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La Nación en La Obra de Roger Scruton

El documento analiza las ideas del filósofo Roger Scruton sobre la nación, defendiendo que existe una realidad nacional que nace de la experiencia de afiliación y el territorio. Scruton ve a la nación como la expresión de la 'primera persona plural' y rechaza que sea un artificio o invención moderna. Más bien, argumenta que jurisdicciones territoriales han dado forma a las adhesiones de las personas y a la nación.
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La Nación en La Obra de Roger Scruton

El documento analiza las ideas del filósofo Roger Scruton sobre la nación, defendiendo que existe una realidad nacional que nace de la experiencia de afiliación y el territorio. Scruton ve a la nación como la expresión de la 'primera persona plural' y rechaza que sea un artificio o invención moderna. Más bien, argumenta que jurisdicciones territoriales han dado forma a las adhesiones de las personas y a la nación.
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La Nación en la Obra de Roger Scruton

José Ignacio Vásquez Márquez


Profesor de Derecho Público y Ciencia Política
Facultad de Derecho, Universidad de Chile

Roger Scruton uno de los más destacados filósofos contemporáneos, falleció el año 2020. En su trayectoria intelectual fue
capaz de abordar un amplio abanico de temas: desde la filosofía política, la estética, la literatura, la religión, además de la
música, la enología, y otros tantos intereses. Fue un pensador multifacético y muchas veces polémico, sin temor a
denunciar las imposturas ideológicas principalmente de la izquierda. Sus posiciones intelectuales y su consistente
defensa de los valores tradicionales, en contradicción a los dogmas de lo políticamente correcto, fueron censurados por
los custodios inquisitoriales de éstos -las intelligentsias modernas progresistas y posmodernas-, frente a lo cual Scruton
no se rindió, antes bien, las analizó y desmenuzó hasta demostrar sus incoherencias.

En medio de tantos asuntos que estudió y de posiciones que asumió con vigor y claridad durante su larga carrera
académica en Inglaterra, nos centraremos en estas líneas, como ya se adelanta en el mismo título, en su defensa de la
“nación”, a la vez racional y apasionada, sin evitar la polémica.

Cabe advertir que Roger Scruton no fue un defensor del nacionalismo, sino, como se ha indicado al inicio, fue un
pensador conservador (disidente de la ex primera ministra Margaret Thatcher, además de brexista) y un patriota, que veía
en su Inglaterra una elegía, titulando así una de sus obras (England: an elegy), en la cual narra su nostalgia por esa
comunidad de tradiciones, de costumbres, de instituciones, que, con desolación, la veía desaparecer. Hay en esta
perspectiva un evidente romanticismo que algunos dirán con ironía que no es una imagen real de dicho país. Vargas
Llosa, por ejemplo, que mira a las naciones como un ciudadano del one world, decía a Scruton que veía una Inglaterra
que no había existido jamás, “salvo en tu fantasía”, reconociendo en todo caso, su excepcional inteligencia y cultura. Tal
vez a Vargas habría que recordarle la reflexión que el conde Joseph de Maistre hacía a propósito de la Declaración de
Derechos de la Constitución de 1795: “No hay hombre en el mundo. Durante mi vida he visto franceses, italianos, rusos,
etc. (…) pero en cuanto al hombre, declaro no haberlo encontrado en mi vida; si existe, lo desconozco”.

Junto al libro antes citado sobre Inglaterra, publicará una obra de elocuente título: La necesidad de la Nación (Civitas,
Londres 2004), que luego reeditará como Inglaterra y la necesidad del Estado Nación (Civitas, Londres 2012), no editados
en español. Hay que agregar a lo anterior, un interesante libro sobre conservacionismo ambiental, Filosofia Verde (É
Realizaçoes Editora, Sao Paulo, 2012), tampoco traducido al español, en el que formula una defensa del medio ambiente
desde el amor al hogar, al territorio local, que bien podríamos denominar un patriotismo telúrico.

