C.apííulfi.
1
Cristóbal Colón
y la representación del botín americano
1. La imagen de un mundo desconocido
El 12 de octubre de 1492, desde una de las tres naves que
componían la flotilla de carabelas bajo el mando del ya casi
Almirante de la Mar Océana -pero todavía simple navegan-
te-aventurero-comerciante genovés— Don Cristóbal Colón,
alguien divisó tierra: la de la isla caribeña de Guanahaní. Era
el primer momento del descubrimiento del Nuevo Mundo, el
primer contacto entre dos culturas distintas, cuya relación iba
a depararles destinos muy distintos. Y, paradójicamente, fue
el inicio de un proceso de desconocimiento, instrumentali-
zación y destrucción de la nueva realidad americana que se .
prolongaría durante una historia posterior de más de cuatro
siglos.
El inicio de un proceso de destrucción de las Indias coin
cidiendo con la llegada de Colón al Caribe es un hecho indis
cutible. Este proceso se concretó en abusos y depredaciones
de todo tipo que condujeron en pocos años1 a un descenso gene
ralizado y vertiginoso de la población indígena, así como a la
26 Beatriz Pastor
despoblación y devastación cultural de zonas relativamente equi
libradas y prósperas hasta la llegada de los españoles a América2.
Pero la forma, los motores y los medios de esa destrucción
no fueron ni casuales ni arbitrarios. Tampoco son analizables
en términos éticos o filosóficos que los disocien del contexto
ideológico e histórico concreto en que se originó y desarrolló
la empresa de la conquista. Aquel contexto ideológico-históri-
co estaba en la base de una percepción de la realidad concre
ta, sin cuyo análisis no es posible comprender con exactitud la
dinámica interna del proceso de destrucción que denunció Bar
tolomé de las Casas3.
A primera vista, el momento mismo del descubrimiento al
que se aludía más arriba parece inseparable de una cierta ino
cencia que en la realidad no existió jamás. Ni siquiera en ese
momento se puede hablar de Cristóbal Colón sólo como des
cubridor, ni de América como continente desconocido. No
porque ambos no tuvieran esas cualidades —que las tenían—, sino
porque eran tanto más que ellas que los mismos adjetivos «des
cubridor» y «desconocido» que pretendieran definirlos, al dejar
de lado el contexto histórico inmediato, no harían sino encu
brirlos.
Colón era, en el momento de divisar el Nuevo Mundo, el
gran navegante del Mar Tenebroso. Pero también era el profe
ta, predicador en vano durante casi veinte años de la viabilidad
de la ruta occidental hacia las riquezas fabulosas del Asia; y el ele
gido de Dios para la gloriosa empresa de crucero del Mar Tene
broso, que creía haberle sido reservada desde siempre por la Pro
videncia4. Y por último, Colón era —y no hay que olvidarlo- el
comerciantes genovés, firmemente decidido a materializar sus
sueños transformándolos en sólido y lucrativo negocio5.
Cristóbal Colón y i,a riihwsiíntación... 27
En cuanto a la tierra americana, desconocida y apenas entre
vista desde lo alto de un mástil, fue, en la primera percepción
que Colón tuvo de ella, mucho más que desconocida6 igual a
la suma de todos los conocimientos, leyendas y mitos que cir
culaban en la época sobre los lugares ignotos que se suponían
situados mas allá del inquietante océano cuyas antiguas trave
sías se habían ido borrando a lo largo de los siglos de la memo
ria colectiva.
Esta puntualización de la definición de los dos términos del
encuentro primero entre Cristóbal Colón y América es esencial
porque modifica desde su inicio el significado real de la relación
de descubrimiento. El análisis del discurso narrativo colombino
revela un desplazamiento fundamental de ese significado. Desde
el primer momento, Colón no descubre: verifica e identifica. El
significado central de descubrir como desvelar y dar a conocer se
ve desvirtuado en la percepción y en las acciones de Colón, quien,
en su constante afán por identificar las nuevas tierras descubier
tas con toda una serie de fuentes y modelos previos, llevó a cabo,
a lo largo de sus cuatro viajes, una indagación que oscilaba entre
la invención, la deformación y el encubrimiento7.
Apoyándose en unos cálculos que basaba en sus conoci
mientos geográficos y cosmográficos, Colón no sospechó duran
te mucho tiempo que las tierras que iba recorriendo y descu
briendo fueran un nuevo continente8. Durante años, las hizo
coincidir con el objetivo inicial de su proyecto: las costas orien
tales de Asia. Y durante todo aquel tiempo se empeñó en iden
tificarlas con lo que las fuentes históricas, geográficas y cosmo
gráficas de su proyecto decían de ellas.
Las Casas dedica capítulos enteros de su Historia de las Indias
a presentar un panorama de los conocimientos geográficos anti
28 Beatriz Pastor
guos sobre los que podía apoyarse el proyecto de Colón9. Aris
tóteles, Platón, Alberto Magno, san Anselmo, Avicena y Pto-
lomeo desfilan como autoridades que legitiman las teorías más
diversas sobre la esfericidad de la tierra, la proporción de mar y
agua en el globo terrestre, la habitabilidad de la zona tórrida, la
anchura del Mar Tenebroso y la existencia de míticas islas en
algún punto de sus aguas inexploradas. Habla Fierre d’Ailly
de unas gentes que habitan «las partes extremas del mundo don
de hay seis meses de noche y seis meses de día, como de gen
tes beatísimas, de vida ilimitada y que sólo mueren cuando har
tas de vivir se arrojan al mar desde lo alto de una peña»10.
Aristóteles y san Anselmo atestiguan la existencia de muchas
islas en el mar océano, y particularmente de la isla llamada «Per-
dita», la más fresca, fértil y excelente de todas, y poseedora de
la facultad de aparecer cuando nadie la buscaba y de esfumar
se cuando iban en busca de ella11. Tanto Las Casas como Her
nando Colón se refieren extensamente a la descripción que
hicieron Platón y Aristóteles de la llamada Isla del Atlántico,
Atlantis, o Atlántida. La descripción de esta isla que resume Las
Casas a partir de los textos de Platón y Aristóteles es extraor
dinariamente detallada.
Refiere Platón de la fertilidad, felicidad y abundancia des-
ta isla, de los ríos, de las fuentes, de la llaneza, campiñas,
montes, sierras, florestas, vergeles, fructos, ciudades, edi
ficios, fortalezas, templos, casas reales, política, orden y
gobernación, ganados, caballos, elefantes, metales riquísi
mos, excepto oro, del poder y fuerzas y facultad potentísi
ma por mar y por tierra, ... pero después que aquellos ejer
cicios y solicitud virtuosa, con sus corruptas afecciones y
Cristóbal Colón y la rkpiwshntación... 29
costumbres olvidaron, culi un diluvio y terrible terremo
to de un día y una noche, ln isla can próspera y felice, y
de tan inmensa grandeza, con todos sus reinos, ciudades
y gentes, sin quedar rustro de todos ellos ni vestigio, sino
todo el mar ciego y atollado que no se pudo navegar por
muchos tiempos, se hundieron12.
Este detallado resumen de Las Casas contiene una serie de ele
mentos que son comunes a una gran cantidad de representa
ciones míticas de lugares ignotos, así como a diversos relatos
fantásticos de viajes y exploraciones que circulaban en la épo
ca13. La exuberancia natural, la presencia de riquezas ilimitadas,
la compleja y sofisticada organización social, son motivos que
se repiten de manera fija y obsesiva en la mayoría de las carac
terizaciones medievales y renacentistas de países y tierras remo
tas. Pero lo verdaderamente relevante es que de todo el tejido
de verdades y errores, de elementos reales y fantásticos, de datos
geográficos y relatos increíbles, lo que iría emergiendo pro
gresivamente sería una compleja caracterización de lo que se
incluía en la época bajo el nombre de «ignoto». Aquel vasto
espacio desconocido por el que iba a navegar Cristóbal Colón
no había sido explorado antes14, de ahí el nombre de Mar Tene
broso. Pero Colón tenía una imagen clara de lo que iba a encon
trar en él, y esta imagen desempeñaría un papel fundamental
en su percepción del Nuevo Mundo y en la forma en que se
desarrollaron sus exploraciones de los lugares recién descu
biertos.
La imagen colombina de lo que iban a ser aquellas islas y tie
rras desconocidas que Colón identificaba con las islas y costas del
extremo oriental del continente asiático se apoyaba en toda una
30 Beatriz Pastor
serie de modelos descriptivos que convergen en el resumen des
criptivo de Las Casas: modelos que, en tiempos de Colón, con
figuraban una especie de arquetipo básico y muy difundido de la
naturaleza y características de los países y tierras que se hallaban
situados mas allá de los límites del mundo occidental. Hay sin
embargo cuatro textos fundamentales en los que Colón parece
haber buscado de manera especial los elementos que organizan
su percepción de las regiones desconocidas de la tierra. En pri
mer lugar, la Imago Mundi del cardenal Pierre d’Ailly publicada
entre 1480 y 1483. En segundo lugar, la Historia Natural de Pli-
nio en versión italiana de 1489. A continuación, un ejemplar de
la Historia Rerum Ubique Gestamm de Eneas Silvio15. Y finalmente
una versión en latín del libro de los Viajes de Marco Polo, de
1485. Estos cuatro libros se conservan con todas las anotaciones
manuscritas que fue haciendo Colón en sus reiteradas y cuida
dosas lecturas16. Aunque un número considerable de anotacio
nes se refiere a cuestiones cosmográficas y geográficas y revelan la
trayectoria seguida por Colón hasta llegar a sus conclusiones fina-
les -y erróneas— sobre la anchura del Mar Tenebroso y la situa
ción y proporción en la superficie terrestre de las partes de agua
y tierra, hay otro tipo de anotación que se refiere a las caracte- j
rísticas concretas de esas tierras, así como a su relación con reinos J
conocidos en la antigüedad, o mencionados en las escrituras, o en j
relatos de viajes recientes como el de Marco Polo. Tarsis, Ofir y i
Saba son, junto con el Catay, Manghi y el Cipango, continuos
puntos de referencia a los que Colón volverá una y otra vez, pri- j
mero en sus lecturas y luego en la realidad, tratando de identifi- i
car las tierras inexploradas.
Las concepciones de la época sobre la naturaleza de esas
tierras eran fabulosas, como lo eran las expectativas de Colón
Cristóbal Colón y la riwiuiskntación... 31
ante el objetivo de su viaje. Algunas descripciones derivaban de
los escritos de los autores griegos, que habían entrado en una
fase de revalorización desde el siglo xm, y principalmente de
las obras de Ptolonieo. Marino de Tiro, Aristóteles y Posido-
nio. Otras provenían de obras científicas mas recientes como el
Opus Majus de Kogcr Bacon, publicado en 1269. Y las demás
se encontraban en relatos de viajes, como los de Oderico de
Pordenone, John Mandeville y, muy especialmente, el libro de
viajes de Marco Polo17, que constituyó, sin duda, la fuente prin
cipal de información sobre Asia para la gente de la época, así
como un punto de referencia constante en la preparación y el
desarrollo del proyecto de Colón.
La imagen de las tierras lejanas e inexploradas que emerge
de todo ese conjunto de obras es compleja y muchas veces con
tradictoria. Pierre d’Ailly habla en su Imago de un Asia inter
minable que se extiende más allá de lo fijado por Ptolomeo, y
donde se encuentran lugares fabulosos cubiertos de vegetación
exuberante y recorridos por ríos inmensos. Habla de la exis
tencia de islas innumerables cerca de la India, llenas de perlas,
oro, plata y piedras preciosas. Habla también de la fauna en la
que animales exóticos como los elefantes, loros y simios co
existen con toda la galería de monstruos y animales míticos (gri
fones, dragones, etc.) típica de cualquier bestiario de la época.
Habla de una isla Taprobana donde existían montañas de oro
inaccesibles, custodiadas por grifones, dragones y monstruos
humanos. Según Las Casas, concuerda Ailly con Ptolomeo,
Solino, Pomponio y san Anselmo al afirmar que en aquella tie
rra de Taprobana, llamada dorada por la presencia en ella de
montes de oro, habitaban unas hormigas mayores que perros
que custodiaban sus tesoros. Y apoyándose en la autoridad del
32 Beatriz Pastor
Libro de los ¡Leyes, afirmaría Colón, con Las Casas, que en la
mítica isla Taprobana, descrita por Ailly, se encontraba la región
de Ofir, adonde iban en la antigüedad las naves de Salomón en
un viaje que duraba cerca de dos años y del que regresaban car
gadas de perlas, marfil, ámbar, piedras y maderas preciosas y
todo el oro y la plata que los grifos y demás animales mons
truosos excavaban para él.
Eneas Silvio, por su parte, complementaba en su Historia la
información de la Imago Mundi. Incluyendo lo fundamental del
pensamiento y de la geografía de Ptolomeo, rechazaba la enor
me extensión de Asia oriental que Ailly propugnaba. Suponía
aquellas tierras habitadas por gentes civilizadas y pacíficas y con
tribuía a perpetuar el carácter fantástico atribuido desde el Occi
dente a aquellas regiones, con sus descripciones de antropófa
gos y amazonas. Eneas Silvio afirmaba la inhabitabilidad de la
zona tórrida y la posibilidad de circunnavegar Africa y recogía
los aspectos más extraordinarios de las descripciones del Orien
te narradas por Odorico de Pordenone.
Pero sin duda la fuente más inmediata y detallada de infor
mación acerca de las remotas tierras de Asia oriental la consti
tuyó el relato de los viajes de Marco Polo. Además, el conte
nido de dicho relato tenía la autoridad que le confería el hecho
de que se presentaba no como fruto de especulación teórica
sino como resultado de las observaciones personales y directas
realizadas por Niccolo y Maffeo Polo en su expedición de 1256,
y del propio Marco Polo, que volvió a hacer el mismo reco
rrido con ellos en 1271.
El relato de viajes de Marco Polo no era un caso único.
Junto a éste existía información de otros viajes hacia el Asia,
realizados por caballeros y frailes a partir del siglo XIII, espe
Cristóbal Colón y la rhpkksbntación... 33
cialmente los de Guillermo de Ritsbruck, Andrés de Perugia y
Jordán de SeveracIH, Pero lo que hizo del relato de Marco Polo
un caso especial fue la excepcional combinación de una gran
cantidad de información con una extraordinaria exuberancia
descriptiva. El propio autor señala la importancia de diferen
ciar entre las obras eruditas o teóricas y su propia obra, en la
cual «referimos las cosas vistas por vistas y oídas por oídas»; y
afirma sobre esta base la credibilidad implícita de todo lo con
tenido -por fantástico que sea- en una obra en la que «todas
estas cosas son verdad»19.
La importancia cultural de la difusión de este relato fue
inmensa. La experiencia de Marco Polo extendía el ámbito de
la civilización hasta los confines del Imperio tártaro y describía
detalladamente la organización política, comercial y social de
numerosos reinos situados más allá del radio de acción habitual
del mundo occidental. En su narración, las descripciones de rei
nos se suceden: Mosul, Kerman, los ocho reinos de Persia, y
Cascar; seguidos de las de ciudades maravillosas como Bale, Cobi
nan, Yasdi y tantas otras. La aparente objetividad y exactitud de
las observaciones de Marco Polo sobre el comercio, las distin
tas mercancías, las posibilidades de intercambio y el interés mer
cantil de los lugares que iba recorriendo, o sobre la viabilidad
práctica de las posibles rutas comerciales hacia distintos puntos
del Oriente, se complementan con el carácter fantástico de las
historias que Marco Polo relata como oídas. La del Viejo que
construyó entre dos montañas un jardín semejante al paraíso de
Mahoma, y que los sarracenos tenían realmente por el Paraíso.
Y cómo, en el marco de aquel jardín, engañaba a jóvenes incau
tos y, convenciéndolos de que él era el propio profeta, los entre
naba para el Mal, convirtiéndolos en terribles asesinos que eje
34 Beatriz Pastor
cutaban todas sus voluntades. O la de cómo se extraviaban los
viajeros llamados por voces misteriosas en el desierto de Lop.
Pero todas las historias más fantásticas no llegan a superar el carác
ter fabuloso de las descripciones del Imperio tártaro y del gran
kan. Los capítulos LXXXI a CI ofrecen un relato detalladísimo
de todos los aspectos sociales, políticos, culturales y materiales
de la corte del gran kan, donde la magnificencia, el lujo, y el
refinamiento superan todo lo imaginable desde cualquier rei
no europeo de la época. Flores, joyas, pedrería, animales mag
níficamente aderezados, ropajes de seda bordados en oro, pala
cios de muros recubiertos de metales preciosos y rodeados de
árboles maravillosos sirven de marco a un rey de fábula, guar
dado por 12.000 hombres a caballo y rodeado de 12.000 baro
nes ataviados con ropajes de oro, perlas y pedrería, que cambian
en cada una de las trece fiestas más solemnes de la corte20.
