Nombres de materiales en el Renacimiento
Nombres de materiales en el Renacimiento
Ernst H. Gombrich, Ensayos y conversaciones, Buenos Aires, Editorial Edhasa, págs. 79-103.
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El Renacimiento como Recuperación
Se acepta en general que el hombre que fue el principal responsable de la proclamación de
este renacer, o de la necesidad de un renacer, fue Francesco Petrarca. Nació en 1304, murió
en 1374. Como sabrán, fue un italiano que vivió gran parte de su vida en Francia. Tuvo que
vivir en Aviñón debido al cautiverio babilónico de la Iglesia Romana, y seguramente el
sentimiento de insatisfacción, el anhelo de una renovación de Italia tuvieron mucho que
ver, entre otras cosas, con ese golpe contra el orgullo romano: que la Iglesia Romana ya no
estuviera situada en Roma. Porque Petrarca (como lo llamamos) consideraba que la
historia, toda la historia, era una alabanza de Roma. Como heredero de la gran tradición
imperial, heredero de la alabanza de los conquistadores del mundo, debía ver la sede del
poder transferida a Francia, y sin duda ése fue uno de los motivos que le hicieron anhelar
un retorno, en todos los sentidos del término. Pero en primer lugar Petrarca era un poeta.
Era un poeta con un maravilloso oído para la lengua –para la belleza de la lengua, la
belleza del latín así como la belleza del italiano– y para la precisión y la elocuencia. Le
disgustaba y despreciaba la jergosa terminología técnica que se empleaba en las
universidades. No sólo anhelaba un nuevo nacimiento del poder y la gloria de Roma, sino
de la bella lengua de Virgilio, de Horacio y de Cicerón. En 1338 él mismo comenzó un
poema en hexámetros latinos llamado África, sobre Escipión el Africano, y en los primeros
de esta épica se dirige a su propio poema empleando los términos a los que haré
referencia: “Pero si tú [refiriéndose al poema], como mi mente espera y desea, sigues vivo
mucho después que yo, nos aguardan tiempos mejores. El sueño del olvido no persistirá
en todos los años futuros. Una vez que la oscuridad se haya acabado, quizá nuestros
descendientes puedan retornar al brillo puro y prístino”. 2
Este “retorno al brillo puro y prístino” que Petrarca anhelaba podría interpretarse en
términos tanto religiosos como seculares. El mundo estaba corrompido, deteriorado por
una tradición de mala calidad, y era necesario recuperar lo que se había perdido en la
tenebrae, en la oscuridad, en el medium aevum, la Edad Media.
Había razones sólidas para el reclamo y el anhelo de Petrarca. Sabía perfectamente bien
que muchos de los autores clásicos que tanto admiraba, en caso de que llegaran a ser
accesibles, no lo eran fácilmente a través de sus manuscritos. Sus amigos los buscaban con
empeño, y él mismo descubrió nuevas cartas de Cicerón y nuevas Décadas de Livio.
Comenzó la moda de recuperar autores de la antigüedad cuyas obras se habían perdido o
se hallaban extraviadas en las bibliotecas monásticas. Al mismo tiempo que estudiaba el
bello estilo de estos autores antiguos que tanto admiraba, tenía conciencia de que algunos
de los valores y gran parte del conocimiento que poseían también se habían perdido. En
particular, por supuesto, el conocimiento del griego. Los autores antiguos constantemente
hacen referencia a Homero, a Platón y a otros. Petrarca, que intentó aprender griego y se
contactó con especialistas bizantinos, nunca consiguió aprenderlo, pero era muy
consciente de la necesidad de recuperar lo que manifiestamente estaba perdido para
Occidente… es decir, la capacidad de leer griego. No quiero dar la impresión de que nadie
2
en el Occidente latino había leído griego en lo que hoy aún llamamos la Edad Media, pero
había muy pocas oportunidades de aprender esa lengua.
Ahora bien, este nuevo énfasis en la belleza del estilo de los antiguos, en el conocimiento
que se había perdido y que debía recuperarse, estuvo desde el principio asociado a la idea
de “edades”. El origen de la idea de que hay diferentes “edades”, períodos, en la historia se
remonta a una idea mítica –la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Hierro, etcétera– y
a la esperanza del retorno de la Edad de Oro que fue consagrada en uno de los más
famosos poemas antiguos, la Cuarta Égloga de Virgilio, que había profetizado que el reino
de Saturno regresaría una vez más –redeunt Saturnia regna– y que había esperado que con
el retorno de la Edad de Oro la civilización renaciera. En esto había una nueva fe en lo que
vendría, algo que purificaría la adulteración del pasado para empezar de nuevo, y el
principal blanco de la crítica –y es interesante con respecto a la situación en nuestros días–
eran el sistema educativo y las universidades. ¿Qué demonios habían estado haciendo, y
qué estaban haciendo ahora al permitir que estos grandes tesoros de la antigüedad fueran
tan gravemente descuidados?
