Resumen y Análisis de Don Quijote
Resumen y Análisis de Don Quijote
Don Quijote de la
Mancha
(1605-1616)
Miguel de Cervantes
1
condición se refiere tanto a las circunstancias sociales como a la índole personal, y ejercicio, al modo en que ejercita o pone en práctica
unas y otra el protagonista
2
lugar: no con el valor de ‘sitio o paraje’, sino como ‘localidad’ y en especial ‘pequeña entidad de población’, en nuestro caso situada
concretamente en el Campo de Montiel (I, 2, 47, y 7,93), a caballo de las actuales provincias de Ciudad Real y Albacete.
3
‘no voy, no llego a acordarme ahora’ (e incluso ‘no entro ahora en si me acuerdo o no’); quiero puede tener aquí valor de auxiliar,
análogo al de voy o llego en las perífrasis equivalentes; en el desenlace, sin embargo, C. recupera el sentido propio del verbo: «cuyo lugar
no quiso poner Cide Hamete puntualmente...»
4
astillero: ‘percha o estante para sostener las astas o lanzas’; adarga: ‘escudo ligero, de ante o cuero’; el hidalgo que no poseyera
cuando menos un caballo —aunque fuera un rocín de mala raza y mala traza—, en teoría para servir al Rey cuando se le requiriera,
decaía de hecho de su condición; el galgo se menciona especialmente en cuanto perro de caza. Nótese que la adarga, como sin duda la
lanza, es antigua: son vestigios de una edad pasada, en el cuadro contemporáneo (no ha mucho tiempo) de la acción.
5
La olla o ‘cocido’, de carne, tocino, verduras y legumbres, era el plato principal de la alimentación diaria (a menudo, para comer y para
cenar). En una buena olla, había menos vaca que carnero (la vaca era un tercio más barata que el carnero). El salpicón se preparaba
como fiambre con los restos de la carne de vaca, picada con cebolla y aderezada con vinagre, pimienta y sal.
6
Los duelos y quebrantos eran un plato que no rompía la abstinencia de carnes selectas que en el reino de Castilla se observaba los
sábados; podría tratarse de ‘huevos con tocino’.
7
sayo: ‘traje de hombre con falda, para vestir a cuerpo’ , ya anticuado hacia 1600; velarte: ‘paño de abrigo’, negro o azul, de buena
calidad.
8
vellorí: «paño entrefino de color pardo ceniciento» (Autoridades). Dentro de la obligada modestia, DQ viste con una pulcritud y un
atildamiento muy estudiados, porque la conservación de su rango depende en buena parte de su apariencia.
9
‘un mozo para todo’, es otro dato que insiste sobre los apuros económicos de DQ que, pese a su “rango” social sólo puede permitirse un
ama y un sirviente.
10
En los siglos XVI y XVII, la esperanza de vida al nacer se situaba entre los veinte y los treinta años; entre quienes superaban esa
media, solo unos pocos, en torno al diez por ciento, morían después de los sesenta. En términos estadísticos, pues, DQ está en sus últimos
años, y como «viejo», «enfermo» y «por la edad agobiado» lo ve su sobrina (II, 6, 674).
11
Era una opinión aceptada en la época que la constitución física de una persona determinaba su carácter y personalidad. Esta
descripción de DQ correspondería a las características de un individuo colérico y melancólico.
12
La hanega o fanega variaba entre media y una hectárea y media, según la calidad de la tierra. EN la época de Cervantes, la mayoría de
los libros, pese a la generalización de la imprenta, resultaban muy caros. La cantidad de papel usada era uno de los factores
determinantes del precio final, y los libros de caballerías eran volúmenes muy gruesos. En un capítulo posterior, en el famoso “escrutinio
de la biblioteca” de DQ, el cura y el barbero echarán al fuego una gran cantidad de libros, que demuestran que DQ poseía una auténtica
fortuna en libros que, literalmente, acabó en el fuego.
13
Autor de una Segunda Celestina (1534) y de varias populares continuaciones del Amadís (Lisuarte de Grecia, 1514; Amadís de Grecia,
1530; Florisel de Niquea, 1532), a menudo recordadas en el Q.
