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Dolores Camacho Velázquez Celia Ruiz de Oña Plaza Amanda Úrsula Torres Freyermuth

Este documento describe el uso del enfoque narrativo como metodología para estudiar la vida cotidiana en la frontera entre Chiapas, México y Guatemala de manera multidisciplinaria. Se reflexiona sobre la experiencia de investigación colectiva del proyecto "La frontera Chiapas–Guatemala: territorio, problemáticas y dinámicas sociales", en el cual se realizaron entrevistas y conversaciones con habitantes de la frontera para recopilar narrativas sobre lo que significa vivir en ese territorio. El análisis de estas narrativas permitió

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Este documento describe el uso del enfoque narrativo como metodología para estudiar la vida cotidiana en la frontera entre Chiapas, México y Guatemala de manera multidisciplinaria. Se reflexiona sobre la experiencia de investigación colectiva del proyecto "La frontera Chiapas–Guatemala: territorio, problemáticas y dinámicas sociales", en el cual se realizaron entrevistas y conversaciones con habitantes de la frontera para recopilar narrativas sobre lo que significa vivir en ese territorio. El análisis de estas narrativas permitió

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La narrativa como enfoque metodológico

para el estudio multidisciplinario de la frontera sur


(Chiapas–Guatemala). Experiencias y reflexiones

Narrative as a Methodological Approach


for the Multidisciplinary Study of the Southern Border
(Chiapas–Guatemala). Experiences and Reflections

Dolores Camacho Velázquez✳1


Celia Ruiz de Oña Plaza✳✳2
Amanda Úrsula Torres Freyermuth✳✳✳3
DOI: https://doi.org/10.31644/ED.V8.N1.2021.A061

Resumen: El objetivo del presente texto es proporcionar elementos para fundamentar el enfoque
narrativo como metodología para realizar investigación multidisciplinaria y colectiva dentro de
las ciencias sociales en espacios transfronterizos. Para ello, reflexionamos sobre la experiencia de
investigación colectiva del proyecto “La frontera Chiapas–Guatemala: territorio, problemáticas
y dinámicas sociales”, cuyo foco de estudio se centró en la dimensión de la vida cotidiana en los
diversos territorios que conforman la frontera Chiapas–Guatemala. Explicamos el desarrollo de la
investigación y las dificultades que enfrentamos en el proceso y, primordialmente, nos centramos
en discutir dos ejes fundamentales: la frontera como objeto de investigación y las narrativas
como propuesta metodológica. Nuestro interés es compartir una experiencia de aprendizaje
colectivo, con la finalidad de inspirar y fomentar el debate sobre investigación multidisciplinaria
en contextos fronterizos.

Palabras clave: metodología, narrativas, espacio fronterizo, investigación multidisciplinaria, región.

✳1
Dra. en Estudios Latinoamericanos, investigadora del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre México y la
Frontera Sur–Universidad Nacional Autónoma de México, México. ORCiD: https://orcid.org/0000-0001-8275-8285.
Correo-e: [email protected].
✳✳2
Dra. en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable, investigadora del Centro de Investigaciones
Multidisciplinarias sobre México y la Frontera Sur – Universidad Nacional Autónoma de México, México.
ORCiD: https://orcid.org/0000-0001-7036-8079. Correo-e: [email protected].
✳✳✳3
Dra. en Historia, investigadora del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre México y la Frontera
Sur – Universidad Nacional Autónoma de México, México. ORCiD: https://orcid.org/0000-0002-2015-6227.
Correo-e: [email protected].
Fecha de recepción: 29/02/2020. Fecha de aceptación: 04/08/2020. Fecha de publicación: 30/01/2021.

EntreDiversidades. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, vol. 8, núm. 1 (16), enero-junio 2021. Páginas: 141 – 163
ISSN-e: 2007-7610. https://doi.org/10.31644/ED.V8.N1.2021.A06
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Abstract: The aim of this text is to provide elements to support the narrative approach as a
methodology to carry out multidisciplinary and collective research within the Social Sciences
in cross–border spaces. To this end, we reflect on the experience of collective research in the
research project “The Chiapas–Guatemala border: territory, problems and social dynamics”,
whose focus of study was the experience of daily life in the various territories that make up the
Chiapas–Guatemala border. We explain the development of the research and the difficulties we
face in the process and, primarily, we focus on discussing two fundamental axis: the border as
an object of research, and narratives as a methodological proposal. We share a collective learning
experience in order to inspire and foster debate on multidisciplinary research in border contexts.

Keywords: methodology, narrative approach, border space, multidisciplinary research, region.

Introducción1
El enfoque narrativo para la investigación social ha adquirido una gran popularidad en los
últimos años. Su uso por parte de un amplio rango de disciplinas y temáticas ha contribuido a
su proliferación. Lo narrativo, la narratividad y el estudio de la producción de narrativas parecen
ubicarse en cualquier espacio de reproducción social y cultural, individual o colectivo. A pesar
de esta popularidad, y para el campo de estudios fronterizos, el significado de “narrativa” y el
análisis que implica rara vez se hacen explícitos en el numeroso cuerpo de literatura que retoma
el enfoque narrativo. Este texto tiene por objeto rescatar lo esencial del enfoque de análisis de
narrativas aplicado a una situación de investigación particular: el estudio de la experiencia de
vida cotidiana2 en los territorios de la frontera sur de Chiapas–Guatemala3. Argumentamos que
esta aproximación facilitó nuestra articulación como grupo de investigación multidisciplinario,
trabajando bajo un objetivo común. A partir de la experiencia adquirida en múltiples recorridos
de campo colectivos, en los que efectuamos diversas entrevistas y mantuvimos conversaciones
con un grupo nutrido y variado de habitantes del tramo fronterizo Chiapas–Guatemala,
recopilamos diferentes narrativas en torno a lo que significa vivir en un territorio marcado por
una delimitación fronteriza. Fueron nuestros informantes quienes co–construyeron, en el acto
de “narrar–nos” sus impresiones y de “narrar–se” como habitantes fronterizos, un entramado

1
Se agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma
de México (DGAPA–UNAM) por el apoyo recibido para la realización del proyecto No. IN303217 del Programa
de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT), “La frontera Chiapas–Guatemala:
territorio, problemáticas y dinámicas sociales”, bajo la responsabilidad de la primera autora y con la participación de
la segunda y tercera. De ese proyecto se desprendió el presente artículo.
2
Retomamos “vida cotidiana” en su acepción simple como las diversas formas en que las personas se posicionan en el
mundo. Comprendemos la complejidad del concepto y los debates respecto a él principalmente surgidos de la propuesta
fenomenológica de Alfred Schutz. Sin embargo, no es objeto de este trabajo tomar una posición respecto a ello.
3
El objetivo del proyecto fue identificar, describir y reflexionar de manera colectiva sobre la complejidad que
encierran las dinámicas sociales en la franja fronteriza Chiapas–Guatemala. Participaron investigadores y estudiantes,
antropólogos, historiadores y especialistas en estudios rurales. En otros productos de la investigación (en proceso de
publicación) se presentan los resultados del proyecto.
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de significados complejo y heterogéneo que se deslinda de —y, en muchos casos, se contrapone


con— los imaginarios (Castoriadis, 1989) de la frontera sur como espacio de violencia,
migración y abandono por parte del Estado mexicano. Nuestra labor posterior se centró en el
análisis sistemático de narrativas seleccionadas para, a su vez, construir cada uno de nosotros su
propia interpretación narrativa. En este texto únicamente reflexionamos sobre cómo realizamos
esta labor y las diferentes etapas de aprendizaje que la misma conllevó, mas no presentamos los
diversos resultados surgidos de la investigación.
El artículo está organizado de la siguiente manera: en un primer apartado, hacemos una
reseña sobre cómo se estudian las fronteras hoy en día, justificando las concepciones que nosotros
retomamos para este trabajo; en el segundo, presentamos una apretada síntesis de los estudios
sobre la frontera sur —en perspectiva histórica y presente—; en el tercero, discutimos el enfoque
narrativo como enfoque metodológico; y, en el cuarto, mostramos la aplicación del enfoque
narrativo al estudio realizado. Concluimos con una reflexión sobre el uso de la metodología para
el estudio de las fronteras.

