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Segunda República Española

El documento describe la Segunda República Española, un régimen democrático que existió en España entre 1931 y 1939. Incluye información sobre su proclamación, gobiernos, reformas, guerra civil y fin con la victoria de Franco.

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El documento describe la Segunda República Española, un régimen democrático que existió en España entre 1931 y 1939. Incluye información sobre su proclamación, gobiernos, reformas, guerra civil y fin con la victoria de Franco.

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Segunda República española

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Coordenadas: 40°12′N 3°30′O (mapa)
(Redirigido desde «Segunda República Española»)
República Española

Período histórico

1931-1939

Bandera Escudo
Lema: Plus Ultra
(en latín: 'Más allá')

Himno: Himno de Riego

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Territorios y colonias de España durante la Segunda República

Coordenadas 40°12′N 3°30′O

Capital Madrida

Entidad Período histórico

Idioma oficial Castellanobc

• Co-oficiales Catalán y euskera

Población (1936)

• Total 24 693 000 hab.

Moneda Peseta

Período histórico Período de entreguerras

• 14 de abril Proclamación y abolición de la


de 1931 monarquía
• Diciembre Constitución de 1931
de 1931
• Octubre Revolución de 1934
de 1934
• Febrero Elecciones generales de 1936
de 1936
• 1936-1939 Guerra civil española
• 1 de abril Victoria franquista
de 1939

Forma de gobierno República unitaria semipresidencialist


a

Presidente de la
República
• 1931-1936 Niceto Alcalá-Zamora
• 1936 Diego Martínez Barrio (interino)
Manuel Azaña
• 1936-1939

Presidente del Consejo


Nacional de Defensa José Miaja
• 1939

Legislatura Cortes

Miembro de Sociedad de Naciones

Precedido por Sucedido por


← (1936) →
(1939) →
(1939) →

1. ↑ La Constitución de 1931, en su artículo quinto, establece que la capital de la

República se fija en Madrid. El 6 de noviembre de 1936, en plena guerra civil

y ante el avance sublevado a la capital, el gobierno se traslada a Valencia. En

1937, el ejecutivo se traslada a Barcelona.

2. ↑ El artículo cuarto de la Constitución republicana establecía que «el

castellano es el idioma oficial de la República».

3. ↑ Fueron cooficiales el catalán en Cataluña con la aprobación del Estatuto de

Autonomía (1932) y el euskera en el País Vasco tras la aprobación también

del Estatuto vasco (1936).

La Segunda República española, cuyo nombre oficial era República


Española, fue el régimen democrático que existió en España entre el 14 de
abril de 1931, fecha de su proclamación, en sustitución de la monarquía de
Alfonso XIII, y el 1 de abril de 1939, fecha del final de la Guerra Civil, que dio
paso a la dictadura franquista.
Tras el período del Gobierno Provisional (abril-diciembre de 1931), durante el
cual se aprobó la Constitución de 1931 y se iniciaron las primeras reformas, la
historia de la Segunda República Española «en paz» (1931-1936) suele
dividirse en tres etapas. Un primer bienio (1931-1933) durante el cual la
coalición republicano-socialista presidida por Manuel Azaña llevó a cabo
diversas reformas que pretendían modernizar el país. Un segundo
bienio (1933-1935), llamado bienio radical-cedista, durante el cual gobernó la
derecha, con el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, apoyado
desde el parlamento por la derecha católica de la Confederación Española de
Derechas Autónomas (CEDA), que pretendió «rectificar» las reformas
izquierdistas del primer bienio. Durante este bienio se produjo el
acontecimiento más grave del período: la
insurrección anarquista y socialista conocida como Revolución de 1934, que
en Asturias se convirtió en una auténtica revolución social y que finalmente fue
sofocada por el Gobierno con la intervención del ejército. La tercera etapa
viene marcada por el triunfo de la coalición de izquierdas conocida con el
nombre de Frente Popular en las elecciones generales de 1936, y que solo
pudo gobernar en paz durante cinco meses a causa del golpe de Estado del 17
y 18 de julio promovido por una parte del Ejército que desembocó en la guerra
civil española.
Durante la Segunda República Española en guerra (1936-1939) se sucedieron
tres gobiernos: el primero (de julio a septiembre de 1936) fue presidido por el
republicano de izquierda José Giral, si bien el poder real estuvo en manos de
los cientos de comités que se habían formado tras estallar la revolución social
española de 1936; el siguiente gobierno fue asumido por el socialista Francisco
Largo Caballero, el líder de uno de los dos sindicatos que habían
protagonizado la revolución —la Unión General de Trabajadores (UGT) y
la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)—; y el tercero, por el también
socialista Juan Negrín, como consecuencia de la caída de Largo Caballero tras
las Jornadas de Mayo. Negrín gobernó hasta principios de marzo de 1939,
cuando se produjo el golpe de Estado del coronel Casado que puso fin a la
resistencia republicana y dio paso a la victoria del bando
sublevado encabezado por el general Franco. A partir de entonces, la república
dejó de existir en territorio español; sin embargo, sus instituciones se
mantuvieron en el exilio, pues la mayoría de sus miembros había huido del
país.
Proclamación
Artículo principal: Proclamación de la Segunda República Española
Tras la dimisión del general Miguel Primo de Rivera en enero de 1930, Alfonso
XIII intentó devolver al debilitado régimen monárquico a la senda constitucional
y parlamentaria, a pesar de la debilidad de los partidos dinásticos. Para ello,
nombró presidente del Gobierno al general Dámaso Berenguer, pero este
fracasó en su intento de volver a la «normalidad constitucional». En febrero de
1931 el rey Alfonso XIII ponía fin a la «dictablanda» del general Berenguer y
ofreció el gobierno a Alba (líder del Partido Liberal), pero este se negó, por lo
que entonces se lo entregó a Sánchez Guerra, el cual fue a la cárcel Modelo,
donde estaban presos los participantes de la sublevación de Jaca y les ofreció
sendas carteras ministeriales. Finalmente el rey nombraba nuevo presidente al
almirante Juan Bautista Aznar, en cuyo gobierno de «concentración
monárquica» entraron viejos líderes de los partidos
dinásticos liberal y conservador, como el conde de Romanones, Manuel García
Prieto, Gabriel Maura Gamazo (hijo de Antonio Maura) y Gabino Bugallal.1 El
Gobierno propuso un nuevo calendario electoral: se celebrarían
primero elecciones municipales el 12 de abril, y después elecciones a Cortes
que tendrían el carácter de Constituyentes, por lo que podrían proceder a
la revisión de las facultades de los Poderes del Estado y la precisa delimitación
del área de cada uno (es decir, reducir las prerrogativas de la Corona) y a una
adecuada solución al problema de Cataluña.2

