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Este documento resume el capítulo 11 del libro "Cuestiones de teoría social contemporánea" escrito por Antonio Camou. El capítulo analiza la transición en el pensamiento de Talcott Parsons desde su enfoque estructural-funcionalista inicial hacia el desarrollo de su modelo AGIL. Explica que Parsons continuó refinando su marco teórico después de 1937, incorporando conceptos de Freud y la teoría de sistemas. También señala que el contexto histórico en el que Parsons escribió cambió, pasando de la amenaza n
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Este documento resume el capítulo 11 del libro "Cuestiones de teoría social contemporánea" escrito por Antonio Camou. El capítulo analiza la transición en el pensamiento de Talcott Parsons desde su enfoque estructural-funcionalista inicial hacia el desarrollo de su modelo AGIL. Explica que Parsons continuó refinando su marco teórico después de 1937, incorporando conceptos de Freud y la teoría de sistemas. También señala que el contexto histórico en el que Parsons escribió cambió, pasando de la amenaza n
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Camou, Antonio

Talcott Parsons : del estructural-


funcionalismo al modelo AGIL

EN: A. Camou (Coord.). (2023). Cuestiones de teoría social


contemporánea. La Plata : Universidad Nacional de La Plata ;
EDULP. pp. 332-387 : gráf. col.

Camou, A. (2023). Talcott Parsons : del estructural-funcionalismo al modelo AGIL. EN: A.


Camou (Coord.). Cuestiones de teoría social contemporánea. La Plata : Universidad Nacional
de La Plata ; EDULP. pp. 332-387 : gráf. col.. En Memoria Académica. Disponible en:
https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.5844/pm.5844.pdf

Información adicional en www.memoria.fahce.unlp.edu.ar

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Libros de Cátedra

Cuestiones de teoría social


contemporánea

Antonio Camou (coordinador)

FACULTAD DE
HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
CUESTIONES DE TEORÍA SOCIAL CONTEMPORÁNEA

Antonio Camou
(coordinador)

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación


CAPÍTULO 11
Talcott Parsons: del estructural-funcionalismo
al modelo AGIL
Antonio Camou

Un macizo edificio gris de solo treinta y cuatro pisos. Sobre la entrada


principal, las palabras: Centro de Incubación y Acondicionamiento de
la Central de Londres, y en una tarjeta: Comunidad, Identidad, Estabili-
dad, la divisa del Estado Mundial.

Aldous Huxley, UN MUNDO FELIZ ([1932], 1998, p.15)

Ahora bien, lo que en aquella época faltaba todavía al juego de abalo-


rios, era el poder de universalidad, el vuelo por encima de las profesio-
nes. Jugaban su juego inteligentemente regulado los astrónomos, los
griegos, los latinos, los escolásticos, los estudiantes de música, pero
el juego tenía para cada subordinación, para cada disciplina y sus ra-
mificaciones un idioma propio, un propio mundo de reglas.

Hermann Hesse, EL JUEGO DE ABALORIOS ([1943], 1985, p. 32).

De acuerdo con lo que Parsons nos informa en el prefacio a El sistema social, fechado en
1951, el autor siguió trabajando después de La Estructura de la Acción Social en la formulación
gradual de “un enfoque sistemático del quehacer... de la teoría sociológica” (Parsons, 1976, p.10.
Cursivas nuestras). En ese itinerario –como ya se adelantó- se destacan las reflexiones y trabajos
empíricos contenidos en sus Ensayos de Teoría Sociológica, pero también otros intereses y re-
querimientos académicos. Así, en 1947, diez años después de su primer libro, Parsons dirige en
Harvard un seminario sobre la teoría de los sistemas sociales, y dos años más tarde, en una
serie de conferencias pronunciadas en Londres, entre enero y febrero del ’49, empi eza a tomar
forma una visión más ordenada de los problemas planteados, que darán origen a una nueva
etapa de su reflexión. Más específicamente, en noviembre de ese último año, junto con Edward
A. Shils publica la monografía “Values, Motives and Systems of Action”, que Parsons siempre
consideró estrechamente vinculada con El Sistema social. De hecho, señala que “debería consi-
derarse este libro como un segundo volumen de un tratado sistemático sobre la teoría de la
acción –la monografía sería el primer volumen” (Parsons, 1976, p. 11). Pero hay algo más: si la
monografía esboza, en primer lugar, “los fundamentos del esquema conceptual general de la

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acción”, y luego desarrolla “cada uno de los tres modos de sistematización de la acción: los
sistemas de la personalidad y la cultura... y los sistemas sociales”, el libro de 1951 habría que
considerarlo apenas “como una ampliación del capítulo sobre el sistema social de la monografía”.
Consecuentemente, Parsons reconoce que “la consideración total de la teoría de la ciencia social
básica... requeriría otros dos volúmenes paralelos a éste que el lector tienen entre manos” (Par-
sons, 1976, p. 11. Cursivas nuestras). Esos dos volúmenes, en rigor de verdad, nunca fueron
escritos por el autor, aunque sus colaboradores hicieron importantes aportes en estos campos,
y ese proyectado “tratado sistemático sobre la teoría de la acción” quedó inconcluso 147.
Sea como fuere, en El Sistema Social, así como en otras obras elaboradas entre finales de los
años cuarenta y la década siguiente, Parsons va a enriquecer el planteo realizado en su libro de 1937,
pero también va a ponerse de manifiesto un cierto desplazamiento de intereses teóricos, políticos e
institucionales. Por de pronto, el joven autor de La Estructura de la acción social es ahora un científico
reconocido que en 1944 alcanza la dirección del Departamento de Sociología de Harvard; un par de
años después el área se disuelve –bajo su égida- para fundar una nueva estructura académica, el
Departamento de Relaciones Sociales, que alberga las áreas de psicología, sociología y antropolo-
gía; posteriormente, en 1949, Parsons es elegido por sus pares como Presidente de la American
Sociological Association (Asociación Sociológica Estadounidense), con lo cual su figura y su obra
alcanzan un nuevo peldaño de reconocimiento. Pero también es un profesional y un intelectual de-
mocrático y progresista -en términos del espectro político estadounidense-, que sigue la estela de
políticas socioeconómicas fundadas por Franklin D. Roosevelt y su New Deal, que había militado en
su juventud en agrupaciones socialdemócratas (Camic, 1991, p. XIV), y que se encuentra ahora in-
teresado en colaborar en la reconstrucción del mundo de postguerra. Dicho sea de paso, es intere-
sante hacer notar en este contexto una faceta poco conocida de Parsons: entre la publicación de La
estructura de la acción social (1937) y la redacción de El sistema social (1951), nuestro autor se
dedicó intensamente a la actividad política a través de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS por
sus siglas en inglés); en una primera etapa, estuvo comprometido con el esfuerzo bélico para lograr
la derrota del nazismo; en una segunda, sus contribuciones se orientaron a preparar el escenario
para una reconstrucción democrática de la Alemania de posguerra. Toda esta actividad, así como los
informes confidenciales que elaboró (y que permanecieron inéditos durante muchos años), recién se
conocieron a partir de la cuidadosa labor de investigación y recopilación realizada por la especialista
germana Uta Gerhardt a comienzos de los años noventa148.
Claro que también Parsons desenvuelve su labor científica e intelectual en un contexto histórico
que ha variado notablemente respecto del período anterior: el nazi-fascismo no se encuentra en auge,
sino que ha sido derrotado, y lo que se abre paso es una inédita situación de Guerra Fría, donde

147
Más allá de cuestiones circunstanciales, como veremos en el capítulo siguiente, el hecho es que Parsons –a mediados
de la década del cincuenta- irá introduciendo modificaciones significativas a su esquema “tri -sistémico”, que lo llevarán
a desplazarse a una conceptualización algo diferente.
148
Sobre esta cuestión véase (Gerhardt, 1993), así como los breves apuntes de (Joas y Knöbl, 2016, p. 62). Por otro
lado, son más conocidas, aunque no siempre valoradas, las posiciones críticas de Parsons frente al macartismo, durante
la década de los cincuenta (Domingues, 2008), o sus preocupaciones en torno a la plena integración de la población
afroamericana en los años sesenta (De Marinis y Lorenc Valcarce, 2012).

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entre otros desafíos, aparece en el horizonte la problemática política, económica, pero también cul-
tural, de la “modernización” de los países del tercer mundo. Pero en este marco el posicionamiento
intelectual del ya consagrado sociólogo de Harvard llevará implícito un sesgo que impregnará su labor
teórica: antes de 1950, había hablado de Occidente “con voz crítica, tomando a Alemania como su
representante más cabal, aunque más deprimente”; después de esa fecha hablará con más insisten-
cia de la “sociedad moderna”, y la identificará con “el vigor y la estabilidad que veía en los Estados
Unidos”. Los Estados Unidos, no Alemania, se convertirán en buena medida en el “prototipo para
cualquier análisis social de la modernización occidental” (Alexander, 1989, p. 67).
Ahora bien, desde el punto de vista conceptual, en este período será de especial importancia la
lectura que Parsons hace de la obra psicoanalítica de Sigmund Freud (1856-1939), quien le aporta -
entre otros elementos clave- un conjunto de categorías y modelos para analizar un aspecto que había
quedado en la penumbra en su conceptualización inicial del “acto-unidad”: las motivaciones que im-
pulsan la acción. Asimismo, también será notoria la incorporación de nociones provenientes de la
teoría de sistemas, cuyo cometido principal -como ya se dijo- está orientado a proveer un lenguaje
único a todas las disciplinas científicas, de modo de favorecer la integración y la cooperación entre
ellas. Pero en el balance teórico general, Parsons irá acentuando sobre todo este costado sistémico
de su enfoque, hasta transformarlo en el eje principal de su teorización. En tal sentido, inicialmente
Parsons se consideraba, y así era leído por sus pares, como un teórico de la acción, centralmente
preocupado por el papel de las creencias, los valores y las decisiones de los actores, pero en los
trabajos posteriores a 1937, sobre todo a lo largo de la década siguiente, se convertiría progresiva-
mente en “un teórico estructural-funcional” centrado en los grandes sistemas sociales y culturales
(Ritzer, 1998, p.71). La expresión más desarrollada del nuevo enfoque se manifestó a comienzos de
la década del cincuenta en The Social System:

En ésta y otras obras Parsons se centró en el estudio de las estructuras de la


sociedad y la relación entre ellas. Percibía que estas estructuras se mantenían
recíprocamente y tendían hacia un equilibrio dinámico. El interés fundamental
se centraba en el modo en que el orden se mantenía entre los diversos ele-
mentos de la sociedad. El cambio constituía un proceso ordenado, y al final…
Parsons adoptaría una perspectiva neo-evolucionista del cambio social. A Par-
sons no sólo le preocupaba el sistema social per se, sino también su relación
con los otros sistemas de acción, en especial los sistemas cultural y de la per-
sonalidad. Pero su idea básica de las relaciones inter-sistémicas era esencial-
mente la misma que su concepción de las relaciones intra-sistémicas: es decir,
que se definían por la cohesión, el consenso y el orden. En otras palabras, las
diversas estructuras sociales realizaban una gran variedad de funciones posi-
tivas recíprocas (Ritzer, 1998, p. 72).

Si bien Parsons fue elaborando distintas nociones de sistema a lo largo de su trayectoria


científica, desde los trabajos más tempranos hasta su última etapa, en términos generales pode-
mos hablar de un sistema como un conjunto articulado de elementos relacionados entre sí y con
el medio ambiente, tal que: (a) las operaciones de alguno/s de los elementos del sistema

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modifican a otro/s (interdependencia funcional); y (b), el sistema tiende a reproducir su “identidad”


a través de producir una “diferencia” permanente con el entorno (Cuadro Nro. 1). Por ejemplo,
una “diferencia” del sistema de educación superior, que le otorga su “identidad” específica res-
pecto de los otros niveles de enseñanza básica, es que “produce” conocimiento altamente espe-
cializado y forma profesionales en todas las ramas del saber (esto no lo hace el sistema de
enseñanza secundaria, la escuela primaria, etc.). En tal sentido, el “ambiente” o el “entorno” de
un sistema está constituido por todos los objetos que no son parte integrante de un sistema de
referencia, incluyendo entonces a otros sistemas (Camou, 1999)149.

Cuadro Nro. 1. Sistema y entorno

La premisa fundamental que sirve de punto de partida para el nuevo tipo de abordaje (recuér-
dense las carencias señaladas al final del capítulo previo) es a la vez simple pero cargada de
insinuaciones analíticas: “la interacción de los actores individuales tiene lugar en condiciones
tales que es posible considerar ese proceso de interacción como un sistema (en el sentido cien-
tífico) y someterlo al mismo orden de análisis teórico que ha sido aplicado con éxito a otros tipos
de sistemas en otras ciencias” (Parsons, 1976, p. 15. Cursivas del autor).
Como lo hicimos con la etapa anterior, aquí también apelaremos a un recorrido simplifi-
cador por algunos aspectos salientes del pensamiento parsoniano. Para ello vamos a revisar
algunos puntos principales, mientras que dejaremos sin atender muchas cuestiones que me-
recerían un tratamiento más detallado. En primer lugar, desde una perspectiva más “está-
tica”, vamos a considerar la redefinición del marco de referencia d e la acción en términos de
lo que se llamará el modelo tri-sistémico , así como también revisaremos la sistematización
de una serie de categorías que tiene una larga herencia sociológica y que Parsons condensa
en el modelo de las pautas variables . En segundo lugar, sobrevolaremos algunas cuestiones
derivadas del análisis de la “dinámica” del enfoque parsoniano, considerando los problemas
de consistencia intra-sistémicas e inter-sistémicas . A continuación, tanto por la importancia
que estos aspectos “dinámicos” tendrán en los debates posteriores de la teoría social con-
temporánea, así como por los cuestionamientos que recibirá Parsons, le prestaremos una
atención especial a dos procesos íntimamente ligados: en la tercera sección abordaremos

149
Abordaremos con más detalle los cambios de la noción de sistema en la obra parsoniana en el capítulo siguiente.

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los desafíos de la socialización y el control; mientras que en la sección cuarta nos ocupare-
mos de los retos de la diferenciación social y la coordinación funcional . Aprovecharemos el
breve espacio de la quinta sección para dejar esbozada la arquitectura básica del modelo
AGIL, último estadio de la teorización parsoniana.

El modelo tri-sistémico de acción, el concepto de sociedad


y las pautas variables

Estabilidad –dijo el Inspector-, estabilidad. No hay civilización sin esta-


bilidad social. No hay estabilidad social sin estabilidad individual.

Aldous Huxley, UN MUNDO FELIZ ([1932], 1998, p.58)

…se sentía la insuficiencia de la felicidad momentánea por el puro retraimiento


en la propia disciplina; aquí y allá, algún sabio rompía los compartimientos de la
ciencia especializada y trataba de avanzar en lo general; se soñaba con un
nuevo alfabeto, con una nueva lengua de signos con la que fuera posible esta-
blecer y además intercambiar las nuevas vivencias espirituales.

Hermann Hesse, EL JUEGO DE ABALORIOS ([1943], 1985, p. 33)

Podríamos decir que el primer movimiento que da Parsons en su nueva orientación teórica
es el de “descomponer” el acto-unidad en tres sistemas, analíticamente diferenciados, pero real-
mente presentes en toda interacción social concreta: el sistema de la personalidad, el sistema
social y el sistema cultural (Cuadro Nro. 2).

Cuadro Nro. 2: Personalidad, cultura y sistema social

Pero conviene despejar de entrada un malentendido habitual que se le ha endilgado a este


esquema conceptual: querer “reducir” lo social o bien a una resultante psicológica, o bien a una
determinación cultural; por contrario, frente a cualquier intento reduccionista nos dice el autor:

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Por una parte, considerar a los sistemas sociales sólo como resultante del fun-
cionamiento de las personalidades, según el sentido común de los escritores
que tienen un punto de vista psicológico, es claramente inadecuado, funda-
mentalmente porque ignora la organización de la acción en torno a las exigen-
cias de los sistemas sociales como tales sistemas. De otras parte, tratar los
sistemas sociales sólo como incorporaciones de pautas de cultura, como ha
tendido a hacer cierta corriente de pensamiento común entre antropólogos, es
igualmente inaceptable (Parsons, 1976, 495-496).