LA NACIÓN COMO EXPRESIÓN DE LA PRIMERA PERSONA PLURAL: NOSOTROS

Antes de que se editaran aquellas obras, Scruton publicó un ensayo titulado La Primera Persona del Plural (Revistas de
Estudios Públicos, CEP, Santiago, 1994), en el que afirmaba que, a pesar de la crítica al nacionalismo como ideología,
existe una realidad nacional que es insoslayable, pues, ella nace de la experiencia de la afiliación y el territorio, pero
fundamentalmente de la primera. Explica que “he llamado a esto la primera persona del plural a fin de realzar la
vinculación con esas formas de asociación -lengua, parentesco, religión y ocupación de tierras- a través de las cuales las
personas se tornan conscientes de la distinción entre “nosotros” y ellos’. Podría haber en la referencia a la ocupación de
tierras, un eco de la tesis de Carl Schmitt sobre El Nomos de la Tierra.

Ante la crítica simple que afirma que las naciones no son naturales, sino, meros artificios o mitos (Ernest Gellner o Eric
Hobsbawm); “comunidades imaginadas” (Benedict Anderson), o una invención moderna, Scruton responde en el citado
ensayo, que hay tres formas o concepciones de afiliación que han dado forma a la nueva persona del plural, esto es, la
nación: la religión, la lengua y las jurisdicciones territoriales. Respecto de esta última, que sin embargo tiene sus fuentes
remotas en el Imperio Romano mediante un sistema jurídico destinado a hacer justicia y administrar sus territorios,
sostiene que va a permitir, tras la caída de aquél, el ejercicio del poder y el desarrollo de las soberanías en los nuevos
espacios o jurisdicciones territoriales, los cuales se irían consolidando progresivamente con el fraccionamiento del imperio
hasta transformarse en los Estados nacionales y “dar forma a las adhesiones de las personas”. Explica que no debe
pensarse en la jurisdicción como mera convención, sino, un “genuino nosotros de afiliación, no tan visceral como aquel
del parentesco; no tan edificante como aquel del culto, y no tan ineludible como el de la lengua y los lazos de sangre; pero
aún así, un “nosotros”. Pues, una jurisdicción deriva su validez “de un pasado inmemorial, o bien de un contrato ficticio
entre personas que ya pertenecen”, es decir, que forman parte de una comunidad. Y reafirma más adelante que “no
puede haber una sociedad sin esta experiencia no-política de la afiliación (…) Quitemos de por medio la experiencia de la
afiliación y cada hombre quedará solo; más aún, los muertos serán privados de sus franquicias y los no nacidos, que
tienen por guardianes metafísicos a los muertos, se verán privados de su herencia”.

Contra la negación moderna o el escepticismo de la idea nacional, Scruton expresa que “la experiencia de la afiliación ha
sobrevivido en el mundo moderno, y la nación en sus diversas formas es lo mejor que tenemos como expresión suya”.
Incluso les representa a quienes ven a la nación como expresión de racismo, xenofobia e imperialismo occidental, su
postura legitimadora y de defensa de las “luchas de liberación nacional” que dieron origen a nuevos Estado nacionales.

Nuestro autor distingue entre “nosotros de la afirmación”, “de sí misma como poseedora de un derecho a su tierra y sus
instituciones, heredándolas de sus antepasados y entregándolas a las generaciones siguientes”, y, un “nosotros de la
negación, que crece en la medida en que se debilita el vínculo de la afiliación”, culpando de esto al discurso de la
deconstrucción histórica posmoderna. Sin embargo, Scruton dirá que, a pesar de este proceso, la comunidad y la
identidad nacional, el nosotros, forma un todo orgánico que se manifiesta inevitablemente, tanto en quienes no creen en
la nación como en quienes aceptan la existencia de un destino histórico común, porque hay una dimensión inevitable, que
es la natural sociabilidad humana.