Franquicia postal de las Cortes Constituyentes,


1931.
Las elecciones municipales del domingo 12 de abril de 1931 arrojaron, en el
momento de la proclamación del nuevo régimen, unos resultados parciales de
22 150 concejales monárquicos —de los partidos tradicionales— y apenas
5875 concejales para las diferentes iniciativas republicanas, quedando 52 000
puestos aún sin determinar. Pese al mayor número de concejales monárquicos,
las elecciones suponían a la Corona una amplia derrota en los núcleos
urbanos: la corriente republicana había triunfado en 41 capitales de provincia.
En Madrid, los concejales republicanos triplicaban a los monárquicos y,
en Barcelona, los cuadruplicaban. Si las elecciones se habían convocado como
una prueba para sopesar el apoyo a la monarquía y las posibilidades de
modificar la ley electoral antes de la convocatoria de elecciones generales, los
partidarios de la república consideraron tales resultados como un plebiscito a
favor de su instauración inmediata. El marqués de Hoyos llegaría a decir que
«las noticias de los pueblos importantes eran, como las de las capitales de
provincia, desastrosas».3 Dependiendo de los autores, hay distintas
interpretaciones de los resultados. Algunos de dichos autores sugieren que la
razón por la cual los resultados de los principales centros urbanos
representaban la derrota de la monarquía es posible hallarla en que, en esos
núcleos, el voto estaba menos adulterado, pues la presencia de caciques,
partidarios en su inmensa mayoría de la monarquía, era menor. Esto daba
constancia de que la corona estaba completamente desacreditada, puesto que
se había arrimado demasiado al régimen dictatorial de Primo de Rivera; en
tanto otros sugieren que los anuarios fueron adulterados y que la victoria
monárquica fue incluso mayor de lo registrado4
A las diez y media de la mañana del lunes 13 de abril, el presidente del
Consejo de Ministros, Juan Bautista Aznar-Cabañas, entraba en el Palacio de
Oriente de Madrid para celebrar el Consejo de Ministros. Preguntado por los
periodistas sobre si habría crisis de gobierno, Aznar-Cabañas contestó:5
¿Que si habrá crisis? ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta
monárquico y se despierta republicano?
Bandera republicana izada en el 77
aniversario de la proclamación de la república en Éibar.
En la reunión del Gobierno, el ministro de Fomento, Juan de la Cierva y
Peñafiel, defiende la resistencia: «Hay que constituir un gobierno de fuerza,
implantar la censura y resistir». Le apoyan otros dos ministros: Gabino Bugallal,
conde de Bugallal, y Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas. El resto de
los ministros, encabezados por el conde de Romanones, piensan que está todo
perdido, sobre todo cuando se van recibiendo las respuestas titubeantes de
los capitanes generales al telegrama que les ha enviado horas antes el ministro
de la guerra, el general Dámaso Berenguer, y en el que les ha aconsejado
seguir «el curso que les imponga la suprema voluntad nacional».5
A primeras horas de la mañana del martes 14 de abril, el general Sanjurjo,
director de la Guardia Civil, se dirige a la casa de Miguel Maura, donde se
encuentran reunidos los miembros del comité revolucionario que no estaban
exiliados en Francia, ni escondidos: Niceto Alcalá-Zamora, Francisco Largo
Caballero, Fernando de los Ríos, Santiago Casares Quiroga y Álvaro de
Albornoz. Nada más entrar en la casa, el general Sanjurjo se cuadra ante
Maura y le dice: «A las órdenes de usted, señor ministro».5 Por su parte, el
rey Alfonso XIII le pide al conde de Romanones, viejo conocido de Niceto
Alcalá-Zamora, que este se ponga en contacto con él para que, como
presidente del comité revolucionario, le garantice su salida pacífica de España
y la de su familia. A la una y media de la tarde tiene lugar la entrevista en casa
del doctor Gregorio Marañón, quien había sido médico del rey y que ahora
apoyaba la causa republicana. El conde de Romanones le propone a Alcalá-
Zamora crear una especie de gobierno de transición o incluso la abdicación del
rey en favor del príncipe de Asturias. Pero Alcalá-Zamora exige que el rey
salga del país «antes de que se ponga el sol». Y le advierte: «Si antes del
anochecer no se ha proclamado la república, la violencia del pueblo puede
provocar la catástrofe».5
El monarca marchó hacia el exilio a las 21 horas del mismo 14 de abril de 1931
hacia la ciudad de Cartagena llegando al Arsenal de la misma a las 4 de la
madrugada, una compañía de infantería de marina garantizaba su seguridad, el
Rey subió a bordo del buque Príncipe Alfonso partiendo rumbo a Cádiz a
recoger al infante Don Juan antes de viajar a Londres; unas horas antes de su
partida, se celebraba una reunión conspirativa de personalidades derechistas
en el domicilio del conde de Guadalhorce con el propósito de sentar las bases
de un partido político de corte monárquico y, al mismo tiempo, tratar de definir
una estrategia contrarrevolucionaria que pudiera derribar el régimen
democrático naciente.6 El día 16 de abril se hizo público el siguiente manifiesto,
redactado en nombre del rey por el duque de Maura, hermano del líder
político Miguel Maura, y que el día 17 solo publicó el diario ABC, en portada,
acompañado de una «Nota del gobierno provisional»:
Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi
pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a
España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey
puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo
tiempo generosa ante las culpas sin malicia.
Soy el rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener
mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero
apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a
ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya
custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.
Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la
nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España,
reconociéndola así como única señora de sus destinos.
También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la patria. Pido a Dios que tan hondo
como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.7