7
de desafíos14, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace,
de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también
cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os
hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...»15.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el
sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No
estaba muy bien16 con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por
grandes maestros17 que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de
cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de
aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la
letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello 18, si otros mayores y
continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar
—que era hombre docto, graduado en Cigüenza19— sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de
Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo20, decía que ninguno
llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de
Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso,
ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro,
y los días de turbio en turbio21; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera
que vino a perder el juicio22. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de
encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y
disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella
máquina23 de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el
mundo24. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con
el Caballero de la Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio dos fieros y
descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a
Roldán, el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la
Tierra, entre los brazos25. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella
generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado 26. Pero,
sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán27, y más cuando le veía salir de su castillo y
robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice
su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón28, al ama que tenía, y aun a su
sobrina de añadidura.
14
Las cartas de desafíos, en que los caballeros que se proponían trabar combate exponían los motivos y «las condiciones del desafío» (II,
65, 1159), constituían un género tan común en la realidad como en la literatura.
15
Ninguna de las dos citas es literal, pero sirven para mostrar irónicamente la escasa claridad de la prosa tanto de Silva como de otros
muchos autores de los géneros preferidos de DQ.
16
‘no estaba muy de acuerdo’
17
‘cirujanos’
18
aun saliera con ello: ‘hubiera logrado sus propósitos’
19
Nueva ironía, ya que la Universidad de Cigüenza (Sigüenza) era una de las menos prestigiosas de España en la época.
20
maese era tratamiento propio (pero no exclusivo) de los barberos que practicaban también pequeñas curas médicas y de cirugía menor.
Hay que recordar que el propio padre de Cervantes era cirujano y, por tanto, de modesta condición social.
21
Es decir, DQ pasaba todo el día leyendo (desde que anochecía hasta que amanecía y desde que amanecía hasta que anochecía).
22
La medicina de raíz galénica consideraba el poco dormir una de las causas de que disminuyera la humedad del celebro y, por ahí, se
potenciara la imaginación y fuera fácil caer «en manía, que es una destemplanza caliente y seca del celebro»
23
máquina o ‘multitud caótica’ de quimeras y soñadas invenciones, como los mismos sueños.
24
Es ese el dato esencial en la locura de DQ: dar por historia ... cierta el contenido de los libros de caballerías y, por ahí, ver la realidad
«al modo de lo que había leído».
25
«Roldán... era encantado», porque «no le podía matar nadie» sino con un extraño recurso. La industria o ‘artimaña’ de Hércules,
apretando y suspendiendo en el aire al gigante Anteo, para que no cobrara nuevas fuerzas al ser derribado y tocar a su madre la Tierra.
26
Personaje central de un célebre poema (h. 1465) de Luigi Pulci, Morgante es uno de los tres gigantes a quienes se enfrenta Roldán, que
mata a los otros dos, mientras a Morgante, cortés y bien educado, lo bautiza y lo convierte en compañero suyo.
27
Reinaldos de Montalbán: uno de los Doce Pares, que de las gestas francesas pasó al romancero español y a los poemas italianos de
Boiardo y otros, adaptados en el Espejo de caballerías (I, 6, 80, n. 24), donde aparece dedicado a «robar a los paganos de España» y se
narran sus aventuras en ultramar (en allende)
28
Galalón o Ganelón, el traidor de la Canción de Roldán, culpable de la derrota de los francos en Roncesvalles.
8
En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el
mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el
servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a
buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se
ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio29 y poniéndose en ocasiones y peligros donde,
acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su
brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda30; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado
del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que
hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho,
luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor
que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada31 de encaje, sino morrión
simple32; mas a esto suplió su industria33, porque de cartones hizo un modo de media celada que,
encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que, para probar si era
fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y
en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que
la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas
barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer
nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real34 y más tachas que el caballo de
Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit»35, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del
Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque —según
se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí,
estuviese sin nombre conocido; y ansí procuraba acomodársele, de manera que declarase quién había
sido antes que fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que,
mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como
convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba36; y así, después de muchos nombres
que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a
llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue
rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró
otros ocho días, y al cabo se vino a llamar «don Quijote»37; de donde, como queda dicho, tomaron
ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar «Quijada» , y no
«Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había
contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla
29
Agravio: injusticia o mal trato inmerecido que sufre una persona o grupo.
