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Tabu - La Coleccion Completa - Stasia Black

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TABÚ

STASIA BLACK
Derechos de autor © 2023 Stasia Black

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida,
ni transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, incluyendo fotocopias, grabaciones u otros
métodos electrónicos o mecánicos, sin previo permiso por escrito de la autora, excepto en caso de
citas breves incorporadas en reseñas críticas y algunos otros usos no comerciales permitidos por la
ley de derechos de autor.

Es una obra de ficción. Las similitudes con personas, lugares o eventos reales son totalmente
fortuitas.

Traducido por Rosmary Figueroa y Mariangel Torres.


ÍNDICE

La dulce niña de papá


Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13

Dañada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Epílogo

Sin arrepentimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo
Vista previa de “Pecados elegantes”

También por Stasia Black


Boletín Digital
Acerca de Stasia Black
LA DULCE NIÑA DE PAPÁ
Copyright © 2017 Stasia Black

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, distribución y/o transmisión total o
parcial de la presente publicación por cualquier medio, electrónico o mecánico, inclusive fotocopia y
grabación, sin la autorización por escrito del editor, salvo en caso de breves citas incorporadas en
reseñas y algunos otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido a personas, lugares o eventos reales es puramente
coincidencia.

Traducido por Mariangel Torres.


CAPÍTULO 1

MAMÁ SE CASA HOY. Otra vez. Este será el esposo número tres, y la
cena de práctica de anoche fue la segunda vez que conocí a su futuro
esposo, Paul, y a su hijo.
Y tengo que decirlo: no lo entiendo. El hombre es hermoso. Hablo de
una belleza digna de un dios.; es rubio, de mandíbula cuadrada, nariz recta
y guapo como un vikingo. Tiene el cabello corto y hay canas en los
extremos de su sien, pero es el tipo de cuarentón del que las mujeres se
quejan diciendo que no es justo que los hombres se vean más guapos a
medida que envejecen.
Su hijo es una versión idéntica de él, pero apenas lo miré. Francamente,
debe ser un imbécil que se tira a todo lo que se mueve con lo atractivo que
es a los veinticuatro, ¿no? Además, es doctor. Bueno, un doctor en
formación, en todo caso. En su padre, la belleza había tenido tiempo de
añejarse y asentarse fabulosamente, como un exquisito vino. Era mucho
más atractivo.
Y el hombre se va a casar con mi madre.
Eh, ¿qué?
Mi madre también está en sus cuarentas. Pero mientras el señor Winters
lleva sus años como un dios de los antes mencionados, mi mamá los lleva
como... esto, ¿cómo decirlo? Dejémoslo en que mi madre es una envejecida
reina de belleza cuyos tres intentos de cirugía plástica no hicieron más que
retorcer y tirar de su piel correosa y bronceada para convertirla en un
simulacro de una muñeca Barbie un poco derretida que consume
metanfetaminas.
Vale, no consume metanfetaminas; su droga preferida es la cocaína.
Nunca ha podido tener un trabajo de verdad debido a eso.
¿Se entiende lo que digo? Es una auténtica triunfadora.
El señor Winters es el jefe del departamento de oncología de un
prestigioso hospital de Boston. Entonces, de nuevo, ¿qué demonios hace
con mi mamita querida?
—¿Qué le hiciste a ese vestido? —me pregunta mamá entrando en el
vestidor de la iglesia.
Lo sé, una iglesia. Y está vestida de blanco. Las ironías de este día
nunca van a terminar.
La miro de arriba abajo. Ha conseguido entrar en un encantador vestido
de Vera Wang. Mencionó anoche que era un vestido real de Vera Wang unas
diez mil veces, ignorando completamente el hecho de que logró comprarse
un vestido real de Vera Wang por la riqueza del señor Winters o quizás la
influencia del abuelo. No tenía nada que ver con algo que ella hubiese
hecho. Ser una de las familias más antiguas de Boston sigue teniendo
algunos privilegios, aunque casi estuviéramos en bancarrota.
Bueno, ya no, ahora que mamá se estaba casando con el señor Winters.
Es guapo y, además, rico.
De nuevo, ¿qué es lo que está haciendo con mamá?
—Solo hice que lo modificaran un poco para que me quede mejor.
Miro a mamá en el espejo, ella entrecierra los ojos.
—Te quedó como se suponía que tenía que quedarte.
Frunzo el ceño.
—Pero me quedaba holgado y flojo en la panza.
Sin mencionar el cuello alto que casi me ahorcaba.
Mamá me mira como queriendo decir «¿y qué?».
—Lo mandé a hacer a mi medida para que me quedara bien.
Ella suelta un bufido de frustración.
—La idea del vestido de dama de honor es que sea feo para que no
opaques a la novia. Cielos, ¿es que no sabes nada? Ya está —declara,
alzando las manos—. No puedes ser mi dama de honor si eso te queda así.
Ya es lo suficientemente malo que tenga una hija de diecinueve años. —
Sacude la cabeza—. Sigo diciendo que deberías haber sido la maldita niña
de las flores. En fin, Marla tendrá que ocupar tu lugar y tú puedes ponerte al
final de la fila.
Bajo la vista y miro el vestido.
—No es exactamente… —Hago una pausa, sin saber que decir por un
momento—. …favorecedor.
Eligió el tono naranja menos atractivo que haya visto y que seguramente
chocaría con el tono de piel de cualquier persona, sin importar su etnicidad.
Traté de maquillarme lo más natural posible y llevaba mi cabello castaño
recogido, pero no se podía ignorar lo horrible que era el vestido que me
cubría el cuerpo.
Mamá hace un chasquido con la lengua.
—Este es mi día especial, Sarah Elizabeth, que ni se te ocurra empezar.
Suspiro y retrocedo.
—Claro, mamá. Lo que quieras.
Es el camino de la menor resistencia. En mi vasta experiencia, sé que es
la forma más fácil de abordar los conflictos con mamá.
—Ahora ve a buscar a todas las chicas y dile a Marla que es mi nueva
dama de honor. Cambia tus flores por las de ella y asegúrate de que todas
estén en sus lugares.
Me dirijo hacia la salida.
En veinte minutos, las otras doce —sí, doce— damas de honor y yo,
junto con los correspondientes padrinos, nos encontramos acorralados en el
vestíbulo de la iglesia. ¿O en este punto se les llama damas matronas,
considerando que son todas amigas de mamá y que la mayoría se ha
divorciado al menos una vez y otras varias veces, como mamá?
Solo un par de mujeres tuvieron la misma idea que yo y modificaron sus
vestidos. Bueno, todas nos vemos ridículas, pero las demás se ven
absolutamente espantosas con la brillante tela color de sorbete naranja que
les cubría los cuerpos.
—¿Estás lista? —me pregunta Dominick, mi futuro hermanastro.
Él extiende el brazo y me dedica una sonrisa brillante. Su cabello
dorado resplandece en la luz que entra por el vitral en lo alto. Tiene el
cabello más largo que el de su padre, y le baja por los lados de la frente con
un desgreñado estilo de surfista californiano.
Cielos, este hombre es demasiado astuto. Le sonrío, pero ¿han oído de
aquel dicho que dice que alguien sonríe, pero la sonrisa no le llega a la
mirada? Sí, mi sonrisa es como una de esas: patentada, decorativa y
perfectamente superficial. Es la que siempre uso en estos tipos de eventos a
los que me arrastran de vez en cuando; más que nada por el nombre y el
«dinero viejo» del abuelo, o por la desesperación de mamá porque la
incluyan en los círculos importantes. Tener una hija a la que podía
acompañar visiblemente y presentar a la sociedad de Boston ayudaba a
cubrir un poco del hedor de ser una desesperada mujer florero a la que
habían usado tres veces.
Pero aquí estaba mamá, viviendo sus días de gloria otra vez. Era una
esposa de nuevo, a pesar de que su esposo ahora fuese más unflorero que
ella. En especial porque el señor Winters de verdad tiene un trabajo aparte
de ser tan endemoniadamente guapo.
Empieza a sonar música de órgano.
—Perdón, ya no soy la dama de honor. —Ignoro el brazo tendido de
Dominick y señalo a Marla, una mujer escandalosa con cabello teñido de un
estridente color rojo a la que sospecho que mamá tiene como «mejor
amiga» porque hace que ella se vea mucho más linda y delgada en
comparación—. Esa es la mujer a la que vas a llevar del brazo. A pasarla
bien.
Mi sonrisa se vuelve una pizca más genuina ante la expresión de
espanto que se dibuja en el rostro de Dominick al tiempo que los padrinos
se ponen en formación, y yo me dirijo hacia un hombre mayor que está al
final de la fila.
La procesión comienza un par de minutos más tarde, tan pronto como
mamá hace acto de presencia. Camino hacia el altar, sorprendida de lo
abarrotada que está la iglesia de ambos lados. Es fácil pensar que mamá
alejó a todas las personas que ha conocido, pero cuando llego a la primera
fila y veo al abuelo sonriéndome a mí, y no a mi madre, recuerdo por quién
están todos aquí.
Puede que el abuelo ya no tenga la fortuna que una vez tuvo, pero sigue
siendo un hombre acaudalado. El hecho de que haya desheredado a su hija
es un secreto bien guardado, aunque tal parece que el futuro esposo de
mamá está al tanto.
¿Cómo es que sé ese pequeñísimo detalle?
Vale, puede, solo puede que anoche lo haya llevado aparte después de
que se sentarajunto a mi madre mientras ella bebía una copa de champán
tras otra en medio de la cena; su expresión no era otra cosa que benevolente
mientras la miraba con afecto.
Él se excusó para ir al baño y yo lo seguí unos minutos después.
—¿Sabes que no tiene dinero? —le pregunté justo después de que
saliera del baño.
El pasillo era estrecho y oscuro; estaba lejos de las cocinas y era poco
transitado.
—¿Disculpa? —preguntó sorprendido, arqueando las cejas.
Sin embargo, se mantuvo firme y no me ignoró. De inmediato me sentí
como una niña a pesar de mis tacones de siete centímetros.
—Eh, mi madre. Ella no tiene… digo… —Tragué en seco y bajé la
vista al suelo antes de reunir la valentía para volver a mirar al rubio vikingo
mitad hombre y mitad dios más alto que yo. Era el hombre más hermoso
que había visto—. No hay dinero, si es por eso que te estás casando con
ella. El abuelo ya no es tan rico y dejó de darnos dinero, de todas formas.
Así que si esa es la razón por la que lo haces… —En ese punto estaba
temblando de pies a cabeza. Oh, Dios, solo necesitaba decir esto y luego
podría esconderme en un armario por el resto de la noche—. …no deberías.
Porque no hay, ¿sabes? No hay dinero.
Y con ese último tartamudeo me di la vuelta con mis pequeños y
puntiagudos tacones y me fui de ahí. Y ahora heme aquí, al frente de la
iglesia. No podía postergarlo más. Al fin subo la vista y ahí está él.
El dios vikingo en toda su espectacular gloria. El esmoquin apenas le
contenía el ancho pecho.
Imagino que sus ojos no están fijados en mí, sino en mi madre: su
ruborizada esposa que está visiblemente de pie al fondo de la iglesia, a
punto de entrar y caminar hacia el altar en dirección a él.
Pero no, sus ojos me tienen a mí en la mira. Es solo por un par de
segundos; un momento en el que nuestras miradas se cruzan y se quedan
así.
Camino por el pasillo central de la iglesia con las flores en mano. Y un
hombre está de pie aguardándome. Tiene un brillo en los ojos que es solo
para mí. O así se siente.
Y entonces el padrino que me sujeta el brazo me conduce a un lado y la
conexión se pierde.
Me cuesta todo el esfuerzo, pero no miro por encima del hombro. Sería
demasiado desesperado. Y estaría mal.
Dios, ¿qué estoy haciendo? ¡Esta es la boda de mi madre! ¿Y estoy
esperando que el novio me haga ojitos? ¿Un hombre que me dobla la edad y
con el que mi madre se va a casar?
Cierro los ojos con fuerza y sacudo un poco la cabeza un instante
después de ocupar mi posición al final de la fila de las damas de honor.
Cielos, ¿finalmente está pasando? Siempre me ha aterrado que estuviese
condenada a estar mal de la cabeza tras mi infancia con una madre
inestable, borracha y ocasionalmente cocainómana —cuando podía
permitírselo—. Sin mencionar un padre ausente que se largó cuando tenía
cinco por mi susodicha madre chalada.
Yo era la que trataba de equilibrar el presupuesto a los diez años. Bueno,
cuando teníamos dinero, antes de que mamá se lo gastara todo en fiestas de
coca para ella y sus amigos del Caribe.
El abuelo dejó de darnos dinero cuando tenía catorce, pero se aseguró
de que yo estuviese presenta para que escuchara la discusión, pues no era
idiota. Y no nos desheredó por completo. Siguió pagando por medio de una
aplicación de víveres para enviarnos comida; cosas que mamá no pudiera
devolver para comprar cocaína. Podía salir de compras con él si necesitaba
ropa, y pagó la rehabilitación de mamá un par de veces, que funcionaba por
un mes o dos.
Pero nunca llegaba a dejarme ir a vivir con él. Creo que siempre estuvo
consciente de cómo se vería aquello. ¿Me dolía? Claro, pero como sea. No
estaba mal de la cabeza por ello. Sobrevivo bastante bien. Voy a una
universidad muy buena.
Vale, tengo que vivir en casa y estoy endeudada hasta el cuello por mis
préstamos estudiantiles, pero no voy a hundirme por toda la mierda de mi
infancia.
Soy mejor que eso.
Le echo otro vistazo al nuevo esposo de mamá. Dios, ¿por qué tiene que
ser así de guapo?
Aquel cuello grueso que conducía a su ancha mandíbula. Estoy segura
de que debió haberse afeitado esta mañana, pero tiene un muy leve rastro de
barba incipiente ahí. Su barba debe ser de un tono más oscuro que su
cabello para que tenga una sombra como aquella. Ahora que lo pensaba,
cada vez que lo he visto siempre ha tenido esa sombra en el rostro. Un
pequeño escalofrío me recorre el cuerpo al pensar en ello. Grita
masculinidad y… virilidad.
Mis mejillas se encienden por ese pensamiento y por todas las imágenes
que lo acompañan. Su ancho pecho y la capa de vellos que sin duda alguna
lo cubren. No puedo evitar imaginarlo sobre una mujer, descendiendo su
cuerpo hacia ella, embist…
Aparto los ojos del señor Winters solo para engancharlos al hombre que
estaba de pie a su lado: Dominick. Quizás mis ojos están fijos en él porque
me está mirando directamente. Él me observa con descaro hasta que aparto
la vista.
La sonrisa de buen rollo que tenía en el vestíbulo de la iglesia ha
desaparecido. Había una cualidad o… intensidad, diferente, si es que esa
era la palabra correcta, en la forma en que curvaba sus labios mientras me
miraba observándolo. Baja la mirada lentamente.
Espera, ¿está…?
Sí que lo está. Se está comiendo mi escote con los ojos. Bueno, no hay
mucho con este vestido. Ni con cualquier vestido, para ser sincera; soy
plana como una tabla desde siempre, apenas en los últimos años desarrollé
al fin unos pequeños pechos de copa B. Pero estaba al tanto de que el
vestido sería para la boda de mi madre, así que no me molesté en ponerme
el sujetador push-up que suelo usar para realzar mis pequeños recursos.
Pero Dominick se queda viendo el profundo escote como si este pudiera
revelar todos los misterios del Universo pese a que estaba a punto de ser mi
hermanastro, por Dios.
«Como si no te hubieras quedado viendo a tu padrastro como si fuera un
apetitoso muslo de jamón».
Dominick levanta más los labios. Dios mío, ¿qué está pasando? Hace un
mes se me daba bien lo de ser una chica normal y no dejarme absorber por
el vórtice de locura de mi madre. Aparto la mirada de Dominick y de su
padre y me quedo viendo el suelo. Bien. Eso está mejor.
Examino el fascinante mundo de fibras de alfombra durante el resto de
la ceremonia de bodas, y no, repito, no escucho los empalagosos y
vergonzosos votos maritales que mi madre escribió que el señor Winters es
su alma gemela de verdad verdad, y que no puede vivir sin él.
Es todo lo contrario de Henry, su último esposo, que solo era su alma
gemela de verdad, con un solo «de verdad», es decir, no era su alma gemela
de veritas, de veritas. De hecho, apuesto que si reprodujera el vídeo de esa
ceremonia, que debe estar en algún lado de la estantería, estos votos que
mamá supuestamente escribió para hoy sonarán sorprendentemente
similares a los que usó para aquella boda. Y probablemente los copió
enteros de alguna ceremonia de bodas que vio después de buscar votos
maritales en Google.
A mi madre se le daba tan bien aparentar sinceridad.
Ah, no necesitaba esta negatividad en mi mente ni en mi vida. Mi madre
es falsa, eso lo sé. Que yo me cociera en su hipocresía y vulgaridad no
lograba más que hacerme sentir vulgar y llena de malas vibras, pero no
había forma de que pudiera saltarme la boda. Todos los involucrados
requerían mi participación yodré vivir en Boston sin pagar alquiler.
«Deja la mala vibra, Sarah».
Solo tengo que susurrarme eso por cincuenta y tres minutos más y ya
está, la ceremonia se habrá acabado. Fíjate. El poder del pensamiento
positivo.
El vaso medio lleno. Esa será mi mentalidad de ahora en adelante. Y si
todo lo demás falla, ¿tal vez el próximo semestre pueda permitirme una
habitación compartida?

TRES HORAS DESPUÉS, me duelenlos dientes de tanto obligarme a


sonreír, la cabeza me da vueltas, los pies me están matando por estos
tacones, y repetir mi mantra interno del vaso medio lleno está perdiendo su
efecto.
¿Y lo peor de todo? Alguien le puso alcohol al ponche.
En una boda. ¿Qué tan juvenil es eso?
Había hablado específicamente con el servicio de catering para que
sirvieran ponche sin alcohol para las, no sé, ocho personas de las tres mil
que había en esta boda que estaban interesadas en beber algo que no
estuviese a reventar de vodka o del segundo mejor amigo de mi madre, Jack
Daniels.
—Acepta las cosas que no puedes controlar —susurro sujetándome a la
pared.
Porque los dichos inspiradores siempre ayudan cuando ves doble y
cuando sientes que el estómago está a punto de salírsete por la garganta,
¿verdad?
—Eh, hermanita —dice una voz, y entonces el señor Winters está
súbitamente frente a mí.
Frunzo el ceño. Se ve distinto.
Entrecierro los ojos.
—Tu cara no está bien, está demasiado tersa. —Alzo la mano y le toco
la cabeza—. Y tienes el cabello largo.
Él se ríe.
—Soy Dominick, no Paul.
—¿Paul?
—Guau. —Se aleja de mí—. Alguien ha estado probando el ponche.
Qué tal, vodka.
—¡No! —Le agarro el brazo, alarmada, y sacudo la cabeza con
vehemencia—. Yo no bebo. Nunca. Es malo. Es muy malo. Nunca. Jamás
de los jamases.
—Vale, ya lo capté. Eh, ¡ten cuidado! —Me sostiene por la cintura
cuando me caigo hacia adelante. Estaba sacudiendo la cabeza con tanta
fuerza que perdí el equilibrio.
—Ah. Perdona. —Pongo mis manos en su pecho mientras me enderezo
y pongo de pie nuevamente.
—No pasa nada. —Mueve las manos de mi cintura a mis hombros ya
que estoy más firme—. Estoy aquí para llevarte al baile de padre e hija.
¿Crees que puedas con eso o quieres irte a la cama? Puedo llevarte a la casa
ahora, si quieres.
Me le quedo mirando. El salón de baile está a oscuras, solo lo iluminan
unos faroles y lucecitas en el techo. Todo se ve tan lindo y da vueltas.
—Eres muy guapo —confieso levantando la mano para tocar su lisa
mejilla. No había ninguna sombra de barba—. Y dulce. Lo siento por haber
pensado que eras un idiota.
Su carcajada es tan fuerte que me sobresalta, pero también es un lindo
sonido.
—Bueno saberlo. Ven, vamos a llevarte con papá.
Asiento y me apoyo en él mientras lleva una mano a mi espalda y me
conduce al otro lado de la pista de baile.
Su padre está parado junto a la barra hablando con el barman cuando
nos acercamos. Me congelo con tan solo verlo.
—Espera. —Patino por el suelo mientras resisto el movimiento hacia
delante de Dominick. Al fin, él también se detiene. Alzola vista para verle
elrostro, tan similar al de su padre, pero al mismo tiempo no.
—Él me intim… inmiti… —Me separo de él, frustrada. Mi lengua no
funciona bien—. Imintid... —Abro la boca y estiro la lengua para tratar de
que funcione.
—¿Te intimida? —aporta Dominick.
—¡Sí! Eso. —Lo señalo y asiento—. Exacto.
—No te preocupes. —Dominick comienza a llevarnos hacia su padre de
nuevo—. No muerde. —Entonces se inclina y susurra—: A menos que se lo
pidas.
Vuelvo la cabeza.
—¿Qué?
Pero ya estamos con el señor Winters.
—Sarah, me alegra verte al fin.
El señor Winters me agarra de la mano cuando Dominick me pasa a él.
Miro hacia atrás, pero Dominick desaparece de inmediato entre la multitud.
Se me seca la boca por su salida tan fugaz.
Estoy sola con el señor Winters. Paul. Su primer nombre resuena como
una campanada en mi cabeza.
Aunque, claro, estamos lejos de estar solos. Hay tres mil amigos
cercanos y colegas del señor Winter, mi madre y mi abuelo a nuestro
alrededor. ¿Entonces por qué siento que el señor Winters me mira como si
fuera la única mujer de la sala?
Eh, ¿tal vez algo de fantasías de jovencita, una imaginación hiperactiva
y problemas paternales? Me quejo en mi interior, aunque finjo una sonrisa y
aparto la mano.
—¿En dónde está mamá? —Miro a mi alrededor.
—No estoy seguro. —Pero el señor Winters no aparta los ojos para
buscar a mamá en la multitud. Su mirada está fija en mí—. Estoy
convencido de que estará en algún lado. Estaba emocionada por este evento
y parecía motivada por lograr que fuese el pendiente más importante en el
calendario social de esta temporada. —Entonces se inclina, frunciendo el
ceño con comprensión—. Aunque puede que se haya agobiado y esté
borracha en algún lado de alguna de las salas contiguas.
Sus palabras me sorprenden. No siento que lo esté diciendo con malicia;
sencillamente está compartiendo un hecho que sabe que entiendo bien.
—Entonces… ¿por qué? —Abandono todo intento de sutileza social.
Dejo de sonreír y retomo la pregunta de anoche—. ¿Por qué hiciste todo
esto? ¿Por qué te casaste con ella?
La intimidación que sentí anoche e incluso momentos antes se
desvaneció. Coraje líquido, así es como le llaman al alcohol, ¿o no? Odio la
falta de control que tengo sobre mis facultades, odio haber bebido alcohol
cuando juré por mi vida que nunca tocaría una gota por lo que le ha hecho a
mamá. Pero mira, hay que aceptar cada camino por el que te lleve la vida,
¿no?
De verdad quiero una respuesta a esta pregunta.
El señor Winters alarga la mano y agarra la mía. Una chispa me recorre
desde las yemas de los dedos hasta el resto mi cuerpo. Es la primera vez
que nos tocamos. Alzo la mirada rápidamente para verle los ojos. Son tan
verdes, brillantes; insondables.
Entonces le asiente a alguien detrás de mí.
—Es importante para tu abuelo que nos llevemos bien.
Miro hacia atrás y veo al abuelo contemplándonos, el cual me asiente a
mí y luego al señor Winters.
—Hora del baile entre padre e hija —dice el señor Winters.
Parpadeo, confundida, aun cuando siento cosquilleos en la mano por el
continuo contacto de su mano sobre la mía mientras me lleva junto a las
parejas de baile en medio de la pista.
¿Era esa una respuesta a mi pregunta?
¿Se casó con mi madre por el abuelo? ¿Porque a pesar de que mamá
estuviese quebrada y fuese una desgracia, el abuelo aún tenía poder,
influencia y prestigio? Inclusive tenía influencia sobre varios grupos de
presión importantes en Washington, por lo que entendía.
La política me traía sin cuidado. Me importaba tanto como al ciudadano
preocupado promedio. Veo las noticias y las novedades en Facebook y, por
lo general, me siento tan disgustada con todo el proceso como los demás.
No conozco y no quiero conocer los detalles concretos de lo que el abuelo
hace.
Vuelvo a mirar al abuelo antes de que nos consumieran las otras parejas
de la pista de baile.
—No te preocupes —dice el señor Winters—. Solo baila conmigo.
Parece buena idea; en especial porque cuando pone una mano en la
cintura, sube mi mano derecha y comenzamos a balancearnos de un lado a
otro. El mundo comienza a dar vueltas de nuevo. Me aferro a su solapa para
aliviar mi estómago revuelto antes de que él sacuda la cabeza con una risa
afable.
—Sarah, ¿alguna vez has bailado con un hombre?
Estoy a punto de responder «claro que sí», pero entonces me doy cuenta
de que no; la única ocasión en la que bailé con alguien de esta forma fue en
mi baile de graduación del instituto, y Jason definitivamente era un chico,
no un hombre. Fue mi primer y único novio de verdad; y en serio, solo uno
fue suficiente para quitarme las ganas durante el resto del instituto. También
le habían echado alcohol al ponche del baile de graduación, pero por lo
menos estuve alerta y solo bebí de un agua embotellada que había traído
conmigo. Jason prosiguió a ponerse como una cuba y yo pasé toda la noche
rechazando sus ebrias insinuaciones y manos curiosas.
Vaya diversión.
—No. —Niego con la cabeza.
—Bien.
El señor Winters me sonríe y por un segundo parece más un lobo que un
dios vikingo.
Parpadeo. ¿Qué significaba eso? Este hombre era el nuevo esposo de mi
madre. Estábamos en un baile de padre e hija. ¿Qué estaba pasando? Estoy
tan confundida, y el mundo da tantas vueltas.
El señor Winters sujeta mi otra mano y la pone sobre su ancho hombro.
Yo me tropiezo, lo que causa que me apoye en su pecho. Huele tan pero tan
bien. El aroma de su colonia mezclada con su propio olor es fresco y
vigorizante y, cielos, su pecho irradia calidez.
Siento la cabeza pesada, así que la recuesto. La telade su esmoquin se
siente tersa contra mi mejilla. Se ríe, y yo siento la profunda vibración en su
pecho y los latidos de su corazón. Son tan fuertes y constantes. Me gustan.
Y es cálido. ¿Mencioné eso? Es muy cálido.
Bostezo. La música se siente como si estuviese dentro del agua; es
como un ruido de fondo para su corazón palpitante. Una percusión.
Tucutún, tucutún, tucutún...
Un bamboleo hacia adelante y hacia atrás.
—Creo que es hora de que Cenicienta se vaya a dormir. —Oigo el
susurro retumbante como si estuviera en un sueño. Es un sueño muy bueno.
Hasta que el estómago se me revuelve por la acidez. Me sujeto la panza.
—No me siento bien.
—Ajá —dice el señor Winters con una mano en mi cintura—. Eso
definitivamente quiere decir que el baile ha acabado.
Pestañeo y miro a mi alrededor, saliendo de mi estado brumoso. Cielos,
me siento miserable y estoy en una sala de verdaderos desconocidos.
Ninguna de estas personas son mis amigos. Y la triste realidad es que no
tengo ninguno. Tengo un montón de conocidos, pero ningún amigo real.
Estoy sola en el mundo.
Me aparto del señor Winters a tropezones, dirigiéndome hacia lo que
espero que sea el extremo de la pista de baile. Un Uber. Sí. Eso es lo que
necesito. Llamar a un Uber.
Solo necesito mi móvil.
Llevo la mano a mi bolsillo, excepto que este vestido no tiene ninguno.
Mierda, estúpido vestido. Detesto los vestidos, nunca los uso.
¿Cómo llamo a un Uber sin mi móvil?
¿Por qué las luces no dejan de dar vueltas? Me tambaleo, y sigo
sujetándome la panza mientras doy otro tembloroso paso hacia adelante
entre la multitud.
—Cuidado, Cenicienta. —Unos fuertes brazos se envuelven a mi
alrededor desde atrás.
Calidez. Una calidez tan maravillosa a mis espaldas. Su voz profunda y
retumbante está ahí y de inmediato el estrés, la ansiedad y la confusión que
sentí hace un instante se desvanecen.
—¿A dónde crees que vas? ¿Por qué no dejas que Dominick y yo te
llevemos a casa?
—Pero... —Miro hacia atrás. Dominick está de pie detrás de su padre.
Ambos tienen expresiones similares de preocupación en sus guapos y
esculpidos rostros. Miro a uno y luego al otro, sin habla por un momento;
pero entonces recuerdo mis objeciones.
—La fiesta. —Frunzo el ceño—. Es para ti. Solo necesito mi móvil, y
un Uber. —Pestañeo y alzo la mirada para ver los verdes ojos del señor
Winters—. Estaré bien. Siempre lo estoy.
Al oír aquello junta las cejas, y yo siento ganas de encogerme
inmediatamente. Luce enojado por lo que dije. ¿Lo he decepcionado de
alguna forma?
«Claro que sí, Sarah. Te has emborrachado vergonzosamente en la boda
del hombre y no hay duda de que estás montando un numerito en este
momento».
Miro a mi alrededor para ver quién nos está observando.
—Lo siento —susurro mirando el suelo, completamente horrorizada.
Ah, cielos, de verdad soy la hija de mi madre.
—Para. —Una gran mano pasa por debajo de mi barbilla y levanta mi
rostro con delicadeza. Incluso en mi estado de confusión, el punto de
conexión en el que el señor Winters me toca hace que me ilumine por
dentro—. Ya basta de disparates. Ahora vamos a llevarte a casa sana y
salva.
Dominick asiente junto a su padre. Su cara muestra resolución.
—Tengo su bolso y su abrigo. Ya podemos irnos.
El señor Winters asiente y me agarra el brazo.
—Solo aférrate a mí y mantén la cabeza tan alta como puedas. Ninguna
de estas personas importa, pero tú siempre debes mantenerla en alto. Eres
una reina. Recuérdalo, dulzura.
Trago con fuerza, pero hago lo que dice, aunque me esté sujetando a su
brazo como si fuese un salvavidas. Dominick camina al lado opuesto de mí.
Con los dos hombres cubriéndome por cada lado cuando salimos del salón
de baile, protegiéndome de cualquier mirada acusatoria o reprobatoria,
logro mantener la cabeza en alto. Trato de caminar lo más normal que
puedo y solo me tropiezo una vez. El señor Winters me mantiene firme de
una forma tal que, en el siguiente paso que damos, continuamos avanzando
con soltura y finjo que el traspiés fue casi imperceptible para cualquier
persona que estuviera viéndonos.
Y antes de que me dé cuenta, estamos afuera. El fresco aire de la brisa
nocturna es bien recibido por mis mejillas sobrecalentadas. Lo inspiro, pero
solo logro respirar un par de veces antes de que mi estómago revuelto me
haga quejarme y sujetarme la panza.
—Creo que voy a... —Es todo lo que logro decir antes de doblarme y
vomitar en los arbustos que cubren la acera del hotel.
Tanto Dominick como su padre entran en acción de inmediato. Uno me
sostiene y el otro me sujeta el cabello y lo aparta de mi rostro.
Otra arcada me asalta y mi cuerpo expulsa aún más de ese veneno.
Caigo de rodillas. O lo habría hecho, si el señor Winters no hubiera
sostenido todo mi peso y me hubiera guiado con delicadeza a la acera de
concreto. Me doy cuenta, llena de miseria,de que es Dominick quien me
sujeta el cabello antes de volver a vomitar un poco más.
Pasan unos buenos cinco minutos antes de que parezca haber acabado.
Dominick saca un pañuelo de algún lado. Odio arruinarlo, pero al
mismo tiempo estoy impaciente por asearme. Me limpio la boca y ellos me
ayudan a ponerme en pie. El señor Winters me acerca a su cuerpo. No tengo
energía para señalar que debo tener el maquillaje hecho un desastre por las
lágrimas, y solo me desplomo en su pecho. Cuando me pasa los dedos por
el cabello, que hace tiempo que se ha salido del moño flojo, siento como si
estuviera en el cielo.
Uno de los dos debe haber pedido el vehículo, porque solo tenemos que
caminar un par de pasos hacia una limosina que nos está esperando en la
calzada.
Estoy tan exhausta que apenas cuestiono solamente el hecho de que el
señor Winters se haya sentado en el largo asiento junto con Dominick y
conmigo.
¡Oh no, su boda…!
Pero cierra la puerta y es obvio que pretende acompañar a su hijo a
llevarme a casa. De nuevo, ambos hombres están a mis costados.
Un sándwich de Sarah. Ese pensamiento ridículo me hace soltar una
risita. El señor Winters me muestra su resplandeciente sonrisa.
—Después de todo eso, ¿qué es lo que te hace gracia, dulce niña mía?
Me tapé la boca con una mano, avergonzada.
—Nada —susurro, y luego busco a tientas mi cinturón de seguridad.
¿Las limosinas tienen cinturones de seguridad? Siento los dedos torpes
mientras busco por el asiento a ciegas. Estoy en el medio, así que,
¿dónde...?
—Ten, linda —dice Dominick, extendiendo la mano al otro lado de mi
regazo y sacando el cinturón. Se ha quitado la chaqueta del esmoquin y su
aroma me llega.
Cielos.
Huele muy bien. Usa una colonia diferente que la de su padre, pero
vamos… delicioso. Me sorprende que algo me pueda oler tan bien con lo
mareada que estaba hace un par de minutos, pero joder, ese chico huele a
que se le puede comer. Lo miro mientras él se echa hacia atrás y me ajusta
el cinturón.
Entonces me recuesto en el mullido asiento de cuero y cierro los ojos.
Dios, mis pensamientos están dispersos. Necesito que el terrible efecto del
alcohol se me pase y salga de mi cuerpo. Entonces podré ser yo misma y
tener el control otra vez.
Sí, descansaré un poco y ya.
La limosina arranca. El vidrio oscuro entre el conductor y el asiento
trasero está arriba, así que no puedo verlo. Es como si atrás tuviéramos un
pequeño y silencioso cuarto para nosotros. Tranquilo, apartado y a salvo del
mundo. Dominick y su padre se sienten tan cálidos a mis lados.
Me siento tan cálida… y segura… y…

—DESPIERTA, dormilona. —El retumbante susurro suena tan bajo que es


fácil imaginar que es parte de mi sueño.
Un guapo caballero vikingo ha venido a salvarme de la vil, vil Reina
Madre, quien me ha encerrado en una torre muy alta. El caballero tiene el
cabello más rubio de todos y los ojos más verdes: ojos sabios llenos de una
brillante intensidad. Cuando me mira, siento que me atraviesa directo hasta
el centro. Puede ver todos mis deseos, incluso los deseos oscuros que quiero
esconder de todo el mundo.
Me doy la vuelta y me acurruco en mi cálido colchón.
—Creo que está feliz donde está, papá.
La voz me resulta familiar. Estoy en uno de esos sueños en los que estoy
consciente de que sueño, pero no quiero despertar todavía. Miro hacia
arriba y ahí, junto al primer caballero vikingo, hay un segundo caballero
igual de guapo que el primero, pero joven. Mientras el primero desprende
un aura de sabiduría y me da la sensación de que pelearía contra todo el
mundo para mantenerme a salvo, el segundo está lleno de fuego y lujuria.
Me mira con deseo abierto y su larga espada resplandece en la luz.
Juntos avanzan rápidamente y me liberan de las cadenas con las que la
Reina Madre me ató a la cama. Y entonces, a su vez, sostienen mi rostro y
bajan sus labios hacia los míos, uno después del otro...
Abro los ojos rápidamente y me llevo una mano a la panza.
—¿Te sientes mal otra vez? —Levanto la vista y miro los ojos
preocupados del señor Winters, que es cuando me doy cuenta de que mi
cabeza está en su regazo.
Así es. De alguna manera, durante el viaje, me las arreglé para
tumbarme en el asiento, poner la cabeza en el regazo del señor Winters y los
muslos encima de las piernas de Dominick. El señor Winters tiene la mano
izquierda puesta casualmente sobre mi cabeza y está jugueteando con un
mechón de mi cabello castaño que está justo debajo de mi oreja.
Yo me enderezo de golpe, apartándome de ambos.
—¿Estás bien?
Proceso la pregunta del señor Winters en medio de mi mortificación.
—Estoy bien. —Hago una mueca. De hecho, me siento terrible—. O lo
estaré. Solo necesito dormir un poco. En mi cama —aclaro, con las mejillas
encendidas, y luego me siento estúpida.
Porque es obvio que es ahí donde debería estar durmiendo; no
acurrucándome contra estos dos hombres que básicamente son unos
desconocidos para mí.
Dominick aparentemente lee en mi rostro algo de lo que estoy sintiendo,
pues me da un masaje en el hombro.
—Ahora somos familia. Esto es lo que la hacen las familias, ayudarse.
Está bien.
Su otra mano se une a la primera para darme un delicado masaje en la
espalda que se siente divino. Tengo que luchar contra la urgencia de
relajarme apoyándome contra él.
—Debería entrar —dije volviendo a mirar al señor Winters—. Y tú
deberías volver a la fiesta.
De repente me pongo al corriente y me doy cuenta de las implicaciones
de lo que mi numerito ha interrumpido.
—Oh, Dios mío. —Subo la mano rápidamente para cubrirme la boca—.
¡La noche de bodas! —Me tropiezo para llegar hasta la puerta de la
limosina y la abro de un empujón—. Deja que...
La risa súbita del señor Winters y de Dominick interrumpen mis
movimientos de pánico.
Los miro a los dos como si fueran los que han bebido demasiado, pero
el señor Winters sigue teniendo una mirada entretenida cuando nuestros
ojos vuelven a encontrarse.
Es Dominick el que me pone al tanto del remate que me estaba
perdiendo del chiste.
—Vaya, hermanita, ¿es que nadie te lo ha dicho? Este es uno de esos
matrimonios. No es exactamente una unión de amor.
Frunzo el ceño. Vale, obviamente sabía lo suficiente para darme cuenta
de aquello, pero entonces, ¿qué…?
El señor Winters alarga la mano y agarra la mía.
—Tu madre y yo nos hemos dado cuenta de que podíamos llegar a un
acuerdo mutuamente beneficioso si nos casábamos. Podría darte a ti y a ella
algo de estabilidad financiera y yo podría tener… otros beneficios.
—¿Como cuáles? —Arrugo la frente. Y entonces recuerdo los cabos
que até antes—. La influencia del abuelo.
El señor Winters me contempla por un segundo y asiente.
—Exacto.
Me vuelvo a sentar en el puesto de la limosina que está al lado contrario
del de ellos.
—¿Para qué necesitas al abuelo?
El señor Winters relaja los codos apoyándolos sobre sus rodillas y
entrelaza las manos debajo de su barbilla.
—¿Conoces la influencia que tu abuelo tiene?
Asiento, luego hago una pausa y niego con la cabeza.
—No del todo.
—Bueno, el departamento de oncología de mi hospital está buscando
crear una nueva ala del hospital y estamos lejos de nuestro objetivo.
Necesito el apellido de tu familia para abrir esas puertas.
Vale, entonces el misterio al fin fue develado. Y comienzo a tener un
dolor de cabeza y siento la boca… puaj. Hora de irse a la cama.
Sin embargo, el diablillo en mi interior me impulsa a hacer una última
pregunta:
—Entonces, mi madre y tú… nunca… ya sabes… —Miro el suelo de la
limosina y junto la cinta de una de mis zapatillas con la otra.
—No. —La voz del señor Winters es firme—. Y nunca lo haremos. No
quiero ofender, pero no estoy seguro de qué tan... —Mira alrededor de la
limosina como si estuviera buscando un término políticamente correcto—
...higiénico sería eso. Así que no. —Sacude la cabeza y baja la boca como si
le disgustara el mismo pensamiento de tocar a mi madre de esa forma—.
Nunca.
Una absurda ola de alivio me recorre al oír sus palabras.
—Bueno, aunque esta discusión ha sido bastante esclarecedora —dice
Dominick abriendo la puerta por su lado de la limosina—, creo que la hora
de dormir de mi hermanita pasó hace una hora. —Me sonríe, pero es más
una mueca desafiante.
Le entrecierro los ojos, pero, con toda honestidad, no puedo negarlo.
Cuando extiende una mano, yo la sujeto y le permito que me mueva por el
asiento para ayudarme a salir por la puerta. Su padre va justo detrás de mí.
Este fin de semana los dos llevarán todas sus cosas al chalet de South
End en el que vivimos mi madre y yo. La casa de piedra rojiza ha estado en
mi familia por tres generaciones: es inmensa y estoy segura de que vale una
increíble cantidad de dinero. Por suerte, el abuelo sigue siendo el dueño
para que mamá no pueda venderla.
Detrás de nosotros, el chófer trae dos grandes bolsas de lana mientras
subimos por las escaleras. Supongo que los muchachos vivirán con esto
hasta que llegue el resto de sus cosas en un par de días. Por suerte me
ayudan a subir las escaleras hasta llegar a la puerta, porque los tacones me
están matando y todavía no me siento firme.
Y al fin entramos. Sobreviví a este día. Me quito los tacones en el
recibidor y me quedo viendo la escalera ornamentada. No pasaría nada si
me quedo a dormir en el sofá de abajo solo por esta noche, ¿cierto?
Estoy segura de que no dije eso último en voz alta, pero como si pudiera
leer mi mente, el señor Winters de repente me carga en brazos. Me carga en
brazos, lo digo en serio. Pasa uno de sus brazos por debajo de mis rodillas y
el otro debajo de mi espalda. De forma instintiva envuelvo los brazos
alrededor de su cuello.
Una vez más, mi cuerpo está presionado contra el fogón que es su
cuerpo. Pero mi cabeza está más despejada que hace unas horas, así que no
me aflojo ni apoyo la cabeza contra su pecho, sin importar lo tentada que
esté.
Además, Dios, estoy consciente del desastre que debo estar hecha. Se
me humedecieron los ojos cuando estaba vomitando, así que mi maquillaje
debe estar estropeado, y solo puedo imaginarme el nido de ratas que debe
ser mi cabello, sin mencionar mi aliento...
Aprieto la boca y me exijo respirar solo por la nariz hasta que el señor
Winters me baje.
Pero no tengo que preocuparme por mucho rato. El señor Winters sube
las escaleras como si no pesara más que un pañuelo. Sé que soy pequeña,
pero igual. Está corriendo por las escaleras levantándome, básicamente. Y
para cuando llega a mi cuarto y me deja sobre la cama, ni siquiera ha
derramado una gota de sudor.
Ya está. La teoría se ha confirmado: es un dios vikingo en secreto que se
hace pasar por un administrador del departamento de oncología de un
hospital.
Lo sabía.
Dominick entra justo detrás de él.
—Gracias. —Me sonrojo con tanta intensidad que estoy segura de poder
sentirlo hasta en las puntas de cada folículo de cabello.
Me siento en el borde de la cama y mi feo vestido naranja cruje en el
repentino silencio. Los dos hombres no hacen más que mirarme. Dominick
me sonríe afablemente, pero su padre me observa con una intensidad que
me hace sentir…, no sé, acalorada, y al mismo tiempo genera unos leves
escalofríos que me recorren la columna vertebral.
No se acuesta con mamá. El pensamiento viene de la nada, pero salta
por todos lados como una bola de pinball que se ha vuelto loca y ha
encendido lucecitas de neón en mi cabeza. Nunca se ha acostado con ella y,
a juzgar por la aparente expresión de disgusto en su rostro cuando habló
sobre ello, nunca lo hará.
Miro mis pies. Me hice una pedicura para el gran día de mamá, así que,
por primera vez, mis pies lucen lindos. Escondo un pie debajo del otro y me
pongo nerviosa. De repente me siento demasiado sobria.
—Vale, está bien. —Acabo con el pesado silencio. ¿Quizás solo yo lo
encuentro incómodo? Alzo la mirada para ver a los dos hombres que me
contemplan como si fuera un canal televisivo intensamente fascinante—.
Voy a lavarme y me voy a la cama. —Los despido con la mano
rápidamente. Cielos, acabo de hacer que la incomodidad alcance un nuevo
nivel—. Gracias por todo. Buenas noches.
—De acuerdo, dulzura. —El señor Winters me sonríe como si le
divirtiera, y entonces se inclina y deposita un beso en mi frente.
Dominick sigue su ejemplo y me acerca a sí, poniendo las manos sobre
mis hombros. Luego me besa tan lejos de mi mejilla que es casi en mi oreja.
Tampoco es un beso rápido y casto; es un lento movimiento de presión con
sus labios gruesos y atractivos.
—Que duermas bien, hermanita —susurra contra mi oído y me besa de
nuevo, aún más cerca del lóbulo de mi oreja.
Para cuando retrocede, estoy prácticamente temblado, con los ojos bien
abiertos. La sensación que tenía en la parte baja del estómago cuando
desperté con la cabeza en el regazo de su padre ha regresado: es una
profunda sensación de caer en picada que se parece conectada con mis
partes corporales que están más abajo...
¿Qué está ocurriendo…?
Pero su padre y él tienen las mismas sonrisas de hace unos instantes;
como si todo lo que ha pasado esta noche hubiese sido perfectamente
normal. Y entonces, sin decir más, Dominick sale por la puerta y su padre le
sigue.
CAPÍTULO 2

LA VIDA con Dominick y el señor Winters en casa es extraña al principio,


pero rápidamente me adapto a la rutina de tener dos personas más por aquí.
Antes de la boda me lo temía, pues, aunque la casa es grande según los
estándares de Boston, sigue teniendo solo 371 metros cuadrados. Pero me
encuentro con que no tengo que esconderme en mi dormitorio ni quedarme
en la biblioteca del campus por la noche como lo había estado planeando
antes de que los hombres se mudaran.
Resulta que en realidad es bastante agradable tener más gente en lo que
siempre fue un espacio vacío y como de hospital.
Mi madre pasó por una fase en la que estaba obsesionada con el color
blanco como esquema de decoración, así que todas las paredes eran
blancas: los muebles, las obras de arte, los floreros. Absolutamente todo es
blanco.
—Estoy en un hospital rodeado del color blanco —declaró papá el día
de la mudanza.
Y entonces él y Dominick procedieron a traer todo tipo de muebles
eclécticos y los colocaron por toda la casa. Había sillas de cuero gastado y
sofás mullidos en los que de verdad era cómodo sentarse.
Y, ah sí, un añadido: el señor Winters me pidió que comenzara a
llamarlo papá después de seis semanas. Dijo que era demasiado incómodo
que me siguiera refiriendo a él como señor Winters, pues era, en extremo,
formal. Y Paul tampoco sonaba bien. ¿Entonces por qué no probábamos
con papá? Claro, si estaba cómoda con aquello.
Probablemente acepté la intimidad con demasiada disposición. Llamarlo
señor Winters, o incluso Paul... eso solo quería decir que es un tipo que da
la casualidad que vive con nosotros. Pero llamarlo «papá» hacía que
pareciera, no sé... real. Como si de verdad fuera de la familia. Como si fuera
mi familia, aunque no fuera la de mamá.
Ellos se evitan. Mi madre está fuera de la casa a todas horas por las
noches, luego duerme todo el día, se despierta por la tarde y entonces se
prepara para volver a salir durante toda la noche. Ha vuelto a tener dinero,
aunque Dominick me contó que papá le ha dado una mensualidad estricta.
Tienen habitaciones separadas. Los oí cruzándose algunas palabras la otra
noche, pero esa ha sido la totalidad de las interacciones que he visto.
No, somos papá, Dominick y yo los que formamos una familia.
Todos salimos de la casa a distintas horas del día así que normalmente
no nos vemos en el desayuno. Por lo general, papá es el que se despierta
más temprano de los tres para poder ir al hospital. Dominick acaba de
empezar su residencia en otro hospital; está estudiando para ser cirujano
cardiotorácico. Tanto él como su padre son increíblemente inteligentes.
Dominick se graduó del instituto un año antes y luego se dio prisa en la
facultad haciendo un programa mixto de licenciatura y medicina. A veces,
cuando empiezan a hablar en la mesa sobre las cosas que Dominick está
aprendiendo, es complicado no sentirse intimidada.
Pero un segundo después papá me pregunta sobre lo que estoy
aprendiendo en la facultad. Hablar sobre mi educación y mis clases teóricas
parece un poco, bueno, juvenil en comparación con salvar vidas; pero tanto
papá como Dominick tienen una forma de hacer que te sientas como si
fueras la persona más importante en la sala.
No importa adónde nos lleven nuestros días, siempre nos aseguramos de
reunirnos para la cena, no importa que esta es a las seis y media o a las diez
de la noche. No podemos lograrlo todos los días; Dominick tiene a veces
turnos de veintiocho horas. Siempre he oído que los doctores en
entrenamiento tienen un horario demente, pero verlo de cerca y en persona
hace que aprecie mucho más el sacrificio que es convertirse en el mejor de
los mejores de su campo.
Papá me dijo que esa es una de las razones por las que se cambió a la
parte administrativa; las horas eran demasiado agotadoras. Un día contó que
se despertó y se preguntó el motivo por el que estaba haciendo todo eso.
Terminó dándose cuenta de que preferiría pasar más tiempo con su hijo y
disfrutar los años que le quedaban en la Tierra.
Dominick claramente no siente lo mismo en este punto de su vida. Pero
claro, solo tiene veinticuatro años.
Levanto la mirada del pollo marsala que estoy removiendo cuando
Dominick anuncia un «¡Cariño, estoy en casa!» desde el recibidor. Me tomó
un rato poder distinguir sus voces. Papá tiene una voz más grave y áspera.
La cocina está detrás de la sala principal, junto al recibidor, así que la
voz de Dominick me llega alta y clara.
—Estoy aquí —le respondo—. Espero que vengas con apetito.
Las fuertes pisadas de Dominick resuenan en la madera cuando camina
hacia la cocina. Incluso con los zapatos puestos, juro que se mueve con
pesadez dondequiera que vaya. Papá es completamente lo opuesto; nunca lo
escucho y de repente se aparece en alguna sala detrás de mí, dándome un
susto de muerte. Se ha vuelto un juego para él. En serio, se deleita
diabólicamente cada vez que pego un salto.
—Muero de hambre —dice Dominick.
Sus ojos ciertamente lucen hambrientos cuando me contempla. Me mira
de arriba abajo: parte de las puntas de mis pies descalzos, mis piernas y los
pantalones cortos que llevo puestos, sube a mi camiseta, donde hace una
pausa para ver mi escote, y luego mira mi rostro.
Finalmente, echa un vistazo a lo que hay en la sartén.
Se me ha secado la boca por completo y mis mejillas están calientes. Es
porque estoy cocinando, desde luego. Hace calor en la cocina cuando tengo
la estufa prendida. Eso es todo.
Remuevo el pollo, lo saco de la hornilla y lo dejo a un lado de la estufa.
Y finjo que no acabo de pillar a mi hermanastro comiéndome con los
ojos.
—¿Dónde está papá?
Trago y le sonrío a Dominick.
—Dándose una ducha. Ha llegado a casa apenas un momento antes que
tú.
Dominick asiente y se recuesta contra la encimera. Es entonces cuando
me doy cuenta de lo exhausto que luce. Ayer salió de un turno doble y luego
tuvo que volver a ir hoy.
—Eh. —Voy hacia donde está y choco su hombro con el mío—. ¿Estás
bien? ¿Seguro que este nuevo horario no es demasiado?
Incluso con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, puedo ver
que su mandíbula se tensa.
—Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo. Solo hay cuatro plazas en el
programa avanzado de residencia cardiotorácica del hospital general de
Boston, y yo voy a hacerme con una.
—Sé que lo harás.
No es que solo le estuviera haciendo la pelota y ya. No puedo
imaginarme a nadie que trabaje o estudie más que Dominick. Acababa de
empezar su residencia, pero ya está pensando en avanzar. También es
bastante bueno, por lo que dice papá, a pesar de ser el más joven de sus
colegas residentes. Mi primera impresión de que era un donjuán guapo
estaba completamente errada. Nunca sale ni se va de fiesta. Está en casa
cada noche estudiando o durmiendo. Nunca se toma un descanso.
Levanto su brazo y me acomodo para darle un abrazo. Lo estrujo
alrededor de la cintura.
—No hay forma de que no la consigas. Te matas trabajando y eres un
genio. Además, de verdad te preocupas por las personas a las que ves cada
día. Sé que apenas pudiste dormir la otra noche, estabas demasiado
preocupado por el señor Núñez después de su cirugía de la semana pasada.
Mientras lo sostengo con firmeza siento la bocanada de aire que suelta
cuando exhala lo que parece ser una montaña de estrés.
—Vaya. Siempre haces que me sienta mejor. ¿Cómo lo haces?
¿Tiene alguna idea de lo feliz que me hacen sus palabras? Poder afectar
su estado de ánimo y hacer que todo mejore siquiera una pizca para este
increíble hombre, cielos, eso lo es todo. Alzo la cara y le sonrío con tanta
fuerza que estoy bastante segura de que se me va a partir el rostro.
Él baja la mirada y me sonríe. Es deslumbrante. También desgarrador,
pues sigue viéndose tan cansado. Siempre está tan fatigado. Desearía poder
hacer que todo mejore de verdad para él más que de una forma superficial.
—Me encanta ver que mis dos chiquillos se lleven tan bien.
Me alejo de Dominick al oír la voz de papá. Levanto la vista y lo veo de
pie en la entrada de la cocina. Ni siquiera sé el porqué. No es como si
estuviéramos haciendo algo malo, es solo que… yo… bueno…
—El pollo está listo —suelto, alejándome de ambos hombres.
—Huele delicioso —dice papá.
—Gracias.
Mis mejillas se encienden de forma estúpida mientras extiendo la mano
y saco los platos del armario. Cuando me vuelvo para buscar el arroz y el
pollo marsala para servirlos, suena una música del iPod de papá, que ha
dejado en el banquillo junto a la ventana. Es blues, el que pone siempre
cuando es su turno de escoger la música. Dominick está ocupado colocando
los cubiertos junto a los platos.
No puedo evitar detenerme y contemplarlos a los dos. La voz rica y
conmovedora de una mujer sale de los altavoces, proporcionando la banda
sonora perfecta para este momento. Dios, no puedo creer que a los
diecinueve años al fin haya encontrado la familia que nunca tuve.
Papá ve que lo estoy mirando y me sonríe. Viene a donde estoy, levanta
mi mano y pone la otra en mi cintura como lo hizo en la boda. Luego da
una vuelta, y lo siguiente que sé es que estamos bailando por la cocina.
Suelto un pequeño quejido de sorpresa y entonces me río mientras me gira y
me acerca a su pecho.
La canción cambia a un ritmo más rápido y cuando papá me da otra
vuelta, me suelta. Casi chillo, pero no necesito preocuparme: Dominick está
justo ahí para atraparme. Retoma hábilmente lo que su padre ha dejado.
Ahora que estoy más familiarizada con el baile, alzo la mano derecha de
inmediato y la de Dominick está ahí para encontrarse con ella.
Bailamos y giramos varias veces, y entonces, cuando el número de jazz
alcanza un estribillo frenético, Dominick me inclina hacia el suelo.
Naturalmente, esto hace que emita otro chillido.
Dominick me pone en pie de nuevo y me acerca tanto a él que, cuando
estamos pecho contra pecho, puedo sentir lo fuerte que está respirando.
Y luego, tan repentinamente como me agarró por primera vez, me soltó.
—Comamos antes de que se enfríe la deliciosa comida que preparaste.
Doy un paso atrás, asintiendo con la cabeza y esperando no verme tan
nerviosa como me siento.
—Tú siéntate —dice papá, poniendo las manos sobre mis hombros y
dándome un rápido masaje mientras me lleva hacia mi silla—. Sé que
también has tenido un día largo, y has cocinado. Déjanos cuidar de ti por
una vez.
—Oh, eso no es necesario…
—Dulzura —dice con tono de advertencia—. Insisto.
Hace un poco más de presión sobre mis hombros una vez que llegamos
a mi silla y me siento. Se siente tan bien descansar los pies. Estaba
observando una clase de jardín de infantes para un proyecto académico, y
bueno, no hay forma de observar y ya cuando hay pequeños de cinco años
gritando, aferrándose a tu falda y pidiéndote que colorees y juegues con
ellos. Me convertí en la «ayudante» no oficial de la clase durante todo el
día. Y a pesar de lo adorables que eran esos niños, estoy bastante segura de
que todavía me zumban los oídos. Había una chiquilla rubia que tenía un
buen par de pulmones y a la que no le importaba avisarle a todo el mundo
cuando no estaba de buen humor.
Dominick pone el arroz en la mesa y nos sirve un poco a todos, seguido
por papá con el pollo marsala. La comida humeante huele delicioso y mi
estómago gruñe en respuesta. Apenas tuve tiempo de engullir la mitad del
sándwich de mantequilla de maní y miel que empaqué para el almuerzo
antes de que hubiera una crisis en el patio de recreo y tuviese que
apresurarme para atenderla.
Los hombres se sientan y empezamos a comer.
La cena está tranquila por un rato mientras todos hincan el diente.
Tengo la sensación de que papá y Dominick estaban tan hambrientos como
yo por la forma en que se atiborran con las mini montañas de pollo marsala
que Dominick echó en cada uno de sus platos.
Dominick come con el apetito de un hombre que lleva meses muerto de
hambre.
Después de unos diez minutos, cuando va a llenar su plato por segunda
vez, papá niega con la cabeza.
—¿Estás llenando ese agujero negro que tienes en el estómago?
Papá siempre come con un ritmo tranquilo y mesurado y, a veces, cierra
los ojos con una expresión de concentración, como si solo estuviera
pensando en el sabor de su comida y en lo placentero que es todo el acto.
Nunca he sido más consciente de mi cocina que desde que se mudó a vivir
conmigo. Quiero que sea perfecta para él.
Dominick actúa como si todo fuera una carrera de velocidad, solo que,
bueno... con comida en la boca. Es incluso peor por las mañanas. Se
atiborra de comida mientras sale corriendo por la puerta, siempre con prisa.
Aparentemente, antes de mudarse, también comía la peor clase de chatarra.
Y eso que es médico.
Dominick gruñe y comienza a tragar la segunda porción. Solo niego con
la cabeza.
Una vez que la bestia que es mi nuevo hermano finalmente está saciada,
comenzamos a hablar de nuestros días. Ya que en realidad es temprano,
papá sugiere que dejemos los platos para más tarde y nos vayamos a la sala
de estar para comer el postre y ver una película que él y Dominick habían
dicho que querían ver en Netflix.
Siento que mi estómago se llena de alegría ante la idea de pasar más
tiempo con ellos. Llevan viviendo aquí apenas tres meses y es raro que
podamos pasar el rato juntos aparte de nuestras cenas diarias. He pasado
tiempo con cada uno por separado, pero coordinar nuestros horarios por
más de una hora al día es difícil sin un esfuerzo real y dedicado.
—Vayan adelante, yo les traeré las tazas de mousse de chocolate.
Trato de contener mi ridícula sonrisa cuando ellos asienten y se dirigen
a la otra sala. A veces me siento como una hermana menor bastante tonta.
Me preocupa que ambos se den cuenta de lo patética que soy y en cuántos
lugares más interesantes podrían estar antes que quedarse encerrados en
casa. ¿No tienen bares o clubes increíbles en los que podrían estar de fiesta?
Pero hasta ahora, ambos parecen ser hogareños. Yo soy más
noctámbula, probablemente me viene por crecer con mamá, así que, si
llegaran tarde a casa, o si no llegaban... lo sabría. Pero hasta ahora, aparte
de los turnos locos de Dominick, ninguno de los dos parece tener ninguna...
actividad extracurricular. Papá no había ocultado el hecho de que él y mamá
no planeaban, ya saben, eso, al menos entre ellos; pero no lo he visto ni
escuchado mencionar a ninguna otra mujer. A Dominick tampoco.
Tal vez sean muy discretos, o tal vez Dominick sale en las horas entre el
trabajo y el regreso a casa. ¿Quizás Dominick y alguna de las otras
residentes del hospital…? ¿O es que son célibes? ¿O están pasando por una
gran sequía?
Dios mío, ¿por qué estoy pensando en todo esto?
Cierro los ojos con fuerza y me golpeo ligeramente la cabeza con la
puerta de la nevera. Sacudo la cabeza. Mi cerebro es tan extraño a veces, y
mi mente divaga por sitios tan raros.
Abro la puerta de la nevera y tomo tres de las tacitas individuales de
mousse de chocolate que llené justo después de llegar a casa. Se ven
helados, deliciosos y achocolatados. Miro las tres tazas que he estabilizado
peligrosamente entre mis manos y las dejo sobre la encimera. Luego tomo
una bandeja, paso las tres tazas y vuelvo a buscar en la nevera por una
cuarta. Después de conseguir cucharas, me dirijo a la sala de estar.
Los ojos de Dominick se iluminan cuando dejo dos tazas de mousse
frente a él.
—Hermanita, sí que conoces el camino a mi corazón. —Agarra una
cuchara y comienza a devorar ansiosamente el primer postre—. Ven a
sentarte aquí a mi lado.
Da una palmada en el centro del gran sofá donde está tumbado con la
boca llena de chocolate.
Le pongo los ojos en blanco, pero me dejo caer para sentarme donde
dice. Ha devorado su primera taza para cuando papá se sienta al lado
opuesto de mí con el mando a distancia.
Sus cuerpos son tan cálidos que no puedo explicar los escalofríos que
me recorren los brazos.
—¿Tienes frío? —pregunta papá, volviéndose hacia mí.
Busca la suave manta que siempre cubre el respaldo del sofá y me
envuelve con ella, dándome un abrazo rápido al mismo tiempo.
Está tan cerca que no puedo evitar olerlo. Huele igual que la primera
noche en la boda. Entrecierro los párpados mientras respiro muy profundo.
Hay un secreto con el que preferiría morir antes de admitirlo alguna vez
ante alguien: a veces, cuando no hay nadie en casa, entro a hurtadillas en el
cuarto de papá y huelo sus camisas. Y luego voy a su baño e inhalo su
colonia. No es lo mismo que estar cerca de él de esta manera, tan cálido y
vivo y tan... él. Siempre le hace falta algo: la calidad vívida de su cuerpo, de
cualquier olor, pero que sea de papá.
Cielos, da miedo, ¿no? Soy una chica muy rara, y en serio, si alguien
alguna vez lo supiera...
Pero simplemente me hace sentir, no sé... segura. A veces todo se
vuelve tan abrumador. He estado llevando el peso de todo por mi cuenta
durante tanto tiempo, y de repente aquí están estos dos hombres conmigo en
casa. Ya no estoy sola. Pero cuando no están en casa, me asusto un poco y
necesito demostrarme a mí misma que existen de verdad.
Pero esta noche están aquí, eligiendo pasar la noche conmigo en lugar
de salir a los cientos de otros lugares en los que podrían estar, charlando con
mil personas más interesantes que yo.
—¿Así está mejor? —pregunta papá justo después de tomar un bocado
de su propio mousse. Su aliento a chocolate se siente cálido contra mi
mejilla y quiero inclinarme hacia él.
Asiento y sonrío con lo que probablemente sea una sonrisa tonta.
De cerca sus brillantes ojos verdes tienen mil matices y facetas. Son
como galaxias enteras.
Papá me devuelve la sonrisa y lo siento hasta en el estómago, donde
pequeñas luciérnagas felices y agitadas bailan antes de seguir bajando hasta
los dedos de mis pies.
—Mira, está empezando. —Asiente apuntando la cuchara hacia la
pantalla.
Me toma un momento, pero al fin escapo de sus fascinantes ojos y me
acomodo para ver la película.
Como es de costumbre, Dominick ya se ha terminado todo su mousse de
chocolate. Se recuesta en los cojines, con los pies apoyados en la mesa de
centro y un brazo extendido por detrás de mí. Cuando está en reposo, su
postura es casi felina y agraciada, como un león saciado en su guarida:
perfectamente tranquilo, pero con todo ese músculo, se tiene la sensación de
que siempre está listo para atacar y que es lo suficientemente fuerte como
para destrozar cualquier cosa que se interponga en su camino.
Deja caer su brazo por encima de mis hombros y me atrae hacia él.
—Entonces, hermana, ¿de verdad tienes espacio para el postre después
de esa cena tan deliciosa y sustanciosa que preparaste? —Mira mi taza de
chocolate.
Muy bien, entonces el depredador no parece tan aterrador cuando está
pidiendo más postre. Me río y lo alejo.
—¡Nunca te interpongas entre una mujer y su chocolate! —Lo miro
burlonamente y levanto la cuchara como si fuera un arma.
Levanta las manos.
—Me disculpo, señorita.
—Bien. —Finjo que resoplo y me acomodo en el sofá.
Como la primera cucharada y oh, Dios mío, me alegro de haber
defendido mi postre. Cierro los ojos en cuanto saboreo la rica crema de
chocolate en mi lengua. Está tan, tan, tan bueno.
El sonido de tos seca a mi lado hace que abra los ojos.
Solo para encontrar a Dominick y papá mirándome.
—¿Qué? —les pregunto, volteando la cuchara y lamiéndola para
limpiar los últimos dejos de crema.
Dominick se sienta un poco más derecho, busca una de las almohadas
laterales y la pone sobre su regazo. Lo miro.
—No me mires así. No vas a tener esta taza de chocolate.
—Bien —dice, y por alguna razón su voz suena algo ahogada—. Eh,
mira, los créditos iniciales ya han terminado. —Señala de nuevo la pantalla
—. No quiero perderme el comienzo.
Le frunzo el ceño. Parece un poco rígido, pero da igual. Tiene razón, la
película está comenzando. Le pongo atención y sigo comiendo mi
chocolate.
La película comienza con bastante normalidad. Un profesor
universitario de mediana edad, pero que aún es guapo, sigue con su rutina
matutina normal. Su esposa lo sermonea mientras se afeita por no tener
suficiente dinero para irse de vacaciones con sus amigos al Cabo. Por su
expresión, se puede decir que es una vieja discusión.
En la mesa, durante el desayuno, sus hijos adolescentes lo ignoran
cuando intenta interactuar con ellos para que no miren sus teléfonos
móviles.
Conduce un coche que ha visto tiempos mejores hasta llegar a una
pequeña y pintoresca universidad. Entra en clase luciendo tan desgastado
como su coche.
Y luego la ve.
Una estudiante sentada en el medio de la primera fila. Lleva un suéter
rojo ajustado y pintalabios rojo.
Sus ojos se fijan en ella. La música cambia. Todo se ralentiza.
Es un poco obvio desde un punto de vista cinematográfico, pero sigue
siendo eficaz. Y la química entre los dos actores hace que funcione.
Una lenta sonrisa se dibuja en su rostro cuando se da cuenta de que él la
mira. Muerde la punta de la pluma con timidez. Él se aclara la garganta y
enciende su portátil conectado al proyector. Comienza la lección de
literatura renacentista y ella escucha con mucha atención.
Durante toda la clase intercambian miradas no tan sutiles.
Es una secuencia lenta y llena de tensión a partir de ahí. Para cuando
realmente se besan treinta minutos después, tengo las manos juntas en mi
regazo y siento el estómago apretado.
Luego, a pesar del lento desarrollo, todo explota. El profesor arroja todo
de su escritorio y la pone encima. Segundos después, le ha subido la falda y
su pelvis se conecta con la de ella una y otra vez.
Se me corta la respiración, estoy en estado de shock.
Quiero decir, sospechaba que la pareja tarde o temprano... Pero... él es
su profesor. Eso está…
Parpadeo, incapaz de apartar los ojos del actor cuyo rostro se retuerce
de placer y éxtasis.
No es bonito ni romántico, como a menudo he visto que representan el
sexo en películas. Lo que está haciendo es entrando y saliendo de ella. La
estudiante parece tan sorprendida como yo. A pesar de toda su valentía al
seducirlo, ahora que realmente está sucediendo, parece, no lo sé, parece que
no está preparada. O tal vez solo está abrumada por todo.
«Dios, es solo una película, Sarah. Deja de pensar tanto en ello. Son
buenos actores y ya».
Pero... cosas como esta sí que pasan en la vida real todo el tiempo.
Siempre se escucha sobre profesores y estudiantes juntos. Hay escándalos
en las noticias. Muevo las piernas y las cruzo, sintiendo esa extraña
sensación líquida en mi centro que ocurre cuando pienso en sexo.
Casi doy un salto cuando Dominick se agacha y sostiene uno de mis
pies.
—¿Qué estás haciendo? —siseo.
Mi voz apenas es audible por encima de los gruñidos y jadeos
placenteros que salen del sistema de altavoces de sonido envolvente.
Dominick me mira con la expresión más inocente de todas; como si
fuera casi intencional o burlonamente inocente.
—¿Qué? Nos dijiste que estuviste parada persiguiendo a esos diablillos.
Sé cuánto me duelen los pies después de estar de pie todo el día. Tú
cocinaste. Déjame hacer algo bueno por ti.
Empieza a masajear mis pies. La protesta muere en mi boca cuando
frota los arcos de mis pies con un profundo movimiento circular con los
pulgares porque, Dios, se siente increíble.
Entonces solo tengo que cerrar los ojos. ¿Mirar la escena de sexo
mientras Dominick me toca? Son demasiadas cosas que procesar a la vez.
Después de unos minutos escucho que los personajes en la pantalla vuelven
a hablar con normalidad y abro los ojos.
Solo para descubrir que el hombre ha llevado a la muchacha a su hogar.
Ninguno del resto de su familia está en casa. Pasan por la cocina antes de
subir las escaleras. Al principio estoy confundida porque llevan lo que
parece ser una bolsa de comestibles a su dormitorio.
Rápidamente averiguo para qué sirven los alimentos: crema batida,
jarabe de chocolate, fresas, kiwi y un plátano muy estratégicamente
empleado.
Estoy bastante segura de que me quedaré permanentemente
boquiabierta durante los próximos treinta minutos de la película. En un
momento tengo que mover la cabeza a los lados porque no sabía que el
cuerpo humano podía contorsionarse de esa forma. La actriz ha debido ser
bailarina de ballet o algún tipo de contorsionista en su vida pasada.
El respetable profesor ha desaparecido por completo y en su lugar hay
una presencia oscura e imponente. La situación ha cambiado por completo
desde el comienzo de la película.
Cuando la lleva a un club de sexo, apenas puedo respirar.
Y luego, de repente, la película se detiene.
Me vuelvo para mirar a Dominick, que tiene mi pantorrilla en la mano.
—¿Por qué la quitaste? —Mi voz sale aguda, medio jadeante.
Está oscuro en la sala de estar. Papá apagó todas las luces para ver la
película, y solo con la luz de la televisión no puedo distinguir la expresión
del rostro de Dominick.
—Te estaba costando un poco respirar —dice papá desde el lado
opuesto.
Me pone las manos sobre los hombros, masajeándolos como lo hizo
antes en la cocina, excepto que ahora todo su cuerpo está contra mi espalda,
y con lo que acabamos de mirar durante la última hora, la parte inferior de
mi cuerpo se sacude ante el contacto.
—Y estás tan asustadiza —dice Dominick, moviendo una de sus manos
hacia arriba y alrededor de la parte inferior de mi pantorrilla y apretándola a
medida que avanza. Abro los ojos de par en par mientras él frota y masajea
mi piel con sus dos grandes manos—. Pensé que tal vez la película se estaba
poniendo demasiado intensa para ti.
—Oh —logro decir.
Ambos me están tocando. Oh, Dios. Oh, Dios mío. Se siente asombroso.
Pero está mal.
No, lo que está mal es lo que siento por la forma en que me están
tocando. Dominick es doctor; por supuesto que sabe dar un masaje
increíble. Mis pies y la parte inferior de mis piernas nunca se habían sentido
tan relajados. Era un verdadero milagro, ya que el resto de mi cuerpo se está
tensando cada vez más.
—Sí tienes algo de tensión aquí —murmura papá, masajeando mi
hombro—. Has estado estudiando demasiado. Ahora es fin de semana. Es
hora de que te relajes y sueltes todo eso. Estás en casa ahora, con la familia.
—Frota mi clavícula y me lleva hacia su pecho—. Shh, así es, dulzura. —
Me mueve para acunarme en sus brazos—. Debes estar agotada.
Se siente increíble estar envuelta en él. Y también miserable, porque ese
hormigueo entre mis piernas... ya no solo es un hormigueo. Siento que algo
palpita allá abajo. Tengo la necesidad de retorcerme, de encontrar algún tipo
de fricción.
Y lo arruinaré todo por culpa de mi estúpida, inapropiada… Ni siquiera
puedo terminar el pensamiento.
Me aparto de papá y retiro los pies de las manos de Dominick. La manta
cae de mis hombros cuando me pongo de pie de un salto.
—Me voy a la cama ahora —espeto sin mirar a ninguno de los dos—.
Nos vemos mañana. Haré tortitas si alguno de ustedes está por aquí.
Y luego camino directamente hacia las escaleras. Me refiero a que
camino lo más rápido posible, salgo disparada, me salto todas las paradas;
subo mi trasero al piso de arriba, cierro la puerta y me quedo de pie con la
espalda apoyada contra ella respirando con dificultad y sin duda dejándolos
a los dos preguntándose qué clase de bicho raro soy.
—Un bicho raro al cien por ciento —me susurro a mí misma, luego
golpeo mi cabeza contra la puerta antes de ir a lavarme y cepillarme los
dientes.
Diez minutos más tarde me encuentro bajo la sábana con las luces
apagadas. Me sigo sintiendo como la excusa más miserable de una hermana
y una hija.
En especial porque esa sensación allá abajo, esa palpitación, sigue
siendo tan intensa como cuando me tocaron. Cuanto más me digo a mí
misma que no piense en ello, peor parece ponerse.
«No pienses en lo fuertes y seguras que se sintieron las manos de
Dominick cuando te acarició las pantorrillas».
Dios mío, ¿qué me pasa?
«No fue una caricia, idiota. Te estaba dando un masaje». Estaba siendo
profesional. Hago ejercicio y mis pantorrillas se tensan. Apuesto a que
podía sentir lo tiesa que estaba.
Sin embargo, tan pronto como mi parte lógica explicó esto, la imagen
aparece: la mano de Dominick subiendo por encima de mi rodilla, más
arriba, acariciando la cara interna de mi muslo, luego subiendo aún más.
Jadeo y arqueo la espalda.
Me muerdo el labio inferior y mi mano baja por mi vientre, hasta mis
bragas. Aprieto los ojos con vergüenza, pero eso no impide que mis dedos
busquen ese lugar.
Todo el aliento que está en mis pulmones sale tan pronto como hago
contacto. Con los ojos cerrados, puedo imaginar claramente que es
Dominick tocándome allí; esa mata de cabello rubio que se hace a un lado
cuando me sonríe. Está muy contento de complacerme.
«¿Te sientes bien, hermanita?» lo imagino susurrando.
Me retuerzo hacia mi mano.
Oh, Dios, está tan mal todo esto. Odio cuando me doy por vencida y
procedo a tocarme así. Es sucio y vil y detesto todo lo relacionado con esto.
Descubrí a mi madre haciéndoselo frente a la cámara web de su portátil
para un hombre cuando yo apenas era adolescente. Me disgustó tanto que
juré que nunca...
Pero esa película de esta noche y la forma en que los chicos me
abrazaban... No puedo detenerme. Mis caderas se mueven hacia adelante y
hacia atrás al ritmo del vaivén de mi mano.
Mi puerta se abre con un sonido rechinante.
Me paralizo y miro hacia la puerta. Cielos, cielos, cielos, ¿alguno de los
dos me escuchó? Podría haber jurado que no estaba haciendo ningún ruido,
pero ¿qué sé yo? Nadie ha estado en la casa antes cuando yo...
Alejo mi mano, pero luego me mortifico cuando la sombra de Dominick
o de papá aparece en la puerta. ¿Y si veían el movimiento y adivinaban lo
que estaba haciendo? O el olor. ¿Pueden oler... ya saben, mi aroma?
Apoyo la cara contra la almohada, pero luego me doy cuenta de que es
una estupidez. Es obvio que cualquiera de los dos sabe que estoy despierta;
me he estado moviendo y teniendo espasmos por toda la cama.
—¿Qué pasa? —pregunto, aunque mi voz sale más como un chillido
agudo.
—Te has ido tan rápido. —Es la voz de Dominick. Entra en la
habitación y cierra la puerta detrás de él—. Quería asegurarme de que todo
estuviera bien.
Se acerca más. Su rostro está rodeado de una densa sombra pues solo le
da la luz de mi lámpara de noche.
Tengo diecinueve años. Soy demasiado mayor para tener miedo a la
oscuridad, pero todavía no me he podido deshacer de la lámpara de hadas
que tengo desde la infancia.
Y mientras… ya saben, tenía los ojos cerrados con fuerza, así que no
tuvieron la oportunidad de adaptarse a la oscuridad. Apenas puedo
distinguir los rasgos de Dominick.
Se acerca y se sienta en el borde de la cama.
—¿Estás bien?
Es entonces cuando me doy cuenta de que nunca respondí a su pregunta.
Asiento con la cabeza violentamente, y entonces me percato de que su
cuerpo está bloqueando la luz y es posible que tampoco pueda verme.
—Ajá —pronuncio.
No confío exactamente en mi voz en este momento. Me aferro más a la
sábana y la acerco a mi rostro, pero entonces, cielos, puedo oler mi aroma
con la mano con la que me tocaba. La bajo lo más que puedo.
Gracias a Dios que está tan oscuro aquí. Dominick no puede ver el color
rojo cereza que sin duda mis mejillas están adoptando.
—¿Estás segura? —Dominick suena escéptico.
—Totalmente segura —le digo.
Suspira y se apoya en mi cabecera.
¿Por qué sigue aquí? Tiene que irse y ya. Tiene que dejarme con mi
miseria y estupidez y...
—Bueno, a decir verdad, no me ha ido tan bien.
¿Qué? Todo los pensamientos obsesivos y egoístas se detienen de golpe.
Me siento y me muevo para quedar a su lado.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué está pasando?
Mis ojos al fin se están adaptando a la luz y puedo ver lo pensativo que
está. Se puso una camiseta sin mangas y pantalones de dormir. Dobla las
piernas y apoya los codos en sus rodillas mientras mira sin ver mi oscura
habitación.
De repente, me alegro de haber usado el dinero de la graduación que me
dio el abuelo para redecorar y quitar el papel tapiz rosa que tenía desde la
infancia y los pósteres más recientes de bandas juveniles cuando estaba en
el instituto. Ahora el dormitorio está decorado con tonos verdes y dorados
fríos.
Y enseguida me vuelvo a avergonzar de estar preocupada por lo que
piense Dominick de mi dormitorio cuando él está tan angustiado.
—Dom, puedes hablar conmigo. —Pongo una mano en su antebrazo.
Sus músculos se tensan por reflejo al sentir mi roce, pero luego se
relajan. Se acerca y cubre mi mano con la suya.
—No estaba bromeando sobre lo que dije antes —dice, apoyando su
hombro contra el mío—. Todo ha ido mucho mejor desde que nos mudamos
aquí. Me siento más… —Hace una pausa como si estuviera buscando la
palabra—. Anclado.
Él asiente.
—Entonces, ¿qué te molesta? —insisto.
Me doy cuenta de que algo lo está carcomiendo. Hablar con él siempre
me ha hecho sentir mejor durante los últimos meses. Y yo quiero ser eso
para él; su consejera, la persona a la que pueda acudir cuando necesite
desahogarse.
Aparta la mirada.
—No sé si puedo hablar contigo.
Me quedo boquiabierta.
—Sí puedes. Lo prometo. No importa lo que sea, no te voy a juzgar.
Quiero que confíe en que puedo manejarlo, sin importar lo que sea.
Se vuelve hacia mí. Sus ojos color avellana se ven tan oscuros cuando
están en las sombras, como ahora. Son lo único que no heredó de su padre.
En este momento, sus irises y pupilas se mezclan y se vuelven uno en la
penumbra.
—Estoy muy cansado —dice—. Pero no quiero irme. ¿Podríamos…?
¿Crees que tal vez podríamos…? —Su voz se apaga y mira hacia abajo de
nuevo.
—¿Qué? —pregunto.
Nunca lo había visto así. Tan vacilante. Por lo general, tiene una
confianza descarada.
—¿Podría tal vez quedarme aquí? Es que no quiero irme todavía. —
Incluso en la penumbra, puedo ver lo esperanzado que se ve y el miedo al
rechazo que tiene.
No puedo creerlo. Este hombre increíblemente fuerte, tan inteligente y
amable, ¿cree que podría encontrar un poco de consuelo durmiendo
conmigo?
—¡Claro! —digo haciéndome a un lado y abriendo la sábana.
Si se da cuenta de que solo llevo puesta una camisa de tirantes finos
hasta el punto de verse transparente y bragas de algodón blanco, no hace
ningún comentario.
Se mueve para tumbarse a mi lado y se pone encima la sábana y el
edredón. Siempre duermo con dos almohadas. Normalmente me pongo una
entre las piernas, pero se la doy. No, olvídalo. En el último segundo, le
quito la almohada y le doy la mía. ¿Y si olía a eso?
—Ten —digo acariciando la almohada con torpeza mientras la pongo en
la parte superior de la cama, luego saco la almohada de mi pierna y la
coloco debajo de mi propia cabeza.
Dominick se pone la almohada que le di debajo de la cabeza y exhala
mientras se acomoda. Es como si pudiera sentir la tensión salir de su
enorme cuerpo.
Mientras tanto, de repente me percato de cada centímetro de mi propia
piel.
Nunca he tenido a alguien en la cama conmigo ni he estado en la cama
de alguien. Sí, considerando todo el desastre del baile de graduación, todo
eso de mi experimento de tener novio duró poco.
Pero me he imaginado este momento un millón de veces. Bueno,
obviamente no este momento con mi propio hermanastro, pero sí un
momento como este; en la cama con un hombre, sintiendo su calidez a mi
lado. Ni siquiera haciendo nada, solo quedándonos así. Quizá acurrándonos.
Pero ninguna de mis fantasías le hace justicia a la realidad.
Siempre tengo tanto frío. Tal vez tenga mala circulación o algo así, pero
siempre me estoy congelando. Y Dominick es como una estufa. Me he dado
cuenta de esto tanto en él como en papá. Son calientes. Puede hacer cuatro
grados y ellos llevan camiseta y pantalones cortos. Mientras tanto, yo uso
calzoncillos largos y mi abrigo de invierno gigante.
—¿Cómo se te enfriaron los pies de nuevo en los diez minutos desde la
última vez que los sujeté? —Dominick se ríe cuando sus pantorrillas entran
en contacto con mis pies.
—Cielos. Lo siento. —Los aparto de un tirón.
¿Mortificación número trescientos cuarenta y siete por esta noche?
Lista.
—No seas tonta. Es solo una de tus peculiaridades. —Dominick
envuelve su brazo alrededor de mi cintura y me atrae hacia él.
Se me cierran los ojos por lo bien que se siente. Es mucho mejor de lo
que había soñado.
Pone sus rodillas detrás de las mías y luego apoya su cuerpo contra mí.
Estoy soñando. Esto es un sueño. Estaba muy cansada y emocionada por la
película. Obviamente, este es un sueño extremadamente vívido.
Porque no hay forma de que Dominick me esté acurrucando en la vida
real. ¿O sí?
Apoya su barbilla detrás de mi cabeza y hacemi cabello a un lado con
una mano.
—No dejaré que te congeles, hermosa.
Las palabras son como un cálido soplo en mi cuello y su brazo descansa
alrededor de mi cintura, justo debajo de mis pechos. No puedo evitar los
jadeos entrecortados que se me escapan, pero luego hago todo lo que está
en mi poder para concentrarme y tratar de respirar normalmente.
Inhala despacio, aguanta la respiración durante un par de segundos y
luego exhala lentamente. Así. Así es como respira la gente normal.
¿Verdad?
¡¿Verdad?!
Pero parece ser que Dominick no se percata de nada, porque en dos
minutos, su respiración se regula y comienza a roncar en voz baja. Es el
sonido más varonil y a la vez más reconfortante que he escuchado. Puedo
sentirlo retumbando en su pecho desde mi posición contra su espalda.
Nunca había sentido nada parecido.
Lentamente, muy lentamente, descanso mi brazo sobre el de Dominick,
donde se curva alrededor de mi panza. Se mueve solo un poco y me aferra
con más fuerza hacia él.
Mi respiración se acelera de nuevo, pero no muevo mi mano de donde
está sobre la suya. Se calma y sus silenciosos ronquidos comienzan de
nuevo.
Me quedo allí tumbada durante una de las mejores y, a la vez, peores
noches de sueño de toda mi vida. De las mejores porque nunca me he
sentido más segura, hermosa y simplemente... increíble en toda mi vida; y
de las peores porque odio seguir quedándome dormida. No quiero perderme
ni un momento.
Dejo mi mano sobre la de Dominick, queme sostiene durante toda la
noche, y sé que, si está en mi poder, nunca lo dejaré ir ni a él ni a papá.
CAPÍTULO 3

LAS FIESTAS de pijamas con Dominick se convierten en algo


semirregular durante las próximas semanas. Vale, todavía tiene un horario
de locura en su residencia médica, así que tal vez sean dos o tres noches a la
semana, pero cómo atesoro esas noches.
Si papá nota nuestra creciente cercanía, no dice nada; aunque noto que
nos mira a veces durante la cena. Sin embargo, no parece preocupado, solo
interesado como siempre en lo que estamos haciendo. Lo atribuyo a mi
imaginación y paranoia.
No es que Dominick y yo estemos haciendo algo mal, de todos modos.
Quiero decir, claro, dormimos juntos. ¡Pero no de esa forma!
Dominick entra a mi habitación después de que papá se haya ido a la
cama, tal vez después de que todos hayamos mirado la televisión o de que
estudiemos en la mesa de la cocina mientras papá trabaja en su portátil.
Entonces Dom y yo hablamos un rato mientras él se recuesta en la cabecera.
Le cuento las cosas que suceden en mi vida, él me cuenta las cosas que lo
estresan en el hospital, y luego se mete en la cama a mi lado y me acurruca
contra él.
Incluso he empezado a quedarme dormida ahora, pues cuanto más
sucede, más confiada me siento que cada vez no será la última.
Dominick no está en casa esta noche, papá está de viaje de negocios y
mamá también salió. Vaya sorpresa. Se siente como si se hubiera ido por
varios días seguidos. Hay semanas enteras en las que no la veo. Me
pregunto si papá no fomentará esto. La última vez que los vi a los dos
juntos en la misma habitación, él le lanzó una mirada como de «no me
pongas a prueba». No estoy segura de lo que se estaba comunicando, pero
mamá simplemente levantó la barbilla y se enojó. Esa vez no la vimos
durante cuatro días.
Como sea. Al fin siento que ella no es mi problema. Y, Dios mío, es un
gran alivio. Me siento libre. Por primera vez en mi vida soy libre, joven y
simplemente… feliz.
La felicidad, qué concepto tan loco, ¿verdad?
Bueno, es un poco menos feliz esta noche ya que papá y Dominick no
están en casa, pero no puedo ser codiciosa; los tengo conmigo gran parte
del resto del tiempo.
Bostezo mientras los pequeños números garabateados se difuminan en
la página. He estado trabajando en la tarea de estadística hasta sentir que me
quedo bizca.
Si soy honesta, sí, quería distraerme para no extrañar a los muchachos.
La casa siempre solía estar así de vacía, pero ahora se siente mal no
escuchar la televisión encendida o la ducha abierta en algún lugar, o los
pesados pasos de Dom subiendo y bajando la escalera. Miro el reloj.
Son las once. Mi bostezo se vuelve más grande. Bueno, debería poder
dormir ahora.
Me lavo, enciendo la luz de noche y me acuesto.
Dominick duerme tanto conmigo que mi segunda almohada ha
comenzado a oler a él. Entierro mi nariz en su almohada y la inhalo. Su olor
es reconfortante.
Me lleva algo de tiempo, pero la tarea de matemáticas hizo su trabajo y
pronto me quedo dormida.


Y luego empiezo a soñar.
Es uno de esos sueños.
El gran cuerpo de Dominick está acurrucado detrás de mí. Su brazo me
rodea la cintura y tiene la barbilla metida en mi cuello. Como siempre.
Es completamente inocente.
Hasta que deja de serlo.
Dominick sube la mano y me envuelve el pecho. Mis pechos no son
pequeños, pero así se sienten en sus enormes manos. Y luego los aprieta
con delicadeza...
¿Qué…?
¡No es delicado, no es delicado!
Está dándole tirones a mi pezón. Lo agarra y tironea y…
Abro los ojos de golpe. No estoy sola en mi cama.
Me giro para mirar detrás de mí, confundida, y ¿qué es…?
Dominick.
Pestañeo, respiro y…
—¿Dominick?
Se supone que no debe estar aquí esta noche. Tenía un turno doble.
Pero definitivamente es Dominick el que está a mis espaldas, con el
cabello largo y suelto. Tiene su mano en… Su mano está en mi…
—Te necesito esta noche, hermosa —susurra, y hay algo extraño en su
voz. Sale entrecortada y ahogada—. Traté de luchar contra eso, sé que está
mal, pero es que hoy... —Él niega con la cabeza y su rostro se contrae—. Te
necesito.
Y entonces me da la vuelta para que esté de espaldas y sus labios están
en los míos. Lo siguiente que sé es que su cuerpo está sobre el mío y su
peso me hunde contra el colchón.
Su boca invade la mía, haciendo presión para entrar.
Yo, pero yo…
Aparta la mano de mi pecho y la lleva más abajo. Incluso antes de que
pueda orientarme, uno de sus gruesos dedos hace presión en mi entrada.
Ahí abajo.
Su dedo se encuentra con la humedad y se desliza dentro de mí. Jadeo,
impactada, mientras mi cuerpo entero se estremece y siente placer.
Es entonces cuando realmente me despierto. Cielos. Dominick está
aquí. Dominick me está tocando.
Dominick me está tocando de esa forma.
Empiezo a devolverle el beso con la misma avidez. No sé qué está
pasando. Si esto es un sueño, no se parece a nada que haya tenido… Digo,
nunca supe que algo podría ser como…
—Dios, Dominick —le susurro entre jadeos.
No puedo respirar. Voy a morir porque no puedo respirar. Me está
robando el aliento. Es tan, tan bueno.
—Cielos, Sarah, dilo de nuevo —susurra. Su voz todavía tiene ese tono
profundo y desesperado—. No sabes cuánto tiempo he necesitado
escucharte decir mi nombre así. Me has estado torturando, cielos.
—Dominick —exhalo y él se abalanza hacia mí.
Siento esa parte de él. Está tan duro como una vara. Es caliente y
macizo y hace presión en mi vientre. Gira las caderas mientras me besa
profundamente.
Se retira de repente.
No, Dios, ¿he hecho algo mal?
Pero es solo para que pueda levantarme lo suficiente para quitarme mi
diminuta camiseta. Hace una pausa por un momento y solo me mira.
—Mierda, hermanita. ¿Me estás diciendo que esto es lo que ha estado
durmiendo a solo unos centímetros de mí durante semanas?
Suena hipnotizado. Y sus palabras. Nunca lo había visto tan vulgar. Es
lo más sexy que he escuchado en mi vida.
Baja y comienza a succionar uno de mis pechos, uniéndolos con ambas
manos. Lame la hendidura que se hace entre los dos y luego se lleva el otro
pecho a la boca.
Cuando muerde un poco el pezón, no puedo evitar gritar y sacudirme
contra él.
—Así es, hermosa —dice, lamiendo y luego soplando el pezón del que
acaba de abusar—, déjame escuchar todos tus ruidos. No hay nadie más en
casa. Lo quiero todo. Lo necesito.
Cuando mordisquea el segundo pezón, Dios, hago lo que él quiere. Dejo
que me oiga.
La forma en que está posicionado hace que, cuando empuja sus caderas
hacia adelante, su vara de acero haga presión contra el lugar que sus dedos
invadieron hace un momento.
Abro la boca y vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada. Él adora y
tortura mis pechos al mismo tiempo. Mientras tanto, se inclina para
acariciar mis caderas y muslos y pasa mi pierna alrededor de su cintura;
primero una y luego la otra.
—Quiero que me montes, hermosa. Móntame para hacer que me venga.
Y no olvides dejar que te oiga.
Sus palabras, su roce y, cielos, el hecho de que esto esté sucediendo, de
que esto realmente está sucediendo, hace que se encienda un fuego que arde
cada vez más: Dominick está aquí y está tocándome y acariciándome y, oh,
haciendo eso.
Envuelvo las piernas alrededor de sus caderas y la dureza de su
miembro toca el lugar más perfecto del universo.
Mis caderas parecen moverse hacia adelante y hacia atrás contra él por
propia voluntad. Puede que no tenga idea de lo que estoy haciendo, pero
mis instintos se hacen cargo.
Es un impulso tan intenso. Joder, está chupando mi pezón con tanta
fuerza y pellizcándome el otro. Duele, pero se siente tan, tan… Oh, Dios
mío, está haciendo todo al mismo tiempo, ¿cómo es posible?
Pero luego suelta ambos pezones y los sopla en un lado. Deja caer su
mano entre nosotros y vuelve a introducir un dedo en mi interior. Luego su
pulgar me frota, yo me flexiono y presiono contra él, y me había dicho que
lo soltara todo, así que grito:
—¡Dominiiiiiiiiiiiiick!
Luz y calor estallaron por mi cuerpo como fuegos artificiales que van en
todas direcciones. Pero dentro de mi cuerpo. Nunca he sentido... No
puedo... Y solo sigue y...
Dominick continúa frotándose. Entierra la cabeza entre mis pechos,
lamiendo, succionando y volviendo a besar tiernamente mis labios.
Jadeo cuando la luz se desvanece y la conciencia regresa a mi cuerpo.
Todavía siento un cosquilleo en las yemas de los dedos y, cuando Dominick
vuelve a girar su pulgar, mis piernas tienen un espasmo con una réplica del
orgasmo. Él sonríe, pero todavía hay una expresión seria en su rostro que no
suele estar ahí.
—Lo hiciste muy bien, hermosa —susurra y luego besa mi pecho de
nuevo.
Se sube un poco para que estemos cara a cara, pero no mueve la mano;
de vez en cuando sigue haciendo círculos con ella y me provoca un
cortocircuito en la respiración.
—Ahora necesito que seas completamente honesta. No me importa si
mi pregunta te avergüenza. Tienes que decirme la verdad, pase lo que pase.
¿Puedes hacerlo?
Su repentina pregunta me asusta, y con su mirada tan directa, siento
como si estuviera mirando directamente a mi alma. Especialmente después
de lo que acabábamos de... Dios, lo que quiero decir es que nunca me he
desnudado más ante alguien. En todos los sentidos de la palabra.
Pero asiento con la cabeza porque se trata de Dominick.
—¿Cuánta experiencia has tenido con el sexo?
Mis mejillas se encienden incluso con solo oír la palabra. Lo cual es una
tontería considerando lo que nosotros… quiero decir, lo que él acaba de
hacerme...
Trago saliva.
—No mucha. —Miro hacia abajo.
—Escucha. —Sujeta mi barbilla y me levanta el rostro mientras sigue
haciendo círculos con sus otros dedos.
Cielos, no es justo. ¿Cómo se espera que me concentre en algo mientras
él está…?
—Necesito detalles. —Sus ojos buscan los míos—. Necesito saber todo
lo que has hecho, qué tan lejos has llegado con tus novios anteriores.
Aprieta la mandíbula con las dos últimas palabras, pero luego su rostro
se suaviza de nuevo mientras mete un mechón de cabello que ha caído en
mi cara detrás de mi oreja.
Siento que mis mejillas se enrojecen aún más. No quiero decírselo. No
podría ser más inexperta o inmadura. Desearía que me dejara ir con la vaga
respuesta que ya le di, pero por alguna razón, puedo ver por la expresión de
su rostro que siente que necesita saber más.
Y después de esta noche, tengo la sensación de que le daré a Dominick
lo que necesite. Niego con la cabeza lentamente.
—No tengo ninguna experiencia —susurro.
—Entonces eres virgen. Está bien, ¿qué hay de toqueteos y…? —Se
calla cuando sigo negando con la cabeza.
—Bueno, he besado a chicos antes —me apresuro a aclarar.
Sus manos se paralizan en todos los lugares en los que me toca.
—¿Pero nada más? —susurra con clara incredulidad—. ¿Ni siquiera...?
Su voz se apaga de nuevo y solo se queda mirándome. No puedo
soportar que me mire como si fuera un fenómeno de circo. Me aparto y
empiezo a arroparme con la sábana cuando él me la arranca.
—Dios, eres tan perfecta, joder. —Me sujeta y nos gira para quedar
encima de mí. Me besa profundamente. Su virilidad hace presión de una
forma aún más urgente contra mí.
Me besa tan larga y apasionadamente que no creo que alguna vez se
separe para respirar. No estoy segura de querer que lo haga. Si antes pensé
que era feliz, no conocía la felicidad.
Finalmente se retira, luciendo un poco ansioso.
—¿Qué?
—Bueno, quiero probar algo, pero no sé si estás lista.
Odio que siquiera tenga que cuestionarlo.
—Lo estoy —suelto por toda respuesta—. Estoy lista para cualquier
cosa. Para todo.
Todavía parece vacilante.
—¿Crees que podrías…? ¿Tal vez empezar por…?
—Cualquier cosa —repito.
Nunca antes en mi vida lo había dicho tan en serio. Él asiente.
—Podrías intentar tocarme.
No tiene que decir nada más: entiendo lo que quiere decir. O bueno, la
idea general de lo que quiere decir. No es el primero en pedírmelo, pero es
el primero al que quiero complacer.
Otros chicos, como mi infame cita del baile de graduación, me han
pedido a lo largo de los años, con varios niveles de seriedad y crudeza, que
les chupe sus... ya saben qué.
Siempre me ha disgustado la idea.
Hasta que apareció Dominick.
Después de lo que acaba de darme, estoy ansiosa por explorar su
cuerpo. Sin embargo, mis manos se mueven con vacilación al principio
mientras recorren su pecho musculoso. No quiero hacerlo mal y arruinarlo
todo.
La respiración de Dominick se entrecorta y luego no exhala, como si
estuviera aguantando la respiración mientras espera a que yo baje; a que
haga contacto con él.
A la mierda. Tengo curiosidad y no pretendo torturarlo. Bajo mis manos
por el resto del camino hasta que mis pequeños dedos se cierran alrededor
de…
Guau. Es tan grande.
Digo, he visto un par de fotografías a lo largo de los años. Es imposible
ser una adolescente con Internet y no verlos, pero este se siente mucho más
grande y más ancho de lo que parecían ser. Y es tan cálido, por no
mencionar rígido.
Quiero decir, es obvio que estaría duro. De eso se trata todo. Pero he
cuidado chiquillos antes, y ¿cómo es que eso puede crecer y convertirse en
esto?
—Cielos, hermosa —sisea—. ¿Sabes lo bien que se siente? Envuélvela
con tus pequeños dedos y métete debajo de las sábanas conmigo.
Hago lo que dice. Envuelvo ambas manos a su alrededor y luego siento
arriba y abajo la suave piel aterciopelada que cubre su dura barra. Dios mío,
estoy usando términos que se usan en las novelas románticas, pero son tan
correctos: sí que se siente como terciopelo sobre una barra de acero. Intento
no reírme y me tumbo a su lado.
Mi ataque de risa pronto se pierde en sus manos sobre mi cuerpo y en la
sensación de cómo se tensa y gruñe mientras lo froto de arriba abajo.
—Cielos, me encanta sentir tus manitas en mí. Y verte viniéndote. —
Hace presión contra los inexpertos dedos que lo sujetan, metiendo y
sacando su miembro—. No sabes cuánto tiempo llevamos esperando esto.
¿Llevamos?
Mi mente empieza a interrogar aquello, pero luego Dominick me da
otro de sus apasionados besos. Baja una de sus enormes manos para cubrir
la mía y me muestra cómo le gusta que le den placer. Aprendo a masturbar
su miembro y a envolver mi mano sobre la bulbosa cabeza. Me recompensa
cuando siento algo de humedad cubriendo mis dedos.
—Eso es por lo loco que me estás volviendo, hermosa. Ahora pruébalo
tú.
Repito los movimientos que me acaba de enseñar, frunciendo el ceño
con determinación mientras trato de hacerlo bien.
—Dios, se siente tan bien. —Me alienta—. Puedes sujetarlo con más
fuerza si quieres.
¿De verdad? Siento que lo estoy estrangulando a muerte, pero pongo
todas mis fuerzas en mis manos.
Y luego pienso en cuánta succión y fuerza he oído que tienen la boca y
la mandíbula humana.
Más que otra cosa en el Universo, quiero que Dominick esté contento
con lo que hago. Y tan solo la idea de lamerlo, de probarlo… Mi sexo se
contrae y antes de que pueda pensar demasiado en ello o mentalizarme, me
meto debajo de las mantas.
Me lo llevo a la boca y comienzo a chupar.
—¡Joder! —grita tan fuerte que estoy doblemente contenta de que no
haya nadie más en la casa, porque si lo hubiera, seguramente vendrían
corriendo ante su exclamación.
Por un segundo, creo que, después de todo, quizás he hecho algo mal.
¿Quizás no es así como se supone que debes hacerlo? ¿Lo mordí
accidentalmente o algo así? Traté de cubrir mis dientes con mis labios, pero
tal vez lo rocé de todas formas y…
Pero cuando trato de alejarme, la mano de Dominick está allí ejerciendo
una presión suave sobre mi cabeza para mantenerme en el sitio.
Un resplandor interno recorre mi cuerpo y lamo, chupo y relamo su
miembro. Él me susurra palabras de ánimo y órdenes.
En cuestión de minutos, me toca el hombro.
—Retírate, hermosa.
Lo hago y me pone de nuevo sobre la cama. Luego se toca con mucha
más brusquedad de lo que yo lo hice. Se da tres tirones rápidos hasta que
dispara varios chorros calientes que me mojan los pechos.
—Mierda. Oh, joder —susurra mientras el último chorro sale de él.
Se derrumba a mi lado y su mano aterriza sobre la crema que está mi
pecho. Esparce todo por mi pecho y mi panza.
—Eres mía —dice, sus ojos color avellana brillan cuando nuestros ojos
se enganchan.
Mi respiración se entrecorta mientras nos miramos el uno al otro, ambos
recuperando el aliento.
Después de un largo rato alcanza su bóxer en el suelo y limpia el
desastre que me hizo.
Luego me acerca hacia él, nos cubre con la sábana y el edredón y, como
siempre, se duerme en cuestión de minutos.
Y todo lo que puedo sentir es… ¿QUÉ?
¿Cómo lo hace? ¿Cómo es que puede quedarse dormido y ya, como si
nada de esto fuera raro cuando nosotros acabamos… acabamos de…?
Sigo palpitando entre las piernas. A pesar de que su cálido cuerpo está a
mis espaldas, el recuerdo de tenerlo sobre mí sigue tan fresco.
Quiero decir… ¿QUÉ?
Estaba disgustado por algo cuando entró, eso estaba claro. Sus palabras
de antes resuenan en mi cabeza. «Te necesito esta noche, hermosa. Traté de
luchar contra eso, sé que está mal, pero es que hoy… te necesito».
¿Qué pasó hoy para provocarlo así? Y… ¿ha intentado luchar contra
eso? Así que no soy la única que ha tenido estos... sentimientos. Y claro,
también dijo que estaba mal, pero ¿y si tal vez no lo estuviera? Quiero
decir, no somos hermanos de verdad.
Aunque incluso pensar en ello se siente como una traición.
No, él es mi familia. Lo es. Él es mi hermano. ¿Pero también mi…
amante?
Dios mío, esto está tan mal.
Aprieto los ojos con fuerza, me hundo contra Dominick y trato de
dormir. Y, de alguna manera, el sueño llega. Me duermo profundo. Tan
profundo, de hecho, que ni siquiera me despierto cuando el sol comienza a
colarse por la ventana de mi habitación.
No, no me despierto hasta que se oye una voz enojada gritando:
—¿Qué diablos está pasando aquí?
CAPÍTULO 4

ABRO los ojos de golpe solo para encontrar a papá de pie en el extremo de
la cama, mirándonos a Dominick y a mí con clara sorpresa en el rostro. Está
vestido con su atuendo habitual de los sábados: pantalones caqui y una
camiseta tipo polo.
Diablos, ¿qué hora era? Quiero hundirme en el colchón y morir.
Levanto la sábana y me cubro con ella, pero todavía me siento
completamente expuesta.
—Espera, papá, puedo explicarlo —comienza Dominick, pero papá está
a su lado de la cama en dos pasos.
Sin delicadeza, saca a Dominick de la cama y lo tira al suelo de madera.
Dominick es un hombre grande, pero su padre es uno de los pocos hombres
a los que puedo imaginar que casi iguala su tamaño. Dominick tampoco
pelea con él. Se tropieza y cae de rodillas, y así se queda, completamente
desnudo, con la cabeza gacha.
—Fui yo quien empezó a venir al cuarto de Sarah —dice Dominick
acaloradamente—. Ella no hizo nada malo.
—¿Es por eso que se cubre con las sábanas y está avergonzada? —Papá
me mira a mí, acurrucada en la cama, y luego a Dom en el suelo.
Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos ante sus duras palabras. No,
no se supone que esto sucediera. Todo era perfecto y luego se estropeó todo.
Dominick ha estado molesto durante semanas y no le he insistido para que
me lo cuente de verdad. Y si soy honesta conmigo misma, hay una razón
por la que seguí usando estas prendas que no dejan nada a la imaginación,
incluso cuando sabía que había una posibilidad de que viniera a dormir
conmigo. No soy tan ingenua. Y seguramente Dominick podía sentir cuánto
lo deseaba. Los hombres saben esas cosas y ya, ¿cierto? En lugar de
abordarlo, dejé que la tensión entre nosotros aumentara y aumentara hasta
que estalló anoche. Y odio la forma en que papá mira a Dom.
—No, papá. —Me incorporo, todavía agarrando la manta con fuerza—.
Todo es mi culpa.
Los hermosos ojos verdes de papá brillan y luego se oscurecen cuando
se posan en mí.
—¿Ah, sí? ¿Por qué lo crees?
—Yo... yo... Bueno, yo...
Miro con impotencia a Dominick, pero sus ojos todavía están fijos en el
suelo. Trago saliva y miro a papá. No importa cuánto quiera huir y
encerrarme en el baño, ¿esto realmente está pasando? Por favor, por favor,
deja que despierte y que esto solo sea una horrible pesadilla...
Pero no. Mis pensamientos frenéticos finalmente se calman. En verdad
no me gustaría eso. No si eso significaba abandonar lo de anoche. No
borraría de mi memoria lo de anoche por nada.
Respiro hondo.
—Es mi culpa porque he estado confundiendo las cosas. Tenerlos a los
dos aquí ha sido… —Hago una pausa e hipo porque las tontas lágrimas que
ahogan mi garganta hacen que sea muy difícil hablar por un momento—. …
tan asombroso. Siento todo tipo de sentimientos intensos. No siempre
puedo entender qué significan. Lo que Dominick y yo… —Miro a
Dominick y finalmente me mira a mí—. No puedo perderlo.
La voz de papá finalmente se suaviza.
—No lo perderás, bebé. Pero no soportaré estar en una casa llena de
secretos. Por eso habrá un castigo.
Miro a papá, confundida, pero cuando Dominick se levanta del suelo
para pararse junto a la cama, parece resignado.
—¿Dónde? —Es todo lo que pregunta.
Papá señala mi escritorio y luego comienza a aflojarse el cinturón.
Siento que me quedo con los ojos abiertos de par en par. Seguramente no va
a… quiero decir, ¡Dominick tiene veinticuatro años!
Pero, efectivamente, Dominick se inclina y, todavía completamente
desnudo, apoya las manos en el borde de mi escritorio. Papá dobla su
cinturón, retrocede y luego suena un fuerte chasquido cuando el cuero
aterriza en el trasero de Dominick.
Se me escapa un pequeño chillido, pero Dominick apenas se estremece.
—Uno —recita.
Otro azote.
—Dos.
—¿Cuántos serán? —pregunto, incapaz de hacer nada más que mirar
angustiada desde mi cama.
Otro azote.
Tres.
—Veinte —me responde papá.
Le asesta de cuatro a siete azotes y Dominick se sacude un poco más
con cada golpe sonoro. Papá también parece darle con más fuerza cada vez.
Otro más.
—Ocho —dice Dominick, su voz finalmente suena dolorida. Su trasero
ya está de un color rojo brillante. ¿Y eso que veo son cardenales?
—¡Detente! —Salto de la cama, me envuelvo con la sábana y me
interpongo entre papá y Dominick—. Ya no más.
Papá se detiene antes de dar el siguiente golpe, viéndose sorprendido.
Dominick también se da la vuelta, con una expresión que refleja la de su
padre.
—Sarah —dice Dominick antes de extender una mano para detenerme.
Yo la sujeto con desesperación.
Él solo niega con la cabeza, luciendo un poco confundido.
—No pasa nada. Hice algo malo. Aceptaré mi castigo y aprenderé de mi
error.
Intento no mostrar lo herida que me siento por sus palabras. Entiendo
que lo que está pasando no es agradable, pero, ¿por qué se apresura a decir
que somos un error?
«Joder, Sarah, haz tu propio orgullo a un lado. Aquí hay un problema
mucho más grande. ¡Dominick no ve nada malo en que su padre le dé una
paliza!».
—Dominick, por favor, solo para…
Pero Dominick solo asiente antes de apoyar las manos en la mesa
nuevamente, volviendo a adoptar su posición.
—Una pequeña vara de corrección contribuye en gran medida a mejorar
al niño —dice en tono de robot.
¿Qué…?
Me alejo de los dos. Estos dos hombres me importan mucho, pero
tienen secretos que apenas empiezo a vislumbrar.
Obviamente.
—Nueve. —Azote—. Diez.
Dominick rechina los dientes y la cara se le está poniendo tan roja como
el trasero. No importa lo real, completa y sumamente jodido que esté todo
esto, no puedo soportarlo ni un segundo más.
—¡Detente! —Me interpongo entre ellos—. Tú mismo lo dijiste, papá.
—Me vuelvo hacia él—. Tengo parte de la culpa. Dame los otros diez.
Dominick se vuelve, conmocionado, y luego sus ojos se dirigen a papá.
—No. Papá. No lo hagas.
Sigo su mirada y trago saliva cuando veo que papá, obviamente, está
considerando la idea.
—Sarah, no, no tienes que… —Dominick continúa protestando, pero
papá le tiende una mano.
—Sarah es una niña grande y los sorprendí a los dos en una mentira.
Trago y asiento con la cabeza incluso cuando mis piernas se entumecen
de terror. Mis ojos se posan en el cinturón. Nunca me han pegado en toda
mi vida. Mi mamá me abofeteó un par de veces cuando estaba
especialmente fuera de sí y drogada, así que no es que no haya tenido ni un
moretón en mi vida, pero… se trata de papá.
Las lágrimas bajan por mis mejillas. Se siente como una traición.
Yo confiaba en él. Sí, Dominick y yo anduvimos a hurtadillas y
mentimos, ¿pero ahora papá me va a lastimar por eso?
—Eh, mírame. —La voz de papá se vuelve delicada y grave. Es como si
pudiera leer mi mente—. ¿Confías en mí? ¿Te haría daño alguna vez?
Se acerca y toma mi mano en la suya, grande y cálida.
Al instante, la tensión abandona mi cuerpo. Él tiene razón. Puede que
esté viendo otro lado de mi familia, pero eso conlleva el llegar a conocerlos
de una manera más profunda.
Me están dejando entrar. Y tiene razón, confío en él.
Asiento y finalmente aprieto los dedos de papá. Miro a Dominick, que
parece inseguro, pero papá lo aparta del camino.
Para darme paso a mí.
Cielos. ¿De verdad estoy haciendo esto?
—Ponte en posición, dulce niña mía —dice papá, frotándome el cuello
—. Vas a tener que soltar la manta también.
Se me acelera la respiración, pero por más loco que sea todo esto, no
quiero decepcionar ni a papá ni a Dominick. Él recibió su castigo sin
quejarse. No quiero hacer menos, sin importar lo asustada que pueda estar.
Con mi cuerpo estremeciéndose, doy un paso hacia el escritorio, hacia
papá y Dominick.
Dejo caer la manta al suelo. Nunca me había sentido más desnuda en
toda mi vida. Bajo una mano para cubrir mi sexo afeitado y doblo el otro
brazo para cubrir mis pechos con la cabeza gacha.
Dominick vuelve a acercarse.
—Lo estás haciendo muy bien —susurra, agachándose y tomando mi
mano—. No tengas miedo. Estoy aquí.
—Pon tus manos en el borde de la mesa —dice papá interrumpiendo a
Dominick—. Y no bajes la cabeza, dulzura. Tu cuerpo no es nada de lo que
tengas que avergonzarte.
Sus palabras me impactan de una manera que ni siquiera puedo explicar.
¿Cómo puede decir eso? Fue este cuerpo el que sedujo a su hijo. Eso creó
este lío en primer lugar. Si no hubiera tenido todos estos… impulsos
antinaturales…
—Las manos sobre el escritorio —me recuerda la voz de papá. Ahora
tiene un tono extraño. Ya no suena enojado, suena más como…
¿impaciente?
Todavía temblando y asegurándome de que esté en un ángulo justo, de
una manera que espero que signifique que papá pueda ver solo mi espalda y
no mis pequeños senos de perfil, suelto la mano de Dominick y me inclino
tentativamente hacia adelante. Me acomodo con las manos en el borde del
escritorio como lo hizo Dominick minutos antes.
Zas.
El golpe llega casi inmediatamente después de que me pongo en
posición. Pero no es la aguda punzada de un cinturón; es más bien el cálido
escozor de una palma.
Papá me acaba de dar un azote con la mano.
—Cuenta o te tocará el doble —advierte papá.
Desconcertada, farfullo:
—Uno.
Vuelve a dejar caer la mano, esta vez en la otra nalga.
—¡Dos! —chillo.
Y así continúa. Apenas puedo empezar a describir la sensación. No
duele tanto como temía. De hecho, apenas duele en absoluto, es más una
sorpresa y un escozor cada vez que hace contacto. Me puedo dar cuenta de
que no pone su considerable fuerza en ello. No es nada como lo que estaba
haciendo cuando le estaba pegando a Dominick. Gracias a Dios.
A mitad de camino, comienzo a sentir calor y una sensación de
hormigueo en el culo. Después de la séptima, papá hace una pausa y frota
una nalga a la vez y las masajea.
Dios mío. ¿Qué está...?
Se siente…
Parpadeo y luego aprieto los ojos con fuerza para no pensar en todas las
cosas que siento y que no puedo descifrar. De repente se detiene y los
azotes continúan.
—Ocho —logro soltar.
La novena y la décima son las nalgadas más extenuantes de todas, pero
luego las cálidas manos de papá están de vuelta sobre mi piel.
Mi respiración está acelerada por el esfuerzo; pero esfuerzo de qué, no
lo sé. ¿Mantener mis músculos quietos cuando todo lo que quiero hacer es
huir? ¿Las acrobacias mentales por las que he estado pasando durante los
últimos cinco minutos?
—Siente lo caliente que está, Dominick.
De repente, un par de manos más frías se unen a las cálidas de papá.
Ambos están tocando mi cuerpo…
Es oficial. Nunca desperté. Todo esto es un sueño loco, sin lugar a
dudas.
Entonces solo siento el par de manos más frías cuando papá se aleja.
Alguien me levanta el cabello de la nuca.
—¿Quieres que tu hermano mayor te haga sentir mejor ahora? —
susurra papá en mi cuello, justo detrás de mi oreja.
Abro los ojos de golpe y giro la cabeza para mirarlo.
En el mismo segundo que lo hago, las manos de Dominick se mueven
desde mi trasero para ponerse debajo, alrededor de mi sexo. Allí comienza a
frotar mi lugar más sensible.
—Está mojada —dice Dominick y suelta un gruñido grave que suena a
aprobación.
Intento alejarme de él pese a que comienza a rodearme y uno de sus
grandes y suaves dedos busca entrar en mi interior.
—¿Qué estás haciendo? —Miro a Dom, horrorizada—.Papá está aquí.
Es por esto que nos metimos en un lío en primer lugar.
—Está bien, dulce niña mía —dice papá, rodeándome la cintura con los
brazos—. Lo decía en serio cuando dije que no debes avergonzarte de tu
hermoso cuerpo. No hay ninguna razón para que ustedes dos se escondan de
mí. Somos una familia.
Aquella declaración y la cercanía de papá me sorprenden tanto que,
cuando Dominick se acerca y vuelve a insertar su dedo dentro en mí, no me
vuelvo a apartar. Me estremezco de placer y por la sensación de que estoy
haciendo algo terriblemente ilícito y mal.
Pero papá me sonríe, sus ojos verdes se ven brillantes y
resplandecientes.
—Así es, dulzura. Muéstrale a papá lo mucho que te gusta. ¿Tienes idea
de cuánto quiero que seas feliz? Es todo lo que queremos Dominick y yo.
Has enriquecido tanto nuestras vidas que queremos devolvértelo.
Las sacudidas que atraviesan mi cuerpo se vuelven aún más violentas,
tanto por las palabras de papá como por las cosas que Dominick le está
haciendo a mi cuerpo. ¿Tiene papá alguna idea de lo que significan sus
palabras para mí? Nunca he... Durante toda mi vida deseé que alguien,
cualquier persona, pudiera…
—¡Dios mío! —susurro y miro hacia abajo.
Dominick cambió los dedos con los que me frotaba por su… oh…
Dios…
Su boca. Y...
Ah, ah, ah, ah, Dios, ni siquiera puedo...
Mis piernas se doblan por el placer, pero papá me agarra y me sostiene
en sus brazos. Dominick continúa con su despiadado ataque; su lengua da
vueltas, lame y se hunde en mi interior. El placer se hace cada vez más
grande. No puedo... Y papá está aquí y...
Abro la boca cuando el placer comienza a atravesar mi centro.
Y es entonces cuando papá se inclina y reclama mi boca con tanta
hambre que desencadena mi clímax.
Papá me besa, yo le devuelvo el beso y Dominick devora mi sexo.
Está tan mal y tan bien.
Llego al punto máximo, y me aferro a ambos tan fuerte como me fue
posible.
CAPÍTULO 5

TAN PRONTO COMO vuelvo a la realidad, me encuentro todavía en los


brazos de papá, besando y siendo besada por el hombre más guapo y
masculino que he conocido en la Tierra. Y Dominick, mi primer amante de
todo tipo, sigue con la cabeza entre mis piernas, lamiendo mi crema
mientras réplicas de mi clímax me recorren en forma de pequeñas ráfagas.
Excepto que no son solo dos hombres cualesquiera: son mi padre y mi
hermano.
Vale, mi padrastro y mi hermanastro, pero son mucho más cercanos a
mí de lo que implican esos términos.
Cielos, lo que hemos hecho es tan…
Malo.
Delicioso.
Malo.
Increíble.
Dominick me chupa la boca con tanta fuerza que suelto otro chillido
justo cuando papá me suelta. Me estremezco en sus brazos y él me sonríe.
Sujetándome con un brazo en la cintura, alza su mano izquierda para
acariciar mi rostro. Su sonrisa es cálida y llena de afecto.
—Así es, nena, dánoslo. Danos todo.
Parpadeo. Mi primer impulso es apartar la mirada, alejarme. Esperaba...
no lo sé. Esperaba que papá estuviera avergonzado de su impulso.
Acababa de besarme. Mientras Dominick hacía... eso.
Pero papá no se ve para nada apenado. Solo estaba tranquilamente al
mando; como si no hubiera nada en el mundo por lo que preocuparse.
Como si todo lo que estuviese pasando fuese tan natural como respirar.
Y estando aquí, envuelta en sus brazos, con Dominick igual de cerca, es
fácil creerlo.
Dominick sube las manos y acaricia la parte trasera de mis piernas y mi
trasero levemente dolorido mientras se pone de pie. Sigue estando
completamente desnudo. Con la luz de la mañana puedo ver lo que ayer
solo sentí en la oscuridad.
Tal como papá, no parece estar apenado o avergonzado en lo más
mínimo. Su virilidad es gruesa y rígida, y yace entre sus muslos. Cuando ve
que lo estoy observando, se yergue e inclina como una flecha apuntando
hacia mí.
Papá me pega contra su pecho y entonces Dominick se acerca a mí por
la espalda. Mientras papá levanta las manos para acariciar mi quijada,
inmovilizándome mientras comienza a besarme profundamente, Dominick
enreda las manos alrededor de mi cintura. Así, atrapada como lo estoy en
medio de los dos, puedo sentir sus erecciones.
Sus erecciones.
Mierda. Papá está… duro. Por mí.
Y me está besando de nuevo.
Gruñe en mi boca y hunde los dedos en mi cuero cabelludo como si no
pudiera tener suficiente de mí. Es primera hora de la mañana, pero no debe
haberse afeitado aún, pues puedo sentir su barba incipiente contra mi
mejilla cuando mueve su boca a un lado para besarme la garganta.
—Mi dulce niña —gruñe en tono bajo—. Podría comerte y ya.
A mis espaldas, Dominick besa y chupa la parte de atrás de mi cuello.
Las sensaciones de ambas bocas… cielos. Y con papá, que me pincha con
su duro miembro a través de sus pantalones caqui, se siente todo tan…
Y entonces nos movemos. Papá nos lleva del centro de la sala a un lado,
en dirección a la cama.
Dominick retrocede y deja que papá tome el control. Él nunca deja de
besarme; me levanta y me carga hasta el último tramo. Me tumba sobre la
cama y se deja caer también, aterrizando sobre mí, pero sin aplastarme
como Dominick hizo anoche.
No, papá es un experto en posicionarse sobre mí. Deja de besarme para
arrodillarse un momento y quitarse la camisa. Su enorme pecho parece
llenar toda mi línea de visión. Los vellos rubios que cruzan sus fuertes
pectorales hacen un pequeño sendero que conduce hasta sus abdominales
bien definidos.
Me roba el aliento.
Sus ojos verdes atraviesan los míos cuando me atrapan observándolo.
Entonces, con los ojos enganchados a los míos, baja la mano e introduce un
dedo en mí.
—Te mueres por esto, ¿no es así, dulzura? Estás tan cremosa y
suculenta para papá.
Mi sexo se contrae alrededor de su dedo y a él se le oscurecen los ojos.
Su miembro se mueve y hace presión contra la parte superior de mi muslo.
—Estás tan apretada —sisea.
—Papá, es virgen —dice Dominick.
Se nos ha unido en la cama. Se acomoda detrás de mi cabeza y
comienza a acariciar mi cabello, apartándolo de mi rostro.
Papá introduce otro dedo.
—Mierda —suelta en voz baja, abriendo los ojos de par en par.
Se ve salvaje, de una forma en la que nunca lo había visto antes. Se ve
joven, libre, guapo y aterrador. Sin embargo, sigue luciendo como el papá
que yo adoro.
—Te tomas la píldora, ¿no, bebé? Te he visto tomarla por las mañanas.
Asiento, tragando con fuerza. La tomo para regular mi período, pero,
cielos, ¿significa eso que…? ¿Quiere que…? ¿Se refiere a ahora mismo?
Papá me sonríe. Parece mitad ángel y mitad demonio. Los hermosos
pliegues de su rostro dan la impresión de brillar en la luz matutina. Saca los
dos dedos que tiene en mi interior y se desabotona rápidamente los
pantalones; los echa hacia abajo y revela su gigantesca erección.
Es incluso más grande que el de Dominick. Es más largo por al menos
dos centímetros y medio, y también es más grueso.
—Mírame, bebé. A los ojos. —Hay una sonrisa en sus labios cuando
dice eso último.
Vuelvo a poner la atención en el rostro de papá. Estoy apenada de que
me haya pillado mirándolo, pero hay demasiados pensamientos en mi
cabeza como para que el sentimiento dure demasiado tiempo. Papá también
se recobró.
—Está bien si lloras. Recuérdalo, nena —susurra, inclinándose para
besarme—. Atesoraré tus lágrimas.
Entonces lo siento allá abajo. Siento su cosa.
«Dios, Sarah, estás a punto de tener sexo. Llámalo por lo que es».
Su pene.
Lo siento en mi entrada, separando mis labios. Encuentra lo que está
buscando.
Y espero más exploración.
Espero un tanteo delicado.
Un empujoncito lento. Centímetro por centímetro.
En cambio, papá le ordena a Dominick:
—Sujétale los hombros.
Dominick lo hace. Y entonces el tronco grueso que es su pene me parte
en dos.
CAPÍTULO 6

SUELTO UN ALARIDO.
No puedo evitarlo.
Duele. Más de lo que pensé que dolería.
—Sí, joder —jadea papá, saliendo de mí y volviendo a embestirme sin
piedad.
Vuelvo a gritar y papá sujeta mi cuerpo contra el suyo.
—¡Papá, más lento! —grita Dominick, arrancándome de encima los
hombros de papá.
Pero papá me penetra con más fuerza.
—Déjame oírlo, bebé. Grita para tu papi.
Y yo lo hago.
No sé lo que está sucediendo. Siento que me estoy desgarrando. Es tan
enorme; es demasiado grande. Demasiado grande.
Y no entiendo las cosas que dice. Su voz es… Sigue habiendo afecto
ahí, pero tiene un tono distinto, oscuro, casi cruel. Y lo que está haciendo…
Entra y sale de mí como si fuera un pistón. Solo me usa. Me usa para su
placer.
Porque cuando abro los ojos, veo su placer muy claramente en su rostro.
Tiene la frente arrugada por la concentración y la boca ligeramente abierta.
Nunca lo he visto tan... crudo; tan apasionado. Seguía siendo salvaje y
guapo, pero de una forma bárbara.
—Joder, estás tan apretada, niñita mía —jadea—. Eres mi niña buena.
Nos has esperado. Qué niña tan buena.
—Papá, detente —vuelve a gritar Dominick—. ¡Ve más despacio, no la
lastimes!
Pero papá está perdido en la bruma de lo que me está haciendo. Se
inclina y pienso que es para besarme; pero, en lugar de aterrizar sobre mi
boca, sus labios aterrizan sobre mis mejillas. Me está besando las lágrimas
para secarlas.
Entresaca la lengua y entonces no estoy segura de si las está besando o
si solo las está probando. Sin embargo, ralentiza sus movimientos, así que
cuando vuelve a penetrarme, es una estocada larga y lánguida.
Y por primera vez, no siento dolor, me siento llena cuando lo hace.
Jadeo en vez de quejarme por el dolor, y papá sonríe en mis mejillas.
—Así es, nena. ¿Sientes lo grande que es papá dentro de ti? Ese es el
pene enorme de papá que te folla así de bien.
Mi pecho sube y baja. Abro los ojos de golpe y alzo la mirada para
encontrarme con los suyos. Sus palabras están tan mal. Están jodidas más
allá de lo imaginable.
Pero parece tan perdido en el momento cuando las dice. Parece tan
perdido en mí. Baja la vista y mira nuestros cuerpos en el sitio donde entra
y sale de mí. Entra y sale.
Aprieta los ojos con fuerza y su rostro se contrae del placer. Vuelve a
acelerar el ritmo.
—Dios, maldita sea. Dom, besa a tu hermana. No puedo encargarme de
ella en este momento. Está demasiado cerrada, joder. Está sacándome la
leche tan perfectamente bien.
Dominick frunce las cejas, angustiado. Sus ojos se posan en mi rostro y
luego en el de papá como si no estuviera seguro de lo que tiene que hacer.
Me acaricia el cabello y los hombros.
—Shh, todo va a estar bien, preciosa —susurra.
Suena molesto y como si estuviera tratando de ser reconfortante al
mismo tiempo. Se inclina y deposita el beso más suave en mi frente, justo
en el nacimiento de mi cabello.
En contraste con papá, que ha vuelto a chocarme contra la cama y está
roturando mi vagina con fuerza, los besos de Dominick son tan suaves,
como los de una mariposa, que apenas puedo sentirlos al comienzo. Pone la
mano sobre mi mejilla.
—Lo estás haciendo tan bien —susurra, rozando sus labios en los míos
una y otra vez—. Lamento tanto que tu primera vez tenga que doler. Ahora
haremos que se sienta bien, lo prometo.
Y entonces me besa con más pasión, pero de una forma tan, tan
dolorosamente lenta. Mientras tanto, pone sus delicadas manos en mi
cuerpo. Sus manos vacilantes exploran mis pechos. Es confuso y desolador
porque anoche fue tosco. Ahora los acaricia y desciende para adorarlos
suavemente con su boca.
Mientras que papá es tosco, con Dominick todo es suave.
Pasa lo mismo cuando la mano de Dominick baja hacia el sur y
comienza a provocar el botón al que dio vida antes, al mismo tiempo que
papá continúa martillándome solo unos centímetros más abajo.
Y como siempre, la boca de Dominick sigue su exploración reverente
por mi cuello, luego se aferra a mis pezones.
La sarta de palabras sucias de papá nunca acaba, tampoco. Son palabras
que he escuchado antes, pero cuando salen de su boca son impactantes;
horribles; electrizantes.
—No quiero salirme de este coño nunca. Maldita sea, me está agarrando
tan bien. Voy a quedarme dentro de mi niñita por siempre. Cielos. Se siente
tan bien, carajo. Así es. Aprieta bien el pene de tu papi. Nunca voy a dejar
de enterrarme en este coñito cerradito.
La mano de Dominick que está sobre mi sexo comienza a moverse en
círculos.
No puedo creer que la neblina de dolor se haya desvanecido lo
suficiente como para que el placer comience a recorrer mi cuerpo de nuevo,
pero así sucede.
—Joder, hijo, acaba de apretarme tan bien el pene cuando hiciste eso —
dijo papá—. Dale la vuelta y ponte debajo de ella para que puedas
comértela. De todas formas, llevo tiempo queriendo tener ese culito otra
vez.
Dom alza la cabeza y mira a papá.
—No esta noche.
Apenas estoy consciente de lo que está pasando para comprender su
conversación, mucho menos puedo descifrar el significado de sus palabras
tácitas.
—Yo tomo lo que quiero cuando quiero —dice papá, entrecerrando los
ojos y mirando a Dominick—. Pero está bien, ya habíamos acordado lo de
la primera vez.
¿De qué están hablando? ¿Habían acordado…?
Dominick asiente y entonces, antes de que siquiera pueda empezar a...
Papá se sale de mi interior y me giran rápidamente para que esté boca
abajo. ¿Qué sigue ahora?
—Súbete encima de Dominick —me ordena papá.
—Yo... ¿Qué? —Miro hacia arriba y veo a Dominick tumbado a mi
lado, pero con los pies en donde está mi cabeza.
Ahora que nos hemos detenido por un momento, el pánico que había
logrado disipar desde que todo esto empezó está volviendo a surgir.
Esto es una locura. No sé lo que estoy haciendo. Me siento como si
hubiera entrado a una versión de Alicia en el país de las maravillas, pero
con un tema sexual.
Mi cuerpo está en las nubes y zumba de deseo, pero también está
dolorido. Estoy confundida, no sé lo que está pasando y…
—Así —dice Dominick poniendo las manos en mis caderas y
moviéndome para que descienda sobre la cama—. Siéntate en mi cara,
preciosa. Quiero volver a hacerte sentir bien.
—No sé si...
Pero mi mísera vacilación se ve ignorada cuando Dominick alza una de
mis piernas, la pone del otro lado de su pecho, y me acomoda al revés sobre
él para que su boca tenga acceso perfecto a... Oh, por todos los cielos.
Chupa mi clítoris y se lo mete a la boca. Sí, sé cómo se llama; es solo
que nunca me permití pensar en eso ni reconocerlo. Pero, oh, sí, Dom me
chupa el clítoris tan bien. Mueve la lengua alrededor y lo lame hasta que
quedo retorciéndome, jadeando y soltando quejidos en tono bajo.
—Demonios, no puedo soportar esos ruidos —dice papá—. Tengo que
volver a entrar.
Se va al otro extremo de la cama hasta ponerse detrás de mí, sujeta mis
caderas y entonces su pene está de vuelta en mi interior. Ahora solo siento
un muy leve pinchazo y después una sensación de estar llena, todo mientras
Dominick sigue adorándome con la lengua. Cuando papá me penetra,
conecta con un ángulo diferente que antes. Está tan profundo que me roba
el aliento.
—Mira ese culito apretado.
Zas. La mano de papá aterriza con fuerza en mi nalga.
—Mierda, lo único que quiero es montar tu culito virgen con fuerza.
Solo quiero destruirte y profanarte, coño.
Oigo los ruidos de nuestros cuerpos: los indecentes sonidos sexuales de
piel chocando entre sí, el grave gruñido animal de papá cada vez que sale de
mí, mi gemido agudo mientras Dominick me lleva hasta el límite. No sé
cuánto tiempo más puedo aguantar. Apoyo la cabeza sobre el abdomen de
Dominick porque me siento exhausta y tensa al mismo tiempo. Su pene se
levanta y queda recto sobre su panza, cerca de mi rostro. ¿Y se supone que
deba hacer algo con él? ¿Debería chuparlo así como él hace conmigo?
Oh, oh, Dios. Me está haciendo sentir tan, tan, tan bien. Me estiro hacia
adelante y le doy una lamida a la rojiza y bulbosa cabeza de su pene, pero él
aparta sus caderas.
Supongo que aquello responde esa pregunta. Recuesto la cabeza contra
sus duros abdominales y me permito montar y remontar la ola del placer.
—¿Sientes a tu papi follándote? —pregunta papá, casi gritando—.
Respóndeme, niñita. ¿Quién te está follando?
—Tú.
Me asesta una nalgada con fuerza, yo suelto un quejido y me resisto a la
boca de Dominick.
—¿Quién te está follando? —grita de nuevo.
¿Por qué? ¿Por qué me está obligando a decirlo?
Dominick retira su boca justo cuando necesito que me chupe. Oh, Dios,
solo chúpame más y lánzame al clímax de una vez.
Me presiono contra su boca y su rostro, pero se rehúsa a darme lo que
necesito.
—Mi papi me está follando —susurro al fin.
Papá se inclina hacia mí y muerde el lóbulo de mi oreja con poca fuerza,
la suficiente para que duela un poco.
—¿Quién te folla? ¡Más fuerte! —Me penetra más profundo de lo que
lo había hecho antes.
—¡Mi papi me está follando!
Dominick se engancha a mi clítoris y lo chupa. Papá lanza un gruñido,
conecta su pelvis con la mía dos veces más, me penetra y me sujeta con
tanta fuerza que puedo sentirlo estremeciéndose y temblando.
Grito mientras me vengo al mismo tiempo que papá, el cual está
enterrado en lo más profundo de mí, más profundo de lo que habría creído
posible.
Somos una familia retorcida e increíblemente enredada.
CAPÍTULO 7

