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Lobo Atormentado Edicion de An - Alex (Shifter) McAnders

Este documento presenta un resumen de la trama de la novela "El hijo de la bestia" de Alex McAnders. Introduce a la protagonista Harlequin Toro, una mujer loba que asiste a la universidad para experimentar la vida normal alejada de su fama. También presenta a Cage Rucker, el mariscal de campo de fútbol americano de la universidad que siente una atracción hacia Harlequin. El resumen concluye con Harlequin decidiendo asistir a una fiesta a regañadientes para conseguir una selfie y así cumpl

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Lobo Atormentado Edicion de An - Alex (Shifter) McAnders

Este documento presenta un resumen de la trama de la novela "El hijo de la bestia" de Alex McAnders. Introduce a la protagonista Harlequin Toro, una mujer loba que asiste a la universidad para experimentar la vida normal alejada de su fama. También presenta a Cage Rucker, el mariscal de campo de fútbol americano de la universidad que siente una atracción hacia Harlequin. El resumen concluye con Harlequin decidiendo asistir a una fiesta a regañadientes para conseguir una selfie y así cumpl

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Libros de Alex (Shifter) McAnders

Hombre-lobo

El hijo de la bestia; Libro 2; Libro 3


*****
Libros de Alex Anders

Hombre-lobo

Packed: Turned
*****

LOBO ATORMENTADO
Edición de antología

Por
Alex McAnders

McAnders Books
Derechos de autor © 2022

*****

Official Website: www.AlexAndersBooks.com


Podcast: www.SoundsEroticPodcast.com
Visite el autor en Facebook
en: Facebook.com/AlexAndersBooks
Consigue 5 libros gratis al inscribirse para la lista de correo del
autor en: AlexAndersBooks.com

*****

LOBO ATORMENTADO
Edición de antología
Haz clic aquí para ir directamente a ‘Lobo atormentado’

*****
El hijo de la bestia

“Es difícil ser la única en tu especie”

HARLEQUIN:
Luego de que mi padre intentara encontrar la cura para la
infertilidad, yo nací como una mujer loba. Eso habría sido un
secreto familiar si mi versión animal no hubiera matado a mi
madre. Al tener que explicar su muerte, mi padre le contó al
mundo la verdad sobre mí. Ahora soy la muchacha más
famosa del planeta, pero espero que nadie me reconozca en
esta universidad en medio de la nada, en Tennessee.

No recuerdo la muerte de mi madre, porque era demasiado


chica cuando pasó, pero desde ese momento tuve que aprender
a controlar mis cambios a toda costa. Llevaba años sin
transformarme, hasta que conocí a Cage Rucker, el mariscal de
campo estrella que estaba destinado a convertirse en jugador
profesional de fútbol americano.

¿Por qué hace que la loba dentro de mí pierda el control?


Tiene que haber sido el destino lo que nos ha unido. Pero ¿por
qué alguien como él, que lo tiene todo, incluso una novia
perfecta, se enamoraría de alguien como yo, una torpe mujer
loba con más equipaje que una tienda de maletas?

“¡No puedo resistirme a esa chica!”

CAGE:
No sé qué es lo que tiene, pero Harlequin Toro me hace estar
dispuesto a tirarlo todo por la borda. Pero ¿querría estar
conmigo si supiera lo que escondo?

Todo el mundo piensa que no me importa nada en el mundo,


pero se equivocan. Algo quiere salir de mi interior y no sé qué
es.

Nota: Este libro es parte de la colección Amor es Amor, del


mismo autor, y está disponible como un romance picante en
‘Mi tutora’, como un romance de hombre lobo en ‘El hijo de
la bestia’, como un romance tierno en ‘Enamorándome de mi
tutora’, y como un romance entre dos hombres en Serios
problemas.
*****

El hijo de la bestia
Capítulo 1
Quin

No podía creer que Lou me hubiera convencido de


hacerlo. Me estaba diciendo que me volvería indomable si no
salía y conocía a alguien y, de repente, había comenzado a
gritarle que no era así que una persona se volvía indomable. A
lo que ella me había respondido que era exactamente así y
luego me había contado una historia inventada de un perro que
se había vuelto loco porque estaba atado todo el día.
Aunque era muy insultante que me comparara con un
perro, tenía que admitir que Lou no estaba del todo
equivocada. Tenía una lucha interna acerca de quién era en
verdad. ¿Era la hija de mi padre, como él siempre decía? ¿O
era lo que el resto del mundo creía que era, eso que siempre
intentaba reprimir?
De cualquier modo, mi vida era una mierda. Bueno,
gracias al gran éxito de la empresa de investigación genética
de mi padre, tenía todo lo que cualquiera pudiera pedir. Sin
embargo, el precio que había tenido que pagar hacía que no
valiera la pena.
Mi padre había creído que le estaba haciendo un favor al
mundo al curar la infertilidad. Como mi madre era infértil,
había sido el primer sujeto de estudio. Yo era la prueba de que
funcionó. Pero nadie hubiera podido imaginar el efecto
secundario que tuvo.
Mi madre estaba muerta por ese efecto secundario. Yo
me encerraba por ese efecto secundario. Y, también por eso, le
tenía pánico a la luna llena.
Sabía que nada iba a pasar durante una noche de luna
llena. Ya habían pasado muchas desde la primera. Además,
creía en la ciencia.
Lo que me aterraba era lo que las otras personas
creyeran que podría llegar a pasar. Si sabían quién era —y,
gracias al fanfarrón de mi padre, ¿quién no lo sabía?— y me
veían una noche de luna llena, todos creían que me convertía
en un monstruo gracias a las historias de terror que hubieran
leído.
No quería sentir su juicio ni su miedo. Aún más, no
quería olerlo. Me han dicho que soy la única que lo nota, pero
los olores de las personas son abrumadores. Esa era una de las
razones por las que me encerraba en mi habitación cuando no
estaba en clase. Bueno, por eso y porque todavía nadie en la
Universidad de East Tennessee me había reconocido, y quería
que las cosas siguieran así.
La única que sabía sobre mi problema era Louise, mi
compañera de cuarto y mi primera amiga de verdad. Se lo
había dicho luego de que la universidad nos pusiera en la
misma habitación, cuando decidí que ese sería el año en el que
asistiría. Gracias a la educación en el hogar y a haber heredado
las dotes intelectuales de mi padre, tenía el equivalente a un
título del instituto desde los dieciséis. Y cuatro años habían
sido mucho tiempo para decidir qué hacer con mi vida.
La verdad era que nunca iba a tener que buscar un
trabajo. Y podría obtener el equivalente al título en genética
que quería trabajando en la compañía de mi padre. Pero había
algo que no tenía y que sabía que no podría obtener si seguía
viviendo así. Encerrada en el piso de lujo en Nueva York,
nunca tendría una vida. Nunca tendría amigos. Nunca tendría
sexo.
Quería tener sexo. Durante una parte del mes, era lo
único en lo que podía pensar. La luna llena no me convertía en
una rugiente bestia semihumana, pero me hacía pensar en el
sexo como si lo necesitara para respirar. Y cuanto más crecía,
peor se ponía.
¿Era verdad que, si me quedaba encerrada en mi cuarto,
me volvería indomable, como había sugerido Lou? No lo
creía. En comparación a cuando era una niña, tenía mucho más
control sobre las cosas. Si en vez de ser lo que era, hubiera
sido un problema de alcoholismo, podría haber dicho que no
bebía hacía muchos años.
Sin embargo, más allá de si Lou lo había dicho en broma
o no, no quería que creyera que existía la posibilidad de que yo
me volviera indomable. Por eso, después de gritarnos y
discutir, busqué la única fiesta que había esa noche en el
campus y me vestí para asistir.
—Por fin —dijo Lou, cuando me vio dirigirme a la
puerta.
No podía creer que, después de la discusión, mientras yo
salía, ella sonriera con superioridad, como si ese hubiera sido
su objetivo desde el principio y yo fuera la única realmente
molesta. Me había manipulado para que saliera y tuviera una
vida. ¡Era una diva entrometida!
—Y quiero pruebas de que no fuiste a un parque a
perseguir ardillas o algo así.
—¡No persigo ardillas! —protesté con firmeza.
—Como digas. Pero, cuando regrese de mi cita, quiero
ver a un chico desnudo en tu cama y quiero ver vergüenza,
jovencita. Mucha vergüenza.
—¡Habrá mucha vergüenza! Habrá mucha vergüenza
para ti. Por lo equivocada que estás sobre mí… y eso.
—Bien.
—Bien.
—Lo digo en serio, Quin.
—Yo también.
Así que ahí estaba, avanzando por el campus hacia la
única fiesta que había encontrado en mi investigación de
último minuto. Ese día, el equipo de fútbol americano de la
Universidad de East Tennessee le había ganado al de la
Universidad de West Tennessee, su rival del estado, y la
fraternidad de fútbol estaba dando una fiesta. Nada de eso
sonaba divertido, pero estaba yendo porque… porque Lou me
había engañado para que lo hiciera. Y eso que se suponía que
yo era la inteligente.
Muy bien. Iría a la fiesta. Conseguiría pruebas de que
había ido. Y luego me sentaría en una cafetería a leer un libro
en mi teléfono.
Sabía que Lou había dicho que quería encontrar a
alguien desnudo en mi cama, pero no había forma de que eso
sucediera. No podría perder mi virginidad ni en una piscina
llena de pollas. ¡Y eso que lo había intentado! Pero, en cuanto
me miraban de cerca y se daban cuenta de quién era, o querían
ponerme una correa por si me trasformaba en el medio del
sexo o salían corriendo para ponerse a salvo.
No. Iba a pasar el resto de mi vida triste, sola y virgen.
¿Acababa de bajarme el ánimo? Sí, lo había hecho.
Definitivamente ya no estaba de humor para ir a una fiesta.
Al doblar la esquina, llegó a mis oídos la música antes
de que la casa de la fraternidad apareciera a la vista. Me seguía
impulsando el enojo con Lou, pero los efectos se disipaban
rápidamente. La otra consecuencia de haber crecido de la
manera en la que lo había hecho era que no era muy buena con
las relaciones humanas. Al enfrentarme con la realidad de lo
que estaba haciendo, me di cuenta de que no había forma de
que pudiera mezclarme o agruparme o lo que fuera que
hicieran las personas de mi edad.
No. Nuevo plan. No entraría. Sin embargo, obtendría
una prueba de que había estado ahí. Iba a acercarme a alguna
de las seis personas que estaban afuera, le iba a pedir que nos
sacáramos una selfie y luego me iría lo más rápido posible.
Miré a mi alrededor y vi algunas personas fumando, un
grupo hablando en un círculo con vasos rojos y un tío parado
solo. Eso facilitó la elección. Todo lo que tenía que hacer era
acercarme a él, pedirle que nos tomáramos una selfie, hacerlo,
agradecerle y marcharme. Podía hacerlo. No era tan rara.
Podía hablar con una persona.
Apreté los labios, me resolví a hacerlo y avancé. No
tenía que pensarlo demasiado. Tenía que hacerlo y terminar
con eso.
—Disculpa, ¿puedo tomarme una selfie contigo? —le
pregunté al chico, que me estaba dando la espalda.
—¿Quieres una foto conmigo? ¿Por qué? —me preguntó
el chico, con un leve tono de enojo, mientras se giraba.
¡Vaya!
¿Conoces esa sensación, cuando ves a alguien que te
deja sin aliento? El calor comienza en el dorso de las manos y
se dispara hacia los brazos, por donde sube hasta el rostro y
hace que te sientas mareada. Eso fue lo que sucedió cuando
nuestros ojos se encontraron. El muchacho era hermoso.
Su piel clara contrastaba con el cabello negro azabache y
sus ojos azules. Su mandíbula estaba tallada en mármol. Tenía
hoyuelos, tantos hoyuelos. Y parecía tener músculos hasta en
los músculos.
Y, además, olía increíble. Tenía un aroma dulce que
nunca había percibido en mi vida. Me hizo sentir borracha solo
de olerlo. La fragancia que emanaba de él me robó mi
voluntad. Era como si me hubiera puesto una correa y, al
mismo tiempo, hubiera despertado la parte de mí que yo
peleaba tan fuerte por controlar.
No podía hablar y, claramente, él estaba esperando que
lo hiciera. Me había preguntado algo. ¿Qué había sido? ¡Ah,
cierto! Me había preguntado por qué quería una selfie con él, y
parecía molesto.
¿Lo había hecho enfadar? ¿No era normal pedirle una
selfie a un desconocido? Probablemente no. ¡Mierda! ¿En qué
carajo estaba pasando?
—Lo siento —balbuceé, antes de obligar a mis piernas a
moverse en la dirección contraria.
Me había alejado dos pasos, cuando él volvió a hablar.
—¡Espera! No te vayas.
Me detuve.
—Lo siento. No quise ser grosero. Si quieres una selfie,
me tomaré una contigo.
—No, está bien —le dije, con ganas de mirarlo de
nuevo, pero con miedo de que, si lo hacía, no sería capaz de
respirar.
—No, en serio. Está bien. Podemos tomarnos una. No sé
por qué alguien querría una. Pero está bien. Me encantaría
tomarme una foto contigo.
Entonces lo miré de nuevo y reconocí lo que estaba
diciendo. Hablaba como alguien acostumbrado a que la gente
le pida tomarse fotos con él. Yo conocía un poco de eso.
¿Quién no quería tomarse una foto con Harlequin Toro, la
única mujer lobo del mundo?
Sin embargo, esa era yo. ¿A él por qué la gente le
pediría selfies? Era el tipo más buen mozo en la historia de la
humanidad. Tal vez se le acercaran desconocidos
deslumbrados por su belleza. No me hubiera sorprendido si
hubiera sido así.
—Yo, mmm… no te he pedido una selfie porque sé
quién eres. No te reconozco. No sé quién eres —le expliqué.
El chico echó la cabeza hacia atrás, sorprendido.
Mientras lo miraba, su piel clara se tornó rosada.
—¡Oh! Bien. Entonces… —movió la cabeza como si
tratara de comprender algo—. Lo siento, ¿por qué quieres una
selfie conmigo?
—No era específicamente contigo. Era con cualquiera
—le dije.
—¿Querías una selfie con cualquier persona? ¿Por qué?
Resoplé al recordar mi exasperante situación.
—Es para mi compañera de cuarto. Me ha dicho que
tenía que salir y divertirme. Y me ha dicho que quiere
pruebas…
—¿Y la selfie iba a ser la prueba?
—Sí.
—Entonces, después de tomarte la foto… ¿qué? ¿Ibas a
irte?
—Sí —respondí. De repente me sentía desanimada.
El hermoso chico me miró como el bicho raro que yo
efectivamente era. Se le dibujó una sonrisa en el rostro. Me
hubiera hecho sentir mal conmigo misma de no ser porque yo
estaba por derretirme y convertirme en un charco en el pasto.
—Esto te va a parecer una locura, pero… ya estás aquí.
¿Por qué no entras y te diviertes?
—No soy buena con estas cosas. Con lo social, ¿sabes?
—Por suerte, eso es algo en lo que yo soy muy bueno.
¿Qué te parece si hacemos un trato? Nos sacaremos la selfie
para tu compañera de cuarto, pero tienes que entrar e intentar
pasar un buen rato. Te presentaré a algunas personas. Y así,
cuando tu compañera te pregunte cómo ha estado la noche, no
tendrás que mentirle —dijo, y su rostro se llenó de hoyuelos.
Lo miré fijo.
—¿Por qué harías algo así?
Me miró y torció la cabeza, confundido.
—Quizás solo quiero ser amable. Quizás creo que eres
genial y que sería divertido pasar el rato contigo. Quizás estoy
coqueteando.
Un escalofrío me atravesó al escuchar la palabra
«coqueteando». ¿Qué estaba pasando? ¿Ese chico gustaba de
mí? ¿Estaba sucediendo algo entre nosotros? ¿Iba a haber un
chico desnudo en mi cama y mucha vergüenza cuando Lou
regresara al apartamento?
—Mmm, está bien —acepté, segura de que me estaba
poniendo roja como un tomate.
—Cage, por cierto…
—¿Cómo?
—Mi nombre —Me miró fijo—. ¿Y tu nombre es…?
—Ah. Quin.
—Genial. Me gusta ese nombre.
—Gracias. Me lo pusieron mis padres —le dije, porque
había perdido el control de mi boca.
Cage se echó a reír—. Quiero decir, es obvio que me lo
pusieron mis padres.
—No es tan obvio. Mis padres no eligieron el nombre
«Cage».
—¿Quién lo hizo? ¿Un tío o alguien así?
—No, yo mismo.
—Entonces, ¿cuál es tu verdadero nombre?
Cage me miró y se notó que tenía muchas cosas en la
cabeza.
—¿Qué te parece si vamos adentro y te muestro el
lugar?
—Entonces, supongo que no vas a responder esa
pregunta…
Cage se rio entre dientes, un poco incómodo.
Me llevó por las escalinatas, pasamos por el porche e
ingresamos a la casa de la fraternidad. Me era difícil apartar
los ojos de él. Cuando lo hice, me sorprendí con lo que vi. No
sabía qué debía esperar, pero definitivamente no esperaba eso.
La gran sala de estar tenía pocos muebles y estaba llena de
gente. Todos sostenían vasos rojos y hablaban entre sí como si
fueran amigos.
—Todavía es bastante temprano —me dijo Cage.
—¿A qué te refieres? —le pregunté, levantando mi voz
sobre la música country pop.
—Habrá más gente en un rato.
—¿Más de la que hay ahora? —le pregunté, mientras
miraba a mi alrededor y pensaba que ya había muchísima
gente.
Cage se rio entre dientes.
—Sí.
—¡Cage! —dijo un tío grandote. Pasó un brazo
alrededor de los hombros de Cage y le derramó un poco de su
bebida en la camisa—. Oh, ¿te he manchado?
—No pasa nada —dijo Cage, sin preocuparse—. Dan,
ella es Quin.
Dan se volvió hacia mí y me miró fijo.
—¡Quin! —dijo, por fin, para terminar con el momento
incómodo—. ¿Está tratando de reclutarte?
—¿Qué cosa? —le pregunté, confundida.
—Que si está tratando de que seas parte del equipo de
fútbol americano.
Lo miré sin entender qué estaba pasando. ¿Estaba
hablando en serio? ¿Creía que era un tío? No era la primera
vez que me confundían con un chico. Aparte de todo lo demás,
el hada de los pechos había sido bastante tacaña conmigo.
Pero, incluso si se había confundido, yo sería un tío
pequeño. Claramente no tenía el cuerpo de alguien que choca a
toda velocidad con hombres de cien kilos.
—¿El equipo de fútbol americano?
Confundida, me volví hacia Cage, que me sonrió.
—No le prestes atención a Dan. Ha recibido demasiados
golpes.
—Eres bienvenida, por cierto —dijo Dan, a la defensiva.
—¿Jugáis en el equipo de fútbol americano? —les
pregunté, hilando lo que habían dicho.
Dan dejó de hacerse el despistado y pasó un brazo
alrededor de Cage.
—Yo juego en el equipo. Este tío es el equipo.
Miré a Cage en busca de una explicación. Sonrió con
humildad.
—Soy el mariscal de campo.
—No es solo el mariscal de campo —dijo Dan, burlón
—. Es el tío que nos llevará a competir en un campeonato
nacional y que luego se convertirá en jugador profesional.
—¡Ahhhh! Ahora entiendo. La selfie. Creíste que te
estaba pidiendo una foto porque eres un jugador de fútbol
americano famoso.
—No soy famoso —negó rápidamente.
—¡Joder que sí! Es famoso. No hay nadie que no sepa
quién es —dijo Dan, con orgullo.
Miré a Cage para ver cómo reaccionaba. Me devolvió la
mirada y se rio entre dientes, incómodo.
—No todos saben quién soy.
—Nómbrame a una persona que no lo sepa —lo desafió
Dan.
Cage me sonrío con complicidad.
—¿Quieres algo de beber? Creo que necesitas beber
algo. Ven conmigo.
—Un placer conocerte, Quin —dijo Dan, antes de
alejarse.
—Así que eres el mariscal de campo…
—¿No te has enterado? No soy solo el mariscal de
campo, soy el equipo —dijo Cage, con algo de autodesprecio.
Me eché a reír.
—Sí, me he enterado. ¿Quieres ser un jugador
profesional?
—Sí —dijo Cage, sin entusiasmo, antes de darse la
vuelta para servir cerveza en dos vasos rojos.
—No suenas muy emocionado.
—No. Estoy entusiasmado. No puedo esperar a jugar en
la NFL. Es, eh, todo por lo que he estado trabajando —dijo.
Me entregó un vaso y levantó el suyo para brindar—. Por los
nuevos amigos.
Choqué mi vaso contra el suyo y tomé un trago.
—Esta cerveza es horrible —dije, mirando mi vaso.
Cage se echó a reír.
—Por favor, dime lo que piensas realmente.
—No es muy rica —le expliqué.
Cage se rio más fuerte.
—No tienes filtro, ¿verdad?
Me quedé paralizada. Esa no era la primera vez que
alguien me lo decía.
—¿Es algo malo?
—A decir verdad, es algo refrescante
—Oh. Bien —dije, y me enamoré un poco más de él.
—Tu sonrisa es muy bonita.
—No me di cuenta de que estaba sonriendo —le dije.
—Estás sonriendo —me dijo, sonriendo él también.
—Tú también. Y también es muy bonita —le dije,
mientras sentía que el corazón me explotaba en el pecho, sin
saber qué hacer al respecto.
Luego, dejó de sonreír y me miró a los ojos. Tenía
muchas ganas de besarlo.
—Supongo que, si te pregunto si te estás divirtiendo, me
dirás la verdad.
—Me estoy divirtiendo —le dije, y me acerqué más, por
si me quería besar.
Cage me miró con un brillo diabólico en los ojos. Podría
haber jurado que estaba a punto de acercar sus labios a los
míos, pero, en lugar de eso, dijo:
—¿Por qué no te presento a algunas personas más?
—¿Más personas? Ya he conocido a dos. ¿A cuántas
personas se puede conocer en una noche?
—Jaja. Varias más que dos —dijo. Pasó una mano
alrededor de mis hombros y nos pusimos en marcha.
Ese contacto hizo que se activara algo dentro de mí que
casi no podía controlar. Era esa parte mía que yo luchaba por
reprimir. Quería salir. Sabía que tenía que hacer todo lo
posible por detenerla, pero no quería. Porque, junto con ella,
me invadió una sensación de poder que nunca había sentido.
Me gustaba. Me hacía sentir… fuerte.
A pesar de lo mucho que deseaba dejarme ir, hice un
esfuerzo por quedarme con Cage en mi forma humana. Me
estaba llevando por la fiesta y me presentaba a distintas
personas. Era verdad eso de que era un tío sociable. Todas las
personas que me presentó estaban pendientes de cada una de
sus palabras. Y, cuando me tocaba hablar a mí, estaban
pendientes de cada una de las mías.
Esas interacciones siempre me habían costado
muchísimo. Pero esa vez, haciendo equilibrio en la superficie
de la espiral de mis emociones, me sentí… viva.
Lo que me afectaba todavía más era que él aprovechaba
cada oportunidad que tenía para tocarme. Me apoyaba una
mano en el hombro cuando me presentaba a alguien. Su dedo
índice tocaba ligeramente mi antebrazo cuando hacía hincapié
en algo. Y, cuando estábamos de pie uno al lado del otro, como
si fuéramos una pareja, su hombro chocaba contra el mío
cuando él se reía.
Cuando Cage terminó conmigo, yo estaba a punto de
transformarme. Sabía que debía estar asustada por eso, pero,
en cambio, estaba pensando en la otra cosa que Lou me había
sugerido. ¿Cómo se vería Cage desnudo en mi cama?
Uno de sus compañeros de equipo agitaba los brazos
mientras contaba una historia, pero yo no podía apartar los
ojos de Cage. Con toda su atención en su amigo, Cage sacó
sutilmente el teléfono de su bolsillo y lo miró. Lo volvió a
guardar muy rápido, esperó a que los brazos se quedaran
quietos y luego me miró a mí y a sus amigos.
—Odio tener que deciros esto, pero tengo que irme —
dijo, mientras colocaba su gran mano en la parte de atrás de mi
brazo.
—Sí, yo también —dije, rápidamente.
—¿Sí? ¿Adónde vas? —me preguntó, con entusiasmo.
—A mi apartamento.
—¿Dónde queda?
—En el edificio Plaza Hall…
—¿En serio? Te acompaño —dijo, y me apretó el brazo.
Mi corazón se detuvo. ¿Venía conmigo? ¿Había llegado
el momento? No podía creer que finalmente fuera a suceder.
Tragué saliva y me forcé a decir algo.
—Genial.
Después de despedirnos de algunas personas, salimos
hacia la noche. El aire fresco rodeó mi cuerpo caliente, y me
sentía mareada y peligrosa. Necesitaba escuchar su voz. Sabía
que me ayudaría a estar presente.
¿Por qué no decía nada. ¿No había dicho que él era
bueno con esas cosas? Estaba desesperada, a punto de
mascullar algo cuando, por fin, él habló.
—La noche está despejada.
—¿Qué cosa?
—Se ven muchas estrellas.
Levanté la mirada. Tenía razón. La noche estaba
completamente despejada. No había nada entre nosotros y el
resplandor de la luna llena. ¿Cómo era posible que hubiera
olvidado que esa noche había luna llena?
En realidad, no importaba. Yo no era un monstruo, no
estaba atada a la luna. Hacía años que no me transformaba.
Hacía mucho tiempo que podía controlarme a mí misma, a mi
cuerpo. Era Harlequin Toro, un ser humano, no una loba sin
control sobre sí misma…
—¿Tienes frío?
—¿Qué?
—Estás tiritando.
Temblaba.
—Creo que estoy nerviosa —admití.
—¿Por qué estás nerviosa?
Sentí calor en el rostro.
—No lo sé.
Cage me miró fijo.
—Eres muy bonita. ¿Lo sabes?
—Tú también. O sea, eres guapo, no bonito —le dije.
Temblaba cada vez más.
Cage se rio entre dientes.
—Gracias. ¿Estás contenta de haber salido?
—Sí, claro que sí —le dije, y traté de ocultar cuán
contenta estaba.
—Hemos llegado —dijo, cuando nos acercamos a la
puerta de mi edificio.
—Hemos llegado —repetí, con el corazón latiendo muy
fuerte—. ¿Quieres pasar?
—¿Pasar? —me preguntó Cage, que no se lo esperaba.
—Sí —contesté. Estaba haciendo un esfuerzo muy
grande por no saltarle encima ahí mismo.
—Ehhhh —balbuceó, antes de que la puerta se abriera y
saliera una muchacha.
—¡Cage! —exclamó, y luego lo rodeó con los brazos, se
puso en puntas de pie y lo besó en los labios.
Mi boca se abrió de la sorpresa. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Quién era esa chica?
La muchacha, que era pequeña y rubia y tenía rasgos
angulosos, se dio la vuelta hacia mí.
—¿Quién es ella?
—Ah, ella es Quin. Quin, ella es Tasha.
Tasha me miró con sospecha. Se notaba que Cage estaba
incómodo.
—Tasha es mi novia.
—¿De dónde conoces a Cage? —me preguntó Tasha.
Estaba muy impactada y no podía hablar.
—Quin me ha pedido un selfie.
Sorprendida, Tasha se giró hacia Cage.
—Ah. ¿Y se tomaron una?
—Todavía no —dijo Cage, con una sonrisa.
—Puedo hacerlo yo —se ofreció Tasha—. Dame tu
teléfono —me dijo, mientras se acercaba a mí con una mano
extendida.
Aún sin palabras, le di mi teléfono y me paré junto a
Cage.
—¡Sonreíd! —dijo.
Cage sonrió, mientras yo lo miraba atónita.
—Aquí tienes —dijo, y me devolvió el teléfono—.
Mírala.
Bajé los ojos y vi la captura de mi humillación.
—Sí.
—Bien. Vámonos. Tengo hambre —dijo Tasha, mientras
entrelazaba su cuerpo con el de Cage y lo alejaba.
—Ha sido un placer conocerte, Quin —dijo él,
mirándome mientras se iba.
—Un placer conocerte… a ti también —murmuré,
segura de que ya no podía oírme.
Observé a la pareja perfecta mientras se alejaban. Por
supuesto que tenía novia. Y por supuesto que ella lucía así.
Verlos alejarse me hizo sentir un dolor en el pecho.
No podía creer que hubiera pensado que quería estar
conmigo. Nadie nunca había querido estar conmigo. ¿Por qué
había podido ser tan estúpida? ¿Por qué había pensado que un
tío como él podría estar interesado en una chica como yo?
Cuando la pareja se perdió de vista en la oscuridad, entré
al edificio. Subí las escaleras aturdida, sentía que estaba a
punto de explotar. ¿Por qué no le gustaba a nadie? ¿Por qué no
le gustaba a Cage?
No podía soportarlo más. Mi piel vibraba con una
ferocidad que no había sentido en años. Cuando por fin me di
cuenta de lo que sucedía, era demasiado tarde.
—Oh, no. ¡No, no, no, no, no! —dije, entrando en
pánico.
Mientras subía las escaleras, el mundo a mi alrededor se
alejaba cada vez más. Necesitaba encerrarme. No podía
creerlo. Hacía años que no me sucedía. ¿Por qué en ese
momento? ¿Por qué ahí?
Al acercarme a la puerta de mi apartamento, olí lo
último que quería o esperaba oler. Lou estaba en casa. ¿Por
qué estaba en casa? ¿No me había dicho que tenía una cita?
No quería que me viera así. No quería aterrorizarla con
la realidad sobre mi identidad. No quería matarla por error.
¿Había sido así como había muerto mi madre? ¿Había
perdido el control y le había lanzado un zarpazo a la garganta?
Era muy joven y no lo recordaba. Pero una niña de tres años y
una loba de tres años eran cosas muy distintas. Si se lo
permitía, temía que la bestia que tenía dentro de mí se llevara a
otra de las personas que amaba.
No podía dejar que eso sucediera. Necesitaba
encerrarme lo antes posible. A las apuradas, busqué mis llaves,
me lancé sobre la puerta y entré de golpe.
—¿No deberías estar de fiesta, en busca de un tío? —me
dijo Lou. Yo pasé a su lado como una flecha, en dirección a mi
habitación—. Quin, ¿qué sucede?
Mientras la puerta de mi habitación se cerraba y yo
buscaba el candado del cerrojo que había instalado, perdí el
control e hice lo que llevaba años rogando no hacer. Era una
tortura. Volví a sentirlo todo.
Me invadió una sensación punzante, que encendió cada
uno de mis nervios. Mis músculos se agarrotaron, invadidos
por los calambres más dolorosos imaginables. Y, mientras mis
músculos se hacían pedazos y se consumían, mis huesos se
quebraban por la presión.
Gracias a Dios, en ese momento me desvanecía. Eso era
lo que me sucedía cuando era una niña. O, al menos, así
comenzaba. En mi infancia, me desmayaba en un lugar y me
despertaba desnuda y cubierta de sangre en otro.
A menudo, mi padre analizaba la sangre, para asegurase
de que no fuera humana. Nunca lo era. Sin embargo, de vez en
cuando, aparecían fotos de gatos que habían desaparecido
cerca de nuestra casa, al norte del estado de Nueva York.
Los vecinos sabían todo sobre mí y sospechaban, pero
no podían estar seguros. La única persona que me había visto
transformándome era mi padre. Recién cuando determinó que
ni yo ni mi loba éramos peligrosas, volvimos al piso de
Manhattan, en donde había muerto mi madre.
Sin embargo, esa vez, la transformación no fue como las
que había tenido de niña. Me desperté en la oscuridad de mi
habitación. Era como una de esas experiencias en las que te
despiertas y te das cuenta de que no puedes mover el cuerpo.
Estaba consciente. Completamente consciente. Pero estaba
caminando en mi habitación, muy cerca del suelo, como si me
hubieran sacado a pasear.
Por mucho que lo intentara, no podía detenerme. Veía
imágenes sucesivas de mi cómoda pasar ante mis ojos como
flashes y percibía los sonidos a mi alrededor. Escuché un jadeo
salvaje. ¡Oh, no! Era yo. Yo era el monstruo.
El mecanismo que había tenido que desarrollar para
aceptar quién era había sido convencerme de que yo no era esa
y esa no era yo. No había sido yo quien había matado a mi
madre, había sido mi loba. Ella era peligrosa y despiadada. Yo
no lo era.
Y, sin embargo, ahí estaba, contradiciendo todo en lo que
había tenido que creer para mantenerme cuerda. Estaba
despierta, pero no tenía el control. Percibí el mundo que me
rodeaba como si fuera mi mundo.
—Quin, ¿te encuentras bien? —dijo una voz apenas
perceptible, al otro lado de la puerta.
Como si la hubieran prendido fuego, mi loba se volvió
loca. Se lanzó sobre la puerta y la atacó, como si luchara por
atravesarla.
—¡Oh, no! No cerré el candado —recordé, mientras el
terror me inundaba.
Tan pronto como lo dije, mis ojos se fijaron en el pomo
de la puerta, y la loba gateó hasta ahí. Me había oído y estaba
luchando por salir. Si salía, mataría a Lou. No tenía dudas.
Mataría a todo lo que se le cruzara hasta que alguien la matara
a ella o lograra escapar.
Mi peor pesadilla se estaba volviendo realidad. Por eso
me había encerrado y no había querido salir al mundo. Era
todo a lo que siempre le había temido.
Un momento… Me había oído. Por eso se había dirigido
al pomo de la puerta. Si me había oído decir eso, tal vez…
—¡Detente! No vas a atacar a mi amiga. ¡No le vas a
hacer lo que le hiciste a mi madre!
Como si se hubiera paralizado, se detuvo. Quieta, la
tristeza invadió mi mente. Sin embargo, no era yo quien la
sentía. Era la loba. Estaba pensando en lo que le había hecho a
mi madre. Sintió arrepentimiento. De alguna manera, entendí
que no había sido su intención. Y, como si el recuerdo de esa
tragedia la hubiera calmado, se alejó despacio de la puerta y
gimió.
Mi loba estaba llorando. Sabía cuánto había perdido ese
día, igual que yo. También sabía que había sido su culpa.
Ambas habíamos crecido sin una madre debido a eso. Mi loba
no había querido matarla. Había actuado impulsivamente, y
habían ocurrido cosas imprevistas.
Sin que se lo pidiera, mi loba se acercó al espejo de
cuerpo entero. Estaba oscuro, pero sus ojos eran más sensibles
que los míos. Pude ver su reflejo con claridad. Yo tenía veinte
años, recién entraba en la adultez. La loba que me devolvía la
mirada era mucho mayor.
Hasta ese momento, solo la había visto en un video. Era
una loba mucho más joven en ese entonces. Esta se veía más
tranquila e incluso tal vez un poco más sabia que la que había
visto caminando de un lado al otro en la habitación de
seguridad de mi padre. ¿Sería distinta a la que había
aterrorizado mi mundo hacía tantos años?
Tal vez lo fuera. Tal vez no conociera a esta loba. Tal
vez no me conociera a mí misma. ¿Quién sería si no tuviera
miedo de en lo que me convertiría?
Capítulo 2
Cage

¡Vaya! Nunca había sentido algo así en mi vida. Apenas


podía contenerme mientras miraba a Quin. No podía apartar
mis manos de ella. Podría haberme quedado con ella en esa
fiesta toda la noche. Por primera vez en mucho tiempo, me
sentía vivo.
Volver a la realidad fue muy duro. Cuando recibí el
mensaje de Tasha, fue como si se abriera el piso debajo de mí.
Quería quedarme con Quin. Quería ver hasta dónde
llegaríamos. Pero le había prometido a Tasha que la llevaría a
cenar, sin importar si ganábamos o no el partido. Yo siempre
cumplía con mis compromisos y tenía uno con ella.
—Quería hablarte de algo —dijo Tasha, rompiendo el
silencio mientras caminábamos.
—¿De qué?
Tasha me miró entusiasmada y se sonrojó. Era inusual
que exhibiera sus emociones. Normalmente, llevaba consigo
una nube tóxica, que infectaba a todos a su alrededor.
Daba por sentado que ella no era feliz con su vida.
Claramente, yo era parte de su insatisfacción. Pero, cada vez
que trataba de hablar con ella al respecto, me acusaba de
intentar arruinar la buena relación que teníamos.
¿De qué buena relación hablaba? Ella no era feliz. Yo no
era feliz. Y nunca teníamos sexo.
—¿Te acuerdas de Vi? —me preguntó, entusiasmada.
—¿Tu mejor amiga, con la que estás todo el tiempo? Sí,
la recuerdo.
—No tienes que decirlo así.
—Me has preguntado si recuerdo a la chica de la que te
la pasas hablando.
—¿Por qué quieres iniciar una pelea? Estoy tratando de
hacer algo bonito para ti.
Me contuve y respiré hondo. Estaba tenso. No había
querido dejar a Quin, pero lo había hecho por Tasha. De todas
formas, probablemente era lo mejor. La forma en la que me
hacía sentir solo podía llevarme a tomar decisiones de las que
luego me arrepentiría.
Tenía que tener en mente las cosas que importaban.
Había trabajado toda mi vida para jugar en la Liga Nacional de
Fútbol Americano. Estar con una chica como Tasha me
ayudaría a vender la imagen de tío perfecto para poder ser el
rostro de un equipo. O al menos eso decía mi padre. Él había
soñado con que yo jugara al fútbol americano desde antes que
yo. No podía defraudarlo.
—Lo siento. Creo que todavía estoy cansado por el
partido. Eso me pone gruñón.
Tasha sonrió.
—Estás perdonado —dijo, y pasó los brazos alrededor
de los míos—. Y creo que tengo algo que te va a hacer sentir
mejor.
—Muy bien —dije, y logré una sonrisa—. ¿Qué es?
—Bien, recuerdas que hemos estado hablando de subirle
un poco el tono a las cosas… en la cama…
Miré a Tasha con sospecha. Lo de subirle el tono a las
cosas era algo que había mencionado ella y, cuando lo había
hecho, me había parecido que tenía algo específico en mente
que no había dicho.
—Lo recuerdo.
—He hablado con Vi…
—Ajá… —dije, confundido.
—He hablado con Vi y le he preguntado si le gustaría
estar con nosotros cuando estemos… juntos. Y me ha
respondido que sí —dijo Tasha, exultante.
Me detuve y la miré. Me tomó un segundo comprender
lo que estaba diciendo.
—¿Te refieres a hacer un trío?
—Sí —dijo ella, y se puso colorada como un tomate.
—¿Por qué has hecho algo así, Tasha?
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué has invitado a alguien a nuestra cama… y
sin hablarlo conmigo primero?
—Pensé que estarías contento. ¿No es lo que todos los
tíos quieren? ¿Estar con dos mujeres hermosas al mismo
tiempo?
—No todos los tíos. Y, si me hubieras preguntado, te
habría dicho que a mí me gusta estar con una sola mujer… si
me hubieras preguntado.
—Pensé que te gustaría —dijo, desconsolada.
—Bueno, no. Y ni siquiera entiendo por qué lo has
sugerido.
—Tal vez sea porque ya nunca tenemos relaciones
sexuales.
—¿Y eso es culpa mía? Eres tú la que está todo el día
con Vi.
—¿Qué dices?
—Digo que no soy yo el que no quiere tener sexo.
—Eso no es tan evidente.
—Si eres tan infeliz, quizá no deberíamos seguir juntos.
Tasha se quedó paralizada, mirándome.
—¿Por qué dices eso? ¡¿Por qué dices eso?!
—¿No es obvio?
—No. Estamos destinados a estar juntos. Yo seré la
esposa perfecta para ti. Lo sabes. Vas a conseguir que te
recluten y te vas a convertir en el mariscal de campo de un
gran equipo de la NFL, y yo me ocuparé de la casa y haré
trabajo de caridad. Ya hemos hablado de esto, amor. Nuestro
futuro está decidido.
Tenía razón. Habíamos hablado del tema y eso era
exactamente lo que habíamos decidido. Pero, ahora que estaba
en mi último año y no podía postergar más la entrada al
sistema de reclutamiento de jugadores, comenzaba a dudar.
Sin embargo, no era su culpa. Y no tenía que desquitarme con
ella.
—Tienes razón. Lo siento, Tasha. Estoy de mal humor
hoy. Pero, por favor, no volvamos a hablar de tríos, ¿de
acuerdo?
Apenas lo dije, vi que la luz de los ojos de Tasha se
apagaba.
—De acuerdo —accedió, y continuamos la caminata
hacia el restaurante en silencio.

—Te dije que no tomaras esa clase, Rucker.


—Pero es un tema que me interesa, entrenador —intenté
explicarle por milésima vez.
—¿Introducción a la Educación Infantil? ¿Para qué
necesita el mariscal de campo de los Dallas Cowboys o los L.
A. Rams una clase sobre educación infantil? —me preguntó el
entrenador, muy enojado.
—Mire —le dije, cuando finalmente perdí la calma—.
Me he anotado en todas las clases que me ha indicado, sin
importar si quería hacerlo o no. He asistido a todos los
entrenamientos que ha programado, y he trabajado hasta
vomitar…
—Y mira dónde estás gracias a eso. Tienes una gran
posibilidad en un año en el que el reclutamiento es muy
competitivo. Deberías agradecerme lo mucho que te he
presionado.
Me contuve y respiré hondo.
—Y se lo agradezco. Pero necesito tomar al menos una
clase para mí.
—Pero ¿por qué esa?
—Es algo que me interesa.
—Y, sin embargo, no has asistido a una sola clase desde
el comienzo del año…
—Porque comienza veinte minutos después de que
finaliza el entrenamiento. Pensé que podría ir corriendo
cuando terminara de entrenar. Pero, a veces, la práctica se
extiende, o tengo que tomar un baño de hielo. A veces estoy
demasiado cansado.
—Bueno, deberías haberlo pensado antes de elegir esa
clase, porque esa profesora no es muy comprensiva con los
desafíos de los atletas. Esa profesora cree que debes asistir a
clase y pasar los exámenes para aprobar. Y, si no apruebas esa
clase, no podrás jugar en la primavera. Y, si no juegas, el
equipo no ganará y nadie te reclutará.
—Ya lo he entendido. Comenzaré a ir a clase.
—Eso no es todo. Vas a tener un tutor. Te buscaremos a
alguien. ¿Cuándo es tu próxima clase?
Levanté los ojos hacia el reloj en la pared de la oficina
del entrenador.
—Ahora mismo.
—Entonces mueve tu culo y ve.
—Es en el otro extremo del campus. Para cuando llegue,
solo quedarán cinco minutos de clase.
—Supongo que tendrás que correr, ¿no?
—Pero acabamos de hacer veinte minutos de carreras en
velocidad.
—No contestes, solo corre. Lo digo en serio. ¡Vamos,
vamos, vamos!
Cuando salí de la oficina, hice lo que me había dicho y
comencé a correr. Me había quitado las hombreras, pero
todavía llevaba los botines, la camiseta de compresión y los
pantalones acolchados. La clase era en el tercer piso de un
edificio al otro lado del campus. No tenía tiempo para
cambiarme.
No sabía cómo había hecho para meterme en ese lío. En
realidad, sí lo sabía. Había sido mi acto de rebeldía. Sabía que
la clase estaba muy pegada al entrenamiento, pero había creído
que me daría una excusa para irme temprano. Me había
equivocado. Y ahora todo mi futuro dependía de esa clase.
Entré al edificio y subí las escaleras casi sin aliento. Por
suerte, el estruendo de mis botines metálicos contra el
concreto tapaba el sonido de mis jadeos. No había manera de
que me colara silenciosamente en la parte de atrás de la clase.
Cuando abrí la puerta del salón, todos se dieron vuelta para
mirarme. Tenía clavados los ojos de cincuenta estudiantes y
una profesora enojada.
—Lo siento. Continúe, por favor —dije, entre la
dificultad para respirar y la humillación.
Me senté en el primer lugar disponible y apoyé mi
cabeza en el escritorio para recuperar el aliento. Tenía ganas
de vomitar de nuevo, pero no iba a dejar que eso sucediera.
Cuando me recuperé, me senté y me di cuenta de que no
había tomado mi mochila del casillero. Tampoco tenía un
cuaderno para esa clase. Hacía mucho que había renunciado a
la idea de asistir. Pero me hubiera gustado tener algo delante
de mí para no parecer un idiota.
Saqué el teléfono e hice lo que pude para que pareciera
que estaba tomando notas. No lo estaba haciendo, porque no
entendía nada de lo que la profesora decía. Sin embargo,
parecía que el resto sí entendía. Todos estaban enfocados en la
mujer que estaba de pie frente a la clase. Es decir, todos
estaban prestando atención, excepto una persona. Y, cuando la
vi, me quedé sin aliento.
Era Quin y me estaba mirando. Nuestras miradas se
cruzaron un segundo, pero ella apartó los ojos. Sentí un
hormigueo que me recorría el cuerpo. Pude escuchar cómo se
aceleraba mi respiración.
Solo verla me generaba algo. Tenía una segunda
oportunidad con ella y no iba a dejar que se escurriera de mi
vida otra vez.
—Eso es todo por hoy. La clase que viene tomaré un
examen sobre lo que vimos en las últimas dos semanas.
Estudien —dijo la profesora, antes de poner su atención en mí
—. Señor Rucker, ¿puede acercarse un momento?
No me lo esperaba. Peor aún, Quin estaba sentada en el
lado opuesto del salón, que tenía otra salida. No me estaba
mirando y se iría antes de que pudiera pedirle que me esperara.
—Señor Rucker —me volvió a llamar la mujer de rasgos
asiáticos y cabello gris.
—Ya voy —le dije, sin perder de vista a Quin, que se
acercaba a la salida.
Avancé rápido en contra de la corriente de alumnos y me
acerqué a la profesora mientras borraba la pizarra. Se tomaba
su tiempo y me estaba matando. Cuando Quin desapareció al
otro lado de la puerta, mi corazón se hundió. La había perdido
de nuevo y me sentí como una mierda.
—Llegar cinco minutos antes del final de la clase no se
considera asistir. Al menos no según mis reglas.
—Lo sé. Y lo siento mucho. Vine corriendo después del
entrenamiento. Pero le prometo que, de ahora en adelante, no
llegaré tarde.
—Me han dicho que debe aprobar esta clase para poder
jugar la próxima temporada.
—Es así, profesora.
—Entonces debería tomarse la clase un poco más en
serio.
—Le prometo que lo haré… de ahora en adelante.
—Si no quiere estar aquí…
—Quiero estar aquí.
—¿Por qué? —me preguntó, con sinceridad.
—Porque es una materia que me interesa mucho.
Siempre he querido enseñar a niños.
—¿Y el fútbol americano? Me han dicho que tiene una
carrera profesional prometedora.
—El fútbol es algo en lo que soy bueno. Es una
bendición. Pero no es…
No terminé la oración. Las repercusiones que tendría
eran más de lo que podía comprender en ese momento.
—Bueno, si se va a tomar en serio esta clase, tiene
mucho con lo que ponerse al día.
—Me doy cuenta de eso y estoy dispuesto a trabajar
muy duro. Voy a tener un tutor.
—¿Sí?
—Sí. De hecho… —comencé. Había tenido una idea—.
¿Podríamos retomar esta conversación la próxima clase? Le
prometo que llegaré a horario.
—Espero que así sea. Recuerde que la asistencia es un
requisito.
—Lo sé. Lo tengo presente. Aquí estaré. Lo prometo —
le dije, mientras trotaba hacia la puerta haciendo mucho ruido
con mis botines contra la alfombra.
Cuando salí al pasillo, miré en ambas direcciones en
busca de ella. No la veía. ¿Adónde habría ido tan rápido?
La mayoría de los estudiantes estaban bajando por las
escaleras. Troté en esa dirección y me uní a ellos. Estiré el
cuello, pero no la veía. Cuando empezaba a odiarme por no
haberme marchado antes, vi una espalda que solo podía ser la
de Quin. Estaba saliendo de las escaleras en la planta
principal.
—Disculpa. Lo siento —dije, mientras me abría paso a
los empujones.
Solo logré adelantarme unos pocos metros y, para
cuando llegué, de nuevo no se la veía por ningún lado.
Miré en todos los salones de clases mientras pasaba
corriendo, pero no la vi. Estaba a punto de darme por vencido,
pero, cuando abrí la puerta del edificio, vi su figura sexy
alejándose. Me inundó una ola de calor. Se sintió como un
rayo de sol en un día nublado.
Me acerqué trotando y reduje la velocidad cuando estaba
a unos metros de distancia. No podía perder la calma solo
porque estaba a punto de hablar con la chica más guapa que
había visto en mi vida. Tenía que al menos fingir que darle un
beso no era lo único en lo que había estado pensando desde el
momento en que nos habíamos conocido.
—¿Quin? —dije, lo más relajado que pude.
Se detuvo y se dio la vuelta. No parecía tan feliz de
verme como yo de verlo a ella. Me provocó una punzada en el
pecho, pero la hice a un lado.
—Me parecía que eras tú. ¿Cómo has estado? ¿Has ido a
alguna buena fiesta desde la última vez que nos vimos? —le
pregunté, con una sonrisa.
Como no contestaba, agregué:
—Soy Cage. Cage Rucker. Nos conocimos en la fiesta
de la fraternidad Sigma Chi.
—Sé quién eres —me dijo, nada feliz de verme. ¡Ay! De
vuelta esa la punzada de dolor—. ¿Cómo está Tasha? Así se
llama tu novia, ¿verdad?
—¿Tasha? Ah, sí. Bien. Ella está bien. Eh… ¿he hecho
algo que te haya molestado? Si lo he hecho, lo siento —dije.
Estaba desesperado por verla sonreír.
Quin me observó con una mirada de frustración, y luego
cedió.
—No. No has hecho nada mal. No me hagas caso. Solo
he pasado una mala noche.
—¿No has dormido bien?
—Algo así. O tal vez solo soy una tonta, no lo sé.
—¿Tú? ¿Una tonta? No me lo creo —le dije, con una
sonrisa.
Me miró fijo de nuevo. Sentía que estaba examinándome
el alma.
—¿Por qué has dicho eso?
—No lo sé. Supongo que porque pareces muy
inteligente.
Suavizó la intensidad de su mirada.
—No soy inteligente para las cosas que importan —dijo,
y retomó el paso.
La alcancé.
—No creo que eso sea verdad. De hecho, apuesto a que
sabes mucho de Introducción a la Educación Infantil. Apuesto
a que eres de las mejores de la clase.
Al escucharlo, Quin me miró.
—Lo eres, ¿verdad?
Luego, apartó la mirada.
—Pero mira nada más. Muy bien. Entonces lo que diré a
continuación será menos incómodo. Resulta que necesito que
me vaya bien en esa clase para poder seguir jugando al fútbol
americano y, en última instancia, entrar al sistema de selección
de la NFL. Pero, como no he asistido a clase, estoy un poco
atrasado. Necesito una tutora. El equipo te pagará por hacerlo.
—No puedo ser tu tutora —dijo, con desdén.
—¿Por qué no?
—Simplemente no puedo. Lo siento.
—Bueno. ¿Y si hago que la oferta sea un poco más
tentadora?
—¿A qué te refieres?
—Cuando estábamos en la fiesta, me dijiste que no eras
muy sociable, lo que me cuesta creer, porque parecías muy
cómoda hablando con mis amigos.
—Solo estaba cómoda porque…
—¿Por qué? —le pregunté, deseando que dijera que
porque estaba conmigo.
—Por nada.
—Bueno, si estás dispuesta a ayudarme con lo que se te
da bien, yo podría ayudarte con lo que se me da bien a mí.
—¿Ser una estrella de fútbol americana que todos
quieren?
—En primer lugar, ¡ay! Y, en segundo lugar, soy un
poco más que eso.
—Lo sé. Lo siento. ¿Ves? No soy buena para esto —
exclamó Quin.
Tomé su mano, intentando lucir relajado. Traté de fingir
que era algo que hacía siempre que hablaba con otra persona,
pero la verdad era que me moría de ganas de tocarla.
—Sí que eres buena. O puedes serlo. Déjame ayudarte.
Sé que puedo. Y, una vez que hayamos terminado, serás una
estrella del fútbol que todos quieran, como yo —le dije, con
una sonrisa.
Quin se echó a reír. Sentí un cosquilleo tan fuerte que
pensé que se me caerían los dientes.
—¿Qué dices?
Quin me miró fijo, pensativa. En ese momento, sucedió
algo extraño. Me pareció que sus ojos se volvían más
profundos y me atravesaban.
Se sentía como si me estuviera mirando el alma. Y,
mientras lo hacía, algo se encendió en mí. No podía explicar lo
que estaba sucediendo.
¿Ella también lo sentía? ¿O era ella quien lo generaba?
¿Qué estaba pasando entre nosotros? Fuera lo que fuera, me
dejó sin aliento.
Cuando finalmente relajó la mirada, inhalé con
desesperación. Apartó su mano de la mía, no de manera sutil.
La cabeza todavía me daba vueltas, pero me pareció que
estaba tratando de marcar los límites. Muy bien, yo podía
respetarlos.
—De acuerdo —dijo, con incertidumbre en los ojos.
—¿De acuerdo? —repetí. Todavía me estaba
recuperando.
—Está bien —confirmó, y una sonrisa comenzó a
dibujarse en su rostro.
—Escuché que hay un examen pronto —le dije, ya más
tranquilo.
—Es en dos días y cubre lo que hemos visto en las
últimas dos semanas.
—Suena a que es mucho.
—Lo es —me confirmó.
—Me parece que nuestras clases particulares deberían
comenzar de inmediato —sugerí, porque, de pronto, quería
pasar cada segundo con ella.
—¿Qué tal esta noche? Prepararé un plan de estudio y
partiremos desde ahí.
—¿Un plan de estudio? Eso suena muy serio.
—Lo es. Y tú también deberías tomártelo en serio si
quieres aprobar el examen.
—Lo haré.
Quin vaciló.
—¿No tienes planes con tu novia o algo de eso?
Que me recordara a Tasha fue como un baldazo de agua
fría para el entusiasmo desenfrenado que me generaba la idea
de pasar la noche con ella. Mi sonrisa se apagó.
—Aunque tuviera algún plan, lo cancelaría. Aprobar la
materia y jugar al fútbol americano son mis prioridades. Ella
lo entendería.
—Bueno. Te veré esta noche, entonces.
—¿Me das tu número? —le pregunté. No iba a dejar
pasar la oportunidad de nuevo.
—Sí. Dame tu teléfono.
Se lo di y él marcó su número. Un segundo después,
sonó el teléfono en su mochila.
—Sabes dónde vivo. Te enviaré un mensaje con el
número de apartamento y la hora —dijo Quin, muy
profesional.
—¿Entonces lo haremos en tu apartamento?
—A menos que tengas un lugar mejor. Supongo que
podríamos ir a la biblioteca, pero no nos van a permitir hablar
mucho.
—No, tu apartamento será perfecto. No puedo esperar.
—¿No puedes esperar para estudiar? —me preguntó,
recordándome que no era una cita.
—Por supuesto. Me apasiona la Introducción a la
Educación Infantil. Todo el mundo lo sabe.
Quin se echó a reír e hizo que se me derritiera el
corazón.
—Nos vemos más tarde, Hoyuelos —dijo, con una
sonrisa, antes de darse la vuelta y alejarse. ¡Joder! Estaba en
problemas.
Capítulo 3
Quin

¿«Nos vemos más tarde, Hoyuelos»? ¿Realmente lo


había dicho? ¿En qué había estado pensando? ¿En qué había
estado pensando al aceptar su propuesta?
Me había quedado muy corta al decir que había pasado
una mala noche. Había estado atrapada e indefensa en el
cuerpo de mi loba durante horas. La tortura había terminado
recién cuando ambas nos habíamos quedado dormidas.
Por la mañana, no me desperté cubierta de sangre y no
estaba en un lugar desconocido. Estaba en mi cama, en mi
habitación. Sí, la puerta estaba toda marcada por las garras de
mi loba. Pero no estaba abierta, aunque era evidente lo cerca
que había estado de salir.
Si lo hubiera intentado una vez más, lo habría logrado.
Se habría liberado, y quién sabe qué habría pasado. Sin
embargo, no lo había hecho. Ni siquiera había hecho un último
intento.
Y, además, pasé toda la mañana con la sensación de que
ella no se había ido del todo. Sentía como si la tuviera sobre el
hombro, mirando todo lo que hacía. Fue ella quien me dijo que
Lou se había ido en medio de la noche. Hasta me dijo la hora a
la que se había marchado. No sabía cómo, pero mi loba lo
sabía.
Al ver a Cage entrando al salón de clases, sentí como si
sus orejas se levantaran. Parecía que a ella le gustaba Cage
incluso más que a mí.
Sin embargo, no estaba a merced de sus deseos. Y yo
conocía a su novia, ella no. Por eso, no había forma de que me
metiera ahí, sobre todo si tenía en cuenta lo que él y su novia
habían generado en mí.
Estaba dispuesta a alejarme de Cage y a no volver a
verlo nunca más. Pero él me había perseguido y me había
hecho la propuesta. La razón por la que había dicho que sí no
tenía nada que ver con lo que quería mi loba. Tampoco tenía
nada que ver con esa extraña conexión que había sentido
cuando lo había mirado a los ojos.
Había aceptado porque Harlequin Toro se había ido al
medio de la nada, en Tennessee, con un propósito: descubrir
cómo tener una vida. Sabía que no tendría una junto a Cage.
Pero, mientras caminaba por la fiesta con él, me sentí más
relajada de lo que me había sentido en una situación social en
toda mi vida.
Necesitaba saber cómo sentirme así por mi cuenta. Y,
cuando lo había mirado a los ojos, algo me había dicho que él
podría ayudarme. ¿Cómo me había dado cuenta? No lo sabía.
Pero estaba segura.
¿Podría haber sido mi loba, jugando con mi mente para
lograr su vil propósito? Era una posibilidad. Acababa de
conocerla. Hasta ese momento, solo había escuchado historias
acerca de ella. De todas formas, no lo creía. Con Cage sucedía
algo más. No podía ni siquiera empezar a adivinar qué era.
Fuera lo que fuere, me empujaba hacia él. No era solo su
apariencia sexy, aunque todavía no había superado eso. Seguía
pareciéndome un dios magnífico. Pero… Había algo más.
Sucedía algo que no podía identificar. Algo me había
dicho que aceptara su oferta. Y, una vez que lo había hecho, mi
loba había perdido el control. No de una manera peligrosa.
Más bien de una manera que me había hecho sonreír.
—Lou, ¿has vuelto? —pregunté, cuando volví al
apartamento y la encontré ahí, con aspecto de estar exhausta.
—¿No debería?
Estaba sentada en la mesa del comedor. Lucía
aterrorizada, pero trataba de parecer valiente. Cuando me di
cuenta de lo mucho que la había asustado, me invadió la
tristeza. Por primera había sido testigo de cómo sonaba mi
loba cuando intentaba atrapar a alguien. Era aterrador.
Si hubiera sido yo la que hubiera escuchado los arañazos
en la puerta mientras la bestia trataba de alcanzarme,
probablemente no hubiera regresado nunca. Y, sin embargo,
ella estaba ahí. ¿Por qué había vuelto? ¿Por qué alguien
volvería después de conocer esa parte de mí?
—No, está bien que hayas regresado. Esta es tu casa…
¿Debería marcharme? —le pregunté. De pronto me di cuenta
de que tal vez había regresado para reclamar el apartamento.
—¿Deberías?
—No lo sé. ¿Debería?
—Bien, creo que estamos caminado en círculos —dijo.
Lo estaba manejando muchísimo mejor de lo que yo lo hubiera
hecho—. Mira, sé que me contaste acerca de lo que eres. Pero
me dijiste que no habías tenido un episodio en años. Me dijiste
que se te había pasado.
—Creía que se me había pasado —le dije, y me senté en
una silla frente a ella.
—Entonces, ¿qué fue lo de anoche?
—No lo sé.
—¿Fue por la luna llena?
Escuché que mi loba gruñía ante la sugerencia.
—¡No! —solté. Tan pronto como lo dije, dudé—. Al
menos no lo creo.
—Bueno, llevas meses viviendo aquí, y esa no fue la
primera luna llena.
—No lo fue. ¿Verdad?
—Entonces, ¿qué fue diferente esta vez? —me preguntó
Lou, como si estuviera más preocupada por mí que por ella.
Pensé en su pregunta. ¿Qué había sido diferente? No
estaba segura, pero tenía una idea. Saqué el teléfono de mi
bolso y encontré la foto de la noche anterior. Lo puse sobre la
mesa, entre ambas.
—¿Quién es ese tío?
—Se llama Cage. Lo conocí en la fiesta a la que fui.
—¿Por qué te ves tan… devastada?
—Porque la que tomó la foto fue su novia.
Los ojos de Lou se encontraron con los míos.
—Oh, Quin, lo siento tanto. Fue mi culpa, ¿verdad? Te
manipulé para que fueras a la fiesta, y terminaste con el
corazón roto y… una recaída.
—Nada de esto ha sido tu culpa. Pero, incluso si lo
fuera, no ha pasado nada. Nadie salió herido.
—No es verdad, Quin. Tú resultaste herida.
No super qué responder. Quería negarlo, pero era cierto.
¿Había sido por eso que me había transformado? ¿Mi loba
había salido para protegerme? Y si hubiera sido así, ¿qué
habría hecho una vez liberada? No quería ni pensarlo.
—No puedes estar aquí esta noche…
Las yemas de los dedos de Lou presionaron el vaso, con
miedo.
—¿Va a suceder de nuevo?
—¡No! No lo creo, al menos. No. Es que va a venir
alguien.
—¿Quién?
—Cage.
Lou abrió la boca, confundida.
—Viene a estudiar, nada más. Voy a ayudarlo con una
clase a la que ambos asistimos.
—¿Compartes una clase con él?
—Eso parece. Hoy ha sido la primera vez que ha ido.
Estaba vestido con el uniforme de fútbol americano —dije, y
no pude evitar que se me dibujara una sonrisa en el rostro.
—¿Con esas prendas muy ajustadas que usan?
—Así es —dije, mientras sentía que me ardía el rostro.
—¡Oh! No viene solo a estudiar, ¿verdad?
—Viene nada más que a estudiar —dije, y volví a la
tierra—. Necesita aprobar la clase para poder jugar al fútbol el
próximo semestre, y me pidió que le dé clases particulares.
—Entonces, ¿ha depositado toda su vida en tus manos
poderosas y delicadas?
Me las miré y me pregunté qué querría decir con eso.
—No es tan así… Pero más o menos.
—Oh, Dios mío, se van a besar.
—¿Qué dices? No, no nos besaremos. —Mientras lo
decía, sentí la excitación que corría por mi loba—. ¡No! Tiene
novia —dije, para que lo oyeran todas las presentes.
—Quizá quiere que te unas a ellos.
—No haría eso —dije, firme.
—¿O sea que vamos a tener que hacer que se separen?
—preguntó Lou, de vuelta con el destello de malicia en los
ojos.
—¡No! Tampoco haremos eso.
—No vas a comértela, ¿verdad? —me preguntó, dudosa.
—¡No! No haré nada de todo eso. Si él quiere estar con
ella… está bien. Me parece bien.
—¿Te ha dolido mucho decirlo? —me preguntó. De
pronto, me miró con compasión.
Me tomé un momento y permití que las palabras se
asentaran en mí.
—Muchísimo. Pero tendrá que ser verdad. No quiero
estar con alguien que no quiere estar conmigo.
—Eres mejor persona que yo —dijo Lou, con
resignación.
—No sé si mejor, pero mucho más solitaria.
—¡Ohhh! —exclamó Lou, con empatía en la mirada.
Luego de un momento, se levantó y me abrazó. Con sus brazos
todavía alrededor de mí, me dijo—: Este chico va a ser nuestra
perdición, ¿no es así?
—Probablemente.
—Bueno, pero cuando esa cosa que apareció anoche me
esté despedazando, tienes que prometerme algo —dijo Lou,
como quien no quiere la cosa.
—¿Qué cosa?
—No en la cara, Bichito. No en la cara.
Me eché a reír, mucho más aliviada.
Capítulo 4
Cage

Podía hacerlo. Podía pasar el rato con Quin sin


enamorarme perdidamente de ella y arruinar mi vida entera
para estar juntos. Estaba seguro de que podía hacerlo. Sin
embargo, cuanto más se acercaba el momento del encuentro,
más claro se volvía que la decisión no iba a ser mía.
¿Cómo era posible que los otros chicos no vieran lo que
yo veía? No lo entendía. Era hermosa y su torpeza era
adorable. Quería pasar los dedos por su cabellera oscura y
ondulada hasta perderme en ella.
Y esos ojos. Esos ojos conmovedores y eléctricos. De
solo pensar en ellos me ponía duro. ¿Cómo era capaz de
provocarme eso?
Era como… ¿qué era los que los animales liberaban para
atraer a una pareja? ¿Feromonas? Era como si ella liberara
feromonas y no hubiera nada que yo pudiera hacer para
resistirme.
No debería haberle pedido que me ayudara con la clase.
Probablemente era la última persona a la que debería habérselo
pedido. ¿Cómo haría para concentrarme teniéndola al alcance
de mi mano? Había sido un grave error. Pero no podía esperar.
Y nunca en mi vida el tiempo había pasado más lento.
En lugar de conducir de ida y de vuelta a casa, esperé en
la sala común hasta la hora del encuentro. También podría
haberme quedado con Tasha, ya que vivía en el mismo edificio
que Quin. Pero lo más probable era que estuviera con Vi.
Eran inseparables. No me extrañaba que me hubiera
propuesto que tuviéramos sexo con ella. Hacían todo juntas.
¿Por qué no también follar?
Una vez que la dolorosa y larga espera terminó, me
apresuré a cruzar el patio. Me metí en el edificio mientras
alguien salía, subí las escaleras de dos en dos y llamé a la
puerta. Escuché un poco de revuelo en el interior y, luego, una
voz que no conocía dijo:
—Solo quiero verlo.
La puerta se abrió.
—Hola —le dije a la chica de aspecto travieso que
estaba frente a mí.
—Soy Lou, gusto en conocerte —dijo, sin estirar la
mano ni invitarme a pasar.
—Cage.
—¿La estrella del fútbol americano? —preguntó,
sonriendo.
—Supongo que sí. ¿Está Quin?
—Sí. Pero primero, tengo dos preguntas. ¿Cuáles son tus
intenciones con mi amiga? Y, ¿dirías que te gustan más los
perros o los gatos?
—¿Qué?
—¡Lou! —gritó Quin, detrás de ella. Luego, empujó a su
compañera de cuarto y se colocó entre nosotros dos—. Lo
siento —dijo—. Lou se estaba yendo.
El cuerpo de Quin estaba muy cerca del mío.
—Está bien. Lou, te invitaría a quedarte y pasar el rato
con nosotros, pero tenemos que repasar todo lo que han visto
en dos semanas… A menos que Quin crea que podemos hacer
ambas cosas…
—No podemos hacer ambas cosas, y Lou ya se estaba
yendo. Adiós, Lou.
—Nos vemos —dijo Lou. Pasó a mi lado a los
empujones, dejando que Quin me invitara a entrar.
—Lo siento. Tiene buenas intenciones.
—Siempre es bueno tener una amiga que te cuide.
—Sí. Bienvenido a mi apartamento.
Miré a mi alrededor.
—¿Así es como vive la otra mitad?
—¿A qué te refieres?
—Los apartamentos de Plaza Hall son bastante lujosos.
—Pero tu novia también vive en este edificio, ¿o no?
—Sí, pero eso no lo hace menos lujoso. Además, ella
tiene dos compañeras de piso y tiene que compartir el
dormitorio. Este lugar es más bonito que mi casa.
—¿Vives en la casa de la fraternidad?
—No. No soy miembro. Lo sé, ¿dónde se ha visto un
jugador de fútbol americano que no pertenezca a Sigma Chi?
Pero la vida de fraternidad estaba fuera de mi presupuesto.
—¿Dónde vives? —me preguntó Quin, mientras me
acompañaba al sofá de la sala de estar.
—En casa, con mi padre.
—¿Y no con tu mamá? —me preguntó. Tomó algunos
libros y se sentó a mi lado.
—Mi mamá murió cuando yo nací.
Quin se quedó paralizado.
—Lo lamento mucho.
—No hay nada que lamentar. Fue hace mucho tiempo.
—O sea que siempre han sido solo tú y tu papá.
—Sí. Y a veces solo yo.
—¿A qué te refieres?
—Nada. Deberíamos empezar a estudiar. Tengo la
sensación de que es mucho material —le dije, para cambiar de
tema.
Aunque no había conocido a mi madre, el tema seguía
siendo delicado para mí. Sobre todo, debido a mi padre. Nunca
me lo había dicho, pero me parecía que haberla perdido había
sido un golpe duro para él. O eso era lo que yo creía.
Lo primero que Quin hizo fue mostrarme el diagrama de
actividades más organizado que había visto en mi vida.
—Esto es lo que vamos a tener que cubrir antes del
jueves —dijo, y se puso manos a la obra.
La seguridad con la que hablaba casi lograba sacar mi
atención de su rodilla, que se movía a centímetros de la mía,
con el libro de texto encima. O del aroma que percibía cuando
se inclinaba para señalarme algo en la página opuesta. Ese olor
dulce hacía que mi polla se endureciera. Lo único que podía
hacer para ocultarlo era doblarme hacia adelante.
—Estás muy inclinado, ¿te duele la espalda?
—¿La espalda? Sí. Por eso me inclino, porque me duele
la espalda. Necesito mantenerla estirada. Por el entrenamiento,
¿sabes?
—Si quieres, podemos pasarnos a la mesa… Las sillas
tienen un poco más de apoyo —sugirió Quin, muy dulce.
—Sí, tal vez eso sea lo mejor.
Estaba a punto de levantarme cuando me di cuenta de
que todavía tenía una gran erección.
—Eh, quizás en un momento.
—Te duele mucho la espalda, ¿no?
—Sí, me duele mucho.
—Lo siento tanto. Deberías haberlo mencionado antes.
Espero que no te suene muy raro, pero puedo hacerte unos
masajes si quieres. He aprendido por mi cuenta hace algunos
años. No he tenido muchas oportunidades de practicar, pero
creo que soy bastante buena.
—Mmm…
—Lo siento, ¿es raro? Ofrecerme a hacerte masaje es
extraño, ¿verdad? —dijo Quin, palideciendo frente a mis ojos.
—No, no es para nada raro. Me encantaría que lo
hicieras. Realmente me haría bien… a la espalda.
—¿Estás seguro?
—No sabes cuánto —le dije, con una sonrisa.
—Bien. Entonces…
Quin miró a su alrededor.
—Probablemente estaremos más cómodos en mi cama.
No había forma de que me pusiera de pie.
—Creo que estaremos bien en el sofá.
—Muy bien.
Quin se levantó y comenzó a estirar los dedos.
—Quítate lo que quieras, hasta que te sientas cómodo, y
acuéstate.
Sentí un destello de calor en las mejillas. ¿Acababa de
decirme que me desnudara? La idea de quitarme la ropa para
ella me excitaba tanto que mi polla comenzó a temblar. Solo
Dios sabía lo que pasaría si me quitaba los pantalones. No
podía hacerlo. Pero podía quitarme la camiseta.
Mientras me la sacaba lentamente, miré a Quin. La
manera en la que me estaba mirando me provocó muchas
cosas. Iba a tener que pensar mucho en béisbol para no
correrme apenas me tocara. Sin embargo, valía la pena el
riesgo. Necesitaba sentir sus manos en mi piel. Cuando me
acosté y ella se subió encima de mí, fue como tocar el cielo
con las manos.
Con Quin masajeando y apretando mis músculos, me
perdí. ¡Joder! Qué bien se sentía. Era mejor que tener sexo. Al
menos, que el sexo que yo había tenido. Y, después de no
mucho tiempo, percibí una sensación familiar, que comenzaba
en mis bolas y subía lentamente.
¡Oh, no! Me iba a correr.
—Necesito ir al baño —solté, mientras me sacaba de
encima a la pequeña muchacha y la arrojaba sobre el sofá.
Por suerte, sabía dónde estaba el baño, y la puerta estaba
abierta. La cerré detrás de mí, me bajé los pantalones lo más
rápido que pude y exploté en un orgasmo.
Gemí para no gritar de placer. Atrapé casi todo el semen
con la mano y logré evitar que quedara esparcido por el techo.
Pero después del orgasmo, comencé a sentirme mareado y me
caí de culo. Golpeé el suelo con un ruido sordo.
Capítulo 5
Quin

—¿Estás bien? —pregunté, luego de escuchar lo que


sonó como si el toallero se hubiera roto y alguien hubiera
caído al suelo.
—¡Estoy bien! —gritó Cage—. Pero creo que rompí
algo. Lo siento.
—No te preocupes, sea lo que sea. ¿Estás seguro de que
te encuentras bien?
—Sí. Solo necesito un momento.
¿Qué demonios había sido eso? Esa no había sido yo. Yo
no les ofrecía masajes a los tíos. No les pedía que se
desnudaran para mí. Pero él había emanado un aroma al que
no me había podido resistir. No podía decir qué era, pero me
hacía pensar en sexo.
Pero, sentada encima de él, lo había asustado. Sabía que
lo había hecho. Por eso me había apartado y había salido
corriendo al baño como si su cabeza estuviera en llamas.
Tenía que ser ella la que me estaba generando eso. Era
mi loba tomando el control. De todas formas, eso era mejor
que transformarse y desgarrarle la garganta. Era un avance. Y
no era tan extraño ofrecerle un masaje a alguien a quien le
dolía la espalda, ¿verdad?
¡Uf! No lo sabía. No sabía nada. ¿Por qué me costaba
tanto relacionarme con otras personas? Tal vez me resultara
más fácil si le permitía a mi loba hacer lo que quisiera. Nada
sería peor que el desastre que acababa de crear.
—¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?
—No necesito nada —dijo Cage. Luego abrió el grifo y,
finalmente, salió.
¡Joder! Se veía muy bien de pie, sin camiseta, en la
puerta del baño. Sus hombros eran musculosos y abultados.
Sus pectorales y sus abdominales estaban marcados. ¿Cómo
era posible que se vieran sus abdominales si no estaba
haciendo fuerza? Solo estaba de pie. ¿Cómo era posible?
Me miró con cara de perro mojado y dijo:
—Lo siento…
—No, yo lo siento —respondí. Me sentía mal por haber
cruzado un límite.
—¿Por qué me pides disculpas? —me preguntó, como si
no lo supiera.
—Ya sabes, porque…
—Tú estás dispuesta a ser mi tutora en una clase que
necesito aprobar para tener la vida que soñé, y yo he hecho
que las cosas se pongan raras.
—He sido yo quien ha hecho que la situación se ponga
rara. No tú.
—Puede que seas muy buena en lo que haces, pero lo
que ha pasado ha sido culpa mía. Volvamos al estudio, ¿vale?
—¿Cómo está tu espalda?
—Mucho mejor, gracias —dijo, mientras tomaba su
camiseta y se la ponía—. Has sido de mucha ayuda. Ahora me
puedo concentrar. Tengo un poco de sueño, pero me puedo
concentrar.
Seguimos desde donde nos habíamos quedado, e hice lo
que pude para aquietar los impulsos de mi loba, que estaba
muy feliz. Le encantaba estar cerca de Cage. No podía
reprochárselo, porque a mí también me encantaba.
Por suerte, a pesar de que teníamos muchos temas que
repasar, habíamos avanzado bastante para cuando volvió Lou.
—¿Todavía seguís estudiando? Bueno, cada perro con su
hueso, ¿eh? —bromeó Lou.
Cage la miró, incómodo.
—Debería irme.
—No quiero interrumpir —dijo Lou—. Ni siquiera
notaréis que estoy aquí.
—O podríamos ir a mi habitación —sugerí.
—¡No! —dijo Cage, cortante—. Quiero decir, tal vez
sea mejor que sigamos mañana. Tengo muchas cosas dando
vueltas en la cabeza y necesito procesarlas —dijo, mientras
dibujaba círculos con las manos alrededor de su cabeza.
—Por supuesto. Dormir te ayudará a retener la
información. Seguiremos mañana. Mi última clase termina a
las cuatro, por si quieres empezar más temprano.
—Genial. ¿Qué te parece si nos reunimos en la sala de
estudio? Así no la molestaremos a Lou.
—No os preocupéis por mí. Podéis hacerlo donde
queráis —agregó Lou, y se quedó mirándonos a los dos.
—Sí, no hay problema con que estudiemos aquí —
confirmé. No estaba segura de poder sentarme en un lugar
público donde alguien me pudiera reconocer.
Cage titubeó.
—Creo que será mejor en la sala de estudio. Si a ti te
parece bien.
Me frustraba que hubiera estropeado tanto las cosas
como para que él ya no quisiera volver a mi habitación, pero lo
entendía. Había sido mi culpa, y tendría que lidiar con las
consecuencias.
—Sí, está bien. Tenemos que terminar con todo lo que
nos queda. Tal vez quieras llevar algo para comer.
Lou agregó:
—Parece que será una noche larga y dura. A ti te gusta
así, ¿verdad, Quin?
—Bien, me voy a ir. Escríbeme —me dijo Cage,
mirando a Lou antes de escapar.
—¿Por qué has dicho eso? Entiendo lo del perro con el
hueso, jaja, muy gracioso. Pero ¿que me gustan las noches
largas y duras? —le pregunté a Lou, enojada.
—Muy largas —dijo, con una sonrisa.
—¿Por qué lo has hecho?
— Tú no has visto lo que yo vi cuando se puso de pie,
¿verdad?
—¿Cuando se puso de pie? ¿Qué has visto?
Lou me miró con una sonrisa en el rostro.
—¿Has dicho que está de novio?
—Sí. Tiene novia.
—Qué interesante —me dijo. Sonreía como si ella
supiera todo y yo no supiera nada—. Muy interesante —
repitió. Luego, entró en su dormitorio y no regresó.
Esa noche, no pude dormir. Mientras trataba de entender
qué era lo que Lou había visto y yo no, pensaba en cómo había
hecho que las cosas con Cage se pusieran raras, o me
imaginaba cómo sería volver a ver su cuerpo desnudo. Mi
cabeza era un lío. Ese tío me generaba cosas. Y, después de
haberlo visto solo tres veces, no podía sacarlo de mi mente.
¿Por qué tenía que estar de novio? ¿Por qué tenía que ser
tan perfecto? Y, ¿por qué tenía que oler tan bien? Necesitaba
que alguien me explicara por qué su aroma me hacía querer
transformarme en mi loba y perseguirlo como a una gacela.
¿Por qué?
¡Odiaba ser la única de mi especie!

Al día siguiente, en la sala de estudio, las cosas fueron


menos extrañas que la noche anterior. Nos ceñimos al estudio
y solo cambiamos de tema cuando tomamos un descanso para
cenar.
—He traído un sándwich de más, si quieres… —le dije,
mientras lo sacaba de mi mochila.
—¿Has traído un sándwich de más? —me preguntó, más
sorprendido de lo que me hubiera imaginado.
—Sí. ¿Lo quieres? Me imaginé que tendrías muchas
preocupaciones y que tal vez te olvidarías de traer algo para
comer.
—¡Guau! No estoy acostumbrado a que la gente sea tan
considerada.
—¿Qué dices? Vamos. Eres un famoso jugador de fútbol
americano. Estoy segura de que la gente hace cosas por ti todo
el tiempo.
—No es lo mismo —dijo, y tomó el sándwich—.
Gracias. Hay una diferencia entre las personas que hacen algo
por ti porque quieren algo a cambio y las que lo hacen solo
para ser amables.
—Lo entiendo. Muchas personas te ven como un
trampolín para conseguir lo que quieren. Eres solo un objeto
para ellos. Se olvidan de que tú también tienes sentimientos. Y
de que, tal vez, lo que tú quieres no está en línea con lo que
todos esperan de ti.
—¡Vaya! Eso es exactamente lo que siento —dijo, y me
miró fijo. Una vez más, quedé tendida a sus pies.
—¿Qué? —le pregunté, cuando su intensa mirada se
volvió demasiado para mí.
—¿Por qué conoces tan bien cómo me siento?
¿Qué se suponía que debía decirle? Me gustaba Cage.
Me gustaba mucho, tal vez más de lo que debería. No quería
asustarlo. Por lo menos no todavía.
Además, había elegido ir a una universidad en medio de
la nada por una razón. Era mi oportunidad de confundirme con
el resto. Solo quería que, por primera vez, alguien me viera
como una chica normal. ¿Estaba mal? No lo sabía.
—Lo supuse.
—¿Lo supusiste? Eres muy inteligente, ¿verdad? Quiero
decir, más inteligente de lo que te muestras —dijo Cage, con
otra de sus encantadoras sonrisas.
Me encogí de hombros. ¿Cómo se respondía a una
pregunta así? Por suerte, cambió de tema antes de que tuviera
que decidirlo.
Terminamos los sándwiches y volvimos al estudio.
Antes de la medianoche, habíamos cubierto todos los temas.
—Entonces, ¿eso es todo? —me preguntó Cage.
—Es todo lo que entra en el examen de mañana, sí.
¿Crees que lo has comprendido?
—Eres una muy buena tutora. Si no he comprendido
algo, no será por tu culpa. Por cierto, he hablado con mi
entrenador, y me dijo que tienes que contactarte con su oficina
para que te paguen.
—Ah. No te preocupes por eso —le dije.
—Te has esforzado mucho para ayudarme. Nadie podría
habérmelo explicado mejor que tú. Ni siquiera la profesora.
Mereces que te paguen por tu trabajo.
—Está bien —cedí.
Cage me miró con extrañeza, pero no pude entender por
qué.
—Ya que no estás emocionada con que te paguen, ¿qué
tal lo otro que te he prometido?
—Ah, sí, las clases de «Cómo no ser tan torpe».
Cage se echó a reír.
—¿Qué te parece si jugamos flag football en el parque?
—¿Quieres jugar al fútbol en tu tiempo libre? Te debe
gustar mucho.
Cage me ofreció una sonrisa apagada.
—Sería lo más normal.
—Ya que eres el experto en el tema, dime una cosa.
¿Cómo se supone que jugar al fútbol en el parque me ayudará
a no sentirme como una chica rara en una fiesta?
Cage se quedó pensativo.
—Lo he estado pensando. La razón por la que me siento
cómodo en reuniones sociales es porque sé que, pase lo que
pase, podré manejarlo. También sé que, si digo algo estúpido,
lo cual hago a menudo, todo estará bien. El mundo no va a
estallar. No me van a enviar a vivir solo en el desierto. Lo más
probable es que mi vida continúe sin cambios. Y llegué a
darme cuenta de eso luego de haber estado en muchas
situaciones sociales, cómodas e incómodas, en las que logré
desenvolverme. Necesitas estar en esas situaciones. Tienes que
tener la oportunidad de desenvolverte en ellas. Cuando te
hayas familiarizado con todas las situaciones que puedan
surgir y hayas descubierto qué hacer y qué decir —levantó las
manos—, habré terminado.
Me quedé mirando a Cage, alucinada.
—Eso es muy inteligente. Tienes toda la razón. Sentirse
cómoda en sociedad se basa en la experiencia. La familiaridad
genera comodidad. Entonces, la respuesta es estar dispuesta a
sentirse incómoda. ¡Nunca se me hubiera ocurrido!
—Se ve que, después de todo, soy bueno en algo —dijo
Cage, con orgullo.
—Aunque no soy exactamente buena jugando al fútbol
americano. No estoy segura de que quedar atrapada debajo de
una estampida de deportistas me llene de la confianza que
crees.
—Supongo que tendrás que confiar en mí —dijo Cage, y
me guiñó un ojo.
¿Por qué hizo eso? ¿No se daba cuenta de que estaba
haciendo todo lo posible por verlo como un amigo? ¿Por qué
tenía que recordarme lo sexy que era?
Luego de nuestra despedida, que se estiró y se convirtió
en un abrazo incómodo, regresé a mi habitación y me metí en
la cama. Escuché que Lou entraba al apartamento y se
acercaba a la puerta de mi dormitorio.
—Sé que no estás dormida —dijo, sin llamar—. Sé que
te estás escondiendo porque no quieres contarme cómo te fue.
¿O está ahí contigo? ¿Lo están haciendo? ¡Dios mío, están
teniendo sexo!
—¡Buenas noches, Lou! —exclamé. Necesitaba que
dejara de burlarse.
—Buenas noches, Bichito —respondió, sonriendo
mientras se iba.
La imagen de Cage y yo desnudos y juntos se quedó en
mi cabeza, y en la de mi loba, las tres horas siguientes. Culpé a
Lou por eso. Cuando me desperté, ya estaba retrasada para la
clase. Mientras corría por el campus y atravesaba las puertas
del auditorio, comprendí cómo se había sentido Cage.
Todos se volvían para mirarme, pero a mí solo me
importaba una persona. ¿Estaba ahí? ¿Había llegado?
Cuando lo vi, mi corazón se aceleró. Me estaba
sonriendo. Fue como beber cinco tazas de café.
La profesora Nakamura me entregó un examen y me
señaló un asiento vacío. Era al otro lado del salón de donde
estaba Cage. Tal vez fuera lo mejor. No estaba segura de poder
mirarlo a los ojos después de todas las cosas que le había
hecho en mis fantasías la noche anterior.
Mi cerebro se movía lento debido a la falta de sueño, así
que, cuando terminó la clase, no estaba ni cerca de haber
completado el examen. Mi plan era seguir respondiendo
preguntas hasta que me dijeran que me detuviera. Mantenía un
ojo en la profesora, así que vi a Cage entregar su examen y
decirle algo. Luego, ella me miró, y Cage me volvió a guiñar
un ojo mientras salía.
Cuando era la única que quedaba, la profesora
Nakamura me dijo:
—Cage me ha comentado que te has quedado despierta
hasta tarde para ayudarlo a estudiar, así que te daré veinte
minutos más.
—Gracias, profesora —le dije, agradecida.
Los veinte minutos fueron apenas suficientes. Sin
embargo, gracias a Cage, pude terminar. Ese tío me estaba
generando algo de lo que no iba a poder regresar. Apenas
podía esperar al día en que jugáramos flag football para verlo
de nuevo. Era lo único en lo que podía pensar.
Cuando lo vi aparcar su camioneta y acercarse a mí en la
entrada del parque, no pude evitar sonreír. Él también sonreía.
Me encantaba la forma en que lo hacía. Casi compensaba los
nervios que sentía por lo que iba a suceder a continuación. No
solo iba a quedar atrapada en una estampida de jugadores de
fútbol americano, además había muchísimas chances de que
alguien me reconociera.
—¿Estás lista? —me preguntó. Lucía confiado y
hermoso.
—No.
—¿Estás nerviosa?
—Petrificada, para ser más exacta.
—No tienes nada de qué preocuparte. Sé tú misma. Si
dices algo y luego te sientes incómoda, hazlo a un lado.
Recuerda que el mundo no se va a acabar y que nadie es
menos torpe que tú.
—Tengo serias dudas al respecto. Y tus compañeros de
equipo me van a demoler. No sé si te has dado cuenta, pero
soy una tía pequeña.
—Todo es relativo —dijo Cage, con una sonrisa.
—¿A qué te refieres?
—¡Cage! —dijo una voz, que llamó mi atención. Me di
la vuelta para mirar. La voz venía de un niño. Parecía tener
unos diez años. Había alrededor de quince niños de la misma
edad.
—¿Estáis listos para jugar al fútbol? —les gritó Cage,
con entusiasmo.
—¡Síííí! —gritaron todos.
—¿Vamos a jugar con niños? —le pregunté, confundida.
—Organizo encuentros con los niños de la liga infantil.
Cuando no tenemos partidos, paso tiempo con ellos, afinando
sus habilidades. El hierro se afila con el hierro —dijo,
sonriendo.
—¿Voy a practicar ser más sociable con niños? —le
pregunté, confundida.
—No es un nivel demasiado difícil para ti, ¿verdad?
Me eché a reír.
—No, creo que puedo manejarlo.
—Esa es la confianza que esperaba ver —dijo, y se
acercó corriendo al grupo.
Cage tenía un talento natural con los niños. Los trataba
como adultos, pero sin olvidarse de su edad.
—¿En qué equipo va a jugar la grandota? —preguntó
uno de los niños, refiriéndose a mí.
—No lo sé —respondió Cage, echándome un vistazo
rápido—. Quin, ¿para qué equipo quieres jugar?
—¿Cuál es el que siempre gana? —les pregunté.
Cage miró a los niños, que estaban separados por los
colores de sus camisetas: rojas y azules.
—En general, gana el equipo rojo.
—¡Eso no es cierto! —protestó un niño del equipo azul
—. La última vez ganamos nosotros.
—Pero ¿no fue suerte?
—¡No! —volvió a protestar.
—Entonces veamos si podéis hacerlo de nuevo. Tenéis a
la grandota.
—¡Sí! —exclamó, celebrando con el puño.
Era solo un niño, pero se sintió bien que me quisiera.
Me había equivocado al pensar que sería pan comido.
Ser mucho más grande que los demás resultó una desventaja.
El objetivo del juego era sacarle la bandera del cinturón a la
persona que tenía la pelota. Sin embargo, para mi sorpresa,
descubrí que la cintura de un niño de diez años estaba muy
cerca del suelo. Lo único que podía hacer era bloquearlos para
que no escaparan mientras uno de mis compañeros les robaba
la bandera.
Cage era el mariscal de campo. Sin importar qué equipo
estuviera recibiendo, él lanzaba la pelota. Sus lanzamientos
eran muy precisos y, además, los niños podían atraparlos.
—Veo algunas futuras estrellas de la NFL —me dijo
Cage, en el entretiempo, mientras los niños comían naranjas.
—Lo disfrutas, ¿verdad?
—Muchísimo —dijo, con una sonrisa.
—¿Por eso te has anotado en Introducción a la
Educación Infantil?
Apretó los labios y asintió con la cabeza.
—¿Alguna vez has pensado en enseñar en lugar de
entrar al sistema de selección?
—Muchas veces. Pero no puedo. Demasiadas personas
cuentan conmigo. Y es difícil ir en contra de lo que la gente
espera de ti. Sobre todo, cuando sabes que todas las miradas
están puestas en ti.
—Te entiendo.
—¿En serio?
—Sí —le dije, pensando en el mundo que había dejado
atrás.
Cada vez me costaba más pensar en él como solo un
chico que me gustaba o al que le estaba dando clases
particulares. Comenzaba a sentirlo como un amigo. Estaba
segura de que era alguien en quien podía confiar. Comenzaban
a pesarme las cosas que le estaba ocultando sobre mi vida.
—Me da la sensación de que no eres el tipo de persona a
quien le gusta hablar de sí misma —me dijo Cage, que había
notado mis dudas.
—No sé qué tipo de persona soy.
—Conozco ese sentimiento —me dijo, con una sonrisa
triste.
—Yo sé qué tipo de persona eres.
—¿Ah, sí? ¿Qué tipo de persona soy?
—Eres un jugador de fútbol atractivo que está de novio
y se está preparando para jugar en la NFL.
—¿Crees que soy atractivo?
—Mierda, ¿he dicho eso?
—Sí —dijo Cage, divertido.
—He querido decir que eres popular. Que estás a la
moda. Que eres atractivo en ese sentido.
—No estoy seguro de que hayas querido decir eso —
soltó, engreído.
La verdad era que yo tampoco estaba segura. El tío era
increíblemente sexy, y eso no se podía negar.
—Bueno, de todas formas, no importa. Lo otro que he
dicho es que tienes novia. Sobre eso no hay dudas.
La sonrisa de Cage desapareció.
—Sí, lo has dicho.
—Por cierto, ¿cómo está Tasha? —le pregunté. No
quería saber, pero necesitaba que él la tuviera en mente antes
de mostrarme otra de sus sonrisas irresistibles.
—Está bien —dijo, con seriedad—. Está con su mejor
amiga este fin de semana. Creo que se han ido a hacer una
caminata o algo así.
—¿Y tú no has ido con ellas?
—No. Me siento el tercero en discordia con ellas dos.
Oye, tal vez podríamos salir los cuatro.
—Esa es la peor idea que he oído —le dije, sincera.
—Sí, probablemente tengas razón —dijo, pensativo—.
¿Te gustaría ir a comer algo cuando terminemos aquí?
Miré los ojos amables y claros de Cage. Quería pasar
cada momento del resto de mi vida con él. Por supuesto que
quería ir a comer algo con él después del partido.
—No puedo —le dije, aunque lo que quería decirle era
«no debo».
—Ah, está bien. ¿Tienes planes con Lou?
—¿Con Lou?
—Me ha parecido que sois muy cercanas. Casi parecía
que estaba celosa cuando me vio.
—¿Celosa? ¿Lou? No, creo que es solo que le gusta
cuidarme.
—¿Estás segura? Porque se sintió un poco más que
eso… Y, bueno, es muy bonita. No sé si te gustan las chicas o
no, pero…
—No. Solo me gustan los tíos —le dije. Quería que
quedara claro.
Se le escapó una sonrisa.
—Espera, ¿creías que no me gustaban los tíos? —le
pregunté, cuando me di cuenta de lo que había dicho.
—No creía nada. Solo que eres una chica increíble.
Mereces estar con alguien que te haga feliz. Si Lou podía
hacerlo, ¿por qué no?
Miré a Cage mientras el dolor me atravesaba el pecho.
Estaba tratando de entregarme a otra persona. Yo quería que él
me deseara. Quería que se sintiera celoso de que otras
personas quisieran estar conmigo.
Pero no. Había sido una tonta al fantasear con nosotros
dos juntos. Él no estaba interesado en mí de ese modo, y eso
me dolía.
Capítulo 6
Cage

¿Qué estaba diciendo? No quería que Quin estuviera con


Lou. No quería que Quin estuviera con nadie. ¡Joder! No sabía
lo que quería con ella, con el fútbol americano y con mi vida.
Era la última persona para dar consejos amorosos. Cualquiera
que pasara dos minutos con Tasha y conmigo lo sabría.
—Deberíamos volver al partido —me dijo Quin. Lucía
mucho más triste que cuando nos habíamos sentado.
Estaba arruinándolo todo con ella. Me había parecido
que jugar al fútbol sería algo divertido para hacer juntos, pero
lo estaba arruinando.
—Sí. Deberíamos volver —repetí, dispuesto a hacer
cualquier cosa con tal de dejar de hablar.
Seguimos jugando, y me aseguré de que los niños se
estuvieran divirtiendo, incluso si la persona que más quería
que se divirtiera no la estaba pasando bien.
—¿Jugaremos de nuevo el próximo fin de semana? —
me preguntó una de las niñas, con su madre detrás de ella.
—Tengo un partido el fin de semana que viene. Y creo
que vosotros también, ¿no es así? —pregunté, mirando a la
madre, que asintió con la cabeza.
—Ah, cierto, me había olvidado —dijo la niña, con una
sonrisa.
—Le avisaré a vuestro entrenador. Jugaremos de nuevo
en algunas semanas.
—Está bien, gracias, Cage —dijo, mientras me decía
adiós con la mano.
Su madre articuló un «gracias» y ambas se marcharon.
—¿Hay alguien que no te quiera? —me preguntó Quin,
lo que me hizo darme la vuelta.
—A mí solo me importa el cariño de una persona —dije,
sin pensar.
—¿De quién?
Solo había querido que fuera un coqueteo casual. Pero
era obvio que Quin no me lo dejaría pasar.
—De cualquier persona.
—¿De cualquiera?
—Lo que he querido decir es que sería feliz si alguien
me amara.
—Tienes alguien que te ama, ¿o no?
—¿Sí? —le pregunté. No sabía de quién estaba
hablando.
—Sí. Tasha.
Eso tenía que terminar. Cada vez que Quin mencionaba
a Tasha, me hacía decir algo sobre nuestra relación que no era
necesariamente verdad. Sí, estábamos juntos y estábamos
tratando de que funcionara. Pero tratarlo y lograrlo no eran lo
mismo.
—Mi relación con Tasha no es lo que todos creen.
—Oh —dijo Quin. De repente, toda su atención estaba
en mí.
—Sí. O sea, llevamos un tiempo saliendo y hemos
hablado sobre el futuro. Pero, a veces, es como si faltara algo.
En realidad, muy seguido se siente así.
—¿Qué es lo que sientes que falta?
—Para empezar, ella. No está nunca conmigo. Y eso
funciona cuando estoy en el medio de la temporada de fútbol
americano y entreno dos veces por día. Incluso podría
funcionar si me reclutaran, porque pasaría cuatro meses al año
viajando. Pero ¿no debería querer pasar más tiempo conmigo?
¿No debería yo querer pasar más tiempo con ella?
—¿No quieres pasar tiempo con ella?
—No es que no quiera. Es que me da igual si estamos
juntos o no. Es duro decirlo en voz alta, pero es la verdad.
—Si no quieres pasar tiempo con ella, ¿por qué seguís
juntos?
—No es que no quiera pasar tiempo con ella.
—Lo entiendo. Lo entiendo. Pero me parece que, si
estáis hablando de… estar juntos por mucho tiempo, deberías
desearlo.
—No puedo discutir contra ese argumento —le dije.
—¿Por qué crees que te da lo mismo estar con ella?
Me quedé mirando a Quin sin saber qué decir. Quería
decirle que era porque Tasha no era ella, pero no me pareció
justo.
—Porque no siento mariposas en el estómago cuando la
veo —dije.
—Eso es importante —dijo Quin, que de repente estaba
de mejor humor—. ¿Alguna vez has sentido esas mariposas al
ver a alguien?
—Sí, me ha pasado con una persona —le dije, con la
esperanza de que no me preguntara nada más.
—¿Con quién? —me preguntó Quin, dubitativa.
Mirar esos ojos hermosos era demasiado. No podía
hacerle eso, ni a ella ni a mí mismo.
—Con una persona con la que no me debería haber
pasado.
—Ah —dijo Quin, desanimada.
—¿Has cambiado de opinión acerca de comer algo? Yo
quiero comer. Y Tasha no volverá de su paseo con Vi hasta
dentro de unas horas.
—No. Debería irme—dijo Quin, resignada.
—Muy bien. Lo entiendo. ¿Lo has pasado bien?
—Ha habido buenos momentos —dijo, con una sonrisa.
—¿Todavía confías en mí para que te enseñe a ser el
alma de la fiesta?
—En primer lugar, nunca he creído que pudieras hacer
milagros.
Me eché a reír.
—Pero estoy dispuesta a ver lo que tienes para ofrecer
—dijo Quin, sonriendo.
Hombre, ¡cómo me gustaba esa sonrisa!
—Muy bien. Por cierto, creo que he aprobado el
examen.
—¡Qué bueno! Supongo que no soy tan mala tutora
después de todo. Sin embargo, espero que logres más que
simplemente aprobarlo.
—Estoy seguro de que así será. Y eres una gran tutora.
No puedo esperar a ver lo que me tienes preparado para la
próxima.
—Supongo que pronto lo descubrirás —dijo Quin, con
una sonrisa insinuante.
Un momento, ¿estaba coqueteando conmigo? Fuera un
coqueteo o no, sentí un hormigueo por el cuerpo que me
sacudió hasta el centro. Cuando quería hacer algo, lo hacía
bien.
—Ya quiero descubrirlo —le dije. Luego, la acompañé
de regreso al campus y yo regresé a mi camioneta.
Nunca en mi vida había tenido un deseo tan grande de
besar a alguien. Sabía que no podía hacerlo. Además, ni
siquiera estaba seguro de si Quin querría algo así. Al menos,
ya sabía que le gustaban los chicos. De momento, era
suficiente. Podía sobrevivir con esa esperanza por un tiempo.
Tasha me envió un mensaje para avisarme que había
tráfico y que volvería al campus muy tarde, así que me fui a
casa. Era lo mejor que podía hacer. Después de haber pasado
el día con Quin, tenía la cabeza en otro lado.
Luego del viaje de cuarenta minutos, doblé en la calle
vacía que conducía a mi casa. La camioneta de mi papá estaba
encendida en el camino de entrada, con las luces prendidas.
—Oh, no —dije. Sabía cómo sería el resto de la noche.
Aparqué al lado de la camioneta de mi padre, salí y miré
por las ventanillas. No lo veía. Que hubiera logrado entrar en
la casa era peor. Si hubiera estado desmayado, al menos la
noche estaría terminada.
Abrí la puerta de la camioneta, metí un brazo y la
apagué. Con las llaves en la mano, miré hacia la casa. Las
luces de la cocina y de la sala de estar iluminaban el suelo a
través de las ventanas. La televisión estaba a todo volumen.
Inhalé profundo, me recompuse e hice la corta caminata hasta
la puerta principal.
Al entrar, vi que el lugar era un desastre. No estaba
como lo había dejado. Las lámparas brillaban desde el piso,
adonde habían sido arrojadas; el sofá estaba dado vuelta; el
televisor estaba de lado, tirado; y la comida que había estado
en la nevera se encontraba esparcida entre las dos
habitaciones.
—No quiero oírlo —se quejó mi padre, llamando mi
atención hacia la mesa de la cocina.
El hombre, pelirrojo, tenía el tono rosado de siempre.
Como lo había sospechado, tenía una botella casi vacía de
whisky Lonehand aferrada en una mano. El mejor de
Tennessee.
—Papá…
—No quiero oírlo. ¿Sabes cuánto he sacrificado por ti?
—Lo sé, papá. Has sacrificado todo por mí —recité
nuestro guion, mientras miraba a mi alrededor para ver por
dónde empezar a limpiar.
—¡Eso es! ¡Todo! He sacrificado todo, ¡carajo! Y, ¿para
qué?
—Para que me convirtiera en una estrella —dije,
adelantando algunas páginas.
—No se te ocurra hacer eso. ¡No se te ocurra hablarme
así! —bramó—. Debería irme. Debería subirme a mi jodida
camioneta y no volver nunca más a esta pocilga.
Esa era la parte que más me dolía. Lo lógico sería que
me hubiera acostumbrado a que él amenazara con irse, pero no
lo había hecho. Tal vez porque sabía que su partida estaba en
mis manos.
Mi padre había sido el primero en notar lo que yo era
capaz de hacer en el campo de fútbol. Se había dado cuenta de
que yo sería uno de los mejores en el sistema de selección de
la NFL y que con eso vendrían millones de dólares. Siempre
me había dejado en claro que esa era la razón por la que se
quedaba. No sabía qué haría una vez que obtuviera su parte,
pero, hasta entonces, estaba seguro de que no se iría a ninguna
parte.
—La casa no sería una pocilga si dejaras de destrozarla.
—¡Vete a la mierda!
—¡Qué bien, papá! Qué bonita manera de dirigirte a tu
hijo.
—Tú no eres mi hijo.
—Vamos, papá. No empieces de nuevo.
Hacía poco había agregado esa subtrama nueva a nuestro
guion. La historia era que lo avergonzaba por no estar a la
altura de mi potencial, por lo que no podía ser su hijo.
—No lo eres. Eres un bebé que robé porque creí que
podía ganar algo de dinero…
—¡Es suficiente, papá! ¡Ya no aguanto más! ¿Tanto
deseas irte? ¡Aquí tienes!
Eché el brazo hacia atrás y lancé las llaves de su
camioneta con tanta fuerza que rompí el vidrio. Las llaves
desaparecieron afuera.
—¿Quieres marcharte? Súbete a tu puta camioneta y
márchate. ¿Quieres quedarte y exprimirme por toda la
eternidad? Entonces quédate. Me importa un carajo. ¿Me
oyes? Ya no aguanto esto.
Hirviendo de ira, me marché a mi habitación. La casa se
sacudió cuando di un portazo detrás de mí. Miré fijo la puerta
mientras jadeaba de furia. Sus palabras me daban vueltas en la
cabeza, y sentía que la piel me ardía.
No tenía una madre ni otros familiares. Él era todo lo
que tenía. Sin él, estaba solo. Pero la única forma de sacarme
su horrible voz de la cabeza era dejándolo ir. Sin embargo,
sentía que quedarme solo en el mundo sería incluso peor que
morir.
De solo pensarlo, comencé a sentir las palpitaciones de
los vasos sanguíneos en mis sienes. Me dolía. Me dolía el
corazón, que latía con violencia. Sentía como si mi cuerpo
estuviera a punto de desgarrarse hasta que escuché un sonido
aterrador, que hizo que el torbellino de mis pensamientos se
detuviera.

—¡No! —exclamé, mientras regresaba corriendo a la


sala de estar y descubría que mi padre se había ido.
Estaba poniendo en marcha la camioneta. Lo estaba
haciendo. Se estaba marchando. No quería que se fuera.
Corrí afuera y lo vi balanceándose mientras trataba de
poner la marcha atrás. Con lo borracho que estaba, se iba a
matar. Tenía que detenerlo.
—¡Papá! —grité, al tiempo que corría hacia su
camioneta y abría la puerta.
—¡Sal de aquí! —me gritó, cuando pasé por sobre él y
tomé las llaves.
Después, no opuso mucha resistencia. Ambos estábamos
aturdidos y sin aliento.
—Realmente te ibas a ir, ¿verdad? —le pregunté, con
mis ojos clavados en los suyos, para saber la verdad.
—No eres mi hijo —fue lo único que respondió.
Herirme era tan fácil para él que ni siquiera parecía
enojado. Lo había dicho como si fuera un hecho.
—A veces desearía que eso fuera cierto, ¿sabes? Pero lo
soy. Y tú eres mi padre —dije, resignado—. Vamos, te llevaré
a la cama.
—No quiero irme a la cama —murmuró.
—Te pondré frente al televisor. ¿Prefieres eso?
Su boca se retorció como si estuviera tratando de
recordar cómo fruncirla.
—Sí.
—Muy bien. Déjame ayudarte a entrar.
Se inclinó hacia mí sin más resistencia, y sostuve su
peso con los brazos.

Ese fue el comienzo de unas semanas muy difíciles. No


estoy seguro de cuán diferente era para mi padre. Pero yo me
había dado cuenta de que, si no lo miraba cada vez que tenía la
oportunidad, iba a desaparecer.
Seguí yendo a los entrenamientos, a los partidos y a
clase, pero nada más que eso. Lo único que me alegraba eran
las pocas horas a la semana que pasaba con Quin. Yo no estaba
cumpliendo con mi parte del trato, pero le había explicado que
estaba teniendo problemas en casa y ella lo había entendido.
Creo que se daba cuenta de lo estresado que estaba. No
me sentía yo mismo. Lo extraño era que Tasha ni siquiera lo
había notado. No había notado que yo no pasaba tanto tiempo
con ella ni que mi vida se estaba desmoronando. Empezaba a
preguntarme si así serían las cosas entre nosotros para
siempre.
Como se acercaban los exámenes finales y terminaba el
semestre, Quin me sugirió que aumentamos las horas de
estudio. Aunque estaba al día con todo lo mencionado en clase
desde que había comenzado a asistir, quedaba algo de material
de las semanas anteriores que todavía no había repasado.
—El examen final cubrirá todos los temas —dijo Quin,
con la expresión seria que ponía cuando hablábamos del
estudio.
—Me lo recuerdas todos los días —le dije, con una
sonrisa.
—Necesitas aprobar esta materia. No es gracioso —se
quejó.
—Lo sé.
—¿De qué te ríes, entonces?
—De ti —le dije, provocador.
—Ah, ¡qué bien! Te ríes de la persona que quiere
ayudarte.
—Vamos, sabes que no es así. Es solo que se te dibuja
una pequeña arruga en la frente cuando empiezas a
preocuparte por mí. Cuando aparece, sé que voy a escuchar un
sermón sobre lo importante que es que apruebe la materia.
Creo que, a esta altura, tú estás más preocupada que yo, y eso
que todo mi futuro depende de que apruebe.
Quin me miró por un segundo y luego se relajó y se echó
a reír.
—Tienes razón. Puede que me haya puesto un poco
intensa —admitió.
—¿Un poco?
—Solo un poco —insistió—. Pero porque quiero que te
vaya bien. Has trabajando toda tu vida para lograrlo. No
quiero ser la responsable de que no lo consigas.
Miré a los ojos preocupados de Quin y di un paso hacia
ella. La tomé de los hombros y apreté.
—Quin, eres muy dulce. Creo que eres la persona que
más se preocupa por mí. Pero tienes que saber que, si no lo
logro, no será por tu culpa. Todo lo que hago y lo que he
hecho ha sido por mi decisión. Tú no eres más que un ángel,
sentada en mi hombro, susurrándome al oído para que haga lo
correcto. Y te lo agradezco.
—Solo quiero que logres lo que te mereces. Estás tan
cerca…
Solté a Quin y examiné el patio del campus a través de
la ventana de la sala de estudio.
—Yo también quiero eso. Pero siento que estoy
mordiendo más de lo que puedo masticar. Entre las clases, el
fútbol y cuidar de mi papá, apenas puedo respirar.
—¿Qué le pasa a tu papá? —me preguntó Quin,
preocupada.
—¡Qué no le pasa…! —repliqué, mientras pensaba en
qué podía decir para explicárselo—. Solo necesita que esté con
él. Eso es todo.
—Si es mejor para ti, podríamos estudiar en tu casa —
me ofreció Quin, dudosa y con una pizca de algo más en los
ojos.
Por lo general, cuando me miraba así, yo perdía toda
resistencia. Pero, por mucho que quisiera que nos juntáramos a
solas, no estaba seguro de querer mostrarle cómo vivía. Ella
no hablaba mucho de su familia, pero todo lo que la rodeaba
me decía que venía de un hogar estable y con dinero. Mi vida
era exactamente lo contrario.
Me gustaba que me viera como un jugador de fútbol
americano exitoso y despreocupado. Me gustaba que todos me
vieran así, porque la verdad estaba muy lejos de esa imagen
que proyectaba. No sabía si estaba listo para que Quin supiera
quién era realmente.
—Lo pensaré —le dije.
—¿Por qué no aceptas sin más? —me preguntó, en voz
baja.
De repente, me pareció que me estaba pidiendo algo más
que cambiar el lugar de estudio. Me pareció que me estaba
pidiendo que… Que la eligiera a ella o algo así.
—Lo voy a pensar. Pero ahora estamos aquí. ¿No
deberíamos ponernos a trabajar?
El pedido de Quin me atormentó durante el resto de la
noche. ¿Estaba leyendo demasiado entre líneas? No lo creía.
Me había preguntado por qué no había aceptado sin más. Era
una muy buena pregunta.
Era como si estuviera entre dos mundos. El primero era
el que conocía de toda la vida. En él estaban mi papá, Tasha, la
fama del fútbol americano y la promesa de mucho dinero. En
el otro estaban Quin y la posibilidad de dedicarme a algo que
me hiciera feliz.
Al mismo tiempo, comenzaba a pensar que no tenía la
posibilidad de elegir. Tal vez me estuviera enamorando de
Quin. Nunca me había sentido así por nadie. No podía dejar de
pensar en ella. Fantaseaba con tocarla. Quería verla todo el
tiempo.
Antes, yo creía que amaba a Tasha. Realmente lo había
creído. Pero había sido porque no conocía todavía lo que era el
amor ni cómo se sentía. Ese era el sentimiento que llevaba a la
gente a escribir canciones. Por fin lo entendía. Y también
entendía todas esas películas que mostraban que el amor tenía
un precio.
Tal vez yo tuviera que pagar con todo lo que tenía. Tenía
la oportunidad de tener fama, una familia y estabilidad
económica por primera vez en mi vida. O podía tener amor y
felicidad. Esa era la decisión que tenía que tomar.
Capítulo 7
Quin

—Sabes que eventualmente tendrás que dar el primer


paso, ¿verdad? —dijo Lou, con los codos sobre la mesa y un
bocado colgando del tenedor.
—No lo sé —protesté.
—No esperas que lo haga él, ¿verdad?
—No espero que nadie haga nada. No espero nada.
—Ahh, Bichito, a veces me pones tan triste.
—No hay por qué entristecerse. No pasa nada entre
nosotros.
—Eso es lo que me pone tan triste. Por un lado, estás tú,
una chica muy inteligente e increíblemente hermosa que no
puede perder la virginidad…
—Tú también eres virgen —le recordé.
Se llevó una mano al pecho y me miró con tristeza.
—Pero en mi caso, es por elección. Me estoy reservando
para el hombre correcto. ¿Tú? Tú quieres deshacerte de tu
virginidad como si fuera una enfermedad. Y estás enganchada
con un chico que claramente está enamorado de ti, pero que no
puede ver más allá del noviazgo falso en el que se encuentra.
¡Es trágico!
Como yo no respondía, Lou me preguntó:
—¿No vas a decir nada?
—No. Creo que ya has dicho todo. Soy un poco triste.
—Espera, no he querido decir que tú eres triste. Tú eres
genial. Eres sexy y maravillosa. Y vienes de una buena
familia…
—¿Qué tiene que ver mi familia?
—¡Eres un gran partido! Alguien tiene que poner un
anillo en ese dedo.
—¡Guau! Eso ha escalado rápido.
—A eso voy. Estás yendo demasiado lento. Súbete a ese
tío. Él acostado boca arriba y el pelaje volando.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté a Lou, que
tenía otra sonrisa diabólica pintada en el rostro.
Sonó mi teléfono y no pude seguir hablando con Lou
sobre de sus confusas ideas acerca de cómo sería el sexo
conmigo. Cuando lo tomé, me sorprendió ver el nombre de
Cage.
Levanté un dedo para pedirle a Lou que hiciera silencio.
—Cage, ¿estás bien? Nunca me has llamado.
Lou reaccionó con alegría infantil. La ignoré.
—¿Crees que podríamos estudiar en mi casa esta noche?
—me preguntó Cage, que sonaba angustiado—. No te lo
pediría si el examen final no fuera mañana. Pero…
—Por supuesto. ¿Le sucede algo a tu padre?
—Mmm… sí. Está teniendo un mal día, y creo que lo
mejor es no dejarlo solo.
—Lo lamento mucho. No tengo problema en ir. Solo
dime a qué hora.
El teléfono se quedó en silencio.
—¿Cage?
—Estoy aquí. Eh, antes de que vengas, hay algo que
probablemente deberías saber.
—Bien.
—No tenemos mucho.
—¿A qué te refieres?
—A que tengo una beca para ir a la universidad y mi
padre no está trabajando en este momento. Hace un tiempo
que no trabaja.
—¿Debería llevar algo para comer… u otra cosa?
—Sí, si quieres. Pero no es eso lo que te estoy tratando
de decir. No debes esperar mucho. No soy…. Solo… no
esperes mucho.
—¿Estarás tú? —le pregunté.
—Sí, claro.
—Entonces, tu casa tendrá todo lo que necesito.
Cage volvió a guardar silencio.
—¿Cage?
—Estoy aquí. Te enviaré mi dirección en un mensaje.
Me ofrecería a recogerte, pero…
—No te preocupes. Pediré un aventón o algo así.
—Vivo un poco lejos. Si presentas las horas de clases
particulares, estoy seguro de que el equipo de fútbol
americano te reembolsará el dinero.
—A menos que vivas en Florida, creo que estaré bien.
—Bien. Hasta luego.
—Hasta luego.
Terminé la llamada y miré el teléfono.
—¡Sííííííí! —exclamó Lou, emocionada—. Quin y Cage,
un solo corazón, se dan un besito y…
—¡Cállate!
Lou abrió la boca e imitó un beso con lengua.
—Eres desagradable —le dije, con una sonrisa.
—Solo estoy orgullosa de que mi Bichito vaya a tener
algo de acción.
—Eres ridícula —le dije, sin dejar de mirar mi teléfono.
—¿Qué sucede?
—A Cage le da vergüenza que conozca su casa.
—Lo entiendo.
Miré sorprendida a Lou.
—¿Por qué le da vergüenza? No debería avergonzarse.
Lo que sea que haya en esa casa lo ha hecho quién es, y él me
gusta… mucho.
—Dice la tía cuyo padre tiene una compañía de
investigación genética que vale mil millones de dólares. Lo
que me recuerda, ¿han hablado del tema?
—No quería que se convirtiera en un problema. Además,
ese dinero no es mío, es de mi padre.
—Claro, y tú solo puedes usar lo que quieras cuando
quieras.
Las palabras de Lou me dolieron. No se equivocaba. Y,
por mucho que me hubiera gustado creer que eso no me había
moldeado, no era cierto. Al igual que la realidad de Cage lo
había moldeado a él.
—Y, lo que es aún más importante que la riqueza de tu
familia, ¿le has contado a Cage sobre lo otro? Porque, para mí,
eso es un poco más importante que poder comprar un avión
con la tarjeta de crédito.
—No ha surgido todavía —admití. Sabía que Lou tenía
razón.
—Entonces, tal vez deberías contarle. Porque él necesita
saber con quién se está involucrando… Bueno, si es que algún
día tiene los cojones de invitarte a salir. O si tú lo invitas a
salir a él. Sabes que puede hacerlo, ¿verdad?
—Tiene novia.
—Por lo que me has contado, necesito preguntar: ¿Tiene
novia?
—Sí.
Lou se reclinó y se cruzó de brazos.
—Bien.
—Pero tienes razón. Creo que merece saber.
—Así me gusta, Bichito —dijo Lou, con una sonrisa
seria—. Y Quin, sé que piensas que es la gran cosa…
—Lo es. ¿Conoces a alguien más que tenga una loba en
su cabeza y que, cada cierto tiempo, se transforme en un
animal que puede destruir una habitación?
—Creo que le importará más saber si eres salvaje en lo
importante… en la cama —dijo Lou, con una sonrisa
sugerente.
—Vamos, Lou. Estoy hablando en serio. Es algo muy
importante para mí. He tenido que lidiar con esto toda mi vida,
y nadie se ha quedado a mi lado después de enterarse.
—Yo sigo a tu lado —dijo, sincera.
—Sí, y, por cierto, ¿por qué? Has visto lo que me pasa.
O, al menos, lo has oído. Soy un… monstruo. ¿Por qué no has
salido corriendo todavía? Lo digo en serio, Lou. ¿Por qué?
Esperaba que Lou siguiera bromeando, pero no lo hizo.
—Es porque te he conocido. Cuando me lo contaste, en
la conversación para conocer a los compañeros de cuarto,
antes de mudarnos juntas, me pareció un poco perturbador.
Admito que tenía mis reservas. Pero luego, seguimos
hablando… y nos conocimos. No tardé mucho en darme
cuenta de quién eres. Eres una buena persona, Quin. Confío en
ti. Nunca dejarías que me pasara nada.
—No sabes lo difícil que es mantener esa parte de mí
bajo control.
—Pero lo haces. Y sé que continuarás haciéndolo. Si
Cage es quien me has dicho que es, lo verá también. No me
puedo ni imaginar lo difícil que es para ti confiar en la gente.
Pero ¿no te he demostrado que puedes hacerlo?
—Lo has hecho. Has sido la mejor amiga que he tenido.
—Porque me has dejado acercarme a ti. Si le das una
oportunidad a ese chico, tal vez él también pueda serlo. Pero, a
menos que te expongas, nunca lo sabrás. Quin, tienes que
intentarlo —concluyó Lou, con una sonrisa amable.