30
Trapisonda: Trebisonda o Trapezunte, actual Trabzon en el extremo este de la Turquía asiática. Antigua colonia griega que se
convirtió en imperio entre los ss. XIII y XV, si bien ese nombre de ‘imperio’ resultaba bastante exagerado, dados su escaso poderío e
influencia. Varios de los caballeros andantes admirados por DQ, como el ya citado Reinaldo de Montalbán, habían vivido aventuras y
recibido honores en este reino ‘semilegendario’.
31
Para las partes de la armadura y otras armas, consulta las ilustraciones al final de este capítulo.
32
morrión: ‘casco acampanado’, propio de arcabuceros, y en nuestro caso simple, o sea, liso y con un mero reborde, sin los adornos
habituales. Es un nuevo síntoma de los modestos recursos económicos de DQ, que sólo tiene un humilde morrión, en lugar de la vistosa
celada de los caballeros
33
Industria: ‘habilidad, maña, sagacidad’
34
cuartos: ‘enfermedad de las caballerías’ y también ‘monedas de ínfimo valor’.
35
‘era solo piel y huesos’; Gonela fue un bufón de la corte de los duques de Ferrara.
36
La caballería era la orden militar por excelencia y exigía profesar o hacer profesión en ella mediante unos ciertos votos y rituales. Sin
embargo, pese a esta primera afirmación y como se verá más adelante en la venta, DQ aún no ha cumplido estos votos y, por tanto, aún
no es caballero.
37
Para interpretar el nombre elegido por nuestro héroe, hemos de tener en cuenta una compleja red de significados, con intención
nuevamente irónica. Los hidalgos no tenían derecho al tratamiento de don, cuya utilización es bastante frecuente en los libros de
caballerías (aunque no en los títulos) y propia de la clase social de los caballeros en la época de DQ. En la armadura, el quijote era la
pieza (no usada por nuestro hidalgo) que protegía el muslo; por otro lado, el nombre evoca a uno de los máximos héroes de la tradición
artúrica, «Lanzarote», mientras el sufijo -ote, que suele aparecer en términos grotescos o jocosos, se había aplicado ya a un “Camilote”,
ridículo personaje de otra obra caballeresca.
9
famosa, y se llamó «Amadís de Gaula»38, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de
la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y
patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí
mismo39, se dio a entender40 que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse,
porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él:
—Si yo, por malos de mis pecados41, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante,
como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por
mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado 42,
y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora43, y diga con voz humilde y rendida: «Yo,
señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania44, a quien venció en singular
batalla45 el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me
presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»? 46
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a
quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza
labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende,
ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle
título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que
tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era
natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás
que a él y a sus cosas había puesto47.
38
Gaula era un reino imaginario situado «en la pequeña Bretaña»
39
Al recibir el sacramento de la confirmación —que antaño se entendía en términos afines a ser armado caballero—, se puede cambiar de
nombre.
40
darse a entender ‘convencerse, parecerle a uno, creer’
41
‘por mis graves culpas, por mi desgracia’.
42
‘para que se presente a ella’, en el sentido del presentase de unas líneas más abajo. Pero presentado también puede entenderse ‘como
presente, como obsequio’.
43
señora, porque la relación entre el caballero y su dama se concebía como el vínculo feudal entre el vasallo y su señor.
44
Nombres sugeridos, al parecer, por malandrín ‘malvado’ y caraculo ‘cariancho’; ínsula, y no isla, según el arcaísmo propio de los
libros de caballerías.
45
singular: ‘de un solo caballero contra otro’
46
‘a su gusto, a su voluntad’
47
Frente al real Aldonza, que entonces sonaba a rústico (“A falta de moza, buena es Aldonza”, decía un refrán), DQ llama Dulcinea a la
hija de Lorenzo Corchuelo (I, 25, 283), porque desde antiguo Aldonza se había asociado con otro nombre de mujer, Dulce, y porque la
terminación -ea, presente en los de heroínas literarias tan prestigiosas como Melibea y Clariclea, tenía un regusto peregrino o ‘inusitado,
exquisito’
10
Capítulo VII
De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha1.
Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo:
—¡Aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos,
que los cortesanos llevan lo mejor del torneo2!
Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio de los demás libros que
quedaban, y así se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oídos3, La Carolea4 y León de España5,
con los hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Ávila6, que sin duda debían de estar entre
los que quedaban, y quizá si el cura los viera no pasaran por tan rigurosa sentencia.
Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama y proseguía en sus voces y en sus
desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera
dormido. Abrazáronse con él y por fuerza le volvieron al lecho; y después que hubo sosegado un poco,
volviéndose a hablar con el cura le dijo:
—Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos Doce Pares7 dejar
tan sin más ni más llevar la vitoria deste torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los
aventureros ganado el prez en los tres días antecedentes8.
—Calle vuestra merced, señor compadre —dijo el cura—, que Dios será servido que la suerte se mude
y que lo que hoy se pierde se gane mañana; y atienda vuestra merced a su salud por agora, que me
parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido.
—Ferido, no —dijo don Quijote—, pero molido y quebrantado, no hay duda en ello, porque aquel
bastardo de don Roldán me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque
ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías; mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán9, si en
levantándome deste lecho no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos; y por agora tráiganme
de yantar10, que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo.
Hiciéronlo ansí: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos, admirados de su locura.
Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales
debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la
pereza del escrutiñador, y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por
pecadores.
Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo fue que le
murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase —quizá
quitando la causa cesaría el efeto—, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el
aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días, se levantó don Quijote, y lo
primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba
de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y
1
Se ha supuesto que la narración de la primera salida de DQ, en los seis primeros capítulos, constituyera una versión primitiva del Q. en
forma de novela corta. Con este capítulo empieza la narración de la segunda salida, que se prolongará hasta el final de la Primera parte
del Q. (1605).
2
‘combate de caballeros en grupos’; en él, los cortesanos eran los organizadores o ‘mantenedores’; los que combatían contra ellos eran
los aventureros
3
‘inmediatamente’, pero es también término jurídico que indica la indefensión o la condena en rebeldía.
4
Poema épico de Jerónimo Sempere (Valencia, 1560), en el que se inscribe un episodio sobre la batalla de Lepanto; sin embargo, existe
otro libro en prosa del mismo título, de Juan Ochoa de la Salde (Lisboa, 1585): C. parece referirse al primero.
5
De Pedro de la Vecilla Castellanos (Salamanca, 1586); relata la historia de la Ciudad de León.
6
No se conoce ningún libro con ese título: Luis de Ávila escribió, en prosa, unos Comentarios... de la guerra de Alemaña, hecha de
Carlos V, impresos en Venecia (1548).
7
DQ acumula en sí la personalidad de los compañeros de Carlomagno; el arzobispo Turpín era uno de ellos, y a él se atribuye el relato
de sus hechos.
8
El prez ‘estima’ se simbolizaba en el premio que los jueces de campo concedían a los vencedores.
9
Se alude al combate entre Orlando y Rinaldo en el Orlando innamorato de Boiardo; la enemistad entre los dos Pares, que aparece
también en algún romance del grupo carolingio, se debe a la rivalidad por los amores de Angélica.
10
‘comer’, arcaísmo.
34
volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza 11 preguntó a su
ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo
que había de responder, le dijo:
—¿Qué aposento o qué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque
todo se lo llevó el mesmo diablo.
—No era diablo —replicó la sobrina—, sino un encantador que vino sobre una nube una noche,
después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía
caballero12, entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando
por el tejado y dejó la casa llena de humo 13; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no
vimos libro ni aposento alguno: solo se nos acuerda muy bien a mí y al ama que al tiempo del partirse
aquel mal viejo dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y
aposento dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba «el
sabio Muñatón»14.
—«Frestón» diría —dijo don Quijote.
—No sé —respondió el ama— si se llamaba «Frestón» o «Fritón»15, solo sé que acabó en tón su
nombre.
—Así es —dijo don Quijote—, que ese es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene
ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular
batalla con un caballero a quien él favorece y le tengo de vencer sin que él lo pueda estorbar, y por esto
procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo 16 que mal podrá él contradecir ni evitar
lo que por el cielo está ordenado.
—¿Quién duda de eso? —dijo la sobrina—. Pero ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas
pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de
trastrigo17, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados?
—¡Oh sobrina mía —respondió don Quijote—, y cuán mal que estás en la cuenta18! Primero que a mí
me tresquilen tendré peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo
cabello19.
No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la cólera.
Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar
sus primeros devaneos20; en los cuales días pasó graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura
y el barbero21, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros
andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecía y
otras concedía, porque si no guardaba este artificio no había poder averiguarse con él 22.
