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TO.B.24. D2. La Iglesia Nació de Disputas Entre Juan

Este documento resume dos disputas que involucraron a Jesús y sus primeros seguidores. La primera disputa fue entre Jesús y Juan el Bautista, donde Jesús separó algunos de los discípulos de Juan, incluido Simón Pedro, para iniciar su propio movimiento. La segunda disputa fue entre Jesús y Simón Pedro, aunque eventualmente Pedro se convirtió en uno de los seguidores más cercanos de Jesús. El documento también analiza los orígenes de Jesús y Pedro como discípulos de Juan el Bautista.
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TO.B.24. D2. La Iglesia Nació de Disputas Entre Juan

Este documento resume dos disputas que involucraron a Jesús y sus primeros seguidores. La primera disputa fue entre Jesús y Juan el Bautista, donde Jesús separó algunos de los discípulos de Juan, incluido Simón Pedro, para iniciar su propio movimiento. La segunda disputa fue entre Jesús y Simón Pedro, aunque eventualmente Pedro se convirtió en uno de los seguidores más cercanos de Jesús. El documento también analiza los orígenes de Jesús y Pedro como discípulos de Juan el Bautista.
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La iglesia nació de disputas entre Juan, Jesús y Pedro (Jn 1, 35-45)

TO.B.24. D2.

11.01.2024 | Xabier Pikaza

Texto inicial

Estando Juan Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que
pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus
palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les
pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa
Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como
la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, que era uno de los dos que
oyeron a Juan y siguieron a Jesús, encontró primero a su hermano Simón y le
dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te
llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)» (Jn 1, 35-45).

Este pasaje se centra en tres personajes centrales: Juan Bautista, Jesús


llamado el Mesías, y Simón llamado Pedro. Como amigos les presenta la
tradición, pero como amigos discutidores. Aquí me fijaré en dos disputas: La
de Juan y sus discípulos con Jesús; la de Jesús con Pedro y sus compañeros.

PRIMERA DISPUTA: JESÚS DISCUTIÓ CON JUAN; LE QUITÓ SUS


DISCÍPULOS, PERO PARECE QUE FUE PARA BIEN

Jesús tuvo un maestro llamado Juan, a quien le pusieron el sobrenombre


de Bautista porque ratificaba su mensaje con un rito de inmersión en el
Jordán) como signo de paso a la tierra prometida y de preparación
(purificación) para el juicio de Dios. Juan era profeta de frontera, desde el otro
lado de la tierra prometida, introduciendo a sus seguidores en el agua del
juicio, que sólo Dios puede “dividir”, para que, liberados de sus males pudieran
entrar en la tierra santa, recreando el signo de Josué (apertura de las aguas, el
paso del río), Dios decida y el pueblo se encuentra preparado para entrar en la
tierra prometida (Jos 5).
‒ Juan anuncia y prepara así la llegada del juicio de Dios, simbolizada por el
gesto del bautismo, de manera que la tradición le
llama Baptistés (=bautizador, bautista). No dice a los penitentes que se
bauticen, sino que les bautiza él mismo, mostrando así su autoridad, como
enviado de Dios, profeta del fin de los tiempos.

‒ Las señales del juicio de Juan eran hacha, fuego y huracán. Su rito de
bautismo retomaba imágenes de dura destrucción, que expresan el fin del
mundo viejo para superar así el caos presente, como como si el mundo entero,
y en especial la humanidad, debiera renacer, liberándose del abismo de muerte
que le amenazaba (Mt 3, 11-12 par), de forma que el hacha-fuego-huracán
pudieran convertirse en signo de presencia del Más fuerte ( entendido como
Poder superior,) a cuya luz quiere ponernos Juan Bautista, superando así la
maldición de muerte que destruye a los hombres.

