Identidades poéticas en Gloria Fuertes
Identidades poéticas en Gloria Fuertes
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[19-34] mora /20 (2014)
Identidades poéticas: el
universo nominal de Gloria
Fuertes*
Resumen
El trabajo propone leer la obra poética de la madrileña Gloria Fuertes (1917-1998) –una Palabras clave
de las voces menos exploradas de la poesía social de la posguerra española– a partir Poesía española contemporánea
de la recurrente inclusión de nombres propios en el universo textual. Esta incorpo- Gloria Fuertes
ración –en la que sobresale especialmente el nombre propio de la autora– abre una nombre propio
autoficción
constelación teórica problemática en el acercamiento a su poesía, pues se posiciona
en una zona fronteriza: entre el estatuto imaginario de la enunciación poética y la
referencia a la que remite la presencia de datos inequívocos de la esfera extratex-
tual. Por eso, se plantea utilizar la categoría de “autoficción”, de gran vigencia en el
panorama crítico actual, postulando su pertinencia para el estudio de esa identidad
poemática que fluctúa entre la vida y la escritura, ratificando y, simultáneamente,
complejizando su correlación con la figura autoral.
Abstract
We intend to read the poetry of Gloria Fuertes (1917-1998) –one of the least explored Key words
voices of Spanish Post-war Poetry– focusing on the inclusion of proper names in the Contemporary Spanish
textual universe. This incorporation –especially the author’s proper name– opens a Literature
complex theoretical constellation in the approach to her poetry, because of its position Gloria Fuertes
proper name
in a border area: between the imaginary status of lyric subject and the “autobiogra- autofiction
phical” reference. Therefore, we propose to use the category of “autofiction”, postu-
lating its relevance to the study of that verbal identity, between life and writing.This
strategy calls into question the conventional and “romantic” identification between
“lyric authorial figure” and the “real empirical poet”.
Los versos elegidos como epígrafe a estas páginas pertenecen al poema “Parodián-
dome”, incluido en el último poemario de la poeta madrileña Gloria Fuertes (1917-
1. Las Obras incompletas (Cátedra) 1998), Mujer de verso en pecho (MVP).1 A través de ellos, es posible comenzar nuestro
compiladas por la propia Fuertes
en 1975 –que dejan afuera su primer itinerario a la luz de diversas matrices discursivas que confluyen en una “puesta en
poemario Isla ignorada, de 1950– abismo” en la que se enhebran, en el eje autorreferencial de la poesía, reflexiones
contienen los siguientes libros:
Antología y poemas del suburbio (1954), sugerentes en torno del ejercicio poético. En primer término, el título del poema nos
Aconsejo beber hilo (1954), Todo asusta
(1958), Ni tiro, ni veneno, ni navaja emplaza ya en una escritura que se repliega sobre sí misma, a partir de esta llamati-
(1966), Poeta de guardia (1968), Cómo
atar los bigotes del tigre (1969) y Sola va operatoria cuyo origen y destino es, a la vez, la misma obra. Hipertexto e hipotex-
en la sala (1973). Luego, en 1980,
la misma editorial publica Historia
to –si seguimos el rigor disciplinar de Genette (1989)– conviven pues en la
de Gloria (amor, humor, desamor) y, actualización lúdica y renovadora que la poesía realiza respecto de sí misma. No
finalmente, también Cátedra editará
su último poemario, de 1995, Mujer obstante, amén de este primer guiño metapoético que asoma en el nivel paratextual,
de verso en pecho. Posteriormente, y la cita es interesante en especial porque pone en escena algunas cuestiones nucleares
hasta el momento, la editorial ma-
drileña Torremozas ha publicado en en torno de la construcción de la subjetividad en la poesía fuertiana. Allí, se hace
forma póstuma los siguientes libros
inéditos: Glorierías (2001), Garra de manifiesta la coexistencia de dos figuraciones que habitan en la escena lírica: actriz
la guerra (2002), Es difícil ser feliz una
tarde (2005), Se beben la luz (2008), y autor, ambas como caras complementarias del discurso poético que se proponen,
Los brazos desiertos (2009) y Poemas
prácticos más que teóricos (2011).
al decir de la poeta –acudiendo a la paranomasia, tan cara a su escritura– como
En este trabajo, utilizaremos siglas “anverso y reverso” del verso.
para referirnos a sus tres primeros
libros, nuestro objeto de estudio:
OI (Obras incompletas), HG (Historia De este modo, el poema se proyecta hacia una controvertida constelación teórica que
de Gloria [amor, humor, desamor])
y MVP (Mujer de verso en pecho). atañe al estatuto del sujeto poético, la enunciación lírica y la figura de autor, eje de
nuestras reflexiones. Los versos citados explicitan la escisión identitaria entre dos
orbes diferenciados: el del “autor” (o poeta) y el de la “actriz” (o personaje poético).