En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título
se puede dar al que es pobre23—, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto
le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero.
Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le
11
‘un largo rato’
12
‘montado’.
13
Como la serpiente, el humo es señal de aparición o desaparición demoníaca; coincide con situaciones del Amadís de Gaula
14
Nombre que designaba a los profesionales de la hechicería contigua con la alcahuetería.
15
‘Fristón’, el sabio encantador y supuesto autor de Don Belianís; el ama deforma el nombre con su punto de vista de cocinera de la casa.
16
mándole yo: ‘le prometo, le aseguro, preveo para él’
17
‘meterse en líos que le han de perjudicar’.
18
‘cómo te equivocas’.
19
tendré peladas y quitadas las barbas: ‘habré vencido y hecho siervos míos’; la barba simbolizaba la virilidad, y era grave ofensa
mesarla o cortarla
20
‘delirios’, ‘desatinos’.
21
pasó graciosísimos cuentos: ‘tuvo conversaciones muy graciosas’.
22
‘ponerle en razón’.
23
ariación de la frase hecha «pobre y hombre de bien, no puede ser».
35
podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas24, alguna ínsula25, y le dejase a él por
gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó
su mujer y hijos26 y asentó por escudero de su vecino.
Dio luego don Quijote orden en buscar dineros, y, vendiendo una cosa y empeñando otra y
malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad. Acomodóse asimesmo de una rodela 27 que pidió
prestada a un su amigo y, pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho
del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le
era menester. Sobre todo, le encargó que llevase alforjas. Él dijo que sí llevaría y que ansimesmo
pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba duecho 28 a andar mucho a pie. En lo
del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había
traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas, con todo esto,
determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo
ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. Proveyóse de camisas
y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho
y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche
se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron
por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen.
Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca29, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo
de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Acertó don Quijote a tomar la
misma derrota30 y camino que el que él había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de
Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de la
mañana y herirles a soslayo31 los rayos del sol no les fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza a su amo:
—Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene
prometido, que yo la sabré gobernar, por grande que sea.
A lo cual le respondió don Quijote:
—Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes
antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban 32, y yo tengo
determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza, antes pienso aventajarme en ella33: porque
ellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos, y, ya después de
hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o por lo mucho
de marqués, de algún valle o provincia de poco más a menos34; pero si tú vives y yo vivo bien podría
ser que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros a él adherentes que viniesen de molde
para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales
caballeros por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aun más de lo que te
prometo.
—De esa manera —respondió Sancho Panza—, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra
merced dice, por lo menos35 Juana Gutiérrez36, mi oíslo37, vendría a ser reina, y mis hijos infantes.
24
‘en un instante’
25
La forma culta de ‘isla’, que aparece en los libros de caballerías; para el labrador, que no comprende su significado, tiene el valor de
‘territorio del que, casi milagrosamente, puede ser gobernador como premio a sus méritos’
26
Recuerdo del Evangelio de Mateo, XIX, 29.
27
‘escudo pequeño, redondo, de madera, que se sujetaba al brazo izquierdo’; en la época de DQ se empleaba, junto con la espada, para
combatir a pie, «a la romana». No se sabe qué se ha hecho de la adarga que DQ llevaba en su primera salida.
28
duecho: ‘ducho, acostumbrado’; es forma rústica.
29
‘a sus anchas, muy a gusto’, es frase popular.
30
‘rumbo, derrotero’
31
‘alumbrarles oblicuamente, de lado’.
32
Hay ejemplos en los libros de caballerías, como en el Amadís de Gaula, II, 45, cuando el caballero da el señorío de la Ínsula Firme a su
escudero Gandalín
33
‘superar a todos los demás en esta usanza’
34
‘de poca importancia’
35
‘nada menos que
36
La mujer de Sancho recibe distintos nombres en la novela: un poco más abajo se la llama Mari, y en otros lugares Teresa Panza,
Cascajo o Sancha
37
‘persona con la que se tiene trato de confianza’; se empleaba sobre todo para dirigirse a la esposa
36
—Pues ¿quién lo duda? —respondió don Quijote.
—Yo lo dudo —replicó Sancho Panza—, porque tengo para mí que, aunque lloviese Dios reinos sobre
la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos
maravedís para reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda38.
