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Manual de Sacramentos

Este documento habla sobre los sacramentos en general. Explica que los sacramentos son signos instituidos por Cristo para comunicar la gracia divina. También menciona que hay siete sacramentos reconocidos por la Iglesia Católica.

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Este documento habla sobre los sacramentos en general. Explica que los sacramentos son signos instituidos por Cristo para comunicar la gracia divina. También menciona que hay siete sacramentos reconocidos por la Iglesia Católica.

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Guía para Juventud y Familia Misionera
Comité Editorial
Tomasz Bogdanski
E. Pamela Santana Elizalde
Alma Delia Portillo Arvizu

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y/o difundirse por ningún medio sin la previa autorización escrita de los editores. Se
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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 6

1. LOS SACRAMENTOS EN GENERAL 7


Naturaleza de los sacramentos 7
Signo: Materia y Forma 8
Necesidad 9
La Gracia 9
La Eficacia de los Sacramentos 10
Efectos de los Sacramentos 11
Institución de los Sacramentos 12
División de los Sacramentos 13
La Validez de los Sacramentos 14
Ministro y Sujeto 14
Los Sacramentales 15

2. SACRAMENTOS DEL BAUTISMO 16


Naturaleza 16
Institución 17
Signo: Materia y Forma 18
Rito y Celebración 19
Efectos del Bautismo 21
Necesidad del Bautismo 21
Ministro y Sujeto 22
Padrinos 24
Frutos 24
Obligaciones 25

3. SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN 26
Introducción 26
Naturaleza 26
Institución 27
Signo: Materia y Forma 28
Rito y Celebración 28
Efectos y Carácter 29
Necesidad del Sacramento 30
Ministro, Sujeto y Padrino 30
Frutos 31
Obligaciones 32

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4. SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA 33
Naturaleza 33
Institución del Sacramento 34
Signo: Materia y Forma 35
Efectos 36
Necesidad 36
Ministro y Sujeto 37
Presencia Real de Jesucristo 38
La Transubstanciación 39
Frutos y Obligaciones 39
La Eucaristía como Sacrificio 40
Celebración eucarística 40
El Sacrificio de la Misa 40
Fines y Efectos de la Eucaristía como sacrificio 42
Características de Participación en la Eucaristía 42

5. LA SANTA MISA: EL RITO 44


Explicación detallada de la Misa 44

6. SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN O PENITENCIA 49


Introducción 49
Naturaleza 49
Virtud de la Penitencia 49
Sacramento de la Penitencia 50
Institución del Sacramento de la Reconciliación 52
Signo: Materia y Forma 52
Actos del Penitente 53
Rito y Celebración 54
Efectos del Sacramento 56
Necesidad del Sacramento 57
Ministro y Sujeto 57
Frutos 59
Obligaciones 60
Las indulgencias 60

7. SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS 62


Introducción 62
Naturaleza 63
Institución del Sacramento 64
Signo: Materia y Forma 65
Rito y Celebración 65
Efectos del Sacramento 66

demisiones.com 4
Necesidad del Sacramento 67
El ministro, el Sujeto y el Padrino 67
Frutos 68

8. SACRAMENTOS DEL ORDEN 70


Introducción 70
Naturaleza 71
Institución del Sacramento 72
Signo: Materia y Forma 73
Los Tres Grados del Orden 73
Rito y Celebración 75
Efectos 76
Ministro y Sujeto 77
Condiciones para Recibirlo Lícitamente 78
Obligaciones 80

9. SACRAMENTO DEL MATRIMONIO 83


Introducción 83
Naturaleza del Matrimonio 84
Institución del Matrimonio 85
Fines del Matrimonio 85
El Signo: Materia y Forma 86
Efectos 87
Celibato 87
Ministro, Sujeto Y Testigos 88
Propiedades del Matrimonio 88
Nulidad 89
Separación 90
Divorcio 90
Matrimonio Civil 91
El Rito y la celebración 91
Consentimiento 91
Capacidad e incapacidad 92
Impedimentos 92
Validez 94
Obligaciones 94
Frutos 95
Algunos aspectos morales 95
La Iglesia doméstica 97

demisiones.com 5
INTRODUCCIÓN

El hombre por ser un ser social tiene la necesidad de comunicarse con sus
semejantes. Ha sido creado por Dios en una unidad total de cuerpo y alma y
está destinado a un fin sobrenatural que es la participación de la vida misma de
Dios. Se comunica a través de gestos y palabras, que demuestran lo que lleva
o siente en su interior, como son sentimientos, ideas, deseos y experiencias,
utilizando su cuerpo para expresarse. Dios – que quiere que todos los hombres
se salven y que lo conozcan – a lo largo de la Historia de la Salvación, que es
la historia del amor de Dios, buscó el medio para comunicarse con el hombre,
respetando esa necesidad de comunicación que, como Creador, sabía que
tenía el hombre. Dios, que llama a Moisés desde la zarza ardiente, conversa
frecuentemente con él “cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex
33,11)

El primer paso que Dios utilizó para comunicarse con el hombre fue la
Revelación. En ella encontramos todo lo que Él quiere darle a conocer al
hombre sobre Sí mismo y sobre el hombre. Al culmen de la Revelación se llega
por medio de su Hijo, Jesucristo – manifestación visible del amor de Dios –
quien, a través de su Pasión, Muerte, obtiene del Padre, por medio de la acción
del Espíritu Santo, todo lo necesario para que el hombre alcance el fin último
para el cual fue creado, la salvación. “Porque en darnos, como nos dio a su
Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de
una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (San Juan de la Cruz).

Para que el hombre logre su fin sobrenatural, Dios le da ayudas especiales,


como son la gracia y las virtudes infusas, siempre que participe en la vida del
Salvador. La gracia previene, prepara y suscita la libre respuesta del hombre;
responde a las profundas aspiraciones de la libertad humana, la invita a
cooperar y la conduce a su perfección. “El fin de una vida virtuosa consiste en
llegar a ser semejante a Dios” (San Gregorio de Nisa). Y esto se obtiene por
medio de la Iglesia, que habiendo recibido de Jesucristo todos sus poderes es
la encargada de continuar la obra de salvación. La participación de los hombres
en la vida de gracia lo hace posible la Iglesia por medio de los sacramentos
instituidos por Cristo. (Cfr. Heb, 1, 1).

Por lo tanto, tomando en cuenta todo lo anterior, los sacramentos son la


continuación de las acciones salvíficas de Cristo en el espacio y en el tiempo.
Implican realidades sensibles y están destinados a todos los hombres.

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LOS SACRAMENTOS EN GENERAL
Naturaleza de los Sacramentos

Como el amor es algo que no es fácil de demostrar, ya que es invisible e interior,


como invisible es Dios, se necesita descubrirlo por medio de signos, que son
realidades que el hombre puede entender y ver. Por ejemplo, no basta con
sentir o pensar que se ama a alguien, hay que demostrarlo con palabras y
gestos para que el otro se sienta amado.

En el sentido etimológico, la palabra latina “sacramentum” es un sustantivo que


se deriva del adjetivo “sacer” – “sacra” – “sacrum” que significa algo que
santifica (“res sacrans”) y equivale en griego a la voz “misterio” (cosa oculta,
sacra, o secreta). En ellos se realiza la acción oculta de Dios que se revela en
cada acto donde existe un compromiso del hombre frente a Dios. En un
principio, el Plan de Dios para los hombres era algo oculto, es en Cristo donde
se logra su total manifestación. La obra de Cristo es sacramental porque el
misterio de salvación se hace presente bajo la acción del Espíritu Santo.

Por ello, Jesucristo instituye los sacramentos que “son signos eficaces de la
gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es
dispensada la vida divina” (Cat. n.1131). Ellos son un puente entre Dios y el
hombre, donde se obtiene una plena comunicación. Son signos sensibles de
una realidad sagrada, espiritual, invisible – no se puede palpar la gracia – y
trascendente. Mediante ellos, los fieles se unen a Dios y participan – de manera
misteriosa y real – de la vida divina. Poseen una “eficacia” sobrenatural que
hace posible que la gracia se produzca, no son algo que significa la gracia, sino
que la producen.

Al haber sido confiados los sacramentos a la Iglesia, ellos son de la Iglesia (Cat.
n.1118). La Iglesia es considerada como sacramento de la acción de Cristo –
que actúa en ella por medio del Espíritu Santo- y por ser signo e instrumento
de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. (Cfr. Vaticano
II, Const. Lumen gentium, n.1). Por lo tanto, los sacramentos existen “por ella”
y “para ella” porque son los que constituyen la Iglesia.

Todo lo que Cristo hacía y decía en su vida oculta y en su vida pública – aunque
a veces resultara incomprensible – tenía un sentido de salvación. Era la
preparación que se necesitaba para cuando llegara el momento de entregar a
la Iglesia todos estos misterios.

Lo que Cristo da en los sacramentos, por medio de la Iglesia y sus ministros,


tienen su fundamento en los misterios de la vida de Cristo. Ellos son las obras
maestras de Dios.

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La Iglesia – sacramento universal de salvación – es el signo visible de la
presencia de Cristo presente entre los hombres. Cristo le da a su Iglesia los
sacramentos – “maravillas de Dios” – y estos hacen que Ella cumpla con la
misión de santificar, distribuyéndolos a los fieles, como camino hacia la
santificación.

Para los creyentes en Cristo, los sacramentos, aunque no todos se dan a cada
uno de los fieles, son necesarios para la salvación porque otorgan la gracia
sacramental, el perdón de los pecados, la adopción como hijos de Dios la
configuración con Cristo Señor y la pertenencia a la Iglesia.

Signo: Materia y Forma

Dios – que conoce la naturaleza humana – quiso comunicar su gracia de


manera sensible para que al hombre le fuera más fácil entender. También
Jesucristo quiso utilizar signos sensibles que demostraran la acción invisible
del Espíritu Santo, utilizando elementos materiales y comunes a la vida diaria
de los hombres.

Estos elementos materiales no fueron escogidos arbitrariamente, sino que


llevan el significado de lo que desea obtener sobrenaturalmente y que unidos a
unas palabras se lograra un efecto santificador. Ejemplo: el agua nos hace
pensar en limpieza. En el Bautismo se utiliza el agua como señal de toda
mancha de pecado que pudiera existir en el alma y que impide la santificación.

Estos signos son algo que implican un significado que demuestra otra cosa – la
gracia -, al ser sensibles, se perciben por los sentidos. Existe una diferencia
entre “signo” y “símbolo”. Signo es algo que “está ocurriendo” en ese momento,
existe una relación natural. La sonrisa de una persona, es signo de una alegría
interior. El símbolo es algo que representa otra cosa. Aquí la relación es
convencional. La bandera es un símbolo de un país, pero no es el país.

A estos elementos materiales los denominamos “materia” y las palabras que la


acompañan son la “forma”. La materia y la forma son elementos constitutivos
de los sacramentos y son la esencia misma de cada uno de ellos. Ambas son
inseparables, significan una sola acción. Si falta la forma, no hay sacramento,
si falta la materia, tampoco. La Iglesia, en su calidad de custodia de estos
medios de salvación, no puede variar la esencia misma, solamente puede
cambiar el rito. (Cfr. Ef. 5, 26; Hechos 6, 6; Sant. 5, 14).

La Materia es la “cosa sensible”, lo que se realiza que se emplea cuando se


administran y que se percibe a través de los sentidos. Por ejemplo, el agua en
el Bautismo, el pan y el vino en la Eucaristía. Esa cosa sensible y unida a la
forma es “signo” de otra cosa, la gracia.

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La Forma son las palabras que se pronuncian, guardan una relación con la
materia y ambas le dan sentido completo a la acción, que allí se está llevando
a cabo. Ejemplo de palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo”, dichas mientras se derrama el agua sobre el bautizado.

Necesidad

Al ser los sacramentos un medio de comunicación entre el hombre y Dios, así


como medios de salvación, debemos de preguntarnos sobre la necesidad que
tiene el hombre de recibirlos.

Sabemos que Dios puede comunicar su gracia de muchos modos, pero


conociendo al hombre, consideró que la institución de los sacramentos era
conveniente, para que de este modo el hombre participara de lo que ocurría de
manera invisible por medio de elementos visibles.

La Iglesia afirma que los sacramentos son necesarios para la salvación porque
contienen la gracia que nos hace posible la santidad. Especialmente el
Bautismo, que es el que nos abre las puertas a todos los demás sacramentos.

Los sacramentos son medio para recibir la gracia, y obtener la salvación, por lo
tanto, todos los hombres tienen necesidad de recibir la mayoría de ellos. Hemos
dicho que para todos es necesario el Bautismo (Cfr. Dz. 388, 413, 996). La
Reconciliación es necesaria para los que hayan pecado mortalmente, después
de recibir el Bautismo. La Eucaristía también es necesaria para quienes hayan
llegado al uso de razón. (Cfr. Jn. 6, 53). Todos los demás sacramentos
acrecientan la gracia, por tanto, sería muy conveniente recibirlos. Pero, no
todos los sacramentos son necesarios para todas las personas, algunos de
ellos responden a un llamado especial de Dios, y ese llamado no es para todos.
Ejemplo: el sacramento del Orden, o el sacramento del Matrimonio.

La Gracia

En nuestro lenguaje diario, la palabra gracia nos hace pensar en cosas


agradables, pero cuando hablamos en un sentido teológico nos referimos a la
“gracia sobrenatural”. Que es un DON sobrenatural que Dios nos concede para
poder alcanzar la vida eterna, y esta gracia se nos confiere, principalmente, por
medio de los sacramentos. Es algo que Dios nos regala, nadie ha hecho nada
con su propio esfuerzo para obtenerla. El primer paso siempre lo da Dios. Es
don sobrenatural porque lo que se está comunicando es la vida de Dios que va
más allá de toda la naturaleza creada. Solamente por medio de la gracia, el
hombre puede alcanzar la vida eterna, que es el fin para el que fue creado. Este
regalo de Dios exige la respuesta del hombre.

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Es un don sobrenatural infundido por Dios en nuestra alma – merecida por la
Pasión de Cristo - que recibimos por medio del Bautismo, que nos hace, justos,
hijos de Dios y herederos del cielo. El Espíritu Santo nos da la justicia de Dios,
uniéndonos - por medio de la fe y el Bautismo – a la Pasión y Resurrección de
Cristo. Cuando perdemos esta gracia al pecar gravemente, la recuperamos en
el sacramento de la Reconciliación. Al recibir alguno de los otros sacramentos
se nos aumenta esta gracia. (Cfr. Catec. nos. 1996ss).

La gracia santificante es el don sobrenatural y gratuito que se encuentra en


nuestra alma. Es una cualidad de nuestra alma, porque ella es la que
perfecciona nuestra alma.

Ella produce tres efectos muy importantes en nosotros:

• Borra el pecado, es decir nos hace justos. La justificación es el paso del


pecado a una vida de gracia.
• Nos hace posible la participación de la vida divina. Al borrarse el pecado,
se nos comunica la vida de Dios, nos da una vida nueva.
• Por medio de la gracia, nuestras buenas obras adquieren méritos
sobrenaturales. La Sagrada Escritura hace muchas referencias sobre
estos méritos (Cfr. 1Tim. 4,7; Lc. 6, 38; 1Cor. 3, 8; Rom. 2, 6-8). La
promesa hecha por Cristo sobre los méritos de las buenas obras hizo que
esto fuera declarado como verdad de fe (Cfr. Dz. 834).

La Eficacia de los Sacramentos

Los sacramentos son medios de salvación, son la continuación de las obras


salvíficas que Cristo realizó durante su vida terrena, por lo tanto, siempre
comunican la gracia, siempre y cuando el rito se realice correctamente y el
sujeto que lo va a recibir tenga las disposiciones necesarias, sin oponer
resistencia. La recepción de la gracia depende de la actitud que tenga el que lo
recibe.

Las disposiciones del que lo recibe son las que harán que se reciba mayor o
menor gracia. La acogida que el sujeto esté dispuesto a dar a la gracia de
Cristo, juega un papel muy importante en la eficacia y fecundidad del
sacramento. La disposición subjetiva, es lo que se conoce como ex opere
operantis. Esto quiere decir “por la acción del que actúa”.

Los sacramentos son los signos eficaces de la gracia, porque actúan por el sólo
hecho de realizarse, es decir, ex opere operato, esto es, “por la obra
realizada”, en virtud de la Pasión de Cristo. Esto fue declarado por el Concilio
de Trento como dogma de fe. Ellos son la presencia misteriosa de Cristo
invisible, que llega de manera visible por medio de los signos eficaces, materia
y forma. Cristo se hace presente real y personalmente en ellos. Por ser un acto
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humano, al realizarse con gestos y palabras y un acto divino – realizado por
Cristo, de manera invisible – el cristiano se transforma y se asemeja más a
Dios. (Cfr. Catec. n. 1128).

Los sacramentos son una manera, posterior a la Revelación, que satisface la


necesidad que tiene el hombre de tener una comunicación con Dios y el deseo
de Dios de comunicarse con el hombre.

Efectos de los Sacramentos

Por medio de los sacramentos nos identificamos con Jesucristo, esto fue
declarado por el Concilio Vaticano II y esto se logra por la gracia que se confiere
en ellos. (Cfr. L.G.no. 7).

Los efectos que producen los sacramentos son:

• La gracia santificante, que se nos infunde o se nos aumenta. Esta gracia


es la que nos borra el pecado. Hace posible que Dios habite en nuestra
alma y nos hace hijos de Dios y herederos del cielo. En el caso de que la
persona ya estaba en estado de gracia, al recibir un sacramento,
entonces se aumenta el grado de gracia en su alma. El Bautismo y la
Reconciliación nos dan la gracia, por ello son llamados “sacramentos de
muertos”, pues el sujeto que los recibe estaba muerto a la vida
sobrenatural. Todos los demás sacramentos se llaman de “sacramentos
de vivos” porque se necesita estar en estado de gracia para recibirlos.
• La gracia sacramental que es la gracia particular que confiere cada
sacramento, una energía especial que nos ayuda a cumplir mejor los
deberes de cada quien.
• En el Bautismo se recibe la gracia de la vida sobrenatural.
• En la Confirmación, Cristo nos otorga la gracia de la madurez cristiana y
nos hace testigos de Él.
• En la Eucaristía es la gracia del alimento del espíritu – pan y vino - la que
se recibe.
• La Reconciliación o Penitencia nos hace posible que nos reconciliemos
con Dios, a través del arrepentimiento y el perdón de Dios.
• La Unción de los Enfermos es el que nos da la fortaleza para enfrentar la
enfermedad.
• El Orden se recibe el poder que Cristo les da - a algunas personas –, el
sacerdocio ministerial.
• En el Matrimonio, Cristo hace posible la unión sacramental de un hombre
y una mujer para toda la vida.
• El carácter que se imprime en tres de los sacramentos: Bautismo,
Confirmación y Orden Sacerdotal, es verdad de fe. (Cfr. Dz. 852; Catec.
n. 1121). Este carácter es una huella indeleble e invisible que se imprime
en el alma, es una marca espiritual y que nos marca como pertenecientes
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a Dios o en el caso del Orden, el carácter que imprime es el de ministro
de Dios. Hace posible la participación de los fieles en el sacerdocio de
Cristo y formar parte de la Iglesia. Esta huella –indeleble – resulta una
promesa y una garantía de la protección de Dios. Estos tres sacramentos
no se pueden repetir. (Cfr. Catec. no. 1121). En un principio se hablaba
del carácter como “sello divino” o “sello del Espíritu Santo”, siguiendo la
expresión utilizada en la Biblia.

Institución de los Sacramentos

Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete:
Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los Enfermos, Orden
sacerdotal y Matrimonio. Él determinó la gracia y el signo sensible
correspondiente para cada uno de ellos. Esto fue definido por la Iglesia en el
Concilio de Trento como verdad de fe. Todos ellos corresponden a las
diferentes etapas de la vida de un cristiano: nacimiento, crecimiento, curación
y la misión que cada cristiano tiene (Cfr. Catec. nos. 1113, 1210). Y en cierto
modo, existe una semejanza entre las etapas de la vida natural y la vida
espiritual (Cfr. S. Tomás de Aquino, S.Th. 3, 65, 1).

Siguiendo esta analogía se explicarán en primer lugar los tres sacramentos de


la iniciación cristiana, luego los sacramentos de la curación, finalmente, los
sacramentos que están al servicio de la comunión y misión de los fieles.
Ciertamente este orden no es el único posible, pero permite ver que los
sacramentos forman un organismo en el cual cada sacramento particular tiene
su lugar vital. En este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto
“Sacramento de los sacramentos”: “todos los otros sacramentos están
ordenados a éste como a su fin” (S. Tomás de A., s. th. 3,65, 3).

Aunque en ninguna parte de la Biblia encontramos un texto que hable de todos


ellos juntos, encontramos diferentes pasajes que hablan de ellos de manera
clara y explícita:

• Bautismo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes


buatizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
(Mt. 28, 29). “Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la Creación. El que crea y sea bautizado, se salvará, el
que no crea, se condenará.” (Mc. 16, 15-16). “Respondió Jesús: En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el
Reino de Dios” (Jn.3,5).
• Confirmación: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo”. (Hechos 8, 17; 19, 6).
• Eucaristía: “Mientras estaban comiendo, tomó Jesús el pan, y lo
bendijo, lo partió, y dándoselo a sus discípulos, dijo: ‘Tomad, comed,
este es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias se la dio,
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diciendo ‘Bebed todas de ella’.” (Mt. 26, 26-27). “Y mientras estaban
comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y les dijo: ‘Tomad,
éste es mi cuerpo’”. (Mc, 14, 22)
• Reconciliación: “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará
atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado
en el cielo”. (Mt. 18, 18). “A quienes les perdonéis los pecados, les
quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán
retenidos”. (Jn. 20, 23)
• Unción de los Enfermos: “expulsaban a muchos demonios, y ungían
con aceite a muchos enfermos y se curaban”.(Mc. 6, 13). “¿Está
enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia,
que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor”. (Sant. 5,
14)
• Orden sacerdotal: “No descuides el carisma que hay en ti, que se e
comunicó por intervención profética mediante la imposición de manos
del colegio de presbíteros”. (1Tim 4, 14)
• Matrimonio: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues
bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 6). “Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los
dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo con respecto
a Cristo y a su Iglesia”. (Ef. 5, 31-32)

División de los Sacramentos

• Sacramentos de Iniciación: son los que ponen los fundamentos de la


vida cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía. “La participación en
la naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la
gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el
sustento de la vida natural. En efecto, los fieles que han renacido por el
Bautismo, se fortalecen con el Sacramento de la Confirmación y
finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida
eterna, y así por los sacramentos de iniciación cristiana, reciben cada vez
con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la
perfección de la caridad”. (Catec. no. 1212)
• Sacramentos de Curación: son los que curan, así como Cristo, médico
de cuerpo y alma curó y perdonó durante su vida terrena y quiso que la
Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación
y de salvación. Esta es la finalidad de la Reconciliación y la Unción de los
Enfermos. (Cfr. Catec. no. 1421)
• Sacramentos al Servicio de la Comunidad: los sacramentos de
Iniciación fundamentan la vocación a la santidad y la misión de
evangelizar al mundo. El Orden y el Matrimonio, son los que van
ordenados hacia la salvación de los demás. Ayudan a la salvación
personal, pero ésta se logra por medio del servicio a los otros. (Cfr. Catec.
no. 1533 – 1534).
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La Validez de los Sacramentos

Un sacramento válido es aquél en que en su administración y/o en su


recepción, realmente ha habido sacramento. Ejemplo de un sacramento
inválido en su administración – no hubo sacramento - sería que se bautizara a
alguien cambiando la materia, es decir, el agua, por cualquier otro líquido. Un
ejemplo en cuanto a su recepción, sería inválido – no se recibiría – cuando
alguien que no creyera en los fines y propiedades del matrimonio simulara
casarse.

También en todo sacramento existe el concepto de licitud, que es un


sacramento válido, que se ha administrado lícitamente y se ha recibido con
todas sus condiciones y por ello, produce todos sus efectos. Como ejemplo de
ilicitud en su administración, podríamos pensar en un sacerdote, que no tiene
permiso de consagrar, pero lo hace de todos modos. Así mismo, cuando un
sujeto recibe algún sacramento de vivos, estando en pecado mortal, se recibe
el sacramento ilícitamente, porque no está cumpliendo con el requisito de estar
libre de pecado. Ej: Cuando se recibe la Confirmación o el Matrimonio en
pecado grave es válido, pero ilícito, puesto que, falta el requisito de estar en
estado de gracia. En el caso de la Eucaristía y del Orden sería inválido, pues
es condición el estar libre de pecado mortal.