Esta distinción conlleva en la esfera del género lírico un posicionamiento teórico
interesante, pues permite desplazar las “malas lecturas” biografistas –en especial,
asociadas al romanticismo– en cuya estela la poesía era leída en clave confesional,
es decir, ligada a la verdad y, por tanto, a las efusiones sentimentales, anímicas o
subjetivas del poeta –la “falacia patética”, al decir de T. S. Eliot–. Esta postura, como
puede suponerse, privaba a la poesía del estatuto ficticio de la enunciación que sí
concernía en cambio al resto de los géneros. Dentro de esta vertiente, sobresale sin
duda el nombre de Käte Hamburger quien, en su libro La lógica de la literatura de
1957 y polemizando con el filósofo Ingarden, proclama la idea de una enunciación
real, opuesta a la tesis del sujeto lírico. De acuerdo con ella, la poesía se concibe
como un “enunciado de realidad”, equiparable al del discurso historiográfico o
filosófico, planteando la identidad en el nivel lógico y postulando que “la vivencia
puede ser ‘ficticia’ en el sentido de inventada, pero al sujeto vivencial y, por tanto,
al yo lírico, solo cabe encontrarlo como sujeto real, jamás como sujeto ficticio”
(Hamburger, 1995: 187).
Posteriormente, sin embargo, huelga señalar que desde enfoques diversos, múltiples
autores han replicado esta tradición que ubica la poesía en el terreno de la “dicción”
–a diferencia de la narrativa, emplazada en la “ficción”–, al refutar la idea de realidad
o de veracidad de los enunciados del sujeto lírico, reivindicando en cambio su estatuto
ficcional o imaginario (Mignolo, Herrstein Smith, Lázaro Carreter, Pozuelo Yvancos,
etc.). Como señala Combe, incluso, ya con la crítica al pensamiento romántico, en
el debate filosófico de la Alemania de los años 1815 y 1820, en especial de la mano
de Schopenhauer y Nietzsche, ingresará la reflexión sobre un sujeto lírico distinto
de un sujeto empírico o real. En el encuentro de la filosofía posrromántica con la
poesía simbolista francesa se profundizará el debate en torno al yo lírico alejado de
las concepciones biografistas (Combe, 1999: 131-133).
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La cita de Fuertes, pues, –con aparente ingenuidad– se estaciona, y nos estaciona como
lectores, en un cruce sugerente: el de un sujeto que habita en el borde –provocativo, inqui-
etante– de la vida y la literatura, entre el poema y la serie histórica (el extratexto). Anverso
y reverso son, entonces, dos caras imbricadas en las que la construcción identitaria fluctúa,
en el vaivén incesante de ser “poema” y ser “poeta” a la vez, si recordamos la frase de
Jaime Gil de Biedma con que culmina su “Nota autobiográfica”, incluida en Las personas
del verbo: “Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema” (1982: 208).
Ahora bien, estas especulaciones y tensiones que inauguraba la poeta permiten aprox-
imarnos de modo preliminar al complejo territorio que se propone asediar en este
trabajo: la autoficción. La crítica coincide en ubicar el nacimiento de este novedoso
rótulo de la mano del escritor francés Serge Doubrovsky, creador de este neologismo
en su novela Fils de 1977, a la que define en contraste con la autobiografía, que es
“explicativa y unificante, que quiere recuperar y volver a trazar los hilos de un destino,
la autoficción no percibe la vida como un todo. Ella no tiene ante sí más que [...] un
sujeto troceado que no coincide consigo mismo” (citado en Pozuelo Yvancos, 2010: 12).
