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ñfeV

«Il

o
>
Como ocurre en la ópera, donde los personajes
cantan hasta su propia muerte, los actores de la
tragedia griega recitan la muerte de las mujeres.
Heroínas que poseen sus maneras propias de
morir: las esposas se suicidan apelando a una

cuerda; las vírgenes van al sacrificio. Puede


incluso suceder que arrebaten su muerte a los
combatientes gloriosos, atravesados por la
espada. Así, en Maneras trágicas de matar a
una mujer, se van trazando los antiguos
caminos para imaginar y pensar el cuerpo de la
mujer. Extrañamente inquietante, ya en el título,
este libro, que ya ha sido traducido a varios

idiomas, es fundamental para comprender


el universo imaginario de la Grecia antigua
y, con él, el nuestro.

Nicole Loraux es directora de estudios de la


Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales
(París).
Nicole Loraux

Maneras trágicas
de matar a una mujer
V is o r Literatura y debate crítico
Literatura y debate crítico, 3

Colección dirigida por


Carlos Piera
y Roberta Quance

Traducción de
Ramón Buenaventura

Título original: Façons tragiques de tuer une femme


© de la presente edición, V i s o r D i s t r ib
i b u c i o n e s , S. A., 1989
Tomás Bretón, 55, 28045 Madrid
ISBN: 84-7774-702-4
Depósito legal. M. 11.854-1989
Impreso en España - Pr
Print
inted
ed in Spain
Gráficas Rogar, S. A.
Fuenlabrada (Madrid)
PRÓLOGO

«Muertes en escena, dolores vivísimos, heridas»: aconteci-


mientos de la tragedia, espectáculo para los ojos. Teniendo en
mente los ejemplos aportados por Aristóteles en apoyo de la
definición del pathos trágico como «acción que hace morir o
su
s u fr
frir
ir»» ', n a d ie d u d a r ía u n m o m e n t o de que,
qu e, e fec
fe c ti
tivv a m e n te,
te , la
muerte era algo que se ofrecía a la vista en el teatro ateniense.
Thanatoi en tôi phanerôi: agonías en público, homicidios a la
vista de todo el mundo... Releo, una vez más, la frase de

A
Arr is
que,istó
tóte
tele
en les,
s,
estecon
co nlibro,
p e r p leji
leeljiddoyente
a d ; y mdee resure
lasuel elvo
vo a a dva
tragedia v e rat i r gozar
a l lect
le ctor
or
de
pprr im a c ía sobresob re el espe es pect ctad
ador
or,, p u e s todto d o ha de p a s a r p o r las
ppal alababraras.
s. Y es q u e tod to d o p a sa en las p a labr la braa s, sobre
sob re tod to d o la
muerte. De hecho, al ir acotando las modalidades trágicas de la
muerte de mujeres no he localizado nada que se vea, o, al
menos, nada que se vea al principio, pues todo empieza por
decirse, por oírse, por imaginarse — v is isió
iónn n a c idaid a de las
ppaa lab
la b r a s y d e ella
ellass p r e n d id a — —.. AAss í, pues
pu es,, a d e n tr
tráá n d o m e en u n
largo ejercicio de lectura, he creído poder adivinar, en vacío,
qué era lo que suministraba al público antiguo, en el momento,
m o tivo para gozar intensam ente del placer placer de es escu
cuchcharar..
Paa lab
P la b ras
ra s leídas
leíd as,, pues
pu es,, p a r a sussu s ti
titu
tuir
ir,, c u a n d o n o p a r a re recu
cu--
ppee r a r las p a lab
la b ras
ra s oídas,
oíd as, aqu aq u el
ella
lass q u e la reprre presesen
enta
taci
ción ón trágic
trá gicaa
ofrecía a la escucha activa del público ateniense. Palabras de
doble, de múltiple sentido. En una palabra: texto, nada más
que texto. «C «Conta
ontarr «mucho
«muc ho más má s con la la imaginac
im aginación ión qu quee co conn la
vista,
vist a, con el oído que con con el o jo»jo » j/ q u izá p o r eleceleccición
ón mía, pero pero
¿q
¿ q u é i m p o r t a ? R e s u lt ltaa q u e eso m is ism m o eligió, en la A t e n a s d e l
siglo V , el génegé nero
ro trágico.
trág ico. N o tr traa tar
ta r é d e a p o r ta
tarr p r u e b a s en este
senn ti
se tidd o : p a r a ell
elloo h a r ía f a l t a m u c h o m á s q u e u n pról pr ólogogo.o. S ó lo

9
p o r g u s to,
po to , y p a r a tene
te nerla
rlass pres
pr esen
entetess en la m e m o r ia, ia , evoc
ev ocaa ré
algunas de las razones que incitan a colocar la tragedia bajo el
signo
sig no de la escucha.
Vienen, primero, las razones propias del historiador. Habría
que evocar
ev ocar el arraigo
arraigo de delibera
liberada damm enente
te crcraa tilian o2h
o2h de los los gri
grieg
egos
os
en su lengua, y el amor que sienten por sus palabras (ellos las
llaman «nombres»). Habría que recordar hasta qué punto, en
el si
siglo
glo V ateniense, impe im pera raba
bann las reglreglasas de la escucha en los
discursos cívicos que denominamos, con alguna impropiedad,
género
gén eross litera
lite rario
rios.
s. D a n d o u n paso
pa so a d elael a n te,
te , arriesg
arr iesgoo la hipó hi pótetesis
sis
de que, en el teatro de Atenas, la escucha era, para el público
de la representación trágica, como una lectura finísima, adecuada
a la «p r o f u n d i d a d » del texto V de hecho, si el espectador
antiguo — ta l c o m o nos no s c o m p lac
la c e m o s en ima im a g ina
in a r lo,
lo , si
sigg u ien
ie n d o
a JeanPi
JeanPierre erre V ern an t — fu f u e u n o y e n te de o ído íd o p e n e tra
tr a n te p a ra
quien «el lenguaje del texto puede ser transparente en todos los
niveles, en su polivalencia y en sus ambigüedades»\ no queda
más remedio
atención de laque que atribuir a este oyente
puede afirmarse, como todopoderoso
mínimo, que rara una
vezz flota ría en el vacío
ve vacío;; una u na m emoria
em oria de la la que no nos queda
ni el recuerdo; y la sorprendente capacidad de insertar la larga
duración del trabajo sobre el significante en el breve transcurso
de la representación teatral. Ficción, tal vez, pero ficción
necesaria en cuanto hipótesis, desde el momento en que,
arrebatado de sí por la profundidad polisémica del texto, el
lector se adentra en la interminable búsqueda de las palabras
hechas eco.
Ya se ha alejado, de puntillas, el historiador. Queda el
texto y, frente al texto, usuarios muy contemporáneos. Entre
éstos destacan, en primera fila, el director de escena y los
actores. No esperemos, sin embargo, que otorguen nuevo
cuerpo a la idea de espectáculo5 espectáculo 5. Pu Pues
es,, a p o c o q u e se le
ppre
regg u n te,
te , el d ireir e c tor
to r de escenaesce na reco
re cono
noce
cerá
rá lo d if
ifíc
ícil
il q u e le
resulta convencer a los actores de que deben decir — sólo sól o decir
de cir
y,
y , sobre
sob re tod to d o , n o inte
in terr p r e tar
ta r — las grandes unidades textuales
que componen la tragedia: coro del Agamenón sobre el sacrificio sac rificio
de Ifigenia, relato de la muerte de Deyanira en las Traquinias
o inmolación de Políxena en H é c u b a 6...

10
Toca, pues, al lector aceptar con todas sus consecuencias el
desafío del texto. A mí, como lectora de tragedias, no me
quedó elección: me vi obligada a ello desde el momento en que,
intentando trazar los caminos trágicos de la muerte de las
mujeres, tuve que admitir que tales caminos eran textuales.
Poo r q u e n o he tro
P tr o p e z a d o si
sino
no con
co n relato.
rela to. C o m o si la m u e r te de
las mujeres no pudiera confiarse más que a las palabras, como
si sólo
só lo los p a lab
la b ras
ra s f u e r a n capaces
capa ces de ll llee v a rl
rlaa a b u e n térm
té rm ino
in o .
Ell
E lloo se debe, p o r supue
sup uestosto,, a m o ti
tivv o s histór
his tórico
icoss y de cicivi
viliz
lizac
ació
ión:
n:
es en el seno de la casa donde debe transcurrir la existencia de
una mujer griega, doncella, esposa o madre, y es en el recinto
cerrado de su vivienda donde debe abandonar este mundo, al
abrigo de las miradas, lejos de todo público. Sea. Pero el
decoro, aun sociológico, nunca ha bastado para explicarlo todo.
N o h a y d i f ic u lt
ltaa d a lgu
lg u n a en a d m i t i r q u e los sacrif
sac rifici
icios
os de
vírgenes — —pp u r a d e s v iac
ia c ión
ió n — no puedan efectuarse sino en los
elementos del relato; así, pues, la tragedia no introduce mucha-
chas en escena más que para hacerlas salir de ella, entregándolas,
fu
f u e r a d e la v istais ta,, a l p u ñ a l d e l v e rdu
rd u g o : ej
ejec
ecuc
ució
iónn esca
es cand
ndalo
alosa
sa,,
ficc c i ó n sati
fi sa tisf
sfac
acto
tori
ria,
a, c uya
uy a s secue
sec uenc
nciasias reci
re cita
tann los m ensa
en saje
jero
ross en
una lengua técnica, con palabras que arrojan sobre lo impensable
todo el peso peso de lo lo rereal. Q ueda
ue da bien bien m a tar joven
jov en citas
cita s en elel
ppee n s a m ien
ie n to,
to , en el relato.
rela to. P e ro tamta m b ién
ié n está
es tá el su
suic
icid
idio
io d e las
esposas, que viene a complicarlo todo, dado que también
depende de lo que se narra, y no de lo que se muestra. ¿Qué
impide a estas desesperadas cometer una transgresión más?

¿P
¿—P so
o rm brío
som q uíos,
br é s,h aonculto
d es, vfan
cu ltos, faonl vtae rs mpargeócripit
ipico
icita
oasd—a mppa
eanrte
a daa rsesus
dars e u napo
ap
a omsent
seunto
e rotes
que luego relatará ante el público una nodriza o un sirviente?
Laa inv
L in v e n c ión
ió n trági
trá gica
ca de la f e m i n i d a d e n c u e n tr traa sin d u d a
alguna su límite en esta reticencia a mostrar la muerte, con este
modo que tienen las esposas perdidas de reintegrarse a la
orto d oxia
ox ia antes de llegar llegar al fi finn . Pero eso eso no es todo: remitirse
al orden del lenguaje7
lenguaje 7 ppaa r a m a t a r a F e d ra o a D e y a n ira ir a , p u e d e
que sea una de las dimensiones constitutivas de lo trágico en su
definición griega. No debe, al menos, subestimarse el muy real
beneficio imaginario que estas muertes solamente enunciadas
debieron de proporcionar a un público de ciudadanos. De estas

11
muertes puestas en palabras me atrevo a decir lo mismo que
Baa u d e la
B lair
iree d e lo bellbello,o, d e fi
finn id o c o m o alg algoo «q«que
ue se p re rest
staa a
conjeturas»: la muerterelato se presta a conjeturas mucho más
que las violencias expuestas a la mirada. Por sí misma, la
ppuu es
esta
ta en escen
escenaa teteaa tra
tr a l de las m ujujee re
ress es ya
ya,, p a ra el c i u d a d a n o
de Atenas, admirable ocasión para considerar la diferencia
entre los sexos: plantearla con el propósito de enmarañarla y de
ppoo d e r rerecu
cupepera
rarl
rlaa lue
luegogo — e n r iqiquu e c id
idaa p o r el e n m a r a ñ a m ie
ienn t o ,
p eroo c o n s o li
per lidd a d a p o r la a fi firr m a c ió
iónn q u e de ella se hac hacee en el
último minuto — —.. P Poo r q u e en ella se d r a m a t i z a n y c o n d e n san sa n
todos los momentos de esta historia, la muerte de una mujer
constituye el emplazamiento perfecto para esta operación ima-
gina
gi naririaa , ta n t o m á s c u a n to q u e la tr traa g e d ia em
empl
plea
ea,, p a r a dec
decirla
irla,,
ppaa la
labb r a s de s e n tid
ti d o m ú ltip
lt ip le y que
que,, en cie cierto
rto m o d o , «lo saben
saben»*,
»*,
están al corriente.
Paa la
P labb ra
rass pre
precisa
cisas,
s, d o ta tadd a s , c o m o aiôra y airesthai, de
sentido técnico en la lengua religiosa o sacrifical’; palabras

muyandar
de genéricas,
(«se hacomo bainein,
marchado, la designación
esposa»...); nombresneutra dedela«lugares
acción
del cuerpo»
cuerpo » 10 — el b u sto st o , p o r e je jemm p lo —
—.. L Laa trtrag
agedediaia empl
em plea
ea
todas estas palabras de la lengua para en seguida desviarles el
senn ti
se tidd o , u r d i e n d o coconn ellas el e n t r a m a d o de u n disc di scururso
so m u y
audible que, por debajo del texto, sigue y seguirá para siempre
hablando de la diferencia entre los sexos. Es, por tanto, en las
ppaa la
labb r a s d e l tex
te x to
to,, u n a tra trass ototrara,, d o n d e he t r a ta d o d e c o m -
pren
pr endd e r q u é es lo qu quee p o n e n en jue juegogo,, d e n tr
troo de la reprrepresen
esentació
taciónn
trágica, las palabras del mensajero que relata la muerte de una
mujer.
Y a es hora de en entrar
trar en el texto.
M e resisto, n o o b sta st a n te
te,, a e m p r e n d e r est estaa lec
le c tu
tura
ra d e larg
largoo
alcance sin agradecer sus sugerencias y sus observaciones a las
ppee rs
rsoo n a s a q u ie ienn e s he id idoo te tenn ie
ienn d o a l corr
co rrieient
nte,
e, en t o d o o en
ppaa rt
rtee , de la m a rc rchh a de m is in inve
veststig
igac
acioione
nes,
s, ta n t o en m i
sem
se m in
inaa r io de la E c ol olee des H a u t e s E tu tudd e s en Sc Scien
iencecess So
Socia
ciales
les
como en las universidades de Toulouse y de Trieste, tanto en
la universidad de Cornell como en Princeton o Harvard. Y
so bree to
sobr todd o a a q ue
uello
lloss que
que,, i n v i t á n d o m e a h a b la
larr d e la m u e r te
trágica de las mujeres, me dieron oportunidad de escribir estas

12
pa gina
pagi nas:
s: G re
regg o ry N a g y , en p r im e r lugar
lug ar,, y C l a u d i n e L e d u c .
Gracias sean dadas también a Maurice Olender, por haberme
acogido en su colección.

13
R EPA R TO *

Poo r o rde
P rd e n alfab
alf abét
étic
ico:
o:

Admeto Esp oso de Alcestis. Alcestis. Véase E urípides, Al Alce


cest
stis
is..
Agamenón Reyy de A rgos, caudillo de la exped
Re ex ped ición
griega contra Troya. Sacrifica a su hija Ifige
nia, recibirá la muerte de manos de su esposa
Clitemnestra. Véase Esquilo, A Agg a m e n ó n , L a s
Coéforos; Eurípides, Ifi I figg e n ia en A u li
lidd e .
A lc e s tis La «mejor de las las mujeres».
mujeres». Esposa de A dm eto, eto ,
rey de Tesalia; acepta morir en lugar de su
esposo. Una vez muerta, Heracles logrará
recuperarla, tras habérsela disputado a Tána-
tos, Muerte. Véase Eurípides, A Alc
lces
estis
tis..
Antígona Hija de Edipo y de Yocasta. Tras la muerte
de sus hermanos, caídos en un combate que
tanto tiene de guerra civil como de suicidio
mutuo, entierra a Polinices, a pesar de la
pprr o h i b i c i ó n d e C r e o n t e . C o n d e n a d a a e m p a 
redamiento, se ahorca. Véase Sófocles, A n t í -
gona
go na;; Eurípides, las FeniFenicia
cias.
s.
Aquiles Aparece poco en la tragedia. El héroe de la
Il
I l i a d a es, en Áulide, supuesto prometido de
Ifigenia. Políxena, en Troya, es inmolada
sobre su tumba. Véase Eurípides, H Héé c u b a ,
Ifig
If igee n ia en A u li
lidd e .

* Los pe rsonajes y su trágica historia, co n m ención de las las obras que


pr
p r o t a g o n i z a n y q u e a p a r e c e r á n e n el t e x t o .

15
ÁY ΑΧ Rey de Salamina. Habiendo recuperado la
razón, tras el extravío en que lo puso el odio
de Atenea, se da muerte con su propia
espada. Véase Sófocles, A y a x .
Casandra Hija de Príamo y de Hécuba, profetisa a
quien nadie cree; llevada en cautiverio a
Argos por el rey Agamenón, y muerta, junto
con él, por Clitemnestra. Véase Esquilo,
Agg a m e n ó n ; Eurípides, las Troyanas.
A
C lit e m n e s tr a Mujer de Agamenón, madre de Ifigenia, de
Orestes y de Electra. Da muerte a Agamenón
con ayuda de su amante, Egisto. Orestes la
matará a ella con el apoyo de Electra. Véase
Esquilo, A Agg a m e n ó n , C oé
oéfo
foro
ros,
s, E u m é n ide
id e s; S ó 
focles, E Ele
lecc tr
traa ; Eurípides, E Ele
lect
ctra
ra,, Ifig
If igee n ia en
A ulid
u lide.
e.
Creo nte Hermano de Yocasta, esposo de Eurídice,
ppaa d r e d e H e m ó n y d e M e n e c e o . R e y d e
Tebas tras la muerte de los hijos de Edipo.
Véase Sófocles, A Ann t i g o n a ; Eurípides, las Fe-
nicias.
D a n Aid e s Hijas de Dánao, huyen del hombre y del
matrimonio —llegado el momento, huyen de
los hijos de Egipto, primos suyos. Acogidas
en Argos por el rey Pelasgo. Véase Esquilo,
las Suplicantes.
D e y a n ir a Esposa de Heracles en Traquis. Envía al
héroe la túnica de Neso, ofrenda que ella
cree de amor, pero que es en realidad funesta.
Se da muerte con una espada. Véase Sófocles,
las Traquinias.
E d ipo Hijo de Layo y de Yocasta, matador de su
ppaa d r e , e s p o s o d e su m a d r e . A n t e el c a d á v e r
de Yocasta, se arranca los ojos con los
alamares de la túnica de la muerta. Sus hijos
se matan entre sí, su hija se ahorca. Véase

16
Sófocles, EEdd ipo
ip o rey, A n ti
tigg o n a ; Eurípides, las
Fenicias.
Fenic ias.
E g is t o Amante de Clitemnestra, primo de Agame
nón: ayuda a la mujer a matar al hombre,
antes de encontrar él la muerte a manos de
Orestes. Véase Esquilo, A
Agg a m e n ó n , C o éf
éfor
oros
os;;
Eurípides, El
Elec
ectra
tra..

El ec t r a Hijaregreso
el de Agamenón y depara
de Orestes Clitemnestra,
vengar la aguarda
muerte
del padre a manos de la madre. Véase Esquilo,
Coéforos; Sófocles, El
Elec
ectra
tra;; Eurípides, Ele
Electr
ctra,
a,
Orestes.
Erect eo Rey de Atenas. Sacrifica a una o varias de
sus hijas para salvar la ciudad. Véase Eurípi
des, IIóó n y los fragmentos de Ere
Erecte
cteo.
o.
Et e o c l e s Hijo de Edipo y de Yocasta. Muere en lucha
fratricida con Polinices. Véase Esquilo, Siete
contra Tebas; Eurípides, las Feni
Fenicias.
cias.
E u r í d ic e Mujer de Creonte, madre de Hemón. Ente
rada del suicidio de su hijo, se da muerte con
una espada. Véase Sófocles, A Ann ti
tigg o n a .
Evadne Esposa del héroe Capaneo, se arroja a la pira
fúnebre de éste, muerto frente a Tebas.
Véase Eurípides, las Suplicantes.

Fed r a La cretense,
Hipólito, esposa
que no ama de
sinoTeseo.
a la diosaPrendida de
Ártemis,
se ahorca. Véase Eurípides, H
Hip
ipóó li
lito
to..
H éc u ba Esposa de Príamo, rey de Troya, y madre de
muchos hijos, como Casandra y Políxena.
Véase Eurípides, las Troyanas, Helena, Orestes.
Helena La bella Helena. Esposa de Menelao, raptada
ppoo r P a rí
ríss — p e r o h a y q u i e n d ice
ic e q u e a T r o y a
no se desplazó más que su fantasma. Véase
Esquilo, A Agg a m e n ó n ; Eurípides, las Troyanas,
Hee len
H le n a , Oreste
Ore stes.
s.

17
Hemón Hijo de Creonte y de Eurídice, prometido
de Antigona. Se atraviesa con una espada
tras haber encontrado ahorcada a su prome
tida. Véase Sófocles, A
Ann ti
tigg o n a .
Hera cles El héroe de los doce trabajos y de las múlti
pple
less m u jer
je r e s . P r e s a d e la lo c u r a , m a t a a
Mégara y a sus hijos. Lo hará morir el

funesto regalo Eurípides,


las Traquinias; de Deyanira. Véase
Herac
He les.. Sófocles,
racles
H e r m ío n e Hija de Menelao y de Helena, esposa de
N e o p t ó l e m o . V é a se E u r í p i d e s , A
Ann d r ó m a c a ,
Orestes.
H il o Hijo de Heracles y de Deyanira. Véase Sófo
cles, las Traquinias.
H ipó l it o Hijo de Teseo y de la amazona Antíope.
Sólo se complace en la compañía de Ártemis
y con la caza. El amor de Fedra y la maldición
de su padre lo conducen a la muerte. Véase
Eurípides, H
Hip
ipóó li
lito
to..
If ig e n ia Hija de Agamenón y de Clitemnestra, sacri
ficada por su padre para que soplen vientos
que lleven la flota griega hasta Troya. En
ciertas versiones trágicas del mito, salvada in
extremis por la diosa Ártemis y trasladada a
Táuride, donde permanece, presidiendo los
sacrificios humanos, hasta que Orestes la
trae de regreso a Grecia. Véase Esquilo,
Agg a m e n ó n ; Eurípides, Ifi
A I figg e n ia en A u li
lidd e , I f i -
geni
ge niaa e n tre
tr e los tauro
tau ros.
s.
J a só n El esposo humano, demasiado humano, de
Medea. Véase Eurípides, M
Med
edea
ea..
Led a Madre de Helena, así como de Clitemnestra.
Desesperada ante la mala reputación de He
lena, se ahorca. Véase Eurípides, H
Hee len
le n a .

18
M a c a r ía Hija de Heracles, acepta su propio sacrificio
en aras de la salvación de sus hermanos.
Véase Eurípides, los H
Hee racl
ra clid
idas
as..
Medea Princesa de la Cólquide, con quien contrae
matrimonio Jasón para luego repudiarla y
casarse con la hija del rey de Corinto. Enve
nena al rey y a su hija, da muerte por espada
a sus hijos. Véase Eurípides, M Mededea
ea..
M ég a r a Fiel esposa de Heracles en Tebas. Se da
muerte, junto con sus hijos, en un acceso de
locura. Véase Eurípides, H
Her
erac
acles
les..
Meneceo Hijo de Creonte, hermano de Hemón. Se da
muerte para salvar la ciudad. Véase Eurípides,
las Fen
Fenicias.
icias.
Men e l a o Rey de Esparta, esposo de Helena. Véase
Eurípides, las Troyanas, Helena, Orestes.
N eopt ó lemo Hijo de Aquiles, sobre cuya tumba inmola a
Políxena; muerto en Delfos. Véase Eurípides,
Héé c u b a , A n d r ó m a c a .
H
O r e st e s Hijo de Agamenón y de Clitemnestra, her
mano de Ifigenia y de Electra. Mata a su
madre para vengar a su padre. Véase Esquilo,
Coéforos, Euménidas; Sófocles, El Elec
ectr
tra;
a; Eurí
ppid
idee s, Ele
Electr
ctra,
a, IfIfig
igee n ia entr
en tree los taur
ta uros
os,, Orestes.
Po l i n ic e s Hijo de Edipo y de Yocasta. Muere en
combate fratricida con Eteocles. Véase Es
quilo, los Siete contra Tebas; Eurípides, las
Fenicia
Feni cias.s.
Po l íx e n a Hija de Príamo y de Hécuba, sacrificada por
N e o p t ó l e m o sob
so b re la t u m b a d e A q u il
ilee s. V éase
éa se
Eurípides, las Troyanas, Hécuba.
T ecmesa Compañera de Áyax, quien le recuerda que
el silencio es el mejor adorno de las mujeres.
Véase Sófocles, A y a x .
T eseo Rey de Atenas, esposo de Fedra, padre de
Hipólito, a quien maldice demasiado pronto.
Véase Eurípides, H
Hip
ipóó li
lito
to..

19
Teucro Hermanastro de Áyax. Véase Sófocles, Á y a x .
Yocasta Madre y esposa de Edipo, con quien tiene
dos hijos, Eteocles y Polinices, y dos hijas,
Antigona e Ismene. Se suicida por ahorca
miento, tras haber descubierto el incesto, o
p o r la e s p a d a , t r a s la m u e r t e d e sus
su s h ij
ijoo s .
Véase Sófocles, E Edd ip o rey
rey;; Eurípides, las Fe-

nicias.

[En las transcripciones castellanas se respetan los nombres tradicionales


de los personajes; en caso de duda, se acude a: Constantino Falcón, Emilio
Fernández-Galiano y Raquel López Melero, Diccionario de la mitología
clásica (Madrid: Alianza Editorial, 1980).
N u e s t r a f a l t a , e n l o t o c a n t e a e s t u d i o s c lá
láss ic
icoo s , d e u n a t r a d i c i ó n t a n
sólida como la inglesa, alemana o francesa, se refleja en vacilaciones a la
hora de transliterar los nombres o traducir los títulos de las tragedias.]

20
NOTA DEL TRADUCTOR

El original francés incorpora gran cantidad de citas.


En lo tocante a la tragedia griega, el traductor ha apelado
a las siguientes versiones españolas:
— E s q u i l o , Tragedias completas, edición de José Alsina
Clota (Madrid: Cátedra, 1983).
— S ó f o c leless , Tragedias, traducción y notas de Assela
Alamillo (Madrid: Gredos, 1981).
— E u r í p i d e s , Tragedias troyanas, versión rítmica de Ma
nuel Fernández-Galiano (Barcelona: Planeta, 1986).
Muchas veces, no obstante, ha habido que prescindir de
estas versiones, para adaptarse a la literalidad que requerían
los comentarios de la profesora Loraux. A fin de no estorbar
la lectura del texto, estas excepciones sólo se señalan cuando
son muy considerables.
Los fragmentos de otras obras no trágicas se traducen: a)
a partir de versiones castellanas (con mención del traductor
en todos los casos); b) a partir de la traducción francesa
ofrecida por la profesora Loraux. Esto último se da en muy
ppoo c a s o c a s io n e s , p e r o el l e c t o r h a d e t e n e r e n c u e n t a q u e la
disponibilidad de versiones castellanas de textos clásicos
resulta escasa, por no decir lamentable.

21
de Maneras trágicas
matar a una mujer

23
Habiendo dado la vida por su ciudad, los atenienses caídos
en combate recibían en pago «un elogio inalterable y una
sepultura que es la más digna. No me refiero a aquélla en que
reposan, sino a aquélla en que su gloria sobrevive y es
recordada en toda ocasión [...]. Los hombres ilustres tienen
ppoo r tum
tu m b a la ti
tiee rr
rraa e n teta
te ta;; no es simpl
sim plem
emenente
te una inscr
ins cripc
ipción
ión
sobre una tumba que, en su país, recuerda su existencia, pues
incluso en un país extranjero, sin ninguna inscripción, cada
una de esas tumbas lleva grabada esa inscripción, no en la
pied
pi edra
ra,, sino en el cora co razó
zónn de los homb
ho mbre
res.»
s.»
[Versión castellana de: Tucídides, His Histori
toriaa de la guerra
guerra del
Pelopon
Pelo poneso
eso,, traducción y notas de Vicente López Soto (Bar
celona: Editorial Juventud, 1975).]

«De tu valor, Nicoptóleme, jamás el tiempo borrará el eterno


recuer
rec uerdo
do,, que en tu marido
ma rido dejas
d ejaste»
te»11.

Sirva esta cita tomada de un epitaphios, junto con otro


fragmento de epitafio, como introducción a lo que se dice,
en una ciudad griega —Atenas, en este caso—, cuando muere
un hombre y cuando muere una mujer. Los hombres mueren
en guerra, cumpliendo rigurosamente con el ideal de civismo;
sometida a su destino, la mujer muere en su cama —o esto,

pciudad
po o r lo m lese nconcede
o s , p a r e cpor
e lo lam vía
ás voficial
e r o s í m iun
l — .hermoso
A los
lo s h osepulcro
m b r e s , lay
un elogio en forma de oración fúnebre pronunciada por el
más célebre de los hombres de Estado: y ya, como obede
ciendo al verbo elocuente de Pericles, el epitafio grabado en
el monumento del barrio Cerámico empieza a palidecer ante
la palabra de gloria y su promesa de recuerdo tan inalterable
como universal. Para Nicoptóleme —desconocida, aunque de
nombre guerrero, porque de victoria en el combate habla—,
bbaa s t a c o n u n p o c o d e r e c u e r d o p r iv a d o : u n a s c u a n t a s lí
línn e as
grabadas en una estela, con la afirmación de que su marido

25

nunca la olvidará. Fuerte contraste, quizá demasiado bello


p a r a s e r e x a c to . V e a m o s . Sin
pa Si n d u d a q u e n o t o d o s los
lo s h o m b r e s
de Atenas mueren en combate, pero no hay ninguno cuyo
epitafio no confíe a la ciudad, de una u otra forma, el
recuerdo eterno de las cualidades del fallecido; tampoco se
extinguen en su lecho todas las mujeres de Atenas, pero
siempre es al marido (o, en el peor de los casos, a la familia)
a quien toca preservar el recuerdo de la fallecida.

