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Primo Definitivo

La Dictadura de Primo de Rivera en España entre 1923 y 1930 se estableció inicialmente como una solución temporal para resolver los problemas del país, pero terminó prolongándose 7 años. En un inicio fue un Directorio Militar, luego pasó a ser un Directorio Civil que intentó crear un nuevo régimen autoritario inspirado en el fascismo italiano, aunque finalmente fracasó debido a la oposición creciente y la Gran Depresión.

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Primo Definitivo

La Dictadura de Primo de Rivera en España entre 1923 y 1930 se estableció inicialmente como una solución temporal para resolver los problemas del país, pero terminó prolongándose 7 años. En un inicio fue un Directorio Militar, luego pasó a ser un Directorio Civil que intentó crear un nuevo régimen autoritario inspirado en el fascismo italiano, aunque finalmente fracasó debido a la oposición creciente y la Gran Depresión.

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TEMA 7: LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA (1923-1930).

INTRODUCCIÓN

Entre septiembre de 1923 y enero de 1930, la Dictadura de Primo de Rivera


protagoniza un breve y peculiar trayecto de la Historia de España. Además ya del
propio rey Alfonso XIII, el Ejército, la burguesía y no pocos políticos e intelectuales,
como Ortega, la respaldaron al haber sido planteada, inicialmente, como una solución
quirúrgica en la que Primo de Rivera encarnaría el papel de ese “cirujano de hierro” del
que hablara Costa unos años antes. “Reparada” la maquinaria del Estado durante ese
paréntesis transitorio al que aspiró ser la Dictadura en sus comienzos, se regresaría a
la “normalidad”, esto es, al viejo régimen de la Restauración.

Casi siete años más tarde, al dimitir en enero de 1930, aquel hombre sencillo y
apolítico, del que llegó a decirse que todo lo que sabía lo había aprendido en el casino
de Jerez, comprendió finalmente el error de sus expectativas iniciales.

CAUSAS DE LA DICTADURA

Directa o indirectamente, cabría apuntar un muy diverso bloque de causas o


influencias al respecto.

-Influencia del contexto internacional en dos sentidos diferentes: por un lado, el


triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia (1917); por otro, del fascismo de
Mussolini en Italia (1922).

-Agotamiento del sistema político de la Restauración tras el ocaso político de


Maura (Partido Conservador), de resultas de la Semana Trágica, en 1909; y el
asesinato de Canalejas (Partido Liberal), en 1912.

-Pujanza del movimiento obrero y guerra social. En efecto: la referida Revolución


Rusa de 1917 aceleró la radicalización en el PSOE, de cuyo sector más extremista
surgiría, en 1921, el Partido Comunista de España (PCE). Más importancia aún tuvo la
verdadera guerra social que se vivió, de 1919 a 1923, en Cataluña -con Barcelona
como epicentro-, entre las organizaciones obreras y la patronal. Recordemos la
participación de los anarquistas en la citada Semana Trágica de 1909, y en las huelgas
general de 1917 y de la Canadiense en 1919. Al mismo tiempo, la CNT anarquista
estuvo detrás de no pocos atentados (acción directa) contra la patronal. La respuesta
de ésta no se hizo esperar, con recursos como el “lock out”, el cierre de empresas en
represalia contra los obreros, enviándolos así al paro; y el Sindicato Libre, una
organización obrera no anarquista de la que surgieron auténticos pistoleros que, en
sintonía con los patronos y con la complacencia de la Policía y el Ejército, asesinaron a
diversos militantes anarquistas. Por su parte, el gobierno conservador de Eduardo
Dato promulgaba la Ley de Fugas, que permitía el asesinato de los detenidos alegando
“intento de fuga” y fue aplicada a sus anchas en Cataluña por el gobernador Martínez
Anido. En esta lucha social perecieron, entre otros muchos, el propio presidente del
gobierno, Eduardo Dato, en 1921, y el dirigente anarcosindicalista Salvador Seguí. En
total, y sólo en Barcelona, más de 300 asesinatos en aquellos años.