Sobre las fronteras como objeto de investigación: territorios y vida cotidiana


Frontera, en su acepción más amplia, es todo aquello que separa y establece una división en cualquier
ámbito de la vida. En el espacio de lo socio–político el término frontera alude a algo más complejo,
más allá de que sea considerada como marca de cualquier división social: es la manera de definir
dónde termina y empieza algo diferente. Sin embargo, para análisis más profundos, se requiere
abordar una serie de debates sobre su definición e interpretación, en los que las diversas definiciones
de frontera surgen de acuerdo con los intereses que se pretendan evidenciar o analizar.
Passi (2005) menciona que no existe una teoría general sobre fronteras, dada la variedad y
la especificidad de los territorios que las componen, por lo que sugiere teorizar atendiendo a su
especificidad. Por ello, nos parece pertinente, como han hecho otros estudiosos, retomar algunos
acercamientos a la definición de frontera con el fin de enmarcar nuestra investigación en una idea
general que nos permita llegar a conclusiones ordenadas.
En ese entramado teórico, son las fronteras de los Estados nacionales las más conocidas y
estudiadas. El término nos remite a la delimitación jurídico–administrativa, que toma forma en
la línea de demarcación del límite que divide dos Estados nacionales. Pero las fronteras también
se marcan en el mundo global para efectos de entender, por ejemplo, cómo funciona el capital
a través de la división internacional del trabajo o al interior de un país, tanto como delimitación
política como para la aplicación de políticas públicas. Para estos casos, se realiza un proceso
de regionalización, con el fin de atender de manera diferenciada a población con necesidades
distintas, que lleva a una división territorial bajo criterios de similitud y diferencia, de tal manera
que la política pública puede tener mayor precisión y una evaluación pertinente.
Esta discusión ha sido ampliamente analizada desde los estudios regionales, en los que las
regiones son entendidas como territorios que comparten similitudes y, por ello, se marca una
delimitación para dividirlos de otros con características diferentes. Aunque se da por sentado que
estas regiones configuran entidades territoriales con un alto grado de heterogeneidad, la utilidad

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de marcar fronteras es ampliamente aceptada. Obviamente, siempre será posible establecer nuevos
límites al interior de estas, evidenciando así el hecho de que las fronteras nunca son objetivas ni
permanentes.
En ese sentido, las fronteras físicamente existentes —aunque pueden ser modificadas—
son las políticas, especialmente aquellas que dividen Estados nacionales. De ahí que en el
campo de estudios de fronteras haya prevalecido el foco sobre las fronteras jurisdiccionales
como contenedores de las políticas del Estado–nación.
Para efectos de la investigación que nos ocupa, nos interesaba una definición de frontera
más amplia que incorporara la línea fronteriza, es decir, la división política entre dos Estados
nacionales, y que no se restringiera a esta última. Así, nos propusimos estudiar la franja
fronteriza Chiapas–Guatemala desde la categoría (o noción) de región, es decir, un conjunto
de territorios que comparten una identidad fronteriza que funciona como aglutinante de
diversos paisajes culturales y políticos. Nuestro estudio se limita a los territorios chiapanecos
de esta franja fronteriza, siempre tomando en cuenta la heterogeneidad de las formas de vida
al interior de los mismos.
Teóricamente, la concepción de frontera como línea divisoria ha sido ampliamente
superada, substituida por conceptualizaciones espaciales en las que la línea es parte de un espacio
social que imprime ciertas particularidades. En este sentido, términos como región fronteriza o
transfronteriza, zona fronteriza, paisaje–frontera o espacio fronterizo buscan enfatizar la visión
de las fronteras como regiones que desarrollan identidades con un componente fronterizo
(Amilhat, 2015; Benedetti, 2014; Brambilla, Laine y Bocchi, 2016).
Los últimos desarrollos en el campo de los estudios fronterizos —cercanos a perspectivas
constructivistas o post–estructuralistas (Bürkner, 2017)— conciben las fronteras como entidades
complejas, multidimensionales y multifuncionales en continua reformulación (Laine, 2016). No es
de sorprender, entonces, que las fronteras se entiendan hoy como construcciones socio–históricas
(Paasi, 2010), en torno a las cuales confluyen y se solapan múltiples demarcaciones (Haselsberger,
2014). La multiplicidad de las fronteras implica, también, la coexistencia de diferentes significados
en relación a las mismas por parte de los diversos actores que en ellas interactúan, significados que,
además, son provisionales y dan lugar a un entramado de sentidos insertados en configuraciones
de poder desiguales (Sohn, 2015). Bajo esta perspectiva, el uso del análisis narrativo es plenamente
pertinente para revelar esa multiplicidad.
Estas conceptualizaciones facilitan teóricamente la comprensión de las fronteras como
regiones organizadas en torno a la división entre estados con status identitario propio, más allá
de su concepción como espacios periféricos, confines del Estado–nación. Embonan, además, con
el interés primordial de nuestro proyecto. Con estas consideraciones y con la finalidad de partir
de una definición clara y específica que nos permitiera realizar el estudio, de acuerdo al objetivo
planteado, retomamos la siguiente definición:

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La frontera no es una entidad fija y permanente, sino, en todo caso, una realidad cambiante y
relacional, que se define y redefine por las prácticas materiales y simbólicas de la sociedad, que van
estableciendo un determinado ordenamiento del espacio, a la vez que permiten la diferenciación
—y eventualmente el rechazo o el deseo de establecer diferentes formas de cooperación— con el
otro ubicado allende el límite (Benedetti, 2017: 99).

Esta definición nos permite comprender la complejidad del objeto de estudio y determinar qué
observar en el proceso de investigación. La consideración de que la frontera no es algo predefinido
a priori, tangible y objetivo, fijo e inmóvil, nos permite recortar y seleccionar lo fronterizo en un
territorio específico, de acuerdo con los intereses del proyecto. Así pues, partimos de reconocer
que “Las fronteras son espacios de condensación de procesos socioculturales. Esas interfaces
tangibles de los estados nacionales que unen y separan de modos diversos, tanto en términos
materiales como simbólicos” (Grimson, 2001: 93).
Esto nos lleva a entender que la frontera abarca aquellos territorios donde se identifican las
características propias de una convivencia entre dos espacios socio–culturales divididos por una
línea, una demarcación fronteriza. La siguiente reflexión ayuda a aclarar esta idea:

Las zonas fronterizas constituyen espacios liminales donde se producen a la vez identidades
transnacionales, así como conflictos y estigmatizaciones entre grupos nacionales. Como zonas
de expansión y de límite, se reconfiguran para cumplir nuevas funciones en el nuevo orden global
y regional. En diversas regiones se manifiestan dos procesos aparentemente contradictorios: la
construcción de distinciones identitarias, y la construcción de elementos o rasgos compartidos
por sus habitantes más allá del límite político existente (Grimson, 2001: 93–94).

