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Un Companero de Piso Insoportab - Lou Garance

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Lou Garance

UN COMPAÑERO DE PISO
INSOPORTABLE
En la biblioteca:

10 buenas razones para odiarte


Art Pearson tiene dos amores en la vida: su isla del Pacífico y
un hotel paradisíaco que ha construido desde cero. El
compromiso y la familia no han formado nunca parte de sus
planes.
Sin embargo, el pasado llama un día a su puerta con una visita
inesperada: una joven francesa acaba de plantarse en Hawái,
con sus gemelos y su mal carácter, dispuesta a pisotear todos
los castillos de arena que se encuentren a su paso.
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«I found love where it wasn’t supposed to be, right in front
of me».

«I Found», Amber Run


1

Scarlett

—¡Deja que te ayude!


Edgar me coge la caja de las manos y empuja la puerta
entreabierta con el pie. Con una mochila inmensa colgada del
hombro, intento arrastrar una maleta de al menos veinte kilos
por el parqué del apartamento. El característico y familiar olor
a lilas y abeto de este lugar me embriaga. Hace un año exacto
que me marché de Boston para pasar el segundo año de la
carrera en París con mi mejor amiga, Paige. Por eso, hace once
meses desde la última vez que pisé este piso que mi hermano
mayor comparte con sus mejores amigos y a quienes conozco
desde que era niña. Pasé mi primer año de universidad en una
residencia de estudiantes que solo tenía habitaciones dobles de
diez metros cuadrados. Iba un poco justa de presupuesto, pero
Edgar ya se había instalado en su apartamento en el sur de la
ciudad y yo no me veía colándome en su piso con otros tres
tíos. Bueno, hasta hoy.
—¿Piensas quedarte diez años, Scar?
La voz cálida y ronca de Nolan me sobresalta. Mis dedos se
crispan alrededor de la correa de la mochila y me giro hacia la
silueta del mejor amigo de Edgar. Es uno de los chicos con los
que tengo que compartir piso y por el que, además, he estado
colada toda la vida. Estoy enamorada de él desde que tengo
edad de fijarme en tíos, pero él no me ve como nada más que
una hermana plasta e irritante. He estado huyendo de él los
once meses que me he ido al otro lado del Atlántico y, cuando
lo veo de pie en la sala de estar, sé que estoy más que jodida.
Sí, mi intento por olvidarlo ha fallado estrepitosamente. Y lo
que es peor, la perspectiva de vivir bajo el mismo techo hace
que el pánico que había estado ignorando crezca de nuevo.
Es que no ha cambiado nada: su sonrisa es igual de
deslumbrante; su presencia, igual de magnética… Y mis
sentimientos, igual de arrolladores. Sin embargo, la mirada
llena de reproches que le dirige a mi hermano me dice que no
está muy entusiasmado con mi llegada.
—Buenos días a ti también, Nolan. Es un gusto volver a
verte —le digo con sarcasmo.
Hace casi un año desde la última vez que le vi y mi
corazón, mi cuerpo y todos mis sentidos siguen reaccionando
como un tsunami de emociones. Las mariposas revolotean por
mi estómago y otra parte de mi anatomía empieza a despertar
cuando poso los ojos en la mano que se pasa distraídamente
por sus abundantes cabellos. Lleva los rizos cortos con un aire
despeinado y le quedan increíblemente sexis. Siempre he
sentido debilidad por los tíos con el pelo ondulado y Nolan
Jones lo luce como nadie.
Por supuesto.
—Para mí sería un gusto aún mayor que no te acoplaras en
el piso. Pero ¿qué le voy a hacer? Así es la vida.
La sonrisa se me borra de un plumazo y se me retuerce el
estómago. Su pulla no me sorprende en absoluto. Me ha
hablado como a una cría toda la vida, como si fuera su
hermana de pega. Esa hermana que yo nunca tuve, ya que
crecí con no uno, sino tres hermanos, y con todo lo malo que
eso conlleva. Para Nolan, soy la rara del grupo de colegas y, a
pesar de que solo me saca un año, me trata como a una
adolescente molesta.
—Qué lástima. Pues, por si no te habías dado cuenta, me
quedo diez años.
Mientras cruza sus musculosos brazos, suelta una risa
ahogada y me mira de arriba abajo por el rabillo del ojo. Las
venas de sus antebrazos se hinchan y el tono bronceado de su
piel contrasta con el blanco del polo que lleva puesto. Otra
cosa que añadir a la lista de ropa con la que Nolan está
buenísimo, y eso que no han pasado ni cinco minutos.
—Mueve tu culo, Jones —suspira mi hermano, saliendo del
pasillo—. Todavía tenemos que subir dos cajas; Léo te espera
en el coche.
—¿Dos cajas? ¡Pero si esas las puede subir solo! A menos
que Scar las haya llenado de ladrillos y piedras…
Hago una mueca. Me niego a darle la satisfacción de
corregirle ese mote ridículo con el que me llaman los tres.
¿Que de dónde viene? De la película de dibujos El rey león
que, por desgracia, vieron una vez. Y, claro, se les encendió la
bombilla. Les pareció que el personaje de Scar representaba
toda mi dulzura y así me he quedado por los siglos de los
siglos. Al principio me ponía enferma, porque se partían de la
risa cuando me enfadaba con ellos para que parasen de
llamarme así. Cuanto más se lo pedía, más seguían
diciéndomelo. De modo que al final me resigné y paré de
luchar, pero el mote todavía no se ha ido.
Scarlett 0 – Edgar, Nolan y Léo 1.
—Nada, son dos o tres cosillas que me pueden servir si me
entran unas ganas repentinas de meterte un puñetazo.
Edgar suspira y Nolan se parte de risa mientras viene a
cogerme la maleta de las manos.
—Ya me estoy arrepintiendo de haber venido aquí —
murmura mi hermano—. Scar, tu habitación es la del fondo a
la izquierda.
—Sí, me acuerdo.
Dejo que Nolan avance por el pasillo, haciendo rodar mi
maleta por el parqué encerado, y le sigo en silencio hasta mi
nueva habitación. Las paredes blancas absorben la luz que se
filtra por el ventanal del fondo y los muebles de madera que
decoran el cuarto lo hacen encantador. Esta solía ser la
habitación de Milo, que se ha mudado con su novio, al que
conoció mientras yo estaba en el extranjero. Mi hermano me
contó que empezaron a salir tras un malentendido en una
fiesta. Si ya me había sorprendido descubrir que Milo era gay,
aún más increíble me parecía que hubiera dado un paso más
allá con Gabriel. La última vez que lo vi, solo le divertía estar
con chicas y no salía con nadie. Vaya, el estereotipo de jugador
de hockey.
—Milo te ha dejado la alfombra, pero la puedes tirar si no
la quieres.
Nolan deja mi maleta en una esquina de la habitación y yo
bajo la mirada a la alfombra azul marino que hay entre la cama
y el gran armario.
—No es que me moleste…
—También puedes poner cosas en las paredes, si te apetece.
Le echo un vistazo rápido y, efectivamente, tiene una
expresión socarrona a pesar de lo poco especial que son
nuestras interacciones. Es como si mi presencia bastase para
que la conversación le tuviera distraído.
—Perfe, traigo algunas fotos. Eso me va a venir genial.
Inspecciono la habitación en unos segundos y me encamino
hacia la ventana con mucho cuidado de no tocar a Nolan al
pasar. Soy muy consciente de su presencia: su respiración
entrecortada, el suave olor de su champú, el aroma especiado
de su colonia, el calor que exuda su cuerpo mientras está de
pie en medio de la sala. Fijo la vista en un punto imaginario
frente a mí, con tal de calmar los latidos bruscos que agitan mi
corazón y que retumban en mi pecho.
—¡No aproveches para volver a colgar tus pósteres de
Justin Bieber!
Esbozo una sonrisa.
No puede contenerse.
—¿Qué, te da miedo que se te pegue la Bieber fever?
Él se ríe y yo ignoro los escalofríos que me recorren los
brazos cuando veo su boca perfecta transformándose en una
sonrisa de la que solo él conoce a la perfección. Unos labios
capaces de provocar un accidente múltiple en la Interestatal
95 de Massachusetts. El caso es que yo estoy que me subo por
las paredes. Sobre todo porque sé cuál es la habitación de
Nolan: la contigua a la mía… justo detrás del cabecero de mi
cama.
—Estoy de broma, Scar, me alegro mucho de verte. No has
cambiado nada. ¡Siempre tan insoportable! ¡Va a estar
gracioso el año!
Cuando me giro, me doy cuenta de que se ha acercado a mí.
Nos separan unos centímetros; estoy a punto de apoyarme en
su torso. Y si eso no fuera suficiente, una de sus manos se posa
detrás de mi cabeza y me revuelve el pelo, como si fuera una
cría con la que estuviera bromeando. O un cachorrito.
Le empujo con brusquedad y se ríe a carcajadas.
—¡Fuera de mi habitación, Nolan!
—Jones, ¿sigues tocándole las narices a mi hermana?
Edgar entra en el cuarto con una de mis cajas, seguido de
cerca por Léo, la cuarta y última persona que vive en este
apartamento. Dejan mis cosas en el suelo, junto a las que ya
están apiladas contra la pared. Me muevo, poniendo distancia
entre Nolan y yo, y me paso las manos por el pelo para
peinármelo.
—Ya estaría hecho; hemos subido todo —dice Léo.
—Gracias por echarme una mano y dejar que viva con
vosotros.
—Es un placer que estés de vuelta —me responde Léo con
una sonrisa sincera.
Así que al único al que le molesta mi presencia es a Nolan.
Tras dirigirles una mirada a todos, los chicos salen del
cuarto y me dejan sola. Justo después de cerrar la puerta, me
tiro a la cama y suelto un largo suspiro, con los ojos clavados
en el techo y las fosas nasales aún impregnadas de un olor
familiar.
Estoy de vuelta.
2

Nolan

Scarlett sale de la habitación después de más de una hora.


Supongo que ha estado sacando las cosas de las cajas que
pesaban quince kilos cada una.
¡Y no es broma!
A juzgar por la etiqueta, en una de ellas había más de una
treintena de libros. ¡Qué montonazo!
Recuerdo que le encantaba leer en el jardín cuando íbamos
al instituto. Devoraba After y todas esas historias tan ridículas
durante horas. Los ha leído todos por lo menos diez veces y
aun así se los ha traído. ¿Utilidad? Ninguna. Pero no voy a
darle muchas vueltas al funcionamiento supercomplejo del
cerebro de Scarlett Martin.
Es un poco incordio, ¡pero la adoro!
Me encanta tocarle las narices porque se enfada con
facilidad y eso me hace reír. Tiene esa manera de picarme, de
marearme. Decir que me alegra que esté de vuelta es quedarse
corto. Claramente la he echado de menos. Pero ¿verla llegar a
nuestro piso? No me ha hecho mucha gracia, porque va a
cargarse el rollo que tenemos en nuestro grupo. ¿Y por qué?
Porque meter a una niñera en un piso con tres tíos es una mala
idea, aunque en este caso la chica sea asexuada para nosotros.
Jamás hemos aceptado chavalas en el piso; pura cuestión de
principios. Edgar insistió y debo confesar que terminé
aceptando precisamente porque se trata de Scar. Nuestra
hermanita, la rubia molesta y picajosa que ha llevado aparato
en la boca durante medio instituto. La cría que se pasaba el
tiempo arruinando mis intentos de ligar en las fiestas y a la que
le divertía hacer creer a todos los tíos que se nos acercaban
que éramos gais.
Hay que decir que se le daba bien. De hecho, creo que
nunca tuvo la ocasión de invitar a nadie a su casa. Aunque
Meredith y Arthur, sus padres, siempre han sido muy abiertos
de mente, en el grupo nos gustaba espantar a todos los tíos con
los que quería algo romántico. Ojo por ojo, como se suele
decir.
Cuando la veo entrar al salón con sus mallas rojas y una
sudadera del instituto al que íbamos, los recuerdos me hacen
esbozar una sonrisa. Cuando ella se juntaba con nosotros, los
tíos no eran capaces de acercarse. Era muy gracioso ver hasta
qué punto le molestaba a ella que nos inmiscuyéramos en su
vida privada de esa forma. De todas maneras, consiguió salir
con un chico en primero de carrera: Evan Teryl. A mí y a los
chavales no nos gustaba mucho; se lo tenía muy creído y le
gustaba demasiado escucharse a sí mismo. Supongo que lo
dejó antes de irse a París. Desde luego, no ha vuelto a hablar
de él.
—¿Os apetece pizza para cenar?
Edgar sale de la cocina con dos grandes pizzas congeladas,
metidas en la caja en la que llegaron. Desde mi sitio en el sofá,
giro la cabeza para echar un vistazo a lo que ha traído mi
amigo.
—¿De qué son? —pregunta Léo por mí.
—Boloñesa y barbacoa. Scar, ¿te valen?
—Sí, están bien.
Scarlett se sienta en el suelo con las piernas contra el pecho
y teclea en su móvil. Ha ganado puntos esta noche. Podría
haberse puesto pesada y quejarse de que toda esa grasa no era
la idea que tenía de nuestra primera comida como compañeros,
pero no ha dicho nada. Aunque estoy seguro de que lo tiene en
la punta de la lengua.
—Vale, pues las pongo a calentar y hacemos un repaso de
las normas.
—¿Qué? ¿Normas? —pregunta sorprendida mientras se
pone de pie y se gira hacia su hermano.
—No te creerás que te has mudado a la selva, ¿no?
Tenemos normas.
Me río por lo bajo cuando veo la mueca desengañada de
Scar, que retrocede un poco para dejarse caer contra uno de los
sillones del salón. Claramente no se lo esperaba. Y yo
tampoco. Ed no sé de dónde ha sacado esa gilipollez; aquí no
tenemos normas. Al menos, no las teníamos antes de que
llegara su hermana, supongo.
—¿Tengo que tomar notas? —pregunta, torciendo el gesto.
— No finjas que sabes escribir, Scar.
—Ja, ja. Muy gracioso. Veo que tienes el mismo sentido del
humor que en secundaria, Nolan.
Hace una pausa, fingiendo que reflexiona. Apoya el índice
bajo el mentón y añade:
—Ah, no, pero si tú nunca has tenido sentido del humor.
Sofoco una risa mientras le tiro un cojín a la cara. Ella
gruñe y yo me río aún más fuerte con Léo.
—¿Ya habéis acabado de comportaros como críos? —nos
regaña Edgar, que regresa con papel y boli—. ¿Empezamos
con las normas?
—Así que no era una broma —refunfuña Léo—. Genial.
—Si mi hermana va a vivir aquí, no pensaríais que esto iba
a ser la misma mierda que cuando estaba Sullivan.
Así que al final voy a tener razón. Scarlett ya nos está
cortando el rollo.
Dios, echo de menos a Milo.
—Regla número uno: no traer tíos al apartamento.
—¿Perdona? —se queja Scarlett.
Léo y yo nos reímos a carcajadas.
Esto empieza bien.
—Prohibido traer a cualquier persona de sexo masculino —
confirma Edgar.
—Está bien descubrir que vosotros no contáis como
hombres.
—No, son tus hombres los que se arriesgan a meterse en un
lío si pasan por esa puerta —le replico.
Ella hace una mueca, molesta.
—En ese caso, tampoco entran chicas.
Léo se levanta, frunciendo el ceño.
—¡Ni lo sueñes!
—¡De acuerdo! —la desafío sonriente.
—¡Habla por ti, Jones! ¡Yo no me puedo ir a casa de mi
chica todas las noches!
—Para eso hay que tener novia —se burla Edgar.
—Cierra el pico si no quieres que saque tus trapos sucios
delante de Scar.
—¡Ya vale!
La aludida alza las manos como aceptando su derrota. Nos
callamos, pero ella nos mata con la mirada.
—Si no pueden venir tíos, tías tampoco. Pasemos a la regla
número tres.
Léo suspira y se sienta de nuevo en el sofá. Edgar y yo
tratamos de sofocar nuestras risas. A él tampoco le importa, ya
que prefiere tirarse a las chicas en su propio piso y no tener
que lidiar con ellas por la mañana. Y yo lo entiendo. A mí no
me supone ningún problema porque llevo saliendo con Harriet
casi seis meses y tengo su puerta abierta de par en par.
Ahora que Scarlett ha llegado, intuyo que pasaré allí más
tiempo del que había previsto.
Sobre todo tras la idea de Edgar de poner unas normas
estúpidas en casa.
—Regla número tres —prosigue Edgar—. Nada de fiestas
las vísperas de los partidos, pero sí las noches que ganemos.
—¡Me parece bien!
—Y a mí —confirmo.
—Vale —concede Scarlett—. Siempre que todos
colaboremos en las tareas de la casa y nadie deje ropa u otras
cosas tiradas por las zonas comunes…
—¿Nos tomas por guarros? —pregunta Léo, sorprendido—.
Va a ir bien entonces esto de compartir piso.
—Vale, queda prohibido dejar diez mil botes en el baño o la
ducha —replico.
—¿Me tomas por una diva?
—Y tú te piensas que somos unos guarros… ¡Cada cual con
lo suyo!
Le guiño el ojo y ella me tira el cojín que yo le había
lanzado antes. Riendo, lo atrapo sin problemas.
—La sexta y última regla es la más importante —dice
Edgar, mirando a Scarlett a los ojos—. Nada de tirarse a mis
colegas.
Juraría ver cómo se pone lívida, pero recobra los colores
rápidamente y frunce el ceño.
—¡Eso se lo tendrás que decir a tus amigos que intenten
ligar conmigo cuando estemos de fiesta!
—¿Quién liga contigo? —pregunta Léo.
—Todos los novatos del equipo. Están todos cachondos
perdidos hasta que les digo que soy una Martin.
—También me refería a los que están en esta habitación —
continúa Edgar con calma.
Los tres frenamos en seco y nos giramos hacia el rubio que
está en medio del salón. Con el papel y el boli en las manos,
nos observa en silencio, como si no acabase de decir la mayor
tontería imaginable.
—¿Nosotros? —pregunto.
He entendido perfectamente lo que ha dicho, pero prefiero
asegurarme de que he oído bien y… ¡ha dicho que Léo o yo
podríamos tirarnos a su hermana!
¡Pero si hablamos de Scarlett!
Nuestra hermanita plasta.
—¿Qué te has fumado, Ed? —se mofa Léo—. ¿De verdad
crees que eso podría pasar?
Scarlett no dice nada, su mirada centrada en su hermano,
mientras Léo y yo nos reímos de la estúpida ocurrencia de
nuestro amigo.
—No, pero mantengo la advertencia —remarca.
—Tío, que no nos vamos a tirar a tu hermana. ¡Pero si es
Scarlett!
Le lanzo una mirada divertida a Léo, que se encoge de
hombros.
—En mi cabeza sigue teniendo doce años y aparato en la
boca —bromeo.
—Solo quería dejar las cosas claras para evitar malos
rollos.
—El mal rollo lo has provocado tú —gruñe Scarlett,
levantándose—. Voy a por las pizzas.
Se mete rápidamente en la cocina y desaparece, dejándonos
a los tres en el salón con una lista de normas a cada cual más
estúpida y un inicio de convivencia que va a ser complicada,
además de todo un desastre.
Y solo han pasado dos horas desde que llegó.
3

Scarlett

Miro otra vez la hora en mi teléfono, llena de rabia.


Las nueve y veintiuno.
Tengo clase en treinta y nueve minutos, más un cuarto de
hora de transporte público para llegar.
Vuelvo a llamar a la puerta del baño, haciendo bastante
ruido, a pesar de que Léo y mi hermano siguen en sus
habitaciones. A diferencia de Nolan y de mí, que tenemos que
estar en la universidad a las diez, ellos empiezan pasado el
mediodía. Y, sin embargo, parece que el señorito ha decidido
monopolizar el cuarto de baño hasta que se me haga
demasiado tarde para ducharme.
¡Joder!
—¡Nolan! —vocifero golpeando la puerta—. ¡Date vida, en
serio, que no vives solo!
La puerta se abre justo cuando iba a empezar a aporrearla
de nuevo. Me paro en seco, con el brazo en el aire y la vista
puesta en el cuerpo medio desnudo que tengo delante. Lleva la
toalla alrededor de las caderas y el pelo mojado le chorrea por
la frente. Todavía tiene el torso un poco húmedo y me cuesta
horrores apartar la mirada de sus abdominales marcados y
bronceados. Trago saliva y alzo la mirada hasta su pecho. Su
metro ochenta y cinco de altura me fuerza a alzar la barbilla.
Una sonrisa burlona se extienda por su cara y mi cólera
aumenta por momentos.
—¡Vete a la mierda!
—Buenos días a ti también, Scarlett.
—Te podrías haber vestido —refunfuño mientras le rodeo.
El calor de su cuerpo recién salido de la ducha me sofoca y
no puedo evitar imaginarlo de pie bajo el chorro de agua. Con
de la idea que tengo de Nolan completamente desnudo, me
hormiguea la piel y se me calientan las mejillas. No soy capaz
de ignorar ese pensamiento; me tiene atrapada.
Tranquilízate, Scarlett.
—Date por satisfecha, que podría haber salido con la polla
al aire.
Le cierro la puerta en las narices y lo escucho reír en el
pasillo. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en la puerta antes de
recordar lo esencial: que voy tarde.
Ignorando mis ojeras, me miro el pelo en el espejo y me
doy cuenta de que, por desgracia, está sucio. No tengo tiempo
para lavármelo. Me meto bajo el chorro de la ducha y salgo en
menos de cinco minutos. Me pongo la ropa, con la piel aún
húmeda, y me enfundo los pantalones vaqueros. La ducha no
ha sido lo suficientemente larga como para espabilarme de la
noche agitada que he pasado, pero da igual. Cuando salgo del
baño quince minutos más tarde, ya estoy maquillada y me he
hecho una coleta rápida. La mayoría de los mechones cortos se
han salido de la goma, pero no me queda otra.
Corro a mi habitación para coger la mochila antes de ir a la
cocina. Nolan está de pie en medio de la sala, con unos
vaqueros oscuros y una camiseta color burdeos. Está en el top
cinco de camisetas suyas que más me gustan. Su color, la
manera en la que se pega a su cuerpo, cómo se le remanga en
los bíceps.
Mierda.
El día arranca fuerte.
—¡Te he preparado un termo con café!
Me lo pone en las manos, se acaba el suyo de unos pocos
tragos y coge un plátano del frutero de la encimera.
—¿Estás lista? ¡Yo te acerco!
No espera a mi respuesta y va hacia la entrada. Corro tras él
y cojo una chaqueta fina, que me paso por encima de los
hombros.
Si eso me evita el transporte público, ¡yo encantada!
En la calle ya hace un calor sofocante. Nolan abre su
todoterreno Chevrolet y me subo a su lado. Su olor me invade
en el mismo instante en el que me siento e inhalo
profundamente la esencia de perfume que me envuelve
adentro.
Dios santo, hoy me va a dar algo.
—Toma, come.
Coloca el plátano sobre mis muslos, rozando sin querer mi
piel al descubierto. En ese momento, doy gracias por ir con
retraso, porque él se concentra en salir del aparcamiento y no
le da tiempo a fijarse en cómo reacciona mi piel. En pocos
segundos, ya estamos de camino a la universidad. Con la radio
encendida y las grandes ventanas del coche abiertas, saboreo
la fruta que me ha dado antes de irnos. No hablamos, solo
disfrutamos del silencio que reina en el ambiente y que no
creemos necesario romper.
Me encanta cuando estamos así, ya que no parece que
llevemos once meses separados. Le observo con sigilo,
admirando los rasgos de su cara: su mandíbula cuadrada, su
nariz respingona y sus labios gruesos y curvados.
Se ha peinado de forma que los mechones se ondulan
ligeramente encima de la cabeza sin caer sobre su rostro.
Mientras admiro su perfil, también estudio la manera en la que
conduce. Está concentrado: frunce el ceño cuando adelanta a
otros vehículos y cada poco tiempo echa un vistazo por el
retrovisor. Inspiro con lentitud, deleitándome con su olor y su
presencia familiar.
—¿Todo bien? —me pregunta cuando suelto el aire.
—¿Aparte de que vuelvo a la uni tras un año? —le digo—.
Todo correcto.
Y que tú arrasas todo en mi vida como si fueras una bala de
cañón: mi corazón, mi estómago, mis hormonas y todo el
autocontrol que me queda. Todo. Va. Genial.
—¿Estresada?
El sonido de su suave risa provoca una sensación cálida en
mi bajo vientre.
Inspiro.
—Sobre todo tengo ganas de ver a las chicas.
Saco el móvil del bolsillo en la parte delantera de la
mochila y leo los mensajes que han mandado por el grupo.
Llegamos al aparcamiento en menos de quince minutos, por
suerte. Cada vez me encuentro más alterada por su presencia y
salgo rápido del coche. En cuanto veo a mis amigas un poco
más adelante, corro hacia ellas por miedo a que sus miraditas
me delaten.
—¿Y esto?
Paige salta a mis brazos como si no nos hubiésemos visto
dos días antes.
—¿Esto qué? —finjo, inocente, abrazando a Carol.
Sé perfectamente lo que quieren saber.
Nolan. El piso. Yo.
—No nos hagas esperar más —se queja Carol—. ¡No nos
has contado nada de anoche!
Me río y las sigo por los pasillos de la universidad. Vamos
hacia el salón de actos, donde tendrán lugar las dos horas de
sesión de acogida. Las tres vamos a empezar el tercer año de
Administración y Comercio Internacional. Sin embargo, solo
Paige y yo nos fuimos de intercambio al extranjero para
mejorar nuestro francés. Aunque, en realidad, mi intención era
alejarme del mejor amigo de mi hermano y de los sentimientos
que me abrumaban. Carol continuó con el curso universitario
habitual. Ahora nos encontramos de nuevo tras meses de
separación y, por segunda vez hoy, me da la impresión de que
nada ha cambiado.
—¡Me he instalado bien! La habitación está bien, mi
hermano ya ha hecho una lista de reglas como si entrase a
prisión y Léo sigue siendo adorable.
Cuando no digo nada más, ellas chillan al unísono. Yo me
río a carcajadas.
—Y Nolan también es el mismo de siempre.
—¡Sigue siendo guapísimo, por lo que he visto! —exclama
Paige.
Suspiro mientras me paso la mano por la coleta.
—¡Es una tortura!
El flechazo que tengo por Nolan Jones no es un secreto para
mis mejores amigas y la perspectiva de que tenga que pasar un
año enterito en su compañía les divierte muchísimo. Han
pillado al vuelo que iba a ser un calvario para mí, sobre todo
porque él está fuera del mercado oficialmente.
Solo de pensarlo, se me hace un nudo en la garganta y me
muerdo el interior de las mejillas.
Hago todo lo posible por ignorar este hecho, del que me
informó mi hermano una noche cuando aún estaba en Francia.
Cuando me enteré de que Nolan se había fijado en una
preciosa rubia de ojos todavía más claros que los míos, me
emborraché como nunca para olvidarlo. ¿Cuál fue el
resultado? De aquella noche no recuerdo nada excepto que
Nolan tiene novia. Y su novia no era yo, porque jamás me
vería de esa forma: como a una chica con la que salir. Soy y
siempre seré Scarlett Martin, la hermana de su mejor amigo.
Intocable.
Eso tendría que haberme disuadido, pero desgraciadamente
no era el caso.
—¿Y qué es eso de las normas? —se sorprende Paige.
—Del tipo de nada de tíos en casa, ya sea del piso o de
fuera.
—¿Te ha dicho que no te tires a sus amigos?
—Más bien lo ha «prohibido», que es el término que
utilizó.
—Pues qué coñazo —se queja Carol—. ¡Ed y sus cosas!
Y sigo con la estúpida idea en mi cabeza de organizarlo
todo, como si no trastocara ya su rutina el hecho de que yo
esté allí. Por lo que había entendido, aparte de mi hermano —
que había insistido en que me mudase con ellos—, los demás
no tenían ni pizca de ganas de compartir piso con una tía. ¡Ya
no sé si vivir con los chicos es una buena idea! Al inicio, la
idea de volver a verlos me emocionaba, aunque fuésemos a
pasar de un extremo a otro. Acababa de llegar de Francia, tras
once meses de ensueño creyendo como una tonta que mi
enamoramiento disminuiría. Menuda gilipollez. Desde el
principio, estaba jodida por el hecho de irme a vivir con
Nolan; antes solo pasaba de él y no quería ni verlo. No solo es
que esta convivencia no vaya a cambiar en nada nuestra
relación, es que además me recuerda cada día que mi amor por
él es imposible. Y para más inri, vengo acompañada de un
montón de reglas que los chicos tienen que respetar, así que
probablemente me acabarán odiando.
¡Ma-ra-vi-llo-so!