Como indica Pozuelo, debemos ubicar el surgimiento de la autoficción así definida en
la Francia de los años 60 y 70, teniendo en cuenta dos antecedentes: por un lado, la
famosa “casilla vacía” propuesta por Lejeune en su estudio de la autobiografía y que
Doubrovsky se propone “llenar”2; por otro, la crisis del personaje narrativo que había 2. Como indica Manuel Alberca, la
“historia reciente” de la autoficción
sido postulada por el Nouveau Roman. Estas dos líneas convergerán primero en la cono- se inicia con Doubrovsky y su intento
de llenar la casilla vacía propuesta por
cida “autobiografía” –¿o “anti-autobiografía”?– de Barthes, el maestro de Doubrovsky, Lejeune, que generaba la pregunta:
Roland Barthes por Roland Barthes, en 1975, y dos años más tarde, Fils, que continúa el ¿El protagonista de una novela puede
tener el mismo nombre del autor? Sin
programa diseñado por su maestro, el de la fragmentación del sujeto (Pozuelo Yvan- embargo, en la “historia legendaria”
de la categoría se pueden observar
cos 2010:15). Como indica Manuel Alberca, uno de los teóricos principales abocados a obras previas que responden también
a la modalidad autoficticia, que antes
su estudio en el panorama peninsular, la autoficción se sitúa en el plano de un “pacto de Doubrovsky se incluían en el “ca-
ambiguo” entre el autor y el lector, “entre el pacto autobiográfico y el novelesco, en su jón de sastre” de las novelas autobio-
gráficas o novelas del yo. Ejemplos:
zona intermedia, en un espacio vacilante” (2007: 65). Se utiliza el principio de identidad Unamuno, Azorín, Manuel Azaña,
Sender, Arturo Barca, Corpus Barga
postulado por Lejeune en su célebre trabajo, “El pacto autobiográfico” (1975), en la tienen obras que entran perfectamen-
coincidencia del nombre propio entre autor-narrador-personaje, pero a la vez se imbri- te en la categoría de autoficción. En
Latinoamérica también: Borges, Leza-
can y enfatizan guiños de ficción desde paratextos o procedimientos concurrentes (Sca- ma Lima, Vargas Llosa (y asimismo es-
critores más jóvenes: Severo Sarduy,
rano, 2007: 91). La autoficción, pues, “mezcla de realidad autobiográfica, metáforas y Jaime Bayley, Juan Pedro Gutiérrez,
Roberto Bolaño, César Aira, Fernando
fragmentos inventados, [...] determina un espacio fronterizo, a medio camino entre dos Vallejo) (2007: 143). Para Alberca, la
realidades, indeciso y confuso” (Puertas Moya, 2003: 299- 302). Esta oscilación y juego fuente del origen de la autoficción es
el Libro del Buen Amor, pionero en la
de espejos que propone el autor reclama a su vez un lector cómplice, que se deleite en literatura española de la presencia
del autor en su obra, bajo su nombre
la ambigüedad y en la imposibilidad de resolución entre los pactos (autobiográfico o propio y con un calculado artificio de
novelesco), en un vaivén inquietante y pendular (Scarano, 2007: 91). doblez moral, doctrinal y biográfica.
Luego, señala en esta “pre-historia”
de la categoría que también se puede
observar la presencia de la autofic-
Molero de la Iglesia aludirá por su parte a su surgimiento y a su carácter narrativo para ción en el Quijote, en los Sueños de
Quevedo hasta llegar a Diego de
postular una definición que tiene a la invención o a la falsedad como clave genérica, Torres Villarroel en libros como Correo
como contracara de la “verdad” autobiográfica: “Lo que se viene denominando desde de otro mundo (1725) (2007: 143-146).
1977 autoficción corresponde a una falsa enunciación que contiene el relato de unas
circunstancias más o menos históricas y cuyo protagonista señala al propio autor”;
como argumenta la autora, “esto le separa de la mención directa y la responsabilidad
que tiene el hablante en el enunciado autobiográfico, pero también de variadísimas
ejecuciones novelescas en primera persona” (Molero de la Iglesia, 2010: 3).
Otros referentes fundamentales que han estudiado esta categoría son, entre los princi-
pales, Vincent Colonna, Manuela Ledesma Pedraz, Jacques Lecarme y, en el panorama
más próximo, José Amícola, Leonor Arfuch, entre otros. Todos ellos, aún con sus
disidencias, confluyen en la difundida visión que ata esta categoría –concebida como
género– a la narrativa, en primer término, y luego rescatan la presencia del nombre
propio –es decir, la coincidencia nominal entre autor-narrador-personaje dentro de
un proyecto explícitamente novelesco (o ficcional)– como el principal asidero para
este nuevo “pacto ambiguo autoficcional”.
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Gloria Fuertes, HG
Con cierta frecuencia, y sin saber explicar el porqué, continué cantando o contando
mi vida muy directamente en ciertos poemas que, o bien titulaba “autobiografías”
o que, sin titularse así, informaban sobre mis estados anímicos, económicos,
sentimentales-emocionales, circunstancias exteriores, experiencias interiores, etc.