Si nos situamos en el nivel paradigmático de los modelos


sociales, cierto es que la ciudad no tiene nada que decir con
respecto a la muerte de una mujer, aunque haya sido tan
ppee r f e c t a c o m o le e s tuv
tu v ies
ie s e p e r m i t i d o se
serl
rloo : p u e s n o h a y p a r a
la mujer otro logro que el de llevar sin ruido una existencia
ejemplar de esposa o de madre, junto al hombre que vivía su
vida de ciudadano. Sin ruido: tal es, en todo caso, la vida
que en el epitaphios aconsejaba Pericles a las viudas de los
atenienses caídos en combate. La gloria (kleos) de los hombres
es palabra viva, trasladada a oídos de la posteridad por las
mil voces de la fama: para decir la gloria de una mujer, no
hay —desde que Penélope afirma que sólo el regreso de
Ulises mejorará su kleos desmedrado— más orador que el
marido. La misma persona que, más allá del fallecimiento de
su esposa, será depositaría de su recuerdo. Una vez muerto
el marido, lo único que toca a las mujeres es no dar lugar a
que se hable de ellas entre los restantes varones, ni en tono
de censura m en tono de elogio: la gloria de las mujeres
consiste en carecer de ella’. He aquí algo que está muy lejos
de facilitar la tarea de quien pretenda palpar la muda realidad
de la vida de las mujeres atenienses. Pero no estriba en tal
cosa mi propósito, de modo que me atendré decididamente al
logos,, aun a riesgo de echar raíces en un género literario que,
logos
en la ciudad, consagra a la muerte de las mujeres un discurso
muy diferente de este otro, tan privado, del secreto y el luto.
N o o b s t a n t e , a u n q u e n o sea
se a m ás q u e p o r m o r d e
complicar la tarea, es menester demorarse un momento en la
lectura de los epitafios. Así alcanzaremos la convicción de

que ninguna
virtudes han demujer posee
culminar su bienestar
en el muerte: de
para aquella nocuyas
su esposo, hay

26

fallecimiento heroico (pensada sobre el módulo de la prueba


honorable, la «muerte gloriosa» sólo puede ser viril). Sencilla
mente, la muerte de la esposa da remate a una vida de
entrega y afecto, de buen humor y de reserva, de la cual el
marido, qué duda cabe, sabrá «hablar muy bien» en lo
ppoo r v e n i r .
En tales condiciones, ¿a qué palabra cívica iba a ocurrírsele
articular un discurso sobre la muerte de las mujeres? No, a

bseu ellama
bu n s e g uTucídides
r o , al g é n eyr osuh iobjeto
s t ó r i c oes
, s oGrecia:
b r e t o dcrónica
o si el hde i s t oguerras
r ia d o r
y de decisiones políticas, la historiografía tucididiana no
tiene por qué ocuparse de las mujeres, ni siquiera cuando
están vivas. Herodoto, como cabía esperar, era menos cate
górico en este aspecto, pero —de modo no menos previsible—
no se interesaba en las mujeres más que en cuanto bárbaras
o esposas de tiranos, o por su muerte violenta, o porque le
daban pretexto para relatar algún rito funerario anómalo'; y,
aun así, se trata de breves menciones, en las que nunca se
observa un alto grado de elaboración. Pero hay un género
cívico que se complace institucionalmente en difuminar la
frontera entre lo masculino y lo femenino, liberando la
muerte de la mujer de los lugares comunes en que la
acuartelaba el luto privado. Acabo de nombrar la tragedia,
do nd e —c ierto es es: alal igual
gual que en H e ro d o to — la las mujeres
mujeres
no m uerenuere n sino de m ue rte v io len ta4; ta4; pero
pe ro es que en el el
universo trágico la muerte, aunque acontezca en el campo de
bbaa tall
ta llaa , s iem
ie m p r e se s i t ú a b a jo el si sigg n o de la v iole
io lenn c ia,
ia , p o r la

cual no padecen
un momento al los hombres
menos, menos
queda que las mujeres:
restablecido así, por
un a modo de
equilibrio entre los sexos.
Violentamente, pues, mueren las mujeres trágicas. Más
exactamente, es en la violencia donde la mujer conquista su
muerte. Una muerte que no sea tan sólo el final de una vida
de esposa ejemplar. Una muerte que le pertenezca en propie
dad, que, como la Yocasta de Sófocles, se haya infligido
«ella, por sí misma»·, o que, de manera más paradójica, le
haya sido impuesta. Una muerte brutal, que se anuncia sin
grandes frases (así, para la esposa-madre de Edipo: «Las

27

ppaa lab
la b r a s m á s r á p id a s d e d e c ir y d e e n t e n d e r : h a m u e r t o la
divina Yocasta»), pero cuyas modalidades, dolorosas o cho
cantes, dan lugar a un largo relato. Pues, tan pronto como
queda enunciado en toda su desnudez el hecho bruto, el
acontecimiento suscita una pregunta, siempre la misma:
«¿Cómo? Dime cómo»6. Entonces cuenta el mensajero, y así
rompe la tragedia el silencio ampliamente observado en la
tradición griega sobre los caminos de la muerte.
Pero una precisión se impone: es cierto que, en la
tragedia griega, la muerte de las mujeres accede al discurso
igual que la de los hombres; pero conviene observar que,
dentro del espectro de las modalidades de la muerte violenta,
se opera de hecho un reparto entre hombres y mujeres —y
ya tenemos roto el equilibrio entre los sexos... Del lado de
los hombres, la muerte (con unas cuantas excepciones, como
la de Áyax y Hemón, que se suicidan, o la de Meneceo, que
se brinda al sacrificio) se manifiesta en forma de homicidio:
tal es, bien mirada, la muerte — o ike ik e ios
io s p h o n o s , homicidio
familiar— formalmente guerrera de los hijos de Edipo, que
se matan unos a otros en el campo de batalla. En cuanto a
las mujeres, algunas hay que mueren víctimas de homicidio
—cc o m o C l i t e m n e s t r a , c o m o M é g a r a — , p e r o s o n m u c h o m ás

numerosas las que apelan al suicidio como salida única para
sus rigurosas desdichas: Yocasta, por ejemplo, y sin apartarnos
de Sófocles, Deyanira, Antigona y Eurídice; Fedra y, también
en Eurípides, Evadne y, en el trasfondo de H Hee len
le n a , Leda; por

púltimo,
prr e f e r i d oend elo lareferente a las
m u e r t e es el cmás jóvenes,
u c h i ll
lloo sac
sa c rif
ri f icel
icaa l, instrumento
y hay que
añadir, a la cohorte de esposas suicidadas, el grupo de las
vírgenes sacrificadas, desde Ifigenia a Políxena, pasando por
Macaría y por las hijas de Erecteo.
N o v a m o s a q u í a l i m i t a r n o s al h o m iciic i d i o , a u n q u e n o p o r
ello dejaremos de invocar su formas trágicas: por repartirse
de modo más equitativo entre hombres y mujeres, el homicidio
constituye, sin duda, un criterio menos pertinente a la hora

de establecer
muerte. las diferencias
El lector ya ha entre
tenidolosque
sexos con relación
adivinarlo: a la
nuestra

28

atención va a concentrarse, en cuanto muerte femenina, en el


suicidio de las esposas y en el sacrificio de las vírgenes.

29
La soga y la espada

Suicidio de mujer por muerte de hombre


«Primero, para una esposa, es ya un tormento sin par estarse
en casa sentada sola y sin la compañía del marido, toda
suerte de desalmados rumores escuchando; que uno viene a
traer malas noticias, y después, otro, con nuevas peores y,
así, van todos anunciando mil desgracias para la casa. Y si
tantas heridas (traumaton) él recibiera cual, por diversos
conductos, traían hasta mi casa los rumores, bien podríais
decir que más agujeros (tetrótai) tiene que una red [...]. Por
tan
habíahorribles
colgado,referencias, más de
manos extrañas un nudo
tuvieron que que en el por
deshacer techo
la
fuerza, y que ahogaba mi garganta».

E s q u il o , Agam
Ag amenó
enón,
n, 8 6 1 - 8 7 6 .

Más allá de la mentira, cuyo empleo la reina domina con


maestría admirable, se trata de una verdad o, por lo menos,
de algo verosímil, propio del universo trágico enunciado en
estas
cuandopalabras
regresa acon que la
palacio: Clitemnestra recibe
muerte de un a Agamenón
hombre invoca de
modo irresistible el suicidio de una mujer, de la suya.
¿Muerte de mujer para compensar la muerte de ün hombre?
En virtud del honor heroico que la tragedia se complace en
recordar, la muerte de un hombre no puede ser sino muerte
de guerrero, en el campo de batalla (así, en las Coéforos, los
hijos de Agamenón soñarán un instante en el pasado, imagi
nando la muerte gloriosa de su padre ante las murallas de
Troya); muerte cuyo anuncio bastará para que la esposa, en
su recinto cerrado, muera a su vez con una soga al cuello. En

31

nombre de esta misma verosimilitud trágica, Hécuba, en las


Troyanas, reprocha amargamente a Helena: «¿Cuándo nadie
te vio colgarte de algún nudo o aguzar el puñal como una
mujer noble (gennaia gyne) que añorase al primer marido?»
(Traducción española tomada de Eurípides, Tragedias troyanas,
Laa s tro
L tr o y a n a s, versión rítmica de Manuel Fernández-Galiano,
ppáá g . 188,
188 , vv.
vv . 1013
10 13-1
-101015)5)..
N i q u é d e c ir ti tiee n e q u e C l i t e m n e s t r a n o se m a t ó , c o m o
tampoco su hermana Helena. La reina no es ninguna Penélope
(aunque, en el mismo discurso embustero, evoque las lágrimas
que le arrasaban los ojos en las largas veladas de llanto por
su marido), ni ninguna esposa trágica corriente. Clitemnestra,
ppuu e s , n o se m a t a , y es A g a m e n ó n q u i e n v a a m o r i r , c o n el
cuerpo cubierto de heridas y atrapado en la red de un velo
en forma de trampa. Clitemnestra no toma medidas para
matarse; desvía la muerte de su persona hacia la del rey, del
mismo modo en que Medea, en lugar de matarse, mata
indirectamente a Jasón, por intermedio de sus hijos y de su
nueva esp
e sp os a7.
a7. En C litem ne stra
stra,, la m adre de Ifigenia
Ifigenia y la la
amante de Egisto se imponen a la esposa. La reina homicida
da mentís a la ley de la feminidad, según la cual, ante la
aporía
apo ría de la
la desdicha se abre la sal
salid
idaa del nudo
nu do c o rre d iz
izoo 8.

Una muerte desprovista de andreia

Hallar salida en el suicidio: solución trágica que, en el


granel de la vida cotidiana, la moral reprueba. Pero, sobre to
do: solución de mujer y no, como en ocasiones se ha preten
dido,
did o, acto
ac to he ro ico 9. Q ue Áyax,
Áya x, el héroe,
héroe , ssee suicide
suicide —ta n to
en Sófocles como en la tradición épica— es una cosa; otra,
muy distinta, que se suicide de modo viril (ya volveremos a
ello); pero de ahí a obtener de este ejemplo la conclusión
general de que, en la imaginación compartida de los griegos,
todo suicidio participe de la andreia (nombre griego del
valor, en cuanto patrimonio de los varones), hay un paso que
nos resistimos a dar: mucho más conforme a la ética tradicio
nal es sin duda el Heracles de Eurípides, quien, desde el

32

p r o p i o f o n d o d e l d e s a s t r e , se r e s ign
pr ig n a a s e g u ir v i v i e n d o 10. E n
lo que se refiere al ciudadano, las cosas están más claras
todavía: nada más ajeno al suicidio que el imperativo hoplita
de la «m uerte gloriosa»,
gloriosa», que ha h a de ser aceptada,
ace ptada, no bu sc a d a11
— sa b em o s q u e , p o r h a b e r e x p re s a d o c o n d em a sia d a v e h e 
m encia su deseo de morir en Platea, los espartanos negaron
a Aristodamo la gloria postuma de verse incluido en el
elenco de los valientes. Espartano o no, ningún guerrero se
suicida más que por causa de deshonor (caso de Otríadas en
el libro I de Herodoto y de Pantites en el VII); de lo cual se
hace eco el Platón de las Le Leyeyes,
s, pensador normativo, pero fiel
al interés ciudadano, que inflige al suicida, por «falta absoluta
de virilidad», la sanción institucional de una tumba tan
solitaria como olvidada, en las afueras de la ciudad y en la
noche del anonimato (IX, 873 c-d). Habrá que añadir —y no
es d a to triv ial—
ial — que la lengua leng ua griega carece de vocablo voc ablo
específico para designar el acto del suicidio, y que utiliza las
mismas palabras que nombran el homicidio de los padres,
ignom
ign om inia a b so lu ta 12.
El suicidio,
suicidio, pues: pues: m ue rte trágica, qu
quizá,
izá, que eligen,
eligen,
abrumados por la desazón, aquellos sobre quienes recae «el
d o lo
lorr excesivo
excesivo de un info in fo rtu n io irrem ed ediable»
iable» 13. P ero , en la la
pprr o p i a tr
traa g e d i a , m u e r t e de m u jerje r , p o r e n c im a d e c u a l q u ier
ie r
otra cosa. Y resulta que una de las modalidades de esta
muerte —ya de por sí devaluada— está más señalada por la
infamia, más abocada al deshonor inapelable que todas las
demás: me refiero al ahorcamiento, muerte abominable o,
pmón),
o r d e máximo
c ir
irlo
lo m á sagravio
a d e c u a dque
a m enadie
n t e , mse
u e rinflige
t e «sin
«si n sino
f o r m aapremiado
» (askhé
p o r la v e r g ü e n z a 14. Y r e s u l ta t a m b i é n — ¿ser ¿s eráá c a s u a li
lidd a d ? —
que elel ahorc am iento es es m uerte de mujer mujer:: m uerte de Yocasta,
de Fed ra y de de L eda, m uerte ue rte de A ntigo na (y, fuera de la la
tragedia, muerte de innumerables muchachas que se cuelgan
ppaa r a d a r o r ig e n a u n c u l t o o p a r a i l u s t r a r lo loss e n igmig m a s d e la
fisiolog
fisio logía
ía fe m e n in a 15).
El ah orca m iento, m ue rte femenina. D igo más: más: en él
ppuu e d e d u p l i c a r s e al i n f i n i t o la e x p r e s i ó n d e la f e m in id a d ,
ppoo r q u e las m u je jerr e s y las m u c h a c h a s s a b e n s u s t i t u i r el i n s t r u -

33

mento habitual, la soga, por los aderezos con que se cubren,


emblemas de su sexo (así, Antigona se estrangula en el nudo
de su propio velo). Velos, cinturones, bandas: trebejos de
seducción que, virtualmente, tanto valen como trampas de
muerte para quienes las llevan, como hacen saber al rey
Pelasgo las las danáides
dan áides su p lica lic a n tes1
te s166; en unaun a palabr
pa labra, a, fu erte
er te
expresión tomada de Esquilo, hay en todo ello una hermosa
trampa, mékhane kalé, donde la ppee it ithh ó (persuasión) erótica se
ppoo n e al s e r v icio
ic io d e la m á s s i n i e s t r a d e las a m e n a z a s .
N o i n s i s t i r é e n el t r a t o í n t i m o d e las m u jer je r e s c o n e s te
ámbito de la métis, inteligencia astuta tan característica de
los griegos. No obstante, no dejaré pasar la ocasión de
recordar que no hay acción llevada a cabo por una mujer
—aa u n q u e e m p lee
— le e la e s p a d a , sea
se a p a r a d a r s e m u e r t e , sea
se a p a r a
matar— que no corra el riesgo de verse absorbida, inexora
bbll e m e n t e , p o r el v o c a b u l a r i o d e la a s tu c iaia.. A sí
sí,, e n A Agg a m e n ó n ,
ppaa r a e v o c a r los
lo s d e s ign
ig n ios
io s leta
le tale
less d e C l i t e m n e s t r a , m i e n t r a s
afila la espada contra su esposo, Casandra, en contra de lo
que cabía esperar, recurre a la imaginería del veneno vertido
en la copa; en la Orestíada, en cambio, el veneno no tarda en
ser revezado por una trampa real y verdadera, el velo que
apresa a Agamenón como en una red, audaz materialización
de toda metáfora de métis. Idéntica lógica opera en las
Traquinias: sin desearlo así, Deyanira atrapa a Heracles en
la trampa envenenada de la túnica de Neso: ahora, por
mucho que se apresure a solicitar de la espada la salvación de
una muerte rápida, ya no podrá evitar que se piense, aunque

sea
ind usdetrios
modoo defugaz, que su suicidio
la inteligencia
intel igencia a s tu ta 17se
. inscribe en el registro
A esta metis abarcadora, operante en-las palabras y en los
actos de las mujeres, y que teje las redes mortales o aprieta
el nudo de innumerables sogas, la tragedia opone todo lo que
corta o desgarra, en una palabra, lo que hace correr la sangre.
Lo cual nos lleva a las Suplicantes de Esquilo y a su pulsión
hacia el ahorcamiento. Postrer recurso en su fuga extraviada
ante los hijos de Egipto, el nudo corredizo de la muerte
habría protegido a las danáides contra el deseo violento del
macho, así como arrojarse desde lo alto de una roca escarpada

34

— c o s a q u e p o r u n m o m e n t o les
—c le s p a s a p o r la c a b e z a — las
habría redimido del matrimonio (vínculo donde el esposo no
es sino dueño). Y no es indiferente que den a este dueño el
nombre de daiktór, que en modo alguno significa «raptor»
(como quiere, en la edición de Belles Lettres, la muy auto
rizada traducción al francés de Paul Mazon), sino muy exac
tamente desgarrador 1S. Para Pa ra esca
e scapa
parr de estee ste de sgar sg arro
ro — sin
duda el de la violación o desfloración— sólo dos caminos se
abren: la muerte de las danáides en el nudo corredizo de una
soga —y el deshonor para la ciudad—, o su vida a cambio de
una guerra en la que «por mujeres» se ha de derramar la
sangre de los hombres (Suplicantes, ( Suplicantes, 476-477). No se colgarán
las danáides. Ya conocemos el final: matrimonio consumado,
bboo d a s d e s a n g r e , m o r ta l e s p a r a los
lo s m a r i d o s , c a s t i g o p o s t e r i o r
en el Hades. Pero eso es otra historia.

Ell tajo
E ta jo en el cuer
cu erpo
po v i r i l

Si damos crédito a Eurípides, una espada arma el brazo


de Tánatos (Muerte). No será, sin duda, por casualidad: si la
muerte, igual para todos, no distingue entre sus víctimas y lo
mismo taja la cabellera de las mujeres que la de los hombres,
toca a Tánatos, encarnación masculina de la muerte, llevar
un a espada,
espad a, em blem a del ób ito v iril1
ir il199.
Porque ningún varón digno de tal nombre ha de morir
sino por la espada o la lanza de otro hombre, en el campo de

bregresa
ba a tall
ta llaa . de
M eTroya
n g u a d asing lor
lohuella
r ia la siquiera
d e l M e ndee lao
launa
o d herida
e E u r í pinfligida
i d e s , q u ea
c o rta distan cia, de d e las
las que lucenluce n los hom ho m bre s ccab abales
ales220. E
incluso en el sacrificio humano —por corrupta que resulte la
acción desde todos los puntos de vista— conviene que el
sacrificante sea un hombre, sobre todo cuando la víctima
también lo es; así lo atestigua, en Ifi I figg e n ia e n tre
tr e los tau
ta u ro
ros,
s, la
p r e g u n t a d e O r e s t e s a la h e r m a n a q u e t o d a v í a n o h a i d e n t i 
ficado:

«¿Matando una mujer varones con la espada?»

35

y la respuesta de Ifigenia, asegurando que en el santuario hay


un verdugo (sphageus) a qu ien in cum
cu m be ta l ta re a 21.
Esta norma imperativa que exige que el hombre muera a
manos de otro hombre, por espada y con derramamiento de
sangre, no queda derogada en la tragedia ni siquiera por el
suicidio; y, tanto en Sófocles como en Píndaro, a hierro
muere Áyax, fiel hasta el final a su estatura de héroe que
vive y muere por la guerra, donde, mediante un intercambio

preciben.
pa a c t a d o , Ádyax,
e t opues,
d o c osen tsuicida,
r a cida,
sui t o d ope
, rose com
infl
in flig
ige
o egnu ehrre
e r id
roa22s. Ay trase
vesado por el hierro con que se identificaba (Ayax, 650-651),
se desgarra el costado con la espada de la que hizo principio
activo, escenificando su propia muerte (llega a decir: «el
verdugo (sphageus) eestá stá ahí, de pie, para pa ra m ejor
ejo r co rta
rt a r» 23). La
espada de Áyax: significante primordial con el que tropezamos
a cada paso en la urdimbre metafórica de la tragedia de
Sófocles, confiriendo coherencia al texto. La espada del
guerrero se trueca verdaderamente en el escalpelo que Áyax
invocaba con sus deseos, pero hay, en el sentido que se suele
denominar figurado, muchas otras espadas en A y a x : las
pprr o p ia s p a lab
la b r a s d e la l e n g u a , q u e , p u n z a n t e s c o m o el a c e ro,ro ,
«hieren en lo vivo». ¿A qué sorprendernos, sabiendo que,
ante la contemplación del cadáver del héroe, la aguda punta
del do lor lo r atraviesa
atrav iesa a T ecm ec m esa ha sta las las «entra
«e ntraña ñas»
s»224?
Dejemos la espada de Áyax en este punto: otros han
sabido tratar el tema, a veces espléndidamente, como Jean
S taro
tar o b insk
in sk i25
i25. T a m p o c o me explayaré
exp layaré sobre la la sangr
sangree derrade rra
mada, aunque sea crucial en A y a x , porque disponemos de
otro héroe de Sófocles para ilustrar el carácter necesariamente
cruento del suicidio viril. Me refiero al prometido de Antigo
na, cuya muerte viene anunciada por el modo intraducibie de
la glosa etimológica:

«Hemón ha muerto; su propia mano


lo ensa
en sann g rie n ta»
ta » 26.
[Versión de A. Alamillo: «su propia sangre le ha matado»].

36

Baste con recordar que el nombre de Hemón (Haimon)


se parece demasiado al de la sangre (haima): así, atravesado
p o r su p r o p i a e s p a d a , el h i j o d e C r e o n t e d a c u m p l i m i e n t o al
po
pprr e s a g io q u e h a b ía e n su n o m b r e , y m u e r e c o m o v a r ó n .

Ahh o r c a m i e n t o o sphagê
A spha gê

Hay, no obstante, una palabra cuya enunciación no


ppoo d e m o s s e g u ir a p l a z a n d o , p o r q u e es o b s e s iva
iv a e n el g é n e r o
trágico y porque en éste se contrapone, insistentemente, al
vocabulario del ahorcamiento. Esta palabra es sphagê, nombre
de la degollación sacrifical, aunque también de la herida y de
la sangre que se vierte. Junto con el verbo sp sphh a zô y sus
derivados, se aplica evidentemente a los sacrificios: el de
Ifigenia en Esquilo y Eurípides, pero también, en Eurípides,
el de Macaría en los H Hee racl
ra clid
idaa s, y el de las hijas de Erecteo,
ofrecidas a la patria en calidad de sph sphag
agia
ia (l ó n , 178). Hasta
aquí, todo normal, o casi. Pero, de Esquilo a Eurípides,
ppaa s a n d o p o r S ó f o c les
le s , sp
sphh a zô y sph
sphagê
agê también se aplican al
homicidio en el seno de la familia de los Atridas. Y, sobre
todo, es también a estas palabras a las que se recurre para
designar el suicidio cruento: suicidio de Ayax, de Deyanira,
de Eurídice. ¿Cabe invocar, para justificar este uso un tanto
alejado, alguna supuesta ley de la inadecuación semántica,
característica de la tragedia en su empleo del lenguaje?

¿Habrá o que
neutra más rebajar spha
sp
descriptiva,hazô
zô a la
como sskk hcategoría
izô de que
iz ô y daizó, palabra más
describen
el desgarramiento del cuerpo? Ello equivaldría a ignorar el
rigor del significante trágico, que no manipula la lengua sino
con fines muy concretos —como, por ejemplo, el de confundir
las órdenes. Más vale apostar por el sentido, observando que,
cargados de valores religiosos, sp
spha
hazôzô,, sphagê
sph agê y sp
spha
hagi
gion
on no se
aplican en la tragedia a cualquier degollación religiosa, ni a
cualquier suicidio, sino a la larga sucesión de «asesinatos
resultante de la aplicación de la ley de la sangre» en la familia
de los Atridas, o a la muerte voluntaria de Eurídice al pie del

37

altar de Zeu s H e rc e o 28. En térm ino s más generales


generales,, spha
sphagê
gê se
aplica a la muerte por hierro como muerte «pura», por
o ppoo s i c i ó n al a h o r c a m i e n t o 29.
Pero tan pronto como mencionamos esta contraposición
entre dos modos de morir, el masculino y el femenino, hay
que decidirse a señalar que ya la hemos quebrantado, al
evocar la muerte «viril» de Deyanira o de Eurídice, que se
hunden una espada en el cuerpo. Y, en Eurípides, no son
escasas las heroínas que prefieren la espada a la soga cuando
la muerte les ronda la cabeza; así, mientras monta guardia
ante la puerta de la casa donde se lleva a efecto el crimen,
Electra sostiene una espada en las manos, dispuesta a volverla
contra sí misma si el empeño fracasa ( El
Elec
ectrtraa , 688, 695-696).
Y, a la inversa, hay también, en Eurípides, hombres a
q uienes sobreviene la muerte por haber caído, como una
mujer, en lazos inextricables: caso de Hipólito, que, engan
chado en las riendas de su caballo, como en un par de trabas,
se estrella co n tra la peñas del cam
ca m ino
in o 30; p ero
er o , hay que
q ue
decirlo, entre los hombres es, con toda evidencia, más raro
este modo irregular de muerte.
A lo que íbamos: he de observar que el enmarañamiento
trágico consistente en atribuir muerte viril a una mujer no
depende de ninguna contingencia. Tomemos la muerte de
Yocasta en las Fen Feniciaicias.
s. En Sófocles, como sabemos, Yocasta
se ahorca tan pronto como averigua quién es Edipo —mujer
abrumada por una desdicha insuperable. La Yocasta de
Eurípides no se ahorca; habiendo logrado sobrevivir a la
revelación del incesto, es la muerte de sus hijos lo que
acarrea la suya, que se da a sí misma con la espada que a
ellos
el los m a tó 31. Q u é d ud a cabe: cabe: se se tra ta de u na nota n otableble
desviación con respecto a una tradición muy sedimentada, ya
desde Homero y el ahorcamiento de Epicasta. ¿Tendremos
p o r e ll
lloo q u e a t r i b u i r e s t a i n n o v a c i ó n , c o m o a l g u n o s h a c e n , a
una evolución de las mentalidades, cada vez más hostiles a la
m uerte p or a ho rcam iento?32 A decir verdad, no hay nada que
avale semejante hipótesis, porque ya en la Odisea (XXII, 462-
464) la muerte por soga es la más impura posible, y, por
consiguiente, no se ve bien en qué ha podido consistir el

38

cambio de mentalidad. Pero, sobre todo, conviene leer el


texto de Eurípides en relación con el de Sófocles; entonces
comprenderemos que en las Fe Feni
nici
cias
as hay una especie de
nueva interpretación de conjunto del personaje de Yocasta; y
la muerte viril de una mujer que ya no es, como en Sófocles,
esposa po r encima
encim a de tod o , sino exclusivam ente m a d re 33, ha
de anotarse en el haber de la recién mencionada reelaboración
crítica de la tradición.
A partir de este ejemplo y de algunos otros, esbocé
antaño, evocando la muerte trágica de las mujeres, una
generalización en que el ahorcamiento iba asociado al matri
monio —o, mejor, la excesiva valoración de la condición de
desposada (nymphe
(nymphe)—)— y el suicidio cruento a la maternidad,
mediante la cual, en los dolores «heroicos» del parto, se
realiza enter
en teram
am en te la esp
es p o sa3
sa 34. Me si
sigo
go ate nie nd o a esta
lectura. Pero no he de volver a ella, en este punto, sencilla
mente porque es el enmarañamiento lo que me interesa
ahora, y más concretamente las afirmaciones, tan frecuentes

en
entre Eurípides,
la soga yque parecen postular una especie de equivalencia
la espada.
La soga o la espada: en una sola palabra, la muerte a
cualquier precio, sean cuales sean los caminos que a ella
conduzcan. Así, en situación desesperada, razonan las mujeres
viriles (quienes, si se les diera ocasión, elegirían la espada), de
tal cosa hacen alarde las mujeres demasiado femeninas, que,
como Hermione, ni siquiera osarán ahorcarse —pero, tanto
en un caso como en el otro, la continuación del texto deja
ppee r f e c t a m e n t e e n c lar
la r o c u á l serí
se ríaa , e s p a d a o so
sogg a , la v e r d a d e r a
elección de la infortunada. Soga o espada: tal es también la
elección que, ante la inminencia de la muerte de Alcestis,
ofrece a Admeto su corazón, cuando afirma: «ante tamaña
desgracia, no cabe sino abrirse la garganta (sphagê) o introducir
el cuello en el nudo corredizo de un lazo colgante» — simple
manera de señalar que, por haber huido de la muerte, un
hombre feminizado no puede sustraerse a la desdicha que
d e stro
st ro z a a las las m u jere
je res3s355.
Pero —ya lo sugieren estos ejemplos—, el enmarañamiento,
aun llevado a su colmo, no tiene más objeto que el de

39

robustecer, por vía paradójica, el planteamiento ortodoxo de


la contraposición. Así, por ejemplo, en la tragedia que lleva
su nombre, cuando Helena hace votos por su propia muerte:
«lazos mortales pondré en mi pobre cuello para de ellos
colgarme o haré que entre en mi garganta sangrante la espada
con golpe homicida, mortal que mis carnes traspase, una
ofrenda a las tres diosas...»

