desconcierta que te hable como una mujer adulta?
Ward puso los ojos sobre ella, por apenas unos segundos. Se
quedó con la boca entreabierta, como si no supiera muy bien qué
decir.
—¿Qué?
—Bueno… —dijo él al verse un poco acorralado—. Cierto que ya
no eres una niña.
—Suerte que lo has notado.
Ambos se miraron de reojo, a intervalos cortos mientras él
conducía. El minuto de silencio se volvió algo incómodo.
—Esto… Ward.
Joder, ¿se estaba atreviendo? Cerró los ojos, y se armó de valor.
—¿Sí?
Sophie pensó que no le estaba prestando atención, seguramente
concentrado en alguna cosa del trabajo. Pero Ward estaba
pensando en que no debía mirar a Sophie como una mujer, tal como
la miraba Matt. Ella estaba prohibida. No podía tener nada con ella,
ni como polvo de una noche, ni como rollo y mucho menos como
novia. Sus pensamientos no podían ir por ahí.
Al ver que ella no seguía hablando, él volvió a mirarla y la
encontró mordiéndose el labio.
—¿Qué quieres decirme, Sophie?
—Yo…
Cuando estuvo un par de segundos sin hablar, los preciosos ojos
de Ward la miraron y tragó saliva, como si lo que iba a decirle en
esa furgoneta, fuera algo importante.
—¿Te ocurre algo? —preguntó finalmente, mostrándose
preocupado—. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea,
¿verdad?
La cabeza de Ward había estado centrada en Matt y Sophie, eso
lo puso de mal humor, pero no se había percatado de que quizás
ella tuviera otros problemas, algo que la preocupaba. Esperaba que
no fuese nada grave.
—Gracias —musitó ella. Entonces le dedicó una amplia sonrisa y
Ward se relajó un poco.
Una no sonreiría así si el problema fuera muy grave.
—Eres el mejor hombre del mundo —Sus ojos se humedecieron.
—¿Qué? —Él se rio, algo avergonzado.
Se mordió el labio mientras él giraba en el cruce y entraba el
coche en el aparcamiento privado del loft de Sophie, cerca de la
puerta del edificio.
—Ya hemos llegado.
Apagó el motor y ella pareció encogerse.
Cuando sus ojos se posaron en ella, no pudo evitar temblar.
—Has sido muy amable… —dijo, sin hacer ningún ademán de
salir de la furgoneta.
—Sí —pero si él había estacionado allí, era para saber qué
pasaba. ¡Dios! Que no le pidiera hablar de Matt. Si Sophie pensaba
siquiera en tener algo con ese tipo… tendría que idear un buen plan
para sacárselo de la cabeza.
—¿Y bien? Desembucha —le dijo, mirándola fijamente, muy
serio.
—¿Qué?
—A ti te pasa algo. —Ahora que no tenía que fijarse en la
conducción, pudo mirarla a placer. Sus rodillas juntas y las manos
entrelazadas sobre su regazo. Esos mechones que escapaban de
su recogido, cayendo en suaves hondas sobre los hombros y
rozando sus pechos…
Ward carraspeó.
—Dímelo.
Sí, eso iba a hacer.
Sophie asintió, mientras encontraba valor en alguna parte para
declarar que su problema era él. Y es que lo que le pasaba, lo que
no podía superar, era lo que sentía por él. Si supiera que había
estado enamorada él durante años...
—Sí, tengo un problema —confesó, finalmente, armada de valor.
Apretó los labios y Ward alzó un poco el mentón a la expectativa
de lo que pudiera decirle.
Tomó aire. Joder, la pequeña Sophie tenía un problema…
Esperaba de veras que no fuese a causa de algún imbécil como
Matt.
—Bien, estoy aquí. —Ward se pensó mucho lo de mantener un
contacto físico, pero finalmente notó que ella lo necesitaba. Así que
alargó el brazo y la cogió de la mano—. No te preocupes.
Cuéntamelo. ¿Alguien te ha hecho algo?
—¿Qué? —dijo ella, parpadeando como si no entendiera a qué
se refería. Finalmente sus ojos se abrieron con intensidad—. Oh…
¡No! Nadie me ha hecho nada.
Sophie pudo ver un gran alivio en la expresión de Ward.
—Bien.
—Solo que… —Tragó saliva al sentir la mano cálida de Ward
sobre su rodilla. La apretó con cariño y a ella se le aceleró el
corazón, mientras sus labios dibujaban una amplia sonrisa.
—Esto… —empezó a decir, con voz temblorosa—. Hay alguien…
del quien estoy…
—¡Mierda! —Ward se apartó y dio un golpe en el volante— ¿Es
ese imbécil de Matt? ¡Lo sabía! Voy a destrozarle.
—¿Qué? No, no… no es él.
La expresión de Ward ante la respuesta de Sophie fue de puro
alivio, tanto que la hizo reír.
—No es él. Yo… —Sophie dudó, pero finalmente carraspeó y dijo
—: Estoy enamorada de alguien que… no me puedo sacar de la
cabeza.
¿Cómo? ¿Quién podría ser ese hombre? ¿Y por qué eso de
repente lo ponía nervioso? Quizás porque esa afirmación venía
acompañada con la mirada más tierna y suplicante que hubiera visto
jamás.
—Esto... —dijo él, poniendo todos sus sentidos en alerta.
Si alguien se atreviese a hacerle daño a la pequeña Sophie…
Ella seguía con sus preciosos ojos azules posados en él. Pudo
ver cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente, y sus bonitos
labios empezaban a temblar.
—¿No quieres saber quien es? —musitó.
—¿Es Harry? —preguntó él. Era uno de los del primer turno. Un
chico joven y guapo y también conocía bien al padre de Sophie—.
Es un capullo, sé que te gustaba, pero pensé que lo habías
superado.
Sophie frunció el ceño.
—¿Desde cuando me gusta Harry?
—No lo sé, sorprendí a Moon hablando un día con Heather, al
parecer estabas colgada por un bombero, y supuse que por edad
sería el aspirante.
—No es que tú y yo nos llevemos dos décadas —se quejó ella.
Él se rio.
—No, pero…
¿Por qué de repente estaban hablando de él?
Meneó la cabeza y escuchó la voz de Sophie, algo molesta.
—No es Harry —sentenció—. Me tiró los tejos, pero le di
calabazas porque no me podía sacar al otro hombre de la cabeza.
De hecho, no creo que pueda tener una relación normal con nadie
hasta que lo supere.
—Sophie… —le dijo Ward, con dulzura—. ¿Por qué no puedes
superarlo?
—Bueno, supongo que hay dos maneras de superarlo. Intentar
tener algo con él, o que me deje claro que jamás pasará nada entre
nosotros.
Contra todo pronóstico Ward le sonrió y le pasó un mechón de
pelo rubio tras la oreja.
—Sophie… ¿Por qué crees que no querría estar contigo? —A
ella casi se le para el corazón.
—Yo…
—Eres la mujer más maravillosa que conozco. Puedes tener a
quien te propongas. —De pronto, la expresión le cambió—. A menos
que sea un gilipollas. Y no creo que te convenga ningún mujeriego
como Harry o Matt.
—Los mujeriegos pueden cambiar.
—No lo creo. Y no pienso que te convenga salir con uno. Ni a ti,
ni a mí.
—¿Por qué a ti no te conviene que salga con un mujeriego?
Él la miró con una sonrisa devastadora.
—Porque tendría que intervenir y partirle las piernas.
Ella soltó una carcajada musical, que lo encandiló por unos
segundos.
—No podrías hacer eso.
Él también sonrió.
—Sí, sé que ahora se lleva ese rollo del diálogo y la meditación,
pero créeme que le partiría las piernas si te hiciera daño.
La mano de Ward voló a su rostro y le pellizcó la mejilla, para
después poner otro de sus mechones rubios detrás de la oreja. Le
encantaba ese pelo sedoso.
Ella le lanzó una mirada dura.
—¿Qué? —dijo él, sorprendido por su reacción.
—No me trates como a una niña.
—No hago eso —se rio él, intentando quitarle hierro al asunto.
Se echó hacia atrás y su espalda se apoyó en la ventanilla—. De
verdad.
—Soy una mujer.
—Eso ya me lo has dicho.
—No soy una niña —repitió, con el ceño fruncido.
—Ya lo sé.
Ward chasqueó la lengua y desvió la mirada. No quería que
Sophie se enfadara con él.
—No te molestes conmigo.
Por supuesto que Sophie no era una niña. Pero… pero para él
sería mejor seguir pensando que lo era. No podía sentir nada por
una mujer tan espectacular y única como ella. Por favor, era la hija
del alcalde, y seguro que ella lo vería siempre como a un hermano
mayor.
Ward observó sus labios, rojos como fresas. Sus ojos azules,
cargados de ese brillo que… Longan decía que eran los ojos de una
mujer adulta. Una mujer que sentía deseo.
No, no podía ser, y punto.
—No me molestaré contigo… —dijo Sophie—. Si tú no lo haces
conmigo.
Ward se encogió ligeramente de hombros.
—¿Por qué iba a enfadarme cont…?
No acabó la frase.
Sophie se lanzó a por sus labios y lo besó tal y como llevaba
años deseando.
CAPÍTULO 12

Lo beso.
Lo besó como una mujer segura de sí misma, con los ojos
cerrados y la boca abierta. Lo acarició con la lengua, y él notó su
aliento, su calidez, su humedad. Su sensualidad.
Ward no había hecho caso de las señales que Sophie le enviaba
con su cuerpo, con sus miradas, con su timidez, con sus mejillas
sonrosadas cada vez que lo miraba, o cuando le sonreía. Ahora
entendía que Sophie había estado hablando de él cuando había
dicho…
No quiso pensar más en lo que ella había dicho. Cuando Sophie
gimió contra su boca, cuando su mano se posó en su entrepierna,
todo pensamiento coherente lo abandonó.
Ella sintió que el cuerpo de Ward se tensaba bajo sus manos.
Estaba completamente sorprendido. Ya fuera en sueños o en sus
peores pesadillas, jamás pensó que eso pudiera ocurrir. No siendo
Sophie quien tomara la iniciativa, no en su furgoneta, metiéndole
mano cuando la lluvia empezaba a golpear contra el parabrisas.
Los brazos de Ward estaban alzados en señal de rendición,
como si se hubiera ordenado no reaccionar. Pero ¡Ah! ¿Qué hombre
no reaccionaría ante las caricias de una mujer como Sophie?
Dispuesta a que no se apartara, Sophie recorrió su torso y tomó
la cabeza de él entre las manos. Gimió de nuevo, presionando la
lengua contra los labios de Ward, que se abrieron después de un
leve titubeo.
Notó como los brazos de él bajaban y al instante, la palma
caliente estaba sobre su rodilla, apretándola, mientras la otra
agarraba su nuca, impidiendo que pusiera fin a ese apasionado
beso.
Ward intentó decir algo, pero ella no lo escuchó, no oía nada más
que el rugir de su corazón.
—Esto… no.
—Ssssh… —ella lo hizo callar, besándolo de nuevo.
Ese maldito y traidor corazón que se había acelerado de
repente… Era mucho más que eso, porque no solo su corazón
reaccionaba al contacto de Sophie, su miembro también lo hacía,
palpitaba en sus pantalones, preso de una erección más que
justificada.
Sin pararse a pensar, sus fuertes manos la agarraron por los
hombros y la empujaron hacia el asiento del copiloto, separando el
beso.
Ella se lo quedó mirando, con los ojos entrecerrados, y brillantes
de pasión. Jadeaba, su pecho subía y bajaba con cada bocanada de
aire que tomaba, y tenía los labios entreabiertos, en una clara
invitación al pecado. Un pecado que lo llevaría directo al infierno.
—Sophie…
Ella supo que ese era el momento en el que él le decía que
pararía, que no era posible. Pero en lugar de eso, solo pudo
inclinarse sobre ella y saborear sus labios de nuevo.
¡Dioses! ¡Sí!
El sonido que salió de la garganta de Sophie, hizo que Ward
perdiese toda fuerza de voluntad. Estiró la palanca del asiento y
este se echó hacia atrás.
Sophie repitió ese sensual gemido cuando él la besó de nuevo.
Se retorció cuando él rozó uno de sus pezones con los dedos, y
pellizcó la suave tela. Esta estaba de por medio, pero el roce de su
erecto pezón era tan sensual…
—Oh, nena… —Ward miró fijamente el pezón, que se endurecía
bajo la palma de su mano, como si no pudiera procesar que el
cuerpo Sophie reaccionase así por él.
La miró a los ojos y vio como se retorcía para alzarse el vestido
hasta las caderas.
—Mierda… —Era tan sexy, le sería muy difícil recuperar la
cordura.
De pronto, ella lamió sus labios y él gruñó.
La lengua de Sophie era mucho más dulce de lo que él podría
haber imaginado jamás. Y… oh, sí. Debía ser sincero consigo
mismo, alguna vez se le había pasado por la cabeza aquella
disparatada idea.
¡Claro que había imaginado como sería besarla!
La había besado en su imaginación y se había justificado
diciendo que ese acto no era un sacrilegio, pues solo ocurría en sus
sueños, en sus fantasías más locas. Porque no podía olvidar que
Sophie era… Sophie, a quién había visto crecer, convertirse en
mujer… la hija de hombre más poderoso de la ciudad.
Se apartó con brusquedad y le acarició los hombros, como si
pretendiera apartarla. Pero no pudo.
Su mirada se clavó en aquellos ojos azules, en sus mejillas
encendidas, en sus labios hinchados…
—Ward…
Mierda.
Se inclinó de nuevo y poseyó su boca como sí nadie importara
más que ellos dos, en aquella furgoneta, escuchando caer la lluvia
sobre ellos.
Hacer el amor con Sophie se estaba convirtiendo en una
posibilidad palpable, latente, estruendosa.
En esos momentos los dulces labios de ella, su aliento cálido,
sus caricias impacientes mientras arrastraba las delicadas manos
sobre sus pectorales, lo hizo gemir de pura pasión.
—Oh, Sophie…
Ella gimió a su vez como respuesta, mientras él se inclinaba
sobre ella, apartando su espalda de la ventanilla y haciendo que
retrocediera hasta inclinarse hacia atrás, sobre el asiento del
copiloto.
Todo su cuerpo, delicado y suave, temblaba y olía a sexo…
—Esto es una locura —le dijo, mientras le acariciaba la mejilla.
No, no podía ser. Debía detenerse. Era Sophie, la pequeña
Sophie…
Quiso apartarse, tenía que hacerlo. Pero ella fue más rápida y su
mano se cerró en un puño contra la pechera de su camisa y tiró de
él, hasta que volvió a inclinarse, a sentir el calor de Ward sobre ella.
Era como una adicción. Ward sintió su lengua de nuevo, el roce
lo excitó más de lo que podría haber imaginado.
Lo acariciaba, rozaba sus labios, provocándole, toda ella era una
dulce tentación. ¿Cómo podía no haber visto tan claramente las
señales?
Siempre la había visto como a una niña. Quizás en la
adolescencia de Sophie podría haber intuido algo, pero nada
importante, quizás solo la admiración de una adolescente
enamorada, algo tierno, y encantador.
Sea como fuere, se había acostumbrado a verla en su vida, y no
podía decir que no hubiera pensado en ella de vez en cuando en
esos últimos años. Ella siempre tendría un lugar importante en su
corazón, pero… como quien quiere a una amiga ¿no?
Desde luego lo que estaba sintiendo en esos momentos, nada
tenía que ver con la amistad, y sí mucho con el deseo.
La mano atrevida de Sophie bajó por su pecho y rodeó su cintura
al tiempo que apretaba su trasero, lanzándolo hacia delante. Notó
como el asiento del copiloto se desplazaba hacia atrás, dejándola
más espacio. Ella había pasado una pierna sobre el cambio de
marchas y lo animaba a meterse entre sus muslos.
No recordaba que tener sexo en una furgoneta fuera tan
incómodo y tan frustrante.
—Sophie, no creo que sea el momento.
¡Dios! ¿Qué estaba diciendo? Nunca sería un buen momento
para tener sexo con ella. No era el momento y nunca lo sería.
Tampoco el lugar, ni él la persona correcta. Ella se merecía a
alguien mucho mejor.
—Ward, no me rechaces —le suplicó mientras se colgaba de su
cuello y sus rodillas subían para rodear su cadera—. Llevo
demasiado tiempo esperando esto.
Cuando la lengua se introdujo de nuevo en su boca, Ward sintió
que nada importaba. Ya pensaría mañana en las consecuencias.
Se acomodó sobre ella, que tenía la espalda pegada al asiento
ya reclinado. Gimió al meterse aún más entre sus piernas. Ondeó
las caderas para hacerle sentir su erección y Sophie gritó. Todo su
cuerpo temblaba, mientras lo besaba frenéticamente. ¿Era posible
que hubiera tenido un orgasmo?
—Ward, no pares.
Era posible.
La mano grande de él se coló bajo el vestido y acarició sus
sedosos muslos, cuando encontró su ropa interior tiró de ella hacia
abajo y finalmente tocó su humedad.
Sí, húmeda, caliente. La escuchó gemir cuando sus dedos
rozaron el palpitante clítoris.
Estaba empapada.
Se retorció contra su mano y su ego disfrutó de cada gemido
contra su boca. Cuando acarició su punto exacto de placer, ella gritó
y lo absorbió en su boca.
Sophie notó como los dedos de Ward le acariciaban el clítoris,
pero después…
—¡Ah! —gritó al sentir la invasión de su dedo. Primero uno,
después el otro. Entraban y salían a un ritmo maravilloso.
Involuntariamente movió las caderas pidiendo más.
La fricción del roce la obligó a abrir aún más las piernas. Era
excitante sentir esas caricias, y al mismo tiempo ir descubriendo
poco a poco el miembro de ese hombre.
No dejó de atormentarla, hasta que estuvo seguro de que llegaba
al orgasmo.
Fuera del coche, la tormenta era violenta, pero no tanto como la
que había dentro.
Las manos de Sophie apretaron las caderas de Ward, su trasero,
haciendo que se restregara contra ella. Jadeó con más fuerza y
finalmente dejaron de besarse, mientras sus bocas estaban apenas
a un milímetro. Ambos jadearon cuando una de las manos de ella le
desabrochó torpemente la hebilla del cinturón.
Restregó la mano contra su bulto, y gimió extasiada, al notar su
tamaño y dureza.
No pudo esperar más, y le bajó la cremallera.
Ward la besaba con pasión desmedida, sus dedos la acariciaban
entre las piernas y ambos habían perdido la noción del tiempo y el
espacio.
El miembro erecto de Ward pareció vibrar en su mano cuando
ella atravesó todas las barreras. Contuvo la respiración, incapaz de
apartarse.
—Dios, nena… no lo hagas.
Pero ella solo se mordió al labio mientras su mano empezaba a
acariciarlo. Subió, arriba y abajo. Desde la punta a la empuñadura y
saboreó cada sonido que Ward era incapaz de controlar.
Estaba tan duro, y era tan ancho que a penas podía rodearlo con
la palma. Se excitó al pensar en cómo sería sentir algo tan grande y
duro deslizándose en su interior.
Cuando Ward notó las cálidas y suaves manos de Sophie
acariciando su polla, gruñó como un animal. Empezó a mover las
caderas y sus manos se apoyaron en el asiento, apartándose
ligeramente para ver lo que le hacía. Era una visión. Ella abierta
para él, mientras sus manos adoraban su polla.
—Joder...
Movió de nuevo las caderas y se tumbó sobre su cuerpo,
besándola a la vez que sus manos retiraban el vestido para tocar
sus pechos, y pellizcar sus pezones. Quería mordernos, quería
follársela hasta perder el sentido. Habría entregado su cordura por
penetrarla con brío, con dureza, sin compasión, por oírla gritar de
puro placer, por…
—Oh, nena… Sophie…
Ella sonrió contra su boca. Quería preguntarle si le gustaba, si lo
estaba haciendo bien, pero Sophie sabía que cualquier cosa podría
romper el hechizo, y no pensaba arriesgarse.
Lo besó de nuevo, y para su deleite, él le correspondió con
entusiasmo.
Ward movió sus caderas con fuerza mientras ella lo acariciaba.
Estaba a punto de correrse.
—Quiero sentirte dentro.
Esas palabras hicieron que se estremeciera. ¡Oh! Sophie solo lo
estaba acariciando y para su sorpresa, esa sensación fue mejor que
cualquier otro encuentro sexual que hubiera tenido en los últimos
tiempos.
Mierda, no podía hacerlo.
La mano de Sophie lo acarició con más fuerza y le hizo clavar las
uñas en el asiento mientras contenía la respiración.
—Para… Sophie, por favor.
Pero ella quería más.
Lo abrazó más con las piernas, que rodeaban por completo las
caderas masculinas y con la mano entre sus cuerpos, guio el
miembro de Ward hasta su hendidura.
Lo quería dentro.
—Ward.
—Sophie…
—Fóllame, Ward.
Esas palabras hicieron sonar todas sus alarmas en su mente.
—Sophie, no…
—Fóllame, ahora.
Esas palabras hicieron que estallara. Su cuerpo tembló. Los
dedos estaban hundidos tan profundamente en el asiento que no
entendía como no lo arrancaba de su sitio.
Echó la cabeza hacia atrás y apartó sus caderas al tiempo que
su simiente regaba los muslos de Sophie.
—Mierda, mierda…
Ella lo miró sonriendo, pero él se apartó con brusquedad.
—¡No, por Dios!
Un trueno hizo templar los cristales después de que el relámpago
iluminara sus rostros. El de Ward lleno de arrepentimiento, el se
Sophie de tristeza.
Se quedaron en silencio un instante mientras sus respiraciones
se acompasaban.
—¿Por qué me rechazas? Hace un momento querías…
—Hace un momento me hiciste perder la cabeza.
Por el rabillo del ojo, Ward vio como Sophie se encogió ante el
comentario. Estaba tan avergonzado que no podía mirarla a la cara.
Se quedó con la vista fija en el cristal que seguía recibiendo el
impacto implacable del agua.
—Esto está mal —lo dijo como quien confiesa un gran pecado.
—¿Por qué? Soy adulta, yo…
Iba a llorar. Lo sabía. Pero no pensaba hacerlo frente a él.
Se incorporó, bajándose el vestido y acariciando sus cabellos
con los dedos. Su recogido se había deshecho, y se peinó lo mejor
que pudo.
—Baja del coche… —Iba a decirle que hablarían de ello con
calma en otro momento. No quería ser brusco y mucho menos
parecer insensible con ella. Sophie no tenía la culpa de que él
pensara con su entrepierna.
Pero Sophie se sintió dolida en lo más íntimo cuando sintió que
la echaba del coche.
Abrió la puerta con fuerza y salió a fuera.
—Sophie… —Ward la miró la cara, estaba enfadada y dolida. Se
sintió morir.
La calle era un río que se desplazaba sin pausa bajo la lluvia de
un monzón.
Abrió la puerta del coche para ir tras ella. Pero Sophie ignoró sus
gritos. Abrió la puerta principal del edificio y ni siquiera lo miró
cuando cerró de un portazo.
Ward se quedó allí, empapándose mientras sus manos se
cerraban y abrían, como si esperaran una explicación de lo que
acababa de suceder.
Sophie subió los peldaños hasta su loft y cerró la puerta con el
mismo ímpetu que había cerrado la de abajo.
Puede que Ward tuviera dudas de lo que había ocurrido, o lo que
ocurriría, pero ella no. Ward la deseaba. Y sería suyo.
CAPÍTULO 13

Ward conducía sin rumbo por la ciudad. Le temblaban las manos,


y miró hacia su entrepierna como si no diera crédito a lo que
acababa de suceder. Su miembro, a pesar de todo, pareció brincar.
Palpitó en contra de su voluntad, con el recuerdo de Sophie, con las
piernas alrededor de su cintura y su boca entreabierta. Esa boca
que hubiera dado cualquier cosa porque estuviera en…
—¡Basta!
No, aquello no podía haber sucedido. Pero así había pasado, y
no se mentiría otra vez, como siempre hacía, diciéndose a sí mismo
que siempre había visto a Sophie como a una niña, porque eso no
era verdad.
Ahora comprendía que no era cierto.
Ella se lo había dejado muy claro, era una mujer. Y puede que
cuando él tuviera diecisiete años, la diferencia de edad fuera
grande, pero ahora…
—¡Maldita sea! —Golpeó el volante y apretó los dientes.
Él no era ningún pervertido. Se llevaban seis años, y sí, cuando
ella se fue a la universidad, él tuvo claro que esos malditos
imbéciles que estudiarían en esa universidad pija, harían cola para
invitarla a fiestas y meterse entre sus piernas.
¡Los odió a todos!
Ward seguía conduciendo mucho menos relajado de lo que
hubiera querido.
Esa noche, solo deseaba largarse a casa, pero después de lo
sucedido… no, no podía.
Estaba cabreado consigo mismo.
¿Cómo se le había podido escapar tanto de las manos? ¡Con la
hija del alcalde! ¡Con Sophie!
Ella estaba fuera de su alcance, y lo que había sucedido no
podía repetirse.
—Jamás.
Pero su cerebro estaba empeñado en llenar sus silencios con
una vocecita estridente que le decía por qué estar con ella era una
buena idea:
Porque era maravillosa, leal, nunca lo había mirado por encima
del hombro, se reía de sus chistes malos… Era dulce, simpática,
encantadora. Preciosa… sensual y…
—¡Joder, basta!
Apretó el acelerador.

***

A pesar de haber deseado entrar en un bar y sacarse a Sophie


de la cabeza, no pudo.
Su intención, como un maldito gilipollas, había sido follarse a la
primera mujer que encontrara, pues un clavo saca otro clavo ¿no?
Pues no, al parecer el clavo de Sophie no lo sacaría tan
fácilmente.
Ward se despertó a la mañana siguiente con una resaca horrible.
Había ido al Blue Moon y había acabado sollozando a las cinco de
la mañana sobre la barra. Esperaba que Moon no le hubiera sacado
fotos.
Había sido lo más patético que había hecho en años.
—¿Me lo vas a contar? —le había preguntado ella.
Él solo había estrellado repetidas veces la frente contra la barra.
—Vaya, así están las cosas. ¡Caray!
Como era de esperar, Moon se burló de él bastante más tiempo
del necesario, pero no podía decir que él no habría hecho lo mismo
si hubiese sido al revés.
Luego de eso… ¿Lorelay?
¿La había llamado, o ya estaba allí?
Sea como fuere, aquella noche acabó desnudo en su cama. Sin
duda, Lorelay había conducido, porque no se encontraba con
fuerzas ni en condiciones de coger el coche.
Normalmente se habría sentido feliz, pero en ese caso… se
sintió patético.
Estaba desnudo y Lorelay inclinada sobre él, con sus enormes
pechos acariciándole el brazo.
Él no dijo nada, mientras ella se había estirado encima de su
pecho. Las manos delicadas, rozando sus pectorales,
acariciándolos.
No podía decir que no lo hubiera intentado, pero aún después de
ponerse a horcajadas sobre él, su soldadito siguió muerto.
—Ward, ¿te ocurre algo? —le había dicho con la mirada fija en
su flácido miembro.
Claro que le ocurría algo, algo que tenía nombre propio.
—Mierda.
—¿Mucho estrés?
Sí, casi suelta una carcajada por lo jodidamente jodido que
estaba.
El estrés tenía nombre de mujer: Sophie.
—¿No estás de humor? —le había preguntado, algo confusa—.
Pensé que tendrías ganas… al decir que no querías estar solo…
Fue humillante.
Lorelay lo había mirado, decepcionada. Y tras vestirse y sin
mediar palabra, abandonó su casa.
Se levantó de la cama con una compañía minera de enanos
taladrando su cabeza y se dirigió directo a la cafetera. Tenía que
ponerse en marcha de alguna manera.
Mientras el líquido negro iba cayendo en la taza, Ward abrió la
nevera de su pequeña cocina y sacó un botellín de agua. Se había
excedido con el wiski.
Se había excedido con Sophie. Pero no quería seguir pensando
en ello.
Necesitaba una ducha, y después de que el café le diera las
fuerzas suficientes se encaminó hacia el baño.
Se desnudó y se metió debajo del chorro de la ducha.
El agua no estaba lo suficientemente fría, y cerró al completo el
agua caliente. Su piel ardía.
Cerró los ojos y dejó que las gotas acariciasen su piel.
Las huellas invisibles de las manos de Sophie, aún estaban
tatuadas en su piel. Podía recordar cada lugar exacto. Podía
escuchar cada gemido…
Dioses, su cuerpo reaccionó ante la visión de esos ojos que lo
miraban con tanto deseo.
—Mierda… ¿ahora reaccionas? —bufó exasperado, mirando su
miembro.
Anoche con Lorelay no pudo ponerse en pie. Aunque tenía la
esperanza que fuera por el alcohol y no porque Sophie lo hubiera
echado a perder para siempre.
El agua tibia fue directo a su pecho y le salpicó el rostro.
Cerró los ojos y lo asaltó de nuevo la cara de la belleza rubia,
con sus labios entreabiertos. El sonido de su placer se reprodujo en
su mente y él apretó los labios al recordar su cálido aliento.
No, era imposible, había cruzado el Rubicón, y ya no había
marcha atrás. Ahora tendría que aprender a vivir con ese deseo.
¿Sería tan malo?
¿Sería tan malo fantasear con Sophie día y noche?
Joder, claro que lo sería. Podía perder hasta su trabajo. Y aún
así… no podía evitar pensar que valdría la pena.
La mirada azul de Sophie lo zambulló de nuevo en su fantasía.
Su polla palpitó y gimió al recordar su sonrisa, su expresión de
absoluta entrega.
Ward gimió, cuando se rodeó el miembro con la mano.
Se dijo que no era por Sophie, ni por sus labios, ni sus sensuales
gemidos, ni por la suavidad de su piel. Se negó a pensar en lo sexy
que era tenerla debajo, retorciéndose de excitación. Negó que en su
mente, fuesen sus carnosos y rojos labios, los que lo lamían y
succionaban.
¡Oh Dios! ¡Sí!
Los labios de Sophie rodeando su polla. Eso sí que sería…
—¡Ah! —Se acarició con más fuerza mientras apoyaba la frente
contra los azulejos.
Intentó negarse que, en sus fantasías, ella estuviese allí, en la
ducha… Dios, arrodillada frente a él mientras su miembro entraba y
salía de su boca. ¿Sería tan deliciosa como se la imaginaba? Por
supuesto, era Sophie, lo trataría con cariño. Adoraría su cuerpo…
Apretó los puños mientras en su fantasía ella succionaba con
más fuerza y apretaba sus testículos. La mirada inocente, ya no era
tan inocente, era pasional… la de una mujer que sabía lo que hacía,
que sabía lo que quería.
—¡Oh, sí!
De pronto estaba desnuda, contra la pared, con la piel cubierta
de jabón y él tras ella, acariciando sus suaves pechos, con los
pezones erectos.
Sí, eso también le gustaría. Y a ella. Ward haría que le gustara.
Podía sentir sus gritos de placer mientras la penetraba con
fuerza, una y otra vez.
Se la imaginó con las manos apoyadas en la pared, sus
antebrazos presionando sus pechos mientras lo miraba por encima
del hombro con la boca entreabierta.
—¡Ah! ¡Ah!
Estalló, desplomándose hacia delante.
Ward gritó en el momento en que su pene expulsó su esencia
contra los azulejos, y al tiempo se perdió junto con el agua helada,
que caía del chorro.
No era Sophie, sino su propia mano, la que se había agitado
rápidamente, la que había acariciado su verga, más dura que nunca,
y lo hizo estallar en éxtasis.
Permaneció, jadeando, durante unos segundos más, con la polla
aún dura y el agua que ya estaba helada cayendo sobre su piel, que
hervía como si estuviese en el mismo infierno.
—Joder…
Salió de la ducha después de enjabonarse y se cubrió con la
toalla.
Cuando se hubo secado, se echó en la cama boca arriba, con la
mirada clavada en el techo, pensando en cualquier cosa que no
fuera ella.
Hasta que sonó su móvil.
Alargó el brazo para cogerlo, y cuando vio los mensajes, cerró
los ojos.
—Mierda…

SOPHIE: No puedes negar que te gusto. Y que sabes que tú me


gustas a mí. Necesito aclarar esto.

Durante unos minutos, Ward estuvo pensando en su respuesta.


Sería firme en su decisión.
Escribió: No me gustas… pero sus manos volaron de nuevo
sobre la pantalla y borraron el mensaje.
No podía mentirle, o de lo contrario insistiría. Simplemente debía
entender que aquello… lo que habían hecho, no volvería a ocurrir.

WARD: No hay nada que aclarar.


No fue demasiado claro, y ella respondió de inmediato.

SOPHIE: Lo hay. Mañana quedamos después del trabajo y


hablamos. En el bar de siempre, si no, iré a tu casa.

WARD: No estaré.

Tiró el teléfono al otro lado de la habitación.


No pensaba seguir con esa absurda tontería.
CAPÍTULO 14

Sophie estaba sentada en la barra del bar.