A propósito de esta idea del nosotros nacional, en similar sentido que Scruton, el escritor y teólogo norteamericano R.R.
Reno, en su reciente obra El Retorno de los Dioses Fuertes (Homo Legens, Madrid, 2020) aboga por recuperar el valor de
las naciones frente al proceso de desencantamiento del mundo generado por el consenso liberal de posguerra en
Occidente, que ha significado el debilitamiento de las naciones, la destrucción de las familias y el consiguiente
individualismo y laissez faire social, económico y moral, con unos ciudadanos alienados por el materialismo y el
consumismo y privados de instituciones solidarias. Reno entiende a las naciones como un nosotros cívico, de amores
compartidos y solidaridades, que “unen clanes y tribus, pueblos y provincias, capaces de incorporar a nuevos miembros
«naturalizándolos», mediante un proceso de adopción cívica”. Precisa más adelante, que “la solidaridad que se funda en
el «nosotros» es siempre política en el más amplio sentido del término” y que “el patriotismo renueva el vínculo del
«nosotros», de modo que mientras un pueblo se mantenga unido en el sentido de este pronombre plural, la política será
el gobierno de éste, “no la gestión tecnocrática de unos intereses”.

DEFENSA DE LA NACIÓN

Con posterioridad a tal ensayo de Scruton, nos encontramos con esa obra de elocuente título “La Necesidad de la
Nación” (para cuyo análisis utilizamos la traducción italiana “Il Bisogno di Nazione”, Editorial Le Lettere, Firenze, 2012).

En ella afirma, primeramente, que la ausencia de la nación deriva de “la falta de valores comunes en las sociedades
modernas”, lo que junto a la demagogia genera la desorganización y el derrumbe social; en segundo lugar, acusa que
estas sociedades desprecian el concepto de nación”; finalmente postula que “la nación y la nacionalidad son sinónimos,
conforman una ecuación con la democracia entendida no sólo como un modo de representación sino como la
construcción de un mínimum de valores nacionales, éticos, filosóficos, etc”. Scruton termina distinguiendo la idea de
nación republicana de aquel concepto de comunidad de credo o tribal, advirtiendo que esta última, al basarse en la
homogeneidad genética confluiría en una forma racista.

El autor nos advierte que el Estado-nación “no debe ser visto como la Francia revolucionaria de 1789 o la Alemania nazi
en su delirio maníaco del siglo XIX (…) naciones enloquecidas, en las cuales las fuentes de la sociedad civil habían sido
envenenadas y donde la rabia y el rencor y el miedo habían embebido todo el tejido social”. En este sentido reiteramos lo
dicho inicialmente, Scruton no fue un nacionalista, sino, un patriota, siguiendo en cierto sentido la línea republicana de
Maquiavelo, de la lealtad nacional, del amor natural por el país, su pueblo y su cultura.

Define a la nación de modo bastante amplio, al punto de servir como un concepto operativo, como “un pueblo asentado
en un determinado territorio que comparte instituciones, costumbres y un mismo sentido de la historia e incluye aquellos
que se consideran a sí mismos como igualmente comprometidos a respetar el propio lugar de residencia y el sistema
político y legal que los gobierna”. La nación era para Scruton: “ámbito de solidaridad, garante de los derechos
individuales, sujeto de Derecho Internacional, ecosistema cultural y hasta espacio natural del conservacionismo” (Enrique
García Máiquez, en https://theobjective.com/elsubjetivo/sir-roger-scruton-largo-y-entendido/).

Volviendo a los argumentos ya señalados sobre la jurisdicción territorial, como factor principal del establecimiento de los
Estados nacionales, Scruton afirma que “los pueblos que comparten un territorio comparten una historia y pueden
también compartir una lengua y una religión. El estado nacional europeo emergió cuando esta idea de comunidad definida
a partir de un lugar es inscripta en un sistema de soberanía y de otras leyes: en otras palabras, cuando es correspondida
por una jurisdicción territorial”.

De acuerdo con lo anterior, Scruton reafirma el vínculo entre nación y democracia, porque “una democracia sin una idea
de nación es ciega, vacua y carente de destino (…) Las democracias deben su existencia a la fidelidad nacional, fidelidad
que se supone es compartida por gobierno y oposición, por todos los partidos políticos y por la totalidad del electorado”.