Tal como indica la resolución final, la única eventualidad


que Helena considera verdaderamente digna de ella es la
sphagê; pero, bien mirado, la elección ya despuntaba en las
pprr o p i a s p a lab
la b r a s c o n q u e H e l e n a h a b l a b a d e c o lga
lg a r s e , y s o b r e
todo en el pphh o n io n aiô ai ô rêm
rê m a , en esa intraducibie y contradic
toria «suspensión cruenta» que los traductores ocultan como
ppuu e d e n , p o r q u e — p i e n s a n — lo p r o p i o d e l a h o r c a m i e n t o es
que no se derram der ram e la sang re’ re ’6. Y , sin em bargo,
barg o, es precisam
pre cisam ente
en este oxímoron donde hay que adivinar la elección de la

heroína,
cruenta, ypara quienpalabras
cuyas no caberecusan
concebir más muerte que
el ahorcamiento en la el
instante mismo en que evocan tal eventualidad. P Phh o n ion
io n
aiôrêma: así, anunciando por anticipación la sangre de la
sphagê, la lengua de Helena se adelanta a sus pensamientos.
Como resultado de este examen, vuelve a plantearse, con
más fuerza que nunca, la contraposición entre la soga y la
espada. Excepto que, en lo sucesivo, hay evidencias que se
imponen con toda claridad. Un hombre nunca llegará a

ah
ahorc
orcars
hombre,arse,
e,cuando
a u nq ue la idealo le
se mata, lhace
e haya como ro ntal,
d ad ocomo
la chombre.
ab e za 37; A el
la mujer, en cambio, se le ofrece opción: hallar en el lazo de
una soga un final muy femenino, o apoderarse de la espada,
robando su muerte a los hombres. ¿Cuestión de identificación,
es decir de coherencia interna del personaje trágico? Quizá.
N o p o r e ll
lloo r e s u l t a m e n o s p a t e n t e el d e s e q u i l i b r io , p r u e b a
— p o r si h u b i e r a n e c e s ida
id a d d e r e c o r d a r l o — d e q u e el g é n e r o
trágico domina a la perfección el juego del enmarañamiento
y conoce los límites que no debe franquear. O, por decirlo
de otro modo: prueba de que la mujer está más autorizada a

40

hacer de hombre, para morir, que el hombre a apropiarse,


aunque sea en la muerte, de cualquier conducta femenina.
Libertad trágica de las mujeres: libertad en la muerte.
Laa esposa q u e se lan
L la n z a a l v u e lo

Pero, ya que se ofrece opción a las mujeres, y ya que


algunas, hasta el final, perseveran en el camino de la feminidad,
detengámonos unos instantes en el ahorcamiento y en los
valores a él ligados.
Más allá del vocabulario de la métis y del juicio implícito
que su empleo hace recaer sobre una muerte donde es la
pprr o p i a p e r s o n a q u ien
ie n se m e t e e n la t r a m p a d e l laz
la z o , h a y o t r a
ppaa lab
la b r a q u e m e r e c e n u e s t r a a t e n c i ó n , p o r q u e d e s c r ibe
ib e y
sugiere en lugar de juzgar. A la audición de la palabra aióra
(o eóra) está vinculada la doble imagen de un cuerpo
suspendido y de un ligero movimiento de balanceo que a éste
se im p rim e 38. D igam os, a títu
tít u lo de indicación,
indicac ión, qque
ue aióra es
en Atenas el nombre de una fiesta donde las representaciones
del ahorcamiento vienen asociadas al juego del columpio; no
es, sin embargo, de la aióra religiosa de lo que vamos a
ocuparnos aquí, sino de la visión a que induce el empleo
trágico de la palabra. A Aii ó r a de Yocasta, aiórema de Helena:
Edipo fuerza la puerta que Yocasta había tenido buen
cuidado
ofrecida de la cerrar
mujer tras sí, y a «cogida
ahorcada, ojos de todo en elel nudo mundoque queda se
bbalalan
ancc ea»
ea » (plektais, eórais empeplegmeneri)\ de modo semejante,
ppaa r a H e l e n a , q u e n o h a d e c o lga
lg a r s e , el a h o r c a m i e n t o q u e d a
resumido en el término aiórema. Es entonces cuando el
lector de tragedias recuerda haber tropezado con esta palabra
en otro contexto, el de la muerte por precipitación. Así, en
las Suplicantes de Eurípides, cuando Evadne se dispone a
arrojarse al fuego, desde lo alto de la roca aérea (aitberia
petr
pe traa ) que domina la pira funeraria de su esposo Capaneo:

41

«Heme aquí, en lo alto de esta roca; semejante a un pájaro,


sobre la pira de Capaneo me alzo ligera, con un funesto
balance
bala nceoo (aiôrêma)» (Suplicantes
(Suplicantes,, 1045-1047).
Detengámonos un momento en el hecho de que aiôrêma
tanto signifique balanceo de la ahorcada como vuelo de
Evadne; así comprobaremos que entre el ahorcamiento y la
pprr e c i p i t a c i ó n e x i s t e u n e v i d e n t e p a r e n t e s c o t e m á t i c o e n la
lengua trágica. Habrá quien se sorprenda: la ahorcada se
arroja al vacío, ciertamente, pero su cuerpo ha abandonado el
suelo para pender de lo alto del techo; la precipitación, por
el contrario, es caída profunda (bathy ptôma). Y el mismo
verbo aeiró, que expresa elevación y suspensión, se aplica a
dos vuelos orientados en sentido inverso, hacia arriba, hacia
abajo, como si la altura tuviese profundidad, como si la parte
de abajo —el suelo— no pudiera alcanzarse sino por eleva
c ió n 39. P o r ex tra ñ o que parezc pa rezca, a, tal es, es, la la ún única
ica lógica
implícita que permite aclarar la asociación recurrente de estas
dos maneras de alzarse, dentro de las «odas de evasión»,
fragmentos líricos donde, abrumados por la realidad, el coro
y, a veces, la heroína trágica, suelen cantar su deseo de
muerte como huida salvadora. Podríamos invocar las Supli-
cantes de Esquilo, el H i p ó li litt o de Eurípides, y otros muchos
tex tos.
to s. Para no ap artarno arta rno s de lo esen esenciacial,l, me limitaré a
señalar
señal ar que la misma
mism a imagen aparece en un o y o tro tr o desarrollo:
la del vuelo alado, sí, pero también, de modo explícito, la del
ppáá jar
ja r o . A E v a d n e - p á j a r o d a la répré p li
licc a F e d r a , a n t a ñ o p á jar
ja r o d e
mal agüero, ah ora po bre aveci avecill llaa escapada de garras garras de
Teseo: desde lo alto de una peña o desde el nudo de un lazo
—¿q
— ¿qué
ué m ás da?—
da ?— ,E v a d n e y F e d r a e c h a n a volar para
siempre. Hay también mujeres que se limitan a soñar el
vuelo: Hermione, que, en su ansia de morir, desea ser pájaro;
las danáides enloquecidas ante la proximidad del varón; y las
mujeres del coro de IIfi figg e n ia e n tr
tree los tau
ta u r o s o de H
Hee len
le n a ,
alciones desalados, presas de la ardiente añoranza de la patria
lejana40.
El pájaro, operador trágico de la evasión, lleva a cabo la
huida, imaginariamente; de ahí que podamos sugerir unas

42

cuantas vías de meditación sobre lo que, a propósito del ahor


cam iento
ien to se dice de las
las m ujere
ujeres4
s411. Q u e, p o r su pro p en sió n al
vuelo, estas esposas (forzosamente sedentarias, según la orto
doxia de las representaciones cívicas), establecen un a modo de
relación de connaturalidad con los lugares aparte: y se arrojan
al aire y se suspenden entre el cielo y la tierra. Que basta
cualquier desdicha para que tales mujeres huyan del hombre,
saliendo de la vida, de la suya propia, como quien sale de es
cena: con brusquedad. Identificado como está con el modelo
hoplita, el hombre tiene el deber de quedarse en su sitio, de
arrostrar la muerte cara a cara, como Áyax, que, al morir, se
une con la tierra a que lo ata su espada, fija en el suelo,
hincada en su cuerpo.
Para las mujeres, la muerte es salida. Be Bebé
béke
ke:: «Se marchó»,
dícese de la mujer fallecida, o que se ha dado muerte. Se dice
de Alcestis, se dice de Evadne, que ha abandonado de un sal
t o (bebeke pêdêsasa) la casa del padre, para alcanzar la roca
desde donde dará otro salto, el último (pêdêsasa), para arro
jarr s e al v a c ío.
ja ío . Y , l l o r a n d o la m u e r t e d e F e d r a , d e s a p a r e c id a ,
«semejante a un pájaro que de las manos huye», Teseo excla
ma: «Un salto súbito (pêdêma) ttee ha h a llevado
llevad o ha
h a sta el H a d e s» 42.
Pero no sigamos adelante sin recordar que, para las mujeres,
la muerte es movimiento: sólo vuelan las heroínas con exceso
de feminidad. De hecho, el anuncio de la muerte de Deyanira,
que ha optado por la espada, en lugar de la soga, se inicia del
modo que cabía esperar, pero concluye con una nota insólita:

«Deyanira ha recorrido el último de todos los viajes sin


mover los pies, con el pie inmóvil (Beb
(Bebeke
eke ex akinetou
akine tou
podos)». ( Traquinias
Traquinias,, 874-875).

El pie inmóvil de Deyanira puede ser —como apunta


Jebb, editor inglés de Sófocles— algo parecido a una locución
pprr o v e r b i a l , e u f e m i s m o d e la m u e r t e , m a n e r a d e d e s ig n a r
andadura y camino en cuanto puramente metafóricos. Por mi
p a r t e , p r e f i e r o v e r , p o r c o n t r a p o s i c i ó n c o n el v u e lo d e aióra,
una forma de sugerir de antemano, antes de que el corazón

43

se plantee preguntas sobre el cómo de la muerte, que la mu


je
j e r d e H e r a c l e s n o h a a c u d i d o al a h o r c a m i e n t o p a r a h u ir.
ir .
Que ha muerto como un soldado. Pero, en sentido contrario,
cabe volver al suicidio de Ayax para observar que, en su re
p r e s e n t a c i ó n d e e s t e ó b i t o , S ó f o c les
pr le s s u p o r e c o r d a r c o n t o d a
discreción que el suicidio, en el hombre, es muerte aberrante:
muerte viril, la del héroe, sin duda; pero en ella es la espada
quien se yergue (hesteken), en lugar del hoplita —y Áyax se
lanzará contra ella, para clavarse, de un salto apresurado.
¿Qué palabra empleará Sófocles para describir este salto? No
nos sorprendamos: ppee d é m a 4\
Excelente oportunidad para volver a señalar que, en la
tragedia, lo masculino y lo femenino se burlan de la distribu
ción del mundo en hombres y mujeres, pero que el hecho no
tiene nada de fortuito, sino que tiende a sugerir de qué mo
do —adecuándose o desviándose— vive cada personaje su
destino de ser sexuado, realidad tan real como imaginaria
que, según los deseos de la ciudad, debería ser social antes

que ninguna otra cosa.


N o o b s t a n t e , f e m e n in a s o v iril
ir ilee s , se o f r e c e a las m u jer
je r e s
un modo de morir que les permite seguir siendo plenamente
mujeres. Es su modo de poner en escena su propio suicidio,
entre bambalinas: minucioso montaje, oculto a la mirada del
espectador y, en lo esencial, narrado; montaje que, en Sófo
cles, llega incluso a ajustarse a una especie de estructura
formularia: salida en silencio, canto del coro y, luego, un
mensajero anuncia que, fuera de la vista, acaba de suicidarse
una mujer.

Silencio y secreto

El silencio es adorno en las mujeres: siguiendo a Sófocles


nos lo ha de recordar Aristóteles; y, cuando interviene en la
acción, Macaría, en Eurípides, se empeña en demostrarnos
que lo sabe, observando que para una mujer lo ideal es no
ab an do n ar el
el rec into
in to cerra
c erra do de su casa4
ca sa444. Pero
Pe ro las mujeres
trágicas se inmiscuyen en el mundo viril de la acción: han de

44

p a g a r p o r e ll
pa lloo . Y , e n s il
ilee n c io,
io , las h e r o í n a s d e S ó f o c le
less v u e l
ven a las moradas que antes abandonaron, para en ellas mo
rir. Silencio de Deyanira ante la acusación de Hilo; pesado
silencio de Eurídice, en el cual discierne el coro, con razón,
una oculta amenaza; silencio a medias de Yocasta, palabras
de doble
do ble sentid
se ntid o d on de la vo z acaba asfixián asfix iándo do se45
se45.
Estos silencios, que se perciben como angustiosos signos,
son anticipo de una acción que la mujer desea ocultar de la
vista: Fedra se hace invisible (aphantos) y Deyanira desaparece
(diêistôsen) —o pongamos que organiza una desaparición
definitiva por medio de la cual, apartada de los ojos mortales,
accede al mundo invisible del Hades, evitando todas las
miradas incluso en el interior del palacio donde buscó
refug
ref ug io46
io46. D e m od o similar
similar,, Y ocasta
oc asta y Fedra se o cu ltan tras
ppuu e r t a s m u y c e r r a d a s , h e r m é t i c a m e n t e e n c l a u s t r a d a s c o n la
muerte; y cerrándose multiplican por dos la prisión del
cuerpo en el ahorcamiento: Edipo tendrá que ensañarse con
la puerta; Jasón solicitará con desgarrado grito que le desco
rran los
los ce rro jos47
jos47 — sólo
sólo así
así lograrán
lograrán ver a sus
sus m ujeres.
ujeres.
Muertas. Los espectadores no llegan a ver el cuerpo de
Yocasta, pero sí el de Fedra, y también el de Eurídice, que se
ofrece a la vista al mismo tiempo que el de Creonte. Toca
entonces al mensajero subrayar el juego escénico:

«Te es posible verlo, pues ya no está en su retiro (e (enn


mykhoisJJ » 48.
mykhois
[No se toma para esta frase la versión española de Assela

Alamillo, que traduce en mykhois por ‘oculta’.]

Sorprendente juego mutuo de lo visible y de lo oculto, en


virtud del cual lo que se ve no es ya la muerte de una mujer,
sino la mujer muerta. Entonces, como si ya no pesara
p r o h i b i c i ó n a l g u n a s o b r e t a n l ú g u b r e e s p e c t á c u l o , la a c c ión
ió n
dramática puede seguir adelante, o incluso, como en H Hip
ipóó li
lito
to,,
organizarse, a partir de ese momento, en torno al cuerpo de
la muerta y de su presencia silenciosa: Fedra ha desaparecido,
ppee r o a h í, d e s p r e n d i d o d e l laz
la z o m o r t a l , t e n d i d o e n ti
tiee r r a ,

45

como es menester, está ese cuerpo que ella quiso convertir


en prueba contra Hipólito y que, ya mudo para siempre,
ll
lleva
eva no o b sta n te el mensaje de la a u se n te4
te 49. Es, qué
q ué du
duda
da
cabe, una manera muy femenina de interpretar el papel de la
p r o p i a m u e r t e . D e h e c h o , c o n Á y a x — c u y o c a d á v e r es u n
elemento dramático al menos tan importante como el de
Fedra— no sucede lo mismo, y es otro el reparto entre lo
que se ve y lo que se oculta: si Áyax representa el paradigma
viril del suicidio, de ello se desprende que el hombre tiene
de recho
derec ho a suicidarse fre
f rente
nte a los es p ec tad o res5
re s500; p ero
er o su
muerte no pasa de mala imitación de la muerte gloriosa del
guerrero y, por consiguiente, la prohibición de ser visto se
traslada al cuerpo: antes de que se abra entre los caudillos
del ejército griego el debate sobre si será o no correcto
«ocultarlo» en un sepulcro, Tecmesa y Teucro, cada uno por
su lado, han hecho todo lo posible por disimular un espectá
culo tan do loro so com o in ap ro pia do 51.
Hay que mencionar, por último, el muy singular vaivén,
de
muertalo visto
en alugar
lo oculto,
de unque se instaura
hombre. en torno
Alcestis, que amuere
Alcestis,
en
escena y cuyo cuerpo, llevado en principio al interior del
ppaa lac
la c io, se rá o b j e t o t e a t r a l d e u n a p r o l o n g a d a pr
io , será prot
othe
hesi
siss
(exposición), antes de que el cortejo fúnebre (ekphora) lo
retire de la vista —definitivamente, piensa el coro; y en
verdad que Alcestis habría desaparecido para siempre, si no
hu biera sido sido p o r la interv en ción ció n de H erac
er ac les 52. Pero Alcestis
Alcestis
—úú n ica
— ic a q u e n o ll lleg
egaa al H a d e s — c o n s t i t u y e e x c e p c ió n ;
atengámonos a la cohorte de mujeres trágicas que se van para
no volver.

Enn el thalamos: muerte y matrimonio


E

Desandemos parte de lo andado y hagamos un breve alto


frente a la puerta del recinto cerrado en que la mujer se
refugia para morir lejos de todas las miradas. Con su macizos
cerrojos, que es menester forzar para abrirse paso hasta la
muerta —o más bien hasta el cuerpo que acaba de abando-

46

nar—, este lugar define el estrecho margen de autonomía que


la tragedia consiente a las mujeres. Libres para matarse (eso
siempre), no lo son en cambio para evitar el afincamiento
espacial, y el profundo retiro donde se infligen la muerte es
también símbolo de sus vidas: vidas que adquieren sentido
fuera de sí mismas, vidas que sólo se realizan en el seno de
las instituciones —matrimonio, maternidad— que atan a las
mujeres al mundo y a la vida de los hombres. Y a manos de
los hombres perecen las mujeres, por los hombres se matan,
las más de las
las las veces5
vec es533. A m anosan os de los ho m b res,
re s, p o r los
hombres: distinción que no hallaremos en los textos, pero
que Sófocles pone buen cuidado en resaltar dentro de
Ann tig
A ti g o n a , donde Eurídice muere a manos de su hijo, pero
p o r C r e o n t e ; d e n t r o d e las
la s Traquinias, donde Deyanira
muere a causa de Hilo, por amor de Heracles. Así, pues, la
muerte de las mujeres confirma o restablece su relación con
el matrimonio y con la maternidad.
Ha llegado el momento de nombrar el lugar en que las
mujeres se infligen la muerte: no es otro que la cámara
nupcial, el thalamos. Hacia él se precipita Yocasta, en él
derrama Alcestis sus últimas lágrimas antes de enfrentarse
con Thanatos, y hacia él se dirigirán sus pensamientos y sus
lamentaciones cuando salga del palacio para morir. En cuanto
a la pira fúnebre de Capaneo —sobre la cual se arroja Evadne
ppaa r a r e c u p e r a r la u n i ó n c a r n a l c o n el e s p o s o — , r e c ibe
ib e el
nombre de thalamai (cámara fúnebre), y en tal palabra se
condensan todas las múltiples afinidades entre su muerte y
las n u p c i a s 54.

E l thalamos se halla en lo recóndito de la vivienda; pero


queda aún, dentro del thalamos, el lecho, lekhos, lugar
pprr e v i s t o p a r a el m o d e r a d o p l a c e r q u e la i n s t i t u c i ó n c o n y u g a l
tolera, lugar, sobre todo, en que se verifica la procreación.
N o h a y m u e r t e de m u j e r q u e n o p a s e p o r el lec le c h o : e n él, y
solamente en él, pueden Deyanira y Yocasta, antes de darse
m u erte,
er te, repasar
repa sar lala p ropia
ro pia id e n tid a d 55. En él, incluso, m uere
Deyanira: en el mismo tálamo que había asociado con

demasiada fuerza a los placeres de la nymphe: no por matarse


47

como un hombre dejan las mujeres de morir como tales, en


el propio lecho.
Por último, Yocasta y Fedra, cuando atan sus sogas al
techo de la cámara nupcial, están atrayendo la atención sobre
el armazón simbólico de la casa. La alta viga que la Odisea
denomina melathron recibe, en Eurípides, el nombre de
teramna; y puede designar, por metonimia, el palacio consi
derado en su dimensión vertical. Pero aún hay más: desde el
epitalamio de Safo

«Arriba el techo (la viga del techo, melathron


melathron),), himeneo,
levantadlo, carpinteros: himeneo, ya llega el novio igual a
Ares...)
[Versión castellana tomada de Lírica grie
griega
ga arcaic
arcaicaa, introduc
ciones, traducciones y notas por Francisco Rodríguez Adrados
(Madrid: Biblioteca Clásica Gredos, 1980), pág. 376.]

hasta Eurípides, parece que la viga tiene bastante que ver con

eBuen
l esposo, p orqu
momento,or qutal
e vez,
do m ina
paray recordar
pro teg e que
la es
—entatu
ta tura
ra mentiroso
su elevada5
eleva da566.
discurso de insostenible verosimilitud— Clitemnestra llama a
Agamenón «columna que sostiene la alta techumbre»
(Agamenón, 897-898). En el instante mismo en que se arroja
al vicio, es la presencia ausente del hombre lo que la mujer
recupera por última vez en cada punto del thalamos.

M o r i r con

Tampoco cabe sorprenderse de que muchas de estas


muertes solitarias estén pensadas como maneras de morir con
el hombre. Morir con: modalidad letal del ssyy n o ike
ik e in,
in , el «vivir
con» que da al matrimonio griego una de sus más comunes
de no m ina cio ne s57
s57.
Morir con: no semejante cosa pretendía Clitemnestra,
quien habría, con mucho, preferido vivir en compañía de
Egisto; pero tal es la suerte que, con enloquecedora ironía, le
reserva Orestes cuando, antes de asestar el golpe, la invita a

48

«dormir» en la muerte «con» aquel a quien amaba más que a


su propio esposo. Justa inversión de las cosas en la lógica de
la Orestíada
Orestíada,, justa compensación por la muerte de Casandra
al lado de Agamenón —que Clitemnestra había presentado
p r e v i a m e n t e c o m o m a n e r a d e m o r i r a d e c u a d a a u n a a m a n t e 58.
pr
Morir con: lo que la lógica del crimen impone a la Orestíada
vendrá a ser, por parte de los suicidados, objeto de una
voluntad que se parece mucho al amor y a la desesperación.
Así, por ejemplo, Deyanira —tan pronto adivina la catástrofe
que ya está en marcha— anuncia a las mujeres de Traquis,
confidentes suyas, su intención de acompañar a Heracles en
la muerte: «Sin embargo, está decidido: si Heracles sufre
desgracia, con el mismo golpe moriré yo también con él»
(Traquinias, 719-720); firme intención, por cuatro veces
expuesta en el mismo verso, y a la cual se atendrá Deyanira
con todo rigor —salvo en lo tocante al «con», que sólo para
ella tendrá sentido: por haberle arrebatado la muerte de los
hombres, Heracles, héroe fulminado, la envía más allá de la
muerte, a la soledad que ya en vida le correspondió. También
cabe recordar a la Helena de Eurípides, que no muere, pero
habla de ello con frecuencia, y quien —igual en virtud a la
H elena
ele na del p o eta E stesíco ro, en su des tierro egipciac eg ipciaco5
o599— ,
ju
j u r a , si M e n e laola o m u r i e r a , d a r s e m u e r t e c o n la m is
ismm a espada,
ppaa r a d e s c a n s a r j u n t o a su m a r i d o . P o r ú l t i m o , y si es v e r d a d
que toda conducta trae consigo un exceso, Evadne es digna
de mención especial: loca por el matrimonio, bacante del
amor conyugal, hace tumba común de la pira de Capaneo y,
sin darse por satisfecha con el deseo de morir junto al
amado, sueña con la aniquilación en un mundo erotizado por
la unión de los cuerpos:

«En la llama ardiente, confundiré mi cuerpo con el de mi


esposo, yaciendo junto a él, carne con carne»''0.

Morir con: manera trágica, para una mujer, de ir hasta el


fin del matrimonio, aunque no sin proceder a un espantoso
desplazamiento, porque ha de ser en la muerte donde
culmine la convivencia con el marido. Hay, no obstante, una

49

mujer —menos esposa que madre o, por mejor decirlo,


madre en exceso— que desplaza el «morir con» al ámbito de
la maternidad. Me refiero a la Yocasta de Eurípides, quien,
de conformidad con su destino de madre incestuosa, muere
la muerte de sus hijos y, «muerta, reposa sobre sus seres
am ados, a am bos rod r od eand
ea nd o co n los
los braz
br az os »6
»611. D e m od o
similar, en las Fe
Fenic
nicias
ias,, reconstruye Eurípides la historia de
Yocasta: aquélla que, por casarse con su hijo, ha mezclado
nupcias con maternidad, sólo puede morir como madre. Pero
también es cierto que el hombre a quien las mujeres dedican
su muerte presenta, como ya hemos visto, dos imágenes
alternativas; y, puesto que de morir se trata, Eurídice
pprr e f i e r e m o r i r c o n sus
su s h ij
ijoo s a v iv
ivir
ir c o n el m a r i d o . L a
originalidad de Yocasta estriba en morir con quienes ella
misma trajo al mundo, matándose sobre sus cuerpos, en el
mismo lugar en que acontece la muerte guerrera de los hijos.

Laa glor
L gl oriaia de las m ujer uj eres
es
Ha llegado el momento de señalar qué es lo que el
discurso trágico toma de las representaciones socialmente
admitidas en la Atenas clásica, y qué es lo que rechaza. En
ppoo c a s p a la labb r a s : se t r a t a de la e s p in o s a c u e s t i ó n d e la « g lori
lo riaa
de las mujeres» (kleos gynaikón), que ni siquiera en su
formulación más cotidiana se agota del todo con la abrupta
pprr o f e s ió n de fe d e P e ri ricc les.
le s.
Los epigramas fúnebres, en cuanto portavoces de una
ética tradicional, manifiestan en materia de gloria de las
mujeres un radicalismo menos intransigente que el de Pericles
en el epitaphios: digamos que no ignoran por completo la
noción. Pero esta gloria, subordinada siempre al desarrollo
de una carrera de buena esposa, se confunde con el «valor»
(arete) propiamente femenino; de ahí que nunca deje de
evocarse en condicional y, a veces, en tono reticente. El valor
de las mujeres no se confunde con el valor, que corresponde
a los hombres y que no requiere de mayor especificación: no
hay «valor» masculino, sino arete propiamente dicha.

50

Oigamos el discurso del luto, en toda su ortodoxia:

«Suponiendo que todavía quede en la humanidad una virtud


femenina, ésta participó de tal virtud»,
dice, prudentemente, un epitafio de Amorgos; sobre lo cual
abunda un epigrama del Pireo:

«Lo
—virt
—vi que,
rtu dopor
u d dobl
bladcondición
adaa de c astidnatural
as tidad
ad—, deícera
—, Glíce
Gl las mujeres,
ra pose
po yó enessusrareza
seyó dos
aspectos».

En lo tocante al elogio y la admiración de la humanidad,


que a veces se otorga a la esposa de modo explícito, la
muerte —accidente final— en nada contribuye; todo es
función de la vida que se haya llevado. Así hay que entender
este otro epitafio del Pireo:

«Lo que en este mundo constituye mayor elogio de las mu


jeres, poseía
po seíalo
lo Jeri
Je ripp p e en el más a lto grad
gr adoo cu
cuan
ando
do muri
murió».
ó».

En formulación aún más concreta, esto afirma el epigrama


grabado sobre el sepulcro de una ateniense:

«Eres tú, Antippe, quien más recibías en el mundo el elogio


adecuado a las mujeres; y ahora, fallecida, seguirás recibién
dolo».

En tal, pues, consiste la gloria cotidiana de las mujeres.


Muchísimo es, quizá, para Atenas, pero en poco redunda. Lo
cierto es que las buenas esposas no son trágicas.
Lo cual no significa que las mujeres trágicas no sean
esposas. Pero lo son en la muerte, y sólo en ella —porque
sólo la muerte les pertenece, y sólo en ella culminan sus
nupcias. Así, pues, sobre la muerte de las mujeres trágicas
ppuu e d e n b a s a r s e d o s p r o p o s i c i o n e s c o n t r a d i c t o r i a s , a u n q u e

51

complementarias. La primera, sensible a la fuerza de los


valores tradicionales, viene a afirmar que —colmándose, en
cuanto esposas, con la muerte— las heroínas de las tragedias
vigorizan la tradición desde el momento mismo en que
pprr e t e n d e n inn
in n o v a r la.
la . L a s e g u n d a — a t e n t a a l i m i t a r t o d o
aquello que, dentro de la tragedia, opte por el «partido de las
m ujeres
uje res»6
»622— señala que,
que , en la
la m u e rte , las
las esposas log
logran
ran u na
gloria cuyo alcance rebasa ampliamente el elogio que la
tradición otorga a su sexo. Sin optar por ninguna de estas
dos proposiciones —porque ambas, hasta cierto punto, son
exactas—, habrá que observar que, de hecho, resulta imposible
no tenerlas en cuenta de modo simultáneo, caso por caso e
instante por instante. Esto, sin duda, se llama ambigüedad; y
ambiguo es el placer de la katharsis, en virtud del cual,
mientras dure la representación trágica, los ciudadanos se
conmueven ante los padecimientos de estas mujeres heroicas,
encarnadas, en el escenario, por otros ciudadanos vestidos
con ropajes femeninos.
Gloria trágica de las mujeres; gloria ambigua.
Por ejemplo, Alcestis, figura paradigmática de esta inter
pprr e t a c i ó n d e l m a t r i m o n i o p o r la m u e r t e . D e el
ella
la a f irm
ir m a el
coro, sin reparos, que «de entre todas las mujeres», fue «la
mejor para su esposo»; y su palabra postrera es para decirle
al esposo: «Adiós» (khaire), como hacen las hermosas difuntas
en las estelas de los cementerios atenienses. Y, sin embargo,
esta irreprochable Alcestis atestigua con poderosa voz que
todas las glorias femeninas han de tomarse a la inversa:
Alcestis, amante abnegada, sí; pero la «muerte gloriosa» sólo
se le atribuye por cualidades viriles, como la audacia y la
resistencia. Y, dado que la muerte gloriosa es viril por
esencia y que la esposa fiel ocupa el lugar correspondiente al
hombre, esta tolma feminiza, por contraste, al esposo amado,
a quien se relega al ejercicio de una paternidad maternizante,
condenándosele en lo sucesivo a vivir enclaustrado como una
virgen, o casto como una esposa, en el interior del palacio
que su mujer abandonó, para morir, al adentrarse en el
espacio
espa cio a b ierto
ie rto de las hazañ
ha zañas
as v iriles6
iriles 63.

52

Gloria eminentemente ambigua, también, la de Evadne,


que ansia, al mismo tiempo, muerte de esposa y de guerrero.
En su afán de honrar el matrimonio, la mujer de Capaneo
bbuu s c a la m u e r t e c o m o u n h o p l i t a e q u í v o c o , a p a r t a d o d e l
campo de batalla por extravío: erguida en lo alto de la peña
escarpada, deseando la gloria del sepulcro común, preocupán
dose de que todo Argos se entere de su fallecimiento —sí,
ppee r o a tav
ta v iad
ia d a c o m o m u j e r q u e b u s c a s e d u c ir,
ir , q u i z á c o m o
nymphe. De ello resulta que la «victoria» que reivindica como
p r o p i a la lleve
pr lle ve m u c h o m á s allá al lá de su s e x o , c u y o l u s t r e
pprr o c e d e , p o r lo g e n e r a l, d e l b u e n t e j e r o la p r u d e n t e res
re s e rva
rv a .
Y cuando Evadne afirma que su victoria es un triunfo de la
arete, parece que no salen ganando ni la mujer ni el guerrero
que hay en ella. Pues el coro, integrado por madres que
llevan luto, no cree de veras ni en su virtud femenina,
señalada por el exceso, ni en su audacia, cuya «virilidad» no
es dede recibo
re cibo en esposa
espo sa que q ue hace p ro rofes
fesiónión de ta l64
l64.
Está también la tardía gloria de Deyanira, que no hace
pelú bacto
pú l i c o reprobable
su d e s e o d e(Traquinias,
b u e n a r e p u721-722);
( Traquinias, t a c i ó n h a syt a sobre
h a b e rtodo,
c o m ecuán
tid o
ppaa r a d ó ji
jicc a , la de F e d r a . T a n p r e n d i d a d e la g lor lo r ia c o m o d e l
pprr o p i o H i p ó l i t o , F e d r a m u e r e p o r h a b e r m a n c h a d o su b u e n
nombre de esposa de Teseo; pero coloca esta muerte, noble
en su afán, bajo el signo de la métis, atándose una soga al
cuello y haciendo del lazo una trampa para Hipólito, dejando
que las señales escritas proclamen una falsa verdad. Y, sin
embargo, su nombre será ilustre gracias a este amor por el
que ella pensaba haber perdido la gloria, gracias a este amor
funesto. La contradicción alcanza el colmo; cierto que Afrodita
no intervie
inte rviene ne para nada,
nad a, pero
pe ro sí la p ropiaro pia Fedra
Fe dra,, y m u c h o 65.

Duplicidad de la tragedia en lo tocante a la feminidad...