Considerando estas reflexiones, los investigadores del proyecto nos propusimos demostrar que
la frontera, como límite, es también generadora de formas innovadoras de adaptación a esta
condición de ámbito fronterizo. La convivencia en la franja fronteriza permite la reproducción
de ciertas características culturales, posibles de observar a partir de la ocupación, manejo,
significación, defensa y apropiación del territorio.
Frente al espacio de lo cotidiano, las fronteras constituyen también lugares estratégicos en
el proceso de globalización, pues en estas se presentan dinámicas conflictivas para los Estados y
los pueblos. En este sentido, se fijó como indispensable construir un enfoque multidisciplinario
y específico para su estudio, que aportara una visión renovada y abarcara la complejidad de la
dinámica fronteriza, en específico entre Chiapas y Guatemala. Una visión que enlazara —y enlace—
el ámbito de lo cotidiano con los flujos humanos y económicos desatados a partir de procesos
vinculados a la globalización.
El estudio de las fronteras como lugares privilegiados para observar procesos relacionales y
flujos derivados de las dinámicas de la globalización ha tenido un lugar destacado en el campo
de los estudios de frontera. Así, predominan las miradas que se enfocan a la dimensión de
cierre y bloqueo de las fronteras, con el abordaje de temáticas como los flujos de migración
indocumentada, los procesos de re–fronterización o la securitización de las fronteras a partir de la

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invisibilización de los dispositivos de control y cierre fronterizo (Amilhat, 2015). Sin embargo, ha
recibido menor atención la comprensión de la frontera como ámbito de coexistencia —histórico
y a menudo asimétrico— de entidades sociales y culturas ancladas a un territorio que se construye
día a día en la interacción cotidiana (Grimson, 2000).

La frontera sur: perspectivas históricas y actuales para su estudio


Tomando en cuenta nuestros intereses y experiencias individuales, así como el objetivo del proyecto,
acordamos revisar la bibliografía sobre el estudio de fronteras y específicamente sobre la frontera sur.
El proyecto partió del supuesto de que la franja fronteriza Chiapas–Guatemala posee una indudable
importancia social, política y cultural, que tiene un origen histórico común: se constituyó a partir
de la separación de un solo territorio jurisdiccional y cultural (la Capitanía General de Guatemala).
De ahí que, hasta el día de hoy y en todas las relaciones sociales de la vida cotidiana, coexistan
elementos comunes que unen a las poblaciones de uno y otro lado de la frontera con otros que
los separan y que son producto de la misma línea marcada por la construcción de ambos Estados
nacionales. Esta coexistencia de elementos unificadores y diferenciadores no se percibe fácilmente,
pero explica en gran medida la complejidad social del territorio.
Los estudios históricos que han dado cuenta de la formación de la frontera y del origen
histórico común de la actual franja fronteriza constituyen hoy en día un nutrido cuerpo de literatura
historiográfica. Como indica Fábregas Puig (2015), pionero de los estudios sobre la frontera sur,
fue el antropólogo e historiador Jan De Vos quien encabezó las investigaciones más importantes
acerca de la región fronteriza. Sus textos permiten comprender los procesos de construcción de
esta frontera. Su libro Las fronteras de la frontera sur. Reseña de los procesos de expansión que figuraron
la frontera entre México y Centroamérica (1993) es un ensayo en el que el investigador se propuso
resumir y analizar un proceso histórico de más de diez siglos, tratando de sintetizar la historia de la
frontera de México con Belice y Guatemala desde el Clásico Temprano (300–600 d.C.) hasta los
últimos años del siglo XIX. A lo largo del texto, el autor presenta la problemática de la frontera sur
desde las aspiraciones hegemónicas de diferentes centros de poder “que llegaron a demarcar sobre
el territorio de la región sus respectivas zonas de influencia” (De Vos, 1993: 12).
Después de poco más de una década salió a la luz el libro Espacios diversos, de los historiadores
Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez (2006). La obra constituye una
historia general de la frontera sur de México desde la Independencia hasta finales del siglo XX,
que da cuenta de los procesos sociales que se desarrollaron en los territorios limítrofes, así como
de la historia diplomática que buscó configurar los trazos geopolíticos que determinaron el
territorio nacional. Uno de los objetivos centrales de dicha investigación fue la caracterización
geopolítica de esas fronteras diversas, así como el análisis de los aspectos específicos de “su
condición limítrofe, su interacción con regiones vecinas y la problemática específica que cada una
de ellas ha representado en diferentes épocas para el Estado mexicano” (Castillo, et al., 2006: 9).
En una línea semejante a la obra anterior, el reciente libro de Mario Vázquez Olivera,
Chiapas mexicana (2018), aborda la gestación de la frontera entre México y Guatemala durante
la primera mitad del siglo XIX. La gestación de la frontera, entendida como la determinación de

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los linderos nacionales relevante en la formación de los Estados modernos, es analizada a partir
del proceso histórico que tuvo como resultado la anexión de Chiapas a México y la importancia
que dicha provincia tuvo para la formación del territorio nacional mexicano. A lo largo de las
páginas, el autor descubre que la integración de Chiapas a México fue resultado de la articulación
entre factores políticos locales, proyectos de escala nacional y elementos propios de la interacción
estatal —entre los que se encuentran la gestión diplomática y las alianzas externas—.
Así pues, en los estudios históricos se iniciaron, y a partir de ellos proliferaron, las
investigaciones sobre la frontera sur. Pese a ello, el abanico de procesos históricos pendientes
de analizar es amplio, especialmente a la luz de los acontecimientos y problemáticas recientes,
cuyo origen es necesario revelar para poder comprender el presente actual en los territorios de la
franja de la frontera sur de México.
Fábregas Puig (2015) ha señalado que a partir de la década de 1980 se incrementó el interés
por estudiar la frontera sur y ello se debe a varios aspectos: primero, la frontera sur se visibilizó
como un problema de seguridad nacional para el Estado mexicano a raíz de la Guerra Civil en
Guatemala y otros procesos armados en Centroamérica; segundo, México buscó tener el control
sobre esta región con la incentivación del turismo en la Riviera Maya; tercero, los proyectos
de exploración dirigidos a encontrar y explotar nuevas fuentes energéticas de hidrocarburos; y,
finalmente, en tiempos más recientes se identifican otros factores que llamaron la atención de
los estudiosos, como el expansionismo de los Estados nacionales y las políticas de contención
migratoria puestas en operación como resultado de la presión norteamericana.
Sin embargo, los estudios etnográficos aún son limitados, especialmente cuando se comparan
con la prolífica literatura de la frontera norte, lo cual es perceptible desde el momento de la
búsqueda bibliográfica sobre fronteras en México o en las referencias que hacen los especialistas en
estudios de fronteras, donde resalta la bibliografía sobre la frontera norte. Una posible explicación
es que no existen límites culturales marcados entre los estados; por lógica, los territorios de la
frontera sur son un continuum, en comparación con las distinciones que supone “lo mexicano”
de la cultura anglófona en la frontera norte.
En la vida cotidiana de la frontera sur son fácilmente perceptibles los procesos de integración
como resultado de la raíz cultural maya. A su vez, también son obvios los procesos de división que
complejizan la vida en la frontera y que se manifiestan en conflictos importantes de identificar
para entender la vida en estos territorios: disputas por la tierra, el agua, socio–ambientales,
religiosas y políticas; todos ellos presentes a uno y otro lado de la línea divisoria, pero cuyas
configuraciones toman distintas formas a raíz de la presencia diferenciada del Estado–nación
mexicano y guatemalteco.
También cabe recalcar que los numerosos estudios que hay sobre problemas en esta franja
fronteriza no tienen como objetivo discutir la frontera como objeto de investigación; aun así, es
indiscutible que en los últimos años los estudios que tienen como preocupación la frontera sur se
han multiplicado —esto es perceptible no por la cantidad de publicaciones nuevas, sino por los
grupos de investigación emergentes que se están conformando en la actualidad—.
Algunas de las investigaciones más destacadas sobre esta región se han especializado en el
estudio de la frontera con relación al Estado–nacional mexicano (Fábregas Puig, et al., 1985;

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Fábregas Puig, 1992, 1994, 1997, 2003, 2005; Fábregas Puig y González Ponciano, 2014), en el
análisis de la línea en términos de relaciones económicas y procesos de globalización (Villafuerte,
2017; Ordóñez, 1994), y en los estudios sobre migración (Villafuerte y García, 2008; García y
Villafuerte, 2014; Martínez, 1994).
Otras investigaciones constituyen un esfuerzo importante por explicar las complejidades
culturales que encierra la vida en la frontera —por ejemplo, estudios sobre identidad,
reivindicaciones indígenas y de territorios ahora divididos, realizados por Hernández (2012),
Limón (2008) y Kauffer (1997)— o aquellos que versan sobre la delimitación y disputas por
cuencas hidrográficas fronterizas (Kauffer, 2011).
A partir de esta revisión, que reconocemos como no exhaustiva, nos pareció fundamental
abordar el estudio sobre la frontera sur desde una perspectiva que retomara los procesos históricos,
en un esfuerzo por construir una narrativa sobre la frontera que incluyera reflexiones desde la
historia y su vínculo con los procesos actuales. Así pues, el reto fue integrar las diversas disciplinas
de las ciencias sociales que confluyeron en el proyecto, con el objeto de ofrecer una mirada
profunda sobre la vida cotidiana fronteriza y enraizada en la historia.