Marco Polo relata: se asombra y maravilla, pero no se pier
de. Por debajo de su fascinación, sigue siempre alerta la actitud
analítica y pragmática del mercader; actitud de la que encontra
remos numerosos ejemplos en el propio Colón. Leídos desde esta
perspectiva, sus relatos constituyen la más completa guía de las
posibilidades comerciales que ofrecen los reinos fantásticos que
describe para la Europa de la época. En cada lugar por el que pasa
hace un inventario cuidadoso de materias primas, artesanías o
productos de interés comercial. En Turcomania, los tapices y
paños; en Georgia, la seda; en el Catai, el carbón; en Java, la
pimienta, la nuez moscada y otras especias; en Mangui y Catay,
el oro y las piedras preciosas; en el Cipango, las perlas blancas y
rosadas.
Además de la enumeración de mercancías locales, Marco
Polo incluye siempre un análisis del valor de las mismas en reía-
Cristóbal Colón y la iuwuishntación... 35
ción con sus posibilidades de mercado, y menciona la depre
ciación que resulta en algunos casos de una localización aleja
da de las mejores rutas comerciales. Por ejemplo, en el caso
de la provincia de Cangigu, de la que dice: «... es abundante el
oro: pero como están muy lejos del mar, sus mercaderías valen
poco pues no tienen salida»21. De ahí que se fije con tanta insis
tencia en las condiciones geográficas y en los accesos posibles a
cada centro comercial: Desiertos de difícil travesía, desfilade
ros, pasos montañosos que faciliten o entorpezcan la comuni
cación entre diversos centros de mercancías, ríos navegables que
puedan paliar la desventaja del alejamiento con respecto al mar,
puertos, etc., aparecen descritos y evaluados con precisión. Habla
igualmente Marco Polo de la hospitalidad de las gentes, de las
comodidades que puede esperar encontrar el mercader en
las hospederías y albergues, de las dificultades en repostar o en
cambiar de caballos. Se admira repetidamente ante las ventajas
que ofrece el Imperio tártaro, con su sistema de comunica
ciones terrestres, su correo, su red real de hospederías y de pos
tas, ideales para la organización de productivas rutas comercia
les entre el Oriente y Europa. Y se refiere, por último, a dos
cuestiones fundamentales para cualquier comerciante en el ini
cio de un negocio: el beneficio y el riesgo. El primero queda
asegurado en el establecimiento de redes de transporte que per
mitan volcar en el mercado europeo de gran demanda la supe
rabundancia de mercancías codiciadas que almacena el Orien
te. Lo segundo queda minimizado al establecer las rutas teniendo
en cuenta los resultados de un análisis previo, como el que rea
liza el propio Marco Polo, en el que se señala cualquier posi
bilidad problemática de carácter geográfico, político o cultural,
y eligiendo cuidadosamente como centros comerciales a lo lar
36 Beatriz Pastor
go de esa ruta lugares seguros, de habitantes favorables al comer
cio y bien comunicados, por tierra o por mar, con los demás
puntos de las rutas comerciales.
Es imposible encontrar un texto más informativo para cual
quier comerciante, colono o descubridor en ciernes que el rela
to de los Viajes de Marco Polo, y no resulta en absoluto sor
prendente que Colón lo leyera y anotara, ni que constituyera
una de las influencias más constantes a lo largo de sus distintos
viajes. Complementado por la Imago Mundi, la Historia Renán
y la Historia Natural, referencia obligada para todo lo que se rela
cionara con la botánica, la zoología y la geografía general, el
libro de Marco Polo completó el bagaje de erudición sobre
el que Colón elaboraría su proyecto y al que referiría una y otra
vez sus experiencias descubridoras y colonizadoras posteriores.
A partir.de esas fuentes fundamentales, Colón ordenó elemen
tos, seleccionó rasgos, eliminó diferencias y contradicciones,
y llegó, finalmente, a formarse una idea general del objeto de
sus futuras navegaciones, dotándolo de unos rasgos arquetípi-
cos que se podrían resumir así:
Asia poseía unas dimensiones enormes que la acercaban por
el oriente considerablemente a Europa. El Mar Tenebroso era
de una extensión mucho menor de lo que supusieron los anti
guos, y podía ser navegado fácilmente en pocas semanas, con
tando con vientos favorables22. En ese mar, y a unas 1.500 millas
de la costa china, se encontraba la fabulosa isla de Cipango.
Entre ésta y la tierra firme de Asia había multitud de islas. La
población de todas aquellas tierras era de piel clara, pacífica, cul
ta y civilizada, y tanto las islas como la tierra firme albergaban
riquezas incalculables de oro, plata, perlas, piedras preciosas,
especias, seda y todas las demás mercancías definidas como valió-
Cristóbal Colón y la representación... 37
sas por las necesidades comerciales y la demanda del mercado
occidental.
Estas tierras extensas e inexploradas, pobladas por «hom
bres blancos y de buenas maneras», con reservas enormes de
oro «que nadie explota» tenían la ventaja adicional de estar más
allá del radio alcanzado por las expediciones comerciales de los
mercaderes italianos, ya que, afirmaba Marco Polo, «no hay
mercader ni extranjero que haya llegado a ellas»23. Por lo tan
to, serían del primero que las alcanzase, de acuerdo con las reglas
del modelo de apropiación imperialista de la época.
Pero no todo era tan positivo en la representación que se
hacía Colón de aquellas tierras fabulosas que «lo esperaban»24
en algún punto de la Mar Océana. Según sus mismas fuentes,
aquellos lugares remotos poseían también un aspecto inquie
tante y tenebroso que se concretaba en los monstruos citados
desde Plirüo por diversas autoridades: Grifos de cuerpo de dra
gón y alas de águila, dragones que escupían fuego y estrangu
laban elefantes con la cola, sirenas, mezcla de mujer y pájaro
o de pez y mujer, que adormecían a los marinos con sus can
tos para hacerlos pedazos cuando sucumbían al sueño25.
Cristóbal Colón no era el único que poseía una visión del
extremo oriental de Asia como la que se acaba de exponer a
grandes rasgos. Fernando Martínez, canónigo de Lisboa que
había realizado viajes al Lejano Oriente, intentaba hacia la mis
ma época promover una reanudación de los contactos entre
el Occidente y China —contactos que se habían visto casi total
mente interrumpidos después del regreso de Marco Polo a Vene-
cia—. El canónigo Martínez asistió al concilio eclesiástico que
se celebró en Florencia entre 1438 y 144526. Y fue en el mar
co de ese concilio donde se llevó a cabo un encuentro que pare
38 Beatriz Pastor
ce haber tenido grandes repercusiones en la elaboración de
los aspectos cosmográficos del proyecto colombino. Allí cono
ció Martínez a un físico florentino llamado Paolo da Pozzi Tos
canelli, con quien intercambió información referente a astro-
logía, astronomía y cosmografía, y con el que, aparentemente,
mantuvo correspondencia posterior sobre las mismas cuestio
nes. Durante la estancia de Colón en Portugal, mientras éste
maduraba el proyecto que pensaba exponer en la corte de Alfon
so V, asegura Las Casas que Colón se hizo muy amigo del canó
nigo Martínez, y que llegó a discutir su proyecto con él27. Pare
ce que Martínez le aconsejó entablar contacto con Toscanelli,
y le aseguró que éste podía apoyar científicamente el proyec
to colombino de navegación occidental hacia Asia. Colón escri
bió a Toscanelli hacia 1480 y recibió en respuesta una carta que
incluía copia de otra escrita por el mismo Toscanelli al canó
nigo Martínez, fechada en 1474. La carta alude al proyecto de
Colón de «pasar adonde nacen las especias». Desde el punto de
vista cosmográfico, Toscanelli corrobora dos puntos funda
mentales de la formulación del proyecto colombino. El primero
es el cálculo de la extensión de Eurasia hacia el occidente, que,
siguiendo la opinión de Marco Polo (que le añadía 30 grados)
y contrariando la de la mayoría de los emditos de la época, esti
maba muy superior a la realidad. El segundo es el cálculo de
la anchura del Mar Océano que separaba Europa de Asia por
el occidente. Esta distancia, que Toscanelli imaginaba dividi
da por el Cipango, la estimaba en un total de 4.500 millas: 3.000
de las Canarias al Cipango (contra 3.080 de Martín de Behaim),
y 1.500 del Cipango a Catay. En su proyecto, Colón reduciría
todavía más (hasta 3.500 millas náuticas) una distancia real de
11.766 millas.
Cristóbal Colón y la rhpkiwhntación... 39
Sobre la base de unos cálculos tan erróneos, no es sor
prendente que Toscanelli recomendara al rey de Portugal, a tra
vés de su amigo Martínez, «el brevísimo camino que hay de
aquí a las Indias, donde nacen las especierías, por la vía del mar,
el cual tengo por mas corto que el que hacéis a Guinea». La car
ta describe una carta de marear que la acompañaba y que des
graciadamente no se conserva, donde señala Toscanelli que «está
pintado en derechura por Poniente el principio de las Indias,
con las islas y lugares por donde podéis andar, y cuánto os po
dríais apartar del Polo Artico por la línea equinoccial, y por
cuánto espacio; esto es, con cuantas leguas podríais llegar a aque
llos fértilísimos lugares de especierías y piedras preciosas»28.
En la segunda carta de Toscanelli a Colón se vuelve a insistir
sobre la viabilidad del proyecto colombino de navegación: «estoy
persuadido a que habréis visto por mi carta que el viaje que
deseáis emprender no es tan difícil como se piensa: antes al con
trario, la derrota es segura por los parajes que os he señalado»29.
Fijadas las bases cosmográficas del proyecto, Toscanelli pasa
a describir esas tierras e islas del extremo oriental de Asia. Los
ecos de las descripciones de Marco Polo son particularmente
claros, sobre todo en su descripción del Cipango, que Tosca
nelli sigue fielmente, incluyendo el detalle de los palacios tapi
zados y techados de oro. Pero, dejando al margen detalles e
influencias principales, encontramos en la descripción de Tos
canelli muchos de los elementos centrales del modelo de repre
sentación colombino. Ambos imaginan tierras numerosas que
albergan riquezas nunca vistas, están pobladas por habitantes
pacíficos y favorables al comercio e intercambio, y no están
sujetas a ninguna soberanía exterior, o, dicho de otro modo,
son para el primero que llegue a ellas.
40 Beatriz Pastor
En su segunda carta a Colón, Toscanelli lleva todavía más
lejos su estimación de la favorable acogida que recibirá en aque
llas tierras lejanas el descubridor que primero las alcance. «Y
estad seguro de ver reinos poderosos, cantidad de ciudades pobla
das y ricas, provincias que abunden en toda suerte de pedrería,
y causará grande alagría al rey y a los príncipes que reinan en
estas tierras lejanas abrirles el camino para comunicar con los
cristianos, a fin de hacerse instruir en la religión católica y en
todas las ciencias que tenemos.»30
Esta optimista afirmación de Toscanelli con respecto al reci
bimiento que va a encontrar Colón a su llegada al extremo de
Asia presenta un interés muy particular. En ella aparecen, por
primera vez, en una relación de contigüidad, dos elementos que
van a caracterizar la filosofía de la conquista del Nuevo Mun
do: por un lado, el interés comercial más o menos explícito por
el botín que representan las tierras descubiertas y las riquezas
que albergan; por otro, la justificación religiosa, entendida como
la obligación de los reyes cristianos y sus vasallos de extender
el imperio del cristianismo, y la necesidad en que viven los infie
les de integrarse en la religión cristiana. Hay que situar el comen
tario de Toscanelli en el contexto con el que se relaciona: el de
la narración de los primeros capítulos de los Viajes de Marco
Polo, con la explicación de la embajada del gran kan y su peti
ción de que se le envíen representantes de la religión cristiana
que puedan instruirlo a él y a los suyos. Pero la importancia de
la formulación del modelo de relación entre cristianos e infie
les que elaboran tanto Marco Polo como Toscanelli rebasaría
el contexto literario en que se produjo, ya que dicho modelo
llegó a ser uno de los parámetros ideológicos fijos de la mayo
ría de las expediciones descubridoras y conquistadoras. La per
Cristóbal Colón y la iwkhshnt ación... ----------------------41
cepción de la confrontación entre dos culturas diferentes, en
este caso la cristiana y la indígena, se ajustaría a él; y el hecho
de que los habitantes del nuevo mundo, a diferencia de lo que,
según Marco Polo, sucedía con el gran kan, no parecieran de
sear particularmente un cambio de religión, parecería irrele
vante en un contexto ideológico que había definido ya irre
versiblemente relaciones y papeles. En él, la necesidad de la
acción conquistadora no se cuestionaba; su justificación era
inherente al espíritu cristiano que la definía primordialmente
como movimiento de propagación de la fe. La consecuencia
necesaria de esta formulación fue la definición del papel del
conquistador cristiano como elegido de Dios, con una obli
gación fundamental que sería la subordinación de las nuevas
culturas a la cristiano-occidental, representada por los reyes
de España, con todo lo que esa sujeción implicaba en términos
económicos y políticos. Y la apropiación de los elementos mate
riales de cualquier cultura descubierta era, de acuerdo con el
modelo ideológico dominante en la época, el botín legítimo de
los esfuerzos que llevaba aparejado el proceso de propagación
de la fe.
La cuestión de la función de la religión en el contacto entre
Oriente y Occidente, a la que alude sutilmente la carta de Tos
canelli, no es de ningún modo nueva sino que entronca con
una larga tradición que enlaza con el espíritu de las Cruzadas
que prevalecía en Europa durante la Edad Media; y en España,
de manera más específica, con el espíritu de la Reconquista.
Más adelante se volverá sobre la supervivencia de esos mode
los ideológicos que, aunque aparecen diluidos y mitigados en
el caso de Cristóbal Colón por su particular procedencia cul
tural y de clase, que lo definía primordialmente como comer
42 Beatriz Pastor
ciante genovés, florecerán en cambio de forma extraordinaria
en toda una primera generación de grandes conquistadores de
América.
En toda la documentación de la vida de Cristóbal Colón
es difícil hallar un asunto más polémico que la famosa corres
pondencia entre Colón y Toscanelli que acabamos de citar31.
Este no es el lugar apropiado para intentar zanjar esa polémica,
pero sí lo es para afirmar que la autenticidad de esa corres
pondencia que se acepta aquí como cierta es en cualquier caso
secundaria para el análisis y la evaluación de la génesis y el desa
rrollo del proyecto colombino; y esto principalmente en razón
de la multiplicidad de las fuentes en que se nutrió dicho pro
yecto. Es secundaria porque las cartas de Toscanelli y sus mapas,
tal como aparecen descritos en ellas, no alteran sustancialmen
te en ningún punto la información combinada que Colón había
encontrado principalmente en la Imago Mundi, la Historia Rerum,
y los Viajes de Marco Polo. Los cálculos cosmográficos de Tos
canelli hicieron poco más que formular científicamente las esti
maciones de Marco Polo. Y, por otra parte, tampoco existió
una coincidencia exacta entre éstos y los cálculos finales del pro
pio Colón.
En todo caso, tanto en sus aspectos de contenido cosmo
gráfico como en los de contenido descriptivo de las realidades
de Asia Oriental, esta última y discutida fuente de articula
ción del proyecto colombino no parece haber tenido una impor
tancia primordial sino más bien un valor confirmante en la ela
boración de los aspectos prácticos del viaje de Cristóbal Colón.
Y especialmente en la del arquetipo que se fue creando Colón
(a lo largo de años de lecturas, relatos e indicios como las mis
teriosas maderas labradas o los cadáveres de hombres y mujeres
Cristóbal Colón y la uhí’rhsiintación... --------------------- 43
de rostro pálido y rasgos exóticos que el mar empujaba en las
tormentas de invierno hasta las costas de Gallaway o de Madei-
ra) de lo que prometían y eran aquellas tierras remotas que lo
esperaban a él, el elegido de la providencia, del otro lado de un
mar que casi había dejado de ser Tenebroso e innavegable a
fuerza de irle restando más y más grados de anchura a cada nue
vo cálculo.
2. El desconocimiento de un mundo real
El peso del arquetipo que suplía con imaginación y conjetu
ras el conocimiento de las tierras que Colón se proponía des
cubrir fue considerable durante todo el período de prepara
ción y formulación del proyecto colombino. Pero su mayor
importancia corresponde, paradójicamente, al período histó
rico posterior al momento del descubrimiento en 1492, y, más
concretamente, al que abarca los cuatro viajes del Almirante
con sus sucesivas exploraciones y descripciones de la realidad
del Nuevo Mundo.