N o p o r « d e s p laz
la z a d a s » d a n m e n o s q u e p e n s a r , q u e o í r , q u e
ver, estas glorias femeninas. Y, sin embargo, no por esposas
ppoo r e x c e s o o p o r d e f e c t o d e janja n A lce
lc e s ti
tiss y E v a d n e d e m o r i r
bbaa j o el si
sigg n o d el m a t r i m o n i o . H a b r á si
sinn d u d a q u e ll
llee g a r a la
conclusión de que la tragedia se aparta una y otra vez de la
norma, en beneficio de la desviación, pero sin que jamás

53

quepa la certeza de que, bajo tal desviación, no se halle


pprr e s e n t e , e n s il
ilee n c io,
io , la n o r m a . H e m o s i n t e n t a d o , p o r e n d e ,
las dos lecturas posibles, de modo simultáneo: la que alza
inventario de todas las distorsiones que, desde dentro de un
sistema de valores, pueden añadirse a tales valores, y la que
p r e s t a o í d o s a u n a v o z a c a so d i s o n a n t e e n el c o n c i e r t o g r ie
pr iegg o
de los logoi que tratan de mujeres.

54

La sangre pura de las vírgenes


Entre las jovencitas en flor predomina el sacrificio, con
derramamiento de sangre. Dotadas, incluso en el universo
trágico, de menos autonomía que las casadas, las vírgenes no
se dan muerte, sino que la reciben.
Tengo presente, dentro de la generalización recién ex
ppuu e s t a , la e x is
istt e n c ia d e u n a v ir
irgg e n q u e la d e s m i e n t e d e m o d o
rotundo: me refiero, claro está, a Antigona, a quien no basta
matarse, sino que tiene que hacerlo al modo de las esposas
desoladas, acudiendo al ahorcamiento como último recurso.
La dificultad es real, y vana resultará toda pretensión de
eludirla. No queda más remedio que proceder a riguroso
análisis de las condiciones que operan en la muerte de
Antigona, donde se mezcla de modo inextricable un suicidio
muy femenino con algo similar a un sacrificio no sometido a
las normas. Creonte está en el convencimiento de haber
p u e s t o t o d o s lo
loss m e d io s p a r a q u e la r e s p o n s a b i l i d a d n o
recaiga ni en su persona ni en la ciudad; pero lo único cierto
es que ha abocado a Antigona al Hades, víctima humana
ofrecida a dlos
su ju v e n tu dioses
66; en terr adsubterráneos,
terrad a viv
viva,
a, la hijapara
la hija de Eque
dip oseestab apoderen
a con de
c on de
de
nada a morir por asfixia, y a tal asfixia accede, pero
adelantándola por medio de su velo de virgen, convertido en
nudo corredizo. Con ello obtiene la ganancia de haberse
inventado su propia muerte, arrojando sobre Creonte la
infamia que éste pretendía evitarse. Pero el sentido del
ahorcamiento no se agota en el gesto por el que Antigona
—fi
— fiel
el a la lóg ló g ica
ic a d e las h e r o í n a s d e S ó f o c les
le s — t o m a la
determinación de morir por su propia mano, convirtiendo en

55

suicidio lo planteado como ejecución: habiéndose dado muerte


a la manera de las mujeres muy femeninas, la muchacha
recupera en el fallecimiento una feminidad que negó con
todas sus fuerzas mientras estuvo viva: una forma de nupcia
lidad. Hemos de volver, más adelante, sobre esto último. Lo
que importa ahora, en el planteamiento del juego, es hacer
constar esta extraña excepción a la norma según la cual,
dentro de la tragedia, las vírgenes han de ser ejecutadas.
Pues tal es la norma, sin duda alguna —o tal es lo que
ppaa r e c e cruento,
mente a c o n t e c ecuya
r e n elvíctima
u n iv e r seso una
tr
tráá g ico
icmuchacha.
o : u n s a c rif
ri f ic
icio
io,, g e n e r a l

Sacrificios en los que puede pensarse sin mal

Por ejemplo: la muerte de Ifigenia por el cuchillo del


sacrificante; muerte paradigmática, que ninguno de los tres
grandes trágicos ha dejado de evocar en más de una ocasión.
La muerte de Ifigenia: sacrificio cuya víctima no es un
animal, sino una muchacha. ¿Detalle sin importancia? Vienen
ganas de afirmarlo, visto que la tragedia no tiene reparo
alguno en expresar la muerte de Ifigenia mediante los verbos
sphh a zâ y thyô, normalmente empleados para designar la
sp
degollación y el acto sacrifical. Pero hay textos que permiten
ver en este detalle una monstruosidad, que permiten incluir
esta muerte en la categoría del homicidio (phonos)".
Sacrificar una virgen; en pocas palabras: utilizar el juego
teatral para pensar lo impensable, instalarse en el colmo de la
separación para, dentro de ésta, cuestionar la norma desde là
desviación (¿me atreveré a decir: bajo la égida de una
desviación que se muestra con demasiada evidencia como
tal?). Pendiente de enmascarar el homicidio oculto en el
sacrificio, la práctica religiosa de las ciudades ponía especial
cuidado en que la degollación del animal se sometiera a una
estricta
es tricta pu esta en e n escena6
escena 68. H acien ac ien do caso om iso de tan pí pías
as
pprr e c a u c io n e s , el g é n e r o tr
tráá g i c o , a la e s c u c h a d e l m i t o , p o n e a
las muchachas bajo el cuchillo del sacrificante. Y lo impensable
se hace relato (porque nada en estas muertes virginales se

56

ofrecerá a la mirada, todo se confiará al poder sugerente de


las palabras): relato que se puede escuchar sin incurrir en
m aldad alguna, p o rq u e el te a tro es ficció n69
n69. C ierto
ie rto que,
que , en
la vida real, la ciudad no sacrifica muchachas; pero, mientras
dura la representación, ofrece a los ciudadanos la doble
satisfacción de transgredir imaginariamente lo prohibido del
pphh o n o s y de soñar en la sangre de las vírgenes.
Mucho habría que decir acerca de este juego catártico de
lo imaginario, de lo prohibido y de lo real; mucho, también,
acerca
ofrece ade síla misma funciónpara del enteatro,
él anudarescenario que la ciudad
y desanudar acciones se
cuya mera idea, en cualquier otro ámbito, resultaría peligrosa
o insoportable. No es, sin embargo, la reflexión trágica sobre
el sacrificio lo que va a retener aquí nuestra atención, sino el
conjunto de procedimientos que, desde Esquilo hasta Eurípi
des, rodean la muerte de las muchachas. Y como en ello va
incluida la figura de la ppaa rt rthh e n o s, también trataremos de
averiguar lo que —desde el discurso mitológico hasta los
relatos de la tragedia— ha hecho de una virgen la víctima
elegida del sacrificio, en contra de las reglas.
Ifigenia, Macaría, Políxena o las hijas de Erecteo: vírgenes
ofrendadas a la sanguinaria Ártemis, a la temible Perséfone, o
a los habitantes del Hades, para salvación de una comunidad,
ppaa r a q u e p u e d a inicin icia
iars
rsee u n a g u e r r a — o , p o r el c o n t r a r i o ,
ppaa r a p o n e r l e f i n — , p a r a q u e se v e r ifiq
if iq u e el c o m b a t e fin
fi n a l y la
victoria caiga del lado de los sacrificantes. En una palabra,
sphagia.
spha gia. A quien se pregunte qué es lo que vale a las
ppaa r the
th e n o i el dudoso honor de ser así entregadas al tajo del
verdugo, le recordaremos, en primer lugar, que a la muchacha
—ee n c u a n t o d e s c o n o c e d o r a d e l m a t r i m o n i o y d e las lab
— la b o r e s
de Afrodita— le atribuye la imaginación social toda una serie
de afinidades con el mundo de la guerra. Acaso venga a
cuento, en este punto,sacar a colación el nombre de Atenea,
virgen y guerrera. Pero Atenea es una diosa, y simples
mortales son Ifigenia, Macaría, Políxena y las hijas de
Erecteo: toca a las diosas el privilegio de combatir; a las
mortales, el sacrificio.^Las vírgenes no pueden luchar al lado

de los varçmes, peroren caso de extremo peligro, se vierte su


57

sangre para que sobreviva la comunidad de los andres70. E n


ocasiones, por el correcto orden de la inmolación velan los
«elegidos» (logades), minoría de guerreros juveniles más inclina
dos a la muerte, por vocación, que los restantes combatientes.
Si sobreviene la derrota, los elegidos se harán matar hasta el
último hombre; para que sobrevenga la victoria, los elegidos
llevar
llev arán
án al ara sacr
s acrifical
ifical una
u na virgen elegid
ele gida7
a711.
Para que la sangre de los hombres no se derrame en vano,
es menester, pues, que corra la sangre de una virgen: sangre
virgen o, como proclaman los sacrificantes en el momento de
ejec
ej ec u tar
ta r su tare
tar e a , «sang
«sangre
re pura»7
pura »722. Pero esta lógica —s
—situa
ituada
da
siempre en el espacio mitológico— no deja de ser de la
imaginación: por muchas libertades que la tragedia se tome
en relación con las prácticas sociales, ningún espectador
olvidará que la ciudad, cuando se enfrenta a un peligro, suele
contentarse con inmolar animales, y que, medida con la muy
ortodoxa vara del sistema sacrifical, la inmolación de una
virgen resulta, cuando menos, anómala. ¿Será para resolver
esta tensión entre lo real y lo imaginario para lo que —de
Esquilo a Eurípides— la tragedia se dedica a animalizar
metafóricamente a las muchachas sacrificadas?

Ternera,, ppoo tr
Ternera traa n c a : d o m a d a s

En el A Agg a m e n ó n de Esquilo, Ifigenia se debate «como una


cabra» y su padre la destina a la muerte «como res (boton)
en tresac
tres acad
ad a de u n reb añ o de ovejas»7ovejas»73. Eurípides
Eu rípides la co
com m para
pa ra
en dos ocasiones con una ternera (moskhos), concretamente
conn una
co un a ««tern
ternera
era m on taraz
tar az,, ll
lleg
egad
adaa virg
virgen
en de rocosos
rocoso s an
a n tro s» 74.
Sacrificada siempre en el crucial momento de ir a iniciarse el
combate, la cabra no es víctima corriente; en el caso de la
ternera, el modelo del sacrificio sería más clásico si la víctima
no viniera calificada de montaraz. Dado que, según las reglas,
sólo los animales domésticos pueden ser objeto de sacrificio,
resulta que una ternera montaraz en modo alguno se ajusta
a tal requerimiento: la montaña asilvestra todo lo que en ella
reside y, por consiguiente (si de ello no se encarga Hermes,
58

capacitado para manipular como artista el desarreglo de las


n o rm a s75
s75), no es
es bu en o sacrificar vacas
vacas m on tañ
tañesa
esa s. E n esta
comparación de Ifigenia a una oreia moskhos habremos de
ver, pues, una manera de subrayar la desviación característica
de todo sacrificio humano, donde «lo salvaje de la víctima
atenú
ate nú a el salvaji
salvajismo
smo del
d el acto
ac to » 76. P or o tra pa rte
rte,, el desenlace
desenlace
de la tragedia confirma este análisis: cuando, para terminar,
Ártemis —o el poeta— sustituye a la muchacha por una
víctima animal, con esa cierva veloz de la montaña, muerta

pirreversiblemente
po o r el c u c h il illo
lo dene el
C apropio
lc
lcaa s , elnúcleo
m u n ddel
o salv
sa lvaj
ajee se i n t r o d u c e
sacrificio.
Al igual que Ifigenia, Políxena, a punto de ser sacrificada
p o r los lo s a q u e o s , se ve a si
simm ililaa d a a u n a t e r n e r a m o n t a r a z , y,
ppoo r m e d io d e t a l a n a log lo g ía,
ía , su i n m o lacla c ió n se s i t ú a e n la
intersección de lo civilizado y lo salvaje. Pero esta comparación
no parece ser la figura de estilo más adecuada para evocar a
Políxena, y —quizá para que ninguna sustitución suavice in
extremis su destino— la muchacha tiende a ser vista, mejor,
en modo metafórico: es la ternera de Hécuba, pero también
su «potranca» (polos)77. Detengámonos un instante en esta
ppaa lab
la b r a , a u n q u e n o sea m á s q u e p a r a e v o c a r o t r a s s i tu a c i o n e s
muy semejantes, donde también se emplea para caracterizar
la víctima joven: así ocurre con el hijo de Creonte, Meneceo,
candidato al sacrificio y, también él, identificado con un
p o t r o (Fenicias, 947); pero puede suceder, de idéntico modo,
que la metáfora se invierta, que se vea transportada a un
universo —como el de la historiografía— donde el peso de lo
real resulta más limitativo: en este caso, ya no se trata de
virgen potranca, sino de potranca virgen: Pelópidas lo com
p r e n d e a la p e r f e c c i ó n c u a n d o lo i n v i t a n a s a c r ific
pr if icaa r u n a
«virgen rubia» y él acierta a descifrar el oráculo, inmolando
una potranca leonada (Plutarco, P Pel
elóp
ópid
idaa s, 20-22).
Al igual que los animales silvestres o asilvestrados, tampoco
el caballo es víctima sacrifical corriente: tiene su sitio en los
sacrificios militares, pero es un sitio incontestablemente más
ambiguo que el de la cabra. No obstante, a ppoo los lo s se atendrán
los autores, y también a las connotaciones específicas de tal

ppaa lab
la b r a , q u e n o c u b r e n n e c e s a r i a m e n t e el c a m p o de las
59

representaciones asociadas al caballo. De hecho, para pregun


tarse qué es lo que hace de Políxena y Meneceo sendos po polo
los,
s,
habrá que cambiar el acento, pasándolo de la polaridad de lo
salvaje y de lo doméstico a la oposición entre lo que ya está
do m estica do y lo
lo que toda vía no lo e s tá 78. Po tran ca in dó m ita
es Políxena, potro sin domar es Meneceo: estas metáforas no
se limitan a designarlos como víctimas elegidas para un
sacrificio anormal; también sugieren que ambos se hallan
como en espera del matrimonio. Brevemente dicho: tanto en
su caso como en el de Ifigenia en Áulide, el matrimonio y el
sacrificio están en estrecha interferencia. En espera de la
doma que representa el matrimonio, no hay inconveniente
alguno en identificar a la muchacha con una yegua indómita,
con una po tran tra n c a nunc
n uncaa so m etida al y u g o 79; igua igualm lm ente li
libre
bre
de todo yugo ha de estar, por definición, la víctima sacrifical;
y, con toda naturalidad —si nos atenemos a la trama
metafórica del texto—, los abocados a la degollación, ppôô lo i y
moskboi, tro ca rán el m atrim on io p o r el el sacrificio80
sacrificio80.
Pero no nos equivoquemos: tanto en el caso de Ifigenia
como en el de Políxena, el matrimonio interfiere con el
sacrificio; es menester ver en ello algo más que un juego
ppoo é t i c o b a s a d o en u n a m e t á f o r a m u y s ign
ig n ific
if icaa n te.
te . D e h e c h o ,
el tema sacrifical se ordena en torno a una metáfora animal
ppoo r q u e , al igu
ig u a l q u e la v ícti
íc tim
m a , la m u c h a c h a se s o m e t e d e
modo pasivo, se entrega, se deja conducir. Digamos, con más
e xa ctitu d , qu e Hos sacri sacrifi
ficios
cios trágico
trágico s il
ilum
um inan el muy c o ti
diano rito del matrimonio, por el cual pasa la virgen de un
kyrios (tutor) a otro, del padre que la «entrega» al esposo
que la «con duce du ce»8 »811. Ironía
Iro nía trágica de los
los co rtejos
rte jos fúnebre
fún ebres,
s,
que habrían debido ser nupciales —el de Ifigenia, el de
Políxena,, co m o tam bién el de A n tig o n a 82— , m atrim on ios al
Políxena
revés, en cuanto conducen hacia un sacrificante que suele ser
el p a d re 83 y —ya lo lo verem os— hacia la m ansión
ansió n de un eesposo
sposo
que se llama Hades. Ironía trágica la del gesto del hijo de
Aquiles, «tomando de la mano» a Políxena para situarla en
lo alto del tú m u lo fu nerario ne rario de su p a d re 84. T rág icam ente
en te
irónico el sacrificio, cuando la víctima es una virgen: se
ppaa r e c e d e m a s iad
ia d o al m a t r i m o n i o .

60

Dee la ej
D ejec
ecuc
ució
iónn c o m o m a t r i m o n i o

Para arrojar luz sobre esta similitud, no conviene apresu


rarse a ponerla en relación con algún sistema general donde
Eros esté pe rm an en tem en te com unicado
unica do con T á n a to s85
s85. Si
generalizamos demasiado deprisa, deleitándonos en la satis
facción de haber descubierto la «prueba» de cualquier gran
ley universal, corremos lisa y llanamente el riesgo de olvidar
la lengua —griega, pero, más que nada, trágica— donde se
enuncia
tiéndonos, la pues,
equivalencia entre ejecución
a la tendencia y matrimonio.
a interpretar, Resis
vamos de nuevo
a avanzar palabra por palabra, lentamente, en busca del
significante trágico.
Se impone de inmediato una primera imagen: las vírgenes
conducidas al óbito son esposas para Hades. En las represen
taciones convenidas de la vida social, toca a la muerte ser
metáfora del matrimonio porque, a lo largo del cortejo
nupcial, la muchacha muere para sí misma: en Locris, por
ejemplo, las novias han de imitar el rapto de Perséfone por el
esposo venido de las las pr
proo fu n d idad
id ad es 86. Inco m parab
pa rable
le beneficio
de la ficción: abocando a las muchachas al óbito, la tragedia
invierte el orden habitual del discurso y, a contra metáfora,
las vírgenes trágicas llegan a la morada de los muertos igual
que entran en el domicilio del marido, una vez abandonado
el p a te r n o 87; y ello con in dedepe
pendnden
en cia de cuál sea su su de stino
stin o
final: afrontar, sin más precisiones, el «matrimonio en el
Hades» (Eurípides, Troyanas, 445), o hallarlo en la unión
con Hades.
Matrimonio en el Hades, matrimonio co conn Hades: dentro
del sacrificio o ejecución, el destino trágico de las ppaa r th e n o i
se inscribe sobre el fondo de esta tensión del «en» y del
«con»; y —como si toda virgen tuviese, irremediablemente,
que granar en esposa— no parece existir tercer término a la
opción entre una versión «blanda» y otra «dura» de la muerte
com o m atrim
atr im o n io 88. Así,
Así, p o r ejemplo, Antigon
A ntigon a, m ue rta po r
haber colocado el cadáver de su hermano por delante de la
vida conyugal, es en el óbito cuando tendrá que hacer frente

al matrimonio, ora hallando «esposo en el Hades» (como


61

sugiere Creonte), ora viéndose obligada, sin más ambages, a


contraer matrimonio con el señor de los muertos. Esposo
infernal a quien ella, antes de morir, había dado el nombre
de Aqueronte, aunque, más adelante, en el discurso del
mensajero, sea el propio Hades quien recibe a la muchacha
(koréj «en
«en la p é trea
tre a g ruta,
ru ta, cámara
cám ara nu pcial»8
pc ial»899. Así, m ientras
ientra s
Hemón abraza un cuerpo ya inerte, Antigona escapa de su
pprr o m e t i d o , a u n q u e é s te,
te , a c o n t i n u a c i ó n se q u i t e la v id
idaa p a r a
unirse a ella, llevado por su angustioso deseo de desposarla
«en la casa de Hades» (Sófocles, A Ann t i g o n a , 1240-1241). Como
también acontece a Ifigenia, que acude a Áulide para casarse
con el mejor de los aqueos, pero cuyo esposo resultará ser
«H ad es y no A quiles qu iles»9
»900.
Pero con Ifigenia emprendemos un recorrido por imágenes
más recónditas, muy adecuadas para expresar la ecuación
mortal entre nupcias y sacrificio. Vamos a prestar especial
atención a un lamento de Agamenón, que suspira en vano
p o r el d e s t i n o d e s u h ij ijaa , p o r q u e e n él q u i z a se c o n t e n g a
mucho más que una simple evocación del desposorio infernal
de Ifigenia. Exclama el rey:

«la pobre doncella —¿qué doncella (parthenos), pues Hades la


va a desposar pronto?—» (Ifigenia en Aulide, 460-461).

¿Estamos ante una simple variante del tema de las bodas


con Hades? ¿O cabe otorgar sentido a la reticencia de
Agamenón, entendiendo que la virgen pierde su doncellez en

el sacrificio?
mente La segunda
en los dos versos dehipótesis
figg e n ia noen puede
IIfi A u l i d easentarse
. Pero haysola
en
Eurípides otros dos pasajes donde se considera que una
virgen sacrificada, sin necesidad de que antes se especifique su
matrimonio con Hades, ha perdido su virginidad. Tal es el
caso, en Eurípides, de Políxena, quien, sin embargo, no
co ntra
ntraee nupcias
nup cias con A quiles en la la m u e rte 91. Políxen a, o tro ra
nymphe que ha de casar con reyes, quien, llevada por el
orgullo, no está dispuesta a entregar a Hades más que su
cuerpo (demas), nunca su persona. Políxena, quien, en el

62

momento de la muerte, recibirá de su desconsolada madre el


calificativo de «novia sin novio, virgen no virgen» nymphe
anym
any m ph
phos,
os, ppartharthen
enos
os aparthen
apa rthenos)9 os)922.
Ciertamente, en lo tocante a Políxena, un comentarista
ppoo c o d e s e o s o d e e n t r e t e n e r s e e n e x p r e s i o n e s d e li
licc a d a s p u e d e
salir del paso proyectando en el texto de Eurípides la novela
helenística de las nupcias mortales con Aquiles; le bastará
con escribir que, en la muerte, «las cautivas de guerra se
co nv ertían
er tían en
e n concu
co ncu binas
bina s de su am o» 93, y pens
pe nsará
ará q ue ha
solventado
sombra del lahéroe cuestión
griego.desposando
Pero el acaso
la jovenes quetroyana con laa
volvemos
tropezar con la misma dificultad, más aguda que nunca, en
los H Hee rac
ra c li
lidd a s, con la virgen Macaría. Macaría, no ofrendada
a un héroe, sino a Core; Macaría, que no ha de unirse con el
esposo de la diosa de los muertos y para quien el Hades no
es más que un nombre de lugar; Macaría, que renuncia a sus
bboo d a s p a r a s a lva
lv a r su r a z a y la v id a d e sus
su s h e r m a n o s . M a c a r ía,
ía ,
ppaa r the
th e n o s ejemplar. Y, sin embargo, refiriéndose a la gloria
que de su elección ha de derivarse, así como a las honras
fúnebres que le corresponderán, la virgen Macaría afirma que
«tal tesoro hará para ella las veces de hijos y de virginidad»
(anti paidon... kai partheneias)"'\ Apuro para los traductores,
apuro para los comentaristas: que una virgen trueque por la
gloria los hijos que no va a alumbrar, entra, al fin y al cabo,
dentro del orden establecido, porque —piensan los traductores,
ppieienn s a n los
lo s c o m e n t a r i s t a s — u n a m u jer
je r , s o b r e t o d o si es
griega, no puede tenerlo todo; pero ¿cómo piensa Macaría, la
virgen prudente, que la gloria va a «hacerle las veces» de
doncellez? Cándida pregunta que algunos resuelven dando a
anti (en lugar de) dos sentidos diferentes, según lo rijan «los
hijos» —precioso bien cuyo lugar ocupará la gloria— o la
«virginidad» —estado incompleto del que, de conformidad
con una lectura tan psicologizante como pequeño-burguesa,
toda ppaa r theth e n o s tiene que estar deseando salir cuanto antes,
ppaa r a r e a li
lizz a r s e e n el m a t r i m o n i o : y las h o n r a s f ú n e b r e s se
co nv ierten en «com pensación» p o r la virginidad fo rz ad a95 a95— .
Pero nada de esto resulta demasiado convincente, ni conforme
siquiera al grave rigor característico de la hija de Heracles; de

63

modo
If igee n iaqueen seguiremos
Ifig adelante,
A u l id e , primero, y apoyándonos
Héé c u b a y enlosla Hlectura
de H id ade
e r a d ida s,
después, para hallar respuesta que mantenga en todo su vigor
la declaración de la muchacha. La doncella, en efecto, entrega
con su vida dos bienes preciosos; dos bienes a los que
renuncia para siempre: los hijos que no ha de tener y la
virginidad intacta que perderá con la vida en el momento de
la degollación.
Porque, leídos estos textos con la debida atención no
queda más remedio que rendirse a la extraña evidencia de
que una virgen sacrificada pierde su ppaa r the th e n e ia (su virginidad)
sin obtener marido a cambio. Al igual que Ifigenia y que
Políxena, Macaría nunca será gy gynè
nè;; pero tampoco será una
ppaa r the
th e n o s quien llegue al Hades. Ni mujer ni virgen, sino en
situación intermedia, como una nymphe. Pero nymphe anym
phos,
ph os, novia sin novio. Hay que situarse dentro de este
oxímoron —ya mencionado al hablar de Políxena— para
tratar de entender la paradójica figura de la virgen sacrificada,
a quien toman la ppaa r the th e n e ia en el mismo momento en que se
está exaltando
a Macaría: la su
hijapureza de terneraque
de Heracles, indómita.
no estáDemos prometidagraciasa
ningún Aquiles ni a ningún Hades, fuerza al lector a la
audacia o, al menos, a una interpretación más exigente del
texto. De modo que, sin más vacilaciones, propongamos lo
siguiente: en cierto nivel de generalidad, dentro de la tragedia
euripidiana, la muerte de una persona joven evoca necesaria
m en te sus
sus nu p cia s96
s96; y, desde tal ta l p u n to de vista, la virgen
sacrificada —esposa de Hades— no representa sino una
encarnación más de la equivalencia entre muerte y matrimonio.
Pero también hay en Eurípides un lenguaje —oscuro para
expresar lo oscuro— donde la muerte cruenta de las ppaa r th thee n o i
se tiene por manera anormal, atópica, de que la virginidad
culmine en feminidad. Tal vez como si la degollación equiva
lieraa a d esflo
lier es flora
ració
ción9
n977: con
co n la garga
ga rganta nta abierta
ab ierta,, Ifigenia, Políxen
Políx enaa
y Macaría son ppaa r t h e n o i a p a rt
rthh e n o i, vírgenes no vírgenes. Así,
bbaa jo el s ign
ig n o d e lo i m p e n s a b le,le , las v írg
ír g e n e s trá
tr á g ica
ic a s de
Eurípides dan un paso que resulta tan satisfactorio para los
dioses coléricos como para los sueños de los espectadores.

64

A este análisis cabe, sin duda* objetar lo siguiente: que


hay, al menos en Eurípides, un varón entre las jóvenes
víctimas sacrificales. Estamos refiriéndonos al hermano de
Hemón, Meneceo, cuya inmolación a la tierra de Tebas
reclama el encolerizado Ares —en las Feni
Fenicias
cias.. Pero hay que
ver en la muerte de Meneceo una versión viril —por tebana—
del sacrificio virginal: dentro del universo masculino de la
autoctonía de los espartanos (los «Semas»), ¿quién podría
m o rir p o r la la pa tria — tierra de varo nes — , sino sino un varón?98
varón?98
Por supuesto, el hecho de que la víctima sea un hombre
jo v e n , e n l u g a r d e u n a v ir irgg e n , n o c a rec
re c e de c o n s e c u e n c ias
ia s :
así, dado que empuñar el hierro es privilegio masculino, el
hijo de Creonte —a diferencia de las pa part rthh e n o i, que sucumben
bbaa j o el c u c h il
illo
lo d e l v e r d u g o — se sacsa c rifi
ri ficc a a sí m i s m o , c o n lo
que resulta difícil distinguir con claridad entre este sacrificio
y un suicidio, o entre el suicidio y una gloriosa muerte de
g u e rr
rree ro 99. P ero
er o lo esencial está en la sim ilitud , no en la
diferencia: aunque su comportamiento sea de guerrero, Me
neceo es elegido como víctima sacrifical por su virginidad de
p o t r o q u e n o c o n o c e a ú n la d o m a d e l m a t r i m o n i o ' 00. B uen ue n
momento —para los interesados en la antropología del
matrimonio griego— de recordar que también para el hombre
co ns tituy e criterio
crite rio de m ad urez ure z esta
es ta in s titu c ió n 101, au nq ue el
ppaa s o sea de m a y o r e n v e r g a d u r a p a r a las m u jer je r e s . B u e n m o 
mento, sobre todo, para reflexionar acerca de una ley según
la cual sólo la virginidad vale para el sacrificio, haciendo que
—m
— m a g n i f ica
ic a d o p o r el v e r b o t r á g i c o — el sac sa c rif
ri f ic
icio
io h u m a n o
ppuu e d a c o n s i d e r a r s e a d e c u a d o .

Así —dejando aparte el himen— Meneceo viene a colocarse


ju
j u n t o a If
Ifig
igee n ia,
ia , P o l íx e n a y M a c a ría
rí a . P e r o — q u e n o ll
llee g u e a
ocultárnoslo la nobleza de su entrega— todo sacrificio
humano es aberrante; y, puesta a pensar en tal desviación, la
imaginación prefiere que sea a una muchacha a quien pasen a
cuchillo. La ppaa rt rthh e n o s: víctima sumisa, pasiva, dócil. Cierta
mente.

65
i

Lib
L ibee r tad
ta d e s v irg
ir g in
inaa les
le s
Ya sabemos que, para ser fausto, en todo sacrificio
anim
an imal
al debe
d ebe repr
re pres
esen
en tarse
tar se la aquiesce
aqu iescencia
ncia de la v íctim
íc tim a 102.
Aunque sea un trágico quien lo imagine, el sacrificio humano
n o puede dejar de plegarse a tal regla. Ello, claro está, salvo
en el caso de que el sacrificio se trate de describir como
mero crimen, lo cual excluye por completo el consentimiento
de la m uc
ucha
hacha
cha a la inmolac
inm olación.
ión. T al es la la v ía1
ía 103 p o r la
la que
opta Esquilo en A Agg a m e n ó n .
N o c a b e d u d a d e q u e la p a l a b r a pphh o n o s no llega a pro
nunciarse explícitamente, pero, aun así, el sacrificio de la virgen
recibe los calificativos de mancilla, impureza, impiedad, incluso
antes de que —cuando se describe el traslado de Ifigenia al
lugar del suplicio— el texto empiece a acumular pruebas en
contra de ese padre que se ha atrevido a inmolar a su hija.
Hasta la condición virginal de la muchacha llega a aducirse
como circunstancia agravante («ni siquiera sus años virginales
le valieron de nada»). Pero lo esencial es que Esquilo no abre
ningún hueco al consentimiento de la víctima por el que
adquiere legalidad formal el sacrificio; tan luego como se da
la señal de proceder a la ejecución se desencadena la violencia:
llevada en volandas, atenazada, amordazada para que no se
o igan
iga n sus g r it o s 104, Ifigenia
Ifige nia luch
lu cha,
a, se aferra
afe rra a la vida,
vid a, niega
nie ga
desespe radam ente su aqu iescencia1
iescenc ia105 a una inmo lación cuyo
ca rácte
rá cterr escand
esca ndolos
olosoo EsEsqu
quilo
ilo se com place en su b ray ra y ar
ar1106.
Con excepción de If Ifig
igee n ia e n tre
tr e los tau
ta u ros
ro s, en cuya
heroína perdura el horrífico recuerdo de la violencia que le
fue infligida —muy a la manera de Esquilo—, muy otra es la
actitud de las tragedias euripidianas con respecto a las
vírgenes inmoladas. De hecho, Eurípides no acepta la ficción
del sacrificio humano más que para invertirle el significado.
Hábil forma de rechazar aquello mismo cuya puesta en
escena y realización se está describiendo concienzudamente.
So color de respetar la norma de la aquiescencia, se transforma
el asentimiento en elección libremente planteada, y la muerte
súbita en muerte voluntaria, por no decir gloriosa. Todo está
en su sitio, pero nada tiene ya el mismo sentido.