Cage no había exagerado cuando había dicho que vivía


lejos. Para llegar al entrenamiento de las siete, seguro que salía
de su casa a las seis y se levantaba a las cinco y media, como
tarde. Era impresionante la dedicación que se necesitaba para
hacer eso todos los días durante toda la vida.
Cuánto más me acercaba a su casa, más nerviosa me
ponía. Fuera lo que fuera lo que lo avergonzaba, sabía que yo
podría aceptarlo. Pero lo que yo iba a contarle podría ser
demasiado para él.
Podría ser el final de lo que teníamos… aunque no sabía
muy bien qué era lo que teníamos. Tal vez esa noche sería la
última vez que me mirara como si fuera la única persona en el
mundo. Sería doloroso.
Cuando el coche se detuvo frente a la casa de Cage,
estaba cerca de tener un ataque de pánico. Todo acerca de mí
era demasiado. No podía pedirle a alguien que estuviera
conmigo. Cage tenía toda su vida por delante. Iba a ser un
jugador de fútbol americano famoso, con millones de
seguidores. Yo sería un ancla alrededor de su cuello.
No sería justo pedirle que lidiara conmigo. Tenía sus
propios problemas. Si sumaba lo que fuera que le estuviera
sucediendo a su padre, comenzaba a sentir que era mejor
guardarme mi historia para mí.
Antes de que pudiera llamarlo para hacerle saber que
había llegado, Cage salió por la puerta principal. Le di una
propina generosa al chofer, bajé del coche y me acerqué a él.
Llevaba una camisa a cuadros, pantalones cortos y nada en los
pies. Nunca antes lo había visto descalzo.
No tenía un fetiche con los pies, pero los suyos eran
anchos y fuertes. Me hicieron pensar en otras partes de su
cuerpo que sí me atraían. Rápidamente hice a un lado ese
pensamiento. No quería conocer a su padre con mi loba
follándose la pierna de Cage.
—Has llegado —dijo mi anfitrión, incómodo—. ¿Te ha
costado encontrar el lugar?
—No, ha sido bastante fácil.
—Es lejos, ¿verdad?
—No es cerca del campus.
Miré el bosque espeso que rodeaba la cabaña y me
imaginé cómo se sentiría dejar que mi loba corriera libre ahí.
Me di cuenta de que ella estaba pensando lo mismo. Su
excitación aceleró mi corazón.
—¿Siempre has vivido aquí? —le pregunté, haciendo a
un lado ese pensamiento.
—Desde que tengo memoria. Tú creciste en Nueva
York, ¿verdad?
—Sobre todo en Manhattan —aclaré—. Pero viví un
tiempo al norte del estado. Aunque no se parecía a este lugar.
Este lugar es como…—¿La tierra de Pie Grande? —bromeó
Cage.
Me reí.
—Algo así.
Cage parecía relajado por primera vez.
—Bueno, Pie Grande vive a unos pocos kilómetros, así
que… Es un gran tío, por cierto. Ni siquiera notas su pelaje
después de un rato de hablar con él.
Me reí entre dientes, pero no pude dejar de notar la
referencia al pelaje. Además, me pregunté si lo decía en serio.
Si existían mujeres lobo, ¿qué otras criaturas habría ahí
afuera?
—¿Entramos? Tenemos mucho que estudiar —dijo
Cage, llevándome hacia la casa.
Una vez adentro, miré a mi alrededor. Después de la
advertencia de Cage, no había sabido qué esperar. Pero era
más agradable de lo que me imaginaba.
Cuando era niña, además de haber vivido al norte del
estado de Nueva York, habíamos pasado mucho tiempo en las
Bahamas. Mi papá había comprado una isla privada para que
aprendiera a controlar mis transformaciones sin lastimar a
nadie.
Como parte de su plan para domesticarme, me llevaba a
comer a lo de los vecinos, que vivían en las Islas Out. Por lo
general, eran muy humildes. La cabaña de Cage era mucho
más grande y más bonita que muchas de esas casas.
Por supuesto que no podía explicarle nada de esto a
Cage. En cambio, comenté:
—Debe haber sido genial crecer aquí.
—Estuvo bien. Aunque fue un poco solitario.
—Sí, te entiendo. Mi papá tiene una isla en la que solo
está su casa. Si cambias los árboles que rodean este lugar por
agua y los pájaros por tiburones, el resultado son todos mis
veranos desde los tres años —dije, sonriendo.
—¿Has dicho que tu padre tiene una isla?
Al darme cuenta de lo que acababa de decir, me quedé
helada. No solo Cage me miraba como si fuera un bicho raro,
también alguien que estaba en el sofá frente a nosotros se
había dado la vuelta y me observaba. No sabía por qué, pero
captó mi atención en seguida.
¿Sería su aroma? No olía igual que Cage. El olor que
emanaba era muy distinto. Nunca había percibido nada similar.
Cage siguió mi mirada y dijo:
—Papá, ella es Quin. Es mi… —La ansiedad por saber
cómo me iba a presentar me sacó de la fascinación que me
había generado su padre—. Es una buena amiga. Me está
ayudando a estudiar para la clase de la que te hablé.
—Es un gusto conocerlo, señor —le dije al hombre
pelirrojo.
El padre de Cage me miró de arriba abajo, gruñó y
volvió a mirar el televisor.
—Vayamos a mi habitación —me dijo Cage.
—Fue un gusto conocerlo, señor —dije, y no obtuve
respuesta.
Entramos al dormitorio de Cage, que cerró la puerta
detrás de nosotros.
—Tienes que disculparlo. Está teniendo un mal día.
—A mí me pareció que estaba bien.
—Sí, pero «bien» es relativo. Podemos sentarnos en la
cama.
Me quité los zapatos, vacié el contenido de mi mochila
en el centro de la cama y me senté con las piernas cruzadas.
Cage también se sentó y me miró a los ojos.
—¿Qué pasa?
—¿Crees que voy a dejar pasar que acabas de decir que
tu padre tiene una isla?
—Ah, eso.
—Sí, eso.
—Es pequeña. Todo el mundo en las Bahamas tiene una
isla.
—¿Todo el mundo en las Bahamas tiene una isla? —me
preguntó Cage, sorprendido.
—Perdón, no es cierto. No sé por qué lo he dicho. A
decir verdad, eso tampoco es cierto. Sé por qué lo he dicho. Es
porque no quiero que pienses que somos muy distintos.
—Somos muy distintos —dijo Cage, con total
naturalidad—. Pero está bien. Me gustan tus diferencias. Solo
espero que no te decepcionen las mías.
—Te juro que no sé de qué estás hablando. Eres la
persona más normal que he conocido. Es verdad que la única
otra persona que he conocido aquí es Lou, así que eso no dice
mucho.
Cage se echó a reír.
—La vara está baja.
—Solo tienes que lidiar conmigo y habrás superado al
99% de la población.
Cage se rio de nuevo.
—Vamos, no estás tan mal. Quizás al 95% de la
población —bromeó.
—Tienes razón. Ahora que lo pienso, es el 95%. Me
equivoqué.
Se rio una vez más. Me encantaba oírlo reír.
—Siempre haces eso, ¿sabes? —dijo Cage, con una
sonrisa.
—¿Qué cosa?
—Bajarte el precio.
—¿Lo hago?
—Sí.
—No me había dado cuenta de que lo hacía.
—Lo haces. Deberías ser más amable con mi amiga. Es
una tía increíble —bromeó Cage.
—«Increíble» es relativo.
—Lo estás haciendo de nuevo. Acepta el cumplido.
—Es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Qué pasaría si te
dijera que eres el chico más increíble que he conocido y que
cada vez que estamos juntos deseo que el tiempo se detenga?
Cage se quedó helado.
—No es tan fácil aceptar un cumplido, ¿verdad?
—¿Realmente sientes eso?
—Uh, ha sido demasiado, ¿no?
—No, en serio, ¿eso es lo que sientes?
—¿Qué importa? Tienes novia.
—¿Qué importa que tenga novia?
—Importa porque, si yo pensara eso, querría que lo
nuestro fuera más de lo que puede ser.
—¿Y qué si fuera posible?
—¿A qué te refieres?
—¿Qué pasaría si yo no tuviera novia?
Miré a Cage a los ojos. Esos hermosos ojos que me
encendían el alma. Hablaba en serio. Estaba pensando en
romper con su novia por mí.
—Hay cosas sobre mí que no sabes —le dije, sin poder
detenerme.
—¿Qué cosas? ¿Eres aún más adorable de lo que ya creo
que eres?
—No, detente. Hay cosas que necesito decirte antes de
que hagas o digas algo de lo que no podamos regresar.
—Oh, lo dices en serio.
—Sí.
Cage se movió incómodo.
—Bien. ¿Qué sucede?
Mi corazón latía con fuerza. Sentí que mi loba se
despertaba, como si estuviera oyendo la conversación.
—¿Por dónde empiezo? Muy bien. He mencionado que
mi padre tiene una isla.
—Recuerdo algo sobre eso, sí.
—Ha sido hace diez minutos. Espero que lo recuerdes.
Cage se rio entre dientes.
—Sí, lo recuerdo.
—Bueno, tiene una isla porque es muy rico.
—¿Qué tan rico?
—Tan rico como para tener una isla.
Cage se rio de nuevo.
—Entendido. ¿Creciste con mucho dinero?
—Sí.
—Me lo imaginaba. ¿Eso te daba tanto miedo decirme?
¿Que creciste en tu propia isla?
—Ni cerca.
Cage se echó hacia atrás sorprendido.
—Muy bien.
Me pasé una mano por la frente para ver si estaba
sudando. Comenzaba a hacerlo.
—Lo que sucede es lo siguiente. Mi padre es rico porque
es Laine Toro.
Cage frunció el ceño.
—¿Por qué me suena tanto ese nombre?
—Se volvió muy conocido en la última pandemia. Pero
eso fue antes de que naciéramos. Ahora es el dueño de una
compañía que investiga en genética —le expliqué.
—Creo que lo estudié en la clase de Historia. ¿Es tu
padre?
—Es mi padre —confirmé, sin saber si Cage conocía la
parte de la vida de mi padre que me incluía a mí.
—¡Guau! Vaya. Es bastante información, pero tampoco
es para tanto… creo —dijo. De a poco, lo comprendía—.
Pensé que ibas a decirme algo grave. ¿Eso es todo? —me
preguntó, sin darle mucha importancia.
—Ni cerca.
—¡Oh!
—Mi padre también es famoso por otra cosa.
—¿Qué cosa?
—Yo —respondí, tímida.
—¿Tú?
—Sí.
—¿Y por qué es famoso por ti?
Inhalé larga y profundamente. El corazón me latía con
tanta fuerza que me dolía el interior del pecho.
—¿Alguna vez has oído hablar de… mujeres lobo?
—Claro. Creo que uno de mis vecinos, Pie Grande, está
casado con una. Hacen una linda pareja —dijo con una
sonrisa.
Miré a Cage sin entender.
—No me doy cuenta de si lo dices en serio o no.
—¿Cómo que no te das cuenta? ¿Alguna vez has visto a
Pie Grande o has conocido a una mujer lobo? Son criaturas
mitológicas, ¿o no?
—Solían serlo —dije, vacilante.
Cage me miró con escepticismo.
—¿De qué estás hablando?
Volví a inhalar profundamente. Había llegado el
momento. Iba a hacerlo.
—Mi padre es muy famoso porque él y mi madre no
podían tener un bebé. Como era genetista, creyó que podría
encontrar la manera. Y lo hizo. Pero hubo efectos secundarios.
—¿Qué tipo de efectos secundarios?
—Como dije, ¿has oído hablar de mujeres lobo?
Cage me miró sin saber qué decir… y luego se echó a
reír.
—Muy bien, por un segundo, me lo creí. ¡Qué crédulo
que soy!
—Cage, soy una mujer lobo.
—No, no lo eres.
—¿Por qué no lo sería?
—Porque no existen las mujeres lobo.
—¿Tienes conexión a Internet?
—Sí, en el teléfono, ¿por qué?
—Busca mi nombre.
Cage me miró confundido.
—Bueno… —dijo, dudoso, y tomó su teléfono—.
¿Cómo es tu apellido?
—Toro —dije, con la voz quebrada—. Harlequin Toro.
La seguridad de Cage desapareció cuando se enfocó en
el teléfono y escribió mi nombre. No hizo falta que mirara la
pantalla para que me diera cuenta del momento en el que
aparecieron los resultados de la búsqueda. Miraba aturdido el
teléfono.
—¿No has escuchado nada acerca de esto? —le
pregunté, con el deseo de no haberlo perdido.
—Sí, pero cuando vives aquí, escuchas muchas cosas.
Nunca me lo creí.
—Bueno, esto resulta ser cierto. ¿Te asusta?
Cage me miró por primera vez. No sabía qué pasaba por
su cabeza. ¿Estaba asustado? ¿Estaba enojado? Cuando le
había contado a Lou, el verano anterior, lo había hecho por
teléfono y a miles de kilómetros de distancia. Lo único que
había notado había sido que había dejado de hablar tanto. No
supe cuánto hasta que nos conocimos y ella se relajó conmigo.
Pero esa era la primera vez en mucho tiempo que lo
hacía cara a cara. El único beneficio de ser tan famosa era que
la mayoría de las personas que conocía ya lo sabían.
—No me asusta. Solo estoy tratando de entenderlo.
Entonces, ¿eres una licántropa?
—No. En primer lugar, los licántropos son ficticios…
creo. Y se convierten en una criatura mitad humana mitad
lobo. Yo tengo el control sobre cuándo me transformo. Al
menos la mayoría de las veces. Y, cuando lo hago, me
transformo en una loba.
—¿Cómo?
—¿A qué te refieres?
—A todo. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo sucedió? ¿Cómo se
siente?
Hice una pausa y respiré hondo. A pesar de lo que había
dicho, Cage parecía bastante asustado. Pero no tanto como
dispararme con una bala de plata o algo así. Solo necesitaba
tiempo y respuestas. De lo segundo, no tenía mucho para
ofrecerle.
—No sé cómo lo hago. Solo sucede. Siempre ha sido
así. En cuanto a cómo me pasó, tampoco lo sé. La única
persona que lo sabe con certeza es mi papá. Pero, después de
que cambié por primera vez y de lo que le sucedió a mi mamá,
juró que se llevaría el secreto del procedimiento a la tumba…
—¿Qué le sucedió a tu madre? —me interrumpió Cage.
Un calor punzante me invadió al escuchar su pregunta.
La oscuridad me envolvió rápidamente, y supe que la única
manera de evitar que me consumiera por completo era
decírselo.
—La maté…
—¿Qué?
—Fue mi loba. Cuando era una niña y todavía no
hablaba, me transformaba sin aviso. Mis padres creyeron que
lo tenían bajo control, pero subestimaron el hecho de que, a los
dos años, mi loba era adolescente.
»Lo que me contaron fue que mi madre estaba
reprendiendo a mi loba por algo que había hecho, y mi loba
perdió el control. Es un animal salvaje. La única manera de
controlarla es encerrándola.
Mientras las palabras salían de mi boca, me pregunté si
lo que estaba diciendo era cierto. Sí, había sido un animal
salvaje. Pero la loba que había conocido en mi dormitorio no
lo era. Y la presencia que sentía en mi cabeza, incluso en ese
momento, tampoco lo era.
—Quiero verla —dijo Cage, que, de repente, me miraba
intrigado.
—Acabo de decirte que no puedo controlarlo —le dije,
un poco ofendido de que me lo pidiera. ¿Cómo se sentiría él si
le pidiera que se bajara los pantalones y me mostrara su polla?
—Creo que puedes —dijo, con seguridad.
—¿Y te basas en el vasto conocimiento que tienes sobre
algo que, hasta hace dos segundos, no sabías que existía?
—No. Simplemente lo siento. Tienes más control sobre
tu loba del que crees.
¿De qué estaba hablando? ¿Por qué creía que nos
conocía a mí o a mi loba?
Tal vez la idea que tenía de lo salvaje que era mi loba
había cambiado luego de nuestra interacción en mi habitación.
Pero él no lo sabía. Y, aunque estaba segura de que no podía
controlarla, tal vez pudiera dialogar con ella. Pero, de nuevo,
Cage no tenía forma de saber nada de eso. ¿Por qué hablaba
como si lo supiera?
—Bueno, poner tu vida en peligro para probar esa teoría
no es el motivo por el que he venido esta noche. Tenemos un
examen mañana, y todavía nos queda mucho material por
repasar.
—No sé cómo voy a hacer para concentrarme después
de lo que me acabas de decir.
—Encuentra la manera. Tu futuro depende de lo que
suceda mañana. Por favor, no hagas que me arrepienta de
habértelo contado.
Eso sacó a Cage de su fascinación por mí.
—Tienes razón. Tenemos mucho trabajo. Gracias por
decírmelo. Me siento mucho más cerca de ti ahora.
Eso hizo las orejas de mi loba se levantaran. Ella sentía
lo mismo que yo. Estábamos excitadas. Durante mucho tiempo
había querido encontrar a alguien que pudiera aceptar esa parte
de mí. Lo había encontrado y, encima, parecía tallado en
mármol. ¿Por qué tenía que estar de novio? Cage puso la
atención en los libros que estaban en la cama entre nosotros.
Le conté lo que se había perdido de las primeras clases,
pero me resultaba difícil mantener la concentración. De vez en
cuando, levantaba la mirada. Y, cuando lo hacía, me regalaba
una de esas sonrisas que me derretían el corazón.
Seguía adelante porque Cage necesitaba entender todos
los temas para aprobar el examen. Pero era difícil no
derretirme con su mirada. Ni yo ni mi loba queríamos
separarnos de él. Saber que no podía tenerlo me destrozaba el
corazón.
—Eso es todo. Creo que ya sabes todo lo necesario —le
dije, después de que me repitiera lo último sin tener que
consultar el libro.
—Creo que sí —dijo, con orgullo—. Nos ha llevado
bastante tiempo.
—¿Sí? —le pregunté, mientras tomaba mi teléfono—.
¿La una y media?
—El tiempo vuela cuando te diviertes —dijo,
pecaminosamente encantador.
—¿Las apps de viajes compartidos todavía funcionan a
esta hora?
—En la ciudad, sí. Pero no vas a conseguir que vengan a
buscarte hasta aquí.
—Tal vez deba tomar un taxi.
—O podrías quedarte a dormir. Tengo que ir a entrenar
mañana antes de clase. Puedo llevarte de regreso al campus
temprano.
—¿Quedarme a dormir? —le pregunté. Sentí que mi
loba perdía el control—. Supongo que podría dormir en el
sofá.
—No vas a dormir en el sofá. Además, seguramente mi
papá se ha quedado dormido ahí.
—Supongo que podría dormir en el suelo.
—No vas a dormir en el suelo. Te has tenido que quedar
hasta tarde porque me estabas ayudando a estudiar. En todo
caso, yo dormiré en el suelo.
—No puedes dormir en el suelo. No es bueno para tu
espalda. Por cierto, ¿cómo está? —le pregunté. Recordaba que
le dolía la noche que habíamos comenzado con las clases
particulares.
—¿Mi espalda?
—Sí. ¿Recuerdas que te dolía?
—¡Ah, sí! Mmm… sigue un poco dolorida, pero no
tanto como ese día. Probablemente era por la tensión que
sentía esa noche.
—¿Te daba miedo no poder jugar la próxima
temporada?
—Sí, algo así.
—Entonces, si ninguno de los dos va a dormir en el
suelo, ¿dónde vamos a dormir? —le pregunté, con la
esperanza de que dijera lo que deseaba.
—Podríamos compartir la cama.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? ¿No tienes
miedo de que me transforme en el medio de la noche y te
coma o algo así?
—No, Quin, no tengo miedo de que pase eso. No te
tengo miedo. Solo vamos a dormir.
O a no dormir, teniendo en cuenta lo fuerte que me latía
el corazón de solo pensarlo.
—De acuerdo. Supongo que tienes razón.
—De acuerdo —dijo, con confianza.
Despejamos de la cama y nos miramos fijo el uno al
otro.
—¿Quieres que te preste algo para dormir? No creo que
quieras acostarte con jeans.
—No, estoy bien —le dije. Estaba demasiado nerviosa.
—¿Estás segura? Porque yo me voy a poner cómodo —
dijo, antes de quitarse la camiseta—. ¿Ves?
Definitivamente lo veía. El hombre era como un dios.
Sus brazos musculosos, su pecho marcado, todo su cuerpo me
generó un cosquilleo que terminó entre mis piernas.
—Anda. Puedes ponerte cómoda —dijo, con una
sonrisa.
Tenía muchas ganas de estar desnuda junto a él. Ese era
el comienzo de todas mis fantasías. No sabía si debía hacerlo,
pero ya no podía resistirme.
—De acuerdo —dije, mientras me quitaba la camisa con
lentitud.
—¡Vaya! —exclamó Cage, cuando tuve la camisa en las
manos.
—¿Qué pasa?
—No llevas sujetador —dijo Cage.
—No. —Rápidamente, me cubrí los pechos con una
mano—. ¿Te molesta?
Había crecido convirtiéndome en loba muy seguido, por
lo que me había acostumbrado a sentirme cómoda con mi
cuerpo, sin importar lo imperfecto que fuera. Los pechos
desnudos no eran algo por lo que me hacía problema, en
especial los que eran pequeñitos, como los míos.
—No, no me molesta —me dijo, mientras extendía una
mano para evitar que me cubriera—. Es solo que no me lo
esperaba, pero no pasa nada.
—¿Estás seguro?
—Por supuestos. Quiero que te sientas cómoda —me
tranquilizó, con una sonrisa.
Despacio, bajé las manos. Cage fijó sus ojos en los míos,
como si le diera pánico bajar la mirada, lo que me pareció
cómico.
—Entonces, ¿vas a dormir con esos jeans? —le
pregunté, más relajada.
—¿Tú lo vas a hacer?
—No, pero no voy a ser la primera en quitármelos —le
dije, sonriendo.
Cage no hizo ningún movimiento para quitárselos.
Lo miré fijo, esperando. ¿Realmente lo iba a hacer?
¿Qué esperaba?
Cuando por fin se llevó una mano al botón de los
pantalones, sentí una oleada de calor en el rostro. Estaba
segura de que me estaba poniendo roja y no solo del cuello
para arriba. Me di cuenta de que, como estaba sin camisa, no
había forma de ocultarlo.
No me miró mientras se bajaba los pantalones. Se los
sacó y los hizo a un lado, todo sin levantar la mirada. Me
preguntaba por qué hasta que vi el contorno de su gran polla a
través de sus calzoncillos. ¡Mierda! Cage tenía una erección.
Una gran erección. O al menos esperaba que fuera eso, porque
lo que veía era enorme.
No podía creer lo que estaba sucediendo. ¿Nos
estábamos poniendo cómodos para dormir o había algo más?
Me deleité con su cuerpo, y sentí que la entrepierna me latía.
Mi loba estaba perdiendo el control.
Finalmente, me miró a los ojos sin apartar la mirada y
dijo:
—¿Qué hay de ti?
Mi coño se estremeció de nuevo. Si me quitaba los
pantalones, no había forma de que pudiera ocultar lo cachonda
que estaba. Sin embargo, ¿quería ocultarlo?
Quizá no. Quería que viera todo mi cuerpo. Quería ver
todo su cuerpo. Con sus ojos todavía fijos en los míos, me bajé
los pantalones de pie frente a él y me quedé solo con las
bragas.
Cage no hizo nada más que mirarme a los ojos hasta
que, por un breve instante, bajó la mirada y sonrió.
—¿Nos metemos en la cama? —me preguntó.
—Vale —le dije. No sabía qué iba a pasar a
continuación.
Nos metimos en la cama y nos tapamos con la sábana.
Ambos nos tumbamos de espaldas y nos quedamos mirando el
techo.
—Debería apagar la luz —me dijo Cage.
—Supongo que sí —le dije. Apenas podía escucharlo, el
sonido de los latidos de mi corazón era ensordecedor.
Cage se levantó, fue hasta el interruptor de la luz, que
estaba junto a la puerta, la apagó y regresó a la cama en la
oscuridad.
Mis ojos tardaron un poco en adaptarse a la oscuridad,
pero era una noche de luna. Aún sin saber bien qué estaba
pasando, me quedé boca arriba sin mirarlo. No se movió en
ningún momento. ¿Ya se había quedado dormido? ¿Podría
haberse dormido tan rápido?
Nos envolvía un silencio ensordecedor. No podía
soportarlo más. Cage estaba tan cerca que era una tortura no
tocarlo. Tenía que al menos ver el hermoso cuerpo cuyo calor
me consumía. Así que, como si fuera lo más natural del
mundo, rodé y me acosté de lado.
Enterrada en las sombras, abrí los ojos. Él también
estaba de lado, frente a mí. Tenía los ojos cerrados. Tal vez
estuviera dormido. Si lo estaba, podía mirarlo sin que nada me
lo impidiera. Podía examinar el contorno de su rostro anguloso
y masculino.
Cage era el hombre más hermoso que hubiera visto en
mi vida. El cabello ondulado caía sobre su frente; los anchos
hombros estaban descubiertos; el pecho tenía algo de vello.
Sentía el deseo desesperado de tocarlo. El calor de su piel
junto a la mía era suficiente para vivir por el resto de mi vida.
Necesitaba estar más cerca de él, así que moví una mano
en el espacio de la cama que quedaba entre nosotros. Estaba a
unos centímetros de su cuerpo dormido, pero no me atrevía a
acercarme más. Aunque lo deseaba… Lo deseaba muchísimo,
pero sabía que no podía… Hasta que, como si hubiera sentido
mi acercamiento, Cage movió su mano a menos de dos
centímetros de la mía.
Podría sentir su calor en mí. Apenas podía respirar. El
corazón me latía muy fuerte. Abrí la boca. No podía soportarlo
más. Necesitaba estar más cerca. Estar lejos de él me dolía
demasiado.
Lentamente, estiré los dedos. No eran lo suficientemente
largos. Él estaba ahí. Podía sentirlo. Tendría que mover toda la
mano si quería tocarlo. Sin embargo, ¿podía hacer eso? ¿Debía
hacerlo?
Al final, esa vacilación no importó porque, como si él
también lo necesitara, acercó su fuerte mano a la mía y la
colocó encima. Fue él quien lo hizo. Podían ser los reflejos de
alguien dormido, pero me pareció que no era eso. Quería
tomarme la mano y yo quería tomar la suya.
Así que moví los dedos con delicadeza y dejé que los
suyos cayeran entre los míos. Cuando lo hicieron, los volví a
mover, para que estuvieran en contacto. Era todo lo que había
soñado. Intentaba respirar sin hacer ruido, pero era el
momento más erótico de mi vida. Su piel era como un viento
que se arremolinaba sobre mi cálido cuerpo desnudo.
Estaba enamorada de Cage. Ya no podía negarlo.
Estábamos tomados de la mano bajo la luz de la luna. No
había otro lugar del mundo en el que hubiera preferido estar.
Quería que el momento durara para siempre. Se extendió
durante horas, pero, finalmente, mi exhausto corazón se
tranquilizó y me quedé dormida.
Capítulo 8
Cage

Me estaba enamorando de Quin. No podía negarlo.


Mientras yacía en la luz de la mañana, habiendo dormido casi
nada, lo único en lo que podía pensar era en cómo haría para
tocarla de nuevo.
Cuando la había oído poner una mano en la cama entre
nosotros, había adelantado mi mano en busca de la suya. No
sabía si debía hacerlo o si ella quería que lo hiciera, pero no
había podido detenerme.
Necesitaba a Quin. Me moría de ganas de estar con ella.
Sentía que me iba a volver loco sin ella. Era la mujer más
hermosa y más maravillosa que hubiera conocido. Y estar tan
cerca sin poder abrazarla era una tortura.
Estaba a punto de terminar con esa dolorosa agonía
cuando me moví y algo comenzó a sonar. Cuando sucedió, me
di cuenta de que seguía medio dormido, porque me terminó de
despertar. Conocía ese sonido. Era mi despertador. Me había
olvidado de desactivarlo.
O, probablemente, no había sido tan tonto como para
desactivarlo. Desde que había conocido a Quin, dormir ocho
horas era imposible. Incluso si me acostaba temprano, cuando
estaba solo y a oscuras era cuando más pensaba en ella.
Tenerla ahí en ese momento era como un sueño hecho
realidad.
La alarma volvió a sonar. Cierto, la alarma. No quería
que despertara a Quin.
En lugar de dejar que sonara como hacía siempre, abrí
los ojos para ver dónde estaba. Yo estaba del lado derecho de
la cama. El despertador estaba del lado izquierdo. Tenía que
pasar por encima de Quin para apagarla.
Sin pensarlo, me subí a horcajadas de ella y presioné el
botón para apagar el despertador. Cuando dejó de sonar, me di
cuenta de dónde estaba. Aunque nuestros cuerpos no se
tocaban, estaba encima de ella. Me quedé helado y miré hacia
abajo. Quin estaba acostada boca arriba.
¡Joder! Deseaba inclinarme y besarla. Estaba ahí. Tan
cerca. En ese instante, abrió los ojos.
La miré. Me había atrapado. Ella sonrió, ¿o se ruborizó?
—Buenos días —dijo, con la voz ronca por el sueño.
Mirándola, me relajé.
—Buenos días —le dije. Le eché una buena mirada y
luego volví a mi lado de la cama—. Lo siento.
—No. Me gustó —dijo, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Te gustó la alarma?
—Oh, pensé que te referías a… —Se sonrojó de nuevo
— No me molestó. ¿Eso significa que tenemos que
levantarnos? Es muy temprano.
—Tengo que ir a entrenar. El viaje es largo.
—De acuerdo —dijo, retorciéndose de manera adorable.
La observé mientras se terminaba de despertar. Estaba a
punto de levantarme cuando noté algo. Tenía un grave caso de
erección matutina. Sí, la noche anterior no me había molestado
mostrarle mi polla dura. Pero había sido porque estaba tan
cachondo por la situación que había perdido toda inhibición.
Después de unas horas de sueño, aunque hubieran sido
pocas, no me sentía tan atrevido. Sí, todavía estaba muy
excitado. Pero no nos estábamos por meter en la cama.
Estábamos por levantarnos. Había una gran diferencia.
—Podemos dormir un ratito más, ¿o no? —me preguntó
Quin. Sus hermosos ojos me pedían que la abrazara.
—Tú sí, pero yo tengo que levantarme. El partido de
postemporada es el sábado. Hoy es el último entrenamiento
antes del juego. No puedo llegar tarde.
—De acuerdo —dijo Quin, decepcionada.
La miré a los ojos y traté de pensar en la próxima vez
que podría llevarla a mi cama.
—¿Te gustaría ir al partido? ¿Has ido alguna vez?
—¿Quieres que vaya a tu partido? —me preguntó, con
una sonrisa.
—Sí. ¿Por qué no querría?
—No lo sé. Me pareció que era tu espacio personal o
algo así.
—¿Espacio personal?
—Ya sabes, la actividad que compartes con tu novia y
esas cosas —me dijo, dudosa.
—En primer lugar, el estadio tiene capacidad para veinte
mil personas. Hay sitio para todos. En segundo lugar, no sé
hace cuánto que Tasha no va a verme jugar. Deberías ir. Así
verás a qué se debe todo el alboroto.
—Puedo ver a qué se debe el alboroto desde aquí —dijo,
y mi corazón se derritió.
—Me refiero a por qué es tan importante para mí
aprobar esa clase para la que nos quedamos estudiando toda la
noche.
—Ah, muy bien. Vale.
—Te conseguiré un par de entradas. Puedes llevar a Lou.
—No sé si le gusta mucho el fútbol americano.
—¿Le gustan los jugadores de fútbol? —le pregunté,
con una sonrisa.
—Le gusta cualquiera que tenga un pene.
—Entonces dile que le garantizo que todos en el campo
tienen uno —le dije, con una sonrisa.
Quin se rio entre dientes. Me encantaba su risa.
—Ya veremos.
—Genial.
—¿Vas a ganar?
—¿Por ti? Cualquier cosa. No habría aprobado la clase
sin ti.
—Todavía no la has aprobado —me recordó.
—Pero lo haré. Me tengo confianza. Eres una buena
tutora. Gracias.
—¿Eso significa que se han acabado nuestras clases
particulares?
La miré mientras caía en la cuenta de que así era.
—Supongo que sí.
La idea de no tener una excusa para estar con ella me
rompió el corazón.
—Tienes que ir al partido. Lo digo en serio. Prométeme
que irás, incluso si Lou no te acompaña.
Quin me miró a los ojos y sonrió.
—Iré. Te lo prometo.
—Bien. Y ahora tengo que levantarme.
Disimuladamente, toqué mi polla y comprobé que estaba
solo un poco erecta. Eso significaba que se vería grande para
Quin sin hacer que las cosas fueran demasiado incómodas
durante los cuarenta minutos de viaje al campus.
Al salir de la cama, me aseguré de ponerme de perfil a
ella mientras me acomodaba los pantalones cortos. Le di el
tiempo suficiente para que me viera bien antes de darme la
vuelta y dirigirme al baño. Había solo uno, del otro lado de mi
puerta. Dejé a Quin, cerré la puerta del dormitorio detrás de mí
y comencé a prepararme para el día.
Cuando regresé a la habitación, Quin estaba vestida y
lista para partir. Mientras ella se arreglaba, hice un batido para
desayunar y preparé mi mochila.
En el viaje de regreso a la ciudad, Quin siguió
tomándome lección. Aunque, en realidad, yo solo quería
hablar de la bomba que me había lanzado la noche anterior.
Era una mujer lobo. Sabía que era una locura y, sin embargo…
Me había hecho querer estar aún más cerca de ella. No sabía
por qué, pero lo deseaba.
También quería bombardearla a preguntas acerca de
cómo se sentía. Pero, por la forma en la que había cambiado
de tema, me había dado cuenta de que iba a tener que esperar.
No quería asustarla… si es que las mujeres lobo sentían
miedo.
¿Lo sentían? ¿Por qué lo harían? Yo solo podía soñar
con ser una criatura tan… asombrosa. La fuerza y la seguridad
que debían sentir de seguro era increíble.
Yo me consideraba fuerte y confiado, pero sabía que no
lo era. Tenía momentos. En el campo de fútbol, me sentía
invencible. Ese era uno de los motivos por los que quería que
Quin me viera jugar. Quería que viera esa parte de mí.

Le había mencionado la idea de romper con Tasha, pero


ella no había respondido de la manera en que esperaba. Ahora
lo entendía. ¿Quién era yo al lado de Harlequin Toro, la
famosa mujer lobo y heredera de una fortuna de mil millones
de dólares?
Si iba a desarmar mi mundo para estar con ella, iba a
necesitar un poco más de entusiasmo de su parte.
Mi vida no era nada comparada con la suya. Pero,
habiendo crecido en los bosques de Tennessee, había llegado
muy lejos y tenía mucho que perder, incluso para estar con
alguien tan increíble como ella.
Tenía mucho en qué pensar. Pero, antes de eso, tenía un
entrenamiento, un examen y el que probablemente sería el
partido más importante de mi vida.
Los equipos de la NFL suelen pedir videos de los
candidatos para que entren a jugar en la liga a comienzos del
año escolar. Luego de ver los miles de horas de grabación que
reciben de todo el país, los equipos eligen a dónde enviarán a
los reclutadores.
Los cazatalentos van a verlos jugar en persona en los
partidos de postemporada. En las vacaciones de invierno,
muchas personas concurren a los partidos de fútbol
universitario de postemporada, y muchas otras los ven por
televisión. De esa manera, los reclutadores pueden ver cómo
juegan bajo presión. Cuando terminan los partidos de
postemporada, la mayoría de los equipos saben a qué jugador
pondrán en el sistema de selección. Es el momento en el que
los jugadores pueden convertirse en profesionales.
Yo era un estudiante del último año, así que ese sería mi
último partido de postemporada. Tenía que hacerlo bien. De lo
contrario, todo lo que todos habían sacrificado para que yo
llegara hasta ahí habría sido en vano. Pero no, la relación con
mi padre no estaba en juego y yo no sentía el peso del mundo
sobre mis hombros. ¡Para nada!
—¡Suerte en el entrenamiento! —me deseó Quin,
cuando la dejé en su apartamento.
—Gracias.
—Nos vemos en el examen. Y no te preocupes, para eso
no necesitas suerte. Te irá bien —dijo, con una sonrisa.
—Gracias… por todo —dije, completamente cautivado.
La observé mientras se alejaba. Qué bien se veía su culo.
Se volvió una última vez antes de desaparecer por la puerta.
Sentado en mi camioneta, lo que quería se volvió claro.
No podía imaginarme un futuro sin Quin. En muy poco
tiempo, se había convertido en todo para mí. Pero ¿qué coño
se suponía que hiciera?
Por suerte, no tenía tiempo de pensar en ello. Si no me
dirigía al entrenamiento en ese instante, llegaría tarde.
—¡Llegas tarde!
—Lo siento, entrenador. Me he quedado despierto toda
la noche estudiando —me excusé, mientras pasaba corriendo
junto a él de camino al vestuario, para cambiarme.
Me siguió.
—Estudiar, ¿eh? Es curioso que lo estés haciendo sin un
tutor. Será mejor que no me estés mintiendo, Rucker. Si no
apruebas esa materia, te suspenderán. Y no habrá nada que
pueda hacer para ayudarte.
—Le juro que tengo una tutora. Le he dicho mil veces
que se contacte con su oficina, pero me parece que no necesita
el dinero. De cualquier forma, aprobaré la materia. Es muy
buena profesora. Me ha preparado muy bien.
—Será mejor que estés preparado.
—Entrenador, estoy preparado.
—Mmm… —masculló, y me miró con sospecha.
No sabía qué estaría pasando por su cabeza ni qué
significaría eso, así que me lo quité de la mente dándolo todo
en el entrenamiento. Cuando terminamos, estaba al borde del
vómito.
—Tengo que irme, entrenador. Tengo el examen final —
le dije, con los ojos fijos en el reloj gigante al otro lado del
estadio.
—¡Haz el examen y regresa! Tenemos que practicar más
jugadas.
—Entendido.
Antes de cruzar el campus, me quité el casco y las
hombreras. A diferencia de la primera vez, llegué al comienzo
de la clase. No quedaban asientos libres cerca de Quin, así que
me senté al frente.
—Buena suerte, señor Rucker —me dijo la profesora, al
entregarme el examen.
—Gracias —le respondí. Luego, miré hacia atrás en
busca del único aliento que me importaba.
Quin me sonrió y movió los labios:
—Lo tienes —articuló.
Yo le respondí con un «Gracias».
Resultó que Quin tenía razón. Era el examen más fácil
que hubiera hecho en mi vida. Sabía que era solo gracias a la
preparación de Quin. Era como si hubiera sabido lo que iban a
tomar en el examen. La chica era increíble.
Me preocupé un poco al ver que era el primero en
terminar. Entregué el examen incluso antes que Quin. No era
posible que eso estuviera bien. Probablemente no había
revisado las respuestas lo suficiente. Pero ya era tarde. Tenía
que volver al entrenamiento.
Cuando le entregué el examen a la profesora, ella me
miró sorprendida. No iba a hacer nada que indicara que me
había resultado fácil. Sabía que eso sería tentar mi suerte.
Pero sí hice contacto visual con Quin al salir. La miré
con arrogancia, para hacerle saber que había sido pan comido.
Hizo un esfuerzo para no reír y volvió a su examen.
Al salir del salón, pensé en esperarla. No podía faltar
mucho para que terminara. Pero le había dicho al entrenador
que regresaría tan pronto como terminara. Además, no quería
ser el gilipollas que andaba por el pasillo vestido con su
uniforme de fútbol americano.
Atravesé el campus corriendo y llegué a tiempo para los
videos. Había mucho que repasar. Después de eso, volvimos a
repasar las jugadas. El entrenador nos estaba preparando como
Quin me había preparado para el examen. Cuando pude tomar
mi teléfono, estaba exhausto y listo para irme a casa.
Lo encendí y encontré un mensaje de Quin.
«¿Qué te pareció?».
«Muy fácil», respondí. «Menos mal que te habías robado
las preguntas del examen. Si no, no podría haber aprobado».
Era una broma, pero Quin no respondió.
«Irás el sábado, ¿verdad?».
«Por supuesto», respondió de inmediato.
«Dejaré las entradas a tu nombre en la boletería».
«Genial. Gracias».
«No, ¡gracias a ti!». No sabía cómo expresarle lo
agradecido que estaba.
No merecía tener a alguien como Quin en mi vida. Mi
vida era un lío. Estaba de novio con una chica a la que no
amaba. Tenía miedo de salir de casa y que, al volver, mi padre
no estuviera. Y mi carrera sin duda me iba a alejar de ella.
Quin era demasiado asombrosa y merecía a alguien
mucho mejor que yo. De seguro ella pasaría a la historia. Y,
además, era dulce, atenta y brillante. ¿Quién era yo al lado de
todo eso?
—Irás al partido del sábado, ¿verdad, papá? —le
pregunté, cuando lo encontré bebiendo frente al televisor.
—Sí —dijo, sin mirarme.
No le quité los ojos de encima. Había intentado no
pensar en ello, pero no podía quitarme de la cabeza lo que
había dicho acerca de que yo no era su hijo. Siempre había
habido cosas que me habían hecho dudar.
Por ejemplo, mi padre era un hombre pelirrojo, que iba
del rosa pálido al rosa pecoso, pero yo tenía el cabello oscuro.
Además, mi papá era zurdo y yo era diestro. Le gustaban
comidas que a mí me parecían repugnantes. Él era muy
peludo, mientras que, a mí, a los veintiuno, todavía me costaba
mucho que me creciera la barba. Y estaba bastante seguro de
que él era daltónico. Era eso o rechazaba el mandato social de
ponerse medias del mismo color
Ninguna de esas cosas significaba nada por sí sola. Pero
si las sumaba todas… Siempre me habían hecho pensar. Ahora
tenía que agregar las cosas que me decía mi padre borracho.
Ya no podía seguir mirando para otro lado.
—¿Qué? —preguntó mi padre, que sentía mi mirada.
¿Debía preguntárselo mientras todavía estaba sobrio?
¿Sería mi pregunta lo que lo haría marcharse? No podía lidiar
con eso. Al menos, no en ese momento.
—¿Qué? —preguntó de nuevo, ya un poco molesto.
—La entrada estará a tu nombre en la boletería —le dije.
Aparté la mirada y me dirigí a mi habitación.
Su respuesta fue un gruñido.
—Muchacho…
—Sabes que no me gusta que me llames así —le dije.
—Sabes que habrá reclutadores el sábado, ¿verdad?
—Lo sé.
—¿Estás listo?
—El entrenador nos ha preparado.
—Bien. ¿Quién era esa chica que vino anoche?
Dejé de caminar cuando nombró a Quin. Si quería que
Quin fuera parte de mi vida, iba a tener que hablar con mi
padre sobre ella en algún momento.
—Te lo dije. Es mi tutora.
—Se quedó a dormir.
—Estábamos estudiando para el examen que tenía hoy, y
se nos hizo tarde.
Gruñó sin apartar los ojos de mí.
—Por cierto —le dije—, sé que ella te cae bien, pero no
creo que las cosas estén funcionando con Tasha.
—Haz que funcionen. Es buena para ti. A los equipos les
gustará.
—No puedo estar con alguien porque tal vez a algún
equipo le guste cómo nos vemos juntos. La vida es más que
eso.
—¿Sabes cuánto he sacrificado para que estés donde
estás? No podrías ni imaginarlo.
—Y te lo agradezco, papá. Pero no veo qué relación
tiene eso con mi pareja.
—No vayas a arruinarlo ahora, muchacho.
—No estoy arruinando nada. Solo te estoy diciendo que
puede que ella no sea la indicada.
—¿Y quién lo es?
—No lo sé. Pero hay muchos peces en el océano.
—Y ninguno de ellos hará lo que ella puede hacer por ti.
—¿Te refieres a estar a mi lado el día de la selección y
lucir bonita? No puedo basar mi vida en un momento que
tendrá más que ver con la forma en la que juegue el sábado
que con la persona con quien follo.
—No vayas a arruinarlo, muchacho.
—Te he dicho que no me llames así.
—Te llamaré como me salga de los cojones, muchacho.
—Bien, se acabó —le dije, al ver hacia dónde se dirigía
la conversación.
—No me dejes hablando solo —exclamó, cuando me
marché a mi habitación y cerré la puerta.
—Más te vale que no la cagues. Más te vale que no la
cagues, muchacho. Es lo mejor que te puede pasar. No lo
arruines por un culo.
Me había escuchado. Había entendido lo que había
insinuado con Quin, y estaba claro que no lo aprobaba. De
todas formas, no importaba. Me estaba enamorando de ella, y
no había nada que mi padre pudiera hacer para impedirlo.
Si Quin me lo permitía, sería mi novia. A otros podía
parecerles que tenía otras opciones, pero no las tenía
realmente. No podía estar lejos de ella ni aunque lo intentara.
Me había atrapado, y nada de lo que sucediera iba a cambiar
eso.

«¿Tienes las entradas?», le escribí en un mensaje a Quin,


mientras estaba sentado en el vestuario esperando a que
comenzara el partido.
—Guarda ese teléfono, Rucker. Concéntrate en el juego
—me dijo el entrenador, y me obligó a guardarlo antes de
recibir una respuesta de Quin.
Aguanté lo más que pude, con los ojos fijos en pantalla,
hasta que el teléfono estuvo de vuelta en mi mochila. Y nada.
Le había escrito el día anterior, y me había dicho que ella y
Lou irían al partido. Le dije que me aseguraría de ganar para
que se divirtieran. Me había dicho que le hacía ilusión, pero
nada más.
Esperaba más de ella. La verdad era que me estaba
costando relacionarme con ella desde que había terminado la
clase. Estudiar había sido nuestra excusa para pasar tiempo
juntos. Sin eso, lo único que quedaba era lo que sentía por ella.
Pero no me parecía correcto decirle lo que sentía mientras
todavía estuviera en una relación con Tasha.
Por otro lado, Tasha no estaba a la vista. Le había dejado
entradas a su nombre en la boletería como siempre, pero hacía
días que no hablábamos. Habría dicho que nuestra relación
estaba terminada. Pero, siempre que desaparecía así, volvía y
me recordaba el sueño que habíamos tenido en el que yo
viajaba por el país jugando para la NFL y ella trabajaba en
alguna organización benéfica.
No sabía por qué ese sueño siempre me hacía hacer la
vista gorda sobre lo mala que era nuestra relación. Pero no
podíamos seguir así. No sabía cómo quería que fuera mi vida,
pero cada vez estaba más seguro de que no quería que fuera de
ese modo.
¿Cómo haría para decírselo a Tasha? ¿Cómo haría para
decírselo a mi padre?
Entré al campo de juego y miré las gradas. Estaban
atiborradas de gente. Sabía cuáles eran los asientos de Quin,
pero no había forma de distinguirla desde donde estaba.
Pasada la primera fila, el estadio se convertía en una mancha
de puntos coloridos y vítores. Por lo general, me gustaba que
fuera así. Pero, ese día, deseaba poder ver al menos a una
persona.
¿Habría ido? En cualquier caso, iba a jugar como si lo
estuviera haciendo solo para ella. Quería que estuviera
orgullosa de mí. Quería que creyera que yo era digno de
alguien tan especial como ella.
Nuestro equipo ofensivo salió al campo para comenzar
el partido. Como mariscal de campo, examiné la línea
defensiva en busca de todas las debilidades que el entrenador
nos había enseñado a detectar. No vi nada hasta que el último
hombre en la línea ofensiva, el ala cerrada, se movió, lo que
indicaba que creía que podía hacerle un hueco a nuestro
corredor.
Habíamos ejecutado esa jugada en más de diez partidos.
El otro equipo lo sabía. Eso significaba que buscarían
adaptarse tan pronto como comenzáramos con la jugada.
Entonces, si llamaba la jugada y esperaba a que la defensa se
comprometiera…
—Naranja, cincuenta y dos, verano, caminata —le dije
el plan a mi equipo.
Como era de esperarse, nuestro ala cerrada abrió un
agujero en su línea defensiva. Tan pronto como lo hizo,
nuestro corredor salió disparado detrás de mí en busca de un
pase. Envolvió sus brazos alrededor del aire y cargó contra la
línea, lo que hizo que la defensa colapsara en su posición. El
safety derecho se puso en su lugar para detener a nuestro
corredor si lograba pasar. Y el jugador que estaba marcando a
nuestro receptor abierto también se movió para respaldar al
safety.
Fue entonces cuando nuestro receptor se abrió y corrió
por el campo. Había llegado el momento. Estaba libre. Solo
tenía que permanecer de pie el tiempo suficiente para que él
alcanzara la línea de diez yardas.
Los gruñidos de esos hombres de más de ciento treinta
kilos resonaban en mis oídos. Se estaban acercando. Mi
corazón latía con fuerza.
«No pierdas la calma. Espera», me dije a mí mismo.
Cuando mis compañeros no pudieron contener más su
línea, su apoyador salió disparado como una bala. Venía por
mí. Tenía que lanzar la pelota. Eché el brazo hacia atrás y la
solté. En el momento en que la pelota salió de mis dedos, un
tren de carga me golpeó y me tiró al suelo.
Tumbado, escuché el asombro de la multitud. Todos
miraban algo. Era mi pase. Había logrado hacerlo a tiempo. La
pelota pasaba las cuarenta yardas. Le tomó un tiempo llegar.
Pero, cuando lo hizo, los gritos de la multitud fueron
ensordecedores.
—¡Anotación! —gritó el presentador.
Veinte mil personas se pusieron de pie de un salto.
Celebración. Agonía. La emoción que me generaba todo eso
era asombrosa. Dan corrió hacia mí y me ayudó a levantarme.
—¡Joder, tío! —gritó, y me dio una palmada en la
espalda.
Mientras trotaba por el campo y observaba a los
espectadores enloquecidos, había una sola persona a la que
quería ver. Volví a mirar hacia su sección. Había demasiada
gente y estaba demasiado lejos. No la vi. Me hacía doler el
pecho pensar que tal vez no estuviera.
Estuve encendido durante el resto de la primera mitad.
Nunca en mi vida había jugado mejor. Tenía que agradecérselo
a mi línea ofensiva, por supuesto. Y no importaba lo bueno
que fuera el lanzamiento si mis receptores no atrapaban la
pelota. Pero era mi nombre el que la multitud coreaba mientras
abandonábamos el campo de juego en el entretiempo.
Corrí hasta mi casillero. Lo único que me importaba era
revisar mis mensajes. Hubiera dado cualquier cosa por ver el
nombre de Quin en la pantalla. Me arranqué el guante para
desbloquear el teléfono, lo arrojé a un lado y miré la pantalla.
Había dos mensajes de ella. Uno decía: «Tengo las
entradas. ¡Estoy entrando al estadio!». Y el otro decía:
«¡¡¡GUAU!!!». Eso era todo, pero era suficiente.
Estaba tan feliz que me sentí borracho. Me había visto
hacer lo que mejor sabía hacer. Nada podía hacerme sentir
mejor.
Cuando entré al campo para la segunda mitad, estaba
fuera de mí. Sentía que resplandecía. Me sentía intoxicado.
Por suerte, empezábamos el segundo tiempo jugando a la
defensiva. Me dio unos minutos para recomponerme.
Por mucho que trataba de concentrarme, no podía evitar
buscarla entre la multitud. Estaba ahí, en alguna parte. Sentía
su mirada sobre mí. Quería presumir para ella. De regreso al
campo, con el casco en la mano, convoqué una serie de
jugadas que nos garantizarían el triunfo.
Comenzamos con unos pases que nos acercaron a la
zona de anotación. Solo necesitaba estar a treinta yardas. Eso
era todo.
Cuando mi último pase nos dejó ahí, reuní a los
muchachos en un grupo y les indiqué la gran jugada. Me
miraron dudosos, pero yo era el mariscal de campo. Así que
me escucharon.
En la línea, grité para que hicieran el saque inicial. Con
la pelota en la mano, estiré el brazo para lanzarla. Después de
un desfile de pases, la línea defensiva dio un paso atrás. Fue
entonces cuando bajé la pelota, me la metí debajo de mi brazo
y comencé a correr.
Cogido por sorpresa, el otro equipo tardó en reaccionar.
Abrió una brecha en la línea lateral. Veía la zona de anotación
delante de mí. Quería esa anotación. Quería que Quin me viera
haciéndolo.
El safety corría en mi dirección. Iba a llegar a mí antes
de que yo llegara a la meta. Tenía dos opciones. Podría salir de
la zona de juego o podría arriesgarlo todo y seguir corriendo.
Deseaba esa anotación. La deseaba con desesperación.
Aumenté la velocidad y tomé una decisión. Nada me iba a
detener.
Cuando estábamos a un metro de distancia, el safety
arremetió. En ese momento, salté. Iba a saltar por encima de
él. Lo había visto en películas y en partidos espectaculares.
Podía hacerlo.
Me alejé del suelo y vi como el safety quedaba debajo
de mí. No había logrado la altura necesaria. Iba a tener que
pisarlo para adelantarme. Pero, cuando mi pie descendía hacia
su cuerpo, sentí su mano.
Era difícil saber qué había pasado después de eso.
Escuché un crujido cuando mi cuerpo golpeó el suelo.
Primero no sentí nada y luego sentí el rugido del fuego.
El dolor que me atravesaba era distinto a todo lo que había
sentido antes. Venía de mi pierna izquierda. Algo se había
hecho añicos.
Me habían dicho que los atletas sabían cuando una
lesión le ponía fin a su carrera. Solía preguntarme cómo se
sentiría. No tenía que preguntármelo más. Porque, en ese
momento, supe que era el final.
Capítulo 9
Quin

—¡Dios mío! ¿Qué acaba de suceder? ¿Por qué no se


levanta? ¿Lou, qué está sucediendo? ¿Lou? —le pregunté, y
me giré hacia ella.
Con la cara pintada con los colores de la universidad,
Lou miraba el campo de juego con la boca abierta. Como
todos los demás, se había quedado sin palabras.
Volví a mirar hacia adelante y vi a los médicos corriendo
hacia el campo. Cage se movía con tanto dolor que apenas
podían acercarse a él. No podía creer lo que estaba viendo. Era
una pesadilla.
Un momento después, un paramédico estaba acercando
una camilla hacia Cage. Se necesitaron dos hombres para
subirlo. Me caían lágrimas por las mejillas. Estaba atónita. No
sabía cómo ayudar, pero tenía que hacer algo.
—Tengo que ir con él —le dije a Lou.
—Sí. Por supuesto. ¿A dónde vamos?
—No lo sé. ¿Al vestuario?
—Te sigo —me dijo, y me dejó pasar.
Mientras me dirigía a las escaleras, me di cuenta de que
había un problema: no tenía idea de a dónde iba. No solo era
mi primera vez en el estadio de la universidad; era mi primera
en cualquier estadio. Apenas había podido encontrar el baño
antes.
Sin embargo, bajamos las escaleras desde el piso
superior y deambulamos por los puestos de comida.
—Disculpe, ¿dónde están los vestuarios? —le pregunté a
uno de los guardias de seguridad.
—Los visitantes no pueden acceder a los vestuarios —
me respondió el hombre corpulento.
—Pero mi amigo se lesionó. Necesito verlo.
—Los visitantes no pueden acceder —repitió, y apartó la
mirada.
Nos llevó casi una hora darle la vuelta al estadio y
encontrar la entrada a los niveles inferiores. Llegamos a
tiempo para ver una ambulancia que se alejaba con la sirena
encendida. Mi loba y yo estábamos muy alteradas.
—¿Crees que ahí va Cage? —le pregunté a Lou.
—Me imagino que sí —dijo, con un tono empático.
—Probablemente lo estén llevando al hospital más
cercano, ¿verdad?
—Eso tendría sentido.
—Necesitamos ir.
—Estoy en eso —dijo Lou, mientras sacaba su teléfono
para pedir un coche.
Entre la cantidad de gente alrededor del estadio y el
tráfico, nos llevó otra hora llegar al hospital. Para ese
entonces, me estaba volviendo loca de preocupación. El
conductor nos dejó en la entrada de la sala de emergencias.
Entré corriendo con Lou a cuestas.
—Estoy buscando la habitación de Cage Rucker. Lo
acaban de traer. Probablemente llevaba puesto el uniforme de
fútbol —le dije a la mujer corpulenta que estaba detrás del
escritorio.
—Lo he visto entrar. Creo que le están haciendo una
resonancia magnética.
—Bien. ¿Dónde se la hacen?
—Va a pasar un rato hasta que le asignen una habitación.
—Entonces, ¿dónde lo espero?
La mujer extendió una mano para señalar los asientos
frente al escritorio.
—Muy bien. ¿En cuánto debería volver a preguntar por
él?
—Más o menos en una hora.
Me ponía mal que todo llevara tanto tiempo. Yo me
consideraba una persona paciente, pero mi loba no lo era, y
ella estaba empezando a tomar el control. Tenía que hacer un
esfuerzo por no gritarle a todo el mundo.
Tenía que recordarme que lo mejor que podía hacer era
no molestar y que lo más importante era que estaban
atendiendo a Cage. Si se estaban ocupando de él, estaba
dispuesta a esperar toda la noche.
No necesitaba el accidente para darme cuenta de lo
mucho que me preocupaba por él. El dolor que sentía al pensar
en lo que le había pasado era insoportable. Lo único que
quería hacer era abrazarlo y no soltarlo.
Lou y yo nos sentamos y esperamos. Una hora después,
volvimos a preguntar por Cage. Lo habían ubicado en una
habitación en el tercer piso. La señora de la recepción no
estaba segura de si me dejarían verlo, pero nos permitió subir
para intentarlo.
Al salir del ascensor, vi algunas caras conocidas. En el
pasillo estaban Tasha y el padre de Cage. Ambos se voltearon
hacia nosotras. No estaba segura de lo que se suponía que
debía hacer, pero avancé hacia ellos de todos modos.
Mientras me acercaba, el padre de Cage miró a Tasha.
Cuando se volvió hacia mía, tenía una mirada oscura.
Era la cosa más oscura que había visto en mi vida. No
solo me asustó a mí, también hizo que mi loba retrocediera, y
ella no le tenía miedo a nada. Por eso, cuando comenzó a
avanzar en mi dirección, se me encogió el corazón.
—Eres la amiga de Cage, ¿verdad? ¿La tutora? —dijo,
con los ojos fijos en mí.
—Sí, señor —respondí, mientras sentía un escalofrío por
la columna vertebral.
—Ven aquí —me dijo, e hizo un gesto para que me
alejara de Lou.
Tragué saliva. No me gustaba a dónde iba eso. Era
aterrador mirar al hombre pelirrojo y entrecano. Cuando
finalmente me acerqué a él, pasó un brazo por mis hombros,
me tomó muy fuerte y me empujó dentro de una habitación
vacía.
Antes de que supiera lo que estaba sucediendo, el
fornido hombre me había inmovilizado contra la pared. Me
tenía atrapada. No podía escapar. Con su aliento caliente y
cargado de alcohol en mi oreja, me dijo:
—Sé lo que eres. —En cuanto lo dijo, algo cambió. El
negro de sus pupilas se tragó el resto de sus ojos. Su mirada se
volvió vacía y desalmada. No era humano. Era alguien…
malvado—. Si vuelves a acercarte a mi muchacho… —
continuó el padre de Cage. Luego apoyó algo filoso contra mi
estómago. ¿Era un chuchillo o una garra?— …te destriparé
como a un cerdo. ¿Me oyes? Si lo llamas, le envías un
mensaje, te acercas a él de cualquier manera, te mataré y,
luego, mataré a tu amiga. Después, encontraré a tu familia y
también los mataré. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
Estaba atónita. No podía moverme. Como no le
respondía, empujó la hoja con más fuerza. Me estaba
lastimando.
—Lo entendí —dije, aterrorizada.
—Bien. No quiero volver a ver tu rostro. Lárgate de aquí
—me ordenó, antes de dejarme ir.
Tan pronto como me soltó, me alejé corriendo de él y
salí de la habitación.
—¿Qué ha pasado? —dijo Lou, al verme acercándome
con terror en los ojos.
—¡Vámonos! —le dije, mientras la tomaba del brazo y
la arrastraba hacia el ascensor.
—¿Qué estás haciendo? Acabamos de llegar.
—¡Vámonos! —insistí, sin atreverme a mirar atrás.
Apenas se abrieron las puertas del ascensor, me subí.
Confundida, Lou me siguió. Pulsé el botón del vestíbulo
continuamente hasta que se cerraron las puertas. Todavía no
me sentía a salvo, así que me apoyé contra la pared y observé
cómo descendían los números en el tablero. Era como si
todavía pudiera oír su voz en mi cabeza.
—Quin, estás sangrando —me llamó la atención Lou.
Señalaba una mancha roja que estaba creciendo en mi
camisa, en el lugar donde el padre de Cage me había
apuñalado. No me dolió hasta que me levanté la camisa y la vi.
—No es nada. Estoy bien.
—¿Qué te ha hecho? —me preguntó Lou, horrorizada.
—No me ha hecho nada. Solo vámonos.
—¿Quin?
—¡Solo vámonos! —grité, antes de que algo de
apoderara de mí.
Estaba pasando. Me estaba transformando. Y estábamos
en un espacio cerrado. ¡No!
Por mucho que traté de resistirme, no hubo forma de
detener a mi loba. Lou me miraba horrorizada.
—Lo siento —le dije, antes de perderme en el dolor y la
oscuridad.
Cuando recuperé la consciencia, estaba más cerca del
suelo, sobre una pila de ropa. Veía a través de los ojos de mi
loba, que miraban a Lou con intensidad.
—¡No lo hagas! ¡Por favor! —le supliqué—. Es mi
amiga. Mi mejor amiga. No la lastimes.
Para mi sorpresa, me escuchó. Al oír el ensordecedor
sonido del ascensor, se volvió hacia las puertas y las observó
mientras se abrían. Cuando la apertura fue lo suficientemente
grande, salió disparada.
Le llevó un momento a las personas darse cuenta de qué
era lo que había salido del ascensor. Al principio, todos
pensaron que había sido un perro. Cuando se dieron cuenta,
comenzaron a gritar. Esos agudos chillidos hicieron que mi
loba se enojara aún más.
Me imaginé que la recepción se iba a convertir en un
baño de sangre, pero estaba equivocada. Mi loba no había
salido para lastimar a nadie. Había salido para llevarme a un
lugar seguro.
Nos colamos por las puertas automáticas y salimos al
aparcamiento. Lo atravesamos corriendo, cruzamos la calle y
nos internamos en el bosque. Parecía querer correr para
siempre. No sabía dónde estaría cuando decidiera detenerse.
Pero, con ella controlándome, tuve tiempo para pensar.
No sabía qué criatura era el padre de Cage, pero no tenía
ninguna duda de que me mataría. Me lo habían dicho sus
aterradores ojos.
El padre de Cage no era como yo. Era otra cosa, algo
que no podía imaginar, algo más oscuro. Estaba
enamorándome de Cage, pero ¿estaba dispuesta a morir por
él?
Capítulo 10
Cage

—La buena noticia es que eres joven, Cage. Después de


la recuperación, podrás volver a jugar al fútbol —dijo el
médico, con un tono tranquilizador.
—¡Qué bueno! —dijo mi padre, más feliz que yo.
—La mala noticia es que la rehabilitación llevará
tiempo. No podrás jugar esta temporada.
—Es su último año. Es la última oportunidad que tiene
de mostrarse y entrar al sistema de selección. No. Tiene que
volver a jugar antes de que termine la temporada. No me
importa lo que tenga que hacer.
—La recuperación no funciona así —intentó explicarle
el médico a mi padre—. Lleva tiempo.
—Usted no lo entiende. Puede jugar. Solo le dolerá un
poco, ¿verdad? Mi muchacho ya ha jugado con dolor. Se
recupera muy rápido.
El médico miró a mi padre con compasión.
—Entiendo su pasión por la carrera de su hijo. Pero, si
vuelve a jugar antes de estar listo, el regreso será corto y
podría generarle una lesión que no solo amenazaría sus
perspectivas a largo plazo, sino que podría comprometer su
movilidad por el resto de su vida.
—Arréglelo. Vuelva a ponerlo en el campo de juego.
—¡Papá!
—Tienes que entrar en el sistema de selección. He
sacrificado demasiado. No puedes fracasar ahora.
—Está diciendo que puedo perder la habilidad de
caminar —le aclaré.
—Sabía que deberías haber entrado el año pasado —me
dijo, con desprecio en los ojos—. Te lo dije. No me
escuchaste. Y mírate ahora. Un inservible saco de nada.
—Señor Rucker, quisiera recordarle que su hijo podrá
volver a jugar al fútbol americano. Se recuperará por
completo.
—¿Y a quién le va a importar? —le espetó mi padre.
El médico estaba probando un poco de lo que yo había
aguantado toda mi vida. Fue reconfortante ver la expresión de
horror en su rostro. Me ayudó a entender que había tenido un
buen motivo para odiar a mi padre en los momentos en los que
lo había hecho.
—No te preocupes, muchacho. Te recuperarás rápido.
Siempre lo has hecho. Estarás jugando antes de que acabe la
temporada. Créeme.
—No lo haré —solté, antes de darme cuenta de lo que
estaba diciendo.
—Sí, lo harás.
—Te estoy diciendo que no. No me importa si no me
duele. No me importa si puedo saltar en ese pie durante horas.
No volveré a jugar este año. Puede que nunca vuelva a jugar.
—Vas a volver a jugar —insistió mi padre.
—¿Alguna vez me has preguntado si quería jugar al
fútbol?
—No importa lo que quieres. Eres bueno jugando.
—Sí importa, papá. Importa lo que quiero.
—Te he visto lanzar esos pases hoy. Ningún mariscal de
campo sale del área de protección y corre la pelota para lograr
una anotación si no ama lo que hace.
—Bueno, supongo que estás equivocado, porque hay
una parte de mí que se siente aliviada de no tener que volver a
jugar nunca más.
—Jugarás de nuevo. Te lo garantizo —dijo mi padre,
mirándome con los ojos entrecerrados.
—No, papá. No lo haré —dije. Era la primera vez en mi
vida que lo enfrentaba—. Se acabó. Me has obligado a hacerlo
toda mi vida, pero has escuchado al médico. Se acabó.
—Ese hombre no sabe quién eres. Yo sí.
—No, papá. No lo sabes. Nunca lo has sabido. No
volveré a jugar. Se acabó.
Después de veintidós años, no sabía de dónde estaba
sacando el valor para decirle todo eso. Tal vez fuera gracias a
haber conocido a Quin y a haberme dado cuenta de que podía
tener una vida más allá del fútbol. Antes, todos mis amigos y
todas las chicas con las que había salido estaban conmigo solo
porque era Cage Rucker, estrella del fútbol y candidato de la
NFL. Quin era la chica más considerada y maravillosa que
había conocido, y no le importaba quién era.
Además, era una mujer lobo. Me parecía que no tenía
sentido que me pasara la vida cumpliéndole los sueños a otros
cuando ella era la prueba viviente de que todo era posible. Tal
vez, si me lo permitiera, la vida podría ser más increíble que
cualquier fantasía.
A pesar del dolor, tal vez la lesión fuera una bendición.
Era mi oportunidad de dejarlo. El médico había sido muy
claro, estaría fuera del campo de juego por el resto de la
temporada. El entrenador y mis compañeros de equipo lo
entenderían. Los medios dirían que era una desgracia y se
olvidarían de mí. Y yo tendría la libertad de hacer lo que
realmente deseaba hacer. Todavía no estaba seguro de qué
quería. Pero estaba seguro de que, fuera lo que fuera, Quin
sería parte de ello.
Mi padre abandonó la habitación sin decir una palabra
más. No había dudas de que se iba para emborracharse. Sin
embargo, volvería. Lo conocía. No renunciaría a su fuente de
ingresos tan rápidamente. Yo había tomado una decisión al
respecto, pero a él nunca le había importado lo que yo quería.
No se daría por vencido.
—Lo siento —dijo el médico, con compasión.
—Las lesiones son cosas que pasan —le dije, para
ocultar el alivio que me daba que mi carrera futbolística se
terminara.
—Me refería a tu padre.
—Ah. Sí —le dije. Por fin ya no me afectaba su maltrato
—. Gracias.
—¿Tienes alguna otra pregunta?
—Sí. ¿Ha venido alguien más a verme? ¿Tal vez una
chica de cabello oscuro y con rulos, demasiado guapa?
—Puedo averiguar. Pero tus visitas no están restringidas.
Si hubiera venido, la habrías visto.
—Bien. Gracias —dije, decepcionado.
Sin embargo, lo entendía. Estábamos comenzando algo.
Pero todavía no estábamos en la etapa de ir corriendo al
hospital por el otro.
No había dudas de que quería verla. Era la única persona
que quería que fuera a verme. Estaba agradecido con todos los
que habían ido. Pero mirar esos ojos hermosos siempre me
alegraba el día. Era lo que necesitaba para sentir que todo iba a
estar bien.
Al terminar el partido, inició un desfile interminable de
compañeros de equipo y entrenadores que entraban y salían de
la habitación constantemente. Todos me miraban como si
estuviera en mi lecho de muerte. Era obvio que me había
quedado fuera de la temporada. Se daban cuenta de lo que
significaba para mis posibilidades de entrar en la NFL.
Yo les seguía el juego y me comportaba como si
estuviera devastado. Pero, cada vez que alguien llamaba a la
puerta, tenía que ocultar la ilusión de que fuera Quin y de que
pudiéramos comenzar una nueva vida juntos.
No supe nada de Quin el primer día, pero estaba seguro
de que aparecería al día siguiente. No lo hizo. De hecho,
muchas de las personas que pensé que estarían no lo hicieron.
Sabía que en parte se debía a que las vacaciones de invierno
habían comenzado y que muchos se habían ido a casa.
Dan no podía costear el pasaje para volver a su hogar,
así que me visitó un par de veces. Al igual que Tasha, que
vivía a una hora de distancia del campus. Después del primer
día, mi padre no regresó. Y Quin nunca apareció, lo que me
resultaba muy confuso.
Intenté no afligirme. Era una buena persona. Seguro que
tenía una buena razón para no visitarme.
Por mucho que lo pensaba, no sabía cuál era. Lo único
que se me ocurría que tenía sentido era que hubiera comprado
un pasaje para volver a su casa inmediatamente después del
partido. Si fuera así, no habría tenido tiempo. Pero ¿por qué
tampoco me había escrito?
Cuando me di cuenta de que no iba a hacerlo, decidí
escribirle yo.
«Te había prometido un juego inolvidable, ¿verdad?»,
escribí.
Me quedé mirando el teléfono mientras esperaba la
respuesta. Pasó un día y no me llegó nada. Estaba a punto de
enviarle otro mensaje, pero llegó Tasha para llevarme a casa.
Se lo habría pedido a mi padre, pero él tampoco me
contestaba los mensajes. No quería pensar en lo que eso
significaba. No podía estar tan enojado conmigo, ¿verdad?
Tenía que haber escuchado lo que había dicho el médico.
Regresar esa temporada podría causarme daños permanentes.
Si no hubiera sido por la lesión, probablemente habría jugado
en la NFL durante diez años, no porque yo quisiera, sino
porque él quería que lo hiciera.
Era un buen hijo. Eso tenía que alcanzar. ¿Cómo podía
no ser suficiente para él?
—¿Estás listo? —me preguntó Tasha, en un tono
sombrío.
Me daba la sensación de que le pasaba algo.
—Sí. Gracias por recogerme. No sé qué le pasa a mi
papá.
—Por supuesto —dijo. Tomó mi bolso mientras yo
maniobraba con las muletas.
El viaje de regreso a casa fue largo y silencioso. No
estaba seguro de qué se suponía que debía decirle. Mi carrera
como jugador de fútbol americano era el corazón del sueño
que nos había mantenido juntos.
Ella no había estado en la habitación cuando había
hablado con mi padre. Sin embargo, sabía que no volvería a
jugar esa temporada. Y se daba cuenta de que eso significaba
que ya no tenía el pase asegurado a la NFL.
¿Qué nos quedaba? Tenía que ponerle fin a la relación.
No podía hacerlo en ese momento porque me estaba haciendo
un favor. Pero iba a tener que hacerlo, sin importar si volvía a
tener noticias de Quin o no.
Cuando llegamos a casa, vi la camioneta de mi padre.
No se había marchado. Sentí una oleada de alivio. Todo iba a
estar bien.
Estaba a punto de salir del coche, cuando Tasha me
detuvo.
—¿Podemos hablar?
—Claro. ¿Qué sucede?
—Siento que no es el mejor momento para hacerlo, pero
da igual. Creo que debemos terminar.
No sabía si estaba aliviado o alterado. Sí, la relación iba
a terminar, y que ella lo dijera significaba que yo no tenía que
hacerlo. Pero mi vida estaba cambiando, y Quin seguía sin
aparecer, por lo que esperaba tener esa charla un poco más
adelante.
—Estoy de acuerdo —le dije.
—¿Estás de acuerdo? —me preguntó, como si lo hubiera
dicho para ponerme a prueba.
—Por supuesto. Estabas conmigo porque querías ser la
esposa de un jugador de fútbol. No te importo. O no actúas
como si te importara.
—¿Crees que no me importas?
—Si tuvieras que elegir entre Vi o yo, ¿a quién elegirías?
—Vi es mi mejor amiga.
—Exactamente. Siento que yo debería haber sido tu
mejor amigo. O, mejor dicho, siento que la persona con la que
vaya a pasar el resto de mi vida debería ser mi mejor amigo. Y
yo debería ser el suyo. Tú ya tienes a esa persona, y no soy yo.
—Entonces, ¿me estás echando la culpa?
—No estoy echándole la culpa a nadie. Probablemente
hay cosas que podría haber hecho para ser un mejor novio.
—Sí, las hay. ¡Tantas cosas!
—Lo entiendo. Pero no sé si esas cosas hubieran hecho
la diferencia. Creo que has encontrado a alguien a quien amas
más que a mí, y… Yo he encontrado a alguien a quien amo
más que a ti.
—¿Estás interesado en otra persona?
—Sí, lo estoy. Y tú también.
—¿Crees que quiero salir con Vi?
—Creo que estás enamorada de ella. Y me pone feliz
por ti. Creo que podéis ser muy felices juntas.
—¿Estás diciendo que soy lesbiana? ¡Vete a la mierda,
Cage! —exclamó. Se negaba a considerar la idea.
Hice un movimiento para bajarme del coche, pero me
detuve.
—Mira. Sé lo difícil que es escapar de la estructura en la
que ponemos a nuestras vidas. Cuando somos niños, pensamos
que sabemos lo que queremos. Y seguimos persiguiéndolo
incluso cuando nos damos cuenta de que ya no es así. Pero te
sientes libre cuando ya no permites que los sueños de los
demás te definan… Incluso cuando la otra persona no te
responde —dije, solemnemente.
—Adiós, Cage —dijo Tasha, sin ceder.
—Adiós, Tasha. Gracias por traerme —le dije, mientras
me colgaba el bolso del hombro y bajaba apoyándome en las
muletas.
Tasha no esperó a que llegara a la puerta para arrancar.
La entendía. Probablemente no estaba lista para aceptar lo que
sentía por su mejor amiga, y yo la había obligado a
enfrentarlo. Pero no había dudas de que estaba enamorada de
Vi. Hasta que lo dije, no me había dado cuenta, pero todo tenía
sentido.
Tasha se había sentido desconsolada cuando me había
negado a hacer un trío con ellas dos. No sabía si era lesbiana o
bisexual, pero Tasha tenía cosas sin resolver y necesitaba que
termináramos la relación tanto como yo.
El único problema era que la persona de la que yo estaba
enamorado no sentía lo mismo por mí. Habían pasado varios
días desde el partido, y Quin no había aparecido. ¿Por qué? No
lo entendía. ¿Qué había cambiado?
Lo único que se me ocurría era el hecho de que ya no era
mi tutora. ¿Sería eso? ¿Podía ser que todo lo que creía que
pasaba estuviera solo en mi cabeza? ¿Había sido solo un perro
callejero para ella y, cuando me había encontrado un hogar,
todo había terminado?
En ese momento, no quería pensar en eso. Tenía cosas
más urgentes con las que lidiar. Por ejemplo, tenía que
resolver cómo iba a arreglar las cosas con mi padre. Estaba
seguro de que estaba muy enojado. No había ido a visitar a su
único hijo mientras estaba en el hospital. Eso me habría
molestado si no hubiera ya hecho las paces con quien él era.
La vara estaba tan baja que lo único que tenía que hacer era
volver a casa. Eso sería suficiente.
Haciendo equilibrio sobre mi pierna sana, encontré las
llaves y entré. Lo que vi me generó una ola de terror que me
golpeó y me sacudió hasta la médula.
Había algo extendido en el piso de la cocina y la sala de
estar. Era enorme, pero no sabía lo que era.
Tenía unas alas sin plumas de seis metros, que se
extendían desde la ventana de la cocina hasta el otro extremo
de la sala de estar. Su cuerpo redondeado yacía donde solía
estar la mesa del comedor, y sus extremidades terminaban en
garras de quince centímetros.
Acostado de espaldas, su largo cuello se apretaba contra
la pared y dejaba ver un elaborado diseño de escamas. La
cabeza, que tenía un metro de largo, parecía la de un reptil
prehistórico.
Solo supe lo que era por lo que Quin me había contado
acerca de ella. Era un dragón. Por la forma en la que yacía
inerte, con los ojos cerrados, me di cuenta de que la horrible
criatura estaba dormida.
—¡Ahhh! —exclamé, y me caí de culo.
Había soltado las muletas, así que rodé agitado para
recuperarlas. Me puse de pie de un salto, dejé el bolso tirado y
corrí hasta la camioneta de mi padre. Casi esperaba
encontrarlo ahí, desmayado o algo peor. Pero la camioneta
estaba vacía y cerrada.
—¡Oh, no! ¡Todavía está dentro! —grité, y volví a la
cabaña—. ¡Papá! ¿Me oyes, papá?
Si estaba ahí dentro, tenía que salvarlo.
—¿Papá? —grité por última vez, antes de regresar a la
puerta y mirar a la bestia de nuevo.
Estaba inmóvil e inquietante. ¿Estaba dormida o muerta?
No lo sabía. Todo lo que sabía era que, a menos de que
estuviera aplastado bajo ese gigantesco cuerpo, mi padre no
estaba en la cocina ni en la sala de estar. Las únicas
posibilidades que quedaban eran el baño o los dos dormitorios.
Tan silenciosamente como pude, pasé por encima de su
cola, que era del tamaño de una pitón. Las muletas hicieron un
ruido metálico, que hizo que me invadiera el pánico. Levanté
la mirada hacia el temible monstruo, que seguía inmóvil. No lo
había despertado.
Me sentí un poco más libre para buscar sin convertirme
en alimento de inmediato, así que me dirigí al baño. La puerta
estaba abierta; estaba oscuro y vacío. Luego me dirigía a la
puerta de al lado, mi habitación. Estaba exactamente igual a
como la había dejado días atrás.
Entré y cerré la puerta con sigilo. El corazón me latía
como si acabara de correr un kilómetro a toda velocidad. Lo
que fuera que estuviera pasando era una locura. Sin embargo,
necesitaba encontrar a mi padre y salir de ahí, así que usé ese
momento de familiaridad para concentrarme y recomponerme.
Cuando los latidos de mi corazón regresaron a algo que
se acercaba a lo normal, se me ocurrió un plan. El último lugar
en el que podría estar mi padre era el más obvio. Si hubiera
estado en casa cuando esa criatura enorme había entrado, se
habría escondido a su habitación, igual que yo. Necesitaba
encontrar la manera de sobrepasar las alas de metro y medio
de ancho de la bestia para llega a la puerta del dormitorio de
mi padre.
Esperaba que mi padre estuviera dentro y me dejara
entrar. A diferencia de mi habitación, la suya estaba siempre
cerrada con llave. No quería tener que golpear la puerta y que
la criatura se despertara y… ¿qué? ¿Me comiera? ¿Me
redujera a cenizas con su aliento?
¿Qué hacían los dragones? El hecho de que me estuviera
haciendo esa pregunta era una locura. ¿Cómo había sucedido?
Nada de eso importaba en ese momento. Lo único
importante era rescatar a mi padre y largarnos de ahí. Respiré
hondo una última vez, me preparé y me puse manos a la obra.
Aunque me dolía la pierna rota, no me molestaba tanto
como para obligarme a usar las muletas. Podría arreglármelas
sin ellas. Abrí la puerta de mi habitación silenciosamente y salí
sin las muletas. Cuando llegué al ala curtida que no podía
saltar, busqué una forma de rodearla.
Tal vez pudiera pasar por debajo, a la altura de la punta,
que estaba apoyada contra la pared de la sala de estar. Dios,
esa cosa era enorme. Era como si al elefante más grande que
hubiera visto le hubieran crecido un par de alas lo
suficientemente grandes como para mantenerlo en el aire.
¿Cómo era posible que existieran criaturas así? ¿Qué
comerían?
Me abrí paso por debajo del ala, que parecía la de un
dinosaurio, y luego la rodeé. Me subí al sofá y me acerqué a la
puerta del dormitorio de mi padre. Giré la perilla por
costumbre y me sorprendió que no estuviera cerrada. ¿Cómo
era posible? ¿Por qué? Mi padre la cerraba incluso cuando iba
a buscar algo a su camioneta.
Cuando tenía unos diez años, me había arrastrado debajo
de su cama y había descubierto una tabla suelta. Al levantarla,
había descubierto una caja de metal que contenía un arma y
más dinero en efectivo del que debería haber tenido un hombre
desempleado. Debió haberse dado cuenta de que la había
encontrado porque al día siguiente cerró su habitación con más
llave que una base militar. ¿Por qué estaba la puerta abierta
entonces?
La abrí lentamente y me deslicé al interior. Me
sorprendió muchísimo lo que encontré. Mi papá no era
ordenado. Pero la cantidad de cosas metidas a presión en ese
espacio pequeño era abrumadora. La mayoría eran adornos y
objetos de decoración. Lámparas, joyeros, aparatos
electrónicos, todo apilado uno encima del otro. Y, lo que era
más importante, no había rastro de padre. ¿Dónde estaría?
Supuse que era posible que hubiera escapado cuando la
bestia había entrado. Tal vez su habitación estuviera abierta
porque no había tenido tiempo para cerrarla antes de escapar.
Pero, si había logrado huir, ¿por qué no se había marchado en
la camioneta?
Me quedé de pie en medio de la montaña de basura hasta
que me rendí y me senté en la cama. Mi mente daba vueltas,
pensando en todo. Nada tenía sentido.
¿Qué iba a hacer? No podía irme porque no tenía las
llaves de la camioneta de mi padre. Y no las había visto en la
encimera, donde solía dejarlas. Tal vez se las hubiera llevado
cuando se había marchado. Pero, si las había tomado, ¿por qué
no se había ido en la camioneta?
Sin las llaves, lo único que se me ocurrió hacer era lo
único en lo que podía pensar: Tenía que hablar con Quin. Tal
vez ella pudiera explicarme qué era esa criatura o cómo era
posible que existiera algo así. Quizá ella pudiera decirme qué
le había sucedido a mi padre.
Mi padre podría estar por ahí, en alguna parte. Joder,
incluso podría ser él el que estaba tirado en la sala de estar.
Esa era la conclusión lógica, ¿o no? Si todo era posible, ¿por
qué no que mi padre fuera una criatura que se transformaba en
dragón? Y, si él era eso, ¿qué sería yo?
«No sé por qué no he tenido noticias tuyas, pero
realmente necesito hablar contigo», le escribí en un mensaje,
con mi última ilusión de que Quin me respondiera.
No lo hizo. Ni ese día ni el siguiente.
No tenía ningún lugar donde ir, así que esa primera
noche hice una barricada en mi habitación y dormí ahí, en la
esquina del suelo más alejada. Aunque «dormir» no sería la
palabra adecuada, ya que más que nada di vueltas mientras
pensaba en Quin y en el monstruo tirado al otro lado de la
puerta.
Cuando salí a la mañana siguiente, descubrí que el
dragón no se había movido ni un centímetro. O estaba muerto
o dormía muy profundamente. Fuera lo que fuera, yo
necesitaba comer algo, y él era un obstáculo en mi camino a la
nevera. Ese primer día, caminé a hurtadillas por la casa, como
si pudiera despertarse en cualquier momento. Pero, como no lo
hizo, comencé a pensar en él como si fuera un mueble.
Luego de un tiempo, me dispuse a buscar las llaves de la
camioneta de mi padre. Lo que encontré me perturbó aún más
de lo que me hubiera imaginado. Debajo del pesado torso de la
criatura, encontré el borde de la camisa favorita de mi padre. O
estaba muerto debajo del monstruo o estaba frente a mis ojos.
¿Cómo? No lo entendía.
Entre el corazón roto por la desaparición de Quin y el
misterio que tenía delante de mí, me hundí en la oscuridad.
Unos días atrás, lo tenía todo, incluso una chica a la que
amaba. Lo había perdido todo y estaba frente a algo que no
debería existir. Apenas podía mantener la cordura.
Probablemente me hubiera revolcado en la desesperanza
para siempre si no hubiera sido por una cosa: el hambre. No
tenía dinero para comprar nada, así que lo único que podía
comer era lo que había en las alacenas. Una semana y media
después, ya no quedaba nada.
Por suerte, el semestre de primavera estaba a punto de
comenzar. No iba a perder la beca en la mitad del año escolar,
ni siquiera por una lesión. Y, con la beca, venía el dinero para
la comida.
Por muy extraño que fuera que tuviera una especie de
dragón petrificado en la sala de estar, tenía que pensar en mi
supervivencia. Estaría bien siempre que asistiera a clases y
encontrara un trabajo. Ambas cosas implicaban que tenía que
volver a participar de la vida cotidiana. No estaba preparado,
pero no importaba. Necesitaba alimentarme.
—Dan, ¿podrías llevarme? Necesito volver al campus
para recoger mi camioneta —le dije. Había decidido llamarlo
en vez de enviarle un mensaje.
—Por supuesto, tío. Lo que necesites. Solo avísame.
Se sentía bien escuchar la voz de otra persona. Me
estaba volviendo loco viviendo con esa criatura. Había tenido
mis dudas, pero hablar con Dan me recordó que había una
realidad en la que las cosas eran normales.
—¿Ya te anotaste en las clases de este semestre? —me
preguntó, en el largo viaje al campus.
—Todavía no.
—Tienes que hacerlo.
—Lo sé. Lo que me recuerda: ¿sabes de algún trabajo en
el campus? Estoy un poco corto de efectivo.
—Por supuesto. Están buscando a alguien donde yo
trabajo. Podría conseguirte el puesto sin ningún problema. Y
ni siquiera tienes que estar de pie para hacerlo.
Había dudado mucho en llamar a Dan, pero me bajé de
su coche con una nueva oportunidad en la vida. Al pasarme a
mi camioneta, recordé lo afortunado que había sido de
haberme roto la pierna izquierda y no la derecha. Conducir no
sería divertido, pero al menos sería posible.
Lo seguí a Dan desde el estacionamiento del estadio
hasta el centro de actividades estudiantiles. Ahí nos reunimos
con su jefe. Como Dan me había dicho, había una vacante para
un trabajo en la recepción. Como era un fanático del fútbol
americano, el encargado me ofreció el trabajo ahí mismo.
—¿Cuándo te gustaría comenzar? —me preguntó.
—¿Mañana es demasiado pronto?
—No. Mañana está perfecto.
—¿Qué tan rápido me pueden pagar? Necesitaré cargar
gasolina para venir.
—Trataré de que el primer pago sea enseguida. Después,
será cada dos semanas.
—¡Gracias! —le dije, abrumado por el alivio—. No
sabes lo que significa para mí.
Al día siguiente, fui para que me capacitaran. El trabajo
resultó incluso más fácil de lo que Dan me había dicho. Lo
único que tenía que hacer era mirar a la gente cuando pasaban
sus identificaciones de estudiantes por el escáner y luego
comparar la imagen del monitor con el rostro de la persona
que ingresaba. El trabajo era aburridísimo, pero lo necesitaba.
Los primeros días, como muchos estudiantes seguían de
vacaciones, no entraba casi nadie. Una vez que comenzó el
semestre, las cosas cambiaron. Yo también comencé las clases,
y todo comenzó a sentirse un poco más normal. Me había
apuntado a más materias relacionadas con educación. Era
demasiado tarde para cambiar mi especialización de Atletismo
a Educación, pero esas clases me darían algunas opciones más.
Cuando entraba en las aulas por primera vez, buscaba
desesperado a Quin con la mirada. A pesar de estar
especializándose en Genética, ella había hecho una materia de
Educación Infantil. Tal vez hiciera otra. Si era así, no era
ninguna de las que estaba haciendo yo. Y, en un campus con
treinta mil estudiantes, las probabilidades de cruzármela por
casualidad eran bajas.
Sabiendo eso, pensé en ir a su apartamento para ver si
estaba ahí. Sin embargo, tenía que haber un motivo por el cual
no me respondía. Tal vez la oscuridad en la que estaba
cayendo no me estuviera dejando ver las cosas claras. Pero, si
hubiera querido volver a verme, habría respondido a alguno de
los muchos mensajes que le había enviado, ¿o no?
Me costaba creer que lo nuestro hubiera terminado así,
pero esa era la realidad. Quin era la única persona a la que
creía que no le importaría que yo no pudiera jugar más al
fútbol. Sin embargo, había desaparecido en el mismo
momento en que todos los demás.
Hacía lo posible para recobrar la cordura y concentrarme
en las clases y no en todo lo demás. Pero, cada vez que lo
hacía, recordaba que Quin me había ayudado a mejorar la
forma en la que tomaba notas y estudiaba. Recordaba lo
mucho que le gustaba estudiar y cómo me hacía reír. Y luego
me hundía en el otro millón de cosas que extrañaba de ella.
Después, especulaba con todas las cosas que ella podría
contarme acerca de la criatura cuyas alas acaparaban mi sillón.
Lo único que me traía de vuelta a la realidad era el hambre o el
sonido del escáner en el trabajo.
Estaba absorto en el torbellino de pensamientos sobre
Quin cuando ese pitido me trajo de vuelta. Al recordar dónde
estaba, hice mi trabajo y miré el monitor. La foto que apareció
era de alguien llamado Louise Armoury. Me hizo pensar en
Lou, la amiga de Quin.
No me molesté en mirar; pero, inmediatamente después,
apareció otro nombre: Harlequin Toro. Mi corazón se detuvo.
Sentí calor en el rostro y, rápidamente, levanté la mirada.
Era ella. No podía respirar. Ella y Lou estaban a tres
metros de donde yo estaba y ninguna de las dos miraba en mi
dirección.
Me quedé helado, sin saber qué hacer. No había muerto
ni había dejado la universidad. Ahí estaba. Aunque hubiera
perdido el teléfono, podría haber encontrado alguna manera de
contactarse conmigo. Yo me había lesionado. Era su deber
como amiga hacerlo.
¿Debía hablarle?
Pasaron por al lado mío, y Lou parecía tener la misma
energía de siempre. Movía los brazos por todos lados mientras
hablaba. En cambio, Quin parecía llevar el peso del mundo
sobre los hombros. Parecía dolorosamente triste. Sentí una
presión en el pecho al ver su dolor. ¿Por qué estaría tan triste
mi Quin?
—¡Quin! —exclamé, incapaz de contenerme.
Ambas se volvieron y me miraron. Quin tenía una
expresión de sorpresa que se convirtió en júbilo, para luego
transformarse en angustia y, finalmente, en pánico. Retrocedió
como si hubiera visto un fantasma y luego se echó a correr.
¿Cuál era su problema?
—¡Aléjate de ella! —me dijo Lou, como si le hubiera
arruinado la vida.
Estaba pasmado. ¿Qué se suponía que debía responder?
—¡Espera! No lo entiendo. ¿Qué he hecho?
—Solo aléjate de ella —dijo Lou, antes de alejarse por
el pasillo e ingresar al edificio.
Me quedé paralizado y estupefacto. ¿Qué había hecho
para provocar esa reacción en Quin? ¿Había quedado
traumada luego de ver cómo me había roto la pierna? Era
ridículo, pero era lo único que se me ocurría.
Con todo lo que había sucedido entre nosotros, sabía que
no podía dejar que las cosas terminaran así, viéndola huir de
mí de esa manera. Me merecía al menos una explicación. Si le
había hecho algo, necesitaba saber qué era.
Tomé las muletas, dejé la recepción sin supervisión y
corrí tras ellas. El pasillo desembocaba en el salón de usos
múltiples. Había una tienda de jugos a la derecha, un área con
pesas en el medio y una pared de escalada a la izquierda. No
podía abandonar mi puesto de trabajo mucho tiempo, así que
elegí una dirección y me arriesgué.
Me dirigía a la pared de escalada. Mi mirada pasó por
todos los que estaban ahí. Creía que había elegido mal hasta
que vi a mi chica sentada en una colchoneta con la cara entre
las manos. Lou estaba consolándola. Necesitaba saber por qué
estaba tan triste. Necesitaba salvarla de lo que fuera.
—¡Quin!
Quin levantó la mirada presa del pánico, a punto de huir.
—Por favor, no corras. No puedo moverme muy rápido
y no puedo quedarme mucho tiempo. Pero necesito saber.
¿Qué te he hecho? ¿Por qué me odias tanto? Pensé que
teníamos algo bueno. Pero luego me lastimé y desapareciste. Y
ahora huyes de mí como si temieras por tu vida. Nada tiene
sentido. Solías ser lo único en mi vida que tenía sentido.
Ayúdame a entender qué ha cambiado. Me lo merezco. ¡Por
favor!
Tanto Quin como Lou me miraban como si tuviera tres
cabezas. ¿Por qué nadie decía nada?
—Es tu padre —largó Quin.
Me sobresalté. De todas las cosas que podría haber
dicho, esa era la última que me hubiera imaginado.
—¿Qué pasa con mi padre? —le pregunté, con
vacilación.
Quin no respondió.
—Amenazó con destripar a Quin como a un cerdo si
volvía a hablar contigo. Dijo que la mataría, que luego me
mataría a mí y que finalmente iría tras la familia de Quin.
Las palabras me golpearon como un puñetazo en la
nariz. Tuve que obligarme a decir algo.
—¿Que dijo qué? ¿Cuándo?
—En el hospital —dijo Quin, mientras se recomponía y
se ponía de pie.
—Fuiste al hospital. Creí que no había ido.
—Por supuesto que fui.
Lou agregó:
—Aguardamos en la sala de espera dos horas para verte.
—Y, ¿qué pasó? —dije, pasando la mirada entre ambas.
—Tu padre me llevó a una habitación, me clavó algo
filoso en el estómago y me dijo que sabía lo que yo era y que
me mataría si volvía a hablar contigo.
—¡No lo puedo creer! —exclamé. La mente me daba
vueltas.
—No puedes decirle que hemos hablado —me suplicó
Quin.
—Mi padre se ha ido.
Quin me miró confundida.
—¿A qué te refieres con que se ha ido?
—Cuando volví a casa del hospital, me encontré con que
su camioneta estaba ahí, pero él no. —Hice una pausa para
analizar qué podía decir frente a Lou. No sabía cuánto sabría
ella acerca de que Quin era una mujer lobo—. Hacía años que
amenazaba con irse. Me parece que lo ha hecho. No creo que
vuelva. No creo que tengas que preocuparte por él.
—¡Cage! —me llamó una voz detrás de mí.
Me di la vuelta. Era mi jefe.
—No puedes dejar tu puesto sin supervisión.
—Lo siento. En seguida regreso.
Me volví hacia Quin.
—No sé qué decirte sobre lo que te sucedió. Lo que os
sucedió a ambas. Todo lo que puedo deciros es que lo siento.
No era mi intención ponerte en peligro, Quin. Si no quieres
volver a hablarme nunca más, lo entiendo. Pero me gustaría
que lo hicieras. ¿Quizás podríamos juntarnos a hablar? Han
sucedido cosas extrañas.
—¡Cage!
—¡En seguida! Por favor, Quin. Por favor —supliqué.
No quería dejar de mirar sus ojos suaves y vulnerables, pero
sabía que tenía que hacerlo.
Capítulo 11
Quin

—Sabes que, si hablas con él y su padre se entera, pones


en riesgo a todos los que conoces, ¿verdad? Incluyéndome a
mí —me dijo Lou.
Lou tenía razón, y esa era la razón por la que no había
respondido ninguno de los mensajes de Cage. Aunque lo
deseaba. Cuando me llegaba uno, me destrozaba. Quería estar
con él. Quería cuidarlo y relajarme en sus brazos. Pero no
podía.
Su padre era malvado. Incluso mi loba le temía. Cuando
había vuelto a mi forma humana, estaba desnuda a muchos
kilómetros de la universidad. Me había tomado más de un día
caminar de vuelta hasta la civilización. Una vez ahí, le dije a la
primera persona con la que me crucé que me habían robado y
le pedí prestado el teléfono.
Lou pidió un coche, tomó algo de ropa y me fue a
buscar. No le dije lo que había visto en los ojos del padre de
Cage, porque todavía trataba de entenderlo. Además, ella ya
tenía suficiente con haberme visto transformándome por
primera vez. No necesitaba saber que la cosa que había
amenazado su vida era la encarnación del mal.
—Dijo que su padre se había marchado —le recordé a
Lou.
—¿Qué significa eso? ¿Se ha marchado por el fin de
semana? ¿Se ha ido de vacaciones? ¿Regresará la semana que
viene o en un mes?
—Si no quieres que hable con él, no lo haré. No te voy a
poner en peligro. Si me dices que no lo haga, saldremos por la
puerta trasera ahora mismo.
Traté de no parecer desesperada por su aprobación, pero
no podía evitarlo. Todo en mí le suplicaba que me lo
permitiera. Necesitaba hablar con Cage. El dolor de estar lejos
de él me impedía comer y dormir. Lou me había dicho de ir al
centro de actividades porque solo tenía fuerzas para quedarme
en la cama, y estaba preocupada por mí.
—Bichito, no puedes dejar de verlo por mí. Sabes que
no te haría algo así.
—Tengo una idea. ¿Qué te parece si hablo con él y
averiguo si su padre realmente se ha marchado? Si me da la
sensación de que volverá o de que podría regresar en cualquier
momento, me iré. En ese caso, no sería por ti. Sería porque no
puedo confiar en él. Y, si no puedo confiar en él, no tendría
sentido que estemos juntos, ¿no?
Lou sonrió.
—Bueno, estar con alguien se trata de un poco más que
de confianza. Pero te agradezco lo que dices. —Cerró los ojos
y suspiró con resignación— Confío en ti, Bichito. Ve a hablar
con él. Sé que no me pondrías a mí ni a ninguna de las
personas que quieres en peligro. Y, por si sirve de algo,
tampoco creo que Cage sería capaz de ponerte en esa
situación.
—¿Estás segura, Lou? Porque no tengo que hacerlo.
Lou rio entre dientes.
—Tienes que hacerlo. No finjas que no. Ve. Estaré aquí,
escalando la pared por mi cuenta. —Lou miró a su alrededor y
vio a un chico guapo de piel oscura que se estaba poniendo las
zapatillas de escalada— A menos que consiga que ese
delicioso trozo de carne me ate con la cuerda de escalada.
—¿Que te de cuerda, quieres decir?
—Oíste lo que he dicho. Ve. Tengo muchas cosas que
hacer con esta cuerda.
Observé a Lou mientras se acercaba y entablaba una
conversación con el chico. Inmediatamente después, Lou
comenzó a estirar frente a él, que estaba interesado.
Me asombraba la facilidad que tenía Lou para hablar con
tíos. No sabía si gustarían de ella o no. Solo hacía lo que
quería hacer y, de alguna manera, siempre le salía bien. Era
como un superpoder. Como si pudiera leerles la mente a todos
los chicos.
Se suponía que yo era muy inteligente, pero nunca sabía
lo que los demás estaban pensando.
Esa era una de las razones por las que me gustaba estar
cerca de Cage. Sí, era el chico más sexy del mundo. Pero,
además, era fácil estar con él. Hacía lo que decía que haría.
Había compartido cosas sobre él que me dejaban saber
quién era. Era exactamente la persona que decía ser. Era el tipo
de chico con el que podía desconectar mi cerebro y relajarme.
Siempre me sentía a salvo cuando estaba cerca de él.
Entonces, ¿por qué dudaba de su capacidad de cuidarme?
Al darme cuenta de que no tenía motivos para dudar, me
giré hacia el pasillo que iba a la recepción y me dirigí de
regreso a Cage. Cuando apareció a la vista, nuestras miradas
se encontraron. Me hacía derretirme. El hormigueo había
vuelto.
—Has venido —dijo Cage, en un tono que me expresaba
lo mucho que me quería ahí.
—Antes de que digas algo, necesito estar segura.
¿Volverá tu padre?
Cage abrió la boca para decir algo, pero luego bajó la
cabeza.
—No lo sé.
—¿No has dicho que se ha ido?
—Sí. Y se ha ido. Y podría matarlo por lo que te ha
hecho… Pero sigue siendo mi padre. No deseo que eso sea
verdad.
—¿Sabes adónde ha ido?
—No. Y hay otra cosa. Algo de lo que tal vez sepas más
que yo.
—¿Qué cosa? —le pregunté. La expresión de su mirada
me preocupaba.
Los ojos de Cage se movieron alrededor, en busca de
alguien que pudiera escucharlo. Como no vio a nadie cerca,
abrió la boca, luchando por encontrar las palabras.
—Sé que dijiste que eras eso que eres.
Me balanceé sobre mis talones. No me esperaba que eso
fuera lo que quería hablar conmigo, pero por supuesto que lo
era. Me tranquilicé y me preparé para lo que fuera a decir a
continuación.
—Se dice «mujer lobo». ¿Qué hay con eso?
—Los artículos que leí decían que eras la única. ¿Es
cierto?
—Soy la única —dije, estoicamente.
—¿Sabes si los dragones existen?
Me había preparado para escuchar muchas cosas, pero
esa no era una de ellas.
—¿Los dragones? No. Son ficticios —le expliqué. Me
molestaba que hubiera llegado a esa conclusión tan ridícula.
Los lobos eran animales reales, existían, los dragones no.
¿Sobre qué me interrogaría a continuación? ¿Sobre las hadas?
—¿Estás segura? Porque creo que hay uno muerto en la
sala de estar de mi casa. Y creo que podría ser mi padre.
—¿Qué?
—Sí. Los dragones existen. ¿Qué cojones está pasando,
Quin?
Cage me miró con tanta desesperación que supe que
hablaba en serio. ¿Dragones? ¿Hombres dragón? No podía ser.
Por supuesto que no…
—Los ojos de tu padre…
—¿Qué?
—Cuando me amenazó, sus ojos se transformaron. Se
volvieron negros como la tinta, y sentí como si me estuvieran
tragando.
—Entonces es verdad. Esa cosa es mi padre. No quería
que fuera así, pero de alguna manera lo sabía.
—¿Dices que está muerto en tu casa?
—Creo que sí. Ha estado ahí tirado desde que regresé
del hospital. Le he dado patadas y puñetazos, y no se ha
movido. Pero tampoco se está descomponiendo. No entiendo
qué es lo que le sucede.
—¿Puedo verlo? —le pregunté, aunque sabía que era un
riesgo. Si no estuviera muerto y fuera el padre de Cage, podría
intentar matarme como había dicho que haría.
—Sí, claro. Y tal vez luego de verlo, puedas decirme
qué soy yo —dijo Cage, vulnerable.
¡Claro! Si el padre de Cage era un hombre dragón, ¿qué
sería él? ¿Sería por eso que me atraía tanto? Quizás hubiera
estado sintiendo que él era diferente.