PAPÁ SE DERRUMBA sobre mi espalda por un momento, respirando con


dificultad y apoya su frente empapada de sudor en mis omóplatos.
Yo también me estoy recuperando. Solo imaginar la imagen erótica de
nosotros tres intercalados horizontalmente de esa forma —la cabeza de
papá sobre mi espalda, mi cabeza y cabello extendidos sobre la panza de
Dominick, y su cabeza todavía entre mis rodillas abiertas— es suficiente
para tenerme al borde de un nuevo clímax.
Papá es el primero en hablar.
—Lo siento, Dominick, no estaba pensando.
Al principio creo que se disculpa por golpear a Dominick, pero como
siempre, papá está lleno de sorpresas.
—Tienes que meterte en el estrecho coñito de tu hermana. Hazlo ahora,
mientras aún esté mojada y pura.
Papá se levanta y me ayuda a quitarme de encima de Dominick. Me
pongo de pie temblorosa y miro a papá con los ojos muy abiertos. ¿Es en
serio? Siento como si mis piernas fuesen de gelatina y tengo que sujetarme
a la parte inferior del marco de la cama para no desplomarme.
Papá me sujeta el rostro.
—Es un gran día para todos nosotros, cariño. No vas a negarle a tu
hermano que tenga tu jugoso coño en el día que pierdes tu virginidad,
¿verdad? ¿Sabes el regalo que eso es para un hombre?
Parpadeo. Bueno, dicho de esa manera...
Eh. ¿Supongo que... no?
Miro a Dominick. Sus ojos están fijos sobre mí, y levanta una mano
para acariciar mi cara.
—No tienes que hacer nada que no quieras, Sarah.
Miro a papá. No dice nada para contradecir a Dom, pero una mirada de
decepción aparece en sus ojos ante mi vacilación. Respiro hondo y vuelvo a
fijar la vista en Dominick.
—¿Cómo lo...? Eh, ya sabes... ¿Cómo lo quieres? —Hago un gesto
hacia la cama.
Dominick nunca se corrió, así que se tumba en la cama y me hace un
gesto para que le acompañe.
—¿Estás segura? Lo digo en serio, no tienes que...
—No seas un maldito marica.
Dominick fulmina a su padre con la mirada, pero yo extiendo una mano
y la pongo sobre su hombro.
—Te deseo —le susurro.
Sus ojos nunca se separan de los míos.
—Entonces ven aquí, hermosa.
Asiento y vuelvo a la cama. Tan pronto como lo hago, él sujeta mi
mano. Mi nerviosismo se esfuma al instante en el momento en que siento el
contacto. Este es mi Dominick.
Se levanta y me besa mientras me indica cómo sentarme en su regazo.
Entonces se detiene de nuevo.
—¿Estás segura?
Mi corazón pega un salto ante su precaución y consideración, tan bien
recibidas tras la crueldad de papá. Asiento y pongo una mano en su mejilla.
Sí, quiero esto con él. Lo necesito. Todo es un lío confuso, pero, Dios, en
este momento necesito esta conexión con él más que nada.
No me quita los ojos de encima mientras se alinea en mi entrada. Sin
embargo, a diferencia de papá, él me deja llevar el ritmo en cuanto a lo
rápido que quiero que entre en mí. Y sus talentosos dedos vuelven a
ponerse a ello.
La cama rechina con el peso de papá cuando se sienta detrás de mí. Me
aparta el cabello del cuello y luego me muerde la oreja antes de susurrar:
—Oh, sí. ¿Qué se siente tener el enorme pene de tu hermano entrando
en ese pequeño y resbaladizo coñito, dulce niña mía?
Mi sexo se contrae alrededor de la punta del pene de Dominick. El dolor
vuelve a ser un poco más evidente, pero no está mal. Las palabras de papá
me hacen sentir rara, como culpable y excitada al mismo tiempo. No me
gusta la confusión que me hacen sentir, a pesar de la sensación de opresión
en mi vientre por el deseo.
Sigo bajando sobre el miembro de Dominick. Siseo cuando comienza a
llenarme y lo miro a los ojos, que están bien abiertos por la impresión. Me
contraigo a su alrededor por toda respuesta. Sus manos suben hasta posarse
en mi cintura.
Al principio me preocupa que me esté sujetando para ejercer presión y
de esa forma embestirme con fuerza, como lo hizo papá. Pero no, solo
acaricia mis costillas de arriba abajo con veneración.
—Eres tan hermosa —susurra Dominick, y entonces hace una flexión
para levantarse y besarme. Yo me hundo en los últimos centímetros que
faltaban para estar completamente empalada en él.
Es el momento más dulce de todos. Y entonces papá comienza a tirar de
mis pezones.
—Qué sensual. Así es. Folla bien a tu hermano.
Papá me chupa el cuello mientras Dominick me besa.
Bueno, ante las palabras de papá, Dominick se aparta por un breve
momento. Creo que veo que arruga el rostro con una especie de tensión,
pero al siguiente segundo sus labios están sobre los míos.
Cada preocupación, cada pensamiento, cada aprensión que he tenido por
todo lo que ha sucedido durante toda la mañana se esfuma con los besos de
Dominick. Sentir que me envuelve con su cuerpo y tenerlo al mismo tiempo
dentro de mí... Puede que el miembro de papá tenga una mínima ventaja
física sobre el de Dominick, pero nunca me he sentido más llena que
cuando estoy con Dominick de esta forma.
Llena de amor, llena de calidez, seguridad, protección.
Cuando finalmente comienza a introducir y sacar su miembro, se siente
como lo más correcto del mundo. Me lleva al borde del clímax casi al
instante.
Dominick lo nota.
Claro que lo nota. Está sentado de manera que estamos pecho con
pecho. Todavía me está sujetando, aunque no puedo imaginar la fuerza
abdominal que debe necesitar para seguir en esa posición. Gira sus caderas,
las levanta y entra en mí, tocándome en un ángulo tan perfecto.
Papá me muerde en la nuca, pero apenas lo siento porque Dominick…
Y entonces una ola tras otra me… oh, oh, oh.
Mientras los otros orgasmos de hoy fueron intensos y cortos, este es
como una sensación cálida que me ilumina desde mi núcleo. Sale hasta
llegar a las puntas de mis dedos y luego fluye a través de cada folículo de
cabello. Ningún rincón, célula o molécula de mi cuerpo queda sin sentirlo.
Jadeo por la sorpresa, el placer y por lo plenamente que Dominick penetró
cada parte de mi ser.
Nunca me había sentido tan hermosa, tan…
—Mira a nuestra pequeña puta, hijo —dice papá, pellizcándome los
pezones con fuerza—. La pequeña ninfómana acaba de sacarte la leche
como si viviera para ello. Siempre se lo buscan con ganas.
Me aparto de Dominick, mortificada, y me giro para mirar a su padre.
¡Vaya idiota! Lo que acaba de pasar entre Dominick y yo fue tan perfecto y
él ...
—¿Cómo se siente haber tenido los penes de tu padre y de tu hermano
dentro de ti en cuestión de media hora, dulce niña mía?
La voz de papá es más amorosa y me acaricia la mejilla. Con la otra
mano tira bruscamente de su miembro. Está completamente erecto de
nuevo. Lo gira cuando llega a la punta reluciente y luego vuelve a bajarla.
Mi diatriba muere en mis labios. Dios mío, tiene razón. Dejé que dos
hombres diferentes tuvieran sexo conmigo, uno tras otro. Si esa no es la
definición exacta de una puta, ¿entonces cuál es?
Dominick sale de mi interior y papá estira la mano para agarrarme el
cabello. Se arrodilla en la cama y me tumba boca arriba.
—Abre la boca. Traga lo que te da papi. Muéstrame lo mucho que te
encanta ser una putita para tu papi.
Luego comienza a masturbarse sobre mi cara. Tal como lo hicieron en
esa película porno que mi amiga Bonny me hizo ver una vez. En ese
entonces pensé que era degradante y horrible.
¿Y ahora? No lo sé. No lo sé. Está sucediendo y no puedo pensar...
—Ábrela —ordena papá, dándome una bofetada en la mejilla con su
pene. Su rostro se oscurece cuando mi boca permanece cerrada—. No hagas
que papá te vuelva a castigar.
Busco a Dominick con desesperación. Está sentado al otro lado de la
cama, de espaldas a nosotros.
—Dominick —le susurro.
Dominick se vuelve hacia mí de inmediato. Extiendo una mano y él la
sujeta. Abro la boca para decir algo más y el semen aterriza en mi cara.
—¡Dulce zorrita! —grita papá.
Escupo cuando el semen me llena la boca y las mejillas. Cierro los ojos
bruscamente, así que no estoy preparada cuando me meten un pene en la
boca.
—Chúpalo —ordena papá—. Chúpalo hasta que quede limpio.
—¡Papá! —Dominick se opone, pero hago lo que me dice.
Abro bien la boca y acepto el objeto grande y grueso. El semen tiene un
sabor extraño: salado, amargo y un poco ácido. Lamo, chupo y toso, y estoy
bastante segura de que hay lágrimas corriendo por mis mejillas que se
mezclan con el desorden.
Papá finalmente saca su pene de mi boca. Lleva su gran mano a mi cara
y, con el pulgar, acaricia mi mejilla, embadurnando mis lágrimas con los
restos de su semen.
—Mi dulce, dulce niña —murmura antes de besar la parte superior de
mi cabeza y tenderse a un lado de mí.
Alcanza una almohada, una de las que, de alguna forma, logró quedarse
en la cama a pesar de... todo. La acomoda debajo de su cabeza y cierra los
ojos. Se ve perfectamente en paz. Su pecho y sienes están empapados de
sudor, claro, pero parece que acaba de terminar un ejercicio vigoroso;
agotado, pero como si no tuviera más preocupaciones en el mundo.
Ciertamente no como si acabara de desflorar a su hijastra junto con su
hijo en un loco trío.
Tengo miedo de mirar a Dominick. Si se ha quedado dormido con la
misma facilidad y me ha dejado sola después de… después de…
Abro la boca y trato de respirar, pero el aire simplemente no está ahí. Y
todavía tengo el semen de papá sobre mí. Vuelvo a jadear en busca de aire,
pero aún no puedo hacerlo.
—Sarah, vamos.
Una vez más, la mano fuerte de Dominick sujeta la mía.
Ese aire que estaba buscando tan desesperadamente finalmente entra en
mis pulmones. Miro a Dom y sus ojos color avellana están llenos de
preocupación. Me ayuda a levantarme de la cama. Hace calor en la casa,
pero siento escalofríos en todo el cuerpo. Me estremezco cuando me saca de
mi cuarto.
No tengo idea de adónde me lleva, pero en este momento me siento
cada vez menos conectada con mi cuerpo, o mi vida, o… con cualquier
cosa.
¿Es así como se sienten todas las chicas después de perder su
virginidad?
¿Es esto lo que significa convertirse en mujer? ¿Se siente como si te
disociaras un poco de tu cuerpo, y te sientes rara, como si flotaras y…?
—¿Sarah? ¿Estás bien? ¿Sigues conmigo?
—¿Eh?
Miro a Dominick mientras me lleva a su cuarto y cierra la puerta detrás
de nosotros. Él frunce el entrecejo y tuerce la boca.
—Cielos, Sarah. —Moja un paño con agua tibia en el fregadero y me
frota suavemente la cara. Luego me atrae hacia su pecho y me rodea con sus
brazos.
Por un segundo, estoy segura de que este es el comienzo de la siguiente
ronda y me pongo tensa. Espero que sus manos aterricen en mi trasero. O
que me agarre del cabello y me eche la cabeza hacia atrás.
Pero él solo… me abraza.
Me abraza. Está abrazándome.
Cuando intenta retroceder, me aferro más fuerte a él.
—Sarah, cariño, no te dejaré ir —me susurra en el cabello—. Pero
tenemos que meterte en la bañera. Te estás congelando. Y puedo imaginar
lo dolorida que debes estar. —Hace una mueca y se desmorona—. Quiero
hacer que te sientas mejor. Por favor, déjame hacer que te sientas mejor.
Sus palabras abren el dique que ni siquiera sabía que estaba tratando de
contener en mi interior. Un sollozo surge de mí y apoyo mi cabeza con más
fuerza contra su cálido pecho mientras él me lleva a su cuarto de baño.
Me pone una mano en la nuca y me abraza mientras caminamos.
—Shhh, shhh —susurra—. Todo va a estar bien. Todo estará en orden.
Lo prometo. Haré que esté en orden. Lo juro.
Cuando intenta alejarse de mí para abrir el grifo de la bañera, no se lo
permito. El primer mar de lágrimas ha bajado, pero no puedo…
Simplemente no puedo soltarlo todavía.
Finalmente hace una maniobra para poder llegar al grifo mientras me
tiene pegada a él como una estrella de mar que está adherida a la parte
delantera de su cuerpo.
El ruido del agua contra la bañera de porcelana mientras se llena es el
único sonido que se oye durante un rato. Me gusta el sonido relajante que
hace. Y cuando me muevo un poco más a la derecha, el latido constante del
corazón de Dominick me calma aún más. Tengo tanto frío y él está tan
caliente… Quiero que me mantenga caliente para siempre.
El agua termina por detenerse.
—Está listo —dice Dominick—. Tienes que soltarme para poder
ayudarte a entrar.
Niego con la cabeza enterrada en su pecho.
—Estaré bien. No necesito un baño. —Lo abrazo aún más fuerte.
Después de un segundo, suspira y luego dice:
—Está bien, deja de aferrarte a mí con tanta fuerza y entremos juntos,
¿sí?
Lo miro y sonrío.
Sigue frunciendo el entrecejo con preocupación, pero ante mi sonrisa,
su rostro se suaviza y sus ojos buscan los míos.
—Te amo —susurra.
Y mi corazón estalla.
Eso pasa, de verdad que sí. Y es lo que le sucede a mi corazón. Al igual
que antes, cuando mi orgasmo se extendió por todo mi cuerpo, sus palabras
me causan el mismo efecto.
Porque yo siento lo mismo.
El día de hoy ha estado repleto de confusión, locura, placer y dolor, pero
finalmente he aquí algo que sé que es verdad: amo a Dominick Winters.
Abre los ojos como platos y me cubre la boca con la mano.
—No lo digas. Quiero decir, no tienes que decirlo tú también. Me
refiero a que… —Niega con la cabeza y el cuello se le enrojece—. Dios, no
espero que sientas lo mismo todavía. Ni nunca —se apresura a decir—.
Nunca intentaría presionarte. Y después de lo de hoy…
Vuelve a echar un vistazo hacia mi habitación y su rostro se nubla.
Mientras tanto, levanto la mano y trato de zafarme de la suya. Finalmente
parece notar que lo tironeo.
—Lo siento —dice y deja caer su mano.
No puedo contenerlo ni un segundo más.
—Yo…
—No… —Me interrumpe, esta vez poniendo solo un dedo sobre mis
labios—. Por favor, prométeme que no dirás nada sobre lo que acabo de
decir. Jura que no lo harás. No puedo soportarlo, ¿vale?
—Pero…
Sacude la cabeza con vehemencia.
—Júralo.
Lo miro con tristeza, pero al fin asiento con la cabeza. ¿Por qué no me
deja compartir mis sentimientos con él? ¿Tiene miedo de que le diga que no
lo amo o que le diga que sí? ¿Se está arrepintiendo de lo que dijo ya? No lo
decía en serio, ¿es eso? Y si me ama, ¿por qué no querría escucharme
decirlo también?
—Vamos. —Me sonríe de nuevo y me besa la punta de la nariz—.
Entremos antes de que el agua se enfríe.
Y con eso, mete un pie en la bañera. Yo lo sigo, y él me acomoda frente
a él. El agua caliente se siente bien, pero arde ligeramente en mi dolorido
sexo. Sin embargo, la calidez relajante y el cuerpo de Dominick detrás de
mí pronto hacen que todas las preocupaciones del día se esfumen.
—Sabes que siempre te cuidaré, ¿verdad que sí, hermosa? —susurra en
mi cabello, rodeándome con los brazos y acercándome a sí.
Asiento, adormecida, y apoyo mi espalda en su pecho. Él se ríe en mi
cabello.
—Descansa. Te lo mereces.
El mundo se disuelve en el calor y la comodidad que siento en sus
brazos. No estoy segura de si sus siguientes palabras son reales o si
simplemente las imagino:
—Te amo. Nunca dejaré que te lastimen de nuevo. Te lo juro, Sarah. Lo
juro por mi vida.
CAPÍTULO 8

SI ME HUBIERAN DICHO que después de un tórrido trío con mi


padrastro y mi hermanastro la vida seguiría como siempre, nunca lo hubiera
creído.
Las personas que han tenido sexo entre sí no pueden actuar con…
normalidad… entre sí. Especialmente después de haber visto el lado más
oscuro de papá. Pero cuando salimos del cuarto de baño, nos encontramos
con que han llamado a papá en el trabajo. La semana siguiente es una
particularmente ocupada y casi no veo a ninguno de los hombres, excepto
en la cena familiar de cada noche.
El lunes preparo enchiladas y estoy lista para que todo sea súper raro
entre todos. Estuve nerviosa a causa de ello todo el día en mis clases. Sin
mencionar que sentarse en dichas clases no fue especialmente agradable
porque, perder la virginidad, especialmente de una manera tan…
vigorosa… Dios, dilo como es, Sarah: dos hombres con aspecto de vikingos
te han follado hasta los huesos. Y eso ha hecho que quede más dolorida
como fue posible.
Pero cuando papá llega a las seis y cuarto en punto, saluda y sube a
ducharse como si nada fuera inusual.
Me quedo pensando que tal vez me lo imaginé todo. Pero no, el dolor
entre mis piernas puede dar fe de que no solo tuve una fantasía muy vívida
aquel fin de semana.
Sentí que Dominick actuaba con un poco más de cautela cuando llegó a
casa después de trabajar en turnos consecutivos de domingo a lunes.
Cuando entró, seguía mirándome como si yo fuera una pieza de porcelana
fina que podría romperse en cualquier momento, y se ofreció a sacar cosas
del horno, poner la mesa, hacer té…
Finalmente le grité que tomara asiento y que se largara de mi cocina. Lo
hizo y todo fue normal. Bueno, aparte de que papá entró después de la
ducha y me dio una nalgada antes de sentarse.
—Huele que alimenta, dulzura.
Pero eso fue todo. Hablamos de nuestros días como de costumbre y no
se hicieron otras referencias a nuestra tórrida sesión del sábado.
Toda la semana ha sido así. Ahora es jueves y no sé si seguir ansiosa o
si, ya que ha pasado tanto tiempo, está bien bajar la guardia.
¿Y bajar la guardia contra qué, exactamente?
Amo a Dominick.
Y papá…
Inicialmente, cuando se mudaron por primera vez, fue con él con quien
conecté más. Me muerdo el labio mientras cuelo la pasta y luego la vuelvo a
poner en la olla con la salsa Alfredo. Pero ahora, mis sentimientos por papá
son más complicados.
Creo que es que no estaba preparada para lo que sucedió el sábado. Me
tomó desprevenida. No sabía lo que ocurriría después o lo que esperaban de
mí. Y luego papá actuó tan…
Parpadeo con fuerza y remuevo la salsa al mirar por la ventana de la
cocina. Hay una vista pintoresca de la calle arbolada, el sol se ha puesto y
está oscureciendo, y una ardilla gorda corre por la rama del viejo roble que
da sombra a nuestra casa. Sonrío mientras otra ardilla la persigue una y otra
vez.
—¿Con qué fantaseas, dulce niña mía?
Chillo y me doy la vuelta tan rápido que la cuchara con la que estaba
revolviendo la salsa sale volando.
—Oh, Dios, me asustaste —jadeo, y entonces le asesto un golpe al
hombro de papá.
Él sonríe y hace una falsa expresión de dolor ante mi golpe.
—Oh no, te hice derramar la salsa. Lo siento, cariño.
Besa la parte superior de mi cabeza y se mueve para buscar una toalla
de papel y limpiar el pequeño chorro de salsa que se extiende por la
encimera y el piso. Coge la cuchara y la tira al fregadero.
Mi corazón se derrite un poco. Este es el hombre amable al que le di la
bienvenida por primera vez a mi casa y a mi corazón. ¿Es posible hacer
sitio tanto para Dominick como para papá?
Dios, ¿es que eso siquiera está… bien? ¿O es enfermo y retorcido?
Lo que me enseñaron mientras crecía dice que sí, que todo esto es
indiscutiblemente retorcido. Todo jodido, como diría mi primer novio.
Todo muy jodido.
Pero Dominick no parecía pensarlo. Se lo tomó con calma cuando papá
se unió. Esto es normal para ellos. Y son mi familia. Familia, algo que
nunca antes había tenido y que siempre quise. Haces compromisos por la
familia. Cedes y les das una parte de ti.
Ja, ja. Bueno, papá ciertamente hizo que diera algo de mí el sábado
pasado.
Eh, bueno, ahora estoy haciendo chistes bastante jodidos en mi cabeza.
—Voy a poner la mesa —digo sacudiendo la cabeza, completamente
perturbada por la situación.
Todavía no tengo idea de cuál camino es el correcto.
—¿Dominick podrá venir esta noche? —pregunto.
—No, somos solo nosotros dos.
Mi corazón late con más fuerza. Pero luego papá y yo tenemos una cena
perfectamente normal. Me cuenta sobre la extensión del ala de oncología en
la que él y la junta han estado trabajando durante un par de años. La
recaudación de fondos es siempre la pesadilla y el alma del trabajo de papá.
—Pero al menos finalmente puedo disfrutar de una de las ventajas.
—¿A qué te refieres? —pregunto, ensartando un poco de espinaca de mi
ensalada y luego mezclándola con un poco de salsa Alfredo.
La cena ha sido tan relajante que casi termino con mi plato. Cuando
estoy nerviosa o tensa, apenas puedo comer nada. Pero papá está tan
carismático que tengo la sensación de que podría hacer que el Papa se
sintiera a gusto en un club nocturno.
Sonríe mientras se sirve una segunda porción de pasta.
—Este fin de semana hay un baile de padres e hijas y una recaudación
de fondos para los patrocinadores. Claro, se espera que asistan los
superiores del hospital, como este humilde servidor. —Deja su tenedor y
sus ojos verdes se enserian—. Sería un honor si vinieras conmigo.
Por un segundo, se me hace un nudo en la garganta. Es tan estúpido, lo
sé.
Pero hay ciertas cosas de las que te pierdes cuando no tienes un papá
mientras creces. Con todas las cosas que hay relacionadas con los padres, es
imposible no sentirse privado de un montón de cosas cuando eres niño. El
día de llevar a tu hija al trabajo, preguntas inofensivas por parte de
maestros, como «¿en qué trabajan tus padres?», el baile de padres e hijas
del club de campo al que iban todos mis amigos cuando tenía trece años. Sí,
cuando estás en los círculos en los que se mueve mi familia, se supone que
debes asistir a eventos pretenciosos como aquellos. Todo eso solo hizo que
el gran vacío de mi vida estuviera en primer plano.
Y cuando le pregunté a mamá dónde estaba mi verdadero padre y por
qué se fue, solo recibí insultos, seguidos inevitablemente por días de
borracheras incluso peores de lo normal. Le pregunté al abuelo una vez y
me dijo que mi padre era un canalla que nunca recibiría un centavo de la
fortuna familiar. Así que eso fue todo.
Pero aquí estaba este hombre, ahora ansioso por asumir el papel. Es
hermoso y vibrante. Él me quiere. En todos los sentidos de la palabra.
Papá.
Le sonrío a pesar de que mi estómago se revuelve al saber que esto es
retorcido. Y yo soy retorcida por quererlo, muy retorcida por quererlo tanto
como lo quiero.
—Me encantaría.
Las palabras salen de mis labios antes de que pueda siquiera pensar en
ellas. Papá se acerca y me da un apretón en la mano, con la sonrisa
ensanchándole el rostro. Lo he hecho tan feliz.
¿Cómo puede estar mal eso?
Nos quedamos ahí, con los ojos y las manos entrelazadas por un
momento. Al rato me suelta y volvemos a comer. Me pregunta sobre las
clases y la cena continúa con normalidad.
Después de la cena, lavo los platos y papá los seca. Al fin guarda el
último plato. Luego, me da un apretón en el hombro y me besa en la nuca.
—Que duermas bien, dulce niña mía.
Me doy la vuelta y me quedo mirando su espalda mientras desaparece
por la puerta de la cocina.
Niego con la cabeza y apoyo las manos contra la encimera de la cocina.
Hace seis meses habría estado comiendo fideos instantáneos debajo de
varias cobijas, viendo un sinfín de reality shows y deseando que mi vida
fuera la mitad de interesante que ahora. A menudo lloraba hasta quedarme
dormida por la soledad, esperando que algo, cualquier cosa, cambiase.
Y ahora tengo la atención y el cariño no de uno, sino de dos hombres.
Tal vez debería dejar de preocuparme y quejarme y solo… pues tratar de
disfrutarlo.
Vaya, qué pensamiento tan impactante. ¿Yo, disfrutando de mi vida y no
solo haciendo lo que se supone que debo hacer como un buen autobot? ¡Ni
pensarlo!
Dios, he vivido tanto tiempo con el temor de repetir los errores de
mamá que apenas me he permitido vivir. No te salgas de las líneas al
colorear, Sarah. Lava los platos y limpia lo que ha hecho tu holgazana
madre, Sarah. Nunca dejes que nadie vea la vida familiar tan desastrosa que
tienes, Sarah.
Luce perfecta. Sé perfecta.
Pero… ¿qué pasaba si dejaba todo eso atrás?
Todo el juicio a mí misma. Toda la culpa por dar un paso fuera de la
línea.
¿Y si me desprendo de la vergüenza? ¿Y si me deshago de todo y
descubro quién verdaderamente es Sarah, aparte de la hija de mi madre? ¿Si
me desencadeno por completo?
La simple idea me libra de la pesadez que me ha estado agobiando
desde el fin de semana pasado, y enseguida siento exactamente lo exhausta
que estoy. Apenas he dormido. Todas las noches espero algo, y ni siquiera
sé qué cosa: que uno o los dos aparezcan en mi puerta. Niego con la cabeza
y me río de mí misma.
Sea lo que sea, estoy segura de que podemos sentarnos como adultos
maduros y discutir lo que queremos que esto sea. No sé por qué he sido tan
débil al respecto. Dejé que el miedo me dominara durante demasiado
tiempo. Debería haber hablado y hecho más preguntas el sábado para
aclarar exactamente lo que estaba pasando, lo que me confundía y lo que
quería.
La comunicación. ¿Te suena? ¿Esa cosa de la que todo el mundo habla
como el elemento más importante en cualquier relación? ¿Cómo se supone
que los hombres sepan lo que quiero a menos que hable? Quiero darme
golpes en la frente por lo obvia que es la solución a toda mi ansiedad.
Dejo que sequen las esponjas de los platos y me apresuro a subir las
escaleras a mi cuarto, sintiéndome mucho más ligera de lo que me he
sentido en toda la semana. Tomar una ducha hace que desaparezca la
tensión que me quedaba en los músculos. Me meto en la cama, totalmente
tranquila y relajada.
Me acomodo bajo las sábanas y leo durante un rato hasta que son las
nueve y media y siento los ojos demasiado pesados para que permanezcan
abiertos. Es temprano para mí, pero después de mi semana sin dormir,
apago la luz del techo y vuelvo a meterme en la cama.
Mi luz de noche está encendida. Naturalmente.
Es simplemente el nivel perfecto de oscuridad. Cierro los ojos y me
pongo de lado. Estoy a punto de quedarme dormida cuando siento un
ligerísimo escalofrío que me recorre la espalda. Es tonto, pero creo que es
porque estoy de espaldas a la puerta.
Lo cual es absolutamente ridículo. Dios mío, ¿qué tengo? ¿Siete años?
Aun así, me doy la vuelta, abro los ojos rápidamente, veo que mi puerta
está firmemente cerrada y exhalo con alivio. Entonces vuelvo a cerrar los
ojos y me acurruco más con mi almohada.
Sin embargo, un segundo después, aquel mismo estúpido escalofrío
vuelve. Internamente pongo los ojos en blanco y me quejo. Me niego a
pasar otra noche sin dormir sobresaltándome por cada dos ruidos que oigo.
Aun así, obedezco la estúpida compulsión y abro los ojos.
Solo para ver la enorme silueta de papá que ocupa mi puerta.
Grito, aferro la almohada contra mi pecho, y entonces se la arrojo.
—Me has dado un susto de muerte.
Papá atrapa la almohada, riendo mientras entra a la habitación y se
acerca a mi cama.
—Papi lo siente, dulzura. —Su voz parece más profunda de lo que era
hace un par de horas en la cocina.
Basta con dar un par de pasos con sus largas piernas y entonces está
junto a mi cama. Se sienta y me pone sus grandes manos sobre los hombros.
Me da la vuelta sin hacer mucho esfuerzo para que quede boca abajo, y me
masajea la espalda.
—Durante la cena me has contado de tu tarea y de lo que has estado
haciendo en la facultad los últimos días —dice papá inclinándose—. Pero
no me has dicho lo que realmente quería saber. —Esta última parte la sisea
en mi oído.
Tiemblo debajo de él mientras sus manos se vuelven más ásperas al
masajear los músculos de mis hombros y la parte posterior de mi cuello.
—¿Y q-q-qué es eso? —pregunto, odiando lo tímida que sale mi voz.
¿Por qué estoy murmurando como una idiota incompetente? Se supone
que debo comunicar mis deseos y necesidades. Tomo una bocanada de aire
y digo:
—Esperaba que pudiéramos hablar esta noche sobre…
—No me has dicho si has sido una buena o una mala chica —gruñe.
Y luego, sin esperar a que responda, me da la vuelta en su regazo, me
baja las bragas y su palma aterriza en mi trasero.
Grito de sorpresa cuando me golpea de nuevo, fuerte y seguro.
—¿Has dejado que otros vean lo que es mío? —pregunta antes de
volver a atizarme—. ¿Has estado presumiendo ese culito apretado y
poniendo duros a tus compañeros de clase ahora que sabes lo bien que se
siente tener penes metidos en tu sucio coño?
—¿Qué…? No, yo nunca…
—¡No me mientas! —me grita—. Cuando las niñas prueban un pene, es
todo en lo que pueden pensar. Sé cómo son, putitas. Intento encontrarte
cuando eres pura, antes que el mundo te corrompa. Cuando todavía eres
dulce. ¿Sigues siendo mi dulce niña?
Introduce un dedo en mi interior con fuerza. Y no estoy seca; estoy
húmeda. Sin importar lo tosco que haya sido, su dedo entra fácilmente.
De alguna forma, sus palabras ásperas y sucias, incluso su crueldad, me
han humedecido.
¿Me gusta esto? ¿Esto me excita?
Papá mete un segundo dedo dentro de mí y comienza a moverlos como
si fueran una tijera, estirándome y haciendo que me pusiera aún más mojada
para él.
—Demonios, pero eres tan dulce y apretada mientras aún eres inocente
—murmura cerca e mi cabello—. Hueles como debería oler una hermosa y
dulce niña. Tan limpia, pura y buena.
—Solo para ti y Dom —susurro, jadeando y al borde de las lágrimas de
nuevo, incluso mientras confusas sensaciones de placer se elevan en mi
vientre—. Para nadie más. ¡Nunca!
No sé por qué dice las cosas que dice. Son malas e hirientes, y se
suponía que yo debía defenderme. Debía hablar de manera madura sobre lo
que quiero y espero y…
—Maldición, dulzura, tal vez sí que eres la indicada después de todo —
dice papá.
Luego me da la vuelta y oigo el ruido de una hebilla al abrirse.
Aunque lo estaba esperando, el breve segundo de mentalización sigue
sin ser suficiente para prepararme para que su enorme miembro me
atraviese.
No hay ningún empujón delicado ni una exploración de mis labios como
lo hizo Dominick. No, tal como antes, papá me empala hasta el fondo y con
fuerza, atravesándome directamente y sosteniéndome contra la cama.
Dejo escapar un uf por el dolor. Queda tan justo en mi interior que,
aunque ya no soy virgen y estaba húmeda, cielos, no se puede negar que
todavía duele. No tanto como la primera vez, pero todavía es demasiado
grande. Y estaba mojada, pero no tan mojada.
Gruñe en voz baja con la primera embestida, luego se retira casi de
inmediato y vuelve a entrar en mí. El ardor hace que sea imposible sentir
placer. Estoy segura de que mi cara es una mueca, pero papá nada más me
acaricia las mejillas.
—Lo estás haciendo muy bien, dulce niña mía. Estás haciendo que papá
se sienta muy bien. ¿Tienes idea de lo buena chica que eres? Has dejado que
papá te folle tan bien.
Entonces me besa.
Sus besos no se parecen en nada a los besos de Dominick. Papá besa
como folla: su lengua es contundente; empuja y retrocede para besar mis
labios, pero solo porque también los está mordiendo y pellizcando. Siempre
usa los dientes. Ni por un segundo me permite ningún tipo de libertad en el
beso; él está al mando cada segundo.
Me quedo jadeando y llena de confusión.
Justo cuando el dolor comienza a disminuir y el placer comienza a
cocerse nuevamente en mi interior, papá se retira y me levanta de la cama.
Me pongo de pie, pero su voz brusca me ordena:
—De rodillas.
Me arrodillo en el duro suelo. Estoy descolocada. Como antes, todo es
una bruma. Solo existe papá, este momento y su voz.
—Abre la boca.
Yo no… ¿Qué está…?
Sus manos me agarran la mandíbula cuando no respondo lo
suficientemente rápido, urgiéndome a abrirla.
Oh, se refiere a…
Mete su pene en mi boca antes de que siquiera termine el pensamiento.
Me lo clava hasta el fondo de la garganta y más allá.
—Trágame —me ordena.
Trato de protestar y decir que no puedo. No lo sé. Yo no… Nada de esto
es… No puedo…
Él tan solo se retira y mete su miembro en medio de mis labios y hasta
mi garganta, haciendo que me ahogue de nuevo.
—Maldita sea —grita—. Así es, ahógate con el pene gigante de papá.
¿Sabes cuánto me encanta ese sonido? —pregunta, entre gritos—. Tus
ruidos inocentes me vuelven loco, maldición. Atragántate conmigo otra vez.
Me embiste y me atraganto, me ahogo y escupo. Oh, Dios, voy a morir
si esto sigue así por mucho más tiempo.
—¡Maldición! —grita, y con otra embestida que me da náuseas, su
semen sale disparado en mi boca, se derrama por mis mejillas y mi barbilla,
y baja por mi pecho.
—Trágatelo —jadea—. ¡Trágatelo ahora o te castigaré tan fuerte que no
podrás sentarte por una semana!
Tengo arcadas e intento hacerlo, pero sigo escupiendo y espurreando.
Luego él se agacha y con una mano me pincha la nariz. ¡No puedo respirar!
¡No puedo! ¿Por qué me hace…?
—¡Trágatelo! —ruge de nuevo.
Pero, en medio de todo mi pánico, trago.
Y cuando lo hago, es como si se encendiera un interruptor.
Trago, jadeo y lamo todo lo que cubre mis labios. Y luego succiono el
pene de papá y lamo cada gota de sus dedos cuando él reúne un pequeño
charco de semen que tengo en los pechos y me lo mete en la boca. Tengo
que complacer a papá. Haré cualquier cosa para complacer a papá.
Al final, papá me sonríe. Hay un halo detrás de él por mi luz de noche.
—Después de todo, puede que seas la niña perfecta de papá. No te laves
hasta la mañana.
Me deja ahí así, con la respiración entrecortada y totalmente destruida.
Su semen sigue en mi cuerpo, por dentro y por fuera.
CAPÍTULO 9

AL DÍA siguiente vago por la facultad en medio de una bruma total.


Cuando la líder de mi grupo de desarrollo de la primera infancia me
pregunta si todo está bien, no hago más que asentir y alejarme sin decir
nada. Por lo general es lo más cercano a una amiga que tengo en la facultad,
y siempre que hablamos trato de aprovechar la oportunidad para ir por un
café juntas. Hoy literalmente me alejé, como si fuera un poste de madera.
Finjo que no la oigo, a pesar de que estaba de pie justo delante de mis
narices.
—¿Sarah? —me llama.
Yo sigo cruzando la plaza. Parte de mi mente trata de obligarme a
afrontar lo que sea que haya pasado anoche, pero el resto de mi mente está
cuerda y sigue construyendo más muros sin parar tan pronto como la parte
pesada y preocupada tira los muros viejos.
Nada ocurrió anoche. No me convertí en una patética esclava sexual que
se humilló para complacer a papá. Porque eso no es quien soy.
No es que sepa quién soy, precisamente. Tengo diecinueve, casi veinte
años y no he podido descubrirlo aún. Pensé que podría empezar a hacerlo,
pero no, no ha ocurrido.
Sin importar como se mire, sigue siendo bastante patético, así que no lo
haré. Digo, no lo miraré. No miraré nada de eso. La introspección está muy
sobrevalorada, viviré en el momento y no pensaré.
Pensar en las cosas de mierda es donde radica el problema. Y ahora
digo malas palabras. Eso es algo nuevo que hago. Porque, a la mierda, que
todo se vaya a la mierda.
No es que esté pensando en eso, sea lo que sea eso.
Me cago en esta mierda, coño. ¡¿Es que alguien puede darme una
cápsula de escape para salir de mi cabeza?!
—Sarah, gracias a Dios. He estado buscándote por todos lados.
Me detengo justo al frente de la zona común de los estudiantes y miro a
mi izquierda.
—¿Dominick?
Vale, quizás estaba un poco perdida, pero puedo jurar que Dominick
está trotando por el patio. Pestañeo con fuerza, pero sí, sigue siendo
Dominick: está vestido como siempre, con su ropa quirúrgica azul y su
camiseta negra por debajo. La correa del bolso de cuero que siempre lleva
consigo está cruzada en diagonal por su pecho.
—Sarah.
Dom me alcanza y me envuelve de inmediato en un abrazo. Al
principio, no reacciono. Inclusive con sus brazos a mi alrededor la neblina
persiste.
—¿Sarah? —Retrocede y me sacude los hombros con suavidad—.
¿Sarah? —La preocupación en su voz es lo único que al fin atraviesa la
bruma. Se dirige a mí—: ¿Estás bien?
Entonces vuelvo a estar entre sus brazos.
—Dios, es obvio que no lo estás.
—No, estoy bien —murmuro pestañeando.
Dominick está aquí. En mi campus. ¿Cómo es que está aquí? ¿Cómo es
posible?
—¿Qué haces aquí?
—Tenía que verte —me interrumpe y pone una mano en la parte de
atrás de mi cabeza, acercándome más hacia su pecho—. No se suponía que
papá fuera a tu cuarto anoche. Dijo que no lo haría sin mí. Vine tan pronto
como me enteré de que lo hizo. Lo lamento tanto si te asustó.
En cuanto dice las palabras, todo mi cuerpo empieza a estremecerse. Es
como si el hecho de que lo dijese en voz alta al fin me hubiera dado el
permiso de sentirlo.
Miedo. Sí, eso es exactamente lo que había sentido anoche. Estaba
demasiado confundida para saber siquiera cómo llamarlo. Pero todo fue
aterrador; tenía miedo.
Pero también me había excitado. Estaba húmeda, así que… me había
gustado. Eso significaba que lo quería… ¿o no?
Entierro la cara en el pecho de Dominick. Sigo estando tan confundida,
pero todo se siente mejor entre sus brazos. El inclinado mundo parece
equilibrarse sobre su eje.
En un arranque impulsivo me pongo de puntillas y lo beso.
Abro mi boca para sentirlo, pero Dominick me sorprende: se echa hacia
atrás.
Mierda. Tratar de besarlo cuando solo vino a asegurarse de que
estuviera bien fue un error. Además, papá dijo que no se suponía que
debiéramos andar a escondidas. Técnicamente, besar a Dom no contaba
como andar a escondidas, pero podía interpretarse de esa forma y…
Entonces los labios de Dominick aterrizan sobre los míos y todos mis
pensamientos hacen silencio.
Hay un tranquilo silencio en mi cabeza.
La lengua de Dom no busca entrar en mi boca y él no me presiona para
hacer más. Es tan solo un beso delicado, dulce y suave. Y eso es todo.
Después de un breve momento, se aparta. Apoya la frente contra la mía.
Y no me importa que alguien nos vea y lo asocie como mi nuevo
hermanastro. Apenas le hablo a alguien en el campus, de todas formas.
Tenerle tan cerca lo es todo.
—Dios, te he extrañado —susurra cerrando los ojos—. Los turnos en el
hospital han sido una tortura porque sé que no estoy manteniendo mi
promesa de protegerte.
Frunzo el entrecejo.
—¿Protegerme?
La línea entre sus cejas se profundiza más, pero entonces abre los ojos y
me sonríe.
—Pero ahora estoy aquí contigo. Vamos. —Se fija en los estudiantes
que marchan y en la conmoción general de la plaza—. Salgamos de aquí y
vayamos a algún lugar más tranquilo.
Asiento. Tengo una clase en una hora, pero con lo poco que puedo
concentrarme en mis clases matutinas, nada suena mejor que hacer novillos
y pasar tiempo con Dominick.
—¿Quieres ir a tomar un café o a comer algo? —Toco su brazo y me
percato de los oscuros círculos que hay debajo de sus ojos—. Solo me
imagino lo cansado que debes estar. ¿Has estado comiendo? Recuerda
cuidarte a ti también, no solo a tus pacientes.
Su sonrisa se ensancha y se le suavizan los ojos cuando me mira, y
entonces hace lo último que me espero que haga: estira la mano y entrelaza
sus dedos con los míos.
Dios mío, me está cogiendo de la mano.
Es un gesto tan simple. Después de todo lo que hicimos el sábado
pasado, debería sentirse como lo menos íntimo del mundo. Sin embargo,
logra que mi corazón cante de una forma tal que todas las cosas eróticas y
sexuales que experimenté en esa habitación y lo que pasó anoche con su
padre palideciesen en comparación.
—Primero, quiero que sepas que lo que pasó anoche no volverá a
ocurrir. No si yo no estoy ahí contigo. —Levanta la vista y, con los ojos
bien abiertos, se apresura a decir—: Y solo si así lo quieres.
Exhala y mira hacia abajo, haciendo una mueca como si hubiera
practicado un discurso y le hubiera salido al revés.
—¿Cómo te sientes con todo lo que ha pasado? Solo tienes que pedirlo
y todo se detendrá.
Él balancea nuestros brazos ligeramente mientras marchamos. Creo que
me está llevando a un pequeño café en la esquina, pero no estoy segura.
No puedo evitar tensarme ante sus preguntas. Él se percata de ello, claro
que sí, y se para en seco a un extremo de la plaza, debajo de un cerezo que
está floreciendo.
—¿Sarah?
Me encojo de hombros y señalo el café con la barbilla.
—Vamos a tomarnos un café. Necesito mi dosis diaria. —Finjo una
sonrisa y lo arrastro por la calzada mientras el semáforo peatonal muestra la
cuenta regresiva.
Él lo deja estar y vamos por nuestros cafés. Me pide un café con crema
y chocolate blanco, mi bebida favorita cuando no les presto atención a las
calorías, lo que parece que estoy haciendo hoy. No me importa, porque,
para ser muy franca, no negaré que necesito una bebida que me consuele.
Tampoco me opongo al bocadillo de mora que me compra, pero solo porque
él también se ha comprado uno.
Es solo cuando salimos del café y marchamos por la acera, dándoles
sorbos a nuestras bebidas, que Dominick empieza a hablar otra vez:
—¿Y? Vamos, escúpelo.
—¿Qué? —Intento eludir el tema usando el palito de remover el café
para comerme la crema batida que han puesto por encima de mi bebida.
Dominick tiene la bolsa con los bocadillos en la mano. Yo me termino
toda la crema y luego vuelvo a tapar el recipiente para beberme el resto del
café. Dios, esto es lo que necesitaba.
Me permite que evite sus preguntas por un rato más y señala el camino
a un parquecito que está a casi dos cuadras de aquí. Nos acomodamos
debajo de un enorme árbol. No estoy segura del tipo de árbol que es, pero
tiene un enorme tronco y un sistema de raíces que sobresale del suelo.
Dominick se quita el bolso, se sienta sobre una de las raíces, apoyando la
espalda contra el tronco, y se da palmaditas en el regazo para que me siente.
Es un día primaveral. Las flores están floreciendo, el sol brilla y
resplandece con alegría, y el hombre más guapo que pueda imaginarme me
hace señas para que me siente a su lado bajo la sombra de un árbol y con
dulces postres que me aguardan dentro de una bolsa.
Y todo lo que me apetece es acurrucarme con él y llorar.
Cielos, ¿qué me pasa? Contengo las lágrimas y me siento en sus
rodillas, pongo el café en el suelo y lo abrazo.
—Eh, no es legal que seas tan perfecto —susurro en su pecho,
limpiándome una lágrima descarriada que logra escapar de mi ojo.
Él hace una mueca desde debajo.
—Dios, no digas eso. —Su voz es sombría y está llena de…
¿autodesprecio?
Lo miro, confundida, pero la expresión en su rostro encaja lo que creí
haber oído en su voz. Tiene la boca fruncida y la mirada fija en el piso.
—¿Dom? ¿Qué ocurre?
Cuando levanta la vista para mirarme, noto que tiene las cejas bajadas.
Se ve afligido.
—Sarah, ¿alguna vez te has puesto a pensar que tal vez papá no sea el
mejor hombre del mundo?
Me enderezo y lo miro de verdad.
—Pero… —Sacudo la cabeza—. Eres tan cercano a él, y él a ti. No lo
entiendo. Pensé que lo admirabas y que por eso decidiste estudiar medicina.
Él suelta un sonoro suspiro y vuelve a apartar la mirada.
—Las cosas entre mi padre y yo son complicadas. Lo odié por mucho
tiempo de niño. Pensé que era un monstruo y que había alejado a mamá,
pero entonces todo cambió.
Bebe un largo sorbo de su café —un expreso, naturalmente— antes de
dejar su taza junto a la mía.
—¿Cómo? ¿Qué pasó?
Su expresión vuelve a oscurecerse. Frunce el entrecejo y sus ojos
oscuros lucen tempestuosos. Se encoge de hombros.
—Pasaron algunas cosas de las que no tengo muchas ganas de hablar,
pero empecé a querer competir con él. Hice algunas cosas de las que no me
siento orgulloso. En fin, todo aquello me convenció de que tal vez no
éramos tan diferentes del otro. De tal palo tal astilla, ¿sabes?
Sus ojos se encontraron con los míos por un fugaz instante antes de que
los apartara de nuevo.
—Así que pensé: ¿quién soy yo para juzgarlo? ¿Tal vez así son todas las
personas? Buenas y malas, llenas de luz y oscuridad. Todos estamos un
poco mal de la cabeza, así que lo acepté a medias.
Vuelve a mirarme, y esta vez sus ojos están llenos de sinceridad.
—Entonces, sí, al principio estudiar medicina fue parte de esa
competencia. Iba a ser doctor, pero sería mejor de lo que él lo fue. Sería un
cirujano y me especializaría en un área mucho más impresionante que la
suya. Sería uno de los mejores en el país.
Él estira la mano y vuelve a sujetar la mía como si estuviera
desesperado por sentir una conexión más profunda que la de nuestros
cuerpos que se tocan porque estoy sentada en su regazo.
—Pero juro que se convirtió en algo más que eso. No cambió hasta que
empecé mi residencia el año pasado, pero cuando comencé a interactuar con
pacientes de verdad y vi el impacto de la medicina en las vidas humanas, en
las familias, cuando vi como los seres queridos se reunían alrededor de sus
enfermos, como celebraban… —Un gesto de dolor cruza su mirada—. …y
como lloraban cuando perdíamos a alguien, entonces todo se volvió real, a
pesar de que no hubiera tenido las mejores intenciones al principio. Sabía
que esa sería la razón por la que me comprometería a largo plazo: por los
pacientes.
—Oh, Dominick. —Extiendo una mano y le acaricio la mejilla.
Detesto que sienta que tiene que suplicarme para que le crea cuando
todos pueden ver que se preocupa tanto por sus pacientes que se rompe la
espalda trabajando. Quiere la residencia en el hospital general de Boston
porque sabe que eso lo hará ser el mejor doctor y que podrá salvar la mayor
cantidad de vidas.
—Conozco tu corazón. —Le paso la mano por la mejilla y la dejo sobre
su pecho. Los latidos de su corazón se sienten constantes debajo de mi
palma.
Para mi desconcierto, él se desmorona ante mi declaración. Agacha la
cabeza y entierra su frente contra mi pecho.
—No te merezco —susurra—. Ninguno de los dos te merecemos.
—Shh, ya basta.
Me muevo para quedar a horcajadas sobre él, y paso mis dedos por su
largo y suave cabello. No me importa si la posición resulta un poco
indecente porque llevo un vestido; la parte de abajo tiene una gran falda
redonda y sigo estando perfectamente cubierta.
Además, todo lo que puedo pensar es en Dominick. Solo necesito
acercarme a él lo más que pueda. No sé de dónde viene toda esta aversión
hacia sí mismo, pero no me gusta nada.
Recibo con gusto el hecho de que se esté abriendo conmigo. Lo único
que detesto es que sea esto lo que ha estado escondiendo en su corazón. Lo
abrazo y beso la parte superior de su cabeza, justo donde comienza su
remolino.
—Vas a estar bien —le susurro, echando un vistazo a la hermosa tarde
primaveral—. Ambos vamos a estar bien.
Y parece cierto al estar entre sus brazos. Me he sentido completamente
perdida todo el día, pero él me ha devuelto a la realidad. Es verdad que aún
no he descubierto por completo quién soy… pero tal vez eso no sea algo de
lo que tener miedo, sino algo por lo que emocionarse.
Tengo la oportunidad de descubrirme a mí misma. Bastante asombroso,
¿no?
Y cuando estoy con Dominick es como si un horizonte se abriera,
enorme y vasto; lleno de posibilidades infinitas y un centenar de caminos
diferentes, cada uno con un futuro brillante. Siempre teniéndole a mi lado.
Apoyo la mejilla en su cabeza. Él me empuja contra el árbol y nos
sujetamos con fuerza.
Finalmente, ya no puedo callarlo más. Lo suelto sin pensarlo mucho:
—Te amo.
La única evidencia de que me ha oído es que sus dedos se aferran con
más fuerza a mi cintura, y luego no hace nada por varios minutos. Sigue
abrazándome, con la cabeza enterrada en mi pecho.
Aunque… bueno, eso no es exactamente cierto. Después de unos treinta
segundos empiezo a sentirlo. Estoy encima de él, y empiezo a sentirlo en el
sitio donde mi sexo se conecta con el suyo, con su uniforme de por medio.
Su miembro se endurece notablemente, y hace presión desde el otro lado de
la mezclilla y contra la delgada barrera de mis bragas de algodón.
Se me acelera la respiración y, sin darme cuenta, aferro más los dedos
en su cuero cabelludo.
Lo único que logra eso es que su miembro se levante y ponga más
rígido.
—Sarah. —Mi nombre sale como un gruñido largo y prolongado.
Entonces vuelve a moverme contra él, de un lado a otro, sin duda
buscando fricción. La humedad que comenzaba a manar se convierte en una
inundación ante su gesto de necesidad.
Luego se detiene y exhala con fuerza, mirando hacia arriba.
—No, hermosa, no quiero aprovecharme de ti.
Suelto un bufido.
—No soy una niña.
Entonces siento que mis mejillas se encienden. Sé que tenemos un juego
con todo el asunto de «papi», pero eso no significa que yo de verdad sea…
—Sé que no lo eres —se apresura a decir, leyendo la expresión en mi
rostro, desde luego.
Y luego me besa, y se siente como lo mejor de todo. Al menos hasta que
comienzan a oírse algunos improperios y silbidos en las inmediaciones.
Yo me aparto de la vergüenza y Dominick me ayuda a ponerme en pie.
Me protege de los espectadores mientras yo recojo nuestros cafés y
bocadillos, y él vuelve a ponerse su bolso. Apenas salimos del parque me
echo a reír, tapándome la boca con el antebrazo. Dominick me mira como si
tuviera miedo de cómo podría reaccionar, pero entonces también comienza
a reírse.
Tira nuestras tazas de café vacías a un cubo de basura cuando pasamos,
y entonces me coge en brazos y me da vueltas. Yo suelto un gritito mientras
me hace girar una y luego dos veces.
—Dios, te amo —dice, sonriéndome cuando al fin tengo los pies sobre
tierra firme, pero sin dejar de reír aún.
Las risitas mueren abruptamente. Y como dos imanes polarizados,
nuestros labios se vuelven a juntar de inmediato. No puedo tener suficiente
de Dominick. Mis piernas se entrelazan con las suyas. Necesito estar más
cerca. No me importa que la gente esté mirando. No me importa que nos
silben de nuevo.
—Dominick —le susurro desesperadamente en la boca entre besos—.
Oh, Dios.
Sin embargo, mis palabras susurrantes parecen sacarlo de algún tipo de
trance, pues se aleja de mí y me sujeta de la mano.
No entrelaza nuestros dedos dulcemente como antes.
No, me coge de la mano con firmeza mientras me lleva hacia adelante;
directo por la cuadra por dónde venimos. Vamos de regreso a la facultad.
—¿A dónde…?
Pero él empieza a trotar para cruzar la calle antes de que se encienda el
semáforo, y yo me apresuro a seguirle el paso. Antes de que me dé cuenta,
me está llevando a la enorme biblioteca de la facultad y presiona el botón
del ascensor. Estamos en plena tarde y la mayoría de los estudiantes están
en sus clases, así que, por primera vez, no hay nadie más esperando. Tan
pronto como el ascensor suena y las puertas se abren, Dominick me mete
dentro a rastras. En cuanto se cierran las puertas y presiona el botón del
octavo piso, me tiene contra la pared y vuelve a devorar mis labios.
Cuando mete su pierna entre mis muslos, todo lo que puedo pensar es
«oh, Dios, sí».
Es un edificio antiguo y el ascensor es lento. Cuando las manos de
Dominick pasan por debajo de mis nalgas y me sube aún más en su muslo,
envuelvo mis piernas alrededor de su cintura y me muevo hacia adelante y
hacia atrás para sentir tanta fricción como me sea posible.
—Dios mío —exhalo—. Oh, Dom.
—Me conocen por ambos nombres, preciosa —dice sonriendo
diabólicamente, y solo se aparta cuando el ascensor vuelve a soltar un pitido
en el octavo piso.
Para el momento en que me lleva hacia donde sea que nos esté llevando,
ya me encuentro sonrojada y muy excitada. Estoy segura de que seguiría a
este hombre hasta el infierno y más allá. Ya sea Dios o el diablo, realmente
no me importa en este momento. Solo lo necesito entre mis muslos de
nuevo tan pronto como sea posible.
No tengo que esperar mucho. Sin dejar de agarrarme de la mano, me
arrastra a través de varios estantes hasta un baño unisex para
discapacitados. Nos metemos dentro y, un segundo después, Dominick le ha
pasado el seguro a la puerta y me tiene contra la pared.
Su mano se desliza de inmediato por debajo de mi vestido.
Mi gemido de placer hace eco en todo el pequeño baño de azulejos y
Dominick lleva un dedo a mis labios con su otra mano.
—Shh. —Me sonríe—. Es una biblioteca, hermosa. Tienes que hacer
silencio.
Y luego el bastardo se arrodilla y su cabeza desaparece debajo de mi
vestido. Un momento después mis bragas están en mis tobillos y…
Oh, Dios mío. No puedo evitar contener el pequeño gemido que se
escapa de mi garganta. Lo que está haciendo con su lengua… Cielos,
debería ser ilegal en cada rincón del mundo. Excepto que no, porque se
siente tan, tan, tan bien.
Después del siguiente ruido agudo, levanta la falda de mi vestido y me
lanza una mirada de advertencia. Yo me tapo la boca con mi propia mano;
cualquier cosa para que vuelva a ponerse a ello.
Me dedica una sonrisa. Una sonrisa muy traviesa y ruin. Y entonces esa
lengua malvada, deliciosa, enviada desde el mismísimo cielo comienza a
succionar, moverse e introducirse en…
Estoy en el límite cuando Dominick sale de debajo de mi vestido y se
limpia la boca con el antebrazo. ¿Qué? No puede detenerse ahora. Estaba
así de cerca de venirme. Estiro la mano para volver a meterlo debajo de mi
falda, pero él se aleja y sonríe.
—¿Querías algo?
Exhalo, frustrada. Él sabe perfectamente lo cerca que estaba del clímax.
Lucho con todas mis fuerzas para no patalear con frustración. Por otro lado,
sí que le dije que no era una cría.
¡Pero es que no es justo!
—Ven aquí y podrás tener tu regalo —dice con un claro tono de burla
en su voz. Se inclina y saca algo de su bolso que no alcanzo a ver.
—¿Qué es eso? —Doy un paso adelante para intentar mirar por encima
de su hombro.
—Ah, ah, ah —me reprende, apartando lo que sea que tenga en manos
de mi vista. Me mira y hace un gesto hacia el lavabo—. Ponte en posición
como una niña buena.
Paso la mirada por el lavabo y luego lo miro a él. ¿Quiere decir como
cuando…?
—Manos en la encimera, culo fuera —confirma.
Ha escondido todo lo que sacó de su bolso detrás de su espalda. Con la
forma en que está de pie, tan recto como militar y dando órdenes, se parece
más que nunca a papá. Y, por más retorcido que sea, mi sexo solo se
humedece más.
Obedezco, sintiéndome emocionada y perturbada.
Él se acerca detrás de mí. Puedo ver su reflejo en el espejo. Es varios
centímetros más alto que yo y también mucho más ancho. Sí que parezco
una niña en comparación.
No. No soy una jovencita. Solo me veo bajita. Femenina. Y él es
hombre por todos lados.
—Así es —dice con voz baja y ronca—. Míranos juntos en el espejo.
Mira lo increíblemente sensual que eres.
Se agacha y me quita el vestido. Dejé mis bragas atrás cuando me las
quité para acercarme a la encimera del lavabo. El vestido tenía un sujetador
incorporado, así que ahora estoy completamente desnuda.
Dominick se quita las dos camisas y entonces solo estamos él y yo
frente al espejo. Su mano se posa en mi cintura y baja hasta mi sexo
empapado. Su roce es suficiente para enloquecerme, pero esa imagen
nuestra, desnudos y juntos en el espejo, con los ojos clavados en dónde me
está tocando… Oh Dios, me estremezco y colapso contra él mientras un
espasmo me recorre el cuerpo.
—Mantén los ojos abiertos —susurra bruscamente, así que me obligo a
abrirlos.
Me introduce otro dedo en la boca. Lo chupo a pesar de que las olas de
mi clímax empiezan a circular por todo mi cuerpo. Me quedo observando
con confusa felicidad mientras él baja su otra mano. Pienso que es para
unirse a lo que hace la primera, pero no es así. Oh…
¡Oh!
Abro los ojos de golpe y el orgasmo cobra mucha más fuerza cuando su
dedo índice da un empujoncito y sondea mi lugar más prohibido.
Me aferro de la encimera y me impulso hacia adelante, pero estoy
inmovilizada entre él y su cuerpo, incapaz de evitar mi grito cuando la
punta de su dedo índice penetra mi trasero.
Me contraigo en sus dedos cuando el clímax alcanza su punto máximo.
Mi cuerpo se tensa y luego se expande como si una bomba de calor
explotase desde mi centro. Sin embargo, apenas tengo un momento para
considerar todo lo que acaba de pasar, pues Dominick aprovecha la
relajación momentánea de mi cuerpo para llevar su dedo aún más profundo
en mi entrada trasera.
Siseo, conmocionada. Vuelvo a abrir los ojos de par en par. Levanto la
cabeza y contemplo a Dominick en el espejo. Estaba aguardando mi
reacción. Puedo darme cuenta de aquello por la forma en que sus ojos están
entrecerrados, y se muerde los labios, concentrado, como hace a veces
cuando estudiamos juntos.
Él planeó esto. Tal vez no de esta manera exacta, pero siempre tuvo la
intención de meterse en mi… en mi…
Siempre quiso estar ahí atrás.
Al darme cuenta de ello, mis músculos se flexionan y se tensan
alrededor de su dedo, que sigue alojado en mi interior. Sus pupilas se
dilatan incluso más de lo que ya están y sus fosas nasales se ensanchan en
respuesta.
Y una réplica del orgasmo me atraviesa las extremidades al verlo. Está
muy excitado. Su uniforme es tan fino que puedo sentir lo duro que está.
¿Está planeando hacerme suya por ahí? ¿Meterlo ahí? ¿Ahora mismo?
¿Se lo voy a permitir? ¿Quiero eso?
Pienso en cómo papá me penetró. No me sentía preparada para eso. Me
dolió mucho. Inclusive anoche, todavía había mucho dolor de por medio.
Hace que todo sea tan confuso. Con Dominick, al menos hasta ahora,
solo he sentido comodidad y seguridad. Nada de dolor. ¿Pero es como
papá? Me dijo que antes lo era. ¿También quiere hacerme llorar y probar
mis lágrimas?
Me contraigo a su alrededor de nuevo, pero esta vez porque una parte de
mí quiere alejarse. Y es una gran parte.
—¿Sarah? ¿Qué tienes? —Cuando miro hacia arriba de nuevo, veo que,
aunque la lujuria sigue ahí, también hay preocupación—. ¿Qué acaba de
pasar? Puedes hablar conmigo. Si hay algo con lo que no te sientas cómoda,
solo basta con decírmelo.
Dominick comienza a sacar su dedo, pero yo lo detengo.
—No —me apresuro a decir.
Vamos, se trata de Dominick. Por mucho que se parezcan, él no es papá.
—Es que… —Me muerdo el labio.
—¿Qué? Sarah, lo decía en serio. Puedes decirme lo que sea.
Con la misma mano con la que complacía mi sexo hace unos momentos,
me aparta el cabello del cuello y deposita una serie de besos dulces y
enloquecedores a lo largo de mi hombro.
Me estremezco contra sus labios.
—Me gusta todo lo que me haces. Es solo que no estoy segura de estar
lista para que lo hagas. —Hago una pausa de nuevo, no quiero hacerlo
disgustar.
—¿Qué?
Otra vez comienza a sacar su dedo y, de nuevo, yo me aprieto para
detenerlo.
—Puedes tocarme —digo rápidamente—, pero no creo que esté lista
para, ya sabes… — Veo que mis mejillas se encienden en el espejo— …
para tener sexo ahí. —Esa última parte sale como un susurro.
Dominick se relaja visiblemente y sonríe.
—Lo sé, bebé. —Vuelve a besarme el cuello, chupando y mordiéndolo
—. Por eso quiero prepararte. Así es como lo hacemos.
Y entonces su dedo comienza a dar vueltas y a moverse hacia adentro y
hacia afuera.
—Quiero mostrarte lo bien que se siente tener un poco de presión ahí
mientras te hago mía.
Su profunda voz hace que mi sexo se contraiga, y no puedo evitar
contener el pequeño gemido que sale al oír sus palabras.
—Inclínate —susurra en voz baja en mi oído. Me muerde la oreja y
luego me insta a seguir sus instrucciones con las manos.
Lo hago, y pronto estoy tumbada con los pechos abajo en la gélida
encimera y con el culo afuera. Contemplo a Dominick en el espejo
mirándome con satisfacción.
Es entonces cuando al fin puedo vislumbrar el pequeño objeto que se
saca del bolsillo, donde debió haberlo escondido antes. Bueno, dos objetos.
Uno de ellos es un pequeño tubo.
El otro es un consolador largo y delgado.
Mis ojos se ensanchan cuando él pone algo de gel del tubo en el
consolador. Bueno, ¿se le dice consolador si no tiene forma de pene? Solo
es largo, delgado y parece hecho de goma.
Lo siguiente que sé es que Dominick presionó algo y el objeto comenzó
a vibrar. Me tenso de inmediato, pero la voz serena y tranquilizadora de
Dom hizo que me relajara de nuevo. Pone su mano en la parte inferior de
mi columna.
—Relájate, cariño. Es lo mismo que mis dedos. Ven, ¿por qué no te
vuelvo a abrir primero?
Él vuelve a mirarme.
—Cielos —dice en voz baja—, me encanta meter mis dedos en ese
culito dulce y apretado tuyo. ¿Sabes el sueño hecho realidad que será
tenerte por allí, hermosa? Dios, me vuelvo loco con solo pensarlo.
Mientras habla, uno de sus dedos, que también está empapado en gel,
empieza a sondear mi entrada.
—Tu cuerpecito fue hecho para mí, ¿lo sabías? En la boda me estaba
matando verte bailar con papá. Quería arrancarle las manos de tu cintura.
Estabas tan hermosa. Muy hermosa, joder.
A medida que hablaba, me relajaba y él volvió a introducir su dedo en
mi interior. Aprovecha la ventaja y la yema de su otro dedo da un
empujoncito para entrar con el primero.
—Lo estás haciendo muy bien. Dios, siente lo cálida y suave que eres.
Te estás tragando mis dedos. —En el espejo, su rostro adquiere esa
expresión de doloroso placer que me vuelve absolutamente loca. Y la
sensación de lo que me está haciendo, tan ajena y prohibida.
Pero es Dominick. Y la presión.
Con lo lento que va, no duele en absoluto. Él tenía razón. Se siente bien.
Todo lo que hace Dominick se siente bien. Tan bien y tan correcto.
El segundo dedo entra y me sobresalto por la sorpresa. Dominick abre la
boca y se ve igual de sorprendido. Está tan excitado que ya no lo puede
aguantar.
—Hermosa, me voy a correr en mis pantalones. Eres tan perfecta, joder.
Dios… Dios…
Me mira el trasero, completamente hipnotizado; sin duda está viendo el
lugar en el que sus dedos desaparecen en mi culo, girando lentamente hacia
adelante y hacia atrás, explorando y estirándome y…
—Tengo que probarte mientras estoy en tu culo así —dice de repente.
Luego, sin sacar los dedos, se arrodilla y da la vuelta para quedar debajo
del lavabo, frente a mi sexo. Sigue con el antebrazo en alto y los dedos
enterrados hasta los nudillos en lo más profundo de mi ano.
Se levanta ligeramente y luego aferra su boca a mi clítoris. Estaba
montando una agradable ola de placer tras mi último orgasmo mientras me
concentraba en las sensaciones de lo que sus dedos le estaban haciendo a mi
cuerpo, pero todas las sensaciones se estaban combinando.
Era demasiado. Más que demasiado. Oh, Dios, casi al instante estoy al
borde de nuevo, excepto que, esta vez, viene con mucha más fuerza. No sé
por qué los segundos orgasmos tienden a ser más explosivos que los
primeros, pero lo son para mí. En especial por las sensaciones que
Dominick me ha estado enseñando, tanto física como emocionalmente…
Lo llena que me siento atrás, más la estimulación en la parte delantera.
Oh, Dios mío, no puedo. Me contraigo con fuerza y me muerdo el labio
inferior para evitar gritar mientras el segundo clímax me atraviesa.
Dominick sigue succionándome y metiendo y sacando sus dedos de mi
culo a pesar de todo. Solo se detiene unos minutos después, cuando los
espasmos que recorren mis piernas amenazan con hacerme venir abajo.
—No puedo estar de pie por mucho más —jadeo—. Es demasiado.
Esas dos palabras lo engloban todo. Pero, Dios, todavía quiero más, así
que le digo a Dom:
—Más.
Mi vagina sigue deseosa.
—Necesito más —me quejo, haciendo presión contra el cuerpo de
Dominick cuando se pone en pie y saca los dedos de mi trasero—. Otro —
le digo con avidez, besándolo apasionadamente—. Quiero otro. Necesito
otro.
Levanto una pierna alrededor de sus caderas y froto mi coño con su
pene.
Coño. Pene.
Dios, me encanta el sonido de esas palabras.
—Te quiero dentro de mí —gimo contra sus labios.
Él me muerde el labio inferior y gruñe.
—No sabes cuánto lo deseo. Dios, y con lo rápido que te vienes, es una
locura total. Eres tan hermosa, joder. —Me besa con pasión—. Pero estás
demasiado dolorida. Necesitas descansar ahí abajo.
—Pero tú… —Me agacho y sujeto su pene del otro lado de su uniforme.
Puf, ¿por qué sigue llevándolo? Quiero ver su hermoso y espectacular
pene. Lo quiero ahora. Le bajo la pretina del uniforme, liberando su
glorioso miembro. Está enfurecido y rígido, y lo quiero.
Empiezo a ponerme de rodillas, relamiéndome los labios, pero
Dominick me detiene con un firme movimiento de cabeza.
—Hoy no, hermosa. Hoy todo es para ti.
—Pero… —protesto.
—No lo olvides —dice sacando el vibrador de su bolsillo. Lo ha
apagado, pero solo ver el juguete me corta la respiración—, tu
entrenamiento diario aún no ha terminado.
No puedo evitar relamerme los labios. Dominick, que los está mirando,
sonríe.
—Súbete a la encimera.
Me hace un gesto para que suba a la elevada encimera, y después me
levanta él mismo cuando parece que no me muevo lo suficientemente
rápido para su gusto. Él me levanta los tobillos, lubrica el consolador y
tantea mi ano con él un instante después.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al sentir el frío plástico. Miro hacia
abajo, y desde este ángulo, puedo verlo desaparecer en mi pequeño agujero
prohibido. Trago saliva y me relajo, tal como Dominick me ordena. Tiene
razón. Entra sin ningún problema por lo mucho que lo ha abierto.
Se lava las manos rápidamente y luego enciende el consolador para que
vuelva a vibrar.
Lo que trae una nueva serie de sensaciones. Es mucho más largo que sus
dedos y no duda en meterlo más. Más profundo. Y después aún más
profundo.
Pronto puedo sentirlo vibrar en lo más profundo de mí. Oh, Dios, estoy
tan llena.
Dominick mueve la varita por todos lados y esta vibra al otro lado de mi
sexo. Es ahí cuando, naturalmente, comienza a jugar con mi vagina de
nuevo. Rodea mi clítoris con los dedos tranquilamente, luego baja por mis
labios, introduce un dedo en mi canal, y luego dos. Después comienza a
jugar con mi clítoris.
Básicamente me está torturando.
Hasta que agarro sus brazos y lo acerco violentamente a mí, besándolo
hasta que ambos nos quedamos sin aliento. Teniéndole tan cerca, su pene
queda en medio de nuestras panzas. Incluso la sensación hace que mi sexo
apriete los dedos que tiene dentro de sí.
—Quiero que te corras —le digo mordiéndole el labio inferior—.
Córrete sobre mí.
Gruñe y retrocede lo suficiente como para sostener su pene. Lo acaricia
bruscamente y me fascina la vista. No puedo apartar los ojos de su mano
sobre su miembro, del movimiento fluido y masculino de él dándose placer.
Es lo más erótico que he visto en mi vida.
Sigue introduciendo el consolador dentro y fuera de mi ano con la otra
mano, pero es verlo masturbarse lo que me tiene al borde de nuevo.
—Tócate —me ordena—. Y te vendrás cuando te diga. Ni un maldito
momento antes, ¿me escuchas?
Asiento con la cabeza, respirando tan fuerte que mi pecho sube y baja.
Bajo una mano por mi cuerpo. Otra cosa prohibida. No puedo creer que
estoy a punto de…
Pero viendo a Dominick, lo único que puedo pensar es que cielos,
necesito fricción.
Es increíblemente sensual verle así. La tensión y la necesidad en su
rostro. La forma en que se masturba tan despiadadamente, moviendo la piel
de su pene hacia arriba y hacia abajo, girando con fuerza alrededor de la
cabeza bulbosa y luego tirando hacia abajo. Y entonces la forma en que sus
ojos se van desenfocando lentamente y su boca se relaja por el placer.
—Te dije que te tocaras —ordena—. Una mano en tu clítoris y la otra
enterrada en tu coño. Quiero verte sucia con tus propios jugos.
Jadeo y obedezco, apresurándome a rodear mi clítoris con las manos.
Estoy tan hinchada y sensible ahí abajo por haberme venido dos veces, que
mi sexo se sacude tan pronto como hago contacto. Me apoyo contra el
espejo, introduzco un dedo en mi interior y luego dos. Oh, Dios, nunca
había hecho eso antes. En realidad, nunca me había metido ningún dedo.
Nunca. Solo me había tocado el clítoris, y eso solo con vacilación. Siempre
sentía tanta culpa.
Mi interior se siente raro. Cálido, suave y elástico.
Dominick es despiadado con el consolador. Lo introduce y saca de mi
ano, pero se siente bien, muy bien.
—Eres tan perfecta, carajo —dice con los dientes apretados y la cara
fruncida por la tensión y el placer—. Nunca había visto nada tan
endemoniadamente hermoso. Joder, vente conmigo. Ahora.
Y lo hago. Me vengo, me vengo y me sigo viniendo. Dominick se
estremece e hilos de semen aterrizan en mi vientre, y yo me vengo con tanta
fuerza que siento que me desmayaré y que se me partirá la cabeza en dos.
Cuando puedo sentir mis extremidades y ver de nuevo, Dominick me
abraza, me besa en la cara y me susurra una y otra vez:
—Te amo. Te amo, Sarah. Cielos, te amo tanto.
Mi corazón canta, incluso cuando se oye un fuerte golpe en la puerta.
Lo ignoro y sostengo el rostro de Dominick.
—Yo también te amo. Para siempre. —Lo beso con fuerza.
Me siento tan ligera, tan feliz. Tal vez sea porque tenemos que
apresurarnos para limpiar y ponernos la ropa que el rostro de Dominick se
ensombrece.
O simplemente me lo estoy imaginando, porque cinco minutos más
tarde, ambos nos reímos después de que la bibliotecaria nos fulminara con
la mirada; nos dijo que había una queja por ruido y nos pidió nuestra
identificación estudiantil.
Dominick me cubrió diciendo que los habíamos olvidado en el
dormitorio y luego me dijo que corriera. Me cogió mi mano y corrimos por
las escaleras.
Sí, a medida que caminamos de la mano hacia su coche y me siento más
feliz y satisfecha de lo que nunca me he sentido en mi vida, estoy segura de
que cualquier oscuridad que haya vislumbrado en su rostro fue solo mi
imaginación.
CAPÍTULO 10

ESE FIN DE SEMANA, ni papá ni Dominick están en casa. Después de


pasar el sábado de los nervios por la casa vacía y con una sensación de
anticipación que no puedo alcanzar a explicar por completo, cuando veo
una nota de Dominick diciendo que siente no estar y que debe trabajar otro
turno doble, decido pasar el domingo en la biblioteca de la facultad
haciendo un trabajo importante que se entrega el martes.
Sí, si Dominick hubiera estado aquí este fin de semana, no le hubiera
hecho ningún caso al trabajo; pero el semestre casi llega a su fin y he estado
tan distraída desde hace meses que es bueno enfocarme en la facultad por
un rato. Meterme de lleno en la investigación sobre las etapas de desarrollo
cognitivo de Piaget casi logra que me olvide de todo lo de la casa.
Hemos cenado en familia dos veces desde el interludio de Dominick y
yo en el baño de la biblioteca, y todo ha sido, bueno… increíble.
Papá sonríe al ver las miradas furtivas que Dominick y yo nos
dedicamos. Ambos me dan un apretón juguetón en el culo cuando paso a
poner la mesa, o mientras lavamos los platos, o cuando vamos al cuarto de
estar para ver la tele después de la cena. Pero no pasa de ahí. Todo ha vuelto
a nuestra rutina de siempre, solo que con una pizca de picardía.
El jueves papá me ayudó con mi tarea de estadística y luego me detuvo
poniéndome una mano en el brazo.
—Sé que debe haberte costado un poco acostumbrarte al ajuste de que
Dominick y yo viniésemos a vivir contigo —dijo con voz suave—. En
especial a medida que nos vamos haciendo más cercanos como familia y
que nuestra relación se va haciendo más compleja.
Estiró la mano y cogió la mía, acariciando la cara interna de mi muñeca
con el pulgar.
—Pero quiero que sepas que conocerte ha sido una de las mejores cosas
que nos ha sucedido. También ha hecho que Dominick y yo estemos más
unidos que nunca. Eres una jovencita muy especial. —Dicho eso, me
estrujó la mano una última vez, se inclinó y me besó en la frente. Después
se puso en pie y salió de la cocina.
Me quedé en la mesa, sintiendo una sensación de calidez que me
recorría por completo. A eso le siguió un sentimiento de ansiedad mientras
lo veía irse. ¿Qué significó todo eso? ¿Querría pasarse por mi cuarto esta
noche? ¿Estaba lista para eso? Pero no, Dominick dijo que de ahora en
adelante era algo que solamente harían juntos. Aquello me tranquilizó.
Y fiel a lo que Dominick había dicho, papá no entró en mi cuarto esa
noche. ¿Era únicamente porque Dominick no estaba en casa? ¿Y quería eso
decir que la primera noche que ambos estuvieron ahí, habían querido…?
Después de todo, Dominick tenía el vibrador porque dijo que quería
entrenarme y prepararme para…
Pero ninguno de los dos ha estado en casa al mismo tiempo. Dominick
sigue teniendo horarios imposibles, e incluso papá ha estado fuera más de lo
habitual a medida que el hospital se esfuerza por recaudar tantos dólares de
los patrocinadores como le sea posible para la fecha límite de la junta, si es
que quieren que la nueva ala oncológica del hospital sea aprobada. Sé que
todo eso le estresa, a pesar de que trata de dejar el trabajo en el trabajo.
Me esfuerzo por no dejar que mi propio estrés haga acto de presencia.
Sí, tengo clases, pero también es la incertidumbre persistente sobre la
situación en casa.
No soportaría que papá ni Dominick adivinasen que son ellos la causa
de mi ansiedad. Y mientras más me alejo de esa primera experiencia sexual,
más convencida estoy de que solo reaccioné de forma inmadura a todo lo
que pasó. Claro que el sexo duele la primera vez; era virgen, por amor a
Dios. Mi himen tenía que romperse. Eh, ¿sí? ¿Es que sabía algo de
biología?
Además, aunque no había visto a Dominick tanto como me gustaría —
bueno, para ser honesta, es que apenas le he visto— me ha estado dejando
regalitos en mi cómoda, donde tengo mis cosas para el cabello y el
maquillaje.
Dios, me sonrojo solo de pensar en eso. La primera vez que abrí el
cajón para sacar mi cepillo y vi lo que me había dejado, solté un gritito y
casi la cerré de golpe otra vez. Como si estuviera apenada de que alguien
más lo viera, o algo así. Fue tonto, pues claro que no había nadie más ahí.
Seguía sintiéndome absurdamente avergonzada al volver a abrir el cajón y
leer la nota con la caligrafía desastrosa de doctor que tiene Dominick.
Usa esto siempre que puedas durante los próximos días. Déjatelo
dentro cuando vayas a la facultad y piensa en mí. Prepárate para mí,
hermosa.
Junto a la nota había un pequeño tapón anal y un tubo de lubricante.
Cada tantos días dejaba un tapón más grande y una nueva nota.
No te figuras cómo me pone imaginarte caminando por ahí con mi
presente dentro de ti. Estoy tan duro todo el rato que apenas puedo
concentrarme. Pronto serás mía en todos los sentidos, hermosa.
Y pocos días después, tras el largo fin de semana que pasé metida en la
biblioteca escribiendo mi trabajo, finalmente le veo. Es martes por la
mañana. Me quedé despierta hasta muy entrada la noche terminando el
trabajo y apenas tuve tiempo para bañarme, correr por las escaleras y coger
un cruasán antes de salir por la puerta. Él acababa de entrar, con aspecto
exhausto tras uno de sus turnos nocturnos.
—Hermosa —dice con agradable sorpresa cuando abre la puerta para
hallarme del otro lado, colocándome la mochila y el bolso por encima del
hombro.
—¡Dominick! —Suelto mi mochila de inmediato y me abalanzo hacia
él—. Te he extrañado tantísimo.
Lo beso y él me levanta, acercándome a sí y devolviéndome el beso con
la misma ferocidad.
—Ustedes dos, no olviden respirar —dice papá acercándose a nosotros.
Papá hace que me vuelva hacia él y también me besa en los labios. Los
labios de Dominick eran cálidos y sabían a chocolate, lo que me provoca
una sonrisa porque sé que es uno de sus truquillos cuando está cansado en
el trabajo: se come pedacitos de chocolate para ayudarse a estar despierto.
Los labios de papá son más fríos y saben a menta. Probablemente acababa
de beber del agua filtrada del refrigerador, fría y vigorizante, y también se
lavó los dientes.
Tan pronto como papá se aparta, fijo la vista en Dominick. ¿Se
molestará porque papá me besó?
No, sigue sonriéndome como si nunca hubiera estado más contento de
ver a alguien en su vida. El alivio me inunda. Yo me pongo de puntitas y
beso a Dom de nuevo. Mmm, sabe a chocolate. Su lengua se enreda con la
mía y entonces siento un cálido cuerpo a mis espaldas y unas manos que
acarician mi trasero.
Papá estruja y masajea mi trasero por encima de mis vaqueros, y luego
se pega contra mi cuerpo, oprimiéndome contra Dominick.
—Dulce, dulce niña mía —susurra papá—. Mírate, con tantas ganas de
lanzártele encima a tu hermano mayor.
Siento la calidez de su aliento en la nuca, pues tengo el cabello
recogido.
—Pero no puedes llegar tarde a tus clases —continúa y se aleja, pero no
sin asestarme un sonoro plaf en el culo.
Suelto un gritito ahogado, pero entonces me río. Dominick se aparta de
mis labios, aunque no sin dejar de sostenerme por otro largo segundo antes
de soltarme.
—¿Necesitas que te lleven a la facultad? —me pregunta, buscando mis
ojos.
Sonrío ante su dulzura. Acababa de llegar de un turno
extraordinariamente largo, ¿y se ofrece a llevarme a la facultad?
—Estoy bien, ve a dormir un poco.
—Yo puedo llevarla —dice papá—. Me queda por el camino.
—Puedo coger el autobús como de costumbre —comienzo a protestar,
pero los dos hombres ya están negando con la cabeza.
—Parece que va a llover —dice Dominick, y mira a papá—. ¿La llevas
tú?
Papá me frota el hombro y deposita otro beso ahí.
—Siempre.
Los dos hombres intercambian una mirada que no puedo descifrar, y
papá recoge mi mochila del suelo.
—Pongámonos en marcha, dulzura. No quiero que lleguemos tarde.
Estiro la mano y aprieto la de Dom, y entonces salgo con papá.
Dominick tenía razón: sí que empieza a llover camino a la facultad, y me
alegra no estar ahí afuera. La ida solo toma veinte minutos, y por un
momento papá y yo nos quedamos oyendo las noticias matutinas de la
radio. Cuando estamos a cinco minutos de llegar, papá la apaga y yo lo miro
sorprendida. Se queda viendo el camino mientras el parabrisas se mueve
vigorosamente para despejar la lluvia de la ventana.
—De verdad espero con ansias el baile de padres e hijas del jueves.
—También yo. —Le sonrío y vuelvo los ojos al camino por un segundo.
—¿Ya tienes vestido?
Asiento y entonces me doy cuenta de que vuelve a tener la vista fija en
el camino.
—Sip. El abuelo me ha dado una mesada para este tipo de cosas. Me
compré uno muy bonito este fin de semana.
—¿De qué color es? —La pregunta de papá sale con brusquedad, y por
algún motivo, siento que es algún tipo de prueba.
—Malva —digo sin saber cuál es la respuesta correcta. Aclaro más—:
Es como un rosa claro.
Papá se relaja y sonríe.
—Bien. —Vuelve a mirarme por un breve instante—. Necesitaba saber
qué color de ramillete escoger.
—Ah —respondo, todavía algo confundida.
Entonces extiende una mano y la posa sobre mi rodilla.
—Estoy muy orgulloso de ti por saber vestirte como una señorita. No
eres como otras chicas de tu edad que se visten como zorras.
Aparca el auto a un lado del camino frente a mi edificio de inglés y se
inclina hacia mí.
—Excepto cuando estás siendo la zorrita de papá, claro. —Mordisquea
el lóbulo de mi oreja y no puedo evitar el jadeo que provocaron sus
palabras.
Pestañeo mientras él se aparta. Hace que todo suene tan sucio, pero a la
vez me estoy revolviendo en mis vaqueros. Papá es, desde luego, mucho
más vulgar que Dominick, pero pienso que esa es solo su forma de ser. Le
gusta provocarme esta reacción.
El hecho de que ahora esté usando la tercera talla de tapón anal en el
culo no ayuda. La verdad es que los dos son terriblemente sucios, y ambos
me están arrastrando a sus juegos con sus propias maneras.
La mano de papá en mi pierna se mueve para acariciar mi muslo de
arriba abajo, deslizándose más y más hacia la cara interna del muslo.
—Ten un día maravilloso, dulzura —dice en voz baja.
Esos ojos verdes suyos arden con intensidad, como si me estuviera
retando a quedarme en el coche con él.
—¡Vale, adiós! —digo y abro la puerta con fuerza.
Corro a toda velocidad debajo de la lluvia, cruzando la corta distancia
hacia el edificio, y uso mi cuerpo para abrir la puerta de un empujón. Para
cuando me vuelvo y miro por la puerta de vidrio, respirando tan fuerte que
estoy jadeando como si hubiera corrido un kilómetro, el auto de papá ya se
ha ido.
CAPÍTULO 11

EL JUEVES LLEGA VOLANDO. Siento que el baile entre padres e hijas


tiene un significado simbólico; que papá y yo saliéramos ante el mundo
oficialmente como padre e hija hacía que esto fuese, no sé, más real.
Me está presentando al mundo de sus colegas y amigos como su hija.
Sí, eso pasó en la boda, más o menos, pero apenas le conocía. Desde
luego que no lo llamaba papá en ese entonces, y nuestro nivel de intimidad
no era nada comparado con lo que es ahora.
Tardo dos horas en arreglarme entre la ducha, el cabello y el maquillaje.
Primero intento con un peinado elegante y maduro, pero en el último
momento reconozco instintivamente que a papá no le gustará. También
llevaba mucho maquillaje. La sombra de ojos por la que opté me da un aire
de sofisticación que a mí me gusta, pero puedo imaginármelo frunciendo el
entrecejo al verlo. Así que la última media hora la paso usando mi
desmaquillante y apresurándome a empezar desde cero.
Me decido por algo natural y simple. En vez de usar pintalabios, me
decanto por un resplandeciente brillo de labios que tiene un tinte rosa muy,
muy suave. Mi cabello sigue ondulado por el peinado recogido que traté de
hacerme, pero ahora lo tengo suelto y los oscuros y largos mechones de
cabello caen por mi espalda, fijados con un prendedor a los lados de mi
rostro para realzarlo.
Me hace lucir muy joven. Seguro a papá le encantará.
Me pongo el vestido y subo la cremallera hasta donde alcanzo. Luego
voy al cuarto de Dominick y toco la puerta.
Él la abre, y luce absolutamente guapo con su esmoquin. Abre los ojos
de inmediato cuando me contempla.
—Cielos, Sarah —exclama—. Eres una diosa.
Me río por su exagerada reacción y me vuelvo, haciendo mi cabello a
un lado.
—¿Me subes la cremallera?
Aunque oficialmente es un baile entre padres e hijas, otros miembros de
la familia e invitados también pueden asistir al evento.
Dominick acaricia la piel de mi espalda con los dedos, trazando un
camino por mi columna vertebral y haciendo que me estremezca antes de
que prosiga a subir la cremallera de mi vestido.
Yo me doy la vuelta, alisándome la falda del vestido. Es un vestido de
gasa de seda, sin mangas y que llega hasta el suelo, con un escote corazón;
todo está hecho a la medida para que se adapte perfectamente a mi pequeño
cuerpo. Tengo puestos un par de tacones con tiras que me ofrecen unos
centímetros de altura para casi poder llegarle a Dominick a la barbilla.
—¿Seguro que me veo bien? —le pregunto con nerviosismo.
—Te ves preciosa. —Se inclina para besarme, pero yo lo aparto con una
manotada.
—¡No me beses! Vas a arruinarme el maquillaje. Quiero que papá me
vea mientras todo esté perfecto.
Él baja la mirada y me sonríe.
—Mi pequeña perfeccionista. —Extiende el brazo—. ¿Vamos?
No puedo evitar el saltito y las vueltas que hace mi corazón. Cielos, de
verdad es irresistiblemente hermoso.
—Tú tampoco te ves tan mal —logro decir, con la garganta
repentinamente seca. Entonces pongo mi brazo en el suyo y él me lleva
escaleras abajo.
La reacción de papá es igual de gratificante. Nos está esperando al final
de las escaleras.
—Dulzura, nunca te has visto más hermosa que ahora. Podría comerte.
—Me aparta del brazo de Dominick y, antes de que pueda decir nada sobre
que echará a perder mi maquillaje, me devora los labios.
Bueno, al menos traje mi brillo labial para retocarme en el bolsito que
cogí a último momento.
—Vamos, papá —bromea Dominick—, no quiero llegar tarde a tu gran
evento. Después de todo, todos los patrocinadores estarán ahí.
Papá se separa para respirar y le da una palmada a Dominick en la
espalda. Por un segundo hay una pequeñísima pizca de tensión que a veces
siento que percibo entre ellos dos, pero al siguiente instante papá se está
riendo y me escolta para salir.
Y me lleva a una limosina que espera en la calzada.
Una limusina. Miro a papá y sacudo la cabeza. Él me está sonriendo,
observándome y aguardando a ver mi reacción.
—¿Qué hiciste? —le pregunté.
—Como dijo Dominick, es mi fiesta. Tengo que llegar con estilo. —La
sonrisa de papá se hace más amplia.
Cuando avanza, el chófer sale y rodea el vehículo para abrirnos la
puerta. Papá levanta la mano y me hace un gesto para que entre de primera.
—Señorita —dice inclinándose.
Me río por lo ridículo que se está comportando y acepto su mano que
me ayuda a entrar al coche. Dominick también está ahí, levantando mi
vestido para que no lo pise accidentalmente al entrar. Me siento como en un
cuento de hadas, excepto que Cenicienta nunca tuvo tanta suerte como para
tener dos Príncipes Encantadores.
Me siento y no dejo de sentirme abrumada. Y ni siquiera hemos llegado
a la fiesta todavía.

UN PAR DE HORAS DESPUÉS, la sensación de aturdimiento no ha


disminuido.
El baile se celebra en un hotel rascacielos en el centro de la ciudad, y
queda claro que no se reparó en gastos. Los candelabros de cristal son parte
del hotel, pero cada mesa cuenta con arreglos florales enormes y exóticos.
La vajilla es exquisita, y la orquesta, fantástica.
He perdido la cuenta de las veces que papá me presentó como «mi
hermosa hija». Ha relatado la historia de su solitaria existencia antes de
casarse con mi madre y que nunca se esperó heredar el increíble regalo de
una familia ya lista.
Nunca se adivinaría que mamá no figura en escena con el retrato de
familia feliz que él pinta. Pero en serio, aparte de su presencia ficticia,
tengo que admitir que todo lo demás que dice parece como si fuera
completamente cierto.
Me sentía tan dolorosamente sola antes de que se mudaran a vivir
conmigo, y ahora todo es rico y pleno gracias a ellos. Ahora tengo una
familia. El hecho de que pueda ir a una velada completamente glamorosa
con ellos es la guinda del pastel.
Y no mentiré, el pastel es increíblemente exquisito. Toda la cena es
gourmet: salmón sellado con espárragos, pimientos y patatas de guarnición.
Y luego las tartas individuales de chocolate más maravillosas y estupendas
que existen.
Dominick podía ver lo embelesada que estaba con la mía, así que me
dio la suya. Lo sé, ¿Dominick, el del agujero negro en el estómago,
sacrificando de verdad un delicioso postre? Si eso no demuestra su amor,
entonces no sé qué lo hará. Pero a estas alturas sé que esa es su forma de
ser: siempre me cuida de todas las maneras posibles.
Y si no había sospechado que esta noche era la noche, me lo confirmó
cuando me envió un mensaje diciendo que, cuando fuera al baño, también
debería estirar mi sexo con varios dedos para que pudiera estar
completamente cómoda luego.
Ni siquiera lo había considerado, pero qué idea tan buena. Un
estiramiento previo. Como en el gimnasio, pero, claro, para otras
actividades bastante atléticas. Me reí disimuladamente mientras me
ocultaba en el cuarto de baño, me levanté mi hermoso y refinado vestido
rosa, y me masturbé. Vaya secretito tan sucio y delicioso.
Me lavé las manos dos veces después de aquello, pero juraba que
todavía podía sentir mi olor al beber mi sidra espumosa mientras papá daba
un discurso en el podio sobre que la expansión del ala de oncología nunca
habría sido posible sin los amables patrocinadores que estaban presentes
esta noche.
Ayer, justo antes de que volviera a casa, se enteraron de que el hospital
alcanzó la meta de recaudación. Lo de esta noche es una celebración en
todo el sentido de la palabra.
—Y ahora —anuncia papá desde el podio—, que empiece el baile.
Invito a todos los padres e hijas a la pista de baile. Personalmente estoy
muy entusiasmado de invitar a la nueva integrante de la familia, mi hermosa
hija Sarah, a que baile conmigo esta noche. —Alarga una mano hacia
nuestra mesa—. ¿Sarah?
Las cabezas se vuelven en mi dirección y siento que mis tontas mejillas
se encienden. Pero detesto la idea de decepcionar a papá, así que me
apresuro a ponerme en pie.
«Por favor, no te tropieces. Oh, Dios, por favor no me dejes tropezar».
Enderezando los hombros, sonrío lo más alegremente que puedo y
camino hacia papá, que se ha ido al centro de la pista de baile.
Papá me sonríe, mostrando sus dientes blancos, y sus ojos verdes brillan
bajo el candelabro. Se ve más guapo que nunca. Cuando levanta un brazo y
apoya la otra mano en mi cintura, me alegro de no ser la niñita ignorante
que era hace tantos meses y que ni siquiera sabía bailar. Si la vida se trataba
de descubrir quién eras, entonces los últimos seis meses han sido un curso
intensivo cojonudo.
Sonrío ante el pensamiento mientras levanto una mano hacia la suya con
confianza y pongo la otra en su hombro. La música comienza y él me mece
de un lado al otro mientras una canción dulce y sentimental sale de los
altavoces. La pista de baile se llena de otros padres e hijas y pronto nos
perdemos entre la multitud. Papá me acerca más hacia él y, a medida que
avanza la canción, apoyo la cabeza contra su pecho.
Siento el déjà vu de la primera vez que bailamos así, cuando este
hombre entró en mi vida y tuve una corazonada de lo importante que sería
para mí. Ni siquiera me había dado cuenta de lo de Dominick. No tenía ni
idea de cuán profundas serían nuestras intimidades. Quizás aún no la tengo.
Lo de esta noche.
Me revuelvo por la sensación de tener el trasero lleno. Una parte de mí
pensaba que no había forma de que me dejara puesto el tapón en una
ocasión tan elegante como la de esta noche, pero el diablillo en mi interior
se preguntaba lo deliciosamente travieso que sería estar vestida tan
inocentemente con este perfecto vestido rosa, mientras tengo un juguete
enterrado detrás que me hiciera recordar bien lo que Dominick quiere
hacerme más tarde. El diablillo ganó.
Imaginar el constante estado de excitación de Dominick me ha
mantenido en un estado de estimulación casi permanente durante toda la
semana, pero tampoco he hecho nada al respecto. Se habría sentido como
hacer trampa. Y saber que lo de esta noche se acerca… sea lo que sea que
pase esta noche…
Dios, lo único que me impidió venirme cuando estaba estirándome la
vagina ahora en el baño de mujeres fue el flujo constante de personas que
entraban y salían de los otros baños. No creía que pudiera ahogar mis gritos
si me permitía siquiera comenzar a tocarme bien. Además, he esperado
tanto tiempo. ¿Qué son unas horas más?
—Eres una chica tan buena —me susurra papá al oído—. Has esperado
con tanta paciencia.
Vaya. Lo miro fijamente. Es como si pudiera leerme los pensamientos.
¿Dominick le ha contado sobre los tapones?
—Yo también he sido paciente —prosigue—. Dominick dijo que
teníamos que dejar que te sanaras por completo. —Me estruja la mano con
más fuerza mientras baja la voz—: Pero papá te ha echado de menos, dulce
niña mía.
Cuando lo miro de nuevo a los ojos, están llenos de una necesidad y un
deseo tan crudos que parece que está a punto de tirarme al suelo en medio
de toda esta gente y poseerme justo aquí.
Pero entonces, como si también él se diera cuenta del sitio donde
estamos, se aparta de mí y suaviza sus expresiones para que se vean más
benignas.
—Las cosas buenas llegan a los que saben esperar. —Es un murmullo, y
no sabría decir si me lo está recordando a mí o a sí mismo.
La canción sigue sonando, y justo cuando suenan las últimas notas, de
repente unas manos me echan hacia atrás para apartarme de las manos de
papá.
¿Qué…?
—¿Entonces este es mi reemplazo?
Una mujer con un ajustado vestido negro y el cabello recogido en
coletas me agarra el antebrazo con tanta fuerza que me va a dejar marcas de
arañazos con sus afiladas uñas.
—¡Ay, déjame ir!
Me aparto de ella, pero me tiene sujeta con un apretón de muerte. Me
sacude con brusquedad, sin dejar de mirar a papá.
—¿Qué tiene ella que yo no tenga? —chilla.
Ahora que la veo mejor, me doy cuenta de que se ha maquillado
cuidadosamente para tratar de parecer una muñeca: mejillas sonrosadas,
maquillaje para que sus ojos se vean más grandes, labios pintados con una
pequeña forma de corazón, aunque no sea la forma natural de su boca.
A pesar de que supongo que a la distancia el efecto se ve impresionante,
de cerca no es más que grotesco. Papá avanza hacia ella y tuerce la boca
con disgusto.
—Vete de aquí, Janine. Te he dicho que ya no te quiero.
Me pellizca la piel aún más fuerte con las uñas.
—¡No lo dices en serio!
Papá la mira, enderezándose y cerniéndose sobre nosotras.
—Estás montando una escena —sisea entre dientes.
No se equivoca. Todos a nuestro alrededor se han vuelto para ver qué
está pasando.
—No me importa —dice Janine—. Necesitan saberlo. Yo soy tu dulce
niñita, no ella.
Todavía me tiene aferrada, pero sus palabras me afectan tanto que me
tambaleo hacia atrás y ella finalmente pierde el control. Está demasiado
ocupada tratando de acercarse a papá.
Parpadeo.
—Sarah, ¿estás bien? —Dominick corre y me atrapa antes de que me
tropiece con alguien de la multitud que nos rodea.
Janine se gira al oír su voz.
—¡Dommie, haz que papá me escuche! —lloriquea.
Sus palabras son como una flecha que me atraviesa el corazón.
Ahora comienza a acercarse a Dominick, pero papá la agarra y se la
lleva lejos de la multitud. Ella se aferra a sus solapas, pero mira por encima
del hombro a Dominick, que me está sujetando.
—No, también quiero a Dommie. ¡No me siento bien sin los dos!
Me doblo, sintiendo que me han sacado todo el aliento. Dominick me
frota la espalda, pero me aparto de él. Aire. Necesito aire. Empiezo a
moverme tan rápido como mis estúpidos tacones me permiten en la
dirección opuesta a la que papá se llevó a esa mujer.
No, no es tu papá. Cielos, ¿qué tan patética he sido todo este tiempo?
¿Qué número de la lista soy yo, de todos modos? ¿Cuántas veces han hecho
esto y con cuántas mujeres?
Y me había sentido tan especial. Pensé que todo esto sucedió
espontáneamente.
Tan naturalmente.
Porque éramos familia. Pensé que esa palabra tenía algún significado.
Dios, qué estúpida soy. Llego al final de la pista de baile y me quito los
zapatos, me subo el vestido y empiezo a correr.
—Sarah —llama Dominick—. ¡Espera, Sarah!
Sigo subiendo las escaleras hasta la zona que conduce al vestíbulo del
hotel. Pero, aunque no tenga los zapatos puestos, por supuesto que mis
pasos no son nada en comparación con los que dan las largas piernas de
Dominick. Me alcanza fácilmente y me agarra por la cintura.
—No. —Le golpeo el pecho cuando intenta abrazarme—. Suéltame, ¡no
quiero escuchar tus excusas!
—Para. Espera, no es lo que…
Le golpeo el pecho, los hombros, la cara. Él me esquiva y vuelve a
intentarlo:
—Sarah, solo dame un segundo…
Pero no quiero. No le daré ningún segundo. Ya estoy harta de que me
tomen por tonta. Estúpida e ingenua Sarah, ¿es eso lo que pensaban? Y
cielos, sí que lo era, ¿o no?
Sigo golpeándole el pecho con furia. Duele. Cielos, nunca pensé que
algo pudiera doler tanto, y quiero que a él también le duela…
—Para —dice Dominick de nuevo, y esta vez me agarra las muñecas
con una mano.
Lucho contra él, pero es inútil. Los chicos estúpidos son muy fuertes.
Gruño de frustración mientras sigo tratando de liberar mis manos.
Sus mejillas han adoptado un tinte rosa por la frustración cuando me
mira.
—Si vas a actuar como una niña, bien; te pondré encima de mi hombro
como si fueras una y te llevaré a algún lugar donde te obligaré a
escucharme —amenaza.
Me burlo de él y pongo los ojos en blanco. Y lo siguiente que sé es que
estoy boca abajo, pues me ha cargado y subido sobre su hombro.
—¡Bájame! —grito—. ¡Grandísimo patán! —termino por decir a falta
de un mejor insulto.
Él abre una puerta de un empujón y cuando miro a mi alrededor —
desorientada por estar, bueno… ¡boca abajo!— me percato de que, de
nuevo, estamos en otro cuarto del baño.
—Oh, no, no, señorito —gruñí—. Será mejor que ni se te ocurra que
voy a…
Pero, de repente, el mundo se pone de cabeza otra vez cuando él me
vuelve a poner en pie. Parece que el baño de varios compartimentos está
vacío, pues Dominick cierra la puerta con llave; después se queda de pie
frente a ella y se cruza de brazos, como un tipo de centinela vikingo.
—¿Qué estás…? No puedes… —Intento apartarlo del camino y llegar a
la puerta, pero es un gigante completamente inamovible.
Dejo escapar un enorme bufido de frustración y también me cruzo de
brazos. Le doy la espalda, lo que realmente no ayuda pues todavía puedo
ver su reflejo en los múltiples espejos del baño. Obstinadamente, cierro los
ojos con fuerza.
—Puedes encerrarme aquí hasta que alguien le notifique a la seguridad
del hotel, pero no voy a hablar contigo —anuncio levantando la barbilla.
—Bien —dice, exhalando tan fuerte que puedo escuchar lo frustrado
que está.
Incluso sin mirarle, puedo imaginarme cómo se pasa la mano por los
suaves mechones de cabello. Maldita sea, odio conocerlo tan bien.
No, Sarah, eso no es cierto. No lo conoces en absoluto. Todo fue una
trampa. Fingir intimidad. Todo lo que esto ha sido es un gran engaño; un
juego que él y su padre han jugado muchas, muchas veces ya. Aquel
pensamiento es como una lanza en mi pecho y todo lo que me apetece es
hacerme un ovillo en uno de los baños y poner alguna barrera entre
nosotros, incluso si esta es tan endeble como la puerta de un baño.
—Si no vas a hablar, entonces escucha. Janine no es una mujer sana. No
lo sabíamos cuando empezamos a salir con ella, y sí, los dos salimos con
ella al mismo tiempo. Fue algo que probamos durante un tiempo.
Hago una mueca y me alejo de él. A pesar de mi determinación de no
decir nada, tengo que hacer la pregunta:
—¿Cuántas mujeres… has compartido con él?
Otro fuerte suspiro suyo, y luego un silencio. Oh, Dios mío, ha habido
tantas que ni siquiera puede recordar…
—Cinco.
Parpadeo. ¿Era más o menos de lo que esperaba?
Más de lo que quería, pero menos de lo que mis horribles fantasías
habían comenzado a maquinar. Me froto los brazos de arriba abajo.
—¿Cómo comenzó?
Me vuelvo para mirarlo. Ha bajado los brazos, pero no se ha movido de
la puerta. Sus ojos lucen suplicantes. ¿Suplican para que entienda? ¿Para
que no le deje?
—Comenzó con mi tutora del instituto.
Me aparto de él. ¿Qué? No me esperaba eso.
—¿Cuántos años tenías?
Sus ojos se ven claros y firmes cuando responde:
—Diecisiete.
Me quedo boquiabierta.
—Abusó de ti.
Él se encoge de hombros.
—En verdad no lo pensé de esa forma en ese momento. Ella solo tenía
veintiún años, y yo estaba echando un polvo, así que estaba contento.
Estaba combinando mi tercer y mi último año, así que me sentía lo
suficientemente mayor. Estaba buena.
—Dominick, eso no hace que esté bien…
—Sí, bueno, eso no es todo. Resulta que ella también se estaba
acostando con papá.
Mi boca, que acababa de cerrar, se abre de par en par otra vez.
—¡Vaya zorra!
Dominick se ríe de mi reacción.
—Papá nos pilló juntos, pero fue después de que yo recién cumpliese
los dieciocho. En lo que a él le concernía, ella no se había acercado a mí
hasta que cumplí la mayoría de edad. En fin, ella tuvo miedo de que él se
enojara y perdiera los estribos.
Dominick se encoge de hombros de nuevo.
—Pero no pasó. Solo vino y nos hizo compañía. Bueno, ya que papá es
papá… —Pone los ojos en blanco—. …ella sí recibió un castigo, pero a su
manera.
—Y tú estabas… —Hago una pausa, sin saber cómo decir esto con
delicadeza—. ¿Estabas de e acuerdo con eso?
Él mira hacia abajo.
—Papá y yo siempre hemos tenido una… cómo decirlo, una relación
compleja. Yo estaba enfadado con la mujer por haberme engañado con
papá. Quiero decir, que él nos pillara así fue como me enteré del asunto.
Estaba herido, ella fue mi primera vez, y bueno, no sé.
Me mira y sonríe con modestia.
—Pensé que nuestros sentimientos por el otro eran más profundos de lo
que obviamente lo eran. Supongo que pensé que acostarnos así con ella la
jodería de alguna forma. —Niega con la cabeza—. Resultó que le gustaba
bastante. Seguimos así los tres durante un rato, pero quedó en nada. Papá se
consiguió una nueva novia y supongo que yo todavía estaba molesto por la
tutora, así que… —dice sin terminar y vuelve a mirarme con sus oscuros
ojos—. No estoy orgulloso de esta parte.
Hace una pausa como si no quisiera continuar. Con vacilación, doy un
paso adelante.
—Dime. Quiero saberlo. —Trago en seco—. Quiero saberlo todo.
Él baja la vista.
—Bueno, sabía que tenía una nueva novia, así que la seduje para
vengarme de él. —Él mira hacia arriba, con ojos cautelosos, y obviamente
preparándose para mi reacción—. Te dije que fui muy competitivo con él
por un tiempo. Así que eso es lo que hicimos. En cierto modo competíamos
con mujeres, acostándonos con ellas, pero cada uno tratando de superar al
otro en secreto.
Vuelvo a tambalearme hacia atrás.
—¿Es eso lo que están tratando de hacer conmigo?
Pienso en la forma en que cada uno ha venido a por mí por separado,
con sus diferentes estilos seductores, y se me empieza a revolver el
estómago.
—¡Cielos, no! —dice Dominick, finalmente alejándose de la puerta y
acercándose a mí.
Sin embargo, levanto una mano para detenerlo. Parece muy sincero,
pero ¿de verdad puedo confiar en él después de todo lo que acaba de
admitir?
—Háblame de Janine.
Traga saliva, pero no aparta la mirada. Ya me puedo dar cuenta de que
no me va a gustar lo que estoy a punto de escuchar.
—Yo me estaba haciendo mayor, había comenzado mi residencia en el
hospital y papá y yo estábamos tratando de hacer las paces, de cambiar las
cosas entre nosotros. Quería empezar a salir con mujeres por mi cuenta,
pero papá me convenció de seguir haciendo lo que estábamos haciendo,
aunque de otra manera. Decidimos que entraríamos en una relación y que
todas sabrían de antemano en qué se estaban metiendo. Papá obviamente
tiene ciertas fantasías con las que le gusta jugar. —Me mira con
complicidad y yo asiento, entendiendo lo que quiere decir. Todo el asunto
de llamarle papi—. Así que buscamos a una mujer a la que le gustara jugar
de la misma manera. Encontramos a Janine en un club BDSM del que papá
había oído hablar.
Mis ojos deben haberse abierto de par en par al oír el acrónimo porque
Dominick levanta ambas manos.
—Ninguno de los dos está interesado en el resto de esas cosas, pero no
es exactamente como si se pudiera publicar un anuncio en Internet y decir
«busco a una chica a la que le gusten los azotes y que te llame papá». —
Hace una mueca—. Bueno, estoy seguro de que podrías, pero… bueno, sin
comentarios.
Se estremeció.
—En todo caso, pensamos que podríamos encontrar a alguien con…
gustos similares, ya sabes. Pero no fue más que un desastre. Janine era
divertida al principio, pero estaba realmente necesitada. Estaba claro casi
desde el principio. Y pronto empezó a rayar en acoso.
—Vaya.
—Sí. —Asiente—. Se aparecía en nuestros trabajos, vestida con unos
extraños atuendos de niña pequeña, llorando y montando escenas cuando
papá o yo no la atendíamos. Tuvimos que pedir órdenes de alejamiento.
Resulta que es bipolar y que además consume coca. Pagamos para que fuera
a rehabilitación una vez, pero no teníamos más de un mes de estar saliendo.
—Levanta las manos—. Y sentimos que no había mucho que pudiéramos
hacer por ella que no fomentara su obsesión. Hablamos con el club donde la
conocimos y uno de sus antiguos dominantes dijo que hablaría con su
familia y vería si podían ayudar. La última vez que supimos de ella fue
cuando tuvimos que llamar a la policía un mes antes de que papá se casara
con tu madre.
Lo cual había hecho porque necesitaba la influencia y las conexiones
del abuelo. Hoy vi a muchos amigos del abuelo en el salón de baile;
patrocinadores para la nueva ala del hospital cuando papá había necesitado
la última entrada de dinero para fortalecer el proyecto. Fue posible gracias
al abuelo, supuse. Sus amigos ricos eran gente de bastante dinero.
—¿Y entonces me conociste? —le cuestiono, poniendo la última pieza
del rompecabezas en su lugar.
Dominick asiente.
—Y no eras como nadie ni nada que hubiera visto antes.
Me quedo de pie, procesando todo lo que ha dicho.
—Por favor, ¿puedo abrazarte ahora? —Avanza antes de detenerse de
nuevo, con el entrecejo fruncido, como si algo le doliera—. Me estás
torturando.
Cielos, ¿creía que era el único? Yo estoy dudando de él, preguntándome
si todo lo que pensaba que sabía era una mentira. Me he sentido torturada
por dentro desde que esa mujer me puso las manos encima en el salón de
baile.
Pero si todo lo que dijo Dominick es cierto, entonces no es más que eso:
el pasado. Es ingenuo imaginar que vendrían a mí con un historial
completamente en blanco. Dominick tiene veinticuatro años, y papá es
veinte años mayor, obviamente. No me conocían. No es justo juzgarlos por
las cosas que hicieron en ese entonces.
—Nunca imaginamos que encontraríamos a alguien tan perfecta como
tú —susurra Dominick, dando otro paso adelante—. No tienes idea. Había
renunciado incluso a esperar que sucediera, pero entonces te conocí. Y
como dije, esa primera noche en la boda, tu belleza, tu inocencia, cielos;
simplemente llamabas la atención como un faro brillante, estabas aparte de
todos los demás en esa fiesta.
Trago saliva cuando al fin acorta el último espacio entre nosotros. No
me abruma ni intenta besarme. Simplemente se agacha y toma mis dos
manos de forma vacilante.
Me quiebro en el segundo en que siento su piel cálida tocar la mía. Me
arrojo a sus brazos.
—Oh, Dios, Dom —exhalé, apretándolo por la cintura—. Estaba tan
asustada de que todo fuese una mentira.
Me rodea con los brazos y me envuelve con la misma fiereza.
—Nunca. Diablos, Sarah. Nunca dudes de lo que siento por ti. Te
quiero. Juro que nunca le he dicho esas palabras a otra mujer y nunca lo
haré. Eres la primera y la última.
Sacudo la cabeza en su pecho.
—Todo parece demasiado bueno para ser verdad.
Él me estruja con más fuerza. Algo en su pecho vibra contra mi mejilla.
Debe tener su móvil en el bolsillo del abrigo. Él lo ignora, pero sigue
sonando; la persona obviamente ha vuelto a llamar por segunda vez.
—¿Tienes que cogerlo? —le pregunto al fin.
Él suspira.
—Estoy seguro de que es papá preguntándose en dónde estamos.
—Ah. —Me alejo—. Deberías avisarle.
Dominick me mira y no puedo leer la expresión de su rostro.
—¿Es eso lo que quieres?
Asiento sin estar segura de cuál espera que sea mi respuesta.
—Eh, ¿sí? Quiero que sepa que estoy bien después de lo que pasó.
Dominick saca el móvil de su bolsillo, pero su dedo se detiene antes de
presionar el botón para devolverle la llamada. El móvil comienza a vibrar
nuevamente. Me sujeta la barbilla, asegurándose de que lo mire
directamente a los ojos.
—Si atiendo la llamada, papá tendrá ciertas expectativas sobre esta
noche y lo que sucederá después. ¿Estás lista para eso?
Levanta el móvil, que sigue zumbando.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Puedo apagarlo y
llevarte a donde quieras ir si sientes que el día de hoy ha sido demasiado
para ti. Podríamos ir a ver una película o comprar un perrito caliente a que
un vendedor ambulante y caminar por ahí por horas. —Sus ojos buscan los
míos con una expresión muy seria—. Lo que quieras. Siempre será tu
decisión. Tú eliges.
Puedo darme cuenta de que habla completamente en serio. Y sus
palabras, combinadas con el saber que estará a mi lado en cada paso del
camino, me da el valor para quitarle el móvil, presionar el botón de
contestar y responder:
—¿Papi? Ven a buscarnos.
CAPÍTULO 12

PAPÁ toma todo el control apenas entramos en la habitación del hotel en el


piso de arriba.
—Dominick, quítale el vestido a tu hermana. Y tú, bebé —me ordena
con ojos hambrientos mientras chasquea los dedos, señalando el suelo—,
arrodíllate.
Mi estómago da un salto de ansiedad al oír el tono de orden en la voz de
papá, pero no puedo negar el correspondiente hilo de humedad en mi sexo.
Dominick obedece, me desabrocha el vestido y me ayuda a quitármelo.
De nuevo dependía en el sujetador incorporado del vestido, así que quedo
desnuda, con tan solo un fragmento de bragas blancas de encaje. Dominick
me ayuda mientras me pongo de rodillas. Mis piernas están tan temblorosas
que agradezco que su mano fuerte sostenga la mía. Mis ojos van y vienen
entre la sonrisa confiada y cariñosa de Dominick y la expresión oscura y
melancólica de papá.
La mandíbula de papá se tensa cuando se quita la pajarita y la tira al
suelo. Ha tenido el mismo aspecto de tensión en su rostro desde que llegó y
nos encontró fuera del baño de hombres en el vestíbulo.
—Has sido una niña muy traviesa, huyendo así sin dejarnos explicar —
dice papá, y sus ojos se oscurecen aún más.
Se quita la chaqueta y se desabrocha los botones de su camisa de vestir,
viéndose más frío y furioso cada segundo que pasaba.
Alarmada, me vuelvo para mirar a Dominick. Está mirando a papá, pero
se agacha y me da un apretón en el hombro. Mi respiración se normaliza
ante su mirada serena. Aunque la última vez que estuvimos los tres juntos él
parecía tener un papel subordinado al de papá, esta vez está de pie justo a
mi lado. Dominick también comienza a desvestirse, pero a un ritmo
pausado.
—Sí ha sido una niña traviesa —coincide Dominick—. Creo que
disfrutaremos dándole a nuestra pequeña su castigo, ¿no crees?
Fijo la mirada en Dom, pero él solo me guiña un ojo. Ahora se ha
quitado la camisa y, diablos, se ve tan delicioso a mi lado llevando solo
pantalones, con el pecho gloriosamente ancho a la vista y el cabello rebelde
peinado hacia un lado. Se ve incluso más fornido que papá, y los músculos
de sus brazos sobresalen. Se ha quitado los zapatos y los calcetines, y juro
que incluso sus pies son masculinos. Verlo de pie a mi lado, tan divino y
glorioso, es increíblemente sensual. Como si pudiera leer mis pensamientos,
sonríe con picardía.
—Mira el apretado culito de nuestra dulce niña, esperándonos —dice
Dominick. Se agacha y agarra mis nalgas, masajeándolas y separándolas.
Es entonces cuando hace una pausa y me mira con sorpresa. Supongo
que no esperaba que tuviera el tapón puesto esta noche. Una breve mirada
de alarma cruza su rostro, pero luego sonríe de una manera que parece un
poco falsa mientras mira a papá.
—Mi hermanita está lista para nosotros. La he estado preparando.
—¿Qué quieres decir? —La voz de papá, ya tensa, se vuelve un poco
más oscura.
—Quería que esta noche fuera perfecta para ella —dice Dominick, con
toda confianza.
Luego sujeta mi ropa interior por la parte de atrás, justo por encima de
mi trasero, y la rasga por la mitad. Un segundo después me saca el tapón
anal y lo tira a un lado.
—Dios, no sabes cómo he soñado con esto, hermosa.
Se agacha y oh… Su lengua está…
Allí.
Está lamiendo mi entrada trasera una y otra vez. Ya de por sí se siente
sensible porque he tenido el tapón puesto todo el día y…
—¿Qué demonios estás haciendo? —La voz enojada de papá me saca
de la placentera neblina en la que comencé a sumirme.
En especial cuando me quita a Dominick de un empujón, tirándolo al
suelo. El piso está alfombrado, pero, aun así, Dom apenas evita caerse de
bruces.
Y papá no está ni cerca de terminar. Me agarra del brazo y me levanta
del suelo, poniéndome detrás de él.
—¿Has estado corrompiendo a tu hermana? ¿Convirtiendo a mi dulce
niña en una puta?
El rostro de papá está rojo cuando comienza a desabrocharse el negro y
brillante cinturón que está alrededor de su cintura. Pensé que era una
adición extraña a su esmoquin, pero debería haber sabido que lo usaba solo
para este propósito. Me encojo ante la furia en su rostro mientras avanza
hacia Dominick.
—Ponte en posición —ordena papá.
Pero Dominick se pone de pie de un salto, con los puños cerrados.
—No.
Papá parece sorprendido por un momento y luego su rostro se pone aún
más rojo.
—¿Qué es lo que acabas de decirme?
Dominick aprieta la mandíbula.
—He dicho que no. O hacemos esto juntos como iguales o no lo
hacemos. Sarah sigue siendo tan dulce y pura como siempre. —Hace a un
lado a papá y se acerca a mí—. Ella es valiosa, hermosa y perfecta tal como
es. Nada podría cambiar eso.
Dominick me pone la mano en la cintura y trago saliva, tanto por sus
palabras como por la horrible tensión en la habitación. La forma en que se
enfrenta a papá, tanto por él como por mí, cielos, hace que me den ganas de
llorar y abrazarlo, y…
Entonces Dominick baja más la mano y me da un golpe en el trasero.
No con mucha fuerza, ¡pero igual! Lo miro boquiabierta y él me sonríe.
—Sigo estando completamente a favor de castigar a la pequeña
malcriada —dice—, pero solo cuando va acompañado de placer. —Su otra
mano baja por la parte delantera de mi cuerpo y comienza a jugar con mi
clítoris.
Entonces vuelve a mirar a papá con una expresión algo seria.
—Voy a hacer mío el culo apretado de mi hermanita esta noche. Creo
que la haría sentir increíble tener otro pene llenando su dulce coñito al
mismo tiempo.
Vuelve a darme una nalgada con otro sonoro zas. Chillo, aunque apenas
duele. Cuando miro a papá, tiene los dientes apretados. Pero también parece
confundido, como si no estuviera seguro de qué pensar sobre este giro de
los acontecimientos.
Dominick no espera a que aclare sus pensamientos; simplemente me
lleva a la cama y me inclina sobre ella, con el culo empinado.
—¿Le vas a dar el resto de su castigo o debería hacerlo yo? —pregunta
Dominick.
Vuelvo la cara hacia un lado del colchón y miro a papá.
Papá mira a Dominick por un segundo.
—No creas que voy a olvidar esto.
Me giro para mirar a Dominick por encima del hombro, pero no parece
intimidado ni preocupado en lo más mínimo.
—¿Te apuntas o no, viejo?
Al oírlo, papá entra en acción de inmediato. Sin embargo, no vuelve a
atacar a Dominick. No, viene directamente a por mí.
A pesar de que lo estaba esperando, chillo cuando su palma aterriza con
fuerza en mi trasero.
—Papá te va a follar muy duro esta noche —gruñe, asestándome otro
golpe casi de inmediato—. Ustedes dos conspiran a mis espaldas.
Y luego otra nalgada, justo debajo de donde me pegó la primera vez.
—¿Un hombre hace todo lo que puede por sus hijos y así es como se le
paga?
Después de azotarme varias veces, me da la vuelta como si no fuera más
que una muñeca de trapo. Y probablemente significa que estoy más que
echada a perder, pero que me traten con tanta rudeza… cielos, me está
excitando.
Dominick nos acompaña en la cama mientras papá se mueve a rastras
hacia mí. Sé que nada se saldrá de control si él está aquí. Y la electricidad
que hay entre todos hace que el palpitar entre mis piernas sea más intenso
de lo que lo había sentido antes.
—Ahora vas a tragarte el pene de papá como una buena niña —dice
papá, sujetándome y colocándome en su regazo, donde procede a meter su
gigante miembro en mi boca.
No estoy del todo lista, así que toso y me atraganto.
—Oh, maldición, eso es, niñita. Ahógate con él, carajo. —Entra y sale
de mi boca y choca con el interior de mi mejilla.
Cuando falla en meterme el pene en la boca, me da una bofetada en la
mejilla con su gruesa cabeza.
—Chúpala. Chúpala.
Entonces me sujeta del cabello y me vuelve a meter el pene en la boca.
Al mismo tiempo, Dominick se agacha y me abre las piernas. Con su lengua
y dedos juega con mi vagina.
Gimo con el miembro de papá aún en mi boca, y lucho por lamerlo y
chuparlo mientras él entra y sale bruscamente. Dominick se aferra a mi
clítoris justo cuando papá me embiste la boca tan profundo que comienza a
bajar por mi garganta.
Lucho y siento arcadas, pero él me sujeta la parte de atrás de la cabeza y
se fuerza a sí mismo a entrar un poco más profundo. Dominick chupa aún
más fuerte y… no puedo respirar.
El pánico y el placer luchan entre sí hasta que papá finalmente me
suelta. Jadeo el tiempo suficiente para tomar una bocanada de aire justo
antes de que vuelva a meterse en las profundidades de mi boca.
Es desorientador tener tan poco control de mi propio cuerpo. Si solo
fuéramos papá y yo, estaría aterrorizada, pero Dominick está aquí. Confío
en él completamente. Cree que esto me dará placer.
Se supone que no debo tener el control, así que me entrego a ello.
A ellos.
Digo, no puedo evitar sentir náuseas, es instinto natural de mi cuerpo el
tratar de respirar cuando papá me está ahogando con su largo miembro.
Pero trato de relajar la garganta tanto como sea posible. Intento chuparlo
cuando puedo. Quiero ser una buena chica para ellos.
Y cuando la hábil lengua y dedos de Dominick que me estiran cumplen
con su cometido y no puedo soportarlo más, lanzo un grito ahogado
alrededor del miembro de papá.
Papá me aparta de él un momento después, y sus ojos oscuros tienen
una expresión que he llegado a reconocer: es una mezcla de hambre y
lujuria.
—Así es —gruñe—, grita por papá, dulce niña mía.
Pone su mano debajo de mi ojo y la arrastra hacia abajo, esparciendo el
poco rímel que llevo por mis mejillas. Me doy cuenta de ello porque,
cuando aparta la mano, sale con un color negro en ella.
—Ahora tengo que follarme a mi inocente bebé. Mira lo duro que has
puesto a tu papi. Míralo. —Me agarra el cabello de la nuca otra vez y me da
un tirón hacia abajo para que vea el enorme miembro con el que me estaba
ahogando.
Cielos, parece incluso más grande que la última vez. Ni siquiera tenía
un tercio de su tamaño dentro, sin importar cuánto intentara meterse en mi
garganta.
—Ponte debajo de ella, papá —ordena Dominick—. Cerca del borde de
la cama.
Papá fulmina a Dominick con la mirada, pero cuando su mirada
hambrienta vuelve a posarse en mí, obedece. Él sonríe. Hay un brillo
ligeramente maníaco en sus ojos que he visto antes.
—Es hora de llorar de nuevo por papá.
Pestañeo cuando se mueve hasta el borde de la cama y se tumba de
espaldas, luego me arrastra y me levanta por la cintura para que lo monte.
Creo que me acabo de dar cuenta de algo. Me parece que, en el fondo,
una parte de papá realmente quiere… lastimarme.
Eso es parte de lo que lo excita.
¿Dominick lo sabe?
Ni siquiera tengo tiempo para considerar la pregunta antes de que papá
me agarre las caderas, se alinee con mi entrada y me embista brutalmente
como un pistón.
Es impactante, por supuesto. Es tan grande y largo. Pero, a diferencia de
las dos últimas veces, no siento como si me estuviera partiendo en dos.
Entre los estiramientos que hice antes en el baño y Dominick que hacía lo
mismo mientras me lamía hace un momento, cuando se me entrecorta la
respiración ante la continua penetración de papá, es solo de placer.
Especialmente cuando siento la calidez de Dominick en mi espalda. Él
está aquí. No me ha dejado.
—Joder, bebé —dice papá, embistiéndome con fuerza, como si follarme
fuera un deporte olímpico—. Estás tan apretada. Tu coño casi virgen es un
maldito paraíso.
Cierra los ojos y su rostro se tensa por el placer.
El dedo de Dominick, resbaladizo por el lubricante, hace presión en mi
ano mientras me hace el cabello a un lado y me besa en la nuca.
—¿Todavía quieres esto, hermosura?
Roza el contorno de mi entrada trasera al mismo tiempo que papá entra
y sale de mí, sujetando mis caderas como si se le fuera la vida en ello.
Miro a Dominick por encima del hombro. Ya puedo sentir lo sonrojada
que estoy. Cielos, es tan ridículo. Papá me está follando hasta los huesos, mi
cuerpo se sacude cada segundo cuando él toca fondo, pero todavía me
siento un poco tímida por que Dominick haga… eso. Ha creado tanta
expectativa, ¿y si no se siente tan bien como esperaba? ¿O si de alguna
manera no funciona?
—Solo hazlo —le ruego—. Por favor. —Estiro la mano por detrás de mí
y sostengo la suya—. Te necesito dentro de mí.
Y es verdad. No quiero que sea solo papá. Me hace sentir mal que
Dominick no esté aquí conmigo en cada paso.
Los ojos de Dom brillan tras mis palabras. Miro hacia abajo y veo que
está duro como una roca. En algún punto se quitó los pantalones. Me
inclino, poniendo una mano en el pecho de papá y apoyándome en la cama
con la otra. Levanto el trasero para que Dominick tenga el mejor acceso
posible.
Y luego lo siento allí, dando toques y empujoncitos exploratorios al
principio. El último tapón era grande, pero con solo mirarlo, me doy cuenta
de que él lo es más.
—Hazlo —chillo—. Te necesito dentro de mí.
Espero que me embista. Una parte de mí quiere eso. A pesar de cómo
me ha preparado, no puedo negar que todavía persisten algunos temores.
Pero debería haber sabido que, a diferencia de papá, Dominick nunca se
arriesgaría a hacerme daño.
—Relájate y déjame entrar, bebé. Piensa en lo bien que te hace sentir
papá, en lo perverso que se sentirá tenernos a los dos dentro de ti al mismo
tiempo.
Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando escucho sus palabras. Me
contraigo en el miembro de papá y luego me relajo. Dominick aprovecha la
oportunidad y empuja la cabeza de su pene por el anillo de músculo de mi
ano. Jadeo y me aferro al pecho de papá tras la intrusión.
—Joder, Dominick, así es, folla a tu hermana. Te vamos a usar,
pequeña. Te vamos a usar con mucha, mucha fuerza.
Dominick se inclina sobre mi espalda, tocando mi columna vertebral
con la frente al mismo tiempo que, centímetro a centímetro, me penetra más
hondo. Papá finalmente desacelera su paso y respiro, reteniendo el aire en
mis pulmones.
Me siento tan llena.
—Mira a nuestra dulce niña —sisea papá—. Tan llena de penes. —Alza
la mano y me mete el pulgar en la boca—. Chúpalo —exige—. Chúpalo
como si quisieras que fuera el pene de tu hermano.
Y lo hago. Succiono y lamo el pulgar de papá. Este lo saca y se escucha
un ruidito. Esparce la humedad por toda mi cara y yo persigo su pulgar
ávidamente, con la lengua fuera, chupándolo aún más cuando vuelve a
meterlo en lo más profundo de mi boca.
Aprieto con fuerza tanto mi sexo como mi trasero con sus penes
adentro. Simultáneamente, los dos sueltan un gruñido.
—Maldición, eres tan hermosa, Sarah —murmura Dominick,
pasándome un brazo por la cintura desde atrás mientras me penetra.
Finalmente siento sus caderas chocar contra mi trasero—. Estoy enterrado
en ti —logra decir, ahogado—. ¿Tienes alguna idea de lo que siento al hacer
esto? Mierda, hermosa, ni siquiera puedo…
—Muévete. Estamos follando a una putita, no recitando un maldito
poema —gruñe papá, saliendo y luego entrando de golpe como si quisiera
acentuar sus palabras.
Estaba tan llena con Dominick en mi trasero que no pude evitar soltar
un «uf».
—Más lento —espeta Dominick—. Se sentirá mejor si lo hacemos
juntos.
—Bien —murmura papá.
Luego levanta la mano y me pellizca uno de los pezones con fuerza. Yo
jadeo y lucho para no apartar su mano.
Dominick me distrae rápidamente y se mueve al fin; un movimiento
lento y lánguido hacia afuera y luego otra vez hacia adentro. Papá comienza
a moverse con él. Captan el ritmo del otro y, Dios santo, no es como nada
que pudiera haber imaginado.
Salen y luego entran juntos, y oh, oh, oh.
Me quedo sin aliento al sentir las primeras estocadas, atravesada por dos
penes a la vez. Es demasiado para que algún pensamiento claro emerja.
Pero luego Dominick susurra:
—Tócate. Quiero sentir cómo te vienes mientras estoy enterrado en lo
más profundo de tu culo.
No tendré mucha claridad mental, pero ¿obedecer a Dominick cuando
dice que me toque? Eso es una obviedad. Me agacho y empiezo a rodearme
el clítoris con los dedos.
—Qué chica tan sucia, carajo —dice papá cuando me ve haciéndolo,
pero no ralentiza su ritmo; sigue a la par del de Dominick.
Ambos comienzan a coger velocidad. Puedo escuchar las pelotas de
Dominick chocando con mi trasero cada vez que se zambulle en mí.
El largo pene de papá toca un punto tan profundo en mi interior que la
pared entre su pene y el de Dominick se comprime por la presión de ambos
miembros llenándome.
¡Dios mío, no puedo más que imaginar el cuadro que hacemos! Yo entre
estos dos hombres enormes y viriles, sus dos penes desapareciendo dentro
de mí, y el placer que les doy a ambos. Dominick me dijo que ha soñado
con meterse en mi ano durante semanas. Y ahora está ahí.
Y papá, mi papi, sin importar lo jodido que esté con lo de que le gusta
darme dolor, también me da placer. Y vaya placer. En combinación con
Dominick, oh, Dios, los dos juntos…
Dibujo círculos y presiono mi clítoris con fuerza. Dios mío, me están
follando tan bien. No hay otra palabra para lo que están haciendo. Me
follan. Me follan.
Sacudo la cabeza de un lado al otro y es entonces cuando nos veo en el
espejo sobre la cómoda. Ahí estoy, montando a papá. Y Dominick,
penetrándome con furia, los músculos de su trasero flexionándose con cada
embestida…
Me cae como un rayo.
—¡Oh, Dios mío! —chillo, acariciándome con más fuerza.
No puedo… es demasiado… Yo…
Veo luz, y calor, y colores…
Me derrumbo encima de papá, pero sigo frotándome porque, oh, Dios
mío, esto todavía sigue.
—Joder, mira cómo se viene —dice uno de ellos, ni siquiera puedo
decir cuál porque estoy en la cumbre del clímax, moviendo las caderas y
montándolos con tanta fuerza como ellos.
Su ritmo se descontrola. Siento como si ambos estuvieran en una carrera
para penetrarme más rápido, para darme con más fuerza. No me importa
porque, cielos, oh mierda, todavía sigue; todavía tengo mi orgasmo.
Me acaricio y más gemidos escapan de mi boca mientras el placer
recorre mi estómago y luego vuelve a bajar por mi sexo. Unos brazos me
rodean y alguien me aprieta los pechos. La sobrecarga aumenta aún más,
como si hubiera una cima dentro del mismo clímax. Grito mientras subo la
ola más alta de mi vida.
Ya casi. Dios, ya casi. Uno de los hombres deja escapar un gruñido y se
queda quieto dentro de mí.
Pero en mi trasero, alguien sigue penetrándome.
Dominick.
Me muevo hacia adelante y hacia atrás, chocando contra él y contra la
mano con la que me acaricio furiosamente, más y más fuerte, y oh, oh, oh…
Ahí viene. ¡Ahí viene, joder!
—¡Dominick! —grito su nombre y él me aferra a sí.
Me embiste hondo y luego se detiene. Inclusive con mi orgasmo de por
medio, lo siento estremecerse en mí mientras el semen comienza a fluir
dentro de mi trasero.
Y es tan hermoso.
Lo amo. Él es mío.
Por siempre.
Mío.
Es perfecto.
Amor.
Por siempre.
—¿Qué coño le están haciendo a mi hija?
La voz está tan fuera de lugar, es tan inesperada, y sigo recuperando el
aliento después del orgasmo más sorprendente de mi vida, que ni siquiera
me doy cuenta de lo que está sucediendo durante varios segundos.
No hasta que mi madre va a la cama dando pisotones y tira del brazo de
Dominick para sacármelo de encima. Está vestida con un elegante vestido
de fiesta rojo, a pesar de que su cabello está enmarañado y grasiento.
Obviamente está en mal estado.
Viéndose tan sorprendido como yo me siento, Dominick se baja y se
aparta de mí. Rápidamente recoge sus pantalones del piso para cubrir su
desnudez.
Pero yo sigo sentada a horcajadas sobre papá.
—¡Sal de aquí! —le grito a mamá, comenzando a alejarme de papá y
alcanzando la sábana. Pero papá me agarra de la cintura para mantenerme
donde estoy.
Cuando lo miro con horror, él solo se queda mirando a mi madre con
una expresión indiferente.
—¿Qué quieres, Diane? Como puedes ver, estamos ocupados. ¿Cómo
has entrado aquí?
Me cubro los pechos con los brazos, abandonando mi intento de
alejarme de papá. Tiene un agarre férreo en mi cintura y, para mi vergüenza
eterna, sigue completamente duro dentro de mí.
Miro de nuevo a mamá. Nunca fue la madre del año ni nada parecido,
pero oye, nunca me ha apetecido que me vea teniendo sexo. Sostengo el
extremo de la sábana y la levanto para cubrirme, aunque es obvio que sigo
montando a papá.
—¡Saca tu pene de mi hija! —grita mamá.
Papá se encoge de hombros.
—No hasta que me digas cómo entraste.
—Soy tu esposa. —Levanta las manos—. Como no estabas en la fiesta
pensé que quizás te habías ido a una habitación. ¡Nunca esperé que tú y tu
hijo estuvieran haciendo un trío con tu hijastra en el maldito baile de padres
e hijas, enfermo de mierda! Mostré mi identificación en la recepción y me
dieron una tarjeta de acceso a tu habitación. Ahora suéltala.
Papá me suelta la cintura y me bajo de la cama. Me apresuro a ir al lado
de Dominick, envolviéndome con la sábana mientras avanzo. Dominick se
vuelve a poner los pantalones y me rodea con el brazo.
Papá, por otro lado, se queda sentado y completamente desnudo. No
hace ningún movimiento para cubrirse en absoluto, a pesar de que su pene
sigue estando medio duro. Parece estar totalmente impávido ante lo que está
sucediendo.
—¿Qué quieres? ¿Por qué estás aquí?
Ella lo fulmina con la mirada, enfoca la vista en donde estoy, junto a
Dominick, y luego vuelve a ver a papá.
—Me han rechazado la tarjeta.
Mete la mano en el bolso y coge su cartera. La abre y saca una tarjeta de
crédito.
—Inservible. —Se la arroja a papá—. Rechazada. —Otra sale volando
en dirección a su rostro—. Menos que nada. —Esta última sí le da en el
pecho.
A papá se le tensa la mandíbula y sus fosas nasales se ensanchan.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia. Has estado abusando de la
paga que te doy y te dije que le pondría un límite a tu cuenta si continuabas
fuera de control.
Mamá suelta un bufido y es ahí cuando realmente me fijo en ella por
primera vez desde que atravesó la puerta: era evidente que no estaba bien,
pero ahora veo lo delgada que se ha puesto. También se ve más mayor,
quizás porque no lleva nada de maquillaje. Vale, nada aparte del chillón
pintalabios que se ha puesto a último minuto. Cuando abre la boca para
empezar con otra diatriba, puedo ver que también tiene los dientes pintados.
Tiene los ojos rojos y también está temblando por el síndrome de
abstinencia. Siempre es impredecible cuando está así.
—Eres el director de un maldito hospital, no se te va a acabar el dinero
tan rápido.
Papá se levanta, cerniendo sus casi dos metros sobre mamá, quien
aparentemente sigue indiferente al hecho de que está desnudo. Mamá
apenas le mira de arriba abajo antes de cruzarse de brazos con insolencia.
—La razón por la que sigo teniendo dinero es porque no lo despilfarro
en fiestas de coca en las Maldivas.
Los ojos de mamá se encienden de ira.
—Esas fueron unas relajantes vacaciones en un resort que necesitaba
porque últimamente todo ha sido muy estresante en casa.
—¿Estresante desperdiciando tu inútil vida? —dice papá en tono
mordaz.
Mamá frunce los labios y da un paso adelante, levantando un dedo para
apuntarle en el pecho.
—Quítale el bloqueo a mi cuenta o le cuento todo. —Mamá me señala
con un dedo.
Eh, espera. ¿Qué?
Papá abre los ojos y la agarra por la muñeca. Parece un apretón de los
que dejan moretones.
—Papá —dice Dominick al mismo tiempo que yo doy un paso al frente
—, ¿de qué está hablando?
Mamá solo alza una ceja, desafiante.
—Donde se come no se caga, Diane —dice papá en un susurro mortal.
—Bueno, ahora no tengo nada que comer —contesta mamá—, así que,
¿qué coño me importa?
—¿Puede alguien decirme de qué está hablando? —exijo.
Todos me ignoran mientras mamá y papá continúan su duelo de miradas
mortales. No parece que alguno vaya a darse por vencido pronto, así que me
vuelvo hacia Dominick.
—¿Dom? —le pregunto con voz temblorosa—. ¿De qué está hablando?
Tan pronto como veo su cara mustia, sé que es algo horrible.
—Juro que al principio no lo sabía —susurra.
—Cállate, Dominick —espeta papá.
Doy un paso atrás, sintiendo enseguida que voy a devolver el almuerzo.
Oh, Dios, ¿qué sucede? ¿Qué es lo que no me están contando?
—¿Qué no sabías?
—¿Cuál crees que fue la verdadera razón por la que se casó conmigo?
—pregunta mamá, riendo histéricamente mientras trata de zafarse de papá
—. Desde luego que no fue por mi lindo culo.
Él la sacude con brusquedad.
—Basta, Diane. Si alguna vez quieres…
—¡Vete a la mierda! —Se echa hacia atrás y le escupe el rostro—.
¡Ningún hombre va a controlarme! No necesito nada de esta basura. Me iba
bastante bien antes de que aparecieras tú.
Se vuelve hacia mí.
—Le echó el ojo a tu culito en esa fiesta a la que fuimos el otoño
pasado. —Apunta hacia la cama y luego hacia Dominick—. Tenía planeada
esta mierda desde el principio, pero antes necesitaba que le pertenecieras,
así que te compró.
—¡Cállate, zorra! —grita papá.
Y entonces le dio un revés tan fuerte que quedó tirada en el suelo.
Grito y me cubro el rostro.
—¡Papá! —Dominick se abalanza sobre papá y lo pone contra la pared
más lejana—. ¿En qué coño estás pensando?
Aunque papá es grande, Dominick es más fornido. Arrastra a su padre a
la puerta, la abre y lo empuja hacia afuera.
—Lárgate de aquí, hijo de puta.
Papá me mira una última vez y se quita a Dominick de encima. Sin
decir más, sale a trompicones hacia el pasillo. La puerta se cierra tras sus
espaldas.
Mamá empieza a reír como si apenas sintiera dolor y se sienta,
llevándose una mano al labio sangrante. Se carcajea como si todo esto fuese
lo más gracioso del mundo.
—Te tenía tantas ganas. —Me mira a través de su cabello grasiento—.
Estoy acostumbrada a que los hombres te coman con los ojos, pero lo de él
era un caso serio. Necesitaba poder tenerte metida en casa para zurrarte y
hacer su mierda retorcida de papi e hija en secreto, ¡y luego poder mostrarse
decente en su elegantísimo trabajo!
Se inclina y escupe una mezcla de sangre y flema en la alfombra del
hotel. Yo me quedo mirándola.
No. Oh, Dios mío, no. Que este sea otro de los trastornados desvaríos de
mierda con los que sale cuando está drogada.
Pero en estos momentos no está drogada, sino en abstinencia. Siempre
es mala cuando no ha podido consumir en un rato. Sin embargo, yo me
vuelvo para mirar a Dominick, rogándole con los ojos que la contradijese.
Pero él se ve más afligido. Malo, incluso.
—Juro que no lo sabía. —Baja la vista al suelo—. No al principio. En la
boda, todo lo que sabía es que eras hermosa y que te quería. Y entonces,
cuando me di cuenta de que todo era demasiado perfecto y confronté a papá
al respecto, ya te había conocido mejor. Y es que no podía… —Levanta sus
ojos torturados para encontrarse con los míos—. No podía dejarte ir, Sarah.
Sabes que yo te…
—Basta —lo interrumpo negando con la cabeza—. No digas más.
Es obvio que percibe el tono peligroso en mi voz. Si pronuncia la frase
que creo que tenía en la punta de la lengua, por cómo me siento en este
momento, creo que le cortaría las bolas.
Bajo la vista y miro a mamá, que sigue hecha un ovillo patético en el
suelo. Extiende sus brazos en mi dirección.
—Ayúdame a levantarme, cariño.
—Me has vendido.
No es una pregunta. Ella misma lo dijo: para tener acceso ilimitado a
dinero y drogas. Solo tuvo un problema con ello cuando le cortaron el
suministro.
—Me prometió que no haría nada que tú no quisieras —dice—. Venga
ya, ayuda a tu mamita a pararse y entonces podemos irnos a casa y dejar
esto en el pasado.
Trata de levantarse por su cuenta, pero vuelve a caerse de culo.
Guau.
—Dios, Sarah, vámonos a otro lado —dice Dominick—. Deja que te lo
explique.
Suelto un bufido y le vuelvo a sacudir la cabeza. Tal parece que ahora
estoy viendo todo mucho más claro.
—Soy como esa rana de mierda.
—¿Qué? —Dominick frunce el entrecejo, confundido.
—La historia de la rana que se cocina en la olla, ¿sabes? Si pones una
rana en agua hirviendo, saltará, pero si la pones en agua fría y la calientas
lentamente, se quedará allí y se cocerá poco a poco. Tú y… —Contengo las
lágrimas que amenazan con ahogarme—. …Paul me tenían cociéndome a
fuego lento desde el principio, comenzando desde la boda, y yo fui
demasiado estúpida como para darme cuenta y saltar de la olla, para saber
que ustedes dos pretendían convertirme en la cena todo este tiempo.
—Cielos, ¡no! No es eso lo que pasó. Escúchame…
Cuando da un paso al frente, yo retrocedo y alzo la mano.
—No te atrevas a acercarte ni un paso más. —Las lágrimas
amenazantes al fin acuden, bajando por ambas mejillas—. No quiero verte
ni a ti ni al canalla abusivo de tu padre nunca más. Pediré órdenes de
alejamiento contra ustedes. Si alguno de los dos se acerca a menos de 150
metros de mí, llamaré a la policía. Me quedaré en otro sitio esta noche. Más
les vale a Paul y a ti que se hayan ido para cuando regrese de la facultad
mañana.
Habiendo dicho eso, me doy la vuelta y lo dejo atrás junto a mi madre.
—¡Sarah! —me llama—. ¡Por favor, Sarah!
Lo ignoro y sigo caminando por el pasillo. Me alejo de él. Me alejo de
mi madre. Me alejo de lo que quedaba de mi inocencia.
CAPÍTULO 13

UN AÑO después

LA VIDA SIGUIÓ. Durante un par de meses no pensé que pasaría. Terminé


el semestre en medio de un estupor. De alguna forma logré sacar notables
en la mayoría de mis clases. Solo Dios sabe cómo.
Sin poder soportar estar siquiera en la misma ciudad que Paul y
Dominick, me cambié a la Universidad Loyola en Chicago para no tener
nunca la posibilidad de encontrármelos por accidente. También cambié de
carrera a estudios de la mujer.
Tras no sentir nada por un par de meses, me enfurecí. Me corté mi larga
cabellera, declaré que ser feminista en mi página de Facebook, y leí muchos
libros de Gloria Steinem. Pero no podía alimentar la ira por siempre, y lo
que le siguió fue una depresión y confusión. Y una necesidad muy intensa
por comprender.
¿Cómo es que dejé que todo eso pasara y no me detuve a pensar en qué
estaba pasando? ¿Estaba tan desesperada por tener una familia y la
necesidad de que la gente me quisiera que ignoré todas las señales de
alarma tan ciegamente? ¿Y por qué Paul me eligió a mí de todas las mujeres
en Boston? Bueno, era obvio que era joven e ingenua y Paul vio en mí un
buen objetivo, pero cielos, ¿es que era tan patética? ¿Tenía un letrero
gigante en la frente que decía «soy estúpida y fácil de manipular»?
¿Y Dominick? ¿También me estuvo mintiendo todo ese tiempo?
«Te amo. Te amo, Sarah. Dios, te amo tanto. Eres la primera y la
última».
Si tan solo pudiera sacarme su voz de la cabeza. Y el recuerdo de cómo
se sentían sus manos cuando me acariciaba, cuando me cogía del rostro y
acurrucaba su cálido cuerpo detrás de mí en la cama, sosteniéndome como
si yo fuese su salvavidas.
Cielos, ¿nada de aquello fue real?
Después de todo lo que pasó, de meses y más meses, de la completa
aniquilación de mi corazón y la explosión de mi vida entera, esa era la
pregunta que me torturaba.
«¡Lo cual es completamente patético, coño!» grita mi nueva feminista
interna. ¡Te usaron y abusaron de ti! ¡Hicieron que rogaras de rodillas por
sus penes como una perra!
«Pero Dominick no lo hizo», replica otra voz. A veces ni siquiera
dejaba que le hiciera sexo oral, y la única vez que lo hice no permitió que
me tragara su semen, e hizo todo lo posible para lograr que el sexo fuese
placentero, no doloroso…
«¡Pero se quedó ahí sentado y no hizo nada mientras su padre te violaba
cuando te quitó la virginidad!» grita la voz nueva y furiosa.
No es que me hubiera dado cuenta o que hubiera sabido cómo vocalizar
que eso es lo que estaba ocurriendo en ese entonces. Pensaba que, como
más adelante sentí placer, eso significaba que lo quería. Y sí que me vine
una buena parte del tiempo; con Dominick siempre pasaba, y a menudo más
de una vez.
Dios, todo sigue siendo un confuso caos en mi cabeza.
Y ahora heme aquí, de regreso en la ciudad donde todo ocurrió para ir al
funeral del abuelo.
Creo que es lo único que me podía haber traído de vuelta. Está
lloviendo cuando salgo del taxi y me apresuro a entrar a la iglesia; la misma
en la que mamá se casó con Paul. Comienzo a sudar en la frente al entrar al
vestíbulo.
Los recuerdos vienen con potencia uno detrás del otro. Dominick
ofreciéndome su brazo antes de la ceremonia, dedicándome esa sonrisa
hermosa que tiene; la luz del sol entrando por el vitral que ponía de relieve
su cabello dorado.
Siento que la garganta se me pone gruesa por las lágrimas que
amenazan con salir de mis ojos al mismo tiempo que me cruzo de brazos y
entro a la capilla central.
Donde me encuentro cara a cara con el altar.
Pero no, Dios mío, no puedo. No puedo caminar por el altar de nuevo.
No al recordar a Paul paradoahí la última vez y mis estúpidas e ingenuas
fantasías de…
En lugar de eso, doy zancadas por detrás del último banco y entonces
me apresuro a ir por el pequeño pasillo que está junto a la pared lateral. La
iglesia está a reventar, por supuesto, y tengo que esquivar gente,
disculparme y hacer que mi cara sea apropiada para una nieta en duelo.
Todo eso hace que quiera gritar.
Dios, ¿por qué estoy aquí?
Porque eres una buena niña, Sarah. La niña buena de papá.
Cierro los ojos y los aprieto con fuerza al escuchar su voz, que todavía
invade mi cabeza de vez en cuando. ¿Por cuánto tiempo le voy a permitir
joderme la vida?
Por lo menos no estará aquí hoy. Me aseguré de informarle al abogado
que, si Paul venía al evento, estaría violando la orden de alejamiento que
pedí en su contra. No tengo ningún reparo en llamar a la policía en medio
del funeral de mi abuelo. El abuelo está muerto, así que, ¿qué me importa
mancillar el apellido familiar?
Es un legado que habíamos levantado para nosotros. Yo estaría contenta
contándole a toda la sociedad de Boston el monstruo que era mi querido
padrastro.
Al fin llego a la parte frontal de la iglesia y ocupo mi lugar junto a
mamá. Bueno, más o menos a su lado, pues dejo suficiente espacio para que
haya dos personas entre nosotras. Ella apenas mira hacia donde yo estoy.
Está vestida de negro, con un enorme y ostentoso sombrero y un velo negro
que le cubre el rostro; sin duda para cubrir los estragos de cualquier juerga
en la que haya estado últimamente.
Ella y Paul siguen casados.
¿No es el colmo? Pero está bien, son tal para cual.
No le he dirigido ni una palabra desde aquel día. Fue el abogado quien
me llamó para contarme lo del abuelo. Y, aun así, la tristeza que he sentido
ha sido más como un dolor sordo que lo que imagino que se siente un luto
normal cuando se pierde a alguien querido. Siempre me sentí más como una
obligación de negocios para él. Quizás habría sido diferente si hubiera sido
hombre, pero como fueron las cosas, yo solo era la descendiente de su
desastrosa y malviviente hija. Me toleraba, pero nunca me amó de verdad.
Y eso está bien.
Todo está bien.
Estar sola en el mundo no es tan malo. Lo prefiero a que me engañen
para vivir en una mentira.