Por mucho que Ward le hubiera dicho que no iría, ella sabía que
había una fiesta de jubilación de Dimitri Godwyn, un veterano el
parque 49 que Ward conocía bien. Era imposible que no asistiera.
Pero mientras pasaban los minutos, Sophie no lo tenía tan claro.
Moon se acercó.
—¿Te pongo otra?
Ella se dejó caer con la cabeza sobre la barra.
—Eso mismo hizo Ward anoche.
—¿Lo viste?
Moon asintió.
—Sí, antes de que se fuera con una de sus chicas.
A Sophie le cayó el alma a los pies. ¿Se había ido con una
chica? Después de lo que había pasado entre ellos, ¿cómo era eso
posible?
—Qué hijo de puta.
—¡Vaya! —Moon parpadeó sorprendida—. Sophie diciendo
palabrotas contra el teniente Ward. Por favor, cuéntame qué ha
pasado. Con lo mal que estaba anoche, debe de ser algo muy
gordo.
Sophie parpadeó, interesada.
—¿Estaba mal anoche?
Su amiga asintió.
—Si te sirve de consuelo, estaba tan borracho que dudo mucho
que la rubia tetona hubiera conseguido algo. —Aunque… Ward era
capaz de follar hasta dormido, pero se abstuvo de comentárselo.
—Es un idiota, —dijo Sophie mirándose las uñas—. Puede fingir
que no le gusto y que lo que pasó anoche, no pasó… pero…
Moon dio un paso atrás.
—¿Qué…? ¿Qué coño pasó anoche? —la interrumpió,
anonadada—. ¿Y por qué coño no está Heather aquí con nosotras
comentándolo?
—Porque quería contároslo a las dos y como tú dices, Heather
no está aquí. Está preparando no sé que caso para Max. Seguro se
ha vuelto a meter en líos. Una pena —dijo enfurruñada—, porque
necesito a mis amigas para este drama.
Sophie exigió un ron cola y mientras Moon se lo servía, le contó
la historia por encima.
—¿Te lanzaste a la yugular?
Moon no daba crédito.
—¿Por qué te haces la sorprendida? —Sophie se ofendió—.
¡Pero si la idea fue tuya!
Ya, pero no pensaba que fueras capaz de algo así, y
seguramente Ward tampoco.
—O sea, que te le tiras al cuello, y él te corresponde. Porque te
correspondió, ¿verdad? —dijo, intentando captar los detalles.
—Eso creo…
—¿Lo crees, o lo sabes? —su amiga se inclinó y puso un codo
sobre la barra, mientras su mano le aguantaba la cabeza.
—Y yo que sé, por como reaccionó después, creo que
posiblemente pensó que le pegaría la lepra.
—¿Después de qué? Por favor, detalles, querida.
—Me lancé, le besé y…
—¿Y? ¿Se apartó?
—No.
—Entonces, ya está.
—¿Lo ves tan claro? —preguntó, Sophie. Ella francamente no lo
tenía nada claro.
—Oye, —se apartó un poco y frunció el ceño—, Ward pesa el
doble que tú, si hubiese querido apartarte no le habría sido difícil.
—Entonces sí. Me correspondió —confesó.
Bien, ahí seguro que habría algún punto interesante. Moon se
relamió, esperando detalles.
—¿Se le puso dura?
—¡Moon! —Sophie resopló, pero no pudo evitar sonreír.
—¿Te metió la lengua?
Sophie se puso más colorada aún.
—Joder, vaya que sí…
—¿Y te tocó él a ti? ¿Ya sabes, ¿buceó bajo…?
—¿Mis bragas? —Una pareja que estaba en la barra las miró,
sonrientes. Pero Sophie los ignoró—. Me las quitó.
—¡Te quitó las bragas!
Ahora sí se puso como un tomate.
—¡Moon, habla más bajo! —Inclinó la cabeza, muerta de
vergüenza.
—Está clarísimo.
—¿Clarísimo? Me echó prácticamente del coche y seguro que se
fue derrapando.
—Seguro que estuvo pensando en ti. —Moon hizo una mueca—.
Te diría que se pasó la noche masturbándose, pensando en ti.
—Pero seguro que Lorelay se ocupó de eso.
Sophie puso los ojos en blanco.
—Ella no significa nada, y si conozco a Ward y creo que sí, el
hecho de que esté tan cabreado y no quiera ni verte, es porque
sabe que te desea y que es más que probable que no pueda apartar
las manos de ti si vuelve a tenerte cerca.
—¿Tú crees?
Pues la verdad es que a Sophie le habría encantado que eso
fuera cierto. Quería una segunda oportunidad.
—Seguro que piensa en ti, en la ducha. Debe haberse hecho un
par de manoplas pensando…
Sophie echó el roncola por la nariz.
—Eres de lo que no hay.
En su mente apareció la imagen de Ward, en la ducha, desnudo,
tocándose… acariciándose y…
Negó con la cabeza.
—Menuda estupidez, cuando me podría haber… —calló a
tiempo.
—Follado. Dilo claramente.
—No pienso decirlo.
—Pues yo lo veo súper claro. Creo que si te evita es porque le
gustas de veras. Debes insistir.
—¿Tú crees?
—Estoy convencida.
Sophie suspiró.
—Bien, digamos que le gusto. Entonces, ¿por qué me evitó?
—Porque eres la hija del alcalde, y él un subordinado. Porque
siempre te ha visto como a una amiga, porque se ha dado cuenta de
que eres toda una mujer y eso le asusta… ¿quieres más motivos?
Sophie sonrió.
—Creo que no hace falta.
—Tú hazme caso, e insiste.
Seguir los consejos de Moon no siempre era fácil, pero debía
admitir que al menos si ponía la rueda en movimiento, sucedían
cosas. Y eso es lo que ella quería, que sucedieran cosas y no
siempre estar en el mismo punto con Ward.
—Ayer le escribí. Y le dije que teníamos que vernos, que
debíamos hablar.
—¿Y qué te respondió?
—Está claro que me evita. Pero también me lo dejó muy claro
con los mensajes —dijo, algo apenada—. Me dijo que no quería
verme… que no estaría, y que no vendría al bar si yo estaba… No
quiero hacer el imbécil.
Moon se quedó pensativa y empezó a colocar los vasos en su
sitio, de manera distraída.
De pronto la puerta se abrió, y la ceja morena de Moon se elevó.
—¿Sabes qué?
Sophie no le hizo mucho caso, y se tomó un sorbo de su
combinado.
—¿Qué?
—Te diré qué vas a hacer.
La mirada maquiavélica de Moon hizo que Sophie mirara hacia
atrás, estaba claro que algo le llamaba la atención. Ese algo era
Matt.
Acababa de entrar en el local, tan guapo como siempre.
—¿Ves a nuestro amigo el ojazos? —su amiga lo señaló con un
movimiento de cabeza.
—Moon… —fue el sonido de una advertencia.
Ya sabía por donde iba, ¿quería que le diera celos a Ward?
Como si eso fuera a funcionar.
Pero con cada sorbo de su cubata, le empezaba a resultar mejor
esa idea.
Y le pareció aún mejor cuando detrás de él entró Ward.
CAPÍTULO 15

Dos horas más tarde, Ward ya no podía soportarlo más.


Sophie llevaba un buen rato coqueteando con Matt. Y ese imbécil
la estaba manoseando. Que si un toquecito en el hombro, luego en
el brazo… una mano distraída en su cadera.
—Voy a matar a ese tipo —dijo entre dientes.
Por fortuna sus compañeros no habían hecho ningún comentario
acerca de su mal humor, ni tampoco se habían metido en sus
asuntos con una mirada de reproche mucho más larga que otra.
Logan y Wachowsky sabían que no era momento para jugar con él.
Le dio un buen trago a su cerveza, y siguió mirando fijamente
esa mano que ahora Matt apoyaba en el hombro de Sophie.
Ambos miraban hacia el tablero de dardos, y en algún momento
Ward fantaseó con clavarle la punta afilada en esa manaza de
tocón.
—¿Otra cerveza, Ward?
Moon recogió los botellines vacíos de encima de la mesa alta y
miró significativamente a su amiga, después de nuevo a Ward.
Sonrió como la bruja que era.
—No digas nada —le rogó.
Moon puso cara de inocente.
—No digo nada —dijo guiñándole un ojo—. Nada de nada.
Pero no hacía falta. Él no era un imbécil total, sabía distinguir
perfectamente cuando estaba celoso. Y en ese momento lo estaba.
Maldita sea.
No había dejado de mirarla de reojo desde que entró en el local.
Se quedó pensando si habría ido a su casa tal como le dijo.
Principalmente por eso, Ward había hecho horas extras en la unidad
de provocados. No quería verla. O sí… pero no quería hablar con
ella acerca de lo que pasó. Desde luego, no estaba preparado para
esa conversación.
Pero… estaba preparado para algo más.
Gruñó con fastidio. Si Sophie no fuera la hija de quien era…
La noche anterior, había tenido una erección solo de pensar en la
posibilidad de dejarla entrar en su casa y hacerle el amor en todos
los rincones de su apartamento.
Pero no podía permitirse ese lujo. La respetaba demasiado,
sabía que él no era hombre para ella… no era suficiente para
alguien como Sophie.
En ese momento la carcajada de ella captó su atención. Dio un
manotazo a Matt en la mano. ¿La había tocado sin su
consentimiento? Pero al ponerse en pie y observarles con ganas de
arrancarle la cabeza a ese idiota, se dio cuenta de que ahora era
Sophie quien ponía una mano sobre los hombros de Matt.
Sus labios rojos y sensuales sonreían, prometiendo cosas que él
jamás probaría.
Mierda, mil veces mierda.
En ese instante Sophie clavó su mirada en la de Ward y él volvió
a sentarse muy lentamente, hasta que ambos volvieron al juego de
dardos.
Logan, que se había percatado hacía tiempo de su mal humor,
dejó el billar y se acercó sin sonreír. Lo encaró antes de que Ward
pudiera esquivarle.
—Ward.
—Logan. —Ward apuró la cerveza y buscó a Moon con la mirad
para pedirse otro trago.
—Tío, ¿qué te pasa? —Logan se sentó en un taburete alto junto
a él— Parece que hayas visto al diablo.
Él se encogió de hombros.
—No me pasa nada, solo observo.
Logan alzó las cejas.
—Ya me he dado cuenta.
Sophie ganó la partida. Era mala, desde luego, eso significaba
que Matt la había dejado ganar, y de haberlo hecho, quizás quería
una clase de reconocimiento por ello. La sangre de Ward se
encendió.
Como intentara algo con Sophie le arrancaría la cabeza.
—Oye… no me estás escuchando.
Logan parpadeó al verlo tan descentrado.
—Perdona…
Iba a añadir algo más, pero cuando vio a Sophie susurrarle algo
al oído a Matt, se envaró. Vio como Sophie se alejaba, dirigiéndose
al baño.
—No —gimió Ward.
—¿No qué? —Wachowsky llegó junto a Logan y quedó tan
desconcertado como él ante la expresión de su amigo. Pero Ward
sabía lo que estaba pasando.
Matt vigilaba a Sophie y ella… ¿era posible que le hubiera dicho
que la siguiera al baño? ¿Para qué? Para…
—No, joder.
No pudo soportarlo más, se encaminó hacia la zona de dardos y
se plantó frente a Matt, que algo sorprendido tuvo que dar un paso
hacia atrás.
—¿Qué coño haces, amigo? —por la manera en que pronunció
esa última palabra, Matt tuvo muy claro que no era su amigo, es
más, parecía que acababa de declararse su enemigo para siempre.
—¿Qué crees que hago?
Ward dio un nuevo paso hacia delante.
—Verás… —apretó los dientes—. No sé que crees que va a
pasar entre tú y Sophie… pero esa niña no se toca.
Matt no mudó su expresión de asombro hasta procesar del todo
esas palabras. Entonces estalló en carcajadas.
Ward se quedó mirándolo fijamente, con el peligro brillando en
sus ojos.
Finalmente, el bombero pudo calmarse.
—Yo no veo a ninguna niña, teniente Ward.
Ward negó con la cabeza, y sonrió. Una sonrisa que nada tenía
que ver con el mal humor que se traía.
Logan llegó rápidamente, al igual que Wachowsky, quien se
interpuso entre ambos.
—¡Caballeros! Haya paz —dijo sonriente—. ¿Qué tal si pedimos
otra ronda para brindar por la jubilación de nuestro amigo? Esto es
una fiesta.
Una fiesta que se iba a salir de madre, pensó Logan, como esos
dos no se comportaran. Todos los bomberos presentes, en mayor o
menor medida, estaban prestando atención a lo que sucedía.
—Aquí no pasa nada —dijo Ward de mal humor—. Ni va a pasar
nada, ¿verdad Matt?
El aludido alzó una ceja.
—¿Eso crees?
Estaba claro que quería provocarle, pensó Ward.
—Creo que eres sordo de oído, tío.
Al ver el ambiente caldearse, Logan al fin cogió a Ward por los
hombros y Wachowsky se puso al lado de Matt.
—Dejadlo, tíos.
—Como te acerques a ella, te juro…
—¿Qué? —lo desafío Matt.
Moon se reía mientras recogía una mesa cercana.
Menudos alfamierdas estaban hechos esos dos. Estaba deseosa
de que Sophie saliera del baño para contarle todo lo que habían
provocado los celos de Ward. Al parecer ella tenía razón y a Ward
no le era indiferente. Para nada.
Logan lo agarró de la nuca y lo dirigió a una mesa lejana.
—¿Qué haces?
Ward no estuvo contento con la pregunta, ni de que lo alejaran
de Matt. Estaba claro que había bebido y quería pelea.
—Logan, joder.
—Ward… te lo advierto.
—¿A mí?, ¿no lo has visto? ¡Intenta ligarse a Sophie!
Logan lo miró con los ojos achicados. No comprendía muy bien
qué le sucedía a Ward, pero su amigo debía controlarse.
—Yo he visto que Sophie se lo pasaba bien. Ha ganado una
partida de dardos, y desde luego no he visto que haya pasado nada
malo.
Ward casi rompe la mesa al ejercer tal presión que sus nudillos
se volvieron completamente blancos.
—¿Estas de coña? ¡La estaba manoseando!
—No es una niña.
—¡Sí, es una niña!
Logan se rio con fuerza.
—¿En que mundo vives, tío? —Ward no daba crédito que a
Logna le pareciera bien que su Sophie estuviera coqueteando con
Matt— ¡Tiene veinticinco años! Dios, si podríais pasar de la misma
edad. ¿Qué más da que salga con Matt? Es mayorcita y él ha sido
respetuoso con ella.
—Y una mierda, la estaba sobando en público.
—Madre mía… —Logan se llevó las manos a la cabeza. Estaba
claro que dijera lo que dijera, Ward estaba demasiado celoso para
comprender nada.
Entonces se quedó con mirada fija en Sophie, que acababa de
salir del baño y regresaba junto a Matt. Su sonrisa se fue apagando
a medida que avanzaba hacia Matt y veía que el ambiente se había
enrarecido.
A Ward no le pasó desapercibida la mirada que ella y Moon se
echaron. Después, como si estuvieran hablando mentalmente de él,
pudo ver como Sophie posaba su mirada en él. La sangre le hirvió, y
no le gustó nada el ceño fruncido de ella.
De pronto se inclinó sobre Matt y le susurró algo al oído.
Su corazón empezó a palpitar con rapidez al ver que él le sonreía
y la cogía de la mano.
Tiró de ella y antes de llevársela hacia la salida trasera, miró por
encima del hombro a Ward.
Eso ya era demasiado.
—¿Ward? —Logan pronunció el nombre de su amigo,
sorprendido al ver que se encaminaba hacia ellos.
—Joder, ¿no se lo he dejado claro? —exclamó Ward, furioso,
pero Logan lo agarró por el hombro para impedir que los siguiese.
—Déjalos hombre.
Pero él no tenía intención de dejarlo estar y se zafó de él.
—¡Ward!
Pero Ward ya no lo escuchaba. Seguía a Sophie y a Matt hasta
llegar a la puerta trasera.
No tenía claro qué estaban haciendo o qué iban a hacer, pero sí
sabía lo que haría él en un callejón trasero con una chica tan guapa
como Sophie, sin duda intentar que se lo pasara bien.
No iba a consentirlo.
***

No pensaba acostarse con Matt, y él era un tipo decente, lo sabía


muy bien. Por eso le había preguntado si podía acompañarla a
casa.
No lo había dicho en plan, llévame a casa, nene, como
seguramente se imaginaba Ward. Si no más bien como un grito de
auxilio para evitar una situación tan desagradable.
Ward no había actuado como ella se imaginaba. Pensaba que se
acercaría a hablar con ella, que aclararían las cosas, pero ¡No!
Moon había tenido razón desde el principio.
Es un alfamierdas, seguro se pone celoso.
Y aunque ella no había estado muy de acuerdo en ponerlo
celoso, al final se había prestado al juego. O más bien se había
olvidado de él, porque Matt realmente era encantador. Le hacía reír
y…
La puerta se cerró tras ellos al salir al callejón.
El aire fresco de la noche la calmó un poco, por suerte habían
retirado la basura del contenedor ese mismo día y el aire era limpio.
—¿Estás bien? —preguntó Matt, algo preocupado, pero cuando
Sophie lo miró, no había perdido esa sonrisa dulce.
—Sí, es solo que…
Pero no pudo terminar la frase, Ward abrió la puerta y la hizo
rebotar contra la pared.
Alterada, Sophie se llevó las manos a la cara.
—¿Pero qué coño…? —Matt lo miró perplejo. Luego parpadeó al
verle tan cabreado—. Por Dios, deberías calmarte un poco.
Pero lejos de eso, Ward se acercó a él.
Lo agarró por los hombros y Sophie entró en pánico.
—¡Ward!
—Teniente, está haciendo el ridículo —Pero por la forma en que
Matt lo dijo, sonriendo divertido, estaba claro que solo quería
provocarle.
—¿No he sido claro? Te he dicho que no te acercaras a ella.
—¡Basta! —Sophie se puso en medio de los dos —¿Qué haces
tú?
No supo muy bien de donde sacó el valor, pero sus pequeñas
manos se plantaron contra el pecho de Ward y lo empujaron. Él
soltó a Matt, no por la fuerza de su empujón, si no por la sorpresa de
que ella estuviera defendiéndolo.
—Él... —Ward señaló a Matt—. ¡Vamos, Sophie! No puede ser
en serio.
Ella alzó las palmas hacia arriba y lo miró como si no supiera de
qué estaba hablando.
—Creo que el que no puede hablar en serio eres tú —le dijo aún
entre él y Matt—. ¿En serio nos has seguido hasta aquí? ¿Para
qué? ¿Para dar una paliza a Matt por llevarme a casa?
—¡Oh! Claro —rio sin humor—. Este no quiere llevarte a casa,
Sophie. Este quiere otra cosa. No sé como no te has dado cuenta
cuando te estaba manoseando ahí dentro.
—¡¿Qué?! —¿Se había vuelto loco? Matt no la había manoseado
en ningún momento—. Solo nos estábamos divirtiendo.
—¿Ahora te diviertes así?
Matt perdió la sonrisa y dio un paso hacia él.
—Ten cuidado con lo que dices, Ward. Te estás poniendo en
evidencia —Matt parecía enfadado por primera vez en esa noche—.
Yo nunca tocaría a una mujer en contra de su voluntad.
—¿Entonces dices que ella…?
—Será mejor que te calles —el tono de Matt era muy frío—. No
sé que clase de hombre eres tú, pero no vas a insultar a una mujer
en mi presencia.
Ward guardó silencio y lo miró a los ojos, encendidos por una
furia helada que ni él, ni Sophie supieron de donde salía.
—Será mejor que nos calmemos todos.
Ward respiró hondo. Quizás sí había actuado como un auténtico
imbécil irracional, desde luego él no era así de… tóxico.
—Lo siento.
La disculpa sorprendió a todos, hasta a Matt, cuyos ojos habían
cambiado, mucho más serenos.
—Sí, deberías. No sé qué eres de Sophie para comportarte así.
Ward apretó los puños.
—Mira tío, yo sé exactamente qué intenciones tienes con ella, y
ya te digo que no lo permitiré.
—Alto, alto… —Sophie levantó las manos hacia el cielo—. ¿Qué
tú qué…? ¿No vas a permitir el qué?
Ward abrió la boca, pero la volvió a cerrar mientras Matt
recuperaba esa sonrisa picara. Desde luego le estaba diciendo sin
palabras: Ya puedes intentar salir del lodazal en el que te has
metido, idiota.
—Yo, solo…
—No eres mi dueño.
—¡Sophie! Joder, solo intento protegerte.
—¿En serio?
Matt retrocedió otro paso y mientras la discusión subía de
volumen, él se alejaba otro paso hacia la puerta trasera que abrió
con disimulo.
—¡No puedes comportarte así! No puedes…
—¿Qué no puedo? ¿Qué crees que iba a hacer? ¿Dejar que me
metiera la lengua hasta la campanilla?
Matt alzó una ceja y sin perder la sonrisa volvió a cerrar la puerta
del local, dejándolos encerrados fuera. No había puesto el tope de la
puerta para poder entrar de nuevo.
Que resolvieran solos sus problemas.
CAPÍTULO 16

Sophie estaba furiosa.


De acuerdo, había actuado como una cría, corriendo detrás de
él. Habían tenido lo que habían tenido la otra noche. Pero aunque
Moon hubiera insinuado que pusiera celoso a Ward, ella no había
aceptado.
Matt simplemente se había acercado para invitarla a una partida
y compartieron una cerveza con los demás chicos. Si Ward creía
que había algo malo en eso, era su problema.
—Ya no te reconozco.
Ella boqueó como un pez.
—Que pena me da que no me reconozcas Ward, ¿acaso crees
que no puedo beberme una cerveza con mis amigos?
—¡Él no es tu amigo!
Cuando señaló el espacio vacío que había ocupado Matt, los dos
se dieron cuenta de que estaban gritando solos en el callejón.
—Joder —Ward bajó la mano—. Seguro que ha huido…
—Por favor —Sophie puso los ojos en blanco—. ¡Es el más
maduro de los tres! Le has dado pena y ha vuelto al bar para no
darte una paliza.
—Se ha ido porque lo que ha venido a hacer, ya no puede
hacerlo.
Mientras se gritaban, habían ido acercándose y ahora la cara de
Ward estaba peligrosamente cerca de la de Sophie.
—No me gusta lo que insinúas.
—¿Que solo quería follarte, Sophie?
—¿Y tú dices que yo hablo mal? —resopló.
—Ese tío… —señaló la puerta mientras se paraba junto a ella—.
Estaba… estaba intentando…
—¿Meterme la lengua hasta la campanilla? —preguntó ella,
mirándole directamente a los ojos—. Puede que sí. ¿Pero a ti que te
importa? Me dejaste claro que yo no te interesaba.
—No me cambies de tema —dijo, ofuscado.
—No lo haré, ¿quieres hablar de lo que Matt y yo podríamos
haber estado haciendo? Adelante, soy una mujer soltera, adulta… y
no le haría daño a nadie.
—¡A ti! Ese tío no es bueno para ninguna mujer.
—¡Oh! —ella rio, sarcástica—. Cree el ladrón que todos son de
su condición.
—No sé que quieres decir con eso.
—Seguro que no.
Él parpadeó y negó con la cabeza.
—Da igual que pienses que Matt es un puto príncipe azul, él solo
quiere una cosa de ti —la señaló de arriba abajo.
Ella se burló de él. No sabía de donde había sacado ese valor,
quizás del enfado que le provocaba saber que aún la veía como a
una niña, o lo que era peor, como una mujer que ningún hombre
tenía el derecho de desear.
—¿Qué quiere, Ward? Recuerda que soy solo una niña, y no
puedo llegar a comprender que un hombre puede desear de mí. —
Se inclinó para desafiarle—. ¿Te refieres a que seguramente
quisiera que le metiera la lengua hasta la garganta?
—¡Sophie!
—¿O que podría haberme follado contra esa pared? —dijo,
fingiendo un puchero—. Quizás me lo hubiera pasado bien.
Ward no lo podía creer.
—¡Joder! ¿Desde cuanto hablas así?
—¡Desde que me da la gana!
—Estás borracha —le dijo, agarrándola del brazo—. Te llevo a
casa.
—No harás nada de eso —ella se soltó—. Me voy con él.
Los dos se quedaron en el callejón, mirándose fijamente,
demasiado molestos para hablar.
Pero finalmente sus respiraciones se fueron acompasando. Y
Ward fue quien habló primero.
—No puedo creer que…
Ella le levantó un dedo frente a la cara, interrumpiéndolo.
—Será mejor que te calles.
Parpadeó, incrédulo.
—¿Qué?
—No vuelvas a decir lo niña que soy. ¡No soy una niña! —lo miró
aún más cerca, y bajó el tono de voz—. De lo contrario, ayer… no
me hubieras hecho lo que me hiciste.
Se quedó mudo, observando lo perfectos que eran sus labios, la
belleza de sus ojos…
—Joder Sophie…
Ella volvió a interrumpirle.
—Si vas a tratarme como a una cría, mejor para, porque ya he
perdido la paciencia —no gritó, pero dejó bastante claro lo que
pensaba de ese tema.
—Mira… Sophie. Tú… —se acercó un poco más a ella—. Tú no
eres así.
Sophie agitó la cabeza de lado a lado.
—Tú no sabes como soy. No has querido averiguarlo.
—Si lo sé —subió la mano hasta su rostro—. Eres dulce y buena,
nunca…
—¿Nunca me enfado, ni discuto? Obedezco a mi padre… que es
tu jefe.
Algo crispó a Ward, que retiró la mano de su rostro. Ya no habría
más caricias, se dijo Sophie.
—¿Es eso? ¿Es por mi padre? ¿Tienes miedo de perder tu
trabajo?
—Sophie —Ward apartó la vista—, creo que no entiendes lo
complicado que es todo. Yo siempre te he visto como una…
Se apartó de él, furiosa.
—Si vuelves a decirme cría, me pondré a gritar.
—Pues actúas como si lo fueras.
—Oh, vamos…
—¿Qué? ¿No te parece de críos llevarte a un tipo al callejón para
hacerle qué? ¿Una mamada? ¿follártelo contra un contenedor?
¿Eso es ser madura y responsable?
Ella abrió la boca sorprendida y ofendida.
—¿Qué dices? —apenas podía creer que Ward hubiera dicho
eso—. ¡Eres un neanderthal! Pero ¿sabes qué? A lo mejor quiero
eso —le dijo, dejándolo completamente sorprendido—. Que me
follen contra la pared de un callejón. ¿O es que tú nunca te has
follado a nadie en el baño, por ejemplo?
Él apretó los labios, porque sabía que ella tenía muy claro que sí
lo había hecho.
—¿Por qué tú sí puedes hacerlo y yo no? ¿Porque tú eres un
hombre, un bombero buenorro, fuerte, alto y grandote, y yo una
chica? ¿Acaso no tenemos, hombres y mujeres, el mismo derecho
de follarnos a quien nos gusta, en un callejón, contra un contenedor,
o donde sea? Llevo condones, ¿sabes?
Se dio la vuelta para irse, pero se paró a los dos pasos y volvió a
enfrentarlo.
—No sé cual es tu problema. Y creo que ya no quiero saberlo —
dijo con lágrimas en los ojos—. No pensé tirarme a Matt aquí. Decía
la verdad, solo le pedía que me llevara a casa. No quería seguir
viéndote, observándome y juzgándome mientras me lo paso bien.
Pero tienes que saber, que a una parte de mí le encantaría decirte
que iba a follármelo solo para fastidiarte. Pero yo no soy así.
—Yo… —Ward la miraba con intensidad, sin saber qué decir sin
hundirse más en la mierda.
—Pero podría hacerlo, ¿sabes? Podría tirarme a quien quisiera,
Ward. Y no hubiera hecho nada malo. No le debo explicaciones a
nadie, ni a mi padre, ni a ti —y lo dijo muy segura, pero
terriblemente triste de que él pensara que debía comportarse de
cierto modo—. Soy una mujer adulta, y… Y… —casi se le quiebra la
voz, pero resistió—. ¡Sorpresa! A las mujeres también les gusta el
sexo.
—Sophie, lo sé, yo…
—No vuelvas a menospreciarme por ello, o juro que te perderé el
poco respeto que te tengo.
Se dio la vuelta, y apretó los dientes, dispuesta a hacer una
salida estelar. Dispuesta a salir de esa situación con dignidad.
No iba a llorar. Ni de coña lloraría delante de él.
—No te veo como a una niña.
Se paró en seco al escuchar su voz.
—¿Qué?
—Dios sabe que me gustaría volver a verte de esa manera,
como antes, como cuando realmente eras una cría, leyéndo libros
en el sofá del despacho de tu padre —eso la conmovió, habían sido
las mejores tardes de su vida—. Pero no puedo verte así.
Había cierta tristeza y desesperación en su voz.
Se acercó de nuevo a él, pensando que había mucho más que
querría decirle.
—Y sé… —Ward se aclaró la garganta—. Sé que puedes follarte
a quien quieras, pero Matt… él no me gusta para ti. ¡Joder! Nadie
me gusta para ti, no son lo suficientemente buenos.
Sophie se llevó una mano a la garganta, la tenía seca, muy seca.
—Así que… ¿admites que no soy una niña? —susurró Sophie.
—Lo admito.
—¿Y qué podría follarme a quien quisiera contra un contenedor y
hacerle una mamada sin que nadie pudiera reprocharme nada?
—Dios —se hundió los dedos en la cuenca de los ojos—. Me
estás matando.
Su pequeña Sophie, llevaba condones en el bolso… Tragó saliva
y cuando abrió los ojos, la vio avanzar hacia él, ganándole terreno, y
haciendo que retrocediera un poco más, hasta que con la espalda
se topó con la pared del callejón.
—¿Sophie? ¿Qué haces?
—Lo he hecho ¿sabes?
—¿Qué? —él parpadeó sin comprender, y quizás hubiera sido
mejor no hacerlo.
—Mamadas —le susurró, poniendo ambas manos contra su
pecho. Abrió la boca para pronunciar su nombre, pero no pudo. Se
quedó perdido en el mar de sus ojos azules—. Me han dicho que
soy buena. Puede que tú no quieras que te la chupe, pero que
sepas que, si algún día de apetece, puedo hacerlo.
Quién hablaba era el cabreo y el alcohol, no Sophie. Porque ella
jamás se imaginó a sí misma diciéndole algo semejante a Ward.
Moon iba a alucinar, tanto como Ward estaba alucinando en ese
momento, con los ojos abiertos como platos y una enorme erección
creciendo en sus pantalones.
—Yo…
Sophie se dio cuenta de que a Ward le costaba mantener el
contacto visual. Y no supo como, pero ella se acercó demasiado
hasta que sus manos se deslizaron por su abdomen y alcanzaron la
cintura de sus vaqueos.
—¿Qué haces?
Él ya no podía retroceder más, pues tenía la espalda pegada en
la pared. No tenía salida, ella lo había acorralado.
—Para… Sophie.
Ella negó con la cabeza.
—¿Seguro?
Ward no respondió, se quedó con la boca abierta mientras las
delicadas manos de Sophie le desabrochaban el botón y finalmente
bajaban su cremallera.
Miró fugazmente hacia la puerta metálica que daba al interior del
almacén. Si alguien abría, el contenedor de basura taparía la visión
de lo que estaban haciendo, pero aún así…
Ward no pudo seguir pensando por más tiempo. No, cuando
Sophie se puso de puntillas, y acercó los labios a los suyos.
—Teniente Ward … —lo miró fijamente, al tiempo que se
humedecía los labios—: ¿Qué desea? ¿Polvo o mamada?
CAPÍTULO 17