Se ha visto a través de los siglos que toda obra literaria es en parte autobiográfica,
sobre todo si el autor es poeta. Mi obra en general, es muy autobiográfica,
reconozco que soy muy “yoista”, que soy muy “glorista” (1977: 22).
En este sentido, una primera llave de ingreso permite pensar entonces de qué modo
se enlazan en su obra poética la carga “autobiográfica” de una poesía que la propia
autora definía como “glorista”, con el compromiso intrínsecamente social de la escri-
tura, que quiere exceder los límites egocéntricos para ampliarse en la voz plural del
pueblo, al que pertenece y del cual es vocera. En cuanto a la primera cuestión –centro
de nuestros intereses– ya una primera lectura de sus sucesivos poemarios permite
ratificar esta pulsión referencial y nominal a partir de la obsesiva inclusión de su
nombre propio, marca sobresaliente de una individualidad singularizada, que reenvía,
desde la ficción, a una “figura de escritora”.5 5. En su conocido estudio, “La cons-
trucción de la imagen”, Ma. Teresa
Gramuglio señala que “los escritores,
con gran frecuencia, construyen en
Esta inquietante superposición nominal –estrategia recurrente también en otros sus textos “figuras de escritor”, y
poetas coetáneos, como Ángel González, Blas de Otero, José Hierro, Gabriel Celaya, que estas figuras suelen condensar
imágenes que son proyecciones, au-
Jaime Gil de Biedma, etc.– es el principal asidero para las lecturas autobiográfi- toimágenes, y también anti-imágenes
o contrafiguras de sí mismos” (1988:
cas del género, en particular, siguiendo el camino del “contrato autobiográfico” 3); “a través de estas figuras el escri-
tor proyecta entonces una imagen de
propuesto por Lejeune, al que nos hemos referido. Sin embargo, se torna factible sí mismo (en cuanto escritor) y su idea
postular la pertinencia de un planteo autoficcional para este sujeto nominado que acerca de lo que es la literatura, lo
cual involucra por un lado una ideolo-
se traslapa con el poeta, ya que abre el espacio vacilante y dinámico de la ficción y gía literaria, y por otro una ética de la
escritura que compromete una estéti-
la vida, se tensa entre su estatuto ficticio y el “efecto de realidad” que una lectura ca del escritor, que llega a convertirse
pragmática no puede omitir. una moral de la forma” (1988: 4).
En el poema que abre sus OI, “Nota biográfica”, aparecido originalmente en su Antolo-
gía y Poemas del suburbio de 1954, la presencia inaugural del nombre propio, emplazado
en un escenario urbano puntualizado, nos sitúa en el énfasis de la configuración de un
rostro histórico que, a través de una marcada carga biográfica, enunciada en tercera
persona –acorde con el título del poema– se proyecta desde la poesía hacia lo extrali-
terario. Sin embargo, los versos siguientes truecan y desautomatizan la presentación
inicial, “en un juego conceptista al estilo clásico” (Benson, 2000: 7). Por un lado, con
la ruptura de una temporalidad lógica y previsible y, por otro, con el desdoblamiento
enunciativo en el que coexisten un “ella” y un “yo” que implica, simultáneamente, el
desplazamiento, a través de los deícticos, desde la impersonalidad biográfica hacia
una enunciación “autobiográfica” en primera persona:
Este juego pronominal insinúa pues ya desde este poema inicial la constitución de
un sujeto que se distancia y coexiste, a la vez, con un personaje poético. No obstan-
te, es importante destacar esa ambigüedad verbal en su configuración, que impide
radicalizarlo en un hablante tajantemente escindido y autónomo respecto del sujeto
(como vemos, por ejemplo, en la creación de un “doble” que se crea y muere en la
poesía de Jaime Gil de Biedma). Esta bivalencia del “ser y no ser” en simultáneo, que
superpone e imbrica ambas figuras, será la clave de lectura que se propone desde
este texto inaugural, y que signará la lectura de toda su obra.
