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Protesta Social en los 90 en Argentina

Este documento presenta una ponencia sobre la protesta social en Argentina durante la década de 1990. Primero, analiza la evolución histórica de la protesta laboral en el país y las dificultades de obtener datos estadísticos completos. Luego, describe dos momentos clave en la década de 1990: una pronunciada caída de las huelgas y el surgimiento de protestas de trabajadores desocupados, seguido por una parcial reversión de esta tendencia con una nueva ola de huelgas a mediados de la década. Finalmente,
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Protesta Social en los 90 en Argentina

Este documento presenta una ponencia sobre la protesta social en Argentina durante la década de 1990. Primero, analiza la evolución histórica de la protesta laboral en el país y las dificultades de obtener datos estadísticos completos. Luego, describe dos momentos clave en la década de 1990: una pronunciada caída de las huelgas y el surgimiento de protestas de trabajadores desocupados, seguido por una parcial reversión de esta tendencia con una nueva ola de huelgas a mediados de la década. Finalmente,
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Santella, Agustín

La protesta social en los noventa


en Argentina

V Jornadas de Sociología de la UNLP

10, 11 y 12 de diciembre de 2008

Cita sugerida:
Santella, A. (2008). La protesta social en los noventa en Argentina. V Jornadas de
Sociología de la UNLP, 10, 11 y 12 de diciembre de 2008, La Plata, Argentina. En
Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.6413/ev.6413.pdf

Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio


institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la
Universidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE.

Para más información consulte los sitios:


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Esta obra está bajo licencia 2.5 de Creative Commons Argentina.


Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5
V Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata, 2008.

Mesa J 40

Nuevas tendencias políticas, sociales y económicas en América Latina

Coordinadoras:

Angela Oyhandy (UNLP)


María Antonia Muñoz
(FLACSO México / Universidad Pompeu Fabra)

Ponencia: La protesta social en los noventa en Argentina

Agustín Santella (IIGG, UBA, CONICET)


[email protected]

RESUMEN
En esta ponencia nos proponemos presentar las líneas principales que tomaron las
protestas populares frente a la reestructuración capitalista en la década de los noventa.
Para ello, primero realizamos una introducción histórica a la evolución de la protesta
laboral a partir de series disponibles a lo largo del siglo. En segundo lugar, damos
cuenta de la variación cuantitativa y cualitativa de las protestas de trabajadores en el
inicio de la década en cuestión. En la parte final, nos proponemos complementar los
estudios realizados por otros autores con la consideración de las huelgas generales como
forma articuladora tanto social como política.

0
La protesta social en los noventa en Argentina

En el análisis de la conflictividad social en el período 1990-2005 se pueden señalar dos


grandes momentos. Por un lado se observa una pronunciada caída de la actividad
huelguística y la aparición de la protesta de los trabajadores desocupados, la cual
preponderó en ciertos años en el conjunto de las protestas populares, especialmente en
2002 cuando la recesión económica tuvo mayor impacto. Sin embargo, esta tendencia se
revierte parcialmente con la salida de la crisis. Aunque no se dispone de mediciones
certeras sobre conflictividad para largos períodos de tiempo, los datos reunidos parecen
indicar que con la ola de huelgas de 2005 y 2006, el movimiento huelguístico vuelve a
niveles comparables, pero todavía menores, a otros momentos históricos de alta
movilización huelguística. Con esta ola de huelgas se retoma el “repertorio clásico” del
movimiento obrero, manifestando una pronunciada disminución de la formas de
protesta que estuvieran asociadas a los movimientos de desocupados en un momento
anterior. Aunque en el conjunto de las huelgas de 2005-2006 el sector industrial se
muestre menos propenso al conflicto, esta ola implica para el sector automotriz una alta
movilización huelguística, si lo comparamos con la conflictividad en el sector en el
período 1989-2006. En este sentido, la recuperación económica, los cambios en el
mercado de trabajo y la situación política trajeron una reanimación de la conflictividad
en los trabajadores industriales, cuya capacidad de protesta había sido la más afectada
en los años 90.

Algunos registros para una perspectiva histórica

Uno de los principales problemas para obtener una visión general de las huelgas en
Argentina es la falta de información estadística. La diferencia entre fuentes, el alcance
geográfico de los registros, hacen casi imposible la construcción de series de largo plazo
(Iñigo Carrera 2007, p. 62). McGuire (1996) ha publicado un exhaustivo relevamiento
de las fuentes estadísticas históricas disponibles. La única serie continua abarca los años
1907 a 1972, pero restringida a la Capital Federal. Este registro, realizado por
dependencias del Ministerio de Trabajo, excluía los conflictos laborales del resto del
país, así como del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y la Provincia. El
artículo señala que entre 1961 y 1972 se dejaron de lado inclusive los paros
(interrupciones del trabajo entre 15 minutos y 24 horas), huelgas de brazos caídos,

1
trabajo a desgano y trabajo a reglamento. Asimismo, en base a comparaciones con
similares tipos de fuentes en otros países, el autor presume que este tipo de registros
subestimarían la cantidad real de conflictos laborales en la misma Capital Federal.
Posteriormente el Ministerio retomaría la estadística de conflictos extendiendo la
muestra a nivel nacional entre 1973-1975 (en rigor, se extendió al Gran Buenos Aires y
Córdoba) y 1987 (p. 131-132). En 1998-2001, y finalmente, con la recuperación del
conflicto laboral hacia 2005 se inició una nueva construcción de datos por parte del
Ministerio, esta vez con más indicadores (MTEySS, 2006, 2007).
Como señala McGuire, distintos investigadores construyeron estadísticas con
base demográfica para períodos separados (1887-1907, 1930-1943, 1955-1972, 1973-
1976, 1976-1980). El mismo McGuire elaboró una serie de 1984-1993 en base a la
recolección de huelgas del Consejo Técnico de Investigadores, publicados anualmente
en Tendencias Económicas y Financieras. Encontramos que esta consultora comienza
con el registro anual de huelgas y huelguistas por mes y sector o empresa donde se
realizó la huelga, desde 1980 en forma continua hasta 2008. Para los años 90,
entretanto, se sumaron distintas consultoras y grupos de investigación en la
construcción de series de protestas sociales que incluyeron huelgas (Nueva Mayoría,
CICI, PIMSA, GESPAC, ver Atzeni y Ghigliani 2008, MTEySS 2006, Schuster et al.,
2006). Sin poder reemplazar la construcción de una serie continua de conflictos
laborales, como la realizada por el Ministerio de Trabajo entre 1907 y 1972,
encontramos un registro global sobre protestas laborales realizado dentro de un proyecto
comparativo internacional. El World Labor Group (WLG) construyó una base de
protestas laborales en el mundo desde 1870 hasta 1996, incluyendo la Argentina (Silver,
2005). Este registro da un indicio para la construcción una serie de “protestas
laborales” en el largo plazo en la Argentina. “Protesta laboral” es definida como todo
evento u acción realizada por trabajadores proletarizados o en vías de proletarización.
“Para resumir, la conflictividad laboral que pretendemos medir incluye todas las
resistencias y reacciones (observables) de los seres humanos a verse tratados como
mercancías, tanto en el lugar de producción como en el mercado de trabajo. Incluye
todos los actos manifiestos de resistencia conscientemente proyectados y también
formas ocultas de resistencia cuando se trata de prácticas colectivas generalizadas.
Finalmente, el concepto de conflictividad laboral incluye todos los actos de los
trabajadores que se presentan bajo banderas comunales distintas a las del trabajo,
cuando existe un claro solapamiento entre clase y comunidad, y cuando la lucha está