El contacto con el Nuevo Mundo debería haber disipado
progresivamente los errores que se contenían en el modelo
colombino de lo que iban a ser aquellas tierras, y el descubri
miento y la exploración, deberían haber iniciado un proceso de
conocimiento de las nuevas realidades. Lo que sucedió en rea
lidad fue muy distinto: Desde el primer momento de su acer
camiento a las tierras inexploradas Colón no canceló el arque-,
tipo. Simplemente, se aplazó su realización plena mientras
comenzaba a funcionar como mecanismo de reducción, defor
mación y ficcionalización de la nueva realidad.
44 Beatriz Pastor
La supervivencia del arquetipo frente a las realidades tan
diversas que irían negando su validez a lo largo de las expedi
ciones descubridoras de los cuatro viajes se explica por varias
razones. En primer lugar, por el contexto cultural y científico
de la época que permitía y asimilaba fácilmente la superviven
cia de esquemas teóricos en clara contradicción con datos empí
ricos que los desmentían. Ejemplo de este fenómeno son algu
nas de las teorías cosmográficas vigentes mucho después de que
las exploraciones portuguesas hubieran demostrado su falsedad.
Es el caso de la inhabitabilidad de las zonas que se encontraban
por debajo del ecuador, aceptada todavía varios años después
de que los portugueses hubieran llegado hasta el cabo de Bue
na Esperanza. En segundo lugar, la supervivencia del modelo
imaginario que tenía Colón de lo que serían las tierras que pen
saba descubrir se explica por algunos aspectos de la concepción
del mundo que poseía el Almirante y que se expresan de for
ma consistente a lo largo de todos sus escritos. Y también, espe
cíficamente, por cierta forma de irracionalismo que se mani
festó tanto en su conceptualización de diversos aspectos de la
nueva realidad como en una visión mesiánica de su misión y
de su empresa.
Las Casas recoge y elabora hasta la saciedad la cuestión de
la elección divina de Colón y de su misión evangélica y des
cubridora como parte de un plan divino anterior al hombre y
a su época. En su Historia de las Indias, las referencias eruditas se
conjugan con las opiniones personales de Las Casas para inten
tar demostrar de forma irrefutable que Colón era ni más ni
menos que el enviado de Dios para el descubrimiento y cris
tianización del Nuevo Mundo. Con un celo más apasionado
que objetivo, Bartolomé de las Casas se aplica a desenterrar pro
Cristóbal Colón y la iihpju'SI'Ntación... 45
fecías, comentarios de las liscritiiras o de los clásicos, que anun
cian, según él, de forma incuestionable el descubrimiento de
América por Cristóbal < lolón1'2. Esta argumentación de Las Casas
tendría un interés simplemente anecdótico si no fuera porque
viene a reforzar toda una línea de razonamiento que recorre
el discurso colombino desde el 1 Jiario de su primer viaje hasta
la Lettera Rañssmia que escribió desde Jamaica en 1503. Ya en
el Diario de navegación del primer viaje se señala a Dios como
verdadero realizador, a través de las acciones colombinas, de
hechos tan diversos como el embarrancar las naves junto a la
Navidad o el indicar la situación exacta de las minas de oro
de Babeque33. A primera vista, esta utilización divina del Ami
rante parece reducirlo a la categoría de simple instrumento, res
tándoles considerable mérito a sus acciones y elecciones. Pero
esto es así desde una perspectiva moderna, no en el contexto
religioso de la época. Dentro de aquel contexto el hombre que
era instrumento divino no perdía por ello honra ni mérito, sino
que ganaba un prestigio y una credibilidad que lo volvían poco
menos que incuestionable. La abdicación de responsabilidad e
iniciativa que comporta el ser definido como simple instru
mento de la voluntad de Dios quedaba ampliamente compen
sada y hasta superada por la reducción de cualquier posibili
dad de error que implicaba el hecho de que cada una de las
acciones del personaje estuviera inspirada y avalada por el pro
pio Dios34.
Es indudable, a la vista de sus propias declaraciones, que
Colón se veía a sí mismo como instrumento de la voluntad divi
na y que se consideraba guiado y protegido por Dios en sus
acciones más diversas. La carta que narra el descubrimiento a
Santángel comienza refiriéndose a dicho descubrimiento como
46 Beatriz Pastor
«la grand victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje»;
y sólo al final de la carta se decide Colón a incluir, como miem
bros honorarios de esa especie de sociedad que ha formado con
Dios, a los propios reyes cuando menciona que «nuestro Señor
dio esta victoria a nuestros Ilustrísimos Rey y Reina»33. En el
segundo viaje, la seguridad que tiene Colón de contar con
el apoyo divino se expresa en las continuas referencias a una
misericordia que debe resolver todos los problemas, sinsabo
res y decepciones de la nueva experiencia descubridora. La
reducción, durante el segundo viaje, de la relación entre Dios
y Colón a la de misericordia de un dios caritativo con un hom
bre sufridor supone un paréntesis en el optimismo mesiánico
colombino y funciona dentro del discurso narrativo como sig
no que apunta a un contenido semántico que nunca se nom
bra explícitamente. Se trata del fracaso, lo inmencionable por
excelencia dentro de unas coordenadas ideológicas que garan
tizan el éxito de cualquier proyecto inspirado y dirigido por
Dios. Las invocaciones constantes a la misericordia divina que
encontramos en la narración del segundo viaje aluden una y
otra vez a los términos concretos y siempre elípticos de una rea
lidad problemática cuyo carácter decepcionante hace necesaria
de forma especial tal protección. En el tercer viaje de Colón se
cierra ese paréntesis de vacilación y vulnerabilidad. En él, Colón
reafirma su condición de protegido y elegido de Dios que lo
«lleva milagrosamente [a Isabela]» y que le «dio victoria siem
pre»36. Y su confianza en tal condición es tan sólida que en la
cuestión de las acusaciones de Roldán se coloca explícitamen
te de un lado con Dios, frente a cualquiera que incurra implí
citamente en un pecado de blasfemia acusándolo. «Ellos ...
me levantaron mil testimonios falsos y dura hasta hoy en día.
Cristóbal Colón y la rhprushntación... 47
Mas Dios Nuestro Señor, el cual sabe mi intinción y la ver
dad de todo, me salvará como hasta aquí hizo; porque hasta
ahora no ha habido persona contra mí con malicia que no la
haya él castigado»'17, La alianza entre Dios y Colón parece más
sólida que nunca, ya que le permite a Colón amenazar con la
divina venganza a un «ellos» que puede incluir fácilmente a los
reyes según que éstos se sitúen del lado de Dios (y Colón) o del
de sus enemigos.
La percepción de sí mismo como instrumento divino que
presenta Colón a lo largo de su discurso de descubrimiento y
la concepción mvsiúnica de sus hazañas culmina en el cuarto
viaje en una visión entre angélica y delirante, en la que Colón
oye voces que simultáneamente le afirman la realidad de su
conexión especial con Dios, la lealtad de éste para con sus emi
sarios (en flagrante contraste con la ingratitud de los reyes para
con los suyos) y el sentido oculto de las tribulaciones colom
binas dentro de los designios siempre insondables de la provi
dencia. La visión se cierra con una promesa explícita de apo
yo y de tiempos mejores38.
El problema de fondo que plantea la presencia de este esque
ma ideológico providencialista que articula, en parte, la per
cepción colombina de la empresa de descubrimiento es el de la
debilitación de la razón como instrumento de conocimiento.
En el contexto de un esquema que prevé desde el origen de los
tiempos unos acontecimientos realizados por la voluntad divi
na a través de un hombre iluminado y dirigido por Dios, cual
quier intuición cobra sentido de profecía y cualquier inter
pretación personal es percibida como verdad objetiva. Este’
mecanismo explica en cierta medida la persistencia con la que
Colón se mantuvo fiel, frente a las realidades más contrarias, a
48 Beatriz Pastor
su intuición de lo que serían las nuevas tierras; es decir, a la
visión que se plasmó, durante la fase de formulación de su pro
yecto de descubrimiento, en el modelo imaginario de las tie
rras desconocidas. Por otra parte, esta misma persistencia da la
medida de la ceguera que caracterizó la percepción de Amé
rica que tuvo Colón, así como del grado de distorsión a que
fue sometida en sus escritos una realidad que iba a ser caracte
rizada básicamente por defecto, y cuya descripción en los rela
tos y descripciones de Colón fue con demasiada frecuencia una
ficcionalización que se ajustaba a los términos de formulacio
nes de modelos anteriores y ajenos a ella.
Dentro del discurso colombino, la oposición central entre
un proceso de ficcionalización distorsionadora, como el que se
da en la representación de la realidad del Nuevo Mundo que
encontramos en los diarios y cartas de Cristóbal Colón, y un pro
ceso posible de descubrimiento y conocimiento objetivo de la
realidad americana se resuelve con la sustitución implícita de
un acercamiento analítico y racional por un proceso de identifi
cación. Desde el momento mismo del descubrimiento, Colón
no se aplicó a ver y conocer la realidad concreta del Nuevo Mun
do, sino a seleccionar e interpretar cada uno de sus elementos de
modo que le fuera posible identificar las tierras recién descubiertas
con el modelo imaginario de las que él estaba destinado a des
cubrir. Y esta voluntad de identificación del Nuevo Mundo con
las míticas tierras mencionadas por Ailly, Marco Polo y las demás
fuentes de su modelo se manifiesta, en los escritos colombinos,
desde los primeros relatos y descripciones del Nuevo Mundo que
aparecen en el Diario del primer viaje y en la carta a Santángel,
hasta la última descripción que hizo de América en la carta a
los reyes que escribió desde Jamaica al final de su cuarto viaje.
Cristóbal Colón y la rupiuísiintación... 49
Existe una certeza aceptable acerca del itinerario que siguió
Colón en cada uno de sus viajes. Ya en 1939, S. E. Morison
llevó a cabo una travesía en la que, saliendo de las Canarias y
con los diarios de navegación de Colón en mano, se aplicó a
seguir el itinerario de viaje de Colón. El Almirante tocó tierra
en San Salvador, de donde prosiguió hasta Santa María de la
Concepción, Fernandina, Isabela, Juana y Española, por este
orden, emprendiendo su regreso a España desde la última39. La
impresión que le produjo la primera visión de San Salvador no
fue precisamente entusiasta, a juzgar por la forma en que apa
rece narrada en la entrada correspondiente al 11-12 de octubre
del Diario del primer viaje. En ella, Colón toma nota escueta
del aspecto de la tierra señalando sus «árboles muy verdes y aguas
muchas y frutas de diversas maneras» y mencionando un escuá
lido botín de «ovillos de algodón filado y papagayos y azagayas
y otras cositas que sería tedio descrebir»40. Y acto seguido se
apresura a mencionar que, aunque hay pequeños indicios de
oro, le dicen los indios que debe ir al sudeste a buscar el oro y
las piedras preciosas. Decide que está al noroeste de las tierras
que busca, y, dejando caer de pasada que también en San Sal
vador hay oro —nunca lo hubo pero de acuerdo con su idea
tenía que haberlo— se propone «ir a topar la isla de Cipango»,
que supone muy próxima a San Salvador.
A partir de ahí, la composición de lugar de Cristóbal Colón
será clara. Cree encontrarse ya en aguas cercanas al Cipango y,
por lo tanto, se trata de ir explorando cada una de las islas que
encuentra para hacerse una idea de cómo son que le permita
decidir si son las mismas que él busca, y, muy particularmente,’
el Cipango. El proceso de descubrimiento se convierte en uno
de eliminación en el que Colón se limita a anotar brevemente
50 Beatriz Pastor
unos cuantos rasgos aparentes de las islas antes de descartarlas
como posibles Cipangos. Para cada isla, un pequeño inventa
rio: tierra fértil, gente desnuda, grado de civilización, indicios
de metales preciosos. En la Femandina expresa impaciencia ante
lo hallado y confía en que Dios lo dirija hacia su objetivo: «y
es oro porque les amostré algunos pedazos del que yo tengo,
no puedo errar con la ayuda de Nuestro Señor que yo no lo
falle adonde nace»41. Y en la Isabela se anima ante las noticias
que recibe de los indígenas, que parecen indicarle que está cer
ca de su objetivo:
veré si puedo haber el oro que oyo que trae [el rey de la
Isabela] y después partir para otra isla grande mucho, que
creo que debe ser Cipango según las señas que me dan estos
indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Coiba ... y según
yo fallare recaudo de oro o especiería determinaré lo que
he de facer ... tengo determinado de ir a la tierra firme y
a la ciudad de Quisay, y dar las cartas de vuestras altezas al
Gran Kan42.
Al día siguiente vuelve a insistir en la misma idea:
Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo debe
ser Cipango según las señas que me dan estas gentes de la
grandeza della y riqueza, y no me deterné mas aquí... pues
veo que aquí no hay mina de oro ... Y pues es de andar
adonde haya trato grande digo que no es razón de se dete
ner salvo ir camino y calar mucha tierra fasta topar en tierra muy
provechosa43.
Cristóbal Colón y la iuipiuwint ación... ---------------------- 51
Colón confirma aquí implícitamente la existencia del proceso
de eliminación. Todiw las tierras que lo separen de su objetivo
prefijado son para 61 «ir camino y calar tierra». No despiertan
su interés más que en la medida en que puedan constituir un
indicio de la proximidad de las islas fabulosas de Asia Oriental
descritas por Marco Polo.
El día 30 de octubre de 1492, Colón, que lleva ya dos días
en Cuba, modifica por primera vez su identificación Cuba-
Cipango. Pero no para reconocer la existencia de una tierra
nueva y distinta, sino para sustituir la primera identificación por
la de Cuba-Catay. El primero de noviembre cambia de nue
vo de parecer y pasa a identificar Cuba con la tierra firme y
Quinsay: «Y es cierto -dice el Almirante- que esta es la tierra
firme y que estoy ante Zayto y Quinsay, 100 leguas». Conse
cuentemente decide enviar por tierra una embajada para esta
blecer contacto con el gran kan y entregarle la carta de pre
sentación firmada por los Reyes Católicos que había traído para
la ocasión4*. En ese momento, Colón está tan seguro de hallar
se en los dominios del gran kan que habla con gran optimismo
de «las ciudades del gran kan, que se descubrirán sin duda, y
otras muchas de otros señores que habrán en dicha servir a vues
tras altezas»45. Esta confianza es particularmente reveladora del
funcionamiento de Colón. Hay que recordar que en ese
momento —un mes después de haber llegado a San Salvador-
Colón no ha encontrado nada de lo que esperaba. Pero esto no
le preocupa porque, una vez decidida, de forma voluntarista, la
identificación entre lo que va descubriendo y lo que esperaba
descubrir, la realización total de sus deseos es sólo cuestión de
tiempo. Por eso afirma su seguridad en que lo que busca «se
descubrirá sin duda».
52 Beatriz Pastor
Como los vientos contrarios le impiden rodear Cuba, Colón
sale de allí convencido de que su identificación de Cuba con la
tierra firme de Asia es válida. Y a la llegada a la última isla des
cubierta en el primer viaje (Hispaniola) decide que esta vez sí
que se encuentra en el Cipango porque le parece oír que los
indígenas hablan del Cibao, que es una región del interior de
la Española; y él decide que el Cibao no puede ser otra cosa
que el Cipango que anda buscando. La necesidad de identifi
cación entre modelo imaginario y realidad descubierta es tan
grande para Colón que, aparte de llevarle a ignorar sistemáti
camente la mayoría de los aspectos concretos de la nueva rea
lidad, y de impedirle comprender o ver el Nuevo Mundo tal
como es, es capaz de hacerle admitir la posibilidad de que el
Cipango, que él siempre había situado —con Marco Polo— a
unas 1.500 millas de la tierra firme asiática, se encuentre a esca-
sa distancia de Cuba-Catay. Y esto, por no mencionar el hecho
mismo del nombre. De Cibao a Cipango va un trecho, pero
para Colón esto no cuestiona la identificación sino que indica
simplemente que los indígenas no saben pronunciar el nombre
de su propia isla.
Por fin, el día 4 de enero de 1493, después de dos semanas
de exploración de la Española, Colón decide que efectivamente
el Cipango está allí. La transcripción de su diario hecha por Las
Casas dice: «Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que
hay mucho oro y especiería y almáciga y ruibarbo»46. El meca
nismo es claro y su conclusión lógica: Si el Cibao es Cipango, .
tiene que albergar esas riquezas, y el que hasta ese momento <
Colón no las haya encontrado es secundario. El problema está <
en que la identificación era errónea; que en la Española no ha- .,’
bían sido descubiertas ni especias ni oro; y que, consecuente
Cristóbal Colón y la representación... 53
mente, al enumerar la existencia de esos productos, Colón no
estaba informando sino ficcionalizando, de acuerdo con sus pro
pias ideas preconcebidas, una realidad que no era capaz de per
cibir con exactitud.
