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Volumen I | Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
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Contribuciones a la Historia del Arte en el Ecuador
IV44 (002064d8-82b2-11df-acc7-002185ce6064_5.html#N_44_)
Pasemos ahora a la Iglesia, y examinemos sus diversas dependencias.
También la iglesia, como el convento franciscano, ha sido descrito por diversos cronistas y escritores; pero ninguna
de sus descripciones satisface: unas son pequeñas y hechas sin criterio determinado; otras, puramente literarias, y todas,
inútiles para la Historia del Arte. El edificio merece una descripción detenida y un examen minucioso, por lo mismo que lo
consideramos como una joya arquitectónica llena de mil maravillas, que con el tiempo pueden desaparecer, como ha
sucedido ya con algunas, según lo haremos notar en el curso de la descripción.
***
En el flanco oriental de la espaciosa plaza, que tiene una ligera inclinación de Este a Oeste y de Sur a Norte,
apoyadas sobre la sólida construcción del atrio que describimos anteriormente, se yergue —65→ la hermosa iglesia de
San Francisco. A ella se asciende por las amplias y cómodas escaleras que también ya describimos, una de las cuales, la
del centro, que se dirige precisamente a la entrada del templo, se distingue por su caprichoso desarrollo concéntrico,
recuerdo de las escalinatas del 1.600. Ascendiendo por esta escalera y llegando al amplio y enorme atrio, tan apropiado
para las funciones religiosas, se encuentra el espectador delante de la imponente y severa fachada del templo. Esta tiene,
en su parte inferior, una gran puerta, la única de entrada, a pesar de que el templo tiene tres naves. A un lado y a otro de
esta puerta hay dos ventanas que dan luz a las naves laterales. La puerta se halla muy bien encuadrada entre las columnatas
duplicadas salientes y la semicolumna adosada a la muralla. Todo este conjunto es de estilo dórico denticular. Aún cuando
el pedestal de las columnas y el zócalo de la pared se encuentran bastante deteriorados; puede cualquiera hacerse cargo y
apreciar la perfección de sus líneas en todos sus detalles y particulares considerados separadamente como relacionados
entre sí. Basta contemplar una de las columnas que soportan la espléndida cornisa que corona la puerta, para ver la
armonía que se desprende de la proporción dada por el artífice a la base, al fuste y al capitel, si no se quiere examinar el
armónico equilibrio que tiene aquel motivo arquitectónico compuesto del conjunto de la puerta de arco semicircular,
ligeramente adornado en su centro por un modillón y en sus tímpanos laterales por querubines, con sus jambas construidas
con gusto y delicadeza y las columnas que la flanquean, para decir si el arquitecto que hizo esta sola parte, no conoció con
perfección las reglas arquitectónicas. En cambio las ventanas laterales son demasiado sencillas, tanto que si las murallas
de la parte inferior de la fachada no estuvieran adornadas en su totalidad con un almohadillado, resultarían desentonando
la belleza entera del edificio y comunicándole insoportable monotonía.
La cornisa cortada que campea en este primer cuerpo de la fachada es admirable de proporción y belleza sencilla y
elocuente. El almohadillado que tiene esta sección del edificio es de varias clases: uno rústico que se encuentra en el
zócalo y en las doce fajas que se extienden en las murallas laterales en donde se han abierto las ventanas, otro en punta de
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diamante que se halla únicamente en el espacio de muro que se descubre entre las columnas duplicadas o gemelas, y otro
corrido que impera en todo el cuerpo inferior de la fachada.
***
Examinemos ahora el segundo cuerpo; pero ante todo hagamos una advertencia. La superposición de estilos que, a
primera vista, parece cosa fácil, es una de las operaciones que más dificultades presentan al arquitecto, no sólo por la
composición proporcionada de los dos cuerpos, sino también por la correspondencia que tienen que guardar —[Lámina
XVIII]→ —66→ las medidas de la parte externa con la interna del edificio, en razón de los servicios que está llamada
esta a desempeñar. En nuestro caso, los servicios religiosos que presta el coro, la luz que reclaman los altares laterales de
las naves, el espacio de estas, son otros tantos factores con que necesariamente tenía que contar el arquitecto para dar a su
organismo externo la conveniente seguridad estática y resolver su problema estético de manera adecuada.
Templo de San Francisco. Arcada de piedra y Capilla de San Benito. Siglo XVI.
[Lámina XVIII]
Esta es la gran dificultad con que tropiezan muchos arquitectos para resolver debidamente el problema de la
superposición de los estilos: la relación perfecta que debe guardar la parte externa con la interna del edificio.