2
encaminada a oponerse a la condición proletaria” (Silver 2005, p. 210). El espectro de
protestas laborales se amplia considerablemente por fuera de las huelgas. Esto le lleva al
WLG a considerar las fuentes hemerográficas y no la estadística oficial sobre huelgas,
más ajustado a observar la conflictividad laboral en su conjunto. “La suposición (muy
habitual) de que las huelgas pueden servir como indicador fiable de todas las formas de
conflictividad laboral es inaceptable y potencialmente muy equívoca” (p. 211).
Inclusive, la estadística oficial de huelgas excluye a las huelgas generales pero “los
trabajadores plantean con frecuencia sus reivindicaciones al Estado (mediante huelgas
políticas) como parte de su resistencia frente a la condición proletaria”. La autora
considera, además, que la estadística de huelgas es insuficiente para el estudio de la
protesta a nivel mundial ya que muy pocos países tienen estadísticas confiables o
completas (corroborado en el caso argentino). Consecuentemente, el registro de las
protestas incluye a trabajadores ocupados como desocupados, y los tipos de acción van
desde las huelgas generales, huelgas, a disturbios, protestas de desempleados,
manifestaciones, cierres patronales, otras formas de resistencia u otras acciones (pp.
221-226).
Con este marco, Korzeniewicz (1995) ofrece un registro de protestas laborales en la
Argentina desde 1906 hasta 1990. Los casos sobre Argentina provienen de la misma
base del WLG. De un total de 91.947 menciones de protestas laborales para todo el
mundo en los diarios The New York Times y The Times (Londes) correspondieron a la
Argentina 2319 (el 2,5%) (Silver 2005, p. 215, Korzeniewicz 1995, p. 114). En la
evolución de la protesta laboral en Argentina dos grandes momentos llaman la atención
(datos expuestos en una gráfica por Korzeniewicz). El primero son los años de la
Semana Trágica de 1919. El segundo incluye protestas bajo los primeros gobiernos
peronistas y el pico máximo se inscribe en los años 1958-1959. A partir de allí
descienden las protestas con una leve reaparición en el ciclo de Cordobazo (1969-1975).
El comportamiento en el tiempo de la protesta en la Argentina ofrece una combinación
entre los comportamientos de los países centrales y periféricos. Los dos grandes picos
de conflictividad laboral mundial se asocian a la finalización de las Guerras Mundiales
(1919-1921 y 1946-1948). Esto se debe al peso de la protesta laboral de los países
centrales fuertemente vinculado al desenlace de estas guerras. Como vemos, esto
también ocurre en la Argentina pero tan sólo en el desenlace de la Primera Guerra. Pero
el segundo pico en la Argentina se asocia al ascenso de la conflictividad hacia fines de
los cincuenta, que coincide grosso modo con el ascenso de la protesta laboral en los

3
países periféricos cuando ya la conflictividad en los centrales tendía a descender
paulatinamente. En la periferia se observarán dos picos entre 1955 y 1960 y alrededor
de 1985 (Figuras en Silver 2005, pp. 145-147).
El sentido de la expansión de la protesta laboral a la periferia sigue una de las tesis
centrales de Silver. Esta sostiene una interrelación recíproca entre movilidad del capital
y protesta, mediante la cual el desarrollo del capital trae una fase de conflicto que se
resuelve con la innovación tecnológica, concesiones al trabajo por un lado, pero también
con movilidad del capital a zonas geográficas y nuevas ramas. Esto origina una nueva
fase de protesta en estas regiones y ramas de inversión reciente, y daría cuenta de la
continuidad de la protesta laboral por fuera de las metrópolis hacia 1980 en países que
fueron objeto de la relocalización industrial luego de la crisis de los años 70 (Brasil y
Asia) (Arrighi y Silver, 2000; Frobel, Heinrichs y Kreye, 1978). Este tipo de expansión
del capital en la Argentina puede verse en el análisis que hace del sector automotriz. La
protesta obrera en este sector se inicia en los países metropolitanos (EE. UU., Canadá),
se extiende hacia el resto de la Europa industrial, hacia 1970 llega a Italia, España,
Argentina y hacia 1980 a Brasil, Sudáfrica, Corea del sur y México (Silver 2005, pp.
58-59). Esto corrobora el sentido del flujo de inversiones internacionales en el sector1.
En cuanto a la Argentina, Korzeniewiz agrupó las acciones en “olas de protesta”.
Como se ve en el cuadro respectivo, las principales olas caen en los años 1951, 1957-
1958, 1969 y 1975. Siguiendo un criterio extendido, el autor entiende por olas aquellos
años “donde el número de menciones es al menos el 50% más alto que el promedio de
los previos cinco años y (grandes olas) el número de menciones es más alto que el
promedio de los 85 años de serie en su conjunto” (p. 111). En los años 1980 se
protagonizaron olas de protesta, pero en la perspectiva histórica de largo plazo fueron
mucho menores que las de 1975, y mucho mayores comparadas con las de 1956-1957.
A pesar que la unidad de análisis de protestas laborales del WLG no se restringe a
las huelgas, Korzeniewicz señala que coinciden el pico máximo de protestas y el de
huelgas registradas por la serie del Ministerio de Trabajo mencionada anteriormente.
Esto indicaría que las huelgas fueron la forma predominante de protesta en los años
referidos. Pero también podría indicar que en los picos de protesta se combinan formas
huelguísticas con formas no huelguísticas de protesta. En cualquier caso, veremos que

1
En el largo plazo, la Argentina fue receptora creciente de inversiones en el sector automotriz, y en la
participación de la producción mundial, hasta mediados de los 1970. Posteriormente la expansión de la
producción giró decisivamente hacia los países asiáticos, e incluyendo a Sudáfrica como país productor.
En América Latina, el puesto de la Argentina lo tomaron México y Brasil.