Narrativas para el análisis de la realidad social en la frontera sur


El uso de narrativas como foco de investigación cobró auge con el llamado giro interpretativo en
las ciencias sociales, que algunos autores sitúan a mediados de los años 80 (Riessman, 2008: 15),
y que supuso el quiebre definitivo de una concepción de la investigación social fundada en la
equivalencia directa entre realidad y relato. El interés por lo biográfico y lo personal, por la
reflexividad y la intersubjetividad, por las relaciones mediadas por el poder, por lo visual o el
lenguaje establecieron una brecha cada vez mayor con las tradiciones realistas y positivistas
(Riessman, 2008: 17). A la teoría de la correspondencia (“relato equivale a realidad”) se superpone
la teoría interpretativa y su concepción de que los relatos, lejos de ser “espejos pasivos del mundo
exterior, son interpretaciones activamente construidas sobre él” (Guber, 2011: 41).
La etnometodología lleva un paso más allá este giro interpretativo, rompiendo con la
ontología realista que todavía subyace al mismo: es el propio acto de narrar el que construye el
mundo social, el que dibuja realidades teñidas por la experiencia cotidiana del narrador, imbuida
en un contexto específico, fuente de sentidos compartidos, sentidos que se producen y reproducen
en la interacción con los miembros del grupo de origen del narrador. A través del lenguaje y del
contexto de interacción, que también se crea en el acto narrativo, estos sentidos generan un orden
social (Guber, 2011: 41, y siguientes).
Desde esta óptica, los relatos se entienden como interpretaciones construidas a partir de
experiencias y realidades subjetivadas, susceptibles de ser descritos e interpretados desde múltiples
ángulos culturales. Al respecto, Jimeno (2016) señala que:

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[…] el enfoque narrativo se hace fértil para la investigación antropológica, en la medida en que
[…] desdibuja las distinciones entre relato objetivo y subjetivo, real e imaginario, y nos obliga a
pensar en cómo, sin caer en el nihilismo o en el relativismo extremo, podemos comprender las
relaciones entre producción narrativa, sujeto, grupo social y formación cultural (Jimeno, 2016: 9).

Hoy en día, la interpretación de textos emanados del acto de narrar para dotar de sentido y
significado a la realidad inmediata ha trascendido los límites de la disciplina antropológica y los
estudios culturales, ámbitos por excelencia del análisis narrativo. En el amplio espectro de las ciencias
sociales, el estudio de lo social y lo humano a partir de narrativas —de su construcción, estructura,
contenido, interpretación y reproducción— se perfila como un campo de rápida expansión (Squire,
Andrews y Tamboukou, 2014). Así, la ubicuidad de las narrativas como método y como objeto de
investigación es un hecho en campos tan diversos como la educación, la salud, la psicología social,
los estudios de género, los ambientales, los de movimientos sociales o los de historia, y se expande
más allá de lo personal, para incluir también narrativas emanadas de sujetos sociales y abordar
fenómenos macro–estructurales, movimientos sociales o cambios políticos.
Esta ubicuidad y transdisciplinariedad fueron elementos clave que permitieron, en el
proyecto objeto de este análisis, una articulación multidisciplinaria que sin suprimir la diversidad
de intereses y disciplinas aglutinara al equipo de investigación bajo un objetivo común y una
metodología flexible.
Lo anterior, que en sí mismo confirma el potencial analítico de las narrativas, puede llevar
a cierta confusión en el modo en que se concibe y se define lo narrativo o la narratividad desde
las diferentes disciplinas académicas. La cuestión de qué es y qué no es narrativa, así como
de los elementos mínimos constitutivos de la misma, no son temas que respondan a una sola
enunciación. Al contrario, las revisiones y manuales más recientes sobre el análisis narrativo
(ver por ejemplo Bischoping y Gazso, 2015; Shenhav, 2015; Squire, et al., 2014) dan cuenta
del amplio rango de aproximaciones teóricas y metodológicas existentes. Así que su utilidad
depende del área de estudio, la temática, la profundidad y anclaje epistemológico con que
fundamentamos el uso del análisis de narrativas para abordar nuestra pregunta de investigación.
Polisemia y transversalidad disciplinaria son, entonces, las características determinantes del uso
de las narrativas como forma de investigación social y cultural.
Esta reflexividad no se limita al momento presente: también la historia ha incorporado el
análisis narrativo al estudio de la realidad social en el pasado. Puesto que desde esta perspectiva
tiene un lugar relevante en el proyecto de investigación que nos ocupa, fue necesario revisar cómo
desde la historiografía se entiende y se incorpora el análisis narrativo. Hayden White (1992) fue
quien debatió y problematizó la relación entre discurso y narrativa histórica. Asunto de suma
importancia para la teoría de la historia, partiendo de la suposición de que la narrativa no es
solamente una forma discursiva neutra, que pueda usarse o no para representar acontecimientos,
sino que se trata, más bien, de una forma discursiva que supone elecciones epistemológicas y
ontológicas que poseen implicaciones políticas e ideológicas. Todo esto dentro del debate acerca
de en qué medida la narrativa histórica es o no una representación fidedigna de la realidad.

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El autor afirma que desde varias disciplinas las narrativas han dejado de ser un problema
y han llegado a considerarse la solución a la disyuntiva de cómo traducir el conocimiento en
relato. Porque “podemos no ser capaces de comprender plenamente las pautas de pensamiento
específicas de otra cultura, pero tenemos relativamente menos dificultad para comprender un relato
procedente de otra cultura, por exótica que pueda parecemos” (White, 1992: 12). La narrativa,
por ello, constituye un “metacódigo” sobre el cual se transmiten mensajes “transculturales” acerca
de una realidad común (White, 1992: 12), por lo que permite a los investigadores acercarse a la
representación de una realidad.
La historiografía constituye, según White, una base idónea sobre la cual reflexionar sobre la
naturaleza de la narración y la “narratividad”, porque el anhelo de lo imaginario y lo posible que
existe en ella debe enfrentarse a las pretensiones de lo real (White, 1992: 20). Si se considera a la
narración como un instrumento por medio del cual se resuelven, en un discurso, las presunciones
de lo imaginario y lo real en conflicto, se comprende el atractivo de la narrativa como herramienta,
así como las razones para rechazarla. Pero ¿qué tipo de realidad histórica se puede ofrecer de
otra manera que no sea mediante la narrativa? Si bien es cierto que esta pregunta y sus posibles
respuestas no resuelven los asegunes de la narrativa, lo que sí es claro es que la “narratividad”
constituye una forma de representación de los acontecimientos que se consideran reales en vez de
imaginarios (White, 1992: 20).
Para que un relato sea considerado como histórico no es suficiente que se enumeren en
él acontecimientos o que estos sean representados en orden cronológico. Los sucesos deben
ser narrados: “revelarse como sucesos dotados de una estructura, un orden de significación
que no poseen una mera secuencia” (White, 1992: 21). La narración, además, debe contener
un análisis, una interpretación, pues de acuerdo con Peter Gay “la narración histórica sin un
análisis completo es trivial, el análisis histórico sin narración es incompleto” (White, 1992: 21).
Es claro que no toda narrativa historiográfica comprende el total de la realidad. Cada una
de ellas se construye sobre la base de un conjunto de acontecimientos seleccionados, muchos
de ellos pudieron haber sido incluidos, pero en ocasiones se dejaron fuera. Dicha consideración
nos permite preguntarnos qué tipo de noción de la realidad autoriza la construcción de una
descripción narrativa de la realidad (White, 1992: 25). La narrativa es resultado de una imagen de
la realidad del escritor, en la que el sistema social en el que vive está representado “como factor en
la composición del discurso” (White, 1992: 26). Como hemos visto, la mirada y la importancia
de las narrativas no sugiere una diferencia disciplinaria, salvo por las fuentes utilizadas —porque
contienen una misma idea de construcción de conocimiento que no es total ni verdadero, y se
requiere de esa aportación histórica para la comprensión de las narrativas actuales—.
Si bien Riessman (2008) advierte de la variedad de significados adjudicados al término
“narrativa”, señala que su identificación con la noción de relato está ya plenamente aceptada
(2008: 3). Partiendo de que no todo texto (escrito, oral o gráfico) puede ser considerado
una narrativa, Riessman identifica criterios comunes para suponer como texto narrativo a
un recuento de hechos, como son: “la contingencia y la conexión de una serie de sucesos

