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La respuesta adecuada a la criminalidad de los directivos contra la propia
empresa: ¿Derecho penal o autorregulación empresarial?
Article in InDret · January 2006
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Nuria Pastor Muñoz
University Pompeu Fabra
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InDret
REVISTA PARA EL
ANÁLISIS DEL DERECHO
WWW. INDRET.COM
La respuesta adecuada a la
criminalidad de los directivos
contra la propia empresa:
¿Derecho penal o autorregulación
empresarial?
Nuria Pastor Muñoz
Universitat Pompeu Fabra
380
BARCELONA, OCTUBRE DE 2006
InDret 4/2006 Nuria Pastor
Abstract*
Una de las grandes preocupaciones actuales de las empresas es el aumento de los delitos cometidos por sus
directivos contra los intereses económicos de la propia sociedad para la que trabajan. Los informes al
respecto elaborados por Price-Waterhouse-Coopers, KPMG o Ernst & Young y los estudios criminológicos
sobre el particular, como los de Kai-D. BUSSMANN, no solamente son interesantes para las empresas, las
víctimas de esta delincuencia y para quienes analizan la dimensión empírica de esta clase de criminalidad,
sino también para el Derecho penal, pues sugieren una reflexión sobre si el papel que estos estudios le
atribuyen es compatible con el concepto de delito (1). Estos trabajos analizan las causas de la criminalidad
de los directivos contra la propia empresa (2) y por qué el Derecho penal tiene problemas para luchar contra
ella (3); además, estudian los mecanismos internos que las empresas han desarrollado para la prevención de
esta clase de delincuencia (4), entre los que se cuenta el fenómeno de la autorregulación. Esta última
consiste en la creación por parte de la empresa de normas internas de comportamiento y en la previsión de
respuestas internas en caso de que se produzca una infracción de tales normas, también cuando la
infracción sea constitutiva de delito (5). Pues bien, es precisamente este último aspecto de la
autorregulación, a saber, la solución interna del conflicto generado por la comisión de un delito por parte de
un directivo, el que suscita dudas desde la perspectiva del Derecho penal. En efecto, los mecanismos de
autorregulación atribuyen al Derecho penal una función en la lucha contra la delincuencia de los directivos
que choca en algunos aspectos con el papel que la ley asigna a esta rama del ordenamiento jurídico. En
concreto, la propuesta de solucionar privadamente el conflicto que surge de la comisión de un delito público
—por ejemplo, un delito de apropiación indebida— no encaja con la naturaleza pública de este delito, ni con
la existencia de un deber legal de denuncia (6); tal solución privada solamente es admisible cuando el delito
que ha creado el conflicto es semi-público —por ejemplo, un delito societario— (7). La contemplación del
fenómeno de la autorregulación empresarial desde el Derecho penal permite, pues, extraer determinadas
conclusiones sobre qué rasgos debería presentar aquel fenómeno para ser respetuoso con el Derecho vigente
(8).
Sumario
1. Introducción
2. Las causas de la criminalidad de los directivos contra la propia empresa
3. La ineficacia del Derecho penal en la lucha contra la criminalidad de los directivos
4. Algunos mecanismos internos dirigidos a combatir la criminalidad de los directivos
contra la empresa
5. Ética de los negocios y autorregulación empresarial
6. ¿Es compatible el concepto de Derecho penal que sostienen los modelos de
autorregulación con el Derecho vigente? Autorregulación y delitos públicos
7. Autorregulación y delitos perseguibles a instancia de parte
8. Conclusiones
9. Bibliografía
∗Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia
(Plan Nacional I+D+I) titulado “Diez años del nuevo Derecho penal de la criminalidad en la empresa: la
intención del legislador y la actuación del sistema judicial”, cuyo investigador principal es el Prof. Dr. Jesús-
María Silva Sánchez (Referencia: SEJ2005-03425/JURI).
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InDret 4/2006 Nuria Pastor
1. Introducción
El fenómeno de la criminalidad empresarial es muy amplio: abarca tanto comportamientos
dirigidos contra bienes jurídicos de la propia empresa, esto es, la criminalidad intraempresarial o
ad intra (Betriebskriminalität) como delitos contra bienes jurídicos de terceros, esto es, la
criminalidad hacia fuera o ad extra (Unternehmenskriminalität). Dentro de la criminalidad ad intra
debe diferenciarse entre aquélla que puede cometer cualquier empleado (un hurto, por ejemplo)
y la que solamente pueden cometer personas con cargos de responsabilidad, los directivos, en
quienes se concentran las facultades de decisión y disposición sobre los intereses de la empresa1.
El concepto clave de esta última clase de delincuencia es la deslealtad del directivo en la gestión de
bienes que son titularidad de otro (la sociedad). Por ello, en este ámbito, tienen especial
importancia delitos como la apropiación indebida y los delitos societarios, entre los que destaca la
administración desleal2.
Pues bien, la criminalidad intraempresarial de los directivos es actualmente una gran
preocupación de las empresas, pues, según los estudios existentes al respecto, es fuente de graves
pérdidas económicas para estas últimas3. A este respecto, no sólo son muy importantes las
pérdidas materiales causadas por la criminalidad empresarial ⎯las cuales, por cierto, parecen ir
en aumento4—, sino también las inmateriales, como la pérdida de prestigio de la empresa, la
puesta en peligro de las relaciones económicas de la entidad, la generación de estímulos para la
repetición del comportamiento, etc.5. Por esa razón, las empresas concentran sus esfuerzos en
combatir la deslealtad, intentando dotar de mayor eficacia a sus “sistemas de gestión del riesgo
de fraude”; su objetivo es evitar comportamientos que causan daños (reducir costes), con
independencia de si aquéllos son o no graves, esto es, de si merecen o no el castigo penal. Por
ello, desde esta perspectiva, las empresas contemplan al Derecho penal, no tanto como rama del
ordenamiento jurídico que dispone el castigo de los comportamientos merecedores de pena, sino
más bien como instrumento que debería servir para evitar que se repitan fraudes en el futuro,
para motivar a sus directivos a ser leales en la gestión de los intereses empresariales.