Junto al Jordán creó Juan una comunidad de penitentes bautistas esperando


el signo de Dios, a fin de pasar el río e iniciar una nueva vida en la tierra
prometida. Jesús aceptó el mensaje de Juan Bautista, y esperó su signo para
cruzar el río y entrar en la tierra prometida. Pero, según el evangelio, el signo
esperado, no se cumplió en forma de juicio en el río (señal de Josué), sino
como iluminación más honda de Jesús, a quien el mismo Dios infundió su
Espíritu, a través de un bautismo superior. No sabemos si Juan y Jesús se
conocían. Lc 1 supone que eran primos, pero ese parentesco parece más
teológico que físico y sirve para trazar una conexión entre sus proyectos
eclesiales, pero Jesús debía haber oído hablar de Juan, pues vino a formar
parte de su grupo.

Por un tiempo, Jesús compartió el camino de Juan, pero después tuvo una
experiencia distinta de Dios y empezó a proclamar un mensaje de Reino. No
podía seguir esperando, sino que quiso comprometerse de un modo personal,
poniendo su vida al servicio del Reino de Dios para impedir que la destrucción
de Satán y Mammón se impusiera sobre el mundo[1].

Era ya un hombre maduro. Lc 3, 23 dice que tenía unos treinta años, edad
avanzada en aquel tiempo. Había recorrido probablemente muchos caminos,
pero éste era ya el definitivo.

Jesús fue por un tiempo discípulo de Juan, pero tuvo una “inspiración” especial
y buscó entre sus colegas/compañeros, discípulos de Juan a varios especiales,
para separarse de Juan y crean un camino propio. Entre esos compañeros, a
los que Jesús llamó para que le siguieran a él, dejando a Juan está Simón
Pedro, como indica el texto citado de Juan.

Ciertos detalles de ese texto pueden ser creación del evangelista, pero su
fondo es histórico. (a) Jesús y algunos de sus seguidores habían sido
previamente discípulos de Juan Bautista. (b) El movimiento de Jesús nació
como una escisión del movimiento del bautista. (c) Parece que se trató
de una escisión pacífica, aunque pudo haber entre los dos grupos ciertas
disensiones. La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el
bautismo en el Jordán marcó la “historia de la vida” de Jesús trazando
una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el
final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su opción profética
y mesiánica al servicio del Reino de Dios.

El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue discípulo,
colega y cooperador de Juan Bautista, no sólo compartiendo su misión
(iglesia), sino creando un grupo propio de discípulos…tomándolos
(¿robándolos) de Juan, de manera que pudo haber competencia entre
discípulos del grupo de Juan y el de Jesús:

Después de esto, Jesús fue con sus discípulos al país de Judea; y allí
permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en
Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se
bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una
discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación... (Jn
3, 22-25).

Según este pasaje, Jesús creó su escuela/iglesia de “bautistas” a cierta


distancia del grupo de Juan, quizá más al sur (en la orilla judía del río),
después de haber sido bautizado por él, para ampliar y universalizar su
experiencia de conversión, anunciando y adelantando el juicio de Dios. De esa
forma se sitúan ambos: Juan al otro lado del río, sin entrar en la tierra de
Israel; Jesús en la tierra prometida, en la zona de Judea. Según eso, los
primeros seguidores de Jesús habían sido seguidores de Bautista (Jn 1,
19-51)[2].

En este contexto, Jn 3, 25-30 habla de una discusión entre discípulos de Juan


y un “judío”, que podría ser el mismo Jesús, según algunos manuscritos (cf. NT
Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Eran disensiones normales. Si Jesús no se
hubiera diferenciado del Bautista no habría creado su propio
movimiento.