La extraordinaria identificación de la Española con el Cipan
go se complementa con la identificación de una región de la
misma isla con las míticas Tarsis y Ofir. Pedro Mártir señala en
su Primera Década que Colón le contó que había encontrado
la isla de Ofir, que identificaba con la Española47. Y Las Casas
confirma esta última identificación colombina del primer via
je citando una carta de Colón a los reyes en la que «Aquella isla
de Ophir o Monte de Sopora (adonde iban las naves de Salo
món en busca de tesoros), dice aquí el Almirante ser aquesta
isla Española que ya tenían sus Altezas». Colón vuelve sobre
esta identificación del primer viaje en el resumen de sus des
cubrimientos que hace en la carta que escribe a los reyes desde
Sevilla en 1498, donde habla de «Salomón que envió desde Hie-
rusalem a fin de Oriente a ver el monte Sopora en que se detu
vieron los navios tres años, el cual tienen vestras altezas agora
en la Isla Española»48.
Desde la isla Española Colón emprende el viaje de regre
so a España y se lleva consigo una percepción de la realidad que
tiene mucho más de invención que de descripción. Las islas
recorridas han sido o bien ignoradas como simples indicios o
pasos intermedios no significativos hacia el objetivo fundamental
este fue el caso de San Salvador y Concepción entre otras— o
bien distorsionadas en el esfuerzo por identificarlas con el arque
tipo colombino de las tierras desconocidas del otro lado del Mar
Tenebroso. La verdadera identidad natural y cultural de las islas
del Caribe sigue por descubrir después de un largo viaje en el
54 Beatriz Pastor
que Colón se ha limitado a «reconocer» el Cipango, Catay,
Quinsay, los reinos del gran kan y de Mangui, y las regiones
míticas de Tarsis y Ofir. Pero el sentimiento de triunfo del Almi
rante ante los «hallazgos» del primer viaje estaba condenado a
ser de corta dumción. Porque, desgraciadamente para él, la rea
lidad se resistiría a coincidir con sus esquemas e intuiciones, y
se le iría haciendo progresivamente más difícil materializar la
verdad de sus fantásticas apreciaciones.
A lo largo de todo el segundo viaje, en el que Colón reco
rrió las islas que se encuentran entre la Dominica y Cuba, así
como la isla de Jamaica, todos los esfuerzos del Almirante no
resultaron suficientes para aportar pruebas aceptables de la vali
dez de sus identificaciones. Por ello, en el Memorial que les
envió a los reyes por conducto de Antonio Torres, el tono y el
lenguaje de Colón serían ya muy diferentes de los que se encon
traban en sus diarios y cartas del primer viaje. El triunfalismo
característico de la Carta a Santángel ha desaparecido por com
pleto. En el Memorial, Colón ha pasado a expresarse en estos
términos:
... a Dios ha plazido darme tal gracia para en su servicio,
que hasta aquí no hallo yo menos ni se ha hallado en cosa
alguna de lo que yo escribí, dije e afirmé a sus Altezas en
los días pasados, antes por gracia de Dios espero que aún muy
más claramente y muy presto por las obras parecerá, porque
las cosas e especiería en solas las orillas del mar sin haber
entrado dentro de la tierra se halla tal rastro e principios della
que es razón que se esperen muy mejores fines, y esto mis
mo en las minas del oro, porque con sólo dos que fueron
a descubrir cada uno por su parte ... se han descubierto tan
Cristóbal Colón y la iumu«wnt ación... 55
tos ríos tan poblados de oro que cualquier de los que lo
vieron e cogieron solamente con las manos por muestra,
vinieron tan alegres, y {liten (íinfas cosas de la abundancia
dello que yo tengo empacho de las decir e escribir a sus
Altezas; ... pero porque allá va Gorbalán que fue uno de
los descubridores, el dirá lo que vio aunque acá queda otro
... que sin duda y aún sin comparación descubrió mucho
mas según el memorial de los ríos que el trajo diciendo que
en cada uno de ellos hay cosa de no creella; por lo cual sus
altezas pueden dar gracias a Dios, pues tan favorablemen
te se ha en todas sus cosas49.
Los rasgos más característicos de este párrafo son su extraordi
naria ambigüedad, la vaguedad de los datos y la delegación y el
reparto de responsabilidades. De entrada, los hallazgos se carac
terizan no en forma afirmativa (he hallado más) respondiendo
a lo que Colón prometió en el primer viaje y a lo que los reyes
esperan de él, sino en forma negativa («no hallo yo menos»).
Las riquezas se indican sin datos específicos de ningún tipo. Hay
«rastros» de especiería y «principios» de ella, pero el optimismo
de la evaluación se justifica afirmando que si sólo ha encon
trado rastros es porque no ha podido detenerse para penetrar y
explorar más allá de las orillas. El oro también «se espera» abun
dantísimo, pero no por testimonio directo de Colón sino por
las afirmaciones de los que han descubierto tantos ríos tan abun
dantes en dicho metal. A partir de ese momento, las transfe
rencias de responsabilidad se multiplican: Colón, que había lle
vado a cabo desde su «yo» narrativo cada una de las acciones
relevantes del primer viaje, cede repentinamente el protago
nismo, y con él la responsabilidad de error, a Gorbalán (que
56 Beatriz Pastor
dirá lo que vio él) y a Hojeda (que afirma a su vez que en los
ríos que ha recorrido hay una cantidad de oro que al propio
Colón, se puntualiza, le parece «de no creella»).
Todo el estilo y la construcción del Memorial de Torres,
cuyo primer párrafo se acaba de comentar, indican que la rea
lidad de las nuevas tierras estaba haciendo vacilar la seguridad
del Almirante con respecto a las identificaciones que llevó a
cabo con tanta certeza durante su primer viaje. Pero hay dos
documentos que nos revelan que, incluso ante los problemas
cotidianos que le planteaba a Colón la falta de corresponden
cia entre lo que iba descubriendo y lo que él «sabía» que había
de descubrir allí, no había renunciado un ápice a su modelo. El!
primero es una referencia a una nueva identificación, esta vez ■
entre una isla del Caribe y el fabuloso reino de Saba. La refe- ;
rencia aparece en la carta que le escribió Michele de Cuneo a
Hieronymo Annari, en octubre de 1495, narrando el segundo
viaje del Almirante, en el que él, Cuneo, participó. Dice Cuneo:
«anti che iustrassimo a la isola grossa ne disse [Columbo] ques-
te parole: “Signori miei, vi voglio conducere in uno loco di
unde si partí uno dei tre magi le quali veneren adorare Chris-
to, il quale loco si chiama Saba”»50. Esta «isola grossa» que el
Almirante identifica sin vacilar con el reino de Saba, parece
haber sido —según demuestra largamente J. Manzano— la isla de
Jamaica. El segundo documento, que demuestra la vigencia,
durante el segundo viaje, de la determinación colombina de
ignorar la realidad geográfica del Nuevo Mundo en todo aque
llo que pudiera poner en tela de juicio su modelo previo, es J
todavía más sorprendente. Se trata del texto de un juramento #
firmado por casi toda la tripulación, que dice así:
Cristóbal Colón y la kkpríwbntación... 57
... veia ahora que la tierra tornaba al Sur Suduest y al Suduest
y Oest, y que ciertamente no tenía dubda alguna que fue
se la tierra firme antes lo afirma y defendería que es la tie
rra firme y no isla y que antes de muchas lenguas, nave
gando por la dicha costa, se fallaría tierra adonde tratan
gente política de saber y que saben del mundo, etc.51
La toma del juramento tuvo lugar al dar por terminada Colón
la exploración de parte de la costa de Cuba. La necesidad de
dicho juramento revela la resistencia no sólo de la geografía del
Caribe sino también del buen juicio de buena parte de la tri
pulación a aceptar las interpretaciones de la realidad de Cristó
bal Colón. Cuneo, por ejemplo, se refiere con considerable
escepticismo a esa decisión del Almirante de identificar Cuba
con Catay y señala que la mayor parte de la tripulación estaba
de acuerdo con el abate Lucena, que defendía a bordo la insu
laridad de Cuba. En todo caso, lo indudable a la vista del jura
mento es que Colón seguía, a aquellas alturas de su segundo
viaje, firmemente decidido a mantenerse aferrado a su mode
lo imaginario del Nuevo Mundo y a forzar la realidad y la per
cepción de los demás cuanto fuera necesario para que ambas
coincidieran con aquél. La tierra firme a la que se alude en el
documento citado no es cualquiera, sino la del Catay Mangi
o extremo oriental de Asia que se hallaba «al comienzo .de las
Indias y fin para quien en estas partes quisiere venir de España
• 52
por tierra» .
En el tercer viaje de descubrimiento, Colón llega al pun
to máximo de un delirio identificador del que deja constancia
minuciosa en unos textos que son magníficos ejemplos de lite
ratura fantástica, aunque él los presente como descripciones
58 Beatriz Pastor
objetivas del continente sudamericano. A las identificaciones
del primer y segundo viaje, el Almirante va a ir añadiendo duran
te el tercero: la de las islas de la costa de Venezuela con las islas
perlíferas de Asia descritas por Ailly en su Imago Mundi53, la del
Monte Christi con el monte Sópora de Salomón54; y, sobre
todo, la del golfo de Paria y la costa venezolana con el Paraíso
Terrenal.
El procedimiento es sencillo. Colón se encuentra ante unos
fenómenos inexplicables que no puede pasar por alto: las tur
bulencias producidas en el mar por el caudal de agua dulce de
la desembocadura del Orinoco, la habitabilidad de una zona
que se suponía habitable con gran dificultad, el color claro de í
la piel de los habitantes de la zona, y la inclinación de las aguas '■
que le parecían hacer pendiente entre Paria y las Azores. Ante >
esta realidad Colón tiene dos alternativas posibles: explorar la J
desembocadura y la tierra firme para averiguar qué es realmente
todo aquello, o buscar la explicación de lo que ve identifican- 1
dolo con información contenida en alguno de sus modelos lite- ?
rarios. Escoge lo segundo, y se apoya en sus fuentes habituales, ’
desde las Escrituras hasta la Imago Mundi, para demostrar: 1) Que
la Tierra no tiene forma de esfera, sino de pera o de teta de
mujer. 2) Que el pezón de la teta está situado en la región ?
de Paria. 3) Que en ese pezón se encuentra el Paraíso Terrenal ¡
con las fuentes originarias del Tigris, Eufrates, Ganges y Nilo. j
Siguiendo el mismo razonamiento, Colón atribuirá la suavidad }
del clima, la amabilidad de las gentes y la exuberancia del pai- i
saje a su proximidad con respecto al Paraíso. Y verá en los remo
linos que causa el Orinoco en la bahía de su desembocadura,
el caudal de agua dulce originario de los cuatro grandes ríos que
nacen, según Ailly, en el Paraíso, para descender, luego, def
Cristóbal Colón y la iwiwslntación... ----------------------59
pezón (alta montaña en Ailly), llegando con estruendo y ruido
terribles -en el que Colón halla explicación al choque entre
agua dulce y salada de la desembocadura- a formar un gran lago:
naturalmente, el de la zona de agua dulce que se resiste a mez
clarse con la salada de fuera de la bahía55.
De nuevo, el modelo literario previo se impone a la rea
lidad que Colón pretende estar descubriendo y explorando, y
el resultado es la deformación del N uevo Mundo de acuerdo
con los términos del modelo en un proceso de ficcionalización
que sustituye una realidad concreta, la tierra firme de Améri
ca del Sur, por otra imaginaria: el Paraíso Terrenal encarama
do al pezón de la fantástica teoría colombina. Dos años más tar
de, después de las tribulaciones y acusaciones con que concluyó
su tercer viaje, Colón recapitularía los éxitos de su labor de des
cubridor en su carta a doña Juana de Torres , ama del príncipe
donjuán. En ella el Almirante no se animaba ya a insistir sobre
esta última y extraordinaria identificación de su tercer viaje,
como no fuera a través de la alusión velada que implicaba la
expresión «nuevo cielo e mundo»56, que, aludiendo a las nue
vas tierras, se relacionaba con la de «otro mundo», utilizada por
primera vez por el Almirante para describir las tierras en que se
hallaba el Paraíso, en la carta que escribió a los reyes desde Paria
el 15 de octubre de 1498.
Cuando finalmente consiguiera lo necesario para empren
der un último viaje, Colón decidiría ir en busca de unos obje
tivos muy diferentes a su fantástico Paraíso Terrenal venezo
lano. En su cuarto viaje, Colón buscaba el estrecho que le
permitiría pasar de un océano a otro. Pero, en el proceso de
localización, Colón llevaría a cabo una última serie de identi
ficaciones erróneas. América Central se identificaría en térmi
60 Beatriz Pastor
nos generales con Asia; los habitantes del Cariay con los que
mencionaba Eneas Silvio en su Historia; Quiriquetana, que era
el nombre que daban los indígenas a la región interior de la
bahía del Almirante, se identificaría con Ciamba, que era el
nombre dado por Marco Polo a la Cochinchina. Sin embargo,
poco después Colón decidiría, sobre la base de la información
que le iban proporcionando los indígenas, que en realidad Ciam
ba era la provincia de Ciguare, también situada en el interior
del istmo. Y, finalmente, el Almirante terminaría por identifi
car la costa asiática, que creía estar recorriendo, con la del Quer-
soneso Aureo y la península de Malaya. Ahí debían encontrar
se pues las fabulosas minas de oro de las que Salomón sacaba
enormes cantidades de oro para su tesoro. Y, en virtud de la
identificación voluntarista de Cristóbal Colón, aquellas míticas
minas, que nunca estuvieron situadas en el continente que Colón ,
estaba explorando, pasaban a ser la más reciente y fantástica pro
piedad de la Corona española, ya que, según afirmaba el Almi
rante, «Aquellas minas de la Aurea son unas y se convienen con
estas de Veragua».
Del optimismo triunfalista de la Carta a Santángel poco
queda en la carta que escribe Colón desde Jamaica en 1503.
Casi todas sus ilusiones de alcanzar fama y nobleza en recom
pensa por su empresa han desaparecido. En su exilio forzoso en
Jamaica, Colón parece un hombre mental y físicamente acaba
do. Aun así, las ideas centrales que han ido dando forma a su
equivocada percepción del Nuevo Mundo se mantienen en pie
hasta el final. Todavía cree encontrarse junto a Asia; todavía
cree que los elementos centrales de su arquetipo han sido corro
borados por su exploración de la realidad americana, desde las
identificaciones de Cuba-Catay hasta la de Veragua con el Quer-
Cristóbal Colón y la representación... 61
soneso Áureo; todavía es incapaz de acercarse al Nuevo Mun
do con ojos que le permitan verlo en lo que le es propio, sin
transformarlo sistemáticamente en la proyección y confirma
ción de su modelo imaginario57.
***
La sustitución de un proceso de aprehensión objetiva de la reali
dad americana por otro de identificación del Nuevo Mundo con
modelos literarios previos se expresa, dentro de los textos que inte
gran el discurso colombino, en una serie de rasgos que organizan
los modos de descripción y caracterización de dicho discurso.
Se trata fundamentalmente del uso de la «verificación descripti
va» como modo de caracterización inseparable de un proceso
de selección de datos cuya consecuencia lógica e inevitable fue la
distorsión de la realidad por eliminación de toda una serie de aspec
tos concretos. La realidad que emerge de las descripciones que
ofrecen los textos de este discurso es una realidad que aparece
simultáneamente ficcionalizada por identificación y mutilada por
reducción. El modo de caracterización del Nuevo Mundo den
tro de estos textos corresponde a una percepción selectiva que
sólo busca localizar los elementos que sostienen el proceso de iden
tificación de América con Asia; su resultado será una representa
ción de la realidad que se ajusta a los términos del código de repre
sentación que se desprende del primer objetivo teórico del proyecto
de descubrimiento colombino: el código de identificación de
América con las tierras de Asia oriental descritas por las fuentes
y modelos literarios del Almirante.
El primer elemento de la nueva realidad con el que entró
en contacto Cristóbal Colón fue la naturaleza, y la descripción
62 Beatriz Pastor
de esa naturaleza ocupa un espacio importante en el Diario del ■'
primer viaje a partir de la entrada correspondiente al 11 de octu
bre. Sin embargo, un análisis cuidadoso de todas las descrip
ciones de la naturaleza que hace el Almirante durante este pri
mer viaje revela muy pronto la tipificación extraordinaria de
unas descripciones que enlazan con una larga tradición de repre
sentación del Jardín del Edén, y que constituyen, en ciertos
aspectos, una versión simplificada y empobrecida de tan larga
serie de imágenes paradisíacas del mítico jardín. En ellas, con
muy pocas excepciones, la caracterización aparece reducida a
una serie de motivos fijos. Y cada uno de los elementos que
la descripción selecciona aparecerá calificado dentro del dis
curso colombino por una serie de adjetivos constantes cuya fun- ;
ción primordial es el fijar en ellos las cualidades que los ligan,
por identificación, al modelo literario previo.
