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Debate sobre Perón y la Iglesia

Este documento presenta una respuesta del autor Cristián Rodrigo Iturralde a un artículo previo de Lucas Carena sobre la relación entre Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica. Iturralde divide su respuesta en tres partes: 1) discute la afirmación de Carena de que no existió una disyuntiva entre Perón y la Iglesia, citando varios hechos que muestran la persecución de Perón hacia la Iglesia; 2) cuestionará la tesis de Carena de que Perón no fue excomulgado; y 3) present

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Debate sobre Perón y la Iglesia

Este documento presenta una respuesta del autor Cristián Rodrigo Iturralde a un artículo previo de Lucas Carena sobre la relación entre Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica. Iturralde divide su respuesta en tres partes: 1) discute la afirmación de Carena de que no existió una disyuntiva entre Perón y la Iglesia, citando varios hechos que muestran la persecución de Perón hacia la Iglesia; 2) cuestionará la tesis de Carena de que Perón no fue excomulgado; y 3) present

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TRAPECISMO HERMENÉUTICO Y

DOS TESIS (Respuesta al artículo de


Lucas Carena del 26/11/18)
Cristián Rodrigo Iturralde
en 3 diciembre, 2018

Recientemente, Lucas Carena (en adelante, el A.) publicó una respuesta a un artículo de
mi autoría del 12/11/18 (titulado ¨Excomulgado o no, Perón fue enemigo de la Iglesia
Católica¨), en cual, básicamente, reconfirma su posición en torno al asunto de marras,
presentando nuevos elementos y ciertas objeciones[1]. He leído con fruición su
refutación, y lo primero que he decir es que ha sido escrita con la mesura y
caballerosidad que lo distingue. Indudablemente, sería bastante más simple nuestra tarea
si tuviéramos enfrente a un completo desconocido que fuera además enemigo declarado.
Pero las cartas han caído de este modo y ahora no queda otro remedio que jugar.

Dicho esto, celebro –por el bien del debate- que el A. se asuma final y formalmente
como peronista y que haya levantado su estandarte públicamente; de modo que ahora
ambos hemos sincerado nuestra posición. Siempre me han molestado los sujetos
vacilantes e indefinidos, pero más aún aquellos que simulan estarlo, avanzando por
aproximación indirecta, eludiendo proyectiles y resguardándose en la presunta
ecuanimidad que le conferiría no pertenecer a ninguno de los bandos en pugna.

Quisiera comenzar reparando en el epígrafe que acompaña la nota, donde señala el A.


que preferiría ¨invertir (su) tiempo en otros debates y, por supuesto, con adversarios
ideológicos como el marxismo y el liberalismo¨, dejando entrever –a su juicio- que el
tratamiento de esta cuestión carecería de sentido y utilidad a los efectos de combatir a
los enemigos de la patria. No obstante, lo primero que cabría apuntar en este sentido es
que quién inició el debate sobre el asunto fue el propio A., desde su “Perón no está
excomulgado (Apostilla de Pedro Badanelli)”, escrito en 2017 (y que se ocupó en hacer
circular). Tal vez no lo haya advertido, pero el citado texto establece, al menos de modo
implícito, una falsa disyuntiva, dando a entender que no es posible, simultáneamente,
hacer revisionismo histórico (sobre el tema que fuere) y combatir a los adversarios
ideológicos (como si ambas tareas fuesen excluyentes una de otra). Seguramente -o
permítanme dudarlo-, el A. no hubiera tomado el guante de modo tan decidido ni
hubiera objetado la naturaleza o utilidad del debate si la figura revisada fuese otra.

A mi entender, el debate sobre Perón y el peronismo es una cuestión tanto pendiente


como urgente para el nacionalismo argentino; no sólo por una cuestión historiográfica
sino, ante todo, porque posee una utilidad práctica, que es terminar por definir si Perón
fue un patriota o un canalla –o en qué grado fue lo uno o lo otro-. Y cuando la
resolución de la disputa sea evidente, habrá un bando que necesariamente deberá
sincerarse, redefinirse y optar: o las banderías estéticas o la Patria. Alguno podrá
objetar la disyuntiva planteada y señalar que podría arribarse a una conclusión sobre el
justicialismo menos terminante o más equilibrado. A ese hipotético objetor le
contestaría amablemente que estaría pronto a conceder aquello una vez que lea la
totalidad del material que hemos publicado en torno a la materia. Creo sinceramente que
si cumple con esta condición y su disposición hacia la Verdad es sincera, descartará esa
tercera vía. De mínima, la condición de “ídolo” o “patriota” de Perón quedará
seriamente cuestionada, bajando entonces del panteón de Agripa para reunirse con
nosotros, los mortales, falibles y pecadores.

Dos comentarios finales a esta introducción.

Llama la atención que, desde su introducción, el A. reproche a quien suscribe el


“circundar en la ¨periferia”, que sería (según él) “la relación entre Perón y la Iglesia,
no sin advertir de antemano que mi artículo inicial se refería a la puntualidad concreta
de la excomunión¨. Y en rigor de verdad no he sido yo sino mi contertulio quien trajo al
debate aquella cuestión (y tantas otras), particularmente la referente a la presunta
inexistencia de la disyuntiva Perón-iglesia. Y esto sí, hay que decirlo, constituye una
tesis original –por demás aventurada, por decir poco-. De modo que el A. parece no
haber advertido que no sostiene una sola tesis –como pretende- sino, por lo pronto, dos
(1-Que no hubo excomunión, por un lado; 2- Que no existió disyuntiva entre Perón y la
Iglesia, por otro). A ambas procuraremos dar respuesta. Por este motivo, a efectos de
procurar dar un orden algo más lógico, didáctico y dinámico a esta refutatio, dividimos
ésta en tres partes, a saber: 1) Perón y la Iglesia; 2) ¿Amonestado o excomulgado?; y 3)
Conclusiones.

Por otro lado, conviene aclarar que debido a la cantidad y entidad de los temas que el A.
aborda en su escrito, las respuestas, forzosamente, deberán ser razonablemente breves y
concisas. Si hemos de replicar cada una y además profundizar en ellas, indudablemente,
habría que escribir un libro (sin poder evitar la autorreferencia, señalemos que quien
suscribe ha escrito, no uno, sino dos). Existen cuestiones que, por evidentes y
ampliamente probadas, deberé de dar por sabidas, y otras en que me limitaré a remitir a
otros trabajos.