***

Léo ya está en casa cuando llego por la tarde. Hay bolsas


desperdigadas por el suelo de la cocina y está metiendo un
montón de cosas en la nevera.
—¿Te ayudo?
—No me vendría mal que vaciaras esas dos en los armarios.
Me señala con el dedo las bolsas de la compra y me pongo
manos a la obra. Dejo mi mochila por en medio mientras me
dirijo hacia allí.
—¿Cómo te ha ido el día? —me pregunta.
—Un inicio de lo más normal. ¿Y el tuyo? ¿Dónde está
Edgar?
—Escaqueándose, como de costumbre —se queja—. Está
en la ducha. Se moría de calor.
Me río mientras coloco un paquete de cereales.
—Pensaba cocer pasta esta noche. ¿Os hace?
—Por mí guay. Pero haz para tres, que Nolan no va a estar.
Me paro un instante, asimilando con dificultad la
información que Léo me acaba de dar.
Nolan no está esta noche.
—¿Dónde va? —pregunto con voz firme.
Sé que voy a arrepentirme de haber preguntado, pero una
parte de mí necesita saberlo. Necesito poner todos estos
sentimientos descontrolados a raya. Once meses más tarde, he
vuelto a la casilla de salida. Las mismas reacciones en la piel,
las mismas emociones, los mismos sobresaltos en mi pecho
desde que él está aquí. Sin embargo, venir a vivir aquí me ha
hecho consciente de algo: las cosas han cambiado. Nolan tiene
novia. Podía intentar ignorar ese hecho mientras estaba en
Francia. ¿Pero ahora? Tengo que pasar página o el daño podría
volverse irreversible.
—Duerme en casa de Harriet. No pasa aquí la noche con
frecuencia y, ahora que tenemos nuevas normas, no creo ni
que toque su propia cama.
Léo se queja guiñándome el ojo y yo me fuerzo a sonreírle
aunque, en el fondo, se me rompe el corazón un poquito más.
Al menos, de tanto desquebrajarse, no podrá seguir latiendo
por él ni por mi amor. Hay que ver el lado bueno de las cosas.
Está decidido: de aquí hasta que dejemos de compartir piso,
mi debilidad por Nolan es cosa del pasado y tomará su lugar el
tipo de afecto que siempre debería haber sentido por él. El de
un hermano.
Ni más, ni menos.
4

Scarlett

Me río como una chiquilla mientras froto el espejo


empañado del baño. Llevo el pelo envuelto en una toalla
húmeda y visto mi bata azul cielo. Tras la puerta, Nolan está
furioso, su voz grave y muy irritada.
—¡Joder, Scar, date vida! Dos horas para una ducha, ¿estás
de coña?
—Ya salgo —miento, quitándome la toalla para cepillarme
el pelo.
Las puntas empapadas gotean sobre mis hombros desnudos.
Sofoco una carcajada cuando oigo llamar a la puerta de
madera otra vez. A este paso, no creo que aguante mucho más
en pie. Al inicio de la semana esa era yo, ahora es el señor
haz-lo-que-yo-digo-no-lo-que-yo-hago. Ha pasado dos noches
en casa de su novia, dos noches en las que éramos tres en lugar
de cuatro. Dos noches de no pensar en ello. De intentar no
sentir nada. Ese era mi propósito de enmienda. Me felicito a
mí misma por haberle ocultado mi enamoramiento durante
todos estos años. He estado a punto de contarlo innumerables
veces, sobre todo a mi hermano, porque me llevo muy bien
con él y conoce a Nolan mejor que nadie. También a Léo,
porque aunque a veces se muestre como el tonto de turno,
siempre ha sido adorable conmigo y me da buenos consejos. Y
por último, a Nolan, porque cada vez me costaba más fingir
que su presencia no me afectaba. Pero guardé el secreto. No
levanté sospechas. Jamás. E hice bien, sobre todo ahora que he
decidido renunciar a él. Sé que, si algún día se entera, el
desastre en nuestras vidas será monumental.
—Scarlett, te juro que si no sales de este cuarto de baño,
derribo la puerta.
—Scar, ¡que no vives sola!
La voz pausada de Léo me hace suspirar. La idea era joder a
Nolan, que el lunes me había tocado las narices con su ducha
de tres cuartos de hora, no poner a todo el piso en mi contra.
Dejo el cepillo, permitiendo que mi pelo vuelva a tomar una
forma ligeramente ondulada por la humedad, y cojo todas las
cosas que he traído. Abro la puerta y me encuentro cara a cara
con un rostro de ira.
—¿Tanto para esto? —me espeta Nolan, observándome.
—¡Cállate! Podrás juzgarme cuando te levantes con mejor
cara que esa.
Aunque esté increíble nada más levantarse —no lo pude
constatar los últimos días porque nunca estaba—, hoy parece
particularmente cansado. Eso sin contar la rabia que acumula
en su rostro.
—El baño es todo tuyo —me regodeo mientras paso a su
lado.
Léo y Edgar, que están junto a él, no pueden evitar reírse
por lo bajo. Hoy no tienen que ir a clase, mientras que Nolan
tiene clases prácticas por la mañana y yo tengo un horario
bastante más cargado. Y con el insomnio que tengo, necesitaba
una ducha interminable.
—Al final va a haber que añadir una regla más a la lista —
gruñe Nolan mientras entra al baño, que todavía está lleno de
vapor—. ¡Esto se tiene que acabar, os aviso!
—Añadiremos una nueva regla cuando tú las respetes —le
contradigo con desenvoltura—. Yo el lunes también tenía que
ducharme.
—Qué madura, Scar. ¿Compartir piso va a ser siempre así?
Cuando haga algo que moleste a la princesa, ¿me lo devuelves
dos veces peor? ¡Eres una cría!
Frunzo el ceño y le miro mal. Como si no me hubiera
herido suficiente el amor propio en los últimos días, él mismo
acaba de añadir sal a la herida. Me aplaudo mentalmente por
haber tomado esta decisión radical de relegarlo al rango de
hermano.
Eres una cría.
—Ya vale, tío, tienes la ducha para ti, no es necesario
ponerte desagradable.
Mi hermano recorre el pasillo y se coloca a mi espalda,
cerca de la puerta de su habitación. Nolan todavía no ha
entrado al baño y está apoyado en el umbral de la puerta con
los brazos cruzados y una mirada desafiante.
Tampoco tenía tanta necesidad de ducharse entonces.
—Esto no es lo único que debe cambiar —responde él en
tono seco—. Las noches como la que acabo de pasar se han
acabado.
Me observa en silencio y todos se giran hacia mí. Que yo
tenga insomnio no es nada nuevo. Basta con un pico de estrés,
o que me baje la regla, o un exceso de trabajo, o que haya
cambios en mi vida para que mi sueño haga las maletas y se
marche. Aunque esté muerta de cansancio, cuando me tumbo
en la cama, doy vueltas y vueltas en vano. Y ahora es el
momento propicio: mi regreso, el inicio de las clases, el piso…
Nolan…
—¿Ya no tomas pastillas? —pregunta mi hermano,
sorprendido.
—No. Me atontan demasiado por las mañanas.
—A mí lo que me «atonta» es no poder descansar porque tu
cama de mierda choca contra mi pared cuando te mueves.
—¿Que la cama cruje? ¿En serio, Jones? ¡Pensaba que esas
cosas te encantaban!
Nolan se ríe de la ocurrencia vulgar de Léo. A mí me irrita.
—Eso se arregla poniéndote tapones. No voy a disculparme
por no poder conciliar el sueño —digo enfadada—. Ahora
bien, si te vas a pasar la mañana molestándome por unas horas
de sueño, solo tienes que irte a dormir a casa de tu novia y ya
está.
Todos los ojos de la habitación se posan en mí y la mirada
sombría de Nolan capta toda mi atención. Está sorprendido por
mi ataque gratuito, pero también furioso por la clara
sugerencia de que se vaya del piso.
—Además —le digo, comiéndole aún más terreno—, me
has estado calentando la cabeza por el baño y te acabas de
pasar diez minutos molestándome. ¿Y yo soy la cría
inmadura? Los críos son caprichosos, Nolan, y tú acabas de
tener una rabieta por una ducha que todavía no te has dado.
Y me voy dando pasos firmes hacia el salón. Ayer dejé la
mochila en la entrada, la cojo rápidamente y salgo del
apartamento.
Esto de compartir piso había sido la idea de mierda por
excelencia.

***

Me siento en el césped de un parque público de Boston con


mis amigas y me deleito con el sol que me baña en este
mediodía. Le doy sorbos al café que hemos cogido para llevar.
Aunque tengo los ojos cerrados, presto atención a lo que pasa
a mi alrededor, disfrutando del ambiente distendido. El día ha
sido agotador y la corta noche de sueño empieza a pasarle
factura a mis músculos.
—¿Hay novedades, Scarlett?
Me incorporo cuando oigo mi nombre y miro a Paige.
Tampoco tanta atención, después de todo.
—¿Sobre qué?
—¿Irás a ver el partido de hockey de los chicos mañana?
—Como siempre.
—No pareces muy entusiasmada. ¿Es por lo que ha pasado
esta mañana?
Suspiro mientras me dejo caer sobre la cálida hierba. Me
paso la mano por la cara, con el vaso de cartón todavía lleno
en la otra.
Esta mañana…
—Creo que voy a solicitar una habitación en vuestra
residencia de estudiantes.
—¡No te pongas dramática! —exclama Carol—. No vas a
hacer nada de eso, que solo es el principio, Scarlett. Has
aterrizado en su intimidad, claro que están un poco
desorientados. Pero se acostumbrarán.
—No es eso lo que me preocupa.
—Nolan también se acostumbrará —añade mi mejor amiga
—. Y si no es así, siempre se puede mudar.
—Lo que más miedo me da es que sea yo la que no consiga
estar cómoda compartiendo piso con ellos.
Mis amigas se ríen; yo sigo tumbada con los ojos fijos en el
cielo azul claro. Solíamos venir mucho aquí en primero y me
encanta estar de vuelta en el césped de este parque con ellas.
—Prácticamente vives con él desde que vas a la escuela. No
cambia nada que ahora duerma en la habitación de al lado.
Antes ya estaba prácticamente instalado de forma permanente
en casa de tus padres.
—Técnicamente, no duerme en el apartamento —bromea
Paige.
—Gracias por recordarme que Nolan tiene novia y vida
sexual, y que estas no me incumben en absoluto —digo entre
dientes, levantándome y dando un trago al café.
—Si quieres, nos lo podemos pasar bien sin ir al partido
mañana —propone Carol—. Podemos ir al cine. He visto que
ha salido la nueva de Top Gun. Tiene pilotos, testosterona y a
Tom Cruise. Salimos ganando con el cambio, ¿no?
Me río con mis amigas.
—Ed me mata si no voy a su primer partido, aunque solo
sea un amistoso.
—Sobre todo si ganan, porque mañana no parece que vaya
a ser un partido fácil contra los Black Bears de Maine —añade
Paige.
—Además, como es el capitán, ¡querrá montar una fiesta en
el apartamento si ganan!
—¡Eso es buena señal!
Carol se levanta para tirar su vaso en la papelera más
cercana y deja la frase en el aire hasta que vuelve.
—Eso quiere decir que haréis muchas fiestas en casa. Y
fiesta es sinónimo de…
—¿Noches en vela? —respondo.
—¡Tíos! —exclama Paige—. Fiesta es sinónimo de tíos por
todas partes.
—Y de Harriet —murmuro.
Mis amigas ponen los ojos en blanco y yo me río con
sarcasmo.
Tengo que dejar de pensar, hablar y respirar Nolan
continuamente.
—Nueva regla —suelta mi mejor amiga—. Como las
habéis puesto en el piso, nosotras también.
Ella me corta antes de que me dé tiempo a protestar y me
resigno.
—Tienes que hablar con un tío en la fiesta que no sea tu
hermano, Léo, ni un chico del equipo de hockey, ¿vale?
Suspiro, consciente de que intercambiar dos o tres palabras
no es suficiente para Paige. No, conociéndola, va a cambiar las
normas sobre la marcha para que tenga la obligación de volver
con el número del chico en cuestión.
Ya me había hecho el lío en Francia. Una mañana me
levanté con diez mensajes de desconocidos. Pero en ese
momento, me pareció divertido.
Y si además me hace pensar en otra cosa que no sean
Nolan y su novia, ¡adelante!
—¡Trato hecho!
5

Scarlett

Mantengo la mirada fija en el disco que rebota


violentamente contra los palos de los Boston Terriers, que
arremeten contra sus rivales nada más pisar el hielo. Habría
sido un desperdicio perderse este partido por orgullo. ¿No
querer venir al primer partido del año de los chicos solo
porque uno de ellos, que acaba de salir del banquillo de
penalización, maltrata mi corazón sin tan siquiera darse
cuenta? Si quisiera que parase, sabría bien qué hacer:
confesarle mis sentimientos. Conociéndole, dejaría de
hablarme al instante y mantendría las distancias conmigo para
no hacerme daño. Pero la perspectiva de que desaparezca de
mi vida es más dolorosa aún que la de que jamás esté a mi
lado.
Adoro el hockey. Dejar de venir sería absurdo. Sobre todo
porque me perdería una oportunidad increíble: la de verle
siendo golpeado por los cuerpos fornidos y musculosos de los
otros jugadores. El hockey es un deporte violento. Edgar ha
llegado a casa innumerables veces con su piel pálida llena de
moratones tan grandes como mi puño. La idea de saber que el
cuerpo de Nolan estará maltrecho esta noche me llena de una
cierta satisfacción. Es un poco como el karma, que se la está
devolviendo por todas las veces que sus palabras y sus gestos
me han herido esta semana.
Empiezo a gritar junto con el público enloquecido cuando
el disco entra en la red contraria, poniendo a Boston por
delante. El sonido estridente que anuncia el final del partido
suena casi al mismo tiempo que los gritos y aplausos hacia el
jugador que nos ha dado la victoria.
Martin.
Pego las manos contra el metacrilato que rodea la pista con
una sonrisa de orgullo en la cara y observo cómo el equipo se
abalanza con alegría sobre mi hermano antes de que este
patine hacia mí. Golpea su puño sobre el mío a través del
cristal y me guiña el ojo brevemente antes de unirse a los
demás jugadores cerca de las puertas de salida.
—¡Joder! ¡Qué locura de partido!
Carol pone las manos sobre mis hombros y me sacude
como a una muñeca de trapo, muy emocionada. Me río a
carcajadas y la alejo un poco.
—Va a ser una noche de locos —añade Paige, aplaudiendo
—. ¡La primera semana de clases no podría haber acabado
mejor!
Empezamos a seguir a la multitud y avanzamos desde las
abarrotadas gradas hacia la salida del estadio cubierto.
—Scar, ¿te acercamos o esperas a los chicos?
—No, voy a pedirle las llaves a Edgar. Seguro que quiere
que vaya a comprar alcohol para esta noche.
—¿Quieres que te acompañemos? —propone mi mejor
amiga—. Así nosotras también podemos coger algo de beber.
—Vale, esperadme en el coche. Os veo allí.
Me despido con la mano y corro hacia el vestuario. El
segurata, sentado tras su mesa, me sonríe al verme pasar. De
tanto verme esperar a mi hermano delante del vestuario el año
anterior, ya no me pide el carné de estudiante y me hace un
gesto educado con la cabeza. Recorro los pasillos vacíos,
dirigiéndome hacia el jaleo que oigo tras la última puerta de la
izquierda. Es la guarida de los Boston Terriers, que están
celebrando su primera victoria del año, probablemente medio
desnudos.
Inspiro durante un instante antes de llamar a la puerta,
deseando en mi fuero interno no haberlos interrumpido
durante la ducha. Los fuertes golpes hacen gritar a algunos y la
cabeza de mi hermano se asoma por la puerta. Tiene el pelo
empapado de sudor, el torso húmedo y algunos moratones en
los hombros. Me cierra el paso.
—¿Vienes a felicitar a tu hermanito preferido?
Una sonrisa triunfante se extiende por sus labios finos.
Edgar sube y baja las cejas, lo que me hace reír.
—Bueno, no es difícil. ¡Solo tengo un hermano!
—¿Nos estás diciendo que somos adoptados?
El rostro curioso de Léo se materializa tras la espalda de
Edgar, listo para cotillear. Suspiro y levanto la mirada al techo.
—Ponte los calzones, Riley. Vas a traumatizar a Scar con tu
polla peluda.
Pongo cara de asco, ignorando las mariposas que invaden
mi estómago cuando veo la silueta de Nolan pasando
rápidamente por detrás.
—Venía a pedirte las llaves del coche para comprar cosas
para esta noche.
—¡Eres un encanto!
Mi hermano alza los brazos, retrocediendo y dejando la
puerta entreabierta. Casi deja caer la toalla, que apenas se
mantiene en sus caderas, y la atrapa justo a tiempo. Sin
embargo, todavía alcanzo a ver parte de su culo.
Vamos de mal en peor.
—¿Me puedes comprar una botella de tequila?
Con la mirada fija en la espalda de mi hermano, noto
demasiado tarde la presencia de Nolan. Está de pie junto a la
puerta, con la misma vestimenta que Edgar. Por ahora, ningún
asco me revuelve las entrañas ni deforma los rasgos de mi
rostro.
Para nada.
Me hace falta toda la fuerza de voluntad del mundo para
evitar que mis ojos se desvíen a su torso tallado en mármol.
Joder.
Como si no le hubiera visto los abdominales mil veces. Los
vi apenas formados, juveniles, y luego, poco a poco, el cuerpo
de Nolan fue tomando forma. Se fortaleció hasta convertirse
en lo que tengo delante ahora mismo: un cuerpo poderoso,
cincelado y viril.
El cuerpo de un jugador de hockey.
Con marcas que lo demuestran.
Me da un billete de cien dólares, que es bastante más de lo
necesario. Yo lo cojo, todavía en un estado febril.
—Usa el resto para pagar las otras botellas.
Se va cuando vuelve mi hermano, que me lanza sus llaves.
Yo las atrapo frente a mi pecho. Me despide con la mano,
dejando que las voces estridentes y divertidas del equipo me
saluden antes de cerrar la puerta.
Tengo que abandonar esta costumbre. Ir a por las llaves de
mi hermano, ¿en serio? El peor tipo de trampa para mi
corazón.

***

—¿Eres novia de algún jugador?


Frunzo el ceño y me giro hacia la persona que hay a mi
izquierda. Tengo las manos ocupadas con un vaso y una
botella, así que miro de reojo al intruso antes de responderle.
—¿Disculpa?
—¿Tu novio está ahí dentro?
—No tengo novio.
Se ríe y se apoya en la mesa, poniendo los codos de forma
despreocupada. Me observa con una mirada penetrante y,
después, esboza una sonrisa que le ilumina todo el rostro.
—Está bien saberlo —reconoce—. ¡Me llamo Corey
Burtton!
Me tiende la mano y espera pacientemente a que se la
estreche. Aunque estoy un poco confusa por esta presentación
tan peculiar, le sigo la corriente y me presento.
—Soy Scarlett Martin.
Se incorpora y se pasa la mano por su pelo rubio y corto.
—Así que no estás aquí por un novio, sino por un hermano.
—Sí, soy la hermana pequeña del capitán de los Terriers.
—Qué suerte la mía.
Retrocede un poco, riéndose mientras me evita con la
mirada.
—Y ahora me dirás que, tras acercarte a una chica de una
forma tan descarada, vas a echarte para atrás porque descubres
que es la hermana de un jugador.
Me doy la vuelta, apoyándome en la encimera para mirar de
frente a mi interlocutor. Las chicas están en el salón y, aunque
el piso está lleno, no esperamos que esta noche se nos vaya de
las manos. Los primeros en llegar a la casa del capitán son los
que se quedan hasta alcanzar el límite aceptable. El clásico
first come, first served. Tras eso, nadie puede entrar en la
fiesta. Los vecinos son gente bastante permisiva y, aunque está
claro que hacemos demasiado ruido, los chicos jamás han
tenido problemas con la policía.
—Depende de si la hermana del jugador está dispuesta a
cooperar.
—Pregúntale —le replico, tomándole el pelo.
Le prometí a Paige que hablaría con un chico y Corey
Burtton es el primero que se ha atrevido a acercase sin temer
enfrentarse a mi hermano. O, al menos, no ha salido por patas.
En lugar de huir, sigue delante de mí, sonriente. Se acerca
lento y posa los labios sobre mi oreja. Su aliento cálido
provoca una sensación particular en mi bajo vientre y doy
gracias al alcohol que tengo en vena por hacerme sentir así. Si
hubiera estado sobria, su ligue no habría tenido ningún efecto.
—Llevo mirándote toda la noche —me susurra—. Me
gustas mucho y me encantaría que pasaras un rato conmigo
esta noche.
Le pongo una mano en el pecho y me río coqueta,
alejándole un poco.
—¿No es eso lo que estamos haciendo ahora mismo?
Se ríe por lo bajo y me sostiene la mirada. En sus iris brilla
una mezcla de desafío y un interés poco disimulado. Tiene
algo que le hace muy atractivo. Puede que sea porque es todo
lo contrario de lo que yo busco en un tío.
No es Nolan.
—E ingeniosa. Me encanta. Has despertado mi curiosidad,
señorita Martin.
Estoy a punto de responderle, pero el cuerpo de Corey se
pega al mío y un líquido frío empapa mi camiseta. Pego un
brinco; siento cómo el alcohol se extiende por mi pecho y mi
estómago. Grito sorprendida.
—¡Mierda! Lo siento, Scarlett.
El chico que acaba de empujar a Corey lleva la camiseta de
los Terriers y ni siquiera nos presta atención. Miro de reojo a
este chico alto, de pelo corto, complexión fornida y nariz
ligeramente torcida. No reconozco al jugador. Probablemente
sea un novato que se cree con derecho a deambular por todo el
piso como si le perteneciera. Capullo.
—Podrías mirar por dónde vas, ¿no?
El chico no me oye, o simplemente me ignora, concentrado
en lo que le está contando a la chica que tiene enfrente. Corey
se apresura a abrir el armario que hay detrás de él para coger
papel de cocina. Me lo ofrece rápidamente, absteniéndose de
poner sus manos sobre mí para limitar el daño que ha causado
sin querer.
—No ha sido tu culpa —le digo mientras me seco—. Voy a
cambiarme.
—¿Vives aquí?
Asiento y le rodeo para pasar.
—¿Me esperas?
Su sonrisa le ilumina todo el rostro y alza el vaso vacío en
mi dirección.
—No me muevo de aquí.
Salgo de la cocina a paso rápido, echando un vistazo al
salón para ver si mis amigas se han ido de la pista de baile. Me
río viendo cómo se balancean con entusiasmo. Me muevo
entre la multitud que se ha hacinado en el apartamento y cruzo
la puerta que da a las habitaciones. El pasillo está vacío y no
hay ni rastro de gente ensuciando el suelo. Otra ventaja de
estar en casa del capitán del equipo: algunas habitaciones están
prohibidas.
Entro a mi habitación, enciendo la luz y me encamino a la
cómoda. Apenas me da tiempo a quitarme la camiseta que se
me pega a la piel cuando una voz aguda suelta un chillido
sorprendido. Me tenso, apretando la tela húmeda contra mi
pecho casi desnudo, y me vuelvo hacia el ruido a mi espalda.
—¿Scar?
—Será coña —le espeto a las dos siluetas acostadas en mi
cama—. Nolan, ¿me estás vacilando?
No sé qué es lo que me duele más. Ver que la primera vez
que el chico del que estoy enamorada se mete en mi cama pero
no conmigo, o encontrarme con su novia en esta situación. En
mi habitación, hecha todo un desastre con un vestido que se le
sube por las caderas. Se levanta deprisa y se pone la ropa,
evitando mirarme a los ojos. Nolan parece sorprendido de
verme y un tanto confuso respecto al lugar en el que se
encuentra.
—¿Puedo saber qué coño haces en mi habitación?
Yo ya estaba desnuda y no en mejor posición que ellos.
Nolan me observa un segundo de más y yo maldigo el calor
que su mirada provoca en mi pecho. Se levanta, coge su
camiseta negra del suelo y se la pone con rapidez. Detengo
mis ojos en su torso antes de notar el bulto en su pantalón.
Se me sube la bilis a la garganta.
—Scar, lo siento. Pensé que estábamos en mi habitación.
Parece realmente confundido y, a juzgar por sus pupilas
dilatadas y la forma en que se mantiene de pie con la mirada
perdida, intuyo que no está en plenas facultades mentales. Ha
bebido. Pero eso no hace que me dé menos asco.
—Fuera —gruño.
Harriet, que no se ha molestado en disculparse, corre al
pasillo con los tacones en la mano. Me quedo de pie junto a la
cómoda, con Nolan frente a mí, visiblemente incómodo.
—Scarlett.
El tono de su voz, mientras desliza mi nombre por su
lengua como si siempre le hubiera pertenecido, hace que mi
corazón deje de latir.
—No vuelvas a entrar en mi habitación para follarte a tu
chica en mi cama. ¿Queda claro?
Asiente con la cabeza y se dirige hacia la puerta en silencio.
Posa una mano en el marco y se para un segundo.
—Date por satisfecha, que si hubieras llegado dos minutos
más tarde, me habrías encontrado en una posición más
comprometida.
Finge que coge unas caderas imaginarias con las manos y
hace movimientos lascivos con la pelvis. Se muerde el labio
inferior con los dientes como si le poseyera un deseo animal.
—¡Vete de aquí! —le grito tirándole la primera cosa que
pillo.
Mi camiseta de tirantes.
Se ríe a carcajadas y la esquiva por poco. Con la mano
todavía apoyada en el marco de la puerta, su mirada se desliza
de nuevo por mi cuerpo desnudo, como si me viera de verdad
por primera vez. Un destello indescifrable pasa fugaz por sus
ojos, pero no me da tiempo a pensar en ello, porque me guiña
un ojo con picardía y sale de la habitación. Cierra la puerta;
sus carcajadas desquebrajando aún más los últimos pedazos de
mi corazón en carne viva. En menos de un segundo, vuelvo a
estar sola en la habitación. La cama está deshecha y la imagen
de Nolan sobre su novia está grabada a fuego en mi retina.
Estoy segura de que no voy a ser capaz de dormir nunca más.
El corazón me retumba con fuerza en el pecho y me cuesta
horrores calmar la respiración errática que se ha apoderado de
mí. Estoy al borde de un ataque de nervios.
No debería haberme alejado de Corey.
No debería haberme mudado aquí.
No debería haber vuelto de Francia.
6

Nolan

Vuelvo al apartamento poco después de las once de la


mañana. Los chicos ya se han levantado y solo falta Scarlett.
No hemos vuelto a hablar de lo que pasó anoche. Parece que
intenta evitar mi presencia. La vi hablando con un chaval más
de una vez, a quien su hermano intentó intimidar sin mucho
éxito. Estaba claro que a Edgar le molestaba que un tío le
plantase cara tan abiertamente y que sedujese a su hermana en
sus narices. En su piso. Aunque, técnicamente, no había
infringido la regla número uno. Scarlett no había invitado al
chico a casa, él había venido a la fiesta que nosotros habíamos
celebrado. Léo intentó calmar a Ed, porque estaba empezando
a subirse por las paredes, y darle una patada en el culo a ese
mocoso solo porque estaba hablando con Scarlett no era la
mejor idea. Yo lo estaba disfrutando. Si hubiera estado sobrio,
le habría hecho un par de comentarios mordaces a Scar y le
habría lanzado algunas miradas asesinas a ese tipo para que la
dejara estar. Solo para ver si aguantaba bien y si se la merecía.
Lo hice, pero no tanto como debería. Es más, tras mi
desventura en el dormitorio, tampoco destaqué mucho.
Joder.
Había estado a nada y menos de follarme a mi chica en la
cama de Scarlett. No estaba tan borracho como para no saber
andar; debería haber comprobado al menos si era la puerta
correcta. Ya me pasó cuando Milo vivía aquí, pero él nunca se
quejó. Cuando estoy en el meollo del asunto, no llevo ningún
cuidado. Pero este año esa no es la habitación de Milo, sino la
de Scarlett Martin, mi hermana pequeña de pega que no
debería saber qué pinta tiene mi polla. Ni la de nadie más, por
cierto. Todavía es una cría que escucha a Justin Bieber…
Y que lleva ropa interior de encaje rojo demasiado
entallada sobre un cuerpo demasiado voluptuoso.
Hago una mueca de disgusto y ahuyento este último
pensamiento.
Y ahí estaba yo, manoseando a Harriet entre sus sábanas.
Cuando entré, me di cuenta de que algo no cuadraba: la
disposición de la cama, el olor del cuarto. Pero estaba
demasiado centrado en lo que hacían los dedos de Harriet
como para darme cuenta de que, no, el perfume que olía no era
el nuevo de mi novia.
—¿Has dormido bien, Jones?
Edgar me llena una taza de café en cuanto entro en la
cocina, donde están él y Léo. Los saludo rápidamente y cojo la
taza que me ofrece mi amigo. Tomo un sorbo.
—No demasiado.
La frustración en la mitad de la fiesta continuó gran parte
de la noche.
—¡Auuuuuu! —chilla Léo, imitando a un perro en celo.
Nosotros nos echamos a reír.
—¿Qué demonios hacéis ahí dentro?
La voz ligera de Scar nos devuelve a la realidad. Lleva los
cabellos revueltos, con un moño despeinado en lo alto de la
cabeza, dejando que los mechones caigan desordenados sobre
sus hombros. Solo viste una camiseta básica y sus pezones se
vislumbran a través de la tela. Aparto la mirada, no queriendo
acordarme de ese mismo pecho que vi anoche. Engullo una
galleta que hay en la encimera.
—No es de la incumbencia de niñas pequeñas —le suelto
con la boca llena.
—¿En serio? —cuestiona, desafiante—. Y yo que pensaba
que tú querías enseñarme cosas ayer cuando estabas acostado
en mi cama con la polla dura.
Trago con fuerza, golpeando mi pecho con el puño en un
intento de hacer pasar la galleta. Evito deliberadamente mirar
a Edgar, que estará más tenso que nunca, y añado con rapidez:
—Me equivoqué de habitación.
—¿Qué coño quiere decir esto? —gruñe Edgar.
—¡Pues que tiene la polla dura! —se mofa Léo.
—¡Ya basta! Quería echar uno rapidito con Harri y me metí
en el dormitorio equivocado. ¡No hace falta montar un drama!
—Joder, tío, tienes un problema con las puertas. ¡Ya no es
la primera vez que te pasa!
—Lo sé —refunfuño.
Fusilo a Scarlett con la mirada. Ella se ríe. Está orgullosa de
sí misma; es consciente de que, si yo no hubiera dado una
explicación rápida y plausible, Edgar se me habría echado
encima. Es su pequeña venganza, y me juego lo que sea a que
cree que es lo justo.
—La próxima vez intenta asegurarte de que mi hermana no
se tope con tu culo al aire.
—Más bien vio el de Harriet, si quieres mi opinión —se
burla Léo.
—Muchas gracias —murmura Scarlett rodeándonos.
Se pone de puntillas para coger una taza del armario. No
puedo evitar la mirada fugaz que se detiene un segundo de más
en sus pantalones cortos. No sé por qué me fijo tanto en ella
esta mañana, pero excita algo en mis entrañas que
deliberadamente relego a la casilla de «necesito follar con mi
novia». Observo el fondo de mi taza con atención.
—Como ya estáis todos levantados —continúa Edgar—,
había pensado que podríamos pasar la tarde en Revere Beach.
Hace muy buen día.
—¡Vale! —exclama Scar—. ¡Me voy a por el bañador!
—Yo conduzco —propone Léo, saliendo de la cocina.
Edgar le sigue entre risas y yo agarro a Scarlett, rodeando
su muñeca con mi mano. Ella se gira y me mira confusa con el
ceño fruncido. Se fija primero en mis dedos y luego alza la
cabeza, clavando sus iris en los míos. Una sonrisa traviesa se
dibuja en mis labios y mantengo mi agarre. Scarlett se sonroja
y yo, para hacerla enrojecer más, tiro de ella para que su
cuerpo se acerque al mío. La siento tensarse cuando mi boca
se pega a su oreja. Si no se tratase de Scarlett, parecería que
estoy ligando. Pero es Scarlett; simplemente me gusta
fastidiarla. Nada que ver con ese sentimiento de malestar que
parece haberse instalado entre nosotros en los últimos días. Un
olor a jazmín, el mismo que sentí ayer en su cuarto, excita mis
sentidos. Ignoro la agradable sensación de familiaridad que me
invade el pecho y susurro en una voz pausada y comedida:
—Créeme, Scar, si hubiera querido enseñarte cosas, lo
habría hecho de forma muy diferente.
Me aparto, guiñando el ojo de forma enigmática. Juraría
que ella deja de respirar, pero no me detengo en su silencio y
me voy a mi habitación para cambiarme.
Nolan 1 – Scarlett 0.
Debería saber que soy mucho mejor que ella en estos
jueguecitos. Nací para hacerla rabiar, ¡lo sabe desde hace
mucho!