Habla Colón del aire con insistencia, y en su descripción
lo asocia siempre a dos cualidades: suavidad y calidez. Otras
muchas cualidades posibles del aire son ignoradas con igual cons
tancia (luminosidad, transparencia, sequedad, humedad, etc.).
Esto no se debe a que estas cualidades no se encuentren pre
sentes en los aires del Nuevo Mundo, sino a que no es sobre ;
ellas, sino sobre la suavidad y calidez (es decir sobre la tempe- ¡
ratura) donde se apoya la validación de un modelo de la tierra J
desconocida —el de Colón— que se oponía a otros que, en la j
misma época, defendían la inhabitabilidad de la zona tórrida y 1
de las regiones desconocidas de más allá del Atlántico. Colón
estaba convencido de lo contrario, y es este convencimiento elj'.!
que se expresa textualmente en la reducción de la caracteriza- j
ción del aire a las cualidades verificadas: su temperatura y res-
pirabilidad.
Cristóbal Colón y la representación... 63
En la caracterización colombina del primer viaje la tierra
aparece reducida a dos aspectos. El primero se concreta en su
fertilidad y extensión: Las islas son «grandes», «extensas», «esten-
sísimas» y «grandísimas», y también son «verdes» y «fértilísimas»,
sin que falten los adjetivos citados en ninguna de las descrip
ciones de las nuevas tierras. El segundo aspecto es topográfi
co: Colón señala insistentemente la ausencia o presencia de
montañas en las nuevas tierras. Hasta la llegada a la Española, el
relato califica de llanas a cada una de las islas descubiertas, y
en algunos casos llega a reiterar «muy llana sin montaña algu
na». De nuevo, la reducción de la caracterización a dos aspec
tos principales (el topográfico y el de riqueza natural), que se
expresan en el texto en la utilización de una lista muy limita
da y repetitiva de adjetivos, lejos de ser arbitraria está dictada
por elementos concretos del modelo imaginario de Cristóbal
Colón. La riqueza y exuberancia natural son dos de los ele
mentos constantes de las tierras que las fuentes de Colón des
criben en el extremo oriental de Asia: y la presencia o ausen
cia de montañas está ligada a una serie de identificaciones
fundamentales de este primer viaje: La de las islas del Caribe
con las islas de Asia, que según Ailly estaban cubiertas de mon
tes que encerraban cantidades fabulosas de oro; con el monte
Sópora, que se levantaba sobre la región mítica de Tarsis y Ofir,
y con el Cipango de Marco Polo. Así Colón:
... certifica a los reyes que las montañas que desde antier
ha visto por estas costas y las destas islas que le parece que
no las hay más altas en el mundo ni tan hermosas y cla
ras, ni nieble ni nieve y al pie dellas grandísimo fondo; y
dice que cree que estas islas son aquellas innumerables que
64 Beatriz Pastor
en los in;i]>;uinindis ai fm de Oriente se ponen; y dijo que
creía que h.ihí.i grandísimas riquezas y piedras preciosas y
cspecii’iía rn ellas que duran mucho al sur y se ensanchan
a toda parle’H.
El agua, tercer elemento de la descripción de la naturaleza en
el primer viaje de Colón, aparece reducida a un solo rasgo fun
damental: la abundancia. Hay «aguas muchas», «ríos hondos»,
«lagos grandes», etc. El sentido de esta reducción es doble, ya
que por una parte liga estas tierras surcadas de ríos y salpicadas
de abundantes aguas al modelo de Ailly, que destacaba la ex
traordinaria abundancia de aguas en el oriente asiático; y por
otra, refuerza el aspecto de fertilidad y exuberancia que enlaza
estas tierras con las del Asia de Marco Polo a través de su rique
za natural.
La fauna americana se caracteriza por reducción a uno de
sus rasgos: el exotismo. Los papagayos, simios y peces disfor
mes que menciona escuetamente el Almirante subrayan la dife
rencia entre estas tierras y el mundo occidental, confiriéndo
les un carácter exótico que las liga a las descripciones de flora
y fauna compiladas en la Historia Natural de Plinio y en los diver
sos bestiarios medievales.
El último elemento central de esta primera caracterización
de la naturaleza llevada a cabo por el Almirante es la vegeta
ción. La vegetación es una realidad insoslayable y sorpren
dente para cualquier europeo que se encuentre de pronto en
un espacio natural tropical. Sin embargo, en mi opinión -y muy
al contrario de la de S. E. Morison que ve en ellas toda suerte
de resonancias e inspiraciones poéticas— las descripciones de la
vegetación tropical que ofrece Colón son de una gran pobre
Cristóbal Colón y la ri'piii'siíntación... 65
za y se reducen a la rcpclición tipificada de unos pocos rasgos
fundamentales que so expresan en una serie aún más limitada
de adjetivos. La perc epción colombina reduce la vegetación
tropical a dos cualidades: la exuberancia y el valor material.
La exuberancia se (expresa cu dos serios de adjetivos que se refie
ren respectivamente a la fertilidad y a la abundancia. La ferti
lidad se expresa en la repetición obsesiva de lo «verde» y en la
equivalencia implícita entre «verde» y «fermoso»; la expresión
reiterada de la abundancia se concreta en la utilización repeti
tiva de «espeso», «grande», «numeroso», «innumerable», etc.
El valor material, segundo aspecto que agrupa la adjetivación
de la vegetación en esta presentación del Almirante, pasa por
la atribución de la capacidad de producir especias. Ante cada
espécimen de árbol desconocido —es decir, ante casi cada uno
de los árboles que va viendo— Colón sigue el mismo proceso
mental. O bien lo identifica, con frecuencia erróneamente, con
árboles muy buscados como la almáciga o el lináloe59, o bien
elude su descripción precisa, reduciéndolo a su verdura y a la
exuberancia de sus hojas y fruto, y sustituyendo cualquier carac
terización específica por la atribución general de la capacidad
de producir especias valiosas y muy buscadas: nuez moscada,
clavo, pimienta, etc. De nuevo, el proceso de reducción de la
vegetación natural, que Colón pretende estar describiendo, a
dos rasgos fundamentales no es arbitrario: Tanto la exuberan
cia como la capacidad de producir especias eran elementos fun
damentales a la hora de proceder a identificar lo que Colón veía
con lo que intentaba verificar.
El oro, las piedras preciosas y las perlas merecen, dentro
del examen de esta caracterización de la realidad americana
que resulta del método de verificación descriptiva empleado
66--------------------------------------------------------- Beatriz Pastor
de forma sistemática por el Almirante, una mención aparte
aunque formen parte de la naturaleza. La razón de esta sepa
ración reside en que éstas ocupaban para el propio Colón
un lugar especial, al funcionar como ejes centrales de todo
el proceso de verificación. Esto no implica que Colón siguie
ra un método mas exacto o diferente a la hora de describir y
caracterizar esas riquezas, sino todo lo contrario. Para Colón
se trataba de afirmar su existencia como condición necesaria
para la validación y confirmación definitivas de todo el pro
ceso de verificación que estamos analizando: La identificación
final de América con el modelo asiático colombino dependía
fundamentalmente del hallazgo de esas riquezas. De ahí que
su valor fuera no sólo material sino también simbólico. Eran
la clave de la confirmación de la validez de toda la interpre
tación colombina y del éxito de su empresa; sin ellas, ni inter
pretación ni empresa podían sostenerse. En el oro y las pie
dras preciosas del Nuevo Mundo tenían que materializarse las
riquezas míticas descritas por Marco Polo, anunciadas por Pie-
rre d’Ailly y Eneas Silvio, y prometidas por Colón en su pro
yecto de navegación y descubrimiento. De ahí que la urgen
cia de su búsqueda se superpusiera a todo lo demás para el
Almirante que «no buscaba salvo el oro»60. Pero la existencia
de cantidades fabulosas de oro, plata y piedras preciosas que
el Almirante certifica una y otra vez en sus textos no se da
como resultado de la exploración de las islas sino como a prio-
ri fundamental: No es que América fuera Asia porque se ha
bían encontrado en ella las riquezas anunciadas por el mode
lo, sino que esas riquezas tenían que estar en algún lugar de
las nuevas tierras ya que, para el Almirante, éstas formaban
con toda seguridad parte de Asia.
Cristóbal Colón y l,a rhphhsiintación... 67
En el resumen que hizo CSolón al principio del Memorial
que les escribió a los reyes el 30 de enero de 1494, desde Isa
bela, la caracterización de los múltiples aspectos de la realidad
americana aparecería reducida a sólo tres de los aspectos que
había destacado la verificación descriptiva del Diario del pri
mer viaje: Las especias, que se reducen a indicios («rastros» y
«principios» los llama Colón), el oro, reducido a la cualidad
de abundancia («írtt/fos ríos tan poblados de oro») y la tierra, cuya
descripción aparece reducida a la cualidad de fertilidad, o sea
a la capacidad de producir: «somos ciertos como la obra lo mues
tra que en esta tierra así el trigo como el vino nacerá muy bien
... que parece muy maravillosa ... que ninguna otra tierra que
el sol escaliente puede ser mejor al parecer ni tan fermosa»61. Y
la equivalencia que se va estableciendo progresivamente en el
texto entre «productiva» y «fermosa» hasta llegar a una identi
ficación total de los dos términos ilustra perfectamente la ideo
logía que subyacía en los criterios estéticos y descriptivos de
Colón.
El modo de caracterización y reducción de la realidad ame
ricana que Colón utilizó en el primer y segundo viajes siguió
funcionando en los dos viajes siguientes, adecuándose al carác
ter específico del objetivo respectivo. Así, en la percepción y
descripción de las islas de la costa de Paria, de la desemboca
dura del Orinoco y la costa de América del Sur, Colón des
tacaría únicamente los elementos que le iban a permitir argu
mentar la identificación de aquella nueva tierra con las islas
perlíferas del Oriente de Marco Polo y con el Paraíso Terre
nal tal como lo describió Ailly en su Imago Mundi. Mientras
que en el cuarto viaje el centro casi exclusivo de la percepción
colombina sería el oro. El oro, eje central de la identificación
68--------------------------------------------------------- Beatriz Pastor
entre Centroamérica y el Quersoneso Aureo que perseguía
Colón, se sustituiría a cualquier otro aspecto de la realidad
en unos textos que, o bien eliminan todos los demás elemen
tos concretos de esa realidad, o bien los mencionan reduci
dos a un motivo escueto que prolonga el código descriptivo '■
de los viajes anteriores. $
Este método de verificación descriptiva, que organiza el 1
modo de caracterización de la naturaleza del Nuevo Mundo j
dentro de los textos que narran los viajes colombinos, no se cir- j
cunscribe a ella. Organiza también la caracterización de un ele-
mentó central de la realidad americana: sus habitantes. A partir %
del primer viaje, la población americana aparece caracterizada j
fundamentalmente por defecto. El referente principal de la carac- |
terización es de nuevo Marco Polo. A diferencia de los habi-
tantes descritos por él, los indígenas del Caribe no iban vestí- ]
dos, no eran ricos, no poseían armas y no eran comerciantes. 1
Colón los caracterizará como «pobres», «desnudos», «sin armas» 1
y «sin comercio», reduciéndolos, por inversión, a los términos
del modelo descriptivo establecido por Marco Polo y asimila- j
do por él. Todos los elementos concretos de esta primera carac- J
terización de la población del Caribe se pueden reducir a dos •J
características centrales: su valor material (que viene dado por (
el nivel de civilización, cultura y riqueza) y sus posibilidades de .
utilización dentro del contexto de la economía occidental, posi-
bilidades que se concretan en el texto en su voluntad de comer- j
ciar y en su incapacidad de agredir y de defenderse. En los via- ii
jes siguientes, por otra parte, la caracterización de los habitantes. |
del Nuevo Mundo aparece tan subordinada a las necesidades ]
de justificación y confirmación de Colón como la descripción |
de la naturaleza. La presentación del americano como «buen 1
Cristóbal Colón y la ruprusiíntación... 69
salvaje» que se desarrolla brevemente en los textos del segundo
viaje sustenta la fantasía colombina de la factoría modélica que
se insinúa como alternativa al modelo de simple saqueo. Por
otraparte, las descripciones del tercer viaje, al centrarse en
dos cualidades (color claro de piel y vestidos de telas «como de
seda»), vendría a confirmar, relacionándose con las gentes des
critas por Marco Polo, la situación asiática de las tierras recién
descubiertas, subrayando así la validez de los otros rasgos de
caracterización que sustentaban la identificación de Sudamé-
rica con el Paraíso 'Terrenal de Pierre d’Ailly62.
Finalmente, en el cuarto viaje, la necesidad de identificar
Centroamérica con Asia condicionaría de nuevo, de forma deci
siva, la percepción y caracterización de los habitantes del Nue
vo Mundo. Estos aparecen descritos en relación con una serie
de elementos centrales de la caracterización asiática de Marco
Polo, que es aquí nuevamente el modelo constante de refe
rencia. El primero de estos elementos se refiere a la ropa: Estas
gentes «andan vestidas» y «traen ricas vestiduras», dice Colón.
El segundo, a la riqueza: además de las «ricas vestiduras», dice
que «tienen buenas cosas» y «forran de oro arcas y sillas». El ter
cer elemento es el comercio: señala que estos indígenas «usan
tratar en ferias y mercaderías». El último son las armas: éstos
«usan de la guerra» y «traen bombardas, arcos y flechas, espadas
y corazas». La verificación de la existencia de estos cuatro ele
mentos sostiene la identificación que hace Colón del Ciguare
y el Cariay con la Ciamba o Cochinchina de Marco Polo63.
Para Colón, la suma de estos cuatro elementos (ropa, riquezas,
comercio y armas) define la civilización de un pueblo, y la carac
terización positiva de la gente descrita en el cuarto viaje con
respecto a ellos los define como civilizados. La caracterización
70 Beatriz Pastor
negativa de los indígenas descritos en el primer viaje (desnu
dos, pobres, no comerciantes, no guerreros) los definía conse
cuentemente como salvajes. Pero la caracterización de los habi
tantes de Cent roa mérica tendría que invertir los términos de
esta primera caracterización si Colón quería ver validada de una
vez por todas su identificación de la tierra firme del istmo con
las culturas avanzadas que Marco Polo situaba en el oriente de
Asia.
La atribución que hace Colón a las tierras y gentes recién
descubiertas de una identidad prefijada en sus modelos litera
rios se apoya sobre el proceso de selección y «verificación des
criptiva» que se acaba de analizar. La percepción de América
que emerge de esta selección implica un proceso de reducción
y deformación de la realidad. Su caracterización dentro del dis
curso colombino, de acuerdo con los términos dictados por
aquel modelo literario, resulta en la sustitución de un discurso
informativo historio gráfico de carácter supuestamente objeti
vo, por un relato ficcional y mitificador que sólo incorpora ele
mentos y datos reales integrándolos en unas coordenadas de
percepción y representación fundamentalmente imaginarias,
que se apoyan sobre la supuesta identidad de Asia y el Nuevo
Mundo. Por otra parte, este peculiar acercamiento de Colón
a la aprehensión y caracterización de la realidad americana plan
tea una cuestión fundamental con respecto al problema de la
comunicación y del lenguaje. En la narración de sus descubri
mientos de islas y tierras del Nuevo Mundo, Colón seleccio
na, transforma, interpreta y elude, creando verbalmente una
representación de la realidad americana en la que lo imagina
rio y ficcional tienden a predominar claramente sobre lo real.
Colón argumenta cuidadosamente cada una de sus identifica
Cristóbal Colón y la rhprimintación... 71
ciones e impone a los elementos de la realidad descubierta las
modificaciones necesarias para que confirmen su percepción
y demuestren la validez de sus razonamientos. La naturaleza, las
tierras, el mar, los habitantes, la flora y la fauna emergen ver
balmente del proceso de verificación descriptiva convenien
temente transformados para demostrar la validez del modelo y
la exactitud de los cálculos y predicciones que apoyaban el pro
yecto del Almirante. Pero lo que interesa ahora es que ese pro
ceso de verificación descriptiva se hace extensivo a un elemento
particularmente irreductible de la nueva realidad: el lenguaje
de sus habitantes.
Colón no estaba solo en el Nuevo Mundo. América esta
ba habitada por unas gentes que —a diferencia de lo que le suce
día a Colón— conocían la naturaleza de aquellas tierras a través
de una larga experiencia personal y de una historia colectiva.