DESPUÉS DEL FUNERAL la multitud se dirige al cementerio, donde


todos nos quedamos mirando, con los paraguas oponiéndose contra la
lluvia, mientras el pastor decía algunas palabras; y entonces se llevan al
abuelo para enterrarlo.
Yo cumplo con mi deber. Me quedo de pie junto a mamá en la línea de
recepción y acepto a los adinerados y privilegiados a medida que se acercan
y comunican sus condolencias. Me trago mi disgusto cuando mi madre los
adula a todos y a cada uno. Bueno, al menos hasta que le preguntan por lo
que parece la millonésima vez: «¿y dónde está tu guapísimo esposo?».
—Ah, Paul está en una conferencia de la que no pudo escaparse este fin
de semana. Trabaja tantísimo. Mi papi estaba tan orgulloso de él. —Se llevó
una mano al pecho—. Pero Paul deseó tanto poder estar aquí hoy. Lo
extrañamos tanto.
Y acción: lágrimas falsas y se lleva el pañuelo a la cara por debajo del
velo.
Ese fue mi punto límite. Me aparté de ella y de la mujer que le cogía el
brazo, fingiendo consolarla con el mismo tono falso y meloso que ella
usaba.
La lluvia había parado de momento, pero abro mi paraguas de nuevo
cuando vuelve a empezar y me aparto del grupo. Tengo los pies empapados
por el césped húmedo. Llevaba zapatos cerrados, pero no eran rival para el
clima.
Estábamos a inicios de junio, así que era una lluvia cálida. Me quito los
zapatos y piso el césped húmedo, pasando los dedos por las verdes y
blandas briznas. Mientras más alejo de la reunión del abuelo, más tranquilo
se vuelve todo. Esto es mucho más agradable; el fresco olor de la lluvia, la
sensación de la hierba debajo de mis pies, y el ruido de fondo de las gotas
de agua a medida que aterrizan en el paraguas que está por encima de mi
cabeza.
Vago por las tumbas, adentrándome más en el cementerio, donde las
lápidas comienzan a verse más anticuadas y ornamentadas. Betsy y Norm
Milner, 1879-1957 y 1872-1957. Junto a su nombre, todo lo que su lápida
dice es: «Mi amada esposa», y en la de él, «Mi amado esposo». Vivieron
vidas largas para haber nacido en 1800 y algo. Y ambos murieron el mismo
año. Me pregunto si fueron como esas parejas de las que a veces se oye
hablar, que están tan en sintonía el uno con el otro que mueren con semanas
de diferencia.
Y es estúpido, muy estúpido, pero estando aquí de pie, mirando las
lápidas de Betsy y Norm, finalmente rompo en llanto. No lloré cuando el
abogado me llamó para decirme que el abuelo murió, ni durante el funeral
ni el entierro.
Pero ahora, al ver a esta pareja amorosa que se ha ido hace tanto
tiempo…
Me encorvo a medida que las lágrimas salen a borbotones de mis ojos.
Lloro con tanta fuerza que pronto estoy sollozando. Tan doblada como
estoy, apenas puedo mantener el paraguas sobre mi cabeza.
Lloro por el abuelo, y por lo que mi madre es y nunca fue. Lloro por el
año pasado, lloro por lo que Paul me hizo, y lloro por Dominick.
Lloro, lloro y lloro.
Y entonces, cuando se me secan las lágrimas, tomo una gran bocanada
de aire y me levanto.
Está lloviendo con más fuerza que antes, pero lo veo.
Jadeo y me llevo al pecho la mano con la que no sostengo el paraguas.
Dominick.
A no más de seis metros de distancia, medio escondido detrás de uno de
los robles del cementerio, se encuentra Dominick. Me está mirando
fijamente y da un paso al frente cuando ve que me percato de su presencia.
No tiene paraguas y está completamente calado.
Me quedo paralizada y él también.
Sigue lloviendo, y la lluvia hace que se le pegue el cabello de la frente.
Está más largo que la última vez que lo vi; casi le llega a los ojos. Inclusive
con las gordas gotas de lluvia de por medio, todavía puedo ver que luce tan
increíblemente guapo como siempre.
Pero ese nunca fue su problema, ¿o sí? Usaron su apariencia para
atraerme. Sin pensar en ello realmente, doy un paso atrás.
Incluso desde la distancia en la que me encuentro, veo que Dominick
baja los hombros al ver mi reacción. Mira hacia abajo y su cabello
empapado por la lluvia le llega a la mitad del rostro. Y entonces se da la
vuelta y se va rápidamente.
Por un segundo lo veo irse. Veo su ancha espalda retrocediendo hacia la
lluvia. Yéndose más lejos.
Ahora apenas puedo verlo con la lluvia.
Y entonces el pánico hace que me ponga en acción. Comienzo a correr
tras él. Después de un par de pasos, es evidente que mi paraguas es
demasiado pesado, así que lo tiro a un lado. La lluvia torrencial me empapa,
pero no me importa. Lo único que se repite en mi mente es: «No. No te
vayas. Haz que se detenga».
—¡Dominick! —lo llamo.
Pero llueve con demasiada fuerza como para que me escuche, pues no
se detiene. Sigue con la espalda caída mientras se va por uno de los
senderos que conduce a la salida del cementerio. Sin embargo, él está
caminando y yo estoy corriendo.
Tengo tal impulso acumulado que, cuando finalmente lo alcanzo, casi lo
derribo al rodearlo por detrás.
Él se tambalea hacia adelante y luego se vuelve. Se queda boquiabierto,
impresionado, y luego me coge en brazos, apretándome con tanta fuerza
que no puedo respirar por un momento.
Yo cierro los ojos y me hundo contra su cuerpo. Ignoro la lluvia e
ignoro todas las realidades que se interponen entre nosotros.
Solo está Dominick.
Abrazándome. Poniendo mi cabeza en su pecho y besándome la frente,
el cabello, la cara.
Es cuando trata de ir a por mis labios que me aparto de un tirón, pues el
viejo dolor aparece.
Porque a pesar de la alegría espontánea que recorre mi cuerpo al verlo y
sentir su roce, oh Dios, su roce…
Pero no, sigue siendo el hombre que me mintió, que me engañó, que me
sedujo cuando no era más que una inocente e ingenua…
Me alejo de él y luego conecto la palma de mi mano con su rostro, que
aterriza con un plaf satisfactorio. Y entonces lo abofeteo otra vez con la otra
mano. Levanto la mano por tercera vez y Dominick se mantiene firme,
como si estuviera preparado para recibir ese golpe y cualquier otra cosa que
decida darle.
Es demasiado similar a cómo se veía cuando su padre se quitó el
cinturón aquella vez para azotarlo por detrás, como si solamente lo
soportara porque sentía que se lo merecía.
Bajo el brazo y me quedo mirándolo. Ni siquiera sé qué hacer ahora. No
quiero ser alguien que lastima a las personas que me importan. Maldita sea,
Dominick no es su padre. Y todavía siento algo por él, incluso después de
un año.
Dominick baja las cejas, con un pasecto tan miserable como me siento.
—Por favor. —Se arrodilla y se inclina, presionando la frente en mi
vientre y poniendo las manos en la parte de atrás de mis muslos—. Por
favor —suplica, y suena como si le estuviera arrancando el corazón.
La lluvia finalmente vuelve a cesar, y cuando la espalda de Dominick
comienza a temblar, no puedo distinguir si está llorando o si todas las
emociones que siente son tan intensas que esa es la única forma en la que su
cuerpo puede dejarlas salir. Pero es evidente que es un hombre destrozado.
Me sentía tan herida el año pasado y estaba tan segura de que ambos
estaban jugando conmigo, que nunca me detuve a pensar…
—Dom —exclamo angustiada, arrodillándome y agarrándolo por los
hombros.
Tiene los ojos enrojecidos y todavía tiembla con tanta fuerza que apenas
puede hablar.
—No podía soportar… que pensaras que yo era como él. Y lo que
hizo… Esa última noche con tu madre y las otras veces que te lastimó y no
lo detuve… —Se interrumpe, cierra los ojos con fuerza mientras aparta el
rostro. Se pone en pie torpemente y se aleja de mí—. No debería haber
venido. Lo siento.
—Dominick. —Me acerco a él y sostengo sus mejillas, obligándolo a
mirarme—. Detente.
Él sigue con los ojos obstinadamente cerrados, pero le doy una pequeña
sacudida y al fin se encuentra con mi mirada.
Y Dios, ahí está mi Dominick. Sus ojos color avellana, tormentosos y
torturados, pero tan familiares para mí.
—¿Dónde está tu auto? —le pregunto.
Todavía temblando, traga y asiente, señalando al camino que está detrás
de él. Aparto las manos de su rostro, pero solo para poder cogerle la mano.
Tan pronto como lo hago, sus dedos se entrelazan con los míos y algunos de
sus estremecimientos se calman.
Después de caminar un poco y en silencio por el sendero, veo su BMW
negro aparcado junto a la acera. Cuando llegamos, voy al lado del
acompañante y espero. Dominick me mira, algo aturdido, como si no
pudiera creer que de verdad estoy aquí con él. Saca las llaves de su bolsillo,
abre la puerta, y luego me la abre a mí.
Aún sin decir una palabra, entro en el auto y hago una mueca cuando mi
vestido empapado hace un ruido contra el interior de cuero. Dominick se
queda ahí parado por un momento, mirándome.
—Entra —digo y cierro la puerta.
Parece que mis palabras hacen que entre en acción, porque corre para
rodear el coche y abre el lado del conductor. Miro al frente mientras él se
acomoda en su asiento, pero puedo sentir su intensa mirada.
—Bueno, no te quedes ahí sentado, llévame a tu apartamento —le digo
tratando de controlar los nervios mientras me abrocho el cinturón de
seguridad.
Me voy inventando todo sobre la marcha, pero luego mi cuerpo se
queda paralizado y muevo la cabeza en su dirección.
—A menos que todavía vivas con él.
—No. —Sacude la cabeza de un lado a otro con vehemencia—. Corté
todo contacto con el hijo de puta.
Exhalo y miro hacia atrás por el parabrisas delantero. Mi corazón se
calma de nuevo.
—Bien. Entonces llévame a tu casa.
Puedo verlo asintiendo con la cabeza fuera de mi visión periférica.
Luego pone la llave en el encendido y pronto atravesamos las calles
familiares en las que crecí. Enciendo la radio y sonrío cuando descubro que
la tiene sintonizada en una estación de música pop local. Logré que
escuchara una lista de las cuarenta canciones más populares. Siempre tenía
música clásica antes de conocerme. Aburrido, solía decirle para burlarme de
él.
Me recuesto en el cómodo asiento —bueno, tan cómodo como me es
posible con un vestido mojado y el millón de preguntas sin respuesta que
corren por mi cabeza— y cierro los ojos. Sin embargo, no quiero dar el
asunto por terminado mientras conduce, y tengo curiosidad por ver dónde
vive.
Resulta que no tengo que esperar mucho, el viaje es corto.
—Estoy a solo cinco minutos del hospital de Boston —dice, rompiendo
el silencio mientras entramos en un aparcamiento—. Treinta minutos si voy
a pie.
Sonrío, mirándolo. Se ve tenso de nuevo y, por primera vez, quizás
porque ya no llueve a cántaros, veo cuán oscuros son los círculos debajo de
sus ojos.
—Te has hecho con una de las plazas en el programa de residencia
avanzado.
Extiendo la mano y la pongo en su antebrazo mientras él detiene en un
lugar y aparca el vehículo. Suelta un largo suspiro y mira su regazo,
cerrando los ojos al sentir mi roce. Siento sus músculos flexionarse y
tensarse debajo de mis dedos. Estira la mano izquierda y vacila, pero luego
pone su mano sobre la mía antes de volver a mirarme.
—Pensé que volcarme en el trabajo podría ayudar a distraerme de una
vida sin ti.
Trago saliva, perdida en la intensidad de sus ojos color avellana.
—¿Funcionó?
Él niega con la cabeza.
—Ni por un maldito segundo.
Siento un nudo en la garganta y trago de nuevo. Veo que se le pone la
piel de gallina en el brazo donde su chaqueta se ha subido un poco. Tiene
que estar helándose. Dios sabe cuánto tiempo estuvo de pie bajo esa lluvia
sin paraguas.
—Ven. —Me desabrocho el cinturón de seguridad—. Vamos arriba y a
ponerte algo seco.
Salgo del coche y él me acompaña. Lo sigo mientras él anda hacia el
ascensor, y esta vez me coge de la mano. A pesar del frío que debe tener, su
mano está cálida. Yo también tengo frío y, como siempre, es él quien me
está calentando.
—Tus zapatos.
Baja la vista y mira, angustiado, mis pies descalzos cuando presiona el
botón del ascensor.
—Ya. Me había olvidado de ellos.
—Cielos, debes estar congelándote.
Suelta mi mano en pro de frotar mis brazos de arriba abajo para darme
fricción. Que quiera cuidar de mí se siente tan familiar. Sin embargo,
también duele, pues todos esos recuerdos están muy mezclados con las
mentiras que me dijo.
—Dominick. —Aparto sus manos—. Estoy bien. No tienes que
cuidarme.
—Oh. —Se echa hacia atrás y baja la vista, como si pensara que tal vez
lo aparté porque no quería que me tocara.
El ascensor da un pitido y entro.
—¿Qué piso?
Me sigue y se pasa una mano por el cabello, que acaba de empezar a
secarse.
—Décimo.
Volvemos a estar en silencio durante el viaje en el ascensor. No sé en
qué pensará él, pero yo estoy tratando con todas mis fuerzas de no pensar en
un cierto viaje en ascensor, y entonces, gracias a Dios, llegamos. Su piso
está a solo unas puertas de distancia. Abre la puerta y me guía hacia el
interior.
No estoy segura de lo que esperaba. ¿Me esperaba algo parecido a los
muebles que tenía cuando vivíamos juntos? En cambio, el piso es una rara
mezcla de estilos. Una pintura brillante como de Jackson Pollock llena de
todo tipo de salpicaduras y colores locos ocupa casi una pared entera. En
otra pared hay un grabado enmarcado de Rosie, la Remachadora. Los
muebles cubren todo el espectro: hay desde un sofá de color café de aspecto
cómodo y mullido con cojines azul eléctrico, hasta otro sofá negro cubista
de dos puestos, y un puf en la esquina.
Miro a Dominick y arqueo una ceja.
Él se encoge de hombros, con un aspecto un poco avergonzado.
—Estoy tratando de descubrir mi propio estilo. Es la primera vez que
vivo solo.
Luego se apresura a entrar en la sala de estar y comienza a enderezar
algunas revistas en la mesa de café, apilar platos sucios y recoger ropa y
calcetines desechados que están desparramados por toda la sala.
—Lo siento —murmura—, no esperaba compañía.
—Está bien. —Extiendo una mano para detenerlo, pero él sigue dando
vueltas.
—Un segundo —dice, dejando todos los platos sucios en el fregadero y
desapareciendo en una habitación trasera con la ropa sucia.
Me balanceo con los pies y luego me froto el codo, sintiéndome
incómoda ahora que estoy aquí.
Vaya, ¿qué pensé que podríamos lograr con esto? Sí, todavía siento algo
por él, pero eso no cambia el pasado. Con lo lastimada que salí y las
cicatrices que él y su padre me infligieron… Quiero decir, él es la viva
imagen de Paul. Incluso si Dominick no… Me refiero, es que no hay
forma…, ¿verdad? Cada vez que lo miro, recuerdo todo lo que pasó y…
—Ten. —Dominick regresa a la sala, su traje empapado ha sido
sustituido por unos suaves pantalones pijama y una de sus características
camisetas azul oscuro—. Pensé que podrías secarte y ponerte esto. —Me
tiende una bata de baño y una toalla.
Estoy demasiado ocupada viendo la tela de su camisa adherirse a su
pecho, delineando cada uno de sus músculos definidos. Bueno, ahora al
menos sé que no estaba tan desconsolado por mi ausencia como para
descuidarse.
¿Y quién más ha disfrutado de esos músculos mientras yo no estuve? Es
un pensamiento desagradable que me duele mucho más de lo que me
gustaría. No es como si no hubiera intentado superarlo. Por un tiempo traté
de salir con cualquier chico que estuviera dispuesto.
Y fallaba miserablemente cada vez. Me acosté con otros tres hombres
desde la última vez que vi a Dominick y todos eran terribles.
Eran amantes perfectamente agradables, quiero decir. A todos los había
elegido mi nuevo grupo de amigas feministas y eran tipos amables y
respetuosos. Todos eran iguales en la cama; tan delicados y respetuosos que
quería gritarles que fueran hombres y me follaran de una vez.
—¿Con cuántas mujeres te has acostado desde lo nuestro? —le
pregunto a Dominick.
De repente tengo que saberlo. Al diablo con lo demás, esto es todo lo
que importa. Él se queda mirándome boquiabierto.
Qué cabronazo. Me acerco a él, le arranco la estúpida bata y la toalla de
la mano y las tiro al suelo.
—¡¿Cuántas?!
—¡Ninguna! —dice, y un surco aparece en su entrecejo—. Dios mío,
Sarah, no podría tocar a ninguna otra mujer. Estoy enamorado de ti.
Por un segundo hay un completo silencio. Y luego me abalanzo sobre
él.
No hay otra forma de decirlo. Me subo a su cuerpo, lo envuelvo con mis
brazos y piernas y le devoro los labios con los míos. Solo hay un
milisegundo de vacilación y sorpresa antes de que ponga sus manos debajo
de mi trasero.
Luego me apoya contra la pared.
—Sarah —susurra, y suena como un hombre sediento al que dan de
beber por primera vez en días—. Oh, Dios, Sarah.
Y luego me besa con tanta profundidad y pasión que olvido todo
excepto su roce y sabor.
Con una mano me acaricia desde el trasero hasta la parte inferior de mi
muslo, luego sube a mi cintura. Continúa hasta mis pechos, que acaricia y
luego estruja. Suelta un gruñido cuando siente que mi pezón se convierte en
un pico duro bajo sus talentosos dedos.
Agarro su cabello con brusquedad y lo separo de mis labios.
—Te necesito dentro de mí. En mi boca, mi coño, mi culo. Te necesito
en todas partes, carajo.
Veo que sus ojos se oscurecen justo antes de que aplaste sus labios
contra los míos.
Y entonces nos movemos cuando me lleva por el corto pasillo hacia
donde supongo que está su cuarto. Cielos, sentir la flexión de sus músculos
mientras me levanta sin esfuerzo alguno me pone muy caliente. Mi sexo ya
está hinchado y húmedo.
Apenas me humedecía con los otros chicos. Todos tenían que usar
lubricante y nunca estuve cerca del orgasmo con ninguno.
Cuando Dominick enciende la lámpara de su cuarto para iluminar su
cama extra grande con una imponente cabecera de madera, siento una
oleada de tanta vergüenza que me ahoga. No se ha acostado con ninguna
otra mujer porque me ama. Es obvio que yo no puedo decir lo mismo. ¿Qué
quiere decir aquello, ahora que estoy aquí y que he vuelto con él?
¿He vuelto con él de verdad? ¿Eso es lo que es esto?
Me besa profundamente al inclinarse y depositarmeen la cama,
posicionándose con delicadeza sobre mí. Y Dios, no quiero pensar en lo que
significa todo esto. Solo quiero más. Más de él. Quiero todo de él.
Aun así, el sentimiento de culpa está ahí, gritando en el fondo de mi
cabeza. Todo mientras sus hermosas manos están en mi cuerpo, haciéndome
sentir tan bien. Como siempre lo hacían. Es como si el tiempo no hubiera
pasado. Dominick me hechiza igual que siempre.
Pero yo era una puta.
Me fui y seduje a otros chicos como él dijo que lo haría.
¿Has estado presumiendo ese culito apretado y poniendo duros a tus
compañeros de clase ahora que sabes lo bien que se siente tener penes
metidos en tu sucio coño?
Me quito el vestido y luego me desabrocho el sujetador. Luego vienen
mis bragas. Las rojas. Me estremezco a pesar de que sé, en algún lugar de
mi cabeza, que compré el color con actitud desafiante, que la voz en mi
cabeza está mal y no es un color de puta.
Pero lo que siento ahora es que todo está mal y que soy una puta.
Me arrodillo en la cama y levanto el trasero, cerrando los ojos con
fuerza.
—Necesito que me castigues. He sido una chica mala. Seduje a otros
chicos. A tres. Metieron sus penes dentro de mi sucio coño. Castígame.
Me preparo para los golpes.
Pero ninguno viene.
Miro por encima del hombro. Dominick está ahí, agachado a un lado de
la cama, mirándome con los ojos muy abiertos. Dios mío, ¿está asqueado
por mí? ¿Ya no me quiere? Lucho por contener las lágrimas que escocen
mis ojos.
—Castígame —le ruego—. Lloraré por ti. Toma mi culo. Puedes
quedarte con él.
Me muevo a un lado para estar más cerca de él.
Mira lo que le estoy ofreciendo y luego vuelve a fijarse en mi cara. Y
maldición, las lágrimas empiezan a salir. No, se supone que no deben venir
hasta que comience a castigarme. De esa manera me las habré ganado y él
sabrá que él…
Dominick me mira y veo que en su rostro aparece la expresión que pone
cuando solía hablar sobre sus pacientes terminales; una compasión tan
absoluta combinada con desolación.
—¿Qué te hemos hecho, hermosa?
Cielos, me está rechazando. Estoy ofreciéndole todo y todavía no es lo
suficientemente bueno. Soy repugnante y él…
—Shhh. —Se quita la camisa y se acuesta en la cama, atrayéndome
hacia él de inmediato, piel contra piel.
—Shhh —susurra de nuevo. Me acomoda contra él, mi espalda contra
su pecho, acurrucándome como solíamos hacerlo—. Eres hermosa y
perfecta tal como eres. No necesitas que te castiguen por nada.
Parpadeo, contenta de estar de espaldas a él. Siento como si estuviera
saliendo de la niebla, estabilizada de nuevo porque él me sostiene de esta
forma. Y, cielos, estoy horrorizada por mí misma. ¿Por qué…? ¿Cómo es
que pude actuar así de nuevo?
—¿Puedo contarte una historia? —Dominick continúa antes de que
pueda responder de forma alguna—: Hace un tiempo había un niño que
creció con un papá bastante retorcido. El padre de ese niño era muy abusivo
verbalmente y también lo golpeaba de vez en cuando. Era estricto y le
alegraba castigar al hijo cuando no cumplía con sus exigentes estándares.
Al padre le encantaba manipular a la gente y era muy bueno en eso, así que
el niño creció con una percepción muy sesgada de cómo funcionaba el
mundo.
Trago saliva al mismo tiempo que él me aprieta más la cintura.
—Y del sexo. El chico también tuvo una percepción muy distorsionada
de eso. Después de que un adulto que debió habérselo pensado mejor me lo
hubiera presentado, el padre decidió que podría ser una herramienta más
para controlar al hijo.
Oh, Dominick. Todo este tiempo, pensé que yo era la única ingenua.
Pero no lo era. De alguna manera, Dominick era casi tan inexperto como
yo.
—Así que el hijo nunca pudo tener sexo sin que el padre estuviera allí
—continúa—, controlando y dirigiendo cada sesión. Castigándolo cuando
lo consideraba oportuno. Era todo lo que el hijo había conocido, a pesar de
que ya se había convertido en un hombre en aquel momento, y debería
haberse enfrentado a su padre hace mucho tiempo.
Coloco mi brazo alrededor del de Dominick, sobre mi cintura. Me está
aclarando tantas cosas ahora.
—Y luego el chico conoció a una chica. La chica más hermosa que
había visto en su vida, diferente a cualquiera que hubiera conocido antes.
Pero el padre ya le había tendido una trampa, y estaba decidido a llevarla a
sus juegos manipuladores y retorcidos. —Dominick presiona su frente en
mi nuca—. En la boda, todo lo que me dijo de ella fue:«Es hermosa y
tierna, compartámosla». Esas fueron sus palabras exactas.
Me estremezco al pensar que hablaron de mí con términos tan groseros.
—Lo siento, lo siento mucho. —Deposita besos en mi nuca y me abraza
con más fuerza—. No me di cuenta entonces de que lo estaría ayudando a
hacerte lo que él me había hecho a mí: arruinar por completo tu percepción
de lo que debería ser el sexo. Cielos, ni siquiera tuviste una oportunidad.
Fuimos unos depredadores de mierda desde el principio. No sabía que eras
virgen, que nunca… Pero Dios, no importa. Lo siento mucho. Nunca podré
compensarte… No espero que me perdones nunca…
—Para. —Me revuelvo en sus brazos y lo beso para detener sus
reproches—. Para —susurro de nuevo, echándome hacia atrás.
Exhalo y presiono mi frente contra la suya. Al fin siento que sé la
verdad. Pienso en cada momento que Dominick y yo pasamos juntos:
cuando lo conocí, cuando descubrimos el cuerpo del otro, y cómo lo vi
crecer e incluso comenzar a enfrentarse a su padre al final.
—Te creo. —Echo la cabeza hacia atrás y me río—. Oh, Dios, te creo.
El peso que ha estado comprimiendo mis pulmones durante todo el año
finalmente se va, y respiro hondo por lo que parece la primera vez en doce
meses. Cuando miro de nuevo a Dominick, él me mira como si estuviera
demente. Me río un poco más antes de besarle la nariz, luego las mejillas y
al final sus labios otra vez.
Él sigue mirándome como si estuviera loca, pero finalmente le comparto
el secreto de por qué siento que de repente estoy en el quinto cielo.
—Sí fue real —susurro, rompiendo a llorar de nuevo. Pero esta vez con
lágrimas de felicidad. Vaya lágrimas de felicidad—. Y eso significa que…
tú…
—Te amo —termina de decir por mí, con ojos fervientes—. Te amo. Por
siempre y para siempre. Hasta que seas una viejita arrugada y yo un viejito.
No. —Niega con la cabeza—. Mucho más tiempo que eso. Por toda la
eternidad. Infinito.
Me río y acerco su rostro al mío.
—Yo también te amo.
Nos besamos, nos besamos, nos besamos y nos besamos.
Pero pronto aquello ya no es suficiente. Su enorme y musculoso pecho
me aplasta los pechos y puedo sentir su miembro, duro y largo bajo su
suave pijama de algodón. Abro las piernas y hago presión contra él.
Sisea mi nombre mientras yo me acaricio contra él. Dios, me enloquece
estar así de cerca. Había olvidado esta sensación, cómo mi estómago se
derrite por el deseo cuando estoy en sus brazos. Esta necesidad palpitante
de acercarme; de estar siempre más cerca.
—Quítate los pantalones —gimo, restregándome más contra él.
Se ríe, ya que evidentemente no puede quitárselos teniéndome envuelta
a su alrededor de esta forma. Al fin cedo y estiro la mano para bajar la
pretina elástica de sus pantalones lo suficiente como para liberar ese
hermoso pene que tanto he echado en falta. Lo agarro con confianza y le
doy un tirón firme hacia arriba y hacia abajo, lo que causa que vuelva a
sisear entre dientes.
Sonrío y lo miro a los ojos mientras sigo acariciándolo. Definitivamente
no soy la chica tímida e ingenua que conoció. Pero por la forma en que me
sonríe, ama cada parte de mi nueva yo. Su pene se dobla en mi mano,
provocándome espasmos en mi propio sexo.
—¿Has encontrado un juguete nuevo que te gusta? —pregunta, sin dejar
de mostrar su sonrisa traviesa.
—No tienes idea. —Me relamo los labios, luego bajo la cabeza y lamo
la cabeza de su pene, haciendo contacto visual con él al mismo tiempo.
Parece que podría morderse la lengua, su rostro se ve completamente
deleitado.
—Joder, Sarah. —Se desploma sobre sus codos.
Sujeto su enorme miembro para poder masturbarlo de arriba abajo con
la mano mientras lamo su hinchada cabeza. Cuando al fin me rindo y me lo
llevo a la boca, él maldice y se derrumba de nuevo en la cama, pero solo
por un segundo antes de incorporarse y mirarme de nuevo.
Lo succiono tanto como puedo y luego relajo los músculos de la
garganta para tragarlo aún más. Cuando no me lo están imponiendo,
descubro que me encanta el poder de esta posición. Hago un ruido
teniéndolo dentro de mi boca y sus manos vienen hacia mi cabello. Sin
embargo, no me sujeta, sino que solo comienza a acariciarme.
—Eres tan endemoniadamente hermosa. Dios, Sarah. te amo. Te amo,
carajo.
Y luego sí aplica presión, pero solo porque me está apartando de sí. Yo
le lamo el pene hasta el fondo y lo suelto haciendo un ruidito, y luego me
sube a la cama para que estemos cara a cara. Sus labios devoran los míos
mientras nos damos la vuelta y me inmoviliza debajo de él.
—Necesito entrar en ti. —Su voz es como un gruñido grave y
hambriento, y el enorme miembro que estaba justo en mi garganta se mueve
por mis húmedos labios inferiores—. ¿Puedo?
Siempre espera permiso. Nunca toma nada sin preguntar. Este es el
hombre que amo. Nuestros ojos se encuentran de nuevo mientras yo bajo
una mano y lo guío a mi interior. Ambos dejamos escapar un ruido de
placer cuando me penetra.
Aunque esté muy excitada, estoy apretada y él lo siente. No he tenido
sexo muy a menudo. Tres veces en doce meses no hace que esté muy
transitada allá abajo.
Redescubre mi cuerpo lentamente, y su rostro refleja su asombro en
todo momento.
—Sarah.
Incluso mi nombre suena como una canción en sus labios mientras me
embiste lento, tan dolorosamente lento, llenándome poco a poco. Me relajo
y lo dejo entrar. Quiero recibirlo egoístamente, aunque sé que mi cuerpo
necesita un momento para adaptarse. Es tan grande y sé que lo mataría
lastimarme, aunque fuera un poquito.
Al fin, al fin, está completamente dentro de mí. Nos quedamos así un
segundo, yo colmada de él, nuestras pelvis conectadas, sus ojos color
avellana buscando los míos. Con lo excitado que sé que está, tiene que estar
matándolo no poder moverse para buscar fricción. Pero se queda inmóvil,
mirándome con ojos preocupados, como si estuviera tratando de ver si
siento alguna molestia.
—Te amo tanto, Dominick. —Me inclino y lo beso, lo que hace que se
mueva un poco dentro de mí. No hace más que sentirse bien y mi sexo
empieza a latir por la necesidad. Me separo de él y sostengo su rostro—.
Hazme el amor.
Y lo hace. Con un movimiento dolorosamente lento para salir y luego
otra delicada estocada, comienza a hacerme el amor. Una cálida sensación
comienza a surgir en mi interior. Desesperadamente, le envuelvo la cintura
con las piernas y lo acerco a mí.
—Dominick —grito, sintiéndome muy vulnerable en este momento.
Pero no tengo miedo. Nunca tengo miedo cuando está cerca de mí.
Creo que él también lo siente, pues comienza a temblar de nuevo como
si estuviera en el cementerio. Me besa los labios, baja por mi cuello hasta
mis pechos, y luego vuelve a subir a mi boca. Hasta que al fin solo se queda
abrazándome, penetrándome más rápido mientras ambos buscamos el
clímax. Me encuentro con él al final de cada embestida, lo sujeto por la
nuca y siento sus tensos músculos flexionarse y las gotas de sudor corriendo
por su frente.
Su rostro adopta una expresión que parece una mezcla entre placer y
dolor, e imagino que me veo igual.
Y, oh, Dios, se acerca cada vez más, pero también cobra más fuerza.
Esta vez no es una simple ola, sino un tsunami. ¿Qué me está haciendo? Ni
siquiera sabía que podía…
Nos miramos a los ojos y nos abrazamos como si la vida se nos fuera en
ello.
Y entonces pum, el estallido de placer me derriba. Grito y trato de
luchar por aferrarme a él. Sigue embistiéndome con más fuerza y
brusquedad que antes, hasta que al fin se detiene y su miembro palpita y me
llena..
Solo veo una luz cegadora de color blanco amarillento por un segundo.
Dos. Tres.
Es como un vistazo al cielo.
Dominick está conmigo en cada segundo del camino.
Y luego vuelvo a bajar a la Tierra.
Dominick todavía está aquí. Está sudando y su pecho sube y baja como
un fuelle mientras jadea para respirar. Al instante me besa de nuevo y se
mueve en mi interior varias veces mientras gime mi nombre.
—Dios, Sarah, te amo mucho. Eres tan hermosa, tan perfecta. Te amo,
te amo, te amo.
Hasta que más besos interrumpen sus murmullos.
Me río y envuelvo los brazos alrededor de su cintura. Lo abrazo tan
fuerte como me es humanamente posible. Nunca lo dejaré ir.
Hacemos el amor toda la noche. A veces con delicadeza, otras con
brusquedad, y luego con delicadeza nuevamente. Toco el cielo más de una
vez, y en cada una de esas veces, Dominick está conmigo.
Y finalmente, sé de una vez por todas que nunca volveré a estar sola.
DAÑADA
Derechos de autor © 2019 Stasia Black

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida,
ni transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, incluyendo fotocopias, grabaciones u otros
métodos electrónicos o mecánicos, sin previo permiso por escrito de la autora, excepto en caso de
citas breves incorporadas en reseñas críticas y algunos otros usos no comerciales permitidos por la
ley de derechos de autor.

Es una obra de ficción. Las similitudes con personas, lugares o eventos reales son totalmente
fortuitas.

Traducido por Rosmary Figueroa.


UNO

DYLAN

POR ENCIMA de mi vaso de borbón miro a la diosa del vestido rojo


pasearse por la sala. Admito que es buena. Coquetea de a ratos con los
hombres —veo que solo con los importantes— poniéndoles la mano en el
hombro, rozándolos con la cadera, sonriéndoles. Les hace sentir que han
recibido algo de ella hasta que de pronto se aparta antes de que se le puedan
acercar más.
Cuanto más la miro, más deseo tenerla. Ni siquiera sé cómo se llama,
pero mi pene lleva media hora rígido mientras me bebo el whiskey y la
miro.
Es una fiesta patética que el Simposio de Robótica de Silicon Valley
prepara cada año, y está hecha exactamente para esto: para fomentar que la
sociedad cierre acuerdos en una barra libre con un vestido rojo ajustado y
una o dos palabras susurradas al oído correcto.
El salón de baile del hotel tiene luces tenues y una banda tocando un
jazz suave e indiferente en un escenario pequeño. Mientras tanto, hombres
de mediana edad con rostros sonrojados se ríen demasiado fuerte de los
chistes y sus esperanzas de que van a echar un polvo son demasiado obvias.
Dado que se trata de una conferencia de tecnología, hay alrededor de dos
hombres por cada mujer, así que sus posibilidades no son buenas.
Y luego está ella: la mujer de rojo.
Me pregunto a qué compañía representa.
«Qué importa. No lo vas a saber y ni de chiste vas a estar con ella».
Fruncí el ceño y empiné el vaso para beberme lo que quedaba de licor.
No sé ni para qué demonios vine aquí después de mi presentación. Mi
hermano Darren me dijo que tenía que hacer acto de presencia después de
haber dado el discurso de apertura, como mínimo, o me vería descortés.
Teniendo en cuenta que es, además, mi socio, dije: «De acuerdo. Me pasaré
unos minutos y después me largo».
Hasta que la vi.
Esta mujer era un peligro que no necesitaba correr. Y por eso me
marchaba ya mismo.
Me levanto y dejo el vaso en la barra, acto seguido me vuelvo y…
Casi choco con ella. Era ella.
—¿Adónde vas con tanta prisa? —Me dedica la misma sonrisa extra
brillante que le dedicó a todos los hombres de la sala y entrecierro los ojos.
¿Cree que va a manipularme a mí? Me siento insultado. ¿Me veo igual
de desesperado que estos de aquí?
La ignoro y me acerco a recoger mi abrigo y mi sombrilla, luego me
dispongo a marcharme. Pero no le paso por un lado, sino que voy directo
hacia ella y hay más que un roce de cuerpos. Chocamos y la escucho tomar
aire rápidamente mientras recupera el equilibrio.
Me quedo esperando a que enfurezca por mi mala jugada, que me
vendría bien porque lo que quiero es irme de aquí. La disciplina ha sido mi
lema estos últimos seis años y no pienso estropearlo ahora.
Pero cuando la miro, su postura corporal ha cambiado por completo.
Mira fijamente al suelo y tiene la cabeza a gachas de forma sumisa. El
cabello castaño le brilla con la luz tenue proveniente de los candelabros de
la pared y ahora que está tan cerca, veo que es más joven de lo que pensé.
Tendrá unos veinticinco o veintiséis años.
Y entonces veo su lengua asomarse a lamerse los labios al tiempo que
se le agita el pecho, que hace que su escote suba y baje de forma dramática.
Me quedo congelado en el momento y, cuando segundos más tarde alza
la vista para mirarme, puedo ver la lujuria en sus ojos.
¿Quién carajo es esta mujer?
—¿Quién eres?
No soy hombre de andar con rodeos.
—Miranda Rose de ProDynamics. Y tú eres Dylan Lennox de la
Corporación Hermanos Lennox.
Alcé las cejas. Con que de ProDynamics, ¿eh? El director general, Rod
Serrano, hizo una propuesta para que sus procesadores Pro estén en nuestras
nuevas tarjetas madre de robótica que estamos sacando al mercado. No ha
dejado de llamar para tener noticias de su propuesta y yo lo he estado
ignorando.
¿Poner a esta sirena en mi camino es su último intento de persuadirme a
reunirme con él?
—Vaya. Es que Rod no se da por vencido —me burlo.
Rod se enterará junto con todos los demás cuando anunciemos con cuál
chip de procesamiento nos vamos a quedar. Yo ya sé que no me interesa su
procesador. Los procesadores como los que Intel ha capitalizado —y los
que ProDynamics sigue sacando— se han quedado en el pasado. Me
interesa más el futuro.
Los ojos se le iluminan, pero no dice nada. Joder. No parece enfadada
por mi actitud de imbécil, más bien parece excitada y su lujuria se me
antoja genuina.
O solo actúa muy bien.
De cualquier manera, no voy a permitir que mi pene tome decisiones en
mis negocios. Aprendí esa lección de la forma más difícil. Apenas sobreviví
al escándalo la última vez y solo porque pagué para que desapareciera todo
rápido.
Nunca más.
Por más exquisita que estuviera Miranda Rose con ese vestido rojo y
esos tacones que pedían a gritos que la follara, continúo y le paso por un
lado. Cierro los ojos por un breve momento cuando inhalo su seductor
aroma, pero finalmente me alejo de ella.
Me dirijo a la puerta a grandes zancadas y casi logro irme cuando Ken
Kobayashi, ruborizado, me detiene a pocos metros de la puerta y me da una
palmada en la espalda.
—¡Dylan! Qué gusto me da verte. Me ha encantado tu discurso. Ven,
tómate una copa con nosotros. —Hace un gesto hacia su mesa de grandes
figuras del sector tecnológico japonés que viajaron para estar en la
conferencia.
—Perdona, es que ya me voy. —Me obligo a sonreír y me lo sacudo.
—No, viejo, ven a compartir.
Ken creció en Estados Unidos y nos conocimos en la universidad. Es
todo lo contrario a los estereotipos asiáticos: siempre le ha gustado salir de
fiesta en vez de estudiar, pasaba sus clases con las calificaciones justas y
consiguió el puesto que tiene ahora porque su padre ha usado sus
influencias en la empresa familiar.
Por encima de su hombro, veo a Miranda saliendo del salón de baile del
hotel, meneando el trasero de forma atrevida con ese vestido rojo.
Se me vuelve a parar. Demonios, tengo que irme de aquí y llegar a casa
a liberarme y entregarme a todas las fantasías que me inundan el cerebro
antes de humillarme en público.
—Fue un placer verte, Ken —lo interrumpo a mitad de la frase. Le doy
una palmada en la espalda y salgo por la misma puerta por la que acaba de
salir ella. Me lleva unos seis metros de ventaja. Va contoneando esas
caderas por el vestíbulo y sale por un extremo hacia el garaje.
No la sigo a propósito… o eso quiero pensar.
Solo superviso que llegue bien a su auto. Jamás sabrá que estoy aquí. Es
lo que hacen los caballeros.
Si es que se me podía llamar caballero. Sé exactamente lo que es esto:
más combustible para las fantasías de esta noche.
Por una vez me permito el subidón que me otorga acechar a mi presa.
DOS

MIRANDA

CHASQUEO LOS TACONES en las escaleras de camino al tercer piso


donde está el aparcamiento.
El cabello se me pega a la nuca como siempre que camino de noche por
la ciudad.
Ser mujer y andar sola no es seguro. Las posibilidades me excitan y me
aterran, porque estoy enferma. Soy una mujer muy enferma.
Me muerdo el labio al recordar al hombre del bar: Dylan Lennox. Su
rostro esculpido y hombros anchos. Esos ojos que me cautivaron, aunque
me rechazaran.
El hombre que me siguió al garaje.
No escucho pasos en las escaleras detrás de mí. ¿Habrá tomado el
ascensor? ¿O a fin de cuentas no me estaba siguiendo?
Él también se iba. Seguramente va de camino a su auto también.
Aunque estamos hablando de Dylan Lennox. Debe haber pedido un
servicio de aparcamiento.
Me muerdo el labio al llegar a lo alto de la escalera. Me vuelvo a mirar
al ascensor rápidamente antes de pasar por la puerta y salir al aire libre de la
última planta del garaje.
Aparqué al final de la fila, en la esquina de la azotea. En el camino me
obligo a no mirar hacia atrás como normalmente haría. Está oscuro y soy
una mujer que anda sola. Se supone que debo tener miedo.
Se me acelera la respiración con cada paso que doy. Me doy prisa, casi
trotando, o lo más que puedo con estos tacones. Mis latidos se aquietan solo
cuando llego a mi auto; un Corvette rojo, naturalmente. Cuido mucho la
imagen que quiero proyectarle al mundo cuando me maquillo cada mañana.
El Corvette forma parte de la fachada.
Una mujer sexy, segura, atractiva, bajo control.
Todo lo que me gustaría ser en realidad.
Rebusco en mi bolsa de mano y saco la llave, dispuesta a pulsar el botón
para abrir la puerta… justo antes de que me empujen por detrás y pegue la
cara contra la ventanilla del lado del conductor.
—Ábreme las piernas, perra.
No es Dylan.
La dificultosa respiración cargada a olor a cigarrillos y el brazo que me
aprieta el cuello no tienen piedad. Dejo escapar un gritito antes de que el
brazo me ahorque más fuerte.
Un pie me separa las piernas. Mi tobillo cede al movimiento brusco y
vuelvo a gritar, pero no importa.
Nada le importa al hombre detrás de mí que me rasga el vestido hasta la
cintura. No llevo ropa interior porque el vestido es tan ajustado que las
cuerdas de una tanga se habrían visto.
Tosía y me ahogaba con los ojos llenos de lágrimas.
Siento manos rústicas por mi cuerpo. Manos que me apretujan los
pechos mientras grito en vano.
«Acepta lo que te voy a hacer, zorra barata». El pasado y el presente se
mezclan alternativamente. «Y te va a encantar tanto que te vas a correr
cuanto más te lastime. Me vas a suplicar que te siga lastimando».
—Eres una putita cachonda, ¿no? —me susurra en la cara el hombre
detrás de mí, babeándome y mordiéndome la oreja de forma dolorosa—.
¿Te excito, perra?
Me estremezco al escucharlo y todo me invade. Sé que ya viene el
dolor, la humillación, la impotencia.
«Perra inútil. ¿Quieres que se acabe? Suplícamelo. ¡Que me supliques,
puta!»
Comienza a elevarse como siempre y me odio. Lo odio por convertirme
en esto. Lo odio y…
—¡Quítale las manos de encima, cabrón!
Abro los ojos de golpe y tuerzo la cabeza hacia la derecha justo a
tiempo para ver a Dylan Lennox corriendo a toda velocidad hacia nosotros.
Mierda.
TRES

DYLAN

LO VOY A MATAR. Es lo único en que puedo pensar cuando me acerco y


se lo quito de encima. Lo derribo sin mucho esfuerzo, y se lleva las manos a
la cara.
Miranda grita, pero lo único que me importa es que lo frené antes de
que pudiera… Antes de que pudiera…
Gruño de furia y le doy un puñetazo en la cara a ese infeliz.
Una y otra vez y…
Levanto el puño para volver a pegarle, pero unos brazos me rodean
desde atrás. Confundido, volteo a mirar.
Es Miranda. Por sus mejillas caen lágrimas y restos de rímel y está
sacudiendo la cabeza.
—Para ya. No es lo que crees. ¡Para!
Qué demonios…
—No estaba… no iba a… Yo lo quería. Lo planificamos por internet.
Sabía que iba a venir.
¿Me dice que quería…?
Me alejo repentinamente de ella y del hombre que tengo apresado abajo.
Ella retrocede a trompicones y el hombre se va arrastrándose, dejando caer
el condón que tenía en la mano en el camino.
—Loco de mierda —murmura cuando consigue levantarse y se va
cojeando, llevándose una mano a la cara ensangrentada.
—¿Tú planificaste esto? —le digo con voz fría y los puños apretados.
Estoy lleno de la sangre del otro. Estoy seguro de que le rompí la nariz.
Miranda solo asiente, con la cabeza a gachas, en el suelo donde cayó
cuando la aparté.
—¿Le pides a extraños que te violen?
Da un respingo.
—¡No! No es así. No si quiero hacerlo. Es algo consensual entre
adultos.
—Algo consensual… —me burlo, meneando la cabeza. No le creo esta
mierda. Me paso las manos por el pelo y le doy la espalda.
Subí por el ascensor y me quedé esperando al otro lado de la puerta por
un largo rato, debatiéndome entre abrirla y salir a la azotea o no. Solo para
asomarme un poco. Solo para cerciorarme de que hubiese llegado a su auto
bien.
Y cuando pierdo la batalla conmigo mismo y abro la puerta y la veo
luchando con ese hijo de puta e intentando gritar…
—¿Qué demonios te pasa? —le grito. Ella sigue en el suelo, vestida
hasta la cintura.
Por todos los cielos, está expuesta al mundo entero y ni siquiera intenta
cubrirse; solo se seca las lágrimas, empeorando la condición del rímel que
lleva.
No debí asomarme.
Es que no debí asomarme, joder.
Porque verla ahí chillando, rota, con las piernas abiertas y sin un tacón,
con su sexo expuesto…
Fue el detonante que llevo años reprimiendo. Todos los años de terapia,
toda la disciplina inquebrantable se perdió.
En un segundo se fue a la mierda.
—¿Eso es lo que quieres? —me burlo, agachándome y halándola fuerte
por los brazos hasta ponerla de pie y pegarle la cara al capó de su Corvette.
Le agarro las muñecas y se las inmovilizo detrás de la espalda. Luego,
me doblo encima de su espalda para ponerla justo como la tenía ese hijo de
puta, y le clavo la erección en el culo.
—¿Así lo quieres? ¿Quieres que te penetre un extraño?
Una voz distante me grita en la cabeza: «¿Qué coño haces? Suéltala.
Vete. Vete ya. Es un camino del que nunca vas a poder salir».
Pero de pronto dobla la cabeza para mirarme, con un ángulo extraño por
como la tengo posicionada. No comprendo lo que veo en sus ojos. No sé si
es lujuria, decisión o qué.
Lo único que sé es que ya no se ve rota.
—Sí quiero —susurra—. Pero solo si haces que me duela.
La mano que no le sujeta las muñecas me la llevo a la hebilla en un
instante, la cual arranco y después me desabrocho los pantalones.
Ah, joder. Qué bien sienta liberar mi pene. Mi glande busca de
inmediato su orificio. Es tan sexy, y está tan mojada. Está chorreando. Lo
desea.
Y yo no lo hago desde hace mucho mucho tiempo.
Solo una. Una vez y nunca más.
Lo desea. No está mal si lo desea.
Empujo las caderas y ya la estoy follando. No es una decisión que haya
tomado. En este momento, no puedo hacer otra cosa que no sea follarla.
Ella grita tras la primera embestida, que no es suave. Mi miembro es
enorme, así que a las mujeres se les dificultaba estar conmigo.
Se lo saco y vuelvo a empujar las caderas hacia adelante, esta vez más
profundo. Demonios. Echo la cabeza hacia atrás y le aprieto todavía más las
muñecas.
No me puse condón. Mierda. Debería preocuparme. Pero luego de seis
años sin estar con una mujer, en lo único que puedo pensar es en meterlo, en
sentirla sin barreras; que no haya nada entre nosotros. Mis terminaciones
nerviosas lo sienten todo como si fuera la primera vez que son estimuladas
y la necesidad de penetrarla es un deseo compulsivo y descabellado.
Me lo aprieta. ¿O quizá me aprieta tan duro porque lo quiere sacar? ¿Se
está arrepintiendo?
Pensarlo me lo pone más duro.
Le agarro la nuca, le pego la cara contra el capó con más fuerza y le doy
rienda suelta a mis fantasías.
La seguí desde que salió del bar. Meneaba ese delicioso culo de una
forma tan tentadora, provocando a todos esos hijos de puta y dejándolos con
las ganas.
Una calientapollas. La voz de mi padre me resuena en la cabeza. «A las
mujeres calientapollas hay que enseñarles una lección, hijo. La provocación
es una promesa y nos corresponde hacer que paguen caro».
No. Yo juré que nunca iba a ser como él.
La repulsión me quita el aire, pero follo a Miranda más duro. Con la
mano le empujo la cara con más fuerza. De sus ojos salen lágrimas nuevas.
Estoy horrorizado.
Y fascinado.
Me aprieta más duro que mi puño cuando me castigo para cumplir mis
enfermas fantasías.
Y me corro.
Fuerte, largo y tendido vacío todo dentro de ella.
Ella me aprieta más fuerte y me ordeña cada gota de semen a la vez que
gemidos y chillidos escapan de sus labios.
Pero ella también se corre; en serio lo deseaba.
Saco el pene y se lo vuelvo a enterrar con más rudeza que antes,
perforándola hasta la empuñadura y pegándole fuerte la pelvis al capó del
Corvette.
Vaya exquisitez. Es una delicia. Se siente tan bien y hacía tanto que no
lo hacía. Mis fantasías ni se comparan…
Me clava las uñas en el brazo cerca de donde le sujeto las muñecas y
cierra los ojos, con la frente pegada al capó mientras menea el culo y me
amordaza el pene. Deja salir más gemidos de placer de su boca. Santo cielo,
¿todavía se está corriendo?
Mi pene, todavía duro a pesar de haber eyaculado, cobra vida dentro de
ella.
Es lo más magnífico que hay.
Frunce el ceño y veo que por fin comienza a ceder y meneo la cabeza
porque no, joder.
Todavía empalándola hasta el fondo, bajo la mano y la acerco a su
clítoris. Se lo pellizco duro al tiempo que me escupo el dedo índice, lo bajo
y se lo entierro en el culo hasta el fondo.
Abre los ojos de golpe y en su boca se forma una O. Pero un segundo
después le cambia la cara y parece perdida en otra ola de placer.
Demonios. Sí, joder, así.
Pellizco más y le clavo otro dedo en el culo sin nada de delicadeza.
—Sí que te gusta —gruño. Con el pene todavía rígido en su coño, llevo
las caderas hacia atrás y hacia adelante lentamente—. Te encanta que te
profane.
Le meto un tercer dedo en el culo, invadiéndole todo. Tiene a un
extraño follándole el culo con los dedos casi secos. Le debe doler. Le debe
doler mucho.
Cuando le miro la cara, no me decepciona. Veo más lágrimas. Hay dolor
entre sus chillidos de placer.
«Siente dolor. La estás lastimando».
Me siento horrorizado. ¿Qué demonios hago?
Pero entonces arquea la espalda. Se retuerce en el capó y no es de dolor.
O en parte sí. Pero por lo que se le ve en la cara, es más de placer que de
dolor.
Le perforo más el ano con los dedos. Los saco. Se los vuelvo a enterrar
con más fuerza.
Arruga la frente de dolor, pero a la vez saca el culo hacia mi mano.
Y comienzo a follármela otra vez, con el pene y con los dedos.
Sin piedad.
Se lo saco y se lo vuelvo a enterrar hasta el fondo.
Lo saco y la empalo con todas mis fuerzas.
El auto se menea por la fuerza de cada embestida y Miranda chilla y
gime y gruñe cada vez.
Le saco los dedos del culo y subo la mano por su cuerpo hasta su
garganta.
La ahorco con el pulgar en su pulso. Sus latidos están desenfrenados
cual conejo asustado mientras sigo penetrándola.
La penetro una y otra y otra vez.
¿Desde hace cuánto me corrí la última vez? ¿Hace cinco minutos?
¿Hace diez?
Le aprieto fuerte la garganta con los dedos y le falla la respiración.
Juego con la presión y sus jadeos roncos hacen que ascienda el placer por
mi columna vertebral.
Todavía respira, pero por poco.
Me agacho sobre su espalda y le gruño al oído:
—Podría acabar con tu vida fácilmente si aprieto un poco más. ¿Así es
como te gusta jugar? ¿Quieres dolor? ¿Te fascina el peligro de verte con
extraños en azoteas donde nadie te escuche gritar?
Asiente a pesar de lo fuerte que la ahogo.
Joder, asiente.
Me enfurece tanto que enloquezco y la aprieto más fuerte por un par de
segundos solo para enseñarle una condenada lección.
Le hacía falta que la asustaran.
Pero justo cuando la asfixio más, se corre. Se corre otra vez.
—Eres una tonta —le siseo en la oreja, soltándole la garganta y
tapándole la boca con mi mano.
Me doy asco en el segundo en que lo hago, pero también se siente
endemoniadamente increíble. Ya no puede gritar. Le cubro la boca con más
fuerza, llevándole la cabeza a mi pecho mientras perforo su sexo con mi
pene.
Mis dedos le dejan el espacio suficiente a su nariz para que respire. Si lo
pienso mucho me incomoda, pero eso no cambia la crueldad de la escena ni
lo mucho que lo estoy disfrutando.
Porque ahora que por fin estaba dentro de una vagina húmeda, que
tocaba a una mujer otra vez de esta forma después de tanto tiempo, después
de tantos años sin hacerlo… Joder.
Su cabello suave y sedoso estaba recogido en un moño elegante, por lo
que me acerco y le muerdo el cuello, rugiendo mientras eyaculaba otra vez
y con más fuerza que antes, mucho más duro.
Le clavo los dientes en su dulce y tierna carne a medida que mis últimos
chorros se vacían en su sexo, el cual me está amordazando el pene.
Grita en mi mano y rujo en su nuca con una satisfacción animal.
Y después…
Después…
Me tumbo con la respiración entrecortada en su espalda, aflojando la
boca en su cuello.
Parpadeo y siento como si regresara de un episodio de locura.
Le quito la mano de la boca y me aparto de ella, retirando mi pene
finalmente.
Retrocedo a trompicones y se me descuelga la mandíbula del horror al
ver la escena que tengo enfrente.
Miranda está extendida en el capó de su auto con las piernas abiertas de
una forma extraña con el semen que sale de su interior y…
Veo la marca que le dejé en el cuello a dos metros de distancia. ¿La
había hecho sangrar?
Ella también parpadea y se vuelve a mirarme. Tiene la cara hecha un
caos de lágrimas y rímel. Se ve maltratada y rota.
Por mi culpa.
Otra voz hace eco en mi cabeza. Esta vez no es mi padre sino otro
monstruo mucho más engañoso. «Si lo haces bien, las rompes y seguirán
suplicándote más. En ese momento sabrás que eres un dios».
—Lo siento —le digo con voz ronca, subiéndome los pantalones de
golpe y guardándome el pene—. Lo siento mucho.
Ella comienza a sacudir la cabeza, pero alzo las manos, me doy vuelta y
desaparezco por la puerta.
CUATRO

MIRANDA

A LA MAÑANA SIGUIENTE, todavía conmocionada e instalada en mi


oficina, busco el labial en el compacto que guardo en mi escritorio. Rojo
cereza, el color que me define. Ha sido así estos últimos años.
En la universidad me aplicaba un tono llamado iris claro. Bien pudo
haberse llamado «iris insignificante» o «iris invisible».
Tenía tantas ganas de destacar en aquella época, de ser alguien. Y
cuando, nada más salir de la universidad, la superestrella del mundo de los
negocios Bryce Gentry se fijó en mí, la insignificante Miranda, la nula
Miranda, la minúscula Miranda, sentí que la luz del universo por fin me
iluminaba.
Como si, finalmente, después de vivir toda una vida al margen, pudiera
ser la estrella del espectáculo de alguien o la mía propia.
Y mira cómo resultó eso. Tal vez era eso lo que recibías cuando
deseabas con tanta fuerza que alguien te encontrara.
Lo que hizo él fue engullirme.
Era el peor hombre de todos, de los que te consumían toda en vez de
darte la fuerza de levantarte junto a él.
Y Dylan… ¿Qué tipo de hombre era?
Observé el resto de mi cara en el espejo. Tenía prisa esta mañana porque
ignoré la alarma después de pasarme toda la noche dando vueltas en la
cama. Luego de dos reuniones seguidas, era la primera vez en toda la
mañana que tenía un segundo para mí.
En el espejo, mis ojos azules parecen demasiado grandes y
caricaturescos. Por lo menos las ojeras que tengo por tan mala noche de
sueño casi no se ven gracias a la magia que hizo mi base.
Cerré el polvo compacto y me pasé la mano desde la sien hasta mi
garganta, rozando la piel donde la mano de Dylan me había asfixiado con
tanta fuerza anoche.
Una vez leí un artículo que decía que puedes saber todo de un hombre
por su forma de follar. Y, después de lo de anoche, me preguntaba si era
cierto.
Me estremezco de nuevo mientras cierro los ojos y revivo cada
momento. Me muerdo el labio al recordar la sensación de su enorme pene
follándome, la forma tan brusca en que me penetraba.
Pero luego me acercó la mano al clítoris como para asegurarse de que
estuviera conectada con él. De vez en cuando sentía que paraba a ver cómo
me encontraba antes de seguir.
¿O será que estaba soñando?
A fin de cuentas, ¿desde hace cuántos años estoy en búsqueda del
hombre perfecto? ¿A uno que sea un hijo de puta conmigo en el dormitorio
—o en el capó de mi auto— y un caballero el resto del tiempo?
Bien es cierto que no sé si Dylan Lennox es un caballero el resto del
tiempo, pero he leído sobre él. Él y su hermano Darren son el dúo
empresarial que entró al mercado de la robótica hace seis años con fuerza,
ocupando una impresionante cuota de mercado casi desde el principio.
Nunca se ha visto a Dylan con mujeres en público. Algunos especulan
que es porque no ha salido del armario, pero yo sé la verdadera razón: era
por Bryce Gentry.
El esqueleto en común de nuestros armarios.
Cuando Bryce fue por fin a la cárcel a pagar por sus crímenes hace dos
años luego de que el hombre al que chantajeaba, Jackson Vale, lo capturara
intentando cometer espionaje corporativo, todas las cochinadas que Bryce
tenía sobre Jackson y todos los demás a los que chantajeaba se hicieron
públicas.
Incluyendo una historia sobre Dylan Lennox que fue una pequeña
mancha en el torrente de los Archivos Gentry, como les titularon. Era una
historia de Dylan maltratando a una prostituta.
Allí estaba y, al día siguiente, desapareció.
Yo me comprometí personalmente a seguir cada historia que Jackson
publicaba porque, aunque la historia hubiera desaparecido, Jackson era mi
ex y éramos amigos. Me puse en contacto con él y me dio una copia de los
archivos.
Había fotos de Dylan y la prostituta. Él la tenía inmovilizada y la
ahorcaba con las manos. Ella lloraba y trataba de quitárselo de encima. Eran
de las fotos que habrían hecho que cualquier otra mujer se asustara y evitara
a Dylan por completo.
Pero tanto Jackson como yo estábamos dispuestos a suspender el juicio
un poco más. Ambos sabíamos que a Bryce le gustaba crear circunstancias
y tomar fotos que fueran la «prueba» de una historia obscena, o hasta de un
crimen, para inculpar a un competidor o enemigo. Luego lo usaba en contra
de ellos para chantajearlos, fuera cierto o no.
Ahora sé que fue así como la compañía de Bryce, Gentry Tech, subió de
prestigio tan rápidamente. Cada permiso que necesitaba se le concedía. La
financiación que solicitaba se le era otorgada por arte de magia. Ganó
contratos en medio de una competencia dura y más experimentada. Obtuvo
patentes antes que nadie.
Pero era un castillo de naipes que Jackson hizo caer. Bryce sobornó a
jueces, funcionarios del gobierno, contratistas y empleados de otras
empresas para obtener información confidencial de los productos para
realizar ingeniería inversa y retrasar sus patentes de modo que Bryce
pudiera obtener las patentes primero.
Bryce trató de hundir con él a tanta gente como pudo. De ahí venía la
historia de Dylan. Pero ¿por qué desapareció tan rápido? Jackson no lo
entendía.
Por eso localicé a la prostituta, Lenore Richards, que ya no era
prostituta y vivía en una casita al sur de San José con sus dos hijos, y le
pregunté.
Y me cerraron la puerta en la cara.
Pero insistí. En ese momento no sabía por qué. Solo sabía que tenía que
saber qué clase de hombre era Dylan Lennox.
¿Era el tipo de hombre que lastimaba a las mujeres en contra de su
voluntad? ¿O con su permiso? Aquella era una diferencia que no les
importaría a muchas mujeres, pero que para mí lo significaba todo.
Vigilaba la casa de la exprostituta como si mi cordura dependiese de
ello. Cada vez que salía, al menos cuando no estaba con sus hijos, la seguía
hasta su auto y la acribillaba a preguntas.
—Mira, podría llamar a la policía —explotó el segundo día—. Tengo
derechos. Los periodistas no pueden venir a mi casa, así como así…
—¡No soy periodista! Te he dicho que no lo soy. Solo necesito saber.
¿Dylan te violó esa noche? Por favor. Te lo pregunto por mí como mujer.
Lenore exhaló ruidosamente y miró a los lados. Vivía en la planta baja
de un dúplex y todo estaba en silencio en el callejón sin salida.
—Escucha, yo no quiero meterme en problemas. No le he dicho nada a
nadie tal como lo prometí en el documento.
Documento. Entonces le habían pagado para que se callara. ¿Eso
significaba que Dylan era culpable de lo que lo acusaban?
Alcé las manos.
—No buscaré problemas. Solo necesito saberlo. Es por mí.
Frunció el ceño.
—¿Es que acaso lo conoces?
Asentí a pesar de que no fuera cierto.
—Nos hemos visto un par de veces.
Dejó salir un largo suspiro.
—A ver, no, no me violó. Me pagó de más por las cosas pervertidas y
ya. Pero yo no te he dicho nada. —Se alejó de mí—. ¿Puedes irte ya?
—Pero si no lo hizo… ¿por qué dijiste que sí? ¿Por qué pagaría para
que no limpiaras su nombre?
—Me has dicho que te irías si respondía tu pregunta.
Parecía enojada, así que retrocedí al igual que ella y asentí con firmeza.
—Nunca volverás a verme.
Entrecerró los ojos, pero yo ya casi llegaba a mi auto. Había conseguido
lo que había venido a buscar.
Obviamente, sobre el motivo del pago, le creía. Dylan Lennox no era un
violador.
Pero le gustaba el juego igual que a mí.
Me vi una vez más en el espejo y sonreí.
La perfección en persona.
Mi sonrisa se desvaneció. Perfecta por fuera, al menos. Solo puedo
mantener la ilusión por un tiempo. Ser esta persona, la Miranda del espejo,
significa que nunca podré tener intimidad de verdad con nadie.
Solo quiero a alguien con quien no tenga que fingir.
Así que, por mucho que la noche anterior lo hubiese asustado o
acojonado, hacía mucho tiempo que le deseaba como para dejar pasar esto
sin intentarlo de nuevo.
Reviso mi planificación del día.
Sí, puedo irme a almorzar temprano.
Estoy sacando el bolso de debajo del escritorio cuando llaman a la
puerta y Chet la abre de un empujón sin esperar mi respuesta, naturalmente.
—Miranda —dice, con una amplia sonrisa de dientes blancos y
brillantes—. Hoy estás preciosa.
—Voy saliendo, Chet. ¿Qué pasa? —Exhibo el bolso por encima del
hombro para darle peso a lo que le digo.
Chet se adentra más en la oficina y cierra la puerta.
—¿No puedo venir a ver cómo estás?
Suspiro, mirando mi móvil.
—Chet, nosotros ya no salimos. Si tienes algo que decir relacionado al
trabajo, no tienes que venir, puedes…
—Es que no lo entiendo, Rany —dice, entrando y sentándose en una de
las sillas que están enfrente de mi escritorio. Puaj, siempre he odiado ese
apodo—. Nos hacíamos tanto bien juntos. Para todos los que nos veían
éramos la pareja perfecta. Teníamos el tipo de relación que todos sueñan
con tener.
Solo me quedo mirándolo con la boca un poco entreabierta. ¿De verdad
pensaba eso?
Muy bien. Al parecer, esta conversación iba a tener lugar ya mismo. Lo
había dejado hace dos semanas y no ha dejado de llamarme ni de escribirme
desde entonces. Suponía que seguía haciéndolo. Bloqueé su número al
cuarto día porque ya no podía más.
Suspiré y lo miré.
—¿No te parecía raro que siempre estuviera maquillada cuando
estábamos juntos o que nunca quisiera que te quedaras a pasar la noche?
Chet frunce el ceño.
—Supongo. Pero las mujeres son raras con su aspecto o lo que sea. Y tú
sufres de insomnio, por eso no puedes dormir con nadie en tu cama. Eso lo
respeto. Y amo…
—No, Chet, claro que no. —Sacudo la cabeza—. Nunca era yo misma
cuando estaba contigo, ¿no lo entiendes? Ni siquiera me conoces en verdad.
Nadie me conoce así, porque no les permito llegar tan lejos. Cuido
mucho a la Miranda del espejo. Quizá Chet se enamoró de ella, pero es una
fantasía.
—Estaba cansada de fingir —le digo, caminando por el escritorio.
Durante un tiempo, cuando empecé a salir con Chet hace seis meses,
pensé que, quizás, si me esforzaba lo suficiente, quizás podría ser ella, esa
mujer bonita y normal. Tal vez si me esforzaba lo suficiente, podía lograrlo.
Si tenía el hombre adecuado, el trabajo adecuado, la ropa adecuada…
Pero entonces tuvimos sexo y, por más que Chet lo intentara, no podía
hacer que me corriera. Era demasiado caballero en la cama o, más bien,
demasiado cobarde. Le pedí que me azotara un par de veces y me dio unas
palmaditas en el culo. Al final me rendí y me limité a fingir que me corría
en cada ocasión porque era más fácil y hacía feliz a Chet.
Terminé las cosas después de despertarme sudando frío por otra
pesadilla. Estaba otra vez en el piso de Bryce y él me humillaba y me hacía
daño. Me desperté sollozando. Y entonces me toqué y me corrí casi
inmediatamente después de meses de sequía.
Terminé con Chet al día siguiente y fui a ver a esa mujer, a Lenore, al
día siguiente.
—Lo siento. No fui justa contigo y lo lamento.
Chet se levanta y camina hacia la puerta sin mirarme. Estaba dolido y
obviamente trataba de ocultarlo.
—Rod me pidió que te preguntara si lograste algo con Lennox anoche.
—¿Cómo? —pregunto de forma un poco brusca. ¿Qué sabían ellos de
lo que pasó entre Dylan y yo anoche?
Chet me mira con el ceño fruncido por mi reacción exagerada.
—Te pidió que hablaras con él en la conferencia, ¿no? Para ver si te
daba información sobre si estaban considerando la oferta de ProDynamics
de nuestros procesadores.
—Ah, claro. —El corazón se me ralentiza un poco—. No. No pude
hablar con él.
No era una mentira. No hablamos mucho. Nuestro encuentro fue más
bien de naturaleza física.
—Demonios. Sabes que necesitamos ese contrato, Miranda. ¿Por qué no
te esforzaste más? Para nadie es un secreto que no te cuesta nada usar tus
atributos… —Me mira el pecho—. Y menos cuando quieres algo.
Esta es la otra razón por la que terminé con Chet; en ocasiones puede
ser un completo imbécil misógino, lo cual, siendo honesta, fue parte de lo
que me atrajo de él. Así de enferma estoy. Pero no se comportaba así en la
cama, el único lugar donde lo necesito o quiero.
—Que la puerta no te dé en el culo cuando salgas, Chet. Saldré a
almorzar temprano.
Salgo tras pasarle por un lado.

—HOLA. ¿Se encuentra Dylan Lennox?


—¿Tiene usted cita? —Una mujer perspicaz de unos cincuenta años me
mira por encima de sus anteojos en el vestíbulo de Corporación Hermanos
Lennox.
—Solo dígale que Miranda Rose vino a verlo.
Entrecierra los ojos como si me escudriñara.
—El señor Lennox es un hombre ocupado.
Sé lo que no está diciendo, que no tiene tiempo para dejar de hacer su
importante trabajo por cada mujerzuela que venga a conversar con uno de
los solteros más codiciados de la industria. Pero yo sonrío.
—Creo que va a querer verme.
Perfectamente podía ordenarle a su asistente que me despachara sin
decirme ni una palabra a la cara.
Presiento que tiene la clase suficiente para no hacer eso. Por otra parte,
puede que solo sea el hombre que he idealizado en mi mente estos últimos
seis meses que llevo obsesionada con él. Pero ¿no era por eso que estaba
aquí? ¿Para intentar separar la realidad de la ficción y dejar de lado esta
fascinación de una vez por todas?
Todavía con el ceño fruncido, la asistente me indica que me siente en
una de las sillas del vestíbulo mientras coge el teléfono y habla entre
murmullos.
Sus ojos se dirigen a mí y veo allí reflejada su sorpresa. Apenas puedo
contener la sonrisa. Entonces Dylan no es un cobarde después de todo. Va a
verme.
La asistente se aclara la garganta y se levanta.
—Por aquí, señorita.
Me lleva a la puerta situada a la izquierda de su escritorio, la atraviesa y
camina por un largo pasillo que da a un espacio amplio parecido a un
almacén.
Hay varias hileras de cubículos que se intercalan con partes de la sala en
las que están instalados varios componentes de robótica. Algunos están
desarmados, pero hay varios brazos robóticos de gran tamaño, más altos
que un auto, girando mientras los técnicos los manipulan.
Todo me recuerda al día que fui a la NASA cuando visité a mi primo en
Houston aquella vez.
Pasamos junto a la pared de la sala y seguimos hacia el fondo del
edificio. Allí, la señora asistente llama a la puerta.
—Adelante —dice la voz baja y masculina de Dylan. Escucharla me
provoca escalofríos en todo el cuerpo.
Me acerco a la manilla de la puerta, pero la asistente se adelanta y abre
la puerta.
Dylan está sentado detrás de su escritorio, intimidante y corpulento
como es, y me mira fijamente por encima de su secretaria.
—Gracias, Hannah —dice, sin dejar de mirarme—. Te puedes ir.
—¿Le apetece agua o té, señor?
Niega firmemente con la cabeza.
—No, eso es todo. Pon todas mis llamadas en espera.
Hannah me dedica una mirada de desconfianza y se marcha cerrando la
puerta al salir.
A Dylan se le dilatan las fosas nasales en cuanto se cierra la puerta.
—¿Qué haces aquí?
Me crispa un poco su actitud, pero solo un poco. He sido la sumisa de
hombres dominantes y sé que haber venido aquí rompe todas las reglas.
Sin embargo, Dylan no es un dominante, por lo menos no de la forma
tradicional y contractual. Quizá pude haberme hecho la evasiva y esperar
una semana para contactarle, pero no era mi estilo. No me gustaban los
juegos.
Caminé al frente y me senté en la silla que quedaba justo al frente de él
y la acerqué más, luego me incliné hacia adelante.
—Escucha, lo de anoche fue…
Rayos. Tenía el discurso preparado y de repente me quedo en blanco
cuando sus ojos oscuros se clavan en los míos.
Verlos anoche por primera vez tuvo un efecto similar, pero fue más
manejable debido a la luz tenue del salón de baile y la oscuridad de la
azotea. En cambio, aquí, a plena luz del día…
—Lo de anoche fue algo que lamento —suelta, finalizando mi oración.
De inmediato niego con la cabeza, pero él no me pone atención—. Eso fue
algo que nunca, escúchame bien: nunca se va a repetir.
Siento que me arden las mejillas, y no de vergüenza. No llevo ni cinco
minutos aquí y ya me está haciendo enfadar.
—¿Tienes idea del tiempo que llevo buscando a alguien como tú, que
sea real? ¿Crees que me gusta concretar polvos medianamente satisfactorios
por internet?
Se levanta de golpe de la silla y golpea el escritorio con los puños.
—Eso es muy irresponsable de tu parte y jamás volverás a hacerlo. ¡Ni
siquiera me puse un puto condón!
—Yo siempre lo hago con condón. Ha sido solo contigo que… —Me
callo al ver que no me cree, pero luego continúo de todos modos, por más
enojada que me esté poniendo—. Y tengo un DIU, así que no te preocupes.
Él niega con la cabeza.
—Eso no cambia nada. Te podrían hacer mucho daño. No sabes con
quién demonios te vas a ver.
Alzo las cejas todo lo que se puede.
—¿Ah sí? ¿Y qué me recomiendas hacer?
—Intenta controlar tus impulsos. ¿Te suena la palabra disciplina?
Eso me hace reír.
—Porque fuiste muy disciplinado cuando me follabas contra el capó de
mi auto anoche. Y dos veces.
Inhala una enorme bocanada de aire y la suelta. Pareciera como si
estuviese a punto de exhalar fuego. Mierda, así no era como quería que
saliera esto. No vine aquí a enemistarme con él. Así no vamos a conseguir
lo que queremos ninguno de los dos.
Yo solo quería hacerle mi propuesta, tentarlo con mi camiseta sensual y
mi escote, e irme dejándole con ganas de más. A ver, puede que sí me guste
jugar un poco. Pero solo porque sé que esto podría ser bueno para los dos.
Con lo voraz que fue, sé que también lo desea.
—Escucha —le digo, tratando de apaciguarlo y salvar la situación—.
Todo el mundo tiene necesidades. No hay que avergonzarse de ellas. Si
podemos encontrar una forma segura y que nos beneficie a ambos de
satisfacer esas necesidades, ¿qué tiene de malo?
Sacude la cabeza y habla entre dientes.
—Algunos deseos son vergonzosos.
Me levanto de la silla y doy un paso atrás. No puedo evitarlo. Me dolió.
Cree que debería avergonzarme…
—Joder, no lo decía por ti. No pasa nada con que quieras lo que sea
que… Pero, en mi caso, no. Yo jamás… —Se pasa una mano por el pelo tal
como hizo anoche, alterado y dolido a la vez. Parece un dolor
profundamente infundado.
Cierra los ojos y respira profundo antes de perforarme otra vez con esa
mirada.
—Esto no volverá a ocurrir, señorita Rose. No soy el hombre que te va a
consolar. Búscate a otro. Vete ya, por favor.
Pero yo no llegué a donde estoy siendo dócil. No sobreviví a Bryce
Gentry con dulzura esa noche. No, señor.
Yo soy testaruda. Más de una noche me sentí tan basura que quería
rendirme y morir. Pero no lo hice. Estoy viva y todo lo que he logrado
después de Bryce ha sido porque me he levantado con testarudez, he
exigido y he tomado lo que quiero.
—Me iré con una condición.
Dylan, exasperado, alza las manos.
—Dame tu número y me voy en este preciso instante.
—¿Qué? ¿Esto es un maldito juego para ti?
Soy yo la respira muy profundo esta vez. Rayos. Juegos otra vez.
—Tal vez. No lo sé. Trato de ser lo más directa que puedo. No pretendo
arruinarte la vida.
Se burla.
—¿Ah no?
—Los dos estamos solteros. Y a menos que hagas celibato, necesitas…
¿Cómo fue que dijiste? Tú también necesitas consuelo. ¿Por qué no
conmigo? Seré discreta. Firmaré un acuerdo de confidencialidad o lo que
sea si eso es lo que te preocupa. Te mostraré mis exámenes. Sé que no
usamos protección anoche, pero estoy sana, tomo la píldora y…
—Dios bendito. ¿Dices que si te doy mi número te vas a callar y te irás
de mi oficina cuanto antes? —Abre con fuerza el cajón de su escritorio y
desliza su móvil hacia mí—. Aquí tienes.
Me quedo mirando el aparato por un segundo antes de levantarlo y
marcar mi número. Presiono el botón verde y espero a recibir llamada a mi
móvil antes de colgar.
Sé que estoy presionándole demasiado y de forma poco atractiva. Quizá
esto no vaya a llevar a nada. Probablemente no vaya a llevar a nada. Seguro
bloqueará mi número en el momento en que ponga un pie fuera de su
oficina.
En todo caso, guardo mi número en sus contactos y espero lo mejor.
Todo puede pasar. Cuando vuelvo a mirarlo, desvía los ojos.
Me estaba mirando.
Le atraigo.
Me siguió al aparcamiento de la azotea anoche. Siente intriga. Quizá
acabo de matar su interés con tanta presión.
O quizá recuerda exactamente porqué se quedó anoche después de
correrse la primera vez y siguió follándome durante media hora más. Quizá
recuerda exactamente lo increíble que fue darle rienda suelta a nuestro
instinto animal y permitirnos ser libres. Por fin, por una vez, libres.
Me inclino para volver a poner su móvil en el escritorio. ¿Tiene así una
vista perfecta de mi escote? Sí, la tiene, y espero que esté mirando.
—Todavía estoy adolorida por los dedos que me has metido anoche —
susurro.
Seguidamente me vuelvo y salgo por la puerta.
CINCO

DYLAN

«TODAVÍA ESTOY ADOLORIDA…» Y con esa sonrisita pícara y


descarada.
Niego con la cabeza al recordar su atrevimiento, lo cual parece que
llevo haciendo más de cien veces.
—Le he dicho a Hannah que no la dejara entrar a mi oficina si
regresaba.
Caminaba de un lado al otro en el suelo gastado del consultorio del
doctor Laghari.
—No necesito esto. Me estaba yendo tan bien con la recuperación y la
he cagado a lo grande con lo que hice anoche. —Sacudo la cabeza otra vez
—. Es desesperante.
El doctor Laghari no dice nada por un largo rato, así que lo miro.
—¿Qué? ¿No crees que lo de anoche ha arruinado mi sobriedad sexual?
Ladea la cabeza.
—Nunca he utilizado ese término. Has sido tú el que lo inventó. Pero es
interesante que veas el haber tenido sexo después de cuatro años como si
fueras un adicto que retoma las drogas.
—¿Y no es así? —Levanto las manos.
Demonios. Sé que me estoy poniendo dramático, pero me vendría bien
que el buen doctor fuera un poco más… A ver, que me ayudara más.
Esperaba que pareciera, no sé, decepcionado cuando le conté lo de anoche.
Pero en la última media hora todo lo que había hecho era preguntarme
cómo me sentía con respecto a lo que pasó.
Tengo ganas como de arrancarme la piel; así me siento. No quería estar
nunca más en esa posición; de pie junto a una mujer llorando después de
haberla tocado con mis manos.
Pero allí me encontraba, corriéndome dos veces. Y a pesar de todo, al
final, cuando me horroricé al verla desolada, a una parte de mí le gustaba,
amaba verla así, amaba saber que yo se lo había hecho. Quería tirar de su
hermoso pelo castaño, empujarle la cara hacia abajo y volver a hacérselo de
inmediato.
—Habíamos conversado que en algún momento saldrías con alguien y
de cómo sería que te acostaras con una mujer después de tus años de
celibato autoimpuesto. ¿No era por esto que habíamos venido trabajando
todo este tiempo?
—Que saliera con alguien siempre fue una hipótesis —le digo—. Y no,
por Dios. Toda esta terapia ha sido para intentar que estos putos deseos no
vuelvan a salir, para aprender a tener disciplina y a estar bajo control, para
no hacerle daño a la gente, para no lastimar mujeres.
—Como lo hacía tu padre.
—Sí, como lo hacía mi padre.
—¿Crees que lo que hiciste anoche y lo que tu padre le hizo a tu madre
todos esos años es lo mismo?
—¡Sí! —estallo. Avanzo dando pisotones hacia la ventana y poso las
manos en el reborde, observando la ciudad—. No sé. No lo sé.
Cierro los ojos con fuerza y por mi cabeza pasa una imagen tras otra: el
momento en que mi padre empujó a madre hacia la encimera de la cocina y
la inclinó hasta enterrarle la cara en la cacerola quemada hasta que no pudo
respirar, agitando los brazos; o cuando la agarró por el cuello y la obligó a
subir las escaleras. Tropezó casi al llegar arriba, y él se enfadó tanto que la
lanzó por las escaleras. Ella rodó y gritó al caer hasta la mitad de la escalera
antes de agarrarse a la barandilla. Él le gritó que era una puta tonta y torpe.
Sin comprobar que se encontrase bien, le levantó la falda allí mismo en la
escalera y…
Abrí los ojos y miré por la ventana como si el cielo pudiera desterrar los
recuerdos que representan el núcleo fundamental de lo que soy.
Evité que mi hermano menor, Darren, viera lo peor. Era un pervertido,
pero nunca cruzaba los límites. Compartimos mujeres una o dos veces
tiempo atrás y no tiene los mismos impulsos jodidos que yo. Es el hermano
divertido, siempre el alma de la fiesta.
Darren, sí, Darren. Lo protegí de mi padre.
Pero a Chloe, que era solo un año menor que Dare… Dios, la pequeña
Chloe…
Trago saliva y vuelvo a cerrar los ojos.
—Aunque no sea exactamente lo mismo que le hizo mi padre a mi
madre, igual es muy enfermo. Excitarse con eso cuando sé lo que… lo que
puede hacer… —Sacudo la cabeza y me paso el antebrazo bruscamente por
las lágrimas que me escuecen en los ojos.
—Me parece que la noche de ayer sacó a relucir muchas de las cosas
que has tratado de apartar e ignorar durante mucho tiempo —dice el doctor
Laghari—. Y está bien si era lo que necesitabas para procesar lo que pasó.
Pero al menos considera que esto podría ser una oportunidad para
reconsiderar tu forma de abordar el trauma que viviste.
—¿El trauma que viví? —Me vuelvo hacia el doctor. Tiene que estar de
broma.
—¿No has pensado más en intentar contactar a tu hermana?
Por Dios, doc, vaya manera de patear a un hombre dolido.
—No debe querer saber nada de mí.
—¿Cómo lo sabes si no lo intentas?
Me burlo y sacudo la cabeza.
—Estoy muy seguro de ello. La decepcioné toda su vida. Además, si
quisiera hablar conmigo, ya tiene mi número de móvil.
El doctor Laghari se encoge de hombros.
—Tal vez ella piensa lo mismo de ti. Que, si quisieras hablar con ella,
ya tienes su número.
Pero Dios, ¿para qué era que venía aquí? Me paso las manos por el
cabello. A ver, después de que todo se fuera a la mierda, el doctor Laghari
me ayudó a superar lo peor. Hubo una época en la que pensaba que no
merecía vivir. Solo el doc y saber que mi hermano me necesitaba evitaron
que me tomara el frasco de tabletas de mi mesita de noche.
Darren se había quedado sin nadie y ni siquiera sabía por qué. No podía
dejarlo yo también.
Pero ¿cómo carajo iba a vivir sabiendo que mi padre era el peor
monstruo de la historia y que yo era igual que él?
Pensé que la disciplina era la respuesta. Jamás iba a ceder a esos deseos.
Nunca más.
¿Y ahora el doc me dice que ese tipo de disciplina es imposible? ¿Que
él siempre supo que fracasaría y volvería aquí, luchando con esta mierda?
—Juré que nunca sería como él. —Mi voz es tan baja y gutural que
apenas la reconozco—. Antes de parecerme a ese hijo de puta prefiero
morir.
—Dylan. —El doctor Laghari dice mi nombre, pero no lo miro—.
Dylan.
Unos segundos después, entra en mi campo de visión. Demonios, le he
hecho levantarse de esa silla de la que nunca se para. Debe ser toda una
crisis.
—Dylan —repite con compasión en el rostro—. Has crecido en un
hogar violento. Fuiste testigo de cosas horribles no solo una vez, sino
varias. Las mujeres que amabas, tu madre y tu hermana, fueron lastimadas
por un hombre que amabas: tu padre.
Quiero negarlo. Quiero decirle que está equivocado y que odiaba a mi
padre. Pero no lo odiaba. De niño, no. Creo que ahora sí. Creo que el odio
ha ahogado todo el amor. ¿Cómo iba a poder amar a un hombre que hiciera
las cosas que él hizo?
—No es anormal que hayas crecido con confusiones en cuanto al sexo.
La forma en que se desarrolló tu educación sexual pudo haber sido poco
saludable o «enferma», como tú dices. Las cosas que ocurrieron en tu hogar
fueron seriamente enfermas.
Escuchar la palabra «enferma» de la voz entrecortada y con un ligero
acento del doctor Laghari suena raro y extrañamente gracioso.
Pero no me río solo porque en todos estos años que he venido a verlo, el
doctor nunca se ha levantado ni me ha hablado con tanta franqueza. Me
parece que va en contra de alguna especie de código para loqueros, por lo
que me quedo quieto.
—Pero nada de eso significa que estés condenado a ser como tu padre.
Que te gusten cosas pervertidas en cuanto a tus preferencias sexuales no
significa que quieras herir o controlar a las mujeres como lo hacía él.
Hemos hablado muchísimo de que el abuso tiene que ver con el control más
que con la gratificación sexual. Por todo lo que me has contado, ese tipo de
control y abuso lo aborreces. Infligir dolor sin consentimiento es uno de tus
mayores temores. Es casi un miedo primitivo para ti. Lo odias.
—Pero ¿y si…? —No supe qué más decir. El doctor Laghari está siendo
tan sincero conmigo que rompe algo dentro de mí, y finalmente le hago la
pregunta que más me aterra—. ¿Y si en el fondo lo deseo? —Y después de
eso todas las demás preguntas salen en cascada—. ¿Y si quiero hacerles
daño sin su consentimiento? ¿Y si le doy rienda suelta y descubro que me
gusta demasiado y me convierto en un monstruo como él?
Espero que el doctor Laghari retroceda. Como mínimo, espero que se
muestre cauteloso después de que admitiera mis miedos más profundos.
Porque finalmente me verá como lo que soy: un monstruo escondido bajo la
piel de un hombre.
Pero lo que hace es que se ríe, sacude la cabeza y me da una palmada en
la espalda.
Se ríe.
—¿Qué carajo pasa, doc?
Me alejo de él, que sigue negando con la cabeza con una sonrisa
cariñosa en la cara.
—Ay, Dylan. Dylan. Te voy a decir algo, pero que quede entre nosotros,
¿está bien?
Asiento, desconcertado.
Se acerca y se lleva la mano a la boca como si en serio fuera a decirme
un secreto.
—No eres un sociópata. Estoy mayor y he conocido a varios. Tú no eres
así. Tú tienes la capacidad de empatizar con los demás. Te preocupa
lastimar a las personas que tienes alrededor. Por naturaleza, eso significa
que no eres un sociópata. Vas a estar bien. —Me da más palmadas en la
espalda—. Nos vemos la semana que viene, amigo mío. Nos vemos la
semana que viene.
Salgo a trompicones de su consultorio mitad confundido y mitad
aliviado como nunca me había sentido en mi vida. ¿Tan sencillo era? ¿Solo
necesitaba que alguien, un profesional que sabe de lo que habla, me dijera
que no soy un sociópata y, así sin más, estoy curado?
Salgo con el ceño todavía fruncido de camino a mi auto, pero debo
admitir que me siento muchísimo más ligero que cuando entré.
¿Era posible que solo fuera yo y ya? ¿Que no fuera una creación de mi
padre, condenado por mi propio ADN? Pero si iba a creer eso, entonces
tendría que pensar lo mismo de Darren, ¿no? Y él salió bien. Mejor que
bien.
Cielos, no conozco una persona más despreocupada que mi hermanito.
Amo a ese condenado niño. Ya no es un niño, pero, para mí, siempre será
mi hermano pequeño. Lo mantuve distanciado de lo peor, y reconocerlo
hace que me estremezca. Nunca lo sabrá si yo puedo ocultárselo.
Mi padre y mi madre ya no están. Tal vez el pasado sí pueda enterrarse.
«Es fácil para ti decirlo. ¿Y Chloe?».
Saco mi móvil y presiono «contactos». Ahí está el número de Chloe,
donde ha estado todos estos años. Ha pasado de móvil en móvil cada vez
que lo he cambiado a lo largo de los años. Nunca llamé.
Mi pulgar flota encima del botón «llamar».
De repente el móvil vibra con un mensaje nuevo.
Salvado por un mensaje. Exhalo y me dispongo a leerlo.
Es de Miranda.
Hay tres direcciones con una nota corta debajo de cada una.
La primera dice: Cualquier noche de esta semana después de las 8:00
PM menos los viernes. La llave está debajo del tapete.
La segunda: Mañana, 6-8. Mi auto va a estar «estropeado» a un lado de
la carretera.
Y la tercera: El viernes a las 11:00 PM en el callejón que está atrás del
Club Chandelier. Mi palabra de seguridad es «rojo».
Inmediatamente me hierve la sangre. El miembro se me pone rígido y
estoy furioso. ¿Esto era lo que hacía con esos hijos de puta que encontraba
en internet? ¿Les daba ubicaciones para que la «atacaran»? ¿Les decía
donde demonios guardaba las malditas llaves de su casa?
Por todos los cielos.
Alguien le tiene que enseñar unas lecciones de seguridad a esta mujer.
Exhalo con fuerza ante las posibilidades que se me pasan por la mente,
seguido por la repugnancia que es una reacción automática.
«No eres un sociópata».
Antes de admitir lo que estoy por hacer, estoy dentro de mi auto
ingresando su dirección en mi localizador.
SEIS

MIRANDA

PASÉ el resto del día distraída y no hice muchas cosas después de ir a la


oficina de Dylan a la hora del almuerzo. Creo que respondí unos correos
electrónicos. Luego soñé despierta con Dylan. Quizá programé una que otra
reunión. Y soñé despierta con Dylan otra vez.
Cancelé los planes de ir a tomar tragos con Daniel y volví a casa
temprano. Después de este día, solo quería una copa de vino y un buen
baño. Pero Daniel era mi mejor amigo y sabía que me va a decir un montón
de cosas el viernes cuando planificáramos vernos otra vez.
Estaba pasando por un drama con su nueva dominatrix, y sabía que
quería contármelo todo. La verdad, que haya tenido una relación casi
estable durante tanto tiempo —tres meses enteros— me daba un poco de
esperanzas.
Tal vez no con Dylan. Nunca respondió a mis mensajes. Aunque
suponía que eso era parte del objetivo de ese tipo de mensajes. Yo solo los
envío y el no saber si él responderá o no es parte de la emoción.
Con los hombres de internet suelo jugar por vídeo chat algunas veces y
luego nos vemos en Dungeon, mi club de BDSM favorito de la zona, por lo
menos una vez antes de enviarles la invitación que le envié a Dylan. Y
nunca había invitado a nadie a mi casa.
Pero estoy rompiendo todas las reglas con Dylan. Lo cual supongo es
parte de todo esto. No quiero reglas. Quiero ser libre. Libre de ser tan
enferma como pueda con alguien que sepa. Alguien fuera de Dungeon,
fuera de la cordura y de lo seguro. Solo necesito algo consensuado. ¿Tan
malo era? Nunca fingí ser algo distinto.
Abro el refrigerador y me agacho para sacar lo que quedó de arroz frito
ayer. Quizás si…
Chillo cuando alguien me agarra por detrás.
Una mano inmensa me tapa la boca y un brazo, que parece una banda de
hierro, me sujeta por la cintura y me sujeta a un cuerpo grande y masculino.
Un cuerpo grande y excitado.
¿Y si no es Dylan?
Dejar la llave debajo del tapete fue una tontería, una estupidez. Todo el
mundo mete una copia de su llave ahí.
Detrás de mí podría estar cualquiera. Ya era de noche y siempre dejaba
las persianas abiertas porque, en el fondo, me gustaba pensar que alguien
me mira, que ve hacia adentro cuando no puedo ver hacia afuera.
¿Y si alguien me ha estado vigilando?
¿Y si alguien me vio meter la llave debajo del tapete?
—Ni una palabra, perra —gruñen en mi oído. Es un sonido bajo y
gutural.
No logro discernir si es Dylan o no.
Con la mano que no me tapa la boca me agarra los pechos con
brusquedad y suelto un gritito.
—¿Cómo? —se mofa—. ¿Ni siquiera vas a pelear?
¿Y si no era Dylan? ¿Y si no lo era? Dios. Dios. Dios. Dios.
Comienzo a sentir pánico y lucho y grito y muerdo para zafarme. El
hombre que tengo atrás solo se pone más duro y me arrastra desde la cocina
hasta la alfombra del suelo de la sala de estar.
Me clava el pene contra el culo.
Giro la cabeza para poder verle. Solo necesito saber si es Dylan.
Necesito saber. Cuando lo sepa, todo va a estar bien. Pero tiene un puto
pasamontaña puesto en el rostro.
Me quita la mano de la boca y me pega la cara del suelo. Y cuando su
enorme y despiadado cuerpo se cierne sobre mí, desesperada, le pregunto en
un susurro:
—¿Dylan?
Hay una breve pausa, pero no afloja lo fuerte que me sostiene las
muñecas detrás de la espalda.
—¿Quieres decir un color, mujercita? —gruñe. Pero la voz ya no suena
ronca y la reconozco: es Dylan. Bajo la frente a la alfombra mientras el
corazón se me ralentiza. No es real. Es Dylan.
Es Dylan y podría acabar con todo esto con una palabra: rojo.
Pero lo que hago es que alzo el culo y comienzo a pelear como una gata
salvaje. Estoy furiosa porque me haya asustado. Estoy furiosa conmigo por
mi estupidez y porque me emocione el miedo. Estoy furiosa por todo.
—No, cabronazo —espeto—. No voy a decir ningún puto color. Te
exijo que te largues de mi casa. No puedes poseerme.
Me retuerzo para intentar zafarme, pero con la rodilla puesta en mi
espalda lo escucho bajarse la cremallera. Siento las vibraciones en el vientre
cuando se ríe en mi oído.
—¿Crees que te puedes escapar de mí? —El tono ronco en su voz ha
vuelto—. Estás sola. Tus vecinos están muy lejos como para escuchar tus
gritos. Estás a mi merced. Te puedo hacer lo que se me pegue la gana.
Como para darle peso a lo que dice, me levanta la falda, hace mis
bragas a un lado y me mete tres dedos.
No puedo evitar soltar un uf con esa intrusión. No estoy mojada todavía
y es incómodo. Me arrastro por la alfombra, intentando alejarme de él, pero
no sirve de nada.
Él me hala por las piernas y me lleva hacia él. Chillo y lo dreno todo.
Dreno absolutamente todo.
Quizá sea algo muy tonto. No conozco a Dylan. No sé quién es. Pero, al
igual que anoche, me entrego a él con entera confianza.
Lo cual no significa que me someta. Yo amo y necesito poner
resistencia. Así que lo pateo y grito. Debo haberle dado una buena, porque
gruñe fuerte y se me lanza encima cuando hago otro intento de fuga.
Cae encima de mí, tapando todo mi cuerpo con el suyo.
Su erección está más grande y más dura que la última vez, y no pensé
que eso fuera posible.
—¿Crees que puedes ganarme, perra? —Se ríe sin ganas—. Te mostraré
lo que las perras como tú se merecen: que les abarroten el coño.
Y tras eso, lo siento desnudo en mi trasero. Alarga una mano hacia mis
caderas y me alza lo suficiente para exponer mi coño.
Y entonces me penetra hasta el fondo.
Gemimos al mismo tiempo cuando entra y lo aprieto, porque se siente
de puta madre…
Él es todo lo que necesitaba. Llena ese vacío con el que he cargado
todos estos años. Ahora estoy llena en todos los sentidos.
Me lo saca y lo entierra otra vez mientras me corro.
Dos embestidas y ya estoy acabada.
Tanto así lo necesitaba.
Grito en la alfombra por el orgasmo, estrangulándole el pene. Espero
que piense que es porque todavía intento escapar. No puede saber que lo
deseo con desesperación, ni cuánto lo necesito.
Pero qué ingenua fui.
—¿Crees que es así de fácil? ¿Crees que te puedes correr así? No sabes
cómo funciona esto, pequeña.
Me lo mete por completo tan profundo que se me acelera la respiración,
para luego sacármelo y voltearme para que quede boca arriba.
De inmediato yace encima de mí, me agarra los tobillos y los levanta
hasta dejarlos junto a mi cabeza. Me penetra una vez más sin piedad. Una y
otra vez.
Lo tiene grande, pero, para mí, tiene el tamaño perfecto. Es tan gordo
que me abre toda y lo siento en cada parte de mi sexo, y tan largo que
alcanza las zonas importantes que tengo dentro cuando me penetra duro.
Pero cuando lo saca y siento su glande empujando en mi culo, abro los
ojos de par en par.
—¡No! —grito, mirándolo a los ojos.
Sus ojos oscuros están clavados en los míos que lo miran con
frenetismo.
Pero baja la mano y sigue llenándome el culo con su pene.
¿Lo dejaré hacer esto? Nunca se lo he permitido a ningún hombre
desde…
Chillo sin apartar la mirada de la de Dylan. Mierda. Mierda. Mierda.
¿De verdad lo dejaré hacer esto?
Es un ladrón. No tienes alternativa.
Pero es parte del juego. Los dos sabemos que está esperando a que diga
la palabra de seguridad.
¿No era esto lo que quería? ¿No tener el control? ¿Que un hombre
pudiese llevarme a los lugares más oscuros y más profundos?
Aprieto los labios, me recuesto y cierro los ojos.
Él no espera. Se adentra más profundo de inmediato.
Dios mío. ¡Au, carajo! Grito y abro los ojos de par en par porque,
demonios, ¡cómo duele! Me va a partir en dos.
—¡Mírame! —ladra—. Mírame a los ojos o te mato.
Asiento, obediente, tan excitada como asustada por sus palabras.
Pero, Dios mío, su pene. Tenía el tamaño perfecto para mi coño, pero
¿para mi culo? Me duele. Me duele mucho.
Lágrimas caen de mis ojos, pero Dylan no para.
Lo que hace es arrancarse el pasamontaña y tirarlo a un lado. Luego se
inclina, con mis piernas aplastadas entre nuestros cuerpos, fijándome a la
alfombra con su peso.
—Muy bien —susurra, sin voz ronca.
Estamos solo él y yo en este momento. Dylan y Miranda.
—Déjame verte llorar. Muéstrame lo que te duele.
Y eso hago.
Lo dreno todo. Estoy sollozando mientras él sigue perforándome, un
centímetro doloroso tras otro, hasta que por fin está enterrado en mi culo.
Entra de golpe y grito más fuerte. Sonríe de satisfacción y se agacha
para besarme la cara. Me besa las lágrimas y las lame.
—Muy bien. Llora por mí, pequeña.
Me lo saca y luego vuelve a empujar las caderas para embestirme. Grito
tras la repetición de la invasión, él me agarra el pelo por la nuca con una
mano y me hala la cabeza para que no deje de mirarlo a los ojos.
—Mírame mientras te mancillo, ángel.
Y eso hago. Con las mejillas llenas de lágrimas, lo miro y me pregunto
quién es este hombre tan cruel y espantoso y jodido y perfecto.
Es perfecto para mí.
He estado con hombres que me han querido lastimar con látigos y
paletas y bastones. Pero esto era lo que necesitaba: que el sexo en sí doliera,
que mi pareja deseara que me doliera.
Y lo veo tan claro en sus ojos. Quiere castigarme. Quiere follarme hasta
que solloce. La satisfacción y la intensidad y el placer que hace que le
brillen los ojos cuando me mira, con nuestros rostros tan cerca que
respiramos el mismo aire…
Un escalofrío me recorre el cuerpo mientras me corro una vez más, más
duro que antes.
Veo su cara de sorpresa cuando lo siente. Abre los ojos como platos.
Entonces acerca su boca, que se estrella con la mía. Su lengua es tan
invasiva como su pene, y se la muerdo y chupo todavía corriéndome,
sintiendo una ola intensa y persistente, desvaneciéndome a través de mis
extremidades mientras seguimos besándonos y follando.
Solo segundos más tarde, cuando siento que se pone rígido y que sus
dedos me halan del pelo con más fuerza y me besa con más intensidad que
nunca, me embiste otra vez mientras se corre en lo profundo de mi culo.
Nos gira a los ojos, acunando mi cabeza en su brazo mientras los dos
recuperamos el aliento momentos después.
Santo cielo.
¿Qué acababa de…?
Es que… Dios mío.
Aquel fue el mejor sexo de toda la historia de mi existencia. Y en su
mayoría fue anal. ¿Qué demonios? Si yo odio el anal. Siempre he odiado el
anal, ¿no?
Solo lo hice por detrás un par de veces. Todas con Bryce, y siempre
cuando me castigaba con alguna locura nueva.
Pero esto fue algo totalmente diferente.
Dylan me besa la cabeza mientras me acuna a su pecho y tengo ganas
de romper en llanto otra vez.
Unos minutos después, se levanta y me ayuda a ponerme en pie. Sin
decir nada, busca mi habitación con cuarto de baño incluido y se dispone a
preparar el baño. El agua llena el espejo de vapor y se me erizan los vellos
de los brazos. Siento frío en mi piel sudorosa.
Un minuto después, Dylan me coge de la mano y nos metemos juntos
en mi bañera. Es uno de los pocos lujos que puedo tener en casa. Todas las
propiedades de la zona de la bahía son excesivamente caras, pero elegí esta
casa en particular porque, aunque es más pequeña en cuanto a metros
cuadrados, tiene este baño gigante con bañera de hidromasaje. Estoy tan
ocupada en el trabajo que no paso mucho tiempo en casa, pero cuando lo
estoy, me gusta disfrutar de las comodidades.
Dylan juguetea con los ajustes de los chorros. Estoy a punto de
ofrecerme a encenderlos, pero al segundo siguiente ya los pone a burbujear
y me vuelvo a hundir en el agua acostada en su pecho.
Estábamos frenéticos hace minutos, pero ahora estamos tan relajados
como si nos moviéramos en cámara lenta.
Sus manos que fueron tan rudas hace quince minutos, ahora me
enjabonan los hombros con suavidad y dulzura. Se llena las manos de jabón
y me las pasa por los pechos y los pulgares por los pezones.
No puedo evitar arquearme por sus caricias y noto que su erección
vuelve a cobrar vida debajo de mí. No creo poder soportar otra ronda en
este momento, pues todo es tan intenso con él, pero cuando me aparta
suavemente el pelo del hombro y sus labios se acercan a mi nuca con besos
susurrantes, me derrito.
Inquieta, me muevo en el agua encima de él, frotándole el pene con el
trasero. Mierda, no sé bien qué estoy haciendo, pero de repente no puedo
pensar en otra cosa que no sea tenerlo dentro de mí otra vez. Quizá no sé lo
que estoy pidiendo. Siento dolor ahí abajo y no puedo con más anal.
Pero cuando se posiciona hacia mí, lo hace para penetrarme el coño, y
no de forma brusca.
Por primera vez, lo hace suave.
Me abraza con el rostro en mi nuca y en mi hombro, y me dice al oído:
—¿Qué me estás haciendo?
Me folla lento y profundo, y el agua, ya turbulenta, se agita un poco más
con sus movimientos.
Y… su plenitud. La plenitud de sentirlo.
Suelto un gemido y me retuerce uno de los pezones. Siseo y él lo
pellizca con más fuerza mientras alarga la otra mano para acariciarme el
clítoris.
Gimo de placer y me besa el hombro.
—Eres tan hermosa —susurra—. Eres perfecta.
Y entonces vuelvo a llorar. Pero no porque me duela. O tal vez sí.
Escuchar esas palabras que siempre me resultan tan imposibles de creer,
viniendo de él, en este momento con todo despojado entre nosotros…
¿Sabe él lo que me está haciendo?
¿Tiene idea de que en este momento podría romperme con una sola
palabra?
Porque ahora mismo, aquí, tengo el alma expuesta.
Este es el mismo lugar al que me llevaba Bryce Gentry. Pero después de
que Bryce me hacía eso, nunca me decía que era perfecta.
Sacaba la parte más vulnerable de mí y me decía que no valía nada, que
no servía para nada, que era fea y barata. Lo decía una y otra vez. Me
llevaba al abismo y en vez de levantarme, me pisoteaba con los talones.
Pero cuando Dylan me acaricia el rostro para que le mire, sus ojos están
llenos del mismo asombro de antes.
Traga fuerte sin decir una palabra mientras busca mi mirada. En ese
momento lo veo. No soy la única que ha desnudado el alma. No soy la
única expuesta cual paciente en una mesa operatoria con las costillas
abiertas.
Saco una mano para tocarle también la cara. Le paso el pulgar por la
barba incipiente de la mandíbula. Paso el dedo índice por las ligeras líneas
de su frente. No debe tener treinta años todavía, pero luce mayor. Se ve más
cansado de lo que parece.
Me coge la mano y se la lleva a los labios para besarme los nudillos.
Luego, se mete mis dedos en la boca mientras se mueve lenta y
persistentemente dentro de mí.
Me estremezco y siento que se me cierran los párpados.
Dios santo.
Creí que el sexo duro y agresivo era el mejor que había tenido, pero
¿esto? ¿Esta intensidad apasionada y lenta?
—Tus ojos, ábrelos —exige.
Abro los ojos de golpe y vuelvo a mirar los suyos. No ofrece nada más.
Se limita a llevarme la mano al hombro en una especie de atadura sutil, y
mantengo la cabeza volteada para mirarlo.
La posición hace que me duela el cuello y al final tengo que apartar la
mirada.
Pero Dylan no me lo permite. Me levanta y hace que nos movamos en la
bañera. Me gira para que esté de cara a él, con las piernas a horcajadas
sobre él. Ya no estamos a un lado de la bañera, sino en el centro.
Roza los labios de mi sexo con su pene y lo introduce como si supiera
exactamente dónde está su hogar. No puedo evitar apretarlo ni frotar la
pelvis para conseguir la fricción que más necesito.
Sisea y me agarra por detrás de los hombros, empujándome hacia abajo
lo más posible sobre su pene.
Luego me rodea la cintura con un brazo y aprovecha el agua para
levantarme. Vuelve a bajarme y me contraigo por dentro con todas mis
fuerzas. La tensión correspondiente en su cara es tan satisfactoria que
concentro todas mis fuerzas en mi núcleo y en apretar en cada movimiento.
—Sí, así —sisea por lo bajo justo antes de envolverse mi pelo en la
mano y bajarme para besarme apasionadamente.
Gimo en su boca a medida que, una vez más, mi placer comienza a
ascender. Me muerde y lame la lengua y los labios. Es más bien un dar y
recibir que lo que hicimos ahora. Y debe estar conociendo mi cuerpo
porque, a medida que se aceleran mi respiración y mis gemidos, lo saca
mirándome con una expresión que no consigo descifrar.
En cuanto llega mi orgasmo, el placer también se apodera de él cuando
abre la boca y entra a lo más profundo de mí a correrse.
Nos perdemos en el placer por un segundo. El placer que nos hemos
regalado mutuamente.
Y en ese momento, conozco la perfección.
Pero el siguiente también es muy bueno, porque, a pesar de que jadeo en
el momento que la luz blanca se desvanece y el mundo vuelve a existir, los
fuertes brazos de Dylan me abrazan y lleva su boca a la mía de nuevo.
Me besa durante todo el tiempo que tarda en sacar el tapón de la bañera.
Y me besa mientras los dos nos ponemos de pie con torpeza en la bañera.
Solo interrumpe nuestro beso un momento cuando sale a buscar toallas.
Pero en el momento en que me entrega la mía en mis manos, me
acaricia el pelo mojado y me acerca a él para besarme de nuevo.
Me río y él sonríe mientras me ayuda a salir de la bañera.
Y entonces me abraza con la toalla entre nosotros, chorreando agua
sobre el azulejo del baño.
Me separo riendo y jadeando.
—No creo que vayamos a secarnos así.
—Me importa un cuerno —gruñe antes de tirar de mí y volver a
besarme. Es como si fuera un hombre hambriento. Como si hubiese estado
caminando por el desierto y yo fuera el primer vaso de agua que se toma en
semanas.
Y, pues, la verdad es que no me importa.
La última vez que besé tanto a alguien creo que fue en el instituto, y en
aquel entonces fueron besos torpes y malos con uno de mis novios.
Pero Dylan no besa como un niño que aprende a hacer cosas con una
chica.
Dylan besa como un hombre.
Y cuando me arrastra a la cama, me recorre el cuerpo con las manos de
la forma en que un hombre toca a una mujer.
Al igual que su boca.
Dios santo, su boca.
—Estamos mojados —intento protestar.
—Mojada estarás —murmura a medida que desciende por mi cuerpo y
comienza a hacer círculos en mi clítoris con su lengua.
Debería estar cansada del sexo después de haberme corrido… Perdí la
cuenta de cuántas veces me había corrido esta noche. Pero cuando
comienza a chupar y a lamer mi clítoris con ardiente deseo y luego lo
muerde, me corro otra vez entre gemidos.
Aunque tengo que admitir que la sonrisa de satisfacción que tiene
cuando vuelve a subir por mi cuerpo parece la de un muchacho.
—Estás orgulloso de ti, ¿verdad? —Arqueo una ceja.
Se encoge de hombros y su sonrisa se ensancha. Pero luego se pone
muy serio cuando se coloca encima de mí y vuelve a devorarme la boca.
Saboreo mis fluidos en su lengua y, por Dios, jamás pensé que sería tan
excitante.
Minutos después, su erección se endurece en mi entrepierna.
Me separo del peso con los ojos muy abiertos.
—¿Otra vez?
La única respuesta que me da es acercarse y adentrarse en mí.
SIETE

DYLAN

—¿Y qué tiene de malo si a la perra le gusta? —preguntó Bryce, riendo y


halándole el cabello a la rubia que le estaba practicando un oral y bajándola
con fuerza hacia su pene.
Ella se ahogó y opuso resistencia, y el estómago se me revolvió, pero no
pude apartar la mirada.
—No sé. No creo que le guste.
Tampoco sabía si quería arrancarle las manos a Bryce de la chica y
ayudarla a subir al ascensor y a salir del lugar, o si quería arrancarle las
manos a Bryce de la chica y hacer que me chupara a mí el pene. Demonios,
es que con solo pensarlo… La he tenido durísima los últimos quince
minutos desde que Bryce le envió un mensaje de texto y ella vino
enseguida. Le ordenó que se pusiera de rodillas y allí ha estado desde
entonces mientras nosotros hablábamos.
Bryce me caía bien. Lo conocí en una cena de exalumnos del MIT en la
que conversamos. Nos parecíamos. Estaba logrando cosas a pesar de que
tenía veintitantos años. Su empresa ya estaba ganando reconocimiento y
obteniendo contratos tecnológicos internacionales. Éramos la nueva
generación en tecnología e íbamos a ser los próximos en tener todo el
poder.
Bryce trabajaba duro y se divertía con la misma intensidad. Cuanto más
salía con él, más cosas como esta veía. Las fiestas alocadas que organizaba,
la forma en que trataba a las mujeres que siempre tenía cerca…
Bryce puso los ojos en blanco y haló a la rubia por el pelo. Ella emitió
un sonido de dolor y tenía lágrimas en los ojos.
—¿Quieres irte? —le gritó.
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—¿Entonces qué demonios haces? ¡Chúpame el puto pene! —Tras eso,
Bryce la empujó hacia su pene.
Fruncí el ceño a pesar del salto que hizo mi pene dentro de mis
pantalones. Bryce se rio.
—Anímate un poco. Por Dios. Apenas tienes veintitrés. Además, me
dijiste que la pasaste bien en mi fiesta la otra noche.
Eso me hace asentir. Sí que la pasé bien la otra noche. Fue un rato
perturbador y agradable. Aquella chica era como esta, pasiva y dispuesta a
hacer todo lo que Bryce exigiera.
La pregunta era: ¿por qué? ¿Les gustaba lo pervertido como había dicho
Bryce? La que le estaba chupando el pene a Bryce ahora mismo no parecía
estar pasándoselo muy bien.
Bryce me aseguró que ni esta joven ni la de la otra noche eran
prostitutas. Creo que me habría hecho sentir mejor que lo fueran. Eso al
menos habría tenido sentido para mí. Les quedaría algo a cambio que
entendía. Podría entender por qué se quedaban.
Me llevé la mano a la nuca, incómodo, y saqué el móvil.
—Tengo que irme. Le prometí a mi hermana que la llevaría al cine.
Bryce soltó una carcajada.
—¿Prefieres hacer de canguro a que te la chupen? Sabes que siempre
comparto. Te iba a dar a esta perra cuando terminara conmigo.
Me limité a negar con la cabeza.
—Cielos. Tienes un sentido retorcido de las prioridades, hermano.
Puse los ojos en blanco de camino a la salida. Bryce me caía bien, pero
a veces podía ser un idiota. Eso no significaba que no estuviese pensando
en la chica que se lo chupaba mientras conducía a casa. ¿Se la estaría
follando ahora? Debía ser una zorra si acababa de llegar e inmediatamente
se arrodillaba para chupársela de esa manera. Papá siempre me advertía que
tuviera cuidado con las putas de carácter débil que me perseguían solo por
el dinero de la familia.
Como mi madre.
Fruncí el ceño. No me gustaba ver a mi madre de esa manera, pero papá
la llamaba zorra avariciosa muy seguido. Cuando era joven, cada vez que
las cosas se ponían muy feas, mi padre le compraba una joya nueva.
Siempre la oía presumir de ello con sus amigas, de que él seguía
adorándola, y les mostraba la nueva pulsera de diamantes o el anillo o los
pendientes.
¿Para qué más se iba a pasar todos estos años aguantando las torturas de
mi padre? ¿Estaba con él solo por el acuerdo prenupcial? Lo perdería todo
si le dejaba. ¿O será que de una manera retorcida le gustaba lo que él le
hacía?
En los últimos años la cirugía plástica se convirtió en su obsesión en
lugar de los diamantes, y la había oído gritar «¡en la cara no!» un día que mi
padre le estaba pegando, como si tuvieran un pacto que consistía en que no
le iba a pegar en su radiante rostro.
Yo tenía dieciséis años y entré corriendo cuando la escuché gritar. Papá
la estaba follando. Corrí hacia él y lo aparté de ella. Acababa de pegar el
estirón y por fin tenía la estatura suficiente para enfrentarme a él. Pero papá
no quiso luchar conmigo. Me empujó para hacerme a un lado.
Lo único que me dijo fue: «pregúntale a esta zorra si no quiere».
Y me volví hacia mamá. Se había bajado la falda y tenía la cabeza a
gachas. «Mamá, yo te sacaré de aquí. Vámonos», le rogué. «Vámonos ya.
No tienes que quedarte aquí con este…»
Pero ella me calló. «Ya basta. Estoy bien, Dylan. Déjanos solos ya
mismo. No intentes involucrarte en cosas que no entiendes».
«Mamá…»
«Vete de aquí».
Corrí, pero no había llegado ni a la puerta cuando escuché a papá
comenzar otra vez, follándola como si fuera una puta.
En aquel entonces no lo entendía. Creía que mi padre era un monstruo.
Pero ahora que pensaba en la mujer de la fiesta de Bryce la otra noche…
esa mujer era un espectáculo y le excitó todo lo que le hicimos. La sala
estaba llena de hombres. Ella no paraba de correrse con lo que sea que le
hiciéramos; azotes, le golpeábamos las tetas, escupíamos. Todo le
encantaba.
Ese día me fui temprano, pero hoy, antes de que la rubia llegara, Bryce
me mostró un vídeo que grabaron esa noche. Bryce dijo que el vídeo era del
final de la noche, tiempo después de que yo me fuera. La joven parecía una
muñeca rota, estaba tan agotada que ya no podía ni arrodillarse. Pero
cuando Bryce la folló duro, con más rudeza que en cualquier película porno
que hubiera visto, se corrió.
Entonces tal vez a algunas putas les gustaba así.
Demonios, solo pensarlo bastaba para que se me pusiera duro. Fruncí
más el ceño mientras me acomodaba el paquete y entraba al garaje de
nuestra casa familiar. Yo solo venía por aquí a pasar un rato con mi
hermanita. Miré estadísticas de béisbol en mi móvil hasta que se me pasó la
erección, seguidamente me bajé del auto y entré a buscar a Chloe.
La entrada del garaje estaba cerca de la cocina, así que entré, cogí una
manzana mientras llamaba a Chloe y le di un gran mordisco a la crujiente
fruta. Estábamos en octubre y la manzana estaba dura y dulce.
Mastiqué y tragué recorriendo el primer piso de techos altos. Todos los
muebles blancos estaban impecables como siempre. No había nada fuera de
lugar, sin evidencia alguna de que un humano viviera allí, tal como le
gustaba a mi madre.
—¿Mamá? ¿Chloe?
Me di vuelta después de revisar en la sala de la tele y encontrarla vacía.
En aquel lugar no había vida. Debería llamar a Dare y hacer que venga a
cenar un rato en la semana. Nos veíamos o nos comunicábamos por Skype
casi todos los días mientras comenzábamos con Hermanos Lennox. Casi
conseguíamos nuestra primera ronda de financiación de los inversionistas.
Darren era el carismático de la empresa y yo el cerebro de la ingeniería.
Pero más que eso, lo mejor de todo era conocer a mi hermano como
hombre. Perdimos el contacto por unos años mientras yo estaba en la costa
este en MIT y él en Stanford. Pero era un buen hombre y significó mucho
para mí poder construir un negocio con alguien de mi familia. Alguien de
mi familia de quien no me avergonzaba.
Por no mencionar que Dare no solo sabía trabajar duro, sino que
también sabía divertirse; algo que no siempre se me daba bien a mí. Él me
ayudaba a que no me tomara la vida tan en serio en todo momento.
Pero mientras las cosas entre Darren y yo estaban mejor que nunca,
Chloe seguía metida en esta casa con mis padres. Merecía más que una
visita mensual de su hermano mayor. Dare y yo deberíamos venir a cenar
una vez a la semana, tal vez los domingos, para asegurarnos de que mi
padre no se estuviera pasando de la raya y para saber si le iba bien en la
escuela. También para verificar que no tuviese ningún muchacho al acecho.
Podía tener citas y salir, pero más adelante. Cuando tuviera unos treinta
y cinco.
Subí las escaleras. Seguramente Chloe estaba en su habitación con sus
audífonos que aislaban el sonido mientras miraba YouTube, alejada del
mundo.
Sonreí y sacudí la cabeza al subir los últimos escalones de la escalera y
cruzar en la esquina.
Y escuché un grito ahogado que, por esta vez, no era de mi madre. Era
agudo… juvenil…
—¡Chloe! —grité, corriendo hacia su puerta que quedaba al final del
pasillo—. ¡Chloe!
Pero su puerta estaba cerrada con seguro.
Su puerta estaba cerrada y no pude acceder a ella.
—¡Chloe! —volví a gritar, abalanzándome hacia la puerta con el
hombro—. ¡CHLOE!
—Dylan. ¡Dylan, despierta!
Alguien intenta impedirme que vaya a buscarla. Siento brazos en el
pecho que no me dejan moverme. No.
—¡Chloe!
Lucho hasta que escucho un grito femenino que hace que me quede
pasmado y parpadeando de confusión. Aguarda, ¿qué está…?
No estoy en casa de mis padres. No estoy…
Miro a mis lados, confundido.
Y veo a Miranda con los ojos abiertos como platos, con un brazo en el
pecho como si… como si le doliera. Por todos los cielos, como si yo la
hubiese lastimado…
—Dylan —susurra—. ¿Quién es Chloe?
Tengo que largarme de aquí ya mismo.
Me arranco las sábanas de encima y me encamino a la puerta, agarrando
mi ropa y poniéndome los pantalones con torpeza en el camino.
Nunca debí hacerle caso al doctor Laghari. ¿En qué demonios estaba
pensando? Soy estúpido. Soy un puto monstruo igual que mi padre. Eso
nunca cambiará. Está en mi maldito ADN. Es la primera mujer a la que me
acerco en años y termina… Dios, es que no pude pasar ni una noche sin
lastimarla.
—Dylan —me llama—. ¡Dylan, por Dios!
Es rápida y me alcanza antes de que pueda llegar a la puerta principal.
Me pasa por un lado y bloquea la puerta con su cuerpo.
—¿Qué demonios? —pregunta, iluminada por la luz de la cocina que no
apagamos antes. No se molestó en ponerse nada, sigue completamente
desnuda. Es tan perfecta.
Y no es para ti.
Aparto la mirada.
—Tengo que irme. —Lo digo en un tono que indica que no es discutible
y me acerco a ella para agarrar el pomo de la puerta, pero me bloquea la
mano con la cadera.
—¿Qué dices? ¿A qué viene eso? Has tenido una pesadilla, eso es todo.
¿De verdad iba a quedarse ahí y a negar que le…?
—¡Te he lastimado!
—Fue un accidente. Estabas dormido. —Alza las manos, exasperada—.
La próxima vez no usaré mi cuerpo para despertarte si tienes otra pesadilla.
Te agitas. Es entendible. Ya aprendí la lección.
Pero ya estoy sacudiendo la cabeza. Es que no lo entiende. Soy un
hombre violento y peligroso. ¿No aprendió nada la noche en que nos
conocimos?
¿Y qué hora era? Miro rápidamente hacia la ventana y veo que todavía
está oscuro.
—Me tengo que ir —digo con firmeza—. Esto es un error que no se va
a volver a repetir.
Se burla.
—Dijiste lo mismo la primera vez, ¿recuerdas?
Exhalo, frustrado. ¿Qué diablos puedo decir para que se aparte?
Estoy a dos segundos de cargarla para que se aparte cuando de repente
deja de bloquear la puerta y me envuelve la cintura con los brazos. Me
aprieta y reposa la cabeza en mi pecho.
Con una voz que ya no suena obstinada y que se ha suavizado, susurra:
—Siento mucho que tuvieras una pesadilla. Lo siento tanto. Sonaba
horrible. No tienes por qué hacerlo, pero estoy aquí para que hables
conmigo si quieres.
Luego vuelve a abrazarme muy fuerte, como si empleara todas sus
fuerzas. Yo… A mí nadie… Tropiezo un poco hacia atrás y ella me sigue,
sin dejar de abrazarme.
Nadie me abrazaba así desde Chloe.
Me ahogo cuando trato de tragar saliva al recordarlo.
No merezco…
Pero al mismo tiempo se siente tan bien. Es como si su abrazo me dijera
«bienvenido a casa».
No. Así no era como… Me tengo que ir.
Pero ella sigue abrazándome y, al cabo de varios segundos, mis brazos,
que estaban flotando en el aire, por fin le devuelven el abrazo.
Apenas lo hago, siento como si mi cuerpo tuviese vida propia. Se hunde
en ella cual vela que se derrite en un molde. Un molde con forma de
Miranda.
Y es más que algo externo.
Quiero llenar cada espacio vacío que tenga. Es una necesidad tan
intensa y repentina, que siento que me falta el aire.
¿Qué rayos estoy haciendo?
¿Me quedo o me voy? No tengo ni puta idea.
«Te tienes que ir. Vas a terminar lastimándola más de lo que ya la has
lastimado».
Pero cuando me susurra «volvamos a la cama», solo puedo negar con la
cabeza.
Siento su decepción cuando deja caer los hombros. Pero es porque me
ha malinterpretado.
Aclaro rápidamente tomándole las mejillas y levantando su cara hacia
mí, exponiendo esa boca a la que me estoy volviendo adicto.
La beso y sabe igual de dulce que ahora, cuando no podía saciarme de
ella ni de la forma en que besa. Es como si la sorprendiera siempre, porque
me abre la boca abruptamente. Su lengua es interrogante y ansiosa con la
mía y me vuelve loco.
La empujo contra la puerta que estaba bloqueando y le agarro los brazos
para subirlos hacia la madera por encima de su cabeza.
Se me vuelve a poner duro no sé ni cómo. Dios sabe que nunca lo hice
tantas veces seguidas antes de mi autoimpuesto período de celibato. Quizá
se deba solo a que mi pene está feliz por estar de nuevo cerca de una mujer
de carne y hueso, aunque no; sé que es más que eso.
Es por ella.
Con la mano libre le agarro las nalgas, las aprieto con fuerza y le doy un
azote. Ella grita y arquea los pechos hacia mí.
No había tenido tiempo de abrocharme los pantalones, lo cual es bueno
porque no consigo soportar ni un segundo más sin estar dentro de ella.
Me bajo los pantalones hasta el culo y la pego contra la puerta para
empalarla un segundo después.
Siento su cuerpo estremecerse y se arquea más hacia mí.
—Sííííí —sisea.
Muy bien.
No dice que no, ni siquiera finge resistirse. Todavía lo tengo duro como
una roca y no hay señales de que vaya a cambiar pronto.
Me alejo de ella y se me acelera la respiración mientras la miro en
estado de confusión. ¿Qué significa esto? ¿Podría…? ¿Podría curarme?
¿Podría finalmente tener sexo sin tener que…?
Ella no parece estar de humor para reflexionar demasiado, porque
inclina la cabeza para besarme de nuevo, me muerde el labio inferior, me
clava los dedos en el pelo y me pasa las uñas por el cuero cabelludo.
Dios, es tan excitante.
Se lo saco y lo vuelvo a meter de golpe, haciendo ruido en la puerta con
la fuerza de mi embestida. Ella me rodea con las piernas y me aprieta el
pene con más fuerza. Cielos, nunca había estado con alguien que pudiera…
Dejo salir un gruñido bajo y vuelvo a introducir mi lengua en su boca.
Tengo una mano bajo su muslo para sostenerla y bajo la otra también. Esta
va más allá, a meterle un dedo en el culo.
Todo su cuerpo reacciona. Fue como si le hubiese dado una descarga
eléctrica. Está muy sensible en su área trasera después de habérselo hecho
por allí. Nada más pensarlo hace que la satisfacción retumbe en todo mi
cuerpo y que el pene se me ponga más duro.
Menos mal que estaba curado.
Pero tan profundo dentro de ella como estoy, me importa una mierda.
Así que le meto un segundo dedo en el culo y me encanta verla aferrarse
a mi cuello. Es como si se aferrara con todas sus fuerzas, como si fuera su
salvavidas en una tormenta, aunque yo sea la tormenta.
Y enloquecí. Enloquecí por completo.
La follo sin piedad y sin correrme rápido. Lo alargo. Paso largos
minutos follándola contra la puerta. Cinco minutos o tal vez diez.
Los dos estamos sudando. Hago ejercicio cinco veces a la semana y aun
así estoy exigiéndoles el máximo a mis músculos, pero no quiero parar.
Quiero llevar a Miranda hasta el borde. Quiero presionarla. Quiero
herirla. Quiero romperla y rehacerla. Quiero todo de ella.
La llevo al borde del orgasmo y, cuando está a punto de llegar al clímax,
me detengo en seco para dejarla frustrada. Lo repito una y otra y otra vez
hasta que llora y suplica y se cansa de follar.
Y entonces, solo entonces, nos permito placer.
En un último arrebato de fuerza, retrocedo y la penetro repetidas veces
contra la puerta, meneando las caderas y girando para darle la satisfacción
que ha estado deseando.
Se corre entre gemidos agudos, con lágrimas en las mejillas, enterrando
la cabeza en mi cuello. Eyaculo dentro de ella, permitiéndome liberarme
también.
Estoy mareado cuando utilizo lo último que me queda de fuerzas para
llevarla cargada al dormitorio y los dos nos desplomamos exhaustos y
extremadamente agotados en la cama. Estábamos agotados, con el alma
gastada, al borde. Pero era un cansancio limpio, lo cual puede sonar
gracioso, porque el sexo fue sucio e indecente.
Pero joder, ya no puedo ni pensar; juro que Miranda acaba de succionar
mi fuerza vital a través de mi pene y aterrizo de golpe en la almohada.
Creí que después de toda esa actividad me quedaría dormido en
segundos.
Y tal vez me quedo dormido por unos minutos.
Miranda me acaricia el cabello. No sé cómo, pero en lugar de que ella
terminara entre mis brazos, he terminado yo entre los suyos, con la cabeza
en su pecho.
Tal vez en el fondo me da miedo volver a dormirme. ¿Y si tengo otra
pesadilla? En el momento en que ese pensamiento pasa por mi cerebro, me
pongo instantáneamente más alerta.
Puedo oír el latido de su corazón en su pecho y es tan agradable, tan
tranquilo. Nunca había estado así con una mujer.
Ya van muchas primeras veces con esta mujer.
Sigue acariciándome el pelo y creo que en cualquier momento dejará de
hacerlo, que se dormirá, pero su respiración nunca se ralentiza ni se aquieta.
Me acomodo, calmado como una bestia por sus caricias.
—Lo haces muy bien —murmuro.
Se ríe y amo sentir las vibraciones que se generan por todo su cuerpo.
—Tienes un cabello muy bonito —dice, pasándome las uñas por el
cuero cabelludo antes de trazar círculos en mis sienes con los pulgares.
Nos quedamos callados por un largo rato. Sus caricias son tan
tranquilizadoras. Sería demasiado fácil quedarme dormido, pero no puedo
hacerlo.
La imagen de ella llevándose el brazo al pecho me pasa por la mente,
seguida por otra imagen: mi hermana acostada en posición fetal en su cama.
Estoy más despierto al instante.
Al cabo rato baja la mano, por fin deja de acariciarme el cabello, y
escucho su respiración ralentizarse.
Pero no me permito quedarme dormido por lo que queda de noche. Miré
el reloj que tenía junto a la cama: programó la alarma a las seis y treinta.
Me escabullo de su casa a las seis y veinticinco luego de mirar por última
vez y por un largo rato a la mujer que es demasiado buena para mí.
Si fuese un hombre de honor, jamás la volvería a buscar. Capítulo 8
DYLAN