PARTE I. PERÓN Y LA IGLESIA

La disyuntiva que el A. insiste en negar

En relación a este asunto, francamente, no sé qué más podremos añadir o certificar para
que se reconozca definitivamente no sólo la existencia del conflicto, sino su naturaleza y
la gravedad de la persecución. Los hechos expuestos en la misiva anterior son claros,
entitativos y verificables, y ni el más osado trapecismo hermenéutico podrá cuestionar o
rechazar su veracidad. Todo está allí, al alcance, para que vea el que quiera ver.
La estrategia del A. es por demás evidente: pretende desestimar o minimizar ciertos
hechos referidos, afirmando que la “tensión” fue entre Perón y la jerarquía o autoridades
de la Iglesia y no entre Perón y “la fe” o “el Cuerpo Místico de Cristo”. Hemos de
detenernos un momento en esto. Si hubiera sido como efectivamente afirma, ¿cómo
explica entonces la derogación de leyes católicas y la implementación de otras de signo
contrario? (por no referir la criminal quema de los templos). Ofrezcamos otros ejemplos
por demás probatorios. Con apoyo oficial y público de Perón y Eva, el 15 de octubre de
1950 la espiritista Escuela Científica Basilio realizó un masivo acto público en el Luna
Park, que habían publicitado con afiches que proclamaban ¡JESÚS NO ES DIOS!, y en
cuyo aquelarre se leyó una carta de adhesión del presidente y su consorte. ¿Le parece al
A. que esto no es atacar la fe católica? Otro: en 1954 el gobierno dio apoyo oficial a una
serie de actos proselitistas y multitudinarios de una secta evangélica en el estadio de
Atlanta, presididos por el pastor Pentecostal Tommy Hicks (que incluso había sido
recibido de modo muy entusiasta por el propio Perón). Sigamos: apoyar formalmente la
creación de una Iglesia abiertamente apóstata, cismática y gnóstica como la “Iglesia
Católica Apostólica Argentina”, de carácter justicialista y enfrentada a la Iglesia
Católica Apostólica y Romana, ¿es un ataque al clero o a la fe? En 1955, el susodicho
prohibió a los comerciantes exponer pesebres u otras figuras religiosas en
conmemoración de la navidad[2]… En marzo de ese año, por decreto, se quitan del
calendario varios feriados religiosos (Decreto 3991/55) ¿Será necesario mentar más
ejemplos?

En este nuevo escrito, el A. trae al fango nuevos elementos –presuntamente-


comprobatorios. El primero de ellos, cuanto menos, sorprende. Redondeando, concluye
que dado que el Cardenal Copello apoyó “de manera irrestrica a Perón hasta fines de
1954” (“Casi nueve años”, agrega, trayendo además los casos de Hernán Benítez y
Virgilio Filippo) quedaría entonces probada la falsedad de la referida disyuntiva. Claro
que lo que olvida decir es que las mayores tropelías de Perón contra la Iglesia suceden
justamente a partir de la finalización del mentado y celebrado vínculo (período que
funda primeramente nuestra crítica). Estamos, por tanto, ante una clara falacia de
evidencia incompleta: se citan casos individuales o datos que parecen confirmar la
verdad de una cierta posición o proposición, a la vez que se ignora o al menos se
minimiza una importante cantidad de evidencia de casos relacionados o información
que puede contradecir la proposición.

Siguiendo el criterio del A., entonces Enrique VIII, Lutero y diversos heresiarcas
deberían ser tenidos como católicos en virtud del tenor de sus relaciones iniciales con
Roma (los postreros linchamientos de católicos, el cisma y la grave tergiversación de la
doctrina, serían cuestiones meramente anecdóticas o simples “tensionalidades” o
“crispaciones”, producto de las complejas relaciones humanas o de atendibles
coyunturas). ¿Gozarán los mentados personajes de las mismas contemplaciones o
disculpas que se otorga a Perón? Finalizando el apartado, el A. nos tranquiliza
recordando que Copello era amigo de Jorge Antonio, ¡nada menos! [3]

Si se señalan cuestiones lógicas o hechos concretos y constatables empírica y


científicamente, el A. responderá seguidamente que aquello es producto de una “lectura
antiperonista (…) convirtiendo de forma sempiterna la excepción en norma”. Lo cierto
es que esta común expresión se vuelve contra el propio A. que la ha invitado a nuestro
encuentro, pues lo normativo fue la persecución de sacerdotes y la promulgación de
legislaciones u actos anticatólicos.
Continúa luego tropezando en lugares comunes y en el mismo sofisma antes señalado,
recordándonos que sacerdotes como Leonardo Castellani y nacionalistas varios
apoyaron inicialmente a Perón, como si este hecho tuviera otro valor que el de unas
simples efemérides. Era lógico que en aquel momento se apoyara a Perón, considerando
que enfrente se ubicaba nada menos que la Unión Democrática –rejunte de conocidos
enemigos de Dios y de la Patria-. Perón, en el peor de los casos, era una incógnita y
había inundado de promesas a los sectores católicos y nacionalistas –nadie era versado
en futurología como para saber cómo se comportaría luego-. Una vez que las
intenciones de Perón comienzan a ser visibles, los nacionalistas y católicos qué
inicialmente lo apoyaban, se alejaron. Lo reiteramos: no sólo los gorilas o
“nacionalistas de opereta”, sino hombres como Cipriano Reyes (preso), Arturo Sampay
(exiliado), José Luis Torres, Walter Beveraggi Allende o Julio Irazusta (por mentar unos
pocos casos).

Cuanto sí podemos conceder, empero, es que Perón fue un entusiasta ecumenista. Si el


ecumenismo al modo peronista es doctrina católica, evidentemente deberemos concluir
que Perón fue por demás obediente y fiel a la Iglesia en este sentido. La evidencia
pareciera apabullante, pues recordemos que el susodicho líder designa al rabino Amram
Blum como su asesor espiritual; apoya públicamente el proselitismo protestante y
espiritista; entabla excelentes relaciones con sacerdotes y obispos abiertamente
marxistas (v. gr. Carlos Mujica, Jerónimo Podestá, etc.; sin olvidarse tampoco de los,
simultáneamente, invertidos y marxistas, como Badanelli); nombra asesor a su gran
amigo Licio Gelli, el conocido agente masónico de la logia Propaganda Due
(concediéndole nada menos que la Orden del Libertador José de San Martín); otorga
ministerios a otros masones; y así podríamos seguir ad eternum.

Pasemos revista ahora al siguiente párrafo del A.:

“Dos cuestiones a considerar. Si Perón derogó la enseñanza religiosa, derogó algo que
él mismo había impuesto: primero en 1943, con Farrel del que era vicepresidente,
mediante el decreto n°18411, ratificado luego por la ley n° 12978 de 1947, durante su
primera presidencia, que revertía el proceso de secularización iniciado en el Siglo XIX
con la ley 1420, introduciendo la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Perón,
enojado con una Iglesia que le jugó por la espalda con la democracia cristiana, ya no
sólo desde el púlpito, sino también desde la cátedra qué él mismo le había devuelto,
retorna al laicismo original con la ley n° 14401 de 1955. Nuevamente, de diez años de
peronismo, ocho fueron con enseñanza religiosa. Los golpistas del ’55 mostraron su
desesperación por voltear la constitución del ´49, no por revertir la supuesta
“legislación anticlerical” peronista“.