Quería salir corriendo para su casa, pero arreglamos para


encontrarnos a la mañana siguiente, que era sábado. Fue una
buena idea, porque me dio tiempo para procesarlo todo.
¿Hombres dragón? ¿Qué había hecho mi padre para crearme?
¿Podría haber terminado con escamas y alas?
Necesitaba hablarlo con mi padre, pero todavía no.
Precisaba más información. Primero, tenía que asegurarme de
que lo que Cage estaba diciendo era cierto. Después, tenía que
descubrir de dónde venía. Tal vez yo venía de ese mismo
lugar. ¿Podría ser que todo lo que mi padre me había dicho
acerca de mí fuera una mentira?
Tal vez no fuera la única de mi especie. Si fuera así,
¿qué significaría? Y si Cage fuera un hombre dragón igual que
su padre, ¿qué implicaba para nosotros? Si es que existía un
«nosotros»…
¿Seguiría de novio? No la había mencionado, pero
nunca hablaba de ella a menos que yo le preguntara.
Necesitaba saber dónde nos encontrábamos antes de arriesgar
la vida de todas las personas que me rodeaban. También
necesitaba demostrarle por qué debería estar conmigo si
todavía estaba con ella.
—He traído helado —le dije, al día siguiente, cuando
llegué a su casa.
—¿Has traído helado? —me preguntó, de pie frente a la
puerta cerrada de su casa.
—Y algunas cosas más. Leche, jugo, algunas pizzas y
cenas congeladas… y helado.
—Entonces, ¿has hecho las compras?
—Has dicho que tu padre se ha ido. No sabía quién te
hacía las compras. Y como ya estaba en la tienda…
—Comprando helado…
—Claro. Pensé: «¿Por qué no compro algunas cosas
más?». Puedes meter todo en el congelador si no lo quieres.
Cage se rio entre dientes.
—Gracias. Vas a hacer que me resulte muy difícil dejar
de soñar contigo.
—¿Quién dice que quiero que dejes de hacerlo? —le
pregunté, con las mejillas rojas.
—Buen punto —dijo. Me miraba como si quisiera
besarme.
No sabía qué hacer. Yo también quería besarlo. Pero…
—Antes de ir más lejos o antes de que vea lo que sea
que quieres mostrarme, necesito saber qué soy para ti.
—¿A qué te refieres?
—¿Soy solo una amiga o una mujer lobo que podría
tener algunas respuestas? Tal vez esté poniendo mi vida en
peligro para ayudarte. Quiero decir, sin importar lo que digas,
te ayudaré. Pero necesito saber.
Me quedé mirando a Cage. Me sentía más desnuda que
nunca, incluso que después de una transformación. Quería
correr y esconderme, pero no iba a retroceder. No esa vez.
Estaba a unos pocos centímetros de él, pero mi corazón quería
estar aún más cerca. Por eso, antes de que sucediera lo que
fuera a suceder a continuación, necesitaba saber si alguna vez
podría amarme.
Cage me miró sin pestañear.
—Claro. No lo sabes.
—¿Qué cosa? —le pregunté, prácticamente temblando.
—Tasha y yo rompimos. O, para ser más exacto, ella
rompió conmigo.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Por la misma razón por la que yo habría roto con ella
si no se me hubiera adelantado. Ambos estamos enamorados
de otra persona.
Me quedé paralizada. ¿Acaba de decir lo que creía que
había dicho?
—¿De quién?
Cage se echó a reír.
—Bueno, estoy seguro de que Tasha está enamorada de
Vi. Y yo… de ti.
Lo miré fijo. Mi loba se estaba volviendo loca. En
cambio, yo no sabía qué decir.
—Ah.
—¿Ah? ¿Estás segura de que no quieres agregar nada
más? —me preguntó Cage, divertido.
—¿Gracias? —dije. Me había dejado sin palabras.
Cage me miró atónito.
—Muy bien. ¿Qué tal si te muestro lo que has venido a
ver?
—Vale —respondí. Una vez más, había probado que iba
a morir sola.
Me había dicho que estaba enamorado de mí, que era lo
que había estado esperando escuchar desde el momento en que
lo había conocido, y yo solo había podido decirle «Gracias».
¿Cuál era mi problema?
Cage, que estaba tan confundido como yo, soltó una
risita irónica y luego abrió la puerta. Lo que vi superaba
cualquier cosa que hubiera imaginado. Todo lo que Cage me
había dicho era cierto. Había un dragón desparramado boca
arriba entre la cocina y la sala de estar. Parecía estar dormido o
muerto. ¿Qué cojones sucedía?
—¿Puedes tomar esto? —le dije, mientas le entregaba
las bolsas de la compra a Cage sin apartar los ojos de la bestia
frente a mí.
—Lo guardaré en el freezer —dijo, antes de empujar a la
criatura para pasar como si fuera una especie de puf.
Al verlo tan relajado al rededor del dragón, yo también
me relajé y me acerqué para observarlo mejor. Al acercarme,
olí algo que me resultaba conocido. Era el mismo olor que
había sentido la vez anterior que había ido a su casa y cuando
su padre había tirado su cuerpo contra el mío en el hospital.
Era posible que el olor estuviera en la sala. Pero no lo creía.
—¿Qué piensas? —me preguntó Cage, nervioso.
—No estoy segura. Hay algo que puedo hacer que me
dará más información, pero podría asustarte.
—¿Más que tener un dragón en la sala de estar que
podría ser mi padre?
—Bueno punto —dije. Me di cuenta de que Cage ya
había cruzado un límite y de que no se sorprendería por nada
de lo que yo pudiera hacer—. Podría transformarme en mi
loba y dejarla echar un vistazo.
—¿Transformarte en tu loba?
—Sí. Dijiste que querías verla, ¿verdad?
—Sí. —Cage se detuvo y observó a la bestia—. ¿Duele?
—¿La transformación? Sí. Pero te acostumbras. Y luego
tienes una descarga de adrenalina que hace te olvides. Me
imagino que es como dar a luz.
—Claro, igual que esa otra sensación que tampoco
nunca experimenté.
—Exactamente así —dije, tratando de alivianar el
ambiente.
Cage se echó a reír. Me había olvidado de lo mucho que
me gustaba ese sonido.
—Muy bien. Entonces, ¿quieres que te deje sola?
—Puedes hacerlo si quieres. Pero no hace falta. Creo
que a mi loba le gustas. O, mejor dicho, no lo creo, lo sé. En
eso estamos de acuerdo —dije, con una sonrisa.
—Muy bien. Genial. Entonces, ¿me quedo aquí donde
estoy?
—Donde quieras. En realidad, nunca he practicado
transformarme. Mi padre me enseñaba a no cambiar. Pero,
cuando estoy cerca de ti, mi loba sale a la superficie. Creo que,
si la deja, saldrá.
Cage hizo un gesto con las manos para decirme que el
escenario era mío. Y me subí. Cerré los ojos para
concentrarme y me transformé de inmediato. No estaba lista
para eso. Planeaba desvestirme primero. Pero, de pronto,
estaba en el suelo, detrás de los ojos de mi loba, que estaba
enredada en mi ropa.
Poniéndose de pie, mi loba miró a Cage. Había
subestimado lo mucho que le gustaba. Estaba segura de que se
asustaría de lo fijo que ella lo miraba. Pero no lo hizo. Se
acercó y le ofreció una mano.
Y ella hizo lo que deseaba poder hacer yo: olió sus
dedos y metió la cabeza en ellos. Ella quería que él la
acariciara. Quería estar cubierta en su aroma. Cage la acarició
como si fuera una mascota que hubiera perdido hacía mucho
tiempo. La llenó de calor. La sensación nos abrumó a ambas,
hasta que algo más llamó su atención.
Yo tenía razón, los olores eran los mismos. No había
duda de que ese era el padre de Cage. Ahora la pregunta era si
estaba vivo. Con mi loba quieta, los sonidos de la habitación
nos rodearon. Ella me guiaba a través de ellos. Estaba tratando
de escuchar un latido, que no apareció. Algo salía de él, pero
era difícil decir qué era.
¿Sería el fluir de la sangre o la descomposición del
cuerpo? Era demasiado leve para saberlo con certeza. Pero de
lo que estaba segura era de que el dragón había dejado un
rastro de olor que conducía a algún lugar de afuera.
Mi loba trotó hacia la puerta y lo miró a Cage para que
la dejara salir. Cage lo hizo, y creí que mi loba volvería a
llevarme lejos. Pero no. En cambio, avanzó unos metros y
levantó el hocico en el aire.
Yo también lo percibía. El dragón había volado hasta
ahí, y el camino por donde había ido estaba trazado ante mí
como una cinta de colores. Cage necesitaba saberlo. Así que,
sin tener que negociarlo con ella, volví a mí forma humana y
aparecí en cuatro patas.
—¡Oh! —dijo Cage, y apartó rápido la mirada.
Claro, no solo estaba sin camiseta, estaba
completamente desnuda. Me sentí más excitada que
avergonzada. No hacía falta que me viera para saber que me
estaba poniendo roja.
—Traeré tu ropa —me ofreció.
—Gracias —le dije. Me vestí y regresé a la cabaña.
—¿Cuál es el veredicto? —me preguntó.
—Es tu padre.
Cage me miró vacilante, dudaba sobre hacerme la
siguiente pregunta.
—¿Está… vivo?
—No lo sé. No escuché latidos. Pero no sé si los
dragones tienen corazón.
—Mi padre no tenía. Pero eso podría ser algo más
psicológico que biológico —dijo Cage con una sonrisa de
dolor.
No supe cómo contestar.
—Sin embargo, también tengo buenas noticias.
—¿De veras? ¿Cuáles?
—Creo que puedo llevarte a donde sea que estuviera
antes de venir aquí y terminar así —le dije.
Cage me miró atónito.
Capítulo 12
Cage

—¿Cómo? Ha estado aquí durante al menos dos


semanas.
—Tiene un olor muy marcado. Ha dejado un rastro.
—¿Qué tendría que hacer ella para seguirlo? —le
pregunté, refiriéndome a la loba de la misma manera que
Quin.
—Solo tiene que salir y hacer lo que sabe hacer.
Podríamos empacar algo de comida y caminar por el bosque
durante un par de días hasta encontrar el lugar. O podríamos
subirnos a la camioneta y dejar que ella saque el hocico por la
ventana.
—Y estás segura de que le gusto, ¿verdad? —le
pregunté, ya que estaríamos atrapados en un espacio pequeño.
—Estoy segura —dijo Quin, y se sonrojó.
—Muy bien, vayamos en la camioneta entonces.
Después de comer una de las pizzas congeladas que
había traído Quin, ella se transformó, recogí su ropa y ambos
nos subimos a la camioneta. No estaba seguro de cómo íbamos
a hacerlo. Pero cuando ella me miró y luego miró hacia el
camino que conducía a la izquierda, lo entendí.
Condujimos durante más de una hora así. Era extraño lo
natural que se sentía todo. Estaba en la camioneta con alguien
que se había convertido en loba y me indicaba por dónde ir.
Debería haber estado nervioso o asustado. Pero en cambio,
había algo dentro de mí que estaba lleno de energía.
Todo siguió igual hasta que, cuando llevábamos veinte
minutos en una pequeña carretera del condado, la loba
comenzó a mostrarse agitada. Intranquila, me miró y gruñó. Se
me erizó el vello de la nuca.
¿Qué se suponía que debía hacer? Estaba encerrado en
una caja con una criatura que podía hacerme pedazos si
quisiera. Lo único que se me ocurrió fue detenerme. Cuando lo
hice, dejó de gruñir y comenzó a pasearse de un lado al otro
del asiento enterizo. Actuaba como si necesitara salir.
Arriesgando mi vida, me incliné por sobre ella y le abrí
la puerta del acompañante. Tan pronto como lo hice, la loba
salió corriendo. Se dirigía de regreso por la carretera. Aparqué
la camioneta y, lentamente, salí. Habíamos ingresado en una
zona de montañas, y la temperatura había bajado muchísimo.
Metí las manos en los bolsillos y me tensé para no perder el
calor.
Esperaba que la loba continuara corriendo para siempre,
pero no lo hizo. Corrió unos treinta metros y luego husmeó
frenéticamente. Rodeó un área en particular y corrió hacia el
bosque. Se fue por menos de un minuto. Luego, cruzó la calle
y desapareció por el otro lado.
No supe qué hacer mientras la esperaba, helado hasta los
huesos. Miré a mi alrededor en un intento de descubrir qué
estaba pasando y noté los restos de un muro de piedra. Estaba
a punto de echar un vistazo más de cerca cuando la loba
regresó y se transformó.
Un momento después, Quin estaba desnuda frente a mí.
No pude evitar observar su cuerpo con disimulo. Era hermosa.
Por la forma en la que se acercó, supe que no percibía para
nada la baja temperatura y que no se sentía cohibida por estar
desnuda.
—Hay algo aquí —me dijo.
—¿Algo como qué?
—No lo sé. Pero el rastro desaparece. Y, cuando
ingresamos en esta zona, ella perdió el sentido del olfato. Sea
lo que sea, se extiende a ambos lados, por lo menos hasta
donde ella llegó —me explicó Quin, que de repente se contrajo
—. Hace frío.
Esa fue mi señal. Me quité la camisa y se la puse.
Luego, la rodeé con mis brazos y la guie rápido de regreso a la
camioneta. Cuando llegamos, se subió y se vistió. A pesar de
que había estado de pie frente a mí desnuda un momento
antes, le di privacidad. Cuando estuvo vestida y acomodada,
me uní a ella.
—¿Sabes dónde estamos? —me preguntó Quin,
temblando.
Encendí la camioneta y puse la calefacción.
—He venido mirando el mapa en el teléfono, pero dice
que aquí no hay nada.
—Algo hay. No sé qué es. Pero la inquieta. Era como si
le faltara el aire, aunque podía respirar. Creo que sería como
de repente quedarse ciego.
—¿Y nunca habías experimentado nada similar antes?
—No.
—He visto algo que, en el pasado, podría haber sido un
muro ahí atrás.
—También lo he visto. Me parece que nada es una
coincidencia.
—¿Crees que deberíamos continuar? —le pregunté,
dudoso.
—¿No lo crees? ¿No quieres respuestas? Yo quiero
saber.
—Yo también.
—Entonces, sigamos —dijo con una sonrisa.
un pueblo en funcionamiento. Aunque no parecía tener
mucha población, había una gasolinera, un restaurante y una
tienda atendida por sus dueños.
—¿Qué hacemos? —pregunté, mientras Quin
escudriñaba el entorno.
—¿Entramos a saludar?
—¿Te tuve que obligar a ir a una fiesta en el campus y
aquí quieres socializar? —dije, en broma.
—Aquí, en alguna parte, podríamos encontrar
respuestas. Y no solo a los interrogantes sobre de dónde vino
el dragón o quién era… o quién eres tú. Aquí podría descubrir
quién soy yo.
»Creo que eso que hizo que perdiera el sentido del olfato
fue diseñado para mantener a las personas como alejadas. Pero
¿por qué querrían mantenerme alejada si se supone que soy la
única de mi especie?
El dolor se apoderó de mi pecho al escuchar las palabras
de Quin. Comprendí lo importante que era para ella. Pero era
igual de importante para mí. La criatura que estaba muerta o
en coma en mi sala de estar era mi padre. ¿Eso significaba que
yo era lo mismo que él? ¿Me saldrían alas y tomaría vuelo en
algún momento?
Ambos necesitábamos respuestas, y ese lugar era donde
teníamos más chances de obtenerlas.
—¿A dónde vamos? —le pregunté.
—¿Qué te parece si vemos si en la tienda venden
abrigos?
Aparqué la camioneta frente al pintoresco edificio de
madera y tomé un respiro.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Quin, mientras
me observaba mirando fijo el edificio.
—Es un poco abrumador.
—Para mí también. Tal vez crees que ser una mujer lobo
me preparó para encontrarme con dragones y barreras
mágicas, pero no. Todo me parece una locura.
Sus palabras me hicieron sentir mejor. Había creído que
yo era el único al que todo lo que estaba sucediendo le
resultaba difícil. Me hico bien saber que no estaba solo. .
Cuando abandonamos la comodidad de la camioneta
calefaccionada, nos golpeó el frío de la tarde. Yo tenía un poco
de músculo que me mantenía caliente, pero podía ver que el
aire frío atravesaba a Quin como un cuchillo. La puerta estaba
a unos pocos metros, pero rápidamente pasé mis brazos
alrededor de ella para abrigarla. Sostenerla así me excitó de
inmediato.
Al entrar en la tienda, no me apresuré a soltarla. Sonó
una campana cuando cruzamos la puerta. Mientras yo seguía
abrazando a Quin, se acercó un hombre corpulento, de piel
oscura y rostro amable.
—¿Cómo puedo ayudaros? —nos preguntó. La manera
en la que lo dijo nos hizo saber que estaba sorprendido de
vernos.
—Hola. ¿Vende chaquetas? —le pregunté, sin pensar en
que Quin todavía estaba en mis brazos y que había algo
inusual en ello.
—Tenemos algunas. Están por aquí —dijo, y nos guio
hasta un extremo de la pequeña tienda—. ¿Habéis venido a ver
las cascadas? —nos preguntó, confundido.
—¿Las cascadas? —preguntó Quin, mientras sostenía
mis brazos y no me permitía soltarla.
—La mayoría de las personas que llegan vienen a verlas.
Ofrecen una vista increíble en esta época del año.
—¿Están congeladas? —le pregunté
—Sí. Deberíais echarles un vistazo cuando os marchéis
del pueblo.
¿Estaba tratando de deshacerse de nosotros o nos estaba
dando un consejo práctico?
—Gracias por el dato. Pero no es por eso que hemos
venido —dijo Quin.
—¿No? ¿Entonces por qué habéis venido?
—Buscamos a alguien. Creemos que podría haber
pasado por aquí.
—Buscáis a alguien. ¿Y creéis que podrían haber pasado
por aquí?
—Sí. ¿Le resulta extraño? —le preguntó Quin al hombre
corpulento, entrecerrando los ojos.
—No, en absoluto. No recibimos muchos visitantes,
pero recibimos algunos.
—¿Por las cascadas? —le pregunté.
—Sí —dijo, y nos ofreció su primera sonrisa—. ¿Quién
es esta persona a la que estáis buscando?
—Mide casi un metro ochenta. Cabello pelirrojo, rostro
rosado. Tal vez un poco tosco. Debería haber pasado hace unas
tres semanas —explicó Quin.
—No tengo el recuerdo de haber visto a alguien así por
aquí. Pero hay alguien que tal vez lo haya visto. Sonya. Es la
encargada del hostal. Queda muy cerca. Deberíais pasar la
noche y ver las cataratas por la mañana. Además, el pueblo
tiene una historia interesante. Un grupo de hombres que
destilaba whisky ilegalmente lo fundó en los años veinte.
—¿En serio? —le pregunté, y traté de ocultar mi
confusión por el repentino cambio de tono. Hacía unos pocos
minutos, parecía como si quisiera que nos fuéramos. Ahora
parecía querer que nos quedáramos.
—Sí, la historia es muy interesante. Pero Sonya les
puede contar más. Es la historiadora no oficial del pueblo. Mi
esposo también sabe bastante, pero Sonya disfruta hablando
del tema. Tom puede ser un poco gruñón a veces. ¿Estáis
casados?
En ese momento, solté a Quin. No sabía por qué. La idea
del matrimonio no me asustaba. Y podía considera la idea de
pasar la vida con Quin. Pero tal vez no estaba listo para que
me preguntaran algo así, ya que Quin y yo todavía estábamos
viendo qué sucedía entre nosotros.
—No —dije, para que Quin no tuviera que hacerlo—.
Somos amigos.
—Buenos amigos —agregó Quin, lo que me hizo sentir
un cosquilleo.
—¿Cómo os habéis conocido?
—Ambos vamos a la Universidad de East Tennessee.
Ella es la tutora brillante. Yo soy el atleta tonto —dije, con una
sonrisa.
—Lo entiendo. En nuestro matrimonio, Tom es el
brillante. Es médico. Creo que es importante encontrar a
alguien que esté fuera de tu alcance —dijo, y me guiñó un ojo.
Me eché a reír.
—Definitivamente Quin está fuera de mi alcance.
—Eso no es cierto —objetó Quin—. Tú estás fuera de
mi alcance. Eres el mariscal de campo estrella…
—Ya no más —le dije, mientras señalaba mi pierna
enyesada.
—Oh… —exclamó, mirándola—. Creo que tenemos
unas muletas por aquí en alguna parte. Si las necesita, las
buscaré. Me las puede devolver antes de irte.
—¡Vaya! Gracias. Creo que está empezando a dolerme
un poco.
—Iré a buscarlas —dijo en seguida, y se dirigió a la
parte trasera de la tienda.
—Sentiste ese cambio, ¿verdad? —le pregunté a Quin,
tan pronto como estuvimos solos.
—Sí. Pasó de intentar deshacerse de nosotros a ser
nuestro mejor amigo y querer que nos quedáramos.
—¿Crees que deberíamos irnos?
—No estoy segura. Su deseo de que nos quedemos no
pareciera venir de un lugar oscuro. Realmente parece
amigable.
—¿Y ella no siente nada? —le pregunté. No sabía cómo
funcionaba eso de ser una mujer lobo.
—Sin su sentido del olfato, no percibe nada que yo no
perciba.
—¿Qué haremos entonces?
—Podríamos hablar con la persona que sugirió, la
encargada del hostal. Hasta podríamos quedarnos a pasar la
noche. Quiero decir, si estás de acuerdo con eso —sugirió
Quin, vulnerablemente.
La forma en que sus ojos suaves me miraron envió una
sensación a través de mí que terminó en mis cojones. Tal vez
solo lo había sugerido para que pudiéramos interrogar a más
personas por la mañana. Pero había querido tenerla de vuelta
en mi cama desde el momento en que se había ido. Y, esa vez,
no tenía una novia que me impidiera hacer todas las cosas que
quería hacer con ella.
—Yo estoy de acuerdo si tú lo estás —le dije. Sentía
que, poco a poco, la polla se me ponía dura.
—Yo también estoy de acuerdo —dijo Quin, mientras
sus mejillas se sonrojaban.
—Aquí están —dijo el hombre enseguida, acercándose a
nosotros.
Le agradecí mientras tomaba las muletas y me apoyaba
en ellas.
—Nos llevaremos estas chaquetas —dijo Quin, y se las
entregó a nuestro amigo.
—¡Oh! Creo que no puedo…
Quin me interrumpió:
—Yo me encargo.
—¿Estás segura?
—Por supuesto. No te preocupes. Tal vez se te ocurra
alguna forma de compensarme —dijo, sonriendo.
—Tal vez —respondí.
Sí, estaba coqueteando bien. Tuve que meterme la mano
en el bolsillo para ocultar lo bien que lo estaba haciendo.
—Lo siento, ¿cuál es tu nombre? —le preguntó Quin,
mientras se acercaba a la caja registradora.
—Glen
—Glen de la tienda. Muy bien.
—¿Y vosotros sois…? —nos preguntó Glen.
—Yo soy Quin y él es Cage.
—Encantado de conoceros. Entonces, ¿queréis las
indicaciones para llegar al hostal?
Quin me miró como si todavía estuviera considerándolo.
Sabía que no dependía de mí. Aunque quisiera, no podría
pagarlo.
—Seguro, ¿por qué no? —dijo, con una sonrisa.
—¡Perfecto! Sonya es la encargada del lugar. Le gusta
que la llamen «doctora Sonya», probablemente porque Tom lo
odia. No es doctora en medicina —nos aclaró—. Y yo le repito
una y otra vez que no hace falta que lo seas para que te llamen
«doctor». Pero es un cascarrabias —dijo Glen, con una
sonrisa.
Nos pusimos las chaquetas y regresamos a la camioneta.
El hostal estaba a un poco menos de un kilómetro. Estaba en
una granja restaurada y parecía costoso. Una gran galería
rodeaba el exterior recubierto con tejas de color marrón
oscuro. Unos pocos escalones conducían a la entrada.
De pie frente a la puerta principal había una mujer
menuda de unos sesenta años que no llevaba chaqueta. Tenía
que estar helada y se abrazaba a sí misma en busca de calor.
—¡Bienvenidos! —nos dijo la mujer, con una sonrisa
encantadora.
—Hola —le respondí, mientras esperaba que Quin
descendiera para pasarle un brazo alrededor de los hombros y
acercarnos. Si todos iban a creer que éramos una pareja y Quin
iba a seguirles el juego, yo lo aprovecharía al máximo.
—Glen me avisó que vendríais. ¡Entrad, entrad! Hace
frío fuera.
Al ingresar, el interior no me decepcionó. Era
pintoresco, estaba limpio y muy bien organizado. Los pisos y
las paredes de la entrada eran de madera del color de la miel
oscura. Los sofás de la sala eran de color beige con estampado
floral y parecían cómodos. Y las pequeñas mesas alineadas en
la habitación eran de madera oscura y elegantes.
—Este lugar está fuera de nuestro presupuesto —le
susurré a Quin, antes de recordar que veraneaba en una isla
privada—. Bueno, fuera de mi presupuesto.
—No te preocupes —me respondió, y lo decía en serio
—. Poder pagar lugares como este es la ventaja de mi extraña
vida. Déjame compartirla contigo —dijo, con una sonrisa.
Me puso incómodo que pagara por la habitación sin que
yo pudiera ayudar. Pero sabía que las alternativas que
teníamos eran conducir dos horas de regreso o dormir en mi
camioneta. No quería que Quin sufriera para no herir mi
orgullo.
—Está bien —le dije, porque sabía que los problemas
estaban solo en mi cabeza.
—Glen me ha dicho que habéis venido a ver las
cascadas —dijo la enérgica mujer, que tenía un leve acento
jamaicano.
—¿Quin? —dije. No estaba seguro de qué diría.
—En realidad, estamos buscando a alguien. Glen nos
dijo que tal vez lo habías visto.
—¿Buscáis a alguien? ¿Cómo luce? —dijo, y posó una
mirada repentinamente intensa en Quin.
Quin describió de nuevo a mi padre.
—No he visto a nadie que luzca así. ¿Por qué lo estáis
buscando?
Miré a Quin sin saber qué diría.
—Es el padre de Cage. No aparece, y creemos que ha
pasado por aquí.
—¿Por qué creéis eso?
—Es solo una corazonada —respondió Quin.
Los ojos verdes de la mujer la miraron fijo.
—¿Tienes corazonadas a menudo?
Me volví hacia Quin. Me preguntaba cómo respondería
a la inusual pregunta.
—No más a menudo que el resto —dijo Quin, sin darle
importancia.
La mujer se relajó.
—Me pasa lo mismo. Pero ¿sabéis quién podría
ayudaros? Titus. Ofrece recorridos por las cataratas. Podría
pedirle que os haga un recorrido por la mañana si queréis.
—¿Titus? —preguntó Quin.
—Tiene vuestra edad. Es un gran chico. Os va a
encantar. Le avisaré.
En ese momento, apareció alguien bajando por las
escaleras. Tenía el mismo cabello oscuro y brillante que la
doctora Sonya y su complexión pequeña. Parecía tener
diecisiete años, o tal vez menos. Y no tenía nada de la energía
y la chispa de Sonya.
—Mamá, ¿sabes dónde están mis tenis? No los
encuentro —dijo, mirándonos intensamente a nosotros.
—Si cuando te los quitas, los guardas en el mismo lugar,
no tendrás que buscarlos día por medio —dijo Sonya, con un
cansancio típico de madre en su voz.
—¡Mamá! —dijo, avergonzado.
—Te ayudaré a buscarlos más tarde. ¿Por qué no
preparas la habitación número 2 para nuestros huéspedes? Lo
siento, ¿cómo os llamáis?
—Yo soy Cage y ella es Quin.
—Ya sabéis mi nombre. Y él es Cali, mi hijo.
—Hola —dijo, con una sonrisa tímida. El chico nos
miraba cautivado.
—¿Cali? Ahora —dijo su madre, y lo envió de regreso
al piso de arriba.
Sonya puso los ojos en blanco como diciendo:
«Adolescentes, ¿verdad?».
—Parece un pueblo bonito. ¿Llevas mucho tiempo
viviendo aquí? —le preguntó Quin, de nuevo en modo
detective.
—Lo es. Llegué aquí tres años antes de que naciera Cali.
—¿Y qué te trajo aquí? —continuó Quin.
—Me fascinaba la historia. La tesis de mi doctorado era
sobre la Ley Seca, y este pueblo apareció cuando investigaba.
Vine de visita y, al ver la belleza de las cascadas, no me pude
resistir y me quedé.
—Entonces, ¿vives aquí hace unos veinte años?
—En junio serán veinte —dijo Sonya, con una sonrisa
—. El tiempo vuela, ¿verdad?
—No sabes nada acerca de una madre que haya muerto
durante el parto hace veintiún o veintidós años, ¿verdad? —le
pregunté, sumándome a la conversación.
—Oh, Dios mío, no. Eso fue antes de que yo llegara,
pero es un pueblo pequeño. Los chismes perduran. Sin
embargo, no he escuchado nada de eso. ¿Es por eso que estáis
buscando a tu padre?
Quin me miró con sorpresa. No le había contado lo que
mi padre me había dicho sobre mi nacimiento.
—Tal vez. Pero puede que no haya relación.
—Si queréis, puedo preguntar acerca de ambos —se
ofreció Sonya.
—Te lo agradecería.
—La habitación está lista —dijo Cali, de nuevo en las
escaleras.
—Cali os llevará a vuestra habitación. No sé si habréis
comido, pero el restaurante que está al lado de la tienda de
Glen está abierto hasta las nueve.
—Gracias. Daremos una vuelta por ahí —le dije. Estaba
hambriento.
Cuando estaba al pie de las escaleras, me detuve.
—Me acabo de dar cuenta de que me he dejado las
muletas en la camioneta.
—¿Quieres que vaya a buscarlas? —se ofreció Quin.
—Creo que estoy bien —le dije. Extendí una mano hacia
Quin y me tomé de la barandilla con la otra.
Cali nos esperaba al final de las escaleras. Tan pronto
como llegamos, nos preguntó:
—¿De dónde sois?
—Vamos a la Universidad de East Tennessee —le dije.
—Pensaba inscribirme ahí.
—Deberías. ¿Estás en el último año del instituto? ¿O en
el anteúltimo?
—En el anteúltimo —dijo, mirándonos con un gesto
travieso.
—Es una buena universidad —le dije, en un intento de
librarme de su mirada, que nuevamente se había fijado en
nosotros—. ¿Esta es la habitación?
—Sí. Si necesitáis algo, hacédmelo saber —dijo, con
torpeza.
—Creo que Titus nos va a hacer un recorrido por el
pueblo mañana —le dije.
—Ah —dijo, decepcionado.
—¿Hay algo en particular que debamos ver?
—Las cascadas son geniales —dijo, sonriendo de nuevo.
—Las visitaremos.
Cali no se marchaba.
—Vale. Gracias por mostrarnos la habitación.
—Sí. Estoy al final del pasillo si necesitáis algo.
—Entendido —le agradecí, con una sonrisa.
Cuando se alejó, entramos y cerramos la puerta detrás de
nosotros.
—Creo que alguien está enamorado —le dije a Quin,
que me miró divertida.
—Sí, no podía dejar de mirarte.
—¿Estás celosa?
—¿Debería estarlo? —me preguntó, con una sonrisa.
—Nunca tendrás que preocuparte de que yo quiera estar
con alguien que no seas tú —le dije. Quin sonrió—. Además,
lo que quería decir era que está enamorado de ti.
—¿Qué dices? —me preguntó Quin, que no se lo
esperaba.
—¿No te has dado cuenta? Me miraba a mí porque, cada
vez que te miraba a ti, se sonrojaba.
—¿En serio?
—Quin, ¿cómo no te has dado cuenta?
—Supongo que no capto esas cosas —me dijo, como si
se estuviera dando cuenta.
—Entonces, ¿qué piensas de este lugar? No termino de
darme cuenta de si son amigables o no.
—Parecen serlo. Pero hay algo de la forma en la que
llegamos aquí que los pone nerviosos. Eso tendría sentido si
supieran de la burbuja que cubre el pueblo.
—¿Y esa pregunta acerca de las corazonadas? ¿Es algo
que tienen los hombres lobos? —le pregunté, dudoso.
—Hasta ahora, soy la única mujer lobo que conozco y
nunca he tenido una.
—Claro.
—Pero me da curiosidad lo que le preguntaste. ¿Así
murió tu madre? ¿Durante el parto? —me preguntó, con
empatía.
—Eso fue lo que me dijo mi padre… o quienquiera que
sea. Sin embargo, no le gustaba hablar de ella. Cada vez que la
mencionaba, él se molestaba y cambiaba de tema. Siempre creí
que era porque le dolía haberla perdido. Pero estoy empezando
a darme cuenta de que no lo conocía en absoluto.
—¿Te parece que es posible que ella fuera de aquí?
¿Crees que por eso vino?
—Ella tiene que haber sido de alguna parte. Él también.
Y tiene que haber un motivo por el cual vino aquí después de
enterarse de que mi carrera futbolística había terminado,
¿verdad? Nos quedamos en silencio y ambos dirigimos la
atención a la única cama que había, que era grande.
—Todo el mundo cree que somos novios —le dije, para
romper el momento incómodo.
—¿Y lo somos?
Me quedé mirando a Quin.
—¿Quieres que lo seamos?
—Sí. Lo he querido desde el momento en que te he
visto. Me gustas, Quin. Me gustas mucho. Eres lo último en lo
que pienso antes de quedarme dormido y lo primero en lo que
pienso al despertarme. Apenas he podido respirar estas
semanas en las que hemos estado alejados. Yo…
Entonces, dio un paso adelante y me besó.
Sus labios eran como un melocotón suave presionado
contra los míos. Al principio estaban tensos, pero se fueron
relajando lentamente. Mientras lo hacían, deslicé una mano
alrededor de su nuca y pasé los dedos por su cabello oscuro y
rizado. Su cabeza se relajó en mis manos.
Abrí despacio la boca, y ella hizo lo mismo. Mientras
inclinaba la cabeza, mi lengua entró en su boca en busca de la
suya. Cuando se tocaron, sentí un chispazo.
Curvé la punta de mi lengua para invitar a la suya, y
ambas lenguas bailaron juntas. Mientras la tenía en mis brazos,
un hormigueo me recorrió el cuerpo. La polla se me puso dura
y me perdí en ese beso.
Pero, como no sabía si era lo que Quin quería, aflojé mi
abrazo y estuve a punto de soltarla. En ese momento, Quin
pasó sus manos por mi costado, hacia mi espalda. Acercó mi
pecho a los suyos, eliminando el espacio que había entre
nosotros. Cuando lo hizo, mi polla dura se apretó contra su
estómago.
La sangre se me subió a la cabeza y me mareó. Tenía
tantas ganas de estar con ella que me dolía. Y, cuando sentí sus
senos contra mi pecho, casi pierdo la cabeza.
Aparté mis labios de los suyos y enterré mi rostro en su
cabello despeinado.
—No te detengas —susurró, lo que hizo que fuera aún
más difícil alejarme.
—Todavía no —le dije—. Deberíamos comer algo antes.
No estaba seguro de si lo que quería era ir más despacio
o si sabía que tenía demasiada hambre para disfrutar lo que
vendría después. Lo único que había comido en todo el día era
la pizza. Necesitaría toda mi fuerza si iba a darle a Quin lo que
se merecía.
—Vale. Y luego, ¿qué haremos? —me preguntó,
levemente sonrojada.
—¿Qué quieres hacer después?
—No lo sé. Lo que tú quieras —dijo Quin, e hizo que mi
polla dura latiera.
Sabía lo que quería hacer. Mi única duda era si ella
estaría lista para eso.
—Entonces, ¿somos novios? —le pregunté. Me sentía
borracho de solo mirarla.
—Creo que sí —dijo, roja como un tomate.
Salimos de la habitación, nos subimos a la camioneta y
nos dirigimos al restaurante. Yo temblaba con la excitación de
pensar en lo que tal vez haríamos al regresar.
Aparcamos frente al negocio y miramos por las grandes
ventanas mientras nos acercábamos. Era como todos los
restaurantes de pueblos pequeños. Había muestras del paso del
tiempo, pero el lugar estaba limpio. Por la decoración, parecía
que funcionaba desde los años sesenta. Y no había otros
comensales dentro.
—Podéis sentaros donde queráis. Estaré con vosotros en
un segundo —nos gritó un hombre corpulento desde la cocina
cuando entramos.
—Supongo que podemos sentarnos en cualquier lado —
repetí. Tomé a Quin de la mano y la llevé a una mesa contra la
pared, perpendicular a las ventanas.
—Nunca te he preguntado si comes de todo. Creo que es
algo que tu novio debería saber —dije. Me encantaba cómo
sonaba.
—Trato de comer sano, pero recuerda que he llenado tu
congelador con pizzas congeladas y helado. Y la mayor parte
de eso en verdad era para mí. Así que…
Me eché a reír.
—Entendido.
Quin tenía los brazos relajados sobre la mesa frente a
nosotros y se inclinaba hacia mí. Me incliné hacia delante y
envolví sus manos con las mías. Me encantaba sostener sus
suaves manos. Eran bastante más pequeñas que las mías.
Mi mente se disparó a las otras partes de su cuerpo que
tal vez acariciaría más tarde. Estaba a punto de decirle lo que
estaba pensando cuando el hombre corpulento de la cocina
apareció frente a nosotros y nos entregó los menús. Solté las
manos de Quin y tomé la carta plastificada.
—Se nos acabó todo menos el pollo frito, las
hamburguesas y los sándwiches. Puede que tampoco tengamos
jamón, tendría que corroborarlo —dijo, y se quedó por si
teníamos preguntas.
—Si estás lista para ordenar, yo ya sé lo que quiero. Me
muero de hambre.
—Una hamburguesa con papas fritas, por favor —pidió
Quin, devolviéndole el menú al hombre corpulento con una
barba de cuatro días.
—Lo mismo para mí —le dije, y también le entregué la
carta. Quería continuar donde lo había dejado—. ¿Has tenido
novio alguna vez?
—No. ¿Qué hay de ti? ¿Saliste con alguien antes de
Tasha?
—Con algunas. Salí con una chica en mi primer año de
universidad. No duramos mucho. Y en el instituto estuve con
un par de chicas, pero nada muy serio.
—¿Te has enamorado alguna vez? —me preguntó Quin,
sacando la artillería pesada.
—Creía que estaba enamorado de Tasha. Y tal vez lo
estuve en algún momento. Ahora me resulta difícil verlo.
Definitivamente sentía algo por ella. Pero me pregunto si lo
que sentía por ella califica…
—¿Si califica como amor?
—Claro. O sea, algo sentía, pero no sé si… Digamos
que tengo razones para reconsiderar las cosas.
—Entiendo —dijo Quin, sin preguntar más.
—¿Qué hay de ti? ¿Te has enamorado alguna vez?
—Creía que sí.
—¿En serio? —le pregunté, sorprendido.
—Era un verdadero príncipe.
—Era un buen tío, ¿eh?
—No. Quiero decir que era un príncipe, uno de verdad.
Sin embargo, creo que él no me veía de esa manera. Y era
mucho mayor que yo.
—¿Cuántos años mayor? —le pregunté. No me lo
esperaba.
—No lo sé.
—Dime. ¿Era diez años mayor o algo así?
—Probablemente alrededor de quince años mayor. Era
un gran tipo. Me parecía que teníamos mucho en común.
—¿Te parecía que tenías mucho en común con un
príncipe?
—Bueno, él no era un hombre lobo. Pero sí. Algunas
cosas.
—Vale. Y… ¿has hecho algo con un tío? —le pregunté,
y sentí que me latía la polla de solo pensarlo.
—Nada —respondió Quin, resplandeciente.
—¿Nada de nada?
—No. ¿Estás decepcionado?
—¿Por qué estaría decepcionado?
—No lo sé. Porque tal vez las cosas serían más fáciles si
lo hubiera hecho.
—Bueno, yo tampoco he hecho nada con un chico, por
si te hace sentir mejor —bromeé.
—No sé si me hace sentir mejor —me respondió,
divertida.
—Nunca he pensado en hacer algo con un tío, pero sí he
pensado en hacer cosas contigo.
Quin se sonrojó.
—¿Qué te has imaginado?
Tomé sus manos de nuevo.
—Déjame pensar… He fantaseado con besarte.
—Yo también he fantaseado con eso —dijo, con una
sonrisa.
—He fantaseado con desnudarte lentamente y besarte…
ahí —dije, sugerente.
—¿En dónde?
—Ya sabes dónde. He fantaseado con bajar mi mano por
tu cuerpo y agarrarte —dije, inclinándome hacia adelante—.
He fantaseado con meterte en mi boca. He fantaseado con
pasar mi lengua por tu coño y con hacerte estremecer.
—Yo también.
Quin me miraba fijo. Sus mejillas estaban rojas. Yo la
miraba a los ojos y no quería volver a mirar ninguna otra cosa.
Cuando no pude seguir resistiéndome, me incliné más sobre la
mesa y la besé. Nuestras bocas se posaron una en la otra, y
sentí un escalofrío en la columna vertebral. El beso continuó
hasta que el gruñido de disgusto de alguien arruinó el
momento.
Al escucharlo, me volví a sentar sin saber qué sentir.
Seguía mirando a Quin, que supo lo que estaba pensando antes
de que dijera nada.
—No hagas nada —me pidió Quin.
Sabía que tenía razón, pero no soportaba que ella tuviera
que pasar por eso. Y, mientras estuviera cerca de Quin, nadie
le faltaría el respeto a ella ni a nuestra relación.
Me volví lentamente, buscando a la persona que había
hecho el sonido. El cocinero estaba de vuelta en la cocina
preparando las hamburguesas. Si hubiera sido él, no
hubiéramos podido escucharlo por encima del chisporroteo de
la plancha. Y la única otra persona en el lugar era un chico
joven, con uniforme de ayudante.
Lo miré y me pregunté cuánto tiempo me tomaría
molerlo a golpes. No parecía tener más de veinte años y
claramente estaba molesto. Su despeinado cabello rubio
oscuro resaltaba su mandíbula increíblemente cuadrada. Esos
rasgos angulosos eran un signo de lo delgado y musculoso que
era. Y, más que nada, parecía estar en busca de una pelea.
Daba la sensación de que la había encontrado.
—¿Tienes algún problema? —le dije, haciendo que
levantara la cabeza y me mirara.
—¿Qué? —preguntó, y lo usó como excusa para
acercarse un poco con su bandeja.
—Te he preguntado si tienes algún problema —repetí,
mientras me alejaba de la mesa y le mostraba con quién estaba
hablando.
Por donde me miraran, yo era un tío grande. Los únicos
más grandes que yo eran los jugadores de ciento treinta kilos
que se lanzaban sobre mí en el campo de fútbol. Ni mojado ese
niño superaba los ochenta kilos. Sin embargo, seguía
avanzando como si tuviera algo que demostrar.
—Sí, tengo un problema. Tengo un problema con
vosotros.
—¿Tienes un problema con nosotros? Me encantaría
saber cuál es —le dije, mientras daba un paso hacia él.
—Cage, no lo hagas.
—Eso, Cage, no lo hagas —se burló, lo que hizo que me
hirviera la sangre—. La gente como vosotros venís a este
pueblo y os creéis que sois los dueños del lugar. Creéis que
podéis hacer lo que queráis donde queráis. Estamos cansados
de sus faltas de respeto.
—Tienes un grave problema mental, ¿sabes? —le dije.
Estaba listo para darle lo que estaba buscando.
—¿Eso crees? ¡Dilo de nuevo! —soltó, acercando su
pecho a pocos centímetros del mío.
—¡Nero! ¡Ven aquí! —le gritó el cocinero, desde la
cocina.
El chico dio un paso atrás, pero no apartó la mirada.
—Te he dicho que traigas tu culo aquí. ¡Ya mismo!
Estaba listo para limpiarle los mocos de un puñetazo.
Pero, en lugar de hacer el último movimiento, el chico bajó la
mirada y se arrastró de regreso a la cocina. Permanecí de pie
mientras observaba.
—¿Qué haces hablándole así a mis clientes? ¡Te he
preguntado qué haces hablándole así a mis clientes!
¡Respóndeme!
—No lo sé —dijo, sin mirar al cocinero a los ojos.
—Con que no sabes, ¿eh? Entonces saca tu culo de aquí
y no regreses hasta que lo sepas. ¡Vete! Y te voy a quitar un
día de la paga por la escena que has montado.
—¡No he hecho nada! —suplicó el muchacho.
—Has hecho suficiente. Ahora vete antes de que cambie
de opinión y te despida.
El tipo se arrancó el delantal y lo arrojó sobre una mesa
antes de clavarme la mirada mientras se escurría hacía la
puerta. Estaba dispuesto a terminar de cenar con Quin y
encontrármelo fuera si me esperaba. Sin embargo, no lo hizo.
No mucho después, lo vimos desaparecer en la oscuridad de la
noche.
—Lo siento mucho. Ese chico tiene algunos problemas.
Su madre es complicada. Sigue aquí por ella. De hecho, su
cena es cortesía de la casa. Y, de nuevo, os pido disculpas. Lo
siento —dijo el cocinero, antes de regresar la atención a
nuestra cena.
Me tranquilicé y regresé a la mesa, donde me encontré
con la mirada de Quin.
—¿Cuál era su problema? —le pregunté. Quin me
miraba con una expresión que no podía descifrar. ¿Estaba
molesta? ¿Enojaba? No me daba cuenta.
—Ibas a golpearlo —dijo.
—Si hubiera sido necesario, sí. No me ha gustado la
manera en la que nos ha hablado —le dije, aunque me daba
cuenta de que tal vez había asustado a la chica que había
crecido en un piso de lujo en Nueva York.
Cuando me calmé, estaba a punto de pedirle disculpas
por mi reacción, pero vi una sonrisa que se dibujaba en el
rostro de Quin. Me tomó de la mano y me miró a los ojos. No
sabía en qué estaba pensando, pero la manera en la que me
miraba me hacía desearla. Quería desnudarla y poseerla en esa
misma mesa. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no
seguir mi impulso.
No mucho después, el cocinero nos trajo la comida y
volvió a disculparse. Las hamburguesas eran exactamente lo
que necesitábamos y estaban buenísimas. Luego de haber
terminado de cenar, solo podía pensar en lo que íbamos a
hacer a continuación.
—Buenas noches —dijo el cocinero, mientras nos
levantábamos para irnos.
—¿Qué haces? —le susurré a Quin, que había sacado un
billete de veinte dólares de la billetera y lo dejaba sobre la
mesa—. Ha dicho que las hamburguesas eran cortesía de la
casa.
—Lo sé, pero somos los únicos clientes. Es una mala
noche. No te preocupes, Cage. Vámonos —me dijo. Dejó el
dinero y me guio fuera.
De vuelta en la camioneta, me volví hacia ella.
—Realmente eres una gran chica.
Quin me sonrió tímida y adorable, y me puse a pensar en
todas las cosas que le iba a hacer. Volví al hostal tan rápido
como pude. Por suerte, no había semáforos ni señales de alto
en el pueblo. Luego de descender de la camioneta, cuando
estuvimos detrás de la puerta cerrada de nuestra habitación,
me quedé mirando a la hermosísima chica que tenía frente a
mí y, por fin, me dejé ir.
La miré fijo a los ojos y crucé la habitación hacia ella.
Con una furia efervescente, envolví los brazos alrededor de su
cuerpo y tomé la parte posterior de su cabeza. Al encontrarme
con sus labios, me sentí mareado. Quería besarla para siempre.
Cuando abrió la boca y nuestras lenguas se encontraron, mi
cuerpo ardió. La necesitaba.
Rápidamente, le quité la camisa, y mis labios volvieron
a acercarse y se encontraron con su lóbulo. Con los brazos
alrededor de su cuerpo, le quité el sujetador. Mientras pasaba
mi lengua por el borde de su oreja, Quin gimió. Cuando la
introduje y toqué la parte exterior de su oído, lanzó una risita.
Volví a mordisquearle el lóbulo y luego lamí el lugar
donde su barbilla se encontraba con su cuello. Quería probar
cada parte de ella. Besé su piel suave para conseguirlo. Quería
conocer cada centímetro de su cuerpo. Me detuve en su
clavícula marcada, me agaché, la tomé en mis brazos y la llevé
a la cama.
Me encantaba tenerla en mis brazos. De esa forma la
llevaría a través del umbral cuando llegara el momento. No
quería estar lejos de ella nunca más. La acosté en el centro de
la cama y me subí encima de ella. Mis muslos cubrían sus
piernas. Se extendió y me quitó la camisa.
—¡Guau! —gimió Quin, mirándome.
Que dijera eso de mi cuerpo me volvió loco. Junté sus
muñecas y las sujeté por encima de su cabeza. Me incliné
hacia adelante y la besé. Fue electrizante. Hizo que cada parte
de mí se estremeciera. Me habría quedado besándola así el
resto de la noche si sus pechos suaves y sus pezones erectos no
me hubieran llamado.
Quería abrazar cada parte de ella. Quería saber cómo se
sentía acariciarle todo el cuerpo con las yemas de los dedos.
Así que terminé ese beso que me hacía temblar las rodillas, me
senté y envolví su estrecho tórax con mis grandes manos.
Cuando la tomé por los costados, mis pulgares quedaron
a unos pocos centímetros. Esa sensación me hizo querer
protegerla. Hizo que deseara pasar mi lengua por su areola.
Ella gimió mientras lo hacía, así que lo llevé más lejos y tomé
su pezón erecto entre los dientes.
Se volvió loca. Yo la provocaba, y su pecho se elevaba.
Cuando pasé al otro pezón, su cuerpo bailó de placer.
Bajé las rodillas por el costado de sus piernas y tuve que
extender la barbilla para besar el hueco que se dibujaba debajo
de su pecho. Tenía las manos a ambos lados de sus caderas. La
tomé con fuerza, y sus jeans se presionaron contra su piel.
Aunque lentamente bajaba besando el estómago de
Quin, tenía la cabeza puesta en mis manos. Despacio, rodeé
sus curvas y me dirigí hacia la cremallera. Tenía que tocar su
cálida piel. Necesitaba verla. Entonces, acerqué las manos al
botón, lo desabroché, le bajé la cremallera y le quité los
pantalones.
Arrodillado a los pies de la cama, miré a la chica
hermosa que yacía en ropa interior frente a mí. Me miró,
anhelando mis caricias. Su pecho subía y bajaba a la espera de
mi regreso. Cuando me vio posar los ojos en sus bragas, se le
aceleró la respiración. Era ahí donde me deseaba, y yo le di lo
que quería.
Pasé la mano sobre su coño todavía cubierto una última
vez, tomé el elástico de sus bragas y se las bajé. Cuando la vi
completamente desnuda, perdí el control. Pasé las manos por
sus muslos y luego las usé para separarle las piernas. Vi su
parte más íntima expuesta y, con la punta de la lengua, le
toqué el clítoris. Cuando sintió el contacto, inhaló.
No le di la oportunidad de relajarse. Mientras yo
estimulaba su lugar de placer, Quin bajó rápidamente las
manos y asió las sábanas. Mientras tiraba de ellas, yo movía la
lengua, haciéndole cosquillas. Apenas si podía respirar.
Cuando estuvo lista para trepar por las paredes, hice lo
que había querido hacer desde la primera vez que me la había
imaginado desnuda. Abrí la boca y me metí su coño dentro.
Sentí el sabor de sus jugos. Me excitó tanto como a ella. Tenía
el coño de Quin en la boca. Era su parte más sensible y
reservada, y se la estaba masajeando con la lengua.
Yo hacía cada vez más presión, y ella movía la cabeza de
un lado al otro. Cuando la liberé para cambiar de posición, me
tomó de la parte posterior de la cabeza.
—No te detengas —gimió, casi sin aliento.
Continué. Hacía presión y sacudía la cabeza mientras
sus piernas danzaban. Ella era una bola de movimientos
frenéticos. Le lamí el clítoris hasta que no pudo soportarlo
más. Me cogió del cabello y empujó mi rostro hacia su coño.
Tenía los músculos tan tensos que parecía que iban a
romperse. El tiempo se detuvo mientras ella se perdía en un
orgasmo.
Fue la sensación más maravillosa que había tenido. Yo le
había dado eso. O, al menos, la había ayudado a sentirlo. Su
cuerpo se relajó y colapsó, entregado sobre la cama. Yo me
alejé y respiré.
Cuando vi a esa hermosa mujer respirando agitada, sentí
que necesitaba abrazarla. Trepé por su cuerpo y la tomé en mis
brazos. Su calor me acariciaba el pecho. Era increíble tener su
cuerpo desnudo entre mis brazos.
La abracé hasta que, sin poder evitarlo, se quedó
dormida. La amaba tanto. Mientras la miraba, me preguntaba
qué había hecho para tener tanta suerte.
Quin era el amor de mi vida. No tenía ninguna duda. Y
no quería volver a estar lejos de ella.
Capítulo 13
Quin

Soñé cosas maravillosas después de quedarme dormida


en los brazos de Cage. No había tenido la intención de
quedarme dormida. Mientras él me daba la experiencia sexual
más increíble de mi vida, yo pensaba en lo mucho que quería
ver a mi novio desnudo. Deseaba tocar un pene por primera
vez. Pero, más que eso, deseaba sentir esa proximidad con
Cage.
Eso no sucedió, por supuesto, porque él había sido
demasiado bueno con la lengua. No, eso sería injusto. La
verdad era que había sido demasiado bueno con todo. Nunca
me habían besado así ni en ninguno de todos esos lugares.
Había estado lista para explotar muchísimas veces mientras
sus grandes manos se movían sobre mí. Creo que no haberme
transformado ni haberle aullado a la luna fue el logro más
grande de mi vida.
Sin embargo, sabía lo que quería a continuación. Quería
darle una fracción del placer que él me había dado. Lo quería
dentro de mí. Quería que los dos nos convirtiéramos en uno.
No me importaba el cómo. Pero, si que me comiera el coño
podía sentirse tan bien, lo mejor que podía hacer era darle una
mamada.
De solo pensarlo sentí que el calor se propagaba por
todo mi cuerpo. ¿Cómo se sentiría sostener su parte más
íntima en mis manos? Quería saberlo.
La idea terminó de despertarme e hice un plan. Quizá lo
despertaría poniendo mis labios alrededor de su erección
matutina. Eso es lo que haría una persona no virgen, ¿verdad?
Tenía que serlo.
Ya no sentía sus brazos alrededor de mí y estaba a punto
de abrir los ojos e ir en busca de su cuerpo cuando un golpe en
la puerta me despertó bruscamente. Recordé dónde estaba y
mis ojos se abrieron al instante. Miré a la izquierda y luego
encontré a Cage a mi derecha. Él también tenía la cabeza
levantada.
Bueno, ya no podría despertarlo con una mamada. Y,
mientras pensaba en un nuevo plan, oí que un papel crujía.
Miré hacia la puerta. Venía de allí. Alguien estaba deslizando
una nota por debajo.
Cage sintió que me movía y giró la cabeza para
mirarme.
—Buenos días —le dije, con una sonrisa.
Sus ojos cansados se arrugaron cuando me sonrió a
modo de respuesta.
—Buenos días. ¿Cómo has dormido?
—Como un tronco. ¿Y tú?
—He estado un poco inquieto.
—Ha sido porque no te he dado placer, ¿verdad? Me
quedé dormida. Iba a despertarte con una mamada. Tenía todo
un plan.
Cage rio entre dientes.
—Está bien. Tenemos tiempo de sobra para eso.
—Tenemos tiempo ahora mismo —dije, con una sonrisa
pícara.
—Así es. Pero, ¿no tienes un poco de curiosidad por
saber qué acaban de deslizar bajo nuestra puerta?
Tenía razón. En el fondo, la intriga me mataba. Nunca
me había sentido tan viva como cuando desentrañaba ese
misterio. No solo podría revelar algo sobre qué era yo, sino
que también podría revelar algo sobre Cage.
Hacerlo por él lo hacía diez veces más motivador.
Hacer esto por él sería la mejor manera de demostrarle
cuánto me importaba. De modo que sí, sentía más que «un
poco de curiosidad» por saber qué decía la nota que habían
deslizado bajo nuestra puerta.
—Supongo —le dije, pues no quería que pensara que yo
no deseaba tocar todo su cuerpo.
—Yo también. Iría a buscarla, pero mis movimientos
están limitados —dijo, con una sonrisa.
—¡Cierto! Siempre olvido que tienes una pierna
quebrada.
—Yo también —dijo, soltando una risita.
—¿No te duele?
—Lo interesante es que me duele menos cuando estoy
contigo.
—¿Crees que le estás haciendo más daño caminando
sobre ella?
—Esa es una buena pregunta. Pero creo que mi cuerpo
me lo haría saber si necesitara que me relaje. Anoche, cuando
estaba arrodillado frente a ti, no la sentía para nada. Y esta
mañana no se siente genial, pero no diría que duele.
—¿Quizás estás impulsado por la adrenalina? Eso puede
reducir el dolor —sugerí.
—Quizá. Pero hasta que mi cuerpo no me diga que me
detenga, ¿por qué no continuar?
—¿Quizá porque sabes que debes descansar?
—Descansaré el lunes cuando volvamos a la
universidad.
—Con suerte, podremos averiguar algo hoy —le dije.
—Con suerte. Todo esto hace que me pregunte qué dice
la nota.
—Cierto —dije, levantando las sábanas, y yendo hacia
la puerta.
—¡Joder, eres sexy! —dijo, mirando mi cuerpo desnudo.
Me gustaba sentir su mirada cálida sobre mi cuerpo. Así
que cuando me di la vuelta, me agaché, asegurándome de que
tuviera una vista de mi coño.
—¿Intentas darme ideas?
Me levanté y lo miré.
—Esperaba que ya tuvieras algunas ideas.
—Apenas puedo pensar en otra cosa.
Era bueno saberlo. Sin pensar si debía volver a la cama
para reclamar mi pago por el espectáculo que acababa de
ofrecer, abrí la nota y la leí.
—¿Qué dice?
—Dice que Titus está abajo, cuando estemos listos para
el recorrido.
—¿Titus?
—La Dra. Sonya insinuó que conseguiría a alguien
llamado Titus para enseñarnos la ciudad. Creo que nos está
esperando aquí. ¿Qué hora es?
Ambos miramos alrededor, buscando un reloj. Cuando
ninguno encontró uno, cogí el teléfono de mis pantalones, que
estaban tirados y arrugados al pie de la cama.
—Mi teléfono está muerto —dijo Cage, mirando el
suyo.
—Aún queda algo de batería en el mío, y son las 11:05
de la mañana —contesté, sorprendida.
—¡Mierda! ¿Hace cuánto tiempo estará esperando?
—No lo sé. Pero, ¿hemos confirmado con la Dra. Sonya
que queríamos hacer un recorrido?
—¿No lo queremos, de todas formas? ¿No dijo que sería
la persona indicada para preguntar por mi padre?
—Eso creo.
—Entonces, ¿no deberíamos bajar?
—Probablemente —reconocí.
—¿Pero podrías venir aquí un segundo?
Caminé hasta su lado de la cama.
—Un poco más cerca.
Me acerqué lo suficiente para que tomara mi mano. No
lo hizo.
—Más cerca —dijo, con una sonrisa pícara.
Me acerqué lo más que pude a su cabeza. En ese
momento, colocó un dedo en mi clítoris y comenzó a
masajearlo. La sensación podría haberme puesto en coma. La
noche anterior, había podido aguantarme, pero esa mañana no
tenía tantas fuerzas. Me vine en tiempo récord. Mientras lo
hacía, puse mi mano sobre su cabeza para no caerme.
—Eso es todo —dijo Cage, mientras me dejaba ir, con
una sonrisa enorme en su rostro.
Me tomó un momento recuperar la orientación.
—Podría haberte hecho eso a ti —le dije, al ver que
había perdido mi oportunidad de ponerle las manos encima.
—Pero yo te lo he hecho a ti —contestó, con una sonrisa
—. Estabas completamente desnuda y ardiente, ¿cómo se
supone que podría haberlo evitado? De todos modos, es hora
de nuestro recorrido —dijo, mientras salía de la cama,
consciente de que había ganado.
Lo miré mientras pensaba en lo injusto que era que él
me hubiera dado placer dos veces cuando yo aún no había
podido ni siquiera tocarlo. Tenía que pensar cómo haría para
ponerle las manos encima. Después de que encontró su camisa
y se vistió, cubrió el bulto enorme en el frente de sus
pantalones.
—¡Guau! —exclamé, dejándole saber lo que pensaba.
—¿Ves algo que te guste?
—Sí, muchísimo —le dije e, instintivamente, me llevé
una mano al clítoris. Cage me observó tocándome.
—No me hagas ir hasta ahí.
—¿Se supone que eso es una amenaza? Porque yo…
eh… —Realmente no era buena en eso de coquetear—. No
importa. Deberíamos irnos.
Cage se rio entre dientes.
—Sí, deberíamos.
Después de que nos vistiéramos, nos turnamos en el
baño y luego bajamos. Un tipo estaba sentado en el sofá en la
sala de estar. Era alto, con mucho pelo castaño, una cara
amable y una sonrisa hermosa y grande. Parecía que tenía
veintiuno o veintidós años. De cualquier forma, parecía mayor
que yo; podría haber estado en el mismo año que Cage.
—Hola —dijo. Se levantó y nos encontró al final de la
escalera. Su sonrisa brillaba—. La Dra. Sonya me llamó ayer y
me dijo que queréis hacer un recorrido por nuestra bella
ciudad.
—Dijo que podrías ser la persona indicada para hablar
—le contesté, tomando la iniciativa.
—Supongo que queréis saber sobre las cataratas.
—Eso y otras cosas —dije, mirando a Cage.
—¿Estáis listos para salir, o necesitáis más tiempo? La
Dra. Sonya nos preparó un pequeño brunch ya que se
perdieron el desayuno. ¿Imagino que habéis estado un poco
ocupados esta mañana? —insinuó Titus—. Solo bromeo. No
necesito adivinar qué hacían dos jóvenes guapos como
vosotros —dijo, con una risa cómplice—. En fin, ¿queréis
salir?
Todo eso me dejó anonadada y sin palabras.
Básicamente, había dicho que sabía que estábamos teniendo
sexo. Yo ya era mala de por sí con las interacciones sociales,
pero realmente no sabía cómo se suponía que debía responder
a eso.
—Estamos listos —intervino Cage.
—Las cataratas son hermosas. Las puntas están
blancas… si me disculpáis la expresión. Supongo que eso es lo
que os trajo aquí.
—No. Hemos venido porque buscamos a alguien. O, por
lo menos, algo de información sobre esa persona.
—Bueno, la población no es tan grande. ¿A quién
buscáis? Quizá lo haya visto.
— Es pelirrojo, quizá lleve una barba de unos días.
Tendría que haber pasado por aquí hace dos o tres semanas. Se
llama Joe Rucker.
—No, no me suena familiar —respondió Titus, con
sinceridad.
—La Dra. Sonya dijo que preguntaría.
—Ella es bastante buena para eso. ¿Qué pensáis?
¿Deberíamos salir? Tengo los preparativos aquí —dijo,
agachándose y recogiendo una canasta de picnic de mimbre.
—Sí, vámonos.
Titus se dio vuelta y nos guio hasta la salida.
—Espero que no os importe ir en mi camioneta. Es
bastante cómoda para tres personas.
—No, está bien.
—¿Qué te parece…? ¿Tú eras… Cage o Quin? ¿Quién
es quién?
—Yo soy Cage y ella es Quin.
—¿Qué te parece, Quin? ¿Quieres sentarte en el asiento
trasero? Podrías sentarte adelante, con nosotros. Después de
todo, es un asiento largo. Pero supongo que estarás más
cómoda en la parte de atrás.
—La parte de atrás está bien —contesté.
—Muy bien. Entonces, salgamos.
Titus nos llevó por la calle principal mientras nos daba
un tour de toda la ciudad. La escuela solía ser un almacén de
alcohol ilegal. La tienda de Glen solía ser la oficina principal
del corredor de licor ilegal más importante, y solía haber un
muro que rodeaba la ciudad. Desde allí, hizo un giro en U y
nos llevó más allá del hostal.
—La prohibición del alcohol terminó a fines de la
década de 1920, ¿verdad? —pregunté, porque no había
aprendido sobre esa época de la historia estadounidense en mi
instituto.
—En 1933 —corrigió Titus—. Entre 1920 y 1933, esta
ciudad fue el pueblo más rico de Tennessee. La riqueza
concentrada aquí competía con la de Beverly Hills o la del
centro de Manhattan.
—¿Y luego qué pasó? —preguntó Cage.
—Lo mismo que les pasa a la mayoría de las ideas
cuando su tiempo ha pasado. La gente siguió con su vida y se
mudó a otros sitios. Algunos se quedaron. Mantuvieron a la
comunidad a flote durante los tiempos de sequía. No hablo de
los tiempos de sequía del alcohol. En comparación,
probablemente serían los tiempos «mojados». Pero la gente
hizo lo que pudo. Por un tiempo, pensaron que este lugar
podría convertirse en una destilería de whisky de Tennessee.
Pero no duró.
—¿Qué cambió?
—No sé si algo ha cambiado —explicó Titus—. La
población ha aumentado gracias a personas como la Dra.
Sonya. Y de vez en cuando recibimos a gente como vosotros
que viene a ver las cataratas. Pero en general nos gusta
mantener unida a la comunidad. Es un buen lugar para vivir.
Las personas que gobiernan la ciudad se aseguran de que así
sea. Así que mientras estéis aquí, nada os sorprenderá, si saben
de qué hablo. Algunos creemos que nos hemos aislado
demasiado, pero en general somos una manada muy unida.
Inmediatamente, los ojos de Titus se dirigieron al espejo
retrovisor y me miró a los ojos. Era como si esperara que
reaccionara.
No se me había pasado por alto que había usado la
palabra «manada». Así se le decía a un grupo de lobos. No era
la primera vez que alguien lo decía cuando se daba cuenta de
quién era.
¿Lo había dicho por eso? ¿O intentaba decirnos algo
sobre por qué mi olfato de loba aún no regresaba?
—Cuando veníamos nos dimos cuenta de que la ciudad
no está en el mapa. ¿Por qué es eso? —dije, preguntándome
cuánto más estaría dispuesto a contarnos.
—Dicen que está relacionado con que no estamos
incorporados o algo así. Nadie ha querido hacerlo. No me
malentendáis, aquí hay muchas personas amistosas y
hospitalarias con las personas adecuadas. Pero no siempre es
fácil decir quién es adecuado. —dijo, mientras volvía a
mirarme.
Cage, que había estado sumido en sus propios
pensamientos y mirando por la ventana, preguntó:
—Por casualidad, ¿alguna vez has escuchado hablar de
alguien de la ciudad que haya muerto dando a luz?
Probablemente haya sido cerca de la época en que naciste.
—No tengo recuerdos de esa época —dijo Titus, con una
sonrisa rápida.
—Por supuesto. ¿Y de algún bebé que haya
desaparecido?
—¿Quieres decir, como… secuestrado?
—Sí.
—No. Nunca he oído hablar de algo así por aquí. ¿ Tiene
que ver con la persona a la que buscáis?
—No lo sabemos —dije, interviniendo—. Podría no
estar relacionado. Simplemente estamos conociendo la ciudad
—agregué, con la sensación de que escuchar eso lo haría feliz.
Nos quedamos callados hasta que Titus dijo:
—He notado que tienes una pierna coja. ¿Qué pasó? ¿Es
una lesión deportiva? Tienes cara de jugar al fútbol.
—Sí, me lastimé jugando al fútbol americano.
—Yo jugaba en el instituto. Tenemos un programa de
fútbol americano bastante bueno. No tenemos muchas
oportunidades de viajar para jugar. Los fondos en esta ciudad
siempre son un poco ajustados. Pero tiene potencial. ¿Juegas
en East Tennessee?
—Lo hacía. Pero mi momento ya pasó.
—Lamento oír eso. Siempre pensé en ir allí.
—¿Por qué no lo haces? —pregunté.
—Dinero. Tiempo. Motivación. O todas esas. Puedes
escoger. He pensado que podría estudiar algo que pueda luego
traer aquí.
—Esa es una gran idea —comenté, valorando su lealtad.
—Lo es, pero luego me atasco pensando en qué debería
estudiar.
—Para eso está la universidad, para ayudarte a averiguar
qué es lo que quieres hacer.
—Sí, tienes razón. Necesito pensarlo un poco más.
Ahora que tengo dos amigos que estudian allí, podría
considerarlo —dijo Titus con otra sonrisa amable.
Cuando ya estábamos unos veinte minutos fuera de la
ciudad, comenzamos nuestro recorrido por las cataratas
congeladas. No había exagerado. Se veían maravillosas. Todas
parecían estar congeladas en medio de la caída, lo que formaba
carámbanos de hasta seis metros de largo.
—Mis amigos y yo solíamos nadar desnudos aquí
cuando éramos pequeños —nos contó Titus, mientras
mirábamos una de las cascadas desde la camioneta—. Cuando
no estaba congelado, por supuesto. Sí, aunque son hermosas
en invierno, son mucho más hermosas en verano. Son tesoros
ocultos.
—Tienes razón. Nunca había visto algo igual —dije.
—Bueno, eso no es mucho decir, porque vienes de la
ciudad —bromeó Cage.
—Ah, ¿de qué ciudad? —preguntó Titus.
—De la Gran Manzana —contestó Cage por mí.
—¡Guau! ¿Cómo es vivir ahí?
Me congelé, sin saber cuánto debía contarle. Mi niñez
no había sido muy normal.
—Es… diferente —le dije.
—Seguro que lo es. ¿Solo se escuchan coches?
—Depende de donde te encuentres.
—Ni siquiera puedo imaginarlo. ¿Escuchas esto? Es el
dulce sonido de la nada. No tiene comparación.
—Yo crecí a un kilómetro y medio de nuestro vecino
más cercano —comentó Cage.
—Entonces, vosotros sois los dos extremos —dijo Titus,
con una sonrisa.
—Está claro que tuvimos experiencias diferentes —dijo
Cage.
—No somos tan diferentes —lo corregí, pues no me
gustaba la distancia que estaba poniendo entre nosotros.
—Vamos. Ni siquiera puedo imaginar el mundo en el
que creciste. O qué se siente estar en tu situación.
—¿Qué situación? —preguntó Titus, rápidamente.
Cage y yo nos miramos. Era bueno saber que él no iba a
soltar nada abruptamente.
—Crecí con la presión de tener que hacer algo especial
—resumí.
—Nunca me habías dicho eso —dijo Cage, pensando.
—Creía que te lo había dicho cuando hablamos de…
otras cosas.
—No. Recuerdo muy bien esa conversación. No lo
mencionaste.
Suspiré.
—Bueno, así es. Tengo que curar lo que mató a mi
madre.
—Creí que habías dicho que tu madre fue asesinada
por…
—Así es —lo interrumpí—. Y tengo que encontrar una
cura. Me ha atormentado toda mi vida —le dije,
solemnemente.
Cage me miró inexpresivo.
—Siento mucho lo de tu madre —dijo Titus con empatía
—. ¿Tenía cáncer?
—Era algo genético —le expliqué.
—¡Guau! Eso es un poco de presión, sentir que tienes
que encontrar la cura para una enfermedad.
—Más que un poco —aclaré.
—¿Y cómo vas a hacerlo? ¿Cuáles son tus planes para
cambiar el mundo? —preguntó Titus.
—Mi padre tiene un laboratorio de genética. En algún
momento trabajaré allí y pasaré el resto de mi vida
investigando.
—Ese es un plan increíble —dijo Titus, desconcertado.
Se volvió para mirar a Cage—. Supongo que tú harás algo
igual de increíble.
—No. Mis sueños nunca fueron tan grandes.
—¿A qué te refieres? ¿Y jugar en la NFL? —le recordé.
—Ese nunca fue mi sueño. Era lo que otras personas
querían para mí.
—¿Entonces, cuál es tu sueño? —preguntó Titus.
—Casarme… tener una familia… tener hijos… Quizá
podría enseñar fútbol americano en algún lugar —dijo Cage,
mirándome.
Aunque su sueño sonaba bien, tenía que admitir que no
encajaba con lo que sabía que debía hacer. Mi padre había
arruinado el mundo y a mí con lo que sea que yo era.
Necesitaba deshacerme de eso. Ver el dragón en la cocina de
Cage había traído muchas más preguntas. Pero no cambiaba el
hecho de que mi loba había matado a mi madre. Nunca lo
olvidaría.
Cuando no le respondí a Cage, Titus rompió la tensión,
recordándonos la comida que la Dra. Sonya nos había
preparado. Nos había preparado sándwiches de huevo frito con
queso derretido y jamón entre rebanadas de pan tostado. Una
mermelada agria mezclada con miel resaltaba los sabores.
—Están buenos —dijo Titus, probando uno de los
emparedados—. No cocina a menudo, pero siempre que
llevaba algo a una feria o función escolar, su comida era la
primera en la que me fijaba. Es del Caribe, ¿sabéis? Jamaica,
creo. Su pollo jerk es increíble.
—¿Es jamaiquina? Yo soy de las Bahamas —dije, feliz
de que alguien viniera de un lugar cercano.
—¿No habías dicho que eres de Nueva York? —
preguntó Titus.
—Solía pasar sus veranos en las Bahamas —explicó
Cage.
Después de eso, Titus comenzó a mirarme fijo desde el
espejo retrovisor. No sabía lo que pensaba, pero su mirada
hizo que quisiera cambiar de tema.
—¿Hemos visto todas las cataratas?
—Ni siquiera estamos cerca. Os he llevado solo a las
que se pueden acceder sin caminar demasiado.
—No tienes que preocuparte por mí. Puedo caminar un
poco —aclaró Cage.
—¿Estás seguro? —quiso confirmar Titus.
—No creo que pueda hacer una caminata de tres
kilómetros, pero podríamos ir más lejos de lo que hemos ido.
—Muy bien. Hagámoslo —dijo Titus, mientras volvía a
encender la camioneta.
Titus condujo por otros veinte minutos y después
estacionó la camioneta al lado de la carretera.
—¿Cuán larga es la caminata? —le pregunté.
—Es de un kilómetro, más o menos. Quizá un poco
menos.
—¿Está seguro de que quieres hacer esto? No tenemos
que hacerlo —dije, asegurándome de que Cage estuviera bien.
—Estoy bien. De verdad.
No quería decirle a Cage que no podía o que no debía
hacerlo, si él decía que estaba bien. Pero me costaba creer que
una persona con una lesión como esa pudiera caminar un
kilómetro. Parecía una locura. Pero tenía que confiar en Cage.
Nadie más que él sabía cómo se sentía.
La caminata hacia el río fue a través de un paraíso
nevado. Nieva bastante en Nueva York y el Central Park
siempre es bello en invierno, pero nunca había visto nada
como esto.
Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, más
cubiertos de nieve estaban los árboles. Era hermoso. No me
había imaginado que lugares como ese existieran en la vida
real.
Lo único que escuchaba era el crujido de la nieve bajo
nuestros pies. Más allá de eso, solo oíamos un ligero zumbido
cuando la brisa atravesaba los árboles. Tenía que ser una de las
experiencias más relajantes de mi vida. Podía sentir que mi
loba pensaba en correr por la nieve. No iba a dejar que lo
hiciera, pero me dio energía para caminar.
Titus nos guiaba y yo miraba hacia atrás continuamente
para ver cómo estaba Cage. Parecía estar bien, como él había
dicho que estaría. No comprendía cómo.
La única razón por la que yo podría hacerlo era porque
era una mujer lobo. Hacía que me curara más rápido que el
resto. ¿Cage podría ser un hombre dragón como su padre?
Pero si lo era, ¿no lo sabría ya?
Me transformé por primera vez un minuto después de
haber nacido. ¿Los hombres dragón eran diferentes? ¿O Cage
era simplemente un humano impresionante con una voluntad
increíble?
—Llegamos —dijo Titus, guiándonos hasta un claro.
Admiré la vista delante de nosotros. A quince metros
había un lago congelado de treinta metros de ancho. En el
extremo más lejano había una pared rocosa de 10 metros de
alto. Desde la punta hasta la base estaba lleno de carámbanos.
Parecía una cortina hecha de hielo. Era increíble.
—¡Guau! —dije, incapaz de comprender tanta belleza.
—Esto es increíble —dijo Cage, tan asombrado como
yo.
—Vamos. Os mostraré algo —dijo Titus, llevándonos
hacia adelante.
Titus se acercó al borde del lago congelado y nosotros lo
seguimos en fila.
—¿Esto es seguro? —pregunté, pues nunca antes había
caminado sobre el hielo.
—Claro que sí. Estará congelado durante toda la
temporada. Tienes que tener cuidado con el hielo gris. Cuando
es azul, está sólido. Cuando está cubierto de nieve de esta
forma, tienes que tener cuidado; pero, en general, estarás bien.
Me tranquilizó que Titus supiera tanto sobre lagos
congelados. Era algo que probablemente sabía cada chaval que
crecía en ese lugar.
Miré a Cage para ver si estaba en desacuerdo con la
evaluación de Titus. Como no reaccionó, asumí que lo que
había dicho Titus era un hecho. Seguí los pasos de Titus sobre
el hielo y, a unos pocos metros, miró hacia atrás y me corrigió.
—No deberíais caminar en fila sobre el hielo. Separaos.
Reduce el riesgo —dijo.
No entendía cuál era la lógica, pero le hice caso y me
alejé de su sendero. Para mí, el hecho de que Titus caminara
sobre él era prueba de que el lugar era lo suficientemente
fuerte para sostenernos. Pero él había crecido en el lugar,
mientras que yo había pasado mis inviernos en una isla
tropical. ¿Qué sabía yo?
Cuanto más avanzábamos sobre el lago, más notaba que
la cortina del hielo delante de nosotros no era una pared. Era
un grupo de carámbanos escalonados que, desde la distancia,
parecían una sola pieza. Más asombroso que eso era la cueva
que se escondía detrás.
—Es una experiencia diferente en verano, cuando el
agua fluye. Pero me parece algo especial cuando todo se
congela de esta forma —dijo Titus, conduciéndonos hacia la
cueva a través de un hueco entre los carámbanos.
Me paré dentro de la cueva de 3 metros de profundidad,
miré a mi alrededor y me quedé estupefacta. La vista era
cautivadora y hermosa.
—Es como si estuviéramos en un plano diferente—dije,
tratando de entender lo que estábamos viendo.
—Es cierto —aceptó Cage
Le sonreí a Cage y me estiré para tomar su mano. Él
tomó la mía y me devolvió la sonrisa. No fue una sonrisa
sonrojada. Era una que me dejó saber que estaba contento. Me
gustó ver esa sonrisa. Siempre tenía tantas cosas en mi cabeza
que me costaba encontrar momentos de paz.
Nos sentamos en la cueva y disfrutamos del paisaje
durante más de una hora. La mitad del tiempo, Titus lo pasó
respondiendo mis preguntas sobre cómo había sido crecer allí.
Le gustaba hablar. Pero nada de lo que decía me hacía pensar
que este lugar o las personas que vivían aquí fueran diferentes.
Era solo una típica ciudad pequeña.

—Se está haciendo tarde. Debéis estar muy hambrientos


—dijo Titus, cuando finalmente se quedó sin cosas para
contar.
—Podríamos regresar —dijo Cage, comprobando que yo
estuviera de acuerdo.
Mientras estábamos sentados, me había rodeado con sus
brazos. Habría podido quedarme así para siempre. Pero lo
único que habíamos comido en todo el día habían sido los
sándwiches de la Dra. Sonya. Yo no tenía inconvenientes con
eso, pero Cage era un tío grande.
—Sí, regresemos —accedí—. Pero este recorrido ha
sido increíble. La ciudad es impresionante.
—¡Gracias! Me alegra que os haya gustado. Deberíais
volver —dijo Titus con amabilidad.
—Sí. Vendremos contigo cuando empieces en East
Tennessee el próximo semestre —bromeé.
Titus rio.
—Cierto.
Titus nos volvió a guiar, yo seguí tomando la mano de
Cage y seguí al grupo. Encontré las huellas de Cage en la
nieve e imité sus pasos.
Él era más de veinte centímetros más alto que yo, por lo
que sus pasos eran más largos. Debía brincar un poco para
seguirle el ritmo. Salté para emparejar su zancada, me tropecé
y resbalé. Me solté de la mano de Cage y rápidamente caí
sobre el hielo. Golpeé el suelo y escuché un crujido.
En un segundo, entré en shock y mi cuerpo se congeló.
El crujido que había escuchado era del hielo que se rompía.
Estaba rodeada de agua helada y me hundía como una roca.
No podía respirar. El agua estaba demasiado fría. Mi
cara se estaba hundiendo. Sucedía todo demasiado rápido.
Cuando me percaté de lo que estaba sucediendo,
comencé a entrar en pánico. Al instante, me transformé.
Ahora, mi loba estaba enredado en mi ropa. Intentaba librarse
y comenzamos a dar vueltas.
No sabía qué lado era arriba, así que mi loba comenzó a
agitar las patas hasta que su hocico golpeó algo duro. Era la
capa de hielo. Había nadado más allá de donde me había
caído.
Hacía tanto frío. Su corazón latía incontrolablemente.
Necesitábamos calmarnos. ¿Pero cómo podríamos hacerlo?
Todo nuestro cuerpo gritaba que teníamos que respirar.
Nos obligué a ella y a mí a tranquilizarnos y escuchamos
algo. Alguien gritaba. No podía entender lo que decían, pero
miramos hacia arriba y pudimos ver sus contornos borrosos.
Uno de ellos señalaba lejos de nosotras.
Querían que volviera a donde había caído. Nos
señalaban la abertura.
Dimos la vuelta, sus extremidades se congelaban
rápidamente, pero mi loba las obligó a empujarnos hacia el
agujero en el hielo. Las sombras se hacían más grandes. Algo
entró al agua frente a nosotras. Era la mano de alguien. Se
aferró a la pata de mi loba y nos tiró hacia la abertura.
Con las garras libres para cavar en el hielo, rasgó hasta
salir fuera del agua y hacia el aire. Se tomó con las garras y
nos sacó del agua. Cuando estaba acostada boca abajo al lado
de Cage, se levantó de un salto. Miró a su alrededor
rápidamente y fijamos la vista en Titus, que nos miraba con
menor sorpresa de la que debería haber tenido.
—Cage, gatea hasta aquí. Quin, tienes que caminar lejos
del agujero con mucho cuidado —nos instruyó Titus, llamando
«Quin» a mi loba.
Después de que Cage se estirara para sacar mis
pantalones del agua, que por suerte aún tenían mi teléfono y
mis tarjetas, los dos hicimos lo que nos dijo y, finalmente,
estuvimos en lo que parecía hielo sólido. Una vez allí, me
transformé rápido en humana y me quedé arrodillada en el
piso. El calor de mi transformación tardó un poco en irse de mi
cuerpo. Una vez que se fue, estaba mojada, desnuda y
arrodillada en el hielo.
—¿Estás bien? ¿Te has lastimado? —preguntó Cage,
quitándose la chaqueta y rodeándome con ella.
Era una buena pregunta. ¿Estaba lastimada? El crujido
cuando había golpeado el hielo volvió a mi mente. Sentía
dolor en la parte posterior de la cabeza, donde había hecho
contacto con el suelo.
—Creo que sí —le dije, tocándome el golpe de la
cabeza.
—Déjame ver. ¿Estás sangrando?
Retiré la mano y la miré. Cage se movió a mi alrededor
para verlo por sí mismo.
—Creo que no. Creo que estoy bien.
—Por Dios, Quin —dijo, mirándome de nuevo a los ojos
y poniendo sus brazos alrededor de mí.
—Estoy bien —le aseguré, no muy convencida.
—Eres una mujer lobo. No esperábamos eso —dijo
Titus, llamando nuestra atención.
Cage miró a Titus, enojado.
—¿Qué quieres decir con «No esperábamos eso»? Mi
novia se acaba de convertir en loba. ¿Por qué no estás más
sorprendido?
—¿Y por qué lo dices en plural? —pregunté, mientras
me castañeaban los dientes.
—Debo llevarte a ver al Dr. Tom —dijo Titus con
tranquilidad.
—Estoy bien. No tengo que ver a un doctor —le dije.
—Puede que estés bien. Pero tendrá que hablar contigo
de algunas cosas.
—¿Cómo qué? —le espetó Cage, a la defensiva.
—Como por qué no estoy sorprendido de saber que eres
una mujer lobo.
—No iremos a ningún lado hasta que nos digas qué
sucede —insistió Cage.
—No hagáis eso. Quin tiene frío y está mojada. Al
menos llevémosla a mi camioneta. Puedes decidir qué queréis
hacer después de eso —dijo Titus, con sensatez.
Cage me miró. No estaba en condiciones de rechazar la
oferta.
—Bueno. Pero vamos a necesitar respuestas.
—Y el Dr. Tom os las dará. Y Quin, teniendo en cuenta
que estás desnuda y descalza, quizá quieras transformarte en
loba para el camino de vuelta. A menos que quieras que Cage
te cargue por un kilómetro con la pierna quebrada.
Tenía que admitir que no era una mala idea. Lo miré a
Cage para confirmar. Asintió. Así que me quite su chaqueta,
me apoyé en mis manos y rodillas y dejé que mi loba tomara el
control.
—Joder, Titus ¿por qué carajo nos llevabas por hielo
delgado? —le gritó Cage, girando hacia él.
—Lo siento. No pensé que fuera delgado. Ha estado
congelado todo el invierno. ¿No le dije que no caminara en
línea?
—No culpes a Quin.
—Solo digo que, si ella hubiera seguido mis
instrucciones, esto no habría sucedido.
Cage lo miró enojado.
—Espero que tu Dr. Tom tenga algunas respuestas. Solo
diré eso.
—Te prometo que las tendrá —nos aseguró Titus y nos
guio hasta la camioneta.
Además de que el cuerpo de mi loba era más caliente, la
secreción de mi pelaje había quitado casi toda la humedad de
mi piel. La idea de Titus resultó ser mejor de lo que había
creído que sería. ¿Cómo sabía tanto acerca de ser un hombre
lobo?
Cuando llegamos a la camioneta, no sabía si volver a mi
forma humana o no. Extrañaría el calor de mi pelaje. Era la
primera vez que no estaba esperando el momento en el que
pudiera volver a transformarme.
Pero cuando Cage abrió la puerta del acompañante y se
quitó la chaqueta, lo hice. Estaba claro que él quería que
volviera. Y como no había nada que quisiera más que volver a
sus brazos, me transformé.
Luego de que Cage pusiera mis pantalones mojados
delante de la calefacción, se sentó conmigo en el asiento
delantero. Me acurruqué contra su cuerpo cálido.
—Estás temblando —me dijo Cage.
—Estoy bien —le aseguré.
En verdad, no estaba segura de que fuera por el frío. Me
había transformado en frente de alguien que actuaba como si
se transformara todos los días. Y caminé de regreso a la
camioneta sin querer regresar a mi forma humana. Y
estábamos en camino a ver a alguien que podía tener más
respuestas sobre quién y qué era yo de las que había tenido en
mi vida. Eran demasiadas cosas. Estaba abrumada.

Cuando giramos a la derecha después de la tienda de


Glen, ya me sentía algo mejor. Estar acostada en los brazos de
Cage me ayudaba.
Aparcamos frente a una casa de dos pisos con
revestimiento blanco. Si hubiera tenido que imaginar la casa
del doctor de una ciudad pequeña, habría imaginado
exactamente esa casa. Su consultorio era un edificio
independiente de aspecto similar, ubicado a la izquierda de la
casa principal, pero más atrás.
Volví a ponerme los pantalones, y rápidamente volví a
sentir el frío del agua. Pero, gracias a la calefacción de la
camioneta y que aún llevaba la chaqueta de Cage, no me
afectó tanto. A pesar de que había una ligera brisa, llegué al
consultorio sin que se me congelaran las partes íntimas. Eso
me ponía feliz. Apenas había comenzado a usarlas para su
propósito previsto. ¡No quería perderlas!
—¿Dr. Tom? —llamó Titus, y un hombre latino entró en
la sala de espera.
El hombre parecía más serio que su marido. También
tenía una contextura diferente. Mientras que Glen tenía la
contextura de un oso de peluche, el torso del Dr. Tom se
asemejaba más bien a un tonel. Ambos parecían el tipo de
persona que sabe disfrutar de una buena comida. Así debían
verse años de felicidad marital en un pueblo como ese.
—Titus, ¿qué sucede? —preguntó el hombre, que tenía
un leve acento latino.
—Es una mujer lobo —dijo, despreocupadamente.
—¿Y él? —preguntó el Dr. Tom, señalando a Cage.
—Creo que nada.
El Dr. Tom asintió y se volvió hacia mí.
—Quin, ¿verdad?
—Sí —confirmé.
—¿Por qué no entras conmigo al consultorio? —dijo,
señalándome el camino.
—No irá a ningún lado sin mí —dijo Cage, acercándose
amenazadoramente al hombre.
—Estaré bien, Cage —le garanticé—. Creo que, si
quisieran lastimarnos, ya lo habrían hecho.
—Tiene razón —confirmó el Dr. Tom—. No te
preocupes. Regresará en unos minutos. Puedes sentarte y
esperar —dijo, antes de darse la vuelta y señalarme el
consultorio.
Detrás de la puerta cerrada, el médico me hizo una seña
para que me sentara en la cama de metal en el medio de la
habitación.
—Siéntate —dijo, antes de poner una silla en frente de
mí.
Me senté y lo miré incómoda.
—Así que eres una mujer lobo. Eso no era lo que Glen
suponía. Pensó que eras una Fata.
—¿Qué es una Fata? —me apresuré a preguntar,
interrumpiéndolo.
—Eso es lo que somos Glen y yo. Es un ser que está en
sintonía con la magia que nos rodea.
—¿La magia que nos rodea? —pregunté, con menos
certeza de la que había querido transmitir.
—Sí. La magia es lo que creó criaturas como tú y yo.
Me gusta pensar que es el código secreto para acceder al
universo. Los Fata, como yo, a veces podemos acceder a él.
Puede que hayas notado una diferencia cuando entraste a la
ciudad.
—¿Hablas del domo o la barrera o lo que sea eso?
—Es un hechizo de protección.
—¿De qué os protege? —pregunté, con inseguridad.
—Hay muchas cosas afuera de las que preferiríamos
permanecer escondidos. Muchas cosas que preferirían
matarnos a vivir en paz.
—¿Te refieras a cosas como dragones?
El Dr. Tom me miró con sospecha.
—Sí. ¿Entonces sabes de los dragones?
—Me encontré con uno. De hecho, eso es lo que nos
trajo aquí.
—Me dijeron que buscabais a alguien. ¿Con que era un
dragón, eh?
—¿Eso no te sorprende? —pregunté, después de
escuchar su respuesta despreocupada.
—Ya hay pocas cosas que me sorprendan. Aunque, debo
decir, que si puedes deberías evitar a los de esa clase. Son
codiciosos, acaparadores y tienen un temperamento horrible.
Preferirían matar a alguien como tú antes de dejarte ir con el
conocimiento de lo que son.
—Suena como el que conocí —confirmé. Aunque no
encajaba para nada con la descripción de Cage.
—¿Por qué estuviste en contacto con uno?
¿Debería contarle sobre Cage? Teniendo en cuenta lo
que pensaba de los dragones, lo mejor era no mencionarlo.
—Por mala suerte. Bueno, ¿has conocido gente como yo
antes?
—¿Hombres lobo? Sí.
Una oleada de calor pasó por todo mi cuerpo. Sentí que
iba a desmayarme… o a transformarme.
—Creí que era la única.
—¿Por qué creerías eso? ¿No tienes madre o padre? ¿No
tenían una manada?
—No. Mi padre es genetista. Me creó por accidente.
Apenas lo dije, se prendió una luz en sus ojos.
—Eres esa mujer lobo. Esa con la que el mundo entero
está fascinado.
—Esa soy yo —contesté, sintiendo el peso en mis
hombros.
—Tú me has sorprendido —admitió.
—¿Cómo?
—Siempre creí que, si el mundo se enterara de nosotros,
vendrían a buscarnos con antorchas y horquillas. Pero tú
sigues viva. En otra época no lo habrías estado. No hace tanto
tiempo.
—Bueno, mi vida tampoco fue fácil.
—Imagino que no. Los hombres lobo sienten una gran
necesidad de estar con otros de su tipo. Incluso tienen lo que
llaman «parejas destinadas».
—¿Qué es eso?
—Una pareja destinada es alguien con quien
incontrolablemente estás vinculado. Estar separado de esa
pareja puede ser desagradable o incluso muy doloroso para los
dos involucrados.
—¿Es posible tener ese vínculo con un humano? —
pregunté, pensando en mis sentimientos por Cage de
inmediato.
—No que yo sepa.
—Creo que sí lo es —le dije.
—No he visto algo así en toda mi vida. Y no soy tan
joven como parezco.
Lo volví a mirar.
—¿Cuántos años tiene?
—Tengo 149 años —contestó y me sonrió con los labios
apretados.
Me sorprendió. Creí que iba a decir 65. Incluso eso
hubiera sido mucho teniendo en cuenta que lo único que
indicaba su edad era una barba entrecana.
—¡Es increíble! ¿Cuánto viven los hombres lobo?
—Desafortunadamente, no mucho. La mayoría muere
violentamente a temprana edad. Como ya dije, hay muchas
cosas que cazan hombres lobo y los matan. Para eso tenemos
el hechizo protector.
—Espera, ¿quieres decir que hay hombres lobo en esta
ciudad? —pregunté y de pronto no podía respirar.
El Dr. Tom se reclinó y cruzó los brazos.
—Sí, los hay.
Solté un grito ahogado.
—¿Dónde? ¿Quién?
—No puedo decírtelo.
—¿Por qué?
—Podría ser peligroso. Y nos acabamos de conocer. Es
posible que ya te haya contado más de lo que debería.
—Por favor, necesito saber más. No tiene idea de lo que
fue crecer creyendo que era la única.
—El problema es que, ahora que sé quién eres, sé qué
traes contigo. Todos fueron amables contigo cuando llegaste
porque creíamos que eras una Fata. Nos dimos cuenta que eras
mágica. Pero los hombres lobo de tu edad no suelen ser tan…
tranquilos después de que comenzaron a transformarse. E
incluso cuando los Fata no saben qué son, a veces acceden a
sus habilidades y se convierten en rastreadores.
—Dije que vine buscando a alguien —recordé.
—Sí. Y los Fata son aún más vulnerables que los
hombres lobo. Así que esperábamos que te quedaras con
nosotros. Cuantos más somos, más seguros estamos.
—Entonces, ¿aquí son todos Fata u hombres lobo?
—No, también hay humanos aliados.
—¿La Dra. Sonya?
—Es humana.
—¿Titus?
El Dr. Tom me miró inexpresivo.
—Este es mi dilema —dijo, ignorando mi pregunta—,
tengo un hechizo que puede hacerte olvidar todo lo que te he
contado. Puedo usarlo para proteger la ciudad.
—¿Hay una segunda opción? —pregunté, pues de
pronto sentí que iba a transformarme.
—Sí. Puedo confiar en que no vas a traicionar a nuestra
comunidad. Siempre es bueno tener aliados.
—Vayamos con la opción B —dije, con el corazón
latiendo fuerte.
—Tal vez. Pero primero tendrás que decirme todo lo que
sabes sobre ese dragón que estás buscando.
Miré a la criatura que estaba sentada frente a mí y me
pregunté si podía leer mi mente. No sabía qué era un Fata. No
sabía qué eran capaces de hacer. No podía olvidar cómo me
sentí cuando los ojos del padre de Cage se pusieron negros en
el hospital. Sentí como si estuviera buscando entre mis
pensamientos como quien busca documentos en un archivador.
¿El Dr. Tom podía hacer lo mismo?
Al mismo tiempo, no había forma de que traicionara a
Cage. Incluso si significaba que me borrarían la mente, no le
haría eso. No podía ponerlo en peligro de esa forma.
—Estaba en el hospital visitando a un amigo y me
empujó dentro de una habitación y me amenazó. Me dijo que
sabía quién era y que me mataría si me volvía a ver.
—Ya veo. Los dragones son conocidos por anidar lejos
de la gente. En general solo amenazan a alguien cuando
protegen su propiedad. ¿Algo de eso concuerda con tu
situación?
Concordaba perfectamente. Pero no podía decirle eso sin
decir más sobre Cage.
—No creo que concuerde para nada.
—Ajá —suspiró mirándome a los ojos.
—¿Y lo seguiste hasta aquí?
—No exactamente. Cage y yo lo encontramos más tarde
cuando lo buscábamos por el bosque. Estaba muerto o en
coma o algo así.
—¿Cage es tu amigo? ¿El que está afuera?
—Sí. Estaba en su forma de dragón, pero supe que era él
por su olor. Decidimos seguirle el rastro que había dejado para
saber de dónde venía y nos condujo a la carretera que llegaba
hasta la ciudad. El rastro se detuvo de pronto después de eso.
—Es por el hechizo protector. Atenúa el olor de todo lo
que se encuentre dentro de él.
—¿Es por eso que mi loba no puede oler casi nada desde
que llegamos?
—Sí, así es. De otra forma, quién sabe qué vendría a
buscarnos después de que detectara nuestro olor.
—Ya veo. ¿Y los lobos que viven aquí están de acuerdo?
—pregunté, sabiendo lo atenuada que se sentía la vida sin las
habilidades mejoradas de mi loba.
—Es mejor perder el sentido del olfato que la vida.
—Supongo que sí —contesté, preguntándome si este
Fata sabía cuánto les quitaba este hechizo protector a los
lobos.
—Créeme, si supieras lo que anda suelto por ahí, harías
lo mismo.
—Tal vez. Bueno, ¿puedo quedarme con mis recuerdos?
El Dr. Tom me examinó una última vez.
—Por ahora. Pero no nos hagas ir a buscarte.
—No lo haré. Pero, ¿cree que podría presentarme a otro
hombre lobo? Es que nunca he conocido a otra persona como
yo.
El Dr. Tom se quedó mirándome, sin decir nada. Cuando
terminó, dirigió su atención a los archivos que tenía detrás.
—¿Has tenido la oportunidad de conocer a mucha gente
en la ciudad?
—Hemos conocido a algunas personas. Pero supongo
que ya sabe quiénes son.
—Sí, bueno, no puedo romper la confianza de nadie.
Pero hay algunos personajes interesantes en la ciudad. Nero es
alguien que podría resultarte interesante. No es perfecto, pero
es un buen chico.
—¿Nero?
—Sí. Ahora, si no te importa, tengo mucho trabajo por
hacer
Aún tenía muchas preguntas, pero estaba claro que él ya
no me daría respuestas. Me pregunté qué debía preguntarle
antes de que cambiara de opinión y me borrara la memoria.

—Ah, claro. Gracias —le dije—. Nero, ¿verdad?


El médico me sonrió con los labios apretados.
—Tomaré eso como un «sí».
Dejé el consultorio y me uní a los dos chicos.
—¿Está todo bien? —preguntó Cage, preocupado.
—Sí, claro. Todo está bien —dije, volviéndome hacia
Titus y preguntándome qué era.
—¿Queréis que os lleve de regreso a lo de la Dra.
Sonya? —preguntó Titus sintiéndose expuesto.
—Sí, creo que sería lo mejor —contesté para su
decepción.
—¿Se quedarán? ¿O…?
—Seguramente comamos algo y volvamos a casa —le
dije, decidiendo que sería mejor no contarle todo.
Regresamos a la camioneta de Titus y nos llevó de
regreso al hostal
—Lamento que todo haya terminado así —dijo Titus,
genuinamente triste.
Como no soy buena con las cosas sociales, no entendí a
qué se refería. Lo ignoré y estaba por bajar de la camioneta
cuando me di cuenta de algo.
—Por cierto, ¿conoces a alguien que se llame Nero?
—Sí, claro. ¿Qué pasa con él?
—¿Dónde lo encontraríamos, si estuviéramos
buscándolo?
—Creo que trabaja un par de turnos en el restaurante.
—Espera, ¿como mesero?
—Sí. ¿Por qué?
Miré a Cage, quien me miraba con tanta curiosidad
como Titus.
—Solo tenía curiosidad. Oye, gracias por mostrarnos los
alrededores.
—No hay problema. Y tal vez os vea en East Tennessee
el siguiente semestre —dijo con una sonrisa.
—Tal vez —le dije, antes de bajar con Cage de la
camioneta y entrar en el hostal.
—¿Por qué le has preguntado por el mesero de la otra
noche? —me preguntó, mientras cruzábamos la sala de estar.
—¿Cómo ha estado el recorrido? —preguntó la Dra.
Sonya, caminando desde la cocina—. Oh, ¿qué ocurrió con tus
zapatos?
—Tuvimos un accidente en el lago —dijo Cage, dando
una explicación vaga para que yo no tuviera que hacerlo.
—¿Y has perdido los zapatos? —me preguntó.
El Dr. Tom me dijo que era humana. ¿Pero no era
también una de las personas que el Dr. Tom estaba usando
para averiguar qué era yo? ¿Eso no quería decir que sabía que
los Fata y los hombres lobo existían?
Me encogí de hombros, sin saber qué responderle. Ella
me dio una mirada cómplice.
—Tengo algo abrigado que puedes usar si lo necesitas.
Además, Cali y yo estamos a punto de cenar. ¿Queréis comer
con nosotros?
—Gracias, pero tenemos planes —le dije, interviniendo.
Cage me miró confundido.
—Sí, desafortunadamente, tenemos planes —confirmó
Cage.
—Pero sí tomaré prestados un par de zapatos hasta que
podamos comprar algo en la tienda.
—Los iré a buscar.
—Gracias —le dije antes de empujar a Cage hacia las
escaleras.
—Los dejaré frente a vuestra puerta —dijo antes de irse.
—¿Realmente tenemos planes? Porque debo decirte que
tengo bastante hambre. Definitivamente necesitaré comer algo
primero.
—Lo haremos. Solo que iremos a hacerlo al
restaurante… Después de que compre ropa nueva.
Le dije a Cage todo lo que me había dicho el Dr. Tom y
lo que pensaba que eso significaba. Cage estaba tan
sorprendido como yo.
—Entonces, este otro mundo ha existido siempre.
—Dijo que tenía como 150 años.
—No puedo creerlo. Y mi padre es un hombre dragón.
¿Te dijo qué se supone que debamos hacer con su cuerpo?
¿Hay un ritual especial o algo? ¿Y cómo podemos saber si
está… ya sabes, muerto?
—Disculpa, no pude preguntarle nada de eso. Me estaba
dando mucha información. Estaba preocupada por no decirle
que tú también podrías ser un hombre dragón.
—Si lo soy, él dijo que podría ser peligroso.
—Cage, te conozco. No lo eres.
—¿Y si lo soy? ¿Y si hay gente que tarda más en
transformarse y cuando lo hacen cambian de personalidad?
—Yo me transformo, ¿cambia mi personalidad?
—Pero tú te has transformado toda tu vida. Si yo soy
como mi padre, ¿quién sabe qué me pasará?
Tenía razón. Yo sabía menos de hombres dragón que él.
Al menos él había visto a su padre. Lo único que yo sabía era
cómo se sentía tener a una loba luchando por salir de mí.
—No nos preocupemos por eso. Si sucede, lidiaremos
con eso en ese momento. Pero la descripción que dio de los
dragones encajaba perfectamente con tu padre, pero no encaja
ni un poco contigo. Es posible que solo seas humano.
—¿«solo»? —dijo, difiriendo con mi forma de decirlo.
—Sabes a qué me refiero. Y no importa qué eres. Eres la
persona en la que no puedo dejar de pensar. Tú eres eso, seas
lo que seas —dije, sonriéndole.
Cedió, me devolvió la sonrisa y me besó.
—Entonces, crees que ese cabrón es un hombre lobo,
¿no?
—Eso es lo que insinuó el Dr. Tom.
—Bueno, estoy seguro de que tendrá ganas de contarnos
su mayor secreto después de que hiciéramos que le quitaran el
salario de un día.
—No le hemos hecho nada. Él ha sido quien nos ha
dicho algo a nosotros.
—Y estoy seguro de que lo verá de esa manera.
—¿Sarcasmo? —confirmé.
—Sí, sarcasmo. No querrá hablar con nosotros. Y no
estoy seguro de poder mantener la calma cuando hable con él.
Hay algo de ese tío que me irrita..
—Entonces hablaré yo.
—No creo que él quiera hablar contigo tampoco.
—Esperemos que quiera, porque creo que podría tener
muchas de las respuestas, y no solo sobre qué soy. También
podría saber sobre dragones y lo que tú eres.
Cage no siguió discutiendo después de eso. Nos
tomamos unos minutos más para descansar en nuestra
habitación, cogí las botas que la Dra. Sonya había dejado
frente a nuestra puerta y fuimos a la tienda de Glen.
—Tom me contó lo que sucedió en el lago. Imaginé que
os vería aquí —dijo con una sonrisa—. Toma, encontré
algunas cosas de tu talla —dijo Glen entregándomelas.
—Te dijo que no soy una Fata, ¿verdad? —pregunté,
pues no entendía por qué seguía siendo amable conmigo.
Los ojos de Glen se posaron en Cage.
—No te preocupes, él lo sabe. Le dije sobre mí y
podemos confiar en él.
—Ya veo —dijo Glen con recelo—. Bueno, lo que te di
no es nuevo. Cuando vives en esta ciudad, tener ropa de
repuesto a mano es casi una necesidad.
—¿Con que… hay muchos hombres lobo aquí?
Los ojos de Glen se movieron hacia Cage de nuevo.
—Preferiría no decirlo.
—Ya te lo he dicho, puedes confiar en él. Imagina que es
uno de nosotros.
Glen se encogió de hombros.
—Y el Dr. Tom ya nos ha hablado acerca de Nero.
—¿Lo hizo?
—De hecho, nos dirigimos a verlo.
—Suerte con eso —dijo, ofreciendo una sonrisa sincera
mientras se alejaba.
—Supongo que lo conoce —dijo Cage, sarcásticamente.
—Deberíamos terminar con esto —le dije antes de
cambiarme.
—¿Comprarás ropa nueva?
—Esto está bien. Solo quiero irme de aquí —le dije, y
avancé hacia la salida. Salimos de la tienda y cruzamos hacia
el restaurante. Al entrar, notamos que no estaba tan vacío
como la noche anterior. Había una pareja de cabello blanco en
una de las mesas, y un hombre calvo y de aspecto
espeluznante sentado en un rincón, tocando su comida con los
dedos.
—Enseguida os atiendo —dijo el corpulento cocinero
desde la cocina.
Nos sentamos en la misma mesa que la vez anterior e
inspeccionamos el lugar, buscando al mesero. Ninguno de los
dos lo encontró. Parecía que el cocinero estaba haciendo todo
solo. Cuando nos entregó nuestros menús, agregó:
—Esta noche no nos queda nada más que el pollo, la
hamburguesa, los perritos calientes y quedó un poco de tarta.
—Yo quiero el pollo —dijo Cage, sin mirar el menú.
—¿Frito o al horno?
—Al horno.
—¿Patatas fritas o en puré?
—Puré. Y una Coca-Cola.
—Yo quiero lo mismo, pero con las patatas fritas.
Gracias —le dije.
El hombre tomó nuestros menús y nos trajo nuestros
vasos de Coca-Cola. Después, se dirigió a la cocina y comenzó
a preparar todo.
—¿Para qué nos ha dado los menús si no tiene la mitad
de las cosas? —me preguntó Cage, con una sonrisa.
—Quizá sea un hábito —contesté, preguntándome lo
mismo.
—Supongo. Aunque parece que este lugar ha estado
aquí por un buen tiempo y es la única opción de la ciudad. No
creo que nadie más necesite el menú para saber lo que quiere
—señaló Cage.
—Es cierto —reconocí—. No lo sé.
—Por cierto, ¿cómo te sientes? —preguntó Cage,
entrecerrando los ojos.
—Me siento bien. Pero todavía tengo un poco de frío.
—¿De verdad? —preguntó Cage, tomando mis manos
por encima de la mesa.
Gruñí, para demostrar mi reticencia a tomarnos las
manos en ese lugar después de lo que había sucedido la noche
anterior.
—No. No dejaré que te avergüences de que
demostremos afecto en público —insistió.
No le costó mucho convencerme. Quería tocarlo, así que
relajé mis brazos cruzados y él tomó mi mano.
—Quin, estoy orgulloso de estar contigo. Quiero que
todos aquí sepan que te tengo y ellos no —dijo, llevándose mis
manos a los labios y besándolas.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar su declaración. Él
era todo lo que podía desear en un tío. No me importaba si era
un hombre dragón o un humano.
Lo único que me hacía dudar era lo que había dicho
sobre que solo querer sentar cabeza y formar una familia.
Quiero decir, eso sonaba increíble. Y la idea de tener una
familia con él se sentía maravillosa.
Pero yo no podía escapar quien era o lo que debía hacer.
Tenía que encontrar una cura para los hombres lobo. Solo
podía hacerlo en un laboratorio de genética. Y eso significaba
que debía volver a Nueva York y trabajar para mi padre
después de graduarme. No podía vivir en una pequeña ciudad
como esta.
Saqué eso de mi mente y me centré en algo más
inmediato.
—No creo que Nero esté aquí esta noche —le dije a
Cage.
—Creo que no.
—¿Qué hacemos?
—¿Con qué?
—Mañana es lunes. Tenemos clase por la mañana —
señalé.
—¿Quieres regresar?
—¿No deberíamos? Es decir, quiero hablar con él
incluso más que tú. Pero, ¿no tienes que trabajar?
—Puedo pedirle a alguien que cubra mis turnos.
—¿Pero no necesitas trabajar? He esperado veinte años
para encontrar una respuesta. Puedo esperar una semana más.
Tú eres lo que me importa. Siempre existe la posibilidad de
volver el fin de semana que viene.
Cage miró hacia otro lado, con tristeza.
—Tienes razón, como siempre. Es solo que las
respuestas a nuestras dos preguntas comenzaban a sentirse
cercanas. ¿Qué crees que podrá decirnos Nero?
—Ni siquiera puedo aventurar una respuesta. Podría ser
cualquier cosa. Pero no está aquí y no sabemos si volverá
mañana o en algún momento.
—Tienes razón. Deberíamos irnos. Después de que
comamos, por supuesto —dijo firmemente.
—Por supuesto —dije, con una sonrisa—. Creo que te
he hecho sufrir de hambre lo suficiente por un día.
Lo miré a los ojos y comencé a perderme. Tenía que
tocarlo. Entonces, liberando una de mis manos, rocé su mejilla
con mi pulgar. Era tan hermoso y perfecto. Quería ser suya.
Quería que los dos fuéramos uno.
Cuando llegó la cena, comimos, Cage un poco más
rápido que yo. El grandulón apenas había comido nada en todo
el día.
—¿Os gustaría una pequeña porción de tarta? —
preguntó el cocinero, cuando recogió nuestros platos.
Cage me miró, claramente quería que dijera que sí.
—Claro, ¿de qué tipo? —pregunté.
—Es de arándanos. ¿Dos rebanadas o una?
—Solo una. Yo solo necesito un bocado —le dije a
Cage.
—Solo una, gracias —le dijo Cage al cocinero.
—¿La queréis caliente?
Cage me miró y asentí.
—Claro.
—¿Con helado?
—Por supuesto —dijo Cage, sin necesidad de
consultarme.
El cocinero nos llevó el pastel humeante con dos
tenedores y lo comimos en silencio. Yo no hablaba, porque lo
único en lo que podía pensar era en trepar desnuda a los brazos
de Cage. Había visto el contorno de su virilidad. Era grande.
¿Cómo se sentiría si metiera eso dentro de mí?
Tenía que suceder en algún momento, ¿verdad? Tal vez
me quedara en su casa esa noche. Tal vez me acompañaría a
mi habitación cuando regresáramos a la universidad y luego
entraría conmigo. Me vibró la piel por la expectación. Sentía
que me estaba volviendo loca pensando en ello.
—¿Vamos? —preguntó Cage, cuando se acabó la tarta.
—Sí —le dije con una sonrisa. Todavía pensaba en lo
que podría pasar a continuación.
Fui a la caja registradora, pagué la cuenta y luego me uní
a Cage mientras caminaba hacia la puerta. Estiró la mano y yo
deslicé la mía dentro de la suya. Se sentía tan bien. Estábamos
a punto de soltarnos y subirnos a la camioneta, cuando alguien
llamó nuestra atención.
—¡Cage! ¡Quin!
Nos volvimos y vimos a Titus. Estaba con una mujer que
parecía una versión femenina y mayor de él mismo. Sin
embargo, tenía aspecto de que se tomaba la vida más en serio
que él.
—Titus —dijo Cage, aferrando mi mano para asegurarse
de que no lo soltara por vergüenza.
Titus se acercó con la mujer. Parecía realmente feliz de
vernos.
—Cage, Quin, esta es mi mamá. Mamá, esta es la pareja
a la que le he hecho el recorrido hoy.
—Encantado de conocerla —dijimos los dos.
—Encantada. Titus no ha podido dejar de hablar de
vosotros dos. Me ha dicho que irá a la Universidad de East
Tennessee.
Vimos cómo Titus se ponía rojo.
—Vamos, mamá. Solo he mencionado que os he dado un
recorrido y he dicho que voy a analizar la posibilidad de asistir
a algunas clases. Quin me ha dicho que podría ser bueno para
la ciudad.
—La ciudad está perfecta tal como es —dijo su madre,
con firmeza—. No sé por qué piensas que las cosas mejorarían
si estuviéramos más expuestos. Cualquier cosa podría entrar
caminando —nos miró—. Sin ofender.
—No nos ofende —contestó Cage, educadamente.
—No se trata de exponernos. Se trata de… —Titus nos
miró—. Se trata de que podamos lograr nuestro máximo
potencial.
—Tu generación y su enfoque en lo que quieren en lugar
de cosas más importantes …
Titus se rio.
—¿Cómo qué, mamá?
—Como la comunidad y las vidas de todos los que son
parte de ella.
—No digo que tengamos que poner en riesgo a nadie.
Solo… ¿Sabes qué? Este no es el momento ni el lugar para
tener esta conversación. Dejémoslo.

Su madre resopló. Titus nos miró y se encogió de


hombros, frustrado.
—En fin, ¿vosotros acabáis de cenar?
Cage contestó:
—Sí. Hemos comido el pollo.
—Es domingo; es lo que hay en el menú. Y otra cosa,
mamá, si estuviéramos más abiertos, quizá entraría más dinero
a la ciudad y Bill podría tener más de una opción los
domingos.
—Nunca te había oído quejarte del menú de los
domingos antes.
—Bueno, toma esto como mi queja oficial.
—Anotado —dijo su madre, disgustada.
—Bueno, ¿están yendo de vuelta al hostal?
—Sí. Y luego volveremos a casa —explicó Cage.
—¡Oh! Porque iba a deciros que sé dónde podéis
encontrar a Nero mañana, si todavía lo estáis buscando.
—¿Ah, sí? —pregunté, con ilusión.
—Sí. —Titus miró a su madre, que nos observaba
mientras hablábamos—. Los lunes por la noche, es el anfitrión
de un evento. Es solo un pequeño evento del club social. Nada
especial. Pero iba a deciros que podría llevaros si quisierais ir.
—¡Oh! —dijo Cage, mirándome.
No sabía qué decirle. Definitivamente estaba interesada
en hablar con Nero. Pero ambos teníamos clases y, lo que era
aún más importante, Cage tenía que trabajar.
—¿Podrías darnos tu número para que te escribamos
para avisarte? —le pregunté. Sabía que Cage y yo teníamos
que charlarlo.
—Claro —dijo Titus, antes de que intercambiáramos
números y cada uno partiera por su lado.
Ya dentro de la camioneta, vimos que Titus entró y se
sentó en una mesa con su madre. Ella sonrió por primera vez
cuando el cocinero se acercó a la mesa. Los dos estaban
sonriendo. Estaba claro que había algo más entre los dos.
—Entonces, ¿qué piensas? ¿Nos quedamos y tratamos
de hablar con Nero mañana en su «evento»? —me preguntó
Cage, volviéndose hacia mí.
—También podríamos ir a casa y volver mañana después
de que termines de trabajar.
—Podríamos hacer eso. Pero son dos horas hasta allí,
dos horas hasta aquí y luego dos horas más para regresar a
casa. Se me ocurren algunas formas mejores de pasar nuestro
tiempo —dijo, con una sonrisa.
Sentí una oleada de calor cuando lo dijo. Tenía razón. Yo
también podía pensar en varias cosas mejores que podríamos
hacer con nuestro tiempo.
—Decide tú, Quin. Siempre existe la posibilidad de que
recupere mis horas en el trabajo. Y si quisieras quedarte otra
noche, quizá pueda hacer que valga la pena —dijo, y eso envió
un hormigueo a través de mi cuerpo.
—¿Ah, sí? ¿Cómo?
Cage deslizó su mano detrás de mi cuello y acercó mis
labios a los suyos. Cuando él me tomaba, me sentía débil. El
calor de sus labios derritió cualquier argumento que pudiera
tener respecto a quedarnos. Sus labios se movían sobre los
míos. Abrí los míos e invité a su lengua a pasar.
Nuestras lenguas danzaban y mi cabeza estaba extasiada.
Su beso era como una brisa cálida en un día frío. Todo se
sentía tan bien. Y, cuando me liberó de mi trance, estaba
dispuesta a hacer cualquier cosa para empezar de nuevo.
—Creo que valdría la pena quedarse —le dije, haciendo
todo lo posible para no subirme encima de él ahí mismo.
Cage sonrió.
—Bien. Me alegra que pienses eso —dijo, con un brillo
en los ojos.
No pude evitar tocarlo mientras íbamos de regreso al
hostal. Deslicé mi mano sobre su muslo y comencé a frotar sus
músculos. Todo en él era tan grande. No tardé mucho en
deslizar mi mano hacia arriba, hasta su entrepierna. Su polla
fue lo primero que toqué. No pude evitarlo. Era enorme.
Sus pantalones no ocultaban nada. No podía esperar
más. Tenía que verlo. Necesitaba sostenerlo en mis manos.
Entonces, mientras conducía, me incliné sobre su regazo, tomé
el elástico de sus pantalones y se los bajé.
Cage me ayudó, dejando que sus pantalones y su ropa
interior se deslizaran hasta el muslo. Su polla era tan grande
que quedó atrapada cuando sus pantalones bajaron. El tronco
grueso fue lo primero que vi. Pero, a medida que deslicé mi
mano sobre ella y continué por toda su extensión, pude verla
por completo cuando salió del pantalón, a pocos centímetros
de mis labios.
Nunca había sostenido una polla antes; la sensación me
aceleró el corazón. No podía rodearla con la mano. Lo mejor
que pude hacer fue sostenerla mientras bajaba la cabeza y
deslizaba la punta dentro de mi boca.
Gimió tan pronto como mi aliento caliente lo envolvió.
Nunca había hecho eso antes, pero aprendía rápido. Puse mi
lengua a trabajar en la cima de su punta y sentí cómo la
camioneta bajaba la velocidad.
Aparcó la camioneta sin apagarla y estiró las piernas
para facilitarme el acceso. Cuando lo hizo, reveló parte de su
longitud antes oculta. ¡Guau!
Envolví una segunda mano debajo de la primera y aún
quedaba espacio para una tercera. Podía sentir las abultadas
venas presionando contra mis palmas y empujé su punta
dentro de mi garganta, tan lejos como pude. No era muy lejos.
Él estaba muy excitado. Giré la cabeza y tiré de ella
hacia atrás antes de regresar su polla a los límites de mi
garganta. Mientras lo hacía, lo tocaba con ambas manos. Sus
piernas se retorcieron.
Cuando puso su mano sobre mi cabeza, supe que estaba
cerca.
—¡Aaah! —gimió, moviéndose en su asiento.
Al escuchar eso, hice más. Golpeé la lengua de un lado a
otro por su cabeza, le apreté la polla aún más fuerte. Deslicé la
lengua por la parte curva y finalmente la apreté contra la base
de la cabeza e hice que explotara.
Sin sacarla de mi interior, atrapé todo en mi garganta.
No sabía si él quería que lo hiciera o no, pero yo quería saber
todo sobre él, incluso cómo sabía su semen.
Lo tragué todo, estaba sabroso. Él se quedó callado
mientras seguía saliendo. Recién cuando se detuvo, luchó por
recuperar el aliento e inhaló.
—Por Dios, eres muy buena. ¿Cómo puede ser que seas
tan buena? —me preguntó, lo que me inspiró a sentarme y
soltarlo.
No quería dejar ir su robusta virilidad. Podría haberme
aferrado a ella para siempre. Era más grueso e impresionante
que la palanca de cambios de la camioneta, que estaba a pocos
centímetros de distancia.
No podía superar el hecho de que estaba frente a la polla
de Cage. Era la polla de mi novio y era la cosa más hermosa
que había visto en mi vida.
Se acercó y posó su dedo bajo mi barbilla. Se inclinó
hacia adelante y me besó los labios.
—En serio, ¿cómo eres tan buena en esto?
—Creo que estaba inspirada —le dije, orgullosa de
haber podido brindarle tanta alegría.
Cage bajó su mano y se reclinó.
—No creo que pueda moverme. En serio, creo que tengo
las piernas paralizadas —bromeó—. Puede que nunca vuelva a
caminar.
—¡Oh, no! ¡Tu carrera como jugador de fútbol
americano!
Cage rio.
—Eso haré. Culparé a las mamadas de mi novia por mi
renuncia. Son tan buenas que ya no puedo usar las piernas.
Estoy seguro de que los medios deportivos lo entenderán.
—Yo lo entendería —confirmé, con una sonrisa.
Ambos nos sentamos en silencio mientras Cage reunía
fuerzas. Estábamos a menos de 20 segundos del hostal.
Estacionamos en frente y entramos a paso lento. Yo todavía
llevaba la chaqueta de Cage, así que él se cruzó de brazos
tratando de soportar el frío.
Al entrar, miramos a nuestro alrededor con la esperanza
de no tener que decirle a nadie dónde habíamos estado. No
había nadie, así que subimos las escaleras y nos retiramos a
nuestra habitación. La cama estaba hecha y encima había una
nota: «No sé si os quedáis otra noche. Así que ha sido un gusto
conoceros y espero volver a veros. O quizá os veré por la
mañana en el desayuno».
—Deberíamos dejarle una nota para avisarle que nos
quedaremos, ¿no? —pregunté, insegura.
—Sí, o simplemente verá mi camioneta.
—Buen punto —concedí.
—Creo que necesito una ducha —dijo Cage. Parecía
muy relajado.
—¿Debería unirme a ti? —le pregunté, sin saber si era
parte de mis deberes de novia.
—No. Con esta cosa es más trabajo que diversión —
dijo, refiriéndose a su yeso.
—Entonces, podría lavarte la espalda.
—Gracias, pero yo puedo. ¿Quieres ducharte primero?
Seguramente estaré un buen rato.
—Supongo que sí —dije. Todavía quería envolver mis
manos alrededor de él. Pero, en vez de eso, entré en el cuarto
de baño y cerré la puerta detrás de mí.
Me desnudé sin dejar de pensar en cómo se había
sentido la polla dura de Cage en mis manos. Había empezado
a pensar que nunca tocaría a un hombre desnudo. Pero que
fuera Cage me hacía temblar de emoción.
Mientras me duchaba, no hubo un solo momento en que
no estuviera tan excitada que me sentía mareada. Pensé en
volver a ponerme la ropa, pero ¿para qué? En cambio, me
envolví con una toalla y me reuní con Cage.
—Dios, no puedo dejar de mirarte —dijo, pasando su
mirada sobre mí. Amaba sentir su atención.
—Ya regreso —dijo, desapareciendo detrás de la puerta
del baño.
No sabía qué hacer mientras esperaba. Aunque no hacía
frío en la habitación, no hacía tanto calor como para que me
sentara desnuda. Eso era un problema, porque no quería
vestirme.
Además de eso, no sabía cuánto tiempo tardaría Cage.
La mejor opción era acomodarme debajo de las sábanas.
Apagué todas las luces menos la de la mesa de noche y me
metí en la cama.
Los minutos parecían horas mientras esperaba que
saliera. Estaba segura de que estaba a punto quebrarme por la
tensión cuando, para mi alivio, escuché que la ducha se
apagaba y él volvía a la habitación.
Se acercó a la cama como un hombre salido de las
sombras. La forma en que la toalla le rodeaba la cadera le
resaltaba la cintura estrecha y el torso desnudo. Parecía un
superhéroe. Podía ver cada ondulación de sus músculos
abultados. Pero había solamente un bulto que me importaba.
Ese era particularmente increíble.
Su polla se ocultaba en las ondas del pliegue de la toalla.
No podía esperar a verla de nuevo. La espera no fue larga
porque, cuando se acercó al borde de la cama, dejó caer la
toalla. Su cuerpo era magnífico.
Se unió a mí debajo de las sábanas. Presioné mis
antebrazos contra mi pecho y me deslicé hacia él, de cara
hacia su pecho. Con sus brazos alrededor de mí, el calor de su
cuerpo me mareó.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Cage.
—Como tú quieras —contesté, temblando.
—Estás helada —me dijo, abrazándome.
Me encantaba estar entre sus brazos. La sensación me
embriagó. Necesitaba besarlo, así que tiré la cabeza hacia atrás
y lo miré. Él había estado esperándolo porque, tan pronto
como lo hice, él se inclinó y encontró mis labios.
Una vez frente a frente, su polla dura se apretó contra
mí. Podía sentir cómo latía. Mientras, él me besaba con más
fuerza.
Pasé una pierna por encima de las suyas y apreté mi
coño contra su muslo. Al sentir su calor, froté con fuerza mi
entrepierna hinchada sobre él. Cage hizo lo mismo con su
polla contra mi vientre. Nunca me había imaginado lo bien que
se sentiría hacer eso.
Movió su mano hacia mis nalgas y hundió sus dedos
entre mis piernas. Mis caderas comenzaron a moverse sin
control. Quería tenerlo dentro de mí. Necesitaba que supiera
que lo quería.
Mientras me besaba, Cage empujaba sus dedos dentro de
mi coño. Se sentía tan bien que dejé de besarlo y gemí.
Pero había algo que quería aún más. Así que, con la
esperanza de que no tuviera la impresión equivocada, me
aparté y me giré. Él no sacó los dedos hasta que me di la
vuelta por completo. Cuando los sacó, contoneé mi culo en
busca de su polla. Cuando la encontré, la presioné contra mi
vulva, que latía.
Sabía que solo tocarlo no sería suficiente ahora que
sabía cómo se sentía tenerlo dentro de mí. Mientras yo me
frotaba contra él, Cage me tomó de las caderas. Con la cabeza
de su polla en mi coño, él se hizo cargo.
Hizo presión con la punta para probar mi agujero.
Mientras lo hacía, yo sentía que la presión aumentaba. Estaba
entregada a lo que él quisiera hacerme. Sabía lo que vendría,
así que inhalé y me prepararé para recibir lo que había soñado
por tanto tiempo.
A diferencia de sus dedos, la cabeza de su polla era
abrumadora. Aunque me sentía preparada para él, cuando
empujó hacia adelante, me di cuenta de que no lo estaba.
Siguió poniéndome a prueba, empujando más fuerte.
Cada vez me estremecía más, y luego me relajaba
rápidamente. Me di cuenta de que estaba avanzando más lejos
con cada impulso. Finalmente, Cage puso su gran mano
alrededor de mi cadera y me inmovilizó, antes de empujar su
polla sin contenerse.
A pesar de que sentía dolor, no quería que se detuviera.
¿Dolía o se sentía bien? No podía saberlo. Lo que sí sabía era
que quería la gran polla de Cage en mí. Él se metió y me dio
una ola de agonía que fue seguida rápidamente por un mar de
placer.
—¡Sí! —gemí. Necesitaba más.
Tan pronto como lo dije, empujó más fuerte.
—¡Ahh! —gruñí.
Era demasiado, pero quería más. Quería que siguiera
empujando hasta que los dos fuéramos uno. Hasta que llegó a
un punto en el que no pudo meterla más. Fue entonces cuando
se retiró y luego volvió a empujar. Su polla me tocaba como
un violín. Mientras lo hacía, mi vista se oscureció y mis
piernas se aflojaron.
Si me hubieran dado cien años, no me hubiera podido
imaginar lo bien que se sentiría la polla de Cage. La cabeza me
daba vueltas. Me estaba follando. La polla de Cage Rucker
estaba dentro de mí. Y a medida que empujaba dentro de mí
más rápido y más fuerte, sentía cómo se formaba un nudo en el
interior de mi muslo que lentamente subía hasta mi sexo.
Me estaba viniendo. Se me tensó la mandíbula. Se me
enrularon los dedos de los pies. Mis músculos sintieron la
tensión de una fuerza imparable, algo parecido al dolor se
apoderó de mí y exploté en un orgasmo.
Gruñí mientras lo hacía, pero el sonido se ahogó cuando
Cage gimió. Gimió más fuerte de lo que jamás había
escuchado a nadie en mi vida. Los dos nos veníamos juntos.
Moví mi mano sobre la suya mientras él se hundía en mi
cadera. Estaba cada vez más mareada. Quería quedarme con
él, experimentando cada momento, pero todo era demasiado.
Su polla, cómo me sentía por él, los eventos del día, todo
estaba llegando a un punto crítico.
Mientras lo hacía, tomé la última bocanada de aire. La
solté y mi visión se oscureció. Estaba en la agonía del
sentimiento más grande de mi vida y, perdiéndome en él, me
desmayé lentamente.
Capítulo 14
Cage

El sexo con Quin era lo que siempre había pensado que


debía ser el sexo. El sexo con Tasha y las otras tías había
estado bien. No había tenido quejas. Pero con Quin me sentí
finalmente como un hombre en llamas.
Estar con Quin me hizo algo. Me sentí completo cuando
estuve con ella. Mientras la abrazaba, pensaba en un hogar y
niños corriendo por el patio. Ella era mi otra mitad. Estaba
seguro. No había duda de que estaba enamorado de ella.
La abracé toda la noche. Después de que me quedé
dormido, me di la vuelta y perdí el contacto con ella; me
desperté lo suficiente para estirar la mano en busca de su
cuerpo. No pude volver a dormirme hasta que lo encontré.
Por la mañana, abrí los ojos para encontrarla acurrucada
en mis brazos. Podía oler su cabello. Tenía un toque de fresa.
Podría haberme quedado allí para siempre y casi lo hicimos.
Ni siquiera se nos ocurrió levantarnos hasta pasadas las 11.
Para entonces, ambos teníamos más ganas de comer que de
cualquier otra cosa.
—¿Qué haremos hoy? —le pregunté, mientras se alejaba
de mí de mala gana.
—¿Comer algo?
—¿Y durante las 10 horas siguientes, antes de ir al club
de lectura de Nero o lo que sea?
—No creo que sea un club de lectura —dijo Quin,
tomándome en serio.
—Estoy bromeando. Sí, algo me dice que Nero no se
divierte con una oración bien construida —bromeé.
—Probablemente no —contestó Quin con una sonrisa.
Dios, me encantaba ver a esa chica sonreír.
Nos turnamos en el baño para prepararnos y luego
bajamos las escaleras. La Dra. Sonya estaba rondando.
—Bueno… ¡buenos días! —dijo, sonrojándose.
Estaba bastante claro que ella sabía lo que habíamos
estado haciendo la noche anterior. Mirándola, traté de recordar
qué tanto ruido habíamos hecho. Sin duda no me había
quedado callado. Miré a mi alrededor preguntándome qué tan
gruesas eran las paredes. Probablemente no fueran muy
gruesas. ¡Ups!
—Buenos días —dije, avergonzado.
—Estamos más cerca de las buenas tardes —me corrigió
Quin, que no pareció percibir la broma.
—Lo sé. Y me imagino que vosotros dos debéis estar
muy hambrientos.
—Tenemos muchísima hambre los dos —dijo Quin.
—¡Bien! Porque salí y os compré una selección en la
panadería. Esperaba que no se hayan echado a perder.
Dejadme traerlos —dijo, mientras se dirigía de regreso a la
cocina—. Sentaos.
Quin y yo nos sentamos a la mesa redonda en el rincón
del desayuno y nos pusimos cómodos. La Dra. Sonya regresó
con un surtido de croissants, bollos dulces y fruta. Lo único
que podría haberlo mejorado todo era algo de tocino. Pero el
tocino hace que todo mejore, así que eso no dice mucho.
—¿Qué tienen planeado para hoy? —preguntó, llenando
el silencio mientras probábamos los bollos.
—Todavía no estamos seguros —contesté, separando un
croissant y metiéndomelo en la boca—. Esto está muy rico.
—Son de aquí. Tenemos un futuro pastelero en nuestras
manos. He estado haciendo todo lo posible para fomentar sus
intereses.
—El hojaldre está muy bueno —comentó Quin.
—Son excelentes —concluyó la Dra. Sonya antes de
cambiar de tema—. ¿Puedo esperar vuestra maravillosa
compañía otra noche? ¿O vais a regresar hoy?
Quin respondió:
—Nos reuniremos con Titus esta noche. Pero
volveremos a casa después. Tenemos clases y él tiene que
trabajar —dijo, decidiendo por los dos.
Era lo que habíamos hablado, pero pensé que íbamos a
improvisar un poco más. El lugar no era barato, así que podía
ver por qué no quería quedarse una noche más. Pero la forma
en que lo dijo me hizo pensar que nuestro regreso tendría más
que ver conmigo que con ella.
Mi chica era brillante. Que se perdiera una clase o dos
no afectaría en absoluto sus calificaciones. Yo era el que tenía
que hacer un esfuerzo. Estaba bastante seguro de que ella
quería que regresara para que no me retrasara.
Era muy dulce de su parte cuidarme de esa manera. Era
la primera vez en mi vida que alguien lo hacía. Pero, al mismo
tiempo, me estaba gustando estar allí. Incluso después de que
Quin me hubiera dicho que la ciudad estaba llena de criaturas
mágicas, había algo me hacía sentir como si perteneciera al
lugar. Esperaba que Quin sintiera lo mismo.
—Bueno, ha sido un placer teneros a los dos aquí.
Espero volver a veros. Cali estará decepcionado de no haberse
despedido. Lo habéis cautivado bastante. Le he dicho que, si
quiere veros, debería aplicar a la Universidad de East
Tennessee. Ha sido muy reticente al respecto. Pero conoceros
a vosotros podría haberle dado el empujón que necesitaba.
—Es una gran universidad —dijo Quin—. Si quiere
hacer un recorrido, me alegraría mucho dárselo.
—Eso sería maravilloso. Se lo diré. Eso le encantaría.
No pude evitar sentir un poco de celos al escuchar a
Quin ofrecer sus servicios de guía turística. Tal vez estaba
tratando de salir de su zona de confort, pero no pude evitar
recordar lo mucho que le gustaba Quin al chaval. Yo se lo
había dicho, así que él definitivamente estaba al tanto. ¿Ahora
Quin se iba a esforzar para ayudarlo a él?
Pensándolo bien, probablemente estaba sacando
demasiadas conclusiones. Quin era una buena persona y las
buenas personas hacen cosas buenas por la gente. Ayudar a
Cali a entusiasmarse con la universidad era algo bueno.
Simplemente no quería pensar en Quin con nadie más. Quería
ser yo quien la cuidara por el resto de nuestras vidas.
—Sí, avisadnos. Podemos darle un recorrido —le dije,
asegurándome de que Cali supiera que no debía emocionarse
demasiado.
—¡Maravilloso! Tengo tu número, Quin. Se lo daré.
Tengo que hacer algunos recados. Pero aquí está mi tarjeta.
Sentíos libre de llamarme si necesitáis algo más —dijo,
entregándosela a Quin.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer hasta esta tarde? —
pregunté, tomando una rodaja de melón.
—Podríamos dar una vuelta en la camioneta.
—Creo que hemos visto todo lo que hay para ver. Pero,
podríamos enviarle un mensaje de texto a Titus para ver si
tiene alguna sugerencia.
—¿Crees que le importará? —preguntó Quin, con una
sonrisa.
—¿Por qué le importaría? —le pregunté. Saqué mi
teléfono y le envié un mensaje de texto.
Escribí: «Se te ocurre algo que podamos hacer Quin y yo
hoy?» y lo envié.
En menos de diez segundos, sonó mi teléfono.
—Es Titus. ¿Quién responde a un mensaje con una
llamada? ―pregunté, extrañado—. ¿Hola?
—¡Cage! ¡Esperaba tener noticias de vosotros!
Recuerdas que antes dije que el instituto de la ciudad tiene un
muy buen equipo de fútbol americano.
—Lo recuerdo.
—Bien, estaba presumiendo un poco, porque soy el
entrenador.
—¿Eres el entrenador del equipo?
—Sí. Es algo que hago para mantener el programa en
marcha. El entrenador Thompson, el tío que dirigía nuestro
equipo, falleció el año pasado.
—Lo siento.
—Gracias. Y, como no quería que el equipo se quedara
sin entrenador, me ofrecí como voluntario. Pero, estaba
pensando, ¿qué tan genial sería si un tipo como tú con tu
experiencia viniera y les diera una pequeña charla? Ya sabes,
nada formal. Creo que sería emocionante para ellos. Tal vez
puedas inspirarlos a poner sus traseros en marcha. Y,
honestamente, yo no sé qué diablos estoy haciendo. Lo estoy
intentando, pero me vendrían bien algunos consejos. ¿Qué
dices? ¿Te interesaría venir y hablar con algunos chavales
talentosos?
—Me encantaría —le contesté, mientras miraba a Quin
—. Tendré que hablar con Quin al respecto, pero creo que
podemos pasar.
—¿Lo harías? ¡Eso sería increíble! Te enviaré la
dirección. Y si llegáis alrededor de las dos, os daré un
recorrido por la escuela. Tiene una gran historia.
—Hablaré con Quin.
—¡Genial! Os veré pronto —dijo Titus y finalizó la
llamada.
—¿Qué ha dicho? —Quin me preguntó, sin quitarme los
ojos de encima.
—Quiere que vaya y hable con el equipo de fútbol
americano del instituto.
—¿Has accedido?
—No tenemos nada más que hacer —le dije.
Quin estaba de acuerdo.
Durante las siguientes horas, holgazaneamos, nos
besamos un poco y le devolvimos las muletas que me había
prestado a Glen.
—¿Te han sido útiles? —preguntó Glen.
—¡Definitivamente! —dije, aunque apenas las había
usado.
—¿Cómo ha ido vuestro encuentro con Nero?
—No estaba en el restaurante. Pero Titus nos llevará a
conocerlo esta noche —respondió Quin mientras yo intentaba
hacerme invisible—. ¿Hay algo que debamos saber antes de
conocerlo? No tuvimos una buena experiencia la primera vez
que lo vimos.