66

ella Una
que, vez más,
en la Ifig
If la
ige hijaen de
e n ia A uAgamenón
l i d e , aceptasedeerige
buenengrado
paradigma,
morir
(hekousa: v. 1555). Asida por manos brutales, la Ifigenia de
Esquilo es «alzada sobre el ara» (hyperthe bómou labein
aerdên); y en ello —práctica sacrifical corriente con víctimas
anim
an im ales—
ales — E squilo
sq uilo no ve sino señal de violen v iolencia
cia y fu e rz a 107.
Aee r d ê n : en el aire. En la atora del ahorcamiento las esposas
A
se elevan en el aire por su voluntad; aquí, sin embargo, la
muchacha sacrificada ni por un instante desea apartar los pies
del suelo. Pobre Ifigenia: Eurípides la recordará en If Ifig
igee n ia
entre los tauros, donde, ya en los primeros versos de la
tragedia, la hija de Agamenón —en imitación muy aproximada
del texto de Esquilo— evoca el instante funesto en que,
«mísera, sobre el ara levantada» (hyper pyras metarsia lèph
theisa)'os, estuvo a punto de perecer por el cuchillo. A la
inversa, no debemos extrañarnos demasiado de que, al final
d e Ifi
I figg e n ia en A u l i d e —donde la libertad de la heroína no
ppuu e d e t o l e r a r r e s t r i c c i ó n a lgu
lg u n a , ni s iq u ieierr a d e c a r á c t e r
ritual—, se desvanezca toda señal de violencia pura. De
hecho, cuando, plantada ante su padre, Ifigenia anuncia que
—ee n t r e g a n d o l i b r e m e n t e su c u e r p o al s a c r ific
— if icio
io—— t e n d e r á el
cuello con valor y en silencio, por esas mismas palabras la
virgen prohíbe a los argivos que le pongan la mano encima
—m
— m o d o d e n e g a r s e a ser se r t r a t a d a c o m o v ícti
íc timm a y « a lz lzad
ada»
a» d e
conformidad con el ritual (Ifi I figg e n ia en A u l ide
id e , 1551-1561). A
renglón seguido, la atención se concentra en los preparativos
de la inmolación; y el texto, en elocuente elipsis, no nos dice
cuál pudo ser la postura final de Ifigenia: ¿erguida con
altivez, o quizá de rodillas? En compensación —y no, sin
duda, por casualidad—, tan pronto se ha desplomado la
espada de Calcas cuando se nos describe con toda precisión
la cierva montaraz inmolada en lugar de la muchacha, que
está tendida en el suelo, pero cuya sangre salpica, hacia lo
alto (arden), el ara de Á r te m is 109: co n la v íctim íc tim a anim
a nim al,
aunque sea aberrante, el ritual del sacrificio recupera todos
sus derechos, mientras la ppaa r the th e n o s desaparece, inmovilizada
en su libre elección.

67
1

N o oa bser
virginal s t a n«asida
t e , la ymalzada»
á s c u m es,
p li
liddde
a fnuevo,
igu
ig u r a dPolíxena
e e s te r—de
e c h a zlao
cual, sin embargo, el ejército griego esperaba que se debatiese,
ppoo r q u e se h a b í a a s ig n a d o a los
lo s e leg
le g id
idoo s a q u e o s la t a r e a d e
contener sus saltos"0. Princesa troyana, pero, en el infortunio,
hermana de Ifigenia y, como ella, sacrificada por el ejército
griego, Políxena acierta a detener el gesto del sacrificante,
que ya iba a hacer seña de que asieran (labein) a la muchacha:
al igual que Ifigenia, Políxena proclama su libertad y prohíbe
que le pongan la mano encima, declarando que tenderá el
cuello con valor. A partir de ese momento, la narración se va
haciendo más precisa: Agamenón —¡otra vez él!— ordena a
los jóvenes que suelten a la ppaa rt rthh e n o s. Entonces, poniendo
una rodilla en tierra, la virgen Políxena se arrima con firmeza
al suelo para pa ra m o ri r 111. E sta rodilla
rod illa hincada
hinca da no debe deb e h acerno
ace rnoss
ppee n s a r e n p r á c t i c a s o r i e n ta l e s , b á r b a r a s , d e p r o s t e r n a c i ó n
(proskynesis), porque, en su reivindicación de la libertad,
Políxena es digna de ser griega. Aún menos debe pensarse en
gesto
ge sto algun
alg unoo de sú p lica1
lic a1112: arrod
arr odillada
illada,, la Políxe
Po líxenana de
de E Euríp
urípide idess
no está en esa actitud implorante en que la representa la
tradición iconográfica posterior, que se complace en las
inte rp retac
re tac ion
io n es más sen timen tim en tales de su ac a c ti
titu
tu d 113; m uy al
contrario: en esta postura, que viene acompañada por un
«discurso de incomparable valentía», lo que hay que adivinar
es la aceptación serena de la muerte y, sobre todo, el
rechazo, manifestado en el acto, a ser tratada como cuerpo
ppaa s iv o , « asid
as idaa y a lza
lz a d a » c o m o la Ifig
If igee n ia d e E s q u il
iloo , c o m o la
Políxena que, mucho antes de Eurípides, los pintores gustaban

eden c im
representar
d el a r a 114en
a del . los jarrones, alzada horizontalmente por
Grande es la distancia entre la fuerza máxima padecida
ppoo r la If Ifig
igee n ia d e E s q u i l o — la m i s m a q u e E u r í p i d e s se
complace en trasladar a Táuride— y la libertad heroica de
P o líx e n a 115: adecu
ade cuada
ada para
pa ra calibra
c alibrarr las
las reinter
reint erpp retac
re tac ion
io n es que
aportan a la tradición los distintos poetas y las diversas
mentalidades. Eurípides, en general, prefiere otorgar valentía
y libre albedrío a la ppaa rt rthh e n o s: aquello que en la poco trágica
realidad de la vida niegan las instituciones a las muchachas

68

griegas. Valentía y decisión: valga lo mismo para Macaría,


con su afirmación de libertad —múltiples veces reiterada—;
Macaría, que tampoco deseaba perecer a manos de los
varones, pero a quien, de modo extraño, el texto de los
Hee r a c li
H lidd a s rehúsa el homenaje postumo de describir su
m u e r t e 116.
Macaría, Políxena, Ifigenia: liberadas del padre en el
momento mismo en que éste las condena a ser inmoladas
— p o r q u e i n v i e r t e n , p a r a su p r o p i o u s o , la l i b e r t a d de
—p
elección característica del k y r i o s 117— , las v írg ír g e n e s d e E u r í p i d e s
se apropian del sacrificio que se les impone como muerte,
una muerte muy de ellas.
Una muerte muy de ellas: sin dudar un momento, hay
comentaristas que incluyen estas muertes reivindicadas en el
n ú m e ro de los su icid
ic idio
ios1
s1118. C o n ello reduc
red uc en el alcance del
audaz desvío por el que la víctima sacrifical obtiene el
dominio de su propia muerte. ¿Suicidios, los sacrificios
voluntarios? Mejor cuadraría que viésemos en ellos una
variante —muy singular, por virginal— de la «muerte gloriosa»
que
distingue se acepta por la («por
en el hekousa patriami y/oplenaporvoluntad»)
la gloria.
conSólo se
que las
ppaa r th e n o i consagradas proclaman su libre aceptación del
sacrificio, que no se parece al lugar común retórico de la
muerte aceptada (ethelein apothneiskein), designación cívica
del consentimiento al óbito. Porque la muerte bella no se
bbuu s c a , s ino
in o q u e se a c e p ta:
ta : d e l m is
ism
m o m o d o e n q u e los
lo s
ciudadanos de Atenas o Esparta se inclinan ante el imperativo
que les dicta su ciudad, las vírgenes aceptan el destino que se
r e a p r o p ia n 119.
Pero, claro está, nada en Eurípides es nunca tan sencillo,
y resulta que el suicidio no es enteramente ajeno a la sabia
combinación de muerte gloriosa con sacrificio. Así, por
ejemplo, la muerte de las hijas de Erecteo. En el l ó n — y
exceptuada Creusa, a la que se perdona por su poca edad
(277-278)—, estas ppaa rt rthh e n o i eran sp
sphag
hagia,
ia, víctimas sacrificales
que su padre «osó inmolar por la tierra» ateniense. En
Erecte
Ere cteo,o, todo indica que sólo fue sacrificada una de las hijas.
O, más exactamente, que halló muerte gloriosa en el sacrificio:

69

p o r q u e las i n s t r u c c i o n e s q u e d a A t e n e a , al f in
inaa l d e la o b r a ,
de que la entierren «precisamente donde (houper) murió» se
ppaa r e c e n m u c h í s i m o al h o n o r q u e , e n H e r o d o t o , o t o r g a n los
lo s
atenienses a su conciudadano Telos, caído por la patria,
en terrá
terránd nd olo «precisamente do nde había caíd o» '20. H as ta
aquí, todo parece claro. Demasiado claro: en efecto —conti
nuando con su alocución—, Atenea ordena a Praxítea, mujer
del rey y madre de la muchacha, que entierre en la misma
tumba a las hermanas de la víctima, quienes, fieles a su
ju
j u r a m e n t o , se h a n d a d o m u e r t e s o b r e el c u e r p o d e la v irgir g e n
degollada. Y resulta que en sepultura colectiva —honor
reservado a los guerreros «pariguales en gloria»— se juntan
los cuerpos de las vírgenes y, lo que es más significativo, se
un e la v íctim íc tim a sacrifical conco n laslas jóven
jóv enes es su ic
icid
idaa s12
s121. C ie rto
rt o
que —justificando las honras fúnebres por la nobleza (gen
naiotés) de que han dado prueba las hermanas— la diosa
pprr e s e n t a el s u icid
ic id io c o m o f o r m a v irg
ir g in a l d e m u e r t e h e r o ica
ic a .
De tal modo entran en contacto, entrecruzándose, el sacrificio,
el suicidio y la muerte gloriosa. Pero, ante una tragedia de
Eurípides, incurriríamos en excesivo atrevimiento si nos
limitáramos a una lectura unívoca. Porque el enmarañamiento
de géneros, instituciones y lenguajes es práctica eminentemente
euripidiana, sean cuales sean las «intenciones» del trágico, use
o no use de la ironía, pretenda o no pretenda situar ante la
crítica de los espectadores esos ejercicios viriles que hallan
salva
sa lvació
ciónn en la sangre
san gre de las vír
v írgg e n e s 122.

Laa gl
L glor
oria
ia de las m uch
uc h a c h a s
Así, pues, muerte gloriosa e inmortal elogio para las
ppaa rt
rthh e n o i.
Tanto en lo que respecta a las muchachas como a las
mujeres hechas y derechas, la muerte se inscribe bajo el signo
doble del matrimonio y de la gloria; pero no cabe duda algu
na de que la fama de las vírgenes tiene con la eukleia (la bue
na gloria) más semejanza que la de las esposas.

70

Virilal es,
negar de cierto,
potro joven la esenciaen decombate,
muerto la gloria,a yMeneceo,
nadie podrá su
derecho al título de «victorioso». Victoriosa, no obstante,
era también en Esquilo la ppaa rt rthh enos
en os Casandra, en su aceptación
de una muerte cruenta que, poniendo en marcha todo un
ciclo de homh om icidios
icid ios,, venga
ven ga la humhu m illación
illac ión de su e s ti
tirr p e 123.
Gloriosa en su hyhris era la Antigona de Sófocles, única
mortal que bajó libremente (autonomos) al país de los
m u e rt o s 124. E n ccuu a n to a las las vírgenes
vírgene s sacrificadas,
sac rificadas, lo dich o
hasta ahora basta para sugerir que la gloria se les ofrece sin
reserva alguna: gloria de Macaría o de Políxena, gloria, en
Á ulide, de Ifigenia
Ifigenia —cuyo p e á n 125 en ton ará n las m ujeres del
coro—, como si, dejando de lado a los varones, la grandeza
viril se trasladara a esas muchachas que con la virginidad
ppii e r d e n t a m b i é n la v ida id a . D e h e c h o , la h ijijaa d e A g a m e n ó n ,
ppaa r a d i g m a d e ppaa r the
th e n o s —por medio de una súbita decisión
que no ha dejado de sorprender a más de un comentarista—,
logra, para sí y para sus hermanas de glorioso infortunio, un
valor (arete) qquu e so s o b rep
re p u ja al de A q u ile s 126.

dentroAsí, dea partir de las toda


la tragedia vírgenes sacrificadas,
una reflexión sobreva la elaborándose
condición
pprr o b l e m á t i c a d e la pa partrthh e n o s. Reflexión paradójica, que tras
trueca los gestos del matrimonio, haciéndolos pasar por el
pprr i s m a — p o c o d e f o r m a n t e , e n o c a s i o n e s — d e los lo s r i t o s
sacrificales. Pero también constructo imaginario (y señalado
p o r los lo s l ím it itee s p r o p i o s de la im a g in a c ión
ió n ) d e u n a a c e p t a c i ó n
virginal de la gloria. En su calidad de diosa, nada impide a
Ártemis identificarse con su epíteto (epiklèsis) d e E Euu k leia
le ia:: es
ella la Gloriosa. Pero ¿qué decir de la gloria de las muchachas
fallecederas (y por ello mismo fallecidas), sino que viene a
resultar como hurtada a los guerreros que no han de morir,
pprr e c i s a m e n t e p o r q u e se d e r r a m ó s a n g r e v irgir g in a l p a r a salv
sa lvaa rle
rl e s
la vida? Pues en el núcleo de la imaginación trágica persiste
una imposibilidad por cuya mediación recupera sus derechos
el mundo real: no hay palabra para significar la gloria
femenina —gloria de doncellas, gloria de esposas— que no
hayaa de expr
hay ex pres esararse
se en la len gua gu a de
d e la fam a virv iril
il1127.
Y siem pre la gloria glo ria hace c o rre rr e r la sangre
sang re de las m u jere je re s12
s128.

71

Lugares del cuerpo


Y, no obstante, tiene sus ventajas, lo imaginario: saliendo
mejor parada que la esposa cotidiana o que la muchacha
pprr e m a t u r a m e n t e d e s a p a r e c ida
id a d e los
lo s e p igr
ig r a m a s f ú n e b r e s — p á 
lidos fantasmas discursivos, cuya belleza jamás se menciona—,
la mujer trágica se gana un cuerpo en el juego de la gloria y
de la muerte. Pero, por norma de los juegos imaginarios, lo
que en ellos se gana, en ellos al mismo tiempo se pierde.
Un cuerpo, pues. Pero mal conocido: más interesada, por
lo general, en las prácticas institucionales que en los esquemas
corporales, la reflexión antropológica sobre la tragedia no
siempre ha prestado suficiente atención al tema del cuerpo
trágico —trazado, desde Esquilo a Eurípides, en torno a los
sitios en que se muere. Para dar remate a esta obra,
trataremos ahora de levantar el plano de los sitios en que la
muerte acaece a las mujeres, siguiendo los textos en su
literalidad. Pues para llevar a cabo semejante cartografía no
hay más remedio, una vez más, que confiar en la exactitud
del significante trágico; en su precisión intencionadamente
clínica: al contrario de lo que parecen sugerir ciertas traduc
ciones, más deseosas de trasladar los textos que de dejarlos
en su especificidad griega, el «hígado», en la tragedia, es
siempre eso,
e so, el hígado , y no algo
algo parecido
parec ido al c o ra z ó n 129 —y
no es indiferente que a Deyanira, herida en el hígado, se le
entre la muerte por el mismo sitio que a los hombres. Pero
no nos anticipemos.

73

Ell punto débil de las mujeres


E
Ante los horrorizados ojos de Creonte y de su tropa
surge de pronto —visión brutal, imagen de lo irremediable—
el cuerpo sin vida de Antigona, «colgada por el cuello»,
kremastén aukhenos (Sófocles, A Ann t ig o n a , 1221). Eurípides, en
cambio, suele recurrir con preferencia al vocablo derê para
evoc
ev ocar
ar a las
las tris
tr iste
tess aho
a horc
rcad
adas
as,, conco n el n u d o al c u e llo 130.
Palabra más rica, sin duda alguna, porque está dotada de
mayor carga afectiva: la hija de Edipo, en el silencio de la
derelicción, aprisiona en el nudo de su velo, aukhén, el cuello
visto por el lado de la nuca: derê, por el contrario, es la
«parte delantera del cuello, la garganta», punto fuerte de la
bbee l lez
le z a f e m e n in a ( r e c o r d e m o s la « g a r g a n ta h e r m o s ís ísii m a » p o r
la que Helena reconoce a Afrodita en el Canto III de la
Ili
I liaa d a , la «delicada garganta» que la amada de Safo se
complace en adornar con flores, el «cuello destellante de
bbla
lann c u r a » q u e M e d e a m u e s t r a a la n o d r i z a c u a n d o lo in incc li
linn a
ppaa r a s o ll lloo z a r ) , p e r o t a m b i é n a q u e ll
lloo q u e d o n c e ll
llaa s y e s p o s a s
se complacen en desgarrar, uñas llagadoras contra la tierna
ga rganta,
garga nta, ll
llevadas
evadas po r la sensualidad del ddoo lor lo r lu c tu o s o 131.
Todo esto es derê y, sobre todo, en la mujer, el punto de
mayor fragilidad. Por él se procede al ahorcamiento, por él
ppee n e t r a la m u e r t e e n el c u e r p o de las m u c h a c h a s in
inmm o lad as.
Porque, en los relatos de sacrificios, derê designa exactamente
la parte del cuerpo donde los oficiantes, en el momento de
d a r la
la m u e rte , aplican
a plican el c u c h illo 132. R ecue
ec ue rda
rd a Ifigenia, en
Táuride: «cuando mi pobre padre puso su espada en mi

garganta»...
«Cuando veas Advertencia
cerca de tu de cuello
Aquileslaa espada»...
la hija de Garganta
Agamenón:
de
Ifigenia, garganta de Políxena, cubierta de oro, que pronto la
sangre teñirá de púrpura... De nada serviría multiplicar los
ejemplos, enumerando las infinitas apariciones de derê en un
c o n te x to sacrific
sa crifical1
al1333. L im itém
ité m o n o s a señalar
señ alar que en derê
subsiste aún el aliento y la vida: en torno a esta palabra, más
de una vez se inmoviliza la evocación del sacrificio, amenaza
suspensa del cuchillo apoyado contra la garganta, mientras la
virgen sigue respirando. En cambio, cuando se trata de una

74

garganta ya seccionada, o en la que está hincándose la


espada, dere cede su lugar a luimos, nombre de la garganta en
cu an to g a z n ate 134, po rqu e, una
un a vez rasgada la herm osa superfi
sup erfi
ciee del cuello, la m ue rte se desplaza hacia el in te
ci terio
rio r del
del
cuerpo
cue rpo.. Precisión, una vez más, com o siempre, de la lengua
trágica. Y precisión en las descripciones:
descripcione s: en el m o m en to de
asestar
ase star el golpe a Ifigenia,
Ifigenia, el augu
au gur,
r, m irán do lacon
la con ojo
especialista en anatomía, examina el gaznate (laimos) de la
víctima, para localizar el punto de menor resistencia a la
ppee n e t r a c i ó n d e l c u c h il
illo
lo (Ifigenia en Aulide, 1579); en Orestes,
el héroe, en la creencia de que por fin va a poder inmolar a
Helena como víctima expiatoria, hace a ésta inclinar «el
cuello (dere) sobre el hombro izquierdo» y se dispone «a
hincarle en el gaznate (laimos) la# negra
ne gra espada» — desc
de scripc
ripción
ión
en la que más de un comentarista ha sabido identificar la
exac
ex acta
ta evo
e vocac
cación
ión de u n g esto
es to de sa crific
cr ifican
an te1
te 135.
Todo, pues, está en orden: el orden adecuado para la
ejecución. A menos que no haya en todo ello un orden
oculto, regulador del cuerpo femenino. En efecto: como si
—m
— m á s al
allá
lá d e las p r á c t ica
ic a s r itituu a l e s y d e t o d o s sus
su s i m p e r a t i 
vos— la garganta de las mujeres invocara la muerte, Orestes,
ppaa r a m a t a r a C l i t e m n e s t r a , t a m b i é n le a s e s ta el g o lp e e n la
garganta (así, sin duda, apostilla Eurípides la palabra sp spha
hage
geU Ub),
y es en el cuello, a través del cuello (día mesou aukbenos),
donde, en las Fen Fenicia
icias,
s, se clava Yocasta la espada del suicidio
(v. 1457). Si recordamos la Yocasta de Sófocles —que,
siguiendo un procedimiento más normal, introduce el cuello
en el nudo corredizo—, podríamos ver en esta precisión un
guiño de Eurípides, resuelto a subrayar la desviación que el
suicidio guerrero de la heroína introduce en una tradición
muy establecida. De idéntico modo, y con relación a la
garganta seccionada de Clitemnestra, quizá venga a cuento
recordar su mentiroso discurso del A Agg a m e n ó n , cuando pre
tendía hacernos creer que eran muchas las veces que había
tenido el lazo al cuello (dere, v. 875), a punto de matarse.
Yocasta, Clitemnestra: dos maneras, para la mujer, de recibir
la muerte por el mismo lugar del cuerpo que debería haberles
servido para ahorcarse; tanto en uno como en otro caso,

75

cabe hablar de sobredeterminación. Pero qué extraña, a decir


verdad, esta sobredeterminación: en su virtud, las mujeres
—aa h o r c a m ien
— ie n t o , sphagê, su
s u icid
ic idio
io1137, c rim en o sacr
s acrificio
ificio—— tien
ti enen
en
que morir por la garganta, y sólo por ella.
Cabe suponer que el lector, en este punto, se pregunte
qué es lo que la tragedia nos dice de la muerte de los
hombres. Y no hay más que una respuesta posible: es raro
que los hombres mueran por golpe asestado en la garganta,
ya sucumsucu m banba n en
e n com
c om b ate,
ate , ya cai caigan
gan ase a sesina
sinadodo s13
s138. La m u erte er te
de Clitemnestra pretende vengar la de Agamenón «por el
mismo conducto» (tropon ton auton), pero en esta expresión
hay que entender el parricidio, no las modalidades exactas
del homicidio, porque, si damos crédito a Sófocles, el rey
traicio
tra icio na d o fue ab a b atid o de un h acha ac hazo zo en plena
p lena f r e n te 139.
Cierto que el cuello, en Homero, constituye uno de los
p u n t o s m á s v u ln e r a b les le s d e l g u e r r e r o : e n el de H é c t o r (di’
aukhenos) clava Aquiles su lanza, y no son escasos, en la
Il
I l i a d a , los combatientes que expiran con la garganta seccio
n a d a 140; p e ro es im posib po sible le hac
h acerer la m ism a ob se serv
rvac
acióiónn en el
universo trágico. Cabe, como máximo, recordar un coro de
las Fe Feninicia
ciass relativo al singular combate de los hijos de
Edipo, donde se habla de sangre que mana de la «garganta
fraterna» (ho (homm oge
ogenene ded e r a n )'4
)' 41; pero —aun prescindiendo del
detalle de que la muerte llega a Eteocles y a Polinices por
otros caminos— no hay más remedio que admitir que este
duelo fratricida, realización última de una guerra civil a
escala familiar, tiene más de spha sphagêgê que de guerra.
N o p o d e m o s e v i t a r d u r a n t e m u c h o m á s t i e m p o la c o n c l u 
sión que todos estos análisis nos imponen: en la garganta de
las mujeres, la muerte está agazapada, oculta en la propia
bbee lle
ll e z a q u e los
lo s t e x t o s , p o r o t r a p a r t e , jam
ja m á s d e s c r i b e n c o n
tanta libertad como cuando en ella vacila la existencia,
amenazada. Blanquísimo cuello de la abrumada Medea, que la
nodriza observa con premonición de muerte; impecable,
bbll a n q u í s i m o c u e ll
lloo de I f igeig e n ia,
ia , c u y a m u e r t e y a e s tá m a q u i 
na n d o la espada espa da m alh ec h ora1 or a1442: así,
así, el fan tasm a e urip idia idiano
no
del cuchillo en la garganta nos revela la visión trágica de la

76

seducción femenina, peligrosa, sobre todo, para quienes son


sus frágiles depositarías.

Enn u m e r a c i ó n d e l cuer
E cu erpo
po v i r il
N o h a y p u n t o d e l c u e r p o p o r el q u e la m u e r t e é p ica ic a n o
ppuu e d a « d o m a r » al h o m b r e : e s tá el c u e ll
lloo , p o r s u p u e s t o , p e r o
también el bajo vientre ( Il I l i a d a , XI, 380), y la frente, la sien,
el costado, la tetilla derecha, el pecho, los pulmones, la ingle,
el ombligo, el talón... Interrumpamos aquí esta enumeración,
cuyo único objetivo estriba en apuntar la riqueza viril del
cuerpo homérico, todo él vulnerable al tajo, al aplastamiento,
al d es p iece
ie ce 143. E n m o d o algun
alg un o here
h ereda
da la trage
tra gedia
dia este afánafán
enumerador; aunque no por ello deja de dotar al hombre de
un cuerpo incomparablemente más diversificado que el de las
mujeres, al menos en lo relativo a las vías de acceso a la
muerte.
Está el flanco (pleuron), que el guerrero se protege con
especial cu idaidadodo , pu es p o r ahí le sob revien e la m u e r te 144; ni
siquiera
de la muertedel homicidio
en el cuerpo quedaviril:
excluida esta vía dea penetración
así, asesinado traición en
Delfos, acribillado el cuerpo por innúmeros proyectiles,
N e o p t ó l e m o n o se d e s p l o m a h a s t a q u e u n a e s p a d a a c e r a d a le
hiere
hie re el c o s ta d o 145. E stá
st á el v ien
ie n tre (Polin
(P olinice
ices,
s, en las Fe Feni nicia
ciass,
cae herido de muerte cuando le aciertan en el ombligo), y
está la cavidad interna del cuerpo donde ni siquiera los
médicos alcanzan a distinguir entre parte superior e inferior,
delantera o lateral, porque en ella todo se comunica, de
manera que el golpe mortal puede asestarse, indistintamente,
«en los
los pulm
p ulm ones
on es»» o «en el flan fla n c o » 146. Y despu
de spu és, p o r encim
e ncim a
de todo, y sin salimos de esta vaga región del cuerpo, está la
herida en el hígado, letal para el guerrero: por ella muere
Eumolpos, en Er Erec
ecteo
teo;; en el hígado, con el último aliento de
vida que le queda, logra Polinices herir a Eteocles. La más
mortal de las heridas, porque Eteocles fallece antes que su
hermano, sin pronunciar una palabra; herida funesta, cuyo
fulgurante poder conoce muy bien Medea: la hechicera,
cuando está maquinando el triple homicidio que hará pasar

77

p o r a c t o d e g u e r r a , p i e n s a p o r u n m o m e n t o e n h e r i r el
po
hígad
híg adoo del
d el rey de C o ri rinn to , de su hija
hija y de J a s ó n 147.
El costado, el hígado: lugares mortales del cuerpo guerrero.
Puntos por donde debe penetrar la espada en el suicidio, si
uno es un hombre. Por el costado, como Hemón o como
Á yax,
ya x, para
pa radig
dig m a del suicidio
suicid io vir v iril1
il1448. P o r el
el hígado
híga do,, co
commo
ppie
ie n s a n p o r u n m o m e n t o H e r a c l e s , O r e s t e s o M e n e lao
la o ,
cuando les ocurre la idea de suicidarse, poniendo con ello de
m anifiesto
an ifiesto la nob lezalez a atrib
a trib u ida
id a a tal tip o de m u e rt e 149: de
hecho, el órgano vital es el hígado (aunque no por ello
debemos considerarnos autorizados a traducir sistemáticamente
«corazón» donde el texto griego dice hêpar); y la metáfora
que más utiliza la tragedia para expresar la violencia de un
sentimiento es el impacto, la herida que éste inflige «al
hígado»150.
Ocupémonos de heridas nada metafóricas. De las auténticas
heridas, que abren en el cuerpo caminos a la muerte.
Heridas, pues, enteramente viriles, si no fuese porque en la
tragedia hay mujeres que por ellas perecen: así, por ejemplo,

phay
pa a r a enllee vSófocles
ll a r a t é r mmujeres
i n o e s teque, icen
idii osup desespero,
s u icid o r la v ía d ereúnen l h íg a dvalor
o en
que piensan los héroes euripidianos —Heracles, Orestes,
incluso Electra (E Ele
lecc tra
tr a , 688)—. Me refiero a Eurídice, quien,
conn su m u erte
co er te sacrifical
sacrifical y g u e rr rree ra 151, asesta
ases ta el el golpe defin de finitivo
itivo
a la problemática virilidad de Creonte. Me refiero, más que
a ninguna otra, a Deyanira, frágil esposa que sabe muy bien
ppoo r d ó n d e s o b r e v i e n e la m u e r t e a lo loss g u e r r e r o s , p u e s t o q u e ,
sin
sin vacilación
vacilación alguna, se atravies atraviesaa el co stad
sta d o «con una espad
de d oble fi filo,
lo, e ntre el co raz razónón y el diafragma»
diafragma» (Sófocles,(Sófocles,
Traquinias, 930-931).
Y, sin sin em bargo, no está tan claro que,como
que, como mujer
ppuu e d a v ivir
iv ir h a s t a elfi finn a l la m u e r t e d e lo loss h o m b r e s , d a n d o
ocasión a que la lengua tenga que forjar femenino a palabras
(como pa pararaststat
ateses,, compañero de fila) que sólo son concebibles
en m ascuas cu lino 152. H ab rá que q ue detene
de tenerse rse un m om en to en este
suicidio a que «mano de mujer se atrevió» (Traquinias, ( Traquinias, 898).
M u e rte v ir iril1
il1555, sin
sin duda
du da,, éstaé sta qu e la m u jer je r se se inflige
inflige —a — a te 
niéndose al molde homérico—, por el «filo gemebundo que

78

ptaja
pa a r a la dcarne»
a r s e m(Traquinias
( Traquinias,
u e r t e , se , d886-887);
e s c u b r e de las modo
p a r t esimilar,
s g u e r rDeyanira,
e r a s <^el
cu erp
er p o, es decir de cir el el c o sta d o y los b r a z o s 154. Pero Pe ro aq aquí,
uí,
pprr e c is
isaa m e n t e , se p l a n t e a la d i f i c u l tad
ta d : p a r a h e r i r s e el h í g a d o ,
Deyanira se descubre el costado izquierdo (Traquinias (Traquinias,, 931),
y no el derecho, como haría cualquiera, a poca anatomía que
supiese. Y los comentaristas, desamparados, se preguntan:
¿distracción de Sófocles? Hipótesis perezosa, esto es: de las
p e o r e s e n q u e se p u e d e i n c u r r i r 155. E n t o d o c a s o , m ás v a ldr
pe ld r ía
acogerse al comentario de Jebb, quien sugiere que, en esta
ocasión, Sófocles está utilizando la palabra hepar en el muy
amplio sentido de «centro de la vida». Pero (dejando aparte
que tampoco este empleo justifica la localización del hígado
en el lado opuesto del cuerpo) aún habría que explicar por
qué se hiere Deyanira en el costado izquierdo —detalle
ciertamente molesto, pero que no se presenta por casualidad.
Muy al contrario: defiendo la hipótesis de que esta anomalía
está cargada de sentido; al descubrirse el costado izquierdo,
la mujer de Heracles se está desnudando el lado femeni
n o 156— añagaza tex tua l, c on tradicc ión planteada plantea da a p ro p ó sito ,
ppaa ra s u b r a y a r q u e la m u e r t e de u n a m u jer je r ( a u n q u e s o b r e v e n g a
p o r los
lo s m á s v ir iril
ilee s c o n d u c t o s ) jam
ja m á s e s c a p a a las leye
le yess d e la
feminidad.
N o q u e d a , p o r c o n s i g u i e n t e , m á s r e m e d io q u e s o s t e n e r
una incoherencia llena de sentido: Deyanira muere por una
herida en el hígado y en el costado izquierdo, enamorada
ansiosa, in extremis,extremis , de apropiarse los valores del mundo
g u e rre
rr e ro 157. Po dem os e star sta r seguros
segu ros de que qu e en n ingú n cue c uerpo
rpo
de hombre —aun herido con idéntica ambigüedad trágica—
se darán tales incoherencias.