4
las formas de protesta laboral no huelguísticas se diferenciarán particularmente desde
los años 90. La evolución de la protesta delineada aquí apoya algunas interpretaciones
en debate en el campo de la historia del movimiento obrero reciente. Nos referimos a la
tesis de James (1990) que afirma que luego del derrocamiento de Perón en 1955 el
movimiento obrero atravesó dos etapas. En un primer momento los trabajadores y sus
organizaciones habrían resistido en forma combativa la exclusión política y social de los
gobiernos antiperonistas. Pero luego de un período de activa resistencia, las
organizaciones consolidaron sus posiciones en sucesivas negociaciones con el régimen
dando lugar a una nueva integración institucional, con la consolidación de una capa
burocrática de nuevos generación de dirigentes (identificada con el vandorismo) y
desmovilizando consecuentemente a los trabajadores. Este relato fue criticado por
quienes consideran que obscurece las movilizaciones posteriores que condujeron al
ciclo de luchas de los años 1970 (Schneider 2005). Aceptando los datos del WLG para
la Argentina de los setentas, esta discusión puede tomar la diferenciación entre acciones
rutinarias y transgresora señalada por Silver (2005, p. 210). En este sentido, más allá de
su cantidad, las acciones de 1969-1975 fueron diferentes por su forma (mayor violencia)
y sus reivindicaciones potencialmente revolucionarias dadas por la difusión de
ideologías revolucionarias como por las alianzas creadas en la situación política que
unificaron a las fracciones revolucionarias con la mayoría del movimiento obrero
excluido políticamente2.
Avanzando en el tiempo, la serie del WLG minimiza el reanimamiento de la
actividad huelguística desde la apertura constitucional de 1983 en adelante. Como se
observa McGuire en sus datos, la actividad huelguística en los 80 es significativa si se
mira la cantidad de huelguistas además de la cantidad de huelgas.
En el año 1986 hubo 582 huelgas con aproximadamente 11 millones de huelguistas.
Si bien no se pueden comparar las bases de información con la estadística de huelgas de
1907-1972, por cuanto éstas refieren a la Capital Federal solamente, aún así se pueden
realizar algunos cruces de datos básicos. En 1959 hubo 1.411.062 huelguistas en 45
huelgas, con casi 10 millones de días perdidos en la Capital Federal. A juzgar por la
tasa de habitantes por huelguista en ambos momentos y lugares, la ola huelguística de
1986 fue apenas menor que la de 1959. En la Capital Federal en 1959 hubo 1 huelguista

2
Esta dinámica se dio en la fase 1969-1972, ver Santella 2008.

5
por cada 2,1 habitantes; en el territorio argentino en 1986 hubo 1 huelguista cada 2,48
habitantes3.
Esta comparación tiene varias limitaciones. El registro de 1986 abarca distintas
formas de paralización del trabajo, mientras que la de 1959 se acota a las huelgas
completas (no incluye las interrupciones parciales o intermitentes de una jornada). Sin
embargo, no deja de llamar la atención sobre la intensidad de un ciclo huelguístico en
los años 1980 poco tomado en cuenta en el registro de WLG (que indicaba casi 70
menciones de protesta laboral en 1959 frente a 15 en 1986). Otra diferencia es que la
base de WLG abarca todas las formas de protesta de trabajadores sin limitarse a las
huelgas. Dar cuenta de las similitudes y diferencias de ambos ciclos de lucha, reflejadas
en los registros cuantitativos, implicaría un estudio comparativo en profundidad no
realizado. Este podría iluminar sobre las características internas de la protesta (relación
entre formas huelguísticas y no huelguísticas) así como de las relaciones en el contexto
económico y político en que se inscribieron las acciones de protesta. Un indicador que
brindan los registros es la mayor concentración de las acciones huelguísticas de 1959,
en comparación con 1986, lo cual podría explicar parcialmente la mayor visibilidad y
repercusión de las primeras. En 1959 se observaron 31.356 huelguistas por huelga,
frente a 19.307 huelguistas por huelga en 1986. En otro aspecto, en 1986 son mayores
los días laborales perdidos por las huelgas, que en 1959. Esto indica que en el pico de
1959 las huelgas fueron mas concentradas (cada huelga agrupó más trabajadores) que en
el pico de 1986. Conjeturalmente, estos rasgos ayudan a que la fuente de WLG capte en
menor medida el ciclo de 1986 frente al de 1959. Las huelgas de 1986 estuvieron
dispersas en el territorio nacional mientras que las de 1959 fueron más concentradas y
realizadas en la Capital Federal. Podemos pensar que es difícil que los dos diarios
usados por el WLG (diarios principales de capitales de EE. UU. y UK) registren
movimientos pequeños realizados en las provincias de los países extranjeros.

Las protestas en el período

Más difícil es ponderar en términos histórico comparativos la magnitud de la


movilización popular de protesta que se configura con características nuevas una vez

3
Las comparaciones más usuales refieren a huelguistas por trabajadores asalariados (por ej., MTEySS
2006), pero no disponemos de este número para la Capital Federal en el Censo Nacional de Población de
1960 usado para realizar estos cálculos.

6
que irrumpe la desocupación de los 90. Los registros para estos años dan cuenta de la
modificación de la composición de la protesta pero no han producido indicadores de
personas movilizadas. Sin embargo, han proliferado estudios (con matrices teóricas
diferentes) que cubren mayormente el período.
A partir del material disponible se puede afirmar que los años 90 muestran un
período de alta movilización social que da cuenta de los cambios fuertes en la estructura
social y las relaciones de fuerzas sociales que se remontan desde los años 70
profundizadas a comienzos de la década. A medida que avanzaron las reformas en el
estado y en el trabajo, afectando a los diferentes sectores de los trabajadores (ocupados
y desocupados), la protesta globalmente creció de magnitud, dando lugar a la protesta
callejera y culminando, con la aglutinación de distintas fracciones sociales afectadas (no
sólo la clase trabajadora) en los hechos de protesta de diciembre de 2001. En el fondo
de la crisis recesiva en 2002, los movimientos de desocupados y de los ahorristas
afectados por el “corralito” fueron quienes ganaron la calle. Esta movilización fue
diluyéndose por la apertura política de un gobierno favorable (por lo menos en el plano
del discurso y la identificación política) a los sectores movilizados en los años
“menemistas” (entre los desocupados y el movimiento obrero), por la gradual y parcial
devolución de los ahorros, por el reinicio de la actividad económica que repercutirá
finalmente en el mercado de trabajo aliviando las tasas de desocupación y, no menos
importante, por la masiva distribución de planes sociales erigida como una política del
estado dirigida a contener la situación extrema. Poco después, la recuperación del
mercado de trabajo dará lugar a una ola huelguística, con características propias y cuya
intensidad será objeto de discusión (ver Svampa 2008, pp. 203-204).
Las políticas de reestructuración del estado y las empresas generaron, en
distintos tiempos y formas, considerables resistencias por parte de los afectados por las
mismas. En algunos casos esta resistencia impidió la realización completa de las
reformas planeadas (en el caso de las reformas laborales y sindicales, ver Murillo 2005,
Iñigo Carrera, 2004). Tomamos el período de protesta que comienza en 1989, momento
en que asume un gobierno que se propone, más claramente que el anterior, llevar
adelante este tipo de cambios. En un primer momento (1989-1993) se combinan una
fuerte resistencia huelguística junto con los saqueos de 1989, que en cierta medida
prefiguran el nuevo tipo de protestas por fuera de las estructuras del movimiento