La especificidad del sistema social tiene, entre otras, dos consecuencias importantes.
Desde el punto de vista teórico (pero también político-institucional) constituye una justificación
del lugar independiente que le corresponde a la sociología junto a otras ciencias sociales, en
momentos en que el reconocimiento académico y profesional de la disciplina continuaba en
disputa; desde el punto de vista epistemológico, involucra una clara reivindicación de lo que el
autor denomina “las virtudes del holismo teórico” (Parsons, 1966, p. X X), esto es, que si bien
hay un sentido en el que “toda acción es de los individuos; sin embargo, tanto el organismo
como el sistema cultural implican elementos esenciales que no pueden investigarse al nivel
individual” (Parsons, 1974, p. 16).
De manera algo más precisa, Parsons entiende por sistema de la personalidad el “sistema
relacional de un organismo vivo que actúa en una situación” (Parsons, 1976, p.27) con una orien-
tación motivacional definida por la “mejora del equilibrio entre gratificación -privación” (Parsons,
1976, p.23). Es el lado más dinámico de su nueva tríada, ya que es el que impulsa o motiva a la
acción en términos de alcanzar una gratificación, o bien de abandonar una situación de privación.
El sistema social, por su parte, consiste en una “pluralidad de actores individuales que interac-
túan entre sí en una situación que tiene, al menos, un aspecto físico o de medio ambiente, actores
motivados por una tendencia a ‘obtener un óptimo de gratificaciones’ y cuyas relaciones con sus
situaciones –incluyendo a los demás actores- están mediadas y definidas por un sistema de
símbolos culturalmente estructurados y compartidos” (Parsons, 1976, p. 17). Mientras que el sis-
tema cultural se refiere al conjunto de “elementos simbólicos… ideas o creencias, s ímbolos ex-
presivos o pautas de valor, en la medida en que sean considerados por el ego como objetos de
la situación y no se encuentren ‘internalizados’ como elementos constitutivos de la personalidad
de ego” (Parsons, 1976, p. 16); cuando han surgido “sist emas simbólicos que sirven de medio
para la comunicación se puede hablar de los principios de una cultura” (Parsons, 1976, p.17).
En este esquema, cabe destacarlo, el marco de referencia de la acción “se ocupa de la ‘orien-
tación’ de uno o más actores... hacia una situación, que comprende otros actores” (Parsons,
1976, p.15), y la situación es un conjunto de “objetos de orientación”, ya sean estos sociales,
físicos o culturales. A efectos de su definición “dinámica” la personalidad se caracteriza por sus
orientaciones motivacionales, que son de tres tipos: catéctica (o catética), cognitiva y evaluativa.
Mientras que la cultura se estructura en torno a sus orientaciones de valor. Nuestro autor define
el valor como un “criterio para la selección entre alternativas de orientación que se presentan

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intrínsecamente abiertas en una situación” (Parsons, 1976, p.22); en paralelo con las orientacio-
nes motivacionales también son de tres tipos: criterios apreciativos, cognitivos y morales.
Pero en esta caracterización asoma una interesante tensión a la que es necesario prestar
atención. Digamos rápidamente que la orientación catéctica se deriva de un término psicoanalí-
tico referido a la carga pulsional que dirigimos a objetos o representaciones, y que orienta la
movilización de los actores –como señalamos más arriba- a fin de “obtener un óptimo de gratifi-
caciones”; en otro términos, la orientación catéctica se refiere a la “relación del ego con el objeto
u objetos en cuestión para el equilibrio de su personalidad entre gratificación-privación” (Parsons,
1976, p. 18)150. Del otro lado del esquema, en cambio, Parsons nos recuerda que desde el punto
de vista de cualquier actor dado la definición de las pautas de derechos y de obligaciones mutuas,
así como los “criterios” que los dirigen en su interacción con los otros “es un aspecto crucial de
su orientación general hacia su situación”. A causa de esta relevancia especial para el sistema
social, enfatiza el autor, “los criterios morales llegan a ser el aspecto de la orientación de valor
que tiene mayor importancia directa para el sociólogo” (Parsons, 1976, p. 24).
Asimismo, este reordenamiento conceptual tiene un corolario importante en el nuevo enfoque par-
soniano (Cuadro Nro. 3). La acción es definida ahora no mediante las categorías weberianas medio-
fin (herederas a su vez de la filosofía de la consciencia decimonónica), que el propio Parsons inscribió
como epígrafe de su obra de 1937, sino como un “proceso en el sistema actor-situación que tiene
significación motivacional para el actor individual o, en el caso de una colectividad, para sus compo-
nentes individuales” (Parsons, 1976, p. 16). En cierta medida hay un corrimiento que va de una clásica
definición subjetiva de la acción, a una mirada más objetiva, realizada como “desde afuera” del actor
y en la posición de quien la observa desde el sistema social, por eso dirá el autor en una obra poste-
rior: “La acción consiste en las estructuras y los procesos por medio de los que los seres humanos
constituyen intenciones significativas y con mayor o menor éxito, las aplican a situaciones concretas”
(Parsons, 1974, p. 15). Como destaca un especialista:

…el concepto de “acción social” que en el origen se definía de forma imprecisa


como “la acción humana en sociedad”, es desarrollada tentativamente en su as-
pecto inter-subjetivo, como interacción, en la etapa estructural-funcional y resulta
analíticamente desplegada… en la arquitectura objetiva del modelo tetra-dimensio-
nal AGIL… en los procesos de comunicación y cambio (Almaraz, 2013, p. XIX)151.

150
Catexis/Catexia hace referencia según Freud a “cierta energía psíquica que se encuentra unida a una representación
o grupo de representaciones, una parte del cuerpo, un objeto, etc.” En la obra freudiana este concepto aparece a través
del término alemán Besetzung, que James Strachey tradujo para la Standard Edition como “catexis”. Es equivalente a
otras nociones como “carga”, “ocupación”, “investidura” y en la literatura psicoanalítica suele aparecer en algunas expre-
siones compuestas: “carga energética”, “investidura libidinal”, etc. (Laplanche & Pontalis, 1996, p. 49).

151
En los capítulos 4 y 5 de la Primera Parte hemos señalado algunos problemas en lo que respecta a la definición
“subjetiva” unilateral de la acción –con particular referencia a Max Weber- que no repetiremos aquí. Remitimos a esas
discusiones y al documentado trabajo de (Gil Villegas, 2014).

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Cuadro Nro. 3 Modelo tri-sistémico

SISTEMA TOTAL CONCRETO DE ACCION SOCIAL

- - - Marco de referencia de la acción - - -

SISTEMA DE LA PERSONALI- SISTEMA SOCIAL SISTEMA CULTURAL


DAD

ORIENTACIÓN MOTIVACIONAL ORIENTACION DE VALOR

CATÉCTICA ACTO-UNIDAD CRITERIOS APRECIATIVOS


COGNITIVA STATUS-ROL COGNITIVOS
EVALUATIVA ACTOR INDIVIDUAL MORALES
COLECTIVIDAD

Ese desplazamiento conceptual va acompañado también de un cierto reordenamiento de las


unidades de análisis más significativas en el nuevo abordaje. Así, se nos hace saber que “el
sistema social está formado por las acciones de los individuos”, sin embargo, habitualmente el
actor individual no es la unidad más importante del sistema social, “para nuestros propósitos –se
recalca- “la unidad conceptual del sistema social es el rol” (Parsons y Shils, 1968, p. 227). Y la
razón es simple: a diferencia de La estructura de la acción social, en esta nueva etapa el eje
problemático está puesto en la “interacción” de un ego y un alter, como base de toda considera-
ción en torno a los problemas del orden y el cambio social. En esta línea los problemas referidos
a las “expectativas de rol” serán de crucial relevancia:

El rol es aquel sector organizado de la orientación de un actor que constituye


y define su participación en un proceso interactivo. Comprende un grupo de
expectativas complementarias acerca de las acciones del actor y de aquellos
con quienes interactúa; aquél y éstos poseen tales expectativas. Los roles se
hallan institucionalizados cuando son totalmente congruentes con los patrones
culturales vigentes, y se organizan alrededor de expectativas acordes con los
patrones moralmente sancionados de orientación de la orientación de valor que
es compartida por los miembros de la colectividad en que el rol funciona (Par-
sons y Shils, 1968, p.42).

Pero en la progresión analítica ofrecida por Parsons, así como en los diversos estudios desa-
rrollados por sus discípulos, el sistema social abarca desde el componente más pequeño, el
“acto-unidad”, hasta el objeto colectivo de mayor complejidad, la sociedad, la cual puede ser
entendida en tres sentido principales que es preciso no confundir (Cuadro Nro. 4).

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Cuadro Nro. 4. La noción de “sociedad”

TRES NIVELES ANALÍTICOS

Sociedad como ideal regulativo Parsons: “Definimos la sociedad como el tipo de sis-
en el sentido kantiano (una noción tema social que se caracteriza por el más alto nivel
que sirve para organizar y direccio- de autosuficiencia en relación a su ambiente, inclu-
nar el conocimiento empírico, aun- yendo otros sistemas sociales” (Parsons, 1974a,
que no sea alcanzable como tal). p.17).

Sociedad como tipo histó- Parsons: “…los principales patrones de organización


rico/conceptual (tradicional o mo- de las sociedades del tipo considerado de manera
derna, capitalista o socialista, cen- justificable como moderno, comparten un origen co-
tral o periférica, etc.). Valga como mún, que comprende a las sociedades de Europa oc-
aclaración que, en rigor, Parsons cidental que se desarrollaron de la base medieval,
“dividía la evolución de las socieda- que surgió después de la decadencia del Imperio Ro-
des en tres etapas: primitiva, inter- mano de Occidente” (Parsons, 1974, p. 12).
media y moderna” (Parsons, 1974,
p.12). En los últimos años de su Germani: “La sociedad moderna es única entre todos
vida se declaró “partidario de la los tipos conocidos de sociedad por el hecho que
idea de la sociedad posindustrial” atenúa y, dentro de su propia lógica, tiende a eliminar
(Parsons, 1986, p. 60), aunque no completamente todo carácter "sagrado" o intangible
alcanzó a desarrollar sistemática- en sus principios básicos, su sistema de valores, sus
mente esta última categorización. instituciones, sus normas, sus actitudes y sus mode-
los de conducta” (Germani, 1979, p.4).

Sociedad como caso concreto (ar- Parsons: “…una sociedad está primordialmente –de
gentina, americana, boliviana, etc.) acuerdo con las palabras de Roscoe Pound- política-
mente organizada. Debe tener lealtades fincadas en
un sentimiento de comunidad y en algún cuerpo ins-
tituido del tipo que consideramos normalmente como
gubernamental, que establezca un orden normativo
relativamente eficiente, dentro de una zona territo-
rial” (Parsons, 1974, p. 12).

Germani: “En el caso de la Argentina, la transición se


acerca …a la de los países de industrialización tem-
prana, es decir, al llamado modelo occidental…Sin
embargo, es precisamente la Argentina quien pre-
senta desviaciones en cierto sentido paradójicas. Y la
profunda crisis política que afecta al país, desde hace
más de treinta años, constituye un verdadero enigma
para los estudiosos de la sociología del desarrollo eco-
nómico…” (Germani, 1974, pp. 300-301).

Fuente: Libremente adaptado de (Chernilo, 2004)

Finalmente hay un último nudo conceptual que trataremos de desatar para completar este breve
cuadro introductorio. Nos referimos a las llamadas variables-patrón o variables-pauta (pattern varia-
bles), que Parsons introduce en su análisis y que le sirven de pivote para conectar distintos aspectos
de su teorización, tanto en un nivel categorial como en el plano empírico (Cuadro Nro. 5). En términos
básicos, si el acto unidad delinea la “forma” general de la acción, las variables-pauta marcan el con-
junto de oportunidades y restricciones frente a las que debemos optar al momento de definir su “con-
tenido”. Estas variables son presentadas como una serie de dicotomías que los actores enfrentan en
términos de dilemas de orientación en cada situación; en particular, el actor “debe realizar” un con-
junto de “elecciones dicotómicas específicas antes que cualquier situación tenga un significado

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determinado” (Parsons y Shils, 1968, p.100). Así, las variables-pauta implican diferentes posibilidades
de elección, “sancionadas socialmente”, en un amplio abanico de elementos que van desde la “defi-
nición de los objetos de gratificación” hasta “los criterios evaluativos que se toman en cuenta al asig-
nar roles, bienes y recompensas a los actores” (Girola, 2010, p.171). Las dos primeras se refieren a
los dilemas que el actor enfrenta cuando decide “cómo organizará sus actitudes hacia los objetos”,
en particular hacia otros actores; las dos últimas se vinculan con los dilemas que el actor enfrenta
cuando decide “cómo organizará a los mismos objetos en relaciones mutuas y en relación con los
intereses motivacionales del actor” (Parsons et al., 1970, p. 62)152.

Cuadro Nro. 5. Variables-pauta

AFECTIVIDAD VS. NEUTRALIDAD AFECTIVA

DIFUSIVIDAD VS. ESPECIFICIDAD

ADSCRIPCIÓN VS. ADQUISICIÓN

PARTICULARISMO VS. UNIVERSALISMO

El punto de interés es que estas pautas pueden ser analizadas en un plano estrictamente indivi-
dual, pueden también ser entendidas como una bisagra analítica que conecta los problemas de la
integración normativa con la integración funcional (que abordaremos en un momento), o también
pueden ser interpretadas en un sentido histórico: en el lado izquierdo se encontrarán los criterios
típicos de una sociedad “tradicional” (o de una “comunidad” en el clásico sentido de Töennis) , en el
lado derecho los de una sociedad “moderna”. Pensemos en un sencillo ejemplo: en una gran organi-
zación moderna (una empresa, una universidad, una oficina estatal) se debe cubrir una vacante, ¿con
arreglo a qué tipo de criterios se realiza la elección? ¿Qué pasaría si en vez de considerar la idoneidad
del candidato o candidata, se elige a una persona fundamentalmente teniendo en cuenta relaciones
de amistad, de parentesco, de simpatía partidaria, etc.? ¿Cómo podría justificarse la designación en
términos jurídicos, institucionales o éticos? ¿De qué modo se resentiría el funcionamiento de una
organización nombrando principalmente parientes o amigos en puestos clave? ¿Cómo afectaría a la

152
Mientras en El sistema social (1951) y en Hacia una teoría general de la acción (1951) Parsons considera cinco
variables-pauta, a partir de los Apuntes sobre la teoría de la acción se ocupa fundamentalmente de cuatro pares. Estos
es así porque comienza a considerar que el dilema entre orientación a la colectividad y orientación hacia sí mismo puede
entenderse como un caso derivado, pero sobre todo porque el esquema de cuatro pares empezará a mostrar su estrecha
articulación con el modelo de cuatro funciones que ha comenzado a desarrollar en ese tiempo y que se volverá eje de
su análisis pocos años después (Parsons et al., 1970, p. 8).

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sociedad en su conjunto el hecho de que estos comportamientos se generalizaran en diferentes es-


feras? Por supuesto, los criterios que aparecen codificados en las variables-pauta pueden ser aplica-
dos en muchos otros casos, especialmente en todos los casos que se refieren a “bienes públicos”: la
provisión de bancas en una escuela, la distribución de camas en un hospital, el acceso equitativo a
un programa social que atiende necesidades básicas insatisfechas, la prioridad en la asignación de
turnos en una campaña de vacunación, etc.
El esquema tiene dos ventajas sobre la herencia clásica de la tradición sociológica. Por un lado,
frente a los cuatro tipos de acción presentados por Max Weber, el modelo parsoniano presenta cla-
ramente una variación mucho mayor de posibilidades y combinaciones (ya sea que tomemos cuatro
pares, y aún más con cinco). El punto a tener en cuenta es que las variables parsonianas “no son
tipos de acción, sino dicotomías, de las cuales pueden derivarse… tipos de acciones porque todas
las dimensiones de estas… dicotomías son en principio combinables” (Joas y Knöbl, 2016, p. 77);
así, podemos realizar dos acciones que sean neutralmente afectivas, universalistas y adscriptivas,
sólo que una de ellas aparece guiada por una orientación específica y otra de carácter difuso, y así
sucesivamente con todas las combinaciones posibles. Por otro lado, algo que no siempre fue com-
prendido incluso por los propios defensores del estructural-funcionalismo, el análisis de situaciones
sociales específicas se ve enriquecido por la “posibilidad de disolver la polaridad fundamental que se
observa en Tönnies”, o en otros autores que tienden a pensar de manera tajante la transición entre
modelos de sociedad; por contrario, las variables-pautas permiten pensar un amplio espectro de
“mezclas y combinaciones” (Joas y Knöbl, 2016, p. 79), tales como las agudas indagaciones de Gino
Germani nos mostraron al pensar fenómenos de “asincronía” y “efectos de fusión” (Germani, 1969).
Claro que este esquema, que puede mantener su utilidad como marco de análisis estructural-
funcional, cuando es tomado rígidamente como un modelo único y lineal de desarrollo histórico, da
pie (y ha dado pie) a groseras simplificaciones –acompañadas de fuertes sesgos ideológicos- tanto
en el análisis de sociedades y de procesos socio-políticos concretos, como en el fundamento de po-
líticas de “modernización” y “desarrollo”. Un caso típico de estas limitaciones pueden reconstruirse a
partir de los debates sobre autoritarismo y democracia en América Latina, en particular a partir de la
difusión que alcanzó en su momento la llamada “versión optimista” que popularizaría el enfoque de
la modernización: por un lado, la democracia era vista como una componente de la transición entre
sociedades “tradicionales” y sociedades “modernas”; por otro, se consideraba que una industrializa-
ción más avanzada estaba necesariamente asociada con la aparición de la democracia153.
Antes de completar esta sección vamos a dejar esbozadas dos cuestiones cuyo aspecto di-
námico nos llevará directamente a los puntos a desarrollar en las secciones siguientes. La pri-
mera cuestión se refiere al hecho de que con su nuevo esquema conceptual Parsons intenta
establecer un puente entre el lenguaje sistémico y las enseñanzas derivadas de su estudio de la
obra de Freud. Hay tres tipos de elementos fundamentales que Parsons toma de Freud. En pri-
mer lugar, algunos términos teóricos utilizados por el fundador del psicoanálisis, tal el caso de la

153
La crítica clásica a este enfoque en el trabajo pionero de (O'Donnell, 1972); una breve revisión de ese debate en
(Camou, 2013); una discusión más amplia en (Camou, 2015).

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noción de “catexia”, como ya vimos; en segundo lugar, apela a un mecanismo clave para enten-
der el proceso de “socialización”: la introyección; y en tercer lugar utiliza la “segunda” tópica
freudiana (una representación topológica del aparato psíquico) para pensar tanto el costado di-
námico de su modelo de acción -la motivación orientada a la gratificación-, como los problemas
de la integración normativa en la sociedad. Para ilustrar gráficamente este tercer punto, podría-
mos decir que Parsons tiende a identificar cada uno de los componentes de su modelo tri-sisté-
mico –y las relaciones entre ellos- con cada uno de los elementos de la tópica psicoanalítica, a
saber: el “Ello” con las motivaciones de la personalidad; el “super -yo” con los mandatos de la
cultura, mientras que el sistema social está obligado -como el yo en la perspectiva freudiana- a
buscar difíciles equilibrios, compensaciones y reducir las tensiones y los conflictos propios de la
relación antagónica entre “ello” y “super-yo”.
La segunda cuestión de interés es que Parsons vinculaba además su renovado proyecto teó-
rico con un programa político-académico de ocupación de espacios institucionales en las univer-
sidades donde llegaba su influencia, ya sea de manera directa o a través de sus discípulos.
Según este programa estratégico, algunas disciplinas tenían la responsabilidad primaria en el
estudio de cada una de estos sistemas: la personalidad (Psicología), la cultura (Antropología) y
el sistema social (Sociología), pero todas ellas debían trabajar cooperativamente y, lo que es
más importante, debían partir de una base teórica común. De acuerdo con Parsons:

… los fundamentos de la teoría de los sistemas sociales — como los de la


teoría de la personalidad y de la cultura— son comunes a todas las ciencias
de la acción. Lo cual es verdad para todas ellas, no para algunas de ellas. Pero
los modos en que se han de transformar estos materiales conceptuales en es-
tructuras teóricas no son los mismos en los tres focos principales de la teoría
de la acción (Parsons, 1976, p. 28).

En buen romance, las diferencias disciplinares no debían hacer perder de vista un punto pri-
mordial: la “teoría social” común era la que elaboraban Parsons y su equipo.

Tensiones de consistencia, conflicto y control social

Había una cosa que se llamaba liberalismo. El Parlamento, no sé si


saben lo que era esto, votó una ley prohibiéndolo. Quedan pruebas de
ello. Los discursos sobre la libertad del individuo. La libertad de no ser-
vir para nada y ser desgraciado. La libertad de ser como clavija re-
donda en agujero cuadrado.