Bien; primeramente, se equivoca en los datos. El decreto de 1943 no fue obra de Perón
y mucho menos promulgado por él: el presidente entonces era Pedro Ramírez (Edelmiro
Farrell recién asume la presidencia el 24 de febrero de 1944). Lo que sí hace luego es
ratificarla (a cambio del apoyo del clero a su candidatura). Pero todo pareciera estar
justificado según el A., ya que quien da vida estaría en derecho luego de quitarla,
agregando que ¨la Iglesia… le jugó por la espalda con la democracia cristiana¨. El
primer argumento no resiste análisis. Con respecto al siguiente, nos limitaremos a
responder con un interrogante ya planteado: ¿Justifica una, equivocada o no, maniobra
política o decisión de la Iglesia –o de algún integrante- el ataque a su doctrina? Más
adelante en la misma cita, el autor reincide en la falacia oportunamente señalada líneas
atrás: nos insta a que recordemos, y valoremos, que “de diez años de peronismo, ocho
fueron con enseñanza religiosa“. Empleando un similar criterio, podríamos entonces
exhortar al A. a que valore el legado de “Jack el Destripador”, quien de diez años en
Londres, en ocho no mató a nadie.[4]

Una falsa disyuntiva: Democracia Cristiana o Iglesia Justicialista

«Es menester comprender», escribe el A., «que la evolución de la Iglesia Apostólica


Argentina, que no fue un invento de Perón, se desarrolló como contracara de la
injerencia en la política de la Democracia Cristiana. Si hubo una intromisión del
estado argentino en asuntos eclesiásticos, también hubo una Iglesia que se metía en
política, con obispos liberales, como Mons. Miguel de Andrea, que ya en la década del
’40 hablaba de la necesidad de un Nuevo Orden Mundial, y advertía el nazismo de
Perón. Tal encontremos aquí la “funesta política de Pío XII” y tal vez sea la Iglesia la
que estaba “del lado de los vencedores, jamás del de los vencidos”».

El contenido del citado párrafo invita a ciertas preguntas y reflexiones. Pareciera que a
la hora de justificar a Perón todo resulta admisible. Como le es imposible negar la
existencia de la Iglesia Apostólica Argentina, y a sabiendas –seguramente- de que se
trataba de una secta non sancta (¿deberemos explicarlo en otro escrito?), evita hacer
juicios sobre la misma, considerando comprensible su instauración ya que servía para
contrarrestar la influencia que aparentemente detentaba la D.C. Ciertamente, y por
distintos motivos, la mentada organización de pensamiento maritainiano no goza de
nuestro beneplácito (pues al igual que el peronismo, dependiendo la temporada, ha
sabido ubicarse en todo recoveco ideológico). No obstante, los bautizados de la
Democracia Cristiana tenían legitimidad de origen. La Iglesia Católica Apostólica
Argentina no tenía legitimidad de origen ni de ejercicio. Pero resulta curioso que
reproche a la Iglesia y a sus obispos ¨liberales¨ por entrometerse en política, cuando de
no haber sido por esa denostada ¨injerencia¨, el peronismo no habría alcanzado el
triunfo en 1946.

Sorprende asimismo que el A. utilice para descalificar a Mons. Miguel de Andrea su


presunto antinazismo, cuando quien ostenta el doble título de campeón de las
contumelias antifascistas y de los panegíricos pro hebreos (y pro israelíes) es su
defendido, Juan Domingo Perón. ¿Las pruebas? En “El pacto Perón-Israel y el
presunto nazifascismo de Perón” (Grupo Unión editorial, 2017). De modo que, en lo
sucesivo, previo a esgrimir esta serie de argumentos, el A. deberá consultar el citado
trabajo (no tiene más que solicitármelo; con gusto se lo haré llegar).

Dando cierre a su apartado, no duda a la hora de tomar partido: la equivocada era la


Iglesia, que al parecer se habría ubicado, maquiavélicamente, del lado de los vencedores
(resulta llamativo que la objeción o cuestionamiento provenga de quien reivindica a
aquel que, entre tantas otras humillaciones al pabellón nacional, pisó en el suelo a los
heroicos hombres del Eje). Por último, aún si la D.C. hubiese sido lo que efectivamente
afirma el peronismo, ¿la solución era la erección de una Iglesia peronista? ¿Qué clase de
disyuntiva es aquella? Respondemos: una falsa.

Sobre la carta de Perón a Badanelli

En el espacio que el A. dedica a este asunto, cabe primeramente advertir que lo que se
toma por palabras mías es en realidad del Dr. Antonio Caponnetto (lo cual se encuentra
debidamente consignado en el citado texto). Pero cuanto interesa a nuestro propósito es
lo que objeta. Aparentemente, las palabras citadas de Perón sobre Pío XII, primero, y
sobre el comunismo después, estarían sacadas de contexto, puesto que éste, en realidad,
decía todo lo contrario… El pasaje que ofusca al A. es aquel donde, comentando la
misiva de Perón a Badanelli, decimos lo siguiente: «en relación con el avance triunfal
del Comunismo, lo que queda por hacer es “estar con el vencedor, jamás con el
vencido”» (el entrecomillado interno pertenece a Perón). Para el A. esto es un infundio,
puesto que el “gran líder” fue un acérrimo enemigo del internacionalismo rojo, y lo
prueba citando lo que considera una “verdadera pieza de doctrina anticomunista” (que
por supuesto, dista mucho de serlo: compruébelo el lector en el escrito de marras).
Además, repetimos por enésima vez: res non verba. Aunque conviene poner a
disposición del lector otras “verdaderas perlas antimarxistas” de Juan Domingo Perón:

1) “Para nosotros, Marx es un propulsor. Ya he dicho que vemos en él a un jefe de ruta


que equivocó el camino, pero jefe al fin (…)”.[5]

2) “En vez de pensar en revoluciones militares, el pueblo tiene que hacer guerra de
guerrillas…”.[6]

3) “(…). Las revoluciones sociales, como la nuestra, han partido siempre del caos en su
consolidación, y el caos está cercano, sólo que nosotros debemos acelerarlo y
provocarlo, no temerlo (…)”.[7]

4) “Cuando el clima esté en plena acción habrá llegado recién el momento de provocar
la paralización que será el golpe de gracia y a continuación poner en ejecución la
acción de guerrillas si es indispensable en las partes más favorables, para que sea una
septicemia con focos purulentos en todas partes, pero septicemia al fin…”.[8]

5) “En primer término, se entregará al pueblo todos los bienes de los oligarcas y
gorilas que han participado, creando una entidad de responsabilidad patrimonial.
Dentro de ello, los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a sus dueños,
se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se
quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y los
enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo
de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro”.[9]

6) “Nuestro camino, en el caso de fracasar en la operación retorno, es más bien el de


China o de Cuba, que en la actualidad están ayudando a todos los movimientos de
liberación de América. (…)”.[10]

7) “Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que
ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el comandante Ernesto “Che”
Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el
mejor (…)”.[11]

No obstante, continúa diciendo el A.:

“El justicialismo, al neutralizar con su doctrina de amor y paz el accionar del


marxismo, servía de valla de contención en los sectores más populares y postergados,
contra el avance del comunismo. Con el triunfo del liberalismo anglosajón, y su
egoísmo intrínseco, el comunismo, efecto consecuente de aquél, está preparando un
triunfo”.