Celebraciones de la
proclamación de la Segunda República Española en Barcelona, 1931, extraído
de los archivos federales de Alemania.
Alfonso XIII abandonó el país sin abdicar formalmente y se trasladó a París,
fijando posteriormente su residencia en Roma. En enero de 1941 abdicó en
favor de su tercer hijo, Juan de Borbón. Falleció el 28 de febrero del mismo
año.
Las ciudades de Sahagún (León), Éibar (Guipúzcoa) y Jaca (Huesca) fueron
las tres únicas ciudades que proclamaron la república un día antes de la fecha
oficial, el 13 de abril de 1931. El Gobierno de la Segunda República
española les concedería posteriormente el título de Ilustrísimas Ciudades. La
primera ciudad en la que se izó la bandera tricolor fue Éibar, a las seis y media
de la mañana del 14 de abril, y en la tarde de ese mismo día le siguieron las
principales capitales españolas, incluyendo Valencia, Barcelona y Madrid, en
las que las candidaturas republicanas obtuvieron mayorías muy holgadas.
El escritor eibarrés Toribio Echeverría recuerda, en su libro Viaje por el país de
los recuerdos, la proclamación de la Segunda república en Éibar de esta forma:
...y antes de las seis de la mañana habíase congregado el pueblo en la plaza que se iba a llamar de
la República, y los concejales electos del domingo, por su parte, habiéndose presentado en la Casa
Consistorial con la intención de hacer valer su investidura desde aquel instante, se constituyeron en
sesión solemne, acordando por unanimidad proclamar la República. Acto seguido fue izada la
bandera tricolor en el balcón central del ayuntamiento, y Juan de los Toyos dio cuenta desde él al
pueblo congregado, que a partir de aquella hora los españoles estábamos viviendo en República.
(Toribio Echeverría, Viaje por el país de los recuerdos)

Constitución de 1931
Constitución española de 1931 y Cuestión religiosa en la
Artículos principales:
Constitución de 1931.

Portada de un ejemplar de la Constitución de la Segunda


República.
Principios fundamentales de la Constitución de 1931

1. Principio de igualdad de los españoles ante la ley, al proclamar a España como «una
república de trabajadores de toda clase».
2. Principio de laicidad, por el que se iba más allá de la mera separación entre la Iglesia y el
Estado para adentrarse en un ámbito de total eliminación de la religión de la vida
política. Reconocimiento, asimismo, del matrimonio civil y el divorcio.
3. El principio de elección y movilidad de todos los cargos públicos, incluido el jefe de
Estado.
4. El principio de unicameralidad, que suponía la eliminación de una segunda Cámara
aristocrática o de estamentos privilegiados y por el cual el poder legislativo sería
ejercido por una sola Cámara.
5. Se preveía la posibilidad de la realización de una expropiación forzosa de cualquier tipo
de propiedad, a cambio de una indemnización, para utilización social, así como la
posibilidad de nacionalizar los servicios públicos.
6. Amplia declaración de derechos y libertades. Concedía el voto desde los 23 años con
sufragio universal (también femenino desde las elecciones de 1933).

