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The Coop

Este documento narra un encuentro íntimo entre LaRynn y Deacon en una lavandería de campamento que se ve interrumpido por la llegada inesperada de la madre de Deacon. Para evitar que su madre sepa la verdadera naturaleza de su relación, Deacon le pide a LaRynn que finja ser su esposa recién casada. Aunque reacia al principio, LaRynn accede a mentir. Los dos salen juntos para encontrarse con la madre de Deacon.
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The Coop

Este documento narra un encuentro íntimo entre LaRynn y Deacon en una lavandería de campamento que se ve interrumpido por la llegada inesperada de la madre de Deacon. Para evitar que su madre sepa la verdadera naturaleza de su relación, Deacon le pide a LaRynn que finja ser su esposa recién casada. Aunque reacia al principio, LaRynn accede a mentir. Los dos salen juntos para encontrarse con la madre de Deacon.
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20

LaRynn

Me doy la vuelta y comienzo a marchar antes de que pueda responder, mis


palmas ansiosas por golpear algo, mi garganta apretá ndose fuerte. É l está justo detrá s
de mí y trato de pensar en algo para hacerlo alejarse.
—Yo no estoy rota —es lo que murmuro en lugar de eso.
Me dirijo hacia un edificio en el extremo opuesto del campamento, má s cercano
a la salida que conduce a una colecció n de rincones sobre la playa. No recuerdo qué es
ese edificio, pero estoy decidida a mantener mi enfoque en él. Y el desgraciado
simplemente sigue siguiéndome, así que intento nuevamente arrojarle algo má s.
—Si necesitas un proyecto tan desesperadamente, ¿por qué no trabajas en ti
mismo, eh? Resuelve tus propios problemas. —É l no reacciona, simplemente continú a
manteniendo el ritmo.
Finalmente llego al edificio, veo ahora que es la lavandería del campamento, y
abro la puerta con fuerza. Debe haberse hinchado por el aire hú medo porque queda
parcialmente atascada, y cuando la arrojo hacia atrá s, tropiezo fuera del escaló n de
concreto antes de arrastrarme a través de ella. Me enfrento a él desde la puerta y lo
miro directamente a los ojos.
—No te quiero. —Intento cerrar la puerta y él la bloquea, se acerca a mi
espacio mientras retrocedo. Sus ojos son negros, sus rizos má s salvajes aquí, donde el
aire está má s espeso con la niebla y la sal.
É l sacude la cabeza y aprieta la mandíbula.
—Eres muchas cosas, LaRynn, pero normalmente no eres una mentirosa. —Y
dios, odio que tenga razó n. Odio que incluso ahora, después de que me volvió a
rechazar, todo lo que quiero es hundir mis dientes alrededor de su manzana de Adá n y
morderlo solo para poder saborearlo.
—Me dices que me vaya y me iré, directo por esa puerta. Pero ¿quieres saber
qué pienso realmente? —pregunta, su voz ronca.
—No, realmente no.
—Creo que te lastimé anoche aunque no quisiera, y lo siento. También creo que
intentaste lastimarme de vuelta con esa tontería esta mañ ana, y funcionó . —Da otro
paso—. Creo que te quiero a pesar de mi buen juicio y creo que odias cuá nto me
quieres.
Mi trasero golpea una de las má quinas y apoyo mis palmas contra ella mientras
se acerca.
—Creo que está s muriendo por que te bese en este momento —dice en voz
baja, sus ojos oscuros bajando a mi boca—. Tocarte, hasta que todo se rompa.
Esta sensació n de tamborileo en mí se endurece en determinació n.
—Creo que eres tú quien está deseá ndolo —respondo. No seré yo quien acorte
la distancia esta vez—. Muriendo por sentirme de nuevo. —Una gota de sudor sigue
un camino entre mis pechos.
—¿Qué tal si empiezo y vemos quién está suplicando al final?