Dejando a un lado esa relación y el enfrentamiento entre discípulos de uno y


otro, Marcos supone que Jesús no fue discípulo del Bautista, sino que
vino a buscarle sólo de pasada, para dejarse bautizar por él (Mc 1, 9-
11), marchando después, inmediatamente, tras una intensa
experiencia de Dios (cf. Mc 1, 12-14). En contra de eso, el cuarto
evangelio (Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma que Jesús estuvo vinculado
por un tiempo a la misión de Juan y que sólo después de un tiempo dejó a
Juan, y no se fue solo él, sino con un grupo de discípulos de Juan, iniciando su
propia misión de reino

Cuando supo que los fariseos habían oído que hacía más discípulos que Juan y
que bautizaba [aunque él no bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos],
Jesús dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).

Jesús no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su
escuela, recibió su bautismo y empezó realizando tras él (con ciertas
novedades, al otro lado del río (quizá cerca de Jericó, por la zona de los vados
bajos, por donde Josué había pasado a la tierra prometida) una misión y tarea
distinta (de anuncio de Reino, no de bautismo). Según eso, antes de iniciar su
misión propia, viniendo a Galilea, Jesús había descubierto y “madurado”
su doctrina, primero bajo Juan, al otro lado del río, y después e la
tierra prometida, en la zona baja de Judea.

En un principio, Jesús pudo pensar que había llegado el momento de subir


directamente desde la zona de Jericó a Jerusalén, para anunciar ya
directamente la llegada del reino de Dios, situando en ese contexto la
tentaciones o pruebas (cf. Mc 1, 13; Mt 4; Lc 4), que la tradición posterior ha
situado en esa zona. En ese contexto, Jesús pudo pensar (descubrir) que no
era todavía el momento de subir a Jerusalén, que quedaban pendientes
muchos temas de dinero/pan, de poder y de sacralidad.

Lo cierto es que, según la tradición, tras un tiempo, Jesús dejó la zona del bajo
Jordán, en el entorno de Jericó (del paso de Josué y del ejército de Israel en la
tierra prometida) y decidió volver a Galilea, su tierra, para iniciar allí su misión
de Reino con algunos discípulos que él “tomó” de la escuela de Juan

SEGUNDA DISPUTA. PEDRO DISCUTIÓ CON JESÚS, PARA MAL (PERO


CON HUBO RESURRCCIÒN)

No era galileo puro, sino itureo de Betsaida, ciudad muy helenizada, del Bajo
Golán que el rey Filipo había engrandecido, como “polis” helenista, segunda
capital de su reino (la primera era Cesárea de Felipe), dándole además
administración y nombre griego (Julia), en honor de una hija de Augusto.

Primera vocación, el Río Jordán (Jn 1, 36-42). El evangelio de Juan empieza


presentando a Simón y Andrés, su hermano, como discípulos del Bautista en el
Jordán. Eso supone que habían dejado la pesca (al menos por un tiempo) y se
habían «liberado» para las tareas y esperanzas de la culminación escatológica
de Israel, al lado del Bautista, lo mismo que Jesús, de manera que los dos
(Simón y Jesús) habrían empezado siendo compañeros, discípulos “penitentes”
de un mismo maestro, Juan Bautista. Su vocación y camino empezó siendo un
camino de conversión para perdón de los pecados; ambos eran en un sentido
“colegas”

Según eso, cuando Jesús recibió una vocación especial de Mesías e Hijo de
Dios (Mc 1, 9-11) y quiso llamar para acompañarle a unos
discípulos/compañeros, empezando por Andrés y, en especial por Simón de
Betsaida, éstos no eran simples pescadores, sino hombres comprometidos en
la tarea de Dios, bautistas penitentes, voluntario al servicio de la
transformación de Israel. Jesús se fijó en y especialmente en Simón porque le
quería (necesitaba) para la tarea de su reino y le prometió que sería
Cefas/Petros, piedra/roca del nuevo edificio la iglesia mesiánica, hombre quizá
problemático (como seguiré indicando), pero adecuado para liderar su
movimiento de transformación mesiánica.