Y con esto, volvamos a la fachada del templo y así como en la parte inferior de ella comenzamos por describir la
puerta, en esta superior empecemos por señalar la única ventana que hoy está en servicio, la del centro, que es también la
que corresponde a la puerta de la iglesia. La ventana es grande y espaciosa, flanqueada de dos estatuas, que representan a
San Pedro y a San Francisco, y circundada de un soberbio almohadillado en punta de diamante. A un lado y a otro se
encuentran dos columnas pareadas, de estilo jónico, sobre su respectiva base, formando una sola decoración uniforme con
el zócalo almohadillado. Las columnas jónicas corresponden exactamente en su sitio a las dóricas del cuerpo inferior, y a
las semicolumnas que flanquean las ventanas bajas laterales, remplazan, en el cuerpo superior que describirnos, dos
sencillos pináculos barrocos, que guardan relación con las pirámides de igual estilo de las escalinatas del atrio. En este
segundo cuerpo encontramos mayor armonía que en el primero, ya consideremos sus detalles y particularidades, ya
contemplemos su conjunto.
A diferencia de lo que pasa en el primer cuerpo, en donde la trabazón es continuada, en el segundo encontramos que
ella se limita a las columnas, de las cuales arranca, perfecto y armónico, un tímpano circular que corona la parte principal
de la fachada. Decora este tímpano una estatua de piedra igual a las de los flancos de la ventana y que representa a
Jesucristo. Todas estas estatuas se encuentran colocadas en sus respectivos doseletes, que aunque sencillos, recuerdan las
decoraciones propias del estilo gótico, que no pudieron desterrar los renacentistas españoles y franceses de los siglos XVI
y XVII. Sobre este tímpano se han colocado cuatro remates pareados, que corresponden a las columnas superiores e
inferiores de la fachada. A los flancos de todo este conjunto central que acabamos de describir, hay dos formas de líneas
arquitectónicas, que los italianos llaman di racordo, entre las partes superior e inferior de la fachada.
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Aquí podemos detenernos un momento a considerar algo que aun a simplemente vista y con ligera observación no
deja de notarse. Bien pudo el arquitecto detenerse en este punto y dar por terminada su tarea; pues, ya se considere la
estética, ya se tenga en cuenta la estática del edificio, la fachada se hallaba completa y perfecta, capaz de llenar las
satisfacciones de la mayor exigencia, aún dentro del servicio a que estaba destinada la parte que queda descrita, ya —
67→ que en todos sus componentes nos presenta otros tantos de apoyo, correspondientes a los muros y pilastras
interiores. Sin embargo no hizo así y continuó elevando en la fachada dos nuevos cuerpos de un estilo diferente del
conocidamente clásico usado en la parte y a descrita, por más que alguna de sus formas añadidas al segundo cuerpo
recuerde las aprovechadas anteriormente decimos anteriormente, porque cualquiera distingue dos épocas en la
construcción de la fachada. Un primer plano del edificio debió comprender únicamente la fachada tal como hasta aquí la
describimos: ello lo demuestra, no sólo la diversidad de estilo que se ve en la parte superior, sino la falta misma de las
puertas de entrada a las naves laterales, que el arquitecto las sustituyó con dos ventanas que armonizaban mejor con el
conjunto. Tres puertas habrían perjudicado a la fachada. Lo demuestra también la altura a que se encuentran la nave
superior y las laterales, coincidiendo exactamente con la doble altura de la fachada del proyecto primitivo.
Resta saber si la añadidura que vamos a examinar y describir, es obra del mismo arquitecto o ejecutada por otro u
otros. No hay razón para que ella no sea obra del mismo arquitecto que ejecutó los primeros planos, ya que de esta clase
de fachadas encontramos muchas en Italia que han sido ejecutadas por un solo artista. Se diría que era cosa peculiar de la
época. Tal vez pudiera asegurarse que lo añadido en los flancos de la construcción central del cuerpo superior fuera
ordenado por el mismo arquitecto, ya que aquellas dos ventanas fingidas, con su decoración de almohadillado y fajas,
corresponden y recuerdan a las correspondientes del cuerpo inferior, tanto por la forma como por las líneas arquitectónicas
de que se hallan rodeadas. Lo propio puede decirse de las cornisas y tímpanos que constituyen una repetición o al menos
un recuerdo, aunque sin la elegancia de la forma y de la línea, de la parte primeramente descrita.