—Ambos sabemos que será s tú y te encantará porque eres tan... —Paso mi
dedo por su pecho jadeante—, un buen chico. —Lo arrastro má s abajo, jugando con la
cintura de su pantaló n. Y es como si se cortara un cordó n, la forma en que se
desenreda su expresió n. No estoy segura de dó nde está n nuestras manos, pero sus
pantalones caen a sus tobillos al mismo tiempo que la tira de mi camiseta es tirada
hacia abajo y nuestras bocas jadean, abiertas una contra la otra.
—LaRynn —murmura, su frente presionando contra la mía, su cuerpo
balanceá ndose hacia adelante. Mi aliento se entrecorta cuando lo siento, duro contra
mi estó mago.
—Solo... —solo no hables, quiero decir. Solo pon tus manos y tu boca en mí y
persigue esto conmigo. Por favor. Lo dejaré tener razó n esta vez, suplicaré.
—¡Disculpen! —Una voz estridente atraviesa nuestra burbuja, y ambos
giramos nuestras cabezas en esa direcció n. El movimiento rá pido desequilibra nuestra
posició n y nuestras mejillas se rozan, su rugosa raspando contra mi suavidad. Quiero
enrollarme contra eso como un gato.
—Señ ora Gold —dice Deacon, forzando una risa entrecortada. Sus pantalones
permanecen en el suelo, su cuerpo aú n inclinado hacia mí en un intento de ocultar su...
condició n aguda.
—Esto es un campamento, Deacon. Hay familias —balbucea ella.
—Lo siento, señ ora —le doy mi sonrisa má s dulce, sea lo que sea eso—. Nos
dejamos llevar. Somos, uh... recién casados.
El cambio es tan instantá neo que es có mico. Su boca fruncida se relaja en una
sonrisa comprensiva.
—Oh, bueno… —Suspira alegremente—. Supongo que recuerdo esos días. Y ya
era hora de que alguien atrapara a este. —Señ ala a Deacon con su cesta—. Soy Cheryl
Gold. Estoy segura de que Deacon les ha contado todo sobre nosotros. Venimos aquí
cada añ o para el Cuatro de Julio.
Un sonido se escapa de mí antes de que logre decir:
—Sí.
—¿Cuá ndo se casaron? —pregunta dulcemente, sin poder leer la situació n.
—¿Casados? —viene una voz desde detrá s de la Sra. Gold, y la cabeza de
Deacon cae sobre mi hombro mientras comienzo a temblar de risa.
—¡¿Deacon?! —dice la nueva voz de nuevo, y oh dios. La risa muere.
—¡MAMÁ ?! —Su cabeza se levanta de nuevo.
—¡LaRynn?! —llora Macy Leeds.
—H-Hola, Sra. Leeds —murmuro, levantando la palma en un estú pido saludo
mientras su hijo aú n tiene una erecció n medio levantada presionada contra mí.
—¡Oh, apuesto a que tendrá n nietos en poco tiempo! —la Sra. Gold sigue
parloteando, con los hombros brincando en una alegría idiota.
—¿Volvió temprano? —pregunta Deacon, y cielo arriba, todavía está en sus
malditas prendas interiores.
—Al parecer, no lo suficientemente temprano como para perderme a ustedes
comprometiéndose —responde Macy, mirando entre nosotros con sorpresa—. Mucho
menos casados. —Mi mirada cae a mis pies.
—¿Podemos tener un momento? —pregunta Deacon a las mujeres—. Mamá ,
iremos a encontrarnos contigo en tu lugar.
Macy solo asiente, regalá ndome una sonrisa temblorosa antes de alejarse.
—Espero que podamos vernos en la barbacoa, Lauren... ella dijo Lauren,
¿verdad? Me encantaría escuchar todo sobre su romance vertiginoso —canta la Sra.
Gold.
—Estará allí, Sra. Gold. Gracias —responde Deacon con un asentimiento cortés.