No era posible que esas palabras hubieran salido de la boca de


Sophie.
¡¡¿Polvo o mamada?!! ¡Por Dios! ¡Iba a morirse!
Ella parecía disfrutar torturándolo.
Se había lamido los labios para después acercarse a él,
contorneando las caderas, y acercar la boca a la suya. Ward ni tan
siquiera pudo resistirse. Sophie mantuvo los labios junto a los suyos,
y se los lamió con tal sensualidad que sus vaqueros casi no
aguantaron la presión. Después, empezó a abrirle la camisa, botón
a botón, con sus dedos largos y elegantes.
—No, no hagas eso. —Ward miró hacia la puerta metálica y
tragó saliva.
Sophie lo comprendió, y dejó de desabrocharle la camisa, pero
los pantalones… eso era otra cosa. Ya había desabrochado el botón
y bajado la cremallera.
Podía ver los boxers negros de Ward y también los sintió cuando
introdujo la mano para acariciar el bulto de su entrepierna.
Él siseó algo que no pudo entender, pero Sophie no se detuvo.
Sonrió como un atleta que consigue su primera medalla olímpica.
Volvió a deslizar la mano, más hacia abajo.
Ward jadeó, con la cabeza contra la pared. Miró al cielo mientras
sabía que ella estaba allí, acariciando su miembro. De pronto sintió
la humedad de sus labios en el pecho, sobre uno de sus pezones.
¡Joder!
La mano se retiró de su entrepierna y ambas subieron para
acariciarle los abdominales. Como no había seguido desabrochando
la camisa, Sophie levantó la tela para poder besarle esa parte.
No, no, no… se estaba poniendo de rodillas.
Su miembro brincó y sintió que iba a estallar.
—Está duro, teniente…
Ward cerró los ojos y apretó la mandíbula. No podía creer que
Sophie le estuviese hablando así… Pero cuando ella finalmente hizo
que sus rodillas tocaran el suelo para acomodarse delante de él, por
poco pierde el sentido.
Sophie gimió mientras él siseaba. Bajó los vaqueros y después
sus boxers, dejando que el elástico apretara sus muslos. Sobra
decir que su miembro completamente erecto, brincó saliendo a su
encuentro.
Ward notó como los suaves dedos de ella tocaban la carne
hinchada. Las palmas de sus manos, cálidas y suaves, lo rodearon,
inspeccionando su suavidad y su grosor.
Y después…
—Oh, Dios… —Después notó como la inocente boca de Sophie
lo rozaba, o más bien era su lengua… Su suave y húmeda lengua
—. Sophie…
—¿Qué significa eso? —dijo ella, con voz sensual. Besó la punta
de su sexo y miró hacia arriba, pero él se negó a hacer contacto
visual. No podía—. Te pregunté qué querías, si follar o una
mamada… creo que decidiré yo.
El roce de la lengua humedeció más la punta del miembro de
Ward. Jugueteó con el glande, lamiendo de forma sensual, hasta
que por fin se la metió en su interior. Torpemente al principio, pero
después...
—No. —Ward apretó los dientes—Joder… Así no...
—¿Qué? —ronroneó ella, para después volver a lamer—. ¿No
quieres que me la meta en la boca?
Apretó los dientes, consciente de que empezaba a faltarle el aire.
—No lo hagas… —Ward tragó saliva, y se sintió el peor de los
tíos cuando vio dónde estaban, en un callejón sucio, con su princesa
arrodillada ante él, haciéndole... eso.
Bajó la cabeza y la miró, notando como volvía a introducirse el
miembro en la boca.
—Sophie, —sus palmas se aplastaron contra la pared,
sujetándose para no caer a sus pies. Le temblaba todo el cuerpo.
No sabía que deseara tanto eso. No lo sabía.
—Por favor, deja que continúe.
Él gimió de nuevo y rompió el contacto visual.
—Por favor, Sophie.
—Quiero esto, Ward.
El jadeó al escucharla. Tenía la polla demasiado dura como para
ignorar el deseo punzante que ella le provocaba.
—¿Qué es… qué lo que quieres? —preguntó él, con la
respiración entrecortada.
—¡Esto! —volvió a tragársela. La metió hasta donde fue capaz y
disfrutó de cada centímetro— Quiero chuparte…
—¿Sí?
—Hasta que te corras. Quiero hacer que te corras, Ward.
Y casi lo hizo, casi se corre en ese mismo momento cuando ella
aceleró el ritmo.
Gimió con cada toque, cuando sintió la lengua cálida lamer
despacio en un principio, para después trazar tortuosos círculos
alrededor del glande. Succionó una y otra vez con más fuerza,
mientras los dedos de sus manos se clavaban en sus caderas,
evitando que él se apartara.
—¿Te gusta? —lo miró de nuevo.
Esta vez, él sí la miró como si se hubiera vuelto loca. ¿Cómo
podía dudarlo?
—Sí… no pares.
La agarró por la nuca cuando ella volvió a metérsela en la boca y
empezó con un movimiento acompasado al sutil ritmo de sus
caderas.
—¡Ah! —Ward se mordió el labio hasta hacerlo sangrar,
disfrutando de cada embestida en esa boca tan increíblemente
sensual. La boca de Sophie. Su Sophie.
¡Al infierno sus buenas intenciones! Quería eso. Lo necesitaba.
Necesitaba que ella lo tuviera en su boca.
Ella succionó con fuerza, olvidando los lametones y su inicial
delicadeza. Continuó con fuerza hasta que él tuvo que doblar las
rodillas y apretar las palmas de las manos contra la pared, para no
caerse.
Casi se le ponen los ojos en blanco al escucharla preguntar:
—¿Te gusta que te tenga en mi boca?
—Sophie…
Se mordió el labio con el miembro de él muy cerca.
—Dime si te gusta lo que le hago a tu polla —suplicó.
Necesitaba saberlo, necesitaba que se lo dijera, una y mil veces.
Necesitaba sentir que la deseaba.
La miró y la visión de ella, con las mejillas encendidas y los ojos
brillantes, hizo que el deseo fuera casi insoportable.
—¿Desde cuando hablas así?
A ella le brillaron aún más los ojos.
—¿No te gusta?
Sí, joder… le gustaba esa nueva Sophie. Dios, era… excitante.
Le gustaba lo que le hacía, le gustaba que llamara las cosas por
su nombre…
—Sí, me gusta. Me gusta todo de ti —confesó—. Eres la cosa
más bonita que he visto en mi vida.
Ella frunció el ceño.
—No quiero que me veas simplemente bonita. Quiero que me
desees.
Ella quería que la viera sexy, una mujer decidida, una mujer que
él pudiera desear… para siempre.
—Te deseo. Por todos los infiernos, te deseo.
Satisfecha por sus palabras, con fuerza, volvió a meterse su
miembro en la boca y esta vez le agarró los testículos. Lo vio apretar
los dientes y echar la cabeza hacia atrás hasta golpeársela, quizás
con demasiada fuerza.
Sophie sonrió y empezó a lamer al tiempo que lo miraba a los
ojos con cara de atrevida, a chupar y a succionar con fuerza,
mientras con las manos masajeaba los testículos de Ward.
—Harás... que me corra…
Era lo que quería, ver que era capaz de hacerle estallar. Esas
palabras la excitaron. Sintió una corriente eléctrica en su entrepierna
y gimió con fuerza.
La mano de Ward se enredó en su pelo y la atrajo hacia su
miembro, penetrando su boca de forma más profunda.
—Me voy a correr, princesa —dijo, apretando los puños—
deberías… apartarte.
Sophie succionó aún con más fuerza. Todos los músculos de
Ward estaban en tensión. Estaba a punto de estallar.
Justo en el momento en que estaba a punto de correrse, tiró de
su cabellera y la apartó. La semilla de Ward se derramó en el suelo
ante la completa desilusión de Sophie. En un principio, porque
pensó que él sentiría más placer si lo hacía en su boca, pero en
realidad, era porque quería saborearlo. No mentiría si dijera que se
sintió algo desilusionada por eso.
Ward temblaba.
Podía verle con la cara desencajada mientras él mismo se
acariciaba el miembro.
Desearía haberlo hecho ella. Lo miró con fijeza mientras su polla
iba menguando de volumen.
Ward se recostó contra la pared mientras se subía las prendas y
se abrochaba los botones del vaquero, así como los de la camisa.
—Mierda… —gimió avergonzado sin poder apenas mirarla.
Parpadeó y vio su esencia derramada en el suelo y se maldijo.
¿Qué animal era como para hacerle eso a Sophie? ¡Dios! No podía
creerlo.
Se subió la cremallera y la miró de soslayo. Ella no había tenido
suficiente. Lo supo por su mirada.
Joder, la había dejado sin orgasmo. Era un cretino y un egoísta.
Pero ¿qué podía hacer? No iba a follársela en un callejón, junto a un
contenedor.
Pero iba a compensarla, se juró.
—Sophie…
Vio como ella se ponía en pie y lo miraba con intensidad, en
silencio, pero sus ojos le dejaron claro que ya jamás podría mirarla
de otro modo que no fuera una mujer sensual y llena de fuerza.
Que la follara contra la pared del callejón, parecía ser
exactamente lo que ella quería que hiciera.
—Yo… —Necesitaba besarla, se impulsó hacia delante para
agarrar su nuca y saborear de nuevo esa boca, pero Ward se quedó
helado al escuchar el ruido metálico a su lado.
Fue incapaz de hacer nada cuando la puerta trasera del local se
abrió y Wachowsky asomó la cabeza.
—¿Habéis terminado de discutir? —preguntó, con una amplia
sonrisa.
Ward balbuceó algo, pero Sophie siguió mirándole a él mientras
contestaba a Wachowsky.
—Sí, ya hemos terminado —dijo Sophie, sin apartar la mirada de
Ward—, por ahora.
CAPÍTULO 18

Sophie salió del local justo después de acercarse a la barra y


sonreír de oreja a oreja a Moon, que la miró boquiabierta.
—Mañana, cena de chicas.
—¿Eso significa…? —Moon no pudo terminar la pregunta, pues
Sophie ya salía por la puerta principal para pedir un taxi.
Suspiró al dejarse caer sobre el asiento trasero del taxi. Sus
asientos eran cómodos, aunque el cuero estuviera un poco gastado.
Se sentía eufórica, quizás hubiera hecho mal al largarse así del
local, sin despedirse de Ward. ¿Pero qué podía decirle? Había sido
perfecto. Perfecto en el sentido de que por fin había visto con
claridad el deseo en su mirada.
Ward la deseaba.
Se cubrió la boca con la mano, ahogando una risita tonta.
Estaba feliz.
Por supuesto que le hubiera gustado ser más feliz teniendo una
relación con él. Una en la que pudieran ir al cine, a cenar, que
pudieran hacer el amor cada día, hasta hartarse. Pero por ahora se
había conformado con una felación.
Otra risita.
Lo había hecho. No es que fuera la primera, en la universidad
había experimentado con chicos, aunque solo se había acostado
patéticamente con uno. Pero, sí. El juego del erotismo, los juegos
sexuales con Ward… le habían dado más placer que cualquier otro
hombre en su vida.
De camino a casa, no podía dejar de pensar en cómo se había
comportado, en las cosas que le había dicho, y en lo que le había
hecho.
Se puso colorada, y pensó en Moon. Iba a alucinar cuando le
dijera que al final se había decidido por su diabólico plan “cerdi”, que
había surtido el efecto deseado. ¡Le había hecho una mamada a
Ward!
De repente, Sophie soltó una carcajada y el taxista la miró por el
espejo retrovisor, el pobre hombre parecía sorprendido. Ella se tapó
la boca, pero continuó sonriendo.
Dios, jamás podría olvidar la cara de Ward cuando ella se
introdujo su polla en la boca. Era tan sexy… con sus fuertes
hombros y… esas tensas abdominales que se contraían cuando ella
lo lamía, y lo succionaba…
Inspiró, y soltó el aire con estudiada lentitud. Debía calmarse, o
de lo contrario, no dormiría en toda la noche. Además, se le había
bajado un poco la borrachera, pero algo quedaba ahí, en la sangre,
que seguía ardiendo a causa del recuerdo del miembro de Ward en
su boca… de su sabor…
—¡BASTA!
—¿Disculpe, señorita? —preguntó el taxista, sobresaltado por su
repentino grito.
Sophie soltó una carcajada.
—Discúlpeme usted. Es que me acabo de acordar de algo muy…
divertido.
El hombre la miró como si estuviese loca, y finalmente llegó a su
destino.
Pagó con la tarjeta, y se metió en casa.

***

Maximillian apretó el gatillo de su cámara de fotos.


Metido en el sedán negro, acompañado por uno de sus hombres,
volvió a mirar por el objetivo mientras Sophie, la hija de su querido
alcalde, se bajaba del taxi.
Sonrió casi con ternura.
Había cambiado mucho en esos últimos años, era toda una
mujer.
Disparó de nuevo, haciendo que en la foto se viera no solo ella,
si no el apartamento que había alquilado.
—¿Ya está señor? —preguntó el conductor mientras Max subía
la ventanilla trasera.
—Sí —le pasó la cámara, que el hombre dejó en el asiento del
copiloto—. Llévame a casa —dijo, despreocupadamente—, y
después revela las fotos. Mándale a nuestro querido alcalde algunas
muestras de lo fácil que sería acceder a su hija… y que le sucediera
algo malo —añadió, aún más calmado.
—Como usted diga, señor.
CAPÍTULO 19

Ward salió por la puerta principal del local. Miró a derecha y a


izquierda, intentando localizar a Sophie.
No era posible que se hubiera marchado así. Aunque… ¿que
más podían decirse?
—Pues mucho, joder —masculló, entre dientes.
Tenían mucho de que hablar, mucho que aclarar. No era posible
que se volvieran a ver y actuaran como si nada. O que no se
volvieran a ver…
No, no, no.
Eso no podía pasar. Tenía que ver a Sophie, aclarar las cosas
con ella, o desde luego no podría volver a tener paz.
Había bebido, imposible coger el coche, aunque su paso no era
vacilante y su mente estaba clara, tomó un Uber. Le dio al conductor
la dirección de su casa, pero luego le faltó tiempo para dar la de
Sophie.
Aquello se aclararía esa misma noche.
No habría sido muy difícil entender que necesitaba una ducha
fría, pero tampoco lo habría sido buscar una alternativa a eso.
Necesitaba a Sophie.
Durante el trayecto, no pudo dejar de pensar en ella.
No se la arrancaba de la cabeza. Joder, estaba irreconocible.
¿Le habrían metido algo en la bebida? No, Moon no era capaz de
algo así. Tal vez los celos que había despertado Matt al acercarse a
ella… Tampoco. Entonces, ¿qué demonios?
Aparecieron en su mente los labios carnosos de Sophie, esos
labios que habían soltado sapos y culebras y… Se le puso dura al
instante al recordar qué le habían hecho después. Cerró los ojos y
se masajeó las sientes. Aún podía verla arrodillada frente a él.
Negó con la cabeza.
Tenía que verla de nuevo, para hablar del asunto. Eso no iba a
quedar así. Tenía que convencerla de que había sido un error. O
mejor dicho, convencerse a sí mismo de que eso había sido un error
y no podía volver a suceder.
Gimió al saborear su propia mentira en la punta de la lengua.
Si en ese momento se dirigía a ver a Sophie, desde luego no era
para convencerla de que había sido un error, si no para pagarle el
orgasmo que le debía.

***

Sophie acababa de salir de la ducha, cuando sonó el timbre. Se


acercó a la puerta, aún con el cabello húmedo y envuelta en un
albornoz que dejaba expuestas sus largas piernas.
Se puso de puntillas para mirar por la mirilla y soltó un jadeó
involuntario, apartándose de la puerta como si quemara.
—Pero, ¿qué demonios…?
Fue apenas un susurro, pero Ward debió escucharla, pues le
faltó tiempo para llamarla desde el otro lado.
—¡Sophie! Soy yo. Abre la puerta.
Su voz sonó más suplicante que autoritaria.
Ella se acercó de nuevo para volver a comprobar que era él. Por
supuesto que lo era.
Cuando vio la cara de Ward, se quedó pasmada.
Se tapó la cara de la vergüenza. Dios, estaba ahí, en la puerta…
¿Qué iba a hacer?
Pues abrir, no seas tonta.
Bajó la manecilla de la puerta del apartamento y esta giró
fácilmente.
Cuando la abrió, vio a Ward allí, mirándola con fijeza, con el
brazo estirado y la mano apoyada en el marco de la puerta, la otra
sobre su cadera. Parecía más frustrado que enfadado.
—Ward...
Concéntrate, Sophie. Sigue con tu maravillosa interpretación de
chica irreverente. No podía dejar que él la viera vacilante.
Pero no era la Sophie que quería ser.
Carraspeó mientras se estiraba, ganando un par de centímetros
de altura. Sin tacones bien le hacía falta ante el gigante esculpido en
piedra que era el bombero.
Se llevó las manos a las caderas, casi imitándole, después de
colocarse el cabello húmedo detrás de la oreja.
—Sophie.
Ella lo miró fijamente y él parecía esperar que se apartara para
dejarle pasar.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, intentando aparentar una
seguridad que no sentía.
Él avanzó un paso y lejos de retroceder, alzó una ceja
interrogante.
Pero no esperaba que Ward aprisionara su cintura con sus
amplias manos y la levantara unos centímetros del suelo haciendo
que retrocediera lo justo para cerrar la puerta. Cuando esta hizo
click, Ward estaba muy cerca y aunque la había soltado, no se
había apartado. Sophie podía notar su calor y tragó saliva presa de
un deseo casi irrefrenable.
—Verás, Sophie… tenemos que hablar.
Ella bajó la cabeza, nuevamente con los brazos en jarras. Lo
miró con las pestañas caídas y Ward sintió que esos ojos azules
podían ver perfectamente en su interior.
—¿Hablar? ¿Para decirme lo mala que soy?
—Sophie… —chasqueó la lengua.
—Pasa —le dijo, girándose lentamente y señalando el salón.
Él no se hizo de rogar, avanzó a grandes zancadas mientras se
desabrochaba un botón de la camisa para poder respirar mejor. Ella
le siguió, con sus pies descalzos acariciando la moqueta.
—¿Quieres una copa?
—¿No crees que ya hemos bebido demasiado?
—¡Usted perdone! —levantó las manos como si él estuviera a
punto de dispararle.
—Sophie —se impacientó—. Lo que quiero decir…
Ella lo miro mientras avanzaba hacia el sofá, donde se sentó con
las piernas cruzadas. Ward contuvo el aliento al ver que ese
albornoz revelaba demasiado.
—Vamos, dilo. Di que ha sido un error. Te ruego que menciones
a mi padre, y nuestra ridícula diferencia de edad —hizo una mueca
como si esa excusa fuese patética—. Di lo que quieras, pero nada
borrará el hecho de que he tenido tu polla en mi boca esta noche.
—¡Sophie!
Ward se llevó las manos a la cara mientras ella se levantaba
molesta del sofá.
—Eres increíble, ni siquiera puedes mirarme a la cara.
—No, cuando hablas de esa manera.
—Soy adulta, a ti te gusta el sexo, ¿por qué simplemente no te
tomas esto como sexo sin compromiso? —Al ver que no respondía,
avanzó un paso hacia él—. A eso has venido a hablar, de que
acabamos de follar ¿no?
Él se quedó pasmado.
—No puedo creer que hables de esa manera.
—Es la nueva Sophie. Usa palabras como polla y follar. Te
acostumbrarás.
Ward se llevó los dedos índice y corazón a las sienes y empezó
a masajearlas.
—En serio…
—En serio ¿qué? ¿No te gusta la nueva Sophie?
Otra vez con lo mismo. Otra vez, su polla más dura que una
piedra, a causa de la nueva y excitante Sophie.
Sí, por supuesto que le gustaba. Demasiado, ese era el
problema.
—No digas eso. Ya basta de juegos.
—¿Bata de juegos o de follar?
—No hables así —dijo, con los dientes apretados. Como si esas
palabras soeces no pudieras salir de la boca de Sophie.
—Es eso que te molesta, que no sea la flor delicada que creías.
¡Qué decepción, Ward!
Él la miró y suspiró.
En parte tenía razón, debía admitirlo. Quería que regresara la
buena y dulce Sophie. Su preciosa princesa. No quería a esa mujer
independiente y segura de sí misma a la que deseaba como no
había deseado a nadie.
—¿Qué? ¿No dices nada?
No, no decía nada porque estaba procesando sus sentimientos,
sus deseos. ¿Por qué había ido hasta allí? No debía ser un
hipócrita, en el fondo sabía que quería estar con ella. Y que le
excitaba todo lo que salía por esa boca.
—Como te he dicho, soy adulta —Sophie interrumpió sus
pensamientos—. Si tú quieres sexo y yo también, ¿qué problema
hay?
—Ninguno —susurró él.
Ese no era el problema, el problema era que…
No, no quería ir por esos derroteros…
A su vez, Sophie abrió ligeramente los ojos como si no le hubiera
escuchado bien.
La realidad era que Sophie aparentaba una seguridad que no
sentía.
—¿Qué? —preguntó en un susurro, Sophie.
Ward dio dos grandes zancadas hasta pararse frente a ella.
—No sé como cojones me has convencido —exclamó él,
preocupado.
A Sophie se le entrecortó la respiración.
—¿Quieres decir…?
—Oh, sabes muy bien lo que quiero decir. ¿Crees que he venido
aquí para darte un sermón?
Ella negó con la cabeza, sin atreverse a dar por sentado nada.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Entonces?
—He venido a follarte, a acabar lo que empezamos.
¡Vaya! Cuanta sinceridad. Eso si que no se lo esperaba, ni lo que
vino a continuación tampoco.
—Desnúdate —Ordenó Ward, sin darle oportunidad a obedecer.
Tiró del lazo que abrazaba su cintura y Sophie balbuceó, incrédula
—. Tengo que hacer que ahora te corras tú o no me sentiré bien
conmigo mismo.
Ella abrió los ojos como platos cuando Ward se apoderó de su
boca antes de abrirle el albornoz.
Oh, joder, ¿si esto está tan mal, por qué me siento tan bien?
Debería ser un buen tío, y no dejarse llevar por sus instintos.
Tenía que saber que la hija de su jefe era sagrada, pero… era
Sophie. La deseaba, maldita sea. No importaba cuanto se lo negara
a sí mismo.
—Sophie —gimió contra su boca, cuando ella le devolvió el beso.
Su lengua acarició la de ella, y sintió las manos de Sophie por
todas partes. Sobre sus hombros, su torso, descendiendo hasta su
abdomen.
Notó que le desabrochaba la camisa, y no iba a detenerla. Él ya
había metido sus manos dentro del albornoz, y aunque este no
había caído al suelo todavía, se deleitaba acariciando cada
centímetro de esa piel, suave y fresca.
Ward se concentró en besarla, en explorarla con la lengua, en
escuchar los suaves gemidos que ella expulsaba de aquellos labios
tan apetitosos.
Llevaba el pelo mojado, y pequeñas gotitas de agua perlaban la
piel de su cuello cuando se lo lamió.
—Oh, sí… Ward.
Las capturó con la boca, en la barbilla, en el cuello, en el
nacimiento de sus pechos. Empezó a molestarle el roce de la tela.
Le quitó la bata y esta se deslizó hasta el suelo. Ella quedó
completamente desnuda, y Ward casi se muere al ver las sensuales
curvas.
—Joder, eres tan bonita… —la acarició con suavidad, y la alzó
en brazos.
Sophie no podía creer que estuviese flotando por su
apartamento, porque Ward la llevara en brazos.
Se aferró a su cuello, y él la llevó hasta su habitación. La colocó
en la cama y ella quedó tendida y desnuda sobre la suave sábana.
Él no podía creer que su princesa estuviese desnuda, ante él.
Se quedó contemplándola en silencio, tanto tiempo que ella sintió
la necesidad de cubrirse, hasta que finalmente lo intentó, pero Ward
capturó las muñecas, apartando las manos de su cuerpo y
poniéndoselas sobre su cabeza.
—Déjame verte.
Ella le dejó que lo hiciera, que se emborrachara de esa visión. Al
rato, Sophie se incorporó ligeramente, apoyando su peso en los
codos.
Lo miró de forma tan sexy, que los ojos de Ward brillaron de
excitación.
—Yo también quiero verte.
Él obedeció, sin apartar la sensual mirada de Sophie. Como si
fuese todo lo que esperaba para desnudarse, Ward empezó a
quitarse la ropa. La camisa, los zapatos… quedó completamente
desnudo ante ella.
El sexo de Sophie palpitó al ver la enorme erección, su cuerpo
perfecto, como esculpido por el mismísimo Miguel Ángel.
Dios, era increíblemente sexy.
—Fóllame, Ward —dijo, con voz ronca.
Esas palabras hicieron que la polla de Ward brincase. Ella pudo
notarlo, y se humedeció los labios ante la expectativa.
Sin que él se moviera todavía, Sophie empezó a abrir las piernas
para que pudiera ver su sexo húmedo, listo para él.
—Ahora… —gimió, al ver la sonrisa de Ward.
Él se inclinó sobre ella. Las manos se posaron en el colchón
mientras su cuerpo se inclinaba cada vez más.
—Voy a hacer que te corras, Sophie. Te lo debo.
—Pues no lo retrases más.
Ward reptó por la cama y se colocó sobre ella.
Su erección reposó sobre el abdomen de Sophie, y lo sintió tan
caliente... Eso era tan excitante. Todo lo que había imaginado y
más.
Sintió como se retorcía sobre ella y colocaba su peso sobre los
codos para no aplastarla. Lo miró a los ojos, un fugaz instante, antes
de que él se apoderara de nuevo de su boca.
La besó con ímpetu. Le metió la lengua hasta el fondo, rozando
cada rincón.
La hizo gemir, jadear, mientras sus caderas se movían de
manera involuntaria, buscando su miembro. Pero él no estaba
dispuesto a ir tan rápido, a que todo terminara tan pronto.
Cuando por fin abandonó su boca, le sonrió. Una sonrisa que
prometía los placeres más indecentes.
Ward empezó a repartir besos por su piel. Primero por la barbilla,
siguió por el cuello… más y más abajo, hasta el nacimiento de sus
pechos.
Ella se retorcía, gemía, y con las delicadas manos lo acariciaba
también.
Sin previo avisó, su cabeza se movió rápidamente hasta que
Ward capturó un pezón. Succionó con fuerza y Sophie gritó, presa
del deseo.
—¿Te gusta?
—Sabes que sí —jadeó, levantando más las rodillas, como si así
pudiera sentirlo más cerca.
—Bien, es lo que quiero —confesó—. Quiero que te guste.
También sin previo aviso, le pellizcó el otro pezón.
Ella gimió, sacudiéndose y mordiéndose el labio. Al ver su
reacción lo apretó con más fuerza.
—¿Más?
Ella intentaba tomar aire con la boca abierta.
—¡Sí! —gritó—. Sí, joder…
—Ssssh… esa lengua.
Una suave risa acompañó los besos que Ward repartió por su
piel, por su abdomen y bajaron hasta que le agarró ambas piernas.
La inmovilizó cuando su boca llegó a su monte de Venus, rasurado.
—¿Ward?
—Me toca, ¿recuerdas?
Ella se incorporó sobre los codos y los ojos de Ward volaron
hacia los suyos, llenos de promesas que ella quería que se hicieran
realidad.
La miró a los ojos en el momento en que le abría más las
piernas. Introdujo los hombros entre ellas para que no las cerrara, y
su mano apretó el monte depilado. Se deslizó lentamente hacia
abajo, hasta que sus dedos quedaron empapados y la mandíbula de
Sophie completamente tensa. Apretó los dientes para no ponerse a
gritar de placer.
Los dedos de él exploraron sus pliegues mientras ella gimoteaba,
presa de una sensación que jamás había sentido.
—Oh, nena. Estás tan mojada.
—Por favor… —tomó la sábana entre los puños apretados y tiró
con fuerza, retorciéndose de placer, cada vez que él acariciaba la
sensible zona.
—Mira lo hermosa que eres.
Cuando vio su rosada vulva, húmeda y caliente, con el clítoris
hinchado, su polla casi estalló.
—Eres lo más bonito que he visto jamás —le dijo.
Acercó la boca a su sexo, y lamió su clítoris.
Ella se retorció, y capturó de nuevo la sábana con los puños.
Ward introdujo un dedo, y cuando escuchó su sollozo la miró. Su
cara estaba tan sonrosada como el resto de su cuerpo, era una
mujer en llamas. Ardía en deseo.
Introdujo otro dedo más, mientras su sonrisa se ensanchaba.
Estaba a punto de correrse, lo notaba por la presión que ejercía
su vagina alrededor de sus dedos.
Se inclinó nuevamente y lamió el clítoris hinchado.
Tuvo que sujetarla con fuerza para que no se moviera mientras él
la acariciaba. Pronto su mano y sus dedos quedaron substituidos
por su lengua. La lamió una y otra vez mientras sus gemidos y gritos
llegaban a sus oídos.
Sophie gritó cuando él succionó con fuerza su punto de placer.
—¿Te gusta, princesa? —dijo apartándose ligeramente para
verle la cara.
Su voz sonó ronca, por la excitación.
—Más… —gimoteó Sophie.
—A la orden —volvió a agacharse y la lengua de Ward trazó
círculos en su clítoris.
Sophie estaba fuera de sí. Era como si hubiera abandonado su
cuerpo. Estaba experimentando el más absoluto éxtasis.
Extendida, desnuda sobre la cama, en manos de Ward, el
hombre que había deseado toda la vida, no podía creerse que
estuviera pasando de verdad.
—Oh… ya no puedo más. —Agarró un cojín y le clavó las uñas
cuando sintió la tensión en su bajo vientre.
—Sí —dijo él—, sí que puedes. Disfrútalo.
—Oh, sí… ¡Sí!
Sophie gritó en el momento en que un intenso orgasmo la
recorría de arriba abajo. Su espalda se elevó del colchón,
convulsionó dejándose caer de nuevo, una y otra vez, mientras
Ward intentaba que no cerrara las piernas, atrapando su cabeza
entre ellas.
Rio con deleite cuando los últimos espasmos la dejaron
desmadejada, tan hermosa y saciada. Jamás había visto belleza
igual.
—¿Ya? —le preguntó, con una amplia sonrisa en los labios.
El bombero sabía que había hecho un buen trabajo.
—No. Todavía quiero más —dijo Sophie, con sinceridad.
Y esta vez le tocaba a ella.
Posó las manos en sus hombros, y lo instó a colocarse sobre
ella. Ward no se resistió mucho. Lo besó con la misma pasión que él
se había apoderado, instantes antes de su boca.
Le metió la lengua, explorando cada rincón. Succionó sus labios,
y poco a poco sus manos y brazos lo apretaron contra ella,
dejándolo totalmente inmovilizado.
—Vas a asfixiarme —se rio él.
Como castigo, Sophie le pellizcó el trasero.
—Cállate. Ya te he dicho que me toca a mí.
Lo apartó ligeramente y empezó a acariciarle, poco a poco. Sus
manos descendieron por sus pectorales, admirando la dureza de
esa zona. Él la miró con las manos extendidas sobre el colchón,
aguantando su peso mientras ella lo miraba desde abajo,
acariciando sus abdominales....
—Estás tan duro.
Él le guiñó un ojo y eso la hizo reír.
—No solo donde me estás tocando.
—¿Y donde más te refieres? —preguntó, con fingida inocencia.
Le bastó echarle un vistazo a su zona íntima para darse cuenta
de que su verga había reaccionado de nuevo a sus atenciones. Su
polla se iba hinchando por momentos y a Sophie se le secó la boca.
—No puedo creer que esto vaya a entrar.
—Oh, entrará —dijo él sin ningún atisbo de duda.
Debía ser valiente. Lo quería dentro de ella. De la forma que
fuese.
Ward la miró mientras sus dedos viajaban por su piel.
La dejó explorar a placer.
A medida que lo iba tocando, los dedos de esa mujer lo
quemaban. Porque eso era Sophie, una mujer. Una mujer sexy y…
Mía.
No sabía por cuanto tiempo, pero en ese momento ella era suya,
y él de ella. No había nadie más para él.
Le daría lo que ella quería, y obtendría lo que él deseaba.
Necesitaba saber como era Sophie en la cama, el placer que podía
experimentar con ella cuando… Cuando su polla se metiese en su
interior.
—Oh… Joder.
No estaba preparado para el estallido de pasión cuando ella
alargó su mano y le acarició el miembro, como lo había hecho en el
callejón.
—Ward… —La voz de Sophie sonó llena de excitación.
Lo acarició suavemente, trazó círculos con los dedos sobre su
glande y lo notó húmedo. Se moría por lamerlo de nuevo, por notar
su orgasmo en el interior de su boca.
Pero él tenía otros planes.
Ward posó la mano sobre la de Sophie, y juntos guiaron el
miembro hasta su suave y húmeda apertura.
—Dame tu permiso, princesa —le dijo, sin querer entrar en ella
aún.
Sophie se retorcía y gemía bajo el enorme y musculoso cuerpo
de Ward. Su piel estaba caliente, su polla dura, ardía. La estaba
torturando.
Ward no se metería dentro de ella hasta que no obtuviese su
permiso. Pero mientras tanto… la haría sufrir tanto como estaba
sufriendo él. Una dulce tortura, que acabaría en el orgasmo más
increíble.
La rozó con el glande, mientras se moría de deseo. El clítoris de
Sophie volvía a estar duro, palpitante. Lo frotó con su polla, y ella
gimió como una gata.
—¡Ah! Joder… ¡Aaaah! —era un lloriqueo sorprendido e
inevitable. Se estaba corriendo sin que él aún hubiera entrado en
ella.
Ward notó su orgasmo contra el glande.
—Déjame entrar, Sophie —pidió, casi suplicó—, quiero sentir
como te corres estando dentro.
La espalda se arqueó y abrió más las piernas.
—¡Entra! —exigió.
Ward la penetró con fuerza. Sophie se estaba corriendo en ese
mismo momento, y pudo notar en la polla como su sexo la
estrangulaba.
—¡Oh! Pequeña…
Ella lo abrazó con las piernas y lo apretó contra sí. Sus caderas
se movieron con fuerza, haciéndolo entrar una y otra vez.
Sophie se arqueaba de placer, sus brazos cayeron en cruz sobre
el colchón mientras dejaba que Ward la penetrara con fuerza,
sacudiendo su cuerpo.
Ward bombeó con fuerza y rapidez, notando su orgasmo, que se
iba alargando.
La piel de Sophie ardía, como su sexo húmedo y caliente.
—¡Oh… Joder! Eres… maravillosa.
Siguió bombeando.
Ward se arrodilló sobre la cama y alzó las piernas de Sophie
para poder seguir penetrándola. Apretó sus muslos, hasta que su
piel palideció al clavarle los dedos. Siguió gimiendo, exigiendo más.
Le alzó el trasero del colchón y totalmente expuesta, Ward pudo
ver la visión sensual de sus sexos unidos, entrando y saliendo,
engullendo y expulsando.
Fue demasiado.
—Ahora… Oh, Sophie —A Ward a penas le salían las palabras
—. Voy a correrme, princesa.
Sophie gimió a modo de respuesta, luego lo miró sensual y se
lamió los labios.
—Hazlo.
Bombeó un par de embestidas más dentro de ella.
Cuando Sophie se llevó las manos a sus pezones y se los
pellizcó, eso fue demasiado para él.
—Mierda…
Sacó la polla fuera de su cavidad. Se la agarró con la mano
diestra, se la sacudió mientras contemplaba el rostro de Sophie, sus
pechos hinchados y sus manos pellizcándose de manera sensual,
dándose auto placer… Fue cuando vio esos ojos grandes y azules
que se dejó ir.
—¡Ah! Joder, pequeña —jadeó—, deja que me aparte.
Pero ella negó con la cabeza, apretó sus piernas contra los
flancos de su pecho, inmovilizándolo todo lo que pudo.
—No.
Ella negó con la cabeza. Quería verlo, ver su liberación.
—Voy a correrme.
— Córrete sobre mí.
Él abrió la boca y cerró los ojos, solo un momento.
—Sophie.
Los abrió para ver como su simiente salía disparada sobre los
pechos de Sophie, que aún se masajeaba con fuerza.
Las pequeñas gotas que continuaron saliendo, perdieron fuerza
hasta que algunas cayeron sobre el sexo de ella. Era como si la
marcara con su esencia.
—Deja que conserve esta visión para siempre.
Sophie soltó una risa fresca que contagió a Ward.
—Puedes tenerla siempre que quieras —dijo, mirándolo a los
ojos.
Él asintió.
Sí, deseaba que aquello no fuera solo cosa de una noche.
Maldita sea, quería que durara para siempre.
CAPÍTULO 20

Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, Ward se


tumbó a su lado y la abrazó.
—¿Ha sido como te imaginabas? —preguntó él, después de un
largo rato en silencio.
—Ha sido mejor.
La cabeza de Sophie se poyaba sobre el pecho de Ward.
Estaba saciada, feliz.
¿Acaso no era su sueño acostarse con Ward? ¿Acaso no había
sido tan maravilloso como ella siempre había imaginado?
Suspiró sobre su torso desnudo y movió la cabeza buscando su
mirada.
—¿Y ahora qué? —le preguntó Sophie, con expresión neutra.
Era una pregunta difícil de formular y difícil de responder.
¿Qué pasaría después de esa noche? ¿Podrían los dos
permanecer apartados después de saber cuanto placer podían
experimentar uno en brazos del otro?
—Yo… —dijo Ward, pero pronto cerró la boca.
¿Qué iba a decir? ¿Que no volvería a pasar? No era tan estúpido
como para creerse eso.
Mientras la abrazaba, la acarició con ternura. Su piel seguía
ardiendo. Hundió la nariz en su suave melena rubia y se perdió en
su aroma.
Finalmente dijo:
—Oh, princesa… Voy a convertirme en un adicto a ti.