—Encomiéndalo tú a Dios, Sancho —respondió don Quijote—, que Él dará lo que más le convenga;
pero no apoques tu ánimo tanto, que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado39.
—No haré, señor mío —respondió Sancho—, y más teniendo tan principal amo en vuestra merced, que
me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.
38
Frase hecha que de manera elíptica encarece la dificultad para hacer algo.
39
‘gobernador con plenos poderes en un territorio fronterizo o recién conquistado’; en el siglo XVI no era más que un título honorífico,
sin atribuciones reales, pero DQ da al término su valor antiguo, que se conservaba en los romances.
37
Capítulo VIII
Del buen suceso1 que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los
molinos de viento2, con otros sucesos dignos de felice recordación
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don
Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo
Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer
batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena
guerra3, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de
casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen4 no son gigantes, sino
molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen
andar la piedra del molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son
gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con
ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero
Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que
iba a acometer. Pero él iba tan puesto5 en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero
Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades6, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don
Quijote, dijo:
—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo7, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal
trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre8, arremetió a todo el galope de
Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la
volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero,
que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de
su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que
no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están
sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que
me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su
vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo 9 han de poder poco sus malas artes
contra la bondad de mi espada.
1
‘éxito’, nueva ironía, dado el resultado de este encuentro.
2
Los molinos de viento se conocían desde antiguo en España, pero el tipo que vio DQ probablemente era una relativa novedad, y hay
quien dice que se introdujo hacia 1575, procedente de los Países Bajos; por tanto, se ha interpretado a veces que este encuentro simboliza
el choque con el progreso de los nuevos tiempos.
3
‘guerra justa’, en la que era lícito quedarse con el botín.
4
se parecen: ‘se ven’.
5
tan puesto en que: ‘tan empeñado, tan convencido de que’.
6
‘No huyáis’; al volver a la aventura caballeresca, DQ retoma el lenguaje arcaico.
7
Hermano de los Titanes, hijo de Urano y la Tierra, que se opuso a Júpiter; según la mitología poseía cien brazos y cincuenta cabezas
con bocas que arrojaban llamas: la idea de amenaza horrible se hace así presente.
8
ristre: ‘soporte en el peto de la coraza para encajar y afianzar la empuñadura de la lanza’; así, al atacar, se podía impulsar con todo el
cuerpo y no solo con el brazo.
9
‘al fin de todo’; la duplicación, como en otras ocasiones, es un potenciador.
38
—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado10 estaba. Y, hablando
en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice11, porque allí decía don Quijote que no
era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero 12; sino que iba
muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escudero, le dijo:
—Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele
en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas
aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre «Machuca»13, y así él como sus
decendientes se llamaron desde aquel día en adelante «Vargas y Machuca». Hete dicho esto porque de
la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que
me imagino; y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber
merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
—A la mano de Dios14 —dijo Sancho—. Yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero
enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
—Así es la verdad —respondió don Quijote—, y si no me quejo del dolor, es porque no es dado15 a los
caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
—Si eso es así, no tengo yo que replicar —respondió Sancho—; pero sabe Dios si yo me holgara que
vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más
pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso
del no quejarse.
No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y, así, le declaró que podía muy bien
quejarse como y cuando quisiese, sin gana o con ella, que hasta entonces no había leído cosa en
contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su
amo que por entonces no le hacía menester, que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se
acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había
puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio 16, y de cuando en cuando
empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga 17. Y
en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que
su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las
aventuras, por peligrosas que fuesen.
En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un
ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había
quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por
acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas
noches en las florestas y despoblados18, entretenidos con las memorias de sus señoras19. No la pasó
ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria 20, de un sueño se la
llevó toda, y no fueran parte para despertarle21, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban
en el rostro, ni el canto de las aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo día
saludaban. Al levantarse, dio un tiento a la bota22, y hallóla algo más flaca que la noche antes, y
afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso
10
‘tenía medio descoyuntada la paletilla’.
11
Paso entre dos colinas en el camino real de la Mancha a Andalucía, también llamado Ventas de Puerto Lápice.
12
‘transitado’, por donde pasaba mucha gente.
13
Lo relatado sucedió en el cerco de Jerez (1223), en tiempo de Fernando III; machucar: ‘machacar’.