En otro escenario convulso, Andalucía, el llamado ”Trienio Bolchevique” (1918-20)


se tradujo en acciones de signo igualmente anarquista como huelgas, quema de
cosechas y ocupación de tierras, respondidas sin contemplaciones por la Guardia Civil y
el Ejército.

En aquel estado de cosas, el golpe militar de 1923 cabría verlo como una reacción
defensiva de las clases dominantes españolas frente al peligro revolucionario.

-Auge de los nacionalismos periféricos. Aunque planteados ya en el último tramo


del siglo XIX (Almirall, Prat de la Riba en Cataluña; Sabino Arana en el País Vasco), su
fuerza se acrecienta a comienzos del XX. En Cataluña, frente a la conservadora Lliga
Regionalista de Cambó, aliada del poder central en su defensa del orden social, emerge
un nacionalismo más radical (Estat Catalá, de Maciá; Acció Catalana). Esta última
propuso a los nacionalistas vascos (PNV) y gallegos (Irmandades) la formación de una
Triple Alianza nacionalista, cuya presentación tuvo lugar en Barcelona, el 11 de
septiembre de 1923, Diada de Cataluña. Durante el acto se menospreció la bandera
española y hubo gritos de “Muera España” y “Muera el Ejército”, e incluso a favor del
líder independentista rifeño Abd- el-Krim (causante dos años atrás del desastre militar
español en Annual, como se verá luego). El impacto de estos incidentes en el país y en
el Ejército fue enorme, y de alguna manera pudo precipitar el golpe de Estado de
Primo de Rivera, sólo dos días después, el 13 de septiembre.

-Desastre de Annual (1921). En el verano de 1921, el general Silvestre y más de


10.000 soldados españoles mueren en una emboscada a manos de Abd-el-Krim, líder
de la revuelta nativa en el Rif marroquí. La conmoción causada en España por estos
hechos fue inmensa. Inmediatamente se inició el debate sobre las responsabilidades
de este gran desastre (Expediente Picasso), que salpicaron al Ejército, a los partidos
dinásticos e incluso al propio rey Alfonso XIII, a quien la izquierda acusó de ser el
responsable último de la tragedia. Tampoco en este caso parece casualidad que,
pocos días antes de que el informe de la comisión de responsabilidades llegase a las
Cortes, Primo de Rivera encabezara un golpe de Estado que, apoyado de inmediato
por la Corona, supuso la paralización en seco de las comprometedoras investigaciones
contenidas en el referido Expediente Picasso.

EL DIRECTORIO MILITAR (1923-1925)

El 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de


Rivera, declaraba el estado de guerra y exigía al rey Alfonso XIII la concesión de plenos
poderes. Junto a ello, dirigía un manifiesto en clave regeneracionista a los españoles,
justificando su acción en la necesidad de atajar los graves problemas que sufría
España. Al día siguiente, el rey aceptaba el golpe, hecho que le valió el dicterio de
colaborador de una Dictadura que se prolongaría hasta 1930.

En la primera etapa de la Dictadura, en la que el gobierno quedó en manos


exclusivamente de militares, con Primo de Rivera al frente, se suspendió la
Constitución de 1876 y se intentó afrontar la solución de los problemas más graves del
país: el caciquismo, el orden público, el concerniente a los nacionalismos y el de
Marruecos.

Para combatir el caciquismo se nombraron gobernadores militares en sustitución de


los antiguos gobernadores civiles y fueron despedidos no pocos funcionarios y
concejales corruptos. Con todo, la eficacia de estas y otras medidas por el estilo fue
escasa en realidad, pues el poder de los viejos caciques no logró ser extirpado ya que
descansaba en la propiedad de la tierra fundamentalmente, que siguieron detentando.
Además, el poder dado a los nuevos gobernadores para nombrar alcaldes y diputados
provinciales ocasionó el surgimiento de un nuevo tipo de caciquismo.

Para garantizar el orden público, la Dictadura impuso la censura de prensa; prohibió


las huelgas y manifestaciones obreras; encarceló a algunos de sus líderes; ilegalizó la
CNT… Además, implantó en toda España el somatén catalán: ciudadanos “honrados” a
los que el Estado entregaba armas para luchar contra la delincuencia. De algún modo,
recordaba este cuerpo a los “camisas negras” italianos de Mussolini.