Aldous Huxley, UN MUNDO FELIZ ([1932], 1998, p.62)

Todo sistema social está, en algún grado, mal integrado…


Talcott Parsons, EL SISTEMA SOCIAL ([1951] 1976, p. 160)

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De acuerdo con lo que ya señalamos, en esta segunda etapa de su obra Parsons se enfrenta
con una tensión analítica y empírica que se desprende de los dos cuerpos teóricos que intenta
conjugar en una presentación unificada. Por un lado, utiliza un modelo típico-ideal de equilibrio
funcional para pensar tanto el sistema general de la acción (sistemas de la personalidad, sistema
social y sistema cultural), como las relaciones de coordinación que ligan –o deberían ligar- los
distintos subsistemas sociales entre sí (economía, política, derecho, ciencia, etc.). Pero por otro
lado, parte de asumir como elemento dinámico de su modelo –y lo que es más importante: de la
realidad última de la acción individual- las motivaciones ancladas en la carga pulsional del Ello
freudiano, esto es, “los instintos surgidos de la organización somática” (Freud, 1982, p.12).
Como sabemos, del Ello surge el Yo, que gobierna los movimientos voluntarios, se encarga
de la autoafirmación personal y mantiene un contacto permanente con la realidad exterior, y en
virtud de la “influencia parental” –constituido a través de los mandatos morales y culturales-
emerge el Super–yo, que en el curso de la evolución individual se nutre además de “ulteriores
sustitutos y sucesores de los padres, como los educadores, los personajes ejemplares, los idea-
les venerados en la sociedad” (Freud, 1982, p. 14). Pero en este punto es importante destacar
un principio básico de interpretación psicoanalítica: “el Yo tiende al placer y quiere eludir el dis-
placer” (Freud, 1982, p. 13), lo cual lo lleva a vivir en un estado de ten sión permanente. En una
multicitada conferencia de 1932, Nuevas aportaciones al psicoanálisis, nos dice su fundador:

Un proverbio advierte la imposibilidad de servir a la vez a dos señores. El pobre


Yo se ve aún más apurado: sirve a tres severos amos y se esfuerza en conciliar
sus exigencias y sus mandatos. Tales exigencias difieren siempre, y a veces
parecen inconciliables; nada, pues, tiene de extraño que el Yo fracase tan fre-
cuentemente en su tarea. Sus tres amos son el mundo exterior, el Super-yo y
el Ello. Si consideramos los esfuerzos del Yo para complacerlos al mismo
tiempo, o mejor dicho, para obedecerlos simultáneamente, no lamentaremos
ya haberlo personificado y presentado como un ser aparte. Se siente asediado
por tres lados y amenazado por tres peligros a los que, en caso de agobio,
reacciona con el desarrollo de la angustia… Impulsado por la realidad, el Yo
lucha por llevar a cabo su misión: establecer una armonía entre las fuerzas y
los influjos que actúan en él y sobre él, y comprendemos por qué, a veces, no
podemos menos que exclamar: "¡Qué difícil es la vida!". Cuando el Yo tiene
que reconocer su debilidad, se anega en angustia, angustia real ante el mundo
exterior, angustia de conciencia ante el Super-yo y angustia neurótica ante la
fuerza de las pasiones en el Ello (Freud, 1972, p.117-118).

¿Qué salida tenemos frente a este triple asedio? ¿Cómo enfrentamos estas diversas amena-
zas? ¿Podemos evitar ese agobio que desemboca en algún tipo de angustia? Sin entrar en estas
notas en mayores detalles, nos quedamos con una respuesta general que ofrece el autor de La
Interpretación de los sueños: “un acto del yo es correcto cuando satisface al mismo tiempo las
exigencias del Ello, del Super-yo y de la realidad, es decir, si consigue conciliar, alternativamente,
sus respectivas pretensiones” (Freud, 1982, p.14).

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Sobre este trasfondo creemos que se entiende mejor esa afirmación capital que ubicamos
como epígrafe de la presente sección: “todo sistema social está, en algún grado, mal integrado…”
(Parsons, 1976, p. 160). En términos más precisos, “sea cual sea el sistema de valores institu-
cionalizados en una sociedad”, y aquí podemos leer entre líneas que el autor nos habla de so-
ciedad estructuralmente diferentes (tradicionales o modernas, capitalistas o socialistas, demo-
cráticas o autoritarias, etc.), “la realización de las expectativas que ese sistema define es nece-
sariamente, en algún grado, incierta y desigual”. Y estos es así por dos razones principales: en
principio, como consecuencia de la exposición de los actores sociales “a una naturaleza externa
que es caprichosa”, pero fundamentalmente es el “resultado de la imposibilidad empírica de in-
tegración completa de cualquier sistema de valores con las condiciones realistas de la acción”
(Parsons, 1976, p. 160). En otros términos, con otro lenguaje analítico, reaparece aquí la vieja
preocupación hobbesiana que recorría de cabo a rabo su obra anterior. Como dirá ahora:

Debido al hecho fundamental de que los objetos –sociales y no sociales-, ins-


trumentalmente útiles e intrínsecamente valiosos, son escasos para satisfacer
totalmente las necesidades-disposiciones de cada actor, se plantea un pro-
blema de asignación: quién tiene que obtener qué, quién tiene que hacer qué,
y la manera y condiciones bajo las cuales tiene que hacerse. Éste es el pro-
blema fundamental surgido de la interacción de dos o más actores (Parsons y
Shils, 1968, pp. 234-235).

Y agrega nuestro autor a renglón seguido: como resultado de la mencionada escasez la in-
compatibilidad mutua de las “demandas pueden extenderse teóricamente al caso extremo del
“estado de naturaleza”, en definitiva, a la “guerra de cada uno contra todos” (Parsons y Shils,
1968, pp. 234-235). En este cuadro, se comprende cabalmente la afirmación parsoniana según
la cual “la integración del sistema total de acción —aun parcial e incompleta— es una clase de
compromiso entre las tensiones por la consistencia de sus componentes sociales, culturales y
de la personalidad respectivamente, de tal manera que ninguno de ellos se aproxima a la inte-
gración perfecta” (Parsons, 1976, p. 26-27). Por eso no puede perderse de vista que:

…todo sistema social supone un mínimo de integración. Es decir, en


los roles y en las agrupaciones de roles se da una complementariedad
suficiente como para que las metas privadas y colectivas sean efecti-
vamente perseguidas. Aunque el conflicto puede existir dentro del sis-
tema social –y, en realidad, siempre existe- , hay límites más allá de
los cuales no puede pasar sin afectar la existencia misma del sistema
(Parsons y Shils, 1968, p. 235).

El punto puede parecer obvio, pero sólo llega a serlo a costa de haber naturalizado un rasgo
clave de todo sistema estructurado de acción, el orden social, que el autor pretende poner teóri-
camente en cuestión a efectos e comprender mejor las condiciones, límites y posibilidades

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empíricas de su producción y reproducción. Como nos recuerda en un texto escrito hacia el final
de su vida, “las sociedades humanas, a pesar de todos sus problemas, no han degenerado en
un estado de guerra de todos contra todos”, e incluso si tomamos en cuenta “las muchas guerras
de la historia, las unidades combatientes han sido sistemas sociales, no individuos aislados”
(Parsons, 1986, p. 70).
Abordar las discusiones sobre la relación entre conflicto y orden tanto en el pensamiento filo-
sófico como en la teoría política excede largamente las pretensiones de estas páginas. No obs-
tante, cabe la siguiente puntualización. En los albores de la modernidad se elaboran –al menos-
dos gruesas concepciones en torno al conflicto sociopolítico: una línea parte de Maquiavelo -que
lo ve de manera “positiva” o “productiva”-, pasa a su manera por Hegel y llega hasta Marx; la otra
línea, que tiene una visión “negativa” del mismo, y tiende a verlo como la inversa del orden, es
la que emerge con Hobbes. De algún modo, Parsons quedó atado –a nuestro juicio errónea-
mente- a las limitaciones de la visión hobbesiana, que no modificó a lo largo de toda su obra; una
prueba de ello es que tanto en su libro de 1937 (Parsons, 1968), en su recapitulación de la he-
rencia moderna en la conceptualización de la interacción social, publicada a fines de los años
sesenta (Parsons, 1979a), como en su autobiografía de 1977, escrita a cuatro décadas de dis-
tancia y dos años antes de su muerte, cuando plantea el problema del conflicto y del orden vuelve
a hacerlo con referencia al autor del Leviathan (Parsons, 1986, p. 70)154.
De este modo, hemos encontrado un hilo de tensión estructural persistente con el que debe
convivir todo sistema de acción, pero a la vez, las exigencias de funcionalidad (alcanzar metas,
adaptarse a un ambiente cambiante, asignar de manera eficiente y socialmente aceptable sus
recursos, etc.) compelen a dichos sistemas a establecer alguna nivel de equilibrio, siempre diná-
mico, que le permite seguir adelante en pos de lograr metas individual y/o colectivamente valio-
sas. Resumido a su mínima expresión, Parsons tiene claro que tanto cada uno de estos sistemas
en su interior, como en su interacción, enfrentan diversas “tensiones” (tensiones “intra-sistémi-
cas” e “inter-sistémicas” las llama respectivamente), de modo tal que de no ser procesadas so-
cialmente pueden desembocar en “desvíos” y luego agravarse en “conflictos”. De manera muy
esquemática diremos que esas tensiones de consistencia son de dos tipos: intra-sistémicas e
inter-sistémicas, y las segundas, a su vez, pueden ser divididas en tensiones de integración nor-
mativa y de integración funcional (Cuadro Nro. 6).
Aunque utiliza un lenguaje excesivamente abstracto, y en algunos casos abstruso, Parsons
tenía claro los ejemplos históricos concretos de sociedades que enfrentaban (o habían enfren-
tado) poderosas e incluso cruentas tensiones en sus procesos de modernización. En tal sentido,
la Alemania que desembocará en el nazismo, la guerra y el holocausto –que él conoció en su
juventud mientras hacía su doctorado en Heidelberg y a la que le dedicará algunos de sus más
importantes trabajos- es una preocupación recurrente en sus obras del período “intermedio”, y
suele operar como un pavoroso espejo contra el cual observar a la sociedad norteamericana.

Para una contraposición entre la visión maquiaveliana y la hobbesiana puede verse una breve introducción en
154

(Camou, 2017).

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Cuadro Nro. 6. Tensiones en los sistemas de acción

Tensiones en los sistemas de acción

Tensiones intra-sistémicas y tensiones inter-sistémicas

Tensiones de integración normativa y de integración funcional

Por de pronto, las tensiones intra-sistémicas se producen al interior de cada uno de los siste-
mas de acción y debemos aprender a convivir con esas dispares pretensiones, o “morir” en el
intento. No vamos a abundar mucho en la cuestión por lo cual sólo daremos unas breves indica-
ciones. En lo que se refiere al sistema de la personalidad, a cierta altura de la vida tenemos en
claro que nos gustan cosas (o personas) que nos hacen mal, queremos probar lo que está prohi-
bido, debemos hacer lo que no deseamos, etc. En el sistema social afloran recurrentemente todo
tipo tensiones y conflictos por su constitución “incierta y desigual”; un ejemplo típico es el confli cto
de roles (“soy profesor en un curso en el que está el hijo de un amigo: su examen es francamente
malo y debo ponerle una calificación muy baja o directamente desaprobarlo, pero yo sé –por otro
lado- que se ha esforzado al máximo y que ha llegado al examen en medio de un problema
personal o familiar, etc.”). En términos más generales, puesto que todo actor tiene una pluralidad
de roles hay inherentemente una “potencialidad endémica de conflicto de roles”, ya que al invo-
lucrar pautas diferentes con otros actores, cuyos “intereses y orientaciones se mezclan” con los
nuestros, no es posible satisfacer todas las reglas y objetivos a la vez (Parsons, 1976, p. 265).
Finalmente, encontramos tensiones en el plano del sistema cultural cuando, por ejemplo, se emi-
ten mensajes simbólicamente discordantes, e incluso francamente contradictorios. Un ejemplo
que nos retrotrae al período en el que Parsons está escribiendo sus obras se refiere a las ten-
siones culturales –y morales- generadas por los procesos de independencia y descolonización
de las antiguas posesiones imperiales: ¿Se pueden defender valores de libertad e igualdad ciu-
dadana en el país dominante (por ejemplo, Francia) y permitir que se mancillen esos mismas
valores en el territorio colonizado (por caso, Argelia), sin caer en una flagrante contradicción?
Pero por lo que se viene diciendo, Parsons le presta una especial atención a las tensiones
inter-sistémicas, por varias razones, entre las que aquí destacaremos dos de fundamental im-
portancia: por un lado, porque están más directamente involucradas en las cuestiones referidas
al vínculo “micro-macro” (Alexander et al., 1994); por otro, porque están centralmente ligadas a
los problemas del orden y el cambio social. De este modo, las tensiones de integración normativa
nos llevan a considerar la compleja y multifacética problemática de la socialización, mientras que

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los problemas de la integración funcional, nos conducen al análisis del modelo de la diferencia-
ción funcional y al papel de los mecanismos de coordinación.
En este marco, no deberíamos perder de vista que para Parsons, al partir del análisis de un
sistema que “mantiene sus límites”, tal como fuera definido en su monografía “Values, Motives
and Systems of Action” (Parsons y Shils, 1968, pp. 133 -135), el concepto de integración tiene
una doble referencia: por una parte, se refiere a “a la compatibilidad de los componentes del
sistema entre sí, de modo que el cambio no sea necesario antes de que el equilibrio pueda ser
alcanzado”; y por otra, se relaciona con el “mantenimiento de las condiciones de la distintividad
del sistema [o como también las hemos llamado, de diferencia, AC] dentro de los límites frente a
su medio” (Parsons, 1976, p. 43.Cursivas y corchetes nuestros) 155.

La socialización bajo la lupa: de ayer a hoy

Y he aquí –dijo el Director sentenciosamente– el secreto de la


felicidad y la virtud: amar lo que hay obligación de hacer. Tal
es el fin de todo el acondicionamiento: hacer que cada uno
ame el destino social, del que no podrá librarse.

Aldous Huxley, UN MUNDO FELIZ ([1932], 1998, p.30)

Comemos nuestro pan, utilizamos nuestras bibliotecas, perfeccio-


namos nuestras escuelas y nuestros archivos, pero si el pueblo no
lo quisiera seguir consintiendo, o si el país, por empobrecimiento,
guerras, etc., fuera imposibilitado de hacerlo, en el mismo instante
nuestra existencia y nuestros estudios acabarían.

Hermann Hesse, EL JUEGO DE ABALORIOS ([1943], 1985, p. 290)

La problemática de la socialización constituye un tópico largamente asentado en los cauces


de la tradición sociológica. En los últimos tiempos, no obstante, su abordaje ha sido discutido -y
viene siendo replanteado- desde el marco más amplio de la “producción de la subjetividad”. En
efecto, como bien observa un estudioso argentino al hablar del concepto de socialización, su
misma “etimología expresa una tesis: la de la primacía de la sociedad sobre el individuo”; de
manera algo más precisa, decimos que un individuo se socializa cuando “adquiere una lengua,
una serie de normas y valores, y va conformando una personalidad” (Tenti F., 2002, p. 218).
El modelo clásico de socialización -que hunde sus raíces tanto en la obra durkheimiana como
en los aportes de G.H. Mead o Charles H. Cooley, entre otros- suele partir de tres supuestos

155
En el breve espacio de estas notas introductorias dejaremos entre paréntesis dos procesos que no podemos desarrollar:
en paralelo a los desafíos de la socialización, quedarán en un segundo plano los problemas de la institucionalización de las
pautas culturales; en línea con los retos de la diferenciación funcional dejaremos entre paréntesis las discusiones sobre la
estratificación social. Ésta última cuestión, no obstante, será retomada en un capítulo de la Cuarta Parte de esta obra.

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teóricos que han sido objeto de profunda crítica por parte de las visiones contemporáneas, a
saber: “El primero postula una separación entre individuo y sociedad. El segundo afirma la prio-
ridad lógica de ésta sobre los primeros. Por último, la sociedad es concebida como una totalidad
integrada y no contradictoria” (Tenti F., 2002, p. 219-220).
Aunque considerada en términos de un proceso continuo, la socialización ha sido habitual-
mente pensada según un esquema secuencial de complejidad creciente en la que se distinguen
diferentes etapas (Johnson, 1973, p. 150) y distintos agentes socializadores (Stewart y Glynn,
1977, p. 87; Chinoy, 1987, p. 350). En esta secuencia es habitual diferenciar de manera conven-
cional entre la socialización primaria y la secundaria (Scott y Marshall, 2005, p. 621). El primer
caso, como nos recuerda un reconocido sociólogo catalán, constituye un proceso intenso de
“interiorización normativa, imaginativa y valorativa” desarrollado “a través de los padres, la fami-
lia, la escuela, y el ambiente que rodea a los individuos en su infancia” (Giner, 1996, p. 88); el
segundo, por su parte, se refiere a la internalización de “submundos institucionales” cuyo carácter
y alcance vienen configurados por la “complejidad de la división del trabajo y la distribución social
concomitante del conocimiento” (Berger y Luckmann, 1998, p. 174).
Asimismo, sobre este vector montado en la flecha temporal, los estudios sobre las sociedades
modernas inscriben las peculiaridades de un proceso creciente de diferenciación de estructuras
y funciones, lo cual lleva a considerar las lógicas de socialización específicas que configuran las
distintas esferas de la vida social (Simkin y Becerra, 2013). En particular, esto toma un cariz
especialmente relevante, y controversial, en el caso de la socialización política, la cual puede ser
entendida como

... el proceso de inducción a un sistema político por la adquisición de informa-


ción sobre los símbolos, instituciones y procesos políticos, el aprendizaje de
los roles (pasivos o activos) como miembros de la estructura institucional de la
política, y por la internalización del sistema de valores y de la ideología preva-
leciente. Este proceso puede ser comprendido y analizado tanto desde la pers-
pectiva del aprendizaje individual como desde la transmisión cultural de la co-
munidad política como un todo (Scott y Marshall, 2005, p. 501).