Tras la proclamación de la república, tomó el poder un gobierno


provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora desde el 14 de abril hasta el 14
de octubre de 1931, fecha en que presentó su dimisión por su oposición a la
forma en como se recogió el laicismo del Estado en el artículo 26 de la nueva
Constitución, siendo sustituido por Manuel Azaña. El 10 de diciembre de 1931
fue elegido presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora, por 362 votos de
los 410 diputados presentes (la Cámara estaba compuesta por 446 diputados).
En este cargo se mantuvo hasta el 7 de abril de 1936, cuando la nueva
mayoría de las Cortes del Frente Popular lo destituye por haber convocado dos
veces elecciones generales en un mismo mandato, lo que podía considerarse
una extralimitación de sus prerrogativas, siendo sustituido por Manuel Azaña.
El Parlamento resultante de las elecciones constituyentes de 28 de junio de
1931 tuvo por misión la de elaborar y aprobar una constitución el día 9 de
diciembre del mismo año.
La Constitución republicana supuso un avance notable en el reconocimiento y
defensa de los derechos humanos por el ordenamiento jurídico español y en la
organización democrática del Estado: dedicó casi un tercio de su articulado a
recoger y proteger los derechos y libertades individuales y sociales, amplió el
derecho de sufragio activo y pasivo a los ciudadanos —de ambos sexos a partir
de 1933— mayores de 23 años y residenció el poder legislativo en el pueblo,
que lo ejercía a través de un órgano unicameral que recibió la denominación
de Cortes o Congreso de los Diputados. Además, estableció que el jefe de
Estado sería en adelante elegido por un colegio compuesto por diputados y
compromisarios, los que a su vez eran nombrados en elecciones generales.
Símbolos del nuevo Estado

Alegoría de la República española por Teodoro


Andreu (1931)
La historia de la bandera tricolor responde a un sentimiento esencialmente
popular. El morado había venido siendo usado por los movimientos liberal y,
posteriormente, progresista o exaltado desde los tiempos del Trienio
Liberal (1820-1823) por influencia del mito del pendón morado de Castilla, que
defendía que los comuneros del XVI se alzaron con una enseña de tal
color contra Carlos I por su política de dar a hombres flamencos los puestos
más importantes de la administración castellana. Sea como fuere, en 1931 el
color morado o violeta tenía una especie de tradición popular, lo que llevó a su
definitiva inclusión en la nueva bandera nacional, en un arranque improvisado
de diferenciar al nuevo régimen que comenzaba tras las votaciones del 12 de
abril en sus símbolos más necesarios.
La unión del rojo, el amarillo y el morado en tres franjas de igual tamaño se
hace oficial en el decreto de 27 de abril de 1931:
Artículo 2.º: Las banderas y estandartes... estarán formadas por tres bandas horizontales de igual
ancho, siendo roja la superior, amarilla la central y morada oscura la inferior. En el centro de la
banda amarilla figurará el escudo de España, adoptándose por tal el que figura en el reverso de las
monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno provisional en 1869 y 1870.8

Fue refrendada con en el artículo primero de la Constitución del 31. En dicho


decreto se aclaró la inclusión del color castellano a los tradicionales
aragoneses: «Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados
del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero que
la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad,
con lo que el emblema de la II República española, así formado, resume más
acertadamente la armonía de una gran España». En el mismo decreto se
explicaba el nuevo significado de la bandera tricolor: «La República cobija a
todos. También la bandera, que significa paz, colaboración entre los
ciudadanos bajo el imperio de justas leyes. Significa más aún: el hecho, nuevo
en la Historia de España, de que la acción del Estado no tenga otro móvil que
el interés del país, ni otra norma que el respeto a la conciencia, a la libertad y al
trabajo».

25 céntimos de peseta, 1934


Los orígenes de esta nueva enseña se remontan a 1820. En ese año el general
Riego, tras «reproclamar» la Constitución de Cádiz en Las Cabezas de San
Juan, provocó durante un breve lapso de tiempo —apenas tres años— la
apertura liberal del régimen de Fernando VII. Durante este período se fundó
la Milicia Nacional, a la que se le asignaron banderas moradas con el escudo
de Castilla y León. Poco duró dicha divisa, pues ese mismo año es sustituida
por otra rojigualda con el lema «Constitución» en su franja central.
En 1823 el regreso de Fernando VII al absolutismo acabó también con la propia
Milicia Nacional. En 1843, bajo el reinado de Isabel II, se decretó por primera
vez, el 13 de octubre, la unificación de la bandera nacional. En dicho decreto
regulador se permitió a los regimientos que antes tuvieran banderas moradas el
uso de tres corbatas —los cordones que cuelgan de los extremos superiores de
las banderas— con los colores rojo, amarillo y morado. Este es el principal
antecedente de la tricolor.
Tras el destierro de Isabel II, el Gobierno Provisional de 1868-1871 cambió el
escudo monárquico sustituyendo en él la corona real por la mural y eliminando
el escusón de Borbón-Anjou. El escudo republicano seguirá el modelo del de
dicho período. El breve reinado de Amadeo I concluyó con la proclamación de
la Primera República. La bandera proyectada durante este régimen emulaba
los colores revolucionarios de Francia: el rojo, el blanco y el azul, modificación
que no se llevó a cabo por su corta duración[cita requerida] y, con la Restauración, la
bandera recuperó sus elementos de 1843.
Moneda republicana de una peseta acuñada en
1934.
Durante la Restauración, el Partido Federal adoptó los colores de la Milicia
Nacional de 1820 como símbolo de la facción antidinástica y rechazo al sistema
establecido. Comenzó a verse la bandera tricolor en casinos, periódicos y
centros de adscripción republicana. Fue tal el fuerte vínculo de estos colores
con la idea del republicanismo, de cambio y de progreso, durante el reinado
de Alfonso XII, la regencia de María Cristina, el reinado de Alfonso XIII y las
dictaduras de Primo de Rivera y Berenguer, que, en un arranque de
espontaneidad, una vez conocidos los primeros resultados de las votaciones
del 12 de abril de 1931, especialmente en Madrid, el pueblo se echó a la calle
portando insignias, escarapelas y banderas con los tres colores.
Para ella se adaptó el escudo que en 1868 eligió el Gobierno Provisional de
1868-1871: cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra, con Granada en
punta, timbrado por corona mural y entre las dos columnas de Hércules. Como
novedad, destaca su menor tamaño, la misma medida para las tres franjas y
los flecos dorados en el contorno de las pertenecientes al ejército. También se
acuñaron monedas con el nuevo escudo.
Himno de Riego