7
obrero4. Como se ve en el cuadro elaborado por McGuire, los años 1989-1990
evidencian un extenso movimiento huelguístico. Por la cantidad de huelguistas y días
perdidos, pueden compararse al pico de 1986 (con lo que, por las consideraciones
hechas antes, también se compara con el pico de 1959). Estas huelgas se dieron en un
contexto defensivo, especialmente en relación con los trabajadores estatales. En esta ola
de huelgas preponderaron los trabajadores del sector público, como se observa en la
distribución de los días perdidos por huelgas (92 y 95% de los días, alrededor del 80%
de los huelguistas y de las huelgas). Esto contrasta con la composición del inicio de la
serie (1984) cuando las huelgas en el sector público representaban la mitad del total.
Entre los sectores que más participan de estos años de huelgas, se encuentran los
docentes (con 179 huelgas entre 1989 y 1993, con 7.329.966 huelguistas), los
empleados de la administración pública (160, 6.436.481), sin incluir a los municipales
(con 58 huelgas, 656.030 huelguistas), los trabajadores telefónicos (37 huelgas con
289.600 huelguistas) y los ferroviarios (36 huelgas, 428.250 huelguistas). Los
trabajadores de Luz y Fuerza implementaron 6 huelgas, casi exclusivamente por parte
del sindicato de Mar del Plata, de orientación opositora a la Federación nacional. De las
7 huelgas de sindicatos de este gremio entre 1989 y 1993, 5 la realizaron en Mar del
Plata, mientras las restantes corrieron a cargo de los sindicatos de Córdoba y Tucumán
(15.500). Los petroleros, quienes pertenecieran a empresas sujetas a privatización,
realizaron 8 huelgas entre 1989 y 1991, con 54.820 huelguistas. Los trabajadores de
Correos participaron en 5 huelgas, aunque muy masivas ya que fueron declaradas por la
Federación, convocando entre todas a 140.000 trabajadores5. Entre los trabajadores
privados (en algunos gremios, organizados junto a trabajadores estatales), se destacan
Sanidad con 81 huelgas y 1.141.890 huelguistas; los Bancarios realizaron 27 huelgas
con 292.450 huelguistas. Sin embargo, el gremio privado e industrial con mayor
intensidad huelguística fue la Unión Obrera Metalúrgica con 49 huelgas y 6.573.960
huelguistas entre 1989 y 1993. De carácter centralizado, una menor cantidad de huelgas
aquí incluyó una mayor cantidad de huelguistas. En este lapso la UOM convocó a 20
huelgas nacionales (tan sólo una a nivel seccional, en Campana en diciembre de 1989).

4
Más bien, los “saqueos” de 1989-1990 se repitieron las semanas previas a la protesta nacional del 19 y
20 de diciembre de 2001. En 1989 se produjeron 282 saqueos y 71 en 1990. Estos saqueos consistían en
“grupos de personas que se apoderan violentamente” de alimentos (39% del total) más otros medios de
consumo necesario (35%). Los hechos tuvieron alcance nacional. Los autores de la investigación
concluyen que, más que protestas, fueron acciones dirigidas contra comerciantes para la satisfacción
inmediata de necesidades (Iñigo Carrera, Cotarelo, Gómez y Kindgard, 1995).
5
Todos estos datos fueron elaborados a partir de la base construida por McGuire de Huelgas 1984-1993.

8
Las restantes 28 huelgas del sector fueron a nivel de plantas (con 18.340 huelguistas).
La participación de la UOM en el movimiento de huelgas ha sido rescatada por algunos
analistas como muestra de una importante diferenciación entre los gremios industriales
en relación a las políticas de gobierno en la primera etapa del gobierno de Menem6. La
participación de este gremio no deja de ser significativa, ya que representan el 25% de
los huelguistas en esta etapa (1989-1993). Al mismo tiempo, si comparamos la
frecuencia de huelgas del gremio desde 1984 se comprueba que se mantuvo o incluso
incrementó en el período 1989-1993. El total de huelgas metalúrgicas entre 1984-1993
fue de 158 con 9.477.664 huelguistas, sobre un total de 64.828.080 en las 3401 para el
conjunto de los gremios en el mismo lapso (aproximadamente el 4% de las huelgas y
14% de huelguistas). Esta participación asciende al 25% de los huelguistas y el 4% de
las huelgas. Tan solo en 1992 la UOM hizo 9 huelgas nacionales, lo que explicaría una
distribución de huelguistas a favor del sector privado que contrasta significativamente
respecto de la media del período. En 1992 solamente el 37% de los huelguistas
correspondieron a trabajadores públicos o de sectores mixtos, un porcentaje que
contrasta con el 77% de 1991 o el 83% de 1993.
Podemos señalar, retomando lo anterior, una dinámica particular de los trabajadores
metalúrgicos, en el sentido de que mostraron una respuesta activa en la primera etapa
menemista, discrepante a la subordinación de la mayor parte de los gremios industriales.
Pero además es significativa la forma en que produjeron huelgas metalúrgicas a partir
de 1989. La diferencia reside en que desde este año las huelgas adquieren un carácter
nacional y centralizado desde el Secretariado Nacional. En este sentido, la intensa
actividad huelguística en la rama metalúrgica adelanta una dinámica en el sector
industrial en la que las medidas de fuerza, declinantes en su conjunto, son difícilmente
realizadas a nivel fabril (salvo en casos extremos de despidos o cierres, pero aún así

6
Las investigaciones reunidas en la publicación Carta Económica señalaban al gremio metalúrgico como
uno de los más combativos durante la primera etapa menemista. Entre 1985 y 1991, la UOM figura como
el tercer sindicato en cuanto a “conflictos laborales” (4,4%), siguiendo a Docentes (21%) y Estatales
(18%) (datos basados en Centro de Estudios para la Nueva Mayoría). Los analistas concluyen que
“mientras que la conflictividad laboral traducida en medidas de fuerza ha disminuido en el promedio
general, en el caso particular de la UOM se ha incrementado, duplicándose durante el gobierno de Menem
respecto del de Alfonsín. Esto respondería a varias causas: 1) El modelo de apertura y transformación de
la economía, 2) Los conflictos que han tenido en las plantas más importantes del gremio por la reducción
de personal, como es el caso de Somisa y Acindar, 3) La posición política de la UOM que está en
oposición al modelo laboral, de desregulación de las obras sociales, paritarias por empresas y
democratización de la vida sindical”. Carta Económica, Febrero de 1992.