—¡Oh! Claro. Bueno. Adió s ahora —dice antes de finalmente retroceder fuera
del cuarto de lavandería.
El momento en que la puerta hace clic al cerrarse, él jala sus pantalones cortos
y da unos pasos.
Está pá lido, pasando una mano sobre su boca nerviosamente.
—No puedo permitir que mi mamá sepa que esto no es... —Sus ojos se levantan
hacia los míos—. No quiero que piense que no tomo el matrimonio en serio. Que es
menos que serio. No quiero que piense que no significa nada para mí.
—Deacon, simplemente explícale por qué estamos así y lo que acaba de pasar,
tu mamá entenderá .
—LaRynn. Por favor —dice urgentemente, tensionado y quebrá ndose.
—¿Por qué?
—No quiero que ella piense que hago esto por alguna obligació n, ¿vale? Que no
sería por... amor —dice, sus manos aferrando sus caderas—. Sé que no lo admitiría,
pero pensaría que le doy un valor menor al matrimonio y pensaría que era culpa suya,
que no lo veo como algo que haces exclusivamente cuando amas a alguien. —Su
garganta se balancea—. Por favor.
Nuestros ojos se buscan mutuamente, los suyos oscuros y difíciles de descifrar
como siempre. Pero había algo desesperado y sombrío en la forma en que dijo “por
favor.”
—Está bien —susurro.
Sus ojos se cierran aliviados.
—Gracias —Y me envuelve en un abrazo tan abrupto que mi barbilla se desliza
contra el hueco de su cuello, la punta de mi nariz detrá s de él.
Encajo perfectamente aquí, mi rostro presionado en el lugar donde su clavícula
se encuentra con su garganta. Ese olor a sal y jabó n de él me hace querer descansar, y
me doy cuenta de que esta es la primera vez que nos abrazamos desde que regresé.
Podría ser la primera vez que simplemente nos abrazamos, me doy cuenta. Hemos
estado envueltos y atados tan fuertemente que no había un punto final para nosotros,
pero no sé si alguna vez he sido simplemente abrazada y sostenida por él de esta
manera, con su brazo envuelto alrededor de mi espina dorsal y su otra palma
acunando la parte posterior de mi cabeza. Subo mis manos todavía temblorosas por
los mú sculos anchos en la parte posterior de sus costillas, las presiono contra sus
omó platos.
Nos separamos temblorosamente y torpemente nos movemos alrededor del
otro y salimos por la puerta. Está mucho má s nervioso que yo, a pesar del latigazo de
los ú ltimos quince minutos.
Y mientras caminamos en direcció n a la casa de su mamá , la parte má s
maliciosa de mi cerebro lo ve limpiarse las palmas en sus jeans y pasar los dedos por
su cabello, y me doy cuenta de que sería fá cil hacerlo ceder en este momento. Por
alguna razó n, esto lo tiene tan ansioso que apuesto a que podría obtener las promesas
que quisiera en este momento.
—Deja de dejar tus calcetines en la sala.
Cierra la maldita caja de cereal antes de guardarla.
Si tengo que ver otro vaso medio lleno de agua en tu mesita de noche, aunque no
debería preocuparme, creo que tendré una aneurisma, así que deja de hacerlo.
Deja de dejar tus herramientas tiradas.
Pero luego recuerdo có mo lo he irritado constantemente. Có mo soy igualmente
responsable de este estado de necesidad irritada. Có mo... dios, este pensamiento me
llena de vergü enza y preocupació n por mí misma... pero có mo a veces realmente me
hace reír cuando dejo mi cabello en la pared de la ducha o cuando enciendo todas las
velas de la casa, pensando en có mo él sacudirá la cabeza o murmurará indignado
entre dientes. Y có mo reírme de eso también ha sido divertido.