—Eso no me sorprende. Siempre fue un poco irritable.


Lo conozco desde que era un chaval y no ha cambiado mucho
desde entonces.
—¿Es porque es un hombre lobo? ¿Todos los hombres
lobo son iracundos?
Glen se quedó mirando a Quin con la boca abierta, sin
saber qué decir. Claramente, anoche no había querido hablar,
pero al ver los ojos sensibles de Quin, cedió.
—¿Me estás preguntando si hay algo sobre
transformarte que te hace iracundo?
—Algo así.
—No. Transformarte no te convierte en nada que no
hubieras sido de todas formas. Repito, no quiero decir mucho,
pero he conocido a muchas personas amables que se
transforman. Nero tiene problemas con los que ha tenido que
lidiar por años.
—¿Qué quieres decir?
Los ojos de Glen se encontraron con los míos antes de
que yo volviera mi atención al perchero en frente de mí.
—Nero tiene algunos problemas en casa. Pero no es
malo. Lo conocí hace unos años cuando adoptó a Tom como
su figura paterna.

—¿Qué le sucedió a su padre? —preguntó Quin.


—No estoy seguro. Pero creo que nunca lo conoció. Es
difícil crecer sin un padre.
—Puede ser difícil crecer con un padre —dije, sin poder
contenerme.
Glen me miró.
—Puede serlo. Cuando los padres te decepcionan, dejan
una marca.
—Sé algo sobre eso —dije, volviéndome hacia Quin,
quien había crecido con al menos un padre que no era
literalmente un monstruo.
Quin compró ropa nueva, devolvió lo que le habían
prestado y recogió algunos bocadillos. Después de eso, nos
dirigimos al instituto. El lugar parecía un almacén reformado.
Entramos al estacionamiento y vimos a Titus en su
camioneta, esperándonos. Cuando aparcamos a su lado, salió.
Su amplia sonrisa era tan grande como siempre. Sí que sabía
hacer que la gente se sintiera bienvenida.
El recorrido de Titus comenzó en el edificio principal de
la escuela. Era donde solían almacenar el licor después de
embotellarlo. En los años 50, habían llegado algunos niños
más a la ciudad y lo habían convertido en instituto. La
superficie del edificio había ido creciendo desde entonces.
Yo antes creía que el vestuario de mi instituto no era
bueno. Pero resultaba que era casi profesional en comparación
con lo que tenía este equipo. El campo tampoco era mucho
mejor.
—No es mucho, pero se trata del valor de los jugadores
y no de la calidad del campo. Eso es lo que siempre les digo
—dijo Titus, mientras nos mostraba el lugar.
—Tienes razón —le dije, con sinceridad.
—Hay muchachos en el equipo que tienen un potencial
real. Si tuviéramos mejores materiales… y un mejor
entrenador —dijo con una risa autocrítica—, algunos de estos
chavales podrían llegar lejos. Incluso algunos podrían ser lo
suficientemente buenos como para obtener una beca para East
Tennessee. Tú debes saber algo sobre eso, ¿verdad? Tal vez
podrías hablar con ellos al respecto.
Mi corazón se derritió con su pedido.
—Me encantaría. Cualquier cosa que pueda hacer para
ayudar, házmelo saber.
La sonrisa que Titus mostró en respuesta fue genuina. Se
preocupaba por los niños. No había ninguna duda al respecto,
era un buen tipo.
—¿Eres Cage Rucker? —me preguntó uno de los
chavales cuando llegó al campo para practicar.
Miré a Quin. Sonrió.
—Sí —dije de repente. Me gustó que me reconocieran.
Me habían reconocido cientos de veces a lo largo de los
años. Pero esta era la primera vez en mucho tiempo que me
afectaba. No estaba seguro de por qué.
—Cali, ¿estás en el equipo de fútbol? —le pregunté,
cuando apareció y se unió a nosotros en el campo, con el
uniforme.
Se sonrojó y se quedó mirándome.
—Sí. Soy el pateador.
—Tiene un pie de oro —dijo Titus, con un tono
alentador.
Cali se puso rojo y luego miró a Quin para ver si lo
había escuchado. Quin había escuchado. A Cali le gustaba
muchísimo mi novia.
Cali era un chaval pequeño con un estilo algo emo. Me
sorprendió verlo en el equipo.
Cobró un poco más de sentido cuando descubrí que era
el pateador. No tenías que tener los músculos de un apoyador
para patear una pelota de fútbol americano 80 yardas. Y,
seguramente, para lucirse ante Quin antes de que comenzara el
entrenamiento, eso fue exactamente lo que hizo Cali.
Sin duda, era lo suficientemente bueno como para jugar
en una escuela como East Tennessee. Algunos de los niños de
ahí lo eran. Me pregunté si era porque eran criaturas mágicas.
No sabía cómo darme cuenta.
Para mi sorpresa, Titus no solo me hizo hablar con el
equipo, sino que me hizo practicar con ellos. Fue divertido.
Algo en todo eso se sentía bien, a pesar de que estaba seguro
de que Quin estaba muy aburrida.
—Aprecio que hayas hecho esto por los niños —dijo
Titus mientras regresábamos a nuestras camionetas.
—Ha sido un placer, en serio.
—Cage estaba en su salsa —le dijo Quin.
No pensé que Quin se daría cuenta de eso, pero tenía
razón. Definitivamente era lo que quería hacer con mi nueva
vida.
—¿Me permitirían llevaros a cenar para agradecerles?
Podríamos ir a lo de Nero después.
—Eso sería genial —dije, sin darle a Quin la
oportunidad de opinar.
La verdad era que trabajar con los niños me había dado
un subidón y todavía no estaba listo para bajar. Volvimos a ir
al restaurante y tanto Quin como yo buscamos a Nero cuando
entramos.
—No está aquí —dijo Titus—. Ayuda con las multitudes
los fines de semana —dijo Titus, burlándose de la poca gente
que se necesitaba para que se considerara «una multitud» en
este lugar.
—¿Conoces bien a Nero? —preguntó Quin, volviendo a
ponerse en modo detective.
—Fuimos juntos al instituto. Él era un año menor, pero
estaba en algunas de mis clases. Pero sí jugamos juntos en el
equipo.
—¿El equipo de fútbol americano? —pregunté.
—Es el único equipo que tenemos en la ciudad —dijo
Titus, con resignación—. Aquí solo podemos permitirnos una
actividad extracurricular. Así que espero que nadie esté
interesado en el baloncesto femenino.
—¡Ah, eso es horrible! —dije, apenado por las chicas.
Terminamos de cenar y charlamos un poco más antes de
pagar la cuenta. Aunque Titus se había ofrecido a pagar, Quin
insistió. Titus luchó con ella hasta que me entrometí.
—Déjala. Confía en mí.
Titus dudó, pero accedió. No podía decir en qué estaba
pensando Titus, pero era obvio que estaba acostumbrado a ser
el hombre de la casa. Quizá debería haberle dicho a Quin que
lo dejara pagar, pero la verdad era que me parecía injusto,
considerando lo que sabía sobre la riqueza de la familia de
Quin. Además, era algo que Quin quería hacer. Me costaba
mucho no darle a mi novia lo que quería.
—Entonces, ¿qué es lo que hace Nero? —pregunté,
mientras caminábamos hacia las camionetas.
—Sería mejor si solo lo vierais —explicó Titus.
—Vale… —dije, mirando a Quin, que estaba tomando
mi mano.
Quin no dijo nada al respecto hasta que estuvimos solos
en la camioneta, siguiendo a Titus por caminos estrechos que
atravesaban el bosque.
—Sí, definitivamente esto no es un club de lectura —
dijo, mientras miraba los árboles que pasaban por la ventana
—. ¿Te parece una buena idea?
—¿Crees que deberíamos volver? Todavía podemos
cambiar de dirección.
—¿Tú crees que deberíamos volver? —me preguntó
Quin—. Solo vamos porque queremos hablar con Nero.
Podríamos volver el próximo fin de semana o el fin de semana
siguiente. Has oído a Titus: Nero trabaja los fines de semana, y
… ¡Vaya! —Quin se quedó congelado de la sorpresa por algo.
—¿Qué pasa? —pregunté, entrando en pánico.
—¡Regresó! Puedo oler de nuevo. Al menos mi loba
puede.
—¿Hemos salido del hechizo protector?
—Seguramente. ¡Vaya! Que regresara todo de golpe
es… mucho.
—¿Estás bien? —le pregunté, preocupado.
—Sí, estoy bien.
—¿Crees que es una coincidencia que Nero haga las
reuniones de su club de lectura fuera de la barrera?
—Definitivamente no.
Quin abrió su ventana y sacó la nariz.
—Hay otras cosas allí afuera.
—¿Otras cosas como qué? —pregunté, buscando lugares
donde pudiera dar vuelta la camioneta si fuera necesario.
—No lo sé. Pero no son humanos.
—¿Mandamos al diablo todo esto?
—No, sigamos. Creo que estaremos bien —dijo con una
mirada confundida.

—Quin, si pasa algo, te mantendré a salvo. Te lo


prometo. ¿Vale?
Quin me miró.
—Vale.
No solo estaba diciendo que me creía; podía verlo en su
cara. Había ganado su confianza, no había forma de que la
traicionara ahora. Pasara lo que pasara y sin importar lo que
hubiera allí afuera, iba a proteger a Quin. Estaba dispuesto a
morir en el intento si era necesario.
Cuando finalmente nos detuvimos frente a un granero
resplandeciente, las cosas no se sentían más seguras. Había
varias camionetas estacionadas en frente y la luz del interior
parpadeaba.
—¿Titus, qué sucede? —le pregunté, mientras sentía la
misma concentración agresiva que sentía antes de un gran
partido.
—Queríais verlo, ¿verdad? Estará aquí.
—Eso no responde mi pregunta —aclaré.
—Estoy seguro de que estaréis bien. Parece que puedes
arreglártelas.
—¿Por qué Cage necesitaría arreglárselas? —preguntó
Quin sacando a relucir un buen punto.
—¿Queréis verlo o no? —preguntó Titus, mirándonos.
Miré a Quin. Sabía que pasara lo que pasara, podría
luchar para salir. Pero, ¿y Quin? ¿Valía la pena ponerla en
peligro?
—Esta es nuestra oportunidad de hablar con él —señaló
Quin—. Él podría tener todas las respuestas. Yo digo que nos
arriesguemos —dijo con una mirada salvaje fuera de lo
común.
¿Qué estaba sucediendo? Apenas la reconocí. Parecía
poseída y decidida.
—Está bien. Entremos —dije, pensando que no podría
persuadir a Quin de otra forma—. Mejor que esto no se ponga
feo —dije, amenazando con destrozar a Titus si sucedía.
No sabía qué esperar, pero tan pronto como atravesamos
las puertas del granero, todo cobró sentido. Había unas 20
personas. Todos estaban mirando hacia un círculo dibujado en
el suelo donde dos lobos se estaban haciendo pedazos.
Era una pelea de perros, pero con lobos. Uno de ellos era
más fornido y salvaje y le sangraba la oreja, pero sus ojos
furiosos decían que no había forma de que perdiera. Ese era a
quien todos estaban aclamando.
Sus ojos no mentían. Sus rápidos movimientos le
permitieron rodear la garganta del otro con los dientes. En
pocos segundos estaba sacudiendo a su oponente como si fuera
una muñeca de trapo. Probablemente lo hubiera matado si no
fuese porque alguien se metió y señaló que había ganado.
Apenas sucedió, el más fornido dejó al otro y nos miró.
Sus ojos entrecerrados parecieron reconocerme. El
corazón me latía con fuerza. Mi cuerpo entró en calor y sentí
que la piel me ardía. No podía moverme ni respirar. ¿Qué me
estaba sucediendo? Congelado en el peor momento posible, vi
cómo la bestia salvaje atravesaba el granero con dos
movimientos y saltaba hacia mí.
Me preparé para sentir el peso de la bestia, pero nunca
llegó. En medio del aire, lo había sujetado una loba que había
visto antes. Era Quin. Me estaba protegiendo. No debí haberla
llevado. No podía protegerla. Y en el momento en el que me di
cuenta de esto, sentí algo que me resultó familiar. Sentí que mi
pierna se quebraba.
No era solo una de mis piernas. Eran las dos. También
eran mis brazos. ¿Qué estaba sucediendo? Sentí que mi cuerpo
estaba en llamas. Pero cuando la sensación se calmó, tenía una
sola cosa en mente. Tenía que proteger a Quin.
Sin pensarlo, mi cuerpo reaccionó. Encontró a los lobos
rodando en el suelo a mi lado y tomó el control. Era como si
yo solo fuera un espectador. Lo que me conducía sabía cuál
lobo era cuál y clavó los dientes en el más fornido, lo que hizo
que aullara y se alejara.
La loba de Quin retrocedió y el otro se acomodó y me
miró. Estaba a la altura de mis ojos. ¿Por qué estaba a la altura
de mis ojos? ¿Y por qué ahora podía olerlo todo? Era como si
me hubiera despertado por primera vez. Nunca me había
sentido más vivo.
Aunque solo estuviera mirando, sentía que la cosa que
tenía el control de mi cuerpo estaba enfocada en asesinar. No
le gustaba el lobo al que estábamos mirando. Quería derribarlo
y matarlo si fuera necesario. Me di cuenta de que era más
grande que él y el otro también podía verlo. Más aún, mi
propósito estaba tan claro que no me hubiera permitido
renunciar hasta que consiguiera lo que quería.
Me incliné y estaba a punto de sujetarlo cuando escuché:
—¡Basta!
El sonido era ensordecedor, pero reconocí la voz. Era
Quin, pero no podía dejar que me distrajera. Ya estaba ahí.
Ataqué a la bestia frente a mí y el lobo cerró su
mandíbula y retrocedió. Lo había tomado y no sabía qué hacer.
Solté su pata para volver a tomarlo de la garganta. Lo tenía.
—¡Tienes que parar! ¡Es tu hermano!
Me congelé. ¿Qué había dicho?
En ese momento, el otro lobo dio vuelta el asunto. En su
pequeña oportunidad, se había escabullido y tomó ventaja.
Estaba encima de mí y me sujetaba con los dientes y las
garras. Estuvo a punto de matarme cuando otro lobo se
interpuso. No lo reconocí, pero su olor me resultó familiar.
Entre los dos, detuvimos al primer lobo y nos pusimos
entre él y Quin. Sus ojos se movieron entre los dos y se calmó.
En ese momento, parecía que iba a vomitar, pero en su lugar se
transformó.
En un instante, Nero era quien estaba arrodillado frente a
mí. Miró al lobo que estaba a mi lado. En ese momento, se
transformó. Era Titus.
—Cage, ¿puedes oírme? —Quin me preguntó mientras
se paraba cerca de mí y se cambiaba—. Cage, tienes que
calmarte. No puedes transformarte si no lo haces.
¿Transformarme? ¿De qué estaba hablando? Volví a
mirar a mi alrededor.
Sí, eso era lo que había sucedido. Me había
transformado. Pero, no era lo que había visto en la cocina.
Era… lo que era Quin. Era un lobo. ¿Cómo era posible?
—Cage, vuelve conmigo —rogó Quin.
—¿Esta es su primera vez? —Titus le preguntó a Quin.
—Eso creo. No sabíamos que podía transformarse hasta
ahora.
—Vale, entonces tendrá que dejar que suceda
naturalmente. No podrá hacer nada al respecto.
—¿Por qué dijiste que era mi hermano? —preguntó
Nero, acercándose a Quin mientras se abrochaba los
pantalones.
Gruñí, pues no me gustaba cuánto se estaba acercando a
ella. Entendió lo que quise decirle y se detuvo a unos cuantos
metros de ella.
—¡Vale! —dijo Nero volviéndose hacia mí.
—Lo dije porque es cierto —confirmó Quin.
—¿Cómo podrías saber eso? —preguntó Titus.
—Puedo olerlo.
—Nadie puede oler algo como eso —declaró Nero.
—Yo sí puedo. Ahora mismo puedo olerlo todo. Puedo
deciros qué comieron ayer a la noche. Titus comió pollo frito
en el restaurante y tú comiste macarrones con queso.
Nero y Titus se miraron.
—¿Es posible? —preguntó Nero.
—Ella no es de aquí. ¿Qué he estado diciendo por años
sobre el hechizo protector del Dr. Tom? Nos está quitando
quiénes somos. Quizá todos podríamos hacerlo si no
tuviéramos que vivir sin narices. Tenemos que quitarlo.
Nero ignoró a Titus y se volvió hacia Quin.
—Mira, no te conozco. No lo conozco a él. Y no sé qué
intentáis hacer. Pero si crees que vais a confundirme o algo
así…
—Vinimos porque descubrimos que el padre de Cage, o
al menos el tío que decía serlo, es un hombre dragón.
—¿Un hombre dragón? —preguntó Nero, mirándolo a
Titus.
—Sí. Aparentemente eso también existe. Y le
hubiéramos preguntado qué sucede, pero lo encontramos
muerto, o en coma, o durmiendo, o lo que sea. Y como no
podía hablar, seguimos su rastro hasta aquí.
—¿Por qué vendría aquí? —preguntó Titus.
—No lo sabemos. Esperábamos averiguarlo. Pero, en
vez de eso, encontramos al hermano de Cage.
—No sabemos eso —gritó Nero, a la defensiva.
Gruñí, pues no me gustaba su tono.
—Mira, esa parece una historia increíble, pero si crees
que dejaré que unos hombres lobo que no conozco hablen con
mi madre…
En ese momento, sucedió. Mi lobo se retiró y resurgí
con mucho dolor. Aún estaba arrodillado en el piso, jadeando.
Pregunté:
—¿Tu madre sigue viva?
—Sí, está viva. ¿Qué pasa con eso?
—Mi padre dijo que mi madre había muerto en el parto.
—Bueno, mi madre está viva.
—¿Podría ser mi madre también, Quin? ¿Puedes
saberlo?
Quin se arrodilló y pasó los dedos por mi pelo. Su
mirada amable me llenó de amor.
—Quisiera poder decírtelo. Apenas pude sentir que
vosotros dos sois familiares.
Quin me ayudó a ponerme de pie. Cuando lo hizo, me di
cuenta que algo había cambiado. Miré a mi alrededor y
encontré mi yeso a unos metros. Además, la pierna que estaba
rota se sentía en perfecto estado.
Me volví para ver a Nero, que estaba mirándonos a Quin
y a mí. Le devolví la mirada mientras me cambiaba despacio.
Cuando finalmente encontré mi voz, le pregunté:
—¿Tu madre te dijo alguna vez que tuvo otro hijo antes
de ti? ¿Alguna vez te habló de alguien como yo?
Nero entrecerró los ojos.
—¿Por qué habéis venido aquí?
—Ya te lo he dicho. Hemos venido aquí porque
seguimos un rastro hasta esta ciudad —le repitió Quin.
—No. Me refiero a ¿por qué habéis venido aquí esta
noche? ¿Vais a decirme que estáis aquí por accidente?
—Hemos venido a buscarte —le dije.
—Lo imaginé. ¿Por qué?
Miré a Quin.
—Porque el Dr. Tom me dijo que debía hablar contigo.
—¿El Dr. Tom? —dijo Nero. De repente estaba agitado.
—Sí. Lo he visto ayer. Le pregunté si podría conocer a
otro hombre lobo y me habló de ti. Cuando le preguntamos a
Titus por ti, nos trajo aquí.
Nero miró a Titus, que dijo:
—El Dr. Tom me pidió que averiguara lo que pudiera
sobre ellos y les di un recorrido. No sabía nada de todo esto.
Pero sabes que con el Dr. Tom nada es pura coincidencia.
—Te he preguntado si tu madre alguna vez te ha hablado
de alguien como yo —dije, sintiendo que me hervía la sangre
porque había ignorado mi pregunta.
—¡No vas a conocer a mi madre! —dijo Nero, y parecía
que quería transformarse.
Titus se puso entre nosotros y tomó a Nero de los
hombros.
—Nero, tiene que relajarte.
—Está hablando de conocer a mi madre. No voy a dejar
que lo haga. Sabes que ella no podría soportarlo.
—¿Qué le pasa a tu madre? —pregunté.
—No está… bien —explicó Titus.
—¿Tu madre está enferma? —le pregunté, sintiéndome
vacío, como si me quitaran todas las esperanzas.
—No. No diré otra maldita palabra. Demostradme que
esto es real. Demostradme que sois quien decís ser.
—¿Quieres ver nuestras identificaciones? —pregunté.
—No quiero ver vuestras malditas identificaciones.
Quiero que me demostréis que todo lo que habéis dicho es
real.
—¿Cómo se supone que haremos eso? —le pregunté,
esperando que fuera razonable.
—Sé cómo —dijo Quin, llamando nuestra atención.
—¿Sabes cómo? ¿Cómo? —pregunté.
—Podríamos analizar vuestro ADN. La prueba podría
decirnos con seguridad si vosotros dos sois parientes, incluso
si solo sois primos.
Nero miró a Quin con recelo.
—No. No voy a hacerlo. Vosotros estáis inventando
todo. Es toda una mentira.
Titus habló:
—¿Qué pasa si no están mintiendo, Nero? He pasado los
últimos dos días con ellos y son personas decentes. ¿Y si es tu
hermano? Sé que, si yo tuviera un hermano, querría saberlo.
¿Y si dicen la verdad, Nero? Imagínate eso. Y con la fuerza de
su lobo…
Nero se volvió hacia Titus.
—Esto es demasiado. Es demasiado.
—Lo sé, pero ¿y qué si es cierto? ¿Cómo te sentirías si
realmente tuvieras un hermano y lo hubieras alejado de ti? —
dijo Titus, poniendo su mano sobre el hombro de Nero.
Nero se ablandó mientras sus pensamientos se
arremolinaban. Parecía que estaba sufriendo una tortura, hasta
que se dio por vencido.
—Escucha, no quise ser un cabrón el otro día en el
restaurante. Es solo que, cuando os vi a los dos sentados, tan
felices, pensé: «¿Qué hay de mí?», ¿sabes? ¿Por qué todos son
felices menos yo? No quise decir nada en contra de vosotros.
Miré a Quin para ver su reacción. No estaba seguro de
estar dispuesto a perdonarlo.
—Está bien —dijo Quin, como la buena persona que
era.
—Sí. Estás perdonado —confirmé—. Pero tienes que
controlar ese enojo —dije, queriendo que fuera una amenaza,
aunque no estaba de humor para hacer amenazas.
—Lo haré. No soy así. Pregúntale a Titus.
Titus se encogió de hombros, sin tomar partido.
—De todos modos, estoy trabajando en eso. Vosotros
parecéis gente decente. Pero no puedo dejar que le contéis
nada de esto a mi mamá. No hasta que haya pruebas. Ella no
podría superarlo si estáis equivocados o mintiendo o algo así.
Ella no es así, ¿sabes?
—Entonces, ¿te harás el análisis? —preguntó Quin.
—Me haré el análisis.
Me quedé mirando al chico desaliñado y sin camisa
frente a nosotros. Ya no era el lobo salvaje ni el tío enojado del
restaurante. Estaba vulnerable y asustado.
¿Así era siempre? ¿Este muchacho era mi hermano? No
podía creer que después de sentirme solo durante tanto tiempo,
quizá podría tener una familia de verdad. ¿Cómo se llamaba
cuando eran lobos? ¿Una manada?
Diablos, yo era un hombre lobo. ¿Qué significaba eso?
Todo era una locura.
—¿Cómo lo hacemos, Quin? —le pregunté,
recomponiéndome—. ¿Tenemos que escupir en un tubo o algo
así?
—Podríamos hacer eso si quisieras hacer una de esas
pruebas de ascendencia.
—¿Te refieres a las de los comerciales? —preguntó
Nero.
—Sí. Pero tardan semanas. Si tomamos muestras de
sangre, podríamos tener la respuesta en un par de días.
—¿Cómo? —le pregunté.
—Mi padre tiene un laboratorio de genética.
—Vale. Hagamos eso, entonces —le dije.
—Sí. Unos días son mejores que unas semanas —
confirmó Nero.
—Bueno. La única pregunta es: ¿cómo conseguimos
vuestras muestras de sangre?
—Con el Dr. Tom —sugirió Nero.
—¿Crees que lo hará? —preguntó Quin.
—Me llevo bien con el Dr. Tom. Si yo se lo pregunto,
quizá lo haga —dijo Nero.
—¿Cuándo? —preguntó Quin—. Porque esta noche
volvemos a la universidad.
—Quin, creo que podemos quedarnos una noche más si
eso significa que pueden tomar nuestras muestras de sangre.
—No, puede que lo haga esta noche —dijo Nero.
—¿De verdad? Entonces, llámalo —le dije.
—No. Si lo llamo, me dirá que vaya por la mañana.
Tengo una mejor idea —dijo Nero mientras recogía sus cosas.
Regresamos a nuestras camionetas y salimos en
caravana desde la mitad de la nada hacia la ciudad. Los
alrededores tardaron un poco en verse familiares. Cuando lo
hicieron, estábamos llegando a la casa que habíamos visitado
el día anterior. En la parte de atrás estaba la oficina del Dr.
Tom. En el frente había una hermosa casa de dos pisos que
brillaba.
—¿Todavía habrá alguien despierto? —le pregunté a
Quin—. ¿Te parece buena idea?
—¿Qué parte?
—Todas. Ninguna. A decir verdad, mi mente es un
desastre en este momento. No puedo decidir.
Quin bajó la velocidad y me miró con ojos cariñosos.
—Por cierto, ¿cómo te sientes? Debe ser abrumador
entender todo esto.
—Por más extraño que suene, que me enojara y me
convirtiera en lobo… se siente como si siempre lo hubiese
sabido, ¿sabes? Quiero decir, no lo sabía. Pero te conocí a ti…
supe que eras una… y enterarme que yo también lo soy… Se
siente como si fuera lo correcto. Ahora, ¿el hecho de que Nero
podría ser mi hermano y de que mi madre podría estar viva?
Eso no lo vi venir. Esa parte es demasiado.
—¿Quieres continuar con esto? No tenemos que hacer la
prueba si no quieres —dijo, estirando la mano para ponerla
sobre la mía.
—Quiero hacerlo. Realmente quiero. ¿Y si tengo una
familia, Quin? ¿Qué significaría eso?
—No lo sé. Pero hay solo una forma de averiguarlo —
dijo, apretándome la mano.
Me podría haber quedado mirándola a los ojos para
siempre, si no fuese porque el Dr. Tom y Glen salieron al
porche en bata.

—Nero, Titus, ¿sois vosotros? —preguntó el Dr. Tom,


mientras nos acercábamos—. ¿Qué sucede?
No respondieron. Cuando el Dr. Tom nos vio, no
tuvieron que hacerlo.
—Veo que habéis encontrado a Nero —le dijo a Quin sin
inmutarse.
—Así es. Pero no antes de que Cage se transformara en
lobo e intentaran matarse —le dijo Quin.
—Ah. ¿Y qué estáis haciendo aquí?
—Necesitamos hacer un análisis de sangre para saber si
son hermanos —explicó Quin.
—Ya veo —dijo, con indiferencia—. Regresad por la
mañana.
—¿Usted sabía que yo podría tener un hermano? —le
preguntó Nero al Dr. Tom.
Él no respondió.
—Lo sabía —dijo Nero sorprendido—. Después de
todas esas cosas que le dije que estaban pasando, ¿no pudo
decirme que mi mamá podría no estar loca?
Por primera vez, el rostro de piedra del Dr. Tom se
quebró. El arrepentimiento se apoderó de él.
—Sin importar qué más soy, también soy doctor. Hay
cosas que no puede revelar a nadie, sin importar…
—Eso es una puta mentira —lo interrumpió Nero—. Era
un chaval que lloraba por toda la mierda que le sucedía y ni
una vez insinuó que esa podía ser una posibilidad.
—Eso no es cierto. Lo insinué. Te dije que a veces las
cosas no son lo que parecen.
—Y se supone que eso debía tener algún sentido para un
niño de diez años. Eso era solo un montón de basura de
adultos para mí. ¿Cómo se suponía que iba a saber que me
estaba diciendo que tenía un hermano y que mi madre no
estaba loca? No. Es un maldito gilipollas.
El Dr. Tom recuperó la compostura.
—Está bien. Soy un maldito gilipollas. Si eso es todo,
espero que todos tengáis una buena noche.
—Espere —le dije, deteniéndolo—. No lo conozco. Y
está claro que no entiendo cómo funciona todo esto. Pero sí
entiendo a la familia. Por 22 años no he tenido una. Al menos,
no he tenido una que se preocupara por mí. Y, si se toma 20
minutos, usted podría curarme de eso. Sea lo que sea, usted es
doctor, ¿verdad? Entonces, ayúdeme,
Los ojos del Dr. Tom fueron pasando por cada uno de
nuestros rostros, pero aun así no cedió.
—Solo hazlo, Tom —dijo Glen, conmovido.
—No entiendes lo que sucede, Glen.
Glen puso la mano sobre el hombro de su esposo y le
habló amablemente:
—Solo hazlo.
El doctor se derritió mirando los ojos comprensivos de
su amado.
—Bueno. Seguidme a mi oficina. Pero no sé dónde
conseguir que hagan una prueba genética.
—Yo me encargaré. Mi padre tiene un laboratorio de
genética y…
—¡Cierto! ¡Porque eres Harlequin Toro y tu padre tiene
un laboratorio de genética que estudia a los hombres lobos! —
El Dr. Tom se detuvo y se dio la vuelta para mirar a Quin—.
Tu padre está estudiando a los hombres lobo, ¿verdad? Por eso
estás aquí. ¿Es por eso que quieres la sangre de Nero?
—¿Qué? No. ¡No! Queremos la muestra de sangre para
averiguar si Cage y Nero son hermanos. ¿Por qué creería eso?
—Porque eres Harlequin Toro, y….
—¿Y no se puede confiar en mí? —inmediatamente, los
ojos de Quin se llenaron de lágrimas—. Entonces, el mundo de
los humanos no confía en mí porque soy una mujer lobo. ¿Y
ahora vosotros no confiáis en mí porque mi padre es humano?
¿Es en serio? —Quin se volvió a mí con dolor en los ojos—.
¿En serio?
No lo había entendido. Pero comenzaba a comprender
qué se sentía ser ella. Había crecido rodeada de gente que
sospechaba de ella. ¿Y su loba no había asesinado a su madre?
¿Eso no hacía que ella sospechara de sí misma? Es por eso que
ella había dicho que buscaba una cura para la transformación.
No podía imaginar vivir una vida como la de ella.
—Mira, es mi trabajo mantener segura a esta comunidad
—le dijo el Dr. Tom—. No puedo entregarte su sangre si hay
siquiera una mínima chance de que la uses para lastimarlos.
—No lo haré. Solo quiero ayudarlos —insistió.
—Yo confío en ella, Dr. Tom —le dije, sintiéndolo de
verdad—. Usted también puede. Jamás ha hecho nada para
traicionarme. Siempre ha sido buena y ética. Solo ha ayudado
a la gente. Si solo pudiera confiar en una persona, sería ella.
No sé por qué no le dijo a Nero que podría tener un hermano.
Estoy seguro de que tenía sus razones. Pero esta es su
oportunidad de compensarlo. Y no puede hacerlo sin la ayuda
de Quin. Puede confiar en ella. Todos podemos.
El Dr. Tom me miró y luego miró a todas las personas
paradas a su alrededor antes de quedarse mirando a Nero.
—¿Quieres hacer esto, Nero?
—Necesito saber si es mi hermano. Usted me lo debe.
Los ojos del Dr. Tom se hundieron antes de que se
recompusiera rápidamente. Consigamos lo que necesitas —le
dijo a Quin.
El médico nos extrajo un tubo de sangre a Nero y a mí,
los etiquetó y se los entregó a Quin.
—Esto debería ser más que suficiente. No hagas que me
arrepienta —dijo, con serenidad.
—Gracias —respondió Quin.
—Sí, gracias —dije, antes de mirar a Nero. Nero miró
hacia otro lado; todavía estaba enojado con el doctor.
De pie frente a nuestras camionetas, Quin se volvió
hacia Nero.
—Te avisaremos tan pronto tengamos noticias.
—Está bien.
—¿Podrías darme tu número? —le pregunté. Estaba tan
nervioso como en una primera cita.
—Sí. ¿Cuál es tu número? Te lo enviaré en un mensaje.
Le di mi número a Nero y unos segundos después sonó
mi teléfono.
—Lo tengo —le dije.
—Genial.
—Bueno, supongo que vamos a regresar —les dije.
—Está bien —dijo Nero, sin poder decidir si despedirse
o no.
En vez de alejarse, Nero me rodeó con los brazos y me
acercó a su cuerpo. Pensé que me estaba abrazando. Pero en
realidad estaba llevando mi oreja a su boca.
Susurró:
—De verdad lamento haberme portado tan mal. No soy
así. ¿Está bien?
—Está bien —le aseguré.
—No soy así —repitió.
—Todo está bien, Nero. Comencemos de cero.
Nero se separó de mí y sonrió.
—Sí. Comencemos de cero.
Lo vi. Tenía tantos hoyuelos como yo. Incluso si el Dr.
Tom no lo hubiera prácticamente confirmado, ahora no tendría
ninguna duda. Estaba mirando a mi hermano.
—Quin, ha sido un gusto conocerte —dijo Nero,
ofreciéndole la mano.
—Igualmente —contestó Quin cortésmente, antes de
que ambos nos subiéramos a mi camioneta y nos alejáramos.
Pasamos la mayor parte de las dos horas de viaje hasta la
Universidad en silencio. Los últimos tres días habían sido
demasiado. No solo habían sucedido cosas entre Quin y yo,
sino que había descubierto que era un hombre lobo y podía
tener una familia.
Además de eso, estaba lo que Quin había dicho que
quería hacer con su vida. Quería mudarse a Nueva York para
curarse de ser una mujer lobo. Comprendía por qué lo quería,
pero yo no quería ser parte de ninguna de esas cosas.
Como mi pierna estaba curada, podría retomar donde
había dejado y jugar para la NFL. Pero había una razón por la
que había renunciado a eso. Lo único que siempre había
querido era tener una vida simple, rodeado de la gente que
amo.
¿Ese era el lobo en mí? Todo era nuevo, así que no lo
sabía. Pero cualquiera fuera la causa, ese siempre había sido
mi sueño, incluso si no me había dado cuenta hasta ese
momento. Y eso no incluía mudarme a la gran ciudad para
ayudar a mi novia a deshacerse de lo que nos hacía perfectos
el uno para el otro.
Lo que queríamos para nuestras vidas empezaba a
sentirse muy diferente. Pero no quería perderla. Tenía que
existir alguna forma de convencerla de que no era necesario
que se deshiciera de su loba para tener una buena vida.
Pensé en todas estas cosas mientras la llevaba a su
dormitorio. Cuando llegamos, nos quedamos sentados en la
camioneta, con el motor en marcha.
—Este fin de semana ha sido… —comenzó Quin, pero
no supo qué decir.
—Diferente —completé.
Quin se rio.
—Sí.
—Ahora que he regresado, probablemente tenga que
recuperar algunas horas en el trabajo. Pero quiero verte.
—Yo también quiero verte —respondió, con una sonrisa
—. Eres mi novio, después de todo.
—Sí, lo soy.
Me incliné, deslicé mi mano detrás de su cuello y
acerqué sus labios a los míos. El beso fue eléctrico. Aumentó
el calor entre nosotros. Tenerla entre mis manos de nuevo hizo
que me hormigueara el cuerpo.
—¡Cage! —oí que alguien decía mi nombre.
Me aparté de donde más quería estar para ver que Tasha
miraba hacia adentro de la camioneta. Estaba escandalizada.
Detrás de ella estaba su mejor amiga, Vi. Por supuesto, iban
juntas a todos lados. Con la boca aún abierta, corrió hasta la
puerta de su edificio.
—¿Supongo que no tomó bien la ruptura? —preguntó
Quin.
—Debería estarlo. Ella es quien rompió conmigo.
Aunque yo iba a hacerlo si ella no lo hacía. No necesitaba
saber que era un hombre lobo para darme cuenta de que
nosotros estábamos destinados a estar juntos.
Quin se sonrojó.
—¿Quieres subir? —preguntó, con la sonrisa tímida más
linda que hubiera visto.
—Gracias por invitarme, pero debería volver a casa.
Tengo clases por la mañana y ha sido un viaje largo. Solo
quiero darme una ducha y desmayarme.
Quin estaba decepcionada.
—Está bien. ¿Cuándo volveré a verte?
Lo había pensado. Había una parte de mí que deseaba ir
a su habitación y no volver a perderla de vista por el resto de
mi vida.
—Te enviaré un mensaje mañana. Por cierto, ¿cuándo
crees que tendrás los resultados de la prueba genética?
—Llamaré a mi papá mañana a la mañana y luego las
enviaré tan pronto como pueda después de eso. Supongo que
lo tendrá todo listo para el viernes.
—Vaya, eso es rápido.
—Llevar una vida extraña a veces es útil.
Quin me miró a los ojos.
—Ya te extraño —me dijo.
—Yo a ti —le dije, sabiendo a qué tendría que hacerla
renunciar si queríamos estar juntos.
Sonreí, la besé una vez más y luego la vi alejarse. Era la
persona más sexy que jamás había visto. No podía creer que
alguien como ella quisiera estar conmigo.
Mientras conducía hasta mi casa, pensé en la magnitud
de lo que había descubierto sobre mí mismo. Era un maldito
hombre lobo. Era… una locura. No podía ni comenzar a
comprender lo que eso significaba.
¿Y cómo podía ser que mi padre fuera un hombre
dragón? ¿Los hombres dragón podían tener hijos hombres
lobo? ¿O era cierta la descripción de los dragones que dio el
Dr. Tom? ¿El hombre que me había criado era realmente un
ladrón codicioso y acaparador?
No podía negar que eso lo describiera muy bien. Y si,
además, tenía en cuenta cuán diferente nos veíamos y
actuábamos mi padre y yo, ¿no debía tomar sus comentarios
de ebrio como ciertos? ¿Me había robado de alguien que
podría haberme amado?
¿Por qué habría hecho eso? ¿Cuán diferente habría sido
mi vida si no lo hubiera hecho? ¿Nero era mi verdadera
familia? ¿Realmente podría tener una madre?
Cuando llegué a la cabaña, estaba hecho una furia. Tenía
un plan y utilizaría un hacha para quitar a mi padre de mi vida
para siempre. Lo iba a apilar afuera y luego quemaría sus
restos hasta que no fueran más que cenizas.
Me estaba preparando para cualquier cosa, incluso una
pelea a muerte, y mi corazón se aceleró. Busqué por todos
lados y exploré la cabaña lentamente. Se veía igual que como
la había dejado el viernes, solo que faltaba el dragón.
La puerta de la habitación de mi padre estaba
entreabierta. Si se había transformado en humano, no había
forma de que no la hubiera dejado cerrada, pues siempre había
estado obsesionado con mantenerla cerrada. Y cuando
confirmé que el lugar estaba vacío, cogí mi teléfono y llamé a
Quin.
—No está —le dije.
—¿Qué cosa no está? —dijo, respondiendo a mi voz de
pánico.
—El dragón. Simplemente desapareció.
No respondió.
—¿Me has escuchado, Quin?
—¿Crees que viene tras de mí?
—No lo sé. No sé nada, solo que no está aquí. Tampoco
está mi padre. ¿Quieres que vaya a buscarte? Puedo hacerlo.
—No, no lo hagas —dijo, aparentando calmarse.
—No es problema. Podría estar ahí en treinta minutos.
—Pero acabas de conducir por tres horas.
—Conduciría toda la noche para mantenerte a salvo.
Debes saberlo, Quin —le dije, sabiendo que era cierto.
—Gracias. Pero no creo que sea necesario. Dondequiera
que esté, probablemente tenga cosas más importantes que
hacer que vengarse de mí por haberte robado.
—Tú no me robaste. Tú eres la persona a la que siempre
pertenecí, incluso antes de conocernos.
—No puedo explicarlo, pero siento lo mismo —me dijo.
—Desearía poder transformarme cuando quiera como tú.
Si lo hiciera, podría sentir su olor y averiguar qué le ocurrió.
—Puedo enseñarte a hacerlo. ¿Por qué no te acompaño a
casa mañana después del trabajo? Podría averiguar qué sabe
mi loba. Y podría comenzar a enseñarte a controlar tus
transformaciones.
—¿Puedes hacer eso?
—Claro. No puedo dejar que te transformes en el medio
de una clase y mates a todos, ¿verdad? No dejarían que te
gradúes si lo hicieras —bromeó.
—¿Porque todas tus horas de clases de apoyo habrían
sido en vano?
—¡Exacto!
Me reí.
—No queremos que eso suceda.
—No, no lo queremos. Entonces, ¿te veré en el centro de
actividades cuando termines de trabajar?
—Sí, genial —le contesté, antes de decirle «Buenas
noches» y terminar la llamada. No pude dormir bien esa
noche. El más mínimo ruido me despertaba. Pero cuando salió
el sol y ni el dragón ni mi padre habían regresado, me relajé y
pude dormir sin interrupciones por unas horas.
Apenas pude pensar en otra cosa mientras asistía a mis
clases o trabajaba. Así que cuando Dan me preguntó cómo
estaba mi pierna y me di cuenta que ya no llevaba el yeso, no
supe qué responder.
—Está mejor —le dije.
—¿Eso quiere decir que pronto podrás regresar al
equipo? —preguntó con entusiasmo—. Te necesitamos,
amigo. Ha sido duro sin ti.
Lo consideré. Definitivamente podía jugar. Y si sacaba
partido a mis nuevas habilidades, probablemente podría oler
una jugada mejor que antes. No era que odiara el fútbol
americano. Simplemente no quería la vida que implicaba jugar
profesionalmente.
Como un candidato de la NFL regresando al campo
luego de lo que parecía ser una herida que podía terminar mi
carrera, ¿cómo podría esperar que las expectativas del resto no
regresaran? Además, ¿qué pasaba si después de una mala
jugada, me transformaba y despedazaba a un rival?
No. No era de fiar en el campo. Al menos no por ahora.
—Lo siento, Dan —le dije, sintiendo que decepcionaba
al equipo.
—No te preocupes. Lo resolveremos. Tú preocúpate por
tu salud. Eso es lo único que importa —me dijo, con una
sonrisa.
Valoré que me dijera eso. Siempre había creído que él
era uno de los tíos que buscaban beneficiarse de mí por ser el
mariscal de campo estrella que sería profesional. Pero lo había
subestimado. Era un amigo de verdad. Si hubiera alguien a
quien le diría la verdad sobre quién soy, sería a él.
Terminé de trabajar a las 7, me encontré con Quin y
fuimos hasta mi casa. Ella traía un bolso y me dijo que
pensaba pasar la noche conmigo. Eso me gustaba. Había
extrañado dormir con ella entre mis brazos.
Cuando regresamos a la cabaña, se transformó y se puso
a trabajar sin perder el tiempo. Su loba olió cada centímetro
del lugar antes de resurgir, desnuda e increíblemente sexy.
—Tienes razón. No está. No hay rastros de su olor en
ningún lado. Es como si se hubiera desvanecido.
—¿Eso es algo que los dragones muertos suelen hacer?
—pregunté, confundido.
—Estoy tan perdida como tú.
—¿Sabes quién podría saber?
—¿El Dr. Tom? Sí, estaba pensando en eso. Pero yo no
soy su persona preferida.
—Quizá Nero o Titus sepan algo. Por cierto, ¿le enviaste
las muestras de sangre a tu papá?
—Sí, las envié por correo expreso. No va a tomar mucho
tiempo.
Mientras Quin aún caminaba desnuda, tomé mi teléfono
y le envié un mensaje a Nero.
«Ya lo ha enviado. No falta mucho».
«Genial», me respondió inmediatamente. «Cuándo crees
que tendrás los resultados?».
«Quin cree que para el viernes. Por cierto, ¿sabes algo
sobre hombres dragón?».
«No. ¿Por qué?».
Deliberé si decirle o no. Algo me dijo que esperara a
confirmar si era mi hermano o no.
En su lugar, le escribí: «Solo intento entender algo».
No supe de él después de eso. No estaba seguro de por
qué.
—Bueno, ¿quieres aprender a hacer esto? —me
preguntó Quin, mientras estaba parada frente a mí, luciendo
increíble.
—Sí.
—Entonces, desvístete.
La miré con desconfianza. ¿Estaba buscando que
tuviéramos sexo de nuevo? Si lo estaba haciendo, estaba
dispuesto. Y con eso me refiero a que empezaba a ponerme
duro.
—Tal vez comience como estoy.
—Como tú quieras. Pero tendrás que activar tu lobo
interior para que suceda.
—¿Qué significa eso?
—Significa que tendrás que dejarte llevar y que tus
instintos y emociones puras tomen el control. Mira —me dijo,
antes de cerrar los ojos y soportar cómo se rompían sus huesos
para convertirse en su loba.
Luego de mirarme por un momento, se volvió a
transformar.
—¿No duele? —le pregunté, recordando la agonía que
sentí.
—Te acostumbras. Y, como ya mencioné, es como dar a
luz. Tienes un subidón de endorfinas que ayudan a que olvides
el dolor cuando termina —contestó con una sonrisa.
—No recuerdo esa parte. Solo recuerdo que escuché
cosas que se quebraban.
—Sí. También está eso —cedió.
Tal como me había enseñado Introducción a la
Educación Infantil, me estaba enseñando a transformarme.
Resultó que en su bolso había gráficos y un planificador de
clases. Nunca hubiera imaginado que convertirse en lobo sería
tan clínico, pero Quin lo hizo de esa forma.
No pude transformarse esa noche… y pasamos horas
intentándolo. Tampoco lo logré la noche siguiente. Pero el
miércoles lo logré, aunque no pude controlarlo.
Simplemente me fui. Un instante, ella me estaba
diciendo que pensara en algo que hubiera hecho mi padre que
me hubiera enfadado. Había pensado en el momento en el que
amenazó a Quin. Unos segundos después, estaba flotando
detrás de los ojos de mi lobo.
Me llevó toda la noche regresar a mi forma humana,
pero cuando lo hice, follé a Quin como un animal. Fue
primitivo. La había tomado del pelo y tirado de él hacia atrás
mientras la abría con mi polla palpitante. Era como si todavía
fuera parte lobo y ella fuera mi pareja de apareamiento.
Luego de que ambos nos viniéramos varias veces, nos
acostamos juntos y ella se hundió entre mis brazos. No podía
saciarme de ella. No me había dado cuenta de lo bien que olía
hasta esa noche. Su olor solo podría describirse como jazmín
mezclado con regaliz negro. ¿Quién hubiera imaginado que
olerían tan bien juntos? Pero, maldición, me hacía sentir
muchas cosas.
La noche siguiente continuamos trabajando hasta que
pude volver a mi forma humana dentro de la misma hora en la
que me había transformado. Y cuando decidimos que podía
controlar las cosas en un grado razonable, Quin llevó el
entrenamiento al siguiente nivel.
—No me había transformado tanto desde los 14 —
admitió—. Lo había intentado evitar por tanto tiempo.
—Se siente bien, ¿verdad? —le pregunté, esperando que
viera a su loba como algo bueno.
—Tiene sus ventajas —dijo, de mala gana—. ¿Crees que
estás listo para esto?
—¿Y qué sucede si me voy?
—Continúas andando. Y cuando vuelvas a
transformarte, caminas hasta casa. Pero no creo que eso
suceda. Te has adaptado mucho más rápido que yo.
—Bueno, tú no tuviste a una profesora tan buena.
—No tuve ninguna profesora. Lo único que podía hacer
era averiguar cómo funcionaba todo en el camino. Es decir, mi
padre hizo lo que pudo, y estoy agradecida de haberlo tenido.
Pero no es lo mismo que tener a alguien a quien le haya
sucedido.
—Tengo suerte de tenerte —le dije, sintiendo una
conexión tan profunda con ella que casi me hizo llorar.
—Bueno. Si quieres transformarte primero, te abriré las
puertas y luego te seguiré. Y no te preocupes. Puedes hacerlo
—dijo, con confianza.
Valoré su confianza en mí, aunque no sabía si la
merecía. Aún era inconsistente con mis transformaciones. Y
por mucho que mi lobo quería correr libre por el bosque, me
preguntaba si tendría algún tipo de control una vez que saliera.
Miré a Quin a los ojos por última vez, me desvestí y me
concentré. Me transformé más rápido que nunca, pues mi lobo
sabía que le daría lo que quería. Miró a Quin y esperó ansioso.
Cuando abrió un poco la puerta, mi lobo la empujó y se fue.
Pasé por los árboles y me di cuenta por qué me gustaba
tanto jugar al fútbol americano. Era mi lobo rogando ser libre.
La sensación del viento en mi pelaje, los distintos olores que
me rodeaban, no había nada de todo esto que no me gustara. Y
cuando el lobo de Quin me alcanzó, corrimos juntos y mi
corazón dolía de la alegría.
Corrimos hasta que nuestros cuerpos ya no podían
soportarlo. Por supuesto, yo era más grande y rápido que ella.
Pero, a diferencia de mí, ella sabía cómo correr sin parecer un
cachorro emocionado con un juguete nuevo.
Mi lengua se agitaba y me costaba recuperar el aliento.
Ella cortaba el aire como una bala plateada. Era increíble.
Cuando ya no pude correr, ella bajó la velocidad
conmigo, nuestros ojos se encontraron y supe qué quería hacer
a continuación. Volví a transformarme en humano tan rápido
como me había convertido en lobo. Y cuando ella se unió a mí
y me volvió a mirar a los ojos, nos atacamos e hicimos el amor
bajo la luz de la luna.
Perdidos en el medio de la nada, conocí una parte de
Quin que aún no había conocido. A pesar de que yo era muy
agresivo, ella lo era aún más. Me tiró de espaldas y tomó mi
polla con su boca. Fue solo para hacerme estremecer, porque
lo que quería realmente, lo tomó después.
Se subió encima de mí, tomó mi polla y la alineó con su
agujero. Como si yo fuese de la mitad de mi tamaño, se arrojó
sobre mí. No estaba lista y aulló cuando sintió que entraba en
ella. Todo el dolor que sintió, se lo desquitó en mi pecho.
Mientras clavaba las uñas en mis pectorales, golpeaba su
húmedo agujero en mi entrepierna. Era una salvaje. Y por
cómo caía su pelo ondulado encima de sus ojos, me tuve que
preguntar si no estaba poseída.
Poseída o no, lo quería todo. Tomé su pequeño pecho en
mis manos enormes, mis pulgares apretaron sus pezones
duros. Eso no evitó que usara mi polla como un martillo.
Cuando finalmente nos vinimos, lo hicimos juntos. Grité
cuando el placer me atravesó. Posada sobre mí, Quin arqueó la
espalda y literalmente le aulló a la luna.
Mientras miraba su silueta en la luz de la noche, estaba
seguro de que había visto aparecer un atisbo de su loba. No
duró mucho. Volvió a su forma, se cayó hacia adelante y se
derrumbó en mis brazos. Había sido la experiencia más erótica
de mi vida y mi mente daba vueltas mientras intentaba
asimilarlo todo.

En silencio, disfrutamos del aire nocturno por un rato.


¿Qué le dices a alguien después de algo como eso? Las
palabras no alcanzaban. En lo único que podía pensar era en
cómo Quin podía querer deshacerse de su loba sabiendo que le
permitía tener experiencias como esta. Me parecía impensable.
—Tengo que decirte algo —dijo finalmente, rompiendo
el silencio.
—¿Qué pasa?
—Mi padre me envió los resultados.
El corazón me dio un vuelco cuando oí las palabras de
Quin. No me había olvidado de eso. Pero no esperaba oírlo
ahora.
—¿Y?
—¿Estás seguro de que quieres saber?
¿Quería saber si Nero era mi hermano y si tenía una
madre? Por supuesto que sí…. o eso creía. ¿Qué cambiaría
saberlo? Probablemente todo.
Ni siquiera sabía qué significaría tener una familia. El
hombre que me había criado no era lo que se suponía que era
una familia. Siempre lo había sabido. ¿Y si pudiera tener esa
otra cosa con Nero y… mi mamá?
—Quiero saber —dije, preparándome para cualquier
cosa.
Capítulo 15
Quin

No estaba segura de qué estaba haciendo con Cage. Es


decir, lo sabía. Estaba enamorada de él, más de lo que creí
posible. Pensaba en él todo el tiempo. Era como una droga
para mí. De lo que no estaba segura era de qué estaba haciendo
con él esta noche. Mi mente era un remolino desde que mi
padre me llamó esa mañana. Solo cuando escuché los
resultados me imaginé un fin para nosotros. Pero haría lo que
fuera necesario para aferrarme a él.
¿Creía que estaba listo para dejar que su lobo corriera
por el bosque? La verdad es que no. Estaba mucho después en
las clases que había planeado. Pero creía que él necesitaba
sentir la adrenalina. Y quería que la sintiera conmigo primero.
Luego, supongo, con todo lo que sucedía en mi mente,
abrió una puerta para que mi loba tomara el control. Lo que lo
había montado como una vaquera sedienta de sexo era ella.
Eso no quiere decir que no lo hubiera disfrutado. Eso no
dejaba lugar a dudas de lo que mi padre me había dicho. Una
parte de mí deseaba que lo hubiera.

—Quiero saber —dijo, y su cuerpo se tensó debajo de


mí.
Tragué saliva y me preparé.
—Tú y Nero sois hermanos —le dije.
—¿Somos hermanos?
Cage me miró, y se sentó. Eso me obligó a salir de
encima de él. Encontré un lugar al lado de él en el suelo
blando y lo miré.
—Sí.
—Eso significa que tengo una madre.
—Así es.
—¡Por Dios! —dijo, cayendo sobre su asiento—. ¡No
puedo creerlo!
—Hay más.
—¿Qué?
—No solo sois hermanos. Sois hermanos completos.
Compartís la misma madre y el mismo padre.
Cage me miró atónito. Quedó con la boca abierta
mientras intentaba procesarlo todo.
—Tengo que decírselo. Tenemos que regresar —insistió
mientras se levantaba.
Hice lo mismo que él y me levanté.
—Podemos caminar si no quieres volver a transformarte
tan rápido —le dije, pues quería pasar tanto tiempo con él
como pudiera antes de que todo cambiara.
—No. Creo que puedo hacerlo —dijo, cerrando los ojos
y transformándose rápidamente.
No estaba tan sorprendida. Transformarse tenía mucho
que ver con la motivación. Estaba claro que él quería que su
nueva vida comenzara. La pregunta era si yo sería parte de
ella. Esperaba serlo, pero ¿si quería una vida con ellos, no
significaba que no estaba interesado en ser parte de mi vida?
Me transformé y estaba lista para seguirlo cuando me di
cuenta de que todavía no sabía cómo seguir su propio rastro
para regresar. Tenía sentido. A pesar de que aprendiera rápido,
había mucho que aún no sabía.
Me llevó muchos años aprender todo lo que sabía e
incluso así, no había podido transformarme cuando quisiera
hasta hace algunas semanas. Eso se debía en parte a todo el
trabajo que habíamos hecho con mi padre para evitar que me
transformara. Por otra parte, antes del día en que conocí a
Cage, habían pasado años desde mi última transformación.
Había algo sobre él que sacaba a mi loba a la luz. Y fue
solo por Cage que logré aceptarla tanto. De todas formas, me
desharía de ella, sin importar cuanto más difícil se estuviera
volviendo. Porque a pesar de que hubiera sido amistosa con
Lou y Cage, no podía olvidar que era un animal salvaje que
podía lastimar a alguien que amaba en cualquier momento.
Guie a Cage hasta la cabaña, entramos por la puerta que
aún estaba abierta y nos volvimos a transformar. Lo primero
que hizo Cage fue ponerse los pantalones y coger su teléfono.
Sabía que lo había perdido por esta noche, así que me cambié
y me acomodé en el sofá.

—Nero, tenemos los resultados… Sí. Somos…


hermanos —dijo Cage con lágrimas en los ojos.
Hubo una larga pausa antes de que Cage volviera a
hablar. Las lágrimas le caían por las mejillas mientras
escuchaba. Cage se dio la vuelta hacia mí y gesticuló: «Está
llorando».
—Sí —dijo, volviendo su atención a la llamada—.
Definitivamente me gustaría conocer a nuestra madre… ¿Qué
tal mañana? Podría conducir hasta… Está bien. Entonces
supongo que te veré a ti y a mamá entonces… lo sé, ¿verdad?
—dijo Cage con una sonrisa.
Cage terminó la llamada y miró su teléfono.
—Voy a ir mañana.
—¿Puedo ir contigo? Es decir, si quieres que vaya.
Podría conseguirnos un cuarto para el fin de semana si quieres
que nos quedemos —le dije, pues buscaba desesperadamente
ser parte de lo que sería el momento más importante de la vida
de Cage.
—¡Claro que puedes! Nada de esto estaría sucediendo si
no fuera por ti. Quiero que vengas —dijo Cage, con
sinceridad.
Sentí un gran alivio al saber que él quería que fuera.
Estaba segura de que él oiría que tenía un hermano y una
madre y las cosas terminarían inmediatamente entre nosotros.
Nunca podría competir con eso. Ir con él por lo menos nos
daba una oportunidad.
A pesar de lo que creía que significaba para nosotros,
me hacía bien ver que Cage estaba tan feliz. Parecía tan
emocionado como nervioso. Después de la cena, que él
preparó porque yo soy capaz de quemar el agua, fuimos a la
cama y nos acurrucamos.
No pude dormir pensando en lo que sucedería cuando le
presentaran a su madre. No había conocido a otro hombre lobo
hasta que conocí a Nero, pero incluso yo entendía lo
importante que era una manada para un lobo. ¿Cómo podría su
familia no ser su nueva manada? ¿En qué posición me dejaba
eso a mí en su vida?
Mientras conducíamos la mañana siguiente, el ambiente
estaba un poco tenso en la camioneta. Ninguno de los dos
decía una palabra,
Nero había sugerido que nos encontráramos en el
restaurante, ya que ningún lugar de la ciudad aparecía en el
mapa. Al acercarnos a él, le pregunté a Cage si deberíamos
registrarnos con la Dra. Sonya y dejar nuestras maletas antes
de encontrarnos con Nero. A Cage no le parecía que tuviera
sentido. Estuve de acuerdo, así que fuimos directamente.
—¿Tenéis hambre? —preguntó Nero cuando entramos.
Parecía una persona diferente a cuando lo habíamos
conocido. Para empezar, tenía una sonrisa en su rostro. Todo
en él parecía estar más tranquilo.
—¿Comerás con nosotros? —preguntó Cage, tan feliz de
estar con Nero como Nero lo estaba de estar con él.
—Sí, comeré con vosotros —dijo con entusiasmo.
—¡Aún no has terminado! —gritó el cocinero desde la
cocina.
—¿Hay alguien más aquí? Volveré al trabajo cuando
venga alguien —dijo con valentía—. ¿Queréis hamburguesas?
Le pediré que nos prepare un par de hamburguesas. Elijan una
mesa —dijo antes de regresar a la cocina.
—Parece feliz de verte —le dije a Cage.
Cage parecía nervioso antes de que llegáramos. Ahora
estaba radiante. Yo era hija única, por lo que no sabía cómo se
sentía. ¿Así era cuando tenías un hermano o una manada?
Debía ser agradable tener a alguien con quien pudieras contar
y que te apoyara. Siempre había pensado que para eso era un
novio. Pero, supongo que cuando creces sola, creyendo que
eres la única de tu clase como yo, eso era todo lo que podías
imaginar.
Una vez que Nero se reunió con nosotros, no pude hacer
mucho más que sentarme y escucharlos hablar. De vez en
cuando, Nero hacía una pregunta para los dos. Incluso me hizo
algunas preguntas a mí directamente. Sin embargo, intenté que
mis respuestas fueran breves. Sabía por qué habíamos ido y
quería que todo se tratara lo menos posible sobre mí.
Una vez que terminamos de almorzar, la expresión en el
rostro de Nero cambió. Se veía apesadumbrado.
—Bueno, ¿querías conocer a nuestra madre?
—Sí —contestó Cage, con la inocencia de un niño de
diez años.
Me levanté y busqué mi cartera para pagar.
—Yo pago —dijo Nero.
—Está bien. Yo pago —le dije, sin querer ponerlo en esa
situación.
—No, yo pago —insistió Nero.
Estaba a punto de objetar cuando Cage me interrumpió.
—¡Nero dice que él paga! —dijo abruptamente.
Me asustó. Claramente lo había afectado. Pero, al mismo
tiempo, no podía dejar que pagara por mí. Sería injusto. Quizá
Nero no lo supiera. Y era posible que Cage no se hubiera dado
cuenta de lo injusto que habría sido. Pero yo lo sabía, así que
no podía dejar que pasara.
—¿Puedo al menos dejar la propina?
—¿Propina? —preguntó Nero, confundido.
Cage gruñó. No estaba contento.
—Para el cocinero —aclaré.
—Si quiere darle propina al cocinero, deja que le dé
propina al cocinero —gritó el cocinero desde la cocina.
No me había dado cuenta de que podía oírnos.
Nero se rio.
—Vale, puedes dejar la propina.
Saqué lo suficiente para pagar la comida y lo dejé sobre
la mesa. Traté de hacerlo de una forma en la que Nero no
supiera cuánto estaba dejando, pero se dio cuenta. Sus ojos me
miraron, parecía divertirle lo que había hecho. Por suerte, lo
dejó ir.
—¿Quieres dejar tu camioneta aquí y venir conmigo, o
quieres seguirme? —preguntó Nero.
Cage me miró.
—Lo que tú quieras hacer —le dije, sin querer enfadarlo
más.
—Te seguiremos —dijo Cage, subiendo a su camioneta.
El viaje hasta la casa de Nero resultó ser largo. Vivían a
25 minutos de la ciudad. Estaba en las afueras del hechizo
protector del Dr. Tom y era un alivio no tener que lidiar con
sus limitaciones. Miré a Cage preguntándome si notaba la
diferencia.
—¿Cómo te sientes?
—Nervioso. Asustado. ¿Y si no le agrado?
O el resto de las cosas que tenía en la mente hacían que
no se diera cuenta, o aún no estaba suficientemente conectado
con su lobo como para registrar el cambio.
—Cage, te amará —lo tranquilicé—. Todo el mundo lo
hace. Solo espero agradarle yo.
Cage no respondió. ¿Eso significaba que estaba
preocupado por lo mismo? Estaba segura de que no era el tipo
de mujer lobo que una persona que creció rodeada de hombres
lobo querría que su hijo trajera a casa. ¿Quién querría que su
hijo estuviera con una persona que no encajaba en su mundo?
No debería haber ido. Ahora podía verlo. Pero era
demasiado tarde para que me dejara en el hostal sin empeorar
las cosas entre nosotros. Así que, en cambio, opté por
mantener la boca cerrada y ser tan invisible como podía.
Cage conocería a su madre por primera vez. Solo quería
que se sintiera cómodo. Parecía que ya lo estaba pasando
bastante mal. No necesitaba todas las complicaciones que
venían conmigo con todo lo que ya le estaba pasando.
La camioneta de Nero se detuvo en un parque de casas
rodantes escasamente poblado. No sabía qué había esperado,
pero no era eso. Miré a Cage, para juzgar su reacción. No tenía
ninguna. Me daba cuenta de que estaba nervioso, pero
probablemente no tenía que ver con dónde estábamos.
Seguimos a Nero hasta una casa rodante envejecida que
me recordó a la oficina en un sitio en construcción.
Estacionamos al lado de la camioneta de Nero y nos reunimos
con él frente a la casa. Nero miró a Cage con simpatía en los
ojos. Parecía que quería decirle algo a Cage antes de invitarlo
a entrar. No lo hizo.
—Pasad —dijo con nerviosismo, antes de llevarnos por
las escaleras inestables hasta la puerta principal.
Mientras esperaba al pie de la escalera, puse la mano en
el pasamano. Pedacitos de pintura se pegaron a mi palma. Los
sacudí disimuladamente y esperé mi turno para subir y entrar.
Por dentro, la casa parecía vieja, pero estaba ordenada.
Los pisos de linóleo, el empapelado de flores y los gabinetes
de madera de la cocina se habían tornado del mismo tono de
beige. Todo era muy pequeño. A la derecha de la puerta estaba
la cocina. A la izquierda estaba el cuarto de la TV y más allá
de eso había un vestíbulo pequeño con tres puertas.
Me volví hacia Cage. Sus ojos estaban pegados a la
mujer sentada en el sofá frente al televisor. Por el cabello
oscuro y canoso, los rasgos angulosos y el olor distintivo de
mujer lobo, solo podía ser una persona. Claramente había sido
tan hermosa como lo era Cage. Pero el tiempo y una vida dura
la habían alcanzado.
No se había dado vuelta cuando entramos, así que Nero
la llamó:
—¿Mamá? —dijo Nero haciendo que se diera la vuelta.
Al ver a Nero, la madre de Cage se volvió a
examinarnos. Parecía confundida.
—Mamá, ¿recuerdas que dije que iba a traer a unos
amigos?
No dijo nada, pero sus ojos se movieron entre los tres.
—Estos son Cage y su novia Quin —dijo Nero,
hablando lento.
—Encantado de conocerla —dijo Cage dando un paso
hacia adelante. Levantó la mano para estrechar la de ella, pero,
como ella no se movió, la bajó.
—Encantada de conocerla —dije, preguntándome si
debería estar allí.
—Mamá, he descubierto algo sobre Cage que debes
saber.
Sus ojos se volvieron hacia Nero.
—Cage es… mi hermano.
Su mirada cada vez más confusa decía que lo había
entendido.
—¿Tu hermano? —preguntó despacio.
—Sí, mamá. Quin tomó nuestra sangre y todo. Es mi
hermano.
—¿Tu hermano?
—Sí. Nuestra sangre dice que compartimos padre… y
madre.
Se veía extremadamente confundida después de eso.
Mientras luchaba por entender lo que Nero le decía, Cage dio
un paso hacia adelante.
—Mamá, tú siempre dices que te quitaron a tu bebé y te
dijeron que había muerto. Este es tu hijo. Es tu bebé —dijo
Nero emocionado—. Tenías razón. Estaba vivo. Es él.
—Encantado de conocerla —volvió a decir Cage
Ella se quedó mirando su rostro desde el sofá.
—¿Augustus? —preguntó, entrecerrando los ojos para
verlo.
—Mi nombre es Cage —le dijo.
—Te llamé Augustus —dijo, derritiéndose en lágrimas
lentamente—. Te arrebataron de mí y me dijeron que habías
muerto. Sabía que no habías muerto. Les dije que me
mostraran tu cuerpo. Pero no pudieron. No pudieron hacerlo
—dijo, estirándose abrumada hacia Cage.
Se lanzó a los brazos de su madre y ambos se abrazaron
llorando. No podía imaginarme por lo que estaba pasando
Cage. Pero me alegró saber que había ayudado a lograrlo.
Pronto, Nero se unió a ellos en el sofá y los abrazó. Los
tres lloraron y se abrazaron sin decir una palabra. No pude
escapar del momento. Las lágrimas rodaban por mis mejillas
tanto como por las suyas.
Sin embargo, este era su momento privado. No debía
estar ahí. Sin que ninguno de ellos se diera cuenta, salí y me
dirigí a la camioneta. Una vez adentro, me abrigué y me puse a
pensar.
Había crecido rodeada de dinero y humanos. Este era un
mundo diferente a cualquier cosa que pudiera haber imaginado
tiempo atrás. Sabía que no solo los hombres lobo vivían así.
Pero, ¿ser un hombre lobo significaba que esta era la vida que
estabas obligado a tener?
Nero y Titus eran los únicos que había conocido. Estaba
claro que Titus no vivía como Nero y su madre, pero aún así
vivía en una ciudad con dificultades. ¿Eso era lo que debías
hacer si querías aceptar ser un hombre lobo? ¿Estabas forzado
a renunciar a una vida y vivir en los márgenes del mundo
humano? Incluso si estuviera dispuesta a quedarme con mi
loba, ¿podría vivir así?
Me quedé pensando en eso en la camioneta por unos
treinta minutos antes de que Cage saliera y se uniera a mí.
—Te has ido —dijo.
—Quería daros un poco de privacidad.
Los ojos de Cage se hundieron, pero no respondió.
—Tú has hecho esto. Tú y tu loba han encontrado a mi
madre. Lo único que puedo decir es: gracias.
—Por supuesto —respondí, sin saber qué más decir.
—No digas «por supuesto». Toda mi vida me he
preguntado cómo se veía y cómo sería escuchar su voz. Y tú
me lo has dado. Y creo que nadie más en el mundo podría
haberlo hecho.
Sonreí con los labios apretados como respuesta. No
sabía qué podría responderle.
Los ojos de Cage se separaron de los míos mientras
medía lo que diría a continuación.
—Quiero pasar más tiempo con ella… con los dos. Pero
no quiero que sientas que tienes que quedarte aquí sentada.
¿Te importa si te dejo en el hostal? Probablemente sería más
cómodo que quedarte sentada en esta fría camioneta. Tal vez
podrías llamar a Titus. Estoy seguro de que le gustaría pasar el
rato.
No sabía qué esperaba que dijera Cage, pero no era eso.
Quizás había pensado que me animaría a entrar. Quizás había
pensado que él querría incluirme. Pero, pensándolo bien,
probablemente eran solo fantasías.
Cage acababa de conocer a su madre por primera vez.
Tenía tantas preguntas para ella. ¿Qué haría yo sino sentarme
allí? Tenía razón, era mejor que me fuera a otro lado en lugar
de ser la tía incómoda sentada en el auto durante los momentos
más importantes de su vida.
—No quiero que tengas que dejarme.
—Bueno, no puedes pedir un Uber —dijo con una
sonrisa—. Te dejaré y volveré.
—Vale —accedí, mientras sentía que Cage se alejaba
lentamente.
Cage se dirigió de nuevo a la puerta principal y Nero
salió a hablar con él. Nero me miró mientras Cage hablaba.
Odiaba ser la imbécil que estaba arruinando este increíble
momento. Me sentí fatal.
Tanto Cage como él regresaron a la camioneta. Cuando
Cage entró, Nero se dirigió a mi puerta. Sacó la mano del
bolsillo, golpeó mi puerta y dio un paso atrás. Lo tomé como
una señal de que quería que saliera. Cuando lo hice, me rodeó
con los brazos.
—Cage dijo que has sido tú quien nos reunió —susurró
en mi oído—. Gracias. ¡Gracias! —dijo, antes de darme una
palmada en la espalda y alejarse.
—De nada —fue lo único que pude responder.
Realmente no podía entender lo que significaba este
momento para ellos. ¿Cómo podría hacerlo? Pero el momento
no se me había escapado por completo
Cage y yo no hablamos mucho en el camino de regreso a
la ciudad. Él estaba sumido en sus pensamientos. La parte
egoísta de mí deseaba que algunos de esos pensamientos
fueran sobre mí. Sin embargo, probablemente era demasiado
pedir.
Cuando llegamos al hostal de la Dra. Sonya, Cali salió
rápidamente a saludarnos. De pie frente a la puerta del porche,
nos miró con luz en los ojos. Antes de que bajara, la Dra.
Sonya se unió a él.
—Parece que te dejo en buenas manos —dijo Cage,
mirándolos.
—No te preocupes por mí. Ve. Pasa tiempo con tu
familia. Te lo mereces. Estaré bien —le dije.
—Te amo —dijo Cage, se inclinó y me besó.
—Yo también te amo —le dije, tomé mi bolso y salí de
la camioneta.
Caminé hacia el porche y Cage no esperó a que yo
llegara para alejarse. Me volví para verlo irse. Tuve la
sensación de que no miró hacia atrás. No podía saberlo con
certeza, pero ciertamente lo sentía.
—¡Bienvenida de nuevo! —dijo la Dra. Sonya con
entusiasmo—. Es bueno verte —dijo, poniendo su brazo
alrededor de mí y guiándome hacia adentro—. ¿Volverá Cage?
—No lo sé —contesté con sinceridad—. Encontramos a
su madre.
Me miró confundida.
—Pensé que habíais venido a la ciudad buscando a un
hombre pelirrojo.
—Así es. Pero en su lugar encontramos a la madre de
Cage —dije, con tanto entusiasmo como podía manejar.
—¡Eso es increíble! ¿Estaba perdida?
—En cierta forma. Él nunca la había conocido.—¡Eso es
increíble!
—Lo es. Es bastante maravilloso.
—Bueno, tendremos que hacer algo para celebrar —
concluyó, haciéndome sentir como si fuera parte de su familia.
Dejé caer mi bolso en mi habitación y me acosté en la
cama pensando en todo de nuevo
Una vez que eso me hizo sentir peor de lo que ya me
sentía, decidí bajar las escaleras.
—¿Tenías planes para cenar? ¿Te gustaría unirte a
nosotros? —preguntó la Dra. Sonya desde la cocina.
—No creo que tenga planes. Pero no he hablado con
Cage.
—Entonces, ¿qué tal si te unes a nosotros y, si tienes que
irte después, lo haces? —sugirió con una sonrisa.
—Suena genial. Gracias —le dije, antes de unirme a
Cali, que estaba en la sala de estar viendo la televisión.
Podía sentir la incomodidad de Cali cuando me senté
con él. Yo siempre había sido tímida, así que sabía cómo se
sentía.
—¿Cuánto tiempo llevas jugando fútbol americano? —
le pregunté, y sus mejillas se pusieron de un rojo brillante.
Podía ser que Cage tuviera razón. Parecía que le gustaba
a Cali.
—Desde el primer año —chilló, después de unos
segundos.
—Eso es genial. ¿Estás pensando en asistir a East
Tennessee?
—Lo estaba pensando.
—Es una buena universidad. Creo que te gustaría. Si
alguna vez quieres un recorrido, avísame.
Cali no respondió, pero se puso rojo como un tomate
ante mi sugerencia. Tendría que tener cuidado con lo que le
decía. Lo último que quería hacer era herirlo o darle falsas
esperanzas.
Pasé el resto de la noche con mis dos anfitriones y
mencioné a Cage varias veces. Después de la cena, la Dra.
Sonya sugirió que jugáramos Scrabble.
—Tengo que advertirte. Soy bastante buena —dijo la
Dra. Sonya con orgullo—. En la ciudad tenemos un grupo para
jugar y no he perdido en dos años.
Asentí cortésmente y luego los vencí por 50 puntos.
La Dra. Sonya se quedó mirando el tablero con sorpresa.
—Tenemos que jugar de nuevo —anunció.
Lo hicimos y los resultados fueron parecidos. Pero, lo
que es más importante, fue divertido. Sacó a Cage de mi
mente. Así que, cuando me escribió para decir que iba a
quedarse a dormir allí, me dolió menos.
Me dirigí a la cama sola, me desperté sola y traté de no
dejar que mi imaginación volara. La única razón por la que
Cage no había regresado era porque quería pasar tiempo con
su familia. Eso tenía mucho sentido. No tenía nada que ver
conmigo o lo que él sentía por nosotros. Él necesitaba este
tiempo y yo iba a dárselo.
No supe de él hasta casi las 11 de la mañana, cuando me
dijo que iría a buscarme alrededor de las 7 de la noche.
«Estás pasándola bien?», le respondí.
Le llevó 30 minutos contestar: «¡Definitivamente! Te
contaré todo más tarde».
Lo estaba intentando, pero cada vez era más difícil no
tomármelo como algo personal. Sin importar lo que me dijera
a mí misma, no podía deshacerme de mis inseguridades.
Para dejar de pensar en eso, le envié un mensaje de texto
a Titus. Le tomó menos de un minuto llamarme.
—¡Quin! ¿Cómo diablos estás? Justo estaba pensando
en vosotros dos.
—Te he escrito porque estamos en la ciudad.
—¿De verdad? ¡Encontrémonos! ¿Cuándo estáis libres?
Le expliqué dónde estaba Cage y qué estaban haciendo,
así que él sugirió que fuéramos a pescar en el hielo.
—Ya has hecho el agujero —bromeó Titus.
Aunque nunca había ido a pescar en el hielo antes, había
ido muchas veces a pescar en aguas poco profundas durante
mis veranos en las Bahamas. La mayoría de los días era lo
único que se podía hacer.
Después de un día en el hielo, no atrapamos nada. Titus
dijo que era porque no picaban. Yo creía que era porque no
paraba de hablar.
Sin embargo, eso estuvo bien para mí. ¿Qué iba a hacer
con un pez? Y fue interesante hablar con Titus… quiero decir,
escucharlo. Tenía ideas sobre muchas cosas, la mayoría de las
cuales tenían que ver con crecer en una sociedad aislada del
mundo exterior por un hechizo que disminuía los sentidos de
los lobos. Decía que les robaba a los lobos la mitad de quienes
eran.
También me explicó las peleas de lobos de Nero.
Aunque Titus dijo que nunca participó en ellas, dijo que
entendía el deseo de dejarse llevar y aceptar por completo al
lobo.
—¿Cuándo fue tu primera transformación? —le
pregunté, pues había notado un patrón en sus historias.
—Cuando tenía 18. Más o menos a la misma edad que la
mayoría de la gente. ¿Por qué? ¿Cuándo fue la tuya?
—Alrededor de 5 minutos después de haber nacido.
—¡Vaya! Eso es increíble. Entonces, ¿siempre has
conocido la vida como una mujer lobo?
—En realidad, cuando llegué a esta ciudad se sintió
como la primera vez que la conocí.
—No lo comprendo.
—Creí que era la única.
Titus se quedó mirándome y luego ser rio.
—¿Creías que eras la única mujer lobo que existía?
—Sí, eso me habían dicho.
—¿Quién?
—Todo el mundo. No sabes lo que es vivir fuera de esta
ciudad.
Titus se puso más serio.
—Tienes razón. No lo sé. Y no debería reírme. Estoy
seguro de que fue un desafío.
—Fue casi insoportable.
—Bueno, lamento oírlo. Pero como una persona que
desea conocer la vida fuera de esta burbuja, lo que describes
no suena tan mal.

—¿Has pensado de nuevo sobre la posibilidad de ir a la


Universidad de East Tennessee? —le pregunté, decidiendo que
encajaría allí perfectamente.
—Sí, lo he hecho. La forma en la que el Dr. Tom
hablaba del mundo humano me hacía creer que un hombre
lobo moriría menos de un minuto después de poner un pie en
él. Pero saber que tú y Cage han vivido toda su vida allí, me ha
inspirado. Voy a completar una solicitud para el próximo
semestre —dijo, con una sonrisa.
—¡Eso es asombroso!
—Sí. Y tal vez, cuando esté allí, encuentre a una buena
chica, como lo ha hecho Cage —dijo, con una sonrisa
encantadora.
—No voy a poder ayudarte con eso. Pero, si vienes a
East Tennessee, tendré que presentarte a mi compañera de
cuarto, Lou. Ella sabe de todos los lugares en los que puedes
conocer gente. Esa es su especialidad.
—Suena como un gran recurso.
—Es una gran persona —dije, sin poder hacerle justicia
a Lou.
Pasamos el resto del día hablando acerca de cómo era la
vida en la Universidad de East Tennessee. Cuanto más le
contaba, más ganas de ir le daban. Ciertamente hubiera
preferido pasar el día con Cage. Pero el día que pasé con Titus
fue bastante bueno.
En general, el fin de semana terminó siendo mejor de lo
que habría sido si me hubiera quedado en la escuela y hubiera
dejado que Cage viniera solo. Titus, la Dra. Sonya y Cali me
caían bien. Cuando Cage vino a recogerme, les prometí que
volvería a pasar el rato con ellos.
—Siempre eres bienvenida —me dijo la Dra. Sonya
cuando me fui.
—¿Cómo estuvo todo con Nero y tu mamá? —le
pregunté a Cage apenas me subí a la camioneta.
—Fue increíble —confirmó.
Cage se veía diferente. La tensión que lo había envuelto
mientras conducíamos hasta allí había desaparecido. Parecía
más tranquilo y más asentado.
Durante la siguiente hora y media, Cage me contó lo que
había aprendido sobre el misterio que rodeaba su nacimiento.
—No pude hacer todas las preguntas que quería hacer.
Ella no está del todo bien mentalmente —explicó Cage—. El
Dr. Tom cree que tiene algún tipo de demencia. Sin embargo,
tiene una combinación de síntomas inusuales que, por un
tiempo, hicieron que creyera que habían sido inducidos por
magia. Ahora es una teoría que va y viene para él. Pero, cuanto
más tiempo estuve allí, mejor se puso. Nero dijo que no la
había visto con la mente tan clara en años. Por eso decidí
quedarme a dormir y pasar el día de hoy. Cuanto más tiempo
estaba allí, más podía contarme. No quería arriesgarme a irme
y que perdiera el impulso.
—Tiene sentido. Me alegra que hayas podido pasar tanto
tiempo con ella.
—Sí. Y anoche, Nero y yo nos transformamos y
corrimos por el bosque juntos. Fue increíble —dijo
rotundamente.
Sin saber qué contestar, dejé que la conversación se
apagara.
Mientras conducíamos en silencio, se hizo evidente que
había algo más en su mente. Pensar en eso me llenaba de
temor.
Aunque quería preguntarle qué había aprendido sobre su
padre biológico y cómo terminó con el hombre que lo crio, no
me atreví a mencionarlo. A esa altura, solo quería llegar a casa
sin que ocurriera un desastre. Pensé que lo había logrado,
hasta que Cage estacionó la camioneta frente a mi edificio y
apagó el motor.
—¿Quieres subir? —le pregunté, esperando que así
fuera.
—En realidad, tenemos que hablar.
La sangre abandonó mi cara cuando escuché esas
palabras. Me sentí como un ciervo frente a las luces de un
auto.
—¿Sobre qué?
—Te he dicho que, cuanto más tiempo pasaba con mi
mamá, mejor estaba ¿verdad?
—Sí.
—Creo que me mudaré allí y me quedaré por un tiempo.
Sentí un hormigueo en los dedos y sentí un hueco en la
garganta que me dio ganas de girar y echarme a correr.
—¿Y qué pasa con las clases? ¿Vas a ir y venir? Es un
viaje largo.
—Creo que voy a dejar la universidad por ahora.
—Pero te falta tan poco. ¿No es este tu último semestre?
—Mi madre me necesita ahora. Nero me necesita. La ha
estado cuidando solo todo este tiempo. Ha sido duro para él.
Ha dicho que ella no siempre está tan tranquila como lo ha
estado este fin de semana. Él necesita ayuda y son mi
familia… y mi manada.
Mi siguiente pregunta hizo que el calor cruzara mi
rostro.
—¿Qué hay de nosotros? ¿Volverás a verme?
Cada segundo que Cage pasaba sin responder me sacaba
más y más vida. Pensé que eso era doloroso hasta que habló.
—No estoy seguro de si deberíamos estar juntos.
—¿Qué? —dije empezando a sudar—. Dijiste que me
amabas.
—Así es. No tienes que cuestionar eso. Te amo.
—¿Entonces qué pasa?
—Eres una chica increíble, la chica más increíble que he
conocido. Pero queremos cosas diferentes.
—¿Qué quieres decir? Yo te quiero a ti. ¿Tú no me
quieres a mí?
—Sí te quiero. Por supuesto que sí. Y si me dices que
puedes aceptar a tu loba y ser parte de nuestra mandad, me
comprometeré contigo para siempre. Dime que no intentarás
pasar el resto de tu vida intentando «curarte» de lo que nos
hace ser perfectos el uno para el otro y seré tuyo.
Lo miré en silencio. Mi corazón se rompía.
—Eso es lo que creí. Mientras no puedas aceptarte a ti
misma, no podrás aceptarme a mí o a mi familia. Y, digamos
que sí encuentras una forma de matar a tu loba. Y digamos que
sale a la luz y el resto del mundo se entera sobre nosotros.
¿Qué pasaría?
—Jamás dejaría que nada te sucediera, Cage. ¿No
confías en mí?
—¿Cómo confío en alguien que no confía en sí misma?
No había nada que pudiera responderle. Lo único que
podía hacer era mirarlo, porque tenía razón. Mi padre había
abierto una caja de Pandora cuando le contó al mundo sobre
mí. Y no podía garantizar que nada de lo que hiciera en el
laboratorio de mi padre no saliera a la luz. Podía hacer mi
mejor esfuerzo por esconder los descubrimientos que hiciera,
pero si la usara, la fórmula existiría para siempre en mi
genética.
No debería confiar en mí. El Dr. Tom no debería confiar
en mí. Nadie debería hacerlo, mucho menos yo misma. Lo
había probado el día que la vida de mi madre dejó su cuerpo.
Y lo único que le haría a Cage y a su manada era ponerlos en
riesgo. Mi alma se incendiaba a medida que lo comprendía.

—Cage, te amo —le dije, sin poder seguir conteniendo


las lágrimas.
—Yo también te amo, Quin. De verdad. Dime que
puedes vivir conmigo siendo una mujer lobo. Por favor. Por
favor, Quin. Solo dime eso —suplicó.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas al saber la
respuesta.
—Cage, no puedes imaginar las cosas por las que he
pasado.
—Y con mi manada, no puedes imaginar la
responsabilidad que tengo ahora —dijo, con los ojos llenos de
lágrimas.
—¿Esto es todo? —le pregunté, esperando
desesperadamente que me dijera que no.
—Supongo que sí —dijo, y me destrozó el corazón.
Sabía que debía decir algo después de eso. Lo que fuera.
Pero no podía. El dolor que sentía me desconectó de mi
cuerpo. Flotaba por encima de nosotros dos en alguna parte,
mirando hacia abajo. Estaba triste por la chica que lloraba
desconsoladamente en el asiento del acompañante de la
camioneta de Cage. Pero no podía sentirlo. Habría sido
demasiado.
Agradecí que ella abriera la puerta y saliera hacia el frío.
Cualquier cosa era mejor que verla sufrir. Ahora, solo
necesitaba llegar a su apartamento antes de que le cedieran las
piernas y colapsara.
Subió las escaleras mientras yo deseaba que avanzara,
paso a paso. Fue cuando sacó la llave e intento ponerla en la
cerradura que no pude contenerlo más. De pronto, me ahogaba
en dolor y el mundo a mi alrededor dio un vuelco. Por suerte,
no tuve que abrir la puerta. Una cara conocida la abrió y me
estaba mirando.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Lou—. ¿Quin, estás
bien?
Quería decirle que no lo estaba. Quería decirle que Cage
y yo nos habíamos separado y que no volveríamos a estar
juntos. No pude hacerlo. Lo único que pude hacer fue dar un
paso hacia ella y caer en sus brazos.
—Me ha lastimado —fue todo lo que pude decir—. No
sé qué hacer —le expliqué, antes de pasar el resto de la noche
ahogándome en mis lágrimas.

En las semanas siguientes pasé por un período casi


insoportable. Estaba claro que no estaba hecha para eso.
Lou pasaba de tío en tío como si fueran palomitas.
Ninguno le había dejado siquiera mantequilla en los dedos.
Por el otro lado, yo había salido con un único tío y romper con
él me había dejado catatónica. Quizá era más débil que el resto
de las personas, pero no había dudas de que no estaba hecha
para el amor.
Lou hizo todo lo posible por sacarme de la cama y hacer
que, al menos, asistiera a clases, pero tampoco pude hacer eso.
Una parte de mí sabía que, sin importar la clase,
probablemente podría estudiar unos días antes del examen y
aprobar. La otra parte ya no veía el sentido en ir a la
universidad.
Nada tenía sentido. ¿Por qué dejar la cama, salvo para
comer e ir al baño? A pesar de mi inteligencia, no podía
resolver eso. Entonces, en cambio, me quedé en la cama
llorando y dejé que mis pensamientos giraran sin cesar en
torno a Cage.
Un momento lo amaba; al siguiente, lo odiaba. Pero en
todo momento maldecía a mi loba por destruir todo lo que
amaba.
—¡Quin, tienes que levantarte de la cama! —dijo Lou,
insistentemente—. Si no lo haces por ti, entonces hazlo por mí.
Sale un olor de aquí que hace que los tíos que traigo a casa
crean que estoy utilizando el cuarto para almacenar cadáveres.
—Perdón —dije, pues no quería ser la carga que era.
Lou suspiró y después se metió en la cama y envolvió
sus brazos alrededor de mí.
—Vamos, Bichito, tienes que salir de esto. Hay otros tíos
en el mundo. Créeme.
No le había dicho que Cage era un hombre lobo. El
secreto no era mío como para contarlo. Así que Lou creía que
era solo un tío sexy con el que había tenido un flechazo y no
que podría haber sido mi alma gemela de no ser porque estaba
maldecida por ser quien era.
—Solo tienes que salir. Vamos, Bichito, ¿qué tengo que
hacer para que salgas de esta habitación? —me preguntó Lou
amablemente, con preocupación.—No lo sé —le dije, con
sinceridad.
—Vale, quizá eso ha sido demasiado. ¿Cómo hago para
que salgas de esta cama?
No respondí.
De pronto, Lou se levantó de un salto y empezó a revisar
el cuarto.
—Bueno, ya fue suficiente. Estaba tratando de ser una
buena amiga, pero no me has dado otra opción. ¿Dónde está?
—¿Qué cosa?
—Tu teléfono.
—No llames a Cage.
—¿Crees que quiero llamar a Cage, esa apestosa y sucia
rata? Oh, no. Tiene que arder en el infierno por lo que te ha
hecho.
—Lo estaba haciendo por su…
—Si me dices que tuvo que hacerlo por su madre
enferma, juro por Dios que perderé la paciencia. No puedes
defenderlo hasta que seas capaz de estar parada el tiempo
suficiente para darte una ducha. ¿Me oyes? Dije: «¿Me
oyes?».
—Sí.
—Bien. Ahora, ¿dónde está tu teléfono?
—En el cajón.
Lou miró la mesita de noche y vio que había un cable
que impedía que se cerrara. No tenía ganas de explicar cómo
había sucedido y él no preguntó.
En cambio, lo sacó, agarró mi dedo, lo desbloqueó y
buscó en los contactos.
—¿A quién llamas? —le pregunté, tras darme cuenta de
que había algunos contactos a los que no quería que llamara.
—¿Hola, señor Toro? Hola, no me conoce, pero soy la
compañera de cuarto de Quin… Es un placer conocerlo a usted
también.
Levanté la cabeza de golpe.
—¿Has llamado a mi papá? ¡Eso es un golpe bajo! —Ni
siquiera estaba en mi radar de personas a las que no quería
enfrentar. Me di la vuelta y hundí la cabeza en la almohada.
—Escuche. Lo llamo porque estoy teniendo un
problemita con Quin…
—¿Has llamado a mi papá? —gruñí.
—Sí. No consigo que salga de la cama —le dijo Lou a
mi padre—. ¿Por qué? Porque un tío le rompió el corazón.
—¡¿Qué?! ¡Noooo! —grité, y me estiré para alcanzar el
teléfono. Lou saltó fuera de mi camino.
—¡Lo sé! Son lo peor, ¿verdad? En fin, me preguntaba si
tenía alguna forma de hacer que se levante, por lo menos para
que se dé una ducha o algo así… Sí, huele bastante rancio
aquí.
—¡Noooo! —grité, mortificada.
—Está bien. Claro que sí —dijo Lou, bajando el
teléfono—. Quin, es tu papá. Quiere hablar contigo.
—¡Te odio! —le dije, en serio.
—Pero yo te amo —dijo. Me entregó el teléfono con una
sonrisa y salió del cuarto.
Miré el teléfono y respiré profundo. No era que no
quisiera hablar con papá. Él había sido todo para mí cuando
era pequeña, así que nos llevábamos bien.
Simplemente era humillante. Habíamos trabajado tan
duro juntos para que yo pudiera vivir rodeada de otras
personas, que quería que él creyera que podía hacerlo. Pero
había fallado. No porque no podía controlar a mi loba, sino
porque no podía controlar mi humanidad.
—¿Papi? —dije, haciendo un esfuerzo por sonar
tranquila.
—Quin, lo siento. Lo siento mucho.
En ese momento, perdí los estribos. Un dolor
insoportable salió de mí mientras se me caían los mocos por la
cara.
—Duele mucho. ¿Por qué tiene que doler tanto?
—Porque así es el amor. A veces duele.
—Pero, ¿por qué?
Mi padre se quedó callado al otro lado de la línea.
—Vale, es suficiente. Levántate de la cama, vístete.
Estaré allí en cuatro horas.
—¿Qué?
—Esta llamada me ha encontrado en el jet volviendo a
Nueva York. Me desviaré para verte. Vamos a ir a cenar y
vamos a hablar de esto.
—¿De qué estás hablando?
—Lo digo en serio. Sal de la cama. Vístete. Estaré allí
en cuatro horas. Tendremos una conversación de padre a hija
sobre tíos. Creí que podría escapar de esta conversación, dadas
las circunstancias. Pero eres tan hermosa que fui un tonto por
creerlo. Deberíamos haber tenido esta conversación hace
mucho.
Por mucho que no quería, después de la llamada me
arrastré fuera de la cama y me metí en la ducha.
—¡Aleluya! —gritó Lou desde la sala de estar.
—Te odio —mascullé, mientras las gotas de la ducha me
ahogaban.
No la odiaba. Lou era la mejor amiga que había tenido.
Podría haberme muerto de hambre si no fuera por ella, porque
no había forma de que hubiera caminado hasta la puerta
principal para recibir la comida.
Además, se preocupaba por mí de la manera en la que
esperaba que Cage lo hiciera. Lou se merecía una mejor
experiencia universitaria que tener que cuidarme.
Al regresar limpia a mi habitación, olí lo que Lou había
dicho. Mi habitación olía como una tumba. Abrí una ventana y
luego me senté en el borde de la cama en toalla durante un
buen rato. Ducharme me había sacado mucha energía.
Necesitaba descansar. Cuando recibí el mensaje de mi papá
que decía que ya había aterrizado, me obligué a vestirme.
—¡Emerge de las tinieblas! —dijo Lou, cuando entré a
la sala de estar.
La miré con resentimiento. Eso no le impidió correr y
lanzar sus brazos alrededor de mí.
—¡Y además hueles bien! Tenía serias dudas acerca de
llamar a tu papá por ti, pero ¡mira cómo está mi Bichito ahora!
No me resistí a su abrazo. En realidad, se sintió muy
bien. Pero, cuando sonó el timbre, me soltó para que pudiera
responder.
—¿Hola?
—Quin, es papá.
—Ahora bajo.
—¿No lo vas a hacer pasar? —me preguntó Lou.
—¿Por qué lo haría?
—Así puedo conocerlo —respondió, con una mirada
diabólica.
No sabía en qué estaba pensando y no quería saberlo.
Pero cuando salí de la habitación, me siguió.
—¿Qué estás haciendo?
—Solo me aseguro de que llegues bien abajo —dijo, con
la misma sonrisa de antes.
—Como sea —dije, no tenía suficientes energías para
pelear con ella.
Lou bajó las escaleras conmigo con una sonrisa en el
rostro.
—Papá —le dije, viendo a mi padre justo detrás de la
puerta.
Lou se quedó sin aliento. Y en ese momento recordé que
además de su dinero y su inteligencia, la mayoría de la gente
también creía que mi padre era sexy. ¡Qué asco!
—¿Y quién es ella? —preguntó papá.
—Ella es mi compañera de cuarto, Lou.
—Encantado de conocerte, Lou —dijo papá, con una de
sus encantadoras sonrisas. Lou soltó una risita nerviosa, se
calmó y estiró la mano hacia él.
—También es un placer conocerlo, Sr. Toro.
—Gracias por cuidar de mi hija. A veces necesita que la
cuiden.
—¡Papá!
—Por supuesto. Haría cualquier cosa por mi Bichito…
es decir, Quin.
—Y gracias por llamarme. Parece que he llegado justo a
tiempo.
Lo miré confundida y después miré hacia abajo. Había
pensado que había hecho un buen trabajo recomponiéndome.
—¿Vamos? Una vez más, ha sido un gusto conocerte,
Lou. La próxima vez que esté en la ciudad, saldremos a comer
todos juntos.
—Lo espero con ansias, Sr. Toro —dijo Lou,
sonrojándose.
Sí, estaba segura de que lo haría.
Papá se alejó y me rodeó con el brazo. Se sentía bien
sentirlo. Aunque quizá solo lo hacía para arreglar mi cabello.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Te has mirado en el espejo antes de salir?
—La apariencia no es tan importante para todos como lo
es para ti, papá.
La verdad era que me había olvidado. Y aunque había
logrado vestirme, me había olvidado completamente de
peinarme. Una cosa a la vez.
Como siempre, papá me llevó al mejor restaurante que
pudo encontrar. Teniendo en cuenta que estábamos en el este
de Tennessee, no era como los de Nueva York o Los Ángeles,
pero era agradable. Por alguna razón, apenas podía saborear la
comida, pero probablemente eso tenía más que ver con Cage
que con el chef.
—Entonces, cuéntame, ¿qué está pasando, Quin? ¿Quién
es este tío que le ha roto el corazón a mi niña?
A pesar de los defectos que tuviera, mi papá siempre
escuchaba atentamente. Al hacerlo esta vez, pareció sentir mi
dolor genuinamente. Pero no seguía siendo la niña que creía
que eso fuera suficiente. Había visto demasiadas cosas. Ahora
necesitaba más.
—¿Cómo me creaste, papá?
Se quedó congelado.
—Ya te he dicho que no hablo de eso.
—No hablas de eso con otras personas. Y eso es lo
mejor. Pero ya no puedes ocultármelo a mí. Necesito saberlo.
—Cariño, juré que me lo llevaría a mi tumba. No puedo
arriesgarme a que lo que sucedió contigo le suceda a otra
persona —dijo, con empatía.
Pero no iba a aceptarlo.
—¿Cuándo te enteraste de que había otros como yo?
—¿Qué?
—¿Cuándo te enteraste? ¿Fue cuando era una cría?
¿Aún era bebé?
—¿Otros como tú en qué sentido?
—Ya sabes en qué sentido, papá —insistí, sin ceder.
—Quin, te estoy diciendo que no lo sé.
Mire a mi padre a los ojos. Realmente parecía no
saberlo. ¿Eso significaba que aún podía confiar en él? ¿Y si lo
que dijo el Dr. Tom era cierto? ¿Y si había estado
experimentado con hombres lobo todo este tiempo?
—Cariño, ¿has encontrado a otros como tú? —preguntó
vacilante.
No sabía qué decir. Nunca había duda si podía confiar en
mi padre. Siempre había sido la única persona en la que creía
que podía confiar. Entonces, ¿qué había cambiado? ¿Por qué
mi confianza en él había flaqueado tan fácilmente con las
palabras del Dr. Tom?
—Dime cómo murió mamá —le dije cuando la pregunta
surgió en mi cabeza.
—¿Tu mamá? —Se recostó sobre el asiento y se puso a
la defensiva—. ¿Por qué querrías hablar de eso?
—Porque tú no quieres hacerlo. Nunca quieres hablar de
eso. Lo único que sé es que cuando era una loba, la ataqué y la
encontraste cubierta de sangre. Eso es lo único que me dijiste.
Necesito saber más, papá. Me lo debes.
—Quin, mi trabajo como padre es protegerte.
—Bueno, pues ahora no necesito tu protección. Lo que
necesito es tu honestidad. He odiado y resentido a mi loba toda
mi vida por miedo a que en algún momento pudiera atacar a
alguien que amo. Me ha estado destruyendo lentamente.
¿Cómo podría confiar en alguien si no puedo confiar en mí
misma, papá? Necesito saber si puedo confiar en mí misma o
no.
Mi padre me miró hasta que su vista cayó en su plato.
Suspiró con dolor.
—Tienes razón. Tal vez ya no necesitas que te proteja.
Tal vez tengas la edad suficiente para saber la verdad.
Era mi turno de congelarme. Solo esperaba entender
mejor qué había ocurrido. No había considerado la posibilidad
de que me hubiera mentido para ocultar la verdad. Una oleada
de calor golpeó mi cara a medida que pensaba en cuál podría
ser la verdad.
—Sí, papá. Puedo soportarlo.
Me miró a los ojos con tristeza.
—Tu madre no aceptó lo que eras con tanta facilidad
como yo. De hecho, no pudo aceptarlo ni un poco. Apenas te
sostenía. Y cuando lo hacía, te miraba con oscuridad en los
ojos.
»A medida que pasaba el tiempo, comenzó a ser más
cruel contigo. Cuando te transformabas en loba, a veces te
rasuraba. Decía que lo hacía con la esperanza de que no te
volviera a crecer el pelaje. Pero siempre estaba largo la
siguiente vez que te transformabas, y eso la enfurecía aún más.
»Te sujetaba las orejas con pinzas para la ropa y
amenazaba con cortártelas. Amenazaba con cortarte la cola.
De hecho, una vez lo hizo. Nunca me lo dijo, pero hubo un
momento en que dejó de hacer esa amenaza. Me preguntaba
por qué y luego veía el terror en los ojos de tu loba cuando
estabais juntas en la misma habitación.
—Por dios, papá —le dije, sin poder creer lo que estaba
escuchando.
—Tu madre te aterrorizó, Quin. Y luego, una vez, se
extralimitó. No sabía qué planeaba o qué hizo. Pero luego de
encontrar que la niñera que había contratado para asegurarme
de que nunca estuvierais solas no estaba contigo, corrí por toda
la casa buscándote.
»Las encontré en el ático. Estabas llorando a un metro y
medio de tus pañales y ella estaba muerta. No sabía qué hacer,
pero estaba claro que tenía que declarar su muerte. Fue en ese
momento que decidí contarle al mundo sobre ti. Creí que, si no
hubiera sido un secreto, tu madre no hubiera intentado lo que
sea que intentó hacer. Y necesitaba una causa de muerte.
»Si hubiese creído que era posible culparme a mí
mismo, lo habría hecho. Pero que yo estuviera encerrado
hubiera significado que crecerías sola. Así que se lo conté a
todo el mundo.
»Y cuando creciste y comenzaste a preguntar por tu
madre, tuve que decidir si dejaría que mi niñita creyera que la
persona que se supone que debía amarla más que nadie la
odiaba. O si culparía a la cosa de la que ya estábamos
intentando deshacernos.
—¿Entonces le echaste la culpa a mi loba? —pregunté
aturdida.
Asintió con la cabeza.
—He pensado en esa decisión cada día desde entonces.
Aún no sé qué podría haber hecho diferente. Quería que mi
niñita creciera sintiéndose amada. Quería eso para ti.
—Y lo recibí a costa de mi amor propio —contesté,
dándome cuenta.
—¿Qué podría haber hecho diferente? Ya tienes la edad
suficiente y ya lo sabes. Si hubieras podido decidir, ¿qué
hubieras querido que hiciera? ¿Cometí un error? —me
preguntó mi padre, con lágrimas en los ojos.
Lo pensé. Lo que me había dicho me había
desconcertado hasta la médula. La mente se me arremolinaba.
—No lo sé, papá. No lo sé —le dije, con lágrimas
cruzando mis mejillas.
—Lamento que te haya sucedido esto, bebé. Desearía
haber sido un mejor padre. Lo intenté. Realmente lo intenté.
—Sé que lo hiciste, papá. Hiciste todo lo que supiste
hacer —dije, tomándolo de la mano.
Tenía razón. Podía confiar en él. Tal vez su forma de
manejarlo había sido errónea. Tal vez no. Me iba a llevar
mucho más que solo una noche averiguarlo. Pero sabía lo que
había hecho y que lo había hecho creyendo que era lo mejor
para mí. ¿Qué más podía pedirle?
—No soy la única, papá —le dije, sin poder mirarlo a
los ojos.
—¿Qué?
—Hay otros como yo.
—¿Cómo? Nunca le he contado a nadie acerca de los
códigos genéticos que modifiqué para hacerte a ti. Ni siquiera
a tu madre.
—Los hombres lobo han existido por mucho tiempo. Y
no son lo único que existe. También hay hombres dragón,
papá. He visto a uno. Y hay Fata.
—¿Te refieres a «hadas»? —preguntó, mirándome como
si estuviera loca.
—No lo sé. Solo sé lo que me dijo. Me dijo que la magia
existe y lo he visto.
—Cariño, soy científico.
—Yo también lo soy. Pero también soy una mujer lobo
que fue atacada por un hombre dragón y que ha visitado una
ciudad rodeada por un hechizo protector.
—«Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es
indistinguible de la magia» —dijo, citando a su autor
preferido.
—«Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de
las que han sido soñadas en tu filosofía» —contesté, citando al
mío.
—Realmente eres una maravilla, Quin —dijo, con una
sonrisa—. ¿Algo de todo esto tiene que ver con la razón por la
que tu compañera de cuarto no puede sacarte de la cama?
A pesar de que hubiera sido difícil descubrir la verdad
acerca de mi madre, al menos me permitió pensar en Cage por
un momento.
—Sí —dije, sintiendo cómo el dolor volvía de pronto.
—¿Él es el hombre dragón del que me hablaste? ¿El
Fata?
—No, es como yo.
—Un hombre lobo. Eso es increíble. ¿Qué salió mal?
Le conté a mi padre la historia de principio a fin.
Cuando terminé, lo meditó todo.
—Quizá sea un poco imparcial porque siempre seré del
equipo Quin, pero hay algo que debe perseverar en todas las
relaciones.
—¿Qué cosa?
—Necesitas a una pareja que te elija. Cuando es fácil y
cuando es difícil —dijo, con empatía.
—Él no me eligió —contesté, poniéndolo en palabras.
—No se eligieron el uno al otro. Pero incluso si tú lo
hubieras elegido…
—Él eligió a alguien más.
Mi padre me sonrió con los labios aprestados,
comprensivo. Me dolía admitirlo, pero mi padre tenía razón.
—¿Realmente quieres encontrar una cura para tu loba?
—me preguntó con curiosidad.
—Creo que sí —le contesté, pensando en cuánto dolor
me había causado, incluyendo el dolor que sentía de haber
perdido a Cage.
—Si quieres hacerlo, sabes que no necesitas estar aquí
para aprender a hacerlo, ¿verdad? Tengo un laboratorio y creo
que podemos decir con seguridad que soy el experto en
genética de hombres lobo líder en el mundo. ¿Por qué no
vienes a trabajar conmigo? Podía enseñarte todo lo que
necesitas saber.
»Nunca busqué una cura porque nunca creí que hubiera
algo de ti que necesitara ser curado. Eres perfecta como eres.
Pero si tú lo quieres, como la persona que te lo hizo, te
ayudaré a deshacerte de tu loba.
Las palabras de mi papá danzaban por mi cabeza.
—¿Crees que sea posible que mi loba solo me estuviera
protegiendo cuando le hizo eso a mamá?
—Es posible. También es posible que lo hiciera de todos
modos. La pregunta que te deberías hacer es: ¿crees que tu
loba te dará más dolor o más tristeza? ¿Y crees que ser una
mujer lobo hará más fácil encontrar el amor?
Solo me llevó un momento contestar su pregunta. Sabía
lo que tenía que hacer.

—Volveré a casa, papá. Trabajaré contigo en una cura


Capítulo 16
Cage

Estaba sentado a la mesa almorzando con Nero y mi


madre, y volví a pensar en la suerte que tenía. El hombre que
me había criado no era mi padre. No me había tratado como si
fuera familia. Así era como se suponía que debía sentirse tener
una familia.
Después de una tensa conversación con el Dr. Tom me
dijo lo que cree que sucedió. Él trabajaba en el hospital en el
que nací. Era uno que atendía a muchas criaturas mágicas. Y
cuando llegaban con problemas que otros doctores no
comprendían, él tomaba el caso y se aseguraba de que sus
orígenes mágicos no salieran a la luz.
Ahora, el hospital está cerrado, pero cuando estaba
abierto atendía a todos los tipos. Cuando yo nací había un
hombre dragón. La noche siguiente a mi nacimiento,
desaparecí y también desapareció el hombre dragón.
Los humanos no podían explicar mi desaparición, ni
podían culpar al hombre que el Dr. Tom sabía que era un
hombre dragón. En parte porque no sabían cómo podría
haberse escapado con el bebé. El ala de maternidad estaba en
el segundo piso y había una cámara que apuntaba al ascensor y
a las escaleras.
Como al hospital ya le resultaba difícil permanecer
abierto, la gente que lo manejaba decidió cubrir mi
desaparición. Dijeron que era por «el bien común» y le dijeron
a mi madre que yo había muerto.
Mi madre dijo que nunca lo había creído. Dijo que había
seguido preguntando si podía ver mi cuerpo y le habían dicho
que no podía. En un momento, le habían dicho que había sido
cremado accidentalmente, y habían intentado darle dinero para
que se fuera.
Ella no había tomado el dinero, pero, al final, no había
tenido importancia. Mi madre no era nadie y vivía en el medio
de la nada. Nadie le iba a creer a ella contra un montón de
personas cuyo nombre era precedido por el título «Dr.».
Tengo la sensación de que ese fue su límite. Nero me
dijo que, durante la mayor parte de su niñez, ella parecía loca.
Se comportaba como una mujer torturada.
Según Nero, en algún momento su comportamiento
errático se había detenido. Nero dijo que se había sentido
aliviado cuando había sucedido, pero que ese había sido el
momento en el que había comenzado a decaer. Cada día se
desconectaba más de la realidad, hasta que dejó de ir a trabajar
y estuvieron a punto de echarlos de la casa.
Había sido entonces cuando Nero se había hecho cargo
de los dos. A los 13 años, Nero había conseguido su primer
trabajo. Era un trabajo de mierda que no pagaba mucho, pero
era suficiente para mantener un techo sobre sus cabezas. Y,
desde entonces, había hecho lo necesario para llegar a fin de
mes.
Yo todavía no tenía trabajo en la ciudad, pero estaba
buscando uno. Nero necesitaba ayuda y yo se la iba a dar.
Ahora mismo le ayudaba cuidando de nuestra madre mientras
él hacía sus cosas durante el día. Pero las cosas iban a cambiar
tan pronto como hubiera un puesto de trabajo en cualquier
lugar.
Levanté la mesa cuando todos terminaron de comer.
Lavé los platos y los dejé para que se secaran. Podía sentir que
Nero me estaba mirando.
—¿Qué pasa? —le pregunté, pues ya sabía que a
menudo había que pedirle que dijera lo que pensaba.
—¿Crees que podríamos ir a correr?
—Claro —le dije, algo incómodo.
Solo había estado viviendo ahí unas semanas, así que
todo era nuevo entre nosotros. Pero era la primera vez que
sugería que nos convirtiéramos en lobos y corriéramos durante
el día. Me hizo pensar en la última vez que había hablado con
Quin.
Tenía que poner todo de mí para no pensar en Quin. La
mayoría de las veces, fallaba. Lo único que me impedía
llamarla era que había borrado su número de teléfono. Había
debido hacerlo. No tenía tanta fuerza de voluntad como para
no llamarla. Necesitaba poner una montaña de obstáculos entre
nosotros para evitar volver corriendo hacia ella.
Terminé lo que estaba haciendo, Nero y yo salimos y nos
desvestimos.
—Hay un lugar al que iba cuando era pequeño, cuando
toda la situación era demasiado para mí. ¿Quieres verlo?
—Sí —le dije, sintiendo una ola de culpa por no haber
estado ahí para cuidar a mi hermano pequeño hasta el
momento.
Me estaba resultando cada vez más fácil transformarme
cuando quisiera. Quin había sido una gran maestra. Y cuando
mi hermano y yo nos transformamos en lobos, desaparecimos
por el bosque.
Corrimos por lo que se parecieron 45 minutos. Cuando
nos detuvimos, nos encontrábamos al borde de un valle. Copié
a Nero y me volví a transformar.
—Es aquí —dijo Nero, mirando hacia la cascada de
abajo. Después de un invierno largo, se estaba descongelando.
Traté de imaginar lo hermoso que se debía ver cuando hacía
calor y las flores cubrían el valle. Esta ciudad realmente era
impresionante.
—Es lindo. Es tranquilo —le dije, apreciando el lugar.
—Escucha, quería hablarte de que te quedes aquí…
—¿Tienes algún problema con que yo me quede aquí?
—¡No! Para nada. Que estés aquí ha sido lo mejor que
me ha pasado.
—¡Gracias! Para mí también —dije, sintiéndome
recompensado por las decisiones difíciles que había tomado.
—Es solo que estás aquí todo el tiempo.
—Quieres que encuentre otro lugar para vivir.
—¡No! Lo estoy diciendo todo mal. Lo que intento
preguntar es, ¿no tienes clases? Cuando llegaste aquí, pensé
que te tomarías un par de días libres. Pero han pasado
semanas. ¿No tienes que volver pronto?
—¡Oh! No. Dejé la universidad.
—¿Dejaste la universidad? —preguntó Nero,
sorprendido—. ¿No dijiste que este era tu último semestre y
que solo te quedaban tres clases para graduarte?
—Sí. Pero necesito estar aquí con vosotros. Necesito
ayudar con mamá.
—Y aprecio eso. De verdad… —Nero me miró
fijamente, midiendo lo que diría a continuación—. Es solo que
creía que la universidad era importante. Es decir, antes no lo
pensaba. Pero, después de conoceros a ti y a Quin, yo…
Dejó de hablar.
No estaba seguro de lo que estaba pasando. Nada de lo
que Nero me había dicho sobre él me había hecho pensar que
valorara la universidad. Entonces, ¿de dónde venía todo eso?
No quería presionarlo de ninguna manera, pero estaba
claro que ir a la universidad cambiaría su vida. Nero no era el
matón tonto que había pensado que era cuando nos habíamos
conocido. Era pensativo, vulnerable y bastante ingenioso. Si
hubiera estado expuesto al mundo exterior, habría sido
imposible predecir en qué se convertiría.
—La universidad es importante —le dije, aprovechando
la oportunidad.
—Pero solo te quedaban tres clases y la has dejado. Si es
tan importante y estabas tan cerca, ¿por qué te has ido?
—Lo he hecho por ti y por mamá.
—Ajá. Vale. Y aprecio que lo hayas hecho. Es solo que
pensé que era realmente importante.
—¡Es realmente importante! Es solo que vosotros sois
más importantes.
Nero no respondió a eso. Obviamente, no seguí
aclarando las cosas. Y, honestamente, podía ver por qué. Era
una cuestión de prioridades y responsabilidades. Pero, al
mismo tiempo, no me había dado cuenta de que podría estar
dándole un mal ejemplo a mi hermano menor. Era nuevo en
esto.
—¿Por qué no ha venido Quin a visitarnos?
—¿Qué? —pregunté. Me había cogido con la guardia
baja.
Mientras su pregunta resonaba en mi mente, sentí que
una presión me rodeaba el corazón y se dispararon oleadas de
dolor a través de mi cuerpo.
—Pregunté por qué no ha venido Quin a visitarnos.
—¡Ah! Eso es porque… —Cuando comencé a decirlo,
me di cuenta de que no lo había dicho antes en voz alta. Tuve
que dar todo de mí para no caer de rodillas al pensarlo—.
Hemos terminado.
—¡¿Qué?! —preguntó Nero, sorprendido—. ¡Me caía
bien!
—A mí también —admití, lamentándolo por primera
vez.
—¿Qué ha pasado?
—Ahora tengo responsabilidades.
—¡Espera! ¿Has terminado con ella por nuestra culpa?
—Es decir… —No quería decirlo.
—¡No! —gritó volviéndose hacia mí enojado—.
Simplemente no.
—¿Cómo que «no»?
—Me caía bien. Te hacía muy bien estar con ella, Cage.
Estaba claro que era tu pareja destinada —dijo, angustiado.
—¿Qué es una pareja destinada?
—Debes saber lo que es una pareja destinada —dijo
Nero con desdén.
—Nero, solo dime qué es —le dije, sintiendo cómo
gruñía mi lobo.
—Es la persona con la que un hombre lobo está
destinada a estar. Es una cosa mágica. Hay una persona para
cada uno de nosotros. Cuando estás con esa persona, a veces
sientes como si no pudieras respirar. Cuando estáis separados,
se puede sentir como estar en el inferno. Estaba seguro de que
Quin era la tuya. ¿Me equivoqué? ¿No es tu pareja destinada?
—Yo… —dije, con la guardia baja.
Sí. Desde el momento en que la había conocido tenía la
sensación de que había algo poderoso que nos había unido. La
necesitaba. Nero tenía razón. A veces se sentía como si no
pudiera respirar. Y ahora que no estábamos juntos, tenía que
poner toda mi voluntad para estar de pie cada día.
Estar con mi familia ahora debería ser lo mejor de mi
vida. Pero estaba luchando la sensación de que me estaban
haciendo pedazos constantemente. Necesitaba a Quin como
necesitaba el aire. Estaba enloqueciendo lentamente sin ella.
—No comprendes. Quin no quería tener esta vida. Lo
que más quería en esta vida era curarse de su loba. Nunca
podría estar con ella porque ella no quería estar con alguien
como yo.

