PROTOCOLO DE KYOTO
Contexto:
El sistema climático del Planeta se está viendo alterado a gran velocidad, y con tal alcance
que el fenómeno se clasifica como “cambio climático”. Su causa es antropogénica, y está
caracterizado por un calentamiento global progresivo. Como puede verse en la gráfica adjunta,
múltiples registros avalan un aumento de la
temperatura, iniciado hace unos 200 años,
y gravemente acentuado durante los
últimos 60.
Este incremento de la temperatura
del planeta se debe a un aumento de la
concentración de gases de efecto
invernadero (GEI) en la atmósfera,
asociado a la quema masiva de
combustibles fósiles. Su origen se sitúa en
la revolución industrial con la popularización
de la máquina de vapor, y, posteriormente,
fuente: US Environmental Protection Agency
con la extracción y aprovechamiento de
petróleo y gas natural. El uso de estos recursos ha crecido exponencialmente, debido a los
avances tecnológicos, que necesitan de estas fuentes de energía para funcionar. Cabe destacar
que, actualmente, los mayores focos de consumo de carbón, petróleo y gas natural, y por
consiguiente, las principales fuente de emisión de CO2 , son la producción de energía eléctrica, y
el transporte.
Los riesgos de la alteración del clima, comprenden los campos más diversos,
previéndose efectos de extraordinaria magnitud sobre los ecosistemas, los recursos naturales, la
actividad económica o los asentamientos humanos. Un ejemplo: la subida del nivel del mar
derivada del aumento de la temperatura media del agua, inundaría extensas zonas densamente
pobladas en las costas y deltas de los grandes ríos, lo que provocaría fuertes corrientes
migratorias de personas, acarreando un gran desequilibrio social y económico. Además, una
alteración de la temperatura de las aguas podría modificar las corrientes marinas, que contribuyen
a la regulación del clima, aumentando así el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos, como
huracanes y tornados. Estamos pues, ante un problema grave que es consecuencia directa de la
actividad humana. Esto lo diferencia de otros cambios climáticos, ocasionados por fenómenos
naturales, que se han sucedido a lo largo del tiempo, como la “Little Ice Age” de la alta edad
media.
La respuesta necesaria
El principio de la toma de conciencia del problema, se produjo en los años 70, cuando un
grupo de científicos, analizaron los registros de concentraciones de CO2 disponibles, y
constataron la correlación entre temperatura y niveles de CO2. Así, de la mano de la ONU, y, en
especial, del Programa de Las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se creó en 1988 el
Panel Intergubernamental Sobre el Cambio Climático (IPCC), que en 1991 publica su primer
informe, en el que se pedía a la comunidad internacional que tomase medidas. Esto llevó a la
celebración, en 1992, de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático,
que daría lugar en 1997 al Protocolo de Kyoto, el proyecto más ambicioso sobre el cambio
climático a nivel mundial.
El Protocolo de Kyoto: objetivos y características
El Protocolo de Kyoto se plantea como un acuerdo internacional con un objetivo claro:
reducir las emisiones de los principales GEI: el Dióxido de carbono (CO2), el Metano (CH4), el
Óxido nitroso (N2O), y tres gases fluorados, los Hidrofluorocarbonos (HFCs), los
Perfluorocarbonos (PFCs) y el Hexafluoruro de azufre (SF6), por su gran capacidad de producir
efecto invernadero. Se llegó al compromiso de reducir en al menos un 5%, las emisiones globales
en 2012, respecto a las de 1990. La mayoría de los países miembros de las Naciones Unidas,
aceptaron rebajar sus respectivas emisiones, de acuerdo con el estado del desarrollo industrial y
económico de cada país, tal como se recoge en el Anexo B del Protocolo. Así, los estados
miembros de la UE se comprometieron a una reducción del 8%, y, por ejemplo, Japón y Canadá,
al 6%, (de acuerdo a la UNFCC: United Nations Framework Convention on Climate Change).
El caso de EEUU ha sido sin duda uno de los más polémicos al firmar inicialmente el
Protocolo, con un objetivo de reducir el 7% de sus emisiones, para luego rechazar su ratificación
en el Congreso y, finalmente, retirarse del acuerdo por decisión del presidente George Bush. Otro
caso particular, es el de China e India. Ambos ratificaron el protocolo, y pese a que tienen una
enorme importancia en la emisión de CO2, no están obligados a reducir sus emisiones, por su
condición de países en desarrollo
Mecanismos de flexibilidad:
Una característica fundamental del Protocolo, son los llamados Mecanismos de
Flexibilidad, que permiten a los países y a cada instalación industrial individualmente, comerciar
con sus derechos de emisión. Esto es, la cantidad de CO2 y demás GEI que pueden emitir a la
atmósfera. Hay que señalar la existencia del techo de emisión, que es el máximo global que no
puede superar la suma de todos los derechos de emisión. Esto es esencial, ya que de no existir
dicho techo, podríamos superar los límites consensuados en el Protocolo.
La magnitud del comercio de derechos de emisión, es tal que corresponde a más de 2,000
millones de toneladas de CO2 (en torno al 45% del total). Europa, en estos momentos, cuenta con
el mercado de derechos de emisión más ambicioso del mundo: Afecta en los 27 países, a las
emisiones de CO2 de centrales térmicas, e industrias como refinerías, coquerías, siderurgia,
cemento, cerámica, vidrio y papeleras, que son los sectores que más emiten.
Relación: Protocolo Kyoto – Economía:
De acuerdo con la European Environment Agency (EEA), la Europa de los 15, que ratificó
el tratado, comprometiéndose a la mencionada reducción del 8%, casi cumplía en 2008, como
vemos en la gráfica. Había rebajado en un 6,9% sus
emisiones (incluyendo el comercio de derechos de
emisión). Además, todos los países están obligados a
tener un plan de reducción de emisiones. Un ejemplo, es
la producción de energía eléctrica, que supone un 30%
de las emisiones. Un aumento en el uso de fuentes de
energía alternativas, sustituyendo al carbón y petróleo,
podría llevar hasta una reducción de un 50% de las
emisiones de cara al 2050,(según el MARM, Ministerio de
Medio Ambiente, Rural y Marino). Otro ejemplo es la
producción industrial: la introducción de mejoras en el
rendimiento energético, podrían reducir en un 25% las
emisiones de la industria, según el MARM, Lo mismo
cabe decir de estrategias ambiciosas en el campo de la
movilidad. Pero, las mejoras en la eficiencia energética
de los procesos de producción y transporte conlleva un aumento en sus costes, entrando en
contradicción con la lucha por ser productos competitivos.
Estamos pues, ante una situación complicada. Las Administraciones, aún siendo
conscientes del problema al que nos enfrentamos, tampoco pueden sacrificar la competitividad de
nuestra industria y de nuestra economía. Pero es necesario seguir avanzando en la reducción de
emisiones de los GEI, siendo los acuerdos globales el camino mas eficaz,. Dado que el protocolo
de Kyoto finaliza en 2012, se hace necesario firmar nuevos tratados a nivel mundial en un marco
jurídico vinculante. En esta dirección parece caminar, al menos, la Unión Europea, con un objetivo
de reducción en 2020 de un 20% de nuestras emisiones respecto a 1990, de acuerdo con la EEA.
A nivel mundial, sin embargo, y situados ya a finales de 2011, todavía no se ve un sucesor claro
de Kyoto.