Hoy cuando hablamos de las materias de las artes y de las materias de las ciencias, y del
supuesto conflicto entre ambas, de alguna manera aún nos hacemos eco de esta división
entre los que se interesan en las formas de expresión elegante y los que se interesan en el
conocimiento más que en la opinión. Así es como se consideraba a las ciencias
matemáticas en ese entonces. Se ha dicho, y es correcto, que en las universidades del
Renacimiento había una rebelión del Trivium contra el Quadrivium; una rebelión de los
que se interesaban en el lenguaje y ya no querían tener un papel secundario porque las
cátedras de las universidades se dividían según principios muy distintos. Según la carrera
que se quisiera seguir –derecho, medicina, teología–, había un lenguaje muy técnico y
libros de texto técnicos consagrados a cada una de ellas. Y los que querían enseñar retórica
3
y las otras materias preguntaban: “¿Y a nosotros cuándo nos toca? Estos fueron los que
llegaron a conocerse como umanisti… lo que llamamos “humanistas”. Se trataba de
hombres que exaltaban la importancia del lenguaje. En la vida real muchos eran
diplomáticos, secretarios, estudiosos, gente en cuyas carreras era muy importante la
facilidad para escribir una buena carta o pronunciar un discurso impactante. Muy a
menudo no eran teólogos, sino laicos. Y sin embargo es totalmente engañoso pensar el
“humanismo” como un movimiento que reaccionó contra la Iglesia Romana. El término
“humanismo”, a diferencia de umanista, es una invención del siglo XIX, y veremos que el
siglo XIX tendía a exagerar por completo la oposición entre el Renacimiento y los
llamados siglos cristianos.
Los humanistas también afirmaban que en el pasado había habido una muy mala tradición
de aprendizaje, y se concentraron ante todo en cultivar el estudio de los autores de la
antigüedad y su propio estilo. Hay un diálogo escrito por Leonardo Bruni a principios del
siglo XV en el que un amigo le preguntó a un humanista, un comerciante y aficionado
llamado Nicolò Niccoli, por qué no participaba de ninguno de los debates que habían sido
tan apreciados en la Edad Media. Él replicó: “Si al menos tuviésemos los libros que
contienen la sabiduría. Si al menos nuestros ancestros no hubieran sido tan ignorantes.
Hasta los textos de los libros que aún existen están tan corrompidos que no pueden
enseñarnos nada. ¡Qué tiempo es este en que la gente promete enseñar lo que
evidentemente ni ella misma sabe! Cuando abren la boca más que pronunciar palabras
enuncian solecismos. Si les preguntan cuál es la autoridad que invocan, dirán Aristóteles,
pero los libros a los que hacen referencia son de un estilo tan tosco, inepto y disonante que
no es posible prestarles atención, y no puede tratarse del verdadero Aristóteles. Ni él
mismo se reconocería con ese aspecto”. 3
La actitud de las jóvenes generaciones hacia los profesores universitarios tradicionales era
ésa. En 1397, a finales de siglo, escuchamos un reclamo contra esta brigata, los jóvenes que
se consideraban superiores. Con el fin de parecer eruditos ante el hombre común, gritan
en la plaza pública, discutiendo cuántos diptongos existen en la lengua de los antiguos, y
por qué hoy el anapesto de cuatro pies métricos breves no se utiliza más. Y pierden todo
su tiempo en estas fantásticas especulaciones. 4 Pero la afirmación de que perdían el
tiempo pronto dejó de ser sostenible. Al menos los que estudiaban a estos hombres
gradualmente reconocieron que algo había sido redescubierto. El mismo Bruni fue
elogiado por haber encontrado de nuevo “la antigua fluidez de estilo”. 5 Esa fluidez de
estilo es lo que estos hombres apreciaban y lo que realmente recuperaron. Muy poca
gente, demasiado poca, me parece, se dedica hoy en día a leer latín humanista. Pero los
que sí lo hacen sabrán que de hecho la lengua tiene una bella fluidez. Por momentos se
vuelve más elegante que sustancial, pero la necesidad, o la sensación, de que ahí hay algo
que recuperar se propaga desde Italia hacia el norte y más allá de los Alpes, y esto es lo
que quiero demostrarles ya que están particularmente interesados en cómo el
Renacimiento llegó a Inglaterra. Primero cruzó los Alpes como un movimiento
universitario a favor de una reforma de la educación. (…)
4
En el norte se observa un choque mucho más obvio entre las tradiciones de la Edad Media
y los cursos universitarios y quienes habían aprendido las nuevas ideas en Italia, luego de
que el movimiento iniciado por Petrarca tomara impulso. En 1515 estos jóvenes
impetuosos, que se autodenominaban poetae –los poetas– a diferencia de los hombres
instruidos, cometieron un fraude maravilloso. Publicaron un libro llamado Epistolae
Obscurorum Virorum, las Cartas de hombres oscuros. Estas cartas fingían, o pretendían,
ser cartas de profesores universitarios conservadores que se quejaban entre ellos del
espantoso movimiento que los había privado de su prestigio. Sólo puedo leerles la
traducción de una de estas cartas, o un extracto de ella, para que tengan una impresión de
esta sátira que debe de haber tenido gran parte de verdad y probablemente se haga eco del
tono de quienes realmente reprobaban tanto a los poetae.