Laa opci
L op ción
ón d e P o lí
líxx e n a
Otra anomalía, levísima. Más bien una pregunta: Políxena
acaba de declararse dispuesta a «exponer mi garganta (derén)
con corazón valiente» (Eurípides, H Héé c u b a , 549); ¿por qué
cambia de opinión cuando van a sacrificarla, proponiendo a

79

N e o p t o l e m o q u e el
elij
ijaa e n t r e d o s vías
ví as d e p e n e t r a c i ó n d e la
muerte?
Cierto que, entre tanto, el caudillo del ejército aqueo ha
ordenado a los elegidos que suelten a la muchacha. Entonces,
aprovechando la poca libertad que le queda, Políxena toma la
iniciativa:

«una vez escuchados los mandatos del dueño, ella cogió y


rasgó su peplo desde lo alto del hombro a la cadera y hasta
el ombligo mismo, dejando ver con ello sus senos y su

admirable
agalmatos /pecho de hincó
kallista); (mastous
estatuadespués una te... sterna
rodilla th' hôsy
en tierra
pronunció palabras
palabras dede iincomparabl
ncomparablee brbravur
avura:a: “ V am os, m u
chacho, hiere mi pecho (sternon), si tal golpe quieres dar; o,
si el cuello (hyp’ aukhena) prefieres, aquí está mi garganta
(luimos) dispuest a” » ( Héc
dispuesta” Hécuba
uba , 557-565).
[Versión castellana de Manuel Fernández-Galiano, op. cit.,
con una ligera adaptación a la literalidad, imprescindible en la
traducción de mastous te... sterna th’ hôs agalmatos / kallista
kallista.]
.]

De hecho,
le brinda Neoptólemo
Políxena lo que loduda. lleva Pero no esy lanoelección
a «querer querer»; que es,
sencillamente, «la compasión por la muchacha». Y, sin más
vacilaciones, como sacrificante experto, «corta con el hierro
el canal de la resp re sp irairació
ció n» 158. C o n lo cual, ev iden id en temte m en te,
opta por la norma: ningún sacrificante hiere a su víctima en
el pecho, pocas mujeres trágicas reciben la muerte en tal
zo na del c u e rp o 159. ¿Qué ¿Q ué p reten
re ten día , pu es, P olíxena
olíxe na,, co n las las
ppaa l a b r a s q u e d ir
irig
igee a N e o p t ó l e m o ?
N o ca be d u d a de q u e se m e ja n te p r o b le m a n o p o d r ía
ppll a n t e a r s e d e c o n f o r m i d a d c o n la l e n g u a a r i s t o t é l i c a , p o r q u e
— s igu
ig u ien
ie n d o c r i t e r i o s a n a t ó m i c o s — sphagé, nombre de la
garganta virtualmente abierta, se aplica, en concreto, a «la
ppaa r t e c o m ú n al c u e ll lloo y al p e c h o » 160. P e r o , d e n t r o d e l
universo trágico en que muere Políxena, no hay justo medio
que pueda resolver una opción, y —dada la fuerte carga
simbólica de las diferentes partes del cuerpo— ninguna
elección carece de sentido (sobre todo cuando no viene
impuesta desde el punto de vista de la tradición).

80

Sternon o laimos: dado que el «pecho» se opone a la


garganta cercenada en su designación tópica, será conveniente
—ii m i t a n d o a E u r í p i d e s — q u e n o s d e ten
— te n g a m o s u n p o c o e n el
detalle de la belleza desnuda de Políxena. Quizá no debamos
fijarnos, ppee r se, en la desnudez de la ppaa rt rthh h e n o s: las vírgenes
sacrificadas,
sacrificada s, p o r lo general,
genera l, son
so n despo
de spojad
jadasas de
d e sus v e s ti
tidd u ra s 161;
y Políxena, en su pretensión de mantenerse libre hasta el fin,
lleva por sí misma a cabo la tarea que a otras vírgenes
inm oladas
olada s se les les im pone
po ne p o r la fu e rz a 162. P ero — de descr
scrita
ita en
toda su belleza de estatua, y ofrecida a los ojos del ejército
aqueo— la desnudez de Políxe«a es, en Eurípides, un espec
táculo (imagen que persistirá luego en la pintura, desde el
helenism
hele nism o h asta as ta Pierre de d e C o r to n e 161). Políxen
Po líxen a, pues,
pue s, se
descubre los senos (mastous) y el admirable pecho (sterna).
N o h a y p l e o n a s m o e n t a l i n d icaic a c i ó n , p o r q u e es r a r o q u e
Eurípides emplee al mismo tiempo las dos palabras, dotadas
de tan diferentes valores. Hermoso caso de objeto parcial,
mastos es el seno materno repleto de leche, pero también
—aa tis
— ti s b a d o f u g it
itiv
iv a m e n te—
te — el m u y e r ó t i c o se
senn o d e la b e ll
llís
ísim
imaa

Helena,
de
dejó c aerante
jó cae r su cuya
esp adavisión,
espad a a M e como la o 16gustan
n e lao 4. L os de
valoreferir
v alores ellosst
res ddel steegriegos,
rno
rn o n se
hallan más diversificados: en el hombre, el «pecho» es uno de
los lugares en que, cuando hay guerra, resulta aconsejable
hundir la espada —en todos los casos se da muerte al
adversario, que, por no haber huido, obtiene con ello una
m u e rte g lo rio sa 165— , p ero
er o el pech pe ch o de laslas muje
m ujeres
res suele
suele
evocarse, en cambio, como fuente de afecto, estético o
sentimental: st stee r n o n de Electra o de Ifigenia, dulcemente
fundidos con el de Orestes o Agamenón; tierno pecho
virginal, también de Ifigenia, que Agamenón, lamentando el
sacrificio de su hija, asocia con las suaves mejillas y los
cabellos rubios de la pa part
rthh e n o s; pecho blanco, por último,
que las mujeres se descubren en el plañir del luto, para
golpeárselo o para
p ara desgarrárselo,
d esgarrárselo, en m uy sug sugeren
erente
te c o n tra
tr a ste
st e 166.
Asociando las dos palabras, mencionando el seno deseable
al m ism o tie m p o que el pecho pec ho de plástica
plástic a he
h e rm o su ra 167, cabe
imaginar que la descripción de la desnudez de Políxena no
tenga más objeto que el de erotizar la muerte de la virgen.

81

Pero habría que distinguir entre lo que ve el ejército (que el


mensajero transmite como fiel testigo) y lo que Políxena
desea. Pues la opción que se plantea a Neoptólemo es
iniciativa de la ppaa rt
rthh e n o s, y sólo para ella tiene sentido. Y el
caso es que, al dirigirse al hijo de Aquiles, Políxena no
menciona sus senos deseables —que el ejército griego ha
estado mirando con complacencia—, sino sólo el st ster
erno
non:
n:
«Vamos, muchacho, hiere mi pecho, si tal golpe quieres
dar»... Políxena no habla, pues, con el propósito de erotizar
sus últimos momentos: lo único que ella pretende, ya en el
Hades, es el reposo entre los muertos; y en el momento del
ó b ito sabrá ex
e x pres
pr esar
ar el más virginal
virgin al de los
los p u d o re s 168. ¿Qué
¿Q ué
es, entonces, lo que otorga sentido a sus palabras?
Si en esta pre gu nta nos deten em os, p o r m iedo a ll llevar
evar
más adelante la interpretación, para seguir avanzando podemos
hacer un recorrido por los relatos romanos de la muerte de
Políxena: en ellos observaremos que, a pesar de la multiplici
dad de variantes, todos coinciden en la misma lectura del
texto de Eurípides en cuanto se refiere a poner el final de la
muchacha bajo el signo del valor guerrero.
Así, por ejemplo, la Políxena de Séneca, que ha de
desposarse con Aquiles en la muerte, y cuya inmolación
viene acomaco m papaña
ñada
da de m uy com c om pletas
ple tas galas
galas nu p cia les 16''. Pero
he aquí que en el momento de morir, y para considerable
sorpresa del lector, que se disponía a asistir a un «sacrificio
n u p c ia l» 170, la v ir
irgg e n (virgo) se trueca en virago
virago,, la tierna
víctima se comporta igual que se comportaría un combatiente
en lid mortal:

«Lejos de retroceder, la audaz y viril muchacha (audax


virago) afrontó el golpe mortal, orgullosamente erguida y con
la intrepidez en el rostro».

Y que la m u ltitud adm ir


iree su valor (tam fortis animus)
(Séneca, Troyanas, 1151-1153). Séneca es buen lector de
Eurípides: ¿será éste su modo de comentar la propuesta de
Políxena («hiere mi pecho, si tal golpe quieres dar»)?

82

N o a p r e s u r e m o s la c o n c l u s i o n ; v e a m o s a n te s q u é d ice
ic e
Ovidio, lector de Eurípides aún más fiel que Séneca: en el
libro XII de las M e ta m o r fo s is se califica a Políxena de «vir
gen desdichada y más que mujer» (plus quam femina virgo),
conducida al sepulcro de Aquiles para ser degollada
sobre él. La hija de Príamo dirige a continuación al hijo del
héroe el mismo discurso que en la tragedia griega: «hunde tu
dardo en mi garganta o en mi pecho (iugulo uel pectore)»; y,
dicho esto, se descubre la garganta y el pecho. Como en
Eurípides «fue su cuidado velar sus partes cubribles cuando
caía, y co nser ns erva
varr del casto
ca sto p u d o r el d e c o ro » 171. Pero Pe ro,, al
pprr e f e r i r la vía
ví a de la h e r i d a m o r t a l , O v i d i o a t r i b u y e al
sacrificante el gesto que Eurípides había negado a Neoptólemo:

«incluso el mismo sacerdote, llorando y sin gana rompió los


ofrecidos pechos con el hierro metido» (MMee ta
tam
m o r fos
fo s is,
is , XIII,
475-476).
[Citas de Ovidio tomadas de Ovidio, M Mee ta
tamm o rfos
rf osis
is,, edición
bilingüe, versión rítmica de Rubén Bonifaz Ñuño (México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 1979), tomo II,
págs. 130-131.J.

Para explicar esta desviación (tanto más notable cuanto


que se inserta sobre un fondo de gran fidelidad al modelo
griego), tal vez haya quien aduzca la tendencia del propio
O v id io 172, o de la poesíapo esía latina
latin a en gen
g enera
eral,
l, a tal tip o de
muerte; y no sería desatino sacar a colación el hecho que la
Camila de la E Enn e ida
id a , con el pecho desnudo, cae mortalmente
herida
he rida en
en co m b a te 17'. Pero b asta con obse
o bserva
rvarr que, a c o n ti
nuación, el texto de Ovidio insiste en comentar el valor de
Políxena, caída, como sus hermanos, por el hierro de Aquiles
(Metamorfosis, XIII, 497-500), para convencerse de que no
todo está dicho. Así, me atrevo a proponer la hipótesis de
que el poeta latino, dando a la doncella el tipo de muerte
que, en Eurípides, ella misma sugería que se le diese,
pprr e t e n d e c o n f e r i r t o d o su s e n t i d o a la o p c i ó n e u r ip id ia
iann a : e n
la garganta, al modo de las víctimas sacrifícales, o en el
ppee c h o , al m o d o d e los lo s g u e r r e r o s .

83

Queda, pues, formulada la interpretación que antes nos


había hecho vacilar: el atractivo mujeril, en su desnudez, es
maravilla para los ojos de los soldados griegos; para la
ppaa r the
th e n o s , en cambio, la herida en el pecho no habría
significado sino que Neoptólemo rendía merecido homenaje
a su andreia. Pero, como ya sabemos, la andreia, nombre del
valor, es virtud de varones... Así, el recorrido por la poesía
latina nos ha servido para confirmar a contrario la afirmación
que ya nos creimos en condiciones de defender con relación
a Deyanira: por mucha que sea la libertad que el discurso
trágicoquegriego
éstas ofrezca
traspasen a lasla mujeres,
del todo frontera jamásque separase permitirá
y enfrentaa
a los sexos. Cierto que la tragedia incurre en transgresión,
que enmaraña las cosas: tales son su ley y su orden. Pero
nunca hasta el punto de subvertir sin arreglo posible el orden
cívico de los valores, donde la mujer viril puede llamarse
Clitemnestra, pero no Políxena, porque la figura de la
pprr i m e r a ti
tiee n e q u e s e r a m e n a z a d o r a , si
sinn s e d u c ir.
ir . P o lí
líxx e n a
ofrece el pecho, como un guerrero; los soldados de Grecia no
ven sino a una doncella que les está mostrando sus pechos de
mujer.

Es, pues, según Eurípides, en la garganta donde Neoptó


lemo —como buen sacrificante— asesta el golpe, hiriendo a
la do ncella
nc ella en el el pu
p u n to débil
déb il de laslas m u jere je re s17
s174, reint
re integeg rán
rá n d o la,
la ,
en el último segundo, a la feminidad. De seguro que la
tragedia carecía de la fuerza necesaria para invertir un
discurso tan dominante: ¿no es también en la garganta —o, si
se quiere, en el cuello— donde Aquiles, en la época arcaica,
hiere a Pentes
Pe ntesilea?
ilea?1175 U na vez más, y siempre, siemp re, la garga ga rganta;
nta; y
tanto en la guerra como en los sacrificios: significativa
elección, qué duda cabe, dentro de una tradición que se
nutre de la épica, donde el cuerpo viril se ofrece en su
integridad a las heridas fatales. Para aclarar el carácter regular
—¿o
— ¿o h a b r á q u e d e c ir m o n ó t o n o ? — d e e s ta r e p e t i c i ó n , h a b r ía
sin duda alguna que buscar fuera del universo trágico la ley
p o r la q u e se ri rigg e : e n las r e f lex
le x i o n e s g ininee c o lóg
ló g ica
ic a s d e loslo s
griegos, según las cuales la mujer se halla atrapada entre dos

84

b o c as,
bo as , e n tr
tree d o s c u e l l o s 176, seg
se g ú n las cual
cu aleses los d e s p l a z a m ien
ie n to s
de la matriz entorpecen brutalmente la voz en la garganta de
las m u jere
je re s 177, según
seg ún las cualescua les hay m ucha uc hass jov en citas
cit as en edaded ad
de ser nymphe que se ahorcan para escapar del ahogo que,
afincad
afinc adoo en las las en trañ
tra ñ as , las vuelve lo l o c a s17
s178. E n ton
to n ce s, quizá,
qu izá,
a poco que hayamos leído las Cinco conferencias sobre
psic
ps icoa
oanánális
lisis,
is, nos acordaremos de Dora, de su tos sintomática
y de las observaciones de Freud acerca del «desplazamiento
de arriba a abajo» que adopta la garganta porque esta «parte
del cuerpo sigue en gran medida desempeñando, para la
m ucha
uc hach cha,
a, el papel
pape l de zo n a e róg ró g en a» 17'*. Pero
Pe ro si nos sum su m erg i
mos en el pensamiento médico de los griegos, para luego
ppaa s a r n o s c o n a r m a s y b a g a jes
je s al p s ico
ic o a n á li
liss is
is,, va a s e r difí
di fícc il
que regresemos al universo de lo trágico. Porque la tragedia
no quiere saber nada de esta imaginación ginecológica, o, por
lo menos, no de modo explícito. Bástenos con tomar nota de
este silencio, sin violentarlo; y apuntemos que, en el cuerpo
trágico, nada se deja al azar de la asociación libre, porque, en
él, todos los lugares de la muerte están en el sitio que les
corresponde.

Invención, ortodooxia; libertad, coacción: en el marco de


esta tensión se inscribe el destino de las mujeres en la
tragedia, como, sin duda, en muchos niveles de la experiencia
cívica ateniense. Salvo por el detalle de que la tragedia realza
de modo singular el papel de la libertad; y, por ende, la
coacción, por sutil que sea —insidiosamente presente en este
o aquel significante—, se manifiesta en ella, con fuerza
aumentada, tan pronto como la desenmascaramos, porque
está en las palabras, no en las instituciones. Y salvo por otro
detalle: que la invención opera en el terreno discursivo de la
ficción
ficc ión,, y que
qu e su cam
ca m in
inoo real
rea l es la m u e r te 181.
Invención, ortodoxia; libertad, coacción: en el marco de
las mujeres equivale, pues, a darse el gusto, ya de entrada, de
situarse en un puesto de observación privilegiado. Siendo así

85

que la imaginación griega, tan pronto como tiene trazada la


frontera infranqueable que separa lo femenino de lo masculino,
se complace en confundirla, ¿en qué terreno situarse para
pprr o c e d e r a la v a lo r a c ió n d e los
lo s p r o c e d i m i e n t o s y d e los
lo s
límites de semejante juego? ¿En cuál, si no en el emplaza
miento institucional de la confusión, en el propio núcleo de
la inte rf rfer
eren
en c ia trág
trá g ica?1
ica ?182
En tal, efectivamente, estribaba mi proyecto: se trataba
de determinar cómo y hasta qué punto jugaban entre sí los
valores viriles y los atributos femeninos en la puesta en
escena trágica en
inconveniente de atribuir
las mujeres, dado
notable que nadie
audacia a la parece
tragediatener
del
siglo V ateniense — al menos en lo tocante a esta problemática
«mitad de la ciudad»—. No nos consternemos ante el hecho
de que, a fin de cuentas, la audacia no haya resultado tan
grande como la imaginábamos: toda investigación corre el
riesgo de refutar o modificar, de pasada, sus hipótesis
iniciales, sobre todo cuando éstas se han planteado con una
reserva mental —en este caso, la convicción de que hay que
evitar a toda costa el inútil dilema entre el feminismo y la
misoginia—. Sencillamente dicho: nos hemos dedicado (no
sin placer —el que se deriva del juego de los desvíos— y no,
quizá, sin beneficio) a seguir los caminos que se apartan de la
muy singular ortodoxia trágica. A lo largo de este sinuoso
recorrido se saca en limpio, por lo menos, la posibilidad de
interrogarse con mayor lucidez sobre la posibilidad de que
haya desvíos significativos en el seno de un género cívico.
Esto, en fecto, es lo que resulta paradójico en la muerte
gloriosa de las mujeres: no hay más muerte gloriosa que la
viril. Así, para conquistar el inasible kleos gynaikón, esposas
y muchachas han de ejercitarse en la andreia; y ahí precisa
mente es donde está acechándolas la feminidad, para atraparlas
sin ellas saberlo —para considerable edificación de los espec
tadores—, en una palabra, en una elección muy significativa
del texto trágico. A este respecto, Eurípides, paladín o
enemigo de las mujeres (la tradición nunca ha sabido pronun
ciarse de veras a este respecto), no tiene nada que envidiar a
Sófocles, maestro de la ambigüedad; con lo cual captamos

86

algo parecido a una tendencia permanente de la tragedia a


ppll a n t e a r s e u n a y o t r a v e z lo f e m e n i n o e n i d é n t i c o s t é r m i n o s .
Conclusión muy general, desde luego, como remate de un
pprr o l o n g a d o e jer
je r c icio
ic io d e l e c t u r a q u e h a p r e t e n d i d o s e g u ir c o n
atención la literalidad del texto. Pero a tal generalidad me
complace atribuir los más esenciales resultados de la investi
gación. Al hablar de «muerte de las mujeres en la tragedia» se
pprr e t e n d í a , en e f e c t o , i n t e n t a r la g e n e r a li
lizz a c ió n , a p o s t a n d o
ppoo r el g é n e r o t r á g ic o e n c u a n t o tal. ta l. A p o s t a r p o r el g é n e r o
equivalía a postular su unidad o, al menos, a empeñarse en
localizar sus constantes —que podemos denominar, si no hay
inconveniente, representaciones compartidas del género trágico
(compartidas por el hecho mismo de que se discutan áspera
mente de autor en autor). Partiendo de esta intención había
que refutar, de entrada, dos modos muy consolidados de leer
a los trágicos: el primero se basa en el dogma sacrosanto de
la evolución, según el cual las elecciones y las nociones
intelectuales van «cambiando» («evolucionando», se afirma)
de Esquilo a Sófocles y de Sófocles a Eurípides —aunque
estos dos últimos autores sean prácticamente contemporá
neos—; el segundo pretende aislar cada obra en su especialidad,
empeñándose en desvelar la predilección de cada trágico por
cada tema —y así, a juzgar por las pruebas, Esquilo se
interesa fuertemente en la violencia del crimen, Sófocles en la ~
voluntad desesperada que anima el suicidio, y Eurípides en la
inm olació
ola ciónn de tierna
tier nass d o n ce lla
llas1
s1883. Sin igno
ig no rar
ra r tales cam inos,
ino s,
ya tan señalizados, hemos optado por recorridos distintos. Y
me importa que, al final, quede claro el hecho de que el
recorrido era legítimo; que, de uno a otro trágico, la
interrogante de la feminidad se va planteando en los mismos
términos (aunque sea dentro de un marco general diferente),
como en ese verbo aeiró al que, inesperadamente, ha habido
que volver en más de una ocasión, y dentro de los mismos
límites (así, la garganta de las mujeres tiende a ser receptáculo
de la muerte).
Perfectamente indicado queda el camino que es menester
seguir para levantar acta de estos puntos del discurso —muy
sobredeterminados—: hay que someter los textos trágicos a

87

un interrogatorio basado en la vision antropológica de la


Antigüedad. Medida fructífera —que ya no hace falta demos
trar—, siempre que se refuerce con una incansable atención a
la especialidad del texto. Así, nos hemos esforzado en
extender los interrogantes de la antropología a un análisis
más adecuadamente centrado en las vías y modalidades
griegas de lo imaginario, para tratar de comprender la
naturaleza de la ganancia contabilizada por la ciudad con
ocasión del paréntesis institucional constituido por la repre
sentación dramática. En otras palabras: ¿en qué es esencial la
figura del oxímoron, tan apreciada en los textos griegos, a la
representación dramática que la ciudad de sí misma se ofrece?
Más aún: ¿qué obtienen los espectadores teatrales pensando,
en clave de ficción, lo que en la vida cívica no puede ni debe
ppee n sars
sa rsee ? B u e n m o m e n t o p a r a r e f l e x i o n a r s o b r e el p r o p ó s i t o
de estaes ta «purifica
«p urificación
ción»» trá
t rá g ica
ic a 184, p u rg a qque ue se aplica m en os, os ,
sin duda, al hombre privado que al ciudadano, porque limpia
los efectos que el buen uso de la condición de ciudadano
debe ignorar. Y se sacrifican vírgenes en el teatro de Dioni-
sos...
En nuestra búsqueda de las modalidades de esta operación
de pensamiento cívico, nos hemos aferrado al significante o,
p o r d e c i r lo d e o t r o m o d o , a a q u e ll lloo q u e , e n el t e x t o d e las
tragedias, constituye una especie de subtexto sólo identificable,
quizá, mediante la lectura. Ello suponía que —mucho más
allá del efecto trágico— nos remontáramos hacia el horizonte
de inteligibilidad del género. No hemos tenido inconveniente,
ppuu e s , e n a d a p t a r n o s a la p o c o lí
lírr ica
ic a p o s i c i ó n d e l e c t o r . P e r o
fuerza es rendirse a la evidencia: nunca ocuparemos el lugar

de los que
apostar espectadores atenienses
esta lucidez del al siglo
nos otorga, v. una
menos, Me ventaja:
atrevo laa
de poder comprender qué era lo que —en la muerte de
Deyanira o en el sacrificio de Políxena— aportaba al especta
dor ateniense el placer controlado que otorga la complacencia
en la desviación imitada, pensada, domada.

88

N O TA S

Prólogo

1Aristóteles, Poética, 1452 b, 11-13.


2 A sí caracteriza H . C . Baldry (Le Théâtre tragique des Grecs, traducido
al francés por J.-P. Darmon, París, 1975, págs. 60-70) la opción de la
tragedia a favor del teatro.
2b cratiliano: De Cratilo, discípulo de Heráclito, maestro de Platón.
Este, en Cratilo,
las palabras lo hace
de todas defenderson
las lenguas quenaturalmente
la falsedad es imposibleal ysignificado
apropiadas que todas
que se les otorga. De ahí el adjetivo ‘cratiliano’ que emplea la autora.
(Nota del traductor.).
3 T o m o este té
término
rmino de J.-P. Vernant, ««TenTen sions et a mbigüités dans llaa
tragédie grecque», en J.-P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et tragédie
en Grèce ancienne, Paris, 1972, pág. 35.
4 Art. cit., pág. 36.
5 Salv
Salvoo en lo toctocan
ante
te a mimar cciertas
iertas palabras, para supsuplir
lir la muy
insuficiente atención que el espectador moderno presta a las grandes
unidades discursivas: así, en la reciente puesta en escena de la Orestiada
por Jean-Philippe Guerlais (Orbe Théâtre, noviembre-diciembre 1984), el
hecho de blandir realmente la liebre y las águilas del primer coro del
Agamenón sugería la violenta materialidad del significante textual. Tal
estrategia no debe confundirse con la práctica —puesta en peligro por el
psicologismo— consistente en «interpretar» un texto.
6 L o que, trata nd o de la tragedia de Racin
Racine,
e, R . Barthes llamaba
llamaba
«grandes masas de lenguaje indiviso» (Sur Racine, París, 1963, pág. 21).
7 «Q u e es el único orden trágtrágico
ico»,
», decía tam
también
bién Ba Barth
rthes,
es, en su
meditación sobre el «decoro» racineano (Sur Racine, págs. 17-18).
8 M anipulo aquí una expresión de Marie M oscov oscovici,
ici, a prpropop ósi
ósito
to del
trabajo de Freud sobre las palabras del lenguaje corriente: «descubrió su
consistencia sexual» (del lenguaje corriente), pero haciendo de él, «eh
cierto modo, palabras que lo saben» («La déclaration», L ’é ’écri
critt du tem
tempsps,, 1
(1982), pág. 209.
9 Acerca de estas palabras, véanse las páginas 41-42 y 66-68.
10 Una señal más de que no se opera impunemente sobre la diferencia
entre los sexos: al titular así la tercera parte de mi texto, había lisa y
llanamente «olvidado» que tal es el título del número 3 de la Nouvelle
Revue de psychanalyse, primavera de 1971.