Esta doble mirada, que pone en juego las cuestiones referidas al aprendizaje como las que
se refieren a la transmisión cultural, permite someter a crítica las encerronas analíticas, y los
sesgos conservadores, de las visiones que consideran a la socialización como un proceso me-
cánico de reproducción “desde arriba”, y a la educación como un agente que refuerza “la acep-
tación de las desigualdades” (Smith-Martins, 2000). Así, en la perspectiva de un sistema político
establecido, han señalado críticamente Cot y Mounier:

... la función de la socialización política consiste en garantizar la continuidad


del sistema político a través de las generaciones. Por intermedio de la sociali-
zación, el sistema inculca a las nuevas generaciones los valores y el compor-
tamiento político de las generaciones precedentes, a fin de garantizar la repro-
ducción permanente (1978, p. 280).

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Este marco teórico –observan con pertinencia anticipando discusiones que abordaremos más
adelante- “no deja mucho margen al cambio político” (Cot y Mounier, 1978, p. 280).
Los rápidos apuntes trazados hasta aquí nos previenen de que sería casi imposible, en el
espacio de estas páginas, recorrer los diversos meandros por los que han circulado (y circulan
hoy) las múltiples interpretaciones sobre esta problemática. En tren de esquematizar ese inabar-
cable corpus no podemos dejar de enfatizar que el modelo sociológico clásico llega hasta noso-
tros a través del puente del “estructural-funcionalismo”, y que en la actualidad las miradas con-
temporáneas discurren a través de diferentes avenidas donde se entrecruza el análisis de los
procesos de socialización, individuación y subjetivación156.
Como venimos señalando, la obra de Parsons y su escuela, en especial las contribuciones
de Robert K. Merton, pueden considerarse una zona de pasaje entre la herencia clásica y la
contemporánea por dos razones principales: por un lado, por la incorporación que efectúa
Parsons del análisis freudiano a la hora de comprender las tensiones y los mecanismos es-
pecíficos de la socialización de un yo, que es visto a través del cristal de la búsqueda de la
satisfacción de sus deseos; por otra parte, porque la “anomia”, como contracara extrema de
la socialización lograda, es entendida por Merton como un producto estructural de los con-
flictos y desigualdades sociales, y no como un caso disruptivo y excepcional, fruto de los
fallos en los dispositivos de control 157.
En una primera aproximación, el autor de El sistema social entiende por socialización, “el
aprendizaje de las pautas de orientación en los roles sociales” (Parsons, 1999, p. 17), pero aclara
que ese proceso no debe circunscribirse a los primeros años de vida de los niños; por el contrario,
destaca que la socialización se refiere al “aprendizaje de toda clase de orientaciones de signifi-
cación funcional para el funcionamiento de un sistema de expectativas de rol complementarias.
En este sentido, la socialización, al igual que el aprendizaje, dura toda la vida” (Parsons, 1999,
p. 136). Ciertamente, la importancia de este proceso en las etapas iniciales del ser humano no
puede ser menospreciada, y como señala el autor norteamericano, se parte del supuesto que
toda primera “socialización de los niños se produce dentro del contexto de la familia, aunque a
menudo, como es lógico, lo complementen otras agencias tales como las escuelas y los grupos
de iguales” (1999, p. 149) 158.

156
Un tratamiento más detallado de esta cuestión, con especial referencia a la socialización política de los y las jóvenes
estudiantes universitarios argentinas en (Camou, Prati, Varela, 2018).

157 Pese a sus diferencias, Parsons y Merton compartían una visión que podría llamarse “objetivista” de la desviación
social, mientras que los más jóvenes investigadores de la siguiente generación se irán acercando a una visión “subjeti-
vista” del problema; es el caso de Howard S. Becker, Kai T. Erikson o Erving Goffman, entre otros. Una revisión clásica
de este debate se encontrará en Wheeler (1970).

158 Valga como acotación en este punto que, dada la “diversidad inicial en las constituciones genéticas, más la diversidad
de influencias con arreglo a la situación (incluyéndose la combinación de interacciones de roles), sería completamente
imposible que la socialización, incluso en un medio relativamente uniforme, diese origen a un producto estrictamente
uniforme en función de las grandes diferenciaciones de la estructura social” (Parsons, 1999, p. 150).

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El punto clave aquí es entender que todo sistema estructurado de acción ha de cumplir –al
menos- con dos funciones básicas: por un lado, debe resolver problemas de asignación que son
intrínsecamente conflictivos, esto es, es necesario asignar “disponibilidades” de medios y recur-
sos, educar, seleccionar y designar “personas” para cump lir determinados roles, y es necesario
distribuir “recompensas” materiales y/o simbólicas para el mejor cumplimiento de dichas tareas;
por otro lado, es preciso mantener la integración de la sociedad, a efectos de resolver colectiva-
mente los distintos desafíos sociales comunes con un bajo grado de conflictividad. Es en este
marco donde Parsons señala que hay dos mecanismos maestros que toda sociedad pone en
marcha para alcanzar grados relativamente estables de integración normativa: la socialización y
el control (Cuadro Nro. 7).

Cuadro Nro. 7. Socialización y control

SISTEMA TOTAL CONCRETO DE ACCION SOCIAL


- - - Marco de referencia de la acción - - -

SISTEMA DE LA PERSONA- SISTEMA SOCIAL SISTEMA CULTURAL


LIDAD

Tensiones de consistencia de pautas INTERSISTÉMICAS I

Desafíos para la INTEGRACIÓN NORMATIVA (SOCIAL)

SOCIALIZACIÓN - INSTITUCIONALIZACIÓN

CONTROL

ASIGNACIÓN………………………………………………………………………………….INTEGRACIÓN

Disponibilidades (medios, recursos)


Personas (educación, selección, designación)
Recompensas (materiales y/o simbólicas)

TENSIONES – DESVÍOS – CONFLICTOS – CONTROL

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Por lo que venimos diciendo hasta ahora, y a riesgo de ser reiterativos, cabe enfatizar que el
autor norteamericano piensa que todo sistema estructurado de acción (desde un grupo musical
a una sociedad, pasando por una empresa o lo que hoy llamamos un movimiento social) debe
resolver simultáneamente los desafíos propios de la asignación de recursos y de la integración
normativa. En el caso del sistema social de máxima complejidad, esto es, una sociedad, ya sea
“capitalista” o “socialista”, igual debe enfrentar el mismo tipo de requisitos funcionales, aunque lo
haga a través de principios de organización diferentes; así, norteamericanos y soviéticos –esta-
mos hablando de la época en que Parsons escribía- tienen que asignar recursos escasos –que
es un proceso estructuralmente conflictivo- a la vez que tienen que garantizar la cooperación de
sus miembros para resolver de manera más eficiente problemas colectivos (integración).
¿Pero cómo se produce el vínculo micro-macro? ¿Cómo se genera esa rara congruencia entre lo
que “yo deseo”, lo que “yo puedo hacer” (frente a un conjunto de condiciones y medios dados) y lo
que “yo debo” cumplir en términos culturales (o morales)? La premisa de la que parte Parsons ya fue
adelantada: nuestro autor homologa cada uno de los componentes de su modelo tri-sistémico de
acción con los tres componentes de la “segunda” tópica psicoanalítica. El Ello se asocia con las orien-
taciones motivacionales de la personalidad; el Super-yo con los mandatos familiares, culturales y
morales; mientras que el sistema social -como el Yo en la perspectiva freudiana- debe servir a “tres
patrones”, a efectos de alcanzar difíciles equilibrios, compensaciones y reducción de las tensiones en
la relación antagónica entre Ello y Super-yo, enmarcadas en una situación con condiciones (materia-
les, institucionales o políticas) que no pueden ser modificadas a voluntad.
Con base en esta premisa fundante, Parsons puede articular los niveles macro-sociales y micro-
individuales haciendo suyo el hilo fundamental de la argumentación freudiana. Como nos recuerda
Véronique Voruz, de acuerdo con su creencia en “la universalidad de los impulsos incestuosos” y en
la correlativa “prohibición del incesto”, Freud ve en la renuncia del sujeto “a su deseo por la madre”,
una renuncia que es inducida por la prohibición del padre, como “la matriz conflictiva tanto del senti-
miento de culpa como del amor a la autoridad”. El argumento freudiano conjuga tres premisas: a) la
prohibición impuesta al niño de su deseo por la madre (que es el primer objeto de apego libidinal); b)
la transformación de esa energía instintiva que ha quedado inhibida en agresividad contra el padre;
c) pero, en virtud de la amenaza de castración (temor que –de acuerdo con Freud- el niño siente
frente al padre), su integridad corporal queda subordinada “a ser amado por el padre” (Voruz, 2016,
p. 113). ¿Qué sucede entonces? ¿Cómo procede el sujeto para superar este angustioso atolladero?
¿Qué le pasa al individuo para que se vuelva inocuo su gusto por la agresión? Vale la pena citar in
extenso la clásica respuesta de Freud:

Algo muy asombroso159 que no habíamos colegido aunque es obvio. La agre-


sión es introyectada, interiorizada… reenviada a su punto de partida; vale decir:

Este mecanismo “asombroso” le permite a Parsons dar una respuesta al enigma de la “socialización” que Durkheim
159

había dejado en cierto modo abierto, pero lo introduce en otro problema: Freud piensa la sexualidad con base en el deseo
masculino, y cree (erróneamente) que la sexualidad femenina es un calco del varón. Para una crítica pionera de este
punto véase el clásico libro de Simone de Beauvoir, El segundo sexo (1949). Una discusión más amplia de las relaciones

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vuelta hacia el Yo propio. Ahí es recogida por una parte del Yo, que se contra-
pone al resto como Super-yo y entonces, como conciencia moral, está pronta
a ejercer contra el Yo la misma severidad agresiva que el Yo habría satisfecho
de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Llamamos conciencia de culpa
a la tensión entre el Super-yo que se ha vuelto severo y el Yo que le está so-
metido. Se exterioriza como necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura
yugula el peligroso gusto agresivo del individuo debilitándolo, desarmándolo, y
vigilándolo mediante una instancia situada en su interior, como si fuera una
guarnición militar en la ciudad conquistada (Freud, 1984, pp. 64-65).

De este modo, Freud identifica el mecanismo concreto (y Parsons sigue –en términos generales-
la estela de su argumentación) por el cual la “ley del padre”, los preceptos morales, los mandatos de
la cultura, son internalizados, in-corporados (literalmente, metidos en el cuerpo) por el sujeto. Y de
aquí la importancia crucial en la constitución del orden colectivo que tienen las familias y la educación.
Claro que esa incorporación puede estar acompañada en cada caso por el refuerzo “interno” del
control, una violencia en acto o en potencia que coacciona al actor a cumplir con un mandato dado a
lo largo de un proceso de aprendizaje, o bien puede tomar la forma de un agente o agencia “externa”,
que gestiona las sanciones en caso de incumplimientos, desvíos o conflictos (escuela, justicia, policía,
etc.). Por cierto, Parsons razona aquí en paralelo a la visión weberiana en la relación entre legitimidad
y ejercicio del poder: el control externo sólo puede ser utilizado de manera excepcional, mientras que
por lo regular son los procesos de aprendizaje, formales e informales, explícitos e implícitos, los que
sostienen el peso fundamental a la hora producir, y reproducir, esa siempre imperfecta congruencia
integrativa entre personalidad, cultura y sociedad.
En resumen, hay un circuito que vincula las pautas de valor cultural que se institucionalizan
en expectativas de rol y que se internalizan (a través de procesos de socialización) en orienta-
ciones motivacionales de los individuos. De acuerdo con esto:

Las estructuras motivacionales así organizadas son unidades tanto de la per-


sonalidad como sistema cuanto del sistema social en que participan actores;
son disposiciones de necesidad de la personalidad y expectativas de rol del
sistema social. … Esta relación fundamental entre disposiciones de necesidad
de la personalidad, expectativas de rol del sistema social y pautas de valor
institucionalizadas-internalizadas, es el nudo fundamental de la organización
de los sistemas de la acción (Parsons, 1976, p. 497)160.

Llegados a este punto, corresponde señalar que el proceso de socialización cobra una
nueva complejidad en la transición hacia la vida adulta, porque allí la educación especializada

entre Parsons y Freud, a propósito de los problemas entre normas, conflicto y cambio social se encontrará, entre otros,
en (Turkel, 1990; Domingues, 2008; Blacha 2014).
160
Nótese el parecido de esta argumentación con la que desarrollará posteriormente Bourdieu en términos de la “doble
vida” de los procesos sociales (Camou, Prati, Varela, 2018, p. 38 y ss.)

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(en particular en el contexto de una sociedad crecientemente articulada en torno a los vectores
del desarrollo del conocimiento científico-tecnológico) pasa a cobrar una importancia estraté-
gica. Como recuerda el sociólogo de Harvard, en esta transición es necesario para el actor
adquirir orientaciones:

... más específicas con respecto a las situaciones y expectativas concretas de


sus roles adultos; se da un nuevo proceso de socialización en un nuevo nivel.
Una parte muy importante de éste consiste en la adquisición de la cultura
adulta, más compleja, formada por conocimientos elaborados, habilidades téc-
nicas y cánones de orientación expresiva, gustos y criterios de gusto (Parsons,
1999, p. 154. Cursivas nuestras).

Sobre el trasfondo de estas consideraciones, que serán retomadas con mayor o menor distancia
crítica por distintos autores contemporáneos, los aportes del programa de investigación “crítico-her-
menéutico” partirán de una significativa revisión de los supuestos en que se apoyaba la concepción
clásica de la socialización. En primer lugar, sostendrán que la configuración colectiva de la subjetivi-
dad y la conformación individual de lo social son procesos que se configuran mutuamente; desde
temprana edad conformamos nuestro ser social a partir de “tipificaciones” (Schütz) de la vida cotidiana
que echan hondas raíces en nuestra memoria y modelan nuestro aprendizaje. En segundo término,
el lenguaje no es solamente un medio de expresión o de transmisión de mensajes, sino un espacio
de conformación de nuestro ser social (“hablamos una lengua”, pero como decía Heidegger, también
“somos hablados” por el lenguaje). En tercer lugar, la “comprensión” deja de ser entendida exclusiva-
mente como un método de análisis (por oposición a la “explicación causal”) para ser entendida como
una condición constitutiva de la experiencia social. Los actores son intérpretes de sí mismos y de sus
relaciones con los otros, por lo cual los observadores elaboran una interpretación sobre interpretacio-
nes, dando pie a una espiral de elucidaciones sucesivas.
Pero la revisión de estos supuestos se dará al interior de dos coordenadas analíticas que ubicarán
a los procesos de socialización en un marco teórico (e histórico) diferente al que guió las indagaciones
de la tradición sociológica en la línea que va de Durkheim a Parsons. Por un lado, se ha hecho evi-
dente en la actualidad que la socialización “no es un proceso unidireccional entre un agente o instan-
cia socializadora y determinados agentes socializados, proceso en el cual los primeros tendrían un
rol activo, mientras que los segundos serían meros agentes pasivos” (Tenti, 2002. p. 220). En un
juego de interdependencia compleja, donde se articulan el compromiso emocional con la emergencia
de diferentes fenómenos de ejercicio de poder y de resistencia cruzados, los procesos de socializa-
ción no pueden ser reducidos a un modelo de “programación cultural” (Giddens, 1997, p. 52). Como
señala Norbert Elías, si bien la relación entre padres e hijos es una relación de dominación, los niños

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no son agentes completamente pasivos ya que “también en este caso se presenta una reciprocidad
de las oportunidades de poder” (Elías, 1998, p. 419)161.
Por otra parte, como destaca Tenti Fanfani, el mundo en el que vivimos:

... es al mismo tiempo cada vez más diverso y desigual y, por lo tanto, la for-
mación de los agentes sociales será un terreno donde se enfrenten intereses
y actores colectivos en conflicto. La socialización no fue nunca ni será en el
futuro un proceso pacífico (2002)

En esta línea de reflexión, podemos concluir esta sección destacando que la conformación
de individuos socializados es materia de permanente “conflicto y constituye un elemento funda-
mental de toda estrategia de dominación que por lo general trasciende a las generaciones y
tiende a proyectarse en el futuro” (Tenti, 2002, p. 224).

¿Diferenciarnos más, coordinarnos mejor?

Sí, estamos en la época de los especialistas; bienaventurado el que


así lo comprende y en este sentido orienta su trabajo para su bien y el
de los demás… Cultívate en algo determinado hasta lograr positiva
eficacia, y verás cómo la Humanidad reconoce tu valer… Para el me-
nos dotado, será siempre un oficio; para el de mayor talento, un arte.

Johann Wolfgang von Goethe, LOS AÑOS DE APRENDIZAJE


DE W ILHELM MEISTER (1796).

En la primera infancia del espíritu humano el mismo individuo ejecuta


en todas las operaciones los trabajos teóricos y los trabajos prácti-
cos… Muy pronto comienzan a separarse estas dos clases de traba-
jos, como exigiendo capacidades y culturas diferentes y, en cierto
modo, opuestas. A medida que se desarrolla la inteligencia colectiva e
individual de la especie humana, esta división se pronuncia y se gene-
raliza cada vez más, y se convierte en fuente de nuevos progresos…
Porque el gran medio de la civilización es la separación de los trabajos
y la combinación de los esfuerzos.

Augusto Comte, PLAN DE TRABAJOS CIENTÍFICOS NECESARIOS PARA REOR-


GANIZAR LA SOCIEDAD, mayo de 1822 (Comte, 1981, 94)

161 Para una discusión actualizada de distintas interpretaciones sobre los procesos de socialización como parte del
“curso de la vida” véase Giddens y Sutton (2014).