No hace falta decir que están deliberadamente escritas en un atroz latín que no puedo
imitar: “Creo que estos poetas tienen el diablo en el cuerpo. Destruyen todas las
universidades, y me enteré por un magister de Leipzig que enseñó ahí durante treinta y
seis años y que me dijo que cuando era joven la universidad se encontraba en buen estado
pues entre veinte mil estudiantes no había un solo poeta, y era un escándalo que un
estudiante fuera a la plaza del mercado sin Petrus Hispanus o la Parva Logicalia bajo el
brazo. Y cuando veían un magister se aterraban como si hubieran visto al diablo… En esa
época la universidad prosperaba de verdad, y si alguno de ellos confesaba que
secretamente había asistido a una clase sobre Virgilio el sacerdote imponía un duro
castigo… ¡Ay, si las cosas siguieran siendo así en la universidad! Ahora, de veinte
estudiantes, apenas uno quiere obtener un título, y los demás sólo quieren estudiar
humanidades. Y si el magister da clase no tiene público, pero en las clases de los poetas
hay tanto público que parece un milagro. Y debemos rogar a Dios que todos los poetas
mueran, pues ¿no es mejor que unos pocos poetas mueran antes que todas las
universidades perezcan?” 6
Puede ser útil exponer esto en forma esquemática: Antigüedad clásica + Edad de las
tinieblas – Recuperación + 1300-1400
Lo primero que hay que notar en este esquema es que el problema de cuándo había
sucedido esta recuperación no era muy importante, pero el acontecimiento se situaba entre
1300 y 1400. En segundo lugar, y más importante, se veía la recuperación como algo
estático. Las artes simplemente habían revivido, así como reviven las plantas.
La metáfora orgánica que está conectada con la idea de renacimiento tuvo una fuerte
influencia. Las artes –y veremos que se aplica también a la pintura y a la escultura– se
5
habían perdido y habían renacido. Hay valores absolutos del bien y la belleza… sin duda
en el estilo latino el valor absoluto lo establecen Cicerón y los grandes clásicos; el término
“clásico”, después de todo, significa que éstos son los autores que deberían tomarse como
modelos. La antigüedad clásica es el canon de la perfección, y esta perfección se puede
recuperar.
¿Por qué no? Porque entre tanto se habían realizado varios descubrimientos demoledores.
Demoledores en el verdadero sentido del término, porque uno es, por supuesto, la pólvora,
que había cambiado la naturaleza de la guerra. También se había descubierto la imprenta,
que había cambiado la naturaleza de las comunicaciones, y la brújula marina, que había
cambiado las posibilidades de la navegación. Todo esto planteó el interrogante de si
simplemente se estaba recuperando la antigüedad o si una época completamente nueva se
acercaba o había nacido.
Es interesante, por cierto, que todos estos descubrimientos que diferencian las edades
posteriores, o la edad moderna, de la antigüedad son inventos, que de algún modo habían
llegado a Occidente desde Oriente… principalmente desde China. Con toda certeza es así
en el caso de la brújula marina, y casi con certeza en el caso de la pólvora, y hasta la
imprenta sin duda se utilizaba en China antes de que se conociera en Occidente. De modo
que, en cierto sentido, lo que distingue la nueva época de la antigua, y lo que infunde una
incipiente esperanza, al menos, no en la recuperación de los valores perdidos pero sí en un
futuro que será cada vez mejor –en otras palabras, la idea de progreso–, surge en parte de
un choque cultural, de las nuevas ideas o los inventos que se propagaron a través del
mundo y llegaron a Occidente. Esto fue lo que infundió a Francis Bacon sus esperanzas en
el desarrollo de la ciencia, la dominación de la naturaleza y, en realidad, lo que le hizo
subestimar el conocimiento puramente humanístico.
Todos estos grandes cambios –y debo ser muy sintético con este tema– llevaron a
reflexionar sobre el rumbo de la historia. La primera reflexión sistemática sobre la historia
humana como tal es The New Science, del filósofo napolitano Giambattista Vico, a
principios del siglo XVIII.9 Vico tomó la idea de “edades”, pero consideraba que
regresaban en ciclos como las estaciones. Toda civilización debe atravesar ciertas etapas,
como los seres humanos. A la primera, la que más le interesaba, la llamó la Edad de los
Dioses; es la tosca etapa primitiva que da origen al mito. La segunda, la Edad de los
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Héroes, es la edad épica de las guerras y la caballería, que viene seguida de la Edad del
Hombre, la edad racional en que nos encontramos a nosotros mismos.
Aunque estos pensadores diferían –y no debemos olvidar que en aquel entonces Rousseau
cuestionó la fe misma en el progreso–, todos estaban interesados en las condiciones que
conducían a una buena sociedad.