Ministro y Sujeto

Hemos hablado que en todo sacramento tiene que existir la materia y la forma,
de la misma manera tiene que haber un ministro que lo administre y un sujeto
que lo reciba.

El Ministro es aquél – que en nombre de Jesucristo y habiendo recibido el


poder de Dios - pone el sacramento, es decir, que es quien, teniendo la
intención de hacer lo que hace la Iglesia, pronuncia la forma y aplica la materia.
La gracia proviene de Dios – Él es el que actúa - y en nada la modifica el
instrumento legítimo de que se vale la Iglesia para otorgarla, no importa el grado
de santidad de quien lo administra. Con excepción del Bautismo y del
Matrimonio, en todos los demás sacramentos es necesario que el ministro haya
recibido algún grado del sacramento del Orden.

El Sujeto es aquella persona viva que, con las debidas disposiciones, lo recibe.
Un muerto no puede recibir los sacramentos porque estos confieren o
aumentan la gracia en el alma. Con la muerte se separan el cuerpo y el alma.

Para recibir un sacramento válidamente se necesitan dos condiciones:

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• Tener la capacidad de recibirlo, según cada sacramento. Por ejemplo, los
no bautizados no pueden recibir los demás sacramentos.
• Desear recibirlos – sin impedimentos - para alcanzar la gracia de Dios en
función de santificación y de su salvación. En el Bautismo de niños, son
los padres y los padrinos, unidos a la intención de la Iglesia, quienes
actúan en su nombre.

Para recibir un sacramento lícitamente el sujeto tiene que tener todas las
disposiciones que se requieren, como es el estar en estado de gracia al
comulgar, para así recibir la plenitud de la gracia. Cuando voluntariamente se
recibe sin tener las disposiciones el sacramento es ilícito.

Los Sacramentales

Los sacramentales son signos sagrados, muchas veces con materia y forma,
por medio de los cuales se reciben efectos espirituales y que son actos públicos
de culto y santificación. Pueden ser cosas o acciones, por la intercesión de la
Iglesia (Cfr. CIC. no.1166).

Ellos fueron instituidos por la Iglesia, a diferencia de los sacramentos, que


fueron instituidos por Cristo. Tienen ciertas semejanzas con los sacramentos
Son signos de la oración de la Iglesia y nos disponen para recibir la gracia.

Ejemplos de símbolos materiales sacramentales y que actúan ex opere


operantis (obran en razón de la Iglesia):

• El agua bendita, la más importante


• Objetos religiosos benditos (cruces, medallas, rosarios…)

Ejemplos de acciones sacramentales:

• La bendición, la más importante, porque se implora la protección de Dios.


• La señal de la Cruz

Cuando utilizamos o recibimos los sacramentales, lo que estamos haciendo es


acogernos a la misericordia de Dios y poniéndonos bajo su protección.
Debemos de tratarlos con mucho respeto y estar conscientes de lo que
significan.

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EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

Sabemos que Dios crea al hombre y a la mujer por y para el amor. Por lo que,
cuando Dios creó a la primera pareja humana, la creó en estado de justificación,
es decir, tenía el don de la gracia santificante, lo que hacía que el hombre y la
mujer fueran hijos de Dios y herederos del cielo. Pero, en el momento en que
Adán y Eva cometieron el pecado, rompiendo la amistad con Dios, se perdió la
dignidad de hijos de Dios y a partir de ese momento, todos los hombres nacen
con la mancha del pecado original.

Dios, en su infinita misericordia, promete en ese momento un salvador, que


pueda devolver la dignidad de ser hijos de Dios y herederos del cielo. Por ello,
nos envía a su Hijo para que, con Su pasión, muerte y resurrección, nos abra
las puertas del cielo. Para obtener todo lo que Cristo logró, se necesita el
sacramento del Bautismo, el primer sacramento de la iniciación cristiana. (Cfr.
Rom. 6, 4). Los sacramentos de la “iniciación cristiana” son tres: Bautismo,
Confirmación y Eucaristía.

Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte


de Cristo; es sepultado y resucita con Él: “¿O es que ignoráis que cuantos
fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos,
pues, con el sepultados por el bautismo de la muerte, a fin de que, al igual que
Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros vivamos una vida nueva” (cf Col 2, 12).

“Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de


Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por ti. En El
eres rescatado, en El eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2, 6).

“El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios…lo llamamos


don, gracia unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de
regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido
a los que no aportan nada, gracia, porque, es dado incluso a culpables;
bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado
y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque
lava; sello, porque nos guarda y es signo de la soberanía de Dios” (S. Gregorio
Nacianceno, or. 40, 3-4).

Naturaleza

El Bautismo es el sacramento, por medio del cual, el hombre nace a la


vida espiritual, por medio del agua y la invocación a la Santísima Trinidad.

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El Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, es el pórtico de la
Vida en el Espíritu, y además es la puerta que nos abre el acceso a los otros
sacramentos. Por el Bautismo, somos liberados del pecado y regenerados
como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo, y somos incorporados
a la Iglesia, haciéndonos partícipes de su misión. (Catec. 1213)

Este sacramento se llama Bautismo, en razón del elemento esencial del rito,
es decir, el “bautizar" (baptizein en griego) que significa "sumergir", "introducir
dentro del agua"; la "inmersión".

La inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo


al pecado con Cristo, para así junto con Él, obtener una nueva vida en su
resurrección. "Fuimos, pues, con El sepultados por el bautismo en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo resucitamos de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, y así también nosotros vivamos una nueva vida”. (Ef. 5, 26).

Este Sacramento es llamado también baño de regeneración y de renovación


del Espíritu Santo, (Tt.3, 5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua
y del Espíritu sin el cual “nadie puede entrar en el Reino de Dios”. (Jn. 3,5).

Este baño es llamado también: iluminación porque, para quienes reciben, el


espíritu queda iluminado. El bautizado se convierte en hijo de la luz (1Ts. 5,5),
y en luz é1 mismo. (Ef. 5,8).

Podemos decir que, el Bautismo es el más bello y magnifico de los dones de


Dios. Es don, porque Dios se lo da a los que nada han hecho para recibirlo y
que se encuentran en un estado de pecado. Es baño, porque lava; sello,
porque nos guarda y es signo de la soberanía de Dios.

Institución

En las Sagradas Escrituras se encuentran muchas prefiguraciones de este


sacramento. De esto se hace memoria en la Vigilia Pascual cuando se bendice
el agua bautismal.

El Génesis nos habla del agua como fuente de la vida y de la fecundidad. La


Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella. (Gn. 1,2).

El arca de Noé es otra de las prefiguraciones que la Iglesia nos menciona. Por
el arca, “unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvadas a través del
agua." (1 P. 3, 20). Si el agua de manantial significa la vida, el agua en el mar
es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la
cruz. Por este simbolismo el bautismo significa: la comunión con la muerte
de Cristo. (Catec. n. 1220).

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Sobre todo, el paso del Mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la esclavitud
de Egipto, es donde se anuncia la liberación obrada por el bautismo, se entra
como esclavos en el agua y salen liberados. También el paso por el Jordán,
donde el pueblo de Israel recibe la tierra prometida, es una prefiguración de
este sacramento. (Cfr. Catec. 1217-1222).

Todas estas prefiguraciones tienen su culmen en la figura de Cristo. Él mismo,


recibe el bautismo de Juan, el Bautista, el cual estaba destinado a los
pecadores y Él sin haber cometido pecado, se somete para "cumplir toda
justicia" (Mt. 3,15). Desciende el Espíritu sobre Cristo y el Padre manifiesta a
Jesús como su "Hijo amado". (Mt. 3, 16-17). Cristo se dejó bautizar por amor y
humildad, y así darnos ejemplo.

Si recordamos el encuentro de Jesús con Nicodemo, vemos como Él le explica


la necesidad de recibir el bautismo. (Cfr. Jn. 3, 3-5).

Después de su Resurrección confiere la misión de bautizar a sus apóstoles.


“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id pues, enseñad a todas
las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”. (Mt. 28, 18-19).

Con su Pascua, Cristo hizo posible el bautismo para todos los hombres. Ya
había hablado de su pasión, "bautismo" con que debía de ser bautizado (Mc.
10,38) (Lc. 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado
por la lanza del soldado de Jesús crucificado (Jn. 19,34), son figuras del
bautismo y de la eucaristía, ambos sacramentos de la nueva vida (1 Jn. 5, 6-8);
desde entonces es posible nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino
de Dios. (Jn. 3,5).

Desde el día de Pentecostés, la Iglesia ha administrado el bautismo siguiendo


los pasos de Cristo. San Pedro, en ese día, hace un llamado a convertirse y
bautizarse para obtener el perdón de los pecados. El Concilio de Trento declaró
como dogma de fe que el sacramento del Bautismo fue instituido por Cristo.

El Signo: La Materia y la Forma

El Concilio de Trento declaró como dogma de fe, que la materia del Bautismo
es el agua natural, porque así lo dispuso Cristo y así lo hacían los apóstoles.
Esta definición fue necesaria porque en ese momento, había que rebatir la
doctrina de Lutero, que decía que se podía utilizar cualquier líquido. Además,
existen unos argumentos que nos demuestran su conveniencia: sabemos que
el agua lava el cuerpo, por lo que es la materia adecuada para lavar los
pecados. Por otro lado, es fácil de encontrar y debido a la importancia de este
sacramento su materia lógica es el agua.

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El Bautismo puede llevarse a cabo por infusión – cuando se derrama el agua
sobre la cabeza – o por inmersión – sumergiendo al bautizado en el agua -.

Para su validez se debe de derramar el agua al mismo tiempo que se dicen las
palabras que constituyen la forma y el agua debe de correr sobre la cabeza.
Salvo en caso de necesidad, como podría ser el bautismo de un feto, - aún con
vida - que podría ser en cualquier parte del cuerpo.

Las palabras que constituyen la forma son: “Yo te bautizo en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. En estas palabras están representadas
las partes que son esenciales, tales como: el ministro “Yo”, el sujeto “te”,
bautizo, la acción que se realiza, la mención de la Santísima Trinidad y la clara
distinción de las Tres Personas divinas.

Rito y Celebración

El bautismo, tiene muchos signos, además del signo esencial, constituido por
la materia y la forma y éstos nos llevan a seguir un rito:

El sentido de la gracia del Bautismo aparece claramente en los ritos de su


celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de
esta celebración, los fieles profundizan en lo que este sacramento significa y se
percatan en lo que se realiza en el bautizado.

Cada uno de los signos posee un sentido muy determinado, así, por ejemplo:

La celebración comienza con la señal de la cruz, que nos indica la marca de


Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia adquirida por la Cruz
de Cristo.

El anuncio de la Palabra de Dios, es decir, las lecturas, que da luz sobre la


verdad revelada a los candidatos y a la asamblea; y suscita en toda la respuesta
de la fe. En efecto, el bautismo es “el Sacramento de la fe" por ser la entrada
sacramental en la vida de la fe. El anuncio de la Palabra de Dios, nos invita a
vivir este "Sacramento de la fe".

Puesto que por el bautismo somos liberados del pecado y del que nos tienta, el
Diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es
ungido con el óleo de los catecúmenos, o bien el celebrante le impone las
manos, y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede
confesar la fe de la Iglesia, a la cual será confiado por el bautismo. (Rm. 6,17).

El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración en el mismo


momento o utilizar la de la noche pascual. La Iglesia pide a Dios que, por medio

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de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que
los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu”. (Jn. 3,5)

El agua bautismal es signo de un nuevo nacimiento, en el Espíritu. El inicio a la


vida de gracia, y a la pertenencia del Pueblo de Dios.

Pero como todo sacramento posee un rito esencial, el signo más importante. Y
este rito esencial del sacramento: el bautismo propiamente dicho. El bautismo
es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el
agua bautismal, o derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
Al mismo tiempo que se pronuncia la forma. Las palabras que pronuncia el
ministro son: “Nombre... yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo”

La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo,


significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un
cristiano, es decir, ungido por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es
ungido Sacerdote, profeta y rey. Literalmente ungido significa persona
consagrada y en este caso es a Dios.

En la Liturgia de las Iglesias de Oriente, esta unción postbautismal es el


sacramento de la crismación (Confirmación).

La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha “revestido de Cristo” (Ga.


3,27); que ha resucitado con Cristo a la vida de la gracia.

El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al


neófito. En Cristo, los bautizados son: "la luz del mundo" (Mt.5,14) (Flp. 2,15).

El nombre cristiano recibido en el Bautismo es importante, porque Dios conoce


a cada uno por su nombre, es decir en su unicidad. Con el Bautismo, el cristiano
recibe en la Iglesia el nombre propio, preferiblemente de un santo, de modo que
éste ofrezca al bautizado un modelo de santidad y le asegure su intercesión
ante Dios.

El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios. Por lo tanto, ya puede decir la oración
de los hijos de Dios: el Padrenuestro. Sólo los bautizados podemos llamar
"Padre" a Dios.

La bendición solemne cierra la celebración del bautismo. En el bautismo de


los niños recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.

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Efectos del Bautismo

Es muy posible que no conozcamos todos los efectos del bautismo y esto,
quizás, nos lleve a menospreciarlo. Los efectos del bautismo son cuatro:

1. La justificación o gracia santificante, que significa la remisión de los


pecados y la santificación del hombre. Si se tienen las debidas
disposiciones, por el bautismo, todos los pecados son perdonados, el
pecado original y, – en el caso de los adultos - todos los pecados
personales. En efecto, al haber sido regenerados por el Bautismo, no existe
nada que les impida entrar en el Reino de Dios. Al recibir la gracia
santificante, se reciben las tres virtudes teologales, “fe, esperanza y caridad”
y los dones del Espíritu Santo y demás virtudes infusas, y por ello, se obtiene
una santificación, una renovación interior. A partir de este momento, en que
Dios entra en el alma, se puede llevar una vida sobrenatural, y el alma
comienza a lograr frutos para la vida eterna.
2. La gracia sacramental, ofrece la ayuda necesaria para vivir mi vida
cristiana, pues me hace capaz de creer en Dios, de esperar en El y de
amarle; además me permite crecer en el bien mediante los dones del
Espíritu Santo y de las virtudes morales.
3. El carácter bautismal, el bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual
indeleble, llamado "carácter”. Por esto, este sacramento no se puede recibir
más que una vez.
Este carácter o sello nos asemeja a Cristo, además de marcarnos como
pertenecientes a Dios. Por medio de él, somos incorporados a la Iglesia. Nos
hace miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Por el bautismo se participa
del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son "linaje elegido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas
de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (I P. 2,9). El
bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles. La
participación es de dos formas: activa, mediante el apostolado y santificando
todas las realidades temporales y pasiva, recibiendo los demás
sacramentos.
4. La remisión de todas las penas debidas por el pecado, quien muera
inmediatamente después de recibir el Bautismo, entraría directamente en el
Cielo, sin tener que purificar en el Purgatorio las penas debidas por el
pecado. Recordemos que los pecados quedan perdonados, pero falta
purgar las penas debidas por el pecado. Estas son como las cicatrices que
quedan después de una herida.

Necesidad del Bautismo

El Señor mismo afirma que el bautismo es necesario para la salvación (Jn. 3,5).
Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las
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naciones (Mt. 28,19-20). Por lo tanto, el bautismo es absolutamente necesario
para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han
tenido la posibilidad de pedir este Sacramento (Mc. 16,16).

Al ser Cristo el único camino para la vida eterna, nadie puede salvarse, sin
haberse incorporado a Él mediante el bautismo. Hay casos en que este medio
de salvación puede ser suplido – en casos extraordinarios – cuando sin culpa
alguna no se puede recibir el bautismo de agua. Estos son:

• Bautismo de deseo, es decir cuando se tiene un deseo explícito, como


sería el adulto que ha manifestado su deseo de bautizarse y muere antes
de poder recibir el sacramento, pero debe de estar unido a un
arrepentimiento. Quien no ha tenido la oportunidad de conocer la
revelación cristiana – sin culpa alguna -, invocan a Dios, están
arrepentidos y cumplen con la ley natural, obtienen la salvación por el
bautismo de deseo. Recordemos que Dios quiere que todos se salven y
su misericordia está al alcance de todos.
• Bautismo de sangre, quedan salvados todos aquellos que mueren por
medio del martirio por haber confesado la fe cristiana o por haber
practicado la virtud cristiana.

Pueden salvarse también, sin el Bautismo, los catecúmenos y todos aquellos


que se esfuerzan por hacer el bien y llevar una vida recta.

En cuanto a los niños muertos sin el bautismo, la Iglesia sólo puede


confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por
ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres
se salven (1 Tm. 2, 4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir:
"Dejar que los niños se acerquen a mí, no se los impidáis" (Mc. 10,14), nos
permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que
mueren sin bautismo. Por eso es más apremiante aún la llamada de la Iglesia,
a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo
Bautismo. (Catec. n. 1261).

Ministro y Sujeto

Son ministros ordinarios del bautismo: el obispo y el presbítero y, en la Iglesia


latina, también el diácono. En caso de peligro de muerte, cualquier persona,
incluso no bautizada, si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia al
bautizar y dice la forma bautismal, puede bautizar.

El sujeto de este sacramento es toda persona viva que aún no ha sido


bautizada, y sólo ella.

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En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio estaba aún en
sus primeros tiempos, el bautismo de adultos era la práctica más común. El
catecumenado (preparación para el bautismo) ocupaba entonces un lugar
importante. Las personas se convertían al oír a los Apóstoles, y normalmente
los adultos eran los que se bautizaban; claro que también había niños, ya que
eran familias completas que acudían al Sacramento; pero el número mayor era
lógico de adultos.

El catecumenado tiene por finalidad, en respuesta a la iniciativa divina y en


unión con la comunidad eclesial, iniciar adecuadamente a los catecúmenos en
el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en
los ritos sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e
introducirlos en la vida de fe.

Se considera que después de los doce años, todo aquél que se vaya a bautizar,
debe de pasar por el proceso del catecumenado.

Una pregunta frecuente que muchos se hacen, es: ¿Por qué tenemos que ser
bautizados de tan pequeños? Y la respuesta nos la da el mismo sacramento, y
es por la gran necesidad que tenemos de disfrutar de los frutos del Sacramento
del Bautismo, y el ser verdaderos hijos de Dios.

Todos nacemos con una naturaleza humana manchada por el pecado original,
los niños necesitan también del nuevo nacimiento en el bautismo. La Iglesia y
los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios, si no le
administraran el bautismo poco después de su nacimiento.

Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también
a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado. Es una
responsabilidad primerísima de los padres el bautizar a sus hijos, por los
inmensos bienes espirituales que nos ofrece en el Sacramento, el no hacerlo
sería una gravísima falta. (Cfr. CIC. n. 867, 1 y 2). Además, si los padres se
preocupan de darles una personalidad jurídica, de alimentarlos, de cuidarlos,
etc., con más razón deben de preocuparse por darles el tesoro más preciado
que poseen, la fe.

Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de la


celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que
integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana.
Por su naturaleza misma, el bautismo de los niños exige un "catecumenado
postbautismal". No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al
bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento
de la persona. Es el momento propio de la catequesis.

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Padrinos

Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse, es muy importante la ayuda


de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben
ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, bien sea
niño o adulto, en su caminar por la vida cristiana.

Por eso los padres, deben ayudar a escoger a los padrinos básicamente por su
solidez en la fe, que lleven una correcta vida cristiana, que se acerquen
frecuentemente a los sacramentos, que estén dentro de la Iglesia, y que puedan
en un momento dado hacerse cargo de su ahijado, tal y como Dios desea.

Frutos

Por el bautismo nos convertimos en hijos adoptivos de Dios, hace también del
neófito una nueva creación (2 Co. 5,17), partícipe de la naturaleza divina ( 2
P.1, 4), miembro de Cristo ( I Co. 6, 15) (I Co. 12,27), coheredero con Él (Rm.
8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co. 6,19).

El Bautismo es un vínculo de unidad entre todos los cristianos; y también me


incluye entre los amigos de Cristo, mediante un carácter espiritual indeleble.

El bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. “Porque en un


solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo”
(1 Co 12, 13).

El bautizado tiene el derecho de recibir los sacramentos, ser alimentado con la


Palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la Iglesia.

Desde el principio del cristianismo, hay que seguir un camino y una iniciación
que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápidamente o
lentamente; pero siempre consta de las siguientes etapas esenciales:

• El anuncio de la Palabra
• La conversión una vez recibida la Buena Nueva
• La profesión de fe
• El bautismo
• La efusión del Espíritu Santo – es decir, la confirmación –
• El acudir a la comunión eucarística

Como ya habíamos visto el primero de los sacramentos que se recibe es el


Bautismo, sin él bautismo no podemos recibir ningún otro sacramento; por lo
tanto, el Bautismo me inicia en mi amistad con Cristo.

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Obligaciones

Por el bautismo recibimos una semilla: la semilla de la fe que deberemos


fortalecer y hacer fructificar durante toda nuestra vida.

El bautizado, siendo miembro de la Iglesia, ya no se pertenece a sí mismo (I


Co. 6,19), sino al que murió y resucitó por nosotros (2 Co. 5,15). Por tanto, debe
servir a los demás (Jn. 13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y cumplir con las
enseñanzas de la Iglesia. Debe defender su fe, ante todo.

Todos los miembros de la Iglesia: sacerdotes, religiosas, consagrados y los


fieles laicos, tienen como vocación propia la de buscar el Reino de Dios,
iluminando y ordenando las realidades temporales según Dios. Responden así
a la llamada a la santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados.

Al quedar incorporado en el Cuerpo de Cristo, tiene la misión ineludible de


confesar a Cristo, es decir, mostrar con su vida y palabra que Cristo ha muerto
y resucitado por todos y cada uno de nosotros.

“El mismo Cristo al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el


bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los
hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían
salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida
por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a
entrar o a perseverar en ella”. (LG n. 14).

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EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
Introducción

“Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había
aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y
oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había
descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo” (Hch 8, 14-17).

Llenos del Espíritu Santo, los apóstoles comienzan a proclamar “las maravillas
de Dios” (Hch 2, 11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo
de los tiempos mesiánicos (Hch 2, 17-18).

Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27). El


cristiano también está marcado con en sello: “Y es Dios el que nos conforta
juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con
su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones” (2 Co 1, 22; cf Ef
1, 13; 4, 30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo,
la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la
protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap 7, 2-3; 9, 4; Ez 9, 4-6).

Naturaleza

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación


cristiana. La misma palabra, confirmación que significa afirmar o consolidar, nos
dice mucho. También se llama Crismación, puesto que un rito esencial de este
sacramento es la unción con el Santo Crisma (en las Iglesias orientales, unción
con el Santo Myron).

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este


sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un
arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la
Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él
es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos
convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más
perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace
capaces de ser testigos de Cristo.

El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos


se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo
que había pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban
tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron
transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había
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sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La
Confirmación es nuestro Pentecostés personal. El Espíritu Santo está actuando
continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al
descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se
hace presente al pueblo de Dios.

La catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la


pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la
comunidad parroquial.

Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene


recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención al don
del Espíritu Santo.

La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar


la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.

Institución

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido


por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no
aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por
Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

Además, encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por


parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio
anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra.
Específicamente, en la Antigua Alianza, los profetas anunciaron que el Espíritu
Santo reposaría sobre el Mesías esperado y sobre todo el pueblo mesiánico.
Toda la vida y la misión de Jesús se desarrollan en una total comunión con el
Espíritu Santo. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha seguido viviendo del Espíritu
y comunicándolo a sus hijos.

Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo


Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de
Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo,
destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles
que estaban en Jerusalén, de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios,
les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que
recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno
de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-
17;19, 5-6).

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El Signo: Materia y Forma

Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza,


en este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la
Confirmación es la unción. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para
muchas cosas: para curar heridas, a los gladiadores se les ungía con el fin de
fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además, la
unción va unida al nombre de cristiano, que significa ungido.

La materia de este sacramento es el santo crisma, aceite de oliva mezclado con


bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción
debe ser en la frente.

La forma de este sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la


imposición individual de las manos “Recibe por esta señal de la cruz el don del
Espíritu Santo” (Catec. no. 1300). La cruz es el arma con que cuenta un
cristiano para defender su fe.

Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida


sacramental. La unción antes del bautismo con el óleo de los catecúmenos
significa purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y
consuelo; la unción del Santo Crisma después del Bautismo, en la Confirmación
y en la Ordenación, es el signo de una consagración.

El Rito y la Celebración

En la Confirmación el rito es muy sencillo, básicamente es igual a lo que hacían


los apóstoles con algunas partes añadidas para que sea más entendible.