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Como señalamos al principio del capítulo anterior, la tradición durkheimiana-sistémica tiende


a ver a los sistemas sociales integrados en dos planos. Por un lado, esa integración se juega en
una dimensión que podríamos describir de manera imperfecta, pero gráfica, entre “individuo” y
“sociedad”: depende de la mayor (o menor) congruencia entre las motivaciones personales in-
ternalizadas en los individuos, las expectativas institucionalizadas de rol y las pautas culturales
de valor vigentes. Por otro lado, los sistemas diferencian distintas “partes” -colectivos y sub-sis-
temas (política, economía, derecho, ciencia, etc.)- que es menester mantener unidos por vínculos
funcionales a fin de alcanzar ciertos niveles de equilibro, eficiencia, adaptación, etc. Esta se-
gunda problemática es la que nos introduce de lleno en los problemas de la diferenciación social
y en los desafíos a la integración en un plano de más alta complejidad.
Dicho de manera muy general, las sociedades modernas tienden a estructurarse siguiendo
un doble eje: la estratificación social (un ordenamiento “vertical”) y la diferenciación funcional (un
ordenamiento que podríamos considerar “horizontal”). Según es sabido, el primer caso se refiere
a la conformación de agrupamientos jerárquicos de actores sociales en virtud de patrones es-
tructurales y asimétricos de acceso a recursos estratégicos de la sociedad (económicos, políti-
cos, institucionales, etc.). Históricamente tiende a distinguirse entre diferentes sistemas de es-
tratificación: “esclavitud”, “castas”, “estamentos” y “clases”. El debate clásico nos ha legado, re-
sumido a su mínima expresión, dos modelos de estratificación. Por una parte nos encontramos
con un esquema de clases enfrentadas: una manera habitual de entender la noción moderna de
“clase social”, inspirada en la obra de Karl Marx, es definirla como un c onjunto de relaciones
entre individuos cuya ubicación en la sociedad viene dada por su vinculación estructural con la
propiedad de los medios de producción. Para decirlo gráficamente: en el extremo más alto de la
escala social tenderían a encontrarse los poseedores de tierras, empresas y maquinarias, mien-
tras que en el polo opuesto los que sólo tienen su fuerza de trabajo para vender en el mercado.
En la visión marxiana originaria una clase existe como realidad histórica al nivel del proceso
económico de producción (“clase en sí”) pero sólo podrá devenir en “clase para sí” en la medida
que adquiera –en el marco de la lucha política- conciencia de sus intereses objetivos y capacidad
para llevarlos adelante en una relación antagónica con otras clases. Por otro lado nos encontra-
mos con un modelo de estratos continuos: desde una visión como la de Max Weber encontramos
una concepción tridimensional de la estratificación social articulada en base a tres fuentes -rela-
tivamente independientes entre sí- que regirían la conformación de jerarquías en la sociedad:
poder, riqueza y status. El poder (capacidad del individuo para imponer su voluntad) se traduciría
en términos de influencia devenida en posición política, ya sea en forma de grupo o partido; la
riqueza (disponibilidad de recursos materiales) se conformaría como posición económica; mien-
tras que el status (reconocimiento social por detentar una ocupación, cargo o seguir un estilo de
vida) marcaría las coordenadas principales de la posición en el espacio social en términos de
honor, prestigio o condición. De este modo, el autor de Economía y Sociedad da cuenta de cierta
“autonomía” entre las esferas económica, social y política, rechazando toda forma de determina-
ción “en última instancia” de alguna de ellas sobre las otras, en un contrapunto crítico con el

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enfoque marxista (Duek e Inda, 2006). Será sobre todo la concepción weberiana la que retomará
y adaptará Parsons, y que tendrá una notoria influencia en la academia norteamericana.
Ahora bien, tal vez las contribuciones más destacadas del autor de El sistema social se en-
cuentren en sus esfuerzos por ordenar y clarificar los problemas que se presentan al indagar el
otro gran eje de estructuración de las sociedades modernas: la diferenciación social. En términos
generales entendemos por diferenciación social un vasto y complejo proceso histórico –verificado
inicialmente a lo largo de varios siglos en las sociedades occidentales- que involucra tres dimen-
siones principales:
• La división del trabajo: es un proceso que abarca tanto la división “técnica”, esto es, la
atribución de diferentes tareas especializadas a distintos trabajadores en el marco de la
elaboración de un mismo bien o provisión de un servicio, como la división “social” del
trabajo, en el sentido más general de la “distribución desigual de las tareas según las
clases, etnias u otros criterios de origen social” (Giner, 1996: 129);

• La individuación: nos referimos a la creciente autonomía de los individuos para determi-


nar sus proyectos de vida, con independencia relativa de los preceptos familiares, reli-
giosos, culturales, locales, etc., así como -en el marco de sociedades abiertas- a la defi-
nición de roles con arreglo a criterios progresivamente universalistas, neutrales, especí-
ficos y adquiridos mediante algún procedimiento formal de evaluación de idoneidad;
• La diferenciación funcional: se trata del proceso por el cual distintas esferas de la vida
social desarrollan evolutivamente una lógica propia -relativamente autónoma respecto
de otras esferas- para la resolución de problemas cada vez más especializados con cre-
cientes grados de eficacia/eficiencia (el derecho, la ciencia, la educación, la política, el
arte, etc.).

En lo que sigue nos concentraremos exclusivamente en este último aspecto, sobre el que
cabe comenzar con una aclaración importante: es obvio que Parsons no fue el primero, ni el
único, en ocuparse de estas cuestiones; al contrario, en la época moderna hay una larga deriva
de contribuciones, desde la biología a la economía, pasando naturalmente por la sociología, pero
también por la literatura, que pueden mencionarse como antecedentes relevantes (Cuadro Nro.
8)162. En todo caso, el punto clave a señalar aquí marca la contraposición -durante largo tiempo
teórica y políticamente influyente-, entre la visión “utópica” heredada de Marx y Engels frente a
un conjunto de autores que fueron jalonando el camino para los desarrollos que efectuará el
“estructural-funcionalismo”, en particular, y la corriente sistémica en general.

162
Además de los epígrafes que encabezan esta sección, valga como curiosidad el siguiente reconocimiento: “El fenó-
meno de la división del trabajo y de la estructuración profesional de la sociedad ya había sido interpretado, entre otros,
por santo Tomás de Aquino… como derivación directa del plan divino del mundo” (Weber, 1987, p. 171).

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Cuadro Nro. 8. Antecedentes en el estudio de la diferenciación social

ANÁLISIS DEL MODO DE PRODUCCIÓN CAPI- SOCIEDAD TRADICIONAL VS. MODERNA


TALISTA + CRÍTICA DE LA ALIENACIÓN
-F. Tönnies: Comunidad y sociedad (1887);
-G. Schmoller: “Los hechos de la división del tra-
bajo” (1889);
-G. Simmel: “Sobre diferenciación social (1890);
-E. Durkheim: La división del trabajo social (1893);
-M. Weber: “Excurso: Teoría de los estadios y di-
recciones del rechazo religioso del mundo” (1917).

La contraposición entre esas dos miradas se vuelve evidente cuando consideramos un texto
clave del pensamiento marxista como es la Ideología Alemana (1845); allí se afirma:

…a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se


mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es im-
puesto y del que no puede salirse… [mientras que] en la sociedad comu-
nista… la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que
hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a
aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche
apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar,
sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico…
(Marx y Engels, 1983, p. 34).

Esta bucólica imagen (cazamos en la mañana, pescamos en la tarde, apacentamos el ganado


por las noches, etc.) se ha constituido en una piedra de toque de la crítica “normativa” de la
alienación, pero su larga sombra también se proyectó durante muchos años sobre los análisis

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concretos de la sociedad, el Estado y los procesos de cambio revolucionario. Así, por ejemplo,
en un recordado pasaje de “El Estado y la revolución”, redactado por Lenin entre agosto y sep-
tiembre de 1917, y publicado un año después, se afirma:

La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el


correo, el teléfono, etc., y sobre esta base, la enorme mayoría de las funcio-
nes del antiguo “poder estatal” se han simplificado tanto y pueden reducirse
a operaciones tan sencillas de registro, contabilidad y control, que son total-
mente asequibles a todos los que saben leer y escribir , que pueden ejecu-
tarse por el “salario corriente de un obrero”, que se las puede (y se las debe)
despojar de toda sombra de algo privilegiado y “jerárquico” (Lenin, 1997, p.
66.Cursivas nuestras)163.

En la misma época, y desde la vereda teórica y política opuesta, en un cauce de coincidencias


con autores como Simmel o Durkheim, Max Weber escribía que tanto la carrera política como la
burocracia estatal eran ámbitos de progresiva e inexorable especialización. Como nos recuerda
enfáticamente al considerar la evolución del funcionariado estatal moderno:

…se va convirtiendo en un conjunto de trabajadores intelectuales altamente


especializados mediante una larga preparación y con un honor estamental muy
desarrollado, cuyo valor supremo es la integridad. Sin este funcionariado se
cernería sobre nosotros el riesgo de una terrible corrupción y una incompeten-
cia generalizada, e incluso se verían amenazadas las realizaciones técnicas
del aparato estatal, cuya importancia para la economía aumenta continua-
mente y aumentará aún más… Necesidades puramente técnicas e ineludibles
de la administración impulsan esta evolución. A lo largo de un desarrollo que
dura ya quinientos años, el funcionario especializado según la división del tra-
bajo ha ido creciendo paulatinamente en Europa (Weber, 1986, pp. 101-102).

Pero la evolución en esta “esfera” específica (en este “subsistema” dirá Parsons más tarde)
es nada más que un caso puntual de un proceso más extenso, diversificado y general, que el
autor de Economía y sociedad nos ayudó a comprender gracias a las investigaciones plasmadas

163
En este punto es claro que el propio Lenin parecía olvidar (o prefería olvidar) su memorable y muy convincente lección
inscripta en su libro ¿Qué hacer?, publicado originalmente en 1902: “es mucho más difícil pescar a una decena de hom-
bres inteligentes que a un centenar de imbéciles”. En tal sentido, al defender la necesidad de un partido de cuadros frente
a la tiranía zarista, propugnaba que esos militantes debían hacer de “las actividades revolucionarias su profesión” y que
debían adquirir una auténtica “preparación profesional en el arte de luchar” (Lenin, 1946, pp. 160-161). Como es sabido,
una vez en el poder, se dará cuenta que no es suficiente con saber “leer y escribir” para resolver los crecientes y com-
plejos problemas de la gestión pública. Y dicho sea de paso, tampoco considerará la organización partidaria de cuadros
una excepción frente a un régimen autocrático, sino como el modelo general de partido revolucionario, donde las deci-
siones serán en última instancia tomadas siempre por ese puñado de dirigentes “inteligentes”, desde las altas cumbres
del “centralismo democrático”.

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en sus Ensayos sobre Sociología de la Religión164, del que rescatamos un breve y programático
texto escrito en 1915, “Excurso. Teoría de los estadios y direcciones del rechazo religioso del
mundo”; allí nos dice:

…la racionalización y consciente sublimación de las relaciones del hombre con


las diversas esferas de posesión…, religiosa y mundana, de bienes condujo a
que se hicieran conscientes en sus consecuencias las específicas legalidades
internas de cada esfera en particular y que entraran por ello en aquellas ten-
siones mutuas que estaban veladas a la ingenua relación originaria con el
mundo… (M. Weber, 1987, p. 532. Cursivas del autor).

En términos muy simplificados, esa “ingenua relación originaria con el mundo” era provista
por la cosmovisión de la cristiandad occidental, articulada a través de una diversificada trama de
prácticas, reglas, creencias y valores, que vertebraban las estructuras simbólicas y materiales
de las sociedades tradicionales (Iglesia, Estado, gremios medievales, etc.). Poco a poco, esa
unidad se fue rompiendo –en espacios diferentes, con distintas temporalidades-, a partir de las
rupturas parciales de cada una de esas esferas cuyas “específicas legalidades internas” comen-
zaron a contraponerse a un mensaje único de salvación. En particular, Weber analiza los casos
de las esferas económica, política, estética, erótica e intelectual.
El caso de la economía es por demás conocido pero vale la pena destacar un rasgo de
especial importancia, ya que toca un aspecto clave de la construcción colectiva y autonomizada
de sentidos que trascienden las pretensiones del sujeto: las consecuencias no intencionadas
(y los efectos perversos) de la acción. Como es sabido, en sus estudios sobre sociología de la
religión, Weber entiende la ascética como “una acción realizada con arreglo a la voluntad di-
vina, en calidad de instrumento de Dios” (Weber, 1987, p.529); en ese marc o, según la voluntad
“inequívocamente revelada de Dios, lo que sirve para aumentar su gloria no es el ocio ni el
goce, sino sólo el obrar” (Weber, 1987, p.165), de ahí que “el trabajo es fundamentalmente el
fin propio de la vida, prescrito por Dios” (Weber , 1987, p. 169). De este modo, el proceder
ascético de realización personal a través de las obras, propio de la religiosidad protestante,
terminó generando un tipo de práctica –desligada de su fundamento teológico, y fogoneada
luego por el afán de lucro, el ocio y el goce- que se convirtió en el nervio motor de la acumula-
ción capitalista (González García, 1992)165.
Otro ejemplo no menos notorio viene representado por el conocimiento científico, que co-
mienza a organizarse como discurso, pero también como práctica institucional, en torno a

164
Vale destacar en este punto que cuando Weber menciona el objeto de la sociología comparada de la religión lo hace
en referencia a las que llama “religiones universales”, esto es, “aquellos cinco sistemas religiosos… de reglamentación
de la vida que han sabido agrupar en torno a sí a multitudes de adeptos” : confusionismo, hinduismo, budismo, cristia-
nismo e islamismo, a lo que debe agregarse el judaísmo (Weber, 1987, p. 233.Cursivas nuestras).
165
Los debates generados en torno a la argumentación weberiana sobre las “afinidades electivas” entre ética protesta nte
y espíritu del capitalismo han discurrido durante más de cien años y llenan bibliotecas enteras; tres obras que abordan
diferentes aristas de la controversia son (Rodríguez Martínez, 2005; Aronson y Weisz, 2007; Gil Villegas, 2013).

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patrones de argumentación y de prueba empírica, por individuos con un largo entrenamiento en


el estudio y la resolución de problemas específicos, guiados por criterios de verdad y validez. En
ese contexto, la colisión entre el proceder de la ciencia y el mensaje bíblico se vuelve inevitable.
Como destaca el autor de La ética protestante y el espíritu del capitalismo:

…la consideración empírica del mundo, y también la matemáticamente orien-


tada, genera por principio el rechazo de toda consideración del mundo que
pregunte por un “significado” del acontecer intramundano. Todo avance del ra-
cionalismo de la ciencia empírica desplaza progresivamente la religión del
reino de lo racional hacia lo irracional, convirtiéndola en el poder supra-perso-
nal irracional o anti-racional por antonomasia (Weber, 1987, p. 553).

Claro que si en un nivel macro-sociológico la conformación de esas diferentes lógicas de


funcionamiento dan lugar al ordenamiento relativa y crecientemente autónomo de la ciencia, la
política, el arte o la economía, entre muchos otros casos, en un plano estrictamente micro-socio-
lógico emerge un requisito funcional no menos palmario: la necesidad paulatina de especializa-
ción profesional. El punto no es menor, porque esta cuestión atraviesa los impetuosos debates
intelectuales de la generación de entreguerras, y reverbera en múltiples planos de la cultura ale-
mana, anudando los venerables hilos de la reflexión filosófica y la creación literaria. Como se
afirma en las páginas finales del ensayo sobre la ética protestante:

La idea del carácter ascético del moderno trabajo profesional no es nueva. In-
cluso Goethe en los Wanderjahre (años de aprendizaje) y en la muerte que dio
a su Fausto, nos ha querido enseñar, desde la cumbre de su conocimiento de
la vida, este motivo ascético del estilo de vida burgués, fundamental si quiere
ser verdaderamente un estilo y no simple carencia de él: que la limitación al
trabajo especializado, y la renuncia a la universalidad faústica de lo humano
que ella implica, es en el mundo actual condición de toda obra valiosa, y que,
por tanto, “acción” y “renuncia” se condicionan recíprocamente de forma inexo-
rable en el mundo de hoy… El puritano quería ser un hombre profesional; no-
sotros tenemos que serlo (Weber, 1987, p.199.Cursivas del autor)166.

De este modo, a un nivel macro, se han ido conformando –y se siguen conformando- en un


largo proceso histórico diferentes (sub)sistemas, cada uno de ellos, guiado por sus propias lógi-
cas de funcionamiento, que se vinculan entre sí a través de insumos y productos, de demandas
y respuestas, a efectos de resolver problemas cambiantes del entorno con creciente eficiencia
evolutiva (Cuadro Nro. 9). La diferenciación social pasa a ser así una condición de intervención
específica en un problema o un conjunto aceptado de problemas, que a su vez requiere –en el

166
Weber se refiere aquí no sólo al célebre Fausto, sino también a Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, segunda
novela de Goethe, de la que hemos extraído el ilustrativo epígrafe que encabeza esta sección; el mejor análisis que
conocemos sobre los vínculos entre Goethe y Weber es (González García, 1992).

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plano micro de la personalidad- el concurso de personal especializado (nuestros hijos e hijas


aprenden mejor en la escuela, donde siguen un plan sistemático de formación a cargo de perso-
nal formado a tal efecto, que lo que pueden aprender en su casa, por más empeño que puedan
poner sus atareados padres). Y por supuesto, como en un juego de cajas chinas, en cada uno
de esos subsistemas volvemos a encontrar los problemas de integración entre personalidad,
sistema social y cultura.

Cuadro Nro. 9. Diferentes sub-sistemas dentro del sistema social

En una rápida mirada, podríamos decir que cada uno de estos subsistemas cumple una “fun-
ción”. Desde un punto de vista teórico-metodológico, Parsons parte de una clásica premisa desa-
rrollada por Emile Durkheim en La División del Trabajo Social: “…todo hecho de orden vital –
como son los hechos morales– no puede generalmente durar si no sirve para algo, si no responde
a alguna necesidad; mientras, pues, no se haga la prueba en contrario, tiene derecho a nuestro
respeto” (Durkheim, 1985, p. 43). Claro que esta mirada también le venía sugerida al autor por
su directo conocimiento de la antropología funcionalista inglesa, que conoció de primera mano
durante su juvenil estancia universitaria en Gran Bretaña. Como recuerda en su autobiografía:

…decidí inscribirme en la London School of Economics, debido a que me lla-


maron la atención los nombres de algunos profesores de la misma como L. T.
Hobhouse, R. H: Tawney y Harold Laski. Sólo después de iniciar mis cursos
conocí ahí al hombre que finalmente más me marcó intelectualmente, el antro-
pólogo social Bronislaw Malinowski (Parsons, 1986, p. 8).