En similar sentido, pero a modo de advertencia, el filósofo francés Pierre Manent expresa que “la idea democrática
legitimaba y alimentaba el amor que cada pueblo experimenta naturalmente por sí mismo. En adelante se reprueba y
desatiende ese amor en nombre de la democracia”, para luego lamentarse exclamando: “¡Qué rápido se ha perdido el
sentido de la nación democrática en los parajes mismos en que esta forma extraordinaria de la asociación humana
apareció por primera vez: en Europa!”. Manent aclara que “la nación democrática fue la mediación de las mediaciones,
pues vinculaba la comunión al consentimiento ¿Qué asociación humana, antigua o nueva, sabrá vincular el
consentimiento a la comunión?” (La razón de las naciones, Escolar y Mayo Editores, Madrid, 2009).

Retomando la idea de «nosotros», es decir, de la primera persona del plural que se concreta y expresa en la nación,
Scruton dice, “solo donde las personas tienen un sentido fuerte de qué cosa sea un «nosotros», del por qué actuamos
colectivamente en esto o en aquello, de este o de este otro modo, o de por qué «nosotros» nos comportamos
correctamente en relación a esto o en modo equivocado en relación a aquello, estas personas serán así y sólo así
involucradas en las decisiones colectivas, tanto para adoptarlas como propias”. Más adelante reitera que “es vital al
sentido de nación la idea de un territorio común en el cual todos residimos y con el cual estamos todos identificados como
con nuestra propia casa”. Y aunque reduce el concepto de nación sólo a un modo de convivencia, casi de buena
vecindad, sin embargo, como veremos, la idea de casa es posteriormente retomada por Scruton en el sentido de la
oikophilia (amor al hogar) para extenderlo al ámbito de lo nacional.

CONSERVACIONISMO NACIONAL CONTRA AMBIENTALISMO GLOBAL

Desde su posición de defensa de la nación, Scruton criticó férreamente el ecologismo impulsado por los grupos políticos y
de presión e intereses, las ONGs global-ambientalistas, los organismos internacionales y, aún, determinadas burocracias
gubernamentales interesadas en los negocios vinculados a las energías alternativas o renovables, a todos los cuales veía
lucrar con el ideologismo ambientalista globalizante.

Según Scruton el ecologismo presenta tres vicios: el cientificismo, ciego a la cultura; el globalismo, que niega la
comunidad nacional; y, la implícita animadversión hacia lo humano. En tal sentido, frente a este último formuló la idea de
la oikophilia (amor al hogar), que tradujo para estos efectos, en el amor a la patria o la nación, consecuente con su ya
larga tradición de defensa del Estado nación.

En su obra Filosofia Verde (É Realizaçoes Editora, Sao Paulo, 2012), explica que “defiendo las iniciativas locales contra
los esquemas globales, la sociedad civil contra el activismo político y las fundaciones pequeñas contra las campañas de
masas (…) también critico las reglamentaciones de arriba para abajo y los movimientos y sus banderas y veo el problema
ambiental como pérdida de equilibrio, cuando las personas dejan de comprender que comparten un lugar común. Esa
pérdida tiene muchas causas y el mal uso de las legislaciones no está entre las menos importantes, así como la
fragmentación controlada por burócratas”. Explicaba su crítica al movimiento ambientalista por la identificación con
posiciones ideológicas que pretenden engañosamente aparecer como “una protesta en defensa de los pobres y oprimidos
en su lucha contra las grandes corporaciones, contra los consumismos y contra las estructuras de poder”.

En el fondo, Scruton denunciaba que estas posiciones ambientalista se dirigen contra el modelo económico de libre
mercado, porque “existe la arraigada tendencia en las izquierdas a confundir los intereses individuales, racionalmente
generados y propulsores del mercado, con las cuestiones de la ganancia (lucro) que es una forma de exceso irracional”.
Ello, en circunstancias que el socialismo ha provocado peores daños ecológicos como consecuencia de sus ideas y
políticas, tales como, la “industrialización caótica, proyectos pantagruélicos de reubicación de poblaciones, cambios
drásticos comprobados en ríos y paisajes de la URSS y China”. Con todo, hay que tener presente que Scruton no fue un
liberal a ultranza o neoliberal, lo que demostró en sus críticas a las políticas económicas adoptadas por el gobierno de
Margaret Thatcher. También denunciaba la irracionalidad consumista y económica como fuente de deterioro
medioambiental mundial.