TRES DÍAS. Tres días logré soportar sin responderle los mensajes a
Miranda. No me imagino lo que debió haber pensado cuando despertó sola
en la cama después de la noche que tuvimos.
Ojalá haya pensado algo como «es un imbécil que no merece mi
tiempo».
Su mensaje llegó justo después de que sonara su alarma y vio que no
estaba.
Solo decía: «Por favor no te alejes».
Y unos minutos después: «Yo podría ser tu refugio».
Ese texto me desarmó porque sabía que era verdad. Lo sentí esa noche.
Sentí la seguridad que no había sentido desde… Pues no creo haberme
sentido tan seguro como anoche. Mucho menos de niño. Nunca pude estar
en paz en esa casa. Siempre tenía que estar alerta a la próxima vez que papá
levantara la voz o que mamá gritara de dolor para sacar a los niños de la
casa, no dejar que vieran, protegerlos…
Y mira cómo salió todo.
He tenido la misma pesadilla todas las noches desde que estuve con
Miranda. Y es tan real como cuando lo viví.
Están los sonidos que nunca olvidaré: los gritos de Chloe, los golpes
inútiles que le di a la puerta.
Alguien la estaba lastimando. La estaban violando y yo no pude pasar a
tiempo para ayudarla. Nunca llego a tiempo para ser bueno para nadie.
Por supuesto, la terrible verdad era que había llegado años tarde.
Aunque estoy en el trabajo y estoy bien despierto, los recuerdos son tan
reales que es como si estuviera reviviéndolos.
Golpeé la puerta con el hombro por segunda vez hasta que por fin se
abrió. Encontré a mi hermana llorando en la cama, bajándose la falda de
su uniforme escolar mientras alguien cerraba la puerta de su baño desde
adentro.
—¡Hijo de puta! —grité, entrando a toda prisa y abriendo la puerta de
un tirón. El baño tenía dos puertas porque se compartía entre los
dormitorios y corrí hacia la otra. Iba a matar a ese hijo de puta apenas lo
encontrara. Lo iba a matar, maldición.
Abrí la puerta de golpe.
Y encontré a mi padre en pijama, con las manos arriba.
—Espera, Dylan. No es…
—¡Enfermo de mierda! —grité y corrí hacia él.
Mi primer puñetazo lo tumbó al suelo. Tiempo atrás fue un hombre
fuerte, pero el infarto que le dio el año pasado lo debilitó.
Pero no estaba tan débil para abusar de su propia hija. Tenía ganas de
vomitar. ¿Cómo pudo? ¿Desde hace cuánto…?
Cogí impulso y lo volví a golpear. Me empujó a pesar de tener la nariz
ensangrentada, pero no me importó.
Chloe. La dulce Chloe. Ella era la mejor de nosotros. Lo único bueno
que salió de esta casa además de Darren.
—Dylan. ¡Dylan!
Escuché los gritos provenientes de al lado a pesar de mi neblina de
furia, de forma distante al principio, pero tan pronto como lo procesé, dejé
caer a mi padre al suelo y tropecé hacia atrás.
—¿Chloe? —Me di la vuelta y corrí por el baño hasta su habitación.
Seguía donde la había visto por última vez: encorvada en la cama, con
la manta puesta, y asomando nada más la cabeza. Era algo que solía hacer
de pequeña cuando había una tormenta.
Dios mío. Dios santo. ¿Qué le había hecho? ¿Qué le hizo?
—Chloe —dije, con la voz y el corazón rotos mientras me acercaba a
ella. Tembló cuando me acerqué y me quedé helado.
Tenía los ojos rojos e hinchados y estaba mirando a la pared cuando me
dijo:
—Sácame de aquí, Dylan. Sin policías ni esos asuntos de custodia. —
Sus ojos finalmente miraron los míos y estaban… vacíos—. Sácame de aquí
y no le digas a papá ni a nadie adónde me llevas. A nadie. ¿Me entiendes?
Ni a Darren ni a mi padre.
—Dios mío, Chloe, jamás le diría a papá.
Di otro paso hacia ella y se estremeció.
—Sólo sácame de aquí —dijo, mirando hacia la pared.
Ni siquiera podía mirarme.
Ella lo sabía. Sabía que era como él y que incluso esta tarde pensé que
no podía ser tan malo. Tenía ganas de vomitar. Quería matar a mi padre.
Pero la necesidad de sacarla de esta casa era mayor.
Tragué fuerte al sentir la bilis que se me subía a la garganta.
—¿Te quieres cambiar o empacar algo?
Me miró por un segundo y luego apartó la mirada otra vez. Negó con la
cabeza.
—Solo sácame de aquí.
Asentí un poco rígido, intentando controlarme por ella.
Se levantó de la cama, todavía envuelta en la sábana. La tenía como
una especie de escudo, aunque ambos supiéramos que no hizo nada para
protegerla ese día.
Al igual que yo.
—Dylan, ¿qué rayos pasa, viejo?
Levanté la cabeza y vi a Darren plantado en la puerta de mi oficina.
—Has sido tú quien convocó esta reunión, ¿y me dejas solo?
—Mierda.
Miro la hora en mi ordenador y me doy cuenta de que son las dos y diez
minutos. Empujo la silla hacia atrás y me pongo en pie deprisa, mirando a
mi alrededor e intentando coger los papeles correspondientes y el portátil.
Mierda, no te olvides del portátil…
—Más despacio. —Darren entra riendo a ayudarme con los papeles—.
Somos el director general y el director financiero. Créeme que la reunión no
empezará sin nosotros.
Qué pesar. Odio ser esa persona; el jefe que exige un estándar a todos
los demás que él no cumple. A mí me gusta mucho la puntualidad.
Me coloco la bolsa del portátil sobre el hombro.
—Bien, ya tengo todo. Vamos.
Dare solo niega con la cabeza.
—Tranquilo, respira. Sé que has decidido volver a tener un rol más
activo en la empresa, pero el mundo no dejará de girar si Dylan Lennox se
toma un segundo para respirar de vez en cuando.
Me da una palmada en la espalda y hago lo que me dice: respirar muy
profundo.
Quiero volver a involucrarme más. Darren se dio cuenta de que no
estaba cumpliendo mi parte del trato en lo que respectaba a ser un socio
igualitario en la empresa. Pasé años existiendo en Corporación Hermanos
Lennox como un zombi. Pero eso está cambiando.
Desde que conocí a Miranda, siento como si hubiera estado dormido
durante cien años y acabara de despertar.
Lo cual me genera un miedo increíble. No estoy acostumbrado a sentir
tanto ni a ver tanto.
Por ejemplo, Hermanos Lennox está a punto de lanzar una nueva tabla
de robótica en seis meses y estábamos listos para sacarlo adelante, pero lo
estábamos haciendo mal; estábamos apostando a lo seguro cuando lo que
teníamos que hacer era estar en lo más innovador. Para eso era la reunión
que convoqué y para la que iba tarde.
Salgo de mi despacho y me dirijo al pasillo de la sala de conferencias.
Todos los involucrados de siempre están allí: Rob, la mano derecha de
Darren en los negocios; Malik, de ingeniería; Kayla, de adquisiciones;
Natalie y otros representantes que se encargan de las ofertas de hardware;
entre otras personas que completaban la sala. Hay botellas de agua en cada
silla y una bandeja de café en la mesa del fondo.
Me siento en una de las cabeceras de la mesa ovalada y Darren en la
otra.
—A ver —me dice Darren agitando la mano en cuanto nos instalamos
—. Nos tienes en ascuas. ¿Cuál es el motivo de esta reunión?
Darren se cansó de pedirme que le diera un adelanto del motivo de la
reunión, pero yo quería esperar a hacerlo aquí. No soy como Darren. No
puedo hablar de improviso. Soy mejor cuando tengo todos los datos juntos
y pienso bien la presentación que quiero dar.
Respiro profundo, como sugirió Darren, y empiezo.
—En este momento, la placa de robótica que vamos a sacar al mercado
dentro de seis meses utiliza el mismo tipo de procesador que han usado las
últimas diez placas. Pero los procesadores que trabajan con Intel son cosa
del pasado cuando se trata de robótica. Son lentos e ineficientes cuando
tienen que procesar la enorme cantidad datos en tiempo real que se maneja
en robótica.
Abro el portátil y repaso las estadísticas de los últimos años. Cuanto
más hablo, todo se va esclareciendo en mi cabeza
Finalmente vuelvo a mirarlos a todos.
—No queremos ser una empresa de robótica más del montón. Ese nunca
fue nuestro objetivo. Hermanos Lennox va más allá, busca ser la mejor
empresa de robótica de Silicon Valley; siempre a la vanguardia.
Hago una pausa y miro a cada persona a los ojos.
—Por eso no creo que tengamos otra opción que cambiar a un
procesador RISC en nuestro próximo producto.
De inmediato todos cuchichean desde sus lados en la mesa.
Kayla toma la palabra.
—Pero ya tenemos contratos en marcha con nuestros proveedores
actuales. No podemos…
—Tenemos ofertas de nuestros proveedores actuales —corrijo—. Lo he
verificado y sé a ciencia cierta que aún no nos hemos comprometido con
nadie para esta nueva línea.
Kayla se queda boquiabierta, pero vuelve a cerrarla, mirando a Darren.
No es la única. Casi la mitad de la mesa mira a mi hermano, como si
esperaran que pusiera fin a lo que estoy diciendo o que me contradijera.
Frunzo el ceño. Bueno… por lo visto, han cambiado más cosas en los
últimos años de lo que yo creía. Yo soy el director general.
Pero Dare me apoya, como siempre.
—He escuchado rumores de los chips RISC —dice Darren.
—Son más que rumores —le digo—. Los chips RISC reducen el
consumo y pueden funcionar hasta diez veces más rápido que los
procesadores antiguos. La mitad de la comunidad ya está convencida de que
los chips RISC son el futuro de la robótica, y si podemos ser pioneros de la
integración…
—¿Y la otra mitad? —interviene Rob—. ¿No significa eso que para la
otra mitad es una mala idea? A ver, ¿en qué momento el status quo pasó a
ser lo malo? Se lograron siete mil millones de dólares el año pasado.
Deberíamos seguir con lo que sabemos que funciona. —Suelta una
carcajada—. No se puede jugar cuando se trata de siete mil millones de
dólares.
¿Quién diablos le había dejado entrar aquí? Es una reunión sobre el
producto y él es un cretino vestido de traje.
—Sí —digo, esforzándome por mantener la calma absoluta por fuera—.
Pero la razón por la que hicimos esos siete mil millones de dólares es por
nuestro producto y nuestra marca. Porque la gente sabe que puede confiar
en que Robótica Hermanos Lennox ofrece siempre lo último en tecnología.
Nuestra marca lo es todo. Si perdemos esa confianza sacando un producto
que pueden conseguir en cualquier otro sitio y que es más lento que el de
nuestros competidores, entonces…
—¿Qué les parece esto? —interrumpe Darren.
Lo fulmino con la mirada, pero extiende una mano para que me
tranquilice y en su mirada veo que me pide que lo escuche.
En ese momento recuerdo que, mientras yo estaba de baja, era Dare
quien dirigía esta nave sin ayuda mientras yo me refugiaba en el área de
ingeniería y dejaba pasar meses y años.
Asiento con la cabeza mirándolo y tomo asiento.
—Mi hermano tiene razón —dice Dare y me esfuerzo por no sonreír al
ver las reacciones de todos los presentes a lo que dice. Parecía como si
hubiesen chupado un limón.
—El éxito de Lennox se basa en la confianza de los consumidores —
prosigue Dare—, y no podemos defraudarlos dándoles algo que no sea lo
mejor del mercado. Pero… —Levanta la mano otra vez ya que parece que
le van a decir algo—. Solo podemos garantizarles el mejor producto si
podemos construirlo y hacer que funcione a la perfección. Todas las
empresas que han participado para que usemos su procesador en nuestra
placa de robótica han enviado prototipos. Nos encargaremos de hacer
pruebas exhaustivas y dejaremos que los datos hablen por sí solos. ¿Cuál
procesador funcionará mejor en el menor tiempo posible? Averigüémoslo y
luego tomemos decisiones.
Y por eso es que mi hermano es la cara de Hermanos Lennox. A Dare
se le da tan bien tratar con la gente. Asumo que cuando yo presento los
hechos, todos pensarán con lógica. Sé que el procesador RISC brindará los
mejores resultados sin tener que compararlo con el rendimiento de los
demás. Pero Darren ve algo que yo no puedo ver: para apaciguar a los
socios, necesitaremos gráficos y evidencia que demuestre que su dinero
estará a salvo.
El resto de la reunión es para hablar de logística, organizar el orden de
las pruebas de los procesadores y qué jefes de equipo dirigirán a quién, y
para establecer un cronograma. No tendremos mucho tiempo, tres semanas
o un mes a lo sumo, pero tenemos que hacer el esfuerzo si queremos
mantener nuestro plan actual de producción dentro de seis meses.
Dos horas más tarde, la reunión llega a su fin y Darren les da la mano a
todos y charla mientras todos van saliendo. Yo me quedo sentado con el
móvil en la mano. Ahora que la reunión ha terminado, vuelvo a mirar el
mensaje de Miranda.
«Yo podría ser tu refugio».
Guardo el móvil en la bolsa del portátil negando con la cabeza y me
levanto para estirar las piernas. Darren se vuelve hacia mí después de que la
última persona sale por fin.
—Me habría venido bien que me anticiparas esto.
—Lo siento. Tienes razón. Pensé que… —Hago un gesto hacia la mesa
y niego con la cabeza.
Dare frunce el ceño.
—¿Qué?
—Pensé que el cambio a los chips RISC era tan obvio, que creí que en
la reunión solo trataríamos cómo implementarlos. Ni siquiera anticipé que
se resistirían.
Darren se echa a reír. Todavía está sacudiendo la cabeza cuando se
acerca a mí y me da una palmada en la espalda.
—Por Dios, Dylan. Sé que eres mi hermano mayor, pero te juro que a
veces es como si fuera yo el que te protege del mundo real. Los cambios
asustan a las personas. Tienes que ir despacio y después convencerlos de
que fue idea de ellos.
—Cómo odio toda esa politiquería de mierda. —Meneo la cabeza y
bebo un sorbo de mi botella de agua.
—Por eso tú te dedicas a construir las máquinas bonitas y yo a
venderlas. Pero bueno, ya basta de trabajo. ¿Pasó algo con la preciosura del
vestido rojo?
Me atraganté con el agua y escupí la mitad.
—Uy. Uy. —Darren me da una palmada en la espalda y toso hasta que
por fin logro respirar—. ¿Tan mal te fue? —Darren se ríe.
Sacudo la cabeza y me limpio la boca con la manga de la camisa.
Después de toser un par de veces más para aclararme la garganta, levanto la
vista y veo a Darren con una ceja arqueada.
—¿Te fue bien? Quiero saberlo. ¿La hiciste gritar o fue más bien una
comidita y te fugaste?
Pongo los ojos en blanco y me agarro el pecho.
—Cielos, me estoy muriendo y tú solo piensas en si tuve sexo o no.
De lo último que quiero hablar es de Miranda. Ya estoy como loco por
ella por dentro para intentar darle sentido a todo con palabras, sobre todo
para Dare, que solo ve a las mujeres como piezas amarradas a su cama.
—Sí, algo así. —Darren asiente—. Tengo que saberlo. ¿Esas tetas eran
de verdad?
—Por Dios, Dare. —Arrugo la frente—. Aguarda, ¿cómo es que sabes
de ella?
—Estuve en la conferencia.
—Tú las odias.
—Eso no es verdad. —Levanta un dedo—. Odio las ponencias que dan
sueño. Ahora bien, para las fiestas que hay luego sí me apunto. Justo
cuando venía de mi habitación y salí del ascensor del vestíbulo, te vi
siguiéndola.
—¿Tenías una habitación de hotel esa noche?
—Sí. A diferencia de otros, cuando veo a una mujer que quiero, no
tengo miedo de ir a por ella. —Me escudriña antes de que se le forme una
sonrisa en el rostro lentamente—. Lo hiciste, ¿verdad? Vaya canalla. —
Levanta las dos manos—. Lo único que puedo decir es aleluya, alabado sea
el Señor. Entonces solo hizo falta una pelinegra tetona para ponerles fin a
esos años de sequía, ¿eh?
Fueron seis años, pero no tiene que saberlo.
—Cállate, idiota. Y no hables así de ella.
Miranda es mucho más de lo que insinúa. Nada más pensar en ella me
duele porque me recuerda todo lo que nunca tendré.
—¿Cómo? —dice lentamente—. ¿Tanto así? ¿Hubo segunda cita?
Venga, que yo te lo cuento todo. En el hotel estuve con ese bombón de Rita
de Laboratorios Kent. La he follado en el baño. Debe hacer gimnasia,
porque la doblé tanto, que te juro que…
—Suficiente. —Aprieto los ojos y me llevo una mano a la sien—.
¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero los detalles minuciosos de
tu último juguete sexual?
—Yo creo que te estoy haciendo un favor. Tienes que tener material
para el banco de azotes de alguna manera, ¿no?
—Dejemos esta conversación hasta aquí. —Camino hacia la puerta.
Darren se ríe detrás de mí.
—No me canso. Me lo pones muy fácil, hermano. Y es viernes por la
noche. Ve a vivir un poco.
Pongo los ojos en blanco, pero justo antes de llegar a la puerta me
detengo porque recuerdo lo que pasó la última vez que me solté y viví un
poco; cuando estaba en los brazos de Miranda. Y eso fue después de hacer
realidad una fantasía en la que la violaba.
El hijo que salió igual al padre.
—Oye. —Trago fuerte para que se me pase el asco que siento por mí
mismo y me vuelvo hacia Darren—. ¿No extrañas a Chloe?
La cara de Darren se tranquiliza al instante y parpadea un par de veces,
sorprendido por mi cambio drástico de tema.
—Sí, todo el tiempo. ¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros y bajo la mirada.
—¿La llamas o le escribes?
Después de aquella horrible tarde, me llevé a Chloe directamente a un
hotel. Le faltaban unos meses para cumplir dieciocho años, así que la
escondí en el hotel hasta entonces. Cuando cumplió los dieciocho, le
pregunté dónde quería vivir. Me dijo que en Austin, así que compramos
boletos de avión para Texas. Le compré una casa allí con parte de la
herencia de mi abuelo que había recibido cuando cumplí los dieciocho años.
No le gustan las redes sociales, así que por eso no puedo verla. Pero
intento imaginarla feliz. Aunque sé que quizás sea una mentira. Después de
todo lo que pasó por tantos años… Todavía no sé por cuántos años abusó
mi padre de ella.
Darren mira hacia la ventana.
—Al principio lo intenté.
Le di su número y su correo electrónico justo después de que se mudara.
Me imaginé que debía tener algún vínculo con la única parte de su familia
que no estaba enferma, es decir, no conmigo. Si había un regalo que podía
darle a mi hermana después de todo lo que pasó, era no tener que volver a
verme la cara.
Me parezco mucho a mi padre.
A veces, cuando me miro en el espejo por las mañanas, siento una
ráfaga de ira y odio hacia mí tan violenta que he quebrado unos dos espejos
de un puñetazo.
—¿Ha hablado contigo?
Darren niega con la cabeza.
—Me envió al buzón de voz. Tampoco respondió mis correos
electrónicos.
Trago y asiento con la cabeza.
—Le hacía falta empezar de cero.
—¿Por qué? —Darren me mira y da un paso más—. Dylan, ¿qué fue lo
que pasó?
El hombre engreído y seguro de sí mismo de hace unos minutos ya no
estaba. Ahora es mi hermanito el que está frente a mí. El mismo que me
tiraba de las piernas y me miraba con los ojos muy abiertos y asustados
cuando los llevaba a él y a Chloe al patio después de que papá empezara a
gritar porque yo ya sabía lo que iba a pasar.
—Sé que fue algo malo —me dice—. Fue algo malo entre papá y
Chloe. Él nunca volvió a ser el mismo después de que ella se fue, y apenas
unos meses después, le dio otro infarto después de haberse sentido bien
durante esos años. —Se para frente a mí—. No soy estúpido. Sabía lo que
pasaba en esa casa. Papá la golpeó, ¿verdad? ¿Le pegó a Chloe y tú lo
descubriste y la sacaste de ahí?
Le doy la espalda y me agarra por el hombro con fuerza. Me gira para
que lo mire.
—Basta. Ya no soy un niño. No tienes que protegerme.
—¡Sí tengo que hacerlo! —exclamo, apartándolo de mí—. Claro que sí.
—Me alejo, negando con la cabeza—. Créeme, es lo mejor.
Es mejor que aquello nunca se le grabe en la cabeza. Está mejor
sospechando que papá golpeaba a Chloe. Cielos, si tan solo hubiera sido
nada más eso. Si puedo ahorrarle los detalles enfermizos de lo que
realmente pasó, entonces claro que lo haré sin importar el costo.
—Te veré el lunes —murmuro y salgo dando largas zancadas hacia el
pasillo.
Pero su voz me sigue.
—¿Te vas a ir? Dylan.
«Por favor no te alejes».
Aprieto los ojos después de presionar el botón del ascensor para bajar.
«Yo podría ser tu refugio».
Está mal. Está muy mal.
Ningún lugar es un refugio.
Los recuerdos y los monstruos me siguen a dondequiera que vaya.
OCHO

MIRANDA

—AL CABO que ni necesito un hombre —grito fuerte para que me


escuchen a pesar de la música del club; mi bebida se desborda de la copa y
me cae en los dedos—. Mierda.
Me río y sorbo la margarita granizada que me baja por la muñeca.
Daniel pone los ojos en blanco y se acerca a gritarme para que lo
escuche.
—Estás hecha un desastre y sí necesitas un hombre.
Me quedo boquiabierta y lo miro directamente.
—No empieces a criticarme.
Daniel se cruza de brazos y levanta una ceja como diciendo «¿ah sí?».
—¿Entonces por qué llevas ese vestidito negro y enseñas tanta pierna
que hace que la mitad del club te coma con los ojos? Además, solo bebes
tequila cuando esperas salir con algo.
—¿Qué? Claro que no. —Me bajo el dobladillo del vestido de golpe. A
ver, quizá el vestido sea un poco corto—. Y todo el mundo sabe que
Chandelier tiene las margaritas más deliciosas de este lado de la calle.
—Ajá.
Le hago una cara y miro a los lados.
—¿Y dónde está Irina? ¿No debería estar aquí, no sé, castigándote o
azotándote por atreverte a mirar a otras mujeres?
Daniel suelta un suspiro con desgano.
—Ya quisiera yo. Pedí unos nuevos juguetes especiales para aplastar
testículos de plata que llevo tiempo queriendo probar con ella, pero dice que
ha estado ocupada toda la semana, entonces solo hemos podido jugar por
Skype. Si solo quisiera meterme un consolador en el culo y azotarme, no la
necesitaría a ella, la verdad. Pero eso no me excita. Es estúpido.
Daniel es mi mejor amigo y es un pervertido. Le he visto en escena unas
cuantas veces en Dungeon. Le encanta ser dominado por las mujeres en
todos los aspectos. Bueno, siempre y cuando la mujer en cuestión sea una
sádica seria. A nadie le gusta tanto el dolor como a mi buen Daniel.
A mí me gustaba explorar los límites, pero Daniel nunca ha visto un
acantilado del que no quiera saltar, y ha llevado las cosas tan lejos en
situaciones malas, que ha terminado en el hospital un par de veces. Pero es
parte de él que intente presionar a sus dominatrix más allá de sus límites.
Eso significa que, en el fondo, es él quien no es un verdadero sumiso, no
yo.
O tal vez signifique que los dos estamos enfermos a nuestro propio
delicioso estilo.
Le pongo una mano en el brazo a Daniel.
—Lo siento, cielo.
—Todo va a estar bien. —Se encoge de hombros como si no pasara
nada, pero veo que le afecta. Daniel es del tipo de persona que se guarda las
cosas, y si no se libera seguido, la situación se puede poner muy mala.
Nos conocimos en uno de los breves períodos en que iba a terapia. Fue
después de todo lo de Bryce. Y sí, me quería morir.
Daniel y yo nos conocimos en un grupo para personas que se estaban
recuperando del abuso doméstico. No era exactamente la palabra correcta
para lo que Bryce me había hecho o, más bien, lo que le permití que me
hiciera.
Yo nunca hablaba en el grupo.
Las historias que contaban los demás… Estaban casados o en relaciones
con hombres que las golpeaban y violaban siempre. Algunas de sus parejas
se disculpaban o les compraban flores y eran cariñosas con ellas por un
tiempo, pero siempre volvían a ser violentos. La mayoría había estado en el
hospital más de una vez. Una de las mujeres tenía una fractura en el brazo y
no podía hablar porque le habían tenido que vendar la mandíbula después
de que su marido la golpeara.
Sus casos parecían mucho más… no sé, diferentes al mío. Lo de Bryce
fue más como si yo hubiera participado en el abuso, si eso tenía sentido.
Odiaba que me excitara. Al final empecé a desearlo a medida que mi
mundo se reducía a un único objetivo: complacer a Bryce.
Aunque era imposible complacerlo. Bryce nunca estaba satisfecho. O yo
no lograba complacerlo, ni siquiera con mi sufrimiento. Al final entendí que
eso fue lo que consiguió en todo ese tiempo. No podía preocuparse por
nadie más que él mismo.
La única persona del grupo que habló de algo similar a lo que yo había
vivido fue Daniel.
Apenas tenía diecinueve años y no tenía para nada su condición física
actual. En aquel momento estaba delgado como un palo, se estaba
recuperando de su adicción y estaba allí únicamente porque era parte de la
terapia obligatoria del tribunal después de que apuñalara a su tío en la
pierna. Él planeaba darle en la entrepierna, pero su tío saltó en el último
segundo. Ese tío que abusó de él durante años después de la muerte de su
madre.
En terapia, Daniel pasaba de tener una actitud sarcástica de que nada le
importaba, a arrebatos llenos de cólera. Me cayó bien al instante.
Me acerqué a él y le pregunté si quería ir a tomar un café una noche
después de que pasara diez minutos hablando sin parar de sus ganas de
haber matado a su tío en vez de haberlo apuñalado en la pierna.
Daniel me miró de arriba abajo.
—¿Y esto qué? ¿Es algo sexual? ¿Quieres follar conmigo porque te
excitan los hombres tristes y abusados? Porque no quiero a menos que
sepas usar una fusta.
—¡No, no quiero…! Dios, sé que eres un idiota, pero ¿podrías hacer
una pausa por unos cinco minutos? O media hora para que vengas a tomar
el café conmigo, como amigos —recalqué—. Sin sexo. Y sin fustas. —Me
estremecí.
Se echó a reír con ganas y me señaló.
—Deberías verte la cara.
Le agarré el dedo con el que me estaba señalando y se lo llevé hacia
atrás hasta que lo hice saltar.
—Au. —Me sonríe—. ¿Segura con lo de las fustas? Porque ese fue un
buen comienzo.
Puse los ojos en blanco y le grité que la invitación iba a caducar si no
apuraba el paso.
Y así comenzó una bonita amistad.
—¿Quieres bailar? —me pregunta Daniel de repente y se pone en pie—.
No quiero quedarme aquí como un par de tontos lloriqueando porque no
tenemos una cita.
Eso me entusiasma y guardo el móvil en un lado del sujetador, luego
alargo la mano.
—Sí. Bailemos.
Sonríe y me lleva a la pista de baile donde me da una vuelta. Mi grito de
risa se pierde en el ritmo de la discoteca.
¿Hace cuánto tiempo no salgo a divertirme?
Qué bien sienta no preocuparse por hombres malhumorados con
pasados enigmáticos ni estar ansiosa por guardar secretos. El ritmo se
ralentiza hasta llegar a una base de batería hipnótica que retumba mientras
canta una mujer con una etérea voz de contralto.
Me sujeto a los hombros de Daniel y me muevo al ritmo de la música.
Cierro los ojos, inclino la cabeza hacia atrás y sacudo mi larga cabellera
hasta que siento el vaivén en las escápulas.
La voz sonora de la mujer se eleva en una nota larga y sensual y muevo
la cabeza al ritmo de su voz, imaginando que son los hombros de Dylan los
que toco, no los de Daniel.
Levanto la cabeza y me acerco a su pecho.
Pero el aroma no es el suyo, y me agarra la cintura con suavidad.
Dylan siempre me aprieta con posesividad; asimilándose más a un
pellizco. Cuando estoy con Dylan, no hay momento en que se me olvide
con quién estoy.
Quizá por eso los últimos días han sido tan vacíos y descoloridos sin él.
Apoyo la frente en el pecho de Daniel y me rodea con los brazos.
—Qué lástima que no te guste darle palizas a la gente —me dice al oído
—. Tú y yo habríamos sido la mejor pareja.
Eso me hace reír y retroceder.
—¿Dos sumisos juntos? No creo que hubiese funcionado. Por eso
hemos podido ser amigos todos estos años.
Daniel me devuelve la sonrisa.
—Lo sé, linda. Desafortunadamente, no eres lo bastante mala para mí.
Me besa la frente y me da otra vuelta. Me río a carcajadas cuando me
acerca a su pecho. Siempre lo hago cuando me gira. Probablemente por eso
sigue haciéndolo cada vez que nos juntamos en una pista de baile. Le
encanta hacerme reír y siempre sabe cuándo lo necesito.
Hace unos elegantes movimientos de jazz a mi alrededor, ignorando por
completo el ritmo de la música. Me toma las manos y bailamos fuera del
ritmo de la música, riendo y seguramente haciendo enojar a todas las
parejas que nos rodean y que quieren tener un momento romántico.
Bailamos unas cuantas canciones más hasta que agarro a Daniel de la
manga y me pongo de puntillas para que pueda oírme con el bajo
retumbante.
—Quiero ir al baño.
—¿Qué? —grita, llevándose una mano a la oreja.
—Debo hacer pis.
—¿Ah?
—¡Que quiero mear!
Y, claro, lo grito cuando pausan la música por un breve momento y
todos los que nos rodean se vuelven hacia mí. Daniel sonríe como el ser
maquiavélico ser que es. Le doy un puñetazo en el hombro y me dirijo a los
baños.
Me aliso el pelo de camino al pasillo que lleva a los baños. Rayos, tengo
sed. Debería ir a comprar agua. Y de paso pedir otra margarita, porque se
me está pasando el efecto y…
¿Qué es…?
Grito cuando me agarran y me empujan con fuerza hacia un espacio
oscuro. La puerta del pasillo en el que estoy se cierra de golpe y lo único
que sé es que me han forzado contra la pared.
—¿Te parece lindo arrimarte a otro hombre así? ¿Te gusta ser una
calientapollas?
Es la voz de Dylan.
Se me cierran los párpados a medida que su enorme y masculina mano
me sube el dobladillo del vestido y me acaricia el trasero. Luego me da un
azote tan duro que grito.
Pero no importó. La música del club está tan alta que nadie me va a
escuchar.
—Esa provocación fue como una promesa, zorra. Y me lo debes. Me
debes por ese espectáculo que has montado allá afuera.
Por la manera en que me empujaba la entrepierna en el trasero, me
queda claro cómo pretende hacerme pagar.
¿Qué hace aquí?
Por la forma en que desapareció debería estar discutiendo con él y
exigiendo respuestas. No llamó ni fue a verme. Pero ahora viene aquí y
tiene la osadía de ponerse celoso.
¿O será solo parte del número? ¿Acaso ha pensado en mí los últimos
tres días en los que yo me he sentido mal por él?
—Si acaso estaba provocando a alguien —le digo por encima del
hombro—, fue a Daniel, no a ti. No a un pervertido que se esconde entre las
sombras y que lo que hace es mirar. Yo quiero un hombre real.
—¿Es esto lo suficientemente real para ti? —gruñe, tumbándome al
suelo. No veo absolutamente nada y, cuando toco el suelo de baldosas, el
olor a desinfectante con aroma a limón se hace aún más fuerte y… ¿fue eso
un cubo de fregar lo que acaba de rozarme el hombro?
Pero no tengo tiempo de orientarme porque aterriza encima de mí. Grito
cuando me pone la rodilla en la espalda para inmovilizarme mientras me
rasga las bragas.
Se acomoda y, un segundo después, siento el peso de su gordo pene
entre mis piernas.
Lucho y me retuerzo debajo de él, pero se acerca para encerrarme.
—Si te quieres salir, pequeña, di la palabra mágica. —Su aliento
caliente me sopla la mejilla.
Pero lo sabe; tiene que saber que es lo último que quiero en el mundo.
Pero tampoco significa que vaya a caer sin luchar.
No se molestó en llamar…
Llevo toda la semana pensando que estaba sola en esto; que había
arruinado todo. Repasé en detalle todo lo que hice y me imaginé otros
escenarios, cualquier cosa que hiciera que despertara a mi lado en mi cama
cuando sonó la alarma.
¿Y qué era lo que quería? ¿Estaba jugando conmigo? O a lo mejor
pensaba que yo era la que estaba jugando. Dios, es que la forma en que me
encontró en el garaje con ese hombre cualquiera la noche que nos
conocimos… ¿Y si en serio cree que soy una puta? ¿Que le abro las piernas
a cualquiera que me dé una nalgada y diga que sí cuando yo diga no?
Y aquí estoy hoy, saliendo con Daniel. Pero él es solo un amigo. No me
importa lo que parezca. Tengo derecho a tener amigos.
—No soy una zorra. —Lucho por zafarme de las manos de acero de
Dylan.
Alarga la otra mano para levantarme el vientre del suelo y para que
pueda apoyarme ligeramente en las rodillas.
—¿Ah no?
Todo mi cuerpo se estremece cuando baja la mano, se agarra el pene y
me lo pasa por los labios de mi sexo. No puedo evitar apretarlo y, cómo no,
él lo siente.
Se ríe de forma perversa.
—Si no eres una zorra, ¿por qué estás tan mojada para mí? ¿Porque soy
un enfermo de mierda que te estuvo observando toda la noche? —Alinea el
pene contra mi entrada—. O quizá es eso lo que verdaderamente te excita:
imaginarte a los hombres en las esquinas oscuras mirándote con una
erección, y que todos piensen en hacerte esto.
Me embiste sin contemplación y yo chillo. Me tapa la boca con la mano.
Cada uno de sus movimientos es agresivo. Me cubre la boca fuerte con su
mano y cada movimiento de sus caderas para follarme es intenso y
despiadado.
—Yo soy el único que puede usar este coño. Soy el único, ¿me has
escuchado?
Me salen lágrimas de los ojos y asiento con la cabeza. ¿Habla en serio?
¿Y qué tan enferma estoy que sus palabras me hacen feliz? Pero si él es el
único que puede tenerme, tiene que significar que me quiere, ¿no? ¿Quiere
decir que desea que estemos juntos?
Pero al instante, todos los pensamientos se desvanecen cuando me
empuja detrás de las rodillas para que caiga boca abajo. Arrastro las manos
por las baldosas, pero no puedo escapar de él. Su pene es tan largo y grueso
que, aunque no tengo las piernas abiertas, no se le dificulta en lo absoluto
seguir follándome.
Y ahora que el suelo me impide moverme, me penetra más profundo y
con más fuerza.
Entra y sale de mí, y no recuerdo que haya follado así antes. El orgasmo
aumenta con cada embestida cruda y dura.
—Joder, Miranda —dice, quitándome la mano de la boca, pero solo
para poder tirar de mi cabello y ladear mi rostro. Si hubiera algo de luz en
este armario, podría verlo por encima del hombro, pero todo está muy
oscuro.
Su voz es lo que me llena de luz y calidez.
—Eres perfecta, Miranda. Eres la mujer más perfecta…
No sé cómo habría finalizado la oración, porque estampa su boca en la
mía y me besa con exigencia y furia, todavía sujetándome con fuerza el
cabello y follándome.
El dolor es perfecto. Así como él. No estaba loca al pensar en lo mucho
que me gustó la otra noche. Este hombre… Dios, este hombre. Nunca había
estado con alguien tan perfecto como él. Tal vez nunca me volvería a pasar.
Tal vez solo existía el presente, esta montaña rusa aumentando dentro de
mí. Me aparto de su boca para dejar salir los gemidos y jadeos.
En lugar de volver a besarme, me mete dos dedos en la boca, los cuales
le chupo como si fuera su pene.
—Maldición —grita, y me hala más el cabello. Está apoyado en los
codos y sé que las baldosas del suelo deben ser incómodas. ¿Por cuánto más
podrá seguir así?
Le paso los dientes por los dedos que tiene dentro de mi boca y me
aprieta la mandíbula con su mano.
Mi rostro es pequeño para su inmensa mano. Podría aplastarme.
Lo saca y vuelve a meterme su gordo pene hasta la empuñadura.
Y me corro.
Me corro tan duro y por tanto tiempo que agradezco tener sus dedos en
la boca porque amortiguan mis chillidos.
Fue su mano en mi cara lo que me enloqueció. También que es
absurdamente bueno y que llega a ese lugar perfecto en lo más profundo de
mí. ¿Cómo lo logra?
Pero sé que es el hecho de que pueda quebrarme tan fácilmente —que
no lo hace— lo que me hizo llorar y gritar su nombre con sus dedos en la
boca mientras pasaban los espasmos.
Sigue dentro de mí después de mi clímax. Lo aprieto a medida que
vierte su semen dentro de mí a pesar de que necesito todas las fuerzas que
me quedan para lograrlo.
No he dormido casi nada las últimas noches y he andado como un
zombi en el trabajo. Pero estar aquí con él merece la pena. Todo merece la
pena siempre que esté con él.
Alargo una mano hacia atrás para aferrarme a él mientras a ambos se
nos va pasando el subidón.
Los dos seguimos vestidos y conectados solo en nuestro lugar más
íntimo. Permanece duro dentro de mí por más tiempo de lo que alguna vez
alguien hubiese durado, y me encanta que mantenga nuestra conexión
mucho después de que haya ocurrido todo.
Así nos quedamos y es tan bonito.
Por fin me saca los dedos de la boca y con la mano que hace unos
minutos me halaba el cabello sin contemplación, ahora me lo aparta de la
cara suavemente.
Creo que me voy a desmayar por su delicadeza.
Ya que está oscuro y no puede ver, no contengo las lágrimas que siguen
cayendo por mis mejillas. No quiero que sepa que esta es la parte más
íntima.
Que quizás más que el sexo y que el dolor, esto es lo que anhelo.
Caricias suaves y amorosas de la misma mano que me generó dolor.
Eso es lo que necesito.
Ambos extremos.
Como el doctor Jekyll y el señor Hyde.
Necesito que los dos me amen. Es por eso que me rompo en mil
pedazos cuando, segundos más tarde, susurra «mierda» y se aleja de mí.
—Demonios, Miranda. Esto está mal. No sé por qué he… Iba de camino
a casa y ahí fue adonde debí ir. Pero es que recordé todos esos mensajes y
me preocupó que estuvieras esperando en el callejón sola.
Diablos, los mensajes. Me había olvidado por completo de lo que le
dije. Pero tiene razón, le dije que iba a estar esperando detrás del club esta
noche. Supuse que, por como quedaron las cosas entre nosotros, él no iba a
querer…
—Y no estabas allí, por lo que entré y te vi con él…
Se queda callado de nuevo y siento que se levanta. Se aleja de mí.
Alcanzo a escucharle decir un «lo siento» antes de que las luces brillantes
del club me quemen los ojos cuando la puerta se abre de un empujón.
Solo consigo ver la silueta de Dylan antes de que se vaya y la puerta se
vuelva a cerrar.
Y me deja sola, usada y desechada, con su semen todavía dentro de mí.
Parpadeo y vuelvo a estar en esa habitación. Tampoco había ventanas en
esa habitación. Apestaba a humo de cigarro y a sudor de hombre.
Y al igual que ahora, fui usada como una puta y me dejaron en el suelo
después de usarme.
«Joder, ¿vas a quedarte ahí tirada? Ten un poco de dignidad, puta inútil.
Levántate».
Pero estaba demasiado agotada; me habían pisoteado con fuerza por
mucho tiempo.
«Perra inservible».
Se reían cuando me cerraban la puerta.
Por lo menos Dylan no se reía, pero aquí estaba otra vez.
¿Por qué creí que perseguir a Dylan sería buena idea cuando fue tan
difícil recuperarme después de Bryce? ¿Esto era lo que creía que merecía?
¿Que me dejaran usada y sola en un armario?
Cuando intenté levantarme, no pude. Simplemente no pude. Me
derrumbo en el suelo sumida en tanto llanto que no podría ver ni siquiera
con luz.
Es por eso que no veo cuando vuelven a abrir la puerta.
Mi corazón está a punto de salirse de mi cavidad cuando una mano me
toca el hombro. Me arrastro hacia atrás. Tal parece que sí me puedo mover.
Tanto miedo tengo.
—Tranquila, soy yo.
De repente una luz ilumina el armario y ahí está Dylan, agachado hacia
mí, con la linterna del móvil encendida.
—Dios mío. —Me mira de arriba abajo y arruga la frente con
remordimiento—. Ven aquí. —Deja el aparato en el suelo y me acerca la
cara a su pecho.
Sé que debo estar hecha un desastre e intento alejarme.
—No, mi rímel…
—Tranquila. —Me acerca más a él.
No me relajo en sus brazos. Me dejó aquí al igual que él. Al igual que
Bryce. Y sentí que no valía nada como antes.
Intento apartarme, pero él me acerca más a su pecho.
—Lo siento mucho —susurra, con la boca pegada a mi oído para que
pueda oír las palabras a pesar de la música de la discoteca—. Lo siento
mucho, Miranda.
Se queda abrazándome por un largo rato.
Me abraza hasta que me rindo y me hundo en sus caricias. Justo después
de hacerlo, siento el temblor que recorre su cuerpo como si temiera que no
fuese a perdonarlo.
Cuando por fin me separo, lo miro.
—Me has hecho daño —susurro.
Sé que me oye porque se le abren los ojos de par en par del horror. Lo
agarro por el brazo y le aclaro.
—No vuelvas a dejarme así. No puedo… No sé qué sea esto, pero si
vamos a hacerlo, no puedes dejarme así después de… —Se me corta la voz
y me estremezco—. No puedo soportar eso, ¿bueno?
Él asiente.
—Ven. Vámonos de aquí.
Cuando mi móvil vibra contra las baldosas del suelo me doy cuenta de
que se me debe haber caído del sujetador cuando tuvimos sexo. Me agacho
para recogerlo y Dylan me agarra la mano y se agacha conmigo, como si no
quisiera romper nuestro contacto.
Miro el móvil. Es un mensaje de Daniel. ¿Dónde estás, arpía?
Dylan me mira por encima del hombro y lo escucho gruñir en
desaprobación.
Levanto la cabeza para mirarlo.
—Solo es un amigo y nos hablamos así. No seas tan celoso.
Dylan traga y asiente.
Le respondo: El señor alto, pervertido y sexy vino. ¿Nos vemos la
semana que viene?
La respuesta es casi inmediata, y no hay palabras, solo tres emojis de
berenjena.
Pongo los ojos en blanco y Dylan resopla cuando me vuelvo a guardar
el móvil en el sujetador.
Coge su móvil y luego, con los dedos todavía entrelazados con los míos,
abre la puerta y me lleva hacia el club. No me molesto en tratar de
encontrar a Daniel entre las luces intermitentes que resplandecen en la
oscuridad de vez en cuando. Chandelier es enorme y Daniel no es el tipo de
hombre que anda buscando pareja de baile.
Además, todavía me tiemblan un poco las piernas. Intento mantener una
buena actitud por Dylan, pero todo lo de esta noche ha sido intenso, por
decirlo de forma suave.
Me alegro cuando salimos de la discoteca y nos adentramos en la
calmada brisa de la noche, y me alegro aún más cuando, luego del viaje en
Uber, Dylan me acompaña a subir las escaleras de mi casa.
Vacila cuando introduzco la llave en la puerta y abro la cerradura.
—¿Puedo…? Me gustaría entrar.
Me muerdo el labio inferior y asiento lentamente a medida que siento
otra ola de alivio. No va a huir. Tal vez… ¿Tal vez esto que tenemos podría
ser algo diferente?
—Me vuelve loco que te muerdas el labio así —dice, acercándose a mi
espalda para girar el pomo de la puerta y abrirla.
Lo último que sé es que me lleva por el vestíbulo de espaldas.
Conseguimos llegar al sofá y ya está dentro de mí antes de haberse
quitado los zapatos.
—Santos cielos —vocifera con la mandíbula apretada arriba de mí y
echa la cabeza hacia atrás. Dios mío, es el hombre más perfecto que mis
ojos hayan visto. Su barba de tres días se ve oscura y le resalta aún más el
ángulo de la mandíbula.
De pronto vuelve a mirarme y sus ojos azules y brillantes están llenos
de tanta emoción que siento que estoy mirando directamente su corazón.
—¿Qué me estás haciendo, Miranda? —pregunta, y veo la mezcla de
confusión y de duda en su rostro a medida que me lo hace de una forma tan
suave e insistente a la vez—. No te convengo, pero no puedo alejarme de ti.
Alargo la mano para acariciarle la cara.
—No te alejes.
Quizá estuve cuestionándome todo ahora, pero volvió. Y aquí está
conmigo ahora mismo, compartiendo este momento.
—No lo haré —susurra, acercándose a mí y rozándome los labios con
los suyos, respirándome—. Tal parece que no puedo.
Me levanto para recibir sus labios y que se acabe la tortura. Me
devuelve el beso de la forma que más me gusta; devorándome como si yo
muera lo más importante del universo.
Es así como sé que no se parece en nada a Bryce Gentry. Cuando estoy
con Dylan no me siento como basura; me siento adorada y como si fuera
todo para él.

ABRO LOS OJOS, somnolienta, al oír los gritos. Me siento en la cama y


enciendo la lámpara de la mesa de noche.
Tal como la última vez, Dylan se retuerce entre las sábanas. Está
teniendo otra pesadilla. Se me aprieta el pecho al verlo experimentar ese
dolor tan profundo.
—¡Chloe! —grita.
Se me vuelve a apretar el pecho esta vez por razones menos nobles.
¿Quién es Chloe? Es evidente que significa mucho para él.
—¡Te voy a matar!
Las palabras no son tan claras por el suelo, pero me basta para
entenderlo. Y puedo percibir su furia asesina.
Me levanto de la cama y me pongo en pie a trompicones.
—¡Dylan!
Sacude el cuerpo, pero no se despierta.
—¡Te voy a matar!
—¡Dylan! —exclamo—. ¡Despierta!
En vista de que sigue sin despertarse, cojo mi almohada y se la lanzo.
—¡Despierta, Dylan!
Grita una vez más y se sienta deprisa mirando a los lados rápidamente.
En ese momento me ve de pie a varios metros de la cama y es como si
palideciera en ese instante. Se levanta de un salto de la cama, del lado
opuesto al mío, y retrocede hasta chocar con la pared.
—Dylan —le digo con voz temblorosa—. ¿Quién es Chloe? ¿Y qué le
pasó?
Reacciona como si lo hubiera abofeteado.
—Estabas diciendo que querías matar a alguien.
Me arrepiento de lo que digo apenas las palabras salen de mi boca
porque es como si lo viera apagarse delante de mí.
Palidece y busca a tientas sus pantalones.
—¡Espera! —Corro por toda la cama hacia él—. No vuelvas a hacer
eso. No huyas.
Cierra los ojos de golpe cuando le agarro los brazos y me planto en su
cara.
—Cuéntame. Por favor, Dylan. —Sacudo la cabeza—. Mierda. O no me
cuentes. Lo siento. Quizá es muy pronto para presionarte. Nos acabamos de
conocer y…
—No digas eso —me interrumpe, severo, y al instante me está
acariciando la cara y me mira a los ojos fijamente—. No se te ocurra decir
eso. Te conozco, Miranda Rose. Sé quién eres. Conozco a la mujer que no
le dejas ver a nadie más y sé que es un puto privilegio.
—Dylan…
—No, déjame terminar. —Apoya la frente en la mía y cierra los ojos
brevemente mientras me acaricia con la nariz—. Te conozco, Miranda. Pero
me aterra que tú me conozcas a mí. Me aterra que te dé miedo lo que vayas
a ver —finaliza diciendo en un susurro.
Pero meneo la cabeza antes de que termine.
—No. No, Dylan. Yo no te tengo miedo. ¿No lo entiendes?
Lo único que me asusta es necesitarlo tanto, sobre todo teniendo en
cuenta el poco tiempo que llevo conociéndolo. Es una droga a la que me
estoy volviendo adicta muy pronto.
Sacude la cabeza con fuerza y se aleja de mí.
—Eso es porque no sabes…
—¡Entonces dímelo!
Cuando se vuelve hacia mí, veo una tormenta en sus ojos. Asiente.
—Está bien. Te lo diré. Te lo diré porque soy muy débil para alejarme,
pero Miranda, tú deberías obligarme a hacerlo. Y pronto sabrás por qué.
Trago saliva. De repente no estoy segura de querer saberlo.
Pero ahora veo que está decidido. Tiene un brillo casi masoquista en los
ojos cuando se sienta en la cama y empieza a hablar. Quiere contar esta
historia para hacerse daño y alejarme, y rezo para que no lo haga.
—Primero tienes que saber que mi padre era un hombre violento.
Siempre golpeaba y violaba a mi madre.
Respiro hondo.
Su voz es monótona y mira fijamente a la pared cuando continúa:
—Nunca entendí por qué mi madre lo aceptó. —Frunce el ceño como si
todavía estuviera confundido y sacude la cabeza—. Y hasta el sol de hoy, es
algo que nunca le perdonaré.
La cruda amargura de su voz me hace parpadear.
—Murió de cáncer hace dos años, pero nunca hablé con ella en los
últimos seis años de su vida, ni siquiera cuando se enfermó.
Un escalofrío recorre mi columna vertebral por la frialdad de su tono.
¿Es eso lo que piensa de todas las víctimas de abusos? ¿Las culpa por
quedarse con su abusador?
¿Me culparía por los dos años que estuve con Bryce? ¿Por todas las
cosas que dejé que me hiciera?
—Pero si fue ella quien estaba siendo abusada…
Niega con la cabeza y me mira.
—La culpo porque ni siquiera intentó sacar a mi hermano y a mi
hermana de esa casa. Sobre todo, a mi hermana Chloe.
Chloe.
Dios mío.
Debe notar que estoy atando los cabos porque aprieta la mandíbula y
asiente.
—No sé por cuántos años estuvo mi padre abusando sexualmente de mi
hermana antes de que los descubriera un día hace seis años.
Me cubro la boca con la mano.
—Lo mejor de todo es que yo creí que la había protegido a ella y a mi
hermano Darren sacándolos de casa cada vez que papá comenzaba a hacer
sus tonterías de mierda. Pensé que los protegía de él. Cuando me mudé a la
costa este para estudiar en la universidad, me dije a mí mismo que iban a
estar bien porque a mi padre le acababa de dar un infarto. Quedó débil
después y Dare y Chloe estaban en el instituto. No pasaban mucho tiempo
en casa. Me dije que iban a estar bien, que les había protegido de lo peor.
Dylan se acerca a la ventana y planta las manos en el alféizar de la
ventana.
—Fui un imbécil. Mi padre se recuperó en seis meses. La verdad es que
ya no quería ser responsable de ellos. Dejé a mi hermana abandonada con
ese monstruo.
Ninguno de los dos dice nada durante un largo rato. Y pienso en lo que
ha dicho en sueños hasta que finalmente pregunto, con la voz temblorosa:
—¿Qué pasó después de que encontraras…? —Dios mío. No me
imagino encontrando algo así—. ¿Le mataste?
No lo culparía, pero niega con la cabeza.
—Le di una paliza, pero era más importante sacar a Chloe de allí. Ya
había sufrido bastante. A él le dio otro infarto unos meses después y murió,
así que al menos ese infeliz ya no existe.
—¿Y Chloe está bien? En la actualidad, me refiero.
Me habla de su traslado a Austin.
—Empezó a ir a la universidad comunitaria y finalmente la cambiaron a
la UT. Ahora es musicoterapeuta y a veces publica poesía en revistas
literarias.
Se ve tan orgulloso cuando habla de ella y puedo ver que es la única luz
brillante en esta terrible historia.
—Debe ser maravillosa. ¿La ves mucho?
—No —brama. Luego continúa con más suavidad, aunque todavía lo
veo agitado—. No quiero que me mire y que yo le recuerde lo que pasó. —
Se pasa una mano por el pelo—. La gente dice que soy idéntico a mi padre.
—Ay, Dylan.
Me acerco a él y le tiendo la mano. Ya no aguanto un rato más sin tener
contacto con él.
Pero retrocede y me mira con incredulidad.
—¿Qué te pasa? ¡Te acabo de decir que mi padre violó a mi hermana
durante años! —grita—. ¡Que yo no me di cuenta, joder! ¡No la pude
salvar! Y hasta después de haber visto lo que vi ese día, sabiendo lo que sé,
no impide que me… —Hace un gesto hacia la cama—. Me gusta… —Se
calla y su boca se torna en una línea apretada.
—Te gusta el sexo duro. A mí también. —Alzo las manos—. Eso no
significa que seas como tu padre.
—Ambos sabemos que es más que sexo duro. —Me mira a los ojos—.
Quiero hacerte daño. Quiero violarte. Quiero herirte de la misma manera en
que yo lo veía lastimando a mi madre. —Me da la espalda y lo veo agitarse
—. Igual que lastimaba a mi hermanita.
—No —le digo con firmeza—. Eso no fue tu culpa, Dylan. Tu padre era
un pervertido. Tú no eres como él. Salvaste a tu hermana.
—¡Demasiado tarde! —grita, y no puedo evitar estremecerme. Se da
cuenta y veo remordimiento en sus ojos. Pero luego se endurece de nuevo,
como si pensara que es bueno darme miedo.
Ay, Dylan.
Él no lo sabe, pero he conocido la maldad en persona y él no es así.
¿Cuántos años tendría torturándose por no haber ayudado a su hermana a
tiempo? El que es malo de verdad no siente remordimientos; no tiene
empatía, ni amor, ni compasión.
Quien sí es malo es Bryce Gentry, que se reía con sus amigos después
de que todos me follaran hasta dejarme desangrándome y desgarrada en el
suelo.
Dylan Lennox no era malo.
Me contó la historia hoy para intentar alejarme, pero consiguió todo lo
contrario: ahora lo entiendo mucho más; veo al niño que creció en ese hogar
tan malo y violento. Me imagino lo asustado que debió de estar, y a pesar de
todo, intentó ser un buen hermano mayor y protegió a su hermano y a su
hermana lo mejor que pudo.
Toda su vida creció con ese rol protector. Y luego se entera de que
habían lastimado a su hermana de una forma tan horrible, pero claro que en
el fondo se iba a sentir culpable. Para él, fracasó en la labor que había
estado haciendo desde que era un niño.
Lo abrazo desde atrás y, aunque se estremece, no se aparta.
—Miranda… —empieza a decir, pero lo interrumpo.
—Shhhhh.
Se le desploman los hombros y apoyo mi cara en su espalda. Lleva tanto
tiempo soportando el peso de esta carga, tantos años agobiado por la culpa,
sintiéndose mal por los pecados de otra persona.
—Ven.
Me acerco a él y le tomo la mano. Está suelta, pero cuando tiro de él,
me sigue.
Se detiene en el umbral del baño.
—Miranda, deberías pedirme que me vaya.
Niego con la cabeza y lo meto en el baño conmigo. Me dispongo a
preparar la bañera y luego me vuelvo hacia él para quitarle la camisa. Tengo
que ponerme de puntillas ya que es muy alto, pero finalmente lo consigo.
Me observa en silencio bajarle los calzoncillos y luego me desvisto yo.
No me extraña que se le haya puesto duro. Enarco una ceja y niego con
la cabeza. No sé cómo hace para estar preparado siempre. Su pene desafía a
la naturaleza.
Pero ahora no se trata de sexo. Le cojo de la mano y lo llevo hacia la
bañera. Entra y se sienta. Yo también me meto y me acomodo detrás de él,
con su cuerpo entre mis piernas, al contrario de la última vez que nos
bañamos juntos.
Lo abrazo desde atrás y hago que recueste la cabeza en mis pechos.
Cuando abro los chorros, noto que cada vez está menos tenso.
Muy bien, mi amor. Dámelo todo.
—Cierra los ojos —murmuro.
Me asomo y veo que ha obedecido. Acerco el envase grande de plástico
que tengo en la esquina de la bañera, lo lleno y le echo agua en la cabeza.
Le cae a chorros por la cara y abre la boca por la sorpresa.
—Lo siento, debí haberte avisado.
—No —me dice—. Me gusta.
Sumerjo el envase y vierto más agua tibia en su cabeza. Juro que se
relaja todavía más en mis brazos.
—¿Me estás bautizando?
Su pregunta somnolienta me hace sonreír. Solo tenía en mente lavarle el
cabello, pero me gusta más su explicación.
—Sí. Eres un hombre nuevo a partir de ahora. —Paso los dedos por los
vellos mojados de su pecho—. El pasado ya no te puede hacer daño —
susurro.
Me coge de la mano y entrelaza nuestros dedos.
—Lo que te he dicho ahora fue en serio. —Todavía con los ojos
cerrados, me aprieta la mano—. No me puedo alejar de ti. La única forma
de que te deshagas de mí es diciéndome que me vaya.
Niego con la cabeza a pesar de que no pueda verlo y le envuelvo la
cintura con mis piernas desde atrás, junto con el brazo que no se está
aferrando a mí.
—No te voy a dejar ir a ninguna parte.
Gruñe.
—Te quiero follar otra vez, pero estoy tan cansado.
Me río.
—Siempre me quieres follar. Mañana seguiré aquí. —Le beso la cabeza
—. Y al día siguiente. —Lo vuelvo a besar, esta vez en la nuca—. Y al día
siguiente. —Otro beso—. Y al día siguiente.
Gruñe.
—Más te vale.
De pronto, cansado o no, nos mueve en la bañera y me sienta encima de
él.
NUEVE

MIRANDA

LAS ÚLTIMAS SEMANAS han sido las más felices de mi vida. ¿Es legal
que alguien sea tan feliz? No creo. Probablemente por eso, cada segundo
que no estoy ocupada siendo feliz, estoy muerta de miedo.
Nunca me consideré una persona supersticiosa, pero de pronto me la
paso buscando señales y presagios obsesivamente, pensando en las
probabilidades.
Daniel acaba de terminar con su dominatrix de tres meses, así que eso
significa que mi relación con Dylan tiene más posibilidades de funcionar,
¿cierto? Porque, ¿qué probabilidad hay de que ambos encontremos a la
persona ideal al mismo tiempo?
El análisis me hace ver de lo peor, pero no lo puedo evitar.
Estoy convencida de que Dylan es el hombre ideal, el indicado, esa
persona que me hacía poner los ojos en blanco cuando todos hablaban de
eso.
Encajamos como piezas de un rompecabezas. Me da justo lo que
necesito y creo que yo hago lo mismo por él tanto emocional como
físicamente. Y vaya que físicamente. No sabía que fuese posible tener una
química como esta. Pasamos todo el fin de semana juntos después de esa
noche del club. Casi no nos levantábamos de la cama, y cuando lo
hacíamos, era principalmente para comer o bañarnos… lo que normalmente
llevaba a más sexo. A veces con juegos bruscos y escenarios forzados, a
veces no.
La semana pasada le envié un mensaje de texto haciéndole saber que
estaría esperando en un baño unisex de una gasolinera justo al lado de la
autopista a una hora determinada y, Dios, se me calienta la cara con solo
pensarlo de camino al centro con Daniel a comprar sushi para el almuerzo.
—¿Supongo que las cosas siguen bien con el señor alto, pervertido y
sexy? —pregunta Daniel, chocándome el hombro mientras caminamos.
Me sonrojo más y Daniel se ríe.
—Tranquila. Puedes hablar de él. De verdad que me vendría bien dejar
de pensar en mis dramas por un rato. Cuéntame.
Frunzo el ceño con simpatía y extiendo la mano para apretarle el brazo a
Daniel.
—Siento mucho que las cosas no hayan funcionado con Irina, cariño.
Se encoge de hombros y mira hacia la acera.
—No pasa nada. Está muy ocupada y yo soy demasiado exigente. Es
mejor que termine ahora y que no le demos más larga.
Quiero preguntarle más porque puedo ver que está dolido, pero también
sé por experiencia propia que Daniel evita a toda costa hablar de sus
sentimientos, al menos en completa sobriedad. Nuestras conversaciones
más profundas han tenido lugar cuando no puede más con la borrachera. Al
día siguiente, siempre dice que no recuerda nada de lo que hablamos,
aunque luego se le escapen cosas de las conversaciones.
Decir que Daniel está un poco impedido emocionalmente es quedarse
corto. Espero que encuentre una compañera que pueda ayudarlo en cosas
que yo no puedo. No quiero que beba todo el tiempo para que me pueda
conversar las cosas que le pasan.
Llegamos al restaurante y sentarnos a pedir me distrae de la
preocupación por él. Sin embargo, en cuanto nos acomodamos, suelto la
bomba que me ha estado agobiando.
—Dylan me ha invitado a la propiedad de su familia para que conozca a
su hermano. El hermano es el único miembro de su familia con el que tiene
contacto actualmente, así que es importante. Siempre habla de Darren y sé
que es muy importante para él.
—¡Bueno! —canturrea Daniel alzando las cejas—. A conocer a la
familia. La cosa se está poniendo seria. ¿Lo vas a invitar a Ohio en
Navidad?
—Cállate, hablo en serio. —Le pego con la servilleta de tela y él
retrocede riéndose.
—Y yo también —me dice—. A ver, Miranda. ¿Hace cuánto no te
emocionas así con alguien?
Esa pregunta me hace callar y me miro las manos que tengo en el
regazo. Daniel se recuesta en su silla.
—Rayos. Desde que estabas con… —No termina la frase. No tiene por
qué hacerlo. Sabe todo sobre mi pasado vergonzoso con Bryce Gentry, las
cosas que me hicieron, las cosas que hice. Es la única persona que lo sabe
todo.
—¿Le has contado ya?
Sacudo la cabeza.
—¿Y cómo? Iba a contárselo, pero la otra noche me hizo una gran
confesión y… —Hago una pausa y respiro profundo—. No es del tipo de
conversaciones en las que dices: eh, ¿te acuerdas del hombre que te jodió la
vida en aquel momento en que estabas pasando por toda esas esas cosas tan
malas que me acabas de confesar? Bueno, es mi ex.
Dejo caer la cabeza entre las manos.
—Es que no he encontrado la manera de tener esa conversación de
forma natural.
Daniel se limita a negar con la cabeza.
—Tú no eres así, Mira. Tú te metes de cabeza en las cosas difíciles. ¿No
es eso lo que siempre me dices? ¿Que les cuente a mis dominatrix de mis
tendencias para que podamos trabajar juntos?
—¿Y cómo te ha resultado eso? —le digo y de inmediato me siento de
la mierda—. Lo siento. —Alargo la mano rápidamente para agarrar la de
Daniel que está al otro lado de la mesa y él se encoge de hombros como si
estuviera bien, aunque puedo ver que no es así—. Ay, Daniel, soy la peor
mierda. Lo siento. Es que me siento tan culpable cada día que pasa y sigo
sin decírselo. Sé que debería confesar la verdadera razón por la que lo he
buscado tanto…
¿Qué pensaría Dylan si le dijera que lo busqué y seguí persiguiéndolo
por nuestras mutuas conexiones pasadas con Bryce Gentry? ¿Me vería de la
misma manera? Si supiera hasta qué punto me he degradado por Bryce,
cuánto entregué de mí y perdí para siempre por culpa de ese hombre…
Frunzo los labios y lucho por controlar mis emociones.
—Es que nunca había tenido algo como lo que tengo con Dylan. Es lo
mejor que he sentido en mi vida. Pero es como… No sé, es como si mi
felicidad fuera un castillo de naipes que podría derrumbarse en cualquier
momento.
—Pero, mujer, ¿qué le han puesto a este sake hoy? —Daniel levanta la
copa que pidió—. Estás hecha una poeta y apenas son… —Se mira la
muñeca en la que, por supuesto, no lleva reloj, y luego tantea en el bolsillo
y saca su móvil—. Apenas son la una y treinta de este jueves por la tarde.
Cojo mi copa y la choco con la suya. Esa ha sido nuestra tradición desde
que éramos unos jovencitos en banca rota recién salidos de la universidad
que buscaban trabajo en la gran ciudad.
—Así que vas a conocer a la familia. Eso significa que la cosa se está
poniendo seria —resume—. Pero le estás guardando secretos.
Apoyo la frente en la mesa.
—Soy una idiota. Sé que soy una idiota. Todo esto me va a estallar en la
cara. Siempre pasa eso en las películas.
—Pues díselo —sugiere Daniel—. O no se lo digas. ¿Quién diablos soy
yo para dar consejos sobre relaciones? —Alza las manos—. Es que parece
que esto entre ustedes se está poniendo muy intenso en poco tiempo.
—¿Tan malo es? —pregunto, levantando la cabeza—. Me gusta
muchísimo.
Daniel sonríe y el gesto le suaviza las duras líneas de su apuesto rostro.
—Lo sé. Me alegra verte tan feliz. Todo el tiempo que estuviste con ese
tal Chad…
—Chet.
—Todo ese tiempo parecías una Barbie; hermosa, pero de plástico, con
una sonrisa de mentira. —Me señala con dos dedos—. Y con la mirada
triste.
No me sorprende que Daniel viera lo que nadie más vio: lo infeliz que
era con Chet.
—Quiero que le conozcas —le digo—. A Dylan. Voy a conocer a su
familia y quiero que él conozca a la mía.
Daniel arquea una ceja cuando llega nuestro sushi.
—¿Estás lista para someterlo al escrutinio de Daniel? ¿Ahora? Entonces
es que sí es serio. Nunca me has presentado a uno que haya pasado la
prueba.
Sonrío como tonta.
—Eso es porque todavía no conoces a Dylan.
DIEZ

DYLAN

MIRO la mesa arreglada con el ceño fruncido.


—¿Seguro que está perfecta? Quiero que esté perfecta.
Darren se ríe y me da una palmada en la espalda.
—Cielos, cálmate, hermano mayor. Pediste servicio de catering para
solo tres personas, y es el mejor de la ciudad. Estoy seguro de que la vas a
impresionar.
Me encojo de hombros y lo miro con los ojos entrecerrados.
—¿Te estás tomando esto en serio? Más te vale que sí. Ella me importa.
Quiero el encanto completo de Darren Lennox. No vayas a ir a medias hoy,
¿está bien?
Darren pone los ojos en blanco y saca una silla para sentarse a la mesa.
Levanta una mano.
—Me comportaré lo mejor posible. Te doy mi palabra. Martha no saldrá
de esta casa hasta que esté completamente cautivada.
—¡Miranda!
Se ríe y le da un golpe a la mesa.
—Va a ser muy fácil. Relájate, hombre.
—Dios santo —le digo, sacudiendo la cabeza y volviendo a la cocina
para revisar que la comida está perfecta. No sé por qué estoy tan nervioso.
Darren es lo único que me queda aparte de Chloe y…
Exhalo antes de entrar en la cocina y no paso por la puerta. He estado
merodeando cerca del personal del catering como un oso desde que
llegaron hace una hora. La comida va a quedar bien. Son profesionales.
Solo quiero que todo salga perfecto.
Las últimas tres semanas con Miranda han sido… Es que no tengo
palabras para ello. Hemos pasado casi todas las noches juntos en mi piso o
en su casa. Nunca había tenido tanto sexo en toda mi vida, ni siquiera
cuando era un muchacho cachondo de veinte años. Redescubrir el sexo ha
sido… Y el sexo con Miranda, vaya…
Sin palabras. No hay palabras para definir eso.
Me paso el día pensando en ella. Y, aunque estoy durmiendo menos de
lo normal, de alguna manera tengo más energía de lo que he tenido en años.
Por primera vez desde hace siglos vuelvo a sentir pasión por la línea de
productos como son los diseños de las nuevas placas robóticas y por la parte
comercial.
Antes de Miranda, Darren era lo mejor de mi vida. Él es lo único que no
arruiné. Lo protegí de mi padre y, aunque tuvo unos días de rebeldía en la
universidad de Stanford, Darren se ha convertido en un buen hombre. A
pesar de mis influencias, porque hubo momentos en los que yo fui un mal
ejemplo antes de enderezarme. Es que no podría estar más orgulloso de él.
El eco del timbre me saca de mis pensamientos.
Ya llegó.
Me quedo paralizado un segundo antes de moverme.
Darren hace como que va a levantarse, pero yo ya estoy corriendo hacia
el vestíbulo y salgo hacia la puerta. Me detengo antes de abrirla para
mirarlo y noto que me siguió y está en el pasillo.
—Quiero todo el encanto de Darren —ordeno por última vez antes de
respirar hondo y abrir la puerta.
Menos mal que respiré hondo, porque hoy Miranda está espectacular. Y
no es por la ropa. Viste una falda modesta que le llega hasta la rodilla y una
blusa blanca. Pero solo su presencia irradia belleza.
Su sonrisa brilla tanto cuando me ve que es como si saliera el
mismísimo sol.
Me inclino hacia delante y le doy un beso en la mejilla. Ese breve
contacto basta para causar estragos en mi sangre. Contengo un gruñido. Mi
pene se ha acostumbrado a follarla automáticamente cuando la ve.
A estas alturas es algo instintivito. Ver a Miranda equivale a quitarse la
ropa inmediatamente, y luego le entierro el pene en lo más profundo de su
ser. Es como si lo primero que tuviera que hacer, incluso después de pasar
poco tiempo separados, fuera asegurarme de que es real y de que es mía,
dominar completamente su cuerpo y en varias ocasiones, de ser posible.
Retrocedo y la cojo de la mano con la esperanza de que mi pene capte el
mensaje de que solo será una reunión social. No tengo que estar empalmado
delante de mi hermano, por amor a Dios.
La hago pasar.
—Miranda, te presento a mi hermano Darren. Darren, Miranda.
Ella entra con una sonrisa preciosa y la mano extendida.
Darren le ignora la mano y la abraza.
—Dylan no ha dejado de hablar de ti. —Darren se aparta con una
sonrisa carismática—. Te juro que siento que ya te conozco.
La sonrisa de Miranda se torna tímida y me mira, pero me doy cuenta de
que está contenta por el cálido recibimiento.
—Pasa, pasa. —Darren le pone una mano en la parte baja de la espalda
y la lleva hacia el comedor abierto que hay junto a la entrada—. Hasta
hemos sacado sacado la vajilla de lujo y la cubertería de plata.
Miranda se ríe mientras Darren la lleva y le acerca la silla.
No puedo dejar de mirarla mientras ella observa toda el área. ¿Qué
estará viendo? He pasado gran parte de mi vida odiando este lugar. Pasé
años sin venir después de haber encontrado a Chloe…
Solo cuando mi madre y mi padre fallecieron y Darren quiso venirse a
vivir aquí, pude volver a cruzar el umbral. Dare se encargó de ordenar todo
y de desechar las cosas de nuestros padres. Me sentí culpable por no
ayudarle, pero es que no pude. Fue solo después de que renovara y
redecorara todo que pude volver a poner un pie en esta casa.
Y hasta con la nueva capa de pintura y la pared que quitó entre lo que
solía ser la sala de juegos y la sala de estar para abrir el espacio de la planta
baja, todavía recuerdo todo lo que pasó bajo este techo.
Una gran parte de mí todavía desea que hubiese seguido mi instinto de
quemar todo hasta los cimientos. Pero sé que, para Dare, poder vivir en la
propiedad familiar tiene un significado. Le sorprendió que no quisiera
pelear con él por los papeles después de la muerte de papá. Le vendí mi
mitad a precio de regalo. Usé el dinero para pagar la matrícula de Chloe y
venía aquí muy rara vez.
Fue Darren quien propuso conocer a Miranda aquí, y sabía que no había
excusa razonable para decirle que no. Pensar en ella toda la tarde me ha
evitado pasar por la melancolía de siempre que me genera estar aquí.
—Entonces, Miranda, cuéntame todo de ti. Te prometo que después te
voy a contar todas las historias vergonzosas de la infancia que sé de Dylan
—dice Darren cuando estamos todos sentados.
El pecho se me afloja y me relajo mirándolos a los dos interactuar.
Miranda se ve encantadora hablando de Ohio y del pueblito donde creció, y
solo tengo que amenazar a Darren un par de veces en las que relata algunos
de los percances más vergonzosos de mi infancia.
—No puede ser. —Los ojos achispados de Miranda me miran—. ¿De
dónde sacaste la vaca?
—No le creas nada de lo que te dice. Él fue el que metió a la vaca en la
oficina del director el último día de mi último año y me culpó a mí.
La cabeza de Miranda gira hacia Darren.
—¿Es cierto eso?
Él se encoge de hombros y esboza una sonrisa socarrona.
—Invoco la quinta enmienda.
La comida está deliciosa y Darren mantiene la conversación fluida.
Siempre se le ha dado mejor que a mí. En cualquier situación social sabe
exactamente qué decir y cómo comportarse. Que sea el rostro de la empresa
fue gran parte de la razón por la que pudimos crecer tan rápido como lo
hicimos. Con sus conocimientos de marketing y redes y mi experiencia
técnica y de ingeniería, éramos indetenibles.
Pero nunca lo quise más que en este momento.
Ver que las dos personas que más me importan en el mundo se lleven
tan bien tiene un significado grande para mí. Nos miramos cuando los
camareros cambian los platos de la comida por el postre y le hago un gesto
con la cabeza que espero le haga ver mi gratitud.
Suena mi teléfono justo cuando estoy a punto de probar mi crème
brûlée y me excuso para levantarme de la mesa.
—¿Diga?
—Señor Lennox, habla Malik. —Malik es mi ingeniero informático jefe
—. Tenemos un problema con los chips RISC que estamos probando. La
precisión del código de localización no funciona y estamos tratando de
encontrar una manera de arreglarlo.
—Mierda. —Miro a Miranda y a Darren, que me miran a mí—. Estoy
ocupado con algo ahora, pero iré en cuanto pueda.
—De acuerdo. Cuanto antes sería mejor. Seguiremos trabajando, pero
usted es el que tiene más experiencia con los nuevos chips y todo va a estar
parado hasta que arreglemos esto.
Asiento con firmeza hasta que caigo en cuenta de que no puede verme.
—Entiendo. Te enviaré un mensaje cuando sepa más o menos en cuánto
tiempo llego.
—¿Qué pasó? —pregunta Miranda—. ¿Pasa algo?
—Un problema en ingeniería, nada más. Tendré que ir hoy para allá.
—¿Qué ha pasado? —Darren me mira preocupado.
—Nada que no podamos arreglar. Es solo un error con uno de los chips
del procesador que estamos probando.
Darren se me queda mirando.
—¿Cuántos fallos más faltan para que admitas que es una mala idea
arriesgarse con esos chips nuevos?
Claro que iba a aprovechar la oportunidad para criticar los chips RISC.
Sabe que este fin de semana hemos hecho otra serie de experimentos con
ellos. Es cierto que hemos tenido un fallo tras otro, pero todos han sido
tontos; pequeñeces que se arreglan fácilmente. El diseño de los nuevos
chips sigue siendo el mejor camino a seguir y cuanto más los uso más me
convenzo.
—RISC es el futuro de la robótica, Dare. ¿Cuántas veces te lo tengo que
decir? Los procesadores viejos son una mierda en comparación. No podrán
competir…
Entonces miro a Miranda. Mierda. Estoy metiendo la pata. Su empresa,
ProDynamics, fabrica uno de los viejos procesadores tipo Intel y ni siquiera
he rechazado oficialmente la oferta de ProDynamics. Extraoficialmente, sé
que quiero quedarme con los chips RISC, pero primero tenemos que
asegurarnos de que funcionarán con nuestra infraestructura.
—No quise decir…
—Dylan —me interrumpe Miranda, cogiendo la servilleta de su regazo
y poniéndola sobre la mesa—. Creo que te tienes que ir ya. No pasa nada.
Ve. —Tiene una mirada seria y no parece ofendida en lo más mínimo
porque desprecie a la empresa para la que trabaja—. Además, ya casi
terminamos. El almuerzo ha estado estupendo.
Joder, ¿es real esta mujer? Hago una pausa y vacilo. No quiero que
piense que me importa más el trabajo que ella. Y ni siquiera parece
disgustada porque su empresa haya perdido la licitación.
Pone los ojos en blanco como si supiera lo que estoy pensando.
—Dylan, te he visto casi todos los días de esta semana, no hay problema
si paso esta tarde sin ti.
Se levanta para acercarse y me encuentro con ella a mitad de camino.
Le acaricio la cara y le doy un beso. Si Darren no estuviera aquí, duraría
mucho más, por eso trato de no exagerar.
Me aparto y la miro a los ojos.
—¿Nos vemos esta noche?
Se muerde el labio. Cielos, me vuelve loco cuando se muerde el labio
así y lo sabe.
—Nos vemos esta noche —susurra, pasándome una mano por la
camisa.
Darren se aclara la garganta y nos separamos. Mierda. Por un segundo
me olvidé de que estaba aquí. Estar con Miranda hace que el mundo externo
se apague y solo existamos nosotros.
Le sonrío con timidez a mi hermano.
—Acompañaré a Miranda a la salida cuando terminemos el postre. —
Mira a Miranda—. ¿Te parece bien?
Me mira a mí, pero luego le devuelve la sonrisa a Darren y asiente.
—Me parece muy bien.
Le doy un último beso y luego, con la mano que Darren no puede ver, le
pellizco el culo. Ella ahoga un grito y sonrío.
—Nos vemos en la noche, cielo.
ONCE

MIRANDA

DARREN y yo nos comemos el crème brûlée con un silencio agradable


después de que se fuera Dylan. Conocer a Darren ha sido una agradable
sorpresa.
Estaba muy nerviosa cuando venía de camino. ¿Y si no le caía bien a
Darren? Sé lo importante que es para Dylan, pues es el único familiar que le
queda con el que tiene contacto.
Pero nos hemos llevado tan bien que mis nervios se han calmado por
fin.
Tras el último bocado, vuelvo a colocar la cuchara en el recipiente vacío
y le sonrío a Darren.
—Me lo he pasado muy bien. Me ha encantado conocer al hermanito
del que tanto habla Dylan.
—¿Sí? —pregunta Darren, levantando las cejas—. ¿Te habla de mí?
Qué curioso, porque ahora te mentí. Antes de hoy, casi nunca ha hablado de
ti.
Frunzo el ceño.
—¿Perdona?
Debo haberle oído mal.
—No hay nada que perdonar. Solo digo que Dylan nunca habla mucho
de sus putas.
Me quedó boquiabierta. ¿Acababa de…? Pasan varios segundos hasta
que cierro la boca y chasqueo los dientes.
Empujo la silla hacia atrás. Entonces resulta que el hermano de Dylan es
un imbécil. Muy bien. Bueno, me largo de aquí.
Pero Darren se levanta justo al mismo tiempo. Y cuando bordeo la mesa
y me dirijo a la puerta, me agarra por el brazo y me aprieta tan fuerte que
grito.
—¿Adónde vas con tanta prisa, puta?
Me zafo para quitármelo de encima, pero fue inútil; tiene mucha fuerza.
—Suéltame o grito —le digo.
Sonríe de forma cruel.
—Todo el personal del catering se fue antes que Dylan. Nadie te va a
oír. Además, pensé que te gustaba duro.
El miedo hace que se me ericen los vellos de los brazos y que se me
revuelva el estómago. ¿Dylan le contó…? ¿Será por eso que esto le parece
bien?
Darren me pasa un brazo por la espalda como si fuera una barra de
hierro y me empuja a su pecho. Está erecto. Lo siento en mi pierna.
Grito. O hago el intento de hacerlo.
Un segundo luego, me tapa la boca con la mano y me empuja contra la
pared más cercana. Me golpeo la cabeza muy fuerte con la pared y casi me
asfixia, ya que su mano también impide que entre la mayor parte de aire por
mi nariz.
No. No. Esto no está pasando. Es una pesadilla.
Despierta. ¡Despierta, Miranda!
—Te gusta bien duro, ¿no, zorrita? —me susurra Darren al oído—. Y es
que ya yo lo he comprobado, ¿no? Ya te he metido el pene en la boca.
¿Qué está…?
Los ojos se me llenan de lágrimas a medida que lucho por zafarme. Él
me presiona más fuerte contra la pared.
No como lo hace Dylan. Dylan aplica la fuerza suficiente para que
sientas su fuerza. Pero Darren me golpea el cráneo contra la pared repetidas
veces hasta marearme. Lucho, pero no sirve de nada. Es enorme y me
lastima.
—Bryce siempre me contaba sobre lo bien que había destrozado a su
perrita.
Me congelo al oír el nombre de mi ex. No. Dios mío, no. Por favor, no,
no dejes…
—Pero quería verlo con mis propios ojos. Para mi suerte, a Bryce nunca
le importó compartir.
No, no, no. Chillo en la mano de Darren, pero él sigue hablando.
—¿Recuerdas la noche en que Bryce te tenía arrodillada con la capucha
de cuero en una sala llena de sus amigos?
No. No.
—Yo era uno de ellos. Yo estuve ahí.
El cuerpo se me desploma. No puedo evitarlo. Dios santo.
Darren se ríe por mi respuesta.
—Tu novio te paseó por todos lados como si fueras una puta barata esa
noche. Lo que más me gustó fue cuando te ordenó que me chuparas el pene
mientras otro hombre te follaba como si fueras una perra. Bryce dijo que
podíamos hacer lo que quisiéramos siempre y cuando no dejáramos marcas.
¿Recuerdas? ¿Recuerdas lo hambrienta que estabas por lamerme y
chuparme el pene? Te lo metí tan profundo en la garganta que te dieron
arcadas. Pero tú seguiste ahí chupando como una putita bien obediente.
Se ríe y me dan ganas de vomitar. Estuvo ahí esa noche… Quiero
vomitar.
Le da más risa verme la cara. Pero toda la risa desaparece de sus
facciones cuando se inclina y me lame la mejilla. Aparto la cara, pero él me
agarra con más fuerza.
—Me están dando ganas de repetirlo, puta. Arrodíllate.
Abro los ojos de golpe. Bajo ningún concepto voy a…
Me quita la mano de la boca y empieza a desabrocharse los pantalones.
—¡Vete a la mierda! —grito con todas mis fuerzas—. Si se te ocurre
meterme algo en la boca, te lo arranco de un mordisco.
Una furia asesina aparece en sus ojos y es toda la advertencia que recibo
antes de que acerque su puño. Me da en el estómago y me doblo y chillo de
dolor.
Quiero gritar para pedir ayuda, pero me ha dejado sin aire. Jadeo
cuando me tumba al suelo.
Me arrastro lejos de él y no me persigue de inmediato porque sabe que
no tiene que hacerlo. Es imposible que llegue a la puerta antes de que me
vuelva a atrapar.
Mierda. Mierda. ¿Cómo voy a salir de aquí sin que me haga daño?
Cuando da un paso hacia mí, levanto una mano y resoplo:
—No te atrevas o se lo cuento a Dylan.
Darren se ríe.
—¿A quién crees que le va a creer, a su hermanito o a la puta mentirosa
que se ha estado tirando por unas semanas? Mucho menos cuando sepa que
estuviste con el hombre que casi lo arruina. Bryce intentó destrozarle la
vida.
Sacudo la cabeza, incrédula, mientras todo encaja.
—Y tú se lo permitiste.
Darren se encoge de hombros como si le diera igual.
—Sin mi queridísimo hermano mayor, la empresa es toda mía. Dylan es
útil, pero no es necesario. Y su ética es un fastidio a veces.
Me le quedo mirando.
—Eres el monstruo que teme que haya creado su padre de él. Pero el
verdadero monstruo eres tú.
Darren se ríe.
—Es cierto de que mi padre se dio cuenta de que Dylan era débil, por
eso se dedicó a entrenarme para que fuera el hombre que Dylan nunca pudo
ser.
—Querrás decir un imbécil abusivo.
Darren entrecierra los ojos y acorta la distancia entre nosotros en dos
zancadas. Luego, antes de entender lo que está pasando, me levanta del
suelo y me empuja contra la pared ahorcándome.
—Si yo fuera tú, tendría cuidado con la forma en que me hablas, perra.
—Me salpica la cara al hablar y cierro los ojos y muevo la cabeza hacia un
lado—. Ahora que tengo tu atención: convéncelo de que acepte el contrato
con tu empresa. Los antiguos procesadores funcionaban bien.
Abro los ojos de par en par al oír eso. Esperaba que dijera muchas cosas
menos eso. ¿Todo esto es por su línea de productos? Pero no, al mirar sus
ojos crueles, veo que va mucho más allá. Ha estado dispuesto a arruinar a
su hermano desde hace años. Probablemente le importe una mierda el
procesador que vayan a utilizar en su línea de robótica, solo odia la opinión
de Dylan y que pasara por encima de él.
Y si hago lo que me pide…
—Dylan podría pensar que la única razón por la que quería estar con él
era para intentar convencerlo de que hiciera un negocio con ProDynamics.
No puedo. No voy a…
Darren me vuelva a golpear en el estómago y grito de dolor. Me doy
cuenta de lo que está haciendo: me golpea en un lugar donde no van a
quedar marcas tal como le enseñó su padre, sin duda.
—Si no lo haces, voy a filtrar esto en Buzzfeed, perra.
Darren saca el móvil del bolsillo, reproduce un vídeo y me lo pone
frente a mis ojos.
«¿Te gusta?», gruñe Dylan en el vídeo. Está oscuro, pero alcanzo a
distinguirlo inclinado sobre mí en el Corvette aparcado en el garaje aquella
primera noche. «¿Te encanta que te profane?».
El vídeo es tan nítido que puedo verle la mano cuando desciende a
hundirme un dedo en el culo. No consigo contener el grito que se me escapa
de la garganta mirando a Darren. ¿Cómo consiguió esta grabación? No se
ve pixelada como las de las cámaras de seguridad. Hasta se ve a color.
Sonríe al ver mi confusión.
—Esperaba que juntarlos a los dos aquella noche provocara algo, pero
los dos sobrepasaron hasta mis más ambiciosas expectativas.
—¿Cómo has conseguido…? —resoplo, y vuelvo a mirar el vídeo. Por
el ángulo y la claridad con la que se ve la cara de Dylan lo entiendo—. ¿Le
has pagado a alguien para que siguiera a tu propio hermano?
—Desde hace más o menos un año —dice Darren—. Y esta ha sido la
primera vez que el niño perfecto ha tenido un desliz. Lo otro es que Bryce
te creó para que fueras la víctima perfecta. —Darren me pasa un pulgar por
el labio inferior y me aparto.
Pero no ha terminado.
—Ni mi hermano se te resiste, ni en aquel entonces ni ahora. Es que se
me había olvidado decírtelo. En la fiesta de Bryce, mientras yo te follaba la
boca, Dylan era el que te follaba por detrás al mismo tiempo.
Sus palabras hacen algo que todos los golpes del mundo no podrían: me
quedo sin fuerzas. Darren se da cuenta y sonríe más que nunca.
Se aparta y me empuja al suelo en el que me desplomo.
Siempre supe que era posible. En la mayoría de las ocasiones que Bryce
invitaba a sus amigos y me pasaba entre ellos, no se molestaba en vendarme
los ojos, pero hubo algunas noches, como a la que se refiere Darren, en las
que sí lo hizo.
Y Dylan estuvo ahí. Dylan estuvo ahí la noche en que… la noche en
que…
Cierro los ojos. Me niego a seguir pensando en eso. Es exactamente lo
que quiere Darren y me niego a complacer, aunque sea por un segundo, a
este demonio malvado.
Darren está a punto de acercarse a mí cuando le llega un mensaje de
texto a su móvil. Disgustado, lo mira y empieza a responder.
Finalmente, se lo guarda en el bolsillo y me mira decisivamente.
—Parece que tendremos que terminar esto en otro momento. —Se
agacha en frente de mí—. Tienes dos semanas. Si Dylan no decide contratar
a ProDynamics en dos semanas, publicaré el vídeo y lo destruiré para que
ya no tenga ni voz ni voto en los asuntos de la empresa. De cualquier forma,
voy a conseguir ese contrato, ¿entiendes, puta? Tú decides cómo.
Se levanta encima de mí, imponente.
—Te puedes ir.
Y en ese momento, tal como hacen los abusadores, me da una última
patada en el suelo antes de reírse a carcajadas y salir de la casa.
DOCE

MIRANDA

ME LEVANTO lo más pronto posible apenas se va, pero me tiemblan las


piernas. En parte por la conmoción después de todo lo que acaba de pasar y
en parte porque siento dolor en todas partes. Quizá Darren solo me dio un
puñetazo y una patada en el estómago, pero que me estrellara contra el
suelo varias veces me ha dejado malograda por todas partes.
Malograda por dentro y por fuera.
Salgo dando trompicones hacia mi auto y cierro las puertas en cuanto
estoy dentro. Pero eso no es suficiente y salgo del aparcamiento. Siento que
puedo volver a respirar con normalidad cuando llego a la autopista a toda
velocidad.
Todo lo que estoy sintiendo me resulta tan conocido…
Ya he pasado por esto.
Lo viví durante años.
Bryce rara vez me golpeó como lo hizo Darren. ¿Quizás fue por eso que
justifiqué vivir tano tiempo con él tanto tiempo? Pero me redujo
exactamente a lo mismo que la mujer que estaba tumbada en el suelo hace
un rato.
Cuando por fin llego a la entrada de mi casa, el sol ya se ha puesto,
temprano, ya que es invierno, y está oscuro. Dejo caer la frente en el
volante y lo golpeo varias veces.
Al rato, consigo reunir fuerzas para entrar y de inmediato abro la ducha
y la pongo lo más caliente que puedo soportar.
Me quito la ropa y me meto debajo del chorro.
Los recuerdos son tan persistentes como el agua que me cae en la
cabeza.
«Y es que Bryce te creó para que fueras la víctima perfecta».
Yo era una ejecutiva prometedora en una empresa de tecnología cuando
conocí a Bryce. Su incipiente empresa en auge, GentryTech, era rival de la
empresa para la que yo trabajaba en aquel momento, aunque la mía estaba
mucho más consolidada.
Me impresionó Bryce, pero no tanto como a muchos.
Eso para él fue un reto.
Me deseaba. Tenía una fijación conmigo. Cuando finalmente accedí a
tener una cita con él, llevaba seis meses esperando.
Después me castigó por haberle hecho esperar así. Y le satisfacían
mucho los castigos.
Comenzó con cosas pequeñas como una palabra de reprimenda o uno
que otro insulto, por lo general después del sexo, cuando yo estaba más
vulnerable.
A pesar de toda la confianza que proyectaba al mundo exterior, mi vida
sexual empezó tarde y solo había tenido un novio serio antes de Bryce. Y
eso fue en Ohio, donde los chicos eran unos niños en comparación a los
hombres con los que me relacionaba en la gran ciudad. Ninguna otra
persona que hubiese conocido era como Bryce Gentry, que era algo
totalmente diferente.
La primera vez que me abofeteó, terminó de inmediato en sexo, y
nuestras relaciones sexuales siempre habían sido rústicas. A fin de cuentas,
¿en qué se diferenciaba una bofetada de una nalgada? Me dije a mí misma
que era otra faceta del mundo de la perversión que Bryce me estaba
enseñando. No era que me estuviese golpeando ni nada de eso.
Pero el sexo era cada vez más brutal.
Hasta que supe que me lastimaba a propósito. Pero siempre, al menos al
principio, hacía que me corriera después de hacerme daño, tantas veces y
tan seguido que las dos cosas se volvieron indistinguibles, justo lo que él
quería.
Todo era confuso. Si yo hubiera visto un año antes a una mujer en la que
él me estaba convirtiendo en la calle, le habría gritado que lo dejara. Habría
parecido tan obvio si lo veía desde afuera. Pero Bryce tenía una manera de
reducir tu mundo para que solo tuvieras ojos para él.
Todos mis amigos fueron hechos a un lado junto con mi familia de
Ohio. Bryce se aseguró de ser mi único recurso vital.
Únicamente después de quemar todas mis otras conexiones, de
apoderarse de la compañía para la que trabajaba y de que me quedara
completamente aislada y dependiente de él, mostró sus verdaderas
intenciones.
Pero en ese momento ya era demasiado tarde, ya controlaba todos los
aspectos de mi vida.
Una mañana desperté magullada y adolorida, con la garganta inflamada
por el estrangulamiento de Bryce de la noche anterior, preguntándome
cómo demonios había llegado a ese nivel.
No era esta persona. No era la mujer abusada que se quedó con él.
Pero había dejado que se venciera el contrato de alquiler de mi piso
meses atrás porque vivía con Bryce. Él era mi jefe. No tenía nada de dinero
ahorrado y no tenía ningún otro lugar donde ir. No tenía hogar, no valía
nada, no tenía nada aparte de Bryce.
Además, lo más desagradable de todo era que…
Le amaba.
Casi siempre lo justificaba todo. No era abuso. No eran hematomas los
que me hacía en los ojos. Y lo odié cuando empezó a «prestarme» a sus
amigos, pero siempre estaba presente y decía que le excitaba verme con
otros hombres. Y eso era algo que hacían las parejas, ¿no? Tener relaciones
abiertas.
Y si lo odiaba tanto, ¿por qué me corría todo el tiempo? De cierta
manera me gustaba.
A pesar de que cada vez era más difícil de soportar. A pesar de que
Bryce dejara de fingir que yo le importaba. Me ordenaba follar con sus
amigos y luego se reía con ellos llamándome puta.
En aquel momento cada palabra que pronunciaba se quedaba horadada
en mi mente. Yo era una puta. No valía nada. Se lo demostraba cada vez
que le permitía prestarme para que me usaran como una puta y no me iba al
día siguiente. Las putas no se corrían cuando follaban por dinero.
Pero yo sí, porque era una zorra asquerosa sin valor y merecía todo lo
que Bryce me hacía.
Pero luego llegó esa noche. Era la primera vez que había tantos hombres
a la vez.
Cambio la ducha por la bañera y me sumerjo mientras se va llenando.
Me cubro los ojos como si pudiera borrar los recuerdos.
Pero no sirve de nada. Esa noche está tan grabada en mi memoria que
bien podría estar marcada en mi alma.
—Ay, no. Hoy estás gorda. —Bryce frunció el ceño como si estuviera
enojado después de rasgarme la blusa del trabajo y me miró de arriba
abajo con desprecio.
Acababa de preguntarle qué quería cenar y me quedé pasmada. Bajé la
vista de inmediato para verme. Creí que había perdido peso. Había estado
muy estresada últimamente. Nada de lo que hacía lo complacía.
Era demasiado patética, lo único que quería era complacerlo. Quería
que fuera como al principio cuando me adoraba, cuando me perseguía
como si fuera una criatura exótica que deseaba conquistar y acariciar.
¿Dónde estaba ese hombre? ¿Era real? Seguramente seguía ahí escondido,
¿no?
Bryce había estado estresado en el trabajo. Hacía muchas cosas que
hacer trabajando sin cesar por construir Gentry Tech. Era brillante, e iba a
ser multimillonario a los treinta años. Y yo podía formar parte de eso.
Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Ese era el dicho, ¿no?
Tenía el privilegio de ser la mujer que estaba ahí con Bryce. Podía soportar
algunos cambios de humor de vez en cuando.
—Entonces solo comeré ensalada —le dije—. Pero puedo cocinar las
chuletas de cerdo que compré ayer para ti y…
—No quiero tus malditas chuletas de cerdo. No sabes cocinar una
mierda. Pediré a domicilio. Ve a quitarte toda esa mierda de la cara.
Tenemos invitados importantes esta noche, así que será mejor que te
comportes, ¿me has escuchado?
Su tono era tan mordaz que tuve que contener las lágrimas que
amenazaban con derramarse.
Pero como siempre, podía leerme. Era un libro abierto para él por más
que lo detestara.
—Ay, pobrecita —dijo suavizando la voz. Me acercó y me pasó una
mano por la espalda—. Shh. Todo va a estar bien. Eres mía y siempre cuido
lo que es mío, ¿no es así?
Se apartó y me miró a los ojos.
—¿No es así, cariño?
Asentí, tragando saliva, y él sonrió.
Tenía una sonrisa hermosa, y cuando te la ofrecía, sentías que nada en
el mundo podía estar mal.
—Ahora ve a asearte. —Me dio una palmada en el culo y subí a
ducharme.
Cuando salí de la ducha, sus «amigos» ya habían llegado.
Los ojos de Bryce eran severos y calculadores cuando me miró de
arriba abajo. Ya no era el hombre que me había sonreído con amabilidad
minutos antes. A veces pensaba que debía tener múltiples personalidades.
Podía cambiar en segundos y, a veces, en las mañanas me despertaba
aterrada por saber a quién encontraría en la cama a mi lado, si al doctor
Jekyll o al señor Hyde.
No fue hasta mucho más tarde que me di cuenta de que no, que solo
existía Bryce, uno solo, y que simplemente le convenía adoptar diferentes
máscaras en función de la que fuera más útil para manipular a su objetivo
actual.
Yo seguía siendo su juguete personal en aquel entonces. No quería
aceptar que estaba atrapada en una trampa para ratones.
Bryce me estaba esperando cuando salí de la ducha. No me dejó
secarme el pelo ni vestirme.
Solamente me puso una capucha BDSM de cuero en la cabeza. Tenía
agujeros para la nariz y la boca, solo eso. Estaba ciega y no escuchaba
nada por el cuero. Estaba desorientada.
No obstante, pude oír lo suficiente para distinguir la voz de Bryce
cuando ordenó:
—Vas a aceptar todo esta noche, ¿me oyes? Si no lo haces, me voy a
decepcionar mucho y tendré que castigarte.
Me estremecí tanto por las palabras como por su tono gélido. Ya lo
había decepcionado una vez y me encerró en un armario durante 48 horas
con nada más que una jarra de agua y un cubo para orinar.
Me llevó por el pasillo hasta la sala de estar. Cuando entramos, pude
oler la mezcla de fragancias de la competencia. El suave parloteo de voces
cesó en cuanto Bryce me hizo desfilar por el centro de la sala.
¿Cuántos hombres había allí?
—Arrodíllate —me ordenó Bryce. Luego le habló a la sala—. A ver,
¿quién quiere follar a mi novia primero? Su boca o su coño, un agujero o
los dos. Será la puta de todos esta noche.
Me puse tensa y quise apartarme de él. Él sintió mi cambio y me apretó
más fuerte.
Se inclinó y me siseó al oído.
—No te atrevas a avergonzarme. Hay hombres aquí con negocios que
necesito. ¿Vas a ayudarme a avanzar en mi carrera o vas a romper las
promesas que les hice a mis invitados y a costarme mi negocio? Estos son
contratos lucrativos que necesito.
Mi mente se preguntaba cómo se atrevía a ponerme en esta situación;
mientras otra parte de mí susurraba: te necesita. Eres crucial para su
negocio. Puedes soportar una noche de esto.
—Y sabes que me excita verte con otros hombres —susurró, suavizando
la voz por un momento, acariciándome la espalda—. Estarás cuidada.
Todos se pondrán preservativos. Te follaré muy bien luego de que se vayan.
Hazlo por nosotros, nena. Estamos juntos en esto, ¿no?
Tan joven, tonta e ingenua, asentí.
Segundos más tarde, tenía un pene en los labios. No era el de Bryce.
Era más grande.
Y quienquiera que fuese, no tuvo reparo en metérmelo hasta la
garganta. Estaba atragantándome al tiempo que posaban una mano entre
mis piernas desde atrás. Los dedos que me palpaban eran ásperos, pero
Bryce había entrenado mi cuerpo para responder a la rudeza durante los
últimos ocho meses, y me mojé casi de inmediato.
La mano aceleró sus movimientos cuanto más mojada estaba y, por más
que me estuviesen follando la cara con salvajismo, me corrí, ahogándome y
escupiendo en el pene que tenía en la boca al mismo tiempo.
Al momento siguiente, el hombre de atrás me introdujo el pene y me
follaron por ambos lados. Los gritos de júbilo provenían de todas partes y
empecé a darme cuenta de la tarea imposible que tenía por delante. ¿Todos
estos hombres querían follarme en una noche?
De pronto alguien empezó a estimularme el culo mientras el hombre
seguía follándome. No sabía si era el mismo hombre u otro, porque ya no
estaban en sus posiciones; sentía manos por todos lados apretándome los
pechos, azotándome el culo, abofeteándome la cara, metiéndome los dedos
en el culo, pellizcándome la nariz hasta que me ahogué con el pene que
tenía en la boca.
El hombre que me follaba me agarraba las caderas y se corría más y
más fuerte con cada embestida, casi rivalizando a Gentry en brutalidad. Me
azotaba el culo con fuerza con cada embestida.
Odiarme a mí misma no impidió que mi placer se incrementara cuanto
más me follaba.
—La zorrita está a punto de correrse otra vez, Dylan —comentó Bryce
entre risas—. Parece que sabes muy bien cómo follar a una puta.
Y entonces la voz ronca de Dylan responde:
—Sabes que lo estás haciendo bien solo cuando las haces llorar.
Dylan. Dios mío, era Dylan.
¿Cómo no me acordé del nombre hasta ahora? Es cierto que había
intentado bloquear esa noche de mi memoria y no recordar los detalles, pero
igualmente. ¿O en una parte de mi enfermo subconsciente siempre lo supe?
Pero Dios mío, saber ahora que era su malévolo hermano quien me
estaba follando la boca al mismo tiempo me da arcadas y me tapo la boca.
Necesito enjuague bucal.
Necesito un enjuague cerebral.
La bañera por fin se ha llenado toda. Me hundo en ella y me sumerjo
por completo.
«Sabías que era una posibilidad que Dylan estuviese ahí. Sabías que
Bryce y Dylan eran allegados en aquel momento».
Fue unos meses antes de que su hermana se fuera, ahora que lo pensaba,
según mi investigación y en lo que él me contó.
Cierro los ojos. Se siente bien estar aquí bajo el agua. El sonido está
apagado. La vida está silenciada. No tengo que ser quien soy.
¿Y si no saliera nunca a la superficie? ¿Y si me quedara aquí abajo? ¿Y
si respirara agua en mis pulmones?
¿Qué se sentirá morirse?
¿Dolerá mucho? ¿Más que vivir?
Abro los ojos y miro bajo el agua hacia la luz del techo. Me empieza a
arder el pecho por la falta de respiración.
¿Cuánto tiempo se quedó Dylan esa noche?
Un hombre se fue temprano. ¿Habría sido él? Recuerdo que Bryce le
preguntó por qué se iba tan pronto. Aprieto los ojos e intento concentrarme.
¿Bryce había dicho un nombre?
Piensa. Piensa.
Cuanto más me concentro, más resurge todo lo que había intentado
reprimir.
—¿Tan pronto te vas? ¿Qué, solo echarás un solo polvo?
—Lo siento, no puedo… Esto es demasiado para mí en este momento.
La risa ácida de Bryce resonó por la sala, con el eco de la de otros
hombres.
—Jamás pensé que fueras tan marica. A ella le encanta. Además, ahora
es que empieza lo bueno.
Otros dos hombres me estaban follando y concentrarme en lo que decía
Bryce parecía importante porque no dejaba de pensar que en cualquier
momento iba a frenar todo; que vería lo difícil que era para mí y le pondría
fin a esto.
—Lo que tú digas, viejo —le dijo el desconocido con displicencia, y
prosiguió—: ¿Vienes, hermano?
Otra voz dijo que no, que quería quedarse. Entonces escuché el sonido
de una puerta cerrándose.
Era Dylan. Pensé que cuando había dicho «hermano» lo había hecho en
tono de amigos. Pero en realidad era su hermano. Porque fue Dylan el que
le preguntó a Darren si quería irse con él.
Pero claro que el enfermo de Darren le dijo que no.
Me levanto del agua deprisa, con la respiración acelerada. El agua
chapotea a mi alrededor por el repentino movimiento y me quito el pelo de
los ojos.
Dylan no estuvo ahí cuando las cosas se pusieron tan feas más tarde.
No estuvo ahí cuando le rogué a Bryce que parara. Le grité muchas
veces que quería parar, pero Bryce seguía ordenando a hombre tras hombre
que me usaran como quisiera.
No había palabras de seguridad con Bryce; solo lo que él quería.
Antes de esa noche confiaba en que no iba a llegar tan lejos.
¿Fue Darren uno de los hombres que me abofeteó tan fuerte que, por
primera vez, me quedó el ojo morado? ¿Fue uno de los hombres que siguió
follándome mucho después de que ya no tuviera fuerzas para estar de
rodillas o para intentar luchar contra ellas? Debía de ser un poco mejor que
follarse a un cadáver, pero tal vez eso era lo que les gustaba.
Duró toda la noche. Fueron horas y horas y horas. Justo cuando creía
que había terminado, entraba otro.
No importaba lo adolorida o ensangrentada o rota que estuviera.
Cuando terminó, cuando finalmente terminó, Bryce me dejó allí, en esa
horrible sala.
Pensé que volvería a buscarme después de acompañar a todos sus
«amigos» a la puerta y que me ayudaría a ir al baño. Al principio, después
de usarme bruscamente, solía hacer eso; me cuidaba. Era lo único que me
ayudaba a soportarlo en los peores momentos.
Pero Bryce no fue a buscarme ese día.
No sé por cuánto tiempo estuve tumbada en esa alfombra rústica, con
los condones gastados tirados por el suelo a mi alrededor.
Horas. ¿Tal vez un día entero? En algún momento me desmayé. A eso
no se le llamaba dormir. Cuando finalmente me levanté, el piso estaba a
oscuras y Bryce no estaba.
Y para mi eterna vergüenza, no me fui en ese momento.
Solamente tuve fuerzas fue para darme un baño y tumbarme en la cama,
donde me quedé por una semana.
Bryce solo me hablaba cuando quería follar. Acostaba donde estaba, lo
aceptaba sin importar lo que me hiciera.
—Vaya, supongo que eso finalmente te quebró. —Se rio al decirlo, sin
dejar de follarme—. Me preguntaba qué haría falta para ello. Bueno, si no
quieres que te eche a la calle, será mejor que recuperes algo de vida,
porque así me aburres tanto que das sueño.
Me dejó ahí y salió de la habitación.
Finalmente me levanté de la cama a rastras y me dirigí al baño.
Me vacié en las manos el contenido de un frasco de unos somníferos.
Me serví un vaso de agua.
Eché la cabeza hacia atrás y me metí todas las pastillas en la boca.
…y luego me arrodillé frente al inodoro y escupí hasta la última.
Tiré de la cadena y fui al lavabo a restregarme la lengua.
Luego me puse una bata y salí del apartamento de Bryce. No me llevé
nada más que el móvil. Ni siquiera me cambié ni me vestí.
Bryce estaba equivocado.
No estaba del todo rota.
Pero estaba cerca. Muy muy cerca.
Si no me iba en ese momento, en ese preciso instante, no creía tener las
agallas para hacerlo luego, así que me fui en bata.
Marqué el número de una vieja amiga de la universidad. Que Paula
cogiera la llamada después de que la abandonara por completo meses antes
hablaba de lo buena persona que era.
Cuando me vine abajo y le confesé mi situación entre lágrimas, fue a
buscarme. Me dejó quedarme en su casa todas las semanas que lo necesité
hasta que encontrara otro trabajo y empezara a rehacer mi vida.
Bryce no tenía la influencia que tuvo años más tarde, así que no pudo
chantajearme como estoy segura que le hubiese gustado hacerlo. Pude
encontrar otro trabajo bueno.
Intenté tener relaciones normales, pero resultó que, después de Bryce,
no podía correrme sin dolor. Lo intenté. Dios sabe que lo intenté. Me
esforcé mucho con dos hombres muy dulces y tiernos.
Como eso no funcionó, busqué en otros lugares: clubes BDSM. Allí
podía encontrar hombres que me hicieran daño y que me complacieran al
mismo tiempo.
Busqué a Jackson Vale, a quien Gentry también hizo mucho daño. Pensé
que podríamos curarnos mutuamente. Creo que funcionó por un tiempo.
Pero Jackson nunca quiso hacerme daño de verdad. Me complacía con
azotes ligeros, pero nunca tocó el látigo. Incluso con dominantes con los
que jugué a lo largo de los años, siempre faltaba algo. A uno que otro le
gustaba infligir dolor, pero siempre era controlado.
¿Dónde quedaba la amenaza, la manipulación, el control mental?
¿Fue por eso que realmente busqué a Dylan? ¿Porque esperaba que
fuera como Bryce? Por más que lo investigara a fondo, ¿en el fondo
esperaba que me hiciera daño como lo hacía Bryce? ¿Que me destrozara día
a día y tratara de romperme?
—¿Qué es lo que te pasa? —susurro mientras agarro el jabón y empiezo
a restregarme el cuerpo.
Dios, ¿tan desesperada estaba por experimentar sensaciones, por sentir
lo que fuera, que esperaba encontrar un Bryce 2.0 en Dylan?
Pero no. Dylan era la antítesis de Bryce. No quiere hacerme daño.
Dejo de enjabonarme y me quedo mirando fijamente la pared. Porque
eso no es cierto, ¿verdad? Dylan sí quiere, es solo que odia hacerlo. Lucha
contra ello.
¿Importa eso a fin de cuentas?
Le he dicho a Dylan una y otra vez que sí importa, que está bien que le
guste porque nunca se pasa de la raya.
«Pero nunca le has dado una raya».
La verdad era que nunca nos habíamos acercado. Todo lo que habíamos
hecho era jugar. Solo era un puto juego.
Tiro la barra de jabón al agua y desconecto el tapón. Me levanto enojada
y alcanzo una toalla.
Me cansé de jugar a lo seguro.
TRECE

DYLAN

ME FROTO la cara y me vuelvo a sentar en la silla después de pasar horas


mirando fijamente la maldita pantalla del ordenador, programando para
arreglar el error que detuvo las pruebas.
Sabíamos que la transición de los antiguos procesadores a los nuevos
podía generar problemas en los sistemas, pero hasta yo pensé que
estábamos arruinados durante unas horas. Al final, se me ocurrió una forma
de reescribir el código para solucionarlo. Solo tuve que reordenar algunas
barreras para mantener la precisión.
Ya estamos encaminados otra vez con una mínima pérdida de eficiencia.
Sin embargo, este es el cuarto fallo en pocos días y tenemos que tomar una
decisión sobre la oferta que vamos a aceptar. Tenemos que poder demostrar
que los chips RISC son una opción fiable ya, esta semana, si queremos
cumplir con el plazo.
Estoy a punto de ir a buscar más café cuando me suena el móvil.
Sonrío cuando veo que es un mensaje de Miranda.
Luego lo leo y todo mi cuerpo se pone rígido, incluyendo mi pene.
Estoy en el callejón a las afueras de tu edificio. Ven a buscarme.
Inmediatamente presiono el botón del intercomunicador de mi teléfono
de escritorio.
—Malik, encárgate tú a partir de aquí. Lo volveré a revisar mañana por
la mañana.
—Sí, señor.
Malik parece sorprendido. Normalmente no me iría estando bajo tanta
presión, pero ya hemos codificado la solución para este error y no hay nada
que hacer a menos que haya otro problema. Y de repente tengo una reunión
a la que no puedo faltar en el callejón.
Cuelgo, cojo mi abrigo y estoy dentro del ascensor en un minuto.
El ascensor tarda unos mil quinientos años en llegar a la planta baja,
pero finalmente troto hacia el lateral del edificio.
Hace frío y hace mucho que oscureció, por lo que no hay gente cerca,
sobre todo porque es fin de semana.
Nuestras oficinas están en las afueras del centro, así que tampoco hay
mucha gente paseando.
El callejón trasero está vacío.
A excepción de ella.
Santos cielos, ¿qué lleva puesto?
O más bien, ¿qué no lleva puesto?
¿Es esa Miranda? Hay una luz detrás del edificio, pero proyecta
sombras tan largas que no puedo distinguir sus rasgos.
Por otra parte, hay muchas cosas que puedo ver: lleva unos tacones
altísimos y una falda tan corta que casi parece que estuviese sin nada abajo.
Lo que lleva a modo de camiseta no es que vista mucho. El corte es tan
bajo que las tetas se le salen y lo único que la protege del frío es una capa
de piel rosa chillón que le cubre los hombros.
Está recostada atrás del edificio con una de las piernas apoyada, rodilla
fuera, fumando un cigarrillo. Ni siquiera sabía que fumaba. No podría
parecerse más a una prostituta si lo intentara.
Todavía no estoy seguro de que sea Miranda cuando me acerco
lentamente hasta que gira la cabeza con soltura al oír mis pasos en la acera.
Suelta una larga bocanada de humo y tira el cigarrillo al suelo para
pisarlo con la punta del tacón.
Camina hacia mí.
—¿Miranda? —la llamo, ceñudo. Todavía no sé si es ella o una
trabajadora que ha decidido tomarse un descanso en el callejón equivocado.
La forma en que mueve las caderas de camino hacia mí deja claro que
está buscando venderse, sea Miranda o no.
—Cielos —susurro, apartando la vista por si no es Miranda. Solo
vuelvo a mirar cuando está más cerca.
Gracias a Dios que es Miranda.
Me relajo. Pero solo por un segundo. Porque se acerca a mí, coge
impulso y me abofetea con todas sus fuerzas.
—¿Qué te pasa?
Echa el brazo hacia atrás como si fuera a intentarlo de nuevo y le agarro
la muñeca en el aire.
Ofrece resistencia y mueve la otra mano, que también agarro. Sisea y
lucha como una gata salvaje por zafarse.
—No me importa que tengas toda la pasta del mundo y que yo solo sea
una puta. No puedes usarme cuando te place e ignorarme luego.
Nunca me había imaginado un escenario como este, pero es excitante, y
pensar que Miranda haya venido hasta aquí a jugar me pone muy duro al
instante.
La acerco a mi pecho por las muñecas y empujo mi erección a su
vientre antes de susurrarle al oído:
—Quizá si no te vistieras como una puta, no te trataría así.
Se le encienden los ojos.
—Quítame las manos de encima —susurra, empujándome el pecho.
Yo solo le sonrío.
Así que ha venido a jugar.
—No creo que lo digas en serio, nena —le digo, y entonces la levanto
por la cintura con un brazo y la llevo hacia la oscuridad del fondo del
callejón.
—Imbécil —sisea—. Eres un cabrón.
Le doy un fuerte azote en el culo.
De pronto la empujo de cara contra un enorme contenedor metálico de
reciclaje tan grande como un contenedor de basura.
—Tal vez me cansé de que se lo des a todo el que te pague. —Le clavo
el pene en el trasero—. ¿A cuántos te has follado hoy?
Ella gira la cabeza y se ríe en mi cara.
—No lo sé. Ya perdí la cuenta.
Golpeo el metal de la papelera. Qué bien se siente darle rienda suelta a
la bestia.
—¿Ah sí? —gruño, arrancándome el cinturón y subiéndole el trozo de
tela que lleva por minifalda. Cuando busco las bragas, santa madre de… No
lleva bragas.
—¿Tan puta eres que ya ni te molestas en ponerte ropa interior?
Aterrizo la mano en su culo varias veces.
—¿Te gusta facilitar el trabajo para que cualquiera te incline y te folle?
Vuelvo a azotarla. Cada vez que mi mano hace contacto con su piel y
escucho sus grititos… Demonios. Es tan preciosa, tan perfecta,
entregándose así a mí.
Alargo la mano hacia su entrepierna y, por todos los cielos, está
chorreando.
Lo desea tanto como yo.
Siempre lo desea.
Está hecha para mí.
No me molesto en pronunciar más palabras. Solo meto mi pene en
donde pertenece, donde siempre tuvo que estar: enterrado en las
profundidades de su sexo.
Ella jadea ante la intrusión y mueve las manos en la cubierta metálica de
la papelera.
—Esto es lo que estabas suplicando, ¿verdad, zorra?
Se lo saco y lo vuelvo a clavar.
—Te encanta que te llenen de pene. Nunca te cansas, ¿verdad? ¿Nunca
puedes? —le siseo al oído porque no me responde.
—No —gime.
—No, ¿qué?
Le sujeto el cabello y le doy un fuerte tirón.
—No, nunca me canso —gimotea.
Pero justo después de decirlo, empieza a ofrecerme más resistencia. Le
agarro las muñecas y la inmovilizo para follármela sin piedad. Pero
entonces empieza a retorcerse. Le fascina.
—Todavía no —gruño—. Que todavía no, puta.
La levanto de la papelera y nos tumbamos al suelo. Esa condenada capa
de piel debería protegerle la espalda del asfalto, así que al menos sirve para
algo.
Porque no quiero tener piedad.
Ahora que la miro, la necesito.
Necesito sus lágrimas.
Necesito hacerla llorar.
Ella lo ve en mis ojos y se dibuja una leve sonrisa en su cara, y al
segundo siguiente me abofetea y lucha contra mi intrusión.
Todavía no tiene idea de lo que es intrusión.
—Vas a aceptarlo como una buena zorra.
Se lo saco del coño y me inclino para volver a posicionarme en su otro
agujero.
Abre los ojos de par en par y se muerde el labio inferior al sentirme allí.
Normalmente la penetro despacio.
Normalmente la preparo.
Normalmente.
Pero hoy no.
Toda la semana hemos tenido sexo dulce, caricias suaves por la mañana,
cariño en la ducha…
Pero esto es lo que ambos necesitamos.
Así que le clavo el pene en el culo usando nada más que sus jugos
vaginales de lubricante.
Todo su cuerpo se estremece y sus facciones se contraen de dolor.
Casi me corro ahí mismo.
Lo saco y se lo entierro de nuevo y, joder, ahí está la primera puta
lágrima.
Me acerco a morderle la mejilla antes de saborearla con la lengua. Sabe
a sal y a perfección.
—Quiero escucharlo —gruño mientras la embisto por tercera vez en ese
agujero tan apretado que es su culo.
Gimotea de dolor y siento otro escalofrío por la columna vertebral. Otra
vez. Lo necesito otra vez. Quiero más.
—Dame más, coño —exijo, perforándola una y otra vez—. Dime
cuánto te duele.
—Me duele —chilla—. Me duele mucho.
Está sollozando y la cubro con mi cuerpo, con los codos a cada lado de
su cabeza.
—¿Cómo te duele? ¡Dímelo! ¿Cómo te duele?
—Me estás partiendo en dos —dice, jadeando y mordiéndose el labio
inferior mientras arquea la espalda, lo que hace que empuje las tetas a mi
pecho.
Eso es, así, ese es el dolor mezclado con placer que es quizás lo único
que es más bonito que sus lágrimas.
—Así es, te estoy partiendo en dos —digo con voz severa, bajando una
mano para pellizcarle el pezón.
Ella grita y hunde la cara en mi cuello.
—Me duele —solloza en mi oído—. Me duele muy bien.
Por todos los cielos.
Esta mujer. Esta condenada mujer.
Empujo las caderas, asegurándome de frotarle todo lo que necesita. Una
embestida más y noto que todo su cuerpo se estremece cuando llega al
orgasmo.
Dejo que grite en mi cuello mientras me aprieta el pene, con una oleada
tras otra de placer recorriendo su cuerpo, pues la mordaza que me hace
sentir no deja dudas.
Me cuesta horrores, pero me contengo porque hay una última fantasía
que nunca he vivido con ella y que en este momento sería perfecta.
Se lo saco del culo y la agarro por el cabello, besándola en la frente
mientras avanzo.
—Arrodíllate —susurro—. Ahora pórtate bien y recibe lo que te voy a
dar.
En vista de que no se mueve lo suficientemente rápido, le ordeno con
más dureza.
—Que te arrodilles, puta.
Me mira y la halo bruscamente por el cabello, agarrándola del brazo
para ayudarla a ponerse de rodillas.
—Muy bien, de rodillas. Ahora acepta todo lo que te doy.
Me pongo sobre ella y me siento como si fuera un puto dios.
Sigo halándole el pelo con fuerza y empiezo a masturbarme
bruscamente, deseando verle la cara llena de mi semen.
—Mírame, puta.
Pero retrocede con los ojos abiertos como platos. ¿Así es como quiere
jugar?
Sonrío y estoy a punto de tirar de su cabello con más fuerza y de volver
a ponerla en su sitio cuando dice:
—¡Rojo! ¡Rojo!
Y se aleja de mí con las manos en alto como si tuviese miedo.
Como si me tuviese miedo.
CATORCE

DYLAN

ME MIRA COMO si tuviese miedo.


Miedo.
De mí.
Nunca se me había aflojado el pene tan rápido. ¿Qué diablos? ¿No
estábamos en la misma sintonía todo este tiempo? ¿Hice algo?
—Lo siento —murmura, poniéndose en pie un poco desequilibrada por
los tacones gigantes—. Lo siento. Nunca debí venir así.
Luego hace como que va a intentar irse y me va a dejar aquí.
—Miranda. ¡Miranda! —grito más fuerte cuando me ignora. Quiero
alcanzarla y agarrarla, pero al final me arrepiento.
Tuvo que usar la palabra de seguridad.
Tuvo que usar la puta palabra de seguridad conmigo.
Me agacho antes de darme cuenta y el almuerzo, junto con las patatas
fritas de mierda y el refresco que consumí al trabajar, vuelve a salir cuando
vomito en una pared del edificio.
—¡Dylan!
La pequeña mano de Miranda me frota la espalda y los ojos me lloran
mientras tiemblo y me limpio la boca con el antebrazo.
Me levanto y me alejo a trompicones de la pared y de ella.
—¿No querías…? —Señalo su capa de pieles varios metros más atrás,
junto a la papelera de reciclaje—. Pensé que era otro juego. Cielos,
Miranda, lo siento mucho. Pensé que…
—Sí lo era —grita, sollozando con más ganas—. Vine aquí queriendo…
—Se calla con una nueva ronda de sollozos y me mata verla así.
Le tiendo la mano, pero se limita a negar con la cabeza y a dar un paso
atrás.
—Soy muy tóxica, ¿no lo ves? Tienes que alejarte de mí.
—¿De qué hablas? ¿De dónde viene todo esto?
Miro a los lados. No voy a tener esta discusión, sea lo que sea, en un
frío callejón detrás de mi puto edificio. Me acerco a Miranda y, esta vez,
cuando intenta retroceder, no se lo permito. Le paso un brazo por el
hombro.
—Vamos a buscar mi auto y nos vamos a casa. Después me vas a decir
exactamente qué demonios está pasando.
Sacude la cabeza y todo su cuerpo se estremece con sus sollozos, pero
no me rindo. Algo malo le pasa y no voy a descansar hasta llegar al fondo
del asunto.
Solo la suelto el tiempo suficiente para quitarme la chaqueta y ponérsela
en los hombros, luego la acerco y seguimos más rápido posible por el
edificio hasta mi auto.
Como soy el jefe, tengo una plaza de aparcamiento justo adelante, así
que no tenemos que ir muy lejos. Abro la puerta del lado del acompañante y
la llevo a que se siente, metiendo las piernas con cuidado. Ya no llora tanto,
pero está extrañamente apática. Francamente, me está asustando mucho. Le
pongo el cinturón de seguridad.
Ojalá estuviéramos en algún sitio menos en público.
Corro por el frente de mi Tesla y me subo al asiento del conductor.
Luego conduzco tan rápido como me atrevo hasta mi piso, volteando a
mirarla cada cierto tiempo durante todo el camino. No me mira. La llamo
varias veces, pero no responde.
Cuando por fin llegamos a mi piso, meto el auto en el aparcamiento y
corro a su lado. La saco del coche y la llevo mis brazos. Gracias a Dios, no
se resiste. Se hunde en mi pecho cuando la cargo en mis brazos, con un
brazo bajo su espalda y el otro debajo de sus rodillas.
Ignoro la forma en que nos miran el portero y una pareja del vestíbulo, y
me dirijo directamente al ascensor, bajando con Miranda para pulsar el
botón de mi planta.
Miranda no despega la cara de mi pecho.
Por mi parte, juro que el corazón me late a mil putos latidos por minuto.
Está sufriendo y no sé por qué… o sí lo sé, ¿no?
Yo era la única persona en ese callejón. La lastimé. Pero juro por Dios
que lo compensaré. No sé cómo, pero juro… Juro que voy a pasarme la
vida compensándolo.
El ascensor suena y, en cuanto se abren las puertas, salgo del ascensor,
abro la puerta con mi tarjeta y llevo a Miranda directamente a mi dormitorio
para acostarla en mi cama.
Se acurruca de inmediato en su lado, dándome la espalda, con las
rodillas al pecho.
Nada más mirarla así me clava una estaca en el pecho.
Es la misma posición en la que encontré a Chloe ese día.
Por un momento no puedo respirar, ni moverme, ni hacer absolutamente
nada.
Soy un monstruo.
Me alejo de la cama. Por Dios, ¿cómo se me ocurrió traerla aquí? La
había lastimado; obviamente no quiere estar a solas conmigo.
Retrocedo un paso más justo cuando levanta la cabeza de la cama y me
mira por encima del hombro.
—¿Me abrazas? —pregunta casi en un susurro.
Se me aprieta el pecho de gratitud y alivio y amo…
Me lanzo a la cama y junto mi cuerpo al suyo como si fuera un
caparazón. Ella estalla en llanto otra vez y le rodeo la cintura con el brazo.
Se aferra a mí, con las uñas clavadas en mi antebrazo, como si temiera tanto
desaparecer que tuviera que aferrarse a mí para salvarse.
Quiero preguntarle qué le pasa. Más bien exigírselo. Pero nunca la había
visto tan frágil. Es una palabra que normalmente nunca asociaría con
Miranda Rose. Siempre porta esa armadura de tres metros de espesor.
Pero no conmigo. Cada vez que estamos juntos, logro vislumbrar más
partes de ella.
Y esta noche, por alguna razón, sus defensas se han derrumbado por
completo.
Mi pene se endurece en mis pantalones, pero alejo la pelvis de su
trasero. No quiero que sienta mi necesidad, ni que sepa que, estando tan
claramente angustiada, sigo queriendo follarla.
Su vulnerabilidad y la honestidad tan hermosa que tiene me atrajeron
desde el principio. Nunca necesité su bello cuerpo ni su perfecto rostro; fue
esto, su disposición a abrirse y dejarme conectar con esta parte íntima y
vulnerable de ella, lo que más me atrajo desde el principio.
No creo que sepa el regalo que supone para un hombre como yo que se
mantuvo al margen de las emociones humanas durante años.
—¿Sabes lo única y perfecta que eres? —susurro.
Gira la cabeza, se queda con la boca abierta y veo en su mirada que cree
que estoy loco. No puedo evitar acercar mi boca a la suya.
Mi intención es que sea un beso suave y dulce.
Pero nada es sencillo cuando se trata de esta mujer, ¿no?
Se da vuelta en mis brazos y me agarra la cara para devorarme la boca y
pegar su cuerpo al mío.
Gime en mi boca cuando siente mi erección y levanta las caderas para
frotarla.
Gruño y, con la poca disciplina que me queda, me alejo de ella.
—No, Miranda, no tenemos que hacerlo. Estabas muy alterada.
Podemos hablar o abrazarnos…
Me calla con otro beso voraz. Y entonces baja la mano entre nuestros
cuerpos y me agarra el pene por encima de los pantalones. Susurra con la
voz cargada de necesidad:
—Por favor, Dylan. Te necesito dentro de mí. No me hagas esperar.
Cielos, a ver, si me lo pone así…
Pero es que recordarla diciendo rojo y la mirada que tenía… Exhalo con
fuerza y luego me muevo y la atraigo para que quede encima de mí.
—Méteme dentro de ti si quieres.
Sus manos me recorren los pantalones con frenetismo, quitando el
cinturón y desabrochándolo. Cuando encierra mi pene en su mano, no
puedo evitar sisear y echar la cabeza hacia atrás en el colchón.
Levanto las caderas mientras ella me baja un poco los pantalones.
Y entonces, ah, sí…, está encima de mí, hundiéndome en su caliente
coño y bajando sobre mi pene. No puedo evitar agarrarle las caderas y
alzarla al tiempo que la arrastro hacia abajo para llegar a lo más profundo
de ella. Ni siquiera teniéndola arriba puedo ceder el control.
Pero a ella no parece importarle, ya que gime y saca los pechos, lo más
hermoso que existe mientras me cabalga.
No sé cómo ni por qué, pero todo lo que parecía complicado o
imposible hace unos momentos se desvanece en cuanto estoy dentro de ella.
«Claro que lo vamos a solucionar», me dice su cuerpo mientras recibe el
mío con tanto deseo. «Estás hecho para mí».
Se levanta y vuelve a bajar encima de mí. Sus pechos se agitan con los
estremecimientos de su cuerpo.
Mi pene se endurece y se alarga más dentro de ella. Es diferente a lo
ocurrido en el callejón. No estoy interpretando un papel.
¿Todavía quiero hacerle daño? Miro a la hermosa diosa que está sobre
mí y lo único que siento es la abrumadora y absoluta necesidad de
protegerla.
Se me escapa todo el aire del pecho cuando me doy cuenta.
—Baja más —exijo—. Ven aquí.
Inmediatamente se agacha y le rodeo la espalda con los brazos, cerca de
mí, porque, aunque estoy dentro de ella, no está lo bastante cerca. Nunca lo
suficientemente cerca.
Reduzco la velocidad de mis embestidas y me enrosco su cabello en la
mano, pero solo para poder echarle la cabeza un poco hacia atrás y que me
mire a los ojos.
Y por primera vez en toda mi vida, en silencio, hago el amor.
Nunca dejo de mirarla a los ojos a medida que entro y salgo. Ella mueve
las caderas al ritmo de mis embestidas hasta que estamos tan sincronizados
que no sé dónde acabo yo y dónde empieza ella.
Cuando cierra los ojos a medida que aumenta su placer, sacudo la
cabeza y le susurro muy bajo:
—Mírame.
Segundos después, los ojos se le llenan de lágrimas, pero no porque la
esté lastimando. Es por este hermoso momento que estamos viviendo
juntos.
—Muy bien. Dámelo —le digo—. Dámelo todo.
Y eso hace.
Se aferra a las sábanas junto a mi cabeza y choca sus pechos con el mío
mientras se le retuerce la cara de placer. Pero nunca deja de mirarme, y el
espasmo que recorre su cuerpo cuando empieza el orgasmo es lo más bonito
que mis ojos han visto.
Me aprieta con su feminidad y se ve muy perdida en su placer, perdida
en mí, perdida en su deseo de estar finalmente satisfecha.
La penetro profundo y me corro también muy dentro de ella.
Y aunque me encantaba verla correrse y expresarlo, no puedo soportar
ni un segundo más sin su boca. Le agarro la nuca y arrastro su boca a la
mía.
La beso con fuerza, saboreo su dulce boca mientras lo saco y lo vuelvo
a meter. Gruño cuando me exprime lo último que me queda de semen. Ella
sigue temblando, retorciéndose, y le rozo la entrepierna justo donde lo
necesita.
Bebo sus jadeos y sus gemidos de placer. Se aferra a mi espalda y me
acercan más a ella.
—Dylan —grita. Su cuerpo sigue estremeciéndose mientras menea y
frota las caderas sobre mi miembro todavía erecto—. Ah.
Demonios. Tiene que estar experimentando un segundo orgasmo en este
punto y es tan excitante.
—Ahhhhh —gime, con la espalda arqueada, la boca abierta, sin
moverse por tres segundos, cinco… Mierda. Sigo embistiéndola, besándole
el cuello, queriendo darle cada gramo de placer, hasta que finalmente se
desploma sobre mí, agotada.
Tiene la frente llena de sudor y las mejillas sonrosadas y es lo más
hermoso que he visto.
Beso sus labios rojos e hinchados por mis besos.
Y le susurro la verdad más pura y sincera que he sentido:
—Te amo.
QUINCE

MIRANDA

ANOCHE NO LE dije a Dylan que lo amaba. ¿Cómo iba a hacerlo


guardándole tantos secretos?
Y, claro, él siendo como es, no me presionó ni se mostró enojado porque
no le respondiera. Se limitó a besarme y a abrazarme fuerte toda la noche, y
luego se levantó temprano y me llevó el desayuno a la cama.
Aparto la silla de mi escritorio y miro por la ventana. Mi despacho no es
muy grande, pero tengo una buena vista. Me levanto y estiro las piernas
para contemplar la ciudad.
Estoy dolorida y cierro los ojos de vergüenza al recordar exactamente
por qué. ¿Cómo se me ocurrió ir al edifico de Dylan anoche?
¿Intentaba ponerlo a prueba para ver si era como su hermano?
Me froto las sienes.
Dylan no se parece en nada a Darren. Lo supe en cuanto me tocó en el
callejón. Me di cuenta de lo estúpida que fui por dudar de él, por eso decidí
estar con él y vivir la fantasía como siempre habíamos hecho.
Pero entonces me ordenó que me arrodillara, así como su hermano lo
hizo más temprano.
Fue demasiado en muy poco tiempo.
Aunque Dylan no sabía. Y yo no tuve por qué hacer eso cuando todavía
estaba tan mal emocionalmente por lo que pasó en la tarde.
Y Dios, el horror en la cara de Dylan cuando pensó que me había hecho
daño…
Nunca me odié más a mí misma que en ese momento.
Que pudiera hacerle pensar eso por un segundo…
Solo quería huir y dejarlo por mi toxicidad. ¿No podía ver eso? Que lo
haya buscado después de lo que pasó con Darren es muy retorcido.
Y si en algún momento descubre mi conexión con Bryce le hará mucho
daño. Nunca debí haberlo buscado, para empezar.
Y si Darren publica ese vídeo…
Lo arruinaré.
De una forma u otra.
Voy a arruinar a este hermoso hombre.
Y fui tan egoísta que no lo dejé. Dije que lo iba a hacer cuando
volviéramos a su piso. Pero entonces me abrazó y después me hizo el amor
con tanta dulzura.
Incluso ahora lo justifico porque, después de todo, Darren puede seguir
con el plan de publicar el vídeo a pesar de que deje a Dylan. No me pidió
que dejara a Dylan; me pidió que hiciera que Dylan reconsiderara el
contrato con ProDynamics.
En el fondo, sé que es por puro egoísmo. No puedo soportar perderlo.
Todavía no. Perderme en sus brazos anoche fue todo lo que necesitaba, más
de lo que siempre esperé para mí. Jamás pensé que ese tipo de pasión y
conexión existiera.
«Te amo».
Me vuelvo a tumbar en la silla, recordando sus palabras en mi cabeza
por millonésima vez. Me quiere.
¿Me seguiría queriendo si supiera la verdad? ¿Si supiera que dejé que
Bryce me prostituyera y que el mismo Dylan había sido uno de los hombres
que me utilizó junto con su malévolo hermano?
Pensar en Darren me revuelve el estómago. Dylan no tiene ni remota
idea de que tiene un negocio con una víbora. Otro secreto. ¿La única forma
de proteger a Dylan será traicionarlo persuadiéndolo a que haga lo que su
hermano quiere? ¿Mentirle y manipularlo?
Si le presiono mucho y se hace muy obvio lo que estoy haciendo, tal vez
Dylan me quiera dejar. Tal vez pueda hacer que parezca que fue por eso que
lo perseguí desde el principio. Todo para poder asegurar el contrato para mi
empresa.
Tal vez le dé asco y haga lo que no puedo hacer: dejarlo. Solo así será
libre de mi contaminación.
Dios, solo pensarlo hace que se me acelere el corazón de miedo. ¿Una
vida sin Dylan?
No lo conozco desde hace mucho y puede que nunca sea capaz de
admitirlo, pero claro que lo quiero. Cuando conoces a tu otra mitad, eres un
tonto si no te aferras con todas tus fuerzas.
Conocerlo ha sido como… como volver a casa. Esa es la única manera
en que puedo describirlo.
Solo hay un camino a seguir.
Pase lo que pase, no puedo perderlo.
Exhalo, cojo el móvil, escribo un mensaje de texto y le doy a enviar
antes de que dudar.
Estoy saturada hoy, pero te extraño. ¿Crees que podrías venir a la
oficina para que almorcemos en mi escritorio?
Su respuesta es casi instantánea: Llevaré comida china de ese sitio que
te encanta.