En su artículo “Anthropology”, publicado en la edición de 1926 de la Encyclopaedia Britannica,


Malinowski (1884-1942) señalaba que su enfoque “se propone la explicación de los hechos an-
tropológicos en todos los niveles de desenvolvimiento por su función, por el papel que represen-
tan dentro del sistema integral de la cultura, por la manera como se relacionan entre sí dentro
del sistema” (Merton, 1987, p. 95). Por su parte, en su trabajo “On the concept of function in
social science”, publicado en 1935 por Alfred Reginald Radcliffe-Brown (1881–1955), se sostenía
que “la función de un proceso biológico recurrente es, pues, una correspondencia en tre él y las

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necesidades (es decir, las condiciones necesarias de existencia) del organismo”. En la esfera
social, “la función de toda actividad recurrente, tal como el castigo de un delito, o una ceremonia
fúnebre, es el papel que dicha actividad representa en la vida social como un todo y, por lo tanto,
la aportación que hace a la conservación de la continuidad estructural” (Merton, 1987, p. 95).
Pero llevado al extremo, esta visión entraña un sesgo conservador insostenible: es claro que
múltiples pruebas en contrario nos han puesto sobre aviso de prácticas anquilosadas, retrógra-
das o aberrantes, así como del choque de acciones que marchan sistemáticamente en sentido
contrario. Por eso, desde el punto de vista teórico, el estructural-funcionalismo entiende que una
función es, en líneas generales, un proceso objetivo (observable) y recurrente de una unidad de
referencia tal que satisface un necesidad de dicha unidad. Pero el hecho de que satisfaga una
necesidad de esa unidad en particular, no significa que satisfaga las necesidades del resto167. A
menos que creyéramos en una especie de “armonía preestablecida”, o de una autorregulación
automática en el sentido de Spencer, encontramos múltiples planos de tensión y conflicto entre
esos diferentes subsistemas. Por ejemplo, los actores del subsistema económico pueden querer
actuar con un máximo posible de libertad para comerciar y con un mínimo de impuestos, pero el
subsistema educativo público (entre muchos otros) requiere una fuerte inversión en infraestruc-
tura y formación de su personal, además de un salario acorde a su tarea, que requiere un fuerte
y continuado sostén fiscal. Claro que, en un caso límite, si se extrajeran todos los recursos del
sector privado nos encontraríamos con una brutal caída de la producción económica, que arras-
traría muchos otros males: desinversión, cierre de empresas, desempleo, etc. En otros términos,
nos enfrentamos aquí con un nuevo conjunto de tensiones inter-sistémicas, con los consecuen-
tes desafíos para la integración funcional, y con el reto de encontrar balances y ponderaciones
fácticas -ya sea de manera más o menos “espontánea” o inducida- entre demandas que marchan
en dirección opuesta. En definitiva, volvemos a encontrarnos los ya mencionados problemas de
integración y equilibrio que ya observamos en la relación entre “individuo” y “sociedad” en un
plano sociocultural o normativo (el lado más “durkheimiano” de la preocupación de Parsons) pero
ahora los reencontramos en un plano de complejidad diferente.
La pregunta clave que podemos hacernos –en paralelo a lo que son los mecanismos de so-
cialización y control en el plano normativo- es la siguiente: ¿a través de qué mecanismos se
pueden coordinar funcionalmente estos diversos subsistemas? (Cuadro. Nro. 10).
La respuesta de Parsons combina dosis distintas y variables de consenso y coerción. Por de
pronto, nos avisa que cuando los términos de intercambio no son alcanzados “espontánea y
simultáneamente por los integrantes” de una relación social dada, entonces se hace necesario
“algún tipo de adjudicación o convenio”; claro que en tal caso, el regateo o la discusión por la
cual “llegan al arreglo pueden ser simplemente el resultado del poder coercitivo de uno de los
actores sobre el otro” (Parsons y Shils, 1968, p. 258). Pero dicho est o en un plano más general:

167
El mejor tratamiento clásico de esta cuestión se encuentra en el célebre artículo de Robert K. Merton, “Funciones
manifiestas y latentes” (Merton, 1987), donde aparecen puntos de coincidencia pero también de disonanci a con el enfo-
que dominante del “estructural-funcionalismo”.

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Incluso en una sociedad en la que el consenso sobre los patrones generaliza-


dos de orientación de valor (y por su naturaleza, ellos tienen que estar genera-
lizados) es grande, será aún insuficiente para el mantenimiento del orden. No
puede contarse tampoco para remediar la deficiencia con la igualmente nece-
saria especificidad de la expectativa de rol. Se necesita alguna clase de meca-
nismo institucionalizado, y éste es función de la autoridad (Parsons y Shils,
1968, p.258.Cursivas nuestras).

Cuadro Nro. 10. Problemas de coordinación entre sub-sistemas sociales

SISTEMA TOTAL CONCRETO DE ACCION SOCIAL

- - - Marco de referencia de la acción - - -

SISTEMA DE LA PERSONALIDAD SISTEMA SOCIAL SISTEMA CULTURAL

Tensiones de consistencia de pautas INTERSISTÉMICAS II

Desafíos para la INTEGRACIÓN SISTÉMICA

Problemas de EQUILIBRIO y Procesos de INTERCAMBIO entre…

Sub-sistema
Subsistema Subsistema Subsistema Subsistema Subsistema jurídico, etc…
económico científico político educativo artístico

Mecanismos de COORDINACIÓN

De manera más específica, en esta etapa de su teorización Parsons distingue “tres tipos de
mecanismos” que regulan el flujo asignativo:

El primero consiste en la asignación por medio de un proceso de decisión se-


lectiva deliberada, llevado a cabo por un órgano autoritario, de acuerdo con
una política establecida en la que el criterio principal puede ser la cualidad o el
desempeño. El segundo consiste en la institucionalización de algunas reglas
aplicadas automáticamente, en las cuales el criterio principal está dado por las
cualidades, especialmente las que corresponde al hecho de ser miembro. El
tercero consiste en un proceso de desempeño individual (o promesa de desem-
peño), competitivo o emulativo, por cuyo medio los “ganadores” se aseguran
automáticamente los roles, medios y las recompensas que, de acuerdo con los
sistemas prevalecientes de valor, son los más deseables (Parsons y Shils,
1968, p.245).

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Podemos “traducir” la respuesta parsoniana a nuestra pregunta anterior a partir de un trabajo


que Norbert Lechner elabora a fin de pensar algunos desafíos de las sociedades latinoamerica-
nas en un período post-neoliberal. Lechner se inspira libremente en la lectura que hacen Niklas
Luhmann y Dirk Messner sobre la problemática de la “sociedad de redes” y la competitividad
sistémica (Esser, Messner et al., 1994). Como se sabe, Luhmann (1927-1998), un discípulo ale-
mán de Parsons que estudió en Harvard con el sociólogo estadounidense, continuó la obra de
Parsons pero incorporando sus propias y originales visiones: en algunos casos adaptándola a
otras realidades, en otros casos alejándose de la herencia parsoniana original, a la vez que pro-
puso nuevos horizontes para la tradición sistémica en la actualidad. De este modo, siguiendo a
estos autores, Lechner distingue tres grandes mecanismos de coordinación social (Cuadro Nro.
11), a la manera de tipos-ideales, que podemos ilustrar libremente con un tipo particular de es-
tructura institucional:

Cuadro Nro. 11. Tres formas de coordinación social: rasgos básicos

Coordinación jerárquica Coordinación estructurada en base Coordinación de voluntades en un


apoyada en el ejercicio a la satisfacción de un interés lucra- plano de igualdad a través de
del medio “poder”168. tivo a través del medio “dinero”. “compromisos de valor” y relacio-
nes de solidaridad, confianza, re-
ciprocidad, etc.

Ej.:“MERCADO” Ej.: “REDES SOCIALES” (Asocia-


ciones voluntarias)169.
Ej.: “ESTADO”

Vertical Horizontal Horizontal

Centralizada Descentralizada Descentralizada

Deliberada No-deliberada Deliberada

Pública Privada Pública

Fuente: Elaboración propia con base en (Lechner, 1997)

Sin ser un parsoniano, ni mucho menos, el esquema de Lechner nos ayuda a reconstruir una
intuición clave de Parsons en ese período intermedio de su teorización, antes de desarrollar el

168
Un análisis pormenorizado de este punto –que no podemos abordar aquí- nos llevaría a considerar la llamada teoría
o esquema analítico parsoniano de los “medios generalizados de intercambio”. Vé anse las sugerentes presentaciones
de esta problemática en (Chernilo, 1999 y 2006; Mascareño, 2008; Giordano, 2020).
169
El término original que usa Lechner es el de “redes sociales”, pero como en la actualidad esta expresión se utiliza
frecuentemente para designar los dispositivos de comunicación vía internet, nos ha parecido conveniente aclarar –en
línea con la visión original de Parsons- que estamos hablando de un amplio espectro de “asociaciones voluntarias”,
que abarca desde diversas organizaciones de la sociedad civil hasta un pequeño grupo de auto-ayuda. Como destaca
el autor germano-chileno, cabe distinguir “tipos diferentes de redes, según el número de participantes, la vinculación
fuerte o débil entre ellos, el grado de estabilidad de la red, su cam po de acción, etcétera”. En todo caso, toda red
responde a cierta “lógica funcional”, que se traduce “en algunas reglas mínimas”: distribución justa de costos y bene-
ficios entre los participantes; la reciprocidad (que incluye “confianza, fair play y una vinculación intersubjetiva que
sustenta el sentimiento de pertenencia”; la autolimitación de cada actor y el respeto a los intereses legítimos de los
otros participantes (Lechner, 1997, p. 14).

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paradigma de las cuatro funciones. De este esquema es importante retener unas pocas cuestio-
nes de cierta importancia.
En primer lugar, como dijimos, se trata de tipos-ideales de formas de coordinación, y por tanto
en ningún caso se pueden identificar de manera absoluta con instancias sociales concretas, aun-
que podemos ejemplificarlas con algunas instituciones que utilizan un mecanismo particular de
manera dominante o específica170.
En segundo lugar, y como derivación de lo anterior, en un mismo sistema concreto de acción
podemos encontrar -y habitualmente encontramos- diferentes mecanismos de coordinación con
distinto grado de coherencia y articulación: en algunos casos esa integración sigue una pauta de
plena consistencia, en otros se producen situaciones de superposición o yuxtaposición; recorde-
mos aquí una vez más el ya citado dictum parsoniano: “Todo sistema social está, en algún grado,
mal integrado…” (Parsons, 1976, p. 160). Para comprender los límites y posibilidades de cada
mecanismo (nuestro autor razonablemente creía que hay cosas que sólo puede hacerlas el Es-
tado, otras que es más eficiente dejarlas en manos del mercado, y hay tareas que las hace mejor
una instancia de la sociedad civil) pensemos en un par de ilustraciones.
Por ejemplo: una empresa lucrativa es el agente principal del intercambio y la acumulación
en un sistema capitalista, pero internamente la empresa no se organiza como un mercado (la
gerencia de producción no le “vende” sus productos a la gerencia administrativa, y ambos no le
“compran” recursos monetarios a la gerencia financiera, etc.), sino que el sistema de toma de
decisiones sigue una pauta de coordinación vertical de carácter jerárquico (como un Estado);a
su vez, entre algunos miembros de la empresa pueden estrecharse lazos de solidaridad, recipro-
cidad y confianza que son vitales para desarrollar sentidos de pertenencia y de reconocimiento,
capaces de promover procesos de innovación: allí donde hay temor de compartir ideas, resque-
mores o fuertes egoísmos es muy probable que los procesos creativos se traben, y con ello se
reduzca la capacidad de competir con los adversarios de “afuera”.
Pero ahora pensemos el caso de un joven –eventualmente acompañado por sus amigos/as
o por su familia- que está intentando resolver serios problemas de adicción al consumo de subs-
tancias psicoactivas. En los últimos tiempos sus problemas se agravaron: ha dejado de asistir
regularmente a clase, perdió un empleo precario que tenía e incluso ha llegado al delito. Ni en la
escuela ni en el ámbito de la salud pública ha encontrado respuestas adecuadas, pero sí se
siente contenido y amparado por una comunidad terapéutica, en la que otros jóvenes como él,
que han padecido la misma experiencia, lo ayudan y lo aconsejan; finalmente, después de varias
reuniones, ha comenzado un proceso de recuperación. El joven tal vez no lo sabe –ni le interesa-
pero la comunidad ha logrado recientemente un subsidio estatal que le permite mejorar sus ins-
talaciones y el funcionamiento del comedor, y a través de un convenio entre el Ministerio de la
Producción y una cámara que reúne a pequeños y medianos empresarios locales se ha puesto

Nótese de paso que cuando hablamos de coordinación de mercado no necesariamente estamos hablando de mercado
170

capitalisa, ya que hay otras formas de mercado no capitalistas: como nos enseñaron, entre otros, las investigaciones de
Max Weber, la humanidad conoce mercados muy anteriores al desarrollo del capitalismo.

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en marcha un programa de empleo que incluye un capítulo de formación en el trabajo para jóve-
nes sin experiencia171.
Ahora bien, estas amables disquisiciones no nos deben hacer perder de vista –en tercer
lugar- un punto fundamental: si los casos de coordinación “espontánea” no son problemáticos
(nos ponemos de acuerdo con un grupo de amigos/as para ir a bailar el sábado a la noche), el
grueso de las tensiones y los conflictos sociales se juegan allí donde se requiere que alguien
haga algo que no le gusta (trabajar ocho o más horas seguidas en un empleo poco alentador).
El problema se complica aún más si pensamos que no se trata de un caso aislado, sino de
miles o de millones de personas en idéntica situación. Es aquí donde los mecanismos de coor-
dinación revelan una doble cara: por una parte, nos estimulan o nos incentiv an “positivamente”
(obtenemos un beneficio económico por el trabajo que nos permite, entre otras cosas, salir a
bailar los sábados en la noche); pero por la otra, las tres formas de coordinación social incluyen
siempre una condición de clausura, o de amenaza, que hace efectivo el carácter discriminador
del sistema (o el carácter reproductor de una diferencia con el entorno). Y siempre que se trate
de sistemas sociales esa condición (que lo hace “consistente”) es alguna forma de violencia o
de “privación” en el lenguaje de Parsons: en el caso de la coordinación estatal –como bien lo
vio Max Weber- esa condición de cierre es la violencia física; en el caso del mercado –como
bien lo vio la crítica marxista- es la violencia económica del desempleo y del hambre (o quizá
de manera más precisa, la lógica de la privación relativa); para el caso de la coordinación social
–como bien lo vio la tradición que va de Durkheim a Parsons- es la violencia simbólica y mate-
rial del castigo moral, del rechazo o del ostracismo.
En cualquiera de los casos, los sistema funcionan siempre y cuando exista una amenaza
cierta y creíble de que la condición de discriminación va a ser cumplida. Más allá de las discu-
siones en torno a la antropología “negativa” que sustenta esta visión, natur almente esto no sig-
nifica que los sistemas tienen que apelar de manera permanente al cumplimiento de las amena-
zas (de hecho, si lo hicieran, sería muy bajo el rendimiento sistémico, pues conseguirían un cierto
rendimiento funcional a un alto costo). Y por supuesto, hay maneras diferentes de combinar el
balance entre “premios” y “castigos” de modo tal que, por ejemplo, una condición de clausura
económica sea equivalente a estratificación (o posicionamiento social), y no se vuelva necesa-
riamente marginación o exclusión: las sociedades de Francia o de Haití tienen maneras un tanto
diferentes de discriminar, pero ambas –por razones funcionales- lo hacen.
Del mismo modo que el pensamiento sistémico (y toda persona medianamente lúcida) tiene
claro que no cualquier conjunto de piezas mecánicas constituyen un motor, y que no cualquier
disposición de esas piezas permite que el motor funcione, también es claro que no cualquier
combinación de recursos produce una sociedad con alto grado de auto-suficiencia. En esa línea,

171
Dejamos nada más apuntado que los desafíos de coordinación constituyen un núcleo de cuestiones que recorren
buena parte de las preocupaciones analíticas de varias disciplinas y que involucran problemas prácticos en diferentes
esferas de actividad. A título meramente ilustrativo vale nada más recordar algunas discusiones en el plano sociopolítico
(Lechner, Millán y Valdés Ugalde, 1999); en el ámbito económico (Messner, 1996; Williamson, 2009); y en el campo de
la gestión de políticas públicas (Aguilar Villanueva, 2006 y 2010; Ilari, 2015).

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dejamos entre paréntesis en estas rápidas notas todas las discusiones, muy pertinentes y opor-
tunas, sobre la problemática ecológica y el desarrollo sustentable, que en todo caso son discu-
siones al “interior” de sistemas de alta complejidad, y no “fuera” de ellos. Una posición diferente,
y que de tanto en tanto resurge como atractiva tentación, es la de quien piensa retirarse a una
comunidad que viva en perfecta armonía con la naturaleza: cazar por la mañana, pescar en las
tardes, etc. Esto puede hacerse y no hay problemas en conseguirlo en muy pequeña escala,
pero no parece estar disponible como solución evolutiva a gran escala. Por ejemplo, esa comu-
nidad tendría muchas dificultades para costear un tomógrafo computado en caso de que alguien,
desafortunadamente, lo necesite. La película La aldea (2004), de M. Night Shyamalan, es una
excelente ilustración de este problema.
En resumen, el análisis sistémico que va de Parsons a Luhmann no parece albergar una pizca
de pensamiento utópico. Cualquier sistema estructurado de acción de cierta complejidad que
pensemos sobre la Tierra (en el Paraíso las discusiones posiblemente son otras…), ya sea mo-
derno o contemporáneo, capitalista o socialista, republicano o populista, occidental u oriental,
debe enfrentarse siempre a la desagradable tarea de lograr que la gente haga individualmente
cosas que no quiere hacer, a efectos de que alcancemos ciertos objetivos colectivamente. La
razón la dejó escrita en pocas palabras –hace casi dos siglos (!)- uno de los padres fundadores
de la tradición sociológica: “Porque el gran medio de la civilización es la separación de los traba-
jos y la combinación de los esfuerzos” (Comte [1822], 1981, p. 94). Y aunque las articulaciones
y proporciones de los mecanismos disponibles para obligar a coordinarnos son muy relevantes
(no es lo mismo vivir en una democracia que bajo una dictadura; ser trabajador asalariado y en
blanco, que esclavo, etc.), los métodos no son muchos. De hecho, para Parsons son solamente
tres (en la siguiente etapa serán cuatro): la obediencia consciente ante la amenaza de la violen-
cia, el interés lucrativo para no caer en el hambre, el reconocimiento de nuestros pares que nos
aleja de la reprobación social o la condena moral.

Elementos del modelo de intercambio generalizado (AGIL)

Ciertas escuelas preferían, y lo prefirieron por mucho tiempo, apare-


cer, enfrentar y reunir armoniosamente al final dos temas o ideas con-
trastantes, como ley y libertad, individuo y comunidad, y se atribuía
mucho valor al hecho de tratar en ese juego ambos temas de manera
perfectamente uniforme e imparcial, elaborando con la tesis y la antíte-
sis, la síntesis más pura posible.

Hermann Hesse, EL JUEGO DE ABALORIOS ([1943], 1985, p. 35).

