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Segundo Domingo de Cuaresma

El documento describe la transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, donde sus discípulos Pedro, Santiago y Juan presencian como su rostro brilla como el sol y sus vestiduras se vuelven blancas como la luz. También ven a Moisés y Elías hablando con Jesús sobre su pasión en Jerusalén.

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Segundo Domingo de Cuaresma

El documento describe la transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, donde sus discípulos Pedro, Santiago y Juan presencian como su rostro brilla como el sol y sus vestiduras se vuelven blancas como la luz. También ven a Moisés y Elías hablando con Jesús sobre su pasión en Jerusalén.

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Homilía para el tiempo de Cuaresma 1

II DOMINGO DE CUARESMA
Y se transfiguró delante de ellos. (Mat 17,2)
(Traducción de la Versión actualizada en el 2004 por Madre Cristina Gallucci)

Aunque el pagano supersticioso esté siempre sepultado en las tinieblas de la idolatría, el


judío se obstine cada vez más en su incredulidad, el apóstata se aleje cada vez más del
Evangelio de Jesucristo, lo hiera el cismático, el adúltero, el hereje, que se burle el ateo, que
el incrédulo lo pisotee, lo hagan objeto de escándalo los fieles depravados que lo profesan,
aún los sabios y los poderosos del mundo se la tomen con él para aniquilarlo, se arme todo a
su daño el infierno: o el Evangelio es una fábula, la más necia, la más ridícula, la más
perversa, o el Evangelio es la historia de un Dios, es la verdadera historia del mundo. Que una
fábula, y fábula ridícula no es, todos lo confiesan, aún sus más obstinados enemigos, que lo
exaltan, admiran su grandeza y están fuertemente maravillados; que una fábula y fábula
ridícula no sea, lo confesaron todas las épocas y aquellos que lo vieron practicar antes que
predicar, no osaron hacerle frente jamás; que una fábula, y fábula ridícula no es, lo prueban
suficientemente tantos millones de hombres nobles y plebeyos, sabios e ignorantes, jóvenes y
mayores, que dieron la vida entre mil tormentos para sostenerlo; que una fábula y fábula
ridícula no es, lo prueba bastante todo un mundo convertido a Él y dieciocho siglos de
Profesión que hoy recibe en casi todo el mundo; que una fábula y fábula ridícula no es el
Evangelio, lo prueban todas las reglas de la crítica más segura, de la más correcta Filosofía; es
decir que el Evangelio es la historia de Dios, es la historia más verídica que pueda desearse
entre nosotros. Ni el tiempo ni las circunstancias exigen que yo busque de esta segunda
verdad las pruebas más bellas y las más luminosas y, si lo hiciera sería un agravio a vuestra
piedad y a vuestra fe; pero teniendo la prueba más bella en la lectura proclamada, o sea,
siendo la historia evangélica una clara prueba en sí misma, es muy oportuno hacer resaltar
esta característica nobilísima de verdad divina, ya que, como veremos, en esta lectura reluce
admirablemente.

Hemos ya convenido (y es necesario que lo convenga forzosamente quien non renuncia


al buen sentido y a la razón) que el Evangelio no es una fábula romántica, sino una vigorosa
historia, reconocida como tal por sus mismos enemigos. Esta es la historia de Jesucristo que
tiene el carácter de hombre-Dios y que de su divinidad dio tantas pruebas en cada paso que
dio en Palestina, donde predicó su nueva ley. Pero todas estas pruebas, aunque claras y
palpables, no eran tan sensibles para revelar, en cierto modo su divinidad. De sus milagros y

II Domingo de Cuaresma – La Transfiguración


Homilía para el tiempo de Cuaresma 2

de sus Profecías se veía claramente que Él estaba investido por la divinidad, es más, debía ser
aquel Dios que se predicaba, pero su divinidad estaba siempre escondida bajo el velo de la
naturaleza humana. Por tanto, prometió a sus discípulos que algunos de ellos no morirían sin
verlo antes en su verdadera gloria, en aquella gloria, explican los Padres, que sólo es propia
del Hijo de Dios.