9
difíciles de convocar, como veremos en el sector automotriz)7. La participación
huelguística de los trabajadores industriales en el nuevo contexto desfavorable de
fuerzas (desde fines de los 80) se reducirá a las medidas convocadas desde las centrales
generales o los sindicatos de rama. Esta forma de participación ha sido menos tenida en
cuenta en los análisis del período. Sin embargo, adquiere una importancia mayor que en
los otros períodos precisamente por la pronunciada caída de la frecuencia de las huelgas
realizadas en las instancias de base, locales o regionales. La dificultad de expresar
reclamos por la vía huelguística de empresas o regiones también fue parcialmente
canalizada por formas de protesta por fuera del lugar de trabajo, en el caso de las
tradicionales manifestaciones, o crecientemente implementados los cortes de ruta. Estos
últimos permitieron la aparición contestataria de la fracción de los trabajadores más
afectadas por el proceso económico (los despedidos por la reconversión industrial y las
privatizaciones). Pero también los cortes de ruta fueron extensivamente utilizados por
fracciones de trabajadores ocupados, y en ciertas ocasiones se combinaron en acciones
conjuntas entre los trabajadores organizados por los sindicatos y los movimientos de
desocupados (como en las huelgas generales de 1997 y 2000, ver Auyero 2002).
El cambio en las formas de protesta popular predominantes comienza a evidenciarse
con la caída del ciclo huelguístico de 1989-1990 pero se efectiviza hacia 1994-1995.
Según el estudio del GESPAC (Schuster et al 2006) entre 1989 y 1995 los actores
sindicales promueven la mayor parte de las protestas, siendo luego reemplazados por
“actores civiles” (entre los cuales el 28% corresponde a vecinos, 20% a estudiantes,
11% a Derechos Humanos, 9% a Familiares y Amigos de Victimas, etc.) hasta 1999.
Desde aquí nuevamente los sindicatos retoman el liderazgo de la protesta hasta 2001
(Gráfico 7, Evolución de la protesta según tipo de organización).
El cambio en la protesta se observa más en cuanto a las formas de acción,
denominados “formatos” por los investigadores de GESPAC. Los paros son
mayoritarios entre 1989 y 1990, pero desde entonces son reemplazados por las
manifestaciones8. Estas son predominantes en todo el resto del período tomado por el
estudio (1989-2002), pero los cortes de ruta crecen vertiginosamente desde 1996 hasta
casi igualarse a la cantidad de manifestaciones en 2001. Las tomas adquieren poca

7
Estas huelgas nacionales se dan en un contexto en que la CGT se debate entre las fracciones
subordinadas al gobierno y las fracciones combativas (ubaldinismo). Hasta 1992 la central no realizó
ninguna huelga general.
8
En términos generales coincide con los datos de PIMSA para 1994-2006. Entre 1994-1995 alrededor del
25% del total de protestas son paros, relación que disminuye posteriormente y se incrementa en 2004 al
16%, el 21% en 2005 y 13% en 2006 (Iñigo Carrera 2007, p. 73).

10
frecuencia en todo el período. Sin embargo, como realza Armelino (2005), las protestas
sindicales y sus demandas son las predominantes en todo el período 1989-2002. En este
lapso las organizaciones sindicales convocan al 49% de la protesta, seguido del 35%
protagonizada por organizaciones civiles y más lejos por movimientos piqueteros (6%)
(Gráfico 4, Schuster 2006). Asimismo las demandas salariales, típicamente sindicales,
corresponden al 26% de las demandas del conjunto de las protestas (Gráfico 5). La
declinación de la protesta sindical se observa especialmente en cuanto a las huelgas, ya
que las manifestaciones son mayoritarias (45%) frente a los paros (24%). Pero las
manifestaciones son igualmente usadas por sindicatos (34%) como por las
“organizaciones civiles” (40%). Lo mismo hay que señalar para los cortes de ruta, sin
dudas uno de los formatos que diferencian al período de los anteriores. Estos fueron
realizados tanto por sindicatos (en un 25% de los cortes) como por organizaciones
civiles (24%) o piqueteras (30%) (Tabla 8). Esto es, los cortes de ruta se convirtieron en
una forma “modular” en el sentido de que fue adaptada por sujetos y demandas
distintas, no reducible a la forma de expresión de los desocupados9. Por el momento de
difusión (en el contexto de la crisis y la desocupación) se la asocia usualmente a los
desocupados10. Aunque haya sido impulsada probablemente como medio específico de
éstos, una vez instalada en la escena pública parece haber sido tomada y generalizada
como medio de acción para cualquier otro reclamo.
A la luz de este contexto defensivo para la clase trabajadora, se observan
transformaciones en el análisis interno de la protesta laboral. Siguiendo la tendencia
comenzada a fines de los 80 (ver cuadro), desde 1990 hasta 2005 la protesta laboral será
protagonizada por los trabajadores del sector público (docentes, administración pública
nacional y municipal) (Armelino 2005, p. 6). Entre 1994-2006 PIMSA registró 2033
huelgas, de las cuales el 68% (1391) correspondieron a trabajadores del sector público y
26% (537) al sector privado (el resto correspondieron a huelgas en sectores mixtos).

9
Aunque es mucho más difícil, con el “paro” puede suceder lo mismo, aunque en el período 1989-2002
tan sólo el 8% de paros correspondió a protestas por actores no sindicales. Un ejemplo de este tipo de
“modularidad” (en referencia a una forma de acción que no es privativa de un sujeto dado en la estructura
social) se encuentra en el “paro agrario” de marzo a julio de 2008. Aunque parte del debate entre los
actores enfrentados pasara por como caracterizan el tipo de protesta (para el gobierno se trataba de un
lock-out) la misma se identificó desde su inicio como un “paro”. Para la discusión sobre la diferencia
entre huelga y lock-out y su tratamiento por la OIT, ver Van der Velden 2007. Este tipo de situación (en
que una misma forma de acción es usada por sujetos muy distintos) nos presenta las limitaciones en una
consideración externa de las formas de la protesta, sin tener en cuenta los sujetos sociales, sus objetivos y
el contexto en que se producen.
10
Aunque habría que tener en cuenta que se pueden encontrar cortes de ruta o caminos como formas de
protestas usadas por campesinos o productores agropecuarios desde principios de siglo en nuestro país.

11
Tampoco la revitalización de las huelgas en 2005-2006 parece corresponder a la
irrupción de los trabajadores del sector privado. Los trabajadores públicos
protagonizaron el 84% de las huelgas de 2005 y el 63% de las huelgas de 2006
(calculado en base a Iñigo Carrera 2007, p. 75). Dentro de este marco, las huelgas en la
industria manufacturera son aún menos frecuentes. Representan el 8% de las huelgas de
1994-2006, el 10% en 2005 y el 11% en 2006.

Papel e implicaciones de las huelgas generales

Sin embargo, hay que dar cuenta de una serie de limitaciones de los análisis
cuantitativos sobre protesta en relación al tipo de datos hasta aquí reproducidos. Como
señala tanto la bibliografía establecida sobre huelgas, y se amplia en una discusión
sobre los ciclos de lucha realizada recientemente por Iñigo Carrera (2007), el uso de
frecuencias de acciones puede mostrar un panorama limitado de las movilizaciones y las
relaciones de lucha en el tiempo. Este señalamiento plantea la vinculación de las series
simples de frecuencias de protestas con un análisis más complejo que incluya otras
variables propias de las acciones de protesta, como aquellas que surgen de las relaciones
de fuerza en que se inscriben y sobre las que actúan las acciones11.
Una de las modificaciones centrales en la actividad de protesta sindical, es que
mientras que las huelgas “ordinarias” (así caracterizadas por McGuire como aquellas
que no son generales) disminuyen significativamente desde 1991 hasta 2003, no ocurre
lo mismo con las huelgas generales. Las huelgas generales tuvieron menor frecuencia
desde 1989 que respecto al período 1983-1989 (lo que se pone de relieve al recordar los
“13 paros de la CGT a Alfonsín”). Sin embargo, esta disminución entre períodos es
relativa a la situación de cada período, para lo cual hay que tener en cuenta el contexto
de fuerzas especialmente desfavorable para los trabajadores a partir de las reformas