Pasemos por alto el desliz hippista y centrémonos en la supuesta valla peronista contra
el marxismo. Lo cierto es que este mito ha sido refutado una y cien veces por autores
prestigiosos varios e incluso me he referido a ello en mis últimos dos trabajos
publicados[12]. El A. parece no distinguir entre marxismo y comunismo, ni parece estar
al corriente de su historia, pugnas y múltiples escisiones. La cuestión ya la he abordado,
por lo cual me limito a recordarle que no necesariamente todo marxista es comunista, y
que el comunismo de un país puede ser enemigo de otro -formalmente tenido como tal-
o simplemente no encontrarse completamente alineado; cada cual conserva, muchas
veces, características que le son propias. Por ejemplo, siempre existieron marxistas
decididamente enfrentados al comunismo soviético, esto es más que claro (es historia).
De modo que aún concediendo que Perón hubiera sido anticomunista (persiguiendo en
ocasiones al PCA, de obediencia moscovita), no puede inferirse de aquello que haya
sido antimarxista. ¿Habrá que recordar sus excelentes relaciones con la mayor parte del
trotskismo y de sectas similares, sus vínculos con Cooke y los republicanos españoles,
sus panegíricos del Che, Mao y Castro? La evidencia al respecto abunda, y quien desee
informarse debidamente sobre el asunto tiene a su disposición una apabullante
bibliografía (que, de solicitarlo, le acercaré). Mal que le pese al A., lejos de constituir el
peronismo un antídoto al marxismo, es, contrariamente, el conducto que lo lleva a éste.
[13]
PARTE II. ¿Excomulgado o amonestado?

1. a) Comentario preliminar

Lo primero que cabe decir, es que el A. falsea mi posición (descuento que de modo
involuntario). Me achaca haber retrocedido en mi posición, señalando en un momento
dado que “pasamos de la excomunión al descontento de Roma”. Y en realidad, lo que sí
he dicho y adelantado es que parece haber elementos suficientes para tener a Perón
como excomulgado por la Iglesia (citando aquí al Dr. Caponnetto). El propio A.
manifiesta –en su introducción- que considera un “desacierto” el título de mi escrito, ya
que: «decir “excomulgado o no”, desplaza la tesis central de mi brevísimo escrito». Es
decir, queda claro ya desde el mentado título y del texto que no conviene descartar
ninguna tesis, y que lo que pretende el A. como cuestión zanjada, no es tal y explico el
por qué, ofreciendo elementos atendibles. De modo que mi principal objeción se dirige
al carácter taxativo que otorga a su afirmación. Cuanto motivó mi respuesta, como
cuadra, no fue exclusivamente el asunto de la excomunión, sino, como reconoce el A.,
la relación Perón-Iglesia-catolicismo. Ahora bien: si mi escrito se desvía de la cuestión
central -como asegura el A.-, cabría preguntar en primer término por qué le dio
respuesta (recuérdese que ya hemos advertido líneas atrás que el primero en abordar
estas cuestiones que, al aparecer, desplazan su tesis central, ha sido él).

El autor sí concede, en cambio, que existió una amonestación formal por parte de la
Iglesia a Perón; lo cual pareciera aliviarlo, como si aquella hubiera estado motivada por
olvidar un ayuno. No obstante, como veremos más adelante, parecería claro que Perón
estuvo incurso en un tipo específico de excomunión. Pero paciencia: ya llegaremos a
ello.

El A. comienza advirtiéndonos que la única vía para refutar su artículo es “mostrar un


documento, firmado por S.S. Pío XII, que nombre a Perón y diga que éste está
excomulgado”. Prima facie, el requerimiento no parecería descabellado. Empero, sí
sorprende –tal vez en demasía- que quien lo exige ignora o desestima toda clase de
documentos que prueban las dobleces y claudicaciones de su defendido. En rigor,
utilizando una varilla similar, bien podríamos pedirle al peronismo que presente al
menos uno de los siguientes documentos, cumpliendo ciertas disposiciones: 1)
Documento que certifique que a Perón lo volteó la masonería y que ésta fue la –única o
no- responsable de la quema de los templos católicos (con rúbrica del Gran Maestre de
la Gran Logia de Inglaterra); 2) Documento que certifique que a Perón lo volteó el
Reino Unido (en papel timbrado y con membrete oficial del Gobierno de Su Majestad y
firma electrónica de Winston Churchill); y 3) Documento audiovisual que demuestre
que los responsables de quemar la bandera argentina el 16 de junio de 1955 fueron los
opositores del peronismo. ¿Por qué en estos casos no obra el A. con la misma
rigurosidad documental que luego reclama a otros? ¿O se nos acusará de papelistas o
fetichistas documentales?

Lo que es claro es que lo que busca el peronismo, viendo imposible rechazar el hecho
de la persecución de Perón a la Iglesia y su doctrina, es jugar a todo o nada su única
carta. Irremediablemente, se han convencido que probado que Perón no fue
excomulgado, entonces no habría nada de que preocuparse y que peronismo y
catolicismo serían totalmente compatibles. ¿Pero tienen realmente la carta ganadora en
este juego?

1. b) ¿Excomulgado o amonestado?

El A. comienza transcribiendo algunas distinciones contenidas en la obra del


prestigiosa canonista Ana María Ortiz Berenguer («La Doctrina Jurídica sobre la
Excomunión, desde el Siglo XVI al “Codex Iurici Canonis”», 1980), haciendo hincapié
en los distintos tipos y subtipos de excomunión. Y aún así, equivoca la especie a iure,
afirmando que los autores “hablan de su imposición automática ipso iure, ipso facto;
mientras que al hacerlo de la excomunión ab homine, exigen la moción y la sentencia
del juez”. Lo cierto es que -como queda consignado en la p. 487 del citado trabajo-
existen casos en que la excomunión a iure requiere monición canónica antes de su
sentencia previa y otros en que es necesaria la citación e indagación judicial (como en la
ferendae sententiae o en la denuncia pública de la excomunión). Es decir, no
necesariamente el a iure es ipso iure.

A renglón seguido, el A. olvida otros necesarios distingos y se centra de lleno en la


excomunión ferendae sententiae, por ser éste el tipo de excomunión reservado al
pontífice que –a su juicio- hubiera correspondido a un jefe de Estado. A esta altura, la
maniobra resulta más que evidente. Lo grave aquí no es lo que dice sino lo que omite,
pues es justamente aquella omisión la que comienza a probar equivocada su tesis. Dicho
sencillamente: que la ferendae sententiae pueda no ser aplicable al caso concreto de
Perón, no significa que no existan otros tipos de excomuniones que puedan haberle
cabido al imputado (haya sido éste presidente, rey o labrador).

Dando mayores precisiones, nos dice que la excomunión a un presidente, y en el caso de


Perón, solo podría aplicarse de ser vitanda, ab homine, particularis, nomitatim y
ferendae. No obstante, apoyándonos en la misma fuente del A. (Ortiz Berenguer[14]) y
en el Código de Derecho Canónico de 1917, se puede concluir que la de Perón fue: a)
una excomunión a iure, esto es, como consecuencia del peso que la misma ley
sancionatoria tiene sobre el que delinque con sanción excomulgatoria prevista; b)
pública, puesto que fue publicada por la autoridad eclesiástica que la promulgó, y
también a través de la notoriedad de los hechos que provocaron escándalo en grado
sumo; c) tolerati, porque no obligaba a los fieles a abstenerse de intercatuar con los
castigados; d) reservada, sólo pueden ser remitidas por aquellos a quienes la misma ley
habilita a absolver. Como afirma el Dr. Caponnetto, el texto excomulgatorio del 16 de
junio de 1955, originado en la Sagrada Congregación Consistorial, con las firmas del
Cardenal Piazza y Monseñor Ferreto, “convertía técnicamente a Perón en un
excomulgado tolerado, de facto y a fortiori; esto de acuerdo al canon 2258 entonces
vigente; en un sujeto incurso en la excomunión latae sententiae en concordancia
principalmente con los cánones 2343 y 2334 del Código de 1917. En un excomulgado
no vitando…”. Conviene advertir que es mayor la gravedad de la excomunión latae
sententiae que la ferendae sententiae, puesto que la primera se aplica de modo
automático cuando los hechos son más que evidentes, y la segunda requiere de un
proceso y mayores formalidades justamente porque éstos no lo son.