En ese aspecto, el primer historiador cultural fue sin duda Voltaire, con su libro Essai sur
les moeurs et l’esprit de nations, de 1756.11 En su Age of Louis XIV había escrito sobre
cuatro períodos de felicidad pertenecientes al pasado. Tres de ellos correspondían a
soberanos poderosos: el de Alejandro Magno, el de Augusto y el de Luis XIV.
Pero el cuarto era el Renacimiento respecto del cual reconocía el rol de una familia de
banqueros de clase media, los Medici, que habían realizado por la civilización una tarea
que la nobleza y la Iglesia habían descuidado. La Edad del Hombre, siguiendo la división
de Vico, fue una edad de clase media en la que los banqueros favorecieron a artistas y
estudiosos. Se trataba de una nueva interpretación que se consolidó en Inglaterra cuando
William Roscoe publicó la primera biografía completa de Lorenzo de Medici en 1795. El
libro de Roscoe expresa lo que Herbert Butterfield llamó “la concepción Whig de la
historia”. Era un banquero de Liverpool y un miembro del movimiento Wilberforce a favor
de la abolición de la esclavitud, y su interpretación del Renacimiento está teñida de su
entusiasmo por la libertad. Permítanme citar las primeras líneas del capítulo uno:
“Florencia se ha destacado en la historia moderna por la frecuencia y la violencia de sus
desavenencias internas, y por la predilección de sus habitantes por todas las ramas de la
ciencia y todas las obras de arte. Aunque estas características parezcan no coincidir, no es
difícil reconciliarlas. El mismo espíritu activo que convoca el talento de los individuos a
favor de la protección de sus libertades, y resiste con determinación invencible cualquier
cosa que pudiera violarlas, en los momentos de paz y seguridad nacional busca con avidez
dedicarse a otros fines”.
Por lo tanto el Renacimiento fue un período de paz nacional en el que la activa clase media
italiana se dedicó a otros fines y creó una nueva civilización. Había algo que conectaba los
aspectos contradictorios del período, su violencia y su cultura… incluso el individualismo
del período, incluso la disolución de la Iglesia, como recalcaba Macaulay en 1827 en su
famoso ensayo sobre Maquiavelo.
Pero mientras que el Renacimiento estaba unido, por así decirlo, a la idea de progreso
político, la nueva época, la marcha del progreso, los mismos eventos del período en que
Roscoe escribía causaron una reacción en el verdadero sentido del término. Se trataba de
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la época de la Revolución francesa y también de la época en que estos valores del
progresismo eran totalmente cuestionados por los que estaban desencantados con la
revolución… los románticos. Los románticos, que querían regresar a lo que se conocía
como la Edad de la Fe, negaban el valor que convencionalmente se le daba al
Renacimiento ya que veían destrucción ahí donde el Renacimiento y los períodos
posteriores habían visto un movimiento ascendente. En forma esquemática: Antigüedad
clásica – Edad Media + Renacimiento –
Fue necesario que hubiera una etapa de feudalismo en los países cristianos, y cada una de
esas etapas es valiosa a su manera, como un necesario paso hacia adelante, pues se va
hacia adelante. Lo que condujo al Renacimiento, desde el punto de vista de Hegel, fue que
ciertas “contradicciones internas” (como dirían los marxistas) produjeron la
desintegración de la Edad Media y crearon una nueva edad. Entre estos agentes
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desintegradores que identificó Hegel se encontraba el arte, que llevó al hombre hacia lo
sensual; el estudio de la antigüedad, que lo apartó del cielo, y los descubrimientos
geográficos, que volcaron el espíritu hacia afuera, hacia esta Tierra. Para citar al menos un
extracto de sus propias palabras: “El término humaniora es muy significativo, porque
aquellas obras de la antigüedad celebran lo esencialmente humano y lo que nos hace
humanos. Estos tres hechos –el así llamado nuevo nacimiento de la educación, el
florecimiento de las bellas artes y los descubrimientos de América y de la ruta marítima a
las Indias Orientales– pueden compararse con el rubor del amanecer que luego de grandes
tormentas anuncia por primera vez un bello día. Este día es el día del hombre común que
irrumpe al fin luego de la larga, fatídica y terrible noche de la Edad Media, un día que está
marcado por la ciencia, el arte y el deseo de descubrir; en otras palabras, por las más
nobles y elevadas manifestaciones del espíritu humano luego de haberse liberado del
cristianismo y emancipado de la Iglesia”.
Se trata de un movimiento que para Hegel culmina en “el amanecer de la Reforma que
todo lo transfigura”. De este modo se salva la idea de progreso mientras que se admite la
valoración romántica de la Edad Media a través de la noción de “necesidad histórica”.14
El historiador francés más influyente –Jules Michelet– dice esto de manera bastante
explícita en el volumen que en 1855 dedicó al Renacimiento francés. En el prefacio afirma
que ha dedicado diez años de su vida a escribir la historia de Francia en la Edad Media, y
diez años a escribir sobre la Revolución francesa. Lo que queda, añade, es llenar el vacío
escribiendo la historia del Renacimiento y la Edad Moderna. Y agrega: “Para el amante de
la belleza, la atractiva palabra Renacimiento no implica más que la llegada de un arte
nuevo; para el estudioso significa la renovación de los estudios de la antigüedad; para el
abogado, el final del caos de las antiguas costumbres. ¿Pero eso es todo? Si hubiera sido
así, este esfuerzo colosal, una revolución de tal escala y complejidad y fuerza, no habría
fundado nada. ¿Podría haber algo más desalentador para la mente humana?”