En cambio, el Derecho penal se ve a sí mismo de manera muy distinta. Ciertamente, por una
parte, el Derecho penal tipifica comportamientos graves y no comportamientos cuyo castigo
puede ser útil en términos instrumentales. Ello significa que la primera razón del castigo es la
gravedad del comportamiento (merecimiento de pena) y que las razones de necesidad de pena
entran en consideración en un segundo lugar, como criterio limitador de los casos que deben ser
1 Evidentemente, esa concentración de poder es terreno abonado para los abusos (SÁNCHEZ ÁLVAREZ, 1996, p. 34).
2 En los informes de Price-Waterhouse-Coopers (2003 y 2005) también se hace referencia a otros delitos de este
ámbito, como la estafa, las falsedades contables, la corrupción, el espionaje industrial, el blanqueo de capitales,
etc.
3 Cfr., por ejemplo, las referencias al último estudio de KPMG sobre delincuencia económica en Alemania en el
FRANKFURTER ALLGEMEINE ZEITUNG, “Wirtschaftskriminalität in Deutschland steigt”, o en el SÜDDEUTSCHE
ZEITUNG, “Wirtschaftskriminalität. Jede zweite Firma Opfer von Straftaten”, ambos de 4 de julio de 2006.
4 Cfr. cifras concretas en KPMG (1999) y Price-Waterhouse-Coopers (2003 y 2005); en el mismo sentido, el informe
de Ernst & Young (2003). Los estudios más recientes (por ejemplo, el informe de KPMG de 2006) ponen de relieve
la tendencia al aumento.
5 Que BUSSMANN (2004, p. 36) define como “schwer kalkulierbar”. Referencias a estos costes también en Price-
Waterhouse-Coopers (2005).
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castigados. En definitiva, el Derecho penal no se plantea su intervención sobre la base de una
mera razón de eficacia en la evitación de resultados indeseados, no se apoya (no se debería
apoyar) en el argumento de que la amenaza con pena es útil en términos instrumentales para
evitar conductas (graves o no) que generan lesiones de intereses de determinados agentes
sociales (por ejemplo, las empresas). Para el Derecho penal, cuando falta un comportamiento
grave, desaparece la base en que apoyar la atribución de responsabilidad por las consecuencias
de ese comportamiento (imputación del resultado), por muy graves que éstas sean. Por otra
parte, salvo en el caso de los delitos perseguibles a instancia de parte, que siguen una lógica
peculiar (infra 7), la inclusión de un comportamiento grave en las leyes penales significa que tal
comportamiento genera un conflicto entre autor y sociedad cuya resolución es competencia del
Estado. Por esa razón, autor y víctima no deben apropiarse del conflicto y resolverlo
privadamente.
Las diferencias existentes entre la lógica de las empresas-víctimas del delito y la del
ordenamiento jurídico-penal generan puntos de fricción. Ello lo veremos al analizar algunos
mecanismos desarrollados por las empresas para protegerse contra la deslealtad de sus
directivos. No obstante, antes conviene recoger las conclusiones a las que llegan algunos estudios
criminológicos sobre cuáles son las causas de esta clase de criminalidad (infra 2) y sobre la
eficacia o ineficacia del Derecho penal en la lucha contra ella (infra 3). Desde una perspectiva
criminológica, puede discutirse sobre si tales conclusiones son convincentes; sin embargo, este
trabajo no se entra en tal discusión, pues el objetivo no es llevar a cabo un estudio empírico, sino
tomar algunos datos empíricos como referencia para, después, efectuar un análisis desde la
perspectiva de la dogmática penal.
2. Las causas de la criminalidad de los directivos contra la propia empresa
Según los estudios sobre la delincuencia en la empresa, las causas del crecimiento de la
criminalidad de los directivos pueden clasificarse esencialmente en tres grupos: las que tienen su
origen en la estructura de la empresa, las vinculadas a la subcultura empresarial y aquéllas con
origen en los mismos directivos 6.
Entre las causas con origen en la estructura empresarial se suele hacer referencia, en primer lugar, a
modos de estructurar o configurar la empresa que ofrecen oportunidades de delinquir, como
ocurre, por ejemplo, cuando la empresa está diseñada de tal manera que carece de mecanismos
de control suficientes. Si a esta falta de control se le suman los fenómenos de la
internacionalización, el desarrollo tecnológico y la sofisticación de la economía, las posibilidades
de delinquir se multiplican7. En segundo lugar, el clima de anonimato es un elemento que nutre
la delincuencia intraempresarial. Aquél se fomenta, en gran parte, mediante la falta de
explicación de las decisiones empresariales, pues ello genera un clima de cierta decepción y
6 Con detalle, BUSSMANN, ENGLANDy HIENZSCH (2004, pp. 260 y ss.), donde se ofrece amplia información empírica
sobre las causas de la criminalidad económica.
7 En este sentido, el informe de KPMG (1999), así como el de Price-Waterhouse-Coopers (2003).
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distanciamiento respecto a la empresa. En ese clima de anonimato, el directivo no ve la empresa
como algo propio y, con ello, su inhibición frente al delito es menor.
Entre las causas vinculadas a la subcultura empresarial hay que destacar, en primer lugar, la crisis de
valores en la empresa. A este respecto, suele decirse que la misma economía ha nutrido un
modelo de darwinismo social en el que los valores de la solidaridad y la consideración con los
demás brillan por su ausencia y en el que el modo de actuación que se fomenta es egoísta, pues se
rige por la búsqueda exclusiva del propio interés8. Desde luego, esa crisis de valores no fomenta
la fidelidad al Derecho, el cual es contemplado más bien como un obstáculo a la libertad
económica9. En segundo lugar, en estrecha relación con lo anterior, los destinatarios de aquellas
normas jurídicas que inciden en la actuación empresarial ⎯incluidas las normas penales⎯
relativizan la fuerza vinculante de estas últimas, haciendo depender su observancia del contexto
y de las necesidades impuestas por las circunstancias10. Y bajo ese parámetro de la relativización
del Derecho, se genera una subcultura de aceptación de comportamientos contrarios a Derecho
que serían considerados inadmisibles fuera del mundo empresarial11.
Por último, algunas causas de la criminalidad intraempresarial se relacionan directamente con la
persona del directivo: en primer lugar, éste se nutre de la mencionada subcultura empresarial; en
segundo lugar, conoce bien las oportunidades de delinquir que le ofrece la estructura de la
empresa ⎯quién mejor que él sabe dónde están las lagunas de control⎯; y, en tercer lugar, su
perfil se corresponde con el del delincuente económico12.