Creemos que se equivoca el A. al recurrir de modo casi sistemático al canon 1557,1.


¿Qué dice el mentado canon?: “cardenales, reyes, presidentes de repúblicas, y en
general a todos los que ejercen el supremo principado de los pueblos, sólo pueden ser
excomulgados por el papa”. Punto. Nada más que decir: nos avisa el A. que el debate
está zanjado. ¿Es así? En absoluto. Existen por lo menos dos hechos concretos y
entitativos que lo prueban equivocado y que terminan por confirmar la existencia de la
excomunión a Perón. El primero es la excomunión pública y formal del gobernador de
Buenos Aires Carlos Aloé por parte de Monseñor Antonio Plaza en junio de 1955.[15]
A nadie se le ocurrió invocar el mentado canon para declarar la invalidez de aquella
pena (¿o no detentaba acaso el excomulgado el supremo principado de un pueblo?). El
segundo hecho que debería resultar cuanto menos sugestivo, es que tampoco fue
invocado para el caso de Perón y su régimen, al que la Iglesia argentina tenía claramente
como excomulgado y que, a pedido del vaticano, convocó a la Asamblea Plenaria de
Emergencia para comunicarlo públicamente a los católicos.

A fuer de terminar de cerciorarme sobre la aplicación del citado canon, consulté la


opinión del Dr. Caponnetto, quién discurriendo a su vez el tema con un canonista me
ofreció una respuesta que creo dilucida la cuestión. Cito literalmente un breve
fragmento para se entienda mejor y nada se pierda:

“El canon 1557 inserto en el Libro IV (De los Procesos) Sección I Título I, Del Fuero
Competente, enumera los casos, en razón de las personas, en los que el Sumo Pontífice
se reservaba la facultad de Juzgar como Juez en materia eclesiástica. Porque aunque la
perversión democrática dominante en nuestros días no pueda inteligirlo, el Romano
Pontífice tiene jurisdicción inmediata y universal sobre todos los fieles, en su total
magnitud, por lo que también es Supremo Legislador, Supremo Juez y Supremo
Gobernante. Entonces, las personas mencionadas en el canon 1557 de ningún modo
“sólo pueden ser excomulgados por el papa” –de un modo exclusivo y excluyente- sino
que el Papa se reservaba el juzgarlos o intervenir en los litigios en que ellos fueran
parte, no sólo de naturaleza penal, sino por ejemplo en nulidades de matrimonio, de
sagrada ordenación, disputas por derechos de patronato, contratos en general, etc.
Por eso este canon está en el Libro IV (Liber Quartus. De Procesibus. Pars Prima. De
Iudicus.Sectio I, Titulus I, De Foro Competenti) que indica qué tribunal tiene
competencia y jurisdicción, facultad para decir el derecho, en cada caso. En la práctica
–y avalado por los mismos intérpretes formalmente autorizados del Código- el Papa
puede y debe en tales casos, como Supremo Juez, delegar a tribunales pertinentes las
resoluciones por tomar. Aún en los casos de causae maiores que contempla el canon
220. Es cierto que el canon 2227 remite a la enumeración del punto 1° del canon 1557,
donde se hace referencia a los gobernantes, estableciendo que: “solamente el Romano
Pontífice puede aplicar o declarar penas contra aquellos que se trata en el canon 1557,
1°. Pero la distinción que imponen estos dos términos debe ser atendida. El “aplicar”
hace referencia a que sólo el Pontífice podía imponer la pena si se trataba de una que
dependiera del resultado de un proceso plasmado en una sentencia, es decir ferendae
sentenciae; en cambio si la persona ya había incurrido en pena de excomunión el delito
había pasado la etapa de consumación y agotamiento, el Papa solo “declaraba” al reo
ya incurso en el ella (…) Hay una concordia entre ambos cánones. A los altos
dignatarios, reyes, presidentes, cardenales, etc, el Papa los juzga como Supremo Juez;
y en caso de tener que declararlos incursos en una excomunión latae sententiae podía
hacerlo personalmente o delegando a una autoridad competente como la Congregación
Consistorial que obró en el caso de Perón (…)”.[16]

Creemos que lo referido hasta el momento resuelve la cuestión de un modo definitivo.


Si acaso en algún momento albergaba alguna duda, gracias al A., ahora todo es claro:
Perón fue excomulgado. La cuestión central en este punto, ya ha quedado respondida.

—–

Otro factor a tener en cuenta, que tampoco obra a favor de la tesis del A., es que previo
a proceder a una excomunión, la Iglesia Católica analiza no sólo la gravedad del delito y
la contumacia del delincuente, “sino también la condición de las personas que deben ser
excomulgadas, de manera que realmente sea un remedio”. El canonista Van Espen
señala dos medidas prudenciales:

“a) que no se arranque el trigo, queriendo arrancar la cizaña. Puede ocurrir si el


crimen es tan notorio y tan claramente detestado por todos que no hay peligro de
cisma; en este supuesto más vale conservar diligentemente la caridad. Sin embargo si
no cabe la convivencia pacífica es preferible corregir de esa manera; b) no se debe
proceder fácilmente a la excomunión cuando el crimen o la persona que debe ser
excomulgada tienen sociam multitudinem. Es el caso de los Príncipes y ministros. La
razón de esta prudencia es doble: a) los súbditos siguen con el deber de obedecerles en
los asuntos temporales y puede haber defensores de dicho crimen, b) la experiencia
demuestra que se produce más turbación que edificación. Puede señalarse que de jacto
la Iglesia apenas ha utilizado la excomunión contra los príncipes”.[17]

Es decir que aún existiendo evidencia suficiente de la culpabilidad y contumacia del


sujeto –cualquiera su condición-, para evitar un mal mayor (por ejemplo, proteger a la
feligresía en un contexto adverso), la Iglesia puede optar por no excomulgar, digamos, a
un jefe de estado. Resulta más que probable que la Iglesia se atuvo a este principio
prudencial en el caso Fidel Castro y del régimen cubano, que en 1962 (año en que se
declaran públicamente como marxistas-leninistas) expulsan del país al obispo Eduardo
Roza Masvidal, y junto a él 135 sacerdotes. La persecución hacia los católicos y a la
Iglesia era feroz e iba in crescendo (se expropiaron los bienes eclesiásticos, se cerraron
las escuelas católicas, etc.). Como consigna el vaticanista Andrea Tornielli, a pesar de
las grandes presiones que recibía el pontífice para que excomulgara a éstos, “Juan XXIII
prefirió no echar leña al fuego y empeorar aún más la deteriorada situación de la
Iglesia cubana”. En casos como estos vemos que, en ciertos casos, la ¨no excomunión¨
de un alto dignatario con la firma personal del Papa no necesariamente significa que no
existan elementos suficientes para hacerlo.