Pero Michelet continúa: “Estos especialistas han olvidado dos cosas; pequeñas cuestiones,
es verdad, que pertenecen en mayor medida a esa edad que a todas las edades anteriores:
el descubrimiento del mundo y el descubrimiento del hombre”. Y enumera a Colón,
Copérnico, Galileo, Vesalius, Servetus, Lutero, Calvino, Montaigne, Shakespeare, Cervantes
como exponentes de este nuevo descubrimiento del mundo y del nuevo descubrimiento
del hombre.15 Este prefacio se volvió enormemente importante en la historia que
estudiamos porque cinco años más tarde, en 1860, el gran historiador suizo Jacob
9
Burckhardt publicó el libro The Civilization of the Renaissance in Italy,16 en el que utilizó
esta observación (que era un aparte casual o polémico de Michelet, él mismo muy
anticlerical). La utilizó como andamiaje para su libro, en el que la civilización del
Renacimiento llegaba a ser el descubrimiento del mundo y el descubrimiento del hombre.
De ahí en más encontramos muy pocos libros sobre el período donde no se mencione el
descubrimiento del hombre. Personalmente, creo que es momento de dejar descansar la
muletilla. Por eso intenté mostrarles cómo la palabra “hombre” se mezcló con el
Renacimiento, en gran parte por el accidente del término umanista y su fusión con las
filosofías del progreso que contrastaban la Edad del Hombre o de la Humanität con las
etapas iniciales. Como historiador, me resulta difícil imaginar un grupo de hombres y
mujeres que todavía no hayan “descubierto al hombre”, y aun más difícil describir gente
cuya religión, después de todo, se centraba en la creencia de que Dios mismo se había
convertido en hombre. A decir verdad, he llegado a ver como una señal de alarma la
presencia de la palabra “Hombre” con mayúscula en un libro sobre el Renacimiento. Me
hace sospechar que una vez más me someterán a una cadena de gastados clichés más que a
un nuevo aprendizaje sobre este período.
Lamentaría dejarles la impresión de que dicha crítica echa por tierra el trabajo de
Burckhardt. Si se puede llamar gran hombre a un historiador, sin duda Burckhardt es
candidato al título. Sabía, y lo decía, que su visión del período era subjetiva y que otros
que leyeran las mismas fuentes podrían formarse una imagen muy distinta. Pero tenía
tanto talento artístico que en general se aceptaba su punto de vista. Y hasta cuando llegó el
tiempo en que los escépticos alzaron sus voces, invariablemente el debate partía de la
crítica a su libro. 18 Al principio The Civilization of the Renaissance se vendió poco, pero
una generación después se volvió inmensamente famoso y popular, no sólo entre los
historiadores sino también entre el público en general. Tocó una fibra sensible, porque en
la Edad Victoriana el Renacimiento había adquirido un curioso aire de actualidad.
Su valoración tuvo una clara importancia para algunas cuestiones centrales del siglo XIX:
la emancipación, la liberación del dogma, la movilidad social. El individualismo y el
liberalismo se proyectaron hacia el Renacimiento mientras que Ruskin y los
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medievalizantes tomaron de la cerrada sociedad de la Edad Media sus analogías sobre una
sociedad virtuosa.
Si caminan por nuestras ciudades se darán cuenta de que la lealtad a estas dos “edades”
opuestas influyó en la adopción de técnicas de construcción góticas y renacentistas
durante el siglo XIX. Se percibía el gótico como el estilo en esencia cristiano y por
consiguiente las iglesias, pero también las escuelas y las universidades, generalmente se
construían imitando las construcciones medievales. En Londres el Parlamento se
reconstruyó en estilo gótico para evocar las raíces medievales de las libertades inglesas. De
modo característico, edificios como el Club de la Reforma en Londres (1837) se diseñaron
siguiendo un modelo renacentista. De hecho, cuando en 1857 Lord Palmerston hizo que un
famoso arquitecto, Gilbert Scott, diseñara el Ministerio de Asuntos Exteriores, rechazó el
primer proyecto, que era gó- tico, e insistió en un edificio renacentista.19 Aparentemente
sentía que en Europa continental se identificaba a los medievalizantes con la reacción
política. En esta atmósfera cargada surgió entre los progresistas un culto casi histérico al
Renacimiento. Buscando en cualquier biblioteca encontrarán muchos, muchos libros,
novelas históricas, obras de teatro y folletos de viaje llenos de pintorescas visiones de los
“superhombres” del Renacimiento, sumamente artísticas y sumamente inescrupulosas.
Hasta las historias serias, como las opiniones panorámicas de J.A. Symonds 20 sobre el
período, están teñidas de esta inclinación.