3. La ineficacia del Derecho penal en la lucha contra la criminalidad de los
directivos
Según los estudios empíricos, en términos generales, el Derecho penal es un medio especialmente
ineficaz en la lucha contra la criminalidad empresarial13. En efecto, pese a que las leyes penales se han
expandido claramente en este ámbito ⎯por ejemplo, mediante la introducción de los delitos
societarios en el Código penal español o mediante las leyes alemanas de lucha contra la
criminalidad económica14⎯ y pese a la publicidad dada a casos importantes de deslealtades de
8 Cfr. FERNÁNDEZ DE LA GÁNDARA (1993, p. 18); BUSSMANN (2004, p. 44). Este modelo egoísta se rige por la norma
de maximizar el beneficio (cfr. SCHÜNEMANN, 1989, p. 630).
9 BUSSMANN, ENGLAND y HIENZSCH (2004, pp. 262 y ss.).
10 La “Fragmentierung der Normgeltung” de la que hablan BUSSMANN, ENGLAND y HIENZSCH (2004, p. 262).
11 BUSSMANN, ENGLAND y HIENZSCH (2004, p. 263).
12 BUSSMANN (2004, p. 40).
13 Cfr. SCHÜNEMANN (1989, pp. 641 y ss.), quien pone de relieve cómo el gran esfuerzo, no solamente legislativo,
sino de inversión en la persecución penal de la criminalidad económica, ha dado frutos escasos. Sus
consideraciones, que se refieren a la criminalidad económica en general, pueden aplicarse a la criminalidad
intraempresarial.
14 Crítico con estas tendencias excesivamente expansivas de la legislación penal contra la criminalidad económica,
HEFENDEHL (2006, p. 120).
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altos cargos, en muchos casos, el mundo empresarial resulta impenetrable para el Derecho penal.
¿Por qué?15
En primer lugar, el riesgo de descubrimiento del hecho es bajo. Ello se debe a que las empresas son
estructuralmente complejas y a que los directivos tienen la capacidad y la información sobre la
empresa para poder delinquir “técnicamente” bien (ingeniería financiera, operaciones bien
maquilladas, etc.). Ello determina la disminución importante del riesgo de descubrimiento del
delito. En segundo lugar, aun en caso de ser descubiertos los autores del delito, el riesgo de
condena es muy bajo. Ello se debe, por una parte, a que los casos son complejos, tanto en lo
referente a los hechos como en cuanto a la interpretación de los tipos16. La consecuencia es el
aumento de los costes de la investigación, así como la reducción las posibilidades de éxito del
proceso. Por otra parte, el hecho de que el autor de los hechos suele ser una persona con enorme
capacidad para invertir en su propia defensa también contribuye a que el riesgo de condena sea
bajo. En tercer lugar, suele decirse que las sanciones penales intimidan en general menos que algunas
consecuencias jurídico-civiles o laborales, pues aquéllas consisten o bien en penas de multa o bien en
penas de prisión que normalmente se pueden suspender17; con todo, considero que no puede
valorarse del mismo modo la pena de inhabilitación para el ejercicio de la profesión, la cual sí
tiene una fuerza intimidatoria importante.
Ahora bien, en cuarto lugar, es importante destacar que el factor determinante del fracaso del
Derecho penal como mecanismo de prevención de crímenes intraempresariales es la falta de
cooperación de las empresas-víctimas con las autoridades penales, esto es, el bajo número de
denuncias. Ciertamente, pocos delitos cometidos por los directivos son denunciados por sus
víctimas, pese a que gran parte de ellas afirmen que su política es, precisamente, la de
denunciarlos18. Este fenómeno lo explican varios factores: (a) las empresas no pueden controlar ni
el proceso penal que desencadena la denuncia ni la posibilidad de que, a raíz del proceso, se
desencadenen otros; (b) existe un riesgo de afectación del prestigio de la empresa; (c) la denuncia
y el eventual proceso pueden generar un clima de intranquilidad en la empresa. En definitiva, la
lógica empresarial de la oportunidad, el pragmatismo, la flexibilidad y la eficiencia conduce a
rechazar la intervención del Derecho penal porque este último se orienta según principios y
objetivos —principio de legalidad, el castigo del comportamiento grave, procesos formales, etc.—
que son distintos y, en ocasiones, opuestos a los de aquélla19.
15 Sobre las causas de la ineficacia, BUSSMANN (2003, pp. 90 y ss.), cuyas consideraciones se asumen en este
apartado.
16 BUSSMANN (2004, p. 37).
17 A este respecto, BUSSMANN (2004, p. 38) es de la opinión de que la amenaza de pena no ocupa un lugar
demasiado importante en la jerarquía de elementos que tiene en cuenta el directivo a la hora de tomar sus
decisiones. En su opinión, los factores que explican el riesgo de crimen intraempresarial son, en este orden de
importancia, la captación de la oportunidad, la falta de filtros morales y de valores, el riesgo de descubrimiento y,
por último, la gravedad de la pena con la que se amenaza.
18 BUSSMANN (2003, pp. 93 y ss.; 2004, p. 37).
19 BUSSMANN (2003, p. 93).
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4. Algunos mecanismos internos dirigidos a combatir la criminalidad de los
directivos contra la empresa
En resumidas cuentas, las empresas víctimas de la criminalidad de sus directivos son, por
voluntad propia, prácticamente impenetrables para el Derecho penal. La ponderación de las
ventajas e inconvenientes de la intervención de las autoridades de persecución penal les conduce
a la conclusión de que abrir las puertas a tales autoridades comporta riesgos que son más
indeseados que los daños que derivan de esa criminalidad; por ello, ven el Derecho penal como
un instrumento que no se ajusta a sus necesidades. Por ello, en realidad no es que el Derecho
penal sea por naturaleza ineficaz, sino que la víctima (en este caso, la empresa) decide hacer
ineficaz su labor20 y resolver el problema por medios distintos.
Entre estos medios destacan, en primer lugar, las estrategias globales de prevención: por una
parte, las medidas de control como las auditorías internas o externas o el fomento y la protección
de los whistle-blowers (“chivatos”, personas que informan de las irregularidades que descubren) y,
por otra, la reducción de oportunidades de delinquir21. No obstante, la capacidad de rendimiento
de estas medidas es limitada, pues tienen costes de flexibilidad, transparencia y agilidad,
complican la estructura empresarial —lo cual puede generar nuevas oportunidades de delinquir
y resultar, por tanto, contraproducente— y generan clima de desconfianza —de nuevo, un factor
negativo que conduce al distanciamiento entre directivo y empresa, al anonimato, que es un
factor criminógeno—22.