ME PASO el resto de la mañana destrozada, y lo único que logro hacer es


responder unos cuantos correos electrónicos. Miro el reloj a cada rato y,
cómo no, avanza a un ritmo angustiosamente lento.
Hace un par de semanas mi jefe se pasó por mi despacho y me dijo que
se había enterado de que estaba saliendo con un hermano Lennox.
—Sabes que se han hecho ofertas para su nueva línea de robótica. Quien
consiga ese contrato tendrá la próxima década asegurada. Quizá puedas
preparar el terreno o hablar bien de ProDyn…
—Por supuesto que no. —Fui muy vehemente y justa con lo indignada
que estaba—. Yo no mezclo mi trabajo con mi vida personal y no me
disculparé por eso.
—Lo siento. —Rod retrocedió y alzó las manos—. Lo siento. No era mi
intención ponerte en una posición incómoda. Olvida lo que te dije.
Sabía lo que había querido decir: que no le dijera a Dylan que había
intentado presionarme. Lo último que quería Rod era que una impresión
negativa de ProDynamics llegara a Dylan. Levanté la barbilla.
—Como te dije, yo separo mi trabajo de mi vida personal.
Asintió y salió de mi despacho sin decir nada más. Eso fue todo.
Y aquí estoy ahora. Solo hizo falta un terremoto llamado Darren para
que mi brújula moral se desviara tanto del norte que casi no me reconozco
mientras espero que llegue Dylan.
Por fin se hacen las doce y media y no puedo evitar golpear la alfombra
debajo de mi escritorio con los pies. Es un hábito nervioso muy malo que
tengo. Menos mal que la oficina tiene una moqueta y no baldosas. Nadie
puede oír los golpecitos en la moqueta y, de cintura para arriba, suelo lograr
mostrarme serena pase lo que pase.
Claro que nunca había tenido tanto en juego.
Justo a tiempo, oigo que llaman a la puerta de mi despacho. Me pongo
en pie y llamo:
—Pasa.
Dylan abre la puerta con una sonrisa en la cara y la bolsa de comida
china como un orgulloso repartidor.
A pesar de todo, verle me hace sonreír de verdad. No sé cómo
describirlo exactamente, pero la sola presencia de Dylan hace que me relaje.
Desprende esa energía de protección masculina que hace que quiera
quitarme los tacones y correr estos metros que me separan de él y lanzarme
a sus brazos.
Si tan solo pudiera confesarle todo.
Dios mío, ¿qué haría Darren si le contara? Es evidente que Dylan no
tiene idea de la clase de hombre que es su hermano. Para que los dos hayan
llegado a esta edad sin que Dylan se enterara, Darren debe ser muy astuto.
Nada más pensarlo me produce escalofríos.
Así que no corro a sus brazos de Dylan, sino que sonrío y señalo mi
escritorio.
—Saca nuestro festín. Me muero de hambre.
La sonrisa de Dylan se apaga por un rato como si percibiera que tengo
una actitud extraña, pero se acerca al escritorio y se dispone a sacar cajas de
la bolsa y palillos.
Bien, aquí viene la actuación que he estado preparando toda la mañana.
Levanto el portátil y lo llevo hasta el extremo de mi escritorio y muevo
los papeles que tenía esparcidos.
Son planos e informes de resultados de pruebas de nuestro nuevo
procesador con notas mías hechas a mano en los márgenes de todos los
papeles. Las hice para que pareciera creíble que tuviera papeles impresos en
mi escritorio y no solo en el portátil.
Pero ahora me avergüenzo de lo descarada que es mi táctica para atraer
su interés. Y tengo que controlarme cuando me pregunta:
—¿En qué estás trabajando?
Mierda.
Está mordiendo el anzuelo.
«Lo necesitas. Él lo necesita así no lo sepa. Darren lo va a arruinar si no
lo convences de que acepte el trato».
Continúo apilando los papeles.
—Ah, no es nada.
Me quita uno antes de que pueda añadirlo a la pila.
—El procesador ProX8.
—Eh —cojo el papel con jovialidad—. Es información confidencial.
Pone los ojos en blanco.
—Yo ya vi todas las especificaciones cuando tu jefe presentó su
propuesta hace un mes y envió un prototipo para que lo probáramos.
—Sí —le digo—. Y si te interesara, ya nos habríamos enterado. No pasa
nada, tenemos otros contratos.
Le arrebato el papel de los dedos, justo en el momento en que se le
arruga la frente.
—¿Le hicieron una propuesta a Pantheon? —Ni siquiera intenta ocultar
la desaprobación en la voz. Se refiere a la hoja de propuesta de
colaboración que acabo de arrebatarle de la mano—. Sus portátiles son una
mierda. Van a dejar mal parada a tu empresa cuando sus máquinas fallen.
Estarán ligados a ellos para los ojos de la gente.
Me encojo de hombros.
—Sabemos que sus tarjetas madre no tienen la mejor reputación, pero
nos aseguraron que mejoraron la calidad en los últimos años. —En vista de
que su expresión no cambia, suspiro—. Ya sabes lo difícil que es conseguir
contratos en la actualidad. Intel ha acaparado el mercado y empresas como
la tuya están explorando otras soluciones. Tenemos que aceptar lo que
podemos conseguir.
—Pero se trata de su línea central de productos —argumenta Dylan.
—Va a salir bien. Pediremos más medidas de control de calidad como
parte del contrato.
Pero Dylan niega decisivamente con la cabeza.
—Miranda, yo he visto sus fábricas. Muchos de nuestros trabajadores
de Tailandia vienen de fábricas de Pantheon y las condiciones son muy
malas. Si acaso son talleres clandestinos. Sus normas de seguridad son una
mierda, no tratan bien a sus trabajadores y sus productos salen a medias. No
puedes hacer negocios con ellos.
Frunzo el ceño mirando el escritorio.
Esta es exactamente la reacción que esperaba que tuviera, pero ahora
que estoy… ¿Tan fácil era para Bryce manipular a la gente? ¿Me
manipulaba hasta que me tenía exactamente donde quería, atrapada en su
telaraña hasta que creía que no tenía salida?
Dylan se pasa las manos por el pelo.
—Yo de verdad creía que los chips RISC eran el camino a seguir, pero
cada día que pasa nos encontramos con un problema tras otro. Este fin de
semana ha sido más de lo mismo.
Alzo las cejas al escuchar eso.
—Quizá, por más que quiera que funcionen, Darren tiene razón en que
no va a funcionar y que deberíamos volver a intentarlo dentro de unos años
después de este lanzamiento. Nos estamos quedando sin tiempo para
empezar a poner nuestra línea en producción. Tenemos que resolver lo del
procesador.
Darren.
Frunzo el ceño. ¿De verdad los chips RISC estarán fallando o Darren
está haciendo cosas para sabotear los experimentos? ¿Lo haría nada más
que para salirse con la suya?
Lo recuerdo de pie a mi lado en el comedor con esa sonrisa de
suficiencia y superioridad en su rostro.
Sí, sí lo haría.
Dylan sigue hablando.
—Y los procesadores de ProDynamic no eran malos. Les pedí a los
ingenieros que hicieran pruebas con todos los procesadores que nos
ofrecieron y los procesadores Pro fueron de los mejores, y el precio es
bueno. —Suspira—. Quería que los chips RISC funcionaran.
Hace una pausa y mita por la ventana.
—Quizá sea hora de nos volvamos a plantear…
—Ten —lo interrumpo con una media sonrisa y pasándole una caja de
comida—. Come, que todavía está caliente.
Abro el pollo agridulce y me meto un gran bocado en la boca. Sé que
está delicioso, pero sabe a lija. Se me quita el apetito por completo.
—¿Miranda? —Cuando levanto la vista, Dylan me observa con mirada
de halcón, la cual me intimida—. ¿Pasa algo?
—¿Cómo? —Intento reírme atragantada con mi bocado de comida—.
No pasa nada. —Me llevo otro trozo de pollo agridulce en la boca.
No puedo responder preguntas puntuales con la boca llena, ¿cierto?
Todo queda en silencio durante unos bendecidos minutos mientras
comemos.
Pero percibo las miradas de Dylan. ¿Puede leerme la culpa en la cara, en
los hombros desplomados, escrito en letras brillantes en mi frente?
No tuve que hacer casi nada. Se estaba convenciendo de hacer
exactamente lo que yo quería. Bueno, lo que Darren quería. Dios, me siento
mal. Y atragantarme de comida tampoco ayuda.
—Suficiente —dice Dylan, dejando su comida sobre el escritorio
después de que varios minutos de silencio.
—¿Qué? —Me sobresalto ante el giro repentino.
Me quita la caja de pollo de las manos y la vuelve a guardar en la bolsa
junto con la suya y los demás recipientes que hay encima del escritorio. Se
levanta y camina hacia mí.
—¿Qué estás…?
No responde, solo me levanta de la silla y me inclina en mi propio
escritorio. Me da un fuerte azote en el culo antes de levantarme la falda.
Jadeo por la brusquedad y, al mismo tiempo, cuando mete la mano por
debajo de mi ropa interior para tantearme con un dedo, ya estoy mojada de
deseo por él.
Me acaricia de arriba abajo los labios y finalmente introduce su dedo
índice en mi sexo. Al mismo tiempo me acaricia el clítoris con el pulgar y
me derrito.
Oigo el tintineo revelador de su hebilla cuando la desabrocha y, de
pronto, oh Dios, sí, siento la cabeza de su pene en mi coño.
Se inclina sobre mi espalda y me penetra. Me muerdo el labio y gimo
aferrada al borde del escritorio y amando su invasión. Amándolo a él.
Llego al límite en minutos. Lo aprieto con todas mis fuerzas, gozando
de su intrusión cada vez que entra y sale.
Me cuesta mucho, pero ahogo los gemidos mordiéndome la mano para
reprimir el placer que quiere salir a gritos de mi garganta.
Estoy tan cerca. Está ahí. Meneo las caderas y me pego a Dylan tras
cada una de sus embestidas. Ya casi… Una vez más y…
Dylan baja la mano para acariciarme el clítoris y… Ahí viene… pero…
aguarda…
Dylan para.
Todo.
Se detiene.
Así como así.
Gimoteo y lo miro por encima del hombro. Dylan tiene una expresión
muy seria en el rostro.
Se agacha y me besa la sien. Todo mi cuerpo se estremece, los
temblores del orgasmo que comenzaba a formarse me torturan.
—Parece que la única forma de recibir honestidad de tu parte es cuando
te tengo así, llena con mi pene.
Se mueve, lo saca y lo clava hasta la empuñadura y tengo que reprimir
mis gemidos.
—Ahora dime qué pasa y por qué te quedaste callada cuando estaba
mirando los planos. Y no te atrevas a intentar mentirme o a ocultarme algo.
No puedo contener la lágrima que se me escapa y cae por mi mejilla.
Por supuesto que sabía que le estaba mintiendo. No puedo ocultarle
nada. Siempre se da cuenta de todo.
Pero tengo que protegerlo.
Ese es el significado del amor así sea un sacrificio.
Le digo tanta verdad como me es posible.
—Si Pro logra el contrato con Hermanos Lennox se solucionarían
muchos problemas — confieso con voz débil—. Pero odio que puedas
pensar que utilizaría esta relación para obtener beneficios en el trabajo —
susurro con vehemencia.
Alargo la mano y le agarro la cara.
—Te juro que nunca lo haría. —Lo miro a los ojos—. Nunca te
utilizaría para obtener algo. Eres todo para mí. —Apoyo la frente en la suya
—. Todo. Eres mi todo.
Me lo saca y me vuelve a penetrar una y otra y otra vez.
—Te amo, maldición —susurra con dureza antes de estampar los labios
en los míos y de que mi orgasmo finalmente estalle con luces blancas e
incandescentes.
DIECISÉIS

DYLAN

LLUEVE A CÁNTAROS cuando vuelvo a mi oficina después de mi cita


con Miranda. Cielos, esa mujer. No me ha contado mucho de su pasado,
pero voy a derribar una a una sus barreras. Juro que lo haré.
Poco a poco sabrá que puede confiarme todo. Y aunque históricamente
nunca he sido un hombre paciente, con ella puedo tomarme el tiempo que
necesite.
Cierro los ojos y la saboreo en mis labios. Su dulce olor. Su cuerpo
apretando el mío.
Sacudo la cabeza y sonrío. Rayos, tengo trabajo que hacer esta tarde,
pero esta noche…
Me subo al ascensor silbando.
Esta noche exploraré los límites con mucho gusto.
Mi energía debe ser obvia porque Darren está en el vestíbulo
conversando con Sylvia, nuestra asistente ejecutiva interina, ya que Hannah
está de vacaciones visitando a sus nietos.
Darren se vuelve a mirarme.
—¿Estás silbando? ¿Qué te tiene de tan buen humor?
Extiendo las manos.
—Es un día hermoso.
Darren y la joven rubia que está detrás del mostrador miran confundidos
hacia la ventana y ven el tiempo nublado y la lluvia.
Me río.
—Ah, también estoy enamorado. Eso podría tener algo que ver.
Darren se queda boquiabierto, literalmente, y me acerco a cerrarle la
boca riendo.
—Ten cuidado, hermanito, o se te van a meter las moscas.
Paso por delante de él todavía con una enorme sonrisa en la cara.
—Ve a mi despacho en veinte minutos, Dare. Sé que tienes un vuelo
para ir a la planta de fabricación a las afueras de Bangkok dentro de unas
horas, pero tenemos que llamar a los inversionistas. Me he decidido por el
contrato con ProDynamics.
—¡¿Qué?!
Oigo los pasos de Darren que viene corriendo detrás de mí de camino a
mi despacho. Sonrío al ver la sorpresa en la cara de Darren.
—¿Y el futuro de la robótica? ¿Y lo de estar a la vanguardia y toda esa
mierda? Llevas meses luchando por los RISC.
—¿Qué te puedo decir? Entre todos los problemas que hemos tenido en
las pruebas y que me agobies con eso todos los días, por fin escucho
opiniones.
Y que Miranda sea el enlace durante la duración del contrato me
encanta. Todos ganan. Podemos probar los chips RISC dentro de unos años,
cuando hayan solucionado todos los problemas y sean más estables.
—Eso es una excelente noticia —me dice Darren cuando entramos a mi
despacho—. ¿Pero que digas esto no tendrá nada que ver con cierto bombón
pelinegro que te sacó de aquí cuando nunca almuerzas? Ella trabaja allá,
¿no?
Hace una pausa.
—Ah. —Otra pausa—. Comprendo.
Lo miro con los ojos entornados.
—No es como lo estás poniendo. Si no vamos a usar los chips RISC, no
veo por qué no usamos los procesadores Pro. Dieron los mejores resultados
de los que probamos con el estilo antiguo. Esos que llevas tiempo dándome
lata para que use. No entiendo cuál es el problema.
Pero Darren no parece feliz como creí que lo estaría al escuchar la
noticia. Honestamente, tiene un aspecto sombrío.
—Escucha, hermano, esperaba que este asunto se esfumara por sí solo y
que nunca tuviera que tener esta conversación contigo —me dice dándome
una palmada en el hombro.
Me encojo de hombros para quitarle la mano.
—¿De qué diablos me hablas?
Suspira y se pasa una mano por el pelo.
—Les pedí a mis hombres que la investigaran.
Aprieto la mandíbula y apenas reprimo el impulso de gritarle.
—¿Que qué?
Alza las manos.
—Mira, Dylan, esta mujer aparece de la nada y de repente eres otra
persona, y ahora con este contrato. Tenía que asegurarme de que no tuviese
malas intenciones, por eso les pedí a mis hombres que hicieran algunas
averiguaciones y…
—Y nada. —Me levanto y le planto cara a mi hermano—. Tú y yo
sabemos mejor que nadie lo falsas que pueden parecer las cosas sin
contexto. ¿Y si ella hiciera una supuesta investigación sobre mí? Pensaría
que soy un violador… —Casi me ahogo con la última palabra y no puedo
creer que Darren me haya salido con esto.
Pero Darren se para más erguido.
—Te diría que lo siento, pero te mentiría. Dylan, tienes que oír lo que
encontré. ¿Ya te contó que salía con Bryce Gentry?
—¿Qué? —exclamo, dando un paso atrás como si me hubiera
abofeteado.
—Sí. —Darren asiente—. Estuvieron dos años juntos. Todavía podría
estar trabajando para él a pesar de que está en la cárcel. Podría estar
intentando manipularte con otro escándalo o…
—Cierra la boca —estallo, dándole la espalda y alejándome. ¿Miranda
salió con Bryce?
Salió con…
Se me revuelve el estómago al recordar ese día. Antes de encontrar a
Chloe, Bryce no paraba de hablar de esa noche. Esa noche después de que
me fui.
—Te divertiste en la fiesta que tuvimos la otra noche, ¿no? Aunque te
perdiste la mejor parte. —Bryce sonrió. —Todo se descontroló después de
que te fuiste.
Se rio al sacar el teléfono y reproducir un vídeo.
—Mira. Quebramos a la puta, pero disfrutó cada segundo.
Ahí estaba la mujer de la capucha de cuero, abierta de piernas, sin
poder hacer nada, mientras Bryce se agachaba sobre ella y le ponía un pie
en la cara mientras le follaba el culo desde arriba.
Todo su cuerpo se sacudía con la fuerza de cada embestida despiadada.
El que grababa caminó por su lado y se agachó muy de cerca para
poder filmar sus patéticos gemidos y sollozos.
—Se quedó chillando al final, te habría encantado —comentó Bryce
entre risas—. Ahí viene. Ahí viene. —Señaló la pantalla.
Un gemido agudo salió estrangulado de la garganta de la mujer.
—¿Viste? La perra todavía se corría. A esa zorra le encanta el dolor. Yo
la enseñé. Es mi perra. Me tomó unos años, pero ya no puede correrse sin
dolor.
—Demonios —dije, mirando el vídeo, duro como una piedra y deseando
haberme quedado hasta el final de la noche—. Ojalá tuviera una mujer así.
Tengo ganas de vomitar otra vez.
¿Esa era Miranda?
Por favor, Dios, que Miranda no haya sido esa pobre chica.
Pasé años masturbándome pensando en esa noche y en ese vídeo.
Muchos años. Incluso después de saber que Bryce Gentry era un sociópata.
«Me tomó unos años, pero ya no puede correrse sin dolor». El dolor.
Y Miranda estuvo con Bryce durante dos años. Y mayormente necesita
el dolor para correrse. Dios mío. Era ella. Fue ella, ¿verdad? ¿Qué
porquerías sádicas le hizo para que no pudiera correrse sin sentir dolor?
Pienso en todo lo que me contó sobre su feliz infancia en Ohio, que sus
padres seguían felizmente casados después de treinta y cinco años juntos.
¿Qué coño creí que le había pasado para que le gustara el sexo así? ¿Por
qué nunca pregunté? ¿Por qué no exigí saberlo?
Me agarro del pelo y halo con todas mis fuerzas, pero no es suficiente.
Grito y corro hacia la pared para golpearla con los puños.
No quería saberlo. No quería saber de los otros hombres con los que
había estado. Y creí que quizá a algunas personas les gustaba el dolor. Tal
vez ella no tenía demonios del pasado como yo.
¿Pero el maldito Bryce Gentry?
Parte de lo que se publicó en los archivos de Gentry fueron vídeos suyos
violando a mujeres, a muchas mujeres, de las formas más horribles…
Atravieso la delgada pared de yeso con los puños y pateo con todas mis
fuerzas las tablas de abajo hasta que Darren me echa hacia atrás.
—¡Dylan! —sigue gritando, pero lo empujo.
—¿Era ella? Esa noche, ¿era ella? Esa que los dos…
Santos cielos, más allá de lo que Bryce le hizo, lo que mi propio
hermano y yo le hicimos…
Darren aparta la mirada y admite en voz baja:
—Sí. Era ella.
Me dirijo a mi escritorio y estallo la lámpara contra la pared, pero no es
suficiente. Ni de cerca, joder. Volteo el escritorio y tumbo el monitor al
suelo. Sigue sin ser suficiente, maldita sea. Yo… Nosotros… Darren se lo
hacía en la boca estando atrapada en esa espantosa capucha de cuero y yo…
Pateo mi silla de mierda y…
No puedo soportar mirar a mi hermano ni un segundo más. Tengo que
irme de aquí. Quizá si corro lo suficiente, rápido, me despierte de esta
maldita pesadilla.
DIECISIETE

MIRANDA

—MMM. —Me relamo los labios después de probar la salsa de la pasta.


Sabe bien. Hice una receta de internet, pero con esas nunca se sabe. Aunque
no sabía mucho de eso. No cocinaba casi. Más bien nunca. Esta debía ser la
segunda vez que usaba esta cacerola.
Pero quería prepararle algo especial a Dylan esta noche.
Todavía me siento muy mal. Me pidió honestidad y le mentí.
Las mentiras por omisión no cuentan. Lo busqué en Google.
El agua que coloqué en la otra olla hierve por fin y vierto la pasta, luego
reviso el tiempo de cocción en la caja.
Definitivamente voy a retomar la cocina. Tener algo que hacer con las
manos cuando te sientes mal está resultando ser muy útil. Y sé que me voy
a sentir fatal durante un tiempo porque tendré que seguir mintiéndole a
Dylan quién sabe por cuánto tiempo.
Suspiro y cojo una cuchara de madera para remover los fideos.
Estoy a punto de poner nueve minutos en el temporizador como decía el
paquete cuando alguien llama muy fuerte a la puerta de mi casa.
Frunzo el ceño y miro hacia la puerta. No estaba esperando ningún
paquete. Dejo la cuchara y me dirijo a la puerta.
Al ver por la mirilla, sonrío al ver que es Dylan. Quito el seguro de la
puerta y la abro de un tirón.
—¿Dylan? —exclamo—. ¿Qué pasa?
No lo pude ver bien por la lente, pero parece claramente disgustado.
Está muy molesto.
Me acerco a él, pero entra a la casa dándome un tropezón y se pasa la
mano por el pelo. Cierro la puerta y cuando me volteo lo veo paseando de
un lado a otro en el espacio que tengo detrás de los sofás de mi sala de estar.
Tiene muy mal aspecto. Lo vi hace apenas unas horas, pero parece
como si hubiese envejecido diez años.
—Dylan —le digo con voz temblorosa—. ¿Qué pasa? Me estás
asustando.
Sus ojos se disparan hacia mí y están llenos de tanto dolor que siento
como si una navaja me atravesara el pecho.
—Salías con Bryce Gentry —dice en voz baja áspera, como si le doliera
pronunciar las palabras.
Doy un paso atrás al escuchar su nombre. No puedo evitarlo.
—¿Es cierto?
Bajo los hombros.
—Sí.
—Santo Dios —exhala, y cuando consigo devolverle la mirada, es
como si no hubiese vida en sus ojos—. Sabías que lo conocía. Lo sabías
desde antes que empezáramos a salir.
Asiento y él aprieta la mandíbula.
—¿Sabías que estuve ahí esa noche?
Cierro los ojos y el labio inferior me tiembla, pero lucho contra el
torrente de lágrimas que se me acumula en la garganta.
—No. No lo supe hasta más tarde. —Abro los ojos a la fuerza. Se
merece toda la verdad—. Pero creo que siempre supe que existía la
posibilidad.
Cae de rodillas, absolutamente desolado.
—¿Por qué? ¿Por qué…? —Sacude la cabeza y, por primera vez, veo
que se le acumulan lágrimas en los ojos—. ¿Por qué coqueteaste conmigo
esa noche en la conferencia? ¿Por qué me dejaste…?
Había llegado la hora de decirle toda la verdad.
Respiro profundo, pero requiere todas mis fuerzas poder hablar con
firmeza.
—Bryce Gentry trató de destrozarnos a los dos. Pasé un tiempo
intentando volver a ser la mujer que era antes de conocerlo. Pero no había
vuelta atrás. Por eso intenté ser esta otra mujer, la que todos ven desde
fuera; una mujer segura, inquebrantable, perfecta. Pero me moría por dentro
porque ella también era una mentira.
Le ruego con la mirada que comprenda.
—Estaba buscando… —Hago una pausa, sacudiendo la cabeza—. Un
espíritu afín, quizá. Te investigué. Fui a hablar con la mujer que dijeron que
habías…
Se estremece por la repulsión.
—¿Entonces sabías lo que yo…? ¿Conocías mis inclinaciones antes de
que te persiguiera aquella noche?
Asiento, mi barbilla se tambalea con tanta fuerza que tengo que tomar
aire una vez más.
—La verdad es que no sé si buscaba a alguien con quien compadecerme
o si quería que otra persona me hiciera daño y jugara a los mismos juegos
enfermos que solía hacerme Bryce.
Me acerco un poco más, pero él se aleja.
—Pero te encontré a ti. Yo nunca… Tú nunca… Por favor, Dylan, lo
siento mucho.
Se pone en pie y se sujeta a la pared para apoyarse.
—Espera, Dylan, por favor, no te vayas. —Alargo una mano hacia él,
pero la mira como si fuera a quemarle.
—Fuiste a buscar al monstruo —dice—. Y eso es lo que encontraste.
Dios mío, lo que te hice esa noche. —Se arrastra las manos por la cara, con
las uñas, como si intentara desgarrarse la piel.
—No me hiciste nada que no quisiera. Sabes que me gustó. Quería que
fueras rústico.
—¡Y mi madre también! —estalla—. ¡Ella tampoco le dejó!
Lloro por la acusación. Me duele. Me duele mucho que me compare con
la mujer que nunca perdonó.
Su cara está llena de angustia cuando retrocede.
—Ya ayudé a Bryce a quebrarte una vez. Has vuelto por lo mucho que
te marcó. Y en lugar de ayudarte a sanar, no he dejado de clavar el cuchillo
más profundo, de seguir rompiéndote como mi padre hizo con mi madre.
—¡No! —Contengo mi dolor y me concentro en lo que es importante—.
Eres un buen hombre. Tu hermano es el monstruo.
—¿Qué?
Por la confusión total en su rostro, evidentemente no tiene ni idea. Pero
ya me cansé de los secretos.
—Él me amenazó después de que te fuiste aquel día que comimos en
casa de Darren. Me dijo que, si no te convencía de que aceptaras el contrato
con mi empresa, publicaría un vídeo nuestro que él mismo grabó esa noche
en el garaje. Te ha estado siguiendo. Quiere sacarte de la compañía. O por
lo menos de las decisiones. Creo que hasta podría estar saboteando tus
pruebas con los nuevos chips de procesamiento de alguna manera.
Dylan niega con la cabeza como si literalmente no pudiera comprender
lo que le decía.
Pero lo mínimo que haré será intentar hacerle entender lo peligroso que
es su hermano.
—Me pegó, Dylan. Me pegó y me pateó y me amenazó con algo peor.
—Me levanto la camiseta para mostrarle los moratones que tengo en las
costillas—. Te ruego que no confíes en él.
Dylan se limita a negar con la cabeza y retrocede a trompicones hacia la
puerta.
—Espera, Dylan, por favor… —Lo sigo, pero extiende un brazo y me
detengo—. Por favor, Dylan —le suplico. Estoy destrozada. No entiende
que estando con él me siento plena por primera vez después de lo que me
hizo Bryce. Él me ha hecho sentir que valgo, que valgo tanto que podría
cambiar la vida entera de alguien.
Pero ahora… ahora…
—No, Dylan. —Ahora estoy suplicando y ni siquiera me importa—. No
puedo… Sin ti no puedo.
Tiene la mano puesta en el pomo de la puerta. Lo gira y abre la puerta
con tanta fuerza que me sorprende que no le haya arrancado las bisagras.
Entonces se da la vuelta y desaparece bajo el diluvio sin mirar atrás.
DIECIOCHO

DYLAN

—ESTÁS CALADO, cariño. Pero te garantizo que yo puedo calentarte.


Miro fijamente a la joven medianamente vestida que se me acerca y se
cierne sobre mí.
—¿Acaso yo pedí una puta compañía?
Su sonrisa falsa vacila, pero solo un poco. La luz estroboscópica de la
entrada del club nos ilumina y deja ver el montón de maquillaje que lleva
en la cara.
Me da tanto asco como todo este lugar. Es exactamente por eso que
estoy aquí. Es el hueco al que pertenezco.
—Déjame —le ordeno cuando parece lista para hacer un segundo
intento. No quiero un maldito baile erótico. No vine a eso—. No —le digo
cuando empieza a darse la vuelta. Me trago el vaso de whisky que tengo
enfrente—. Antes pide que me traigan dos más de estos.
Asiente y se va deprisa.
Miro las luces chillonas a mis lados, a las chicas bailando en los postes,
a los hombres desesperados que hacen fila en las pasarelas sacudiendo
dinero, a las mujeres que se revuelven en el regazo de los hombres en la
oscuridad.
Este es un lugar de bajos fondos para pervertidos.
Y para monstruos como yo.
Aquí es donde solía cazar.
Un baile erótico se puede comprar a una tarifa nominal, pero por un
poco más, te llevas a una a la casa. Y por un poco más, te deja que le hagas
lo que te plazca: ahogarla, abofetearla, humillarla, asfixiarla con tu pene,
follarle el culo, ser todo lo rudo que quieras. Cualquier asquerosidad que te
excite.
Llega otra chica con dos vasos más de whisky. Hace un espectáculo al
inclinarse y mostrar las tetas cuando los deja en la mesa.
—Lárgate de mi vista.
Cojo el primer vaso y me lo bebo. Me quema la garganta. Me hace
llorar los ojos, pero de todas formas cojo el segundo vaso.
Lo que sea para borrar este día.
Lo que sea para borrarme.
Y eso seguro sea una estupidez.
Ahora sé lo que debería haber hecho todo el tiempo. ¿Por qué me he
pasado tantos años luchando con esto? Era inevitable. Nunca hubo
esperanza alguna de que Darren o yo resultáramos ser de otra manera
teniendo un padre como el nuestro.
Y pensar que creí que había protegido a Darren.
Ja.
Eso solo habla de lo imbécil que fui andando por ahí pensando que
había marcado la diferencia, que alguno de nosotros podría salir librado de
lo que nos hizo.
Sacudo la cabeza y me llevo el vaso a los labios, pero no lo bebo.
Decido ir lento con este. No tengo prisa. Tendré el resto de mi vida para
hundirme en la mierda. Esta noche es el comienzo de una vida sin mentiras.
Y la primera noche del resto de mi vida que existo sin ella.
Cierro los ojos cuando el dolor me atraviesa entero.
Maldita sea. Pensé que esta mierda me iba a ayudar a adormecerme. Al
final, me bajo el segundo trago y me arde un poco menos que el primero.
Pero todavía la veo en el suelo después de que la tumbara,
suplicándome con los ojos que me quedara.
Que me quedara, joder.
Igual que mi madre.
¿Cuántas veces vi a mi madre en el suelo, llorando, después de que mi
padre la golpeara y de que la violara?
«Estoy bien, Dylan. Déjanos en paz. No te metas en cosas que no
entiendes».
De repente todo el alcohol que tengo en el estómago me sienta mal. Me
están dando ganas de vomitar. Pensar en convertir a Miranda en mi
madre…
Demonios. Echo la silla hacia atrás y voy al baño, pero no sé si llegaré a
tiempo.
No ayuda que, ahora que estoy de pie, siento más los efectos del alcohol
que cuando estaba sentado. Me cuesta caminar derecho y las luces del
escenario me encandilan mientras voy dando tumbos hacia los baños.
Ya casi llego cuando oigo ruidos a mi izquierda.
—No. No me toques. Alto.
En una mesa en un rincón oscuro, hay una bailarina luchando por
levantarse de las piernas de un hombre que le está manoseando las tetas con
una mano y sujetándola con la otra al tiempo que se frota con ella.
Hijo de…
Camino hacia ellos.
—Te ha dicho que la dejaras, pedazo de mierda.
Agarro la mano del brazo que le tiene puesto en la cintura y se la doblo
con fuerza hasta que suelta un chillido afeminado y la suelta.
Ella logra levantarse y se aleja a toda prisa.
—¿Quién demonios eres tú, imbécil?
Ahora que miro alrededor de la mesa, me doy cuenta de que el imbécil
que estaba abusando de la chica no está solo. Hay toda una mesa de
imbéciles —universitarios que envejecieron demasiado bien— y parecen
enojados.
Les sonrío y me sueno los nudillos.
—Soy el que agarra a los imbéciles y los pone en su sitio. Así como a su
amigo. No es no, joder.
El tipo más grande de la mesa echa la silla hacia atrás y me planta cara.
—Repite eso, hijo de puta.
Me inclino hacia él:
—Dije que tu amigo es un pobre diablo que tiene que forzar a las
mujeres en un club de striptease para divertirse porque no puede
conseguirlo en ningún otro sitio.
El matón me empuja tan fuerte en el pecho, que me hace retroceder.
Vente, cabrón, bailemos. Aprieto los puños y vuelvo a golpear. Le doy
un golpe satisfactorio que le revienta la cara a ese hijo de puta.
Vuelve hacia mí y me da un puñetazo en las tripas.
Lo recibo y me río del dolor.
¿Cree que puede hacerme daño? Después de todo lo que he pasado hoy,
¿piensa que un puto puñetazo puede hacerme daño?
Vuelvo a golpear con todas mis fuerzas y con toda mi rabia y toda mi
furia. Escuchar la ruptura del cartílago de su nariz es tan satisfactorio que
vuelvo a atacar al instante.
Supongo que eso hace enojar a sus colegas, porque recibo golpes desde
todos lados. Sin embargo, el whisky por fin hace efecto. Me quedo
entumecido. Me doy la vuelta, rujo a esos infelices y golpeo lo que se me
atraviese con los puños.
DIECINUEVE

MIRANDA

DESPUÉS DE QUE Dylan se marchara me quedé llorando durante una


hora. Después recogí la salsa de espagueti quemada. Después seguí
limpiando y limpiando y limpiando.
Estaba fregando los rodapiés cuando recibí la llamada de Daniel.
—¿Estás viendo las noticias?
—¿Las noticias? —Frunzo el ceño—. ¿Quién ve noticias?
Oigo su resoplido de frustración desde el otro lado del móvil.
—Enciende la tele y pon el canal 4 ya mismo.
Dejo caer el pañuelo con el que limpiaba, voy a la sala de estar y cojo el
mando a distancia. Pongo la tele en el Canal 4.
—Mark Morales, desde el hospital Mercy, tiene más información sobre
esta noticia de última hora —dice el alegre reportero de las noticias justo
antes de que la pantalla muestre a un reportero junto a la cama de hospital
de un hombre que parece haber recibido una paliza.
En ese momento leo la descripción que aparece en la parte inferior de la
pantalla.
El multimillonario de la tecnología Dylan Lennox de Corporación
Hermanos Lennox va a la cárcel esta noche después de una pelea en un club
de striptease que deja a dos personas hospitalizadas.
—Mierda.
—¿Lo has visto? —me dice Daniel.
Ambos miramos en silencio.
—Soy Mark Morales de KQYN. Le haré algunas preguntas para los
televidentes. ¿Estaba usted con sus amigos en ese club?
El hombre que está acostado en la cama asiente.
—Pasando un rato entre hombres, ya sabes cómo es.
Cuesta un poco entenderle porque tiene la mandíbula hinchada y el
labio roto. Su nariz está obviamente rota y tiene vendas por toda la cabeza,
sin mencionar el morado en el ojo y una lesión en el brazo.
Dios mío. ¿Dylan hizo todo eso?
—Pero de repente viene este tipo y nos salta encima. Debió haber
consumido algo por lo loco que estaba. Empezó a golpear a mi amigo, por
eso salté para intentar protegerlo y se volvió contra mí.
—¿Reconoció usted que era Dylan Lennox el multimillonario de la
tecnología?
—No, viejo. Estaba oscuro. Solo sé que se había metido algo porque se
puso como loco. Nos estaba atacando y tuve que hacer lo que fuera para
evitar que mataran a mi amigo.
Siento que se me desploman los hombros.
—¿Miranda, estás ahí?
Me sobresalto al oír la voz de Daniel. Se me había olvidado que estaba
al teléfono.
Dios, ni siquiera quiero contestar porque, si le respondía, me iba a hacer
preguntas que llevarían a más preguntas y que…
—Miran…
—Aquí estoy.
—¿Estás bien? ¿Dylan es violento? ¿Te ha lastimado o te ha
amenazado…?
—¡No! Por Dios. Él no es así, ¿bueno? Hoy peleamos y se fue muy
enfadado, pero él no es agresivo.
—Dos hombres en un hospital alegan lo contrario.
—No es violento conmigo ni con las mujeres, que es diferente.
Daniel emite un ruido como si no estuviera convencido y me paso una
mano por la cara. No tengo tiempo para lidiar con Daniel en este momento.
—Escucha, gracias por llamarme. Me has ayudado mucho y te lo
agradezco de verdad.
—Pero ¿te dejo en paz? Mira, está bien, lo entiendo. Solo me preocupo
por ti. Si en algún momento te hace daño, le cortaré las pelotas y las asaré
en la parrilla.
—Vaya, gracias por hacer que me imaginara eso.
—De nada. —Hace una pausa y prosigue—: Pero, en serio, cielo. ¿Te
sientes bien?
Suspiro y silencio la televisión mientras el reportero sigue hablando con
el patán del hospital.
—Voy a estar bien.
No sé si sea cierto, pero es lo que Daniel necesita oír.
Rato después de que Daniel cuelgue y de que el segmento de noticias
haya terminado, sigo intentando pensar en qué hacer.
Porque hay que hacer algo.
Todo esto es mi culpa. Dylan ya tenía ideas erróneas sobre sí mismo por
lo ocurrido con su padre y por las cosas que le gustaba hacer en la cama. Y
con lo que le dije de Darren, más lo que tuve con y Bryce y lo que ocurrió
esa noche…
No tiene a nadie que lo apoye en este momento. Está solo en el mundo y
sé mejor que nadie lo desesperado y aterrador que es sentirse así.
Bryce me hizo sentir indefensa y que no valía para nada, pero este mes
con Dylan finalmente he comenzado a creer que no es cierto. Éramos
fuertes juntos.
Él sigue siendo mi otra mitad. Aunque le haya hecho mucho daño y no
pueda estar conmigo… Dios, nada más pensarlo me asfixia y me hace
querer caer de rodillas y tumbarme en posición fetal, pero lucho contra el
impulso. Aunque no pueda estar conmigo nunca, soy la única persona que
puede ayudarlo en este momento.
Tengo sentimientos por él y él por mí, así que le ayudaré de la única
manera que se me ocurre. Lucharé por él ahora que no puede luchar por sí
mismo.
VEINTE

DYLAN

—TIENES VISITA —dice el guardia.


—No quiero ver a nadie.
Continúo con el libro que estoy leyendo: Crimen y castigo. Me pareció
que Dostoievski era lo más apropiado para leer.
Las únicas personas que querrían visitarme serían Miranda, Darren o el
abogado de la empresa. No me interesa ver a ninguno de ellos.
Tengo razones por las que no me molesté en hacer una llamada
telefónica para que me pagaran la fianza. Si hay un lugar al que pertenezco
además de un asqueroso club de striptease, es en la cárcel del condado de
Santa Clara.
—Ella me dijo que dirías eso —dice el fornido guardia—. También me
pidió que te dijera que se llama Chloe Lennox.
Levanto la cabeza de golpe y el libro cae al suelo.
—¿Chloe?
—¿La vas a recibir?
Asiento con la cabeza y me pongo en pie.
Pero no, no puede ser mi hermana después de todos estos años.
¿Cómo iba a saber que estaba en la cárcel? Mi encierro no puede ser
noticia nacional.
Me convenzo de que no es ella cuando me llevan al área de visitas.
Debe ser Miranda que usó el nombre de Chloe porque cree que no aceptaré
verla si usa su propio nombre. Siento ganas de darme la vuelta en el último
pasillo por el que me lleva el guardia. Estoy segurísimo de que tengo razón.
Pero ¿y si…? La pequeña duda hace que mis pies sigan avanzando. Si
existe la más remota posibilidad de que sea mi hermana la que me espera
ahí fuera, debo salir a verla.
Se me acelera la respiración cuando el guardia pasa la tarjeta e
introduce un número en un teclado para desbloquear una puerta metálica
enorme. Hay una hilera de cabinas privadas con vidrios que separan a los
reclusos de los visitantes.
Caminando por el pasillo, busco desesperadamente entre las caras que
nos encontramos. Pero no es sino hasta que llegamos a la tercera cabina que
la veo.
—Chloe —exhalo. No puedo creer lo que ven mis ojos.
Me desplomo en la silla y agarro desesperadamente el teléfono. Ella ya
tiene el suyo pegado a la oreja.
—Chloe… ¿Cómo estás? ¿Cómo…?
Tengo mil preguntas, quiero decirle mil cosas, pero ahora que está aquí,
delante de mí, me quedo sin palabras.
Es tan hermosa que me duele mirarla.
Tiene la cara redonda de mi madre y su cabello castaño rizado se ve más
claro, como si hubiera pasado tiempo bajo el sol.
Y se ve… no sé… adulta. Se ve como toda una mujer y no una niña.
Pero a la vez tan ella que me duele. Todavía le quedan pecas por el
puente de la nariz y las mejillas. Sigue siendo la hermana a la que le hacía
bromas de niña, la hermana que quiero más que a nada en el mundo.
Sonríe y levanta la mano hacia el vidrio con lágrimas en los ojos.
—Me alegra mucho verte —dice suavemente.
Levanto la mano para acercarla a la suya y parpadeo con fuerza,
luchando por contener mis lágrimas.
—No soporto no poder abrazarte —me dice.
—Pagaré la fianza y saldré de aquí, ¿sí? —Me cuesta hablar muy rápido
—. Ve y diles que pagaré la fianza ya mismo. Ve a decirles ahora.
Asiente y se levanta enjugándose los ojos.
Todo el proceso tarda un par de horas y me doy latigazos por no haber
preguntado nada a Chloe cuando la tuve enfrente. Dios, ni siquiera le
pregunté cómo estaba, cómo ha estado todos estos años, si estaba bien.
Se veía bien. Sana. Pero ¿y si estaba fingiendo por mi bien? Santo Dios,
es la primera vez que me ve en seis años y estoy metido en una maldita
cárcel.
A medias, contengo las ganas de gritarle de impaciencia al funcionario
que parece ir a paso de tortuga en la tramitación de mis papeles para
devolverme mis pertenencias. Pero, por fin, me pongo mi ropa y me llevan
a la sala de espera para amigos y familiares.
Cuando el agente abre la puerta y me deja pasar, vuelvo a verla.
Y no solo a Chloe.
Miranda está sentada con ella cogiéndola de la mano.
Pero claro.
Por supuesto que era Miranda. Esa endemoniada mujer testaruda. ¿Qué
había hecho? ¿Se subió a un avión justo después de que me fui de su casa a
buscar a Chloe en Austin y le hizo saber lo enfermo que se había vuelto su
hermano mayor? Llevo encerrado poco más de un día.
Pero ni siquiera me importa. Estoy feliz de ver a mi hermanita.
Corro hacia ellas y Chloe se levanta de un salto y me lanza los brazos al
cuello. Entierro la cara en su cabello y la cargo para abrazarla y la balanceo
de un lado a otro.
—Aquí estás —susurro en su pelo rizado.
—Aquí estoy —responde ella, riendo y llorando al mismo tiempo.
La abrazo fuerte por un largo rato y, cuando por fin la suelto, me agarra
la mano. Su sonrisa es ahora dolorosa.
—Tenemos muchas cosas de que hablar. —Dirige la mirada hacia
Miranda.
—Hay un parque no muy lejos de aquí. ¿Qué les parece si los llevo allá
para que puedan hablar en privado?
Chloe asiente, agradecida, le toma la mano a Miranda y la aprieta.
Parece que se han entendido. Y no puedo negar el efecto que tiene en mí
ver a la mujer que amo y a la hermana que siempre he adorado así de
conectadas.
Creí que había aceptado mi destino de vivir el resto de mi vida como un
pobre diablo miserable y solitario. Pero aquí están las dos luces de mi vida,
y no sé… Ya no sé nada.
Caminamos hacia el aparcamiento en silencio, de la mano de Chloe. Me
aprieta de vez en cuando y me mira con una sonrisa tan bonita.
Estos dos últimos días me han agotado y me siento roto por dentro,
desahuciado de todas las emociones tormentosas que me hicieron enfurecer
en el bar y gritar en la celda la primera noche.
Pero eso no es cierto.
Me queda una emoción y es tan abrumadora que no puedo detener las
lágrimas que brotan de mis ojos.
Gratitud.
Estoy agradecido por estar aquí con mi hermana. Agradecido con
Miranda por hacer esto posible. Agradecido por no haber hecho algo mucho
más estúpido en el bar que me impidiera salir de la cárcel con dinero y
papeleo. Agradecido por estar vivo.
Chloe se sienta conmigo en el asiento de atrás mientras Miranda nos
lleva al parque que queda a cinco minutos. Es un espacio verde con árboles
y un césped verde donde hay niños jugando fútbol. Hay un caminito entre
los árboles que señala Chloe.
—Los espero aquí —dice Miranda, sacando una Tablet de su bolso.
Le dedico una mirada de agradecimiento y ella solo asiente con una
expresión llena de compasión y comprensión. ¿Cómo lo hace después de la
forma en que la traté?
Me doy la vuelta. Chloe vuelve a cogerme la mano apenas nos bajamos
del auto.
—¿Cómo has estado?
Me siento como un estúpido después de hacer aquella pregunta. Es tan
banal. Es algo que podría preguntar un extraño y me parece mal.
Pero Chloe me sonríe y me aprieta la mano una vez más.
—Bien. Me he portado bien. —Pero de repente se le nubla el rostro—.
Al principio fue difícil, no te voy a mentir. Después de todo lo que pasó. El
primer año, sobre todo.
Me estremezco.
—Lamento mucho no haber…
Ella levanta la vista hacia mí.
—Está bien. Miranda me explicó.
—¿Ah sí?
—Pensaste que te culpaba.
Se me corta la respiración y caminamos varios pasos.
—¿Y cómo no? No vi… No me di cuenta de lo que estaba pasando a
pesar de que…
Ella menea la cabeza.
—¿No te das cuenta? Él era un manipulador estrella. Nunca nadie se
daba cuenta de lo que realmente era.
—Pero yo sí. —Dejo de caminar y la miro—. Los tres vimos lo que le
hacía a mamá. No sé por qué jamás se me ocurrió que te lo haría a ti
también. No sé…
Pero Chloe sacude la cabeza con ímpetu.
—Sé lo que pensaste, pero no fue así. No fue papá.
Se me congela la sangre en las venas al escucharla.
—¿A qué te refieres…?
El rostro se le tensa de dolor y palidece.
—Fue Darren, no papá. Todos esos años fue Darren el que entraba a mi
dormitorio por las noches a… lastimarme.
Dios mío, no.
Pierdo el equilibrio al instante.
Choco con un árbol detrás y Chloe se acerca a mí. Nuestras manos se
separaron después de que me moviera tan de repente y vuelve a tomarla.
—Pero yo lo seguí —susurro—. Ese día que entré. Entré a tu baño y
encontré a papá…
En su rostro todavía hay dolor cuando explica:
—Encontraste a papá en su oficina en casa, la que puso en la que era la
habitación de Darren después de que él se fue y del infarto de papá. Papá
siempre trabajaba en pijama con esos malditos auriculares puestos cuando
trabajaba en casa. ¿Recuerdas que Darren nos regaló uno a todos aquella
Navidad, esos que cancelan el ruido? Era para que papá nunca oyera…
Se le corta la voz, pero sigo sin entender.
Se apresura a aclarar:
—Darren corrió hacia el baño y salió por la otra puerta que daba al
pasillo antes de que tú llegaras. Papá no tenía ni idea de lo que estaba
pasando hasta que vio a Darren corriendo por el pasillo. Tú entraste un
momento después a gritarle y a golpearlo.
Sacudo la cabeza.
—Pero… ¿entonces por qué no lo dijo? ¿Por qué no hizo algo?
Las lágrimas caen por sus mejillas.
—Creo que debió haberlo amenazado cuando él ató los cabos y se dio
cuenta de lo que Darren había estado haciendo.
La miro fijamente, confundido.
—Y creo que Darren lo mató por eso. Lo envenenó e hizo que pareciera
un infarto.
Parpadeo, horrorizado.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
Cargó con todo esto sola después de todo el trauma que ya había pasado
a manos de mi hermano. Tenía apenas diecisiete años, por el amor de Dios.
—Tenía miedo de que te matara a ti también. —Se limpia una lágrima
—. Por eso nunca lo dije. Y luego los dos iniciaron un negocio juntos y
tenía tanto miedo. Siempre vivía con miedo. Tenía tanto miedo de él, y
ustedes eran tan unidos, que tenía miedo de contactarte por si se enteraba
y…
—Por Dios. —La acerco a mis brazos y la aprieto en mi pecho—. Lo
siento tanto, Chloe. Siento mucho no haberme dado cuenta.
Ella asiente en mi pecho, llorando, y la abrazo fuerte. Estuve
equivocado todos estos años. Chloe no me culpaba, tenía miedo y me estaba
protegiendo. ¿Cómo había terminado todo esto así?
Darren.
Todo esto era culpa de Darren.
Miranda tenía razón.
Tal vez yo no era un monstruo, y quizá mi padre estaba muerto, pero
quedaba un demonio que estaba vivo y coleando.
Me alejo de mi hermana y le paso los pulgares por debajo de los ojos
para secarle las lágrimas.
—Shh, shh, ya todo está bien. No tienes que volver a sentir miedo. Te lo
juro.
VEINTIUNO

DYLAN

DARREN ABRE la puerta de su asqueroso hotel en Tailandia con una


mujer del brazo, una prostituta, por lo que parece. El asombro se le ve en la
cara cuando me ve.
—Cielos, Dylan —dice, agarrándose el pecho—. ¡Vaya susto me has
pegado! —Se ríe y despacha a la mujer—. Nos vemos otra noche, cariño.
Se ríe, pero se aleja tambaleándose con sus tacones de aguja de diez
centímetros.
Darren se vuelve hacia mí con una sonrisa en la cara.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Avanza y se acerca para
abrazarme.
Estoy sentado en un sofá sucio de una habitación de hotel que no debe
estar en su mejor momento, o tal vez siempre ha sido el hueco infestado de
cucarachas que tengo ante mí.
Le doy una palmada en la espalda.
Pero cuando Darren se aparta, tiene el ceño fruncido.
—¿Todo bien? Los abogados me llamaron para decirme que estabas en
la cárcel por una pelea. Le dije a Jenkins que pagara la fianza
inmediatamente y que viajaba de regreso esta noche para asegurarme de que
estuvieras bien.
Parece tan sincero. Cien por ciento sincero. Si no lo hubiera escuchado
de la boca de Chloe, pudo bastar para hacerme cuestionar todo lo que me
dijo Miranda.
Pero sí salió de los labios de Chloe y por eso me le quedo mirando a mi
hermano y me pregunto cuánto tiempo llevo viviendo con un sociópata así
sin saberlo. ¿Siempre fue así o en algún momento fue el hermano que
amaba?
—Tranquilo —le digo, pasándole un vaso con whisky—. Lo arreglamos
todo. Y viajar a Tailandia fue exactamente la escapada que necesitaba para
huir de toda esa mierda que quedó atrás. Pero, hermano, ¿no pudiste pagarte
algo mejor?
Coge el vaso y se ríe.
—¿Verdad? Llegué aquí y pensé que el taxista me estaba tomando el
pelo. Pero luego pensé, qué coño, ¿por qué no pasar una noche como los de
aquí? —Se le oscurece el rostro—. Siento mucho lo de esa mujer, viejo. Sé
que te gustaba mucho. Es difícil confiar en la gente cuando se tiene un
perfil tan alto y poderoso como el nuestro. Todo el mundo esconde algo.
Todo el mundo quiere algo.
Asiento y bebo un sorbo del vaso que he estado bebiendo durante más
de una hora mientras esperaba a que volviera.
—Bueno, ya he abierto los ojos. —Levanto mi vaso—. Por abrir los
ojos.
Darren choca su vaso con el mío.
—Por abrir los ojos.
Los dos bebemos. Darren se bebe el suyo, se ríe y hace una mueca al
vaciar el vaso.
—Uf, quema.
Me río.
—Seguro. ¿Quieres más? —Levanto la botella.
—Claro que sí.
Le sirvo otro trago.
—Las putas no valen la pena —le digo arrastrando las palabras—. Por
los hermanos que valen más que las putas.
Vuelvo a levantar el vaso.
—¡Por los hermanos que valen más que las putas!
Nos acabamos nuestros tragos.
—Echaba de menos esto, viejo. —Se recuesta en el sofá de plástico
junto al mío, el mueble menos malo de toda la habitación—. Que pasemos
el rato juntos. Ahora desearía no haber despachado a la chica porque lo
único que habría mejorado esto era que nos estuviese chupando las pollas
en este momento.
—¿Por los hermanos y sus putas? —comento.
Se ríe y asiente.
Yo meneo la cabeza.
—Las mujeres son demasiado complicadas. Son fastidiosas y lloronas.
Darren se sirve más whisky.
—Muy cierto.
Me tiende la botella, pero levanto una mano para rechazarla.
—Ya me tomé la mitad de la botella antes de que llegaras. Tenía que
relajarme después de ese largo vuelo. Recuérdame por qué fue que
montamos una fábrica en medio de la puta Asia.
—¿Porque la mano de obra es muy barata? Y las ventajas fiscales son
una locura.
—Y no te cae nada mal venir cada tres meses a hacer lo que te dé la
gana con mujeres en un motel de mala muerte infestado de ratas sin que
nadie se entere, ¿no?
—¿Qué?
Darren parece confundido y su sonrisa disminuye levemente.
—Como esa que traías aquí. —Me siento más erguido—. ¿Qué ibas a
hacer? ¿La ibas a violar y a golpear hasta medio matarla? Porque eso es lo
que te excita, ¿no?
Darren se acomoda en la silla, y la sonrisa finalmente desaparece de su
rostro.
—¿Qué demonios dices? Era una prostituta. No puedes violar a una
prostituta. Tú más que nadie deberías saberlo.
Es una indirecta muy directa, pero no voy a parar ahora que he
comenzado.
—¿Entonces para qué te quedas en este hueco en vez de quedarte en
uno de los mejores hoteles internacionales? —Señalo la habitación que nos
rodea—. Quieres un lugar donde a nadie le importe quién entra y quién sale
y donde nadie se daría cuenta de la desaparición de otra puta barata.
—¿Qué demonios, Dylan?
Darren tiene la cara roja cuando se pone en pie de un salto, indignado.
—Tenía el cabello del mismo color que el de Chloe. ¿Te las buscas
parecidas a nuestra hermana a propósito, maldito enfermo?
Darren se lanza hacia mí, pero tropieza con el primer paso y cae de
rodillas. Parpadea y sacude la cabeza. Me mira desorientado.
—¿Qué me has hecho? —pregunta con desgana.
—¿Qué? —le pregunto calmado—. Pensé que te gustaba la fiesta.
Chloe me dijo que así se lo hacías al principio para que no pudiera
defenderse. Tenía apenas catorce años en ese momento, ¿cierto?
Me levanto lentamente y alzo la cajita de lata que compré antes de subir
al avión privado. De verdad que encuentras lo que sea en las calles de San
Francisco.
Pero antes de quitarle la tapa, saco los guantes del bolsillo y me los
pongo. Luego abro la caja y lleno la aguja del líquido amarillo del frasco.
Darren intenta ponerse en pie, pero se vuelve a caer. No escatimé en la
dosis de GHB que le puse a la botella de whisky.
Le doy una patada en las costillas y, como se dobla, le doy una patada
en la espalda para que vuelva a enderezarse.
Luego me abalanzo sobre él y le saco el brazo para introducirle la aguja
en la vena más gorda.
Se echa a reír.
—Siempre fue mi mejor polvo. Jamás probarás un coño tan apretado
hasta que te folles a nuestra hermanita. Deberías probarlo.
Les creía a Chloe y a Miranda. Creía en ellas. Pero ver la verdadera cara
de mi hermano por primera vez…
—Siempre chillaba cuando entraba a hurtadillas a su dormitorio en la
noche para follarla. Te habría encantado.
Se me tensa tanto la mandíbula que juro que se me van a romper los
dientes. Sé lo que está haciendo; intenta irritarme para que no lo inyecte o
para que lo golpee y deje ADN para que esto no parezca la sobredosis que
estoy montando.
Pero tengo algo que mi hermano nunca aprendió: disciplina.
Le clavo la aguja en el brazo y hurgo hasta dar con la vena. Vacío el
émbolo.
—¡Eres igual que yo! —grita—. Te gusta que griten. Nada te excita más
que verlas luchar y lastimarlas. Disfrutas de ser un dios tanto como yo,
hermano. ¡Somos hijos de nuestro padre! Somos…
Se calla a mitad de la frase y cierra y abre la boca, la abre y la cierra a
medida que sus ojos se vuelven distantes.
Me aparto de él y me siento al lado del hermano que amé toda mi vida y
veo sus ojos quedarse sin vida.
EPÍLOGO

MIRANDA

TODO HA ESTADO en calma desde que Dylan volvió de Tailandia. En


calma en el buen sentido. Pasamos todas las noches juntos y abrazados.
No me ha contado exactamente lo que pasó, pero leí en internet que su
hermano murió de una sobredosis en su viaje a Tailandia.
Nadie sabe que Dylan estuvo ahí. Viajó en un jet privado y
aparentemente sobornó a autoridades de la localidad. Me lo dijo para que no
me preocupara.
Él mismo le organizó un funeral a su hermano, acudió y se mostró
afligido. Yo no reuní fuerzas para ir, pero vi las fotos. Cuando le pregunté
tiempo después, me dijo que se sentía mal por el hermano que había
perdido a pesar de que nunca fue real.
Pero no pasó mucho tiempo afligido, porque, aunque había perdido un
hermano ficticio, recuperó a una hermana muy real.
Chloe se quedó por mucho tiempo más y hace apenas unos días volvió a
su casa en Austin. Dylan era otra persona teniéndola cerca; había cobrado
vida. Le hacía bromas y jugaba con ella. Me imaginé cómo habrían sido al
crecer juntos. Estaba claro que Chloe lo idolatraba. Estaba muy feliz por él,
por tener eso.
Sin embargo, todavía tenía pesadillas por las noches.
Lo despertaba con la mayor sutileza y por fin ya no me rechazaba. Me
dejaba abrazarlo. Las últimas barreras entre nosotros por fin se estaban
derrumbando.
Hacíamos el amor todas las noches y a veces también por las mañanas.
Creo que Dylan siempre necesitará eso conmigo; es como si fuera la única
forma de comunicarle que en verdad lo amo y que confío en él en cuerpo y
alma.
No hemos jugado desde aquella noche horrible en el callejón.
Hacer el amor es una maravilla y viviré satisfecha si es lo único que
tenemos. Lo que no me gusta es pensar que Dylan esté reprimiendo una
parte de él para estar conmigo.
Odio que en el fondo siga creyendo que es un monstruo. A veces veo en
sus ojos el odio que siente por sí mismo. Ya no es tan frecuente, pero sigue
estando ahí.
Y es hora de que, de una vez por todas, se acepte tal y como es, cada
parte completa y maravillosa.
Íbamos a salir juntos esta noche y le iba a hablar de todo esto, pero uno
de mis neumáticos se pinchó. Me he quedado varada en una carretera
abandonada a las nueve y media sin señal en el móvil. Esto no puede estar
pasando.
He estado esperando que pase alguien a quien pedirle ayuda, pero tal
parece que nadie pasa por esta vía por la que me mandó el localizador.
Miro fijamente por el retrovisor.
Y por fin, veo unas luces acercándose a mí. Espero a que el auto se
detenga detrás de mí y sale un hombre. Tiene las luces encendidas y lo que
veo es una silueta alta y oscura a medida que se acerca.
Mi corazón empieza a latir fuerte.
A pesar de que sé que viene, doy un respingo cuando se acerca a mi
ventana. La bajo.
—¿Necesita ayuda, señorita?
—Se me ha pinchado un neumático y no tengo repuesto en el maletero.
—Me encantaría ayudarla. Salga de ahí. Tengo herramientas en la
furgoneta.
Me muerdo el labio inferior, sopesándolo.
—¿Está seguro? —Miro la calle de un lado al otro.
—Lo he hecho un millón de veces. Sólo necesito que me eche una mano
para poner el gato. Volverá a la carretera en un rato.
Vuelvo a echar un vistazo por la carretera.
—Está bien. Gracias. No tengo nada de señal en el móvil. Habría pedido
ayuda o llamado a mi novio.
Abro la puerta y salgo. Mis tacones y mi vestido brillante de tirantes no
son exactamente un atuendo para cambiar neumáticos, pero espero poder
ser de ayuda.
—Por aquí —dice, señalándome hacia su furgoneta.
Me froto los brazos, tratando de entrar en calor con el frío de la noche.
—Lo espero aquí mientras saca el gato.
—¿Te he dicho que esperes aquí?
De repente, la intención en la voz del hombre ha cambiado por
completo de amistosa a áspera.
—Te dije que vinieras conmigo a la puta furgoneta.
Mierda.
Intento correr hacia la puerta abierta de mi auto, pero me agarra por
detrás por la cintura.
Empiezo a gritar, pero me tapa la boca con la mano. Segundos más tarde
me mete en la furgoneta. Me sujeta con las rodillas mientras cierra la puerta
de la furgoneta.
Quedo encerrada.
Dios mío, estoy atrapada.
Y no pierde el tiempo.
—Qué boquita tan bonita —murmura, poniéndose encima de mí y
subiendo hasta ponerme las rodillas en los hombros y su entrepierna en mi
cara.
Al instante tiene el pene afuera.
—Lo deseas, ¿verdad, zorra? Sé que lo quieres,. Lo vi en tus ojos.
Estabas suplicando cuando me acerqué a tu auto. Ahora te lo vas a tragar
hasta la garganta.
—¡No! —grito, pero me pellizca la nariz para obligarme a abrir la boca
para respirar.
Aprovecha la oportunidad y me mete al pene hasta atragantarme.
—Así. Eso. Muy bien. Métetelo todo.
Me lo mete más profundo hasta la garganta, hasta que me atragante.
Caen lágrimas por mis mejillas mientras me ahogo y me atraganto con su
miembro.
Me lo saca y jadeo, pero solo respiro de momento, porque al segundo
siguiente me lo vuelve a meter.
Me retuerzo debajo de él, intentando quitármelo de encima, pero es
inútil, es demasiado grande.
No sé por cuánto tiempo me folla la boca; son largos y agónicos
minutos, pero finalmente lo saca. Ahogada e intentando respirar, me acuesto
de lado. Él se levanta e intento aprovechar la oportunidad y me abalanzo
hacia la puerta.
Tira de mi tobillo antes de que pueda agarrar la manilla y me tira con
fuerza hacia atrás.
—Eh, no he terminado contigo, bonita. Apenas comienza.
Chillo cuando me empuja hacia atrás y me levanta la falda. Me baja la
tanga con brusquedad y me flexiona las piernas hasta el pecho.
Sé lo que viene a continuación. Mi coño está completamente expuesto a
él y chillo más cuando lo siento penetrar mi interior.
—Pero si estás mojada, zorra. —Me da un azote en el culo tan fuerte
que sé que lo sentiré cada vez que me siente mañana—. Estás muy muy
mojada.
Chillo más fuerte y lo aparto sin lograr nada.
Es demasiado grande.
Demasiado fuerte.
Se ríe de mis forcejeos y sigue follándome sin piedad con embestidas
rústicas y despiadadas que me hacen chocar la espalda con la alfombra
industrial de la furgoneta. Los adornos de mi vestido se me entierran en la
espalda.
—Quiero ver las jugosas tetas que escondes debajo de ese maldito
vestido.
Acerca las manos y agarra la parte delantera de mi vestido y lo parte en
dos. Tenía sujetador incorporado, así que ahora estoy completamente
expuesta a él.
—¡No! —grito cuando me manosea los pechos. Me pellizca un pezón,
lo agarra y lo retuerce con tanta fuerza que me hace gritar.
Se inclina sobre mí y me muerde el labio inferior mientras sus caderas
siguen castigándome.
—Llora por mí. —Me agarra por el cabello y me echa la cabeza hacia
atrás mientras sigue retorciendo el primer pezón—. ¡Que llores por mí, he
dicho!
El dolor es muy fuerte. Lo siento por todas partes. Me ha invadido en
todas partes. Lo es todo.
No creo que sea posible sentir más.
Pero me equivoco.
Me equivoco tanto.
Porque desliza las manos desde mi cabello hasta mi garganta.
Nos miramos fijamente a los ojos. Respiro profundo.
Y empieza a apretar.
Me está asfixiando.
Y es lo más erótico que haya experimentado.
Que se haya permitido llegar hasta aquí, que se libere tanto, que confíe
en mí y que confíe en él para estar conmigo me hace sentirme muy
enamorada de Dylan Lennox.
Cuando me aprieta más el cuello y siento su poder en cada músculo de
su poderoso cuerpo encima de mí, el orgasmo asciende como un tsunami.
Él lo ve porque tanto así me conoce, y me suelta la garganta y afloja la
fuerza del pellizco a mi pezón, y el torrente de oxígeno y las sensaciones…
Ah, voy a…
Estallo en gemidos mientras me corro y aprieto cada parte de su cuerpo
que está a mi alcance.
Lo amo, lo amo, lo amo…
Veo las estrellas y la sensación se acelera desde mi centro. Ah… Ah…
Dylan estampa sus labios en los míos y siento su semen dentro de mí,
tan pero tan profundo; unidos como uno solo.
Llego al cielo con él a mi lado. Siempre a mi lado.
Cuando la ola alcanza su pico y se disipa, estoy en sus brazos y él me
aparta suavemente el pelo de la cara.
—Eres tan hermosa —susurra—. Tan perfecta. Eres lo más hermoso y
perfecto que Dios ha creado en esta tierra.
Me río y entierro mi cara en su pecho.
—No creo que vayamos a llegar al restaurante.
—A la mierda el restaurante.
Me río y lo rodeo con el brazo. Quería estar lo más cerca posible de él
sin tenerlo dentro de mí.
—Lo de la furgoneta te ha quedado muy bien. —Miro a los lados—.
¿De dónde la has sacado?
—Estaba en el trabajo cuando recibí tu mensaje, así que se la pedí
prestada a los de mantenimiento.
—Gracias por correr —susurro.
Se ríe.
—No me quedó de otra si me apretabas y ordeñabas el pene así.
Le doy un golpe en el pecho.
—No me refería a eso.
Se ríe y me coge la mano, se la lleva a la boca y me besa los nudillos.
—Lo sé, cielo. Lo sé.
No sabía cómo iba a responder al mensaje que le envié hace media hora
con mi ubicación y el mensaje que decía:
Se me ha pinchado un neumático. Soy una damisela en apuros. Ni te
atrevas a avergonzarte. A jugar, guapetón.
—Amo todo de ti, ¿sabías? Tu lado dulce, tu lado rudo. Todo de ti.
Se tumba de lado, se apoya en su codo y me mira bajo la única luz de la
pequeña furgoneta.
—¿En serio?
Asiento con ganas.
—Claro que sí. Te amo.
Me mira fijamente un segundo más.
—Entonces será mejor que no te deje escapar. Al menos así lo dijo
Chloe antes de irse el martes.
Se vuelve para meter la mano por detrás y los ojos se me abren de par
en par al ver lo que tiene en la mano cuando se vuelve hacia mí.
—Me estás tomando el pelo.
Una sonrisa se le dibuja en la cara.
—Te aseguro que no te estoy tomando el pelo. Miranda Marie Rose,
¿me harías el gran honor de ser mi esposa?
Le acaricio las mejillas. Juro que no puedo respirar. Mis ojos van sin
parar del anillo de diamantes a la cara de Dylan, al anillo y a su cara
nuevamente.
—¿En serio?
Parece preocupado.
—Claro que hablo en serio. Cielos, Miranda. ¿Cómo no lo has visto
venir? Te amo. Has cambiado toda mi vida. Me has cambiado a mí.
Se sienta y me ayuda a sentarme también, luego me agarra la cara.
—Cásate conmigo. Haz que mi felicidad sea completa.
Me caen lágrimas por las mejillas y asiento una y otra vez, porque no
creo poder pronunciar ninguna palabra en este momento.
Me agarra la mano y me pone el anillo en el cuarto dedo de mi mano
izquierda, como si estuviera ansioso por hacerlo antes de que cambie de
opinión. Vaya hombre tan absurdo.
Me abalanzo sobre él.
—Te amo mucho, ¿sabes?
Lloro por tanta felicidad. Estoy imposiblemente feliz.
Se aparta y sonríe, luego me atrae hacia delante, me besa una mejilla y
después la otra.
—Siempre he amado tus lágrimas.

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UN MUJERIEGO, una chica poco delicada y un exconvicto.


No podrían tener más diferencias.
¿Cuál es el único lugar donde todas esas diferencias desaparecen?
En el dormitorio.

—ENTREMOS —dijo Liam, tomando la llave tarjeta del hotel a la cual


Calla se aferraba. Ella lucía confundida hasta que Liam dirigió su mirada a
Mack y añadió—: Todos.
Calla abrió sus ojos, sorprendida, y abrió ligeramente su boca. Pero al
abrir la puerta, entró y la mantuvo completamente abierta.
Como invitación.
M*ldito. Mack lo sentía en su pecho y en sus testículos: el deseo. Ella
no entiende la clase de invitación que está haciendo.
Liam se quedó justo al lado del umbral, pero, aun así, Mack dudaba.
Ella se merece a alguien un millón de veces mejor que cualquiera de estos
dos tipos c*chondos.
Mack estuvo a punto de dar media vuelta e irse. De verdad que sí.
Pero luego Calla estiró su mano y lo tomó de la suya. Con la otra, tomó
a Liam. Cuando comenzó a halarlos a ambos hacia adentro, Mack se dejó
llevar.
No sabía si estaba entrando al cielo o al infierno. Pero mientras cerraban
la puerta a sus espaldas, Mack sabía que no había otro lugar en el que
preferiría estar.

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SIN ARREPENTIMIENTOS
Copyright © 2018 Stasia Black

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, distribución y/o transmisión total o
parcial de la presente publicación por cualquier medio, electrónico o mecánico, inclusive fotocopia y
grabación, sin la autorización por escrito del editor, salvo en caso de breves citas incorporadas en
reseñas y algunos otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido a personas, lugares o eventos reales es puramente
coincidencia.

Traducido por Rosmary Figueroa.


UNO

Sloane

—GRACIAS, Chupamela69. —Sloane soltó una risita y se dio la vuelta en


el colchón para poner el culo enfrente de la cámara. Tenía el portátil sobre
un taburete al pie de la cama.
—Ya casi. Cien fichas más y me doy diez nalgadas.
Contoneó las caderas para menear el culo. Grabarse el culo en primer
plano era lo que mejor iba.
—¿Nadie? ¿Quién quiere ver este culito poniéndose rojo? Vamos, todos
sabemos que lo desean. —Se acarició las nalgas y estiró la mano de forma
seductora hacia su tanga.
Un bajo clin-clin-clin sonó en su portátil. Sloane miró por encima del
hombro y vio que alguien en el chat había depositado las cien fichas que
había pedido. ¡De lujo!
Sonrió ampliamente.
—Gracias, DonJuanXL. Acabas de hacer muy felices a todos los que
están en esta sala. —Meneó el culo frente a la cámara antes de coger la
pequeña paleta en su mesa de noche.
Miró el portátil de nuevo cuando oyó otro clin-clin-clin.
ElPapi288: Di «PAPI» mientras te das unos buenos azotes.
—Claro que sí, papi —dijo, y su sonrisa se ensanchó más. En los
últimos tres años en los que había trabajado como cam girl, había aprendido
que la mejor manera de hacer pasta era sonriendo. Sonriendo siempre. Si
dejaba de hacerlo, aunque fuese por un minuto, los hombres se
desconectaban en tropel.
Y la verdad que sonreír no era tan difícil. Prácticamente tenía el mejor
trabajo del mundo. Podía seducir hombres todo el día y tener orgasmos de
vez en cuando —todo mientras ganaba pasta en cantidades industriales. No
tenía que tratar con gerentes, jefes ni políticas de oficina. Podía tener su
propio horario y trabajar unas quince horas a la semana si le daba la gana.
Bueno, vale, por lo general trabajaba de treinta a cuarenta horas, pero
eso era porque se aburría y estaba ahorrando para jubilarse. Después de
todo, sus tetas y su culo no serían así de firmes ni tersos toda la vida.
Lo cual le recordaba…
Se acarició la nalga con la tabla, estiró el brazo y se pegó fuerte
haciendo un sonoro golpe.
—¡Ah! Qué rico estuvo eso. Papi, dame más.
Se volvió a azotar y soltó un grito.
—¡Papi! —Arqueó la espalda—. Quiero otro. —Meneó su culo sin
parar frente a la cámara y luego se atizó tres, cuatro y cinco veces en rápida
sucesión.
Sonrió, incluso mientras jadeaba y se revolvía en la cama.
—Papi, me he portado muy mal —dijo con un gemido agudo. Miró por
encima del hombro y se mordió el labio. Las comisuras de sus labios
seguían fijas dibujando la sonrisa—. Creo que papi tiene que castigarme
más. ¿Qué piensan ustedes?
Varias respuestas aparecieron en el chat, y todas eran afirmativas.
Sloane se rio y procedió a darse los cinco azotes que faltaban. Chilló y se
estremeció al sentir el escozor de los últimos golpes.
Se dio la vuelta y se sentó en la cama mirando a la cámara, tras lo cual
se arrodilló y empezó a bambolearse sensualmente hacia adelante y hacia
atrás. Llevó su mano a los hilos de su tanga.
—Nada me encanta más que compartir con ustedes, pero me apena
decirles que ya casi se nos acaba el tiempo. ¿Cómo deberíamos terminar la
noche? ¿Tendremos un espectáculo? Si lo quieren, la propina deberá llegar
a quince mil fichas.
Quince mil fichas equivalían a setecientos cincuenta pavos. Nada mal
para un día de trabajo, si se permitía decirlo.
Se pasó el pulgar por encima de las bragas y gimió mientras se mordía
el labio superior. Luego, se acarició todo el cuerpo y se apretó los senos,
aunque con cuidado, pues tenía puestas pinzas para pezones. Le habían
pedido que se las pusiera cuando el bote llegó a ocho mil.
Varios sonidos de depósito de fichas llegaron en ráfagas y Sloane leyó
los mensajes. Negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
—Conque así será, ¿eh? Tal parece que nos quieren aguar la fiesta de
los orgasmos esta noche. MichaelTodoPoderoso y Pinguino_Pillo me
quieren dejar insatisfecha. ¿Qué piensan los demás?
Otro pitido sonó.
—¿Tú también, SeñorMagnate? —Suspiró de forma dramática—.
Bueno, de acuerdo. Soy una esclava de mi público adorador. Solo
trescientos más y será hora de la función.
Llevó los pulgares a ambos lados de su tanga y se la bajó por los
muslos. Exhibió el montículo de su sexo por un segundo antes de volver a
cubrirlo.
—¿Quién será el héroe de hoy que nos dará esos trescientos? —
preguntó contoneando las caderas y moviendo la tanga provocativamente.
El sonido de una propina llegó a sus oídos cuando un usuario llamado
ChupaMiPedro depositó los trescientos que faltaban y escribió: muéstranos
ese coñito lindo.
—Gracias, Pedro. Tus deseos son órdenes.
Esta vez, cuando se bajó las bragas, prosiguió hasta dejárselas al nivel
de las rodillas. Se sentó e hizo un mohín para que su audiencia supiera que
todavía le escocía el culo, y se bajó la prenda por completo. Luego, abrió
las piernas de par en par frente a la cámara.
—Ya estoy mojada —dijo sin aliento, tras lo cual estiró una mano y se
tocó—. Esto es lo que me provocan.
Vale, la verdad era que se había aplicado lubricante un poco antes de
estar en vivo, pero ojos que no ven, corazón que no siente.
Por lo demás, siempre trataba de darles a sus clientes lo que pagaban
por ver. Era así como había creado su negocio y pasado de ser una donnadie
hace tres años a estar entre las cincuenta mejores modelos de la página.
—¿En qué pienso para excitarme? —le preguntó a la sala de chat—.
Díganme sus fantasías.
Varias respuestas empezaron a aparecer casi de inmediato. La sala de
chat estaba bastante obscena; pero, después de todo, era viernes, y los
hombres que podían permitirse sus tarifas solían ponerse enérgicos los
viernes por la noche.
—Bueno, bueno, es que son pervertidos, ¿eh? Pero vaya… —Se chupó
el labio superior—. Pensar en todas sus sugerencias…
Se tumbó en la cama y levantó la cabeza para mirar la cámara. Esa
posición hacía que sus pechos sobresalieran, lo cual siempre era favorable.
Nunca apartó la mano de su sexo. Bajó la mano y desenganchó la cámara de
la parte superior de su portátil. Para algunos espectáculos usaba varias
cámaras, pero para otros, como este, a sus «clientes» les gustaba más la
intimidad de una única lente.
Continuó con su función y se llevó al clímax que todos habían estado
esperando. Pensó en la novela rosa con el sensual héroe malote en su
motocicleta que había estado leyendo antes para poder alcanzar su placer.
Los hombres que se conectaban a su chat no eran precisamente su tipo;
aunque proclamaban que la amaban bastante seguido. Pero ella siempre los
desilusionaba con tacto y delicadeza. Iba en contra de la política de la
compañía verse con clientes fuera de la plataforma, aunque ella sabía que
algunas mujeres lo hacían de todas formas.
Pero ella no. Enseguida cortaba a cualquiera que no se tomase en serio
sus límites.
—Casi se me acaba el tiempo, muchachos —dijo, matizando su voz con
pena. Había estado trabajando por cinco horas seguidas y ya estaba lista
para tomarse un descanso. Aun así, siempre trataba de que sus espectáculos
fuesen energéticos.
Los hombres acudían a ella para escapar de su ajetreo cotidiano. Una de
las primeras reglas del modelaje por webcam era ser uno mismo —dedicaba
demasiadas horas de cada día para que su personalidad fuese actuada—,
pero bueno. Intentaba que sus días de malhumor se mantuviesen al mínimo.
Continuó por diez minutos más, y alternaba entre la tortura de la
privación del orgasmo y hablar con los hombres de la sala de chat.
Luego de desconectarse, Sloane se tumbó en la cama y cerró los ojos.
Apretó los dientes mientras se quitaba una pinza de pezón y luego la otra.
Su respiración se entrecortó cuando un torrente de sensaciones la volvió a
acometer. Normalmente hacía esa parte frente a la cámara, pero se le había
agotado el tiempo antes de que pudiera hacerlo.
Se llevó la mano a los pechos adoloridos y los masajeó. Apenas tuvo un
segundo para respirar de alivio antes de que una alarma sonase en el
portátil, y se quejó mientras se incorporaba en la cama. Vale, sabía que le
había puesto un límite de tiempo a su espectáculo por una razón: tenía una
«cita» con Oliver, u Olly, como a él le gustaba que lo llamase.
—Los malvados no tienen paz —murmuró, alcanzando la bata de satén
que estaba a un lado de la cama y poniéndosela. Solo era lo suficientemente
larga para cubrirle la parte superior de los muslos, pero así era como le
gustaba a Olly.
Había sido su cliente por un poco más de un año, y era bueno tener
personas regulares como él. Se dirigió al vestidor, encontró un par de bragas
de encaje rojo —otro de los favoritos de Olly— y se lo puso. Luego cogió
su portátil, su móvil y sus auriculares con bluetooth, y se encaminó a la
cocina.
Pero no debía quejarse. Oliver era un cliente discreto.
Dejó todo en la mesita que tenía en el medio de la cocina. Luego se
aseguró de dejarse la bata abierta para que sus pechos estuviesen visibles y
sus pezones asomaran.
Cambió las ventanas del portátil hasta que llegó a la que vinculaba el
sistema de cámaras instalado por toda su casa. Encendió las tres cámaras de
la cocina. Una era una lente ojo de pez en el techo que parecía otro detector
de humo más, otra estaba justo detrás del fregadero, y la tercera era la
cámara web conectada a la parte superior de su portátil.
Junto con las cámaras del cuarto de baño y dormitorio, todo eso
conformaba la red de cámaras voyeristas que aportaban una parte
considerable de sus ingresos. Todas las cámaras estaban sincronizadas con
su portátil a todas horas, y podía elegir qué cámaras quería tener activas
durante las horas que ella escogiese. Seguía siendo una idea relativamente
reciente, pues los equipos habían costado una pequeña fortuna, pero los
costos iniciales habían valido la pena. Se pagaron solos en cuestión de tres
meses.
Lo cual era bueno porque había estado extremadamente corta de dinero
después de que su tía abuela Trish muriese y le dejase esta propiedad. No
tenía ninguna otra habilidad para trabajar, y debido a su condición… bueno,
bastaba con decir que sus opciones eran limitadas. Tras cuatro meses sin
pagar la hipoteca, el banco amenazaba con embargarla.
Fue entonces cuando Sloane descubrió el mundo del modelaje por
webcam. Fue completamente por accidente; estaba buscando empleos por
Craigslist que se pudieran hacer desde casa, cuando se encontró un aviso
que afirmaba que los trabajadores podían hacer quinientos dólares a la
semana. Sonaba demasiado bueno para ser verdad; sobre todo, cuando
revisó los detalles y los requerimientos del trabajo eran extraordinariamente
vagos. Todo lo que decía era algo como «buscamos candidatas atractivas,
amables y simpáticas que estén motivadas y les guste hablar». Llamó al
número y, al final, resultó que la compañía era una agencia que buscaba
cam girls.
Cortó la llamada con el hombre tan pronto se dio cuenta del trabajo.
Pero entonces recibió otro aviso de embargo y, sin más opciones, empezó a
investigar por su cuenta. Descubrió que muchas mujeres se ganaban bien la
vida trabajando como cam girls.
Y no hacía falta un agente para hacerlo. Ya sea que fueras mayor, joven,
delgada o voluptuosa, este trabajo era para mujeres de todas las formas y
tamaños. La forma en que las mujeres hablaban y escribían en los foros al
respecto era empoderante; podían hacer sus propias reglas y llevarse su
pasta. Podían trabajar las horas que quisieran y no ser esclavas de un jefe ni
de un horario laboral. Eran madres, estudiantes universitarias, abuelas.
Entonces, una noche, Sloane vació más de unos cuantos vasos de tequila
y empezó a transmitir. Ganó trescientos pavos esa primera noche.
No todas las noches eran igual de sencillas, todo lo contrario; ponían a
las nuevas modelos en lo más alto de la lista y tuvo que luchar con uñas y
dientes para tener el nivel de visibilidad del que disfrutaba hoy. Le costó
trabajo, determinación y una actitud de nunca rendirse. Pero aquel primer
mes ganó el dinero suficiente para comenzar a pagar la hipoteca otra vez y
detener el proceso de embargo.
Eso sí, no comió mucho más que judías y ramen por un buen rato, pero
conservó su casa.
Se estremeció solo con recordar aquella época de su vida. Había sufrido
ataques de pánico casi todos los días, y solo recobraba la compostura por
las horas que tenía que estar frente a la cámara. Negó con la cabeza. Se juró
no volver a estar nunca en una situación similar.
A pesar de que, en términos relativos, ahora estaba forrada, seguía
escatimando en gastos. La situación podía cambiar en un abrir y cerrar de
ojos, y esta vez estaría preparada. ¿Quién sabía por cuánto tiempo podría
modelar? Claro, por ahora funcionaba, pero ¿y si los hombres dejaban de
conectarse a su chat? Tenía que ser lista. Ponía un tercio de lo que ganaba al
mes en una cuenta para su jubilación. Otro tercio iba para los ahorros a
corto plazo, y un tercio más era para los gastos mensuales.
Así que, aunque se sentía cansada, levantó los ánimos, fingió una
sonrisa y encendió sus auriculares. Marcó el número de Oliver.
—¿Hola? —vino la conocida voz tímida con la que había estado
hablando durante casi un año.
—Hola, cielo —le dijo, caminando hacia el portátil—. ¿Qué tal te ha
ido esta semana?
—Chrissy. —Ella pudo oír la seguridad y el placer que impregnaron su
tono de voz cuando pronunció su sobrenombre de trabajo.
—Hola, Olly. ¿Estás listo para nuestra cita?
—Por supuesto. Siempre lo estoy.
—Estupendo. —Sloane hizo clic para conectar su sesión de chat y que
así pudiera verla en las cámaras. A él le gustaba la intimidad de hablar con
ella por teléfono al mismo tiempo que miraba el vídeo.
—Hola, preciosa —dijo—. No sabes lo feliz que me hace verte.
—¿Has tenido una semana difícil? —preguntó ella, moviéndose por la
cocina hasta llegar al fregadero. Abrió el grifo y empezó a lavar su cuenco
del desayuno.
A Oliver le gustaba verla hacer cosas como esa. Los mundanos e
insignificantes quehaceres cotidianos eran sus favoritos, y, a pesar de que
siempre le pedía que estuviese desnuda —le gustaba mirarla quitarse la ropa
a medida que progresaba la llamada—, nunca pasaba de allí. Todo lo que
siempre hacía era hablar.
Hasta donde Sloane sabía, no era más que un tipo solitario que anhelaba
tener una conexión.
—Ni te imaginas. Pero debo darte las gracias. He seguido tu consejo y
me fui de la casa de mis padres.
Sloane no pudo ocultar su sorpresa. Apoyó la cadera en la encimera y
volvió a mirar hacia la cámara del portátil.
—Qué bueno. Felicidades. —Sonrió ampliamente—. Sé que has pasado
un tiempo luchando con esa decisión. ¿Cómo se siente?
Él soltó una risita, como si estuviera avergonzado.
—Bien. Se siente muy bien.
—¿Se armó una buena con tu mamá cuando te fuiste? —Sloane se
sintió genuinamente curiosa. Había estado hablando con Oliver por casi un
año y su drama semanal con su madre era una larga serie de codependencia
y disfunción, por lo que podía ver.
Como si ella tuviese el derecho de hablar de salud mental. Ja, ja.
Aun así, a veces se sentía como una terapeuta. ¿No era escuchar lo que
los terapeutas hacían la mayor parte del tiempo? Tras todas las horas que
había pasado escuchando a hombres desahogarse, debería tener como una
licencia psicológica y multiplicada por diez.
—No fue bonito —admitió Oliver—. No se puso muy feliz. Amenazó
con lastimarse si no me quedaba.
Cielos, eso sonaba horrible. ¿A quién le extrañaba que este hombre
tuviese dificultades conectando con otras personas en el mundo real?
—Lo lamento, Olly. Pero sabes que esas no son más que sus tácticas de
manipulación, ¿verdad? Ella es la única persona responsable de su
felicidad. Tiene su camino en la vida y tú el tuyo. No eres responsable del
recorrido de nadie sino del tuyo. —Eso era algo que Sloane se repetía a sí
misma con frecuencia.
—Lo sé. Me llevó tanto tiempo verla por lo que realmente es. Y has
sido tú quien me ayudó a lograrlo. Chrissy, no tengo palabras para
agradecerte.
—No hay de qué, Olly. Me contenta mucho que estés en una mejor
posición. ¿Ya has encontrado un sitio donde quedarte?
—Estoy en ello. Pero lo digo en serio, Chrissy. Nada de esto habría sido
posible sin ti, y he querido decirte algo desde hace un tiempo.
Su sonora inhalación se escuchó en mi lado de la línea.
—Eres tan hermosa y perfecta, y yo… Eres perfecta y…
Se calló de nuevo hasta que, por fin, terminó apresuradamente.
—…Y te amo. Sé que te lo he dicho antes, pero esta vez va en serio. Lo
digo de verdad. Te amo de verdad.
Sloane se volvió al fregadero y abrió el grifo para aclarar el cuenco.
Oliver le había dicho que la amaba más seguido últimamente. Ignorarlo
parecía ser la mejor forma de sobrellevar el asunto.
Que los clientes confesasen su amor era bastante habitual. Todas las
amigas modelos de Sloane le habían dicho que les había sucedido lo mismo.
Algunas veces eran hombres que lo gritaban antes de llegar al clímax, pero
más seguido eran los habladores como Oliver.
—¿Has visto el último episodio de…?
—¿Me has oído? —la interrumpió Oliver—. He dicho que te amo. Sé
que seguro lo escuchas todo el tiempo, pero hablo en serio. Esto es
diferente. Quiero conocerte en vida real. Podríamos vivir juntos.
Sloane se detuvo y sintió el agua tibia que le caía en las manos mientras
sostenía su plato limpio. Frunció los labios, cerró el grifo y dejó el cuenco
en el escurridor.
—Ya hemos hablado de esto, Oliver.
—Olly —la reprendió él—. Sabes que me gusta que me llames Olly.
Ella le dio la espalda al fregadero y se sentó en la mesa, intentando
pensar en cómo expresar lo que necesitaba decir. Oliver era un buen cliente.
Reservaba sesiones de una hora y, a veces, si sus conversaciones iban muy
bien, añadía un bloque más de media hora. Era dinero fácil.
Ella escuchaba sus quejas sobre su madre o hablaban sobre los
programas de tele que le gustaban a él. Miraba sus series para poder
comentarlas con él. Pero si seguía insistiendo con la cuestión de «quiero
verte en la vida real», tendría que dejarlo como cliente. Solo había tenido
que hacerlo dos veces en sus tres años de trabajo, y nunca era algo
entretenido.
Miró la cámara directamente.
—Ya hemos hablado sobre esto. Los límites son importantes para mí.
Tengo que…
—Por lo menos dime en qué estado vives. Solo quiero saber qué tan
cerca estoy de ti.
Sloane negó con la cabeza.
—Sabes que vivo en Florida…
—Eso es solo lo que pones en tu perfil.
Tenía razón: vivía en Oklahoma.
Su tono de voz, que por lo general era afectuoso y dulce, se volvió serio.
—Sé que no es ahí donde verdaderamente vives. —Luego adoptó un
tono zalamero otra vez—. Por favor, Chrissy. Dime algo.
Sloane suspiró.
—Oliver, es que yo…
—Olly.
—Olly. Me gusta lo que tenemos ahora. Es muy bueno como está.
Odiaría que lo perdiéramos. —Miró a la cámara y espero que él captase lo
que quería decir sin tener que decirlo explícitamente.
—¿Cuál es tu verdadero nombre?
Ella suspiró y se levantó. Estaba decidido a insistir.
—Oli…
—Dime la primera letra.
Ella negó con la cabeza.
—Para mí es importante separar mi vida personal de la profes… —Se
escuchó un clic y Sloane frunció el ceño—. ¿Oliver? ¿Olly?
Fue hasta su móvil sobre la encimera y vio que había finalizado la
llamada.
Sin embargo, bastó con mirar el portátil para ver que seguía conectado a
la transmisión. El pequeño contador de fichas en la esquina seguía
aumentando cada diez segundos.
Olly seguía teniendo una hora, así que, mientras se quedara y pagara, no
iba a quejarse. Aunque tenía la sensación de que solo retrasaba lo
inevitable.
Era un chico dulce y estaba solo. No parecía que saliera mucho y,
bueno, era posible que hubiese dejado que eso le nublase el juicio, pues no
mantuvo bien separados los muros entre lo profesional y lo personal.
Muchos hombres pagaban por el privilegio de verla en su vida cotidiana
estando desnuda. Tenía cámaras por doquier en su casa. Bueno, no las tenía
instaladas arriba, pero nunca subía allá de todas formas, así que eso no
contaba. Sin embargo, aunque estuviese en vivo oficialmente, prefería
olvidar la transmisión voyerista en tiempo real y seguir con su vida como
normalmente lo haría.
Así que, hasta donde Sloane sabía, el hecho de que Oliver cortase la
llamada antes de que su sesión finalizara significaba que la hora feliz se
adelantaba hoy. Bueno, tenía un espectáculo en la ducha programado para
más tarde y tal vez un par de sesiones privadas, pero esas eran pan comido.
Se sirvió una copa de vino y cogió su móvil. Levantó la copa, bebió a
fondo y puso su lista de reproducción del final del día. Empezó con Woman
de Kesha. Oh, sí.
—¿Quieres bailar conmigo, compi? —preguntó y fue a abrir la puerta
entre la cocina y la sala de estar, pues era una casa vieja y cada espacio
estaba muy segmentado.
La recibió un maullido emocionado mientras Ramona entraba en la sala.
Ramona era una anomalía en cuanto a gatos, hasta donde sabía Sloane. A
Ramona le encantaba meterse en medio de donde caminaban las personas
—o bueno, por lo menos, por donde caminaba Sloane. Nunca había más
personas para ver si a la gatita le gustaba la gente en general o solo Sloane.
Sloane también quería mucho a su mejor amiga de pelo corto y gris más
que a nadie en el mundo.
Aupó a Ramona.
—¿Vas a moverte conmigo al ritmo de Kesha? —preguntó Sloane,
cogiendo la pequeña patita de Ramona y dando vueltas con ella por la
cocina.
Mona se acurrucó en el cuello de Sloane e intentó subir por sus
hombros. Ella rio y siguió bailando, meciendo a su gatita a la vez que Mona
la usaba como rocódromo. Estaba maullando sonoramente en su oído a la
par que enrollaba su cola alrededor del cuello de Sloane. Aquello le hizo
cosquillas y provocó que chillase, tras lo cual alzó a la gatita y la dejó en el
suelo.
—Vale, vale, ya lo entiendo. Primero la cena y luego el baile.
Ramona maulló y le rodeó las piernas a Sloane.
—No me digas. —Sloane puso los ojos en blanco—. Lo único que has
entendido en esa oración es «cena».
Ramona pasó entre sus piernas como si fuese un ocho, y no dejó de
maullar.
—Bueno, bueno. Cielos, vaya presa fácil que soy. —Fue a la alacena y
sacó una lata de Fancy Feast. Ramona hizo sonidos de gatito emocionado
que se hicieron cada vez más audibles hasta que Sloane abrió la lata y la
vació sobre un plato.
—Debe ser lindo centrarse en una sola cosa a la vez —dijo Sloane
sardónicamente. Sostuvo el comedero en el aire, por encima de Ramona—.
Siéntate. Siéntate.
Ramona movió la cola con fuerza y volvió a enterrar la nariz en los
tobillos de Sloane.
—Siéntate, Ramona. Muéstrale a mamá la buena chica que eres.
Siéntate.
Ramona meneó la cola de aquí para allá por otro par de segundos.
—Con eso alcanza. —Sloane se rio y dejó el comedero sobre la pequeña
alfombrilla en la que Ramona se atrincheró de inmediato.
—Lo que creo que quieres decir es «gracias, mamá».
Sloane negó con la cabeza, pero no pudo esconder la absurda sonrisa en
su rostro. Nunca le habían permitido tener mascotas de pequeña. Su madre
pensaba que era demasiado nerviosa para tenerlas, aunque el doctor Noah
consideraba que tener un animalito era buena idea. Y tenía razón: tener a
Mona había sido la mejor idea del mundo.
¿Malcriaba Sloane a su mejor compañerita de cuarto y le compraba
jerséis para gatos además de comida ridículamente cara, juguetes y
golosinas?
Sí, sí que lo hacía.
¿Era absurdo darle a una gata una habitación completa solo para ella?
Sí, probablemente lo era.
Pero ¿le importaba lo que alguien pensara? No. También ayudaba el
hecho de que nadie estuviera allí para juzgarla. Por otra parte, más bien
había convertido el diminuto estudio en la habitación de Ramona y, si te
ponías a pensarlo, los estudios eran el territorio de la mayoría de las
mascotas. ¿Qué importaba si había rediseñado el espacio de su casa en
torno a su mascota? Su estudio era una vista emocionante de espacios para
escalar y suficientes juguetes para deleitar a cualquier gato durante varias
horas.
Las personas normales hacían eso, ¿verdad?
Sloane bebió un largo trago de vino. ¿A quién quería engañar? Había
abandonado cualquier rastro de normalidad hacía muchísimo tiempo. Y un
cuerno, su vida era increíble tal como era. Era hasta fabulosa.
Estaba viviendo un sueño. Era su propia jefa. Bueno, vivía bajo un
presupuesto, pero en verdad tenía todo lo que quisiera. Con todas las
aplicaciones y servicios que había ahora, podía tener casi todo lo que quería
al alcance de la mano dentro de dos días laborales.
Se mantenía en forma, hacía tres comidas al día y tenía un exitoso
negocio pequeño. La mayoría de los días hasta se lo pasaba bien en el
trabajo. Y si no estaba de humor en un día particular, pues al diablo; con no
conectarse bastaba. Las cosas no pasaban de allí.
Sí, estaba viviendo un sueño.
Volvió a reproducir la canción de Kesha y cantó Woman a vivo pulmón,
contoneándose de arriba abajo mientras terminaba de lavar los trastes. Dejó
la última taza en el escurridor y se dio la vuelta.
Era hora de un baile espontáneo.
Meneó las caderas y alzó los brazos. Echó la cabeza hacia atrás y bailó
enérgicamente sin detenerse durante el resto de la canción.
¡Claro que sí!
Terminó el baile con una pose de poderosa Mujer Maravilla.
Se quedó así por unos segundos antes de colapsar entre risas. Ramona
maulló; estaba ocupada lamiendo su comedero ya que se había terminado
toda su comida.
—No va a aparecer más comida de la nada, linda. —Sloane se rio, cogió
el puntero láser de la encimera y lo dirigió hacia la pared. Ramona dejó el
comedero y empezó a saltar con entusiasmo, persiguiendo el puntillo rojo
que se movía.
—Si tan solo contentar a los demás fuera tan sencillo como contentarte
a ti. Bueno, ya está, basta de jueguecitos —dijo, aunque continuó apuntando
el puntero a diferentes sitios mientras se calentaba un burrito para comer.
Sloane movió la cabeza al ritmo de otra canción de Kesha mientras
Mona seguía saltando para alcanzar el punto. Cuando el microondas emitió
su pitido, llevó su plato al estudio de Ramona, donde tenía también su
enorme escritorio de oficina posicionado frente a la ventana principal.
Era hora de continuar con la ardua tarea de ampliar su imperio. Vale,
vale, puede que ella no fuese más que una insignificante cam girl, pero
había otras mujeres que usaban sus trabajos como plataformas para iniciar
empresas. Promocionaban vídeos, fotografías, regalos, tenían montones de
seguidores en OnlyFans; algunas inclusive vendían réplicas 3D en silicona
de sus vaginas. Era un mundo bastante… desafiante y nuevo. Aunque
Sloane no creía llegar tan lejos como para vender vaginas de bolsillo, sí que
se atrevía a probar otras formas creativas para tener más ingresos.
Abrió el correo electrónico. Ah, perfecto: habían entregado sus
comestibles. Miró la puerta principal. Había apagado el timbre mientras
estaba en el trabajo, pero afuera estaban a menos cero, así que nada se
echaría a perder. Iría a coger las cosas en un momento.
Imprimió el recibo del sueldo de ayer en el sitio donde modelaba, pues
le pagaban dos veces al mes, y luego fue a la página web de su banco.
Le encantaba esta época del mes. Le gustaba pagar sus facturas
temprano y luego ordenar el resto de su pago en prolijas columnas en su
hoja de cálculos. Un cuarenta por ciento iba para sus ahorros, veinte por
ciento a cuentas de inversión a largo plazo, y diez por ciento para su
negocio, que era comprar nuevos juguetes, equipo de filmación o lencería.
Siempre era bueno mantener las cosas novedosas y diferentes.
El último veinte por ciento se lo permitía gastar como le apeteciese.
Había estado ahorrando para comprarse una nueva máquina elíptica. La
antigua había comenzado a hacer un ruido chirriante tan fuerte que ahogaba
la música que ponía para el entrenamiento.
Inició sesión en su banco sin dejar de tararear la canción de Kesha.
Tenía un par de horas antes del espectáculo en la ducha que tenía
programado. Volvió a pensar en la máquina elíptica. Técnicamente podría
alegar que era un gasto de trabajo, porque si…
—¿Qué carajos? —Se enderezó bruscamente en su silla de oficina.
Su saldo estaba en números rojos. -13.48 USD.
Hizo clic sobre la cifra para mirar más de cerca el balance detallado.
¿Qué estaba pasando?
Escudriñó la pantalla con incredulidad mientras leía la línea que decía
que se había hecho un cargo de -7.467 USD esa misma mañana.
Sloane no podía respirar en el sentido literal de la palabra. Abría y
cerraba la boca, pero no estaba recibiendo nada de aire. Le tembló la mano
cuando regresó a la página principal. Se dirigió a su cuenta de ahorros y
tosió como si acabasen de darle un porrazo en el pecho con un bate de
béisbol.
Saldo disponible………. 0.00 USD
Sloane negó con la cabeza una y otra vez. No. Imposible. Debía haber
alguna clase de error. Tenía treinta mil dólares ahorrados. Treinta mil…
Se levantó, empujando la silla hacia atrás y tropezándose con sus pies.
Cayó de rodillas, pero apenas dejó que eso la detuviese; volvió a levantarse
y se apresuró a buscar el móvil que había dejado en la cocina.
El móvil, el móvil… Mierda, ¿dónde había dejado su estúpido móvil?
¡Allí! Estaba junto al microondas. Corrió hacia él, lo levantó y salió
disparada hacia el ordenador. Buscó por la página frenéticamente hasta que
encontró el botón de «contacto». También finalizó la sesión con Oliver;
estar desesperada no se veía bien en cámara, ¡y no podía guardar la calma
mientras intentaba descubrir adónde se había ido todo su dinero!
—Gracias al cielo —soltó con un suspiro cuando vio el número
disponible las veinticuatro horas. Lo marcó y se llevó el aparato a la oreja
caminando de un lado a otro ansiosamente.
—Vamos, vamos, vamos —murmuró, moviendo su mano mientras la
voz automatizada empezaba con su «esta llamada será grabada para
propósitos de calidad y formación», bla, bla.
—Buenas tardes, le habla Mason. ¿Cómo puedo ayudarle? —Una voz
real por fin se oyó al otro lado de la línea.
Le explicó lo que ocurrió y él le pidió su nombre y número de cuenta,
los cuales ella le dio. Luego le pidió la contraseña asociada con la cuenta.
También se la dio.
—Lo lamento. La contraseña es incorrecta.
—¿Qué? —La palabra salió tan aguda que fue casi un chillido.
—Sí, parece que llamó hace tres días para cambiarla.
—¡Nunca llamé! No fui yo.
—Lo siento, señora, pero no puedo comentar los detalles de su cuenta a
menos que tenga la contraseña.
—¿Qué carajos te pasa? Es evidente que alguien ha entrado a mi cuenta.
¿Me han robado treinta mil dólares y te vas a quedar sentado a decirme que
no puedes hacer nada al respecto?
—Señora, no hay necesidad de insultar. Puedo transferirla al
departamento de fraude y medidas de protección al cliente.
—Sí. —Asintió vehementemente con la cabeza—. Hazlo. Transfiéreme
con ellos.
Cuarenta y cinco minutos más tarde la habían transferido tres veces, y le
dijeron que la mejor forma de clarificar su identidad era yendo en persona a
una sucursal local. Tenía ganas de gritar.
Cuando trató de explicar que no podía hacerlo y comenzaron a hacerle
preguntas que le hicieron un nudo en el pecho, se percató de que todos
sospechaban que era ella el fraude. Era irritante, joder.
Por lo menos la mujer le había dado un buen consejo: dijo que Sloane
debía realizar una verificación de crédito y congelarlo de paso. Fue
entonces cuando descubrió que su puntaje de crédito estaba en un bajo de
323. Era una locura. Habían sacado miles de dólares en tarjetas de crédito a
su nombre, y todo en el último mes.
Finalmente tuvo que colgar cuando empezó a sentir un ataque de
pánico. Era el primero que tenía en meses. Fijó la vista en las escaleras y se
estremeció; luego, se inclinó y se llevó las manos a las rodillas y se metió la
cabeza entre las piernas.
—Respira —se susurró con voz ronca.
Mierda. ¿Por qué no había prestado más atención cuando, en California,
su abuela la llevaba a rastras a terapia? Había aprendido métodos para
tranquilizarse cuando empezaban los ataques de pánico; pero, en estos
momentos, su mente estaba en blanco, excepto por un pensamiento
aterrador: no había dinero, no había fondo de seguridad. Todo había
desaparecido. No existía.
Sloane hipó y, en cuestión de segundos, se llevó las uñas a la garganta.
Sentía que iba a morir si no tomaba una bocanada de aire.
Estupendo. Si moría allí mismo, entonces no importaría que no tuviese
ni un duro a su nombre. Soltó una risa histérica y, junto a la risa, un jadeo
muy necesario para respirar.
Vale, vale. Sacudió la cabeza, se levantó y volvió a andar de un lado al
otro. Todo iba a estar bien. Se robaban la identidad de la gente todo el
tiempo. Probablemente había un proceso que seguir o medidas metódicas
que pudiese tomar. Solo tenía que tranquilizarse y saber cuáles eran.
Cerró sus puños sudorosos y trató de respirar. Joder, no podía respirar.
No podía…
Bueno, a la mierda lo de tranquilizarse. Plan B: se distraería hasta que
pudiera pensar de forma más racional.
¡La comida! Podía traer la comida a la casa y guardarla. Organizar
siempre la hacía sentirse mejor.
Logró tomar una honda bocanada de aire y se dirigió a la puerta
principal. No miró las escaleras. Estaba intentando tranquilizarse, después
de todo.
Abrió la puerta de un golpe y la recibió una corriente de aire helado.
Cielos, sí que hacía frío. La enorme caja de comestibles estaba esperando
en su entrada, como se lo había esperado. Sloane se ajustó su endeble
kimono de seda a la vez que otra ráfaga de viento congelado le daba en el
rostro. Brrrrrrr. Se iba a helar.
La parte buena era que fue lo bastante vigorizante para distraerla, y
ahora respiraba un poco más regular. ¿Lo ves? Superaría eso al igual que
siempre. La vida le tiraba mierda y ella maniobraba para quitarse de en
medio. Esquivar mierda: ese era su modus operandi.
Miró por el oscuro patio mientras se agachaba para coger la caja. Bajo
la tenue luz que irradiaba la casa pudo ver las partes heladas del terreno
donde la primera nieve de hace un par de días se había derretido y vuelto a
congelar. Y estaba nevando de nuevo. Tendría que llamar a Tom para que la
quitara pronto, porque, de lo contrario, el hombre de las entregas no iba a
poder llegar a su puerta. No era más que mediados de noviembre, pero en
enero y febrero la nieve podría llegar a más de un metro de profundidad.
Además, parecía que el invierno iba a comenzar temprano ese año.
Sloane se estremeció. Detestaba el invierno.
Cogió el extremo más alejado de la caja de comida y empezó a
arrastrarla por el umbral; o, por lo menos, lo intentó. Carajo, estaba pesada
hoy. ¿Qué había pedido? ¿Pesas? Pensó por un segundo. En realidad, había
ordenado patatas. Probablemente era eso.
Con un bufido de frustración, se inclinó y haló la caja con fuerza. Esta
cedió súbitamente por el umbral y la hizo perder el equilibrio. Aterrizó de
culo, se fue hacia atrás y se golpeó la cabeza contra el suelo. Era el final
perfecto para un día perfecto.
Un maullido emocionado hizo que levantase la cabeza y mirase hacia
arriba. Abrió los ojos de par en par.
—¡No, Ramona! ¡No!
Pero Sloane no se puso en pie lo bastante rápido. Ramona corrió
derecho a la puerta que seguía abierta.
—¡Quédate ahí, Ramona!
Pero la caja de comida estaba entre Sloane y la puerta, y para cuando la
rodeó dando tumbos, Ramona ya había salido como una flecha por la
puerta.
—¡Ramona! —gritó Sloane, sosteniéndose del marco de la puerta con
una mano y estirando la otra inútilmente—. ¡Vuelve!
Ramona atravesó el patio y se subió a un árbol. Sloane solo pudo
quedarse mirando horrorizada la alegre cola de la criatura desaparecer en la
oscuridad de las ramas de los árboles.
Buscó el interruptor de la luz exterior desesperadamente. Por fin logró
encenderla justo a tiempo para ver el cornejo mediano de su jardín
sacudiéndose. Ramona soltó un atroz chillido animal y las ramas se batieron
más, haciendo que cayese nieve de ellas.
—¡Mona! —la llamó Sloane con un grito agudo—. ¡Regresa aquí ahora
mismo!
Ramona no respondió a la autoridad que intentó ponerle a su voz. Quizá
porque hasta el gato podía ver que Sloane proyectaba más miedo que
autoridad. O estaba ocupada con lo que sea que estuviese causando que
siguiera aullando y zarandeando el árbol.
—¡Ramona!
Dios. Tenía que salir. Tenía que detener lo que sea que estuviese
pasando. Debía rescatar a Mona.
—¡Ramona! —gritó Sloane con más fuerza. Estaba nevando, y eso
significaba que estaba haciendo un frío inclemente. Estaban a unos menos
doce grados, tomando en consideración la sensación térmica. Gata tonta,
¿por qué se había escapado así?
Ramona soltó otro chillido asustado que le puso el corazón en la
garganta. Sloane se aferró al marco de la puerta y clavó las uñas en la
madera. No, joder, no lo decía en serio. Ramona no era tonta; era increíble.
Era Sloane la tonta. Por lo general se aseguraba de que Ramona
estuviese encerrada antes de abrir la puerta principal. La gatita era
demasiado curiosa para su propio bien. ¿Por qué se le había olvidado en
esta ocasión? Qué tonta.
Otro alarido, y el árbol se blandió con tanta fuerza que pedazos cada vez
más grandes de nieve cayeron al suelo. Ramona y otro animal en el árbol
estaban armando un escándalo de los buenos.
Sloane se cubrió los ojos como si eso la ayudara a ver en la oscuridad y
saber qué demonios ocurría en la copa del árbol, pero, por supuesto, no
funcionó.
Mierda. ¡Mierda! Solo tenía que salir y traer a Ramona. Era así de
simple.
Simple. De acuerdo.
Ya tenía los nudillos blancos por agarrarse con tanta fuerza a la puerta, y
es que salir era lo único que no se había podido atrever a hacer en los
últimos seis años.
Agorafobia. Así le llamaban los loqueros.
Sloane prefería pensar que era algo así como una hogareña al extremo.
No era nada de otro mundo; su vida era estupenda y nunca se sintió
discapacitada. Hasta que ocurría algo como esto. Adoraba a Ramona, y no
estaba segura afuera de la casa: podía perderse, o, si estaba afuera por
demasiado tiempo en ese temporal, se le podrían congelar las orejas. Sin
mencionar que lo que sea que estuviese en aquel árbol no parecía querer ser
su amigo.
¿De verdad la dejaría sufrir solo porque tenía miedo a sufrir un ataque
de pánico? Cerró los ojos con fuerza y movió un pie en dirección al
pequeño escalón fuera de su puerta principal.
—Tú puedes —se susurró—. No es más que tu patio.
Se mordió el labio con fuerza, se aferró más al marco de la puerta y
puso la punta del pie en el espacio que estaba tras la puerta principal. El
pecho se le apretó de inmediato.
Solo el primer paso era el más difícil, ¿verdad?
Cielos, el viento estaba helado. Sloane odiaba el invierno. Había
muchas cosas a las que temer en el mundo sin que la naturaleza tratara de
asesinarte también.
—Ya voy, Ramona —dijo con seguridad. Se sentía segura.
Podría con eso. Claro que podría. Siempre se decía que iba a poder salir
si de verdad lo necesitaba. Es solo que nunca hubo ningún incentivo.
Pero he aquí una razón, la mejor razón: ayudar a su mejor amiga.
Levantó su pie derecho y lo sacó por la puerta.
—Bueno —se susurró—. Ahora da un paso.
Pestañeó y se quedó mirando su pie alzado.
—Da un paso. —Se aferró al marco de la puerta y se sintió ridícula con
el pie en el aire—. Cielos, ¡solo mueve el puñetero pie!
Pero entonces una traicionera vocecita preguntó. «¿recuerdas lo que
pasó la última vez?».
La última vez que intentó salir de la casa fue hace tres años, justo antes
de que su tía abuela Trish muriese. Sloane logró llegar hasta la entrada antes
de que un ataque de pánico hiciera que se doblara en posición fetal y se
devolviera arrastrándose como un animal a la seguridad de su hogar.
El pecho se le apretó otra vez al recordar aquello. Era como si le
estuviesen comprimiendo los pulmones y no pudiese tomar una bocanada
de aire.
Mierda. Si no podía tomar ninguna bocanada, eso significaba que no
estaba respirando. Si no respiraba, eso significaba que moriría.
—¡Mierda! —gritó, metiendo el pie y tomando una gran bocanada de
aire. Se puso las manos en las rodillas y volvió a respirar con fuerza.
Diablos, se sentía aturdida.
Tan pronto como aparecieron manchas en su vista, regresó junto a la
puerta.
—Ramona —volvió a llamar, y su voz desapareció en el viento helado.
¿Quizá volvería por su cuenta cuando se olvidara de su curiosidad?
Un horrible aullido agudo de dolor penetró en el ambiente.
—¡Ramona! —gritó Sloane, asomándose por la puerta a la que se
agarraba.
El chillido continuó. Sloane nunca había escuchado a Ramona hacer un
ruido así.
Era un sonido de terrible dolor. O terror. ¿Qué le pasaba? Ramona la
necesitaba.
Ahora mismo.
Sloane levantó su pie de nuevo mientras el aullido persistía. Aun así…
no pudo hacerlo.
La vergüenza la invadió cuando volvió a meter su pie. No podía hacerlo.
Simplemente… no podía. Estampó el puño contra el marco de la puerta.
Todo era una estupidez. Respiró hondo y sacó el pie una vez más.
El corazón le empezó a palpitar con tanta fuerza que ella misma pudo
oírlo. Se llevó una mano al pecho. Cielos, iba a tener un ataque al corazón.
Ramona estaba afuera, presa de otro animal, sufriendo, y Sloane no podía
respirar, no podía…
Cayó de rodillas e inclinó la cabeza, sollozando.
Y toda esa tontería en la que estuvo pensando antes sobre lo perfecta
que era su vida… Pura basura. Primero el robo de identidad y ahora esto.
Era un bicho raro que no podía salir de su propia casa. No había puesto
un pie afuera en más de seis años, e incluso entonces… bueno, la tía abuela
Trish tuvo que sedarla para traerla desde California a la propiedad luego de
que sus abuelos se hubiesen lavado las manos cuando cumplió los
dieciocho.
Ramona se encontraba sufriendo y ni siquiera podía…
«Por favor», le rezó a un dios en el que no sabía si creía, «¡ayúdame!».
—¿Hola? —llamó una voz desde la oscuridad—. ¿Necesitas ayuda?
DOS

Sloane

SLOANE MIRÓ HACIA ARRIBA, conmocionada, mientras una figura


emergía de la oscura calle y avanzaba a la esfera de luz que emanaba su
pórtico. Se puso en pie con dificultad a la vez que el gigante de pantalones
grises y una sudadera se acercaba.
Su primer instinto fue retroceder, pero entonces Ramona volvió a emitir
un alarido.
—¡Sí! —dijo Sloane con desesperación mientras pedazos de nieve
acumulada seguían cayendo de las convulsas ramas del árbol—. Es mi gata.
—Señaló el árbol, asomándose por el umbral tanto como se atrevió.
A medida que el hombre se acercaba, pudo divisar más de sus
facciones. Tenía piel oliva y una marcada nariz aguileña, y, mientras echaba
hacia atrás la capucha de su sudadera para poder mirar mejor el árbol,
exhibió una cabellera negra.
Frunció el ceño mientras observaba el agitado árbol. Se puso una mano
en los ojos cuando se acercó para cuidárselos de la nieve que caía.
—¡Ahí! —gritó Sloane y señaló con el dedo cuando atisbó una forma
oscura que corría a toda velocidad por el tronco, a media altura del árbol de
nueve metros.
Era Ramona. Y correteando detrás de ella había una forma mucho más
pequeña. ¿Era una ardilla? Cielos, ¿Ramona estaba chillando como si su
vida dependiese de ello por una ardilla? Pensándolo bien, Ramona había
sido una gata casera toda su vida. No estaba acostumbrada a la vida
silvestre.
Más nieve cayó de las ramas y el hombre rondó el árbol con pasos
sosegados y calculados. La cima del árbol se sacudió fuerte y Sloane
extendió el brazo para intentar detenerlo, como si aquello fuese a ayudar en
algo.
—¡Ramona! —Volvió a gritar.
Pero entonces, casi en un abrir y cerrar de ojos, las sombras corrieron
hacia el árbol y se dirigieron hacia abajo.
—¡La cena! —llamó Sloane, esperando tentar a su querida y
exasperante mascota. Pero la ardilla era la que huía ahora, y Ramona la
estaba persiguiendo. El animalillo bajó a toda velocidad por el tronco del
árbol y se adentró en la nieve, y la gata iba pisándole los talones.
Pero tan pronto como sus patas entraron en contacto con la nieve, el
desconocido se hizo presente y la cogió en brazos. Ella chilló y se resistió,
pero él era listo y se levantó el dobladillo de la sudadera para pegársela al
pecho al mismo tiempo que se protegía de sus garras.
Salió corriendo apresuradamente hacia la casa y Sloane se replegó para
dejarlo pasar. El hombre entró y ella cerró la puerta detrás de él. De
inmediato, el hombre se arrodilló y soltó al enfadado animal de la bolsa
improvisada que hizo con su sudadera. Ramona escapó como un rayo de su
aprisionamiento y huyó a su estudio.
Sloane corrió tras ella.
—¿En qué pensabas? —chilló al encontrar a Ramona escondida detrás
del sofá en una esquina de la habitación.
Sloane se agazapó y echó un vistazo debajo del sofá. Estiró un brazo
para sacar a Ramona, pues quería comprobar que se encontraba bien y que
la ardilla no la hubiese lastimado, pero la voz del desconocido la hizo
detenerse.
—No la toques. Deja que se calme primero.
Sloane retiró su brazo y le frunció el ceño al desconocido, tras lo cual
pestañeó un par de veces. Era extrañísimo tener a alguien más en su
espacio, y mucho más que el susodicho extraño le dijese cómo tratar con su
propia compañera de cuarto.
—No me hará nada.
Él enarcó una ceja.
—Es un animal. Ahora mismo solo se guía por su instinto.
—¡Puede estar herida!
Sloane pudo ver en su expresión que estaba irritado, pero no lo
comprendía. Ramona era todo lo que tenía. ¿Y si no hubiese llegado a
tiempo? ¿Qué clase de persona no podía sobreponerse por el tiempo
suficiente para salir de la casa y así ayudar a su mejor amiga cuando estaba
lastimada y en problemas?
Una persona de mierda; esa persona.
Sloane soltó un suspiro tembloroso, todavía. Tal vez el hombre tenía
razón; la única ocasión en la que Ramona había salido de la casa fue cuando
la tía Trish la llevó al veterinario, y eso fue hace años. Darle un momento
para tranquilizarse seguro estaría bien. Se llevó una mano al pecho.
También le vendría bien calmarse un poco, y tal vez un trago fuerte.
Miró al desconocido, que seguía observándola con una expresión de
preocupación en el rostro. Fue entonces cuando se percató de que
probablemente lucía tan demente como lo era, tirada en el piso de su
estudio con un kimono de seda y tan preocupada por su gata que ni siquiera
se había presentado.
Maldijo por lo bajo mientras intentaba levantarse con la mayor dignidad
posible considerando su atuendo y sus acciones. Tiró del doblez de su bata
hacia abajo mientras sonreía tímidamente, y extendió una mano.
—Hola, me llamo Sloane. Perdona. En verdad aprecio que la hayas
traído, no sabes lo mucho que significa para mí. Me has salvado la vida.
Él sonrió, y Sloane se sorprendió por lo encantador que se volvió su
huraño rostro cuando lo hizo. Allí, bajo la iluminación de su estudio, se
quedó impactada por lo guapo que era en realidad.
—No pasa nada —dijo—. No pude seguir trotando cuando me di cuenta
de que podía ayudar. Me alegra haberlo hecho. Soy Nicholas, por cierto.
—Un gusto, Nicholas. —Sloane sonrió a la vez que él daba un paso
adelante para estrechar su mano extendida. La suya, de alguna manera, era
cálida; o quizás la de Sloane estaba mucho más fría de lo normal por
haberse estado aferrando al helado marco de la puerta. Lo soltó y luego
pestañeó, tratando de recordar cómo interactuaban las personas reales
cuando estaban frente a frente.
«Vamos, te la pasas todo el día hablando con tipos. ¿Qué te ocurre?».
—¿Te gustaría algo de beber? ¿Café o agua? Perdona, quizás solo
quieres seguir con tu ejercicio. Lamento mucho todo esto. —Señaló donde
se encontraba Ramona—. Estoy segura de que no era esto lo que tenías en
mente cuando saliste a hacer tus aeróbicos hoy.
Alzó las cejas levemente, como si le sorprendiese su invitación, pero se
recompuso con rapidez.
—No es gran cosa, en verdad. Y, esto…, claro. Aceptaré una taza de
café, si no es molestia.
Sus ojos avellana eran tan brillantes que casi le robaron el aliento por un
instante. Bajo el foco brillante de la cocina se veía aún más colosal que
cuando entró a su patio. Le había impresionado ver un hombre tan grande
allí, en persona; pero tan pronto como lo vio cargando a Ramona desde el
otro lado del patio, todo lo que sintió fue gratitud. Luego lo miró al rostro y
cielos… sí que era guapo.
Tenía la mandíbula definida, pero eran sus ojos vivos y expresivos lo
que detenían a Sloane en seco.
El hombre extendió la mano y le hizo un gesto para que la estrechase.
Su sonrisa era maravillosa y hacía que su corazón diese una especie de
vuelco, lo cual provocó que sus mejillas se encendieran. ¿Qué demonios…?
Su vida estaba en ruinas y aquí estaba ella, enmudecida frente a un
hombre. Pasaba todo el día, todos los días, hablando con tipos sobre sus
secretos y fantasías más profundos. ¿Qué importaba que este hombre
estuviese aquí en persona? ¿De verdad era tan distinto de lo otro?
A juzgar por el calor que antecedió sus mejillas coloradas, diría que sí.
Sí, era muy distinto.
—No, no es ninguna molestia —logró decir por fin.
Él le volvió a dedicar esa sonrisa espléndida e indulgente.
—Estupendo.
Sintió que sus partes femeninas se derretían un poco. Dios, ¿era porque
se había negado un orgasmo antes? ¿De verdad se había alterado tanto? Y,
una vez más, ¿cómo era que un hombre la estaba distrayendo en esos
instantes? Si no podía estar con Ramona, entonces debería estar al teléfono
hablando con las agencias de crédito, intentando cancelar todas las tarjetas a
su nombre y resolver toda esa mierda.
Fue hasta la cocina y él la siguió.
O… podía olvidar su apestosa situación y permitir que la distrajese el
bombón que estaba en su cocina en aquel momento. En su cocina. Eso tenía
que repetírselo. Nadie había estado en su cocina en años, desde que estaba
con su tía abuela.
Se mordió el labio. No fue solo el factor de la belleza lo que lo hacía tan
atractivo. No se comportaba como ningún hombre guapo que hubiese
conocido; no tenía la actitud arrogante de «soy el mejor y lo sé todo» que
tenían todos los muchachos atléticos del instituto. Cada cierto tiempo se
topaba con uno de esos en sus sesiones; eran inevitablemente exigentes y
poco dispuestos a dar propinas. Es como si esperaran que todo en la vida se
les entregase.
Claro, solo llevaba conociendo a Nicholas unos minutos, pero era buena
evaluando a los hombres. Tenía que serlo al trabajar en su oficio. El hombre
le daba la impresión de gigante gentil.
Bueno, vale, un gigante gentil y bastante sensual.
Diablos, se le quedó mirando. ¿Por cuánto tiempo lo había estado
observando?
—Eh, ¿estás bien? —Frunció el ceño—. Te ves algo afectada. ¿Hay
alguien a quien quieras llamar?
Bueno, aquello respondía su pregunta de si su inadaptación era
evidente.
—No —dijo Sloane, tal vez demasiado rápido. Intentó recomponerse—.
Quiero decir, no importa. Estoy segura de que estaba exagerando por nada.
Se volvió y fue directo a la cafetera.
—Perdona. —Suspiró, pero decidió ser directa al respecto y portar con
orgullo su insignia de bicho raro—. Hay algo que deberías saber sobre mí, y
es que no recibo muchos visitantes, así que he perdido práctica en esto de…
—Frunció los labios y movió una mano—, la interacción con otras
personas.
Aquello hizo que soltase una risa.
—Creo que te está yendo bastante bien, y ciertamente respeto la
decisión de apartarse de todo. De hecho, fue eso lo que me trajo a la zona
rural de Oklahoma.
—¿En serio?
Él asintió, pero no dijo nada más, y ella le añadió varias cucharadas de
café al filtro. Quiso indagar más, pues sentía una curiosidad infinita sobre
este desconocido que se había aparecido en el momento crítico para sacarla
de su apuro. ¿Sería raro si jugaba una versión unilateral de 20 preguntas?
¿Cómo se llamaba tu primera mascota? ¿Qué edad tenías cuando tuviste
tu primer trabajo? ¿Tienes una relación a largo o corto plazo? ¿Qué opinas
de quitarme la virginidad?
Su rostro se encendió al pensar en ello. Sí, definitivamente había pasado
demasiado tiempo desde la última vez que estuvo cerca de otras personas.
La única persona que veía, aparte del repartidor que veía periódicamente,
era Tom. Se pasaba cada tantas semanas para cortar el césped en verano o
quitar la nieve en invierno. Sin embargo, a veces se limitaba a pegar en la
puerta un sobre con el dinero por sus servicios. La forma en que la miraba
le recordaba demasiado a sus clientes. El hombre era alto, tan delgado como
un palo y tenía esa aura solitaria y desesperada con la que trataba todo el
día.
Nicholas, por otro lado, no parecía pertenecer al grupo de los
desesperados en absoluto. Mostró seguridad cuando se sentó en la mesa de
la cocina. Sus largas piernas ocuparon un buen espacio. Evidentemente, no
era el tipo de persona que sentía la necesidad de hablar para llenar los
silencios.
—Entonces, ¿te gusta salir a trotar por las tardes? —Presionó el botón
para hacer que el café empezase a filtrarse.
«Vaya. Increíble. ¿Ese es el tesoro verbal con el que decides empezar?
Ven, que te aplaudo de pie».
Él se encogió de hombros.
—Estoy ocupado en el día, y de noche es tranquilo.
Ella se rio al oír eso.
—Siempre es tranquilo por aquí. ¿No te preocupa que pase un auto y no
te vea? —preguntó, señalando su ropa oscura.
—No me pongo auriculares, así que los escucho venir. Y los colores
brillantes no son lo mío.
Nicholas había desviado la vista mientras hablaba. Sloane miró hacia
abajo siguiendo su campo de visión. ¿Es que se había derramado algo de…?
Mierda. Por la forma en que estaba de pie, su delgada bata de seda se
había subido tanto que dejaba entrever sus bragas de encaje rojas. Se había
desesperado tanto por el asunto de Ramona que no pensó en ponerse algo
más decente. Joder. Estuvo pavoneándose por todos lados medio desnuda
sin siquiera pensar en ello.
—Vuelvo enseguida. —Huyó a su habitación.
—Lo siento. Espera. —Él se levantó, y las patas de la silla chirriaron al
entrar en contacto con el piso de madera, pero ella ya se encontraba en el
pasillo—. No fue mi intención…
—¡Solo será un segundo! —exclamó ella por encima del hombro.
Se metió a su habitación y cerró la puerta. Su corazón iba a mil por
hora, pero, por primera vez, no temía sufrir un infarto. Se cubrió la boca
con la mano y apenas alcanzó a contener su risotada. Se dobló y llevó
ambas manos a los labios.
Era una persona nefasta. Ramona estaba lastimada, sus finanzas estaban
por los suelos y, aun así, aquí estaba ella, embelesada por un hombre. Se
levantó, se secó los ojos y miró al techo. Cielos. No sabía si estaba llorando
de la risa o por toda la mierda que había pasado. Lo de hoy ya era
demasiado en todos los niveles posibles.
Pero su pecho bullía de… ¿era aquello emoción?
Pestañeó lentamente. No podía recordar la última vez que se emocionó
tanto por algo. Negó con la cabeza y pensó que la vida había escogido un
momento seriamente inoportuno. Corrió a su armario y se puso unos
pantalones de yoga junto con una camiseta.
—Contrólate —se susurró; luego, respiró hondo y regresó a la cocina.
Nicholas estaba de pie junto a la cafetera y alzó la vista cuando la sintió
entrar.
—Perdóname, lo de antes fue completamente inapropiado y…
—Está bien. —Puso una mano sobre su brazo y le sonrió—. Por lo
general no tengo compañía. No debería andar por ahí en ropa interior si no
quiero que nadie me mire.
—Joder, aun así, no es excusa para…
Soltó una risa. Los hombres se corrían todo el día con su cuerpo
desnudo, ¿y este tipo sentía culpa por una simple miradita accidental?
—En serio, no pasa nada. —Se calló, y sus ojos se desviaron a su bíceps
una vez más. ¿Tenía músculos encima de sus músculos?
Yyyyy… ¿por cuánto tiempo se había quedado allí de pie mirándole?
—¡El café! —dijo, sin duda estruendosamente. Apartó la mano con
tosquedad y se volvió hacia la máquina.
—Ah, sí. El café —dijo él, llevándose una mano a la nuca y sonriendo
con algo de timidez.
—Entonces, ¿qué haces durante el día?
Estaba tan concentrada cogiendo la garrafa del café que casi pasó por
alto la forma en que sus ojos se ensombrecieron. Casi, pero lo vio; y aquello
le hizo sentir más curiosidad.
—Trabajo con una empresa de importaciones y exportaciones en la
ciudad. —Se encogió de hombros—. Pero puedo trabajar a distancia a
veces, así que me gusta aprovecharme de ello.
Ella sonrió.
—Genial.
Estuvo a punto de hacerle otra pregunta a la vez que cogía unas tazas
del armario superior, antes de percatarse de que aquel compartimento
escondía una de las cámaras. Se llevó las tazas y lo volvió a cerrar con
fuerza.
Nicholas volvió la cabeza. ¿Significaba que no había visto la cámara?
¿O tenía esa expresión de confusión porque sí la había visto?
—¿Pasa algo? —le preguntó.
—Nop.
Su voz, que salió una octava más aguda, no la delató, ¿o sí Para nada.
Él se quedó mirándola por otro instante y luego pareció restarle
importancia; o, por lo menos, eso creyó ella, pues lo siguiente que preguntó
fue:
—¿Qué haces tú?
Le titubeó la mano al verter el café en cada taza, y casi derramó el de
Nicholas.
—Ah, yo también trabajo desde casa. —Su mano tembló un poco
cuando volvió a colocar la garrafa en la máquina—. Nada interesante, solo
es servicio de atención al cliente.
Le pasó su taza de café.
—¿Quieres leche?
Él asintió a la vez que miraba a su alrededor.
—Está todo muy bien instalado.
A Sloane se le encogió el estómago. ¿Entonces sí había visto la cámara?
Mierda.
—Me refiero a la casa —aclaró Nicholas—. Y al terreno. ¿Cuántas
hectáreas tienes?
Ah, por supuesto. La propiedad. Sloane se sintió tonta y paranoica.
Claro que no había descubierto su secreto al azar; las personas normales no
iban por ahí sospechando que alguien trabajaba como estrella de sex cam. Si
su risa sonó algo aguda, pero Nicholas no pareció percatarse.
—Hay seis hectáreas en la propiedad. Pero solo cuido el área que está
por el jardín.
Bueno, era Tom quien la mantenía. Sacó la leche del refrigerador y se la
pasó a Nicholas, que se sirvió una cucharada antes de pasársela
nuevamente. Ella hizo lo mismo.
—Suena agradable. A veces pienso en comprarme una pequeña parcela
de tierra. —Sus ojos se volvieron algo distantes—. Quiero vivir tranquilo y
en paz.
—Si tan solo no existieran esas molestas facturas que hay que pagar. —
Como la factura de la electricidad que vencía en diez días. No, no pensaría
en eso en aquel momento. No lo haría.
Una sonrisa apacible cruzó su rostro. Alzó su taza de café a modo de
brindis.
—Ojalá. Pero sigo teniendo mis planes. Hay que tener sueños, ¿o no?
Sloane pensó en lo que había mencionado de venirse a Oklahoma para
alejarse de todo. ¿Cuál sería su historia?
Pero apartó la mirada mientras sorbía su café.
—Bueno, no lo sé. —Le dedicó una sonrisa desenfadada—. No está mal
contentarse con la vida que tienes. Si no está roto, no lo arregles, ¿verdad?
Cuando volvió a mirarlo, notó que tenía el ceño fruncido.
—Pero entonces nada cambiaría.
Ella se encogió de hombros.
—¿Y qué tiene? Por mí está bien. Tengo un techo, comida, ropa, y
Ramona me hace compañía. —Entonces se avergonzó por lo patético que
sonó aquello—. Y, bueno, mis otros amigos.
Vaya mentira. No tenía otros amigos. Pero Nicholas asintió, y no vio ni
un poco de crítica en su rostro. Luego se volvió para mirarla.
—También me gusta la vida que tengo, pero no quiere decir que no
quiera más.
Sloane bebió de un trago el resto de su café. ¡Cielos, estaba demasiado
caliente! ¡Quemaba! Pero logró tragárselo. Las papilas gustativas estaban
sobrevaloradas de todas formas.
Se puso en pie abruptamente para servirse más café. Era normal que un
hombre como Nicholas hablase de querer alcanzar más; era guapo, no tenía
discapacidades y probablemente ni siquiera llegaba a los treinta. El mundo
estaba a merced de un hombre como él. Pero parte de ser adulto era
comprender que se debían hacer compromisos; que nadie era perfectamente
feliz; que las personas se quedaban con lo que podían conseguir y no
aspiraban a más en todo momento en caso de que perdiesen lo poco que sí
tenían.
Tragó con fuerza y pensó en su cuenta bancaria vacía a pesar de lo
mucho que intentó apartarlo de su mente.
—Bueno, supongo que soy una chica que ve el vaso medio vacío. —
Sonrió con aire de disculpa mientras se servía otra taza de café—. Los
cambios me ponen nerviosa.
¿A quién quería engañar? Los cambios la hacían hiperventilar.
—Prefiero que todo salga sin problemas y de acuerdo con lo que tenía
previsto. Me gusta despertar y saber exactamente lo que pasará ese día.
Nicholas frunció el ceño, aunque la leve sonrisa en su rostro decía que
estaba entretenido.
—Pero eso es imposible. La vida es caótica. Por más que intentes
controlar todo, sucederán imprevistos, como cuando se va la electricidad.
—Tengo un generador de emergencia.
—O cuando te quedas sin Wi-Fi.
—Mi trabajo es flexible. —Levantó los hombros y se sentó al lado
opuesto de él—. No pasa nada si me desconecto por un par de días.
—O cuando hay una tormenta que te encierra en la casa por una
semana.
Ella sonrió ante eso.
—Aquí tengo todo lo que podría necesitar. No estamos cerca de ninguna
llanura que se pueda inundar. Si hay un desastre nacional, tengo suficiente
comida, agua, y gas en el generador para sobrevivir por seis meses sola.
—Vaya. —Nicholas pareció sorprendido—. Puede que me haya
equivocado. Tal vez si trabajas lo suficiente, sí que puedes controlar tu vida
y prepararte para todo.
Fue entonces cuando sintió que le cambió el semblante.
—Pero Ramona igual se escapó, y si no hubieras estado ahí, quién sabe
hasta donde habría llegado luego de bajar de ese árbol. —Apoyó los codos
en la mesa y se pasó las manos por el rostro—. Si hubiera seguido mi rutina
y la hubiera encerrado en su habitación antes de abrir la…
—De eso se trata —dijo Nicholas, estirando la mano hasta el otro lado
de la mesa y poniéndola sobre su antebrazo. Sloane se quedó paralizada
frente al contacto. Se quedó mirándole la mano enorme y la contracción de
los músculos de su antebrazo en el momento en el que le dio un apretón
antes de soltarla—. No eres una máquina. Eres un ser humano.
—¿Y entonces siempre me equivocaré porque soy humana? Qué forma
tan mierda de verlo…
—No —dijo él negando con la cabeza y riendo—. Lo que digo es que
eso es lo bueno de que la vida nos demuestre que nos equivocamos siempre
que creemos tener el control. Eso no existe. Solo somos libres cuando
renunciamos al control.
Se quedó boquiabierta. Es que aquello no tenía ningún sentido. Claro,
solo tenía veinticuatro años, pero había visto la verdad de la condición
humana a través de mil lentes de cámaras diferentes. Se estaba
equivocando, y mucho.
Todo lo que la gente hacía era buscar formas de ganar poder y control.
Controlar a las demás personas, controlar su placer, controlarla a ella…
incluso si solo era una ilusión. Eso era parte de lo que hacía que su trabajo
fuese divertido; no la parte de los orgasmos, porque había días en los que no
se masturbaba que los que sí.
Pero fuesen hombres que querían que los llamara papi o que se vistiera
de peluche en sesiones privadas con ellos, todos acudían a ella porque podía
darles justo lo que necesitaban: cosas de las que se avergonzaban, apenaban
o que eran imposibles de hacer en la vida real. La buscaban a ella para
fantasear sus deseos y hacerlos realidad. Y sin importar las cosas
degradantes que le dijesen durante la acción, era ella al fin y al cabo quien
se iba y se quedaba con la pasta.
Era ella quien ganaba al final. Ganar: eso es lo que hacía. Tenía todo lo
que necesitaba justo ahí. Podía conseguir todo lo que quisiese. Le estaba
yendo bien; perfectamente bien, ¿verdad? ¿A que sí?
Tragó con fuerza y bajó la vista a la mesa. ¿Y si el banco no podía
recuperar los treinta mil dólares? Todo por lo que había trabajado durante
años se esfumaría así, con un ¡puf! Todo su trabajo duro modelando día y
noche, levantando su empresa cuidadosamente, se iría por el desagüe. Y
aunque todo se resolviese y le devolvieran su dinero, seguía siendo una
prisionera de su propia casa.
Había estado bajo un arresto domiciliario autoimpuesto por seis años.
Seis años.
No era genial, ni fabuloso, ni impresionante. Eso no era más que la
mentira que se decía a sí misma para soportarlo sin que se le fuese la olla.
Aquella era la brutal verdad que había tenido que confrontar mientras
esperaba en la puerta, paralizada, para salir a ayudar a Ramona.
—¿No te gustaría sentirte sorprendida? —preguntó Nicholas en voz
baja—. ¿Descubrir cosas nuevas y hacer algo espontáneo solo porque sí?
¡No! Detestaba las sorpresas.
¡Sorpresa! Piensas que tus padres y tú van al supermercado como de
costumbre, pero mira, ese auto que venía en sentido contrario de repente va
hacia donde caminas.
¡Sorpresa! Tu padre pende de un hilo en la UCI tras el accidente, pero
tiene una embolia y ahora está muerto como tu madre.
¡Sorpresa! Ese minúsculo problema de ansiedad que habías tenido antes
de los exámenes y concursos del coro se ha convertido en ataques de pánico
que te debilitan y te hacen imposible vivir.
Y, por supuesto, ¡sorpresa! Tu cuenta bancaria no tiene dinero y alguien
ha arruinado tu crédito y robado miles de dólares a tu nombre.
Pero… bueno, es cierto que Nicholas también era una sorpresa. Y sí, era
un triste comentario en el margen de su vida que una visita de treinta
minutos por parte de un desconocido fuese el momento culminante de los
últimos cinco años de su vida.
—¿Sloane? —preguntó Nicholas.
Sloane se percató de que hacía rato, tal vez minutos, que no decía nada;
pero no sabía qué decir. Tenía demasiados pensamientos en la cabeza yendo
a toda velocidad.
—No lo sé —dijo por fin—. Cuando ves la vida de una sola forma por
tanto tiempo… bueno, parece que no hubiera otra manera, ¿sabes?
Nicholas frunció el entrecejo y parecía estar a punto de decir algo
cuando un maullido proveniente de pasillo hizo que ambos volvieran la
cabeza.
—Ramona —dijo Sloane en voz baja, y su gata avanzó hacia ella. Tenía
un arañazo irritado y rojizo que le surcaba la nariz, pero no estaba
sangrando. Aparte de eso, parecía estar bien. Llegó hasta donde estaba y
saltó a su regazo.
Sloane quiso abrazarla y no soltarla, pero a Ramona no le gustaba que la
apretujasen, por lo que solo la acarició desde la cabeza hasta la cola. La
gata se instaló en su regazo y comenzó a ronronear como un pequeño
motor.
Sloane le sonrió a Nicholas con los ojos húmedos.
—Se encuentra bien —susurró.
Nicholas sonrió; era una sonrisa más dulce de la que le había visto en
toda la tarde. Acabó con su café, y Sloane le vio la nuez moverse cuando
tragó varias veces. Volvió a dejar su taza en la mesa con delicadeza.
—Debería irme —dijo él, y Sloane asintió mientras sentía una punzada
de tristeza. Se sintió muy bien hablar con otro ser humano cara a cara, así
como lo fue ser ella misma, para variar, en vez de interpretar algún papel.
Sloane intentó sonreír y ocultar sus absurdas emociones.
—Gracias una vez más —dijo—. Fue muy agradable conocerte. Te
enseñaría dónde está la puerta, pero… —Asintió para señalar a su gata.
—Ni lo digas. La he pasado muy bien conversando. —Se levantó, pero
sus ojos eran tan claros y directos cuando se encontró con los suyos que
Sloane tuvo que contenerse de suspirar. Cielos, ¿alguna vez había estado en
la misma sala que un hombre tan magnético como él?
—Esto… yo también. Digo, fue lindo hablar contigo.
Se sacudió internamente. ¿Qué carajos? Entonces era guapo y parecía
ser un hombre agradable. Y aparte del traspié en la cocina, no la había
comido con los ojos durante su conversación, lo cual era una hazaña que ni
siquiera Tom lograba. Por lo general le hablaba mirándole directamente los
senos.
Pero Nicholas parecía haber estado genuinamente interesado en lo que
tenía que decir. Y no solo porque quisiese correrse con el sonido de su voz.
Cielos, se estaba comportando como una estúpida. Nada de eso
importaba, porque nunca volvería a verlo. Lo de hoy no fue más que un
evento extraordinario en la monótona existencia que era su vida. Y eso
estaba bien.
Bueno, tal vez necesitaba hacer algunos cambios. La conversación le
había dado mucho que pensar, razón por la cual necesitaba irse, así ella
podría…
—Quiero volver a verte —dijo Nicholas, avanzando hacia ella y
deteniéndose antes de entrar en su espacio personal.
Dejó de respirar. ¿En serio?
—¿Te gustaría ir a por un café en algún momento? ¿O ir a beber algo?
Y así sin más, la sensación luminosa y eufórica de su pecho se
desvaneció. No pudo evitar que sus hombros se viniesen abajo mientras
miraba a Ramona en su regazo.
—No puedo.
—Vaya. —Nicholas se llevó la mano a la nuca—. No hay problema, lo
entiendo. Yo… —Se rio y cerró los ojos con fuerza, tras lo cual volvió a
mirarla—. Fue agradable conocerte, Sloane.
Entonces cruzó la sala para ir hasta la puerta; a punto de salir de su vida
para siempre.
«No, detente». Sloane vio su ancha espalda cada vez más lejos. Sin
embargo, antes de atravesar la puerta se detuvo y se volvió a mirarla. Sus
ojos avellana centelleaban bajo la luz.
—Una cosa más: por favor no vayas por ahí dejando que cualquier
desconocido pase a tu casa así de fácil. Hará que me pase la noche en vela
preocupado por ti.
Entonces continuó su camino por la puerta principal.
—¡Maldita sea! —maldijo Sloane tan pronto como se cerró tras sus
espaldas.
Quiso darse un manotazo en la frente. Vaya estúpida que era. ¿Por qué
no podía ser una mujer normal por una vez? Si un chico lindo te invitaba a
salir, decías que sí. Pero no, eso habría sido algo espontáneo y emocionante,
y, por supuesto, requeriría lo imposible: que de verdad saliera de la puñetera
casa.
¿No estaba harta de ser una prisionera? Su vida no era perfecta y
definitivamente tampoco fabulosa.
Pero Nicholas sí lo era. Era increíble, y, cuando hablaba sobre la
libertad, parecía saber de lo que hablaba. Parecía como si fuera algo que
hubiera experimentado. ¿Cómo se sentiría?
Cargó a Ramona delicadamente y la dejó en el suelo. La gata solo se
quejó un poco, y, antes de que Sloane pudiera pensarlo bien, sus pies ya se
estaban moviendo. Abrió la puerta principal, obstaculizando la entrada con
su pierna para que Ramona no pudiese escaparse esta vez.
—¡Nicholas! —llamó.
A duras penas podía distinguir su corpulenta silueta; casi estaba en la
calle otra vez.
—Nicholas —volvió a llamar—. Vuelve un momento. —Agitó su brazo
para hacer énfasis en sus palabras.
Él se devolvió trotando, subió los escalones del pórtico y se detuvo
frente a ella.
—¿Pasa algo? ¿Necesitas algo?
—El próximo domingo es día de hornear —balbuceó Sloane—. Haré
tartas. Puedes pasarte por aquí si quieres.
Pareció tomarle un momento procesar sus palabras, pero, tan pronto
como lo hizo, una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Nicholas.
—Depende. —Por un momento se quedó mirando a Sloane antes de
continuar; su sonrisa levantaba una de sus comisuras—. ¿Qué clase de
tartas?
Sloane sintió que podía reír de alivio. ¿Conque así quería jugar? Enarcó
una ceja.
—Ándate con ojo. Si te comportas, puede que no solo recibas tu tarta,
sino que llegues a comértela.
Sus ojos chispearon y Sloane sintió que las mejillas se le encendían.
Mierda. ¿Es que estaba tan acostumbrada a hablar con insinuaciones
sexuales que no sabía cómo hablar sin eso?
—¿A qué hora?
¿Eran ideas suyas o su voz sonaba más ronca que antes?
—A cualquier hora luego de la una de la tarde. Nos vemos. —Entonces
cerró la puerta. Se quedó de pie dándole la espalda y respirando
ruidosamente.
—«¿Puede que no solo recibas tu tarta, sino que llegues a comértela?»
¿Qué carajos?
Esta vez se dio un golpe en la frente con la palma de la mano antes de
sacudir la cabeza.
Regresó para ver cómo estaba Ramona, que se encontraba hecha un
ovillo en medio del sofá, como si este le perteneciese. Sloane se agachó y le
rascó detrás de las orejas.
Respiró hondo y exhaló. Era tarde y estaba cansada, pero cuando cogió
su móvil y lo revisó, vio que aún tenía tiempo para hacer el espectáculo en
la ducha que había programado. Y ahora más que nunca, no podía
permitirse desatender el trabajo. Era hora de volver a retomar el control de
su vida. Mañana empezaría lo que probablemente sería un largo y
demencial proceso de aclarar el fiasco que solían ser sus finanzas.
Pero por esta noche, era hora de comenzar a ganar pasta. Gracias al
cielo que le gustaba pagar sus facturas por adelantado, pues significaba que
su sueldo dentro de dos semanas pagaría la mayoría de sus gastos. Solo
estaría atrasada por un par de días con la electricidad y seguramente no la
penalizarían por ello. Lo cual era bastante bueno, ya que, desde que casi
ejecutaban la hipoteca luego de que su tía muriera, siempre le metían una
multa gorda cada vez que se retrasaba aunque fuera una semana con esa
factura.
Pero eso también quería decir que volvería a vivir con lo justo; algo que
no había hecho desde que comenzó con el modelaje. Apretó la mandíbula y
se dirigió a su habitación, donde se quitó todo excepto las bragas. Cogió la
bata de seda que había tirado con tanto apuro antes y se la volvió a poner.
Se acomodó la prenda para que le cubriese los pechos holgadamente,
sostuvo el móvil desde arriba y puso una cara sensual antes de hacerse una
foto. Tras hacerse más desde diferentes ángulos, buscó las imágenes y se
decidió por la mejor. Luego la subió a su OnlyFans y añadió una rápida
descripción:
«¿Adivinen quién está sucia y necesita una ducha? Diez minutos para la
#horadelbaño».
TRES

NICHOLAS

NICHOLAS SE QUITÓ la toalla luego de trotar por el largo sendero en el


que se encontraba la propiedad de Sloane y entró a su auto alquilado. El
viaje hasta la ciudad solo duraba cinco minutos; al menos con la velocidad a
la que iba Nicholas. Aparcó en la calzada de la casa que estaba alquilando y
entró deprisa.
Cerró con llave luego de pasar y fue a sentarse en su cama, exhalando
fuerte. Se quitó las botas, dobló los dedos y estiró los pies.
Seguidamente se quedó viendo el portátil y abrió la página web.
CamGirlsEnVivoXXX.
Maldición. Se pasó las manos por el rostro y volvió a incorporarse. En
verdad debería irse a dormir. Llevaba en pie desde el amanecer y por aquí
hacía tanto silencio que cualquiera se volvería loco. Y pensar que esto es lo
que consideraban «ciudad» por estos lados.
¿Pero dónde estaban los ruidos del tráfico? ¿Las personas gritándose en
un callejón a las tres de la madrugada? ¿Las sirenas?
Esto era demasiado anormal.
Nicholas miró su portátil y apretó los puños al pensar en la espléndida
mujer que había dejado en aquella casa derruida en medio de la nada más
absoluta.
Sabía que era una cam girl. Claramente, fue así como el loco de mierda
que le mandó a vigilar su jefe se había obsesionado con ella.
Olezka era el hijo más joven del jefe mafioso ucraniano Nazar
Tereshchenko. La familia era notoriamente paranoica con su seguridad, y
rara vez salían de su mansión de lujo superfortificada en Nueva Jersey.
Los Tereshchenko eran de poca monta en aquel mundo, y les habría
venido estado bien quedarse así. Pero el viejo Tereshchenko subestimó al
jefe de Nicholas y comenzó a meterse en sus casinos y territorio de drogas.
Más importante aún, se estaba robando la clientela más acaudalada que
siempre estaba al tanto de las sustancias más nuevas.
Fue allí cuando el jefe de Nicholas, Dimitri Vasiliev Papá, trazó un
límite. El hombre era un Bratva por los cuatro costados. Tuvo relevancia
durante la época de los 90 en Rusia tras la caída de la Unión Soviética. Al
menos hasta que le traicionaron y tuvo que escapar a los Estados Unidos.
Vasiliev aún tenía lazos con la madre patria; en especial cuando retomó
en Estados Unidos lo que había dejado en Rusia. Pero esta vez fue mucho
más cuidadoso; no confiaba en nadie y pasó desapercibido de una forma tal
que, cuando pillaron a otros jefes más ostentosos, él continuó presente.
Sobre todo, ahora que su hijo Alexei se había encargado de dirigir muchas
de las operaciones en una era cada vez más digital. Alexei había nacido en
Estados Unidos y Nicholas pasaba la mayor parte de su tiempo trabajando
para él.
Alexei era el más… razonable de los Vasiliev en cuanto al trato; esa era
probablemente la mejor palabra para describirlo. Pero era Vasiliev Papá
quien había enviado a Nicholas a esta misión. Al principio se sintió
receloso. Por lo general trabajaba como el guardaespaldas de Alexei y el
gorila de su club. Esto parecía como una prueba; algo por lo que era
conocido. Nicholas no pensó mucho en ello; era leal y esta era una
oportunidad de demostrar que su valor iba mucho más allá.
Pero ahora que había llegado aquí y conoció a Sloane… bueno, que le
gustase no cambiaba la descripción de su trabajo.
Posó los gruesos dedos sobre su portátil. Sería tan sencillo escribir su
nombre de cam girl. Lo había visto en el papeleo que hurgó al rebuscar
entre sus cosas cuando ella fue a cambiarse a su habitación.
Por lo general, Nicholas permanecía en control absoluto. Su alarma
estaba programada para sonar a las cinco de la mañana y ya eran… —sacó
su móvil de su bolsillo—, maldición, era casi medianoche.
Esto era estúpido. El día de hoy fue como cualquier otro día. Estaba en
aquel lugar para cumplir con un trabajo y eso era todo. Solo se acostaría en
la cama y se iría a dormir.
Ya había puesto sensores de movimiento en todas las entradas de la
casa, en el jardín y en la calzada, junto con una cámara de lente gran
angular en la propiedad. Lo había hecho en plena oscuridad de la noche el
mismo día que llegó al pueblo. Estaba más habituado a ser el músculo que a
andar por ahí a hurtadillas, pero se las apañó para instalar el equipo. Su
experto en tecnología, Bo, le había explicado varias veces cómo hacerlo
antes de venirse.
Desde entonces estuvo vigilando la casa, y se dio cuenta de que la mujer
que vivía adentro nunca se aventuraba a salir. Ni una sola vez. Le
entregaban el correo por medio de la abertura en la puerta principal. Los
comestibles y paquetes eran depositados en la puerta principal y ella
asomaba la cabeza y los recogía, pero nunca se le veía ni un pelo.
Hoy fue la primera vez que abrió la puerta por un extendido período de
tiempo, y pudo entrever más que solo un breve vistazo de su rostro en
cámaras. Así que se fue para allá y fingió estar trotando por la zona.
Interactuar con ella no era estrictamente parte de las órdenes que le dieron,
pues se suponía que solo debía observar y aguardar que Olezka diese el
primer paso; pero pensó que su decisión impulsiva de ayudar con el gato
había dado sus frutos. Tener mayor acceso era algo bueno desde todos los
ángulos.
Evidentemente pudo haberse enterado de la página en la que trabajaba si
le hubiese preguntado a Bo. Era él quien había rastreado su dirección,
después de todo. Pero no le había preguntado; no pensó que le fuese a
importar. Bo estaba vigilando los movimientos de Oleska en la aplicación
de modelaje y dándole reportes relevantes a Nicholas.
Pero entonces, ver los papeles luego de conocerla…
Nicholas se quitó la camiseta y tanteó el botón de sus pantalones para
encontrarse su miembro rígido.
—Maldit… —maldijo a medias, apartándose un poco los pantalones y
bajándolos. Estaba bien; lo ignoraría. Era un hombre adulto, no un
adolescente. Solo porque tuviese una erección de nada no significaba que
tuviera que hacer algo al respecto.
Caminó y apagó el interruptor de luz con un manotazo; luego, se
tropezó en la oscuridad de camino a la cama.
—Hijo de… —Apenas pudo recuperar el equilibrio para evitar chocar
contra el filo del escritorio.
—Es por eso que siempre hay que dejar los zapatos al pie de la cama
cuando te los quitas, idiota.
Negó con la cabeza y por fin llegó a la cama. Apoyó la espalda en el
colchón, causando que rechinase a modo de protesta. No era un hombre
pequeño.
Cogió su almohada y le dio un par de golpes para darle forma, tras lo
cual la puso debajo de su cabeza y se dio la vuelta.
Se cubrió con las sábanas y el edredón, y cerró los ojos con
determinación. Vale, muy bien, ahora se iría a dormir. Las alarmas sonarían
si alguien se acercaba a la casa.
A relajarse.
Se centró en relajar los músculos. «Duerme». Sí, se iría a dormir en ese
mismo instante.
¿Cómo serían sus tetas sin esa delgada batita puesta? ¿Eran reales?
Parecían serlo.
«¿Qué coño? Detente». Nicholas se pegó en la cara con fuerza varias
veces.
«A dormir. A dormir, joder. Cuenta ovejas o algo».