Reinterpretando el Renacimiento
Naturalmente comenzó en gran medida en el bando católico romano. La desvalorización
de la Edad de la Fe, del período católico, cuando el mundo estaba unido en una sola fe,
naturalmente irritó a estos estudiosos, y plantearon una serie de interrogantes. Uno de
estos interrogantes era si la Edad Media había sido realmente tan oscura; y el segundo era
si el Renacimiento había sido realmente tan luminoso. Cada una de estas preguntas podía
responderse en función del material seleccionado. Pero lo primero que hay que notar es
quizá la afirmación de que, lejos de haber estado en contra de una vuelta a la vida de la
civilización, por lo que la Iglesia había sido condenada, fue la Iglesia misma –el
cristianismo– la responsable del nuevo giro, del redescubrimiento del mundo y del
hombre. Aunque suene inverosímil, quizás, el hombre que precisamente provocó este gran
giro no fue Petrarca sino San Francisco de Asís. San Francisco alababa la belleza de la
creación y, haciendo hincapié en la conciencia individual, entendió por primera vez al
11
individuo, y por lo tanto es en el movimiento franciscano (así lo afirmaban el erudito
francés Paul Sabatier22 y su contemporáneo alemán Henry Thode23) donde debemos ver
el verdadero comienzo del Renacimiento.
Además, lejos de ser paganos o antirreligiosos, los grandes humanistas mismos eran muy
religiosos, como lo eran los grandes artistas. Sin duda esa afirmación dice mucho. Si van a
la National Gallery o a cualquier otro museo y miran los cuadros del Renacimiento, no es
difícil darse cuenta de que la mayoría representa a la Virgen María. En otras palabras,
lejos de concentrarse en temas paganos, los artistas del Renacimiento se concentraron en
los temas religiosos tradicionales. Y si luego leen las vidas de los humanistas y sus
mecenas, verán que también estaban muy interesados en su propia salvación; que
dedicaban capillas y altares y se preocupaban mucho por lo que les pasaría si llevaban una
vida pecaminosa. Así, la reacción contra el culto al Renacimiento como algo totalmente
pagano era muy razonable, por así decirlo, al enfatizar el rol de la devoción popular en
este período. Aby Warburg, el fundador del Warburg Institute,24 fue uno de los que
formaron parte de esta revisión. Hay varios nombres: Vladimir Zabughin, Giuseppe
Toffanin y otros tantos, escritores católicos romanos, que enfatizaron –y a veces hasta
sobreenfatizaron– la importancia del componente religioso en el Renacimiento.
Pero hubo otro ataque, uno más preciso, contra la idea esquemática de una nueva época en
la que se había descubierto todo lo que era progresista. Este ataque vino de la historia de
la ciencia. Recordarán que el Renacimiento fue, en algunos aspectos, una desvalorización
del Quadrivium, del conocimiento de los números y de las matemáticas, y de hecho se
podría afirmar que el período no fue muy fértil en cuanto a pensamiento científico. El gran
cambio, como enfatizó especialmente Lynn Thorndike,25 ocurre sólo a fines del siglo XVI.
Si nos interesa la historia de la ciencia, no nos interesará tanto lo que Petrarca recuperó de
las cartas de Cicerón como nos interesará un hombre, Galileo Galilei, y su obra principal
es posterior al 1600.26 Además los despreciados escolásticos, que eran ridiculizados por
los humanistas, resultaban mejores científicos que los humanistas del Renacimiento. De
hecho, en el movimiento franciscano de Oxford –Robert Grosseteste, Roger Bacon y otros
tantos– se encuentra el comienzo de la ciencia de Occidente,27 que continúa en las
universidades con el debate de ciertos problemas, como el del impulso y la naturaleza del
movimiento, mientras que los humanistas permanecían en el pasado. Es verdad, hay
rarezas como Leonardo; pero la situación de Leonardo, que se autodenominaba hombre no
letrado –uomo sanza lettere–, es muy ambigua, y cuánto les debía a los libros escolásticos
es una vez más materia de debate.28Creo que esta opinión de que todo progreso científico
es en realidad medieval, y de que el Renacimiento cultivaba las artes a expensas de todo lo
demás, es también una caricatura de la verdad.
Después de todo, lo que llegó a conocerse como la revolución copernicana está muy
íntimamente relacionado con el Renacimiento. Copérnico era, entre otras cosas, un
humanista que traducía a un autor menor griego al latín, y su búsqueda de una imagen
12
alternativa del mundo comenzó con un escrutinio de las autoridades clásicas tales como
Cicerón y Plutarco.
La cuestión ahora es más bien qué hizo que Copérnico buscara estos textos antiguos. Aquí
la interpretación de la ciencia del Renacimiento ha tenido un giro inesperado,
últimamente, en gran parte por las brillantes investigaciones de Frances Yates29 y D.P.