Quizá s realmente estoy podrida por dentro, equivocada o al revés de alguna
manera. Porque también he reído mientras sacudía la cabeza cuando me encuentro
con esas cosas que él hace y que me molestan tanto. Cuando encuentro sus estú pidos
calcetines de nuevo o recojo sus vasos de agua porque no podía soportar pasar junto a
ellos otra vez.
Quizá s, por loco que me vuelva, compartir algo con alguien sigue sintiéndose
bien... la mayor parte del tiempo. Pero comenzar el día con cereal rancio es una
mierda.
Incluso si estoy equivocada o al revés y tengo demasiadas partes malas y
enojadas dentro de mí, no puedo parecer convocarlas en acció n mientras lo veo entrar
en pá nico.
—¿Te gustaría tomar mi mano? —pregunto, el tono espeso con molestia fingida
—. Si quieres que esto parezca real para ella, digo.
Su rostro se suaviza, inseguro.
—Creo que eso sería bueno, ¿sí? —dice.
Levanto las cejas y una mano en su direcció n.
21
LaRynn

La casa de su mamá resulta estar en el mismo lugar que recuerdo, pero la


desgastada casa prefabricada ha sido completamente reemplazada por una linda
cabañ a, pintada para que coincida con el verde profundo del edificio de la tienda del
campamento. En el frente, colocada contra una pequeñ a cerca de madera a la deriva,
hay un letrero que dice “Anfitriona del Campamento.”
Al entrar por la puerta y acercarnos al porche, la presió n en mi mano se vuelve
má s fuerte. É l aprieta una vez má s cuando golpea la puerta, antes de decidir no
esperar en absoluto, la abre y llama por ella.
—Pensé que valorarías un poco má s el concepto de una puerta —murmuro.
Una esquina de su boca se levanta antes de fruncir el ceñ o y mirar por el
pasillo.
—¿Mamá ?
Macy viene hacia nosotros en zancadas largas y emocionadas, con la cara
arrugada en un sollozo.
—Mamá , ¿por qué está s llorando? —pregunta Deacon, horrorizado.
—Solo estoy feliz, eso es todo —responde, soltando un gemido cuando nos
abraza a ambos con fuerza. Yo permanezco rígida e intento mantener la sonrisa
pegada a mi rostro.
—Solo pensé —llora—, solo pensé que después de papá , pensé que resentías la
idea de estar atada a alguien de esa manera. Estabas tan enojada y simplemente
odiabas que volviera o me quedara o... —Pasa las manos en el aire como borradores
de pizarra—. O lo que fuera. Creo que pensé que no creías en eso después de eso. Lo
siento por estar babeando sobre ustedes. —Ella sacude su camisa después de
abrazarme de nuevo—. Siempre tuve miedo de que nunca vieras el mérito de
encontrar un compañ ero real, incluso. Mucho menos casarte. Solo... estoy tan feliz por
ti, cariñ o.
Deacon traga saliva. Un mú sculo salta a lo largo de su mandíbula. Y luego su
rostro se quiebra en una leve sonrisa antes de mirarme, suplicante en sus ojos. La
abraza de nuevo y mantiene su mirada en mí.
—Gracias.
—Entra, entra. Vamos a almorzar. Ya tienen todo bajo control afuera —insta
ella.
—Mamá , tenemos que terminar y preparar las cosas para la barbacoa.
—Deacon James, estabas a punto de ocuparte en la lavandería del campamento.
Puedes permitirte tiempo con tu madre —declara firmemente—. Y tengo chili.
Deacon y yo bajamos la mirada hacia nuestros zapatos y suelto otra risa.
—Lo siento —trato de recuperarme.
—No te preocupes. No es como si no supiera có mo es, ya sabes —responde, con
las manos en las caderas.
—Por Dios —gime Deacon.
—Y —continú a, mirá ndolo fijamente—. Y no es como si no supiera lo que
ustedes dos estaban haciendo cuando eran má s jó venes. Cualquiera que acampara
aquí lo sabía. A pesar de tu insistencia en que solo eran amigos, no eran exactamente
discretos.