14
‘Que sea lo que Dios quiera’, ‘Hágase su voluntad’; procede de ‘me encomiendo a la mano (en mano) de Dios’.
15
no es dado: ‘no está permitido, no es apropiado’.
16
‘a sus anchas, con toda comodidad’.
17
Los vinos de Málaga se contaban entre los célebres de España.
18
florestas: ‘bosques, arboledas’.
19
‘la evocación de sus señoras’; la situación del héroe que pasa la noche en vela pensado en su amada es muy frecuente en los libros de
caballerías.
20
‘cocimiento de bulbo de achicoria tostado y molido’; se creía que hacía dormir.
21
‘no hubieran sido suficientes para despertarle’.
22
‘bebió un trago de la bota’; el desayuno con vino o aguardiente era normal para los hombres.
39
desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron
a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día23 le descubrieron.
—Aquí —dijo en viéndole don Quijote— podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los
codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del
mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme24, si ya no vieres que los que me ofenden
es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero, si fueren caballeros, en ninguna
manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado
caballero.
—Por cierto, señor —respondió Sancho—, que vuestra merced será muy bien obedecido en esto, y
más, que yo de mío25 me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad
que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y
humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.
—No digo yo menos —respondió don Quijote—, pero en esto de ayudarme contra caballeros has de
tener a raya tus naturales ímpetus.
—Digo que así lo haré —respondió Sancho— y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo.
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros
sobre dos dromedarios, que no eran más pequeñas dos mulas en que venían26. Traían sus antojos de
camino27 y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le
acompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora
vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso
cargo28. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas apenas los divisó don
Quijote, cuando dijo a su escudero:
—O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos
negros que allí parecen deben de ser y son sin duda algunos encantadores que llevan hurtada alguna
princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío29.
—Peor será esto que los molinos de viento —dijo Sancho—. Mire, señor, que aquellos son frailes de
San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace,
no sea el diablo que le engañe.
—Ya te he dicho, Sancho —respondió don Quijote—, que sabes poco de achaque de aventuras: lo que yo digo
es verdad, y ahora lo verás.
Y diciendo esto se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en
llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:
—Gente endiablada y descomunal30, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis
forzadas31; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.
Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados así de la figura de don Quijote como de sus
razones, a las cuales respondieron:
—Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito
que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forzadas princesas.
23
a obra de las tres del día: ‘a eso (alrededor) de las tres de la tarde’.
24
Sancho, como villano, no lleva espada: DQ habla influido por los libros de caballerías; sin embargo, ciertos pasajes del Q. parecen
señalar que el escudero algunas veces sí que la llevaba, mientras que otros, en cambio, lo desmienten.
25
‘por mi condición natural, por mi carácter’.
26
El uso de la metáfora hiperbólica de dromedario para indicar una cabalgadura muy grande podría ser un recuerdo de los libros de
caballerías.
27
antojos de camino: ‘anteojos de cristal de roca acoplados a un tafetán que tapaba el rostro para protegerlo durante los
viajes’.
28
pasaba a las Indias: ‘iba a América’; Sevilla era el centro de todos los asuntos relacionados con las Indias; de allí, dos veces al año,
salía la flota.
29
‘con toda mi autoridad’
30
‘fuera de lo común’, ‘monstruosa’; adjetivos que en los libros de caballerías se aplican a los gigantes
31
El episodio se corresponde con otro de El caballero de la Cruz, en que cuatro gigantes llevan presos en una carreta al emperador, la
emperatriz y la princesa, y son desafiados por el infante Floramor. El libro está entre los quemados en el escrutinio de la biblioteca
40
—Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla32 —dijo don
Quijote.
Y sin esperar más respuesta picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile, con
tanta furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula él le hiciera venir al suelo mal de su
grado, y aun malferido, si no cayera muerto33. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su
compañero, puso piernas al castillo de su buena mula34, y comenzó a correr por aquella campaña, más
ligero que el mesmo viento.
Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno arremetió a él y le
comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le
desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente como despojos de la batalla
que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de
despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí hablando con las que en el
coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le
molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto,
tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y cuando se vio a caballo,
picó tras su compañero35, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba
aquel sobresalto, y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino,
haciéndose más cruces36 que si llevaran al diablo a las espaldas.
Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole:
—La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante37,
porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y por
que no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la
Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso;
y, en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso y
que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho38.
Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era
vizcaíno39, el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había
de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua
castellana y peor vizcaína, desta manera:
—Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como
estás ahí vizcaíno40.
Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió:
—Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva
criatura.
A lo cual replicó el vizcaíno:
—¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua
cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y
mientes que mira si otra dices cosa41.
32
‘gente despreciable y perjura’
33
‘e incluso malherido, y es posible que hasta cayese muerto’
34
‘golpeó con talones y rodillas a la mula para que corriese’, porque no era caballero y no llevaba espuelas; castillo apunta tanto al
tamaño de la cabalgadura (arriba tildada de dromedario) como a la hazaña caballeresca.
35
picó: ‘apresuró el paso’
36
haciéndose cruces: ‘santiguándose para conjurar el mal’
37
‘lo que fuere de su gusto’
38
Como en tantos episodios, DQ imita a otros caballeros de novela, como Amadís, quien encargó a los caballeros y doncellas que él
había salvado del poder del gigante Madarque que fuesen a presentarse ante la reina Brisena
39
‘vasco’, de cualquiera de las tres provincias; este personaje era guipuzcoano, de Azpeitia. El vizcaíno es un personaje típico frecuente,
que suele ser objeto de burlas por su forma de hablar tanto en el teatro como en otros géneros
40
‘Vete, caballero, en hora mala, que, por el Dios que me crió, si no dejas el coche es tan cierto que este vizcaíno te matará como que tú
estás aquí’; el parlamento del vizcaíno esconde dos chistes a cuenta de DQ: decir caballero que mal andes a quien pretende ser caballero
andante, y vizcaíno, que equivalía a ‘tonto’, que por concordancia se puede aplicar a DQ.
41
—Ahora lo veredes, dijo Agrajes42 —respondió don Quijote.
Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno, con
determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula,
que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su
espada; pero avínole bien43 que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada, que le
sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La
demás gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas
razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente
que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se
desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la
cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela,
que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel
desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo:
—¡Oh, señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que por
satisfacer a la vuestra mucha bondad en este riguroso trance se halla!
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue
en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo.
El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó de
hacer lo mesmo que don Quijote; y, así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la
mula a una ni a otra parte44, que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un
paso.
Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno con la espada en alto, con
determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y
aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de
suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban45; y la señora del coche y las demás
criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción 46
de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.
Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta
batalla47, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja
referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra48 no quiso creer que tan curiosa historia
estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la
Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso
caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia,
el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.
/
41
]‘¿Que no soy caballero? Juro a Dios, como cristiano, que mientes mucho. Si arrojas la lanza y sacas la espada ¡verás cuán presto me
llevo el gato al agua! El vizcaíno es hidalgo por tierra, por mar y por el diablo; y mira que mientes si dices otra cosa’; llevarse el gato al
agua: ‘salirse con la suya’. Era proverbial el aferramiento de los vascos a su hidalguía; ponerla en duda constituía para ellos la mayor
ofensa: por eso el vasco desmiente (y ofende gravemente) dos veces a DQ.
42
Fórmula proverbial de amenaza; con todo, Agrajes, personaje del Amadís, nunca en el texto conservado utiliza tal expresión.
43
avínole bien: ‘tuvo la fortuna’.
44
‘sin conseguir que la mula girase sobre sí misma’ para poder dar frente a DQ.
45
casas de devoción: ‘santuarios, ermitas’
46
casas de devoción: ‘santuarios, ermitas’
47
‘combate, batalla singular’; la interrupción del relato para suscitar el interés del lector, recurso literario frecuente en los libros de
caballerías y en poemas épicos, es utilizada por C. con intención jocosa.
48
Hasta este momento la historia de DQ ha sido contada en primera persona («no quiero acordarme») por un narrador innominado y
neutro, que ha recogido, ocasionalmente, las indicaciones que el propio DQ hacía al futuro historiador que escribiría sus aventuras; pero
ha dicho que «hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben»: se crea así una ambigüedad sobre la identidad de los
narradores, traductores y revisores de esta «verdadera historia», que modifican la perspectiva y la focalización del relato, lo que ha sido
motivo de amplia discusión entre los comentaristas del Q.
42