El rito esencial es la unción con el santo crisma, unida a la imposición de manos


del ministro y las palabras que se pronuncian. La celebración de este
sacramento comienza con la renovación de las promesas bautismales y la
profesión de fe de los confirmados. Demostrando así, que la Confirmación
constituye una prolongación del Bautismo. (Cfr. SC 71; Catec. n. 1298). El
ministro extiende las manos sobre los confirmados como signo del Espíritu
Santo e invoca a la efusión del Espíritu. Sigue el rito esencial con la unción del
santo crisma en la frente, empieza imponiendo la mano y pronunciando las
palabras que conforman la forma. El rito termina con el beso de paz, que
representa la unión del Obispo con los fieles. (Catec. no.1304).

En Occidente, esta unción se hace sobre la frente del bautizado con estas
palabras: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”. En las Iglesias
orientales de rito bizantino, la unción se hace también en otras partes del
cuerpo, con la fórmula: “Sello de del don del Espíritu Santo”.

demisiones.com 28
En Oriente (en la Iglesia Ortodoxa), este sacramento es administrado
inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la participación en la
Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de
la iniciación cristiana.

Efectos y Carácter

Por lo antes mencionado, podemos entender que en la Confirmación el efecto


principal es que recibimos al Espíritu Santo en plenitud. (Cfr. Catec. no. 1302).
Otros frutos son:

• Recibimos una fuerza especial del Espíritu Santo, tal como la recibieron
los apóstoles el día de Pentecostés, que nos permite defender y difundir
nuestra fe con mayor fuerza y ser verdaderos testigos de Cristo.
• Nos une profundamente con Dios, con Cristo y con la Iglesia.
• Imprime en el alma un carácter indeleble y otorga un crecimiento de la
gracia bautismal.
• Arraiga más profundamente la filiación divina
• Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo que son:
• Sabiduría, que nos comunica el gusto por las cosas de Dios. Por medio de
él vamos gustando de todo lo relacionado con Dios.
• Inteligencia, que nos comunica el conocimiento profundo de las verdades
de fe, es decir, la capacidad para entender las cosas de Dios.
• Ciencia, que nos enseña la recta apreciación de las cosas terrenales,
entender las cosas de la tierra tal y cómo son.
• Consejo, nos ayuda para formar un juicio sensato, acerca de las cosas
prácticas de la vida cristiana.
• Fortaleza, nos da fuerzas para trabajar con alegría por Cristo, haciendo
siempre el bien a los demás, tal como Él lo hizo.
• Piedad, que nos relaciona con Dios como Padre, ya que Él es el ser más
perfecto que existe en el universo y es nuestro Creador y nos ayuda a
aceptar la autoridad que tienen algunos sobre nosotros.
• Temor de Dios, nos lleva a tener miedo de ofender a Dios, por amor a Él y
por lo tanto, a tratar de no pecar para no alejarnos de Él.
• Nos une con un vínculo mayor a la Iglesia.
• Aumenta la gracia santificante.
• Se recibe la gracia sacramental propia que es la fortaleza.
• Imprime carácter, la marca espiritual indeleble, que nos marca con el
Espíritu de Cristo. Es un sumergirse de manera más profunda en la
comunidad cristiana.

“Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e


inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y
de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre

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te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu
corazón la prenda del Espíritu” (S. Ambrosio, Myst. 7, 42).

Necesidad

El Bautismo es el único sacramento absolutamente necesario para la salvación.


La Confirmación, no es absolutamente necesaria para la salvación, pero sí para
vivir correctamente una vida cristiana, ya que da las ayudas necesarias para
lograrlo. Por eso, el derecho vigente, prescribe que todos los bautizados, deben
recibir este sacramento. El no hacerlo por desprecio o por no darle importancia,
será materia grave de pecado.

En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf Lc 12, 12;
Jn 3, 5-8; 7, 37-39; 16, 7-15; Hch 1, 8), promesa que realizó primero el día de
Pascua (Jn 20, 22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés
(cf Hch 2, 1-4).

Ministro, Sujeto y Padrino

El ministro de este sacramento debe de ser el Obispo, aunque por razones


especiales graves puede concederle a un presbítero (sacerdote) el poder de
confirmar (CIC no.882). En peligro de muerte del sujeto cualquier sacerdote
debe de administrar el sacramento. El Obispo es sucesor de los apóstoles, por
ello es quien lo administra, al poseer el grado del Orden en plenitud.

El sujeto es todo bautizado que no ha sido confirmado, que libremente tenga


las disposiciones necesarias para recibirlo y que no tenga impedimentos. Se
debe de estar en estado de gracia.

La edad para recibir este sacramento la marca el Obispo del lugar,


preferentemente el sujeto debe de haber llegado al uso de razón. (Cfr. Catec.
no. 1307). Se puede administrar válidamente a niños pequeños, tal como es la
tradición en el rito oriental (Cfr. Catec. no. 1292). Ahora bien, en caso de peligro
de muerte deben de recibir este sacramento los niños aun no confirmados.

La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma. Así, incluso en la


infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de que habla
la Sabiduría (4, 8): “la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se
mide por el número de los años”. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del
Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre
por Cristo (s. th. 3, 72, 8, ad 2).

Todo confirmado debe tener un padrino o madrina que lo ayude espiritualmente,


tanto en la preparación para su recepción, como después de haberlo recibido.
Las condiciones para ser padrinos son las mismas que para los de Bautismo.
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Frutos

Como cualquier otro sacramento, la Confirmación debe de dar en los que lo


reciben frutos interiores y exteriores. En este caso, los frutos ayudan a la Iglesia
en su misión de extender el Reino de Dios.

La Iglesia es una Iglesia misionera, porque Cristo así la fundó, dándole el


mandato a los apóstoles de “Ir y predicad…”. A partir del día de Pentecostés,
con la venida del Espíritu Santo, los apóstoles se lanzaron a predicar sin miedo,
movidos por la fuerza del Espíritu Santo.

Nosotros, por medio del Bautismo, entramos a formar parte de la Iglesia, del
Cuerpo Místico de Cristo. Con la Confirmación somos llamados a vivir como
miembros responsables de este Cuerpo.

Como fruto de este sacramento, al recibir el Espíritu Santo podemos construir


el Reino de Dios en la tierra, a través de nuestras buenas obras, de nuestras
familias, haciéndolas un semillero de fe, ayudando a nuestra parroquia,
venciendo las tentaciones del demonio y la inclinación al mal.

El Espíritu Santo nos mueve a seguir las huellas de Cristo, tomándolo como
ejemplo en todo momento, ya sea pública o privadamente. Nos ayuda a ser
perseverantes, luchadores, generosos, valientes, amorosos, llenos de virtudes
y en caso de ser necesario, hasta mártires.

Otro fruto del sacramento es que sostiene e ilumina nuestra fe. Cuando lo
recibimos estamos afirmando que creemos en Cristo y su Iglesia, en sus
enseñanzas y exigencias y que, por ser la Verdad, lo queremos seguir libre y
voluntariamente.

También sostiene y fortalece nuestra esperanza. Por medio de esta virtud


creemos en las enseñanzas de Cristo, sus promesas y esperamos alcanzar la
vida eterna haciendo méritos aquí en la tierra.

Así mismo, sostiene y incrementa nuestra caridad. El día de la Confirmación


recibimos el don del amor eterno de Cristo, como un regalo de Dios. Este amor
nos protege y defiende de los amores falsos, como son el materialismo, el
placer, las malas diversiones, los excesos en bebida y comida.

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Obligaciones

El día de la Confirmación, el confirmado se convierte en apóstol de la Palabra


de Dios. Desde ese momento recibe el derecho y el deber de ser misionero. Lo
cual no significa tenerse que ir lejos, a otros lados, sino que desde nuestra
propia casa debemos ser misioneros, llevando la Palabra de Dios a los demás.
Tenemos la obligación de ser misioneros en el lugar que Dios nos ha puesto.

La Iglesia de hoy necesita de todos sus miembros para dar a conocer a Cristo,
por medio de la palabra y con el ejemplo, imitando a Cristo.

Los confirmados debemos de compartir los dones recibidos y al compartirlos


estamos cumpliendo con el compromiso adquirido en la Confirmación de hacer
apostolado, sirviendo a los demás en nombre de Dios y transmitiendo la Palabra
de Cristo. Se puede hacer en todas las circunstancias de vida: en la vida
familiar, en el trabajo, con los amigos. Es algo que todo confirmado tiene la
obligación de hacer.

Ser confirmado significa darse por amor a los demás, sin fijarse en su sexo,
cultura, conocimientos y creencias. Se necesita una actitud de disponibilidad
para dar a conocer al Espíritu Santo en todos lados. En la Iglesia, el apostolado
de los laicos es indispensable. Cristo vino a servir, no a ser servido.

También la Confirmación nos compromete a la santidad. Tenemos la obligación


de ser santos, el mismo Cristo nos invita: “Sed pues perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto”. (Mt. 5, 48). La santidad es una conquista humana,
ya que Dios nos da el empujón, pero depende de nuestro esfuerzo y nuestro
trabajo el alcanzarla.

El Espíritu Santo es el empujón que Dios nos manda, por lo tanto, sí lo tenemos
a Él, no hay pretextos para no ser santos y no ponernos al servicio de los
demás.
La lucha es difícil, pero contamos con toda la ayuda necesaria.

“Por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la


Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello
quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como
verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras”. (L.G.
no. 11).

demisiones.com 32
El SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

La Eucaristía es la fuente y cima de toda la vida cristiana, es el culmen de la


iniciación cristiana. Este sacramento tiene dos significados: por un lado, al
consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se renueva el
sacrificio de la Cruz, y como alimento del alma es sacramento. Es decir, la
Eucaristía es Sacrificio cuando se ofrece y es Sacramento cuando se
recibe.

La meta del hombre es llegar al amor. En la Eucaristía encontraremos la vida,


la filiación divina y el Amor Supremo. La Eucaristía es el sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de amor y Banquete Pascual en el que se recibe a
Cristo.

Durante la Última Cena, la noche en que fue entregado, Jesús les lavó los pies
a sus apóstoles y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda
de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerlos partícipes de su
Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su Muerte y su Resurrección,
y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndolos
sacerdotes del Nuevo Testamento.

“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto Eucarístico. Jesús
nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a
encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar
las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Santo
Padre Juan Pablo II).

Naturaleza

La Eucaristía es el sacramento en el cual bajo las especies de pan y vino,


Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo,
su sangre, su alma y su divinidad.

Se le llama el sacramento por excelencia, porque en él se encuentra Cristo


presente, quien es fuente de todas las gracias. Además, todos los demás
sacramentos tienden o tienen como fin la Eucaristía, ayudando al alma para
recibirlo mejor y en la mayoría de las veces, tienen lugar dentro de la Eucaristía.

A este sacramento se le denomina de muchas maneras dada su riqueza infinita.


La palabra Eucaristía quiere decir acción de gracias, es uno de los nombres
más antiguos y correcto porque en esta celebración damos gracias al Padre,
por medio de su Hijo, Jesucristo, en el Espíritu y recuerda las bendiciones judías
que hacen referencia a la creación, la redención y la santificación. (Cfr. Lc. 22,
19) Es el Banquete del Señor porque es la Cena que Cristo celebró con sus
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apóstoles justo antes de comenzar la pasión. (Cfr. 1 Col 11, 20). Fracción del
pan porque este rito fue el que utilizó Jesús cuando bendecía y distribuía el
pan, sobre todo en la Última Cena. Los discípulos de Emaús lo reconocieron –
después de la resurrección – por este gesto y los primeros cristianos llamaron
de esta manera a sus asambleas eucarísticas. (Cfr. Mt. 26, 25; Lc. 24, 13-35;
Hech. 2, 42-46). También, se le dice asamblea eucarística porque se celebra
en la asamblea –reunión - de los fieles. Santo sacrificio porque se actualiza el
sacrificio de Cristo. Es memorial de la pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo. Comunión porque es la unión íntima con Cristo que nos hace
partícipes de su Cuerpo y de su Sangre. Didaché es el sentido primero de la
comunión de los santos que se menciona en el símbolo de los Apóstoles. Misa
posee un sentido de misión, llevar a los demás lo que se ha recibido de Dios en
el sacramento. Usada desde el siglo VI, tomada de las últimas palabras “ite
missa est”.

Institución

En la Antigua Alianza, la Eucaristía fue anunciada sobre todo en la Cena


pascual, celebrada cada año por los judíos con panes ázimos, como recuerdo
de la salida apresurada y liberadora de Egipto.

En el Antiguo Testamento encontramos varias prefiguraciones de este


sacramento, como son:

• El maná con que se alimentó el pueblo de Israel durante su peregrinar por


el desierto. (Cfr. Ex. 16,).
• El sacrificio de Melquisedec, sacerdote que en acción de gracias por la
victoria de Abraham, ofrece pan y vino. (Cfr. Gen. 14, 18).
• El mismo sacrificio de Abraham, que está dispuesto a ofrecer la vida de su
hijo Isaac. (Cfr. Gen. 22, 10).
• El sacrificio del cordero pascual, que libró de la muerte al pueblo de Israel,
en Egipto. (Cfr. Ex. 12).

Igualmente, la Eucaristía fue mencionada - a manera de profecías – en el


Antiguo Testamento por Salomón en el libro de los Proverbios, donde les
ordena a los criados a ir para comer y beber el vino que les había preparado.
(Cfr. Prov. 9,1). El profeta Zacarías habla del trigo de los elegidos y del vino que
purifica.

El mismo Cristo – después de la multiplicación de los panes – profetiza su


presencia real, corporal y sustancial, en Cafarnaúm, cuando dice: “Yo soy el
pan de vida. Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo
daré es mi carne, para la vida del mundo”. (Jn. 6, 32-34;51)

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Cristo, sabiendo que había llegado su hora, después de lavar los pies a sus
apóstoles y de darles el mandamiento del amor, instituye este sacramento el
Jueves Santo, en la Última Cena (Mt. 26, 26 -28; Mc. 14, 22 -25; Lc. 22, 19 -
20). Todo esto con el fin de quedarse entre los hombres, de nunca separarse
de los suyos y hacerlos partícipes de su Pasión. El sacramento de la Eucaristía
surge del infinito amor de Jesucristo por el hombre.

El Concilio de Trento declaró como verdad de fe, que la Eucaristía es verdadero


y propio sacramento porque en él están presente los elementos esenciales de
los sacramentos: el signo externo; materia (pan y vino) y forma; confiere la
gracia; y fue instituido por Cristo.

Cristo deja el mandato de celebrar el Sacramento de la Eucaristía e insiste,


como se puede constatar en el Evangelio, en la necesidad de recibirlo. Dice
que hay que comer y beber su sangre para poder salvarnos. (Jn. 6, 54).

La Iglesia siempre ha sido fiel a la orden de Nuestro Señor. Los primeros


cristianos se reunían en las sinagogas, donde leían unas Lecturas del Antiguo
Testamento y luego se daba lugar a lo que llamaban fracción del pan, cuando
fueron expulsados de las sinagogas, seguían reuniéndose en algún lugar una
vez a la semana para distribuir el pan, cumpliendo así el mandato que Cristo
les dejó a los Apóstoles.

Poco a poco se le fueron añadiendo nuevas lecturas, oraciones, etc. hasta que
en 1570 San Pío V determinó como debería ser el rito de la Misa, mismo que
se mantuvo hasta el Concilio Vaticano II.

Signo: Materia y Forma

Como en todos los sacramentos, la Eucaristía, también, tiene un signo externo


que unido a las palabras pronunciadas por el ministro, confiere la gracia. Cristo
en la Última Cena utilizó dos elementos muy sencillos, pan y vino. Estos dos
elementos son los que constituyen la materia. El pan debe de ser de trigo y el
vino de la vid, esto fue declarado en Trento, ya que existe la seguridad que
fueron estos los elementos utilizados por Cristo. (Cfr. CIC n. 924, 2-3).

Para que el sacramento sea válido tiene que ser de trigo y no puede estar
amasado con otra cosa que no sea agua natural y cocido al fuego. Dicho de
otra manera, no se puede utilizar aceite, mantequilla o cualquier otra sustancia
para amasarlo, ni el pan puede ser de cebada, de arroz, u otro tipo de pan, pues
entonces la materia sería inválida. El vino tiene que ser del que se obtiene de
uvas machacadas y fermentado naturalmente, no se puede utilizar vinagre, ni
un vino elaborado a base de químicos. (Cfr. CIC 924)

demisiones.com 35
En cuanto a la licitud, el pan debe ser ázimo, es decir, sin levadura, sin
fermentar. También debe haber sido hecho recientemente, para evitar cualquier
posibilidad de corrupción y al vino se le deben de añadir unas gotas de agua,
pues al ser esta una práctica judía, se puede suponer que fue lo que Cristo hizo.
(Cfr. CIC 924; 926;

La forma son las palabras que utilizó Cristo al instituir el sacramento: “Esto es
mi Cuerpo…Esta es mi Sangre”.

Efectos

Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los efectos que se producen en


nuestra alma. Estos efectos son consecuencia de la unión íntima con Cristo. Él
se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su sacrificio todas las gracias
necesarias para los hombres, pero la efectividad de esas gracias se mide por
el grado de las disposiciones de quienes lo reciben, y pueden llegar a frustrarse
al poner obstáculos voluntarios al recibir el sacramento.

Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante. Para


poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no podemos estar en estado
de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos acrecienta, toma
mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con Cristo. Todo esto es
posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia.

Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada nutritiva,


porque es el alimento de nuestra alma que conforta y vigoriza en ella la vida
sobrenatural.

Por otro lado, nos otorga el perdón de los pecados veniales. Se nos perdonan
los pecados veniales, lo que hace que el alma se aleje de la debilidad espiritual.

Necesidad

Para todos los bautizados que hayan llegado al uso de razón este sacramento
es indispensable. Sería ilógico, que alguien que quiera obtener la salvación,
que es alcanzar la verdadera unión íntima con Cristo, no tuviera cuando menos
el deseo de obtener aquí en la tierra esa unión que se logra por medio de la
Eucaristía.

Es por esto que la Iglesia nos manda a recibir este sacramento cuando menos
una vez al año como preparación para la vida eterna. Aunque, este mandato es
lo menos que podemos hacer, se recomienda comulgar con mucha frecuencia,
si es posible diariamente.

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San Ambrosio decía: “Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del
Señor. Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de
los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de
los pecados, debo recibirlo siempre, para que siempre me perdone los pecados.
Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio.”

Ministro y Sujeto

Únicamente el sacerdote ordenado puede consagrar, convertir el pan el vino en


el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sólo él está autorizado para actuar en nombre
de Cristo. Fue a los Apóstoles a quienes Cristo les dio el mandato de “Hacer
esto en memoria mía”, no se lo dio a todos los discípulos. (Cfr. Lc. 22).

Esto fue declarado en el Concilio de Letrán, en respuesta a la herejía de los


valdenses que no aceptaban la jerarquía y pensaban que todos los fieles tenían
los mismos poderes. Fue reiterado en Trento, al condenar la doctrina
protestante que no hacía ninguna diferencia entre el sacerdocio ministerial y el
sacerdocio de los fieles.

Los que han sido ordenados diáconos, entre sus funciones, está la de distribuir
las hostias consagradas, pero no pueden consagrar. Actualmente, por la
escasez de sacerdotes, la Iglesia ha visto la necesidad de que existan los
llamados, ministros extraordinarios de la Eucaristía. La función de estos
ministros es de ayudar a los sacerdotes a llevar la comunión a los enfermos y
a distribuir la comunión en la Misa.

Todo bautizado puede recibir la Eucaristía, siempre que se encuentre en estado


de gracia, es decir, sin pecado mortal. Haya tenido la preparación necesaria y
tenga una recta intención, que no es otra cosa que, tener el deseo de entrar en
unión con Cristo, no comulgar por rutina, vanidad, compromiso, sino por
agradar a Dios.

Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía. Ahora


bien, es conveniente tomar conciencia de ellos y arrepentirse. Si es a Cristo al
que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar lo más limpios
posibles.

En virtud de que la gracia producida, “ex opere operato”, depende de las


disposiciones del sujeto que la va a recibir, es necesaria una buena preparación
antes de la comunión y una acción de gracias después de haberla recibido.
Además del ayuno eucarístico, una hora antes de comulgar, la manera de
vestir, la postura, etc…en señal de respeto a lo que va a suceder.

demisiones.com 37
Presencia Real de Jesucristo

Para entender bien el sentido de la celebración eucarística es necesario tener


en cuenta la presencia de Cristo y Su acción en la misma.

Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, su fuerza es tal, que


Cristo se hace presente tal cual, bajo las substancias del pan y del vino. Es
decir, vivo, real y substancialmente. En Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por
lo tanto, donde está su Cuerpo, está su Sangre, su Alma y su Divinidad. Él está
presente en todas las hostias consagradas del mundo y aún en la partícula más
pequeña que podamos encontrar. Así, Cristo se encuentra en todas las hostias
guardadas en el Sagrario, mientras que el pan, signo sensible, no se corrompa.

Está presencia real de Cristo, es uno de los dogmas más importantes de


nuestra fe. (Cfr. Catec. n. 1373 –1381). Como los dogmas, la razón no los
puede entender, es necesario reflexionar y estudiar para, cuando menos,
entenderlo mejor.

Han existido muchas herejías sobre esta presencia real de Cristo, bajo las
especies de pan y vino. Entre ellas encontramos: lo gnósticos, los maniqueos
que decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo tanto, no había
presencia real.

Entre los protestantes, algunos la niegan y otros la aceptan, pero con errores.
Unos niegan la presencia real, otros dicen que la Eucaristía, solamente, es un
“figura” de Cristo. Calvino decía que “Cristo está en la Eucaristía porque actúa
por medio de ella, pero que su presencia no es substancial”. Los protestantes
liberales, mencionan que Cristo está presente por la fe, son los creyentes
quienes ponen a Cristo en la Eucaristía.

Lutero, equivocadamente, lo explicaba así: “En la Eucaristía están al mismo


tiempo el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo.

Pero, la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, fue revelada por


Él mismo en Cafarnaúm. No hay otro dogma más manifestado y explicado
claramente que este en la Biblia. Sabemos que lo que prometió en Cafarnaúm,
lo realizó en la Última Cena, el Jueves Santo, basta con leer los relatos de los
evangelistas. (Cfr. Mt. 22, 19-20; Lc. 22, 19 –20; Mc. 14, 22-24).

El mandato de Cristo de: “Hacer esto en memoria mía” fue tan contundente,
que, desde los inicios, los primeros cristianos se reunían para celebrar “la
fracción del pan”. Y, pasó a hacer parte, junto con el Bautismo, del rito propio
de los cristianos. Ellos nunca dudaron de la presencia real de Cristo en el pan.

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La Transubstanciación

Hemos dicho que la presencia de Cristo es real y substancial, esto nos ha sido
revelado, por lo que, no es evidente a la razón; como dogma que es, resulta
incomprensible. Sin embargo, trataremos de dar una explicación de lo que
sucede.

La Iglesia nos dice que “por el sacramento de la Eucaristía se produce una


singular y maravillosa conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de
Cristo, y de toda la sustancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia
llama transubstanciación” (Cfr. Catec. n. 1376).

El dogma de la Transubstanciación significa el cambio que sucede al pronunciar


las palabras de la Consagración en la Misa, por las cuales el pan y el vino se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando sólo la apariencia de
pan y vino. Hay cambio de sustancia, pero no de accidentes (pan y vino), la
presencia real de Cristo no la podemos ver, sólo vemos los accidentes. Esto es
posible, únicamente, por una intervención espacialísima de Dios.

La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo


en este sacramento, “no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino sólo
por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el
texto de S, Lucas 22, 19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”,
S. Cirilo declara: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con
fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente”.

Frutos y Obligaciones

El fruto principal de este sacramento es la unión íntima y profunda con


Cristo, al obtenerla, se realiza una transformación en el alma de quien lo recibe.

También, según las palabras de Jesucristo, la Eucaristía es prenda de vida


eterna, porque es un adelanto de la vida celestial y de la futura resurrección de
los cuerpos.

Cuando recibimos la eucaristía, debemos de estar sumamente orgullosos de


que Cristo haya venido a nosotros, que no hemos hecho nada para merecerlo.

Después de acudir a este sacramento debemos salir renovados y compartir con


los demás lo que hemos recibido, por medio de palabras, y obras, es decir, dar
verdadero testimonio. Es triste ver como, en muchas ocasiones, acabando de
recibir el sacramento, las personas actúan como si no lo hubieran recibido.

demisiones.com 39
La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres. Para recibir en la
verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos
reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25, 40).

La Eucaristía como sacrificio

A pesar de que el sacramento y el sacrificio se llevan a cabo en la misma


consagración, hay que distinguirlos. La Eucaristía es sacramento porque Cristo
se nos da como alimento para el alma, y es sacrificio porque se ofrece a Dios
en oblación.