Duration: 2 minutos y 15 segundos.2:15

Canto rural propuesto en 1931

Duration: 2 minutos y 24 segundos.2:24

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De manera similar, se trató de escoger como himno nacional el popularmente


conocido durante gran parte del siglo XIX como Himno de Riego, sustituyendo al
oficial hasta entonces, la Marcha Real. Sin embargo, a pesar de la creencia
popular, nunca fue oficialmente el himno de la República; en 1931, poco
después de su proclamación, se organizó una gran polémica sobre su validez
como himno nacional en la que terciaron numerosos políticos, intelectuales y
músicos: entre otros fue famoso un artículo de Pío Baroja en su contra, ya que
lo consideraba demasiado callejero e impropio de los ideales del nuevo
régimen. Tal vez en respuesta a esas quejas, el famoso compositor Óscar
Esplá, junto al poeta andaluz Manuel Machado, propuso un himno totalmente
nuevo, el Canto rural a la República Española, que fue finalmente
rechazado. [cita requerida]
Contexto social y económico
Principales ciudades de la
Segunda República Española
(censo de 1930)
Posició Població
Ciudad
n n
1.ª Barcelona 1 005 565
2.ª Madrid 952 832
3.ª Valencia 320 195
4.ª Sevilla 228 729
5.ª Málaga 188 010
6.ª Zaragoza 173 987
7.ª Bilbao 161 987
8.ª Murcia 158 724
9.ª Granada 118 179
10.ª Córdoba 103 106

Las intenciones de la República se enfrentaron con la cruda realidad de


una economía mundial sumida en la Gran Depresión, de la que el mundo no se
recuperó hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En términos de
fuerzas sociales, la Segunda República surgió porque los oficiales del Ejército
no apoyaron al rey, con el que estaban molestos por haber aceptado este la
dimisión de Primo de Rivera, y a un clima de creciente reivindicación de
libertades, derechos para los trabajadores y tasas de desempleo crecientes, lo
que resultó en algunos casos en enfrentamientos callejeros, revueltas
anarquistas, asesinatos por grupos extremistas de uno u otro bando, golpes de
Estado militares y huelgas revolucionarias.

Distribución de la población española


en 1930.
En España la agitación política tomó además un cariz particular, siendo
la Iglesia objetivo frecuente de la izquierda revolucionaria, que veía en los
privilegios de que gozaban una causa más del malestar social que se vivía, lo
cual se tradujo muchas veces en la quema y destrucción de iglesias.
La derecha conservadora, muy arraigada también en el país, se sentía
profundamente ofendida por estos actos y veía peligrar cada vez más la buena
posición de que gozaba ante la creciente influencia de los grupos de izquierda
revolucionaria. Desde el punto de vista de las relaciones internacionales, la
Segunda República sufrió un severo aislamiento, ya que los grupos inversores
extranjeros presionaron a los gobiernos de sus países de origen para que no
apoyaran al nuevo régimen, temerosos de que las tendencias socialistas que
cobraban importancia en su seno, terminaran por imponer una política de
nacionalizaciones sobre sus negocios en España. Para comprender esto es
clarificador saber que la compañía Telefónica era un monopolio propiedad de la
norteamericana International Telephone and Telegraph (ITT), que
los ferrocarriles y sus operadoras estaban fundamentalmente en manos de
capital francés, mientras que las eléctricas y los tranvías de las ciudades
pertenecían a distintas empresas (mayormente británicas y belgas). Como
consecuencia, no hubo una sola nacionalización durante el periodo
republicano, pero, sin embargo, el respaldo de las potencias fascistas alentó a
muchos generales conservadores para que planificaran insurrecciones militares
y golpes de Estado. Sus intenciones se materializarían primero en la «La
Sanjurjada» de 1932 y en el fallido golpe de 1936, cuyo resultado incierto
desembocó en la guerra civil española. Por su parte, las democracias
occidentales no apoyaron al régimen republicano por miedo a un
enfrentamiento armado, salvo en coyunturas muy específicas, lo que no sirvió,
en última instancia, para evitar la Segunda Guerra Mundial.