Así comienza el camino de Simón/Pedro, junto al río de la conversión, un


itinerario de compromiso mesiánico, desde el Jordán a los confines de la tierra
(conforme a la misión final de Mt 28, 16-20). Siendo pescador de frontera
(entre Betsaida y Cafarnaúm), Simón había querido dedicarse a las tareas de
Dios, centrándose en la preparación del juicio (simbolizado por el hacha,
huracán y el fuego: cf. Mt 3, 11-12).

El evangelio de Juan le sitúa, como he dicho entre los discípulos de Juan


Bautista, con su hermano Andrés, con Felipe y Natanael (y quizá con otros
dos), lo mismo que Jesús y con ellos quienes forma un grupo especial de
penitencia y preparación para el juicio de Dios, pero es muy posible que no
pasara todo el tiempo con el Bautista y su grupo, sino que volviera por
temporadas a la faena de la pesca, a la casa de su mujer y su suegra.

No parece que Juan Bautista le hubiera llamado, diciéndole como dirá Jesús en
Mc 1, 1-20 “sígueme…”, porque Juan era bautista sedentario al lado del río,
esperando que viniera gente para bautizarse, mientras Jesús se hizo
itinerante, tras haber sido por un tiempo discípulo de Juan, cuando descubrió
su vocación (no de penitencia, sino de anuncio y proclamación del Reino de
Dios. A partir de ese momento, para realizar su nueva tarea, Jesús mismo
buscó y llamó a sus compañeros y discípulos, entre ellos a Simón, empezando
a fundar con ellos su iglesia.

Ambos, Jesús y Simón, habían recorrido juntos un camino. Pero, en un


momento dado, tras haber escuchado la llamada especial de Dios, tras el
bautismo (cf. Mc 1, 11), Jesús buscó a Simón y a otros compañeros para que
compartieran con él su nueva tarea mesiánica (cf. Jn 1, 29-51). No buscó
directamente a Simón, sino a través de otros discípulos de Juan, entre los que
estaba Andrés, a quien muchos consideran el primer discípulo de Jesús, primer
cristiano. Pues bien, conforme al evangelio de Juan, Jesús al ver a Simón le
dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan (=Jonas, Yona), pero te llamarás
Cefas/Pedro”.

Esta ha sido la llamada/vocación de Simón, su bautismo mesiánico, con cambio


de nombre, con intervención de su hermano Andrés (Jn 1, 41-42).
Ciertamente, Jesús pudo haber buscado a Pedro en el lago, donde era
pescador (como dice Mc 1, 16-20), pero, conforme al evangelio de Juan, le
busco junto al río Jordán, para así poner de relieve sus conexiones con la
iglesia penitencial del Bautista. Cuando Simón escuchó y siguió a Jesús no era
un hombre “en vacío”, sino que estaba lleno de preparación más adecuada, la
mejor de entonces, como penitente de la escuela del Bautista

Segunda vocación, el mar de Galilea (Mc 1, 9-20). Siguiendo una línea distinta,
aunque no opuesta a la del Cuarto Evangelio, Marcos prescinde de la relación
que Jesús y Pedro habían tenido entre sí y con Juan Bautista, diciendo
únicamente que Jesús fue va a bautizarse con Juan, para añadir que, a la
salida del agua (acabado el rito penitencial), tuvo una experiencia fuerte de
visión (cielo abierto), audición (voz diciendo “eres mi hijo”) y transformación
mesiánica (recibió el Espíritu Santo, en forma de paloma).

Eso dice el evangelio de Marcos de Jesús. De Pedro no dice absolutamente


nada, como si no hubiera sido bautizado en el Jordán, ni fuera compañero de
Pedro (ambos con Juan, a la vera del río). Tampoco dice que Jesús le había
llamado, cuando estaban los dos en la escuela del Bautista, por mediación de
Andrés, cambiándole de identidad y nombre... No dice nada, aunque quizá lo
sabía.