En el sacramento la santificación del hombre es el fin, pues se le da como


alimento y en el sacrificio el fin es darle gloria a Dios, es a Él a quien va dirigido.
Así mismo, la Eucaristía es sacrificio de la Iglesia – Cuerpo Místico de Cristo –
que se une a Él y se ofrece a Dios.

Desde el principio de la creación, el sacrificio es el principal acto de culto de las


diferentes religiones, siempre se le han rendido a Dios homenajes. El sacrificio
es un ofrecimiento a Dios, donde existe una cosa sensible que se inmola o se
destruye (víctima), llevándolo a cabo un ministro legítimo, en reconocimiento
del poder de Dios sobre todo lo creado.

Celebración eucarística

La celebración eucarística se desarrolla conforme a una estructura fundamental


que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos
grandes momentos que forman una unidad básica: la liturgia de la Palabra, con
las lecturas, la homilía y la oración universal y la liturgia eucarística con la
presentación del pan y del vino, la acción de gracias y la comunión. Ambas,
constituyen juntas “un solo acto de culto” SC 56); en efecto, la mesa preparada
para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del
Cuerpo del Señor (cf DV 21).

Este es el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus
discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la
mesa con ellos, “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio” (cf Lc
24, 13-35).

El Sacrificio de la Misa

La Santa Misa es la renovación del Sacrificio del Calvario, el mayor acto de


adoración a la Santísima Trinidad.

La Misa es el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito. En él se


cumplen todas las características del sacrificio, el sacerdote, y la víctima son el
demisiones.com 40
mismo Cristo, quien se inmola con el fin de darle gloria de Dios. No es una
representación, sino una renovación, del sacrificio de la cruz. En cada una se
repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es que se realiza de forma
incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa es el perfecto sacrificio porque
la víctima es perfecta.

La esencia misma de la Misa como sacrificio es la doble consagración del pan


y del vino, no es la palabra, como tampoco lo es, la sola comunión.

La Santa Misa tiene dos elementos: Cristo ofrece su vida para rescatarnos del
pecado, pues con su muerte expía nuestros pecados y es Cristo mismo quién
se ofrece al Padre y une su sacrificio al nuestro.

Por la Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además sí ofrecemos


nuestros propios sacrificios por pequeños que sean al sacrificio de Cristo, estos
adquieren el valor de Redención al ser incorporados al propio sacrificio de
Cristo.

Cristo está presente en el sacerdote, quién representa a Cristo como mediador


universal en la acción sacramental. Está presente en los fieles, que se unen y
participan con el sacerdote y con Cristo en la Eucaristía. Nosotros nos unimos
a su sacrificio y lo ofrecemos con Él. Así mismo, Cristo está presente en la
palabra de Dios. Él es la Palabra del Padre que nos revela los misterios divinos
y el sentido de la liturgia. En la Misa, por medio de la Comunión, nos unimos
física y espiritualmente, formando un sólo Cuerpo. La Comunión es el gran don
de Cristo que anticipa la vida eterna.

Con la asistencia devota a la Santa Misa rendimos homenaje a la humanidad


Santísima de Jesús.

Mediante la celebración Eucarística nos unimos a la liturgia del cielo y


anticipamos la vida eterna.

Durante la Misa nos arrodillamos en medio de una multitud de ángeles que


asisten invisibles al Santo Sacrificio con suma reverencia.

A la hora de la muerte, nuestro mayor consuelo serán las Misas que durante
nuestra vida oímos, nos acompañarán en el tribunal divino y abogarán por
nosotros para que alcancemos el perdón.

La Misa es el don más grande que le podemos ofrecer al Señor por las almas
ya fallecidas para acortar su tiempo en el Purgatorio.

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Fines y efectos de la Eucaristía como sacrificio

La Santa Misa como reproducción que es del sacrificio redentor de la cruz, tiene
los mismos fines y produce los mismos efectos:

Adoración: El sacrificio de la Misa rinde a Dios una adoración absolutamente


digna de Él. Con una Misa le damos a Dios todo el honor que se le debe.
Glorificación al Padre: con Cristo, en Cristo y por Cristo. Este es el fin latréutico.

Reparación: fin propiciatorio, reparación por los pecados.

Petición: fin impetratorio. Pedirle gracias y favores, pues la Misa tiene eficacia
infinita de la oración del mismo Cristo.

Nos alcanza, si no le ponemos obstáculos la gracia actual necesaria para el


arrepentimiento de los pecados. Nada puede hacerse más eficaz para obtener
de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el Santo
Sacrificio de la Misa, rogando al mismo tiempo al Señor que quite del corazón
del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.

Remite infaliblemente, si no hay obstáculos, parte de la pena temporal.


A través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante,
méritos remisorios de los pecados de vivos y difuntos.

Características de la participación en la Eucaristía

Cuando vamos a participar en la Eucaristía debemos prepararnos


adecuadamente para poder participar con las debidas características y
disposiciones. Estas deben ser:

Externas: para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las


rúbricas y ceremonias que la Iglesia señala. Para los fieles respeto, modestia y
atención para participar activamente.

Internas: Identificarse con Cristo. Ofrecerle al Padre y ofrecerse a sí mismo en


Él, con Él y por Él.

Profunda: entrega total.

Vital - Existencial: no de palabras solamente, sino de todos y cada uno de mis


actos de mi vida.

Confianza ilimitada: tener confianza en la bondad y Misericordia de Dios.

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Hambre y sed de comulgar: Esta es la que más afecta a la eficacia
santificadora de la gracia, ensancha nuestra capacidad del alma y la dispone a
recibir la gracia sacramental en proporciones enormes. La cantidad de agua
que se coge de la fuente depende del tamaño de la vasija.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida”. (Jn. 6, 54-55).

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LA SANTA MISA: EL RITO

Cuando se asiste a Misa, lo primero que se hace es, la REUNIÓN, que significa
IGLESIA - ECLESIA - del griego = Asamblea Reunida. Todos se reúnen.
Antiguamente, la preparación para la reunión de todos los que se congregaban
para una celebración, se hacía con una procesión solemne.

Explicación detallada de la Misa

Entrada del sacerdote: Entra el sacerdote quién hace unos gestos que pasan
desapercibidos; tales como, una genuflexión y un beso ante el altar. Estos
gestos tienen un sentido muy importante y relevante. La Misa se celebra en un
altar = alto, presidido por un crucifijo que es imprescindible, ya que ahí se va a
llevar a cabo el sacrificio incruento de la Cruz, por lo tanto, es un recordatorio
para el sacerdote y los fieles, de lo que ahí va a suceder. La inclinación del
sacerdote es el primer acto de adoración y reverencia. El beso al altar significa
el beso a la Iglesia.

Rito introductorio: La misa comienza con la señal de la cruz, símbolo del


cristiano que indica nuestra fe en la Trinidad, la cual debe de ir acompañada
internamente de la deliberada y consciente confesión de nuestra fe. Después,
el sacerdote abre los brazos en señal de saludo, con uno saluda a Dios y con
otro al pueblo. Las frases que pronuncia significan la unión entre el sacerdote y
el pueblo: “El Señor... Y con tu espíritu”.

Actos penitenciales: El sacerdote junta las manos en señal de humildad, se


hace el primer silencio de la Misa, silencio de reflexión ante la invitación del
sacerdote a arrepentirnos. Estos actos concluyen después de haber
manifestado una actitud de humildad, un reconocimiento de nuestra condición
de pecadores y de haber pedido misericordia con la absolución del sacerdote,
pero, no para pecados graves. Sigue el Gloria, canto de alabanza todos los
domingos excepto los de la Cuaresma y Adviento. Además de los días
señalados como fiestas.

Oración colecta: Petición a Dios. Antes de rezarla se hace el segundo silencio,


silencio de petición comunitaria. Oración principal de la Misa y dirigida al Padre,
donde se pide un bien espiritual, se acomoda a los tiempos litúrgicos y finaliza
con una invocación a la Santísima Trinidad. Con esto, termina el rito
introductorio.

La primera parte esencial de la Misa: La Liturgia de la Palabra: Se lleva a


cabo en el ambón. Es una de las partes más importantes de la Misa. En la Misa
diaria, hay una sola lectura. Los domingos y días de fiestas hay dos lecturas,

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siendo la primera, generalmente, del Antiguo Testamento, la segunda, es
tomada generalmente, de Hechos, Cartas, Nuevo Testamento.

Entre la primera y la segunda, se recita el Salmo Responsorial, parte de canto


y parte de meditación. La respuesta al Salmo es para favorecer la meditación.
En esta parte, los fieles permanecen sentados con una actitud de atención, para
que la Palabra los alimente y fortalezca. Dios habla, hay que escuchar con
veneración.

Sigue el Aleluya, canto de alegría, preparación para el Evangelio; hay


movimiento en el altar, el sacerdote va al ambón.

La Misa continúa con el Evangelio. Antes de su lectura, el sacerdote junta las


manos y con gran recogimiento, dice: “Purifica Señor mi corazón y mis labios
para que pueda anunciar dignamente tu Evangelio”. Éste debe ser leído por el
ministro, en caso de que sea un diácono quien lo lea, debe pedirle su bendición
al sacerdote. Un sacerdote no le pide la bendición a otro, sólo al Obispo. Si se
escucha con atención y con las debidas disposiciones: humildad, atención y
piedad, se depositará en el interior de cada fiel, una nueva semilla, sin importar
cuántas veces se ha escuchado el mismo Evangelio, siempre habrá algo nuevo.
Al finalizar el sacerdote dice: “Esta es Palabra de Dios” y besa el Evangelio
diciendo: “Por lo leído se purifiquen nuestros pecados”.

La Homilía, momento muy importante para la vida práctica de los fieles; no se


puede omitir en domingos y días festivos. En la lectura de la Sagrada Escritura,
habla Dios; en la Homilía, habla la Iglesia, depositaria de la Revelación, con la
asistencia del Espíritu Santo para que se interprete rectamente la Escritura. Hay
que escuchar con una actitud activa lo que la Iglesia quiere decir por medio del
sacerdote, no hay que juzgarlo. La Homilía es una catequesis, no debe hablarse
de otros temas que no sean referentes a la fe y a la salvación. Si no hay homilía,
debe haber un silencio meditativo después del Evangelio. El Obispo predica
sentado con báculo y mitra.

El Credo, nuestra profesión de fe. Se profesan doce artículos, manifestando la


fe en Dios, Sólo se reza en domingos y días festivos. En Navidad y en el día de
la Encarnación, se arrodilla cuando se dice: “... Se encarnó de María, la Virgen”.

La Oración de los fieles: Todas estas oraciones son de petición. Los fieles
ofrecen sus peticiones al Señor. Pueden ser hechas por los fieles. Su finalidad
es pedir a Dios por las necesidades de la Iglesia:

• Una debe ser por toda la Iglesia Universal.


• Otra por la jerarquía, el Papa y los Obispos.
• Por los gobernantes.
• Por los pobres y necesitados.
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• Por la Iglesia particular o local.
• Pueden haber más, pero no demasiadas. La introducción y la conclusión
debe hacerla el sacerdote.

La preparación de las Ofrendas: Se llevan las ofrendas al altar, lo más


conveniente es que los fieles las lleven. Estas son el vino y el pan. Se recoge
la limosna, la cual es también una ofrenda. El sacerdote prepara el altar,
extiende el corporal, si tiene copón lo destapa. El sacerdote recibe las ofrendas
del pueblo. Con las ofrendas, la asamblea no sólo ofrece lo material, sino que
simboliza la entrega del cristiano, su total disponibilidad a lo que Dios le tiene
señalado. Se entregan los dones que Dios ha dado a cada quien, todo se pone
a su disposición.

Ofrecimiento del pan y del vino: El pan y el vino se ofrecen por separado. El
vino es preparado por el sacerdote que le añade unas gotas de agua diciendo:
“Que, así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de
Aquél, que quiso compartir nuestra humanidad”. Existe un simbolismo entre el
pan y el trabajo, además de que, en el pan hay muchos granos de trigo. Y como
dice San Pablo: “Porque el pan es uno, somos muchos un sólo cuerpo, pues
todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). El vino se obtiene de la
vid, machacando y pisando, símbolo de dolor, de sufrimiento y se ofrece para
convertirlo en la Sangre de Cristo por un deseo de expiación. Con el pan y el
vino se ofrece el trabajo, el descanso, las alegrías, las contrariedades; pero,
sobre todo, el deseo de que Dios acepte a cada quien, con sus miserias, y los
transforme con su Gracia hasta asemejarlos a su Hijo.

El lavatorio de manos: Con este gesto el sacerdote, una vez más, expresa su
deseo de purificación y limpieza interior. Esta acción indica que se debe estar
puro de todo pecado, lava las manos para purificarlas. El sacerdote dice: “Lava
del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.

Oración sobre las ofrendas: El sacerdote abre los brazos y dice: “Orad
hermanos...”, recordando a los fieles que también ellos ofrecen junto con él, el
sacrificio, que no deben ni pueden quedar al margen. se lee la oración de las
ofrendas que expresan a Dios, de modo oficial, los sentimientos y deseos de
los fieles, de la Iglesia en relación a las ofrendas, suplicando que las reciba y
después de santificarlas, conceda los bienes espirituales que emanan del
sacrificio.

La segunda parte esencial de la Misa: Liturgia Eucarística: Suele llamarse


canon = regla. Comienza con el Prefacio, que es un canto. Hay diferentes
prefacios, unos provienen de la Iglesia oriental, otros de la romana, esto es con
el fin de unificar a la Iglesia. Es una exhortación a elevar los corazones dejando
todo lo mundano porque en unos momentos Dios se va a hacer presente. Se
agradece a Dios su preocupación por los fieles, dando gracias según la fiesta.
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No se da gracias por cosas materiales en este momento, sino porque fortaleció
la debilidad humana y porque con la muerte no se pierde la vida. Luego, el
sacerdote nos invita a alabar (Hosanna), junto con los ángeles y arcángeles, y
a dar la bienvenida a Cristo que está por venir.

Sigue con la Anámnesis, para recordar la conmemoración del misterio pascual.


Ofrecimiento de la Víctima Divina. Después viene la invocación del Espíritu
Santo o Epíclesis, al poner el sacerdote las manos sobre el cáliz, es el momento
para que los fieles se arrodillen. Narración de la institución de la Eucaristía, el
canon puede variar, pero, las palabras no varían en la narración. Al terminar la
narración, y antes de formular las palabras de la Consagración, el sacerdote se
inclina sobre el altar con el fin de separar lo que era una narración y lo que ahí
va a suceder.

El sacerdote eleva primero el pan diciendo las palabras de la Consagración,


hace una genuflexión, eleva el vino diciendo las palabras correspondientes y
vuelve a hacer una genuflexión. La Consagración es el punto central de la Misa,
la parte más importante, porque se vuelve a celebrar el sacrificio incruento de
la Cruz. Al terminar el sacerdote dice: “Este es el misterio de nuestra fe”, como
invitación a los fieles a que se adhieran conscientemente al misterio de la
Iglesia. En esta parte se pide por los vivos, por los santos, se conmemoran a
los difuntos y el sacerdote hace su petición personal. El rito de la consagración
termina con las palabras: “Por Él, con Él y en Él, al Padre en unidad con el
Espíritu Santo, todo honor y toda Gloria por los siglos de los siglos”, es la
glorificación de la Trinidad (doxología). Si se analiza éste es el objeto de la
creación: la Gloria de Dios.

Rito de la Comunión o Plegaria Eucarística: La consumación del sacrificio,


el banquete. Comienza con el Padre Nuestro. La oración por excelencia que
nos enseñó Jesús. Sus siete peticiones toman un sentido especial cuando se
recita, poder sentirse hijos de Dios, contiene todo lo que se da en el sacrificio
de la Misa. Oraciones por la paz: Se pide la paz en la oración que enlaza con
el Padre Nuestro y la que enseguida se dirige a Cristo. No se pide una paz
externa, sino interna. Una paz que exige valor, que es una lucha contra el
pecado. Se puede resumir en el encuentro de la Salvación. Cuando se da la
paz, se debe de tener una verdadera disposición a ello, ninguna palabra
mencionada en la Misa es formulario.

La Fracción del pan: el sacerdote parte la hostia consagrada en tres. La más


pequeña la junta con las demás. Se invoca al Cordero de Dios, que es el que
quita el pecado, lo destruye y que por su sacrificio es el que da la posibilidad
del desprendimiento de los pecados. El sacerdote dice una oración con
sentimiento de humildad, pidiendo que lo libre de cualquier falta y que cumpla
sus mandamientos.

demisiones.com 47
La recepción del sacramento, la Comunión: Si no hubiera comunión, la Misa
sería incompleta, no hay que olvidar que Cristo, en la Última Cena, nos exhorta
a ello. El sacerdote comulga primero, luego la distribuye a los fieles, quienes
deben de estar conscientes de lo que van a hacer.

Rito de purificación: Luego de haber distribuido la Comunión, se limpian o


purifican los objetos sagrados, con el fin de que el cuerpo y la sangre de Cristo
no sean mal utilizados o sin la reverencia que se merecen.

La acción de gracias: Es elemental detenerse un momento para dar gracias a


Dios, que está dentro de los que lo han recibido, y agradecerle todos los
beneficios recibidos. Debe de haber una postura de recogimiento.

La oración post comunión: Se recita y relaciona la liturgia con la Comunión.


Luego, el sacerdote despide a los fieles y les da su bendición, indicándoles, que
han de seguir viviendo la Misa.

demisiones.com 48
EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN O
PENITENCIA

Introducción

El pecado es una palabra, un acto o un deseo contrario a la ley eterna. El


pecado es una falta contra la razón, contra la verdad y la conciencia recta; es
faltar al amor verdadero para con Dios, consigo mismo y para con el prójimo, a
causa de un apego perverso a ciertos bienes. La raíz del pecado está en el
corazón del hombre y en su libre voluntad, pero también, en el corazón reside
la caridad, principio de las obras buenas y puras, a las que hiere el pecado. El
pecado hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.

Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Santo Tomás de Aquino
afirmaba: “La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que
nos quitó la envidia del demonio”.

La misericordia infinita de Dios no puede ser negada por los hombres. El ser
humano al pecar, rompe la amistad con Dios, su Creador y lo ofende, lo que se
traduce en una ofensa de gran magnitud. Pero es Dios mismo quien – a pesar
de haber sido ofendido – le ofrece su perdón, para que no muera a la vida
eterna, sino que viva. Para ello, solamente es necesaria una conversión interior.
Se podría decir, sólo se requiere un cambio de vida, un volverse hacia Él. De
ahí la necesidad de la penitencia.

“Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia


de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se
reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados Ella les mueve
a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones” (LG 11).

Naturaleza

Penitencia en su sentido etimológico, viene del latín “poenitere” que significa


tener pena, arrepentirse.

Cuando hablamos teológicamente, este término se utiliza tanto para hablar de


una virtud, como de un sacramento.

Virtud de la Penitencia

Esta virtud moral, hace que el pecador se sienta arrepentido de los pecados
cometidos, tener el propósito de no volver a cometerlos y hacer algo en
satisfacción por haberlos cometidos.
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Cristo nos llama a la conversión y a la penitencia, pero no con obras exteriores,
sino a la conversión del corazón, a la penitencia interior. De otro modo, sin esta
disposición interior todo sería inútil. (Cfr. Is. 1, 16-17; Mt. 6, 1-6; 16-18)

Cuando hablamos teológicamente de esta virtud, no nos referimos únicamente


a la penitencia exterior, sino que esta reparación tiene que ir acompañada del
dolor de corazón por haber ofendido a Dios. No sería válido pedirle perdón por
una ofensa a un jefe por miedo de perder el trabajo, sino que hay que hacerlo
porque al faltar a la caridad, hemos ofendido a Dios. (Cfr. Catec. no. 1430 –
1432)

Todos debemos de cultivar esta virtud, que nos lleva a la conversión. Los
medios para cultivar esta virtud son: la oración, confesarse con frecuencia,
asistir a la Eucaristía y la comunión – fuente de las mayores gracias -, la práctica
del sacrificio voluntario, dándole un sentido de unión con Cristo y acercándose
a María.

Sacramento de la Penitencia

La virtud nos lleva a la conversión, como sacramento es uno de los siete


sacramentos instituidos por Cristo, que perdona los pecados cometidos contra
Dios - después de haberse bautizado -, se obtiene la reconciliación con la
Iglesia, a quien también se ha ofendido con el pecado, al pedir perdón por los
pecados ante un sacerdote. Esto fue definido por el Concilio de Trento como
verdad de fe. (Cfr. L.G. 11).

A este sacramento se le llama sacramento de “conversión”, porque responde a


la llamada de Cristo a convertirse, de volver al Padre y la lleva a cabo
sacramentalmente. Se llama de “penitencia” por el proceso de conversión
personal y de arrepentimiento y de reparación que tiene el cristiano. También
es una “confesión”, por que la persona confiesa sus pecados ante el sacerdote,
requisito indispensable para recibir la absolución y el perdón de los pecados
graves.

El nombre de “Reconciliación” se debe a que reconcilia al pecador con el amor


del Padre. Él mismo nos habla de la necesidad de la reconciliación. “Ve primero
a reconciliarte con tu hermano”. (Mt. 5,24) (Cfr. Catec. nos. 1423 –1424).

El sacramento de la Reconciliación o Penitencia y la virtud de la penitencia


están estrechamente ligados, para acudir al sacramento es necesaria la virtud
de la penitencia que nos lleva a tener ese sincero dolor de corazón.

demisiones.com 50
La Reconciliación es un verdadero sacramento porque en él están presente los
elementos esenciales de todo sacramento, es decir el signo sensible, el haber
sido instituido por Cristo y porque confiere la gracia.

Este sacramento es uno de los dos sacramentos llamados de “curación” porque


sana el espíritu. Cuando el alma está enferma debido al pecado grave, se
necesita el sacramento que le devuelva la salud, para que la cure. Jesús
perdonó los pecados del paralítico y le devolvió la salud del cuerpo. (Cfr. Mc. 2,
1-12).

Cristo instituyó los sacramentos y se los confió a la Iglesia – fundada por Él –


por lo tanto, la Iglesia es la depositaria de este poder, ningún hombre por sí
mismo, puede perdonar los pecados. Como en todos los sacramentos, la gracia
de Dios se recibe en la Reconciliación ex opere operato – obran por la obra
realizada – siendo el ministro el intermediario. La Iglesia tiene el poder de
perdonar todos los pecados.

En los primeros tiempos del cristianismo, se suscitaron muchas herejías


respecto a los pecados. Algunos decían que ciertos pecados no podían
perdonarse, otros que cualquier cristiano bueno y piadoso lo podía perdonar,
etc. Los protestantes fueron unos de los que más atacaron la doctrina de la
Iglesia sobre este sacramento. Por ello, El Concilio de Trento declaró que Cristo
comunicó a los apóstoles y sus legítimos sucesores la potestad de perdonar
realmente todos los pecados. (Dz. 894 y 913)

La Iglesia, por este motivo, ha tenido la necesidad, a través de los siglos, de


manifestar su doctrina sobre la institución de este sacramento por Cristo,
basándose en Sus obras. Preparando a los apóstoles y discípulos durante su
vida terrena, perdonando los pecados al paralítico en Cafarnaúm (Lc. 5, 18-26),
a la mujer pecadora (Lc. 7, 37-50) … Cristo perdonaba los pecados, y además
los volvía a incorporar a la comunidad del pueblo de Dios.

El poder que Cristo le otorgó a los apóstoles de perdonar los pecados, implica
un acto judicial (Concilio de Trento), pues el sacerdote actúa como juez,
imponiendo una sentencia y un castigo. Sólo que, en este caso, la sentencia es
siempre el perdón, sí es que el penitente ha cumplido con todos los requisitos
y tiene las debidas disposiciones. Todo lo que ahí se lleva a cabo es en nombre
y con la autoridad de Cristo.

Solamente si alguien se niega – deliberadamente - a acoger la misericordia de


Dios mediante el arrepentimiento estará rechazando el perdón de los pecados
y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo y no será perdonado. “El que
blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo
de pecado eterno”. (Mc. 3, 29) Esto es lo que llamamos el pecado contra el

demisiones.com 51
Espíritu Santo. Esta actitud tan dura nos puede llevar a la condenación eterna.
(Cfr. Catec no. 1864)

Institución

Después de la Resurrección estaban reunidos los apóstoles – con las puertas


cerradas por miedo a los judíos – se les aparece Jesús y les dice: “La paz con
vosotros. Como el Padre me envío, también yo los envío. Dicho esto, sopló
sobre ellos y les dijo: Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedaran perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos”. (Jn. 20, 21-23) Este es el momento exacto en que Cristo instituye
este sacramento. Cristo – que nos ama inmensamente - en su infinita
misericordia les otorga a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Jesús
les da el mandato – a los apóstoles – de continuar la misión para la que fue
enviado; el perdonar los pecados. No pudo hacernos un mejor regalo que
darnos la posibilidad de liberarnos del mal del pecado.