Moneda de 50 céntimos de 1937


acuñada en cobre
La sociedad española de los años treinta era fundamentalmente rural: un
45,5 % de la población activa se ocupaba en la agricultura, mientras que el
resto se repartía a partes iguales entre la industria y el sector servicios. Estas
cifras describen una sociedad que aún no había experimentado la Revolución
industrial. En cuanto a sindicatos y partidos políticos, el Partido Socialista
Obrero Español (PSOE), cuya lista fue la más votada para las elecciones
constituyentes de 1931, contaba con 23 000 afiliados; su organización
hermana, el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) ya contaba en
1922 con 200 000 afiliados; el sindicato anarquista Confederación Nacional del
Trabajo (CNT) tenía en septiembre de 1931 unos 800 000 afiliados. Otras
organizaciones, como el Partido Comunista de España (PCE) tenían una
presencia nominal y no cobraron fuerza hasta el comienzo de la Guerra Civil.
En cuanto a los nacionalismos, la Lliga Regionalista de Catalunya, liderada
por Francesc Cambó había apoyado abiertamente la dictadura de Primo de
Rivera, y por ello permaneció al margen de la política durante la República,
mientras que otros partidos políticos catalanes, más escorados hacia la
izquierda o el independentismo, fueron los que tuvieron mayor protagonismo;
en el caso del País Vasco y Navarra, cabe mencionar que aún no se había
consumado la ruptura entre el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y la Comunión
Tradicionalista (CT), integrada esta última por los carlistas.
Respecto de las iniciativas de cambio socioeconómico de los gobiernos
republicanos, caben destacar las subidas de los salarios de los trabajadores del
campo llevadas a cabo durante el bienio social-azañista, invertidas luego
durante el bienio radical-cedista, encaminadas a mejorar las condiciones de
vida en el medio rural. Otras iniciativas fueron las ocupaciones de tierra y
expropiaciones ilegales en los momentos iniciales de la Guerra Civil como una
manera de conseguir ingresos y apoyo popular por parte del campesinado.
Los Ministros de Hacienda republicanos, sin distinciones ideológicas,
consideraron el déficit presupuestario como uno de los problemas más
urgentes a solucionar, junto con la depreciación de la peseta, para afrontar los
problemas económicos de España. Participando, como sus contemporáneos,
de los principios de la ortodoxia clásica en la Hacienda pública, intentaron
alcanzar el equilibrio presupuestario, considerando que la actividad financiera
del sector público no debería perjudicar el consumo y la inversión privados.9
A nivel educativo se asistió a un importante impulso de la educación pública,
inédito en la historia española. La Segunda República proyectó una mejora
cualitativa y cuantitativa del sistema de enseñanza: los cálculos más
conservadores estiman un incremento de 37 500 a 50 500 maestros en cuatro
años (de abril de 1931 a abril de 1935), la creación de 91 nuevos centros
de secundaria (se duplicaron los ya existentes) así como un aumento en el
número de alumnos de 76 074 en el curso 1930-31 a 145 007 en el curso 1934-
35. El 16 de septiembre de 1932 se aprobaba por ley un empréstito de 400
millones de pesetas más otros 200 aportados por los Ayuntamientos para
construcciones escolares, lo que permitió un notable incremento en la creación
de escuelas. Se mejoró sustancialmente la retribución de los docentes y su
formación, así como su presencia en el medio rural, por lo que se ha llegado a
decir que «durante el período de la República el maestro se convirtió en el
referente social y político del pueblo». Así mismo, se hizo hincapié en promover
las innovaciones pedagógicas y en extender la formación y la cultura por todo
el territorio a través de las Misiones Pedagógicas.10
Etapas de la República
Gobierno Provisional o periodo constituyente (abril-
diciembre de 1931)
Artículo principal: Gobierno Provisional de la Segunda República Española
Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la
Segunda República española.
El Gobierno Provisional de la Segunda República Española ostentó el poder
político en España desde la caída de la monarquía de Alfonso XIII y
la proclamación de la república el 14 de abril de 1931 hasta la aprobación de
la Constitución de 1931 el 9 de diciembre y la formación del primer gobierno
ordinario el 15 de diciembre. Hasta el 15 de octubre de 1931 el gobierno
provisional estuvo presidido por Niceto Alcalá-Zamora, y tras la dimisión de
este a causa de la redacción que se había dado al artículo 26 de la
Constitución que trataba la cuestión religiosa, le sucedió Manuel Azaña al
frente del gobierno.
Pero la coalición republicano-socialista llegaba al poder no en el mejor de los
tiempos posibles. La depresión económica que azotaba a Europa y a Estados
Unidos, aunque en España fue menos profunda, sí que afectó a la construcción
y a las pequeñas industrias complementarias. En consecuencia creció
el desempleo en las ciudades, e indirectamente se incrementó el subempleo en
el campo, ya que los jornaleros ya no podían emigrar a las ciudades donde
volvía a escasear el trabajo. Creció además el sentimiento de inseguridad de
los trabajadores que tenían empleo. Y además, la crisis económica coincidió
con las enormes expectativas de mejora de vida que el cambio de régimen
político había alumbrado entre los sectores populares,
entre obreros y campesinos, antes de que la república tuviera tiempo de
asentar y extender una cultura política democrática. Fue en esas circunstancias
de crisis económica y de crecientes expectativas populares, cuando la coalición
republicano-socialista comenzó a gobernar.11
Política de orden público
El 15 de abril la Gaceta de Madrid publica un decreto fijando el Estatuto jurídico