Walker.30 Ellos demostraron que el conocimiento perdido que algunos intentaron
recobrar no era tanto lo que hoy llamamos conocimiento científico sino percepciones
místicas que, según se creía, daban algo parecido al poder mágico. Hay abundante
evidencia de este anhelo irracional en el Renacimiento, evidencia que en gran medida
minimizaron aquellos que estaban comprometidos con una interpretación, ya fuera
“progresista” o “medieval”, del período. Otra cuestión es cuánto de Copérnico puede
explicarse teniendo en cuenta esto. Las generalizaciones pueden convertirse fácilmente en
una trampa a menos que se las controle mediante una minuciosa lectura de las fuentes.
En realidad quería llegar a este punto. ¿Qué nos puede decir una generalización sobre una
“edad”?31 No hay “edades”, en el sentido de que haya en una sociedad un espíritu y una
mentalidad uniformes compartidos por todos. La gente difiere en el grado de educación,
en el partidismo, en sus gustos, en su inteligencia y, como ya sabemos, en sus
oportunidades. El interrogante sobre quién era en realidad un hombre del Renacimiento
en el Renacimiento sería ridículo si se planteara en esos términos… sin duda no lo era “el
artesano de la madera ni el aguatero”, o el comerciante común, o el feligrés común. La
cantidad de gente que habla de su edad, que es elocuente en ese sentido, siempre es
pequeña,32 especialmente antes del invento de los medios masivos. Además también son,
cada uno, individuos en un sentido bien diferente. Los seres humanos son complejos;
pueden hablar de la boca para afuera de una cosa porque involucra un factor de prestigio,
mientras que en el fondo, o en el lecho de muerte, de pronto pueden recordar sus antiguas
devociones. Cada persona pertenece en sus múltiples capas a los muchos aspectos de la
civilización. Lo que podemos decir, lo que quisiera poner en claro, es que el Renacimiento
fue un movimiento más que una “edad”. Un movimiento es algo que se proclama. Por un
lado, atrae a los fanáticos que no pueden tolerar nada que no pertenezca al movimiento, y
a seguidores que van y vienen; en todo movimiento hay un espectro de intensidades de la
misma manera en que hay varias facciones o “alas”. También hay adversarios y muchas
personas neutrales, ajenas al asunto, que tienen otros problemas. Creo que fácilmente
podemos describir el Renacimiento como un movimiento de esta clase, pero –no hace falta
decirlo– una descripción no es una explicación. El historiador quisiera descubrir qué es lo
que hizo que el Renacimiento fuera un movimiento tan exitoso que llegó a difundirse por
toda Europa. Por supuesto que en este tipo de análisis deberían incluirse la economía, la
posición social de los laicos, el nuevo rol de las ciudades, pero la pregunta que nunca
debería omitirse es por qué un número creciente de individuos toma e imita ciertas
innovaciones. En el caso de los inventos técnicos la respuesta es simple. Se difunden
porque son útiles. Por ejemplo los anteojos; sabemos cuándo y dónde se inventaron: en
Pisa alrededor de 1300. Dos generaciones después había anteojos en China porque a la
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gente que no veía bien le resultaba sumamente útil tener esta cosa hecha para ellos. En
otras palabras, en el caso de los inventos casi no necesitamos preguntarnos por qué se los
adoptó. Algunas veces podemos preguntarnos por qué no prospera algo que tiene una
ventaja evidente; puede haber tabúes religiosos que impidan su adopción. Pero muy a
menudo la comprobable superioridad de los inventos funciona como vanguardia, abre el
camino para otras cosas que luego se vinculan con el prestigio que el movimiento ha
adquirido. Sin duda en el siglo XVI la cultura italiana tenía un enorme prestigio en Europa,
y esto generó recelo en Inglaterra: “Un inglés italianizado es el diablo encarnado”. Pero las
dos cosas se corresponden: la superioridad genera envidia, oposición e insistencia en los
valores tradicionales, como hemos visto en la sátira Epistolae Obscurorum Virorum. Todo
cambio provoca críticas, y parte de la crítica puede estar totalmente justificada.
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observación garantice un completo relativismo respecto de estos asuntos, no más de lo que
lo garantiza en el caso de la perspectiva.
De hecho hemos visto que, incluso en el siglo XIX, el estilo podía utilizarse como un
emblema de lealtad. (Aún se utiliza de este modo en nuestra época, sin importar si somos
modernistas o tradicionalistas.) No es tan descabellado pensar que los estilos de
construcción podrían funcionar de igual modo en siglos anteriores. Cuando un lord o un
comerciante del siglo XIX insistían en que construyeran su palacio o su villa al estilo
llamado all’antica (a la manera de los antiguos), ellos también querían proclamar su lealtad
al Renacimiento para mostrar que eran hombres de cultura y buen gusto.
Al igual que el estilo puro de la pintura del Renacimiento, el estilo puro de la arquitectura
del Renacimiento no se llegaba a dominar fácilmente… no llegó a Inglaterra antes de que
apareciera Inigo Jones en el siglo XVII. Pero siempre se podía rendir homenaje a los
italianos introduciendo en el diseño propio algunos elementos del nuevo repertorio de
formas, columnas, pilastras, y de este modo los rasgos del Renacimiento llegaron por
primera vez a Inglaterra, generalmente por medio de muestrarios de diseño
flamenco.34 Al igual que otras formas en la literatura y en la vida de estilo italiano,
podemos interpretarlas como muestras de respeto hacia los logros del Renacimiento.