La oikophilia expuesta por Scruton en el ámbito de la protección del medio ambiente, nace de “nuestros vínculos más
profundos y contagia a las emociones morales, estéticas, espirituales que transfiguran nuestro mundo, creando, en medio
de las emergencias podríamos considerar hoy en día, las pandemias, un abrigo capaz de amparar a las futuras
generaciones”. Esto es lo que se ha venido en llamar en los últimos años, la justicia ambiental. Al respecto, Scruton,
plantea la idea de una “ética ambiental coherente”, que considere el futuro, no debido a la relación costo/beneficio, sino,
“viéndonos como miembros de una cadena de afecto, como herederos o retransmisores”; de este modo, agrega nuestro
autor, “plantamos en nuestro corazón, una visión transgeneracional de sociedad que se revela como la mejor garantía de
moderación de nuestros apetitos en nombre de los intereses de quienes vendrán después de nosotros”.

La postura conservacionista ambiental de Scruton -basándose en Heidegger y también en Hegel (de cuya filosofía era fiel
estudioso)-, sostiene que “los seres humanos, en su condición de criaturas que pueblan la Tierra, son animados por una
actitud de oikophilia: amor al oikos (hogar), que no significa solamente la morada, sino, comprende personas y el conjunto
de las moradas allí establecidas; o sea, un conjunto humano que dota a aquel lar de contornos duraderos y un
permanente. El oikos es un lugar que no es apenas mío ni suyo, sino, nuestro”, es decir, la nación.

Más adelante precisa que ese sentimiento de amor hacia el hogar, el lar, la patria, proviene del hecho que es “el lugar que
nos cobija, donde se comparte, el lugar que se defiende, el lugar que donde se está destinado a luchar o morir”. Scruton
califica a quienes se oponen a esta posición conservacionista, como oikofóbicos, es decir, quienes desconocen o
denuestan las lealtades históricas y el patriotismo bajo la descalificación de racistas o xenófobos, aquellos “definen sus
objetivos e ideas contra las formas tradicionales de asociación: contra el lar, contra la familia, contra la nación”, porque,
desde organizaciones internacionales, se asumen defensores de un globalismo y una cruzada contra los Estados
nacionales.

En una forma que bien podemos denominar como de patriotismo telúrico, Scruton afirma que “es solamente en el
sentimiento de nacionalidad que el territorio se torna central; con el surge una primera persona del plural…la nación es un
territorio común en el que nos establecemos y que estamos autorizados a llamar la casa”. Complementa a continuación
que las “Personas que comparten un territorio también comparten una historia; pueden compartir también una lengua y
religión. Es evidente que las naciones necesitan de jurisdicción territorial. Jurisdicciones territoriales requieren legislación
y consecuentemente, un proceso político. Eso transforma un territorio compartido en identidad compartida. A esa
identidad damos el nombre de Estado nación”. Y reiterando lo expresado en sus obras sobre defensa y necesidad de la
nación dirá que Las naciones no se definen por parentesco o por religión, sino, por el territorio común”. En este
sentido, afirma que “los medios ambientes son más preservados donde la oikophilia es más fuerte (…) y por el contrario,
“sufren mayores degradaciones siempre que ese sentimiento es deliberadamente destruido o neutralizado, como es por
ejemplo, en los regímenes comunistas”.

Scruton aboga decididamente por una defensa del medio ambiente en el marco de su fórmula tradicional de la oikophilia,
que constituye un auténtico patriotismo telúrico tendiente al conservacionismo ambiental, sin depender de las políticas o
del diktat de la gobernanza global, ni de los utopismos totalitarios de los grupos ambientalistas. Ese conservacionismo,
alecciona Scruton, debe ser transmitido por un proceso educativo que se extienda por todas las generaciones, “la cadena
de amor por el lugar en que se vive, incluyendo la comunidad, la tradición y el país”.