Pero lo que no podemos convenir, sino difícilmente, es que sea obra del propio arquitecto la plataforma que se halla
encima de toda esta construcción, destinada sin duda a recibir las torres y que tiene un cornisón de barbacanas que es todo
un recuerdo de la arquitectura medioeval y un síntoma más que seguro de un cambio de arquitecto en la dirección de los
trabajos. Las torres se construyeron sólo en 1700.
Al final del capítulo anterior decíamos que Pizarro había ordenado que el convento franciscano de Quito fuera una
verdadera fortificación y citábamos las palabras del cardenal Gonzaga en su crónica de la Orden. La plataforma con su
cornisa de barbacanas es talvez prueba de que así se hizo; pues si bien en verdad que la barbacana se usó como decoración
arquitectural, aún en el siglo XI y XII, como lo demuestran el ábside de Saint Martin de Canigou y el de la catedral de
Tarragona, no es menos cierto que fue un elemento de arquitectura militar usado desde el siglo X en toda Europa y muy
principalmente por los españoles como herederos de la arquitectura de los partos y de los sasanidas. Como defensa muy
apropiada para los instrumentos de ataque que conocían los indios debió talvez, hacerse aquella galería tan generalizada en
el —[Lámina XIX]→ —68→ siglo XIV que empleó como elemento ornamental en la construcción civil, en cuyo
caso las barbacanas de ensamblaje no prestaban utilidad alguna.
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Interior del templo de San Francisco.
[Lámina XIX]
Encima de esta plataforma se levantan las torres que antes del terremoto de 1859 tuvieron tres cuerpos, como se ve
en la ilustración que acompañamos al capítulo precedente, con las cuales aparecía más airosa la fachada y no con la
pesadez de ahora45 (002064d8-82b2-11df-acc7-002185ce6064_5.html#N_45_). Aquellas torres eran verdaderamente
hermosas y es una lástima que no hubieren podido reponerse por justísimas razones. Los terremotos de los años 1859 y
1868 destruyeron todas las torres de las iglesias de Quito y dejaron la parte que resistió a los movimientos en las de la
iglesia franciscana, en estado muy delicado, no obstante el espléndido material y la magnifica construcción de sus muros.
Largo tiempo permanecieron aquellas torres con sólo un tejado provisional basta que en 1892 fue llamado a
reconstruirlas el arquitecto quiteño señor Pedro Aulestia, a quien hemos de nombrar muchas veces en el curso de nuestra
obra. Examinado que hubo el sitio en que debía reedificar la parte destruida de las torres, vio que era muy difícil y
expuesto el reponerlas a su primitivo estado: los muros habían sufrido no poco y casi eran una amenaza al público, tanto
que mediante llaves de hierro y algunas operaciones atrevidas pudo reconstruir, al menos parcialmente, las que un tiempo
fueron de las más altas torres de la ciudad de Quito. Se arregló el primer cuerpo que no es hoy sino un conjunto de
pilastras del orden compuesto, pero completamente sencillo, dejando las cuatro aberturas para el servicio de las campanas
y haciendo en la parte superior cuatro lumbreras de ojo de buey para reloj. El segundo cuerpo, tan hermoso y decorativo,
desapareció por completo y al gracioso, delicado y esbelto remate del tercero, sustituyó la actual cúpula piramidal que en
su vértice recibe una estatua: de San Francisco en la una y de San Pedro en la otra.
Antes, en los primeros tiempos, los frailes habían tenido buen cuidado de dotar al público de un reloj y para este
efecto fabricaron de azulejos cuatro preciosos relojes de sol y los colocaron en el segundo cuerpo de la fachada:
precisamente en los frentes visibles de la mole, debajo de la cornisa de barbacanas y encima de los tímpanos. Como
siempre, manos profanas que blanquearon toda aquella parte del edificio, cubrieron también con cal esos relojes y ahora
apenas se los distinguen, aunque sin agujas. Ni hacen falta, dirán nuestros civilizados: ¡esos relojes han sido
ventajosamente sustituidos —69→ por el relativamente moderno de campana que se halla en la torre de la izquierda!
Cuando recién se concluyó esta fachada debió de aparecer maravillosa y rica. Pruébanlo el oro que aún se conserva
entre los resquicios de las piedras labradas y las ménsulas de la cornisa inferior. Pruébanlo también la delicadeza y
prolijidad con que se ha ejecutado el más pequeño detalle y el amor solícito que no ha escatimado la paciencia para
incrustar una piedra, en otra y formar esa curiosa decoración en el basamento del primer cuerpo.