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conectados a ideas en un orden secuencial y temporal particular, constitutivo de un patrón de


significado. Más allá de estos elementos, el concepto de narrativa se operacionaliza de maneras
diferentes” (Riessman, 2008: 5).
A partir de ahí, cualquier estudio que se auto adjudique la etiqueta de “narrativo” requiere,
antes que nada, hacer explícita su concepción de narrativa, su posición epistémica y su aproximación
metodológica. Desde nuestro proyecto, compartimos una noción de lo que es narrativa con
Coffey y Atkinson (2003: 64, citados en López, 2016: 121), según la cual una narrativa es “un
relato con el que los actores sociales producen, representan y contextualizan su experiencia y
conocimientos” y, agregamos, lo hacen en diálogo con el investigador o la investigadora.
A efectos de nuestra investigación, es útil retomar también los tres usos diferenciados del
término “narrativa” que Riessman identifica: narrativa como la práctica de contar un relato,
es decir, el acto de enunciar; narrativa como dato o material empírico recopilado en campo,
que, en nuestro caso, está contenida en entrevistas y conversaciones de diferente extensión y
profundidad; y, finalmente, narrativa como forma de análisis de los relatos recopilados, es decir,
como el estudio sistemático del dato narrativo (Riessman, 2008: 7).

La producción de narrativas y la construcción del texto


Nuestro enfoque narrativo retoma en parte la propuesta analítica de López (2016), según la cual
el análisis busca priorizar la experiencia humana, el lenguaje y el punto de vista del actor puestos
en juego en la construcción del relato. El foco analítico se centra en identificar los argumentos
centrales y cómo se construyen en un contexto particular. Desde las consideraciones efectuadas
por la etnometodología, el contexto es inseparable de las expresiones habladas que emergen en
la situación de interacción entre el actor y los investigadores (Guber, 2011). Es aquí donde se
ponen en juego distintos entramados de sentido.
Por lo anterior, se desprende que en el análisis de las narrativas consideremos que la tarea
clave del investigador/a social es comprender estos marcos de sentido expresados —implícita o
explícitamente— en narrativas, con el objeto de asomarnos a la interpretación que de la realidad
social configura un grupo humano en un contexto específico.
En la interacción investigador/a­­­­­­–informante es necesario tomar en cuenta que el acceso a
las urdimbres de significados, a los conceptos, valores y símbolos que los sostienen, no requiere
del investigador o de la investigadora una estructura psíquica excepcional, que le lleve a ser parte
del grupo, a convertirse en un “nativo” (Geertz, 1983). Necesita, más bien, asumir activamente
la existencia de su propia racionalidad diferenciada, también construida en actos lingüísticos,
pero a partir de valores, significados y sentidos diferenciados del grupo en el que se da la situación
investigativa. Es ahí donde la reflexividad propia del/de la investigador/a se confronta con la
reflexividad desde la que el narrador de turno configura su mundo. Lejos de abordar el estudio del
mundo social del informante, imponiendo sus propios conceptos, el/la investigador/a necesitará
abandonar o suspender momentáneamente su reflexividad en aras de comprender la reflexividad
del narrador que asoma desde su relato. Siguiendo una vez más a Jimeno:

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En la medida en que la narrativa está construida por sujetos o grupos sociales según sus sistemas
de significación y sus experiencias históricas concretas, se abren las posibilidades para una
comprensión desde fuera. La condición es que se evite la ilusión naturalista del relato y que se
pueda acceder a su entramado de significación. Es decir, siempre y cuando se aboque el esfuerzo
por desentrañar las condiciones particulares de creación y uso social en el contexto etnográfico,
con la conciencia de que se realiza una traducción delicada y de que no se trata de revelar la
“verdad” del relato ni que este consigne “la realidad” (Jimeno, 2016: 14).

Por tanto, el análisis narrativo permite acceder a los significados subjetivos y al sentido de sí mismo
y de la identidad que emerge de las historias que la gente relata sobre su experiencia cotidiana,
en un diálogo no determinado por el investigador. Es, entonces, una aproximación analítica que
captura la dimensión humana y personal de la experiencia vivida, en un tiempo y lugar, a partir de
la escucha reflexiva de los relatos enunciados en el ámbito de la investigación, a la vez que se toma
en consideración la relación entre la experiencia individual y el contexto cultural.
Para evitar la tendencia de imponer los intereses del investigador por encima de otras miradas
sobre el proceso estudiado, se hace ineludible tomar en cuenta el contexto que da coherencia al
análisis y contrastarlo con las diversas miradas de otros colegas. En el contexto de investigación
colectiva este es un aspecto fundamental. No obstante, el enfoque analítico narrativo parte de
reconocer explícitamente la intervención del investigador en la construcción del dato, es decir, el
“dato” no se recopila, sino que se construye en la interacción con el investigador. Como mencionan
Arias y Alvarado (2015):

[…] la metodología de la investigación narrativa se inscribe como una metodología del diálogo
en la que las narrativas resignifican las realidades vividas, y es a partir de la conversación que la
realidad se convierte en texto, construyendo así entre los participantes y el investigador los datos
que serán analizados en el proceso (Arias y Alvarado, 2015: 175).

Sin embargo, no hay que perder de vista que la selección del narrador por parte del investigador está
siempre orientada por una razón y motivación específica: puede ser porque es quien sabe más sobre
el problema, porque es el más viejo, el más joven, por su condición de mujer, por ser el líder o porque
responde a lo que el investigador busca al realizar dicha investigación. Lo anterior influye en el
resultado y las conclusiones de la investigación. Por lo tanto, debe hacerse un esfuerzo por visibilizar
de quién se toma el relato, exponiendo el contexto que rodea al sujeto–narrador. Todo esto para
dar elementos al lector sobre la representatividad de la narrativa y, por lo tanto, evitar el relativismo.
Así pues, la justificación del uso de este enfoque no puede estar basada en la objetividad
o subjetividad que representa, sino en especificar a quién se le da voz y por qué, así como en el
manejo y explicación del contexto, que permite darle sustento a la producción narrativa. Aun así,
la interpretación de los hechos bajo este enfoque constituye una verdad relativa sobre una realidad
específica, ya que, como menciona Arias, “dado su carácter polisémico y transformador, [que]
legitima distintas maneras de configurar la realidad y de relacionarse con ella, de acuerdo con un
momento histórico y un contexto sociocultural” (Arias y Alvarado, 2015: 174).