89

M a n e r a s tragi
tra gica
cass d e m a t a r a u n a m u jer
je r

1Epitaphios (oración fúnebre) pronunciado por Pericles: Tucídides, II,


43, 2-3. El epitafio está extraído de la recopilación de W. Peek, Griechische
Vers-Inschriften, Berlín, 1955 (n.° 1491: Atenas, siglo iv). Más adelante
citaremos también las inscripciones 1497, 1790, 1690, 890, 891, 1075 y 893.
2 Tu cídid es, II, 45
45,, 22.. Declaración infi
infinitamente
nitamente comen tada y discutida,
empezando por Plutarco, quien, al comienzo de Virtudes de las mujeres, se
rebela contra tal concepto. Pero Plutarco —que ve «objeto de exposición
histórica» en las virtudes femeninas— pertenece a un período en que los
géneros literarios, menos centrados en la ciudad que los de la época
clásica, dejan sitio a la intervención de las mujeres en la historia.
3 H er
erod
od o to
to,, II, 8899 ((eel cuerpo de la
lass beldade
beldadess egipcias); II, 1 (Casanda
(Ca sandana),
na),
129 (la hija de Micerino); III, 31-32 (la esposa-hermana de Cambises); IV,
50 y V, 92 (Melisa); IV, 205 (Ferétima).
4 Eurípides ( Hipólito, 813) califica de biaios thanatos (muerte violenta)
el ahorcamiento de Fedra.
5 Edipo Rey, 1230: hekonta kouk akonta; vid. también 1236-1237: auté
pros hautès. Al contrario que en el caso de Deyanira, cuya muerte se
imputa a una responsabilidad (aitiaj exterior, la aitia de la muerte de
Yocasta se le atribuye por entero. La cita siguiente se halla en 1234-1235.
6 V id. Só
Sófoc les, Traquinias, 878 y 880, Antigona, 1174; Eurípides,
focles,
Hipólito, 801, Fenicias, 1354.
7 Compárese con Eurípides, Medea, 39-40 y 379.
8 El nu do del lazo (brokhos) actualiza el nudo metafórico de la
nudo
desdicha: compárese con Eurípides, Hipólito, 671 y 781.
9 A. Katsouris («The Suicide Motive in Ancient Drama, Dioniso, 47
[1956], págs. 5-36) así lo afirma, aunque no puede dejar de reconocer (pág.
9) que el suicidio es mayoritariamente cosa de mujeres en la tragedia.
10 Recuérdese que Áyax, según la tradición, es el único héroe masculino
que lleva a término un acto de suicidio. La interpretación de la elección de
Heracles que aquí proponemos es contrapunto a la de J. de Romilly («Le
refus du suicide dans 1'Heracles d’Euripide», Arkhaiognôsia, 1 [1 [1980]
980],, págs
págs..
1- 10).
11 H ay en el ello
lo tod a la distan
distancia
cia que separa la volunta
vo luntadd de llaa razón
(ethelô) y la voluntad de la inclinación (boulomai). Vid. N. Loraux,
L'Invention d’Athene, París-La Haya, 1981, págs. 99-104, y, con respecto
a Aristodamos (Herodoto, IX, 71), «La belle mort Spartiate», Ktèma, 2
(1977), págs. 105-120. Nótese que en Le suicide (Paris, 1981, reedición)
Emile Durkheim interpreta como suicidio el óbito de Aristodamos.
Othryadas: Herodoto, I, 82; Pantites: Id., VII, 232.
12 Por ejemplo: autophonos y autokheir. La sobredeterminación suici
dio/muerte sobre el combate/homicidio familiar resulta especialmente clara
en el combate singular de los hijos de Edipo: vid. Esquilo, Siete contra

90

Tebas, 850; Sófocles, Antigona, 172; Eurípides, Fenicias, 880. Otros


ejemplos: Esquilo, Agamenón, 1091; Eurípides, Orestes, 947, y Sófocles,
Antigona, 1175, así como el comentario de L. Gernet al libro IX de las
Leyes (París, 1971), pág. 162 (873 c-d).
13 Tal es una de las circunstancias atenuantes que Platón prevé en su
condena del suicidio (Leyes, IX, 873 c 5-6).
14 Vergüenza: Platón, Leyes, IX, 873 e 6; fealdad del ahorcamiento:
Eurípides, Helena, 298-302; mancilla: Sófocles, Antigona, 54 (lôbê), así
como Esquilo, Suplicantes, 473 (miasma dentro de un sistema de suicidio
por venganza); deshonor: Eurípides, Helena, 13 1344 136, 200-20
200-202,
2, 686-6
686-687
87
(muerte de Leda).
15 Cerrando definitivamente
el ahorcamiento el cuelloendemasiado
queda como inscrito abierto
la fisiología tie las mujeres,
femenina: vid. N.
Loraux, «Le corps étranglé», en Y. Thomas (editor), l.e Châtiment dans la
cité, Roma-Paris, 1984, págs. 195-218.
16 Sófocles, Antigona, 1220-1222; Esquilo, Suplicantes, 455-466.
17 El veneno: Agamenón, 1260-1263; el velo-red: 1382-1383, 1492, 1580,
1611, Coéforos, 981-982, 998-1004, Euménides, 460, 634-635. — Deyanira:
Sófocles, Traquinias, 883-884 (emésato), 928 (tekhnômenês). El enrevesamiento
de la «vía recta» de la espada y de la métis llega al colmo en Medea, 384-
409 y 1278 (donde la espada es red).
18 El ahorcamiento antes que el varón: Esquilo, Suplicantes, 787-789; la
precipitación antes que el daiktór: ibid., 794-799. Póngase en relación
daiktór con goos daiktér, Siete contra Tebas, 916: sollozo desgarrador, luto
gemebundo en que se desgarra el propio cuerpo en imitación del cuerpo de
los fallecidos, en este caso los hijos de Edipo, autodaiktoi a su vez, ibid.,
735. Nótese, por último, que en el verso 680 de las Suplicantes hace su
primera aparición el verbo daizó (desgarrar), para caracterizar la guerra
civil como desgarradora de la ciudad. No hay razón alguna para, eufemi-
zándolo, convertir «desgarrador» en «raptor».
19 Eurípides, Alcestis, 74-76; otras metáforas de la muerte como cortante
o cruenta: ibid., 118 y 225. Sobre Tánatos como muerte en masculino, vid.
J.-P. Vernant, «Figures féminines de la mort», de próxima publicación en
la obra colectiva M asculi
asc ulinin
nin!! Féminin en Grece ancie
ancienn
nne.
e.
20 Eurípides, Andrómaca, 616: oude trótheis. Es el escoliasta quien tiene
razón (contra el traductor de la edición de Belles Lettres, L. Méridier):
Menelao, en efecto, ha sido herido de lejos, en el canto IV de la Iliada,
por la flecha de Pándaro, pero de cerca no ha recibido herida alguna, ni
por espada ni por lanza, de ahí que su valor esté en tela de juicio.
21 Eurípides, Ifigenia entre los tauros, 621-622; sobre el papel reservado
al verdugo dentro del propio sacrificio femenino, vid. M. Detienne,
«Violentes Eugénies», en M. Detienne y J.-P. Vernant (editores), L a
Cuisine du sacrifice en pays grec, Paris, 1979, pág. 208.

91

22 Sobre este intercambio, comentado por mí en «Blessures de virilité»


(Le Genre humain, 10 [1984], págs. 38-56), vid. Píndaro, 8.a Nemea, 38
sigs. (así como 7.a Nemea, 25 y sigs. y 4.a Istmica, 35 y sigs.). Recuérdese
que, en la tragedia de Sófocles, la espada, perteneciente a Héctor, es regalo
del enemigo; en cuanto a Áyax, muere como «cae» el guerrero (piptó:
Áyax, 828, 841, 1033).
23 Ayax, 815 con la traducción y el comentario de J. Casabona,
Recherches sur le vocabulaire des sacrifices en Grèce, Aix-en-Provence, 1966,
pág. 179. Nótese que el hierro está alzado (hestéken), como lo está
normalmente el hoplita en su puesto. En 1026, Teucro hará del hierro un
phoneus, un homicida.
24 El esc
escalpelo:
alpelo: 581-582
581-582,, en un con tex to al m ism
ismoo tiem po m édico y
sacrifical (cf. Traquinias, 1032-1033 y Antigona, 1308-1309); la lengua
punzante: 584; la carne herida por el relato: 786; la desdicha que atraviesa
el hígado: 938.
25 J . Sta
Starob
rob insk i, « L ’ép
’épée
ée d ’A
’Ajax », en Trois Fureurs, París, 1974, en
jax»,
especial págs. 27-29 y 61; vid. también D. Cohen, «The Imagery of
Sophocles: A Study of Ajax’ Suicide», Greece and Rome, 25 (1978), págs.
24-36, y Ch. Segal, «Visual Symbolism and Visual Effects in Sophocles»,
Classical World, 74 (1981), págs. 125-142.
26 Hemón: Antigona, 1175 (vid. también 1239). Sobre haima como
nombre del derramamiento de sangre, vid. H. Koller, « Haima », Glotta, 15
(1967), págs. 149-155.
27 Skhismos: Esquilo, Agamenón, 1149 (Casandra); skhizó: Sófocles,
Electra, 99 (homicidio de Agamenón).— Daizó: Esquilo, Agamenón, 207-
208 (sacrificio de Ifigenia), Coéforos, 860, 1071 (el homicidio).
28 La ley de la sangre: J. Casabona, Vocabulaire, pág. 160. Recuérdese,
en la Electra de Eurípides, la presencia del material sacrifical (kanoun,
sphagis) durante la evocación de la muerte de Clitemnestra (1142; cf. 1222:
katarkhomai, comentado por P. Stengel, Opferbraüche der Griechen, Leipzig-
Berlín, 1910, pág. 42). Eurídice es sphagion: Antigona, 1291; vid. también
las observaciones de la edición comentada del texto (Jebb, Cambridge,
1900) sobre bómia (el suicidio al pie del ara) y la espada del suicida como
cuchillo sacrifical (v. 1301).
29 Vid. por ejemplo Eurípides, Helena, 353-359.
30 Hipólito, 1236-1237, 1244-1245. Ante el dolor que en él hace presa,
Hipólito, moribundo —atrapado en una trampa, como Heracles— pedirá
que le entreguen el hierro liberador que penetra en la carne (1375; cf.
Sófocles, Traquinias, 1031-1033).
31 Em pleo a pr
prop
op ósit
ósitoo eesta
sta expresión lógicamente impo sible, porque el
texto de las Traquinias no especifica cuál de las dos espadas utiliza, sino
que incluso llega a sugerir, por el modo en que se expresa, que se trata de
la espada genérica del hijo (vid. 1456 y 1577-1578).

92

32 R . H irzel, « D er Selbstm ord », Archiv fiir Religionswissenschaft, 11


(1908), en especial págs. 256-258.
33 Confróntese Edipo Rey, donde Yocasta es púnteles damar (esposa
realizada) y las Fenicias, donde Yocasta muere «con» sus hijos y con ellos
será enterrada (1283, 1482, 1553-1554, 1635); del mismo modo, Eurídice es
pammetór, toda ella maternidad (Antigona, 1283).
34 «Le lit, la guerre», L'Flomme, 21 (1981), págs. 37-67; vid. también
«Ponos. Sur quelques difficultés de la peine comme nom de travail»,
Annali dell’ Istituto orientale di Napoli, 4 (1982), págs. 171-192
35 Soga o espada: para Helena, si hubiera sido gennaia gynê ( Troyanas,
1012-1014), para Creúsa si fracasa su plan de muerte (Ion, 1064-1065), para
Electra la viril (Orestes, 953), que preferiría la espada (1041, 1052), para
Hermione la fanfarrona (Andrómaca, 811-813, 841-844), cuya nodriza
teme, sobre todas las cosas, que llegue a ahorcarse (815-816), para Admeto
(Alcestis, 227-229). Vid. también Andrómaca, 412, así como Heracles, 319-
320 y 1147-1151.
36 Helena, 353-357; phonion aiórema (353): me aparto en este punto de
la interpretación de J. Casabona, Vocabulaire, op. cit., pág. 161; añádase
que el verbo oregomai, utilizado por la heroína, cuadra mejor con la acción
de herir (numerosos ejemplos en la Iliada) que con la de anudar.
37 El ahorcamiento es evocado por Orestes (Esquilo, Euménides, 746;
Eurípides, Orestes, 1062-1063) y por Edipo (Sófocles, Edipo Rey, 1374;
Eurípides, Fenicias, 331-333).
38 Vid. P. Chantraine, Dictionnaire étymologique de la langue grecque,
artículo aeiró (I, pág. 23, en el derivado aiôra). Eôra de Yocasta: Sófocles,
Edipo Rey, 1264.
19 Bathy ptóma: Esquilo, Suplicantes, 796-797; aeiró: por ejemplo
Hipólito, 735 (oda de evasión) y 779 (êrtemenê, de artaó, derivado de
aeiró). Andrómaca, 848, 861-862; la profundidad del éter: Medea, 1295.
40 Las alas, el vuelo: Medea, 1295, Heracles, 1158, Hécuba, 1110, Ion,
796-797 y 1239, Helena, 1516.— El pájaro: Hipólito. 733 (el coro), 759, 828
(Fedra), Andrómaca, 861-862 (Hermione), Ifigenia entre los tauros, 1088,
1095-1096 (ápteros ornis pothousa), Helena, 1478-1494; sobre ei pájaro
atrapado en el lazo y la mujer colgada, vid. N. Loraux «Le corps
étranglé», art. cit.
41 Y , eenn distinta m odalidad, los hom bres feminizados:
feminizad os: Jasó
Ja só n , H eracles,
quien, habiendo cometido el crimen «femenino» consistente en matar a
unos niños, sueña con arrojarse al vuelo (antes de renunciar al suicidio,
reintegrándose a su virilidad). Poliméstor mutilado por mujeres y esclavos.—
La huida: Esquilo, Suplicantes, 806, Eurípides, Ion, 1239.
42 Eurípides, Alcestis, 262-263 (imagen del camino), 392, 394; Suplicantes,
1039, 1043 y 1017; Hipólito, 828-829.
43 Sófocles, Ayax, 815 y 833. Licofronte (Alexandra, 466) también
habla de pêdêma.

93

44 Aristóteles, Política, I, 13, 1260 a 30, según Sófocles, Áyax, 293 (es
el «eterno estribillo» con que Áyax responde a las preguntas de Tecmesa):
Eurípides, Heraclidas, 474-477.
45 Sófocles, Traquinias , 813-814, Antigona, 1244-1256, Edipo Rey, 1073-
1075 (con las observaciones de Jebb sobre siâpê en cuanto diferente de sige).
46 Hipólito, 828; Traquinias, 881 (diéistósen se deriva de a'istos, invisible).
Habría mucho que decir sobre el juego de la vista y de las miradas en el
relato de la muerte de Deyanira.
47 Sobre el recinto cerrado y la apertura de las puertas, vid. Edipo Rey,
1261-1262 e Hipólito, 782, 793, 809-810 y 825 (nótese el empleo, a
propósito del descorrer de los cerrojos, del verbo khalán, que, en Edipo
Rey, 1266, describe la acción de desatar la cuerda de Yocasta.
48 Antigona, 1293 (y 1295, 1299). Sobre mykhos, el recinto más
encerrado de la casa, y las relaciones de esta palabra con la feminidad, vid.
J.-P. Vernant, «Hestia-Hermès», Mythe et Pensée chez les Grecs, I, Paris,
1971, pág. 152; habrá que observar a este respecto, con E. Vermeule
(Aspects of Death in Early Greek Art and Poetry, Berkeley, Los Ángeles y
Londres, 1979, págs. 167-169) que lo hueco, lo cerrado, lo profundo, atrae
la muerte de las mujeres, siempre erotizada por implicación.
49 Nótese que el nombre de Fedra no vuelve a mencionarse; para hacer
referencia a su cadáver, Teseo e Hipólito hablan de «aquélla» (958) o
acuden a la palabra soma (1009).
50 N o co
cons
nsta
ta qu
quee tal haya sido el caso. C o n relación a esta mu muerte,
erte,
como a tantas otras muerte clásicas, abundan las discusiones ásperas:
véase, por ejemplo A. M. Dale «Seen and Unseen on the Greek Stage», en
Collected Papers, Cambridge, 1969, págs. 120-121 y C. P. Gardiner, «The
Staging of the Death of Ajax», Class
Classica
icall Jou rna
rnal,
l, 75 (1979). 10-14.
5' El cuerpo del héroe: Áyax, 915-919, 992-993, 1001, 1003-1004. El
cuerpo del guerrero caído en combate es, por el contrario, «hermoso»: cf.
J.-P Vernant, «La belle mort et le cadavre outragé», en C. Gnoli y J.-P
Vernant (editores), La Mort, les morts dans les sociétés anciennes, Cambridge-
Pan's, 1982, págs. 45-76.
52 Alcestis muere en escena: 397-398; a partir de 606 está dispuesto el
cortejo
establece,fúnebre,
de hecho,pero
una la intervención
prothesis dely 740;
(entre 608 anciano padre de1012).
vid. también Admeto
53 El caso más evidente es el de Alcestis, que lleva la devoción conyugal
hasta el extremo de morir en lugar de su marido; y el texto de Eurípides
utiliza múltiples preposiciones (pro, hyper, peri o anti) para expresar esta
excesiva variante de la relación conyugal: Eurípides, Alcestis, 16, 37, 155,
178, 282-283, 284, 433-434, 460-463, 620, 682, 698, 1002. En toda esta
cohorte de mujeres que mueren por hombres, Leda, muerta a causa de su
hija, constituye una excepción que tal vez haya que relacionar con el tema
de Démeter y Core en Helena.

94

54 Sófocles, Traquinias, 913; Eurípides, Alcestis, 175, 187 y 248-249,

matrimonio: 980
Suplicantes, (vid. ejemplo
vid. por 1022: elV. thalamos
Magnien, de
«Le Perséfone). les grecsy
Thalamos
mariage chez
anciens. L’initiation nuptiale», L ’Antiquité clclass
assiq
ique,
ue, 5 (1936), págs. 115-
117.
55 Vid. Sófocles, Traquinias, 918-922, Edipo Rey, 1242-1243, 1249, así
como Eurípides, Alcestis, 175, 177, 183, 182-188, 249.
56 Odisea, XI, 278: Epicasta ata el lazo aph’ hypseloio melathrou;
Eurípides, Hipólito, 768-769: teramnón apo nymphidión. Melathron, viga
del techo: R. Martin, «Le palais d’Ulysse et les inscriptions de Délos»,
Recueil Plassart, Paris, 1976, págs. 126-129 (con referencias); melathron
como metonimia del palacio: Iliada, II, 414, Odisea, XVIII, 150; melathron
como metonimia
375-376. de lay estancia
Melathron novio: nupcial: Eurípides, 85,
Safo, fragmento Ifigenia entre Rodríguez
edición los tauros,
Adrados.
57 Así, Admeto propone a Alcestis que lo aguarde en el Hades, para
allí «residir con» él: Eurípides, Alcestis, 364; por otra parte, expresa al
mismo tiempo el deseo, habitualmente femenino, de que lo tiendan junto
a Alcestis (366, 897-902).
58 Esquilo, Coéforos, 905-907, así como 894-895 y 979 (Clitemnestra):
Agamenón, 1441-1447 (Casandra. quien, por otra parte, hacía suya esta
«muerte con» (Agamenón, 1139 y 1313-1314).
59 Aludo a la Palinodia mediante la cual —tras haber «hablado mal» de
Helena, al modo de Homero—, el poeta Estesícoro hace que sea un
fantasma quien acompañe a Paris hasta Troya, en lugar de la mujer
adúltera; la verdadera Helena, con la virtud intacta, se refugia en Egipto
durante la guerra de Troya. Juramento de muerte: Eurípides, Helena, 837,
declaración de la que Menelao se hace eco en 985-986.
60 Sepulcro común: Eurípides, Suplicantes, 1002-1003; synthanein, 1007,
1040, 1063 (1071); la unión de los cuerpos: 1019-1021.
61 Fenicias, 1458-1459 (en toisi philtatois)·, en 1578, Yocasta cae amphi
teknoisi («entre» o «alrededor de» sus hijos).
62 Tomo esta expresión de un artículo de Cl. Nancy, «Euripide et le
parti des femmes», en E. Levy (editor), La Femme dans les sociétés antiques
Estrasburgo, 1983.
63 La mejor (aristê, esthlê, philtatê) de las mujeres: Eurípides, Alcestis,
83-85, 151-152, 200, 231, 235-236, 241-242, etc.; la última palabra: 391;
aceptación de la muerte: 17 (thelein, verbo del imperativo hoplita; cf. 155);
la muerte gloriosa: 150 (vid. 157 y 453-454); la audacia: 462, 623-624 y 741;
la nobleza: 742, 993.
64 Virilidad, gloria y audacia: Eurípides, Suplicantes, 987, 1013, 1014-
1016, 1055 (kleinori), 1059, 1067; aderezo nupcial/fúnebre de Evadne: 1055;
más allá de la feminidad: 1062-1063; más allá de la virilidad: 1075. Otros
ejemplos de gloria femenina en Eurípides: Helena, 302, Hécuha, 1282-1283.

95

65 T ra to este tem a com más deten


detenimiento
imiento en «L a gloi
gloire
re et la mo rt
d’une femme», Sorcières, 18 (1979), págs. 51-57.
66 Antigona, 773-780. En cuanto a las similitudes y diferencias entre la
ejecución de Antigona y la de la vestal incesta, me refiero al estudio aún
inédito de Augusto Fraschetti.
67 En lo referente a sphazó, vid. nota 28; thyô y sus derivados: Esquilo,
Agamenón, 214-215, 224-225, 234-240, 1417, Sófocles, Electra, 531-532,
572-573.— Phonos y phoneuó·, Eurípides, Ifigenia en Aulide, 512, 939 y
especialmente 1317-1318; Clitemnestra, en esta obra, siempre califica el
sacrificio de Ifigenia de ejecución ( ktanó ). Nótese que en Esquilo la crítica
aparece por todas partes, a pesar del empleo del verbo thyô —pero el
sacrificio se vuelve contra Agamenón, «sacrificado» por Clitemnestra

1503).
(Agamenón,
68 Vi. los trabajo de J.-L. Durand sobre Bouphonia (especialmente «Le
corps du délit», Communications, 26 [1977], págs. 46-61), así como, en
relación con la «puesta en escena», las observaciones de J.-P. Vernant en
«Sacrifice et mise à mort dans la thusia grecque», en Les Sacrifices dans
l’Antiquité, Entretiens de la Fondation Hardt, t. 27, Vandoeuvres-Ginebra,
1981, págs. 1-18 y 22.
69 El sacrificio no se ofrece a la mirada de los espectadores, pero, en
cambio, tampoco se ve sometido a censura alguna desde el punto de vista
del logos, y el relato del mensajero aporta toda clase de detalles: tropezamos,
en el nivel del discurso, con lo que J.-L. Durand observaba con respecto
a las representaciones figuradas, que «el sacrificio humano puede mostrarse,
siempre que se relegue al campo de lo imaginario» («Bêtes grecques», en
La Cuisine du sacrifice, op. cit., pág. 138). Acerca del sacrificio humano en
cuanto ficción, vid. también las observaciones de A. Henrichs, «Human
Sacrifice in Greek Religion. Three Case Studies», en Le Sacrifice dans
l’Antiquité, op. cit., págs. 195-235.
70 Parthenos y guerra: J.-P Vernant, «La guerre des cités», Mythe et
société en Grèce ancienne, Paris, 1974, pág. 38.—Derramar la sangre de una
sola muchacha para salvaguardar la comunidad de los andres: el razonamiento
viene explícito en el fragmento del Erecteo de Eurípides citado por
Licurgo ( Contra Leócrates, 100, vv. 22-39); vid. N. Loraux, «Le lit, la
guerre», op. cit., págs. 42-43.
71 Eurípides, Hécuha, 525-527, 544: lektoi t'Akhaión ekkritoi neaniai,
logades. No todas las parthenoi sacrificadas se llaman Polícrita («la muy
escogida»: cf. W. Burkert, Structure and History in Greek Mythology and
Ritual, Los Ángeles-Londres, 1979, pág. 73), pero todas son «escogidas».
72 Eurípides, Hécuha, 537 ( akraiphnes haima), Ifigenia en Áulide, 1574
(akhranton haima)·, la pureza de la sangre es metonímica de la pureza de la
virgen, pero el relato de Pausantas sobre la hija de Aristodemo se ahorra
tal metonimia, y es la vigen sacrificada quien recibe la denominación de
akhrantos, pura (IV, 9, 4). Khrainó: tocar, de donde mancillar, manchar...

96

73 Esquilo, Agamenón, 232 y 1414-1416 (que, dentro de la lógica de la


Orestíada, debe compararse con Euménides, 450: el ciclo de la mancilla se
cierra cuando sobre Orestes se vierte la sangre de un joven animal (boton)
degollado).
74 Eurípides, Ifigenia entre los tauros, 359; Ifigenia en Aulide, 1080-
1083.
75 Acerca del sacrificio de Hermes en el Himno homérico dedicado a
este dios, vid. L. Kahn, Hermès passe, París, 1978, en especial páginas 41-
73.
76 Cita de P. Vidal-Naquet, «Chasse et sacrifice dans 1'Orestie d’Eschyle»,
en J.-P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et tragédie en Grèce ancienne,
op. cit., págs. 135-158 (pág. 139). Sustitución de la muchacha por la cierva
(Ifigenia en Aulide , 1587-1589 y 1593): version más antigua de la historia
(A. Henrichs, «Human Sacrifice, art. cit., pág. 199), que se remonta a los
Cantos Ciprianos y a la que se opone otra version más difundida (Esquilo,
Pindaro, Sófocles), donde la virgen es verdaderamente objeto de sacrificio:
vid. F. Jouan, Euripide et les légendes des Chants Cypriens, Paris, 1966,
págs. 273-274.
77 Eurípides, Hécuba, 205-206 (comparación), 526 (metáfora; en la
Alexandra de Licofronte, en el verso 327, Políxena es stephêphoros bous,
ternera adornada con cintas); 142: polos.
78 Stella G eo rg mee hace la observ ación de que pôlodamnein se
rgoo ud i m
refiere a la acción de educar un potro para convertirlo en caballo; la lengua
griega no conoce el verbo 'hippodamnein.
79 Vid. V. Magnien, «Vocabulaire grec reflétant les rites du mariage»,
en Mélanges Desrousseaux, Paris, 1937, págs. 293-297, y «Le mariage chez
les Grecs anciens», L ’Antiquité classi
classique
que,, 5 (1936), en especial págs. 129-
131, así como Cl. Calame, Les Choeurs de jeunes filles dans la Grèce
archaïque, I, Roma, 1977, págs. 411-420 y M. Detienne, «Puissances du
mariage», en Y. Bonnefoy (editor) Dictionnaire des mythologies, II, Paris,
1981, pág. 67.
80 En el verso 1113 de Ifigenia en Aulide, Agamenón hace un juego de
doble sentido al anunciar que las moskhoi están dispuestas para el sacrificio

prenupcial de las proteleia.


81 La historia
histo ria de la hija de A
Arist
ristod
od em o (Pau
(Pausanias,
sanias, IV , 9, 4-10) eess
iluminadora: negando que Aristodemo sea todavía kyrios con respecto a su
hija, el novio de la muchacha invoca el hecho de que —en la situación
intermedia en que se halla la nymphe— ya se ha completado el paso de un
kyrios al otro; Aristodemo ha «dado» su hija en matrimonio, luego ya no
puede «darla» al sacrificio. Vid., a este respecto, P. Roussel, «Le rôle
d’Achille dans l’Iphigénie à Aulis», Revue des Etudes Grecques, 28 (1915),
en especial página 249, y «Le thème du sacrifice volontaire dans la tragédie
d’Euripide», Revue belge de Philologie et d’Histoire, 1 (1922), en especial

97

paginas 234-235, así como las observaciones de J. Redfield, «Notes on


Greek Wedding», Arethusa, 15 (1982), págs. 181-201 (pág. 187).
82 En voz media, agomai significa (para el hombre) «llevarse» a una
mujer, casarse con ella; pero la forma pasiva agomai puede aplicarse a la
muchacha, en cuanto significa «ser conducido», tratándose de la víctima
(agó en lenguaje sacrifical: Pórfiro, De abstinentia, II, 28, 1). Ambigüedad
trágica del verbo agein: Ifigenia en Aulide, 434, 714 —y passim, tan cierto
es que la principal catacterística de Ifigenia consiste en ser «conducida»);
Hécuba, 43-44, 222-223, 369, 432 (Políxena); vid. también Sófocles,
Antigona, 773, 885 (y 811, 916), y la «conducción» de Alcestis por Tánatos
(Eurípides, Alcestis, 259).
83 En Agamenón, el sacrificante es el padre (209-211, 224-225), aunque,
en el momento supremo, se multiplique el número de sacrificantes (239-
240); en el último momento, en Ifigenia en Aulide, lo sustituye Calcas:
vid. F. Jouan, Euripide, op. cit., págs. 277 y 288 y nota introductoria a la
edición de Ifigenia en Aulide, Les Belles Lettres, Paris, 1983, págs. 26-27
(con las referencias bibliográficas relativas al debate sobre la autenticidad
de este pasaje). Sobre el tema literario del padre ejecutor, vid. E. Pellizer,
Eavole d'identità, favole di paura, Roma, 1982, págs. 102-103.
84 Hécuba, 523: recordemos, con Cl. Leduc que engye es originariamente
«palmada», «imposición de mano» («Réflexions sur le système matrimonial
athénien à l’époque de la cité-Etat», en La dot. La valeur des femmes,
G. R. I. E. F., Toulouse, 1982, pág, 13.

85 Vid.
78-80, a estela respecto
así como discusiónW.entre
Burkert, Homo necans,
J. Rudhardt, Berlín,G.1972,
A. Henrichs, págs.
Piccaluga
y W. Burkert en Le Sacrifice dans / ’ Antiquité, op. cit., págs. 236-238.
86 Vid. L Kahn y N. Loraux, «Mythes de la mort», en Dictionnaire des
mythologies, II, págs. 121-124; semejanzas entre la ceremonia nupcial y la
de los funerales: J. Redfield, «Notes», art. cit., págs. 188-191.
87 Es, me parece, la tragedia quien efectúa esta inversion: el tema del
himen en el Hades se retomará en los epitafios a partir de la época
helenística y en diversos epigramas de la Antología Palatina, pero —excep
tuado el célebre y difícil epitafio de Frasicleya (W. Peek, Grieckische Vers-
Inschriften, n.° 68)— la poesía fúnebre de la época arcaica y clásica no
asocia este tema a la muerte de las muchachas.
88 Por su rechazo del matrimonio, las danáides prefieren la cuerda al
contacto con el macho, y el reino de Hades al de su esposo (Esquilo,
Suplicantes, 787-791); ellas fingen ignorarlo, pero el espectador sabe muy bien
que trocando un dueño por otro están, sencillamente, tomando un
«esposo» en lugar de un esposo.
89 M atrim on
onio
io en el H ad es: Antigona, 653-654; matrimonio con el
ades:
Aqueronte: 810-816; lithostróton korés nympheion Haidou: 1204-1205; vid.
también 568, 575, 796-797, 804 (thalamos), 891-892 (tymbos, nympheion).

98

Sobre Antígona-Core, vid. las observaciones de Cli. P. Segal, Tragedy and


Civilization, Cambridge (Mass.)—Londres, págs. 152-206.
90 Eurípides, Ifigenia entre los tauros , 369; vid. también Ifigenia en
Aulide, 461, 540, 1278; el solapamiento de matrimonio y sacrificio, ya
sensible en Ifigenia entre los tauros (216, 364-371: baimatêron gamón , 818-
819, 856-861) predomina de principio a fin en Ifigenia en Aulide: vid., por
ejemplo, H. P. Foley, «Marriage and Sacrifice in Euripides' Iphigenia in
Aulis », Arethusa , 15 (1982), págs. 159-180.
91 Desde Licofronte (Alexandra, 323 sigs.) a Séneca, y aún más tarde,
el tema de la muerte de Políxena como «sacrificio nupcial» (Λ. Fontinoy,
«Le sacrifice nuptial de Polyxène», L'Antiquité classique, 19 (1950), págs.
383-396) es tanto helenístico como romano.

92 Eurípides, Hécuba, 352-353 (nymphe), 414-416 y en especial 611-612.


93 L. Méridier, comentando el verso 612 (edición de 1es Belles Lettres).
94 Macaría sacrificada a Core: Eurípides, Heraclidus, 40‘> 410, 490, 601;
el Hades: 514; los esponsales por la vida de sus hermanos: 579-580; muerte
para su genos: 590; los hijos y la partheneia: 591-592.
95 L. Méridier, comentando el verso 592: vid. también la traducción de
Ph. Vellacott, Ironic Drama, Cambridge (Mass.) -Londres, 1975, pág. 191
{«for babes unborn, maidenhood unfulfilled»). Habrá ι|ΐιι· preterir la traduc
ción de Marie Delcourt (Gallimard, «La Pléiade»): «trésor ·|ui me tient lieu
d’enfants, de ma virginité offerte».
96 E ste tem a aparece en el caso de los hijos varones: Eu Eurípides,
rípides,
Heracles, 481-484 (Megara ofreciendo las Ceres por esposas a sus hijos).
Troyanas, 1218-1220 (galas funerarias/nupciales de Asi iaiui te).
97 E llo im
implica
plica cier
cierta
ta rep
represe
resenta
ntació
ciónn del cue
cuerpo
rpo íem
íemenin
enino,o, ddon
onde
de la
garganta está dotada de valores sexuales: volveré sobre esio en las págs,
84-85.
98 Un gêgenês por otro: en lengua autóctona, eso mismo sc dice anti
karpou karpon (un fruto en lugar de otro fruto: Furípules, Fenicias, 93 9311 -
'941); nótese que, como hijo de padre y madre espaiiana (994-996),
Meneceo es, por así decirlo, hijo de la patria (996): en lengua espartana, la
única madre es la tierra de los padres (mencionada también en 913, 918,
947-948, 969, 1056).
99 Fenicias, 1009 (en pie, stas, como un hoplita), 1012 ("liberaré mi
tierra») y 1090-1092.
100 Fenicias, 942-948, com entad o por P P.. Rou
Roussel,
ssel, «l.e ró
rólli d'Ac
d'Achille»,
hille»,
art. cit., pág. 243.
101 Para m atiz
atizar
ar la frase de J.- P . Ver
Vernan
nantt según la cual «el m matri
atrim
m on
onioio
[es] a la joven lo que la guerra al joven» («La guerre des lites-, un. cit.,
pág. 38), vid. las observaciones de P. Schmitt-Pantel, «Histoire de tyran»,
en B. Vicent (editor), Les Marginaux et les exclus dans l'histoire, París,
1979, págs. 217-231, en especial 226-227.