***

Estaba bien jodido.


Quizás no debió decirle que se convertiría en un adicto a ella. Al
fin y al cabo, esas palabras eran como confesarle que quería tener
una larga relación, que se iban a acostar una y otra vez.
Ward estaba sentado en el sofá de la sala de descanso de su
parque de bomberos. Echó la cabeza hacia atrás y se quedó
mirando el techo.
Sí, definitivamente no podía engañarse al pensar que no iban a
volver a acostarse. Solo pensar que podía permanecer lejos de ella,
era ridículo.
Se incorporó y por los ventanales pudo ver la sala del gimnasio,
donde sus compañeros se ejercitaban. Él por su parte seguía
apretando una pelota anti estrés, aunque más bien habría
necesitado una mancuerna, dado el estado de ansiedad en el que
se hallaba después de haber pasado la noche con Sophie.
Dios Sophie. ¡La hija de su jefe!
Vale, ya había superado con creces la idea de la pobre niña
Sophie. Le había quedado claro que no era ninguna niña, ahora
habría que superar que fuera la hija del alcalde de la ciudad.
Parpadeó cuando Logan y Matt entraron en la sala.
—¿Qué coño haces aquí?
Matt levantó las manos en señal de rendición.
—Tranquilo teniente, no es que me haya mudado al parque 47,
pero como Tim se jubila… creo que hay una vacante.
—Por encima de mi cadáver.
Matt se echó a reír, mientras el pobre Logan intentaba poner algo
de paz.
—Ward, esa decisión es del jefe, no tuya.
Ward se levantó del sofá.
Solo le faltaba eso, tener a ese incordio en su parque.
—Dios, espero que el jefe no tenga tan mal criterio como para
ponerte en el 47.
Sin decir más se marchó de la sala de descanso, dejando a
Logan con una terrible cara de decepción.
—Quizás no sea muy buena idea que te mudes.
—Es jodidamente buena —dijo Matt—. Ayudaré a ese idiota a
superar sus fobias.
—¿Cómo cuales?
Matt le guiñó un ojo.
—Como la de tener competencia en el mercado amoroso.
Logan se inclinó sobre la mesa como si le hubiera dado un
infarto. Estaba claro que pensaba en la guerra que esos dos podrían
provocar por Sophie Kadisy.

Veinte minutos después, cuando se aseguró que Matt se había


largado del parque, Ward volvió a recostarse en el sofá.
Por supuesto no pasó mucho tiempo solo. Logan volvió a entrar,
pero esta vez con Wachowsky a la zaga. No traía muy buena cara.
Se acercaron a la mesa que se encontraba junto a la barra que
daba a la cocina. Tanto Logan como Dimitri Wachowsky parecían
concentrados en la conversación.
—Hace meses que duermo en el sofá —decía Wachowsky—. Un
día de estos necesitaré ir al fisio.
—¡Dimitri! ¿Un día de estos? —Logan lo miró negando con la
cabeza—. Lo necesitas ya.
Ward se vio con la necesidad de intervenir.
—Tú no te ves, pero estás hecho una mierda. —Se acercó a
ellos—. Menuda cara te traes, compañero.
Dimitri se quedó pensativo unos segundos, y agachó la cabeza
hacia el zumo de naranja que acababa de coger de la nevera.
—No sé… Tengo mal carácter…
Antes de poder terminar la frase, Ward y Logan lloraban de la
risa.
—¿Tú? ¿Mal carácter?
—Bueno, es que me enfadé con mi mujer y le grité.
—Si yo tuviera una mujer como la tuya…
Logan le dio un codazo a Ward.
—Queremos decir, que es… fácil discutir con una mujer así.
—¿Así cómo? —Wachowsky se puso a la defensiva.
—No, no, no tenemos nada que decir, pero… eres un buenazo,
Dimitri.
—Tío —Ward asintió ante las palabras de Logan—. Eres un
santo.
—No tanto, se enfada porque bebo con vosotros.
—¡Una puta vez al mes!
—Lo sé… —se excusó Dimitri.
—Eres un buen hombre, colaborador, responsable, haces la
colada, y ves esa mierda de los Puentes de Madison con ella.
—Ojito —dijo Wachowsky, alzando un dedo—. Esa película es un
peliculón. Un respeto al gran Clint.
Los tres se sentaron de nuevo a la mesa.
—En fin… —dijo Logan—. Creo que es hora de buscar solución
a ese problema que tienes.
—Ella —dijo Dimitri, refiriéndose a su mujer—, me ha pedido
tiempo, pero como están los alquileres hoy en día… no puedo darle
el espacio que necesita.
Logan y Ward leían entre líneas… Quería que él se fuera para
poder quedarse el apartamento. Pero a su parecer, la perdida del
apartamento sería un mal menor si con ello su amigo conseguía
librarse de la víbora de quien se había enamorado cinco años atrás
y con quien se había casado en las vegas.
—Eres un jodido trozo de pan —lo interrumpió Logan—. Tu mujer
no sabe lo que tiene en casa.
—Logan tiene razón —dijo Ward, con la mirada perdida.
—Creo que ya no me ama —siguió diciendo Dimitri.
¡Joder! Por supuesto que ya no lo quería, eso lo sabían todos
menos el pobre Wachowsky.
—No sé como estamos ahora mismo, después de la última
discusión…
—Te lo repito, eres un trozo de pan, ¿qué has hecho que sea tan
malo para acabar en el sofá? Si te ausentas por las noches, es
porque tienes turno de noche, como cualquiera de nosotros —dijo
Logan—. Una mujer cuando se casa con un bombero, sabe, o
debería saber, que nuestra profesión es de riesgo, y que muchas
noches no las pasaremos en casa.
—Pero anoche salí con vosotros.
—¡Era la puta fiesta de jubilación de Tim! —dijo Ward—. Como si
pudiéramos haber faltado.
—Además la invité a venir, pero odia a Moon.
Logan puso cara de circunstancias.
—¿Por qué será? —susurró, pero Ward le dio un codazo para
que se callara.
La esposa de Dimitri siempre había sospechado que Moon y su
marido se habían acostado antes de conocerla a ella. Pero no era
así. Moon simplemente era la mejor amiga de Wachoswsky, hasta
que él se casó. Después del matrimonio él parecía haberse dejado
castrar por su mujer y Moon se había acostado con todo lo que
respiraba, quizás para olvidar que las cosas podrían haber sido muy
distintas si hubieran sido más valientes.
—Bueno, sea como sea… no puedes seguir durmiendo en el
sofá. Te necesitamos descansado.
—Te va la vida en ello, amigo. —Logan estuvo de acuerdo con
Ward—. Piénsalo.
—Dimitri, vete a un hotel hasta que las cosas se arreglen —
intervino Ward—. Logan tiene razón, necesitas descansar.
—Si me marcho de casa y me voy a un hotel, entonces sí que no
descansaré.
Los dos pusieron los ojos en blanco, incapaces de entender que
veía Wachowsky en esa mujer que le había lavado el cerebro.
Logan miró a Ward, y cerró los ojos, para después mover la
cabeza de un lado a otro, en señal de rendición.
—Anda, lárgate a la zona del dormitorio, duerme lo que queda de
turno si es que no tenemos una salida —le dijo Logan a Dimitri.
Faltaba una hora para ello, pero al pobre no se le veía muy bien.
—Gracias tío.
Se palmearon la espalda y finalmente Dimitri se marchó a
descansar.
Ward y Logan quedaron a solas.
—Quizás si hablamos con Moon…
—Creo que es la única que puede hacerle entrar en razón.
Los dos asintieron.
CAPÍTULO 21

Dos días después, Logan se sentó junto a su compañero y le


pasó el brazo por encima del hombro. Estaban en el Blue Moon y la
cara de Ward era un poema.
Miró a Wachowsky, que les daba la espalda.
—Pobre tío.
Wachowsky, estaba sentado en la barra con Moon. La morena
estaba inclinada sobre él, con una mano sujetando su barbilla, como
siempre hacía cuando una conversación era importante.
—Sabes que su mujer lo engaña, ¿verdad? —dijo Logan,
refiriéndose a Dimitri.
Ward suspiró.
—Sí, joder. Todo el mundo lo sabe. Pero debe enterarse por sí
mismo.
—Claro… Pero se cabreará cuando se entere de que todos lo
sabíamos.
—No podemos decirle nada. No tenemos pruebas.
—Pero tampoco dudas.
Ward bebió otro trago de su cerveza y miró por enésima vez
hacia la puerta. Llevaba esquivando a Sophie dos días, porque no
se sentía bien tirándosela como si fuera una más de sus ligues, pero
la verdad es que no había podido dejar de pensar en ella.
—¿Y a ti qué cojones te pasa? —Le preguntó Logan con el
entrecejo fruncido—. Llevas mirando la puerta como si esperaras
que ardiera, y eso no pasará.
Ward suspiró.
—Es que…
—No me digas que sigues cabreado con Matt. —Logan resopló
—. Tío, es más que probable que venga a nuestro parque, así que
deberás aguantarte, será uno más del equipo.
Eso sorprendió a Ward.
—¿Ya es seguro?
—El capitán siempre lo ha tenido en consideración. Por muy mal
que te caiga Matt, es muy bueno en su trabajo.
Debía reconocer que así era. Pero… seguía sin gustarle. Por
supuesto en otras circunstancias a Ward no le hubiera cabreado
tanto que Matt ocupara el puesto de su compañero jubilado, pero…
estaba el tema de Sophie.
Desde esa noche Matt no había hecho ningún intento de
acercarse a ella, parecía, al dejarlos solos discutiendo en el callejón,
que se había dado cuenta de que entre ellos dos había algo, donde
él no quería meterse. Y hacía bien, pues no estaba seguro de poder
controlar sus ganas de estrangularlo.
Se terminó la cerveza, pensativo.
Era un maldito hipócrita. No quería que ningún hombre le hiciera
daño a Sophie, pero no es lo que él estaba haciendo, acostándose
con ella, ignorándola después, no pudiendo prometerle algo más
que un rollo.
—Mierda.
Logan cabeceó pensativo.
—Llevas un par de días como si te hubiese pasado una
locomotora por encima.
—No, es solo…
—¿Sophie?
Ward apretó la mandíbula.
—No hay nada entre Sophie y yo —mintió.
Por supuesto que lo había, pero no quería que se hiciera público.
Le avergonzaba admitir que finalmente había dejado de ver a
Sophie como a su amiga de siempre, para verla como la mujer que
era.
Logan se lo quedó mirando durante unos segundos, hasta que
habló. No se creía ni de lejos lo que su amigo le acababa de decir.
—Ten cuidado, Ward. Si no vas en serio con ella, déjalo correr.
Ni siquiera se atrevió a mirar a Logan al escuchar esas palabras.
Su amigo tenía razón, pero le molestó que agregara las últimas
palabras:
—No te metas en ese lio con el alcalde, a menos que quieras
llegar a capitán algún día.
Todo el mundo sabía que al capitán del parque le quedaban dos
años para jubilarse y que el puesto estaba entre él y Logan. Pero
jamás había habido celos entre ellos. Logan era un tipo estupendo y
si realmente le decía eso, era porque quería que la plaza la ganara
el mejor.
—Te repito que no hay nada entre ella y yo —dijo en un tono
suave.
Por supuesto, su amigo no le creyó.
Logan le dio una palmada en la espalda antes de decir:
—Ok, tío. Lo que tú digas.

***

Era tarde y aunque Moon aún no iba a cerrar el local, Ward


decidió no esperar más a Sophie, sobre todo cuando Moon le
anunció que esa noche Sophie estaba con Heather porque su
hermano Max las había invitado a cenar.
Ward se marchó sin más, caminó un par de manzanas, y no
porque hubiera bebido demasiado, porque no había sido así. Sino
para aclararse las ideas. Su mente era un caos por culpa de unos
hermosos ojos azules y por la pasión de Sophie, que solo rivalizaba
con su dulzura.
Por supuesto, también le había preocupado la conversación que
había mantenido con Logan que, aunque fue corta, le añadió la
preocupación de poder quedarse sin ascenso. ¿A quién quería
engañar? ¿Dejarle sin ascenso? Seguramente se podría quedar sin
trabajo si George se enteraba de ello.
Por mucho que dijera Sophie, ella no era una chica de relaciones
sexuales esporádicas, ni mucho menos. Y él… ¿una relación con
Sophie? ¿Podría funcionar?
Podría. Porque jamás había querido ataduras con la misma
mujer, pero ¡Ah! Sophie no era una mujer cualquiera. Lo había
vuelto loco, e inútil para seguir acostándose con las demás mujeres.
Solo podía pensar en ella.
Ella era única.
Siguió caminando, y aunque se hizo tarde, fue incapaz de
marcharse a casa. Sus pasos lo condujeron a la casa de Sophie.
Se mentía a sí mismo, diciéndose que solo iba a hablar con ella
para aclarar las cosas, para decirle… ¿qué? ¿que no volverían a
acostarse? El simple pensamiento se le antojó ridículo, porque en
realidad deseaba verla, besarla, abrazarla…
La noche que pasaron juntos fue… excitante, pero también se
sintió en el cielo cuando ambos se quedaron dormidos, uno junto al
otro, abrazados.
A la mañana siguiente, al despertar en brazos de Sophie, no fue
capaz de despertarla y se marchó de su cama como un ladrón que
sabe que acaba de cometer un delito. Se sintió una persona horrible
por haberse marchado así, pero era lo que tenía que hacer, pues de
lo contrario… Estaba seguro de que habrían acabado enredados de
nuevo y… eso no podía volver a pasar.

Eran las tres de la madrugada cuando el coche negro paró frente


a la casa de Sophie.
—Eres realmente amable, Max.
Maximilian le dedicó una arrebatadora sonrisa. Era
increíblemente guapo, y lo peor de todo era que el hermano de
Heather lo sabía.
No es que Sophie conociera su amplio historial de mujeres, pero
para ser sincera ¿qué mujer no querría acostarse con él? Esos ojos
eran un pecado, así como sus labios plenos y el mentón cuadrado.
Un metro noventa de pura sensualidad.
—Gracias por traerme, ha sido una cena maravillosa.
—Sabes que siempre eres bienvenida.
Max las había invitado a un exclusivo restaurante de la ciudad,
normalmente uno podía estar esperando una reserva seis meses,
pero Maximilian sabía como tratar a la gente y como hacer que esta
hiciera lo que él quería. Ya fuera buscarle un hueco en un
sofisticado restaurante de moda, o complacer todos sus caprichos
en la cama.
Sophie siempre lo había visto como el hermano endiabladamente
protector de Heather, pero entendía qué veían las mujeres en él.
Esa fuerza, ese magnetismo, ese… poder.
—Quiero que vengas con Heather a mi apartamentito de la costa.
Sophie le sonrió y su mano se estrelló contra su hombro.
—Déjalo ya.
—Lo digo en serio. Dos semanitas de desconexión —dijo, sin
perder la sonrisa.
—Heather te ha dicho que no.
—Yo haré que me diga que sí, y tú también lo harás.
Ella sonrió con dulzura.
—No puedo negar que quiero ver tu apartamentito.
Ahora quien rio fue Max. Su apartamentito era más grande que
un estadio de fútbol y estaba valorado en quince millones de
dólares.
—No hagas planes para el viernes que viene, haré que os pasen
a recoger.
—No he dicho que sí —dijo Sophie, a modo de despedida.
—Pero tampoco que no.
Le guiñó un ojo. Sabía que no aceptaría un no por respuesta. Por
algún motivo quería pasar con ellas dos semanas de vacaciones.
Quizás echaba de menos a Heather.
—Gracias —cerró la puerta y Max bajó la ventanilla.
—Cuídate, preciosa.
Cuando el motor rugió, Sophie se dio la vuelta ya avanzó hacia la
puerta.
No fue consciente de que el coche de Max esperaba en la
esquina, observándola detenidamente mientras entraba en su
apartamento. Después de que ella cerrara, él se marchó, sabiendo
que había dejado la casa bien vigilada.
CAPÍTULO 22

Ward la vio salir del coche, estaba preciosa, aunque eso no era
ninguna novedad. Llegaba un bonito vestido de cóctel, negro y con
algunas lentejuelas resaltando su escote. Por supuesto en sus pies
lucía unos Manolo de infarto. Era un pecado lo bien que le hacían
lucir sus torneadas piernas. Se le puso dura al instante.
El deportivo que la había traído se alejó. No pudo identificar
quien la había acompañado, pero sintió un ramalazo de celos al
pensar que podría haber sido un hombre con el que Sophie
pretendiera pasar la noche.
Cruzó la acera después de que ella cerrara la puerta de entrada
al edificio.
Espero cinco minutos, incapaz de decidir si debía llamar o no.
Era un idiota, la había estado esperando por más de una hora, y
ahora sentía una opresión en el pecho que le impedía tomar una
decisión.
De pronto la puerta se abrió en sus narices.
—Ward…
—Sophie.
Ella lo miró extrañada, aunque involuntariamente dibujó una
sonrisa en el rostro.
Siendo sincera, no había dejado de pensar en Ward.
Estaba increíblemente guapo. Llevaba una camiseta negra
ajustada a su perfecto torso, con el escudo del lobo de los Stark, de
Juego de Tronos. Eso la hizo sonreír ¿acaso él no era un lobo?
Unos pantalones vaqueros ajustados y rotos por las rodillas, y el
pelo revuelto sobre la frente completaban ese look que la volvía
loca.
—¿Podemos hablar? —dijo él, cruzando los brazos sobre su
musculado pecho. No parecía muy feliz.
—Sí. —Ella dejó la bolsa de plásticos en el contenedor de afuera
y volvió a su lado—, ¿pasa algo? —preguntó, en un tono
preocupado.
Ward tragó saliva.
Sí, pasaban muchas cosas. Tantas, que no sabía por dónde
empezar. Ni tampoco tenía muy claro si se las diría, o por el
contrario se lanzaría directo a su boca.
—¿Podemos… hablar dentro?
Ella sonrió, esperando que si él quería pasar a su apartamento,
quizás la noche podría terminar todavía mejor de lo que había
empezado.
Subieron el tramo de escalera hasta llegar al primer piso. Sophie
abrió la puerta con la llave y sus tacones repiquetearon por el suelo
de mármol al adentrarse en el apartamento. Lo miró por encima del
hombro.
—¿Quieres una copa?
—¿Por qué no? —Al fin y al cabo, eran las tres de la madrugada.
Ward entró en casa de Sophie con sentimientos encontrados.
Por un lado se sentía como un cordero directo al matadero. Por el
otro, como si fuese el lobo a punto de comerse un cervatillo
indefenso. Pensándolo bien, la idea de que fuese ella el lobo y él un
cordero, le revoloteó por la cabeza durante unos instantes, hasta
que se negó a seguir pensando en ello.
Tenía claro lo que quería de Sophie, pero no tenía tan claro si era
lo correcto.
No, por supuesto que no era lo correcto, eso era cristalino. Pero
la atracción que ella ejercía sobre él era demasiado fuerte como
para evitarla. Era un puto imán, y no podía resistirse.
Ella fue directa al mini bar.
El apartamento de Sophie era abierto y luminoso. El salón con
cocina americana ocupaba la mayoría del espacio. Una de las
paredes era totalmente acristalada y desde fuera los espejos
reflejaban la vegetación de la calle principal del moderno vecindario.
—¿Quien era ese? —preguntó Ward, mirando su copa.
Sophie se acercó un poco más a él, tomando un sorbo de whisky.
—Es Max, el hermano de Heather —dijo ella, mirándole a los
ojos, estudiando su reacción—. Ya lo conoces.
—Sí, lo he visto en alguna ocasión.
Carraspeó, como si no pudiera o quisiera añadir nada más.
—Solo hemos cenado e ido a tomar una copa… con Heather —
añadió, para que él viera que no había nada romántico en su
relación con Max.
—Entiendo.
Se quedaron mirándose a los ojos un minuto interminable.
El pulso de Sophie se aceleró y Ward estudió cada milímetro de
sus facciones y su atuendo.
—Estás preciosa —dijo finalmente.
Ella soltó una risita y se colocó un mechón de pelo detrás de la
oreja.
—Gracias. Me gusta mucho tu camiseta.
—Ya sabes, soy del equipo Stark.
Ella se acercó un paso para alzar la mano y tocar el lobo blanco
que tenía estampado.
El deseo de Ward se prendió como una mecha, le costó controlar
su respiración y más cuando Sophie se acercó un poco más y la vio
tragar saliva, como si estuviera tan nerviosa y confusa como él.
—Verás —empezó a decir ella, acariciando distraídamente el
contorno del lobo—. Estoy un poco confusa con lo que pasó la otra
noche.
—¿Sí? —él dudó.
—Bueno, más bien con tu actitud.
Antes de que ella pudiera reprocharle nada, él habló.
—Siento haberme marchado sin decir nada, la otra noche.
—Lo entiendo —le sonrió, aunque la sonrisa fue nerviosa—. Al
fin y al cabo, esto es solo sexo.
Se acercó un poco más y Ward respiró hondo.
¿Era el momento de decirle que no, que no podían continuar con
ese peligroso juego? ¿O era el momento de confirmarle que solo era
sexo y que no podía haber nada más?
Era un poco tarde para que solo fuera sexo, tuvo que admitir
Ward.
Tenía sentimientos por Sophie, muy profundos. De los que
asustaban.
—Me gustó mucho —dijo ella, algo avergonzada—. Lo que pasó
entre nosotros. —añadió como si necesitara alguna aclaración.
—Sophie… —Ward no se atrevía a mirarla a los ojos—. A mi
también me gustó mucho.
Sophie sí lo miró, algo sorprendida.
¿Qué? ¿Ward había dicho eso?
—¿Pero? —preguntó Sophie, convencida de que habría alguna
cosa que entristeciera esa declaración.
—Sin peros. Fue una de las mejores noches de mi vida. No solo
por el sexo que fue increíble. Yo… eres una mujer especial para mí.
El corazón de Sophie volvió a bombear a un ritmo frenético.
—¿Lo dices en serio?
Al ver los ojos vidriosos de ella, Ward sintió que se tomaba esa
declaración como si le hubiera pedido matrimonio. ¡Dios! Se estaba
metiendo en un buen lio.
—Creo que tenías razón. Te trataba como a una niña, y yo… no
sé que me pasó. Me puse…
Sophie se quedó quieta y apartó las manos de su pecho,
mirándolo fijamente, memorizando cada una de sus palabras.
Él carraspeó.
—Yo, estoy empezando a verte de otra manera.
Esta vez Sophie retrocedió un poco.
—¿Cómo? —¿Cómo la veía? ¿Cómo a una posible amante? Ella
tomaría cada gramo de felicidad que él quisiera brindarle.
Pero Ward se negó a contestar a eso y ella se animó a hablarle.
—No te pido una relación. Yo… solo digo que si te gustó lo de la
otra noche, quizás podríamos… ver que surge.
—Me gustó —confesó él.
—Entonces…
—Sophie, por favor —él dudó, llevándose las manos a la cabeza
como si hubiera encontrado el origen de su angustia— . Tu padre
nos matará.
Ella cerró los ojos un momento, para luego mirarlo de nuevo,
más decidida que nunca.
—Mi padre no está aquí —dijo, tirando de su camiseta hasta que
él dio un paso hacia ella—. Tú y yo sí lo estamos.
—Sophie…
Ella acercó sus labios a los de él.
Ward no respondió, pero tenía claro que algo le había pasado a
su corazón la otra noche. No solo se sentía atraído por ella. Había
algo más.
—Joder… —fue lo último que pudo decir antes de que sus labios
se precipitaran contra los de ella.
Cuando las bocas de ambos chocaron, Ward gimió desesperado.
Volvía a tenerla en sus brazos. Qué poco le había durado el auto
control. Sus manos navegaron por la estrecha cintura de Sophie. La
abrazó hasta que tuvo miedo a que se quedara sin respiración.
—Sophie… te deseo.
—Oh, Ward… —dijo, acariciando su musculado torso—. Y yo a
ti. Te deseo tanto…
Sintió como él le alzaba el vestido.
Ella gimió ante el contacto de sus manos recorriendo sus muslos
y amasando su trasero. Alzó la rodilla izquierda para estar más
cerca de él.
Ward no podía ni pensar. Solo le recorría una única idea:
deshacerse de las ropas que impedían tocar su cálida y suave piel.
—Desnúdate —gimió contra los labios de Sophie.
Ella se dio la vuelta y le mostró la larga cremallera a su espalda,
dejándole claro que tendría que hacerlo él.
Ward apretó su erección contra el trasero de Sophie mientras
deslizaba el cierre hacia abajo, dejando su espalda expuesta.
También le desabrochó el sujetador, y ella volvió a encararse a él.
Sin previo aviso, Sophie lo empujó contra el sofá. El trasero de
Ward cayó sobre los mullidos cojines y abrió las piernas para que
ella se montara cómodamente en él.
El vestido de Sophie se arremolinaba en su cintura, y no tardó
tiempo en sacar los brazos por las mangas y lanzar el sujetador al
suelo. Dejó sus pechos expuestos, muy cerca de la boca de Ward,
que no tardó en aprovecharse de ello.
—Ah… sí. —Gimió mientras se acomodaba sobre la erección de
Ward.
Ambos seguían vestidos de cintura para abajo, ella con sus
braguitas de encaje blanco, y él aún con el cinturón abrochado.
No tardó en guiar su mano hasta allí, intentando abrírselo
mientras la lengua de él lamía la sensible zona del pezón.
—Oh, Ward… dame acceso a esto —apretó la palma contra su
polla dura y él gimió apartándose un poco.
Le faltó tiempo para que sus manos se deshicieran del cinturón y
le bajaran la cremallera. Tiró de sus pantalones y calzoncillos hacia
abajo y su erección la saludó con un brinco.
—Mucho mejor —sonrió ella.
Él la miró a los ojos cuando se acercó de nuevo a sus pechos.
No apartó la vista mientras su mano diestra se abría paso entre el
encaje y tocaba su humedad.
—Dios… —ella apretó los labios e hizo un sonido muy parecido a
un ronroneo.
Sin previo aviso, Ward le arrancó el encaje y ella soltó un gritito
aferrándose a sus hombros.
—Princesa, eres tan bonita… Y estás tan húmeda.
Ward tomó el vestido y se lo sacó por la cabeza, dejándola
desnuda y a horcajadas sobre él.
Sophie le sacó la camiseta y se removió sobre él, mientras Ward
se descalzaba y se quedaba completamente desnudo. Ella solo
llevaba puesto sus zapatos, que él no tenía ninguna intención de
quitarle.
—Eres muy sexy. —La yema de los dedos de Ward se deslizaron
por sus hombros, sus pechos y bajaron por su ombligo hasta su
sexo, que tenía a escasos centímetros de la punta de su polla.
—Quiero montarte.
Él gimió al escucharla.
Sophie se deshizo del moño que lucía sobre su cabeza, y las
suaves ondas rubias cayeron en cascada para rozar sus suaves
pechos.
Los pezones rosados estaban erectos, clamando porque Ward
volviera a saborearlos.
Notó como las manos de Sophie le acariciaban el pecho, como
sus ojos seguían mirándolo con deseo, y el suave tacto de sus
palmas, esta vez navegando por sus abdominales.
Sophie se apoyó finalmente en sus hombros y elevó su trasero.
Con suaves movimientos buscó la punta de su miembro, que
empezó a rozar la zona húmeda de su sexo. Abrió la boca extasiada
y los ruiditos que hizo al buscar empalarse en él, lo volvieron loco.
—Me vas a matar de deseo, pequeña —le dijo, cuando ella
movió de nuevo sus caderas haciendo que la punta entrara en su
interior.
Sophie sonrió.
—Eso pretendo —dijo, respirando entrecortadamente.
No dejó de mirarle a los ojos cuando cogió el miembro para
guiarlo.
—Dios —Ward gimió cuando ella empezó a bajar su cuerpo,
empalándose en él.
La tomó por las caderas y esperó a que fuera ella quien marcara
el ritmo.
Vio como sus cuerpos se unían, la vio descender lentamente.
Ward no podía más ante aquella maravillosa visión.
—Sophie… Joder, me estás matando. Termina con esta tortura.
Lejos de obedecer, ella sonrió y volvió a retirarse, haciendo que
su miembro saliera.
—Por favor.
Ella ensanchó más su sonrisa.
—¿Por favor, qué?
Ward la agarró con más fuerza y Sophie volvió a caer
lentamente.
—Por favor, fóllame.
Descendió suavemente, metiéndose la polla de Ward hasta la
empuñadura, pero antes de poder deleitarse con la sensación de
estar por completo dentro de ella, Sophie volvió a retirarse y se
quedó quieta de nuevo.
—Quieres que me de un infarto —le dijo, y ella se mordió el labio,
seductora.
—En absoluto.
—Entonces… ¿qué es lo que quieres, Sophie?
Ella sonrió, mientras iba trazando suaves círculos con las
caderas, coqueteando con el miembro de Ward que buscaba entrar
de nuevo en ella. Le rozó el duro clítoris con la punta y ella gimió. Se
lamió los labios ante la caliente mirada de Ward.
Volvió a deslizarse hacia abajo y por la sonrisa traviesa supo lo
que haría a continuación. Pero Ward no se lo permitió, la agarró con
fuerza por las caderas y se empaló en ella, haciendo que echara la
cabeza hacia atrás y notara la plenitud nuevamente.
—Has sido mala, Sophie.
Ella rio, una risa sensual que hizo que la deseara aún más.
—Entonces, castígame Ward.
Él no necesitó más estimulo para tumbarla de espaldas sobre el
sofá. El cambio de postura la hizo gritar. No había salido aún de su
interior cuando volvió a embestir más profundamente.
—Oh, sí…
Ward tomó sus muñecas y las puso sobre su cabeza. La
inmovilizó con una mano y pudo notar como el cuerpo de ella ardía
bajo el suyo.
—Voy a castigar tu travesura, Sophie.
Ella se retorció esperando que él volviera a pujar en su interior.
—¿Mucho?
—Mucho —la promesa fue acompañada de una sonrisa lobuna.
Sin previo aviso se retiró, quedándose de pie junto a ella. Sophie
parpadeó, solo el tiempo que él tardo en estrecharle una mano y
hacer que se incorporara. Un movimiento fluido hasta que la empujó
boca abajo contra el sofá. Las rodillas de Sophie quedaron sobre la
alfombra y su cuerpo echado contra los mullidos almohadones.
Sorprendida, lo miró por encima de su hombro y soltó un
inesperado grito de placer cuando la mano de Ward se estrelló
contra su trasero, enrojeciendo su nalga.
—¡Dios! —Sophie abrió los labios jadeando por el placer y el
dolor entremezclados de ese acto.
Sintió la caricia de Ward calmando su escozor, hasta que la
agarró de las caderas. Sintió su miembro rozar su hendidura hasta
que…
Sophie maulló como una gata cuando la enorme y ancha verga la
penetró hasta el fondo.
—¡Ah! ¡Aaaah!
La imagen de Ward, con los ojos empañados de pasión, su duro
y fuerte torso, húmedo a causa del sudor, y sus potentes brazos, la
dejó completamente embrujada. Se movió con fieras estocadas,
saliendo y entrando de ella con un compás pausado y profundo,
hasta que la tomó de la nuca, aplastando sus pechos contra el sofá,
inmovilizándola para aumentar el ritmo hasta hacerlo vertiginoso.
Sophie no había gritado tanto en su vida.
Amó cada penetración. Estaba convencida de que se iba a
desmayar incapaz de retener el aire en sus pulmones. Estallo en un
millón de pedazos, en un orgasmo brutal que se alargó en el tiempo
hasta hacer que su cuerpo se convulsionara, una y otra vez,
buscando la polla de Ward.
Notó como la simiente caliente se esparcía por su trasero cuando
Ward salió de su interior. Las manos de él la recorrieron de arriba a
bajo, acariciando su espalda, amansándola.
—¿Ha sido tan bueno para mí, como para ti? —le preguntó
Ward, esperando una respuesta sincera.
Ella apenas podía hablar, se sentía en el glorioso paraíso.
—Ward… —gimoteó.
Lo miró por encima del hombro y él se apartó para que ambos
quedaran sentados sobre la alfombra.
—Ha sido… increíble.
Ella se inclinó para besarle los labios. Ward salió en su busca, se
besaron sonriéndose el uno al otro.
—¿Sabes?
—Mmm… —preguntó él, acariciando la suavidad de sus pechos.
—Puedes acabar en mi interior, tomo la píldora. —Ward gimió, y
ella pudo ver como su miembro se inflamaba de nuevo. Sophie soltó
una carcajada—. Veo que no puedes esperar.
—No puedo esperar —le confirmó—. Ven aquí.
La sentó sobre él, y esta vez le suplicó con la mirada que no lo
torturada, con un asentimiento de cabeza, Sophie descendió hasta
que la clavó hasta la empuñadura.
—¡Nena!
—Está tan dura como siempre —gimió ella con placer.
Era un milagro que se recuperara tan pronto. Un maravilloso y
jodido milagro que ella iba a disfrutar.
Ella se agarró a sus bíceps para estabilizarse y Ward sintió que
ya no tenía el control. De hecho, dudaba que lo hubiera tenido
alguna vez, cuando se trataba de Sophie.
La tomó de las caderas y sintió el ritmo que marcaba Sophie,
mirándola a los ojos.
—Oh, joder.
—Sí. Ward...
Pausó el ritmo hasta que fue lento, calculado.
Se meció mientras él apretaba las caderas con fuerza, no sabía
si quería un ritmo así de dulce, o tan salvaje como el de hacía unos
instantes atrás. Desde luego, él estaba dispuesto a saborear cada
movimiento que ella quisiera hacer.
En un principio había pensado que Sophie era demasiado
delicada para esa clase de sexo, del duro, del salvaje, pero no había
sido así. Ello lo había disfrutado como nunca. Aunque, tratándose
de Sophie, Ward se sentía completamente inseguro, a su merced.
—¿En qué piensas? —le preguntó ella, mientras se alejaba para
volver a caer sobre su polla.
—Oh, nena… en que quiero esto. Lo necesito.
—¿Más fuerte?
Él la miró a los ojos y sintió como un espasmo recorría su
cuerpo.
—¿Cómo lo quieres tú?
—Oh, Ward, fuerte, muy fuerte. —Él gimió—. Necesito sentirte
muy dentro de mí.
—Te entiendo —sonrió.
Y quizás sí lo entendiera, pues se movió de nuevo, pero esta
vez, apoyó las palmas de sus manos sobre los perfectos pectorales
de Ward, y empezó a moverse a un ritmo acelerado, casi frenético.
Ward apretó los labios e intentó resistirse a la onda de placer que
lo empezaba a recorrer de arriba abajo.
Vio como Sophie echaba la cabeza hacia atrás, gimiendo
desesperadamente, para después gritar. Él sacudió las caderas,
aumentó el ritmo para meterse aún más en su interior.
—¡Aaaah! ¡Joder!
—Gritas mucho.
Ella abrió la boca y lo miró fijamente, una sonrisa se expandió en
sus labios gruesos y carnosos.
—Lo… siento, nunca… ¡Oh, Dios! Nunca, nadie me ha hecho
sentir así.
Ward se incorporó, necesitaba besas sus labios. Agarró la nuca
de Sophie y buscó su boca. Un beso largo y húmedo, que ella le
devolvió con creces.
Gimió contra su boca abierta, y después volvió a gritar cuando
Ward se movió de nuevo en su interior.
Le mordió el cuello mientras agarraba con fuerza su cabellera.
Tiró de ella para hacerla rodar por la alfombra, hasta dejarla por
completo bajo él. De nuevo a su merced.
Sophie le arañó los hombros desnudos cuando él la penetró
salvajemente. Echó la cabeza hacia atrás y acompañó el ritmo de
sus embestidas con grititos que lo enloquecieron.
—Sophie…
—Así… ¡Más! No te pares.
Él obedeció.
—Todo…. Mmmm, todo lo que quiero… es estar dentro de ti —su
voz sonó sexy, y entrecortada.
—Oh, Ward… —se retorció cuando se la metió por completo—.
No sabes durante cuanto tiempo he deseado esto.
La folló con intensidad, tanta que ella tuvo que estirar los brazos
y apoyarlos contra los pies del sofá, para no desplazarse por la
alfombra.
—Oh, sí… ¡Ahhh! ¡Sigue, no pares!
Ward estaba desbocado. No controlaba su fuerza ni rudeza, sólo
podía pensar en lo que ella le pedía. Y le pedía más.
—Dios, Sophie… voy a…
—¡No pares, Ward!
No se detuvo. No fue delicado, ni gentil. Fue una bestia, un
animal. La empaló una y otra vez, hasta que notó como ella gritaba
al mismo tiempo que su vagina se contraía en un potente orgasmo.
Sintió la inmovilidad repentina de Sophie, cuando dejó de exhalar.
Todos los músculos de ella se tensaron disfrutando de un arrollador
orgasmo. Ward lo notaba, cada músculo contrayéndose,
abrazándolo como si quisiera engullirlo.
Ward se dejó ir también con fuertes espasmos.
Se dejó caer sobre ella, y sin salir de su interior la besó, pero el
beso fue suave y delicado, instándola a respirar de nuevo mientras
se aferraba a él con brazos y piernas. No quería que ese momento
se detuviese, deseaba sentirlo dentro de ella, todavía duro, y
palpitante.
Ward continuó besándola, hasta que salió de su interior. En ese
momento ella se quejó e hizo un puchero. Luego rio, y él volvió a
besarla.
Pero no dijo más tras el beso. Se colocó tras ella y la rodeó con
los brazos. Se concentró en su piel, cálida y húmeda, y en lo bien
que se sentía.
—¿En serio me he estado perdiendo esto durante tanto tiempo?
—preguntó ella, inocente.
Él rio contra su nuca.
—Cállate —dijo, sin poder parar de reír.
Tal vez mañana intentase de nuevo luchar contra sus instintos.
Tal vez mañana se sintiese culpable. Tal vez mañana todo se
acabase.
Pero esa noche la tendría para él, la tendría en sus brazos, hasta
el amanecer.
CAPÍTULO 23