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Por otro lado, es el narrador quien decide cómo va a organizar su historia: selecciona y da
énfasis a determinados sucesos, y los organiza atendiendo al efecto que busca provocar en la
audiencia (Squire, et al., 2014). Es decir, a pesar de la inevitable injerencia del investigador, la
agencia del narrador queda plasmada en la forma y contenido de su historia y, sobre todo, en
la red de significados que construye con ella y con la que inevitablemente busca influenciar la
opinión de su audiencia.
El análisis narrativo se puede concentrar tanto en el contenido —temas— como en los
significados, en la estructura lingüística del texto narrativo (Squire, et al., 2014) o en ambos
simultáneamente, usando conceptos derivados de la teoría o conceptos emergentes en las historias
que los diferentes narradores construyen sobre su vivencia en la frontera. Este análisis narrativo
tiene el potencial de revelar procesos de construcción y reconstrucción de una posible identidad
fronteriza4, así como de evidenciar elementos retomados de discursos sociales asociados a esta.
Las narrativas constituyen una lectura de una porción de la realidad del narrador que toma forma
a través del diálogo con el investigador o la investigadora.
En nuestro caso, nos abocamos a la producción de narrativas sobre la experiencia de vivir en
la frontera. Esto significa que registramos la forma en que el/la narrador/a de turno conceptualiza
aquellos elementos que son claves en la conformación de un espacio fronterizo; cómo estos se
reorganizan en su relato y qué sentidos, impresiones, valores, creencias o experiencias produce
su narrativa, así como aquellos que son deliberadamente omitidos. El cuadro siguiente resume la
estrategia analítica definida, las tareas y las etapas del análisis:

Cuadro 1. Producción de narrativas: propuesta analítica


• Identificar uso/finalidad de la narrativa: propósito comunicativo y la audiencia receptora; cómo se usa y se reinterpreta
el relato por parte de las audiencias.
• Identificar la fuente de producción de la narrativa: el contexto de emergencia y los escenarios en los que se valida y
circula la narrativa.
• Identificar y describir el argumento subyacente: la estructura de sentido.
• Identificar la evolución y los puntos de cambio de la narrativa: consolidación de la narrativa como campo de
movilización político-social y personal, y sus desafíos.
ANÁLISIS DE CONTENIDO
• Análisis temático: identificar los temas presentes y los ausentes.
• Foco de atención de la investigación en temáticas básicas: vida cotidiana, migración y seguridad.
• Categorías de enunciación del actor social y del sujeto.
ETAPAS EN EL ANÁLISIS GRUPAL
1. Definición y acuerdo de un concepto común de “narrativa”.
2. Contextualización de los diversos escenarios en los que emergieron los relatos.
3. Vincular narrativas locales con datos del territorio.
4. Puesta en común para identificar intencionalidad subyacente.
5. Puesta en común para identificar similitudes y diferencias entre las narrativas locales dentro de los mismos espacios y a través de
estos.
6. Proceso de discusión grupal para adjetivar las narrativas: concepto que englobe sentido y propósito de la narrativa; “titular la
narrativa”.

Fuente: Elaboración propia a partir de Jimeno, 2016; López, 2016; Riessman, 2005, 2008).

4
Entendiendo este proceso como un esfuerzo de integración y diferenciación regional, no como sinónimo de homogeneizar los
diversos territorios al interior de la franja fronteriza.

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Nuestra tarea fue reconstruir y comprender qué interpretaciones conforman los habitantes de lo
que es vivir en la frontera y a partir de qué conceptos propios llevan a cabo esa interpretación,
realizada en un momento particular de sus vidas y en el marco de una situación de interacción
investigativa. Registrar qué historias se cuentan y de qué manera se presentan e interpretan nos
abre una ventana a la comprensión que desde su reflexividad hacen los habitantes de un contexto
fronterizo concreto.

Narrativas en el trabajo de campo: etapas en la construcción de una metodología


común
El proceso de integración disciplinaria resultó el principal desafío del proyecto. La intención de
aproximarnos al territorio de manera colectiva y, además, con objetivos diferentes, planteó un
reto de articulación y diálogo de saberes, miradas e intereses diversos. Sin embargo, nos unió
la idea de interpretar las historias que como individuos, grupo, colectividad o incluso como
nación contamos y nos contamos, es decir, historizar la vida como proceso de investigación de
la misma. Consideramos que esta aproximación abre perspectivas de investigación innovadoras
que permiten entender cómo las personas construyen, dan forma y reelaboran sus formas de ser
y estar en el mundo.
Una de las discusiones metodológicas clave en el seno del equipo del proyecto fue problematizar
las distintas concepciones de frontera mantenidas por los integrantes, puesto que cada uno
partíamos de nociones de “frontera” y “lo fronterizo” diferenciadas, no solo disciplinariamente,
sino también por intereses de investigación dispares. La revisión bibliográfica que realizamos
sobre los estudios de frontera y sobre lo escrito de la frontera sur no resolvió el problema,
porque aun partiendo de las mismas fuentes, las interpretaciones divergían. Sin embargo,
pudimos acordar que en esa riqueza de miradas estaba la clave para ofrecer una interpretación
más compleja de la realidad estudiada.
Con el fin de articular de manera productiva esta diversidad, mantuvimos la idea original de
realizar reflexiones constantes a través de seminarios y evitar así interpretaciones individualizadas
y desligadas del objetivo común de la investigación. De este modo, logramos integrarnos en un
grupo abierto que aceptara las miradas diferentes de los otros, acordando que cada uno podría
mantener su mirada sobre el problema elegido pero sometido a discusión colectiva.
En aras de este fin, nos propusimos realizar el trabajo de campo en grupo. Un primer viaje,
realizado en 2017, tuvo por objetivo recorrer toda la franja fronteriza, conocerla, observarla y
discutirla. Esas miradas fueron compartidas y sometidas a la reflexión colectiva. La experiencia
fue provechosa y muy rica en aprendizaje para todos. Los focos de interés de los antropólogos
no son los mismos que los de los historiadores, los ecólogos políticos o los especialistas en
estudios rurales: compartir las reflexiones desde este amplio rango de perspectivas enriqueció
las miradas individuales.
Sin embargo, esto no fue suficiente. Al término de ese primer recorrido, que dejó a todos
un conocimiento en un mismo momento sobre la franja fronteriza, aún se mantenían las
necesidades individuales de abordar los temas e intereses de investigación propios. Así pues, el