Dios les tiene a los hombres un amor infinito, Él siempre está dispuesto a
perdonar nuestras faltas. Vemos a través de diferentes pasajes del Evangelio
como se manifiesta la misericordia de Dios con los pecadores. (Cfr. Lc. 15, 4-
7; Lc.15, 11-31). Cristo, conociendo la debilidad humana, sabía que muchas
veces nos alejaríamos de Él por causa del pecado. Por ello, nos dejó un
sacramento muy especial que nos permite la reconciliación con Dios. Este
regalo maravilloso que nos deja Jesús, es otra prueba más de su infinito amor.

Signo: Materia y Forma

El Concilio de Trento, siguiendo la idea de Sto. Tomás de Aquino reafirmó que


el signo sensible de este sacramento era la absolución de los pecados por parte
del sacerdote y los actos del penitente. (Cfr. Dz. 699, 896, 914; Catec. no.
1448).

Como en todo sacramento este signo sensible está compuesto por la materia y
la forma. En este caso son:

• La materia: el dolor de corazón o contrición, los pecados dichos al


confesor de manera sincera e íntegra y el cumplimiento de la penitencia o
satisfacción. Los pecados graves hay obligación de confesarlos todos.
• La forma: las palabras que pronuncia el sacerdote después de escuchar
los pecados - y de haber emitido un juicio - cuando da la absolución: “Yo
te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo”.

demisiones.com 52
Los Actos del Penitente

1. El examen de conciencia: es el primer paso para prepararse a recibir el


perdón de los pecados. Se debe de hacer en silencio, de cara a Dios
revisando las faltas cometidas como cristianos, revisando los Mandamientos
de la Ley de Dios, de la Iglesia y nuestros deberes de estado (de hijos,
padres esposos, estudiantes, patrones, empleados, etc.). Hay que revisar
las acciones moralmente malas (pecados de comisión) y las buenas que se
han dejado de hacer (pecados de omisión). Primeramente, hay que
reconocer nuestras faltas. Si pensamos que no tenemos pecados, nos
estamos engañando, o no los queremos reconocer a causa de nuestra
soberbia, que no quiere admitir las imperfecciones en nuestra vida, o pude
suceder que estamos tan acostumbrados a ellos, que ya ni cuenta nos
damos cuando pecamos. Uno de los efectos del pecado es la ofuscación de
la inteligencia. Una vez reconocidos nuestros pecados, tenemos que pedir
perdón por ellos. No hay pecado que no pueda ser perdonado, si nos
acogemos a la misericordia de Dios con un corazón arrepentido y humillado.

2. Contrición, dolor de corazón o arrepentimiento: es el acto más


importante que debe hacer un penitente. Este es un acto de la voluntad, que
procede de la razón iluminada por la gracia y que demuestra el dolor de
alma por haber ofendido a Dios y el aborrecimiento de todo pecado.
(Concilio de Trento; Catec. no. 1451). No es necesario que haya signos
externos del dolor de corazón.

Este arrepentimiento o contrición debe ser interno porque proviene de la


inteligencia y la voluntad y no debe ser un fingimiento externo, aunque hay
que manifestarlo externamente confesando los pecados.

También ha de ser sobrenatural, tanto por su principio que es Dios que


mueve al arrepentimiento como por los motivos que la suscitan.

Tiene que ser universal porque abarca todos los pecados graves cometidos,
no se puede pedir perdón por un pecado grave y por otro no.

Así mismo, la persona debe de aborrecer el pecado a tal grado que esté
dispuesto a padecer cualquier sufrimiento antes que cometer un pecado
grave.

La contrición es perfecta cuando el arrepentimiento nace por amor a Dios.


Esta contrición –por sí sola - perdona los pecados veniales. La contrición
imperfecta o dolor de atrición, nace por un impulso del Espíritu Santo, pero
por miedo a la condenación eterna y al pecado. De todas maneras, es válida
para recibir la absolución.

demisiones.com 53
3. El propósito de enmienda: es la resolución que debemos tomar una vez
que estamos arrepentidos, haciendo el propósito de no volver a pecar,
mediante un verdadero esfuerzo. Este debe de ser firme, eficaz – poniendo
todos los medios necesarios para evitar el pecado – y universal, es decir,
rechazar todo pecado mortal.

4. La confesión de los pecados: es el segundo acto más importante que se


debe de hacer. El simple hecho de decir los pecados libera al hombre, se
enfrenta con lo que le hace sentir culpable, asumiendo la responsabilidad
sobre sus actos y por ello, se abre nuevamente a Dios y a la Iglesia. Esta
confesión de los pecados debe ser sincera e íntegra. Lo que implica el deber
de decir todos los pecados mortales, incluyendo los que en secreto se han
cometido. Así mismo hay que manifestarlos sin justificación, sin
aumentarlos, ni disminuirlos.

5. Cumplir la penitencia: Como la mayoría de los pecados dañan al prójimo,


es necesario hacer lo posible para repararlos. Además, el pecado daña al
pecador y sus relaciones con los demás. La absolución quita el pecado, pero
no remedia los daños causados, por ello es necesario hacer algo más para
reparar los pecados. Hay que hacer y cumplir la penitencia que el sacerdote
imponga, como una forma de expiar los pecados. Esta penitencia debe ser
impuesta según las circunstancias personales del penitente y buscando su
bien espiritual. Debe de haber una relación entre la gravedad del pecado y
el tipo de pecado.

El no cumplir con alguno de estos actos invalida la confesión.

Rito y Celebración

La celebración de este sacramento, al igual que la de todos los sacramentos,


es una acción litúrgica. A pesar de haber habido muchos cambios en la
celebración de este sacramento, a través de los siglos, encontramos dos
elementos fundamentales en su celebración. Uno de los elementos son los
actos que hace el penitente que quiere convertirse, gracias a la acción del
Espíritu Santo, como son el arrepentimiento o contrición, la confesión de los
pecados y el cumplimiento de la penitencia. El otro elemento es la acción de
Dios, por medio de los Obispos y los sacerdotes, la Iglesia perdona los pecados
en nombre de Cristo, decide cual debe ser la penitencia, ora con el penitente y
hace penitencia con él. (Cfr. CIC no.1148).

Normalmente, el sacramento se recibe de manera individual, acudiendo al


confesionario, diciendo sus pecados y recibiendo la absolución en forma
particular o individual.

demisiones.com 54
Existen casos excepcionales en los cuales los sacerdotes pueden impartir la
absolución general o colectiva, tales como aquellas situaciones en las que,
de no impartirse, las personas se quedarían sin poder recibir la gracia
sacramental por largo tiempo, sin ser por culpa suya. De todos modos, esto no
les excluye de tener que acudir a la confesión individual en la primera ocasión
que se les presente y confesar los pecados que fueron perdonados a través de
la absolución general. Si se llegase a impartir, el ministro tiene la obligación de
recordarle a los fieles la necesidad de acudir a la confesión individual en la
primera oportunidad que se tenga. Ejemplos de esto serían un estado de
guerra, peligro de muerte ante una catástrofe, en tierra de misiones, o en
lugares con una escasez tremenda de sacerdotes. Si no existen estas
condiciones queda totalmente prohibido hacerlo. (CIC c. 961, 1; c. 962, 1).

Cuando una persona hace una confesión de todos los pecados cometidos
durante toda la vida, o durante un período de la vida, incluyendo los ya
confesados con la intención de obtener una mayor contrición, se le llama
confesión general. Se le debe de advertir al confesor de que se trata de una
confesión general.

Cuando una persona está en peligro de muerte - no pudiendo expresarse


verbalmente por algún motivo - se le otorga el perdón de los pecados de manera
condicionada. Esto quiere decir que está condicionada a las disposiciones que
tenga el enfermo o que tuviese de estar consciente.

Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica.


Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del
sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la consciencia y suscitar
la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los
pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la
penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y
despedida con la bendición del sacerdote.

Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada


uno de los pecadores: “Hijo, tus pecados están perdonados” (Mc 2, 5); es el
médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de
él (cf Mc 2, 17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna.
Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación
con Dios y con la Iglesia.

El sacramento de la Penitencia puede celebrarse en el marco de una


celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y
juntos dan gracias por el perdón recibido. De esta manera la confesión personal
y la absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra de Dios,
con lecturas y homilía, examen de consciencia dirigido en común, petición
comunitaria del perdón, rezo del Padre Nuestro y acción de gracias en común.
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En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de
la reconciliación con confesión general y absolución general.

El lugar adecuado para administrar el sacramento es la Iglesia (Cfr. 964).


Siempre se trata de que se lleve a cabo en un lugar sagrado, de ser posible.

Efectos

El efecto principal de este sacramento es la reconciliación con Dios. Este


volver a la amistad con Él es una “resurrección espiritual”, alcanzando,
nuevamente, la dignidad de Hijos de Dios. Esto se logra porque se recupera la
gracia santificante perdida por el pecado grave.

En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y


con una disposición religiosa, “tiene como resultado la paz y la tranquilidad de
la consciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual” (Cc. De
Trento: DS 1674).

Aumenta la gracia santificante cuando los pecados son veniales.

Reconcilia al pecador con la Iglesia. Por medio del pecado se rompe la unión
entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y el sacramento repara
o robustece la comunión entre todos. Cada vez que se comete un pecado, la
Iglesia sufre, por lo tanto, cuando alguien acude al sacramento, se produce un
efecto vivificador en la Iglesia. (Cfr. CIC nos. 1468 – 1469).

El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la


Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se
reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la
vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co
12, 26).

Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia,
por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el
pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más
íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se
reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación. RP 31).

Se recuperan las virtudes y los méritos perdidos por el pecado grave.

Otorga la gracia sacramental específica, que es curativa porque le devuelve la


salud al alma y además la fortalece para combatir las tentaciones.

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Necesidad

En la actualidad hay una tendencia a negar que la Reconciliación sea el único


medio para el perdón de los pecados. Muchos piensan y afirman que se puede
pedir perdón y recibirlo sin acudir al confesionario. Esto es fruto de una
mentalidad individualista y del secularismo. La enseñanza de la Iglesia es muy
clara: todas las personas que hayan cometido algún pecado grave después de
haber sido bautizados, necesitan de este sacramento, pues es la única manera
de recibir el perdón de Dios. (Concilio de Trento, cfr. Dz.895).

Debido a esto, la Iglesia dentro de sus Mandamientos establece la obligación


de confesarse cuando menos una vez al año con el fin de facilitar el
acercamiento a Dios. (Cfr. CIC 989).

Los pecados graves cometidos después del Bautismo, como se ha dicho, hay
necesidad de confesarlos. Esta necesidad fue impuesta por Dios mismo (Jn.
20, 23). Por lo tanto, no es posible acercarse a la Eucaristía estando en pecado
grave. (Cfr. Juan Pablo II, Reconciliatio e Paenitentia, n. 27).

Estrictamente no hay necesidad de confesar los pecados veniales, pero es muy


útil hacerlo, por las tantas gracias que se reciben. El acudir a la confesión con
frecuencia es recomendada por la Iglesia, con el fin de ganar mayores gracias
que ayuden a no reincidir en ellos. No debemos reducir la Reconciliación a los
pecados graves únicamente.

Ministro y Sujeto

Los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el
poder de perdonar todos los pecados “En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”. El obispo, cabeza visible de la Iglesia particular, es
considerado, por tanto, con justo título desde los tiempos antiguos como el que
tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el
moderador de la disciplina penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus
colaboradores, lo ejercen en la medida en que han recibido la tarea de
administrarlo sea de su obispo (o de un superior religioso), sea del Papa, a
través del derecho de la Iglesia (cf CIC can. 844; 967-969,972; CCEO can.722,
3-4).

Como ya se mencionó, Cristo le dio el poder de perdonar a los apóstoles, los


obispos como sucesores de ellos y los sacerdotes que colaboran con los
obispos son los ministros del sacramento (Cfr. CIC 965). Los obispos, quienes
poseen en plenitud el sacramento del Orden y tienen todos los poderes que
Cristo le dio a los apóstoles, delegan en los presbíteros (sacerdotes) su misión
ministerial, siendo parte de este ministerio, la capacidad de poder perdonar los
pecados. Esto fue definido por el Concilio de Trento como verdad de fe en
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contra de la postura de Lutero que decía que cualquier bautizado tenía la
potestad para perdonar los pecados. Cristo sólo les dio este poder a los
apóstoles (Cfr. Mt.18, 18; Jn. 20, 23).

El sacerdote es muy importante, porque, aunque es Jesucristo el que perdona


los pecados, él es su representante y posee la autoridad de Cristo.

El sacerdote debe de tener la facultad de perdonar los pecados, es decir, por


oficio y porque se le ha autorizado por la autoridad competente el hacerlo. No
todos los sacerdotes tienen la facultad de ejercerla, para poderla ejercer tiene
que estar capacitado para emitir un juicio sobre el pecador.

Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio


del Buen pastor que busca la oveja perdida, el del buen Samaritano que cura
las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del
justo juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y
misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del
amor misericordioso de Dios con el pecador.

El lugar adecuado para administrar el sacramento es la iglesia (Cfr. 964).


Siempre se trata de que se lleve a cabo en un lugar sagrado, de ser posible.

Los confesores deben de tener la intención de Cristo, debe ser instrumento de


la misericordia de Dios. Para ello, es necesario que se prepare para ser capaz
de resolver todo tipo de casos – comunes y corrientes o difíciles y complicados
- tener un conocimiento del comportamiento cristiano, de las cosas humanas,
demostrar respeto y delicadeza, haciendo uso de la prudencia. El amor a la
verdad, la fidelidad a la doctrina de la Iglesia son requisitos para el ministro de
este sacramento. Los sacerdotes deben estar disponibles a celebrar este
sacramento cada vez que un cristiano lo solicite de una manera razonable y
lógica.

Al administrar el sacramento, los sacerdotes deben de enseñar sobre los actos


del penitente, sobre los deberes de estado y aclarar cualquier duda que el
penitente tenga. También debe de motivar a una conversión, a un cambio de
vida. Debe de dar consejo sobre la manera de remediar cada situación.

En ocasiones el sacerdote puede rehusarse a otorgar la absolución. Esto puede


suceder cuando está consciente que no hay las debidas disposiciones por parte
del sujeto. Puede ser que sea por falta de arrepentimiento, o por no tener
propósito de enmienda. También se da el caso de algunos pecados que son
tan graves que están sancionados con la excomunión, que es la pena
eclesiástica más severa, que impide recibir los sacramentos. La absolución de
estos pecados, llamados pecados reservados, según el Derecho Canónico,
sólo puede ser otorgada por el Obispo del lugar o por sacerdotes autorizados
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por él. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote puede perdonar los
pecados y de toda excomunión. Ej: quienes practican un aborto o participan de
cualquier modo en su realización.

En virtud de la delicadeza y el respeto debido a las personas, los sacerdotes no


pueden hacer público lo que han escuchado en la confesión. Quedan obligados
a guardar absoluto silencio sobre los pecados escuchados, ni pueden utilizar el
conocimiento sobre la vida de la persona que han obtenido en el sacramento.
En ello no hay excepciones, quienes lo rompan son acreedores a penas muy
severas. Este sigilo es lo que comúnmente llamamos secreto de confesión.

El sujeto de la Reconciliación es toda persona que, habiendo cometido algún


pecado grave o venial, acuda a confesarse con las debidas disposiciones, y no
tenga ningún impedimento para recibir la absolución.

Las personas que viven en un estado de pecado habitual, como son los
divorciados vueltos a casar, que no dejan esta condición de vida, no pueden
recibir la absolución. El motivo de ello es que viven en una situación que
contradice la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. Pero, la Iglesia no
olvida en su pastoral a estas personas, exhortándolos a participar en la vida de
la Iglesia y que no se sientan rechazados. Únicamente en el caso, de estar
arrepentidos de haber violado el vínculo de la alianza sacramental del
matrimonio y la fidelidad a Cristo y no puedan separarse – por tener hijos –
teniendo el firme propósito de vivir en plena continencia, se les puede otorgar
la absolución. En esta situación se les indica que, para acercarse a la
Eucaristía, lo deben hacer en un lugar donde no sean conocidos, pues podría
ser causa de pecado de escándalo, dado que la pareja y el confesor son los
únicos que conocen la situación.

Frutos

Los frutos de este sacramento son muchos:

• Por este medio se perdonan todos los pecados mortales y veniales. De


esta manera a los que tenían pecados graves, se puede decir que se les
abren las puertas del cielo.
• Se recuperan todos los méritos adquiridos por las buenas obras, perdidos
al cometer un pecado grave o se aumentan si los pecados eran veniales.
• Robustece la vida espiritual, por medio de la gracia sacramental,
fortaleciendo el alma para la lucha interior contra el pecado, así evitando
el volver a caer en lo mismo. Por ello, es tan importante la confesión
frecuente.
• Se obtiene la remisión parcial de las penas temporales como
consecuencias del pecado. La Reconciliación perdona la culpa, pero
queda la pena. En caso de los pecados mortales esta pena se convierte
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en temporal, en lugar de eterna y en el caso de los pecados veniales,
según las disposiciones que se tengan se disminuyen.
• Se logra paz y serenidad de conciencia que se encontraba inquieta por el
dolor de los pecados. Se obtiene un consuelo espiritual.

Obligaciones

Una vez confesados los pecados hay que cumplir la penitencia. Dado que hay
que tener un propósito de enmienda, se deben hacer los esfuerzos necesarios
para no reincidir en los pecados.

Debemos también, desear la penitencia interior, o sea una reorientación radical


de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón,
una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las
malas acciones que hemos cometido. El corazón del hombre es rudo y
endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36, 26-
27).

Las Indulgencias

“La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados,
ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo
determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como
administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de
las satisfacciones de Cristo y de los santos” (CIC, can. 992-994).

Sabemos que todo pecado lleva una culpa y una pena. Dijimos que la confesión
perdona la culpa, pero queda la pena que hay que expiarla de alguna manera,
ya sea en esta vida o en la otra. Las indulgencias son un medio para la remisión
de la pena temporal debida por los pecados y que la Iglesia otorga, siempre y
cuando se cumplan unas condiciones.

Todo pecado necesita de una purificación, ya sea aquí o después de la muerte,


en cuyo caso la purificación se lleva a cabo en el Purgatorio.

Hay dos tipos de indulgencias: parcial o plenaria. La primera perdona toda la


pena y la segunda solo una parte de la pena debida por los pecados.

Para poder adquirir las indulgencias es necesario estar en estado de gracia y


cumplir con ciertos requisitos. En el caso de la plenaria, se necesita confesar y
comulgar un tiempo antes o un tiempo después de haber realizado la acción
prescrita, y orar por las intenciones del Papa. Para lograr la indulgencia parcial
se necesita el estado de gracia y el arrepentimiento y el realizar la obra
prescrita. Si no se cumplen con los requisitos de la plenaria o no hay las debidas
disposiciones, la indulgencia plenaria se convierte en indulgencia parcial.
demisiones.com 60
“Pero nosotros sabemos que Dios es rico en misericordia a semejanza del
padre de la parábola, no cierra el corazón a ninguno de sus hijos. Él los espera,
los busca, los encuentra donde el rechazo de la comunión los hace prisioneros
del aislamiento y de la división, los llama a reunirse en torno a su mesa en la
alegría de la fiesta del perdón y de la reconciliación”. (Juan Pablo II, “Dives in
misericordia”, no. 10)

“Hay que subrayar también que el fruto más precioso del perdón obtenido por
el sacramento de la penitencia consiste en la reconciliación con Dios, la cual
tiene lugar en la intimidad del corazón del hijo pródigo, que es cada Penitente”.
(Juan Pablo II, “Reconciliatio et Paenitentia”, no. 31)

Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también
para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales,
consecuencia de los pecados.

El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con la ayuda de


la gracia de Dios no se encuentra solo. “La vida de cada uno de los hijos de
Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida
de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo
místico de Cristo, como en una persona mística” (Pablo VI, const. ap.
“Indulgentiarum doctrina”, 5).

En la comunión de los santos, por consiguiente, “existe entre los fieles, tanto
entre quienes ya son bienaventurados como entre los que expían en el
Purgatorio o los que peregrinan todavía en la tierra, un constante vínculo de
amor y un abundante intercambio de todos los bienes (Pablo VI, Ibíd.). En este
intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá que
el daño del pecado de uno pudo causar a los demás. Así el recurso a la
comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y más
eficazmente purificado de las penas del pecado.

demisiones.com 61
EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Introducción

En el Antiguo Testamento, el hombre experimenta en la enfermedad su propia


limitación y, al mismo tiempo, percibe que ésta se halla misteriosamente
vinculada al pecado. Los profetas intuyeron que la enfermedad podía tener
también un valor redentor de los pecados propios y ajenos. Así, la enfermedad
se vivía ante Dios, de quien el hombre imploraba la curación.

Cristo, médico del alma y del cuerpo, instituyó los sacramentos de la Penitencia
y de la Unción de los enfermos, porque la vida nueva que nos fue dada por Él
en los sacramentos de la iniciación cristiana puede debilitarse y perderse para
siempre a causa del pecado. Por ello, Cristo ha querido que la Iglesia continuara
su obra de curación y de salvación mediante estos dos sacramentos.

La compasión de Jesús hacia los enfermos y las numerosas curaciones


realizadas por Él son una clara señal de que con Él había llegado el Reino de
Dios y, por tanto, la victoria sobre el pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su
pasión y muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual, unido al de
Cristo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y
para los demás.

La Iglesia, habiendo recibido del Señor el mandato de curar a los enfermos, se


empeña en el cuidado de los que sufren, acompañándolos con oraciones de
intercesión. Tiene un sacramento específico para los enfermos, instituido por
Cristo mismo y atestiguado por Santiago: “¿Está enfermo alguno de vosotros?
Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en
el nombre del Señor” (St 5, 14-15).

Este sacramento, antiguamente llamado de la Extremaunción, muchas veces


es rechazado o, sencillamente no se le da la importancia que tiene. Quizás, sea
porque no se le conoce lo suficiente y para muchos es un sacramento que sólo
se administra en caso de estar en peligro inminente de muerte y da miedo. No
nos percatamos que, por medio de la unción de los enfermos, unida a la oración
de los sacerdotes, la Iglesia entera está encomendando a los enfermos para
que Cristo los alivie y los salve. Por medio de este sacramento nos podemos
unir a la pasión de Cristo.

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Naturaleza

El sacramento de la Unción de los Enfermos “tiene como fin conferir una


gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al
estado de enfermedad y vejez”. (Catec. n. 1527).

Es un hecho que la enfermedad y el sufrimiento que ellos conllevan son


inherentes al hombre, no se pueden separar de él. Esto le causa graves
problemas porque el hombre se ve impotente ante ellos y se da cuenta de sus
límites y de que es finito. Además de que la enfermedad puede hacer que se
vislumbre la muerte.

Aunque parecería, que, ante la enfermedad, el ser humano se acercaría mucho


más a Dios, muchas veces el resultado es lo contrario. Ante la angustia que
provoca la enfermedad, el miedo, la fatiga, el dolor, el hombre puede
desesperarse e inclusive se puede revelar ante Dios. Muchas veces, el estado
físico en que se encuentra el enfermo, lo lleva a no poder hacer la oración
necesaria para mantenerse unido al Señor. En otras ocasiones, la enfermedad,
cuando se le ha dado un sentido cristiano, lleva a un acercamiento a Dios.

Sabemos que la muerte corporal es natural, pero a través de los ojos de la fe


sabemos que la muerte es causada por el pecado. (Cfr. Rm. 6, 23; Gn. 2, 17).
Para los que mueren en gracia de Dios, es una participación en la muerte de
Cristo, lo que trae como consecuencia el poder participar en su resurrección.
(Cfr. Rm. 6, 3-9; Flp. 3, 10-11).

No olvidemos que la muerte es el final de nuestra vida terrena. El tiempo es


parte de ella, por lo tanto, vamos envejeciendo y al final, llega la muerte. El
conocer lo definitivo de la muerte, nos debe llevar a pensar que no contamos
más que con un tiempo limitado para llevar a cabo nuestra misión en la vida, en
la tierra.