99

102 Si damos crédito a Plutarco (Questiones convivales, 8, 8, 3), fue


menester orden expresa de Delfos para que los hombres se pusieran a
sacrificar animales, «y aún ahora no se sacrifica animal alguno sin que antes
haya agachado la cabeza ante una libación de agua pura, mostrando por
esta señal su aceptación del destino que se le depara»: vid., por ejemplo P.
Roussel, «Le thème du sacrifice volontaire», art. cit., así como W. Burkert,
«Greek Tragedy and Sacrifical Ritual», Greek, Roman, and Byzantine
Studies, 7 (1966), en especial págs. 106-107.
103 Esta elección reitera la que consiste en hacer morir efectivamente a
Ifigenia: cf. A. Henrichs, «Human Sacrifice», pág. 199.
104 El sacrificio debe estar presidido por un silencio de buen augurio,
pero, muy al contrario, la euphêmia rodea el sacrificio en Ifigenia en

sacrificio 1467-1469,
Áulide: 1560, 1564 (vid. también Hécuha, 530 y 532-533:
de Políxena).
105 M anc
ancilla,
illa, im pu
pureza
reza,, imp
impiedad
iedad:: E sq ilo,, Agamenón, 209, 220; años
squu ilo
virginales: 228-230; violencia: 232-238.
10 6 O tra muchacha de E squilo,squ ilo, C asan
asandra,
dra, se nie
niega
ga a con
considerar
siderar su
asesinato como sacrificio: sabiendo que, a modo de altar, la espera el tajo
(Agamenón, 1277), trata de ser valiente (1289), pero no acepta que el coro
normalice su situación comparándola con una potranca movida por los
dioses, camino del altar (1297-1298 y 1299-1303).
107 Agamenón , 232-234; sobre Ifigenia buscando refugio en tierra, vid.
las observaciones de J. Bollack, L'Agamemnon d’Eschyle, I, 2, Lille-París,
1981, págs. 295-298). No hace falta suponer, con F. Jouan (Euripide, op.
cti., pág. 271, n. 5), que Esquilo se inspirara aquí en la representación del
sacrificio de Políxena en un ánfora tirrena conservada en Londres: de
hecho, es probable que, cada uno según su lenguaje, el pintor y el poeta
traduzcan, en función de una víctima humana, la práctica sacrifical
consistente en «alzar» (aeiró, airesthai) a la víctima: vid. P. Stengel,
Opferbraüche, op. cit., págs. 105-112 y J. Casabona, Vocabulaire, op. cit.,
pág. 162. Aerdên (o ardèn) es un adverbio derivado de aeiro. Si, con J.
Redfield («Notes», art. cit., págs. 191-192, y 198, n. 5), consideramos que
alzar del suelo a la novia durante los esponsales viene a ser una
dramatización de su necesaria negativa a otorgar consentimiento, quizá
localicemos
matrimonio: en no elobstante,
texto deaquí
Esquilo
sólo otra interferencia
me parece más entre
pertinente sacrificio y
la interpretación
sacrifical, porque la violencia no es en modo alguno simulada.
108 Ifigenia entre los tauros, 26-27: se trata, literalmente (metarsia,
adjetivo derivado de aeiró que remite a aerdên), de una «cita» de Esquilo
(sobre este problema, vid. R. Aelion, Euripide héritier d'Eschyle, París,
1983, I, págs. 106-107 y II, pág. 117).
I0S Ifigenia en Aulide, 1487 1589 (arden). La traducción de F. Jouan
(«son sang ruisselait à flots sur l’autel de la déesse» [su sangre manaba a
chorros sobre el ara de la diosa]) no da su sentido tópico a la palabra

100

ardèn. [La traducción de Fernández-Galiano, op. cit., pág. 79, es «cuya


sangre manaba a borbonotes del altar de la diosa».]
110 Hécuba, 525-527: los elegidos aqueos (la flor de los jóvenes guerreros)
tenían que «estorbar con sus brazos los saltos ( skirtema ) de la ternera»
Políxena; de hecho, skirtao (saltar) se dice de los animales jóvenes, pbloi o
cabras (Teócrito, I, 152).
111 Hécuba, 545, 548-550, 554, 561. Un pasaje del Áyax de Sófocles
indica claramente que en el arrodillarse —sea o no en postura suplicante—
lo esencial es pegarse al suelo (1180-1181). [De la traducción española de
Assela Alamillo, op. cit., pág. 173 no se desprende esta interpretación:
«... así como yo corto este rizo. Tenlo, oh niño y cuídalo, y que nadie te
mueva, antes bien, arrodillándote, sujétate a él».]

por 112 Implorante


encima sí es, en
de la cual, en elcontrapartida,
fondo de una la rodilla doblada
copa, eleva de Casandra,
Clitemnestra el
hacha (cf. N. Alfieri, P. E. Arias, M. Hirmer, Spina, Munich, 1958, pág.
59 y plancha 99: circa 430 a. de C.): ¿ademán bárbaro o gesto de
desesperación? ¿O ambos al mismo tiempo, como en Esquilo, Persas, 929-
930?
113 Vid. Antología planudea, IV, 150 (descripción de Políxena arrodillada
e «implorando por su vida»). De modo similar, en Lucrecio, una Ifigenia
(Iphianassa) implorante dobla la rodilla antes de ser «alzada por manos de
hombres y conducida al ara» (De Rerum Natura, 1, 92 y 95).
114 Además del ánfora tirrena de Londres (97-7-272), mencionemos la
de Berlín, (4841).
115 Eurípides, en su descripción de Políxena, invierte ciertos rasgos de
la Ifigenia de Esquilo (cf. J. Schmitt, Freiwilligen Opfertod bei Euripides,
Giessen, 1921, págs. 57-58.
116 La liber
libertad
tad de M Macaría
acaría (501-502, 528-529, 550, 559) ppasa asa po r su
negativa de supeditar su decisión al azar de un sorteo; negativa a morir a
manos de los varones: 560-561, 565-566. No voy a pronunciarme con
respecto a los versos 821-822, ni al hecho de que no mencionen la
ejecución (¿Censura voluntaria? ¿Reelaboración posterior?).
117 El desvío puede calibrarse por comparación con la historia de la hija
de Aristodemo (Pausanias, IV, 9, 4 y 6), donde es el padre quien <Ιι·1>ι·
entregar y voluntariamente entrega a su hija (hekousi’os, hek'on). I’ara
terminar, en Ifigenia en Aulide es Agamenón quien actúa contra su propia
voluntad, akón (1157).
ne por ejemplo A. Katsouris, art. cit., η. 9, págs. 16 y 21.
1,9 So
Sobr
bree la mu
muerte
erte glor
gloriosa
iosa ccom
om o co ntr
ntrapu
apu esta al suicid
suicidio,
io, vid. N.
Loraux, L'Invention d'Ath'enes, op. cit., págs. 100-105 y «1.a belli· morí
Spartiate», art. cit., pág. 108.
120 Erecteo, fragmento 65 Austin, v. 67, que debe compararse con
Herodoto, I, 30 (Telos de Atenas).

101
101

121 Erecteo, fragmento 65 Austin, vv. 68-70; el sepulcro común y la


gloria compartida eran, para Praxítea, recompensa específica de los andres:
Licurgo, Contra Leócrates, 100, vv. 32-33). Trágica ironía...
122 Vid. C l. N an
ancy,
cy, ««Eu
Eu ripid e et le par
parti
ti des fem m es», art. cit., págs.
85-88, y Ph. Vellacott, Ironie Drama, op. cit., págs. 178-204.
123 Meneceo muere de pie ( Fenicias, 1009, 1091) como los guerreros
(1001-1002); con ello se granjea la admiración del coro por su victoria
(1054-1057: kallinika-, cf. 1314: onoma gennaiori). En las Troyanas, Casandra
ve con antelación su llegada triunfal (nikêphoros) a la tierra de los muertos;
con respecto a la tolma y a la eukleia de Casandra, vid. Esquilo,
Agamenón, 1302, 1304.
124 Sófocles, Antigona, 817-822 (autonomos-, vid. también 502-504, 694-
695); pero esta gloria es ambigua, cosa que no escapa a la muchacha: 836-
839 y 853.
125 Macaría: Heraclidas, en especial 533-534, 627-628 (la muerte de los
agathoi, designación tópica de la muerte militar).— Políxena: Hécuba, en
especial 348, 380-381 y 592 (nobleza).— Ifigenia: compárese Ifigenia en
Aulide, 1252 (rechazo de la muerte gloriosa) y 1374-1375) (eukleos), 1398
(el recuerdo), 1423-1424 (nobleza), 1504 (gloria impercedera). El coro
entona el peán de Ártemis en honor de Ifigenia: mujeres en honor de una
virgen (el coro, normalmente, es masculino: Cl. Calame, Les Choeurs de
jeunes
jeu nes fille
filles,
s, op
op.. cit., I, págs. 148-149).
126 Vi
Vid.
d. a es este
te reresp
spec
ecto
to las obse
observa
rvacio ness de G . B. W alsh, Classical
cione

Philology,
aidós, 69 femenina,
virtud (1974), págs.
para241-248:
Aquiles.arete para Ifigenia y, por contraposición,
127 C on oc
ocasió
asiónn de una ppresen
resentación
tación de este tetext
xto,
o, Ile
Ileana
ana C
Chirassi-
hirassi-
Colombo llamó mi atención sobre un pasaje de las Metamorfosis (XIII,
692-699) donde Ovidio lleva a sus últimos extremos la aplicación de esta
ley, metamorfoseando en ju juve
vene
ness los cuerpos de las hijas de Orion que se
quitan la vida por la patria. Pero la metamorfosis es ajena a la esencia de
la tragedia, que prefiere atenerse a los recursos del discurso.
128 Si la tragedia es feminista, lo será al modo de las feministas a que
se refiere P. Darmon, que «regeneraron el género femenino en un baño de
sangre» (Mythologie de la femme dans l’ancienne France, París, 1983, pág.
59).
129 A título de ejemplo, recuérdese la traducción que hace Mazon (Les
Belles Lettres) de los versos 271-272 de las Coéforos, donde el «foie chaud»
[hígado caliente] se trueca en «le sang de mon coeur» [la sangre de mi
corazón], por razones que, por otra parte, Mazon aclara explícitamente en
nota: se trata de decidir entre transposición y traducción «literal», y esta
última sólo puede indicarse a pie de página. Sobre estas cuestiones, vid.
también las observaciones de J. Dumortier, discípulo de Mazon, en la
introducción a su obra Le Vocabulaire medical d'Eschyle et les écrits
hippocratiques, París, 1935.

102

130 Por ejemplo: Helena, 354, Hipólito, 781.


131 Vid. P. Chantraine, Dictionnaire étymologique, artículos aukbên y
dere·, garganta de Afrodita: Iliada, III, 396 (e Himno homérico a Afrodita,
88); garganta de la amada: Safo 216 edición Page, 16; cuello de Medea:
Eurípides, Medea, 30-31; el luto: Eurípides, Electra, 146-147.
132 Acerca de sphazó como acción de degollar, de la equivalencia entre
sphazô y deirotomeó (seccionar la garganta), y de sphagé como nombre de
la garganta, vid. J. Casabona, Vocabulaire, op. cit., págs. 155-156 y 175.
133 Ifigenia entre los tauros, 853-854 (cf. 1460); Ifigenia en Áulide, 1430
(y 1516, 1560, 1574); Hécuba, 151-153. Evidentemente, la inmolación de
un hombre, si tal caso se produjera, también se efectuaría por herida en la
garganta: Heracles, 319-320 (pero resulta que nunca llegó a cumplirse tal
tipo de inmolación).
134 Derê y el cuchillo en la garganta: por ejemplo Orestes, 1194, 1349,
1575; laimos y el sacrificio perpetrado: Heraclidas, 822, Fenicias, 1421,
Ifigenia en Aulide, 1579; laimos es también la garganta de Políxena pensada
como víctima sacrifical (Hécuba, 565; en 567, Neoptólemo secciona el
«conducto de la respiración»). Laimotomos (— tmétos) caracteriza a la
Gorgona, con la garganta seccionada: Ion, 1054, Electra, 549, Fenicias, 455.
135 Eurípides, Orestes, 1471-1473, con la nota de F. Chapouthier (Les
Belles Lettres) y la de M. Delcourt (Gallimard, «La Pléiade»); sobre el
significado del gesto consistente en inclinar hacia arriba o hacia abajo el
cuello de la víctima, vid. P. Stengel, Opferbrauche, op. cit., págs. 113-125.

136«sacrifical»
verbo Eurípides, Electra, 1223,, así
katarkhomai como
y en 485la(en
1228, 1222,deOrestes
herida utiliza de
Clitemnestra el
califica de sphagas). Ya Esquilo situaba la herida de Clitemnestra en la
garganta: Euménides, 592 (pros derén temón), así como Coéforos, 883-884
(aukbên).
137 Vid. Helena, 355-356 (en los planes de suicidio de Helena, laimotomou
sphagas es opción al ahorcamiento).
138 Ni siquiera Egistc —cuya muerte, en Eurípides, ocurre durante el
sacrificio que él mismo está llevando a cabo—, muere por herida en
la garganta, sino en las vértebras, por acción de Orestes, que le quebranta
la espalda (Electra, 841-842).
139 Tropon ton auton: Coéforos, 274; el hachazo en plena frente:
Sófocles, Electra, 95-99 y 195.
140 El cuello, punto débil: Iliada, XXII, 321-327 (muerte de Héctor),
así como VIII, 325-326 y XXIII, 821; guerreros con la garganta seccionada:
XIII, 202, XVII, 49, XXI, 555 (deirotomeó). Vid. también Hesíodo, E l
escudo, 418 (Cieno muere por herida en el cuello). En Homero, Ch.
Daremberg (La Médecine dans Homere, París, 1865, págs. 14-15 y 38)
enumera seis heridas en la garganta y 62 en el cuello; las razones
puramente funcionales invocadas por M. D. Grmek (Les Maladies à l’aube

103

de la civilisation occidentale, Paris, 1983, pág. 55) no bastan para explicar


la repetición de tal tipo de herida en la épica.
141 Fenicias, 1288-1292; guerra civil (stasis ) y sphagê: vid. M. Detienne y
J. Svenbro, «Les loups au festin ou la cité imposible», en La Cuisine du
sacrifice, op. cit., pág. 231.
142 Eurípides, Medea, 30: Ifigenia en Aulide, 875. Valórese la diferencia
con la Iliada, donde es masculino el cuello calificado de blanco y tierno en
el momento de ser atravesado por el hierro, porque sólo se erotiza el
cuerpo del guerrero: vid. E. Vermeule, Aspects of Death, op. cit., págs, 101-
105.
143 Todos estos lugares de muerte están tomados únicamente del libro
IV (457-531). Acerca de la vulnerabilidad esencial del cuerpo masculino en
Homero, vid. el ya citado libro de E. Vermeule (págs, 96-97).
144 El costado protegido: Eurípides, Troyanas, 1137, Heraclidas, 824; el
costado herido: Esquilo, Siete contra Tebas, 624 y en especial 888 890
(evocación que hace el coro de la muerte de los hijos de Edipo por herida
en el costado izquierdo —costado anormal, siniestro—, di’ euónymón
tetymmenoi... homosplankhnôn pleurômatôn, pasaje que parodia Eurípides
en los versos de las Fenicias citados en la nota 141).
145 Eurípides, Andrómaca, 1150; en 1120, Neoptólemo no es «alcanzado
en el buen sitio» y, en 1132-1134, lo abruman las heridas que le producen
diversos proyectiles (piedras, dardos, flechas, etc.).
146 Herido en el ombligo ( Fenicias, 1412-1413), Polinices cae, recogiéndose
pleura
costados: nedyn.— Esquilo,
kaicompárese Imagen Coéforos,
de la espada que Eurípides,
639-640, atraviesa Ion,
el pulmón/los
766-767 y
Esquilo, Euménides, 843.
147 Erecteo, frag. 65 Austin, v. 15; Fenicias, 1421 y 1437-1441; Medea,
379.
148 Hemón: Antigona, 1236 (pleurais); Áyax: Sófocles, Áyax, 834 (pleuran)
(cf. Pindaro, Nemeas, VII, 25 y sigs.: dia phrenón; sobre la herida en el
diafragma, vid. J. Dumortier, Le Vocabulaire medical d’Eschyle, op. cit.,
pág. 11).
149 Eurípides, Heracles, 1149; Helena, 982-983; Orestes, 1062-1063
(eugeneia). Obsérvese que uno de los temas del Orestes es la contraposición
entre la sphagê, procedimiento de muerte, y la muerte voluntaria y noble
que proporciona la herida en el hígado.
150 Esquilo, Agamenón, 432, 792, Coéforos, 272, Euménides, 135 (y
158); Sófocles, Áyax, 938; Eurípides, Suplicantes, 599, Hipólito, 1070.
151 Sófocles, Antigona, 1315-1316 (hyph’ hepar); 1291-1292 (sphagion),
1031 (bómia); 1283 (plégmasin), 1314 (en phonais; cf. 696, donde la muerte
guerrera de Polinices se produce en phonais).
152 La nodriza ha asistido, estaba al lado (parastatis: Traquinias, 889) de
Deyanira en el momento del suicidio, que, sin embargo, se produjo en

104

solitario; recuérdese que en la noción de parastates se fundamenta el orden


hoplita de la falange.
153 Que es menester interpretar según la lógica del texto, y no como
hace G . Devereux en un estudio por lo demás muy ceñido a la literalidad
del texto de la tragedia ( Tragédie et poésie grecques, París, 1975, págs. 117-
136), según la lógica del inconsciente: o el de Deyanira o el de Sófocles, en
quien esta «masculinización» de la dulce y tierna esposa tendría que
anotarse en el haber de un «retorno del expulsado»).
154 Traquinias, 923-926: Deyanira se quita el peplo que un broche le
fijaba sobre el pecho; pero lo que muestra al desnudarse no son los senos,
sino el brazo y el costado.
1,5 Apenas más satisfactoria resulta la lectura (en este caso, la de G .
Devereux, Tragédie et poésie grecques, op. cit., págs. 114, 122, 136) que
explica el pasaje, en su conjunto, por un lapsus calami. Tampoco es serio
atribuir la «confusión» entre derecha e izquierda a las «fuertes tendencias
homosexuales» de Sófocles, porque hay «dos clases de personas, los
homosexuales [...] y los zurdos, que tienden a invertir la izquierda y la
derecha» (pág. 137): no conviene olvidar, cuando se lee un texto trágico,
que se está leyendo un texto muy elaborado.
156 Vid
Vid.. N . L o ra
rauu x, «H éra klè s, le surmâle et le féminin », Revue
féminin»,
française de psychanalyse, 1982, pág. 725.
157 Nótese que, en las Traquinias, las connotaciones del costado tanto
pueden ser eróticas como guerreras: vid. 930-939 y 1225-1226 (cf. Eurípides,
Hécuba, 826).
158 Hécuba, 566-567. En la Alexandra de Licofronte
Licofro nte , el
el hijo de Aqu
Aquiles
iles
también hiere a Políxena en la garganta (326: laimisas).
159 Es en un contexto muy diferente donde Aristodemo —que acaba de
matar
ma tar a su hij
hijaa para de m ostrar que no estaba em bara barazad
zada—
a— ve a ésta en
sueños «con
«co n eell pech o y el vientre abier
abiertos
tos»» (Pau
(Pausanias,
sanias, IV , 1313,, 2). En
cuanto se me alcanza, no hay en la tragedia ninguna mujer que muera por
herida en el pecho; a pesar de haber utilizado su mastos para la súplica,
Clitemnestra, como ya vimos, es herida en la garganta. Si, en Euménides,
84, Mazón traduce «percer le sein d’une mère» [atravesar el seno de una
madre] donde el texto sólo dice «cuerpo materno» ( metroion demas), es sin
duda por influencia de la escena de los Coéforos.
160 Aristóteles, Historia de los animales, I, 14, 493 b 7 (koinon meros
aukhenos kai stêthous sphagê), comentado por J. Casabona, Vocabulaire,
op. cit., pág. 175, η. 31.
161 Según la interpretación más frecuente del verso 239 del Agamenón,
el «peplo azafranado» de Ifigenia «cae a tierra»; pero hay muy buenos
motivos para propugnar otra lectura, según la cual sería el «tinte azafranado»
de la sangre de la virgen lo que caería (vid. la demostración de J. Bollack,
L'Agamemnon d’Eschyle, op. cit., I, 2, págs. 300-303). Si están en lo cierto
quienes piensan que el sacrificio de Políxena es reinterpretación euripidiana

105
105

de los versos de Esquilo, habrá que pensar que la lectura tradicional de


este pasaje se remonta ya a Eurípides.
162 En los Heraclidas, Macaría hace alusión a un descubrimiento (en el
sentido de desvelar el cuerpo (561). J. Heckenbach (De nuditate sacra
sacrisque vinculis, Giessen, 1911, págs. 9-10) se plantea dudas acerca de esta
práctica en el caso de Políxena. Hay que señalar que este descubrimiento
es como una parodia brutal del anakalypsis de la novia en el matrimonio,
lo que a su manera afirma Séneca en Troyanas, 87-93.
163 Pintura griega: vid. Antología planudea, IV, 150; Pierre de Cortone;
me refiero al Sacrificio de Políxena del museo del Capitolio de Roma.
164 Hay, en Eurípides, veintisiete casos de mastos en el sentido de seno
materno, contra dos en el sentido erótico: Andrómaca, 629 (vid. Aristófanes,
Lisistrata, 155-156) y Cíclope, 170. Tomo la noción de «objeto parcial» del
lenguaje psicoanalítico: vid. J. Laplanche y J.-B. Pontalis, Vocabulaire de la
psychanalyse, París, 1967, págs. 294-295.
165 Eurípides, Suplicantes, 604, Fenicias, 134, 162, 1375, 1397, 1437; ya
a partir de Homero ( Iliada , XIII, 288-290, XXII, 282, 285), el guerrero
valeroso debe ser herido por delante, nunca por la espalda.
166 Electra: Eurípides, Orestes, 1049, Electra, 1321; Ifigenia: Ifigenia en
Aulide, 634; belleza virginal de Ifigenia: ibid., 681. (Nótese que: (1) lo que
se hace objeto de violencia física, en los lamentos luctuosos, es precisamente
las partes del cuerpo donde más se señala belleza: el pecho, las mejillas, los
cabellos; (2) en la Electra de Eurípides, Clitemnestra resume todo el

escándalo del sacrificio


Luto: Suplicantes, en laTroyanas,
87, 979, evocación794,
de la «mejilla blanca»
Andrómaca, de El
832-834. Ifigenia.)
pecho
«como de estatua» (hôs agalmatos) que constituye la belleza de Políxena
hace pensar, en un registro muy diferente, en la Ifigenia de Esquilo, joya
(agalma) de la casa paterna (Agamenón, 208).
167 N ó te se que esta rarísima asocia
asociación
ción ent re mastoi y sternon surge
entre
otra vez en Hécuba (424: adiós de Políxena a la ternura del cuerpo
materno).
168 Hécuba, 208-210 (mekrón meta)·, 568-570 (pudor).
169 Séneca, Troyanas , 195-196, 202, 361-364, 940-944 y 1132 (el relato
del sacrificio comienza con thalami more).
170 C. Fontinoy («Le Sacrifice nuptial-, art. cit., pág. 386) manifiesta su
sorpresa por el hecho de que el tema del matrimonio —que en su opinión
es esencial— alcance tan escaso desarrollo en el relato del sacrificio.
171 Ovidio, Metamorfosis, XIII, 451 452, 458-459, 479-480. Eurípides,
modelo de Ovidio y de Séneca: R. Aelion, Euripide héritier d'Eschyle, op.
cit., II, pág. 114, η. 9.
172 En el mismo libro de las Metamorfosis, una de las hijas de Orion
muere con «no femíneo valor», dando «la descubierta garganta» (XIII,
693).

106

173 V id
id.. G . A rrig on i, Camilla, Amazzone e sacerdotrssu di Ι)ι,ιη,ι,
rr igon
Milán, 1982, en especial páginas 37-38 (seno derecho de Camila). Nótese
que también es en el pecho donde se hiere Dido ( Eneida, IV, 689); y
tampoco se abstiene la prosa de los historiadores: en el pecho hinca el
hierro Lucrecio (Tito Livio, I, 48, 11), en el pecho hiere Virginio a su hija,
para salvarle la virginidad (Tito Livio, III, 48, 5). Es conveniente observar,
con G. Devereux (Tragédie et poésie grecques, op. cit., pág. 123), que en los
textos latinos las mujeres, por lo general, acuden a la espada como
instrumento de suicidio.
174 La otra rama de la opción empieza por hyp’aukhena (Hécuba, 564):
pero, en lo concerniente a Políxena, el yugo se coloca al modo tradicional,
en la nuca (ibid., 376).
175 La muerte de la amazona Pentesilea era ya, en la época arcaica y
luego en la clásica, un topos de representaciones figuradas: vid. por ejemplo
E. Vermeule, Aspects of Death, op. cit., pág. 158, así como D. von
Bothmer, Amazons in Greek Art, Lo nd res, 1957 1957,, IV, 2 y plancha L I, 1
(ánfora ática con figuras negras, Londres, B 10).
176 Me refiero aquí a los análisis de Giulia Sissa sobre el cuerpo de las
mujeres considerado entre la boca de arriba y la boca de abajo (Le corps
virginal, de próxima aparición). Ambos cuellos, el del útero y el de la
cabeza, pueden denominarse del mismo modo, aukhén: vid. Hipócrates,
Enfermedades de las mujeres, III, 230 (así como II, 169: trakhelos, otro
nombre del cuello).
177 Hipócrates, Enfermedades de las mujeres, II, 127, 151 (así como 110,
126, 201, 203); sobre el lugar que ocupa esta «afonía histérica» dentro del
sistema hipocrático de los «silencios del cuerpo», vid. M. G. Ciani, en Le
Regioni del sdenzio, Padua, 1983, págs. 157-172.
178 E s mmuy
uy no
notable,
table, a este resp
respecto
ecto,, el trat
tratad
ad o h ipo crá
crático
tico sobre las
Enfermedades de las muchachas-, en «Le corps étranglé» paso revista a sus
principales proposiciones.
17S S. Freud, C inqin q psych
psychana
analys
lyses,
es, trad. M. Bonaparte et R. M. Loewens-
tein, Paris, 1966, p. 61.
iso El psicoanálisis, por otra parte —debo esta observación a Monique
Schneider— nunca ha sabido muy bien qué hacer con la garganta de las
mujeres.
181 Im po rta n te, a este rresp
espec
ecto,
to, la figur
figuraa de MMede
edea,
a, eenn cu
cuan
anto
to se niega
a volver la muerte contra sí misma; matando, en vez de matarse, pone en
marcha una lógica diferente, frente a la cual, sin duda, al espectador le
resulta bastante menos fácil llevar la cuenta de sus ganancias en el campo
de la imaginación.
182 T o m o la expre
expresión
sión «interfe
«interferenc
rencia»
ia» de P. Vid al-N aq aque
ue t, en J.-P .
Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et tragédie en Grece ancienne, op. cit.
183 Así acontece, al menos, en las obras que, en virtud de la elección
efectuada por los alejandrinos, nos han llegado en su integridad y

107

constituyen el corpus disponible; por no salimos de Eurípides, recuérdese


que, como Fedra, también su Laodmía y su Estenebea se suicidaban, en
tragedias perdidas.
184 L a fa
famm o sa katharsis (Aristóteles, Poética, VI, 1449 b 28 [que Aníbal
González —en Aristóteles / Horacio, Artes poéticas, edición bilingüe
(Madrid: Taurus, 1987), pág. 55— traduce «purificación».]
108

I.Λ AUTORA

N i c o l e L o r a u x es d i r e c t o r a d e e s t u d i o s d e la É c o le des
de s
Hautes Etudes en Sciences Sociales (Histoire et anthropologie
de la cité grecque).
Ha publicado: L ’I n v e n t i o n d ’A thè th è n e s . H is
isto
toir
iree d e l ’or
orai
aiso
sonn
ffuu n è b r e d a n s la «ci
«cité
té classique»,
class ique», Mouton, 1981; L Lee s E n fa n ts
d ’A théna
thé na.. Idées athéniennes sur la citoyenneté citoyen neté et la divisiondivisio n de dess
sexes, Maspéro, 1981.
Entre sus artículos cabe destacar los siguientes: «La ‘belle
m o r t’ Spartiat
Spartiate»e» en K Ktè tèmm a , 2, 1977; «Sur la transparence
démocratique», en R Raa iso
is o n prés
pr ésen ente,
te, 49, 1979; «L’oubli dans la
cité», en L Lee T e m p s d e la réfl
ré flee x ion
io n , 1, 1980; «Le lit, la guerre»,
e n L ’h o m m e , XXI, 1, 1981; «Héraklès: le surmâle et le
féminin», en L Laa R e v u e f r a n ç a ise
is e de p sychsy chananal
alys
yse,
e, 1982; «Ce
que vit Tirésias», en L ’E c r it d u tem te m ps,
ps , 2, 1982; «Le fantôme
de la sexualité», en L Laa N o u v e l l e R e v u e d e p sych sy chaa n a lyse
ly se,, 29,
1984; «Le corps étranglé», en D u c h â ti tim
m e n t d a n s la cité.cité.
Supplices corporals et peine de mort dans le monde antique,
Ecole française de Rome, 1984; «Blessures de virilité», en L Lee
Genre humain, 10, 1984.

109

ÍNDICH

Prólogo ................... .................................... 9


Reparto ........................... .................................. 15
Maneras trágicas de malar a una imi|ei ...................................... 23
La soga y la espada ... ...................................... 31
Suicidio de mujer por muelle dehombre
de hombre ............................. 31
Una muerte desprovista di· ,η ΐ ιΐ ιι ι ,ι ....................................... 32
El tajo en el cuerpo viril .................................. 35
A h o rc a m ieienn to o .....
............
......................
..............
..............
... 37
La esposa que se lanza al vuelo .................................. 41
Silencio y secreto ....... ........................... 4Φ
En el thalamos: muerte y mainmomo .................................. 46
Morir con ............................ .......................... 48
La gloria de las mujeres ... ........................... 50
La sangre pura de las vírgenes ........ ............................. 55
Sacrificios en que puede pensarsesin
pensarse sin mal ............................. 56
Ternera, potranca: domadas ....... ................... 58
D e la ejecu
eje cu ció n c om o m atrim
at rim on io ....
..........................
..........
...... 61
Libertades virginales ....................... ................... 66
La gloria de las muchachas .............. ..................... 76
Lugares El del
punto cuerpo ............................................
dé bill de las m u je re s .................
débi
.................
..................... 73
74
E n u m ereracac ióiónn del c u e rp o v i r i l .... ..................
..........
..........................
..........
.................................... 77
1.
1.aa o p c ió n d e P o l í x e n a ... ......
......
......
......
......
......
...... ......
......
......
......
......
...................
.......
......
...... .......
............ 79
N o t a s ....................................................
...................................................................................
..........................................................
............................... 89

111

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