¿De verdad tenía orgasmos cuando estaba en vivo o solo los fingía,
como esas malas actrices porno que soltaban unos gritos agudos tan falsos
que se notaba desde lejos? ¿Es que…?
¡Mierda! Gruñó y se dio la vuelta para enterrar la cara en la almohada.
La posición hizo que su miembro entrase en contacto con el colchón, y, al
parecer por voluntad propia, empezó a mover las caderas para buscar
fricción.
—Joder, maldición —espetó con un gruñido. Tal vez luego de terminar
este trabajo visitaría a alguna de las chicas Vasiliev. Solo estaba
desesperado. Eso era todo.
Volvió a pasarse la mano por el rostro. ¿Qué carajos estaba haciendo?
Tenía que enfocarse. Si no estaba en plena forma cometería errores, y eso
era lo último que podía permitirse. Trabajar para los Vasiliev era un buen
empleo siempre y cuando no metieras la pata. Vasiliev Papá era muy bien
conocido por su pésimo carácter. Esta misión era una oportunidad para
Nicholas de ascender de rango… o de convertirse en el enemigo del Papá.
Pero la insistente erección de Nicholas no iba a irse a ningún lado, y
mientras más intentaba no pensar en sus voluptuosas curvas, más aparecían
en su mente y se grababan en fuego. Se sentó y se recostó de la cabecera de
la cama y se quedó mirando la oscuridad.
La verdad es que no quería una vagina al azar; porque eso no se trataba
de sexo sin más.
Esto tenía que ver con ella.
Sloane.
Se había sentido atraído por ella desde el primer momento en que la vio.
Era hermosa, por supuesto; pero también era graciosa e inteligente. No era
ignorante de su atractivo físico, pues sabía que era guapa, pero no hacía eso
que sí hacían tantas mujeres hermosas: lo de jugar contigo como si fueses el
juego más entretenido porque sabían que te tenían pillado.
A Casandra le gustaba aquel juego. Nicholas no se percató en aquel
momento, desde luego, pero todo fue un muy divertido juego para ella.
Pensó que había algo más, que incluso había amor. Pero no fue más que un
estúpido de primera. La realidad era que solo era una mujer mayor a la que
le emocionaba la idea de tener una dosis de sexo prohibido con un hombre
cuestionable.
Fueron dos años de llevarlo al límite, someterse en la cama para luego
gritarle, y sermonearle el resto del tiempo. Luego quedó embarazada del
hijo bastardo de otro hombre y tuvo el coraje de ir a llorarle con lágrimas
falsas y hacer pasar el niño por suyo cuando ni siquiera se habían acostado
en meses.
Joder. Si algo podía matar su erección, era pensar en esa bruja. Pero no
pasó, pues, en el fondo de su mente, pudo ver la sonrisa de Sloane, la
mirada tímida que le dedicó por encima de su taza de café, como si
estuviese nerviosa y desbordando felicidad. Parecía encantada con cada
mínima cosa que hacía. Era el opuesto de Casandra, ella sí era genuina.
No podía recordar la última vez que conoció a alguien que rebosara
tanta… vida. Sin mencionar que era endiabladamente sexy. Y es que esas
piernas… joder, bastarían para quitarle el sueño a cualquier hombre de
sangre caliente.
Bueno, él no era uno de los hombres que pasaban el rato con las chicas
en el establo Vasiliev, y, sin contar la ocasional paja en la ducha —y eso
solo cuando no estaba demasiado cansado tras un largo día, lo cual pasaba
cada vez menos últimamente—, no pensaba mucho en sexo. Asumía que
era parte de envejecer. Sí, treinta y uno era muy poca edad para calificar
para un hogar de ancianos, pero no sabía de qué otra forma explicarlo. De
adolescente siempre, sin falta, estaba cachondo. Esos puñeteros comerciales
de champú solían ponérsela dura.
Luego vino Casandra, y después de eso períodos de celibato
autoimpuesto salvo por las orgías trianuales en Las Vegas donde gastaba las
cajas de condones más rápido que una estrella porno. Y estaba este verano
donde, bueno…, si parecía que su pene había pasado a mejor vida, entonces
quizá era lo mejor para todos.
Su miembro, apretado contra el colchón, palpitó.
O no, porque súbitamente se sentía muy vivo. Sin poder pensarlo mejor,
se llevó el portátil a su regazo. Tras unos cuantos clics ya se encontraba en
la página web.
Mujeres desnudas de todos los tipos, colores y creencias inundaron la
pantalla. Bajó por la página con el corazón en la garganta. No debería estar
haciendo aquello; en verdad no debería estar haciendo algo así, maldición.
«Cierra la página. No se suponía que vieses ese pedazo de papel. Estás
invadiendo su priva…»
Se quedó sin aliento, porque allí estaba ella. Llevaba la misma batita
que llevaba puesta ahora, pero esta vez estaba holgada, entreabierta y
dejaba ver mucho de su apetitoso escote. Debajo de su foto decía:
CHRISSY. ESPECTÁCULO EN VIVO DESDE LA DUCHA.
Junto con el atrayente y diminuto botón de «Unirse a la sala».
—Joder. —Soltó la palabrota entre dientes.
Movió el ratón sobre el botón de «unirse».
Mierda, mierda, mierda. «Cierra la maldita portátil».
Pero no, presionó el botón de «unirse».
—Me voy a ir al infierno —susurró.
Pero entonces la vio. Se encontraba en su baño, meciendo las caderas al
ritmo de una sensual canción R&B. Volvía a tener puesto el kimono de
seda. Gracias al cielo.
Nicholas suspiró. Bueno, aún no había hecho nada demasiado malo.
Podía cerrar la ventana y ya. La había visto mostrando esa misma cantidad
de piel en persona antes, así que no habría mal hecho. Movió el ratón hasta
la diminuta «x» en la esquina de la pantalla.
Pero entonces saltaron dos pantallas más. Mierda, tenía tres cámaras en
el cuarto, y cada una capturaba un ángulo diferente. Estaba la original, que
parecía ser una cámara web común y corriente. Luego había una cámara en
el techo que daba una vista de ojo de pez de todo el cuarto de baño,
partiendo desde la esquina de la ducha. Y también había otra en el fondo de
la ducha, la cual apuntaba a la altura de su pecho.
Sloane se inclinó dándole la espalda a la cámara mientras abría la
ducha, y cielos… Tenía el culo más jugoso y firme del mundo. Había un
hilillo de tela entre sus nalgas, pero en cuestión de segundos se dobló aún
más y se bajó la tanga por los muslos.
Nicholas tragó saliva y apartó la mano del ratón.
Meneó su suculento culo una y otra vez mientras probaba la temperatura
del agua, y luego se volvió a enderezar. La bata cubría sus dulces nalgas, lo
cual hizo que Nicholas gruñese de frustración.
Sin embargo, un segundo después provocó que su miembro volviese a
palpitar cuando se pasó las manos por el cuerpo. Y entonces, por todo lo
divino…, dejó caer la bata al suelo.
Era perfecta. Absoluta y endemoniadamente perfecta. No pudo hacer
más que mirarla; su pequeño y esbelto cuerpo, la dulce hendidura de su
sexo, esos pechos perfectos… Eran grandes para lo baja que era, pero
Nicholas sabía que se quedarían pequeños entre sus manos. Ella se mordió
el labio y se acarició los pezones con los pulgares una y otra vez,
ocasionando que estos se pusiesen rígidos como picos. Eran perfectos para
metérselos a la boca.
Eran tan rosa; de un color fucsia oscuro. ¿Había jugueteado duro con
ellos aquel día? ¿Les había puesto pinzas encima? ¿Un cliente se lo había
pedido o le gustaba tocarse así?
—Maldición —espetó mientras bajaba una mano para tocarse el
miembro por encima de los calzoncillos.
Casi se sintió aliviado cuando soltó sus senos y cogió su cepillo de un
cajón, peinando lentamente su largo cabello castaño. Se acomodó la
cabellera sobre sus pechos mientras se peinaba. Parecía más una sirena.
Nicholas se quedó en trance mientras la veía cepillarse el pelo,
probablemente por un minuto entero, antes de que por fin se pusiese en pie
y volviese a la ducha. Nunca saludó a las cámaras. Si no hubiese visto los
comprobantes de pago que tenía en su casa, puede que le hubiese
convencido a medias la ilusión de que no era más que una chica normal que
estaba siendo filmada sin su conocimiento.
Entró a la ducha y volvió a llevarse las manos al pecho de inmediato.
Madre mía. Quizá sí sabía algo sobre cautivar a los hombres, después de
todo.
Su respiración se entrecortó un poco se pasó los dedos por el vientre. Se
la veía perfectamente con las cámaras del techo y la pared, y Nicholas se
quedó ahí, completamente hipnotizado por ella.
Pero entonces un anuncio empezó a titilar en la parte inferior de la
pantalla. Un reloj en cuenta regresiva comenzó en treinta, veintinueve,
veintiocho… junto con un aviso que decía:
1.000FICHAS PARA CONTINUAR CON EL ESPECTÁCULO.
—Mierda —gritó Nicholas, y de inmediato buscó sus vaqueros en el
suelo. Pero perdió el equilibrio mientras lo hacía y se cayó de la cama.
Maldita sea. Por los pelos logró evitar que su portátil aterrizase debajo
de él cuando sus rodillas hicieron impacto contra el piso de madera.
—¡Mierda!
Se apresuró a incorporarse, dejó el portátil en la mesa auxiliar y prendió
la lámpara. Respiró ruidosamente mientras sacaba su billetera y volvía a
sentarse en la cama. Sin embargo, aquella interrupción hizo que se
detuviese en seco.
¿Qué carajos estaba haciendo?
Miró su portátil. La ventana estaba abierta, pidiéndole la información de
su tarjeta de crédito. Miró su billetera y luego levantó la vista hacia la
pantalla.
Entonces se imaginó a los dos consabidos diablillos de las caricaturas
sobre sus hombros.
Nadie tenía por qué saberlo. No había ningún daño. Lo haría solo esta
vez.
«Apuesto a que lo mismo dijo Adán cuando cogió la manzana. Piensa
en tu madre. Te crio para que tuvieras más respeto. Si pudiera verte ahora
mismo, te daría un tortazo y te merecerías mucho más que eso».
Pero entonces la otra voz intervino, igual de audible que la otra: «Sloane
hace este tipo de trabajo sabiendo que los hombres la están observando.
¿Sería tan malo que, por una vez, fueras uno de ellos? Es hermosa y su
cuerpo merece que lo celebren».
«Ajá, y lo celebrarías masturbándote con la mano. Qué conveniente».
La cuenta regresiva casi había acabado. Sloane soltó una risita cuando
se le cayó el jabón. Nicholas estaba seguro de que no fue ningún accidente
considerando que, justo cuando el contador llegó a cero, se inclinó en el
ángulo perfecto para exhibir su lindo sexo rosa a la cámara trasera.
—¡Joder! —volvió a exclamar, y sacó la tarjeta de crédito de su
billetera.
CUATRO

Sloane

SLOANE RECOGIÓ la barra de jabón y la pasó muy muy lentamente por


su pierna mientras se incorporaba. Un chorro de agua caliente le caía sobre
los pechos y la segunda canción de su lista de reproducción comenzó a
sonar.
Vale, eso quería decir que todos los mirones que estaban viéndola gratis
se habían ido y ahora solo quedaban los miembros premium. Pero, si tenía
suerte, puede que también hubiese conseguido algunos espectadores
nuevos. Esa era la razón por la que los primeros cinco minutos eran gratis:
se trataba de una clásica táctica de marketing. La gente creía que el negocio
del modelaje por cámara web se trataba nada más de sexo, pero Sloane
comprendió al instante que, si no se trabajaba como una empresa, entonces
fracasarías estrepitosamente rápido.
Había aprendido todos los trucos del oficio durante los últimos años. En
ese entonces tenía que trabajar duro para todos los espectadores. Hacía
cuentas regresivas, rifas o jugaba a las cartas con los clientes (por cada
ronda que perdía, se quitaba otra prenda de vestir o realizaba un acto sexual
en particular). Pasaba horas enviando mensajes personales a cada cliente
que llevaba las cosas en privado con ella para tratar de desarrollar una
clientela sólida y atraerlos a más sesiones.
En su primer año, con un espectáculo como este, habría tenido tal vez
cien personas en la sala pública y solo cinco o diez en la privada. Pero ella
había hecho lo que se esperaba y se mantuvo así. Miles de chicas lo habían
intentado y nunca llegaron a ninguna parte. Sin embargo, Sloane no tenía
opciones. Esta era una de las pocas opciones de carrera lucrativas
disponibles para una confinada agorafóbica, por lo que estaba decidida a
hacer que funcionara.
Justo antes de meterse en la ducha, echó un vistazo al contador de
espectadores, el cual superaba los mil y seguía aumentando. Si tenía suerte,
tal vez cien la seguirían hasta el privado. Con cifras como aquellas, estaba
segura de que esa noche estaría en la portada de la página. Solo pasaba
cuando se tenía la mejor puntuación entre las cam girls. Llevaba un tiempo
entre las mejores 50, pero tenía la vista fija en posicionarse en las mejores
40 o incluso menos.
Con su actual problema económico, se partiría el culo aún más para que
sucediese.
Era hora de dar un espectáculo que los hiciera volver a por más.
Sacó los senos mientras metía la cabeza aún más en el agua, dejando
escapar un pequeño gemido y pasándose las manos por el rostro, e incluso
más abajo, hasta que les dio un apretón a sus senos. Luego se pasó el jabón
por el vientre. Sin prisa, se enjabonó los senos y los brazos. Se tomó su
tiempo para afeitarse las axilas.
Algunos hombres se excitaban al verla afeitarse. Se enjuagó y luego se
acercó a la cámara trasera mientras vertía la crema de afeitar con aroma a
vainilla en la mano. Levantó una pierna hacia el costado de la bañera. Era la
mejor forma de afeitarse las piernas. Y también dejaba ver su sexo. ¿Matar
dos pájaros de un tiro? Listo.
Se enjabonó la pierna con crema de afeitar, y le llevó unos buenos siete
u ocho minutos afeitar ambas. Se pasó las manos por la pierna izquierda
después de terminar con ella.
—Está muy suave —dijo, lo bastante alto como para que el micrófono
lo captase por encima del ruido de la ducha, pero no tan fuerte como para
que sonase forzado. Siguió pasando la mano desde su muslo hasta su sexo
antes de negar con la cabeza como si se estuviera recordando a sí misma
que tenía un trabajo que hacer.
Luego se puso más crema de afeitar en la mano y se la aplicó sobre su
sexo. Se acercó aún más a la cámara mientras se afeitaba cuidadosamente a
lo largo de la entrepierna. Continuó afeitándose más y más hacia adentro;
revelando lentamente su sexo debajo de la crema de afeitar.
Ella era de las chicas que, al afeitarse, solo se dejaba una fina línea de
vello, y se tomó su tiempo para hacerlo a la perfección. Algo que su
audiencia agradecía, si se tomaban en cuenta sus comentarios. Siempre los
revisaba al terminar para leer los comentarios de la sala y así aprender a qué
dedicar más tiempo o qué evitar la próxima vez.
Cuando terminó con el último movimiento de la navaja en sus partes
femeninas, exhaló como si fuera lo más placentero que hubiese hecho en su
vida.
Pasó los dedos por la piel suave y recién afeitada mientras alcanzaba el
cabezal de ducha extraíble. Se permitió cerrar los ojos mientras pasaba el
suave chorro de agua por las áreas que acababa de afeitar para quitar
cualquier resto de crema de afeitar.
Y luego la cara de Nicholas apareció en su cabeza. Su respiración se
entrecortó al recordar sus intensos ojos color avellana, sus fosas nasales
dilatándose cuando miró sus piernas, esas enormes manos suyas…
Cambió la configuración del cabezal de un suave rociado a un chorro
más fuerte y pulsante.
—Tócame, bebé —susurró, apoyándose contra la pared lateral de la
ducha y extendiendo sus labios inferiores. Con la otra mano, apuntó el
cabezal directamente hacia su clítoris.
Se estremeció un poco cuando hizo contacto. Vaya, no recordaba que
esa configuración fuese tan intensa. ¿O tal vez era su sexo que estaba más
sensible? No estaba cerca de tener su período ni nada parecido, pero…
bueno, ahora estuvo algo excitada todo el tiempo que Nicholas estuvo en su
cocina.
Pensó en bajar la intensidad del cabezal, pero luego se relamió los
labios y cerró los ojos.
Un hombre como Nicholas… ¿sería delicado o rudo en la cama? ¿Sería
él de los que querrían que se recogiera el cabello en coletas y le llamase
papi? ¿O le exigiría que se arrodillara para poder meterle su miembro en la
boca? ¿Por qué su sexo se contraía al pensar en ello?
Se mordió el labio y mantuvo abiertos los labios de su sexo mientras se
pasaba el chorro por encima del clítoris.
Tal vez era delicado con esas grandes manos que tenía. Acariciaría con
cuidado sus pechos y estimularía sus pezones con el más mínimo roce de
sus pulgares. Pero no se demoraría mucho. Estaría tan excitado que llevaría
una mano de inmediato a su húmedo sexo.
Bajó el rociador hasta que disparó directamente hacia su sexo. Respiró
con fuerza y luego se introdujo un dedo dentro también.
Pero no, eso no estaba bien. Si tuviera uno de sus dedos en ella, lo
sentiría de verdad. Sus dedos eran muy gruesos. Metió otro dedo en su
interior, y luego un tercero.
Dejó escapar un fuerte gemido mientras movía las caderas hacia su
mano.
—Así es. Me encanta cuando me follas con los dedos.
Tardó un momento en buscar a tientas el cabezal de la ducha para
colocarlo en el gancho de la pared. Luego se apoyó contra la pared,
levantando otra vez su pierna derecha hacia el costado de la bañera para
darle el mejor ángulo a la cámara.
Mientras continuaba explorándose con los dedos, usó su otra mano para
acariciar su clítoris.
—Cielos —siseó—. Bebé, no juegues conmigo. Solo házmelo duro.
Sabes cuánto lo necesito. —Su voz se agudizó más mientras movía su dedo
en círculos alrededor de su clítoris.
—¿Tú también quieres? ¿Quieres follarme?
Se imaginó a Nicholas acercándose a ella en la ducha. Se imaginó el
agua corriendo por esos enormes bíceps y su amplio pecho. Era tan grande
que probablemente podría levantarla como si fuese una pluma.
—¿Quieres follarme contra la pared de la ducha? —Dejó escapar un
suspiro quejumbroso—. No me tortures más. Quiero tu pene. Lo quiero
tanto. Mi sucio coñito necesita que lo follen.
Cielos, de verdad se estaba excitando demasiado. Necesitaba refrescarse
y lavarse el pelo. Le pagaban por el minuto, y cuanto más tiempo
continuara con el espectáculo, mejor. Pero mientras más pensaba en el
cuerpo de Nicholas pegado al suyo, con más brusquedad conectaba sus
caderas con sus manos.
—Sí, justo ahí. Qué rico se siente —gimió—. Justo allí, cielos.
Posicionó la boca contra su hombro para ahogar el sonido del nombre
de Nicholas saliendo de sus labios mientras gritaba al llegar al orgasmo.
SE QUEDÓ en la ducha por otra media hora, lo cual era conveniente, ya
que ese fue aproximadamente el tiempo antes de que el agua comenzara a
enfriarse.
Todavía estaba un poco temblorosa cuando se secó y revisó elportátil.
Claro, llegar al clímax era una parte bastante regular de su trabajo, pero no
recordaba la última vez que se había corrido con tanta intensidad.
Soltó un suspiro y trató de aclarar su mente mientras hacía clic en el
sitio para ver cuántas fichas había ganado con la sesión. A cinco dólares por
cada cien fichas… rápidamente hizo los cálculos y sonrió. Acababa de
ganar trescientos cuarenta dólares en poco más de media hora. La verdad,
era algo.
Leyó los comentarios.
QUÉ ESPECTÁCULO TAN SEXY. ESTOY DURÍSIMO.
ESTÁS RIQUÍSIMA.
QUIERO FOLLARTE LA GARGANTA.
DAME ESE COÑO. PAPI TE HARÁ SUYA.
Hubo múltiples solicitudes de espectáculos privados. Era medianoche,
pero los viernes eran sus días de mayor ganancia y solo Dios sabía que lo
necesitaba.
Después de ponerse una camiseta y ropa interior, revisó las solicitudes.
La página de su perfil mostraba su menú. Había cosas como «mostrar el
culo», «mostrar el coño» o «chuparse los pies» por 100 fichas, «espectáculo
de orgasmos» en 2.100 fichas y «doble penetración» en 4.000. Los ganaba
rápidamente cuando estaba ocupada.
Aun así, se sorprendió cuando vio un mensaje de un usuario llamado
Santo; era una solicitud de show privado y estaban ofreciendo… cielos.
Sloane sintió que sus ojos se ensanchaban. 20.000 fichas.
Eso eran mil dólares.
¡Vamos! Por fin le llegaba algo bueno. Eso cubriría todos los pagos de
los servicios públicos y la mitad del pago de la hipoteca. Si es que era una
oferta seria, para empezar. Ella respondió con un mensaje: Paga por
adelantado y estaré lista para ir a una sesión privada cuando tú lo estés,
guapo.
Unos segundos después, escuchó el pequeño sonido de las monedas
tintineando y sonó el ka-ching. Comprobó la cantidad.
Joder, había pagado los 20 000 completos.
Inmediatamente hizo clic para iniciar una charla privada con él, cogió la
portátil y se dirigió a la cama. Dejó la máquina en el taburete a los pies de
la cama y luego se acostó boca abajo, apoyándose con los hombros. A
algunos hombres les gustaba lo simple; solo la cámara de la portátil puesta
para que se sintiese natural. Siempre que tenía una nueva sesión privada, los
tanteaba para ver qué estaban buscando.
—Hola, lindo. —Le sonrió a la cámara y enredó un mechón de cabello
húmedo en su dedo—. Soy Chrissy. ¿Quieres charlar conmigo?
La mayoría de los hombres se ponían impacientes porque sus penes
aparecieran en cámara lo más pronto posible. Por 20.000 fichas, hasta
fingiría lamer la pantalla si eso era lo que él quería.
Escuchó el ruido de un mensaje de chat entrante.
No. Solo quiero verte.
—Está bien, bebé —dijo, sonriendo con dulzura—. Lo que quieras. —
Bajó la voz y miró a la cámara tímidamente—. Tienes el control durante la
próxima hora. Estoy a tu merced.
Cuéntame sobre ti. ¿Cómo empezaste a trabajar por cámara web? Eres
tan bella. Quítate la ropa mientras me hablas y enciende las otras cámaras.
Apenas se contuvo de alzar una ceja. Por lo general, la configuración de
varias cámaras era algo que ella revelaba después de haber estado con un
nuevo cliente por diez minutos. Pero, pensándolo bien, si él había visto la
sesión en la ducha, sería fácil suponer que también tenía varias cámaras en
otras habitaciones.
—Seguro, guapo. Me gusta que seas directo. Y como he dicho, puedes
hacer todo lo que quieras. —Ella le guiñó un ojo y luego hizo clic para
encender las otras dos cámaras en su habitación: la cámara del techo que
apuntaba por encima de su cama, y la que estaba en su tocador, que tenía
una vista lateral de la misma.
Inclinó la cámara de la portátil y luego se sentó en la cama. Jugueteó
con el dobladillo de su sencilla camisa de algodón.
—Voy a la universidad aquí en Florida. Me encanta pasar tiempo con
mis amigos y divertirme. —Sonrió coquetamente y se subió el dobladillo de
la camiseta hasta el vientre—. Se me estaba dificultando pagar la matrícula.
Probé otros trabajos —hizo un puchero—, pero no soy buena como mesera
y odio estar en una oficina sofocante todo el día.
Se levantó un poco más la camisa, mostrando provocativamente el
borde inferior de su sujetador rosa.
—Entonces pensé: «bueno, ¿qué me encanta hacer?»
Se subió la camisa e hizo círculos en uno de sus pezones encima de su
sujetador de encaje. Inspiró hondo.
—Y me di cuenta de que podía ganar dinero haciendo lo que más me
gusta: divertirme, conocer gente nueva y… —Se mordió el labio y miró
directamente a la cámara antes de terminar con un susurro— …tener sexo.
Miró hacia el chat.
Quítate la camisa. Ya.
—Tus deseos son órdenes —dijo, sonriendo descaradamente a la
cámara. Se quitó la camisa.
¿Tus padres aprueban lo que haces por dinero?
Miró hacia abajo. Ella era Chrissy, la estudiante, así que no le dolía en
absoluto hablar de su padre. Era un invento.
—Papi me mataría si lo supiera. Siempre fue tan estricto cuando era
niña.
Ella batió sus pestañas hacia la cámara. Era una oportunidad para ver si
a este tipo le gustaba el rollo papá. Sondear a un nuevo cliente era una
especie de arte. No se podía presionar demasiado, pero algunos hombres
eran tan tímidos que tenían dificultades para expresar sus deseos. Así que
tenía que servir como guía, por así decirlo.
—Pero eso no me impidió ser una chica mala.
Sin embargo, él no mordió el anzuelo. Su siguiente mensaje fue tan
esclarecedor como los anteriores: es decir, nada. Aparte de que, quizás, le
gustaba tener el control.
Quítate el sujetador y las bragas. Y háblame de tu mamá.
Por un segundo, su respiración se entrecortó mientras los pensamientos
de su madre real inundaban su mente. Se esperaba las preguntas sobre su
papá y estaba preparada para ello. Todas sus defensas estaban en su lugar.
Pero, antes de que pudiera detenerlo, la imagen de su madre, sin
ducharse y paseando de un lado a otro en bata por horas y horas, le vino a la
mente.
Trató de apartarlo de su mente. Esto era una fantasía; no era real. Solo
tenía que pensar en cómo jugar para descubrir qué quería Santo. Si seguía
centrándose en la vida doméstica, entonces probablemente era uno de los
tipos a los que les gustaban las cosas familiares tabú. No había ningún
problema; era aquí donde la gente venía a hacer realidad las mierdas raras
que no podían hacer con sus parejas en la vida real.
—Mamá no era tan estricta como mi papi, pero no era fácil. —Sloane
negó con la cabeza—. Es un milagro que haya sobrevivido al instituto. —
Soltó una breve carcajada.
Luego se inclinó hacia la cámara.
—¿Quieres ser mi papi?
No. Quiero que te desnudes como te lo ordené.
Ajá. Así que su primera impresión fue correcta: sí era dominante. Se
detuvo justo antes de decir «sí, señor». Él parecía saber lo que quería, así
que retrocedió y lo dejó dirigir el espectáculo por un rato. Podría ocuparse
de nuevo si llegaban a un punto muerto.
Se desabrochó el sujetador y se masajeó los pechos, echó la cabeza
hacia atrás y dejó escapar un pequeño gemido.
Una notificación de un nuevo mensaje de chat sonó y miró hacia abajo.
Deja de esconder tus tetas.
Ah, sí, definitivamente era un fanático del control. Eso estaba bien para
ella. Era más fácil cuando no tenía que guiar la sesión, siempre y cuando él
pagara por adelantado. Lo cual había hecho. Se bajó los tirantes del
sujetador y se lo quitó sin más fanfarrias.
—¿Cómo me quieres? —preguntó a la cámara. Se sentó en el borde de
la cama donde sabía que el ángulo de la cámara la capturaba desde su rostro
hasta su sexo.
—¿Me quieres así? —Abrió las piernas de par en par para exhibir su
sexo—. ¿O así? —Se dio la vuelta y se puso a cuatro patas, con el culo
hacia la cámara. Miró por encima de su hombro, manteniendo contacto
visual con la lente de la cámara.
Ping.
Quiero saber más de ti. Dime algo real. Empecemos con algo fácil:
¿cuál es tu comida favorita?
Se dio la vuelta para quedar sentada en el borde de la cama. Era más
cómodo que estar de rodillas si él no tenía ninguna preferencia. Y parecía
que este tipo podría ser de los que les gustaba conversar. Era sorprendente,
entonces, que solo estuviera escribiendo en lugar de usar su micrófono. A la
mayoría de los hombres les gustaba el toque personal de hablar con ella, si
no se iban a ver mutuamente por cámara. Era raro que un chico solo enviara
mensajes todo el tiempo.
—Me encanta la mousse de chocolate —dijo como si fuera una
confesión. No era verdad. No le importaba de una forma u otra la mousse
de chocolate—. Es mi placer culposo. Shhh. —Sonrió a la cámara—. No se
lo digas a nadie.
Una vez más, ningún mensaje llegó de inmediato.
—Puedo comer algo para ti delante de la cámara si quieres. Me encanta
hornear y la repostería. Ese es mi otro placer culposo. Mi mejor amiga lo
odia porque dice que contribuyo a que siempre gane unos kilitos de más.
¿Cuál es tu comida favorita?
Ningún mensaje aún. Sin embargo, una mirada rápida mostró que el
chat aún estaba activo. No había salido de la sala. Pero, joder…, un tipo
dispuesto a gastar mil pavos en una cam girl a la que ni siquiera conocía
definitivamente era alguien a quien ella quería como cliente habitual, en
especial ahora. Y por lo general se enorgullecía de dar a sus clientes un
toque personal que los hacía volver.
Ella miró directamente a la cámara.
—¿Qué quieres, Santo? ¿Has venido conmigo porque quieres ser un
pecador? —Su comisura se levantó un poco—. Te daré todo lo que quieras.
¿Cuál es tu fantasía favorita?
Otra breve pausa sin nada de texto entrante.
Y entonces: Quiero lo que no debería. Y quiero dejar de negarme lo que
quiero.
Vale. Intrigante. Críptico.
—Entonces no te lo niegues. —Se inclinó hacia el portátil—. No tienes
que sentirte culpable por ninguna de tus fantasías. Me las puedes decir; no
te juzgaré. Quiero ayudar a que se hagan realidad. —Se chupó el labio
inferior y puso los brazos a sus costados para sacar los pechos—. Puedes
tener lo que quieras. Cualquier cosa —terminó con un suspiro.
Ping.
Se reclinó para leer el mensaje y se quedó paralizada por un segundo.
Quiero que dejes de mentirme.
Otra notificación sonó.
Quiero a la verdadera tú.
Se apartó del portátil tan pronto como lo leyó. Lástima, amigo. Eso era
parte del trabajo. Ella solo vendía fantasías. Pero bueno, si necesitaba la
ilusión de tener una conexión para poder correrse, no había ningún
problema.
Ella se rio.
—Esta soy la verdadera yo, tontito. Estoy aquí frente a ti, hablando
contigo, pensando en ti, estés donde estés. ¿Te estás tocando mientras me
miras?
Eso es todo por hoy. Sé honesta la próxima vez que hablemos.
Sus palabras la inquietaron un poco, pero mantuvo la sonrisa en el
rostro.
—¿O me castigarás?
Deja de fingir. Sé que te estás muriendo de soledad. Tienes una buena
máscara puesta, pero puedo verlo. Las veo a todas.
Sonaron dos sonidos bajos que señalaban el final de la sesión. Sloane
parpadeó un par de veces. Bueno, había visto muchas cosas en los tres años
que había sido cam girl, pero tenía que admitir que esto era nuevo.
Ciertamente había tenido llamadas inquietantes antes, como hombres que
tenían fantasías de violaciones. No le importaba un poco de consentimiento
dudoso, pero ponía límites con los clientes abusivos que hablaban de todas
las formas en que querían agredirla en contra de su voluntad. También solía
pasar de los clientes que adoraban el sadomasoquismo. No era lo suyo.
Ganaba mucha pasta haciendo cosas con las que se sentía cómoda.
Santo no había dicho nada perturbador, sino que había sido más bien…
inquietante. Miró la pantalla con el ceño fruncido y movió el ratón para
situarlo sobre el botón de «bloquear usuario».
Luego miró las 20.000 fichas que acababa de ganar. «No seas tonta,
Sloane». Ahora no era el momento de mirarle el diente a caballo regalado.
Alejó el ratón del botón de bloquear. Probablemente ni siquiera
intentaría volver a charlar con ella en privado. Estaba claro que no había
obtenido lo que estaba buscando.
Se desplomó sobre la cama. Al menos este largo día por fin había
terminado.
Ahora podría irse a dormir y haría todo lo posible por no soñar con
cierta persona de penetrantes ojos color avellana…
CINCO

Sloane

—MIERDA, mierda, mierda —maldijo Sloane cuando la alarma del horno


continuó sonando con un barullo ensordecedor.
Estuvo despierta hasta muy entrada la noche. Varios de sus clientes
regulares programaron citas a último minuto que acabaron extendiéndose
hasta la madrugada. Luego, por la mañana, durmió más de la cuenta y
apenas tuvo tiempo para darse una ducha rápida —una normal, no frente a
la cámara— mientras la tarta de terciopelo rojo se horneaba.
Sin embargo, había tardado demasiado en la ducha, y la alarma del
horno había estado sonando durante unos cinco minutos, por lo menos,
mientras ella cogía una bata y corría a la cocina para sacarla del horno.
—Mierda —volvió a chillar cuando el tercer molde de los cuatro que
tenía dentro le rozó el antebrazo por accidente. Apenas logró tirarla sobre la
encimera antes de dar saltos y maldecir por el dolor.
Corrió hacia el fregadero y metió el brazo debajo del chorro de agua
fría. Maldita sea, cómo dolió. La alarma siguió sonando a sus espaldas.
—Vale, vale, te oigo —murmuró, dándose la vuelta y sacando el último
molde, que era una bandeja de magdalenas también de terciopelo rojo.
Y entonces sonó el timbre.
—Joder. —Sloane se miró. Llevaba puesta otra bata de seda casi
invisible que no llegaba más allá de sus muslos.
Finalmente apagó la infernal alarma y atravesó corriendo la habitación
de Ramona para ir a la puerta principal, sin separar su brazo chamuscado de
su costado. Ramona emitió un maullido interrogativo, pero no se movió
cuando Sloane pasó a su lado apresuradamente.
Miró por la mirilla. Nicholas estaba allí, y se veía más que hermoso bajo
la brillante luz vespertina.
—Solo un minuto —llamó al otro lado de la puerta—. Enseguida voy.
Luego se volvió y corrió hacia su habitación sin esperar respuesta.
Abrió los cajones de su cómoda y comenzó a ponerse ropa interior antes de
percatarse de que era una de sus bragas con abertura en la entrepierna.
—Diablos —siseó, y casi se cae. Mantuvo el equilibrio sujetándose al
tocador en el último momento y luego cogió una de sus pocas bragas de
algodón sin encaje. Tras unos segundos se encontraba abrochándose el
sujetador y poniéndose una camiseta que decía «Orlando es lo más» y un
par de vaqueros.
Se detuvo para mirarse rápidamente en el espejo. Su cabello iba en
todas direcciones y sus mejillas estaban demasiado rosadas por correr en la
casa como una loca. Cogió algo de brillo de labios y se lo aplicó mientras
regresaba deprisa a la puerta principal. Lo tapó y se lo metió en el bolsillo
antes de detenerse justo frente a la puerta.
«Bien, puedes hacer esto».
Abrió la puerta de un tirón y sonrió ampliamente.
—Hola.
—Hola. —Los ojos de Nicholas se suavizaron tan pronto como la vio.
—Hola —repitió ella tontamente. Cielos, quería pegarse un bofetón—.
Adelante. —Abrió la puerta y le indicó con un gesto que entrara.
—¿Cómo está Ramona? —preguntó, frotándose las manos para entrar
en calor mientras la seguía.
—Compruébalo tú mismo.
Nicholas entró a la casa y se acercó al sofá, donde Ramona se
encontraba acurrucada. No le hizo el menor caso, pero tampoco huyó
debajo del sofá ni lo atacó, por lo que Sloane lo consideraba como una
victoria.
Nicholas asintió.
—Parece que está muy bien. —Le sonrió a Sloane—. Tiene una buena
dueña.
Sloane hizo un gesto con la mano, y al mismo tiempo sintió que sus
mejillas se encendían. Los únicos cumplidos que recibía venían de parte de
hombres y eran sobre su cuerpo. No sabía qué hacer con Nicholas
admirándola.
—Ven. —Se dio media vuelta y se dirigió a la cocina—. Acabo de sacar
los moldes de pastel del horno y he puesto a hacer café.
Afortunadamente, lo había arreglado todo anoche, así que lo único que
tuvo que hacer fue presionar el botón de inicio cuando bajó a toda velocidad
por la mañana. Ni siquiera se había tomado el tiempo de servirse una taza
todavía. El olor la había estado provocando durante los últimos cuarenta y
cinco minutos mientras preparaba y horneaba el pastel de terciopelo rojo y
las magdalenas.
Ella se volvió hacia él justo cuando entraron en la cocina.
—¿Cómo estás? —preguntó ella al mismo tiempo que él dijo «algo
huele bien».
Ella se rio.
—Vaya, gracias. —Sintió que sus mejillas se encendían aún más. En
verdad tenía que parar con los cumplidos.
—Estoy bien —dijo Nicholas, y luego le dedicó una gran sonrisa en la
que mostró todos sus dientes—. Ha sido una larga semana esperando volver
a verte.
Qué dulce. Cielos, era un amor, y también era sensual. Había olvidado
lo mucho que su presencia hacía hervir algo en su interior.
Él miró a su alrededor, afortunadamente sin advertir su embobamiento.
—¿Necesitas ayuda con algo? Sé que puede que no lo parezca, pero soy
bueno en la cocina.
—Claro —dijo ella, irguiéndose más. Regla número uno de la
hospitalidad: comerse con los ojos a los invitados es de pésima educación
—. ¿Podrías mover ese molde que está en el horno a la encimera? Hasta
ahora vamos moldes uno, Sloane cero. —Levantó el brazo y él hizo una
mueca cuando vio la quemadura.
—¿Estás bien? —Inmediatamente se acercó a ella y la cogió
delicadamente por el brazo, tras lo cual lo acercó para ver mejor la
quemadura.
Todo lo que Sloane pudo hacer fue pestañear. La estaba tocando. Había
pasado mucho tiempo desde que alguien la había tocado, y mucho menos
un hombre guapo y divino como este.
—¿Tienes algún ungüento que podamos ponerte? ¿Quizás un poco de
aloe vera?
—¿Qué? —Sloane parpadeó un poco más—. Ah, esto… seguro.
—Solo dime dónde está y puedo ir a buscarlo. —Sin soltarla, la miró a
los ojos. Se quedó sin aliento cuando esos brillantes e inteligentes ojos
avellanas se posaron en los de ella.
—Ah, está bien. Yo… yo iré a buscarlo.
Arqueó las cejas con preocupación.
—¿Estás segura?
—Sí —asintió ella, alejándose de él. Su mente se despejó un poco más
tan pronto como se apartó de su contacto—. Iré a… —Ella señaló con el
pulgar por encima del hombro, pero se quedó allí durante otro largo
momento—. Bueno —dijo por fin, dándose la vuelta y saliendo
apresuradamente de la cocina.
Regresó con un bote de crema hidratante de aloe vera y encontró a
Nicholas poniendo el molde donde ella se lo había pedido.
—Se ven deliciosos —dijo, señalando con la cabeza los moldes de
pastel de terciopelo rojo junto con el de las magdalenas.
—Quería tenerlos glaseados y decorados para cuando llegases. —Ella
hizo una pequeña mueca.
—Déjame adivinar —dijo—. ¿La vida se interpuso en tu camino?
Ella se rio.
—Más bien el sueño. Pero sí. —Abrió el envase de aloe vera y se puso
un poco en los dedos para poder aplicarlo sobre la quemadura, pero
Nicholas se acercó a ella.
—Permíteme. —Él le quitó el envase y, antes de que pudiera decir una
palabra, se puso un poco en los dedos y tocó su quemadura con ellos.
—Auch —siseó ella, obligándose a no apartarse de sus manos.
—Lo siento —dijo con voz baja y el ceño fruncido mientras ejercía la
mínima presión para esparcir el ungüento.
A pesar del dolor, Sloane no podía apartar los ojos del lugar donde su
piel tocaba la suya. Parpadeó, tratando de memorizar la sensación; pero en
cuestión de segundos se retiró.
—Listo. Con suerte, eso ayudará un poco.
Sloane tragó saliva.
—G-gracias. —Le ofreció una débil sonrisa.
Cielos, ¿qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan tímida? Solo actuaba así
cuando tenía que interpretar algún personaje a cambio de fichas.
Movió la cabeza como si pudiera sacudirse lo ridícula que se estaba
comportando.
—Voy a sacar los ingredientes para el glaseado.
—¿Lo haces desde cero?
Ella hizo un ruido como si estuviera ofendida.
—Por supuesto. ¿Hay alguna otra manera?
Él le sonrió.
—Le caerías bien a mi mamá.
Sloane lo miró y entrecerró los ojos. De vez en cuando, como ahora con
la palabra «mamá», le salía un levísimo acento.
Su batidora aún estaba en la encimera, donde la había lavado después de
usarla para batir la masa del pastel.
—¿Es de mala educación preguntar de dónde eres? —preguntó ella,
sacando el azúcar en polvo del armario y abriendo las barras de mantequilla
que previamente había sacado del refrigerador para que se ablandasen—.
No tienes un acento marcado ni nada por el estilo. De vez en cuando lo
escucho, pero es muy mínimo.
Nicholas no pareció ofendido.
—Nací en Rusia —dijo él mientras Sloane ponía la mantequilla y el
azúcar en el bol y agregaba un poco de nata para montar. Enarcó una ceja
mientras encendía la batidora en la configuración más baja y usó la espátula
para encauzar el azúcar que voló hacia los lados del bol.
—Guau. ¿Cómo fue crecer allá?
Él hizo un gesto con la mano.
—No es tan interesante.
—Lo prometo, será interesante para mí. —Volvió a mirar su mezcla de
glaseado—. No puedo viajar mucho.
Ja. Decir eso era quedarse corto.
—Bueno… —comenzó él lentamente—. Nací justo después de la caída
del comunismo.
—Tuviste suerte entonces.
Él se encogió de hombros.
—Eso es lo que piensan aquí, pero la década siguiente fue horrible.
Cuando era pequeño vivíamos en el campo, pero después del cierre de las
enormes fábricas estatales, todo se puso mal. El gobierno intentó
reestructurarse tan rápido como les fuese posible, pero no fue más que un
mal chiste. Eran exmiembros de la KGB y gánsteres corruptos luchando por
poder. Mucha gente pasó hambre. Incluyéndonos a nosotros.
—Dios mío, lo siento mucho. —Sloane se quedó paralizada. Había
pasado gran parte de su tiempo sintiéndose en desventaja por sus
problemas, pero nunca había experimentado nada parecido a lo que él
estaba hablando—. ¿Y qué hicieron?
Él se encogió de hombros de nuevo.
—Nos mudamos a la ciudad. Vivíamos en un piso con otra familia y mi
papá encontró trabajo.
Sloane parpadeó. Vaya.
Él se rio.
—No es una historia triste, sigue haciendo lo que hacías. No lo
mencioné para que sintieras lástima por mí. Ni siquiera sé por qué te lo
cuento. Normalmente no lo hago. —Se veía incómodo y ella odiaba hacerlo
sentir de esa manera. Solo quería saber todo sobre él.
—¡No, no! Por favor. Quiero saber. —Añadió un chorrito de crema y
puso la batidora en una configuración más alta. Por un minuto hizo
demasiado ruido para hablar. Esperó hasta que el glaseado alcanzó la
consistencia adecuada antes de reducir la velocidad de la máquina y luego
apagarla. Luego le hizo señas para que continuara—. Entonces, ¿cómo fue
cuando llegaste a la ciudad? ¿Fuiste a la escuela?
Él asintió.
—Ah, sí, siempre fui a la escuela. En la ciudad las escuelas eran
mejores. Todos eran pobres, pero mi papá consiguió un trabajo que nos
daba más dinero y pudimos mudarnos a los Estados Unidos cuando tenía
doce años.
Sloane asintió.
—¿Por eso tu inglés es tan bueno?
—Bueno, era una mierda al principio. —Se rio—. A ver, pensé que era
bueno. Solía amar la televisión y la música estadounidense. Pero luego vine
aquí y todos se burlaban de mi acento. Pero eso fue solo hasta que pegué un
estirón y crecí casi medio metro más que ellos. Entonces nadie se atrevió a
reírse.
Sloane se rio, mirando sus enormes hombros.
—Apuesto a que sí. Y ahora casi no tienes acento. ¿Cómo fue venir aquí
después de crecer en otro país?
—Extraño —dijo después de una pausa—. Y no como lo mostraban en
la televisión.
Sloane arrugó el rostro y se imaginó cómo sería si solo hubiese visto la
versión de Estados Unidos que se mostraba en las series televisivas o en las
pelis de acción.
—Me lo imagino.
—Y había tantas bananas. —Sacudió la cabeza. Su tono de voz era de
asombro—. Naranjas también.
—¿Bananas? —Sloane se rio.
Asintió con la cabeza seria.
—Solo comíamos bananas y naranjas tal vez una o dos veces al año
cuando era pequeño. La primera vez que entramos en un supermercado en
Estados Unidos pensé que estábamos en el paraíso.
Sloane se rio más, tratando de imaginar cómo sería eso, y admitiendo
para sí misma que no podía. No podía imaginarse las bananas como un
manjar.
—Pero me encantaba la ciudad —dijo él al mismo tiempo que ella
dejaba de limpiar el glaseado de las varillas y alzaba la vista para mirarlo.
—¿Qué ciudad?
—Nueva York, que fue adonde nos mudamos. Me encantaba poder
tomar el tren a cualquier lugar al que quisiera ir. Moscú era peligroso. Había
montones de pandillas. Entraron a robar en nuestro piso un par de veces y
siempre molestaban a la gente en las calles. En Nueva York podías recorrer
toda la ciudad durante el día, y si estabas en la escuela se podían conseguir
boletos gratuitos para los museos y bibliotecas. Fui a todos y cada uno.
—Oh, vaya. —Se dio la vuelta para que él no pudiera ver su rostro
mientras sacaba su plato giratorio de uno de los armarios inferiores. No se
lo podía imaginar. La forma en que hablaba de viajar por la ciudad y tomar
el tren a todas partes… Era evidente que le encantaba explorar. Había
viajado por el mundo y hablaba varios idiomas.
Mientras tanto, la idea de siquiera dar un paso fuera de la puerta de su
casa era suficiente para que se le acelerase el corazón. ¿Qué diablos estaba
haciendo con su vida? Ahora tenía veinticuatro. Cuando era más joven, se
decía a sí misma que los ataques de pánico eran algo que aprendería a
manejar con el tiempo; que no era más que un mal momento.
Pero luego pasó un año, y luego otro y otro.
Una vez que descubrió cómo ganarse la vida trabajando desde casa y la
amenaza de perder la casa desapareció, comenzó a preguntarse… ¿es que
alguna vez cambiaría?
Incluso había dejado de verse con el doctor Noah el año pasado porque
no parecía tener sentido seguir gastando dinero en terapia cuando, en el
fondo, sabía que no estaba comprometida. Tenía mil excusas: nunca
encontraría un trabajo mejor pagado en ningún otro lugar, no tenía ninguna
otra habilidad, y tampoco es que supiera cómo hacer amigos, incluso
cuando era más joven y «normal». Ni siquiera podía imaginar lo incómodo
que aquello sería ahora que era adulta. Además, ¿qué tenía el mundo
exterior que fuera tan estupendo?
Entonces posó los ojos en Nicholas.
Dejó el plato giratorio sobre la encimera, colocó una tabla blanca
encima y luego empezó a darle vueltas a la primera tarta. Esparció una capa
de glaseado y agregó la segunda capa.
—¿Sigues yendo a los museos? —preguntó ella.
Pareció sorprendido y miró hacia abajo, negando con la cabeza.
—En realidad, no. No voy desde hace un buen tiempo.
—¿Por qué no?
—Me ocupé con el trabajo, supongo. —Frunció el ceño.
—¿Y qué haces para divertirte? —inquirió ella, preguntándose qué
hacía la gente real en el mundo real. Ella leía libros o miraba Netflix.
Pensándolo bien, aquello significaba que pasaba todo el día en tierras de
fantasía, ya fuera la que estuviese ofreciendo a sus clientes o las historias
que encontraba en los libros o en la tele.
—Veo los partidos, por lo general. —Él se encogió de hombros—. O
voy a un club que tiene un amigo mío. Pero no soy muy bueno en
situaciones sociales.
Ella bufó.
—Lo dudo.
Él negó con la cabeza.
—Es solo que es fácil hablar contigo.
—Me lo han dicho antes. —Ella soltó una breve risa e inclinó la cabeza.
—No recuerdo la última vez que hablé tanto de mí mismo. Quiero oír
sobre ti. ¿Cómo es un día normal en tu vida?
Mierda. Debería haber estado esperándoselo. ¿Por qué no había
preparado algo?
Obviamente, la historia de la estudiante de Florida estaba vedada. Es
que cada vez que pensaba en que Nicholas iría a verla aquel día, comenzaba
a entrar en pánico por todas las cosas que podían salir mal. Se había
convencido a medias de que se había imaginado el conocerlo, y mucho
menos invitarlo, en primer lugar. Se había embebido en el trabajo y dejó la
cámara voyerista encendida casi todo el tiempo. Actuar solía mantener su
mente ocupada y no le permitía obsesionarse.
Pero sí, debería haber enfrentado sus miedos al menos el tiempo
suficiente para pensar en una historia de fondo creíble.
—Solo trabajo. —Ella hizo un gesto con la mano—. Como te he dicho,
es un trabajo aburrido de servicio al cliente. Pero tengo suerte, ¿sabes?
Poder trabajar desde casa y todo eso.
—¿Así que pasas todo el día en el teléfono o algo así?
Ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio mientras trataba de
pensar rápido. No quería mentirle.
—Sí. Me ocupo de todo tipo de quejas y acepto diferentes solicitudes de
ayuda. La verdad, casi todo tiene que ver con saber escuchar. La gente solo
quiere que alguien los escuche, ¿sabes?
Nicholas asintió.
—No mucha gente puede escuchar de verdad. Eso es un don.
Sloane sintió que una calidez se extendía en su pecho por sus palabras.
Puso una gran cantidad de glaseado en la parte superior del pastel y luego
hizo girar el plato para alisarlo uniformemente con su espátula.
Por supuesto, si él supiera lo que ella hacía en verdad, se iría pitando tan
rápido como pudiera hacia la puerta.
—Sí, bueno. Me da de comer.
—Vaya, eres muy buena en esto.
Se acercó más para observarla usar su espátula mientras igualaba el
glaseado de la tarta. Ella le sonrió.
—Creo que me gusta tenerte aquí. Es fácil impresionarte. Le hace bien a
mi ego.
Las arrugas alrededor de sus ojos se plegaron mientras le devolvía la
sonrisa. La vio poner otra tarta sobre la tabla y preparar la última capa de
glaseado.
—¿Y para qué es todo esto? ¿Darás una fiesta?
Ah, mierda. Esto… sí era para una fiesta. Una dulce fiesta que había
programado para la noche delante de la cámara. Pero explicarle que
desconocidos le pagaban para que se desnudase y se sentase encima de
tartas… sí, mejor no hacerlo.
—Algo así.
Seguía sonriendo, pero frunció el ceño.
—Eres una mujer misteriosa, ¿eh? —Levantó las manos—. Lo
entiendo, lo entiendo, una dama tiene que tener sus secretos.
¿Seguiría llamándola dama si supiera que a algunos de sus clientes les
encantaba que se untara las nalgas de glaseado después de sentarse en el
pastel?
Ella se encogió de hombros, tratando de restarles importancia a sus
palabras.
—Me gusta hacer cosas bonitas.
—¿Puedo ayudar con algo?
—No, solo toma asiento. Eres un invitado. —Puso una buena cantidad
de glaseado en un cuenco y agregó colorante para alimentos hasta que tuvo
un bonito tinte granate. Ajustó su boquilla favorita en la manga pastelera,
añadió el glaseado granate y luego una cucharada de blanco.
Nicholas no se movió para sentarse. Se quedó de pie junto a ella,
mirando como si estuviera fascinado. Intentó no sentirse cohibida cuando
comenzó a elaborar su primera rosa de dos tonos en el centro del pastel,
pétalo por pétalo.
—Qué genial. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?
—YouTube es mi mejor maestro.
Él se rio. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él.
Tuvo que esforzarse para que no le temblara la mano. ¿Estaba tratando de
seducirla? ¿Qué debió haber pensado cuando ella le invitó a su casa así sin
más? En todos los programas que veía y los libros que leía, el hecho de que
alguien te invitase a su casa normalmente significaba que una cita llevaría
al sexo. Pero no había habido cita; o, bueno, esta era la cita. Pero era
mediodía, así que, ¿quizás eso cambiaba las expectativas?
Mierda. Había arruinado la rosa por presionar la manga demasiado
fuerte y verter demasiado glaseado. La recogió con la espátula y tiró a la
basura.
—En realidad, podrías lavar esos moldes de allá —dijo, consciente de
cada uno de sus movimientos mientras comenzaba a esculpir una nueva
rosa.
Olía muy bien. No sabía identificar si era colonia o simplemente su
jabón, pero olía… varonil. Ni siquiera sabía cómo describirlo. Nunca antes
había pensado en cómo el olor de alguien podía ser atractivo, pero maldita
sea, quería darle un mordisco.
—Claro —dijo tranquilamente, alejándose para recoger los moldes de
las tartas.
Sloane dejó escapar un suspiro de alivio al mismo tiempo que una
ínfima parte de ella quería llevarlo de vuelta a donde había estado de pie.
Dios, todo esto de tener a un hombre en su espacio estaba causando
estragos en su cabeza. Por otra parte, sabía que estaba loca de remate, así
que esto no debería ser una sorpresa.
Al menos podía concentrarse un poco mejor en las rosas cuando no lo
tenía tan cerca. Trabajaron en silencio durante unos minutos. Nicholas puso
a escurrir el último molde de tartas y luego se inclinó, examinando el grifo
que goteaba.
—Tiene una gotera, lo sé —dijo ella—. Lo arreglaré en algún momento.
Bien, había que agregar eso a las mil cosas en la casa que decía que
arreglaría en algún momento.
Él se puso en pie.
—Tengo algunas herramientas en mi auto. Podría ocuparme en poco
tiempo.
—¿De verdad? —Ella dejó el glaseado y lo miró.
—Seguro. No hay problema.
—Guau. Eso sería estupendo.
—Vuelvo enseguida.
Sloane se asomó desde su puesto de decoración para verlo mientras se
alejaba. Cielos, vaya culo que tenía. Sí que le quedaban bien esos vaqueros.
En cuestión de algunos minutos estuvo de regreso con una caja de
herramientas.
—Si necesitas agua para algo, hazlo ahora. Tendré que cerrar la válvula
debajo del fregadero mientras trabajo.
Sloane pensó por un segundo, y luego dijo:
—No, estoy bien.
Se ocupó al acto mientras ella terminaba con la primera tarta y pasaba a
la siguiente. Puso algo de música mientras él trabajaba debajo del
fregadero, ya que no podían hablar muy bien con él medio enterrado en el
armario. No tenía idea de si se le daba bien la fontanería o si era solo uno de
esos tipos que pensaba que era hábil, pero, aun así, era endemoniadamente
sensual ver sus piernas sobresaliendo de debajo de su fregadero y
escucharlo martillando allá abajo.
Veinte minutos después, salió y se puso en pie.
—Todo listo. Veamos si lo arreglamos o no.
Abrió el grifo. Funcionó, pero la verdadera prueba fue cuando lo cerró.
Sloane se quedó mirando durante varios segundos, aguardando que
comenzara el conocido y acostumbrado ploc, ploc, ploc. Pero no fue así.
Sloane sonrió, bastante impresionada.
—Vaya, ¿dónde aprendiste a hacer eso?
—Cuando era joven tenía que ayudar en la casa. En nuestro país,
cuando algo se rompe, no llamamos al plomero, sino que lo arreglamos
nosotros mismos.
Se acercó para mirar la tarta en la que estaba trabajando. Ella estaba
usando glaseado verde para hacer hojas.
—En verdad es asombroso. Se está volviendo demasiado bonita para
comerla.
Sloane se atragantó con una risa. Cuanto más elaborada y bonita fuese
la tarta, más se entusiasmaban los clientes a los que les gustaba que se
embadurnase, y más propinas generosas le daban.
—¿Quieres aprender a hacerlo? —preguntó ella. Todavía había mucho
glaseado en la manga granate y blanca, y tenía un montón de magdalenas
por hacer.
Los ojos se le iluminaron.
—Claro. Cuando estoy en la ciudad, suelo comer en un restaurante que
está en la planta baja de mi piso. Pero sí que me gusta lo dulce.
—Bueno, entonces déjame enseñarte algo para que incluyas en tu
repertorio. No hay duda de que eres bueno con las manos. —Solo pensó en
la insinuación después de que se le hubiese escapado, y apenas logró no
ahogarse con su propia lengua cuando él se acercó a ella y los costados de
sus muslos se rozaron.
Pasó los siguientes veinte minutos mostrándole cómo hacer rosas sobre
las magdalenas. Su primer intento salió un poco deforme y torcido, pero
pilló el truco rápidamente.
—¿Has visto lo fácil que es? —preguntó. El corazón le latía deprisa por
el calor de su proximidad. Cuando ella lo miró, su rostro no estaba a más de
unos centímetros de distancia.
Inclinó un lado de su boca hacia arriba.
—Sí, es pan comido. O tarta, mejor dicho.
—Ja, ja —dijo, chocando su hombro con el suyo. No podía creer lo
sencillo que era estar con él. Fácil y cargado al mismo tiempo. No
recordaba la última vez que se había sentido tan cómoda con alguien; ni
siquiera antes de apartarse del mundo. Su adolescencia había estado repleta
de experiencias de ansiedad y miedo a los ataques de pánico.
Dejó de pensar en los recuerdos.
—Vale, ahora que he hecho que el mercado de las magdalenas se viniera
abajo, por fin podemos parar y disfrutar de los frutos de nuestro trabajo.
Cogió dos de las magdalenas que él había glaseado y le entregó una.
Luego brindó chocando su magdalena con la de él.
—A disfrutar.
Sus ojos permanecieron fijos en los de ella mientras se llevaba el dulce
a los labios y le daba un mordisco. Ella tragó saliva.
Cielos, nunca había entendido la atracción de los clientes que pagaban
por verla comer, pero al ver a Nicholas dar ese bocado, por fin lo
comprendió. Se relamió los labios y luego probó su magdalena. Él nunca
despegó los ojos de ella y de repente se sintió acalorada, a pesar de que no
tuviese el termostato tan alto como siempre, ya que sabía que estaría vestida
toda la tarde.
—Están deliciosas —dijo, con los ojos todavía en ella.
Los latidos de su corazón comenzaron a acelerarse en sus oídos, pero,
por primera vez, no fue porque estuviera a punto de tener un ataque de
pánico.
Eran… de emoción. Tener a Nicholas en su casa, en persona, sin idea de
lo que sucedería después… Dios, eso hacía que todo tipo de sentimientos
extraños cuyo significado no comprendía se concentraran en su pecho. Por
lo general, no tener el control total de una situación la asustaría muchísimo,
pero no sabía por qué esto era diferente.
Pero pensándolo bien… no, eso no era cierto. Era por Nicholas. Había
algo en él. Algo especial.
Se sentaron a la mesa con sus magdalenas y Sloane sirvió un poco de
café.
—Con crema —dijo, sonriendo mientras le entregaba a Nicholas el
cartón de crema que había usado para el glaseado.
—Lo has recordado.
Por supuesto que lo recordaba. No es como si fuera a olvidar que tuvo a
alguien sentado en su mesa por primera vez en años. Había revivido cada
momento de aquel encuentro una y otra vez en su cabeza, pues no quería
olvidarse ni un segundo. Sabía que más tarde haría lo mismo con esta
mágica tarde que había pasado con él.
Se sentaron mientras disfrutaban de sus magdalenas y café y charlaban
tranquilamente. Demasiado pronto, Nicholas miró con pesar hacia el reloj
sobre la estufa de la cocina.
—Tengo que volver para terminar un trabajo para la oficina mañana.
—Ah, por supuesto —dijo Sloane, avergonzada de haberlo retenido más
tiempo del que él pensaba quedarse. Se puso en pie bruscamente y cogió su
plato y taza de café—. Yo también tengo un turno hasta tarde hoy.
—Me lo pasé muy bien —dijo. Cuando alcanzó su taza para ponerla en
el fregadero, él detuvo su mano con la suya. Sloane se quedó sin aliento al
sentir su roce, pues seguía siendo una sensación muy novedosa—. Me
gustaría repetirlo, si te parece bien.
Una vez más, esos brillantes ojos color avellana se clavaron en los
suyos. Ella tragó saliva y se limitó a asentir con la cabeza, sin fiarse en su
voz. No cuando la miraba así.
Él sonrió.
—Bueno, muy bien. —Echó la silla hacia atrás y se puso en pie. Estaba
tan cerca de ella que de nuevo Sloane se sintió abrumada por su olor
masculino—. La próxima vez tendré que invitarte yo. He descubierto una
fabulosa y pequeña cafetería en la ciudad. Se han llevado el premio a la
mejor hamburguesa del condado por tres años consecutivos, o eso dice el
letrero.
Y así, todas las maravillosas endorfinas con las que se estuvo deleitando
toda la tarde llegaron a su fin.
¿Qué creyó que pasaría después? Era evidente que él se esperaría que
ella saliera al mundo como una chica normal. Dios, fue tan estúpido
invitarlo a regresar. ¿Adónde exactamente pensó que podría ir esto?
Pero esa era la cuestión. Por primera vez en su vida, no estuvo
pensando. O más bien, no les dio mil vueltas a todos los posibles resultados
ni dejó que sus nervios la enloqueciesen. Y la tarde había sido tan
maravillosa…
Pero ya había terminado. Debía volver a la vida real.
—No puedo. —Ella miró hacia abajo y se alejó de Nicholas—. Lo
siento.
Llevó los platos al fregadero y empezó a lavarlos. No pasó mucho
tiempo antes de que sintiera a Nicholas de pie junto a ella. Solo siguió
frotando el plato con más fuerza.
—¿Qué me he perdido? —preguntó—. Pensé que lo estábamos pasando
bien.
—Y así es —dijo, dejando el plato en el fregadero y mirándolo por fin.
Era tan alto que tuvo que estirar el cuello—. Mira, perdona. Es que yo no…
—Ella negó con la cabeza, sin saber qué decir—. No soy lo que sea que
estás buscando.
Cerró el grifo y fue a quitar las varillas de la batidora para lavarlas.
Cualquier cosa para no tener que ver la decepción y la confusión en el
rostro de Nicholas.
—No dudes en coger algunas magdalenas para tu viaje.
—Sloane.
Ella cerró los ojos al escuchar su voz grave y resonante pronunciar su
nombre. Y cuando él se acercó detrás de ella y se inclinó para cerrar el grifo
de nuevo, tuvo deseos de hundirse contra él. De sentir sus brazos
rodeándola y…
No. Joder, se estaba comportando de una forma muy estúpida. Comenzó
a alejarse de nuevo, pero su voz la detuvo.
—Habla conmigo.
Cuando miró hacia arriba y vio su ceño fruncido por la confusión y la
compasión, algo explotó dentro de ella. Y entonces le contó lo que nunca le
había dicho a nadie más que a sus psiquiatras y su familia.
—No puedo salir de casa. —Lo dijo apresuradamente, con los ojos
cerrados—. Nunca. Tengo un… trastorno. Agorafobia. No puedo salir de
casa. Tengo miedo.
Las palabras salieron en tropel, una tras otra.
—En realidad, me asusta a muerte. Es por eso que ni siquiera pude salir
a ayudar a Ramona cuando se lastimó el otro día. —La voz se le quebró con
esta última confesión.
Cuando se atrevió a abrir los ojos, la sorpresa fue visible en el rostro de
Nicholas.
—¿Cuándo fue la última vez? ¿Cuándo saliste por última vez?
Ella hizo una mueca. Joder, tenía que ir directo al grano, ¿no? No es que
supiera que hacerle esa pregunta a un agorafóbico era como preguntarle a
una mujer cuánto pesaba. Aun así, ella le respondió, mirando al suelo.
—Seis años. —Salió apenas más audible que un susurro. No contó la
única vez que apenas logró salir al pórtico.
Mantuvo la vista apartada. No podía soportar ver la mirada en sus ojos
que decía «eres un bicho raro» y «quiero largarme de aquí».
—Sloane. —Su voz era tan delicada que le rompió el corazón. Él se
inclinó y la cogió de la mano. Dios, ¿no se daba cuenta de que cada roce,
cada segundo que pasaba con él la destrozaría más cuando él se fuera y solo
tuviera los recuerdos de sus dos breves encuentros torturándola? Aquí
estaba ella, revelando con toda exactitud el desastre que era. Dudaba que
fuera algo que un chico pudiese aceptar.
—Mírame.
Llevó su otra mano debajo de su barbilla, atrayendo su cara hacia la
suya. Ella seguía sin mirarle, hasta que él volvió a decir:
—Mírame, cariño.
¿Estaba intentando matarla? Por fin levantó los ojos y se encontró con
los de color avellana, llenos de compasión.
—No me imagino lo difícil que debe haber sido decírmelo. Me alegra
que hayas confiado en mí lo suficiente para compartirlo. Pero no hay nada
de qué avergonzarse.
¿Estaba bromeando?
Su voz sonaba firme cuando continuó:
—Nunca tienes que avergonzarte de nada cuando estés conmigo.
Quería creerle. Lo deseaba con todo su ser. Pero tan pronto como
descubriera cuán profundas eran sus singularidades, huiría de allí. Era
mejor arrancar la tirita ahora.
Ella trató de apartarse de él, pero él la inmovilizó.
—Ni siquiera he ido al piso de arriba desde hace más de un año —
susurró. Ella le contó todo, todos sus ridículos miedos. Los pisos podridos,
el quedarse atrapada por un incendio. Todo sonaba aún más ridículo cuando
lo decía en voz alta. Debía pensar que estaba loca.
Ella negó con la cabeza.
—Está bien. Deberías irte. —Intentó esbozar una sonrisa amable,
aunque estaba bastante segura de que se asemejaba más a una mueca.
Pero él la cogió de la mano y la volvió a llevar a la mesa de la cocina.
Ella se sentó donde él señaló. Luego, sin soltar su mano, se acercó y movió
su silla hacia la suya. Cuando se sentó, sus rodillas se tocaron.
—No voy a ninguna parte. Dime más.
A Sloane se le hundió el estómago. ¿Hablaba en serio? ¿De verdad…?
—Agorafobia. He escuchado esa palabra antes, pero no sé nada al
respecto. ¿Es miedo a los espacios abiertos o miedo a otras personas?
Ella sacudió la cabeza.
—Agorafobia no es un nombre muy acertado. Es más como… —Cielos,
¿realmente iba a tratar de explicarle esto? Sin embargo, todavía no había
salido huyendo, y en una parte dentro de ella la esperanza brotó como una
pequeña flor. Qué estúpida era. Continuó de todos modos.
—No es el estar al aire libre a lo que le temo. Es más como si tuviera
miedo de los ataques de pánico que suceden cuando salgo. Empecé a
tenerlos después de…
Miró hacia abajo. No quería profundizar en todo eso.
—Empecé a tenerlos a los dieciséis. Siempre fui una niña nerviosa, pero
fue entonces cuando todo empeoró.
Después del accidente. Pero no podía esperar que compartiera todos los
secretos oscuros y horribles de una vez, ¿cierto? Así que pasó por alto lo
que sus médicos siempre llamaron el «catalizador».
—Empezó con los automóviles. No podía montarme en uno sin perder
la cabeza. Luego fueron los autobuses. En el autobús escolar me asusté
tanto una vez, que tuvieron que desviarse al hospital. —Hizo una mueca
con tan solo el recuerdo.
Se había mudado con sus abuelos en aquel momento y estaban al borde
de la desesperación por no saber qué hacer con ella. Se quedó en el hospital
por un tiempo; un hospital psiquiátrico.
—Nada sirvió. Recordaba lo que sentí con el ataque de pánico, que
estuve tan convencida de que iba a morir, como si tuviera tanto miedo que
en verdad creía que mi corazón se detendría o que sufriría un infarto. Estaba
segura de ello. Entonces, siquiera la idea de subirme a otro automóvil o ir a
cualquier parte me angustiaba. Vivíamos lo bastante cerca de la ciudad para
poder ir a pie hasta algunas tiendas. Pero luego tuve un ataque en una tienda
de comestibles y tuvieron que llamar a una ambulancia. Fue entonces
cuando dejé de salir de casa.
—¿De esta casa? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—La casa de mi abuelo y mi abuela en Florida. Pero eran mayores y
tenían problemas de salud. —Y después de perder a su hija en el accidente
automovilístico, tampoco estaban en buena forma para cuidarla. A su
abuelo en especial le afectó mucho; algunos días ni siquiera salía de su
habitación—. Así que vine hasta aquí para vivir con mi tía abuela Trish, la
hermana menor del abuelo. Pero ella murió hace unos años.
Nicholas pestañeó.
—¿Así que has estado sola desde entonces?
Bueno, sonaba patético cuando lo decía así. Ella se encogió de hombros
y trató de dedicarle una sonrisa débil.
—Hay tantas cosas que puedes conseguir en línea hoy en día que no es
para tanto. Encontré un trabajo que podía hacer desde casa. Compro
comestibles y cualquier otra cosa que pueda necesitar. Me las arreglo bien.
Frunció el ceño.
—¿Pero no te sientes… sola?
Ella se encogió de hombros de nuevo.
—Paso todo el día hablando con gente en mi trabajo. Y entonces tuve a
Ramona hace un tiempo. Todo está bien. Bueno, quiero decir que todo es
muy bueno. Bueno en verdad. No necesito mucho para ser feliz; tengo todo
lo que pueda necesitar aquí mismo.
Era lo que siempre se decía a sí misma, pero la trivialidad sonaba vacía
al decirla en voz alta. Sobre todo cuando solo vio acentuarse la compasión
en los ojos de Nicholas.
Quería decirle que estaba pensando en volver a verse con un médico. La
próxima vez lo superaría. De verdad. Pero ella misma apenas se lo creía, y
en ese momento aquello parecía tan lejano como la luna.
Echó su silla hacia atrás y se puso de pie.
—Mira, no te he contado todo esto para que sientas lástima por mí. Solo
quería explicarte por qué no puedo… —Se calló de nuevo, mirando hacia la
ventana—. Ya sabes.
Ella esperaba que él siguiera presionando, que hiciera más preguntas,
pero se limitó a ponerse en pie, sin acercarse a ella.
—Como te dije, la he pasado muy bien hoy. Espero que podamos volver
a vernos pronto. ¿Quizás pueda volver alguna vez? ¿Tal vez la próxima
semana?
Espera… ¡¿qué?!
¿Así sin más? ¿Es que no había escuchado la parte de que era una
chiflada encerrada que se hacía un ovillo y se desequilibraba si daba un solo
paso afuera?
—S-seguro —tartamudeó.
Sonrió tranquilamente, y sus hermosos ojos brillaban.
—¿Qué día te viene bien? Si me alimentas de nuevo, traeré mi caja de
herramientas. Si te pareces en algo a mi mamá, probablemente haya un
millón de otras cosas en la casa que has estado posponiendo y de las que yo
podría ocuparme. No he recibido mi medalla de manitas este año, así que tal
vez puedas ayudarme con eso.
Ella lo miró parpadeando. ¿Esto era cosa de lástima? ¿Quería hacer una
buena acción ayudando a la pobre desquiciada que vivía sola? ¿Quería
recibir puntos de karma?
—¿Qué tal el próximo miércoles? Es mi día libre y no puedo pensar en
nada que prefiera más que pasarlo contigo. —Su sonrisa parecía muy
genuina—. ¿Quieres acompañarme hasta la puerta?
—Claro —dijo de nuevo, y lo siguió mientras él atravesaba el estudio
para llegar a la puerta principal. Se inclinó para rascarle la cabeza a
Ramona mientras pasaba y ella se acarició con sus pantorrillas. Hasta había
encantado a Ramona, y ella era una quisquillosa. Las pocas veces que vio a
Tom en la puerta, había huido en la otra dirección y se escondió debajo del
sofá.
Nicholas abrió la puerta, pero, antes de salir, se volvió y depositó un
beso en la mejilla de Sloane, a solo un centímetro de su boca. Se quedó
paralizada y sintió que el corazón le iba a estallar por latir con tanta
velocidad. Pero, igual que la vez anterior, no era como un ataque de pánico.
Se llevó la mano a la mejilla, tocando el lugar donde él la había besado
antes de que se diera cuenta de lo ridícula que debía verse, así que la volvió
a bajar.
Nicholas curvó una comisura de sus labios mientras miraba su mano.
—Te veo el miércoles.
Luego se puso a silbar mientras bajaba un par de escaleras desde la
entrada hasta el jardín, y llegó hasta su auto. Sloane lo vio irse, enmudecida,
con el corazón en la garganta. Él miró hacia atrás y cuando la vio
observándolo, la saludó con la mano y le sonrió antes de subir a su auto.
Sloane retrocedió y cerró la puerta rápidamente, pues no quería parecer
desesperada al quedarse allí mirándolo. Y tal como se lo había imaginado,
pasó el resto del día repitiendo cada momento con Nicholas. Cada caricia.
Dejó las magdalenas que él había glaseado a un lado cuando llegó el
momento de la fiesta con comida.
Y más tarde, esa misma noche, mientras gemía y se sentaba desnuda
sobre la linda tarta de terciopelo rojo que había pasado la tarde decorando,
no había nadie más que Nicholas en sus pensamientos.
SEIS

Sloane

MUÉSTRAME TU CASA.
Sloane se mordió el labio cuando leyó el mensaje en el chat. Era Santo
otra vez. Vaciló por un momento antes de aceptar su solicitud de chat
privado, pero había vuelto a pagar 20.000 fichas por adelantado y ¿quién
era ella para rechazar semejante cantidad de pasta? Había abierto una nueva
cuenta bancaria y adoptó todas las medidas de seguridad que se le pudieron
ocurrir, pero su balance seguía siendo patéticamente escaso.
Sobre todo cuando parecía que tendría que pagar por un techo nuevo. Y
también arrancar y retapizar el piso de arriba por los daños que el agua
causó gracias a su techo de mierda. Tom había mencionado un par de veces
que el techo no se veía muy bien, pero ella prefirió escaquearse. Para todos
los problemas de ansiedad que tenía, era sorprendentemente buena
ignorando las cosas que no podía manejar ni pensar; como el hecho de que
su querida casa estaba desmoronándose a su alrededor. Se vio obligada a
afrontar los hechos durante un temporal la semana pasada cuando el agua
empezó a filtrarse por el techo, en una esquina del estudio.
Y si estaba filtrándose al primer piso, ni siquiera quería imaginarse
cómo estaría aquello en el piso de arriba. Entró en pánico y llamó a
Nicholas, quien acudió de inmediato.
Habían estado pasando cada vez más tiempo juntos. Primero solo se
veían una vez a la semana, pero luego sugirió que comenzaran a ver una
película cada jueves, su otro día libre. No obstante, a duras penas podía
prestar atención a los largometrajes, pues estaba al pendiente de Nicholas y
su enorme cuerpo sentado a su lado. Solo cayó en cuenta de lo incómodo
que podría ser invitar a Nicholas a una íntima noche de cine luego de
acurrucarse en el sofá.
Sin embargo, Nicholas era un consumado caballero. Ni una sola vez
intentó hacer ningún avance con ella. Bueno, puso su brazo en el respaldo
del sofá y Sloane juró que iba a intentar algo; pero no lo hizo, lo cual solo la
confundía más.
¿Le gustaba de esa forma? ¿O la había dejado en la friendzone sin
siquiera darse cuenta de ello? ¿Le parecía divertido quedar con la muchacha
agorafóbica como parte de su buena acción semanal?
Y aquello también la confundía. ¿Quería que ligara con ella? ¿No era
agradable tener un hombre apreciándola por algo más que no fuese lo bien
que podía hacerlo llegar al orgasmo? Además, también estaba el hecho de
que siempre que pasaban tiempo hablando —algo que podían hacer durante
horas, aunque apenas recordara de qué hablaban luego—, juraba que no la
miraba como lo haría alguien que era un amigo y nada más.
Al menos un par de veces lo había pillado mirándole el pecho. Y vale,
se había puesto una camiseta especialmente reveladora que mostraba su
escote solo por aquel propósito, claro, pero aun así… estaba segura de que
no era gay. La apreciaba como un hombre apreciaba a una mujer.
Pero, pensándolo bien, solo habían pasado algunas semanas. Quizás era
esto lo que hacían los hombres en el mundo real cuando les gustaba una
mujer. Los buenos, claro.
También había estado ayudando aquí y allá en la casa. Hasta le había
limpiado las alcantarillas obstruidas y había reafirmado lo que Tom había
dicho: de verdad debía considerar volver a techar la casa. Pero Dios,
aquello sonaba como una tarea enorme. Y la idea de tener extraños
moviéndose por su casa y por su techo… no. Desestimó lo que dijo
Nicholas con un movimiento de la mano.
Hasta que ocurrió la filtración. Estuvo en pánico todo el tiempo que le
tomó a Nicholas conducir hasta su casa, pues estaba convencida de que el
techo se le caería encima en cualquier segundo. Estaba tan asustada que casi
salió; así era el nivel de su miedo. Fue una tonta por ignorarlo durante tanto
tiempo. Su casa era su santuario. Su escudo contra el mundo. ¿Qué haría si
le pasaba algo?
Pero Nicholas era su caballero andante. Acudió de inmediato y miró en
el piso de arriba. Aparentemente, la alfombra estaba completamente
arruinada en una habitación y parte del yeso tuvo que arrancarse. Aun así,
era la primera vez que llovía en un tiempo, y estaba convencida de que, si
quitaban todo el yeso y arreglaban el techo, la casa estaría bien.
Pero todo eso costaba dinero a pesar de que Nicholas se ofreciera a
hacer el trabajo gratis. Había vuelto a techar la casa de su madre y ayudó a
un amigo en otra ocasión, dijo, así que tenía la experiencia. A pesar de ello,
Sloane iba a pagarle. Su amistad, o lo que fuera, estaba empezando a
sentirse demasiado desigual para su gusto.
El techo costaría tres mil y la limpieza del piso de arriba otros mil
quinientos, y eso era solo para materiales. Quería pagarle a Nicholas por lo
menos dos mil dólares por su trabajo, lo cual seguía siendo un gran ahorro
en comparación con contratar a una empresa para que lo hiciera.
Y con todo el dinero que tenía ahorrado, significaba que tendría que
trabajar duro los próximos meses para cubrirlo todo.
Era una mujer de negocios antes que todo y había tratado con muchos
tipos que intentaban presionarla para obtener información personal, e
incluso hombres como Oliver, que decía estar tan enamorado de ella y
exigía conocerla en persona. Después de decirle «no» muchas veces, debió
haberse buscado una nueva chica con la que obsesionarse, pues había
dejado de reservar sesiones con ella.
No obstante, ahora estaba Santo. Y su dinero era demasiado bueno para
rechazarlo en un punto en el que ella estaba desesperada por conseguirlo.
Entonces, cuando le hacía solicitudes que ella normalmente habría
rechazado de inmediato, se encontró considerándolas.
Quiero ver las partes que no suelen aparecer en la cámara.
Muéstramelas.
¿Las partes que no suelen estar en la cámara? Eso quería decir que
Santo veía su canal voyerista. Ella sonrió a la lente de la cámara.
—Si me ves, entonces has visto mi casa. Pero me encantaría ofrecerte
un recorrido personal.
Quiero ver toda la casa. No solo tu dormitorio y cocina. Hazlo y te daré
una recompensa.
Eso la hizo arquear una ceja.
—¿Qué tipo de recompensa? —Pasó una mano por su cuello hasta su
escote. Siempre fue consciente del efecto visual que le daba a la cámara.
Trataba de no permitir nunca que sus vídeos fuesen estáticos. Sus clientes
podían mirar pornografía si quisieran algo estático.
Otras 10.000 fichas. Primero quítate toda la ropa. Apunta el culo a la
cámara 3.
Se detuvo por un momento y miró a la cámara.
—¿Hemos jugado juntos antes? —Era la única forma en que podía
conocer tales detalles.
Sí.
—¿Quién eres tú?
Culo a la cámara 3. Ábrete bien para mí.
Bueno, no podía decir que no era directo. Se desnudó e hizo lo que él
dijo, inclinándose y estirándose frente a la cámara que había especificado.
Otro ping sonó y miró el mensaje.
Cámbiate a tu móvil y GoPro para que podamos hablar mientras me
das el recorrido. Aquí está mi número.
Escribió un número de móvil. No reconocía el código de área, pero
definitivamente lo buscaría después de la llamada.
Cogió su móvil y envió un mensaje al número. HOLA, GUAPO.
¿AHORA QUÉ?
Usaba un móvil desechable para ese tipo de cosas; no había forma de
que el usuario rastreara el aparato hasta su ubicación.
Dame una vuelta por tu casa.
Se incorporó y fue a separar la cámara del trípode que estaba al pie de la
cama.
—Vale, veamos, esta es mi habitación. Lo cual ya sabes, obviamente.
Aquí está mi armario lleno de juguetes.
Ella lo llevó al armario y encendió la luz. No solo había juguetes de
todas las formas y tamaños alineados en varios estantes que había instalado,
sino que también había disfraces colgados. Sirvienta sexy. Azafata sexy.
Enfermera sexy.
Básicamente, esperaba hasta después de Halloween cada año y luego
compraba montones de trajes nuevos en liquidación.
—A esto lo llamo mi armario de fantasía. —Movió la cámara
lentamente por el pequeño vestidor y pasó la mano por su ropa—. ¿Quieres
que me ponga algo?
Ponte unos vaqueros y una camiseta. Sin ropa interior y sin sujetador.
Mmm, así que quería que pareciera una chica común y corriente.
Aquello tenía sentido si le gustaba el voyerismo.
—Está bien. Para eso tendremos que visitar los cajones de mi cómoda.
Muéstramela.
Salió del vestidor y se dirigió al armario que tenía en la esquina de la
habitación.
Baja la cámara para que pueda verte vestirte.
Por lo general, los hombres pagaban para que se desvistiera, pero
bueno, como quisiese.
Culo a la cámara uno.
Ella hizo lo que él le pidió y se inclinó deliberadamente para que
pudiera tener una vista clara de su trasero una vez más antes de meterse los
vaqueros por una pierna a la vez.
—¿Qué color de camiseta quieres que me ponga? —preguntó ella.
La rosa que tiene el cuello.
Vaya, rara vez usaba esa camiseta. ¿Desde hace cuánto veía su canal
voyerista?
—Como desees. —Ella le guiñó un ojo a la cámara.
Sacó la fina camisa rosa de algodón con el cuello pequeño y se la metió
por la cabeza. Era teóricamente conservadora, salvo que, sin sostén, sus
pezones eran bastante visibles al otro lado de la delicada tela.
Enséñame el cuarto de baño. Ve a hacer pis mientras te miro.
Esta era una solicitud sorprendentemente común.
—Sí, señor. ¿Te gusta que te llame señor? ¿O prefieres Santo?
Ambos están bien.
«¿Está bien?» Como sea. Se dirigió al cuarto de baño y volvió a colocar
la cámara en la encimera. Menos mal que había bebido esa media botella de
agua hace un rato.
—¿Te gustan los juegos acuáticos? —preguntó mientras se bajaba los
pantalones y hacía sus necesidades.
No. Solo me gusta verte ser real. Espontánea.
Ella se rio al leer aquello.
—Supongo que nadie es más real que cuando está en el trono. Entonces,
por lo que has dicho, parece que ves mi canal voyerista. Allí hay mucho
material mío siendo real y espontánea.
Siempre sabes que la cámara está encendida. No es lo mismo.
—Entonces, ¿qué tiene de diferente esto?
Soy el único que te ve. Sigue con el recorrido.
Terminó sus asuntos, se lavó las manos y luego volvió a alzar la cámara.
—Está bien, ahora salimos de mi habitación. Hay un pasillo corto. —
Caminó por el pasillo—. Y luego llegamos a la cocina, con la que me
imagino que también estás familiarizado.
Sí. Enséñame el resto de la casa. Quiero ver donde duerme tu gata.
Hizo una pequeña pausa y frunció el ceño.
—No suelo mostrar su habitación.
No soy un cliente habitual. Ahora enséñame su habitación. 5.000 fichas
si obedeces.
¿Si obedecía? Mira quién estaba sacando a relucir su dominante interior.
—Sí, señor.
Esperó hasta escuchar el clin-clin de las monedas depositadas antes de
abrir la puerta del estudio. Empujó la puerta y Ramona de inmediato fue en
línea recta hacia ella.
—Hola, bonita —dijo Sloane mientras entraba en la habitación y
cerraba la puerta detrás de ella. Se acercó a Ramona y se agazapó.
Un ping la hizo mirar su teléfono.
Baja la cámara para que pueda verte a ti y al gato en la imagen.
Sloane puso los ojos en blanco, pero luego se acercó y dejó la cámara en
la escalera para que Santo tuviese una buena vista de toda la habitación.
—¿Cómo está mi dulzura hoy? —preguntó Sloane, rascándole la panza
a Ramona cuando se dejó caer de espaldas.
Ramona ronroneó felizmente y se movió acostada mientras Sloane la
rascaba.
—¿A quién le encanta que le froten la barriga, eh? ¿A Ramona le gusta?
Sloane había dejado de mostrar tanto a Ramona en su canal después de
recibir algunas solicitudes verdaderamente inquietantes. Más valía que
Santo no intentara ir por esa vía, porque eso cruzaba un límite estricto.
Pero todo lo que apareció en el chat de su móvil fue:
¿Qué le pasó en la nariz?
Sloane miró el móvil mientras seguía frotando el vientre de Ramona.
—Hubo un accidente. Salió de la casa y tuvo un encuentro desagradable
con una ardilla, pero se está recuperando. ¿No es así, Mona? Vas a estar
bien, ¿o no? No más encontronazos con ardillas malas. —Se inclinó y
depositó un beso en la cabeza de Ramona, entre sus orejas. Tras rascarle la
panza una última vez, Sloane se puso de pie.
—Y esa fue mi casa. Ahora has visto oficialmente más que cualquier
otro cliente, así que…
Un ping la interrumpió.
Llévame arriba.
Sloane se paralizó en seco mientras miraba el aparato; luego, trató de
restarle importancia con una sonrisa.
—Lo siento, eso no es posible. Es un límite estricto. Paso casi todo mi
tiempo en…
50.000 fichas si me enseñas el piso de arriba.
A Sloane se le cortó la respiración mirando el móvil. Joder, eran dos mil
quinientos dólares. A veces se ganaba esa cantidad en un mes. ¿Había
añadido accidentalmente un cero extra?
50.000 fichas. Llévame arriba contigo.
—Paga por adelantado —dijo, todavía sin moverse. Tenía su aplicación
de cámara abierta en segundo plano y antes de dar otro paso escuchó el
clin-clin de las fichas en su bote. Hizo clic para comprobar que acababa de
pagar. 25.000 fichas.
Te daré el resto después de que me lleves arriba. Quiero ver cada parte
de tu vivienda. Lo que nadie más puede ver.
Mierda, mierda, mierda. Hablaba en serio.
Sloane miró el móvil y luego hacia las escaleras. Oh, joder. Ahora tenía
que subir las escaleras.
El doctor Noah había intentado que ella subiera los escalones en su
última sesión juntos y ella se asustó y renunció después de solo cuatro
pasos. El corazón se le aceleró incluso con mirar en dirección a la escalera.
Dejó sus sesiones con el buen médico poco después.
¿Y si tenía un colapso frente a la cámara? Se vería como una loca que…
No me gusta que me hagan esperar. Háblame mientras subes las
escaleras. Quiero estar contigo en cada paso del camino.
Sloane exhaló con fuerza. Maldita sea, necesitaba un nuevo techo.
«Respira. Recuerda los patrones de respiración. Cuenta hasta diez.
Vacía tu mente».
Dos mil quinientos dólares. Era mejor pensar en la cantidad de
herramientas para el techo que se podría comprar con eso. Visualizar el
equipo de techado. Todo ese alquitrán prístino… o tejas… o lo que sea que
usaran para arreglar un techo. Visualizar la bonita alfombra nueva que el
dinero podría comprar. Esa alfombra de terciopelo costaba un poco más,
pero incluso mirar las fotos en línea le había dado ganas de hundir los pies
en ella.
Dos mil quinientos dólares para afrontar su miedo. Vale, podía hacerlo.
Era hora de una terapia de exposición, joder.
Se llenó los pulmones de aire tras respirar hondo y caminó hacia la
cámara. Fingió una sonrisa brillante y esperó que el cliente no pudiera ver
lo temblorosa que estaba cuando fue a recoger la cámara del quinto escalón,
donde la había colocado.
—En realidad, no subo mucho aquí —dijo. Tal vez si seguía hablando,
no parecería tan aterrador—. Ha habido algunos daños ocasionados por el
agua recientemente, así que me quedo abajo la mayor parte del tiempo. —
Eso al menos sonaba como una explicación más lógica que «me espanta el
segundo piso».
Arrástrate por los escalones y enfócate con la cámara.
Tenía que arrastrarse. Al tipo probablemente le gustaban los juegos de
dominación y humillación, pero la idea de trepar por las escaleras
tranquilizaba a Sloane. Había menos posibilidades de caerse de esa forma.
E incluso si se encontraba con un escalón podrido, su masa corporal estaría
más extendida, por lo que tendría muchas más posibilidades de…
Ping.
Ella miró hacia abajo.
Dije que estoy cansado de esperar. Hazlo ahora o no te daré la segunda
mitad del dinero de las propinas.
Al diablo con todo. No podía permitirse pensar demasiado o nunca
subiría las malditas escaleras. Alzó la mano y dejó la cámara varios
escalones por encima de ella. Luego se arrastró por ellas. Por un segundo,
no pudo hablar. El único ruido era el de sus vaqueros rozando la gruesa
alfombra de las escaleras.
Sloane tuvo la tentación de cerrar los ojos. Pero no, tenía que ser
profesional. Un cliente estaba mirándola, así que se mordió el interior de la
mejilla y trepó hasta donde había puesto la cámara.
Su euforia luchó contra el terror. Y solo había subido unos seis
escalones. Aun así, eran dos más de lo que había hecho con el doctor Noah,
y sus vías respiratorias aún no se habían cerrado por el pánico. Entonces…
¿había sido un éxito?
Extendió la mano y agarró la cámara, extendiendo su brazo para subirla
tres escalones más. Luego, con el corazón latiendo en sus oídos tan fuerte
que sonaba como un tambor de conga, trepó hasta ella de nuevo.
Oh, mierda. ¿Que estaba haciendo? ¿Por qué pensó que podía hacer esto
de repente? ¿A quién estaba engañando? No había manera. Ninguna manera
en absoluto…
«Respira. Solo respira». Cerró los ojos y exhaló tan fuerte que estaba
segura de que lo había captado el micrófono de la GoPro, pero no le
importó. Tenía que encontrar su «centro», como lo llamaba el doctor Noah,
o se cagaría en los pantalones antes de llegar a la mitad de las escaleras.
Empezó a contar. Visualizó su lugar tranquilo y seguro: acurrucada con
Ramona, a salvo, con Nicholas sentado en el sofá a su lado. Era cálido,
seguro. Volvió a contar hasta diez.
Los escalones eran seguros. No tenían ningún daño por el agua, y
Nicholas los había subido y bajado más de diez veces esta semana. Apenas
habían crujido y él era tan grande como un defensa de fútbol americano.
Abrió los ojos y se arrastró los pocos escalones que faltaban hasta llegar
a la cámara. Luego repitió el proceso. Movía la cámara, trepaba hacia ella.
Y otra vez. Mover la cámara, trepar…
Solo tenía que detenerse, respirar y visualizar una vez más antes de…
—Dios mío —susurró. Casi estaba allí. Cuando volvió a depositar la
cámara en el suelo, la colocó en lo alto de las escaleras.
Ya casi, ya casi…
Trepó los últimos metros y luego llegó al rellano en la parte superior de
las escaleras. Se movió rápidamente, de modo que su espalda quedó contra
la pared. El corazón le latía tan fuerte que podía escucharlo en sus oídos.
Tenía ganas de gritar de alegría. ¡Lo había hecho! De verdad había
llegado al piso de arriba. No se atrevió a mirar hacia atrás para ver las
escaleras ni para comprobar qué tan bajo estaba el primer piso.
Luego recordó que estaba en una videollamada con un cliente. Parpadeó
y trató de esbozar una sonrisa coqueta. Solo podía imaginar lo demencial
que probablemente se veía, pero al cuerno.
—Está bien —dijo con la respiración notablemente entrecortada—. Lo
hice. Estoy aquí.
¿Y qué si el tipo no tenía forma de saber lo que significaba para ella
subir las escaleras? No le quitaba la victoria. Aun así, mientras recuperaba
el aliento, se sorprendió de que no hubiera otro ping diciéndole que se
apurase y le mostrase el resto del segundo piso.
Pero no hubo ningún sonido que anunciara un nuevo mensaje, así que
cerró los ojos brevemente y se concentró en su respiración. Inspirar, dos,
tres, cuatro. Exhalar, dos, tres, cuatro.
No sabía por cuánto tiempo se había quedado sentada solo inhalando y
exhalando, pero por fin, a pesar de que todavía sentía el pecho contraído por
la ansiedad, creyó que podría volver a moverse. ¿Seguía conectado el
cliente? ¿O se había largado una vez que vio cuánto tiempo le estaba
llevando seguir su simple orden?
Un ping respondió a esa pregunta. Aún estaba con ella.
Así es, bebé. Muéstrame todo lo que sientes.
Parpadeó, cayendo en cuenta paulatinamente de que la cámara la había
estado enfocando todo el tiempo. Mostró su sonrisa patentada y enseguida
sonó otro ping.
No tienes que sonreír por mí. Me gustas al natural.
Ella se rio con la esperanza de que él no pudiera escuchar su tono
nervioso.
—Bueno, aquí estoy. Al natural y sin filtros.
Muéstrame todo.
Ella asintió y levantó la cámara.
—Este es el rellano en la parte superior de las escaleras —dijo,
moviendo la cámara en un círculo—. Este es el segundo piso. Solo hay dos
dormitorios y un cuarto de baño. No hay mucho que ver.
Se aferró a la pared y se puso de pie, temblorosa. Miró en dirección a
las escaleras y sintió que el estómago le daba un vuelco de ansiedad. Se
alejó rápido de ahí, pegada a la pared.
—Se supone que es una habitación para invitados, pero principalmente
sirve de trastero —dijo, abriendo la puerta del primer dormitorio—. Lo
siento, no la tengo muy ordenada.
La habitación estaba llena de cachivaches. Había una cama y cajas de
recuerdos y ropa vieja. Eran algunas cosas de la tía Trish que le dolía tener
a la vista después de su muerte. La vieja máquina de remo de Trish estaba
apoyada en la pared en la esquina.
Mientras Sloane movía la cámara por la habitación, se sintió en parte
como si la estuviera viendo con ojos nuevos. Lo cual era cierto, teniendo en
cuenta que era la primera vez que entraba en el cuarto en más de un año.
Era la primera vez que podía mirar las cosas de su tía abuela sin sentirse
ahogada por una tristeza abrumadora. Cuando pensó en la tía Trish
encorvada sobre la mesa de costura, trabajando en lo que inevitablemente
era una monstruosidad de lentejuelas —la mujer tenía una seria historia de
amor con las lentejuelas, posiblemente el herpes de la moda— una sonrisa
cruzó su rostro.
Y Sloane lo había logrado. Se enfrentó a sus miedos y subió las
escaleras.
Ahora la otra habitación.
Ella asintió, y casi se sintió contenta de que la presencia de Santo la
empujase a seguir moviéndose. Aunque en su mayor parte estaba
manteniendo sus miedos bajo control, caminaba lentamente, tanteando cada
paso con el pie antes de darlo por completo. No había daños por el agua en
esta habitación, pero ¿y si la filtración se había metido en la madera debajo
de la alfombra? ¿Y si todo estaba podrido y llegaba a caerse por…?
Ella sacudió la cabeza.
—Este es el segundo dormitorio. —Empujó la puerta para abrirla—.
Como puedes ver, ahora estamos haciendo con una limpieza a fondo. El
techo tuvo una filtración la semana pasada y tuvimos que sacar la alfombra.
El suelo se veía feo con la alfombra rota. Exponía la madera rústica que
había debajo. Podría haber sido una bonita madera en algún momento, pero
ahora estaba manchada y descolorida.
¿«Estamos»? ¿En plural?
—Ah. —Sloane quiso golpearse—. Un amigo me está ayudando con la
limpieza.
¿Es tu novio?
—No —dijo Sloane con demasiada precipitación. Joder, habría sido más
sensato decirle a este hombre que tenía novio. Sabía que algunas modelos
les decían a sus clientes que estaban en una relación con alguien, con la
esperanza de que aquello redujera las declaraciones de amor y las
propuestas de matrimonio.
Ahora era muy tarde para eso. Al menos con este cliente.
—No es más que un amigo que sabe cómo hacer este tipo de cosas —
dijo Sloane. Hizo una pequeña mueca cuando recorrió la habitación.
Nicholas había mencionado que podía lijar y retocar el piso para que
continuase siendo de madera dura. Ahora que Sloane podía verlo, le
resultaba más fácil imaginarlo. Aun así, parecía una molestia adicional para
una habitación en la que nunca pasaba tiempo.
Pero tal vez sí podría pasar tiempo ahí. Todo lo que tenía que hacer era
vencer su miedo a las alturas cada vez que subía las escaleras. Pan comido.
Puso los ojos en blanco de forma sarcástica. Entonces se dio cuenta de
cuánto tiempo había pasado desde que habló por última vez.
—Y bueno, sí, este cuarto definitivamente está en construcción en este
momento. —No solo la alfombra estaba rota, sino que Nicholas había
cortado una sección de yeso para quitar el aislamiento térmico que también
se había empapado por la gotera del techo.
A lo lejos, podía escuchar a Ramona maullar desde abajo, de la forma
enfadada que lo hacía cuando estaba angustiada. ¿Había vuelto a ver otro
gato o perro por la ventana? Sloane debió haberse acordado de cerrar las
cortinas cada vez que tenía una reunión con un cliente.
Sin embargo, un golpe sordo proveniente de abajo la hizo fruncir el
ceño.
—Lamento terminar esto tan rápido, Santo. —Se dirigió hacia las
escaleras, intentando no dejar que la preocupación matizase su voz—. Pero
es hora de alimentar a mi gata.
¿En qué lío se había metido Ramona esta vez? Pensaba que darle todos
esos juguetes para trepar la satisfaría, pero no, no había ninguna superficie
que Ramona considerara prohibida; ningún salto que ella creyera demasiado
lejos.
Y esa endiablada gatita había gastado sus nueve vidas hace unas cinco.
Pero cuando Sloane llegó a las escaleras, lista para sentarse y bajar por
ellas de una manera humillante similar a la forma en que las había subido,
se detuvo en seco y gritó.
Porque al pie de la escalera había un hombre.
Y no era Nicholas, ni siquiera Tom.
Era un desconocido el que estaba en su casa. Tenía un móvil en la mano
y la miraba como un gato que acaba de recibir su tazón de leche.
—Es hora de que me digas tu verdadero nombre, amor. Porque sé que
no es Chrissy.
SIETE

Sloane

SLOANE EXTENDIÓ la mano a la vez que el hombre avanzaba por las


escaleras.
—Detente. Espera. ¡Llamaré a la policía! —Alzó su móvil y empezó a
marcar.
El hombre se limitó a sonreír.
—Suerte con eso. —Siguió avanzando hacia ella.
¿Qué diablos quería decir aquello? Sloane terminó de marcar el 911 y
luego presionó el botón verde, pero nada ocurrió. Lo intentó una y otra vez,
pero para entonces el hombre ya había llegado a la mitad de las escaleras.
—¿Qué hiciste? ¿Quién eres tú? —le gritó, retrocediendo varios
escalones.
—Es un bloqueador de señal móvil. No soy estúpido. ¿Y no reconoces
mi voz? Soy yo, Olly. —Entonces su voz se profundizó cuando sonrió—.
¿O prefieres mi nuevo seudónimo Santo?
Sloane abrió los ojos de par en par, horrorizada, se dio la vuelta y huyó.
Fue directo a la única habitación que no le había mostrado en el recorrido
del piso de arriba: el cuarto de baño. Su risa vino desde atrás.
—¿Ahora jugamos al escondite? —lo oyó exclamar a sus espaldas
luego de que hubiera cerrado la puerta con fuerza. El corazón le palpitaba a
mil kilómetros por hora.
Maldición. ¡Maldita sea! ¿Cómo se había enterado de dónde vivía? ¿Y
por qué, de todos los cálculos de las cosas que podían salir mal si ponía un
pie afuera, nunca había considerado que el peligro podría entrar a su casa
algún día?
Este era el único escenario para el que no tenía plan de contingencia. De
manera absurda, pensó en la conversación que tuvo con Nicholas la primera
noche en la que se conocieron. Él intentó insistir en que nunca se podía
estar preparado para cada desastre, pero ella tenía la certeza absoluta de que
había tomado en cuenta todo; de que estaba segura y muy a salvo.
Y hela aquí con un lunático acechándola en su propia casa.
Por varios minutos no pudo oír nada. «Por favor, por favor, que se haya
ido». Era una súplica estúpida y desesperada, pero podía sentir que
empezaba a hiperventilar. Su respiración estaba volviéndose errática y
entrecortada, como la que tenía antes de un ataque de pánico en toda regla.
Joder, ¡no pierdas la cabeza! No podía permitirse el lujo de quedarse
catatónica en aquel momento. Luego. Luego podría concederse el derecho
de entrar en pánico, gritar y desmayarse. En ese instante debía pensar.
«Piensa. ¡Piensa!».
Sin embargo, cuando miró el cuarto de baño, en pánico, buscando
cualquier cosa que pudiera usar a modo de arma, vio que estaba tristemente
vacío. Pudo haber cogido un martillo o una herramienta de alguna de las
otras habitaciones donde se estuvo haciendo la renovación, ¿pero había
pensado con tanta antelación? No. Había ido al único cuarto de la casa
donde no había nada. ¡Nada de nada!
Se agachó y abrió los cajones a toda prisa. Estaban repletos de las
polvorientas y viejas medicinas de la tía Trish, una vieja caja de tampones,
y un desatascador de inodoro. Desesperada, Sloane cogió el desatascador y
lo blandió.
Lo cogió justo a tiempo, también, porque en cuestión de segundos el
pomo de la puerta traqueteó.
—Es hora de que conozca a la verdadera tú. Sloane. Desearía que me
hubieras dicho tu nombre. Tuve que descubrirlo por tus registros bancarios.
Vaya que fue una decepción, cariño.
¿Registros bancarios? Sloane se llevó una mano a la boca para evitar
gritar. Había sido él. Fue él quien se había robado su dinero. Tuvo que
haberlo sido. ¿Por cuánto tiempo la había estado acosando?
—Entonces te di la oportunidad de que confesaras. El Olly que
conociste la primera vez era patético. Lo comprendo. Pero ahora soy un
hombre, y fuiste tú quien me ayudó a convertirme en el hombre que
siempre debí ser. No podía venir a por ti de inmediato porque tenía asuntos
de los que ocuparme, pero ahora estoy contigo. Y siempre estuve
observándote. Ahora no tendremos que separarnos otra vez.
Sloane retrocedió hasta que chocó la espalda contra la pared. Blandía el
desatascador como si fuera un arma y el brazo le temblaba tanto que apenas
podía mantenerlo derecho. Había una ventana, pero sería una caída de dos
pisos, e incluso si solo tuviera un piso, no podría saltar. El mundo exterior
seguía siendo… el mundo exterior.
Parpadeó y sintió que el sudor se acumulaba en sus cejas a la vez que el
pomo volvió a sonar; y luego, algo más crujió. La cerradura era endeble y la
puerta lo era mucho más. No aguantaría.
¿Tal vez si se metía en la ducha podría saltar y sorprenderlo?
¿Y luego qué? ¿Desatascarlo hasta la muerte? Apenas pudo reprimir la
aguda risa histérica que amenazaba con salir del fondo de su garganta.
Y entonces alguien abrió la puerta de una patada y ella gritó con todas
sus fuerzas. Porque repentinamente allí estaba él.
Su acosador había venido a llevársela.
Abrió los ojos de par en par, porque… ¡moviéndose silenciosamente a
sus espaldas estaba Nicholas! Nicholas se llevó un dedo a los labios
haciendo la seña universal de «shhh».
Sloane no se atrevió a asentir o a fijar la vista en Nicholas. Se quedó
mirando fijamente a Olly.
—Aguarda, Olly, tranquilo —dijo con voz temblorosa. ¿A quién quería
engañar? Todo su cuerpo estaba temblando de pánico—. Hablemos sobre
esto. Debiste haberme contado que ibas a venir. P-pude haber preparado
algo. ¿P-por qué no bajamos? Podría prepararte una t-taza de café.
Olly se detuvo. Tenía el ceño fruncido y era evidente que sospechaba.
Pero Sloane también pudo ver que estaba intrigado en igual medida. Esto
era lo que quería, después de todo: cercarse más a ella.
Cuando se presentó como Olly, Sloane siempre había sido la dominante
en la dinámica de poder. Había tratado de voltear los papeles como Santo,
pero en su interior seguía siendo el blando Olly.
Mantuvo el contacto visual a medida que Nicholas avanzaba desde la
retaguardia y bajó su desatascador lentamente, lo cual era un símbolo de
aceptación más que nada, ya que ambos sabían que no podía hacerle ningún
daño importante con él.
Y en aquel momento Nicholas se abalanzó con la jeringa que llevaba en
la mano y se la clavó en el cuello a Olly, bajando el émbolo antes de que
Olly pudiese siquiera volverse para ver lo que sucedía.
Extendió una mano hacia Sloane. En su rostro estaba dibujada la
conmoción y una expresión de furiosa traición cuando se desplomó al suelo,
e hizo un leve ruido gorjeante antes de finalmente perder la consciencia. Por
lo menos esperaba que solo estuviera inconsciente, por el bien de Nicholas.
Tan pronto como fue evidente que estaba desmayado, Nicholas dio un
paso atrás y Sloane se precipitó hacia él. Él la alzó con sus fuertes brazos
por encima del hombre que estaba de bruces y la cargó hasta el rellano,
donde, sin demora, se echó a sus brazos.
—Dios mío, gracias, ¡gracias! —Lloró en su pecho—. No sé qué habría
hecho si no hubieras…
Pero entonces, Sloane sintió un pinchazo en su cuello. Confundida,
levantó los ojos para mirar a Nicholas, y se sobresaltó cuando cayó en
cuenta de que extrajo una segunda jeringa de su cuello.
—¿Por qué…? —intentó preguntar con labios aletargados antes de
volver a colapsar en sus brazos, pero, esta vez, como peso muerto.
OCHO

NICHOLAS

NICHOLAS ESTABA TOMANDO una siesta cuando todas las alarmas


comenzaron a sonar. Sirena tras sirena —su móvil, su portátil y su reloj—,
todas pitaban y resonaban atronadoramente para indicar que habían
traspasado el perímetro de Sloane.
Nicholas saltó del sofá, parpadeando somnoliento y alcanzando su
portátil. Introdujo la contraseña e hizo clic en el sistema de cámaras de
Sloane. No había sido difícil conectarse a las cámaras mientras hacía los
trabajos en la casa.
Y entonces vio a Olezka Tereshchenko avanzando sigilosamente por el
salón. La puerta principal seguía abierta detrás de él…
—¡Joder! —exclamó, tropezándose con sus pies mientras saltaba y
alcanzaba sus zapatos y su bolsa de viaje al mismo tiempo.
Cogió su móvil y marcó su número, pero no contestó. ¿Por qué coño
estaba dando una cabezada? Para empezar, Sloane no estaba transmitiendo
en vivo, y él intentaba proteger su privacidad evitando verla todo el tiempo.
No le gustaba asemejarse a los pervertidos que observaban a su personaje
«Chrissy» tanto como pudiesen.
Esa no era ella. Bueno, no la verdadera ella. Él pudo conocer a Sloane,
no a la muñeca sexual de calendario que fingía ser para todos los cabrones
cachondos que se masturbaban con su imagen en la pantalla. Claro, estaba
lo de la primera noche cuando se conectó a su perfil, pero apartando
aquello, trató de respetar su privacidad y solo entraba ocasionalmente. Solo
para asegurarse de que se encontrara bien.
Y en aquel momento definitivamente no se encontraba bien.
Nicholas salió por la puerta en menos de un minuto, y en cuestión de
segundos su automóvil ya estaba despegando por la calle. Más le valía a ese
hijo de puta no lastimarla. Le arrancaría los huevos si lastimaba un solo
pelo de su cabeza, sin mencionar el hecho de que su aterrador jefe no estaría
muy feliz al respecto. Nicholas tenía órdenes muy claras: debía entregar a
Olezka Tereshchenko con vida e intacto. Desafortunadamente.
Los cinco minutos que le llevó llegar a la casa de Sloane parecieron
horas. Se conectó a las cámaras desde el móvil y vio al maldito ir escaleras
arriba. ¿Había subido para esconderse? Sloane jamás subía a aquel piso.
Pero cuando revisó las demás cámaras de la casa, tampoco la vio en
ninguna de las habitaciones.
¡Maldición, tenía que estar en el segundo piso! No había cámaras allá
arriba. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué le iba a hacer ese cabrón?
Nicholas aparcó en su entrada, forzó la palanca del auto hasta el pare y
abrió la cremallera de su bolsa. Todo en su interior quería entrar a toda
máquina en la casa pegando tiros. La adrenalina corría por sus venas y
pitaba en sus oídos, pero se obligó a calmarse, detenerse y respirar.
Tenía que ser astuto. No sabía mucho obre Olezka; la familia era bien
conocida por ser reservada y recluida. Siempre enviaban a tenientes a hacer
su trabajo sucio. Era eso lo que hacía que esto fuese una oportunidad única,
en primer lugar. Uno de los Tereshchenkos por fin tenía una debilidad que
podían explotar.
Pero Nicholas no podía permitirse fallar, y no solo porque su jefe no
vacilaría en colgarlo si fracasaba, sino también porque Sloane estaba dentro
y necesitaba su ayuda. Ella lo necesitaba.
Nadie lo había necesitado en mucho tiempo. Aquel sentimiento era
extraño, pero no indeseado. Jugar a la casita con Sloane durante las últimas
semanas le hizo sentir como algo que perteneciese a otra vida.
Él no era un buen hombre, y, para este punto, no se había molestado en
fingir serlo desde hace un buen tiempo. Pero había algo en Sloane que le
hacía rememorar otra época, hace un largo tiempo, cuando su madre lo
cogía en brazos y le leía historias en la cama. Sloane le recordaba que esa
dulzura era posible, que la bondad era posible.
Y no dejaría que nadie, ni Olezka Tereshchenko ni nadie, le hiciese
daño.
Así que inspiró hondo de nuevo y eligió sus armas con cuidado antes de
dirigirse a la casa en total silencio y sigilo.
NUEVE

NICHOLAS

NICHOLAS CONDUJO por la oscura autopista. Tenía la mandíbula tensa


y los nudillos blancos sobre el volante.
Había estado de viaje por cuatro horas ya y eran cerca de las tres de la
madrugada, pero no se había relajado ni un poco desde que todo se fue al
traste y metió a Olezka en el maletero.
Y… tragó saliva y echó un vistazo rápido al asiento del pasajero, donde
Sloane tenía la cabeza apoyada en una almohada contra la ventanilla. Tuvo
que obligarse a enfocar la vista en la carretera.
Llevarla consigo no había sido parte de sus órdenes originales. Su jefe
no había dicho nada sobre ella, pero Nicholas sabía lo suficiente como para
intuir que probablemente su jefe esperaba que se deshiciera de ella. Vasiliev
Papá no era fanático de los testigos y no le importaban con los daños
colaterales.
Nicholas no tenía la ilusión de ser el bueno en este escenario, pero no
creía en los buenos. Creía en tener suficiente para comer y una cama para
dormir por la noche. Se las había arreglado para desconectar esa parte de sí
mismo, la parte a la que le importaba un carajo cosas como el bien y el mal,
o el día que murió su madre. Era una forma bastante fácil de vivir.
O lo había sido hasta que ella entró en escena.
Hacía falta disciplina para no mirar a Sloane. Se veía angelical cuando
dormía. Incluso bajo el antinatural sueño del tranquilizante. Había revisado
sus signos vitales antes de subirla al auto, y su pulso era un poco más lento,
pero constante.
Y en cuanto al basura que en aquel momento estaba atado en su
maletero… Nicholas no había sido tan delicado con él, ni tan cuidadoso con
su dosis. Aun así, los tranquilizantes deberían mantenerlos inconscientes
por un par de horas más.
El cabrón de Olezka Tereshchenko pesaba, eso era seguro. Nicholas no
se había molestado en ser gentil cuando lo bajó por las escaleras. Si se
despertaba con algunos moretones y golpes en la cabeza, él no se sentiría
culpable.
Ramona maulló sonoramente desde el asiento trasero, donde se
encontraba encerrada en su jaula. Nicholas murmuró en voz baja. Sabía que
Sloane estaría devastada si dejaba sola a la bestiecilla. Ramona siempre
había sido suficientemente amigable con él, pero en el momento en que
bajó las escaleras con Sloane desmayada en brazos, le atacó las piernas con
todo.
Tampoco le había encantado darle caza para meterla en el viejo
transportín para gatos que había hallado en uno de los armarios de arriba.
Aún lucía los rasguños en el antebrazo por el fiasco.
Pero aquí estaban todos, intactos, en la Interestatal 44 y dirigiéndose
hacia el este. Solo faltaban… Nicholas hizo los cálculos rápidamente en su
cabeza: faltaban catorce horas.
Excelente. Ningún problema.
Agarró el volante con más fuerza y presionó el pedal del acelerador un
poco más. Si iba a 136 kilómetros durante todo el camino tal vez podría
restarle una o dos horas. Planeaba conducir en su mayoría por la noche y
dormir en el día. Si lo forzaba, podrían lograr llegar con solo una parada
y…
Unas luces rojas y azules destellaron en su retrovisor al mismo tiempo
que su escáner policial se activó.
Hijo de puta.
A su lado, Sloane se movió. Nicholas apretó los dientes con tanta fuerza
que pensó que podría estar a punto de romperse una corona mientras bajaba
la velocidad y detenía el auto a un lado de la autopista. Joder, la bolsa con
las jeringas adicionales estaba en el asiento trasero, pero si estiraba la mano
para coger una y dormir a Sloane de nuevo, el policía podría verlo y
sospechar.
Sloane se acomodó de nuevo en la almohada y Nicholas solo pudo
esperar que se quedara inconsciente. Tenía su arma en la guantera, pero
matar a un policía en el costado de la autopista en medio de… mierda, ni
siquiera sabía dónde estaban… No, no era una opción. Aquello acarrearía
un infierno y atención que no necesitaba.
Solo tenía que ser astuto, mantener la calma y no perder la cabeza.
Mantuvo ambas manos en el volante, y solo apartó una para bajar la
ventanilla cuando el policía se acercó.
—Buenas noches, señor —dijo cuando el hombre por fin llegó después
de lo que pareció una eternidad—. ¿Hay algún problema, oficial?
—¿Sabía que iba a 144 kilómetros en una zona de 104?
Hijo de puta. Nicholas mantuvo una expresión tranquila y le sonrió al
policía. Había aprendido a disfrazarse del estadounidense afable. Cuando se
esforzaba lo suficiente, por lo general lograba deshacerse de todo rastro de
su acento. Y ser un hombre blanco de aspecto anodino solía ser la mejor
máscara de todas, según había descubierto.
—Dios mío —dijo—. No tenía idea, señor. —Lisonjear a las figuras de
autoridad fanfarronas también ayudaba. El pecho del hombre se hinchó un
poco más al oír el «señor»—. Mi esposa y yo estamos tratando de llegar a
casa de su madre antes de su cumpleaños mañana.
Se inclinó hacia el policía, sin dejar de susurrar.
—Su madre puede ponerse… bueno, ya conoce a las mujeres. Se tomó
un unisom para poder despertar fresca como una lechuga. Su mamá la
estresa y quiere verse lo mejor posible. No dejaba de hablar de bolsas
debajo de los ojos o alguna mier… disculpe, o algo como eso.
El policía asintió.
—Lo entiendo, yo también tengo una suegra del demonio. Pero,
lamentablemente, la ley es la ley. Permítame su licencia y documentación.
Le pondré una multa y luego podrán volver a ponerse en rumbo. A una
velocidad más apropiada.
—Ah, sí, señor —dijo Nicholas, tratando de parecer apropiadamente
reprendido. Se inclinó hacia el lado del pasajero y abrió la guantera. Le dio
un leve codazo a Sloane y, de nuevo, ella se movió. Mierda.
Buscó el registro y rozó con los dedos el frío metal de su revólver. Pero
finalmente encontró los papeles en la bolsa de plástico y los sacó, cerrando
la guantera firmemente antes de entregárselos al oficial junto con su
licencia.
Todo debería resolverse bien. La licencia era falsa, o bueno, era la
identificación limpia de un tipo con la foto de Nicholas. Su técnico, Bo, era
un maestro de las falsificaciones y había afirmado que pasaría hasta los
controles más estrictos.
Vale, estaban a punto de descubrir lo bueno que era…
El policía se fue con los papeles y su licencia a su patrulla y Nicholas
exhaló muy fuerte. Diablos, no se había sentido tan tenso desde que Papá lo
había enviado a esa misión para apretarle las tuercas a ese presunto
informante el año pasado. Tres días después, el hombre por fin confesó que
había estado recibiendo sobornos de una pandilla rival. Llevarlo a ese
punto…, bueno, no había sido agradable, por decir lo mínimo. Y Nicholas
había sido el encargado de sacarle la confesión por cualquier medio
necesario.
Justo cuando había llegado al final de todo lo que era humano, Papá
exigió que fuera aún más lejos. Incluso después de que el hombre
confesase, le ordenó que siguiera torturándolo. Eso había sido
verdaderamente deshumanizante. Tanto Nicholas como el hombre al otro
lado de aquella picana eléctrica sabían que no había salida. No había
escapatoria, excepto por la muerte del hombre; una tan espantosa, dolorosa
y prolongada como fuese posible.
Esa fue la noche en que Nicholas supo con exactitud cuán sádico e
inflexible podía ser su jefe. Al menos aquello le ayudó a dar perspectiva a
este momento. Ningún policía estadounidense lo iba a asustar.
¿Tal vez ese era el punto?
Todos decían que Vasiliev Papá era una de las mentes criminales más
brillantes de esta generación, al menos todos los que estaban en su nómina.
Tal vez tenían razón. Si solo fuera necesaria la brutalidad y la voluntad de
los hombres para hacer daño, Vasiliev definitivamente tenía un don para
ello.
El hombre era un sociópata; pero era eficaz. O tal vez simplemente
había tenido suerte. Tal vez había salido de Rusia justo antes de que Putin
limpiase las calles (o, al menos, hiciese que las turbas y los oligarcas se
inclinaran ante él, dependiendo de a quién se le preguntara). Y había sido lo
bastante inteligente para permanecer fuera del radar en los EE.UU.
Nicholas siempre había sospechado que la mayoría de las personas en el
poder tenían tendencias sociópatas debido a lo que se hacía falta para llegar
hasta allá. Ciertamente estaba relacionado con lo que había observado de
niño. No podías comer mientras todos tenían hambre si compartías los
pocos recursos que tenías. La gente era mezquina y acumulaba comida para
sí misma, a veces incluso dentro de la familia.
Sin embargo, su madre siempre se aseguraba de que él comiera primero,
y eso era algo que nunca había olvidado. Quizás era lo que había mantenido
viva la pequeña llama de humanidad en su interior. Había sido testigo de
que era posible anteponer a otra persona, incluso si solo se hacía con los
familiares.
Nicholas tenía fija la mirada en su retrovisor como un halcón, y solo
soltó el aire contenido de verdad una vez que vio al policía venir caminando
con los papeles en mano.
El oficial le devolvió su documentación junto con una multa.
—Todo se ve bien. En el futuro no vaya como un loco al volante.
Ramona empezó a maullar furiosa desde el asiento trasero. Nicholas
apretó los dientes de nuevo, deseando de repente haber dejado al endiablado
animal en Oklahoma; en especial cuando el policía inclinó la cabeza hacia
la ventana con una gran sonrisa tonta en el rostro.
—Pero bueno, qué lindura de gatito. No parece muy feliz de estar
encerrado.
—Haremos una parada pronto para pasar la noche —bromeó Nicholas
—. Gracias por su ayuda, oficial. Vigilaré más de cerca el velocímetro a
partir de ahora.
Sloane se movió otra vez a su lado, pero, más que eso, volvió la cabeza,
lo cual hizo que su cara quedase a la vista del oficial. El hombre frunció el
ceño y apuntó directo hacia su rostro con la linterna.
Ella entrecerró los ojos y se revolvió de nuevo.
Nicholas quería empujar al hombre hacia atrás y arrancar a toda
velocidad, pero sabía que era un impulso tonto. Estaban muy cerca de estar
a salvo.
La columna vertebral de Nicholas se tensó cada vez más a medida que
varios escenarios pasaban por su cabeza en rápida sucesión. Si ella se
despertaba y gritaba, él tendría que…
—Está bien. Cuídense, señores —dijo el policía, dándole una palmada
al techo del auto a la vez que daba un paso atrás y se dirigía hacia su
patrulla.
Nicholas inmediatamente subió la ventanilla. Y en buena hora, porque,
pasado un segundo, Sloane comenzó a murmurar y balbucear mientras no
solo se movía, sino que dejaba caer la cabeza hacia adelante. Habría
chocado contra el tablero de no haber sido por el cinturón de seguridad que
le cruzaba por el pecho y la sujetaba.
—Maldición —susurró Nicholas, y luego, con un gesto en la dirección
del policía, se integró a la autopista de nuevo.
El impulso hacia adelante hizo que Sloane cayese hacia atrás contra el
asiento, pero seguía murmurando. No entendía lo que decía, pero no sonaba
feliz.
—Mierda, mierda, mierda —susurró Nicholas. Miró de un lado a otro
entre el velocímetro y ella, arrojando la multa, su documentación y la
licencia al piso en la parte de atrás. Al menos todo había pasado la
inspección. Tendría que darle un abrazo de colegas a Bo cuando regresara.
El oficial se reincorporó a la autopista detrás de él. Nicholas tuvo
cuidado de quedarse a ocho kilómetros por debajo del límite de velocidad.
Sloane empezó a murmurar de forma incoherente, sus ojos se movían
rápidamente por debajo de los párpados mientras se revolvía y giraba en el
respaldo del asiento.
Por fin, el policía cambió de carril y lo pasó. Pero Nicholas ni siquiera
pudo sentir alivio porque, en ese momento, Sloane se despertó por completo
y comenzó a gritar.
DIEZ

Sloane

SLOANE TENÍA pesadillas en las que volvía a estar en el automóvil


cuando sus padres murieron. Tras el accidente, casi todas las noches se
despertaba cubierta en sudor y gritando. No había pasado en un buen rato,
pero eso era porque había tomado las riendas de su vida.
Se tomaba su medicamento, seguía su itinerario y solo estaba en las
áreas en las que estaba cómoda —es decir, las cuatro habitaciones del
primer piso de la casa de la tía Trish. Así que, cuando se despertó de la
pesadilla, estaba preparada para comenzar a calmarse como siempre.
Con la salvedad de que solo se despertó de una pesadilla para aparecer
en otra.
Seguía en el auto.
¿Cómo podía seguir en el auto yendo a toda velocidad por una autopista
oscura? ¿Más aún cuando el accidente pasó de día?
Confundida y aterrada, la vieja y conocida adrenalina se disparó cuando
miró a su alrededor e intentó orientarse. Y fue entonces cuando vio a
Nicholas en el asiento del conductor, a su lado.
Pero no estaba bien. No se parecía al tipo afable que se sentaba al otro
lado de su mesa para beber café. Había algo malo en él. Aparte de echarle
un rápido vistazo, no despegaba la vista de enfrente y tenía la mandíbula
tensa de una forma que nunca antes había visto. Quería creer que solo había
salido de una pesadilla para aterrizar en otra, que su mente inconsciente
estaba jugándole una muy muy mala pasada.
Pero entonces lo recordó, vagamente, pero el recuerdo permanecía allí.
Había un desconocido en su casa. Un hombre. Oliver, quien también era
Santo. La había acosado y había descubierto dónde vivía. Luego, Nicholas
llegó para salvarla, según creyó ella.
Se llevó la mano al cuello rápidamente. ¿Por qué…?
Pero entonces volvió a enfocar la vista en el parabrisas delantero.
Ay, Dios, no era un sueño.
Estaba afuera.
Estaba en un auto, e iba disparada a toda velocidad por una trampa
mortal.
Gritó otra vez y trató de hacerse un ovillo, pero el cinturón de seguridad
en su pecho se atoró en su cuello y la estranguló cuando lo intentó. No es
que importara mucho. El aire no entró a sus pulmones cuando se esforzó
por respirar otra vez. Dios, su garganta estaba cerrándose. Jadeó en busca
de aire, pero no sintió nada.
Le salieron lágrimas de los ojos. Sabía que esto pasaría. Sabía que si
salía de la casa moriría. Se volvió hacia Nicholas mientras se llevaba las
manos a la garganta.
—¿Cómo has podido? —trató de preguntar, pero ni siquiera pudo soltar
las palabras.
Iba a morir ahí y ahora. Hipó para respirar, pero no entró aire. La sangre
se agolpó en sus oídos y se meció en su asiento mientras unas manchas
danzaban frente a sus ojos.
Nicholas estaba diciendo algo. Oía su voz apagada, como si estuviese
hablando bajo el agua. Sentía que el pecho le iba a ceder por falta de
oxígeno, y se llevó las manos a la garganta. Jadeó a la vez que el sudor
bajaba por su frente y caía en sus ojos. Sintió espasmos en el pecho. Dios,
aquí acababa todo. Iba a morir.
Ni siquiera se percató de que el auto se había detenido hasta que
Nicholas abrió la puerta con fuerza. Luego, en cuestión de segundos,
también abrió la suya. Nicholas estiró la mano y desabrochó el cinturón que
la aprisionaba, pero era demasiado tarde.
El ataque de pánico había alcanzado su punto máximo y no había forma
de detenerlo cuando llegaba a esas proporciones, según lo que sabía Sloane
por atroces experiencias pasadas.
—Lo siento, lo siento tanto —dijo Nicholas, y sus palabras atravesaron
la bruma del terror lo suficiente para que Sloane pudiese procesarlas.
Soltó una risa seca y nada femenina, pero de inmediato quiso
retractarse. No sabía quién era este hombre, pero quedaba claro que no era
ningún espectador inofensivo. La había secuestrado. Aquella idea era
ridícula incluso cuando pensaba en ella. ¿Quién la iba a secuestrar a ella?
Todo tenía tan poco sentido que se sentía tentada a pensar que seguía en
un sueño y que había convertido a su único amigo en el mundo en el
villano. Se fijó en su rostro, su mandíbula, sus ojos oscuros; trató de
encontrar algo que no encajase con su recuerdo del breve encuentro con
Nicholas. Pero el hombre que estaba frente a ella era un clon del hombre
que había conocido a lo largo de las últimas semanas. Incluso tenía el lunar
en el cuello debajo de la oreja izquierda. ¿Podría haber reproducido esa
clase de detalle dormida?
«Despiértate», exigió mientras las manchas oscuras que bailoteaban en
su visión se hacían más grandes. El frío viento nocturno le dio en la piel por
la puerta abierta. ¿Cuánto hacía que no sentía el viento? Ni siquiera se
atrevía a abrir las ventanas en casa, sino que confiaba en que el aire
acondicionado y la calefacción regularían su temperatura. Invitar algo del
exterior adentro, así fuese de la manera más minúscula, hacía que el
corazón se le acelerase con fuerza.
Y ahora hela aquí, completamente expuesta. Abrió la boca para volver a
gritar, pero no pudo emitir sonido; su garganta estaba demasiado cerrada. Y
entonces Nicholas la manipuló, dándole la vuelta y atrayéndola hacia su
pecho. Apenas tuvo un segundo para comprender lo que estaba sucediendo
antes de que le rodeara el cuello con el brazo —sofocando aún más más su
suministro de oxígeno.
Las manchas oscuras se fusionaron para formar un manto negro.
«Me ha matado», fue lo último que pensó antes de desvanecerse en sus
brazos.