En el Antiguo Testamento podemos apreciar como el hombre vive su


enfermedad de cara a Dios, le reclama, le pide la sanación de sus males. (Cfr.
Sal.6, 3; Is. 38; Sal. 38). Es un camino para la salvación. (Cfr. Sal.32, 5;
Sal.107, 20) El pueblo de Israel llega a hacer un vínculo entre la enfermedad y
el pecado. El profeta Isaías vislumbra que el sufrimiento puede tener un sentido
de redención. (Cfr. Is. 53, 11)

Vemos como Cristo tenía gran compasión hacia aquellos que estaban
enfermos. Él fue médico de cuerpo y alma, pues no sólo curaba a los enfermos,
además perdonaba los pecados. Se dejaba tocar por los enfermos, ya que de
Él salía una fuerza que los curaba (Cfr. Mc. 1, 41; 3, 10; 6; 56; Lc. 6, 19). Él vino
a curar al hombre entero, cuerpo y alma. Su amor por los enfermos sigue
presente, a pesar de los siglos transcurridos. Con frecuencia Jesús le pedía a
demisiones.com 63
los enfermos que creyesen, lo que nuevamente nos pone de relieve la
necesidad de la fe. Así mismo se servía de diferentes signos para curar. (Cfr.
Mc. 2, 17; Mc. 5, 34-.36; Mc. 9, 23; Mc. 7, 32-36). En los sacramentos Jesucristo
sigue tocándonos para sanarnos, ya sea el cuerpo o el espíritu. Es médico de
alma y cuerpo.

Jesucristo no sólo se dejaba tocar, sino que toma como suyas las miserias de
los hombres. Tomó sobre sus hombros todos nuestros males hasta llevarlo a la
muerte de Cruz. Al morir por en la Cruz, asumiendo sobre Él mismo todos
nuestros pecados, nos libera del pecado, del cual la enfermedad es una
consecuencia. A partir de ese momento, el sufrimiento y la enfermedad tienen
un nuevo sentido, nos asemejamos más a Él y nos hacemos partícipes de su
Pasión. Toma un sentido redentor.

Institución

Cuando Cristo invita a sus discípulos a seguirle, implica tomar su cruz,


haciéndoles partícipes de su vida, llena de humildad y de pobreza. Esto los lleva
a tomar una nueva visión sobre la enfermedad y el sufrimiento y los hace
participar en su misión de curación. En Marcos 6, 13 se nos insinúa como los
apóstoles, mientras predicaban, exhortando a hacer penitencia y expulsaban
demonios, ungían a muchos enfermos con óleo.

Una vez resucitado, Cristo les dice: que en Su nombre… “impondrán las manos
sobre los enfermos…” (Mc. 16, 17-18). Y queda confirmado con lo que la Iglesia
realiza invocando el nombre de Jesucristo. (Hech. 9, 34; 14, 3).

Sabemos que esta santa unción fue uno de los sacramentos instituidos por
Cristo. La Iglesia manifiesta que, entre los siete sacramentos, hay uno especial
para el auxilio de los enfermos, que los ayuda ante las tribulaciones que la
enfermedad trae con ella. Ahora bien, sabemos que ni las oraciones más
fervorosas logran la curación de todas las enfermedades y que los sufrimientos
que hay que padecer, tienen un sentido especial, como nos lo dice San Pablo:
“completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia”. (Col.1, 24)

Ante el mandato de: “¡Sanad a los enfermos!” (Mt. 10, 8), la Iglesia cumple con
esta tarea tanto por los cuidados que les da a los enfermos, como por las
oraciones de intercesión.

El Concilio Vaticano II toma como la promulgación del sacramento, el texto


de Santiago 5, 14-15, el cual nos dice que, si alguien está gravemente enfermo,
llamen al sacerdote para que ore sobre él, lo unja con óleo en nombre del Señor.
Y el Señor los salvará. En este texto nos queda claro, que debe ser una

demisiones.com 64
enfermedad importante, que los debe de llevar a cabo un presbítero, y
encontramos el signo sensible compuesto de materia y forma.

Signo: Materia y Forma

La unción de los enfermos se administra ungiendo al enfermo con óleo y


diciendo las palabras prescritas por la Liturgia. (Cfr. CIC. c. 998).

La Constitución apostólica de Paulo VI, “Sacram unctionem infirmorum” del 30


de noviembre de 1972, conforme al Concilio Vaticano II, estableció el rito que
en adelante se debería de seguir.

La materia remota: es el aceite de oliva bendecido por el Obispo el Jueves


Santo. En caso de necesidad, en los lugares donde no se pueda conseguir el
aceite de oliva, se puede utilizar cualquier otro aceite vegetal. Aunque hemos
dicho que el Obispo es quien bendice el óleo, en caso de emergencia, cualquier
sacerdote puede bendecirlo, siempre y cuando sea durante la celebración del
sacramento.

La materia próxima: es la unción con el óleo, la cual debe ser en la frente y las
manos para que este sacramento sea lícito, pero si las circunstancias no lo
permiten, solamente es necesaria una sola unción en la frente o en otra parte
del cuerpo para que sea válido.

La forma son las palabras que pronuncia el ministro: “Por esta Santa Unción, y
por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en
tu enfermedad”.

Las palabras, unidas a la materia hacen que se realice el signo sacramental y


se confiera la gracia.

Rito y Celebración

Todos los sacramentos se celebran en forma litúrgica y comunitaria, y la unción


de los enfermos no es ninguna excepción. Esta tiene lugar en familia en la casa,
en un hospital o en una iglesia. Es conveniente, de ser posible, que vaya
precedido del sacramento de la Reconciliación y seguido por el Sacramento de
la Eucaristía.

La celebración es muy sencilla y comprende dos elementos, los mismos que


menciona Santiago 5, 14: se imponen en silencio las manos a los enfermos, se
ora por todos los enfermos – la epíclesis propia de este sacramento – luego la
unción con el óleo bendecido.

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Efectos

La unción de los enfermos es una preparación para el paso de esta vida a la


gloria eterna y son muchos los efectos y gracias que confiere al enfermo para
prepararse para la entrada a la vida eterna. El enfermo que confía en sus
propias fuerzas, podría desesperarse, pero Cristo viene a él para reconfortarlo
en estos momentos.

Este sacramento es un sacramento de “vivos”, por lo tanto, incrementa la gracia


santificante en el enfermo.

Se recibe la gracia sacramental propia de la Unción de los Enfermos, que es


una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias
del estado de enfermedad grave o de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu
Santo que nos lleva a renovar la confianza y la fe en Dios y fortalece al alma
para que sea capaz de vencer las tentaciones de desaliento, y de angustia,
especialmente. (Catec. n. 1520).

Por la gracia sacramental, es posible que el enfermo obtenga la curación, si es


conveniente, la salud corporal. La asistencia del Espíritu Santo tiene como
objeto conducir al enfermo hacia la curación del alma, pero si es la voluntad de
Dios, también puede recuperar la salud. (Cfr. Catec. n. 1520). Por ello es
conveniente no esperar hasta el último momento para la administración de este
sacramento, los sacramentos no tienen como fin hacer milagros, al dejar hasta
el final este sacramento, se podría estar poniendo obstáculos para su eficacia.

La unción de los enfermos puede obtenernos el perdón de los pecados veniales


y la remisión de las penas del purgatorio, pues son obstáculos que impiden la
entrada al cielo. Este efecto depende de la debida disposición que tenga el
sujeto que lo recibe, se necesita un verdadero dolor de corazón, en otras
palabras, estar totalmente arrepentidos. Normalmente, este sacramento va
acompañado de indulgencia plenaria, la cual perdona la pena temporal.

Hemos mencionado que este sacramento es de “vivos”, es decir, se debe de


recibir en estado de gracia, sin pecados mortales. No fue instituido para
perdonar los pecados graves, para esto está el Sacramento de la
Reconciliación. Pero, en caso de que la persona no se pueda confesar y esté
completamente arrepentida, la unción perdona los pecados mortales. Esto fue
declarado en el Concilio de Trento, además de estar insinuado en el texto de
Santiago ya mencionado.

Si posteriormente, la imposibilidad de confesarse se resuelve, el enfermo tiene


la obligación de acudir a la Reconciliación.

Necesidad
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Este sacramento no es absolutamente necesario para la salvación, pero a nadie
le es lícito desdeñarlo, por lo tanto, se debe de procurar que los enfermos lo
reciban lo antes posible en caso de una enfermedad grave o crónica, o en la
ancianidad. Sobre todo, se debe de recibir cuando se está en plena facultades
mentales.

El cristiano está obligado a prepararse lo mejor posible para la muerte, por lo


que las personas allegadas a él tienen el deber – grave – de procurar que lo
reciba, ya sea presentándole la conveniencia de hacerlo, ya sea mencionándole
que se encuentra en una situación de alto riesgo. Pero, siempre siendo
prudentes, utilizando el sentido común y la caridad. Muchas veces no se hace
por el temor de asustar al enfermo, siendo que, en la mayoría de las veces, lo
que se tiene es una visión equivocada de la muerte en el sentido cristiano.
Normalmente el enfermo acoge la sugerencia con serenidad, sobre todo si se
le explica que es por su bien.

La Iglesia, además, ofrece junto a este sacramento, la Eucaristía como viático,


“a aquellos que están a punto de salir de esta vida”. La Eucaristía es el paso de
la muerte a la vida. (Cfr. Catec. n. 1524). Recordemos las palabras de Jesús:
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día”. (Jn. 6, 54)

La Unción de los Enfermos puede recibirse más de una vez, pues no imprime
carácter. Antiguamente solamente se administraba una vez en la vida, pero
actualmente se puede recibir varias veces. Si se ha administrado durante una
enfermedad grave y se recobra la salud, al presentarse otra enfermedad grave,
se puede volver a recibir o en el caso de una enfermedad que se agrave el
enfermo, se puede recibir nuevamente, o cuando es una enfermedad crónica,
en la cual se necesita fortaleza para sobrellevarla, o en la vejez.

Ministro y Sujeto

Solamente los sacerdotes o los Obispos pueden ser el ministro de este


sacramento. Esto queda claro en el texto de Santiago y los Concilios de
Florencia y de Trento lo definieron así, interpretando dicho texto. Únicamente
ellos lo pueden aplicar, utilizando el óleo bendecido por el Obispo, o en caso de
necesidad por el mismo presbítero en el momento de administrarlo.

Es deber de los presbíteros instruir a los fieles sobre las ventajas de recibir el
sacramento y que los ayuden a prepararse para recibirlo con las debidas
disposiciones.

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El sujeto de la Unción de los Enfermos es cualquier fiel que, habiendo llegado
al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez. (Cfr.
Catec. 1514).

Para poderlo recibir tienen que existir unas condiciones. El sujeto – como en
todos los sacramentos – debe de estar bautizado, tener uso de razón, pues
hasta entonces es capaz de cometer pecados personales, razón por la cual no
se les administra a niños menores de siete años.

Además, debe de tener la intención de recibirlo y manifestarla. Cuando enfermo


ya no posee la facultad para expresarlo, pero mientras estuvo en pleno uso de
razón, lo manifestó, aunque fuera de manera implícita, si se puede administrar.
Es decir, aquél que antes de perder sus facultades llevó una vida de práctica
cristiana, se presupone que lo desea, pues no hay nada que indique lo
contrario. Sin embargo, no se debe administrar en el caso de quien vive en un
estado de pecado grave habitual, o a quienes lo han rechazado explícitamente
antes de perder la conciencia. En caso de duda se administra bajo condición,
su eficacia estará sujeta a las disposiciones del sujeto.

Para administrarlo no hace falta que el peligro de muerte sea grave y seguro,
lo que si es necesario es que se debe a una enfermedad o vejez. En ocasiones
es conveniente que se reciba antes de una operación que implique un gran
riesgo para la vida de una persona.

En el supuesto de que haya duda sobre si el enfermo vive o no, se administra


el sacramento bajo condición, anteponiendo las palabras “Si vives…”

Frutos

Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse


de manera más íntima a la pasión de Cristo. El sufrimiento, fruto del pecado
original, obtiene un nuevo sentido, y se participa con él en la obra salvífica de
Jesús.

Al unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo, por medio de este


sacramento, los enfermos contribuyen al bien del Pueblo de Dios. Al celebrar la
Unción de los Enfermos, la Iglesia, por la comunión de los santos, intercede por
el bien del enfermo. Y este, a su vez, por la gracia de este sacramento,
contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres por los
que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.

La Unción de los Enfermos es un escudo para defendernos ante las últimas


luchas en nuestra vida y así entrar a la Casa del Padre. Nos prepara para dar
el paso a la vida eterna.

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“Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor
mediante la verdad del sufrimiento”. (Juan Pablo II “Salvifici doloris” n.18).

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EL SACRAMENTO DEL ORDEN

Introducción

El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, - como hemos mencionado – son


los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Ellos fundamentan la vocación que
todos los discípulos de Cristo poseen, vocación a la santidad y a la
evangelización. Por medio de ellos se adquieren las gracias necesarias para
vivir según el Espíritu aquí en la tierra, el camino para llegar a la Casa del Padre.

El Orden Sacerdotal y el Matrimonio, están ordenados a la salvación de los


demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen
mediante el servicio que presta a los demás. Confieren una misión particular en
la Iglesia y sirven para la edificación del Pueblo de Dios. (Catec. n. 1534).

Por la fe y el bautismo, se participa en la vocación común de todos los fieles, la


vocación sacerdotal. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por
la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados, como cosa espiritual y
sacerdocio santo.

Los fieles que reciben el “Sacramento del Orden” son consagrados para que
“en el hombre de Cristo sean los pastores de la Iglesia con la Palabra y la gracia
de Dios”. En el Sacramento del Matrimonio, “los cónyuges cristianos, son
fortificados y consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este
sacramento especial”.

S. Gregorio Nacianceno, siendo joven sacerdote, exclama: “Es preciso


comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido
para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para
acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y
aconsejar con inteligencia (or. 2, 71). Sé de quien somos ministros, dónde nos
encontramos y a dónde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza
del hombre, pero también su fuerza (Ibíd. 74). Por tanto, ¿quién es el
sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica
con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los
sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece en
ella la imagen de Dios, la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más
grande que hay en él, es divinizado y diviniza” (Ibíd. 73).

El santo Cura de Ars dice: “El sacerdote continúa la obra de redención en la


tierra”…”Si se comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría no de
pavor sino de amor”… “El sacerdote es el amor del corazón de Jesús”.

demisiones.com 70
Naturaleza

El Sacramento del Orden es el que hace posible que la misión, que Cristo le dio
a sus Apóstoles, siga siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Es el Sacramento del ministerio apostólico.

Orden indica un cuerpo eclesial, del que se entra a formar parte mediante una
especial consagración (Ordenación) que, por un don singular del Espíritu Santo,
permite ejercer una potestad sagrada al servicio del Pueblo de Dios en nombre
y con la autoridad de Cristo.

De hecho, este es el sacramento por el cual “algunos hombres quedan


constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y
así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según el grado
de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de
enseñar, gobernar y santificar”. (CIC. c. 1008)

Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, lo cual lo capacita


para colaborar en la misión de la Iglesia. Pero, los que reciben el Orden quedan
configurados de forma especial, quedan marcados con carácter indeleble, que
los distinguen de los demás fieles y los capacita para ejercer funciones
especiales. Por ello, se dice que el sacerdote tiene el sacerdocio ministerial,
que es distinto al sacerdocio real o común de todos los fieles, este
sacerdocio lo confiere el Bautismo y la Confirmación. Por el Bautismo nos
hacemos partícipes del sacerdocio común de los fieles.

El sacerdote actúa en nombre y con el poder de Jesucristo. Su consagración y


misión son una identificación especial con Jesucristo, a quien representan. El
sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común de los fieles.

Los sacerdotes ejercen los tres poderes de Cristo. Son los encargados de
transmitir el mensaje del Evangelio, y de esa manera ejercen el poder de
enseñar que poseen. Su poder de gobernar lo ejercen dirigiendo, orientando a
los fieles a alcanzar la santidad. Así mismo son los encargados de administrar
los medios de salvación – los sacramentos – cumpliendo así la misión de
santificar. Si no hubiese sacerdotes, no sería posible que los fieles reciban
ciertos sacramentos, de ahí la necesidad de fomentar las vocaciones. De los
sacerdotes depende, en gran parte, la vida sobrenatural de los fieles, pues
solamente ellos pueden consagrar, haciendo presente a Cristo, y otorgar el
perdón de los pecados. Aunque estas son las dos funciones más importantes
de su ministerio, como ya hemos visto su participación en la administración de
los sacramentos no termina ahí.

El Sacramento del Orden consta de diversos grados y por ello se llama orden.
En la antigüedad romana, la palabra Orden se utilizaba para designar los
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cuerpos constituidos en sentido civil, en especial aquellos que gobernaban. La
Iglesia, tomando como fundamento la Sagrada Escritura, llama desde los
tiempos antiguos con el nombre de taxeis (en griego), de ordines (en latín) a
diferentes cuerpos constituidos en ella. En la actualidad se designa con la
palabra ordinatio al acto sacramental que incorpora al orden de los obispos,
de los presbíteros y de los diáconos, que confiere en don del Espíritu Santo que
les permite ejercer un poder sagrado que sólo viene de Cristo, por medio de su
Iglesia. La “ordenación” también es llamada consecratio.

En el Antiguo Testamento vemos como dentro del pueblo de Israel, Dios


escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico. Los
sacerdotes de la Antigua Alianza fueron consagrados con rito propio. (Cfr. Ex.
29, 1-30). Pero, este sacerdocio de la Antigua Alianza era incapaz de realizar
la salvación, motivo por el cual tenía la necesidad de repetir una y otra vez
sacrificios en señal de adoración, de gratitud, de súplica y de contrición.

La Liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de los


levitas, así como en la institución de los setenta “ancianos” (Nm. 11, 24-25),
prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza. También el
sacerdocio Melquisedec es considerado como una prefiguración del sacerdocio
de Cristo, único “Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hb. 5, 10;
6, 20).

Todas estas prefiguraciones encuentran su plenitud en Cristo, único mediador


entre Dios y los hombres (1Tim. 2, 5). Cristo es la fuente del ministerio de la
Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado la autoridad, la misión, la orientación y la
finalidad.

Institución

El Concilio de Trento definió como dogma de fe que el Sacramento del Orden


es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo. Los protestantes niegan
este sacramento, para ellos no hay diferencia entre sacerdotes y laicos.

Por la Sagrada Escritura, podemos conocer como Jesús escogió de manera


muy especial a los Doce Apóstoles (Cfr. Mc. 3, 13-15; Jn. 15, 16). Y es a ellos
a quienes les otorga sus poderes de perdonar los pecados, de administrar los
demás sacramentos, de enseñar y de renovar, de manera incruenta, el sacrificio
de la Cruz hasta el final de los tiempos. Les otorgó estos poderes con la
finalidad de continuar Su misión redentora y para ello, también, Cristo les
mandó que los transmitieran a otros. Desde un principio así lo hicieron,
imponiendo las manos a algunos elegidos, nombrando presbíteros y obispos
en las diferentes localidades para gobernar las iglesias locales.

demisiones.com 72
El Jueves Santo, en lo que se conoce como la Cena del Señor, se conmemora
la institución de este Sacramento.

Signo: Materia y Forma

El Papa Pío XII, después de una larga controversia, declaró que la materia de
este sacramento era la imposición de manos. (Cfr. Dz. 2301; CIC. c. 1009
&2). Como hemos visto, desde un principio la práctica apostólica era la
imposición de manos, el problema se suscitó al añadirse al rito en los siglos X,
XI, XII, la entrega de los instrumentos - cáliz, patena, Evangelios etc. – a la
usanza de las costumbres civiles romanas. Pero, en este sacramento, a
diferencia de los otros, el efecto no depende de lo que tenga el ministro, sino
que se comunica una fuerza espiritual que viene de Dios. De ahí que la fuerza
de la materia está en el ministro y no en una cosa material. Pío XII aclaró - de
manera rotunda - que estos instrumentos no eran necesarios para la validez del
sacramento.

La forma es la oración consagratoria que los libros litúrgicos prescriben para


cada grado. (CIC. c. 1009 & 2). Esta es diferente para cada grado del
sacramento. Es decir, son diferentes para el episcopado, para el presbiterado
y para el diaconado.

Los Tres Grados del Sacramento del Orden

Hemos mencionado que existen tres grados en el Sacramento del Orden; el


episcopado, el presbiterado, y el diaconado.

1. Episcopado: entre los diversos ministerios, el Ministerio de los Obispos,


ocupa un lugar preponderante, pues por medio de una sucesión apostólica,
que existe desde el principio, son los que transmiten la semilla apostólica.

Los primeros apóstoles, después de recibir al Espíritu Santo en Pentecostés,


comunicaron el don espiritual que habían recibido a sus colaboradores,
mediante la imposición de manos.

El Concilio Vaticano II, enseña que por la consagración episcopal se recibe


la plenitud del sacramento del Orden”. Se puede decir que es la cumbre del
ministerio sagrado. Cfr. LG 20; Catec. n. 1555).

Su poder para consagrar no excede a la de los presbíteros, pero sí tienen otros


poderes que los sacerdotes no tiene, como son:

• El poder de administrar el sacramento del Orden y de la Confirmación.


• Son los que normalmente bendicen los óleos que se utilizan en los
diferentes sacramentos.
demisiones.com 73
• También poseen el poder de predicar en cualquier lugar.
• Normalmente, el Obispo tiene el gobierno de una diócesis o Iglesia local
que le ha sido confiada, siempre bajo la autoridad del Papa, pero al mismo
tiempo, “tiene colegialmente con todos sus hermanos en el episcopado la
solicitud de todas las Iglesias”. (Cfr. Catec. n. 1566).
• Es quien dicta las normas en su diócesis sobre los seminarios, la
predicación, la liturgia, la pastoral, etc.
• Además, son los Obispos los encargados de otorgar a los presbíteros el
poder de predicar la palabra de Dios y de regir sobre los fieles.

Existen Obispos con territorio, que son los que están al frente de una diócesis
y Obispos sin territorio, que son, generalmente, todos aquellos que colaboran
en el Vaticano, en una misión específica.

Algunos Obispos son nombrados Cardenales, en virtud de su entrega y su


labor especial a la Iglesia. El Papa es quien los nombra y no se necesita de una
celebración especial. En cuanto al poder del sacramento, es igual que la de los
Obispos, ambos tienen la plenitud del ministerio, por ser Obispo. Los
Arzobispos son aquellos Obispos encargados de una arquidiócesis, es decir,
que dado lo extenso del territorio se ve la necesidad de dividir una diócesis, en
varias diócesis.

2. Presbiterado: los presbíteros - palabra que viene del griego y significa


anciano – no poseen la plenitud del Orden y están sujetos a la autoridad del
Obispo del lugar para ejercer su potestad. Sin embargo, tienen los poderes
de:

• Consagrar el pan y el vino.


• Perdonar los pecados.
• Ayudar a los fieles, transmitiendo la doctrina de la Iglesia y con obras.
• Pueden administrar cualquier sacramento en el cual el ministro no sea un
Obispo.

Los sacerdotes o presbíteros son los que ayudan a los Obispos en diferentes
funciones. Por ello, cuando un sacerdote llega a una diócesis tiene que
presentarse ante el Obispo, y éste será quien le otorgue los permisos
necesarios.

Los presbíteros, a pesar de no poseer la plenitud del sacerdocio y dependan de


los Obispos, están unidos a ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la
Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote. (Cfr. Hb.5, 1-10;
7,24; 11, 28). Además, por el Sacramento del Orden, los presbíteros participan
en la universalidad de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles.

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3. Diaconado: En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos – del
griego, igual a servidor – a los que se les imponen las manos “para realizar
un servicio, y no para ejercer el sacerdocio”. A ellos les corresponde:

• Asistir al Obispo y a los presbíteros en diferentes celebraciones.


• En la distribución de la Eucaristía, llevando la comunión a los moribundos.
• Asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, cuando no haya
sacerdote.
• Proclamar el Evangelio.
• Administrar el Bautismo solemne.
• Dar la bendición con el Santísimo.

El diaconado, generalmente, se recibe un tiempo antes de ser ordenado


presbítero, pero a partir del Concilio Vaticano II, se ha restablecido el diaconado
como un grado particular dentro de la jerarquía de la Iglesia. Este diaconado
permanente, que puede ser conferido a hombres casados o solteros, ha
contribuido al enriquecimiento de la misión de la Iglesia. (Cfr. LG. N. 29).

Rito y Celebración

La celebración del Sacramento del Orden, ya sea, para un obispo, para el


presbiterado o para el diaconado, tendrá lugar, de preferencia en domingo y en
la catedral del lugar. El lugar propio para ello es dentro de la Eucaristía.

El rito esencial del sacramento está constituido, para los tres grados, por la
imposición de las manos del Obispo sobre la cabeza del ordenado, así como
una oración consagratoria específica en la que se le pide a Dios “la efusión
del Espíritu Santo y de sus dones apropiados a cada ministerio, para el cual el
candidato es ordenado”.