Referencias:
1 Estocolmo, 1960.
2 Citado en Panofsky, op. cit., p. 10.
3 Parafraseado al modo de Leonardo Bruni, Dialogi ad Petrum Histrum; la edición más
accesible (y la traducción italiana) se encuentra en E. Garin, Prosatori Latini del
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Quattrocento, Milán, 1952. Para esto y lo que sigue véase también mi artículo “From the
Revival of Letters to the Reform of the Arts: Niccolò Niccoli and Filippo Brunelleschi”, en
D. Fraser et al (eds.), Essays in the History of Art presented to Rudolf Wittkower, Londres,
1967.
4 . Rinuccini, Invettiva contro a cierti caluniatori di Dante; como referencia véase mi
artículo citado más arriba, p. 74.
5 A. Perosa (ed.), Giovanni Rucellai ed it suo Zibaldone, Londres, 1960, p. 61.
6 7 F. Griffin Jones (ed.), Epistolae Obscurorum Virorum, 1909, II. 46 (un poco abreviado).
7 J. Huizinga, Erasmus of Rotterdam, Londres, 1952 (incluye una selección de sus cartas),
pp. 218 y ss.
8 9 J.B. Bury, The Idea of Progress, 1920; Dover Paperback, 1955.
9 G. Vico, Scienza Nuova, edición revisada, Nápoles, 1744; traducción al inglés: T.G. Bergin
y M.H. Fisch, 1948; Cornell Paperback, 1970. Sobre la influencia posterior de Vico véase
también E. Wilson, To the Finland Station, 1940.
10 J.G. Herder, Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit, 1784-1791.
11 El título completo es Essai sur l’histoire generale et sur les moeurs et l’esprit des
nations depuis Charlemagne jusque’à nos jours, Ginebra, 1756. Hay un capítulo excelente
sobre la influencia de Voltaire en W.K. Ferguson, The Renaissance in Historical Thought,
Cambridge, Massachusetts, 1948.
12 J. Ruskin, “The Stones of Venice”, III, en Works, Londres, 1903-1912, vol. XI, p. 69.
13 K.R. Popper, The Open Society and its Enemies, Londres, 1945; Routledge Paperbacks,
1967.
14 G.F. Hegel, “Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte”, en H. Glockner
(ed.), Sämtliche Werke, Stuttgart, 1928, XI, pp. 516 y 518. Hay una traducción al inglés de
esta obra por T. Sibree, 1899, pero aquí la traducción es mía. Véase también mi libro In
Search of Cultural History, Oxford, 1969.
15 J. Michelet, Histoire de France, VI, París, 1855, pp. i-iii.
16 J. Burckhardt, Die Kultur der Renaissance in Italien, 1860. Hay muchas ediciones de la
traducción al inglés de S.C.G. Middlemore.
17 In Search of Cultural History, citado más arriba.
18 Véase W.K. Ferguson, The Renaissance in Historical Thought, citado más arriba.
19 N. Pevsner, Pioneers of Modern Design, Londres, 1936; Penguin Paperbacks, 1960.
20 J.A. Symonds, Renaissance in Italy, 7 vols., Londres, 1875-1886.
21 W. Pater, The Renaissance, 1877.
22 P. Sabatier, Vie de St. Francois d’Assise, París, 1894; traducido al inglés, Londres, 1894.
23 H. Thode, Franz von Assisi und die Anfänge der Kunst der Renaissance in Italien,
Berlín, 1885.
24 Véase mi libro Aby Warburg, An Intellectual Biography, Londres, 1970.
25 L. Thorndike, A History of Magic and Experimental Science, 7 vols, Nueva York, 1923,
41.
26 H. Butterfield, The Origins of Modern Science, Londres, 1949.
27 A.C. Crombie, Augustine to Galileo: Science in the Middle Ages, Londres, 1952; Mercury
Paperback, 1961.
28 Para un punto de vista equilibrado, remitirse a V.P. Zubov, Leonardo Da Vinci,
Cambridge, Massachusetts, 1968.
29 F.A. Yates, Giordano Bruno and the Hermetic Tradition, Londres, 1964.
30 D.P. Walker, The Ancient Theology, Londres, 1972.
31 J. Huizinga, “The Task of Cultural History”, en Men and Ideas, Meridian Paperback,
1959.
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32 Para un intento reciente por evaluar a la “elite” en términos numéricos véase P.
Burke, Culture and Society in Renassaince Italy, Londres, 1972.
33 Para lo que sigue véase mi artículo “The Leaven of Criticism in Renaissance Art” en C.
Singleton (ed.), Art, Science and History in the Renaissance, Baltimore, 1967.
34 J. Summerson, “Architecture in Britain 1530-1830”, en The Pelican History of Art, 1953.
35 K.R. Popper, The Poverty of Historicism, Londres, 1957.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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