Ante la limitada capacidad de rendimiento de esta primera clase de medidas y la constatación de
que su uso excesivo es contraproducente, las empresas han desarrollado, en segundo lugar, otras
estrategias a largo plazo que desplazan la atención de la organización empresarial a la selección
cuidadosa del personal. Se trata de exámenes dirigidos a averiguar la integridad u honradez de
una persona (Integrity Tests), los cuales pretenden descubrir qué riesgos de desviación presenta el
candidato a un cargo en la empresa, esto es, diagnosticar, antes de la contratación, las
personalidades criminales. No obstante, este mecanismo es de poca utilidad en el caso de la
criminalidad de directivos, porque los delincuentes económicos, a diferencia de otras clases de
delincuentes, son socialmente “discretos” y, sobre todo, porque el perfil de buen directivo
(capacidad de decisión, falta de aversión al riesgo, carácter extrovertido, etc.) coincide con el
perfil de delincuente empresarial23. En efecto, puede que una persona apocada y conformista no
tenga el perfil de delincuente económico, pero tampoco el de buen directivo.
20 Como se ve en el estudio de CALVERAS, GANUZA y LLOBET (2005, pp. 1 y ss.) —aunque este trabajo no trata
exactamente el fenómeno de la criminalidad intraempresarial, sino la criminalidad de empresa y, en concreto, el
problema de la afectación del medioambiente—, la decisión de una empresa por la regulación externa o por la
autorregulación, esto es, bien por dotar a un problema de dimensión pública o bien por tratarlo como un
problema privado, es puramente estratégica, esto es, se basa esencialmente en una valoración de los costes.
21 Sobre las medidas de prevención de la propia víctima, cfr. SCHÜNEMANN (1989, pp. 637 y ss.).
22 Cfr. sobre estas medidas, BUSSMANN (2003, pp. 94 y ss.; 2004, pp. 41 y ss.); cfr. también Price-Waterhouse-
Coopers (2005).
23 BUSSMANN (2003, pp. 95 y ss.; 2004, p. 40).
7
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Por ello, en tercer lugar, se ha desarrollado la identidad corporativa (Corporate Identity), la cual se
centra en fomentar de manera positiva la vinculación del directivo a la empresa. Desde este
planteamiento se fomenta la creación de un clima de confianza y la reducción del anonimato. De
nuevo esta medida tiene una eficacia limitada, esencialmente porque el cambio de los directivos
de una a otra empresa es un fenómeno frecuente, porque la identificación directivo-empresa sin
pretender que aquél asuma una serie de valores morales es débil y porque la identidad
corporativa no contribuye a reducir la criminalidad ad extra —lo cual también puede generar
costes muy elevados: costes reputacionales, pérdida de contactos, etc.—24.
Por ello, en cuarto lugar, se propone el recurso a la ética de los negocios (Business Ethics),
mecanismo que pretende fomentar los valores morales en los directivos y que se presenta como el
medio adecuado para suplir los déficits de las demás medidas de prevención de esta clase de
criminalidad. A este fenómeno dedico el siguiente apartado.
5. Ética de los negocios y autorregulación empresarial
El mecanismo interno desarrollado por las empresas que más interesa desde la perspectiva de
este trabajo es el fenómeno de la autorregulación empresarial, que está estrechamente vinculado
a la introducción en la empresa de directrices éticas de comportamiento para los directivos. El
recurso a la ética de los negocios como mecanismo de prevención de la delincuencia parte de la
tesis de que la causa esencial de la criminalidad empresarial es la falta de valores éticos y sociales
y considera que, por ello, el fomento de esos valores en los directivos y, en general, en el mundo
empresarial y económico, es el modo más eficaz de lucha contra esta clase delincuencia25. Las
empresas que siguen este planteamiento, que son ya muchas, han introducido directrices éticas
de comportamiento, siguiendo muchas veces las recomendaciones de los Códigos de Buen
Gobierno de las Sociedades26, con el fin de sensibilizar a los directivos en los valores éticos,
trasmitirles de manera clara los límites de lo jurídicamente permitido y generar efectos de
vinculación del destinatario de la directriz al Derecho. Tales directrices reproducen prácticamente
las normas de comportamiento penales y, de este modo, hacen de altavoz de estas últimas.
Según BUSSMANN, las normas éticas, para ser eficientes, deben cumplir determinados requisitos:
en primer lugar, deben ser concretas y precisar los comportamientos que son inadmisibles; en
segundo lugar, deben repetirse con frecuencia ⎯en los planes de formación de directivos, en la
24 Sobre la Corporate Identity véase BUSSMANN (2003, pp. 96 y ss.; 2004, pp. 42 y ss.).
25 BUSSMANN (2003, pp. 98 y ss.; 2004, pp. 43 y ss.). Cfr. el estudio empírico al que se refieren BUSSMANN, ENGLAND
y HIENZSCH (2004, p. 270), según el cual la falta de vinculación moral al Derecho es la causa más importante de la
criminalidad patrimonial.
26 Como en España el Informe Aldama (1998) y el Código Olivencia (2003) o, en Alemania, el “Deutsche Corporate-
Governance-Kodex” (2002, versión actualmente en vigor de 2 de junio de 2005) sobre estructura y control de la
sociedades, dirigidas a proteger los intereses del accionariado, a mejorar en transparencia y a un mayor control de
la gestión. Sobre el concepto de Corporate Governance y el Código de Buen Gobierno, cfr. OLIVENCIA RUIZ (2004, pp.
21 y ss.); en Alemania, con referencias al Kodex alemán y al informe de la Comisión Europea, cfr. VETTER (2003, pp.
748 y ss.).
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cultura en la empresa⎯; en tercer lugar, su infracción debe ser sancionada27. Esta sanción debe
consistir en el recurso a los mecanismos del Derecho civil y del Derecho laboral y no, en cambio,
al Derecho penal. Es más, se debe evitar que las autoridades de persecución penal tengan noticia
de la infracción, a no ser que resulte necesario recurrir a ellas. Tal necesidad solamente existirá en
caso de que el delincuente discuta su responsabilidad, pese a los claros indicios de ella, o en caso
de que los graves daños causados por su comportamiento hayan trascendido al ámbito de lo
público y amenacen la reputación de la empresa. En definitiva, cuando el problema ya no pueda
resolverse de manera interna, entonces sí habrá que recurrir al Derecho penal28. Como puede
observarse, se trata de crear una regulación interna propia que incluya no solamente normas de
comportamiento dictadas por la propia empresa —aun cuando materialmente sean
prácticamente una reproducción de las normas de comportamiento penales—, sino además
consecuencias jurídicas propias que consisten, en realidad, en una selección —con base en
criterios de utilidad— de las respuestas previstas por el ordenamiento jurídico.