CUANDO ABRIÓ LOS OJOS, que se sentían pesados y arenosos, su


primer pensamiento fue «joder, no estoy muerta». Seguido de «¿dónde
carajo estoy?».
Se sentó. Estaba en una cama, pero no era la suya.
Se llevó la mano a su cabeza palpitante a la vez que miraba la diminuta
habitación. Y dirigió la atención a Nicholas, quien se encontraba sentado en
una mesita de lo que parecía, ni más ni menos, una habitación de hotel.
Sloane se bajó de la cama y retrocedió hasta la pared más apartada del
hombre. El movimiento captó su atención e hizo que la mirase. Bajó la caja
de fideos y los palillos con los que comía, pero no sin antes señalar otra caja
sobre la mesa.
—¿Tienes hambre?
Sloane bufó, incrédula.
—¿Quién eres? ¿P-por qué…? ¡Me has secuestrado!
Nicholas se incorporó como si tuviese la intención de ir hacia ella, pero
Sloane alzó una mano y él se detuvo. De verdad dejó de avanzar, para su
gran sorpresa.
—Mira —dijo él, deteniéndose para alcanzar una servilleta con la que
se limpió la boca—. Entiendo que esto te sorprenda mucho, pero no podía
dejarte allá. El hombre que te ha atacado es un hombre muy malo, y cuando
desapareció, otros hombres malos le siguieron el rastro para buscarlo. Ese
rastro los habría llevado directamente hacia ti. No podía dejar que eso
pasara.
Sloane levantó las manos.
—¿De qué hablas? ¿Qué hombres malos?
Nicholas se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.
—Hombres malos que no dejarían viva a una hermosa mujer como tú
cuando terminasen contigo. Hombres malos que no operan bajo la ley ni
piensan que las reglas aplican para ellos.
—¿Hombres como tú? —preguntó mordazmente.
Él dio un respingo, y Sloane no estaba segura de si se sentía bien o no
sumar aquel punto. Una parte de ella esperaba que él lo negase, pero no
hizo más que asentir.
—Sí, hombres como yo y como mi jefe, quien me envió a vigilar al
pedazo de basura que se obsesionó contigo.
Sloane se masajeó la sien.
—Creo que me siento mal. —Se levantó y empezó a ir al cuarto de
baño, pero Nicholas se movió para interceptarla y extendió una mano.
—Espera.
—¿Qué? —escupió ella—. ¿Ni siquiera puedo mear sin que me veas?
¿O es que también eres del tipo de hombre que se excita con eso?
Y pensándolo bien, de verdad tenía que ir al baño. Apenas pensó en
ello, no hubo espacio para ningún otro pensamiento.
Volvió a dar un respingo. Otro punto más. No la hacía sentirse mejor,
nada de esto lo hacía. Intentó apartarlo, pero él la cogió por la muñeca.
—¡Suéltame, canalla! —exclamó ella, y él obedeció.
—Sloane, aguarda, él… —dijo Nicholas, pero ella le cerró la puerta del
baño en la cara.
Solo para darse la vuelta y chillar cuando vio a Oliver/Santo atado,
inmovilizado e inconsciente en la bañera. Abrió la puerta de un tirón y
volvió a salir corriendo, tropezándose con Nicholas.
—Intenté decírtelo…
—¡No lo suficiente! —Le asestó un golpe en el pecho para apartarse de
él—. Dios mío. —Se cubrió el rostro con las manos—. Dios mío, cielos,
por Dios.
Se sentó en la cama más cercana. Había dos, aunque sea, ¡pero eso era
lo de menos! ¿En qué demonios se había metido?
—¡¿Cómo se supone que vaya al baño cuando él está ahí?!
Nicholas pasó a su lado y cerró las cortinas de la bañera.
—¿Mejor?
No pudo hacer nada más que mirarle, pero su vejiga estaba a punto de
reventar, así que no tuvo más opción que volver a entrar, cerrar la puerta y
hacer sus necesidades tan rápido como le fuese humanamente posible.
Durante todo el rato tuvo la piel de gallina en los brazos por estar encerrada
con el hombre desmayado que la había atacado. Por fin terminó y tiró de la
cadena, feliz por el hecho de que el lavabo para lavarse las manos estuviese
fuera de la pequeña área del retrete y la bañera.
Se apresuró en lavarse las manos mientras le temblaba todo el cuerpo.
Se miró al espejo, y vio a Nicholas detrás de ella.
—Y entonces, ¿qué? ¿Estás en una banda o algo por el estilo?
Él tensó la mandíbula.
—Algo así.
Ella negó con la cabeza, secándose las manos con una toalla y luego
replegándose a la cama que había reclamado.
—Entonces… todo fue una mentira.
—No —dijo él abruptamente y se acercó a ella. Sloane retrocedió con
vacilación, pero él no la tocó, se limitó a sentarse en la cama que estaba al
otro extremo de la suya—. Nunca te he dicho ninguna mentira.
Ella bufó.
—Ninguna aparte de la razón por la que estabas allí. ¿Y qué hay de la
empresa de importaciones y exportaciones?
Nicholas ladeó la cabeza.
—Bueno, a veces exageré la verdad. Pero eso es lo que la organización
de mi jefe hace, en términos indirectos.
Sloane pestañeó y se percató de algo.
—Pero… ¿pero importas cosas como… drogas?
Él bajó la vista hasta el suelo.
—Lo que hago para ganarme la vida no importa. Lo que importa es que
ahora estás segura.
—¿Segura? —Se rio sin ganas—. Hay un mafioso atado en el baño y
otro que me ha tomado de rehén y que me va a llevar no sé adónde. ¿Cómo
es que estoy segura?
—Nunca dejaré que nadie te lastime —dijo Nicholas con firmeza, y por
su tono parecía que lo decía en serio. ¿Pero cómo creer una palabra que
salía de su boca? Además, ¿quién sabía qué significaba su versión de
«seguridad»?
—¿Adónde me llevas? —preguntó ella.
—A mi casa en Brooklyn.
De inmediato empezó a sacudir la cabeza y retroceder hacia la pared al
mismo tiempo.
—No, no puedes llevarme allá. No puedo viajar. Sabes que no puedo…
—Hoy lo hiciste bastante bien.
—¡Me drogaste!
No dijo nada. Su mirada seguía firme.
—Dios mío, ¿es que tienes pensado drogarme todo el camino?
—¿Cómo viajabas antes? —preguntó él.
Se quedó boquiabierta y deseó poder negar que era exactamente lo que
había hecho cuando viajó a la casa de la tía abuela Trish hace tantos años.
Pero eso había sido diferente. ¡Para empezar, lo había hecho por voluntad
propia!
—¡No viajaba! —dijo—. Esa es la cuestión. Tenía toda una vida en
Oklahoma.
—¿En serio? —presionó Nicholas—. ¿Y qué clase de vida era esa?
Estabas completamente sola, sin nadie más que un gato de compañía.
—¡Ramona!
¿Cómo recordó a su amada gata solo en aquel momento?
—Está aquí, la he traído con nosotros.
—¿Dónde está?
Nicholas se extendió por la cama y levantó una jaula para gatos. Cuando
lo hizo, Sloane oyó a Ramona maullar.
—Cuidado —dijo Sloane, saltando y apresurándose para quitarle el
transportín. Se la arrancó de las manos. Era vieja y pesada, pero no le
importó. La dejó en la cama y la abrió de inmediato.
Ramona se abalanzó hacia sus brazos. Sloane se la llevó a su rostro
enseguida y la abrazó con fuerza. Y ambas estaban tan traumatizadas por
los eventos de aquel día, que Ramona se lo permitió sin huir. Ramona
siempre odiaba que la metieran en el transportín para ir al veterinario, y la
pobrecilla había estado recluida en esa horrible cosa todo el día.
—Shhh, shhh, lo sé, cariño —susurró Sloane, pasando la mano por el
pelaje de Ramona desde la cabeza hasta la cola. Se apartó de Nicholas y fue
a la esquina de la cama.
—Y cuando lleguemos a donde sea que vayamos, ¿entonces qué? —
preguntó Sloane mientras Ramona se cimentaba en su pecho. La gata no era
un muy buen escudo, pero la hacía sentir mejor.
Nicholas se encogió de hombros, pero el gesto pareció calculado.
—Luego empiezas una nueva vida. Pero lo harás en algún lugar en el
que pueda vigilarte y asegurarme de que estés a salvo de cualquiera que esté
persiguiendo a ese imbécil. —Señaló el cuarto de baño.
Sloane se quedó boquiabierta e impactada. Pasó un buen rato antes de
que pudiera encontrar su voz.
—Ya lo tenías todo bien pensado, ¿eh? Todo mi futuro, sin siquiera
consultarme nada.
Su mandíbula se tensó de aquella forma que se estaba volviendo
familiar.
—Las cosas son como son. No siempre tenemos todo lo que queremos.
¿Habrías preferido que no hubiera llegado y que ese cabrón hubiera hecho
lo que sea que haya tenido planificado?
—¡No! Pero eso no significa que quisiera…
—¡Madura! —estalló él—. Ya basta. Eres una malcriada princesita
estadounidense. Yo crecí sin saber cuándo volvería a comer. He tenido que
luchar por cada migaja que he tenido. Acabo de salvarte la vida, ¿y me das
las gracias? No. Sigo salvándote la vida y te ofrezco protección a futuro. Tal
vez deberías comerte la comida que también te he facilitado y dejarme
dormir para que pueda seguir protegiéndonos a los dos.
Sloane lo fulminó con la mirada. ¿Quería que le agradeciese? Sintió
deseos de ordenarle a Ramona que fuera a arañarle los ojos a ese idiota
arrogante.
Le dio la espalda, visiblemente irritada. Él y el hombre en el cuarto de
baño eran la prueba de que tenía razón: el mundo era un lugar peligroso y
aterrador. Lo único que había hecho mal fue exhibirse e invitar al mundo
exterior a su vida. Y eso ni siquiera estaba mal. Había trabajado
honradamente, y debió haber podido ganar su salario y mantenerse
apartada. ¡Nada de esto era justo!
Pero ¿desde cuándo importaba la justicia? Suponía que eso es a lo que
se refería Nicholas. Malcriada. ¡La había llamado malcriada! Si querer su
libertad era ser malcriada, bueno, entonces sí, suponía que era malcriada.
Se sentía furiosa e impotente por no poder hacer nada para cambiar la
situación en la que repentinamente se encontró, y…
Su respiración comenzó a acelerarse. Mierda. Cerró los ojos. No otra
vez.
—Mi medicina —dijo—. ¿La has traído? Necesito el xanax.
Cuando su voz le llegó a los oídos nuevamente, lo sintió demasiado
cerca.
—Sí, pero no es seguro tomarla con el sedativo que te he dado.
Abrió los ojos de golpe y sus respiraciones se aceleraron mucho más en
su pecho al oír sus palabras.
—Shhh, está bien, respira —dijo. Estaba justo enfrente de ella,
arrodillado—. He leído sobre esto. Hagamos la respiración cuadrada. Cierra
los ojos, inhala por cuatro segundos…
—Sé cómo hacer la respiración cuadrada —espetó ella.
Pero él contó: —Inhala, uno, dos, tres, cuatro.
Y, demasiado asustada para hacer alguna otra cosa, inhaló. Y cuando
dijo «exhala, dos, tres, cuatro», ella aguantó la respiración y luego exhaló
cuatro veces junto con él.
Repitió el proceso varias veces más, y le irritó sobremanera el hecho de
que se estuviese sintiendo más tranquila al final. Pero eso jamás se lo
confesaría.
Cogió el mando y encendió la tele, ignorándolo.
Él retrocedió.
—Voy a echar una cabezadita.
Ella siguió ignorándolo y no bajó el volumen de la tele en absoluto,
pero aquello no parecía molestarle. Se metió en la cama que estaba junto a
la de ella, se tapó con las sábanas, y en cuestión de minutos ya estaba
roncando.
Sloane se quedó mirándolo, horrorizada. Ramona se había hecho un
ovillo a su lado de la cama. Por lo menos todavía había comida para gato en
el transportín, pero quién sabía desde hace cuánto no había bebido agua. Se
levantó y llenó uno de los vasitos de vidrio para llevárselo; era poco
profundo y podría meter la cabeza para beber.
Nicholas no se movió ni un ápice cuando caminó por la habitación.
Sloane se mordió el labio y luego fue en puntillas hasta el teléfono, lo cual
era más complicado porque se encontraba en la mesita de noche entre
ambas camas. Levantó el aparato de su base, hizo una mueca por el
levísimo ruido que hizo y se lo llevó a la oreja.
Puede que Nicholas no haya necesitado atarla como lo había hecho con
el hombre en el cuarto de baño porque sabía que estaba atada por sus
propias fobias, pero todavía podía llamar a la policía para pedir ayuda.
Excepto que no había tono de marcado. Frunció el ceño y dio un toque
en la parte retráctil para poder colgar y volver a intentarlo, pero seguía sin
haber tono. Fue entonces cuando levantó el aparato y se dio cuenta de que
no estaba el cable que iba hacia la pared. Soltó un bufido, irritada.
Así que Nicholas no era un imbécil. Supuso que eso ya lo sabía. Volvió
a dejar el teléfono en la mesita de noche, pero Nicholas no se inmutó.
Entonces le sacó la lengua, furiosa e impotente, se volvió a sentar y miró la
tele por el resto de la noche.
—Solo somos tú y yo, gatita —susurró, acariciando a Ramona una y
otra vez.
ONCE

Sloane

SLOANE SE DESPERTÓ por el maullido de Ramona y un toquecito en su


rostro.
—Cielos, ¿qué pasa? —Sloane parpadeó hasta abrir los ojos, y buscó de
inmediato a Nicholas en la cama contigua… solo para encontrar que ya no
estaba.
Frunció el ceño y logró vislumbrar una nota garabateada en su cama
perfectamente hecha. Pero antes de cogerla para leer lo que ponía, Ramona
empezó a maullar más fuerte que antes y a dar saltos sobre ella una vez
más.
—¿Qué es lo que te…? —empezó a preguntar, pero otra voz la
interrumpió.
—Ha sido muy amable de su parte dejarnos solos.
Sloane movió la cabeza bruscamente en dirección al baño y gritó
«¡Nicholas!» a todo pulmón tan pronto como vio a Oliver erguido y
acercándose a ella. De alguna manera se había librado de las ataduras.
Ella retrocedió al mismo tiempo que él se abalanzaba sobre ella. Ella
rodó por el otro lado de la cama y aterrizó de rodillas entre su cama y la de
Nicholas. Trató de saltar de nuevo y lanzarse sobre su cama, pero no fue lo
suficientemente rápida.
Olly aterrizó con todo su peso sobre ella. No era un hombre corpulento,
pero vio que tenía una jeringa en la mano. Y la forma en que la tenía
inmovilizada, con ambos brazos debajo de sus rodillas…
Se resistió, pero no pudo zafarse de su peso. Su rostro se veía
contorsionado y feo mientras la miraba.
—Siempre me encantó verte dormir —siseó—. Soñaba sobre cómo
sería estar allí contigo. Me pongo nervioso cuando estoy cerca de las chicas,
quiero decir, de las mujeres; pero sabía que contigo sería diferente.
Sloane luchó aún más para sacárselo de encima, y él frunció el ceño y
levantó la jeringa.
—Aun así —prosiguió—, creo que sería mejor si fueras como mis
muñecas en nuestra primera vez juntos. Hermosa, callada, —Se inclinó y
respiró en su rostro, aplastando su pecho y sacándole todo el aire de los
pulmones—. Y absolutamente inmóvil.
—¿Qué hay de Nicholas? —preguntó desesperadamente—. ¡Regresará
en cualquier momento!
Pero Olly se limitó a sonreír.
—¿Quién dijo que solo había una aguja? He hallado su reserva.
Luego, antes de que pudiera distraerlo más, le clavó la aguja en el
centro del pecho y apretó el émbolo. Sloane dejó escapar un chillido
mientras sus ojos se abrían de par en par de terror abyecto.
En ese mismo momento, el pomo de la puerta se movió. Sonaba con
fuerza en sus oídos, y se quedó allí atónita cuando Olly se quitó de encima
y corrió para esconderse detrás de la puerta.
Esperó, con el corazón acelerado, esperando que las manchas negras
cubrieran su visión y que todo se desvaneciera y ennegreciera. En cambio,
parecía que el mundo se estuviera acelerando, como si fuese demasiado
ruidoso, demasiado rápido y lento al mismo tiempo. Ella se incorporó, y su
sangre palpitaba en sus oídos justo cuando Nicholas empujaba la puerta.
—¡No! —gritó, señalando detrás de la puerta al mismo tiempo que Olly
saltó hacia Nicholas con otra jeringa.
La expresión de Nicholas fue de sorpresa, pero se volvió y agarró la
muñeca del hombre justo a tiempo. Nicholas superaba con facilidad a Olly
en cuanto a fuerza. Si Olly hubiera podido inyectar a Nicholas y hubiera
tenido el elemento sorpresa, podría haber tenido una oportunidad. Pero en
una simple competencia de músculo contra músculo, no era rival para él.
Nicholas tiró la jeringa de la mano de Olly, y Sloane, sintiéndose más
nerviosa que nunca, se apresuró para cogerla antes de correr de regreso a la
seguridad de la cama.
Olly le dedicó una breve mirada de asombro y Nicholas aprovechó su
distracción momentánea. Lo llevó al suelo y le pegó el rostro de la
alfombra, sujetándole las manos por la espalda. Olly gritó como si le
estuviesen masacrando y Nicholas le pasó un brazo por el cuello.
Sloane dio un paso atrás, luchando por recuperar el aliento cuando los
ojos de Olly perdieron la dirección y finalmente se desplomó al suelo.
—Ay, Dios mío, ¿está muerto?
—¿Qué? —Nicholas se pasó la mano por el pelo—. No. Lo dejé
inconsciente por unos minutos.
Sloane se llevó las manos al cuello. Claro, le había hecho el mismo
movimiento en el auto.
—Vamos, tenemos que atarlo antes de que se despierte y empiece a
chillar de nuevo.
Sloane se cruzó de brazos.
—Oh no, y entonces alguien vendrá corriendo para descubrir que
alguien nos secuestró. Qué tragedia.
Nicholas simplemente la miró ceñudo mientras sacaba una bolsa negra
de debajo de la cama.
—¿Qué parte no entiendes de que hay hombres que vienen a por ti?
¿Crees que la policía te protegerá? No les importas una mierda. Estos
hombres no obran bajo las reglas de tu mundo. Te harán desaparecer, y
¿quién crees que va a dar la lata a la oficina de personas desaparecidas por
ti? Eres el tipo de persona que puede desaparecer de la faz de la tierra sin
que nadie se inmute. ¿Una trabajadora sexual solitaria sin familia ni
amigos? Despierta, Sloane. Tu mejor oportunidad es conmigo. Estoy
tratando de salvarte la vida y sería bueno si me ayudases por una puta vez.
Sloane extendió el brazo. Sentía que se iba a salir de su propia piel, la
cual se sentía diminuta y con picazón.
—¿Qué diablos crees que acabo de hacer? ¡Ese imbécil me llenó por
completo de drogas para dormir, pero me quedé despierta para decirte que
te estaba esperando!
Eso captó la atención de Nicholas.
—Espera, ¿qué? ¿Te puso una dosis?
Sloane asintió, señalándose el pecho y encogiéndose.
—Justo aquí. —Extendió la mano temblorosa para que él pudiera verla
—. Mira, todavía estoy asustada.
—Joder —dijo, apartándose de su bolso y acercándose a ella. Él le
cogió la mano, que verdaderamente temblaba en exceso.
La sujetó por la barbilla sin mucha suavidad y le echó la cabeza hacia
atrás.
—Mírame —ordenó con brusquedad, y luego maldijo de nuevo—.
Sloane, no te dio el sedante. Ese cabrón te dio una dosis de adrenalina. Te
inyectó adrenalina pura. No están etiquetadas y las tengo mezcladas con las
otras inyecciones porque conozco la diferencia entre sus viscosidades.
Siempre la llevo en mi botiquín.
—Mierda. —Ella extendió las manos, que le temblaban locamente.
Mucho más que cuando estaba asustada. Había muchas cosas de las que
tener miedo en los últimos días, pero nada de eso la había hecho sentir
esta… esta sensación de nervios, temblores y ganas de moverse y
arrancarse la piel de la que era víctima en estos instantes—. ¿Voy a estar
bien?
—Estarás bien —dijo él—. Déjame ocuparme de nuestro amigo aquí
presente y volveré enseguida. Pero sí, estarás bien. Los efectos se irán en
media hora.
Ella asintió, una y otra y otra vez, intentando sacudir las manos,
levantándose y caminando de un lado a otro. Vio a Nicholas sacar cinta
adhesiva de su bolso negro. Fue metódico al arrancar un trozo y taparle la
boca a Olly.
Olly comenzó a moverse, por lo que Nicholas le puso una rodilla en la
espalda y lo agarró por los brazos. Se sentía satisfactorio y demente a la vez
ver al hombre con el que estuvo sentada en la cocina tomando café y
comiendo magdalenas envolviendo con cinta las muñecas de su atacante de
una forma tan tranquila e implacable.
Olly recobró la conciencia y comenzó a patear y retorcerse como un pez
debajo de Nicholas. Nicholas no parecía inmutarse, pero con calma fue
hasta abajo y agarró sus piernas. Las forzó a permanecer cerradas y
procedió a atar con cinta adhesiva las piernas de Olly con una firmeza igual
a la de sus muñecas.
Para cuando terminó, Nicholas probablemente había usado la mitad del
rollo de cinta para atar al hombre. Pero, aparentemente, no había terminado
allí. Sacó una bolsa de lona aún más grande, tan grande que parecía una
bolsa olímpica. Y entonces, para su asombro, procedió a meter al hombre
dentro, o casi por completo, más bien. Sus piernas sobresalían, pero cuando
Nicholas se acomodó la bolsa sobre el hombro, se limitó a poner un suéter
sobre las piernas.
—Sujeta a la gata —ordenó Nicholas, con la voz todavía ronca.
Sloane se tiró al suelo, levantó a Ramona (afortunadamente no tuvo que
luchar contra ella) y luego observó con asombro cómo él abría la puerta y
sacaba las llaves del bolsillo. Su auto estaba allí, a unos dos metros de la
puerta, y afuera estaba oscuro de nuevo. Había pasado un día entero.
Nicholas echó un vistazo rápido a ambos lados, luego caminó con confianza
unos pocos metros hasta el auto y tiró su carga en el maletero.
Se inclinó sobre el maletero. Sloane no podía ver lo que estaba
haciendo; estaba enloqueciendo por el mero hecho de tener la puerta abierta
y mirar el gran mundo frente a ella.
El doctor Noah solía pedirle que hiciera terapia de exposición en casa,
donde pasaba tiempo con la puerta principal abierta y miraba hacia el patio
delantero. La había pasado mal con aquello. Y ahora aquí estaba, sabía Dios
dónde, viendo a un mafioso encerrar a otro en un maletero tras ser
secuestrada por el primer mafioso para protegerla de la otra banda o mafia o
en lo que sea que accidentalmente se haya visto atrapada…
—Necesito sentarme —le dijo a Ramona. Pero, tan pronto como lo
hizo, esa sensación de salirse de su piel la azotó de nuevo y se levantó de un
salto—. No, tengo que moverme, tengo que moverme —dijo
maniáticamente, acariciando a Ramona con tanta fuerza que chilló y
comenzó a arañarla para escapar—. Ay, no, cariño, lo siento —dijo Sloane
consternada mientras la miraba.
Por fortuna, en ese momento Nicholas cerró el maletero y regresó
adentro. Sloane bajó a Ramona tan pronto como cerró la puerta detrás de él.
—¿Ahora qué? —exclamó, llevándose las manos a la cabeza—. Dios
mío, ¿qué voy a hacer ahora?
Nicholas estaba fastidiosamente tranquilo mientras caminaba hacia ella.
—No vas a hacer nada. Nada ha cambiado. Nos atenemos al plan.
—¿El plan? ¿Qué plan? —Sloane avanzó hacia él y le asestó un golpe
en el pecho—. ¿El plan en el que vienes, arrancas toda mi vida de raíz y me
llevas a Nueva York para hacer qué? ¡No puedo continuar con mi negocio si
fue así como me encontraron, para empezar!
Nicholas la miró fijamente y tensó la mandíbula.
—¿Y de verdad querías hacer eso toda tu vida?
Sloane lo fulminó con la mirada y le puso un dedo frente a la cara.
—No te atrevas a avergonzarme por lo que tuve que hacer para salir
adelante. Era un trabajo honesto y mucho…
—Eso no es lo que quise decir.
—¿Ah no?
Resopló, frustrado.
—Me refiero a que puedes hacer algo mejor que eso. Eres más que un
cuerpo hermoso con el que los hombres de Internet se pueden correr.
—¿Qué más se supone que puedo hacer? —La adrenalina que corría por
las venas de Sloane había soltado su lengua y su inhibición—. No tengo
educación universitaria. No pude terminar porque no podía quedarme en el
campus e ir a clase.
—Podrías terminarla en línea.
—¿Para luego hacer qué? —casi gritó, a pesar de que lo último que
necesitaban era llamar la atención.
—Lo que sea que quisieras. —Invadió su espacio—. Te vendes por
poco y es una mierda. Podrías hacer cualquier cosa que te propongas. El
hecho de que te hayas convertido en una mujer de negocios exitosa de la
nada… Estoy seguro de que muchas chicas intentan ganarse la vida con el
camming, pero ¿cuántas ganan la cantidad de dinero que tú ganaste?
Ella se encogió de hombros, desestimando sus palabras.
—Bueno, lleva tiempo, pero si eres disciplinado y aprendes a jugar…
Él negó con la cabeza. Parecía frustrado con ella.
—Exacto. Eres inteligente y amigable. Apuesto a que fue tu
personalidad más que nada lo que hizo que la gente depositara esas fichas.
Haces que la gente se sienta…
—¿Qué? —preguntó ella, y el corazón le latía con fuerza por razones
que no podía entender por completo. Se dijo a sí misma que era la
adrenalina. Solo fue la inyección de adrenalina, eso era todo. No tenía nada
que ver con lo cerca que estaban—. ¿Cómo hago sentir a la gente? —Era un
pretexto para la pregunta «¿cómo te hago sentir?», pero él respondió de
todos modos.
Dio otro paso hacia adelante, haciéndola tragar saliva y retroceder un
poco, excepto que había una pared detrás de ella. Sin embargo, él no se
detuvo, y cuando volvió a hablar, ella pudo sentir su aliento mentolado en la
cara.
—Haces que la gente se vuelva loca —dijo con voz ronca—, y viva, y
los haces sentir como si todo lo que quisieran fuera un minuto más contigo,
y luego otro, porque tal vez entonces puedan seguir sintiendo todas esas
emociones por un rato más.
Fue la adrenalina lo que la impulsó a hacerlo, eso era lo que se diría a sí
misma más tarde. Inclusive pensó en ello cuando levantó los brazos y le
envolvió el cuello.
Sin embargo, sabía que era una mentira, pues había querido hacer
aquello desde casi el primer día que conoció a este enigma exasperante
hecho hombre. Era tan alto que tuvo que ponerse de puntillas, pero cuando
rodeó su cintura con las manos, él la ayudó a elevarla para encontrarse con
su cuerpo.
Y entonces sus labios se encontraron con una colisión.
Cielos…
¿Cuántas veces había descrito este tipo de besos apasionados en línea?
¿Cien veces? ¿Mil?
Pero esto de aquí, esto ahora mismo, el encuentro de sus cálidos labios
con los suyos… Clavó los dedos en su cuero cabelludo y luego los bajó. Él
le gruñó en la boca y posó las manos debajo de sus muslos. Sloane captó el
mensaje: dio un saltito y le envolvió la cintura con las piernas, y él la
inmovilizó contra la pared.
No pudo evitar gemir por el placer de sentirlo empotrado contra su
feminidad de esa manera. Sentía su miembro grande, duro y masculino
entre sus piernas. Cielos, él también estaba excitado, pues podía sentir el
pilar contra su estómago. Y era real, no uno de sus muchos consoladores o
vibradores de plástico.
Qué idea tan absurda la de perder su virginidad en medio de esta locura,
especialmente con esta persona. Pero no era como si nada en su vida
hubiera sido exactamente convencional. Y en aquel momento lo deseaba
casi más de lo que deseaba su próximo aliento.
Así que apartó la boca de la suya para susurrarle al oído:
—Por favor, dime que estás sano. Porque yo lo estoy y quiero sentirte
dentro de mí.
—Joder —gruñó él.
En cuestión de segundos se encontró tumbada de espaldas en la cama,
con las manos de él bajándole las bragas.
—¡Ah! —jadeó al sentir que las yemas de sus dedos rozaban la parte
exterior de sus muslos. No era nada tímido; le había bajado las bragas junto
con las mallas—. Estoy sano, cariño.
Sloane estaba expuesta ante él. Los latidos de su corazón golpeteaban
en sus oídos y también… también en aquel lugar entre sus piernas. Se
levantó apoyándose de los codos y se quitó la camiseta junto con el
sujetador.
Nicholas se detuvo, mirándola desde arriba y observándola desde la
cabeza hasta a los pies.
—Eres demasiado hermosa —murmuró antes de quitarse la camiseta y
los zapatos. Se desabotonó los pantalones y los manipuló lo suficiente para
bajárselos hasta el culo antes de volver a posicionarse sobre ella. Dios, eso
fue sensual y no sabía por qué. Pero era como si estuviera ansioso por
volver a su lado.
Y la breve imagen que había tenido de su cuerpo…. Bueno, no
decepcionaba; es todo lo que podía hacer.
Él trepó y se acomodó entre sus piernas, pero ella lo detuvo.
—Espera —dijo y él se congeló de inmediato, arqueando las cejas a
modo de interrogación.
—Y-yo quiero verlo —susurró, sintiendo la vergüenza enrojecer sus
mejillas—. Quiero tocarlo.
Una sonrisa cruzó su rostro, tras lo cual se dio la vuelta, se bajó los
pantalones por completo y se los quitó de una patada, y se puso las manos
debajo de la cabeza.
—Como desees.
Se mordió el labio inferior mientras se levantaba y se inclinaba para
inspeccionarlo. Estuvo vacilante al principio cuando extendió la mano para
tocarlo. Tan pronto como hizo contacto con su aterciopelada rigidez, volvió
la vista hacia él con sorpresa. Era cálido y la carne era tan…
Ella envolvió el miembro con su mano y lo movió arriba y abajo,
parpadeando y tratando de memorizar la sensación.
Nicholas la miró con atención absorta, inhalando de vez en cuando de
una manera que hacía sobresalir los músculos de su abdomen.
—Mierda, Sloane, es como si nunca hubieras…
Volvió a enfocar la vista en él y decidió admitirlo.
—N-no lo he hecho. Por lo menos no en la vida real.
Abrió los ojos como platos cuando ella bajó la cabeza, llevó la suave
piel que rodeaba su caliente hierro hacia atrás y se lo metió en la boca.
—Dios, joder —dijo, poniendo los ojos en blanco. Pero luego parpadeó
y respiró con dificultad al mismo tiempo que la miraba.
Movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo, aprendiendo a sentir un
pene real en contraposición a todos los falsos que había chupado y follado
durante sus cortos e ilustres años como modelo de cámara. Resultó que
tocar uno de verdad volvía a un hombre igual de loco, o peor. Bueno, mejor,
como era el caso en aquel momento.
Pero después de varios minutos más, Nicholas maldijo y le pidió soltar
su palpitante miembro. Ella gimió un poco, lamiendo una de las gruesas
venas de abajo por lo largo.
Pero él gruñó, decidido, y le dio la vuelta para que ella estuviera boca
arriba de nuevo. Y entonces sus labios se posaron sobre los suyos de nuevo.
Su pene estaba todavía bastante activo y hacía presión en su muslo mientras
su boca dominaba la de ella.
—Me estás diciendo… —dijo entre narcóticos besos—. Que tú… —Le
mordisqueó el labio inferior y lo soltó, lo cual ocasionó un débil sonido—.
¿Eres virgen?
Ella pestañeó y lo miró, sintiéndose vulnerable por primera vez desde
que se le insinuó. Ni siquiera podía pronunciar las palabras, así que solo
asintió.
Maldijo y volvió a besarla. Luego se apartó.
—Joder, dime que te han besado antes.
Ella negó con la cabeza y él gruñó, lo cual hizo que el pene que estaba
contra su muslo se endureciese más.
—Así que supongo que nadie nunca ha…
Se movió por su cuerpo, besando cada pezón y haciendo que arqueara
su cuerpo, pero no se demoró, no; siguió adelante, bajando, bajando cada
vez más, hasta que estuvo respirando en su sexo.
Solo una vez que estuvo allí, sus pecaminosos ojos oscuros volvieron a
mirar los de ella.
—¿Así que supongo que nadie ha hecho esto tampoco? —Le abrió las
piernas; luego, sacó la lengua y lamió su centro mientras mantenía el
contacto visual.
Sloane pensó que el corazón se le iba a detener por lo rápido que iba y
por el placer que ese acto provocaba en su cuerpo. No pudo mantener el
contacto visual. Echó la cabeza hacia atrás y el gemido agudo que salió de
sus labios fue completamente involuntario.
—Lo tomaré como un no —murmuró. Su aliento le hizo cosquillas, y
luego volvió a pasarle su muy habilidosa lengua.
En aquel momento abandonó este plano de existencia.
Dios, creyó que sabía de qué se trataba el placer. Después de todo,
trabajaba en el negocio del placer. Con frecuencia se corría frente a la
cámara. Tenía orgasmos casi todos los días, a veces múltiples.
Pero la boca de Nicholas en su sexo, las cosas que su lengua le hacía…
Ni siquiera podía…
Sloane finalmente se tapó la boca con el brazo para reprimir sus gritos
de placer. No era solo un orgasmo, era un orgasmo largo y continuo que
seguía y seguía de una manera que ella no creía posible.
Y después del tercer o cuarto minuto, aparentemente, Nicholas no pudo
soportarlo más, gracias a Dios.
Bajó por su cuerpo y se zambulló dentro de ella.
Solo entonces se dio cuenta de lo vacía que se había sentido. Se había
metido todo tipo de juguetes antes, pero nada comparado con el acero
caliente que era su miembro. No se parecía en nada a jugar sola. El placer
era exquisito, pero estar atiborrada y tener a Nicholas lo suficientemente
cerca como para envolverlo con sus brazos…
Se había limpiado la boca con el brazo, pero ni siquiera lo creía
necesario. Quería su boca, y si su lengua aún tenía su sabor, pues mejor.
Quería compartir cada fragmento de esta experiencia con él. Su cuerpo era
tan cálido y grande junto al de ella.
Él la empaló y se besaron frenéticamente, y pudo sentir su propio sabor
en medio del beso. Comenzó lentamente, pero, después del día que habían
tenido, eso no era lo que ninguno de los dos quería.
Ella lo instó a seguir, clavándole las uñas en su trasero hasta que él la
embistió de la manera en que solo había soñado; follándola contra el
colchón. Le envolvió la cadera con una pierna y dejó la otra extendida en la
cama para poder mover las caderas y conectar con las suyas.
Nicholas tenía una forma especial de arrastrarse cuando la penetraba; la
acariciaba en todos los lugares que ella necesitaba y su placer rápidamente
regresó al punto de quiebre.
Ella se aferró a sus brazos tatuados y musculosos y sintió que se
contraía. Los espasmos comenzaron y vio su rostro contorsionarse mientras
la embestía hasta el fondo y se vaciaba en su interior. Ella lo apretó aún
más, tomándolo, tomando todo lo que él tenía para darle, y, en aquel
desquiciado momento, supo que no quería dejarlo ir.
DOCE

Sloane

SE AFERRÓ a Nicholas y enterró la cabeza en su pecho durante un buen


rato luego de haber terminado. Era cálido y firme, y Sloane no sabía qué
decir. Tampoco quería apartarse todavía.
Apartarse de él significaría volver al mundo real, y el mundo real era
demasiado… caótico y descabellado. Aunque lo que ella y Nicholas
acababan de hacer no era nada menos descabellado. En breve, su vida había
dado un puñetero salto al abismo de la locura. Seguía esperando que todo se
enderezara solo… pero no, solo pasaba de lo demente a un grado mayor de
locura.
Acababa de tener sexo. Ya no era virgen, y fue mucho mejor de lo que
había previsto. Después de tanto tiempo había asumido que, de cierto modo,
el acto real no estaría a la altura. Pero, pensándolo bien, nunca había
anticipado a Nicholas. ¿Cómo habría podido? Era completamente
imprevisto. Nada en su experiencia podría haberla preparado para la
excavadora Nicholas que arribó a su vida.
Pero allí estaba y, tal parecía que ya no había vuelta atrás.
Sloane se sintió orgullosa de sí misma cuando por fin reunió la valentía
para darse la vuelta y mirar su gran y ancho rostro.
—¿Y ahora qué?
Soltó un gruñido por lo bajo y se pasó una mano por el rostro.
—Intentaba no pensar en eso. Estar contigo me ayuda a olvidarme de
todo. —El brazo que la rodeaba la atrajo hacia sí con fuerza, acercando más
sus cuerpos desnudos.
Antes había sentido deseo, pero su acción hizo que un escalofrío bajase
por su columna vertebral. No pasó por alto la forma en que su mástil
comenzó a endurecerse de nuevo por el contacto. Su sexo se estremeció y
contrajo con anticipación solo con sentirlo, pero, muy a su pesar, Nicholas
se sentó en la cama y la levantó también.
Se quedaron sentados, desnudos, hombro con hombro. Él la miró a los
ojos con intensidad, extendió una mano y rozó su labio inferior con el
pulgar.
—Maldición —susurró—. Tú tientas a cualquier hombre a perder la
cabeza.
Se inclinó y la besó fervientemente, como si hubiera perdido la noción
de lo que sea que haya querido decir o hacer. Ella cedió, pues adoraba la
idea de generarle al hombre semejante distracción.
Pero Nicholas era más disciplinado que ella y se separó del beso,
apoyando la frente contra la suya y frotándola a la vez que soltaba un fuerte
suspiro.
—Pronto te meteré en la cama y no saldrás de ahí en días. Pediremos
comida y exploraré cada centímetro y rincón de ti. Eso te lo prometo.
Ella pestañeó. Unos temblores de anticipación la invadieron en olas
mientras otra parte de sí misma exclamaba «espera, espera, no». Esto era
cosa de una sola vez. Era la adrenalina y la locura momentánea que…
Pero entonces la volvió a besar y supo que esa voz estaba fuera de sus
cabales, porque sus besos la enviciaban y se sentía intoxicada por él… Solo
llevaba conociéndolo un par de semanas y no sabía las cosas más
importantes sobre él o lo que hacía… y aun así se había vuelto adicta a su
presencia. Como le había dicho, no todo lo que le contó fue mentira. A
menos que aquello fuese una mentira también.
Pero la terrible verdad era que tenía razón: sí se sentía sola,
dolorosamente sola, ávida de contacto humano significativo. Y helo aquí,
listo para ocupar sus espacios vacíos, acariciar su cuerpo hasta las cumbres
del placer, y ofrecer cuidarla y protegerla. Era suficiente para que una mujer
perdiese la cabeza, lo cual le estaba pasando. Estaba perdiendo el sentido y
le asustaba a muerte tener que arrepentirse en algún momento de aquel
comportamiento impulsivo.
Pero en ese momento, con sus fuertes brazos abrazándola y sus labios
en los suyos, no se arrepentía de ni una sola cosa. Le devolvió el beso con
el mismo fervor y empezó a subirse a su regazo al mismo tiempo que él se
apartaba; luego rio, la levantó por la cintura y la dejó a un lado de la cama.
Luego, gruñó.
—No sabes cuánto quiero una segunda ronda, pero tenemos que
ponernos en rumbo.
Bueno, si había una manera de truncar sus sentimientos pecaminosos,
era aquella. Se separó de él y se levantó, cruzándose de brazos. También se
alejó unos cuantos pasos.
—Sloane, lo siento. No seas así. Sabes que, si hubiera cualquier otra
opción, la tomaría.
Se acercó desde su espalda y acarició sus hombros y brazos, dándole un
apretón.
—Te prometo que te cuidaré. No te daré más de lo que puedas aguantar
y conduciré rápido, pero con cuidado. No dejaré que nada te suceda, te lo
juro.
Sloane soltó un suspiro tembloroso y se volvió hacia él.
—¿Cómo puedes pedirme que confíe en ti? Apenas te conozco. Tus
motivos son… sospechosos, a lo sumo. —Negó con la cabeza.
Él asintió.
—Lo sé, pero confiaste en mí lo suficiente para darme tu cuerpo. Todo
lo que te pido es un poco más. —La cogió de la mano y se la llevó al
corazón—. Me conoces. Conoces al verdadero yo. Confía en mí.
La estaba mirando con tanta honestidad… El mismo hombre al que
había visto atar fríamente a Olly y tirarlo en el maletero sin titubear. ¿Era un
hombre así digno de confianza? ¿De verdad podía presionar un botón con
tanta facilidad y apagar o encender sus emociones?
La verdadera pregunta era… ¿tenía alguna opción?
Y la parte tonta en su interior que quería a Nicholas anhelaba creerle.
Así que, rezando por no estar cometiendo el error más grande de su vida,
dio un salto de fe.
—Confío en ti —susurró, sintiendo que no se habían proferido tres
palabras más aterradoras en el idioma español—. Por favor, no me lastimes.
Él reaccionó solemnemente ante sus palabras y asintió.
—Nunca —dijo, y sonaba como si estuviese haciendo un juramento.
—Vale —respondió ella, pero no pudo evitar que su voz sonase algo
temblorosa.
Sobre todo, cuando él asintió y se dirigió al cuarto de baño, donde abrió
la cremallera de una pequeña bolsa negra de nailon y sacó otra jeringa más.
Debió haber sido en aquel lugar donde Olly las cogió.
Nicholas examinó la jeringa con cuidado bajo la luz y luego hizo lo
mismo que hacían las enfermeras: la apretó para que saliese un chorrito
antes de volver con ella.
Ella tragó saliva y volvió a ponerse la ropa.
—Ven, túmbate —dijo, señalando hacia la cama.
Ella obedeció y sintió que el corazón se le empezaba a acelerar, aunque
no era nada en comparación con lo de antes. Se preguntó fugazmente si
aquello sería obra de la vida, o de Dios, o del universo, o lo que sea en lo
que uno creyera: permitir que cosas terribles pasaran de vez en cuando para
que otras situaciones se pudiesen ver en perspectiva.
Por supuesto, puede que el hombre con el que acababa de acostarse le
estuviese inyectando un sedante para que durmiera durante todo el tiempo
que quisiera conducir hoy, pero era por su propio bien. Lo hacía para
ayudarla.
O estaba manipulándola con las mejores armas y ahora se estaba
entregando voluntariamente a él y a quienquiera que fuese su jefe,
caminando directo al nido de víboras.
—¿Estás lista? —preguntó Nicholas.
Obstinadamente, extendió su brazo hacia él.
—Estoy lista. Hazlo. —Ingenua o no, no quería ver qué otras opciones
tenía. Por ahora, confiaría en él.
Nicholas no quiso esperar ni prolongarlo. Le pinchó el brazo con la
aguja y unos segundos después todo empezó a verse borroso.
Y, a la inversa de todos los cuentos de hadas, lo último que sintió fue el
beso en sus labios a medida que se quedaba dormida.
TRECE

Sloane

—DESPIERTA, cielo.
Sloane pestañeó violentamente a la vez que se despertaba sobresaltada,
y encontró a Nicholas retrocediendo y poniéndole la tapa a un bote de sales
aromáticas.
Estaba en un auto, pero, antes de que pudiera empezar a entrar en
pánico, Nicholas puso su mano sobre la suya.
—Mira a tu alrededor. No estamos afuera. Estamos en un garaje
subterráneo.
Su respiración seguía entrecortada mientras miraba a su alrededor y
luchaba por asimilar todo a la vez.
—¿Dónde estamos? —preguntó sin aliento, apenas capaz de pronunciar
la pregunta. Se revolvió en su asiento, muy consciente del hecho de que
tenía que ir al baño de nuevo.
—Estamos aquí. En Brooklyn.
No podía dejar de parpadear. Sentía los ojos secos y arenosos. La boca
también. Había sentido lo mismo la última vez que se había despertado,
supuso, pero entonces al menos se había despertado sola. Despertarse
repentinamente en estos alrededores…
Y luego se quedó paralizada.
—Nicholas —siseó—. ¡Esos hombres! —Señaló a unos hombres
grandes y brutales que se acercaban al coche.
Él asintió.
—Son amigos. —Le apretó la mano con fuerza—. Pero escucha, esto es
importante. No digas una palabra. Lo digo en serio, ni una sola palabra
hasta que estemos solos de nuevo. Es posible que veas cosas que te asusten,
pero de todas formas no puedes decir nada. Te cuidaré y necesito que
confíes en mí. ¿Podrás hacerlo?
—Está bien, pero Nic…
Los hombres casi llegaban donde ellos se encontraban. Eran casi tan
grandes como Nicholas y no parecían amigables.
—Esto es en serio. No hables más.
—¡Pero tengo que ir al baño! —soltó justo cuando llegaron junto al
auto.
Nicholas solo asintió, le dio un último apretón a su mano y la soltó
mientras bajaba la ventanilla.
—Llegas tarde —dijo uno de los hombres. Tenía más acento que
Nicholas y era mayor. Parecía de mediana edad y tenía cabello oscuro y
canoso.
—Conduje tan rápido como fuese seguro. ¿Está Alexei por aquí?
—Papá quiere verte a primera hora. —Entonces el hombre miró a
Sloane por encima del hombro de Nicholas—. ¿Qué es eso? Se suponía que
solo debías traer a Olezka. ¿Es un regalo para Papá o algo así? Tenemos
suficientes putas en el establo, pero supongo que siempre hay espacio para
una más.
Miró a Nicholas rápidamente, con el corazón en la garganta. ¿Putas?
¿Establo? ¿En qué diablos se había metido?
—Yo mismo hablaré con Papá sobre ella.
El hombre enarcó las cejas, pero no dijo nada. Sloane no tenía un buen
presentimiento sobre nada de esto.
—Olezka está en el maletero. ¿Quieren ayudarme con él? Puede que a
estas alturas esté hecho un desastre. No lo he visto en horas y no se veía
nada bonito cuando lo hice.
El hombre gruñó e hizo un gesto al otro que estaba con él. Nicholas se
agachó y abrió el pestillo del maletero.
—Está bien —le dijo en voz baja a Sloane—. Quédate detrás de mí y
recuerda: ni una sola palabra.
Ella asintió con la cabeza temblorosa a pesar de que se sentía estúpida.
La presencia de esos otros dos tipos brutales era suficiente para que se
callara. Estaba cada vez más segura de que eran mafiosos. Mierda…
Traficaban chicas estúpidas como ella. Le temblaban las piernas cuando
salió del auto.
Nicholas se encontró a su lado de inmediato y la cogió del brazo para
estabilizarla. Ella lo miró a los ojos, tratando de implorarle con la mirada
que le asegurara que no le había estado mintiendo todo este tiempo y que no
era una oveja tonta que caminaba con un lobo directo a una guarida de
lobos más aterradores.
Sin embargo, ¿a dónde más podría ir? Si iba a intentar escapar, debería
haberlo hecho en el hotel cuando estaban en el centro del país, no aquí,
cuando era demasiado tarde. Pero ella también estuvo atrapada en aquel
sitio. La habían atrapado sus fobias, que le impidieron salvarse, y ahora
estaba…
Detrás de ellos, Ramona maulló lastimeramente. Sloane se dio la vuelta.
—Volveré a por ella. Dejé las ventanillas abiertas y hace frío en el
garaje. Estará bien —dijo Nicholas en voz baja—. Ahora camina.
Era una orden, no la voz suave y amable con la que normalmente le
hablaba. Y mientras miraba hacia atrás, vio a los otros dos hombres sacar a
Olly todo sucio del maletero. Se veía sin fuerzas entre los dos hombres,
como una muñeca rota. Lo arrastraron sin molestarse en desatarlo.
Todo el grupo avanzó hacia un ascensor. Sloane estaba bastante segura
de que habría colapsado al ver sus entornos, pero la situación se sentía tan
peligrosa que había demasiados estímulos a la vez. Contenía la respiración
mientras avanzaba a trompicones junto a Nicholas.
Y luego se metieron al ascensor. Los cinco. Apartó la vista de Olly,
quien por fin lucía un poco más vivo. Olía absolutamente repugnante por el
sucio del maletero. Se acercó a Nicholas y luego se preguntó si lo hacía por
una ridícula lealtad que estaba a solo unos minutos de traicionarse.
El viaje en ascensor pareció durar una eternidad y, a la vez, muy poco
tiempo. A su lado, Nicholas les preguntó a los otros hombres algo en otro
idioma. Ruso.
Y luego, antes de que estuviera lista, el ascensor sonó y los hombres que
sostenían a Olly en el medio salieron, llevándolo a rastras. Empezó a
resistirse, aunque Sloane no tenía ni idea de por qué. ¿Qué bien pensaba que
le haría aquello en este punto?
Por su bien, trató de caminar con tanta dignidad como pudo. No sabía si
había alguna forma más astuta de abordar esto. Todo lo que Nicholas le dijo
fue que no hablara, lo cual no sería ningún problema. Se miró a sí misma.
Llevaba una camiseta extragrande con botones, mallas y zapatillas. Tenía el
cabello despeinado; ni siquiera había tenido tiempo para recogérselo o
peinarlo. No tenía ni idea de qué tipo de impresión estaba tratando de
causar ni de si aquello importaba en absoluto.
Estaba casi convencida de que estaba entrando en algo en el que todo su
futuro estaba a punto de determinarse y no podía opinar sobre nada; de que
estaba en un mundo y una situación que no entendía. Sin embargo, un cierto
instinto de autoconservación le impidió entrar en pánico por completo, algo
que, francamente, no sabía que era capaz de lograr. Resultó que cuando
estaba lo suficientemente asustada…
Caminaron por un pasillo aparentemente interminable y luego uno de
los hombres que había estado sujetando a Olly llamó a una puerta.
—¿Jefe? Somos nosotros. Estamos aquí con el paquete.
La puerta se abrió y ambos entraron con Olly. Nicholas agarró con
firmeza la parte superior del brazo de Sloane y tiró de ella hacia adelante
para seguirlos.
Sloane no estaba segura de lo que estaba esperando cuando entraron y,
sin duda, le menos que esperaba ver era a un hombre sentado en una
enorme silla con forma de trono mientras una mujer arrodillada frente a él
se la chupaba.
Sloane apartó la mirada de inmediato, pero nadie más pestañeó. Mierda,
mierda, demonios. Había sentido mucho orgullo de sí misma por no
hiperventilar antes de entrar en la sala, pero si este era el tipo de lugar
donde esperaban que sus mujeres…
Establo de putas. Establo de putas.
Su corazón comenzó a acelerarse con tanta fuerza que escuchó el
martilleo en sus oídos. Dios santo, estaba perdida.
—Papá Dimitri, señor. Le traigo a Olezka Tereshchenko, como lo
prometí —entonó Nicholas con tono de deferencia. Los otros dos hombres
arrastraron a Olly hacia adelante.
—Quítele la cinta de la boca —dijo Dimitri.
El hombre de la izquierda arrancó la cinta y Olly inmediatamente
comenzó a hablar a raudales.
—Sé quién eres, y si es un rescate lo que estás buscando, mi padre lo
pagará. Déjame hablar con él. Ponlo al teléfono. Podemos arreglar algo. Me
has dejado vivir todo este tiempo, así que es obvio que quieres algo de
nosotros. Hablemos. Sé que podemos llegar a un acuerdo…
El hombre al que llamaban Papá hizo un gesto con la mano y el tipo
volvió a colocar la cinta sobre los labios de Olly, que seguía farfullando.
Sloane había levantado la mirada lo suficiente para ver qué estaba pasando.
Dimitri hizo todo esto mientras la mujer seguía chupándolo. De hecho, la
agarró por la cabeza y la empujó con más brusquedad.
Sloane luchó por no soltarse de la mano de Nicholas ante la escena.
—Pásale un móvil, déjalo marcar —ordenó Papá Dimitri sin más
urgencia que si estuviera pidiendo una pizza. No apartó la mano de la
cabeza de la mujer; la cogía del cabello con la mano cerrada y la bombeaba
de arriba abajo.
Le soltaron las manos lo suficiente para que pudiera marcar en un móvil
que sacó uno de los hombres.
—Que sea una videollamada —ordenó el jefe—. Muéstrale a
Tereshchenko que tengo a su hijo.
Uno de los hombres presionó el botón de llamada y Sloane solo pudo
observar, horrorizada, cómo se desarrollaba la escena frente a ella.
Se escuchó la voz de un hombre mayor al otro lado de la línea.
—¡Olezka! —exclamó una voz fuertemente acentuada.
Olly luchó y trató de liberarse, gritando contra la cinta que tenía en la
boca, pero los dos matones a sus costados lo sujetaron con fuerza.
Le entregaron el móvil a Nicholas y él lo sostuvo sin decir una palabra
hasta que Papá Dimitri exigió:
—Ahora enfócame.
Nicholas lo hizo.
—Hola, Tereshchenko, viejo amigo mío. Mira, tu hijo vino de visita.
—¡Maldito hijo de puta, suelta a mi hijo!
Dimitri chasqueó la lengua, sin soltar ni una sola vez la cabeza de la
mujer. Desde donde Nicholas sostenía el teléfono, Sloane podía ver que ella
estaba en la imagen. Sin duda conocía a su jefe lo bastante bien como para
saber que así lo quería.
¿Cómo podía trabajar para este monstruo?
—Quizás deberías haber pensado en eso antes de empezar a invadir mi
territorio. Supongo que no eres tan intocable como pensabas, ¿eh, amigo?
—¡Bien, bien! —exclamó el hombre—. Nos iremos de tu territorio a
partir de ahora. Solo devuélveme a mi hijo ileso.
Papá Dimitri apartó con fuerza a la mujer. Esta apenas pudo sostenerse
con los codos y luego se alejó a gatas mientras él se levantaba con el pene
al aire.
—¡Quizás deberías haber pensado en eso antes de faltarme el respeto!
—bramó él.
Agarró su pene y comenzó a masturbarse él mismo.
—¿Sabes qué es lo que me excita de verdad?
—¡No me importan tus repugnantes deseos pornográficos, maldito!
Deja ir a mi hijo o te juro que…
—¿Qué me juras? —Dimitri se rio y caminó hacia Olly, que estaba
encogido entre los dos enormes guardaespaldas. Continuó tocándose con la
mano izquierda y con la derecha sacó una pistola gigante de aspecto
aterrador de la funda de uno de sus guardaespaldas.
—¡No! ¡No, no te atrevas, Dimitri! Te lo juro, maldita sea, te juro que…
No, no…
Pero Papá no se detuvo. Sloane quiso apartar la mirada. Sabía que debía
hacerlo. Sabía que no quería que lo que pasaría a continuación quedara
grabado en su memoria. Sin embargo, no apartó la mirada; no pudo hacerlo.
Así que vio el momento exacto en el que Dimitri se corrió, derramando
semen, exactamente al mismo tiempo que apretó el gatillo.
Sloane retrocedió por el ruido y la explosión de la cara de Olly, y,
simultáneamente, Dimitri echó la cabeza hacia atrás y continuó tocándose
con fuerza, agotando hasta el último chorro.
El sonido del padre de Olly llorando y gritando de fondo era un ruido
que Sloane sabía que nunca olvidaría en la vida. Cerró los ojos con fuerza y
deseó que el suelo se la tragara por completo.
—Cuelga la llamada.
El ruido se cortó y luego la sala se quedó en silencio. Excepto por el
ruido de un cuerpo que cayó al suelo. Sloane mantuvo los ojos cerrados con
fuerza. Podía sentir la humedad en su rostro. Era la sangre de Olly. Estaba
cubierta de ella, igual que todos los demás.
Estaba temblando con tanta fuerza que se alegró de que Nicholas la
estuviera sujetando del brazo. Temía haberse desmayado si no hubiese sido
por eso. Una parte de ella lo deseaba para hundirse en la inconsciencia y
olvidar toda esta pesadilla. Pero no, su futuro aún no se había determinado,
y con un hombre tan volátil y horrible como Dimitri al mando de las cosas,
necesitaba mantenerse concentrada y bajo control. No podía enloquecer
ahora.
La voz de Papá Dimitri sonó sorprendentemente tranquila cuando se
dirigió a Nicholas tras aquello.
—¿Quién es esa a tu lado? Creí haber dicho que no quería testigos. ¿Me
la has traído?
—Señor, si me permite. —La voz de Nicholas estaba matizada por la
deferencia sumisa—. Quiero que ella sea mi mujer. La he traído para pedir
su bendición.
Sloane abrió los ojos de nuevo al oír eso, pero no los apartó del suelo.
Tenía la sensación de que, en esta negociación, ella no era más que
propiedad al menos ante los ojos de Papá Dimitri.
Papá Dimitri se rio.
—Bueno, qué presentación más buena, joder. Lo que acaba de
presenciar la convierte en un lastre. Y sabes qué pienso al respecto.
—Siempre confío en su sabiduría, señor. Sé que tiene sus razones.
Papá Dimitri soltó otra risa.
—¿Por qué debería hacerte este favor?
—Siempre he sido su hermano leal, señor. Lo he sido desde que le juré
lealtad, tal como lo hizo mi padre antes que yo. Me ha dado una familia y
un lugar al que pertenezco. Finalmente he encontrado a una mujer que
quiero como esposa. Me sentiría honrado si pudiera realizar la ceremonia y
bendecir nuestra unión, ya que mi propio padre ha fallecido, señor.
Hubo un largo momento de silencio. Sloane tuvo la sensación de que
Nicholas había sorprendido a Dimitri, algo que imaginaba que era difícil de
lograr. Las palabras de Nicholas ciertamente la habían dejado boquiabierta.
¿Quería casarse con ella? ¿Desde cuándo? Parpadeó y la alfombra salpicada
de sangre se volvía clara y luego borrosa. Tenía muchas ganas de ir al baño.
Oficialmente, esto ya era demasiado.
¿Y si Papá Dimitri decía que no? ¿Y si negaba la petición de Nicholas y
exigía que ella le chupara el pene? ¿Entonces qué? ¡Era evidente que Papá
Dimitri estaba loco, y Nicholas acababa de entrar aquí y poner todo su
futuro en sus manos!
—Me has pedido un favor, ¿y sabes qué? Estoy de buen humor, así que
te lo daré. Pero que sepas que lo tendré en cuenta y te pediré ayuda en el
futuro más allá de tus deberes habituales. Sin vacilar, acudirás a mí y harás
lo que te pida. Lo que sea que pida. Sin dudar.
—Sí, señor. —Nicholas inclinó la cabeza—. Por supuesto que sí. Como
siempre, señor. Sin dudar.
Entonces Papá Dimitri sonrió. Contemplarlo fue un espectáculo
aterrador. Estaba empapado en sangre más que los demás. Cogió un vaso de
un líquido de color ámbar —el vaso también estaba salpicado de sangre—,
se lo bebió y lo tiró contra la pared, donde se hizo añicos.
—Limpien eso —gritó a la sala en general, y los dos hombres que
habían traído a Olly y la mujer que lo había estado atendiendo
anteriormente se pusieron en acción mientras él rodeaba a Nicholas con el
brazo—. ¡Tenemos una boda para la que prepararnos!
CATORCE

NICHOLAS

SLOANE ESTABA TEMBLANDO para cuando Nicholas la llevó a su


habitación.
El edificio había sido alguna vez un hotel. Papá Dimitri lo compró y
asumió el cargo de casero, aunque muchos de los «inquilinos» eran sus
hombres, y el resto eran familias de inmigrantes rusos, a menudo de
segunda generación, a los que estaba feliz de tener bajo su influencia.
Se había establecido en el corazón de la comunidad ruso-estadounidense
en Brooklyn, y la popular panadería rusa en el primer piso le daba un aire
respetable al lugar. Por supuesto, el club de striptease a una calle que
también dirigía Papá era mucho menos respetable, pero había una razón por
la que decidió vivir arriba de la panadería y no del club, después de todo.
Nicholas cerró la puerta detrás de ellos y Sloane se giró hacia él.
—Ramona —dijo con voz frenética mientras se aferraba al anverso de
su camiseta—. Necesito a Ramona.
—Está bien —dijo, asintiendo—. Dúchate. Yo la traeré.
Ella asintió con la cabeza, pero tenía los ojos vidriosos. No parecía ella
misma. Joder, lo de Papá había sido un espectáculo del infierno. Nicholas
nunca había pasado mucho tiempo con el jefe principal. Sabía que los
gustos de Papá Dimitri podían ser excesivos, por supuesto, pero por todos
los cielos. Detestaba que hubieran irrumpido cuando algo así estaba
desarrollándose.
Quería quedarse y decir algo para mejorarlo, pero no tenía ni idea de
qué. ¿Qué demonios podía decir que borrase la imagen de…? Maldición,
hasta él quería eliminar ese retorcido recuerdo de mierda de su mente.
En cambio, retrocedió.
—Vuelvo enseguida.
Se cruzó de brazos, pero luego los puso a sus costados de inmediato
cuando tocó su camiseta, que tenía sangre y otros… restos en ella. Sloane se
estremeció visiblemente.
—Solo métete en la ducha —reiteró y señaló el cuarto de baño. Era una
habitación pequeña, básicamente un estudio, ya que, sí, era una habitación
de hotel reconvertida.
Ella asintió rígidamente, pero al menos había emprendido el camino
cuando él salió. Esperó a que la puerta se cerrara detrás de él antes de correr
por el pasillo y subir las escaleras en lugar de esperar el antiguo ascensor.
Cuando regresó con el gato, oyó la ducha. Su móvil sonó casi tan pronto
como regresó a su habitación. Dejó el transportín en el suelo y sacó el
aparato. Tenía las manos salpicadas de sangre y vísceras y dejó caer el
móvil tan pronto como vio el mensaje de uno de los lacayos de Papá
Dimitri: TÚ Y LA FLAMANTE NOVIA BAJEN A LA PANADERÍA A
LAS 18:00 PARA LA CEREMONIA.
Mierda, debería haber sabido que, cuando Papá Dimitri dijo que quería
presidir la ceremonia, pretendía que fuese de inmediato. Nicholas miró el
reloj de su móvil. Eran las 17:15. Solo cuarenta y cinco minutos antes de
que tuviera que mejorar el estado mental de Sloane para caminar por el
altar. Llamó a la puerta del baño y entró.
Ella gritó y asomó la cabeza por un lado de la cortina.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
—Tengo a Ramona. Se encuentra bien. Tenemos que hablar.
—Lárgate.
Dejó escapar un suspiro de frustración.
—Mira, no tenemos mucho tiempo. Tienes que ducharte rápido.
Abrió la boca y parecía que estaba lista para arrancarle la cabeza. Bien,
eso era mejor que la expresión catatónica que tenía antes.
—Nuestra boda está programada en cuarenta y cinco minutos. Bueno…
—Volvió a mirar su móvil—. Mejor dicho, cuarenta y tres minutos a partir
de ahora.
—¿De qué diablos estás hablando? Acabamos de llegar. Y… y ese
hombre… —Tragó saliva y luego volvió a cerrar la cortina de golpe. El
vapor flotaba por la parte superior de la ducha, como si hubiera ajustado la
configuración para hacerla más caliente.
Nicholas soltó otro suspiro de frustración.
—Mira —dijo, hablando en voz alta para que lo escuchase por encima
del agua—. Entiendo que estas no son las circunstancias ideales, pero
tenemos que andar con cuidado. Como has visto, Papá Dimitri puede ser
volátil. Pero si…
—¡¿Volátil?! —exclamó con un tono tan agudo que casi le lastimó los
tímpanos. Tiró de la cortina hacia atrás, y esta vez su cabello estaba lleno de
espuma. Bien, al menos su ducha estaba progresando. Sin embargo, los ojos
le ardían de furia, así que tal vez «progreso» era una palabra demasiado
esperanzadora—. Ese hombre es un psicópata —siseó.
Nicholas se encogió de hombros.
—Tal vez. Pero es un psicópata poderoso. Y es bueno con las personas
que le son leales, así como yo.
Se quedó boquiabierta y la espuma le corrió por la cara. Ella retrocedió
y cerró la cortina de golpe.
Nicholas se sintió impaciente con la tontería de la cortina. No tenían
tiempo para esto y no es como si él no hubiera visto cada centímetro de su
cuerpo de cerca y en persona. Se quitó de un tirón su camiseta manchada de
sangre y la arrojó al suelo con su pila de ropa arruinada. También se bajó
los vaqueros oscuros y se quitó las botas.
Luego apartó la cortina y se metió en la ducha con ella.
Ella gritó y se cubrió los pechos.
—¿Qué haces? —chilló ella—. ¡Vete!
Él puso los ojos en blanco.
—¿Por qué eres pudorosa ahora? Vi todo tu cuerpo, ¿o no te acuerdas
de lo de anoche?
—¡Eso fue diferente! —exclamó.
—¿En qué? —preguntó él, alcanzando la pastilla de jabón y metiéndola
en el rocío de agua que ella acaparaba lo justo para mojarlo y así hacer un
poco de espuma con la que lavarse.
—Eso fue antes de que supiera que eras un… —Se calló, quitándose el
agua del rostro para poder seguir mirándolo con incredulidad. Seguía
cruzada de brazos para cubrir su decencia.
—¿Un qué? —preguntó, comenzando a irritarse.
—Un gánster —concluyó, descargando toda su furia y juicio en una sola
palabra.
Tiró el jabón en la jabonera, pero falló y este acabó dando vueltas en el
suelo.
—¿Alguna vez te juzgué por lo que hacías? Tú vienes aquí y de repente
soy diferente al hombre con el que te acostaste ayer porque no te gusta mi
trabajo, aunque hice lo mismo que tú: hice lo que tenía que hacer para salir
adelante.
—¡No es lo mismo en absoluto!
—¿No? ¿Por qué no?
—¡Porque lo que hago nunca acabó con los sesos de un hombre en las
paredes de una habitación! —gritó, bajando por fin los brazos, pero solo
para estirar la mano y empujar a Nicholas. Era como un mosquito tratando
de empujar una roca. Ni siquiera se movió. Lo cual aparentemente solo la
enfureció más pues continuó en ello, empujando y golpeándole el pecho
con sus pequeños puños.
Finalmente, Nicholas la agarró por las muñecas y tiró de ella hacia
adelante hasta que la atrajo hacia él. Ella se resistió, pero él la inmovilizó.
Sus cuerpos humeantes y jabonosos estaban entrelazados. Ella se rindió tras
unos momentos cuando notó que era inútil, y lo miró.
La furia en sus ojos era innegable, y cuando le gritó un «te odio» en el
rostro, no pudo negar que le dolió.
Siguió sin soltarle las muñecas. Se limitó a moverla hacia atrás hasta
que el chorro de agua le cayó en la cabeza y empezó a escupir.
—Muy bien, ódiame —soltó él—. Pero, aun así, caminarás por ese altar
con una sonrisa en el rostro si quieres sobrevivir para llegar a la semana que
viene.
Trató de empujarlo de nuevo a la vez que escupía agua y luchaba por
mirarlo, pero no pudo porque el agua le quitó el resto de la espuma del
cabello. Nicholas le soltó las muñecas, levantó las manos y la ayudó a
terminar de lavar su cabello bruscamente.
Sloane se quedó quieta, pero para nada pasiva; él aún podía sentir la
furia que emanaba de ella mientras pasaba sus manos por su cabello y luego
metódicamente por su cuerpo, limpiándola de manera eficiente y rápida.
—Listo. Ya terminaste. Sal mientras termino —ordenó con brusquedad.
Frunció los labios, lo fulminó con la mirada una última vez, abrió la
cortina de un tirón y se marchó. Nicholas suspiró y se frotó el cabello con
champú. Usó gel de baño para lavarse el cuerpo en tiempo récord y luego
cerró el grifo, tras lo cual salió a la piscina de agua fría que ella había
dejado en el suelo.
—Hijo de… —maldijo, extendiendo la mano y tirando dos toallas del
perchero sobre el inodoro. Arrojó una al suelo, limpió el agua con el pie y
usó la otra para secarse.
Finalmente, envolvió la toalla alrededor de su cintura y regresó a la
habitación principal, donde encontró a su futura esposa envuelta en una
toalla sobre la cama.
Ya no parecía tan enfadada. Se encontraba sentada con una apariencia
juvenil y con un aspecto vulnerable al extremo. Ella pestañeó, mirándolo
con sus grandes ojos de cervatillo.
—¿Así que este fue tu plan desde el principio? No solo traerme aquí,
sino ¿casarte conmigo?
Nicholas tragó saliva, preguntándose si no prefería que se enfureciera
con él antes que esta cruda vulnerabilidad que estaba mostrando.
—Esto, bueno… —Se pasó una mano por el cabello mojado—.
Sospeché que podría ser la única forma en que podría protegerte.
Ella sacudió la cabeza.
—Entonces, ¿por qué la farsa? ¿Por qué no me dijiste lo que nos
esperaba?
No se atrevió a decirle la verdad: que había tenido miedo de que, a pesar
de su agorafobia, hubiese encontrado una forma de huir si le hubiera dado a
elegir entre casarse con él o escapar y arriesgarse a vivir en el mundo con
los Tereshchenkos tras ella.
Al menos eso es lo que se dijo a sí mismo. La única forma en que podía
estar verdaderamente a salvo era si él estaba allí para cuidarla. Y ella no
tenía ningún tipo de vida antes, de todos modos… o eso es lo que se había
dicho a sí mismo, de nuevo.
Pero no había minimizado el peligro.
—No sabía lo que haría Dimitri con el chico. Pero sabía que, si te
quedabas allí, no habría pasado nada bueno. ¿Y tan malo es casarse
conmigo?
—Y-yo… —balbuceó—. ¡Me hubiera gustado elegir!
—Perdiste toda elección el día que Olezka Tereshchenko te descubrió y
se obsesionó contigo.
Ella alzó las manos.
—Nada de esto es… ¡Todo esto es una locura!
—Es el mundo en el que vives ahora. Y será mejor que te despiertes y
espabiles. No puedes causar problemas. Tengo que ir a buscarte algo que te
puedas poner y será mejor que te lo pongas, sonrías y luzcas agradecida por
lo que tienes.
—¿O qué? —preguntó, luciendo furiosa de nuevo. Sus ojos brillaron y
Nicholas nunca había querido tenerla más entre sus brazos o debajo de su
cuerpo. Aquello solo demostraba que, tal vez, este lugar lo había convertido
en otro cabrón enfermo más de lo que había querido admitir.
De cualquier manera, le dijo la verdad:
—O Papá Dimitri podría cambiar de opinión y ordenarme que te lleve a
donde tiene a las chicas del burdel.
Ella se cruzó de brazos y miró hacia la pared con los labios fruncidos.
—Bien —escupió—. Tráeme un vestido y acabemos con esta farsa.
—Bien —gruñó él. Se puso la ropa y los zapatos de un tirón y luego
cerró la puerta airadamente.
Sacó el móvil. Ahora tenía media hora para encontrar un puto vestido de
novia.
QUINCE

Sloane

SLOANE NO ERA una de esas chicas que soñaban con una gran boda o un
enorme vestido blanco. En especial durante los últimos años en los que se
recluyó en su casa, pues no se había permitido soñar.
Pero esto...
Se aferró al brazo de Nicholas, y no por afecto real, no después de lo de
la mañana. Pero llevaba puesto un trozo de tela que uno parecía mucho un
vestido, sino más como una prenda de lencería. Se ponía cosas como esta
durante sus shows en la cámara; la parte delantera llegaba tan abajo que su
escote casi se salía y los tirantes de su sujetador rosa eran visibles.
Aparentemente, era todo lo que Nicholas había podido conseguir en el
tiempo concedido, y ella no se había molestado en preguntar dónde lo había
conseguido. Tenía sus sospechas, y digamos que esperaba que no hubiera
ninguna luz negra que pudiese mostrar las manchas invisibles que
sospechaba estaban por toda la prenda.
Se estremeció y se aferró con más fuerza a Nicholas. Mirarlo no ayudó.
Tenía el rostro impasible cuando la condujo hacia la pequeña tienda donde
todas las mesas y sillas habían sido arrimadas contra las paredes para lograr
un camino improvisado en el centro.
El sitio estaba repleto de hombres intimidantes, todos vestidos con ropa
oscura. Solo había dos mujeres: una mujer mayor con un traje celeste que
observaba todo con una expresión severa y una mujer joven que tenía una
belleza sorprendente. Podría haber sido una modelo en la primera página de
cualquier revista. Se paró cerca de Papá Dimitri, el titiritero de este circo
que estaba en la parte delantera del restaurante con una camisa de seda
negra desabotonada en el cuello. Sonrió y aplaudió tan pronto como Sloane
y Nicholas doblaron la esquina.
—¡La bellísima novia y el novio, damas y caballeros! ¡Que empiecen
las festividades!
Sloane tragó saliva y se concentró en su respiración y en Nicholas.
Llevaba un traje que apenas contenía sus musculosos brazos. Estaba recién
afeitado y era su único imán en medio de todo el caos.
—¡Música, que alguien ponga la música de mierda! —gritó Papá
Dimitri.
—Estamos en eso, jefe —dijo un tipo que se apresuró a ir detrás del
mostrador, y, en cuestión de segundos, ya estaba sonando la marcha nupcial.
Sloane pestañeó, y es que la música, de alguna forma, cimentaba el
momento y lo volvía aún más surrealista. Demonios, en realidad se iba a
casar. No sabía si esto era legal, pero sabía que prácticamente toda su vida
había sido desarraigada, y no había vuelta atrás. En cuestión de días, todo
por lo que había trabajado durante años se habría ido. Su negocio, la
seguridad, su independencia, todo se esfumaría. Tal vez todo fue siempre
una ilusión, pero nunca se había percatado de ello.
Parpadeó a la vez que Nicholas la llevaba hacia adelante. No se molestó
en la tradicional marcha lenta y majestuosa. No, él se limitó a arrastrarla por
el camino al altar y ella se precipitó para seguir el ritmo de sus grandes y
largas zancadas. Al parecer, no habían encontrado tacones, así que todavía
llevaba sus zapatillas.
Antes de sentirse preparada para ello, estuvieron de pie frente a Papá
Dimitri, que la miraba lascivamente. No se molestó en apartar la mirada de
su escote. Tenía la edad para ser su padre, pero era evidente que estaba
acostumbrado a verse rodeado de mujeres de su edad y más jóvenes que lo
atendieran. Luchó por no reflejar su disgusto en el rostro.
Recordó las instrucciones de Nicholas. No podía sonreír del todo, pero
podía quedarse sin expresión en el rostro. Todo lo que tenía que hacer era
superar esto; solo superarlo y no vomitar. Vaya increíbles recuerdos
nupciales tendría para rememorar: esperar no vomitar en su día mágico.
—Pónganse uno frente al otro —ordenó Papá Dimitri. Lo hicieron, y
Nicholas la cogió de las manos. Se sentían grandes y cálidas envueltas en
sus pequeñas manos.
—¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa? —preguntó Papá
Dimitri.
—Sí, la acepto —entonó Nicholas solemnemente, mirando a Sloane a
los ojos.
Espera, ¿no se suponía que había más palabras antes de que llegaran a
esta parte? Se limitó a tragar saliva y lo miró.
Buscó en su bolsillo y le entregó un anillo de oro. Ella parpadeó,
sorprendida.
—Los anillos de mis padres —murmuró. Nicholas le colocó una
sencilla alianza de oro en su dedo. Era un poco grande, pero encajaba.
—Excelente. Ahora tú, esposita. ¿Prometes obedecer a tu marido y
hacerle mamadas cuando él lo desee? —Papá Dimitri se rio.
Sloane se quedó boquiabierta, y miró de un lado a otro entre Papá
Dimitri y Nicholas. Nicholas tuvo la gracia de hacer una mueca y su
mandíbula se tensó.
«El camino de menor resistencia. El camino de menor resistencia».
—Y-yo acepto —farfulló. Con dedos temblorosos, le puso el anillo en el
dedo anular. Tuvo algunos problemas para que pasase del nudillo, pero por
fin encajó.
—¡Los declaro marido y mujer! Puedes besar a la novia.
Nicholas se inclinó y plantó un casto beso en sus labios.
—Oh, vamos, hombre. —Se burló Papá Dimitri—. ¿Cómo planeas tener
hijos si besas así a tu mujer?
Antes de que Sloane pudiera siquiera respirar adecuadamente, Nicholas
la atrajo de nuevo a sus brazos, la inclinó hacia atrás y la besó como si todo
fuese totalmente en serio. Ella le devolvió el beso, aunque odiaba que los
demás estuvieran mirando, silbando y gritando; pero, aún así, seguía
perdida en el calor de la boca de Nicholas.
Y luego la enderezó otra vez. Sentía la cara caliente y todo el cuerpo
enrojecido. Se llevó la mano a los labios sin quererlo, pero, por fortuna, la
farsa parecía haberse terminado.
La música cambió a un ritmo de baile más festivo, pero el volumen bajó
tan pronto como Papá Dimitri levantó los brazos para hacer un anuncio.
—Para celebrar, la fiesta privada se llevará a cabo en la discoteca de mi
hijo Alexei. ¡A moverse para allá, cabronazos!
Sloane tiró del brazo de Nicholas y lo miró, alarmada. No podía estar
refiriéndose a ellos. La única razón por la que no había perdido por
completo la cabeza era porque todo esto se había realizado en el mismo
edificio. Estuvo controlando su ansiedad al evitar mirar la única pared de
ventanas abiertas que daban a la frenética calle con los autos y transeúntes.
Nicholas asintió, pero su rostro estaba tenso.
—Hablaré con él —dijo—. Quédate aquí.
Ella asintió con la cabeza, a pesar de que perderle de vista la asustó
cuando todos empezaron a caminar por su lado y salir a la calle por la
puerta principal del restaurante.
—¿Qué? —dijo Papá Dimitri en voz alta—. La novia y el novio tienen
que estar allí. —Entonces los ojos del hombre la buscaron entre la multitud
—. Está a solo una calle —le oyó decir.
Y esa fue la gota que colmó el vaso. Sloane comenzó a negar con la
cabeza y retrocedió. No. No, no lo haría. No si eso significaba salir.
La indulgente sonrisa de Papá Dimitri desapareció y la miró con el ceño
fruncido. Luego chasqueó los dedos y los dos guardaespaldas que siempre
parecían estar cerca aparecieron en la escena. El hombre les susurró y
entonces se acercaron a ella. Retrocedió aún más cuando Nicholas le dijo
otra cosa a Papá, pero no importaba; los hombres no se detuvieron.
Y, a pesar de que se volvió y su instinto de lucha o huida se activó, ni
siquiera tuvo tiempo de correr antes de que la agarraran por ambos
costados.
—Llévenla por el callejón —llamó Papá Dimitri—. No quiero montar
un numerito.
—¡No, no por favor! —gritó mientras la arrastraban por la parte trasera
de la tienda—. ¡Nicholas! —chilló.
Pero él se quedó atrás, hablando con Papá Dimitri y gesticulando
enfáticamente con las manos.
—¡Espera, no, no, por favor! —gritó, pero los hombres no se
detuvieron.
La arrastraron por la cocina sin tener en cuenta sus súplicas. Nunca se
había sentido tan impotente con el control de su cuerpo. ¿Por qué estaba
sucediendo esto? ¿Por qué Nicholas no lo detenía? ¿Significaba eso que no
tenía el poder para…? Por Dios, si no lo tenía, ¿qué otra cosa podría
sucederle donde él no tuviera poder?
Los hombres abrieron de un golpe la puerta trasera y entonces salió.
Gritó en el segundo en que el aire de la noche entró en contacto con su
piel.
La cordura la abandonó. Luchó y entró en pánico como un animal
salvaje. Pateó y luchó y arañó, y gritó y mordió, y gritó, gritó…
—¡Está bien, Sloane! ¡Sloane! ¡Soy yo, Nicholas!
Parpadeó para abrir los ojos y dejó de moverse solo el tiempo suficiente
para darse cuenta de que la pasaron de los brazos de los otros hombres a los
de Nicholas, y que él la estaba llevando de regreso al interior.
Ella se aferró a su cuello y volvió a cerrar los ojos con fuerza mientras
él la cargaba con facilidad en sus brazos, poniendo un brazo debajo de su
espalda y otro debajo de sus piernas. Por fin sintió que el aire cambió.
Lágrimas brotaron de sus ojos y enterró la cara en su pecho.
Escuchó una voz a lo lejos, una voz que ahora odiaba completamente.
—Joder, ya veo que no estabas de coña. —Papá se rio—. Supongo que
es bueno que sepas que tu perra nunca huirá de ti.
Se sobresaltó cuando Papá Dimitri le dio una fuerte palmada en la
espalda a Nicholas.
—Bien, te libraré de tus deberes por esta noche. Puedes llevar a la perra
arriba y ocuparte temprano de tus actividades de luna de miel. Tendré que
beber el doble de whisky en tu honor. Ah, no hace falta que pongas esa
cara, Antosha —le dijo a uno de los otros hombres que entraron con ellos
—. La banshee te ensangrentó la cara jugando limpio. Es tu culpa que no
puedas controlar a una perra.
Sloane apretó los puños, nerviosa ante la idea de tener su sangre debajo
de las uñas. Sabía que los había arañado. Aquel episodio hizo que le dieran
náuseas.
—¡Al club!
En menos de un minuto, todo el ruido desapareció y la cocina se quedó
en silencio. Sloane seguía aferrándose al cuello de Nicholas y él no la bajó.
En cambio, se sintió aliviada por el movimiento rítmico de su andar. No la
defraudó cuando llegaron al ascensor, cuando subieron, ni después de que
se bajaran y marcharan por el largo pasillo de regreso a su habitación.
Abrió la puerta con su tarjeta de acceso y la llevó por el umbral. Fue
solo cuando estuvieron adentro y la puerta se cerró detrás de ella que bajó la
frente para apoyarla contra la suya.
—Lamento tanto eso, cariño. No tenía idea de que él… —No terminó la
oración, pero la apretó más fuerte contra sí—. Ven, vamos a limpiarte.
Por fin la bajó una vez que estuvieron en el lavabo frente al baño. Ella
se enderezó, y se sintió un poco conmocionada a la vez que él abría el grifo
y probaba el agua para asegurarse de que estuviese tibia. Solo cuando
estuvo satisfecho con la temperatura, le acercó la mano derecha. Cogió un
jabón espumoso que olía sorprendentemente bien y lavó suavemente
primero su mano derecha y luego la izquierda. Mientras le lavaba la mano
izquierda, jugueteó con el anillo de oro en su dedo anular antes de volver a
humedecer con delicadeza cada una de las yemas de sus dedos.
Fue solo entonces, después de la adrenalina y el pánico, que comenzó a
temblar. Y no solo temblar, sino que se estremeció por completo.
Se quedó en silencio mientras Nicholas levantaba sus brazos y luego le
quitaba el diminuto «vestido» blanco para tirarlo al suelo. Él se quitó la
chaqueta y los zapatos y la llevó a la cama.
Inmediatamente comenzó a negar con la cabeza.
—No puedo… No voy a…
Pero él la interrumpió con un movimiento de cabeza.
—No. Solo vamos a dormir.
Sloane exhaló un gran suspiro de alivio y no se quejó cuando Nicholas
levantó las sábanas de la cama matrimonial. Incluso se sintió reconfortada
cuando se metió y las sábanas olían a él. Y cuando él se acostó después de
ella, se alegró de tener su calidez a su lado.
Mañana podría sentirse completamente diferente. Pero aquella noche,
en ese mismo momento, se concedió el permiso de aferrarse a lo único que
le resultaba familiar. Así que adhirió su cuerpo al de él, apoyó la cabeza en
su pecho y dejó que el sueño la envolviera mientras la adrenalina y el
pánico se esfumaban de su ser rápidamente.
DIECISÉIS

NICHOLAS

TODO LO QUE había acontecido hace un mes en la boda de Nicholas


había sido un desastre.
Nada salió como él pretendía, e incluso un mes después, no parecía que
hubiera forma de enmendarlo ante su esposa.
Ella seguía en cama, como siempre, cuando él se fue a las nueve de la
mañana. Fingía dormir a pesar de que él se daba cuenta por su respiración
de que había estado despierta por al menos una hora. No estaba seguro de
qué era peor: si los gritos o la ley del hielo que había recibido durante las
últimas dos semanas.
Desayunó en la panadería como hacía la mayoría. No se daba comida
gratis excepto a Papá Dimitri y Alexei; el resto tenía que pagar como
cualquier cliente habitual.
—¿Cómo está esa esposa tuya? —preguntó Babulya, la mujer a la que
todos llamaban abuela. Nicholas se limitó a encogerse de hombros mientras
daba el dinero para comprar varios cafés y un khachapuri con queso. La
masa empanizada siempre era tan suave, y el huevo y el queso eran el
comienzo salado perfecto para cualquier mañana. Especialmente después de
la despedida silenciosa y helada que acababa de tener en su piso.
Comió mientras caminaba por la calle en dirección al club, con una
bandeja de cafés en la otra mano. No tuvo que usar una llave para entrar,
pues la puerta estaba abierta. Alexei había llegado mucho antes que él,
como siempre. Y Bo, bueno…, ese tipo casi nunca se iba. Había pedido que
le colocaran un sofá en la enorme oficina trasera y Nicholas sabía que
dormía allí la mayoría de las noches después de que todo el Red Bull y el
café ya no pudiesen mantener abiertos los ojos del desquiciado hacker.
Nicholas regresó allí, siempre su primera parada del día. Alexei se sentó
en su escritorio en un lado de la oficina mientras Bo trabajaba en sus cuatro
pantallas en el otro.
—Buenos días, hijos de perra —dijo Nicholas mientras se detenía junto
a Bo y le entregaba un café, que aceptó sin siquiera apartar la mirada de sus
pantallas. Bo era buena gente y hasta podía ser un buen conversador… si
lograbas separarlo del ordenador, claro.
Alexei por lo menos se levantó de su escritorio y se acercó a él.
—Te lo agradezco, ya tengo el tanque vacío. —Levantó una taza con el
símbolo de la panadería de Babulya.
—¿Por qué coño estás despierto tan temprano hoy? —preguntó
Nicholas, entregándole su café.
—Margarita está dando una sesión de capacitación para algunas de las
nuevas chicas del cuarto de atrás.
—Y él quería mirar para que se le pusiera dura —intervino Bo, sin
interrumpir su constante tecleo.
Alexei puso los ojos en blanco.
—No, pero que haya un Vasiliev presente siempre es un buen
recordatorio de que deben prestar mucha atención porque esperamos lo
mejor.
—Así que quieres asustarlas hasta que se caguen —dijo Bo.
—No soy mi padre —suspiró Alexei.
Nicholas no haría ningún comentario en cuanto a eso.
—Estoy tratando de construir algo único. ¿Cuál es el punto de ser otro
bar de tetas más? Claro, podemos ofrecer eso, pero también quiero algo
para una clientela más exclusiva y exigente que esté dispuesta a pagar por
ello.
—No soy yo a quien tienes que convencer —dijo Nicholas, incapaz de
quedarse callado después de todo, y alzó las manos.
Alexei frunció el ceño. Sus desacuerdos con su padre eran legendarios.
Nicholas no quería imaginar cómo sería tener un padre como Dimitri. No,
gracias. Había quedado huérfano cuando era adolescente y había sido
trágico perder todos sus lazos y quedarse a la deriva en un mundo como
este. Pero era mejor eso que tener un padre como Dimitri Vasiliev.
Pero Alexei se limitó a negar con la cabeza.
—Todo lo que he hecho ha inyectado más dinero al negocio, como
contratar a Bo para avanzar hacia la era digital en los proyectos de los
últimos años, o renovar el club y duplicar nuestros ingresos.
—Lo cual casi ha pagado por las renovaciones —añadió Nicholas.
Alexei volvió a poner los ojos en blanco.
—No puede discutir con los resultados, eso es lo que quiero decir.
Nicholas solo enarcó una ceja y guardó silencio. Seguía enfadado con
su amigo por no estar presente como había dicho que estaría cuando
regresara con Sloane. Nunca había tenido la intención de llevarla
directamente ante Papá.
Normalmente trataba con Alexei y Bo a diario de esta manera. Era fácil
fingir que Papá ya se había jubilado y que vivía contento con todo el dinero
que habían ganado para él.
Pero, de vez en cuando, Papá Dimitri decidía opinar sobre algo. A
veces, esas opiniones resultaban ser ingeniosas intuiciones previsivas que
evitaban problemas antes de que pudieran aparecer; otras veces, su
temperamento empeoraba por haber comido sushi malo la noche anterior o
por un centenar de otras cosas que podrían enfurecerlo. Entonces todos
tenían que sufrir por los caprichos del hombre.
Su ansiedad estaba a la espera para descubrir cuál de las dos sería.
Y luego de haber matado a Olezka de esa manera y de haberse burlado
del viejo Tereshchenko con su estilo de matar, si es que a esa perversión se
la podía llamar estilo… Bueno, todos habían estado en ascuas esperando
que sucediese algo malo.
Pero no fue así; al menos no todavía. Y tal vez la brutalidad de Dimitri
realmente había funcionado. Quizás la indecencia del acto había logrado su
objetivo previsto y habían asustado a Tereshchenko para siempre. Solo
podía rezarle a todos los dioses del mundo para que ese fuese el caso. Solo
Dios sabía que Nicholas ya tenía suficiente drama en su vida hogareña
como para tener más en el trabajo.
La única razón por la que trajo a Sloane fue porque todo había estado
tranquilo desde hace unos años. No había habido guerras de bandas o
mafias para tener más territorio desde que eliminaron al último jefe a
mediados de los noventa. Eran los nuevos jefes indiscutibles; no solo de su
base de operaciones en Brighton Beach, sino que ahora su alcance era
global.
Puede que Nicholas fuese el músculo, pero mantenía los ojos abiertos.
Observaba, y la razón por la que se había convertido en el jefe de seguridad
era porque no era un tonto. Bo y él trabajaban juntos a veces, no solo en
cuanto a la protección del club, los Vasiliev y las chicas, sino también en
cualquier plan nuevo en el que pudiesen pensar Papá o Alexei.
A Papá Dimitri le interesaba vender sus productos en el mercado negro,
además de aceptar contratos a menudo peligrosos. Negociaban acuerdos de
armas, narcóticos, y una vez incluso un trato sobre granos de cacao;
cualquier cosa y todo con lo que pudieran llevarse una parte. A veces, los
hombres de Papá Dimitri hacían tratos en los que brindaban protección,
pero ahora, en su mayoría, todo se hacía en el ciberespacio, e invirtieron
cada vez más dinero en su granja de servidores y equipos una vez que
Alexei vio las ganancias. Nicholas apenas entendía la mitad de lo que Bo
soltaba sobre los trucos que hacía con las criptomonedas, que encubrían sus
huellas para que la policía nunca tuviera la esperanza de atraparlo.
Pero a pesar de que estaban generando enormes ganancias, no
significaba que a Papá Dimitri le gustara que su sindicato delictivo se
volviera digital. Prefería las cosas tangibles, como el club de striptease, los
casinos y las viejas estafas con las que se había hecho un nombre y una
carrera.
De ahí el enfrentamiento con Tereshchenko. Comenzar una guerra
territorial con otra familia que había estado invadiendo marginalmente su
territorio…
Nicholas no lamentaba que el hijo de puta que había estado planeando
secuestrar a su actual esposa hubiera acabado hecho papilla en la granja en
Jersey dirigida por la familia rusa cuya lealtad pertenecía a Papá. Pero,
hablando tácticamente, podía ver por qué Alexei estaba ansioso por las
posibles consecuencias y ramificaciones.
Todo lo que Nicholas quería era que su condenada esposa hablara con él
y dejara de lloriquear como si le hubiera arruinado la vida. De hecho, iba a
imponerse cuando volviera a casa por la noche. Ya había sido suficiente.
Llegó el momento de que aceptara los hechos. ¿Que no creía que lo que le
había ocurrido fuese justo? Pues qué pena, tesoro. La vida no era justa. Su
historia no era más triste que la de la mayoría.
Un golpe en la puerta hizo que todos levantasen la mirada; y al acto se
abrió.
Natasha pasó. Nicholas no pudo evitar enarcar las cejas mientras
tomaba su café. Eran las nueve y media de la mañana y, sin embargo, la
mujer vestía de cuero de la cabeza a los pies. Llevaba puestos pantalones de
cuero y un corsé del mismo material, junto con un látigo estilo gato de
nueve colas, que llevaba atado y en la mano.
—Muchachos —dijo, entonando un marcado acento ruso que Nicholas
sabía que podía perder en un abrir y cerrar de ojos. Solo tenía veinticinco
años. Era varios años más joven que el resto de ellos, pero también era la
más sabia y experimentada de todos—. Hola, Boris.
Bo la saludó distraídamente, sin dejar de clavar la vista en sus pantallas.
Un leve ceño adornó su frente, pero luego miró a Alexei.
—Estoy lista para empezar. Si van a mirar, entonces muevan el culo y
vengan ya.
Alexei hizo un saludo burlón.
—Sí, señora.
Natasha le enseñó el dedo medio y desapareció por la puerta.
—El deber llama —dijo Alexei.
Bo se rio.
—¿Cómo vas a aguantar?
—Vete a la mierda. Tal vez si despegaras la vista de tu ordenador en
algún momento del año, verías la forma en que Tasha te mira.
Bo se volvió en su silla ante eso y frunció las cejas.
—No me jodas.
Esta vez fue Alexei quien negó con la cabeza.
—Joder, eres un maldito idiota. Abre los ojos y mira a tu alrededor. Hay
todo un mundo fuera, Bo.
Nicholas pestañeó, sorprendido por lo que estaba sugiriendo Alexei.
¿Sería cierto? Era verdad que Natasha pasaba mucho por la oficina cuando
no era necesario, pero ella y Bo nunca hablaban.
Nicholas había asumido que era un refugio del resto de su vida. Sabía
que no le era fácil estar aquí. Sí, ella era la mejor en lo que respectaba a las
mujeres… pero eso era porque…
Nicholas miró al suelo. Eso era porque Papá la favorecía. Sí, tenía la
mitad de su edad, pero eso era normal con ese hombre; nunca estaba
satisfecho a menos que tuviera una belleza joven colgada a su brazo. Había
llegado poco después de que Nicholas se convirtiera en mercenario hace
seis años, y no es que Nicholas la hubiese conocido o se hubiese fijado en
ella en aquel entonces.
Apenas estaba al tanto de esa parte de la operación de Papá Vasiliev. No
estaba seguro de si era algo bueno o malo que no supiera de las chicas al
principio. Pensó que trabajaban para el club de striptease de buena gana.
No sabía nada sobre el establo. ¿Habría firmado de tan buen grado si lo
hubiera sabido? Para cuando se enteró, ya estaba metido hasta el cuello. Y
aunque era posible que su madre hubiese querido algo diferente para él,
Nicholas esperaba seguir los pasos de su padre. Este era su mundo.
Y una vez que te convertías en mercenario de Vasiliev, no podías
desertar.
Además, Alexei había transformado el club en los últimos años y
mejorado la situación de las chicas. No quería que ninguna mujer se
drogase con nada más fuerte que cocaína; nada que requiriese de una aguja
o una pipa. Intentaba incentivarlas, pero el trabajo había estado muy por
encima de su nivel hasta que llegó Natasha. Tenía una visión de lo que
podían ser las mujeres; una visión que se entrelazaba perfectamente con la
de Alexei. Ella había entrado en pie de igualdad con las demás, pero logró
que los hombres gastaran miles más en ella en los cuartos traseros.
Tanto Papá Dimitri como Alexei se percataron de ello. Papá porque la
quería para él; y Alexei quería que les enseñara a las otras mujeres,
prometiéndoles que podrían quedarse con un porcentaje de lo que ganaban
en lugar de darlo todo a la casa como lo venían haciendo anteriormente bajo
su padre para pagar su aparente habitación, comida y visado, además de una
cartera incesante de drogas que las mantenía como poco más que
autómatas.
Alexei salió detrás de Natasha, pero Nicholas se quedó unos minutos
para charlar con Bo.
—¿Algún movimiento de Tereshchenko?
—No que yo vea —dijo Bo, haciendo clic en varias pantallas—. No hay
actividad sospechosa en sus cuentas y estoy viendo lo que puedo de sus
comunicaciones. Todavía no ha dado ningún paso. Continúa con sus
negocios como de costumbre. Su antiguo casino más cercano al territorio de
Vasiliev sigue cerrado.
Nicholas asintió.
—¿Crees entonces que el viejo Tereshchenko aceptará lo que le pasó a
su hijo y desistirá sin más?
Bo levantó las manos.
—Solo miro las transmisiones, hombre. Te digo lo que veo y te avisaré
en el segundo en que algo cambie.
Nicholas asintió con la cabeza y emprendió el camino hacia el club
principal cuando Bo preguntó:
—¿Cómo va todo con tu esposa? ¿Ya se está encariñando contigo?
Nicholas hizo una pausa, con la mano en el pomo de la puerta, antes de
encogerse de hombros.
—Es un tipo de vida diferente —dijo—. Se acostumbrará en algún
momento.
Bo arqueó las cejas y luego se volvió hacia su ordenador. Irritado,
Nicholas empujó la puerta y se posicionó al fondo de la sala. Ser parte de la
seguridad significaba estar mucho tiempo de pie, pero a Nicholas nunca le
importaron los espacios de silencio. No era del tipo de persona que siempre
necesitaba estar mirando un móvil o hablando con alguien.
Disfrutaba de la tranquilidad y de que lo dejaran solo. Sabía que esta era
una buena vida. Pensaba que las personas que experimentaban el lujo de
aburrirse probablemente nunca habían vivido mucho ni habían conocido el
hambre. Si un hombre pasaba un buen invierno de hambruna y largas horas
sin nada en el estómago, cualquier día del resto de su vida en el que le
alimentaran, abrigaran y dieran algo para vestir sería bueno.
Además, no es como si no hubiera nada que hacer. Nicholas tenía un
trabajo y era vigilar. Las amenazas podían venir de cualquier dirección y era
bueno en su trabajo porque siempre evaluaba la situación en una sala.
Movió los ojos hacia el escenario donde Natasha les hablaba a las
mujeres.
—Vamos a repasarlo de nuevo. Yelena, ¿cuál es la primera regla?
Una mujer delgada con cabello rubio mal decolorado dio un paso
adelante.
—Dominar la situación. Hacerles saber de inmediato quién manda.
Natasha suspiró.
—Sí, está bien, pero ¿qué es lo más importante que hay que crear
primero?
Otra chica dio un paso adelante.
—Confianza.
—Sí, exactamente —dijo Natasha—. Hay que crear confianza. Esa es la
primera regla. ¿Y cómo la creamos?
—¿Y qué importa si confían en nosotros? Quieren que los azoten, así
que los azotamos, luego nos pagan y fin de la historia —dijo otra mujer
desde la parte de atrás.
Natasha negó con la cabeza.
—Seguro, si no quieres tener clientes habituales o buenas propinas.
Ahora ganas unos… ¿cuántos? ¿Treinta dólares la hora en propinas? Con
una buena lista de clientes, podrías ganar doscientos dólares por hora. Y no
me refiero a ir al cuarto trasero a follar con ellos. Ni siquiera tienes que
quitarte la ropa.
Eso hizo que las mujeres se animaran.
—Imposible —dijo la mujer que había hablado anteriormente—.
¿Quién pagaría tanto dinero sin follar?
—Los hombres que buscan algo más. Y hay muchos en esta ciudad que
están dispuestos a pagarlo, así que presta atención esta vez y aprende, o si
no, quédate atrás tragando el polvo que tus hermanas levantarán cuando los
hombres las soliciten a ellas en lugar de a ti.
Nicholas quedó impresionado por la forma en que Natasha trataba con
ellas. Si un hombre le respondía de esa forma a Papá, recibiría toda su
violencia. Natasha usaba la razón, pero no cedía su terreno ni su autoridad.
—Entonces, crear confianza —continuó Natasha—. La primera forma
de hacer esto es entrar en escena con calma y confianza. Les enseñaré todas
las técnicas que necesitan saber: azotes, flagelación, castigo con varas,
negación del orgasmo, tortura de penes y huevos…
Nicholas se estremeció en su sitio cuando escuchó lo último.
—Pero nada de eso importará si no aprenden a escuchar a sus sumisos
ni a establecer química con ellos. En su forma más básica, una escena es un
intercambio de poder, sí, pero también es un intercambio de flujo de
energía. Así que asegúrense de tener el control absoluto antes de entrar en
esa habitación con el sumiso. La mentalidad lo es todo cuando se es una
dominante. Son ustedes las que controlan el flujo de energía.
Natasha miró los rostros de las mujeres, uno tras otro, como si tratara de
averiguar si entendían el significado.
—Es como cuando un hombre solicita un baile privado, lo cual ya todas
han hecho; se hacen una idea de lo que quiere. A lo que me refiero es a
llevar esa intuición que han desarrollado mucho más allá. Una ama
experimentada puede realizar una sesión con nada más que sus expresiones
faciales. Ese es el nivel de dominio que buscamos desarrollar. Ahora,
pasemos a la seguridad antes de aprender técnicas específicas. Irina, ven
aquí.
Irina se adelantó y Natasha procedió a señalar dónde era seguro azotar:
en la parte superior de la espalda y las nalgas. Luego pasaron a aprender
patrones de flagelación para principiantes; se alinearon y practicaron con
los respaldos de las sillas. Natasha caminaba entre ellas y corregía su
postura y forma.
Trabajaron en eso durante una hora y media; estaban acabando y las
chicas que asistieron estaban en el proceso de ir a vestirse para su turno de
almuerzo cuando apareció Papá.
—¿Y esto? ¿Todas mis bellezas están en exhibición tan temprano por la
mañana y nadie me lo había dicho? —Abrió los brazos ampliamente
mientras entraba—. Tú. —Señaló a una chica y meneó el dedo. La mujer se
adelantó de inmediato—. Y tú. No, tú no, la bonita. Sí, tú. Trae ese hermoso
culito aquí y siéntate en el regazo de papá.
—Vamos —dijo Alexei, acercándose a Nicholas—. Esa es mi señal para
irme. Vamos a almorzar.
Nicholas asintió con la cabeza, obligándose a poner una expresión
neutral mientras Papá tocaba bruscamente a las dos mujeres en el momento
en que se acercaban a él. Agarró a una y la tiró sobre su regazo, y pasó un
brazo alrededor de la otra a la vez que le acariciaba el culo.
Últimamente, Alexei rara vez quería estar donde estaba su padre, y
Nicholas no podía negar que no estaba también contento por haber huido.
Los hábitos personales de Papá Vasiliev eran… bueno, no estaba en el
derecho de juzgarlo. Los ricos hacían lo que siempre hacían los ricos. Él y
su esposa tenían un techo sobre sus cabezas y tenía un buen trabajo. Eso era
todo lo que importaba.
Alexei guardó silencio a la par que caminaba por la calle que llevaba al
café, y Nicholas no lo presionó. Alexei era su jefe, sí, pero también habían
crecido juntos desde adolescentes, y Nicholas pensaba a veces que eran
algo así como amigos, aunque no se atrevía a decirlo en voz alta.
Pero conocía bastante a Alexei como para comprender su estado de
ánimo. Y últimamente sentía más seguido que el comportamiento de su
padre le molestaba. Parecía que algo había cambiado. Papá solía ser muy
cuidadoso, pero era como si en los últimos años hubiera decidido hacerse
ver intocable. Alexei no era el único que se alarmaba por eso.
Si seguía así…
Nicholas se paralizó, y todo pensamiento se esfumó repentinamente por
la imagen que tenía frente a él.
Acababan de abrir la puerta del café y allí, detrás del mostrador, estaba
su esposa. Llevaba puesta ropa de verdad; ropa que no eran pijamas. Y
estaba charlando animadamente con Babulya, con una amplia sonrisa en el
rostro.
Nicholas sintió algo en las entrañas al ver esa sonrisa. Casi había
olvidado cómo se veía, y joder… se veía hermosa cuando sonreía. Llevaba
el pelo recogido en una larga trenza, pero todavía se le salían algunos
mechones por la cara. Incluso sin maquillaje, su rostro resplandecía. Su
juventud y belleza natural brillaban hasta el exterior.
Volvía a ser aquella mujer que había conocido en esa primera noche y
con la que tenía pensamientos imposibles. Nicholas quería ir dando
pisotones al otro lado del mostrador, atraerla hacia sus brazos y reclamarla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —vociferó en lugar de hacer aquello.
Los ojos le brillaron de sorpresa al oír su voz, y luego la vio levantar el
mentón y ponerse más erguida.
—Trabajar. Conseguí un empleo. ¿Qué más te da?
DIECISIETE

Sloane

BABULYA SE LIMITÓ A SONREÍR, divertida, y puso una mano sobre el


brazo de Sloane.
—Voy a ir a ver los pasteles en la parte de atrás, querida. —Y luego
desapareció por la parte trasera, dejando a Sloane sola.
La mujer no había sido más que amable y Sloane no podía culparla por
querer dejar solos a un hombre y su «esposa» para resolver sus asuntos,
pero se sentía un poco abandonada al tener que enfrentarse a Nicholas sola.
Sloane alzó más el mentón, preparándose para lo que fuera a decir a
continuación.
—Deberías haberme pedido permiso —dijo, avanzando hacia el
mostrador.
Su permi… Vaya imbécil misógino. Sloane soltó un bufido.
—¿Estás hablando en serio?
Se inclinó sobre el mostrador.
—Totalmente en serio. Este no es tu mundo y no conoces las reglas.
—¿Entonces soy una prisionera después de todo? —siseó, tirando la
toalla con la que había estado frotando la encimera—. ¿Solo quieres
encerrarme en esa habitación y tirar la llave?
Su rostro se ensombreció.
—Bueno, pensé que con tu condición…
Cielos, había estado contando con eso. Se quedó boquiabierta. Debió
haber pensado que se había llevado el premio gordo cuando se enteró de su
fobia. Qué mierda tan retorcida.
—Estaba feliz en Oklahoma porque encontré formas de vivir una vida
feliz y plena a pesar de mi discapacidad, pero me quitaste todo eso y…
—Llamas «vida» a vender tu cuerpo y atender a los hombres todo el
día…
—¡Al menos era yo quien tomaba mis propias decisiones! No tenía que
pedir permiso a nadie. No era una prisionera…
Nicholas golpeó el mostrador con la mano.
—Eres mi esposa. No una prisionera.
Sloane sintió el calor en su rostro cuando levantó la voz por primera
vez.
—¡Entonces trátame como tal! Quiero trabajar aquí. Sabes que me gusta
la repostería. De verdad puedo ocuparme en el día, hacer algo con mi vida e
interactuar con humanos reales en lugar de quedarme mirando una pared
blanca. Cielos, hoy me sentí casi normal por primera vez en años.
Nicholas parpadeó y retrocedió del mostrador. Miró a su alrededor
cuando sonó la campana detrás de él y otro cliente entró en la tienda.
Asintió una vez.
—Está bien. Hablaremos más de esto cuando llegue a casa en la noche.
Aún inquieto, pidió dos pirogis de res y repollo para llevar. Con las
manos temblorosas por el encuentro, le dio la espalda a su esposo para
preparar la comida.
Babulya salió, sin duda tras haber escuchado toda la interacción. Sloane
se había pasado la mañana enterándose de todo tipo de chismes gracias a la
mujer que podía parecer anciana, pero, aun así, era más lista que todos.
Babulya registró la orden, enseñándole a Sloane cómo lo hizo. Sloane casi
le agarraba el hilo a la caja registradora. También era anticuada, pero
Babulya la conocía y Bo había hallado una forma de hacer una interfaz de
tarjetas de crédito con la máquina, por lo que aún funcionaba.
Sloane envolvió los sándwiches —casi a la perfección—, los metió en
una bolsa para llevar y se los entregó a Nicholas. Su mano rozó la suya
cuando cogió la bolsa, y no la apartó. Ella había estado mirando el
mostrador y finalmente levantó los ojos para mirarle cuando no recibió la
comida de inmediato.
Tenía esa mirada intensa y ardiente que en un principio le había
encantado hace tantas semanas. Hasta ahora tenía que luchar contra su
respiración.
Soltó la bolsa y apartó la mano, desviando la mirada al mismo tiempo.
—Qué tengas una buena tarde. —Fue su respuesta estándar del final de
la transacción. Apenas se contuvo de decirle «usted». Con su suerte, él solo
lo consideraría una especie de juego de poder pervertido y la arrastraría
escaleras arriba para cumplir con su palabra. Se mordió el labio al pensarlo.
¿Era el tipo de hombre que disfrutaría azotarla como castigo por su
comportamiento malcriado? Volvió a buscar sus ojos de forma inadvertida,
solo para descubrir que él seguía de pie igual de cerca y aún la observaba
fijamente.
—Hablaremos más en la noche —fue todo lo que dijo con su mirada
intensa.
Quiso patalear con furia y masturbarse con su mejor vibrador de punto
G para reducir la tensión y la frustración que se acumulaban en su interior.
Una chica no pasaba de tener orgasmos múltiples diarios a tener ninguno
sin pasar por el síndrome de abstinencia. Eso era todo. ¡En realidad no se
sentía atraída por su imbécil esposo secuestrador! Vaya ridiculez.
Sloane soltó un suspiro de alivio cuando por fin se dio la vuelta y el
timbre que indicaba que salió de la tienda sonó.
—Nicholas es un buen chico —dijo Babulya mientras cogía el trapo que
Sloane había tirado y continuaba limpiando la encimera—. No es como
algunos de los otros malditos idiotas que trabajan para Papá.
Eso era lo otro que tenía Babulya: la mujer parecía una Madre Teresa
rusa, pero joder, sí que tenía la boca sucia.
Sloane puso los ojos en blanco.
—¿Podemos no hablar de él?
—Ah, ¿no quieres hablar del hombre con el que te casaste y que quiere
darte bebés, si la forma en la que te mira sirve de indicio? ¿Por qué no?
Sloane, exasperada, dejó escapar un suspiro.
—¡No lo sé, quizás porque me secuestró!
Babulya se burló.
—Sí, sí, y te salvó la vida. Ese otro hombre que te quería raptar, ¿crees
que habría permitido que te enfurruñaras y te habría tratado con la misma
amabilidad que Nicholas si lo desobedecías?
Sloane pestañeó. Definitivamente, Babulya pertenecía a este mundo.
Hablaba al respecto como si todo fuera normal.
—¡Pero esto no era lo que quería!
—Bah. ¿Es que no quieres un hombre que te mire como si quisiera darte
muchos hijos y que además sea bueno? ¿Qué habrías preferido en lugar de
eso?
—Yo… bueno, yo quería… —Sloane se calló cuando otro cliente, una
mujer que había estado deambulando por la tienda, por fin se acercó e hizo
su pedido.
Le contentó poder distraerse registrando la orden. Lo intentó por su
cuenta en esta ocasión y se las arregló para que Babulya solo tuviera que
intervenir una vez.
Después de que la mujer hubiese salido con su comida, Babulya
continuó justo donde lo había dejado.
—Hasta que tengas a los niños puedes trabajar aquí. Necesito ayuda y
eres buena horneando, algo que no se puede decir de todas. Es una
habilidad. Tienes que tener el toque especial y me alegra ver que lo tienes.
Puedes seguir trabajando conmigo incluso después de las criaturas, porque
hay muchas mujeres en el edificio que cuidan a los más pequeños. Sé que
tener una carrera es importante para ustedes, las jóvenes mujeres modernas.
Así que dime, elefantito…
Sloane puso los ojos en blanco. Aparentemente, «Sloane» sonaba como
la palabra rusa para elefante, por lo que Babulya lo había adoptado como
apodo para ella.
—…dime qué diablos podrías desear además de lo que te han dado.
—Quiero… —comenzó a decir Sloane con confianza, pero luego se
calló porque… bueno… había estado a punto de decir que quería libertad.
Pero decirle eso a una mujer como Babulya, que había pasado toda la
mañana contándole sobre su infancia en Rusia bajo el dominio soviético y
soportando dificultades inimaginables, sonaba extremadamente infantil. Se
había casado con un hombre cruel y su único embarazo resultó en un niño
que nació muerto. Su esposo había trabajado para Vasiliev, y cuando la
madre de Alexei murió poco después del parto, ella se convirtió en su
nodriza y luego en su cuidadora.
Así que Sloane asintió por fin, pero luego se mordió el labio.
—¿Nicholas es un buen hombre?
Babulya sonrió.
—Sí. Sabes que siempre miro.
Sloane esbozó una sonrisa ante esto.
—Empecé a tener esa impresión.
—Y Nicholas… él es un buen chico. No siempre sale con mujeres ni las
hace subir a su habitación, a pesar de que tiene tanto acceso a las putas
como cualquier otro hombre.
Sloane hizo una mueca ante la referencia a las putas. Si Babulya se
llegaba siquiera a imaginar su antigua profesión, ¿sería tan amable con ella?
Babulya no ocultaba que desdeñaba a las mujeres que trabajaban en el club.
Pero claro, lo único que le importaba a Babulya era el hecho de que a
Sloane se le salió que había sido virgen hasta que conoció a Nicholas. Eso
la había hecho considerar a Sloane una buena chica. Sloane estaba tan
contenta de tener a alguien con quien hablar que no desengañó a la anciana.
El café estuvo tranquilo por la tarde y cerraron de dos a seis para
hornear más. A Sloane le encantaba aprender a hacer los delicados postres
rusos que llenaban la vitrina frontal de la tienda. Se sentía más que
emocionante hacer y aprender cosas después de estar encerrada en la
habitación sin nada más que los libros y la televisión que le hicieron
compañía durante un mes.
Por supuesto, la primera semana la había pasado en la cama abrazada a
Ramona. Siete días. Siete días se permitió hundirse en una abyecta
autocompasión. Rechazó a Nicholas, no se duchó y no comía mucho. Dejó
que su cuerpo absorbiera el impacto de sus nuevas circunstancias.
Después de eso, cada vez que Nicholas se iba para hacer lo que fuera
que hiciera para su jefe psicópata, ella se levantaba de la cama, tomaba una
larga ducha, y luego miraba la televisión todo el día. Solo se levantaba para
jugar con Ramona y darle de comer.
Nicholas solía volver tarde. Nunca sabía dónde iba ni qué hacía. Por
supuesto, eso probablemente se debía a que ella nunca se lo preguntaba. No
le hablaba en absoluto cuando podía evitarlo. Trataba de estar en la cama
para cuando él regresaba; por lo general, alrededor de las diez de la noche,
u ocasionalmente más tarde.
Algunos días intentó hablar con ella, pero ella fingía estar dormida.
Trató de tocarla en la noche, pero después de aquella primera noche en la
que se aferró a él, ella siempre se apartaba de sus caricias. ¿Pensaba que
podría robarse una esposa para que calentase su lecho y atendiese su pene
cuando él quisiera? Ja, pues que se lo pensase otra vez.
Pero hoy había sido diferente. Era como si pudiera sentir su frustración
mientras caminaba dando pisotones por la habitación; era como si estuviera
tratando de despertarla, o tratando de hacerle saber que ya sabía que estaba
despierta y que estaba harto de la artimaña.
Después de que él hubiese tirado la puerta principal, dando un portazo
con tanta fuerza que las paredes parecieron temblar, ella se sentó en la cama
y se sintió miserable. Hasta Mona estaba harta del encierro. Exploraba toda
la habitación, ninguna superficie demasiado alta o baja para ella. Había
decidido que los zapatos de Nicholas eran el enemigo y regularmente tenía
combates de lucha libre con ellos. Sloane fomentaba aquel comportamiento.
Pero, en realidad, Sloane no podría vivir así por mucho más tiempo.
Tampoco podía imaginarse cediendo ante Nicholas, no después de lo que
había hecho. Así que se duchó, se vistió con ropa para salir y se aventuró a
bajar a la panadería, que técnicamente no estaba en el exterior, o eso le dijo
a su cerebro con vehemencia. Mágicamente, la lógica funcionó. Era parte
del mismo edificio y aparentemente había hecho al menos un poco de
progreso en cuanto a las alturas, así que, mientras no estuviera afuera,
podría moverse dentro del edificio.
Y hablando de la panadería… Resultó que Babulya estaba más que feliz
por la compañía y la ayuda. Aparentemente, su otra camarera y panadera a
tiempo parcial había renunciado la semana pasada. Babulya afirmó que
Sloane era un regalo del cielo, lo cual se sentía bien, al igual que volver a
llenarse las manos de harina y los aspectos prácticos de la repostería que
siempre le habían gustado.
Cuando abrieron el café a las seis, hubo una pequeña avalancha de
clientes. Mikhail entró como cocinero y Sloane se afanó entre las mesas de
la tienda y la entrada. Entre Babulya y ella se las arreglaron, pero quedaba
claro que, a pesar de lo ocupadas que estaban, probablemente necesitaban
otra camarera, pues Babulya ya era mayor. En especial, porque le gustaba ir
despacio y charlar con todos los que entraban, rememorando así a hijos,
nietos y mascotas. No era de extrañar que la mujer supiera todos los
chismes sobre todos en el barrio; todos venían y se los confesaban en
persona. Parecía que tanto mujeres como hombres, todos se sentían
cómodos con Babulya.
Sloane no pudo evitar sentirse impresionada por la magnánima
paciencia de la mujer y su genuino interés en todas las personas con las que
interactuaba. Irónicamente, le recordó a sí misma en sus días como modelo
de cámara web, y también reforzó que lo que la gente buscaba, sin importar
dónde estuvieran en el mundo o quiénes fueran, no era más que la clásica
conexión humana.
Babulya les daba eso y era la causa por la que regresaban día tras día.
Sloane se quitó el delantal después de que el ajetreo de la cena
disminuyese a las ocho y media, y prometió bajar temprano a la mañana
siguiente. Estaba exhausta, pero, por primera vez en un mes, era un buen
cansancio, de ese que se sentía tras un buen día de trabajo.
Se retiró a su habitación y a la de Nicholas con una sonrisa en el rostro.
Y se sorprendió al entrar y encontrar a Nicholas esperándola, sentado en
el sofá, con una mano sobre la otra. Sintió una inquietud inmediata y se
detuvo en el umbral, con su tarjeta de acceso en mano. Una parte ridícula de
ella quería huir al café para esconderse de él.
—Pasa —dijo con su tono bajo y grave. Recordó ese tono de voz y las
cosas que solía hacerle sentir. Incluso ahora, un escalofrío recorrió su
espalda tras oírlo.
Aun así, si esperaba seguir dándole sermones sobre lo que podía y no
podía hacer con su vida, pues le caería una buena. Se enderezó mientras se
quitaba los zapatos y los dejaba ordenadamente en la pequeña entrada, sin
decirle ni una palabra.
A pesar de que no estaba mirándole, no pudo evitar notar que él se
levantó del sofá y se acercó a ella. Siempre era así: ocupaba por completo
cualquier espacio en el que estuviese, y no se refería solo a su gran masa
corporal. Era más por su comportamiento; como si fuese más grande que la
misma vida.
Miró a su alrededor, cualquier cosa para retrasar lo inevitable.
—¿Ramona?
Por lo general, su leal gatita siempre era la primera en saludarla cuando
entraba por la puerta.
—La encerré en el baño para que pudiéramos tener una conversación —
dijo Nicholas.
Luego avanzó y puso una mano detrás de su cuello, debajo de su
cabello. Se quedó sin aliento muy a su pesar. Él inclinó su cabeza hacia
atrás, obligándola a mirarle.
—Ya basta de la ley del hielo —afirmó—. Somos marido y mujer, y es
hora de que ambos comencemos a actuar así.
Sloane frunció el ceño, sin estar segura de lo que quiso decir, pero
convencida de que probablemente no le gustaba.
Hasta que sus labios se posaron sobre los de ella. No fue un beso largo,
ni siquiera agresivo, y se apartó antes de que ella pudiera reaccionar.
—Pero eres mi esposa. Y como mi esposa, hay reglas que debes
cumplir.
Las mejillas de Sloane se enrojecieron por el calor, y algo similar pasó
en la punta de su lengua. Sin embargo, antes de que pudiera atacarle, él la
cogió en brazos y la llevó a la cama.
—¿Qué haces? —chilló ella—. Bájame.
—Solo para que puedas hablar —dijo Nicholas—. De acuerdo.
La bajó, pero no dejó de tocarla. Se sentó en el borde de la cama, la
agarró por la cintura y la atrajo hacia él. Ella chilló de nuevo cuando le dio
la vuelta con tanta facilidad como si fuese un gigante y ella una cría. Era
desconcertante saber que todo el tiempo había tenido este poder, pero se
había estado conteniendo.
Bueno, ahora no se estaba conteniendo.
Especialmente cuando…
—¡Suéltame! —gritó de nuevo cuando él la sentó boca abajo en su
regazo—. ¿Qué diablos crees que estás…?
Pero antes incluso de que ella terminara la oración, le había bajado los
vaqueros y le dio una palmada en el culo.
Ella gritó de sorpresa y trató de volverse para mirarlo por encima del
hombro.
—¿Me acabas de pegar? —chilló, horrorizada.
—Eres mi esposa y prometiste obedecerme. Entonces, cuando
desobedezcas, te castigaré.
—Hijo de puta, déjame levantarme ahora mismo…
Lo que hizo fue darle otro golpe. Ella empezó a pelear como un gato
salvaje para zafarse, pero él la sujetaba con firmeza.
—Acepta tu castigo, diablilla —dijo—, o lo duplicaré. —La azotó de
nuevo.
¡No podía creer que le estuviera dando nalgadas! Nunca la habían
azotado en toda su vida. ¡Era obsceno!
Él le dio otra palmada y luego… Dios, bajó más a su entrepierna y
comenzó a tocarla.
Fue tan inesperado después de los dolorosos golpes que se quedó
inmóvil en lugar de luchar ante la inesperada chispa de placer. ¿Qué
diablos?
Pero, cielos, su cuerpo estaba preparado. Él le dio otra nalgada y luego,
de nuevo, buscó entre sus piernas con la mano, rodeando su botón con sus
dedos gruesos y callosos antes de acariciar el interior.
Dejó escapar un gemido agudo de sorpresa y sus piernas temblaron
cuando llegó al lugar. Entonces se quedó conmocionada, pues el placer
todavía iba en zigzag por todo su cuerpo.
—Así es —susurró Nicholas con voz delicada. Continuó acariciando su
interior con una mano, y con la otra, en lugar de sujetarla, estrujaba sus
rojizas nalgas.
La tocaba de una forma que nunca había experimentado ni se había
imaginado de verdad, a pesar de que había dicho muchas cosas sucias frente
a la cámara, le habían dicho cosas igual de sucias y le habían descrito
escenarios.
Esto, sentirlo de verdad, una mano distinta a la suya aterrizando en su
culo, y esos dedos…
Él movió los dedos hacia atrás para tocar su punto G y ella gimió de
placer de nuevo, aferrándose a la tela de sus pantalones en busca de algo
que la anclase.
—Así es, gatita —dijo, quitándole los vaqueros por completo mientras
las réplicas del placer aún le recorrían el cuerpo con espasmos. Él apenas se
bajó los pantalones a tiempo.
Y luego la levantó por la cintura, nuevamente como si no pesase nada.
Su mundo dio una vuelta cuando él la levantó por el costado derecho y la
colocó a horcajadas sobre él y su expectante miembro. Ella dobló las
piernas y lo agarró por los hombros, impactada aún por todo lo que había
sucedido en los últimos diez minutos desde que entró a la habitación.
Y luego la estaba penetrando, haciéndola suya con su gigante miembro
mientras se acomodaba en su interior.
No había ningún otro lugar al que mirar que esos ojos oscuros suyos,
concentrados al máximo mientras la embutía. Aún estaba muy sensible;
cada terminación nerviosa de su cuerpo se encendió en llamas mientras se
agarraba a su mástil con los músculos. La lenta penetración mientras ella se
acomodaba sobre él para que se introdujese hasta la empuñadura en su
interior… Cielos, ¿por qué habían esperado todo este tiempo para hacer
esto de nuevo?
Y al mismo tiempo, era tan… Sus sentimientos se apiñaron dentro de
ella hasta que quisieron desbordarse, pero no podía… No sabía lo que
estaba sintiendo, solo que era mucho, demasiado, y era incapaz de separar
un sentimiento del otro…
Trató de hundir la cara en el pecho de Nicholas, pero él no se lo
permitió. En cambio, la cogió del rostro con una de sus manos y la besó
profundamente mientras comenzaba a moverse hacia arriba y hacia abajo,
dentro y fuera de ella.
Ella le gritó en la boca y él aprovechó la oportunidad de sus labios
abiertos para zambullir su lengua.
Luego ella se perdió en él y todas sus defensas se vinieron abajo,
desaparecieron, estallaron en pedazos. Sloane entrelazó los brazos alrededor
de su cuello y le devolvió el beso. Volcó toda la emoción que no pudo
expresar ni pronunciar en aquel beso. Ella le arañó el cabello y movió las
caderas al mismo tiempo que las suyas.
Hasta que ambos llegaron al clímax entre jadeos, un revoltijo de lenguas
y cuerpos, y, oh…
Después de lo sucedido se quedó sentada. Cada parte de su cuerpo
seguía entrelazada con Nicholas… con su esposo, y pestañeó,
preguntándose «¿qué diablos acabo de hacer?».
Y al mismo tiempo, quería hacerlo todo de nuevo. Pero la había
azotado. La castigó como si fuera una niña. Frunció el ceño y trató de
alejarse de él.
Nicholas no se lo permitió.
—No, no vamos a perder el progreso. No más silencio.
Ella negó con la cabeza, pero lo miró a los ojos.
—No soy un perro que tiene que obedecer a su amo.
Asintió lentamente.
—¿Qué tal esto? Todo lo que te pido es que hables conmigo la próxima
vez. Hay reglas en esta clase de vida y peligros que tal vez no puedas
prever. ¿Cómo puedo protegerte si no sé lo que estás haciendo?
—¿Qué peligro hay en conseguir un empleo y trabajar en la panadería?
—Movió uno de sus brazos para cubrirse los pechos—. Porque si me quedo
encerrada en esta habitación veinticuatro horas al día, siete días a la
semana, me volveré loca.
Sus fosas nasales se ensancharon y ella casi retrocedió, pero él mantuvo
la calma.
—Lo entiendo. Quiero una buena vida para ti, lo creas o no. Siempre
pensé que podría darte eso, o de lo contrario nunca te habría traído…
Suspiró y rodó hacia atrás, poniendo un brazo detrás de su cabeza y
suspirando fuerte y ruidosamente.
—Pero tal vez decidí cerrar los ojos ante el peligro porque…
Sloane frunció el ceño.
—¿Porque qué?
Fijó su vista en ella, y sus ojos ardieron con la intensidad que habían
tenido al hacer el amor.
—Porque te deseaba mucho, maldición.
El estómago de Sloane dio un vuelco. Él la deseaba…
Frunció el ceño. ¿Significaba eso que la deseaba como todos los demás
hombres la deseaban? Ellos querían follar con ella, así que decían que la
amaban y querían casarse con ella.
Pero nunca la había presionado para tener sexo. ¿Sería solo más
paciente que los demás?
—¿Qué significa eso? ¿Que me quieres?
Él se dio la vuelta para estar frente a ella.
—Significa que te quiero como mi esposa. Quiero volver a casa y verte.
Te quiero como mi… —vaciló antes de pronunciar la última palabra, a
pesar de que parecía un poco avergonzado—. Mi familia.
Maldito sea este hombre. Maldito sea por decir la única cosa perfecta
que podría resquebrajar la armadura con la que estaba tratando de proteger
su corazón. Ella quería decirle que no, pero le estaba ofreciendo lo único
que pensó que nunca volvería a tener.
Una familia, con alguien que la deseaba, que deseaba a la verdadera
ella, no la versión de fantasía que retrataba ante la cámara. Ella, con toda su
rareza, mal humor, ley del hielo, y...
—Vale —susurró, preguntándose si estaba cometiendo un gran error.
Nicholas parpadeó.
—¿Vale?
Ella bajó la vista.
—Siempre y cuando pueda trabajar en la panadería y no intentes
encerrarme en esta habitación como Rapunzel o algo así…
Él sonrió y se posicionó sobre ella, moviéndolos para que ambos
estuvieran en el centro de la cama.
—No lo sé, esposa mía —dijo, metiéndose entre sus piernas.
Ella levantó las cejas, sintiéndolo rígido y haciendo presión contra su
sexo. Jadeó y se humedeció al sentirlo, por lo que abrió las piernas para
darle la bienvenida. Él jugueteó con ella y frotó su mástil con sus suaves
pliegues, llevando su excitación a un punto cada vez mayor.
Se inclinó y le mordió el lóbulo de la oreja.
—Creo que me gustó castigarte, bebé. Y creo que a ti también te gustó.
Así que mantendremos eso sobre la mesa. Pero sí, mientras no te alejes de
Babulya, puedes trabajar en la panadería. Solo ten cuidado y no te metas en
líos.
Sloane se rio muy a su pesar.
—Ese barco zarpó el día en que apareciste en mi puerta. —Ella negó
con la cabeza y le rodeó el cuello con los brazos. Había intentado alejarlo
con todas sus fuerzas, pero parecía que dos semanas era todo lo que podía
soportar.
La verdad era que este hombre había bajado sus defensas mucho antes
de que se fueran de Oklahoma. Tal vez ella no debería perdonarlo por lo
que había hecho, pero él la quería como su familia.
Ciertamente no era esa la forma en que había imaginado su vida, pero
tener a aquel hombre cálido, vivo y en sus brazos que le prometía estar a su
lado…
No podía seguir negando lo mucho que lo había echado de menos y lo
mucho que deseaba aquello también. Entonces, por más imprudente que
fuese, lo besó con pasión a la vez que él dejaba de provocarla y se sumergió
en lo más profundo de sí.
Gritó de placer y recibió a su marido en su interior.
DIECIOCHO

Sloane

DOS MESES DESPUÉS, Sloane estaba abriendo la panadería con


Verónica, otra mujer a la que habían contratado hace un par de semanas. Era
un poco mayor que Sloane, y también todo lo que ella no era: rubiecilla, de
ojos azules, esbelta a diferencia de sus curvas, y hermosa de una forma
frágil.
Hasta que se la conocía de verdad. Tal como Babulya, su apariencia era
engañosa. También decía groserías como un marinero, pero, para gran
diversión de Sloane, las mujeres no se soportaban.
—Gracias a los cielos que esa vieja bruja no trabaja hoy.
Sloane puso los ojos en blanco.
—¿Por qué no se llevan bien? Es evidente que le agradas lo suficiente
para contratarte.
—Mi tarta de miel la hizo llorar por lo buena que era. No tiene nada que
ver con mi personalidad.
Sloane se rio ante aquello, pero no hizo más que asentir. Sabía que era
una repostera principiante, y aún se esforzaba para pillarle el truco a las
recetas más complicadas; mientras que, por otro lado, Verónica se había
presentado el primer día sabiendo cómo preparar los manjares más
complicados. Babulya habría sido una tonta si no la contrataba, y esa mujer
no tenía ni un pelo de tonta.
—Solo está enfadada porque mi vatrushka sabe mejor que la suya.
Sloane levantó las manos.
—En este asunto seré como Suiza.
Pensaba que las tartas de queso de ambas mujeres tenían un sabor
extraordinario…, aunque si tenía que decir la verdad, prefería la de
Verónica solo un poquitín. Pero no iba a admitirle eso a ninguna de las
mujeres. Valoraba tener su cabeza, después de todo.
—De igual modo, ambas hacen que mis curvas sean aún más
curvilíneas. He aumentado por lo menos cuatro kilos y medio desde que
llegué.
Verónica dejó la tarta que estaba glaseando y le frunció el ceño.
—¿Cómo conociste a tu hombre? Disculpa, es que es obvio que no eres
rusa y todos por aquí son del barrio.
Sloane miró a todos lados, pero no había nadie en la tienda. Eran horas
de la tarde, antes del anochecer, y la panadería estaba cerrada. Sería seguro
hablar. Nicholas la ponía paranoica a veces con sus advertencias de tener
cuidado. Era muy sobreprotector. ¿Cómo iba a aprender a relajarse en su
nuevo hogar si vigilaba cada palabra que salía de su boca? Además, había
pasado mucho tiempo desde que tuvo una amiga contemporánea de verdad.
—Es una larga historia, pero Nicholas me ayudó cuando… —¿Cómo
podía decirlo de forma delicada? —…cuando estuve en una posición difícil.
Nos enamoramos y vine con él. Nos casamos aquí.
Listo. Nada de aquello era mentira y comunicaba los hechos básicos.
Verónica frunció los labios a la vez que dejaba la tarta terminada y se
quitaba el delantal. Luego, se detuvo.
—¿Pero alguna vez…? No sé, ¿no te molesta lo que hace?
Sloane miró fijamente a su amiga. Verónica bajó la voz y se acercó más
a ella.
—A ver, no es exactamente un secreto. Todos en el barrio saben que
esta panadería y el club son una tapadera para…
Sloane estiró la mano y cogió a Verónica por el brazo, negando con la
cabeza. Verónica alzó las cejas. Sloane no estaba segura de por qué lo hizo;
no sabía a ciencia cierta si había cámaras o micrófonos dentro de la
panadería para más que solo vigilar a los clientes o en caso de problemas.
Había algo en la forma en que Babulya evitaba hablar de Papá
Dimitri… o que la hacía solo hablar de él en los términos más entusiastas,
incluso cuando Sloane podía ver por el rostro y las expresiones de la mujer
que no creía lo que estaba diciendo. Había empezado a pensar que tal vez
no siempre estaban tan solas como lo había pensado al principio.
Aquello hacía que sintiera escalofríos por la columna vertebral, pero
entonces razonaba siempre consigo misma que no tenía nada que ocultar,
así que estaba bien. La vida de Nicholas y ella estaba bien; ambos hacían su
trabajo y cada noche podían tener lo que siempre habían querido: alguien
que los esperara en casa.
No había ninguna razón para complicar las cosas. Ni siquiera cuando, a
veces, Nicholas volvía a casa con nudillos ensangrentados por pelear y no le
quería decir qué había pasado. Pero si se permitía pensar en lo tenue que era
su nueva felicidad… bueno, se le entrecortaba la respiración solo con
pensar en ello. Si aquello seguía así mucho tiempo más, terminaría
haciéndose un ovillo en el piso y sería presa del pánico por todas las cosas
que no podría prever o controlar.
Sloane le soltó el brazo a Verónica con una sonrisa brillante.
—Cortemos esta delicia y pongámosla en la vitrina para la multitud de
la noche.
Verónica le dedicó una mirada extraña debido a la incongruencia, pero
asintió. Hicieron su trabajo en silencio durante la siguiente hora y luego
Mikhail entró a cocinar y el último turno los mantuvo ocupados el resto de
la noche.
Sloane terminó aquella noche exhausta pero nerviosa esperando a que
Nicholas volviera a casa. Había traído comida del café y la había puesto
sobre la mesa.
Pero él llegaba tarde.
Siguió mirando el reloj sobre la pequeña estufa. Ocho y media… Ocho
y cuarenta y cinco.
¿Dónde estaba? ¿Y si estaba haciendo algo peligroso? ¿Y si le pasaba
algo?
Seguía caminando de un lado a otro en el pequeño corredor entre la
cocina y la cama. Ramona maulló debajo de sus pies, probablemente
sintiendo su malestar. Ya la había alimentado.
—Ahora no, Mona.
Ahuyentó a la gata y regresó a la cocina.
Si le pasaba algo… Sus manos empezaron a temblar y trató de respirar,
pero no había aire. Se agarró la garganta, sintiendo el viejo pánico familiar
aumentar, y cuánto lo odiaba.
No quería esta clase de vida con él, pero pensar que nunca volvería a
casa otra vez… Sloane negó con la cabeza, incapaz de pensar siquiera por
completo en la idea. En cuestión de poco tiempo, aquel idiota se había
convertido en el centro de su mundo.
Y cielos, Dios, la idea de que nunca más volviera a entrar por esa
puerta, de que le pasara algo…
¿Dónde estaba?
Pegó un salto cuando la cerradura por fin sonó y Nicholas abrió la
puerta.
—¡Estás en casa! —Sloane corrió a sus brazos.
—Vaya, ¿qué pasó?
Sloane se aferró a él, con la cabeza enterrada en su pecho. El miedo que
había inmovilizado sus extremidades en la última media hora no se iba… y,
como consecuencia, no podía soltarlo.
—Eh, mírame —dijo, soltando por fin las piernas que se habían
adherido a él—. ¿Qué es todo esto?
Pero a su garganta la había ahogado el miedo residual y no podía emitir
ningún sonido. Dios, habían pasado años desde que se cerró así. Trató de
respirar, pero no logró inspirar nada de aire.
Nicholas solo asintió, manteniendo la calma.
—¿Estás teniendo uno de tus ataques?
Ella asintió con la cabeza, desesperada mientras las lágrimas caían de
sus ojos. Odiaba que él la viera así.
Exhaló, pero no parecía frustrado, solo decidido. Asintió mientras se
quitaba la chaqueta.
—Quiero probar algo. ¿Confías en mí?
Las lágrimas caían por sus mejillas mientras seguía tratando
desesperadamente de respirar.
—En este momento necesitas dejar de pensar. No más pensamientos.
Tienes que entregarme todo. Ya no tienes el control, yo sí. Dijiste que
confiabas en mí y ahora soy yo el que está a cargo. Así que desnúdate y
ponte de rodillas.
Sloane abrió los ojos, impactada. ¿Qué estaba…? Este no era el
momento para… Quería gritarle por llegar tarde y hacerle prometer que no
volvería a hacerlo. Aunque sabía al mismo tiempo que era ridículo tanto
porque lo más probable era que fuese una promesa que él no podría
cumplir, como porque ella seguía jadeando y no podía pronunciar una sola
palabra.
—De rodillas —ordenó, con un tono que no admitía discusión.
Ella pestañeó, viéndolo como el regalo que era, aunque al mismo
tiempo no estaba segura de que fuese a funcionar. Pero descansar de su
mente, de la necesidad de darle sentido a todo, de tratar de contener todo en
su cabeza, sus miedos y su necesidad de controlar lo incontrolable… Daría
cualquier cosa para dejar eso, aunque fuese por un momento.
Así que hizo lo que le dijo. Le cedió todo a Nicholas y se quedó en
blanco. Solo estaba su voz.
—Quítate la camiseta.
Lo hizo.
—Ahora tu sujetador.
Lo hizo.
—Ahora tus vaqueros y tus bragas. Luego ponte de rodillas y enséñame
tu culo y tu bonito coño.
Ella tomó una larga bocanada de aire al oír sus palabras. Hacía un buen
rato que no podía respirar y pareció una eternidad, pero no pensó demasiado
en eso. Solo estaba la voz de Nicholas y sus órdenes. Su vida se había
reducido de modo que no había más responsabilidades que hacer lo que él
había dicho.
—Muy bien —dijo tan pronto como ella estuvo de rodillas—. Abre tus
nalgas y muéstrame tu lindo coño.
Aspiró más aire, haciendo lo que le decía.
—Qué buena chica eres. Ahora gatea hacia mí y arrodíllate junto a la
mesa. —Se había sentado en la pequeña mesa para dos en su cocina. Señaló
el lugar en el suelo junto a su silla.
Su mente, por fortuna, aún seguía vacía. Tenía un espacio en blanco
total. Oh, Dios, deseaba poder estar así de vacía por siempre. Fue a gatas
hacia su marido, adorándolo más en este momento de lo que creía posible
mientras respiraba hondo una y otra vez.
Él le pasó los dedos por el cabello mientras ella se acomodaba al lado
de su silla. Con su cuchillo y tenedor, cortó el pirogi en pedazos y luego le
ofreció un poco con los dedos.
—Abre la boca —ordenó. Seguía usando el tono profundo y grave que
solo empleaba cuando era deliciosamente dominante de la forma que ella no
sabía que necesitaba.
Ella abrió la boca y él le acarició el labio inferior con su enorme pulgar.
Todo su cuerpo tembló frente a su roce antes de que por fin le metiese el
bocado en la boca. Sin embargo, cuando cerró los labios, él no retiró la
mano. No, le metió un dedo a la boca, salado por el sándwich, y ella lo
chupó con todas sus fuerzas antes de que él lo retirara. Respiró hondo de
nuevo antes de masticar el bocado. Su sexo inmediatamente se humedeció
más y más con cada mordisco.
Hasta que, a la mitad del sándwich, decidió que era su hora de comer.
Tal vez no pudo soportar la intensidad más de lo que ella podía.
La levantó del suelo y la inclinó hacia atrás sobre la mesa. Ella chilló de
alegría cuando él le puso las piernas sobre sus hombros. Entonces, ¡Dios!
Enterró el rostro en su sexo.
Cielos, su lengua era pecadora; su lengua era el cielo perfecto, solo
había hecho esto una vez antes y fue…
Ella bajó la mano y lo agarró del pelo, sin saber si quería alejarlo o
acercarlo más. Se deleitó con cada movimiento de su lengua mientras él se
la pasaba por todo el clítoris y luego comenzaba a chuparlo con seriedad.
Gritó de placer, sin vergüenza.
Pero no había terminado. El hombre nunca terminaba. Invadió su sexo
con los pulgares al mismo tiempo que seguía chupando. Él la abrió
indecentemente y luego introdujo a la lengua en su canal, y oh, Dios… no
tenía idea de que su sexo era tan sensible hasta que sintió su fuerte lengua
entrando y saliendo, y sus piernas temblaron sobre sus hombros.
Le masajeó el culo con una mano y la atrajo más hacia su rostro; su
barba incipiente rozaba la cara interna de sus muslos de la forma más
embriagadora.
—Nicholas —gritó su nombre—. Por favor, por favor, fóllame ahora…
Necesito… te necesito dentro…
No hizo falta que se lo dijeran dos veces. Aparentemente Sloane le
había provocado demasiado, a pesar de que todo lo que había hecho fue
aceptar el regalo que él le había dado, cediendo a sus órdenes.
Estaba como un toro furioso cuando se puso en pie y se bajó los
pantalones. No la penetró allí mismo como ella preveía que lo hiciera. No,
la cargó en brazos y luego, tras dar varios pasos, la apoyó contra la pared,
inmovilizándola con su enorme y cálido cuerpo.
—Sí —gimió, y él la atravesó con su pene.
—Eres… —La penetró con un largo gruñido— …Tan
endemoniadamente… —Se retiró y entró de nuevo con brusquedad—.
Perfecta. —Salió de nuevo para embestirla una y otra vez.
Cada embestida causaba una fricción perfecta en su feminidad, ya
enrojecida y sensibilizada. Envolvió a Nicholas con las piernas y clavó el
talón derecho en su firme y redondo culo, cabalgándolo desde abajo.
—Sí —fue todo lo que pudo decir mientras él la follaba con
desesperación, como si fuese un hombre hambriento, y ella lo aceptó; lo
aceptó y le devolvió todo lo que él le dio, expresando con sus cuerpos lo
que a veces no podían con palabras.
DIECINUEVE