En efecto, seis días después, llama aparte a Pedro, Santiago y Juan y los lleva consigo
sobre un alto monte que, según el parecer de los Padres, fue el Tabor, en el cual con
frecuencia se retiraba a orar y que, según el Venerable Beda, era un vergel, tan agradable y
hermoso, que parecía un Paraíso. En efecto, así convenía a la gran escena que sucedió en
aquel día y que daba una idea del mismo Paraíso. Apenas llegados a la cima del hermoso
monte, se apartó unos breves pasos seguramente para orar y, mientras lo seguían los
discípulos con la mirada ansiosa, se transformó de repente de figura y de aspecto, - y se
transfiguró -. ¿Y cuál fue la nueva figura asumida por el Redentor? Imaginaos el sol cuando,
agradable y esplendoroso, surge para alegrar la naturaleza en los más bellos días de
primavera, en los que todo es agradable y confortable, y tendréis entonces una idea de su
transfiguración, ya que precisamente su rostro brilló en aquel instante como el sol, aunque me
imagino mucho más dulce y cautivante que el sol - su rostro se puso brillante como el sol -.
Tanta era la luz que expandía su cuerpo radiante, que también sus vestiduras impregnadas de
aquellos rayos, como nubes espléndidas, se hicieron blancas y puras como la nieve - sus
vestidos se volvieron blancos como la luz -.

Y aún no termina aquí la nobilísima escena. Mientras los discípulos, presos de un


sagrado temor, estaban atónitos deleitándose en aquel dulce espectáculo, he aquí que aparece
en aquella gran luz, venerables y felices, Moisés y Elías que, con igual confianza y respeto,
comenzaron a dialogar con Él - En esto se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban
con Él -. ¿Y cómo aparecieron? ¿De dónde partieron? ¿Con qué finalidad vinieron? ¿De qué
hablaron con el Señor? Es una afirmación común de los Padres y de los intérpretes, que no
aparecieron en modo irreal o sólo aparente, sino de manera real y en persona, como era
verdadera y real la presencia de los discípulos y del Redentor. La simplicidad con la cual lo
explica el Evangelio es el primer fundamento de una tal afirmación y no hay ninguna
dificultad que se le oponga, ya que, en cuanto a Elías, nosotros sabemos que fue transportado
aún vivo y que vivo debe retornar con Enoc a defender el Evangelio contra el anticristo y,
desde el lugar donde reposa podía ser fácilmente conducido al Tabor por los Ángeles. Moisés,
aún muerto, podía resurgir del seno de Abraham y, por medio de un cuerpo espiritual, como

II Domingo de Cuaresma – La Transfiguración


Homilía para el tiempo de Cuaresma 3

afirman algunos con el Angélico, o sea con el propio cuerpo tornado a la vida, como enseña
San Jerónimo con Orígenes, Tertuliano y San Juan Damasceno, aparecer allá a hablar con
Cristo, como ya otras veces hablaba con Dios sobre la cumbre del Sinaí, entre los rayos y los
truenos, mientras todo Israel temblaba ¿Y de qué hablaba con Cristo, Moisés y Elías?

Lo calla el evangelista Mateo, pero San Lucas y San Mateo nos dicen que hablaban del
grandioso acto que Él cumpliría en Jerusalén, o sea, cómo interpretan todos los Padres, de su
pasión y de su muerte - hablaban de su pasión, que estaba para cumplirse en Jerusalén - (Lc
9,31). En efecto, ¿hay mayor portento o exceso de humildad, de dulzura, de compasión, de
amor, que el ver a Dios encarnarse, sufrir y morir como el más inicuo y el más perverso de
todos los hombres? ¡Ojalá fuese bien comprendido por los cristianos el significado de este
excelso misterio divino! Lo que significa ser rescatados con la sangre, con el sufrimiento y
con la muerte de un Dios, ser salvados a este precio, entonces no serían tan negligentes con la
propia salvación y no se sorprenderían que se llame también a los muertos a hablar con Él en
el esplendor más bello de su gloria - hablaban de su pasión, que estaba para cumplirse en
Jerusalén -.