Prosigamos. Párrafos más adelante, el A. hace el siguiente razonamiento: “siguiendo la


imbatible lógica del autor de la refutatio, si hubo absolución hubo necesariamente
excomunión por lo tanto las excomuniones nulas e injustas también son excomuniones
porque tienen absolución”. Este fragmento contiene además un condimento especial,
que es lo que los sajones denominarían preview of coming attractions, es decir, un
adelanto de lo que está por venir. Con respecto a lo primero, reiteramos: sí,
efectivamente: en el caso de Perón –vistos los elementos-, si hubo absolución, hubo de
existir previa excomunión (el propio Perón, desesperado, recurrió al pontífice;
posiblemente por algo más grave que haber ofendido a un ordenanza madrileño). Pero
es la segunda parte de su reflexión la que llama la atención, pues pareciera estar
buscando algún recoveco alternativo donde albergar su tesis. Ahorrémosle el esfuerzo:
si la penalidad a Perón hubiese sido “iniusta”, en cualquiera de sus variantes
canónicamente previstas (defecto de jurisdicción, defecto de justa causa, etc.), tanto en
el Rescripto como en la ceremonia de aplicación del mismo se debió dejar constancia.
Nada de eso sucedió. Agreguemos algo más. Si como se consigna en el trabajo Ortiz
Berenguer -citando el Derecho Canónico-: “el injustamente excomulgado debe ser
absuelto y además inmediatamente”, y Perón creía estar dentro de esta categoría, ¿por
qué no solicitó la absolución en aquel preciso momento o en los meses subsiguientes?
¿Por qué no se preocupó por esclarecer su situación –que “tanto le pesaba”- antes de
1963, es decir, en los 8 años previos? ¿Por qué el súbito interés? Por los motivos que
antes hemos enunciado y que el A. insiste en ignorar.

Vale la pena recordar que Perón había dicho en un primer momento que no había
expulsado a los obispos Tato y Novoa, argumentando que aquel “infundio” no constaba
en ningún documento oficial. Aseguraba que los religiosos se habían ido libremente del
país, y que una vez llegados a Brasil, éstos mintieron a la prensa internacional diciendo
que habían sido expulsados. Pero poco después se descubrió que Perón había firmado
un decreto del PEN del 14/6/55 mandando la expulsión, alterando incluso la fecha de
salida de los obispos del país[18].

Madrid: 13 de febrero del año 1963. Según el A., esta fue la fecha en que el arzobispo
de Madrid, Monseñor Eijo y Garay, sin nada mejor que hacer, se apersonó en la quinta
“17 de octubre” para tomar unas copas y hablar de trivialidades con el exiliado. Esto lo
infiere el A. por el contenido del Rescripto que el mentado clérigo dirige a Perón,
concluyendo seguidamente que “lo único que confirma es la visita de Monseñor Eijo y
Garay al domicilio de Perón”. Evidentemente, no ha leído el A. ¡el propio documento
que reproduce! En esa carta se consigna claramente el motivo de la visita: “…para
ejecución del Rescripto de la S.C. Consistorial Prot N 1147/57” (incluso lo repite al
final: “Para la ejecución del presente Rescripto tendre la honra de personarme en su
domicilio mañana a las 17.30 como hemos convenido”).[19] El remate final de A. es
fabuloso:
“La pregunta que hay que hacer es qué hubiera pasado si Perón no solicitaba esto. En
un acto sobrante e innecesario, Juan Perón solicita absolución ad cautelam, esto es,
por precaución o preventivamente, después de haber quedado demostrada la
inexistencia de un documento de excomunión formal. Tal acto no sólo habla de un gesto
de humildad, grandeza y profunda cristiandad del líder de los descamisados…”.

Va de suyo que si hubiera tratado de un acto sobrante e innecesario… ¿para qué


tomarse tantas molestias? Ah, lo responde seguidamente: por un gesto de “humildad,
grandeza y profunda cristiandad del líder de los descamisados”. A esta altura de la
partida, uno cree haber escuchado todos los adjetivos posibles sobre el “líder”, pero éste
me ha desorientado de pies a cabeza. ¿“Humilde”? ¿En serio? Ni los más obsecuentes y
aventurados panegiristas se animaron a tanto (ni incluso el P. Hernán Benítez o Arturo
Jauretche)… Íbamos a objetar la “profunda cristiandad” que se le atribuye a Perón, pero
nos gana de mano el A. y nos prueba equivocados con una joya que haría sombra al
mismísimo San Luis IX:

“Beatísimo Padre:

El que suscribe, Juan Domingo Perón, domiciliado en Madrid, Ciudad Puerta de


Hierro -Sector Fuentelarreina- Quinta 17 de Octubre, temiendo haber incurrido en la
excomunión Speciali Modi, reservada, conforme a la declaración de la Santa
Congregación del 16 de junio de 1955 (Acta Apostolicae Sedis, Vol XXII, p.412)
sinceramente arrepentido, pide, por lo menos ad cautelam, la absolution.

En realidad, el que suscribe ya ha sido absuelto, por motivos de caso urgente, por su
propio confesor y admitido a los Sacramentos; pero desea en todo estar en paz con la
Iglesia y, por esto, ha presentado la presente solicitud, contento, además, de poder
hacer este acto de humildad.”

Juan Perón.

Si hay algo por lo que se ha caracterizado Juan Domingo Perón, y que reconocen y han
reconocido sus propios escribas, es por haber sido pragmático y utilitarista (incluso lo
afirma el propio A.). Que Perón desde el momento de su derrocamiento hizo todo lo
posible por volver a ser presidente, no es una opinión mía sino un hecho perfectamente
constatado. Lo manifiesta abiertamente el propio Perón (consultar la correspondencia
“Perón-Cooke”, donde incluso llama a generar una guerra civil en el país que le
permita retornar y tomar el poder). Cómo se ha dicho ya, para poder ser elegible a la
jefatura suprema del estado, el candidato debía pertenecer al culto católico (mandado en
la Constitución Nacional). Si a ello agregamos el hecho de que Argentina era un país
mayormente católico y practicante (la tinta de la persecución de Perón a la Iglesia aún
no se había secado), resulta indudable que la mancha de la excomunión (o la duda) le
hubiera alejado a una parte importante del electorado. Hemos mencionado asimismo
que las relaciones con el gobierno franquista, que le daba asilo, se hubiera cuanto menos
deteriorado de no haber formalizado por Iglesia su vínculo con Isabel.

Para cerrar, el A. nos hace una amable y oportuna advertencia, señalándonos luego el
carácter de su argumento: “La amistad o enemistad de Perón con la Iglesia nunca
puede demostrase por medio de aquellos hechos narrados por Roberto Bosca, autor
que practica la herejía judeo-cristiana en diálogo interreligioso con el rabino León
Klenicki (argumento ad personam, no falacia ad homiem)”. Bien: con idéntica
afabilidad podría responderle que si no le gusta Bosca, podríamos poner a su
disposición ciento veinte tres fuentes más del color que desee. Habiendo tomado debida
nota de las infaustas prácticas de Bosca, me comprometo a no citarlo más.