—Mamá ...
—Los amortiguadores de esos viejos remolques y el Bronco no eran geniales en
aquel entonces. ¡Cualquiera que pasara podía ver esas cosas balanceá ndose! —se ríe.
Espero que haya envenenado el chili. Me gustaría morir de una vez por todas.
Nos sentamos en una pequeñ a zona de estar en su cocina, y Deacon retira su
mano para enterrar su rostro en sus manos. Yo me doblo y me concentro en las mías
en mi regazo.
—Espera, déjame preparar algo de almuerzo y luego quiero escuchar todo —
dice ella antes de comenzar a recoger platos y revolver una olla en la estufa. Deacon
me da un codazo y con la boca me dice que lo siente mucho, en silencio. Tengo que
reprimir otra risa. Está bien, lo mimo de vuelta.
Macy desliza un plato de chili frente a nosotros y una bandeja de muffins de
pan de maíz antes de sentarse con un gesto teatral. Tiene el mismo tipo de cabello que
él, con mechones de gris, y algo da vueltas dentro de mí cuando imagino que Deacon
algú n día irá en esa direcció n, con hebras plateadas. Los ojos de Macy son má s claros,
sin embargo, y delineados de una manera que te hace saber que no se retrae ante una
risa.
—Gracias, esto parece delicioso. —Asiento hacia abajo en el chili.
—Come, come. Pero hablen al mismo tiempo. Cuéntenme todo —nos anima—.
Dios, eres hermosa —me dice cuando doy un bocado. Le da un golpe en el bíceps a
Deacon—. Deacon, ¿no es hermosa?
—Mama, por favor. Te estoy suplicando de verdad, cá lmate —ruega Deacon—.
Y sí, sé que lo es. —Mantiene su atenció n en su tazó n.
La calidez inunda mi sistema, acumulá ndose en mis mejillas.
Porque aquí está la cosa, sé que soy atractiva. Siempre lo he sido. Pero... los
hombres siempre me dicen cosas como ese idiota de Rafe. Alguna versió n de 'sonríe
má s', 'relá jate' o 'sé má s baja'. Bueno, no esa ú ltima en palabras exactas, pero siempre
se hace algú n comentario sobre mi altura de seis pies, como si pudieran “lidiar” con mi
altura pero no les complace. Así que algo sobre ese simple reconocimiento me hace
sentir casi tímida, de alguna manera.
—Tal vez ella pueda convencerte de cortarte el cabello —responde Macy—.
Necesita una limpieza, ¿no es así? —Dirige la pregunta hacia mí.
Trago saliva y lo miro.
—Quizá s un poco —me encojo de hombros y él frunce el ceñ o y niega con la
cabeza—. Pero no demasiado. Me gusta así —cedo.
É l se detiene y sonríe torcidamente.
—Gracias, Larry.
Macy le da una palmada en la parte de atrá s de la cabeza.
—No puedes seguir llamá ndola Larry. No puedes llamar a tu esposa Larry. Es
un apodo terrible y ni siquiera sé có mo se te ocurrió .
—En primer lugar, ay. En segundo lugar, tal vez lo que la llamo en casa no es
apropiado para tus oídos.
Ella lo golpea de nuevo y yo le doy un codazo en las costillas. Se frota el costado
y chasquea los dientes.
—No me hagas bullying.
—No lo haría ni en sueñ os —digo planamente con una sonrisa burlona—.
¿Recuerdas siquiera cuá ndo me pusiste ese apodo?
—Por supuesto que sí —dice—. Recuerdo todo.
Y esa simplicidad nuevamente me mareó .
Agarra un muffin de maíz y lo unta generosamente con mantequilla antes de
continuar.
—Nana y Cece nos pidieron que trabajá ramos en su proyecto de macetas, y yo
todavía estaba tratando de recuperarme del incidente del vó ley —dice, y Macy hace
una mueca con una risa—. Así que solo estaba tratando de conquistarla.