Como todo sacramento, existen ritos complementarios en la celebración. Así,


al obispo y al presbítero se les unge con el Santo Crisma, como signo de la
unción especial del Espíritu Santo que se hace fecundo en su ministerio. Al
obispo se le entrega el libro de los Evangelios, el anillo, la mitra y el báculo. Al
presbítero se le entregan la patena y el cáliz, los Evangelios. Al diácono se le
entrega el libro de los Evangelios.

En las tres consagraciones, la unción significa la consagración de la persona


en su totalidad a Cristo y a la Iglesia.

demisiones.com 75
Efectos

Con este sacramento se reciben varios efectos de orden sobrenatural que le


ayudan al cumplimiento de su misión.

La Ordenación episcopal da la plenitud del sacramento del Orden, hace al


Obispo legítimo sucesor de los Apóstoles, lo constituye miembro del Colegio
episcopal, compartiendo con el Papa y los demás Obispos la solicitud por todas
las Iglesias, y le confiere los oficios de enseñar, santificar y gobernar.

La unción del Espíritu marca al presbítero con un carácter espiritual indeleble,


lo contigua a Cristo sacerdote y lo hace capaz de actuar en nombre de Cristo
Cabeza. Como cooperador del Orden episcopal, es consagrado para predicar
el Evangelio, celebrar el culto divino, sobretodo la Eucaristía, de la que saca
fuerza todo su ministerio, y ser pastor de los fieles.

El diácono, configurado con Cristo siervo de todos, es ordenado para el servicio


de la Iglesia, y lo cumple bajo la autoridad de su Obispo, en el ministerio de la
Palabra, el culto divino, la guía pastoral y la caridad.

• El carácter indeleble, que se recibe en este sacramento, es diferente al


del Bautismo y el de la Confirmación, pues constituye al sujeto como
sacerdote para siempre. Lo lleva a su plenitud sacerdotal, perfecciona el
poder sacerdotal y lo capacita para poder ejercer con facilidad el poder
sacerdotal.

Todo esto es posible porque el carácter configura a quien lo recibe con Cristo.
Lo que hace que el sacerdote se convierta en ministro autorizado de la palabra
de Dios, y de ese modo ejercer la misión de enseñar. Así mismo se convierte
en ministro de los sacramentos, en especial de la Eucaristía, donde este
ministerio encuentra su plenitud, su centro y su eficacia, y de este modo ejerce
el poder de santificar. Además, se convierte en ministro del pueblo, ejerciendo
el poder de gobernar.

• Otro efecto de este sacramento es la potestad espiritual. En virtud del


sacramento, se entra a formar parte de la jerarquía de la Iglesia, la cual
podemos ver en dos planos. Una, la jerarquía del Orden, formada por los
obispos, sacerdotes y diáconos, que tiene como fin ofrecer el Santo
Sacrificio y la administración de los sacramentos. Otra es la jerarquía de
jurisdicción, formada por el Papa y los obispos unidos a él. En este caso,
los sacerdotes y los diáconos entran a formar parte de ella, mediante la
colaboración que prestan al Obispo del lugar.
• Por ser sacramento de vivos, aumenta la gracia santificante y concede
la gracia sacramental propia, que en este sacramento es una ayuda

demisiones.com 76
sobrenatural necesaria para poder ejercer las funciones correspondientes
al grado recibido.

Ministro y Sujeto

La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado


con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido
ministro.

Cristo eligió a doce apóstoles, entre sus numerosos discípulos, haciéndoles


partícipes de su misión y de su autoridad. Desde entonces hasta hoy es Cristo
quien otorga a unos el ser Apóstoles y a otros ser pastores.

Por lo tanto, el ministro del Sacramento del Orden es el Obispo, descendiente


directo de los Apóstoles. Los obispos válidamente ordenados, es decir que
están en la línea de la sucesión apostólica, confieren válidamente los tres
grados del sacramento del orden. Así consta en los Concilios de Florencia y de
Trento.

Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio apostólico,


corresponde a los obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, transmitir el
don espiritual; la semilla apostólica. (Catec. n. 1576).

Para que se administre válidamente, solamente se necesita que el obispo


tenga la intención de hacerlo y que cumpla con el rito externo de la ordenación.
No importa la condición en que se encuentre el obispo.

En cuanto a la licitud de la ordenación, para ordenar a un obispo se requiere


ser obispo y poseer una constancia del mandato del Su Santidad, el Papa. En
la ordenación de obispos, además del ministro, se necesita que estén presente
otros dos obispos.

Para ordenar lícitamente a los presbíteros y los diáconos, el ministro es el


propio Obispo o en su defecto, cualquier otro Obispo autorizado por el Ordinario
del lugar. Además, debe de corroborar que el candidato sea idóneo, de acuerdo
a las normas del derecho. Cuando la ordenación es realizada por un Obispo
que no es el propio, debe de cerciorarse mediante Cartas Testimoniales.
Además, el ministro debe de estar en estado de gracia.

“Sólo el varón (“vir”) bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación” CIC,


can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (“viri”) para formar el colegio de los
doce apóstoles (cf Mc 3, 14.19; Lc 6, 12-16), y los apóstoles hicieron lo mismo
cuando eligieron a sus colaboradores (cf 1 Tm 3, 1-3; 2 Tm 1, 6; Tt 1, 5-9) que
les sucederían en su tarea (S. Clemente Romano Cor, 42, 4; 44,3). El colegio
de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace
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presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia
se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la cual
las mujeres no reciben la ordenación (cf Juan Pablo II, MD 26-27; CDF decl.
“Inter insigniores”: AAS 69 (1977) 98-116).

Para poder recibir válidamente este sacramento, el sujeto es todo varón


bautizado. (Cfr. CIC c. 1024). El sujeto debe de tener la intención de recibirlo y
haberla manifestado. Se le llama intención habitual a la que tenía antes y de la
cual no se retractó. En la práctica será intención actual, en el momento de
recibirlo, pues está dispuesto a recibirlo y a cambiar de estado de vida,
adquiriendo nuevas obligaciones. Debe recibirlo en total libertad, pues sino la
intención no existe y la ordenación es nula y las obligaciones dejan de existir.

En la actualidad, existe una corriente muy fuerte que propugna por la


ordenación al sacerdocio de las mujeres. La Iglesia siempre ha enseñado que
Jesucristo escogió a hombres para continuar su misión redentora. Todos los
Apóstoles eran varones. La Iglesia no tiene ningún poder para cambiar la
esencia de los sacramentos que Cristo estableció. En 1994, el Papa, Juan
Pablo II, en su Carta Apostólica sobre la Ordenación Sacerdotal reservada sólo
a los hombres nos dice: “Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión
de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la
Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a mis hermanos
(cfr. Lucas 22, 32), declaró que la Iglesia no tiene modo alguno la facultad
de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen
debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.
Con esto queda definitivamente aclarada la cuestión.

Por otro lado, sí el sacerdote tiene que representar a Cristo, tiene que tener una
cierta semejanza natural con Él para poder celebrar la Santa Misa y la
Eucaristía. Cristo es hombre.

Quienes por este motivo dicen que la Iglesia rebaja la dignidad de la mujer,
están equivocados, el ejemplo lo tenemos en la Santísima Virgen María. Para
la Iglesia el hombre y la mujer tienen la misma dignidad.

Condiciones para recibirlo lícitamente

Existen unas cualidades necesarias por derecho divino, es decir por voluntad
divina:

• Que exista una vocación, un llamado específico de Dios, que posee unos
signos tales como; la recta intención que significa buscar siempre la gloria
de Dios, el bien de las almas y la propia santificación y una sólida vida de
piedad y mortificación, afán de servicio. No olvidemos que el sacerdote es
el mediador entre Dios y el hombre.
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• Al ser sacramento de vivos, se necesita recibirlo en estado de gracia.

Por otro lado, existen unas cualidades por derecho eclesiástico, es decir por
disposición de la Iglesia:

• Las llamadas Cartas o Letras dimisorias, que es el acto por el cual alguien
que tiene la autoridad necesaria autoriza la ordenación. Se llaman así
porque casi siempre son por escrito.
• El sujeto debe de conocer todo lo referente al sacramento y sus
obligaciones. A esto se le llama Ciencia Suficiente. El ordenado debe de
presentarlo por escrito de su puño y letra. En cuanto al diaconado es
necesario haber terminado el quinto año de estudios filosóficos –
teológicos. Para el episcopado, Doctorado, o cuando menos la licenciatura
en Sagradas Escrituras, Derecho Canónico o Teología.
• La edad para recibir el episcopado, es decir para ser obispo es de 35 años.
Para el presbiterado es de 25 años. Los diáconos que van a recibir el
presbiterado deben de tener cuando menos 23 años. En el caso de
diáconos permanentes han de tener 35 años y si están casados se
necesita que su esposa de su consentimiento. (Cfr. CIC 378; 1031).
• Entre el diaconado y el presbiterado debe existir un intervalo de tiempo, de
al menos seis meses. A este espacio de tiempo que existe entre los dos
primeros grados, se le llama intersticio.
• El candidato debe haber recibido el sacramento de la Confirmación.
• Para poder recibir el diaconado o el presbiterado el sujeto tiene que ser
admitido como candidato por la autoridad competente, después de haber
hecho la solicitud de su puño y letra. Esto se efectúa con un rito litúrgico
establecido, llamado rito de admisión.
• También se requiere la asistencia a Ejercicios Espirituales previos a la
ordenación, de cinco días cuando menos.
• Estar libre de impedimentos o irregularidades. La irregularidad tiene
carácter perpetuo. Los impedimentos no son perpetuos.
• Las irregularidades, impedimentos perpetuos, impiden recibir lícitamente
el sacramento, y son:
• Padecer de amnesia o de algún trastorno psíquico.
• Haber cometido alguna apostasía, herejía o ser causante de un cisma.
• Intento de recibir el sacramento del Matrimonio, teniendo algún
impedimento como un vínculo por orden sacerdotal o voto público
perpetuo de castidad.
• Homicidio voluntario.
• Haber participado en la verificación de un aborto.
• Haberse mutilado gravemente a sí mismo.
• Intento de suicidio.
• Haber cometido un acto que solamente tiene el poder de realizar un obispo
o un sacerdote.
• Los simples impedimentos son:
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• Estar casado.
• Desempeñar un cargo público, prohibido a los clérigos.
• Haber recibido el Bautismo recientemente, pues se considera que no está
lo suficientemente probado.

En las Iglesias orientales, desde hace siglos está en vigor una disciplina distinta:
mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres
casados pueden ser ordenados diáconos y presbíteros. Esta práctica es
considerada como legítima desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen
un ministerio fructuoso en el seno de sus comunidades (cf PO 16). Por otra
parte, el celibato de los presbíteros goza de gran honor en las Iglesia Orientales,
y son numerosos los presbíteros que lo escogen libremente por el Reino de
Dios. En Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden no
puede contraer matrimonio.

Obligaciones

El celibato sacerdotal, fundamentado en el misterio de Cristo, es obligatorio


para los sacerdotes de la Iglesia latina. (Cfr. CIC c. 227; Catec. N. 1579).

Este tema ha sido y es muy discutido. El Concilio Vaticano II, Paulo VI, el II
Sínodo de Obispos en 1971 han tratado este tema en documentos, encíclica y
lo han ratificado. Juan Pablo II en 1979 reafirmó la postura del magisterio de la
Iglesia.

Todo esto nos demuestra, que, a pesar de los ataques, la Iglesia posee una
decidida voluntad por mantener la praxis antiquísima, pues, aunque el celibato
no es una exigencia de la naturaleza misma del sacerdocio, es muy
conveniente.

De la Encíclica de Paulo VI, Sacerdotalis celibatus, podemos tomar algunas


razones que demuestran su conveniencia. Hay razones cristológicas y razones
eclesiásticas.

De las razones cristológicas se muestra la conveniencia en que:

• Mediante el celibato, los sacerdotes se pueden entregar de un modo más


profundo a Cristo, pues su corazón no está dividido en diferentes amores.
• Por su vocación, el sacerdote lleva una vida de total continencia, a ejemplo
de la virginidad de Cristo.
• Cristo no quiso para Sí otro vínculo nupcial que el de su Amor a los
hombres en la Iglesia. Por lo tanto, el celibato sacerdotal facilita la
participación del ministro de Cristo en su Amor universal.

De las razones eclesiásticas, vemos su conveniencia en que:


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• Con el celibato, la dedicación de los sacerdotes al servicio de los hombres,
es más libre, en Cristo y por Cristo.
• Toda la persona del sacerdote le pertenece a la Iglesia, la cual tiene a
Cristo como esposo.
• El celibato le facilita al sacerdote ejercer la paternidad de Cristo.

No debemos olvidar que el celibato es un don de Dios, otorgado por Él a ciertas


personas. Por lo tanto, la Iglesia, aunque no se lo puede imponer a nadie, si
puede exigirlo a aquellos que desean ser sacerdotes.

Entre los derechos y deberes de los clérigos se encuentra el deber de buscar


la santidad de vida, ya que son los administradores de los misterios de Cristo,
para ello, deben leer la Sagrada Escritura. Que la celebración Eucarística sea
el centro de su vida, por lo cual debe hacerlo diariamente. Rezar la Liturgia de
las Horas. Practicar la meditación diariamente. Es recomendable tener un
director espiritual y confesarse con mucha frecuencia. Asistir a Ejercicios
Espirituales y tener una especial veneración a la Santísima Virgen María,
rezando frecuentemente el Rosario, el Ángelus, etc. El sacerdote tiene que
luchar y esforzarse por ser santo.

Todos aquellos que han recibido el sacramento del Orden tienen la obligación
de mostrar respeto y obediencia al Papa y a su Ordinario propio, es decir,
a su Obispo. Aceptando y desempeñando con fidelidad las tareas
encomendadas por el Ordinario del lugar.

Los sacerdotes deben de vestir el traje eclesiástico marcado por la


Conferencia Episcopal. Esto tiene como finalidad, no solamente el decoro
externo, sino que con ello da testimonio público de su pertenencia a Dios y su
propia identidad. (Cfr. CIC c.284)

El Sacramento del Orden confiere a los que lo reciben una misión y una
dignidad especial, causa por la cual la Iglesia no permite que se ejerzan
ciertas actividades, que podrían ser causa que obstaculice, o de rebajar su
ministerio. Por ello, no permite que participen en cargos públicos que suponen
una participación en los poderes civiles. No deben administrar bienes que son
propiedades de laicos. Tampoco es conveniente que sean fiadores. No está
permitido ejercer el comercio, ni participar en sindicatos o partidos políticos, ni
presentarse voluntariamente al servicio militar.

Por todo lo que se ha dicho antes, podemos concluir que los sacerdotes
necesitan una formación especial que les permita desempeñar cabal y
eficientemente la misión que les ha sido encomendada. La cual debe estar
centrada en lo fundamental de su misión: enseñar el Evangelio, administrar los

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sacramentos y dirigir a los fieles. Con este motiva, la Iglesia fomenta el hecho
que esta formación se desarrolle en lugares e instituciones especiales.

Recordemos que Cristo pasó su vida pública enseñando a sus Apóstoles, de


manera especial, fomentando su piedad y su amor a Dios, los instruía sobre el
contenido de su predicación, les explicaba las parábolas y poco a poco fue
instruyéndolos en la labor pastoral.

“Ninguno, sin embargo, de los motivos con los que a veces se intenta
‘convencernos’ de la inoportunidad del celibato, corresponde la verdad que la
Iglesia proclama y que trata de realizar en la vida a través de un empeño
concreto, al que se obligan los sacerdotes antes de la ordenación sagrada. Al
contrario, el motivo esencial, propio y adecuado está contenido en la verdad
que Cristo declaró, hablando de la renuncia al matrimonio por el Reino de los
Cielos, y que San Pablo proclamaba, escribiendo que cada uno en la Iglesia
tiene su propio don. El celibato es precisamente un ‘don del Espíritu’”. (Juan
Pablo II, Carta Novo incipiente, n.63).

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EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

Introducción

La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno


para el otro: “No es bueno que el hombre esté solo”. La mujer, “carne de su
carne”, es decir, su otra mitad, su igual, la criatura más semejante al hombre
mismo, le es dada por Dios como una “auxilio”, representando así a Dios que
es nuestro “auxilio” (cf Sal 121, 2). “Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 18-25)

Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor


conyugal exclusivo y fiel (cf Os 1-3; Is 54, 62; Jr 2-3, 31; Ez 16, 62;23), los
profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una
comprensión más profunda de la unidad y la indisolubilidad del matrimonio (ef
Mal 2, 13-17).

Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores del sentido hondo
del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. La Tradición ha
visto siempre en el Cantar de los Cantares una expresión única del amor
humano, puro reflejo del amor de Dios, amor “fuerte como la muerte” que “las
grandes aguas no pueden anegar” (Ct 8, 6-7).

La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la nueva y


eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida
se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por El (cf GS 22),
preparando así “las bodas del Cordero” (Ap 19, 7, 9).

El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura
de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan
distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3, 12); su atractivo mutuo don
propio del Creador (cf Gn 2, 22), se cambia en relaciones de dominio y de
concupiscencia (cf Gn 3, 16 b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer
de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1, 28) queda
sometida a los dolores de parto y a los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3, 16-
19).

Sin embargo, en su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Tras la


caída, Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar.
Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima
comunión de vida y amor entre ellos, “de manera que ya no son dos, sino una
sola carne” (Mt 19, 6). Al bendecirlos, Dios les dijo: “Creced y multiplicaos” (Gn
1, 28).

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“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un
consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los
cónyuges, y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo
Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (CIC can. 1055,
1).

Naturaleza

La unión conyugal tiene su origen en Dios, quien al crear al hombre lo hizo una
persona que necesita abrirse a los demás, con una necesidad de comunicarse
y que necesita compañía. “No está bien que el hombre esté solo, hagámosle
una compañera semejante a él.” (Gen. 2, 18). “Dios creó al hombre y a la mujer
a imagen de Dios, hombre y mujer los creó, y los bendijo diciéndoles: procread,
y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla” (Gen. 1, 27- 28). Desde el principio
de la creación, cuando Dios crea a la primera pareja, la unión entre ambos se
convierte en una institución natural, con un vínculo permanente y unidad total
(Mt. 19,6). Por lo que no puede ser cambiada en sus fines y en sus
características, ya que de hacerlo se iría contra la propia naturaleza del hombre.
El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o consecuencia de
instintos naturales inconscientes. El matrimonio es una sabia institución del
Creador para realizar su designio de amor en la humanidad. Por medio de él,
los esposos se perfeccionan y crecen mutuamente y colaboran con Dios en la
procreación de nuevas vidas.

El matrimonio para los bautizados es un sacramento que va unido al amor de


Cristo y de su Iglesia, lo que lo rige es el modelo del amor que Jesucristo le
tiene a su Iglesia (Cfr. Ef. 5, 25-32). Sólo hay verdadero matrimonio entre
bautizados cuando se contrae el sacramento.

El matrimonio se define como la alianza por la cual, - el hombre y la mujer - se


unen libremente para toda la vida con el fin de ayudarse mutuamente, procrear
y educar a los hijos. Esta unión - basada en el amor – que implica un
consentimiento interior y exterior, estando bendecida por Dios, al ser
sacramental hace que el vínculo conyugal sea para toda la vida. Nadie puede
romper este vínculo. (Cfr. CIC can. 1055).

En lo que se refiere a su esencia, los teólogos hacen distinción entre el casarse


y el estar casado. El casarse es el contrato matrimonial y el estar casado es el
vínculo matrimonial indisoluble.

El matrimonio posee todos los elementos de un contrato. Los contrayentes que


son el hombre y la mujer. El objeto que es la donación recíproca de los cuerpos
para llevar una vida marital. El consentimiento que ambos contrayentes
expresan. Unos fines que son la ayuda mutua, la procreación y educación de
los hijos.
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Institución

Hemos dicho que Dios instituyó el matrimonio desde un principio. Cristo lo elevó
a la dignidad de sacramento a esta institución natural deseada por el Creador.
No se conoce el momento preciso en que lo eleva a la dignidad de sacramento,
pero se refería a él en su predicación. Jesucristo explica a sus discípulos el
origen divino del matrimonio. “¿No habéis leído, como Él que creó al hombre al
principio, lo hizo varón y mujer? Y dijo: por ello dejará a su padre y a su madre,
y los dos se harán una sola carne”. (Mt. 19, 4-5). Cristo en el inicio de su vida
pública realiza su primer milagro – a petición de su Madre – en las Bodas de
Caná. (Cfr. Jn. 2, 1-11). Esta presencia de Él en un matrimonio es muy
significativa para la Iglesia, pues significa el signo de que - desde ese momento
- la presencia de Cristo será eficaz en el matrimonio. Durante su predicación
enseñó el sentido original de esta institución. “Lo que Dios unió, que no lo
separe el hombre”. (Mt. 19, 6). Para un cristiano la unión entre el matrimonio –
como institución natural – y el sacramento es total. Por lo tanto, las leyes que
rigen al matrimonio no pueden ser cambiadas arbitrariamente por los hombres.

Fines del Matrimonio

Los fines del matrimonio son el amor y la ayuda mutua, la procreación de los
hijos y la educación de estos. (Cfr. CIC no. 1055; Familiaris Consortio nos. 18;
28).

El hombre y la mujer se atraen mutuamente, buscando complementarse. Cada


uno necesita del otro para llegar al desarrollo pleno - como personas -
expresando y viviendo profunda y totalmente su necesidad de amar, de entrega
total. Esta necesidad lo lleva a unirse en matrimonio, y así construir una nueva
comunidad fecunda de amor, que implica el compromiso de ayudar al otro en
su crecimiento y a alcanzar la salvación. Esta ayuda mutua se debe hacer
aportando lo que cada uno tiene y apoyándose el uno al otro. Esto significa que
no se debe de imponer el criterio o la manera de ser al otro, que no surjan
conflictos por no tener los mismos objetivos en un momento dado. Cada uno se
debe aceptar al otro como es y cumplir con las responsabilidades propias de
cada quien.

El amor que lleva a un hombre y a una mujer a casarse es un reflejo del amor
de Dios y debe de ser fecundo (Cfr. Gaudium et Spes, n. 50)

Cuando hablamos del matrimonio como institución natural, nos damos cuenta
que el hombre o la mujer son seres sexuados, lo que implica una atracción a
unirse en cuerpo y alma. A esta unión la llamamos acto conyugal. Este acto es
el que hace posible la continuación de la especie humana. Entonces, podemos
deducir que el hombre y la mujer están llamados a dar vida a nuevos seres
demisiones.com 85
humanos, que deben desarrollarse en el seno de una familia que tiene su origen
en el matrimonio. Esto es algo que la pareja debe aceptar desde el momento
que decidieron casarse. Cuando uno escoge un trabajo – sin ser obligado a ello
- tiene el compromiso de cumplir con él. Lo mismo pasa en el matrimonio,
cuando la pareja – libremente – elige casarse, se compromete a cumplir con
todas las obligaciones que este conlleva. No solamente se cumple teniendo
hijos, sino que hay que educarlos con responsabilidad.

La maternidad y la maternidad responsable son las funciones que un


matrimonio debe de cumplir, ya sea en cuanto al número de hijos, o según los
medios utilizados para procrear, o por el número de hijos que desean tener. Es
derecho –únicamente - de los esposos decidir el número de hijos que van a
procrear. No se puede olvidar que la paternidad y la maternidad es un don de
Dios conferido para colaborar con Él en la obra creadora y redentora. Por ello,
antes de tomar la decisión sobre el número de hijos a tener, hay que ponerse
en presencia de Dios – haciendo oración – con una actitud de disponibilidad y
con toda honestidad tomar la decisión de cuántos tener y cómo educarlos. La
procreación es un don supremo de la vida de una persona, cerrarse a ella
implica cerrarse al amor, a un bien. Cada hijo es una bendición, por lo tanto, se
deben de aceptar con amor.

El Signo: Materia y Forma

En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo, a petición de su


Madre, con ocasión de un banquete de bodas (cf Jn 2, 1-11). La Iglesia concede
gran una importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella
la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el
matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.

Podemos decir que el matrimonio es verdadero sacramento porque en él se


encuentran los elementos necesarios. Es decir, el signo sensible, que en este
caso es el contrato, la gracia santificante y sacramental, por último, que fue
instituido por Cristo.

La Iglesia es la única que puede juzgar y determinar sobre todo lo referente al


matrimonio. Esto se debe a que es justamente un sacramento de lo que
estamos hablando. La autoridad civil sólo puede actuar en los aspectos
meramente civiles del matrimonio (Cfr. Nos. 1059 y 1672).

El signo externo de este sacramento es el contrato matrimonial, que a la vez


conforman la materia y la forma.

La Materia remota: son los mismos contrayentes.