—Dijiste que creció creyendo que era la única mujer


lobo y que yo era el primero que conoció.
—Sí.
—Cage, yo crecí sabiendo que un día iba a
transformarme. Y aún así, con una manada a mi alrededor,
cuando sucedió, me sentía extraño al respecto. Ella no tuvo
anda de eso.
—¿Te costó aceptar que eras un hombre lobo?
—Le sucede a la mayoría.
—Pero se sintió natural para mí.
—Y no lo comprendo. ¿Cómo es que te resulta tan fácil?
En la primera pelea que tuvimos, no hay forma de que
pudieras sacarme ventaja de esa forma. Nadie debería poder
hacerlo. He luchado con muchos lobos. Ninguno puede
hacerlo.
—Aun así, ¿yo lo hice?
—Sí, lo hiciste. De alguna forma eres especial, Cage. Y
si hay personas a las que les cuesta un poco más llegar a donde
tú estás, debes darles un poco de tiempo.
—Pero ella eligió deshacerse de su loba antes que estar
conmigo.
—Entonces tienes que convencerla. Tiene que luchar por
ella. Eso es lo que querría que alguien hiciera por mí… en
especial si es mi pareja destinada. Y no puedes usar a tu
manada como excusa para arruinar tu vida.
Mi mente dio vueltas pensando en todo lo que me había
dicho Nero. Era demasiado. Necesitaba que dejara de dar
vueltas.
—Creí que yo debía ser el sabio hermano mayor —dije,
esperando que sonar divertido aliviara un poco la tensión de
Nero.
—Entonces actúa como tal, hermano. Lucha por Quin.
¡Ve a buscar a la mujer que amas!
No podía negarlo. Tenía razón en todo. Había algo que
no podía controlar que me atraía a Quin. Y no debí rendirme
con ella.
¿En qué había estado pensando cuando había renunciado
a Quin sin luchar?
—¿Qué he hecho? ¿Qué hago?
—¡Ve tras ella! —Nero me sacudió para que me
moviera.
Sabía que Nero tenía razón. Sin decir otra palabra, me
transformé en mi lobo y salí corriendo hacia la casa rodante.
Mientras lo hacía, mis pensamientos se arremolinaron. No
tenía su número de teléfono. Lo había borrado. Necesitaba
encontrar a alguien que lo tuviera. Necesitaba llegar a mi
camioneta.
Me sentí como si estuviera de nuevo en el campo de
fútbol americano, mis zancadas eran largas y fuertes. Salté
sobre arroyos y barrancos y regresé en una fracción del tiempo
que había tardado a la ida.
Me volví a transformar, me cambié y corrí hacia adentro
para buscar mis llaves.
—¿Por qué tienes tanta prisa? —me preguntó mi madre,
llamando mi atención.
—Mamá, te amo, pero he cometido un gran error que
necesito corregir.
—¿Finalmente has recuperado el sentido respecto a tu
novia?
Me volví hacia ella, sorprendido.
—¿Cómo lo sabes?
—Soy tu madre. Una madre sabe estas cosas —dijo, con
una sonrisa—. Ahora ve a buscarla.
Sonreí, sin ser capaz de amarla más.
Me apresuré hacia la camioneta, puse el pie en el
acelerador y me dirigí hacia la ciudad. Primero pensé en ir a la
casa de la Dra. Sonya. Sabía que ella tenía su número. Pero
cuanto más me acercaba, más me daba cuenta de que ese no
podía ser el plan.
Había pasado demasiado tiempo. Una llamada telefónica
no sería suficiente. Tenía que verla. Ya había pasado
demasiado tiempo. Tenía que demostrarle que iba en serio.
No se merecía lo que le había hecho. Y yo no la merecía
a ella. Pero, la mereciera o no, le iba a hacer saber que no
quería vivir sin ella. Tenía que saber que haría todo lo que
tuviera que hacer para que se quedara conmigo, fuera una
mujer lobo o no.
El pie en el acelerador me llevó de regreso al campus en
la mitad del tiempo usual. Mientras me acercaba a su
dormitorio, mi corazón latía de miedo. ¿Y si lo que tenía para
decir no era suficiente? ¿Qué haría entonces?
Lo que fuera que tuviera que hacer, lo haría. Quin era mi
chica. Era el amor de mi vida y, sin importar las
consecuencias, dejaría hasta mi último aliento luchando por
estar con ella.
No encontré lugar en el estacionamiento, así que dejé la
camioneta en la acera y me hice mi propio lugar. No me
importaba. Lo que tenía que decirle no podía esperar ni un
minuto más. Dejé el motor encendido y la puerta abierta, y salí
corriendo de la camioneta, llegué a la puerta principal de su
edificio y di una zancada hasta el intercomunicador.
El momento no podría haber sido peor… o mejor.
Porque, mientras estaba esperando a que el intercomunicador
se iluminara en respuesta, apareció un rostro al otro lado del
vidrio de la puerta. Era Tasha. De todas las personas, ¿por qué
tenía que ser ella?
—Abre la puerta, por favor. Sé que las cosas no han
terminado bien entre nosotros, pero tengo que ir a ver a Quin.
¡Por favor!
Casi esperaba que Tasha se diera la vuelta y se marchara
enojada. En cambio, abrió la puerta. La miré y ella sonrió. No
estaba seguro de por qué, hasta que vi quién estaba detrás de
ella. Era Vi, su mejor amiga. Vi también estaba sonriendo, y
no hice la conexión hasta que miré hacia abajo y noté que
estaban tomadas de la mano.
—Ve a buscarla —dijo Tasha, sin necesidad de decir
nada más.
—¡Gracias! —dije, pasé corriendo junto a ellas y subí
las escaleras de tres en tres.
Llegué exhausto y crepitando de emoción a la puerta de
Quin. No sabía cómo me las había arreglado para mantenerme
alejado de ella durante tanto tiempo. Llamé a la puerta y traté
de calmarme. Tan pronto como lo hice, se abrió de golpe. Una
cara muy enojada me miraba desde dentro.
—Lou, ¿dónde está?
—¡Se ha ido! ¡Se ha ido por tu culpa!
—¿Qué? ¿A dónde? ¿Cuándo? —pregunté, empujándola
a un lado y viendo que faltaban la mitad de los muebles de la
sala.
—Le has hecho daño. Ha decidido dejar la universidad
por tu culpa.
—¿Qué? ¡No! ¿Cuándo se ha marchado?
—Hace una hora.
—¿Hace una hora?
—Su padre vino y empacaron todo. Probablemente estén
en el avión ahora mismo. Supongo que has llegado demasiado
tarde.
—¡No! Esto no puede estar pasando.
—¿Por qué te importa? Solo la quieres para poder tener
a alguien a quien herir de nuevo.
Miré a Lou. Me devastó que pudiera pensar eso. Pero
tenía razón. Había lastimado a Quin. Probablemente estuviera
mejor sin mí. Pero «probablemente» no siempre significaba
que así sería.
—Lou, sé que me odias. Y estás en todo tu derecho. No
he tratado a Quin como merecía ser tratada. Pero ella es la
persona más especial del mundo para mí. E incluso si tengo
que pasar el resto de mi vida compensándola, lo haré. Amo a
esa mujer. La amo más de lo que creía posible. Así que, si hay
algo que puedas decirme, cualquier cosa que me permita
decirle lo tonto que he sido, te lo deberé para siempre. Por
favor, Lou. ¡Por favor!
Lou me miraba con frialdad hasta que, en un momento,
su tensión se derritió y se le acumularon lágrimas en los ojos.
—¿Por qué ningún tío dice esas cosas sobre mí? —dijo
Lou, abrumada—. Vale, vamos.
—¿A dónde vamos?
—Al aeropuerto. Puede que no se hayan ido hace tanto
tiempo como dije. Pero se van en un jet privado, así que, si no
llegamos pronto, se habrán ido.
Lou no tuvo que decir nada más. Corrimos de regreso a
la camioneta, subimos y nos apresuramos. No era el
aeropuerto del que salía de mi equipo cuando viajábamos para
los partidos; era el de los aviones privados. Nunca había
estado allí y no sabía nada sobre él.
Entramos y encontré un lugar disponible junto a la
entrada del edificio. Salí corriendo, entré a la terminal y miré a
mi alrededor. El lugar era mucho más pequeño de lo que había
imaginado. Pude ver a todas las personas que se encontraban
en ese espacio abierto con una sola mirada. Miré por segunda
vez para asegurarme, pero Quin no estaba.
—¡Allí! —dijo Lou, señalando hacia la puerta bajo el
cartel «Salida».
No tuvo que decir más. Corrí hacia allí y alguien gritó:
—¡Oye!
Salí de la terminal y caminé sobre el asfalto. Pero aún no
veía a Quin. ¿Se habían ido? ¿Había llegado demasiado tarde?
No. Había solamente un lugar en el que podría estar. Era
un avión que estaba dando vueltas sobre el asfalto y se dirigía
a la pista. Corrí hacia él.
—¡Quin! ¡Espera! ¡Para! ¡No te vayas! ¡Tengo que
hablar contigo! —grité.
Fue inútil. Apenas podía escucharme a mí mismo por
encima del ruido de la turbina. Solo podía correr hacia la pista
y esperar que me viera.
Corrí como si fuera a anotar un touchdown, salté sobre
todo lo que estaba en mi camino y rodeé las cosas que no
podía saltar. Estaba a sesenta metros de distancia cuando el
avión pasó a toda velocidad. No pude detenerlo. Pero cuando
pasó frente a mí, vi un rostro familiar en una de las ventanas.
Era Quin. Nuestras miradas se encontraron.
Sin embargo, no fue suficiente. Nada de lo que había
hecho había sido suficiente. Con la fuerza de un cohete, el
avión se acercó al final de la pista y despegó. Se estaba
alejando en avión. Quin se había ido. Había esperado
demasiado. Se había acabado.
Al ver su avión desaparecer en el aire, reduje la
velocidad y me rendí. Apenas lo hice, fui derribado por un
guardia de seguridad. Tal vez no era tan grande. Tal vez era
solo que no había previsto el golpe.
Fuera lo que fuera, mi cara estaba contra el suelo. Un
hombre estaba arrodillado sobre mi pecho. Había perdido
todas las esperanzas.
—¿Te das cuenta de cuán ilegal es correr hacia una pista
de despegue? Es un crimen federal. Irás a la cárcel por mucho
tiempo —me gritó al oído un hombre grande, enojado y sin
aliento.
Si no iba a estar con Quin, ¿qué importaba si estaba en
la cárcel? Me daba cuenta de que, sin Quin, nada importaba.
No estaba completamente vivo sin ella.
Se había ido y todo había sido culpa mía. Ya no me
importaba lo que me sucediera, porque había dejado escapar lo
mejor de mi vida. Me merecía todo lo que me tocara de ahí en
adelante.
Cuando otro hombre se unió a nosotros, me tomaron de
los brazos y me pusieron de pie. No opuse resistencia. Iba a
dejar que hicieran su trabajo. Mi pelea había terminado. Mi
voluntad de continuar había desaparecido… hasta que escuché
algo que no esperaba.
El avión que había despegado con Quin en él estaba
dando vueltas y se dirigía hacia la pista.
—Esperen, miren —les dije a los tipos, que volvieron su
atención a la pista de aterrizaje.
Los tres lo vimos. Tan pronto como tocó tierra y se
detuvo, la puerta se abrió. Alguien salió corriendo. Era
Harlequin Toro, el amor de mi vida, y corría hacia mí.
Ni dos trenes de carga hubieran podido apartarme de ella
después de eso. Me alejé de mis captores y corrí hacia Quin.
No me detuve hasta que estuve justo frente a ella. Saltó a mis
brazos.
—¡Estás aquí! No quería irme sin despedirme —declaró
Quin.
—¿Por qué te vas? ¡Por favor, no te vayas!
—¿Por qué no habría de irme? No tengo nada por lo que
quedarme.
—¿De qué estás hablando? Tienes a Lou y la
universidad. Pero, más que eso, me tienes a mí. Te amo, Quin.
Estaba loco por no hacer todo lo posible para estar contigo.
—Pero ¿qué ha cambiado? Aún no sé si quiero ser una
mujer lobo. Tú tendrás tus responsabilidades con tu mamá y tu
manada. No podemos negarlo.
—No, no podemos. Pero estoy dispuesto a hacer lo que
tenga que hacer para tenerte en mi vida. Iré a donde me
necesites y haré lo que necesites que haga. Si no quieres ser
una mujer lobo, amaré tu parte humana el doble. Todo lo que
te pido es que me ames.
—Nunca quisiera separarte de tu manada, Cage. No
puedo hacerte eso.
—Pero quiero que tú seas mi manada. Eres tan
importante para mí como lo son Nero y mi mamá. Es por ti
que los tengo. Te amo, Quin Toro. Quiero amarte por el resto
de mi vida. Por favor, quédate conmigo —le dije con una
sonrisa.
—No lo sé, Cage. Quiero hacerlo. Lo quiero más que a
nada en el mundo, pero…
—Quin, ¿qué estás haciendo? —dijo una voz detrás de
ella.
Nos dimos vuelta para ver al tipo más parecido a James
Bond que jamás había visto.. Pero la semejanza era
indiscutible. Era el padre de Quin.
—El hombre te dice que te elige. Quin, tienes que saber
cuándo has ganado.
—Pero ¿qué pasa si…?
—Lo único que tienes que decidir es si estás dispuesta a
elegirlo a él. ¿Lo estás, Quin? ¿Cuando todo sea complicado,
estarás dispuesta a encontrar la forma de que funcione?
Me volví hacia Quin. Ella me miró.
—¿Qué dices, Quin? ¿Quieres encontrar la forma?
Su sonrisa me iluminó el corazón.
—Sí, Cage. Encontraremos la forma. Te amo. Quiero
estar contigo cueste lo que cueste.
En ese momento, me incliné y la besé. Sus labios nunca
habían sabido tan dulces. Estaba perdido en la maravillosa
sensación de tenerla y supe que Quin y yo estábamos a punto
de vivir el resto de nuestras vidas felices para siempre.

¿Quieres saber si Cage se graduó realmente? Lee lo que


ocurrió el día de la graduación de Cage en una exclusiva que
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Si piensas releer esta historia, considera la posibilidad de leer


la versión sexy de romance contemporáneo (Mi Tutora), la
versión sexy de hombre/mujer (Serios problemas), o la versión
sana de hombre/mujer (No salgo con mi tutor).

*****
Lobo atormentado

Mi pasado me convirtió en un lobo solitario sin manada,


¿podría haber encontrado a mi compañera predestinada?

Kendall Seers tiene algo por lo que mi lobo mataría. ¿Qué es


ella, una cambiaforma? ¿Algo más? No puede ser humana. No
podría enamorarme tanto de ella si lo fuera.

Pero, de nuevo, mis instintos han estado de cabeza desde que


dejé mi manada sin alfa para explorar el mundo exterior. Sin
embargo, no hay escape de mi pasado. Me persigue.

Kendall dice que puede ayudarme con eso. La necesitaré si


voy a vivir entre los humanos.

La verdad es que solo quiero estar cerca de ella. Necesito


averiguar qué es ella. ¿Podría haber algo más que no declara?
¿Podría estar haciendo algo mágico en mí?
Lo que sea que esté sucediendo, nadie en nuestra universidad
está a salvo hasta que lo resuelva. Y al final, ¿nuestras
diferencias implicarán que tendré que vivir sin ella? ¿O es esta
chica impredecible con más poder del que sabe, mi inesperada
compañera predestinada?

“Lobo atormentado” es un romance candente y abrasador de


hombres lobo con humor, tensión crepitante y el suficiente
chisporroteo picante como para dejarlo satisfecho con su final
feliz.

*****

Lobo atormentado
Prefacio

Dejé mi dormitorio con la necesidad de salir. Mi lobo no


estaba acostumbrado a estar enjaulado de esa manera. Desde
que llegué a la universidad, sentí que pasaba todo el tiempo en
cajas. Al mismo tiempo, no podía simplemente dejar salir a mi
lobo. El campus estaba repleto de humanos frágiles e
impredecibles.
No era como si nunca hubiera pasado tiempo con ellos.
Donde crecí había muchos humanos. Todos se llevaban muy
bien.
La diferencia es que sabían acerca de los cambiaformas.
Si alguien de repente se convertía en lobo, nadie terminaba
muerto. Los lobos no se asustan fácilmente. Pero si ves uno e
inmediatamente piensas en “matar o morir”, lo olerá apenas
tengas ese pensamiento. No se puede sobrevivir al ataque de
un lobo si él cree que está luchando por su vida.
Entonces, viviendo donde estoy, tengo que encerrar a mi
lobo. Las únicas veces que puedo dejarlo salir son los
domingos cuando mi hermano Cage viene al campus. Ahí es
cuando él, su novia, mi compañero de cuarto y yo nos
dirigimos al bosque, nos convertimos y dejamos correr a
nuestros lobos.
La siguiente vez que lo haremos será mañana y mi lobo
lo sabe. La razón por la que estoy deambulando por el campus
ahora es porque él está inquieto pensando en eso. Cuando se
pone así, también tengo la sensación de que está buscando
algo. Pero solo es una suposición. Mucho de lo que sé sobre
ser un cambiaforma es una suposición.
No tenía un alfa que me enseñara estas cosas cuando
comencé a convertirme. Ni siquiera tenía una madre. Pero, por
lo que escuché, los lobos son curiosos. Si los dejas, te llevarán
100 millas solo para ver qué hay al otro lado de la colina.
Probablemente eso era lo que estaba ocurriendo ahora, pero
tenía mis dudas.
La primera vez que visité este campus fue para la
graduación de mi hermano. Fue entonces cuando vi a alguien.
No sé por qué, pero no podía dejar de mirarla fijamente.
Cuando pude levantarme de mi asiento para buscarla, ella se
había ido.
Lo extraño fue que ella no dejó un rastro para seguir.
Todo dejaba aromas. Era como si ella fuera un fantasma. Al
menos para mi lobo.
Creo que mi lobo la ha estado buscando desde entonces.
No puedo culparlo. Yo tampoco puedo dejar de pensar en ella.
No porque fuera hermosa en las formas más obvias ni nada
parecido. En realidad, era un poco torpe y se vestía como
muchacho.
Pero mirándola fijamente mientras observaba la
ceremonia desde el borde de los árboles, la deseaba. Después
de que ella desapareció, me arrepentí de no haberme acercado
a ella en el momento en que la vi. Necesitaba saber todo sobre
ella.
Esperaba que fuera una estudiante aquí. Era una de las
razones por las que tenía muchas ganas de asistir. Pero era un
campus grande con muchos estudiantes y ella no tenía aroma.
Entonces, o no estaba aquí, o estaba y no podía encontrarla.
De cualquier manera, he tratado de olvidarla.
Claramente no lo he hecho porque aquí estoy pensando en ella
todavía. Estoy bastante seguro de que eso aumenta la
inquietud de mi lobo. Y últimamente, incluso dejarlo tomar el
control en el campo de fútbol no ha ayudado. Me estoy
quedando sin cosas que puedo hacer.
Entonces, en noches como esta cuando quiere vagar por
el campus, lo dejo. No quiero pensar en lo que pasaría si no lo
hiciera. Solo durante un cierto tiempo un lobo puede
permanecer enjaulado antes de salir a la fuerza. Cuando eso
sucede… digamos que nadie está a salvo.
Como suele hacer cuando está de este humor, esta noche
mi lobo me ha llevado a otra fiesta. Por mucho que le guste
evitar a las personas, anhela estar cerca de otros. Está bien.
Puedo seguir el juego. Tengo mucha práctica usando máscaras.
La actuación de esta noche podría ser más fácil porque
la fiesta a la que me ha llevado mi lobo es en una de las
fraternidades deportivas. Hay dos en el campus. Una es
principalmente de jugadores de fútbol. Esta es una mezcla de
los tres deportes principales. Hay chicos de mi equipo en ella.
Con suerte, eso hará que esta noche no sea un coñazo.
—¡Nero! ¡Hombre! Viniste —dijo Dan cuando entré y lo
vi.
Dan era un tackle ofensivo y uno de los amigos de mi
hermano. Tenía la impresión de que Cage le había pedido que
cuidara de mí. Dan era genial y todo eso, pero él y mi hermano
eran amigos desde antes de que Cage se convirtiera por
primera vez. Dan no sabía que existían los cambiaformas.
Entonces, ¿en qué podía ser bueno para mí?
—Solo estaba tomando un poco de aire. No sabía que
iban a hacer una fiesta esta noche —dije poniéndome mi
máscara humana.
—¿De qué estás hablando? Te lo conté después de la
práctica. Lo juro, es como si no escucharas una palabra de lo
que digo. ¿Crees que me han golpeado en la cabeza muchas
veces o algo así?
Dan hizo una mueca imitando a un zombi y luego
sonrió.
—Sólo estoy bromeando. Venga. Vamos a traerte un
trago.
¿Dan me había contado sobre la fiesta? ¿Era por eso que
estábamos aquí? ¿Lo había recordado mi lobo aunque yo no?
No podía entender como mi lobo y yo podíamos ser tan
diferentes. Yo era perfectamente feliz estando solo. Joder, lo
prefería. Pero cada vez que mi lobo tenía la oportunidad, salía
a buscar una manada.
Con un trago en la mano dejé a Dan y atravesé las
habitaciones. Todos parecían estar pasando un buen rato. Me
preguntaba si realmente era así o solo estaban fingiendo como
yo.
Sabiendo que tenía que estar allí todo el tiempo que mi
lobo quisiera, me metí en el papel y salí al patio trasero.
Encontré un porche y me apoyé en la barandilla de madera.
Explorando la multitud, la sangre se me congeló.
¡Mierda! No podía creerlo. Era ella, la chica de la
graduación. Estaba de pie a diez metros enfrente de mí.
Mientras el calor me bañaba la cara, mi lobo se volvió
loco. La miré fijamente. No podía respirar. No podía
moverme. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora?
Capítulo 1
Kendall

Cuántas veces te llevaste algo a la boca y pensaste:


“Esto no sabe bien, ¿se supone que debo tragarlo?”. Y luego lo
tragas y te arrepientes. Y unos segundos después te olvidas de
cuánto lo habías odiado y vuelves a llevarte otro poco a la
boca…
Bueno, esa fui yo anoche y lo estoy pagando esta
mañana. ¿A quién se le ocurre beber whisky? Sabe a tierra y es
como tragar lava. Debería haberlo retenido en mi boca y
escupido cuando nadie me estaba mirando. A nadie le importa
si lo tragas, ¿verdad? Solo les importa que estés allí
intentando beberlo.
OK, eso se terminó para mí. Sé que es un cliché que la
gente se despierte con resaca y diga que nunca más volverá a
beber. Pero realmente no lo volveré a hacer. No volveré a
beber nunca. Ni vino, ni whisky, ni siquiera sidra. Dejé el
alcohol. Mientras tanto, necesito reconsiderar mi relación con
los ruidos fuertes y el sol.
—¿Puedes dejar eso, por favor? —dije a Cory, mi
compañera de cuarto, antes de gemir y retorcerme de lo
horrible que me sentía.
—Me estaba poniendo los pantalones —respondió Cory,
confundida.
—¿Y podrías hacerlo en silencio?
—¿Cuántas formas hay de ponerse los pantalones?
Refunfuñé.
—No me siento bien.
—¿Quieres que te traiga un vaso de agua o algo? Iré a
desayunar. ¿Quieres que te traiga un bagel?
Pensé en un bagel con queso crema y salmón ahumado y
casi vomito. ¿Qué estaba tratando de hacer Cory? ¿Matarme?
Nuestro dormitorio no era muy grande, ¿lo quería todo para
ella? Respondí con un gemido y me enrosqué hasta quedar
convertida en una bola.
Cory permaneció un momento en silencio; luego se
sentó en el borde de mi cama y pasó sus dedos por entre mis
cabellos, masajeando mi cuero cabelludo. Se sentía tan bien
que casi olvido que no me gustan nada las chicas. Para ser
sincera, tampoco me gustan los chicos. Tengo problemas con
la gente en general.
La verdad es que, excepto por lo ruidosa que era para
ponerse los pantalones, ella era muy dulce. Era el tipo de
persona que me devolvía la fe en la humanidad. No del todo,
claro, porque ya saben, la gente…
Pero después de años viviendo con ella, empecé a pensar
que no toda la gente es mala. Es más, estar con ella me hizo
desear el contacto humano. E incluso salí de mi cuarto anoche
para buscar ese contacto. Yo, Kendall Seers, fui a una fiesta
del campus. Claramente, Cory era una mala influencia para
mí.
Es una lástima que solo me gusten los chicos y que sean
todos unos imbéciles. Los únicos que no lo son me tratan
como si fuera un fenómeno de circo. Ni siquiera me importa
que no me vean de una manera sexual porque yo tampoco los
veo así.
—¿Entonces lo pasaste bien anoche?
—No lo recuerdo —admití.
—¿Perdiste la conciencia?
—Sí —dije enterrando mi cara en la almohada.
—Oh, qué bajón —dijo frotando mi cabeza un poco más
fuerte.
Ella tenía manos mágicas. Si fuera un perro, mi pierna se
hubiera vuelto loca en ese momento. Aunque no me gustan las
chicas, si ella quisiera meterse en mi cama y abrazarme, no me
opondría.
Sin embargo, ella no haría eso. Porque además de ser
heterosexual, era la chica más pura que conocía. Y aún si se
tratara de algo inocente, tal vez pensaría que está engañando a
su novio. Ella era una buena persona. Probablemente pase el
resto de mi vida buscando a un chico que sea tan genial como
ella.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó Cory con
seriedad.
—¿Si me caso contigo? Si vas a seguir masajeando mi
cabeza así, la respuesta es sí.
Cory soltó una carcajada.
—Lo tendré en cuenta, pero esa no era la pregunta que
quería hacerte.
—Ooooh —gemí decepcionada.
—¿Por qué tienes un pedazo de papel enganchado en tu
camisa?
—¿Qué?
Cory quitó sus dedos mágicos de mi cuero cabelludo y
tiró de algo que colgaba de mi camisa. Era la misma que
llevaba puesta cuando salí anoche. Y hasta el momento en que
mis recuerdos entraron en penumbras, ningún papel colgaba de
ella.
Me volteé para verlo mejor. Al levantarlo un poco,
distinguí unas palabras escritas en él.
—Está escrito al revés —dije mientras los restos de
whisky se agitaban en mi cerebro.
Cory dejó salir otra carcajada.
—Déjame que te lo lea.
Soltó el alfiler y miró fijamente la nota.
—“Willow Pond @ 2 pm”. ¿Qué quiere decir?
¿Qué quería decir? Conocía Willow Pond. Era mi lugar
favorito del campus. Iba a ese lugar cuando necesitaba un
momento para pensar. Pero ¿qué quería decir “@ 2 pm”?
Estaba pensando en preguntarle a Cory si lo había leído
bien cuando, de repente, una imagen se me vino a la mente.
Era la de un chico de tamaño y forma indistinguibles que se
inclinaba sobre mí.
—¡Oh, Dios! ¡Besé a un chico! —dije poniéndome de
pie de un salto.
Aparentemente salté demasiado rápido porque el
movimiento hizo que regresara todo lo que había consumido la
noche anterior. Si nuestro dormitorio no estuviera tan cerca del
baño, no habría llegado a tiempo. Pero cuando volví del dios
de porcelana me sentí como una tigresa lista para la caza. Eso
duró unos 30 segundos antes de recibir el recordatorio de que
el sol era el diablo y que tenía que volver a meterme debajo de
las sábanas.
No hace falta que diga que recordar que besé a alguien
por primera vez en mi vida fue un poco shockeante. Nunca fui
una chica popular.
Cuando iba a la escuela secundaria podía echarle la
culpa a que, habiendo crecido en el sur, rechacé activamente
todas las expectativas femeninas que recaían sobre mí. Pero
¿por qué ocurrió lo mismo en la universidad?
La Universidad de East Tennessee no era como los
suburbios de Nashville. La presión para encajar no era igual
aquí. Y como no lo era, no me esforcé tanto para adaptarme.
Incluso vi chicos en el campus que se vestían como yo. Sin
embargo, nunca estuve en una relación con alguno de ellos ni
encontré un chico cuando dejé de buscar uno, como siempre
dice la gente.
No me malinterpretes, tener mi primer beso no fue la
gran cosa ni nada parecido. Me pregunto por qué sucedió
después de que perdí la conciencia estando borracha. Sé que el
alcohol reduce las inhibiciones en las personas. Entonces, ¿qué
estaba diciendo eso de mí y de lo que realmente quería?
—¿Estás bien? —preguntó mi compañera de cuarto
mirándome preocupada.
—Creo que besé a un chico.
—Lo escuché. ¿A quién?
—No lo sé.
—¿Cómo puedes no saberlo?
—Porque, a diferencia de ti, algunas personas tomamos
malas decisiones y aparentemente hacemos cosas con
completos extraños que no recordamos —expliqué.
—A veces tomo malas decisiones.
—Claro que sí, señorita, “prácticamente he estado
casada desde que tenía diecisiete años”. Probablemente ni
siquiera sepas lo que es una mala decisión.
—No soy perfecta.
—Sí, claro.
—Como quieras. Entonces, ¿crees que el chico al que
besaste es el mismo que escribió esto?
Me senté.
—Ahora sí lo creo.
—Entonces, ¿esto es una invitación?
—¿Para vernos a las 2 pm en mi lugar favorito?
—Sí —dijo Cory con creciente entusiasmo—. Qué
romántico…
—¿Romántico? —pregunté como si ella estuviera
hablando en un idioma extranjero.
—Supongo que sí. Ya sabes, si te gustan ese tipo de
cosas.
—¿Recuerdas algo sobre el chico?
Busqué en mi memoria.
—Lo único que puedo recordar es a alguien
inclinándose. Eso es todo.
—¿Inclinándose cómo? ¿Hacia adelante?
¿Agachándose?
—Se estaba agachando. Y era corpulento. Recuerdo eso.
—¿Corpulento sería realmente corpulento o
simplemente más corpulento que tú?
—Creo que era corpulento. Lo recuerdo con manos
grandes.
—Manos grandes —dijo Cory sugestivamente.
—¿Qué? —dije sonrojándome.
—Sólo digo.
Cory sonrió.
—Está bien, doña Insinuación, contenga sus caballos.
No sabemos nada de él. Por la poca información que tenemos,
corpulenta también puede ser una estatua. Mi culo borracho
estaba haciendo cosas inapropiadas.
—Pero ¿una estatua escribiría una nota diciéndote que te
encuentres con ella en Willow Pond a las 2?
Lo pensé un poco. Cory tenía razón. Quien escribió la
nota era humano. El chico al que besé estaba hecho de carne y
hueso. ¿Eso quería decir que había conocido a alguien que me
gustaba y que yo también le gustaba? Ya sabes, no es que me
importe.
—Kelly y yo vamos a hacer senderismo, así que tengo
que ir a desayunar. Pero te vas a encontrar con él, ¿verdad?
—¿Te refieres al extraño que podría estar preparando el
lugar para asesinarme?
—No, me refiero al tío que te besó bajo las estrellas y te
dejó una pista para que lo encuentres de nuevo.
Cory se levantó, y cogió sus llaves y su billetera.
—Kendall, has dicho tantas veces que no te gusta la
gente, que no hay forma de que no vayas. Este puede ser el
chico con el que vas a pasar el resto de tu vida.
—Sí, porque me mata y arroja mi cuerpo al estanque.
Cory rio.
—Ok. Haz lo que quieras. Pero si vuelvo esta noche y
no te has encontrado con este tipo, estaré muy decepcionada
de ti.
—Sí, mamá.
—Buena chica —dijo antes de arrodillarse en mi cama y
besar mi cabello.
¡Puaj! Cory realmente era tan dulce que no me
alcanzaban las palabras para expresarlo.
Ya basta de la chica que se va para encontrarse con su
novio. Era hora de pensar en el chico que me había
enganchado la nota. Tenía que admitir que había sido algo
romántico.
¿Se había dado cuenta de que no recordaría nada de
anoche y quería asegurarse de que nos viéramos de nuevo?
Tenía que ser así, ¿verdad? No es que no agendó su número en
mi teléfono para que no lo encuentre la policía, ¿o sí? O tal
vez podía ser por ambas cosas.
Lentamente, mientras sentía que recuperaba mis fuerzas,
busqué mi teléfono en el bolsillo. No lo encontré allí, así que
busqué en el piso alrededor de mi cama. Tampoco estaba allí.
¿Me emborraché tanto que perdí mi teléfono?
¡Mierda! Costó 800 dólares y todavía lo estoy pagando.
En serio, nunca más volveré a beber. Lo bueno es que, además
de mis padres, la única persona que conozco es la chica con la
que vivo. Gracias a Dios que soy impopular.
Necesitaba meter algo en mi estómago, así que me dirigí
a la cafetería y llené mi bandeja. No sabía si algo
permanecería allí abajo, por eso cogí un poco de todo. Cuando
levanté la vista, un chico que reconocí de clases me llamó la
atención y me hizo señas para que me uniera a su grupo. Le di
a entender que no iría ya que sabía que no podía mantener una
conversación en mi estado.
Además, quería ver si podía recordar algo antes de las 2
de la tarde. Si no sabía cómo lucía, ¿cómo iba a reconocerlo
cuando llegara? ¿Cómo sabía que no me estaba mirando en ese
mismo momento?
Miré hacia arriba y exploré la habitación. Había mucha
gente. La mayoría estaba conversando o mirando su plato.
Excepto uno, que estaba mirándome fijo. Después de un
momento de contacto visual, se acercó.
—Hola, Kendall, ¿recibiste mi mensaje sobre el grupo
de estudio? ¿Quieres unirte? —preguntó torpemente.
Lo conocía. Era el chico de la clase de psicología que
siempre se quedaba mirándome. No podía entender su forma
de actuar. ¿Yo siempre tenía algo en la cara o él solo miraba a
la persona detrás de mí?
—Creo que perdí mi teléfono —dije antes de limpiarme
la boca por reflejo.
—¿En serio? ¡Qué mala suerte!
—No me digas.
—¿Quieres agendar mi número de nuevo?
—No tengo donde guardarlo.
—Bien —dijo decepcionado—. De todos modos, nos
reuniremos el jueves en Commons. Sería genial si pudieras ir.
—Creo que tengo algo el jueves, pero tal vez pueda —
dije aunque no quería ir.
—Ah, ok. Avísame si vendrás.
Sonrió y regresó a su mesa. Tuve que preguntarme por
él. El tío siempre me pedía que nos reuniéramos para una cosa
u otra. ¿Cuántos eventos sociales organizaba?
Cuando terminé mis panqueques me sentí lo
suficientemente humana como para regresar a mi habitación y
prepararme para el día. El domingo era un día tranquilo en los
dormitorios. La mayoría de las personas estaban sacudiéndose
los efectos de la noche del sábado.
Mientras me duchaba no pude evitar imaginarme quién
había enganchado la nota en mi camisa. ¿Y si Cory tenía razón
y era el amor de mi vida? Las probabilidades de que lo fuera
eran bajas, pero no significaba que no pudiera suceder.
La idea me hizo sentir un cosquilleo de emoción. ¿Cómo
será acurrucarse en los brazos de un chico y quedarse
dormida? ¿Cómo será tener novio o tener sexo? No sabía nada
de esas cosas.
Solo sabía que sin importar quien fuera ese chico, tal vez
debía hacer todo lo posible para no arruinarlo. Sí, la mayoría
de la gente apesta, pero estaba cansada de estar sola. Quería
saber cómo se sentía el amor. No era un monstruo sin corazón
por más que pretendiera serlo.
La hora de la cita se acercaba y las mariposas pululaban
en mi estómago, así que elegí la mejor blusa que tenía y la
combiné con unos pantalones negros. Mientras me ponía una
pulsera de cuero con tachas en la muñeca, me paré frente al
espejo y me miré.
Era flaca, casi no tenía tetas y me vestía como una chica
gótica a la que no le importaba demasiado su apariencia.
Despejé mi frente cepillando mis rizos rebeldes, dejándolos
caer hacia atrás. Sí, era lo mejor que podía hacer. El tío
seguramente se decepcionaría cuando me viera a la luz del día.
Después de preguntarme un par de veces si debía ir o no,
salí de mi habitación y me dirigí a Willow Pond. Apenas podía
respirar, estaba muy nerviosa. ¿Y si no lo reconocía? ¿Y si me
viera, se diera cuenta de que cometió un gran error y me dejara
allí esperando?
Ese pensamiento era suficiente para hacerme dar la
vuelta, pero no lo hice. Me dirigí paso a paso hasta el
estanque. El lugar estaba prácticamente vacío. Solo había un
tipo que estaba en la costa mirando a los patos.
¿Sería él? No podía ser. Solo podía ver su espalda pero,
guiándome por ella, podía decir que estaba fuera de mi
alcance. Imagínate unos hombros tan anchos como para llevar
el mundo entero y unos brazos tan fuertes como para
aplastarlo entre sus manos.
Su cabello dorado brillaba cuando el reflejo del estanque
rebotaba en él. Verlo amenazaba con dejarme sin aliento.
Cuando se dio vuelta y nuestras miradas se encontraron,
contuve la respiración. Era él, el chico de anoche. Lo habría
reconocido en cualquier lugar.
Todos mis recuerdos regresaron rápidamente. Borracha
hasta el culo, me acerqué a él en la fiesta y le dije que era el
chico más hermoso que había visto en mi vida. Esperaba que
me dijera que me fuera a la mierda. En cambio, me preguntó
mi nombre y hablamos durante el resto de la noche.
La mayor parte del tiempo seguía diciéndole lo sexy que
era y trataba de besarlo mientras él me rechazaba y se
sonrojaba. Oh, mierda, me había olvidado de eso. Hice el
ridículo total.
Solo me había besado porque no iba a dejarlo ir hasta
que lo hiciera. Pero luego escribió algo en un pedazo de papel
y me dijo que era para mañana y que si todavía estaba
interesada, debería encontrarme con él aquí.
Creo que actuó como un caballero. Debía haber notado
lo borracha que estaba y no quería aprovecharse de mí. Pero
¿cómo alguien puede ser tan sexy y atento? Claramente había
algo mal en él.
—¡Kendall! Viniste —dijo sonriendo con un acento rural
de Tennessee.
Oh, Dios, recordó mi nombre. ¿Qué pasaba con él?
—Por supuesto —dije quedándome a un brazo de
distancia de él—. Cómo no iba a hacerlo.
—No recuerdas mi nombre, ¿verdad? —bromeó.
—Sí. Es mmm…
Mis pensamientos daban vueltas desesperadamente.
—No hay problema. Estabas bastante borracha anoche.
Me alegro de que hayas venido.
—La nota ayudó. La tenía enganchada.
Se rio.
—Sí, no quería que la perdieras… como a tu teléfono.
—Entonces, sí perdí mi teléfono.
—Eso me dijiste.
—¡Joder! Tenía la esperanza de que lo tuvieras.
—¿Por qué iba a tenerlo? —preguntó sin dejar de
sonreír.
—Solo lo esperaba. Entonces, ¿tengo que preguntarte tu
nombre?
—Oh. Me llamo Nero.
—Kendall.
—Lo recuerdo.
—Cierto. Tengo que ser honesta. No recuerdo mucho de
anoche. Solo lo que me llegó hace unos 60 segundos. Lo
siento.
—No hay problema. ¿Qué quieres saber? Lo recuerdo
todo.
Pensé por un momento.
—Mmm, ¿nos besamos?
Nero se rió.
—Sí, nos besamos.
—¿Fue bueno?
—Lo fue para mí.
—Y te estaba besando, así que probablemente también
fue bueno para mí.
Nero se sonrojó.
—¿Qué me contaste sobre ti que no recuerdo?
—No creo que te haya contado mucho de nada.
—¿Por qué no?
—No preguntaste. Pero te pregunté mucho sobre ti. Sé
que eres de Nashville.
—Nacida y criada —confirmé.
—Sé que estás en tercer año.
—Cierto.
—Y que eres la chica más linda que he visto. Pero no
necesitabas decirme eso.
Mis mejillas ardieron al escuchar sus palabras.
Claramente no era cierto, pero escucharlo de sus labios envió
un pulso que se instaló en mi sexo y me hizo sentir caliente.
—Tú también eres bastante sexy —dije sabiendo que
estaba roja como una remolacha.
—¡Gracias!
—Ya que sabes tanto sobre mí, supongo que debería
preguntarte sobre ti.
—Venga. Dispara.
—¿De dónde eres?
—De un pueblo pequeño a unas dos horas de aquí.
—¿Y en qué año estás?
—Estoy en primer año. Me tomé unos años de descanso
después de la secundaria.
—¿Cuál es tu especialidad?
—¿Ahora? Fútbol —dijo riendo.
—¿Fútbol americano? —dije sintiendo que se pinchaba
nuestra burbuja.
—Sí. Estoy aquí gracias a una beca. Así que ahora
mismo la estoy comiendo y respirando.
Me quedé mirándolo sin poder escuchar una palabra más
después de que dijo “fútbol”. Un dolor se me disparó en la
boca del estómago y me vi obligada a interrumpirlo.
—¡No! Lo siento, no. No puedo hacer esto. ¿Fútbol
americano? ¡Joder, no! —dije alejándome y apuntándolo con
el dedo. Lo miré de nuevo mientras la conmoción recorría su
hermoso rostro. ¿Por qué tenía que ser futbolista?
—¡Joder! —grité con total frustración antes de irme
furiosa y sin mirar atrás.
Capítulo 2
Nero

¿Qué acababa de suceder? Un minuto estaba hablando


con la chica que no había podido sacarme de la cabeza por
meses. Las cosas estaban yendo bien. Todo se sentía bien en el
mundo. Luego, de la nada, me gritó y me dijo que me fuera a
la mierda.
—¿Qué mierda acaba de pasar? —grité a Kendall
mientras se alejaba.
No se dio la vuelta ni respondió. Mi lobo quería
perseguirla y obligarla a que me lo dijera, pero no iba a
hacerlo. Necesité todo de mí para luchar contra el impulso.
¿Se fue porque le dije que jugaba al fútbol? ¿Fútbol?
¿Por qué?
Jugar al fútbol era lo más normal que hacía. Me convertí
en un lobo y, a veces, hice cosas horribles. Incluso las
personas que me odiaban, me amaban cuando entraba al
campo de fútbol. Joder, incluso mi madre me amaba cuando
entraba allí.
Durante muchos años mi madre había estado
desaparecida de mi vida. No porque me hubiera abandonado
como mi padre. Sino porque había desaparecido en su propio
mundo. El médico del pueblo, que también era un hada, no
podía decir si era algo mágico o si simplemente se había
vuelto loca.Y las únicas veces que regresaba al mundo era para
animarme bajo las luces los viernes a la noche.
El fútbol fue una de las razones por las que nos hicimos
muy unidos con Cage, mi hermano recién descubierto. El
fútbol es lo que pagó mi salida al mundo exterior. El fútbol, no
mi lobo, me ha dado todo lo bueno en mi vida.
Pero ¿la primera chica que me hizo doler el corazón con
solo mirarla, me odia por tener algo que ver con ese deporte?
¿Por qué no puedo tener un puto respiro?
Parado donde Kendall me había dejado, mis
pensamientos daban vueltas. Mi lobo se estaba volviendo loco.
Quería que me convirtiera tanto que desgarró mi piel. Sin
embargo, no podía dejarlo salir. En medio del campus con
tanta gente alrededor, lo mejor que podía pasar era que alguien
me viera. Lo peor, que dejara un reguero de cuerpos que
demostrara cuánto me había dolido el rechazo de Kendall.
No era solo que Kendall prácticamente me había
escupido en la cara. Era todo. Vivir en el mundo exterior era
difícil. La creciente presión por tener que reprimir a mi lobo y
ocultar mi pasado me estaba afectando.
Además, me costó más de lo que imaginaba sobresalir
en el campo. Había asumido que ser un cambiaforma sería
suficiente. Yo era naturalmente más fuerte y más rápido que
los humanos. Pero resultó que no era tan así. Tuve que trabajar
tan duro como todos los demás para llevar el ritmo, y aún más
si quería mantener mi beca.
Estar aquí no resultó para nada como yo pensaba que
sería. Conocer a Kendall anoche fue la primera vez que pensé
que las cosas estarían bien.
Estar con ella me hizo creer que podía dejar atrás mi
pasado y tener un futuro.
A pesar de lo que mi lobo quería que hiciera, fui tan
amable y considerado como podía serlo con ella. Realmente
no quería arruinar las cosas. Estar con ella me hizo creer que
podría tener la felicidad que veía que todos los demás tenían.
Y todo eso se desvaneció cuando me apuntó con el dedo y
gritó: “¡Joder, no!”.
Me dolió. Me arrancó las tripas. El aullido ensordecedor
de mi lobo amenazó con hacerme caer de rodillas.
Sin embargo, sabía lo que sucedería si lo permitía. Tuve
que pelear con él. Comencé a caminar, dejé el estanque y fui
hacia la calle. Era la que atravesaba el campus. Pero en lugar
de dirigirme a mi pequeño dormitorio, corrí en la dirección
opuesta. Necesitaba alejarme. Necesitaba respirar.
Mi trote se convirtió rápidamente en una carrera.
Mientras corría, mi mente se arremolinaba. Los pensamientos
sobre Kendall se trasladaron a los últimos veintiún años de mi
vida. Había tenido que luchar por todo. Nadie me había dado
nada. Ni siquiera mi madre.
Mientras ella estaba catatónica, me puse a trabajar.
Alguien tenía que asegurarse de que tuviéramos un lugar
donde dormir y comida. A los 14 años, en la única persona en
la que podía confiar era en mí mismo.
La mayor parte del tiempo usaba ropa que era de una
talla más pequeña. No podía permitirme nada más. Y cuando
el primer niño de la escuela lo señaló, le grité por haberlo
mencionado. Nadie se burló de mí después de eso.
Pasé de hacer recados que podrían haberme matado a los
catorce años, a apostar por mí mismo en luchas de lobos a los
20. Siempre había hecho todo lo necesario para sobrevivir.
Si Cage no me hubiera encontrado y no me hubiera
dicho que somos hermanos, probablemente todavía lo estaría
haciendo. En cambio, me presentó a su entrenador
universitario de fútbol americano, tramitó mi beca y me
rescató de ese mundo.
Sin embargo, incluso con lo lejos que había llegado, la
chica de la que me enamoré pensaba que era demasiado difícil
de amar. Tenía que ser por eso que mi madre eligió
desaparecer en su propio mundo y la razón por la que crecí sin
un padre. Era demasiado difícil de amar. Yo era un lobo
rechazado por mi manada y eso era todo lo que iba a ser.
Pensando en eso, todo se volvió demasiado. Mi cabeza
palpitaba y una dolorosa agonía me atravesaba. Sentía que iba
a explotar. Necesitaba liberarla. Pero en lugar de convertirme
como deseaba con cada fibra de mi ser, enfoqué mis ojos en el
siguiente auto estacionado frente a mí y me descargué de la
única manera que conocía.
Pateé la puerta tan fuerte como pude y el metal se dobló
a causa del impacto. No fue suficiente. Necesitaba escuchar un
estallido. Entonces, apretando el puño, golpeé la ventana del
pasajero. No cedía, así que golpeé más fuerte. Finalmente, el
vidrio explotó en mil pedazos.
Aunque sonaba muy fuerte, aún no era suficiente. Le di
una patada a la puerta trasera. Cuando estaba a punto de
subirme al capó y meter el pie por el parabrisas, algo me
detuvo. Era una sirena. Me despertó como si hubiera estado
perdido en un mal sueño.
Miré fijamente el coche y tomé conciencia de lo que
había hecho. Lo había destrozado. Eso estuvo mal. Había
perdido el control de mí mismo y este era el resultado.
—¡Al suelo! —gritó alguien detrás de mí—. ¡Dije que al
suelo!
Acababa de arruinarlo todo. Estaba a punto de perder mi
beca y mi única oportunidad de vivir. Si fuera una persona más
inteligente, hubiera dejado salir a mi lobo y huido de allí. Pero
no lo hice.
Yo lo había arruinado. Había sido quien había
estropeado todo lo bueno que me estaba pasando, nadie más.
Y no iba a luchar contra mi propia autodestrucción.
Como no me puse de rodillas lo suficientemente rápido,
alguien me empujó por detrás. Caí aterrizando sobre los
vidrios rotos. Antes de que pudiera liberarme, alguien cogió
mis muñecas y me puso las esposas. Estaban tan apretadas que
parecía que me cortarían la piel. Nuevamente sentí que mi
lobo quería salir a la superficie, pero lo contuve.
—Tienes derecho a permanecer en silencio —comenzó.
No tuve que seguir escuchando. Ya estaba familiarizado
con todo eso. Iba a ir la cárcel. Como no podía pagar la fianza,
me iban a retener durante dos o tres días hasta que
compareciera ante el juez.
Entonces me sentenciarían. Y a diferencia de cuando era
menor de edad, este crimen me perseguiría por el resto de mi
vida. Yo me había hecho esto. Y para ser honesto, siempre
supe que era cuestión de tiempo hasta que arruinara las cosas
aquí afuera.
Seguí las instrucciones de los oficiales sin oponer
resistencia. En el asiento trasero del patrullero, dejé que mi
mente divagara. Pensé en todas las cosas que me habían
llevado hasta aquí. Pensé en Kendall. De todos mis
arrepentimientos, saber cuánto la había perturbado estaba en la
cima.
Pensé en la primera vez que la vi. En la graduación de
Cage nuestros ojos se encontraron. Ella era la chica más linda
que había visto en mi vida.
Vestida de negro, eso le daba un poco de ventaja. Sus
rizos marrones despeinados resaltaban sus rasgos. Y el hecho
de que completara su look de “me importa un carajo” con
delicados anteojos de montura redonda me dijo que había más
en ella de lo que mostraba a los demás.
Había más en mí de lo que mostraba a los demás. Y no
era solo que yo fuera un hombre lobo, incluso los de mi
especie me rechazaban por ser el matón que organizaba luchas
de lobos por dinero. La persona que ellos conocían estaba lista
para deshacerse de cualquiera que la mirara raro. ¿Qué puedo
decir? Tenía una mecha corta, incluso para un lobo.
Pero no siempre fui así. Hubo un tiempo en el que todo
lo que quería era que alguien me abrazara y me dijera que todo
estaría bien. Esa persona aún estaba en alguna parte y cuando
vi a Kendall por primera vez luciendo tan vulnerable como lo
es, quise hacer eso por ella desesperadamente.
Quizás nadie sería mi rescatador, pero yo quería ser el
suyo. Quería protegerla. Quería darle a Kendall el amor que yo
nunca podría tener. Pero en la primera oportunidad, arruiné las
cosas por ser quien soy.
En la estación de policía, respondí a todas las preguntas
y me acompañaron a mi celda. Había otras dos personas allí.
Una había bebido como una bestia y la otra… bueno, se
parecía a mí, un matón al que se le había acabado el tiempo.
No estaba de humor para hablar y ellos tampoco. Esta no
era mi primera vez en la cárcel, así que, como sabía que estaría
allí por un tiempo, me puse cómodo. Me sorprendí cuando un
policía apareció al otro lado de los barrotes y dijo mi nombre.
—¿Nero Roman?
—Soy yo.
—Pagaron fianza. Vamos.
Me levanté con la seguridad de que se había equivocado.
Pero si me iban a dejar salir por un error de archivo, estaba
bien para mí. En el camino de regreso al mar de escritorios,
exploré la habitación y vi a alguien a quien no esperaba ver.
Quin era la novia de mi hermano y se veía bastante asustada.
Teniendo en cuenta que el padre de Quin tenía más
dinero que Dios y que ella creció protegida de la realidad de
los cambiaformas, no era de extrañar que estar en una estación
de policía la hiciera parecer como si estuviera a punto de
orinarse encima. La única pregunta era qué estaba haciendo
allí. No había realizado mi única llamada telefónica. No
imaginaba que alguien me ayudaría.
Cuando estuve a su alcance, Quin me abrazó. Su abrazo
fue genuino y apretado.
—Jesús, Nero, ¿qué pasó? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y
por qué no me llamaste?
Estaba a punto de responder cuando alguien a quien
conocía entró por la puerta, mi compañero de cuarto, Titus. Él
era un hombre lobo que conocía de mi hogar natal. Las
mismas dos personas con las que yo contaba, Quin y mi
hermano, lo habían motivado a asistir a la Universidad de East
Tennessee. Se me acercó y me abrazó también.
—¿Qué mierda está pasando, hombre? ¿Y por qué
tuvimos que enterarnos de que estabas aquí por el tío de
seguridad del campus?
—No es nada —les dije—. Acabo de romper un poco un
coche.
—¿Romper un poco? —preguntó Quin alejándose—.
Dijeron que rompiste una ventana y un par de puertas.
—Como dije, lo rompí un poco —dije con un atisbo de
sonrisa.
—¿Por qué? —insistió Quin, frunciendo su tierna cara
nerd.
Pensé en Kendall y en cómo me había dicho que me
fuera al carajo.
—No quiero hablar de eso. ¿Podemos irnos de aquí?
—Sí, vine en coche —dijo Titus pasando sus dedos por
su pelo desgreñado color café—. Está estacionado enfrente.
Vamos.
Los tres nos dirigimos a la camioneta de Titus y
regresamos al campus en silencio.
—¿A dónde vamos? —preguntó Titus mientras nos
dirigíamos hacia Campus Lane—. ¿Acerco a todos o vamos a
la casa de Quin para hacer nuestra carrera habitual de los
domingos?
Estaba a punto de pedirle que me llevara a nuestro
dormitorio cuando Quin me interrumpió.
—Vamos a mi casa. Cage ya está conduciendo hacia allí
y querrá escuchar lo que pasó. Puede ser antes de que nos
desahoguemos con la transformación.
—No le dijiste a Cage, ¿verdad? —pregunté a Quin
sintiendo un dolor en mi pecho de solo pensarlo.
—Fue la primera persona a la que llamé después de que
Titus me lo contó.
Miré a Titus enojado.
—Mira, el de seguridad del campus me dijo que habías
destruido uno de sus autos y que estabas en la cárcel. ¿A quién
más debía llamar? Él es el único que podría conseguirte un
abogado.
—¿Llamaste a un abogado? —pregunté a Quin.
—No tuve que hacerlo. Cage llamó a la escuela y pudo
arreglar las cosas. Todavía tiene algo de influencia por
haberles ganado esos campeonatos nacionales. Entonces, todo
lo que tuve que hacer fue pagar tu fianza y sacarte.
—Entonces, ¿no voy a perder mi beca?
—No dije eso. Pero estoy segura de que Cage te dirá
todo lo que necesitas saber al respecto. En serio, Nero, ¿en qué
estabas pensando?
No respondí.
—¿Así que vamos a la casa de Quin?
Miré por la ventana resignado.
— Sí.
—Genial. Lou me dijo que no tenía planes esta noche,
así que también irá —dijo Titus con una sonrisa.
Quin y yo lo miramos.
—¿Qué? Ella y yo somos amigos. Sé que ninguno de
ustedes tiene mucha experiencia en tener amigos pero,
créanme, pasar el rato con amigos es algo que la gente hace.
Lo miré a Quin. Ambos pensamos lo mismo. Los dos
pasaban mucho tiempo juntos.
Sabía que ser amigo de una chica, humana o no, no
quería decir nada. Y Titus era considerado un tipo muy
amistoso sin importar lo que fuera. Pero sin dudas se veían
muy enamorados.
Desafortunadamente, Titus era un cambiaforma y Lou
era humana, por lo que las cosas entre ellos probablemente
nunca funcionarían. Incluso en mi hogar, donde los lobos, las
hadas y los humanos vivían juntos, tendíamos a apegarnos a
los de nuestra propia especie.
Pero ¿qué sabía yo? ¿Y quién era yo para hablar? Me
había enamorado de Kendall y ella probablemente era tan
humana como Lou. Joder, yo era la última persona que debería
estar hablando de lo que funciona y lo que no en las
relaciones.
Estacionamos frente al elegante dormitorio de Quin,
subimos las escaleras y Lou nos recibió.
—Trajiste al criminal —dijo mirándome—. ¿Qué
terminó siendo? ¿Robo a mano armada? ¿Daño a la propiedad
privada?
—¿Cómo sabes lo qué es el daño a la propiedad
privada? —preguntó Titus.
—Veo La ley y el orden. Sé de esas cosas.
Quin intervino:
—No creo que Nero quiera hablar de eso. Entonces…
—Fue el clásico romper la ventana y robar, ¿no? Mira,
no creas que porque eres algo así como un lobo malo vas a
conseguir que me enamore de ti. Me gustan los chicos buenos.
Abrí la boca para responder.
—Está bien, podemos salir. Pero si me dejas embarazada
después de hacer el amor en una noche de borrachera, voy a
tener al bebé y no lo voy a criar sola.
Miré a Lou aturdido y luego me reí. Todos lo hicimos.
—Hablo en serio, hombre. No voy a criar a Nero junior
sola.
—Está bien, lo prometo —dije de repente sintiéndome
mejor acerca de todo.
Titus dijo:
—Ahora que lo hemos dejado asentado, ¿cómo están
para un juego de Wavelength mientras esperamos a Cage?
Wavelength era nuestro juego favorito del domingo por
la noche mientras esperábamos a Cage.
A la hora de formar parejas, Titus eligió a Lou, por
supuesto, y yo me asocié con Quin. Luego de un par de
rondas, las cosas iban bien. Entonces llegó Cage.
Mi hermano estaba cabreado. No podía culparlo.
—¿Por qué diablos destrozaste un coche de seguridad
del campus?
—¿Era un coche de seguridad del campus? —pregunté.
—¿No lo sabías?
—No estaba en contra de nadie en particular.
Simplemente estaba enojado. ¿Hubieras preferido que me
convirtiera y matara a un montón de personas?
Cage se quedó congelado y me miró fijamente. Se había
convertido por primera vez mucho después que la mayoría de
los lobos y eso fue hace menos de un año. Y aunque su lobo
era el más poderoso con el que había luchado, no pretendía
saber todo acerca de ser un cambiaforma. Así que cuando
volvió a hablar, estaba mucho más tranquilo.
—¿Por qué estabas enojado?
—Por nada —dije sin querer hablar de eso realmente.
—No lo quieres decir, ¿eh? Bueno, tendrás que hablar de
eso. La escuela va a aceptar que pagues los daños en lugar de
presentar cargos.
—No tengo el dinero.
—Tú eres quien lo destruyó. Tú serás quien pague por
ello.
—Yo podría prestártelo —se ofreció Quin.
—No necesito tu dinero —respondí toscamente.
—Mira, Nero. Solo está tratando de ayudar.
—No necesito su ayuda. No necesito la ayuda de nadie.
—Teniendo en cuenta que fue ella quien te sacó de la
cárcel, eso no es del todo cierto, ¿verdad?
Me callé porque sabía que Cage tenía razón. Tan pronto
como dejé de hablar, Cage también lo hizo. Con mucha más
simpatía en sus ojos, se acercó a mí y me cogió de los
hombros.
—Nero, tienes mal carácter y tendrás que controlarlo.
—Eso intento.
—Sin embargo, mi novia tuvo que sacarte de la cárcel
hoy.
—No sé qué decir —admití.
Cage me miró fijamente. Supongo que tampoco sabía
qué decir.
—Pensaré en algo. Hablaré con la escuela y veremos
qué se nos ocurre. No te preocupes, solucionaremos esto.
Estoy aquí para lo que necesites, hombre. No voy a ninguna
parte.
—Ninguno de nosotros lo hará —agregó Titus.
—Sí —acordó Quin.
Miré a las personas que me rodeaban y me limpié una
lágrima de los ojos. Quizás todo estaría bien. Quizás no estaba
tan solo como pensaba.
—¿Deberíamos ir a correr? —preguntó Cage mirando a
los demás hombres lobo.
Ellos asintieron.
—¿Quién viene conmigo en el coche? —preguntó Titus
mirando a Lou y despidiéndose con una sonrisa.
Titus y yo seguimos a Cage y Quin mientras
serpenteaban por las estrechas carreteras del condado. A unos
treinta minutos afuera de la ciudad, estacionamos nuestras
camionetas y miramos a nuestro alrededor.
—¿A todos les parece bien? —preguntó Cage
chequeándolo con nosotros.
Todos estuvimos de acuerdo y luego nos desnudamos.
Era una noche fría. Afortunadamente, la conversión me hizo
entrar en calor. Cuando todos nos transformamos en lobos, el
lobo de Cage se volvió hacia el mío. Por lo general, mi lobo se
marchaba tan pronto como lo soltaban y todos tenían que
correr para alcanzarlo.
Esta vez no fue tan rápido para escapar. Fue como si se
hubiera sentido mal por lo que estaba pasándome y estuviera
cediendo el control. No me estaba devolviendo las riendas.
Pero se las estaba entregando al lobo de Cage. Y tan pronto
como supo que las tenía, el lobo de Cage despegó llevándonos
en una carrera salvaje a la luz de la luna.
Capítulo 3
Kendall

—¡Ahhhh! —grité al despertarme.


Miré alrededor. Estaba en mi cama y era de mañana.
Cory estaba sentada mirándome. Parecía sorprendida.
—Fue sólo un sueño —me dije a mí misma—. Eso es
todo.
—¿Evan Carter? —preguntó Cory de manera lenta y
relajada.
—Evan Carter —admití.
—Maldito Evan Carter —dijo mi compañera de cuarto
haciéndome sentir un poco mejor.
Me recosté y traté de calmarme. No podía decir que las
pesadillas empeoraban, pero tampoco mejoraban.
Evan Carter fue el jugador de fútbol que hizo mis años
escolares un infierno desde el primer año. Había algo en mí
que él no podía soportar. Siempre supuse que era porque era
un imbécil de polla chica que atacaba a cualquiera que no
supiera cómo encajar. Pero para ser honesta conmigo misma,
yo no estaba intentando encajar en ningún lado.
Experimenté con el color de mi cabello, usando un
maquillaje extravagante y con el tipo de ropa que usaba.
Quizás vestirme como un chico durante meses fue demasiado
para él. No estaba luchando para derribar el patriarcado ni
nada por el estilo. Solo que siempre me había sentido diferente
de todos los demás y estaba tratando de averiguar quién era
yo.
Para que lo sepan, no era una chica que usara vestidos o
maquillaje extravagante. Y no era porque Evan Carter pudiera
intimidarme ni un poco si lo hacía. Simplemente no era lo mío.
Pero llegó el momento en que los fanáticos del fútbol ya
no pudieron soportar mis elecciones de look. Me dijeron que si
quería actuar como un chico, me tratarían como tal.
A partir de ese momento, me empujaban cada vez que
me cruzaban en los pasillos. Estaba almorzando o sentada
tranquilamente en clase y mi cabeza se sacudía luego de sentir
el escozor de una palma abierta.
Y todos los días me metían en el vestuario de los chicos
cuando ellos estaban cambiándose.
Aprovechaban cada oportunidad que tenían para
humillarme frente a la mayor cantidad de personas posible. La
peor parte es que nunca pude anticiparme a sus ataques. Llegó
al punto en que pasaba todo el día escolar revisando las
habitaciones.
Cuando veía a uno, tenía que hacerme lo más invisible
posible. Si me veían, podían atacarme o no. Siempre era
aleatorio. Pero cuando decidían que era mi día infernal, no
estaba a salvo en ningún lado.
Y cuando no era abuso físico, se burlaban de mí
constantemente por mi pecho plano. Sé que todos los cuerpos
son hermosos, pero nadie necesita que le recuerden algo así
todos los días.
Además, si escucho la palabra “tortillera” una vez más,
creo que me voy a volver loca. Tendría sentido si realmente
me gustaran las mujeres, pero no es el caso. Simplemente me
vestía de esa manera… lo que no me benefició mucho cuando
las chicas se me acercaban creyendo que era lesbiana.
Para el último año, lloraba mientras me vestía por la
mañana sabiendo que lo que me estaba poniendo provocaría la
ira de Evan.
Llegué al punto en el que ni siquiera quería vestirme así.
Pero lo hacía de todos modos porque… no lo sé. Supongo que
me negaba a actuar como los demás cuando no me sentía igual
a ellos. Pero ¿quién sabe por qué?
Sin importar la razón, continué vistiéndome así y apenas
tenía ganas de vivir cuando terminé la escuela secundaria. Y
durante las primeras semanas en la universidad, no podía estar
más feliz. Pensé que estar a cien millas de distancia dejaría
atrás todo lo que había sucedido. Pero entonces comenzaron
las pesadillas.
Por supuesto, siempre las había tenido. Pero ahora se
habían agudizado y concentrado en una sola persona: Evan
Carter. Él era el líder del grupo.
Sigo pensando en que si no fuera por ese idiota, los
demás me habrían dejado en paz.
Supongo que nunca voy a estar segura de eso, pero lo
que sí sé es que, en la secundaria, perdí las batallas y la guerra.
No solo vivía ese infierno todos los días, sino que Evan Carter
era el dueño de una propiedad inmobiliaria que renté años
después. Fue una mierda.
La parte realmente desagradable era que, hasta anoche,
parecía que las pesadillas habían comenzado a desvanecerse.
Solía tenerlas un par de veces a la semana. Cory sabía todo
eso. Y por la cantidad de veces que desperté gritando, es
increíble que aún quisiera ser mi compañera de cuarto.
Hasta antes de anoche, habían pasado dos semanas
desde mi último concierto de gritos. Estoy totalmente segura
de saber qué lo desencadenó. Había besado a un jugador de
fútbol. Pensarlo casi me hacía vomitar. Claro, Nero no se
parecía en nada a Evan Carter o a cualquiera de sus imbéciles
amigos, pero aún así…
Los futbolistas hicieron de mi vida una pesadilla infernal
de proporciones épicas desde que tenía 14 años. Amenazaron
mi voluntad de vivir. Me despierto gritando y empapada en
sudor a causa de ellos. No quería besar a un jugador de fútbol
ahora.
—¿Vas a clase? —preguntó Cory desde su cama.
—¡Oh, mierda! —exclamé recordando mi clase del
lunes por la mañana.
Mi profesor tenía que ser un sádico. ¿Quién programa
una clase un lunes a las 8 am? Es ridículo. Pero si quería
convertirme en psicóloga clínica, necesitaba especializarme en
psicología y tenía que cursarla.
Salí de la cama y me vestí rápidamente. Me alisté,
cargué mi mochila y me apresuré a salir. Llegué tarde a clase,
pero la tardanza estaba dentro de la curva de las 8 am.
—Hoy completarán el T.E.T., el Test de Empatía de
Toronto. No solo nos introducirá en la discusión acerca de la
empatía, sino que también les dirá a los aspirantes a terapeutas
si son aptos para realizar el trabajo —dijo mi profesor de
repente, captando mi atención.
Tenía muchas ganas de ser terapeuta. Era lo único que
había querido desde que tenía 12 años. Había leído un libro de
introducción a la Psicología de principio a fin cuando tenía 15
años porque estaba muy interesada en el tema. Necesitaba
aprobar ese test.
Cuando deslizaron el papel frente a mí, vi que no era
muy largo. Las preguntas también eran bastante básicas. Le
puse mi nombre y comencé.
Cuando alguien está emocionado, yo suelo estar
emocionado/a: ¿Nunca, a veces o siempre?
Fácil. Puede que lo oculte bastante bien, pero siempre lo
hago.
Las desgracias de otras personas no me perturban
mucho: ¿Nunca, a veces o siempre?
De nuevo, fácil. Nunca… por lo general.
Quiero decir, si se tratara de una persona normal, a quien
supongo que se refiere esta pregunta, nunca me haría sentir
bien la desgracia de otra persona. Pero digamos que Evan
Carter es atropellado por un autobús. No estoy sugiriendo que
se muera… necesariamente. Solo estoy imaginando cómo
sería si sintiera una mínima fracción del dolor que me causó
durante cuatro años.
La pregunta no puede referirse a situaciones como esa,
¿verdad? ¿O sí? ¿El cuestionario trata de desenterrar los
pensamientos más oscuros? ¿Es mi falta de empatía por el
psicópata que me torturó lo que me convertirá en una mala
terapeuta?
Me quedé mirando la pregunta paralizada. No podía
superarlo. No podía creer que después de todo lo que me hizo
pasar, sus resonancias pudieran impedirme ser buena en lo
único que siempre me importó.
—Por favor, entreguen sus test —dijo el profesor
sacándome de mi trance.
—No he terminado —dije a la chica que me quitó el
papel y pasó la pila.
Ella se encogió de hombros registrando apenas mi lucha
interior. Sabía con certeza que esa reina insensible sería una
terapeuta horrible. ¿Pero qué hay de mí? ¿Era la empatía tan
importante en realidad?
No tuve que esperar mucho para obtener la respuesta a
esa pregunta. Dos días después, el profesor me pidió que lo
viera antes de irme.
—Al comienzo del semestre les pregunté a todos cuáles
eran sus objetivos en relación a la clase —comenzó el profesor
Nandan.
—Sí. Y dije que quería convertirme en terapeuta, porque
es lo que quiero.
Me miró confundido.
—Correcto. Lo que me hace preguntarme por qué harías
esto en un test diseñado para determinar tu nivel de empatía —
dijo antes de colocar mi hoja sobre el escritorio.
—Lo sé, no lo terminé.
—No. Pero no estoy hablando de eso —dijo colocando
su dedo junto al garabato que había dibujado en la esquina
superior derecha del papel.
Al mirarlo de nuevo, me di cuenta de que era menos un
garabato y más un boceto. Sabía que dibujaba cosas cuando
estaba aburrida, y que no siempre eran imágenes felices. Ese
dibujo definitivamente no era muy feliz y tenía un mensaje
que era difícil pasar por alto.
—¿Dibujaste a un jugador de fútbol colgado de una soga
en el test de empatía? ¿Hay algo de lo que le gustaría hablar,
señorita Seers?
Mi boca se abrió cuando miré al hombre de rostro
redondo frente a mí. No había dudas de qué lo había inspirado.
Maldito Evan Carter.
—Está bien, puedo explicarlo —comencé sin saber qué
diría a continuación.
—Continúa —instó pacientemente.
¿Iba a mentir? ¿Le diría la verdad? Me sentía en un
callejón sin salida.
—Podría tener un problema con los jugadores de fútbol.
—¿De verdad? —dijo con sarcasmo.
—Y podría haber tenido un mal sueño con uno de ellos
justo antes de venir a clase.
—¿Y quieres hablar de ese sueño?
—Realmente no. Fue una pesadilla bastante común.
Mucha persecución. Carreras. Ya sabes, lo de siempre.
—¿Y luego viniste aquí y dibujaste esto… en un test de
empatía?
—Eso parece —dije con una sonrisa incómoda.
El profesor Nandan se reclinó en su silla y me miró
fijamente. No podía decir lo que estaba pensando, pero no
podía imaginarme que fuera algo bueno.
—La forma en que lidiamos con el trauma infantil es
única para cada uno de nosotros —comenzó—. Algunos
optamos por evitarlo. Pero la estrategia más eficaz para tener
una vida sana y feliz es enfrentando nuestros problemas.
—¿Estás sugiriendo que debería ver a un terapeuta?
—No estaría de más. Pero lo que demuestran las
investigaciones es que la forma más efectiva de lograr empatía
hacia un grupo de personas es humanizándolas.
—No creo que los jugadores de fútbol no sean humanos.
Solo son lo peor que puede existir.
El profesor me miró con extrañeza.
—Correcto. ¿Pero aceptas que no todos los que
comparten un rasgo son iguales? No todos los jugadores de
fútbol son iguales. Al igual que no todos los estudiantes que se
visten con pulseras negras con tachas son iguales. Todos
somos individuos únicos.
—¿Qué estás sugiriendo? —pregunté sintiendo apretarse
un nudo en mi pecho.
—Te sugiero que conozcas a un jugador de fútbol. Creo
que si ves su individualidad, podría ser de gran ayuda para
cambiar cualquier sentimiento negativo que tengas hacia ellos.
Incluso podría ayudarte en relación a tus sueños.
—¿Y cómo debería conocer a un jugador de fútbol?
—Curiosamente, hay un programa que he estado
intentando implementar desde hace algunos años. Es una
especie de tutoría. Los estudiantes avanzados se reúnen con
estudiantes de primer año que están teniendo dificultades para
adaptarse a la vida universitaria con el fin de brindarles su
apoyo. Teniendo en cuenta que tu objetivo es convertirte en
terapeuta, esto podría ser muy bueno para ti.
—Eso suena genial. Pero supongo que lo que no estás
diciendo es que yo sería la consejera de un jugador de fútbol.
—Hay uno que se ha metido en problemas por su
comportamiento. Y en lugar de expulsarlo de la escuela y del
programa de fútbol, la universidad pensó que algo así sería
útil.
Miré a mi profesor. ¡La peor idea que se le podía ocurrir!
No todo el programa. La parte de la tutoría sonaba muy bien.
Pero la parte en la que me encerraban en una habitación con
uno de esos psicópatas lanzadores de cerdos era una locura.
¿Estaba intentando hacer que me maten? Tan pronto
como se cierre la puerta y nos quedemos solos, este tipo se
dislocaría la mandíbula y me tragaría entera. Luego de
devorarme, probablemente se escaparía a Washington DC y
crecería de tamaño hasta que, con la cola envuelta alrededor
del Monumento a Washington, se comería al presidente y
convertiría a los Estados Unidos en una dictadura
demoníaca… ¿o estaba exagerando?
—Sí —dije antes de que la respuesta se registrara en mi
cerebro—. Lo haré.
—¿Lo harás?
—Eso parece.
—¿Estás segura?
—No. Pero sí. Mira, quiero ser una buena terapeuta
algún día. Mierda, no solo quiero ser buena. Quiero ser genial.
Quiero ayudar a la gente. Quiero que los niños no tengan que
pasar por lo que yo pasé cuando crecía. Y si eso significa
enfrentar mi problema con cierto grupo de demoníacos
chupadores de almas, lo haré.
El profesor Nandan me miró inquisitivamente.
—Estoy bromeando… en su mayor parte. Pero lo digo
en serio. Puedo hacer esto. Y tienes razón. Enfrentar mi
problema es la mejor manera de resolverlo.
—Entonces lo organizaré. Gracias por esto. Si funciona
entre tú y él, podríamos lograr que muchas personas reciban
ayuda en los próximos años —dijo con una sonrisa.
—En otras palabras, ¿sin presión?
Él se rio.
—Sin presión. Solo sé tú misma. No se trata de darle las
respuestas. Se trata de estar ahí para él y prestarle tu oído
cuando lo necesite.
—Puedo hacer eso.
—Lo harás muy bien —dijo antes de prometer que me
enviaría un correo electrónico con toda la información y
despedirse.
Lo bueno es que nadie realmente necesita dormir para
mantener la cordura. Si fuera así, me habría metido en muchos
problemas. Porque acostada en la cama en la oscuridad, solo
podía pensar en todo lo que Evan Carter y sus compañeros de
equipo me hicieron en la secundaria.
No sabía en qué estaba pensando cuando acepté hacer
esto. Ser consejera de un jugador de fútbol era una mala idea,
una muy mala idea.
Sin embargo, eso no me impediría seguir adelante.
¿Quién era yo para rechazar una mala idea?
Mientras caminaba hacia el lugar de reunión acordado,
empapé de sudor mi ropa. Estaba teniendo un ataque de pánico
total. Nos reuniríamos en la guarida de la serpiente, la
instalación de entrenamiento del equipo de fútbol. Pero al
menos mi profesor estaría allí conmigo.
—¿Estás lista? —preguntó tan emocionado como yo
aterrorizada.
—No, pero estoy aquí. Hagámoslo.
El profesor Nandan puso su brazo alrededor de mis
hombros y me condujo a la habitación. La bestia estaba
sentada de espaldas a mí. Lo curioso fue que reconocí su
espalda. Era inconfundible. Y cuando se volteó y pude
vislumbrar esos pómulos que estaban para morirse, pensé que
era una broma cruel.
—¿Tú? —pregunté aturdida.
—¿Ustedes dos se conocen? —preguntó el profesor.
Nos miramos el uno al otro. No supe qué responder.
—Nos conocemos —respondió Nero.
—Espero que sea algo bueno —sugirió mi profesor.
Nero me miró de nuevo.
—Sí —confirmó dejando que mi profesor respirara.
—Entonces tal vez no necesito presentarlos. Pero, Nero
Roman, ella es Kendall Seers. Kendall, Nero es una estrella de
fútbol muy prometedora.
—No estoy seguro de eso —intervino rápidamente Nero.
—Te he visto jugar. Eres muy bueno —dijo
efusivamente el hombre mayor.
—Gracias —dijo Nero mirando a otro lado tímidamente.
—Y Kendall es una de mis estudiantes más
prometedoras.
—Lo soy —confirmé—. Probablemente la mejor.
No tengo idea de por qué dije eso. Pero rompió la
tensión. Al menos para esos dos.
—No estoy seguro de eso —bromeó mi profesor—. Pero
ella es muy buena. Estarás en buenas manos. ¿Los dejo a solas
para que se conozcan?
—No veo por qué no —dijo Nero mirándome como si
no le hubiera escupido en la cara y le hubiera pateado tierra
mientras me alejaba la última vez que lo vi.
—Muy bien. Entonces me voy —dijo el hombre
resplandeciente antes de dejarnos solos y cerrar la puerta
detrás de él.
Ambos nos miramos. Habría sido lo peor del mundo si
no fuera extremadamente sexy. En serio, ¿cómo puede alguien
ser tan guapo? El chico rezumaba sexo. Imaginé cómo se vería
desnudo.
—¿Entonces, de qué quieres hablar? —preguntó
sonriendo. Dios, tenía una gran sonrisa.
Pensé que estaba sudando antes. Ahora estaba
prácticamente parada en un charco.
—¿Tienes calor aquí? —pregunté—. ¡Lo digo en serio!
¿Hace calor aquí? ¿Quieres que nos vayamos? Salgamos de
aquí. Necesito un poco de aire fresco. No puedo respirar aquí
adentro.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
—Solo necesito dar un paseo. ¿Podemos dar un paseo?
—Como tú quieras —dijo chorreando su encanto sureño
de pueblo.
Salimos de las instalaciones de entrenamiento y
caminamos de regreso al campus en silencio. A mitad de
camino me di cuenta de que no iba a poder huir más, así que
me dirigí a un banco y me senté. Nero se sentó a mi lado.
Podía olerlo. Olía a cuero y almizcle. El olor hizo vibrar la
carne entre mis piernas. ¿Por qué me estaba excitando un
jugador de fútbol?
—¿Cómo lo supiste?
—¿Cómo supe qué? —pregunté todavía sin mirarlo.
—Que este era mi lugar favorito. No recuerdo habértelo
dicho la noche que nos conocimos.
—¿Este es tu lugar favorito? —pregunté finalmente
volviéndome hacia él.
—Sí. Descanso aquí todos los días después del
entrenamiento. Siempre entreno mucho, ya sabes. Todo suele
ser demasiado. Así que este es el banco en el que me siento a
pensar.
Miré a mí alrededor. No había pasado mucho tiempo en
este rincón del campus durante mis años aquí. Pero era un
lugar hermoso. Había más árboles que en cualquier otra parte.
Y con las hojas de otoño coloreadas cubriendo el suelo, la
escena parecía una postal.
—¿Qué es lo que resulta ser demasiado? —pregunté de
repente sintiéndome más tranquila.
La sonrisa de Nero desapareció.
—Dímelo tú. Entrenamiento. Clases. Adaptarme a todo.
Tener sentimientos que probablemente no debería tener.
Me quedé mirando a Nero mientras me preguntaba
cuáles eran esos sentimientos.
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿Qué?
—¿Finges ese acento sureño que tienes?
Nero se movió incómodo. No creo que estuviera
preparado para la pregunta.
—No tienes que decirme si no quieres.
—No es que no quiera decírtelo —. Nero hizo una
pausa, miró el cielo alrededor y respiro profundo— Déjame
invertir la pregunta. ¿Finges esa tensión de “no me gusta
nadie”? Porque cuando hablamos en la fiesta, eras totalmente
diferente.
Lo miré como una cierva atrapada por linternas.
—Estaba muy borracha esa noche.
—¿Eso no significa que estabas siendo realmente tú
misma?
Lo miré sin decir nada. Estaba diciendo lo que yo temía
que fuera cierto. Y lo peor era que todavía no recordaba todo
lo que había hecho esa noche. Era posible que él supiera cosas
de mí que yo no sabía de mí misma.
—No estamos aquí para hablar de mí.
—Lo entiendo. Solo estaba tratando de demostrarte que
no es que no quiero responder a tu pregunta.
—Es que no sabes la respuesta. ¿No sabes si tu encanto
es fingido? —sugerí.
—Hay muchas cosas que no sé de mí mismo todavía.
¿Eso es malo?
Nero me miró con dolor en los ojos. Parecía un tipo que
luchaba intensamente contra sí mismo. Me dolía el corazón
por él.
—¿Qué significa “bueno” o “malo”? —pregunté con
simpatía.
—Bueno, lo primero es algo que está bien. Y lo otro es
algo que está mal —explicó como si estuviera avergonzado de
que yo no supiera la diferencia.
Lo miré fijamente sin saber si estaba hablando en serio o
no hasta que dejó de actuar y se rió. Yo también me reí.
—Oh, eso lo explica. No lo había visto de esa manera
—bromeé.
—De nada —dijo sonriendo.
Aunque su encanto fuera un acto o no, había funcionado
en mí. No sé cómo, pero lo había logrado. De repente me
sentía mucho más relajada.
—Vale, ahora que has derramado un poco de sabiduría,
tal vez podrías decirme cómo llegaste aquí.
—¿Aquí?
—Ya sabes, a tener que pasar el rato conmigo.
—¿Suerte?
Me reí.
—Lo digo en serio.
—Yo también —dijo exagerando.
—No, venga. Se supone que estoy aquí para ayudarte.
Mi profesor dijo que tuviste un incidente…
Nero miró hacia abajo y el hechizo se esfumó.
—Sí, tuve un encontronazo con un coche.
—¿Qué quieres decir?
Nero me miró vacilante.
—A veces necesito descargarme. Y cuando lo hago, no
siempre tomo las mejores decisiones.
—Entonces, cuando dices que tuviste un encontronazo
con un coche, ¿quieres decir que…?
—Pude haberme sacado algo de frustración con él.
—¡Oh!
—Golpeé un par de puertas, rompí una ventana…
—¿Por qué?
Nero me miró fijamente por un momento y luego desvió
la mirada.
—Hay momentos en que no me siento yo mismo y las
cosas pueden salirse de control.
—¿Siempre has sido así?
—Últimamente más. Pero sí.
A pesar de todo su encanto, no tenía dudas de lo que
veía. No era un monstruo. Era un chico que sufría mucho. Me
rompía el corazón.
—Las cosas también me sobrepasan, a veces.
—¿Sí? —dijo mirándome con una repentina luz en su
mirada. —¿Qué quieres decir?
—Quiero decir… como cuando te dije lo que te dije.
—Oh —dijo decepcionado—. Oh —repitió, esta vez
mirando hacia abajo y perdiéndose en su memoria.
No había dudas del dolor que le provocó.
—Sé que nunca lo adivinarías, pero tengo algo en contra
de los jugadores de fútbol.
Nero sonrió.
—Creo que me di cuenta de eso. ¿Por qué?
A pesar de lo cómoda que me estaba empezando a sentir
junto a él, todavía no estaba lista para hablar de eso.
—¿Qué tal si no hablamos de mí?
—Entonces, ¿de qué deberíamos hablar?
—¿En qué te va bien en este momento?
—Hasta ahora, el día de hoy me está yendo bastante
bien —dijo recuperando su encanto.
—Vamos…
—Así es. Y supongo que puedo decir que en el fútbol
me va bien.
—¿Qué significa eso? ¿Has atrapado muchos pases o
algo así?
—Sí, juego de corredor, lo que significa que mi trabajo
es atrapar pases y correr por el campo. Lo he estado haciendo
mucho.
—Suena genial —dije mostrando tanto entusiasmo como
podía.
—No tienes idea de lo que eso significa, ¿verdad?
—No, algo de idea tengo. Atrapar… Pasar… El campo
de fútbol es esa gran cosa verde con rayas, ¿verdad?
Nero se rio. Tenía una risa agradable.
—Sí. Así es el campo de fútbol. Tengo una idea. Quieres
conocerme, ¿verdad?
—Con fines profesionales —respondí dejando en claro
que no quería seguir adelante en otro sentido.
Trató de ocultar su decepción. Sé que no tenía ser así,
pero que esté decepcionado se sintió como una carga.
—Bien, con fines profesionales. Entonces deberías
empezar por venir a ver un partido.
Todos mis miedos hacia los jugadores de fútbol
regresaron rápidamente.
—No lo sé.
—Deberías. Puedo conseguirte entradas. ¿Quieres llevar
a alguien, tal vez a tu novio? —preguntó Nero vacilante.
—¿No estaba borracha tratando de besarte hace un par
de noches?
—Recuerdo algo así —dijo sintiéndose bien consigo
mismo.
—Entonces, ¿qué te hace pensar que tendría novio?
—No sé. Quizás tienes una relación abierta o algo así.
—Ah, no —dije con firmeza.
—Entonces, ¿irás? ¿Quieres sentarte con mi hermano y
su novia? Los dos son muy agradables. Y mi hermano solía
jugar fútbol aquí así que puede explicarte todo lo que necesitas
saber sobre el deporte.
—Entonces, ¿tu hermano es un exfutbolista?
—Uno de los mejores en la historia de la Universidad
East Tennessee —dijo Nero con una sonrisa.
—Supongo —dije todavía tratando de hacerme la idea.
—¿Entonces, irás?
Lo pensé por un segundo. Antes de que pudiera
decidirme, me escuché a mí misma decir: “Sí”. Mi boca tenía
mente propia últimamente.
—¡Genial! —dijo con deleite.
Su entusiasmo era genuino. Me gustaba brindarle
alegría. Se sentía muy bien saber que yo lo había causado.
Entonces, aunque no estaba segura de lo que hacía, iría a ver
un partido de fútbol. ¿En quién me estaba convirtiendo? ¿En
quién me convertiría si pasara tiempo con Nero?
Capítulo 4
Nero

Si hubiera sabido que destrozar un coche me haría pasar


tiempo con Kendall, lo habría hecho hace mucho tiempo.
Mirarla a los ojos cuando todavía no era capaz de olerla me
produjo algo a mí y a mi lobo. Puso a nuestros cerebros en
llamas.
Mi lobo normalmente se ponía inquieto por las cosas
que no podía entender, pero cerca de ella se sentía excitado.
Solo podía pensar en besar a esa misteriosa chica. Quería
deslizar mis dedos por su cabello detrás de su oreja, aferrarla y
apretar mis labios contra los suyos.
—Ey, ¿encontraste tu teléfono al final?
—No. Tuve que comprar uno nuevo.
—¡Qué coñazo!
—Sí.
—Tendré que darte mi número para que tengas algo que
guardar en él.
Kendall me miró con una sonrisa sospechosa.
—Puedo enviarte un mensaje con la información del
partido del sábado.
Me miró de forma adorable y luego cedió.
—Vale.
Estando frente a ella intercambiando números, pensé en
todas las cosas que podría hacerle en lugar de despedirme.
Quería preguntarle tantas cosas.
No hice ni dije nada de eso. Mirándola, mi corazón se
aceleraba. Mi lobo y yo nos sentíamos vivos cuando
estábamos con ella. Era como si el peso de nuestro pasado se
hubiera alivianado.
Mientras pensaba en envolver mis brazos alrededor de
ella y no dejarla ir nunca, me extendió su mano.
—Fue un gusto conocerte… de nuevo —dijo con
profesionalismo.
—Oh. Sí. Fue bueno verte —dije antes de estrechar su
mano y alejarme, aunque todavía me estremecía al hablar con
ella.
Luego de caminar algunos pasos, no pude evitar mirar
hacia atrás, así que eché un vistazo por encima de mi hombro.
La atrapé en el acto. Ella también estaba mirando hacia atrás.
Una ráfaga de calor me invadió. Rápidamente se volteó, y yo
hice lo mismo.
Claramente quería mantener las cosas profesionales.
Podía respetarlo, aunque mi lobo y yo definitivamente no
queríamos eso. Deseaba hacerle cosas que apenas soñaba
hacer con otra chica y mucho menos con una que se veía tan
humana.
Antes de ver a Kendall en la graduación de Cage, me
imaginaba enrollándome con chicas. Pero incluso salir a
buscar algo para comer se sentía como demasiado. Nunca
imaginé que desearía tanto a una de ellas.
Pero quería conocer a Kendall. Quería hablar con ella y
averiguar quién era. Quería besarla. Quería acostarme en la
cama con su cuerpo desnudo entre mis brazos.
Al pensar en ello, inmediatamente me puse duro. Pasaba
muy seguido cuando pensaba en Kendall. No sabía cómo iba a
concentrarme en el partido del sábado sabiendo que ella estaría
allí.
Una cosa segura era que necesitaba jugar el mejor
partido de mi vida. Necesitaba que Kendall me viera en ese
campo y se diera cuenta de que no quería mantener las cosas
profesionales entre nosotros. Una vez que lo hiciera, la
estrecharía entre mis brazos y todo sería perfecto.
Regresé a mi habitación para aliviarme de la tensión que
había acumulado; pero entré y me sorprendí al encontrarla
llena de gente.
—Cage, Quin, ¿qué hacen aquí?
Los dos miraron a Titus.
—Les daré un poco de espacio —dijo Titus dirigiéndose
rápidamente hacia la puerta.
Aún sintiendo la tensión que me generó pasar tiempo
con Kendall, tuve que ocultar el bulto que se extendía por la
parte delantera de mis pantalones.
—Ey, hermano, ¿tienes un segundo para hablar?
—Sí, ¿qué sucede? —acepté poniéndome nervioso—.
No van a decirme que están rompiendo, ¿verdad?
Ambos me miraron conmocionados.
—Dios, no. Las cosas nunca han estado mejor entre
nosotros. ¿Por qué pensaste eso?
—No lo sé. Las cosas han ido tan bien últimamente que
pensé que algo las estropearía.
—¿Las cosas han ido bien? ¿No destrozaste un coche
hace menos de una semana?
—Sí, pero las cosas han mejorado.
—Eso es bueno —dijo Cage antes de mirar a su
silenciosa novia.
—Entonces, las cosas también nos han ido estupendo.
De hecho, Quin y yo estamos pensando en dar el siguiente
paso. Nos gustaría vivir juntos.
Me quedé pensando en lo que dijo. La única razón por la
que pude asistir a la universidad fue que luego de la
graduación, mi hermano se mudó y cuidó de nuestra madre.
Durante los últimos ocho años ese había sido mi trabajo. Pero
Cage, que trabajaba como entrenador de fútbol para la escuela
secundaria local, vivía con ella en nuestra casa rodante. Fue lo
que hizo posible mi nueva vida.
Miré a Quin.
—¿Quieres mudarte a la casa rodante?
—No exactamente —dijo Quin mirando a Cage para
sugerirle que lo explique.
—Quin está pensando en comprar una casa. De esa
manera, no tendrá que quedarse en el hostel de la Dra. Sonya
cuando venga el fin de semana.
—Entonces, ¿quieres mudarte de nuestra casa? ¿Quién
cuidará de mamá? ¿Esperas que vuelva y lo haga yo? —
pregunté sintiendo que se me achicaba el pecho.
Estaba disfrutando de mi nueva vida, especialmente
ahora que Kendall estaba en ella. No estaba dispuesto a dejarlo
todo.
—No. Eso no es lo que estamos tratando de decirte —
explicó Cage—. Te estamos diciendo que Quin está pensando
en comprar una casa en la que todos podríamos vivir. Mamá
tendría una habitación. Y tú también la tendrías.
—Incluso podría conseguir algo con cuatro dormitorios
para que tengamos un lugar donde duerman los huéspedes.
Estoy seguro de que mi padre querrá visitarnos en algún
momento. Vamos a necesitar espacio para él también —dijo
Quin.
—Entonces, ¿vas a comprar una casa de cuatro
habitaciones para tener un lugar donde ligar los fines de
semana? Suena muy lindo.
No quería ser un idiota con Quin por lo rica que era.
Pero siendo un tipo que tuvo que hacer algunas cosas horribles
para sobrevivir a lo largo de los años, me resultó una píldora
difícil de tragar.
—No seas idiota, Nero. Nos ofrece un lugar para vivir
sin pagar renta. ¿No estás cansado de vivir en un lugar sin
privacidad? Quiero decir, ¿cómo hiciste para invitar chicas a
dormir cuando vivías allí? Las paredes son finas como el
papel.
—No invité chicas a dormir —dije sin mencionar por
qué no lo había hecho.
Con mamá como estaba y con todo lo que estaba
pasando en ese momento, mi vida era demasiado. Tendría que
haber sentido algo muy especial por alguien como para
involucrarla en mi vida. Como nunca lo había sentido, nadie
recibió una invitación.
—Bueno, si tienes un dormitorio con una puerta de
verdad, tal vez puedas.
Estuve a punto de responder cuando algo me sobresaltó.
Mis ojos se movían entre ellos.
—Espera. ¿Dónde planeas comprar la casa?
Los dos se miraron de nuevo diciéndome por qué habían
decidido contármelo en persona. Cage miró hacia abajo
incapaz de mirarme a los ojos.
—El único lugar donde puedes encontrar un lugar de ese
tamaño es en la ciudad.
—¿Quieres decir bajo la protección de la barrera mágica
del Dr. Tom?
—No está tan mal. Trabajo bajo su influjo todos los días.
Fuiste a la escuela bajo su influjo.
—Sí. Antes de convertirme por primera vez. Después de
que comencé a convertirme, fue como si no pudiera respirar
debajo de esa barrera.
—Vamos, Nero. No está tan mal.
—¿No está tan mal? Lo dice el tipo que ha sido un
cambiaforma, ¿por cuánto? ¿un minuto? No se puede respirar
debajo de esa cosa.
—No hay aroma. Eso es completamente diferente.
—Sí, lo que sea.
—Mira, Quin se ha estado convirtiendo desde el día en
que nació y está de acuerdo.
—Te acostumbras —confirmó Quin—. En realidad no
está tan mal.
No sabía qué más decirles. El Dr. Tom, el hada más
poderosa de la ciudad había lanzado un hechizo de protección
en el pueblo que resguardaba nuestro aroma de todo lo que
estaba allí afuera y tenía un efecto secundario que solo
afectaba a los hombres lobo. Ahogaba nuestro elevado sentido
del olfato.
Nuestra casa móvil estaba afuera de la barrera. Su
ubicación fue elegida por mi madre mucho antes de que yo
comenzara a convertirme. Pero una vez que lo hice, tener que
pasar por debajo de ella todos los días para ir a mi trabajo de
mierda fue como elegir quedarme ciego. Y realmente cabreó a
mi lobo.
—Mira, Nero, tampoco es que nos guste la idea de vivir
bajo el hechizo.
—Entonces, ¿por qué lo están considerando?
—Porque además de necesitar más espacio, queremos
ser parte de la comunidad. No queremos vivir como lobos
solitarios. Queremos poder decir algo sobre las cosas que están
pasando en nuestra ciudad. Y si lo hacemos, tal vez podamos
hacer que el Dr. Tom la elimine.
Los miré a los dos. Estaba claro que habían tomado una
decisión. Iban a hacer esto sin importar cómo me sintiera al
respecto. Una parte de mí quería discutir con ellos el resto de
la noche, pero había algo importante de lo que necesitaba
hablarles.
—¿Vendrán a ver mi partido el sábado?
Cage se estremeció por mi cambio de tema.
—Por supuesto.
—La persona que me asignaron para el programa de
manejo de ira en el que me pusieron también estará allí. Ella
no sabe mucho de fútbol. ¿Creen que podrían, ya saben,
explicarle algo? Simplemente no quiero que se muera de
aburrimiento. Quiero que lo pase bien.
—No hay problema. Vale. Por cierto, ¿cómo va el
programa?
—Estaba un poco nervioso por eso. Pero tal vez
funcione —dije pensando en Kendall.
—Pareces más feliz —señaló Cage.
Después de que lo dijo, me di cuenta de que estaba
sonriendo.
—Quizás.
—Nos aseguraremos de que lo pase bien —asintió Cage
—. ¿Cómo se llama?
—Kendall.
Tan pronto como lo dije, los vi respirando
profundamente. Ciertas cosas son difíciles de esconder a los
lobos.
—Vale, sí. Te entendimos —dijo Cage con una sonrisa.
—No te preocupes por nada —acordó Quin.
Me pregunté qué pensarían cuando respiraran
profundamente alrededor de Kendall y no sintieran nada en
absoluto. Era una de las razones por las que quería que ella
fuera al partido. Quin era la persona más inteligente que
conocía. De todas las personas, sabía que la novia genio de mi
hermano podría ayudarme a descubrir qué estaba pasando con
ella y qué era.

Cuando le envié un mensaje a Kendall para contarle


sobre su entrada, respondió con un simple: “Gracias”.
Esperaba un poco más. Si estuviera interesada en mí, ¿no me
habría deseado suerte en el partido al menos?
Recordé lo que me dijo la noche de la fiesta. Kendall
borracha había dejado en claro que me deseaba. Lo mismo
sucedió cuando nos encontramos el domingo antes de que se
enterara de que jugaba al fútbol.
Pero tal vez eso ya no era así. Eso me motivaba aún más
para jugar el mejor partido de mi vida. Tenía que convencerla.
Lo único que a la gente le gustaba de mí era lo que hacía en el
campo de fútbol. Y también haría que le gustara a Kendall.
Pensaba que estaría distraído cuando entrara al estadio,
pero me había equivocado. Nunca antes había estado más
concentrado en mi vida. Titus, que era jugador suplente en el
equipo, trató de hablar conmigo. Cuando lo ignoré, entendió el
mensaje y se aseguró de darme espacio.
Mientras observaba como nuestro equipo defensivo
comenzaba a jugar, todo se ralentizó. Podía ver adónde se
moverían todos antes de que llegaran allí. Entonces, cuando
empecé a llevar la ofensiva, miré a los ojos del mariscal de
campo. Inmediatamente, lo entendió.
Capítulo 5
Kendall

Entrar al estadio tenía que ser la experiencia más


extracorpórea de mi vida. Estaba entrando en la guarida del
león de buena gana. No podía decir si lo estaba haciendo con
fines profesionales. O si lo estaba haciendo porque volvería a
ver al chico que me gustaba.
Ninguna de esas cosas cambió lo temblorosa que estaba
al cruzar los pasillos en busca de mi asiento. Todo lo
relacionado con el lugar me disparaba lejos. En serio, no
quería estar allí. Me habría dado la vuelta y me habría
marchado, si no fuera por el chico sexy al que había ido a ver.
¿Dije “sexy”? Me refería al chico “con problemas” que
necesitaba mi ayuda. Tenía que recordar quién era yo para él.
Puede que no haya sido su terapeuta oficial, pero necesitaba
saber que podía confiar en mí. No podía cruzar esa línea.
Al recordar eso, dejé a un lado mi vacilación y me
recompuse. Encontré mi sección y me metí en el mar de
asientos. No era como el estadio de mi escuela secundaria. Era
enorme. Tenía capacidad para 20.000 personas. Era
abrumador. Todo lo que quería hacer era encontrar mi asiento
y fingir que estaba en otro lugar.
—¿Eres Kendall? —dijo una chica amistosa con acento
de la costa este mientras me sentaba.
La miré y luego al tío corpulento que estaba a su lado. El
tipo tenía que ser el hermano de Nero. No se parecían mucho,
pero ambos eran los hombres más atractivos que podía
imaginar.
A la chica que me saludó sería mejor describirla como
linda. Era de la misma altura y contextura física que yo. No la
describiría exactamente como una nerd. Pero definitivamente
era alguien a quien no esperaría ver en un partido de fútbol.
—Soy yo. ¿Y tú eres…? —dije señalándola y dándole
espacio para que dijera su nombre.
—Quin. Y él es mi novio, Cage.
—¿El hermano de Nero?
—Sí, soy yo —dijo con una sonrisa muy encantadora
que desapareció tan pronto como llegó. De repente me miró
fijamente. No estaba segura de lo que había sucedido. La miré
a Quin como esperando una explicación.
—Oh —respondió ella sobresaltada.
Estaba a punto de preguntar qué estaba pasando cuando
Quin se contuvo y continuó:
—Sí. Nero nos pidió que nos aseguremos de que lo
pases bien.
—¿Dijo eso? —pregunté dudando si sus reacciones
inusuales habían sido a causa de algo que él les dijo.
—Definitivamente. Entonces, ¿has estado en un partido
de East Tennessee antes?
—Nunca antes había estado en ningún tipo de partido —
dije vacilante.
—Oh. Yo tampoco hasta que conocí a Cage. Son
divertidos —dijo como si el momento raro ya hubiera pasado
—. Solo tienes que contagiarte del espíritu.
—No me identifico mucho con ese espíritu de equipo —
expliqué.
—Ayuda tener a alguien a quien animar —dijo
apartando sus ojos de mí y mirando hacia el campo—. Ok.
Somos de East Tennessee, así que somos los de azul. Seríamos
los que están allí. Y Nero está… —dijo Quin buscándolo en el
campo.
Cuando mencionó el nombre de Nero, mi corazón dio un
vuelco. Me contuve.
—Ahí está —dijo con una sonrisa.
Giré y lo encontré. Era uno de los muchachos que
estaban en el centro del campo.
—¿Conoces la premisa del juego?
—No sé nada —dije a Quin.
—En pocas palabras, están tratando de hacer que el
balón llegue a la zona de anotación que está más allá de esa
línea. Entonces, ahí lo tienes, están montando una jugada y…
Quin dejó de hablar cuando alguien le pasó la pelota a
Nero. Cuando él la cogió, un chico del otro equipo se lanzó
sobre él. Nero giró para quitarse al tío de encima y luego
corrió hacia la zona de anotación.
El otro equipo lo perseguía. Todas las veces Nero
bailaba o giraba alrededor de ellos. La multitud se puso de pie
cuando se acercó a la línea. Yo los imité. Y cuando Nero se
lanzó al aire para escapar de la última persona que lo atacaba y
cruzó la línea, la multitud explotó. No me importaba el fútbol,
pero no podía evitar ser arrastrada por el rugido de 20.000
personas.
—¿Esto siempre pasa? —pregunté inclinándome hacia
Quin.
—No, nunca pasa. Corrió 90 yardas para anotar un
touchdown en la primera jugada.
—Supongo que tiene la cabeza en el partido —confirmó
el hermano de Nero—. Me pregunto qué inspiró eso —dijo
mirando a Quin. Ambos se voltearon para mirarme. Sabía lo
que estaban insinuando, pero no iba a reconocerlo.
Al mismo tiempo, la idea de que yo tenía algo que ver
con lo que Nero acababa de hacer hizo que mi cuerpo se
estremeciera por completo.
—Todo el mundo dice que Nero es realmente bueno —
dije motivándolos a que dijeran más.
Su hermano respondió con orgullo.
—Recién empieza la temporada, pero hasta ahora lidera
la división en yardas corridas.
—¿Eso es bueno? —pregunté a Quin esperando una
traducción.
—Lo está haciendo como estudiante de primer año. Con
estadísticas como esa, probablemente pueda llegar a ser
profesional… si quisiera.
—Eso si puede mantener su cabeza en orden —agregó
Cage—. Se supone que debes ayudarlo con eso, ¿verdad?
¿Cómo les está yendo?
Ambos me miraron.
—Corrió 90 yardas en la primera jugada del partido.
Dímelo tú —dije de repente, preocupándome por si querían
que Nero y yo estuviéramos juntos.
Cage se rio.
—Sí, tal vez seas buena para él. A Nero le harían bien
más cosas buenas en su vida.
No sabía qué significaba eso, pero hice una nota mental
para averiguarlo.
Tuve que admitir que ver el partido no fue tan terrible
como imaginaba. Según entendí, Nero anotó tres touchdowns
más, lo que era muy bueno. Y Quin resultó ser alguien con
quien realmente podría vincularme. Ella era bastante guay.
Mis dos anfitriones lo eran.
No podía entusiasmarme por completo con un exjugador
de fútbol. Pero el hecho de que estuviera con alguien como
Quin, me hizo pensar que no era del todo malo. Tal vez no
todos los jugadores de fútbol eran unos completos idiotas.
—Vamos a encontrarnos con Nero y a buscar algo para
comer. ¿Quieres venir con nosotros? —preguntó Quin.
Vacilé. No tenía dudas de que quería ver a Nero. Al
menos, quería felicitarlo por el partido. Pero ¿sería profesional
de mi parte? No quería que Nero pensara que podría pasar algo
entre nosotros. Por muy bueno que empezara a sonar, no
podía.
—Ven con nosotros —insistió Quin—. Estoy segura de
que le encantará verte.
—Vale —dije sin pensar.
—¡Estupendo! —dijo Quin con una sonrisa.
—Entonces, ¿eres de Tennessee? —preguntó Quin
mientras atravesábamos el estadio.
—Nashville. ¿Y tú?
—Nueva York.
—¡Oh, qué guay! ¿Cómo es allá?
Quin intercambió una mirada de complicidad con Cage.
—Único.
—¿A qué te refieres? —Ella miró largamente a Cage
como si estuviera preguntándole qué decir.
—Depende de ti —dijo Cage con empatía.
Quin miró al suelo.
—¿Pregunté algo que no debía?
Ninguno de los dos respondió. Cuando finalmente
reaccionaron, Cage dijo:
—Quizás deberías.
—¿Debería qué? —pregunté confundida por segunda
vez a causa de sus reacciones.
—¿Alguna vez escuchaste hablar de la chica que podía
convertirse en lobo? —preguntó Quin.
Lo pensé por un momento. Sí, había escuchado sobre
eso. Durante unos años, cuando era niña, estaba obsesionada
con ella. Me sentía tan diferente de los demás, que solía
imaginar que era como ella. Estaba a punto de decirle eso a
Quin cuando de repente me di cuenta de quién era la persona
con la que estaba hablando. Mi cabeza casi explotó.
—¡Tú! —fue todo lo que pude decir.
—Yo — respondió ella en voz baja.
Los pensamientos pasaron por mi mente tan rápido que
no pude contener ni uno solo el tiempo suficiente como para
compartirlo.
—¿Estás bien? —preguntó Quin con tristeza en sus ojos.
—Estoy… bien, sí. Solo estoy un poco… —dije
quedándome en silencio de nuevo.
—¿Estás asustada? ¿No debería habértelo contado?
—Tú… —Fue todo lo que pude decir antes de correr
hacia ella, lanzar mis brazos a su alrededor y abrazarla tan
fuerte como pude. Me tomó un momento darme cuenta de que
ella no me estaba abrazando. La dejé ir y retrocedí.
—Lo siento. Es solo que leí todas las historias sobre ti
cuando era niña. Mis padres no pudieron lograr que dejara de
hablar de ti. Me decían que todo era falso y que tu padre lo
inventó para explicar cómo murió tu madre. Pero yo sabía que
era verdad.
Mi cuerpo se puso rígido cuando me di cuenta de que
finalmente podía obtener la respuesta a la pregunta que me
había hecho durante tanto tiempo. Pero viendo lo normal que
era ella, comencé a considerar que tal vez mis padres tenían
razón. Quin no podía convertirse en loba, ¿o sí?
—¿Eran ciertas las historias sobre ti? —pregunté
vacilante.
—¿Me creerías si te dijera que sí? —preguntó Quin con
tristeza.
—Sí, te creería —dije solemnemente.
Quin miró a Cage una vez más antes de respirar hondo y
decir:
—Es todo verdad.
Me quedé sin palabras. Le creí. Siempre le había creído.
Creer en ella era una de las cosas por las cuales la gente se
burlaba de mí. Pero allí estaba ella parada frente a mí
diciéndome que todo era real.
—¿Puedes compartir conmigo cómo fue?
—¿Qué cosa exactamente?
—Crecer así. Todo sobre eso —dije imaginando lo que
había tenido que soportar. Cualquier burla por la que yo haya
pasado debía ser una fracción de lo que el mundo había
cargado sobre ella.
—Fue difícil —comenzó.
Luego Quin explicó su infancia complicada. Me contó
cómo todos los que la rodeaban la habían hecho sentir como
un bicho raro. Aquellos que creyeron su historia la vieron
como un espectáculo de carnaval sin importancia y a su padre
como un científico loco que había intentado jugar a ser Dios.
Y los que no le creyeron la trataron como a una mentirosa que
había ayudado a su padre a salirse con la suya con el asesinato.
Eso fue lo más cerca que estuvo de hablar de su madre.
Según lo que recordaba de la historia, Quin no pudo
controlarse cuando se convirtió y, siendo una bebé, su loba
mató a su madre. De ninguna manera iba a preguntarle sobre
eso.
—¿Nada de esto te asusta? —preguntó Quin cuando
terminó de contar su historia.
—Para nada. Me hace sentir que no estoy sola —dije
con gratitud.
—¿Tú también… eres una cambiaforma? —preguntó
vacilante.
La miré sorprendida y luego me reí.
—Ojalá lo fuera. Daría cualquier cosa por tener una
razón para explicar por qué mi vida es tan mala. Pero no, solo
soy un espectáculo raro en la varieté de la normalidad. No es
que tú seas un espectáculo de bichos raros —retrocedí al
darme cuenta de cómo sonaba.
—Está bien, lo soy —dijo Quin con una sonrisa.
Nuestra conversación terminó cuando Nero salió de uno
de los pasillos y se unió a nosotros. Otro chico lo seguía. Tan
pronto como Nero me vio, nuestros ojos se cruzaron.
—Viniste.
—Por supuesto —dije tratando de salir de mi estupor.
—Me alegro. Espero que estos dos no te hayan aburrido
—dijo Nero señalando a Quin y a su hermano.
—No. Todo lo contrario —dije con una sonrisa.
—Soy Titus —dijo el chico amable detrás de Nero
ofreciéndome su mano.
—Soy Kendall.
—¿Y de dónde conoces a nuestra estrella?
—Yo, mmm —miré a Nero sin estar segura de lo que
debía decir.
—Es una amiga —dijo mirándome a los ojos de nuevo.
El silencio se prolongó.
—Okeeyy —dijo Titus captando la atención de todos—.
¿Alguien más está hambriento? Montar el pino puede hacerte
aumentar el apetito.
Lo miré confundida y luego miré a Quin, quien había
sido mi traductora de fútbol antes de convertirse en mi
obsesión otra vez.
—¿Montar el pino?
—Así le dicen a cuando estás en un equipo pero no
juegas.
—Oh.
—Sí. No todo el mundo llega a jugar de novato como
nuestro viejo Nero. Por otra parte, tampoco todos pueden jugar
como él.
Titus cogió de los hombros a Nero y lo sacudió.
Él bajó la cabeza y se sonrojó. Nunca hubiera imaginado
que Nero fuera tan humilde.
—Entonces, ¿Lou viene con nosotros? —preguntó Titus
al grupo.
—No. Tiene una cita —respondió Quin
—Ah —dijo Titus luciendo un poco decepcionado.
Miré a Quin.
—Lou es mi compañera de cuarto.
Algo me dijo que había algo más en esa historia. Pero no
iba a preguntar.
Mientras el grupo caminaba hacia una pizzería cercana,
Nero retrocedió y comenzó a caminar conmigo.
—¿Qué te pareció el partido? —preguntó con una
sonrisa orgullosa.
—Estuviste impresionante. Pude ver por qué todos dicen
que eres tan bueno.
—Fue mi mejor partido de la temporada. Finalmente
sentí que tenía algo por lo que jugar.
—Sí, Quin me dijo que tienes la oportunidad de ser
profesional.
Nero se rio.
—Sí, eso es lo que quise decir.
Supongo que no se refería a eso. Y adivinar lo que
realmente quería decir envió un pulso caliente a todo mi
cuerpo.
—¿Cage y Quin te hicieron sentir cómoda?
—Sí, lo hicieron. Quin es realmente genial. Es una chica
“normal”.
—Si crees que es una chica normal, entonces ustedes
dos no hablaron lo suficiente —dijo riendo.
—No. Vale. Está tan lejos de ser normal como se puede
imaginar. Me contó cómo se transforma—dije vagamente en
caso de que él no lo supiera.
—¿Ella te dijo eso? —preguntó antes de que sus ojos
rebotaran en ella.
—Sí. Pero leí todo sobre su infancia. Entonces solo tuvo
que decirme quién es.
—¿Y no estás asustada por eso?—preguntó Nero
vacilante.
—¿Por qué todos piensan que tendría que asustarme?
—Entonces, ¿que alguien pueda convertirse en lobo es
normal para ti?
—Quiero decir, no es que crecí rodeada de personas
como ella. Es la única en su especie, ¿verdad?
—Correcto —dijo de la manera más inexplicable—.
Bueno, me alegro de que hayas disfrutado del partido.
—¿Del partido? —pregunté sorprendida por su
repentino cambio de tema.
—Sí.
—¿Eso significa que has superado lo que sea que hayas
tenido en contra de los jugadores de fútbol?
Miré a Nero asombrada por todo lo que me había
enterado sobre él ese día. No solo era un jugador de fútbol
increíble, sino que era amigo de la persona más genial del
planeta.
—Estoy empezando a hacerlo —dije con una sonrisa.
—Entonces, lo que estás diciendo es “Gracias, Nero, por
abrirme los ojos. Porque antes estaban cerrados y ahora me has
cambiado la vida para siempre”.
Me reí. No estaba equivocado. Pero estaba bastante
segura de que no era por la razón que él pensaba.
—Puedes creer eso —dije antes de dejarlo para reunirme
con Quin.
Realmente me agradaba Quin y parecía que yo también
le caía bien. Y no solo porque ella había estado en el centro de
cada una de mis fantasías infantiles. Me había agradado
incluso antes de saber quién era.
Lo más loco fue que antes de convertirme en su fan, a
ella también parecía gustarle. Aunque era mi tercer año aquí,
lo más parecido a una amiga que tenía era Cory, mi compañera
de cuarto.
Cory era muy dulce pero encajaba tan cómodamente en
las expectativas de la sociedad que su vida había sido muy
fácil. Eso hacía difícil que me identificara con ella. Quin no
era así. Ella era un paria como yo.
En la pizzería, me senté junto a Quin y seguí hablando
con ella. De vez en cuando miraba a Nero y lo atrapaba
mirándome. Cada vez que lo descubría, me exaltaba. Los
sentimientos que había tenido cuando lo vi en el estanque
regresaron. Pero eso no cambiaba el hecho de que mi trabajo
era ayudarlo, no meterme en sus pantalones.
Hablando de meterme en sus pantalones, cuando
caminábamos hacia la pizzería, miré por debajo de su cinturón.
El bulto que se extendía por su parte delantera era
impresionante. Casi tanto como para hacerme querer olvidar
todo, desnudarlo y montarlo como a un toro. Casi.
Cuando llegó la cuenta, Quin la cogió y nadie hizo un
gesto para pagar. Le ofrecí pagar mi parte, pero ella me hizo a
un lado.
—Puedes invitar la siguiente —dijo—. Ojalá podamos
volver a pasar el rato.
—Sí, definitivamente —dije eufórica.
No estaba segura de si estaba hablando de todo el grupo
o solo de nosotras dos. De cualquier manera, quería hacerlo.
—¿Te divertiste hoy? —preguntó Nero cuando me
acompañaba de regreso a mi dormitorio.
—Mucho. Tus amigos son estupendos.
—Les agradaste. Y creo que hiciste una conexión
amorosa con Quin.
Me reí.
—Sí, lástima que ya está tomada.
Nero sonrió.
—Supongo que tendrás que conformarte con quienes
quedan.
—Qué lástima —dije bromeando.
—Lástima.
Mirándolo a los ojos, pude reconocer de qué momento
se trataba. Aunque no había tenido ninguna experiencia con
chicos o relaciones, al estar parada frente a la puerta de mi
dormitorio, supe que ese era el momento en el que el chico se
inclinaría para besarme. Quería que lo hiciera. Pero tan pronto
como se inclinó, me alejé y le ofrecí mi mano.
—De todos modos, gracias por permitirme echarle un
vistazo a tu mundo. Me…
—¿Cambió la vida? —preguntó Nero sacudiéndose
rápidamente cualquier decepción que le hubiera ocasionado mi
gesto.
—Sí, me cambió la vida —admití. Si no iba a besarlo, lo
mínimo que podía hacer era lograr que se sintiera bien consigo
mismo.
—Eso creo —dijo engreído. Estiró los brazos.
—¿Abrazo?
Dudé, pero solo por un momento. Lo rodeé con mis
brazos y lo apreté con fuerza. Cuando hizo lo mismo, no
quería que se fuera. Incluso después de que soltó su abrazo,
me tomó un momento corresponder.
Estaba perdiendo mis resistencias hacia Nero y me
estaba enamorando de él intensamente. La única pregunta que
restaba era qué iba a hacer al respecto.
Capítulo 6
Nero

Desde el momento en que liberé a Kendall de mis


brazos, no pude dejar de pensar en ella. Había descubierto algo
mientras ella me observaba jugando al partido. Era que podía
soltar a mi lobo sin que él tomara el control. Era como si
estuviera parado a mi lado en lugar de estar contenido. Me
gustó. Y la intensidad que me produjo continuó durante el
próximo entrenamiento.
—Sigue con el trabajo duro, Roman —dijo el entrenador
mientras yo vomitaba en un balde después de las carreras de
velocidad.
—Gracias, entrenador.
Obtener su reconocimiento se sintió bien, pero no tanto
como recibir los mensajes de Kendall. Estaba intentando no
escribirle demasiado. No tenía mucha experiencia en estas
cosas, pero mi instinto me decía que debía actuar con calma.
Pero qué demonios sabía yo además de que era una locura que
estuviera eligiendo pasar por esto solo.
Hace un año, mi hermano conoció al amor de su vida.
No estaba seguro de por qué no había hablado con él sobre lo
que sentía por Kendall. Además, siendo un hombre lobo, no
había forma de que no supiera que estaba en las nubes por
Kendall.
“¿Podrías llevar a Quin este fin de semana? Hay una
casa a la que queremos que le eches un vistazo”, escribió Cage
en el mensaje que me envió.
Me quedé mirando el mensaje sin saber muy bien cómo
responder. Estaba feliz de llevar a Quin y me daría una excusa
para ver a mamá. Ese no era el problema. Era la parte de la
casa.
Su plan tenía sentido. Lo que no tenía sentido era que
Quin pagara para quedarse en el hostel de la Dra. Sonya si
podía comprar algo con mucha facilidad. Y Dios sabe que
sería bueno tener un poco de privacidad cuando fuera de visita.
No podías tirarte un pedo en la vieja casa sin que todos lo
supieran.
Pero buscaban un lugar que estuviera dentro de la
barrera protectora del Dr. Tom y eso nos robaba a los lobos
nuestro sentido del olfato. Además, a pesar de lo deteriorada
que estaba, la vieja casa era un hogar. Era mi hogar.
Aunque de hecho, no lo era. Pagábamos demasiado para
rentar ese agujero de mierda. Pero no lo sé, era mi casa. Era un
lugar que nadie podía quitarme, excepto el propietario que
había amenazado con echarnos varias veces a lo largo de los
años.
No sabía por qué me importaba en absoluto ese agujero
de porquería. Pero me importaba. Y la idea de perderlo me
incomodaba.
No es que no confiara en la hospitalidad de Quin. Joder,
en ese punto, Quin se sentía tan familiar como Cage. Nunca he
sido parte de una manada, pero lo que teníamos los tres se
sentía bastante cercano a eso.
Supongo que lo que me hacía dudar era el hecho de
volverme tan dependiente de otra persona. Había tenido que
cuidarme solo durante mucho tiempo. Cuando únicamente
puedes confiar en ti mismo, solo hay una persona que puede
decepcionarte.
Estaba sentado en la cama en mi dormitorio cuando la
puerta se abrió.
—Ey, Cage dijo que te envió un mensaje. ¿Lo recibiste?
—preguntó Titus antes de arrojar su mochila a los pies de su
cama.
—Lo recibí. He estado ocupado. No he podido
responder.
Podía sentir a Titus mirándome mientras yo observaba el
techo perdido en mis pensamientos.
—Eso parece, trabajador tenaz —bromeó—.
¿Escuchaste que la Dra. Sonya está organizando una carrera en
manada?
—¿Una carrera en manada?
—Sí. Su hijo Cali se convirtió por primera vez y ahora
ella tiene un grupo de lobos. Piensa que los cambiaformas de
la ciudad no tienen una manada real.
—Humanos —dije con una sonrisa.
—No sé. Creo que es algo bueno. Cage se sumó. Está
ayudando a organizarlo.
—Es porque quiere ser alfa.
—¿Y eso sería malo? —preguntó Titus
mientras cogía un plato de fideos y lo calentaba en el
microondas.
—Entonces, ¿qué pasa con Lou?
—¿Qué quieres decir? —preguntó casualmente.
—Quiero decir, ¿te gusta o…?
—Por supuesto que me agrada. Somos amigos.
—Eso no es lo que intento decir. Lo que estoy diciendo
es que ustedes dos pasan mucho tiempo juntos. ¿Hay alguna
razón para eso?
Titus me miró como si lo hubiera atrapado en una
mentira.
—¿Qué otra razón necesitas además de que somos
amigos? Es una chica divertida. No hace falta que te lo diga.
—Supongo que no.
—Entonces, ¿qué te pasa con Kendall?
Miré a Titus sin esperar la pregunta. Sin embargo, estaba
claro por qué lo había preguntado. Titus estuvo allí el
domingo. No era como si estuviera ocultando lo que sentía por
Kendall.
—Somos amigos y ella es una chica divertida. La
conoces. No hace falta que te lo diga.
Titus me miró y luego soltó una carcajada. Sabía lo que
estaba diciendo. Si no iba a ser sincero conmigo sobre lo que
sentía por Lou, ¿por qué debía compartir con él mis
sentimientos por Kendall?
—Bien —concedió Titus—. No te olvides de enviarle un
mensaje a tu hermano —me recordó antes de coger su sopa y
salir de la habitación.
Saqué mi teléfono y escribí: “Por supuesto”.
“Estupendo. Te veré entonces”, respondió de inmediato.
Todavía no estaba seguro de si comprarían una casa
debajo de la barrera, pero comencé a darme cuenta de que
había otras cosas de las que tenía que hablar con él. Ya lo
había pospuesto demasiado.