NICHOLAS

SE VOLVIÓ ritual diario de Nicholas y Alexei, entonces, ir al café a


almorzar. Nicholas porque ver a su esposa y prometerle con los ojos lo que
le haría por la noche era un momento de conectarse y tocar tierra.
En cuanto a Alexei, bueno, nunca lo admitiría; se limitaba a decir que
no se cansaba de la cocina de Babulya. Pero Nicholas tenía la sospecha no
tan leve de que tenía mucho más que ver con la vibrante rubia que más a
menudo ocupaba el mostrador junto a Sloane en los turnos de tarde y noche.
Nunca se había visto que Alexei tuviera una novia seria en todo el
tiempo que Nicholas lo llevaba conociendo, pero tampoco había una mujer
que pareciera menos interesada en él que Verónica. Nicholas no estaba
seguro de si era solo el golpe al ego de su amigo lo que lo hacía ir todos los
días o si era algo más.
Nicholas estaba feliz por cualquier oportunidad de arrebatarle unos
minutos a su esposa, en especial ahora que la Guerra Fría en su casa por fin
se había calentado considerablemente.
—Hola, preciosa. ¿Cuál crees que combine mejor con el especial de
hoy? ¿Té negro o café raf? No he tomado café raf desde la última vez que
estuve en Moscú. ¿Has ido alguna vez?
Verónica no estaba impresionada con él, y Nicholas tenía que admitir
que era divertidísimo.
—Crecí allá. Había demasiada gente.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo en los Estados Unidos? No tienes
casi acento.
—Vine hace poco para estudiar.
—¿Ah, sí? —Alexei apoyó un codo en el mostrador y se inclinó—.
¿Qué estás estudiando aquí? ¿En qué universidad? Yo fui a la Universidad
de Nueva York.
—Lo siento, de verdad no tengo tiempo para charlar —dijo Verónica,
conteniendo la necesidad de voltear los ojos y mirar a Sloane con una
expresión de «este tipo es increíble»—. Hay mucho que hacer y estamos a
punto de cerrar por la tarde. Entonces, si puede decidir qué le gustaría pedir,
sería genial.
—Vale. —Alexei se enderezó y Nicholas trató de no reír. Era bastante
épico ver a su amigo siendo rechazado de forma tan rotunda. Por lo general,
las mujeres se tropezaban entre ellas para llamar su atención. Aun así,
Alexei no había llegado tan lejos en la vida siendo sumiso.
—Quiero el especial y, de hecho, me quedo con el té negro.
—Serán nueve dólares con cuarenta y dos centavos —dijo sin perder ni
un segundo.
—Ah —dijo Alexei, un poco fuera de lugar antes de finalmente buscar
su billetera. Una vez más, Nicholas apenas logró contener una risita. Habría
sido decisión estúpida sacar la tarjeta de «pero ¿no sabes quién soy?» para
insistir en que no tenía que pagar. Había estado pagando durante las últimas
dos semanas desde que Verónica empezó, y cada vez que se desarrollaba
esta pequeña interacción, Nicholas tenía que contener una carcajada. Verlo
pagar innecesariamente solo porque quería impresionar a una chica era
demasiado divertido.
Alexei le entregó una tarjeta y Verónica la pasó.
—Entonces —dijo Alexei, inclinándose hacia adelante nuevamente—.
Respeto totalmente que estés ocupada mientras estás en el trabajo, pero ¿y
después? Una chica hermosa como tú tiene que tomar un descanso en algún
momento. ¿Puedo llevarte a tomar una copa más tarde?
La mirada que Verónica le dedicó podría haber congelado la taza de
agua humeante que acababa de verter del grifo de agua caliente. Cogió una
bolsita de té, la dejó caer en el agua, luego puso la tapa y se la devolvió a
Alexei junto con su tarjeta de crédito.
—Lo siento, señor Vasiliev, pero sería un conflicto de intereses, ya que
trabajo para su familia. —Ella sonrió dulcemente, pero el hecho de que sí
supiera quién era Alexei hacía todo aún más divertido. Sabía que él era el
gran jefe y seguía sin impresionarle. Todo lo contrario. Era una muchacha
inteligente, considerando todas las cosas.
Alexei se desanimó y aceptó su té y el sándwich que le había metido
Sloane en una bolsa. También tenía listo el sándwich de Nicholas en una
bolsita; lo preparó, sin duda, de la manera que a él le gustaba.
—Gracias, bebé.
Se inclinó sobre el mostrador, la agarró por la nuca y la atrajo hacia sí
para darle un beso que fue largo y tal vez inapropiado para el público, pero
se veía tan linda con ese pequeño delantal y había anticipado lo que él
quería. Ella se sonrojó cuando la soltó, pero por la sonrisa secreta en su
rostro, supo que no estaba enojada.
Alexei ya se encontraba de pie junto a la puerta principal y parecía más
que listo para irse cuando la puerta de la cocina trasera se abrió de repente y
luego se oyeron voces que gritaban en ruso. Alguien, o varios, acababan de
llegar del callejón.
Grigory, uno de los hombres que solía estar con Papá Dimitri, llegó
corriendo al frente de la tienda. Miró a su alrededor con ojos frenéticos.
—Saquen a todos.
Alexei inmediatamente se puso firme y sacudió la cabeza.
—Solo estamos nosotros. Están a punto de cerrar.
—Bien —ordenó Grigory—. Cierren ahora y bajen las persianas.
Alexei asintió, aunque la expresión de su rostro era sombría. Nicholas
asintió con la cabeza, se dirigió hacia la puerta, cerró con llave y bajó las
contraventanas.
—¿Que está pasando? —preguntó Verónica.
—¿Quién es esta perra? —preguntó Grigory.
—Eh, cuidado de a quién llamas… —comenzó Verónica.
Pero cuando Nicholas levantó la vista, vio que Sloane tiraba a Verónica
hacia atrás y sacudía la cabeza hacia la chica. Bien, esperaba que su esposa
pudiera sacarla de allí antes de que viera algo que no debería.
De todos modos, ¿qué diablos estaba pasando?
Pero antes de que él o Alexei pudieran preguntar, el problema se hizo
evidente. Los gritos de la parte de atrás se hicieron más fuertes y un hombre
salió por la puerta. Tenía un trapo empapado en sangre adherido a su cara.
Demonios, ¿qué carajo?
Nicholas cruzar deprisa la sala hacia la puerta principal, donde Sloane
intentaba llevar a Verónica, pero resultó que era demasiado tarde.
—¡Mierda, tenemos que llamar a una ambulancia! —dijo Verónica,
obviamente tras haber visto al hombre.
Alexei fijó la vista en Nicholas. Joder, ¿por qué Babulya había
contratado a una externa? No necesitaban este dolor de cabeza adicional.
Nicholas se interpuso entre Verónica y la trastienda.
—Mira, no viste nada, no estabas aquí. Solo vete a casa. Olvídate de
esto si sabes lo que te conviene.
Verónica abrió la boca, pero luego la cerró y lo miró. Se cruzó de brazos
y luego miró a Alexei, quien se detuvo y la miró también, pero
evidentemente estaba dividido entre la necesidad de volver y ver qué
diablos había pasado.
—Tú eres el jefe, ¿verdad? Bueno, yo estaba en la facultad de medicina
en Rusia antes de venirme para acá hace unos años. Si no vas a llamar a una
ambulancia, debes dejarme verle la herida a ese hombre.
Ella comenzó a caminar hacia la trastienda. Alexei la agarró del brazo
para detenerla y ella le lanzó una mirada asesina.
—Te aseguro que querrás soltarme el brazo ahora mismo.
No la soltó. Aquel era el Alexei que Nicholas rara vez veía; con una
seriedad mortal.
—Esto te supera.
—¿Vas a seguir hablando mientras ese hombre se desangra en la tienda
o me vas a dejar ver qué puedo hacer por él? —le desafió Verónica,
apartando su brazo del suyo.
La vena en la frente de Alexei palpitó, pero finalmente la dejó ir. Ella lo
empujó y se fue a la parte trasera.
Sloane había observado todo el asunto con los ojos muy abiertos y
luego siguió a Verónica. Los ojos de Nicholas y los de ella se encontraron
por un momento. La hizo a un lado.
—Sube las escaleras. No es necesario que veas esto.
Pero ella negó con la cabeza rápidamente.
—No quiero dejar a Verónica sola.
—Yo la cuidaré —dijo él, pero ella negó con la cabeza y fue a la cocina
en la parte trasera antes de que él pudiera detenerla.
Maldita sea. No quería que estuviese expuesta a esta parte de su vida,
sobre todo cuando consideraba que ella ya estaba lidiando con problemas de
pánico. Ver que el peligro llegaba a su puerta de esta manera…
Pero ella estaba moviéndose de aquí para allá, limpiando las encimeras
de la comida e ingredientes que tenían encima mientras Verónica ordenaba
a los hombres que ayudaran al herido a subir a la isla de acero inoxidable
que estaba en medio de la cocina.
—¿Qué pasó? —le gritó Alexei a un mercenario que Nicholas apenas
conocía; era uno de los reclutas más nuevos—. ¿Y por qué diablos lo
trajiste aquí de todos los lugares?
—No sabía a dónde más ir. Los hombres de Tereshchenko nos
golpearon cuando vendíamos en nuestro lugar habitual. Le cortaron la cara
a León y nos dijeron que avisáramos a nuestro jefe que no iban a moverse a
ninguna parte.
Alexei se paralizó al oír aquello y sacó su móvil. Nicholas arqueó las
cejas. No hacía falta ser un genio para preguntarse con quién estaba
hablando.
—Papá, ¿qué coño pasa? ¿Quieres decirme por qué hay un hombre
desangrándose en la cocina de la panadería? Pensé que habíamos dejado de
vender mientras las cosas siguiesen tensas con Tereshchenko.
Entonces se hizo un silencio.
—¿Desde cuándo? —Más silencio—. ¿No pensaste en contarme sobre
este nuevo cambio?
Entonces la expresión de Alexei cambió; cerró los ojos y exhaló como
si estuviera contando hasta diez.
—No. No, por supuesto. No quise decir que… ¡Por supuesto que no! Sé
que estás…
Luego se apartó el móvil de la oreja y lo miró.
—¡Mierda! —exclamó, tras lo cual volvió a mirar a la mesa. Verónica
estaba quitándole la toalla ensangrentada al hombre para inspeccionar la
herida.
—Madre mía —dijo Verónica, y levantó la mirada brevemente de la
herida para buscar los ojos de Alexei, y luego volvió a enfocarse en la
repugnante masa de carne ensangrentada frente a ella. Había tanta sangre y
se veía tan mal que Nicholas ni siquiera sabía quién era al principio.
Finalmente distinguió los rasgos de León en la mitad izquierda de su
rostro. León era un mercenario nuevo del nivel más bajo. Nicholas no lo
conocía mucho, pero, mierda. Alguien había usado un cuchillo afilado en el
rostro del hombre y le había cortado desde la frente hasta la barbilla. No
parecía letal, pero joder… tendría una cicatriz monstruosa después de
aquello.
—¿Está muy mal? —preguntó Alexei. Se dio la vuelta y luego se quedó
inmóvil cuando lo vio con sus propios ojos.
Verónica volvió a poner la toalla ensangrentada en la cara del tipo.
—Mantén la presión —le ordenó a Nicholas—. Necesito ir a buscar mi
equipo de sutura.
Tragando saliva e ignorando su estómago revuelto, Nicholas entró,
haciendo presión con la toalla a pesar de que León gritó en ruso y se
retorció en la mesa.
Verónica miró a su alrededor.
—¿No tienes nada con lo que puedas sedarlo?
Alexei miró al otro mercenario que ayudó a traerlo.
—¿Qué traes ahí? ¿Qué estabas vendiendo? —preguntó, no muy feliz.
No lo estaba. Nicholas sabía que Alexei estaba tratando de sacarlos del
negocio de las drogas callejeras. Sus otras fuentes de ingresos eran mucho
más lucrativas y menos riesgosas. Pero Papá todavía se aferraba a las viejas
costumbres con las que estaba familiarizado, aparentemente a las espaldas
de Alexei.
—Papá dijo que se suponía que debíamos mantenerte al margen. —El
mercenario, cuyo nombre Nicholas ni siquiera podía recordar, pareció
fatigado cuando respondió a Alexei en ruso.
—Bueno, traer esto a la puerta de mi casa no es mantenerme al margen,
¿o sí? Así que dame lo que tengas, joder. Y tú… —Alexei miró a Verónica
y su voz se suavizó solo un poco—. Ve a buscar tu equipo de sutura.
¿Cuánto tiempo tardarás en regresar?
Sus ojos se ensancharon.
—Mi apartamento está a unas calles.
—Nicholas, ve con ella —espetó, encargándose de sostener la toalla
mientras el mercenario se adelantaba y sacaba una bolsita de polvo.
Nicholas asintió, pero de ninguna manera se iría hasta que su esposa
subiera a la habitación. Él le dedicó una mirada y ella asintió. Le dio un
apretón al brazo de Verónica y salió corriendo de la panadería.
—Envíame un mensaje de texto cuando estés a salvo en el piso y hayas
cerrado la puerta con llave —susurró cuando ella pasó a su lado.
Luego cogió a Verónica del brazo y la condujo hacia la parte trasera del
edificio, deteniéndose solo para que ella pudiera ponerse el abrigo, tras lo
cual volvió a sujetarla del brazo. Estaba temblando levemente y se apartó de
él en el momento en que el aire frío del invierno los tocó.
Se cruzó de brazos mientras caminaban, y tenía los labios fruncidos al
avanzar por el callejón. Bien por Nicholas. No quería tener una
conversación trivial ni ninguna en general.
Pero, por supuesto, el silencio era demasiado bueno para durar.
—Sloane es una buena mujer —dijo Verónica por fin después de haber
doblado hacia la acera abierta—. No merece que la arrastren a esta vida.
¿En serio? ¿Quién diablos era esta mujer?
—Eres tú quien se involucra en asuntos que no son de tu incumbencia,
señorita. Ahora limitémonos a acabar con esto y ya.
Verónica resopló y siguió caminando.
—Hombres —soltó ella.
El viaje por las dos calles que siguieron transcurrió en silencio.
Llegaron a uno de los edificios de ladrillos gigantes populares entre los
inmigrantes rusos y ella sacó sus llaves.
—Quédate aquí —le ordenó, y Nicholas sonrió. Era lindo que pensara
que tenía influencia sobre dónde iba. Alexei le había ordenado que se
quedara con ella, así que se quedaría con ella.
Cuando abrió la puerta e intentó meterse y cerrarla a sus espaldas, su
enorme palma la detuvo con facilidad. Ella lo fulminó con la mirada, pero
era bajita. Tras un resoplido de frustración, ambos se encontraron
caminando por un pasillo largo y opaco con paredes de linóleo amarillento
desconchado para llegar al ascensor. Marcaron el octavo piso y salieron.
Ella lo condujo hasta el final del pasillo, y se podían escuchar voces
desde los apartamentos a lo largo del camino debido a la finura de las
paredes. Hizo una pausa antes de abrir la puerta con ojos suplicantes.
—Por favor, no entres. Asustarás a mi hermano y a mis otros dos
compañeros de cuarto. No pasas desapercibido, la verdad. Regresaré en un
minuto. Puedes venir a por mí si no salgo.
Nicholas suspiró, pero asintió. Sabía que era un hombre enorme, y con
todos sus tatuajes, probablemente sería difícil explicar su presencia.
—Un minuto. Entras y sales, ¿entendido?
Ella asintió con la cabeza y luego desapareció en el interior del piso.
Nicholas negó con la cabeza. ¿Qué demonios estaba haciendo esta chica
trabajando en la panadería? ¿No podría haber encontrado un trabajo en otro
lugar?
Pero ¿eso no lo convertía en un sucio hipócrita? Porque también había
arrastrado a Sloane directamente a esta situación. Sacó su móvil y revisó
sus mensajes. Exhaló cuando vio uno de su esposa. estoy segura en casa
y he cerrado con llave .
Se pasó una mano por el cabello y por la nuca. Joder, era demasiado
mayor para esto. Decir algo así a los treinta era increíble, pero bueno.
La puerta frente a él se abrió y Verónica reapareció con un maletín
médico en mano. Por suerte, no tuvo nada más que decir en el camino de
regreso. Y para cuando regresaron a la cocina de la panadería, lo que fuera
que había en la bolsa, probablemente fentanilo, un potente opiáceo, había
dejado inconsciente al hombre sobre la mesa.
Nicholas se quedó de pie junto a Alexei mientras Verónica lavaba la
herida con solución salina y cosía el largo tajo con suturas limpias. Lo hacía
bien, pero eso no significaba que León uno iba a quedar como un cabrón
feo de aquel momento en adelante. Dimitri no era de los que optaba por
ofrecer cirugía plástica como opción.
Verónica tardó una hora en suturarlo.
—Necesitará antibióticos —dijo, quitándose los guantes después de
taparle la cabeza a León con una gasa—. Y analgésicos.
Alexei asintió.
—Puedo conseguírselos. Gracias.
Verónica se limitó a mirarlo.
—¿Qué tal si me agradeces haciendo que no vengan más hombres
acuchillados a mi trabajo?
Alexei la miró entornando los ojos.
—Te acompañaré a casa.
Abrió la boca como si quisiera objetar, pero luego la volvió a cerrar.
—Bien —dijo con fuerza.
Alexei le asintió con la cabeza a Nicholas y los otros dos mercenarios
ayudaron al hombre, aún inconsciente, a levantarse de la mesa. Por fortuna,
era más pequeño y entre todos pudieron llevarlo por el pasillo hasta el
ascensor. Era bueno que vivieran en el edificio y no tuvieran que ir muy
lejos.
Nicholas se quedó atrás para asegurarse de limpiar todo y que la
panadería estuviese lista para los negocios como de costumbre por la
mañana. El olor de lejía se le pegó mientras se movía con fatiga al ascensor;
no quería nada más que hundirse en el interior de su esposa y dar por
terminada la noche.
Por lo general, cuando abría la puerta por la noche, encontraba a su
hermosa Sloane tarareando para sí misma mientras cocinaba o miraba uno
de sus ridículos programas de telerrealidad con Ramona acurrucada en su
regazo.
Pero hoy…, hoy estaba en silencio y no había luces encendidas. El
corazón de Nicholas inmediatamente comenzó a latir más fuerte.
—¿Sloane? —llamó él—. ¿Sloane? ¿Dónde estás?
Cerró la puerta detrás de él para que el endemoniado animal no se
escapara y encendió la luz. Entonces vio un bulto del tamaño de un humano
debajo de las sábanas. Avanzó a grandes zancadas y tiró hacia atrás las
mantas. Era Sloane, quien estaba hecha un ovillo y jadeaba intentando
respirar con los ojos cerrados con fuerza.
—Joder, Sloane, casi me matas del susto.
Ella por fin lo miró, logró tomar una breve bocanada de aire y luego
dijo con un chillido:
—Ayúdame.
Mierda, estaba claro que estaba teniendo uno de sus episodios. Nicholas
asintió. Había hecho un pedido de suministros para la próxima vez que
sucediera, aunque no esperaba necesitarlos tan pronto. Pero, por supuesto,
lo que pasó abajo iba a desencadenar su trastorno de ansiedad. El peligro de
su mundo se había desbordado al de ella, y era su deber ayudarla en este
instante.
Así que se cernió sobre ella y profundizó su voz mientras exigía:
—Desnúdate ya y arrodíllate con la cabeza inclinada.
Casi pudo ver el enorme alivio que la embargó a la par que se
apresuraba a obedecer sus órdenes. Se quitó la camiseta, dejando al
descubierto sus hermosos pechos cubiertos por un diminuto sujetador de
encaje negro. Aquella imagen hizo que la adrenalina de Nicholas se
disparase y que el cansancio del día desapareciese por completo.
Más aún cuando se bajó por el costado de la cama y se quitó los
vaqueros y las bragas al mismo tiempo con una sacudida. Maldita sea, qué
piernas tan largas y lindas. Y el bonito sexo que le enseñó…, bueno, no
podía decir que no estaba esperando lo que vendría a continuación.
—Quítate el sujetador —le exigió.
Sloane contorsionó los brazos para llegar a su espalda, abrió la cosa de
encaje y al rato la prenda cayó al suelo mientras sus pechos salían
gloriosamente. Luego, se inclinó frente a él. El cabello le cubría el rostro
como una cascada, su tersa espalda conducía a la cintura más pequeña y
perfecta, que a su vez terminaba en un culo al que Nicholas anhelaba
ponerle la mano encima.
Pero esperaría, porque esto no se trataba solo de satisfacer un impulso.
—No te muevas —ordenó en voz baja, y si estaba un poco ronca,
bueno… un hombre no podía mantenerse completamente tranquilo con una
hermosa mujer inclinada a sus pies.
Se apartó de ella y se dirigió hacia el armario donde había guardado los
artículos que había pedido, manteniéndola siempre vigilada. Cuando se
movió un poco, como si estuviera tentada de mirar hacia arriba para ver
dónde estaba, él espetó:
—Si te mueves un centímetro disfrutaré castigarte, gatita.
No pasó por alto el escalofrío que recorrió su cuerpo. Bien. Le gustaba
ver el efecto que tenía en ella. Era una de las cosas que más disfrutaba de su
esposa. No podía mentir ni siquiera si su vida dependiera de ello; todo lo
que sentía siempre se veía en su rostro y en su lenguaje corporal. Era un
libro abierto y él nunca tenía que adivinar nada cuando estaba con ella. En
su mundo de complejas lealtades y tratos turbios, ella era un soplo de aire
fresco.
—Cierra los ojos —ordenó.
Ella obedeció.
—Buena niña. Camina a donde yo te lleve.
La agarró por la cintura y la levantó del suelo, y Sloane lo siguió. Dios,
le encantaba tener las manos sobre su cuerpo desnudo.
—¿Recuerdas lo que hablamos ese día en tu cocina de que es imposible
tener el control de todo?
Esperó hasta que ella asintió.
—Bueno, esta noche te lo voy a demostrar. Te quitaré todo el control.
Vas a ceder y confiar en mí. ¿Confías en mí?
Apenas vaciló antes de decir:
—Sí.
—Bien, porque esto solo funcionará si confías en mí.
Era cierto: había estado prestando algo más que una curiosa atención
pasajera a las lecciones de Natasha durante las últimas dos semanas cuando
se dio cuenta de que podría ayudar a su esposa con algunos de los
principios y prácticas que estaba enseñando. Al principio no había sido más
que una corazonada, pero ella había reaccionado tan bien la noche en que
llegó tarde a casa, que siguió así.
—Ya no tienes que preocuparte porque puedes dejarme a mí toda tu
preocupación. Solo obedece y siente. ¿Puedes hacer eso?
—Sí —dijo casi de inmediato.
—Buena chica —dijo, dándole una palmada en el culo y apretando su
voluptuosa nalga porque no pudo evitarlo.
—Ahora súbete a la cama. Ponte de rodillas boca abajo en la almohada.
Lo hizo y él nunca la soltó, pues quería tener siempre una mano en su
cuerpo a modo de guía y control. La ayudó a colocarla en el centro de la
cama.
—Buena niña. Ahora, cabeza abajo y culo arriba. Pon las manos por
debajo de tu cuerpo.
Él ayudó a posicionar sus brazos de modo que sus muñecas estuviesen
cerca de sus tobillos, debajo de su culo empinado. Vaya que era una
posición sexy, y su culo extraordinario estaba esperándolo. Pero aún no
había terminado.
Sacó de la caja una larga soga de seda roja, la cual procedió a doblar y
anudar alrededor de sus muñecas; ató primero a su tobillo izquierdo y luego
al derecho. Una vez que la tuvo inmovilizada, dijo:
—Ahora trata de moverte.
Ella lo hizo, luchando contra sus ataduras, pero no pudo hacer mucho
más que sacudir la cabeza. Nicholas se rio entre dientes.
—Eso es bueno, gatita. Mira cómo te tengo a mi merced. Ahora estás
bajo mi control.
Pasó la mano por la parte posterior de su muslo y luego por su trasero,
el cual azotó con fuerza y rapidez. Ella gritó y saltó sobre la cama, pero no
había ningún lugar adonde ir.
—Estás a mi merced y no hay escapatoria. No tienes más remedio que
someterte a mí y a lo que sea que quiera hacerte.
Una vez más, un escalofrío recorrió su magnífico cuerpo, y disfrutó
verla arquear los dedos de los pies.
—Ya te estás mojando, ¿no es así, gatita? —preguntó—. Si meto mi
dedo en tu coño ahora mismo, ¿te encontraré húmeda?
Cuando ella se quedó en silencio, él exigió:
—¡Contéstame!
—S-sí —replicó, temblorosa.
—¿Y qué pasa si no quiero jugar con tu coño esta noche? —preguntó
Nicholas con voz baja y peligrosa—. ¿Qué pasa si quiero explorar otras
partes de tu cuerpo? Estás indefensa y atada, y yo soy quien tiene el control.
Vertió lubricante en su dedo, acarició la abertura de su trasero y luego
comenzó a jugar con el borde de su orificio. Pero no el orificio que ella
esperaba.
La escuchó inhalar con brusquedad mientras flexionaba y apretaba su
ano. Trató de apartarse, pero no podía ir muy lejos por como estaba
inmovilizada. Nicholas llevó la otra mano a su espalda y la acarició para
tranquilizarla de la misma forma que con un animal asustado. Luego le dio
una nalgada suave; lo suficiente para sobresaltarla e intentar distraerla.
—Entrégate a mí y a las sensaciones que experimentas. No tienes el
control —dijo—. Entrégate a mí por completo.
Vertió más lubricante en sus pulgares y comenzó a explorar sin
compasión su lugar prohibido, sumergiéndose cada vez más cerca de su
diminuto ano. Ella continuó jadeando para poder respirar. Era evidente que
no estaba acostumbrada a las sensaciones que él estaba despertando en ella,
y el miembro de Nicholas se endureció ante la apariencia y sensación.
Continuó su exploración con una mano mientras sacaba otro pícaro
objeto de la caja. Lo desempacó tan pronto como llegó y se aseguró de que
tuviera baterías nuevas. Tuvo que agacharse para ver entre sus piernas
abiertas, pero en esta posición, su húmeda feminidad también estaba
expuesta a él.
Su clítoris reluciente ya estaba grande e hinchado. Él sonrió y aseguró el
estimulador de clítoris, apodado cariñosamente «chupador de clítoris», y lo
encendió.
Lo apoyó en ella y su cuerpo se estremeció. Los dedos de sus pies se
curvaron en el instante en que presionó el botón.
—Oh, Dios… —chilló, pero en un minuto su voz no fue más que un
agudo gemido de placer. Sus piernas comenzaron a temblar cuando un
orgasmo comenzó a invadirla.
Mierda, Nicholas había escuchado que estas cosas eran mágicas, pero
joder. Sintió que empezaba a secretar líquido preseminal y no perdió ni un
minuto. Metió el pulgar en su ano, penetrando la estrecha cueva en el
segundo en que ella comenzó a correrse. Gritó aún más fuerte.
Pero Nicholas no había terminado. Cielos, no, no había terminado.
Apenas comenzaba.
Dejó caer el chupador de clítoris y se desabrochó los pantalones,
quitándoselos casi con un único movimiento. Sus rodillas cubrieron el
delgado trozo de cuerda entre sus muñecas y tobillos y luego hundió su
pene en su sexo empapado. Dejó el pulgar en su culo mientras comenzaba a
follarla.
—¿Me sientes? ¿Sientes eso? Mi pene gigante llena todo tu coño
mientras te follo el culo con los dedos. ¿Sientes eso, bebé?
—Sí —gritó ella en la almohada.
La abrió con el pulgar sin piedad mientras la follaba, moviéndola hacia
su ingle a la vez que tenía la otra mano en su cadera.
—Joder, amo este culo.
Ella lo apretaba tan, tan bien en todas partes. Joder, deseaba enterrarse
hasta el fondo y vaciarse en su interior. Estaba a unos segundos de aquello.
Sloane estaba temblando de nuevo, a punto de llegar al orgasmo con su
dedo dentro. Él se retiró de su dulce sexo antes de que pudiera llegar, lo
cual sabía que la desesperaría por completo.
—No tan rápido. —Él le dio una nalgada y agrandó su orificio con el
pulgar mientras alcanzaba otro juguete—. Te estoy dando una lección sobre
el control, gatita. Esta noche no lo tienes, yo sí.
Lubricó generosamente uno de los tapones anales más pequeños y se
dispuso a insertarlo. Le encantó cómo desaparecía dentro de su pequeño y
delicado ano. La base impidió que siguiese entrando. Mordiéndose los
labios mientras la miraba, activó la opción de vibración y su miembro saltó
cuando Sloane se estremeció ante la sensación.
—Vuelvo enseguida —dijo, obligándose a tomarse su tiempo a la vez
que ella gemía en la cama, así que fue al baño y se lavó las manos. Se tocó
el rígido pene unas cuantas veces en el camino de regreso. ¿Cómo podría no
hacerlo cuando su sirena yacía atada, con su sonrosado culo a la vista y el
vibrador anal zumbando mientras la hacía revolverse de una forma tan
bonita?
Pero tenía más cosas que hacerle, muchas más cosas. Habían tenido
mucho sexo, era cierto. Pero a menudo se impacientaba por ponerse encima
de ella, y ella llegaba al orgasmo en sus brazos muy rápido. No siempre
tenía el tiempo que quería para descubrirla como quería. Pero esta noche…,
esta noche le daría lo que se merecía. Le demostraría que no tener el control
no siempre era algo malo.
Esta noche la torturaría y la descubriría, así que volvió a subirse a la
cama, decidido a hacer precisamente eso.
Cogió el extremo del tapón, lo sacó lo suficiente para que la bulbosa
parte del medio saliese de su ano y lo volvió a introducir, lo cual causó que
Sloane se sacudiera. Luego se tumbó en la cama junto a ella para poder
llevar la mano entre sus rodillas abiertas y meter su grueso dedo medio,
hasta el nudillo, en su feminidad.
Ella jadeó y le apretó el dedo. Él tanteó a su alrededor para conocer la
forma de su interior. Luego dobló su dedo y lo movió, sintiendo la suave
protuberancia de su punto G. Supo que lo había encontrado porque ella
comenzó a enloquecer y su voz se volvió supersónica.
Lo presionó y soltó varias veces, y fue entonces cuando comenzó a
chillar. Se estremeció y él la exploró más, aprendiendo sobre los sitios que
le gustaban. Cuando él se zambulló más y le rozó el cuello uterino,
haciendo un gesto de «ven aquí» contra su punto G, ella tembló aún más;
casi colapsó de placer sobre su brazo, incapaz de mantenerse de rodillas por
más tiempo.
—De rodillas —espetó.
Y lo intentó, verdaderamente lo intentó, pero él no cedió. Nicholas
movía su dedo despiadadamente hacia adelante y hacia atrás; empezaba en
ese lugar a la izquierda de su cuello uterino y luego pasaba a su punto G.
Luego, le apretó el clítoris con la palma de la mano, viendo cómo su
orgasmo se desencadenaba desde adentro. Le puso la mano sobre su sexo,
encajando firmemente el dedo medio en aquel lugar en su interior y dejando
un pulgar sobre su clítoris para poder alcanzar todos sus puntos de deseo al
mismo tiempo.
Sin soltarla, presionó la parte inferior de su estómago con la otra mano
para que sintiera todo. La obligó a surcar las sensaciones hasta enloquecer;
hasta que empezó a sacudirse contra él. Era glorioso verlo. Se encontraba
temblando, estremeciéndose por completo de placer por lo que él le estaba
haciendo.
Ella se revolvió y él no se detuvo, cambiando la presión desde los
puntos internos hasta su clítoris, y luego empezando de nuevo. Miró hacia
arriba y vio lágrimas brotando de sus ojos. Había perdido toda razón por el
placer que estaba generándole.
Lo había logrado. Se había entregado a él por completo.
Actuaba como si estuviese en celo por la forma en que se movía hacia
su mano y él lo sintió; había estado escalando de pico a pico. No tenía
orgasmos múltiples, sino que, más bien, surcaba uno continuo. Sintió que
todas las sensaciones iban en ascenso para formar un clímax final, y sería él
quien lo dirigiera como un director maestro.
Sacó el pequeño tapón de su ano y se apresuró a lubricar uno mucho
más grande mientras la masajeaba para que tuviese el clímax más intenso
hasta el momento, pues sabía que tenía que estimularla desde afuera hacia
adentro. Logró acercarla al orgasmo al tocar los puntos sensibles en las
paredes internas de su sexo, pero sabía que necesitaba alcanzar su punto G.
Tomó una ruta larga y tortuosa.
Ella comenzó a hacer ruidos de deseo y necesidad. Se había
familiarizado tanto con el placer de que él estimulase aquel punto, que ya
sabía que lo quería sentir dentro. Pero él haría todo bajo el tiempo que él
quisiese: ese era el propósito. Entonces, a la vez que estimulaba su sexo con
una mano, comenzó a introducir el tapón en su ano lentamente, afuera y
adentro, afuera y adentro. Se resistió al principio, pero Nicholas estimulaba
su feminidad tan bien que pronto olvidó o se dio cuenta de que resistirse era
inútil. Bien.
Se acercó más al punto que él sabía que ella quería que tocase tan
desesperadamente y, cuando comenzó a gemir y sus piernas volvieron a
temblar, hundió el juguete anal en su centro más allá de su bulboso punto
elástico al mismo tiempo que por fin presionó la protuberancia que la
encendía en llamas.
Ella gritó, arqueó la espalda y le enseñó el culo mientras el clímax final
en el que había estado trabajando finalmente estalló.
Él estrujó su delicioso culo a la vez que ella temblaba y tenía escalofríos
por el orgasmo.
—Ah, ¿crees que has terminado y que ya no puedes soportarlo más? —
preguntó cuando ella volvió a colapsar en el colchón, con el pelo adherido
al rostro por el sudor.
Él sonrió maliciosamente a pesar de que ella no podía verle, y se volvió
hacia el chupador de clítoris.
—No puedo —gimió, sin aliento—. Es demasiado.
—¿Quién tiene el control? —exigió.
—Tú —gritó, las lágrimas aún caían por sus mejillas y su cuerpo se
estremecía por las réplicas.
—Buena chica —dijo.
Y se movió de nuevo. Se puso de rodillas y su miembro se extendió
como si fuese otra extremidad. Estaba muy rígido, nunca en su vida había
sentido que estuviera tan duro como en aquel momento. Sloane era perfecta,
más perfecta de lo que jamás hubiera imaginado.
Se lubricó el pene y luego sacó el gran tapón anal. Luego, la sujetó por
el culo con adoración; se inclinó y colocó el chupador de clítoris justo
donde sabía que le provocaría interminables espasmos. Lo mantuvo allí sin
piedad.
Tan pronto como ella comenzó a chillar, él comenzó a enterrarle el pene
en su ano. Apenas hubo resistencia, pero, maldición… Sentir que lo
abrazaba con la contracción de sus músculos, ver su pene desaparecer en su
ano, verla aceptándolo de esa forma perfecta mientras temblaba y se rendía
ante otro orgasmo… apenas podía aguantarlo.
La penetró lentamente, torturándose a sí mismo tanto como a ella.
Entró, salió y volvió a entrar. Joder, ¿es que había existido alguna vez un
paraíso más grande que este?
—Siénteme y ciérrate —ordenó después de sumergirse en sus
profundidades de nuevo—. Aférrate a mí como si tu vida dependiera de
ello.
Y ella lo hizo. Cielos, sí que lo hizo. Lo ceñó y se estremeció cuando el
chupador de clítoris hizo su trabajo.
Hasta que finalmente no pudo más. No perdió el control, no. Nunca
perdería el control con ella, pero ya no podía ir más lento. No cuando tenía
su miembro en el ano más perfecto del puto planeta y estaba con una mujer
que se sometía a él por completo.
Sloane gritó cuando él apoyó firmemente el chupador de clítoris en su
intimidad, y le folló el ano hasta que se corrió con tanta fuerza que sintió
como si todo el líquido del que estaba compuesto su cuerpo acabara de
vaciarse por medio de su miembro.
Finalmente se derrumbó sobre ella, acostándole de lado con él y
aplacando cualquier presión sobre sus rodillas y brazos. Aun así, ella no
paraba de temblar y estremecerse; sus piernas trabajaban una contra la otra
como si aún buscaran placer o trataran de aliviar su sexo hipersensibilizado.
Por fin, extendió la mano y puso la mano sobre su sexo. Ella saltó ante
el contacto, pero se recostó contra él.
—Eres tan perfecta —le susurró al oído.
Ella suspiró y se relajó junto a él. Unos espasmos restantes recorrieron
su cuerpo antes de que finalmente se quedara inmóvil.
—Eso es todo, bebé. Eso es todo —dijo Nicholas—. Renuncia a todo.
Mira lo bueno que es cuando me cedes todo.
VEINTE

Sloane

SLOANE SE DESPERTÓ con Nicholas a la mañana siguiente y preparó el


desayuno. Puso música y bailó con Ramona en brazos. Cualquier cosa para
ahogar sus pensamientos y tratar de deshacerse de la noche anterior.
Había regresado al piso y se dijo a sí misma que sería fuerte, que no
recaería, que no sería estúpida y débil, sin importar lo aterrador que había
sido ver a un hombre tan ensangrentado. Pero luego le comenzó a fallar la
respiración cada vez más y, de repente, no pudo respirar hasta que se metió
en la cama y literalmente se escondió debajo de las sábanas.
Era infantil y ridículo, y estaba furiosa consigo misma. Pero entonces
Nicholas había llegado a casa y…
Negó con la cabeza recordando cómo lo había mejorado todo. No podía
creer lo fácil que fue; solo tuvo que cederle el control. No debería haber
sido tan sencillo.
Pero cielos, la respuesta a esa única pregunta de «¿confías en mí?» era
un sí. Confiaba en Nicholas a pesar de todo. Sí, trabajaba para un mafioso,
y sí, no había sido honesto con ella cuando se conocieron, y sí,
probablemente estaba loca por confiar en él… pero… ¿lo estaba de verdad?
A pesar de todo, sentía que sí le conocía, que conocía al verdadero él.
No le gustaba la violencia. No era cruel. Era amable y gentil de una forma
que ella nunca había esperado, incluso cuando era dominante y hacía cosas
que no se podía imaginar permitiendo que nadie más le hiciera. Con él todo
se sentía natural y seguro. Se sentía tan segura en sus brazos, como si nada
pudiera tocarla.
La canción terminó y le acarició el hocico a Mona.
—Besos y besos.
Luego la dejó en el suelo y pasó la segunda tortilla, que ya se enfriaba
en la sartén, a un plato antes de llevarla a la mesa.
—¡La comida está lista!
Acercó la silla a la de su esposo mientras desayunaban. Estaban tan
cerca que sus muslos se tocaban. Tener contacto físico con él la hacía sentir
mejor de alguna manera, aún más considerando que se le secó la boca al
pensar en salir del piso y bajar las escaleras.
Cerró los ojos y trató de tranquilizar su respiración. No, maldición. Era
ella quien había luchado por la libertad de salir del piso y conseguir un
empleo. No dejaría que su estúpida discapacidad la hiciera retroceder para
estar encerrada en una jaula más pequeña. Lo rechazó.
Pero, aun así, mientras el reloj sobre la estufa se acercaba más a la hora
en que se suponía que tanto ella como Nicholas debían irse, su corazón se
aceleraba y latía cada vez más rápido.
Nicholas posó una mano sobre su muslo y apretó.
—Mírame —dijo con una voz autoritaria que inmediatamente logró que
su respiración se hiciera más regular y tranquila.
Ella lo miró, y él cogió su tostada y se la llevó a la boca.
—Muerde —ordenó.
Lo hizo, y luego masticó como él le indicó.
—Vas a tener un día perfectamente bueno hoy. Ni mejor ni peor que
cualquier otro día de trabajo. ¿Quién estará de turno contigo hoy? ¿Babulya
o Verónica?
—Babulya abrió la tienda esta mañana y trabajaremos juntas hasta la
hora punta del almuerzo, que es cuando entra Verónica.
—Excelente. Así que estarás bien y ocupada, muy ocupada en
preocuparte por cualquier otra cosa.
Sloane asintió y se tragó el trozo de pan. Buscó su zumo de naranja para
ayudarse, pues su boca aún estaba muy seca. Pasar el día en reflexión la
ayudaba a veces, pero hoy, todo lo que podía imaginar eran todas las cosas
que podían salir mal: más gente golpeando la puerta de la trastienda, más
sangre… ¿Y si los hombres de Tereshchenko iban a la panadería? ¿Y si
lastimaban a Babulya o intentaban secuestrar a Sloane a modo de venganza
por lo que le sucedió a Olly?
—Sloane —dijo Nicholas con brusquedad, obviamente percatándose de
que su respiración había comenzado a entrecortarse—. Ya basta —dijo,
empujando la silla hacia atrás—. ¿Ya has olvidado la lección de anoche? Es
imposible tener el control de todo, pero eso no importa. Yo siempre te
cuido. O confías en mí o no lo haces. Ahora, ponte en posición. —Señaló su
regazo.
—¿Qué? —Fijó los ojos en el reloj—. Pero no hay tiempo. Tenemos
que terminar de prepararnos y…
—¿Me estás desobedeciendo? —gruñó—. Dije que te pusieras en
posición.
Ella tragó saliva al mismo tiempo que una descarga de placer recorrió su
centro. Pero ¿en verdad esperaba que…?
Se miró el regazo, y, evidentemente, al ver la vacilación en su rostro, le
señaló con más vehemencia:
—No tengo todo el día. Ponte boca abajo ahora mismo antes de que
decida aumentar tu castigo.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral y no fue de miedo o
ansiedad. Tal como anoche, se soltó. Dejó ir su miedo, sus preocupaciones y
todos los pensamientos, todo, excepto la única, clara y simple hilacha de la
obediencia.
Se arrodilló y se levantó ligeramente de modo que quedó tendida sobre
el regazo de Nicholas, con el culo hacia arriba.
Era una posición humillante, y también sucia, emocionante, sensual y…
Él le quitó los vaqueros y las bragas, y luego le dio una nalgada. La
azotó sin molestarse en ser delicado.
Ella gritó y se revolvió en su regazo.
—Cuenta —exigió. Su feminidad pasó a ser líquida.
—Uno —susurró, trémula.
—Más fuerte. —Él la azotó de nuevo.
—¡Dos!
—Pídeme más. —Otro golpe fuerte.
—Tres. Por favor, dame más, señor. —Se sentía obsceno pedir que la
castigase más, pero su mente se había vuelto confusa y en blanco, dejándola
casi de inmediato en ese lugar sublime al que la había llevado la noche
anterior.
Una vez más, su mano aterrizó en su trasero, emitiendo un sonido que
hizo eco en todo el piso. Tomó una gran bocanada de aire.
—Cuatro. Por favor, señor, ¿puede darme más?
Una y otra vez, le dio lo que la hizo rogar. Para cuando le dio la décima
nalgada, todo su cuerpo se sentía inmóvil y relajado.
—Ahora —dijo con voz profunda y grave. Podía sentir su erección
haciendo presión en su vientre—. Te dejaré un recordatorio de quién tiene
el control para que nunca lo olvides a lo largo del día.
Y con eso, sintió el impactante frío del líquido pasando por la abertura
de su culo. Entonces, algo duro e invasivo hizo presión para penetrar el
agujero que había diezmado y poseído por completo la noche anterior.
Mierda, ¿le estaba metiendo un tapón anal?
Quería resistirse a la intrusión, pero estaba concentrada, por lo que se
relajó y aceptó el objeto; incluso se estremeció levemente cuando sintió que
la parte bulbosa entraba por completo por su ano. Tomó otra bocanada de
aire tan pronto como se alojó en su interior y la base plana se fijó en el
exterior.
—Ahora. —Nicholas se inclinó y le susurró al oído, moviendo con su
aliento el cabello que tenía en el rostro—. Siempre que empieces a sentirte
ansiosa, piensa en lo que tienes metido en el culo y recuerda quién tiene el
control. Eres mía y no dejaré que nada le pase a lo que es mío. Sin embargo,
no puedes correrte hasta que los dos regresemos a casa por la noche. Si
logras concentrarte en algo, piensa en eso.
Se mordió el labio y se estremeció, anhelando sentarse en su regazo y
exigirle que la follara. Un rapidito era exactamente lo que necesitaba…,
aunque sospechaba que no era así. La tensión de esperarlo todo el día era,
en realidad, lo único que tenía una esperanza de distraerla de su pánico y
paranoia. En particular si esperaba que usara el tortuoso tapón todo el
tiempo.
—Vale —logró decir.
Pudo escuchar la sonrisa en su voz cuando dijo:
—Buena chica. —Luego le dio una última nalgada—. Qué culo tan
delicioso, y es todo para mí. Ahora levántate. No podemos llegar tarde al
trabajo, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza, sintiéndose un poco aturdida todavía. Quizás
era eso con lo que él contaba mientras la ayudaba a ponerse en pie. Le subió
los vaqueros y las bragas.
Pero parece que no había terminado de atormentarla todavía, pues se
inclinó una vez más.
—Si te sirve de consuelo, yo apenas podré concentrarme hoy. Mi mente
estará consumida con lo que podré hacerte cuando llegue a casa por la
noche.
Sloane se sonrojó y sonrió ampliamente. Gracias a Dios que lo afectaba,
aunque solo fuera un poco. Él la había seducido por completo, y sería
devastador que no fuera más que algo unidireccional. Asintió con la cabeza
e hizo lo que él dijo mientras terminaba de alistarse con un estado de ánimo
mucho mejor y alegre.
Fue cuando llegó el momento de irse del piso que vaciló de nuevo.
Dios, odiaba las puertas. Eran en extremo definitivas; pasaban de un
espacio al otro. Salían de la seguridad y conducían al peligro.
—¿Tienes el control? —preguntó Nicholas, acercándose justo detrás de
ella. Él apoyó una mano sobre su hombro y curvó los dedos alrededor de su
nuca.
—No —exhaló aliviada y lo miró—. Pero aun así… ¿podrías abrazarme
por un rato más?
Apretó el tapón para recordarse a sí misma que él estaba con ella, y
tenía la sensación de que repetiría aquella acción todo el día para poner los
pies en la tierra.
—Te abrazaré todo el camino —dijo, y ella asintió con alivio.
Se encontró bien mientras caminaron por el pasillo e incluso cuando
subieron al ascensor. Fue solo cuando comenzaron a bajar que su
respiración comenzó a fallar un poco.
Nicholas, siendo él y estando tan sincronizado con ella, lo notó de
inmediato.
—De rodillas —exigió—. Inclina la cabeza.
Ella se arrodilló a sus pies y su respiración se normalizó de inmediato
mientras su mente se quedaba en blanco.
—Aprieta el tapón.
Lo hizo.
—Si tienes algún problema hoy, recuerda a quién le perteneces. Hoy no
tienes el control, pero yo sí. Te enviaré un mensaje de texto con las
instrucciones a lo largo del día y espero que sepas que quiero que me
obedezcas de inmediato. ¿Entendido?
—Sí —dijo Sloane, sintiendo oleadas de alivio ante el tono autoritario
en su voz. No la abandonaría sin más.
—¿Sí qué? —gruñó.
—Sí, señor —dijo, estremeciéndose levemente.
—Buena niña.
El ascensor soltó un pitido.
—De pie —dijo Nicholas.
Pero antes de que pudiera levantarse, las puertas del ascensor se
abrieron.
—¿Qué tenemos aquí?
Sloane se apresuró a ponerse de pie y luego se escondió detrás de su
esposo cuando nada menos que su aterrador jefe, Papá Dimitri Vasiliev en
persona, entró en el piso que estaba justo encima de la panadería.
—Solo estaba teniendo una discusión con mi esposa —dijo Nicholas,
acercándose y volviendo a posar la mano en su nuca mientras apretaba los
puños de una manera que inmediatamente calmó sus nervios. Incluso frente
al hombre más aterrador que había conocido, su mente se calmó de
inmediato y se quedó en blanco.
Vasiliev tenía su equipaje encima, y la hermosa mujer que Sloane veía
de vez en cuando cerca de él, Natasha, estaba a su lado, con varias maletas
más. No había ninguna expresión en su rostro y no miró a Nicholas ni a
Sloane.
Vasiliev, sin embargo, siguió mirándolos a ambos. Sloane bajó la mirada
al suelo del ascensor mientras continuaba el último tramo hasta la planta
baja.
Nadie dijo nada más y Sloane se sintió aliviada por la disipación de la
tensión cuando se abrieron las puertas. Nicholas y ella esperaron a que
Vasiliev y Natasha bajaran primero. Nicholas le dio a su cuello un apretón
tranquilizador y rápidamente le susurró «esta noche», en el oído antes de
seguir a Vasiliev, quien ya avanzaba.
Vasiliev miró hacia atrás y le dio una rápida mirada, pero luego los tres
caminaron por el pasillo hacia el garaje. Por supuesto, ahora recordaba que
Nicholas había mencionado que por la mañana llevaría a Papá Dimitri al
aeropuerto. Bien. Ese tipo le daba escalofríos y si estaba fuera de la ciudad
por unos días, pues mucho mejor.
Sloane respiró hondo, se apretó al sentir el inusual imán de comodidad y
conexión enterrado en su ano, y se dijo a sí misma que podía hacerlo.
Luego caminó unos cuantos metros hasta la panadería y se puso manos a la
obra. Estaba lleno de clientes y Babulya le dio la bienvenida detrás de la
caja registradora mientras atendían a la ajetreada multitud matutina de
personas que tenían prisa para ir a sus trabajos.
VEINTIUNO

NICHOLAS

NICHOLAS ABRIÓ la puerta a la parte trasera del todoterreno para Papá


Dimitri sin dejar de pensar en su esposa. Lo había hecho muy bien, pero
esperaba que la presencia de su jefe no la hubiera hecho entrar en pánico al
final.
Deseaba poder enviarle un mensaje de texto en ese instante con una
instrucción para ayudarla a centrarse, pero sabía que Papá Dimitri se
enojaría si usaba su móvil para uso personal. No, tendría que esperar hasta
después de dejarlo. Pero de camino al aeropuerto, nada le impidió soñar con
algunos juegos divertidos para mantener ocupada a su esposita durante todo
el día.
Trató de ocultar su sonrisa, pero debió habérsele escapado porque
Dimitri se detuvo al momento de entrar al auto.
—Vaya mujercita que tienes. Veo que la has entrenado muy bien.
Apuesto a que es un buen polvo, ¿eh? ¿Te da su coñito caliente para que lo
destruyas todas las noches?
Nicholas tuvo que luchar contra el impulso de derribar de un golpe al
hijo de puta por hablar tan irrespetuosamente de su esposa. Sin embargo, se
limitó a encogerse de hombros.
—Estamos felices, señor.
Ahora súbete al maldito coche y no digas ni una palabra de mierda más.
—Felices. —Papá Dimitri sonrió mientras sacudía la cabeza y luego
subió a la camioneta. Natasha ya había subido al otro lado. Se encontraba
mirando por la ventana. Parecía aburrida.
Nicholas estaba a punto de cerrar la puerta cuando el hombre lo miró.
—No seas tonto. Las putas infieles son todas iguales.
Nicholas sonrió con inquietud, se encogió de hombros y luego cerró la
puerta. Estaba furioso por dentro cuando se sentó en el asiento del
conductor y conectó su móvil para encender el GPS hasta el aeropuerto.
Vaya idiota de mierda.
Puso el todoterreno en marcha y tuvo que calmar a la fuerza su
temperamento mientras se incorporaba al tráfico. En realidad, nunca se
había molestado en preguntarse si su jefe le agradaba o no. El jefe no era
más que… el jefe. Era lo que era.
Claro, Papá Dimitri tenía predisposición a los ataques de furia y se
rodeaba de mujeres a las que trataba como mierda, pero eso no era más que
lo hacían los hombres ricos, por la experiencia de Nicholas. Estaban por
encima de las reglas, por encima de la ley. Así era el mundo. El dinero
hablaba y dominaba todo; hacía reyes a los hombres, y los reyes, a lo largo
de toda la historia del mundo, nunca habían sido conocidos por su
comprensión ni su amabilidad.
Todos los demás se limitaban a navegar y apartarse del camino de sus
caprichos, tratando de sacar toda la riqueza y la estabilidad que se pudiera
tener en medio de los corruptos sistemas.
Nicholas trató de hacer caso omiso de los comentarios de Papá Dimitri
como siempre lo había hecho. Sí, el hombre era un cerdo chovinista, ¿y
qué? No tenía nada que ver con él. Y estaría lejos por una semana, así que
era una semana menos en la que debía pensar en el cabrón.
Se toparon con el tráfico matutino, del que Papá se quejó en voz alta.
«Qué imbécil mimado», no pudo evitar pensar Nicholas. Papá era quien
había fijado la hora de salida y, por supuesto, se habían encontrado con
tráfico a esta hora.
Sin embargo, cuarenta y cinco minutos después, por fin estaban
entrando en LaGuardia. Incluso habían llegado a buena hora, considerando
todo. Natasha se apeó tan pronto como Nicholas se detuvo en el carril para
dejar a las personas, pero Papá Dimitri se inclinó entre el asiento delantero
y el del pasajero.
—Bueno, ¿recuerdas el favor que me debes? Por fin he decidido cómo
puedes pagarme.
—¿Ah, sí? —Nicholas se volvió y estiró el cuello para mirar a su jefe
—. Bien. Sea lo que sea, es suyo, señor. —Francamente, le alegraba poder
quitarse aquello de encima. Deberle un favor a un hombre como Papá
Dimitri no era una posición cómoda en la que estar.
Papá sonrió, y su mirada envió una punzada de miedo al interior de
Nicholas. Algo estaba mal, podía sentirlo.
—Bien, bien. —Le dio una palmada a Nicholas en el hombro—. Me
alegra que pienses así, porque el favor que quiero pedirte es una noche con
esa obediente esposita tuya. Organízalo para cuando regrese.
Volvió a darle una palmada en el hombro a Nicholas y luego se volvió
para irse.
Nicholas se quedó sentado sin decir palabra. Pero, por supuesto, papá
Dimitri, siendo el hijo de puta que era, no lo dejó pasar. Abrió la puerta,
pero se detuvo antes de bajar.
—Eso no es un problema, ¿verdad, soldado?
Nicholas encontró su voz mientras negaba con la cabeza.
—Claro que no, señor. Yo me ocuparé de eso.
Papá sonrió y, en ese momento, Nicholas pensó que tenía el mismo
aspecto que el diablo.
—Excelente. Espero probar un poco de esa miel en primera persona. —
Se rio—. Te veo en una semana.
Nicholas asintió y rápidamente giró la cabeza hacia atrás, sin estar
seguro de poder poner ninguna expresión que no fuese la de rabia asesina.
Tan pronto como Papá cerró la puerta, quiso irse. Si tenía suerte,
atropellaría el pie del cabrón en el proceso. Pero no, Nicholas luchó por
calmar la rabia que hervía cada gota de sangre en sus venas. No, no, joder,
no podía perder la calma, no podía…
Intentó que no hubiese expresión en su rostro mientras veía a Papá
Dimitri caminar por detrás del auto en su retrovisor para luego dirigirse con
Natasha al aeropuerto.
Solo una vez que hubo desaparecido en el interior, Nicholas golpeó el
volante del coche y se incorporó al tráfico, profiriendo todos los insultos
que conocía tanto en español como en ruso.
¿Qué coño se suponía que debía hacer ahora?
VEINTIDÓS

Alexei

ALEXEI ENTRÓ a la panadería y sonrió cuando vio a la hermosa rubia


trabajando en la caja registradora.
Fue al final de la fila esperando ordenar, y dejó que una mujer pasase
primero para tener más tiempo para hablar con Verónica cuando llegara al
frente. Se había asegurado de llegar al final de la hora punta del desayuno.
Ella no había mirado ni una vez hacia donde estaba él, aunque de alguna
manera sentía que ella sabía que estaba allí. Tampoco creía que fuera su
arrogancia hablando. Tal vez era solo él quien sentía la descarga eléctrica y
la química entre ellos, pero se ganaba la vida interpretando y leyendo a las
demás personas, así que no creía que fuese el caso.
Ella también lo sentía, solo que se resistía obstinadamente, lo cual
intrigaba a Alexei. En un mundo donde la mayoría de las personas se
inclinaban e intentaban mendigar cuando sentían a una persona poderosa
cerca, ella definitivamente llamaba la atención. Y también estaba su belleza.
Ella era un enigma. Había aparecido de la nada y caído justo en su
camino.
A Alexei no le gustaban las sorpresas. En su vida, había descubierto que
rara vez presagiaban nada bueno. Pero tal vez, en este caso, el universo le
estaba dando un respiro. Solo esta vez.
Cuando por fin terminó con el cliente frente a él, miró fijamente su
cuaderno de pedidos en lugar de dedicarle el contacto visual y la sonrisa
radiante que tenía para todos los demás. Ah, estaba completamente seguro
de que lo había visto entrar.
Su sonrisa se hizo más amplia.
—Mmm, me está costando decidir qué comer esta mañana. ¿Qué
recomiendas?
Finalmente, miró hacia arriba y puso sus hermosos ojos azules en
blanco.
—¿En serio? Ambos sabemos que terminarás pidiendo el especial
número dos. Por la mañana, sin falta, es el especial número dos y un té
negro.
Atenuó su sonrisa hasta convertirla en una mueca de satisfacción y
apoyó un codo en la encimera.
—¿Te gusto tanto que memorizaste mi pedido? —Se llevó una mano al
pecho—. Estoy conmovido. Honestamente.
Volvió a poner los ojos en blanco.
—Más bien me irritas, porque vienes todas las mañanas y me molestas
con tus charlas cuando tengo otros clientes por atender.
Alexei miró hacia atrás y movió la mano con un gesto exagerado.
—No hay más clientes hoy.
Ella lo fulminó con la mirada.
—¿Y crees que no tengo más trabajo que hacer? Limpiar y recoger las
mesas y lavar los platos y…
Alexei se rio entre dientes.
—Debes ser la única persona en Nueva York que espera echar a su
cliente para que pueda volver a fregar ollas y sartenes.
Verónica le arqueó una ceja.
—Se llama ética de trabajo. Quizás si no estuvieras haciendo payasadas
todo el día, sabrías lo que significa el término.
Alexei volvió a llevarse una mano al pecho, esta vez tropezando hacia
atrás.
—Me hiere, señorita. Me hiere su valoración de mi carácter. —Estaba
bien si ella pensaba que era un tonto. Alexei sabía que quien trabajaba más
duro en la organización era Bo, y la mitad del peso del trabajo de Alexei era
tratar de mantener a su propio padre bajo control para evitar ponerlos a
todos en el radar de los agentes federales con sus esquemas obsoletos y…
El móvil de Alexei sonó en su bolsillo. Lo sacó y miró la pantalla.
Hablando del diablo.
Alexei meneó un dedo frente a Verónica.
—Solo un segundo rápido y estaré de regreso. Tengo que coger esta
llamada.
Sin esperar su respuesta, se alejó del mostrador hasta la esquina del café
y se llevó el teléfono a la oreja.
—¿Qué pasa, Papá? —Sí, usaba el mismo honorífico que todos los
demás en la organización usaban para su propio padre, pero le gustaba
pensar que, por su relación de sangre, aquello significaba algo diferente
para su padre cuando salía de sus labios.
—Estoy probando a Nicholas. —La voz nítida de Papá Dimitri sonó al
otro lado de la línea.
Mierda. Alexei se llevó una mano a la frente y le dio la espalda al
mostrador, de cara a la pared.
—¿Hizo algo para levantar sospechas?
—Lo estoy probando, porque no se puede confiar en ningún hombre
hasta que se pruebe su lealtad.
Alexei se encorvó. No esta mierda otra vez.
—¿Pero ahora es el momento adecuado? —preguntó Alexei mientras su
mente daba vueltas en busca de alguna forma de disuadir a su padre—.
Estamos ganando mucho dinero, el club está aportando tres veces más
desde que comenzamos el nuevo…
Alexei se dio cuenta de su error solo cuando el grito de su padre le llegó
al oído:
—¡Quizás debería ponerte a prueba a ti de nuevo!
—No, Papá, no. Yo… —La mente de Alexei se inundó de pánico
visceral ante esas palabras. Los recuerdos de la última vez que papá había
decidido hacerle una prueba todavía lo mantenían despierto por la noche.
—Esto no está sometido a una puta discusión —continuó su padre en
voz demasiado alta a través del móvil, tan fuerte que Alexei se lo apartó un
poco de la oreja. Aún podía escuchar la perorata de su padre con perfecta
claridad—. Tu pakhan te está dando información sobre un soldado. Ahora
obsérvalo y verifica si es leal o si es un traidor. Si él o su esposa intentan
huir, detenlos y tenlos bajo vigilancia hasta que regrese a casa.
—¿Y si no corren? —dijo Alexei al móvil—. ¿Y si pasan tu prueba?
—Entonces probaremos su lealtad y me llevaré a su esposa a la cama
por una noche según lo acordado.
Alexei cerró los ojos. Hijo de puta
—Entendido —dijo con voz fría y serena.
—Será mejor que lo hagas.
El otro extremo de la línea se cortó.
Alexei inhaló y exhaló… inhaló y exhaló. Luego lo hizo dos veces más.
Se guardó el móvil en el bolsillo, se enderezó y se dio la vuelta.
Verónica lo estaba mirando.
—¿Problemas paternales? —preguntó.
No estaba de humor. Salió por la puerta principal de la tienda,
susurrando y vociferando en voz baja:
—Maldita sea.
VEINTITRÉS

NICHOLAS

NICHOLAS LLEGÓ A CASA, pero se detuvo antes de meter la llave en la


cerradura. Sloane estaría al otro lado, esperándolo con una sonrisa en el
rostro como siempre. Después de su difícil comienzo, habían llegado a una
posición muy buena.
Últimamente se emocionaba de verdad al verlo llegar a casa, lo cual
era… Se pasó una mano por la cara con dureza. La vida que tuvo cuando
era niño…
Una esposa como ella era un sueño que nunca pensó que tendría un
hombre como él. Ella era dulce, delicada, amable…, buena.
Era demasiado buena para un hijo de puta como él. Se merecía algo
mejor; siempre lo había merecido. Especialmente ahora.
Mañana Dimitri regresaba a casa de su viaje. Nicholas rechinó los
dientes, puso su tarjeta de acceso en la cerradura y empujó la puerta.
Tal como esperaba, Sloane estaba en la cocina. Mejor aún, estaba
sacando algo de la estufa, inclinada hacia él. Llevaba puestas esas
condenadas mallas que consideraba «cómodas», pero que todo lo que
hacían era delimitar sus curvas de una forma que hizo que Nicholas quisiera
arrancárselas y enterrarse en ella cada vez que se paseaba por allí con ellas
puestas, como ahora.
Más aún ahora.
Se dio la vuelta y sonrió.
—¡Ah! Justo a tiempo —dijo, mirándolo por encima del hombro y
dedicándole esa sonrisa suya que iluminaba todo—. El asado está perfecto.
Lo he estado cocinando a fuego lento toda la tarde. ¿Hueles eso? —Ella
respiró y la mirada de felicidad en su rostro era la misma que él solía darle.
Inmediatamente se puso duro como una roca. Cerró el cerrojo detrás de
él, luego desabrochó su equipo y la pieza lateral y los dejó caer en el cajón
de su mesita de noche antes de cerrarlo de golpe. Luego se acercó a su
esposa.
Ella acababa de dejar reposar el asado sobre la encimera. La giró hacia
él, la agarró por la nuca y unió sus labios con los suyos para darle un beso
profundo y devorador.
Sabía dulce; vagamente a canela, como si hubiera comido sus delicias
favoritas de la panadería antes de irse. La sujetó y la atrajo hacia sí.
Joder, amaba todo sobre esta mujer. Nunca se lo había dicho.
El miedo que rara vez se permitía sentir lo invadió de lleno, y se separó
del beso solo para presionar su frente contra la suya. Cogió sus mejillas y la
abrazó, sintiendo su suave aliento de canela calentando su rostro con
rápidas bocanadas.
—¿Nicholas? ¿Pasa algo malo? —soltó ella de golpe.
Mierda, la estaba asustando. Eso era lo último que podían permitirse.
Así que cerró los ojos brevemente, se ordenó a sí mismo tomar el control,
luego bajó la voz y exigió:
—Desnúdate. Ponte de rodillas y mira hacia el suelo. Ni una palabra.
Sus rostros estaban tan cerca que no pasó por alto la forma en que sus
ojos se encendieron ante su repentino control. No estaba seguro de si su
reacción fue de interés o alarma por el repentino cambio, pero reaccionó de
inmediato, de todos modos.
Se desnudó rápida y delicadamente hasta arrodillarse, adoptando la
posición con el rostro inclinado. Nicholas tragó saliva, ignorando su
erección mientras caminaba hacia el armario y sacaba el artículo que había
ordenado exprés a principios de semana.
Se acercó a ella y le cubrió los ojos con la venda.
—Arriba. Quédate de rodillas.
Sloane obedeció y no se inmutó cuando él comenzó a colocarle el collar
de cuero en la garganta. La apretó lo suficiente para que no le cortara el
suministro de aire, pero si tiraba de la correa adjunta, definitivamente
sentiría la presión. Sentiría quién la controlaba. Eso era lo importante esta
noche.
Necesitaba que se inclinara más y sin rechistar hacia la obediencia.
Necesitaba obedecer por completo a todo lo que le pidiese. Por el bien de
ambos.
Si no, temía decir que ninguno de los dos sobreviviría al día siguiente.
¿Odiaba estar a punto de preguntarle lo que le iba a pedir? Por supuesto
que sí. ¿Preferiría sacarse los ojos antes que pedirle que…?
Exhaló. Nada de eso importaba en aquel momento. Todo lo que
importaba era lo de esta noche. Este momento entre él y ella.
Le dio rienda suelta. Luego, sacó su móvil y encendió la cámara
mientras se recostaba en su silla.
—Quiero que me des un espectáculo. Sé mi cam girl por hoy. Haz todo
lo que te diga tu amo durante toda la noche.
Abrió los ojos mientras se quedaba allí, de rodillas, con un collar grueso
alrededor del cuello.
—¿Alguien lo verá?
—Quizás estoy transmitiendo en vivo directamente a un sitio porno —
dijo Nicholas—. Será mejor que hagas el espectáculo del que sé que eres
capaz si quieres complacerme. Las fichas ya están llegando.
Ella miró hacia abajo y Nicholas se acercó, agarrándola por la barbilla y
levantando su cabeza.
—¿Confías en mí?
Ella asintió de inmediato, moviendo la cabeza hacia arriba y hacia
abajo.
Era manipulador de su parte, y en cualquier otra circunstancia, le habría
recordado su palabra de seguridad para que pudiera dejar de jugar cuando
quisiese. Pero mañana las circunstancias serían muy reales y no podría
optar por no participar cuando todo se volviera incómodo. No. Sería mejor
presionarla mucho esta noche para prepararla.
Le soltó la barbilla con brusquedad.
—Ve así hasta la cocina. Muéstrale ese culo a la cámara.
Ella asintió con la cabeza y él mantuvo su cámara enfocada en ella.
Se volvió para mirar por encima del hombro.
—¿Quieres que abra mis nalgas para la cámara, amo?
Nicholas tragó saliva ante la forma inocente pero seductora en que hizo
la pregunta. Y de repente comprendió por qué había podido ganarse una
vida más que decente como cam girl.
Él asintió bruscamente, sin confiar en su voz. Sloane se inclinó
poniendo la cara contra el suelo mientras ponía las manos detrás de sus
espaldas.
Y luego se separó las nalgas, redondas como una manzana, para
exponerle su bonito y delicado ano y enseñarle una parte de su dulce,
cerrado y rosado sexo.
—Más —exigió.
Ella obedeció, agarrándose con más fuerza el interior de las nalgas y
abriéndose mucho más.
—Dos dedos —exigió Nicholas—. Mete dos dedos en tu coño. Primero
ponles saliva.
—No será necesario —le dijo en voz baja—. Ya estoy mojada.
Mierda. La erección de Nicholas se tensó más, pero le dijo:
—No me cuestiones. Escupe y métete los dedos en el coño. Ahora serán
tres dedos en lugar de dos.
—Sí, amo. —Estuvo de acuerdo e hizo lo que él dijo. Al verla lubricar
sus dedos y luego introducirse tres dedos en la boca mientras miraba a la
cámara por encima del hombro para mejor efecto, Nicholas necesitó todos
sus años de disciplina para no tirar la cámara a un lado y sumergirse dentro
de ella en aquel mismo segundo.
Pero no, se quedó quieto como una estatua mientras ella hundía los
dedos en su interior. Era bastante apretado, lo pudo ver por la expresión de
su rostro, la cual amplió con la cámara. Sacó la lengua y frunció el ceño con
una concentración placentera mientras introducía sus diminutos dedos en su
sexo.
—¿Te gusta, amo? ¿Qué quieres que haga ahora? ¿Quieres que busque
un juguete sexual?
—No —gruñó Nicholas—. Quiero que te chupes los dedos hasta
dejarlos limpios.
Ella lo hizo de inmediato, y los ruidos de succión que hacía mientras se
chupaba los dedos eran increíblemente indecentes.
—Ve hasta tu mesita de noche. Lubrica un tapón y mételo por detrás.
—¿De qué tamaño, amo?
—El tamaño más grande. Hoy te voy a follar todos los agujeros que
tengas y será mejor que estés preparada.
—Sí, amo —dijo.
Nicholas se puso de pie mientras comenzaba a gatear. Al verla con su
correa por el encuadre de la cámara, tuvo que admitir que tal vez sí era un
maldito enfermo, pero aquella imagen era increíblemente sensual.
—¿Qué me preparaste de postre? —preguntó Nicholas.
Hizo una pausa mientras sacaba el tapón más grande de su mesita de
noche.
—Yo… Bueno, no sabía que querías postre esta noche, amo. No hice
ninguno.
Él tiró de su collar hacia atrás, haciendo que echara la cabeza hacia atrás
lo suficiente para hacerla sentir incómoda.
—Supongo que tendré que castigarte. Saca todos los juguetes y
colócalos en la cama hasta que decida el castigo apropiado.
Soltó la correa, Nicholas la sintió temblar y sonrió.
—Sí, señor.
—Buena chica —dijo él y Sloane arqueó la espalda, sintiendo un
estremecimiento de placer por el afecto dado—. Ahora métete ese tapón en
el culo y no te molestes en ser delicada. Sé que te has estado esforzando
toda la semana. Si has sido honesta y has obedecido todos los mensajes de
texto que te envié, no habrá ningún problema.
Toda la semana había actuado como el dominante por mensaje de texto,
dándole tareas a lo largo del día, incluido un montón de jugueteo con su
tapón.
Ella se limitó a mirar hacia la cámara y arqueó una ceja mientras cogía
el tapón más grande y lo metía en su sexo. Era tan grande que la hizo jadear
cuando entró. Era mucho más grande que sus tres delgados dedos.
—Te has equivocado de agujero, gatita.
Ella solo esbozó una sonrisa mientras lo sacaba de su feminidad y luego
lo llevaba a su culo. Se mordió la lengua y puso los ojos en blanco mientras
lo insertaba por su ano, sin más que lubricante natural, con un movimiento
rápido que hizo jadear a Nicholas.
Arqueó la espalda y apuntó su culo aún más hacia la cámara mientras se
colocaba el tapón. En la base del mismo había una cola rosa y esponjosa.
Era una gatita de verdad.
Nicholas no pudo evitar moverse y tirar de la cola. El extremo grande y
bulboso del tapón estaba tan bien insertado, que halarlo solo hacía que
Sloane se cayese hacia atrás.
—Esa es mi chica buena. ¿Te sientes llena ahora?
—Sí —dijo, y para su satisfacción, sonaba sin aliento. Bien. No tenía
sentido hacer esto si él no estaba presionando sus límites.
—Ahora ve a la cocina —exigió y cogió un látigo de la cama—. Voy a
hacer que el culito de esta gatita se ponga rojo en el camino. No tengas
miedo de gritar, gatita. Nuestros espectadores quieren ver cada parte de la
experiencia. Muéstrales que puedo jugar contigo tanto como quiera. Yo
mando, tú obedeces. Dilo. Yo mando, tú obedeces.
Nicholas le dio una palmada en el culo con el látigo y ella saltó hacia
adelante. Aun así, volvió a mirar a la cámara con el rostro enrojecido.
—Tú mandas, yo obedezco.
—Yo mando, tú obedeces. Ahora gatea, linda gatita.
Ella gateó y Nicholas sujetó su correa con fuerza para que sintiera la
tensión, y ocasionalmente le daba latigazos en el culo, que se volvía más
rosado por segundo. Se movía y meneaba mientras trataba de escapar del
látigo, haciendo que su cola se contonease de un lado a otro. Si Nicholas no
hubiera estado en una misión, le habría parecido demasiado adorable.
De esa forma, lo siguió y se acercó al asado que se enfriaba en la
encimera. Sacó su cuchillo eléctrico del cajón, cortó varias rebanadas del
asado, luego sacó platos y puso dos porciones en ellos, amontonando papas
y zanahorias que también había cocinado con el asado.
Luego los llevó a la mesa. Dejó su móvil, todavía filmando desde la
encimera que estaba junto a la mesa, apuntando hacia su silla. Lo giró para
poder ver la pantalla mientras grababa. Quería contemplar aquella vista
mientras profanaba a su esposa.
Sacó su silla de la mesa frente a donde había dejado los platos, se bajó
la cremallera de los pantalones y sacó su rígido pene. Luego se sentó.
—Arriba —exigió, señalando su regazo—. Frente a mí. —Tiró de la
correa para reafirmarle el mensaje a pesar de que ya había comenzado a
gatear hacia él. Cuando ella estuvo a su lado, él sacó algo de los bolsillos de
sus vaqueros.
Sloane pareció vacilar sobre qué hacer una vez que estuviera a su lado.
—Arriba —gruñó de nuevo, tocándola en el momento en que se
incorporó.
Él la agarró por un muslo y la movió para que se sentara a horcajadas
sobre él, pecho contra pecho. No perdió el tiempo cogiéndola por la cintura
y luego, tras mirarla rápidamente a los ojos, le dijo:
—Voy a follarte ahora.
Se mordió el labio inferior. Una luz brillaba en sus ojos mientras se
hundía en él. La movió con fuerza para penetrarla por completo. Una
bocanada de aire escapó de sus labios por lo perfectamente bien que se
sentía hundirse en su pequeño y apretado sexo.
Se movió hacia arriba para tocar fondo dentro de ella, arrastrándola
hacia abajo por las caderas, mirando su rostro y embistiéndola hasta que
sintió sus músculos internos contrayéndose.
Él sonrió perezosamente mientras ella levantaba las manos y sujetaba
sus hombros, como si sintiera que no tenía más remedio que aguantar las
sensaciones.
—¿A quién obedeces? —exigió él, pellizcando bruscamente sus
pezones.
Ella sintió un espasmo y echó la cabeza hacia atrás.
—A ti —siseó. Movió la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gritito
cuando él colocó la primera de las implacables pinzas para pezones en su
pezón izquierdo, y luego en el derecho.
Luego procedió a ignorarla, con su pene enterrado en lo más profundo
de su interior, mientras estiraba las manos y comenzaba a comer el asado,
como si no tuviera más preocupación en el mundo.
Él no la alimentó a ella, sino que se comió todo, bocado tras bocado
apetitoso.
—Joder, gatita, esto sí que sabe bien.
Movió las caderas para penetrarla de una forma en la que estaba seguro
de que había impactado su cuello uterino. Su pene era largo, y el cuerpo de
ella, en comparación, era pequeño. Ella jadeó y apretó los puños.
Él puso su siguiente bocado frente a su boca y ella abrió la boca
obedientemente. Después de todo, él la había alimentado antes, así que no
era una expectativa irrazonable.
Pero hoy apartó el tenedor de ella y se llevó la deliciosa comida que ella
había preparado a su boca. Luego, casualmente, se inclinó y comenzó a
acariciarle el clítoris. Abrió los ojos y luego los cerró, y se mordió el labio
inferior.
Él la conocía tan bien a estas alturas que podía darse cuenta de la forma
en que su cuerpo se tensaba cuando se estaba preparando para llegar al
orgasmo; incluso sin hacer ningún ruido. Pudo notar que la respiración se le
aceleraba y que las fosas nasales se le dilataban
Así que, justo cuando la llevó al límite del orgasmo, llevó su pulgar por
su estómago y tiró de las pinzas de los pezones.
Abrió los ojos de golpe, y por un momento estuvo seguro de que veía
frustración, si no furia, en ellos. Él se limitó a devolverle la sonrisa mientras
comía otro bocado.
—¿Tienes hambre, gatita? —Él la rodeó y tiró de su cola de gatito,
asegurándose de que sintiera tanto la plenitud en su sexo como en su ano. Si
la forma en que saltó a su regazo le indicaba algo, lo había sentido con
intensidad.
—Te hice una pregunta —dijo, tirando de la cola de nuevo, al mismo
tiempo que la levantaba por las caderas y la embestía.
Por un segundo, pareció demasiado distraída para responder, pero
finalmente logró espetar un débil «sí, señor».
—Buena niña. Por ser tan buena durante toda mi cena, he decidido
dejarte comer algo de postre.
Ella frunció el ceño.
—Pero no hice ningún…
—Traje algunos conmigo. Están en mi bolsa. Ve a buscarlos y tráelos.
Ella frunció el ceño, apretándolo como un tornillo de banco.
—¿Estás seguro de que no puedo quedarme aquí?
Él extendió la mano y le dio una nalgada a su dolorido trasero.
—No me pongas a prueba. ¿A quién obedeces?
—A ti, amo —dijo con un suspiro y luego se apresuró a desempalarse.
El movimiento de sus carnes contra su pene al separarse de ella fue una
dulce tortura.
Nicholas cogió la cámara, pues no quería perderse un momento de su
culito perfecto y su cola mientras andaba a gatas hasta la entrada, donde él
había dejado su bolsa.
—Coge la bolsa de la panadería y tráela con los dientes.
Ella abrió la cremallera de la bolsa negra más grande, localizando
rápidamente la bolsa de la panadería, e hizo exactamente lo que él le pidió:
sujetó las finas tiras de la bolsa de papel entre los dientes y luego regresó a
gatas a su lado.
—Más rápido. —Él tiró de su correa, causando que se arrastrase más
rápido. Le quitó la bolsa de la boca, y luego se levantó de la silla de madera
lo suficiente como para bajarse los pantalones hasta las rodillas.
—Me he dado cuenta de que intentas mantener limpio el piso, pero no
siempre prestas atención a los detalles. Así que tu tarea ahora es no perderte
ni una sola gota de crema, gatita. Y lo digo en serio: ni una sola.
Sacó uno de los cuernos de crema, un delicioso manjar que era
exactamente lo que parecía: un pastel con forma de cuerno relleno de
suntuosa crema. La panadería hacía sus cuernos con una circunferencia
especialmente ancha. Perfecto para sus sucios planes.
Le dio la vuelta al cuerno de crema y lo aplastó en su rígido pene. La
crema estaba fría y lo hizo respirar hondo, pero bastó con ver los ojos de su
gatita para verla darse cuenta de a dónde iba con esto.
—Ahora tienes tu comida. Cuidado con los dientes, gatita. Y recuerda:
no puede quedar nada de crema.
Ella ya estaba asintiendo y gateando hacia él, con las manos en sus
muslos desnudos.
—Sí, señor.
Tenía su cámara en la mano, y bajó para enfocarla a ella y a su pene con
crema. Tenía que admitir que era un increíble espectáculo para la vista.
Especialmente cuando Sloane fijó la vista en la cámara a la vez que se
inclinaba y mordisqueaba la punta del cuerno, todo mientras rozaba las
rodillas de Nicholas con las pinzas de sus pezones.
En lugar de ir lento, se volvió voraz, lamiendo y comiendo. La crema
bajó por su barbilla y el pene de Nicholas se tensó con fuerza.
Él le había dicho que no ensuciara; pero, en ese caso, se alegró de que lo
desobedeciera. Podría obedecerlo más tarde. Por ahora solo necesitaba…
La agarró por la nuca.
—Que no quede ni una gota, joder —jadeó mientras movía su cabeza
para posicionarla sobre la coronilla de su pene.
—Sí, sí, sí —musitó antes de succionarlo. Y ella siguió musitando, y
maldición…
Nicholas tiró la cámara a un lado.
—Chúpame. Chupa el pene de tu amo como si te encantara. Como si no
pudieras soportar estar lejos de mí. Chúpame la polla como si me quisieras.
Ella lo chupó más fuerte que nunca; metió las manos por debajo y
sostuvo sus testículos, presionándolos y apretujándolos contra su cuerpo.
Joder, se sentía muy bien, no podía…
—Chúpame hasta dejarme limpio, no quiero que dejes nada de crema
—exigió. Apartó la cabeza de su miembro, a pesar de que esto lo mató—.
Chupa cada gramo de azúcar y déjame limpio, gatita. Termina tu comida.
No hagas ningún desorden.
Ella comenzó a succionarle el pene, mordisqueando y comiéndose cada
trozo de hojaldre y cada gota de crema. Ella sorbió, lamió y chupó hasta
que Nicholas no pudo soportarlo más.
La levantó del suelo y la llevó en brazos hasta la cama. Prácticamente la
tiró al colchón y luego se subió sobre ella, hincándole el pene al mismo
tiempo que se posicionó encima.
Ella gritó y levantó las piernas, clavando los talones en su culo y
levantando las caderas también para encontrarse con las suyas.
Sus labios chocaron entre sí. Soltó una de las pinzas para pezones y le
exigió:
—Córrete. Córrete ahora mismo.
Él se retiró y la penetró de nuevo, apuntando al lugar que la hacía
alcanzar el clímax, pero ella ya estaba comenzando a temblar incluso antes
de que lo hiciera. Era muy sensible a sus órdenes, o tal vez solo estaba lista
para correrse después de lo que le había ordenado.
Bien, le había dado el primer orgasmo. Fue el primero, pero estaba lejos
de ser el último. Tenía la intención de agotarla, así que, sin importar lo bien
que se sintiera, continuó. Cuando sintió que ella comenzaba a tensarse de
nuevo y su respiración se entrecortaba, soltó la segunda pinza del pezón.
—Córrete —exigió de nuevo.
Ella lo hizo, y abrió los ojos como si estuviera sorprendida cuando
arqueó el pecho. Sí, sí, muy bien… Dios, era preciosa.
Se inclinó y la besó, robándole un jadeo de los labios cuando se contrajo
con su segundo orgasmo. La penetró con fuerza y profundidad.
Él se apartó de sus labios lo suficiente para preguntar:
—¿A quién le perteneces?
Lo miró con ojos entrecerrados, y su cuerpo todavía temblaba de placer
cuando respondió:
—A ti, amo.
Se levantó de encima, apoyándose con uno de sus brazos. Llevo la otra
mano a su garganta y comenzó a apretarla ligeramente.
Ella abrió los ojos por completo por la sorpresa.
—Así es, me perteneces a mí, tu amo. ¿Y a quién obedecerás siempre?
—A ti —consiguió gritar antes de que él le apretara la garganta con más
fuerza para que ni siquiera pudiese emitir sonido o respirar.
—¿Confías en mí? Asiente si es así.
Ella asintió con la cabeza, incluso cuando él le robó el oxígeno. No
comenzó a entrar en pánico, sino que yacía allí mientras él se hundía
lentamente en ella, lento y constante, mientras la apretaba cada vez más
fuerte.
Buscó las sábanas con las manos. Estaba sintiendo la falta de aire ahora.
Se inclinó hacia abajo mientras la embestía de nuevo, mirándola
profundamente a los ojos, exigiendo su confianza.
—Puedes hacer cualquier cosa que te propongas, ¿me escuchas?
Cualquier cosa —susurró—. Nada puede detenerte. Ni yo, ni ninguna
puerta, ni el exterior. Tampoco la tierra, el horizonte o el gran mundo que
hay allá fuera. Todo es tuyo y puedes ir a por todo. Eres libre porque
siempre lo fuiste. Ha estado ahí dentro de ti todo el tiempo. Todo lo que
tienes que hacer es dar el primer paso, cariño. Ahora córrete.
Le soltó la garganta, y ella respiró y se estremeció cuando él extendió la
mano, acariciando su dulce clítoris mientras se retiraba y luego la penetraba
otra vez.
Esta vez, cuando alcanzó el orgasmo, no fue un débil espasmo dulce.
No, todo su cuerpo comenzó a estremecerse y temblar.
—¿A quién obedeces? —preguntó él mientras las olas de placer de
Sloane la azotaban. Cuando ella no respondió, él continuó embistiéndola.
—¿A quién obedeces? —llamó de nuevo, follándola aún más fuerte—.
¿A quién le perteneces?
—A ti —gritó cuando por fin recuperó la voz, revolviéndose debajo de
él y extendiendo su placer al máximo. Le marcó la espalda con las uñas.
—Así es. —Él la agarró por la barbilla y la miró a los ojos, con las
pupilas dilatadas de placer—. Me perteneces. No hay nada que temer,
porque dondequiera que estés, yo estaré contigo.
Y luego la besó con fuerza, devorándola. La penetró una vez más hasta
el fondo y llegó al orgasmo dentro de su esposa. Se derrumbó entonces
junto a ella, entrelazando sus cuerpos. Sloane se aferró a él y él la abrazó
con la misma fuerza sin querer dejarla ir.
Tras varios minutos, pensó que se había quedado dormida. Pero ella lo
contradijo cuando habló. Su voz no fue más que un susurro por lo bajo
cuando dijo:
—Eso fue hermoso. Y tienes razón, siempre estarás a mi lado a partir de
ahora. No hay nada que temer mientras tenga a un ruso de casi dos metros a
mi lado. Cualquiera o cualquier cosa mala se asustará en el segundo en que
te vean. —Se rio, apoyando la cabeza en su pecho.
Y toda la plenitud que había estado sintiendo solo unos momentos antes
desapareció. Nicholas sintió como si le hubieran dado una patada en el
estómago.
Por supuesto que quería estar allí con ella.
Quería estar allí con ella y quería llenar su vientre de hijos, uno tras
otro. Quería verla envejecer, y también envejecer él a su lado. Quería llevar
a sus hijos al altar y mecer a sus nietos en su regazo.
Pero después de mañana… ¿quién lo sabría?
Respiró hondo y la acercó más a su firme cuerpo. Tendría que
conformarse con lo que quería en este momento: aferrarse a ella por un
poco más de tiempo.
Ella era el premio que nunca debió haber sido suyo, el hermoso sueño
que se había robado para sí mismo.
Si pudiera abrazarla un poco más, por favor, solo un poco más…
VEINTICUATRO

Sloane

AL DÍA SIGUIENTE, el sol brillaba a través de la pared de ventanas de la


tienda, y Sloane no pudo evitar tararear para sí misma mientras colocaba las
tartas recién hechas en una bandeja y las sacaba para acomodarlas en la
vitrina delantera.
Hoy trabajaba sola, lo cual rara vez hacía, pero era un día lento. Había
llovido por la mañana y, por lo general, eso significaba que menos personas
querían hacer una parada adicional para desayunar. Babulya había estado
antes, como siempre, para encargarse de la cocción diaria, pero se había
regresado a casa cuando se dieron cuenta de lo poco ajetreado que estaba
hoy.
Lo cual era bueno, porque Sloane no podía soportar más burlas por su
sonrisa distraída. Bueno, ¿qué se suponía que debía hacer cuando estaba
teniendo los mejores orgasmos de toda su vida con el hombre que amaba?
Se detuvo en seco y miró por las grandes ventanas hacia las calles grises
de más allá. Mierda…, ¿era eso verdad ¿De verdad amaba a su esposo?
Parpadeó varias veces y se llevó la mano a la mejilla sonrojada. Luego
parpadeó un poco más. Dios, pensaba que tal vez sí.
Apoyó una cadera en el mostrador y miró los cuernos con crema en la
vitrina, lo cual causó que sus mejillas enrojecieran aún más. Dios mío,
nunca podría volver a mirar los dulces sin ponerse del tono de un tomate. Y
eso que Babulya esperaba que pronto aprendiera a hacerlas.
Habían estado trabajando en los profiteroles esta semana y sabía que los
cuernos con crema vendrían luego. Comenzó a abanicarse, a pesar de que
hacía frío dentro de la tienda. Esperaba que Nicholas no se fuera por mucho
tiempo y que hiciese una parada por la tienda para almorzar hoy, como
hacía a veces, una vez que regresara del aeropuerto.
Aparentemente, el gran jefe regresaría hoy a la ciudad y Nicholas estaba
haciendo de chófer guardaespaldas nuevamente.
Un zumbido de su móvil la hizo alejarse del mostrador, como si
Nicholas pudiera ver que estaba holgazaneando en el horario de trabajo.
Nadie más tenía su número, por lo que con entusiasmo sacó su móvil del
bolsillo y lo abrió.
No era una llamada, sino un mensaje de texto.
Nicholas: veamos si eres una buena chica que puede obedecer o
no .
Tenía los pulgares en el teclado, y de inmediato respondió el mensaje de
texto. soy una muy buena chica .
Nicholas: eso es lo que me gusta escuchar .
Continuó:
ve atrás y ponte el presente que te dejé allí .
Sloane sintió que levantó las cejas, e inmediatamente comenzó a
caminar hacia la trastienda. Había una gran caja negra con una cinta dorada
dentro de la entrada. Sloane miró a izquierda y derecha como si pudiera
atrapar al culpable, pero conociendo a Nicholas, él mismo lo había dejado
aquí y se había ido.
Suavemente, levantó la tapa de la caja y luchó por mantener a raya su
fascinación por lo que encontró dentro.
Nicholas: PONTELO RÁPIDO. NO TIENES MUCHO TIEMPO PARA
DESCUIDAR LA TIENDA.
Ella miró el regalo que él amablemente había guardado en la caja. Solo
estaba el objeto y un papel pequeño con un diagrama de imágenes de qué
hacer con él, es decir, cómo insertarlo.
Sloane tardó un segundo en darle la vuelta al papel en todas direcciones
para descubrir qué lado estaba hacia arriba y cómo debía usarse
exactamente.
Y luego la respiración le falló.
Mierda, ¿esperaba que usara esto mientras estaba en el trabajo? ¿Estaba
loco?
Lo cual fue exactamente lo que escribió: ¿ estás loco ? ¡ no puedo usar
esta cosa en público !
Nicholas: no es tan loco como imaginas . ahora póntelo antes de
que hagas enfadar a tu amo . ¿ a quién le perteneces ?
Sus dedos estaban un poco temblorosos mientras tecleaba: tú .
Nicholas: buena chica . ahora apresúrate antes de que llegue
otro cliente a la tienda . date prisa .
Sloane respiró hondo y caminó hasta la esquina más apartada de la
cocina, donde nadie podía verla…
Y luego se metió la mano entre las mallas y se mordió el labio. Estaba
solo un poco húmeda, no completamente empapada. Sin embargo, cuanto
más pensaba en Nicholas, más fácil era meterse el pequeño juguete de
silicona de color verde azulado en su vagina. Tenía un succionador de
clítoris en la parte delantera, un vibrador en el medio y una cola con cuentas
cuyo propósito debía ser… su ano. Cielos, este dispositivo lo tenía todo.
Bueno, no podía decir que no la había preparado anoche…
Si se había sonrojado antes, no era nada en comparación a ahora. Hacer
cosas sucias en su habitación era una cosa, pero parecía que Nicholas
siempre estaba empeñado en traspasar los límites, ¿no era así? Bueno, ella
le mostraría cuán a su nivel estaba. Y le mostraría que cualquier cosa que él
pudiera ofrecer, ella también estaba a la altura del desafío. No era una
debilucha.
Así que empujó la parte de silicona del dispositivo dentro de su coño
tras respirar hondo, luego introdujo la cola de múltiples cuentas por su ano
y, por último —¡pero no menos importante!— colocó la parte delantera del
dispositivo sobre su clítoris.
Se sintió… llena. Pero cuando dio un paso vacilante hacia adelante,
estaba segura de que podía sentir la descarga desde el interior de su cuerpo
con cada paso que daba. Y luego, justo cuando pensaba que acababa de
dominar la plenitud que sentía y la parte superior del juguete descansando
en su clítoris… la cosa comenzó a vibrar.
Y no solo vibraba, sino que la parte en su clítoris…
Se agarró al mostrador mientras jadeaba, apenas capaz de mantenerse de
pie. Estaba succionando su clítoris. Tal como lo hacía la boca de Nicholas
cuando la estaba chupando.
Su móvil sonó y leyó el texto que llegó.
Nicholas: ¿a quién obedeces ?
Apenas podía sostener el móvil con firmeza mientras continuaba la
succión y la vibración. Finalmente, dejó caer el aparato en el mostrador y
apenas logró escribir. a ti , amo .
Nicholas: perfecto .
Y luego la succión y la vibración terminaron abruptamente. Sloane casi
se derrumbó sobre la encimera.
Nicholas: dime que harás lo que sea que yo te diga . pero solo si
lo harás en serio .
Sloane parpadeó, la pantalla se veía poco borrosa en la bruma de su
orgasmo que le había negado en el último segundo. No vaciló antes de
volver a escribir: haré lo que digas .
Nicholas: cada vez que te provoque hoy , quiero que me respondas
eso de inmediato . dime que lo entiendes .
Ella sonrió, sacudiendo la cabeza ante el hombre perverso y dominante
que estaba resultando ser. sí , señor , entiendo , respondió ella.
Continuó sacando tartas y, durante la próxima hora, algunos clientes
entraron a pesar de la lluvia. Ella estaba en ascuas esperando a que Nicholas
pusiera en marcha el juguete de nuevo, pero, naturalmente, no lo hizo.
Fue solo cuando casi lo había olvidado y estaba lavando los platos de la
mañana cuando las vibraciones comenzaron de nuevo, haciéndola gritar y
soltar un tazón grande en el agua jabonosa. Sloane se agarró a los bordes
del fregadero mientras Nicholas la torturaba desde lejos. Cerró los ojos y se
inclinó al mismo tiempo que sonaba la campanilla de la tienda.
—Mierda —vociferó, cogiendo a tientas la toalla para secarse las
manos. De alguna manera se las arregló para caminar hasta el frente de la
tienda mientras cada terminación nerviosa de su sexo gritaba de placer.
¿Cómo diablos iba a conversar agradablemente con un cliente cuando tenía
ganas de llegar al orgasmo y follar con el juguete en su interior?
—Hola —dijo el hombre en el mostrador. Ella no escuchó mucho más
allá de eso. Tuvo que hacer que repitiera su pedido dos veces y luego, por
fin, señalar lo que quería. Él frunció el ceño y probablemente pensó que
estaba loca cuando registró su orden.
—Eh, creo que solo me has cobrado por una hogaza en lugar de dos.
Ella se limitó a agitar una mano.
—Tenemos un especial hoy. Que tengas una buena tarde.
Ahora, por favor, lárgate de mi tienda, gritó en su cabeza mientras
Nicholas aumentaba las vibraciones y un mensaje de texto sonaba en su
bolsillo. Probablemente se estaba preguntando dónde estaba su mensaje. Se
suponía que debía enviarle un mensaje de texto de inmediato y este llegó
tarde.
Cuando el hombre pareció inclinado a quedarse, ella pasó la factura por
el mostrador hacia el cliente y sacó su móvil. No le importaba el servicio al
cliente en este momento. Le importaba Nicholas, así que sacó su móvil, por
una vez ignorando al cliente en favor de su vida personal, y leyó su mensaje
de texto.
Nicholas: ¿?
Sin dudarlo, ella le respondió: haré lo que digas .
Pero nada podría haberla preparado para su próximo mensaje de texto.
El hombre del otro lado del mostrador hizo un ruido de descontento,
probablemente por haber sido ignorado, pero al menos se dio la vuelta y se
fue. Bien. Porque el mensaje de Nicholas hizo que se congelase: sal al
callejón por la puerta trasera .
Estaba tan sorprendida por el mensaje de texto que al principio ni
siquiera se dio cuenta de que el vibrador dentro de ella había dejado de
zumbar.
Ella respondió rápidamente: no es divertido .
Nicholas: ¿ estás en la puerta trasera ? te he dicho que vayas a la
puerta trasera y tú dijiste que obedecerías en todo lo que te dijera .
¿ era mentira o confías en mí ?
Casi sin su voluntad, sus pies empezaron a ir en esa dirección. Solo le
estaba pidiendo que fuera a la puerta. No significaba que fuera a intentar lo
que pensaba…
Ella sacudió la cabeza. Bueno, todo su cuerpo estaba temblando. Se
paró en la puerta trasera, temblando, y sacó el móvil. ¿Por qué estaba
haciendo esto? Estaba trabajando, por el amor de Dios.
Levantó el móvil e intentó escribir con torpeza: estoy aquí .
Nicholas: abre la puerta trasera y sal . hazlo ya .
Ella negó con la cabeza y dio un paso atrás. Era demasiado. Era un
puente que no podía atravesar y él lo sabía. Pensó que él lo entendía. Miró
el móvil y escribió: rojo .
Nicholas: no valen las palabras de seguridad . hoy no . estamos en
peligro . me matarán a menos que salgas . recuerda lo que te dije
anoche : tienes la fuerza . siempre la tuviste . ahora sal por la
puerta y haz lo que te digo . lo prometiste .
Sloane negó con la cabeza. No. No, esto no era más que un juego
retorcido, pero no era divertido. No podía hacerlo. ¡NO PODÍA! Presionó el
botón para llamar a Nicholas y se llevó el móvil a la oreja, pero
inmediatamente pasó al buzón de voz.
Nicholas: ve . corre ahora . ¿ confías en mí ?
Maldito sea. No podía ir y…
Empujó la puerta para abrirla y se transportó a unos meses atrás, cuando
estaba de pie en un umbral diferente y una vida diferente.
Ni siquiera pudo salir a salvar a su gata.
¿Ese mensaje era cierto? ¿Salir ahora en verdad podría salvar la vida de
Nicholas? Nada de esto tenía sentido. ¿Por qué no le había dicho nada por
la mañana cuando le dio un beso de despedida? ¿Por qué no la había
preparado, ni le había dicho que hiciera las maletas o se fuese con él? ¿Por
qué lo haría de esta manera? Tal vez ni siquiera era él quien le escribía;
quizá era una terrible trampa.
Unas gotas comenzaron a caer del cielo. Estaba helado y ni siquiera
tenía su abrigo. No tenía nada más que lo que llevaba puesto.
Pero los mensajes de texto ponían lo que él le susurró en la cama
anoche. Y sabía que Dimitri era peligroso. Nada podía borrarle el primer
día de la mente, cuando llegaron y le había disparado a ese otro hombre a
sangre fría. Si Nicholas dijo que estaba en peligro…
Una bocina sonó y Sloane alzó la mirada. El corazón comenzó a
palpitarle por el pánico y su respiración comenzó a entrecortarse cada vez
más.
No reconocía el auto, pero sí reconocía al conductor.
Sloane miró el último mensaje de Nicholas y las palabras que le había
dicho, y pensó en lo exigente que fue durante toda la semana, casi como si
la estuviese preparando para algo.
«¿Confías en mí?».
Ella levantó un pie para salir, luego lo volvió a bajar y cerró los ojos con
fuerza. No podía hacerlo, ¿o sí?
Haré lo que sea que digas.
La había estado entrenando para este momento en específico.
«¿Confías en mí?».
Volvió a levantar su pie.
VEINTICINCO

NICHOLAS

NICHOLAS MANTUVO su rostro neutral cuando apagó el móvil, se lo


metió en el bolsillo y saltó del todoterreno con un paraguas. Papá Dimitri y
Natasha acababan de llegar a la acera de llegadas del aeropuerto. Mantuvo
abierta la puerta de Papá y sostuvo el paraguas sobre la cabeza del jefe
mientras él se subía al asiento trasero. Natasha entró por la otra puerta.
Alexei estaba sentado al frente, había viajado con Nicholas para recoger
a su padre en el aeropuerto.
—¿Cómo te fue con el negocio, Papá? —preguntó.
Papá Dimitri se limitó a gruñir, luego sacó su móvil una vez que estuvo
sentado en el asiento trasero y comenzó a revisarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Pensé que recibirte en el aeropuerto sería un buen gesto.
Papá Dimitri bufó.
—¿Qué quieres?
Nicholas volvió a sentarse en el asiento delantero y puso el vehículo en
marcha.
—Sé lo ocupado que estás —dijo Alexei—, y quería hablarte sobre una
idea que tuve para el club.
—El club es para lavar el puto dinero de la coca —dijo Papá Dimitri,
poniendo los ojos en blanco—. ¿Por qué seguimos hablando de esto? ¿Es
que no me entiendes cuando hablo?
—No, Papá —dijo Alexei, obviamente tratando de mantener la calma
—. Solo estoy sugiriendo que sería una mejor fachada si el club ganara su
propio dinero decente, lo cual ya hace. Es menos sospechoso, y si puedo
seguir aumentando esa rentabilidad…
Papá Dimitri agitó una mano como si estuviese apartando a un molesto
mosquito.
—Acabo de regresar de hacer negocios. Ahora es el momento del
placer. Y hablando de placeres…
Cuando Nicholas se incorporó al tráfico que salía del aeropuerto, Papá
Dimitri miró hacia arriba y se encontró con sus ojos en el espejo retrovisor.
—Debo decir que estoy deseando que llegue la noche. La anticipación
es algo que rara vez disfruto en este momento de mi vida. Será mejor que
no me decepcione.
Nicholas tuvo que luchar para hablar por encima de la rabia que le
obstruía la garganta.
—Estoy seguro de que no lo hará. Ella es una… buena mujer.
Dimitri frunció el ceño.
—No le advertiste de lo que vendría, ¿verdad?
Nicholas negó con la cabeza, sintiéndose mal por tener que hablar de su
esposa de esta manera.
—No, señor. No le dije nada.
—Bien. —Dimitri sonrió y volvió a su móvil, descartando
efectivamente cualquier otra conversación.
Nicholas se mordió la lengua. Se había preguntado mucho si debía tratar
de darle a Sloane alguna advertencia o preparación para sus planes. Al final,
pensó que darle la oportunidad de anticipar la situación solo lograría que
entrara en pánico y disminuiría la probabilidad de que tuviera éxito en salir
de allí antes de que Papá Dimitri le pusiera una mano encima.
Pero, aun así, mientras Nicholas los llevaba a todos de regreso a casa,
no sabía si su entrenamiento había tenido éxito. Solo podía esperar y rezar
para que Sloane hubiera sido lo suficientemente fuerte al final. Sabía que lo
era, ¿pero ella se lo creyó? Por favor, que haya creído en ella misma. Que se
haya largado de allí.
Si Nicholas iba a salir vivo o no de esto… bueno… por supuesto que le
había mentido al respecto. Esa era otra razón más para no hablar de su plan
con anticipación. No quería que ella tuviera que lidiar con la basura mental
de conocer los términos reales del ultimátum de Vasiliev. Y aunque puede
que no haya huido para salvarse a ella misma, en lo relacionado con él…
pues era demasiado empática para su propio bien.
Nicholas era quien la había arrastrado a esto, de él dependía sacarla. En
cuanto a si él mismo salía vivo de eso, bueno…
Se toparon con el tráfico de la mañana y Nicholas se alegró. Era más
tiempo para que Sloane se escapara. Sin embargo, en cada semáforo en el
que se detenía, le inquietaba saber si ella lo había logrado o si seguía
petrificada en la panadería. No había forma de revisar su móvil sin llamar la
atención. Había desactivado las notificaciones y todas las llamadas iban al
buzón de voz, puesto que estaba con sus jefes y no podía permitirse que su
móvil emitiera un pitido por las llamadas o mensajes constantes de Sloane.
Dimitri puso videos ruidosos y molestos sobre peleas de boxeo. Cuanto
más sangriento, mejor. Alexei estaba callado. Nicholas luchó por mantener
su rostro impasible como siempre, pues sabía que, en el asiento trasero,
Natasha siempre observaba en silencio; ella era el arma letal secreta de
Papá Dimitri y su mano derecha, en ocasiones incluso más que su propio
hijo.
Natasha, más que nadie en el auto, era quien podría captar la tensión de
Nicholas. Deseaba poder poner un poco de música, pero Papá odiaba la
música mientras le conducían. Nicholas alivió conscientemente cualquier
tensión en sus hombros y respiró lo más regular y lentamente posible
mientras pasaban por Queens vía Brighton Beach.
Pero por fin, por fin, la autopista se convirtió en la conocida vía por la
que Nicholas conducía todos los días. Los latidos de su corazón se estaban
acelerando y le sudaban las manos, pero ahora solo podía rezar para que sus
años de entrenamiento fuesen útiles para algo. Siempre había sido capaz de
mantener la calma, sin importar qué.
Excepto que nunca antes había tenido algo que le importara en peligro.
Sí, había perdido a su padre y luego a su madre, pero no había nada que
pudiera hacer en esas situaciones. No había nada que pudiera reclamar,
aparte de pelear para llegar a donde estaba hoy.
Ahora…
Ahora se acercaba al club. Y a la panadería.
Redujo la velocidad del auto y condujo cada vez más y más lento hasta
que finalmente lo aparcó. Salió y abrió la puerta de Papá Dimitri. Seguía
absorto en su móvil y apenas miró a Nicholas, solo lo hizo para decir:
—Después de aparcar el auto, lleva a tu esposa a mi suite. Necesito
relajarme después de mi viaje.
—Por supuesto, señor —dijo Nicholas sin dudarlo—. Estaremos allá en
una hora.
Papá Dimitri lo miró con dureza ahora.
—Que sea media hora.
Nicholas asintió sin inmutarse.
—Por supuesto, señor.
Se alegró cuando Natasha se encargó del equipaje y Alexei tomó la otra
maleta de su padre. Entraron por la panadería.
Nicholas no se permitió quedarse aparcado frente a la tienda del café.
Puso el auto en marcha y avanzó. Y entonces sacó su móvil de la base y
llamó a su esposa, rezando para que no siguiese en la panadería que
acababa de dejar atrás.
VEINTISÉIS

Alexei

ALEXEI ESTABA LLEVANDO las maletas de su padre por la panadería.


Verónica se encontraba detrás del mostrador y, si fuera cualquier otro día, se
habría detenido a hablar con ella. Por el momento, conducir a su padre
arriba cuando estaba de un humor como el que tenía hoy parecía la mejor
idea.
Hasta que su padre se detuvo y miró a Verónica.
—La chica que suele trabajar aquí, ¿dónde está?
Verónica miró hacia arriba con los ojos muy abiertos. Dimitri nunca le
había hablado directamente, y sabía lo suficiente sobre cómo funcionaba
este lugar para recelar de llamar su atención. Era bastante inteligente.
—Me llamó hace una hora y me preguntó si podía sustituirla. Dijo que
tenía una emergencia.
Dimitri se puso rígido de inmediato. Luego corrió nuevamente hacia la
puerta y miró por la ventana con el rostro rojo de furia.
—¡Ese hijo de puta! —gritó. Se dio la vuelta con los ojos encendidos de
furia mientras buscaba a Alexei.
Joder, esto iba a ser un terrible espectáculo. La respuesta inmediata de
Alexei fue levantar las manos en defensa, pero la experiencia le había
enseñado que eso no haría más que lograr que le diese un puñetazo en la
nariz.
En cambio, se acercó a su padre y dijo en voz baja:
—No pueden haber ido muy lejos. Revisemos la transmisión de vídeo
para ver qué camino tomó. Veamos hasta dónde podemos seguirla en el
CCTV.
Sin embargo, su padre no se tranquilizó con su respuesta serena. Dimitri
agarró la parte delantera de la chaqueta de Alexei y tiró de él hacia adelante,
casi alzándolo al aire.
—Si descubro que tuviste algo que ver con esto, voy a…
—¿Qué carajo? —Alexei empujó a su padre hacia atrás—. Estuve
contigo todo el puto tiempo. ¿Qué diablos pude haber hecho? Si vamos a
ver a Bo ahora, todavía tenemos la posibilidad de atraparlos. Hay un GPS
en el todoterreno. Podemos enviar a los hombres tras él tan pronto como lo
encendamos.
—Maldita sea —gritó Dimitri—. Vale, vamos. Llámalo.
Alexei asintió y sacó su móvil del bolsillo. No miró más que de forma
periférica para ver a Verónica, quien lucía sorprendida y desconcertada.
—Bo —espetó Alexei en el móvil mientras él y su padre empujaban la
puerta principal, dejando a Natasha cargando sus maletas detrás de ellos—.
Necesito rastrear el GPS del todoterreno de Nicholas. Ahora. ¿Dónde
diablos está?
Alexei le escuchó teclear, y luego Bo le dijo nombres de calles. Su
padre también tenía su móvil en la oreja. Alexei le repitió los nombres de
las calles y Dimitri les transmitió la información a sus lacayos, quienes sin
duda estarían inmediatamente detrás de Nicholas.
Llegaron al club momentos después. Angie, una de las strippers, tuvo la
desgracia de interponerse en el camino de Dimitri mientras avanzaba. La
empujó con violencia, causando que se tropezase con sus tacones y casi
cayese al suelo. Se sujetó en el último segundo de una silla.
Por lo general, Alexei se habría detenido para ayudarla y preguntarle si
estaba bien, pero no cuando su padre estaba sediento de sangre. Había que
lidiar con Dimitri con mucho tacto cuando estaba en este estado. Cualquier
demostración de misericordia en ese momento sería vista como debilidad y
fracaso.
Ahora que Nicholas había «fallado» su prueba de lealtad, todos estarían
en la mira durante los próximos meses hasta que algo más apareciera para
distraer al anciano. Sería incómodo, por decir lo mínimo.
Alexei se enderezó. Podrían resistirlo. Había resistido las tormentas de
su padre antes. También superarían esta.
Esto no podría durar para siempre. Eso era lo que Alexei se repetía a sí
mismo cada vez más últimamente. No sabía qué tenía que hacer para
convencer a su padre de que se retirara y disfrutara de una vida de ocio,
preferiblemente en una isla sin extradición en algún lugar muy, muy lejano.
No creía que fuera desleal hacia él si quería tomar el imperio que su padre
había construido y extenderlo más allá de lo que Dimitri había soñado.
Dimitri solo podía soñar en la escala de millones de dólares: vender
drogas y armas, lavar dinero… Todo era de la vieja escuela.
Las cosas que estaban haciendo Alexei y Bo podrían generar miles de
millones. El dinero real estaba en la web oscura. Era mierda que nadie podía
rastrear, al menos no cuando se tenía un genio hacker como Bo detrás del
teclado.
Alexei había intentado explicárselo a Dimitri en términos que pudiera
entender: era una extorsión para el nuevo milenio. Y podría volverlos a
todos más ricos que en sus sueños más salvajes sin la necesidad de lidiar
con los agentes respirándoles constantemente en el cuello. Podrían ser
invisibles y operar desde cualquier parte del mundo. Podrían salir de este
pequeño y apestoso municipio costero donde a su padre le gustaba fingir
que era el rey e irse a vivir a Ibiza si quisieran, maldición.
Por un segundo, se permitió imaginárselo: él con Verónica del brazo,
tomando el sol en una playa de verdad con aguas azules y cristalinas hasta
donde alcanzara la vista, arena blanca, ella bebiendo algo frío de frutas y él
con un whisky en la mano… Viviendo bien. No esta constante carrera de
ratas en el que debían tener los pies de plomo por el temperamento de su
padre.
—¿Qué diablos quieres decir con que no puedes encontrarlo? —gritó
Dimitri por el móvil a su lado, causando que Alexei esbozara una mueca de
dolor. Maldita sea, el hombre nunca había aprendido a usar su «voz
interior».
—El GPS muestra que el vehículo está parado —dijo Bo desde donde
estaba sentado frente al ordenador—. Está en la avenida Y justo antes de la
tercera calle por el este. Parece que está en el aparcamiento de Betty’s
Sprinkles. —Bo levantó la vista de la pantalla de su ordenador—. Parece
que es una heladería.
—Bueno, dudo que se haya detenido por un helado de mierda —le gritó
Dimitri a Bo, luciendo más y más enojado por segundo—. Dijeron que
están en el aparcamiento de la maldita heladería y no hay ningún
todoterreno.
Bo parecía desconcertado.
—No sé qué decirle. —Señaló la pantalla de su ordenador. El mapa
estaba ampliado en el sitio que él decía y un punto rojo soltaba un pitido
como una baliza—. Eso es todo lo que recibo.
Dimitri arrojó su móvil al otro lado de la habitación.
—¿Alguien me dirá qué coño está pasando y cómo dos personas pueden
desaparecer justo debajo de mis narices cuando se supone que tengo la más
alta tecnología de mierda que el puto dinero puede comprar? ¿Qué pasó con
la chica? ¡Pensé que no podía salir!
Bo se sentó con la espalda recta e inmediatamente sacó imágenes del
callejón y la panadería en una pantalla dividida, rebobinando ambas varias
horas atrás.
El video del callejón trasero no mostraba nada, solo era una toma
invariable del callejón. En la panadería, vieron a Verónica moverse en
retroceso hasta que miró a su alrededor como si estuviera alarmada, y por
fin su llegada inicial, cuando llegó a la tienda y la encontró abierta justo
cuando la lluvia cesó, tras lo cual sacudió su paraguas y lo guardó. Por
fortuna, no había nadie en la tienda.
A medida que retrocedían en la cinta, vieron a un par de personas entrar
y salir ya que no había nadie para atenderlos. Parecían turistas. «Algo que
solo pasa en la Estados Unidos burguesa», pensó Alexei. Ni siquiera
intentaron robar nada.
De cualquier manera, pasaron casi veinte minutos de cinta antes de que
finalmente vieran a la esposa de Nicholas de pie en la puerta trasera. Al
principio, Bo había rebobinado demasiado rápido y luego presionó el botón
de reproducción para verlo en tiempo real.
Estaba tan quieta que Alexei pensó que la cinta se había detenido, pero
luego notó que no; ella estaba de pie, paralizada, con la mano en el pomo de
la puerta. ¿Era indecisión lo que tenía? ¿Miedo? Alexei nunca había
presenciado su agorafobia de primera mano, pero se había enterado por
Nicholas y los hombres que habían estado allí el primer día que llegó. Hasta
su padre creyó que era real.
Con solo mirarla de espaldas en la granulada cámara de vigilancia,
juraría que podía sentir su miedo a través del video. No dejaba de bajar la
vista y mirar algo en su mano. ¿Su móvil, tal vez?
Cuando por fin abrió la puerta, se sintió como el clímax de tensión en
una película. Y a juzgar por la forma en que había sacado y luego metido la
pierna, Alexei no creía que la fobia hubiera sido una ficción. Era real.
Y lo superó para escapar de su padre y de lo que él había amenazado
con hacerle.
Porque, al final, ella no solo entró en el callejón; salió corriendo a toda
velocidad y no miró hacia atrás.
Mientras tanto, la transmisión en la cámara del callejón que daba al otro
lado de la puerta, no cambió ni un poco. La puerta nunca se abrió y nadie
salió nunca.
Bo frunció el ceño, dio marcha atrás y avanzó rápidamente fuera de la
marca de tiempo en la otra cámara del callejón una y otra vez.
—No entiendo —comenzó, pero Dimitri lo interrumpió, sacándolo de
un tirón de su silla.
—¿A dónde coño se fue? ¿Qué ventajas me está dando mi equipo de
vigilancia de última generación?
Bo negó con la cabeza. Era lo bastante inteligente para tener miedo de
verdad.
—No lo entiendo, señor. Nadie ha tocado la transmisión para ponerla en
bucle. Lo hubiera sabido.
—Entonces, ¿qué mierda hicieron? —preguntó Dimitri, sacudiendo a
Bo.
Bo volvió a negar con la cabeza mirando a todos lados.
—Debe haber sido algo mecánico. Algo que hicieron con la propia
cámara. Recibo notificaciones si alguna de las cámaras se apaga o
desconecta, pero supongo que…
—¿Qué? —gritó Dimitri.
—Necesitaría ver la cámara para estar seguro —dijo Bo.
Dimitri empujó a Bo.
—Entonces ve a ver, maldición.
Bo asintió y salió apresuradamente de la sala. El móvil de Alexei sonó y
él atendió.
—¿Sí?
Era Pasha, el lacayo de su padre.
—Papá no coge las llamadas.
Alexei puso los ojos en blanco, mirando el móvil roto de su padre al
otro lado de la sala.
—¿Cuál es el mensaje? —Puso el móvil en altavoz y asintió con la
cabeza hacia su padre—. Es Pasha.
—Creo que hemos encontrado el problema con el GPS. El cabrón
arrancó la maldita cosa del tablero. Estoy enviando una foto.
Alexei miró la pantalla y luego se lo mostró a su padre. Pasha sostenía
una pequeña caja negra del tamaño de una caja de cerillas con una larga
cuerda de varios cables.
—Maldito hijo de puta traicionero. ¡Me follaré el esqueleto de su
madre! —Dimitri se calló, comenzó a maldecir en ruso, salió de la sala y
luego regresó, tras lo cual meneó el dedo en la cara de Alexei—.
Encuéntralo, ¡y a la chica también! ¡No me convertiré en un puto
hazmerreír!
Alexei asintió con fervor mientras su padre salía furioso de la sala,
gritándole a Natasha y ordenándole que buscara a tres chicas y se reunieran
con él en su habitación.
—¡Y consígueme un nuevo móvil de mierda! —estalló Dimitri a nadie
en particular mientras continuaba su alboroto por el club.
Alexei soltó un largo suspiro y se recostó contra una pared. Después de
que su padre saliera del club, salió por la parte de atrás y se encontró con
Bo en el callejón de la panadería, donde estaba tomando fotografías de un
montaje inteligente. Nicholas había puesto una fotografía panorámica del
callejón a unos cinco centímetros frente a la cámara. Si se colocaba en el
lugar correcto mientras lo hacía, la cámara nunca lo habría captado y solo
habría habido un fugaz parpadeo.
—¿Todo va bien? —preguntó Bo, mirando en dirección a Alexei.
Alexei se encogió de hombros y sacó un porro que había enrollado al
principio del día. Lo encendió y luego se apoyó contra la parte trasera del
edificio para darle una larga y lenta calada.
Alexei contuvo el humo por un momento y luego lo exhaló.
—Creo que lo logramos —dijo Alexei, y ahora se permitió esbozar una
sonrisa.
Bo asintió.
—Nicholas es un buen tipo.
—Aun así. —Alexei agitó la mano, haciendo flotar el humo en el aire
del día gris—. Él nunca hubiera pensado en eso. —Hizo un gesto hacia la
cámara configurada que Bo acababa de fotografiar.
Bo enarcó una ceja.
—Podría haberlo pensado, pero no habría forma de que lo hubiera
logrado sin mí.
Alexei miró hacia la puerta, como si pudiera contemplar a la mujer
inteligente y atrevida que estaba del otro lado.
—Este en definitiva fue un esfuerzo en equipo.
Alexei no supo bien qué hacer cuando Nicholas se le acercó por primera
vez a principios de semana para contarle sobre el ultimátum de su padre y
pedirle ayuda. Por supuesto, sabía lo que debería haber hecho; al menos de
acuerdo con la lógica de lealtad de su padre.
Pero tal vez era una lección que Alexei había aprendido demasiado
bien.
Alexei era leal. La hermandad venía antes que sangre, ¿o no era ese el
mantra de la Bratva?
Simplemente demostraba los ideales que todos habían prometido
cuando, de niños, apenas pasaron a ser hombres. A Alexei le habían hecho
su primer tatuaje a los diecisiete años e hizo su juramento ante la
Hermandad.
Entonces, cuando un hermano le pedía ayuda… incluso cuando esa
ayuda significaba traicionar a su padre…
Bueno, su padre había hecho una exigencia estúpida. ¿Violar a la esposa
de otro hermano?
Si no había límites, reglas ni leyes bajo las cuales vivieran, ¿cómo
podría alguno de sus hombres confiar en ellos o brindarles una verdadera
lealtad? Puede que su padre prefiriese gobernar por miedo y tiranía, pero
era completamente innecesario.
Así que Alexei había tomado sus medidas. Su padre podría perder esta
ronda sin que le hiciera ningún daño. Había ayudado a Nicholas a planear
su escape, había tomado cada paso para proporcionar una negación
plausible. Tenía que hacerse en el último momento. Había que tener en
cuenta la presencia de todos. Alexei fue al aeropuerto, aparentemente para
tratar de hablar con su padre sobre una nueva idea. Bo había ideado todas
las formas de evadir la vigilancia, diciéndole a Nicholas cómo tomar la
fotografía del callejón, cómo montar la treta, y también dónde estaba
ubicado el GPS en el vehículo y cómo deshabilitarlo.
Y Verónica… bueno, Verónica había conducido el auto del escape.
Había alquilado un auto y llevado a Sloane por el puente a Staten Island, y
luego regresó para hacerse cargo de la tienda nuevamente, dándose así una
coartada.
Considerando todo, había sido un escape agradable y limpio de este
infierno para dos buenas personas. Y a Alexei no le molestaba darle a
Verónica una opinión diferente sobre él en el proceso. Incluso le dedicó una
sonrisa ayer cuando ordenó su té negro y el especial número dos.
Dio una calada más larga antes de pasarle el porro a Bo, como si
brindara por su amigo.
—Es parte del trabajo —dijo Bo—. Es parte del trabajo.
EPÍLOGO

Sloane

SLOANE ESPERÓ EN EL AUTO, con la cabeza entre las rodillas y la


venda que Verónica le había dado en cuanto se subió al auto del callejón
firmemente asegurada.
También tenía los ojos cerrados con fuerza como medida adicional. Si
no podía ver que estaba afuera, podía fingir que no lo estaba. Era una lógica
infantil, pero bueno, se estaba aferrando a cualquier cosa que mantuviera
abierto ese vínculo entre ella y la cordura.
No podía creer todo lo que acababa de pasar en las últimas horas. Los
mensajes de texto de Nicholas; Verónica, quien apareció así en el callejón.
Y ella misma… De verdad logró vencer su miedo por una vez en su
vida y corrió hacia ese maldito auto mientras la exigente voz de Nicholas
resonaba en sus oídos diciendo «¿Confías en mí?»
Maldito sea por hacerle eso.
Y, sin embargo, en cuanto se subió al auto y Verónica se alejó por el
callejón, Verónica también empezó a hablar. Le contó a Sloane sobre la
horrible presión bajo la que había estado Nicholas y de la perversa orden
directa que Dimitri le había dado. Nicholas no lo había considerado ni por
un segundo. Verónica le contó que había trabajado con Alexei —¡Alexei, de
entre todas las personas!—, y también con su amigo Bo. Parecía una locura
haber confiado en ellos. Nicholas siempre había dicho que eran sus
hermanos, pero Sloane solo veía a la Bratva como algo destructivo.
Tal vez, si Dimitri alguna vez era destronado de su realeza, no tendría
por qué serlo.
Pero, por ahora, ella y su amado huirían.
Un fuerte maullido sonó desde el asiento trasero como en respuesta a
sus pensamientos. Sí, sí, ella y sus dos amados huirían. Nicholas había
pensado en todo. Había acordado con Verónica que metiera a Ramona en su
transportín y la tuviese lista en el asiento trasero para que se fuera con ellos.
Si tan solo llegara… Sloane respiró hondo, se levantó de su posición y
miró por la venda de los ojos el reloj del tablero. La preocupación se
revolvió en su estómago cuando vio la hora.
Nicholas ya debería estar aquí.
Se quitó la venda de los ojos de un tirón para protegerse de la tenue luz
del garaje cubierto y volvió a ponerse en cuclillas. El corazón le latía con
fuerza en los oídos, pero para su sorpresa, su respiración era bastante
uniforme.
¿Dónde diablos estaba? Había jurado que, si él llegaba a hacer que lo
mataran, entonces lo mataría ella misma. Pero no. Negó con la cabeza,
balanceándose hacia adelante y hacia atrás. Tenía un plan. Él era inteligente.
Los había llevado a ambos tan lejos.
«¿Confías en mí?».
Él había confiado en ella. Había confiado en que ella sería capaz de
enfrentar su miedo y llegar lejos. Al final, no es que él fuera realmente su
amo más que cuando jugaban en la cama; es que sabía que ella podía
hacerlo. Simplemente la creía capaz de ello.
Su fe en ella la ayudó a confiar en sí misma y a dar ese primer paso
hacia el umbral. Y una vez que salió, no hubo vuelta atrás.
Tal vez no sería para siempre, pero sí lo sería por hoy.
Así que se armó de valor, se sentó y se quitó la venda de los ojos. Miró
el móvil desechable que Verónica le había dado. No había nuevas llamadas
ni mensajes de texto. Habían desechado su viejo móvil en el callejón al
salir. ¿Nicholas tenía su nuevo número? La llamarían si algo había salido
mal, ¿no es así?
Comenzó a mover el pie nerviosamente y sus manos empezaron a sudar
cuando…
—¡Nicholas!
Su todoterreno dobló la esquina de lo que era un nivel vacío del garaje
cubierto y se aparcó varios lugares más allá de ella.
Y Sloane saltó del auto de alquiler, corriendo la corta distancia hacia él.
Nicholas abrió la puerta de un empujón y se encontró con ella.
Fue solo cuando estuvo en sus brazos que se dio cuenta de lo que había
hecho. Pero entonces pensó, mientras lo estrujaba tan fuerte como pudo,
que no necesitaba asustarse porque estar en el aparcamiento era como estar
adentro. O tal vez era solo porque estaba con él.
Nicholas se apartó de ella y le acarició las mejillas con sus enormes
manos. Estaba sonriendo y los ojos le brillaban.
—Mírate —dijo, sacudiendo la cabeza. Y luego la besó, presionando
sus labios en los de ella con fuerza e invadiéndola con su lengua poco
después.
Pero tras otro momento, volvió a separarse de ella.
—No me hagas empezar, mujer. Aún tenemos que largarnos de aquí.
Con eso, agarró la mano de Sloane y la llevó de regreso al auto de
alquiler. Entraron y después de poner el auto en marcha, la volvió a coger
de la mano de inmediato.
—¿Estás lista para empezar a vivir el resto de nuestra vida?
Ella le devolvió una sonrisa trémula.
—Estoy lista.
VISTA PREVIA DE “PECADOS
ELEGANTES”

M ontgomery

EL LINAJE de sangre azul tenía un hedor tan fuerte y sofocante que


solamente un verdadero discípulo podría reconocerlo: apestaba a pecados
elegantes, mentiras encantadoras y obsesiones opulentas. El aroma reflejaba
malicia heredada; la delicada venganza que los más privilegiados
ejecutaban en cualquiera que consideraran inferior, y la corrupción suntuosa
fruto de siglos de no tener a nadie más que a ellos mismos a los que rendir
cuentas.
La fragancia era arrolladora.
Caminando por los largos pasillos de la mansión Oleander, inhalé la
esencia de whisky borbón, cigarrillos prestigiosos y el embriagador
perfume de amantes secretas tanto de tiempos pasados como de tiempos
presentes. Y aunque muchos se sentirían intimidados por tal refinada aura,
yo me sentía completamente a gusto.
La élite. Eso era lo que yo era, para lo que me habían preparado desde
que respiré mi primera bocanada de aire. El apellido Kingston siempre,
desde mi tataratatarabuelo, había representado el poder y el prestigio. Nada
cambiaría ese curso, salvo que pronto sería mi turno de hacerme cargo del
imperio.
Había estado esperando este día, que la invitación llegase. Sabía que
nunca sería tan simple como que mi padre me entregase las llaves del reino
y ya estaba. Era consciente de que tendría que ganarme mi lugar, y a pesar
de que nunca supe exactamente lo que eso significaba, entendía que, a su
momento, la Orden del Fantasma de Plata vendría a llamar a mi puerta.
—Caballeros, veo que también han recibido sus invitaciones. —
Pronuncié las palabras con voz grave y alta, pues me habían enseñado a
temprana edad que anunciar tu presencia en el momento en que se entraba a
una sala demostraba el nivel de confianza necesaria para competir en la rica
sociedad alfa del sur.
Cinco hombres, sentados alrededor de una mesa redonda, se volvieron
para mirarme. Beau Radcliffe fue el primero en hablar con desinterés
mientras tomaba un sorbo de su vaso de whisky escocés.
—No me lo perdería. Eres el primero de nuestra promoción en empezar
las pruebas. Me contenta que podamos verte metiendo la pata de primero
para aprender lo que no se debe hacer.
Ignorando su provocación, tomé asiento en la mesa redonda hecha de
caoba hondureña que estaba destinada para los candidatos de la Orden.
Éramos seis. Hasta esta noche, no habíamos alcanzado la edad ni pasado
por las pruebas para ganarnos nuestro sitio junto a los miembros. Sin
embargo, ya que en efecto yo era el invitado de honor en la reunión de esta
noche, no sería más que cuestión de tiempo hasta que pudiera levantarme de
la mesa de los niños.
—¿Es que hemos tenido elección? —preguntó Sully VanDoren,
encorvándose aún más en su asiento hecho a mano y bebiéndose el licor
como si fuera agua. Lo único que indicaba a gritos que ese hombre
pertenecía a la clase alta era el caro traje que llevaba, y lo acentuaban las
cortinas perfectamente cerradas que estaban tras sus espaldas, de color tinto
y dorado, tan largas y opulentas que se arremolinaban en el piso.
Su madre estaría decepcionada por su falta de encanto sureño, pero yo
ya me esperaba la amarga predisposición de Sully. Estaba claro que nada
había cambiado desde que nos habíamos graduado de la Academia
Preparatoria de Darlington hace siete años. Él siempre había detestado estar
ahí, y a juzgar por la expresión de su rostro, siempre lo detestaría.
—¿Por qué has atendido a la invitación? —preguntó Beau, más por pura
curiosidad que por crítica—. Han pasado años desde que estuviste en
Darlington. Me figuraba que estabas muerto o algo así.
—O algo así… —dijo Sully encogiéndose de hombros, y alcanzó el
contenedor de cristal que estaba en el medio de la mesa, lleno de un whisky
escocés que sin duda era más costoso que el pago hipotecario del georgiano
promedio—. No me corresponde contar mi historia hoy, estamos en la
prueba de iniciación de Montgomery.
Alzó el vaso para hacer un falso brindis a mi nombre.
—Por conseguir lo que siempre has querido. Sea lo que eso sea.
—Quiero lo mismo que todos quieren, o no estaríamos todos aquí —
dije.
—Montgomery, el niño bonito, capitán del equipo de fútbol, primero de
su clase, nombrado en Forbes como uno de los hombres más adinerados por
debajo de los treinta, y uno de los reyes de Darlington —enumeró Sully con
una sonrisa desdeñosa—. Y ahora eres el primero de todos en cumplir
veinticinco y recibir aún más cosas. Vaya suerte la tuya.
Su sarcasmo no pasó desapercibido.
—Deja de ser un imbécil —espetó Walker St. Claire—. No es nuestra
culpa que odies esta mierda, tu apellido VanDoren y Darlington en general.
Pero nuestra herencia y lazos con la Orden no van a esfumarse sin importar
lo mucho que así lo quieras. Es lo que es. Es lo que somos, te guste o no. Y
ya que Montgomery es el primero en cumplir veinticinco e iniciar este
proceso, nuestro tiempo juntos en la mansión apenas está comenzando.
Entonces, ¿podríamos estar de acuerdo en no comportarnos como idiotas
con todo esto?
Sabía que Walker sería como yo, pensaría como yo y actuaría como yo.
Él también había vivido su vida como un verdadero caballero del sur, y por
sus venas corría la riqueza. Su padre era uno de los ancianos de la Orden,
tal como mi padre, y ambos sabíamos que sobre nosotros recaían grandes
expectativas de que dirigiéramos la Orden algún día.
—¿Alguno de ustedes tiene idea de cuánto tiempo y compromiso
tomarán estas pruebas de iniciación? —preguntó Emmett Washington
mirando su reloj inteligente—. Tengo una empresa que dirigir y poco
tiempo para jugar este juego gótico de…
Miró alrededor de la sala, alzó la vista e hizo una mueca socarrona. Un
enorme candelabro de cristal y bronce de Baccarat pendía del techo de casi
cinco metros. Por todo el techo había molduras de friso de yeso hechas de
barro, arcilla, crin y musgo español.
—Ni siquiera sé cómo describir qué es, pero no tengo mucho tiempo
para esta versión mórbida de una reunión de exalumnos.
Era difícil no percatarse o sentirse impresionado por nuestros
alrededores. La mansión Oleander era una de las pocas mansiones históricas
en Georgia que no había quedado reducida a cenizas en la Guerra Civil.
Estaba tan arraigada en la historia sureña que prácticamente se podían oír
los alaridos de los fantasmas sin quererlo.
—Bueno, la empresa no es tuya de verdad hasta que pases por tu propia
prueba —le señalé a Emmett.
Puede que su familia sea de nuevos ricos, pero su padre había sido
invitado a la Orden hacía más de una década. Recibían con gusto a todos los
hombres de influencia y poder entre sus filas, pero solo a los hombres. No
podíamos ser demasiado progresistas, ¿cierto?
—Todos trabajamos para nuestro padre hasta la ceremonia de traspaso
de la llave, así que, como ha dicho Walker, aprovechémoslo al máximo. —
Alcancé el escocés y me serví un trago—. Sí, esto va a consumirnos, pero
valdrá la pena. Pronto seremos hombres más ricos de lo que ya somos.
—¿Por cuánto tiempo creen que nos hagan esperar aquí hasta que nos
llamen a la sala blanca? —añadió Rafe Jackson con impaciencia—.
Coincido con Emmett en lo de los asuntos que atender en la empresa. Tengo
reuniones mañana temprano y no quiero estar despierto toda la maldita
noche.
Podría decirse que Rafe había tenido que trabajar más que todos
nosotros juntos. Su dinero no era tan antiguo y radicado como el que
nosotros habíamos tenido la fortuna de heredar, y tuvo que partirse el culo
día tras día para mantener el apellido Jackson en la lista de los más ricos en
el condado de Darlington. No era sencillo figurar entre los apellidos más
adinerados del condado más afluente de Georgia, pero todos lo habíamos
logrado. Rafe era un cabrón cabezota que no aceptaría nada más que
sentarse en esta prestigiosa mesa que todos rodeábamos, sin importar lo que
aquello le costara.
Y eso era un hecho para todos. Todos haríamos lo que sea que hiciera
falta para mantener no solo nuestra fortuna, sino la de las generaciones
venideras. Así funcionaban los nobles.
—Nunca pensé que vería el día en el que papi Kingston te entregase las
riendas —dijo Sully con una expresión oscura—. Que te diese con ellas en
la cabeza, tal vez, pero que solo te las dejase en la mano con una sonrisa en
la cara… Joder, eso no.
—No tiene elección —intervino Walker.
Bufé mientras tomaba un sorbo de mi bebida.
—Estoy seguro de que por dentro le está matando. Nunca pude estar a
la altura de las expectativas del hombre, sin importar cuánto dinero le
hiciese ganar o cuánto poder haya añadido a su retorcido imperio. De
alguna forma nunca hago suficiente.
Me fijé en uno de los muchos retratos del fundador que estaba colgado
sobre la repisa de la chimenea de mármol y sentí que sus prejuiciosos ojos
actuaban como un reemplazo de los de mi padre.
—Pero reglas son reglas. La Orden del Fantasma de Plata tiene su
propio libro de leyes que sobrepasa todo los demás. Mi padre no puede
cambiar el hecho de que, a los veinticinco años, dejo de ser un externo. Si
paso las pruebas de iniciación, el negocio es mío. Todo mío.
Decir las palabras en voz alta se sentía bien, demasiado bien, y esperaba
sinceramente que mi padre estuviese espiando y escuchando la
conversación de alguna manera.
«Así es, querido padre. Haré todo lo que sea necesario».
—Di lo que quieras, pero todos sabemos que lo que nos piden es
cualquier cosa menos normal —dijo Emmett. Al ser relativamente nuevo,
siempre había pensado que todo el proceso era una locura, pero eso no le
iba a impedir participar cuando su momento llegase.
Rafe se rio entre dientes y volvió a revisar su reloj.
—Eso es quedarse corto.
Tras una botella vacía de whisky y media hora de conversaciones
triviales, el sonido de una pistola disparada desde el jardín finalmente
anunció que nuestra noche estaba a punto de empezar. Respiré hondo, pero
entonces me recordé a mí mismo que ya había presenciado todo esto antes.
Sí, éramos candidatos, pero habíamos asistido a suficientes ceremonias
en la mansión como espectadores para saber con exactitud lo que ocurriría a
continuación. A la mayoría nos salieron los primeros dientes en los antiguos
muebles de este lugar. Los padres traían a sus hijos a la Oleander desde los
comienzos de la creación de la Orden. Estábamos familiarizados con cada
recoveco, así como con cada oculto y perverso secreto que atesoraran los
pasillos.
Tampoco nos tomó por sorpresa cuando un hombre con una capa
plateada salió de un panel secreto en la pared.
—Síganme —dijo en voz baja y ominosa.
Aunque todos sabíamos que el hombre era el padre de Walker, por esta
noche era un anciano: no tenía nombre y no tenía rostro, pero era poderoso.
Tenía una de las posiciones más altas en la Orden del Fantasma de Plata, y
se esperaba que lo tratáramos con el mayor de los respetos, admiración y
hasta temor.
En total y completo silencio, lo seguimos obedientemente en fila por un
pasillo estrecho que nos llevaba a la sala blanca.
El salón de baile blanco. El epicentro de todo.
Con columnas corintias, arcos hechos a mano y una extensión en forma
de L que formaba un ventanal curvado, el propietario original y fundador de
la orden lo había pintado completamente de blanco, incluyendo el piso. Se
rumoreaba que el motivo era para resaltar la belleza natural de las mujeres
que bailaban en su interior, pero también para exponer las almas oscuras y
negros secretos de todos los invitados. El fundador no se guardó nada para
contrastar el bien y el mal en tal magnífica opulencia.
Tenía dos chimeneas enormes con repisas de mármol blanco rococó
tallados a mano, así como también un espejo original importado de Francia,
que habían colocado para que las mujeres pudieran advertir si sus tobillos o
miriñaques se veían por debajo de sus faldas.
Tal escándalo nunca habría sido tolerado. Oh, cómo habían cambiado
los tiempos.
Sobre una de las chimeneas, había otra pintura del fundador, cuyos ojos
definitivamente te seguían por la sala. Odiaba que el bastardo siempre
observara cada uno de mis movimientos. De niño el retrato me daba
pesadillas y, para ser sincero, la imagen fantasmal seguía dándomelas.
Los pomos de las puertas de porcelana alemana de Dresde pintados a
mano y las cerraduras cubiertas a juego eran la única forma de encontrar la
salida, ya que la puerta parecía camuflarse sin ningún esfuerzo con la
inmensidad blanca. La inquietante pureza de la sala envolvía a todos los que
estaban dentro de ella.
Unas profundas voces masculinas cantaban en latín. Lo que se decía
exactamente en murmullos silenciosos era confidencial y solo los ancianos
estaban al tanto de esa información. Sus voces resonaban en las paredes
cuando entramos en la sala y nos pusimos en fila como lo harían los
reclutas del ejército ante su general. Con los brazos detrás de la espalda y
las piernas separadas a la altura de los hombros, nos mantuvimos firmes.
Los diez ancianos estaban frente a nosotros, con sus capas plateadas
ensombreciéndoles las facciones del rostro. Flanqueando ambos lados
estaba el resto de los miembros, también vistiendo las capas plateadas que
pertenecían a la Orden. Cada hombre sostenía un bastón intrincadamente
tallado con una bola de ónix pulida en la parte superior. Con una perfección
practicada, todos comenzaron a golpear el suelo con los bastones. El rítmico
sonido de los bastones impactando contra el suelo me reverberaba por los
huesos.
—Montgomery Kingston —bramó uno de los ancianos. Los bastones
seguían haciendo impacto—. ¿Estás preparado para empezar las pruebas de
iniciación?
Asentí. Ya sabía que los candidatos no tenían permitido hablar durante
las ceremonias, a menos que se les diese permiso directo para hacerlo.
Miré adelante con una expresión impasible. Podía ver por el rabillo del
ojo que los otros cinco hombres se lo estaban tomando tan en serio como
yo, independientemente de que antes hubiesen hablado pestes. Era
imposible no tomárselo en serio. Si no fuera por el hecho de que las
ceremonias estaban tan arraigadas en nosotros que la sumisión era tan
necesaria como respirar, la sofocante dominancia en la sala habría
conquistado cualquier habilidad de resistir.
—Tienes dos días para hacer el trabajo preparatorio antes de que
comience el Baile Espectral —continuó el anciano mientras los bastones
sonaban al compás de la inquietante orquesta.
Volví a asentir.
—Esa noche tendrás en tu poder a una bella sin igual. Cuando la tengas,
y nosotros la consideremos digna, la Orden del Fantasma de Plata la
quebrará.
Los bastones comenzaban a sonar más rápido.
Con más y más fuerza.
El viento entró por las ventanas abiertas, arremolinándose a nuestro
alrededor como si la Orden hubiese invocado al mismísimo Satanás. Los
cánticos en latín se reanudaron mientras las luces a gas de la sala
parpadeaban.
—Montgomery Kingston, tus pruebas de iniciación comienzan ahora.

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ACERCA DE STASIA BLACK

STASIA BLACK creció en Texas y recientemente pasó por un período de cinco años de muy bajas
temperaturas en Minnesota, y ahora vive felizmente en la soleada California, de la que nunca, nunca
se irá.
Le encanta escribir, leer, escuchar podcasts, y recientemente ha comenzado a andar en bicicleta
después de un descanso de veinte años (y tiene los golpes y moretones que lo prueban).
A Stasia le atraen las historias románticas que no toman la salida fácil. Quiere ver bajo la fachada
de las personas y hurgar en sus lugares oscuros, sus motivos retorcidos y sus más profundos deseos.
Básicamente, quiere crear personajes que por un momento hagan reír a los lectores y que después los
tengan derramando lágrimas, que quieran lanzar sus kindles a través de la habitación, y que luego
declaren que tienen un nuevo NLS (Novio de Libro por Siempre; o por sus siglas en inglés FBB
Forever Book Boyfriend).

Website: stasiablack.com

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