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paso siguiente fue buscar una metodología que pudiéramos compartir para realizar el segundo
recorrido y para redactar los resultados, de tal manera que se mantuviera el eje común del
proyecto. Con el fin de lograrlo, comentamos bibliografía sobre metodologías y experiencias
de investigación colectiva y multidisciplinaria (Contreras, 1998; Fábregas, et al., 1985, 2015;
CEI–UNACH, 1987, entre otros). Nos centramos en una aproximación metodológica que,
de una u otra forma, todos trabajábamos, aunque quizá no de manera explícita: esto es, las
narrativas. Consideramos que concebir las narrativas como enfoque analítico–metodológico
nos permitiría reflexionar sobre el problema planteado desde las diversas disciplinas de los
integrantes del proyecto.
Reiteramos que en este enfoque no se recopila información, sino que el dato se construye
en el proceso analítico de interpretación de los relatos compartidos. En ese sentido, el trabajo
de campo es el lugar donde se genera ese proceso. Por ello, responder a las preguntas ¿cómo
nos acercamos al territorio analizado?, ¿a quién buscamos? o ¿qué preguntamos? se convierte en
una etapa prioritaria del proceso de investigación.Como ya señalamos, el primer acercamiento
al campo estuvo marcado por los diferentes ángulos de observación desde los que cada uno de
los integrantes del equipo abordaba el espacio de investigación, determinado por los intereses
disciplinarios con la clara consigna de buscar respuesta a las preguntas planteadas en el objetivo
del proyecto: ¿cómo se vive la frontera a lo largo de la diversidad de sus territorios?, ¿qué
problemas están vinculados con la noción de frontera? y ¿qué relaciones emergen y cómo se
revelan en la interacción dialógica con los distintos narradores?.
Inicialmente, la forma de acercamiento estuvo dirigida por la búsqueda de narrativas sobre
la frontera de manera amplia, sin una definición explícita y consensuada del término narrativa.
Si bien es cierto que los integrantes del equipo de investigación contábamos con nociones
previas del concepto “narrativa”, abordado desde nuestras especialidades de conocimiento,
no así con un acercamiento metodológico unificado y común desde el que interpretar las
narrativas que nos compartieron y construir nuestra propia interpretación narrativa.
Las entrevistas y conversaciones realizadas dieron lugar a narrativas construidas entre el
grupo de investigación y los actores entrevistados en función de los intereses del proyecto.
Sin embargo, en su construcción se presentaron desvíos lógicos de intereses particulares que
llevaron, en el transcurso de la narración, a la emergencia de temas diferentes a los programados.
De igual modo, hubo desviaciones del foco central del proyecto cuando de los actores derivaban
comentarios y preguntas a temas que los investigadores ignoraban. Lo anterior puede ser visto
como un problema en otros métodos de análisis. Sin embargo, desde el enfoque narrativo,
la emergencia de temas no contemplados o desconocidos previamente por los investigadores
constituye un valioso aporte para la construcción de significados y evita imponer una visión
preconcebida del problema de investigación.
Aunado a esto, las preguntas planteadas llevaban contenida la información que teníamos
sobre los territorios fronterizos, información obtenida de la bibliografía, revisada de la prensa local
y nacional, así como de otras investigaciones publicadas. Las preguntas estaban condicionadas
y orientadas por una idea previa de lo que es la vida en la frontera, según nuestras propias
interpretaciones. No obstante, la aproximación desde las narrativas nos permitió ver otros

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problemas y otras formas de vivir la frontera que se alejaban de nuestras impresiones intelectuales
previas. Posteriormente, los relatos compartidos durante este primer recorrido fueron analizados
bajo la lógica del análisis narrativo.
En el segundo recorrido grupal hecho en 2018 ya habíamos dedicado tiempo del seminario
para discutir y precisar la metodología, y determinado que nos guiaríamos por las narrativas como
enfoque analítico. En ese sentido, en el transcurso del trabajo de campo, y mientras recorríamos
los diversos puntos de la franja fronteriza, pusimos en diálogo distintas narrativas. Por ejemplo,
aquellas relativas a la movilidad del cruce de la frontera, a lo cotidiano, a los negocios, a la salud, a
la educación, a la violencia o a los aspectos laborales, entre otras. Es decir, en esta etapa decidimos
segmentar las narrativas múltiples sobre la frontera y la vida cotidiana en la misma en temáticas
específicas que acotaran el entramado —en ocasiones caótico— de ese magma narrativo.
Para esta fase, las distintas subjetividades que cada uno introducía en el proceso investigativo
estaban plenamente asumidas. Así, con cada persona que mantuvimos conversaciones, en una
especie de diálogo colectivo, tratamos de ubicar al narrador de turno en su contexto: quién es, a
qué se dedica, por qué piensa de una manera determinada, por qué opina a favor de una mirada
y no de otra... Todos estos cuestionamientos situaron al narrador y a su narración en un punto
determinado del espacio social e histórico, y nos ayudaron a comprender ese espacio subjetivo
que emana en la narración de sucesos pasados y presentes, ordenados en una lógica propia del
narrador no siempre rastreable por los que escuchábamos su historia.
En la literatura sobre la región, la visión de la frontera sur está a menudo relacionada con
la idea de violencia y migración, donde hay continuo paso de migrantes, tanto legales como
ilegales, a los que se alude como causa primera de la disrupción de lo cotidiano. Los habitantes de
la frontera beben también de esta narrativa, a pesar de la larga historia de continua convivencia.
Es indudable la dificultad de identificar la frontera en términos materiales, físicos. Si bien
hay una línea trazada y reconocida por lo Estados nacionales, la misma está ausente en enormes
porciones del territorio fronterizo. La población que la habita tiene una conciencia muy reciente
de la existencia de la frontera como obstáculo al tránsito y al intercambio. Esa conciencia es además
muy variable, dependiendo de los distintos tramos fronterizos. Así, en el tramo del Soconusco
tiene lugar una intensa relación transfronteriza dado que hay fuertes relaciones comerciales e
históricas; este es un territorio separado por la frontera donde siempre se ha mantenido una
importante relación, tanto en la vida cotidiana como en otros ámbitos, un ejemplo de ello
son los negocios y los servicios. Por otro lado, en el segmento de Frontera Comalapa hay una
importante población indígena; ahí se comparte lengua e incluso grupos sociales, como por
ejemplo los jacaltecos, pueblo guatemalteco que quedó dividido por la frontera. Los habitantes
del lado chiapaneco mantienen comunicación con sus coterráneos del otro lado a través de una
intensa convivencia familiar. Aquí la frontera está delimitada por la línea fronteriza pero las
relaciones culturales, personales y familiares se mantienen. En los territorios de la Región Selva
cuentan otra historia fronteriza, la de poblados de reciente creación a ambos lados de la frontera
como producto de la expansión de los Estados nacionales hacia áreas despobladas y agrestes,
colonizados por gente que habita una y otra parte, arribada desde el lejano interior de sus países.

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Así pues, como primer resultado de estos recorridos y escuchando lo que la gente relata de sus
vidas, de su relación con la frontera, y a partir de las condicionantes geográficas y la presencia o
ausencia de instituciones migratorias, podríamos generalizar y hablar de que existen tres regiones
en la franja fronteriza y tres grupos de poblaciones fronterizas5. Esto, sin olvidar que todo intento
de regionalizar implica encontrar características que unen y divergencias que separan.
Esta forma de construir el dato requiere de la “memoria”, de hecho es indispensable
recurrir a ella y orientarla hacia lo que queremos saber. Por ello, fue importante preguntarles
a las personas sobre su origen, sobre todo a aquellas oriundas de lugares externos a la frontera.
Los recuerdos surgieron con vehemencia: recordaron a sus familias, lo que dejaron en su tierra
natal, el momento en que tomaron la decisión de abandonar su territorio, cómo fue su vida al
llegar a su nuevo hogar. Para el caso de los habitantes de la Región Selva esto fue definitorio:
recordaron cómo abrieron brecha, cómo era el territorio cuando llegaron, quiénes venían con
ellos, cómo fundaron los poblados, qué comían y las carencias por las que pasaron, con quiénes
hablaban y cómo, en ocasiones, habitantes del otro lado de la frontera les apoyaron con alimentos
y materiales a establecerse en lugares vírgenes y alejados del tutelaje del Estado. Estos recuerdos
los llevaron a pensarse y posicionarse en relación con la frontera, algo sobre lo que, como algunos
comentaron, no habían reflexionado antes. Puesto que sus poblados son recientes, construidos
por ellos mismos, también lo es su relación con los del otro lado, una relación marcada por la
cercanía y por la cotidianidad al compartir un territorio dividido por una línea invisible.
En el caso de la región de Comalapa y del Soconusco, los recuerdos de la frontera no remiten
a esta idea de territorio confín, frontera de la civilización. En estas zonas, los territorios poblados
fueron divididos por la franja fronteriza y las familias quedaron separadas. Sin embargo, esta
división no se percibe como algo extraño, ajeno a su vida; la frontera aquí está naturalizada y es
parte del mundo de vida cotidiano. El recuerdo surgido de la conversación ayudó a reflexionar
y reformular el proceso de fronterización vivido. En el acto de narrar, los narradores llegaron a
pensar la frontera como un hecho histórico y no “natural”, es decir, que esta sí existe y sí marca
una diferencia nacional y hasta identitaria: a partir de un punto es México y del otro lado es
Guatemala. Esto sin alterar el hecho de que van y vienen a través de ella sin mayores restricciones.
Así pues, y retomando nuestra definición inicial de “narrativas”, pudimos constatar el
potencial transformador que algunos autores adjudican a la acción de narrar la historia personal
y colectiva, o su capacidad para desestructurar creencias fijadas en la inercia cotidiana.
De igual modo, también en el seno del equipo de investigación, estas modificaciones y ajustes
a visiones previas tuvieron presencia. Además, como parte del trabajo de campo, llevamos a cabo
procesos de reflexión colectiva intragrupal para analizar los relatos escuchados. Esas reflexiones
evidenciaron las diversas miradas que sobre estos se pueden construir, pero también revelaron
la riqueza de compartir miradas que complejizan, aún más, la interpretación de las verdades
personales expuestas y construidas en el diálogo narrativo.
Una de las primeras reflexiones que podemos adelantar, como resultado de las interpretaciones
sobre las narrativas compartidas, es que los habitantes de la frontera tienen en común un