***

Salgo del agua con el pelo empapado y camino a paso


rápido sobre la arena ardiente. Me tumbo sobre mi estómago
en la toalla, que está a algunos metros de la de Scarlett. No se
ha movido desde que llegamos. Me relamo las gotas de agua
salada que se deslizan por mi rostro.
—Scar, eres consciente de que a este paso te vas a poner
como una gamba, ¿no?
—Cállate, Nolan. ¡Si quisiera tu opinión, te la habría
pedido!
Me empiezo a reír a carcajadas y en ese momento llegan los
chicos. Edgar se seca rápidamente antes de sentarse en el
espacio que hay entre su hermana y yo.
—No tienes por qué ser tan desagradable, Scarlett. ¡Suelta
el maldito teléfono y aprovecha el buen tiempo!
Suspira enfurruñada y guarda el móvil en la mochila que
tiene detrás.
—Déjala, Ed. Está intentando recuperar al tío al que hizo
huir ayer en cuanto abrió la boca.
Esquivo por los pelos los pantalones que me tira e intento
sofocar en la toalla mi risa toda agitada. No puedo verle las
cejas con las gafas de sol porque le cubren la mitad del rostro,
pero estoy seguro de que está frunciendo el ceño.
Es tan fácil irritarla.
—¡La niña está susceptible!
—Había olvidado lo cansinos que podéis llegar a ser —
resopla Edgar—. ¡A veces me pregunto quién es el más
inmaduro de los dos!
—No hace falta que te lo preguntes —replica Scarlett—. La
respuesta viste un bañador amarillo y su cara pide a gritos un
guantazo.
Le envío un beso imaginario y ella me hace una peineta. Yo
me río como un crío. A decir verdad, a Edgar no le falta razón.
A veces me pregunto si no soy más infantil que ella. Scarlett
saca esa parte de mí y no haberla visto en un año me hace
querer recuperar el tiempo perdido, aunque la Scarlett que
cogió el avión de ida no es la misma que está tumbada en esta
playa. Es el mismo cuerpo, pero nunca me había fijado con
detalle. Miro cómo su vientre sube hacia su pecho, cubierto
por un bikini azul marino. A mi pesar, intento imaginar sus
pechos, apretados bajo la tela, y un calor incontrolable se
extiende por mi bajo vientre. Al instante, muevo los ojos hacia
su pelo, cortado en una media melena despeinada. Algunos de
los mechones se han aclarado con el sol. De todas formas,
acabo con la frente en la toalla para no seguir echándole el ojo.
—¿Estabas hablando con el tío de ayer? —pregunta Edgar
con voz calmada.
Es un tema peliagudo, sobre todo sabiendo lo enfadado que
estaba anoche.
—¿Qué pasa? ¿Que no puedo?
—Pues no lo sé, no lo conozco.
—Vas a intentar que me crea que no le preguntaste a todos
los asistentes de la fiesta por él, ¿no?
Me río y, con un aire de burla, miro de reojo a Léo.
—Touché —responde él, riéndose también.
—No quiero que se convierta en un segundo Evan Teryl.
—¿Todavía sigues con eso? —se queja Scarlett—. ¡Pero si
ya hace más de un año! Olvídalo.
—Ese tío era un payaso —le defiende Léo.
—No te merecía.
—No tienes ningún derecho a decidir eso por mí. Si me
apetece salir con Corey, haré lo que quiera.
Me incorporo sobre los codos, mirando cómo los dos
hermanos se van pasando la pelota. Luego me tumbo sobre mi
espalda. En ese tema, estoy con mi colega. Scarlett tiene la
desagradable costumbre de salir con gilipollas y Evan Teryl
encabeza la lista. Y eso que nosotros siempre hemos estado
pendientes de con quién se juntaba.
—Déjalo estar, Ed —digo con calma—. No juega al
baloncesto, ni al fútbol, no hay nada en lo que se parezca a
Teryl.
Te lo digo yo.
—¿Preguntaste por ahí? —Scarlett añade molesta.
La miro un instante, con una sonrisa burlona en los labios.
—Por supuesto, pequeña. Y no una vez, sino dos.
Pues sí, entre mi intento de meter a Harriet en una cama que
no era la mía y el final de la fiesta. Que me quedara en el
margen y me riera con el cabreo de Edgar no significa que no
estuviera prestando atención. Cuando Scar me estaba dando la
espalda, le lancé dos o tres miradas cargadas de reproches a
Corey Burtton, pero no se sintió intimidado. Así que, en lugar
de enfrentarme a él, usé la cabeza. Allí donde Edgar piensa
con sus emociones, yo lo hago con el cerebro. Si Scarlett
quiere salir con un tipo, me importa un bledo, pero más le vale
al tío en cuestión estar limpio. Y solo me he asegurado de eso.
Punto.
—¡Sois un auténtico incordio!
Ella deja las gafas de sol sobre la toalla y camina con
rapidez hacia el mar. Apoyado sobre mis codos, la miro hasta
que entra en el agua. Su piel se ha tostado ligeramente con el
sol, pero lo que capta toda mi atención es el movimiento de su
culo. Me vuelvo a acostar sobre mi vientre, obligándome a
dejar de lado mi análisis algo exagerado de la Scarlett que
había vuelto de Francia. Me centro en la voz de Edgar.
—No me habías contado que habías estado preguntando
sobre él.
—Pensaba hablar contigo de ello hoy —confieso.
—¿Tiene buena pinta?
—Es de Ciencias Políticas, familia con pasta, un historial
muy aceptable y un buen grupo de amigos. A ella le puede
convenir el chaval ese.
Edgar suspira y se levanta.
—Supongo que entonces debería callarme.
—¡Sobre todo deberías dejar de calentarte la cabeza con
tonterías y aprovechar el buen tiempo! —añade Léo.
—¡Lo que le hace falta es un polvo! —apunto,
enderezándome—. Francamente, Ed, es penoso pensar en lo
que hace tu hermana en lugar de en lo que tú podrías estar
haciendo.
Me descojono cuando me persigue hasta el mar y me hace
una ahogadilla.
Un Martin de pura cepa: ¡tan fácil de sacar de sus casillas!
7

Scarlett

Son las cinco pasadas cuando salgo de mi última clase del


día. Ojeo rápidamente el móvil mientras escucho la
conversación de mis amigas. A pesar de que el fin de semana
ha sido tranquilo, estoy hecha polvo. El sábado por la noche
dormí bien, pero ayer fue todo un suplicio. Me arrastré hasta el
sofá a eso de las dos de la mañana e hice zapping durante más
de una hora y media antes de conseguir dormirme. Al
amanecer me desperté de golpe y ya después me fue imposible
seguir durmiendo.
—¡Oh, oh! —canturrea Paige—. ¡Creo que alguien ha
venido a verte, Scarlett!
Levanto los ojos del teléfono cuando una silueta aparece
frente a nuestro grupo. Ahí está Corey, con su permanente
sonrisa y sus andares confiados.
—Hola —nos dice.
Echa un vistazo a mis amigas, las saluda con educación y
vuelve a fijar su mirada en mí.
—Pasaba a recogerte para tomarnos un café, ¿te apetece?
Su cara se ilumina ante la mención de un momento a solas
conmigo y me muerdo el interior de la mejilla con timidez.
Desde que nos conocimos el viernes por la noche, no hemos
parado de hablar por mensajes todo el fin de semana. A
distancia era sencillo y sin complicaciones, pero ahora que
está delante de mí, no sé cómo actuar. No soy una experta en
relaciones; mucho menos si la persona con la que hablo tiene
un claro interés en mí. Ya me lo dijo el viernes por la noche y
lo repitió ayer cuando hablábamos de los acontecimientos que
habían propiciado nuestro encuentro. Sí, le gusto.
El día de la fiesta en el piso, todo era fácil: había bebido,
estaba cabreada con Nolan y Harriet por haber mancillado mi
cama, y Corey estaba ahí. Divertido, travieso, interesante. Una
calidez repentina se extiende por mi pecho al recordar los
últimos días con él. Le sonrío y respondo con franqueza:
—¡Me encantaría!
Me giro hacia mis amigas con confianza, aunque cunde el
pánico en mí al saber que me voy a quedar a solas con un
chico. Sobria. No es la primera vez, pero las cosas han
cambiado desde lo de Evan. Yo he cambiado. Siempre tengo
muchas dudas y me resulta muy difícil dejar que los hombres
entren en mi vida. Es como si estuviera bloqueada. Ya ocurría
antes de irme a Francia, continuó cuando estaba en París y es
mucho más asfixiante desde que he vuelto.
Y este bloqueo tiene un nombre que todavía me da
escalofríos a pesar de todos mis intentos por quitármelo de la
cabeza.
Pero Corey es un buen tío y sería una idiota si no le doy una
oportunidad. O eso es lo que me han repetido mis amigas
durante todo el fin de semana, tras pasar parte de la fiesta del
viernes con nosotros dos. Opinan que es encantador y se han
deshecho en elogios con él: «¡Es perfecto!»
No tenían necesidad de dar muchos detalles, su conclusión
estaba clara como el agua: era perfecto porque no era Nolan y
es lo mejor que puedo pedir ahora mismo.
Y en el fondo sé que tienen razón.
—¿Nos vemos mañana? —me despido.
Ellas ya se dirigen hacia la salida y se despiden con la
mano, sonrientes y con una mirada conocedora.
—¡Pasadlo bien! Encantada de verte de nuevo, Corey.
Él les responde con educación. Ahora estamos solos en
medio del pasillo de la facultad.
—Se me había ocurrido que podríamos coger café para
llevar y tomárnoslo en un parque, si te apetece.
—Es buena idea.
Me conduce hasta el parking y me siento de copiloto en su
Volvo. El olor a cuero hace que me pique un poco la nariz,
pero el frescor del interior me hace suspirar de gusto. Hace
muchísimo calor en Boston y, tras pasar el día encerrada en
clases abarrotadas, me habría encantado darme una ducha fría.
—¿Tienes planes para el fin de semana? —me pregunta sin
apartar los ojos de la carretera.
—El fin de semana acaba de terminar —le respondo.
Me quedo mirando su perfil durante un instante,
observando cómo sonríe sin dejar de concentrarse en conducir.
Me siento extrañamente mejor que antes, como si estuviera
donde debo estar: con él. Me mira de reojo con sigilo y pone
una expresión traviesa.
—¿Me estás observando?
—Me aseguro de que sabes conducir.
—Un poco tarde, señorita Martin. ¡Ya te has subido en el
coche de un desconocido!
Me río y él guiña un ojo. Estamos en silencio durante un
kilómetro. Cuando Corey entra en la ciudad, continúa.
—Pensaba quedar contigo este fin de semana, a menos que
tengas ya planes o estés harta de mi compañía.
Bromea, tan despreocupado y seguro de sí mismo como
siempre.
Es el único que se siente así.
—Me voy a casa de mis padres.
—Qué pena.
Se pasa la mano por el pelo y le sonrío, intentando
calmarme un poco.
—¡Pero esto solo quiere decir que lo aplazamos!
Se gira hacia mí, con los ojos brillantes, y se me encoge el
corazón. Es un gran chico; sería una tonta si no le diera una
oportunidad. Bajamos del coche y nos encaminamos a la
primera cafetería que vemos.

***

Son casi las ocho de la tarde cuando Corey me deja de


vuelta en mi edificio. Ha aparcado un poco más lejos, así que
caminamos hasta la puerta en silencio. Las dos horas que
hemos estado juntos se han pasado en un suspiro. Estaba
asustada, pero al final ha resultado ser uno de los ratos más
agradables que he pasado desde que volví. Ha sido tan
espontáneo y natural que casi me arrepiento de tener que hacer
que termine.
—Me ha encantado pasar tiempo contigo —me confiesa
con una mirada.
Nos detenemos frente al gran portal de la comunidad de
pisos. Él me observa y se acerca a mí suavemente. Yo no me
muevo ni un centímetro.
—A mí también —admito.
—Imagino que acompañarte hasta tu puerta va en contra de
las reglas…
Hago una mueca y él suelta una carcajada.
Las reglas.
Las que me prohíben, entre otras cosas, subir con un chico
al apartamento o salir con uno de los amigos de mi hermano.
Como si eso fuera a pasar.
Al menos la segunda, ¡porque la primera tendría que ser
derogada, abolida, eliminada! No hay ninguna posibilidad de
que ocurra. Jamás.
—Lo siento.
Bajo la mirada a mis zapatos, sin saber si debo acabar la
tarde aquí, besarle en la mejilla, abrazarle o… Sus dedos se
posan en mi barbilla y Corey alza mi rostro para clavar sus
ojos en los míos. Me tantea durante un minuto, seguramente
esperando un rechazo por mi parte o algo así. Yo no digo nada,
ni me muevo, obnubilada por la sensación de calor que se
propaga por mi vientre ante la idea de que me bese. Tengo
ganas; me apetece. ¿Por qué? No lo sé. Con Corey, todo es
diferente. Él es diferente.
Sus labios acarician los míos con una dulzura que jamás
había experimentado. Se me encoge el estómago. Me agarro a
su camiseta, queriendo sentirle aún más cerca de mí. El beso
se mantiene superficial, ligero y delicado, sin ser brusco. Su
mano se desliza por mi cuello y se coloca en mis caderas, para
al final posarse en la parte baja de mi espalda. Me acerca a él;
pega mi cuerpo a su torso. Me caliento, excitada por la
delicadeza de sus gestos. Mi lengua se aventura en su boca,
exigente, con ganas de tomar más. Deseosa de recibir aún más.
De sentir más. Él apoya su otra mano sobre mi culo y
comienza a dirigirse hacia abajo. Sus dedos me acarician con
un cierto recato, como si no quisiera arruinar el momento por
ser demasiado lanzado y precipitarse. Sin embargo, tengo
muchas ganas de que tome todo lo que quiera, de que me bese
como si fuera extraordinaria, como si no necesitase recobrar el
aliento nunca más. Necesito que me haga sentir cosas, que el
estómago me dé un vuelco, que las mariposas alcen el vuelo,
que me haga estremecer. Le paso las manos por la nuca,
preparada para reforzar nuestro beso, pero los pasos de detrás
me desconcentran. Y se oye una voz, ronca y molesta… que
viene a arruinarlo todo.
—¡Las manos fuera!
Joder.
8

Nolan
Un rato antes

—¿Las cosas van bien en el piso?


Abro la cerveza que Gabriel acaba de darnos, observando
discretamente la mano que tiene en la nuca de Milo.
—Las cosas… van —respondo, encogido de hombros.
—Se te ve entusiasmado.
Milo pasa el brazo alrededor de las caderas de su novio y lo
acerca a él. Los dos me miran fijamente, como si estuvieran
esperando a que diga lo que tengo en mente. Milo y yo
siempre hemos sido cercanos, aunque nos conociéramos en el
primer año de universidad. Se integró de maravilla en el trío
inseparable que tenía con Léo y Edgar, hasta tal punto que en
el segundo año de universidad los cuatro nos fuimos a vivir
juntos y los tres dejamos el apartamento que teníamos
alquilado junto a la facultad.
—Vivir con una chica es una experiencia distinta —resoplo
—. El baño, las reglas que Edgar nos ha impuesto para evitar
que su hermana se tire a tíos en el apartamento.
—Y, además, es Scarlett —se mofa Milo.
—¿Cambia algo que sea ella y no otra chica? —pregunta
Gabriel, un poco confuso.
—Digamos que con Nolan tiene una relación de tira y
afloja. La conocí cuando empezó la universidad hace un año y
se pasaban todo el tiempo mandándose a la mierda el uno al
otro.
—Encantador. No será que te gusta un poco, ¿no, Jones?
Me atraganto con la cerveza y Gabriel se ríe a carcajadas.
Milo se limita a observarme y arquear una ceja.
—Antes me muero que tirarme a Scarlett. En serio. Sería
como acostarme con mi madre.
Bueno, igual me he pasado. Pero digamos que no me la
imagino sexualmente activa, aunque supongo que ya habrá
visto una polla y sabrá cómo manejarla. Me muerdo el interior
de la mejilla; necesito evitar que mi imaginación vaya
demasiado lejos. De todos modos, estoy tomando un rumbo
que da un poco de grima, involucrando a Scarlett y a una
polla. Es demasiado.
—Me ha quedado claro —Gabi se ríe—. Pero piénsalo:
podría haber sido Harriet.
—¡Ni hablar! Es demasiado pronto para vivir juntos.
Relaja, que hace seis meses que estamos saliendo.
—Tanto para decir que tienes suerte. Sobre todo si ya
conocéis a esta chica desde hace años y es como tu hermana
pequeña y la de Léo.
—Y si Ed lo ha propuesto es porque sabe que puede
funcionar.
—Claro que sí. Mientras tanto, la princesa ha destrozado el
rollo que llevábamos en el piso —farfullo.
—¿Quieres comer aquí? —propone Gabriel, poniéndose de
pie y cambiando de tema al momento—. Voy a hacer canapés.
Yo también me levanto y recojo algunos cuadernos que
tenía esparcidos por la mesa del salón. Su apartamento es la
mitad de grande que el nuestro, pero su salón es inmenso y
muy luminoso. Viven a diez minutos de nuestra casa; por eso,
cuando Milo me ha invitado para hacer con él un trabajo que
tenemos que entregar al final de la semana, he aceptado sin
dudarlo. Es mejor que encerrarse en la biblioteca y, además,
hacía días que no veía a Gabriel.
—¡Muchas gracias, pero los chicos me están esperando!
—¡Como quieras! Estaría bien tomar algo un día de estos.
Sois todos bienvenidos. Y Scarlett también. ¡Así conoceré por
fin a la famosa hermanita molesta!
Me río con la descripción que Gabriel hace de Scarlett. ¡Me
puedo imaginar la cara que pondría si le oyese! Ni siquiera soy
yo el que le ha dado esas ideas, al menos no en voz alta, pero
supongo que está escrito en mi cara.
¡Y Scarlett es muy irritante!
—¡Gracias por la cerveza!
—¡No tienes que darlas! Para eso estamos.
Me despido de la pareja, atravieso la puerta principal y
salgo al pasillo. Bajo dos tramos de escaleras y me pongo al
volante de mi Chevrolet. Arranco rápidamente y bajo las
ventanillas todo lo que puedo para que el aire sofocante del
inicio de la noche ventile el habitáculo. Me muero de calor, y
la sesión de estudio con Milo no ha arreglado nada. Odio
encerrarme a leer durante horas. No es que sea un analfabeto o
se me den mal los estudios, en absoluto. Pero tengo la suerte
de haber podido hacer prácticas en la empresa que dirige mi
padre en Boston. Es una start-up que agrupa diversas tiendas
de deportes y que ha empezado a extenderse por la costa este.
La idea es que yo me ocupe de Boston para que él se pueda
enfocar en la sucursal que va a abrir próximamente en
Baltimore. El año que viene ya me habré graduado en
Administración y, con la experiencia que he adquirido durante
los meses de prácticas, las vacaciones pasadas allí y mis
entrenamientos de hockey —en los cuales me va genial—,
debería ser capaz de tomarle el relevo dentro de un tiempo. Me
llevo muy bien con el director actual, que me tiene que tutelar
durante unos meses antes de dejarme su puesto. Ahora mismo
está atendiendo dos frentes: Boston y Nueva York, pero su
mujer fue trasladada a Nueva York el mes pasado. Lo único
que le falta es trasladarse allí de forma definitiva. Así que
puedo conformarme con lo mínimo en la universidad: ya tengo
el futuro planeado. A menos que, claro, un equipo de la NHL
firme conmigo. Pero da igual, considerando los pesos pesados
que hay en algunos equipos, eso es casi imposible.
Cuando llego a mi edificio, aparco en uno de los sitios
libres que hay justo enfrente. Hasta que no estoy en la acera no
me percato de la presencia de una pareja que está besándose
delante de la puerta. Me detengo en seco y examino a la rubia
que está de puntillas. Los shorts vaqueros que moldean su culo
están casi ocultos por las manos del tipo. Frunzo el ceño y
hago girar mi juego de llaves en uno de mis dedos mientras
avanzo hacia ellos.
—¡Las manos fuera! —digo colocándome tras Scarlett.
Ella pega un salto y Corey simplemente me mira de reojo.
—¿Disculpa?
Su voz grave suena a advertencia, pero no me muevo ni un
ápice. Me mantengo a escasos centímetros de la espalda de
Scarlett, que está ligeramente girada hacia mí. Ha apoyado la
cabeza en el hombro de su nuevo novio y parece desilusionada
por mi inesperada aparición.
Lo siento, princesa, pero si quieres ser discreta no hagas
estas cosas en el portal de casa.
—Las manos —repito con firmeza—. Ponlas más arriba.
—Lárgate, Nolan —suspira Scarlett con un paso hacia
atrás.
Se mueve lo justo, evitando chocar contra mi torso. La miro
fijamente mientras cruza los brazos frente a su pecho, que sube
y baja con claridad. Corey ha movido sus manos, pero una de
ellas sigue en la parte baja de su espalda, como marcando
territorio. Bajo la vista, directo a su brazo, y lo observo un
segundo antes de volver a poner toda mi atención en sus ojos
claros.
Teryl era estúpido y pretencioso; sin embargo, él está lejos
de ser igual de cabrón, aunque tenga la misma cara de imbécil.
A lo mejor me pasé cuando le dije a Edgar que este tío era
bueno para su hermana.
No, a este tío hay que vigilarlo de cerca. No me gusta cómo
se comporta con ella cuando estoy frente a él.
—¿Está tu hermano?
Miro a Scarlett, que ahora ignora al imbécil que tiene al
lado.
—Está arriba.
—Regla número uno, ¿eh?
Me río mientras los observo.
—¿Así que estáis juntos?
Ella pone los ojos en blanco, todavía a la defensiva, y
Corey agarra sus caderas con más firmeza para llevarlas hacia
él.
—Deberías tener más cuidado con lo que haces con las
manos —le digo en tono calmado—. Yo no soy al que más
miedo deberías tenerle. Su hermano te las habría cortado si
hubiese visto dónde las tenías.
—Ella ya es mayorcita, que yo sepa. Y su hermano no está
aquí.
—Pero yo sí.
—Nolan —gruñe Scarlett—. Estás molestando.
Elevo los brazos, como rindiéndome, y le guiño un ojo
cómplice a Scarlett. Aunque el otro la manosee delante de mí,
ella no tiene por qué sufrir mi ira. Me guste o no, ha crecido y
esta lucha no es mía. La verdad es que no soy su hermano,
pero aun así puedo intentar asustar a este mocoso, que tiene las
manos demasiado largas para mi gusto. Asiento hacia su chico,
con una mirada fría.
—Burttonto.
Le da un tic, pero no dice nada; directamente ignora el
juego de palabras infantil que acabo de hacer con su apellido.
Cara de imbécil y, encima, sin sentido del humor.
Sin girarme, entro al vestíbulo del edificio y subo a nuestro
piso. Cuando entro al apartamento, encuentro a Edgar en el
sofá con una cerveza en la mano.
—¿Sigue el payaso ese ahí abajo?
—Sí —me río del gesto que me lanza por encima del
hombro.
—Tres días ha necesitado para manosearla. ¡Qué donjuán!
—bromea Léo.
—No me gusta.
—A ti no te gusta nadie que toque a tu hermana —le
respondo sonriente.
—¿Lo dices en serio?
La puerta de la entrada se cierra a mi espalda y me giro para
ver a una Scarlett muy enfadada en el umbral. Su mirada
sombría me fusila con rabia y tiene las mejillas sonrosadas.
—Era coña, Scar.
—¿Lo de compartir piso va a ser así? —dice viniendo junto
al sofá.
Nos mira a los tres, sermoneándonos como si fuéramos
niños recibiendo un sermón de su madre.
—Edgar, ¿vas a ponerte de morros cada vez que un tío se
acerque a mí y enviar a tus perros guardianes para asegurarte
de que siga siendo virgen hasta que me muera? Pues tengo
noticias para ti: ¡no soy virgen! Me he estado acostando con
tíos desde antes de que supieras que tenía edad para hacerlo.
Hala, ¡vete a la mierda!
Parece que él quiere replicarle, pero ella levanta una mano
y lo mantiene en el sitio. Léo y yo nos quedamos al margen.
Las palabras que acaban de salir de su boca me tienen
bloqueado, patidifuso. Que se acueste con tíos no es lo que me
perturba, sino saber que no se parece a la chavala que yo
conocía. Y no acabo de entender por qué todo eso tiene efecto
sobre mí.
—Edgar, te prohíbo que te metas en mi vida privada. Ya no
soy una cría. Nuestro año de diferencia, te lo puedes meter por
el culo. Tengo veintiún años y pienso disfrutar de la vida. Y,
Nolan, lo que acabas de hacer ahí abajo, que no vuelva a
ocurrir jamás. Si tú te puedes follar a quien te dé la gana, yo
también. No soy de vuestra propiedad y no tengo que rendirle
cuentas a nadie. Ni a vosotros. Viva aquí o no, hago lo que
quiero con quien quiero.
—Scarlett —gruñe su hermano.
—No, Ed. No tienes derecho a comportarte así; es una
actitud muy tóxica la tuya. Si quiero tirarme a todo el equipo
de hockey, ¡pues me tiraré a todo el equipo de hockey! ¡Y
punto!
Tras decir eso, se va a su habitación despotricando. Los tres
nos quedamos con cara de idiotas. Nos cuesta asimilar que
Scarlett Martin no es en absoluto la chica que se fue a Francia
hace un año.
No, Scarlett ha crecido.
—¿Vosotros creéis que de verdad quiere tirarse a todo el
equipo?
Nos reímos a carcajadas con el comentario de Léo y Edgar
le revuelve el pelo, irritado.
—¡Joder, me va a volver loco!
Dejar que una chica viva con nosotros ha sido una mala
idea.
Lo dije en su momento: Scarlett ya ha cortado el rollo que
teníamos aquí, y el año acaba de empezar.
9

Scarlett

Me quito el edredón de una patada fuerte y suspiro. Cojo el


teléfono y veo que tengo un mensaje de Corey en la pantalla.
Son casi las dos de la madrugada, pero no he conseguido pegar
ojo.