Cuando terminó el partido recogí a Quin y emprendimos


el viaje de dos horas a mi casa. Ella y yo nunca hablábamos
tanto cuando conducíamos juntos, pero estaba más callada que
de costumbre.
Al menos esperaba que mencionara a Kendall y a su
falta de aroma. ¿No se había dado cuenta? ¿Por qué no decía
nada al respecto?
—¿Vienes a nuestra casa o debo dejarte en el hostel de la
Dra. Sonya? —pregunté rompiendo el silencio.
—Cage dijo que vayamos a tu casa. Quiero saludar a tu
mamá. Iremos al hostel de la Dra. Sonya más tarde.
Hice una pausa mientras recordaba algo.
—Por cierto, ¿has avanzado algo en lo que estabas
investigando?
—¿Te refieres a averiguar quién es tu padre y el de
Cage?
—Sí.
Cage había sido secuestrado en el hospital cuando era un
bebé y había estado viviendo con el tío que lo arrebató
pensando que su madre había muerto al dar a luz. Pero
entonces Cage conoció a Quin y todo el infierno se desató. En
unas pocas semanas, Quin descubrió que el hombre que lo crió
era un dragón cambiaforma y que no era el padre biológico de
Cage, y nos encontró.
Quin pudo darse cuenta de que los dos éramos hermanos
basándose en nada. La chica era súper inteligente. Y como mi
madre nunca me dijo quién era mi padre, que también era el
padre de Cage, le pedí a Quin que lo investigara. Sabía que
había estado trabajando en eso, pero no me había comentado
nada al respecto desde hacía un tiempo.
—Lo que he descubierto es que probablemente no sea
nadie de la ciudad.
—¿De verdad?
—Sí. ¿Por qué? ¿Sospechabas de alguien?
—Eso creía.
—Bueno, podría estar equivocada. Pero he estado
hablando con tu madre al respecto. Últimamente le está yendo
mucho mejor. Y ciertamente no está dispuesta a decir mucho,
pero me dio la impresión de que se mudó a la ciudad después
de quedar embarazada de ti. Estoy pensando que si hubiera
sido alguien de este pueblo, habría estado viviendo aquí antes
de quedar embarazada de Cage.
—Entonces, ¿no lo basas en ninguno de tus
razonamientos científicos?
—No puedo simplemente pedirle a todos los hombres de
la ciudad que se hagan una prueba de paternidad.
—No a todos… Y no necesitaste una prueba para saber
que yo era el hermano de Cage.
—Eso es diferente. Ustedes tienen los mismos rasgos
genéticos raros. Además, he estado prestando atención a eso.
Hasta ahora, tu madre es la única que los tiene.
—Así que, de nuevo, se trata de hacer que mi madre
descubra el pastel pero no lo está haciendo.
—Me temo que no. Y tal vez eso sea algo bueno.
—¿Por qué crecer sin saber quién es mi papá sería algo
bueno? Al menos Cage tenía a ese tipo. Podría haber sido un
dragón cambiaforma de mierda por hacer lo que hizo, pero
estaba allí. Mamá era todo lo que yo tenía. Cuando perdió la
razón, yo no tenía a nadie. ¿Cómo podría ser mejor?
Quin se quedó callada un rato antes de responder.
—Nero, creo que sucedió algo que quizás no quieras
saber. Después de hablar con tu madre, empiezo a pensar que
sería mejor dejarlo en el pasado.
—¿Qué quieres decir? ¿Sabes algo que no me estás
diciendo?
—No. Te he dicho todo lo que sé. Pero ¿alguna vez te
has preguntado qué puso a tu madre en un espiral
descendente?
—Sí. Por supuesto. Fue cuando secuestraron a Cage y el
hospital mintió y dijo que había muerto. Ella sabía que no era
cierto.
—Eso es lo que ella dice y es posible. Pero dijiste que
ella no se puso mal hasta que fuiste mayor. Entonces, ¿cómo
pudo aguantar tanto tiempo? ¿Y qué la envió finalmente al
fondo del pozo?
—No fue algo de golpe. Fue gradual. Yo lo vi.
—Sí, pero tal vez no estabas mirando el escenario
completo. Quizás estaba pasando algo más.
—Entonces, ¿estás diciendo que algo provocó que ella
reviviera todo? ¿Como un hechizo?
—Esa es mi suposición. Y mi otra suposición es que tal
vez no quieras saber por qué el hechizo fue lanzado.
Me quedé pensando en ello un momento.
—¿Le dijiste a Cage algo de esto?
—Cage no me ha preguntado al respecto.
—Entonces, ¿solo lo mencionarías si él pregunta?
—Probablemente.
—¿Por eso yo tuve que preguntarte?
—Sí —dijo Quin con una mirada seria en su rostro.
—¿No crees que Cage querría saberlo?
—Quizás. Tal vez no. Te encontró a ti y a una madre
después de vivir su vida sin una familia. Para él, eso es
suficiente, al menos por ahora.
—¿Estás diciendo que encontrar a Cage y tener un
hermano debería ser suficiente para mí?
—No estoy sugiriendo nada. Pero déjame preguntarte,
¿no es tu vida bastante buena en este momento?
—No está mal —admití.
—Entonces, ¿por qué querrías patear el nido de avispas?
Miré a Quin y me quedé en silencio. La chica era
inteligente y había dicho varias cosas razonables. Pero como
creció con un padre para quien era el centro de su mundo, no
podía imaginar lo que era crecer sin uno.
Tenía buenas intenciones al darme consejos. Pero para
responder a su pregunta, a veces pateas el nido de avispas
porque se interpone en la forma en que deseas vivir tu vida.
Estaba claro que Quin no iría más lejos con su
investigación. Eso me dejó donde estaba al principio. Mi
madre seguía siendo la única persona que tenía las respuestas
y no hablaba. ¿Qué estaba escondiendo? ¿Se trataba de algo
que no querría saber?
Seguí pensando en eso mientras entrábamos en la ciudad
y nos dirigíamos hacia el parque de casas rodantes. Cuanto
más nos acercábamos, más mis pensamientos se enfocaban en
la otra cosa de la que tenía que hablar ese fin de semana. Mi
mandíbula se apretaba cuando pasaba por mi mente. No sabía
si estaba listo para discutir acerca de ello, pero las vidas de
Cage y Quin estaban avanzando. Era hora de que la mía
también lo hiciese.
Al estacionarme, vi la camioneta de Cage estacionada
enfrente. Una vez adentro, lo encontramos a él y a mamá
sentados en el sofá frente al televisor. Cuando aún no se había
dado la vuelta para mirarme, observé fijamente a mi madre.
¿Qué me estaba ocultando? ¿Qué podría ser tan malo en
relación a mi nacimiento? Y después de toda una vida de
preguntas, ¿cómo podría hacer que ella me respondiera ahora?
—La cena está lista si tienen hambre —dijo Cage
volteándose para saludar a su novia con un beso.
Sentado en la mesa de la cocina, por primera vez me di
cuenta de lo pequeña que era. Con cuatro personas, los platos
apenas cabían al mismo tiempo. Al ser la persona más
pequeña, Quin estaba apretada en un rincón. No había dudas
de por qué quería comprar una casa. Lidiar con todo eso tenía
que ser una pesadilla para ella.
—¿Cuándo planeas mostrarme la casa? —pregunté a
Cage.
Cage miró a Quin y a mamá. Fue entonces cuando me di
cuenta de que tal vez aún no se lo había contado a nuestra
madre.
—Es una casa bonita —dijo mamá para mi sorpresa.
—¡Oh! Entonces, ¿soy el único que no la ha visto?
—No has estado por aquí —explicó Cage.
—Eso es porque tengo partidos los sábados y clases
durante la semana.
—Lo sabemos. No te estamos reprochando nada.
Simplemente, es por eso que no la has visto.
Miré a las tres personas frente a mí. La vida de todos
avanzaba. Y lo estaban haciendo sin mí.
—Entonces, ¿cuándo la voy a ver?
—Mañana por la mañana. La señorita Roberts dijo que
puede mostrártela a las nueve.
—¿Por qué tan temprano? Es domingo. ¿La gente ya no
duerme hasta tarde?
—Dijo que tiene que estar en la peluquería a las 10.
—¿La gente se arregla el pelo los domingos? —pregunté
luego de haber vivido aquí toda mi vida y no haberme dado
cuenta nunca.
—Iglesia. Bingo. Tertulias. Tiene sentido —explicó
Cage.
—Eso creo.
Miré a las tres personas que más me importaban y me
pregunté si ese era el momento. No lo era. Iba a dejar que
Cage y Quin me mostraran su casa primero. Ese era el mejor
plan.
Después de que Cage y Quin lavaron los platos, se
dirigieron al hostel de la Dra. Sonya. Me uní a mamá en el
sofá. Su estado mental se había estabilizado desde que Cage
entró en nuestras vidas. Me hizo preguntarme si su vida habría
sido mejor si yo hubiera sido secuestrado en lugar de mi
perfecto hermano mayor.
—¿Estás bien, mamá? —pregunté poniendo mi mano
sobre la de ella.
—Me he estado sintiendo bien, hijo. De hecho, quería
decirte que estuve pensando en buscar un trabajo.
Sus palabras me dejaron sin habla. Hace siete años, fue
su falta de voluntad para conservar un trabajo lo que me hizo
tener que buscarme la vida. Era un niño que hacía cosas que
ningún niño debería hacer.
¿Ahora me estaba diciendo que estaba lista para volver
al trabajo? ¿Qué carajo estaba pasando?
—¿Qué inspiró eso, mamá?
—Me he estado sintiendo mejor. Tener a Cage de
regreso hizo toda la diferencia del mundo. ¿No te encanta
tener a tu hermano de vuelta?
—Así es. Es bueno para ti, mamá.
—Es bueno para todos nosotros.
—Sí, lo es —dije preguntándome si su mejoría también
tenía que ver con su secreto.
Una cosa se me hizo evidente mientras permanecía
despierto esa noche. No importaba lo que la había sumergido
en el espiral hace años o lo que la había traído de vuelta, mi
mamá ya no me necesitaba. Ni nadie. Probablemente podría
marcharme mañana sin que se dieran cuenta de que me había
ido. Era una pastilla difícil de tragar, pero era verdad.
A pesar de lo cansado que estaba mi cuerpo por los
golpes que había recibido durante el partido del sábado, no me
dormí hasta pasadas las 4 de la mañana. Por eso no me
desperté a las 9. Fue una llamada telefónica a las 9 y cuarto lo
que me despertó. No necesité preguntar por qué me llamaba
Cage. Así que recogí el teléfono y dije:
—Voy ahora. ¿A dónde voy?
—Te envié un mensaje con la dirección.
Miré la pantalla.
—Vale. Estaré allí en 10 minutos.
Reconocí la dirección. Al ser una ciudad pequeña,
realmente no había muchos barrios agradables. La casa a la
que me dirigía estaba en uno de ellos. La casa más cercana era
propiedad del doctor Tom y de su esposo Glenn, el dueño de la
tienda local.
Ambos eran hadas poderosos y desde su casa se lanzaba
el hechizo de la barrera protectora. Eso significaba que en el
área a su alrededor el sentido del olfato de un hombre lobo era
peor. ¡Genial!
Al acercarme, resultó que tenía razón. Mi lobo no estaba
contento. Pero tampoco era que no podía oler nada. Las cosas
olían como antes de mi primera transformación.
Al menos tuve toda una vida antes de que mis sentidos
mejoraran. ¿Cómo podría Quin soportar esto considerando que
ella tuvo sus sentidos de loba toda su vida? ¿Simplemente
estaba dispuesta a soportarlo porque la casa era
impresionante? Porque ciertamente lo era.
La casa era de dos pisos con una gran galería y un patio
igualmente grande. El techo de la galería era de cedro
reluciente. También lo eran los pisos de la cocina y del
comedor gigantes.
En realidad, había dos comedores, así como dos salas de
estar, a pesar de que Quin decía que una era la habitación
familiar. También había un garaje para tres coches.
Además, había mármol y candelabros por todas partes.
El baño al lado del dormitorio principal tenía una tina con
patas. Y donde no había los mejores pisos de madera que
jamás había visto, había una alfombra nueva.
Era la casa más increíble en la que haya estado. Pensaba
que la casa del doctor Tom era elegante, pero no había
comparación. Este lugar tenía que costar medio millón de
dólares. La renta de nuestra casa móvil era de $300 al mes.
—¿Puedes comprar esta casa? —pregunté a Quin.
—Sí, quiero decir, mi padre me ayudará con el pago
inicial. Pero he estado trabajando para él este semestre.
—¿Mientras tomas clases?
—Sí, porque por el tipo de proyecto que es me pagan
muy bien. Tengo suerte.
—Debe ser lindo —dije todavía anonadado por lo que
estaba viendo.
—Sí, Nero, es lindo para todos nosotros, porque somos
los que vamos a vivir aquí —dijo Cage mirándome mientras
agarraba a Quin y le besaba la cabeza.
—Sí —dije a medias—. Escuchen, hay algo de lo que
quiero hablar con ustedes.
Cage soltó a su novia y ambos me miraron.
—¿Qué sucede? —preguntó Cage.
—Entonces, saben que he estado jugando bien.
—Lo sabemos. Tu partido del sábado pasado fue una
locura.
—Sí. Ayer no fue tan bueno, pero estuvo cerca —dije.
—Eso es fantástico. Estoy orgulloso de ti, hermano.
—Sí, yo también —dijo Quin con entusiasmo.
—Gracias. Pero ¿saben que después de que juegas unos
buenos partidos, la gente empieza a decir que puedes
convertirte en profesional?
Cage se rio entre dientes.
—Lo recuerdo bien.
—Eso me ha comenzado a pasar.
—¿Sí?
—Sí. Y lo estoy considerando.
—¿Te refieres a este año? —preguntó Cage sorprendido.
—¿Por qué no? Cumpliré 21 cuando realicen el
reclutamiento. Es la edad que tienen la mayoría de las
personas que entran al draft.
Cage me miró preocupado.
—Entiendes que los corredores no son lo que los
equipos de la NFL están buscando en este momento, ¿verdad?
Y, lo más importante, jugar fútbol americano profesional no es
como jugar en la universidad. A los jugadores profesionales se
les paga para meterse en la piel de un corredor. ¿Qué pasa si
pierdes el control durante un partido o en el avión después de
un viaje agotador por carretera? Pueden pasar cosas malas.
—¿Crees que no he considerado todo eso? Yo soy el que
estuve sentado en la celda de la cárcel. No tú. Pero si alguna
vez soñé con tener la oportunidad de empezar de nuevo, es
esta. Tengo que golpear mientras el hierro está caliente.
—Supongo —dijo Cage, no tan emocionado por mí
como esperaba.
—Y sé que tuviste la oportunidad de ser el número 1 en
el draft pero, en cambio, nos elegiste a nosotros…
—Ey, no me convertí en profesional porque me lesioné.
—No tienes que mentirme. Sé que te habías recuperado.
E incluso si no hubiera sido para el draft del año pasado,
podrías haberlo hecho este año.
—Pero yo no quería eso.
—Sí, querías estar con nosotros.
—Sí.
—Y ahora yo elijo ser profesional en lugar de hacer lo
que tú hiciste —dije bajando la cabeza.
Cage me rodeó con el brazo y me apretó el hombro.
—Nero, tomé la decisión que era mejor para mí.
Necesitaba esto. Es más, quería esto. Pero el hecho de que lo
elegí para mí no significa que tú tengas que hacer lo mismo. El
mundo es grande. Deberías explorarlo. Yo puedo vigilar esta
fortaleza. Estoy aquí para que tú no tengas que estar —dijo
Cage con una sonrisa—. ¿Entiendes lo que digo?
Sentí una lágrima corriendo por mi mejilla y
rápidamente la limpié.
—Te entiendo.
—Bien.
Cage me dejó ir y se reunió con Quin. Los vi ponerse
cómodos en los brazos del otro.
—Probablemente hay algo más que debería decirles
ahora que estamos hablando.
—¿De qué se trata? —preguntó mi hermano.
—Yo, ehh, creo que quiero lo que tú tienes…
Cage giró la cabeza confundido.
—¿Lo que yo tengo?
—Ya sabes, Quin —dije vulnerablemente.
—Hermano, Quin ya está tomada —dijo con una
sonrisa.
—Sabes a lo que me refiero.
—En realidad, no lo sé.
—Vamos —dije sin querer explicarme.
—Tienes que decir las palabras —dijo Cage sin ocultar
que ya lo sabía.
Me dolía el pecho al ver las dos caras cariñosas que se
devolvían la mirada. Tomando una respiración profunda, me
recompuse. Vale. Iba a decirlo en voz alta.
—Creo que encontré a mi compañera predestinada. Es
pronto para decirlo pero creo que ella podría ser la elegida.
—¿Kendall? —arriesgó Cage.
—Sí.
—¿Qué es ella? —preguntó Quin con franqueza.
—Esperaba que tú lo supieras —pregunté con una
sonrisa.
—Ella no tiene aroma. ¿Cómo es posible? —continuó
Quin.
—No lo sé. Pero eso significa que no es humana,
¿verdad?
—No necesariamente. Ella podría estar bajo un hechizo
de protección. Además, le dije lo que soy y ella pareció estar
bien con eso.
—Parecía estar más que bien con eso —corregí—. Le
gustaste tanto que si no estuvieras con Cage, estaría celoso —
bromeé.
—¿Le dijiste que también eres un hombre lobo? —
preguntó Cage.
—No.
—¿Por qué no?
—No he tenido la oportunidad. Primero tuve que lidiar
con su odio hacia los jugadores de fútbol —dije con una
sonrisa.
—¿Por qué odia a los jugadores de fútbol? —preguntó
Quin.
—Le pregunté y no quiso hablar de eso. Ella puede ser
muy reservada. No me pone exactamente de humor como para
compartir cosas con ella.
—Entonces, quizás deberías preguntarle de nuevo —
sugirió Cage.
—Algunas personas necesitan un poco de ánimo para
hablar sobre las cosas —agregó Quin.
Cage miró a Quin.
—Lo dice la chica sin filtro.
—Sí. Había cosas sobre mí que no te habría contado si
no fuera por Lou.
—Entonces, ¿le debo toda mi felicidad a Lou?
—Espero tener un poco de crédito por eso también —
dijo Quin con una sonrisa.
—Cariño, te doy todo el crédito del mundo por hacer de
mi vida todo lo que siempre he soñado. Honestamente puedo
decir que no sería el hombre que soy ni haría nada de lo que
hago sin ti.
—¡Oh! —dijo Quin inclinando la cabeza y besando a su
amor—. Compremos la casa. Quiero vivir aquí contigo, Cage
Rucker.
Cage me miró.
—¿Qué dices? ¿Deberíamos comprar la casa?
Miré a la pareja que me gustaría ser.
—Deberían comprarla —dije con el corazón
apesadumbrado.
Sabía que no debía pensar de esa manera, pero se sentía
como el final de todo lo que había amado. Comprar esta casa
sabiendo lo mucho que odio estar bajo un hechizo de
protección era su forma de decirme que no me querían en sus
vidas. Tenía que hacer que las cosas funcionaran con Kendall.
Si no lo hacía, me quedaría sin nada y sin nadie.
La señorita Roberts, la agente inmobiliaria, estaba tan
emocionada como Cage y Quin cuando se enteró de que iban a
comprar la casa. Ella prometió preparar el papeleo diciendo
que podríamos mudarnos en aproximadamente una semana.
Quin pensó que era demasiado rápido. Yo no tenía ni idea de
esas cosas.
Habiendo decidido pasar el día con ellos, los acompañé
cuando regresaron al hostel de la Dra. Sonya. Solo había
estado allí una vez y no había atravesado la puerta. Ese lugar
también era muy agradable. Empezaba a sentir que todos
tenían más que yo. No era la primera vez que pensaba eso.
Pero viendo cómo vivían otras personas, nunca había sido tan
evidente para mí.
—Oh, bien, reclutaste a otro cambiaforma —dijo la Dra.
Sonya con su habitual gran energía—. Esperaba que
pudiéramos sumar a alguien de los que crecieron aquí al
círculo de confianza —dijo apretando mis brazos con alegría.
Sentados en el living, la Dra. Sonya nos preguntó dónde
pensábamos que los cambiaformas deberíamos reunirnos para
la carrera y luego se fue a comprar bocadillos. Su hijo bajó las
escaleras, nos vio e inmediatamente se dirigió a la puerta.
—¿No quieres echar una mano para planear esto? —
pregunté cuando lo reconocí de la escuela secundaria.
Cali era un estudiante de primer año cuando yo era
estudiante del último. También era suplente en el equipo de
fútbol. Recordé que no le gustaba mucho hablar. Eso no
pareció cambiar.
Ignorando mi pregunta, dijo:
—Estás en East Tennessee, ¿verdad?
—Sí. ¿Estás pensando en ir?
Volvió a mirar a Quin.
—Estaba pensando en eso.
—Estás en el último año, ¿no?
—Sí.
—¿Sigues siendo un pateador?
—Anotó un gol de campo de 60 yardas en un partido la
semana pasada —dijo Cage con orgullo.
—¡Jesús! Eso es una locura. Podrías ser suplente en tu
primer año con un pie así.
—Podría obtener una beca D1 con un pie así —confirmó
Cage—. East Tennessee tendría suerte de tenerlo.
Cali se puso rojo mientras hablábamos.
—Bueno, si necesitas que hable con el entrenador,
avísame —dije.
—El señor Rucker dijo que se ocuparía de eso por mí.
—¿El señor Rucker? —pregunté confundido.
—Yo —dijo Cage molesto.
Me reí.
—¡Correcto! El señor Rucker. Bueno, estoy seguro de
que estás en buenas manos. Él me consiguió mi beca.
—Y ahora tienen suerte de tenerte. No arruines las
cosas. Necesito mi credibilidad sin tacha para ayudar a este
chico —bromeó Cage.
—¡Oh, mierda! Estás jodido —dije volviéndome hacia
Cali.
Cali miró a Cage asustado.
—Está bromeando. Nero, dile que estás bromeando.
—Estoy bromeando… o algo así.
Cali me miró sin saber qué pensar.
—Cali, ¿estás por ahí?
Cali miró hacia la cocina y rápidamente salió por la
puerta. La Dra. Sonya entró en la habitación y buscó a su
alrededor.
—Se te escapó —dije—. Mencionó algo sobre fútbol. —
Técnicamente era cierto.
La Dra. Sonya miró a Cage. Él se encogió de hombros.
—Bueno, nos dejó más diversión —concluyó con una
sonrisa.
Resultó que organizar una carrera de lobos era mucho
más trabajo de lo que hubiera imaginado. Cuando los tres
corríamos los domingos a la noche, aparecía Cage,
conducíamos hasta el bosque, encontrábamos un lugar para
detenernos y lo hacíamos. No necesitábamos a un ser humano
para eso.
Pero, aparentemente, haces lo mismo con todos los
cambiaformas de la ciudad y te adormecen la mente con una
cantidad de política alucinante. La Dra. Sonya necesitaba estar
allí para dar la perspectiva de los no cambiantes, que era, en
resumen, que los humanos y las hadas estarían aterrorizados.
Ella confirmó lo que siempre pensé, que mucha gente de
la ciudad nos tenía miedo. Claro, eran amigables cuando
estábamos con ellos. Pero no olvidaban que podíamos
convertirnos a voluntad y matarlos.
—¿Deberíamos hacer que los humanos y las hadas sean
parte de esto de alguna manera? —sugirió Cage.
—¿De la carrera de lobos? —pregunté pensando que era
una idea ridícula.
—Sí. Creo que es una buena idea —confirmó la Dra.
Sonya— ¿Pero cómo? Lo último que queremos es que uno de
ellos termine siendo comido o algo así —bromeó.
No pensé que fuera gracioso. Y por lo que pude ver,
tampoco Cage ni Quin.
—Lo pensaremos un poco —dijo Cage para poner fin al
tema.
—Pero entonces puedo decir que invitaremos a los no
cambiantes, ¿verdad? —preguntó la doctora.
—Por supuesto —confirmó Cage—. Tendremos que
pensar la forma.
Libres de las garras organizadoras de la Dra. Sonya, los
tres consideramos hacer una carrera diurna, pero decidimos no
hacerlo. Podíamos hablar mientras caminábamos; los senderos
que rodean la ciudad están entre los mejores del mundo.
Encontramos uno fuera de los límites del hechizo protector y
nos dirigimos hacia él. Caminar entre los árboles con todos
mis sentidos nuevamente intactos calmó a mi lobo tenso.
—¿De verdad crees que es una buena idea involucrar a
los no cambiantes en una carrera de lobos? —pregunté a Cage
sabiendo que ahora podía responder honestamente.
—No estoy sugiriendo que corran con nosotros ni nada
parecido. Pero ya la escuchaste, nos tienen miedo. ¿Cómo
esperamos vivir juntos como iguales si están aterrorizados de
que podamos convertirnos en cualquier momento y comerlos?
—No es nuestro trabajo convencerlos de nada —aclaré.
—No debería serlo. Pero si no lo hacemos, ¿cómo lo
sabrán? No es que los ataques de lobos no hayan ocurrido
nunca.
—No puedes culpar a todos los lobos por algo que hizo
uno solo —le recordé—. ¿Culpamos a todos los humanos por
las cosas horribles que han hecho algunas personas? No.
Entonces, ¿por qué debería ser diferente para nosotros?
—Tienes razón. No tenemos que hacer nada. Podríamos
dejar las cosas como están. Y podríamos seguir siendo lobos
sin una manada viviendo bajo el hechizo de protección de un
hada.
Me quedé helado.
—Espera, ¿crees que el hechizo de protección del Dr.
Tom tiene algo que ver con que los lobos de este pueblo nunca
formaron una manada? —Cage apretó los labios y miró a Quin
—. No, tú no piensas eso. Tu novia genio sí. —Me di cuenta.
—Le pregunté al Dr. Tom al respecto —dijo Quin—. Es
un hechizo para mantener a todos a salvo. Y si le tienes miedo
a los lobos, ¿por qué no harías algo para frenar la amenaza de
que los lobos se unan en manada?
—¡Mierda! —. Escupí al darme cuenta de que todos mis
pensamientos más oscuros sobre el Dr. Tom podrían ser ciertos
—. Él también sabía que Cage estaba vivo y se lo ocultó a
mamá. Nos ha estado manipulando todo este tiempo.
—No sabemos eso —corrigió Quin.
—Sabemos que él sabía sobre Cage —señalé.
—Sí, lo sabía. Pero no sabemos si el hechizo fue creado
para mantener separados a los lobos. Es solo una posibilidad
—dijo Quin.
—Y, sea cierto o no, la solución es que los hombres lobo
de la ciudad se reúnan para correr, y que las hadas y los
humanos no sientan que sus vidas están en peligro cuando lo
hagan —explicó Cage.
No podía argumentar en contra de eso. Cage tenía razón.
Tal vez no sería tan malo si Cage fuera nuestro alfa. Y tal vez
no se mudarían a una casa bajo el hechizo protector para
alejarme.
Considerando eso, mis pensamientos se concentraron en
Kendall.
Saqué mi teléfono para ver si me había enviado un
mensaje.
—¿Viendo si te llegó un mensaje de Kendall? —
preguntó Cage cambiando de tema.
No respondí. Al no encontrar ninguno, guardé mi
teléfono en el bolsillo.
Después de un momento de silencio, Cage volvió a
hablar. Esta vez con más empatía.
—Ella te escribirá. Vi la forma en que te miraba después
del partido. También está interesada en ti.
—¡Ya basta, Cage!
A pesar de mi reacción, aprecié lo que dijo. Cada vez
que Kendall se tomaba un tiempo prolongado para responder,
me preguntaba si las cosas entre nosotros habían terminado.
Ya me había dicho que me fuera al infierno una vez. ¿Debía
esperar que lo volviera a hacer?
Cage y Quin tenían razón. Tenía que averiguar qué tenía
en contra de los jugadores de fútbol. Ella me estaba ayudando
a lidiar con mis problemas. Como jugador de fútbol, tal vez
podría hacer algo para ayudarla.
No regresé al área de trabajo de la Dra. Sonya con lo
demás, sino que me dirigí a casa y esperé a Cage para llevar a
Quin.
Conduciendo de regreso, Quin y yo hablamos sobre
Kendall. Sugirió que la invitemos a nuestra próxima noche de
juegos antes de la carrera. Ella pensó que sería la oportunidad
perfecta para decirle que soy un hombre lobo. No era mala
idea. Pero sentí que necesitaba un tiempo a solas con ella antes
de hacerlo.
“¿Cuándo vamos a tener nuestra próxima sesión?”, le
escribí luego de que no respondió a un meme que me pareció
divertido.
“Si quieres, podemos hablar durante el almuerzo
mañana”.
“¿Qué tal una cena en Commons?”, pregunté
refiriéndome a la cafetería conectada al popular espacio de
estudio. Era un poco más íntimo.
Después de un rápido intercambio de mensajes, Kendall
no respondió por una hora. Luego escribió:
“Venga. ¿A qué hora?”
Mi lobo no podía estar más feliz. Gracias a eso, verla fue
en todo lo que pensé durante el resto de la noche.
Luego de esforzarme más en el entrenamiento para
quemar mi exceso de energía, estaba exhausto cuando llegó la
hora de la cena. Apenas podía levantar los brazos.
—¿Cómo estás? —preguntó Kendall después de
mirarme de arriba abajo.
—Entrenando mucho.
—Oh. ¿Qué has estado haciendo?
Quería decirle que lo sabría si hubiera respondido mi
mensaje, pero no lo hice.
—Llevé a Quin a casa el sábado. Él y Cage querían
mostrarme la casa que comprarán juntos.
—¿Comprarán una casa? ¿Cómo es?
—Es la casa más hermosa que he visto.
—¿De verdad? ¡Guau!
—Podría mostrártela en algún momento. La agente
inmobiliaria dijo que podrían mudarse en una semana.
—Oh. Sí —dijo Kendall sin entusiasmo.
—¡Venga! Debo saber. ¿Qué es lo que tienes en contra
de los futbolistas?
—¡No tengo nada en contra de ellos!
—Lo dice la chica que me dijo que comiera mierda y
muriera tan pronto como mencioné que yo soy uno.
—No te dije que comieras mierda y te murieras.
—Podrías haberlo dicho. Me di cuenta de que eso era lo
que estabas pensando.
Kendall no respondió.
—Si esto va a funcionar, ya sabes, sea lo que sea que
estemos haciendo aquí, tendrás que abrirte un poco también.
No puedo ser el único exhibiendo mis tripas aquí.
—Esa no es la forma en que funciona la terapia —
insistió Kendall.
—Bueno, esto no es una terapia. Si lo fuera, no la habría
aceptado —dije en serio.
Me di cuenta de que sabía que estaba hablando en serio.
Se tomó su tiempo para responder.
—Me parece justo. Creo que siento una pequeña astilla
clavada en el hombro cuando se trata de jugadores de fútbol.
—¿Pequeña?
—Bien, vale. Siento una roca gigante. Siento el Gran
Cañón sobre mi hombro. ¿Feliz?
—En realidad, no. ¿Por qué tienes un problema tan
grande con ellos? —pregunté con el corazón un poco roto.
—Porque hicieron de mi vida un infierno. Hasta el día
de hoy todavía me despierto ahogada en sudor después de
soñar con lo que me pasó.
—¿Qué te pasó?
—Fueron un montón de cosas pequeñas. Cuando
caminaba por los pasillos, me empujaban o tiraban mis libros
al suelo. Me insultaban. Difundían rumores de que me
acostaba con personas o que tenía enfermedades venéreas.
Tiraban de la cadena…
—Espera, ¿te metían la cabeza en el inodoro?
—Sí. Mucho. Y los inodoros no siempre estaban vacíos.
Miré a Kendall atónito. Apenas podía articular palabras.
—¿Por qué?
—Porque me corté el pelo corto y usaba una corbata
para ir a la escuela. Pensaron que era divertido tratarme como
a un chico ya que me vestía como tal. Los futbolistas hicieron
que cada día de mi vida fuera una pesadilla. Era el infierno en
la tierra. Todavía tengo pesadillas al respecto.
Al escuchar a Kendall contarme lo que le había
sucedido, me enceguecí de ira. Mi lobo estaba tan furioso que
pensé que saldría a la fuerza. Estaba en shock. La rabia que
burbujeaba en nosotros estaba más allá de todo lo que creía
poder controlar y, sin embargo, tenía que haber lucido muy
tranquilo porque me preguntó si la había escuchado.
—Te escuché. ¿Te gustaría una disculpa?
—No tienes que disculparte —dijo Kendall mirando
hacia abajo.
—No de mí. De ellos.
—No voy a recibir una disculpa de ellos.
—No te pregunté si las recibirías. Te pregunté si las
querías —dije mientras las punzadas se sucedían debajo de mi
piel amenazando con convertirme en lobo.
—Es decir, supongo.
—Entonces, vamos a conseguirlas.
—¿Qué?
—¿Sabes dónde vive alguno de ellos?
—Sé dónde viven todos. No podría dormir por la noche
si no lo supiera.
Cerré los ojos tratando de figurarme lo que dijo. Ella no
podía dormir por la noche si no sabía dónde estaban. Eso era
una locura. De ninguna manera iba a dejar que se salieran con
la suya con lo que le hicieron. No había manera.
—Entonces, nos iremos. —Me levanté tratando de estar
lo más tranquilo posible.
Kendall no se movió. La miré de nuevo.
—No me doy cuenta de si estás hablando en serio o no.
Quiero decir, te ves serio, mortalmente serio. Pero… —Me
miró de nuevo—. Sabes que es un viaje de tres horas hasta
Nashville, ¿verdad?
—Dos horas y cuarenta y cinco minutos. Lo sé —dije.
—Espera, ¿cómo lo sabes?
—Kendall, ¿vas a venir conmigo o no? Porque de una
forma u otra, voy a conseguirte esas disculpas. Pero preferiría
que estuvieras allí para escucharlas.
—No lo sé.
—Kendall, no te estoy preguntando. Te estoy avisando.
Vamos.
Tan pronto como lo dije, una sonrisa apareció en su
rostro.
—Está bien —acordó.
Luego, sin decir una palabra más, me siguió hasta mi
camioneta y partimos.
Viajando hacia la carretera, ninguno de los dos habló.
Acalorado, no quería hablar. Así es como me sentía cuando me
dirigía hacia una de las peleas de lobos. Dejaba que todo lo
que me había cabreado en la vida saliera a la superficie y me
afirmaba en ese sentimiento. Y cuando llegaba al ring, estaba
listo para arrancarle la cabeza a quien sea. Eso era lo que
sentía en ese momento.
—¿Para dónde? —pregunté a Kendall cuando la
autopista nos mostró una salida.
—Quédate en la 40 —respondió cuando nos acercamos
a los límites de la ciudad de Nashville—. Baja aquí —dijo,
dirigiéndome hacia la 155 y luego hacia un vecindario llamado
Porter Heights.
Los ojos de Kendall iban de casa en casa. Era un lindo
vecindario. Había muchas casas de ladrillo de dos pisos en
grandes terrenos. Hacía mucho tiempo que había oscurecido,
así que no podía decir mucho más sobre el lugar, pero estaba
listo para enfrentar cualquier cosa que sucediera después.
—¿Cómo se llama? —pregunté a Kendall, quien
crepitaba de antemano.
—Evan Carter —dijo escaneando cada casa mientras
conducíamos lentamente—. ¡Ahí! Estaciona allí.
Nos detuvimos frente a una de las pocas casas de un piso
y estacionamos al otro lado de la calle. Kendall miraba con los
ojos muy abiertos.
—Vive con su padre. Su padre también es un pedazo de
mierda. Pero la camioneta de su padre no está allí. Eso
significa que Evan es el único en casa.
Miré la casa apenas iluminada. Había una pequeña luz
encendida en la sala de estar y una luz parpadeante en uno de
los dormitorios. Inmediatamente se me ocurrió un plan. Nunca
pensé que mi infancia desastrosa pudiera ser útil, pero estaba a
punto de hacerlo.
—Sígueme. Y sé casual —dije a Kendall antes de salir
de la camioneta y caminar hacia la casa.
Me sorprendió ver lo dispuesta que estaba Kendall a
sobrellevar las cosas. Yo estaba tranquilo por la cantidad de
veces que había hecho esto. No sabía qué sentimiento estaba
motivando a Kendall. Quizás era el deseo de venganza. Podía
entender eso.
—¿Vas a derribar la puerta? —susurró mientras nos
acercábamos.
—No. Hay una forma mejor.
Yendo por el camino de entrada cuya única luz provenía
de las casas cercanas, miré a mi alrededor para ver si alguien
estaba mirando y luego salí al jardín y rodeé la casa. No había
muchos árboles, así que cualquiera que mirara por la ventana
nos vería. Pero no sería un problema si actuábamos rápido.
—No toques nada. Nada —susurré.
Miré hacia atrás para asegurarme de que había
entendido. Parecía que estaba a punto de vomitar. No tenía
idea de lo que estaba pasando por su mente. En parte esperaba
que se echara atrás. No lo hizo. Ella quería tanto esto así como
yo deseaba hacerlo por ella. Al acercarme a la puerta trasera y
examinarla, miré a Kendall otra vez.
—¿Estás segura de que este es el lugar correcto?
—Estoy segura —respondió temblando.
Saqué los guantes que guardaba en la camioneta y que
había metido en mi bolsillo, y también saqué mi palanqueta.
Parecía algo que usarías para remover pintura o el hielo de tu
parabrisas, pero era mucho mejor para abrir puertas cerradas
con llave.
—¿Perros? —pregunté mientras sentía retroceder el
pestillo.
—No lo creo. Nunca tuvo uno.
Cuando el pestillo se soltó y solo restaba entrar en la
oscuridad, me volví hacia Kendall por última vez.
—¿Lista?
Ella se detuvo. Forzando una respiración superficial,
sacudió la cabeza.
Eso bastó. Al abrir la puerta, me sentí igual que cada vez
que entraba al campo de fútbol. Todos y cada uno de mis
sentidos estaban alertas. Los latidos de mi corazón resonaban
en mis oídos. Fue cuando lo olí. Un lobo vivía allí. El tipo que
había aterrorizado a Kendall durante años era un cambiaforma.
Rápidamente mi lobo saltó a la superficie listo para
tomar el control. Lo detuve pero lo mantuve cerca. Exploré el
lugar poco iluminado y abarrotado. Y siguiendo el olor a
marihuana, crucé la sala de estar hasta la puerta del dormitorio
cuya luz salía por debajo.
Mientras le indicaba a Kendall que se contuviera, miré la
puerta cerrada y luego puse mi oído en ella. No podía escuchar
nada. ¿Qué estaba haciendo ahí adentro? Eso podría hacer la
diferencia. ¿Nos había oído entrar? ¿Estaba su lobo detrás de
la puerta esperando a que entremos? Solo había una forma de
averiguarlo.
Nada supera el elemento sorpresa. Entonces, agarrando
silenciosamente el picaporte y preparándome para convertirme
si fuera necesario, lo giré e irrumpí. Quedé congelado ante lo
que vi. Su lobo no estaba esperándome. Tampoco estaba
drogado jugando a un videojuego. Estaba viendo porno con los
auriculares puestos y la polla dura en la mano. Si lo hubiera
planeado no me hubiera salido mejor.
Al notar los movimientos alrededor, se volteó para
buscarme. Aturdido, dejó de sacudirse.
—¿Qué diablos estás…? —fue todo lo que dijo antes de
que corriera, agarre su camiseta y lo sacudiera como a un
muñeco de trapo.
No podía entender qué estaba pasando. Soltando su
polla, lo primero que intentó hacer fue subirse los pantalones.
Eso me pareció gracioso. Premiando su estupidez, le di una
bofetada. Me aseguré de golpearlo fuerte, aunque estoy seguro
de que no fue tan duro como lo fue para Kendall todos esos
años.
—¿Qué diablos, hombre? ¿Qué carajo? —balbuceó a
punto de cagarse.
Estaba seguro de que estaba debidamente aterrorizado.
Me detuve y atraje su rostro a unos centímetros del mío.
—Pedazo de mierda, vas a pagar por lo que hiciste —
gruñí queriendo aplastar su cráneo como a un melón.
—¿Quién eres tú? No te conozco, hombre. Te
equivocaste de persona.
Era el momento. Tenía su atención. Era hora.
—¡Entra! —dije lo suficientemente fuerte como para
que Kendall lo oyera.
Tenía que darle crédito a Kendall. Cuando entró por la
puerta, entró como si no estuviera cagada de miedo, como
tenía que estarlo. Todo en ella me había dicho que no sería
capaz de hacer esto. Resultó que estaba equivocado.
—¿Kendall? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó
confundido.
—¡No me hables como si fuéramos amigos, pedazo de
mierda! —demandó Kendall. Estaba muy orgulloso de ella.
—¿De qué estás hablando? Somos amigos. Dile que me
conoces. Somos amigos —insistió Evan.
—¿Amigos? ¿Crees que somos amigos? Hiciste de mi
vida un infierno durante años. ¡Durante años! Tú y tu
escuadrón de matones me hicieron sentir como una mierda
todos los días de mi vida. Las cosas que me hiciste…
La creencia que tenía el tipo de que todo iba a estar bien
se desvaneció lentamente. Las cosas estaban empezando a
hacerle clic. Eso me hacía feliz porque facilitaba mucho lo que
tenía que hacer a continuación.
—¿Qué te hice? Eran solo bromas. Solo nos estábamos
divirtiendo. Lo juro —dijo Evan mientras sus ojos se movían
entre los dos.
—Todo el tiempo me golpeabas detrás de mi cabeza
cuando pasaba. Me estrellabas contra los casilleros. ¡Me
metías la cabeza en el inodoro! —dijo Kendall con creciente
ira.
—Ibas a la escuela vestida como varón. ¿Qué pensabas
que íbamos a hacer?
—Me vestía como un chico porque me dijiste que harías
que tus amigos dejaran de acosarme si te enviaba un desnudo.
Y cuando lo hice por estúpida, se lo mostraste a todos tus
amigos y luego te burlaste de mí porque no tengo tetas durante
dos años. ¡Me humillaste, Evan! No quería vivir por tu culpa.
—¡Era una broma!
Ya llegando al límite, no podía escuchar más. Perdí el
control. Girándolo hacia donde yo estaba, me aseguré de que
me mirara a los ojos antes de apartar el puño y dejarlo volar.
No intentó detenerme o no pensó en hacerlo. Y sintiendo que
la rabia fluía fuera de mí, lo golpeé hasta que me dolieron los
puños.
Estaba sin aliento cuando lo dejé ir. Se dejó caer sobre la
cama maltrecho. Estaba hecho un desastre, pero no era algo de
lo que no pudiera recuperarse. Sabía hasta dónde llevar las
cosas. Había visto cosas peores en el ring.
—Ahora —dije— te vas a disculpar.
—Lo siento —dijo mirándome como si estuviera a punto
de llorar.
—No a mí, estúpido pedazo de mierda. A ella.
Tenía miedo de apartar los ojos de mí, pero finalmente
miró a Kendall a los ojos.
—Lo siento —murmuró.
—No te escuché —gruñí.
—¡Lo lamento! Lo siento, Kendall.
—¿Por qué? —pregunté.
—Por hacer de tu vida un infierno. Por ser un idiota
contigo. Por todo. Perdón por todo. Lo siento, Kendall. Lo
lamento —dijo antes de romper a llorar.
Me aparté del imbécil cuando decidí que entendía el
punto. Volví a mirar a Kendall. Me asombró que nada de lo
que veía la había conmovido. La chica estaba helada como una
piedra.
—¿Qué opinas? ¿Crees que lo dice en serio? ¿O debería
darle otra paliza?
—Lo digo en serio. Te juro que lo digo en serio.
—Con eso basta —dijo Kendall cediendo.
—¿Estás segura? Porque no me importa.
—No, por favor, no lo hagas. Por favor, no lo hagas —
suplicó Evan.
—Sí. Creo que estoy bien.
—Bueno, si cambias de opinión, házmelo saber. Volveré
y podremos hacerle esto de nuevo.
Volví a mirar al chico de la cama.
—¿Me escuchas? Podría volver aquí en cualquier
momento y por cualquier motivo, y nunca podrás verme llegar.
Quizás espere hasta que te duermas. Tal vez te atrape cuando
vayas a ver a tu dealer. O quizás envíe a alguien más. Podría
ser cualquiera a tu alrededor. Podría ser en cualquier momento.
»Y si le cuentas a alguien quién te hizo esto o por qué…
¡joder! —dije con una risa—. Este será nuestro secreto. ¿Me
escuchas?
—Te escucho. Nuestro secreto.
—Buen chico —dije dándole un golpecito en la mejilla.
Cuando se estremeció, supe que mi trabajo estaba completo.
—Después de ti —dije a Kendall señalándole el camino
hacia afuera. Di un paso atrás y miré al tipo en la cama por
última vez.
—Y súbete los pantalones. Tu polla está afuera. —Miré
hacia abajo y me reí. Fue entonces cuando salí, cerré la puerta
y corrí atravesando la sala de estar.
—Vamos —dije abandonando mi actitud casual.
Viendo mi urgencia, Kendall trotó detrás de mí. Al llegar
a la puerta principal estuve a punto de abrir la cerradura
cuando escuché un sonido familiar. Tal vez hubiéramos
logrado salir si hubiéramos seguido adelante. Pero sabía lo que
significaban esos sonidos. Aunque el tipo hubiera aceptado
que le había dado una paliza, su lobo no lo había hecho.
Preparándome para convertirme, empujé a Kendall
detrás de mí.
—¿Qué fue eso? —susurró.
Podía oír los latidos de su corazón mientras me perdía en
mi lobo. Y cuando de golpe la puerta del dormitorio se abrió y
un lobo gruñendo salió disparado, me lancé al ruedo,
convirtiéndome y quitándome la ropa mientras lo hacía. Me
convertí más rápido que nunca y, cuando fui un lobo completo,
salté en el aire y lo atrapé con la guardia baja y con mis fauces
alrededor de su garganta.
Eso habría sido todo si los dos no nos hubiéramos caído
y golpeado contra el suelo con un ruido sordo. El impacto lo
liberó de mi agarre. Libre, vino hacia mí gruñendo y
mordiendo todo lo que tenía a su alcance. Con él encima de
mí, tenía la ventaja. Tuve que luchar para sobrevivir, pero él
era un chico de los suburbios. Rápidamente, la marea cambió.
Arañando y desgarrando, lo saqué de encima de mí. Una
vez que lo hice, mi lobo se vengó. Yo podría haberle mostrado
misericordia, pero mi lobo no lo hizo. Desgarró su pelaje
dejando al otro lobo cubierto de sangre. Y cuando mi lobo
volvió a agarrar su garganta, supe que sería su muerte.
Me tomó todo lo que tenía recuperar el control sobre el
asesino que se escondía dentro de mí. Cuando lo hice,
retrocedí exhausto y sintiéndome como si estuviera fuera de
mi mente.
Sabía que entonces era vulnerable. Podría haber
cometido un error fatal. Si el lobo quería matarme, ese era el
momento en que hubiera podido hacerlo.
No lo hizo. Sabiendo que le estaba mostrando
misericordia, se alejó de mí. Muy rápidamente se convirtió en
el tipo al que había golpeado.
—¡Eres uno de nosotros! —dijo el chico sorprendido—.
Entonces sabes cómo ella huele. Sabes que ella es diferente.
Sabes que ella no está bien.
—No soy como tú —gruñí. Y si alguna vez te huelo
cerca de ella, dejaré que mi lobo te mate. ¿Me escuchas?
Él no respondió.
—¿Me escuchaste? —dije en un tono retumbante que
incluso a mí me sorprendió.
Bajó la cabeza y desvió la mirada.
—Te escuché. Haré lo que dices.
—Bien. Vamos, Kendall —dije mirando hacia atrás. La
encontré mirándonos a los dos con la boca abierta.
Recogí mi ropa. Mientras me ponía mi camisa y mis
pantalones ella tuvo un momento para procesar lo que había
pasado.
—Kendall —dije suavemente sacándola de su estupor.
Eso fue todo lo que necesitó. Apartando los ojos de
nosotros dos, abrió la puerta y se marchó del lugar. Yo también
lo hice. Con mis zapatos y calcetines en mis manos, cruzamos
el camino de entrada y la calle. Recién cuando ambos subimos
al camión supe que estábamos a salvo.
Mientras conducíamos, ninguno de los dos dijo una
palabra durante millas. No podía imaginar lo que estaba
pensando. ¿Había visto algo así antes? No podría haberlo
hecho. No solo le di una paliza a un tipo, sino que me convertí
frente a ella. Esa no era la forma en que quería que descubriera
que yo era un hombre lobo.
Ella nunca podría volver a mirarme de la misma manera.
—Lo lamento —dije.
Tan pronto como lo dije, Kendall se echó a llorar. Con el
rostro enterrado entre las manos, sollozó. Realmente lo había
arruinado. Como siempre, había llevado las cosas demasiado
lejos y había empeorado todo diez veces.
—Escucha, no deberías haber visto eso. Perdí el control.
Es solo que, cuando me dijiste lo que te hizo, me enojé
demasiado…
Fue entonces cuando Kendall se recompuso, se arrastró
encima de mí y me besó. Mi mejilla, mi barbilla, mis labios.
Yo seguía conduciendo. No estaba seguro de qué hacer.
—Espera, voy a detenerme.
Eso no la detuvo. Incluso mientras maniobraba para salir
de la autopista, ella giraba mi cara en dirección suya. Apenas
podía ver cuando llevé la camioneta a una parada. Y una vez
allí, tiré del freno de emergencia e hice lo que había estado
soñando desde el primer momento en que la vi.
Cogiéndola por la parte de atrás de su cabeza, la jalé
hasta mi regazo y presioné mis labios contra los suyos.
Cuando se abrieron, deslicé mi lengua adentro. Mi mente se
aceleró. En busca de su lengua, la encontré. Nuestras lenguas
se tocaron y danzaron juntas. No se parecía a nada que hubiera
experimentado. Estaba en el cielo.
Pasaba mis dedos por su cabello y no podía tener
suficiente de ella. Quería ser parte de ella. Quería sentir su piel
en la punta de mis dedos. Entonces, deslizando mi mano libre
por debajo de su blusa, tracé las líneas de su espalda. No tenía
sostén. Eso me puso duro. Como estaba sentada en mi
entrepierna, sintió mi erección.
Apretando su entrepierna contra mi estómago, me dijo lo
que deseaba. Hundí las yemas de mis dedos en su espalda. Yo
la deseaba también. Estaba listo para poseerla. Y cuando se
acercó a mí y reclinó mi asiento, supe que estaba a punto de
tenerla.
Se alejó de mis labios para besarme bajo el mentón y el
cuello. Incliné mi cabeza hacia atrás y le di espacio para que lo
hiciera. Mientras me pellizcaba el cuello y me lamía la nuez de
Adán, me subió la camiseta. Eso bastó para que pasara de la
depresión de mi cuello a mi pecho desnudo.
Estaba bajando lentamente por mi cuerpo y, cuando
llegó abajo y agarró mi polla, volví a poner mi mano detrás de
su nuca. Dejé en claro que era lo que deseaba que hiciera.
Besando y lamiendo más abajo mi cuerpo, desabotonó mis
jeans. Realmente estaba sucediendo.
Sus labios estaban en mi ombligo y sus manos estaban a
punto de alcanzar mis pantalones y sacar mi polla palpitante
cuando de pronto redujo la velocidad y se detuvo.
—¿Qué ocurre? —pregunté mientras me volvía loco
esperando que continuara.
No habló.
—¿Qué ocurre? —insistí.
—Quizás no debería —dijo sin darme más
explicaciones.
Podría haber sido el final. Hubiera sido todo lo que
sucedió, hasta que la cogí de la parte de atrás de su cabeza,
acerqué sus labios a los míos, la besé y susurré:
—Tal vez yo debería.
Envolviendo mis brazos alrededor de ella, la giré como
si se tratara de un balón. Maniobrando en el espacio estrecho,
la coloqué debajo de mí y en lo alto de la silla.
Levanté su blusa y rápidamente me puse a trabajar. Sus
tetas eran tan hermosas como las había imaginado. Sus
pezones estaban erectos y sus areolas eran pequeñas y rosadas.
Me gustaba todo de ella.
Besé su cuerpo y cogí un pezón entre mis dientes. Al
aplicarle presión, ella gimió. Envolviendo sus estrechas
caderas con mis grandes manos, la moví más alto en el asiento.
Yo era un tipo grande y no podía bajar mucho más. Al mismo
tiempo, había algo que quería tener en mi boca. Y cuando mi
mentón tocó su cintura, deslicé mi mano sobre su coño por
encima de la ropa y me puse manos a la obra.
Desabroché y abrí la cremallera, y sumergí mi rostro
entre sus piernas. Era a Kendall a quien se lo estaba haciendo.
No lo podía creer. Tenía que ser la chica más sexy que haya
vivido jamás y yo la tenía.
Sin poder resistir más, le bajé los pantalones y descubrí
sus bragas. Pude ver su monte de Venus hinchado.
Desenvolví mi premio y tracé sus pliegues hinchados
con la punta de mi nariz. Eso fue antes de tocar su clítoris con
la punta de mi lengua. Eso la hizo estremecerse. Me gustó
tanto ver eso que lo volví a hacer.
Cogiéndola de sus muslos, separé sus piernas para
darme acceso total a su abertura. Froté mi nariz contra ella
mientras besaba cada parte. Su cuerpo danzaba bajo mis
caricias hasta que mi lengua encontró su clítoris. Moviendo mi
lengua arriba y abajo, perdió el aliento. Entonces, cuando lo
succioné con más fuerza, todo lo que pudo hacer fue apretar lo
que tenía a su alrededor y disfrutar.
Presionando su abertura con mi pulgar, hice lo que había
querido hacer durante tanto tiempo y metí mi dedo dentro de
ella. Era estrecha. Gimió mientras su carne se resistía.
Fue entonces cuando presioné su clítoris con mi lengua
con más fuerza. A ella le encantó y a mí también. No se lo
estaba haciendo a cualquier chica. Se lo estaba haciendo a
Kendall.
Podría haberme quedado allí toda la noche si no fuera
que, después de unos momentos, el cuerpo de Kendall se puso
rígido y luego explotó de placer.
Continué complaciéndola hasta que se me acercó y me
cogió del pelo. No podía tener suficiente de ella. Me tomó
todo lo que había en mí para alejarme, pero lo hice.
Dejándola ir pero sin querer hacerlo, trepé por su cuerpo
y la abracé. Nunca imaginé que darle placer a alguien se
sentiría tan bien. Aferrando a Kendall, supe que estaba en
casa. No quería estar en ningún otro lugar más que allí. Me
habría quedado acostado con ella para siempre si no me
hubiera susurrado algo al oído.
Capítulo 7
Kendall

—Gracias —susurré sin saber muy bien por qué estaba


agradecida.
¿Fue por lo que le hizo a Evan? ¿Fue por compartir
conmigo que era un hombre lobo? ¿Fue por darme la primera
y más increíble experiencia sexual de mi vida? En ese
momento, no lo sabía y no me importaba. Solo sabía que me
estaba bañando en caramelo tibio y nunca me había sentido
mejor en mi vida.
Pero aunque no sabía bien por qué lo había dicho, Nero
creía que sí.
—Me alegro de que te haya gustado —dijo con una
sonrisa.
Estaba dispuesta a alimentarle su ego. Después de todo,
lo que hizo con su lengua fue muy bueno. Estaba indecisa
sobre si debía pedirle otra ronda. No ahora, por supuesto. En
este momento, mi cerebro se sentía como si estuviera en una
máquina de hacer palomitas de maíz. Los pensamientos
rebotaban en mi cabeza más rápido de lo que podía
entenderlos.
Hubiera elegido quedarme en los brazos de Nero mucho
más tiempo si las luces rojas y azules parpadeantes no
hubieran iluminado la camioneta.
—Mierda, es la policía. Vuelve a tu asiento, Kendall. No
queremos tener que explicar lo que estábamos haciendo a estos
señores.
Sabiendo que Nero tenía razón, me aparté de él y me
acomodé en el asiento del pasajero. Él regresó al suyo y volvió
a poner su silla en posición vertical.
—Súbete los pantalones —dijo Nero. Tuvo que
recordármelo porque, como dije antes, pasaban muchas cosas
en mi cabeza.
Me abotoné los pantalones y me acomodé en el asiento
momentos antes de que una luz brillante llenara la cabina. Fue
seguido por un golpe en la ventana y los movimientos de Nero
para abrirla.
—¿Qué están haciendo ustedes dos aquí? —dijo el
oficial detrás de una bola brillante.
Nero respondió:
—¿No podíamos estacionarnos aquí? Lo siento, oficial.
Me sentía un poco cansado y pensé que era mejor estacionar
que arriesgarme.
El policía hizo rebotar la luz entre nosotros dos, y luego
en el interior de la camioneta. Al no encontrar nada, volvió a
apuntar a Nero.
—¿Ustedes, chicos, han estado fumando? Ya saben, esas
cosas son ilegales en el estado de Tennessee.
—No soñaría con eso, oficial.
—Entonces, ¿por qué tu camioneta huele a hierba?
—¿Así huele? —Nero se volvió hacia mí—. Debe estar
en nuestra ropa. Acabamos de dejar a un amigo. No quiero
meterlo en problemas, pero estuvimos en su habitación un
minuto y eso es todo.
No sabría decir si el oficial le creyó. Lo bueno era que
Nero estaba diciendo la verdad. Eso debió hacer su efecto
porque, luego de un par de miradas desconfiadas más, dijo:
—Hay una parada de descanso cinco millas más
adelante. Si necesita descansar, debe hacerlo allí. Es peligroso
detenerse a un lado de la carretera de esta manera. Y
estacionado en la línea como lo está, podría causar un
accidente.
—Lo siento por eso. No me di cuenta. Conduciré de aquí
en adelante. Solo necesitaba un minuto para despertarme. Ya
estoy mejor ahora. Puedo seguir conduciendo.
Aún sin dar a entender si nos creía o no, el oficial asintió
y dijo:
—Use las paradas de descanso si es necesario. De
cualquier manera, los dos tengan una buena noche, ya me
escucharon.
—Usted también, oficial. Gracias —dijo Nero como si
fuera la persona más educada del mundo.
—Gracias —dije mientras el oficial se alejaba.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos de nuestra vista,
nos reímos. Había sido una noche loca. Ambos sabíamos que
debíamos llegar a casa antes de que pasara cualquier otra cosa.
Al igual que en el viaje en coche a Nashville, el viaje de
regreso al campus fue tranquilo. Probablemente por diferentes
motivos. Conduciendo hacia allí, mi mente se arremolinaba
pensando en si Nero hablaba en serio y en cómo se sentía ver a
Evan obtener lo que se merecía. En todo el camino, no pude
dejar de pensar en que había visto a Nero convertirse en lobo y
en sus labios sobre mí. ¿Y a qué se refería Evan cuando
mencionó la forma en que huelo y que eso me hacía diferente?
—¿Te dejo en tu dormitorio? —preguntó Nero mientras
nos acercábamos al campus.
—Es bastante tarde.
—Eso creo.
—Tal vez podamos hablar mañana.
—Podríamos hacer eso.
—Tal vez podríamos cenar juntos de nuevo. Ya sabes,
sin el viaje de seis horas y todo lo demás.
—¿Sin todo lo demás? Porque algunas de las cosas que
hicimos fueron muy divertidas —dijo Nero sonrojándose.
No podía negar eso.
—Deberíamos hablar mañana —dije sin responder a lo
que había dicho.
—Ok. Solo avísame si hay algo más que pueda hacer
por ti. Soy más que feliz por poder echar una mano.
—¿O algunas otras partes del cuerpo? —pregunté
sonrojándome.
—Lo que sea que necesites —dijo dejándome frente a
mi edificio.
—¿Mañana? —pregunté sin querer realmente irme.
—Mañana.
Lo miré perdiéndome en sus ojos. Quizás debería haber
abierto la puerta y haberme marchado inmediatamente pero, en
lugar de eso, me incliné en la cabina, lo besé en los labios y
luego me apresuré a salir.
No miré hacia atrás. Ya me costaba un mogollón
alejarme de él.
Desafortunadamente, su hechizo sobre mí solo duró
unos minutos después de que me metí en la cama. Eran más de
las 2 de la madrugada, así que Cory estaba dormida. Y estaba
demasiado oscuro y tranquilo para que mi mente no regresara
a lo que había inspirado la noche.
Sobre todo, lo que menos podía creer es que había visto
a Nero darle una paliza a Evan Mientras pensaba en ello, mi
cuerpo se estremecía. No sé por qué, pero tan pronto como
sucedió, rompí en llanto.
Eventualmente lloraría hasta quedarme dormida, pero
solo estuve dormida un minuto antes de que las lágrimas
comenzaran de nuevo.
—¿Estás bien? —preguntó Cory sorprendida al escuchar
mis lamentos.
—Estoy… bien —dije entre sollozos.
Por más difícil que haya sido siempre mi vida, nunca me
sentí tan apenada por Cory como en ese momento. Al menos
antes podía explicarle por qué me despertaba gritando o elegía
no salir de la cama. Pero entonces ni siquiera podía hacer eso.
Estaba llorando. Eso era todo.
Por supuesto, a medida que avanzaba el día y
continuaban los ataques de llanto, tuve una mejor idea de por
qué estaba sucediendo. No eran lágrimas de ira o frustración.
Eran de una liberación sentida por el alma. Estas lágrimas
salían por todas las veces que no había llorado cuando era
niña.
Durante mucho tiempo había pensado que Evan Carter
no recibiría castigo por las cosas que me había hecho. Sabía
que el “ojo por ojo” acababa dejando a todos ciegos. ¿Pero por
qué yo debía estar bien cargando con todo el terror y el dolor
que me infligió durante años mientras él se salía con la suya
sin consecuencias?
Antes de anoche, no creía que existiera la justicia. Como
no la había experimentado, Dios no podía existir y no había
forma de confiar en la vida. Éramos solo motas de nada
flotando sin rumbo fijo en el vacío. Pero eso había cambiado.
Tan brutal como era, Nero me había dado esperanzas de
que todo estaría bien. Ayudar a otros a tener una vida mejor da
resultado. Lo que le das al mundo vuelve a ti. No había
necesitado pruebas de eso para querer ser terapeuta, pero saber
que existía la justicia en el mundo había cambiado mi vida.
Con cada arrebato de lágrimas, mi vida se sentía un poco
más ligera. Solo entonces pude pensar en la otra cosa que
había sucedido y que me había cambiado la vida. Había visto a
Nero convertirse en lobo.
Quizás la razón por la que todavía no estaba en la cama
teniendo una crisis existencial era que siempre había creído
que existían personas como él. Nunca las había visto con mis
propios ojos, pero no podía contar la cantidad de veces que me
había imaginado a Quin convirtiéndose cuando era niña.
¡Era increíble! ¿Y Evan había sido uno de ellos todo ese
tiempo? ¿Por eso me odiaba? Había hablado mucho sobre
Quin en ese entonces. Sí, yo era esa niña rara.
Tampoco había forma de que pudiera olvidar lo que
Evan le dijo a Nero. Él había dicho que la forma en que olía
demostraba que yo era diferente. ¿A qué olía? ¿Por qué era
diferente?
Y cuando me encontré con Nero para cenar, estaba
prácticamente mareada de preguntas.
—¿Estás bien? —preguntó Nero viendo que mi cabeza
daba vueltas.
—Hay tantas cosas que quiero preguntarte.
—Lo supuse. Dispara.
Abrí la boca y no salió nada. Fue como si todas las
preguntas se precipitaran para salir a la vez y quedaran
atascadas.
—Solo respira —dijo Nero—. Estoy aquí. Responderé
cualquier pregunta que tengas.
—¿Qué eres? —pregunté finalmente.
—Soy un hombre lobo.
—¿Quin también lo es?
—No estoy seguro de lo que es Quin. Quiero decir, sí,
ella también es una mujer lobo. Pero según lo que escuché, su
padre la convirtió en una cambiaforma jugando con sus genes.
Yo nací de esta manera y no me convertí hasta que tuve 18
años.
—¿Eso es normal? ¿Convertirte cuando tienes 18?
—Para la mayoría de nosotros. Pero escuché que
también puede suceder más tarde.
—Entonces, cuando Evan dijo que yo soy diferente no
se refería a que puedo ser una mujer lobo.
Nero hizo una pausa.
—Probablemente no.
—Entonces, ¿por qué soy diferente?
—No tienes un aroma.
—¿No tengo un aroma? ¿Eso es raro?
—Todo el mundo tiene un aroma. No importa cuánto te
duches, un hombre lobo siempre lo olerá. Pero en ti, no hay
nada. Es como si conocieras a alguien y no pudieras
escucharlo. Pude aplaudir. Puede gritar. Y, pase lo que pase,
nada.
—Eso sería bastante perturbador —observé.
—Sí. Especialmente para los lobos, ya que dependemos
mucho de nuestro sentido del olfato. Pero, por alguna razón,
mi lobo no puede tener suficiente de ti.
—Está bien, no sé lo que eso significa.
—Significa que realmente me gusta estar cerca de ti.
—¿Porque soy diferente?
—Porque eres tú —dijo con una sonrisa.
—¿Que soy…?
—No sé. Alguien mágica.
Miré a Nero confundida.
—Cuando dices mágica, ¿quieres decir, “Oh, esa chica
es mágica?”¿O estás diciendo que soy una bruja o un demonio
o algo así?
—No estoy seguro —dijo con empatía.
—¡Vaalee! ¡Esto es… mucho!
Nero se inclinó sobre la mesa y puso su mano sobre la
mía. Me hizo sentir mejor.
—¿Cómo se supone que voy a resolver esto? —
pregunté.
—Estuve pensando en eso.
—¿Y?
—Cage y Quin acaban de recibir las llaves de su nuevo
hogar. Van a trasladar a mi madre este fin de semana.
Necesitan que mueva mis cosas. ¿Qué te parece venir
conmigo?
Me quedé helada.
—Espera un minuto. Si eres un hombre lobo y Cage es
tu hermano, ¿eso significa que él también lo es?
Nero parecía dudar de si responder o no, pero lo hizo.
—Sí, eso es lo que significa.
—Entonces, tú, Quin y tu hermano son todos lobos
cambiaforma.
—Sí.
—¡Guau! ¿Y las personas del lugar donde creciste?
—Eso es un poco más complicado.
—¿Qué quieres decir?
—Crecí en una comunidad mixta. Hay mucha gente
como yo. Pero también hay humanos y hadas.
—¿Qué es un hada?
—Es como un hada pero real. Son personas que tienen
acceso a la magia. Hay uno en casa que puedo presentarte.
Cage está organizando algo para este fin de semana y él
también participará. Seguro tendrá una mejor idea de lo que
está pasando contigo.
—¿Y sobre qué soy?
—Si eres algo en absoluto. Podrías ser simplemente una
humana a la que lanzaron un hechizo.
—¿Una humana a la que lanzaron un hechizo? Siento
que acabo de llegar a una ciudad loca.
—Lo estás manejando bien —dijo Nero con una sonrisa
—. No estoy seguro de cómo lo manejaría si estuviera en tu
lugar.
—Me alegro de que así sea —dije con una sonrisa—.
Entonces, ¿creciste sabiendo que eres un hombre lobo? ¿Y tú y
los padres de Cage son lobos cambiaforma?
—Nuestra madre lo es. No sé nada sobre nuestro padre.
Ninguno de nosotros lo conoció.
—¿Es eso algo normal para los cambiaformas?
—Supongo que tan normal como en el mundo humano.
Me reí.
—¿En el mundo humano? Creo que nunca me
acostumbraré a escuchar eso.
—Hay diferencias…
—Apuesto a que sí. Tu infancia debe haber sido…
única.
—Lo fue pero por otra razón. Tuve mi propia forma de
joderme a mí mismo.
—¿Cómo?
—No conocí a Cage hasta hace aproximadamente un
año. Hasta entonces, tuve que hacer muchas cosas para
sobrevivir.
—¿Cómo qué?
—Solía organizar clubes de lucha para tíos como yo.
—Oh.
—No fue por elección. Quiero decir, elegí hacerlo, pero
también tenía un trabajo de mierda como ayudante de
camarero.
—¿Estabas tratando de salir de eso?
—Sí —dijo con el ceño fruncido por el dolor.
—Gracias por lo que hiciste anoche —dije con la
esperanza de hacerlo sentir mejor—. No puedo decirte lo bien
que me hizo sentir.
Nero sonrió.
—Mi trabajo allá abajo fue muy bueno, ¿eh? —dijo
luciendo orgulloso de sí mismo.
No quería hacer estallar su burbuja.
—Eres un hacedor de milagros.
—Entonces tal vez deberíamos hacer eso de nuevo.
—Tal vez deberíamos —dije pensando que no era una
mala idea.
—¿Quieres salir de aquí?
—No quise decir ahora —dije colocando mi mano en su
brazo.
Me gustaba tocarlo. Hacerlo me llenó de una calidez que
me decía que todo iba a estar bien.
—No, Nero. Hiciste mucho por mí anoche y te lo
agradezco.
—De nada —dijo refiriéndose al cunnilingus de nuevo.
—¡Eso no! Me refiero a lo otro.
—Ah.
Recordárselo desinfló un poco su vela.
—Eso.
—Sí, eso —confirmé.
—Me alegro de poder ayudarte a conseguir lo que
mereces. Honestamente, después de las cosas que describiste,
no creo que una paliza y su disculpa sean suficientes.
—Son suficientes. Además, eso no fue lo único que
sucedió. Me devolviste mi vida. Estaba atrapada en ese bucle
de pesadilla que deformaba la manera en que lo veía todo. Tú
lo enmendaste mientras añadías otra arruga —dije con una
sonrisa.
La cabeza de Nero bajó tímidamente.
—Estoy feliz de haber hecho algo que te ayudó.
—Eres un tipo increíble, Nero Roman.
—Estoy bastante jodido —dijo con la tristeza volviendo
a sus ojos.
—Tú me ayudaste. Y creo que podría ayudarte también
si me dejas.
En lugar de estar de acuerdo conmigo, hizo una
pregunta.
—Entonces, ¿quieres venir a casa este fin de semana?
Me quedé mirándolo fijamente. La sentí como una
pregunta muy cargada. Además de hablar con un hada sobre si
yo era humana o no, ¿se dio cuenta de que me estaba pidiendo
que conociera a su mamá? ¿Cómo nos arreglaríamos para
dormir? ¿Él esperaba que tuviéramos sexo? ¿Quería tener sexo
con él? ¿Estaba lista para tener sexo?
—Mmm…
—Está bien si no quieres —dijo tratando de ocultar su
decepción.
—Yo no dije eso.
—Entonces quieres ir.
Gruñí con desgarro.
—¿Puedo pensarlo un poco?
—Por supuesto.
—Quizás deberíamos comer algo. Tengo mucha hambre
y el café cerrará pronto.
—Deberíamos hacer eso —dijo Nero sobriamente.
Una vez que el tema cambió, ya no volvió. Después de
que terminamos de comer, me fui diciendo que tenía que
levantarme temprano para ir a una clase. Le dije que le daría
una respuesta a su invitación en unos días, y lo iba a hacer.
Solo que primero necesitaba hacerme la idea de todo lo que yo
podía ser, acerca de él y de lo que era, y averiguar adónde
quería que fuera el resto de mi vida. Nada más y nada menos
que eso.
Entre ese remolino de cosas, masturbarme pensando en
Nero y las clases, la semana pasó volando. A medida que se
acercaba el fin de semana, no estaba ni cerca de tomar una
decisión. Y como aún no me había decidido, me estaba
escondiendo de Nero. No me importaba responder tarde a sus
mensajes. Pero todavía no estaba lista para verlo.
Pensando que un cambio de escenario ayudaría, di un
paseo por el campus. Al acercarme a Commons, decidí
recorrer la librería en su interior. Vendía sobre todo libros de
texto, pero a veces tenían algo que valía la pena comprar para
ostentar que habías leído.
Mientras caminaba por los pasillos, un estremecimiento
me detuvo cuando vi a alguien a quien reconocí. Quin estaba
de espaldas mirando los libros sobre manualidades. Me
pregunté si debía saludarla y me pareció que no era mala idea.
—¿Quin?
Quin se dio la vuelta y me miró con una mirada confusa
en su rostro.
—Kendall —le recordé.
—Sí —dijo torpemente.
Mientras continuaba mirándome sin decir nada,
comencé a pensar que había cometido un error.
—Vimos el partido de fútbol juntas. Comimos pizza
después. Fue divertido.
—Oh, lo siento. Sí, sé quién eres. Cage dice que tengo la
tendencia a mirar sin decir nada. Creo que sigo esperando que
la gente lea mi mente —dijo con una sonrisa.
—¿Los lobos cambiaforma pueden hacer eso?
Quin se rio.
—No, no podemos. Es solo porque soy rara.
—Conozco el sentimiento… Parece que tienes algo en
mente.
—Sí. ¿Sabes lo qué es un festival Luz de luna?
—¿No es un tipo de ritual pagano?
—Supongo que sí. Pero me refería a la otra luz de la
luna.
—Ah, sí. La especialidad de Tennessee, Luz de luna, el
festival de Ley seca, quise decir. ¿Qué hay con eso?
—La ciudad donde creció Nero celebrará su primer
festival anual Luz de luna.
—Oh, eso es lo que está organizando Cage.
—¿Nero te lo contó?
—Bueno, dijo que Cage estaba organizando algo y que
—miré a mi alrededor y bajé la voz— allí estará cierto hada.
—¿Te dijo eso?
—¿No debía hacerlo?
—No, supongo que decírtelo estuvo bien.
Hice una pausa y miré fijamente a Quin.
—¿Crees que huelo raro?
—Él también te dijo eso, ¿eh? —confirmó Quin.
—Dijo que los hombres lobo no pueden olerme.
—No podemos.
—Y eso me hace mágica de alguna manera.
—Lo más probable es que sí.
—Dijo que podría haber alguien allí este fin de semana
que podría decirme qué soy.
—Probablemente se refiere al Dr. Tom. Es el líder de las
hadas. Sabe mucho sobre estas cosas. Él seguramente podrá
ayudarte.
—Ya veo —dije sin estar muy segura de lo que pensaba
sobre todo eso—. Entonces, ¿qué te trajo aquí y que te veas
como te ves?
—¿Cómo? ¿Confundida? ¿Perdida?
Me reí.
—Sí, eso.
—Si Nero te habló de lo tuyo, supongo que puedo
contarte todo lo demás. Cage está tratando de establecer una
manada en el pueblo. Pero para no excluir a las hadas y a los
humanos que viven allí, lo estamos organizando en torno a un
evento temático.
—El festival Luz de la luna. Luna llena. Lobos.
Entiendo. Muy inteligente.
—En realidad, no había pensado en eso. La ciudad fue
fundada en el pasado por traficantes de alcohol ilegal.
Mientras lo digo, me pregunto si las dos cosas no están
conectadas. De todas maneras, en relación al festival, me
ofrecí como voluntaria para hacer algo grande.
—¿Y qué hiciste?
—Me ofrecí para ser la mascota.
Me tapé la boca con la mano.
—No lo hiciste.
—Sí. Y dije que me haría un disfraz.
Me quedé mirando a Quin y luego solté una carcajada.
—¿Por qué diablos te ofreciste como voluntaria para
hacer eso?
—No lo sé. Supongo que me hace sentir culpable que mi
fama pueda poner en riesgo a la comunidad. Y como todos han
sido tan amables con Cage y conmigo, quería hacer algo para
agradecerles.
—Y nada dice mejor: “Gracias por no ser idiotas” como
bailar con un disfraz grande e incómodo todo el día mientras
los niños se ríen y te señalan.
—La ciudad no es así. Realmente es bastante agradable.
De hecho, el único problema que tuvimos fue con Nero y
ahora él está por las nubes por alguien que no es cambiaforma.
—¿Sí? ¿Por quién? —dije sintiendo una inesperada
oleada de celos.
—Por ti —dijo Quin mientras me miraba sin
comprender—. Espera, dije algo que no debía, ¿no? ¿Qué
parte de todo eso no sabías? —dijo comenzando a entrar en
pánico.
—No, no. No hablaste fuera de lugar. Sé que ya me
hubiera convertido si fuera una de ustedes. Y él ha dejado en
claro sus sentimientos hacia mí. Supongo que me cuesta creer
que alguien como él pueda estar interesado en alguien como
yo.
—Oh, sí. Tenía el mismo sentimiento acerca de Cage.
—Espero que no te importe que diga esto, pero los dos
hermanos son realmente apuestos.
—No, no me molesta. Es difícil pasarlo por alto.
Entonces, ¿eso significa que a ti también te gusta Nero?
Respiré hondo sin saber qué decir.
—¿Quién sabe? Soy un desastre. Pero, tú, ¿cómo
planeas hacer tu disfraz de mascota Luz de luna?
—Estaba pensando en hacerme un frasco de cristal.
Quiero decir, allí bebían alcohol ilegal en el pasado, ¿verdad?
Hice una mueca.
—Eso es lo que hacen los restaurantes elegantes hoy en
día para imitar un ambiente hogareño.
—¿De verdad?
—Tu Nueva York se está mostrando, cariño.
—¿Sí? Entonces, ¿qué hago? —preguntó Quin
frenéticamente.
—¿Por qué no haces una botella de alcohol ilegal?
—¿Qué es eso?
Miré a Quin asombrada.
—¿Qué te enseñaron en la escuela secundaria?
—Matemáticas —dijo secamente.
Me reí.
—Touché. Bueno, ahora que estás en Tennessee, tendrás
que volver atrás y aprender los fundamentos.
Traté de explicar cómo era una botella de alcohol ilegal.
Cuando le conté que había tres X en la parte delantera, ella
estaba perdida.
—¿Por qué había tres X en la botella?
—Para decirle a la gente que moriría si lo bebe. Alcohol
de grano de Luz de luna: quemaría tus entrañas.
—Pero la gente sí lo bebe, ¿no? —preguntó confundida.
—Por supuesto. ¿Qué más harías con él?
—¿Hacer un coche bomba? —preguntó con ironía.
Me reí mucho.
—Eso es solo después de haberlo bebido.
—Vale, entonces está claro que necesito ayuda con esto
—dijo algo derrotada.
—Yo puedo ayudarte.
—¿Puedes?
—Por supuesto. Quiero decir, claramente necesitas
ayuda y he hecho tantos vestidos con armazón de alambre
como para llenar un festival.
—¿Por qué hiciste vestidos con armazón de alambre?
—Pasé por una fase rebelde —expliqué—. Pensé que
podría llevar la alta costura a Nashville. Pero para que lo
sepas, no lo hice.
—Oh, ¿quieres ser diseñadora de moda?
—No, terapeuta.
—Lo que también tiene sentido —dijo Quin mientras lo
consideraba.
La miré sin decir palabra. No sabía si estaba siendo
graciosa a propósito o no, pero la chica era hilarante.
Realmente me agradaba.
—Entonces, ¿quieres mi ayuda para crear tu obra
maestra?
—No sabes cuánto. Y para que lo sepas, una obra
maestra sería genial. Aunque mi objetivo es no humillarme a
mí misma.
—Bueno, estarás vestida como una botella de alcohol
ilegal en el festival de un pueblo pequeño. Entonces, Quin, ese
barco ya zarpó —dije con simpatía.
Fue el turno de Quin de reír.
Con un proyecto para dejar de pensar en Nero y si lo
vería el fin de semana, me fui con Quin de la librería. Como
ninguna de las dos tenía coche, caminamos hasta la tienda de
artículos de arte más cercana. Luego de comprar alambre para
enmarcar, resmas de tela, pintura y elementos de costura,
compartimos el viaje de regreso a su dormitorio.
Ella no vivía como el resto de nosotros. Vivía en el
edificio conocido en broma como Beverly Hills. Luego de
desparramar todo en su sala de estar, le mostré algunos dibujos
de lo que estaba pensando y me puse manos a la obra. Era
divertido. Y resultó ser una excelente manera de hurgar en su
cerebro para averiguar sobre Nero.
—Entonces, ¿qué quisiste decir cuando dijiste que Nero
fue el único que les hizo pasar un mal rato a Cage y a ti?
—Nero no siempre estuvo en contacto con su lado más
tierno. Y las cosas podrían haber salido un poco mal.
—¿Era un imbécil de pueblo?
—Sí. Eso creo.
Me quedé pensando en eso un poco.
—Tiene mal carácter, ¿no?
Los ojos de Quin se movieron rápidamente. No necesitó
decir nada más. Su respuesta fue clara.
—Ha tenido una vida difícil.
—Contó algo sobre eso.
—Creo que si Cage no hubiera aparecido, su vida podría
haber seguido un camino oscuro. Es difícil crecer sin ninguno
de tus padres.
—Entendí que creció con su madre.
—Sí, lo hizo. Ella estaba físicamente allí. Pero en todos
los aspectos importantes, estaba solo. Ella también lo pasó
mal. Recién ahora está volviendo a ser ella misma.
—¡Ohh!
—Sí. Por esa razón, podría estar un poco enojado y tener
sus imperfecciones. Pero era exactamente lo fuerte que
necesitaba ser para sobrevivir en el mundo en el que se vio
obligado a vivir.
»Y cuanto más lo conozco, más veo cómo usa su lado
oscuro. Nero es un protector. Cuida sus cosas. Si no estás en su
círculo, es mejor que tengas cuidado. Pero si te deja entrar,
estás más segura que nunca.
Pensé en lo que dijo Quin durante el resto de la cena.
Tenía sentido. ¿No fue eso lo que pasó con Evan? ¿No había
hecho Nero lo que tenía que hacer para protegerme?
—Deberías ir al festival —dijo Quin mientras nos
acercábamos al final de la noche—. Estás haciendo todo este
trabajo. Al menos deberías ir a ver cómo me humillo a mí
misma. Cage y yo acabamos de comprar una casa. Tenemos un
dormitorio extra por si quieres quedarte.
—Oh, Nero mencionó que tú y Cage compraron una
casa. Felicitaciones por eso.
—Gracias. Y tenemos mucho espacio para los invitados.
—De hecho, Nero me invitó este fin de semana para que
conozca al hada que mencionó.
—¡Oh! —dijo Quin mirándome sorprendida—. ¿Y
aceptaste?
—Le dije que tenía que pensarlo.
—Deberías hacerlo… si te sientes cómoda. Quiero decir,
haz lo que quieras. Serás muy bienvenida si lo haces.
—¡Gracias! —dije sintiéndome tentada.
Accedí a volver al día siguiente para ayudarla a terminar
su disfraz, y me dirigí de regreso a mi casa. Estaba segura de
que si Nero no me hubiera invitado primero, ya habría
aceptado la invitación de Quin.
No era que no quería averiguar qué era o pasar tiempo
con Nero. Realmente quería hacer las dos cosas. Y quería
hacer más de lo que hicimos en su camioneta.
Pero ese era el problema. Había una parte de mí que no
olvidaba que estaba en su vida para ayudarlo. Sabía que
algunas cosas eran más importantes que descubrir lo que soy.
Y el sexo con Nero no era una de ellas. ¿Tenía la fuerza para
separar las dos cosas?
¿Y si me enamoraba de él? No habría vuelta atrás.
¿Cómo podría resistirme a él? No solo era tan atractivo como
el pecado, sino que me gustaba todo de él.
Quin tenía razón. Cuando estaba con él, me sentía más
segura de lo que nunca lo había estado en mi vida. Tal vez no
significaba demasiado considerando el infierno que Evan y sus
amigos idiotas me habían hecho vivir todos los días en la
escuela, pero significaba mucho para mí.
—Cory, tengo un dilema —dije cuando llegué a casa y la
encontré todavía despierta.
—¿Problemas con chicos? —preguntó dejando a un lado
el libro que estaba leyendo.
—¿Cómo lo sabes?
—Kendall, has estado radiante los últimos días.
—¿Lo estuve?
—¿No lo sabías?
Me quedé pensando en ello. A pesar de lo estresada que
había estado tratando de averiguar qué debía hacer con Nero,
estaba borracha de felicidad.
—Quizás.
—Al menos no te había visto tan feliz estos dos últimos
años.
—Creo que sí. Pero no lo describiría como “problemas”
de chicos. Simplemente no puedo decidir qué hacer. —Hice
una pausa—. Espera, ¿te sientes cómoda hablando de esto?
—¿Por qué no lo estaría? —preguntó Cory confundida.
—No sé cómo funcionan estas cosas. Nunca tuve un
chico del que hablar, o una amiga con la que hablar.
—Kendall, hemos estado viviendo juntas durante años.
¿De verdad crees que no puedes hablar conmigo de algo?
—No sé. Supongo que a veces me asustan estas cosas.
—Maldito Evan Carter —dijo esperando que completara
la frase.
—Acerca de eso…
—¿Qué?
—Podría haber resuelto la situación de Evan Carter.
Cory se sentó para prestarme toda su atención.
—¿Cómo?
—¿He mencionado que hay un chico?
—No entiendo.
—Si recuerdo bien mi clase de psicología del
comportamiento, podría haber sufrido algo llamado
“indefensión aprendida”. Es cuando te rindes porque has
decidido que no hay nada que puedas hacer para escapar de la
mala situación en la que te encuentras.
»Si pones ratas en una jaula y electrificas el fondo,
eventualmente se darán cuenta de que no pueden escapar de
las descargas eléctricas y dejan de intentarlo. Entonces, cuando
solo electrificas la pequeña sección en la que están parados, no
se moverán. Han aprendido que son impotentes para escapar
de su situación aunque no lo sean.
»Eso podría haber sido lo que me sucedió con Evan
Carter. Su constante acoso me había enseñado que no tenía
control sobre mi vida y que estaba indefensa ante todas las
cosas malas que podían pasarme. Estaba atrapada en el barro.
El chico que conocí me ayudó a salir de eso.
—¿Cómo lo hizo?
—Le dio una paliza a Evan Carter —dije preocupada
por lo que diría Cory.
—¡Oh!
Se reclinó y se quedó en silencio.
—Está mal, ¿verdad?
—Bueno, no es como si él no pudiera imaginar que algo
así le pasaría. Te ha hecho cosas de mierda.
—Ni siquiera te he contado las cosas humillantes.
—¿Hay más? —preguntó aturdida.
—Sí. Él era…
Tuve que respirar profundamente cuando los recuerdos
inundaron mi mente. Se me hizo más difícil respirar cuando
recordé que era un hombre lobo. Él era mucho más peligroso
de lo que había imaginado.
—Él era el diablo —decidí.
—¿Y después de que este tipo hizo lo que hizo …?
—Me siento mejor. Ya no tengo miedo todo el rato.
Siento que puedo respirar por primera vez en mucho tiempo.
—¡Eso es genial!
—Sí. Pero…
—¿Pero qué?
—No sé. ¿Debería estar preocupada? Quiero decir, la
razón por la que me lo asignaron es porque tuvo algunos
problemas de ira. Tiene un lado muy peligroso. ¿Soy una tonta
por creer que eventualmente no me lastimará también?
Cory lo pensó.
—¿Sientes que estás en peligro?
—Eso es todo lo que sucedió. Me siento increíblemente
segura a su alrededor. Siento que si estoy con él, no hay nada
que pueda lastimarme, porque él me protegerá.
—¡Guau! Eso es sorprendente. ¿Quién no querría eso?
—dijo con más introspección de la que hubiera esperado.
—Entonces, ¿supongo que estar con tu novio no te hace
sentir segura?
Cory me miró y se rio.
—Bueno, mi novio y yo tenemos casi la misma
contextura física, así que no.
—Pero hay otras formas en que una persona puede
hacerte sentir segura, ¿verdad? Tal vez él te hace sentir segura
porque sabes que estará allí cuando lo necesites. O tal vez te
hace sentir segura porque sabes que siempre te amará.
Cory me miró como si lo considerara por primera vez.
—Eso creo. ¡Guau! Eres realmente buena en esto.
No podría haber dicho nada mejor. Me sonrojé.
—Gracias. Entonces, ¿te hace sentir segura de alguna de
esas formas?
—Quizás.
La miré fijamente mientras sus ojos se entristecían.
—Pero esas no son las formas en las que quieres sentirte
segura. ¿O tal vez necesitas sentirte segura?
—¡Mira, Kelly es un gran chico! —dijo a la defensiva.
—No dije que no lo fuera.
—Y no estábamos hablando de mí. Hablábamos de ti.
No intentes cambiar de tema.
Supongo que toqué un nervio muy sensible.
—Tienes razón. Hablábamos de lo que debería hacer con
Nero. Entonces, mi dilema es que él se va a casa este fin de
semana y me invitó a ir con él.
—Quiere que veas dónde creció. Eso es bueno, ¿no?
—Hay algo más. Hay alguien allí a quien quiere que
conozca.
—¿Su mamá?
—Conocería a su madre, pero además hay un médico
allí al que quiere que vea.
—¿Te sientes bien? —preguntó Cory preocupada.
—Sí. Estoy bien. ¿Crees que huelo raro?
—¿Si hueles raro?
—Sí. Nero dijo que huelo diferente. No mal, ni nada.
—Entonces, ¿el médico es un herbolario o algo así?
—¡Sí! Exactamente. Y como Nero no fue el único que
me dijo esto, creo que debería ir.
—Y mientras estés allí, conocerás a las personas que son
importantes para él. A mí me parece que está llevando las
cosas al siguiente nivel.
—En realidad, ya he conocido a algunas de esas
personas. Estuve ayudando a la novia de su hermano a hacerse
el disfraz para el festival que organiza su ciudad este fin de
semana. Es en su casa donde nos quedaríamos. Y Quin
también me invitó a pasar el fin de semana con ellos.
—Todo eso tiene buena pinta.
—¿Sí?
—Sí. El chico te invitó para que conozcas más sobre él.
Y como la novia de su hermano también te invitó, no hay tanta
presión como si se tratara de una cita.
Sonreí.
—Y el hermano de Nero también parece agradable…
aunque también era jugador de fútbol.
—Entonces, ¿ahora eres amiga de dos jugadores de
fútbol?
—Eso creo —dije con una sonrisa.
—Kendall, ya no sé quién eres.
Me reí.
—Yo tampoco lo sé.
—Pero creo que deberías ir. Te conozco desde hace
tiempo. Nunca te había visto metida así en algo, mucho menos
con alguien. ¿Y si él es tu oportunidad de ser feliz? ¿No
valdría la pena correr el riesgo… incluso si pudiera haber
algunos problemas?
Capítulo 8
Nero

Mi lobo y yo nos estábamos volviendo locos esperando


saber lo que Kendall había decidido. La había invitado a
acompañarme a mi hogar. Era para ver si el Dr. Tom podía
ayudarla a descubrir qué era. Pero no había forma de evadir el
hecho de que todos los que conocía estarían allí. Si ella fuera
conmigo, sabía que no podría ocultar cuánto me gustaba y que
ellos lo notarían.
¿Qué dirá mi madre? No tuvo ningún problema con
Cage y Quin, pero los conoció como un paquete. Si quería
recuperar a su hijo, tenía que aceptarlos a ambos. Ahora me
pregunto si a ella le agrada más Quin que yo.
Pero mi mamá nunca conoció a nadie que me interesara.
Probablemente fue así porque no estuve interesado en nadie
realmente hasta que conocí a Kendall.
Y Kendall no era una mujer lobo. Era una chica sin
aroma que se vestía completamente de negro y usaba
brazaletes de cuero con tachuelas. Ella no se integraría del
todo cuando estuviera allí. ¿Cómo reaccionará mamá?
¿Y qué dirán todos los demás que me conocen? Los
hombres lobos no eran exactamente las personas más abiertas.
Las cosas podrían complicarse de un momento a otro. Sabía
que podía callar a cualquiera que se pasara de la raya, pero eso
no significaba que no fuera a molestarme de alguna manera.
Al mismo tiempo, me sentiría indefenso con Kendall.
Apenas podía respirar cuando estaba cerca de ella. Solo podía
pensar en acercarme y aferrarme a ella con mis brazos
alrededor de su pecho y mis labios en su cuello. Nunca alguien
me había excitado tanto en mi vida.
Aún así, no podía quitarme la sensación de que estar con
ella era solo un sueño. Quizás estaba jodido. Demasiado
jodido para quien sea.
Pero conocer a Kendall me había hecho creer que estaba
equivocado. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo para estar con
ella. Todo lo que necesitaba era que me respondiera el mensaje
que le envié y me diera una oportunidad.
Estaba empezando a pensar que Kendall me había
plantado como a una estatua cuando apareció una fotografía en
nuestro chat. Eran ella y Quin de pie frente a lo que parecía
una botella de alcohol ilegal de tamaño humano.
Nada en la imagen tenía sentido. Sabía que Quin y ella
se llevaban bien. ¿Pero cuándo empezaron a salir juntas? ¿Y
por qué había una botella de alcohol ilegal gigante en la sala
de estar de Quin?
“¿Cuánto de ese alcohol ilegal bebieron ustedes dos?”,
le respondí.
“Bueno, tuvimos que vaciar la botella, así que…”
Todavía estaba muy confundido.
“¿Necesitas que alguien te acompañe a casa? Porque
estoy cerca”.
Una foto fue lo siguiente que apareció. Esta vez las dos
fingían estar borrachas mientras bebían de la botella.
Claramente lo estaban pasando muy bien.
“Sabes que esas cosas te harán quedar ciega, ¿verdad?”
“Lkajfoi; al; keaa alk; edfa; lka”, respondió.
Me reí.
“En serio, ¿necesitas que vaya? Estoy a cinco minutos”.
“No. Estamos bien. Solo quería mostrarte el disfraz que
hicimos para el festival Luz de luna de este fin de semana”.
“¿El festival Luz de luna?”
“Quin me contó sobre eso”.
“¿Irás, por cierto?”
“Quin dijo que tienen un dormitorio libre en el que
puedo quedarme”.
Al leer eso, mi pecho se cerró. Tenía la esperanza de que
quisiera dormir en mi cama. Había muchas cosas que quería
hacerle.
“Sí, lo tienen. ¡Deberías ir!”
Esos tres puntos bailaron en la pantalla durante lo que
pareció una eternidad.
“Vale”.
—¡Siiiiii! —grité haciendo que Titus levantara la vista.
—¿Recibiste buenas noticias?
—No están nada mal —dije sin poder borrar la sonrisa
de mi rostro.
—Por cierto, ¿vas a ir a alguno de los festivales que hay
este fin de semana? Parece que van a pasar muchas cosas.
—Voy a ir. —Hice una pausa porque no sabía cómo
sacar el tema—. Y, eh, ¿te acuerdas de Kendall?
—¿La chica que vimos después del partido?
—Sí. Ella también irá —dije nerviosamente.
—¿Sí? ¡Genial! Me agrada.
—¿Quieres invitar a Lou?
—La invité. Tiene una cita este fin de semana.
—Ella sale mucho, ¿no?
—Sí.
—¿Eso te molesta?
—¿Por qué me molestaría? —preguntó Titus haciéndose
el tonto.
Lo miré y me pregunté hasta cuándo seguiría negando lo
que pasaba entre ellos dos.
—Mira, si te gusta, creo que tendrás que dar un paso al
frente y decírselo.
—¡No me gusta! Quiero decir, me agrada. Somos
buenos amigos. Pero no me gusta de esa forma.
—¡Eh! Bueno, supongo que es bueno que no te guste.
Porque si te gustara, escuchar que va a tener otra cita te haría
trepar por las paredes. Imagina todas las cosas que hace con
esos tíos. Imagínalos tomados de la mano. Imagínalos
besándose. Luego, que la invitan a ir a su casa…
—¡Es virgen! —dijo Titus interrumpiéndome.
—¿Qué?
—Sí. Dijo que sale mucho, pero no va más allá de eso.
Quiere esperar al chico adecuado.
—¿Te estaba mirando cuando lo dijo?
—¿A qué te refieres con que si me estaba mirando? Me
estaba hablando. Por supuesto que me miraba.
Lo miré y me pregunté cuánto tiempo más seguiría
jugando ese juego.
—Vale. Lo que sea. Solo creo que si sientes algo por
alguien, tienes que decírselo sin importar lo gallina que seas.
—¿Se lo dijiste a Kendall? —preguntó arrojándome la
cuestión a la cara.
—Se lo voy a decir este fin de semana —dije
afirmándome en esa decisión.
Supongo que eso lo hacía oficial. Ahora no había vuelta
atrás.
—¡Bien por ti! —dijo Titus mirándome con admiración
—. Eso es genial. Ella parece ser realmente agradable. Me
gustan ustedes dos juntos.
—Gracias —dije llenándome de alivio.