El aspecto de esta autorregulación que sugiere una reflexión desde el Derecho penal no es tanto el
concepto de ética de los negocios 29, sino el hecho de que las empresas excluyan expresamente (e
intencionadamente) la intervención del Derecho penal. La empresa contempla la sanción penal
como un instrumento que está a su disposición, que puede pero no debe imponerse. En realidad,
la existencia del Derecho penal (la amenaza de un proceso penal y eventual pena) le sirve a la
empresa como mecanismo de presión sobre el autor del delito para que se someta a las medidas
de autorregulación. Pues bien, este fenómeno redefine (o pretende redefinir) el papel del Derecho
penal frente a la delincuencia de los directivos y la duda que ello suscita es si esta redefinición es
compatible con el Derecho vigente y con el concepto de delito (infra 6).
6. ¿Es compatible el concepto de Derecho penal que sostienen los modelos de
autorregulación con el Derecho vigente? Autorregulación y delitos públicos
En general, el Derecho penal no es un Derecho disponible cuya aplicación dependa de cálculos de
eficiencia de la víctima. En efecto, el conflicto que genera el delito es, salvo algunas excepciones,
público (y grave), así que autor y víctima no pueden apropiarse del conflicto y mantener al
Estado al margen. Por ello, es necesario examinar si los modelos de autorregulación son
27 Así, BUSSMANN (2003, pp. 104 y ss.; 2004, p. 45). También el informe de KPMG (2003/04, p. 27). Escéptico en
cuanto a la capacidad de la ética de los negocios para evitar la criminalidad intraempresarial de los cargos más
altos, HEFENDEHL (2006, p. 125).
28 BUSSMANN (2004, pp. 39 y ss.).
29 Que, ciertamente, plantea muchas cuestiones. Desde luego, todo apunta a que aquí tiene lugar un uso
instrumental de la ética, pues se recurre a ella para obtener algo que va más allá del comportamiento éticamente
correcto, a saber, la evitación de los daños que derivan de la comisión de delitos en el seno de la empresa: “el
sometimiento a un código de valores morales, compartido y voluntariamente aceptado engendra solvencia y
buena reputación; la ética se transforma así en un valor añadido de calidad del servicio, lo que origina con
frecuencia una mejora en la cuenta de resultados” (FERNÁNDEZ DE LA GÁNDARA, 1993, p. 10). Además, tampoco se
puede hablar con propiedad de que sea la ética la que logra los efectos preventivos deseados, pues la clave de
bóveda de la eficacia de la Business Ethics como mecanismo de evitación de delitos es la sanción de las
infracciones de las directrices éticas con castigos que van más allá del mero reproche ético, a saber, con las
respuestas propias del Derecho civil y del Derecho laboral.
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InDret 4/2006 Nuria Pastor
compatibles con este concepto de Derecho penal. Desde una perspectiva pragmática, se podría
sostener que el Derecho penal, más que generar polémicas, debería alegrarse de que, al fin y al
cabo, las empresas estén haciendo de altavoz de sus normas de conducta y estén logrando, aun
cuando por medios un tanto curiosos, que los directivos reciban el mensaje del Derecho penal y
adapten su comportamiento a este último. Sin embargo, por una parte, no hay que olvidar que la
ineficacia del Derecho penal se debe en gran parte a la actividad de obstaculización de las
víctimas (las empresas), las cuales se niegan a colaborar con las autoridades penales. Por otra
parte, el hecho de que la autorregulación pueda conducir a un resultado positivo de obediencia
de los directivos a las normas de conducta penales no impide cuestionarse si aquél se alcanza de
un modo acorde con el concepto de Derecho penal.
El fenómeno de la autorregulación presenta numerosos aspectos que no plantean problemas al
Derecho penal, como la reiteración de directrices de comportamiento en el seno de la empresa, la
inclusión de esas directrices en los programas de formación y en la cultura de la empresa, etc. Es
más, se trata de aspectos que hay que valorar de manera positiva. En cambio, desde la
perspectiva del Derecho penal sí preocupan las propuestas de llevar la autorregulación hasta el
punto de que, en caso de que el directivo haya cometido un delito, el conflicto se resuelva
internamente en la empresa, sin dar noticia del hecho a las autoridades de persecución penal más
que en casos extremos en los que a la empresa le convenga. La preocupación proviene de que este
último planteamiento no es compatible con los delitos públicos, sino solamente con los delitos
solamente perseguibles a instancia de parte, como es el caso de los delitos societarios (v. infra 7).
En efecto, la solución interna (privada) del conflicto que genera la comisión de un delito por parte
de un directivo no parece compatible con los tipos configurados en la ley penal como delitos
públicos, como es el caso de los delitos patrimoniales tradicionales, los cuales deben ser
enjuiciados en un procedimiento público y formal, con independencia de que el agraviado
denuncie el delito o no lo haga. ¿Cómo hay que valorar el hecho de que de facto las empresas-
víctimas resuelvan estos conflictos mediante un procedimiento privado e informal? En los delitos
públicos, no es necesaria una expresión de interés (denuncia) por parte de la víctima para que
tenga lugar la intervención estatal. Ahora bien, que la denuncia de la víctima no sea necesaria
para que el Estado persiga los delitos públicos no significa que los ciudadanos tengan el deber
colaborar con el Estado, informándole de los delitos de cuya comisión tengan noticia.
Ciertamente, del hecho de que un delito esté configurado en la ley penal como público solamente
se deriva su perseguibilidad de oficio y no la obligación de las víctimas de poner al Estado en
conocimiento del delito para que este último sea enjuiciado en un proceso público. Así pues, del
carácter público de un delito derivaría para las empresas el deber de tolerar la intervención
estatal en caso de descubrimiento del delito, pero no un deber de denuncia.
No obstante, nuestro ordenamiento jurídico no solamente protege la pretensión estatal de
investigar y enjuiciar los hechos constitutivos de delito público, sino que impone al ciudadano un
deber de denuncia que también afecta a las empresas-víctimas que optan por la autorregulación.