Ward no escuchó ningún grito mientras esperaba en la antesala


del despacho del alcalde, pero cuando la puerta se abrió pudo ver el
rostro pálido del padre de Sophie. Era evidente que algo había
sucedido.
Comprendió qué podía ser cuando Maximilian salió antes que
uno de sus guardaespaldas.
—Buenos días.
—Buenos días —saludó Max a Ward.
Aunque no tenían relación, Ward sabía quien era: el hermano de
Heather. Lo había visto en diversas ocasiones, pero siempre le
había parecido que Maximilian era un tipo del que era mejor
alejarse. La cara del alcalde decía que no se equivocaba.
—¿Todo bien? —le preguntó Jack.
Pero el que le respondió fue Max.
—Oh, por supuesto. Solo una pequeña conversación sobre la
familia.
Ward no entendió de qué se trataba, pero tampoco tuvo
oportunidad de averiguarlo. Así como Max había aparecido, salió
con ese tipo cuya caja torácica era la de un tanque.
No le gustaba ese hombre, y pensar que hacia un par de días
había estado cenando con Sophie…
Quizás solo fueran celos estúpidos, pero sentía que Max era un
hombre del que era mejor huir.
—¿De verdad no pasa nada? —preguntó, una vez se quedaron
solos.
—Nada que no pueda solucionar —respondió Jack, con el rostro
aún lívido por la conversación que acababa de tener—. Pasa y
siéntate.
Ward entró en el despacho y rápidamente el alcalde tomó asiento
y le ofreció otro a él, frente al escritorio.
Ward lo vio nervioso, retirando unos documentos de encima de la
mesa.
—Tengo…. Dos problemas —empezó a decir el alcalde.
Ward alzó una ceja, pero no dijo más mientras esperaba a que él
continuara hablando.
Agrupó las carpetas y las alineó correctamente antes de mirar a
Ward.
—¿Me ayudarías?
—Por supuesto.
Cuando el alcalde lo había llamado a su despacho, Ward pensó
inmediatamente que se trataba de Sophie, pero al parecer, era algo
sobre su trabajo. Quizás la campaña o algún negocio con Max que
no iba bien.
—¿Y en que puedo ayudarte? —la confianza de años hacía que
fuera fácil tutear al alcalde.
Cuando George lo escuchó, alzó la vista de los documentos y se
recolocó las gafas.
A Ward no le gustó verle tan alicaído. No se podía decir que era
como un padre para él, pero le tenía muchísimo respeto. Era un
hombre duro, regio, pero gozaba de su total confianza. Y Ward,
desde que se había enrollado con su hija, se sentía raro, extraño,
como si hubiese cometido el mayor de los pecados. Mierda, tendría
que decírselo en algún momento si quería continuar con Sophie.
—Muy bien, chico —George revisó los últimos papeles, y luego
miró a Ward como si sopesara qué decirle exactamente—. La
inspectora Damon, ¿la conoces?
Ward alzó la ceja izquierda,
Claro que la conocía, la conocían todos. Era una mujer
espectacular, pero dura como una roca. Al parecer, había tenido una
vida en Los Angeles, pero algo había salido mal, porque empezó de
cero en Chicago, cinco años después, era un hueso duro de roer y
un dolor de cabeza para todas las constructoras.
—La conozco, a veces hemos coincidido por los pasillos de este
edificio.
—Sí, —George se rascó la barbilla—. Pero es una inspectora
independiente.
Bien, Ward intentó que no se le notara la cara de decepción,
empezaba a entender por donde iban los tiros. Estaba claro que, al
ser una consultora independiente, normalmente contratada por
abogados en algún litigio, el alcalde no tenía influencia sobre ella.
—Yo… ¿qué necesita?
—Esa mujer, es una arpía. De las peores que he conocido.
Lo que quería decir era que no era manipulable, ni influenciable.
Solo por eso a Ward ya le caía bien.
—Nos esforzamos muchísimo en que se recalificaran los
terrenos para construir viviendas, pero ahora que las obras han
empezado… esa mujer es un dolor de muelas. La ha paralizado tres
veces.
Ward se sorprendió.
—¿Qué alega?
—Bah, sandeces. Altos riesgos laborales, malos materiales… en
fin, que no podremos tener nunca el final de obras.
No para la reelección, pensó Ward.
Esos edificios debían haberse inaugurado hacia meses.
—La obra del bloque de pisos… me atrevería a decir que es
perfecta, y aún así Damon ha encontrado fallos en el edificio.
—Es muy meticulosa, pero suele tener razón.
—Hemos invertido mucho dinero en este proyecto, no puedo
permitir que no salga adelante.
Ward miró los papeles sobre la mesa y se preguntó si la
presencia de Maximilian tenía algo que ver en todo ese asunto.
¿Estaría presionando al alcalde para que diera por finalizada la
obra?
—¿Y en qué puedo ayudar yo?
George alzó las manos como si fuera innecesario dar
explicaciones.
—No sé, eres bombero.
Sí, ¿y?
—¿Qué quiere decir con eso?
—Bueno, llévala de visita a ese edificio y le explicas que no tiene
fallos técnicos, que está perfectamente equipado con un equipo
antincendios.
—¿Lo está? —preguntó Ward, extrañado. Esas construcciones
solían ser muy baratas.
—No, no lo está, aún… pero tu trabajo es hacer ver que estará
perfectamente y que tiene que dar el permiso para finalizar la obra.
Algo le olía muy mal.
—Además es muy guapa, no creo que pedirte que quedes con
ella sea un sacrificio tan grande —añadió, despreocupadamente.
¿Qué coño estaba pasando ahí? ¿Realmente el alcalde acababa
de insinuar que se camelara a la inspectora para que le dieran el
permiso?
Dios Santo, no estaría insinuando que se la tirara, ¿verdad?
—Yo… —estaba literalmente sin saber qué decir.
—Sé que eres un buen chico y me ayudarás en esto.
Ward no se veía capaz, para nada.
Parpadeó, incapaz de darse por enterado de que le acababan de
pedir que tuviera algo con Meredith Damon.
—Hazlo como quieras Ward pero tienes que conseguirme esa
licencia. —Antes de que Ward pudiera recuperarse de la primera
petición, George atacó con la segunda.
Parecía algo más serio, pues su semblante se puso tan sombrío
como lo había visto al entrar en el despacho.
—¿Qué ocurre?
—La segunda petición que quiero hacerte es con respecto a
Sophie.
El corazón de Ward se aceleró.
—¿Sophie?
—Sí, yo… necesito a alguien que la vigile.
—¿Cómo?
—Estoy en campaña y no puedo ocuparme de ella tanto como
quisiera, por eso me gustaría que la vigilaras, que… salieras con
ella de vez en cuando y escucharas sus problemas.
Ward era incapaz de separar los labios, solo parpadeaba muy
lentamente.
—Ya…
—Sí, eres su amigo, siempre lo has sido. Solo cuida de ella.
Cuidar de Sophie.
Joder.
¡JODER!
CAPÍTULO 24

Ward no podía dejar de pensar en las palabras de Jack. Negó


con la cabeza, y caminó descalzo hasta la nevera. Debía hacer lo
imposible para conseguir que las obras estuvieran oficialmente
terminadas. Estaba seguro de que era por la campaña electoral.
No le caía mal Jack, pero siempre había sabido jugar muy bien a
ese juego de la política. Y ahora lo estaba usando como a un peón.
Suspiró al pensar en Sophie. Gracias a Dios, ella no era como su
padre y no se había interesado jamás por hacer una carrera en el
ayuntamiento. Pero para Jack, sí que las apariencias importaban.
¿Cómo vería que su preciosa hija y él tuviesen una relación?
Palpó el vidrio del botellín de cerveza para asegurarse de que
estuviera lo suficientemente frío. La abrió sin esfuerzo y le dio un
sorbo mientras se recostaba contra la encimera de la cocina.
Dejó pasar varios minutos intentando ordenar sus ideas. Al
menos no estaba atormentado por la relación que mantenía con
Sophie. Había aceptado que su atracción era tan fuerte, que lo suyo
era inevitable.
Caminó de nuevo hasta el sofá, y se sentó delante del televisor.
Estaba viendo en diferido un partido de la NBA, los Lakers contra
los Chicago Bulls, ganaban los Lakers de calle, así que echó la
cabeza hacia atrás y cerró los ojos. No hacía falta ponerse más
depresivo.
Sophie… ¿Qué iba a hacer con ella? Tenía miedo de que no
funcionara y acabar haciéndole daño. Era lo último que quería. Pero
atraído como una polilla a la luz, era incapaz de alejarse de ella.
Nada más pensar en esa mujer, notó como su cuerpo
reaccionaba.
Dio otro sorbo a su cerveza, intentando ignorar la excitación.
La deseaba, la deseaba a todas horas. No podía dejar de pensar
en sus labios, sus preciosos cabellos y sus ojos azules cargados de
pasión. Y en cómo se había quedado dormida en sus brazos…
Esas últimas noches no se había marchado a hurtadillas, habían
desayunado juntos y se habían reído mientras preparaban café y
tostadas. Una escena de lo más cotidiana que le había encantado
experimentar con ella.
Como si la hubiera invocado, sonó el portero automático.

***

Sophie se presentó en el apartamento de Ward a altas horas de


la noche. Había dudado si ir o no, pero allí estaba, plantada frente a
la puerta de la calle. Aquella noche había quedado con Heather y
Moon, pero después de un par de copas, su decisión no podía ser
más clara. No iría a su casa, necesitaba ver a Ward de nuevo.
Su voz gutural le respondió por el interfono y cada fibra de su ser
reaccionó a él.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, apoyado en la puerta de
entrada.
La sonrisa pícara de Sophie contrastaba con el tono duro de él.
Él la miró de arriba abajo mientras la veía subir el último tramo de
escalera.
Llevaba un abrigo de color rojo, unos tacones del mismo color e
iba maquillada, aún decentemente, sin parecer un mapache. Por la
mirada de Ward, supo que él la encontraba preciosa.
Carraspeó, nervioso.
—He venido a verte.
—¿Borracha?
Ella se plantó con los pies juntos frente a él, y se quedó
embobada mirando su torso desnudo. Iba con unos pantalones de
chándal gris, descalzo. Amó esa imagen tan sensual.
Pero debía contenerse.
—Las chicas han sido buenas y me han dejado marchar.
Como si eso hubiera sido una confesión de las ganas que tenía
de verle, él ensanchó su sonrisa y la dejó entrar.
—Pasa.
Cuando ella entró, echó un vistazo al pequeño apartamento de
Ward. Era muy sobrio, un pequeño salón con un sofá enorme y una
televisión, y una cocina americana. Una puerta que daba a la
habitación y otra al baño. Estaba todo pulcro y ordenado, era un
hombre meticuloso, que por la decoración, estaba claro que amaba
el deporte.
Al llegar frente a la televisión se dio la vuelta.
—Dime, ¿qué llevas bajo ese abrigo?
Ella se lo desató, enseñando un hombro parcialmente desnudo.
Ward puso los ojos como platos.
—¿Es broma?
Ella alzó una ceja mientras se fue quitando el abrigo lentamente.
Ya conocía esa sonrisa, era una sonrisa de descarado deseo
juguetón. No pudo evitar excitarse al máximo. Pero parpadeó, al ver
que bajo el abrigo llevaba únicamente un conjunto de ropa interior
de encaje.
—¡Sophie! ¿Has venido por la calle desnuda?
Ella se rio con fuerza.
—No, me lo he quitado en el coche —hizo un mohín con los
labios—. Pero si te desagrada tanto puedo vestirme otra vez.
La miró hipnotizado.
—No, joder. No lo hagas.
Ella dejó caer el abrigo al suelo, y se quedó casi desnuda, con
los tacones puestos. A Ward por poco se le detiene el corazón.
Se acercó, contoneando las caderas.
—Sophie...
Ella posó un dedo sobre sus labios, para hacerlo callar. Por su
mirada, supo que la deseaba. No iba a dejar pasar jamás una
oportunidad de estar con Ward.
—Lo siento —le dijo, con voz sensual—, pero creo que hay más
cosas que nos quedan por probar, y no pienso perderme ninguna.
—¡Oh, Dios! No podemos pasarnos la vida…
—¿Follando? —lo interrumpió ella, fingiendo sorpresa—. Claro
que podemos.
—Mmmmm… —Ward echó la cabeza hacia atrás. Esa mujer
acabaría con él y con sus buenas intenciones de no ser un completo
pervertido en la cama.
Sophie sonrió antes de apretarse contra el musculoso cuerpo de
Ward.
Sin poder evitarlo, él la rodeó con los brazos y la besó con
fuerza, como un salvaje. La agarró por la nuca, no para
inmovilizarla, porque era él quien no podía apartarse de sus labios,
sino para saborearla al máximo.
Ella le devolvió el beso con pasión, colgándose de su cuello y
abrazándolo con fuerza. Era increíble lo que le estaba pasando,
jamás había deseado a nadie así.
Había sueños que sí se hacían realidad, pensó mientras
saboreaba la boca de Ward, mientras jugueteaba con su lengua y le
metía las manos por dentro de los pantalones.
Se colgó de su cuello hasta que sus pies, ya descalzos, no
tocaron el suelo. Subió las piernas y cuando él la agarró por las
nalgas, finalmente las pudo enroscar en la cintura de su sexy
bombero.
Sonrió al pensarlo, mientras él la empujaba contra la pared del
salón.
—¿Hoy tampoco llegaremos a la cama? —preguntó ella, con una
sonrisa despreocupada.
—Vamos a hacerlo en cada maldita superficie plana de esta
casa.
—Eso me gustaría —rio feliz.
Ward subió las manos para acariciarle los preciosos senos
cubiertos de encaje.
—¿Qué? —preguntó él, jadeando.
Ella no podía dejar de sonreír.
—Nada, solo pienso en lo sexy que eres.
—¿De verdad?
—Sí —respondió ella, dándole un nuevo beso, fugaz y tierno—
¿Y yo…?
Ahora le tocó a él sonreír.
—¿Tú qué?
Ella se encogió de hombros y desvió la mirada, pero al instante
Ward tomó su barbilla entre los dedos.
—¿Tú qué, Sophie?
En un acopio de valor, preguntó:
—¿Tú crees que yo también soy sexy?
Ward la besó de nuevo con una pasión desenfrenada.
Cuando tomó aliento, respondió:
—Tú eres la mujer más jodidamente sexy que conozco.
Las palabras de Ward devolvieron el brillo a los ojos de Sophie.
—Quería oírtelo decir —dijo, muy feliz.
—Deja que te lo demuestre. —Agarró la mano de Sophie, que
tenía sobre su hombro, y la llevó a su entrepierna—, deja que te
demuestre todo lo que me haces sentir.
Con ella aún enredada en su cintura, sacudió las caderas para
que notara su erección.
—Oh, Ward…
Él gruñó cuando ella le suplicó que se acercara aún más.
Después, empezó a restregarse contra su cuerpo. Sus caderas se
movían rítmicamente, enloqueciéndolo.
La aplastó más contra la pared. Paró unos momentos para volver
a perderse en su mirada y cuando ella le sonrió, sus bocas se
unieron de nuevo. Con unos movimientos precisos ella se quitó el
sujetador.
—¿Qué haces?
—Desnudarme para ti —le respondió Sophie.
—Este conjunto es muy sexy, pero...
—Sabía que te gustaría.
—… pero me gustas más desnuda.
Con el sujetador ya en el suelo, Ward le acarició los pechos con
ambas manos.
—Me encantaba este encaje.
—¿Y el de abajo? —le preguntó ella, guiando una de sus manos
hacia su sexo ya húmedo.
—Me gusta mucho más —respondió, con voz ronca.
Ella jadeó cuando un dedo de él apartó la tela para acariciarla en
su caliente cavidad.
—Tu coño está listo para mí.
—Sie… siempre —gimió Sophie, echando la cabeza hacia atrás
con los ojos cerrados.
—Quiero follarte.
—Hazlo —gimió de nuevo, moviendo sus caderas —por favor…
Cállate y fóllame.
Él rio al enterrar el rostro en el cuello de Sophie.
Se abrió los pantalones y liberó su sexo. Ella aún llevaba la ropa
interior puesta, se la arrancó, rompiendo el preciado encaje. Los
ojos azules de Sophie lo miraron con imperioso deseo.
—Voy a tener que hacer acopio de un arsenal de braguitas sexis
si siempre acabas arrancándomelas.
—No es mi culpa que sea una tela tan delicada… y que a ti te
encante que lo haga.
Soltó una carcajada.
Era verdad, le encantaba esa pasión, esa necesidad de tenerla,
de no poder esperar. Quizás porque era exactamente lo que le
pasaba a ella. No podía esperar a tenerlo dentro.
Ward no apartó la mirada de ella mientras su mano le acariciaba
el sexo húmedo.
—¿Estás lista para mí?
Ella asintió, mientras entreabría los labios. Era incapaz de
cerrarlos.
Tomó aire y consiguió no jadear mientras la lengua sedosa de
Ward recorría su clavícula hasta llegar al pezón.
Él succionó con fuerza hasta que la hizo gritar. Satisfecho, volvió
a besarla en la boca.
—Princesa, me encanta chuparte y morderte.
—¡Oh! —Ella iba a correrse de solo escuchar el ronco tono de su
voz, cargada de excitación—. Vas a volverme loca, hazlo de una
vez.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en la cara de Ward.
—¿Hacer qué?
—Follarme duro… ¡Ah!
Era lo único que Ward deseaba escuchar. Guio su miembro hacia
la húmeda hendidura y la penetró con una estocada que la hizo
elevarse aún más.
—Sí, sí… Hazlo, por favor.
La atormentó, meciéndose contra ella, a un ritmo pausado pero
continuo. Cuando puso fin al largo beso, ella lo miró a los ojos y él le
bajó las piernas al suelo, saliendo de ella.
La expresión de Sophie era de decepción hasta que en un
abrazo la obligó a darse la vuela y poner las manos contra la pared
del salón.
—Abre las piernas.
Ella obedeció con rapidez.
Pero él no hizo nada.
Ward… la estaba mirando.
—¿Qué haces?
Él no contestó enseguida, sino que cogió su mano y la guio hasta
su entrepierna.
Sophie tocó el palpitante miembro y jadeó mientras Ward
lanzaba un reguero de besos contra su hombro.
—Ward…
—¿Sientes esto?
—Sí.
—Jamás he estado tan duro en toda mi vida.
Ella abrió más las piernas cuando se inclinó sobre ella,
empujándola de nuevo contra la pared, aplastando sus pechos
contra el yeso. No le importó. No cuando sintió que su miembro
empezaba a deslizarse de nuevo en su interior.
Sophie gritó extasiada, cuando Ward penetró una y otra vez en
ella.
La embistió con una necesidad extrema.
Su miembro se abría camino haciendo que gritara su nombre,
una y otra vez, mientras entraba y salía con una fuerza que nunca
pensó usar con ella.
—¿Te gusta? —jadeó, Ward.
—¡Sí! ¡Sí! —lo sentía tan duro, tan fuerte.
Se volvía loca con cada embestida. Él lo hizo, una y otra vez,
rápido y certero.
Siguió varios minutos en la misma postura, hasta que sintió como
su cálido sexo se contraía contra su polla. Se estaba corriendo,
podía notar el orgasmo de Sophie, y era fantástico.
—Ahhh —ella gemía, y se retorcía. Y si seguía haciendo eso, él
también se correría.
—Vamos, princesa, no. No me hagas esto…
Ella lo miró por encima del hombro y le sonrió.
Ward no le devolvió la sonrisa.
—No, joder…
La apartó de la pared y ambos cayeron de rodillas.
La estiró bajo su cuerpo, y se meció contra ella cuando consiguió
meterse de nuevo entre sus piernas.
Su polla entraba y salía de su interior, desde esa posición podía
verlo además de notarlo. Tuvo que agacharse sobre ella para no
seguir con esa maravillosa imagen, o se correría. Y quería darle
más placer. Le mordió el cuello y embistió para llegar más profundo.
—¡Ward!
Lo notó, el sexo de ella apretado, más y más… Gritó su nombre
mientras se corría de nuevo.
—Oh sí, nena… vuelve a correrte.
¡Era una diosa!
Él simplemente no pudo soportarlo más y se vació por completo
en su interior mientras sus cuerpos convulsionaron al unísono.
Cuando acabó, la abrazó con ternura.
Su piel estaba caliente, y húmeda a causa del sudor. Ella
jadeaba, su pecho subía y bajaba, el orgasmo había sido brutal.
Ward cerró los ojos, y hundió el rostro en su cuello.
—Creo que debemos probarlo en una cama, ¿no crees?
Cuando el cuerpo de Sophie se sacudió presa de la risa
espontánea, él le besó la sien y la tomó en brazos para llevarla a la
cama. De donde no saldrían hasta la mañana siguiente.
CAPÍTULO 25

Ward abrió los ojos y se vio enredado en el abrazo de Sophie.


Ambos estaban desnudos y la claridad de la mañana entraba por
la ventana. Ella dormía profundamente, con la cabeza apoyada en
su pecho, y el brazo y la pierna izquierda sobre su cuerpo,
abrazándolo.
No había dudas en ese momento. La única verdad en esos
momentos era ella, dormida sobre su pecho y el latido de su propio
corazón, acelerado.
Sophie era lo más bonito que le había pasado. Su inocencia, su
bondad… contrastaban tanto con su forma de practicar el sexo…
Se le puso dura de súbito. Se moría de ganas por penetrara de
nuevo, pero no quiso despertarla para hacerle el amor. No podía
hacerle eso, después de la maratón de sexo, necesitaba que
descansara.
Le besó la sien y le acarició el pelo. Se apartó para levantarse y
prepararle el desayuno, como ella había hecho días antes.
La miró por encima del hombro, tenía en los labios una sonrisa
preciosa de felicidad y satisfacción. Él se sentía más o menos igual,
pero era incapaz de sonreír. Estaba preocupado. Muy preocupado,
porque empezaba a sentir algo profundo y no sabía como Jack, el
padre de Sophie se lo iba a tomar.
No quería ni pensar en eso.
Se acercó a la cocina y en ese instante vio la pantalla de su móvil
vibrar. Lo había dejado junto al sofá antes de que Sophie llegara.
Estiró el brazo con cuidado y vio el nombre del alcalde de
Chicago en la pantalla.
—Mierda.
Rechazó la llamada, no podía hablar con él, no con su hija
desnuda en su cama, justo en la otra habitación.
Cuando la pantalla se iluminó de nuevo le llegó un mensaje de
voz:
Llámame en cuanto escuches este mensaje. Ella va a estar allí,
en la recogida de fondos para la campaña. Necesito que hagas lo
que sea necesario para conseguir esa licencia. Lo que sea, Ward.
¿He sido claro? Es guapa y a ti nunca se te ha resistido nadie. Me lo
debes.

Ward miró el teléfono.


¿Qué si había sido claro?
¿En serio el alcalde le estaba pidiendo que se tirara a la
inspectora Damon?