del Gobierno Provisional que fue la norma legal superior por la que se rigió el
Gobierno Provisional hasta la aprobación de la nueva Constitución y en el que
se autoproclama como «Gobierno de plenos poderes». Lo más polémico del
«Estatuto Jurídico» es la contradicción que se observa en la cuestión de las
libertades y los derechos ciudadanos, pues su reconocimiento va acompañado
de la posibilidad de su suspensión por parte del Gobierno, sin intervención
judicial, «si la salud de la República, a juicio del Gobierno, lo reclama».12 Esta
política contradictoria de la república respecto del orden público culminó con la
aprobación por las Cortes Constituyentes de la Ley de Defensa de la
República de 21 de octubre de 1931 que dotó al Gobierno Provisional de
un instrumento de excepción al margen de los tribunales de justicia para actuar
contra los que cometieran «actos de agresión contra la República»,
constituyéndose, incluso después de la aprobación de la Constitución de 1931,
en «la norma fundamental en la configuración del régimen jurídico de
las libertades públicas durante casi dos años de régimen republicano» en que
estuvo vigente (hasta agosto de 1933).13 El gasto en Seguridad Ciudadana
(Policía y Guardia Civil) experimentó un crecimiento muy importante durante
los Gobiernos de la Segunda República, con un incremento medio anual del
14%. Edward Malefakis,14 al referirse al «enorme incremento en las
fuerzas policiales que ocurrió durante el primer año de la República», detalla
que la Guardia Civil, que tenía unos 26.500 miembros durante el decenio
anterior al cambio de régimen, aumentó sus efectivos hasta 27.817. A lo que se
añadió el nuevo cuerpo de Guardias de Asalto que en 1932 llegó a contar con
11.698 policías.
La «cuestión regional»
El problema más inmediato que tuvo que afrontar el Gobierno Provisional fue la
proclamación de la República Catalana hecha por Francesc
Macià en Barcelona el mismo día 14 de abril. Tres días después, tres ministros
del Gobierno Provisional se entrevistaban en Barcelona con Francesc Macià,
alcanzando un acuerdo por el que Esquerra Republicana de
Cataluña renunciaba a la República Catalana a cambio del compromiso del
Gobierno Provisional de que presentaría en las futuras Cortes Constituyentes el
estatuto de autonomía que decidiera Cataluña, previamente «aprobado por la
Asamblea de Ayuntamientos catalanes», y del reconocimiento del Gobierno
catalán que dejaría de llamarse Consejo de Gobierno de la República Catalana,
para tomar el nombre Gobierno de la Generalidad de Cataluña recuperando así
«el nombre de gloriosa tradición» de la centenaria institución del principado que
fue abolida por Felipe V en los decretos de Nueva Planta de 1714.15 El proyecto
de estatuto para Cataluña, llamado Estatuto de Nuria fue refrendado el 3 de
agosto por el pueblo de Cataluña por una abrumadora mayoría,16 pero
respondía a un modelo federal de Estado y rebasaba en cuanto a
denominación y en cuanto a competencias a lo que se había aprobado en la
Constitución de 1931 (ya que el «Estado integral» respondía a una concepción
unitaria, no federal), aunque condicionó los debates parlamentarios del «Estado
integral», que finalmente se aprobó.17
En el caso del País Vasconavarro, el proceso para conseguir un estatuto de
autonomía se inició casi al mismo tiempo que el de Cataluña. Una asamblea de
los ayuntamientos vasconavarros reunidos en Estella el 14 de junio aprobaron
un estatuto que se basaba en el restablecimiento de los fueros vascos abolidos
por la Ley de 1839, junto con la Ley Paccionada Navarra de 1841.18 El Estatuto
de Estella fue presentado el 22 de septiembre de 1931 a las Cortes
Constituyentes, pero no fue tomado en consideración porque el proyecto se
situaba claramente al margen de Constitución que se estaba aprobando, entre
otras cosas, por su concepción federalista y por la declaración
de confesionalidad del «Estado vasco».19
La «cuestión religiosa»
Artículo principal: Cuestión religiosa en la Segunda República Española
Las primeras decisiones del Gobierno Provisional sobre la secularización del
Estado fueron muy moderadas. En el artículo 3.º del Estatuto jurídico del
Gobierno Provisional se proclamó la libertad de cultos y en las tres semanas
siguientes el Gobierno aprobó algunas medidas secularizadoras, como el
decreto de 6 de mayo declarando voluntaria la enseñanza religiosa.20 El 24 de
abril el nuncio Federico Tedeschini envió un telegrama a todos los obispos en
el que les transmitía el «deseo de la Santa Sede» de que «recomend[asen] a
los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su[s] diócesis que respet[ase]n
los poderes constituidos y obede[ciese]n a ellos para el mantenimiento del
orden y para el bien común».21 Junto al nuncio, el otro miembro de la jerarquía
eclesiástica que encarnó esta actitud conciliadora hacia la república fue el
cardenal arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer.22 Sin embargo
un sector numeroso del episcopado estaba compuesto por
obispos integristas que no estaban dispuestos a transigir con la república a la
que consideraban una desgracia, y cuya cabeza visible era el
cardenal primado y arzobispo de Toledo, Pedro Segura. Este, el 1 de mayo,
hizo pública una pastoral en la que, tras abordar la situación española en un
tono catastrofista, hacía un agradecido elogio de la monarquía y del destronado
monarca Alfonso XIII, «quien, a lo largo de su reinado, supo conservar la
antigua tradición de fe y piedad de sus mayores».23 La prensa y los partidos
republicanos interpretaron la pastoral como una especie de declaración de
guerra a la República, y el Gobierno Provisional presentó una nota de «serena
y enérgica» protesta al Nuncio y pidió que fuera apartado de su cargo.24