Dicen los Santos Padres, que ellos hablaban de la Pasión y muerte del Redentor, para
que, viéndolo luego flagelar, crucificar y aún morir, no se escandalizaran, ya que no se podía
entender fácilmente cómo pudiese morir así humillado un hombre que es Dios. Sintiendo, al
contrario, que así había establecido por sí mismo y que también Moisés y Elías estaban de
acuerdo con Él, quedaban más fuertes en su fe e instruidos para lo que fuera necesario. He
aquí el fin al cual estaba ordenada toda la escena de la Transfiguración de Jesús: Él quería
instruir a sus discípulos de manera que no pudiesen dudar ni de su doctrina, ni mucho menos
de su divinidad. Hizo, por tanto, de manera que Moisés viniese a confirmarlo en nombre de la
Ley que había promulgado y che Elías viniese a confirmarlo en nombre de todos los Profetas.
El Antiguo Testamento constaba de la Ley y de las Profecías. Estas no tenían otro objeto que
el futuro Mesías; si éstas estaban de acuerdo con el Evangelio, el Evangelio debía ser
verdadero. ¿Y cómo podía el Señor demostrar mejor a sus discípulos este bellísimo acuerdo,
sino haciendo que vinieran personalmente Moisés que fue, después de Dios, el autor de la
Ley, y Elías, que entre todos los Profetas fue el más acérrimo y el más fervoroso?

Pero no fue tampoco esto la totalidad de aquel espectáculo sorprendente. Era tanta la
dulzura y la alegría que experimentaron los tres discípulos que Pedro interrumpiendo, en
nombre de todos, aquel sagrado coloquio gritó: “Ah, Señor, qué afortunados somos nosotros
por un acontecimiento tan bello! Es también para nosotros un gran bien el estar aquí - Señor,

II Domingo de Cuaresma – La Transfiguración


Homilía para el tiempo de Cuaresma 4

qué bueno que estemos aquí -. Si quieres, Señor, quedémonos para siempre en este lugar;
nosotros fabricaremos aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En
cuanto a nosotros, no nos preocupamos de otra cosa que de la felicidad de veros - Si quieres,
haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías -. Pero, puesto que no
era aquello el Paraíso de los elegidos, sino que era sólo una tenue prueba, no era aún tiempo
de gozar, era sólo tiempo de comenzar a sufrir para gozar. No había terminado aún de decir
así cuando repentinamente una resplandeciente nube descendió del cielo, lo rodeó y lo cubrió
- todavía estaba hablando cuando una nube luminosa lo cubrió con su sombra -, y del seno
de la nube salió una voz que dijo: “éste es mi hijo amado, en quien me complazco,
escuchadle. Sólo faltaba el testimonio del cielo para confirmar la misión del Redentor. Los
milagros y las profecías era sus inseparables compañeros, la más sublime santidad era la regla
constante de su vida y los vivos y muertos, los ángeles y los santos, es más, los mismos
demonios lo habían confesado delante de Él como el verdadero Mesías; en su persona él
mostraba claramente los signos de la Divinidad, ya que, según los Padres, la luz que entonces
dejó ver el Señor no era en Él una nueva luz; era una luz de la cual siempre estuvo
impregnado, una luz que partía de su alma bienaventurada y de su divina naturaleza; una luz
que tenía escondida, una luz de la cual entonces dejó que trasparentara sólo un rayo muy
tenue; Moisés y Elías, como los más fieles testimonios de la antigua alianza, vinieron a
confirmarla; ¿qué faltaba, entonces, si no la voz del mismo Dios que, sensiblemente,
confirmase todo? Por tanto, ésta se oyó y habló desde lo alto y, frente a Moisés y a Elías, fue
mandado a los discípulos que la escuchasen en todo, ya que era su Hijo amado, en el cual,
desde la eternidad se complacía - Este es mi Hijo amado, en quien me complazco;
escuchadlo. –

Escúchalo Pedro, parece querer decir el Señor, y con la ayuda de Santiago y de Juan,
que serán testigos ante los otros elegidos para el ministerio apostólico, haced resonar su voz
en todo el mundo - escuchadle -. Escuchad, pueblos, y dejad los ídolos vanos; escuchad,
hebreos, y dejad todo para seguir solamente a Él - escuchadle -. Moisés no habla más, Elías
no grita más, el Cielo no habla más que por Él - escuchadle -. Pero, escuchad en Él, porque es
mi Amado Hijo, es Dios como yo; siente a Dios quien lo siente y lo escucha. Por tanto,
escúchenlo, porque yo lo mando, lo quiero y a este sólo fin lo mando - escuchadle -. ¡Ay del
que se rehúsa a escucharlo! Os doy mi Hijo Amado. Me doy a mí mismo en Él. No sé qué
más daros después de Él. Escúchenlo, por tanto, escúchenlo - escuchadle -.