***

Sophie estaba con los codos hincados sobre la barra del Blue
Moon. Heather estaba a su lado, sorbiendo su coctel con una cañita
de acero.
No parecía muy feliz de ver a uno de los hombres de su hermano
siguiéndola a todas partes.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Moon— ¿Quién es ese?
Heather suspiró. Miró a Sophie dudando en si decirle que ese
gorila era el guardaespaldas que su hermano le había puesto.
También dudó a la hora de decirle a Sophie que su hermano
también le había puesto uno a ella.
Eso llevaría a preguntas que no quería contestar.
—Un hombre de mi hermano, quiere que llegue sana y salva a
casa.
—¿Ha pasado algo? —preguntó Moon algo preocupada.
—Nada —sonrió para no inquietarla más—. Pero cada día que
paso aquí es como si mi hermanito sintiera terror a que me pasara
algo. Se cree que aún tengo cinco años y dependo de él para llegar
al bote de las galletas.
Pero no era el caso. Esos tiempos hacía mucho que habían
quedado atrás.
—Max es muy protector —dijo Sophie—. Solo se preocupa por ti.
—Tanto que quiere encerrarnos dos semanas en su
apartamento…
—¡No seas mala! —se quejó Sophie—. Es un encanto.
Si tú supieras. Pero Heather guardó silencio.
—Pero no hablemos de mi hermano. ¿Qué tal si hablamos de la
increíble noche de sexo por la cual nos abandonaste?
Fue escuchar esas palabras y Sophie suspiró, apoyando la frente
sobre la barra.
—Joder nena, no tienes pinta de haber pasado una noche de
sexo desenfrenado, más bien de haber asistido a un funeral.
Alzó la cabeza de nuevo ante las palabras de Moon.
—Mañana es la recaudación de fondos de mi padre, me ha dicho
de ir con él, pero iré con Heather. Nos veremos allí.
—¡Alto ahí! —exclamó Moon, alzando la mano—. ¿Te ha pedido
llevarte al evento de tu padre? ¿Cómo pareja?
—No he dicho eso.
Heather también parpadeó con la mirada fija en su amiga.
—¿Nos hemos perdido algo? ¿Sois novios?
Sophie se puso algo nerviosa.
—Bueno… es complicado.
—Ay nena… ¿has ido a por todas? Te dije en serio que no te
colgaras.
—Un consejo que llegó quince años tarde —se mofó Sophie—,
pero gracias por intentarlo.
Las tres chicas rieron.
Heather aplaudió con entusiasmo.
—Da igual si se ha colgado, porque si a Ward no le da miedo que
los vean juntos, significa que la cosa va bien.
—¡Oh! —Moon puso los ojos en blanco—. Mi sentido arácnido
para hombres con fobia al compromiso está fallando.
—Brindemos por eso —rio Heather. —¿Os veréis hoy? —le
preguntó a Sophie.
—No. Tiene no se qué movida en el ayuntamiento.
Moon miró a Heather y viceversa.
—Pero mañana se pasearán juntitos de la mano delante de
medio Chicago.
Moon hizo ojitos ante el comentario de la abogada.
—Te odio, perra de Satán —Sophie sorbió con más ímpetu su
cóctel cargado de alcohol.
—Hablo en serio. No te deprimas si no sale bien, solo disfruta el
momento.
Heather estuvo de acuerdo.
—Has pasado un par de noches increíbles, llévate eso.
Sophie volvió a suspirar.
—Ya sabía que me engancharía. Pero el sexo… —hizo un
puchero y pareció que le daba un ataque cuando empezó a sacudir
el cuerpo—. Es increíble.
—Joder… sí que parece bueno.
Haeather rio con más fuerza.
—En serio… no sé que demonios nos falta por probar, pero
quiero hacerlo todo. Es tan increíble… —Miró a Moon—. Ahora
entiendo por qué eres una golfilla.
Lejos de ofenderse, Moon alzo repetidamente las cejas.
—Follar mola ¿eh?
—Si lo haces con el adecuado, sí —sentenció Heather.
—Buuuuh ¡Fuera! —se burló Moon—. Eso suena demasiado
romántico para mí.
—Un día te enamorarás y te tragarás tus palabras.
Moon no rio las palabras de Sophie, ya se había enamorado y su
corazón se rompió en tantos pedacitos que nunca había vuelto a ser
el mismo, se quedó sin la posibilidad de salir con el hombre que
deseaba, y sin su mejor amigo.
—Solo quería decir —añadió Heather— que es genial con
alguien que sabe lo que hace.
—Pues Ward lo sabe, creo que podría escribir un manual y
salvar la vida sexual de mucha gente —ser rio Sophie.
—Parece que os estáis divirtiendo.
Las chicas miraron como Logan se acercaba a ella.
—Hey… —dijo Heather, mirándolo con coquetería—. Mi bombero
favorito.
—¿Cómo va, chicas? —Logan les sonrió ampliamente.
—Aquí, sufriendo por amor —dijo Moon, ante la mirada
escandalizada de Sophie.
—¡Moon! No seas cabrona.
Logan no se dejaba engañar fácilmente.
—Tranquila, entiendo el sufrimiento que puede llevar intentar
tener una relación con Ward.
—Oh, Dios ¿lo sabes?
—Lo intuía, pero tranquila soy el único. Wachowsky solo
sospecha algo.
Moon puso los ojos en blanco.
—Que va, Wach no se entera nunca de nada.
—No seas mala, le replicó Heather.
Logan se sentó junto a Sophie, que ya iba por la segunda
cerveza.
—¿Sabes qué? No tengo muy claro nada de todo esto, es más,
le recomendé a Ward que pasara del tema pero…
—Dios, qué cabrones sois los tíos —dijo Moon, tirándole el paño.
—¡No seas así! No quiero que nadie salga herido —dicho esto
ignoró a Moon y se centró en Sophie— Pero… no me ha hecho
caso ¿no?
La rubia se encogió de hombros.
—Puede que no mucho.
—Está distinto. Creo que estar contigo le hará bien, así que…
tenéis mi apoyo.
—Que mono eres —dijo Heather.
—Como si necesitara tu apoyo, Míster Logan.
—Tan cruel como siempre, Moon.
—Esa soy yo.
Ambos se sonrieron, y para sellar la paz, Moon le dio una
cerveza. Un claro indicio de que aquella era noche de chicas y que
mejor se fuera con sus amigotes a jugar al billar.
—Entendido —le guiñó un ojo antes de alejarse de ellas—.
¡Suerte Sophie!
Dicho esto, Logan se marchó con Matt y los demás chicos
quienes empezaban una partida. Desde la distancia, Matt le guiñó
un ojo a Sophie.
En el fondo era un buen tío.
—Suerte que Ward no ha visto eso —dijo Moon.
—Va a acostumbrarse, Matt es un buen tipo y Ward tendrá que
aceptar que somos amigos.
—¡Así se habla, chica! —dijo sorprendida Moon.
Les dio una nueva cerveza a cada una y ella también levantó la
suya.
—Por la nueva Sophie.
—¡Por la nueva Sophie!
CAPÍTULO 26

Toda campaña política tenía sus fiestas y mítines donde el


candidato hablaba de las buenas obras que haría si salía elegido. Y
esa noche le tocaba al alcalde que se presentaba a la reelección.
Jack Kasidy se había encargado de que toda la ciudad de
Chicago supiera que tenía el apoyo de los bomberos y sobre todo
de la policía, además de algunos empresarios muy influyentes.
La flor y nata de Chicago estaban en el evento, y si a Sophie le
pareció extraño que le pidiera ir con ella, no lo dijo, es más, se
mostró encantada.
Ward no le dijo en ningún momento, que su padre, como favor
especial, le había pedido que cuidara de ella. Quizás con las
elecciones en puertas tenía miedo de que cometiera algún error.
Pero el único error que había cometido la dulce Sophie, había sido
liarse con un tipo como él.
Recibió un mensaje de ella nada más entrar en el hotel.

SOPHIE: ¿Ya has llegado? ¿Qué llevas puesto?

Ward dibujó una sonrisa en el rostro. Como él debía estar ahí


dos horas antes para presentarle sus respetos al alcalde y hacerse
la foto de grupo con los demás miembros del cuerpo de bomberos,
Sophie había preferido esperar a Heather e ir con ella.
Le respondió al mensaje:

WARD: Voy en tanga de leopardo, me encontrarás fácilmente.

Solo tardó dos segundos en responder:

SOPHIE: ¿Junto a un par de ancianitas desmayadas? De


acuerdo, te encontraré rápidamente.

WARD: No solo serán un par.


Lo dijo a modo de broma, luego, sin dejar de sonreír, se metió el
teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta de su uniforme de gala.
Ward se paseó por el hall del Chicago Wells, al tiempo que se
recolocaba la corbata.
Miró alrededor y suspiró.
El hotel era espléndido, una maravilla, y con su uniforme de gala,
la mayoría de los bomberos daban un nuevo significado a la palabra
elegancia.
Pero realmente estaba nervioso por la petición de Jack. Antes de
que llegara Sophie, su misión era convencer a Meredith Damon para
que no se interpusiera en la finalización de esos edificios.
Sintió nauseas al pensar que el propio padre de Sophie le había
insinuado que hiciera cualquier cosa para convencerla. Incluso
llevársela a la cama. Algo que no pensaba hacer. No se le
consideraba un héroe en absoluto, y lo que más le dolía era que su
jefe lo tratase como a un gigoló.
Dioses, no podía dejar de pensar en Sophie y en los
inconvenientes de su relación, porque además de ser la hija del
alcalde, tenían otro obstáculo a salvar, y ese era precisamente lo
que pensaba su padre de él.
Después de las fotos de rigor con el alcalde, un buen puñado de
bomberos y policías decidieron volver a casa, pero otros tantos
tomaron el ascensor, para plantarse en la fiesta del ático, donde
estaba la piscina y se celebraba el evento. Ojalá él se hubiera
largado. Pero Jack, con su implacable sonrisa, le apretó la mano y le
susurró:
—Damon va vestida de negro, estará en la fiesta del ático, no la
pierdas de vista y consigue su promesa de que no se opondrá a la
finalización de las obras.
Ward sonrió a la cámara, y después de borrar su sonrisa de la
cara, dijo:
—Por supuesto.
Se le revolvió el estómago al apretar el botón del ascensor que lo
llevaría al infierno.
***

Nada más subir, se encontró con Logan, Matt y Wachowsky.


—Vaya, qué elegante —le dijo su amigo. Ward hizo una mueca.
—Como todos, supongo.
—Algunos no han aparecido —dijo Wachowsky—. La huelga de
taxis ha retrasado todo el protocolo.
—Ni me acordaba de eso.
Wach iba a hacer una broma cuando vio la cara de Ward. Los
demás también lo notaron. Estaba sudando y el cuello de la camisa
le apretaba.
—Vaya cara llevas —dijo Logan.
Ward se encogió de hombros.
—No ha sido mi mejor día.
Logan frunció el ceño.
Pero antes de que pudieran seguir con la conversación el alcalde
hizo su entrada triunfal entre aplausos.
—Le encanta esto —dijo Matt.
Ward lo miró, viendo por primera vez que no le caía demasiado
bien el padre de Sophie.
—Supongo que como a todos los políticos.
—No quiero decir que todos sean iguales —En las palabras de
Matt faltaba un pero y Ward lo pudo ver cuando la mirada de ambos
de cruzaron.
—Pero…
—Algunos están dispuestos a hacer lo que sea para llegar al
poder… o conservarlo.
Como si Matt hubiera hablado más de la cuenta, Ward se
encaminó en silencio hasta la mesa de bebidas.
Por el rabillo del ojo pudo ver como el alcalde se había acercado
a una mujer que le era familiar. Hacía menos de un año que
Meredith Damon había llegado a Chicago, pero era temida por
cualquier contratista.
—El alcalde intenta caerle bien a la señorita Damon —dijo
Logan.
—No parece conseguirlo —dijo Wachowsky.
—Por como aprieta los labios, está resultando evidente, Wach.
Ward los observó, ni siquiera sabía por qué Damon había
aceptado asistir a la fiesta, si podía verse claramente que era
partidaria del candidato contrario.
Si pretendía obtener la concesión comportándose como un
baboso, únicamente conseguiría lo contrario.
De pronto, Jack lo vio y alzó el brazo para saludarle.
Ward suspiró.
—Lo siento chicos, el deber me reclama.
—Suerte —suspiró Logan.
Sabía que vendrían las tan temidas presentaciones. No le quedó
otra que acercarse, pero odió tener que interactuar con aquella
mujer solo por obligación. Y no solo eso, tenía que conseguir esas
licencias.
Carraspeó al llegar a su altura.
—Buenas noches, señor.
—Oh, Ward, déjate de protocolos, somos buenos amigos, ¿no es
así?
Ward forzó una sonrisa.
—Deja que te presente a Meredith Damon. Meredith, él es
George Ward, mi mejor asesor y uno de los más valientes bomberos
de Chicago.
—Me honras, Jack —aceptó el halago sin sonreír.
—Es todo un héroe, y sale en todos los calendarios.
—Un placer Ward.
—El gusto es mío, señorita Damon.
Ella lo miró de arriba abajo, con una expresión neutra que Ward
agradeció. Parecía una mujer segura de sí misma, pero no por ello
daba la impresión de querer aplastar a todo el mundo. No como lo
haría Jack, al menos.
Odiaba pensar así de su mentor, pero la teoría de que el poder
corrompe, era bastante acertada en su caso.
Meredith mostró algo de interés, sonrió y asintió, mientras Ward
habría enviado a Jack al infierno si hubiese podido.
—Oh, déjense de formalismos. Tutéense, al fin y al cabo debe
reinar la armonía en todos los departamentos del ayuntamiento.
—Así es —se apresuró a decir Meredith—. Pero olvida que soy
inspectora independiente.
La sonrisa de Jack se congeló en la cara y después miró a Ward.
—No por eso no podemos llevarnos bien ¿no es así?
Ella sonrió escuetamente.
—Bien… os dejo para que se relacionen, seguro que tienen
muchas cosas en común —Mer y Ward parpadearon ante el
incómodo comentario—. Me debo a mis votantes, así que espero
que pasen una buena velada.
Dicho esto, Jack se alejó y empezó a darle la mano a todo el
mundo, como buen alcalde que era.
—Ese hombre parece haber nacido con la sonrisa cosida a la
cara —dijo ella, haciendo una mueca divertida.
Ward no pudo evitar reír ante el comentario. Eso hizo que se
relajara un poco.
—Sí, es un hombre… peculiar.
Ella miró a Ward, y tomó dos cócteles de la bandeja de un
camarero que pasaba por ahí.
—¿Le apetece? —le preguntó.
Ward lo tomó.
—Prefiero la cerveza, pero supongo que en estos lugares
selectos no es lo suficientemente elegante.
Ella casi se atraganta con el cóctel.
—Pienso igual que usted, y no, no quedan tan elegantes.
Agradeció el comentario. Si no fuera porque le obligaban a
llevarse bien con aquella mujer la habría encontrado realmente
encantadora… atractiva. Sí, la inspectora Damon era una auténtica
belleza con sus ojos almendrados y su cabello color miel.
—Además estos no llevan apenas alcohol. Uno puede beber y
beber sin mucho riesgo a hacer el ridículo delante de los fotógrafos.
Ward estaba de acuerdo.
—Sí, necesitaría varios para acabar inconsciente.
Suspiró y ella pudo notar su humor algo apagado.
—¿Un mal día?
—No sé qué responder a eso.
Ella le sonrió.
—Un hombre con pies de plomo —le dijo, suspirando—. Yo sí he
tenido una muy mala semana.
—¿De veras?
—Sí, una tiene un límite ante el acoso que puede sufrir para
cerrar un proyecto.
Joder. No se andaba por las ramas.
—Cuénteme —dijo Ward, viendo como Jack le guiñaba un ojo
desde la distancia—, aunque no lo dirá por nuestro alcalde.
—Por el alcalde, mi jefe, mi otro jefe…
Ward suspiró, y ella soltó una carcajada.
—Vaya, parece que sabe de qué le hablo.
—Sí, es complicado cuando tu superior te obliga a hacer cosas
que no quieres.
Damon se dio cuenta de que Ward hablaba por experiencia
propia.
—¿Y su jefe le está empujando a ser encantador conmigo?
—¿Crees que estoy siendo encantador? —soltó una risa
verdadera—. No me estoy esforzando mucho en serlo.
—Entonces le saldrá de manera natural.
Ward hizo una mueca.
—Espero que no se sienta ofendida porque esté hablando con
usted. Realmente me incomoda que la licencia de fin de obras de
esos edificios sea tan importante para el alcalde.
—Y para Maximilian D’Angelo.
—¿Cómo?
¿Qué tendría que ver el hermano de Heather con todo aquello?
—El señor Maximilian, es uno de los inversores más importantes
del proyecto, sé que no se lo tomará bien si el alcalde no cumple su
promesa de que estén terminados antes de las elecciones.
Ward parpadeó.
—¿Por qué antes de las elecciones?
—Porque es probable que quien entre en el nuevo puesto del
alcalde no sea tan amigo del señor D’Angelo —dijo ella, enigmática.
Realmente lo miraba como si fuese ella quien intentara averiguar
qué sabía él de los negocios entre el italiano y el alcalde.
—No entiendo muy bien qué quiere decir.
—No importa… y casi mejor. El mundo de la construcción y los
sindicatos, no es un tema agradable para hablarlo en una fiesta.
Pero Ward no era idiota, Damon le acababa de decir en pocas
palabras que el padre de Sophie tenía negocios con la mafia, y que
ese edificio era uno de ellos.
CAPÍTULO 27

Sophie llegaba demasiado tarde a la velada porque Heather


había tenido un problema, de una índole desconocida, pero que de
seguro tenía que ver con su hermano y el guardaespaldas que la
escoltaba. Y para mayor drama, a ella se le había estropeado el
coche en plena huelga de taxis. Podría haber ido sola al cóctel, pero
necesitaba una amiga para sentirse segura.
Su única esperanza era Moon, que se apuntó a lo de comer
canapés gratis.
—¡Estoy lista!
Sophie parpadeó cuando Moon paró su camioneta para llevarla a
la fiesta.
—¡Que glamour vamos a tener! —se rio Sophie.
—Ni lo dudes, chica.
Sophie estaba entusiasmada por ver a Ward con el traje de gala.
Si estaban juntos en la fiesta ¿tendría el valor para decirle a su
padre que estaba saliendo con ella? Sus mejillas se sonrojaron y
sus ojos brillaron por el entusiasmo que le provocaba ese
pensamiento.
—Y mi corazón me preguntó, ¿por qué no puedo dormir por las
noches? —dijo, Moon burlándose de su amiga.
—¡Cállate!
Pero Moon no estaba por la labor.
—Y mi mente respondió: porque estás cachonda, así que no
actúes como si estuvieras enamorada, ¡ridícula!
Moon soltó una carcajada y, dando un volantazo, aparcó frente al
aparcacoches, que parpadeó incrédulo ante la entrada estelar.
—Somos todo glamour.
Le lanzó las llaves al chico y le guiñó un ojo. Y este solo pudo
sonrojarse. Es lo que hacían los tíos normales cuando una mujer
fatal como Moon les coqueteaba.
—Estamos fabulosas. Y no se te va a correr el rímel, llevas
Passion Fruit.
Sophie suspiró, mientras pisaban fuerte entrando en el hotel. Los
flashes de los periodistas las cegaron hasta que apretaron el botón
del ascensor. Una vez dentro, Moon vio como Sophie se retocaba
los labios en el espejo y se pellizcaba las mejillas. No pudo evitar
sonreír a su amiga.
—Oh, qué bonito es el amor. ¡Qué ternurita!
—Deja de reírte de mí —se quejó—. Ya verás cuando te llegue el
turno.
Moon no respondió.
Ella había perdido el turno hacía exactamente cinco años, y no
iba a ponerse a la cola otra vez. Solo había tenido un corazón y al
perderlo, tenía claro que no pensaba comprarse otro para que un
imbécil lo aplastara… sin querer, por supuesto. Pero un corazón
roto, es un corazón roto, aunque el hombre que te lo rompiera lo
hiciera sin querer, y fuera el tipo más encantador que hubiera
conocido jamás.
Moon cogió a su amiga de la mano, y la sacó del ascensor.
—Vamos a buscar a esos bomberos buenorros.
—Si lo piensas bien —empezó a decir Sophie—, es como una
noche más en el Blue Moon.
—Pero con vestidos elegantes y vino del caro.
Se echaron a reír justo cuando sus pies pisaron las baldosas de
mármol del último piso del hotel.
Sophie estiró el cuello para ver si veía a Ward, pero solo vio a
Logan y a Wach, junto a la barra, atiborrándose de cócteles. Ni
rastro de su bombero.
La decepción se le quedó impresa en el rostro, hasta que Logan
se acercó.
—Eh, bonita, ¿y esa cara tan larga?
—Le falta su hombre —dijo Moon, guiñándole un ojo.
Luego Moon vio a Wach, que levantó la mano y le dedicó su
sonrisa más espectacular. Suspiró, pero le devolvió la sonrisa.
—Voy con Dimitri, creo que ya sabe cual es el vino bueno.
Dicho esto, avanzó hacia el otro extremo del lugar, uniéndose a
Wachowsky y Matt, que acababa de llegar, seguramente porque
había ido en busca de una cerveza.
—¿Has visto a Ward? —le preguntó Sophie a Logan.
Este forzó una sonrisa y se rascó la cabeza.
—Sí, claro… esto…
Ella se puso en alerta. ¿Estaba pasando algo? Era probable,
porque Logan actuaba de forma extraña. Lo supo cuando él desvió
la mirada hacia un lado y pudo escuchar la risa ronca de Ward.
Cuando lo vio, se quedó paralizada.
Estaba con una mujer espectacular, no era una chica, si no una
mujer, de esas que envidias porque sabes lo seguras de sí misma
que están. Además, era preciosa.
La autoestima de Sophie se arrastró por el suelo.
—Esto… —Logan iba a decir algo, pero Sophie lo interrumpió.
—Ya veo. —Pero realmente no sabía qué veía. Ward no hacía
nada malo, solo estaba hablando con… Tragó saliva—. ¿Quién es
esa mujer?
—Meredith Damon —la voz de su padre, que se acercó a ellos
por detrás, la sobresaltó.
—¡Papá! —exclamó, dándose la vuelta.
—Estás preciosa, cariño.
Logan puso cara de circunstancias.
—Si me disculpáis —se alejó de ambos para reunirse con Moon
y los demás.
—¿Y qué hace con Ward? —le preguntó Sophie.
—Oh, creo que es una de sus amantes.
Si Sophie antes se había quedado paralizada, ahora por poco se
quedó muda.
—¿Qué? —A penas le salió la voz.
—Bueno, estoy convencido de que pronto lo será. —Y su paddre
añadió para sí, en un susurro—: Si sabe lo que le conviene.
Sophie no se lo podía creer. ¿Su padre estaba hablando en
serio? No, no podía ser cierto.
—Eso no es posible.
Su padre se la quedó mirando, extrañado. Se había puesto
pálida.
—¿Te ocurre algo, cielo?
Pero Sophie ya no le escuchaba, y sus oídos empezaron a pitar
al ver la actitud de la pareja.
Estaban sentados afuera, en la terraza, en una de las mesas
altas. Ella reía sin parar mientras bebía un cóctel de color
melocotón.
Cuando Ward soltó una carcajada y echó la cabeza hacia atrás,
lo supo.
Sophie supo que su padre tenía razón, era más que probable
que esa bella mujer fuera su amante. Y más que probable que esa
noche él no se fuera solo a casa. Y con irse solo a casa no se
refería a que Sophie lo acompañara. No, probablemente la belleza
que acababa de alargar la mano sobre la mesa y se la estaba
apretando, sería quien se llevaría el premio gordo.

***

—Por favor, Ward —decía Meredith—, para.


Mer se reía y debía admitir que no lo hacía porque fuera parte de
su trabajo, sino porque ese hombre la divertía.
Quizás no debía haberse inventado que era lesbiana, pero era lo
primero que se le ocurrió para que él la pasara en menos de un
segundo a la zona de amigos, y que además sintiera lástima por ella
cuando le había dicho que su prometida acababa de dejarla por una
Barbie Malibú.
—No puedo creerlo —le respondió Ward, acerca de la
conversación que estaban manteniendo—. Tirarle la ropa por la
ventana, eso solo pasa en las películas.
—También llené la bañera de agua y lejía y metí sus zapatos de
ante dentro, antes de largarme del apartamento.
—¡No!
—Por supuesto —dijo, muy segura—. Dicen lo del amor al
prójimo y que debemos perdonar… ¡Y una mierda! La venganza
bien satisfecha es la mejor sensación del mundo.
Ward suspiró, y se tomó otro cóctel, puede que la cantidad de
alcohol fuera ridícula, pero después de siete, uno podría empezar a
notar algún efecto.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Tienes novia?
Él sonrió.
Si me lo hubieras preguntado hace algunas semanas te hubiera
dicho que era imposible.
—¿Pero…?
—Pero llegó la mujer más maravillosa del mundo y me di cuenta
de que uno no quiere comprometerse hasta que encuentra la
indicada.
Damon lo miró, instándole a seguir hablando. Necesitaba saber
si los rumores que corrían de que él y la hija del alcalde tenían una
relación, eran ciertos.
—Eres afortunado.
—Lo soy.
—Sophie es una mujer maravillosa.
—Creo que hay un pero detrás de ese cumplido.
Ward hizo una mueca y tomó otro sorbo.
—Porque lo hay, no por ella, si no porque… nuestra relación será
complicada.
—¿Por su familia? —se aventuró a preguntar Mer.
—Ese es un punto muy importante —dijo finalmente.
—Jack, ¿acaso piensas tener una relación con su padre?
—Claro que no. Pero…
Damon se inclinó sobre la mesa y le hizo ojitos.
—Pero… es la hija del alcalde.
Ward se echó para atrás.
—Dime que no es de dominio público.
Ella le complació
—No es de dominio público. —Y era cierto, no lo era, pero
Meredith tenía sus fuentes—. Y aunque lo fuera ¿qué hay de malo
que la hija del alcalde salga con un héroe de la ciudad?
—Basta, por favor.
Ward odiaba los cumplidos.
—Pues deja de pensar en su padre y céntrate en lo que sientes
cuando estás con Sophie.
Ward agradeció el consejo femenino.
—Eso puedo hacerlo, amar a Sophie es fácil.
Damon sonrió y Ward parpadeó ante la revelación. ¡Dios! Se dio
cuenta que era verdad, estaba enamorado de Sophie.
—Estás enamorado, qué bueno.
—Lo estoy —confesó, sorprendido.
—Joder, parece que acabaras de descubrirlo.
Ward se llevó las manos a la cara.
—Es lo que acabo de hacer.
—Deduzco que no le has dicho nada todavía.
Él negó con la cabeza.
—No, pero debo hacerlo. ¿No?
—¡Ya lo creo que sí! —Mer sonrió— Bien, creo que es hora de
que llames a tu chica y le digas lo fantástica y maravillosa que es. Y
yo —dijo, poniéndose en pie, no sin darse cuenta de que los
cócteles no estaban tan flojos como pensaba—, me pediré un taxi y
me iré a dormir la mona, pensando en la traidora de mi ex.
Meredith sacó su teléfono móvil para buscar la aplicación para
pedir un taxi, cuando soltó un gemido.
—Mierda…
Ward soltó una carcajada.
—Huelga de taxis en la ciudad —canturreó Ward.
Eso le hizo gracia y Mer rio a carcajadas.
—Pero para algo estamos los héroes. Te llevo a casa.
—¿En serio? —Mer alargó la mano sobre la mesa y tomó la de
Ward—. Eres adorable, Sophie tiene mucha suerte. —Pero luego
llamas a Sophie y le dices que la amas. Puede que sea una arpía
despechada, pero una aún creo en el amor.
—Hecho.
Ambos se pusieron en movimiento.
—Si el alcalde nos ve salir juntos, estará encantado —dijo
Damon—. Te dejará en paz una temporada.
—No creas, volverá a la carga cuando se dé cuenta de que no
has aprobado el proyecto.
—Oh, pero sí está aprobado.
—¿Lo está? —Ward se paró en seco y la miró entrecerrando los
ojos.
—Sí, pero no por mí. Mi jefe me quitó finalmente el caso al ver
que perdía demasiado tiempo en hacer bien mi trabajo.
—¿Desde cuando?
—Desde esta mañana.
Ward miró alrededor para ver la cara de Jack.
—Pero él no lo sabe.
Damon meneó la cabeza.
—Lo sabrá mañana —dijo, muy segura—. Supongo que
Maximilian D’Angelo querrá decirle en persona que ha sobornado a
un inspector independiente porque él no lo consiguió.
—¿Soborno? —preguntó incrédulo Ward.
—O chantaje, extorsión… te puedes esperar cualquier cosa del
Ángel de Chicago.

***

Sophie vio como ambos volvían a entrar en la sala. El ambiente


era animado, había música, buen vino, en algún momento la
carcajada de Wachowsky llegó a sus oídos, pero la ignoró. Ward
seguramente también, pues cuando la belleza que era la inspectora
Damon se colgó de su brazo después de tropezar con un escalón
inexistente, se fueron directos al ascensor.
La voz de su padre volvió a distraerla.
—Una pareja fantástica, ¿no crees?
El alcalde no había apartado la vista de ambos y en aquellos
momentos sonreía satisfecho, ajeno al corazón roto de su hija.
Cuando la pareja llegó al ascensor, Sophie ya había avanzado lo
suficiente para que al darse la vuelta, Ward y la inspectora, la vieran.
Y así fue.
Las puertas se cerraron y Ward vio como Sophie sujetaba una
copa de champan con una mano, mientras una lágrima rodaba por
su mejilla.
La cara de asombro de Ward, fue lo último que ella vio antes de
que las puertas se cerraran.
CAPÍTULO 28

Sophie no podía creer lo que acababa de ver.


Pensándolo bien, claro que podía creerlo, si ya se sabía cual era
la fama de ese hombre.
—Sophie…
Al ver su cara, Moon llegó a la carrera.
—Quiero irme a casa.
—Pero… —Moon miró sobre su hombro y vio la cara de
desconcierto de Wach y los demás. Se volvió para poner un brazo
protector sobre su hombro—. Pues vamos a casa, cariño.
Se acercaron al ascensor y mientras las puertas se abrían de
nuevo, este estaba vacío. Seguramente Ward ya se habría
marchado con su nuevo ligue.
Bajaron los cincuenta pisos del hotel y al llegar al hall no había
rastro de Ward.
—Cariño, ¿estás bien?
Sophie aguantó las lágrimas hasta que Moon recuperó su
furgoneta. Cuando arrancó y puso rumbo al apartamento de Sophie,
esta se puso a llorar desconsoladamente.
—Dime qué ocurre —preguntó, preocupada.
—Ward se ha ido con esa mujer.
—¿Qué mujer?
Pero ella solo sorbió por la nariz y apretó los labios, hasta que
finalmente dijo:
—Odio a mi padre.
Moon estaba desconcertada, ¿qué tendría que ver…?
—Pero…
—Sé que él ha hecho que Ward se acerque a esa mujer para así
poder tener ventajas en alguno de sus proyectos.
Moon la miró como si se hubiera vuelto loca, escuchó las bandas
sonoras de la carretera y volvió a enderezar el coche.
—No me jodas Sophie, tu padre no puede ser tan cabrón.
Ella negó con la cabeza, al tiempo que se secaba las lágrimas.
—Hará cualquier cosa por seguir siendo el alcalde de esta
ciudad. Y además, no sabe que estoy con Ward —lloró más fuerte y
Moon la consoló, acariciándole el brazo—. Lo peor es que me había
hecho ilusiones, creía ciegamente que esta sería una noche
especial. Que Ward diría oficialmente: chicos, esta es mi novia.
—Sophie…
A pesar del cinismo que se gastaba siempre Moon, le dolió en el
alma ver así a su amiga. Y hubiera dado cualquier cosa para que
sus deseos se hubieran convertido en realidad.
Sophie sorbió por la nariz. Ella se lo había buscado, se dijo.
Había jugado con fuego y se había quemado, fin de la historia.
Pero verlo con sus propios ojos dolía, y mucho. Más teniendo en
cuenta el hecho de que llevaba bebiendo los vientos por él desde
que era una niña.
—Soy una maldita estúpida. —Lloró en silencio todo el trayecto
hasta su apartamento—. Una auténtica estúpida.

***

Ward se revolvió en el asiento del conductor. Avanzó a una


velocidad superior a la habitual.
—¿Estás bien? —le preguntó Mer.
—Sí, solo…
Miró el móvil, que había dejado en el aparato de manos libres—.
Es que vi a Sophie antes de que se cerraran las puertas del
ascensor.
—Entiendo —dijo Meredith, pero no entendía realmente.
—No, es que… creo que nos vio salir juntos y quizás pensó lo
que no era.
Meredith se dio cuenta de lo que quería decir.
—¿Tú crees?
—Sí —dijo, preocupado—. Espero que sepa que voy a regresar.
Esto… —miró de nuevo el móvil—. ¿Puedo mandarle un mensaje?
—Sí, no te preocupes, ya hemos llegado.
—¿Seguro?
—Claro. Mira es aquí mismo. En la siguiente esquina.
Ward redujo la velocidad y paró cerca de un bloque de
apartamentos. Meredith abrió la puerta antes de que él pudiera decir
nada, pero al salir y cerrar, le habló por la ventanilla abierta.
—Gracias por todo, Ward. Eres un buen tipo.
—Ha sido un placer conocerte, Mer. Espero que volvamos a
coincidir pronto.
—Descuida, seguro que así será.
Cuando Ward arrancó de nuevo, también apretó el botón de
marcación rápida para llamar a Sophie. Se alejó por la calle dejando
tras de sí a Damon.
La inspectora se quedó parada en medio de la acera. Un taxi se
acercó y paró a su lado cuando ella le hizo una señal. Se subió en
silencio mientras sacaba el móvil de su bolso.
Escribió rápido:

George Ward, teniente de la 47, sale con la hija del alcalde. Al


parecer le hace trabajos sucios a nuestro amigo Jack, como el
conseguir contratos para su jefe. Ignoro sus tácticas, pero puedo
seguir investigando.
De momento no hay señales de mi jefe, pero es más que
probable que el capo Maximilian D’Angelo, conocido como el Ángel
de Chicago, haya intervenido para apartarme del asunto de las
viviendas. Ya no hay más hilo del que tirar. Quizás sea hora de dejar
de ser una infiltrada.

Mensaje enviado.

Vio el apodo de su jefe y bajo este, las letras intermitentes que


decían…:

escribiendo…
CAPÍTULO 29

Por más que Ward insistiera en llamar a Sophie, ella no le cogía


el teléfono.
Quizás lo llevara en el bolso, o el móvil estuviera silenciado. Sea
como fuere tardó una hora para volver a llegar al hotel. El tráfico era
imposible, la huelga de taxistas parecía haber enloquecido a la
ciudad.
Para cuando volvió a darle las llaves al aparcacoches, lo último
que deseaba era ponerse detrás del volante esa noche.
Entró en el hotel, y por enésima vez escribió a Sophie.
Hola. Ya he llegado. Ahora voy a verte.
No contestó.
Ward golpeó el suelo del ascensor mientras este subía,
demasiado despacio para su gusto.
Había quedado con Sophie en el hotel y sabía que estaría allí
con los chicos, pero la tristeza que había visto en su rostro cuando
se cerraron las puertas del ascensor, le hizo suponer que había
pasado algo.