Las auténticas historias suelen contarse de varias maneras, como sabe la Biblia
desde el principio, repitiendo las mismas ideas de fondo de formas parecidas
como en Gen 1 y Gen 2-3. Pues bien, refiriéndose a Jesús, el evangelio de
Marcos sigue diciendo que, tras recibir el bautismo y superar la tentación de
Satán, (Mc 1, 12-13), después que Juan fue apresado por orden del
tetrarca Antipas, Jesús vino a Galilea, para anunciar la llegada del Reino de
Dios, colocándose inmediatamente a la orilla del lago, donde llamó a sus
cuatro primeros discípulos (Pedro y Andrés, con los zebedeos), signo y
compendio de todos los restantes siguientes (hasta el día de hoy año 2023)
para hacerles pescadores de hombres. Eso es todo. Marcos se limita a recordar
que ellos (los cuatro) siguieron de inmediato a Jesús, dejando barco y redes
(Mc 1, 16-18). De dónde venían no dice nada.

Este relato de Marcos es de tipo resumido y parabólico, y pone de relieve el


paso de la pesca de peces en el lago a la recolección escatológica (cf. Mc 13,
47) al servicio del Reino. Es un relato de estilo pascual (re-escrito tras la
resurrección, como si se dirigiera hoy a nosotros) y de esa forma
presenta a Jesús directamente como signo de Dios, con autoridad para llamar
a los que él quiso, el servicio de su Reino.

Ciertamente, Pedro era un hombre con historia e ideas propias, como los otros
tres compañeros, llamados por Jesús, que le siguieron porque de alguna forma
confiaban en él (habían estado a su lado en el Jordán), y quizá porque
esperaban cumplir por (con) él sus expectativas de Reino, pasando de la
penitencia del Bautista nuevo poder., abundancia y riqueza del reino de Dios
que anunciaba y preparaba Jesús

Conforme a los sinópticos (cf. Mc 1, 12-13; Mt 4 y Lc 4), Jesús no sólo tuvo


una iluminación especial, sino que tuvo que superar unas fuertes tentaciones
para anunciar el reino de Dios. Él las superó, pero Simón-Pedro y sus
compañeros no lo hicieron al principio, de manera que en su camino de
seguimiento ellos irán oponiéndose con frecuencia a Jesús, en un
proceso de fuerte aprendizaje.

Pedro y sus compañeros no fueron con Jesús simplemente para escucharle,


sino también para enfrentarse con él, en una historia de durísimas discusiones
En esa línea, Marcos y los otros evangelios no presentan a Pedro y a los
“apóstoles” como oyentes pasivos de Jesús, sino como colaboradores
activos, pero no en plano de pura obediencia, sino de duro
enfrentamiento

Jesús debió tener una inmensa personalidad y una gran fuerza de atracción
para llamar y atraer a los Doce (y especialmente a Pedro). Pero ellos le
siguieron, no sólo porque le querían (confiaban en él), sino porque
querían utilizarle, aprovecharse de él conforme a sus ideas, y sentarse
de un modo triunfal a su lado, en doce tronos, para juzgar a las tribus
de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30). Ciertamente, en un sentido,
escuchaban a Jesús; pero en otro se escuchaban a sí mismos (buscando
el poder, a la sombra del jefe, como Sancho, que quería a su modo a Don
Quijote, pero que buscaba el reino de la Isla Barataria).

Discusión con resurrección. Esta relación tensa de Jesús con Pedro y sus
compañeros forma parte de su historia mesiánica, en el comienzo de la Iglesia.
Por un lado, Jesús no quiso formar con Simón (ni con los Doce o los
otros seguidores) un grupo cerrado y compacto de adictos
incondicionales (sometidos a su control y dictado socio/religioso), en
contra de lo que podía suceder en otros grupos mesiánicos de su
tiempo, sino que les dejó su propia «autonomía». Además, en esa línea,
Pedro y sus compañeros no eran unos ignorantes pasivos (como a veces se ha
pensado), sino que tenían su personalidad, marcando así poderosamente el
camino de Jesús. Ésta es una historia apasionante que aquí no puedo contar
con detalle, porque es larga y además la he presentado ya en Historia de
Jesús, Comentario de Marcos y Comentario de Mateo (Verbo Divino, Estella
2012 y 2017).