Al no tener un partido ese fin de semana, Kendall y yo


acordamos encontrarnos en la habitación de Quin para salir los
tres juntos hacia mi hogar.
—Entonces, ¿ninguna de ustedes pensó en cómo
atravesar la puerta cuando estaban decidiendo qué tan grande
sería? —pregunté mirando el disfraz de botella de más de un
metro de ancho.
Kendall y Quin se miraron. Fue la cosa más linda que
jamás haya visto.
—Ok. Esto es lo que haremos. Quin, vas a tomar todas
las fotos que quieras luciendo el disfraz perfecto como está
ahora.
—¿Y luego? —preguntó Quin nerviosamente.
—Luego lo sacaremos por la puerta.
—¡Oh, no! Nos costó mucho trabajo —se quejó Quin—.
Nunca hice nada como esto antes.
—Entonces, tal vez la próxima vez ustedes dos hagan
algo más pequeño que el marco de la puerta por la que
necesitan pasar. ¿No se supone que son súper inteligentes o
algo así? —bromeé.
La cabeza de Quin se inclinó. No sé por qué, pero tal vez
fui demasiado lejos con lo que dije. Puse mi mano en su
hombro.
—Mira. Estoy contigo. Ambos estamos contigo.
¿Verdad, Kendall?
—Por supuesto. Estamos contigo, Quin.
—Solo quería que Cage lo viera en su mejor momento.
—Y lo hará… cuando vea las fotos —dije bromeando de
nuevo.
El humor de Quin se alivió, lo que le permitió reírse de
ello. Yo hice lo mismo. Pero cuando miré a Kendall, la
sorprendí mirándome con una gran sonrisa.
—¿Qué?
—Nada —dijo antes de centrar su atención en el disfraz.
No sabía lo que estaba pensando, pero me gustó la forma
en que se veía al pensarlo. Realmente era la chica más sexy de
todos los tiempos. Maldita sea, quería besarla de nuevo.
Después de tomar más fotos que un turista al mayor
ovillo de lana de Tennessee, Quin guardó su cámara y nos
pusimos manos a la obra. Lo hicieron tan fuerte como para
atrapar a un lince, así que la única forma de atravesar la puerta
era doblándolo. Cuando lo subimos a mi camioneta y lo
doblamos hacia atrás, quedó más ovalado que redondo.
—Es un festival Luz de luna. Si la gente está tan sobria
como para notar que la botella está un poco doblada, entonces
tendremos problemas mayores —dije a Quin, quien aún se
veía triste.
Por mucho que me gustara estar a solas con Kendall,
tener a Quin con nosotros durante el viaje a mi pueblo ayudó.
Las dos se llevaban como mejores amigas. Estaba un poco
celoso. Pero justo cuando pensé que se habían olvidado de que
yo estaba allí, Kendal me tocó el muslo. Nunca me había
puesto duro tan rápido en mi vida.
La miré preguntándome qué estaba sugiriendo. No me
estaba mirando. Era como si solo quisiera decirme que no se
había olvidado de mí. Lo acepté, porque ciertamente no me
había olvidado de ella.
Kendall y yo le estábamos haciendo escuchar a Quin las
canciones para ebrios de Tennessee cuando atravesamos la
barrera protectora. Esperaba que Kendall notara el cambio,
pero no lo hizo. Fuera lo que fuese, definitivamente no era una
mujer lobo. Era una lástima, pero no había forma de que eso
afectara lo que sentía por ella.
—¿Esa es tu casa? —preguntó Kendall mirando a través
del parabrisas cuando estacionábamos.
—Sí —respondió Quin tímidamente.
—¡Es increíble!
—Gracias.
Sí, no había forma de obviarlo. El lugar era
impresionante. Me pregunté qué diría Kendall cuando viera
nuestra vieja casa. No me había avergonzado de mi hogar
mientras crecía porque no tenía tiempo para hacerlo. Estaba
demasiado ocupado pensando en cómo pagar la renta.
Pero había visto el vecindario en el que vivían los niños
de la escuela. Ninguna de esas casas tenía ruedas. Claro,
ninguna de las casas de nuestro parque de casas rodantes las
tenía. Pero eso se debía a que nadie podía pagarlo.
—Nero, después de que entremos el disfraz, deberías
mostrarle a Kendall los alrededores.
Kendall me miró con entusiasmo.
—Genial.
—¿Está mamá aquí? —interpelé a Quin preguntándome
qué tan estresante sería mi noche.
—Pedimos una cama especialmente para ella. Llegará
mañana. Ella no se mudará hasta entonces.
Estaba aliviado. Nos daría a Kendall y a mí una noche
para acostumbrarnos a lo que sea que estuviera pasando. Una
vez que trasladamos el disfraz al garaje y saludamos a Cage,
eso fue lo que hicimos.
—Me dijeron que esta sería mi habitación —dije
guiándola hacia adentro y hacia la cama.
—¡Qué bonito! —dijo mirando el espacio vacío.
—Buscaremos mis cosas mañana. Pero no estoy seguro
de cuánto quiero traer conmigo. Tal vez sea mejor dejar que la
mayor parte se quede en el pasado.
—Nada puede superar a un nuevo comienzo.
—Sí.
Me quedé mirando los suaves ojos color chocolate de
Kendall. Era como si me estuviera pidiendo que la cogiera
entre mis brazos y no la dejara ir nunca. Pero tan pronto como
deslicé mi mano sobre la suya, se puso de pie.
—Entonces, ¿dónde está el dormitorio en el que me
quedaré? —preguntó cogiendo su mochila.
Consideré sugerirle que se quedara conmigo, pero
cambié de opinión. Quería que se sintiera cómoda estando
aquí. Y si necesitaba dormir en otro dormitorio para hacer eso,
se lo concedería.
—Al lado. Te mostraré.
Cuando dejé que se acomodara, me dijo que se reuniría
conmigo abajo y cerró la puerta detrás de mí. ¿Cómo no tomar
eso como un rechazo? También podría haber dicho: “No dejes
que el picaporte te golpee al salir”. Estaba empezando a pensar
que el fin de semana no sería como lo esperaba.
—¿Dónde está Kendall? —preguntó Cage cuando me
reuní con él y Quin en la cocina.
—Está en su habitación. Dijo que bajará pronto.
—Entonces, ¿cómo van las cosas entre ustedes dos? —
preguntó Cage.
Asentí con la cabeza y apreté los labios en lugar de
responder. La verdad es que no lo sabía.
—¿Tienen algo de beber? —interrogué revisando los
muebles.
—En primer lugar, es: “¿Tenemos algo de beber?” —
dijo mi hermano refiriéndose a nosotros tres—. Y en segundo
lugar, por supuesto —dijo antes de señalarme un mueble bajo.
Lo abrí y miré la lamentable selección.
—Saben que esto no es suficiente, ¿verdad?
—¿Quieres más? Ve a comprarlo —bromeó Cage.
—No. Yo me ocuparé —se ofreció Quin.
—Ahora, ¿por qué no te pareces más a tu novia?
—No todos podemos ser perfectos —dijo aferrando a
Quin y besándola.
—No sé de quién estás hablando. Pero sé que no de mí
—protestó Quin.
—Por supuesto que de ti. Siempre de ti —dijo Cage
siendo tan dulce con Quin que quería vomitar.
—¿Dónde diablos está Kendall? —pregunté sin poder
soportarlo más. Tan pronto como lo dije, Kendall entró como
si estuviera esperando en la puerta—. Ahí estás —dije sin
poder evitar sonreír—. ¿Un trago?
—Dios mío, sí— dijo uniéndose a mí y señalando lo que
quería.
Una vez que las bebidas comenzaron a fluir, las cosas
entre Kendall y yo se volvieron menos incómodas. Sentados
en la cocina mientras Cage preparaba la cena, la conversación
era fluida y bastante buena. Cuando terminamos de cenar,
Kendall y yo lavamos los platos y luego nos reunimos con
Cage y Quin en la sala de estar. Habían comprado un segundo
set de juegos para la casa y Kendall y yo los desafiamos a
jugar una partida de Wavelength.
El objetivo era encontrar una palabra que hiciera que tu
compañero de equipo girara un dial oculto para ubicarlo en la
posición correcta. Básicamente probaba qué equipo estaba en
la misma longitud de onda. Cage y Quin nos aplastaron. Pero
considerando lo bien que jugamos contra la pareja perfecta, ni
Kendall ni yo nos sentimos mal.
—Nos vamos a dormir. Tenemos mucho que hacer
mañana. Después de que nos mudemos, nos vendría bien que
te sumes a darle una mano a la Dra. Sonya con los
preparativos para el domingo.
—Iremos a ver al Dr. Tom, pero tal vez después —dije a
Cage sin estar seguro de cuánto me quería involucrar en lo que
estaban haciendo.
Una vez que se fueron, me volví hacia Kendall. Dios, se
veía sexy.
—¿Y qué me dices de ti? ¿Qué quieres hacer ahora?
Me miró por un momento y sonrió.
—Creo que yo también me iré a dormir.
—¿Segura? Podría pensar en algo para hacer —dije con
una sonrisa.
—Estoy segura de que podrías. Quizás la próxima vez,
bateador —dijo antes de inclinarse, besarme en los labios y
alejarse.
Apenas supe qué hacer conmigo durante el resto de la
noche. Decidí irme a dormir, pero miraba la pared sabiendo
que ella estaba del otro lado. Di vueltas y vueltas antes de
resolver las cosas con mis propias manos y aliviar un poco el
estrés. Fue solo entonces que pude tener pensamientos cálidos
sobre Kendall y lentamente me quedé dormido.
Me desperté temprano a la mañana siguiente y no pude
mantenerme alejado de Kendall por mucho tiempo. Tumbado
en la cama, miré la pared que nos separaba. ¿Estaba despierta
mirando la pared? Si estaba dormida, ¿con qué estaba
soñando?
Con mi lobo demasiado excitado como para quedarme
en la cama, me puse un par de pantalones cortos y salí de mi
habitación. Su puerta aún estaba cerrada. Luego de
autoconvencerme de no llamar a su puerta, bajé las escaleras y
encontré a Cage y Quin en la cocina.
—Buenos días —dijo Cage como si hubiera estado
despierto durante horas.
—Buenos días.
—¿Cómo has dormido? —preguntó Quin—. ¿Es
cómoda la cama? Debatimos sobre qué tan suave debería ser.
Cage dijo que no te importaría.
—No sabe lo incómoda que era la cama en la casa
anterior —dijo Cage.
—Sí. Cualquier cosa es mejor que eso —acepté tratando
de no tomar las críticas de mi hermano como algo personal—.
Pero era todo lo que podíamos permitirnos, ya sabes.
—Ey, para un lugar que estaba siendo pagado por un
chico de catorce años, es asombroso. Todavía no puedo creer
que hayas podido hacerlo —me dijo Cage—. Pero ya no estás
solo. Estamos todos juntos ahora. Y tenemos un nuevo hogar.
—Sí —dije a medias.
Sabía que Cage estaba tratando de hacerme sentir que
ese también era mi hogar y lo apreciaba. Pero no era así. No
pensaba que pudiera serlo jamás. No solo no podría ser yo
mismo viviendo bajo el hechizo protector, sino que sería un
salto demasiado grande con respecto a la casa que había
podido pagar. Entraban varias casas rodantes en esta casa. Era
demasiado diferente a todo lo que había conocido. ¿Cómo no
sentirme como un invitado?
—¿Kendall sigue durmiendo? —preguntó Quin.
—Eso creo. Se quedó en el dormitorio de invitados.
—Oh. Cage se preguntaba si debería empezar a preparar
el desayuno. ¿Sabes si duerme hasta tarde?
—Ojalá tuviera esa información —dije esperando
saberlo pronto.
—Ok. Le daré unos minutos y luego comenzaré. En
cualquier caso, llevará un tiempo. Quizás ya esté despierta
para entonces.
—Mientras lo preparas, me voy a dar una ducha —dijo
Quin besando a Cage antes de irse.
Cuando Quin se fue, miré a Cage. Traté de pensar en la
última vez en que los dos estuvimos solos. Las veces que lo
había visto últimamente fueron cuando fue al campus para
nuestra carrera de lobos, o cuando llevé a Quin a pasar el fin
de semana. Amaba a Quin, pero extrañaba pasar tiempo a
solas con mi hermano.
—¿Cómo va el trabajo?
—¡Bien! Me encanta trabajar con niños. Sigo intentando
averiguar cuándo puedo invitarte a un partido, pero tienes
práctica o clases.
Cage volvió a llenar su taza de café y me ofreció un
poco.
—Por favor. ¿Y las cosas le están yendo bien a mamá?
Después de que me entregó una taza, se reunió conmigo
en la cocina.
—Sí. Quiero decir, la has visto. Incluso ha estado
hablando de volver al trabajo.
—Me lo dijo. Es asombroso. ¿Dónde estaba esa mujer
cuando era niño?
—Ella estaba haciendo todo lo posible.
—No la defiendas. No estabas allí. No sabes cómo era
—dije.
No estaba molesto, pero no había forma de que pudiera
escuchar cómo la defendía cuando solo había visto su lado
bueno.
—Lo siento.
—¿Alguna vez te preguntaste sobre nuestro padre,
Cage?
—Por supuesto. Sabes que lo hago.
—¿Quin te ha dicho lo que decidió?
—¿Qué decidió?
—Ok. Le había pedido que me ayudara a descubrir
quién es mi padre. Y me dijo que tal vez no quiera saberlo.
—¿Qué significa eso?
—No lo sé. Es tu novia.
La mirada de Cage se hundió mientras pensaba en ello.
—¿Y si nuestro padre es alguien realmente horrible,
Cage? Por ejemplo, ¿qué pasa si la razón por la que mamá no
quiere hablar de eso es porque explicaría por qué estoy tan
jodido?
—No lo sé, Nero. Pero ¿crees que necesitamos saberlo?
Quiero decir, tenemos a mamá. Nos tenemos el uno al otro.
Quizás eso sea suficiente.
—Quin pensó que dirías eso.
—¿Sí?
—Sí. Pero no sé si es suficiente para mí. Es como una
pieza que falta en mi vida. Solo puedo pensar en por qué no
estaba nuestro padre. ¿Fue porque no sabía que yo existía?
¿Hubiera querido saberlo? ¿Lo sabía y no le importaba? ¿Y
por qué mamá se negaba a hablar de eso? ¿Qué hay de malo en
mí que ella no se atreve a decir?
—¿Se lo has preguntado alguna vez? —dijo una nueva
voz desde la puerta de la cocina.
Me volteé para encontrar a Kendall. ¿Cuánto había
escuchado?
—Oh, hola. ¿Estabas despierta?
—Sí, he estado despierta por un tiempo. Pero escuché lo
que le estabas diciendo a Cage. Lo siento, hay un poco de eco
aquí.
—El resto de los muebles debería llegar en un par de
días —explicó Cage.
—¿Escuchaste todo lo que decíamos? —pregunté.
—Sólo la parte en la que decías que necesitas saber
sobre tu padre.
Bajé la cabeza. No tenía ningún problema en contarle
cosas a Kendall, lo cual era increíble de hecho. Pero admitir
esas cosas ante cualquier otra persona que no estuviera en el
mismo barco, era bastante difícil.
—Le he estado preguntando a mi madre sobre mi padre
toda mi vida. Ella nunca ha querido decir nada al respecto.
Kendall entró en la cocina y se puso al alcance de la
mano.
—¿Le dijiste lo importante que es esa información para
ti?
Miré a Cage sin saber cómo responder. No estaba listo
para decirle a Kendall que mamá había estado mentalmente
ida durante algunos años y que le importaba una mierda lo que
era importante para mí.
—Creo que ella lo sabía —dije a Kendall.
—Ella podría haberlo sabido. Pero a veces decir las
palabras cambia las cosas.
—Tal vez —dije mientras pensaba en las palabras que
usaría cuando le dijera a Kendall lo que sentía por ella.
—Podría ayudar. Y si necesitas ayuda, podría hablar con
ella. Todavía no conozco a tu madre, pero a veces es más fácil
hablar con un extraño.
No pensaba que nada de lo que dijera funcionaría, pero
pensé que era dulce de su parte ofrecérmelo. Cogí su antebrazo
con mi mano. Su suave piel se deslizaba bajo mi pulgar que
giraba lentamente en círculos.
—Te agradezco tu ofrecimiento. Pero tal vez deberías
conocer a mi madre primero.
La confianza de Kendall se desvaneció rápidamente.
—Sí. Por supuesto. No quise…
—No dijiste nada malo —dije interrumpiéndola—. Es
solo que nuestra madre estuvo lidiando con muchas cosas
mientras yo crecía. Entonces no estaba muy dispuesta a hablar.
Ahora está mucho mejor. Entonces tal vez las cosas sean
diferentes. Joder, tal vez si le volviera a preguntar ahora, ella
me lo diría.
—Nunca se sabe —animó Kendall.
—Nunca se sabe —estuve de acuerdo.
Cage se unió a la conversación.
—Sabes cómo me siento sobre esto. Pero Kendall podría
tener razón. A veces es más fácil hablar con un extraño.
—Estaría más que feliz de hacerlo.
Volví a mirar a Kendall. Parecía que realmente quería
hacer eso por mí.
—Si surge. Pero, por favor, Kendall, no la presiones.
—Por supuesto. Solo si es el momento adecuado —dijo
con una sonrisa ilusionada.
Me quedé mirando a Kendall tratando de averiguar por
qué algo así la haría feliz. Pero lo hacía. Todavía había muchas
cosas sobre ella que no sabía. Era como un regalo que estaba
ansioso por desenvolver.
—Empezaré con el desayuno —dijo Cage dejándonos a
los dos solos.
Probablemente empezó a sentirse incómoda. Estaba
mirando fijamente a Kendall con bastante dureza, y ella
también me estaba mirando a mí. Maldita sea, quería besarla.
Y cuando de repente levantó la mano y pasó un dedo por mi
pecho desnudo, casi pierdo el control.
Me incliné hacia adelante para alcanzar sus labios
cuando se apartó de mí. ¿Qué estaba haciendo? No podrías
burlarte de un lobo de esa manera. Te mordería.
Para alejarse un poco, se unió a Cage y se ofreció a
ayudarlo con el desayuno. No la perseguí porque mi polla
estaba demasiado dura. No podía levantarme.
En cambio, la vi cruzar la cocina recogiendo los
ingredientes mientras mi hermano preparaba un festín. Kendall
encajaba perfectamente. Había algo sexy en eso que me hacía
desearla aún más.
Después de comer muchos panqueques y tocino, Kendall
me ayudó a limpiar. Cuando terminamos, nos vestimos y nos
preparamos para empacar. Cage y yo condujimos en
camionetas separadas hasta nuestra antigua casa. Lo primero
que debía hacer una vez que llegara allí era presentarle a
Kendall a mi mamá. Me estaba asustando un poco.
Mientras estacionaba, sentí que estaba listo para
convertirme. Mi corazón estaba latiendo fuerte. No había nada
que pudiera frenar las cosas ahora. No sabía lo que iba a decir.
¿Cómo iba a presentar a Kendall? Por mucho que quisiera que
lo fuera, no era mi compañera ni mucho menos mi novia. Pero
llamarla simplemente “amiga” tampoco parecía correcto.
Kendall debió darse cuenta de mi ansiedad porque antes
de salir de la camioneta, tomó mi mano y la apretó.
—Puedes hacer esto —dijo.
—¿Hacer qué?
—No sé. Lo que te tiene tan estresado.
—Es por mi mamá. Sé que nosotros todavía no somos
nada…
—Somos algo —dijo interrumpiéndome.
—¿Qué somos?
—Somos amigos.
—¿Solo amigos? Porque las cosas que quiero hacerte no
son las cosas que quiero hacer con alguien que es solo un
amigo.
Esperé mientras me preguntaba si lo que había admitido
la asustaría. Esperaba que me dijera que no éramos nada en
absoluto.
—Somos buenos amigos —dijo con una sonrisa.
—Sabes que quiero que seamos más que amigos,
¿verdad? Me gustas mucho, Kendall. Nunca me había gustado
tanto alguien.
La miré fijamente. Había derramado mi corazón. ¿Por
qué no decía nada?
—Yo… —dijo con su voz desvaneciéndose.
—Ayudé a mamá a empacar la mayoría de sus cosas
ayer —dijo Cage acercándose a la ventana—. Donaremos la
mayor parte de los utensilios de cocina a Goodwill. Mamá está
de acuerdo. Pero si hay algo con valor sentimental, deberías
guardarlo ahora.
No sabía si Cage me había salvado de escuchar a
Kendall decirme que no estaba interesada o no, así que no me
quejé por su interrupción.
—Entendido, hermano —dije mirando a Kendall
fijamente a los ojos por un momento más—. ¿Estás lista para
conocer a mi mamá?
Por primera vez, Kendall parecía nerviosa.
—Sí.
Alcanzando a Cage y Quin cuando entraron, entramos
en la casa para demostrar una vez más que nuestra manada se
había hecho demasiado grande para ella.
—Hola, mamá —dijeron Cage y Quin, dándole cada uno
un beso.
—Mamá, quiero que conozcas a alguien —dije tratando
de respirar.
Ella se volvió hacia mí. Sus ojos rápidamente se
dirigieron a Kendall.
—Ella es Kendall. Ella es, eh, es alguien muy especial
para mí, mamá.
Mamá miró a Kendall.
—¿Es tu compañera? —preguntó llevando las cosas más
lejos de lo que esperaba.
—No. Pero espero que lo sea algún día —dije sin darme
cuenta de que estaba poniendo a Kendall en un aprieto grande.
Mamá se levantó y se acercó a Kendall.
—Es un placer conocerte, Kendall —dijo antes de
ofrecerle un abrazo.
Eso me sorprendió. Apenas me había abrazado. No
recordaba la última vez que me había dado un abrazo.
Empezaba a darme cuenta de que no sabía quién era mi madre.
Durante la mayor parte de mi vida, ella había sido la mujer
sentada en el sofá mirando la televisión sin pensar. ¿Era así
como había sido antes de que sucediera lo que la cambió?
—Es un placer conocerte también —dijo Kendall
abrazándola—. ¿Estás emocionada por la mudanza?
Mamá la dejó ir.
—Oh, sí. Muy emocionada.
—Este lugar no ha sido tan malo, ¿verdad, mamá? —
pregunté sintiendo un poco de escozor.
—Este lugar ha sido nuestro hogar. Pero es hora de dejar
atrás esa parte de nuestras vidas. A todos nos vendría bien un
nuevo comienzo. ¿No crees? —preguntó apretando mi mano
con una sonrisa.
Aunque no le respondí, sabía que ella no estaba
equivocada. Era hora de que todos siguiéramos adelante. ¿Qué
significaba eso para mí? ¿Cuánto de mi futuro involucraba a
esa ciudad? Si participaba del draft, podría terminar en un
equipo al otro lado del país. ¿Realmente iba a volver allí entre
temporadas?
—¿Qué quieres que empaque? —preguntó Kendall
cuando nos retiramos a mi habitación.
Miré a mí alrededor el espacio apenas un poco más
grande que mi cama. Todo lo que había significado algo para
mí lo había traído a mi dormitorio.
—Creo que voy a tirarlo todo.
Kendall me miró sorprendida.
—¿Todo?
—Sí.
Observó a su alrededor, sacó un anuario de un estante y
lo hojeó.
—¿Incluso esto?
—Deshazte de todo. Mamá tiene razón. Es hora de
empezar de nuevo.
No sé por qué, pero Kendall me frotó la espalda y apoyó
su cabeza en mi hombro. No me estaba quejando. Se sentía
bien. Quería más. Pero estaba seguro de que lo estaba
haciendo porque pensaba que la basura que me rodeaba
significaba para mí más de lo que realmente significaba.
Lo que vi cuando miré a mi alrededor fue el lugar al que
regresé cuando me golpearon la cara después de que me
atraparon robando. O la habitación donde lloré cuando mi
madre dejó de hablar durante un mes. Me aterrorizaba que no
volviera a hablar nunca más.
—Por mí podrían quemar toda esta mierda —dije
agarrando un puñado de porquerías y arrojándolas a una caja.
Una vez que decidí hacer eso, empacar no tomó mucho
tiempo.
—¿Dónde está la pila de cosas para tirar? —pregunté
sacando cuatro cajas llenas.
—¿Todo eso? —preguntó Cage.
—Todo.
Cage miró a Kendall que estaba detrás de mí. Me volteé
justo a tiempo para ver a Kendall encogerse de hombros. No
sabía qué hacer con ellos dos, pero no veían las cosas como
yo.
—¿Necesitan ayuda para empacar el resto de esta
mierda?
—Estamos bien —explicó Cage—. ¿Hay algo de esto
que quieras conservar?
—No. No creo que mi espátula de la suerte esté ahí —
dije sintiéndome cansado del lugar—. Si ya no nos necesitan,
creo que nos iremos de aquí. Le mostraré a Kendall un poco de
la ciudad antes de ir a ver al Dr. Tom. ¿Sabes si irá a ayudar
también?
—No dijo nada. Pero como es el líder no oficial de las
hadas, asumo que estará presente en algún momento. Ha
estado un poco quisquilloso con todo esto.
—Apuesto a que sí. No puede haber nada que desafíe su
poder —dije recordando que él sabía que Cage estaba vivo y
no me lo había dicho.
—Quin, ¿vas a necesitar ayuda con el disfraz? —
preguntó Kendall.
—Hoy no. Estoy bien. Ustedes dos pasen un buen rato.
La ciudad es hermosa en esta época del año. Te encantará,
Kendall —dijo Quin con una sonrisa—. Caminamos por las
cataratas en una de nuestras primeras citas.
—Y luego te caíste en el hielo y tuvimos que llevarte al
médico —dijo Cage riendo.
—Cierto. Olvidé eso. Hagas lo que hagas, Kendall, no
camines en el hielo para seguir los pasos de nadie —dijo Quin
con una sonrisa.
Kendall me miró confundida.
—¿Vamos a caminar sobre hielo?
—No le prestes atención. Es solo una chica de ciudad
que aprendió una lección sobre los bosques —bromeé—. Nos
reuniremos con ustedes más tarde. Llevaré estas cajas a tu
camioneta.
Después de que Kendall y yo sacamos lo último de mi
vida anterior, nos subimos a mi camioneta y nos marchamos.
—Entonces, ¿adónde me llevarás?
—¿Qué opinas de hacer senderismo?
—Bueno, estoy usando mis botas de montaña —dijo con
una sonrisa.
Miré sus pies y vi que usaba sus habituales Dr. Martens
negros.
—¿Has hecho senderismo antes? —pregunté
confundido.
—¿Senderismo? Pfff. ¿Cuándo no he hecho senderismo?
—dijo sarcásticamente.
—Nunca has hecho senderismo, ¿verdad?
—En mi defensa, el senderismo vuelve a todos
sudorosos…
—¿Y?
—Te pone todo sudoroso. Eso es suficiente.
Me reí.
—Bueno, hay lugares que quiero mostrarte, pero es
posible que tengas que sudar para llegar allí.
—Entonces quieres que me ponga calurosa y sudorosa
contigo. ¿Eso es lo que quieres decir?
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo —dije
amando la sugerencia.
—Veremos esta noche. Hasta entonces, ¿por qué no me
muestras ese lugar que te entusiasma? —dijo con una sonrisa
seductora.
—¿Estás segura de que puedes hacerlo? El senderismo,
quiero decir.
—Tendrás que tomártelo con calma porque es mi
primera vez.
Hice una pausa preguntándome a qué se refería.
—Espera, ¿nunca has … hecho senderismo antes?
—Nunca.
—¿Y tú?
—Crecí aquí, así que hice senderismo varias veces. Pero
nunca hice senderismo con alguien como tú antes —dije
esperando que aún estuviéramos hablando de lo mismo.
—Entonces, si hiciéramos senderismo juntos, ¿sería algo
así como la primera vez para los dos?
—Sí, supongo. Pero he pensado mucho en hacer
senderismo con alguien como tú. Y eres el tipo de chica con la
que me gustaría hacer senderismo por el resto de mi vida.
—¿Cómo sabes eso? Ni siquiera hemos hecho
senderismo por primera vez.
—Porque nunca quise hacer senderismo tanto como
contigo.
Kendall me miró fijamente.
—Solo quiero estar segura. Ambos estamos hablando de
sexo, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces, ¿nunca has estado con alguien por quien
sintieras algo?
—No.
—¿Y sientes algo por mí? —preguntó tímidamente.
—La idea de estar contigo… me mantiene despierto por
la noche.
Kendall se me acercó más en el asiento del auto y puso
su mano en mi muslo. Me miró por solo un segundo y luego
miró hacia atrás.
—Me encantaría ver lo que quieres mostrarme —dijo,
volviéndose de un tono rosa—. Pero con el tiempo —aclaró.
—Cuando estés lista.
—Gracias —dijo acurrucando su cuerpo contra el mío y
poniéndose cómoda.
Con ella a mi lado, tuve la tentación de no dejar de
conducir nunca más. Me encantaba la sensación de su toque.
También le gustaba a mi lobo. Incapaz de resistir, la rodeé con
mis brazos y la acerqué aún más. Me puso duro.
Me pregunté si empezaría a besarme de nuevo. No lo
hizo. Esta vez condujimos juntos como si ya fuera mi
compañera.
No estaba seguro de por qué seguía tocándome como si
yo le gustara, pero no decía nada cuando mencionaba lo
mucho que me gustaba ella. Quizás estaba indecisa. Pero ¿por
qué?
No lo sabía, pero cualquier cosa que tuviera que hacer, la
haría para estar con ella. Y si eso significaba tomar las cosas
con calma, entonces estaba bien con eso. Quizás “bien” no era
la palabra correcta. Pero lo haría.
Habiendo decidido que quería mostrarle más que una
hermosa caminata, condujimos a unos 30 minutos de la
ciudad. Entonces nos detuvimos al borde de un lago.
—Llegamos.
Kendall se despegó de mi pecho y se sentó.
—¿Dónde estamos?
—Estamos lo más lejos que he estado de casa antes de ir
a la Universidad de East Tennessee. —Kendall me miró
confundida y luego observó el lago más intensamente. Yo
estaba bien quedándome en la camioneta y mirándolo desde
allí, pero ella salió. Cuando me uní a ella, me di cuenta de que
había algo más en su mente.
—¿Qué pasa? —pregunté adivinando que tenía algo
para decir.
—Esto fue lo más lejos que has estado.
—Sí.
—¿Viniste a pescar?
—No.
—Entonces, ¿qué te trajo aquí? —dijo poniéndose frente
a mí.
La miré y luego miré el lago. Había pasado mucho
tiempo desde la última vez que estuve aquí. El recuerdo me
inquietaba, pero siempre había sabido que era algo con lo que
tendría que lidiar algún día.
—Sé que mi madre parece estar bien ahora. Pero cuando
era niño, hubo un momento en que ella perdió la conciencia.
—¡Oh, no!
Miré a Kendall. Agradecí su empatía.
—Sí. Ella dejó de trabajar. Y dejó de pagar la renta.
Cuando venía el cobrador a husmear, fingíamos que no
estábamos en casa. Pero un día me encontró y me dijo que si
no pagábamos al final de la semana, nos echaría.
»Le dije a mamá, pero fue como si no me hubiera
escuchado. Probablemente escucharlo la hizo escabullirse aún
más. Pero sabiendo que yo era el que tendría que hacer algo, al
final de la semana fui a buscar al cobrador.
»Le expliqué que no tenía dinero pero que estaba
dispuesto a hacer lo que fuera para pagar la renta. Me miró y
luego me dijo que podía darme un trabajo con el que podría
pagar nuestra deuda. Desesperado, acepté.
»Resultó que nuestro parque de casas rodantes no era el
único que tenía y odiaba tener que cobrar la renta. Dijo que mi
trabajo consistiría en cobrar el dinero que la gente le debía y
que tenía obtenerlo sin importar nada.
Kendall tomó mi mano. Quizás ella sabía como
continuaba mi historia.
—Con la primera persona a la que me dijo que fuera a
cobrarle… hice lo que me dijo que hiciera. Tuve que averiguar
cuándo estaba el tío en casa. Cuando sabía que lo encontraría,
me acerqué y llamé a su puerta. Me sentí fatal por hacerlo.
Sabía cómo se sentía ese hombre. Pero le grité que me diera lo
que le debía al propietario. Lo único que me dijo fue que me
vaya a la mierda.
»¿Que se suponía que debía hacer? Lo intenté, pero no
me lo quiso dar, así que volví y le conté al propietario lo que
pasó. Cuando terminé mi historia, se acercó, me miró y me
abofeteó. Me golpeó tan fuerte que me tiró al suelo.
—¡Oh, no!
—Trepándose encima de mí, comenzó a golpearme. No
sabía lo que estaba pasando. Ni siquiera había estado en una
pelea antes. Y él era un tipo grande. Sus anillos me cortaban la
cara.
»Cuando terminó, me dejó ir y dijo: “¿Quieres que tu
culo esté en la calle? ¿Quieres que tu madre empiece a
prostituirse para cuidarte? Porque me lo tomaré así con la
misma tranquilidad.
»Grité: “¡Vete a la mierda!”, y seguí gritando: “¡Vete a la
mierda!”. Y él me dijo: “Entonces vuelve allí y cobra mi
maldita renta. Y no vuelvas aquí hasta que la tengas. ¿Me
escuchas?”
»Sabía cómo era su castigo. Fue una lección. Me estaba
enseñando lo que debía hacer. Se suponía que debía cobrar el
dinero o golpearlos sin sentido hasta que lo obtuviera.
»No iba a hacer eso. No podía. Entonces, en lugar de
regresar a casa, corrí. Pensé que si podía alejarme lo
suficiente, ya no tendría que preocuparme por nada. Entonces
seguí corriendo y corriendo. No sabía a dónde llegaría, pero
finalmente terminé aquí, mirando esto.
Lo dije señalando el lago.
—¿Por qué te detuviste? —preguntó Kendall.
—Hacía frío y no podía encontrar la manera de evitarlo.
Sabía hacia dónde me dirigía, pero no sabía qué tan grande era
el lago. Terminé durmiendo debajo de un árbol porque no
podía decidir qué hacer a continuación.
»Cuando desperté pensé en lo que le pasaría a mamá si
seguía adelante. No tenía a nadie y apenas podía cuidar de sí
misma. Tal vez él la haría prostituirse para que siguiera
viviendo allí. Lo imaginé enviando hombres a donde vivíamos
y haciéndole cosas. No podía permitir que eso sucediera. Tenía
que protegerla.
—¿Entonces qué hiciste?
—Volví. Ni siquiera fui a mi casa. Caminé hasta la casa
del hombre que debía la renta al propietario. Esta vez no
llamé, rompí la puerta. Lo encontré escondido en la habitación
de atrás, e hice lo que me habían enseñado a hacer. Le pegué
hasta que me dio todo lo que tenía.
»Tomé lo que tenía y le dije cuándo volvería a buscar el
resto. Cuando le di el dinero al propietario, quedó
impresionado. Y en el momento exacto en el que le dije al
hombre que volvería, fui y recogí el resto del dinero. Mi madre
y yo no tuvimos que pagar la renta después de eso. Solo tenía
que asegurarme de que todos los demás la pagaran, y lo hice.
Cuando terminé de contar mi historia, Kendall me miró
atónita.
—¿Cuántos años tenías?
—Catorce.
—Entonces, ¿fue antes de que te convirtieras en…?
—Solo era un chico asustado.
Cuando lo dije, ella se echó a llorar. No dijo nada más.
Simplemente envolvió sus brazos alrededor de mí y lloró.
Pensé que podía contarle todo eso y dejarlo pasar.
Necesitaba sacar la historia de mi pecho. No era algo con lo
que me sentiría cómodo de hablarlo con Cage y, hasta ahora,
no tenía a nadie más.
Pero no esperaba todas esas lágrimas. Escuchar a
Kendall sollozar me hizo pensar en la razón por la que lo
hacía. Nunca me había permitido pensar que había sido un
gran problema, pero no había forma de escapar ahora. La chica
que me sostenía me decía lo terrible que había sido. Ella
estaba en lo cierto. Y cuanto más me daba cuenta de ello,
menos podía contenerme.
Al escucharla llorar, me derrumbé lentamente. Todo el
dolor del que había estado huyendo se precipitó a la superficie.
Era como si se hubiera roto una presa. No podía cerrar el
suministro de agua. Finalmente, el peso me hizo caer de
rodillas.
Aún sin decir nada, Kendall siguió abrazándome. Me
hizo llorar más.
—No quería lastimar a toda esa gente —traté de decirle
a Kendall.
—Eras sólo un niño —repitió Kendall—. No tenías otras
opciones. Solo estabas protegiendo a la persona que amabas.
Mi corazón estalló cuando me di cuenta de que Kendall
lo entendía. No pensé que nadie pudiera perdonarme por las
cosas horribles que había hecho. Pero Kendall me perdonaba.
Y por primera vez, sentí que tal vez no estaba solo.
Nos tomó mucho tiempo dejar de llorar. Una vez que lo
hicimos, nos sentamos en silencio durante una hora. Cuando
empezó a dolerme el trasero, recordé por qué Kendall había
aceptado venir a mi casa.
Ella había ido para hablar con el Dr. Tom. No estaba
seguro de estar de humor para tratar con él. Especialmente con
todos los recuerdos de lo que pasé frescos en mi mente. Pero
Kendall y yo necesitábamos saber qué era ella. Así que
reuniendo fuerzas, me aclaré la garganta.
—Deberíamos volver.
—No tenemos que hacerlo. Podemos quedarnos aquí
todo el tiempo que desees.
—No, deberíamos ir. Además, creo que estoy perdiendo
la sensibilidad en el trasero —dije haciendo una mueca.
Kendall trató de resistirse y luego se rio.
—Perdí la sensibilidad de mi trasero hace treinta
minutos. No creo que pueda mover las piernas —dijo con
humor—. ¿No dijiste algo sobre senderismo? No me advertiste
acerca de sentarme en el suelo. No tengo suficiente relleno
para eso.
—Oye, me gusta tu trasero. No estés hablando mal de él
—dije con una sonrisa.
—Entonces puedes quedártelo. Yo preferiría tener el
tuyo.
—¡No vayas a tentarme así a menos que lo digas en
serio!
—Sabes lo que quiero decir —dijo con una sonrisa.
—Sí. Por eso te lo estaba advirtiendo.
Kendall me miró con frustración traviesa y luchó por
ponerse de pie. Estaba temblorosa como una cervatilla
caminando por primera vez. Era adorable.
—Venga, ven aquí —dije mientras la ayudaba a
levantarse.
—Está bien. Puedo hacerlo.
—No, no. Si escuchas mi larga historia y te quedas
sentada en el suelo mientras lloro, lo menos que puedo hacer
es cargarte hasta la camioneta.
Cuando cedió, Kendall envolvió sus brazos alrededor de
mi cuello y se relajó.
—Si insistes.
—Insisto —dije mirando sus grandes ojos marrones.
Cuando la miré, se acercó y me besó. No fue largo y,
cuando intenté que lo fuera, se inclinó hacia atrás. Con ella en
brazos no tenía forma de reconectarme con sus labios. Cuando
la dejé en el asiento del pasajero en la camioneta, se alejó de
mí. Estaba empezando a creer que me estaba tomando el pelo
a propósito.
En el camino de regreso a la ciudad, Kendall me explicó
cuánto mi experiencia había dado forma a mi vida.
—Creo que por eso destruiste ese auto. Podrías haber
desahogado tu frustración de muchas maneras. Es porque, a
una edad temprana, aprendiste que la violencia era la solución
a todos tus problemas.
—¿No lo es? La violencia pagó mi renta. No solo eso
sino que me consiguió mi beca de fútbol. ¿Y no fue mi
tendencia violenta lo que te conquistó? Seamos realistas, la
violencia es lo que me dio todo lo que significa algo para mí.
Hizo una pausa. La había conquistado. O, al menos,
pensaba que sí.
—No es la violencia lo que te consiguió la beca. Te he
visto jugar. Obtuviste lo que tienes porque eres bueno y
rápido. ¿Cuántas horas has pasado entrenando para lograr eso?
Fue tu trabajo arduo lo que te consiguió la beca.
—Mi trabajo duro y mi lobo que es violento por
naturaleza. ¿Y qué hay de ti? ¿No fue lo que le hice a ese
idiota lo que te hizo pensar distinto acerca de mí?
Se quedó callada de nuevo.
—Está bien si fue así. Estoy acostumbrado a eso.
—Pero no quiero que creas eso. No quiero que pienses
que esa es la forma de resolver tus problemas. Rompiste un
auto. Mira a dónde te llevó eso.
—Romper ese auto me hizo estar sentado aquí a tu lado
—dije con una sonrisa.
Estaba muy feliz de haber ganado este debate, pero no
tanto como Kendall odiaba perderlo.
—¿Kendall?
—No me hables.
—Venga. No seas así. No siempre puedes ganar una
discusión.
—¿Crees que me importa ganar una discusión?
—Realmente lo parece desde donde estoy sentado —dije
sin poder contener una sonrisa.
Me miró frustrada.
—Bueno, yo no. ¡Yo no! —gritó molesta.
—Bien, bien. No hay necesidad de salirse con la suya.
—No lo entiendes. Si crees que la forma de resolver
todos tus problemas es con la violencia, ¿qué pasa si un día yo
me convierto en el problema que tienes que resolver? ¿Me
harás lo que le hiciste a Evan?
—¿Qué? ¡No! ¿Por qué piensas eso?
—¿No es lo que estabas diciendo? ¿No estabas diciendo
que tienes una naturaleza violenta y que la violencia te dio
todo lo importante para ti?
Mi cara se puso blanca al escuchar sus palabras. Tenía
ganas de vomitar. Lo único que pude hacer fue detenerme y
apagar la camioneta. Me volví hacia ella rápidamente y se
estremeció. Pensó que le iba a pegar o algo así. Tan pronto
como me di cuenta, salí corriendo de la camioneta y vacié mi
desayuno en las ruedas.
Las arcadas no cesaban. Cada vez que pensaba que
habían terminado, la imaginaba alejándose de mí y volvía a
tener arcadas en seco. Finalmente, Kendall se me acercó.
—¿Estás bien?
—Yo nunca te haría algo así —dije en medio de las
convulsiones—. ¡Nunca! Debes creerme. ¡No lo haría!
—Está bien, te creo —dijo arrodillándose a mi lado y
frotando mi espalda—. Siento haberte dejado hacer lo que le
hiciste a Evan. Ahora puedo ver que no te estaba ayudando en
nada.
—Yo lo hice, no tú. No me dejaste hacer nada.
—Te di su dirección. Prácticamente te llevé allí y te metí
en su casa. Fue porque estaba muy enojada.
—Entonces, ahora sabes cómo me sentía —dije
mirándola—. Cuando actúo como lo hago, es porque me enojo
mucho. Pero sé que nunca tendrás que buscar a alguien para
que me pegue, sin importar que estupidez haga. Porque no hay
nada que yo pueda hacer para lastimarte.
—Pero ¿cómo sé eso? —preguntó con sinceridad.
—Vas a tener que confiar en mí.
—Para mí, confiar es difícil —explicó—. No es que los
tipos como tú me hayan dado razones para confiar. Y no es
que nadie en mi vida me haya dado razones para confiar. Pero
estoy dispuesta a confiar en ti. No sé por qué, pero lo estoy. Te
estoy pidiendo que hagas lo mismo.
Capítulo 9
Kendall

Miré al hombre frente a mí. No era quien yo pensaba


que era. Cuando lo vi por primera vez… bueno, no puedo
recordar nuestro primer encuentro. Pero cuando lo vi junto al
estanque, solo pude ver lo hermoso que era. Bien podría haber
estado en una foto en una revista. Por eso fue tan fácil
rechazarlo cuando supe que era jugador de fútbol.
Cuando me lo presentaron como mi cliente, o lo que sea,
me pareció un chico malo muy sexy. Cuando lo vi
transformarse en lobo, lo vi como el cumplimiento de todas
mis fantasías infantiles. ¿Pero qué significaba todo eso?
De pie junto a él mientras se limpiaba el vómito de la
boca, me di cuenta de que no sabía quién era. Decirle que le
tenía miedo lo lastimó tanto que vomitó su desayuno. ¿Quién
era capaz de tanta sensibilidad?
Moldeado como una estatua griega, asumí que él sería el
fuerte. Y tal vez lo era, pero no de la forma en que yo creía.
Claro, podría golpear a un tipo como Evan Carter hasta
hacerlo papilla. Y podía convertirse en el animal más
magnífico que jamás había visto. Pero también era capaz de
confiar en mí cuando cada momento de su vida le había
enseñado a no confiar en nadie.
Esa era su verdadera fuerza. En ese sentido, él era más
fuerte que yo. ¿Cómo podía no amar eso de él? ¿Cómo podía
no amarlo por eso?
Oh, ¡mierda! Lo amaba por eso. Estaba enamorada de
Nero, mi cliente futbolista y hombre lobo. ¿Qué debía hacer
entonces?
—Confío en ti —le dije—. Al menos lo intentaré
también. Nero, eres diferente a todo lo que podría haber
imaginado.
—¿Gracias? —preguntó mirándome confundido.
—No sé si es tanto un cumplido como reconocer que no
eres igual a nadie que haya conocido antes. Y como no lo eres,
no debería agobiarte con mi equipaje.
—No sé lo que eso significa.
—Significa… No sé lo qué significa además de que creo
que eres especial.
—Y debido a que estás sonriendo, supongo que lo dices
en el buen sentido y no como cuando un maestro le dice a un
padre que su hijo es especial.
Me reí.
—No, lo digo en un muy buen sentido. Eres… bastante
genial —dije sintiendo que mi cara se acaloraba.
—Está bien, puedo aceptar eso. Creo que eres muy
especial también. En el sentido en que lo diría un
padre/maestro. Pero eso también es bueno.
Bromeando le di un golpecito en el hombro y se rio.
—Vamos.
—No, estoy bromeando —dijo levantándose—. Creo
que tú también eres genial.
Me cogió de los hombros y me miró a los ojos.
Mirándolo fijamente, mi corazón latía con fuerza. Empecé a
perder el aliento. Tuve que tragar saliva.
Lo deseaba. Quería todo de él. Lo quería en mí. Estaba a
punto de inclinarme hacia adelante y aferrarlo, hasta que dijo:
—Mmm, te besaría ahora mismo. Pero acabo de gastar
el último poco… —dijo señalando los restos de los
panqueques de Cage.
—Cierto. Tal vez deberíamos regresar a la ciudad. ¿No
íbamos a ir a hablar con el Dr. Tom?
—Hacia allí voy.
—Y donde sea que tú estés, es donde quiero estar —dije
con honestidad.
Nero sonrió tanto como yo. Además de eso, podía sentir
palpitar la carne entre mis piernas. Eso no era tan inusual
considerando con qué frecuencia pensar en él me hacía tener
que resolver las cosas con mis propias manos. Pero había una
razón por la que aún era virgen.
Yo no era tan idiota. Me daba cuenta de que los tipos
querían hacer cosas conmigo. Algunos incluso eran atractivos.
Pero nunca sentí nada por ninguno de ellos. Lo sentía solo por
Nero. ¿Por qué había ocurrido de esa forma? ¿Podría ser
porque él fue el primer hombre en el que sentí que podía
confiar?
Mientras él todavía sostenía mis hombros, coloqué mis
palmas sobre su pecho. Solo quería tocarlo, pero con mis
manos allí, era difícil ignorar sus músculos. Se sentía
increíble. Hipnotizada por la sensación, miré hacia abajo y
exploré lentamente sus curvas. Se quedó mirando por un
segundo hasta que dijo:
—Oh, a menos que tengas algo muy específico en
mente, probablemente deberíamos frenar esto y marcharnos.
Levanté la vista sin saber por qué lo había dicho. Señaló
sus pantalones. Bastaba una mirada para que todo quedara
claro. Nero no solo era duro como una roca, sino que era
enorme. Y cuando se estremeció, envió un pulso a través de mí
que me debilitó las rodillas.
—Sí, deberíamos irnos —dije tragando saliva.
Conduciendo de regreso a la ciudad no pude evitar
tocarlo. Era todo lo que quería hacer. Con su brazo alrededor
de mí mientras conducíamos, me contó historias de cuando era
niño. Tuve la sensación de que estaba evitando contar las
cosas horribles. Pero lo que me había contado en el lago ya me
había dado una imagen bastante clara de todo.
Desde sus catorce años, Nero había llevado una doble
vida. Como no quería que la gente supiera lo que estaba
pasando con su madre, no le contó a nadie sobre el trabajo que
realizaba después de la escuela. Iba a clases y prácticas de
fútbol y, más tarde, cuando salía, se convertía en el cobrador
de rentas.
—¿Crees que todo eso te afectó cuando salías con
chicas? —pregunté.
—No salía con chicas, así que probablemente sí me
afectó.
—Creí que dijiste que habías salido con algunas chicas
aquí.
—Dije que me relacioné con algunas chicas. Pero no salí
con una realmente.
—Entonces, ¿fue solo sexo? —pregunté aunque no
estaba segura de querer saber la respuesta.
—Algo así. Ya sabes cómo es. Te emborrachas en una
fiesta después de un partido y una chica se te tira encima.
Antes de que te des cuenta, tu pene está dentro de ella y se
terminó.
—Sí, no creo que sepa cómo es eso —dije con una
carcajada.
—¿Has estado con un chico alguna vez?
—No.
—¿Has estado cerca?
—Creo que lo más cerca que estuve es contigo —admití
tímidamente.
—¿Por qué? Solo un ciego no puede ver lo sexy que eres
—dijo Nero sonrojándose.
—Gracias —dije sintiendo su cumplido.
—Supongo que nunca me vi a mí misma de esa manera.
—¿A causa de ese imbécil?
—¿Quién? ¿Evan?
—¿Ese era su nombre? —preguntó Nero enojándose al
pensar en él.
—Sí. Podría haber sido por él y el resto de ellos. No sé.
Solo sé que no estaba dispuesta a sentirme vulnerable de esa
manera hasta ahora.
—¿Hasta ahora?
Miré a Nero.
—Sí.
Podía sentir el calor del cuerpo de Nero a través de
nuestra ropa. Su aroma estaba a mi alrededor. Sin dejar de
mirarlo, olvidé toda la resistencia que tenía hacia él y deslicé
mi mano por la parte interna de su muslo. Como le gustaba lo
que estaba haciendo, abrió sus piernas.
Deslizando mi mano más, sentí sus bolas aún vestidas.
No podía creer que lo estaba tocando. Pero pronto no fue
suficiente. Al tenerlos en mi pequeña mano, los apreté. Él
gimió de placer.
Eso era todo lo que necesitaba. Llevando mi mano a su
polla, dibujé todo su largo. Nunca había tocado a un tipo así.
Hizo que mi cabeza diera vueltas; se sentía tan bien.
No me detuve allí, sino que me acomodé y desabotoné
sus pantalones. Sin dejar de conducir, se deslizó hacia delante
y me permitió bajarle la cremallera. Metiendo mi mano más
abajo de su cintura, encontré su carne dura. Estaba tocando su
polla. Aplicando más presión con mis dedos, la envolví con mi
palma. Él llenaba mi mano.
Incapaz de esperar un segundo más, liberé toda su
longitud de la ropa interior. Incluso con él sentado, era
enorme. Necesitaba poner mis labios alrededor de él, entonces
me incliné. En ese momento, detuvo la camioneta y me
permitió verlo mejor. Era el tipo más grande que jamás haya
visto. Y mientras lo sostenía con mis dos manos, me incliné y
besé su punta.
Sentir mis labios alrededor de él era eléctrico. Pero eso
fue sólo el principio. Dejé salir mi lengua y lo probé. Estaba
picante.
Metí su cabeza en mi boca y lo bañé con mi saliva tibia.
Intentó decir que le gustaba. Entonces, cuando dejé que mis
labios montaran sus curvas, solo pudo enterrar sus dedos en mi
cabello y gozar.
Mientras él tiraba suavemente de mí, bajé la cabeza
empujando la punta de su polla contra la parte posterior de mi
garganta. No me atraganté como siempre había imaginado que
lo haría. Entonces, con su anatomía asentada allí, presioné más
fuerte.
Fue una sensación extraña cuando mi garganta se abrió
permitiéndole deslizarse. Parecía tan grande, y lo era. Pero él
encajaba en mí y podía sentirlo ir más profundo.
Parecía que Nero podía respirar tan poco como yo. Y
cuando me eché hacia atrás dejando que mi garganta se cerrara
de golpe detrás de él, ambos inhalamos profundamente.
—¡Jesús! —exclamó Nero sonando como si lo hubiera
visto—. ¿Dónde diablos aprendiste a hacer eso?
Me reí y volví a darle al hombre que amaba la
experiencia de su vida. Mientras movía la punta de mi lengua
alrededor de la cresta de su cabeza, acariciaba su eje con
ambas manos. Era como agarrar un pequeño bate de béisbol.
Podía sentir sus venas mientras lo hacía. Siempre imaginé que
hacerle una mamada a un chico se sentiría de esa manera.
Sintiéndome más cómoda a cada segundo que pasaba, me
lancé a él hasta que estuvo dentro de mí otra vez.
Tirando y chupando, no pasó mucho tiempo hasta que su
agarre en mi cabello se hizo más fuerte. Él se estaba viniendo.
Quería que me lo disparara por la garganta. Cuando se
estremeció sin poder controlarse y se inclinó hacia atrás,
empujé su polla tan adentro de mí como pude. Podía sentir sus
espasmos mientras descargaba su semen. Era diferente a todo
lo que podría haber imaginado.
Cuando Nero aflojó sus manos y me quedé sin aliento,
retrocedí y me acomodé. Parecía que Nero había visto a Dios.
Él era feliz. Me encantaba verlo así. Cuando nuestras miradas
se encontraron, sonrió.
—¡Gracias! —dijo antes de acariciar mi cara—. Tus ojos
están llorosos.
—Me pregunto por qué —bromeé.
Nero se rio dejando caer su cabeza.
—En serio, Kendall, ¿dónde has estado toda mi vida?
—Esperando por ti.
Me miró y luego se rio. No sabría decir si estaba
mareado o borracho.
—Me estoy enamorando de ti, Kendall. Y lo que acabas
de hacer no está ayudando.
¿Dijo que se estaba enamorando de mí? No estaba lista
para escuchar eso. Claro, yo ya estaba enamorada de él, pero si
lo admitía, nos pondría en un lugar para el que todavía no
estaba preparada. En cambio, me estiré y besé su mejilla, y
luego su barbilla y la nuez de Adán.
No quería que pensara que no lo amaba. Lo amaba. Era
solo que aún no era el momento. No estaba segura de por qué
no lo era, o cuándo lo sería. Pero no iba a decirle que lo amaba
sentada en su camioneta con su semen bajando por mi
garganta.
—¡Oh, mierda! ¡Estaban aquí! —exclamé cuando desvié
la mirada y vi coches estacionados y un parque lleno de gente.
—Pensé que te habías detenido en los márgenes de la
carretera otra vez.
—Sí, iba a decírtelo. Pero luego metiste mi polla en tu
garganta y perdí la capacidad de hablar.
—¿Crees que alguien nos vio? —pregunté avergonzada.
—Estacioné aquí atrás con la esperanza de que nadie nos
viera. Porque incluso si miraran hacia esta dirección, solo me
habrían visto a mí. Además, no conoces a ninguna de estas
personas.
Escaneé el área. Estábamos tan lejos del parque como
era posible. Incluso si nos hubieran visto, probablemente no
podrían entender lo que estaba pasando.
—¡Relájate! Como dije antes, nadie aquí te conoce.
—Eso no significa que no quiera dar una buena primera
impresión.
—Me parece justo. Pero ya te he conocido. Y no hay
forma de que hagas otra cosa.
Lo miré y sonreí.
—Eres muy dulce. Ahora súbete los pantalones. Soy la
única que necesita ver eso.
—¡Qué insistente! —bromeó antes de sentarse y
devolver su monstruo a la cueva.
Conducimos la camioneta para acercarnos más,
estacionamos y entramos al parque. Mirando alrededor, se veía
como el día antes de un festival. Se estaban montando puestos
y había mucha gente alrededor. Todos caminaban de forma
casual excepto una persona. Cuando vio a Nero, se apresuró a
saludarlo.
—Bien, estás aquí —dijo la mujer de piel clara de
cincuenta y tantos años con un leve acento jamaiquino.
¿Vinieron para ayudar a organizar?
—Estamos buscando al Dr. Tom. ¿Está aquí?
En lugar de responder, la Dra. Sonya se volteó para
mirarme.
—Creo que no nos conocemos. Soy la Dra. Sonya —
dijo ofreciéndome su mano con una sonrisa.
Miré a Nero preguntándome si había algo que no debía
decir. Todavía parecía aturdido por lo que acababa de hacerle
en su camioneta.
—Soy Kendall.
—¿Vinieron por el festival? —indagó.
—La traje para hablar con el Dr. Tom.
—¿Ella es…?
—No sabemos qué es ella. Por eso estamos aquí —dijo
Nero interrumpiéndola.
—Oh. Bueno, son bienvenidos aquí. ¿Estarán mañana en
las festividades?
—Tal vez —dije mirando de nuevo a Nero.
—Habrá pasteles y tartas. Traeré mis tartas de coco de
estilo jamaiquino. Será un evento realmente divertido, para
compartir en familia. Creo que alguien traerá haggis.
—¿Esos no son intestinos? —pregunté sintiendo que mis
entrañas se tensaban.
—Entrañas de oveja, creo —explicó—. Como sea, hay
algunos carnívoros en la ciudad a los que estoy segura de que
les gustarán —dijo mirando a Nero.
—De todos modos, ¿has visto al Dr. Tom? —preguntó
Nero cambiando de tema.
—Por supuesto. Creo que está ayudando a Glenn a
instalar su puesto —dijo señalando un pequeño puesto al otro
lado del campo frente a nosotros.
—Gracias.
—Y si tienes algo de tiempo, nos encantaría tu ayuda.
Un tipo corpulento como tú —dijo agarrando el bíceps de
Nero y apretándolo.
—Tal vez —dijo Nero antes de liberarse de su agarre y
alejarnos de allí.
—Parecía agradable —dije tratando de descifrar la
dinámica entre los dos—. ¿Es ella…?
—¿Una cambiaforma? No. Ella es humana.
—¿Y vive aquí con todos los demás?
—No mordemos —dijo sin mirarme.
—Oh, qué mal —dije llamando su atención y haciéndolo
sonreír.
¿Estaba coqueteando de nuevo? No sabía lo que estaba
haciendo. Era como si estar con Nero sacara un lado de mí que
no sabía que existía.
—Dr. Tom —dijo Nero llamándolo con la voz más
afilada de lo que esperaba.
Un hombre barrigudo de pecho abultado y barba
moteada se dio la vuelta. No sabía lo que esperaba, pero no era
nada parecido a él. Nero había dicho que era un hada. Me
imaginé a Campanilla. En cambio, parecía el tipo que atendía
una ferretería.
—Nero —dijo con un tono helado.
Sus ojos se dirigieron hacia mí. Era como si sintiera
algo.
—Aquí hay alguien a quien quiero que le eches un
vistazo.
—¿Ella no se siente bien? —preguntó con acento
español.
—Ella se siente bien. Se trata de lo que ella es.
Los ojos del médico se dirigieron bruscamente hacia
Nero.
—¿Qué es ella?
—No sé. ¿Algo? ¿Nada? Todo lo que sé es que no puedo
olerla. Ninguno de los lobos puede. Es como si ella no
existiera.
El hombre de piel morena dio un paso hacia mí y se
detuvo a un brazo de distancia. No era mucho más alto que yo,
pero se sentía tan intimidante como un gigante. Con sus ojos
fijos en los míos, sentí el impulso de apartar la mirada. Era
como si estuviera buscando en mi alma. No fue hasta que
apartó su mirada que el aire volvió a mis pulmones.
—Deberías traerla a mi consultorio —dijo a Nero.
—¿Qué tal ahora mismo? —dijo Nero mordiéndose los
labios.
No estaba segura de lo que estaba pasando entre los dos.
Nero estaba pidiendo un favor como si se lo debieran. Y el Dr.
Tom lo miraba con cara de piedra y sin impresionarse.
Ninguno de los dos retrocedió hasta que el médico cedió.
—Veámonos allí —dijo a Nero—. Iré una vez que
termine aquí.
—¿Y en cuánto tiempo será eso? —dijo Nero gruñendo.
—Cuando termine —respondió gruñendo también.
Nero se quedó mirando al médico un poco más, luego se
volvió hacia mí y nos alejamos.
—¿Qué fue eso? —pregunté teniendo que trotar para
alcanzarlo.
—Ese es el imbécil que sabía que mi hermano estaba
vivo y no me lo dijo.
Me quedé con la boca abierta. Sin palabras, volví a mirar
al hombre que le había robado tanto a Nero. Él no parecía
afectado por la conversación. ¿Todas las hadas eran tan
insensibles como él?
Continuamos cruzando el campo cuando Nero vio a
Cage. Estaba con alguien a quien reconocí del día que
comimos pizza después del partido de fútbol. Me preguntaba
dónde estaba Quin. Explorando el área, no la vi.
—Nero, ¿estás bien? —preguntó Cage tan pronto como
estuvimos lo suficientemente cerca como para hablar—. Podía
oler tu ira desde el otro lado del campo.
—¿Podías olerla? —preguntó el otro tío a Cage.
—Sí. ¿Tú no podías?
El chico miró a Nero que estaba parado frente a él.
—Quiero decir, huele un poco diferente de lo habitual.
¿Realmente puedes oler que está enojado?
—Cage puede hacer muchas cosas que el resto de
nosotros no podemos —dijo Nero mirando a su hermano—.
Como hacer que todos los hombres lobos de la ciudad acepten
venir a esta mierda.
—Los lobos ven el beneficio. Titus podría haber
organizado esto si hubiera querido —respondió Cage
refiriéndose al tipo de cabello desgreñado que estaba a su lado.
—Por mucho que me gustaría pensar que es así —dijo
Titus— no lo es. La gente te escucha. No sé si podría haberme
negado a venir aunque lo hubiese intentado —dijo con una
sonrisa.
—No es tan importante como estás intentando que
parezca —respondió Cage.
—Eso es porque tú no lo sientes —explicó Titus—. El
deseo de escucharte es fuerte, Cage.
—Dile eso a Quin —bromeó Cage—. Ni siquiera puedo
hacer que mi novia pase tiempo conmigo.
—¿Está ella por aquí? —pregunté.
—No. Entregaron nuestras cosas perdidas esta mañana.
Se quedó para empezar a desempacar. Pero… Nero, ¿qué está
sucediendo?
—Acabo de tener una conversación con el Dr. Tom.
—¿Qué dijo? —preguntó Cage cuando sus ojos se
encontraron con los míos.
—Lo conoces. Él no puede decir nada ahora. Tenemos
que reunirnos con él en su consultorio.
Los ojos de Cage me dejaron y se enfocaron en algo
detrás de Nero y yo.
—Parece que se va ahora.
—¿Crees que podemos confiar en lo que dice? —
preguntó Nero de repente creando un nudo en mi estómago.
—Pueden, si lo que encuentra es de su interés —
confirmó Cage.
—¿Y cómo sabremos si no nos está manipulando?
—Sé que ustedes dos están enojados con él. Y yo
también lo estaría si me hubiera ocultado información como
esa. Pero él no es como lo estás haciendo parecer —insistió
Titus.
—¿Quieres decir que no es el hada que encubrió que
Cage fue secuestrado del hospital por un dragón cambiaforma
y que luego dejó que creyera que mi madre estaba loca porque
ella decía que Cage no estaba muerto? —preguntó Nero.
—Tienes que ver las cosas desde su perspectiva. Estaba
protegiendo el hospital. Si esa noticia hubiera salido a la luz,
lo habrían cerrado mucho antes de lo que sucedió. Y después
de que cerró, se mudó aquí y se convirtió en el único médico
en millas. ¿Qué haríamos sin él?
Nero y Cage se miraron. Nero no cedía ni un centímetro
y tampoco Cage.
—De todos modos, supongo que iremos allí y
averiguaremos qué es lo que no nos dice esta vez —dijo Nero
tomando distancia.
—Te veré en casa —respondió Cage antes de irse con
Titus.
—¿De verdad crees que el Dr. Tom podría mentir sobre
lo que soy? —pregunté sintiéndome de repente nerviosa por
todo el asunto
—No lo sé —respondió Nero—. Solo sé que me ha
ocultado cosas antes.
Pensé en eso mientras conducíamos de regreso al
vecindario de Quin. El camino que finalmente tomamos nos
conducía a otra casa impresionante. Al igual que la casa de
Quin, tenía todo el encanto de un pueblo pequeño. Más que
eso, había algo en él que me hacía sentir como en casa.
—¿Estás lista para esto? —preguntó Nero mientras yo
miraba fijamente a través del parabrisas.
—Sí —dije aunque no estaba del todo segura.
¿Qué pasaría si descubriera que soy como Nero? No
había manera de que pudiera olvidar que lo vi transformarse
en un lobo. ¿Y qué pasaría con nosotros si descubriera que soy
otra cosa? Podría terminar siendo algo de lo que nunca he oído
hablar. O tal vez yo no era nada en absoluto. ¿Nero sentiría lo
mismo por mí si solo fuera una humana sin glándulas
sudoríparas?
Nero me condujo fuera de la camioneta y rodeamos el
costado de la casa hasta lo que parecía una pintoresca casa de
huéspedes. Apenas entramos, lo sentí. No estaba segura de lo
que era, pero era fuerte.
—¿Sientes eso? —pregunté susurrando a Nero mientras
estábamos en la sala de espera.
—¿Mi sangre hirviendo?
—No. Es algo que no puedo explicar. Es como la
sensación que tienes cuando se te eriza el vello del brazo. —
Bajé la mirada a mis brazos—. Pero no lo están.
Antes de que Nero pudiera responder, el hombre del
campo abrió una puerta y salió.
—Puedes pasar —dijo señalándome—. Nero, puedes
esperar aquí.
Mi pecho se apretó rápidamente.
—No hay chance —dijo Nero dando un paso adelante.
—Si quieres que la examine, tendrás que dejarme hablar
con ella.
—Puedes preguntarle lo que quieras delante de mí.
El Dr. Tom apretó sus labios y miró a Nero agitado. Una
vez más, fue él quien cedió, no Nero. Se volvió hacia mí.
—¿Te importa si Nero se une a nosotros?
—No me importa —dije de repente preguntándome qué
iba a pasar.
—Entonces vengan —dijo indicándonos a ambos que
entráramos y señalándome la camilla.
Me senté allí mientras Nero se paraba a mi lado y el
doctor tomaba la silla frente a nosotros.
—Entonces, ¿crees que eres diferente en algún sentido?
—preguntó cruzándose de brazos a modo de juicio.
—No sé si lo soy, pero me he sentido diferente toda mi
vida.
—¿Y tus padres?
—¿Qué hay con ellos?
—¿Alguna vez te dijeron algo sobre ser algo más que
humana?
—¿Las personas que me criaron? No. Pero no recuerdo
mucho sobre mis padres biológicos.
Nero saltó
—No me dijiste que eras adoptada.
—¿Por qué lo haría? Las personas que me criaron fueron
mis padres. Nunca lo he sentido de otra manera —expliqué.
—Las habilidades a menudo se transmiten a través de la
genética —explicó el médico—. Ese no siempre es el caso,
pero sí lo es la mayoría de las veces. ¿Qué pasó con tus padres
biológicos?
—Murieron.
—Lo siento —dijo Nero con sinceridad.
—Gracias. Pero fue hace mucho tiempo. Ni siquiera los
recuerdo.
—¿Cómo murieron? —preguntó el médico.
—Eran ávidos campistas. Me dejaron con un amigo de
la familia y se fueron de campamento un fin de semana. El
guardabosques que encontró sus cuerpos dijo que se fueron a
dormir sin asegurarse de que el fuego estuviera apagado. El
fuego se propagó mientras dormían y quemó todo a su
alrededor, incluidas sus tiendas.
—Oh, hombre —jadeó Nero.
Tragué saliva pensando en ello de nuevo.
—¿Tus padres biológicos te dejaron con un amigo de la
familia para ir de campamento? —preguntó el doctor como si
le estuviera mintiendo.
—Eso es lo que me dijeron mis padres.
—¿Y murieron en un incendio?
Asentí con la cabeza.
—¿Qué? —preguntó Nero al Dr. Tom.
El médico se volvió hacia mí.
—No hay ningún examen que pueda hacer para decirte
lo que eres. Por lo menos, ninguno que yo conozca. Todo lo
que puedo hacer es ayudarte a entender cualquier cosa mágica
que puedas experimentar.
—Entonces, ¿no sabes lo que soy?
—No.
—¿Qué no nos estás diciendo? —insistió Nero.
El Dr. Tom miró a Nero con cara de piedra antes de
volver a hablar.
—Hay criaturas capaces de prender fuego a un
campamento.
—¿Estás hablando de los dragones cambiaforma? —
preguntó Nerón.
—Lo siento. ¿Dijiste dragones cambiaforma? —
pregunté segura de no haberlo oído bien—. ¿Estás diciendo
que hay personas que se convierten en dragones?
Nerón se volvió hacia mí.
—Nunca los he visto, pero Cage fue criado por uno.
—¿Y crees que un dragón cambiaforma mató a mis
padres? —pregunté al médico.
—Solo digo que es una posibilidad.
—¿Pero por qué? —pregunté mientras mi cabeza daba
vueltas.
—¿Por qué un padre dejaría a su hija con un amigo de la
familia y se iría de campamento?
Eso era algo en lo que había pensado mucho. ¿Por qué lo
harían?
—¿Crees que alguien los perseguía y que no me llevaron
para mantenerme a salvo?
—Tu conjetura es tan buena como la mía —dijo el
médico—. Pero se ha lanzado sobre ti un hechizo que
enmascara tu aroma. Eso no lo puede hacer nadie más que un
hada poderosa.
—¿Crees que mis padres biológicos son hadas?
—No sé. Tal vez alguien más lanzó el hechizo. Tal vez
las personas que te criaron. Tal vez lo hiciste tú misma sin
darte cuenta.
—¿Cómo me lo quito?
—Primero debes preguntarte si quieres quitártelo. Si fue
lanzado, tendría que haber una razón para ello. Si tus padres
biológicos lo lanzaron es porque alguien peligroso los
perseguía, quitártelo podría alertarlos de tu existencia. Podría
ponerte a ti y a todos los que te rodean en peligro.
Dudé antes de hacer mi siguiente pregunta.
—¿Y si me lo hice yo misma de alguna manera?
—Entonces dependería de ti eliminarlo.
—¿Y cómo lo hago?
—No necesitándolo más.
—Y si lancé este hechizo sobre mí, ¿qué sería yo?
—Quienquiera que te haya hecho esto, hayas sido tú, tus
padres o alguien más, es un hada muy poderosa.
Me quedé pensando en eso por un tiempo. Todavía era
una bebé cuando mis padres biológicos murieron. Nunca los
conocí. La pareja que me crió fue a quienes conocí como mis
padres hasta los doce años. Después de eso, pasé de sentirme
afortunada de que mis padres biológicos no me hubieran
llevado a estar enojada con ellos por dejarme.
Pensándolo ahora, lo único de lo que estaba segura era
de que la pareja que me crió no hacía magia. Eran los padres
sureños más normales que podía imaginar. Tenían que ser mis
padres biológicos quienes lo lanzaron, ¿no? Pero si lo habían
hecho y, como dijo Dr. Tom, las habilidades mágicas se
transmitían genéticamente, ¿significaba entonces que yo era
como ellos?
—Si fueron mis padres biológicos quienes lo hicieron,
¿no significa que yo también soy una hada? —pregunté
vacilante.
—No necesariamente —dijo el Dr. Tom—. Es la
capacidad de acceder a la magia lo que hace que una persona
sea un hada, no lo que sus padres puedan hacer.
—Entonces, todavía podría ser completamente normal.
—Es posible.
—¿Cómo puedo estar segura?
—Creo que el hechizo que está sobre ti está haciendo
más que simplemente esconder tu aroma. Te está separando de
cualquier potencial que tengas.
—¿Puedes quitárselo? —preguntó Nero.
—Ojalá pudiera.
—Claro que sí —dijo Nero sin creerle ni por un
segundo.
—Nero, pareces pensar que no me intereso de corazón
por tu interés o el interés de esta ciudad.
—¿De verdad crees que estar lejos de mi hermano era lo
mejor para mí?
El médico me señaló.
—Sus padres eran ávidos campistas que murieron
quemados. ¿De verdad crees que existe la posibilidad de que
no hayan apagado el fuego? Hay cosas por ahí que nos quieren
muertos. A todos nosotros. Lo que hice, lo hice por ti, por tu
madre y por todos los que conoces y amas.
—Correcto, al igual que pones un hechizo en la ciudad
que solo afecta a los lobos y que nos ha impedido que
formemos una manada.
—Eso no tiene nada que ver con mi hechizo —dijo el
médico, dejando caer su máscara de frialdad.
—¿De verdad? Entonces, ¿por qué crees que nunca ha
habido una manada aquí?
—Porque los lobos alfa no se hacen. Ellos nacen. Sí,
alguien puede reclamar ser el líder de una manada. Pero nunca
tendrá el poder de un verdadero alfa.
—¿La habilidad de hacer que los hombres lobo hagan lo
que dice? —dijo Nero al darse cuenta.
—Sí.
—Cage. Es un alfa nato.
—Creo que lo es.
—Y por una extraña coincidencia, fue secuestrado y tú
ocultaste su existencia.
El Dr. Tom se enderezó y volvió a ponerse la máscara de
piedra.
—No podría haberlo sabido.
—Por supuesto. Porque, ¿cómo podría un hada poderoso
como tú saber algo así? A pesar de que claramente alguien
más pudo.
—No sabes si fue por eso que se lo llevaron.
—Cierto. Fue solo una coincidencia. Kendall, creo que
deberíamos irnos.
No estaba segura de querer hacerlo. Sabía que tendría
más preguntas incluso si no me venían a la mente. Pero Nero
necesitaba salir de allí y yo quería estar donde él estuviera.
—Gracias —dije al médico antes de seguir a Nero.
Afuera, cuando nos dirigíamos hacia a la camioneta,
Nero dijo:
—Bueno, eso fue un montón de mierda. Lo siento, te
hice perder el tiempo.
—No lo hiciste —dije sorprendida de que pensara eso.
—Correcto —dijo agarrando la manija de la puerta del
camión y entrando.
Me apresuré a subir al lado del pasajero y me uní a él.
—En serio, Nero, fue muy útil.
—¿Cómo? No te dijo nada que no supiéramos cuando
llegamos aquí.
—Tal vez tú lo sabías, pero yo no. Nero, todo este
mundo es nuevo para mí. Alguien me lanzó un hechizo y un
dragón cambiaforma podría haber matado a mis padres
biológicos porque eran hadas. Apenas puedo procesarlo todo
—admití.
»Después de toda una vida sintiéndome diferente de
todos los que me rodean, podría ser sobrenatural. Podría ser
capaz de hacer magia. Sólo la idea de poder hacerlo me vuela
la cabeza. Y tú fuiste quien me ayudó a darme cuenta —dije
de repente viéndolo bajo una nueva luz.
Tan pronto como lo hice, me callé. Pensé que me estaba
enamorando de él antes, pero no se comparaba con lo que
sentía por él ahora. Nero se inclinó sobre el asiento para tomar
mi mano. Lo aparté antes de que pudiera tocarla. No estaba
segura de por qué lo había hecho, pero lo hice. Él se echó
hacia atrás decepcionado.
—Lo siento —dije.
—Está bien —dijo retirándose lentamente.
—No, no quise hacer eso. Solo necesito un momento
para entender todo en mi cabeza.
—Entiendo. A veces olvido que no todos crecieron
sabiendo las mismas cosas que yo. Esto probablemente es
mucho para ti.
—No es el típico sábado —dije forzando una sonrisa.
—Cierto. ¿Quieres volver a casa? Estamos cerca.
—Necesito caminar. ¿Hay algún lugar al que podamos ir
en el que pueda solo pensar?
—Te prometí una caminata —sugirió dulcemente.
—Y estoy usando mis botas de montaña.
Nero se rio entre dientes recordando nuestra
conversación anterior.
—Vale. Conozco el lugar perfecto.
Nero no se equivocó. El sendero que eligió era el más
hermoso que pude haber imaginado. Los únicos sonidos eran
los del susurro del viento en las hojas y, finalmente, el sonido
de las cascadas.
—El año pasado ya estaba congelada —dijo.
A pesar del tiempo que nos tomó llegar allí, aún no
estaba lista para hablar. Así que en lugar de hablar, nos
quedamos contemplándola. Nero me rodeó con el brazo y me
atrajo hacia él. A su lado me sentía segura. Mi mundo acababa
de ponerse patas arriba. Pero con él a mi lado, todo se sentía
bien.
Finalmente, nos marchamos de allí e hicimos otra
caminata. Cuando regresamos al camión, el sol se estaba
poniendo. Fue entonces cuando me deslicé cerca de su asiento
y me fundí en su abrazo. Su aroma era embriagador. No quería
que me dejara ir.
Cuando llegamos a la casa estacionamos y acompañé a
Nero adentro. Estaba a punto de seguirlo escaleras arriba,
cuando Nero me detuvo.
—¿Me das unos minutos?
Me detuve sin saber qué estaba pasando. ¿Estaba
molesto por algo? Había estado perdida en mis pensamientos
todo el día y había asumido que Nero me estaba dando
espacio. Pero él estaba tan callado como yo. ¿Lo que el doctor
dijo sobre Cage lo había afectado de alguna manera que yo
estaba pasando por alto?
—Por supuesto —dije decepcionada de que él quisiera
que nos separemos cuando yo todavía quería sus brazos
alrededor de mí.
Después de que dejé a Nero subir las escaleras, me reuní
con Quin, Cage y su madre en la cocina.
—¡Oye! ¿Cómo les fue? —preguntó Quin alegremente.
—Fue un día interesante.
—¿Dónde está Nero?
—Lavándose el día interesante, supongo.
Quin se rio.
—¿Algo de beber?
—Venga. Por cierto, ¿debería preocuparme por él?
—¿Se quedó en silencio y te pidió que le dieras espacio?
—respondió Cage.
—Sí.
Cage se encogió de hombros.
—Solo dale unos minutos. Estoy seguro de que bajará
cuando esté listo. Mientras tanto, prepararé la cena.
La sidra que me dieron hizo que fuera mucho más fácil
relajarme. Cuando el alcohol hizo efecto, me uní a la
conversación. Después de todo lo que Nero me había contado
sobre su madre, la veía diferente. Era difícil no pensar que su
educación había sido abusiva.
Claramente había pasado por una crisis mental sin que
nadie la ayudara. Fue una situación desafortunada para todos
los involucrados. Pero no pude evitar ponerme del lado de
Nero.
A pesar de eso, traté de ser lo más amable posible y
causarle la mejor impresión que podía. Ella seguía siendo la
madre del chico del que estaba enamorada. Sin importar lo que
sintiera por ella, nunca dejaría de serlo.
—Nero dijo que estás pensando en volver al trabajo.
¿Tienes idea de lo que te gustaría hacer?
—No lo sé. Lo que esté disponible.
—Te lo dije, mamá, no tienes que elegir cualquier cosa.
Puedo cuidar de ti. Si quieres trabajar, encuentra algo que
disfrutes hacer —insistió Cage.
—Así no son las cosas por aquí, Cage. Esto no es Nueva
York. Aquí coges el trabajo que puedes encontrar.
—Nadie está confundiendo esto con Nueva York, mamá.
¿Quin?
—Yo no —bromeó.
—¿Ves? Y todo lo que digo es que no tienes que elegir
algo que te haga infeliz. Puedes tomarte tu tiempo. Averigua lo
que quieres hacer. Y cuando lo sepas, hazlo.
Ella sacudió la cabeza como si intentara acostumbrarse a
la idea.
—Esa no es la forma en la que funcionaba en mi época.
—Lo entendemos. Pero ahora tienes dos hijos.
—Tengo dos hijos y una hija —dijo mirando a Quin.
—Gracias, mamá —dijo Quin.
—Lo que me recuerda, ¿cuándo van a hacer las cosas
oficiales?
Quin y Cage se miraron.
—Con el tiempo —dijo Cage con una sonrisa.
—Es maravilloso ver cuánto aceptas que Cage y Quin
estén juntos. No estoy segura de que mis padres puedan
aceptarlo así.
—¿Tu familia tendría algún problema con nosotros? —
dijo Nero entrando en la sala de estar. No llevaba camiseta.
Parecía que acababa de salir de la ducha.
A pesar de que estaba para babearse, no pasé por alto
que Nero se había referido a “nosotros” como si ya fuéramos
una pareja.
—Mis padres, o por lo menos las personas que me
criaron, han criticado todas las elecciones que he hecho.
Hicieron todo lo que pudieron para que sea tan aburrida como
ellos. Por eso empecé a cuestionar los límites de las personas.
Si querían tener algo que criticar, se los daría. Y cuanto más se
resistían ellos o cualquiera, más los presionaba.
—¿Cómo resultó eso para ti? —preguntó Nero.
—Oh, todos se turnaron para darme una paliza. Así que
supongo que puedes decir que me volví popular. No te pongas
celoso —dije como si estuviera fanfarroneando.
Todos se rieron excepto Nero. Lo conté como si se
tratara de algo divertido. Supongo que ya no lo era una vez
que conocías los detalles.
—La cena está lista —dijo Cage llamándonos a la mesa
del comedor.
Con las bebidas fluyendo, el estado de ánimo de todos
mejoró. Incluso el de Nero. Sentada a su lado, pasé toda la
noche pensando en su mano en mi muslo. Al principio pensé
que era dulce, pero cuanto más tiempo estaba allí, más me
excitaba. Después de un rato solo estaba comiendo más para
compensar que no podía llevarme otra cosa a la boca.
Después de la cena, disfrutamos de un emocionante
juego de Scrabble. Quin estaba limpiando el piso con nosotros
sin siquiera intentarlo. Pero cuando escribió una palabra de
ocho letras que se parecía mucho a números romanos, tuve que
preguntar al respecto.
—Si quieres desafiarme, puedes hacerlo —ofreció Quin.
—No lo hagas —bromeó Cage—. Se ha memorizado el
diccionario de Scrabble. Si armó esa palabra, créeme, está ahí.
—¿Memorizaste el diccionario? —pregunté atónita.
—No, es decir, no todo el diccionario. Se trata más de
aprender las palabras que te ayudan a colocar las letras
difíciles de usar. Solo hay unas pocas docenas de ellas.
—Y con unas pocas docenas, quiere decir unas
quinientas —explicó Cage.
—¿De verdad? —pregunté asombrada.
Quin se encogió de hombros.
Miré a Nero cuando dijo:
—Puedes desafiarla, pero yo aprendí mi lección.
—Todos lo hicimos. Pero adelante —insistió Cage.
—Sí, Kendall. Adelante —dijo Quin con una sonrisa
arrogante.
—Espera, ¿se trata de una mala palabra? —bromeó Nero
—. ¿Quin empezó a usar malas palabras?
Quin se sonrojó.
—Ok. Me doy por vencida. Si Nero me dice que confíe
en ti, lo haré. No estoy ni cerca de saber de qué hablan —dije
en broma.
—Movimiento inteligente —dijo Nero cogiendo mi
hombro y besándome en la cabeza.
No esperaba que me besara. Tan pronto como lo hizo,
examiné la habitación. Todas las personas nos estaban
mirando. No sabía cómo sentirme al respecto. Pero se sintió
bien ver lo cómodo que se sentía demostrándome afecto.
Llenaba un vacío en mi vida que no sabía que tenía.
Cuando la mirada de todos volvió a sus fichas, los miré a
todos de nuevo. Estaba sentada jugando Scrabble con un grupo
de lobos cambiaforma después de descubrir que podría ser tan
mágica como ellos. Después de sentirme sola durante tanto
tiempo, ¿cómo mi vida se había convertido en esto? Tuve que
contener las lágrimas al pensar en ello. Y todo fue gracias a
Nero.
Me volví hacia él y observé cómo se ondulaba su pecho
desnudo mientras se movía. Era el hombre más hermoso que
había visto. Nunca había querido a nadie más en mi vida.
Entonces, cuando el juego terminó y todos se fueron a la cama,
mi mano encontró la suya y me perdí en sus ojos.
—¿Quieres otro trago? —preguntó Nero.
—Estoy bien. Todavía estoy sintiendo el último. Pero
gracias —dije con una sonrisa.
Los dos nos miramos fijamente a los ojos sin decir una
palabra. Lo necesitaba tanto que me dolía el corazón, así que
deslicé mi mano sobre su muslo y lo acaricié.
—Hoy fue un día realmente genial —dije rogando que
me tomara.
—Me alegra que pienses eso.
—Eso siento.
—Genial.
Hice una pausa. Sin poder contenerme más, le pregunté:
—Ey, ¿qué te pareció tu colchón?
—¿Qué quieres decir?
—No sé. El mío es un poco duro. No está mal ni nada.
Me preguntaba cómo es el tuyo.
Nero me miró por un segundo.
—¿Quieres verlo?
—Supongo que para compararlos —dije incapaz de
contener mi sonrisa.
—Entonces, vamos —dijo Nero levantándose y tomando
mi mano.
Mientras cruzábamos la sala de estar hacia las escaleras,
mi corazón latía con fuerza. No tenía dudas de lo que quería
que sucediera después. Estaba enamorada de Nero. Quería que
él fuera el primero. Y al acercarme a su dormitorio, la
electricidad corría de antemano a través de mi piel.
Encendimos las luces suaves de su mesita de noche y
entramos al dormitorio. Nero se sentó en la cama.
—No lo sé. Se siente bastante bien para mí. ¿Qué
opinas?
Me senté a su lado dejando que nuestros brazos se
rozaran.
—Es agradable —dije de repente quedándome sin
palabras.
—Sabes que me gustas, ¿verdad? —dijo Nero
acercándose aún más—. Nunca he conocido a nadie como tú.
Cuando pienso en ti, pienso en siempre. Dije que me estaba
enamorando de ti, pero es demasiado tarde. Creo que ya estoy
enamorado…
Fue entonces cuando lo besé. Rodeé su cintura con mis
piernas y me senté en su regazo aferrando mi cuerpo contra el
suyo. Pasé mis brazos alrededor de su cuello y regresé mi
atención a nuestro beso. Pareció enajenado por un segundo,
pero rápidamente tomó el control.
Pasando sus dedos por mi cabello, lo cogió y tiró de él.
Me encantó. Mientras presionaba su pecho contra el mío,
separó mis labios y me metió su lengua. Al encontrar la mía,
nuestras lenguas danzaron. Me perdí en la sensación. Llevada
a otro mundo, solo podía pensar en nuestro beso. Quería más.
Quería que los dos nos convirtiéramos en uno.
Sin pensarlo, me encontré apretando mis piernas abiertas
contra su torso. No podía evitarlo. Se sentía demasiado bien.
La mezcla de esas sensaciones y el beso eran una droga a la
que inmediatamente me volví adicta. Entonces, cuando Nero
se agachó y me quitó la camisa, hice lo mismo, porque
necesitaba sentir todo el furor de su calor corporal.
Sin camisa, Nero puso su brazo debajo de mis nalgas y
me levantó como si nada. Me acostó en la cama y alcanzó el
botón de mis pantalones. Abrí mis piernas para darle espacio.
Cuando solo faltaban mis bragas, volvió a trepar por mi
cuerpo. Montándose encima de mí, deslizó sus manos por los
costados de mi cuerpo y mis brazos hasta coger mis manos por
encima de mi cabeza.
Incapaz de resistir, me miró fijamente sabiendo que no
podría escapar aunque quisiera. No lo haría. Quería estar
exactamente allí. Pero quería tocar su cuerpo con mis manos.
Y el hecho de que no podía hacerlo, me hizo desearlo más.
Afortunadamente, Nero se inclinó y me besó en los
labios. Fue solo por un segundo. Luego besó el camino hacia
mi oreja y mi cuello. Teniendo acceso completo, continuó
hacia mi hombro y mis lolas.
Cuando llegó a mi pezón, lo mordió. La sensación envió
ondas de electricidad a todo mi cuerpo. Dolía pero el dolor se
sentía bien. Quería que se detuviera tanto como quería que lo
hiciera de nuevo.
Cuando soltó mis manos y se dirigió más abajo, me
acerqué a él y le masajeé la cabeza. Sin darme cuenta, lo
estaba conduciendo más abajo. No podía olvidar cómo su
labios se habían sentido en mi clítoris. Había sido la mayor
experiencia sexual de mi vida.
Cuando su cara llegó a mis bragas, frotó su nariz entre
mis piernas. A través de la tela, presionó mi carne hinchada. El
calor hizo que mi pecho se levantara. Finalmente me bajó las
bragas y acarició mis labios con su pulgar, mientras yo
temblaba de desesperación por él.
Cuando sus labios regresaron a mi clítoris, sufrí por él.
Mientras se deslizaba sobre él, cogí las sábanas. Fue entonces
cuando su pulgar presionó con más fuerza amenazando con
penetrarme.
Rodeando mi coño, probó mi abertura. Su toque se
sentía increíble. Todo lo que hacía me separaba de mi cuerpo.
Tuve que luchar con todo lo que tenía para permanecer
consciente.
Mientras presionaba mi agujero apretado con más
fuerza, deseaba saber qué pasaría después. Entonces soltó mi
clítoris y lo escuché preguntar:
—¿Sí?
—¡Sí! —gemí deseándolo dentro de mí.
Entonces me dejó ir como si hubiera hecho algo malo.
Perderlo de forma repentina me hizo abrir los ojos y buscarlo.
De rodillas, se estaba quitando lo que restaba de su ropa. Con
su monstruo saliendo, no podía quitarle los ojos de encima.
Lo seguí mirando mientras buscaba algo en su mesita de
noche. Cuando Nero regresó con un condón y se lo puso, supe
lo que pasaría a continuación.
Nero no me defraudó. Deslizó un brazo debajo de mis
rodillas y abrió mis piernas. Con mi coño abriéndose para él,
metió sus dedos en mi agujero. Estaba tan húmeda que fue
más fácil.
Cuando aplicó presión y su dedo resbaladizo entró en
mí, gemí. Lo dejó allí hasta que me relajé, luego lo quitó
suavemente y se colocó encima de mí.
Mientras el calor de su cuerpo me envolvía, miré los
hermosos ojos azules de Nero. Necesitaba besarlo. De nuevo,
no me defraudó.
Pude sentir la punta de su polla buscando mi abertura
cuando nuestros labios se encontraron. Cuando abrí la boca, su
punta encontró mi agujero. Posándose sobre mí cuando
encontré su lengua, empujó sus caderas hasta que, con una
intensa presión, explotó dentro de mí.
Gemí. Él era muy grande. El dolor que siguió me
atravesó antes de asentarse como una ola rompiendo.
Afortunadamente, no se movió cuando la sensación me
abrumaba. Pero cuando salió de mí y me di cuenta de que el
hombre del que estaba enamorada me estaba penetrando, lo
atraje con más fuerza y comencé a besarlo de nuevo.
Mientras entraba más profundo en mí, mi cabeza
bailaba. Todavía nos estábamos besando, pero solo un poco.
Todo en mí se concentraba en la sensación de abajo. Con cada
momento, pasaba del dolor al placer. Y cuando me estaba
follando legítimamente, supe por qué algunas personas no
hablan de otra cosa.
Pensé que el sexo oral era bueno, pero no había mayor
placer que la polla de Nero en mi coño. Él estaba en mí. Los
dos éramos uno. No quería que me dejara nunca. Pero a
medida que me follaba más fuerte y el pulso dentro de mí
aumentaba, la cara de Nero se torcía y yo clavaba mis dedos
en su espalda.
—¡Ahhhh! —gemí sintiendo el preludio de la explosión.
Mis muslos hormiguearon. Pero cuando el dolor y la
presión fueron demasiado, me vine como si hubiera estallado
una bomba. No pude contenerlo. Con él vinieron los fluidos.
No estaba segura de lo que estaba pasando. Llegué al
squirt por primera vez en mi vida.
Nos empapé a los dos. Pero Nero no se dio cuenta
porque tuvo su propia erupción.
Gimiendo como un animal salvaje, liberó todo lo que
tenía. Enterrado en mí, no podía dejar de estremecerse.
Además de eso, al menor movimiento que hacía
comenzaba el estremecimiento de nuevo. Le tomó una
eternidad calmarse lo suficiente y acunarme en sus brazos.
Pero cuando lo hizo, fue el sentimiento más grande del mundo.
Todavía estaba duro dentro de mí y me encantaba.
Eventualmente, su erección bajó y salió de mí. Fue
entonces cuando sacó una toalla de mano de la mesita de
noche y nos limpió a ambos.
—¿Qué más tienes ahí? —bromeé sobre su mesita de
noche.
—¿Qué más necesitas?
—Vaya, estabas preparado. ¿Tan confiado estabas?
—No sabía si iba a suceder, pero lo esperaba. Y es mejor
tenerlo y no necesitarlo…
—¿Que necesitarlo y no tenerlo?
—Exactamente —dijo con una sonrisa.
Me aferró entre sus brazos y me hizo rodar encima de él,
y yo apoyé la cabeza en su pecho.
—Creo que estoy empezando a necesitarte —dije.
—Por suerte, me tienes.
¿Lo tenía? Eso esperaba. Pero no había hecho nada
como eso antes. Nunca había tenido novio y mucho menos uno
que fuera un hombre lobo. Y antes de ese día, no había
imaginado que podía ser un hada. ¿Cómo podría funcionar?

Aunque tomó un tiempo, finalmente me quedé dormida.


Tuve buenos sueños. Cuando me desperté, estábamos en
diferentes posiciones, pero él todavía me abrazaba.
Moviéndome para apoyar mi espalda en su pecho, me
pregunté si estaba duro. Acomodando mis caderas, supe que lo
estaba.
Tal vez me había movido demasiado, o tal vez solo lo
suficiente, pero rápidamente descubrí la punta de su polla
presionando mi dolorido agujero de nuevo. Gemí y me
acomodé otra vez sobre él.
Eso era todo lo que necesitaba hacer. Porque por
segunda vez en mi vida, y en las últimas horas, sentí que una
polla dura me penetraba y me llenaba. A diferencia de la
follada dura que había ocurrido la noche anterior, esta vez fue
suave y sensual. No me dolió que me penetrara y todo se sintió
natural.
Dios, sí amaba a este hombre. Él era lo que siempre
había soñado. Y cuando pensar en él se volvió demasiado, me
agaché y froté mi clítoris. Fue entonces cuando aceleró la
velocidad para que pudiéramos corrernos al mismo tiempo. Se
retiró antes de correrse.
Me reí.
—Supongo que ya estoy despierta —dije.
—¿Qué te pareció el despertador?
—Así es como quiero despertarme siempre —dije con
una sonrisa.
—Todas las mañanas que lo desees. Lo prometo.
—Puedo aceptar eso —dije finalmente girando para
encontrar sus labios.
Nero tomó otro paño de la mesita de noche, me limpié y
luego me volteé para mirarlo.
—Quiero hacer algo por ti —dije queriendo hacerlo tan
feliz como él a mí.
—¿Qué cosa?
—Quiero averiguar la situación en torno a tu padre
biológico.
—Te lo dije, puedes intentarlo.
—Gracias. Pero no creo que ella se abra conmigo si solo
le pregunto. ¿Qué arregló Cage para hoy? Sé que tiene que ver
con hombres lobo.
Nero hizo una pausa antes de responder.
—Cage quiere que todos los lobos de la ciudad corran
juntos. ¿Te conté sobre eso?
—Creo que sí.
—No creo que te lo haya dicho. ¿Quin lo mencionó?
—Alguien lo hizo. ¿Cómo lo sabría si no? De todos
modos, ¿tu madre te acompañará en la carrera?
—No irá a la carrera. Y no sabes el milagro que es que
vaya al festival. No ha hecho nada tan social en unos ocho
años.
—¡Guau! Entonces tal vez cuando estés en la carrera,
pasaré el rato con ella.
—No dije que iría a la carrera.
—¿Por qué no? ¿No es lo que los lobos hacen?
—Algunos sí.
—Bueno, si lo haces, yo pasaré el rato con tu madre, tal
vez se sienta cómoda y se abra conmigo.
—¿De verdad crees que puedes hacer que ella diga algo
que no me ha dicho cuando le pregunté estos últimos veinte
años?
—Es la mejor idea que se me ocurre. Y, quién sabe, tal
vez con un poco de suerte…
—¿Quieres decir con un poco de magia? —preguntó
cortante.
—Es decir, si soy un hada, todo es posible, ¿verdad?
Él me miró sin decir una palabra.
—Mira, con magia o no, siempre pude hacer que la
gente admitiera cosas. Entonces, te prometo que podré decirte
algo que no sabías. Puede que no sea lo que esperamos. Pero
será algo. ¿Confías en mí para hacer eso?
—Sí, confío en ti —dijo con una sonrisa.
Me incliné y lo besé. Estaba emocionada de poder hacer
algo por él. Representaba lo mejor que tenía para ofrecerle.
Nos duchamos por separado así que Nero se quedó en la
cama hasta que terminé. Quería bajar las escaleras primero
para empezar a pasar tiempo con su madre.
—¡Buen día! —dijeron todos quienes parecían haber
estado despiertos durante horas.
—Buen día. ¿Llegamos tarde al desayuno?
—Un poquito. ¿Dónde está Nero? Puedo hacer algunos
huevos revueltos más para acompañar las tostadas francesas
que preparé —sugirió Cage.
—¿Hiciste tostadas francesas? —Me volví hacia Quin
—. ¿Cómo sigues tan delgada?
—Créanme, todo es genética —dijo Quin con una
sonrisa.
—Nero bajará en unos minutos. Estaba justo detrás de
mí.
—Comenzaré —dijo Cage empezando a trabajar.
—Señora Roman, ¿no ama tener un hijo que cocina así?
—pregunté a la mujer sentándome a su lado.
—Me encanta tener a mi hijo de vuelta. No me importa
cómo cocina —dijo mirando a Cage con alegría.
Me di cuenta de que no iba a ser difícil llegar a
conocerla.
—Ya que no conozco a nadie y todos participarán de la
carrera, ¿te importa si paso el rato contigo hoy? —pregunté
casualmente.
—Será un placer —dijo la mujer de cabello oscuro
envolviendo mi mano con la suya.
Una vez que Nero se unió a nosotros, nos sentamos
alrededor de la mesa y planeamos nuestro día. La mayor parte
de la planificación consistía en Cage y Nero bromeando
amablemente acerca de Quin sobre el disfraz de mascota que
aceptó usar.
—Oigan, la ayudé a hacer ese disfraz —dije
defendiéndola.
—Incluso fue idea suya —dijo Quin.
—Entonces, ¿tú eres la que pintó el objetivo en la
espalda de mi chica? —preguntó Cage divertido.
—¡Es un festival de alcohol ilegal! Por eso pensé que
debía disfrazarse de botella de alcohol.
—Y cuando los campesinos sureños borrachos intenten
descorcharla y beberla, ¿qué vas a hacer entonces? —preguntó
Nero con diversión.
—Bueno, yo pienso que ustedes dos hicieron un trabajo
maravilloso —dijo la madre de Nero en nuestra defensa.
Cogí su brazo y extendí el mío alrededor suyo.
—Gracias, señora Roman—. Me volví hacia los chicos
—. ¿Ven? Siempre deben escuchar a su mamá.
Todos se reían y pasaban un buen rato.
Después de que Nero y yo limpiamos, cargamos cosas
en las camionetas y nos dirigimos al festival. La mamá de
Nero viajó con nosotros. Cuando llegamos allí, vi todo bajo
una nueva luz. La mayoría de los puestos estaban vacíos o
vendían alcohol ilegal. Pero había algunos que no eran tan
fáciless de descifrar.
—¿Qué está vendiendo ella? —pregunté a Nero
mientras él, su madre y yo nos acercábamos.
—Creo que está leyendo las manos. ¿Necesitas que te
digan tu futuro? —dijo Nero soltando una carcajada.
Miré a Nero preguntándome por qué despreciaba tanto
ese arte. ¿No creció entre personas que podían hacer magia?
—¿No quieres saber tu futuro? —pregunté.
—Mi futuro es lo que yo quiero que sea. No necesito
que alguien me diga lo que quiero escuchar.
—Pero saber lo que pasará puede guiarte. ¿No te
servirían los trucos de un juego si pudieras conseguirlos?
—Estoy bien tomando las cosas como vienen, muchas
gracias.
—Bueno, yo quiero saber. —Me volví hacia su madre
—. ¿Te importa si vamos?
Parecía compartir algo de la vacilación de Nero, pero
aceptó con una sonrisa. Tal vez era algo de lobos cambiaforma
alejarse de la magia. En cualquier caso, no iba a dejar que
impidieran que averigüe todo lo que pudiera sobre quién era y
de dónde venía.
Los conduje a los dos hacia la mujer de mediana edad
que estaba sentada frente a una pequeña mesa. Estaba vestida
como una maestra de escuela primaria pero, cuando me vio,
una luz brilló en sus ojos.
—Tú —dijo la mujer mirándome fijamente—. Tú eres la
persona con la que vine a hablar.
—¿Yo? ¿De verdad? —dije preguntándome si el Dr.
Tom le había contado sobre nuestra reunión.
—Siéntate. Dame tu mano —dijo señalando la silla
frente a ella.
Me senté mirando a Nero y a su madre. No estaban
impresionados. Extendiendo mi mano, ella la cogió y frotó
suavemente mi palma.
—Tienes un gran poder a tu alrededor.
Me reí.
—No siento que tenga un gran poder.
—Fluye a través de ti. Estás conectada a él.
—Vale. ¿Dice cómo puedo acceder a él?
—Ya está allí cuando lo necesites.
No sabía qué decir sobre eso.
—También veo una gran tragedia en tu pasado.
—¿Ves a mis padres?
—Veo tristeza rodeándolos. No querían dejarte, pero
tenían que hacerlo.
Yo estaba cautivada.
—¿Puedes ver por qué tuvieron que dejarme?
—Por miedo. Estaban huyendo de algo.
—¿Puedes ver de qué?
—No está claro. Pero los volverás a ver.
Hice una pausa.
—¿Los veré de nuevo?
—Los verás.
Busqué en mi mente tratando de entender cómo podría
ser eso posible. Murieron. No había duda de que eran ellos.
Había registros dentales y muchas pruebas.
—Está bien —dije segura de que estaba equivocada.
—Tienes dudas, pero es lo que veo.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—¿Qué?
—¿Eres un hada?
Sus ojos se dirigieron hacia las dos personas que estaban
detrás de mí antes de regresar.
—¿Eres nueva en la ciudad?
—Estoy de visita. Nero me trajo para hablar con el Dr.
Tom sobre lo que soy.
—¿Y qué te dijo?
Volví a mirar a Nero preguntándome si podía
compartirlo. Él no hizo ningún movimiento para detenerme,
así que lo hice.
—Dijo que no estaba seguro.
—Tienes un gran poder a tu alrededor —repitió—. Es lo
que veo.
—Pero, ¿sabes si soy una hada? ¿Lo eran mis padres?
—Te he dicho todo lo que sé —dijo recostándose.
Asumiendo que era el final de mi lectura, me puse de pie
lentamente.
—Vale. ¿Cuánto te debo por la lectura?
—Nada. Era un mensaje que estaba destinado a darte.
Ahora que te lo he entregado ya puedo irme a casa.
—Oh. Bueno. Gracias, qué tengas un buen día.
Ella asintió y se levantó recogiendo sus cosas.
Cuando los tres estuvimos lo suficientemente lejos como
para que la mujer no pudiera oírnos, Nero se inclinó.
—Ella era mi maestra de tercer grado.
—¿Sí?
—Sí. ¿Y ves por qué no me gusta que me lean la suerte?
Lo miré confundido.
—No. ¿Por qué?
—Kendall, ella no te dijo nada. Pasó lo mismo con el Dr.
Tom. Nadie te dice nada. Luego quieren todo ese
agradecimiento por no hacer nada y tal vez empeorar las cosas.
Estuve a punto de mencionar que dijo que volvería a ver
a mis padres y que tenía un gran poder, pero no lo hice. Su
opinión parecía tener más que ver con su historia con el Dr.
Tom que con lo que me habían dicho el médico y la lectura de
manos.
—Entonces, ¿si algún día tengo acceso a mi gran poder
y me ofrezco a leer tu futuro?
—Diré que no tienes que decirme todas las cosas que
voy a hacerte cuando estemos solos. Porque ya lo sé.
Miré a su madre avergonzada.
—¡Nero!
—¿Qué? No dije lo que eran esas cosas. Solo dije que
hay cosas. Y habrá muchas de ellas.
Nero lo decía con una sonrisa, pero estaba segura de que
me estaba poniendo roja como una remolacha. Mi cara se
sentía tan caliente como para freír un huevo. Le di un
manotazo en el hombro y él se rio. Entrelacé mi brazo con el
suyo, lo atraje con fuerza y miré hacia adelante ignorándolo.
—¿Crees que hay alcohol en esos muffins? —preguntó
la madre de Nero refiriéndose a un puesto delante de nosotros.
—Solo hay una forma de averiguarlo —bromeó Nero
antes de llevarnos hacia allí.
Compramos algunos muffins, los comimos y nos
encontramos con Cage y Quin. Quin caminaba con su disfraz
de mascota posando para fotos con la gente mientras Cage
vigilaba con atención.
—Vino mucha gente —dijo Cage escaneando el área.
—La Dra. Sonya debe estar satisfecha.
—Titus también debe estarlo. A él le encantan este tipo
de cosas —dijo Nero.
Me volví hacia Quin.
—¿Estás bien ahí dentro?
—¡No hicimos sisas, o un agujero para respirar!
—Oh, sí —confirmé con una risa—. Lo siento, fue mi
primer disfraz de botella de alcohol ilegal.
—¡Me estoy muriendo aquí!
—Puedes quitártelo cuando quieras, ¿sabes? Creo que
has cumplido con tu deber —dijo Cage.
—No, puedo hacerlo. Solo necesito un poco de agua.
—Quin, ¿por qué no me lo dijiste antes? Venga, te voy a
buscar un poco de agua. ¿Qué piensas hacer? ¿Sacar el corcho
y verterla adentro? —dijo Cage con una sonrisa.
—¡No es gracioso! —exclamó Quin.
Todos nos reímos en silencio. Habíamos hecho agujeros
para los ojos, pero los habíamos cubierto con una tela que
hacía difícil ver a través de ella. No pensé que nos vería.
—Saben que puedo verlos reír, ¿verdad? ¡No es
gracioso!
—Es cierto —dijo Cage fingiendo que él no se estaba
riendo también—. No es gracioso. Quin está haciendo algo
muy bueno para todos. Todos deberíamos agradecerle por ello.
—Quin, estás haciendo un gran trabajo —dijo la señora
Roman.
—Un trabajo bien hecho —dijo Nero.
—¡Estás usando esa botella de alcohol ilegal! —dije con
entusiasmo.
—Lo que sea. Cage, sácame de aquí.
—Por supuesto, hermosa —dijo Cage mirándonos con
una sonrisa—. Nero, avísales a los lobos que nos
encontraremos detrás de esos árboles en unos 30 minutos.
Nero dudó antes de responder.
—Seguro.
Recordé lo que dijo el Dr. Tom sobre el poder alfa de
Cage, y me pregunté si Nero lo aceptaba de buena voluntad o
si no tenía otra opción. En cualquier caso, fue interesante
acompañar a Nero mientras lo hacía. Nunca habría adivinado
quiénes eran hombres lobo entre los asistentes.
Por lo general, eran las personas más jóvenes y de mejor
estado físico, pero no todas. El tipo para el que dijo que
trabajó Nero era casi todo panza. Y había varios con más
cabello gris que oscuro.
—Supongo que te unirás a ellos… —pregunté mientras
la gente se dirigía a los árboles.
—Supongo —dijo luciendo cansado.
—Será bueno para ti. Deberías divertirte. Esa es la idea,
¿no?
—No sé cómo debería ser. Creo que Cage quiere que sea
una experiencia que nos una o algo así.
—Entonces deberías unirte. Será bueno para ti.
Nero me dio una mirada que me hizo dudar de mi
sugerencia.
—Al menos nos dará a tu madre y a mí la oportunidad
de hablar —dije recordándole que ese era el plan.
—No creo que dure más que una hora —dijo
resignándose a ir.
—Estaremos aquí —mencioné preguntándome si me
daría un beso de despedida.
Me miró a los ojos y pareció considerarlo, pero se fue
sin hacerlo. Tal vez no estábamos allí todavía. Estoy segura de
que era mi culpa. Pero me dolía el corazón porque ni siquiera
lo había intentado.
Una vez que estuvo lo suficientemente lejos como para
saber que no iba a mirarme, me volví hacia su madre.
—¿Entonces, qué hacemos?
Durante la siguiente hora caminamos y pasamos tiempo
en cada uno de los puestos. Para ella fue como reencontrarse
con viejos amigos. Todos mencionaron lo bien que se veía y
ella dijo que era porque había recuperado a Cage.
Cuando ella terminó de saludar y todavía nadie había
regresado, comencé a hacerle preguntas empezando con las
más básicas posibles. Luego de escuchar las historias de Nero,
tenía bastante idea de lo que debía evitar. Creo que lo logré y,
cuando Nero regresó, me estaba contando dónde creció. Fue
en un pueblo cercano. En algún lugar a cincuenta millas de
allí.
Estaba ansiosa por preguntarle a Nero cómo habían ido
las cosas. Pero sabía que si le preguntaba, perdería el impulso
que había ganado con su madre. Entonces, sabiendo que
podría hablar con él sobre su carrera más tarde, continué con
nuestra conversación reconociendo levemente su llegada.
—¿Querías ser bailarina cuando fueras grande? —
pregunté esperando que la llegada de Nero no le hubiera
cambiado el estado de ánimo.
Con lágrimas en los ojos, apretó los labios y sacudió la
cabeza.
—¿Querías ser bailarina, mamá? No sabía eso de ti —
dijo como si estuviera bajando desde lo alto.
Pensé que su energía de ojos salvajes haría que su madre
se retirara, pero no lo hizo. Ella se volvió hacia él con una
mirada suave en su rostro y respondió:
—Tomé clases y era muy buena. Es por eso que puedes
bailar en el campo de fútbol como lo haces. Heredaste eso de
mí.
Al ver la oportunidad, pregunté:
—¿No de su padre?
Ella no respondió. Pensé que ella había ignorado por
completo mi pregunta, hasta que dijo:
— Heredó el atletismo de su papá. Heredó su baile de
mí.
No reaccioné porque estaba tratando de que siguiera
estando cómoda. Pero Nero, tan emocionado como estaba, no
pudo evitarlo. Él la miró con la boca abierta.
—¿Lo heredé de mi papá?
—Eso dije. ¿Pedimos una de las tartas de coco de la Dra.
Sonya para llevar? Son tan ricas que me sorprende que todavía
queden algunas —dijo cambiando de tema.
—Quizás. Pero lo que realmente quiero saber es…
Sutilmente puse mi mano en el antebrazo de Nero para
silenciarlo. Estoy segura de que fue difícil para él
considerando que todavía no se había calmado por completo,
pero aceptó mi sugerencia. Ahora que ella había destrabado la
puerta de su pasado, sabía que podía lograr que la abriera.
Iba a ser una operación delicada y me hacía sentir aún
más cerca de Nero saber que confiaba en que podría realizarla.
Después de comprar la última de sus tartas, Nero tuvo
una breve conversación con la Dra. Sonya y nos dirigimos a
casa. El sol se puso mientras conducíamos. Salvo Nero que
todavía parecía un poco tenso, todos estaban de buen humor.
Entonces, cuando sugerí que tomáramos unas copas en la
terraza, todos estuvieron de acuerdo.
—¿Cuando te mudaste aquí? —pregunté a ella.
—Hace mucho tiempo. Apenas puedo recordarlo.
—¿Qué te trajo aquí?
—Estaba embarazada de Nero —dijo poniendo su mano
en su antebrazo con una sonrisa.
—No me puedo imaginar criando sola a un bebé.
¿Conocías a alguien de aquí?
—No conocía un alma.
—Entonces, ¿por qué viniste?
—Cuando eres una loba cambiaforma y no tienes una
manada, no hay muchas opciones. Pero había escuchado cosas
por ahí sobre esta ciudad y los que vivían aquí, así que decidí
darle una oportunidad.
—No conocí a nadie que hubiera oído hablar de este
pueblo —espetó Nero cortante.
Levanté mi mano para calmarlo. Estaba recibiendo
muchas respuestas, así que no quería que cambiara de humor
de repente. Se tensó cuando vio mi gesto, pero continuó
escuchando.
—Esa fue una de las razones por las que elegí venir
aquí, porque el pueblo no era muy conocido.
—Escuché que a mucha gente le gustan los pueblos
pequeños porque les da la oportunidad de ser anónimos. ¿Tú
pensabas así?
Su comportamiento agradable se fundió en un
pensamiento profundo.
—Esa fue una de las razones.
Coincidí con su estado de ánimo.
—¿Tuvo que ver con lo que pasó con Cage? No puedo
imaginar lo que debe ser que te digan que tu hijo ha muerto
cuando sabes que no es cierto.
—Fue muy duro para mí.
—¿Cómo sigues adelante después de algo así?
—No lo hice. No por mucho tiempo.
—Supongo que ayuda tener a alguien brindándote su
apoyo.
—Yo no tenía a nadie.
—¿Qué pasó con el padre de Cage? Él debía haber
estado contigo, ¿no?
—Él no quería que yo tuviera a Cage en primer lugar.
—¡Oh, no!
—Él estaba completamente en contra.
—¿Pero él sabía que estabas embarazada?
—Sí.
—¿Y le contaste lo que pasó en el hospital?
—Le conté. Y la mirada que me dirigió después me dijo
todo lo que necesitaba saber.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué te dijo su mirada?
—Que él tuvo algo que ver con la desaparición de mi
bebé —dijo mirándome a los ojos con tristeza.
—¡Eso es horrible! ¿Qué crees que hizo?
—No sé.
—¿Crees que hizo secuestrar a Cage?
—No puedo estar segura. Todo lo que sé es que eso me
cambió. No podía volver a ser la persona que era antes y,
finalmente, él no quiso tener nada que ver conmigo. Fue
entonces cuando se me ocurrió un plan. Iba a recuperar lo que
me quitó.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Un día le pedí pasar por su casa diciéndole que si me
recibía, lo dejaría solo para siempre. Él aceptó. Cuando llegué
allí, le preparé su bebida favorita y le eché algo que me
preparó un hada —dijo con una sonrisa.
—¿Qué era?
Ella hizo una pausa y continuó.
—Era algo que me ayudaría a obtener lo que quería de
él, pero él no lo recordaría.
Sus palabras se quedaron flotando en el aire dándonos
un momento para asimilarlas.
—Y así es como nací —dijo Nero uniendo todas las
piezas.
—Así es como te conseguí —dijo apretando sus
antebrazos y mirándolo a los ojos.
—¿Lo hechizaste?
Su sonrisa de labios apretados se desvaneció. Ella lo
dejó ir y se sentó.
—Hice lo que tenía que hacer para recuperar lo que me
había quitado —dijo mirando hacia abajo.
—Entonces, solo estoy aquí porque tú…
—Nero, ¿te importaría traerme otro trago? —dije
interrumpiéndolo.
Se volvió hacia mí como si recordara lo que yo estaba
haciendo. Lo miré con los ojos muy abiertos y sacudí mi vaso
vacío. Parecía que estaba a punto de ignorarme cuando los
faros iluminaron la terraza. Eran Cage y Quin estacionando.
—Me siento cansada. Ha sido un día largo. Espero que a
ustedes dos no les importe si me voy a la cama temprano.
—Por supuesto que no. ¿No es cierto, Nero?
Nero encontró mi mirada inquebrantable y luego cedió.
—Por supuesto que no, mamá.
Ella se levantó.
—Entonces díganle a Cage y Quin que dije buenas
noches.
—Lo haremos —dije antes de que entrara y
desapareciera en la noche.
Cuando ella se fue, Nero se volvió hacia mí y espetó.
—¿Por qué hiciste eso?
—¿Qué hice?
—Seguir callándome así.
—Querías respuestas, ¿verdad? Te estaba dando tus
respuestas.
—La única respuesta que obtuve fue que estoy aquí
porque mamá violó a un hombre.
—¡Shhh! Mantén tu voz baja.
—No me digas que me calle. La escuchaste. Estaba
enfadada porque mi padre le quitó lo que realmente quería, así
que lo hechizó y lo violó para tenerme. La escuchaste cuando
lo decía.
Estaba tratando de pensar en alguna otra forma de verlo,
pero mi mente no se movía lo suficientemente rápido. Él
estaba en lo cierto. Eso era lo que acababa de explicar. ¿Cómo
haces que alguien se sienta mejor una vez que se entera de que
su existencia es el resultado de una violación?
—¿Qué están bebiendo ustedes dos? —dijo Cage de pie
en la puerta con una sonrisa.
Nero lo miró con ira.
—¿Qué?
Nero lo miró fijamente por un momento más y luego se
arrancó la camisa y se transformó en lobo. Lo repentino de
esto me sobresaltó. El lobo de Nero me miró a los ojos y el
miedo me atravesó. Cuando dio un paso hacia mí, me
estremecí. Pero en lugar de atacarme, saltó la barandilla y
desapareció en la oscuridad.
Mi corazón latía con fuerza. Lo había visto convertirse
antes. Pero esta vez fue porque estaba enojado conmigo.
¿Podría haberme hecho lo que le hizo a Evan?
—¿Qué acaba de suceder? —preguntó Cage confundido.
No estaba segura de cuánto decirle. Esto tenía que ver
con él tanto como con Nero. Pero ¿me correspondía decir
algo? Por otro lado, si lo supiera, tal vez podría ayudar a Nero
a procesarlo de la manera en que yo no pude.
—Tu madre acaba de contar algo sobre cómo nació Nero
—dije vacilante.
—¿Qué? —preguntó acercándose a mí.
—No estoy segura de si debo ser yo quien te lo diga.
—¿Qué está pasando? —dijo Quin viendo la tensión.
—Kendall dijo que mamá acaba de contarles algo sobre
cómo nació Nero, y él se convirtió y se marchó.
—¿Ella les dijo algo a ustedes dos sobre su padre?
—No exactamente —dije.
—Sea lo que sea, tienes que decírnoslo —insistió Quin
—. Esto es algo sobre lo que Cage se ha preguntado toda su
vida. Tienes que decírnoslo, Kendall. No tienes otra opción.
Todavía no sabía si debía hacerlo, pero lo hice. Les
conté lo que su madre había dicho y por qué.
—Era algo que esperaba poder hacer por Nero. Pensé
que saberlo lo ayudaría. Ahora él está… no sé.
—No sabías lo que ella diría. Yo tampoco —dijo Quin.
—¿Pero tenías el presentimiento de que no le gustaría
saberlo? —pregunté.
—Tuve esa sensación.
—¿Qué hago ahora? —pregunté mirando el espacio
entre ellos.
—Nero ha pasado por muchas cosas en su vida. Él
descubrirá cómo lidiar con esto. Solo desearía que no fuera
algo que lo hiciera sentir como que no lo quieren. Ya tuvo
bastante de eso.
—Sí, lo tuvo —confirmé recordando las historias de
terror que me había contado—. Entonces, ¿qué hago ahora?
Los dos se miraron. No tenían ni idea. Yo tampoco. ¿Le
daba su espacio? ¿Me quedaba afuera esperando que
regresara? ¿Si regresaba, dormía en mi propia cama esa
noche? ¿O me metía en su cama y esperaba a que regresara
para que pudiéramos hablar al respecto? No lo sabía.
Como no podía decidirme, me quedé en la terraza.
Tomando bebidas, Cage y Quin se unieron a mí. El tiempo de
diversión que todos habíamos tenido antes se había ido. Pero
seguimos hablando.
Quin me contó sobre su experiencia como mascota.
Cage contó cómo fue correr con una manada tan grande. Y yo
les conté todo lo que me había enterado acerca de mí.
Incluso si no hubiera conocido a Nero, estaba bastante
segura de que Quin y Cage me hubieran agradado. Ambos
eran excelentes personas. Además de eso, estaban empezando
a sentirse como amigos.
Cuando se dirigieron a la cama, yo también lo hice. No
iba a volver al dormitorio de invitados. Nero podía necesitar
espacio, pero no quería crear distancia entre nosotros. Lo
amaba. Quería estar con él.
Al entrar en su habitación vacía, me desnudé y me metí
en la cama. Mientras yacía allí, decidí que si regresaba
después de que me durmiera y quería usar mi cuerpo para
sentirse mejor, estaría de acuerdo con eso. Pero no lo hizo. Y
cuando me desperté a la mañana siguiente, no había señales de
que hubiera dormido allí.
Entonces me vestí y fui a buscarlo; lo encontré abajo
listo para partir. Fui la última en bajar, así que Quin y Nero me
estaban esperando.
—Lo lamento. Podrían haberme despertado —expliqué.
—Está bien —dijo Quin—. Mi primera clase es esta
tarde.
—La tuya es a las 8 AM, ¿no es así? —preguntó Nero.
—¡Oh, Jesús! Sí. ¿Qué hora es? —pregunté.
—6.15 —dijo Nero mirándome como si fuéramos
extraños.
—Sí, supongo que deberíamos irnos. ¿Tu madre está
despierta? Debería decirle adiós.
—Normalmente no se levanta hasta las 7.30 —me dijo
Cage—. Y ella tomó unas copas ayer, así que tal vez decida
dormir hasta tarde.
—Entonces voy a buscar mis cosas.
Me despedí de Cage haciéndole saber lo mucho que me
había divertido. Y conduciendo de regreso al campus, fuimos
de nuevo Quin y yo las que hablamos todo el rato.
—¿En qué edificio está tu clase? Te dejaré allí.
Se lo dije a Nero y nos detuvimos frente al edificio. Sólo
llegué diez minutos tarde.
—Me divertí mucho este fin de semana —dije a Quin,
que estaba sentada en el asiento trasero—. Muchas gracias por
invitarme.
—A todos nos alegra mucho que hayas venido.
Miré a Nero.
—¡Este fin de semana fue… agradable!
Él no me miró.
—Sí. Te escribiré.
Quería que me diera un beso de despedida. Pero no lo
hizo. Después de ser tan cariñoso como lo había sido durante
todo el fin de semana, no podía ser porque Quin estaba allí.
Tenía que ser por lo que se había enterado sobre su
nacimiento. Claramente estaba teniendo dificultades para lidiar
con eso.
—Está bien —dije antes de coger mi mochila, salir de la
camioneta y verlo alejarse.
Por mucho que quisiera quedarme allí pensando en lo
que debía hacer a continuación con Nero, sabía que tenía que
ir a clase. Entré lo más silenciosamente que pude, encontré un
asiento en la parte de atrás y saqué mi teléfono para tomar
notas. Cuando terminó la clase, mi plan era escabullirme.
—Kendall, ¿puedo hablar contigo un momento? —dijo
el profesor Nandan mientras intentaba irme sin que me viera.
A pesar de lo grande que era la clase, no pensé que se
daría cuenta de que había llegado tarde. Estaba preparando mi
excusa cuando mencionó otra cosa.
—¿Cómo va tu experiencia con Nero?
Oh, por supuesto que me estaba preguntando sobre mi
tiempo con Nero. Ha estado trabajando en el programa de
consejería estudiantil durante toda su carrera.
—Creo que va bien. De hecho, por eso llegué tarde. Me
invitó a la ciudad donde creció para que pudiera conocer mejor
los orígenes de sus problemas.
—¿Él te invitó a su casa?
—Sí. También hubo un festival este fin de semana.
Ayudé a la novia de su hermano a hacerse un disfraz, así que
ella fue quien realmente me invitó. Quiero decir, ambos lo
hicieron. Pero fui por Quin.
—¿Quin?
—La novia de su hermano. Ella tiene una casa allí. Se
mudaron este fin de semana. —Lo recordé y me reí—.
Supongo que estaban pasando muchas cosas.
El profesor Nandan me miró con recelo.
—¿Qué?
—Fue mi error no mencionar esto antes, pero salir con
alguien a quien intentas ayudar nunca es una buena idea.
—¿Salir? —dije sintiendo mi cara sonrojarse—. ¡No!
¿Por qué sugieres eso?
—Está bien si estás saliendo con él. No quiero que
parezca que hay algo de malo en eso. Pero si lo haces, tendré
que designar a otra persona como su consejera.
—¿Por qué?
—La confianza y la coherencia son los dos pilares de la
consejería. A menudo es lo que permite a las personas abrirse
y trabajar en sus sentimientos.
—Represento ambas cosas.
—Y eso es genial. Pero la complejidad que implican las
relaciones íntimas a menudo interrumpe eso. De nuevo, no hay
nada de malo si ustedes dos están saliendo. Significaría que
has superado tu aversión contra los jugadores de fútbol. Pero
siendo la persona a la que confiaron la salud mental de Nero,
debería apartarte del rol que estás desempeñando.
Miré a mi profesor sin saber qué decir pero sabiendo que
tenía que decir algo pronto. ¿Nero y yo no estábamos
saliendo? ¿No habíamos tenido sexo? ¿No me había dicho que
me amaba? ¿No lo amaba?
Al mismo tiempo, no quería que le asignaran a otra
persona. Él estaba haciendo tremendos progresos conmigo
como su consejera. Se había abierto mucho. ¿Y yo no había
obtenido la respuesta a una pregunta que se había hecho toda
su vida?
Claro, es posible que estemos experimentando un bache
en el camino mientras él lo está procesando. Pero fui yo quien
hizo eso por él. Nadie más podría haberlo hecho mejor. Era la
única que podía ayudarlo en la forma en que lo necesitaba. Me
sentía positiva al respecto.
—No se preocupe, profesor Nandan. Los dos somos solo
consejera y estudiante —dije con una sonrisa forzada—. Y
creo que está progresando. Se ha abierto mucho. Creo que lo
estoy ayudando.
El profesor Nandan me miró con escepticismo pero
cedió.
—Bueno, me alegra escuchar eso. Su entrenador
mencionó que ha estado jugando mejor que nunca.
—Así es. Lo he estado ayudando. Puede confiar en mí,
profesor Nandan. Tengo puesto mi corazón en su bienestar.
—Es bueno escuchar eso —dijo ya más relajado al final
—. Pero ten en cuenta que tu labor como consejera no te da
permiso para llegar tarde a mi clase.
—Lamento eso. No volverá a suceder. O, al menos, lo
intentaré —dije con una sonrisa.
—Hazlo —dijo devolviéndome la sonrisa.
Tan segura como estaba de que yo era quien mejor podía
ayudar a Nero, las palabras de mi profesor persistieron en mi
memoria mientras caminaba de regreso a mi habitación.
Conocía la regla de no salir con la persona a la que estás
ayudando. Todos la conocen. Nunca pensé que tendría que
preocuparme por eso porque tampoco pensé que saldría con
alguien y mucho menos con un cliente.
Sin embargo, aquí estaba yo durmiendo con la primera
persona cuya salud mental me había sido confiada. ¿Qué decía
eso de mí?
Me gustaba pensar que se trataba de una circunstancia
especial. No solo porque lo besé antes de que me lo asignaran,
sino porque él era un ser sobrenatural que me había ayudado a
darme cuenta de que podría ser capaz de hacer magia. Si hay
algo que pone a alguien en la lista de los más deseados, tenía
que ser eso.
Además, ¿no fue la atracción de Nero por mí lo que hizo
que se abriera? ¿Lo habría hecho ante un completo extraño?
Ciertamente no lo habría invitado a su casa a pasar el fin de
semana. Y al no estar en su ciudad natal, Nero no podría
llevarlo al lago y compartir su dolorosa historia.
No, era bueno que los dos tuviéramos la relación que
teníamos. Lo estaba ayudando. Pero como su consejera, tal vez
era mejor si me tomaba las cosas con calma. Quería ser su
novia. Quería correr a su lado y abrazarlo hasta que se sintiera
mejor. Sin embargo, una buena consejera le daría el tiempo y
el espacio que necesitaba para procesarlo todo.
Dijo que me escribiría. Entonces, en lugar de
presionarlo, esperaría su mensaje. Es lo que haría un terapeuta
típico. Tampoco era como si necesitara saber de él todos los
días. No era como si lo necesitara para respirar o algo… ¡Evan
Carter!
Disparos punzantes atravesaron mi cuerpo como rocas
irregulares. Me di la vuelta reproduciendo la imagen en mi
mente. Vi a Evan Carter. Me tomó un momento darme cuenta,
pero lo había hecho. Al menos pensé que lo había hecho. Creí
haberlo visto parado en el patio mirándome.
No lo veía ahora. Mirando a todas partes, ni siquiera
veía a alguien tratando de esconderse o escapar. ¿Entonces
estaba en mi cabeza? Volviendo a verificar mi entorno,
consideré que tal vez lo había imaginado.
Pensar que había visto a Evan cuando era imposible que
él anduviera merodeando no era algo nuevo. Solía suceder
mucho, especialmente durante mi primer año aquí. Solía
pensar que lo veía en todas partes. Él era el hombre del
sobretodo escondido en los alrededores. Sin embargo, cada vez
que lo buscaba, nunca estaba allí.
Pero todo eso había terminado. Apenas había pensado en
él después de que Nero le dio una paliza. Había obtenido
justicia. Lo que había hecho Nero me había permitido seguir
adelante.
Volviendo a centrarme, respiré hondo y continué yendo
hacia mi habitación. Me recordé a mí misma que ya no tenía
que tenerle miedo a Evan Carter. Nero se había ocupado de él
por mí. Había puesto el temor de Dios en él. No había forma
de que se atreviera a mostrar su rostro aquí incluso si supiera
dónde estaba. Pero estaba segura de que no lo haría. Y sabía
que Nero me mantendría a salvo… eso si todavía estuviéramos
juntos.