[Tengo muchas ganas de verte,


gracias por esta tarde ;)]

Las mariposas revolotean con suavidad en mi estómago


cuando leo su mensaje, pero se transforman en un arrebato de
ira cuando pienso en los últimos minutos que pasamos juntos.
Nuestro beso, la repentina llegada de Nolan, esa sensación de
incomodidad que me invadió el cuerpo cuando me encontré
entre los dos. Odio esa impotencia que me hacía sentir la
presencia de Nolan a mi espalda. El olor almizclado de Corey
embargó mi nariz cuando apoyé la frente en su hombro, pero
el resto de mis sentidos estaban en otro sitio: en una especie de
alerta roja que me avisaba de esa persona que se encontraba
detrás de mí.
Todavía le oigo en mi mente regañando a Corey con su voz
grave por las manos que había deslizado hasta mi culo, y
vuelvo a sentir ese calor intenso que se propagó por mi pecho.
No me hizo falta girarme para ver a Nolan; ya podía
imaginármelo: su postura, sus rizos despeinados, su mirada
intensa.
Suspiro otra vez y me levanto de la cama con el teléfono en
la mano.
Otra noche de mierda.
Cojo una sudadera vieja y unos leggings que están en el
suelo y me los pongo rápidamente. Deambulo en la oscuridad
de mi habitación, buscando a tientas el pomo de la puerta. El
chirrido me sobresalta y suelto palabrotas por lo bajo. Paro un
segundo para averiguar si solo he despertado a mis
compañeros de piso o si se me va a caer el edificio encima y
luego continúo.
Entro en el silencioso salón y me dejo caer en el sofá,
cubriendo mis piernas con una manta que arrastra por el suelo.
Durante el día hace bastante calor, pero por las noches refresca
en el apartamento. El tacto de la tela en mi piel hace que me
absorba una sensación de familiaridad. Me siento como en
casa. Enciendo la televisión, consciente de que necesitaré un
programa muy aburrido para poder pegar ojo. Hago zapping
durante más de diez minutos antes de abrir Netflix. Con un
poco de suerte, habrá algo nuevo en el catálogo. Mientras leo
los títulos de la pantalla, se abre la puerta que da a los
dormitorios. Pego un salto al ver a la sombra que aparece ante
mí.
—Sabía que eras tú.
Nolan cierra la puerta tras de sí y se acerca de puntillas. Se
deja caer sin cuidado a mi lado, con el pelo desgreñado y las
manos en los bolsillos de su pantalón de chándal negro. Echo
un vistazo a la pantalla de mi móvil: son las dos y doce.
—¿Te he despertado?
—No.
Sus ojos están pegados a la televisión, que muestra la serie
que estaba a punto de poner. Entrecierra los ojos y se vuelve
hacia mí.
—¿De verdad vas a ver eso? —hace una mueca.
—¿De verdad vas a quedarte? —protesto—. ¿Tú has visto
la hora que es? Deberías irte a dormir.
Se ríe y tira de la manta que he puesto sobre mis piernas
para ponérsela él. La manta no es muy grande, así que me veo
obligada a moverme un poco para seguir cubierta. Mis pies
helados rozan su pierna, pero no reacciona.
—Tomé demasiado café en casa de Milo —suspira—. ¿De
qué va la serie? Con un poco de suerte, caigo redondo.
—Va de una chica surcoreana que tiene un accidente de
parapente y acaba varada en Corea del Norte.
Resopla y se cruza de brazos, hundiéndose un poco más en
el sofá.
—Menudas mierdas ves, Scar.
—Puedes volver a tu cuarto, Nolan.
Me coge del pie y tira de él. Yo intento librarme, pero lo
mantiene entre sus grandes y cálidas manos. Su tacto en mi
piel me provoca unas sensaciones que me cuesta mucho
controlar.
—Está bien —digo abrumada y con la voz entrecortada—.
Puedes quedarte.
Me coloco de manera que solo nos encontramos a unos
centímetros de distancia y el olor de su piel me hace sentir una
ráfaga de mariposas en el estómago. Me sonríe con ojos
risueños y orgullosos. Frunzo el ceño.
—Venga, ¿pones tu Romeo y Julieta coreano?
Su cálido aliento me hace cosquillas en la cara y me
apresuro a apartarme, acomodándome bien en el sofá. No me
atrevo a mover el pie, que sigue prisionero de sus manos. Soy
plenamente consciente de su presencia. Cojo el mando a
distancia y pongo el primer episodio con un lánguido suspiro.
—Joder —gruñe.
Me giro a él. Tiene la cabeza inclinada hacia atrás y observa
el techo mientras susurra cosas inaudibles.
—¿Qué pasa?
Se incorpora un poco para mirar la televisión con un gesto
de disgusto.
—Ni siquiera está doblada.
—Tiene subtítulos —respondo, confusa—. Dime que al
menos sabes leer. Porque empiezas a asustarme.
Le pega un tirón a mi pierna y retuerce el pie con sus
manos. No me hace daño, pero es suficiente para tener acceso
a la planta y empezar una lenta tortura.
—Para —le suplico entre susurros—. Nolan, para.
Hace oídos sordos, sofocando sus risas mientras continúa
haciéndome cosquillas.
—Vale, ¡lo siento! —exclamo, jadeante—. Perdona. Sabes
leer, oh, gran y fuerte Nolan Jones.
Me suelta y sonríe, sacando pecho. Tiene cara de tonto,
pero mi estómago hormiguea otra vez. Aunque tengo un «eres
un crío» en la punta de la lengua, me contengo por temor a las
represalias. Se me había olvidado lo plasta que podía llegar a
ser cuando quería hacerme rabiar. He perdido práctica, pero él
es incluso mejor que antes cuando se trata de ser un pesado.
—Estoy listo.
Se centra en la televisión y deja mis pies de una vez por
todas.
Y yo… he perdido todas las ganas que tenía de dormir.
10

Nolan

Apoyado en la encimera, le doy un trago al café humeante


que Léo acaba de preparar. La noche ha sido corta y noto el
cansancio en los músculos.
Con el día que me espera y el entrenamiento de la tarde,
puede que quiera morirme por haber pasado la noche en el
sofá.
—¡Buenos días!
Me giro hacia Scarlett, que entra en la cocina con el pelo
húmedo. Lleva una camiseta de tirantes ajustada, color negro,
que me hace observar su pecho todavía más. Retiro la mirada
con rapidez y farfullo un «buenos días» casi inaudible. Ella
ignora mi repentina falta de energía y pasa por delante de mí
para servirse una taza de café. Me aparto para evitar que su
cuerpo entre en contacto con el mío mientras se sirve la
bebida. Se endereza y me mira a la cara con una sonrisa tímida
en los labios. Mantengo mis ojos clavados en los suyos; así
solo logro impedir que disminuya mi interés por ella. No sé
qué me pasa para que se me vaya tanto la mirada a sus tetas.
Es difícil seguir viéndola como una niña cuando habla de
«follar» y «tirarse» al mundo entero. Me ha explotado el
cerebro, eso seguro. Pero solo son tetas. Las pequeñas tetas de
mi hermanita.
Y punto.
—Lo siento por lo de anoche.
—¿Anoche? —repito confuso.
—Porque no hayas dormido mucho.
Me río y dejo mi taza en el fregadero.
—Es por culpa de tu serie de mierda.
—¿Disculpa? Juraría que te oí pedirme que pusiera el
siguiente episodio.
Esbozo una sonrisa cuando Léo entra en la sala.
—¿Siguiente episodio de qué?
Gruño.
—Un drama coreano—dice Scarlett entre risas.
—Jones, ¿has estado viendo un drama coreano?
—Me dormí.
No mucho.
O nada.
—Mentiroso. Te has quedado despierto toda la noche —
Scarlett continúa mofándose.
Léo se parte de risa. Miro fijamente a nuestra nueva
compañera de piso, cuyo rostro muestra una expresión alegre.
Está encantada de hacer que me muera de vergüenza delante
de mi amigo y mi pecho se hincha de orgullo. Avanzo con
suavidad hacia ella y, poco a poco, la hago retroceder.
—Créeme, pequeña, no hay nada que me mantenga
despierto toda la noche, excepto lo que sucede ahí abajo.
Sus ojos bajan por inercia hacia mi vientre antes de llegar a
mi entrepierna. Se sonroja al instante y Léo se ríe a carcajada
limpia. He dado un paso atrás, pero esta vez me alegro de
haberla incomodado.
—Tú…
Busca las palabras, tartamudeando. Yo cruzo los brazos
contra el pecho y me río. Es tan fácil fastidiarla que me resulta
excitante. En el buen sentido de la palabra, claro.
—Sexo, Scar. Solo hay una cosa que mantenga a un hombre
despierto toda la noche: el sexo.
—¡Nolan! —exclama una voz a mi derecha—. ¿De verdad
le estás diciendo esas cosas a mi hermana?
Me río, saludando a Edgar, que entra en la cocina para
tomar un desayuno rápido.
—Hablamos de Scar, Ed. Es una niña. Solo intento
explicarle cómo funciona un hombre, ya que quiere entrar al
patio de los mayores.
Le guiño el ojo a la rubia que tengo delante, que está roja
como un tomate. ¿Será irritación, cólera o exasperación?
Nunca lo sabré, porque se larga murmurando cosas que no
puedo descifrar. Pero la peineta que me hace en el último
momento hace que me decante por la segunda opción.
Es tan fácil tocarle las narices a un Martin.

***

Salgo del vestuario. Noto las piernas pesadas por el


entrenamiento intensivo impuesto por el entrenador. Cargo la
bolsa de deportes al hombro y le echo un vistazo al último
mensaje que me ha mandado Harriet.
—Ed, si no quieres que lleguemos tarde a clase de la señora
Shaw, ¡date prisa!
Léo se impacienta a la salida del gimnasio. Tiene los brazos
cruzados y da golpecitos en el suelo con el pie, como si
estuviera esperando a un niño caprichoso. Me echo una risa
con la escena y Edgar suspira.
—Me voy a casa a tomar una cerveza —empieza Milo—.
Algo fresquito. ¿Te apetece, Nolan?
Suelto una risa al ver las caras de mis dos compañeros, que
hacen muecas ante la idea de estar atrapados en clase. En un
instante, le sigo el juego a Sullivan.
—¿Solo una? Eres un flojo.
Le paso el brazo por encima de los hombros y continúo
caminando con él.
—Tienes razón. ¡Cuantas más, mejor!
Estallamos en carcajadas mientras nuestros amigos nos
insultan con intensidad antes de correr a su clase. Milo me da
una palmada en el hombro, todavía riéndose.
—¡La invitación sigue en pie!
—Te lo agradezco, pero Harriet me está esperando. ¿Otro
día?
Me aparto ligeramente para ir hacia mi coche, que está en la
otra punta del aparcamiento.
—¡No se me ha olvidado que nos debéis una comida a Gabi
y a mí!
—¡Con mucho gusto!
Se despide de mí y nos vamos en direcciones opuestas.
Guardo mi móvil, que aún suena, y sigo adelante con una
mano en la correa de mi bolsa. Llego a mi todoterreno en
tiempo récord y allí está Harriet, apoyada contra el coche.
Lleva puestas unas gafas de sol y me rodea con los brazos
cuando me acerco a posar sus labios azucarados sobre los
míos. Su brillo de labios es un poco pegajoso, pero saboreo su
lengua con gusto, empujándola contra la puerta de mi
Chevrolet para intensificar nuestro abrazo.
—¿Esto quiere decir que duermes en mi casa? —ronronea
contra mi boca.
Le doy un último beso rápido y me fuerzo a despegarme de
ella, a pesar de que mi cuerpo reacciona ante la posibilidad de
pasar la noche juntos. Una noche que no anuncia un sueño
reparador, pero que merecerá mucho la pena.
—¡Sube!
Ambos nos reímos, rodeando mi coche rápidamente antes
de notar la presencia de la rubia que cruza el aparcamiento
cerca de nosotros. Lleva la mochila a la espalda y no va con
ninguna de sus amigas. Se dirige con paso firme hacia la boca
de metro más cercana. La miro fijamente durante un segundo y
luego la saludo mientras camino hacia ella.
—¿Necesitas que te lleve?
Se detiene y me mira al llegar, sonriendo.
—¿Ya has acabado las clases? —pregunta sorprendida.
—Acabo de salir de entrenar. Léo y tu hermano están en las
clases prácticas y yo me voy a casa de Harri.
Su mirada se ensombrece por unos instantes y yo frunzo el
ceño, preocupado. Se recompone, sin darme tiempo a
preguntarle si le molesta algo, y añade alegremente:
—Me vendría bien, pero no quiero entretenerte.
—No pasa nada, Scar. ¡Por ti, me cruzo todo Boston!
Se muerde el labio y se coloca un mechón de pelo detrás de
la oreja. Mira rápidamente a mi espalda antes de asentir. Me
sigue hasta el coche y yo me monto delante, donde se
encuentra Harriet con los pies sobre la guantera. Odio cuando
hace eso. Aunque no es porque ya le haya dicho más de mil
veces que no lo haga. Me limito a suspirar y, justo cuando se
abre la puerta de atrás, giro la cabeza. Scarlett se sienta detrás
de mi novia.
—Vamos a dejar a Scarlett en el piso —digo simplemente
—. Harri, esta es Scarlett, la hermana pequeña de Ed. Scar, te
presento a Harriet.
—Su novia —puntualiza Harriet, mirándola de reojo por
detrás de su hombro—. Creo que nos hemos visto una vez, de
pasada.
Scarlett hace una mueca y yo sonrío al recordarlo.
—Sí, exactamente. Encantada de conocerte en mejores…
condiciones.
Pongo la llave en el contacto y sofoco una risa mientras
salimos del aparcamiento. Harriet vive a quince kilómetros del
apartamento y, aunque tengamos que hacer un pequeño rodeo,
prefiero saber que Scarlett vuelve tranquila en lugar de
meterse en el transporte público. Sobre todo si además puedo
presentarle oficialmente a mi novia. No necesito su
aprobación, pero me gustaría que se llevasen bien.
—Scarlett ha estado viviendo en Francia durante un año —
añado en un intento de dar conversación.
Harriet me mira sonriente y pone una mano sobre mi muslo,
como si entendiese lo que estoy haciendo. No conocía a
Scarlett, pero ha oído hablar mucho de ella, tanto por Edgar
como por Léo y por mí. Sabe que ella es importante porque
nos conocemos desde hace mucho y es como mi hermana.
—Recuerdo que me lo contaste. ¿Cómo fue?
Se gira en su asiento de manera que puede ver claramente a
Scarlett y así mirarla a los ojos mientras hablan. Echo un
vistazo rápido por el retrovisor, encontrándome con dos iris
marrones.
—Genial —responde con una sonrisa franca—. Estuve en
París con mi mejor amiga, así que el cambio de ambiente no
fue tan brusco. Visitamos muchísimas ciudades durante los
fines de semana. Nos hacían precios especiales por tener carné
de estudiante y…
Me concentro en la carretera y me río con discreción ante la
verborrea de Scarlett sobre su estancia en París. Harriet la
escucha atentamente, haciendo comentarios relevantes e
interesándose en todo lo que le cuenta la hermana de Edgar.
Observo a mi novia, contento, y descanso la mano sobre la
suya, que sigue en mi muslo. Ea, ¡ya las he presentado!
11

Scarlett

Me doy la vuelta y voy a por una taza. El fin de semana se


pasa tan rápido como la semana que lo precede. He dormido
muy bien en mi cama de toda la vida, como si los años en la
universidad no hubieran pasado y yo siempre hubiera estado
aquí. Suspiro y doy un trago al café, haciendo una mueca.
¡Ugh!
Está demasiado cargado.
Le echo azúcar y vuelvo fuera con mis padres.
—Anya y Nolan vienen a comer al mediodía —anuncia mi
madre.
—¿Sin James? —pregunto sorprendida.
Es raro que no esté. Normalmente, mis padres siempre
andan con los padres de los amigos de mi hermano. Se
conocieron en la universidad y nunca volvieron a mudarse, por
eso los chicos son inseparables desde pequeños.
—Está en Nueva York por la empresa que debe inaugurar el
próximo otoño.
—¿Vais a organizar algo sin Natalie y Tom? ¿Ha habido
movida en el clan?
—No digas bobadas —dice mi padre entre risas—. Solo
que no están en Boston este fin de semana.
—Lo sé, era broma. Léo nos dijo que se iban a casa de sus
abuelos.
Mi padre alza la vista al cielo y yo me hundo un poco más
en la tumbona, observando los rayos del sol sobre la hierba
recién cortada del jardín. Cierro los ojos durante un segundo,
pero mi teléfono vibra en el bolsillo del pijama. Lo cojo y
sonrío cuando veo el nombre que aparece en pantalla: Corey.

[No voy a poder ir contigo


al partido de la semana
que viene. Iba a terminar
el trabajo para Geopolítica,
pero me falta info.
Me va a tocar ir
a la biblioteca…
Espero que no te moleste.]

La decepción me cierra la garganta. Apenas he visto a


Corey en toda la semana y no tiene pinta de que la situación
vaya a mejorar. Desde que empezamos a salir oficialmente,
delante de mi edificio no hemos tenido la oportunidad de
quedar. Solo nos vemos cuando nos cruzamos en la
universidad. Parece que los estudios le quitan mucho tiempo y
estoy intentando lo mejor que puedo no ser la típica novia
pesada que insiste en verle. Estaba deseando ir con él a Nuevo
Hampshire para el partido de los chicos del lunes por la noche.
Está a una hora y quince minutos en coche de Boston y,
aunque mis amigas fueran también, podríamos haber pasado
tiempo todos juntos por allí. Volver a vernos y no solo hablar
por teléfono o encontrarnos en secreto. Debo admitir que
cuando empecé a salir con él no esperaba esto. Esta distancia.

[No pasa nada, lo dejamos


para otro momento:)]

[¡Te lo compensaré, lo prometo!


¿Quieres venir el miércoles
por la noche a mi casa?
Estaré libre en cuanto
haya entregado esta puta
mierda. Estaremos los dos
solos y, si quieres, puedes
quedarte a dormir…]

Alzo la vista del teléfono para mirar a mis padres un


momento y asegurarme de que no han notado el rubor que
colorea mis mejillas. Mi corazón va a mil por hora.

[¡Por mí, encantada!]

Guardo el teléfono, saboreando el cosquilleo en el


estómago, y me tomo el café en un solo trago.
—¡Me voy a dar una ducha!
Salgo del jardín y subo las escaleras rápidamente. Cualquier
otro día me habría quedado en pijama, con el cabello graso, y
me habría acurrucado en mi cama con un libro. Pero hoy al
mediodía no estamos solos. Aunque vivimos juntos y Nolan
está acostumbrado a verme con peores pintas, la idea de que
haga un comentario sobre mi atuendo de hoy me horroriza a
más no poder. Sobre todo porque ha pasado muchas noches en
casa de su novia y no nos vemos desde que me llevó al
apartamento, que fue cuando conocí oficialmente a Harriet.
Me habría encantado odiarla, encontrarle defectos o cualquier
otra cosa que justificase tenerle tirria. Pero es una chica
adorable, guapa, divertida e interesante, aparte de que
monopolizamos la conversación durante todo el trayecto. Si no
saliera con el tío que me gusta, podríamos haber sido amigas.
Me gusta… él.
Agito la cabeza y me desnudo rápido para meterme en el
agua caliente.
Salgo con Corey.
No debería pensar en esas cosas, en cómo hacer mío a un
tipo que ha estado en mi vida desde que puedo recordar.
Porque Nolan Jones no es mío, aunque a veces todo mi cuerpo
lo anhele. Él está con Harriet.
Además, salgo con Corey.
Y voy a pasar la noche con él este miércoles.
Mi cuerpo se acalora y mi cabeza hormiguea con gusto. De
repente, me siento más ligera. Es agradable dejar atrás el
torbellino de emociones que suelo sentir con Nolan…

***

—¡Joder!
Edgar balancea el mando de la consola sobre el colchón y
golpea el suelo con el puño. Estallo en carcajadas y Nolan
grita victorioso.
—¡No es mi culpa si eres un manco, Martin!
—¿Te pasas la vida jugando o qué? Cada vez eres mejor
que las anteriores.
—¿Perdón? —se burla Nolan—. ¿Has dicho que soy qué?
¡Mejor! Dios, me encanta oír esa palabra saliendo de tu boca.
¡Repítela!
—Cállate —gruñe mi hermano.
Yo me río, tirada en un viejo sillón de cuero agrietado,
entretenida por la disputa verbal que los chicos se traen entre
manos desde hace más de media hora. Nolan y su madre
llegaron al mediodía y, en cuanto engulleron su comida, los
chicos se fueron al sótano de la casa, donde habíamos
construido una guarida friki: una PlayStation, cientos de
videojuegos y dos mandos. Cuando éramos más pequeños, se
peleaban por jugar unos contra otros. El mejor pasaba a
enfrentarse a los otros dos, y Nolan no solía perder las
partidas.
—Scarlett, ¿quieres enfrentarte al mejor? ¡Prometo que seré
bueno contigo!
—Te lo tienes muy subidito, Nolan.
Se ríe y dice algo en voz baja, lo que le vale una colleja en
la nuca por parte de mi hermano. Gruño, viendo el doble
sentido. Tenerlo. Subidito. Ante todo, es un tío. No se le pasa
ni un posible juego de palabras. Un clásico.
—¿Qué equipo quieres?
—Montreal —respondo.
—¿Los Canadiens? Vas a lo seguro.
Edgar, con la derrota todavía impresa en su cara, se levanta
para darme el mando. Miro a la pantalla y Nolan está
seleccionando a nuestros equipos y el tipo de campeonato en
el que nos batiremos. Coge a los Boston Bruins, como cada
vez que jugamos al juego de la NHL en la PlayStation.
—¿Lista?
—Dale, cuando quieras.
Me echa una última mirada arrogante y le da a comenzar.
Me sumerjo en los primeros minutos. ¿Mi estrategia para
ganarle? No presumir de haber pasado once meses en un piso
compartido con frikis en Francia. Casi trescientos sesenta y
cinco días en los que lavar los platos era sinónimo de duelo y
NHL. Al principio perdía mucho, pero luego el entrenamiento
agudizó mis sentidos. Nolan no sabe nada de esto, aunque
tampoco tengo su nivel. Como dice mi hermano, este tío se ha
pasado la adolescencia mejorando en este juego y desafiando a
sus colegas. De todas formas, mala no soy, y pienso
demostrarle que yo también soy una rival fuerte. Y lo más
importante para enseñarle lo buena adversaria que soy es
marcar el primer tanto del partido.
—¡¿Qué ha sido eso?!
—¡No puede ser!
Mi hermano se levanta chillando y revolviendo el pelo
rizado de Nolan, que frunce tanto el ceño que se le deforma la
cara. Gruñe y me mira mal, pero yo me regodeo.
Montreal Canadiens 1 – Boston Bruins 0.
—¿En serio, Scar? Joder, ¿dónde has aprendido a jugar así?
Nolan se encorva sobre su mando, con la mirada puesta en
la televisión. Intenta evitar que gane la partida.
—Con práctica —digo melosa— y mucho talento.
Edgar se ríe y Nolan redobla sus esfuerzos, pulsando con
ira los botones de su mando hasta que me empata. Finalmente,
me gana por un punto. Se levanta de un salto, victorioso, y se
regodea por la sala.
—¡Sigo siendo el mejor! ¡Vamos! ¡En el último momento!
Me echa un vistazo rápido y, a diferencia de mi hermano,
permanezco impasible ante la derrota. Me he defendido bien y
estoy orgullosa de mí misma. Al fin y al cabo, cuando mis ojos
se encuentran con los del amigo de Edgar, un brillo muy
particular los atraviesa.
Parece impresionado.
Se me revuelve el estómago y desvío mi atención hacia la
nueva partida que están empezando los chicos. Aun así, en
realidad no importa. Impresionado o no, nunca va a cambiar la
idea que tiene de mí.

***

No es ni medianoche cuando salgo de mi habitación y


recorro el pasillo del apartamento. Es la primera vez desde el
inicio de la semana que salgo de noche. He conseguido dormir
más o menos bien, a pesar de despertarme varias veces. No he
vuelto a tumbarme en el sofá, pero esta noche el sueño me
evade. La tarde que pasé frente a la pantalla de la PlayStation,
la noche completa de sueño que tuve el sábado y haber pasado
apuntes al ordenador me han quitado las ganas de dormir. No
me apetece dar vueltas durante dos horas en la cama.
Cuando llego al salón, la televisión ya está encendida. Al
cerrar la puerta del pasillo, me percato de la silueta que hay en
el sofá. Me paro en seco, sorprendida de verle sentado ahí.
—Creo que me estás pegando el insomnio —bromea Nolan.
—¿Demasiado café?
Me siento donde la otra vez y cojo la manta de debajo de
los cojines para ponérmela sobre las piernas. Él agarra una
esquina y también se tapa.
—Ni idea. Simplemente no tenía sueño.
Se encoge de hombros y me da el mando.
—Te dejo elegir.
—Admite que no te atreves a poner tú la serie —me río.
Sonríe y me mira rápidamente.
—¡Ponla, que hoy la acabamos!
—Te mueres por saber lo que pasa.
—Solo quiero que follen un poco.
Le pego en el hombro y empieza a reírse a carcajadas.
—Al menos un beso entonces. ¡Pero que sea con lengua!
—Es una serie coreana.
—¡Los coreanos también tienen vida sexual! —exclama—.
Son cincuenta millones y las criaturas no caen del cielo.
Me río por su respuesta tanto divertida como exasperada.
—Es una serie. ¡Si quieres ver culos, pon algo de porno!
Los ojos se le salen de las órbitas, como si hubiera dicho un
taco, y le abofeteo en la mejilla con suavidad. Es solo para que
mire hacia otro lado, porque sentir sus ojos en mí tras
mencionar porno despierta una tensión bastante familiar entre
mis muslos.
—Vale —concede—. Sin lengua ni sexo, solo ñoñerías. Lo
he entendido. Me van a dar arcadas.
Me abstengo de hacer un chiste sobre otras cosas que dan
arcadas, consciente de que, si entro a su juego, probablemente
él esté más cómodo que yo. Pongo la serie y estiro las piernas
hasta que coge uno de mis pies y lo pone en sus muslos para
acariciar mis tobillos. Me tenso. No es la primera vez que me
toca de forma prolongada. Cuando estábamos en el instituto,
solía pasarme la mano por la espalda o por la nuca, me cogía
de la muñeca o me acariciaba la cabeza. Eran gestos sutiles,
amigables, fraternales. Protectores. Hemos crecido mucho
desde el instituto y, aunque todavía toca mi cuerpo, este tipo
de contacto es más especial para mí. Ahora ha puesto sus
dedos sobre mi piel desnuda, ligeramente fría, y como no lleva
más que un pantalón de chándal fino, si me muevo un solo
centímetro, mi pie podría deslizarse sobre su…
¡Joder! ¿No lleva ropa interior?
Nuestras miradas se encuentran y siento cómo la tensión se
instala entre nosotros. Ínfima pero palpable. Mueve su mano
por mi tobillo y me estremezco. No sé si se da cuenta del
efecto que sus gestos provocan en mí. Su pulgar acaricia mi
piel sensible y, al ver que su rostro se gira de nuevo hacia la
televisión, al fin regreso a la realidad.
No se ha dado cuenta de lo alterada que he estado.
12

Scarlett

—¡Dime que no estás ya en la carretera!


La voz asustada de Nolan resuena por los altavoces
Bluetooth del coche de Edgar. Ignoro el golpeteo que noto en
el pecho y mantengo la mirada fija en la dirección que
señalaba el GPS antes de que sonara mi teléfono.
—¡Efectivamente! ¿Por qué?
—Joder —le oigo farfullar al otro lado de la línea—. Me he
dejado el protector bucal. Lo saqué de la mochila el viernes
para limpiarlo, pero no lo volví a meter. Si juego un partido sin
él, me arriesgo a que los chicos de Durham me rompan los
dientes, y nadie tiene uno para prestarme, porque no estamos
en casa y no hemos traído de más.
Despotrica a una velocidad vertiginosa y me lo imagino
corriendo en círculos por el vestuario. Los chicos se fueron
antes que nosotros a Nuevo Hampshire con el bus del equipo
para entrenar antes del encuentro. La Universidad de Durham
les ha cedido parte de la pista una hora y media antes del
partido y, cuando miro el reloj digital del coche, veo que
corremos el riesgo de perdernos el saque inicial.
—¿Harriet no puede pasarse por el apartamento?
Mi voz se entrecorta imperceptiblemente al nombrar a su
novia y trato de ignorar la mirada que me echan mis amigas.
—No va a venir, tiene que entregar unas tareas mañana. Da
igual, jugaré sin él. Siento haberte molestado mientras
conduces, Scar. Tened cuidado, chicas.
Miro de reojo a mis amigas, que parecen entender la
pregunta que tengo guardada en la punta de la lengua. Cojo la
primera salida, demasiado rápido para su gusto, porque se
agarran a los apoyabrazos de debajo de las ventanas.
—¡Ya me ocupo yo, Nolan!
—¿En serio? ¡Joder, Scar, te quiero! Muchas gracias.
Cuelga la llamada y reaparece la pantalla del GPS. Mi
corazón, en cambio, acaba de dar un giro tan brusco que ha
acabado en mis calcetines.
«Scar, te quiero».
Ha sido espontáneo y natural, pero me ha jodido como una
patada en la boca del estómago. Mis dedos están tensos al
volante y conduzco bastante rápido, así que llegamos en
menos de diez minutos. Mientras las chicas esperan en el
coche, me bajo rápido y subo al apartamento. Entro en la
habitación de Nolan a toda prisa y me dirijo al sitio donde sé
que deja las cosas de deporte. Siempre las ha tenido en un sitio
concreto de su habitación, tanto en casa de sus padres como en
su antiguo piso. Encuentro sin problema las camisetas y
pantalones de repuesto; el protector se ha deslizado hasta el
lado del montón. Abro el recipiente, me aseguro de que tengo
el objeto correcto y me doy la vuelta. Regreso al coche con las
chicas, yo apenas con respiración. He dejado la llave en el
contacto antes de subir, así que arranco de inmediato.
—¿No vamos a hablar del tema? —sugiere Paige al pisar la
autopista.
El GPS indica que llegaremos a nuestro destino a las ocho y
cinco.
Es decir, tarde.
Piso con más fuerza el acelerador. Mis amigas se tensan.
—No hay nada que decir.
—A ver —añade Carol—, es verdad que él no te hace hacer
lo que quiere.
—Y que tú no le dejas hacer contigo lo que quiera —
continúa mi mejor amiga a mi derecha.
—Pero él no te ha dicho que te quiere como si tú fueras lo
más valioso.
—¿Se da cuenta al menos de que te hace sufrir?
—¡No puedes seguir así! ¡¿Cuándo vas a decirle que esta
situación no puede continuar, Scar?! —me pregunta
finalmente Carol—. Te tiene comiendo de su mano y estoy
segura de que Corey no va a durar más de un mes.
—No metas a Corey en esto. No tiene nada que ver.
Estoy pisando casi a fondo y adelanto a varios coches,
prestando atención a la hora de la pantalla de mi móvil. He
ganado tres minutos. A este paso, llegaremos un poco antes.
—¡Claro que sí! —exclama Paige—. Estás saliendo con
Corey. ¿Cuándo vas a darle la oportunidad que se merece?
—No digas eso. Sabes de sobra que le estoy…
—Alto ahí, no sigas —me corta—. Scarlett, sabes que te
adoro. Eres mi mejor amiga, pero creo que tienes que abrir los
ojos. Entre Nolan y tú no va a pasar nada. Que estuvieras
colada por él en el colegio era cuqui. ¿Que todavía estuvieras
loca por él en tu primer año de universidad? Venga, vale. Pero
lo de ahora es grave, chica. Y lo digo por ti, por tu vida. Te
estás cerrando a los demás.
—¡Si salgo con Corey!
—Porque te reté a hablar con un tío en esa fiesta. ¡Si no, no
lo habrías hecho nunca!
—¿Y tú qué sabes? —replico.
Paige suspira y apoya la cabeza en la mano, con la mirada
fija en los kilómetros que pasan.
—Me gusta Corey —retomo con calma—. Vale, sé que
Nolan ocupa un lugar importante en mi vida, pero no me estoy
cerrando. No me contáis nada nuevo cuando decís que es una
historia abocada al fracaso, pero por favor… solo quiero que
estéis de mi parte. Sin juzgar.
—Solo nos preocupamos.
Miro a Carol por el retrovisor.
—Lo sé.
—Lo siento —dice Paige—. No quería hacerte daño, es
solo que…
Se preocupan.
—Lo sé —respondo—. Solo necesito tiempo para
adaptarme. Os prometo que todo irá bien.
Tras unos minutos en un silencio pesado e incómodo,
acabamos relajándonos. Recorremos los kilómetros que nos
separan de nuestro destino y la tensión acumulada por el tema
de Nolan Jones desaparece, dando paso a una euforia
prepartido.