Vuelvo a recordar mientras él cuenta la historia.
—Así que —dijo mientras yo intentaba hojear una revista. El dolor de cabeza
que apareció todos los días desde que me rompió la nariz ya había comenzado, y su
taladro incesante solo empeoraba las cosas—. LaRynn es un nombre diferente. Bonito.
¿Có mo te llaman de forma abreviada todos?
Lo miré desde las pá ginas, y tuvo la decencia de mirar hacia abajo. Me sentía
grotesca, los moratones bajo mis ojos desvaneciéndose a un amarillo enfermizo.
—Son dos sílabas, Deac. La mayoría de las personas pueden manejarlo.
Se estiró el cuello con un suspiro exagerado, pero no se rindió .
—¿Rynn, tal vez?
—Rynn está bien.
—Pero, ¿qué te gusta?
—Me gusta no tener la nariz rota por idiotas y luego estar obligada a trabajar
con ellos.
—Me refería al término del apodo, pero eso no sonó como mucha diversió n
tampoco —respondió . Volví a mi revista de jardinería.
—¿Frenchie? Como esa chica de Grease, y ya que eres francesa —molestó .
Le lancé una mirada.
—LaRynn Lavigne, LaRynn Lavigne —se repitió a sí mismo—. ¿Qué tal LaLa?
Le lancé otra mirada, la ira palpitando en mis sienes.
—¿Parezco algo así como una 'LaLa' para ti? —grité.
É l inclinó la cabeza hacia un lado. Debería haber actuado menos molesta
porque estaba claro que solo lo estaba animando má s.
—Lo tengo —dijo con una sonrisa encantada—. Te llamaré Larry.
—Empezó como una broma, pero una vez que la irritó lo suficiente,
simplemente seguí con eso en ese entonces —le está diciendo a su mamá ahora. Echa
un vistazo a mi direcció n—. Pero supongo que tienes razó n, probablemente no
debería llamar Larry a mi esposa. —Busca en mi rostro, las palabras “mi esposa”
resonando en las cavernas de mi cerebro. Aparto la mirada y busco un cambio de tema
antes de que Macy me ahorre la tarea—. Entonces, cuéntenme có mo—señ ala entre los
dos—, sucedió esto. Esta vez, quiero decir.
—Bueno, ella regresó por la casa de First Street, y…
—Deja que LaRynn lo cuente. Nosotras, las mujeres, sabemos có mo contar una
historia mejor —lo interrumpe Macy. É l emite un sonido cansado.
—Um. Bueno —empiezo y trato de armarlo rá pidamente, hablar aú n má s
rá pido—. Es como él dijo. Volví para... ayudar. Con la casa. Y, uh... —Miro de nuevo
hacia él, de repente un poco enojada por estar en esta posició n porque odio y soy
terrible con mentiras elaboradas—. Simplemente conectamos. Al principio chocamos,
pero supongo que lo que teníamos cuando éramos má s jó venes se convirtió en eso
má s algo y... y yo, um, nos enamoramos profundamente. Nos casamos de manera
impulsiva y es culpa mía que no te lo haya dicho, Macy, le pedí que no lo hiciera. No se
lo he dicho a mis padres todavía. Las cosas han estado tensas entre nosotros y no creo
que lo entenderían, ademá s creo que debería decírselo en persona. Y al menos quería
verte de nuevo antes de decírtelo. También me preocupaba que pudieras estar
molesta porque no hicimos una gran boda o algo así. —La culpa sube por mi garganta
ya apretada, imaginando su tristeza cuando Deacon le diga que se acabó .
—Oh, no me importa en absoluto la boda. Esas cosas siempre se convierten en
una producció n para todos los demá s en lugar de para ti, de todos modos. —Nos
sonríe a ambos, los ojos llená ndose de nuevo.