Al principio, pensé que cuestionar lo que Nero sentía por


mí era inseguridad. Después de todo, habíamos pasado el fin
de semana juntos hablando sobre las cosas más íntimas de
nuestras vidas y teniendo sexo. Nadie podría enfriarse tan
rápido.
Pero a medida que pasaban los días y no sabía nada de
él, comencé a dudar. ¿Realmente podía significar tan poco
para él que podía desaparecer durante días sin decir una
palabra? Claro, estaba lidiando con algunas cosas difíciles
sobre su nacimiento, pero ¿no me amaba? ¿Por qué no quería
compartir lo que estaba pasando conmigo?
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Cory mientras
miraba mi teléfono.
—Estoy tratando de hacer sonar mi teléfono con la
mente —expliqué.
—Eso es lo que pensé que estabas haciendo. Sabes que
puedes escribirle, ¿verdad?
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque dijo que él me escribiría.
—Entonces, ¿eso significa que no puedes enviarle un
mensaje tú?
—Más o menos.
—¿Y has determinado esto cómo?
—No lo sé. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer?
—¿Hay un libro de reglas en alguna parte y yo no lo vi?
—bromeó Cory.
—¿No lo hay?
—¡Ohh! —dijo Cory metiéndose en la cama.
—¿Qué?
—Nunca creí que fueras ese tipo de chica.
—¿Qué quieres decir?
—No sé. Siempre creí que eras el tipo de chica que toma
la iniciativa. No imaginaba verte junto al teléfono esperando a
que alguien te llamara. No me malinterpretes, yo lo hago todo
el tiempo. Pero supongo que pensaba que eras diferente.
Me quedé mirando fijamente a Cory sin saber qué
responder. Ella estaba insinuando que yo no estaba siendo
activa en la creación de mi vida. Eso no me cayó bien.
Desde que regresé al campus, había estado pensando
mucho en lo que me había dicho el Dr. Tom. Me lanzaron un
hechizo. ¿Quién lo había hecho y por qué?
¿Me protegía del peligro? No me salvó de Evan.
Entonces, por lo que podía ver, todo lo que hizo fue
esconderme del mundo.
¿Y si me lo hubiera lanzado a mí misma? ¿Qué diría eso
de mí? ¿Quería ser una persona que corría y se escondía y que
esperaba que las cosas le pasaran? ¿O era alguien que miraba
la vida de frente y controlaba su propio destino?
—¡Está bien! Si quiero hablar con él, debo enviarle un
mensaje. No sé por qué estaba esperando que lo haga él.
Miré mi teléfono.
—Entonces, ¿por qué no le envías el mensaje?
—Dame un segundo.
Podía sentir la mirada expectante de Cory desde donde
estaba sentada.
—Todavía no le estás escribiendo el mensaje.
—¡Vale! Le enviaré el mensaje. Solo necesito pensar
qué decir.
—“¿Buenas?”, “¿Hola?”, “¿Por qué no me has escrito en
toda la semana, imbécil desconsiderado?”. Esas son todas
buenas opciones.
Miré a Cory sorprendida.
—Tú no deberías estar más molesta que yo por esto.
—Es solo que dijiste que sucedieron cosas entre ustedes
dos el fin de semana pasado y ahora él te está ignorando. ¡Eso
es una mierda!
—En primer lugar, él no me está ignorando. Al menos,
no creo que lo esté haciendo. Y en segundo lugar, tiene cosas
que hacer.
—Tú tienes cosas que hacer. ¿Él no ha pensado en eso?
Tú también mereces ser feliz, ¿sabes?
Agradecida como estaba por la justa ira de Cory, todavía
no le había contado todo lo que sabía de mí misma o sobre mi
nuevo mundo sobrenatural. Ella no sabía a lo que me
enfrentaba. Entonces, ¿de dónde venía todo eso?
—¿Está todo bien, Cory?
Ella se congeló.
—¿Qué quieres decir?
—Pareces… animada esta noche. ¿Está todo bien entre
tú y Kelly?
Ella me miró como una cierva atrapada por linternas.
—No. Todo está bien. Solo estoy preocupada por ti. Eso
es todo.
Hizo una pausa y me miró fijamente. No debo haberle
dado la respuesta que buscaba porque cuando volvió a hablar,
escupió fuego.
—Cuando una chica está pasando por algo, el chico con
el que sale debe brindarle su apoyo. Esto no está bien. No
deberías tener que aguantarlo. No te mereces eso. ¡Tú no! —
insistió.
—Está bien, ¡le enviaré un mensaje a Nero! Mira, le
estoy enviando un mensaje —dije exagerando mi escritura
mientras leía en voz alta—: “Hola, Nero, mucho tiempo sin
saber de ti. ¿Quieres que nos veamos para hablar sobre lo que
pasó?”. —Presioné el botón—. ¿Ves? Lo envié. Está hecho.
No tienes que enojarte conmigo.
—No estoy enojada contigo, es solo que…
Mi teléfono sonó interrumpiéndola a la mitad de la
oración. Las dos nos miramos.
—¿Es él? —preguntó Cory.
Chequeé.
—Sí.
Cory se sentó a mi lado en la cama y miró la pantalla
mientras leía.
—Dice que tomará un vuelo mañana por la mañana
porque tiene un partido de visitante.
—¿Sabías que tenía un partido de visitante este fin de
semana?
—No.
—Pregúntale si quiere reunirse contigo esta noche —
sugirió Cory.
Miré a Cory como queriendo descifrar qué estaba
pasando.
—Estás terriblemente involucrada en esto.
—¿Qué? Yo sólo quiero verte feliz. Envíale ese mensaje.
Hice lo que dijo y rápidamente obtuve una respuesta:
“No puedo. Tengo que madrugar mañana”, leí
—¿Qué le escribo ahora? —pregunté con un toque de
sarcasmo.
Cory se recostó sumida en sus pensamientos. Ella
realmente estaba más involucrada que yo. No estaba segura de
por qué era así, pero algo estaba pasando con Cory.
—¿Tal vez desearle suerte en el partido y preguntarle si
pueden verse cuando regrese?
Me encogí de hombros y lo escribí pensando que era una
respuesta tan buena como cualquier otra.
—Enviado.
“Vale”, fue lo que siguió.
Cory regresó a su cama luciendo más nerviosa que yo.
Se sentía como si estuviera viviendo indirectamente a través
de mí. ¿Por qué ocurría eso?
Ciertamente aprecié no pasar por eso sola. Pero ella era
una chica felizmente casada, o algo parecido. ¿Por qué quería
vivir indirectamente mi relación desastrosa?
Dejé ese misterio a un lado y volví a pensar en Nero. Él
había respondido mis mensajes muy rápidamente. No parecía
que estuviera jugando conmigo. Entonces, ¿por qué no había
sabido nada de él? ¿Había estado esperando que yo me
acercara?
Sabiendo que necesitaba una dosis de Nero de una forma
u otra, le envié un mensaje a Quin.
“¿Estás por aquí este fin de semana?”.
No respondió tan rápido como Nero, pero no tuve que
esperar mucho para saber de ella.
“Tengo que trabajar este fin de semana, así que estaré
por allí”.
“¿Cena el sábado por la noche?”.
“Vale”.
Hubiera preferido ver a Nero, pero Quin era un gran
premio consuelo. Me gustaba pasar tiempo con ella. Fue la
primera chica con la que sentí que tenía mucho en común.
Cory era genial y había sido un salvavidas estos últimos
años. Pero también fue popular en la escuela secundaria. Ella
creció en una familia amorosa y estuvo en una relación de
pareja desde que nació. Incluso probablemente era humana.
El mayor desafío con el que Cory tuvo que lidiar fue
elegir la foto para la tarjeta de Navidad de su familia. Yo fui
aterrorizada en la escuela secundaria por un hombre lobo y
carecía de aroma. No había muchas áreas en las que
pudiéramos conectarnos.
Esperando nuestra cena casi tanto como si fuera una cita,
estaba emocionada cuando llegó la hora de nuestra reunión.
Francamente, yo también estaba un poco nerviosa.
—Es un lindo lugar —dije cuando llegamos al
restaurante italiano.
—Fue uno de los primeros lugares a los que fui con
Lou… y Cage.
—No creo haber conocido a Lou.
—Ella es mi compañera de cuarto.
—Lo sé. Nero me lo contó.
—¿De verdad? —preguntó Quin confundida.
—Surgió en una conversación sobre Titus.
—¿Sobre Titus?
—Sí. ¿No están saliendo o algo parecido?
Quin se rio.
—¿Por qué piensas que están saliendo?
Su reacción me sorprendió.
—No sé. Tal vez fue por algo que dijo Nero.
—Creo que solo son amigos.
—Vale. Me gustaría conocerla alguna vez.
—Tal vez reserve un espacio en su agenda para una
noche de juegos. Es decir, mientras tú y Nero puedan.
—Suena bien. Por cierto, ¿has tenido noticias de Nero?
—¿De Nero? Realmente no. Él no suele escribirme.
—¡Oh! ¿Él no es de enviar mensajes?
—Él es bastante bueno respondiendo. Pero no creo que
alguna vez me haya escrito preguntándome cómo estaba.
—Eso suena como él —dije sintiéndome aliviada.
—Por cierto, ¿cómo van las cosas con él? Ustedes dos
parecían muy cómodos el uno con el otro el fin de semana
pasado. Ya sabes, antes de que se convirtiera y corriera hacia
el bosque.
—Pensé que las cosas estaban yendo muy bien. Pero
luego su madre contó lo que hizo y ahora él está “perdido en
acción”.
—Yo no me preocuparía por eso. Él puede ponerse así.
Si le das unos días, estoy segura de que las cosas se arreglarán
—dijo Quin mientras sacaba su teléfono del bolsillo.
Al encenderse la pantalla, Quin entrecerró los ojos
mientras leía un menaje. Luego de unos clics más, escuché el
audio de un video. Tan pronto como alguien pareció alentar
algo, bajó el volumen del teléfono. Sin dejar de mirar, Quin se
veía más incómoda.
—¿Qué pasa?
Quin abrió la boca para hablar, luego se detuvo y miró el
video hasta el final.
—Me estás asustando un poco, Quin. ¿Qué está
pasando?
Quin me miró desconcertada.
—Cage acaba de enviarme un video que su antiguo
compañero de equipo publicó en una de sus redes sociales.
—¿Qué video?
—Mmm. —Los ojos de Quin se movieron rápidamente.
—En serio, Quin. Me estás asustando.
—Lo siento. Tal vez deberías verlo tú misma.
Quin me pasó su teléfono. El primer cuadro del video
llenaba la pantalla. Era de Nero. Tenía a una mujer bailando en
su regazo y ella estaba completamente desnuda.
Miré a Quin, quien tenía cara de piedra. Volviendo al
teléfono, presioné “play”. No podía decir si estaba en un club
de striptease o en otro lugar. Pero había otros tíos con aspecto
de jugador de fútbol observando cómo Nero frotaba su cara en
los enormes pechos de la mujer desnuda.
Lo más molesto era que parecía amarlo. Miraba su
cuerpo con los ojos muy abiertos. Cuando ella movió sus
caderas desnudas a centímetros de su cara, él hundió la cabeza
como si quisiera llevársela a la boca. Fue cuando se inclinó
hacia adelante por segunda vez cuando el video se cortó.
—Lo siento —dijo Quin mirándome con el corazón roto
—. Pero es importante recordar que podría haber sido peor.
—¿Cómo?
—Podría haberse transformado en lobo y haber matado a
todos allí —sugirió Quin con un empático encogimiento de
hombros.
Había pensado en ello. ¿Podría haber sido peor? Al
menos no habría tenido que verlo… porque no habría nadie
vivo para publicarlo. Ok, vale. Eso hubiera sido peor. Pero no
para la persona que lo amaba.
¿Tenía mujeres desnudas encima de él cada vez que
viajaba con su equipo? ¿Ella era el tipo de chica que él
realmente quería en su vida? ¿Había sido una tonta al
enamorarme de Nero?
Me había alejado de él en el estanque cuando dijo que
era jugador de fútbol. Yo había pensado que los jugadores de
fútbol eran los que me hacían daño. Pero ¿eran los jugadores
de fútbol o los hombres lobo? Porque después de ver el video,
me sentí tan mal como por todo lo que me hizo Evan. Y lo que
tenían en común las dos personas que más me habían
lastimado era el animal salvaje que vivía dentro de ellos.
—Kendall, no creo que este sea Nero.
—¿No crees que es el del video?
—No, es él. Pero no lo veo eligiendo hacer algo así.
—Sin embargo, lo está haciendo. ¿Dónde dijiste que lo
encontró Cage?
—Creo que fue en la cuenta de Instagram de un
excompañero de equipo.
—Entonces, ¿todos lo han visto?
—No todo el mundo. Estoy segura de que lo vieron unas
pocas personas. Voy a decirle a Cage que le pida a su
excompañero de equipo que lo elimine.
Mientras Quin enviaba el mensaje, pensé en lo que
acababa de ver. ¿No había dicho Nero que quería ser
profesional? ¿Por qué se pondría a sí mismo en una situación
así?
—¿Crees que Nero sabe que el video fue publicado? —
pregunté a Quin.
—No lo sé. Cage no dijo si se lo envió.
—Le preguntaré —dije curiosa sobre lo que diría Nero.
Después de presionar “enviar” esperé una respuesta. Por
lo menos, Nero era de responder rápido. Pero esta vez, nada.
Me quedé mirando el teléfono esperando su respuesta.
Cuando quedó claro que no llegaría nada, dejé mi teléfono al
lado de mi plato.
Era posible que lo que estaba ocurriendo entre Nero y yo
hubiera terminado. Tal vez esa era su manera de decírmelo.
Sería una forma increíblemente autodestructiva. Pero si no
estaba en un buen momento, podría hacer cualquier cosa.
—Cage envió el video a Nero. Le dije que me avisara si
tenía noticias suyas.
Quin y yo continuamos cenando pero la noche estaba
claramente arruinada. Parecía que ninguna de las dos tenía
algo que decir. Si las cosas entre Nero y yo habían terminado,
¿no significaba que Quin se iría también? Eran prácticamente
familia. ¿Quién era yo más que una chica con la que Nero
había tenido sexo?
Cuando terminó la cena cogí la cuenta para dividirla
pero Quin insistió en pagar. La dejé. Nero me había contado la
historia de Quin y había pasado el fin de semana en su casa. Si
quería invitarme a cenar, estaba de acuerdo con eso.
—Entonces, ¿te veré pronto? —pregunté mientras nos
parábamos frente al restaurante.
—Sí. Deberíamos hacer esto de nuevo.
—Por supuesto. Cualquier fin de semana que estés en la
ciudad.
—Vale —dijo Quin con una sonrisa.
Quería abrazarla, pero no creía que fuera del tipo
abrazador. Yo tampoco estaba segura de serlo. Entonces, en
cambio, nos fuimos por caminos separados y caminé hacia mi
casa.
Atravesando el campus revisé mi teléfono. Nero todavía
no me había respondido. ¿Era porque estaba en un avión? ¿Me
estaba ignorando?
El peor escenario pasó por mi mente cuando me di la
vuelta de repente. Creí ver a alguien en los alrededores, frente
a la puerta de mi edificio. Evan Carter. Había estado distraída
pero, pensando en los últimos diez minutos, recordé que tuve
la sensación de que alguien me había estado siguiendo.
Con mi corazón acelerado, revisé las sombras. ¿Estaba
siendo paranoica? ¿Por qué estaría allí? ¿No le había dejado
claro Nero lo que le sucedería si alguna vez venía a buscarme?
Y con Nero saliendo de mi vida, ¿qué protección tendría si
fuera Evan?
Al no encontrar a nadie, corrí lo que restaba del camino
sin apartar mis ojos de la oscuridad detrás de mí. Cuando
estuve a salvo adentro, miré a través del pequeño vidrio de la
puerta buscándolo. Nada se movió.
Tal vez me estaba volviendo loca. ¿Había provocado
esto la conexión inestable entre Nero y yo? ¿Creía que lo había
superado? Pensaba que se habían terminado las pesadillas con
Evan Carter.
—¿Estás bien? —preguntó Cory cuando entré a nuestro
dormitorio.
—No lo sé.
—¿Qué está pasando? —dijo brindándome toda su
atención.
No estaba segura de lo que debería decirle.
—Hay un video de Nero recibiendo un baile erótico en
un club de striptease.
—¡Oh! ¿Por eso golpeó a su amigo?
Miré a Cory congelada. Mi cerebro fracasó al procesar
lo que dijo.
—¿De dónde salió esa idea? No dije que él golpeó a su
amigo. ¿Te refieres a Evan? Evan no es su amigo.
—Lo lamento. No sé por qué pregunté eso. Lo siento.
Cory apartó la mirada presa del pánico. Examinó la
habitación y luego se levantó como si estuviera a punto de
desvanecerse.
—Espera. ¡No te vayas! ¿Por qué hiciste esa pregunta?
Cory disminuyó la velocidad y luego me miró
lentamente.
—Me confundí, supongo. Debo haber mezclado las dos
historias —dijo nerviosa.
Y luego, como si cambiara de tema, agregó:
—¡Qué imbécil! Eres la chica más bonita que conozco.
Él es un idiota al hacer esas cosas en un club de striptease. No
te merece.
Definitivamente estaba actuando raro otra vez. Parecía
que estaba mintiendo. Pero ¿por qué y sobre qué?
Como no tenía la energía para pensar en ello, lo dejé
pasar. Pensando en mi situación de nuevo, las lágrimas
llenaron mis ojos.
—Creo que podría estar perdiéndolo —admití.
—Oh, Kendall —dijo Cory envolviéndome con sus
brazos.
—¿Qué pasa conmigo que nadie puede amarme? —
pregunté.
Habiendo hecho la pregunta que me había perseguido
durante tanto tiempo, no pude fingir más. Me deshice en
lágrimas. Mientras Cory me abrazaba con más fuerza, puse mi
cabeza en su hombro.
Cory no me dejó ir en toda la noche. Al dormirme,
incluso soñé con ella. En el sueño le contaba sobre la ciudad
natal de Nero y todas las personas que conocí allí. Pero era
menos como si yo le estuviera contando y más como si las
imágenes se me estuvieran escapando y yo estuviera tratando
de explicarlas.
Ese era el sueño que estaba teniendo cuando me
desperté. Cory se despertó también y rápidamente se alejó.
Saltando de mi cama, dijo: “Lo siento”, y se escabulló
incapaz de mirarme a los ojos.
Recogió su toalla y artículos de baño y corrió hacia la
puerta. ¿Estaba actuando así porque habíamos pasado la noche
abrazadas?
—¿Deberíamos hablar de…?
—¡No! —dijo sobresaltándome.
Al darse cuenta de lo escabrosa que había sido, se
calmó.
—Le dije a Kelly que desayunaríamos juntos. Me tengo
que ir —dijo antes de dirigirse hacia las duchas.
Descubrir lo que estaba pasando con Cory fue una buena
distracción. Pero, finalmente, mi mente volvió a lo que estaba
pasando con Nero. Cogí mi teléfono, pero todavía no había
recibido una respuesta. Él no iba a enviarme un mensaje. Lo
que habíamos tenido realmente se había terminado. No tenía
idea de qué había ido mal entre nosotros. Me dolía el pecho al
pensar en eso.
Me levanté de la cama para desayunar, y pasé el día
como una zombi. No lo entendía. Hacía solo una semana
desde que estaba acostada en los brazos de Nero. ¿Cómo fue
que pasó esto?
Afortunadamente, el día finalmente terminó y me quedé
dormida. No tenía muchas ganas de ver al profesor Nandan
para mi clase de las 8 de la mañana. Tratando de esconderme
atrás, hubo un momento en que nuestros ojos se encontraron.
¡Mierda! Él me había visto.
—Por favor, consulten en su plan de estudios las lecturas
para esta semana. Y, Kendall, ¿puedo hablar contigo antes de
que te vayas? —dijo el profesor recogiendo sus notas y
preparando su mochila.
No quería hablar con él. La semana pasada me había
advertido acerca de mezclar la consejería con las relaciones
amorosas. Ni siquiera le tomó una semana demostrar que tenía
razón. Pensé que lo tenía todo bajo control. Pero entonces
Nero ni siquiera me enviaba mensajes. Todo era un desastre.
—Hay un video de Nero circulando en internet. ¿Lo has
visto?
—¿Qué?
—Creo que es del viaje que acaba de hacer. De todos
modos, se ha convertido en una historia nacional.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Porque se considera que Nero es el preferido para el
draft en su posición. ESPN lo ha estado observando por un
tiempo. Entonces, cuando encontraron el video, les dio algo de
qué hablar.
—Yo… yo no lo sabía.
—¿No has hablado con él recientemente?
—La última vez fue el jueves.
—Eh. Bueno, para aminorar un poco los daños en la
carrera de Nero, el equipo de relaciones públicas de la
universidad ha concertado una entrevista con un medio de
comunicación. Teniendo en cuenta que eres su consejera
estudiantil, pensé que sería bueno que estuvieras allí.
—¿Yo?
—Sí. ¿Estás de acuerdo?
Lo pensé durante un momento. Mientras lo hacía, me
quedó claro por qué era tan importante separar las emociones
y la terapia. Me dolía pensar en el gran error que había
cometido.
Ahora la pregunta era, ¿le admitiría a mi profesor que
Nero y yo habíamos tenido relaciones sexuales para que él
pudiera reemplazarme y yo pudiera luchar por nuestra
relación? ¿O me probaría a mí misma que puedo ser una
profesional dejando de lado mis sentimientos por Nero y
estando para él como se suponía que debía estar?
Capítulo 10
Nero

Todo estaba girando. Era como si la vida se hubiera


convertido en un carrusel. Yo no debería haber nacido. Mi
madre había hechizado a ese desafortunado hombre y lo había
violado. Y lo había hecho porque había perdido al hijo que
realmente quería. ¿A dónde me dejaba eso?
Fui un error. No debería haber existido. ¿Cómo viviría
de ahora en más sabiendo que el mundo estaría mejor si yo no
estuviera?
Desde que supe la verdad por mi madre, las cosas se
volvieron cada vez más confusas a mi alrededor. Era como si
estuviera perdiendo el control de mi vida. No tenía intención
de ahuyentar a Kendall, pero lo hice. No quería ir a un club de
striptease de Nueva Orleans, pero fui. Y ciertamente no quería
un baile erótico, pero cuando mis compañeros de equipo la
empujaron hacia mí, mi lobo tomó el control.
Ahora todos estaban enojados y no importaba qué tan
horrible nos sintiéramos mi lobo y yo. Cage me enviaba
mensajes al respecto. El entrenador me decía que era posible
que no me seleccionen. Y estaba bastante seguro de que había
perdido a mi compañera.
No estaba 100% seguro de eso porque aún no le había
respondido desde que me envió el video. No podía soportar
saber que la única chica a la que he amado me odiaba. Había
un límite de cuánto podía procesar.
—¿Estás listo? —preguntó el entrenador cuando se
reunió conmigo en su oficina.
—Sí. Lo que sea.
Hizo una pausa y me miró desde el sofá.
—¿No quieres hacer esto? Porque déjame recordarte que
solo estamos aquí para salvar tu carrera profesional. Pero si te
importa una mierda, entonces podemos decirles a todos que se
vayan a sus casas y terminamos con esto ahora mismo.
—No. quiero hacer esto. Es solo que… no es justo.
—¿Qué no es justo? ¿Que todo el mundo está haciendo
todo lo posible para salvar tu reputación? Bueno, a veces la
vida no es justa.
—Pero no quería el baile erótico. Yo no lo pedí.
—Y si hubieras actuado así en el video, entonces no
estaríamos aquí. Mira, lo que ha pasado ha pasado. ¿Quieres
enfrentar lo que pasó, o dejar que los miles de personas que
solo te conocen como el chico del club de striptease que juega
en East Tennessee definan cómo sigue tu vida? ¿Quieres
hacerte cargo de tu futuro o dejar que tu pasado decida lo que
sucederá a continuación?
Me quedé pensando en eso. Sí, mi vida estaba fuera de
control y no por primera vez. Pero, incluso cuando era niño, lo
único con lo que sabía que podía contar era con el fútbol. Yo
era bueno en eso. Y no importaba lo que mi madre estuviera
haciendo o dejando de hacer. No importaba lo solo que me
sintiera.
Solo importaba qué tan bien podía atrapar un pase y qué
tan rápido podía avanzar en el campo. El resto de mi vida
pasaba a un segundo plano cuando eso sucedía. Hombre lobo o
no, el fútbol era lo único con lo que contaba. Si iba a luchar
por algo, tenía que ser por eso.
—Quiero hacerme cargo de mi futuro.
—Bien. Porque podrías tener un futuro brillante. Fue
una tragedia lo que le pasó a tu hermano. No puedo evitar
pensar que la lesión que impidió que participara en el draft fue
mi culpa de alguna manera. No quiero decepcionarte también
—dijo poniendo su mano en mi hombro.
—Gracias, entrenador —dije en serio.
—Bien. Voy a tener que hacerte una pregunta personal.
¿Estás saliendo con alguien?
—¿Qué importa eso? —pregunté sintiendo que mi lobo
se tensaba al pensar en Kendall.
—Porque lo que hiciste no es ilegal. Eres joven. Eres un
macho alfa. Correcto o incorrecto, la gente aceptará que
estabas siguiendo tus impulsos. Entonces, si le dices al mundo
que eres soltero y les recuerdas sutilmente que no violaste
ningún código moral, te perdonarán.
»Sí, algunas personas siempre buscarán sentirse
superiores, por eso no todas te darán un pase. Pero si lo dices
de la manera correcta, el discurso de “los hombres siempre
serán hombres” podría sostenerse. Entonces te pregunto, Nero,
¿eres soltero en este momento?
Me senté a escuchar todo lo que tenía para decir. Si lo
entendía bien, estaba diciendo que la vida estaba jodida. ¿“Los
hombres siempre serán hombres”? ¿Qué clase de mierda es
esa?
Pero la verdad es que nunca creí que la vida fuera justa.
Me convertí en la peor persona en la que podía imaginar con
tal de sobrevivir. ¿Fue justo? Entonces, si este era el descanso
que me correspondía a cambio de mi infancia desastrosa, lo
tomaría.
—No hay nadie —dije seguro de que era verdad.
Incluso si hubiera una posibilidad de que Kendall no me
odiara, seguramente ella no querría estar conmigo de nuevo.
Yo era un jodido pedazo de mierda. No me gustaría estar
conmigo si pudiera evitarlo. Así que no había forma de que
una chica tan buena como Kendall lo hiciera.
—Bien. Entonces, en la entrevista, quiero que te
concentres en eso. Di que fue una diversión inocente, que
querías desahogarte después de un partido y que, siendo un tío
soltero, no tenías la intención de lastimar o avergonzar a nadie.
Pero realmente insiste en el hecho de que eres soltero. Y sé tan
humilde como puedas. ¿Puedes hacer eso?
—Sí.
—Hablo en serio, Roman. Esto es importante. No solo
para ti sino para el programa de fútbol. ¿Puedes hacerlo?
—Sí, señor. Puedo hacerlo —dije afirmando en mi
corazón el significado de esas palabras.
—Bien —dijo de nuevo apretando mi hombro, pero esta
vez con una sonrisa—. Vas a hacer un gran trabajo. La
entrevista es con el reportero deportivo del canal 5 de
Nashville. Pero esperamos que se vuelva viral. Entonces, trata
de estar relajado, pero no te olvides que miles de personas lo
estarán viendo.
—Entonces, ¿actúo como si estuviera en el campo?
El entrenador sonrió.
—Lo has entendido. Vamos —dijo mientras me
acompañaba fuera de su oficina y nos dirigíamos hacia una
sala de prensa improvisada—. Por cierto, el tipo a cargo del
programa en el que estás por tu temperamento insistió en que
invitara a tu consejera estudiantil. Entonces, ella también
estará allí.
—¿Kendall? —pregunté mientras un rayo de dolor
atravesaba a mi lobo.
—¿Así se llama? —preguntó el entrenador antes de abrir
una puerta y hacerme pasar.
Lleno de pánico, escaneé la habitación. Allí estaba de
pie junto al chico de la cámara. Cuando nuestros ojos se
encontraron, vi su dolor. ¿Le había hecho daño yo? Estaba
seguro de que lo había hecho. Todo en mí quería correr y
arrojar mis brazos alrededor de ella. No pude. Y como no lo
hice, su mirada cayó al suelo.
—¿Estás listo, Nero? —preguntó el entrenador
señalándome una gran pantalla verde—. ¡Nero!
—Sí, estoy listo —dije recordando lentamente lo que
tenía que hacer.
No sabía qué significaba que Kendall estuviera allí. Tal
vez se vio obligada a estar ahí como yo. Sin embargo, no
podía dejar que me distrajera. Su presencia no significaba
nada. Sin importar lo que sintiera por ella o lo que ella era para
mí, el fútbol seguía siendo lo único con lo que podía contar en
mi vida e iba a hacer lo que fuera necesario para conservarlo.
El tipo de la cámara se me acercó y me dio un auricular.
—En el otro extremo está el productor de la estación. Él
hará una cuenta regresiva para indicarte cuándo saldrás en
vivo con Jill Walsh.
—¿La reportera deportiva es una mujer? —interrogué
mirando al entrenador mientras me preguntaba si eso iba a
cambiar las cosas. Él asintió alentándome.
—Sabes que hay mujeres reporteras ahora, ¿no? —dijo
el camarógrafo antes de volver junto a Kendall.
Por supuesto que sabía que había reporteras de deportes.
Quería gritarlo. Yo no era un matón estúpido. Estaba cansado
de lidiar con la forma en que todos me veían. No podía
soportarlo más. Iba a demostrarlo.
—¿Tú, allí? ¿Estás listo? —preguntó el chico del
auricular.
—Sí. Estoy listo.
—En espera. Salimos en vivo en cinco, cuatro, tres,
dos…
—Esta noche tenemos una entrevista especial con Nero
Roman, el jugador de fútbol de East Tennessee que está en el
centro de un gran escándalo. Nero, gracias por acompañarnos.
—Es un placer hablar contigo. Solo desearía que fuera
en circunstancias más agradables, como una jugada ganadora.
—Y solo para que la audiencia sepa, has tenido muchas
de esas, más que cualquier estudiante de primer año en la
historia de Tennessee.
—No sabía eso —dije sinceramente—. Simplemente
juego el deporte lo mejor que puedo. Si estoy bendecido con
estadísticas como esa, es gracias a los compañeros de equipo
con los que he tenido la suerte de jugar.
—Entonces, parece que tienes tu vida en orden. ¿Cómo
terminaste en medio de un escándalo?
—Honestamente, no lo sé. Después del partido, alguien
sugirió que saliéramos. Una cosa llevó a la otra y supongo que
uno de mis compañeros lo grabó.
—Y lo publicó en internet.
—Y lo publicó. Pero me gustaría señalar que solo
estábamos desahogándonos. No estaba engañando a nadie. No
hay nadie. Soy soltero. Solo nos estábamos divirtiendo un
poco.
—Entonces, ¿este es un caso de hombres siendo
hombres? —sugirió ella para mi sorpresa.
—Eso creo. Sin embargo, ahora puedo ver que estaba
mostrando falta de juicio. Lamento profundamente la
vergüenza que causé al programa de fútbol de East Tennessee
y a la comunidad de la escuela. Si recupero la confianza de
todos otra vez, creo que podría hacerlos sentir orgullosos —
dije hablando por mi trasero.
—Estoy seguro de que lo harás. ¿Y en cuanto al récord
perfecto de East Tennessee en lo que va de temporada?
—Haremos todo lo posible para mantenerlo y traer otro
campeonato nacional al East Tennessee.
—Ahí lo tienes. Las palabras sinceras de una estrella de
fútbol actual y futura de Tennessee.
—Y quedó claro —dijo el productor volviendo al
auricular.
—Gran entrevista. Incluso yo te creí. Buena suerte para
el resto de la temporada.
—Gracias —dije antes de devolverle el auricular al
camarógrafo cuyo culo se había ablandado.
—¡Roman, eso fue fantástico! No sabía que podías ser
así —dijo el entrenador con una sonrisa—. Vas a llegar lejos
en este mundo. ¡Muy lejos!
Sonreí y sutilmente miré a mi alrededor en busca de
Kendall. Se veía tan devastada como pensé que estaría.
Cuando parecía que iba a estallar en lágrimas, salió corriendo
de la habitación.
No fui tras ella. ¿Por qué no? No lo sé.
Cuando el entrenador me liberó, me dijo que no me
metiera en problemas por lo menos hasta que se emitiera la
entrevista. Lo dijo como si asumiera que sería difícil para mí.
No sabía qué pensar sobre eso. Afortunadamente, había otras
cosas en mi mente. Sobre todo acerca de Kendall y que la
había dejado escapar de entre mis dedos.
Cuanto más me acercaba a mi habitación, más agitado
se sentía mi lobo y más rabia sentía hacia mí mismo. Estaba
muy jodido realmente. Toda mi vida era un espectáculo de
mierda, probablemente porque yo era el error que nunca
debería haber nacido.
Cuando regresé a mi dormitorio, estaba a punto de
explotar. Traté de pensar en algo que me calmara, pero la
única persona que podía centrarme era la razón por la que
estaba tan furioso. Luchando para no convertirme y matar a
todos los demás, agarré el pesado marco de madera de mi
cama y lo volteé. Se estrelló contra la pared con un estrépito.
Nada de lo que poseía estuvo a salvo después de eso.
Todo lo que podía romper, lo estrellaba contra la pared.
Cualquier cosa que pudiera rasgar, la desgarraba. El lugar era
un desastre de papeles y vidrios rotos cuando me quedé sin
cosas. Fue entonces cuando eché un vistazo a la habitación y
me dirigí hacia el lado de Titus.
En ese momento la puerta se abrió y Titus entró.
Examinó la habitación en estado de shock. Al ver lo fuera de
control que estaba, corrió hacia mí.
Fue entonces cuando mi lobo reaccionó. En un instante,
me convertí. Encerrado detrás de los ojos de mi lobo, observé
mientras se me abalanzaba. Pensé que se iría por la puerta
abierta pero, en cambio, fue tras Titus.
Antes de que Titus pudiera reaccionar, mis fauces de
lobo estaban en su garganta. Lo único que me impidió
arrancarle un pedazo fue que se convirtió. En la confusión, mi
lobo lo dejó ir.
No pasó mucho tiempo antes de que pudiera saborear la
sangre de Titus de nuevo. El lobo de Titus aulló de dolor. No
lo dejaría ir. Lo único que ralentizó a mi lobo fue cuando Titus
dejó de moverse. Fue mientras yacía debajo de mí sin vida que
mi lobo lo dejó ir y retrocedió.
Me congelé al entrar en razón. ¿Qué había hecho? Él no
se movía.
¿Había matado finalmente a alguien? ¿Era ese el
momento que había temido en toda mi vida? Tenía que serlo.
Con él todavía inerte, mi lobo corrió hacia la puerta y
escapó. Podía oler a la gente en el pasillo, pero mi lobo no
estaba concentrado en eso. Sabía a dónde me llevaba. Era
hacia afuera del edificio y hasta mi camioneta. No fue hasta
que estuve frente a ella que soltó el control y retrocedió.
Desnudo, recogí las llaves de repuesto que había
escondido detrás del volante para situaciones como esta. Al
entrar, me puse la ropa que guardaba en el asiento trasero.
Necesitaba irme lo más lejos que pudiera. Tal vez
conduciría hasta el lago al que corrí cuando era niño y esta vez
lo cruzaría. Tal vez conduciría hasta allí y pondría fin a mi
miserable vida.
No estaba destinado a estar aquí. No estaba destinado a
estar vivo. Y la única pregunta que restaba era si tendría el
coraje de poner fin al error que mi madre cometió hace tanto
tiempo.
Capítulo 11
Kendall

Salí corriendo de la sala de prensa dejando atrás a Nero.


No podía creer que hubiera dicho eso. ¿No significaba nada
para él? Pensaba que sí. ¿No había dicho que me amaba?
Solo pude contener las lágrimas hasta que salí del lugar
y corrí de regreso al campus. Sin nadie alrededor, grité. Había
sido una tonta. Fui una idiota al pensar que alguien como él
podría amarme. Y fue un error darle una oportunidad a alguien
como él.
Que fueran jugadores de fútbol u hombres lobos, no
importaba. Eran todos iguales para mí. Quizás Nero había
encontrado una forma diferente de lastimarme. Pero en todos
los sentidos, esto era peor. Al menos contaba con mi barrera
protectora en la escuela secundaria. Nero me había hecho
desnudar mi corazón. Con él expuesto, metió la mano y lo
arrancó de mi pecho.
Mientras los pensamientos me abrumaban, reduje la
velocidad en busca de un lugar para recuperarme. Mirando a
mi alrededor, me di cuenta de dónde estaba. Era donde Nero y
yo huimos después de que entré en pánico al enterarme de
quién era la persona a la que debía ayudar.
Encontré el banco que habíamos elegido y me senté. Las
lágrimas no se detuvieron. Con los codos en las rodillas, lloré
en mis manos. Traté de dejar de lado mis sentimientos por él y
ser una profesional, pero ¿cómo podía ser tan cruel? ¿No tenía
corazón? ¿No se había preocupado por mí en absoluto?
—Kendall, ¿estás bien?
Me tomó un segundo registrar las palabras. Alguien
estaba parado frente a mí. Estaba al alcance de la mano y su
voz me sonaba familiar. Me tomó un momento reconocerla
pero, cuando lo hice, el terror me atravesó como una bola de
fuego. Evan Carter.
Levanté la vista y encontré al motivo de mis pesadillas
desnudo mirándome fijamente. No había escapatoria. Iba a
matarme por lo que Nero le había hecho. Necesitaba escapar.
—¡Déjame en paz! —dije saltando y retrocediendo.
—No, espera. No estoy aquí para lastimarte. Solo quiero
hablar —dijo levantando las manos.
—Seguro que sí. Al igual que en la escuela secundaria.
¿Qué vas a hacer esta vez, convertirte en lobo y matarme?
—¡Jesús, no! ¡Mierda! ¿Por qué dices eso?
—¿Por qué digo eso? —pregunté sorprendida—. Estás
frente a mí desnudo.
—Te escuché llorar. No pensé. Me convertí y corrí hacia
ti.
—¿Para hacer qué? Recuerdo todas las cosas que me
hiciste en la escuela secundaria. Todavía sueño con ellas. No
puedo sacármelas de la cabeza.
El horror cruzó por el rostro de Evan al escuchar mis
palabras. Estaba aturdido. Dejó de perseguirme y gritó:
—¡Lo siento! Lo siento mucho —dijo antes de caer de
rodillas abrumado.
¿Espera, qué?
No entendía lo que estaba pasando. Me sobresaltó tanto
que reduje la velocidad y me detuve. ¿Se acababa de disculpar
conmigo? Lo había hecho. Y sonaba como si lo dijera en serio.
Me quedé mirándolo mientras me preguntaba qué debía
hacer. Podía alejarme, pero Evan acababa de darme lo que
había soñado durante mucho tiempo. Y lo había hecho sin que
amenazara su vida.
—Fui un imbécil contigo. Y sé lo que estás pensando.
Crees que estoy aquí porque irrumpiste en mi casa con ese tipo
y ahora me arrepiento de lo que pasó. Pero no. Siempre me he
arrepentido de ello. No hubo un segundo en el que no me haya
odiado por las cosas que te hice.
Ahora estaba realmente confundida.
—No entiendo. Si te arrepentías de hacerlo, ¿por qué lo
hacías?
Evan miró hacia arriba. Había lágrimas en sus ojos.
Lágrimas reales. No creía que fuera capaz de sentir emociones
humanas.
—Tenías que saber por qué. De todas las personas, tú
tenías que saberlo. No hay forma de que no lo supieras.
—Odio decirte esto, pero no sé de qué carajo estás
hablando —dije acercándome a él.
—Kendall, eres una hada de lobo.
—¿Una hada de lobo?
—Sí. —Me miró esperando algún tipo de comprensión.
Cuando esta no llegó, dijo—: Espera, ¿cómo puedes no saber
eso? ¿Tus padres no te lo dijeron?
Podría haberle dicho que era porque las personas que me
criaron tal vez no lo sabían. Pero no necesitaba saber más
sobre mí de lo que ya sabía.
—¿Qué tal si no te preocupas por eso y me explicas qué
es una hada de lobo?
Evan buscó en su mente las palabras.
—Se le llama hada del lobo, pero no es solo de los
lobos, es de cualquier tipo de cambiaforma. Eres como hierba
gatera para nosotros. Una vez que estamos cerca de ti o te
percibimos, es difícil resistirse.
—¿Pero por qué?
—Me dijeron que era por el tipo de acceso que tienen
los de tu clase. Aparentemente hay diferentes tipos de magia.
Y el tipo al que tienes acceso es del tipo que hace
cambiaformas, por eso nos atrae. Pero tenías que haberlo
sabido.
—¿Por qué lo sabría?
—Debido a la barrera del aroma.
—¿Sabías sobre eso?
—Por supuesto que lo sabía. ¿No te la pusiste por mi
culpa?
—¿Por qué piensas eso?
Evan movió la cabeza como si no entendiera por qué
tenía que decírmelo.
—¿Primer año? ¿Estábamos en la misma clase de arte?
Volví a pensar.
—La de la profesora Adderley.
—Sí.
—¿Entonces?
Evan se estremeció dolorosamente. Me confundió aún
más.
—Era muy inseguro en ese entonces. Aún no me había
convertido por primera vez, no había encontrado a mi manada.
Todavía estaba tratando de resolver cosas. Pero desde la
primera vez que te vi, supe que me gustabas. Solo quería
hablar contigo. Sin embargo, no podía hablar ni contigo ni con
nadie. Al menos, no se me daba fácil. Abría la boca y lo que
tenía en la cabeza no salía. E incluso cuando salía,
tartamudeaba.
»Pero realmente me gustabas, y apenas podía quitarte de
mi cabeza, así que durante semanas practiqué lo que te diría.
“Hola, Kendall, me gusta mucho tu arte. Hola, Kendall, me
gusta mucho tu arte”. Lo dije mil veces antes de acercarme a ti
en la clase de arte. Pero cuando estuve parado frente a ti…
—Solo me miraste moviéndote como si fueras a vomitar
—recordé de repente.
—No podía sacar las palabras de mi boca. Había
practicado tantas veces y me estaba esforzando mucho.
—Y respondí… echándote mierda —admití.
—Dijiste “puaj” y me dijiste que me alejara de ti.
Evan se congeló como si tartamudeara. Luchó para
poder decir las palabras.
—Tú… tú… rara —escupió finalmente.
Todos los recuerdos volvieron a mí. Entonces entendí.
Evan era tartamudo.
—No lo sabía. No te había visto tartamudear antes.
—Trabajé muy duro para ocultarlo. Pero cuando me
ponía nervioso, tar… tamudeaba —escupió —. Pero, me
gustabas. Solo quería decirte que me gustabas. Y lo que dijiste
me destruyó. Pero eso no es todo lo que hiciste. Porque la vez
siguiente que te vi había algo diferente en ti. No sabría
explicarlo pero me perturbó. Me afectó en el nivel más
profundo.
»Eventualmente se lo mencioné a mi papá. Me dijo que
sabía de ti desde hacía mucho tiempo y me explicó lo que eras
y lo que habías hecho. Me dijo que habías lanzado el hechizo
para que no te oliera. Dijo que te había disgustado por mi
forma de hablar y que querías que me mantuviera lejos de ti.
»Sabiendo lo que habías hecho y por qué, me dolió tanto
que no supe que hacer . Te odié mucho por eso.
—Evan, siento haberme burlado de ti por tartamudear.
No lo sabía. Tampoco sabía sobre el hechizo. No lo lancé
conscientemente. Ni siquiera sabía lo que era.
—Consciente, inconscientemente, ¿importa? Lo lanzaste
para mantenerme lejos de ti. Estaba tan enamorado de ti.
¿Cómo no me iba a doler?
—Ok, pero tú reaccionaste chantajeándome para que me
tomara una foto desnuda y luego se la mostraste a tus amigos.
—Lo sé. Y no hay excusa para eso.
—No la hay.
—Pero te odiaba y me odiaba a mí mismo porque no
podía dejar de estar enamorado de ti. Y, solo se la envié a un
tío. Recién empezaba a convertirme y él era el alfa de la
manada. Estaba tratando de agradarle.
»Él fue quien se la envió a todos los demás. Y tan pronto
como me enteré, lo desafié para que dejara de mostrársela a la
gente. Tuve que luchar contra el alfa y gané. Me hice cargo de
su manada por ti.
—¿Y se supone que debo que… estar agradecida
contigo por eso?
—No, eso no es lo que estoy diciendo.
Entonces, ¿qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que lo siento. Lo siento mucho.
—Evan, me hiciste demasiadas cosas horribles. Te
vengaste un montón de veces. ¿Por qué seguiste haciéndolo?
¿Por qué nunca te detuviste? —imploré.
—No lo sé.
Estuve a punto de decirle lo estúpido que era por no
saber cuando detenerse pero no lo hice. Él realmente no lo
sabía. ¿Y cómo podría? ¿Cómo podría alguien saber lo que no
sabe?
¿No era ese el propósito de un terapeuta, compartir ideas
que los pacientes no hubieran podido obtener de otra manera?
¿Qué tan diferente hubiera sido mi vida si alguien
hubiera ayudado a Evan a trabajar en su dolor? Probablemente
no sería la persona que soy hoy. No sabría decir si me hubiera
ido mejor o peor, pero seguro que me hubiera gustado
averiguarlo.
—Evan, ¿has pensado alguna vez en ver a alguien?
¿Como a un terapeuta?
—No necesito ver a un terapeuta —respondió a la
defensiva.
—En primer lugar, no hay dudas de que lo necesitas.
Apenas puedo pensar en alguien que lo necesite más.
Evan bajó los ojos.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
—Sí. Puedo ser un tonto. Pero no soy estúpido.
—Entonces, ¿por qué no has buscado ayuda?
—No lo sé. Soy un hombre lobo, ¿a quién debería ver?
—Hizo una pausa y me miró—. Pero tal vez si estuvieras
dispuesta a comer algo conmigo, podríamos conversar un poco
más sobre esto.
—De acuerdo, eso nunca va a suceder, ¡nunca! Pasaron
demasiadas cosas entre nosotros.
—Sí, tienes razón.
—Pero hay mucha gente que puede ayudarte. Alguien
tiene que saber sobre los cambiaformas y su mundo. Lo que te
estoy diciendo es que hay una manera de salir del dolor y el
enojo que estás sintiendo. Solo tienes que decidirte a buscarla.
La mirada de Evan se hundió. Pasó un momento en
silencio antes de volver a hablar.
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿Qué?
—¿Por qué fuiste tan mala conmigo ese primer día?
Porque realmente me dolió.
Traté de recordarlo. No recordaba mucho de eso. En su
mayor parte, había sido como cualquier otro día. ¿Era así
como él recordaba todos los días que me lastimó?
—No sé. Probablemente solo estaba siendo insegura —
admití—. Estaba lidiando con muchas cosas en ese entonces.
Mis padres me presionaban para que fuera perfecta. Fue difícil
lidiar con eso. Yo estaba enojada. Probablemente me desquité
contigo.
—Entonces, ¿estabas sufriendo e hiciste sufrir a alguien
más por eso? —dijo Evan dejando en claro su opinión.
No respondí pero lo comprendí.
—¿Puedo hacerte otra pregunta?
—¿Qué?
—¿Me perdonas?
Lo miré. ¿Perdonaba a Evan Carter, el protagonista de
las pesadillas y el terror de mi juventud?
—Evan, me lastimaste. Todavía estoy lidiando con las
cicatrices.
—Si te hace sentir mejor, yo también. Me despierto
gritando después de soñar con lo que te hice en ese entonces.
—¿Tienes pesadillas con lo que me hiciste?
—Todo el tiempo. Me persigue. Me alegré un poco
cuando tu amigo me dio una paliza. Pensé que hasta sería
capaz de reconsiderar nuestra relación. Pero no hubo ningún
cambio.
—¿Es por eso que viniste aquí?
—Sí.
—Y por eso te he estado viendo en el campus.
Evan apartó la mirada.
—¿Y por qué te vi tanto por el campus durante mi
primer año? —Miró el suelo—. Entonces no me estaba
volviendo loca. Realmente eras tú.
—Estuve aquí pero nunca te vi. El campus es grande y
no podía olerte. Esta fue la primera vez que supe dónde
estabas y fue porque te escuché.
—Pero te he visto en el campus mirándome.
—No sé qué decirte. ¿Podría ser una cosa de hadas?
Pensé en eso. Tal vez fue una cosa de hadas. ¿Podría
haber sentido que él estaba cerca y haber tenido una visión al
respecto? ¿Era algo que hacían las hadas?
—De todos modos, ¿puedo hacerte otra pregunta? —dijo
Evan tímidamente.
—¿Qué?
—¿Me perdonas?
Miré al tipo en el que había pensado tanto a lo largo de
mi vida. Por primera vez en mucho tiempo, no lo vi como un
monstruo. Él era humano.
—Evan Carter, te perdono —dije sorprendida de
escucharlo salir de mi boca.
Se puso de rodillas.
—¿De verdad? —preguntó emocionado.
—Sí.
Con una sonrisa en su rostro, abrió los brazos para
abrazarme.
—¡No! —dije fríamente—. Te perdono. Pero no somos
amigos. Y necesitas ayuda. Me lo debes a mí y a todas las
personas que has lastimado. —Hice una pausa para pensar—.
Más que eso, te lo debes a ti mismo. No tienes que sentirte así
y podría haber una gran vida esperándote cuando lo superes.
Evan se sintió con más confianza.
—Te agradezco que digas eso.
—No quiero volver a verte nunca más, Evan. ¿Está
claro?
Tomó una inspiración profunda.
—Está claro.
—Bien. Y buena suerte —dije con sinceridad.
—Gracias, Kendall, por todo —dijo antes de darse la
vuelta y marcharse.
No había imaginado cuán catártica podía ser una
conversación con Evan. Al verlo alejarse, me sentí diferente.
Todo se sentía diferente. Como si me hubieran quitado un peso
de los hombros, de repente me sentí más ligera. No lo digo en
sentido figurado. Yo era literalmente más ligera.
Más que eso, había un resplandor que me rodeaba. Hacía
que mi piel hormigueara. Me sentía viva.
El velo que me había cubierto toda mi vida se había ido.
Pude ver colores que nunca había notado antes. Podía escuchar
sonidos que no habían existido un momento atrás. Y en medio
de todo eso vi la cara de dos personas que solo había visto en
fotos.
—¿Mamá? ¿Papá?
Ellos no respondieron. Solo sonrieron. Fue suficiente.
No necesitaba nada más para saber que realmente eran ellos.
Podría haberme quedado en esa dicha para siempre si
algo no me hubiera sacudido en el fondo de mi mente. Regresé
al mundo real y me di cuenta de lo que había hecho.
Dirigiendo hacia mí una mirada salvaje en sus ojos estaba el
lobo de Evan. El hechizo que había enmascarado mi aroma se
había ido. Podía olerme de nuevo.
Debería haberme asustado, pero no lo estaba.
Observándolo como si se moviera en cámara lenta, esperé
hasta que estuvo a mi alcance, levanté los brazos y derribé el
mundo sobre él.
En realidad no fue el mundo. De hecho, no fue algo que
alguien pudiera ver. Pero visible o no, el peso cayó sobre él
como una roca. En un instante, estaba siendo aplastado debajo
de ese peso como una araña debajo de una piedra.
Con calma lo sostuve para que él lo sintiera. No quería
que olvidara lo que se sentía. Luego, finalmente, cuando sus
aullidos de dolor se volvieron más de lo que podía soportar, lo
solté. Tambaleándose sobre sus patas, salió corriendo. Esa
sería la última vez que vería a Evan Carter, y esta vez estaba
segura de ello.
Cuando Evan se fue, ni mis padres ni la dicha
regresaron. No había vuelto a ser la misma de antes, pero
estaba cerca. Todavía podía ver colores que no había visto
antes y ocasionalmente escuchar nuevos sonidos. Pero la
majestuosidad que había experimentado se había ido. Yo era
Kendall Seers otra vez.
Mientras mi mente se calmaba, recordé haber lanzado el
hechizo que ocultaba mi aroma. Había sido poco más que un
deseo. Quería que me dejaran sola. Y como seguramente había
sentido lo que era Evan, el resultado fue una barrera que
cegaba la nariz a los hombres lobo.
De pie allí pensando en lo que le había hecho a Evan
cuando era niño y por qué, nunca había estado más segura de
lo que iba a hacer con mi vida. Yo lo había lastimado y él me
había lastimado como venganza. Nada de eso hubiera sucedido
si alguno de nosotros hubiera tenido a alguien que nos ayudara
a lidiar con nuestro dolor.
Quería ayudar a niños como Evan. Ayudarlos de manera
temprana podría cambiar sus vidas y las vidas de todos los que
los rodean, como podría haber cambiado la mía.
Seguí pensando en eso. ¿No había mucha gente
sufriendo en este mundo?
¿No era Nero uno de ellos?
Nunca debí estar con Nero. No fue por eso que nos
conocimos. Yo debía ayudarlo. Sabía que estaba pasando por
un mal momento en su vida. Sabía que estaba inclinado a
tomar malas decisiones. Sin embargo, permití que las cosas
pasaran entre nosotros.
Estuvo mal de mi parte. Si me preocupaba por él… si
realmente me preocupaba por él, tenía que hacerlo mejor. Si lo
amaba como decía, entonces tenía que tomar una decisión por
él. No podíamos estar juntos. No si me preocupaba por él. Y
no si iba a ayudarlo.
Sabía cuál era su problema y no lo tendría si no hubiera
metido las narices donde no debía. Cuando escuché la historia
de su madre, se me partió el corazón, entonces eso tuvo que
haber devastado a Nero. Alguien tenía que decirle que él era
importante. Muchos tenían que decírselo.
Cuando regresaba a mi habitación para idear un plan,
recibí una llamada telefónica de alguien que no esperaba.
—¿Quin? ¿Qué sucede? —pregunté feliz de saber de
ella.
—¿Has visto a Nero?
—Sí, lo dejé hace unos treinta minutos. Tuvo una
entrevista con un reportero de Nashville. Creo que todavía está
en las instalaciones deportivas.
—No creo que esté allí.
—¿Qué está pasando?
—Acabo de recibir una llamada de Titus. Entró y lo
encontró destrozando su habitación, y cuando fue a detenerlo,
Nero lo atacó. Cuando se despertó, Nero se había ido. Kendall,
no lo veo haciendo nada bueno.
¡Mierda!
—¿Tienes alguna idea de dónde podría estar? —insistió
Quin.
—Ninguna.
—¿De verdad? Porque contaba con que supieras algo.
—Lo siento, no lo sé.
Tan pronto como lo dije, una imagen se iluminó en mi
mente. Estábamos nosotros parados al borde del lago. A ese
lugar corrió cuando era niño. No sé por qué lo pensé, pero
recordar el momento en que me enamoré de él no estaba
ayudando.
—Ok. Cage está tratando de llamarlo. Con suerte, le
contestará.
—Hazme saber si tienes noticias de él.
—Lo haré —dijo Quin antes de cortar la llamada.
Todo había sido mi culpa. Esa era la razón por la que el
profesor Nandan me quería allí. Se suponía que debía
brindarle apoyo. En cambio, me perdí en mi melodrama de
mierda. Ahora él estaba en algún lugar lastimando a otros y
probablemente a sí mismo.
Volví a pensar en nuestro tiempo en el lago. ¿Qué me
había hecho pensar en ello? No estaba segura. Pero tenía que
poner mi cabeza en el juego. Tenía que pensar en dónde podría
estar. En algún momento tuvo que haber dicho algo que nos
ayudara a encontrarlo.
Sin dejar de pensar en ello, regresé a mi habitación.
Esperaba que Cory no estuviera allí. La amaba, pero había
estado actuando de manera muy extraña desde el incidente de
los abrazos.
Traté de decirle que nada de lo que había sucedido era la
gran cosa. Sí, ella me abrazó toda la noche y fue tan íntimo
que soñé con ella. Pero no fue tan importante. La vida
continúa.
Yo estaba pasando por un momento difícil. Estaba
agradecida de que ella estuviera allí para acompañarme. Le
dije eso. Gruñó algo ininteligible y luego se puso nerviosa.
Como dije antes, estaba actuando raro.
Realmente deseaba que volviera a la normalidad porque
quería contarle todo lo que acababa de suceder. ¿Cuántas
historias de terror le había contado sobre Evan Carter?
¿Cuántas veces la había despertado con mis gritos? Vale,
quítale presión. ¡Evan y yo estábamos bien!
Bueno, no estábamos bien. Pero creía que yo estaba
bien. Al menos, lo estaría si no fuera por lo que Quin me dijo
sobre Nero. Tenía que pensar en qué podía hacer para ayudar.
Tal vez lo que necesitaba era una intervención. Pero en lugar
de arrastrarlo a rehabilitación, podrían ser muchas personas
que le dijeran cuánto lo amaban. Todas podrían, persona tras
persona, repetir que lo amaban y lo felices que eran de tenerlo
en su vida.
Detuve mi caminata y presioné mis ojos con los dedos.
Recordé que yo no podía ser una de esas personas. Nunca
podría ser una de esas personas. No podía amarlo de la manera
que tan desesperadamente quería. No si iba a darle la ayuda
que claramente necesitaba. No todos podemos conseguir lo
que queremos y la persona que no podrá conseguirlo esta vez
es…
Arrodillándome antes de caer al suelo, me senté y lloré.
Estas no eran como las lágrimas que había derramado hace
una hora. Esta vez sabía la razón por la que no estaríamos
juntos y era por amor. Así podría demostrarle que lo amaba,
poniendo sus necesidades sobre las mías. Y no se trataba solo
de palabras y promesas vacías. Sabía lo que tenía que hacer…
aunque saberlo no facilitaba las cosas.
Sentada en el suelo, lloré por todo. Pasó un rato antes de
que pudiera levantarme e ir hacia mi habitación. Cuando
llegué allí, ya me sentía mejor. Está bien, no me sentía mejor,
pero me sentía más fuerte.
—Ey —dije a Cory, quien finalmente estaba en casa.
—Ey —dijo todavía sin poder mirarme a los ojos.
—Esto es ridículo, Cory, y tiene que parar. Me abrazaste
toda la noche. ¿Y que? No sé por qué tienes que actuar tan
raro por eso.
—¡Kendall, no soy humana! —dijo interrumpiéndome.
Hice una pausa para asegurarme de haber escuchado
bien.
—Disculpa, ¿qué?
—No soy humana. Soy un hada. Y sé que eso no te
parece una locura porque no tuviste un sueño conmigo anoche.
Era realmente yo. Yo estuve en tu cabeza. No quise hacerlo
pero, a veces, cuando duermo, hago cosas que no haría cuando
estoy despierta.
»Sé sobre Nero y todos los lobos cambiaforma de la
ciudad. Y sé sobre ti. Lo supe antes de que te lo dijera ese
doctor hada —dijo mirándome con sus grandes ojos de
cachorrita.
Miré a Cory sin decir una palabra. Estaba muy
sorprendida. ¿Cómo debía responder a todo eso?
—¿No vas a decir nada? —preguntó aterrorizada.
¿Qué estaba haciendo? Se trataba de Cory. Ella siempre
me apoyó más que nadie. La amo. Entonces me acerqué a ella
y la abracé.
—Lo entiendo. Lo entiendo todo. A veces hacemos
cosas que no podemos controlar. Te perdono —dije en serio.
—Gracias.
La liberé del abrazo pero dejé mis manos sobre sus
hombros.
—Ya que lo sabes, supongo que puedo decirte algo más.
Yo también sé lo que soy. Sin saberlo, me había lanzado un
hechizo y cuando lo deshice, todo regresó. Sé cosas ahora.
—¿Te gusta el futuro? Porque eso es lo que puedo ver.
Al menos puedo vislumbrarlo.
Miré a Cory confundida y asombrada.
—No creo que pueda ver el futuro. Pero podría ser capaz
de contactarme con los muertos.
—¡Qué guay!
—Es todo muy nuevo para mí. Tal vez lo malinterpreté.
Y simplemente sucedió, así que todavía estoy tratando de
resolverlo.
Cory cogió mi antebrazo y lo apretó.
—Puedo ayudarte a resolverlo. Podemos hacerlo juntas
—dijo con una sonrisa.
—Me gustaría. Porque han estado pasando muchas
cosas, ¿no?
—¿A qué te refieres?
Contarle a Cory todo lo que había pasado desde la
última vez que hablamos tomó el resto del día. Cuando
oscureció y todavía no había tenido noticias de Quin, le envié
un mensaje.
“¿Alguna novedad?”
“Nada. No asistió al entrenamiento. Todo el mundo
sigue buscándolo”.
“Esto es una locura. ¿Adónde podría haber ido?”
Lo pensé de nuevo, pero estaba en blanco. Solo podía
recordar cuando vomitaba ante la sola mención de que podía
lastimarme. ¿Cómo podía alguien ser tan fuerte y tan sensible
a la vez?
Apenas pude conciliar el sueño esa noche, y cuando lo
hice, seguí soñando con un lugar una y otra vez. Era el lago.
En un sueño le preguntaba por qué me había dejado. En otro,
le preguntaba por qué se haría daño. Entonces, cuando
desperté, lo primero que hice fue llamar a Quin.
—¿Tuviste noticias de él? —preguntó Quin
desesperadamente.
—Quizás. No sé. Pero creo que sé dónde está. En un
lugar al que me llevó cuando visitamos su hogar.
—Cage ha estado buscándolo por todas partes allá. Ha
estado preguntando a todo el mundo.
—No está en la ciudad. Te voy a decir cómo llegar allí.
Pero antes de hacerlo, necesito que hagas algo. Es importante.
Es una cuestión de vida o muerte.
Capítulo 12
Nero

Me senté en mi camioneta mirando el lago frente a mí.


Me devolvía la mirada inmutable. Estuve allí toda la noche.
Sin embargo, no estaba más cerca de decidir a dónde iría o qué
haría a continuación.
La primera vez que estuve allí, las cosas se aclararon
rápidamente. Lo que tenía que hacer era proteger a mamá. Eso
significaba que tenía que volver y convertirme en la persona
que soy.
¿Y ahora? No había nadie por quien tuviera que volver.
Había traicionado a Kendall y ella me había visto hacerlo.
Pude ver cuánto le había dolido. Había pensado que el fútbol
podría ser suficiente para mí. No lo era. Sin embargo, ahora
era todo lo que tenía.
¿Por qué mi vida resultó así? Había sido hace unas pocas
semanas atrás cuando pensé que lo tenía todo. Pero al darme
cuenta de que nadie nunca me quiso, vi que todo era una
mentira.
No tenía nada ni a nadie. No sabía qué me impedía
terminar con todo. Mirando el lago y batallando con mi
voluntad por última vez, estaba a punto de poner la camioneta
en marcha cuando algo a mi alrededor se movió.
Mis ojos se posaron en el espejo retrovisor. Se acercaba
una camioneta. La reconocí. Era de Cage. ¿Qué estaba
haciendo allí?
Antes de que tuviera tiempo de pensarlo, otra camioneta
apareció detrás de él. Era la de Titus. Detrás de ellas había
camionetas que reconocía de los alrededores.
¿Qué carajo estaba pasando? De todos los lugares del
mundo, ¿por qué estaban aquí? ¿Por qué ahora?
Apagué el motor, salí de la camioneta y los observé
estacionarse. Cage fue el primero en salir de su camioneta y
correr hacia mí.
—Nero, te encontramos. Estábamos muy preocupados.
¿Por qué diablos no contestabas el teléfono? No sabíamos qué
pensar —dijo antes de abalanzarse hacia mí y darme un
abrazo.
—Yo… —tartamudeé.
Antes de que pudiera responder, Titus se unió a nosotros.
Fue un alivio ver que no lo había matado. Sin embargo, su
transformación no había curado completamente las marcas que
le había dejado en el cuello.
Perdí mis fuerzas al recordar lo que le había hecho.
Realmente había sido mi error más jodido. Mira lo que le
había hecho a mi amigo. No merecía vivir.
—¡Nero! —dijo Quin uniéndose a su novio en el abrazo.
—Estamos muy felices de que estés a salvo.
Titus no se acercó tanto. Tampoco Cali, el hijo de la Dra.
Sonya, ni Claude, uno de los jugadores de fútbol del equipo de
mi escuela secundaria. Ninguno de los dos docenas de rostros
familiares que salieron de su camión lo hizo.
Lo gracioso fue que todos los que estaban allí eran lobos
cambiaforma que habían estado en la carrera de Cage.
—No lo entiendo. ¿Por qué están todos aquí?
Cage y Quin me miraron.
—Porque estábamos preocupados por ti, hermano —dijo
Cage.
Me costó mucho procesar eso. Y aunque eso fuera
cierto…
—Cali, ¿por qué estás aquí?
El chico se puso rojo brillante después de que lo puse en
el foco. No fue por casualidad. Estaba tratando de asustarlo. Si
él retrocedía, tal vez el resto lo seguiría. Pero no lo hizo. Y
después de tragar mucha saliva, encontró el coraje para hablar.
—Por lo que dijo Cage. Estábamos preocupados por ti.
Y tú eres un miembro de nuestra manada.
Miré a Cage para que me diera una explicación.
—Sabemos por lo que estás pasando y todos estamos
aquí para ayudarte.
—¿Cómo sabes por lo que estoy pasando?
Titus dio un paso adelante.
—No fuiste exactamente sutil al respecto —dijo con una
sonrisa dolorosa.
Traté de reunir fuerzas para disculparme con él, pero no
pude. En lugar de eso, caí de espaldas sobre mi camioneta y
me senté en el parachoques. Sentado, no pude contenerme
más. Lloré. Lloré por los errores que había cometido. Lloré
por las personas a las que había lastimado. Y lloré porque
mucha gente estaba parada frente a mí en ese momento.
¿A cuántos de ellos había lastimado como a Titus? Tal
vez no les había desgarrado la garganta. Pero nunca había sido
un buen estudiante o compañero de equipo. Dios sabe que fui
un empleado de mierda. Nunca pude hacer nada bien.
—No entiendo. ¿Por qué están todos aquí? —supliqué
entre lágrimas.
—Porque nos preocupamos por ti —insistió Cage.
—Sí —confirmó Quin.
—Es por eso que estamos aquí —dijo Titus con
confianza.
—Pero ustedes no entienden. Ninguno de ustedes
entiende.
—Entonces cuéntanos —dijo Cage en voz baja.
Escaneé los rostros de las más de 20 personas que me
miraban y luego me incliné hacia Cage.
—Mamá no me quería. Ella solo… “me tuvo” a mí, para
reemplazarte a ti.
—Sé que eso no es cierto.
—Pero lo es.
—Si no me crees, entonces ella puede decírtelo. —Cage
se volteó y gritó en dirección a su camioneta—. ¡Mamá! No
estaba segura de que la quisieras aquí.
Vi como mi madre salía del asiento trasero. No sabía qué
esperar, pero la mujer que se me acercó no era la misma a la
que había tenido que cuidar durante tantos años. Incluso era
diferente de la que me había hablado de mi concepción.
Parecía más fuerte, más confiada.
—¿Mamá?
Cuando se acercó, abrió los brazos y me invitó a entrar
en ellos. La acepté. No estaba seguro de cuándo había sido la
última vez que me había abrazado. Ella no era del tipo que
abraza incluso antes de que su cerebro colapsara. Pero estaba
empezando a darme cuenta de que nunca supe quién era mi
madre.
—Lo siento mucho, bebé. Lo siento por muchas razones.
Fue entonces cuando volví a perder el control de mí
mismo.
—Eres el hombre más fuerte que conozco. Las cosas que
has tenido que soportar. Nunca podría compensarte por ello,
mi hijo, mi hermoso bebé.
Agarré a mi madre y lloré. Años de dolor se desbordaron
en mí. Aullé de angustia. Con las puertas abiertas, no había
forma de detenerlo. Ella solo se quedó allí abrazándome. No
quería dejarla ir.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que pude recuperar el
control de mí mismo. Al darme cuenta de que todos los que
conocía estaban observándome, me sentí avergonzado.
—Lo siento —dije limpiando mis ojos en carne viva.
—No te disculpes, hermano. Todos aquí son personas
que se preocupan por ti. No hay necesidad de avergonzarte de
quién eres. Todos sabemos cómo se siente el dolor. Estamos
aquí por ti. Para lo que sea que necesites.
Observé a mi alrededor las cabezas que asentían. No
tenía fuerzas para averiguar si lo que estaban diciendo era
cierto, así que les creí. Me sentía bien creyendo que no estaba
solo, así que lo hice.
—¿Por qué aquí? —preguntó mamá mirando alrededor.
La miré y tuve un flash de lo que pasó hace siete años.
Mi pecho se apretó. Ella debió haberlo notado porque tomó mi
mano. Volví a mirarla y me di cuenta de lo diferente que era.
—No sé si puedo decírtelo, mamá.
—¿Crees que no puedo manejarlo?
La miré a los ojos sin querer decirle que no.
—Nero, has sido fuerte para mí durante tanto tiempo.
Déjame ser fuerte por ti ahora. Dime. ¿Por qué aquí? ¿Qué te
hizo venir aquí?
Lo pensé y luego observé los rostros frente a mí. No
había nadie que supiera quién había sido yo o por qué. Solo
sabían que yo era un niño que se metía en peleas y tenía mal
genio. Pero no sabían sobre mi vida como cobrador de rentas.
Mi mayor logro había sido mantener mis dos vidas separadas.
Tal vez era hora de unirlas.
—Mamá, tuve que hacer muchas cosas para mantenerte
a salvo —dije antes de contarles a todos los detalles ásperos de
mi vida.
Cuando conté mi última historia, me sentí vacío. Nunca
me había sentido más en carne viva. Todos me miraban con
nuevos ojos. No sabía qué hacer con eso.
Cuanto más me miraban, menos seguro estaba de
compartir mis monstruos. Abrí la boca para disculparme por
decir demasiado cuando Cage me interrumpió.
—No puedo decirte lo agradecido que estoy de que me
hayas contado eso. Siempre supe que había una parte de ti que
nunca dejabas ver. Lo entiendo ahora. Estabas tratando de
protegernos.
—Sí, gracias por compartirlo —dijo Titus—. Muchas
cosas tienen sentido ahora. Finalmente sé quién eres —dijo
con una sonrisa.
—Sí, gracias por decírnoslo —dijo Quin seguido de un
coro de voces que decían lo mismo.
La única persona que permaneció en silencio fue la
mujer parada frente a mí. Ella me miraba sin comprender. No
sabía qué decirle o si debía decirle algo.
Tal vez no debería haberle dicho nada. Ya era demasiado
tarde. La única duda que restaba era si descubrir lo que había
hecho la haría retirarse al mundo de sus sueños o no.
Mientras pensaba en ello, mamá se me abalanzó y me
abrazó.
—Lo lamento. Lo siento mucho. Mi bebé, ¿qué hice?
—No te culpo, mamá. Estabas enferma. Necesitabas
ayuda. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para
mantenerte a salvo. ¡Te quiero mamá!
—¡Bebe, te amo tanto! Eres mi mundo entero —dijo
llorando en silencio.
Sostuve a mi madre todo el tiempo que ella lo necesitó.
Una vez que me dejó ir, decidí poner fin a lo que fuera.
—No puedo decirles todo lo que significa que hayan
hecho esto por mí. Me cambió la mente. Gracias.
Los rostros me devolvieron la sonrisa.
—Estoy mejor ahora. Creo que me iré a casa. Ustedes
también deberían. A menos que no se hayan cansado de la
vista —dije señalando el lago hipnótico.
Algunas personas se rieron.
—No lo creo. Pero gracias por venir aquí. En serio —
dije poniendo mi mano en mi corazón.
—Somos tu manada —dijo Cali ganando confianza con
cada palabra.
No sabía si quería una manada todavía, pero no iba a
decir eso después de que lo que todos habían hecho por mí. Se
los debía. Y se los hice saber despidiéndome de ellos uno por
uno.
Eso tomó un tiempo. Cuando alcancé a Claude, le
prometí que nos pondríamos al día. A diferencia de la mayoría
de las personas de nuestra clase en la secundaria, fue a la
universidad inmediatamente después de graduarse. Me dijo
que se había mudado y que teníamos que hablar de muchas
cosas. Le dije que estaba deseando ese momento y le agradecí
de nuevo su presencia.
Cuando finalmente solo quedamos mi familia y Titus,
dije lo obvio:
—Fue como si todos los que conocía estuvieran aquí…
excepto Kendall.
—Ella fue quien organizó todo esto —dijo Quin.
—¿Qué?
—Sí. Ella fue quien nos dijo que estarías aquí. Y nos
dijo que esto era lo que necesitabas.
—¿Ella hizo esto?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué no está aquí? —pregunté, con mi
corazón agotado latiendo dolorosamente.
Quin miró a todos alrededor. Tan pronto como lo hizo,
se alejaron. Los dos estábamos solos. Mi corazón latía
temiendo lo que vendría después.
—Dijo que no tendría el coraje de decirte esto
directamente, así que me pidió que te lo dijera.
—Está bien —dije con terror creciente.
—Dijo que te ama. Ella te ama tanto que está dispuesta a
hacer lo que sea necesario para ayudarte. Y eso significa que
ustedes dos no pueden estar juntos. Ella quiere ayudarte.
Quiere estar siempre para ti. Pero no pueden ser nada más que
consejera y estudiante.
Quin me miró a los ojos con simpatía.
—Lo siento mucho, Nero. Sé que la amas. ¿Qué vas a
hacer?
Miré a Quin pensando en el mensaje de Kendall. ¿Cómo
debía responder a eso? ¿Qué iba a hacer ahora?
Capítulo 13
Kendall

Me paré frente a la puerta que conducía a Commons


preguntándome si sería capaz de hacer esto. Era la primera vez
que hablaría con Nero después de que arreglé la intervención
en el lago. Quin me dijo que entregó mi mensaje y que Nero lo
aceptó. Me di cuenta de que lo había aceptado porque no se
acercó a mí desde entonces.
Sin embargo, estaba esperando que lo hiciera. Supuse
que se acercaría para agradecerme. Pero no necesitaba su
gratitud. Era suficiente saber que lo había ayudado. Pero
supongo que pensé que no sería capaz de contenerse.
También había una parte de mí que esperaba que no
respetara mi pedido. Tal vez era mi yo romántico, porque en
parte esperaba que él se negara a mantener las cosas
profesionales y me conquistara.
En mi corazón sabía que esa era la peor decisión que
podía tomar. Podría ayudarlo mucho más de esta manera.
Entonces, al final, supongo que me alegraba de que no lo
hubiera hecho.
Pero ¿no es que todas las chicas quieren sentirse
deseadas y que alguien diga: “Al diablo con las reglas.
Estaremos juntos pase lo que pase”? Puedo admitir que soy
esa chica, incluso cuando sé que lo mejor es que eso no ocurra.
Tomando una última respiración profunda, abrí la gran
puerta de metal y entré al edificio. Subiendo las escaleras,
miré las mesas a mi alrededor. Habíamos acordado cenar en el
café mientras hacíamos lo que se convertiría en nuestra sesión
de consejería dos veces al mes. Traté de pensar en el plan más
aburrido posible. Y de nuevo, para mi sorpresa, Nero había
accedido.
Cuando nos vimos, señalé el café para avisarle que
buscaría mi comida. Por suerte él ya tenía un sándwich frente
a él. Le permitiría conservar la mesa. Eran difíciles de
encontrar a esa hora. Supongo que eso significaba que había
llegado un poco antes.
Cargué mi comida, llevé la bandeja a la mesa y me
acomodé frente a él. Traté de no pensar en lo hermoso que era.
Traté de no pensar en cómo era hacer el amor con él. También
traté de no pensar en lo que sentía cuando me penetraba. Eso
iba a ser más difícil de lo que pensaba.
—Hola —dije torpemente.
—Hola —dijo sin su habitual sonrisa encantadora.
Sabía que debía ser quien dirigiera la conversación, pero
nunca había sido nuestra dinámica. Él siempre era el que
intentaba hacerme hablar. Todo parecía estar fuera de control
entre nosotros. Pero descubriría cómo hacer que funcionara.
—Entonces, Quin dijo que todo salió bien en el lago.
¿Estás de acuerdo?
—¿Si estoy de acuerdo? Claro.
El silencio se prolongó cuando no dijo nada más.
—Bien. ¿Quieres compartir algo de esa experiencia?
—¿Cómo qué?
—Cualquier cosa que te haya llamado la atención.
Cualquier cosa que pueda sernos útil.
Nero pensó por un segundo.
—Les conté a todos lo mismo que a ti, sobre cuando fui
el cobrador de mi arrendador.
—¿De verdad? ¿Y cómo resultó eso?
—Bastante bien. Me agradecieron por compartirlo.
Había algunas personas allí con las que había sido un
verdadero imbécil en la escuela secundaria e incluso me lo
agradecieron.
Lo miré confundido.
—¿Cuántas personas había?
—¿Veinte? ¿Veinticinco?
Intenté no reaccionar. Le había dicho a Quin que era
importante llevar a tanta gente como pudiera. Pero me había
imaginando unas seis o siete. Veinte era un ejército.
Habría dado cualquier cosa por ver a todos e incluso
estar allí. Después de todo, fui yo quien lo organizó todo para
el hombre que amo.
—Eso es excelente. Estoy feliz de que haya tenido tanto
éxito. ¿Y el entrenamiento? ¿Cómo ha ido eso?
Nero me hizo un resumen de las cosas triviales con las
que había estado lidiando y luego se quedó esperando mi
siguiente pregunta. La verdad es que no tenía nada más que
preguntarle. Miré mi sándwich a medio comer y me pregunté
si debía envolverlo para llevar.
—¿Tú qué tal? —me preguntó Nero—. ¿Cómo has
estado? ¿O se supone que no debo preguntar? No estoy seguro
de cuáles son las reglas.
Me quedé pensando un momento. Estaba inventando
cosas sobre la marcha, así que tampoco sabía cuáles eran las
reglas.
—Sí, puedes preguntar —dije con una sonrisa de labios
apretados.
—Entonces, ¿cómo has estado?
Consideré un momento lo que debía decirle. Ciertamente
no podía decirle cuánto había estado luchando desde que le
pedí que mantuviéramos las cosas profesionales. Ciertamente
no tenía que oírme hablar de eso.
Y probablemente no necesitaba saber que me había
liberado del hechizo solo para volver a lanzarlo. No solo
porque comencé a recibir miradas inusuales de la gente del
campus, sino porque no quería hacer las cosas más difíciles
para él.
—¡Oh! Vi a alguien inesperado recientemente.
—¿A quién?
—Evan Carter.
Tan pronto como dije su nombre, el cuerpo de Nero se
tensó. Pasó de un suave cachorro a un temible protector en un
instante.
—No te preocupes, todo resultó bien.
—¿Resultó bien? ¿Cómo?
—De hecho, me encontró en el campus.
—Le dije que si venía a buscarte…
—No, Nero. Confía en mí. Fue algo bueno. Resulta que
la razón por la que fue tan horrible conmigo en la escuela
secundaria fue porque me porté como la mierda con él y lo
había olvidado. De hecho, cayó de rodillas y me suplicó que lo
perdonara. Y no fue porque te tuviera miedo. Se sentía muy
mal por eso.
—El hecho de que estés sonriendo me dice que te
divertiste —observó Nero.
—¿Estoy sonriendo?
—Mucho.
Estaba sonriendo.
—Oh. Bueno, la experiencia fue como soñé que sería.
—Pensé que darle una paliza era tu sueño.
—Antes de saber que golpearlo era una opción, verlo de
rodillas suplicando perdón era mi sueño. Pero no creo que él lo
hubiera hecho si no hubieras equilibrado un poco la balanza.
Así que gracias de nuevo por eso.
—Se siente bien saber que al menos pude representar un
pequeño papel en tu felicidad —dijo redescubriendo su
sonrisa, tan agridulce como era.
—Has representado un papel importante, sí —admití con
vulnerabilidad.
—¿Quizás pueda volver a hacerlo? —preguntó poniendo
su corazón en sus manos.
Dios, quería decir que sí. Pero, en lugar de eso, le
advertí con mis ojos.
—Por supuesto —dijo de repente cogiendo sus cosas—.
¿Hay algo más sobre lo que necesitemos discutir?
—No. Mientras todo te esté yendo bien y no hayas
sentido el impulso de arremeter contra algo…
—No lo he sentido. Y creo que nunca he tenido tan claro
lo que quiero y cómo conseguirlo.
—¡Oh! ¿Era eso lo que querías?
Nero me miró y se levantó.
—Dijiste que no tenemos permitido hablar de eso —dijo
antes de darme una mirada fría y alejarse.
No estaba segura de lo que quiso decir. ¿Qué era lo que
no se nos permitía hablar? Aunque había cosas que tenía en
claro que debíamos dejar de lado, no recordaba haber puesto
ningún límite a nuestras conversaciones.
No me había dado cuenta de lo difícil que sería verlo
alejarse de mí, pero lo fue. Una punzada de dolor me atravesó.
Me estaba perdiendo por él y sin pensarlo, sentí que mi
hechizo de protección se desvanecía. No estaba segura de por
qué estaba sucediendo, pero cuando ocurrió, Nero se dio la
vuelta.
Por un segundo me miró con ojos salvajes. Me quedé
congelada como esperando que se convirtiera en su lobo y
corriera como lo había hecho Evan. Pero rápidamente se
contuvo, enderezó su espalda y se relajó con una sonrisa.
Cuando continuó su viaje alejándose de mí, mi corazón se
estremeció de agonía.

Pasaban los días y las semanas, y las cosas no se volvían


más fáciles. Él y yo nos reuníamos cada dos semanas para
tener nuestras sesiones. Y para darle el crédito que se merece,
Nero mantuvo nuestro tiempo juntos tan profesional como el
primero, aunque yo apagaba el hechizo cada vez que nos
veíamos. La verdad es que estar con él me mostró lo solitaria
que había sido mi vida antes de conocerlo.
Cuando apagué el hechizo la primera vez, había sido
algo más allá de mi control. Pero luego pasó a ser una
elección. No estaba segura de lo que esperaba obtener con eso,
pero lo único que conseguí fue una verdad clara acerca de mí
misma: que estaba sola.
Claro, Cory era genial. Y tener a alguien con quien
podía explorar mis habilidades de hada era agradable. Pero
con Nero había llegado una familia y una nueva e interesante
mejor amiga a la que deseaba volver a ver desesperadamente.
Entonces, cuando recibí un mensaje de Quin invitándome a
cenar, no pude aceptarlo lo suficientemente rápido.
—¿Cómo has estado? —pregunté cuando nos sentamos
en el restaurante tailandés.
—¡Bien! Creo que nos mudamos por completo.
¡Finalmente!
—¿Has estado yendo más a menudo?
—Lamentablemente, no. Estuve el fin de semana
pasado, pero no pude ir este fin de semana. Por cierto,
tendremos una noche de juegos en mi casa el sábado o el
domingo por la noche. ¿Te gustaría venir?
No tuve que pensar en eso. Por supuesto que lo haría.
—¿Nero va a estar allí?
—Tiene un partido de visitante el fin de semana, así que
probablemente no esté. Pero es un partido importante para él,
así que dependiendo de qué día lo hagamos, es posible que
tengamos el partido de fondo.
Había pensado en ello. Extrañaba salir con Quin casi
tanto como extrañaba estar con Nero. Al menos podía hablar
con Nero cada dos semanas. Quin había desaparecido de mi
vida.
Lo entendía. Había dibujado una línea en la arena y
Nero era su futuro cuñado. Pero la idea de pasar tiempo con
ella mientras observaba a Nero hacer lo que mejor sabía era
casi irresistible.
—¿Puedo avisarte?
—Claro —dijo Quin quedándose en silencio. Parecía
decepcionada.
—No es que no quiera ir. Pero no sé si debo hacerlo.
—Sabes, una vez pensé que Cage y yo no podíamos
estar juntos.
—¿Qué quieres decir?
—Durante mucho tiempo pensé que lo que necesitaba
era encontrar una cura que me impidiera convertirme. Y como
a Cage le gustaba ser un cambiaforma, mi trabajo para
liberarme de eso significaba que no podíamos estar juntos.
—¿Qué cambió?
—Alguien más sabio que yo me explicó que estaba
pensando demasiado. Todo lo que tenía que hacer era tomar la
decisión de estar con él y todo lo demás se arreglaría solo.
—Sabes que nuestras situaciones son diferentes,
¿verdad?
—Por supuesto. Crees que tienes que dejar de estar con
Nero porque es la única forma de ayudarlo.
—Sí. Es una regla aceptada desde hace mucho tiempo en
terapia que no puedes tener una relación personal con la
persona a la que intentas ayudar.
—Pero tú no eres su terapeuta.
—Llámalo como quieras. Yo soy la que hará lo que sea
necesario para ayudarlo a ser feliz.
—¿Has considerado que lo más feliz que ha sido fue
cuando estaba contigo? Pude verlo cuando ustedes dos estaban
juntos. Nunca lo había visto más feliz.
Pensé en ese tiempo juntos. Tenía que estar de acuerdo
con Quin. Ese fin de semana no solo vi a Nero más feliz, sino
que también fue el más feliz que jamás haya vivido.
—Realmente quiero ayudarlo a conseguir todo lo que
siempre quiso, Quin.
—¿Y si todo lo que siempre quiso eres tú?
Quería creer lo que Quin estaba sugiriendo.
—Creo que ambas sabemos cuánto significa el fútbol
para él.
Quin apartó la mirada y asintió con la cabeza pensativa.
—¿Lo amas, Kendall?
—¿Qué?
—Estoy diciendo todas estas cosas, pero supongo que no
importa demasiado si no lo amas.
¿Qué debía responder? Por supuesto que amaba a Nero.
Lo amaba tanto que me dolía pensar en él. Saber que tenía una
cita para verlo era lo que me hacía salir de la cama por la
mañana. No importaba qué tan lejos en el futuro fuera. El
hecho de que eventualmente llegaría a verlo me permitía
respirar.
—Sí, lo amo.
—El mismo sabio me dijo una vez que cuando tienes la
suerte de encontrar el amor, tienes que elegirlo.
—¿No lo he elegido, sin embargo? He elegido su
felicidad por sobre la mía.
—¿Lo has hecho? ¿O solo estás huyendo? No me has
contado mucho sobre tu pasado. Pero ¿es posible que te hayan
lastimado antes y que estés usando la distancia profesional
para no ser lastimada otra vez?
Traté de no sentir lo que decía Quin, pero la daga de sus
palabras se hundió en mí profundamente. Me habían lastimado
antes. Evan Carter había llenado mi infancia con nada más que
dolor y desconfianza. La niebla era tan espesa que apenas
podía ver más allá.
Entonces, ¿Quin tenía razón? ¿Estaba usando la
distancia profesional como una forma de protegerme para no
volver a ser lastimada? ¿Era solo un hechizo de distinto tipo?
¿Estaba simplemente… asustada?
Aunque Quin cambió de tema, pensé en lo que había
dicho durante el resto de la noche. Cuando estábamos a punto
de irnos, me recordó sobre la noche de juegos.
—¿Dijiste que Nero no estará allí?
—Tiene un gran partido de visitante el fin de semana.
No creo que pueda estar allí aunque quiera. ¿No vendrás si él
está?
—No lo sé. Pero supongo que no importa ya que no
estará. Envíame un mensaje cuando sepas cuándo es. Trataré
de ir —dije, dejando un margen de duda por si cambiaba de
opinión.
Quin no era tímida para expresar su alegría.
—¡Genial! Todavía no has conocido a mi compañera de
cuarto, Lou. Ella va a estar allí.
—¿Irá Titus? —pregunté recordando lo que Nero me
había dicho sobre Titus y la compañera de cuarto de Quin.
Quin se rio.
—Cierto. Sabes acerca de esos dos. No sé por qué no se
juntan y terminan con eso de una vez.
—¿A Lou también le gusta?
—¿Quién sabe? Creo que está demasiado ocupada
tratando de averiguar lo que se está perdiendo en lugar de
darse cuenta de lo que tiene.
—¡Cuánto drama!
—Siento que estoy viviendo en una telenovela —dijo
con una sonrisa.
—Bueno, estoy lista para mi protagónico —dije
sabiendo el papel que estaba jugando.
—No me refería a ti.
—Sí, lo hiciste. Y está bien. Lo entiendo.
—Creo que ustedes dos podrían ser felices juntos.
—Tal vez podríamos —admití por primera vez—. Pero
¿qué tal si comenzamos con una noche de juegos? —dije con
una sonrisa.
Cuando dejé a Quin, estaba de muy buen humor. La
había extrañado mucho. No podía esperar a volver a
conectarme con todos los que había conocido a través de ella y
Nero.
Sin embargo, sucedió algo extraño. Tan pronto como
pensé en Nero y yo juntos, sentí una opresión en mi pecho. No
había sentido eso antes. Por supuesto, nunca había considerado
realmente que los dos estuviéramos juntos.
Claro, difícilmente había un día en el que no me
imaginaba teniendo sexo con él. También pensaba en la
calidez y seguridad que sentía acostada entre sus brazos. ¿Pero
abrirme y mostrarle mi corazón? ¿Mostrarme vulnerable con
él? ¿Darle el poder de hacerme daño como lo habían hecho los
demás?
Tal vez había puesto distancia entre Nero y yo por
miedo. Si ese era el caso, ¿podría cambiar las cosas aunque
quisiera? No solo tendría que luchar contra mi propia
resistencia, sino que no tendría éxito alejándolo. ¿No se había
mudado Nero?
Darme cuenta de que podría haberlo perdido para
siempre envió una oleada de fuego a todo mi cuerpo.
Realmente había estropeado las cosas. ¿Qué se suponía que
debía hacer ahora?
Cuando estaba de vuelta en mi habitación, miré mi
teléfono. Quería llamar a Nero. Necesitaba escuchar su voz.
¿Podría hacerlo, sin embargo? Por otro lado, ¿por qué no
debería hacerlo?
Encontré su número y estuve a punto de marcarlo. Me
detuve. No podía. Era demasiado. Era demasiado aterrador.
“Buena suerte en tu partido este fin de semana”, le
escribí.
Su respuesta llegó de inmediato.
“¡Gracias! Es muy importante”.
“Los vas a aplastar. Sé que lo harás”.
Hubo una pausa.
“Si quieres, lo gano por ti”, escribió finalmente.
Leí las palabras. ¿Cómo debía responder a eso? Como
consejera, sabía lo que debía decir. Debía decirle que tenía que
ganarlo para sí mismo. Pero yo no quería decirle eso.
“Gánalo para mí”, le respondí antes de darme cuenta de
lo que estaba escribiendo.
“Haría cualquier cosa por ti”, respondió siguiendo la
frase con una carita sonriente que derritió mi corazón.
Mi piel se estremeció al releer sus palabras. Mis entrañas
eran un tornado de sensaciones. Miedo. Alegría. Aprehensión.
Quería escapar y correr hacia él. Sentía todo.
Eso era lo que había temido desde el momento en que lo
conocí. ¿Qué pasaría si él me apartara ahora? ¿Cómo
sobreviviría con mis defensas bajas? No creo que podría. ¿Que
debía hacer entonces?
No dormí ni un segundo esa noche. Apenas pude dormir
la noche siguiente. Estaba exhausta y, sin embargo, no estaba
cansada.
Era como si hubiera estado bebiendo Red Bulls. Mi
corazón latía como si fuera a explotar. Lo único que me alivió
fue recibir el mensaje de Quin diciéndome que la noche de
juegos sería el domingo.
“¿Vamos a ver el partido de Nero? ¿No es el sábado?”
Quin no respondió de inmediato.
“Todos prometimos no verlo hasta el domingo por la
noche. ¿Lo prometes?”.
No sabía cómo responder. No era fanática del fútbol,
pero era fanática de Nero. ¿No había dicho que iba a ganar el
partido por mí? ¿No debería al menos felicitarlo si gana?
“¿Nero sabe que todos esperarán para verlo?”
“Sí. Y le dije que te unirás a nosotros. Entonces, ¿lo
prometes?”.
“Mientras él lo sepa”.
“Lo sabe”.
“Vale. Evitaré cualquier noticia sobre el partido hasta la
noche del domingo”.
Pensé en Nero desde el momento en que me desperté el
sábado por la mañana hasta que imaginé que el partido había
terminado.
—¿Te enteraste del partido de fútbol de tu amigo? —dijo
Cory cuando regresó a nuestra habitación.
—¡No! No me digas nada. Lo veré mañana con los
amigos de Quin y Nero. ¿Desde cuándo te gusta el fútbol?
—No me gusta. —Me miró extrañada antes de continuar
—. Fue un partido interesante, eso es todo.
—¿Fue interesante a pesar de que no te gusta el fútbol?
—Supongo —dijo vacilante—. Por cierto,
probablemente no querrás salir de esta habitación si no quieres
escuchar nada sobre el partido.
—¿De verdad?
—Sí.
—Bueno, por suerte mi único plan es ir a comer a la
cafetería.
—Tampoco vas a querer hacer eso. Pero,
afortunadamente, voy para allá ahora. ¿Quieres que te traiga
algo?
—Ah… ¿segura? Bien, ¿qué pasó en el partido?
Cory me miró con sus ojos brillantes.
—En serio, no fue nada. Lo verás mañana.
Probablemente sea más divertido que lo averigües de esa
manera. Te traeré algo —dijo dejando sus cosas y luego salió.
Aunque no había sido su intención decirlo, ahora estaba
bastante segura de que East Tennessee había ganado. Ella
sabía lo que sentía por Nero. No había forma de que sonriera
tanto si el chico del que estaba enamorada hubiera perdido.
Viendo Netflix en mi teléfono, solo quería enviarle un
mensaje a Nero. Resistir fue lo más difícil que tuve que hacer.
Lo único que lo hizo soportable fue saber que él no me había
escrito tampoco. Como sabía que no vería el partido, sabía que
tenía que enviarme un mensaje si quería que supiera algo
sobre él.
Cuando Cory volvió con mi comida, estaba actuando de
manera completamente diferente. Ya no parecía que estuviera
guardando un secreto. Al mismo tiempo, claramente estaba
evitando mis ojos. ¿Por qué estaba siendo tan rara?
A la mañana siguiente, las cosas no fueron tan
diferentes. Sin embargo, fue agradable que ella me trajera la
comida de nuevo. Por supuesto que no me encantaba sentarme
incómodamente sola en la cafetería. Lo que fuera necesario
para no tener que lidiar con eso estaba bien.
Salí de mi habitación solo para ducharme. Cuando llegó
el momento, me preparé para la noche de juegos y salí. Tal vez
estaba siendo paranoica, pero sentía que la gente me miraba.
Me aseguré de que mi hechizo estuviera funcionando y lo
hacía. Entonces, ¿por qué la gente me miraba?
Ignorándolo, bajé la cabeza y me dirigí a casa de Quin.
Al menos cuando llegué allí, todos actuaban con normalidad.
Quería contarles lo extraña que estaba Cory, pero tenía miedo
de adelantarles el resultado del partido. Entonces, en cambio,
me senté junto a Quin y disfruté del momento.
—¿Vamos a jugar a Wavelength o a ver el partido? Si
jugamos Wavelength, Lou y yo les patearemos el trasero —
anunció Titus con una sonrisa radiante.
Observé a la chica de aspecto travieso que estaba
sentada junto a Titus.
—No creo que nos hayamos conocido. Soy Kendall —
dije ofreciéndole mi mano.
—Lou. Entonces, ¿a ti te gusta Nero? —preguntó con
una sonrisa diabólica.
—Ni siquiera lo intentes, Lou —dijo Quin rápidamente.
—¿Qué? ¡Solo le estaba preguntando!
—Claro que lo estabas haciendo.
—En serio, ¿quién piensan que soy? —preguntó
genuinamente ofendida.
—¿Pensamos? —preguntó Quin con una sonrisa.
Lou la miró sorprendida.
—No te preocupes, Lou. Te cubro las espaldas —dijo
Titus echando un brazo alrededor de ella y dándole a Quin una
mirada de desaprobación.
—Al menos alguien lo hace —dijo herida.
Quin me miró y susurró la palabra “drama”.
Me reí.
Cuando Titus y Lou se perdieron en la conversación, me
volví hacia Quin y susurré:
—¿No estaba Titus en el equipo de fútbol?
—Fue dado de baja hace un par de partidos. No le
preguntes sobre eso. Todavía es un tema delicado.
Iba a preguntar por el equipo de Nero cuando el
intercomunicador de Quin vibró como si usara el código
Morse.
—Ese es Cage —dijo Quin levantándose y abriendo la
puerta de forma remota—. Todos están aquí —dijo y fue a
abrir la puerta de la sala de estar.
Cage entró con un par de pizzas. Quin lo besó.
—Dijiste que traerías una sorpresa. ¿De qué se trata? —
preguntó Quin mirándolo confundida.
Cage me miró primero y luego a los demás.
—Una de las pizzas es de piña.
Titus se rio.
—¿Qué sorpresa es esa? Traes eso siempre.
Quin miró a Titus.
—Es una sorpresa porque le sugerí gentilmente que lo
cambiara por otra cosa.
—¿Lo hiciste, bebé? Lo siento mucho por eso. Me
olvidé.
Lou se rio.
—Seguro que lo hiciste. Luego vas a decir que
casualmente te olvidaste de traer al amigo sexy del que sigues
hablando.
—¿Quién, Claude? ¿Tenía que invitarlo? —preguntó
Cage inspeccionando la habitación.
Lou miró a Cage de reojo.
—Te voy a perdonar porque eres lindo.
Miré a Titus. Todavía tenía su sonrisa habitual, pero era
mucho más tenue y miraba hacia otro lado.
—De todos modos, ¿por qué no empezamos a ver el
partido de fútbol? Prepararé el Wavelength.
—Te ayudo —dije a Quin. Ya estaba pasando un buen
rato.
Quin encendió la TV. Tan pronto como lo hizo, el
locutor mencionó a Nero. Me tomó por sorpresa.
—Está rompiendo récords como estudiante de primer
año y es casi seguro que entre al draft de este año —dijo el
hombre corpulento de cabello gris.
—Entrar al draft y ser elegido para jugar en un equipo
de la NFL son dos cosas diferentes —respondió el locutor más
joven y atlético.
—Bueno, veremos lo que tiene para mostrarnos hoy. Él
es solo uno de los muchos jóvenes aspirantes que quieren que
el partido de esta noche sea su presentación en el escenario
nacional.
—Entonces, ¿este es un partido realmente importante
para Nero? —pregunté a Quin ya que aún no me había dado
cuenta de eso.
—Es su primera oportunidad de llamar la atención
nacional. Si entra al draft, todavía tendrá que pasar por
pruebas donde verán qué tan rápido corre y todo eso. Pero si
juega bien aquí, les mostrará a todos cómo juega bajo presión.
Eso cuenta mucho —explicó Quin.
Una vez que Quin me dijo eso, me enganché con el
partido. Claro, ayudé a preparar el juego de mesa y luego lo
jugué, pero la mayor parte de mi atención estaba en la
televisión. Cuando los equipos salieron de los túneles, mi
corazón latió con fuerza.
—Ese es él. Es Nero —dije a todos cuando lo mostraron
calentando los músculos en los márgenes.
Dios mío, era hermoso. Lo había visto con su uniforme
de fútbol, pero solo desde los asientos baratos del estadio de la
universidad. Al verlo de cerca, sentí una ola caliente
recorriendo mi cuerpo.
La primera vez que pisó el campo apenas podía respirar
de lo nerviosa que estaba. No le tomó mucho tiempo ponerse
en posición y retroceder. En un segundo estaba corriendo con
el balón en la mano. Ni siquiera había visto las manos libres
del mariscal de campo. Y chocando contra una pared de
hombres de cien kilos, de alguna manera encontró una grieta.
—¡Oh, Dios mío! —dije poniéndome de pie—. ¡Lo
tiene! ¡Lo tiene! —dije mientras Nero dejaba atrás un defensor
tras otro.
Eventualmente, estaba corriendo en un campo abierto.
Pasó la línea de las veinte yardas, luego la de diez. Solo
quedaba un defensor a la vista. Este estaba seguro de que
derribaría a Nero antes de que llegara a la línea de gol.
El oponente se zambulló y Nero lo esquivó. Como si
fuera un acróbata, Nero se aventó por sobre la cabeza de su
oponente y dio un salto mortal hacia la zona de anotación. Fue
la cosa más asombrosa que jamás haya visto.
—¡Lo hizo! —grité de emoción.
Todos a mi alrededor vitorearon. Nunca me había
sentido más eufórica. Me sentía borracha sin haber bebido.
Quería más de lo que acababa de ver. Habiendo evitado el
fútbol durante toda mi vida, no me había dado cuenta de lo
emocionante que podía ser.
No había forma de que pudiera prestar atención al juego
de mesa después de eso. Las únicas dos personas que podían
hacerlo eran Titus y Lou. Eventualmente, comenzaron a jugar
una partida por su cuenta. Los demás nos sentamos pegados a
la televisión como si nuestras vidas dependieran de ello. Me
preguntaba cuánto de la mía lo hacía.
Nero había dicho que ganaría el partido por mí. ¿Qué
significaba si lo ganaba? ¿Qué pasaría si lo reclutaran? ¿No
significaría eso que tendría que mudarse? ¿Y querría estar con
una chica universitaria mientras juega fútbol profesional?
Aunque todas eran preocupaciones legítimas, no tenía
tiempo para pensar en ellas en ese momento. Porque a pesar de
lo increíble que había sido la primera jugada del partido, hubo
muchas más que le siguieron. El balón no siempre terminaba
en manos de Nero. Pero cuando lo hacía, era un touchdown
automático. Era la cosa más increíble que jamás haya visto.
No estaba sola. Los locutores no podían dejar de hablar
de ello. Lo llamaron una estrella en ascenso. Lo era. Y con
cada jugada, me enamoraba más del chico que ya había
cambiado mi mundo.
En el medio tiempo, el equipo de Nero estaba 12 puntos
arriba. Los locutores dijeron que Nero había batido el récord
de más yardas corridas en una mitad. Estaba tan orgullosa de
él que me dolía el corazón. Podría haber llorado solo de
pensarlo.
Cuando comenzó la segunda mitad, Nero retomó donde
lo dejó. Girando, zambulléndose, esquivando, prácticamente
estaba bailando en el campo. Nadie podía pararlo.
Al final, los locutores dijeron que había batido todos los
récords en la historia del fútbol americano universitario.
Entonces, cuando pasaron a una entrevista con él, tuve que
secarme las lágrimas de las mejillas.
—Nero Roman, acabas de romper los récords de la
NCAA en yardas corridas, pases conectados y touchdowns en
un partido, y lo hiciste como estudiante de primer año. Tu
nombre se consolidará en la historia del fútbol universitario
como uno de los más grandes de la historia. Tengo que
preguntar, ¿qué inspiró esta actuación?
Nero miró a la mujer que lo entrevistaba con una luz en
los ojos. Era como si hubiera estado esperando ese momento.
—Amor. El amor lo inspiró.
—Tu amor por el fútbol.
—No —dijo con una sonrisa—. El fútbol es genial. Pero
le dije a alguien que vendría aquí y haría todo lo posible para
ganar este partido por ella. Así que lo hice.
»Kendall, todo lo que hice, lo hice por ti. Sé que piensas
que no deberíamos estar juntos. Pero quiero que sepas que
haré cualquier cosa y cruzaré cualquier línea que tenga que
cruzar para estar contigo. Porque me haces ser mejor. Me
haces querer ser mejor. Y cuando te tenga de vuelta en mi
vida, me harás la persona más feliz del planeta.
»Te amo, Kendall. Te amo desde el primer momento en
que te vi. Y nada de lo que alguien pueda hacer o decir
cambiará eso —dijo con los ojos llorosos mientras miraba a la
cámara.
—Bueno, ahí lo tienes, Frank. Un partido histórico de un
estudiante de primer año hecho no por amor al deporte, sino
por amor a una chica. Ninguno de nosotros había visto algo así
antes. Volviendo a ti, Frank.
Miré la televisión atónita. Estaba sin palabras. Me tomó
un momento darme cuenta de que las lágrimas rodaban por
mis mejillas. Mirando a mi alrededor, no estaba sola. El único
que no lloraba era Cage. Estaba sonriendo y mirándome como
si supiera algo que yo no sabía. Fue entonces cuando se
levantó, caminó hacia la puerta y la abrió.
—Ahora, mi sorpresa —dijo Cage, revelando que Nero
estaba parado en la entrada con un ramo de rosas.
—¡Nero! ¡Estás aquí! —dije poniéndome de pie.
—Escuché que ibas a estar en la noche de juegos. No
podía estar muy lejos —dijo con una sonrisa.
Mi corazón se derritió. No podía hablar.
Nero entró en la habitación. Con él parado frente a mí,
todos nos miraban.
—Compré esto para ti —dijo entregándome las
hermosas flores. Eso no me ayudó a contener el llanto.
—¿A qué se debe esto?
—¿Escuchaste lo que dije en la entrevista después del
partido?
Apreté los labios y asentí con nerviosismo.
Nero abrió la boca para hablar y luego miró a todos.
—¿Creen que podríamos tener algo de privacidad?
—Claro, hermano —dijo Cage—. ¿Por qué no vamos a
buscar un poco de helado? —dijo a todos los demás en la
habitación.
—¿Quieren que les traigamos?
Nero se volvió hacia mí y me miró a los ojos. Estaba
hipnotizada.
—Traeremos un poco —confirmó Cage antes de salir y
dejarnos solos.
Cuando todos se fueron, Nero cogió mi mano y me llevó
al sofá. Apagó la televisión, apoyó las rosas en la mesa y tomó
mis manos entre las suyas.
—Quise decir todo lo que dije, Kendall. Nadie ha hecho
más por mí que tú. ¿Organizaste que todas las personas que
conocí en mi vida me encontraran y me dijeran cuánto
significo para ellos? ¿Quién hace eso? Eres la chica más
increíble que he conocido. Sería un tonto si no hiciera todo lo
posible para tenerte en mi vida.
Abrí la boca para hablar, pero me interrumpió.
—Y sé lo que vas a decir. Crees que la única forma en
que puedes ayudarme es manteniendo las cosas profesionales
entre nosotros. Pero si tengo que elegir entre tener una carrera
como futbolista y tú, te elijo a ti. Si es entre una manada y tú,
te elijo a ti. No hay nada que elegiría antes que a ti. Y si nos
das una oportunidad, te lo prometo, nunca te arrepentirás.
»Trabajaré todos los días para hacerte tan feliz como tú
me has hecho a mí. Y no me importa lo que alguien piense o
diga de nosotros. Te amo. Siempre te amaré. Quiero estar
contigo. Y estoy parado aquí rezándole a Dios que digas que
sí.
Lo miré. Solo pude decir una palabra.
—Sí.
—¿Sí, estarás conmigo? —preguntó con su rostro
radiante.
—Sí, te amo. Sí a todo eso —dije necesitándolo.
—No puedo creerlo. Yo…
Fue entonces cuando lo besé. La sensación de sus labios
sobre los míos convirtió mi cerebro en caramelo derretido. Mi
cabeza daba vueltas. Necesitaba ser parte de él. Y como si
leyera mis pensamientos, Nero me cogió de la nuca y separó
mis labios.
Nuestras lenguas bailaron juntas. Eran flashes
crepitantes. Estaba viva por primera vez. El calor flotaba a
través de mí, pero quería más. Entonces, cuando deslizó su
mano debajo de mi camisa y encontró mi carne, gemí de
placer.
Impulsado por mis anhelantes deseos, Nero me desnudó
el pecho. Me empujó hacia el sofá y tomó el control.
Sujetando mis muñecas por encima de mí, giró mi mentón y
me mordisqueó la oreja. Apenas podía respirar con esa
sensación.
Su lengua gruesa tocó mi canal. Me electrificó. Podía
escuchar cada sonido que hacía. Me estaba volviendo loca. Mi
pecho estaba agitado. No podía detenerlo. Entonces, cuando
besó mi cuerpo deteniéndose en mi pezón, mis piernas
danzaron pidiendo más.
Mientras sus manos cogían la parte posterior de mis
brazos, tomó mi pezón entre sus dientes. Yo estaba tan
sensible como la mierda y él me estaba mordiendo. Me dolía,
pero el placer que me causaba me hacía gemir.
Finalmente, cuando cerró la mandíbula sin hacer ademán
de que me soltaría, luché para liberarme. Solo entonces
continuó su recorrido de besos por todo mi cuerpo y sentí el
placer del alivio.
El mundo a mi alrededor estaba frío. Sus labios eran
cálidos. Podía sentir la punta de su nariz y su aliento. Sentía
que estaba caliente. Su calor me envolvía robándome aún más
mi voluntad. Entonces, cuando llegó a mis jeans, lo deseaba
tanto que podía estallar.
Frotando sus angulosas mejillas entre mis piernas, me
probó. Me tensé, incapaz de hacer nada más. Él presionaba
más diciéndome que estaba allí.
Sin embargo, quería más que eso. Entonces, cuando me
desabrochó los jeans, me moría de ganas de sentir su carne
sobre la mía. Me desnudó rápidamente, así que no tuve que
esperar mucho.
Me sentía vulnerable mientras me observaba. Me miraba
como si fuera suya. Su mirada estaba en lo cierto. Estaba
dispuesta a hacer todo lo que él quisiera.
De pie junto al sofá, se quitó la camisa. Nero tenía el
pecho de un dios. Sus pectorales redondeados temblaban y sus
abdominales angulosos brillaban. Sus brazos eran como casas
de ladrillo y sus hombros, más anchos que cualquier puente.
No podía creer que ese chico fuera mío. Era la persona
más hermosa que jamás había visto. Y cuando vi el contorno
de lo que atravesaba la longitud de sus pantalones, tragué
saliva. Estaba a punto de dominarme con eso y yo quería que
lo hiciera. Quería tomar todo de él hasta que no le quedara
nada para dar.
Entonces, cuando se desabrochó los pantalones y se
metió entre mis piernas, mi coño palpitó. Me estaba cogiendo
en su boca como lo había hecho una vez. Sus entrañas eran un
horno. Ardía por él.
Mientras acariciaba suavemente mi abertura, su lengua
se deslizó a través de mis pliegues hasta encontrar mi clítoris.
Se movía trazándolo de un lado a otro. Apenas podía
contenerme. Nunca había estado tan sensible en mi vida.
Solo pude soportarlo por unos segundos antes de
agacharme y coger su cabello rubio desgreñado. Debía haber
sabido que estaba lista para explotar. Fue entonces cuando
soltó mi clítoris, se colocó encima de mí y se inclinó para
besarme.
Fue mientras mordisqueaba mi labio inferior que sentí la
punta de su polla penetrando dentro de mí. Recordaba lo
grande que era, pero había olvidado cómo se sentía tenerlo
adentro. Por mucho que me estiraba, necesitaba estirarme más.
Gemí y me retorcí sintiendo su circunferencia.
Cuando mi coño se abrió alrededor de su cabeza, fue al
mismo tiempo clemencia y don. Era eléctrico. Miré hacia
arriba desesperadamente para recuperar el aliento. Me dio un
momento para respirar. Cuando empezó de nuevo, yo estaba
lista.
—¡Ahhhh! —gemí mientras tragaba toda su longitud.
En todos los sentidos, era un dios. Debajo de él, yo era
una cerda dando vueltas en un asador de gran tamaño. Y
cuando llegó al final de mí y lentamente retrocedió, los dedos
de mis pies se estiraron; ya sabía qué esperar.
Follándome suavemente al principio, no pasó mucho
tiempo hasta que me estaba montando como un potro salvaje.
Se sentía increíble. Mi mentón apuntaba al cielo pidiendo aún
más de él. Y cuando se acomodó para estimular mi clítoris
mientras me follaba, cogí su espalda y lo follé hasta el
orgasmo.
—¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! —grité cuando una poderosa
sensación atravesó la parte interna de mi muslo y todo mi
cuerpo.
Nero empujó más hacia adelante cuando ambos
explotamos. Me estaba chorreando por todos lados. El semen
de Nero me llenó.
Clavada en el sofá, sentí que el estremecimiento nunca
se detendría. Como si tuviera un dedo en el enchufe, el más
mínimo movimiento me hacía temblar de nuevo. Nero no
parecía estar mucho mejor. Parecía tan asustado de moverse
como yo de que lo hiciera. Él me había dado las cosas más
grandiosas de mi vida y esa noche resultó ser otra de ellas.
Mientras intentaba recuperar el aliento, miré hacia arriba
en busca de sus ojos. Los encontré mirándome.
—Te amo —dijo antes de que tuviera la oportunidad.
—Yo también te amo —dije sintiéndolo con cada parte
de mi ser.
Con esas palabras, mis espasmos se detuvieron. Él fue
capaz de deslizar su dura polla fuera de mí y permitir que mis
piernas cayeran. Esperaba que se acostara sobre mí, como si
no tuviera peso, pero me levantó, me cambió de posición y me
apoyó en su pecho.
No había ningún lugar en el mundo en el que hubiera
preferido estar. Nero era mi hogar. Él era mi protector. Estaba
dispuesta a hacer lo que fuera necesario para mantenerlo a mi
lado. Y sabía que él haría lo mismo.
Amaba a Nero con todo mi ser. Y supe que iba a amarlo
hasta el día de mi muerte. Claro, estábamos destinados a tener
algunos momentos difíciles, especialmente si lo reclutaban.
Pero no tenía dudas al respecto: al final, los dos viviríamos
felices para siempre.

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Avance:
Disfrute de esta vista previa de ‘Packed: Turned’:
Packed: Turned
(Hombre-lobo)
Por
Alex Anders

Derechos de autor 2014 McAnders Publishing


All Rights Reserved

‘PACKED: TURNED’ es la última publicación del autor de


éxito en ventas internacional Alex AndersAnders, dirigida a
aquellos que disfrutan de novelas románticas ardientes para
adultos en las que mujeres jóvenes y voluptuosas son
dominadas por un hombre lobo y macho alfa, quienes a la vez
afrontan una dramática situación familiar y los conflictos que
surgen al ser reclamadas por dos manadas de lobos
enfrentadas.

¿Qué pasaría si de repente todos los chicos atractivos te


desearan? Sakina Lightbourn, chica de grandes curvas y eterno
patito feo.

Sin embargo, su primer día no había sido en absoluto un


paraíso. Las cosas no podían haber ido peor: la habían acusado
de robar algo parecido a un medallón de lobo, sus compañeros
se habían metido con ella y por último había discutido con su
madre. Pero entonces conoce a Dax, el chico súper sexy de su
clase que irradia algo más que un simple magnetismo animal.
Una noche misteriosa con él, y todo había cambiado. Ahora es
fuerte, segura de si misma, y todos los chicos guapos la
desean.

Pero, ¿había sido buena idea atraer la atención del oscuro y


brutal Lane Lafleur? ¡Claro! Es increíblemente guapo y tiene
el cuerpo de un dios romano… aunque es tan atractivo como
peligroso. Y cuando aparece una noche de luna llena en su
casa pidiéndole que vaya con él, no está preparada para lo que
ocurriría, ni para aquello en lo que ella se convertiría.
*****

Packed: Turned
Fue justo cuando Saki salió de la furgoneta cuando le vio.
Clint era tal como se había imaginado. Y para su sorpresa,
observó un escaso bigote que acentuaba su hombría.

Verlo en los primeros momentos de su nueva vida era una


señal. Quizás todo iba a salir bien, después de todo. Saki sintió
que su ánimo mejoraba.

“¡Clint!” Gritó saliendo de la furgoneta. “¡Clint!”


Cuando Clint se dio la vuelta hacia Saki, sus ojos se
encontraron. El cuerpo le tembló inmediatamente. Pensaba
tanto en él y con detalles tan íntimos, que ciertas partes de su
cuerpo de 18 años le añoraban. Por ello, cuando Clint se giró
hacia el chico que estaba a su lado y se alejó de repente, Saki
se quedó de piedra.

“¡Qué cabrón!” Dijo Saki lo suficientemente algo para que la


escucharan a su alrededor.

“Cuidado con ese lenguaje, Sakina”. Le ordenó su madre.

Saki se giró hacia su madre, que dirigía su atención hacia el


edificio de administración. “Pero es que no lo entiendes.
Conozco a ese chico.” Saki buscó las palabras para explicarle
a su madre su enorme decepción. Estaba arrasada. ¿Cómo
podía expresarlo con palabras?

“Cállate y vamos a terminar con esto”, dijo su madre, dejando


a las chicas detrás.

‘Si, realmente es una madre horrible”, decidió Saki.

Se tomó su tiempo para echar un vistazo mejor alrededor.


Frente a ella, los edificios de ladrillo anaranjado se alineaban
en filas, conectados con barracones y pasillos. Repartidas
podían verse cocoteros y plantas florecidas. Las chicas
llevaban faldas de cuadros azules y los chicos, pantalones de
vestir en verde oscuro.

Esto no se parecía en nada a de donde ella venía. Y teniendo


en cuenta la rareza de todo aquello, se preguntó qué se
encontraría a continuación.

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Avance:
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Lo Que El Jeque Quiere
(BDSM)
Por
Alex Anders

Derechos de autor McAnders Publishing


All Rights Reserved

“LO QUE EL JEQUE QUIERE” es la última publicación


del autor superventas internacional Alex Anders y es para
aquellos a quienes les encantan las pequeñas historias de
amor en las que vírgenes inocentes son corrompidas por
poderosos machos alfa que exigen sumisión y que disfrutan
del BDSM.

Descendiente Para el Heredero del Jeque (Serie)


Emma Cole era aventurera para todo excepto para el sexo.
Pero cuando llega a Dubai y conoce al atractivo desconocido
de cabello ondulado y ojos como el chocolate con leche, su
cuerpo acalorado grita desesperadamente por él. Cuando es
cautivada por su potente dominación sexual, él exige sumisión
completa. Y a miles de kilómetros de casa, Emma debe decidir
si rendirse o arriesgarse al castigo del macho alfa cuya
voluntad va consumiendo lentamente la suya propia.

Emparejada con el Jeque (Serie)


Carla Westmoreland era la mejor encontrando el alma gemela
de otros. Pero cuando recibe la petición para emparejarse con
un misterioso jeque, está sorprendida. Deseando saber qué
tendría que hacer la acompañante del poderoso príncipe, Carla
entra en una aventura sexual de riqueza y lujuria que va más
allá de sus sueños más salvajes. La pregunta es, ¿encontrará
Carla su propia alma gemela o será consumida por las
pasiones del jeque macho alfa?
*****

Lo Que El Jeque Quiere


Emma abrió de golpe la puerta del baño. Para su desconcierto,
se encuentra de frente a un hombre cruzado de brazos. Era él.
Había venido buscándola. Ahora confrontada por la realidad
de tenerlo frente a ella, el miedo le recorrió como una onda de
calor. Emma retrocedió tropezando hacia dentro del baño.

El hombre de mirada férrea se acercó amenazadoramente


como quien acosa una presa. Emma reculó como un conejo
asustado. Su corazón latía violentamente y su cuerpo se
estremecía de la excitación. Acorralada contra la pared,
levantó la cabeza para mirar la cara del hombre. Sus rodillas
temblaban amenazando con ceder, y cuando la enorme mano
del hombre envolvió su pequeña cintura, parecía una muñeca
de trapo en su intenso abrazo.

El hombre atrajo el cuerpo de Emma hacia el suyo. Extasiada


por su cara, examinó su cuerpo para determinar qué estaba
ocurriendo. Presionada contra su estómago, notó lo que tenía
que ser su p***a endurecida. Al pensarlo, se le entrecortó el
aliento y la sangre le subió de pronto a la cara. Se sintió
mareada incluso cuando anhelaba explorar más su
grandiosidad.

Aturdida, Emma se estiró para alcanzar su boca. Quería que él


le consumiera y lo único en lo que podía pensar su mente
inocente era en su beso. Todo dentro de ella reclamaba que
besara al desconocido, y deslizando su cuerpo junto al de él,
cerró sus ojos esperando que él se inclinara hacia ella.

“No,” dijo el hombre en una voz que sonó lejanamente


familiar al hombre de su sueño.

Emma abrió los ojos sorprendida por su contestación.


Buscando su cara para obtener una respuesta, aspiró
bruscamente cuando de repente él le levantó la falda y le
agarró el c**o con su mano libre. Desprevenida, la sensación
le atravesó el cuerpo y le explotó en la cabeza. Nunca antes le
habían tocado ahí. La sensación era abrumadora.
Inmediatamente, ella quiso más.

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