***

—Nos vemos en las gradas —les digo a mis amigas


mientras salgo del coche—. Los chicos nos han reservado los
asientos habituales.
Ellas asienten y nos separamos. He conducido bastante
rápido y, por eso, hemos llegado con siete minutos de margen.
Los jugadores deben estar en el hielo cinco minutos antes del
comienzo, así que empiezo a correr hacia lo que imagino que
es la entrada del vestuario. Un segurata se levanta al ver que
llego toda apresurada y me detiene.
—Vengo con los Boston Terriers y tengo que…
—¿Scarlett Martin?
—¡Sí! —exclamo con la respiración entrecortada.
Se aparta y, sin muchas ganas, me señala un pasillo con la
mano.
—Segunda a la izquierda.
Le doy las gracias y corro hacia el sitio que me ha indicado.
Llamo a la puerta antes de entrar precipitadamente. La
habitación parece estar vacía, pero cuando miro a mi alrededor
me doy cuenta de que hay una figura sentada con una camiseta
rojo brillante. Levanta la cabeza cuando me oye llegar y me
recibe con una amplia sonrisa.
—¡Has venido!
Me mantengo impasible.
—Toma.
Viene hacia mí y coge el recipiente que le tiendo con las
puntas de los dedos. De ahí, saca el protector.
—Me has salvado la vida. ¡Gracias!
La voz de un tipo en un micrófono hace rugir a la multitud
y yo me aparto para que Nolan pueda pasar y unirse a su
equipo. Con los pies encerrados en los patines, no parece
importarle lo más mínimo su agarre al suelo. Su metro ochenta
y cinco ha dado paso a un buen metro noventa y cinco, que
ahora se cierne sobre mí. Tiene unos hombros cuadrados,
ocultos bajo protecciones gruesas y rígidas.
—Espera —me dice mientras va a por su mochila.
Rebusca durante unos segundos y saca una pulsera de oro.
Sé lo que es, y también lo que está tratando de hacer. Es una
antigua tradición, una costumbre que él había tomado durante
los viajes. Sé que cuando no tiene más remedio, se limita a
guardar las joyas entre sus pertenencias, rezando para que
nadie venga a rebuscar en los vestuarios. Me pregunto si,
mientras estuve fuera, era Harriet la que tenía este privilegio.
Desliza la pulsera por mi mano, observándome en silencio
mientras cierro el puño, que roza ligeramente sus dedos. Retiro
la mano y la suya cae laxa contra su cuerpo, pero mi palma se
mantiene alrededor de la pulsera que lleva él. Desde que lo
conozco, siempre se la pone. La ha mandado a arreglar cada
año durante su adolescencia y ya se ha adaptado a su muñeca
de hombre adulto. Todavía puedo ver el oro bien pegado a su
piel mate, las venas de sus antebrazos y el tamaño de sus
manos. Siempre me ha parecido que esa pulsera le quedaba
muy sexi. Fue un regalo de su padre por su primer partido de
hockey cuando era pequeño; un amuleto del que solo se separa
para ir al hielo. Lo guarda con sus cosas cuando juega en casa,
pero se lo da a alguien si es fuera. Y ese alguien suelo ser yo.
Es algo entre nosotros que, inconscientemente, me ha
acercado a él.
Al momento, una repentina oleada de calor me golpea en
las entrañas. No sé si puede sentir los latidos en mi pecho, si
oye cómo mi respiración se vuelve más pesada, pero no se
mueve ni un ápice. Me mira a los ojos como si yo fuera…
preciosa.
—Bonita camiseta —dice mirándome de la cabeza a los
pies—. ¿Sabes que también tienes la mía y la de Léo?
—Tú tienes novia —respondo de forma un poco abrupta.
Se ríe, plenamente consciente de que cuando una chica
lleva la camiseta de un jugador, se la cataloga como fan u otro
rollo más romántico. A los tíos les encanta pensar que es algo
así como un veto, una cosa que impide no sé qué por parte del
sexo masculino. Yo la llevo porque apoyo a mi hermano, no
porque le pertenezca a alguien. Solo he llevado una vez la
camiseta de Nolan y todavía me quema en la piel. Me sentí
abrumada por un montón de emociones. Fue una estupidez y
fui una estúpida. No me la he vuelto a poner.
—Ella todavía no ha tenido ese honor.
Me guiña el ojo, pero no me da tiempo a decir nada antes
de que la puerta se estampe contra la pared y su entrenador
aparezca en el vestuario. La burbuja en la que estábamos
estalla. El hombre nos mira fijamente y yo me acobardo.
Nolan se posiciona frente a mí, como si hubiera entendido que
estoy incómoda o que su entrenador nos iba a saltar a la
yugular por estar ahí encerrados cuando el partido está a punto
de comenzar.
—Problemas con el material, entrenador —confiesa antes
de que diga nada.
—¿Así lo llamáis ahora?
Su voz es profunda y ronca. Me escudriña con una mirada
inquisitiva antes de tirarle a Nolan de la camiseta. Por suerte
para mí, ninguno de los dos es testigo del violento rubor que se
extiende por mis mejillas desde que el entrenador ha insinuado
que estábamos haciendo otras cosas en el vestuario.
—Idiota, te están esperando todos. ¿No has oído la señal?
Claro que no, estabas demasiado ocupado haciéndole ojitos a
una Martin. Siempre los Martin.
Me voy trotando detrás de ellos y me pongo la pulsera de
Nolan, que me queda un poco grande. Me río mientras lo veo
recibir un tirón de orejas por parte de su entrenador. El hombre
es como un armario ropero y no me cuesta imaginármelo en un
equipo de hockey con treinta años menos. He oído que jugó
varias temporadas con los Boston Bruins antes de lesionarse y
ponerse a entrenar. Es un regalo del cielo para la universidad
tener a un tipo así instruyendo a sus jugadores. Llegamos a la
pista rápidamente y Nolan se une al equipo sin mirar en mi
dirección. Rodeo el terreno de juego para encontrarme con las
chicas en nuestro sitio. El oro me hace cosquillas en la muñeca
y jugueteo con la pulsera, pensando en los dedos de Nolan
sobre los míos.
Maldito enamoramiento infantil que no se me pasa.
13

Nolan

Hundido en uno de los asientos traseros del autobús, miro


de reojo por el cristal. El Jeep de Edgar, que conduce Scarlett,
nos sigue. Puedo discernir que la que está a su lado es su
mejor amiga, Paige, y las veo charlar animadamente. Dejo de
mirarlas cuando la voz de mi novia, al teléfono, suena en mi
oído.
—¿Qué tal el partido? —me pregunta con voz alegre.
—Hemos perdido.
Mi voz ronca refleja la derrota y la oigo suspirar.
—Estoy segura de que lo habéis dado todo. Además, era un
partido amistoso; el campeonato aún no ha empezado.
—Lo sé.
Me dejo caer sobre el sillón de cuero, ignorando las
conversaciones que tienen lugar a mí alrededor. No se escucha
entusiasmo en el autobús. Sabemos que no hemos jugado
excepcionalmente bien y que los tíos de Durham se han
defendido de maravilla. Lo hemos hecho mal y el entrenador
no ha dudado en decírnoslo. En el bus suele haber música,
carcajadas y bromas infantiles, pero esta noche está bastante
tranquilo.
—¿Te quedas a dormir? Estoy bastante segura de que sabré
cómo animarte.
Su voz vibra con la insinuación y me dejo caer contra el
reposacabezas a mi espalda. Cierro los ojos para imaginarme
las mil y una formas de animarme con Harriet, pero me duele
todo. Me han dado una paliza en el hielo: estoy destrozado y
rabioso. No creo que hoy sea una gran compañía. Incluso
cuando se trata de sexo, un hombre puede pasar.
Contengo una carcajada y me paso una mano por la cara
con dejadez. Recuerdo con toda claridad la conversación que
tuve con Scarlett al respecto. En la cocina, con Edgar en el
rincón. Me gusta jugar con los nervios de la familia Martin y
debo decir que voy mejorando cada día.
—Mañana —le prometo—. No sé a qué hora llegaremos y
necesito descansar un poco.
—Vale, mi amor. Me alegra haber hablado contigo.
Sonrío mientras deslizo la mano sobre mi muslo. Me miro
la muñeca vacía y recuerdo que no fui a por mi pulsera al salir
del vestuario. Rara vez se me olvida, pero claramente la vuelta
de Scarlett me ha hecho retomar viejas costumbres. Me hizo
gracia ese momento de conexión cuando estaba a punto de
irse, después de darme el protector. Se dio la vuelta por un
descuido mío, pero ella no se quejó. En ese momento, me
volvió el recuerdo. Es como si nunca se hubiera ido y me
hubiese reencontrado con la cría a quien le confiaba mi bien
más preciado. La que siempre estaba en las gradas, la que se
hacía los viajes de carretera para seguirnos, la que nos apoyaba
a cualquier precio, la que guardaba nuestros objetos de valor
sin hacer preguntas. Al principio, además de la pulsera, le
dejábamos los teléfonos. Los chicos acabaron por abandonar
esa costumbre, pero yo no. Y ella jamás se quejó. Cuando se la
he dado hoy, he sentido que era lo correcto. Ha provocado una
ráfaga de calor en mi interior, porque ya hacía un año que no
se la daba a nadie más. Siempre ha sido una cosa nuestra y,
cuando ha entrado en el vestuario, lo he vivido como antes.
Me puso contento verla. Estaba feliz de tenerla ahí.
—A mí también, cariño —le respondo a Harriet tras un
breve silencio—. Te llamo cuando llegue.
En cuanto cuelgo, Milo se sienta a mi lado. Antes de
sonreírle, me giro y echo un vistazo rápido atrás para
asegurarme de que el Jeep sigue ahí.
—¿Qué quieres, Sullivan?
—Me daba penita verte tan solo en el rincón, así que he
venido a hacerte compañía.
Me río.
—No estaba solo.
—¿Te he molestado mientras veías porno?
—Gilipollas —le digo de broma, dándole en el hombro—.
Estaba al teléfono con Harri.
—Lo que yo decía, porno.
—Calla —le corto. Una sonrisa traviesa se extiende por su
cara—. Pues iba a dormir, pero como has venido ahora me
tienes que dar conversación.
—Sigue soñando, tío. Solo venía a confirmar que el jueves
por la noche tenemos plan. Gabi está libre, por si queréis venir
a cenar. He avisado a los chicos y les parece bien, y Ed se lo
va a decir a su hermana.
—Genial.
Cruzo los brazos, descanso la cabeza sobre el respaldo por
segunda vez y cierro los ojos. Volver de jugar fuera siempre es
así: el intenso esfuerzo físico, la preparación mental, el
balanceo del motor… Termino hecho polvo.
—La verdad es que se te ve muy genial —dice con sorna—.
¿Vas a dormir?
—Estoy cansado.
—Qué cabrón —resopla Milo.
Esbozo una sonrisa sin poder contener el entumecimiento
que se apodera de mis músculos. Ha sido un día largo.

***
Llegamos al cabo de casi una hora y nos encerramos en
nuestras habitaciones tras comer una pizza. Scarlett, en lugar
de entrar directamente, se quedó un rato con sus amigas. Me
doy cuenta de que ha vuelto cuando llama a la puerta de mi
cuarto y le abro. Todavía lleva la camiseta de su hermano.
Cuando me fijo en que solo me he puesto unos pantalones de
chándal, me bloqueo por un instante.
—¿Molesto?
—En absoluto —respondo con franqueza—. Acabo de
terminar de vaciar la mochila. Iba a ponerme hielo.
Señalo las bolsas de frío que he sacado del congelador.
—¿Todo bien?
Fija la mirada en mi vientre, donde se atisba una mancha
ligeramente morada cerca de mis costillas, ya que recibí un
golpe desafortunado en el partido. Después, levanta la mirada
hacia la mía.
—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti —responde
sonriente.
Parece mosqueada. Scarlett nunca se mosquea conmigo.
Frunzo el ceño durante un instante, pero su comportamiento
cambia de forma drástica y, despreocupada, se sienta en mi
cama.
Vale, no parece que esté mosqueada. Me equivoqué.
—Estoy acostumbrado —bromeo—. Creo que tu hermano
se ha llevado muchos más golpes.
—Lo he visto. Ya se ha acostado.
—Y yo no tardaré mucho —admito—. Estoy reventado.
—No me quedo mucho, entonces.
Mis labios forman una fina línea cuando ella se endereza de
inmediato. Me percato de que mi frase no ha salido para nada
como yo quería.
—No me molestas, Scarlett. Puedes quedarte todo lo que
quieras.
—Solo venía a darte la pulsera.
Bajo la mirada hacia sus dedos, de donde cuelga con cariño
mi pulsera de oro. Sonrío y me acerco a ella. Atrapo su mano
entre las mías y la recupero.
—Eres un cielo —le digo.
Le pongo una mano en la nuca y la acerco a mí. Mis labios
se posan instintivamente sobre su frente. Mi beso es dulce y
rápido; ella se aparta. Lejos de ser romántico, mi gesto es solo
fraternal. Sin embargo, un brillo extraño centellea en sus ojos
y me digo a mí mismo que igual debería dejar de hacer eso con
ella. Sé que no lo considera como un intento de ligar ni nada
sexual. Somos casi de la misma familia: hemos crecido juntos.
Pero ahora ella sale con un tío que no vería con buenos ojos
esta efusividad. Aunque me importa una mierda lo que él
piense, puede que ella se sienta incómoda si lo hago en
público. Antes no tenía ningún inconveniente con todo eso.
Éramos críos y me gustaba tocarla. Siempre fue platónico,
pero viendo cómo ha retrocedido, me da la impresión de que
no se lo esperaba. Ella baja la mirada al suelo y siento que
cambia la atmósfera de la habitación. Es algo imperceptible y
no lo puedo analizar, un poco como el otro día cuando le cogí
el pie y nuestras miradas se cruzaron. La toqué de forma
automática, por costumbre. Eso no le molesta.
Pero ella se fue un año, después de todo.
Y ha cambiado.
Mis ojos se deslizan por su cuerpo, poniendo
instintivamente mi atención en sus piernas desnudas. Desvío
mi mirada con brusquedad y me encuentro con su rostro. Me
observa. Un tono rosado colorea sus mejillas.
—Te dejo dormir.
Y, sin que yo diga nada, abandona el cuarto en silencio. Me
detengo por un segundo a su espalda, dejando que se vaya
trotando, con una cara de vergüenza.
Nota para mí mismo: hay que aumentar el contacto físico
con la Scarlett venida de Francia, porque parece que no le
gusta nada. Y debo admitir que hago todo lo posible por
tocarle las narices.
Echo unas risas y me tumbo en la cama, con la bolsa de frío
sobre mi vientre.
Soy un capullo.
14

Scarlett

Salgo de mi habitación con una mochila colgada del


hombro y casi choco con el pecho de Nolan. Retrocedo y le
pido disculpas.
—¿Adónde vas así?
Su voz ronca hace que mi cuerpo hormiguee. Me aparto aún
más, intentando alejarme de la nube de olores familiares que lo
envuelve. Su colonia, el detergente, el gel y el aroma
característico de Nolan. Esas fragancias cálidas, almizcladas,
especiadas.
Joder. Incluso su sudor huele bien.
Me muerdo el interior de la mejilla mientras me mira de la
cabeza a los pies. Él se queda observando la bolsa que
sostengo con firmeza pegada a mí.
—No duermo en casa hoy.
Frunce el ceño y se cruza de brazos. Se le abultan las venas,
y no puedo evitar fijarme en cómo estas se le marcan en los
antebrazos.
—¿Lo sabe tu hermano?
—¡Él puso la regla de no traer tíos al apartamento, o sea
que debería imaginárselo!
Rodeo a Nolan segura de mí misma, pero irritada al ver que
se comporta como si fuera mi padre. Nadie le comenta nada
cuando se pasa tres días durmiendo en casa de Harriet.
—Además, pensaba que ya lo habíamos hablado —digo
mientras entro en el salón—. Hago lo que quiero.
Sé que me sigue: oigo sus pasos en el parqué y su
respiración en la cercanía.
—No he dicho lo contrario.
Me giro para mirarle a la cara e instintivamente doy un paso
atrás. Mi nariz casi se choca con su torso por segunda vez y
trago saliva, alterada. Cuando le miro a los ojos, elevando el
mentón para estar a su altura, una sonrisa traviesa se extiende
por sus labios.
—¿Necesitas que te lleve?
Arrugo la frente.
¿Que mi crush me deje en casa del tío del que aún no estoy
enamorada? Gracias, pero no gracias.
—Corey me espera abajo.
Me agarra el brazo cuando me preparo para abrir la puerta
principal.
—¿Entonces vais en serio?
Bajo la mirada durante una fracción de segundo a los dedos
que están enroscados en mi muñeca y, al dirigir la vista a los
ojos de Nolan, juraría ver un destello de fastidio en ellos.
Me lo habré imaginado.
Intento librarme de su agarre. Estoy tan obsesionada con él
que cualquier cosa es suficiente para ilusionarme. Apenas me
ha rozado con la mano y ya estoy imaginando que me toca
porque no soporta la distancia entre nosotros… Como cuando
tenía doce años. En aquella época, bastaba con un gesto tierno
para tenerme fantaseando durante días: un abrazo, un beso…
Se me retuerce el estómago, recordando los momentos que
pasé anoche en su dormitorio. La sensación de sus labios
ásperos en mi frente. La calidez de su aliento en mi pelo. El
aroma embriagador del gel de ducha olor vainilla que compré
la semana pasada.
—Muy en serio —miento.
No parece notar la manera apresurada en la que lo digo.
En serio no es la expresión que yo habría utilizado para
describir mi relación con Corey.
Solo nos hemos visto dos veces: cuando nos conocimos y
cuando empezamos a salir. Un beso, cientos de mensajes y
algunos minutos de llamadas. Si vamos en serio o no, ya se
verá. Pero Nolan no tiene por qué saber que nuestra relación
aún es platónica.
—Me alegro por ti.
Me sonríe y pone una mano en mi hombro antes de
deslizarla por mi pelo. Lo revuelve, arruinando con un solo
gesto mis desesperados intentos de alisarlo al volver de las
clases. Y, como si ese momento no me hubiera puesto lo
suficientemente incómoda, Léo abre la puerta principal. Casi
choca conmigo, lo que me obliga a apartarme y poner una
distancia razonable entre Nolan y yo.
Es mi momento. No espero ni un segundo y salgo rápido
del apartamento.
—¡Adiós, pringados! —les grito desde el rellano.
Y bajo corriendo las escaleras.

***

—¡Toma, queda un poco si quieres!


Corey me pasa el envase de cartón y lo cojo con ganas,
mojando el pan para rebañar el pollo al limón que hemos
pedido.
—Supongo que quise meterme en la política por mi padre.
Quiero llegar a ser gobernador. Puede que sea poco realista y
un poco pretencioso por mi parte, pero es mi sueño desde niño.
—No es pretencioso —replico mientras me limpio las
comisuras de los labios—. Sabes lo que quieres y estoy segura
de que vas a conseguirlo.
—Mi padre va a ayudarme. Yo creo que, sin él, nunca
habría tenido acceso siquiera a este mundillo. Sería incluso
mejor si hubiera podido ir a una universidad más prestigiosa
que la de Boston, pero lo más importante son los contactos que
haces fuera.
Sigo comiendo, escuchando con atención lo que Corey me
cuenta sobre su futuro. Cuando termino, dejo el envase en la
mesa y me acomodo en el sofá.
—¿Tú no sabes qué vas a hacer cuando acabes?
Su pregunta hace que me tense.
—Tengo tiempo —digo con una carcajada un poco amarga.
Aunque el préstamo no se va a pagar solo…
—Vas a cumplir veintiún años, es el momento de saber qué
quieres hacer.
Miro fijamente a mi novio, antes de dirigir mi atención a la
mesa llena de restos de la comida vietnamita que acabamos de
comer. Me paso una mano por el pelo, jugueteando con mi
coleta, como hago cada vez que una conversación me
incomoda. Odio que la gente se permita hacer comentarios
sobre mi falta de proyectos profesionales. Como si los demás
supieran mejor que yo que a los veintiún años es el momento
de madurar y de encontrar algo estable.
—La clave es saber qué puertas te abren tus estudios. Hay
muchas ramas en el comercio internacional. Mi padre conoce a
directores importantes en empresas, si quieres le puedo decir
que te mencione aquí y allá.
—Vale.
Contengo las ganas de poner los ojos en blanco, harta de
oírle hablar de su padre desde hace más de diez minutos. Mi
padre esto, mi padre aquello No todos tienen la ventaja de
tener unos padres cuya red de contactos se extiende hasta
China.
—Si quieres, te puedo hacer una lista. Sé que el comercio
online no va demasiado mal.
—¿No querías que viéramos una peli? —le corto,
sonriendo.
No parece importarle demasiado mi repentino cambio de
tema, a lo que responde alegremente:
—Sí, claro. He descargado bastantes; no sé lo que te gusta.
Encantada con esta nueva conversación, le observo ponerse
en pie, colocar la mesa y encender el ordenador para
enseñarme lo que ha elegido.
—¿Qué te interesa?
—Lo que quieras —contesto—. Me gusta todo. La de
miedo parece guay.
—Lo bueno de este tipo de películas es que si estás
asustada te puedes refugiar en mi hombro.
Me guiña el ojo y yo suelto una risita, intentando contener
las ganas de decirle que no soy pequeña y frágil. Solía ver
pelis de miedo con los chicos cuando éramos más pequeños.
Hacíamos noches de cine en el sótano de casa, donde veíamos
películas alabadas por la crítica y las que más miedo daban.
Hace tiempo ya que dejamos atrás esa tradición. Hemos
crecido y empezado a hacer otras cosas. Además, la
PlayStation monopoliza una gran parte de los fines de semana
que vuelven a casa. Dicho esto, ahora que vivimos todos
juntos, podría volver a sugerirlo. Podría ser divertido. Además,
forzaría a Nolan a no dormir en casa de Harriet, pero la idea de
que diga que prefiere pasar tiempo con ella antes que con
nosotros me pone terriblemente celosa.
Una idea horrible, nada de películas de miedo en el
apartamento.
—¿Quieres que nos vayamos a mi habitación? Seguro que
estamos mejor que en el sofá.
Corey se levanta con el ordenador pegado a su torso y me
invita a seguirle. Cuando llegamos, echo un vistazo rápido,
admirando las pocas fotos que cuelgan sobre su escritorio y la
barbaridad de libros de política que tiene en sus estanterías.
Salgo rápido para ponerme el pijama en el baño y me uno a
él bajo el edredón. El corazón me retumba en el pecho y mi
respiración está ligeramente errática porque sé que no solo
vamos a ver una película. Y una parte de mí no espera más que
eso: acercarme a él. Cuando mis piernas se deslizan bajo las
sábanas, una sensación peculiar hace que mis músculos vibren.
La impaciencia. La excitación. Y también la aprensión; quiero
que todo esto salga bien. Pensar solo en él y en nadie más. El
duro cuerpo de Corey se acomoda a mi lado. Apoyado en sus
almohadas, me acerca a él y coloca el ordenador en su regazo.
No hace ni diez minutos que ha comenzado la película y uno
de sus brazos se escabulle hasta mis caderas. Me hormiguea la
piel y alzo la cabeza para mirarle.
—¿Te apetece? —susurra, acercando su rostro al mío.
Su respiración cálida se vuelve más errática a medida que
acerca sus labios a los míos y yo salvo los escasos centímetros
que nos separan. Su sabor no ha cambiado, ni la dulzura de sus
besos. Se pone de lado, agarrando mi muslo y tirando de él
sobre su cintura. El tejido de sus pantalones de chándal
acaricia mis piernas desnudas y sube los dedos hasta mi culo
para apretarlo. Siento al instante su prominente erección entre
mis piernas y un calor intenso se desata, haciendo pulsar mi
clítoris mientras él mueve sus caderas para frotarse contra mí.
Su lengua se adentra en mi boca y juguetea con la mía por un
momento. Todos mis sentidos se despiertan, aunque va
ganando la frustración. Me siento deseada, pero nada hace que
me reviente el pecho. Me da la impresión de que solo estoy
respondiendo a un deseo animal, sin saciar mi sed. Dejo que
me guíe, moviéndome un poco con tal de sentarme sobre él. Se
incorpora sin despegar nuestros labios, haciendo chocar mi
pecho contra su torso. Deslizo las caderas para intensificar el
contacto. Intento aumentar mi placer, intento tomar lo que
quiero, intento hacerme sentir más…, pero sin éxito.
Me pasa los dedos por debajo de la camiseta y la imagen
nítida de una mirada sombría me provoca pinchazos en el
estómago. Me tenso cuando Corey me coge de la cadera.
—¿Voy demasiado rápido?
Sacudo la cabeza, tomando su mano entre las mías para
animarle a continuar y así obligarme a borrar la fantasía que se
cuela dentro de mi mente.
—No pares.
Me muevo más, arropada por el ritmo que marcan los
movimientos de sus manos. Me froto con vehemencia sobre su
erección, beso su cuello, acaricio su espalda. Le saco la
camiseta por la cabeza. Su torso es delgado y musculoso, pero
está lejos de ser como el de un deportista.
Coloco las manos sobre sus pectorales, rescatando un
recuerdo del fondo de mi memoria. Un recuerdo de un cuerpo
cincelado en granito, curtido, sobre el que se me caía la baba
durante todo el instituto, que huele a sol y a vainilla.
—Te tengo ganas —digo con voz entrecortada—. Tómame.
Lo necesito. Necesito sentir las manos de un hombre en mi
cuerpo. Ser amada. Tomada. Deseada como nadie me ha
deseado nunca. Las pocas veces que me he acostado con
alguien, el deseo no ha sido suficiente para satisfacer mis
expectativas. Y, cuando Corey me gira para colocarse sobre mi
cuerpo, sé en el fondo que las cosas no serán diferentes esta
vez.
Sus besos son estimulantes y me toca con habilidad, pero
mi cuerpo no vibra tanto como cuando lo hago sola:
acariciándome con las puntas de mis dedos al ritmo de mis
deseos y de mis escenarios imaginarios. Mis sueños.
Al ritmo de mi única fantasía.
15

Scarlett

Entro a la cocina de Gabriel y Milo con varios platos en las


manos.
—¿Necesitas ayuda, bebé? —pregunta Milo.
—Solo hay que sacar el helado —responde Gabriel,
mientras pone nuestros cubiertos en el lavavajillas—. A menos
que a los chicos les apetezca otra cosa.
—Los chicos comerán lo que les ofrezcas —declaro con
seriedad.
Milo se ríe, cogiendo los recipientes del congelador para
unirse con sus colegas en el salón.
—Ahora entiendo por qué Nolan es tan tocapelotas contigo
—bromea Gabriel—. Parece que tienes bastante carácter.
—No sé cómo tomármelo.
Sonrío, consciente de que lo dice solo porque no me dejo
llevar por el grupito que grita en la habitación de al lado.
—Digamos que es una cualidad que he tenido que adquirir
mientras crecía con estos energúmenos.
Señalo con la cabeza hacia la puerta que da al salón.
Gabriel se ríe.
—¡Menos mal que soy hijo único!
Se apoya contra la encimera y me observa durante un
instante con una sonrisa traviesa en los labios. Hemos llegado
a su casa hace más de dos horas y ya he conocido oficialmente
al hombre que le dio un vuelco al corazón de Milo Sullivan.
Conozco a Milo desde mi primer año de universidad y
confieso que me sorprendió cuando descubrí que había salido
del armario. Aunque tengo la impresión de que solo le ha dado
la oportunidad a Gabriel, ya que lo último que supe es que
estaba más que satisfecho con las mujeres. Mi hermano me
dijo que era definitivamente bisexual, pero Milo intenta no
ponerse ninguna etiqueta. Y yo lo entiendo. No hay nada más
limitante para un hombre como él, cuya sexualidad fluctúa
según las personas que conoce, que encasillarse.
—¿Cómo va lo de compartir piso?
—Bastante bien.
—¿Y con Nolan?
Frunzo el ceño y echo un vistazo rápido a mi espalda para
asegurarme de que nadie entra. Apenas conozco a Gabriel, y
aunque hemos congeniado desde el principio y hablar con él es
fácil, el tema que saca me da mucha vergüenza.
—¿Nolan?
—No sé. Parece que te importa mucho.
—Salgo con alguien —no puedo evitar justificarme—.
Nolan es como…
—¿Un hermano?
Asiento en silencio, dando un paso atrás como si mi cuerpo
buscara escapar con urgencia de la mirada analítica de Gabriel.
—Deberíamos irnos con los demás.
—Scarlett —me retiene.
Rodea la encimera para colocarse frente a mí. Sus ojos se
clavan en los míos, pero su mirada no me dice nada
concluyente. Mi cuerpo se tensa y pongo la expresión más
impasible que puedo.
O al menos lo intento.
—Nolan es…
Busca las palabras durante un segundo y mira a su
alrededor antes de añadir:
—A Nolan le importas mucho, como a Léo. Pero no creo
que nunca llegue a sentir eso que tú sientes.
Mi corazón se para por un momento y mi estómago se
encoge, impidiéndome respirar correctamente. A mi máscara
de impasibilidad le aparecen fisuras; el comentario de Gabriel
me ha trastocado.
—No sé de qué me hablas.
Mi voz suena alterada y no creo haberle engañado: estoy
mucho más agitada por dentro de lo que estoy aparentando por
fuera.
—Siento decírtelo así. Si Milo estuviera aquí, me diría que
me metiera en mis asuntos y eso es lo que acabaría haciendo.
Pero me caes bien, aunque solo nos conozcamos desde esta
tarde.
No respondo, estoy demasiado conmocionada por lo que
está diciendo en voz alta. No soy capaz de contradecirle. Me
quedo allí plantada, escuchando lo que me susurra mientras
todos los chicos están en la otra habitación. Es la primera vez
en mi vida que alguien de fuera de mi círculo de amigos me
entiende. Y no sé cómo debo reaccionar porque nunca he
tenido que hacerlo.
—No sé cuándo comenzó tu… No sé ni cómo llamarlo.
Pero no diré nada, solo quería advertirte. Supongo que tú lo
conoces desde hace más tiempo que yo, así que ya sabrás por
qué te digo esto. Nolan… es Nolan.
—Ya…
Las palabras, apenas audibles, salen como un graznido del
fondo de mi garganta y Gabriel no necesita decir nada más
para que yo entienda lo que está tratando de hacer. Avisarme.
Nolan puede romperme el corazón porque solo me ve como
una compañera, como una hermanita intocable. No me tiene
ganas. No me mira como si fuese una chica que podría cumplir
sus criterios. Nolan liga, seduce y se acuesta con quien quiere.
Con todo el mundo, menos conmigo, porque soy la hermana
de Edgar y jamás me ha mirado con esos ojos.
—Lo siento, debería haberme callado. Soy un estúpido.
Sacudo la cabeza en silencio y termino por añadir con un
hilo de voz:
—¿Es tan evidente? Esto, yo…
Jugueteo con mi coleta y Gabriel suspira.
—Creo que puedo reconocer las miradas de amor no
correspondido. Estuve en tu lugar durante un tiempo. Si te
hace sentir mejor, Milo no parece haberse percatado de tus
sentimientos y Edgar… Bueno, si Edgar sospechara algo,
Nolan estaría a dos metros bajo tierra y tú estarías en un
convento. ¿Me equivoco?
Suelto una risa nerviosa y Gabriel se acerca a mí. Me pone
una mano en el hombro y tira de mí para abrazarme. Es su
forma de disculparse por sacar el tema y, aunque debería estar
enfadada con él por actuar como si lo supiera todo mejor que
los demás, sé que no quería hacerme daño.
Simplemente quería advertirme de algo que yo ya sabía,
pero que no acabo de asimilar. De aceptar.
Y eso que ya han pasado diez años.