Quid pro quo: del mismo modo, entonces, tenga a bien el A. no tomar referencias de
aquel que dijo cosas como éstas:

 “un judío argentino que se abstiene de ayudar a Israel no es un buen


argentino”
 “Siento un profundo cariño y un gran respeto por el Estado de Israel (…).
Israel, durante su lucha ciclópea de varios siglos, ha dado al mundo el ejemplo
de ser uno de los pueblos más patriotas de la tierra”.
 “(…) si algunos pueden entender bien el justicialismo, son los judíos…”.
 “Por nuestro fervor democrático fuimos y somos antifascistas y antitotalitarios
y por eso luchamos denodadamente contra Hitler y Mussolini”.[20]

¿Quién lo dijo? El “fascista” Juan D. Perón.

PARTE III. Conclusiones. No sólo no hay que ser bolche, también hay que
parecerlo

Aquí el A. dirige al nacionalismo católico una grave acusación –como si no tuviéramos


ya bastante con discutir dos tesis, ahora suma una nueva; eso sí: muy novedosa-. Los
elementos en este sentido abundan y mencionarlos todos excedería los alcances
pretendidos para este escrito, de modo que nos limitaremos a decir una o dos cosas.
Comencemos mencionando lo que todos saben –menos el A.-: Jordán Bruno Genta
escribió numerosos artículos y opúsculos donde se criticaba con vehemencia a la
Revolución Libertadora y los “fusiladores”. Desde las páginas de “Combate” (el
periódico que fundó y dirigió durante 10 años), desde sus conferencias, libros y
opúscuos, jamás de los jamases recomendó votar o favorecer electoralmente al
peronismo. Ni siquiera aprobaba el sufragio universal.

Del mismo modo actuó la mayor parte de los hombres del nacionalismo católico caída
la figura del Gral. Lonardi. Y del mismo modo obró el propio José Luis Torres (que
había apoyado a Lonardi). Ignoro qué querrá probar el A. citando las palabras que
Sánchez Sorondo en ocasión al fusilamiento de José Valle, pues Lonardi ya no estaba
desde noviembre de 1955. Lo mismo en relación a la cita de Rodolfo Irazusta, donde
refiere una supuesta y decisiva ayuda británica en el derrocamiento de Perón,
reconociendo al mismo tiempo que la dependencia económica de nuestro país con
respecto a Inglaterra fue afianzada por el régimen y robustecida por Perón. Lo
repetimos: el descontento de los ingleses con Perón surge recién alrededor del año 1953,
cuando éste se vuelca decididamente por los norteamericanos (que competían con Gran
Bretaña por los mercados internacionales y disputaban la influencia en la Argentina). Y
si lo que se discute es la legitimidad de un gobierno apoyado por potencias extranjeras,
habría que actuar en concordancia en los casos del golpe de 1930 y 1943 (ambos
apoyados y/o gestados por Perón), que incluyeron en sus gabinetes hombres de las
multinacionales yankis y (en el segundo caso) aliadófilos.

El gobierno de Perón, iniciado en 1946, fue enteramente favorable a Inglaterra, quien a


diferencia de los EE. UU. se negaba a condenar públicamente a nuestro país (ver al
respecto correspondencia entre Winston Churchill y Franklin Roosvelt)[21]. El hecho
no debería haber sorprendido, ya que el “Pacto Roca-Runciman” fue obra de Agustín
Pedro Justo (reiteramos: liberal, masón y pro inglés), al que Perón definía como
“hombre de bien y perfecto y justo caballero”. Como estos, podríamos citar varios otros.
Algo es seguro: el archivo condena claramente a Perón.

Lo que realmente raya en el absurdo es afirmar que hombres como Jordán Bruno Genta
“apoyaron las candidaturas peronistas o manifestaban su adhesión electoral…”.
¿Fuentes? El A. ofrece la siguiente: Fares, María Celina (2004): “La unión federal:
¿Nacionalismo o Democracia Cristiana? Una efímera trayectoria partidaria (1955-
1960)”, pág 7. En qué testimonio o evidencia se basa la citada autora para concluir
aquel sinsentido, nuestro A. no lo dice, de modo que omite justamente el único dato que
podría probar su aserción. Seguidamente, lamenta que la actitud del antiperonismo
nacionalista torne «inadmisible una “opción circunstancial” a favor del peronismo para
evitar un mal mayor». Pero el A. no advierte que su razonamiento parte de una premisa
no necesariamente verdadera, pues asume sin discusión que el peronismo sería un mal
menor. ¿Es el peronismo realmente un “mal menor”? Esto, primeramente, hay que
probarlo. Y ciertamente, los datos no favorecen esta tesis: Carlos Menem, Eduardo
Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner, Sergio Massa, Miguel Ángel Pichetto, etc. (por
mencionar sólo algunos)… ¿Serán todos estos infiltrados dentro del peronismo?

Si acaso existe alguien que ha denunciado siempre al imperialismo sajón, han sido los
nacionalistas católicos y los nacionalistas republicanos (mientras Perón se encontraba en
sus cómodos aposentos del barrio de Recoleta, haciendo migas con los malditos
liberales). La Rev. Libertadora tuvo legitimidad de origen, pero no así de ejercicio (de
nuevo: nadie podía predecir lo que sucedería luego). Cuando se hizo evidente que ésta
era un sirviente del imperialismo sajón y la masonería (como lo fue el peronismo), tanto
el nacionalismo republicano como el doctrinario se hicieron a un lado y comenzaron a
embestir duramente contra éste (a diferencia de los peronistas, que aún cuando estuvo
claro el sometimiento de Perón hacia Inglaterra primero, y hacia los EE. UU. después,
siguieron en su mayoría apoyando obsecuentemente a su líder, salvo casos puntuales ya
mencionados).
Con respecto a lo siguiente que comenta el A., convendrá advertir que no tenemos a
Perón como ¨nazi-fascista¨ sino por lo opuesto. ¡No lo criticamos por nazi-fascista sino
por haber sido todo lo contrario a ello! Por otro lado, con respecto a la lucha ideológica
entre liberales y nacionalistas existen distintos trabajos (Por ejemplo, don Antonio
Caponnetto ha dedicado para importante de sus tres extensos volúmenes a hacerlo, en
“Los críticos del revisionismo histórico”[22]). De manera que esta cuestión se
encuentra completamente zanjada. Qué el liberalismo se encuentra en las antípodas del
nacionalismo, es claro (lo que no significa, por cierto, que ciertas corrientes
conservadoras no puedan tener aciertos en algunas cuestiones y que pueda desarrollarse
un diálogo en torno a ellas.