11
Algunos autores diferencian “dimensiones internas o externas” de las protestas. Entre las primeras
podemos mencionar el grado de organización de las protestas (espontáneas o convocadas y planeadas por
organizaciones específicas burocráticas), relaciones entre las organizaciones que representan al sujeto
social de la protesta, nivel de participación (cantidad de personas movilizadas), formas de acción usadas
(desde marchas, huelgas, actos, meetings, acampadas, cortes de ruta). Entre las dimensiones externas se
cuentan las relaciones de alianzas de quienes protestas con otros sujetos, las cuales también son
atravesadas por la simpatía espontánea o difusa, o el apoyo directo material y político de organizaciones
sociales o estatales (partidos políticos, niveles de la administración pública). Siguiendo con las
dimensiones externas, las alianzas pueden dar lugar a acciones contrarias que influyen decisivamente en
el transcurso de la lucha, en el caso de la represión del estado, o de cualquier adversario definido al nivel
social (en el caso de una huelga con violencia de grupos financiados por las patronales o del mismo
sindicato contra los huelguistas).

12
estatales y económicas aplicadas desde 1989. Por otro lado, fueron realizadas bajo
gobiernos identificados con su mismo partido político, lo cual hace más difícil esta
decisión12.
Entre 1992 y 2002 para el conjunto de trabajadores la participación mayoritaria en
protestas se ha reducido a las huelgas generales. Este hecho ha sido poco tenido en
cuenta por los analistas de protestas del período, y su explicación de este hecho puede
responder a un proceso que tiene efectos similares tanto en los análisis políticos de los
especialistas, como en los trabajadores que participan de estos “paros de la CGT”.
Mayormente el registro de los paros generales se limita se limita a las motivaciones
y especulaciones de los dirigentes en defensa de intereses de organización, autónomos u
opuestos a los trabajadores. La observación usual acerca de los paros generales se
desplaza así recurrentemente a la actividad reducida de grupo de presión de la capa de
los dirigentes, por medio de la cual instrumentalizan a los trabajadores en la búsqueda
de objetivos propios. La aceptación de una fracción del movimiento obrero a las
reformas neoliberales ha desdibujado y oscurecido el momento en que otras fracciones
(inclusive éstas mismas) han expresado su discrepancia, global o parcial, o la resistencia
a estas reformas. Esto tampoco ha sido observado por la identificación tradicional del
gobierno y los trabajadores con el peronismo.
Sin embargo, la dinámica de lucha de las “reformas de mercado”, contiene la
influencia del movimiento obrero a través del uso de la huelga general como
instrumento de presión, resistencia u oposición, dependiendo del contexto y la fracción
y alianza que convoca a los mismos. Se ha identificado la primera huelga general del
período (1992) con la negociación instrumental por las obras sociales, pero las restantes
huelgas del período son más difícilmente reducibles a negociaciones relativas a fondos
sindicales. Los paros generales convocados conjuntamente por la CGT, MTA o CTA,
comprendieron diversos reclamos económicos y políticos que excedieron las demandas
de recursos para el financiamiento de los aparatos sindicales.
En este sentido, las huelgas se han desempeñado como “articuladores de la
protesta”, unificando la contestación de fracciones obreras y sociales no obreras, así
como movimientos de protesta política. Como ilustra Auyero (2002), “quizás sean las

12
Bajo el gobierno radical de 1984-1989 hubo 2 huelgas generales por año, en los 10 años de gobiernos
justicialistas (1989-1999) 0,9 huelgas por año. “Pero esta comparación poco dice si no se tiene presente
que desde hace cincuenta años la mayoría del movimiento obrero ha formado parte de la alianza social
que se expresa políticamente en el peronismo. Este hecho hace que haya una diferencia cualitativa entre
las huelgas generales realizadas durante una administración radical o justicialista; más aún si son
declaradas contra políticas de gobierno” (Iñigo Carrera 1999, p. 159).

13
huelgas de 1997 (agosto) y 2000 (junio), llevadas a cabo durante los gobiernos de los
presidentes Menem y De la Rúa, las que mejor grafiquen esta coexistencia de formas
establecidas de protesta con otras emergentes. El paro general del 97 combinó cortes de
ruta, ollas populares, manifestaciones y piquetes de huelga en todo el país. El de 2000
incluyó cortes de puente (Misiones y Capital Federal), de ruta (Jujuy y Chubut), de vías
ferroviarias (Castelar, provincia de Buenos Aires), ataques a oficinas de Repsol-YPF
(Neuquén), del Citibank (Santa Fe y San Juan), pedradas contra edificios públicos
(Secretaría de Educación de Neuquén) y bloqueos a destilerías (Ensenada, Provincia de
Buenos Aires)” (p. 193). Para el autor citado, estos ejemplos muestran que no debe
presuponerse una “falsa dicotomía” entre los cortes de ruta y las huelgas.
Entre 1992 y 2002 se cumplieron 19 huelgas generales. 14 de ellas fueron
convocadas por la CGT o por una de sus fracciones identificadas con la CGT (sea CGT
Moyano o Daer) y apoyadas por las otras centrales, las restantes convocadas
conjuntamente por CTA y/o MTA (Moyano), también secundadas por la CCC y la
UOM. Por lo menos 11 de ellas fueron convocadas explícitamente “contra el modelo
económico”, las otras contra aspectos específicos de políticas de estado, o en la defensa
de intereses específicos de los trabajadores (contra el desempleo, desde 1995; contra la
flexibilización laboral, contra la reducción salarial de los empleados estatales en 2001,
contra la bancarización y el corralito). La huelga del 20 de diciembre se plegó al
movimiento de protesta del día anterior y se sumó con el reclamo del levantamiento del
estado de sitio que había decretado el Presidente De la Rúa13.
El análisis de las huelgas generales adquiere distintas implicaciones.
a) Su inclusión modifica los valores de una “presentación estilizada” de los hechos
cuantificables de la protesta social. Los anteriores relatos se basaron en unidades de
protesta discreta que equiparaban un corte de ruta de 30 desocupados o vecinos, quizás
realizado en unas horas, con una huelga general que paraliza parte o la totalidad de la
actividad económica nacional por un día en la cual participan millones de trabajadores.
Los registros sobre protestas no contienen cantidades de personas movilizadas. La
estadística reciente de huelgas disponible contiene cantidad de huelguistas sólo en 1984-

13
Entre 1994 y 2006 hubo 56 huelgas generales contando, además de las nacionales, las de orden local
(Iñigo Carrera 2007, p. 74). Entre 1989 y 1993 hubo 8 huelgas generales provinciales convocadas por la
CGT (Salta, Trelew, Santiago del Estero, Salta, Chaco, Jujuy, Santa Cruz, Jujuy) y la primera nacional del
período. En base a McGuire, Huelgas 1984-1993. En total, hubo entre 1989-2006 64 huelgas generales
nacionales y locales.