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La Materia próxima: es la donación recíproca de los esposos, se donan toda
la persona, todo su ser.

La Forma: es el Sí que significa la aceptación recíproca de ese don personal y


total.

Efectos

El sacramento del matrimonio origina un vínculo para toda la vida. Al dar el


consentimiento – libremente – los esposos se dan y se reciben mutuamente y
esto queda sellado por Dios. (Cfr. Mc. 10, 9). Por lo tanto, al ser el mismo Dios
quien establece este vínculo – el matrimonio celebrado y consumado - no puede
ser disuelto jamás. La Iglesia no puede ir en contra de la sabiduría divina. (Cfr.
Catec. nos. 1114; 1640)

Este sacramento aumenta la gracia santificante.

Se recibe la gracia sacramental propia que permite a los esposos perfeccionar


su amor y fortalecer su unidad indisoluble. Está gracia – fuente de Cristo –
ayuda a vivir los fines del matrimonio, da la capacidad para que exista un amor
sobrenatural y fecundo. Después de varios años de casados, la vida en común
puede que se haga más difícil, hay que recurrir a esta gracia para recobrar
fuerzas y salir adelante (Cfr. Catec. no. 1641).

Este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para alcanzar la


santidad en la vida conyugal.

Celibato

Hemos dicho, que el designio de Dios sobre el hombre y la mujer es el


matrimonio. Todo hombre y mujer tiene el derecho de amar y formar una familia,
lo que nos podría hacer pensar que el matrimonio es el único camino para
alcanzar la madurez humana, pero si reflexionamos sobre ello, veremos que no
es así. El celibato es una renuncia voluntaria al ejercicio de la sexualidad y no
implica un desprecio al amor humano, es un amor elevado a un plano superior,
que demuestra un gran corazón.

En particular, Dios llama a algunos hombres y mujeres a seguir a Jesús por el


camino de la virginidad o del celibato por el Reino de los cielos; éstos renuncian
al gran bien del matrimonio para ocuparse de las cosas del Señor tratando de
agradarle, y se convierten en signo de la primacía absoluta del amor de Cristo
y de la ardiente esperanza de su vuelta gloriosa.

demisiones.com 87
A pesar que hay quienes afirman que solamente se alcanza la plenitud humana
en la unión conyugal y la procreación, sabemos que esto no es cierto. Nos basta
con observar la misma vida de Cristo.

Esto no significa que el célibe sea más santo que el casado, pues la santidad
depende del cumplimiento de los deberes propios de cada estado de vida. Los
célibes al entregar totalmente su corazón a Cristo pueden dedicarse más
libremente a su servicio (Cfr. Catec. nos. 1618-1620).

Ministro, Sujeto y Testigos

A diferencia de los otros sacramentos, donde el ministro es – normalmente – el


Obispo o el sacerdote, en este sacramento los ministros son lo propios
cónyuges. Ellos lo confieren y lo reciben al mismo tiempo (Cfr. Catec.
nos.1623).

La presencia del Obispo, o sacerdote o representante de la Iglesia se requiere


como testigo para que el matrimonio sea válido. (Cfr. CIC no. 1108). En casos
muy especiales se puede celebrar el matrimonio con la sola presencia de los
testigos laicos, siempre y cuando estén autorizados. (Cfr. CIC no. 1110 - 1112).

El sujeto puede ser todos los bautizados, ya sean católicos o de otra confesión
cristiana. Ejemplo: un luterano, un ortodoxo, un anglicano, pero no con un
Testigo de Jehová o Mormón. En el caso de que sea un matrimonio de un
católico con un bautizado en otra religión cristiana, se deberá de pedir una
dispensa eclesiástica. (Cfr. CIC no. 1124-1129). En el caso de disparidad de
culto, es decir, desear casarse con una persona no bautizada, se puede pedir
una dispensa, siempre y cuando se cumplan las condiciones mencionadas en
el Código de Derecho Canónico números 1125 y 1126. (CIC no. 1086 & 1- 2).

Propiedades

Las propiedades del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, a


consecuencia de los fines. Ellas son propiedades que se aplican, tanto a la
institución natural que Dios instituyó, como al sacramento porque son
características propias de la naturaleza humana.

• La unidad: es la unión de un solo hombre con una sola mujer. En el


matrimonio los cónyuges se donan recíprocamente uno al otro, uniendo
sus inteligencias, voluntades, sentimientos, teniendo los mismos deseos y
objetivos. La fidelidad – prometida al contraer matrimonio - es requisito
indispensable para esta unión, de no existir provocaría gran un
desequilibrio en el matrimonio. Por ello la poligamia (unión de un hombre
con varias mujeres) y la poliandria (unión de una mujer con varios
hombres) atentan contra esta propiedad del matrimonio. Únicamente está
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permitido volverse a casar cuando el vínculo se deshace al morir uno de
los esposos (Cfr. 1 Cor. 7, 39).
• La indisolubilidad: significa que el vínculo matrimonial dura para toda la
vida y nadie lo puede deshacer. El matrimonio rato y consumado no puede
ser disuelto por ningún poder humano, ni por causa alguna, sólo la muerte
deshace el vínculo. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.
(Mt. 19, 6). Quienes se casan pensando en la posibilidad del divorcio, o
cualquier otro tipo de unión, no puede considerarse como un matrimonio.

Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo


causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable (cf Mt 19, 10).
Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y
demasiado pesada (cf Mt 11, 29-30), más pesada que la Ley de Moisés.
Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el
pecado, da la gracia y la fuerza para vivir el matrimonio en la dimensión nueva
del Reino de Dios.

“La unidad del matrimonio aparece ampliamente por la igual dignidad personal
que hay que reconocer a la mujer y al varón en el mutuo y pleno amor” (GS 49,
2). La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro, y al amor
conyugal que es único y exclusivo.

Estas propiedades son necesarias porque - por medio de ellas – se logra


conservar y fomentar la fidelidad conyugal, se facilita la ayuda mutua y el
perfeccionamiento de ambos cónyuges. Todo esto es muy importante para la
educación de los hijos que requiere una estabilidad familiar. Además, propician
la paz y la armonía en la familia y llena de bendiciones a toda la familia.

Existen casos en que el vínculo matrimonial puede ser disuelto, como son:

• El matrimonio rato (sacramentado) pero no consumado, es decir sin


haberse llevado a cabo el acto conyugal. En este caso puede ser disuelto
por causas justas. (Cfr. CIC. no. 1142)
• Cuando dos personas no bautizadas están casadas y una se bautiza y la
otra se opone a vivir según los designios de Dios. A esto se le llama
privilegio paulino (Cfr. 1Cor. 7, 12-15; CIC. no. 1143).

Nulidad

La nulidad de un matrimonio se declara cuando no existió nunca el vínculo


matrimonial – no existió el sacramento - por haberse llevado a cabo bajo algún
impedimento. Cuando el tribunal eclesiástico declara nulo un matrimonio, se
dice que fue anulado. La Iglesia es la única que tiene el poder de declarar nulo
el sacramento. En este caso, las personas se pueden volver a casar, siempre
y cuando haya sido la Iglesia quien lo declare nulo y no los cónyuges.
demisiones.com 89
Separación

La Iglesia admite la separación física de los esposos cuando la cohabitación


entre ellos se ha hecho, por diversas razones, prácticamente imposible, aunque
procura su reconciliación.

La separación de los cónyuges es la interrupción de la convivencia matrimonial.


Es cuando los cónyuges viven en casas distintas y hacen vidas separadas. Sin
embargo, esto no significa que haya desaparecido el vínculo matrimonial, los
cónyuges siguen casados y no pueden contraer un nuevo matrimonio. Puede
que la causa de la separación cese y la convivencia se restablezca. (CIC. no.
1155)

En ocasiones se presentan circunstancias que justifican una separación. El


Derecho Canónico vigente en el no. 1153 dice: “Si uno de los cónyuges pone
en grave peligro espiritual o corporal al otro o a la prole – los hijos - o de otro
modo hace demasiado dura la vida en común, proporciona al otro un motivo
legítimo para separarse”. El peligro espiritual se refiere a cuando uno de los
cónyuges abandona la fe católica para unirse a una secta y obliga al otro y/o a
los hijos a hacer lo mismo, o no permite que su cónyuge practique su fe, o lo
obliga a cometer algún acto inmoral. El peligro físico es cuando existe violencia
- física o mental - en el trato con el otro cónyuge o los hijos, sea por enfermedad
mental, o por vicios. El adulterio sistemático - de alguno de los cónyuges –
atenta contra el deber a la fidelidad y podría ser, en caso muy extremo, motivo
legítimo de una separación (Cfr. CIC. no. 1152).

Divorcio

En el caso del divorcio es la autoridad civil quien determina la disolución del


vínculo matrimonial, por lo cual los esposos pueden contraer nuevas nupcias
civilmente. Aún – habiendo disuelto el vínculo matrimonial la autoridad civil – en
este caso los católicos siguen casados ante Dios y la Iglesia, no pueden
volverse a casar. La autoridad civil no tiene poder para disolver el vínculo
matrimonial. El divorcio atenta contra la indisolubilidad. Hay ocasiones en que
los cónyuges se ven obligados al divorcio civil, como medio de protección de
los cónyuges y de los hijos, tales como; el cuidado de los hijos, el sostén
económico, la separación de los bienes. En estos casos en que el divorcio
ayuda legalmente, la Iglesia no se opone. Pero, los cónyuges siguen casados
delante de Dios y de la Iglesia, hasta la muerte de uno de los dos. Como
consecuencia, a pesar de estar divorciados, no pueden volver a contraer un
nuevo matrimonio, pues subsiste el vínculo.

Fiel al Señor, la Iglesia no puede reconocer como matrimonio la unión de


divorciados vueltos a casar civilmente. “Quien repudie a su mujer y se case con
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otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa
con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12). Hacia ellos la Iglesia muestra una
atenta solicitud, invitándoles a una vida de fe, a la oración, a las obras de
caridad y a la educación cristiana de los hijos; pero no pueden recibir la
absolución sacramental, acercarse a la comunión eucarística ni ejercer ciertas
responsabilidades eclesiales, mientras dure tal situación, que contrasta
objetivamente con la ley de Dios.

El Matrimonio Civil

El matrimonio civil es el que se contrae ante la autoridad civil. Este matrimonio


no es válido para los católicos, el único matrimonio válido entre bautizados es
el sacramental. En ocasiones es necesario contraerlo –depende de las leyes
del país – porque es útil en cuanto sus efectos legales. Los católicos casados
– únicamente – por lo civil, deben casarse por la Iglesia.

El Rito y la Celebración

El matrimonio entre dos fieles católicos se celebra – normalmente – dentro de


la Santa Misa. En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en
la que Cristo se unió a su esposa, la Iglesia, por la cual se entregó. Por ello, la
Iglesia considera conveniente que los cónyuges sellen su consentimiento - de
darse el uno al otro - con la ofrenda de sus propias vidas. De esta manera unen
su ofrenda a la de Cristo por su Iglesia. La liturgia ora y bendice a la nueva
pareja, en el culmen (epíclesis) de este sacramento los esposos reciben el
Espíritu Santo. (Cfr. Catec. n. 1621 –1624).

Para ello la Iglesia pide una serie de requisitos previos que hay que cumplir.
Como son constatar que no exista un vínculo anterior (Cfr. CIC. c. 1066), la
instrucción sobre lo que conlleva el sacramento y las amonestaciones o
proclamas matrimoniales con el fin de corroborar que no existe ningún
impedimento. Debe de celebrarse ante un sacerdote, un diácono, o en un caso
especialísimo de un laico autorizado y dos testigos. (Cfr. CIC. n. 1111 – 1112).

Consentimiento

Como el signo eficaz de este sacramento – materia y forma – es una aceptación


y una donación, implica un consentimiento. Este debe de ser un acto de la
voluntad donde los cónyuges se aceptan y se entregan mutuamente a la alianza
matrimonial. Ha de ser un acto totalmente libre, verdadero, deliberado,
manifestado externamente y sin condición alguna. Debe ser mutuo y ambos
deben darlo al mismo tiempo. Esta alianza es un acuerdo entre dos personas
libres y conscientes, para toda la vida, corriendo la misma suerte los dos y con
una vida común donde predomine el amor. Los cónyuges deben de estar
conscientes que el matrimonio es un consorcio para toda la vida entre un
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hombre y una mujer y ordenado a una procreación. Esta ignorancia no se
presupone después de la pubertad. (CIC c. 1096). Si el consentimiento falta, no
hay matrimonio.

El consentimiento no puede ser condicionado, pues iría contra la esencia misma


del matrimonio.

El consentimiento no puede ser condicionado, pues iría contra la esencia misma


del matrimonio. En ocasiones, a causa de la inmadurez de uno o de ambos
conyugues, se da el consentimiento a la ligera y de manera superficial, lo cual,
en algunos casos, pudiera considerarse un serio causal o motivo de anulación
del vínculo matrimonial.

Capacidad e Incapacidad

Tienen la capacidad de contraer matrimonio todo bautizado, que ha recibido el


sacramento de la Confirmación y pueden expresar su consentimiento
libremente, y que no estén sujetos a algún impedimento. Tales como:

• Los que carecen del suficiente uso de razón.


• Las personas que tienen un grave defecto para hacer un juicio acercan de
los deberes y derechos esenciales del matrimonio.
• Los que no pueden – por alguna causa psíquica– asumir las obligaciones
esenciales del matrimonio. (CIC c. 1095).

Impedimentos

Los impedimentos dirimentes – que anulan - son los que inhabilitan a la persona
a contraer matrimonio válidamente y corresponde a la autoridad suprema de la
Iglesia, declarar cuando el derecho divino prohíbe o dirime el matrimonio. (Cfr.
CIC. c. 1075). Estos impedimentos deben de existir antes de que el matrimonio
se realice:

• La falta de edad: En México, la edad mínima marcada por la Conferencia


Episcopal es de 18 años para el hombre y 16 años para la mujer.
• La impotencia: que es la imposibilidad de realizar el acto conyugal de
forma natural. La impotencia antes del matrimonio y que sea para siempre,
sea por una causa física o psicológica, y que puede ser relativa o absoluta,
hace nulo el matrimonio. No se puede obtener una dispensa. La esterilidad
no es impedimento para contraer el sacramento. (Cfr. CIC no. 1084)
• Un vínculo matrimonial anterior: no se puede casar una persona que esté
unida por un vínculo matrimonial previo. Tiene que existir la certeza y que
conste legítimamente que este vínculo fue nulo o disuelto por las
autoridades legales correspondientes. (CIC c. 1085)

demisiones.com 92
• El rapto: esto es cuando un hombre rapta a una mujer con el fin de casarse
con ella mientras dura el rapto.
• Que una de las partes no esté bautizada: Es inválido el matrimonio entre
dos personas, una de las cuales este bautizada y la otra no. Este
impedimento se puede dispensar, siempre y cuando se cumplan las
condiciones que el Derecho Canónico establece en el no. 1125. (CIC c.
1086).
• Es decir, que la parte católica declare estar dispuesta a evitar cualquier
peligro que atente contra su fe, que prometa sinceramente que hará todo lo
posible para que los hijos se bauticen y se eduquen en la fe católica.
• Que se le informe a la parte no bautizada de las promesas que debe de
hacer la parte católica, y de ese modo conste que está consciente de la
promesa y de la obligación del bautizado.
• Que ambas partes sean instruidas sobre los fines y propiedades del
matrimonio y que ninguno de los dos puede excluir. (CIC. n. 1125 & 1–3).
• Las personas que han recibido el sacramento del Orden: ya sean
diáconos, sacerdotes u Obispos. (CIC n. 1087). Este impedimento tiene su
fundamento en el celibato eclesiástico. Puede ser que alguien que haya
recibido algún grado de órdenes sagradas, haya sido reducido al estado
laical, es decir, ya no está sujeto a las obligaciones del estado clerical, ya
no puede ejercer los poderes del Orden. En estas circunstancias, aún queda
la obligación del celibato que solamente puede ser dispensado por el Papa.
Una vez otorgada la dispensa, y habiendo sido reducido al estado laical, se
puede dispensar este impedimento.
• El voto público y perpetuo de castidad en un instituto religioso: los motivos
son igual al anterior.
• El crimen: cuando una persona – con el fin de contraer matrimonio – causa
la muerte del propio cónyuge o del de la otra persona.
• La consanguinidad: queda totalmente prohibido el matrimonio con
parentesco natural, es decir, entre padres e hijos, hermanos y hasta primos
hermanos. Algunos de estos casos son impedimentos de derecho natural
(padres e hijos, hermanos) y no se pueden dispensar. Otros son de
derechos eclesiástico, por lo que se puede solicitar una dispensa.
• La afinidad: parentesco entre un cónyuge y los consanguíneos del otro en
línea recta. Ejemplo: suegro y nuera.
• La pública honestidad: se considera nulo el matrimonio con los
consanguíneos en línea recta de la persona con quien se contrajo
matrimonio inválido o se vivió en concubinato público.
• El parentesco legal: este parentesco proviene de la adopción.
• Matrimonio con violencia o miedo grave: es inválido cualquier
matrimonio contraído por violencia o miedo grave por una causa externa,
ya que no existe libertad para dar el consentimiento.

demisiones.com 93
Validez

El matrimonio entre bautizados es válido cuando se manifiesta libremente el


consentimiento, teniendo como testigo a un ministro legítimo de la Iglesia. El
matrimonio es considerado válido, mientras no se pruebe lo contrario. (CIC c.
1060). Antes que se celebre, debe constar que nada se oponga a su
celebración válida y lícita. (CIC c. 1058; 1066). El consentimiento no puede
estar viciado, es decir, tiene que ser un acto de la voluntad interior y tener todas
las capacidades para darlo. El error acerca de la cualidad de una persona no
dirime el matrimonio, a no ser que se pretenda esa cualidad directa y
principalmente. Ejemplo: que uno de los contrayentes exija y manifieste que la
otra parte sea virgen, de lo contrario no se casaría. El error sobre la persona en
sí hace inválido el matrimonio. Ejemplo: cuando se cree que se está casando
con alguien en particular y resulta que es otro. La esterilidad no hace inválido
el matrimonio – ni prohíbe, ni dirime- solamente si hay dolo –engaño – en este
respecto. Si se conoce que la persona es estéril y no se manifiesta antes del
matrimonio, hay engaño.

Obligaciones

• El amor es la razón principal por la que un hombre y una mujer deciden


casarse y de él nace una fuerza que los mantiene unidos. La celebración
del vínculo matrimonial fue un acto de amor y la promesa de amarse
incondicionalmente para toda la vida. Tiene que convertirse en una forma
verdadera de caridad cristiana, teniendo como fin la perfección y salvación
del propio cónyuge. No se debe dejar llevar por los problemas que surgen
por los diferentes temperamentos, ni por la situación económica, ni por los
sentimientos, ni por egoísmos. Se debe fomentar el amor entre ambos,
sobre todo en momentos difíciles. Practicar las virtudes sobrenaturales y
humanas. Crear un ambiente familiar de amor a Dios y al prójimo.
• Cada uno de los esposos tiene la obligación de conceder el débito conyugal
al otro, siempre y cuando lo pida de manera seria y razonable. Este acceder
a las relaciones conyugales es necesario porque puede dañar la relación y
provocar el adulterio. Pero, no hay obligación si hay algún impedimento por
salud, por estado de ebriedad, etc. “El marido otorgue lo que es debido a la
mujer e igualmente la mujer al marido”. (1Cor. 7, 3)
• Los cónyuges están obligados a ser fieles el uno al otro, tal como lo
prometieron el día de su matrimonio.
• No cerrarse - por egoísmo - a la transmisión de la vida.
• Dijimos que otro fin del matrimonio es la procreación de los hijos, pero no
basta con darles vida, hay que educarlos. La educación de los hijos es un
deber y un derecho de los padres.
• Por otro lado, como el matrimonio y la familia constituyen la primera célula
de la sociedad- como tal - tienen el deber de participar en la vida de la misma
sociedad.
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• Por último, la familia tiene la misión de participar – de manera activa – en la
propia vida de la Iglesia, por medio de su testimonio, con la oración, con el
apostolado y en la vida sacramental.

Frutos

El matrimonio es camino de salvación para los cónyuges porque es vocación


divina. Por medio de él, se hace mucho más fácil el camino de santificación y
de apostolado. Cuando se pone a Dios como centro de la familia, pues es Él
quien nos da las bases sólidas para cimentar la relación, para poder crecer
como personas, y lograr una verdadera relación de amor. En el momento que
surjan las dificultades obtendremos las gracias necesarias para superarlas.

La familia es la célula base de la sociedad. La familia cristiana se funda sobre


la roca sólida del sacramento del matrimonio formado por un hombre y una
mujer, que se comprometen a amarse mutuamente y a procrear hijos, a quienes
amarán hasta las últimas consecuencias. La procreación humana deberá ser
siempre fruto del acto de amor conyugal y dentro del contexto familiar.

“La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está


estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS
47, 1).

El Santo Padre Benedicto XVI dijo: “La familia fundada en el matrimonio es un


patrimonio de la humanidad, una institución social fundamental, un pilar de la
sociedad por el que todos los Estados deben la mayor consideración”.

Algunos Aspectos Morales

Las relaciones sexuales son lícitas – solamente – dentro del matrimonio


sacramental. La unión conyugal debe ser unitiva y procreativa. Unitiva por que
la entrega debe ser total en cuerpo y alma. Procreativa porque debe de estar
abierta a la vida, a la posibilidad de crear una nueva vida. El poder procrear es
un don de Dios, por lo cual nadie debe cerrarse, voluntariamente, a ese don.

El adulterio va contra el sexto mandamiento. Al cometer adulterio, la persona


rompe la unidad del vínculo, es decir, atenta contra una de las propiedades del
matrimonio. Además, es infiel, daña a la familia, da mal ejemplo a los hijos,
provoca escándalo en otros y comete otros pecados en contra de la castidad,
la justicia, y la caridad.

El uso de anticonceptivos – o métodos artificiales - está prohibido para evitar


tener hijos (Paulo VI, Humanae Vitae nos. 11-14). Así como, tampoco está
permitido las operaciones con el fin de no tener hijos. El fundamento está en
que van en contra de la naturaleza humana y la dignidad de la persona, pues
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las dañan o mutilan innecesariamente. Igualmente, atenta contra el acto
conyugal - que debe ser unitivo y procreativo - al eliminar cualquier posibilidad
de procreación. El uso de recursos naturales, como es la continencia periódica,
es totalmente lícito cuando existan motivos para ello. Esta continencia implica
no tener relaciones conyugales en los períodos de fertilidad de la mujer.

La inseminación artificial y la fertilización in vitro son ilícitas. Se realizan sin que


exista una unión sexual entre los cónyuges. Estas técnicas lesionan el derecho
del niño de nacer de un padre y una madre conocidas para él y fruto de una
unión conyugal. Cuando se utiliza el óvulo o el espermatozoide de una persona
ajena al matrimonio se le llama heteróloga. Cuando es practicada utilizando el
óvulo y el espermatozoide de la pareja se le llama homóloga. Ambas son
reprobables porque la existencia del hijo no es fruto de una donación, sino que
se confía en manos de extraños – médicos y biólogos – la vida y la identidad
del embrión. Atenta contra la dignidad del ser naciente. (Cfr. Instrucción Donum
vitae no. 2, 1-4; Catec. no. 2376-2377). Hay que recordar que la fecundidad es
un don de Dios y no es un derecho.

“El mismo Dios es el autor del matrimonio, dotado de varios bienes y fines; los
cuales tienen una gran importancia para la conservación del género humano,
para el bienestar personal de cada miembro de la familia y para su eterna
suerte”. (Concilio Vaticano II, G.S. no. 48).

“Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.


Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe
en la humanidad del hombre y la mujer la vocación y consiguientemente la
capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto
la vocación fundamental e innata de todo ser humano.

En cuanto espíritu encarnado, es decir alma que se expresa en el cuerpo


informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta
totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se
hace partícipe del amor espiritual”. (Juan Pablo II, Familiaris Consortio no. 11).

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La Iglesia doméstica

Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María.


La Iglesia no es otra cosa que la “familia de Dios”. Desde sus orígenes, el núcleo
de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, “con toda su casa”,
habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18, 8). Cuando se convertían deseaban
también que se salvase “toda su casa”, (cf Hch 16, 31 y 11, 14). Estas familias
convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.

En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe,


las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto a faros de
una fe viva e irradiadora. Por eso El Concilio Vaticano II llama a la familia, con
una antigua expresión, “Ecclesia domestica” (LG 11; cf FC 21). En el seno de
la familia, “los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de
la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal
de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada” (LG 11).

La familia cristiana es también llamada Iglesia domestica, porque manifiesta y


realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto a familia de
Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal,
contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración,
escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a
los hijos.

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