De todos modos, soy bien consciente de la procedencia de esta crítica solapada, y tal
vez sea éste el momento de clarificar mi posición (aunque ya lo he hecho antes). Sí,
conservo una amistad con los señores Nicolás Márquez y Agustín Laje Arrigoni. Sí,
considero que el trabajo que se encuentran haciendo en defensa de la vida es realmente
magnífico (lo cual no necesariamente comparte el nacionalismo católico ni ciertamente
el profesor Caponnetto, cuyo rechazo a éstos es público y notorio). Mis coincidencias
con los mencionados se circunscriben a temas específicos. Ahora, ¿prueba esto una
adhesión al “liberalismo”? Poseo también algunos amigos peronistas con los que puedo
coincidir en ciertos asuntos e incluso realizar actividades. Lo mismo: ¿prueba esto una
adhesión al peronismo? Parecería mentira tener que explicar tamañas obviedades. No
obstante, resulta curioso que no se haga la misma objeción al canal peronista “TLV1”,
que ha invitado en varias ocasiones a Laje y a Márquez, difundido sus trabajos y
compartido sobremesas. Y entonces, ¿Quiénes son los gorilas?

Lo que motiva mi insistencia con este tema, es claro. Lo que preocupa del peronismo,
ciertamente, no es que se sea o se declare como antiliberal (el peronismo ha sido y es,
ha funcionado y funciona, en plena concordancia con el régimen liberal, de que forma
parte sustantiva); el liberalismo es solo una pata del problema- sino que sea marxista y/o
que actúe como tal. Hasta la llegada del peronismo, el nacionalismo estaba vacunado
contra el marxismo. Fue el peronismo el que infectó de aquella ideología al
nacionalismo, desviando así su posición original (que era tanto antiliberal como
antimarxista). Estamos hoy ante el lamentable espectáculo de “nacionalistas” peronistas
integrando las huestes kirchneristas, morenistas y distintas sectas nacional-
bolcheviques. A esto ha llegado el peronismo “ortodoxo”. Con justicia, me recordarán
algunos que, ciertamente, hay dentro de ese grupo algunos enemigos del marxismo. Y
esto es indudable. Pero, así como me advirtiera el A., invirtiendo la máxima: no solo no
hay que ser rojo, también hay que parecerlo.

Cristián Rodrigo Iturralde

1/12/2018

NOTAS:
[1] El artículo de Lucas Carena al que nos referimos se titula “Contra factum non valet
argumentum” y puede consultarse en el siguiente enlace:
https://liclucascarena.wixsite.com. El artículo mío al que responde puede consultarse
aquí: http://cristianrodrigoiturralde.blogspot.com/.

[2] Horacio Verbitsky, “Cristo Vence” (tomo I, “De Roca a Perón”), Buenos Aires,
Sudamericana, 2011, página 265.

[3] Una breve sobre el sacerdote peronista Virgilio Filippo (a quién recurre el A. por
algún motivo que desconozco): en su libro “Imperialismos y masonería” (que cuenta
con una introducción de Leonardo Castellani y prólogo de Julio Meinvielle), reconoce
que “la masonería influyó para que Perón iniciara su nuevo frente al permitir que se
desenvolviese el conflicto con la Iglesia Argentina. Y el peronismo se valió de su
andamiaje, los católicos, para una obra de confusión nefasta”. Filippo alertó
constantemente a Perón sobre la acción de la masonería, pero el líder jamás acusó
recibo, teniendo al curita como un “loco bueno”.Páginas más adelante (p. 167),
continúa, diciendo lo siguiente: “Ante Perón denuncié la Masonería como el Principal
enemigo de todo poder que no le esté sumiso. Lo denuncié en artículos periodísticos y
en proyectos de ley en el Congreso, la denuncié de viva voz en debates parlamentarios.
La denuncié en conversaciones privadas con Perón siendo presidente. Total nada. Digo
más; el mismo catalogó estas advertencias sin valor. Ahora es él quien denuncia, a la
Masonería, en su libro: Del poder al exilio, como y quienes me derrocaron”.

[4] Por último, para cerrar este punto, conviene advertir que el mismo A. que me
reprochaba haberme ido ¨por la tangente¨, trae ahora al partido la constitución de 1949.
No es éste el lugar o el momento para extendernos en ello, pero se me disculpará una
breve intervención, que podrá serle de utilidad al objetor: no hubo necesidad por voltear
la constitución peronista, pues ya se había encargado el propio Perón de destruir aquel
“bastión fundamental de la soberanía nacional” (como lo llamó Scalabrini Ortíz), que
era el famoso artículo 40. Primero intentó evitar su inclusión, y con el hecho consumado
a sus espaldas (que lo enemistó con sus redactores), se encargó luego de desestimarlo en
1955 (caso Standard Oil). El dato de color es que ¡terminó persiguiendo y mandando al
exilio al propio Arturo Sampay! Deliberadamente hemos ubicado esta objeción como
nota a pie de página: a fuer de no desviar la atención del lector del asunto abordado.

[5] Eva Perón, “Historia del peronismo”, Bs. As., Presidencia de la Nación,
Subsecretaría de Informaciones, 1953. Fragmento publicado por Milcíades Peña en su
“Historia del pueblo argentino”, Buenos Aires, Emecé, 2012.

[6] “Correspondencia Perón-Cooke”, Buenos Aires, Granica Editor, 1973, tomo 1, p.


15.

[7] Ídem, p. 23.

[8] Ibíd., p. 103.

[9] Ibíd., p. 190.

[10] Cfr. https://www.infobae.com/politica/2017/07/08/la-carta-de-peron-a-mao-


llevada-por-militantes-que-iban-a-entrenarse-a-china/.
[11] Cita de “El Diario”, Córdoba, 9 de octubre de 2016. Cfr.
https://www.eldiariocba.com.ar/lo-que-juan-domingo-peron-pensaba-de-ernesto-che-
guevara/.

[12] “El pacto Perón-Israel y el presunto nazifascismo de Perón” (Buenos Aires,


Grupo Unión editorial, 2017) y “Perón, retrato de un farsante: verdad y realidad de un
mito argentino (1943-1974)” (Buenos Aires, Bella Vista Ediciones, 2017).

[13] En relación al oprobioso ¨liberalismo anglosajón¨, será necesario recordar que su


poder residía no solo en sus inversiones en el país, sino, primeramente, en el monopolio
ostentado en nuestro mercado de exportaciones, donde pagaban monedas por nuestros
productos de primera calidad –cuando pagaban- para revenderlos luego al resto de
Europa a tres o cuatro veces su valor. Y Perón fue un fiel continuador del “Pacto Roca-
Runciman”, salvando además a la fragilísima Inglaterra de posguerra de la bancarrota
(no solo por el mentado bilateralismo, sino también con la nacionalización de los
deficitarios y destruidos trenes; que los ingleses venían intentando vender al Estado
argentino desde 1930). Pero este tema da para otro escrito.

[14] “La doctrina jurídica sobre la excomunión, desde el siglo XVI al <Codex Iuris
Canonici>”, 1980.

[15] CEA Asamblea Plenaria del Episcopado, del 1 al 7 de junio de 1955, Archivo
CEA. Citado en Horacio Verbitsky, “Cristo Vence. De Roca a Perón. La Iglesia
Argentina. Un siglo de historia política (1884-1983)”, Buenos Aires, Sudamericana,
2011, nota 1174.

[16] Consulta realizada el 30/11/18.

[17] Van Espen, “Lus Ecclesiasticum”, p. 207. En Ana María Borges Chamorro, “La
naturaleza jurídica

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