En efecto, el artículo 259 LECrim dispone que “El que presenciare la perpetración de cualquier
delito público está obligado a ponerlo inmediatamente en conocimiento del Juez de Instrucción,
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de Paz, Comarcal o Municipal, o Funcionario Fiscal más próximo al sitio en que se hallare, bajo la
multa de 25 a 250 pesetas”, deber del que se exime a los impúberes, a los que no gozaren de pleno
uso de su razón y al cónyuge, ascendientes y descendientes, etc. del delincuente (artículos 260 y
261 LECrim). El artículo 262 LECrim extiende el deber de denuncia y, en caso de incumplimiento,
la multa a “los que por razón de sus cargos, profesiones u oficios tuviere noticia de algún delito
público”, también con ciertas excepciones (artículo 263 LECrim). Por último, el artículo 264
LECrim impone deber de denuncia al “que por cualquier medio diferente de los mencionados
tuviere conocimiento de la perpetración de algún delito de los que deben perseguirse de oficio”,
aun cuando no prevé sanción alguna en caso de incumplimiento de tal deber, lo cual ha generado
discusión doctrinal en cuanto a si el artículo 264 LECrim recoge un deber jurídico30. La multa que
ordena imponer la LECrim tiene muy poco poder de convicción, pero lo importante es que la ley
establece un deber de denuncia de los delitos públicos, así que las empresas víctimas de un delito
público que no denuncian y deciden resolver privadamente el conflicto incumplen ese deber y,
con ello, contradicen el carácter público que el ordenamiento jurídico atribuye al conflicto que
genera un delito público.
Puede discutirse sobre la naturaleza del deber de denuncia. Es cierto que, pese a que el
incumplimiento del deber de denuncia es una traba a la actividad de persecución estatal del
delito y, en definitiva, un ataque contra el carácter público del delito, el legislador ha considerado
que esa falta de colaboración de quien no denuncia teniendo el deber de hacerlo no es un
comportamiento suficientemente grave como para dar lugar a responsabilidad penal, a diferencia
de lo que ocurre con otros comportamientos que dificultan al Estado la persecución penal de los
delitos como el delito del artículo 450 CP o el encubrimiento del artículo 451 CP. Por tanto, no se
trata de un deber jurídico-penal, sino extrapenal, que se podría definir como un deber delegado
por el Estado en el ciudadano para asegurar el cumplimiento de funciones estatales que el Estado
no alcanza a cumplir por sí mismo, de naturaleza semejante a la que PAWLIK le atribuye al deber
de socorro31 (en España, artículo 195 CP; en Alemania, § 323c StGB). Se trataría de un deber del
ciudadano de contribuir a que el conflicto que genera el delito público sea resuelto mediante el
proceso formal previsto en la legislación vigente32.
En todo caso, el cumplimiento por parte de las víctimas del deber legal de denuncia de los delitos
públicos es incompatible con la resolución privada del conflicto. Por ello, no puede admitirse la
autorregulación en la medida en que su puesta en práctica implique la infracción por parte de la
30 Véase esta discusión en GÓMEZ POMAR y ORTIZ DE URBINA (2005, pp. 89 y ss.), con más referencias. Tienen razón
estos autores cuando afirman que el ordenamiento jurídico ha configurado la denuncia en estos casos como un
deber y no como una facultad, así como cuando diferencian entre el plano de la (poca) eficacia que puede tener la
amenaza con una multa insignificante como la del artículo 259 LECrim y el plano de la (indiscutible) existencia
del deber de denuncia. Ciertamente, confundir ambos planos constituiría un grave error metodológico. Así pues,
dada la existencia del deber de denuncia, el Derecho debe ofrecer una explicación sobre su naturaleza.
31 PAWLIK (1995, pp. 363 y ss.).
32 De ser así las cosas, su carácter extrapenal podría explicarse en los siguientes términos: el legislador penal
solamente castiga determinados deberes de socorro o auxilio cuando están en juego bienes jurídicos
fundamentales, como la vida o la integridad física (así, en el deber de socorro) y, dado que en este caso estaríamos
ante un deber de colaboración referido a un bien jurídico supraindividual (la Administración de Justicia), fallaría
el carácter fundamental del bien en juego y, por tanto, la razón para considerar la infracción de ese deber
comportamiento delictivo, perturbación social.
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empresa de tal deber legal. Ahora bien, hay que preguntarse si la valoración que merece la
resolución privada del conflicto por parte de las empresas cambiaría en caso de no existir en
nuestra legislación un deber legal de denuncia, como ocurre en Alemania. En efecto, la legislación
de aquel país no impone tal deber, así que la víctima puede decidir no denunciar el delito público
y resolverlo privadamente sin infringir ninguna disposición legal. Así pues, parece que la
legislación alemana protege la pretensión estatal de perseguir el delito descubierto incluso en
contra de la voluntad de la víctima, pero no la pretensión estatal de que la víctima ponga en
conocimiento del Estado la existencia del delito. Ello no implica una privatización del conflicto,
en la medida en que las empresas no pueden impedir la intervención de las autoridades de
persecución penal en caso de que éstas tengan noticia de la comisión del delito, pero sí supone
una protección relativa por parte del ordenamiento jurídico de la pretensión estatal de resolver el
conflicto mediante el procedimiento formal previsto.
7. Autorregulación y delitos perseguibles a instancia de parte
Cuando se entra en el de los delitos semipúblicos y privados, desaparece el deber de denuncia y
se somete la facultad de intervención de las autoridades de persecución penal a la decisión de la
víctima: la idea de disponibilidad del conflicto se convierte en regla33. Y son precisamente estos
tipos los que son perfectamente compatibles con el fenómeno de la autorregulación. No obstante,
es importante tener en cuenta que los delitos semipúblicos (así como los privados) son figuras
que se distancian del concepto fuerte de delito como conflicto público34 y suponen una excepción
en el régimen general de persecución estatal del delito35. Según algunos, estos tipos no deberían
existir, pues al resolver la compleja tensión existente entre el interés privado de la víctima y el
interés público que se cuestiona mediante la comisión del delito a favor del primer interés,
privatizan el conflicto, lo cual parece contradecir la misma idea de delito36. Ahora bien, a la vista
de que los delitos semi-públicos existen, hay que intentar encontrar una explicación de su
existencia que sea lo más convincente posible.