En cuanto a los nacionalismos, y pese a que Primo de Rivera prometió en un


principio sensibilidad hacia la cuestión catalana, al ocupar el poder en Madrid se olvidó
de sus promesas anteriores. Así, paralizó la ley de Mancomunidades –especie de
autonomía regional-; clausuró periódicos nacionalistas; prohibió el uso de símbolos
nacionalistas (bandera, himno propios); impuso el castellano en la administración y en
la enseñanza; castellanizó el nombre de las calles; incluso llegó a quedar
momentáneamente clausurado el Fútbol Club Barcelona.

Por último, la cuestión marroquí quedó prácticamente resuelta en septiembre de


1925. Pese a que las intenciones iniciales de Primo de Rivera en Marruecos eran
abandonistas (por el alto coste material y en vidas que dicho protectorado suponía
para España), la frontal oposición de los mandos africanistas del Ejército (Franco entre
ellos) le obligó a optar por la permanencia. Para ello, era necesaria una inmediata
solución militar al problema. En este contexto se inscribe el exitoso desembarco
español (en colaboración con Francia) de Alhucemas, tras el cual el líder rebelde Abd-
el-Krim se entregó a las autoridades francesas.

EL DIRECTORIO CIVIL (1925-30)

Quizá, tras este éxito marroquí que le dio enorme popularidad, Primo de Rivera
debió de haber abandonado el poder; sin embargo, decidió permanecer en él, quizá
(olvidándose de su inicial idea del breve paréntesis histórico) porque ahora lo que
quería era edificar su propio régimen, un nuevo Estado a imitación del “Ordine
Nuovo” de Mussolini en Italia. Con dicho fin formó un nuevo gobierno de –casi por
completo- ministros civiles -Calvo Sotelo, Benjumea, Aunós…-; y empleó dos
instrumentos adicionales que no tuvieron éxito: su “Unión Patriótica”, una especie de
partido ultraconservador puesto ya en marcha durante el Directorio Militar, y una
Asamblea Nacional o Consultiva llamada a elaborar una nueva constitución, no
democrática.

En lo económico y social, el ministro Aunós promovió un sistema corporativo -a


imitación del italiano y como precedente, a su vez, del posterior franquismo-, basado
en el acuerdo, en los distintos sectores productivos, bajo la tutela y mediación del
Estado, entre empresarios y trabajadores. En este terreno, encontró la colaboración de
la UGT socialista (Largo Caballero fue nombrado consejero de Estado).

Gracias a la buena gestión económica del joven ministro Calvo Sotelo, que llegó a
lograr incluso un superávit en las cuentas públicas, la Dictadura pudo acometer un
ambicioso plan de obras públicas diseñado por el ministro de Fomento Rafael
Benjumea, conde de Guadalhorce. Su plan de Firmes Especiales promovió la
construcción de miles de kilómetros de carreteras asfaltadas que, además de acabar
con el aislamiento de no pocas comarcas, pusieron a España en este terreno a nivel
europeo. La circulación de automóviles creció considerablemente en paralelo al
progresivo incremento del turismo extranjero en el país. En este sentido cabe
entender el inicio de la Red Nacional de Paradores. Junto a ello, se construyeron
también casi mil kilómetros de vías ferroviarias y se electrificaron algunos tramos. Por
su parte, y merced al Plan Nacional de Casas Baratas, se construyeron millares de
viviendas para familias modestas.

La Dictadura trató de hacer suya la receta regeneracionista de Joaquín Costa de


“despensa y escuela”. De este modo, se construyeron cientos de nuevas escuelas e
institutos de enseñanza media, lo que redujo algo la tasa de analfabetismo; y, de
acuerdo con la idea costista de que “gobernar es regar”, el conde de Guadalhorce
impulsó las Confederaciones Hidrográficas (Ebro, Guadalquivir), lo que incrementó
cuantiosamente el regadío y el aprovechamiento hidroeléctrico.