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Los versos siguientes dan cuenta de distintos rasgos identitarios que responden en
gran medida a los predecibles en la tradición clásica de la autobiografía. A los datos
témporo-espaciales del nacimiento, proseguirán entonces, cronológicamente, la edu-
cación infantil –que responde tanto a la escolarización como a los saberes femeninos
estereotipados–, junto con la imagen de una niñez signada por las pérdidas familiares,
la pobreza, las experiencias sentimentales y la guerra, despojada en la visión infantil
de la carga crítica para ser presentada desde la óptica ingenua de lo cotidiano:
Este rostro “popular” de su figuración se hace visible asimismo a través del nombre
propio en uno de los primeros poemas del poemario Todo asusta (1958) (OI), un texto
que prosigue el énfasis autoficcional, esta vez, en una línea genealógica: “Carta de mi
padre a mi abuelo”. El título suscribe el afán comunicativo del ejercicio poético que,
en reiteradas ocasiones, utiliza el género epistolar como una de las formas literarias
más explícitas en la interrelación del emisor y el destinatario. La enunciación, en
primera persona, está a cargo de este nuevo hablante poético, “el padre”, y “Gloria”
será enunciada, aquí, desde una tercera persona que la objetiva como poeta: “Los
chicos han crecido y quieren ser actores./ María se ha casado y Gloria escribe ver-
sos” (1977: 120). En esta sucinta caracterización se manifiesta el rostro histórico y
familiar del personaje “Gloria” que, a la vez, parece contraponerse, en la contigüidad
enunciativa, al modelo femenino esperable representado por María, el de la mujer
casada. De maneras múltiples, la poesía de la madrileña representa un contramodelo
en los “usos y costumbres” adecuados o reservados para el mundo femenino en la
posguerra. Como apunta Payeras, el trabajo de la mujer era siempre una excepción y
no precisamente honrosa, a la vez que la soltería era percibida socialmente como una
“incapacidad” para encontrar marido: “La exaltación de la maternidad y la retórica
idealizada de domesticidad femenina centraba el discurso oficial en torno a la mujer.
El modelo de austeridad, recato, laboriosidad y prudencia descripto por Fray Luis en
La perfecta casada era el modelo por excelencia” (2009: 30).
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La poeta será pues la “cabra”, es decir, la “loca” y, asimismo, compartirá con otros
hablantes cierta atmósfera circense: payasos, mimos, equilibristas conviven en sus
páginas con los actores más relegados y marginales del espectro social (prostitu-
tas, mendigos, buhoneros, travestis, etc.). El de poeta entonces se funde como un
rostro y oficio más en ese mundo urbano y periférico, con el cual el lector puede
reconocerse y del que puede sentirse partícipe. Un pueblo que se escinde en la
doble valencia de fuente y destinatario: las referencias e influencias elegidas en
la poesía fuertiana se apropian casi exclusivamente del acopio tradicional, del
romancero, de las coplas, del refranero y de giros y expresiones coloquiales y,
muchas veces, vulgares. A la vez que, como hemos destacado, la poesía se plantea,
sin concesiones, dirigida a un público mayoritario, como sintetiza el elocuente y
sentencioso pareado de Historia de Gloria (HG): “Un poeta no es poeta/ hasta que
el pueblo nos lee” (1980: 246).
Luego, los versos siguientes dan cuenta de algunas claves de una labor poética desa-
cralizada, presentando al poeta –evocando los ecos del “Retrato” machadiano– como
un trabajador y a la poesía como un oficio al servicio de causas múltiples: denuncia,
confesión, llamado de atención, entretenimiento y resistencia, que parecen reivindicar,
a través de la cadencia que aporta la conversión, la utilidad del ejercicio poético, más
allá de trabas u obstáculos:
Me pagan y escribo,
me pegan y escribo,
[...]
Por su lado, “Minucursi”, del mismo libro, diseña nuevamente una sucinta “arte
poética” en la cual, de modo recurrente, se apuesta a singularizar la identidad con la
utilización del nombre propio, delineando un retrato literario que objetiva a la escri-
tora en tanto mujer y en tanto poeta: “Gloria Fuertes/ antipoeta/ teóloga-agrícola [...]
puericultora/ archivera/ hechicera de cartas/ perita en dulce” (1977: 329).
Por último, entre múltiples poemas más tardíos que incluyen el nombre de la autora
–de los cuales citamos el siguiente, de MVP– el sujeto autoficcional irrumpe en uno
de los breves textos denominados explícitamente “Poética” –frecuentes a lo largo de
su obra– en una aparición que hace ostensible ese interés innegociable que asocia
poesía con comunicación y testimonio: “Si hay poetas que escriben bien/ y no dicen
nada/ es que no escriben bien./ Lo afirma Gloria Fuertes” (1994: 34). A la vez, en la
sentencia del último verso, por su emplazamiento en el final del poema, este sujeto
parece tanto afirmar como firmar la elocuente poética que le antecede, escindido por
tanto en una voz en la que coexisten, superpuestos, el yo y el ella, traslapados en la
rúbrica del nombre de autor.