La tercera parte de la obra de Parsons ha sido -sobre todo si la consideramos desde los usos
y las lecturas de la sociología latinoamericana- la menos influyente. Por un lado, en el último
tramo de su vida, el autor norteamericano no produjo una obra de la misma envergadura que La
Estructura de la acción social o de El Sistema Social. Aunque muy valiosos y sugerentes, los

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trabajos de esos años se hallan algo más dispersos y elaborados además en un vocabulario más
abstracto, fruto del fuerte desplazamiento de Parsons hacia la utilización plena del lenguaje sis-
témico. En este sentido, no pocos seguidores le reclamaron que hubiera abandonado la herencia
durkheimiana (aunque él sostuviera que nunca la abandonó), tan presente en las primeras eta-
pas de su desarrollo intelectual, y que de esta manera renunciara también al intento de ofrecer
un enfoque teórico más equilibrado, integrado y “multidimensional”.
Pero a la par de cuestiones teóricas propiamente dichas, hay razones de carácter histórico
que nos ayudan a comprender el eclipse de la influencia parsoniana. Como sabemos, los años
sesenta del siglo XX estarán signados -tanto en los países centrales como en los periféricos- por
movimientos de cambio social, por transformaciones culturales en diferentes órdenes de la vida
(desde las relaciones de pareja hasta mutaciones en la sociabilidad cotidiana), por nuevas de-
mandas de actores sociales y políticos, por reclamos de derechos civiles largamente sofocados,
por procesos de descolonización y liberación nacional, o por el auge de vertientes revoluciona-
rias, entre otras transformaciones, que le darán un peculiar cariz revulsivo a la época. Ya no
estamos en un período –como la “era de las catástrofes” o la reconstrucción de postguerra - atra-
vesado por la necesidad de orden; en ese marco, una visión como la parsoniana, fuertemente
configurada por aquellas preocupaciones, quedaba un poco a trasmano de las tendencias en
boga. No es casual entonces que las críticas a Parsons se hicieran oír con más fuerza, que otras
elaboraciones sociológicas (incluso anteriores al auge del estructural-funcionalismo) alcanzaran
una visibilidad que no habían tenido hasta entonces, y que otras obras captaran mejor la imagi-
nación de nuevas generaciones de científicos y científicas sociales. Entre esas críticas cabe re-
cordar algunas de las más conocidas: la teoría de Parsons fue de un grado de abstracción tan
alto que se ha mostrado inútil para el análisis empírico del mundo social, el cambio o el conflicto
(Wright Mills,1959); el énfasis sobre el orden social y la integración de valores no deja espacio
(o deja muy poco espacio) para pensar el conflicto social, las rupturas del orden e incluso el
cambio social mismo (Dahrenforf, 1968); o bien que el enfoque teórico de Parsons no descendió
a aplicaciones históricas concretas, al punto que su tratamiento del proceso histórico –en térmi-
nos de diferenciación- fue siempre evolucionista y teleológico (Gouldner, 1970).
A esto hay que agregar, siguiendo el modelo de análisis de estructuración del conocimiento
que tomamos de Immanuel Wallerstein (1999), y que presentamos en los primeros capítulos
de la Primera Parte de este libro, un hecho no menor. El auge de la sociología norteamericana
en la inmediata posguerra comenzó a irradiarse desde los antiguos departamentos de Harvard,
Columbia, o incluso desde el “ex baluarte de la sociología pragmatista”, la Universidad de
Chicago; en todos estos casos, Parsons y sus discípulos directos ejercían una gran influencia.
Pero con la “difusión de la educación masiva” en la década del cincuenta, surgieron otros in-
fluyentes departamentos (Wisconsin, Berkeley, UCLA, Stanford). Y serán precisamente los jó-
venes sociólogos de esas universidades -afectados además “por el más pesimista clima ideo-
lógico” de la época- quienes encabezarán la revuelta contra la hegemonía parsoniana (Alexan-
der, 1989, p. 102).

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Ahora bien, valga como curiosidad casi anecdótica que cuando las críticas al “estructural -
funcionalismo” comenzaron a arreciar, nuestro autor ya estaba –desde el punto de vista analítico-
en otro lado. La nueva conceptualización surgió a partir de la colaboración con otros colegas,
entre los que cabe destacar a Robert F. Bales y Edward A. Shils, con quienes anticipó el nuevo
enfoque a través de la publicación de la obra colectiva Apuntes sobre la Teoría de la Acción,
editada en 1953, y de manera más orgánica fue desarrollado en el libro Economy and Society,
publicado en 1956, escrito junto con Neil Smelser.

Parsons llamó modelo de intercambio a su nuevo descubrimiento. Sus estudian-


tes lo apodaron el modelo AGIL, un acrónimo basado en la primera letra de cada
subsistema y que además comunica la mayor flexibilidad o agilidad… El modelo
AGIL divide el sistema social en cuatro dimensiones, ninguna de las cuales se
corresponde del todo con ninguna institución dada y cada una de las cuales se
relaciona tanto con la estabilidad como con el cambio. Las cuatro dimensiones
representan diversos grados de proximidad a problemas ideales y materiales, y
la intención del modelo consiste en sintetizar las tradiciones idealistas y materia-
listas del modo más efectivo posible (Alexander, 1989, p. 81).

En ese acrónimo la A corresponde a adaptation (adaptación); la G a goal-attainment (capaci-


dad para alcanzar metas); la I a integration (integración); y la L a latency (“estado latente”). La
última función hace referencia a lo que Parsons llama pattern maintenance, mantenimiento de
patrones a través de compromisos de valor, pero como en algunas ocasiones habla de que “estos
valores no son visibles, sino que casi siempre obran de modo latente” (Joas y Knöbl, 2016, p.
82), de ahí se tomó la “L” para completar la sigla.
Con el nuevo esquema Parsons da una vuelta de tuerca a su elaboración previa. Resumido
a su mínima expresión, ese giro consistió en generalizar los “pre -requisitos funcionales” de su
etapa anterior a través de un modelo de “cuatro funciones”, de ahí que también se lo mencione
como el paradigma tetra-funcional (Cuadro Nro. 12). Dicho de manera gráfica, cualquier sistema
estructurado de acción (otra vez: una pequeña organización social, una gran empresa, una ofi-
cina estatal, una agrupación estudiantil, una banda de asaltantes, un partido político, una socie-
dad, etc.) tiene que cumplir cuatro funciones para subsistir y desarrollarse, a saber:

Cuadro Nro. 12. Paradigma de las cuatro funciones

Todo sistema estructurado de acción tiene que:

Adaptarse a un entorno cambiante (A)

Desarrollar su capacidad para alcanzar metas (G)

Garantizar la integración de sus componentes (I)

Mantener ciertos patrones de configuración cultural (L)

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Esta combinación de cuatro funciones debe ser cumplida por todos los sistemas, desde los
más generales hasta los más pequeños, y si bien ciertas estructuras organizativas tienen una
prioridad operativa en el cumplimiento de cada función, la satisfacción de las mismas involucra
a los cuatro subsistemas que permiten el funcionamiento coordinado del sistema en su conjunto
Pero a su vez, como en un juego de muñecas rusas, estructuras y funciones se reiteran en dife-
rentes niveles de análisis (Cuadro Nro. 13 y 14)172.
En el nivel de mayor abstracción, que corresponde al sistema general de la acción (Cuadro
Nro. 13), el modelo AGIL involucra al organismo biológico, que cumple la función de “adaptación
al ajustarse o transformar el mundo externo” (A); el sistema de la personalidad que se ocupa del
logro de metas “mediante la definición de los objetivos del sistema y la movilización de los recur-
sos para alcanzarlos” (G); el sistema social, que es el objeto específico de la sociología y que –
según Parsons- cumple la “función de la integración, al controlar sus partes constituyentes” (I); y
finalmente, el sistema cultural (L) es el que proporciona a los actores “las normas y los valores
que les motivan para la acción” (Ritzer, 1998, 117).
Si descendemos un nivel analítico y nos ubicamos ahora en el plano del sistema social (Cua-
dro Nro. 14), encontramos que la adaptación (A) constituye un proceso de intercambio que vin-
cula al sistema social con el entorno de las necesidades materiales y sus ineludibles condiciones;
la economía es el subsistema más directamente ligado esta función. La capacidad para alcanzar
metas (G), “a pesar de sufrir la fuerte influencia de los problemas materiales y de adaptación”,
está más sujetas a un control ideal; su clave de funcionamiento es la organización, que procura
controlar el impacto de las fuerzas externas con el objeto de alcanzar objetivos “cuidadosamente
delimitados”; la esfera política y la actividad gubernamental están claramente asociadas con esta
función. La integración (I) representa fuerzas que “afloran del impulso inherente hacia la solida-
ridad”, entendida como el “sentimiento de pertenencia conjunta que se desarrolla dentro de los
grupos”. Está regulada específicamente por normas (los valores se ubican en un nivel más alto
de abstracción) y el ámbito específico de acción que Parsons le atribuye lo denomina sistema
comunitario o comunidad societaria, que en términos prácticos podemos homologar con la trama
asociativa horizontal de la sociedad civil. Y finalmente nos encontramos la función de manteni-
miento de patrones o estado latente (L): es “la esfera de los valores generales, aunque se trata
de valores cuya relación con los problemas objetivos es suficiente como para ser institucionali-
zados” (Alexander, 1989, p. 82).

172
Parsons pensó este esquema mucho antes de que el matemático francés Benoît Mandelbrot, en 1975, inventara el
término fractal, pero de manera aproximada podríamos graficar el modelo AGIL como un esquema de este tipo: un objeto
geométrico cuya estructura básica se repite a diferentes escalas.

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Cuadro Nro. 13. Modelo AGIL - Sistema general de la acción

Función: Adaptación (A) Capacidad para alcanzar metas (G)

(Sub)Sistema: Organismos conductuales


Sistema de la personalidad

Mantenimiento de patrones (L) Integración (I)

Sistema cultural Sistema social

Cuadro Nro. 14. Modelo AGIL - Sistema social

Adaptación (A) Capacidad para alcanzar metas (G)

Disponibilidades económicas (dinero) Metas políticas (poder)

ECONOMIA
POLITICA
Mantenimiento de patrones (L) Integración (I)

Valores (compromisos de valor, integridad de Normas (influencia)


las pautas simbólicas: verdadero, correcto, etc.)
SISTEMA COMUNITARIO O COMUNIDAD SO-
SISTEMA SOCIOCULTURAL CIETARIA
(integración solidaria a una comunidad)

A lo dicho cabe agregar un punto importante, que Parsons comienza esbozando en esta etapa
y que luego será reconocido como un paradigma de interpretación de más amplia proyección
(Chernilo, 1999 y 2006; Mascareño, 2008; Giordano, 2020), nos referimos al esquema de los
“medios generalizados de intercambio”:

Cada nivel de interés ideal y material… depende de aquello que recibe de sub-
sistemas con intereses más materiales o más ideales. Parsons emplea una
analogía económica para enfatizar esta interpenetración: cada subsistema es
producido a partir de una combinación de los datos que recibe de los subsiste-
mas limítrofes. Cada uno de los cuatro subsistemas crea un producto o dato
característico: dinero, poder, normas, valores. Este producto es creado a partir
de datos, o “factores de producción”, que ingresan en el subsistema desde los
subsistemas que lo rodean. El producto, a la vez, se transforma en un nuevo
factor de producción, un dato, en la creación del producto de los subsistemas
contiguos (Alexander, 1989, p. 83).

De estos medios generalizados de intercambio (o medios simbólicos del intercambio) vale la pena
detenerse un momento en la sugerente noción de poder que Parsons elaboró por esos años. A con-
tracorriente de la caracterización habitual en sociología y ciencia política, heredera de la clásica

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definición weberiana, el sociólogo norteamericano plantea –al menos- dos puntos cruciales en dis-
cordancia. Por un lado, Parsons es muy cuidadoso al distinguir poder de violencia, por lo cual, más
que continuidad entra ambos fenómenos, lo que encontramos es una diferencia estructural: el poder
detenta una cualidad “simbólica”, justamente, porque por lo habitual no debe recurrir a la violencia, al
contrario, “simboliza la efectividad y la capacidad para obligar y hacerse obedecer” (Joas y Knöbl,
2016, p. 87). Por otro lado, la relación analógica que Parsons establece entre el poder y el dinero le
permite superar la limitada idea según la cual las relaciones de poder deben ser entendidas de ma-
nera uniforme como juegos de “suma cero”. En otros términos, en un sistema de acción puede “in-
crementarse el poder legítimo sin que necesariamente pierdan poder” los actores individuales o co-
lectivos que lo integran (Joas y Knöbl, 2016, p. 87). Así, es particularmente interesante el modo como
Parsons piensa la construcción de poder en un sentido colectivo:

Entiendo por poder el medio generalizado de movilizar la capacidad de acción


colectiva eficaz, utilizable por los miembros de las colectividades para contri-
buir a vincular a éstas con unos tipos determinados de acción, bien determi-
nando bien participando en la realización de objetivos políticos específicos”
(Parsons, 1979, p. 716).

El artículo de Parsons sobre el concepto de poder –publicado originalmente en 1963- no ha tenido


una gran circulación en la sociología latinoamericana, y es lamentable que así haya sido. Por una vía,
se lo puede vincular con algunas preocupaciones de Hannah Arendt en obras de la misma época,
que luego serán retomadas por Habermas en su teoría de la acción comunicativa (Habermas, 2000);
por otra vertiente, es digno de destacar que varias intuiciones parsonianas pueden dialogar con las
reconocidas elaboraciones de Michel Foucault, publicadas una década después173.
Pero más allá de esta cuestión puntual, ha de quedar claro que con el esquema AGIL Parsons
mantiene la unidad de su teoría, pero también la división académica del trabajo con varias disci-
plinas afines, con las que podía compartir el mismo paradigma funcional (Cuadro Nro. 15); en
todos los casos, cada una se especializa en el estudio de un subsistema y de un medio genera-
lizado de intercambio según el siguiente reparto:

Cuadro Nro. 15. Modelo AGIL y disciplinas sociales

Adaptación - (ECONOMÍA)
Capacidad para alcanzar metas (CIENCIA POLÍTICA)
Integración (SOCIOLOGÍA)
Mantenimiento de patrones (ANTROPOLOGÍA)

173
Para la diferencia entre poder y violencia en Arendt, así como para la lectura habermasiana de la obra de la pensadora
alemana, véase (Di Pego, 2006).

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Pasando por encima de los detalles, podríamos decir -grosso modo- que desde el punto de
vista topográfico, en su última etapa Parsons divide en dos el sistema cultural de su modelo
tri-sistémico del período estructural-funcionalista. Así, en el plano de mayor abstracción se
ubican los valores ligados a la función primordial de mantenimiento de patrones, mientras que
las normas permanecen como la trama fundamental de la integración en el marco de la comu-
nidad societaria.
Pero otra manera de mirar el cuadro es haciendo un corte horizontal que divide los medios
poder y dinero, de un lado, y las normas y los valores de otro. De este modo, el flanco más
sistémico de la teorización parsoniana se ubica en el lado de “arriba”, mientras que la impronta
durkheimiana se ubica en los cuadrantes de “abajo”. Más adelante veremos que Habermas, en
su Teoría de la acción comunicativa, hará de la tensión central entre los imperativos funcionales
(el lado de “arriba” del cuadro parsoniano) y las exigencias autonómicas del “mundo de la vida”
(el flanco de “abajo”) un pivote de interpretación del diagnóstico de nuestro tiempo. Por supuesto,
ese corte que introduce Parsons no es arbitrario. Para quienes recuerdan las escenas iniciales
de El Padrino (Parte I), el aleccionador diálogo entre Marlon Brando y el funebrero Amerigo Bo-
nasera encierra las claves de una tensión: el funebrero va con ánimo de negociar en términos de
dinero y violencia en el marco de un esquema de intercambio sistémico muy limitado, pero el
Padrino se ofende y le hace ver –en sintonía con Durkheim- que lo que primordialmente ansía
lograr es “respeto”.

Reflexiones finales

Un sistema social que se acaba, un sistema nuevo que ha llegado a su madu-


rez completa y que tiende a constituirse: tal es el carácter fundamental que
asigna a la época presente la marcha general de la civilización.

Auguste Comte, PLAN DE TRABAJOS CIENTÍFICOS NECESARIOS PARA REOR-


GANIZAR LA SOCIEDAD, mayo de 1822 (Comte, 1981, 71)

Al comienzo del capítulo anterior partimos de una premisa –tomarnos a Parsons como un clásico-
que entendemos ahora puede valorarse en mejor medida. Como lo ha resumido Jürgen Habermas:

Por alto que se valore el rango de Talcott Parsons, su status como clásico no es
tan indiscutible como para que resulte ociosa toda justificación a la hora de erigir
su obra en punto de referencia… Nadie entre nuestros contemporáneos ha desa-
rrollado una teoría de la sociedad de complejidad comparable… Aunque el interés
por esta teoría ha remitido desde los años sesenta y la obra de Parsons incluso se
ha visto desplazada a un segundo plano…, hoy no podría tomarse en serio ninguna
teoría de la sociedad que no intente al menos ponerse en relación con la de Par-
sons (Habermas, 1981b, p. 281/2. Cursiva nuestra).