***

Estoy tumbada en el sofá, con la cabeza apoyada en la


mano, viendo el programa de televisión que me tendría que
hacer dormir. Es más de la una de la madrugada. Volvimos
hace menos de dos horas y, tras pasar un rato en mi habitación,
yo ya sabía que no iba a conseguir conciliar el sueño. No
después de la conversación que he mantenido con Gabriel.
Lo ha entendido.
Se ha dado cuenta.
Nunca me había pasado.
Y suspiro, cogiendo el mando para seguir haciendo
zapping.
—¿Por qué te ensañas con el pobre mando?
Mi corazón palpita con fuerza y yo finjo ignorarlo.
Mientras él se sienta a mi lado, me mantengo atenta a las
cadenas que desfilan ante mis ojos.
—¿No tienes sueño?
—Acabo de terminar un trabajo —dice—. Te he oído salir
de tu cuarto y he decidido venir a verte cinco minutos.
—¿Entonces no vemos la serie?
Se ríe y coge la manta para ponérsela en los muslos como
de costumbre. Levanta el brazo y se masajea la nuca por un
momento. No puedo evitar fijarme en sus bíceps contraídos.
—Puedo hacer una excepción. Pero un solo episodio.
—Vaya un flojo —me burlo.
Me meto en Netflix, tratando de reprimir la intensa alegría
que recorre mis venas al saber que se queda conmigo esta
noche.
«No creo que nunca llegue a sentir eso que tú sientes»
Trago saliva y pongo Crash Landing on You con un nudo en
la garganta.
—Espero que follen por fin.
—Cállate —respondo sonriendo.
Le oigo reír y sus dedos se deslizan por mis costados en un
movimiento brusco y calculado. Pego un salto por la sensación
desagradable que provoca en mi piel.
—Para —le amenazo—. No me toques los costados.
Suelta una carcajada y vuelve a cruzar los brazos sobre el
pecho.
—Eres una cría.
Le pego en el brazo.
—Y tú un capullo.
Me da un golpe en la mano. Le fulmino con la mirada y él
se hincha a reír.
—Mocosa.
Esta vez me tiro a por su cuello. Tiene muchas cosquillas y,
por instinto, baja el mentón. Bloquea mis muñecas mientras
continúo forzando mi avance para fastidiarlo y finalmente me
empuja con violencia. Todo su cuerpo impacta contra el mío y
sus brazos se extienden, aprisionando mis muñecas por encima
de mi cabeza con tal de impedir cualquier tentativa que pueda
hacerlo rabiar. Mis piernas están separadas y siento de forma
demasiado precisa su sexo bajo sus pantalones.
No lleva calzoncillos.
Su rostro está a unos pocos centímetros del mío, con una
sonrisa orgullosa de quien se cree ganador.
—No eres rival para mí, pequeña.
Una de sus manos suelta el agarre y se incorpora con
suavidad. Tiene un brazo estirado junto a mi cabeza; el
segundo está ocupado sujetándome en esta posición. Todos
mis sentidos están en alerta. El clítoris me quema, me pican
los músculos y me cuesta respirar. Podría culpar al divino
cuerpo que me aplasta, pero sé que también se debe a la forma
en que me mira él. Por cómo está tumbado, me doy cuenta de
que, lejos de estar alterado, no tiene erección.
Es un duro golpe para mi ego y no sé si es él, su olor, el
calor de su cuerpo, las reacciones del mío o el descarado
rechazo que noto en su postura lo que me hace cometer una
estupidez. Pero levanto la cabeza y poso mi boca en la suya.
Él se tensa. Mi pecho explota.
Un deseo animal me atraviesa el abdomen y saboreo la
dulzura de sus labios. Nada va como estaba previsto. Me libera
las muñecas y su peso desaparece, provocando una sensación
de vacío glacial en mi piel.
Salgo de repente de mi sopor para encontrarme de cara con
mi error.
Mi jodidamente estúpido, magistral y enorme error.
Me incorporo enseguida, con el corazón a punto de estallar
en mi caja torácica con sus frenéticos latidos. Nolan está
escrutándome desde el otro lado del sofá, entre horrorizado y
muy confuso. No me atrevo a mirarle fijamente por miedo a
ver en su rostro una expresión de disgusto. Me pongo de pie.
—Perdón —me disculpo.
Tengo ganas de vomitar. Me muerdo el labio inferior en un
intento de contener la bilis, la vergüenza y todas las emociones
que hay en mi interior.
—¿Qué ha sido eso?
Le noto moverse y le echo un vistazo arriesgado. Está
inclinado con los brazos sobre las rodillas. No para de
mirarme, estupefacto, sin entender nada.
—Nada. Nada en absoluto. Olvídalo.
Joder.
Me siento terriblemente avergonzada por haber dejado que
suceda algo así. Ayer mismo me estaba acostando por primera
vez con mi novio. Me besaba con el chico con el que estoy
saliendo, al que le di una oportunidad, y esta noche lo he
arruinado todo. Por esto.
Un beso que anhelaba desde niña, con el cual he soñado
durante tantos años, y que no ha tenido el efecto esperado. Ni
en mis peores pesadillas la sensación de rechazo era tan real.
Devastadora.
Gabriel me lo advirtió.
Nolan se levanta del sofá y rodea la mesa de centro para
dirigirse hacia la puerta del pasillo. Parece desorientado, pero
se detiene antes de cruzarla. Se gira hacia mí.
—No sé qué te ha dado, pero voy a asumir que son las
cervezas que has bebido en casa de Milo.
—No dirás nada, ¿no?
Mi voz se quiebra cuando alzo la mirada para encontrarme
con sus ojos. Frunce el ceño mientras me examina. Me da la
impresión de que me está desnudando. Como si estuviera
comprendiendo que lo que ha ocurrido no es más que el
resultado de años de sentimientos no correspondidos y
frustración.
—A Edgar —aclaro—. ¿No le dirás nada?
—No diré nada porque no ha pasado nada.
Luego, tras mirarme por última vez, se va del salón y me
deja sola.
Lo he fastidiado todo.
16

Nolan

—No me esperéis, que tengo que ir a la biblioteca a


devolver un libro.
—¿A la qué? —repite Léo.
Oigo claramente la ironía en su pregunta y le hago una
peineta. Estalla en carcajadas junto con Edgar, que juguetea
con las llaves de su Jeep.
—Ni que fueras a tardar una hora —me dice—. ¡Podemos
esperarte!
—No seáis pesados. De todos modos, tengo mi coche.
Señalo mi Chevrolet con la cabeza, que está aparcado a
algunos metros de nosotros. Ed asiente en silencio, agarrando
la correa de su bolsa de hockey. Acabamos de salir del
entrenamiento y todavía no ha anochecido. Las temperaturas
están cambiando; el calor da paso a un fresco agradable y aún
podemos permitirnos el lujo de salir a la calle con el pelo
mojado sin miedo a resfriarnos. Me alboroto los mechones
húmedos en un tic nervioso y miro rápidamente las luces que
emanan de la biblioteca detrás de mí.
—Vale. Scar ya debe haber vuelto; le voy a preguntar si
tiene planes para esta noche. ¿Nos vemos en el piso?
Confirmo con un gesto de cabeza y dejo que los chicos se
vayan al Jeep de Edgar, ignorando la sensación que recorre mi
pecho al mencionar a Scarlett.
No la he vuelto a ver desde que me fui del salón el jueves
por la noche. Aunque el término «huir» se ajusta más a lo que
hice. Y todavía no tengo ni puta idea de qué fue lo que pasó en
ese sofá. Estábamos viendo su serie, yo la estaba fastidiando
como de costumbre, ella se reía, me estaba tocando las narices
y yo me defendí.
Pero me besó.
Todavía puedo sentir la presión de sus labios y los latidos
frenéticos del corazón en su pecho. Mi estupor. El pánico que
se extendió por mis venas en una fracción de segundo. La
tristeza que vi en sus ojos y que sentí hasta en lo más hondo de
mi ser. En ese preciso instante, pensé que la había perdido y
que nunca más se sentiría a gusto conmigo. Conozco a
Scarlett, y sé que cuando algo la molesta, la estresa o la
preocupa… se encierra en sí misma y huye. Un poco como
hice yo el jueves por la noche, pero diez veces peor.
Y ya ha empezado a comportarse así conmigo.
El viernes se las arregló para no cruzarse conmigo al salir
del baño y se fue a la universidad antes de que me ofreciera a
acercarla. Pensaba utilizar el tiempo del trayecto para hablar
con ella, entender qué había pasado y tranquilizarla. Me da
igual si tuvo un momento de debilidad.
Aunque sinceramente no entiendo cómo ha podido hacer
eso. Conmigo.
Pensé en ello toda la noche y me prometí que no haría nada
que la presionase o alejase, porque me asustaba pensar que se
arrepentía de aquello.
Lo pensaba de verdad cuando dije que la culpa era de las
cervezas que se había ventilado en casa de Milo y Gabi. No es
una chica que beba mucho, aunque imagino que en Francia se
tuvo que ir de fiesta. Basta con una variable inusual y el
alcohol nos hace perder la cabeza. Podrían haber influido
muchas cosas en su estado de ánimo: el estrés de los trabajos
de la universidad, en los cuales está inmersa, o la falta de
sueño, ya que la mayoría de las noches solo duerme cuatro o
cinco horas. Aun así, eso no importa ahora.
Quería decirle que no era tan grave y que por mi parte
estaba olvidado. Pero ella no me dejó tiempo para reponerme
de la sorpresa antes de desaparecer por completo. El viernes se
fue de la grada antes siquiera de que el partido terminase y se
excusó con su hermano diciendo que tenía que entregar unos
trabajos. Después, todos volvimos a nuestras casas el sábado
para pasar el fin de semana. Ella no salió de su habitación
hasta que Edgar estuvo listo para ponerse en marcha y
sospecho que le instó a salir del piso lo antes posible, porque
no eran ni las nueve de la mañana. Y Edgar suele estar de mal
humor.
En fin. Hoy es martes.
Hace cinco días desde que ha hecho esa montaña de un
grano de arena y ya me está tocando los cojones.
Entro en la biblioteca en silencio, rebuscando en mi bolsa
de hockey hasta dar con un libro un poco deslucido. Me dirijo
a la mesa de la recepción. De pie en medio de la sala de
lectura, observo distraídamente a las decenas de estudiantes
que tienen las cabezas enterradas en sus tareas mientras la
mujer que se encarga de las devoluciones se ocupa de mi libro.
—¿Tienes tu carné de estudiante?
Miro de reojo a la morena sentada en una silla con ruedas,
que me dedica la sonrisa más amable del planeta. Creo que
está en uno de mis grupos de trabajo y, vista la manera en la
que me observa, sabe perfectamente quién soy. Saco la cartera,
tratando de evitar detenerme en sus ojos de cervatillo, y
extiendo mi carné. No me doy cuenta de su presencia hasta
que levanto la cabeza. Está concentrada en la pantalla de su
ordenador con un grupo de chicas.
Se me encoge el corazón. No nos hemos cruzado desde el
sábado por la mañana. Es una experta en llegar a casa a horas
inoportunas. Creo que ayer durmió en casa de su novio.
Siente mi mirada fija en ella y sus ojos color avellana pasan
por mí un segundo antes de captar toda su atención. No me
cuesta notar la sorpresa en su rostro cuando me reconoce y una
cólera repentina se propaga por mis venas cuando ignora mi
sonrisa.
—¿Has acabado con el libro?
Me inclino hacia la bibliotecaria, que teclea la información
necesaria para validar la devolución con una lentitud
horrorosa. Se tensa ante mi impaciencia.
—Creo que tengo todo lo que necesito —suspira—. Puedes
irte.
No me lo tiene que decir dos veces. Rodeo su escritorio y
atravieso la biblioteca a paso firme, con la mirada fija en una
persona. Mi ira se intensifica cuando veo que está recogiendo
sus cosas. Cuando veo con qué velocidad va hacia la salida,
me doy cuenta de que está intentando huir de mí.
—Joder —gruño.
Paso junto a la mesa donde siguen sentadas sus compañeras
y alcanzo sin dificultad la puerta por la que Scarlett acaba de
salir. Me encuentro en un pasillo iluminado con luz artificial,
donde a lo lejos hay una silueta rubia que avanza a paso
rápido.
—¡Scar!
Se gira hacia mí, me ve y corre.
—¿Estás de coña? —le grito.
Me cruzo la mochila sobre el pecho, agarrando la correa
con el puño, y me lanzo en su persecución. Ella sale al
aparcamiento a toda velocidad, pero sus pasos se vuelven más
lentos y me apresuro a seguirla antes de que llegue a la
primera boca de metro. Mi brazo choca contra sus hombros y
le doy la vuelta con brusquedad. Nuestros dos cuerpos se
desafían; coloco mi mano en su nuca y me echo un poco hacia
atrás. La fulmino con la mirada. Está jadeando; su caja
torácica sube y baja con su respiración. Tiene las mejillas rojas
por el esfuerzo.
—Si quieres huir de mí, Scar, vas a tener que hacer deporte.
Me empuja con fuerza, pero yo la sujeto por los brazos
antes de que intente marcharse otra vez.
—Joder, ¿se puede saber a qué juegas, coño?
Mi voz no esconde en absoluto mi enfado. La miro
fijamente, irritado, y cuando mis ojos se posan en los suyos,
veo un extraño brillo fugaz en sus iris.
De tristeza.
—Te he estado evitando —admite con aplomo—. Pero no
me lo pones fácil.
Su voz es débil y entrecortada debido a la frenética carrera
de antes. Relajo mi agarre, estableciendo algunos centímetros
de distancia entre los dos. Los suficientes para no sentir el
calor de su cuerpo, pero no tantos como para que huya en
cuanto tenga la mínima oportunidad. Mis reflejos están en
alerta y, cuando recula un paso, avanzo por inercia.
—Al menos lo dices claro. ¿Hay una razón o es que huelo
mal?
Scarlett no reacciona.
Aunque sé perfectamente la razón por la que no quiere
verme, quiero que ella saque el tema sola. Que comprenda que
es una tontería comportarse así, cuando ambos sabemos que
no fue nada.
No la culpo, pero parece no darse cuenta.
—Sabes por qué lo hago.
—Eres tonta —resoplo.
—¿Has venido a insultarme o me puedo marchar?
Mi mano se aferra a su muñeca para retenerla, a pesar de
que no se ha movido ni un ápice.
—¿Por qué haces esto, Scar?
—Sabes el motivo —suspira—. Yo…
Se detiene y baja la mirada a sus pies, mientras tira para que
libere su brazo. Cruza ambos brazos contra su pecho, como si
buscase la manera de protegerse… de mí. Frunzo el ceño y la
observo.
—Me besaste —confirmo yo—. Y yo te dije que eso nunca
había pasado.
—Sí pasó, Nolan.
—Lo sé, pero no quiero que te comas la cabeza.
Se pasa una mano por el pelo, deslizando los dedos por un
mechón con el que juega nerviosa.
—Te voy a decir lo que pasó —comienzo, con seguridad—.
Bebiste, que fue una tontería. Me besaste, que fue otra
tontería. Y te culpas, que también es otra tontería.
—Buena conclusión esa de decirme que soy tonta —replica
—. Y yo que simplemente iba a disculparme.
—Pero no tienes que disculparte mil veces —me enfado—.
Joder, Scar, ¡que nos conocemos desde hace más de veinte
años! No me querrás hacer creer que quieres destruirlo todo
por esa tontería, ¿verdad? Eso no significó nada para mí. ¿Me
escuchas?
La cojo por los hombros y la miro a los ojos, bajando la
cabeza ligeramente para ponerme a su altura.
—Me importa una mierda lo que pasó. No te culpo y, si te
soy sincero, ni pienso en ello ya. ¿Vale? No quiero que te
culpes por algo que me es indiferente. Eres como mi hermana.
Ya lo sabes. No quiero perderte porque pienses que un pico va
a hacer que me comporte de forma diferente contigo. Te
prometí que no lo sabría nadie porque tú y yo nos vamos a
olvidar de ello. Vamos a ignorarlo y seguir siendo los mismos.
No quiero que te machaques por una cosa así. Me da igual. En
serio. ¿De acuerdo?
Me da la impresión de que sus ojos se llenan de lágrimas,
pero ella asiente en silencio y contiene los sollozos. La atraigo
hacia mí y pongo mis brazos alrededor de sus hombros para
colocarla contra mi pecho. Una nube de perfume se propaga
por el aire y aspiro durante un instante este olor familiar.
Pongo mi barbilla sobre su cabeza, sintiendo cómo su cuerpo
se relaja contra el mío. Ella se suena un poco y eso me hace
sonreír.
—Lloras de alegría, ¿no?
—Lo siento —balbucea—. Soy una idiota.
La mantengo contra mí, simplemente subiendo su cabeza y
colocando mis manos a los lados de su cara. Con los pulgares,
le limpio las lágrimas que le ruedan por las mejillas. La
observo: tiene la mirada baja y sonrío al verla hacer pucheros.
Y la beso en la frente con ternura.
—No te culpo, Scarlett. Te quiero demasiado para querer
perderte por una cosa como esa.
Vuelve a poner la cabeza contra mi torso, presionando su
frente contra mi sudadera. Deslizo mis brazos por sus hombros
mientras me río.
—Venga, gruñona, que te llevo a casa.
Ella da un paso atrás y yo abro la mochila para sacar las
llaves de mi todoterreno.
—Y sécate las lágrimas, que si no tu hermano me va a
matar.
—No estoy llorando.
Sus ojos, todavía húmedos, me observan con desdén y yo
me echo a reír.
—Claro que sí, señorita Martin.
Esboza una sonrisa y me sigue hasta el coche. Cuando se
coloca en el asiento del copiloto, me digo a mí mismo que
todo ha vuelto a su sitio.
Un desliz que nunca existió.
Una Scarlett que ha dejado de evitarme.
Y yo, aliviado de que nadie se haya percatado de este
desastre.
Cuando digo «nadie», me refiero más bien a Edgar, que me
habría castrado de saber que su hermana pequeña me había
besado en el sofá del apartamento.
Me he librado de la catástrofe por los pelos.
Eunuco a los veintidós.
17

Scarlett

—¿Cómo va?
—Está distante —admito.
Le doy un trago a mi Coca-Cola, echando un vistazo a mi
alrededor y fingiendo interesarme en las nuevas fotos que las
chicas han colgado en las paredes. Durante el primer año
teníamos las habitaciones en el mismo pasillo, pero cuando
Paige y yo volvimos de Francia, cogieron una habitación
compartida. Era más práctico estar las dos juntas que con una
compañera desconocida y, como yo me iba a vivir con los
chicos, seguro que nos íbamos a ver a menudo.
A fin de cuentas, es un buen sitio en el que refugiarme. Me
ha venido muy bien últimamente. La guarida de las chicas y la
casa de Corey, aunque cuanto más tiempo pasa, menos a gusto
me encuentro con él. Pero eso ya es otro tema.
—¡Pensé que Nolan tenía claro que no quería que las cosas
cambiaran entre vosotros! —exclama Carol—. No tiene
ningún sentido.
Suspiro, porque de mi conversación con Nolan, lo que más
se me ha quedado es lo de «pico de nada» y lo de «me es
indiferente». En fin, lo mejor para mi salud mental es que
olvide por completo de su torpe intento por hacer que vuelva a
estar bien con él. Si se creía que me estaba diciendo cosas que
yo quería oír, dijo exactamente lo que más temía.
—Claro que las cosas iban a cambiar —responde Paige—.
Lo besó. No podíamos esperar nada distinto. No sabe cómo
comportarse contigo ahora.
—Y yo no sé cómo actuar con él —confieso.
—¿Al menos os habláis?
—Un poco —le digo a Carol—. Sobre todo cuando están
los demás. Cuando no… es un poco raro.
Me paso una mano por el pelo y le doy otro trago a la lata.
—O sea, que da igual lo que te dijera, te está evitando de
todas formas. A lo mejor no se da cuenta y solo quiere que no
te imagines cosas si se acerca a ti.
Hago una mueca y apoyo la cabeza en la pared que hay a
mi espalda. Es justo lo que quería evitar: que Nolan supiera
que cualquier acercamiento implica darme esperanzas. Oír de
mis amigas lo que no para de darme vueltas en la cabeza desde
hace varios días me provoca un pinchazo en el pecho.
—Lo he jodido todo de verdad.
—No, todo se arreglará. Estás con Corey, y Nolan acabará
entendiendo que solo fue un error —intenta animarme Paige.
—Corey me saca un poco de quicio —confieso en tono
avergonzado—. Es…
Suspiro al ver la expresión decepcionada de sus rostros.
Tenían fe en ello como yo, pero saben cómo es. Se han dado
cuenta de cómo se comporta.
—Es un niño de papá. Y me tiene harta.
—Por desgracia, eso lo sabíamos desde que empezasteis a
salir. ¿Todo bien aparte de eso?
Me encojo de hombros como respuesta a la pregunta de
Carol. Dormí en su casa la mayor parte de la semana, evitando
el piso todo lo que podía. Ha sido complicado gestionar mis
insomnios, ya que no había un sofá decente en el que
refugiarme. He dormido poco, pero al menos estaba lejos de
Nolan. Además, a él le ha dado absolutamente igual. No hizo
comentario alguno sobre mis nuevos hábitos de sueño, ni
siquiera cuando me crucé con él en el pasillo, y estábamos
solos. Hasta hace unos días, me habría regañado como si fuera
mi hermano.
Pero ahora no es lo mismo, aunque me lo haya intentado
hacer creer.
—Sí, sí. Es amable y le tengo cariño.
—Pero no estás enamorada de él.
Levanto la mirada hacia Paige, sin responder. Creo que está
escrito en mi cara que no, que no siento nada de ese estilo por
Corey. Es muy pronto y somos demasiado diferentes. Sus
estudios, sus padres, su política; me agobia con eso.
Pero con él todo es fácil y, últimamente, eso era todo lo que
necesitaba.
—Scarlett, sabes que no tienes que forzarte, ¿verdad? Si
sientes que no te estás encariñando, sería mejor dejarlo ir, ¿no?
Quiero decir, a él se le ve loco por ti. Le gustas, se ve claro
como el agua. Y tú…
—Lo sé —respondo—. Estoy bien con él, pero me siento…
perdida.
—No te preocupes por todo esto —continúa Carol—. Eres
guapísima, puedes ligarte a cualquiera. Si necesitas un
descanso, deja a Corey. Si a pesar de todo estás bien con él,
dale una oportunidad. Eres dueña de tus decisiones.
Le sonrío, aliviada de saber que mis amigas no me juzgan,
pero también estoy incómoda. Digan lo que digan, me toca
tomar una decisión difícil. Porque no sé si irme o quedarme…

***

Llevo unos minutos tumbada en el sofá, hablando con


Corey. Cuando me pregunta cómo me ha ido el día con las
chicas, hay algo que encaja dentro de mí. Comprendo que,
aunque esté perdida, es bueno conmigo y no darle una
oportunidad de defenderse de la fantasía inalcanzable que
tengo con Nolan sería permitir que todos los otros tíos
fracasen al seducirme. Es ahora o nunca. O dejo que un tío
entre en mi vida de veras o firmo el final de mi vida amorosa.
O renuncio a todo y me mudo a la otra punta del planeta.
Pero, incluso allí, no sé si podría hacer desaparecer este
estúpido enamoramiento de la cabeza.
No funcionó en Francia.
Suspiro, volviendo los ojos hacia la pantalla de la
televisión. Es más de la una y sé a ciencia cierta —por mi
hermano— que nadie va a volver al piso esta noche. Han
planeado una fiesta con algunos chicos del equipo en casa de
Milo, y aunque algunos duermen allí, otros seguramente
terminarán la noche en una discoteca. Es decir, que puedo
pasar la noche donde quiera. Y por ahora, será en el sofá.
Tengo los pies bajo una manta de lana y los sofocos me hacen
levantarme de repente para abrir la ventana. Solo me he puesto
un pantalón corto y disfruto de las ventajas de no llevar
sujetador, dejando que mis pechos vivan la vida bajo mi vieja
camiseta de tirantes descolorida.
Pero, cuando me asomo a la ventana para tomar aire fresco,
se abre la puerta principal. Todo mi cuerpo se tensa y me doy
la vuelta como si tuviera un resorte. Mis ojos se encuentran
con dos esferas de color marrón oscuro, que no parecen
sorprendidas de verme aquí. Nos miramos un momento y
Nolan cierra la puerta sin decir nada. Lanza sus llaves al
cuenco de la entrada y recorre el salón de camino a su
habitación.
Joder, ¡¿qué coño hace aquí?!
Era mi noche.
Tengo las piernas temblorosas y mi estómago se revuelve
ante la idea de que haya vuelto temprano, así que me vuelvo a
sentar en el sofá. Doblando las rodillas contra el pecho, me
tapo con la manta. Miro fijamente la televisión, con la oreja
puesta en los ruidos que oigo en el piso, y rezo para que no
decida salir de su habitación. Aunque nos hayamos prometido
comportarnos como si no hubiera cambiado nada, encontrarme
de nuevo en este sofá con él donde ni dos semanas antes
cometía el error monumental de hablar con el corazón, me
hace entrar en pánico. Presiono los labios y una sensación muy
estimulante se desliza de mi boca hacia mi entrepierna. La
excitación me pilla desprevenida y cierro los ojos. Aprieto los
muslos, enumerando en mi cabeza todas las razones por las
que no debería sentirme así.
Un peso silencioso hace que se mueva el cojín que hay
junto a mí. Giro la cabeza hacia el cálido movimiento en mi
brazo desnudo y me encuentro con la única otra persona
presente en el piso. A quien habría querido evitar un poco más.
O para siempre.
Lleva unos pantalones de chándal y una camiseta beis.
Tiene los brazos apoyados en las piernas, con gesto
despreocupado. Gira su cara hacia mí, mirándome con
insistencia. No hemos intercambiado ni una palabra desde que
entró por la puerta y hasta un ciego habría visto que algo va
mal entre nosotros.
Todavía no entiendo cómo nos las arreglamos para
mirarles a la cara a mi hermano y a Léo.
Después de un largo segundo, suspira y se contenta con
coger el mando que hay en la mesa para poner el último
episodio de Crash Landing on You.
Es su manera de dar un paso al frente.
18