—Mamá —Deacon regañ a cuando una lá grima se derrama.
—Solo estoy feliz. —Encoge los hombros—. Mamá siempre decía que esa casa
era algo má gico. Có mo la trajo a Cece y los unió . Supongo que tenía razó n. —Suspira
con niebla en los ojos—. Y no te preocupes, sé mejor que empezar a preguntar sobre
los nietos. —Se seca los ojos—. Pero ¿quieres bebés, sin embargo? Solo tengo
curiosidad. Extiende las manos en señ al de rendició n.
"Bueno, eso es suficiente, mamá . Ahora necesitamos salir y ayudar", se
apresura a empujarse hacia abajo en el asiento, empujando a su mamá fuera con él.
"Está bien, está bien. Entiendo. Lo entiendo". Todos nos dirigimos al pasillo.
Entonces, golpean la puerta y suena la voz de Cheryl Gold. "¡Macy! ¡Encontré a
alguien pequeñ o en la tienda del vecino de mi sitio!"
"¿Por qué estaba en la tienda del vecino de su sitio?" murmuro.
"Sucede má s de lo que piensas", Deacon susurra de vuelta.
Pero algo se escabulle desde la puerta para perros que acabo de notar y él nos
aparta a su madre y a mí de un golpe de cadera. "¡Baby V!!", le dice con tono agudo, un
tono que no habría creído que él era capaz de hacer, antes de que la diminuta criatura
salte a sus brazos abiertos.
"Oh, caramba. En toda mi emoció n, olvidé que estuve allí buscando a la
pequeñ a criatura", exclama Macy. "Antes de que la atrapá ramos despojá ndote del
suavizante de telas, eso es".
"No hables de ella de esa manera", Deacon sisea, ignorando la ú ltima parte.
Vuelve a dejar que el perro lama frenéticamente cada centímetro de su rostro.
"¿Es un perro salchicha?" pregunto. "Es linda".
"Ella prefiere los términos Dachshund y hermosa, pero sí". Le acaricia el largo y
moteado cabello. "Mi pequeñ a salchicha de Viena".
Vale, entonces. "¿Deberíamos dejarlos solos un momento?" Me río.
"Probablemente lo mejor", dice Macy. "Es mi perro, pero olvida ese hecho en el
momento en que él aparece".
"No, vamos a preparar este lugar para una fiesta", anima Deacon, levantando la
pata de V en un saludo. Ella dirige sus ojos azules hacia mí y sus pequeñ os labios de
perro se curvan en una sonrisa feliz y traviesa.
***
Macy me guía a su lado mientras organizamos las cosas, haciéndome preguntas
sobre la casa y có mo estoy disfrutando de Spill the Beans. En nuestro intercambio,
descubro que fue Deacon quien construyó toda su nueva casa. É l, junto con su
hermano Ramsey.
—Todo empezó con él construyendo muebles, realmente —me cuenta—. Esa
cama suya, bueno, la cama que ahora es de ustedes dos, supongo... la construyó
cuando tenía diecinueve añ os o algo así. Construyó todas las mesas de picnic aquí
después de eso. Y en poco tiempo, se metió en cosas má s mecá nicas. Se electrocutó
demasiadas veces para mi comodidad hasta que lo convencí de encontrar un
aprendizaje y obtener una maldita licencia.
Intento devolver las preguntas tanto como sea posible para mantener la
presió n fuera de mí y minimizar el riesgo de cometer un error en nuestra mentira, a lo
que ella sigue respondiendo cá lidamente, sin un indicio de sospecha o resentimiento.
Si le hubiera dicho a mi mamá que me había casado en secreto, la respuesta
habría sido muy diferente, eso seguro. Pero parece que Macy está genuinamente feliz
de que su hijo haya encontrado compañ ía, y eso solo me hace sentir má s enferma.
—¿Có mo está tu mamá , por cierto? Sé que dijiste que aú n no le has dicho a
Deacon, y está bien, lo entiendo. Pero... recuerdo que mamá dijo que se volvió a casar.