Según la doctrina, en un primer grupo de casos el legislador considera que la gravedad del
comportamiento del autor no es suficiente como para que el Estado se otorgue a sí mismo una
facultad de persecución incluso en contra de la voluntad de la víctima: se trata de infracciones de
escasa trascendencia37 o de gravedad insuficiente respecto a las que no existe “necesidad o
suficiente necesidad preventivo-general y podría bastar con su consideración como ilícito
33 Cfr., por todos, MONTERO AROCA, GÓMEZ COLOMER, MONTÓN REDONDOy BARONA VILAR (2005, p. 12).
34 Más problemático aún resulta ofrecer una explicación a la existencia de delitos privados, en nuestra legislación,
los delitos de injurias y calumnias contra particulares, delitos cuya perseguibilidad se deja en manos del ofendido
y cuyo proceso de enjuiciamiento adopta casi el cariz de procedimiento entre particulares, en la medida en que
queda excluida la intervención del Ministerio Fiscal.
35 Cfr. al respecto, RANFT (2005, núm. marg. 263).
36 Cfr. ZIPF (1969, pp. 243 y ss.), quien considera que “un comportamiento tiene que ser o no ser delito de manera
general y con validez general”. Según este autor, convendría suprimir algunos tipos penales cuya criminalización
no puede justificarse, en vez de dejar en manos de la víctima la posibilidad de que sean perseguidos como delitos.
37 FERNÁNDEZ TERUELO (1998, p. 146).
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extrapenal”38. En definitiva, en estos casos, parece que falta un interés público en la persecución
penal39 y, por ello, requieren la existencia de denuncia, como expresión de interés del afectado,
para que surja la necesidad de pena40. Esta explicación serviría, por ejemplo, para los delitos
societarios. En un segundo grupo de casos, la perseguibilidad solamente a instancia de parte se
basa en que el interés estatal en la persecución penal cede ante el eventual interés del afectado en
mantener el conflicto en el ámbito privado, bien para proteger la intimidad, bien para mantener
la paz familiar41. En este segundo grupo de casos, la perseguibilidad a instancia de parte sirve
para resolver un eventual conflicto entre el interés del Estado en perseguir el delito y el riesgo de
que la persecución lesione otros intereses de la víctima (por ejemplo, su intimidad), con la
peculiaridad de que la ponderación se deja en manos de la víctima. Ahora bien, respecto del
primer grupo de casos, resulta difícil justificar por qué el legislador ha tipificado
comportamientos que no son suficientemente graves para que exista un interés público en su
persecución.
Desde luego, si se entiende (tesis 1) que el comportamiento tipificado no es suficientemente grave
para que exista interés estatal en su persecución, el hecho de que la ley ofrezca a la víctima la
posibilidad de recurrir al Derecho penal para resolver el conflicto implica que nuestro
ordenamiento permite un uso privado del ius puniendi. Ello no resulta convincente, pues si el
comportamiento recogido en el tipo no es suficientemente relevante como para generar un
conflicto público cuya persecución le interese al Estado, el legislador debería expulsar ese
comportamiento del ordenamiento penal. Otra posibilidad (tesis 2) consiste en entender que el
comportamiento tipificado como delito semi-público solamente adquiere la gravedad suficiente
para justificar su persecución penal cuando la víctima denuncia. Según esto, la denuncia
aportaría el dato de que ha habido una afectación real de los intereses de la víctima y, con ello,
añadiría un elemento necesario para volver a valorar el comportamiento del autor, esta vez como
grave y merecedor de pena. Ello supondría entender que, en cierta medida, la víctima del delito
tiene, incluso después de la consumación, una facultad de disposición sobre el bien jurídico
mediante la omisión de la denuncia, que operaría a modo de consentimiento post-consumativo
provisional —pues puede revocar en cualquier momento la decisión de no denunciar—42. No
obstante, este planteamiento presenta problemas, en primer lugar, porque no es convincente que
la víctima tenga en sus manos (en parte) la facultad de emitir el juicio sobre el merecimiento de
38 FARALDO CABANA (2000, p. 121), quien se muestra crítica con la configuración de los delitos societarios como
semi-públicos.
39 VOLK (2006, § 18, núm. marg. 3).
40 SCHÖNKE y SCHRÖDER (2006, § 77, núm. marg. 4); BRÄHMER (1994, pp. 90 y ss.), pone de relieve que se trata de la
fundamentación que más dudas suscita.
41 Cfr. SCHÖNKE y SCHRÖDER (2006, § 77, núm. marg. 4); BRÄHMER (1994, p. 90, pp. 92 y ss.); VOLK (2006, § 18, núm.
marg. 3). La doctrina alemana suele clasificar en este grupo los delitos de injurias del § 194 StGB (Beleidigung), el
robo con fuerza y hurto en el ámbito familiar del § 247 StGB (Haus-und Familiendiebstahl), etc. En España, la
ponderación entre interés en la persecución penal y mantenimiento de la paz familiar se ha resuelto en el caso de
los delitos patrimoniales (no de todos ellos: las insolvencias punibles, los delitos societarios, etc. quedan fuera)
mediante la excusa absolutoria de parentesco (artículo 268 CP) de un modo mucho más drástico que en Alemania
(donde el familiar-víctima tiene la posibilidad de denunciar y poner en marcha un proceso penal).
42 También en el caso de que ya haya interpuesto denuncia, la previsión del artículo 106, apartado 2º, LECrim
permite que el denunciante renuncie a la acción penal y, con ello, provoque su extinción. En esta medida, se
mantendría una cierta disponibilidad para la víctima incluso después de incoado el procedimiento penal
correspondiente.
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pena, el cual, parece, debería provenir más bien de la sociedad. En segundo lugar, entre los
delitos semi-públicos se encuentran los societarios, respecto a los cuales se discute si afectan,
junto a los bienes jurídicos individuales —en el mayor número de casos, el patrimonio—, otros
supraindividuales —como el buen funcionamiento de las sociedades—; de ser así las cosas,
carecería de sentido hablar de facultad de disposición. En tercer lugar, si lo que explicara la
perseguibilidad solamente a instancia de parte fuera la disponibilidad del bien jurídico afectado,
también ⎯o, incluso, con más razón⎯ los delitos patrimoniales tradicionales y todos los que
afectan a bienes jurídicos disponibles deberían ser solamente perseguibles a instancia de parte, y
ello no es así43. También (tesis 3) sería posible entender que el comportamiento tipificado es
merecedor de pena, pero que la víctima tiene la facultad de (co)decidir en el juicio de necesidad
de pena, sin que su opinión incida en el juicio sobre el merecimiento de pena. De algún modo, la
expresión de interés de la víctima sería lo que completaría los presupuestos suficientes para que
en estos casos el conflicto se valorara como público y surgiera el interés estatal en intervenir. No
obstante, es problemático que sea la víctima la que, una vez consumado el delito, pueda
determinar si existe o no necesidad de pena, pues parece que la necesidad de pena es un juicio
vinculado al hecho, no a la situación posterior al hecho. En definitiva, como ponen de relieve
estos intentos de encontrar una justificación a la existencia de los delitos semi-públicos, hay que
admitir que probablemente estamos ante hechos de escasa gravedad y que, por ello, la primera
explicación propuesta es la correcta, aunque de lege ferenda convenga proponer una eliminación
de esta clase de tipos.