Sabían, por ejemplo, si había oro, perlas, especias; sabían si las
islas que habitaban eran grandes o pequeñas, islas o tierra fir
me; conocían las costumbres de sus propios pueblos, sabían si
comerciaban, con qué, y con quién; si hacían la guerra y cómo
la hacían. Estas gentes hablaban entre sí —aunque no fuera cier
to que poseían todas la misma lengua, como afirmó simplista y
optimistamente el Almirante en su primer viaje- y también con
Colón y con los demás españoles. Colón les enseñó muestras
de las mercancías que buscaba, los interrogó, los utilizó como
guías e informantes. Y sin embargo, la información que éstos
poseían sobre sus propias tierras y culturas nunca llegó a las pági
nas de la narración colombina. Colón pregunta y los indígenas
contestan, pero, sorprendentemente, la información que, según
Colón, proporcionaban los habitantes de las tierras que iba
explorando siempre venía a coincidir con las fantasías del Almi
72 Beatriz Pastor
rante, siempre corroboraba la exactitud de las identificaciones
que iban tldbnñutido la realidad de cada nuevo descubrimien
to. Y esto, cu contradicción flagrante con los elementos con
cretos de esa realidad que ellos forzosamente conocían.
El fenómeno que explica esta aparente contradicción es
el de la sustitución que se operaba dentro del discurso colom
bino del proceso de comunicación verbal entre dos interlocu
tores -Colón y los indígenas- por un monólogo en el que el
interlocutor real había sido reinterpretado y transformado has
ta convertirse en simple signo de confirmación de las percep
ciones del sujeto narrador. La utilización que hace Colón de lo
que dicen los indígenas, interpretándolo sistemáticamente como
más le conviene, es tan flagrante que el propio Bartolomé de
las Casas, que estaba generalmente dispuesto a defender al Almi
rante más allá de lo defendible, comenta con ironía la facili
dad con la que Colón se convencía de que oía y le decían pre
cisamente aquello que quería oír y que esperaba que le dijeran:
«Habíase ya persuadido a lo mismo, así todo lo que por señas
los indios le decían, siendo tan distante como lo es el cielo de
la tierra, lo enderezaba y atribuía a lo que deseaba»64.
La expresión verbal del proceso de interpretación varía a lo
largo del discurso colombino. En el diario del primer viaje, la
mayoría de los resúmenes de información supuestamente dada
por los indígenas —información que siempre viene a corroborar
las identificaciones del Almirante- va precedida de formas de
cautela , explícitas o veladas. «Entendió que», «cree que decían»,
«parecióle que», «sentía que», «creía que», «cognoscí que me
decía», «según podía entender», son todas expresiones que cum- .
píen la función de relativizar la verdad de lo que se narra, subor
dinando la validez de la información a la capacidad de com
Cristóbal Colón y la rjíhuisbntación... 73
prensión del narrador. Esta capacidad de comprensión y de inter
pretación exacta de las palabras de los indígenas era mínima en
términos reales, porque Colón no hablaba en absoluto las len
guas indígenas. Pero dentro del discurso narrativo esto no se pre
senta así, ya que, si bien la validez de la información parece rela-
tivizarse con las fórmulas de introducción que se enumeraban
más arriba, las conclusiones firmes que alcanzaba el Almirante
sobre la base de esas informaciones indígenas no tenían nada de
relativo. Colón creía entender, por ejemplo, que Juana era tie
rra firme, y de ahí concluiría que, con toda seguridad, estaba en
Catay y Mangi. La no correspondencia entre la subjetivización
de los datos y la objetivización de las conclusiones señala la ver
dadera función de las formas de cautela dentro del discurso de
Colón: son simples fórmulas retóricas que no afectan en abso
luto el contenido del mensaje final.
En otros casos, y sobre todo a partir del principio del segun
do viaje, el Almirante ni se preocupó de suavizar retóricamen
te la arbitrariedad de sus categóricas afirmaciones. Interpreta,
anuncia y afirma, basándose en señas, gestos y palabras cuyo sig
nificado real no conoce, y pasando por alto cualquier referen
cia a su propio desconocimiento de las formas de comunica
ción verbales y no verbales de los interlocutores a los que asegura
citar con tanta seguridad. Este voluntarismo interpretativo se
hace más agresivo hacía el final de los relatos colombinos, en el
tercer y, sobre todo, en el cuarto viaje, muy particularmente
en la Lettera Rarissima. «Dicen» es la forma que introduce lar
gas series de afirmaciones: que hay comercio, oro, plata, per
las y piedras preciosas; que tienen armas como las de los euro
peos y que recubren las sillas y mesas de oro ... y tantas otras.
Al ser reinterpretada de modo voluntarista, la información que
74 Beatriz Pastor Cristóbal Colón y la uhpri'shntación... 75
le van proporcionando los indígenas al Almirante no amenaza comprende porque hablan lenguas distintas de las europeas, sino
el proceso de verificación descriptiva sino que se subordina a que son ininteligibles porque no saben hablar correctamente ni
él. De hecho, Colón se sirve de esa pretendida información para sus propias lenguas. La visión indígena, que hasta aquí era igno
corroborar la validez y exactitud de sus identificaciones. Cuan rada, sera, a través de esta ultima forma de enmienda, recha
do la discrepancia entre lo que dicen los indígenas y lo que zada global y explícitamente. Y de cuestionar la capacidad de
Colón quiere que digan es demasiado clara para ignorarla o los habitantes de America de pronunciar sus propias lenguas a
dejarla de lado, Colón sigue una táctica muy simple: la enmien cuestionar la capacidad indígena de hablar no hay más que un
da. Este proceso de enmienda es particularmente llamativo en paso. Colón lo da con una facilidad asombrosa: Dice Colón ya
el caso de los nombres propios. Cuando Colón, por ejemplo, en su Diario del primer viaje que a su regreso a España llevará
llega a la Española y decide que el Cipango se encuentra en ella, consigo una partida de indios, y la razón que esgrime para expli
tiene que resolver de algún modo el hecho de que sus habi car tal decisión es que lo hace «para que desprendan fablar»66.
tantes se refieran al Cibao y no al Cipango cada vez que seña En el Memorial que les escribe a los reyes en enero de 1494,
lan la región que él identifica con el Cipango. Y el mismo pro Colón indica la necesidad de que los indígenas aprendan el espa
blema surge cuando, ante la «Isola Grossa» de la que habla ñol, pero ni una sola vez se refiere al español como «nuestra
Michele de Cuneo en su carta a Annari, Colón promete a la lengua» o la «lengua española». Lo que el Almirante declara
tripulación que los va a conducir a Saba, la región de la que repetidamente es que los indígenas tienen que aprender «la len
partieron los tres magos para adorar a Cristo. Al desembarcar, gua», como si no tuvieran otra. Por supuesto, la posibilidad
preguntan Colón y sus hombres el nombre de la tierra en cues de que los españoles aprendan la lengua de los indígenas ni se
tión a sus habitantes, quienes les responden que se llama Sobo. plantea.
Ante esto, dice Cuneo, «el Almirante afirmó que era la misma Las implicaciones de la extensión del método de verifi
palabra, pero que los indígenas no sabían pronunciarla»65. cación descriptiva al lenguaje de los indígenas, falseándolo,
La descalificación por parte de Colón de la información enmendándolo e inventándolo, para acabar finalmente cues
concreta que le podían dar los indígenas se completa así den tionando su misma existencia, son considerables. Al negarle la
tro de su discurso con la descalificación global de los mismos palabra al habitante del Nuevo Mundo, el Almirante se arro
como hablantes de sus propias lenguas. El mensaje indígena, ga el monopolio del lenguaje y, con el, el de la representación
que desaparecía en las sucesivas distorsiones a que lo sometía verbal de la nueva realidad. Consecuentemente, las primeras
Colón para adecuarlo a sus esquemas de interpretación y repre representaciones de la realidad americana que ofrece el dis
sentación, se borra definitivamente cuando se pasa a cuestionar curso colombino no se presentan como interpretaciones sub
su propia validez verbal. La implicación de las enmiendas colom jetivas y parciales sino que adquieren una autoridad de repre
binas no es ya que a los habitantes del Nuevo Mundo .no se les sentación objetiva y totalizadora. Colón se concede, frente a
76 Beatriz Pastor
los habitantes del Nuevo Mundo, el poder exclusivo de crear
América, siguiendo las coordenadas establecidas por su mode
lo literario, y presenta la ficción que resulta como fiel e incues
tionable descripción de la realidad del Nuevo Mundo. Por otra
parte, el proceso de eliminación de la capacidad verbal de los
indígenas que se da en el contexto del discurso colombino
implica la eliminación de cualquier forma de pluralidad cul
tural. Del mismo modo que una lengua -la hablada por Colón-
se convierte dentro de ese discurso en la lengua frente al mutis
mo impuesto por el narrador a los nativos, la cultura occiden
tal que el Almirante representa se presentará como la Cultura
frente a un implícito vacío cultural indígena. Colón habla la
Lengua y representa la Cultura, y, por ello, es el que con-
ceptualiza, formula y define Lengua, Cultura y Humanidad.
El que impone y determina formas de intercambio y de rela
ción entre España, como representante concreta de la civili
zación Occidental, y América, como futuro apéndice econó
mico y cultural de Europa. Por todas estas implicaciones, la
apropiación absoluta de la lengua que lleva a cabo Cristóbal
Colón a lo largo del discurso narrativo que constituyen sus dia
rios y cartas, de una forma que, a fuerza de sutil e insidiosa
parece inocente, prefigura la introducción de una relación de
poder y explotación entre dos continentes: Europa y Améri
ca. Y, simultáneamente, inicia una larga tradición historiográ-
fica, filosófica y literaria de representación y análisis de la rea
lidad americana que se caracterizará por una perspectiva
exclusivamente europea y por la eliminación sistemática de i;
la percepción indígena de esa realidad.
Cristóbal Colón y la kepreshntación... 77
3. La instrumentalización de la realidad
El proceso de ficcionalización de la realidad por identifica
ción de América con los términos de un modelo literario pre
vio no es el único que se da dentro del discurso narrativo del
Almirante ni tampoco el más importante.
De hecho, este proceso de identificación de América con
el modelo imaginario de Colón está ligado a otro proceso de
deformación profunda. El origen de este último no es litera
rio sino económico, y su finalidad es la propuesta, velada pri
mero y luego cada vez mas explícita, de instrumentalización de
cada aspecto de la realidad del Nuevo Mundo con fines estric
tamente comerciales. Los dos procesos de deformación de la
realidad americana no se excluyen sino que se complementan
y revelan su origen común en los términos mismos del arque
tipo. Más arriba señalábamos, a través del análisis de sus fuen
tes, el origen literario del modelo imaginario que tenía Colón
de cómo eran las tierras que iba a descubrir. Ailly, Eneas Sil
vio, describían tierras que no habían visto jamás, combinando
las teorías de los antiguos, muchas veces fantásticas, con leyen
das, mitos, noticias vagas, bestiarios y una gran dosis de ima
ginación. Si hay que definirlas de algún modo, no hay duda de
que el carácter de estas obras de estudio del mundo era mucho
más literario que científico. Marco Polo, por su parte, levantó
sobre la base sólida y lúcida de un inventario comercial una
representación de la fabulosa Asia Oriental en la que se mez
claban, de forma muchas veces imposible de separar, su cono
cimiento directo de la realidad con leyendas y relatos que la
complementaban, confiriéndole una dimensión fie ci onal y fan
tástica. Y hasta la propia Historia Natural de Plinio -el cuarto
78 Beatriz Pastor
eje mayor de articulación del modelo colombino— incluía, a
pesar de su título claramente científico, una galería de elemen
tos míticos y fantásticos que, si bien no coincidían con la rea
lidad natural, ilustraban fielmente la visión que se tenía de ella
en la época.
Colón se apoyó principalmente en los escritos de Ailly, Sil
vio, Polo y Plinio para la elaboración de su modelo imaginario
de las tierras que constituían el objetivo de su viaje. Pero este
modelo no es igual a ninguna de ellas sino que constituye una
imagen compuesta, creada por un proceso de selección y reduc
ción de los diversos elementos que aparecían en las fuentes. Los
criterios que organizan esta selección no son estéticos sino
comerciales. La selección se hace desde una perspectiva comer
cial europea, y la mirada va destacando los elementos utilitarios
desde el punto de vista económico de la época. En la selección
implícita en los elementos que configuran el modelo imagi
nario colombino se expresan veladamente y por primera vez
las estructuras ideológicas profundas que estaban en el origen
de la empresa del descubrimiento de América y que darían for
ma a su desarrollo posterior.
Dejando de lado la mitificación a que pueda haberse visto
sometida la figura de Cristóbal Colón por una tradición crítica
y biográfica bien intencionada pero no particularmente exac
ta, la lectura de los escritos del Almirante revela que éste no fue
precisamente un soñador. Es indudable que poseía una imagi
nación notable, pues de otro modo no habría sido capaz de arti
cular su proyecto ni de llevarlo a cabo. Pero el reconocerle esta \
capacidad no equivale a ignorar el hecho de que ésta no era, en '
el caso de Colón, de carácter desinteresado y poético, sino que
estaba subordinada al propósito de logro de unos intereses mate- f
Cristóbal Colón y la representación... 79
ríales y sociales muy concretos. El concepto mesiánico que tenía
Colón de su empresa, la visión de sí mismo como elegido de
Dios, llamado desde la eternidad a cumplir un destino glorio
so, se completaba en el Almirante con una visión bastante cla
ra de los aspectos estrictamente económicos y empresariales de
su misión67, así como de los beneficios de orden material que
podía esperar de la realización de su destino. Por eso no es sor
prendente que el seductor modelo imaginario del Nuevo Mun
do que abstrajo Colón de sus lecturas diversas sea, más que el
producto de las divagaciones de un soñador, la expresión sim
bólica del proyecto comercial de un mercader. Los elementos
que lo integran componen una lista de las mercancías más valo
radas en el mercado europeo de la época: Las perlas, el oro,
las piedras preciosas, las sedas, tenían un valor más alto que el
de cualquier otra mercancía, si exceptuamos el que les confe
ría a las especias la extraordinaria demanda. Y la imagen de unas
tierras desconocidas extensísimas, prósperas y habitadas por unas
gentes civilizadas, pacíficas y con una larga tradición de comer
ciar —aparte de duplicar la representación de Asia creada por
Marco Polo en el relato de sus Viajes— respondía a unas nece
sidades comerciales y de apertura de mercados que el proyec
to colombino prometía satisfacer. En las anotaciones que escri
bió Colón al margen en su copia de la Imago Mundi y de los
Viajes de Marco Polo iba anotando precisamente, de acuerdo
con un criterio de selección que correspondía a esas necesida
des, los primeros elementos de aquel modelo imaginario que
se impondría en los procesos de identificación errónea que el
Almirante iría narrando a lo largo de sus cuatro viajes.
Pero si bien el modelo expresaba unas estructuras ideoló
gicas de comerciante europeo, el marco comercial de la empre
80 Beatriz Pastor
sa de descubrimiento proyectada por Colón no se circunscri
bía a él. En el momento en que Colón consiguió que los reyes
apoyaran su proyecto de exploración suscribió un contrato que
le concedía importantes privilegios pero que le obligaba a deter
minados resultados68. La idea era de Colón, pero su ejecución
se apoyaba sobre el dinero de numerosos inversores. Durante
los primeros años, la empresa de Indias corrió casi exclusiva
mente a cargo de la Corona, aunque invirtieran también en ella
algunos particulares y comerciantes genoveses afincados en el
sur de España. Y sólo cuando el éxito de la empresa pareció
probado se convirtieron los mercaderes castellanos en una fuen
te importante de inversión69. Con todos estos inversores con
trajo Colón, al aceptar de ellos naves y pertrechos, el com
promiso de localizar en las Indias o tierras que descubriera todo
aquello que había prometido encontrar.
La importancia de esta obligación es considerable, e ilu
mina las dos funciones que cumplía la identificación positiva
del Nuevo Mundo con el modelo imaginario colombino de
las tierras e islas del extremo oriental de Asia. La primera es
de índole personal, ya que esta identificación validaba las teo
rías cosmográficas de Colón, demostraba la exactitud de su pro
yecto y de los cálculos e ideas en que se apoyaba y confirma
ba ante los ojos del propio Colón su condición de elegido de
Dios. La segunda es de orden económico, ya que esa identi
ficación positiva justificaba la empresa en términos económi
cos y comerciales, consagrando el prestigio del Almirante ante
sus inversores. No hay que ver pues en la obsesión verifica
dora de Colón solamente un problema de irracionalismo, de
imaginación desbordante, de rigidez o de pérdida de contac
to con la realidad. Sin duda, expresaba también la necesidad
Cristóbal Colón y la hhpkiisiíntación... ----------------------81
que tenía el Almirante de cumplir determinados compromi
sos de orden puramente económico. Sólo teniendo este segun
do factor en cuenta es posible aceptar la insistencia con la que
Colón se aferra una y otra vez a identificaciones aparentemente
arbitrarias, sin concluir un excesivo irracionalismo por su par
te. El irracionalisn 10 de Colón y su concepción mesiánica de
su empresa de descubrimiento fueron un factor importante en
la afirmación reiterada de la validez del modelo imaginario
frente a una realidad que lo cuestionaba de forma insoslayable.