***
Penetremos al templo.
Una mampara moderna compuesta de una gran puerta central de dos hojas y dos laterales de una sola, oculta su
interior a la mirada del que permanece afuera. La puerta principal de esta mampara se halla decorada por uno y otro lado
con dos cuadros al óleo pintados por Rafael Salas antes de su viaje a Europa, allá por el año de 1870. Deben ser copias de
dos láminas religiosas: la una representa la escena de Jesucristo arrojando a los vendedores del templo de Jerusalén y la
otra es una alegoría de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción. Ambos cuadros no valen gran cosa.
Al entrar, lo que llama la atención es el artesonado que cubre todo el espacio sobre que descansa el coro. Es de estilo
renacimiento y contiene una decoración esculpida simétrica cuyos motivos son desarrollados a base de circunferencias
unidas entre sí en líneas paralelas. En los puntos de contacto se encuentran otras circunferencias más pequeñas dentro de
las cuales se hallan cabecitas de querubines, con cuatro alas unas y con dos, otras. El centro de las circunferencias grandes
está ocupado, a su vez, por una cabeza que representa al sol, motivo que delata, como otros tantos la presencia de artistas
indígenas. Los espacios formados por los cuatro segmentos de círculos que se encuentran, se hallan decorados con hojas y
decoración lineal, y los que quedan entre las decoraciones escultóricas de las circunferencias grandes, ornamentados con
ramas y flores pintadas a todo color. Pero no todas las circunferencias grandes tienen esa decoración. En algunas (18) se la
ha sustituido con cuadros al óleo sobre tela, que representan escenas del Antiguo Testamento, composiciones seguramente
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no originales del pintor que las ejecutó, bastante bien dibujadas, pero algo duras de colorido. El conjunto de todo este
artesonado es muy hermoso. Antes tenía una forma regular con dos salientes que correspondían a las del coro; hoy sólo
existe la del lado izquierdo en donde está el órgano, desde que se eliminó el otro órgano pequeño que se hallaba a la
derecha del coro. Las dos salientes eran completamente iguales. La parte del artesonado que con la eliminación hubo de
quitarse, sirvió para —70→ tender la cenefa que actualmente existe encima de los arcos sobre los cuales se sustentan las
naves. Pueden reconocerse en esa cenefa las figuras todas del artesonado46 (002064d8-82b2-11df-acc7-
002185ce6064_5.html#N_46_).
El coro descansa sobre cuatro primorosos arcos de piedra, formados por dovelas acodadas del tercer período del
renacimiento: dos a cada lado, constituyendo esta construcción una de las notas más artísticas que tiene el templo. Casi
desde las jambas mismas de la abertura de la puerta principal, comienzan los muros de piedra que, previo un ligero recodo,
se dirigen a formar primero los arcos sobre los que descansa el coro y a unirse luego con los que dividen la iglesia en tres
naves. Encima de los arcos de piedra corre una rica guirnalda de paños, de madera dorada, sostenida por cariátides con
figuras de ángeles, que se hallan encima del centro del arco, ornamentándolo. Toda esta construcción de piedra está
finamente almohadillada y entre los entrepaños de los arcos, se encuentran hermosos cuadros al óleo en molduras
sobrepuestas al muro, con un sentido decorativo uniforme con toda aquella construcción, de manera que no se la puede
separar sin quebrar el conjunto. Dichas telas representan a ocho santas de la orden franciscana: cuatro que son Santa Clara
de Asís, Santa Vidirina, Santa Ángela de Fulgencio y Santa Rosa de Viterbo, colocadas una a una entre los arcos y las otras
cuatro que llenan de dos en dos, los muros que forman el recodo junto a la puerta de la entrada. En el intradós de los arcos
se encuentran igualmente, pintados sobre la piedra, los bustos de algunos santos, lo mismo que en la cara interior de las
columnas que contienen los arcos, dentro de espacios dejados intencionalmente a este efecto. Entro estos cuadritos se
distingue uno por el culto de que ha sido objeto: el que representa a Nuestra Señora de la Antigua, que así le llaman sus
devotos. Es el único que se conserva en toda su frescura y con un hermoso marco tallado y dorado, los demás se hallan ya
arruinados.
El conjunto de este sitio es verdaderamente hermoso. El oro que aún se conserva entre el almohadillado, revela su
riqueza y todo delata que es el único cuerpo del templo fue ejecutado de una sola vez, en una sola época y de acuerdo con
un plano uniforme con la fachada. El resto del templo, así por su material, como por su estilo, corresponde a otra época y
talvez a otros planos y arquitecto. Excusado es decir que junto con esta parte forma también cuerpo el coro de la iglesia,
que es otro de los primeros trabajos artísticos de la época colonial en este templo.