Estos breves ejemplos –elegidos de una serie profusa de poemas en los que aparece
el nombre de la autora como correlato autoral– bastan para ilustrar un ejercicio
constante a través del cual la poesía se vuelca hacia la proyección autobiográfica
y, de modo simultáneo, despliega estrategias distanciadoras que transgreden dicha
identificación. Entre ellas, como vimos, sobresalen especialmente las “contorsiones” y
corrimientos gramaticales, al abandonar la primera persona del singular y desplazarse
hacia un “ella”, que objetiva al sujeto “Gloria Fuertes” como personaje enunciado en
el poema, no como sujeto de la enunciación. En esta línea –como anticipamos– en
su poesía prolifera asimismo un nuevo abanico de procedimientos que desdibujan
la referencialidad de esta categoría lingüística y nos emplazan, en cambio, en el orbe
lúdico y pluralista de la polisemia.
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A lo largo de toda su obra, son cuantiosos los poemas en los que el nombre propio
excede su valor onomástico, su carga antroponímica que lo asocia a un designador
fijo pero a la vez carente de significado, para renovarse en cambio en una utilización
que se apropia también del valor semántico de dos lexías que funcionan, a la vez,
como nombre propio y nombre común: gloria y fuertes. Tales “juegos” se formalizan
retóricamente a través de figuras de cuño anfibológico que abonan el terreno de la
polisemia y el equívoco: la dilogía y la antanaclasis (llamada también diáfora), que enfa-
tizan su valor connotativo más que denotativo a través de la polisemia y la homonimia,
respectivamente. El sustantivo gloria, especialmente, se esparce en la escena poética
recuperando algunas de sus principales acepciones. De acuerdo con el Diccionario
de la RAE, entre sus alcances principales, este puede referir, por un lado, al “estado
de los bienaventurados en el cielo, definido por la contemplación de Dios”, o bien
al “cántico o rezo de la misa en latín, que comienza con las palabras Gloria in excelsis
Deo”, ambas en su sentido religioso. Asimismo, su significado atañe también al “honor,
la fama o la reputación resultante de buenas acciones o grandes cualidades” y, por
su parte, puede hacer referencia al “gusto o placer vehemente”. Luego, el adjetivo
“fuertes” remite asimismo no solo a su “nombre familiar”, sino que también se juega
con su carga semántica, remitiendo a “fortalezas” de índole diversa.
Así, entonces, podemos ilustrar estos usos plurales y metafóricos del nombre en poe-
mas que juegan con su acepción religiosa, como el titulado “Como siempre”, incluido
en HG. Aquí, la memoria del pasado se actualiza en la escritura poética a través del
acto escolar en el rito litúrgico que evoca el cántico religioso: “(Ahora recuerdo la
oración de mi colegio) ‘Gloria, Gloria, por los siglos de los siglos...’” (1980: 138). En
esta misma línea, el brevísimo poema “Cuando me sonrieron los chavales de las cha-
bolas”, recupera la dilogía en un uso metafórico que alude tanto al canto como a la
propia poeta: “...sentí como si todas las campanas del mundo tocaran a Gloria” (1980:
84). Por su parte, el “Telegrama celestial donde hay niños”, configura, desde sus dos
versos y emulando el género anunciado, una crítica punzante a situaciones bélicas; en
él, la gloria, de modo irónico, recupera metonímicamente, desde su valor religioso, la
idea de muerte: “No disparar donde haya niños. Stop./ En la gloria no necesitamos
más ángeles” (1980: 202). Por último, “En la noche”, renueva la carga religiosa en
clave urbana y metafórica, en un juego explícito de desplazamientos y cruces entre
el nombre propio y su valor semántico. Aquí, la figura elegida es la antanaclasis, que
nuclea los dos términos homónimos con significados diversos, explicitados en este
caso por la presencia y ausencia de mayúscula, que evocan el nombre como correlato
de la autora y como sustantivo, respectivamente: “(rascacielo de Madrid, piso sépti-
mo)/ la Gloria está en la gloria/ en el séptimo cielo” (1980: 323).