Pero sólo un factor, ya que la defensa empecinada de la vali
dez de su modelo imaginario respondía también a necesidades
económicas concretas que comprometían a Colón con sus
inversores a través de una serie de promesas y contratos muy
reales.
Es en el marco conjugado de la ideología mercantil de
Colón y de sus compromisos económicos con la Corona don
de se apoya en última instancia todo un proceso de represen
tación que falsea y distorsiona la realidad americana, y cuyo
objetivo inmediato sería la utilización de cada uno de sus ele
mentos con fines comerciales. El código de representación de
América, por identificación con los modelos literarios de Colón,
se completa, en este segundo aspecto del proceso de ficciona-
lización, con el código de representación de la realidad ame
ricana en función de las necesidades de mercado europeas. Lo
que caracteriza este segundo código es una particular aprehen
sión y reelaboración de la realidad del Nuevo Mundo, que apa
recerá transformada esta vez no sólo según los términos de los
elementos del modelo imaginario colombino, sino de acuerdo
con el catálogo de mercancías que se consideran económica
mente valiosas dentro del contexto de la economía europea.
82 Beatriz Pastor Cristóbal Colón y la representación... 83
Este proceso de instrumentalización de la realidad ameri las fojas a manera de canas y otro de manera de lentisco;
cana que se da dentro de los textos del discurso narrativo colom y asi en un solo árbol de cinco o seis de estas maneras y
bino con lienza con la elaboración del inventario. El orden de todos tan diversos: ni estos son enjeridos, porque se pueda
prioridades en la exploración es siempre el mismo: oro y pie decir que el enjerto lo hace, antes son por los montes.
dras preciosas, especias y, finalmente, todo lo demás. La nece
sidad de hallar oro determina en gran medida toda la trayec Como es frecuente en las descripciones del Almirante, el volun
toria de descubrimiento y exploración del primer viaje, donde tarismo sustituye a la comprobación y Colon explicará que,
Colón va siempre explorando, sin detenerse apenas, en la direc aunque no conoce prácticamente ninguno de los árboles que
ción en que los indígenas le van señalando -o Colón cree que ve, está seguro de que todos son «cosa provechosa»; que, aun
le señalan- la existencia de oro. Lo mismo sucede con las per que no lo ha visto, ha «olido» fuertemente a almizcle; que abun
las en el tercer viaje y con el oro, de nuevo, en el segundo y en da la nuez moscada «sino que no estaban maduras y no se conos-
el cuarto viajes, donde Colón abandona el objetivo inicial y cía», y que, aunque hallaron muchos árboles de almáciga, no
declarado de su viaje -la búsqueda del estrecho que comunica pudieron coger muestras porque «no es agora el tiempo para
los dos océanos-, para regresar a Veragua, donde cree haber cogella porque no cuaja»70.
descubierto indicios importantes de oro que identifica con los Una vez localizados -o mejor: inventados- los dos obje
de la región del Quersoneso Áureo y las minas del rey Salo tivos primordiales del viaje, Colón hace el inventario de todo
món. La necesidad de hallar especias, por otra parte, determi lo demás. Los elementos concretos de la realidad no suscepti
na la transformación, dentro del discurso colombino, de toda bles de ser identificados con metales preciosos y especias se eva
la vegetación americana, de acuerdo con la misma percepción lúan desde dos aspectos económicos: el agrícola y el comercial.
utilitaria que llevaría a Colón a cargar diez quintales de agaves Ambos aspectos se definen y caracterizan de acuerdo con las
sin valor en uno de sus barcos, convencido de que eran lináloe necesidades europeas y no con la naturaleza de la nueva reali
valiosísimo. Cada árbol desconocido —y lo eran casi todos— se dad, de cuya caracterización y descripción Colon elimina todos
carga de potencial imaginario que lo transforma en pimienta, los elementos no aprovechables o transformables desde esa pers
almáciga o clavo; y un árbol, probablemente cubierto de pará pectiva. La utilización agrícola y comercial de las nuevas tierras
sitos diversos, puede convertirse en un ejemplar fantástico: se concretaba en la mente de Colón en dos proyectos: el de la
factoría y el de establecimiento de redes de comercio regular
tenían los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y entre Europa y América.
un ramito es de una manera y otro de otra, y tan disfor En relación con el primer proyecto, Colón evaluará las nue
me que es la mayor maravilla del mundo cuanta es la diver vas tierras como productoras potenciales de productos de inte
sidad de la una manera a la otra, verbigracia: un ramo tenía res europeo, principalmente trigo, viñas, cebada, arroz, almen
84 Beatriz Pastor Cristóbal Colón y la representación... 85
dras y aceitunas. El resultado es la transformación de las tierras establece en el caso de los ríos entre «buenos» y «caudalosos»,
tropicales americanas en vergeles mediterráneos, a través de un y entre «fermosos» y «profundos»73, se prolonga en la caracte
proceso de ficcionalización cuyo resultado no es la representa rización de los puertos en una equivalencia entre «maravillo
ción fiel de América sino la imagen especular de Andalucía o so» y «aprovechable», y entre «perfecto» y «de gran cabida». La
Sicilia (como sucede en el Memorial de Colón a los reyes, de hermosura y perfección de los puertos naturales está en pro
1494) o de la campiña cordobesa o sevillana (como en el Dia porción directa con el número y tipo de naves comerciales que
rio del primer viaje)71. son capaces de albergar. La calificación estética máxima («mara
En relación con el segundo, el establecimiento de rutas villoso») corresponde consecuentemente al que mayor canti
comerciales que permitan el transporte e intercambio de los dad de «carracas» pueda contener74. El uso que hace Colón, en
productos agrícolas y mineros de la factoría con Europa con su representación, de adjetivos de carácter estético no indica
dicionará la forma de descripción del discurso que se aplica a una exaltación lírica ante lá belleza natural del Nuevo Mun
ordenar, seleccionar y caracterizar los elementos naturales de do, aunque este componente pueda estar en ella de forma
las tierras exploradas en función de una estrategia comercial. secundaria. La belleza de los ríos, costas, ensenadas y natura
La mención de las montañas, que relacionaba -dentro del códi leza se subordina en la percepción, y se identifica en el dis
go de representación por identificación con el modelo imagi curso, con sus posibilidades de utilización en relación con cual
nario- las nuevas tierras con las islas fabulosas del Asia orien quiera de los dos proyectos económicos concebidos por Colón.
tal, se integra en el código comercial con una función diferente: El propio Colón hace explícita con claridad la relación entre
señala las dificultades posibles en el establecimiento de las redes caracterización estética y proyecto comercial, la equivalencia
de comunicación y transporte terrestre. Los anchos y pro entre belleza y utilidad, en el contexto de una narración que
fundos ríos que, dentro del primer código de representación, va enumerando las condiciones óptimas de explotación de
relacionaban América con el Asia de los grandes ríos, cuyo ori las nuevas tierras «... fue a una cala ... que la mayor carraca del
gen se encontraba según Pierre d’Ailly en el mismo Paraíso mundo pudiera poner el bordo en tierra, y había un lugar o
Terrenal, consignan en el segundo codigo la viabilidad de la rincón donde podían estar seis navios sin anclas como en una
factoría en un proyecto de explotación agrícola de la tierra y sala. Parecióle que se podía hacer allí una fortaleza a poca cos
la posibilidad de establecer rutas de navegación fluvial para el ta si en algún tiempo en aquella mar de islas resultare un res
comercio con sus productos72. Este significado se completa con cate famoso»75.
la relación de contigüidad en que aparecen constantemente los La parte mas compleja del proceso de instrumentalización
ríos profundos y los puertos de mar. Dentro del contexto del de la realidad que se desarrolla en la representación del Nue
proyecto de utilización comercial de las tierras, cada bahía es vo Mundo que crea Colón en su discurso narrativo corres
evaluada como posible puerto, y la equivalencia que Colón ponde a la caracterización de los indígenas. Es la que culmina
86 Beatriz Pastor
en la transformación del hombre en mercancía. La propuesta
explícita se hace a partir del segundo viaje -más concretamente,
a partir del Memorial que escribió Colón a los reyes el 30 de
enero de 1494-", pero las bases, percepción e ideología que
subyacen en esta propuesta son bastante evidentes desde el
12 de octubre de 1492. No hay ningún cambio cualitativo
entre la percepción que tiene Colón de la realidad humana del
Nuevo Mundo a los pocos días del descubrimiento y la que se
expresa en la Carta de Jamaica de 1503. S. E. Morison, que
presenta en su biografía del Almirante una caracterización muy
positiva del personaje, se ve obligado a admitir este hecho a la
vista de la evidencia documental: «Incluso el humanitarismo
del Almirante parece haber obedecido a un motivo exclusiva
mente político y haber sido un medio hacia la esclavización
y explotación posteriores ... Está claro, a Invista de las últimas
frases del Diario de Colón correspondientes al 12 de octu
bre, que el mismo día del descubrirhiento se le ocurrió ya la
relativa facilidad con la que aquellas gentes podían ser esclavi
zadas»76. Las frases a las que se refiere Morison corresponden
con toda probabilidad a la entrada fechada el 14 de octubre
donde Colón dice textualmente: «vuestras altezas cuando man
daren puedenlos todos llevar a Castilla o tenellos en la misma
isla captivos porque con cincuenta hombres los tema a todos
sojuzgados y les hará hacer todo lo que quisiere». Lo que suce
dió fue que el desarrollo del segundo viaje, con la ausencia de
éxitos tangibles que lo caracterizó -especialmente por la inca
pacidad del Almirante de confirmar cualquiera de las prome
sas de hallazgos de riquezas que había hecho con gran opti
mismo en la carta a Santángel-, obligó a Colón a plasmar su
percepción de los indígenas en la primera formulación explí
Cristóbal Colón y la representación... ----------------------87
cita de una propuesta comercial —la trata de esclavos— que debía
compensar a los inversores de los gastos que no serían cubier
tos con oro, piedras preciosas o especias.
El proceso de caracterización del habitante del Nuevo Mun
do se apoya, dentro del discurso colombino, en tres códigos
de representación fundamentales: El código de identificación,
el de evangelización y el mercantil. El primero y el tercero son
comunes a la caracterización de todos los aspectos de la realidad,
cuya representación articulan en relación con el modelo imagi
nario (código 1) y con el proyecto de explotación comercial
(código 3) respectivamente. El código de evangelización o cris
tianización (código 2) se refiere únicamente a la representa
ción del hombre. La relación entre estos tres códigos en el pro
ceso de caracterización del hombre americano no es estable sino
que varía de acuerdo con las distintas fases del proceso. En la
primera fase del descubrimiento se da un predominio del códi
go de identificación sobre los demás. Este predominio conclu
ye hacia mitad del primer viaje para volverse a actualizar, tran
sitoriamente, en la descripción de los habitantes de las regiones
que Colón supone próximas al Paraíso Terrenal, en el tercer via
je, y, finalmente, reaparecer en la descripción de oídas que hace
el Almirante de los habitantes del interior de Ciguare y Vera
gua. En la segunda fase, que se inicia al cancelarse el primer códi
go de representación ante la evidencia del primitivismo de los
indígenas pocos días después del descubrimiento, se da simultá
neamente la representación y caracterización de los indígenas de
acuerdo con los códigos 2 y 3, aunque el 3 se subordina siem
pre de forma más o menos explícita al 2, que funciona como
justificación de la propuesta comercial. En la última fase, que se
va afirmando muy paulatinamente a partir de la formulación del
88 Beatriz Pastor
Memorial a los reyes, de enero de 1494 hasta las descarnadas
propuestas de la Carta de Jamaica, la caracterización del indíge
na aparece reducida a los elementos del código 3, o de repre
sentación mercantil. En el desarrollo que va de la primera fase a
la última se da, dentro del discurso colombino, un proceso de
transformación de la realidad humana del Nuevo Mundo cuyo
resultado final será la metamorfosis del hombre en cosa, pasando
por una primera metamorfosis del hombre en bestia.
La primera fase es la más corta: La presencia irreductible
y difícilmente mitificable de los tainos que encontró Colón des
de el día 12 de octubre hizo imposible, ya en los prirncros días
que siguieron al descubrimiento, su identificación con el mode
lo de habitante descrito en los relatos de Marco Polo. Paradó
jicamente, el referente de esta primera representación que hace
Colón del hombre americano en su Diario es precisamente el
de los habitantes civilizados del relato de Marco Polo. Pero la
caracterización que hace Colón invierte sistemáticamente los
términos del modelo de Marco Polo, confirmando así la vigen
cia implícita del código de identificación con los modelos.
Los rasgos de esta primera caracterización que el Almiran
te crea en su Diario del primer viaje son: desnudos / pobres /
sin armas / generosos / no agresivos / cobardes. Cada uno de es
tos rasgos supone la inversión de uno de los rasgos centrales de
la caracterización de los habitantes del Asia oriental que apare
cía en los relatos de Marco Polo. Lo interesante es la manera
en que Colón agrupa estos rasgos «negativos» para constituir un
tipo humano que revela mucho más sobre la ideología del Almi
rante que sobre la verdadera identidad de los tainos. La suma
de las tres primeras inversiones de los rasgos del modelo de Mar
co Polo (la desnudez, la falta de armas y la pobreza) sustenta
Cristóbal Colón y la representación... 89
el primer juicio de Colón sobre el hombre americano. La con
clusión que extrae ante esa primera percepción del indígena,
que lo reduce a los tres elementos citados, corresponde a la
entrada del 12 de octubre. En ella declara Colón escuetamen
te que «ellos deben ser buenos servidores»77. El cuarto rasgo (la
generosidad) aparece dentro del contexto del código 1 como
otra cualidad negativa o como falta en relación con el modelo
porque, desde la perspectiva de Colón, el desconocimiento que
muestra el hombre americano del comercio y de sus leyes equi
vale a la ausencia de civilización. Por otra parte, el desarrollo
del desplazamiento semántico, por el cual la generosidad se aca
bará transformando en un signo de bestialidad, es mucho más
paulatino que el ejemplo de la conclusión anterior. El día 17
de octubre dice Colón que «estos daban de lo que tenían por
cualquier cosa que les dieren»; el 3 de diciembre, afirma que
«de lo que tienen luego lo dan por cualquiera cosa que les den,
sin decir ques poco y creo que así harían de la especiería y del
oro si lo tuvieran»; el 21 de diciembre, relata: «nos traían cuan
to en el mundo tenían ... y todo con un corazón tan largo que
era maravilla, y no se diga que porque lo que daban valía poco
que por eso lo daban liberalmente —dice el Almirante— por
que lo mismo hacían y tan liberalmente los que daban pedazos
de oro como los que daban la calabaza de agua»; el Almirante
«no puede creer que hombre haya visto gente de tan buenos
corazones y tan francos para dar». Pero, ya en la carta a Luis de
Santángel, Colón formula en pocas palabras la opinión real que
le merece tal generosidad en una doble conclusión devastado
ra: «daban lo que tenían con un amor maravilloso», dice el Almi
rante; y casi lado por lado con esta afirmación, añade: «daban
lo que tenían como bestias»78.
90 Beatriz Pastor
Los tres primeros rasgos de la caracterización de los indí
genas según el código 1 (desnudez, pobreza y falta de armas) los
definían como sal luyes y siervos. El cuarto rasgo (la generosidad)
los califica como bestias, por su incapacidad de comerciar de
acuerdo con las leyes de intercambio del mundo occidental. La
suma de los rasgos restantes de la caracterización dentro de este
primer código (sin armas, no agresivos, mansos, hospitalarios)
componen el último elemento central de esta primera caracte
rización del hombre americano. «No traen armas ni las cono
cen», dice Colón de los tainos el día 12 de octubre; «era bue
na gente y no hacían mal a nadie» anota el 1 de noviembre; «...
no puede haber mejor gente ni más mansa ... todos de muy sin
gularísimo tracto amoroso y habla dulce» añade el 24 de diciem
bre. La conclusión del Almirante ante tanta dulzura e indefen
sión no se hace esperar. Ya el 14 de octubre les había señalado
a los reyes la gran facilidad con la que podían esclavizar a la
población del Caribe, asegurándoles que con 50 hombres sola
mente los podrían sojuzgar a todos y hacerles hacer «todo lo
que quisiere». El 3 de diciembre insistirá de forma todavía mas
explícita sobre la misma idea: «... que 10 hombres hagan huir
a 10.000; tan cobardes y medrosos son que ni traen armas, sal
vo unas varas y en el cabo dellas un palillo agudo tostado».