II Domingo de Cuaresma – La Transfiguración


Homilía para el tiempo de Cuaresma 5

Temblaron los discípulos ante esta voz y estaban tan compenetrados y absortos, que
cayeron a tierra desvanecidos y aterrorizados por el susto – al oír esto los discípulos cayeron
rostro en tierra llenos de miedo -. Ni siquiera osaron alzarse de la tierra, hasta que el Señor
piadoso, despojado de su gloria, los hizo levantar animándolos a no temer - Mas Jesús,
acercándose a ellos, les tocó y dijo: Levantaos, no tengáis miedo -. Venid a decirme ahora,
curiosos, cristianos de poca fe, ¿Por qué el Señor no os habla también a vosotros? ¿Por qué
vosotros no sois también admitidos a los secretos de Dios como un Moisés, como un Pedro?
Venid a decirme ¿Por qué debéis vosotros dar fe a hombres como vosotros? Dios lo quiere, y
¿esto no basta? - escuchadle -. Él ha hablado a sus discípulos, a la Iglesia. Nos ha mandado
escucharlo, nos ha asegurado que hablaría por medio de Él, que quien lo escucha, escucha a
Él mismo - Quien a vosotros escucha, a mí me escucha – pero quien lo desprecia no atiende
ni siquiera a sus ministros y a su Iglesia - Quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza -.

Vosotros escucháis la Palabra de Dios y por vuestra piedad me doy cuenta que respetáis
la voz de Jesucristo en la de su ministro indigno; pero ¿será cierto que solamente esta Palabra
escucháis?

Los discípulos, sacudidos por el Señor, se levantaron y, mirando en torno, sólo vieron a
Jesús - Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo -. ¿Quedáis
también vosotros así, tan impresionados, por la Palabra Divina que, después de haberla
escuchado, sólo pensáis en Dios? Cuando el Señor os advierte que os levantéis de vuestros
pecados, de aquellas prácticas, de aquellos encuentros, de aquellas ocasiones, de aquellas
costumbres, de aquellos descuidos, de aquellos escándalos, ¿os levantáis de modo que evitáis
caer otra vez en ellos vergonzosamente? ¿Os volvéis al Señor, al cielo, a Dios, abandonando
el mundo, la vanidad, los placeres y el pecado? Felices de vosotros si es así, pero si sois
fáciles a recaer igualmente en el mal, quiere decir que no escucháis al Señor, o que no
escucháis sólo a Él. Quiere decir que con una oreja sentís el Evangelio con la otra las
pasiones, con una a la Iglesia con la otra al mundo, con una a Dios con la otra al demonio, la
carne, los descreídos, los mundanos, los placeres y el pecado. El Señor quiere ser escuchado
Él solo - escuchadle -. No ha dicho el Señor que podemos escuchar con Él todas estas
palabras mentirosas y traicioneras; nos ha mandado escuchar solamente a su querido Hijo –
escuchadle, escuchadle -. Si hablan todos en consonancia con Él, escuchémoslos como otras
tantas voces suyas, pero si desentonan con el Evangelio, con su Ley, con la Iglesia, sólo son
voces del mal. Aquella que los libertinos hacen alarde como voz de la naturaleza, no es más
que voz de iniquidad y de pecado; la que dicen voz de la razón, no es más que voz de maldad

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y de ceguera; la que llamamos filosofía y vanidad, es desilusión, es hipocresía; o abandonar el


Evangelio o seguir sólo a Jesús; o dejar la Iglesia de Jesucristo, o no tener otra guía; o no
seguir al Señor, o seguir, abrazar, escucharle a Él sólo. - Mirando en torno, ya no vieron a
nadie más que a Jesús... Escuchadle, escuchadle -.