Nolan

Llevo más de quince minutos sentado en el sofá con


Scarlett. No se ha movido ni un ápice, manteniendo la manta
contra su pecho y la mirada fija en la televisión como si yo no
estuviera. Si no la conociera tan bien, juraría que no me ha
visto, a pesar del momento en el que se cruzaron nuestras
miradas. Pero ella me ha visto; está haciendo todo lo posible
por hacerme creer lo contrario. Fingiendo que mi presencia no
la incomoda.
Pero no es verdad.
Y confieso que me molesta.
Su cuerpo está tenso, la mandíbula le tiembla en cuanto la
miro de reojo y tiene las manos apretadas sobre la tela de la
manta. Hace una semana que hablamos en el aparcamiento del
campus y las cosas no han cambiado. Puede que en parte sea
culpa mía. No he intentado buscarla como antes en el pasillo
cuando me cruzaba con ella, en la cocina o en cualquier otra
habitación del piso que compartimos. Estaba harto de que
actuara así, evitándome tontamente. Hasta su hermano me ha
preguntado si algo iba mal con Scarlett.
Pues que me besó.
Mis ojos se van por instinto hacia sus labios y veo que los
presiona. Al momento, me doy la vuelta y continúo
observando la pantalla con aire distraído, intentando por
enésima vez esta semana reprimir los recuerdos de Scarlett
tumbada debajo de mí en este sofá, con su boca presionada
contra la mía. Me paso una mano cansada por la cara. Le
mentí a Edgar cuando le juré que su hermana solo estaba
siendo un poco tocapelotas y yo tenía mejores cosas que
intentar sacarle una sonrisa. Era casi verdad. He preferido
centrarme en Harriet, en las clases y en el hockey antes que ir
detrás de Scarlett. Sé que necesita tomar distancia por lo que
hizo, y diga lo que diga, no lo ha olvidado.
Pero me disgusta también que ella haya dejado crecer la
distancia entre nosotros.
A veces la sorprendo sonrojándose cuando se rozan
nuestros brazos, cuando estamos solos en una habitación o
cuando me ve de frente al salir del baño. Eso nunca antes
había pasado. Nunca. Ha bastado un solo momento de
descuido para que cambie su forma de ser conmigo.
Fue una estupidez, así que preferí no darle importancia.
Darle espacio, pensando como un estúpido que ella volvería
sola, como una persona madura. Pero ella ha creado aún más
distancia entre nosotros. No soy imbécil, sé que se ha pasado
la semana con su novio porque intentaba alejarse del
apartamento, y, por consiguiente, de mí.
También le ha molestado bastante a su hermano que huya a
casa de Corey a la primera de cambio. Léo simplemente la
apoya. Es Scar: la adora y es el único al que le cae bien su
novio.
A mí me ha hartado.
Suspiro y me cruzo de brazos mientras inclino la cabeza
sobre el respaldo del sofá. Durante un largo segundo, miro al
techo antes de tirar de la manta escocesa atrapada en las manos
de Scarlett. Ella no opone resistencia y la manta se desliza
hasta mi regazo con una facilidad desconcertante. Sonrío como
un idiota al pillarla mirándome durante una fracción de
segundo.
—Sigo aquí —le digo, entre risas.
—¡Gracias por la información, Einstein!
—¡Has vuelto!
Alzo los brazos en una pose victoriosa y obtengo algo
parecido a una risa. Me inclino un poco más hacia ella,
tratando de llamar su atención y, cuando nuestras miradas se
cruzan, sonríe.
—Te estás perdiendo el episodio.
—¡Me da igual! —exclamo—. Prefiero hablar contigo.
Me echa un vistazo rápido.
—¿Hablar de qué?
—No sé, Scarlett. De ti, de nosotros, de tu vida, de lo que
me he perdido en la semana que te has pasado evitándome.
—No te estaba evitando.
El tono que usa me confirma que le sorprende que haya
mencionado su comportamiento en los últimos días. Sacudo la
cabeza.
—Deja de comportarte como una cría.
—No, deja tú de comportarte como un crío —gruñe a la
defensiva—. Porque, si yo no me he acercado mucho a ti esta
semana, tú tampoco has estado muy por la labor.
Frunzo el ceño.
—Te dije que quería que todo fuera como de costumbre.
—Qué es esto, ¿nos estamos midiendo las pollas o cómo?
Estallo en carcajadas.
—Perderías, pequeñaja. Para competir en ese concurso, hay
que tener algo que te falta: una polla. Y créeme, ¡no eres rival!
Me tira el primer cojín que pilla.
Así es Scarlett cuando se pica.
—En primer lugar, ¿qué estás haciendo aquí? Pensaba que
teníais planeada una superfiesta en casa de Milo.
Me encojo de hombros y compruebo discretamente mi
teléfono.
La noche va a ser corta.
—Tengo una optativa mañana por la mañana. Léo no va y
los chicos se quedan en casa de Milo como planeamos. Yo he
preferido volver y dormir un poco.
—Y aquí estás —constata.
—Me apetecía pasar tiempo contigo. Qué pasa, ¿no puedo?
—Creía que el sexo era lo único que te mantenía despierto
—me recuerda.
—El sexo y tú, a la vista está.
Pone los ojos en blanco y se pasa la mano por el pelo,
recogido en un moño desordenado. Cuando deja caer los
brazos, me doy cuenta de cómo va vestida. No lleva más que
una camiseta de tirantes y mis años de desvestir chicas me han
enseñado una cosa: a fijarme cuando no llevan nada bajo la
parte de arriba. En cuanto a Scarlett, no es la experiencia la
que me guía, sino la indecente transparencia de su pijama.
Trago saliva y desvío la mirada bruscamente, obligándome a
centrarme en la televisión.
—¿Qué tal con tu novio? —pregunto con voz ronca.
Es imposible que note lo incómodo que estoy, pero yo lo
siento hasta en mis entrañas. Apoyo el tobillo en una de mis
rodillas, fingiendo estar relajado. Sin embargo, los pechos de
Scarlett me han provocado un calor muy particular en el bajo
vientre.
Sus tetas, ni más ni menos.
Y a mí las tetas me ponen a cien.
Pero, joder, ¡es Scarlett!
—¡Genial! —me confirma—. Todo va de maravilla con él.
Es un cielo.
Frunzo el ceño y la miro con cierto asombro ante tal apego.
No me parecía que hubiera un amor tan loco entre ellos y me
molesta que alabe tanto su relación. Se merece algo mejor que
ese tipejo.
—De verdad, este chico es un amor. Es muy amable
conmigo y todo lo que podría soñar.
—El hombre perfecto —digo con sorna, muy a mi pesar.
—Exacto. Espero que algún día encuentres a una persona
igual de respetuosa.
Me río del cumplido que le hace a su novio.
Burttonto.
Cuando lo vi por primera vez, me pareció que tenía cara de
imbécil. Sigo sin entender qué le ve.
—¿No estás exagerando, Scar? —me río.
Ella se tensa y me fulmina con la mirada. Me río aún más
fuerte. Dios, lo que había echado de menos tocarle las narices.
—¿Y qué tal tú con tu chica?
Cruza los brazos contra su pecho y me prohíbo a mí mismo
examinar el movimiento que ha tenido que provocar en sus
pechos.
Maldita sea, ¿cuándo empecé a pensar en las tetas de la
bebé Scar?
—¡Estupendamente! —exclamo en el mismo tono que ella
usó antes.
En mi fuero interno hay una multitud de emociones que se
encienden, cada una más desconcertante que la anterior.
Excitación, envidia, deseo, interés, negación, frustración,
rechazo.
—Me estás vacilando.
—Un poco.
Ella me hace una peineta debajo de la nariz y yo me río.
Tengo que ponerme las pilas.
—Folla bien —le informo—. Y me gusta mucho.
Me mira con cara de asco.
—Estará encantada de saber que te interesa más su culo que
su corazón. Gran visión de una mujer, Jones.
—¿Jones? —repito, haciendo una mueca—. ¿Te ha dado el
pavo o qué? Nunca me llamas así.
—Vete a la mierda.
Vuelvo a burlarme y, en lugar de mostrarme su dedo
corazón otra vez, se limita a ignorar mis carcajadas.
Está cogiendo confianza en sí misma. Me encanta.
Quizás demasiado.
—Estoy bien con Harriet —añado, más serio.
No sé a quién intento convencer en ese momento. Juraría
que la veo tensarse, pero entre mis intentos por no posar la
mirada por debajo de su cuello y mi necesidad de encontrar
más maneras de retomar la batalla dialéctica con ella, no le
presto suficiente atención a la forma en la que su cuerpo
parece haber reaccionado.
Vuelvo a tener a Scar, que es lo que cuenta.
19

Nolan

Harriet pega su cuerpo al mío y desliza sus dedos fríos por


debajo de mi camiseta negra mientras me susurra al oído. Me
dejo hacer, embriagado por la situación. La fiesta ha empezado
hace más de dos horas y me doy cuenta un poco tarde de que
hay el triple de gente que de costumbre. Es cada vez más
difícil circular por la cocina —que ya de por sí no es muy
grande— y el salón empieza a asemejarse a la pista de una
discoteca abarrotada un sábado noche. Es viernes de partido y
hemos obtenido una victoria aplastante contra los Providence
Friars. Toda la universidad se ha reunido para celebrarlo en
nuestro piso de ciento treinta metros cuadrados.
Es un inicio perfecto para el fin de semana.
Lo único que lo arruina es la desagradable sensación que
me revuelve las entrañas cada vez que veo a Scarlett sonreír al
cruzar nuestras miradas. Su risa, que a veces oigo estallar
cuando paso junto a su grupo de colegas; su perfume, que
invade mis sentidos cuando se mueve por mi lado para tomar
una bebida… Su culo, moldeado por el mono que lleva, y su
escote, por Dios, que se burla de mí cada vez que se inclina un
poco de más.
En fin. No sé cuánto tiempo llevo fijándome en tantos
detalles, pero cuando llega con su hermano a la cocina,
mientras Harriet me come el cuello en un intento de terminar
la velada en un dormitorio, me enfrento a un montón de cosas
que no sé definir.
Además, voy por el tercer cubata.
Ya basta de decir tonterías.
Joder, ¿ese mono le sentaba así de bien el año pasado?
Pego un trago de la cerveza que tengo en el vaso y aprieto
más la cadera de Harriet, ignorando la mirada de soslayo que
me dirige Scarlett.
—Nolan, ¿juegas?
Léo me llama desde la mesa en la esquina de la cocina. Mis
ojos se deslizan por la figura que está a su lado antes de
apartar la vista.
Mierda.
Hay algo que no va del todo bien.
—No sé ni para qué preguntas —bromeo.
Una buena dosis de tequila y mis colegas son lo que
necesito para que la fiesta sea perfecta.
Solo tengo que dejar de pensar en gilipolleces sobre tetas.
Aparto suavemente a Harriet, dejando que me coja de la
mano mientras doy los pocos pasos que nos separan del grupo.
—¿No vamos a ser demasiados? —pregunta una voz de
pito.
Observo discretamente a la mejor amiga de Scar, me paso
una mano rápidamente por el pelo y afianzo el agarre sobre mi
novia.
—¡Yo no juego! —exclama Harriet—. Sois siete.
—Seis, yo también paso.
—Venga, Carol —se queja Scarlett—. ¡Será divertido!
—Llevo el coche a la vuelta,
Oigo cómo Scarlett suspira y me la imagino haciendo
pucheros, como cada vez que algo le molesta. Paso un brazo
de forma posesiva por los hombros de mi novia y beso su
coronilla. Cuando levanto la vista hacia la mesa que empieza a
prepararse, veo unos ojos color avellana que me miran
fijamente.
—¿Vienes, Jones? ¿O vas a besuquearte con tu novia toda
la noche?
La voz rasposa de Scar casi me hace estremecer y, si las
sonoras carcajadas que nos rodean no hubieran dirigido mi
atención a otra parte, casi habría creído detectar celos.
Pero Scarlett no está celosa.
No, solo quiere provocarme.
Y su puta ropa también.
—Créeme, preferirías que no jugase, pequeña.
Scarlett hace un mohín y Harriet se tensa en mis brazos. Me
gruñe al oído:
—¿Tiene algún problema?
Niego con la cabeza y la aparto un poco para invitarla a
irse. Es el tipo de persona que tiene una reacción exagerada
cuando algo le desagrada, y encontrarme en medio de un
combate entre mi chica y Scar es de lejos la peor situación que
podría imaginar.
Porque en el fondo sé que elegiría rápido.
Scarlett siempre irá por delante de todo el mundo.
Entonces, como si quisiera demostrar algo, Harriet me
agarra de la nuca para besarme con fuerza. Cuando abandono
sus carnosos labios para centrarme en la mesa que tengo
delante, me encuentro con unos ojos furiosos.
Sonrío, orgulloso de mí mismo.
Te la has buscado, Scar.
Me siento enfrente de ella, dejando que Ed, Léo, Milo y
Paige se pongan en las demás sillas. La versión alcohólica del
juego de la oca está en el centro de la mesa. Vuelvo a centrar
mi atención en los dados que Léo tiene en las manos.
—¿Tequila para todos? —pregunta Edgar—. Scar, no tienes
por qué bebértelo todo.
—Va a bebérselo todo —respondo en su lugar—. Así
funciona el juego.
—Es mi hermana.
—Ya vale, que no soy un bebé. De todas maneras, os voy a
destrozar.
Se ríe con su amiga y le dirijo una mirada rápida, estirando
las comisuras de los labios mientras me obligo a no mirar más
abajo.
No, ya no es una niña, y no soy capaz de discernir desde
cuándo.
—Pues, ¡empecemos! —exclama Milo—. ¡Que gane el
mejor!

***

El objetivo del juego es llegar al final del recorrido


habiendo bebido la menor cantidad de chupitos. Mientras
observo cómo se amontonan los vasos en pequeños grupos
delante de cada persona que está sentada a la mesa, pienso que
todos hemos bebido una buena cantidad. Despertarse mañana
podría ser brutal. El rubor en las mejillas de Scarlett me dice
que está bastante borracha.
—Igual deberías dejar de beber, Martin Junior.
—Igual deberías preocuparte de ti mismo, número doce.
Toda la mesa se ríe y yo esbozo una sonrisa por su
comentario. Cuando utiliza el número impreso en mi camiseta
de hockey, quiere decir que está molesta o borracha.
—Guarda los colmillos, Scar —se ríe su hermano—.
¿Puedes seguir emborrachándote?
—¿Nos apostamos algo?
Escudriña a Edgar con la mirada y no puedo evitar fijarme
en los mechones que se le han pegado al cuello. Hace un calor
mortal en la cocina y la gente que ha abierto las ventanas para
fumar está exhalando nubes de nicotina por toda la sala.
Apesta a tabaco, alcohol y sudor. La combinación perfecta
para una noche de éxito. Y no parece que nadie se vaya a
quejar del ambiente.
—Venga, gruñona, tira los dados. ¡Acabemos con esto!
—Le toca a Paige.
Le da los dados a su mejor amiga, que tiene que ir contenta
a juzgar por los seis vasos vacíos que tiene delante, sobre todo
porque la fiesta empezó mucho antes de esta partida. Aparte de
eso, si no recuerdo mal, la he visto pasar varias veces por la
cocina para servirse una copa. Miro a mi alrededor y encuentro
fácilmente a la tercera chica de la pandilla, Carol, que está
charlando con un grupo de chicos, entre los cuales está
Burttonto. Mi mandíbula se tensa.
Nunca me ha gustado ese tipo.
Y me alegra mucho que Scar duerma en casa hoy, además
cumpliendo la regla número uno.
—Desafía a la persona a tu derecha o retrocede tres casillas.
Paige se inclina sobre el tablero y lo mira fijamente,
reflexionando durante un largo segundo.
—Lo siento, Scar, pero no creo que pueda con los dos
chupitos extra.
—¡Traidora!
Scarlett se pasa una mano por el pelo suelto y yo me reclino
un poco más en la silla. Meto las piernas debajo de la mesa y
contemplo su rostro divertido: las arrugas en las comisuras de
los ojos, su nariz que se curva cada vez que se estiran sus
labios, sus dientes perfectamente alineados, la elevación de sus
pómulos. Frunzo el ceño, ya que alguien viene a interrumpir
mi contemplación. Una mano grande se enrosca con cariño en
el cuello de mi compañera de piso.
El puñetero Burtton.
Se inclina, como si el hermano de su novia, Léo y yo no
estuviésemos sentados a la mesa. Apoya la barbilla en su
hombro, observa las fichas con atención y susurra palabras
incomprensibles al oído de Scarlett. Me cruzo de brazos,
reprimiendo la repentina oleada de fastidio que se mezcla con
un sentimiento extraño en mi estómago, y miro rápidamente a
Edgar.
Está callado, con una mano puesta en la mesa y otra
formando un puño. No le hace gracia, pero tampoco dice nada.
Le da a Scarlett la libertad de estar con quien ella quiera en la
fiesta, y el espacio y derecho de ir con un tío aunque le
moleste a él.
A mí también me molesta, y esta noche más de lo habitual,
por una razón que no alcanzo a comprender de nuevo.
Después, Burttonto se va tan rápido como llegó,
reincorporándose al grupo que forma en el otro extremo de la
cocina junto con las otras chicas.
—Scarlett —canturrea Paige, que me saca de mis
pensamientos y de mi examen minucioso—. Te bebes un
chupito por cada tío de la habitación al que te quieras tirar.
—¿Vas en serio?
—¡Qué gran idea esa de imaginarme a mi hermana con tíos
en la cama!
—No tiene por qué ser en la cama —bromea Scarlett.
Léo y Milo estallan en carcajadas y yo sofoco las mías al
ver el rubor en las mejillas de Edgar, que se abstiene de decir
nada más. Ignoro el cosquilleo en el estómago ante la mera
mención de Scarlett en una cama y observo el brillo desafiante
de sus ojos. Sé que es capaz de hacer mucho con tal de
cabrearle.
—Menuda mierda —digo—. Tu novio está aquí. No tiene
ningún misterio.
—¿Quieres beber en su lugar? —salta Paige. Echa un
vistazo rápido a su alrededor antes de continuar—. Pero es una
mierda, tu novia no está. No tiene ningún misterio.
Su comentario me hace reír y todos abuchean.
—Con Jones, no hay peligro de que beba solo un chupito.
¡Con o sin novia!
Milo y Léo chocan los cinco, tronchándose ante la
insinuación de mi compañero de piso, y yo pongo los ojos en
blanco. Mantengo una postura alejada, recostado desafiante en
mi silla con los brazos cruzados.
—¿Aceptas el reto, número doce? —me pregunta Scarlett
con insolencia.
Mis ojos se encuentran con los suyos. Rellena varios de los
vasos vacíos con el tequila que tiene en las manos y me pasa la
botella, mirándome fijamente. Sonrío, seguro de mí mismo. En
el fondo me estoy preguntando si va a beber tanto.
—¿Solo cinco? Floja.
Mi voz se vuelve burlona y ella me saca el dedo corazón.
—Vas a rodar bajo la mesa antes de beberte el tercero —se
burla.
—¡Qué pretenciosa, Scar!
Léo le revuelve el pelo y ella lo fulmina con la mirada. Me
río mientras relleno cinco vasos provisionales, consciente de
que, aunque ella se pusiera a tomar uno detrás de otro, no
estoy seguro de que yo tuviera tantas chicas para meter en el
contador. Miro en torno a la cocina, observando a las
estudiantes que están aquí. Digan lo que digan mis amigos, no
hay mucho donde elegir.
Un chupito por persona que quiero follarme…
Observo a las chicas con atención, preguntándome si
Scarlett estará haciendo lo mismo con los chicos, antes de
darme cuenta de que solo una chica se ajusta a mis criterios
esta noche.
Tiene una sonrisa traviesa,
unos pechos provocativos,
un culo insinuante
y comentarios molestos.
Mi polla se menea cuando mi mirada se encuentra con los
ojos color avellana de la chica que tengo enfrente.
Mierda. ¡¿Qué coño me pasa?!
Edgar está sentado a mi lado y me obligo a no verle de
reojo. Si escuchara uno solo de mis pensamientos, me daría
una patada en las pelotas tan fuerte que me las pondría de
corbata.
Me toca las narices.
—¿Listo, Jones?
Scarlett coge el primer chupito mientras me observa. Por un
instante, el pánico me obstruye la garganta. Debería irme de
aquí antes de que se me vaya de las manos, antes de que deje
que todo se vaya de madre. Pero no soy capaz, y no acabo de
entender por qué. Así que, en lugar de hacer lo más sensato,
me limito a coger uno de mis chupitos, me lo llevo a los labios
sin apartar mi atención de Scar y me lo bebo a palo seco a la
vez que ella.
El suyo va por su novio.
El mío, por ella.
Me observa en silencio antes de fruncir el ceño y mirar a su
alrededor. Con un aspecto lo más distante posible, digo con un
tono persuasivo:
—Puedes buscarla, pero mi novia no está en la sala. El
asunto tiene misterio después de todo, ¿no?
Sin contexto, se podría casi creer que estoy ligando. Casi.
Porque no tengo el derecho de ligar con Scarlett. No sería
normal, pero esta noche me la pela la normalidad.
—Le encantará saber que te gustaría tirarte a otra tía —
bromea Ed.
Me da una palmada en el hombro y esbozo una sonrisa
divertida.
Que Harriet lo supiese sería el menor de mis problemas, ya
que la presión que siento entre mis muslos está destinada a una
sola persona. La que no me ha quitado los ojos de encima
durante varios minutos y me está evaluando. La que no debería
desear para nada, pero esta noche acapara todos mis sentidos.
Si estuviera en plenas facultades mentales, tendría el valor
de salir de aquí, de ir con mi novia y dejar de jugar con
Scarlett —en todos los sentidos de la palabra— para no volver
a permitirme pensar en ello.
Fantasear con ella.
Pero estoy borracho y no tengo fuerza de voluntad.
El brillo de sus ojos es indescifrable, pero el movimiento de
sus labios contra sus dientes hace que se me ponga dura de
nuevo.
Estoy jodido de verdad.
Y, esta vez, sí me he pasado con el alcohol.
—¡Yo no he bebido por Corey! —exclama finalmente
Scarlett. Su novio está charlando con un grupo de
desconocidos a unos diez metros. Está claro que estamos
igualados en cuanto a misterio.
Entonces, sin previo aviso, se levanta de la silla con cara de
fastidio, empuja la mesa y sale de la cocina ante nuestras
miradas atónitas. Paige me observa un segundo y desaparece
detrás de ella.
—¿Acaba de admitir mi hermana que le gusta otro tío?
Léo se ríe.
—Eso parece.
Y este comentario solo le fastidia a mi amigo.
20

Scarlett

Ha. Bebido. Un. Chupito.


Y Harriet ni siquiera estaba allí.
Éramos doce chicas en la cocina. Once, porque parto del
hecho de que yo soy in-vi-si-ble para él. Y, como todavía
tengo la esperanza de que no se sienta sexualmente atraído por
mis amigas, eso nos deja con nueve tías con potencial follable
según el criterio de Nolan Jones. Y no tengo ni idea de lo que
le gusta en una chica. Rubia, morena, pelirroja. Había para
todos los gustos, y por lo poco que miró en la sala justo antes
de tomar su chupito de tequila, imagino que encontró algo que
le gustó al instante. En un principio, creí que Harriet acababa
de entrar en la sala, pero evidentemente no era el caso…
Una de estas nueve chicas es Alison Hash, una chavala con
la que todos los chicos querían acostarse en la universidad.
Nolan ya lo hizo, o al menos ese era el rumor que circuló en su
momento. No intenté averiguarlo; ya estaba desolada cuando
me enteré.
Me cruzo de brazos y me muerdo el labio mientras miro
fijamente el programa en la televisión. Son más de las tres de
la madrugada. La fiesta acabó hace una hora. Una parte del
apartamento se encontraba en un estado lamentable —la
cocina—, pero los chicos han limpiado un poco el salón antes
de irse a dormir.
¿Y yo? Soy incapaz de pegar ojo. La cabeza me da vueltas
y todavía tengo el sabor del tequila en la garganta, o tal vez sea
la sensación amarga de mi análisis anterior: a Nolan le gustan
chicas.
Pero nunca soy yo.
—¿Te tengo que meter las tetas bajo las narices o qué?
Bajo la barbilla hacia mis pechos y los agarro con un
gruñido, consciente de que la naturaleza me ha mimado
bastante bien en este sentido, aunque tampoco tenga los
pechos de Pamela Anderson. Para una vez que tengo algo
bueno, el chico de mis sueños ni siquiera lo nota.
—¿Hablas sola?
Doy un respingo cuando oigo la voz lánguida y sexi de mi
crush de toda la vida. Tiene los brazos cruzados en el pecho y
está apoyado en la puerta, como si llevase bastante tiempo
observándome. Paralizada por la mirada sombría que me
lanza, veo que sus ojos se deslizan hasta mis dedos antes de
apartarlos bruscamente.
Qué cojones estaba diciendo. Aunque se las pusiera en las
narices. No. Está. Interesado.
—¿Aún no duermes? —susurra.
—Me da vueltas la cabeza.
Se ríe y se acerca a mí, dejándose caer en el sofá. Tiene las
piernas abiertas y pone uno de sus brazos sobre el respaldo del
sofá mientras me indaga con su sonrisa traviesa.
Esa que hace que me lo quiera comer a bocados.
Frunzo el ceño, me aclaro la garganta y me muevo muy
ligeramente, evitando que el calor de su muslo me altere
demasiado.
—¿Te has cambiado de ropa?
—¿Mi conjunto de esta noche se parecía tanto a un pijama
que no eres capaz de notar la diferencia?
Suspira y se pasa una mano por el pelo. Mira hacia otro
lado. Le oigo farfullar algo incomprensible y después añade:
—Voy a tener una resaca de la hostia.
—¿Demasiado tequila? —me burlo.
Excepto que mi broma no me hace reír tanto, ya que me
devuelve al único momento de la noche que quiero olvidar: él
y su chupito de mierda.
—Creo que en ese asunto estamos al mismo nivel.
Me mira a los ojos y, por un segundo, me parece ver un
brillo intenso; una especie de calor que hace vibrar mi vientre
y que baja directo entre mis muslos.
—Ningún misterio —digo.
—Ninguno —comenta con voz grave.
Nos miramos fijamente durante un momento, sin que él ni
yo añadamos nada, y siento que el aire está cargado de algo
indescriptible. Una electricidad, una tensión palpable, casi
sexual. Mi respiración se vuelve pesada y mi atención se
desvía hacia sus labios. No se mueve; su brazo sigue apoyado
en el respaldo. Me analiza y, al sentir su muslo acercarse al
mío, me pongo de pie. No es el momento de hacer una
estupidez, de creer que mis sueños son reales y actuar por
capricho. Me muero de ganas de tirarme sobre él, de arrancarle
la camiseta, de hundir mis dedos bajo la fina tela de sus
pantalones de chándal, de dibujar círculos en su miembro y de
adivinar las curvas de su sexo. Estoy febril, consciente de que
mis pensamientos me están haciendo perder la cabeza. Sé
cómo acabó todo la última vez que me dejé llevar por mi
deseo: estuvimos semanas sin hablarnos. Y, ahora que
acabamos de volver a nuestra complicidad, a estar cómodos,
estoy a nada de mandarlo todo al garete.
Son las tres de la madrugada. Mi cabeza está llena de
tequila y su olor almizclado me excita cada vez un poco más.
Cojo el mando de la mesa —por no coger otra cosa— y me
vuelvo a sentar en el sofá, intentando mantener una distancia
razonable con su cuerpo, que me despierta unos deseos muy
indecentes. Su presencia me aturde. Me tiro de la parte
superior del pijama para airear mi pecho un poco. Me muero
de calor y aún puedo sentir el cosquilleo de su mirada en mi
mejilla y en mi nuca. Por eso, mi cuerpo arde todavía más.
—¿Por quién iba tu chupito?
Su voz es grave y profunda. Un escalofrío me atraviesa la
espalda. Mis dedos se tensan sobre el mando. Me giro
ligeramente en su dirección, fingiendo que su pregunta no me
altera.
—¿Desde cuándo es asunto tuyo?
—¿No me lo quieres decir?
Avanza lento y desliza su brazo hasta que su hombro está
casi a la altura del mío. Su pierna se choca con mi rodilla y su
aliento cálido acaricia mi rostro. Su sonrisa traviesa provoca
una ráfaga de calor en mi vientre, presionando más la zona tan
sensible de debajo. Le desafío con la mirada y él ladea la
cabeza.
—Estoy seguro de que has mentido —susurra—. Has
bebido por tu novio y has querido hacerte la rebelde con esa
historia de otro tío.
Un olor a menta fresca mezclado con el aroma del alcohol
me hace cosquillas en la nariz. Me muerdo el labio y sus ojos
se fijan en el movimiento que hago con los dientes.
—¿Celoso? —suelto con calma.
Su sonrisa se ensancha y él desplaza su cara para mirar un
punto invisible sobre la televisión. Sus mejillas se hunden a
medida que se toquetea la boca con sus dientes perfectos.
Devuelve su atención a mí; parece divertirse con la situación.
Sus ojos están más oscuros que de costumbre, más vidriosos,
provocativos.
—Intrigado.
—Y sobre todo un poco borracho.
Se ríe y se inclina. Retrocedo y me doy cuenta de que estoy
prácticamente atrapada entre él y el brazo del sofá.
Joder.
No hay margen de maniobra y, si continúa con su pequeño
juego, seguro que aprecia (y para mal) la reacción que estoy
tratando de reprimir. Mis ojos miran su boca y contengo un
largo suspiro.
—Estoy en plena forma.
—Una pena que tu novia no esté aquí, entonces.
Frunce el ceño y chasca la lengua contra el paladar.
—Eso es un golpe bajo, Scar.
—¿Sabe que querías tirarte a otra chica esta noche?
La pregunta me sale sola y no puedo evitar pensar en
Alison Hash. Me hierve la sangre al ver la reacción que mi
comentario provoca en él. Está irritado y su mirada se vuelve
más intensa.
—¿Celosa?
—Antes muerta.
Se ríe a carcajadas y su risa hace vibrar mi pecho.
—¡Estás muy segura de ti misma, pequeña!
—Eres muy pretencioso, Jones.
La mano que había colocado en el respaldo se coloca en mi
nuca y siento que sus dedos se deslizan a través de mi pelo
para presionar mi piel. Acerca nuestros rostros y se me corta la
respiración. Su boca apenas está a unos centímetros de la mía.
Su mirada me quema mientras me examina.
—Me estás buscando las cosquillas demasiado esta noche,
Scarlett.
Su voz me hace estremecer y no tengo tiempo de apartarlo
antes de que sus labios se estrellen contra los míos. Aunque al
principio estoy sorprendida por lo que está haciendo, mi
cuerpo se relaja rápidamente. Su lengua se adentra en mi boca,
acariciando la mía con ardor, y pierdo la cabeza por completo.
Su beso, salvaje y ardiente, provoca fuegos artificiales entre
mis piernas. Le planto las dos manos en el pecho, intentando
aferrarme a algo lo mejor que puedo. Su brazo me rodea la
cintura para acercarme a él. Me agarra de los muslos y me
coloca encima. Mis shorts entran en contacto directo con su
chándal.
Está duro.
El grueso y caliente bulto late contra mi clítoris. Se traga mi
gemido, mordiéndome el labio para silenciarme, y coloca sus
dedos sobre mi culo, presionando nuestros sexos el uno contra
el otro un poco más. No sé qué ha provocado este momento,
qué pasa por su cabeza en este instante ni si realmente está en
su sano juicio, pero no tengo tiempo de pensar en nada
coherente porque un sonido ronco y fuerte escapa de su
garganta.
Es un sonido gutural y sexi a más no poder, que hace que
mi cuerpo reaccione de golpe. Entierro mis dedos entre sus
cabellos y le revuelvo el pelo antes de bajar más. Acaricio su
torso, oculto tras la tela de su camiseta (demasiado grueso para
mi gusto). Quiero quitársela para tocar sus músculos, saborear
su piel, sentir su aliento entre mis piernas. Dejo que sus
dientes mordisqueen mi barbilla antes de alojarse en mi cuello
y pongo la mano en su cabeza para animarle a continuar su
lenta tortura. Me mordisquea, me lame, me besa y yo me
muevo encima de él. Lascivamente, sin complejos, buscando
más y más contacto entre nuestros sexos cubiertos. Quiero
gemir, oírle disfrutar, ver cómo se corre. Así que continúo,
sintiendo la reacción de su miembro bajo mi cuerpo y el
gruñido que deja escapar contra mi oído para avivar mi fuego.
Entonces, justo cuando está a punto de pasar sus manos por
debajo de la camiseta de mi pijama, se oye un ruido en el
pasillo y salto fuera del sofá. Empujo con todas mis fuerzas el
duro cuerpo de Nolan contra el respaldo y me doy cuenta de lo
que acabamos de hacer.
No estamos solos. Mi hermano está dormido a escasos
metros de nosotros. Su mejor amigo. Nolan está borracho y ni
de lejos en plenas facultades; mañana se comportará como si
nada hubiese pasado. Como si lo que acaba de hacer fuese
insignificante, un calentón porque estaba intoxicado por el
exceso de alcohol y la provocación. Solo quería demostrar que
era capaz de usar sus encantos conmigo.
Y claro que puede. Chasca los dedos y soy suya en cuerpo y
alma. Pero para él, no es más que un juego. Un impulso, un
deseo, porque esta noche duerme solo y obviamente quiere
echar un polvo.
Lo miro fijamente, desconcertada. Tiene el pelo revuelto,
las piernas abiertas y el bulto entre los muslos es un claro
indicio del estado en que se encuentra. En el que nos
encontramos. Su respiración es tan desastrosa como la mía, y
me observa entre sorprendido, irritado y frustrado.
Un fugaz destello de arrepentimiento en sus ojos hace que
se me encoja el corazón en el pecho.
Pero esta vez no fui yo la que inició el beso. Así que
recupero la poca dignidad que me queda antes de que diga
nada y cruzo el pasillo a toda prisa.
Mañana no se acordará de esto y yo estaré hecha polvo.
¿Qué mosca le ha picado?
21

Scarlett

—¡¿Que habéis hecho qué?!