14
1993 y 2005-2006 (MTEySS, 2007). Las huelgas generales no se incluyen en la
estadística, pero su inclusión atemperaría la caída de la intensidad huelguística.
La magnitud e intensidad de la protesta depende (“internamente”) de la
convergencia y unidad de las organizaciones que constituyen una misma base de
movilización. En el caso de las huelgas generales, tomando en cuenta la fragmentación
de la CGT en tres centrales, la capacidad de convocatoria fue afectada por el grado de
unidad interna o división que mostraron estos nucleamientos a lo largo de las distintas
acciones de fuerza.
b) Otra implicación, vinculada a la “articulación de la protesta”, se refiere al modo
en que los paros generales se engarzaron en la protesta popular más general, lo cual
remite a la instrumentalización de las mismas por otros sectores sociales y políticos.
c) Lo anterior se vincula con la capacidad que los convocantes tengan de concitar
solidaridad implícita o explícita a sus medidas de fuerza. La misma depende, como
vemos en el punto anterior, de la necesidad de otros sectores sociales de expresar sus
reclamos, pero se articula en tanto la convocatoria reconozca un conjunto de intereses y
situaciones más amplias a las específicas del movimiento obrero (sea por cuestiones de
organización o diversos aspectos de la situación asalariada). Una parte sustancial del
análisis de las protestas pasa por cuales y qué peso tengan las alianzas y el apoyo social
manifestado en cada uno de los eventos de protesta (paros generales).
d) Las huelgas generales como eventos específicos de protesta deben diferenciarse
del “sindicalismo” como organización permanente. Esto remite a una diferencia entre
acción y organización. El acto de protesta adquiere su adhesión dependiendo de cada
situación, más allá de la adhesión permanente a los sindicatos o sus direcciones
sindicales, sea de las bases afiliadas o de otros sectores sociales14.
En 1995 y 1996 se incrementó la movilización centrada en las huelgas generales.
Esto fue producto de una convergencia entre las fracciones sindicales. La CGT
oficialista, que no había participado de los paros de 1994 y 1995 anteriores realizados
por MTA y CTA, fue empujada hacia la confrontación por las mismas políticas de
gobierno (la continuidad de las reformas laborales, la duplicación de las tasas de
desocupación, el congelamiento de los salarios). La situación global empujó a las

14
Esto no debe llevar a minusvalorar la condición de la organización para el despliegue de protestas
masivas, más aún en el caso de las huelgas con movilizaciones. Este punto se refiere a que la
participación en una acción puede no repetirse como participación en la organización. Pero la cuestión de
cómo determinadas organizaciones posibilitan la aparición y realización de movilizaciones es en el caso
que estamos analizando (sindicatos y huelgas generales en el período) de fundamental importancia. Nos
detendremos en ello más adelante.

15
fracciones oficialistas a la protesta activa, unificándola con las fracciones más
combativas del movimiento obrero. También se sumaron otros movimientos sociales,
organizaciones y partidos políticos de oposición. Las paralizaciones masivas del trabajo
fueron acompañadas por concentraciones públicas igualmente masivas.
Una serie de estudios de opinión pública revelan aspectos sobre la situación en que
estas acciones adquieren un significado específico, ilustrando los anteriores puntos
sobre las implicaciones de las huelgas generales, en sus dimensiones internas o
externas. Hacia 1995 el impacto de las reformas económicas sobre la ocupación se
convirtió en un tema de preocupación prioritaria en la población. Encuestas de
Diciembre de 1994 señalaban los salarios como el tema de mayor preocupación (los
bajos salarios son para el 21% de los encuestados un problema prioritario) cercano a la
desocupación (para 19% de los encuestados). La muestra, realizada en Capital Federal y
AMBA, señala que la desocupación preocupaba más en el AMBA (23%). Le seguían
los temas de la corrupción administrativa (16%), educación (13%) y delincuencia (9%).
En Diciembre de 1996, sin embargo, la desocupación se había convertido en la principal
preocupación, “el 32% dice que el empleo es el principal problema a resolver, el 23%
cree que es la corrupción, el 10% la justicia, otro 10% la educación y el 9% los salarios”
(Carta Económica, Enero 1997). Es llamativo como, entre 1994 y 1996, se desplaza la
cuestión salarial por la urgencia del empleo.
Entre 1995 y 1996 cayó drásticamente la imagen positiva del gobierno de Menem.
Hasta mediados del 1995 la imagen positiva alcanzaba más del 40%, cifra que
desciende al 20% un año después (Carta Económica, Agosto 1996). La “política
económica” y “privatizaciones” tienen en 1996 un nivel muy bajo de aceptación (8% y
5%). Las privatizaciones un año antes todavía eran vistas favorablemente por más del
25% de los consultados. Según un sondeo de septiembre de 1995 realizado en Capital y
AMBA en torno a los medios para resolver el “problema del desempleo”, para la
mayoría de los encuestados el “crecimiento económico” fue la solución más aceptada
(75%), opinión compartida por el 61% para los trabajadores en relación de dependencia.
Estos últimos señalaron muy distantes al “reentrenamiento laboral” (12%) o subsidio de
desempleo (10%). En último lugar se mencionan a los “paros y/o movilizaciones” como
medio de resolución (3,9%). El contraste se encuentra en un sondeo realizado para
medir el grado de aceptación de las medidas que las centrales sindicales comenzaron a
implementar a comienzos del segundo mandato de Menem (1995-1999). Se realizó un
sondeo durante la última semana de agosto sobre si “esta de acuerdo” con la

16
movilización convocada por la CGT para el 6 de septiembre. El resultado señala que
“predomina una imagen adversa en la opinión pública sobre la jornada de protesta
convocada por la CGT. De acuerdo al estudio el 48% responde no estar de acuerdo con
la jornada de protesta, el 38% contesta que sí lo está y el 14% contesta no saber”.
Llamaron la atención de los analistas la vinculación ligeramente más favorable a la
protesta entre los habitantes de la Capital Federal (47% contra 33% de simpatizantes de
la protesta en AMBA), los desocupados (45% contra 37% de simpatizantes entre los
ocupados) y los votantes a Bordón (46 contra 33% de los votantes a Menem) en las
anteriores elecciones presidenciales del 14 de mayo de 1995 (Carta Económica,
septiembre de 1995).
Si bien los analistas de Carta Económica destacan que los simpatizantes de la
protesta son minoritarios, el dato puede tomar otra significación frente a la más baja
imagen del sindicalismo. La protesta (huelga con movilización) convocada por las
centrales obtuvo una adhesión mucho más alta que la adhesión al “sindicalismo” en
general, fuera del contexto de esta confrontación. La adhesión a la protesta, por otro
lado, se amplió a sectores de la clase media (como se puede ver en el contraste de lugar
de vivienda y opción electoral). Estos sondeos coinciden con la adhesión que “por
arriba” emitieran las organizaciones sociales y políticas de los pequeños empresarios y
los partidos de oposición. La imagen rutinaria de los sindicalistas en los sondeos de
opinión pública es mucho menor a la adhesión a la movilización de septiembre de 1995.
En noviembre de 1989 un sondeo Lynch Menendez mostraba que Ubaldini tenía una
imagen positiva de 28% de los encuestados, contra el 38% de imagen negativa (28%
regular). Meses atrás su imagen era más positiva que negativa. Pero esto contrastaba
principalmente con el 27% de imagen negativa de Andreoni (sindicalista
participacionista diferenciado del Ubaldini combativo), 8% de imagen positiva y 45%
que “no sabe/no contesta” (respuesta que no era significativa para Ubaldini). Esto marca
no solo la “popularidad” de éste último sino el grado de simpatía, así como de rechazo
de otro grupo de la población, frente a la falta de simpatía o conocimiento del dirigente
de los participacionistas.
En estos sondeos encontramos aquellos sobre “imagen del sindicalismo”, esto es, ya
no referido a dirigentes en particular sino a las organizaciones como tales. Aquí la
simpatía es mínima, oscurecida por el rechazo de la mayor parte de los encuestados. En
diciembre de 1990, el 10% se manifestó positivamente frente al 56% que lo hiciera
negativamente. A principios de año era un poco mejor la imagen (13%). La imagen de