***

Sophie estaba recostada contra una de las columnas, viendo


como Moon bailaba con Wachowsky. Los demás bomberos parecían
haberse animado con los cócteles. El ambiente era festivo y por
supuesto, su padre estaba en su salsa.
Suspiró. Ojalá y consiguiera ser reelegido, de lo contrario estaría
de un humor insoportable, tan insoportable como el que se gastaba
ella en esos momentos.
Apretó los dientes con fuerza. ¿Cuantas veces se lo había
advertido Moon? ¿Cuántas veces le había dicho que Ward era un
mujeriego, que no se enganchara? Infinidad, y ella no había hecho
caso.
Ward no era de una sola mujer, estaba claro, y esa noche se lo
había demostrado largándose con otra delante de sus narices. ¿Qué
demonios estaba haciendo ella allí? ¿Esperarle? Ni que fuera por
orgullo, debería dejar de hacerlo.
—Hija, ¿te estás divirtiendo?
Ella sonrió apenas, mientras sujetaba con más fuerza la copa de
champán.
Su padre estaba pletórico, seguramente a causa de las
promesas de fondos que recibiría para su campaña.
Era evidente en su cara que mascaba el triunfo.
—Que lástima que Ward se haya marchado ya.
Sophie parpadeó ante las palabras de su padre.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, —titubeó—, le dije que pasara más tiempo contigo. No
para vigilarte, pero estaba un poco preocupado. Ya sabes,
apartamento nuevo, mi pequeña independiente… espero que se
haya comportado.
Desde luego que se había comportado.
Sophie parpadeó. Pero no de la manera que su padre creía.
—¿Me estás diciendo que Ward me ha hecho de niñera?
—Bueno, si lo quieres decir así. —Se encogió de hombros—.
Habéis pasado más tiempo juntos últimamente, ¿no es verdad?
—Sí, papá. —Pero lo que no se imaginaba su padre es que Ward
había consentido pasar tiempo con ella solo porque élse lo había
dicho.
Rio sin humor, sorprendida de lo estúpida e inocente que podía
llegar a ser.
Jack miró hacia donde estaban algunos de los bomberos.
—El parque 47 siempre ha sido el más animado —dijo al verlos
pasárselo bien—. Por cierto —rebuscó en el bolsillo interno de su
americana—, esta noche he alquilado algunas habitaciones para el
equipo. Esta es para ti. Sé que es difícil desplazarse por la ciudad
con la huelga, y si bebes, mejor quédate hasta mañana en el hotel.
—Piensas en todo.
—Es mi trabajo —suspiró—. Haré que esta ciudad sea un lugar
mejor.
Sophie se ahorró el decirle que no era uno de sus votantes, que
se ahorrara el discurso. Al fin y al cabo, presentía que su padre no
era muy distinto a los demás.
—Gracias —tomó la tarjeta y se la metió en el bolso. Quizás
Moon agradeciera tener un fantástico desayuno y acceso al spa.
Desde luego, no iba a poder aprovecharla con Ward.
La voz de su padre captó su atención.
—No pareces muy contenta.
—No es nada, es que Ward… en fin, te ha hecho muchos
favores.
Jack asintió, dando un nuevo sorbo a su bebida.
—Ya lo creo —dijo animado—. Voy a recomendarle para un
ascenso, creo que se lo merece. En esta vida uno tiene que
rodearse de la gente en la que puede confiar, ¿no te parece?
Por supuesto, no esperó a que su hija contestara.
—Hoy sin ir más lejos… si se camela a la inspectora, me quitará
un buen peso de encima.
Ella cerró los ojos a causa del dolor que le provocaron esas
palabras.
—Papá, por Dios.
—¿Qué? No le será difícil conseguir lo que quiere.
—Querrás decir, lo que quieres tú —el alcalde la miró,
sorprendido—. ¿No es así?
—Sophie… no te metas, son asuntos importantes.
—Dios mío… —cerró los ojos mareada—. ¿Acostarse con la
inspectora de riesgos es importante?
Jack hizo una mueca, como si no le gustara que hablara así.
—Hija, son asuntos importantes. No te metas. —Como si no
quisiera ser tan seco, añadió—. A veces los negocios…
—No me cuentes más. No quiero saberlo.
Se alejó de su padre con las lágrimas escociéndole en los ojos.
Después de esas palabras ya quedaba confirmado lo que Ward
estaba haciendo con la inspectora.
—Maldita sea.
Era tan idiota… una idiota enamorada.
Empezó a beber, quizás más de la cuenta. Despechada, así se
sentía y la verdad que ver a Moon y a los demás tan animados
mientras bailaban en la terraza, hizo que ella decidiera pasárselo
bien. No pensaba derramar ni una lágrima más por un hombre que
se acostaba con mujeres para hacerle favores a su padre.
Todo tenía un límite.
Borracha, se encogió de hombros cuando los ojos de Moon se
abrieron como platos.
—Eso ha hecho.
—No.
—Sí —Sophie asintió, apoyada en la mesa alta de la azotea—.
Se la ha tirado por orden del señor alcalde.
—Sophie, no saques conclusiones precipitadas.
Los chicos estaban riendo, a cada cual más guapo con su
uniforme, ajenos al drama de ellas.
—Voy a pasar página. A la mierda Ward. ¡A la mierda Ward! —
gritó, captando la atención de algunos invitados.
—Sophie, cállate. Tu padre te va a matar.
Ella hizo una mueca.
—¿Sabes lo que está muerto? Mi puto corazón.
Moon se llevó las manos al rostro.
—Vaya cielo, estás como una cuba.
—¡Seee! Y estoy dispuesta a comerme todo el cuerpo de
bomberos. Y mira ese poli —señaló a un hombre muy guapo con el
uniforme también de gala—. ¡Te comería el cuerpo y las moléculas!
—Luego le susurró a Moon—. Está tremendo.
—Lo que me faltaba, cambiar de departamento a estas alturas —
Moon se acercó a su amiga y la tomó de la cintura antes de que
montara una escena—. Te diría de ir a tomar el aire, pero como
estamos fuera, ¿qué tal si entramos y vemos donde conseguir un
buen café?
—Yo lo que quiero es un buen rabo, que me haga olvidar el de
Ward.
—Oh, dioses. Eso es demasiado obsceno para salir de tu boca.
—¿Sabes qué tuve el otro día en mi boca?
—¡No! No, no, no… No lo digas. Ya me hago una idea.
—El pollón de Ward… eso si que era obsceno y ¡grande!
Moon intentó llevársela de allí. Estaba captando la atención de
demasiada gente, y había prensa, la posibilidad de un escándalo era
inminente.
Pero antes de poder llevársela, el policía que había saludado se
acercó para ofrecer su ayuda.
—Hola, chicas.
—Hooolaaa —rio Sophie—. Mira quien está aquí, si es nuestro
nuevo amigo…
—Brian.
—¡Brian! ¿No es un nombre precioso?
Moon puso los ojos en blanco.
—Encantador.
Brian era guapísimo, y también iba algo achispado. Era obvio
que Sophie le pareció atractiva, y también era muy probable que no
supiera que estaba coqueteando con la hija del alcalde, de lo
contrario no la miraría de forma tan descarada.
—En serio, chicos —Moon rio nerviosamente—. Esto ya se me
está escapando de las manos. Sophie… estás muy borracha y
despechada, contrólate. Brian… estás buenísimo, pero es la hija del
alcalde, si no quieres salir en las portadas de los periódicos,
mañana por la mañana, será mejor que te alejes.
El pobre hombre alzó las manos en señal de rendición, pero solo
se puso a reír, tan estridentemente como Sophie.
—¡Dios, ayuda! —murmuró Moon.
CAPÍTULO 30

Cuando Ward salió del ascensor, se abotonó la americana del


uniforme e hizo un barrido visual para buscar a Sophie.
Se le dibujó una sonrisa en la cara de manera instantánea, hasta
que vio que se doblaba sobre una mesa y reía descontrolada. Moon,
la más alocada de sus amigas, era quien la estaba intentando
frenar. Y frente a ella, un policía intentaba tomar su mano para que
no cayera de espaldas. Iba borracha.
—¿Qué demonios?
Allí estaba Sophie, hermosa como una diosa. Cada corte de su
vestido se pegaba a sus preciosas curvas. Ward dejó de sonreír
cuando le tocó el pecho al policía.
Llevaba una copa en la mano y por lo que veía, no era la primera
que Sophie se tomaba.
No pudo soportarlo más.
Caminó hacia ella y la tomó del brazo.
Sophie se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos y su
sonrisa se le congeló en la cara.
—¡Eh! ¿Ya has vuelto! —exclamó, parpadeando—. ¡Eh! ¡Moon!
Ha vuelto. Ha dejado de tirarse a la inspectora y ha vuelto.
—¡Sophie!
Ward abrió la boca tan sorprendido como dolido. Pero ella
solamente lo señaló con un dedo acusador.
—¿Qué? ¿No es el favor que le has hecho a mi padre?
La gente los estaba mirando.
—Sophie, para… no es lo que crees.
—Esto tampoco es lo que crees —miró al policía, pero para su
consternación este ya se había marchado de allí—. Vaya, es
nombrar a la inspectora y los hombres huyen despavoridos. ¿Qué
tendrá?
Hizo la pregunta mirándole a los ojos.
—Has bebido mucho, Sophie.
—No me respondes. Es muy guapa —dijo, pensando aún en la
inspectora Damon.
—Deja de decir tonterías —La fría mirada de Ward se paró en
Moon, que intentó esbozar una sonrisa de circunstancias—. Podrías
haberla cuidado mejor.
De pronto, Moon lo fulminó con la mirada, cambiando su actitud.
—Tú podrías haberte comportado mejor. Y ella se cuida sola, no
es una niña.
—No volvamos a lo mismo.
Sophie saltó entre ellos.
—Estoy aquí. Soy una mujer independiente, adulta. Yo…
Ward cortó el discurso de raíz.
—Nos largamos de aquí.
Antes de que ella pudiera entender a qué se refería, Ward la
cargó sobre su hombro.
—¿Qué demonios? —Moon se llevó las manos a la boca y
Sophie empezó a patalear en el aire.
—¡Ward! ¡Estás haciendo una escena! ¡Soy adulta!
Como para desmontar su teoría, la mano de Ward descendió con
fuerza sobre la nalga de Sophie, que boqueó indignada.
Dios Santo, iban a salir en los periódicos.
Su padre iba a matarla.
Se deslizaron por el suelo de mármol, dejando a todos los
presentes atrás. Al llegar a la zona de ascensores, Ward apretó el
botón.
—¡Bájame, Neanderthal!
No se hizo de rogar, la bajó y la colocó en el suelo, pero antes de
poder alejarse, las puertas del ascensor se abrieron y él la agarró
haciéndola entrar. Una pareja iba a acercarse para acompañarlos en
el descenso, pero se lo pensó mejor al ver la cara furiosa de Sophie.
Cuando las puertas metálicas se cerraron, ella volvió a gritarle.
—¡Troglodita!
Ward puso los ojos en blanco y quedó mirando al frente. Lego
dijo como si no apsara nada:
—Te llevo a casa.
—No, gracias —sacó la tarjeta de la habitación del bolso—. Yo
me quedo aquí, no necesito un niñero al que mi padre pague para
vigilarme.
El tono de voz de ella hizo que se volviera.
—¿Qué demonios quieres decir?
—Sé que mi padre te ordenó vigilarme. Como también sé que te
ordenó que te follaras a la inspectora para…
Antes de que pudiera terminar de hablar, Ward apretó el botón de
parada y la acorraló contra una de las esquinas del ascensor.
—No sé que te habrán dicho, ni lo que te has estado imaginando
—dijo, muy serio.
Sophie jamás lo había visto así. Pero para Ward, esa falta de
desconfianza era dolorosa e injusta.
—Sophie… ¿Eso crees que he hecho esta noche? —preguntó,
dolido.
—Sí, ¿por qué si no te has marchado con ella? —Lo miró con
lágrimas en los ojos, pero las contuvo a causa de su enfado—. Sé
que siempre intentas complacerlo, quieres ser capitán y lo entiendo.
—¿Dices que me acuesto con mujeres porque tu padre me lo
ordena y yo acepto para que me haga capitán? —bufó— ¿Te estas
escuchando?
Al verla apartar la mirada, continuó.
—No me acosté con ella, Sophie. —Sophie apretó los puños y
las lágrimas brotaron de sus ojos— ¡No lo hice, Sophie! —volvió a
insistir— ¿Por qué no me crees? Tu padre… de acuerdo, lo insinuó,
pero...
—¡Yo os he visto salir juntos del hotel! ¿Crees que soy imbécil?
Joder, pues sí, habían salido del hotel juntos, del brazo, porque
ella estaba borracha y porque era muy simpática y adorable, y luego
la había acompañado a su casa porque había huelga de Taxis.
—Había bebido, no quería que se fuera sola.
—Eso es conmovedor.
—No seas así. La he acompañado a su casa, es cierto. Pero...
—Te has acostado con ella —no era una pregunta. Y había dolor
en los ojos de Sophie.
Pero estaba equivocada. No se había acostado con Mer.
—No. No lo hice. Y que no confíes en mi, duele Sophie.
—Mi padre me dijo que…
—¡Joder, duele! —gritó Ward, golpeándose el pecho con el puño
cerrado, a la altura del corazón.
Ella tragó saliva, y una lágrima se le escapó del párpado
izquierdo.
Eso conmovió a Ward. Odiaba verla llorar. ¡Lo odiaba!
Se acercó y tomó su rostro entre las manos.
—No llores.
—¿Por qué? —sollozó, Sophie.
—¿En serio vas a preguntarme eso?
—Sí.
Hubo unos segundos de silencio cuando Ward se apartó de ella.
—Porque cada maldito minuto que he pasado contigo ha sido
porque simplemente no puedo estar alejado de ti. Para mi no hay
otra mujer a parte de ti. Y referente a Mer…
Sophie respiró fuerte por la nariz.
—Si hasta la llamas por su nombre de pila.
—Mer es una buena mujer, y entre nosotros no hay nada. Acaba
de cortar con su prometida, así que la he acompañado a casa
porque ha tenido una semana de mierda. Espero que puedas
comprenderlo.
Sophie cerró la boca y apartó la mirada.
—Bueno… de todas formas.
—¡De todas formas, nada!
Ward se apartó ofendido. Volvió a apretar el botón y el ascensor
se puso en marcha.
Sophie lo paró de nuevo.
Se miraron a los ojos, ella a duras penas era capaz de tragar
saliva, y él estaba enfadado, porque ella había dudado de él.
Se miraron sin decir ni una palabra. Antes de volver a poner el
ascensor en funcionamiento, Sophie sacó una tarjeta y apretó el
botón de una de las últimas plantas. Volvieron a subir en silencio.
Ward apenas respiraba, intentando entender qué demonios
pasaba por la cabeza de Sophie.
Cuando las puertas se abrieron, Sophie salió y miró sobre su
hombro para ver si Ward la seguía. Aún molesto, fue exactamente lo
que hizo.
Caminaron, uno detrás del otro sobre el suelo de moqueta. De
pronto la vio pararse frente a la puerta de la habitación. Acercó la
tarjeta y se escuchó un pitido.
Abrió y al entrar, se quedó pegada a la pared, aguantando la
puerta para que no se cerrara y Ward pasara al interior.
—Lo siento —dijo Sophie en un susurro, mientras empujaba la
madera para quedarse los dos solos y encerrados.
—¿Eso es todo lo que vas a decir? —preguntó, con un tono seco
—. Sé que tienes dudas sobre mí.
Ella meneó la cabeza.
—No… no las tengo.
—¿No? —El cuerpo de Ward se acercó tanto que podía notar el
calor que irradiaba.
—Lo siento. En el fondo sé que no te has acostado con ella.
Él alzó una ceja sin decir nada, solo para fastidiarla, para tal vez
poder ver que dudaba de nuevo para enfadarse y no desearla tanto.
Pero Sophie negó con la cabeza.
—No lo has hecho.
La boca de Ward descendió sobre la suya sin previo aviso.
El beso fue tan brutal y apasionado que la dejó temblando.
—Me encantaría decirte que sí, para castigarte, pero el hecho es
que no me he acostado con nadie desde la primera vez que
estuvimos juntos —Ella intentó ocultar la sonrisa que le provocaban
esas palabras.
—¿Por qué?
—¿Quieres saber por qué?
Asintió nuevamente.
—Porque no he podido dejar de pensar en ti ni un solo momento.
A pesar de tu padre, a pesar de que me decía que no te merecía…
no he podido pensar en nada más que estar contigo y hacerte feliz.
Sophie se mordió el labio. Quería más.
—¿Por qué?
—¿Sabes por qué? —gimió Ward, acercando de nuevo su boca
a la de ella.
—¿Por qué? —Repitió ella.
—Porque te quiero.
Ella sonrió. Él le besó la mejilla con ternura y ella se colgó de su
cuello. Cerró los ojos y suspiró. Luego los abrió, y una lágrima de
felicidad se deslizó por su mejilla.
—Y yo a ti. Te quiero —le confesó—. Y también te deseo, te
deseo tanto…
—Sophie…
La boca de Ward se precipitó de nuevo contra la suya, besándola
con tanta pasión hasta apenas poder seguir respirando.
Los gemidos de ella, hicieron que sus manos volaran a quitarle el
vestido. La necesitaba desnuda para poder darle el placer con el
que había estado soñando todo el día.
Cuando el vestido quedó hecho un montón de seda sobre el
suelo de la habitación, sin demasiados miramientos, Ward le bajó
las bragas y le subió el sujetador.
—Dios, Sophie… necesito follarte.
—En la cama —le dijo ella.
Él la tomó en brazos y ella se agarró con las piernas a su cintura.
—Es un pecado que aún sigas vestido —se quejó ella, mientras
Ward avanzaba besándole el cuello hasta la cama.
—Lo soluciono rápido.
La tiró en la cama y terminó de quitarse el sujetador mientras él
se bajaba los pantalones.
Cuando Sophie vio su enorme miembro, suspiró. Instintivamente
se colocó a cuatro patas en la cama, acercándose a él.
—Ven aquí, necesito tenerte dentro de nuevo.
—¿Sin preliminares?
Ella gimió, poniéndose de rodillas frente a él, que ya estaba
completamente desnudo.
Se mordió el labio, recorriendo su cuerpo con la mirada, de arriba
a bajo.
Él correspondió mirándola con sus ojos penetrantes, cargados de
sexo.
Se inclinó sobre ella, con todos los músculos en tensión.
La agarró por las caderas y ambos cayeron sobre la cama.
Cuando hizo rodar sus cuerpos desnudos, Ward la colocó sobre él.
—¿Sin preliminares? —preguntó, para estar seguro.
—Oh, hazlo. Ya no puedo estar más mojada.
Mientras volvía a juntar los labios con los de ella. La tomó por las
caderas y la guio hasta penetrarla con fuerza.
—Ward… —gritó, mientras volvía a descender sobre él— ¡Oh,
Señor! La tienes tan…. ¡La tienes tan dura!
—¿Te gusta así? —gimió él, acompasando con las manos el
ritmo frenético de sus caderas.
—¡Ahhh, sí! Oh, Dios Santo…
La abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho, y la hizo girar
de nuevo, colocándose sobre ella.
Sus caderas se movían en un compás rápido y profundo.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Ella gritaba a cada penetración de una forma tan erótica que
sintió la necesidad de apretar los dientes y contener la respiración.
Iba a correrse si no cesaban esos jadeos tan condenadamente
eróticos.
Oh... Si seguía así...
Rodó de nuevo sobre el colchón, e iba a volver a colocarse sobre
ella, pero Sophie fue más rápida, se puso a horcajadas sobre él y lo
montó.
Lo agarró por las muñecas y no dejó que la tocase, mientras ella
se mecía contra él.
—No, no puedes hacer esto…
Sophie se rio de él cuando se empaló por completo y aumentó el
ritmo.
—Ward, tú me enseñaste que puedo hacer lo que quiera.
Colocó las manos sobre sus hombros e iba a apartarla de él
cuando ella lo besó.
Era deliciosa, ¿cómo había podido estar sin esa mujer? era un
misterio que no podría resolver fácilmente.
Ward se incorporó levemente para capturar uno de sus pechos.
Dobló las rodillas e impulsó sus caderas hacia arriba, una y otra vez.
Sophie cabalgó sobre él como si lo hubiera hecho toda la vida,
como si sus cuerpos se conocieran desde siempre y esperaran el
movimiento del otro para explotar de nuevo cada centímetro.
Ward se deshizo de su agarre y apretó las nalgas de ella,
acompañándola en ese movimiento sensual.
—Oh, nena…
Cada gemido iba al compás de sus fuertes golpes de cadera. El
ritmo frenético continuó apenas un minuto. Iba a explotar si no se
detenía.
Los turgentes pechos de ella se movían frente a sus ojos y Ward
tuvo que saborearlos de nuevo. Tocó sus pezones con la lengua,
para después succionarlos con fuerza, primero uno y después el
otro.
—No puedo más —dijo Ward—. Tienes que parar o perderé el
control como un colegial.
Ella se rio de sus palabras, pero a él no le hizo gracia, en verdad
iba a correrse y no quería hacerlo aún. Deseaba seguir dándole
placer.
Se dio la vuelta, abrazándola, hasta que ella quedó de nuevo
bajo él. Entonces, salió de su interior.
—¿En serio? —preguntó ella, jadeando— ¿Vas a dejarme así?
La sonrisa lobuna de Ward le respondió, sin necesidad de
palabras.
—Date la vuelta —le dijo—. Sé lo que más te gusta.
Ella sonrió como una diablesa, y obedeció sintiendo su sexo
palpitar por la anticipación.
Lentamente, rodó sobre su estómago y se quedó tendida boca
abajo. Lo miró por encima del hombro.
—Sí, me gusta esto.
—Lo sé. —Ward acarició sus nalgas y las apretó con fuerza
mientras se ponía de rodillas entre sus piernas—. A mí me vuelves
loco, pero escucharte jadear de la manera que lo haces, así… —le
alzó el trasero y la penetró con una estocada precisa.
Ella pareció sollozar de placer.
Siguió acomodándola, acariciando sus pliegues, le abrió más las
nalgas desde atrás.
—Joder, Sophie, podría correrme con solo mirarte. Eres una
visión.
Ella gritó más fuerte cuando él la agarró por el trasero y la
empaló como un animal.
Empezó a bombear con fuerza desmedida. Ella gritaba con cada
acometida.
La agarró del pelo y la atrajo hacia sí. Le mordió el cuello,
mientras seguía penetrándola, una y otra vez.
—Sí ¡Así! —sollozó Sophie—. ¡Oh! No pares.
Soohie gritaba de puro placer. Podía notar su enorme verga,
entrando y saliendo de su interior. Era impresionante lo dura y
gruesa que la tenía, como conseguía el espacio que necesitaba en
su interior sin hacerle daño, pero con una poderosa presión que la
hacía enloquecer.
—Voy a correrme, Sophie…
Ella contuvo la respiración. No hubo respuesta para esas
palabras, solo se dejó llevar por el placer. Se corrió entre gemidos y
respiraciones entrecortadas.
Él pudo notar la tensión de su vagina. Era tan más exquisito…
sublime.
—Oh, nena. El sexo contigo… —quería decir que era el mejor
sexo que había tenido jamás, pero no consiguió encontrar las
palabras—. Me… me corro, Sophie…
Ella gritó, cuando notó la simiente de Ward, llenando su vagina.
Tres o cuatro acometidas más y él la abrazó con fuerza desde
atrás.
—Oh, eres increíble.
Ella sonrió y quedó tendida sobre la cama, boca abajo, con el
peso de Ward sobre ella, y su polla aún en su interior. La sacó
lentamente y notó como mojaba sus muslos. Su sexo aún palpitaba.
Se quedaron durante unos minutos, jadeando, sintiendo la
calidez de la piel del otro. Ward se recolocó y la abrazó por detrás.
—Joder…
—Cada día lo hacemos mejor —dijo ella.
—Eso es condenadamente cierto.
Con los ojos muy abiertos, Sophie sintió la presión del miembro
de Ward de nuevo entre sus muslos.
—¿Ward?
—Lo siento, no puedo evitarlo. Yo… necesito más de ti —
empezó a palpitar de nuevo.
La penetró con suavidad y Sophie notó que su polla se endurecía
cada vez más en su interior.
Besó su cuello y la aplastó contra el colchón. Empezó a bombear
de nuevo, pues seguía duro y excitado, tras haberse corrido apenas
un minuto antes.
Apoyó su peso en los antebrazos y movió solo las caderas,
entrando y saliendo de ella, esta vez más despacio, con un ritmo
pausado.
—¿Te gusta así?
Ella ronroneó.
—Me gusta todo lo que quieras darme.
Eso hizo que siguiera pujando en su interior, hasta que
finalmente le dio la vuelta para mirarla a los ojos.
Hicieron el amor, uno en brazos del otro, toda la noche.
Cuando el sol empezó a colarse por la ventana, Sophie se quedó
dormida en brazos de Ward.
Él era incapaz de pegar ojo. Seguía acariciándole el pelo,
besándole el cuello, los hombros… No quería perderla, no podía
perderla. Era un idiota completamente enamorado, pero por fortuna,
ella también lo amaba.
CAPITULO 31

Sophie despertó por la mañana envuelta en el abrazo de Ward.


La tenía cogida por atrás, con el brazo izquierdo rodeando sus
hombros y la postura de su cuerpo moldeado al suyo. Sentía su
calor, su respiración, los latidos de su corazón, acompasándose con
los suyos propios. La sensación era tan maravillosa, que hasta
dolía.
Cerró los ojos y suspiró, al notar un fuerte estremecimiento.
Su padre no aceptaría esa relación.
—Puedo oír los engranajes de tu cabecita, Sophie. ¿Qué estás
pensando? —dijo él, acariciándola, cariñoso.
Sophie cerró los ojos y sonrió.
—Solo estaba pensando en que mi padre nos pagó esta
habitación —rio, escondiendo la cabeza en la almohada.
—Dios mío… tu padre… —suspiró Ward, dándose la vuelta y
mirando al techo. Se llevó una mano a la sien y la apretó con un par
de dedos, la jaqueca que le iba a dar ese pensamiento sería terrible
—. Creo que cuando pagó esta habitación, no fue para que nadie
mancillara a su hija de la manera en que lo he hecho yo.
—¡Y qué manera de mancillarme, señor Ward! —Se rio ella.
Ward le dio una nalgada, y la escuchó gritar.
—Oh, Ward.
Se acurrucó contra él, con su cabeza contra el musculoso pecho
del bombero.
—No te preocupes, hablaré con tu padre.
Sophie alzó la cabeza y lo miró con fijeza.
—Vaya, parece que ese pensamiento rondaba tiempo tu cabeza.
—Quiero salir contigo —le dijo, llanamente—. Eres mi novia, no
hace falta que nos escondamos. No quiero esconderme.
Ella intento no reaccionar, pero sintió algo cálido en el pecho que
la empujó hacia delante, para darle un suave beso en los labios.
—Sí, yo tampoco quiero esconder a mi novio.
Él la abrazó, y se quedaron largo rato contemplándose.
Finalmente, Ward le besó la punta de la nariz.
—Iré hoy mismo a hablar con Jack.
—Estará cabreado.
—¿Tu crees?
Ella asintió.
—Recuerdo como me sacaste de la fiesta, y también vi algunos
flashes… Sí, creo que somos portada en alguna revista.
Él escondió el rostro en el cuello de Sophie.
—¿Y de quien es la culpa?
—¡De esos endemoniados cócteles!

***

Ward llegó a la oficina del ayuntamiento, con un humor de


perros. Saludó a la secretaria y se sentó en su despacho. Tenía que
revisar unos papeles importantes y se dispuso a ello, pero no podía
dejar de pensar en Sophie y en su promesa de contarle lo suyo a su
padre.
No podía concentrarse, decir que estaba nervioso, era quedarse
corto.
En ese momento, vio salir del despacho de Jack a Matt, que lo
miró de forma extraña, entre apenado y sorprendido.
—Buenos días.
—Buenos días, Matt.
Este se paró frente a él, pero el despacho estaba abierto y desde
dentro el padre de Sophie lo llamó con un tono que no admitía
discusión.
Lo último que le dijo Matt, fue:
—Lo siento.
Cuando entró en el despacho de su jefe, supo que algo no iba
bien.
La cara del alcalde no solo mostraba enfado, sino que el hombre
parecía querer arrancarle la cabeza. Era evidente que había visto la
escena de la noche anterior, pero al menos no habían salido en los
periódicos. Supuso que el alcalde debió tirar de algunos hilos para
que las fotos desaparecieran.
—Jack…
—Siéntate —le ordenó, pero cuando lo hizo, él se quedó de pie
mirándolo desde el otro extremo de la mesa, con una serena frialdad
con la que pretendía ocultar lo furioso que estaba.
—¿Cómo te has atrevido? —dijo Jack, con los dientes apretados.
—¿Disculpa?
—¡No te atrevas a hacerte el imbécil delante de mi, Ward! —
Jamás había visto a Jack tan enfadado.
Normalmente, como buen político que era, su rostro siempre
lucía una sonrisa, aunque fuese falsa. Pero en ese momento… En
ese momento estaba lleno de amargura, tenía los nudillos blancos
de la presión al tener las manos apretadas, y le temblaba el párpado
derecho. Parecía dispuesto a saltar sobre él, de un momento a otro.
—Tú y Sophie…
Bien, ya no hacía falta que intentara reproducir el discurso que
había estado memorizando. Jack, lo sabía todo.
—Verás Jack, puedo explicarlo…
—¡No me vas a explicar nada! —bramó Jack, enfadado—. Lo
que vas a hacer es alejarte de mi hija, y no volver a verla jamás,
¿me has entendido?
Oh, pero a Ward podría pedirle cualquier cosa, menos esa.
—Eso no va a suceder, Jack —lo dijo con tal seguridad, y con un
rictus tan serio, que el alcalde se quedó atónito.
No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Cómo te atreves? —reaccionó, al fin— ¡Es mi hija! Y no voy a
permitir que un hombre como tú…
Ward agrandó los ojos.
—¿Cómo yo? —lo interrumpió.
—¡Mierda, Ward! —bramó, el alcalde—. No te acercarás más a
ella, ¿me has entendido? No eres digno de Sophie, ella es una
señorita y tú —lo miró con desprecio—, un cabrón insensible que se
folla todo lo que se mueve. ¡No volverás a verla, o te despellejaré
vivo!
Ward no apartaba la vista de ese hombre. Comprendía que
estuviese enfadado, era su hija, tal vez él reaccionaría igual en un
futuro, si tuviese una. No quería decir que estuviese bien, pero sí
que comprendía ese instinto de protección paterno filial. Lo que no
podía permitir era que Jack le dijese qué podía o no hacer. Ni a él, ni
a Sophie. Ella ya no era una niña, y él…
—No me alejaré de ella. Estamos en una relación y nos amamos.
No hay más que decir.
Jack soltó una carcajada llena de desprecio.
—De acuerdo —dijo poniendo las palmas sobre la mesa—.
¿Quieres jugar a esto? Al parecer no sabes el poder que tengo.
—Jack —dijo ofendido— No soy tu enemigo, ni quiero serlo.
—Para empezar, le he dado a Matt el puesto en la 47, y por si lo
dudabas, el trabajo de provocados es incompatible con tu puesto de
teniente, así que vas a tener que decidirte entre uno y otro. Y de
momento, ya le he puesto al tanto al capitán de que mis
preferencias son que Matt ocupe tu puesto de teniente en la brigada.
—No te atreverás.
—¿No? —dijo con desprecio—. Habértelo pensado antes de
acostarte con mi hija.
Ward se puso en pie, sorprendió de ver al hombre que había
considerado su mentor convertirse en el malnacido del que muchos
hablaban.
—Pues hazlo, Jack.
El alcalde no se esperaba esa respuesta.
—¿Cómo dices?
—Que me despidas, si es tu deseo. Intenta despellejarme, haz lo
que creas. Pero no pienso dejar a Sophie.
—¿Cómo te atreves? —bramó.
—Me atrevo, porque no es asunto tuyo.
—¡Mi hija es asunto mío! ¡Y tú no volverás a acercarte a ella!
—Me acercaré a ella porque siento algo por Sophie, y sé que ella
también siente algo por mi. Y es algo auténtico que no pienso dejar
pasar.
Jack lo miró con rabia.
—Bien. Pues atente a las consecuencias.
Ward apretó la mandíbula. Era inútil seguir discutiendo. Jack
quizás no lo aceptara jamás, pero lo que Ward no aceptaría bajo
ninguna circunstancia sería alejarse de Sophie.
—Si me disculpas, tengo trabajo —dijo Ward, mientras se daba
la vuelta y salía hecho una furia del despacho.
CAPÍTULO 32

Sophie había esperado unos días después para hablar con su


padre, porque sabía que no sería capaz de no ser cruel con él.
Había intentado acabar con la relación que estaba construyendo con
Ward, y no pensaba consentírselo.
Nunca había estado tan enfadada con su padre como en ese
momento, que caminaba como galopa una valkiria, por el pasillo que
daba al despacho del alcalde.
Apryl, la secretaria se puso en pie cuando la vio llegar, abrió la
boca para hablar, pero Sophie no le prestó la más mínima atención.
—Su padre está ocup…
Pasó frene a ella.
—Lo siento Apryl.
Se plantó ante la enorme puerta maciza labrada de madera de
secuoya y respiró hondo antes de entrar.
Ni se molestó en llamar. La abrió de un empujón y allí estaba su
padre, el alcalde de Chicago, tras su enorme mesa, pegado al
teléfono y con los ojos muy abiertos, quizás sorprendido por aquella
falta de respeto.
Jack puso la mano en el auricular, y miró a su hija, preocupado,
pero también con cierto reproche.
—Sophie, este no es el momento.
Ella alzó la barbilla y lo miró desde las alturas, con las aletas de
la nariz dilatadas y el ceño fruncido.
El dedo índice de Sophie fue directo al teléfono fijo, y cortó la
llamada antes de que su padre pudiera reaccionar.
—Poco me importa si es o no el momento, papá.
Jack negó con la cabeza.
—Veo que ser la novia de un bombero te ha hecho perder los
modales que tanto nos costó a tu madre y a mí inculcarte.
Ella resopló.
—Dirás que me inculcaron las niñeras, cuando tú estabas
demasiado ocupado siendo concejal y después alcalde.
—Eso es una grosería, y falso. Jamás te ha faltado de nada.
Le había faltado el tiempo que su padre dedicaba a otras cosas y
que no le podía brindar a ella. Pero ahora eso no importaba.
—No he venido para hablar del pasado, papá. Sino de mi futuro.
—¿Un futuro con Ward? —Se mofó—. Te deseo suerte.
—Nunca me di cuenta de lo cruel que eras, papá. Hasta ahora.
—¡No soy cruel! ¿No ves que todo lo que he hecho lo he hecho
por ti? Para que tengas un futuro, una carrera…
—Y es lo que tengo, es lo que soy. Estoy bien y lo estaré. Amo a
Ward y él a mí, ojalá pudieras aceptarlo.
Esta vez fue su padre quien sonrió cínico.
—Sophie, no es el momento de discutir tonterías de
adolescentes.
¿Tonterías de adolescentes? ¿Cuándo se iba a enterar su padre
de que ella ya no era una niña?
—No vamos a discutir nada, te lo aseguro. Solo he venido a
informarte de que Ward y yo vamos a seguir con nuestra relación, y
tú no vas a intervenir —dijo muy segura—. Y si quieres evitar
dramas adolescentes, empieza por no ser tan infantil como para
quitarle la carrera a Ward, y tu respaldo para ser capitán.
—No tiene mi confianza, y no se merece ser capitán.
Sophie meneó la cabeza.
—Me duele verte así.
Jack se envaró. Se puso en pie y dio un golpe de puño sobre la
mesa.
—Pequeña malcriada… Te lo dejaré más claro: si no dejas a ese
don nadie, jamás será nombrado capitán. ¿Quieres eso? ¿Quieres
arruinarle la vida?
Unos golpes en la puerta interrumpieron momentáneamente la
discusión. Pero ambos los ignoraron.
Sophie seguía indignada.
—¿En serio tienes la desfachatez de intentar manipularme de
semejante forma?
Volvieron a sonar golpes en la puerta, esta vez más apremiantes.
—Ahora no, Apryl.
—¿Qué clase de hombre eres, papá?
La puerta se abrió de par en par y alguien dijo:
—Creo que es de la clase de hombre que queda detenido.