***
Se entra al coro por una doble puerta: de madera la exterior, y de bastidor forrada de cuero la interior: ambas son de
—71→ una sola hoja y muestra la segunda en su cara interna, un retrato al óleo de un obispo. El sitio es espacioso. A su
alrededor se hallan ochenta y una sillas de cedro, distribuidas en dos alturas diferentes. Las paredes se hallan decoradas,
desde encima de los espaldares de las sillas superiores hasta la mitad, con una curiosa decoración de madera tallada,
pintada y dorada, dividida en paneles por medio de semicolumnas rústicas adornadas con flores y frutos. Las paneles están
ocupadas por cuarenta y cinco figuras de santos de la Orden y otros santos y ángeles, trabajados en media talla y
policromadas. Ocupa el centro la Virgen. Todo este magnífico conjunto es obra de fray Juan Benítez, religioso del mismo
convento, que floreció durante la primera mitad del siglo XVII. Es muy probable que él mismo haya sido quien trabajó o
al menos hizo trabajar toda esa inmensa cantidad de santos de media talla que decoran el crucero, el zócalo del jube del
coro y el friso que corre en las paredes en donde se hallan los dos grandes altares laterales consagrados al Corazón de
Jesús y a San Antonio. Se admira en este trabajo la simpatía de la decoración lineal, dorada y pintada, la proporcionada
distribución entre sus partes y la ingenuidad de la labor artística, en la cual, si bien hay deformidades horribles, hay
cualidades sumamente apreciables, ya de expresión ya de ejecución. A nuestro parecer, y estudiando con alguna detención
todo ese trabajo del coro franciscano, encontramos que si fray Juan Benítez dirigió la obra para que saliera uniforme, las
diversas partes de que se compone son obra de otros compañeros. Eso lo dice un pequeño estudio comparativo de las
esculturas y de las mismas cabecitas de querubines que decoran los remates de esa gran decoración.
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Tal vez lo que más llama la atención desde el punto de vista artístico son los marcos tallados, dorados y pintados que
adornan la parte interna de la puerta de entrada y de la que queda al frente y conduce a la otra torre y antes conducía al
colegio de San Buenaventura (hoy San Carlos) y, más que todo, el artesonado que es una maravilla de arte mudéjar, en el
cual sobre la base central de un octógono se han tejido primorosas ajaracas tan complicadas que la vista se turba al
contemplarlas. Lástima que algunas de las tablitas de madera decoradas que cierran ciertas partes, se hayan caído sin haber
sido repuestas en su sitio: cosa, por otro lado, muy sencilla y fácil.
El resto de las paredes del coro se halló un tiempo cubierto con cuadros que representaban hechos de la vida de San
Pedro y San Pablo, que se hallaban colocados a modo de galería continua con columnas y marcos de cedro doradas. Hoy,
después de mucho tiempo de haberlas tenido en blanco, hase colocado allí algunas telas encuadradas en molduras de veras
primorosas. —[Lámina XX]→
Templo de San Francisco. Detalle ornamental de las columnas y arcos de la nave central.
[Lámina XX]
—72→
***
A continuación de los arcos de piedra que sostienen el coro vienen tres arcos más, a cada lado, a sostener la cubierta
de la nave central que debió ser de bóveda; pero que, el insuficiente espesor de los muros y la falta de apoyo (siendo las
naves laterales de muy pequeña altura) lo impidió. Túvose que desarmar la bóveda a medio hacer, porque amenazaba
destruir el edificio y sustituirla por una techumbre a dos vertientes y un techo plano, que fue cubierto en un principio con
un artesonado mudéjar semejante en su estilo a los del crucero y del coro.
Los terribles y repetidos terremotos que sufrió Quito a mediados del siglo XVIII dejaron la Iglesia en ruina y
destruyeron su artesonado completamente, al extremo de quedar la nave central descubierta por haberse caído el
maderamen y el techado.
Esto consta del reconocimiento que en 1755 hizo el arquitecto Juan Vivas, a petición de los padres franciscanos, ante
el escribano Francisco Javier de Bustamante, de los perjuicios que sufrieron por los terremotos las propiedades de aquellos
frailes47 (002064d8-82b2-11df-acc7-002185ce6064_5.html#N_47_). Era entonces provincial fray Joseph Fernández
Salvador.
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