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Y sin bien la exposición de la obra parsoniana está muy lejos de ser completa, más bien
ha sido muy esquemática y superficial, creemos también que hemos acercado elementos
para explorar una acotada hipótesis de lectura. De acuerdo con esta clave de interpretación
la obra de Parsons puede ser pensada como un juego de tensiones irresueltas entre elemen-
tos discordantes, pero de integración necesaria, al momento de elaborar un marco de coor-
denadas analíticas que sirva para pensar los problemas y desafíos de los sistemas estructu-
rados de acción. Claro que esas tensiones no son estáticas sino cambiantes, se fueron des-
plazando a medida que se incorporaban distintas fuentes teóricas, que aparecían nu evos
retos empíricos, o que emergían cambiantes circunstancias sociopolíticas. En un primer mo-
mento, esa oposición conjuga la voluntad de salvar un ideario moderno de libertad y racio-
nalidad individuales a la par de garantizar las condiciones –específicamente sociales- de un
orden colectivo en una sociedad democrática; en la segunda fase, esa tensión se dirime
entre el objetivo de encontrar una nueva “infraestructura” motivacional para la acción (de la
mano de las enseñanzas freudianas), a la vez que se elabora un modelo epistémico más
general y riguroso en términos de sistemas que mantienen el equilibrio; finalmente, en el
tercer período, de lo que se trata es de articular dos pares de vectores explicativos que la
tradición sociológica había mantenido –hasta cierto punto- en relativo aislamiento: los mo-
mentos estáticos y dinámicos de las estructuras y procesos sociales (pensemos, por ejemplo,
en la deriva de controversias que va de Comte a Durkheim); el papel de los factores mate-
riales e ideales en el cambio histórico (recordemos la escolar contraposición entre Marx y
Weber a propósito del surgimiento del capitalismo).
En tal sentido, entendemos que los aportes más significativos de su última conceptualización
hay que buscarlos en el intento por superar las dicotomías que afectaban algunos tramos de su
etapa anterior: de un lado, las tensiones entre orden y cambio social; de otro, la relación entre
las dimensiones materiales e ideales de la realidad social.
En el primer caso, en una progresión de trabajos que va desde Economy and Society, el libro
publicado junto a Neil Smelser en 1956, pasa a través del ensayo “An Outline of the Social System”
(1965), y se prolonga en trabajos posteriores, Parsons va afinando su marco categorial para analizar
los problemas del cambio, ya se trate de cambios “en” el sistema, o de cambios “de” sistema, a partir
de tres directrices: el estudio de los orígenes de las tendencias de cambio; el análisis del impacto de
dichas tendencias en los componentes estructurales y sus consecuencias; y las tendencias y las
pautas del cambio (Del Campo, 2010, 43). Como balance de estas indagaciones, durante esta última
etapa puede decirse que la teoría del cambio social se inserta directamente en la teoría general de
los sistemas sociales, y con ella se llega a la “abolición de la dicotomía estática-dinámica”, puesto
que las dimensiones estructural y procesual de análisis “son sólo perspectivas, en cierto modo dife-
rentes, de ver los mismos fenómenos concretos” (Almaraz, 2013, p. 476)174. Por ello, en las páginas

174
Vale aclarar que nos encontramos ante un cambio “de” sistema, un cambio estructural o cualitativo cuando “el des-
ajuste entre sistema y ambiente no es solucionable por la variación de los valores estructurales establecidos” (Almaraz,
2013, p. 473).

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autobiográficas escritas en los últimos años de su vida, Parsons se refiere casi de manera anecdótica
a este punto:

Durante mucho tiempo nos llamaron a Merton y a mí los líderes de una escuela
estructura-funcional entre los sociólogos norteamericanos. Los desarrollos a
partir del surgimiento del paradigma de las cuatro funciones y el análisis de los
medios generales… indican que esta designación como “estructural -funcional”
es cada vez menos adecuada. En primer lugar, se ha vuelto más claro que
estructura y función no son conceptos correlativos al mismo nivel… Es evidente
que “función” es un concepto más general que define ciertas exigencias del
sistema que mantiene una existencia independiente dentro del ambiente, mien-
tras que el concepto más afín a estructura es en realidad el de proceso, enten-
dido como el aspecto general de un sistema (Parsons, 1986, p. 43).

Por su parte, el cambio de perspectiva teórica también tiene un impacto significativo en el


modo de pensar las relaciones conceptuales entre los aspectos materiales e ideales de los fenó-
menos sociales, que era un problema que hasta cierto punto empañaba la elaboración parso-
niana anterior. En tal sentido, el modelo AGIL “vuelve imposible pensar que cualquiera de los
procesos sociales básicos es material o ideal por sí mismo”; más bien, la operación continua de
“cualquier institución se puede analizar sólo mediante sus relaciones con diversos subsistemas
limítrofes”, lo que obliga al científico social a considerar los distintos “componente s de los siste-
mas sociales complejos”. De este modo, con el esquema de intercambio generalizado, Parsons
habría encontrado “un modelo elegante, preciso y complejo para concretar su ambición de sin-
tetizar formas ideales y materiales” (Alexander, 1989, p. 86 ), y de paso, creía responder a un
venerable problema que la tradición sociológica acarreaba desde sus orígenes:

Esta perspectiva ofreció una salida de las eternas discusiones acerca del pre-
domino relativo de ciertas clases de factores en la determinación de los proce-
sos y desarrollos sociales. Por ejemplo, ¿era, en última instancia, el determi-
nismo económico marxiano más correcto que el determinismo cultural? En ge-
neral, una pregunta así no tenía significado; era similar al viejo discurso bioló-
gico que contraponía la herencia al ambiente. La alternativa, por supuesto, es
que el proceso de acción involucra combinaciones de factores que cumplen
diferentes funciones para los sistemas dentro de los cuales se combinan…
(Parsons, 1986, p. 44).

Se juzgue como se juzgue el resultado de los esfuerzos de Parsons, conjeturamos que la


reflexión en torno a las tensiones que atraviesan su obra es más importante que las respuestas
- limitadas y provisorias- que el autor norteamericano propuso en cada momento. De hecho, es
gracias a esas contraposiciones que tal vez este enfoque puede brindarnos alguna ayuda a la
hora de pensar en la actualidad dos problemáticas que surcan diferentes territorios de la concep-
tualización sociológica: por un lado, en el plano socio-cultural, la progresiva autonomía de

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personas y grupos, con el consiguiente incremento de las obligaciones de reflexibilidad de la


acción, en el marco de mayores grados de libertad y pluralización de la vida social (Giddens,
1997; Alexander, 2000; Beck, 2007); por otro lado, en el plano sistémico-funcional, la creciente
diferenciación estructural de las sociedades (mayor especialización y complejidad de la interac-
ción social) con los consecuentes problemas de coordinación y gobernanza (Luhmann, 1986;
Lechner et al., 1999; Wilke, 2016).
Mientras tanto, en esta ruta de viejos problemas y nuevos desafíos podemos ir capitalizando
algunas módicas enseñanzas. En principio, sabemos que para adaptarse a un entorno cam-
biante, cualquier sistema estructurado de acción (ya lo dijimos: una pequeña organización social,
una gran empresa, una oficina estatal, una agrupación estudiantil, una banda de asaltantes, etc.)
tiene que diferenciarse y especializarse cada vez más, a efectos de que cada unidad se enfrente
a un problema más acotado, para que las personas más capacitadas se ubiquen en el ámbito
donde mejor pueden desplegar sus capacidades, para que el entrenamiento especializado y las
rutinas organizacionales reduzcan la complejidad de las decisiones, etc. Claro que este proceso
nos lleva a una paradoja, claramente percibida por Parsons y especialmente desarrollada por
Luhmann: “aumenta la autonomía relativa de cada subsistema funcional, pero también la inter-
dependencia entre ellos” (Lechner, 1997, p. 13). En otros términos, cada vez que una estructura
se diferencia más, se tiene que integrar y coordinar mejor: puertas hacia adentro, en cada uno
de esos subsistemas, volvemos a encontrar los problemas de integración entre personalidad,
sistema social y cultura (si la integración normativa falla, también fallará la coordinación sisté-
mica, y viceversa); puertas hacia afuera, la coordinación perfecciona el proceso diferenciador
evitando caer en la mera fragmentación, la segmentación, la desarticulación, etc.
Ahora bien, la coordinación entre dos o más partes, implica que una de ellas (o ambas)
pierda/n una porción de “su” poder, esto es, resigne/n grados de libertad y autonomía, en aras
de un objetivo de orden superior, y ya sabemos que los actores -individuales o colectivos-, son
un tanto reacios a resignar gratuitamente una parte de su poder. Pensemos en un caso muy
simple de coordinación “espontánea”: si yo me coordino con alguien para ir al cine el sábado a
la noche quizá tenga que aceptar no ver la película que más me gusta, pero prefiero renunciar a
“mi” película para ir con la otra persona, y al otro/a puede pasarle lo mismo; sobre todo si se trata
de las primeras citas (después de varios años de casados la negociación puede ser más espi-
nosa, pero el asunto queda fuera del alcance de nuestra cátedra…).
Pero traslademos esta discusión al plano de los actores sociales, económicos y políticos en
una sociedad, en el marco de procesos de elaboración de políticas: aquí la coordinación debe
generarse entre niveles de gobierno (conducidos a veces por distintos partidos políticos), entre
áreas gubernamentales con diferentes visiones sobre una cuestión pública (por ejemplo, econo-
mía con una apreciación fiscal de los problemas y desarrollo social con una mirada centrada en
la necesidad de ampliar los programas de inclusión), y entre actores estatales y no estatales
(empresarios, sindicatos, movimientos sociales, etc.) que operan con diferentes lógicas, visiones,
intereses y objetivos. A lo que debe agregarse un aspecto no menor: el resultado incierto de los
esfuerzos de coordinación (¿Aceptamos pagar costos políticos directos e inmediatos a la espera

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de eventuales beneficios mediatos que traerá –por ejemplo- un plan de estabilización económica
que no sabemos si tendrá éxito?).
De este modo, las sociedades contemporáneas se encuentran diferenciadas en múltiples
subsistemas especializados pero solamente contamos con unos pocos mecanismos de coor-
dinación para conectar eficazmente esos distintos subsistemas entre sí: el Estado, el mer-
cado o las redes asociativas de la sociedad civil, porque cada una pone en juego un medio
de intercambio diferente y necesario (poder, dinero o compromisos de valor, etc.). Se trata
de una buena y una mala noticia: tenemos pocos conceptos para memorizar y pocos instru-
mentos para analizar, pero tenemos también pocas “palancas” para mover a la hora de ge-
nerar resultados sociales, siempre inciertos.
Algunas páginas atrás apelamos a la imagen básica de un motor, y a la idea elemental de
que no cualquier disposición de sus piezas permite que el motor funcione; si además quere-
mos que alcance cierta velocidad, que ahorre combustible, que no contamine el aire, etc.,
las opciones para construirlo se reducen todavía más. Podemos sustituir ahora la tosca me-
táfora del motor por la disposición táctica de un equipo de futbol: si hay un arquero/a, enton-
ces tenemos 10 jugadores/as de campo que se pueden combinar –matemáticamente ha-
blando- de múltiples maneras; pero no cualquier distribución numérica funciona futbolística-
mente, más allá de lo que nos guste, o de lo que podemos imaginar. Alguien que sabe un
poco del asunto lo explica así: “ Yo sé que los esquemas tácticos son diez. No existen más
que diez. Sé que son diez porque hace treinta años que veo fútbol. Siempre registro cómo
están los jugadores posicionados y como vi 50.000 juegos en los últimos años, sé que los
esquemas tácticos son diez” (Bielsa, 2017). Pero esos diez esquemas, a su vez, se reducen
todavía más si pensamos –por ejemplo- que no siempre contamos con los/las jugadores/as
más adecuados/as para cada formato, o si tomamos en cuenta las fortalezas del adversario,
el campo de juego, el partido a definir, etc. A todos y todas nos gustaría que hubiera más
opciones disponibles, pero no siempre están a la mano.
Este tipo de pensamiento sociológco -“ingenieril”, “pragmático” o “realista” -, suele chocar
con la formación habitual de un estudiante de humanidades y ciencias sociales (no incluyo
aquí a juristas y economistas), a quienes raramente se los prepara para pensar problemas
bajo restricciones . Sin embargo, una condición clave de intervención en la realidad es pensar
los problemas en el marco de restricciones y oportunidades dadas; de lo contrario, la deriva-
ción hacia la fantasía política irrealizable –o hacia la vergonzosa goleada- nos aguarda a la
vuelta de la esquina 175.

175
A quien le interese el tema de los sistemas tácticos, cabe agregar que los diez esquemas futbolísticos serían los
siguientes: 4-3-3, 4-2-1-3, 4-3-1-2, 4-2-4, 4-2-2-2, 3-3-1-3, 3-4-3, 3-4-1-2, 3-3-2-2 y 3-3-4; éste último –según Bielsa- es
“muy inusual”. Entendemos que el “popular” 4-4-2 surge posicionalmente de las combinatorias del tercero, el cuarto y el
quinto; dejamos para otra oportunidad la revisión de la bibliografía correspondiente.

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Transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas (1964), BsAs, Paidós.
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tina”, cap. VIII de Política y Sociedad en una Época de Transición. De la sociedad tradicional
a la sociedad de masas (1964), BsAs, Paidós.
Germani, Gino, (1962) “Sociología y planificación”, en La Sociología Científica. Apuntes para su
fundamentación (1956), México, UNAM.
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Norbert Lechner, Norbert; René Millán y Francisco Valdés Ugalde, (1999) Reforma del Estado y
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de la "competitividad sistémica", en Aportes, Duisburg, Fundación Ebert. Disponible en:
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Nieto, Francisco, (2004) “Desmitificando la corrupción en América Latina”, Revista Nueva Socie-
dad, Nro. 194, noviembre-diciembre.
Nino, Carlos S., (1992) Un país al margen de la ley. Estudio de la anomia como componente del
subdesarrollo argentino, BsAs, Emecé (Esp. caps. 1 y 4).

Sitios web con material complementario

La irrupción del coronavirus (2020-2021) ha colocado en el centro de la consideración pública,


tanto desde un punto de vista teórico, como sobre todo desde un punto de vista práctico, la
incidencia de los “sistemas reales” en nuestra vida. Sugerimos visitar los siguientes sitios con
información adicional a la presentada en estas páginas.

- Sobre la noción general de sistema: https://concepto.de/teoria-de-sistemas/

- Sobre la noción de sistema inmunológico: https://www.historyofvaccines.org/es/contenido/ar-


ticulos/el-sistema-inmunol%C3%B3gico-humano-y-las-enfermedades-infecciosas

- http://espanol.arthritis.org/espanol/la-artritis/preguntas-frecuentes/pf-sistema-inmunologico/

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- Sobre el significado de un sistema de salud para la OMS: https://www.who.int/featu-


res/qa/28/es/

- Sobre el sistema de salud en Argentina (2011):


http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0036-36342011000800006

Actividades

Lectura: Parsons, T. (1976) El Sistema Social. Madrid: Revista de Occidente. Capítulo 1.

3) ¿Cuál es el objeto del volumen según Parsons?


4) ¿Cuál es el punto de partida fundamental?
5) ¿De qué se ocupa el marco de referencia de la acción?
6) ¿En qué consiste la situación?
7) ¿Cómo define Prsons la acción en este capítulo? ¿Qué parecidos y diferencias puede
establecer entre esta caracterización y la que ofrece en La estructura de la acción social?
8) ¿Cómo caracteriza al sistema social?
9) ¿Cómo define a un mecanismo?
10) ¿Cómo define a un valor?
11) ¿Por qué dice Parsons que la integración del sistema total de acción no es “perfecta”?
12) ¿En qué consiste el nivel de análisis estructural-funcional?
13) Sugerimos ver la película La aldea (2004). Escrita y dirigida por M. Night Shyamalan.
Protagonizada por Joaquin Phoenix, William Hurt, Adrien Brody y Sigourney Weaver. La
película nos muestra una aldea en un valle de Filadelfia. Los aldeanos son gente simple,
que viven con humildad, pero parecen satisfacer sus necesidades básicas sin problemas;
sin embargo, deben estar siempre alertas, pues en los bosques que rodean la pequeña
villa habitan unas enigmáticas criaturas capaces de aniquilarlos... Aquí nos encontramos
con el caso de una pequeña comunidad altamente integrada (y con fuertes rasgos auto-
ritarios) pero que se enfrenta a un problema que requiere la intervención de un sistema
experto: ¿Cómo evalúa el comportamiento del Consejo gobernante? ¿Cuál es su posi-
ción frente a la decisión que debe tomar el personaje de William Hurt en un momento
crítico? ¿Qué consecuencias cree que traerá? ¿Puede vincular esta situación con alguna
comunidad real que habita en nuestro país? ¿Cuál? ¿Dónde?
14) Sugerimos ver la película Divergente (2014). Basada en la novela homónima de Veronica
Roth, dirigida por Neil Burger y con guion de Evan Daugherty y Vanessa Taylor. Está
protagonizada por Shailene Woodley, Theo James, Ansel Elgort, Miles Teller y Kate
Winslet. En una futurista y distópica Chicago, la sociedad se divide en cinco facciones:
Abnegación (los altruistas), Cordialidad (los pacíficos), Verdad (los sinceros), Osadía (los
valientes) y Erudición (los inteligentes). El resto de la población son los Abandonados,
que no tienen ningún estatus o privilegio en esta sociedad. Cuando los niños y las niñas

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alcanzan la edad de 16 años, se someten a una prueba de aptitud psicológica inducida


por suero que indica su facción más adecuada… ¿Qué parecidos y diferencias puede
trazar entre esta obra y Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley?
15) En clave humorística puede leer también el siguiente breve fragmento de un relato de
Woody Allen (sugerimos leer el texto completo cuyas referencias encontrará más arriba):
“Si los impresionistas hubieran sido dentistas (Una fantasía que explora la transposición
de temperamento)”. Se trata de un conjunto de cartas que un hipotético Vincent Van
Gogh le escribe a su hermano. ¿Qué tipo de problemas de integración normativa y de
integración sistémica nos plantea el relato?
Querido Theo:
¿Me tratará alguna vez la vida con decoro? ¡La desesperación me abruma! ¡La cabeza me va
a estallar! ¡La señora de Sol Schwimmer piensa demandarme porque le hice el puente tal como
sentía y no a la medida de su ridícula boca! ¡No faltaría más! ¡Yo no puedo trabajar por encargo
como un simple tendero! ¡Decidí que su puente tenía que ser enorme y ondulante, con dientes
fieros, explosivos, que refulgiesen en todas direcciones como llamaradas! ¡Y ella alterada porque
no le cabe en la boca! ¡Es tan burguesa y estúpida, quisiera destrozarla! ¡Intenté encajar la prótesis
como pude, pero le asomaba como una araña de cristal que se hubiese estrellado contra el suelo!
A pesar de ello, me parece hermoso. ¡Y ella se queja de que no puede masticar! ¡A mí qué me
importa que pueda masticar o no! ¡Theo, no soportaré esto mucho tiempo! Le propuse a Cézanne
que compartiese la consulta conmigo, pero está viejo y débil e incapaz de sostener el instrumental
y hay que atárselo a las muñecas, pero le falta entonces precisión y en cuanto llega a la boca hace
saltar más dientes de los que salva. ¿Qué puedo hacer? (Allen, 1992, p. 185)176.

176
En tono satírico el texto aborda un desafíos social de primera importancia, que en particular preocupa (y afecta) a los
más jóvenes: la congruencia entre ciertos rasgos subjetivos y las exigencias funcionales de un sistema particular (este
problema reaparecerá en Bourdieu en la relación entre habitus y campo). Más allá del hecho de que esos rasgos no son
fijos, y que pueden transformarse en un proceso de aprendizaje, pensemos en la misma clave que nos propone Allen:
piromaníacos empleados en un cuartel de bomberos, masoquistas trabajando en el desarrollo de analgésicos, conser-
vadores al frente de oficinas de innovación, mojigatos produciendo películas pornográficas, etc. ¿Puede pensar otros
casos del mismo tenor?

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