***

Sophie vio como se le cambiaba la cara a su padre, luego se dio


la vuelta para descubrir a la dueña de la voz que acababa de
informarle sobre su detención.
—¿Inspectora Damon? —dijo Jack, estupefacto—. ¿Qué
significa todo esto?
Sophie abrió mucho los ojos, cuando reconoció a la mujer que
había salido del brazo de Ward la noche de la recaudación de
fondos.
—Soy la inspectora Angela Bennet, de delitos fiscales —informó
la mujer, exponiendo su verdadero nombre. Ahora ya no necesitaba
trabajar más de incógnito, pues la operación había finalizado.
A su espalda, cuatro agentes uniformados, entraron en tropel en
el despacho.
Angela se acercó y le enseñó sus credenciales.
—No puede ser cierto.
—Lo es, créame.
El padre de Sophie balbuceó.
—Pero lleva trabajando un año como inspectora independiente.
—Una tapadera para poder meter a los malos en la cárcel —dijo,
apenas sonriendo—. No me disculparé por eso, ni por lo que voy a
hacer a continuación.
De su espalda, Angela sacó las esposas y se las mostró.
—Por favor, colabore —Jack se vio acorralado, sin saber qué
decir mientras la inspectora le leía sus derechos.
—¿De qué se le acusa? —preguntó Sophie, en estado de shock.
—Corrupción, tráfico de influencias, falsificación documental,
prevaricación e intento de soborno a un oficial del cuerpo de
bomberos.
Mientras lo esposaban, Sophie lo miró llena de angustia.
—¿Intento de… soborno? —Sophie miró a su padre, sorprendida
y un poco asustada.
—¿Qué está diciendo? Yo no he sobornado a nadie —gritó el
alcalde—. ¡Sophie, hija, no creas a esta mujer!
La inspectora lo miró, acusadora.
—No podrá negar, que incitó al oficial George Ward, a costarse
con la inspectora Meredith Damon. Entiendo que debió sentirse muy
presionado por Maximilian D’Angelo.
—¿Max? —exclamó, Sophie— ¿Qué tiene que ver el hermano
de Heather en todo esto?
—No es lo que crees —dijo Jack.
La inspectora miró a Sophie.
—Quería a toda costa conseguir la documentación que le haría
ganar a usted y a su socio, Max D’Angelo una fuerte cantidad de
dinero. El teniente Ward, por supuesto, se negó —miró a Sophie,
mientras decía estas últimas palabras—. Su negativa fue dada
principalmente porque está muy enamorado de su novia y porque es
un hombre decente. Y no se puede sobornar a los hombres
honestos y decentes.
Sophie tuvo que sentarse.
—Pero, ¿cómo? —Sophie miró a su padre, anonadada—. ¡Papá,
¿cómo has ido capaz? ¿Y Max?
—¡Sophie, no es verdad, no creas a esa mujer! ¡Todo es mentira!
¡Es todo mentira! —Miró a su hija con el pánico impreso en el rostro
— ¡Hija! ¡Tu padre es un hombre decente! Llama a Peter, mi
abogado. Dile que venga.
—Sí, sí… papá —pero la mirada de Sophie estaba ausente.
Aquello era demasiado para asimilarlo de golpe.
Sophie no pudo decir nada más, salió a la salita donde se
encontraba Apryl y se desplomó en el sofá, mientras su padre
contemplaba el registro de los agentes y respondía algunas
preguntas.
Meredith Damon, o mejor dicho, Angela Bennet salió a su
encuentro unos minutos después. La miró en silencio, viendo el
estado de Sophie. Se acercó a ella, y una mirada empática fue lo
único que recibió de la fría inspectora. Lo lamentaba, pero su padre
tendría que pasar en la cárcel una larga temporada. ¿Y Max?
Sophie se escandalizó. ¿Se veía venir los problemas y por eso
llamó a Heather y la hizo venir de Nueva York?
—¿Se encuentra usted bien?
—Esto… yo, no lo sé.
—Lamento que haya tenido que ver esto, señorita. Lo lamento de
veras.
Sophie tomó aire, y luego negó con la cabeza.
—No sé qué decirle, inspectora. Solo que yo también lo lamento.
Angela asintió con la cabeza una vez y se dio la vuelta para
marcharse.
—Salude a Ward de mi parte. Si todo lo que me dijo de usted es
cierto, sé que está muy enamorado y tendrá un brazo en el que
apoyarse.
Ella asintió, aún confusa y sorprendida.
—¿Le habló de mi?
—Por supuesto. —Sonrió levemente—. Nos volveremos a ver.
Dicho esto, entró de nuevo al despacho.
—Bien, señor alcalde, ¿por dónde íbamos? —Su tono era
despreocupado, pero esa mujer realmente daba miedo. Era tan fría
como todos decían que era.
Empezó a leerle sus derechos.
—Tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que
diga…
El alcalde apenas escuchaba.
—Quiero un abogado.
—Por supuesto —dijo Angela—. Lo va a necesitar. Usted, y su
socio Maximilian D’Angelo.
Su padre sintió verdadero terror.
—¿Vais a por D’Angelo? No sabe donde se mete, inspectora.
Bennet sonrió ampliamente.
—Por supuesto que lo sé.
CAPÍTULO 33

—No me jodas —dijo Moon, mirando fijamente a Sophie, que


estaba sentada frente a ella, en un taburete tras la barra—¿Max?
¿El hermano de Heather? ¿Es el Ángel de Chicago?
Sophie asintió.
—He intentado hablar con ella esta semana, pero no ha
respondido a mis llamadas.
—A las mías tampoco —dijo Moon.
—Pero me ha enviado un mensaje, al parecer ha estado
liberando a Max de la cárcel.
Moon se inclinó todavía más hacia delante.
—¿Y lo ha conseguido?
—¿Tú qué crees? Es Heather. Y creo que habló con Peter, el
abogado de mi padre. Va a conseguir sacarlo también.
Moon hizo una mueca.
—Mira, tu padre puede ser lo que quieras, pero es tu padre, y te
quiere. Así que, por tu bien, y no por el suyo, porque me importa una
mierda, me alegro de que salga libre.
Sophie alargó la mano y tomó la de Moon.
—Eres una gran amiga.
Le guiñó un ojo a la rubia.
—Lo sé. Y te quiero.
Ambas mujeres fundieron en un largo abrazo.
Habían pasado tres semanas desde que la inspectora Bennet
detuviera a su padre. Max, ni siquiera había pisado la cárcel y su
padre, también había salido bajo fianza. Le resultaba chocante que
se pudiera librar tan fácilmente, si realmente había hecho todo lo
que se le acusaba, pero… Moon tenía razón. Era su padre. Debía
alegrarse.
Sophie se quedó pensativa.
—Te lo juro amiga, cuando vi a esa mujer entrando en el
despacho de mi padre, casi me desmayo de la impresión. Me
sentí… no sé, como si estuviese en una película, o algo así, no me
pareció ni real. Aún me cuesta asimilarlo.
Moon siguió apretando la mano de su amiga en señal de apoyo.
—Oh, cariño, siento lo que has pasado.
—Joder, es que no me lo creo. No paran de hablar de eso en las
noticias. Prevaricación, tráfico de influencias, ¡soborno!
Sophie gimió y dio un sorbo a su cerveza.
—Bueno lo he visto bastante bien en la tele esta mañana.
—Por supuesto, seguirá diciendo a quien quiera escuchar que es
inocente, y que siente el calor de sus votantes.
Moon puso los ojos en blanco, para después mirar tras ella.
—Anímate, creo que viene alguien mucho más guapo que yo a
consolarte.
Lo dijo mirando tras ella.
—Hola, cielo.
Sophie sonrió cuando Ward la abrazó por la espalda y le besó la
mejilla.
—Cuídala, bombero. Está un poco depre.
Ward le guiñó un ojo a Moon y le susurró a Sophie.
—Yo sé como hacer que te sientas mejor.
—Oh, qué ternura… —se burló Moon.
—Lo es ¿verdad? —dijo Sophie, dándose la vuelta entre sus
brazos y acariciándole la mejilla— Mierda… estoy tan enamorada…
¡Estoy enamoradísima de este bombero buenorro!
Ward escondió su rostro en el cuello de Sophie mientras reía.
—Qué ternurita —Moon también soltó una risita—. ¿Cuántas
veces se lo has dicho esta semana, Sophie?
La aludida rio.
—Esta semana… —hizo como si lo meditara—, déjame pensar…
—Cabrona.
Sophie volvió a reír.
—Anda, díselo ahora mismo.
—¿El qué?
Moon puso los ojos en blanco.
—Tonta, dile de una vez que estás enamorada de él hasta las
trancas.
Sophie tomó la cara de Ward entre las manos.
—Estoy enamorada de ti hasta las trancas.
—Gracias —dijo él, abrazándola más fuerte y mirándola a los
ojos.
Sophie le pellizcó.
—Ahora es cuando tú me lo dices a mí.
No se hizo de rogar.
—Te quiero, Sophie. —Le besó tiernamente los labios—. Te
quiero.
—Tengo tanta suerte —le dijo Sophie a Moon— ¡Y encima está
bueno!
—Es verdad, está buenísimo, joder ¡Wow!
Todos rieron ante el entusiasmo de Moon.
—¿Quién está bueno? —pregunto Wachowsky, sentando en el
taburete de al lado—. ¿Yo? Gracias, encanto.
—Lo que tú digas, Wach —dijo Moon, divertida.
La parejita entrelazó las manos, y Ward la sacó de allí antes de
que alguien más los interrumpiera.

***

—Sophie, mi princesa —gemía Ward…


Sophie volvió a gemir, cuando él le acarició un pecho por encima
de la camiseta.
—Dios… ¿Cuando me he dejado convencer para que me hagas
el amor en el baño del Blue Moon?
Él se restregó contra ella mientras la tenía aprisionada contra la
pared del cubículo.
—Mañana te lo haré en el callejón. —Ella rio—. Al menos
acabaré lo que empezamos.
—Tú ya acabaste —se burló.
—Pero tú, no. Y no lo he olvidado.
La mirada de Ward le prometía un gran placer.
Los dedos de él descendieron por la piel de su espalda, hasta
que por fin llegaron a su trasero. Lo apretó con fuerza, pero no era
suficiente, necesitaba notar su piel desnuda. Se apresuró a
desabrocharle los vaqueros.
Cuando introdujo los dedos por dentro de su ropa interior y
Sophie notó el tacto de Ward sobre su vulva húmeda, gimió.
—Ward…
Él la calló con un beso apasionado. La apretó más contra la
pared.
Sophie aún llevaba la camiseta puesta cuando él se bajó los
pantalones y los calzoncillos.
Ward besó sus párpados, luego la punta de su nariz, y después
regresó a sus labios.
Empezó a recorrer su piel con los labios, primero la barbilla,
después el cuello, luego le alzó la camiseta, que llevaba un corazón
roto, y besó sus pechos, uno a uno. Lamió un pezón, y notó como
ella se arqueaba y cerraba los puños en su cabello.
—Voy a darte placer, Sophie…
—Ahhh…
Él abandonó sus pechos y continuó besando su vientre, suave y
blanco, como si fuera la piel de la luna. Se detuvo en su ombligo y
luego alzó la vista para encontrarse con sus ojos azules, que lo
miraban suplicando el éxtasis.
Y Ward se lo dio.
Le abrió las piernas lentamente y sin dejar de mirarla, lamió su
sexo húmedo.
Sophie gimió al sentir la boca de Ward sobre su sexo, sus labios,
succionando su clítoris, su aliento, acariciando su vulva.
Ella quemaba como si fuese un volcán a punto de entrar en
erupción. Se movía como la tierra se mueve ante un terremoto.
No tardó en estallar. Ward notó su orgasmo en la lengua, cómo
su clítoris duro y caliente palpitaba, hacía correr la sangre en su
interior, y el grito que salió de la garganta de Sophie fue como un
reclamo.
Solo entonces, se levantó de nuevo e hizo que le rodeara la
cintura con las piernas.
La empaló con un movimiento brusco y ella se mordió los labios.
Sabía que era lo que Sophie deseaba. La sangre palpitaba aún
en su sexo, el orgasmo seguía su curso, y le estranguló el miembro
varias veces.
Él empezó a bombear con furia, mirándola a los ojos, tomándola
de la mano. Sus pechos se movían como flanes a cada acometida, y
de sus labios salían pequeños gritos y de su garganta hondos
gemidos con cada retirada.
—Ssssh… —Ward le tapó la boca con la mano—. Nos oirán.
Pronto llegaría al orgasmo, pero quería disfrutarla más tiempo.
Aminoró el ritmo, se pegó a ella y la abrazó. Empezó a besarla, a
lamer sus labios con sensualidad, a acariciarle el pelo.
Sophie se movía con gracia. Él la sujetó por las nalgas, y ella lo
abrazó con sus piernas.
Encajaban perfectamente la una con el otro, como si hubiesen
sido creados para estar unidos. El sexo era increíble para ambos,
pero también había algo más, y era el amor.
—Dios… te quiero.
—Y yo a ti.
Como si ese fuera el aliciente que necesitaba para su liberación,
Ward bombeó dentro de ella con más fuerza hasta que sintió que
ambos llegaban al orgasmo.
El sexo juntos, era maravilloso. Pero igual de maravilloso sería
una vida juntos.
EPÍLOGO

—¡Bravooo! ¡Ward! ¡Capitán, capitán, capitán! ¡Ward! ¡Capitán!


Logan, Matt, Wach, junto a los demás compañeros vitoreaban al
flamante nuevo capitán del cuerpo de bomberos de Chicago;
George Ward.
Eso significaba tener que dejar a sus compañeros de siempre,
pero era un auténtico sueño empezar como capitán en otro parque
de bomberos.
Habían pasado seis meses desde que Sophie y él iniciaran su
relación. Seis meses desde que el padre de Sophie fue detenido y
puesto de nuevo en libertad. Evidentemente tuvo que retirar su
candidatura por presiones del partido, pero el exalcalde seguía
siendo un hombre influyente. Maximilian D’Angelo, no había pisado
la cárcel, Heather era buena como abogada, pero que no hubiera
ninguna prueba en su contra, ayudó mucho. Aunque la policía
seguiría investigando, a la inspectora Angela Benett no le hizo
ninguna gracia que se le escapara el que consideraba un hombre
peligroso y vinculado a la mafia de Chicago.
El ambiente festivo en el Blue Moon ayudó a que todos se
olvidaran de sus pequeños problemas por una noche, no en vano
era una noche de celebración. George Ward era el nuevo capitán en
la 81.
—Enhorabuena, tío —Logan lo abrazo, y después se acercó
Wachowsky.
—Enhorabuena, estamos orgullosos.
—Gracias Wach.
El último en felicitarle fue Matt, que le sonrió a pesar de haber
tenido sus diferencias.
Sophie al lado de Ward, le guiñó un ojo. Matt había resultado ser
un buen tío, además se unía de nuevo al parque de bomberos de la
47, en el puesto que dejaba Ward.
—Enhorabuena.
—Enhorabuena a ti también.
Matt asintió.
—Será como volver a casa.
Estaba seguro de ello.
Entre risas, siguieron celebrando. Solo faltaba Heather, que
había regresado a Nueva York, aunque las chicas esperaban que no
por mucho tiempo.
—Menuda pieza te has conseguido como novio —le dijo Moon a
Sophie, sirviéndole otra copa.
—¿Verdad que sí?
Estaba tan guapo con el traje oficial, que ni tan siquiera parecía
real. El traje azul de chaqueta y pantalón le sentaba como un
guante. Aunque si por él fuera llevaría unos vaqueros y una simple
camiseta, pero el protocolo era el protocolo. Una vez finalizada la
ceremonia, podía relajarse.
En ese momento, Harry Boild el veterano capitán de la 47 se
presentó en el Blue Moon. Siempre había sido un hombre de pocas
palabras, pero mirando la insignia asintió satisfecho a Ward.
—Capitán, ¿eh?
Ward sonrió.
—Ha dejado el listón muy alto, capitán Boild. Espero no
decepcionarle.
Los dos hombres se abrazaron, golpeándose vivamente la
espalda.
Harry había sido el pilar del parque de bomberos, y el mentor de
todos ellos, sobre todo de Logan, a quien había tratado como a un
hijo, y quien probablemente ocuparía su lugar tras la jubilación de
Boild.
Sophie tuvo que secarse una lágrima contemplando la escena.
Estaba muy emocionada, porque Ward al fin había logrado lo que
tanto había deseado, y lo había hecho trabajando duro. No por
influencias de su padre, sino por su trabajo.
Había cumplido su sueño de ser capitán, y eso la llenaba de
orgullo.
Moon la miró y de detrás de la barra sacó un ramo de flores de
parte de todos para felicitarle en su nuevo puesto. Le sonrió para
tranquilizarla.
—Nadie mejor que tú para entregarle el obsequio al nuevo
capitán.
Sophie suspiró.
—Aunque sea la hija del exalcalde corrupto que casi se carga su
carrera —le dijo inclinándose sobre la barra.
—Nadie piensa en eso. Los hijos no somos culpables de los
delitos de los padres. —le lanzó un beso mientras le daba el ramo
—. Vamos, al fin y al cabo, eres su chica.
Sophie suspiró, y sonrió, temblorosa. Sí, era la chica oficial de
Ward, su sueño también se había cumplido.
—¡Que hable! ¡Que hable! ¡Que hable!
Se volvió para mirarle al tiempo se hacía el silencio y Ward
empezaba su discurso.
—Quiero daros las gracias a todos —empezó a decir Ward, tras
su nombramiento—. Nuestro trabajo no es fácil, cada día nos
jugamos la vida, pero lo hacemos para proteger a los ciudadanos, y
somos todos un equipo, un gran equipo. Sin vosotros, sin vuestro
apoyo, no lo habría logrado. Y por último, deseo hacer una promesa
a la ciudad de Chicago, prometo darlo todo para proteger la vida de
todos sus habitantes. Gracias.
Cuando todos aplaudieron tras el discurso de Ward, él miró a
Sophie, que le entregó el ramo de flores.
—Unas flores preciosas —le besó en los labios.
—Un discurso precioso.
—No tanto como mi chica.
Ella sonrió, ofreciéndole los labios. Ward la asió por la cintura y
acercó los labios a los suyos. La besó frente todos. Fue un beso
dulce y sentido, hasta que Sophie le rodeó el cuello con los brazos y
el beso se tornó apasionado.
—Te quiero capitán.
—Y yo a ti, preciosa.
La música sonó y bailaron hasta bien entrada la madrugada.
Sophie, en la pista, meciéndose entre los brazos de Ward,
acarició su insignia.
—No sé si lamento no haberte visto en acción. Con ese subidón
de adrenalina y esas mangueras tan largas…
Ward casi se ahoga de la risa.
—Eres muy mala, Sophie.
Ella apoyó unos instantes su cabeza contra su pecho.
—Ahora en serio, voy a tener que acostumbrarme a ser la novia
de un bombero.
—¿No lo has hecho en estos últimos seis meses?
Ella suspiró.
—Creo que lo estoy llevando bastante bien, a pesar de mis
bromas, sé que te juegas la vida en cada salida.
—Cariño, me entrenaron para eso.
—Lo sé. —Lo miró a los ojos—. Pero solo cuando regreses a
casa, y estés conmigo, me quedaré tranquila.
Él sonrió, sensual.
—Cada vez que regrese a casa, voy a demostrarte lo maravilloso
que es estar vivo.
—¿Ah sí? ¿Qué harás?
Se inclinó para susurrarle en el oído.
—Te haré el amor hasta que dejes de preocuparte, y entiendas
que estoy contigo y que el peligro pasó.
—Me parece tan buena idea…
—Lo que me recuerda…
Ward sacó del bolsillo una cajita, y se la ofreció a Sophie.
—¡Oh, Dios!
—No es un anillo —se asustó, Ward.
—Tranquilom bombero. Que no te dé un infarto —se rio Sophie.
Él suspiró aliviado.
—Poco a poco, y este es el primer paso.
Ella miró el obsequio, muy emocionada. Sonrió con los ojos
brillantes al abrir la cajita.
Dentro de la cajita, había una llave que hizo que Sophie mirara a
Ward con expectación.
—¿Es lo que creo que es?
—La llave de mi nuevo apartamento —y tomó aire para añadir—:
Y del tuyo, si deseas que empecemos a hacer realidad ese sueño
tuyo de esperarnos en casa.
Ward guardó silencio, esperando la respuesta de Sophie.
—Ward yo… esto es… —Ella a penas podía respirar de la
emoción.
No pudo responder, a lo que Ward añadió:
—Bueno, en realidad aquí tengo otra cajita…
—¡Que tampoco es un anillo! —rio Sophie, haciendo reír también
a Ward.
—No, pero… sí es un símbolo. —se la ofreció y dentro había un
hermoso colgante de oro blanco, en forma de llave— ¿Me permites?
—Oh, claro… —asintió emocionada.
Él se colocó tras ella, le apartó el pelo del hombro y le colocó la
cadenita con la llave. Sophie la tomó entre los dedos y la acarició.
—Es… un detalle precioso.
—Solo falta tu respuesta.
—¿Hay otra a parte de…? ¡Sí! ¡Sí! ¡Viviré contigo!
El suspiró aliviado antes de besarla.
—Oh, Ward, lo es… eres maravilloso. ¡Gracias! —dijo,
abrazándolo.
—Tú eres maravillosa. Te amo, mi princesa. Te amo, y deseo que
vivamos juntos hasta que te canses de mí.
Sophie besó a su capitán con pasión. Luego lo miró a los ojos.
—No pienso cansarme de ti. —Sophie miró alrededor, y sonrió,
pícara—. Oye, ¿quedaríamos fatal si desapareciéramos?
Ward negó con la cabeza.
—¿Desaparecer dónde? —preguntó pícaro—. ¿En el callejón, en
el baño…?
Ella rio colgándose de su cuello.
—¿Qué tal a nuestro nuevo hogar?
—Me encantaría —respondió, antes de besarla con un profundo
amor.

FIN
NOTA DE KATE BRISTOL

Hola, soy Kate, y en primer lugar, quiero daros las GRACIAS a todas
mis lectoras por darle una oportunidad a mis locuras. Espero de
todo corazón que os hagan reír, que os emocionen, que os toquen el
corazón, y que os hagan sentir muchas cosas, esa es mi mayor
ilusión y uno de los motivos por los cuales sigo escribiendo.
¡Esta novela, y todas las demás, va dedicada a todas vosotras,
especialmente a mis Brillis! ¡Porque sois las mejores!

Espero de corazón que hayáis disfrutado mucho con la historia de


Sophie y Ward, y si todavía no habéis leído el resto de mis novelas,
más abajo encontraréis los enlaces, dónde os las podréis descargar.
¡Un beso enorme y de nuevo gracias!
Serie gentlemen

Yo soy un gentleman
Gentlemen I

(La novela de Meg y Will)

Un gentleman en Nueva York


Gentlemen II

Un Gentleman comprometido
Genglemen III
PASSION FRUIT: (Los orígenes de LA JUANI)

Alberto Ruiz Saavedra es el político revelación del año, guapo, carismático y una de
las fortunas más grandes del país. Por si todo esto fuera poco, está en todas las revistas
del corazón, pues sale con Marlene, la cantante de moda con quien va a casarse. Su vida
parece un cuento de hadas ¿verdad? Quizás lo sería si su relación no fuera una farsa y no
estuviera locamente enamorado de su... chacha.
Rosalía es una chica de barrio, que trabaja limpiando casas. Es espontánea y
divertida. Su obsesión por Pasión Fruit (el pintalabios que ha creado) y el brilli-brilli, solo es
superada por la obsesión que siente por su jefe Alberto. Rosalía sabe que su amor es
imposible ¿Cómo va a fijarse en ella el futuro presidente? Pero una noche de locura dará
paso a la más apasionada historia de amor sazonada con: escapadas a Ibiza, chantajes,
bodas gitanas, peleas en discotecas y mucho sexo y brilli-brilli.
Passion Fruit es una novela erótica, alocada y llena de situaciones disparatadas.
Si quieres reírte apúntate a la moda del brilli-brilli.
Brilli brilli en las highlands: LA SERIE

¿Aún no has leído las divertidas novelas de Kate Bristol? Aquí tienes la SERIE
COMPLETA: ¡Brilli Brilli en las Highlands!

Encontrarás tres novelas:

¿Un highlander? ¡Demasiado sexy para mi! (Taylor y Marcus)

Mi JEFE es un highlander (Duncan y Bel)

¿Dónde está mi highlander? (Sam y Patrick)

P.D.: Reescribo el comentariop de La Juani: Brillis, que si pulsáis en la fotico de la portada


de la serie, os la podréis descargar enterica, pero que si las queréis por separao, pulséis en

lo azul, encima de cada título de novela.


¡Gracias, miarmas! ¡Olé!
GENTLEMEN y BRILLI-BRILLI
LA SERIE

¿Aún no has leído las divertidas novelas de Kate Bristol?


Aquí tienes la segunda SERIE COMPLETA: Gentlemen y Brilli Brilli.
Una fantástica serie donde, además de un EPÍLOGO INÉDITO, encontrarás las
tres novelas de nuestros gentlemen favoritos:
Yo soy un GENTLEMAN (Megan y William
Un GENTLEMAN en Nueva York (Rebecca y Owen)
Un GENTLEMAN comprometido (Melissa y Robert)

¡No te pierdas esta divertidísima serie, llena de amor, emoción, erotismo y mucho
Brilli Brilli!
Lobo Blanco

(Autora, La Juani, que ya sabéis que escribe en


“fino”)

Cuando Elisabeth Winston, la dueña de uno de los ranchos más prósperos de


Texas, se despierta entre los brazos de un hombre desnudo, no puede dar crédito.
Su mente, aún confusa, recuerda la tormenta, el agua helada sobre la piel, y el
vuelco de la calesa, pero no logra recordar al desconocido que la salvó de la
muerte. Un desconocido de mirada oscura, y acompañado de un temible lobo.

Henry Alexander Cavill se ha visto obligado por las circunstancias a viajar a Lobo
Blanco, para hacerse cargo de su herencia. Lo que no espera, en una noche
tempestiva, es rescatar a una dama en apuros. Al despertarse entre sus brazos,
Henry se da cuenta de que Elisabeth dista mucho de estar en apuros, es toda
fuego y terquedad. Cuando se despide de ella, se da cuenta que la mujer, que
tanto lo ha conmocionado, no es otra que Elisabeth Winston, a quien viene
dispuesto a arrebatar su tesoro más preciado, el rancho Lobo Blanco.
¿Aún no conoces a mis Cowboys?

Ya estás tardando en descubrirlos.

¡Sigue leyendo!

Y recuerda, puedes descargarte las novelas


pulsando en los siguientes enlaces:
Mi salvaje Cowboy: Una novela de Taylor Salas

Dave ha dedicado toda toda su vida al rancho en el que ha crecido. Es un hombre


fuerte y rudo que ha sabido desde muy temprana edad lo que es ser abandonado
por los que alguna vez significaron algo para él. Pero en Richard, el viejo dueño
del rancho, había encontrado una familia. Por eso se siente tan traicionado
cuando, después de tanto esfuerzo, el viejo ranchero decide entregar su posesión
más preciada a Carolina, la nieta española cuya existencia había ignorado
durante tantos años.
Carolina se siente feliz de poder huir de su vida en España y aterrizar por fin en el
rancho de su abuelo. Lo que no sabe la dulce e ingenua chica, es que este tiene
un plan secreto para hacer que Dave y ella se casen. Richard no puede
despreciar el esfuerzo que Dave siempre ha hecho por sacar adelante su rancho,
pero tampoco puede ignorar que el único pariente que tiene es Carolina y no él,
aunque lo ame como a un hijo. La solución es muy sencilla: Si los dos se casan,
ambos heredarán el rancho que tanto significa para Dave, y el único legado que
puede dejar a su nieta.

¿Será esta la solución para todos?


¿Cómo se tomará Dave que Richard lo utilice para que acceda a su última
voluntad?
Quizás podría rebelarse si no deseara tanto poseer algo suyo, o resistirse a
la proposición si lo que sintiera por la recién llegada no fuera un deseo
abrasador y unos sentimientos desconocidos para el salvaje cowboy.
Un falso matrimonio con un cowboy

Kurt, vive tranquilo en su solitario rancho. Desde que su prometida lo abandonó,


no tiene intención de volver a sufrir por amor. Pero al parecer, la vieja y
entrometida Ginger cree que es demasiado bueno y sexy para envejecer solo, por
eso está convencida de que debe intervenir, y a sus ochenta años, le buscará
esposa en una aplicación que a duras penas consigue entender.
¿Qué pasará cuando el sexy cowboy se entere de que se han hecho pasar
por él?
Quizás la broma no hubiera llegado a más si Ginger no le hubiese propuesto
matrimonio a Scarlett en su nombre.
¿Qué hará Kurt ahora que la chica está a punto de bajarse del avión,
dispuesta a pasar el resto de su vida con él?
Quizás lo mejor sea decirle la verdad y dejarla marchar, pero... Scarlett es mucho
más de lo que él hubiera imaginado.
De boda con un cowboy: HERMANOS MCTAVISH I

Charlotte McTavish viaja de vuelta a su hogar para la boda de su prima. No trae


acompañante y a su familia no le importa, ni le extraña que su triunfadora
hermana vuelva sola a casa. ¡Pero es tan injusto! Por eso cuando conoce a Hug
Willson en un bar no puede resistirse a hacerle una proposición. Sí, quizás sean
las copas de más, pero ¿podría pedirle a ese stripper que se hiciera pasar por su
novio durante la boda?
Hug debería sentirse ofendido, él no es ningún stripper, sino uno de los abogados
más famosos de Boston, pero se ve incapaz de decirle que no a una mujer como
ella. La atracción es inmediata y el aburrido abogado, pronto se transforma ante la
energía arrolladora de Charlotte.
El único problema es que conociendo a los hermanos McTavish, unos cowboys de
armas tomar, no sabe si saldrá entero de esta aventura.
Embárcate en esta nueva aventura de los cowboys de Kate Bristol. Si te gustan
las novelas románticas del oeste, no puedes perderte la saga de la reina del brilli-
brilli.
Mi Rudo Cowboy: Hermanos McTavish II

Daril siempre ha tenido fama de rudo, quizás porque domina a la perfección el


arte de ser un auténtico cowboy. Él junto algunos de sus hermanos es dueño del
rancho McTavish y en su corazón no tiene espacio para nada que no sea su
familia o su rancho… hasta que aparece en escena Eli.
Eli siempre ha soñado ser una gran abogada. Tiene cabeza para ello, su único
defecto es que… es un poco patosa, pero está dispuesta a compensarlo con
creces. Por eso cuando su jefe le pide ayuda para llevar un caso en Montana no
lo duda. Lo que no esperaba nada más llegar es que alguien le salvara de una
muerte segura, y no solo una vez. Es una lástima que su héroe, Daril McTavish,
no tenga espacio para ella en su corazón. De momento.
Grupo Brilli-brilli de la Juani, en FACEBOOK

Ah, me comenta la Juani que os deje el enlace del grupo de las


Brilli-billi de La Juani, que allí os lo pasaréis pipa y estaréis al tanto
de todas las novedades.
Me dice que pongáis el dedico ahí, miarmas, en lo azul:

El Grupo Brilli-brilli de La Juani

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