Junto a lo anterior, se impulsaron diversos medios de transporte y comunicación: la


compañía aérea Iberia; las primeras emisoras de radio nacionales (la SER: Sociedad
Española de Radiodifusión); el servicio de Correos y Telégrafos, así como la Compañía
Telefónica Nacional de España.

Qué duda cabe de que el vasto plan de obras públicas supuso un tirón muy positivo
para sectores industriales diversos: siderometalúrgico, cementos y petrolífero… En
este último sector, el ministro Calvo Sotelo creó un monopolio estatal: la CAMPSA
(Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos).

A este amplio bloque de realizaciones de la Dictadura cabría añadir, por último,


exposiciones internacionales como la de Barcelona o la Iberoamericana de Sevilla.
Además, en la temporada 1927/28 comenzaba el Torneo Nacional de Liga de fútbol.

LA CAÍDA DE LA DICTADURA

En sus últimos años la Dictadura se enfrentó a una creciente oposición: de una parte
significativa del Ejército, especialmente el arma de Artillería; de casi todos los
intelectuales: Unamuno, Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Fernando de los Ríos…incluido,
finalmente, el mismo Ortega; del mundo universitario (fueron clausuradas diversas
universidades). Poco a poco cobraron fuerza también el republicanismo (Alianza
Republicana, integrada por elementos diversos como la Acción Republicana de Azaña o
el Partido Radical de Lerroux), el mundo nacionalista (frustrada insurrección
separatista de Maciá en Cataluña) e incluso el anarquismo (con el surgimiento de la
FAI, Federación Anarquista Ibérica, partidaria de la insurrección revolucionaria).

Por si fuera poco, el hundimiento de la Bolsa de Nueva York en 1929 hizo también
sentir sus primeros efectos negativos en la economía española: retirada de capitales
extranjeros, devaluación de la peseta…

A este adverso panorama se sumó finalmente la retirada del apoyo del rey, lo que
resultó decisivo. Así las cosas, Primo de Rivera dimitía en enero de 1930. Pocos meses
después murió en París, víctima de la diabetes.

EPÍLOGO

Indudablemente, Primo de Rivera se equivocó al concebir su dictadura como un


paréntesis quirúrgico, pensando que bastarían -según sostuvo en un principio- un
puñado de hombres honrados, diez o doce medidas y noventa días para resolver los
problemas del país. El único consejo que Maura, al parecer, le dio, fue decirle que
“una dictadura es como una bicicleta; si se para, se cae”. Ciertamente, no le faltaron
las buenas intenciones en este sentido al general jerezano, pues acometió, con mayor
o menor fortuna, como se ha visto, numerosos proyectos y realizaciones. Sin
embargo, pese a ello, los años acabarían demostrando su incapacidad. El problema de
fondo no era otro que la propia viabilidad del viejo sistema edificado por Cánovas: su
mecánica interna era absolutamente incompatible con la necesaria modernización de
España a la altura de 1930.

HACIA LA SEGUNDA REPÚBLICA

El fracaso de la Dictadura de Primo de Rivera fue también, en poco tiempo, el de la


Monarquía que la había aceptado. De inmediato, el rey Alfonso XIII encargó al general
Berenguer formar gobierno con el objetivo, ya imposible, de restaurar la legalidad
constitucional anterior a 1923. Mientras tanto, las fuerzas antimonárquicas
conspiraban: en agosto de 1930, representantes de grupos republicanos, socialistas y
nacionalistas catalanes y gallegos firmaron el Pacto de San Sebastián, con el propósito
de proclamar la República. En pos de ello, se creó un comité revolucionario que, en
diciembre de 1930, intentó incluso promover una fallida insurrección militar (Jaca)
para derribar la Monarquía.

A Berenguer le sucedió al frente del gobierno el almirante Aznar, que anunció la


convocatoria de unas elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. Republicanos
y socialistas decidieron plantearlas como un plebiscito a favor o en contra de la
Monarquía. El triunfo claro de las fuerzas de izquierda en la mayoría de las capitales de
provincia se interpretó como un rechazo a la Monarquía y dio paso a la proclamación
de la II República española, el 14 de abril de 1931.

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