VALOR DE UN CLÁSICO MODERNO EN TIEMPOS DE PANDEMIAS

En los actuales tiempos aciagos para la “Humanidad”, este supuesto e ilusorio conjunto homogéneo de seres humanos,
sobre los cuales la globalización, su gobernanza y sus diktat, han intentado desde el fin de los socialismos reales imponer
un nuevo orden mundial uniforme, demuestra su inutilidad y perece en medio de un “piélago de calamidades”, pandemias
y crisis universales de todo tipo, que sólo son superadas eficazmente, retornando al viejo orden de los Estados
nacionales, de las decisiones soberanas, el del ius publicum europeum, que alcanzó su consolidación y legitimidad luego
de las brutales guerras confesionales en Europa, en el siglo XVII, logrando la pacificación política, motivo por el cual, Carl
Schmitt calificó al Estado como “esa joya de la forma europea y del racionalismo occidental”, a pesar de advertir que esa
forma de unidad política tocaba a su fin.

La nación o el Estado nacional, vuelve a ser el refugio natural al que las personas regresan para buscar amparo, del
mismo modo como sucede con la familia en una escala menor, porque ahí es donde encuentran lo que Scruton definía
como el oikos, el hogar al cual naturalmente los humanos tienden. Y es que se puede repetir que la nación, “es el más
vasto de los círculos comunitarios que existen, en lo temporal, sólidos y completos. Quebradlo, y dejáis al desnudo al
individuo, quien perderá todas sus defensas, todos sus apoyos, todos sus socorros”, como la describiera, Charles
Maurras (Mis ideas políticas, Ediciones Fides, Tarragona, 2019); o como la definiera Ernest Renan, “una gran solidaridad,
constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y que aún se está dispuesto a hacer. Supone un
pasado; se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible; el consentimiento, el deseo claramente expresado
de proseguir con la vida en común” (¿Qué es una nación? Ediciones Sequitur, Madrid, 2014).

Es habitual oír de los oikofóbicos, como definía Scruton a los enemigos de la familia o la nación, que ésta es
manifestación de la xenofobia y el racismo; sin embargo, el verdadero amor a la patria que emana de esa oikophilia, está
lejos de aquellos sentimientos negativos, como bien lo ha demostrado nuestro autor. Esta revalorización de la nación, la
encontramos en las reflexiones del precitado Pierre Manent (con quien Scruton había coincidido en este aspecto y de
hecho, coincidió junto a otros destacados intelectuales europeos, en la Declaración de París 1, del año 2017), en el
sentido que el Estado-nación es en la época moderna lo que la Polis fue para la Grecia antigua, porque “al producir la
cosa común produce la unidad y, por tanto, el marco de sentido de la vida…han sido las dos únicas formas políticas
capaces de realizar, al menos en su fase democrática, la íntima unión de la civilización y la libertad” para muchos pueblos.

En fin, Roger Scruton nos lega la renovada idea que ante los desafíos que enfrenta el mundo actual, la nación parece
regresar como una forma política capaz de proteger a las personas, comunidades y pueblos, de los riesgos y estragos
que la globalización ha generado, causados por el materialismo práctico, el ilusionismo progresista y el desorden
intelectual y político en que se debate Occidente, siendo no sólo incapaz de detenerlos, sino, más bien, instrumento de
tales causas. El Estado-nación sigue siendo la única forma de dar representación al pueblo, de garantizar igualdad,
libertad, seguridad y solidaridad, así como de conservar la diversidad cultural y el patrimonio ambiental, fundado en esa
magnífica expresión que Scruton revitalizó: oikophilia, el amor tanto al hogar como a la patria.

1 En la Declaración de París, “Sobre una Europa en la que podemos creer”, los firmantes manifestaron a propósito de
lo nacional, lo siguiente: “36. En este momento, pedimos a todos los europeos que se unan a nosotros en el rechazo de la
fantasía utópica de un mundo multicultural sin fronteras. Amamos, y es justo que así sea, nuestras patrias y buscamos
entregar a nuestros hijos todo lo noble que hemos recibido como patrimonio nuestro. Como europeos también
compartimos una herencia común y esta herencia nos exige vivir juntos en paz como una Europa de las naciones.
Renovemos la soberanía nacional y recuperemos la dignidad de una responsabilidad política compartida para el futuro de
Europa”. (https://thetrueeurope.eu/una-europa-en-la-que-podemos-creer/)

C Creado: 13 Abril 2023


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