Luego, la semántica litúrgica se desplaza también hacia su uso coloquial, que se rese-
mantiza bajo la fórmula de la frase hecha. Esta se hace presente, por ejemplo, en el
“Menú de guerra”, uno de los textos más “sociales” de HG, en donde la vida privada,
en este caso la mesa familiar, funciona como metáfora de los pesares de la guerra:
“Cereales de Franco y Negrín (que Dios les perdone, si puede)/ pero me sabían a mí/
a Gloria pura” (1980: 113). En el mismo libro, el poema titulado “Autoepitafio”, por
su lado, se estaciona asimismo en la incorporación poemática del universo popular a
través del “dicho”, en el que de nuevo conviven lúdicamente, en el sintagma conocido,
designación y significado, esta vez, en remisión a la fama o al honor de una persona:
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“Me alegra poder decir/ para la futura historia,/ que no pasé por la tierra/ sin pena ni
Gloria” (1980: 364). Esta acepción se enuncia como una cuestión recurrente a lo largo
del mencionado poemario: “La gloria no la busco, ya la tengo en mi nombre” (1980:
68) –dice uno de los primeros textos. También, en el poema “A modo de autoepitafio”,
en el cual convergen la alusión semántica del nombre junto a su valor onomástico,
estrategia enfatizada por la explicitación del apellido: “Cargada de espaldas/ de amo-
res/ de años/ y de gloria/ ahí queda la Fuertes” (1980: 151).
Por último, el poema “Poética” (MVP) introduce a su vez un guiño elocuente, a través
del cual el lector –interlocutor explícito del texto, en la conjugación del verbo “saber”–
reconoce en la utilización del adjetivo su correspondencia autoral, confirmada –en la
línea autoficcional de la poesía– por su estatuto de poeta: “Soy fuerte lo sabéis,/ pero
a veces me resquebrajo/ y me salen los versos furiosos/ y acojonados” (1994: 79).
Los múltiples juegos con el nombre propio, así, se adicionan a las contorsiones gra-
maticales que hemos visto antes, en torno al extrañamiento y el distanciamiento que
alientan la configuración identitaria en la poesía de la madrileña. Aún con la ineludible
filiación onomástica, ambas vertientes confluyen en una propuesta en la que se habilita
la conexión con la figura autoral, por un lado, en las sugerentes correspondencias que
se imbrican en la poesía, pero que mantiene empero su estatuto autónomo y exhibe
ostensiblemente su andamiaje verbal. No obstante, es interesante asimismo dar cuenta
de una tercera matriz discursiva que recorre, junto a las anteriores, la enunciación
poética, en una nueva flexión de ese universo nominal que enhebra su producción.
Gloria Fuertes, OI
La poesía fuertiana despliega una galería de nuevas “personas” –utilizando este tér-
mino en su remisión dramática– que representan visiones y versiones “otras” respec-
to de la “norma” (moral, estética, etc.). Vendedores ambulantes, mendigos,
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prostitutas serán las dicciones elegidas para recortar los “fragmentos de realidad”
11. La técnica del monólogo dramáti- que quiere estampar, insistentemente, su poesía.11 Es interesante, no obstante, recu-
co (cuyos orígenes nos remontan a la
poesía inglesa, en especial a Tennyson rrir al célebre estudio de Robert Langbaum, quien en una de sus reflexiones más
y Browning), tiene, como señala el
crítico Thanoon (2009), algunas reveladoras advierte que entre la experiencia y la idea que se enuncian en el monó-
características definitorias, entre las
que sobresalen la inclusión de un
logo dramático, se produce la reintegración de esos dos mundos posibles, a través de
hablante –marcadamente distinto al una conciencia “intelectual o histórica, que supera todo ámbito reivindicado por el
autor–, la presencia de un interlocutor
y, en tercer lugar, la relación entre hablante. Esta conciencia es la traza de la proyección del poeta en el poema; y es
ambos, tensada entre la empatía y el
enjuiciamiento crítico. Asimismo, la
también el polo que atrae nuestra proyección, pues descubrimos en él la imagen de
naturaleza de los hablantes del monó- nuestra propia conciencia” (1996: 178).
logo dramático presenta característi-
cas particulares, ya que corresponde
mayoritariamente a “personas cen-
surables cuyas perspectivas (éticas, Es decir que el punto de vista adoptado por el hablante del monólogo dramático,
estéticas, intelectuales, etc.) están en
desacuerdo con el sistema de valores
si bien marcadamente distinto al del autor en su identidad, esconde y suscribe en
de sus sociedades” (Thanoon 2009). realidad, como advierte Langbaum, la conciencia del poeta. Así, en Gloria Fuertes,
En este sentido, se revela el carácter
“extraordinario” de la perspectiva no es casual que las voces preferidas sean las correspondientes a las de ese elenco
adoptada por estas nuevas voces,
cuestión que nos envía al trabajo
marginal de actores secundarios y “censurables”, con los cuales el personaje “Gloria
de Langbaum, al señalar que la Fuertes” se identifica, por un lado, en el plano poemático, y, de modo más amplio,
enunciación formulada en el monó-
logo dramático genera o busca una conforma el sector del público hacia el cual se inclina la poeta en su quehacer
simpatía (o empatía), y no un juicio
de valor dogmático o un compromiso escriturario.
intelectual, tanto en el lector como en
el propio hablante del monólogo (193).