- Pedro acompañó a Jesús de una forma activa. No fue simple oyente,


alguien que escucha, calla y acoge, sino un discípulo con ideas, que no
sólo aprende, sino que “enseña” a Jesús. El evangelio está lleno de
escenas y palabras en feed-back (influjo mutuo) entre Pedro, los Doce (y en un
plano distinto las mujeres).

- Pedro siguió a Jesús de una forma pensante, inteligente, pero sin


asumir plenamente su oración de amor hasta la muerte (Tabor: Mc 9, 3-
9). Sin duda, Jesús trazaba ante Pedro y los Doce el camino del reino. Pero
nunca actuó como “dictador”, sino como alguien que se muestra,
escucha y comparte en el camino con otros En ese sentido se sitúa la
“transfiguración” (Mc 9, 2-9 par) con la experiencia de oración compartida de
Jesús con Pedro y los zebedeos, pero sin entender su sentido.

- Pedro ofreció a Jesús una compañía crítica, de forma que Mc 8, 26-33 le


presenta como “tentador” (no como el “Diablo” en sentido absoluto, sino como
aquel que “prueba”, que ofrece otras alternativas, como en Cesárea de
Felipe, donde expone y defiende ante Jesús el camino clásico del mesiánico
israelita, en la línea de David (triunfo político, cf. Sal 2; Sal 45) y de Daniel
(triunfo escatológico, Dan 7, 14). Este Pedro no es enemigo de Jesús,
quiere ser amigo y colaborador suyo, pero en una línea de triunfo
israelita conforme a gran parte de las tradiciones mesiánicas de Israel.

- Pedro abandonó y negó a Jesús, como muestra el relato de la última


cena, la escena del Huerto de los Olivos y las negaciones ante las criadas y
criados de los sumos sacerdotes. Ese abandono y negación tiene
elementos duros de rechazo, falta de solidaridad e incluso cobardía,
pero debemos recordar que Pedro está dispuesto a sacar la espada y morir
por (con) Jesús, aunque en una línea más cercana a la de David guerrero y a
los macabeos que a la de Jesús.

Una disputa con resurrección. Pedro “volvió” a Jesús después de haberle


negado, y lo hizo a través de unas mujeres (Magdalena, Salome y otra
María). No había dejado a Jesús porque era “malo”, sino porque tenía
su propia idea del reino… Lo admirable, no es que negara
(abandonara) a Jesús, sino que le recuperara y siguiera tras su
muerte, comprendiendo y confesando al fin la identidad verdadera de
Jesús, ayudado de un modo especial por las mujeres de la tumba vacía
(Magdalena, la Madre de Jesús y la otra María¸ cf. Mc 9, 1-8: id y decir a Pedro
y a mis discípulos que les precedo a Galilea, que allí me verán).

Notas

[1] Esta experiencia de fracaso tiene una larga prehistoria israelita, desde los
profetas antiguos (cf. Is 6): ella ha marcado la visión histórica de los
deuteronomistas y la teología de Pablo (Rom 1-3).

[2] Frente a la visión más teológica de Mc 1, 16-20, según la cual Jesús llamó
directamente a unos pescadores ajenos al Bautista, para iniciar con ellos la
pesca del Reino, en el entorno del lago de Galilea, el Cuarto Evangelio (Jn 1,
19-51) afirma que algunos discípulos de Jesús (Andrés y Felipe con Pedro y
Natanael, y otro que podría ser el “discípulo amado”, cinco entre todos),
habían sido antes discípulos de Juan, lo mismo que Jesús, de manera que
compartieron con él una misma experiencia bautismal, de confesión de
pecados y esperanza del juicio.

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