17
Ubaldini, que había bajado respecto de 1989, era aproximadamente del doble que la del
sindicalismo. En 2001 la imagen negativa del sindicalismo ascendía al 71% de los
encuestados, contra el 5% positiva (en Capital y AMBA, Carta Económica, Junio 2001).
Entre una lista de “factores de poder” los encuestados situaron a los sindicatos en los
últimos lugares (5%) detrás de la Iglesia (45%), Medios de Comunicación (44%),
FFAA (21%), Empresariado (8%), Congreso (6%) y Partidos Políticos (4%). La imagen
negativa de los sindicatos no se revierte significativamente según variables como
educación, lugar de vivienda, nivel socioeconómico (lo que indicaría situaciones
objetiva de clase) o edad. Para 2001 había empeorado respecto 1999 (10%); la tendencia
se mantuvo hacia 2004.
En suma, retomando este conjunto de sondeos a lo largo de los años 90,
comparándolos con el realizado al momento del paro y movilización de septiembre de
1995, podemos apoyar las consideraciones previas sobre la dinámica y las implicancias
de las huelgas generales en el período. Los paros funcionan como “articuladores de la
protesta” en tanto mediación del descontento de otros sectores sociales, creado por
situaciones económicas que afectan en conjunto a fracciones sociales más amplias que
las de los asalariados. Hacia 1995 el desempleo se convirtió en un tema de enorme
preocupación (desplazando la cuestión salarial en 1996), empujó a la fracción sindical
oficialista a unirse a las fracciones disidentes y fuerzas opositoras. En esta coyuntura el
gobierno perdió su apoyo de la victoria electoral del 14 de mayo de 1995. El concepto
de “articulación de la protesta” se amplia a las corrientes de simpatía popular, no sólo a
las adhesiones explícitas en los comunicaciones de las organizaciones y partidos. En
estas coyunturas, la adhesión a la protesta convocada por los sindicatos supera
significativamente la decreciente simpatía por el “sindicalismo” expresada fuera de
estos contextos de lucha.
Hay que mencionar que las movilizaciones que acompañaron los paros generales
fueron, aunque menores que las de los años 80, de las más concurridas en comparación
con las movilizaciones de los años 90. En la concentración del 6 de septiembre, a la que
hicimos referencia en este análisis de opinión pública, se congregaron más de 60.000
personas. Iñigo Carrera (2000) realiza una comparación entre las convocatorias masivas
de distinta índole entre 1990 y 1996. Las movilizaciones convocadas por las centrales se
encuentran entre las más masivas, junto la del 24 de marzo de 1996 por los 20 años del
golpe de Estado de 1976, o la marcha blanca educativa de julio de 1992 (cuadro, p.
168). Esta referencia sobre convocatorias masivas también debe relacionarse con los

18
problemas de medición de las frecuencias de protesta, los cuales no discriminan la
cantidad de personas movilizadas. En este plano, como ocurre con las huelgas
generales, las protestas de las centrales sindicales adquieren un peso específico
diferencial en el conjunto que se suma a los procesos vinculados con la “articulación de
la protesta”. Mirado desde una fracción de trabajadores en particular, como en el caso
de los automotrices o los trabajadores industriales en general, la participación en las
huelgas generales es más frecuente que la realización de paros dentro de cada rama.
Esto puede interpretarse en varios sentidos. Por un lado, cambia la proporción en que
las huelgas de rama, de empresa y generales se realizaban en otros períodos históricos
(McGuire 1997, Piva 2006). Pero también ilustra el papel que, en el contexto de reflujo
de movilización de base, las huelgas generales tuvieron para las organizaciones
sindicales, y para la protesta social, en el período 1990-2002.
En la conflictividad laboral en el gobierno peronista de 2003-2006, el movimiento
obrero readquirió protagonismo a través de la conflictividad de rama y especialmente
las negociaciones colectivas (Atzeni y Ghigliani 2008, Etchemendy y Collier 2007).
Además de ser un modo de expresión de la protesta y la oposición política, los paros
generales de 1992-2002 se convirtieron en un instrumento de negociación de los
sindicatos, cuando el gobierno y las patronales de rama cerraban otros, en el proceso de
“reformas neoliberales”. Su uso reiterado a lo largo del período le permitió a los
sindicatos mantener ciertas posiciones, a pesar del retroceso en su influencia política. La
convocatoria de los paros decidió el bloqueó de gran parte de las reformas de la
legislación laboral. Como resultado de este proceso de negociación conflictiva, los
sindicatos retuvieron parte de su fuerza organizacional15. Recíprocamente, esta fuerza
organizacional permite entender la capacidad de acatamiento en las huelgas y de
convocatoria en las manifestaciones. Los sindicatos pudieron hacer esto porque
retuvieron parte de su fuerza organizacional (a pesar de la declinación del nivel de
movilización respecto de los anteriores períodos) en las bases laborales. La mayor parte
de la bibliografía ha prestado atención a las negociaciones que los sindicatos entablan
con los gobiernos para mantener sus recursos de organización derivados de las
concesiones estatales en materia de monopolio de afiliación, negociación colectiva y

15
Distintos trabajos apuntan la capacidad de bloqueo sindical a las reformas. Etchemendy sostiene que
“puede argumentarse que el gobierno de Menem no tuvo mucho éxito en la aprobación de los cambios
legislativos que disminuirían el poder económico y político de los sindicatos, una base de apoyo
tradicional del partido oficialista” (2001, p. 684). En igual sentido pueden citarse a Etchemendy y
Palermo 1998, Murillo 2005.

19
gestión de obras sociales. Esto le otorga ciertos recursos clave en la movilización
sindical. Sin embargo, otra parte igualmente importante de los “recursos organizativos”
surgen de las relaciones con las bases en torno a los establecimientos. Creemos que
estos deben ser tenidos en cuenta al momento de explicar el acatamiento huelguístico y
la capacidad de convocatoria a las movilizaciones sindicales.
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