Suspiro por la nariz.
—Sí, lo hizo. Uh... vive en Nueva York ahora. —Y ahora que ella es feliz en su
vida, me quiere en la suya. Pero solo bajo sus condiciones. No estoy seguro de qué má s
decir porque no estoy seguro de dó nde estamos o dó nde terminaremos.
—Querida —la mano de Macy cae sobre la mía, y pauso el enrollado de los
cubiertos de plá stico en las servilletas de papel patrió ticas. Su expresió n se frunce en
preocupació n—. Preguntaba cuá ndo fue la ú ltima vez que hablaste con ella.
—¡Oh! —Fingí una risa. Pero luego... tal vez es que ya he alcanzado mi límite de
mentiras hoy. Dejo morir la sonrisa y opto por la verdad—. Han pasado unos días
desde que hablé con ella por ú ltima vez. Creo que pasaron alrededor de cuatro meses
antes de eso, sin embargo. No tenemos... no tenemos la relació n má s cercana.
Asiente.
—Si me lo permites, intentaré contarte algo que he tratado de explicarle
ocasionalmente a Deacon cuando se trata de su padre, también. —La pregunta es
genuina, y siento que podría decirle fá cilmente que no, gracias, y ella seguiría sin
juzgarme por ello. Pero tal vez quiera la perspicacia.
—Sí, claro —digo.
Ella inhala cansinamente. "Los desastres y errores que cometemos como
padres tienen má s que ver con nosotros que con nuestros hijos. No con ellos". Me mira
suavemente. "Creo que cuando te recuerdas a ti misma que sus elecciones tenían má s
que ver con ellos que contigo, puedes llegar a un lugar donde está s abierta al perdó n.
O al menos, ya no castigá ndote má s por eso. Porque a veces eso es todo lo que logra el
perdó n. Liberarte de eso". Coloca las servilletas y levanta las manos. "Y por favor, no
me malinterpretes aquí, no le debes nada a nadie. Pero si quieres que ella sepa có mo
te sientes, tienes que decírselo, cariñ o. Y puede que tengas que seguir diciéndoselo. Si
el padre de Deacon estuviera vivo, le diría lo mismo. Lamento no presionarlo en su
momento, pero... " Suelta un aliento tembloroso. "Pero quería concentrarme solo en
las partes buenas al final, y al hacerlo, temo que hice un mal a mis hijos". Vuelve a su
tarea. "Deacon, má s que nadie".
Quizá s mamá pensó que al volver significaba que podríamos poner suficientes
cosas bonitas en los estantes para que pudiéramos olvidar todos los rincones
desordenados, los armarios desbordantes y las cosas rotas escondidas detrá s de las
nuevas. Tal vez nunca se dio cuenta de que yo también era una de las cosas rotas. Tal
vez por eso fue tan liberador hablar por una vez.
Porque hay poder en eso. En decir, mira; estaba dañ ada, y tú jugaste un papel
en eso. Pero me estoy reparando. No a ti ni a nadie má s. Si puedes aceptar y amar esta
versió n de mí, con trozos astillados y todo, reconocer tu parte en eso, entonces tal vez
podamos tener algo real.
Levanto la vista a través de la pista de baile de asfalto y veo a Deacon mirando
en mi direcció n, frunciendo el ceñ o con preocupació n, Jensen descargando una paca
de heno a su lado con Vienna jadeando a sus talones. Intento reorganizar mi rostro en
algo reconfortante. É l me sonríe levemente antes de guiñ arme un ojo, de manera
irritante y terrible. Sacudo la cabeza y río por la nariz.
"Por otro lado, creo que él está muy bien", agrega Macy, siguiendo mi línea de
visió n. "Me parece que ambos lo está n, incluso con todos los desastres que llevan".
Dios, ojalá ella tuviera razó n.

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