Cardenal Pedro Segura


Diez días después se produjeron los sucesos conocidos como la quema de
conventos, cuyo detonante fueron los incidentes producidos el domingo 10 de
mayo con motivo de la inauguración en Madrid del Círculo Monárquico
Independiente,6 durante los cuales corrió el rumor por la ciudad de que un
taxista republicano había sido asesinado por unos monárquicos. Una multitud
se congregó entonces ante la sede del diario monárquico ABC, donde tuvo que
intervenir la Guardia Civil, que disparó contra los que intentaban asaltar y
quemar el edificio causando varios heridos y dos muertos, uno de ellos un
niño.25 A primeras horas del día siguiente lunes 11 de mayo cuando el gobierno
provisional estaba reunido le llegó la noticia de que la Casa de Profesa de los
jesuitas estaba ardiendo. El ministro de la Gobernación Miguel Maura intentó
sacar a la calle a la Guardia Civil para restablecer el orden pero se encontró
con la oposición del resto del gabinete y especialmente de Manuel Azaña,
quien, según Maura, llegó a manifestar que «todos los conventos de Madrid no
valen la vida de un republicano» y amenazó con dimitir «si hay un solo herido
en Madrid por esa estupidez».26 La inacción del gobierno permitió que los
sublevados quemaran más de una decena de edificios religiosos. Por la tarde,
por fin, el Gobierno declaró el estado de guerra en Madrid y a medida que las
tropas fueron ocupando la capital, los incendios cesaron. Al día siguiente,
martes 12 de mayo, mientras Madrid recuperaba la calma, la quema de
conventos y de otros edificios religiosos se extendía a otras poblaciones del
este y el sur peninsular (los sucesos más graves se produjeron en Málaga).27
Alrededor de cien edificios religiosos ardieron total o parcialmente en toda
España, y murieron varias personas y otras resultaron heridas durante los
incidentes.28
La respuesta del Gobierno Provisional a la quema de conventos fue suspender
la publicación del diario católico El Debate y del monárquico ABC,29 y también
acordó la expulsión de España el 17 de mayo del obispo integrista de
Vitoria Mateo Múgica, por negarse a suspender el viaje pastoral que tenía
previsto realizar a Bilbao, donde el Gobierno temía que con motivo de su visita
se produjeran incidentes entre los carlistas y los nacionalistas
vascos clericales, y los republicanos y los socialistas anticlericales.30 Asimismo
aprobó también algunas medidas dirigidas a asegurar la separación de la
Iglesia y el Estado sin esperar a la reunión de las Cortes Constituyentes, como
la que ordenaba la retirada de crucifijos de las aulas donde hubiese alumnos
que no recibieran enseñanza religiosa.31
La Iglesia católica criticó todas estas medidas laicistas, pero de nuevo la
reacción más radical partió del cardenal Segura que el 3 de junio en Roma,
donde se encontraba desde el 12 de mayo, hizo pública una pastoral en la que
se recogía «la penosísima impresión que les había producido ciertas
disposiciones gubernativas».32 Cuando el cardenal Segura volvió
inesperadamente a España el 11 de junio fue detenido por orden del gobierno y
el día 15 fue expulsado del país.33
Dos meses después se producía un nuevo incidente que enturbió aún más las
relaciones de la República y la Iglesia católica y en el que el cardenal Segura
volvía a ser protagonista. El día 17 de agosto entre la documentación incautada
al vicario de Vitoria, Justo Echeguren, que había sido detenido tres días antes
en la frontera hispano francesa por la policía, se encontraron unas
instrucciones del cardenal Segura a todas las diócesis en las que se facultaba
a los obispos a vender bienes eclesiásticos en caso de necesidad y en el que
se aconsejaba la transferencia por parte de la Iglesia de sus bienes inmuebles
a seglares y la colocación de bienes muebles en títulos de deuda extranjeros,
todo ello para eludir una posible expropiación por parte del Estado.34 La
respuesta inmediata del Gobierno Provisional fue la publicación el 20 de agosto
de un decreto en el que se suspendían las facultades de venta y enajenación
de los bienes y derechos de todo tipo de la Iglesia católica y de las órdenes
religiosas.35
La «cuestión militar»
Los dos objetivos principales de la reforma militar de Manuel Azaña fueron
intentar conseguir un ejército más moderno y eficaz, y subordinar el «poder
militar» al poder civil. Uno de sus primeros decretos, de 22 de abril, obligó a los
jefes y oficiales a prometer f

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