Descendieron finalmente de la montaña con el Señor que confortaba a los tres


afortunados discípulos; el Señor les mandó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta
que resucitase de la muerte - Les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que
el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos -. Teofilo dice que el Señor dio esta orden
a sus discípulos por humildad y, agrega el Cartujo, que quiere así enseñar a no hacer alarde de
las gracias que se conceden tanto al cuerpo como al alma. San Jerónimo dice que lo hizo
porque los otros no lo habrían creído, como algo demasiado sorprendente. San Juan
Crisóstomo considera que lo hizo para que no se escandalizaran en el momento de su Pasión.
San Remigio dice que, de otra manera, el pueblo se habría entusiasmado cada vez más por Él,
y que habría impedido su pasión y su muerte. San Juan Damasceno, finalmente, afirma que el
Señor prohibió manifestar esta noble visión, para que los otros discípulos no se entristecieran
por no haberla tenido, y no experimentasen algún sentimiento de envidia o de celos hacia
Pedro, Santiago y Juan que fueron los únicos favorecidos. Yo pienso que los discípulos no
habrían sido capaces de envidiar una suerte tan hermosa, si hubieran sabido que el Señor lo
había dispuesto así. Es un misterio que el Señor haya elegido más a éstos que a otros y los
Santos Padres lo hablaron largamente. No hizo ver a todos su Transfiguración, porque habría
sido un gran objeto de fanatismo y de admiración, y seguramente el pueblo habría impedido
que fuese a la muerte; a éstos los hizo participar como los más dignos y más perfectos, dice
San Juan Crisóstomo; porque eran más fuertes en la práctica de la virtud, agrega S. Pascasio;
porque eran más capaces de guardar el secreto, escribe Teófilo, y otros dicen otras cosas; pero
más me satisface lo que dice San Ambrosio, con el cual también concuerda S. Pascasio, ya
citado. Observan ellos, por tanto, que cada uno de éstos estaba destinado a los más grandes
oficios en su Iglesia. Santiago fue el primer Obispo que fue establecido entre los apóstoles,
preferido entre todos los otros: San Pedro le confió la Iglesia de Jerusalén, en la cual nació
nuestra Religión. San Juan estaba destinado a la custodia de la Madre de Jesús; era puro y
virgen, agrego yo, y debía ser el último entre los apóstoles a morir por Cristo, era por eso muy
justo que fuese parte de los más grandes secretos. Pedro, como cabeza de su Iglesia, no debía
ciertamente ignorarlos. Y por eso, después de la Resurrección del querido Maestro, lo

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predicaba con los Apóstoles a todos los pueblos de la tierra. He aquí porque Pedro, Santiago y
Juan tuvieron la preferencia.

Pero San Antonio observa que en esta elección parece advertirnos el Señor, que
nosotros no podemos ascender al Monte Santo de Dios ni gozar de su beatífica visión, sin la
fe de Pedro, sin la esperanza de Santiago, sin la caridad de Juan. Todo el Evangelio, dice San
Pablo, parece reducirse sólo a estas tres virtudes, entre las cuales la caridad es la mayor -
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la
caridad (I Cor 13,13) -. Sin la fe no podemos agradar a Dios - sin fe es imposible agradar a
Dios - (Ebr 11,6). La esperanza es la que nos salva, grita el Apóstol – somos salvados por
medio de la esperanza -. Sin caridad, aún si tuviésemos todos los otros dones, no somos nada
y no nos sirven para nada. Crezcamos, por tanto, en la vitalidad de la fe, depositemos en Dios
toda nuestra esperanza y, entonces sí, que se encenderá nuestro corazón y el bello fuego de la
caridad nos llevará al monte santo de Dios. Entonces sí que veremos al Señor en su gloria, que
seremos también felices y que podremos gozar también nosotros, pero con mayor razón, con
Pedro - ¡Señor, qué bueno que estemos aquí! -.

Escritos autógrafos de S. Antonio Gianelli


Prédicas, Volumen 4º A.L.
Parte I, Página 232

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