Además, no solamente es problemático encontrar un fundamento que justifique la existencia de
los delitos semi-públicos, sino que también lo es explicar las decisiones concretas del legislador
de definir determinados tipos como perseguibles a instancia de parte y, en cambio, dejar otros en
el ámbito de los delitos públicos. El problema queda bastante claro en el ámbito de los delitos
societarios, especialmente importantes en la criminalidad de los directivos contra la empresa.
¿Tiene sentido que estos delitos requieran en la mayoría de casos la interposición de denuncia
por parte de la persona agraviada, mientras que ello nunca es necesario en los delitos
patrimoniales tradicionales como la estafa o la apropiación indebida? FARALDO CABANA
considera que la diferencia no está justificada pues, técnicamente, el bien jurídico protegido por
aquéllos y por éstos es el mismo, a saber, el patrimonio44. No obstante, pese a la identidad del
bien jurídico afectado por los delitos societarios —dejando a parte el caso del artículo 294 CP— y
los delitos patrimoniales tradicionales, podría haber otras razones relacionadas no con el
resultado de la agresión sino con el cómo de la misma (el comportamiento del autor) que
justificaran el carácter semi-público de los delitos societarios, a saber, que la gravedad de la
agresión contra el patrimonio insita a estos delitos es menor que la gravedad de la estafa o la
apropiación indebida. Y lo cierto es que probablemente se podría afirmar que algunos de los
delitos societarios como, por ejemplo, el comportamiento del artículo 293 CP, tienen una
trascendencia menor que los delitos patrimoniales tradicionales. En cambio, no parece posible
fundamentar que el delito de administración desleal del artículo 295 CP, un comportamiento tan
43 Con referencia a la conexión que algunos establecen entre el consentimiento y la perseguibilidad a instancia de
parte, ZIPF (1969, p. 239), pone de relieve la falta de coincidencia entre los delitos contra los bienes jurídicos
disponibles y los delitos perseguibles a instancia de parte y rechaza este paralelismo.
44 FARALDO CABANA (2000, p. 124).
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próximo en gravedad al delito de apropiación indebida del artículo 252 CP —según alguna
jurisprudencia, incluso coincidente en parte con este último en su ámbito de aplicación— sea
menos grave que este último. En efecto, piénsese en un caso de administración desleal en el que
el perjudicado es un socio —el administrador, para favorecer a otro socio y sacar el beneficio,
decide cambiar a una empresa proveedora que fija precios innecesariamente elevados en la que
tanto él como el socio beneficiado tienen acciones—; en este supuesto, queda excluida la
afectación de los intereses generales o de una pluralidad de personas y, por ello, haría falta
denuncia del ofendido para perseguir el delito: ¿tan distinta es la gravedad de este
comportamiento de la de una apropiación indebida? Ciertamente, parece que no.
8. Conclusiones
A la vista de lo expuesto, ¿cómo hay que valorar el fenómeno de la autorregulación empresarial
desde el punto de vista del Derecho penal? Como se ha expuesto, el modelo es compatible con los
delitos perseguibles a instancia de parte —al margen de qué opinión se tenga sobre la existencia
de éstos—, pero no con los delitos públicos. Por ello, debería experimentar modificaciones
sustanciales en lo que se refiere a este último ámbito, de manera que las empresas no generaran
dinámicas en contra del carácter de conflicto público que tiene esos delitos, incumpliendo su
deber de denuncia. Así pues, no se trata en absoluto de rechazar medidas extrapenales (jurídicas
o extrajurídicas) que complementen al Derecho penal —es más, su existencia es muy
recomendable45—, pero lo que no puede admitirse, por lo menos de lege lata, es la sustitución del
Derecho penal en contra de disposiciones legales imperativas.
Hace ya algunos años, SCHÜNEMANN indicó en qué sentido se debería enfocar la lucha contra la
criminalidad económica —incluida la intraempresarial y, dentro de ésta, la de los directivos
contra la propia empresa—: en general, se trata de recurrir a medidas que complementen (no que
sustituyan) al Derecho penal económico, como la modificación del marco de referencia
económico —por ejemplo, mediante la reforma de la legislación extrapenal en materia de
sociedades, de impuestos, etc., de manera que disminuyan los incentivos para delinquir46—; la
mejora los mecanismos de control internos y externos —por ejemplo, de la regulación del control
que deben llevar a cabo los auditores—; etc. En definitiva, no se trata de dos opciones alternativas
⎯o Derecho penal o medidas alternativas⎯ sino de mecanismos que deben aplicarse a la vez
⎯Derecho penal y medidas alternativas⎯47. En lo que aquí interesa, la conclusión es, pues, que la
criminalidad de los directivos debe combatirse tanto con el Derecho penal como mediante la
autorregulación de las empresas, siempre y cuando esta última no llegue hasta el punto de
infringir los deberes de colaboración (denuncia) con las autoridades de la persecución penal.
45 Como afirma SCHÜNEMANN (1989, p. 629), con respecto a la lucha contra la criminalidad económica en general
“(...) wird sich kaum bestreiten lassen, daß eine hinreichend wirksame Prävention des unerträglich sozialschädlichen
Verhaltens im Wirtschaftsleben weder durch die strafrechtliche Sanktionierung noch durch außerstrafrechtliche Strategien
für sich allein, sondern nur durch ein sinnvolles Ineinandergreifen der auf diesen Ebenen möglichen Bekämpfungsformen
erreicht werden kann”.
46 SCHÜNEMANN (1989, pp. 633 y ss.).
47 SCHÜNEMANN (1989, pp. 629 y ss.), quien no obstante admite que en algunos casos en los que los
comportamientos tipificados son poco graves se podría sustituir el Derecho penal por medidas alternativas.
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