El primer retrato del hombre americano, tal como emer
ge en el contexto del primer código de representación, está
completo. Es indefenso, salvaje y cobarde, y, para Colón, su
función ya está claramente determinada. No se trata de comer
ciar con él, como hizo Marco Polo con los habitantes de los
reinos remotos del gran kan, sino de despojarlos de sus rique
zas y de utilizarlos como siervos, ya que ésta es la única función
para la cual el hombre americano le parece dotado al Almiran-
Cristóbal Colón y la representación... 91
te, pues «son gente de amor y sin cudicia y convenibles para
toda cosa», según éste afirma el 25 de diciembre. Y esta visión
del indígena se mantendrá hasta el final del cuarto viaje. En la
Carta de Jamaica dirá Colón: «Yo vide en esta tierra de Vera
gua mayor señal de oro en dos primeros días que en la Espa
ñola en cuatro años, que las tierras de la comarca no pueden ser
más fermosas ni más labradas ni la gente más cobarde...». Has
ta el último momento del discurso colombino, el inventario del
botín irá seguido de la luz verde que implicaba para Colón -y
para todos los demás descubridores— la falta de agresividad
y la hospitalidad del indígena.
El retrato del hombre americano de acuerdo con el primer
código de representación contiene una definición explícita de
salvaje como suma de tres cualidades: indefensión (desnudos)/no
agresividad (sin armas)/no comerciante (generoso); y simultá
neamente, este retrato constituye un resumen implícito de los
rasgos que definen, para un hombre de la ideología de Colón,
lo que es un hombre civilizado. Estos rasgos son, fundamen
talmente, dos: comerciante y agresivo. La incapacidad o falta de
deseo de comerciar equivale, dentro del contexto del discurso
colombino, a la pérdida de humanidad, ya que en él se equi
para explícitamente al hombre no comerciante con la bestia79.
Inversamente, la posesión de esta facultad y voluntad de comer
ciar define al hombre como hombre y como civilizado. En
cuanto a la agresividad, se presenta a lo largo del discurso como
el segundo elemento que confiere al hombre el carácter de civi
lizado. Por ejemplo, en la equivalencia entre agresividad e inge
nio, que se establece en la entrada del Diario correspondiente
al 5 de diciembre, donde el Almirante se refiere a los ataques
que los habitantes de la Española infligían a los de Cuba, en
92 Beatriz Pastor
estos términos: «debían tener más astucia y mejor ingenio los de
aquella isla de Bohío para los captivar quellos, porque eran muy
flacos de corazón». O en la equivalencia entre armas y razón
que establece el Almirante cuando escribe el viernes 23 de
noviembre: «mas que pues eran armados sería gente de razón».
A la caracterización del hombre americano dentro de las
coordenadas del primer código, por inversión de los rasgos del
modelo imaginario, sucede muy pronto la que emerge paula
tinamente de un segundo código: el de evangelización. Así
como el código de identificación se articulaba en torno al pri
mer objetivo declarado del proyecto colombino (el descubrí- ■:
miento de las tierras de Asia oriental), éste se articula sobre el
segundo objetivo: la propagación de la fe y la conversión de los
infieles a la religión cristiana. La caracterización de/íos indíge- >
ñas dentro de este código refuerza la anterior en dos puntos: el i
carácter primitivo y salvaje de los habitantes de América, con- ’
cretado en la ausencia de cualquier tipo de religión -«sin nin- :
guna secta» como dirá el Almirante—, y la docilidad que los hace
fácilmente cristianizables y manipuladles80.
Pero lo verdaderamente interesante de este segundo códi
go de representación es que sirve de puente a las propuestas
comerciales que Colón desarrollará hasta sus últimas conse
cuencias de forma muy explícita en el código 3, el de repre
sentación mercantil. Así, la primera propuesta de esclavitud que
les hace Colón a los reyes aparece justificada por el proyecto
de evangelización: Algunos hombres, razona el Almirante, son
idólatras y tienen costumbres bestiales, y la mayoría de ellos no
conocen «la lengua». Se facilitaría, pues, la tarea de propagación
de la fe si se los enviara como esclavos a Castilla, donde «apren
derían la lengua» y, con ella, las enseñanzas de la santa fe: «qui
Cristóbal Colón y la representación... 93
tarse hian de aquella inhumana costumbre que tienen de comer
hombres... muy mas presto rescibirían el bautismo»81. Esta pro
puesta se encuentra en el Memorial de Colón a los reyes del 30
de enero de 1494, pero la vinculación entre cristianización y
provecho no es nueva. Ya el 12 de noviembre decía Colón lo
siguiente:
Así que deben Vuestras Altezas determinarse a los hacer cris
tianos que si comienzan, en poco tiempo acabarán de los
haber convertido a Nuestra Santa Fe multidumbre de pue
blos y cobrando grandes señoríos y riquezas ... porque sin duda es
en esta tierra grandísimas suma de oro ... y también ha piedras y
ha perlas preciosas y infinita especiería32.
Los elementos del párrafo anterior enlazan inequívocamente la
caracterización del código de evangelización con la del código
mercantil. Porque las mismas cualidades que definen al hombre
como objeto idóneo de cristianización (su primitivismo y su
indefensión), confirman su condición de ser dominable y uti
lizadle. Estos dos aspectos se complementan y preparan el terre
no para la caracterización del código mercantil que culminará
en la transformación del hombre en mercancía. El eje de articula
ción de este tercer código de representación lo constituye el ter
cer gran objetivo declarado del proyecto colombino inicial: la
ganancia material. Dentro de él, la percepción y caracterización
de la realidad americana como almacén de productos aprove
chables para el mercado europeo culmina lógicamente en la per
cepción y caracterización del hombre americano como mer
cancía deshumanizada83. Esta última caracterización del hombre
es muy gradual y se desarrolla a través de una serie de transfor-
94 ■-... -... —------------------------------- Beatriz Pastor
mariones y dcspliiZíunientos semánticos que culminan en el esta
blecimiento de una serie de equivalencias fundamentales. La pri
mera de estíiN equivalencias se encuentra en el Diario del primer
viaje, en la entrada correspondiente al 12 de noviembre. En ella
refiere Colón que «trujeron siete cabezas de mujeres entre chi
cas y grandes» (en la época, como ahora, el término «cabeza» no
se aplicaba a las personas, sino al ganado). La equivalencia entre
mujeres y ganado enlazará directamente con la que se da en otros
términos dentro de la Carta a Santángel, donde el Almirante
identifica explícitamente hombres y bestias**. En la carta que escri-
be Colón a los reyes a fines de 1495 vuelve a insistir en esta equi-
valencia fundamental entre indígena y bestia con otras'palabras. j
Esta vez habla de «levar esclavos a mil y quinientos maravedís la j
pieza». De nuevo usa el Almirante —como señalará agudamen- |
te Las Casas- un término que reduce implícitamente a los habi- |
tantes del Nuevo Mundo a la categoría de bestias; «como si fue- |
ran piezas como él los llama, o cabezas de cabra», criticará Las 1
Casas85. 1
La segunda equivalencia fundamental que va a ir desarro- J
liando Colón dentro de este tercer código de representación es /x
la que existe para él entre indígena y cosa. Dice, por ejemplo, en |
la misma carta a los reyes de 1495: «Así aquí hay esclavos e bra-
sil que parece cosa viva ... no falta para haber la renta que arri- |
ba dije sino que vengan navios muchos para llevar estas cosas |
que dije». Los indígenas se equiparan con el brasil, transfor- j
mándese en objetos al reducirse como aquél a su condición de ¡ í
mercancía. La caracterización del hombre americano en tér- ;
minos no humanos expresa, además de la ideología y percep
ción colombinas, una estrategia comercial. Se relaciona sin duda )
con uno de los problemas que tiene que resolver Colón al hacer
Cristóbal Colón y la representación... 95
le su propuesta de trata de esclavos a la muy católica reina Isa
bel: el de la justificación ética y moral de vender a los indíge
nas en lugar —o además— de cristianizarlos. El razonamiento del
Almirante en relación con este engorroso problema se apoya
en dos puntos. El primero es la pretendida subordinación de la
esclavización a la cristianización, tal como se expresa en el
Memorial de 1494. En este documento, el vender a los indí
genas como esclavos se presenta como un medio para que «apren
dan a fablar» y «olviden costumbres bestiales», y, con ellas, el
pecado en el que viven. El segundo punto de apoyo de la argu
mentación colombina en defensa de su proyecto de trata de
esclavos será la articulación de una caracterización de los mis
mos que los priva implícita o explícitamente de cualquier for
ma de humanidad. Si los habitantes del Nuevo Mundo son bes
tias, si son cosas, no hay problema en reducirlos a la condición
de mercancía y comerciar con ellos como con cualquier otro
producto de los que brindan las nuevas tierras86.
La caracterización del hombre como mercancía tiene dos
momentos. El primero es implícito y se centra en la equiva
lencia entre indígena y servidor que formula Colón en la entra
da correspondiente al día 13 de octubre del Diario del primer
viaje, y en la de indígena y esclavo que encontramos por pri
mera vez en la Carta a Santángel, acompañada de su corres
pondiente justificación religiosa: «esclavos cuantos mandaren
cargar, e serán de los idólatras», dice Colón en medio de su deta
llado inventario de mercancías87. El segundo momento es explí
cito y aparece por primera vez en el Memorial de Colón a los
reyes, de enero de 1494, donde Colón habla de «la carga y des
carga de toda la mercaduría» y de «la mercaduría de esclavos»,
formulando ya con absoluta claridad su reducción del hombre
96 Beatriz Pastor
americano a la categoría de objeto válido para el comercio88.
Una vez definido como mercancía el hombre americano, Colón
pasa a evaluar su precio posible dentro del mercado europeo,
y, al comparar su «producto» americano con el de otros paí
ses, decide que la comparación es favorable al primero y que,
en relación con los esclavos guineanos, «uno de estos vale por
tres según se ve». Acto seguido, se refiere el Almirante al últi
mo factor económico que determinará el valor de su mercan
cía: la demanda de esclavos que hay en el mercado occiden
tal, y concluye que «en Castilla, Portugal y Aragón, Italia y
Secilia y las islas de Portugal, de Aragón y las Canarias gastan
muchos esclavos, y creo que de Guinea ya no vjénen tantos».
En vista de la calidad de la mercancía y de la demanda existente,
Colón decide que va a poder venderlos a «mil quinientos mara
vedís la pieza»89, lo cual constituye un magnífico negocio para
él, sus inversores y la Corona.
El proceso de caracterización del hombre americano como
mercancía, que articula el tercer código de representación, se
cierra con la evaluación material del producto y con la propuesta
de inserción, planeada hasta el detalle, de ese indígena trans
formado en cosa en el marco comercial del mercado europeo.
★★
A lo largo del análisis de los distintos procesos de deformación
a que se ve sometida la realidad americana en el contexto del
discurso narrativo de Cristóbal Colón, he ido utilizando el tér
mino ficciorialización para calificar la suma de estos procesos. La
calificación no es arbitraria, puesto que la caracterización de la
realidad americana, tal como se da en los tres códigos de repre
Cristóbal Colón y la representación... 97
sentación fundamentales del discurso colombino, tiene como
resultado una creación verbal mucho más próxima a la ficción
que a la realidad que pretende fielmente representar.
En sus diarios y cartas, el Almirante afirma descubrir cuan
do verifica, pretende desvelar cuando encubre y describir cuan
do inventa. Dentro de unas coordenadas que determinan la fun
ción ñccionalizadora del discurso centrada en la necesidad
personal y social que tiene el narrador de identificar América
con sus modelos previos, por una parte, y de caracterizarla en
función de las necesidades y expectativas del mercado europeo,
por otra, Cristóbal Colón utiliza unas técnicas de descripción
y caracterización cuyo resultado es la sustitución de la reali
dad americana por una ficción que expresa los sueños de rea
lización personal y económica del Almirante. El uso sistemá
tico de un proceso de selección que excluye todo lo que no
interesa y reduce la realidad descubierta a los elementos de inte
rés comercial para Europa se conjuga con la sustitución siste
mática y voluntarista de «lo que es» por «lo que se quiere que
sea», para completarse con la afirmación de una serie de equi
valencias que, ligando el modo de representación a una ideo
logía que transciende los límites del personaje, equipara defi
nitivamente la identidad de todos los aspectos de la realidad del
Nuevo Mundo a la función de mercancías que pretende impo
nérseles de acuerdo con las necesidades del mercado occiden
tal. El resultado de estas técnicas de narración y de caracteri
zación es una ficcionalización de la realidad americana que
emerge, en la representación verbal articulada por Colón en su
discurso, profundamente transformada.
El hecho de que los criterios de transformación de esa rea
lidad no sean fundamentalmente estéticos no disminuye el carác
98 Beatriz Pastor
ter ficcional del resultado. Colón transforma subjetivamente la
realidad americana en la representación verbal de la misma que
constituye su discurso adecuándola a un modelo que se articu
la simultáneamente sobre una tradición literaria previa: Ailly,
Eneas Silvio y Marco Polo, principalmente; una estructura ima
ginaria personal: la que Colón elabora apoyándose en sus lec
turas; y unas necesidades económicas e ideológicas concretas:
las de la Europa expansionista del siglo xv y XVI. Los tres ejes
de ficcionalización no se suceden ni excluyen dentro del dis
curso, sino que es precisamente la dialéctica de su relación lo
que configura la estructura ficcional de la narración/que arti
culan. La forma del discurso y la naturaleza de la tránsforma-
7 I
ción de la realidad proyectan una imagen del Nueyo Mundo
que constituye la base imaginaria sobre la cual se desarrolló el
proceso de depredación, explotación y degradación que Las
Casas llamaría «la destrucción de las Indias» sin dramatizar en
absoluto sobre su verdadero alcance y significado. Pero sería
erróneo ver en esta imagen degradada del Nuevo Mundo sólo
el resultado de una imaginación particularmente perversa, la de
Colón. Colón era un hombre de su tiempo. Su formulación
del modelo de percepción del Nuevo Mundo era coherente
con las estructuras ideológicas fundamentales de la cultura expan
sionista y depredadora de la Europa de la época. Si algo llama
la atención al comparar su narración y representación verbal de
América con los relatos de sus compañeros es, tal vez, una mayor
sensibilidad del Almirante. El retrato de los tainos que nos da
Colón es, pese a todo, bastante menos destructor e insultante
que los que encontramos en las narraciones del Dr. Chanca o
de Michele de Cuneo. La admiración ante la belleza de la natu
raleza tropical, que resuena con sinceridad en unas pocas des
Cristóbal Colón y la representación... 99
cripciones colombinas, está totalmente ausente de los relatos de
Cuneo y Chanca, e incluso de los de Diego Méndez90. Colón
era un comerciante europeo de fines del siglo XV, si algo, más
imaginativo y tolerante que la mayoría. Él se sabía coherente
con la ideología dominante, y de ahí su desesperación cuando
esta misma sociedad, cuyos supuestos ideológicos se limitaba a
llevar a la práctica, lo marginó. La profunda desesperación y
la soledad devastadora que se expresan en algunos pasajes de la
Lettera Rarissima deben comprenderse a la luz de esta aparente
contradicción.
Cuestionado por sus inversores al regreso del segundo vía-
je, humillado por su encarcelamiento del final del tercero, des-
g prestigiado por una gestión de gobierno que los Bobadillas que
§ 0 irán a sustituirle ejecutarían con menos escrúpulos que él, Colón,
íi 2 que no parecía comprender que todo esto no eran más que
g estrategias de un poder absoluto que no se quería compartido,
íj ® igualaría al final de su cuarto viaje su trayectoria con el fracaso
¿ y su marginación con la espera de la muerte. En julio de 1503
? escribe así desde Jamaica:
Yo estoy tan perdido como dije: yo he llorado fasta aquí
a otros: haya misericordia agora el Cielo e llore por mi la
tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para
el oferta; en el espiritual he parado aquí en las Indias en la
forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguar
dando cada día por la muerte, y cercado de un cuento de
salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan
apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que
se olvidará desta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore
por mí quien tiene caridad, verdad y justicia91.
100-------------------------------------------------------- Beatriz Pastor
El aislamiento del Almirante en aquel destierro suyo de la isla
de Jamaica, en el que culminó abiertamente todo el proceso de
cuestionamiento y desprestigio de Colón que se inició muy
paulatinamente ya desde el regreso de su segundo viaje de des
cubrimiento, expresa su marginación creciente dentro del con
texto político y social de la España de su época.
Y, sin embargo, la percepción de la realidad del Nuevo
Mundo que Cristóbal Colón articuló en su discurso narrativo
se adecuaba perfectamente a la ideología dominante y, lejos de
ser descartada con él, se iría reafirmando en el desarrollo pos
terior de la conquista y colonización de América, siij que —con
la muy notable excepción de Las Casas y unos poclps disiden
tes más- hubiera quien denunciara su significado e implicacio- j
nes profundas en relación con la sucesión de explotaciones y
abusos inseparables de lo que vino a llamarse —en la versión ofi
cial de la Historia— el «proceso de civilización de América».