A partir del empleo de esta técnica, la enunciación se desplaza, por ejemplo, para
otorgar la palabra a “José García” en el poema “Pobre de nacimiento” (OI). Este
texto es fundamental porque incluye la voz nominada de este emisor –un mendigo–,
recortando y poniendo de relieve una práctica y un hablante oculto, silenciado, que
increpa en el imperativo a un interlocutor marcado:
Señorito,
dé una limosna al mendigo,
que el hombre que le pide no le quita nada
[…]
Luego, sobresale en esta línea la original inclusión de unos de los más conocidos
poemas de la autora: “Puesto del Rastro” (OI). Este texto emula el pregón de los
mercaderes en el Mercado del Rastro, de Madrid. Los treinta y cuatro versos que lo
componen despliegan un inventario aleatorio a través de la cual se yuxtaponen los
objetos más diversos, remedando en esta especie de enumeración caótica tanto la
curiosa práctica discursiva de los buhoneros –el aludido pregón– como el desorden
intrínseco que presentan los puestos de los mercados callejeros: “Hornillos eléctricos
brocados bombillas/ Discos de Beethoven sifones de selt/ Tengo lamparitas de todos
los precios,/ Ropa usada vendo en buen uso ropa…” (1977: 66).
A su vez, en el poema titulado “Yo” (OI), quien detenta la palabra poética es también
un hablante nominado, “Ramona”, que se instala en la dicción singular y que, incluso,
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Identidades poéticas: el universo nominal de Gloria Fuertes [19-34] mora /20 (2014)
refuerza este posicionamiento con el pronombre del título. Las paranomasias de los
versos construyen una subjetividad distinta, prostituta y poeta, que enfatiza el dis-
tanciamiento, en especial con la inclusión de su nombre, respecto del sujeto “Gloria
Fuertes”:
Yo,
remera de barcas/
ramera de hombres/
romera de almas
rimera de versos,
Ramona,
pa’ servirles
(1977: 223).
La introducción de nuevos emisores, junto con los múltiples juegos nominales, así,
se adicionan a los desplazamientos gramaticales que hemos visto a propósito de
la configuración de la subjetividad, y que nos impelen a distanciarnos del efecto
especular. Estas constelaciones –que intentamos asediar en el acercamiento a su
poesía– permiten entonces polemizar desde el corazón mismo del ejercicio poéti-
co fuertiano con los cauces referenciales que habilitarían, sin más, una concepción
autobiográfica del sujeto. Contrastivamente, su poesía esparce indicios reveladores
que se traducen –en la participativa intervención de un lector activo– como reparos
a dicha identificación, abriendo el juego hacia un terreno polifacético de dualidades,
imprecisiones e incertidumbres.
En una de sus postulaciones más sugerentes, el ya citado Combe propone una nueva
lectura para los problemas que suscita la enunciación lírica, que podemos poner en
diálogo con nuestras reflexiones:
Más que inscribir las obras en categorías fijistas como autobiografía y ficción […] sin
duda sería recomendable abordar el problema desde un punto de vista dinámico,
como un proceso, una transformación, o un juego. Así, el sujeto lírico aparecería
como un sujeto autobiográfico ficcionalizado o en vías de ficcionalización y,
recíprocamente, un sujeto ficticio se reinscribe en la realidad empírica, según
un movimiento pendular que da cuenta de una ambivalencia que desafía toda
definición crítica, hasta la aporía (1999: 145).
En proximidad con estos planteos, el crítico y poeta Luis García Montero insinúa
asimismo un cruce sugerente en su acercamiento a la obra de Ángel González, al
señalar que “la poesía no es la vida, sino una elaboración de la vida. La voz del poeta
no ofrece un documento notarial de carácter biográfico, sino la maduración estética,
a sílabas contadas y a sentimientos confeccionados, de una biografía” (citado en
Neira, 2007: 7); sin embargo, esta aserción, que ratifica la factura estética y ficcional
del discurso poético, será matizada sobre el final en un giro interesante que, con el
adversativo, abre el espacio hacia las sospechas, las intuiciones y suspicacias: “No
podemos confundir al yo biográfico y al personaje literario, pero tampoco es bueno
separarlos del todo” (2007: 7).
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