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Esto no es nuevo, varios estudios reconocen la posibilidad de referirse a estas subregiones fronterizas. Ver Polhenz,
1985.
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imaginario, histórico y presente, tanto de la frontera sur de México como de su contraparte


norteña, que nos remite a procesos de migración, de violencia y marginación, de territorios sin
ley o, más actualmente, de espacios sujetos a dispositivos de control y militarización destinados
a filtrar el flujo incesante de población que huye de la pobreza y la falta de oportunidades en sus
países de origen.
Gran parte de los estudios que vinculan la noción de frontera con la de narrativas mantienen
y actualizan este imaginario, donde lo migratorio y su narración como experiencia de vida ocupa
un lugar destacado. En ese sentido, se percibe una fuerte influencia de los mensajes de los medios
de comunicación sobre las fronteras: en varios casos, las personas con las que conversamos nos
repitieron que “hay violencia y hay migrantes ‘malos’”, como respuesta a preguntas precisas
sobre hechos concretos; no obstante, difícilmente podían indicar una situación cotidiana que
reflejara su valoración negativa de la migración como hecho violento, y, en varios casos, daban
ejemplos vistos en la televisión. Derivado de lo anterior, podemos afirmar que gran parte
de lo que se piensa sobre la frontera está basado, y remite, a observaciones hechas desde una
perspectiva externa a lo vivido en su espacio cotidiano. A medida que en las entrevistas y diálogos
planteábamos preguntas cada vez más concretas, constatamos cómo cambiaba la percepción del
narrador de turno. Así, pudimos registrar narraciones que comenzaban afirmando que la vida en
su territorio “es muy buena, que no hay violencia y que no hay problemas” (narrativa positiva del
entorno transfronterizo), para pasar después, mientras se desarrollaba la conversación, a temas
conflictivos, cercanos a la narrativa mediática de la frontera como territorio violento.
En este punto, nos aventuramos a afirmar que la frontera y lo fronterizo producen una
bipolarización narrativa en la que, por un lado, existe la vida cotidiana, aquel espacio conocido y
normalizado en sus territorios, marcado por la amplia convivencia con la población de Guatemala,
el intercambio de todo tipo, las buenas relaciones y las dependencias en algunos aspectos como
en el ámbito de lo económico; y, por el otro, corre de manera paralela la realidad cruda de la
migración, del contrabando y las mafias, de la ilegalidad y la violencia, institucionalizada o no.
Sin embargo, esa bipolaridad no se expresa siempre en hechos opuestos y diferentes: una misma
realidad social puede ser leída en clave narrativa bipolar. Por ejemplo, en el lado del Soconusco, la
presencia numerosa de los trabajadores guatemaltecos permiten que las diversas empresas asentadas
en la zona cuenten con una mano de obra barata y abundante; en el ámbito doméstico, la situación
de trabajadoras guatemaltecas empleadas en hogares tapachultecos con mayor o menor prevalencia
de sus derechos; o en el caso de la zona fronteriza en la Región Selva, donde hay un importante
intercambio comercial, que, sin embargo, rara vez es reconocido —fue necesario interpelar
de manera reiterada para que la realidad de ese intercambio agrícola y ganadero con el vecino
guatemalteco fuera expresada—.
La narración construida para cada uno de estos ejemplos puede ser leída en clave positiva o
negativa, dependiendo del narrador y su ubicación en el ajedrez social y cultural. Esta bipolaridad
referida a la convivencia con la existencia de una frontera toma quizá su máxima expresión en
aquellas narrativas que enfatizan “su no–existencia”: es la frontera obviada, la frontera convertida
en algo tan cotidiano que no llama la atención y no genera efectos reflexivos en las personas
que conviven con ella. Como nos compartía un habitante fronterizo a raíz de la conversación

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mantenida: “nunca había pensado que vivía en la frontera”; o como la toma de conciencia de la
existencia de la frontera por una habitante de Unión Juárez, en las faldas del Tacaná: “ahora sí
vivimos como en frontera”, haciendo referencia a la violencia que se ha desatado en los últimos
años en los pasos fronterizos y marcando una diferencia con un pasado no muy lejano donde a
pesar de vivir en un espacio fronterizo vivían como si este no existiera.

Reflexiones finales: ¿qué aportan las narrativas a los estudios multidisciplinarios


y sobre fronteras?
En este escrito recogemos la experiencia vivida y reflexionada de un proceso de investigación
basado en la construcción conjunta de conocimiento. Aprehender el territorio fronterizo de
manera colectiva, a partir de registros etnográficos, con miradas desde diversas disciplinas de las
ciencias sociales, nos permitió la construcción de una perspectiva multidisciplinaria fincada en
un constante compartir de miradas diversas y, en ocasiones, contrapuestas.
Para argumentar nuestras reflexiones retomamos algunos debates teóricos sobre fronteras, así
como los resultados de otros estudios sobre la frontera sur y nuestras propias experiencias en el
trabajo de campo; con ello, construimos una reflexión grupal sobre la potencialidad del enfoque
narrativo como metodología de investigación colectiva y multidisciplinaria. Consideramos que
este, retomado con la seriedad que exige, puede dar resultados más acordes con nuestra intención
de revelar narrativas sobre la vida en la frontera que quedan ocultas ante la preminencia de la
narrativa dominante de violencia y migración como hecho conflictivo. Rescata también nuestra
propia reflexividad sobre cómo nos acercamos a la frontera como objeto de estudio, puesto que
no pretendemos hacer afirmaciones acerca de cómo se vive, sino, más bien, ofrecer elementos
que den un panorama de esas formas diversas de vivirla, enumerar las problemáticas fronterizas
desde las diversas perspectivas emergentes en los relatos y, en definitiva, caracterizarla en su
multiplicidad, tal como es, diversa y viva.
El enfoque de las narrativas facilitó en gran medida la interacción multidisciplinaria durante
el trabajo de campo. Partimos de la consideración de que el dato no se obtiene, se construye en el
seno del equipo de investigación y en situación interactiva. Esta cuestión fue contundente tenerla
presente, pues modificó la forma de hacer el trabajo de campo. Como es normal en los grupos de
investigación, no todos y todas llegamos hasta el final. Por diversas razones algunos integrantes
del grupo ya no participaron en la última etapa de trabajo de campo y en la reflexión de los
resultados, pero la mayoría superamos las dificultades y logramos mantener el objetivo común
logrando que las diferencias disciplinarias quedaran rebasadas e integradas para arrojar luz a las
diferentes dimensiones de lo fronterizo.
Esa dificultad primera, de qué piensa el historiador o qué el antropólogo, fue superada
en cuanto colocamos como eje del análisis el dato construido en el contexto. En ese sentido,
consideramos que las narrativas son una opción para investigaciones con las características ya
señaladas: multidisciplinarias, colectivas y en un territorio amplio como las fronteras.

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