Intento callar a Carol con un gesto de la mano y miro a mi
alrededor para asegurarme de que no ha atraído la atención de
los estudiantes de la cafetería a la que hemos venido.
—Nos hemos liado.
—Espera, espera —me interrumpe Paige—. Liado en plan,
¿la boca de Nolan Jones sobre la tuya?
—Y, en plan, mi cuerpo sobre el suyo.
Esta vez se quedan boquiabiertas. Me miran con asombro,
tratando de procesar lo que acabo de decir.
—¿Os habéis acostado?
—¡No! —exclamo—. Solo nos hemos… liado. Fue
ardiente, tórrido, muy… Nolan.
Escondo la cara entre mis brazos y suspiro durante un largo
momento. Oigo las risitas de mis mejores amigas.
—¿Y cómo reaccionó esta vez?
—Empezó él —confieso.
Paige pone los ojos en blanco, chasqueando la lengua
contra el paladar en señal de desaprobación, y mira a su
alrededor.
—Este tío es un capullo —suelta—. Le adoro, pero quiere
todo y nada al mismo tiempo.
—Imagino que no habéis vuelto a hablar de ello, ¿verdad?
—No. Me piré cuando oí un ruido en el pasillo y lo dejé
plantado en el sofá. No me dijo nada, ni tampoco me retuvo.
No nos hemos visto desde entonces.
—Como de costumbre —dice Carol—. Y conociéndoos,
vais a hacer como si no hubiera pasado nada hasta que se
arruine vuestra amistad.
—Ya no sé ni lo que hay entre nosotros.
Nuestra amistad no para de cambiar; a veces igual que
antes, a veces fría y tensa. Después de lo que yo llamo el
«falso primer beso», todo fue una mierda. La distancia y la
indiferencia; no sabíamos qué hacer, pero lo retomamos bien.
Las bromas, los piques, la rutina del sofá. Hasta que se nos fue
de las manos. Más fuerte, más rápido, más intenso. Recuerdo
el brillo de sus ojos, el calor de sus manos, la redondez de su
boca, el poderío en sus gestos.
Cierro los ojos y suspiro. Nada será como antes. No
después de eso.
—¿Y qué vas a hacer con Corey?
Alzo la mirada hacia Paige, siendo plenamente consciente
en ese momento de la pregunta que evito responder a toda
costa.
—No lo sé…
Bueno, sí que lo sé. Hace tiempo que lo sé, pero decirlo en
voz alta es como reconocer que estoy a punto de fracasar en el
amor otra vez.
Y siempre por la misma razón.
Que no son él.
—Creo que voy a dejarle.
Mis amigas no dicen nada, como si hubieran averiguado
antes que yo que era inevitable.
—Habría sido capaz de acostarme con Nolan en ese sofá.
¿Me convierte eso en una guarra? Si es que no debería ni
mirarle a Corey a los ojos. ¡Soy horrible!
Me paso la mano por los párpados y jugueteo con mi pelo,
nerviosa.
—Oye —dice Paige—. No te machaques. Tienes
sentimientos, eres humana y eso no se controla. Este tío se te
metió bajo la piel hace años. Sabías que compartir piso iba a
ser complicado, pero lo has intentado. Le diste una
oportunidad a un chico y no ha funcionado. No es grave, esas
cosas pasan. Y lo que Corey no sepa, no puede hacerle daño.
—¿Crees que no debería decírselo?
—¿Por qué ibas a hacerlo? Paige tiene razón. Si decides
romper con él, ya va a ser bastante complicado; no hace falta
meter a Nolan en la ecuación. Corey merece encontrar una
chica, pero si no eres tú, que así sea. Sois jóvenes, no sirve
para nada obligarse cuando en verdad tienes toda la vida por
delante.
—No sabría ni por dónde empezar —me quejo—. Va a
odiarme.
—Es una ruptura, Scarlett, claro que va a culparte. Lo más
importante es que te protejas y te cuides.
—Y que hables con Nolan —me insta Carol—. Porque lo
que está haciendo no es justo y debería saberlo. Tiene que
saberlo, por tus sentimientos.
—¡No! Eso lo jodería todo.
—Scarlett, ¡ya lo habéis jodido todo!
Suspiro.
—Va a rechazarme.
—¡Va a comportarse como un adulto! —exclama Paige—.
Va a parar de herirte inútilmente solo por actuar por impulsos
cuando está borracho.
Acerco el vaso de cartón a mis labios y hago una mueca
cuando el té helado roza mi lengua. Mi estómago está revuelto
y me asfixia un enorme nudo en la garganta. Nunca antes ha
dejado que un impulso dictase su comportamiento, ni cuando
estaba borracho.
¿Por qué ahora?
—He conocido a un chico —confiesa Carol tras unos
instantes.
No me molesta este repentino cambio de conversación y
aprovecho la oportunidad para decir:
—¡¿Qué?! ¿Quién?
—¿Cómo es? ¡Enséñanoslo!
Carol se ríe y las dos nos lanzamos a su teléfono para
averiguar todo lo posible.
—Se llama Mitch y estudia Medicina en la Universidad
Tufts. Es dos años mayor que yo y llevamos hablando casi una
semana.
—¿Una semana? ¡Y no nos lo has dicho hasta ahora!
Se sonroja, se muerde el labio inferior y luego sonríe,
avergonzada.
—No sabía si iba a alguna parte, pero quiere que nos
veamos.
—¿Estás nerviosa? —pregunto.
—Mucho.
Nos echamos a reír. No es la primera vez que Carol conoce
a un chico a través de una app y, aunque siempre se las arregla
para verse en un lugar público, recela de la situación.
—Quedemos el sábado después del partido. ¡Invítale!
—¿A la fiesta?
—¿Y por qué no? —pregunta Paige—. Estaremos allí. Si es
un pesado, molesto o simplemente no es tu tipo, tendrás una
excusa para dejarlo tirado.
Carol se lo piensa un momento antes de coger su móvil y
teclear. Recibe un mensaje de texto y el chico acepta: lo
conoceremos el sábado por la noche.
Esto me mantendrá ocupada un tiempo. Así no tengo que
pensar en todo lo que me está comiendo la cabeza en este
momento.

***

—¿Lo dices en serio?


Corey se cuela en el apartamento antes de que me dé
tiempo a cerrar la puerta. Me giro con las llaves en la mano y
le observo, abatida. Molesto, él revuelve su pelo
impecablemente peinado.
—Creo que tengo derecho a que me des explicaciones, ¿no?
—Ya te he dicho lo más importante.
—¿Y eso es todo lo que me merezco? «No eres tú, soy yo.
Me cuesta comprometerme, me gustaría romper».
Me cita con desdén, imitando un gesto de tristeza mientras
todos los rasgos de su rostro se tensan de ira. He intentado
planificarlo bien cuando me estaba acompañando a casa.
Estuve tentada de hacerle pasar, de proponerle que nos
sentáramos en el sofá y hablásemos tranquilamente, pero he
recordado que ese es justo el lugar que debía evitar si no
quería dar demasiada información. Dejar a mi novio en el sitio
donde le puse los cuernos… Corey no se merecía eso.
—Corey, lo siento mucho —digo con un tono dulce—. No
quería hacerte daño.
La tensión es palpable. Soy consciente de que debo tener
mucho cuidado. Quería acabar con esto rápido para provocarle
la menor frustración posible, como cuando uno se quita una
tirita, pero debería haber sabido que lo de «dicho y hecho» es
una bobada. Ahora está en mi casa, dando vueltas como un
león enjaulado, sin aceptar la ruptura, que era lo que yo me
esperaba. ¿Qué debo esperarme entonces? Ni siquiera le doy la
verdadera razón: que no estoy enamorada de él.
—¿Y quieres que me calme? Joder, ¿por quién me tomas?
¿Te crees que puedes dejarme con una excusa de mierda, con
una explicación que no se sostiene? ¿Qué tipo de tía eres? ¿Te
gusta reírte de los tíos? Hay otro, ¿no?
Doy un paso atrás, viendo que se mueve peligrosamente
hacia mí como si quisiera intimidarme, demostrarme que no se
iba a rendir tan manera tan fácil.
—Si no dejas de hablarme de esta manera, no vamos a
sacar nada de provecho de esta conversación.
—¡No seas condescendiente conmigo, Scarlett! Hablo
como me da la gana —grita—. Y, si quiero hablarte así, ¡lo
pienso hacer! Me estás dejando, maldita sea, y ni siquiera me
dices el puto porqué.
Estoy a punto de replicar, pero la puerta se abre. Todo el
aire de mis pulmones desaparece cuando mis ojos se
encuentran con dos orbes oscuros y serios. Nolan me mira
fijamente durante un momento, frunce el ceño y se gira hacia
Corey, que está de pie a pocos centímetros de mí.
—¡Suéltale el brazo!
Solo cuando el agarre se afloja en mi muñeca, me doy
cuenta de que Corey me había agarrado.
—Siempre te metes en mis asuntos.
—¿Algún problema, Burttonto?
Los chicos sostienen la mirada. Pensaba que la tensión justo
antes de la llegada de Nolan no podía ir a peor, pero me
equivoqué. Hay un rencor palpable en él y, cuando los
sorprendo observándose con hastío, me pregunto cuál atacará
primero. Es evidente que quieren saltar al cuello del otro.
—Nolan —empiezo—. Déjanos solos.
Mi voz es tranquilizadora, pero sé que estoy temblando. No
estoy cómoda. Es la primera vez que estoy en la misma
habitación con él después de lo ocurrido y, por supuesto, tenía
que ser ahora. Cuando estoy con Corey.
—No me iré mientras él siga aquí.
—Por favor, Nolan. Estamos hablando.
—¿Hablando? —cuestiona.
Cruza los brazos, lanza una mirada asesina a Corey y me
responde sin volverse en mi dirección.
—No parece que quiera hablar. No me gusta cómo te toca.
—Es mi novia y hago lo que quiero.
Nolan me mira de reojo.
—Chaval, no pintas nada aquí.
No sé si es por la mirada que me lanza Nolan, por su
manera de posicionarse entre nosotros o simplemente por la
electricidad que se ha propagado a nuestro alrededor, pero algo
hace reaccionar al rubio de la sala, que dice en voz baja:
—¿Te lo estás tirando?
Ignora la presencia imponente junto a la puerta y se me
encara, mirándome con suficiencia.
—No digas tonterías —exclamo a la defensiva.
Pero el estupor hace que me tiemble la voz y acabo sonando
insegura.
—O sea, ¡que sí era eso! ¡Me vas a dejar porque te estás
tirando a este tipo! No es porque no quieras estar conmigo, no.
Tuviste que ir a por tu compañero de habitación, el que jurabas
que era como tu hermano.
Se ríe y frunce el ceño.
—Hablas de familia.
—No es lo que crees.
Me centro en Corey y su actitud, su postura defensiva, sus
miradas indagadoras y enfurecidas. No me atrevo a ver más
allá, consciente de que Nolan no se ha movido y asiste a esta
acusación sin rechistar.
—Lo que creo es que ninguno de los dos es mejor que el
otro —asesta Corey—. Una chica que engaña a su novio con
un perdedor que ni siquiera puede quitarle las manos de
encima a la hermana de su mejor amigo. Dais asco.
No sé si el comentario afecta a Nolan, pero a mí me tumba
de un golpe. Corey ha dado en el clavo. Demuestra que Nolan
y yo estamos condenados al fracaso pase lo que pase. No
estamos solos en esta ecuación; también están mi hermano y la
amistad que comparten. Y lo he olvidado las dos veces que
nuestras bocas se encontraron.
—Lárgate.
Nolan avanza y coloca su cuerpo entre Corey y yo,
haciendo que mi exnovio retroceda. Con los hombros
contraídos, el cuello recto y la voz clara, Nolan se eleva sobre
él. No veo su cara, pero su tono glacial me confirma que está a
nada de pasar a las manos.
—Vete de aquí o te juro que haré que te arrepientas de
haber nacido.
Corey suspira con fuerza y eleva el rostro ligeramente hacia
mi compañero de piso, con los puños cerrados, desafiándolo
con la mirada. Entonces una mueca distorsiona sus rasgos, me
observa un segundo y sisea con desprecio:
—Os podéis ir a tomar por culo. Los dos. Eres una zorra,
Scarlett Martin.
No tengo tiempo de decir nada cuando Nolan se lanza hacia
Corey y lo empuja con fuerza contra la puerta principal. Su
espalda choca fuerte contra la superficie y Nolan tiene el
tiempo justo para agarrarle del cuello de la camisa antes de
que yo intervenga para evitar la masacre. Corey está enfadado
y se ha pasado de la raya, pero probablemente no piense de
verdad lo que ha dicho. No sabe lo que ha pasado y, celoso
como está, imagina y deduce cosas. Reacciona como puede:
un hombre al que acaban de dejar y cuyo ego ha recibido un
golpe. Si dejo que Nolan le pegue, me temo que la pelea no
será justa. Corey es esbelto…, pero no tiene nada que hacer
contra un jugador de hockey cabreado. Y Nolan no merece
estar involucrado en una pelea ni arriesgarse a una lesión antes
de un partido.
—Nolan, no lo hagas.
Pongo la mano sobre el puño de mi compañero de piso,
ignorando los pinchazos en el pecho al ver su rostro
deformado por la rabia. Da la cara por mí y, aunque no es la
primera vez, hoy su presencia hace que todos mis músculos se
estremezcan. Mis dedos se deslizan por su piel y siento que
relaja el agarre lentamente.
—Corey, deberías irte antes de que digas más cosas
hirientes por despecho. Podemos hablar cuando te calmes.
Se ríe y se vuelve a colocar bien el cuello de la camisa
mientras maldice a Nolan.
—No quiero volver a hablarte ni verte. Se acabó de verdad.
Y, sin decir nada más, cierra de un portazo y eso me
sobresalta. Mis lágrimas comienzan a fluir por sí solas y un
enorme sollozo me hunde el pecho. No me guardo nada; estoy
alterada, conmocionada y triste al mismo tiempo. Nolan me
acaricia la mejilla con la mano y seca mis lágrimas con
delicadeza. Lo alejo con todas mis fuerzas antes de que su
pecho pueda siquiera tocarme, ignorando su mirada protectora,
y corro hacia mi habitación. Me siento horrible y solo tengo
ganas de huir. Alejarme de Nolan, de este piso, de mi pena, de
mis sentimientos.
22

Nolan

La cabeza de Milo aparece en mi campo de visión y, cuando


veo la mirada interrogante que me lanza, me doy cuenta de
que me estaba hablando.
—¿Decías algo?
—Te preguntaba si te apetecía ir a tomar una cerveza en la
ciudad.
Meto la ropa sucia en mi bolsa de deporte y cojo la
chaqueta para ponérmela encima de la camiseta. Miro
distraídamente a los chicos que salen del vestuario y hago un
rápido saludo con la mano a Edgar y Léo. Tienen una clase
que recuperar y estaba pensando en volver directo al piso
después del entrenamiento. Pero la perspectiva de estar solo
con Scarlett hace que se me dispare la tensión.
Cambio de planes.
—¡Vale!
Milo me da una palmada entre los omóplatos y se ríe.
Rodeamos la pista de hielo para ir hacia el aparcamiento que
hay delante del edificio.
—¿Vamos en mi coche? Te puedo dejar en casa a la vuelta.
—Venga, vale. Le diré a Gab que me lleve mañana por la
mañana. Estará encantado.
Suelto una carcajada mientras me siento en el lado del
conductor, esperando a que Milo se abroche el cinturón para
arrancar mi todoterreno. Apenas hemos entrado en la autopista
cuando mi copiloto carraspea de manera exagerada. Tendría
que haberlo visto venir.
Tiene algo que decirme.
Y, a juzgar por lo que ha tardado en soltar la bomba, esto
huele a trampa.
—¡Suéltalo, Sullivan! Sé que te mueres por preguntar algo,
así que dilo antes de que me canse de oírte tragar como un
idiota.
Se ríe y me pega en el hombro con el puño, pero no lo
suficientemente fuerte como para hacer que me desvíe.
—Bueno, ¡iba a esperar a emborracharte a base de cerveza
mala A ver, ¿qué tontería has hecho esta vez?
Frunzo el ceño y le echo un vistazo rápido a mi amigo, sin
apartar la mirada de la carretera.
—¿De qué hablas?
—Has jugado de pena, estuviste distraído toda la noche la
última vez y llevas dos días como enfadado. Así que, ¿qué has
hecho? ¿Problemas con Harriet?
Mis manos se tensan al volante y hago lo posible para que
no se note mi sorpresa. Milo no me quita el ojo de encima. Por
pura inercia, me paso una mano por el pelo.
—Todo va bien —miento—. Ni hay problemas ni he hecho
nada. Igual no estaba prestando suficiente atención.
—Me estás contando la mayor mentira del mundo.
Se ríe, se cruza de brazos y suspira. No soy capaz de
ocultarle nada. Nos conocimos el primer día de universidad, en
una clase que compartíamos. Encajamos de lujo, y aunque mis
mejores amigos siempre han estado ahí para hablar, con Milo
es sencillo. Sin marearme, sin juzgarme. El año pasado,
cuando tuvo su momento de «me gusta Gabriel pero es que no
me van los tíos», yo estuve ahí para él. Lo apoyé, lo ayudé e
intenté comprenderle. No estaba bien y, dijera lo que dijera,
sabía que la situación le afectaba mucho. Aunque los otros
chicos tampoco le juzgaron, fui el primero en estar con él. Yo
creo que eso reforzó nuestra amistad y, a partir de entonces,
supo que podría contar conmigo siempre, en cualquier
situación.
Y yo sé que el sentimiento es mutuo.
—Vale. Admito que la he liado.
Se gira hacia mí en silencio. No me obliga ni a seguir ni a
dejar de hablar; me da la libertad de hacer lo que quiera. De
hablar con él o de callarme.
Así que hago lo más sensato: contárselo a mi amigo.
—Conoces a Scarlett.
Se ríe mientras me mira; parece que ha entendido
perfectamente por dónde van los tiros.
—Conozco a Scarlett.
—Puede que nos hayamos… besado.
No reacciona y, en ese momento, soy muy consciente de la
monumental gilipollez que he hecho.
¡He besado a Scarlett!
—No sé qué se me pasó por la cabeza. La primera vez la
aparté porque, joder, ¡es Scarlett Martin! La hermana de Ed.
¡Su hermana! La conozco desde que nació. Llevaba pañales y
era la mocosa molesta por excelencia. Aunque solo nos
llevemos un año, siempre ha sido así: Scarlett era un bebé.
Nuestros padres son mejores amigos desde la universidad,
conozco desde siempre a la familia Martin y a la familia Riley.
Ella lleva con nosotros desde que tengo uso de razón. Estaba
en el grupo, daba por saco a su hermano, se nos pegaba
cuando salíamos, nos jodía los ligues.
Suspiro.
—No sé cómo ha pasado de ser una cría fastidiosa a…
Paro de hablar y trago saliva. Me vienen a la mente las
imágenes de la otra noche: su cuerpo sobre el mío, su boca
sobre mis labios, su aliento en mi piel. Su olor, sus muslos, su
culo. Mis dedos clavados en sus firmes nalgas, listos para
deslizarse por su carne, bajo su pijama, para sentir su calor.
Me la podría haber tirado en ese sofá, haber tomado todo lo
que necesitaba para saciar el deseo que se acumulaba en mi
pecho, en mis huevos. Tenía ganas de follármela con pasión,
de oírla gemir mi nombre, de olvidar que ella y yo juntos
somos de todo menos algo natural. Edgar me daría la peor
paliza de mi vida si supiera lo que estuve a punto de hacer.
Lo que soñaba con hacer.
Lo que me permití hacer.
Lo que no debo volver a hacer nunca.
—Si no me hubiera apartado, me habría acostado con ella
—confieso.
Lo habría jodido todo. Su beso casto de la otra vez no fue
nada y, sin embargo, provocó una movida tremenda en nuestra
relación. Basta con decir que esta vez me arriesgo a perderla
de verdad. ¿Valió la pena? No tengo ni la más remota idea.
¿Acaso me apetecía solo acostarme con ella? Sí. ¿Habría sido
suficiente para saciar mi deseo? Joder, ni siquiera estoy seguro
de eso.
Una repentina sensación de vergüenza se apodera de mí
cuando los ojos azules de Harriet sustituyen la mirada avellana
de Scarlett. Le he puesto los cuernos a mi novia. No se merece
a un tipo que se abalanza sobre su casi hermana pequeña en
una noche de borrachera, encima tras haber fantaseado con
ella durante horas. Al rostro de Harriet le sigue el de Edgar. Mi
hermano. El chico con el que crecí.
Joder.
Soy el peor de los capullos.
—Me quería acostar con ella.
—Pero no lo hiciste —dice Milo—. No te reproches algo
que has pensado, pero no has hecho. ¡No te imaginas la
cantidad de veces que todavía pienso en una tía o en un par de
tetas! Me siento muy culpable un par de horas y luego me digo
a mí mismo que eso no es poner los cuernos. Vale, has besado
a la hermana de Edgar, ¿y qué?
—Me gustó —añado sin poder evitarlo—. Me gustó
mucho.
—Entonces estás jodido —Milo se ríe.
Me da una palmada en el hombro.
Lo sé.
—¿Cómo de borracho estabas?
—Fue la noche que ganamos a los Friars.
—¡Mierda! ¿El chupito iba por ella?
Asiento con la cabeza y él estalla en carcajadas aún más
fuertes.
—Gracias por el apoyo —hago una mueca—. Eres un
cabrón, Sullivan.
—¡Estás jodidísimo, tío!
—¿No me digas? Si Edgar se entera, soy hombre muerto.
—Basta con que te mudes.
—¿Tienes más ideas de mierda?
Se sigue riendo y aparco el coche en el primer sitio libre
que encuentro. Salimos del todoterreno y caminamos
tranquilamente hacia la terraza del que se sitúa al final de la
calle.
—¿Se lo has contado a Harriet?
—Claro que sí, es lo primero que hice en cuanto salí del
puñetero salón. «Hola, cielo, casi me lo monto con Scarlett.
Sabes de quién hablo, la que se supone que no es una rival
para ti, a la que juro que considero una hermana intocable y a
la que, sin embargo, tenía muchas ganas de follarme. ¿Sin
rencores?».
—Estaba pensando más bien en «cielo, la he cagado, pero
te quiero».
Me tenso y él se percata al instante. Frunce el ceño y me
mira fijamente.
—¿Nunca le has dicho que la quieres?
—Nunca lo había pensado, la verdad.
—Vale, eso sí que es un problema. ¿Camarero, por favor?
Milo levanta la mano y nos pide dos pintas en un
santiamén, que aparecen en la mesa de un momento a otro.,
Doy varios sorbos bajo la mirada inquisitiva de mi colega.
—Empecemos por lo básico —empieza a hablar, serio—.
Sales con Harriet. ¿Ella te gusta?
—Claro.
—Pero no la quieres.
—Le tengo cariño.
—Ya. O sea, que sales con Harriet y le tienes cariño. Y
tienes ganas de tirarte a Scarlett, pero es como tu hermana y la
conoces desde siempre.
—Forma parte de mi vida. La quiero de verdad.
Milo hace un gesto. Le doy un trago a la cerveza,
incómodo.
—¿La quieres como a una hermana?
—¡Pues claro!
Resoplo.
—¿Quieres empezar de cero con ella?
Sí.
—¡No!
—Entonces, ¿dónde está el problema?
En mi cabeza. En mi polla. En la habitación que está al lado
de la mía.
—No puedo hacerle algo así a Edgar.
—No lo sabrá, porque eso no cuenta.
Me paso una mano por la cara con aire cansado. Si no
cuenta, ¿entonces por qué pienso tanto en ello? ¿Por qué me
molesta tanto? Esta tontería. ¿Es imposible esta estúpida
atracción? Me siento como una mierda, incapaz de hacer
frente a todos estos sentimientos contradictorios.
—La has besado; eso es todo. Si ya no quieres hacerlo, pues
pasa a otra cosa.
—Ya… —suspiro—. Tienes razón.
Solo me falta creérmelo un poco más.
Scarlett es intocable.
Inaccesible.
Prohibida.
—¿Qué es lo que quieres de verdad?
—Evitar que sufran.
Milo se pasa una mano por el pelo y se lo revuelve durante
un instante para reflexionar.
—¿Quieres mi opinión? No estás haciendo sufrir a Harriet,
porque no sabe lo que ha pasado, pero sí estás hiriendo los
sentimientos de Scarlett.
Se me encoge el corazón y se me viene a la mente la
imagen de las lágrimas que recorrían sus mejillas después del
acalorado enfrentamiento con el imbécil de su novio. Cuando
lo vi irse dando un portazo, entendí que lo suyo se había
acabado de verdad. Sentí un gran alivio por que ese imbécil no
estuviera más en su vida, pero también un gran dolor cuando
noté lo mucho que a ella le apenaba la situación. No hablamos
de nuestro beso; me apartó antes de que pudiera consolarla y
no la he vuelto a ver. Tuve ganas de seguirla a su habitación y
obligarla a hablar conmigo para abrirse, pero sabía que iba a
ser raro y, en el fondo, una parte de mí no estaba lista para
confrontarla. La otra quería bajar corriendo por las escaleras y
darle una paliza a Burttonto por las lágrimas que había
causado, el dolor, los insultos y esa acusación demasiado
cercana a la realidad.
—Si crees que no va a volver a pasar nada con Scarlett —
continúa Milo, sacándome de mis pensamientos—, pon las
cartas sobre la mesa y retoma tu vida con tu novia. Si, por el
contrario, crees que Scarlett te gusta de esa manera, sincérate
con Harri.
—¡Scarlett no me gusta! —exclamo a la defensiva.
Milo se encoge de hombros y se muerde el interior de la
mejilla.
—Ahí tienes la respuesta.
Me fijo en mi vaso y me acabo la cerveza en un trago.
Estoy sediento, perdido y frustrado.
No quiero perder a Scarlett, pero esto tiene que parar.
Y que no vuelva a empezar nunca.
O no será la única a la que pierda.
23

Scarlett

—¿Estás solo?
—Nolan está en la ducha y tu hermano tenía que ir a ver al
entrenador.
Me dejo caer en el sofá al lado de Léo y le cojo el mando de
las manos. Me empuja, riendo y tratando de recuperar el
objeto del crimen antes de que cambie de canal. Está viendo
un programa sobre coches y, la verdad, es una mierda. Me
hace cosquillas en los costados y empiezo a gesticular
mientras me río a carcajadas. Sus dedos son ásperos y su
aliento en mi cuello provoca una ligera sensación de malestar
en mi estómago. Hace una semana, era Nolan el que estaba en
su lugar, con su cuerpo duro y cálido, su piel bronceada y su
olor almizclado.
Tenía mariposas en el estómago.
Dejo el mando y me vuelvo a colocar en el sofá con las
rodillas en el pecho.
—Te estás ablandando, mini Martin —se ríe Léo.
—No quiero hacerte llorar.
Se ríe y le doy una toba en la oreja. En ese momento, suena
el timbre del apartamento.
—¿Has cerrado cuando llegaste? Tu hermano se habrá
olvidado las llaves.
—¡Está abierto! —grito.
Vuelven a llamar a la puerta. Suspiro mientras me levanto.
Voy hacia allí a paso rápido y abro al visitante. Con la idea de
encontrarme con Edgar, casi doy un salto cuando veo a la
hermosa rubia en el umbral. Tiene el pelo ondulado de forma
impecable, una cintura de avispa resaltada por unos vaqueros
de cintura alta y lleva un crop top azul marino que resalta la
palidez de su piel.
Es una chica odiosamente preciosa.
—Oh. Hola, Harriet.
Intento parecer desenfadada y estar feliz de verla, pero en el
fondo tengo una montaña rusa que está arrasando todo a su
paso. Estoy cara a cara con la novia del tío con el que me lo
monté en el sofá que tengo justo detrás.
Alegría. Regocijo. Satisfacción.
Sonrío ampliamente, segura de que tengo pinta de estar
estreñida. Me echa un vistazo rápido y suelta:
—¿Está Nolan?
Frunzo el ceño y me giro hacia el salón. Léo no se ha
movido del sitio y nos mira de soslayo.
—Está en la ducha. Puedes esperar aquí hasta que él…
—Me sé el camino. Gracias.
Me rodea sin dificultad y se encamina hacia la puerta que
da al pasillo. Una nube de perfume de rosas me invade las
fosas nasales y retrocedo un paso para evitar que nuestros
cuerpos se choquen. Cierro la puerta tras ella, sorprendida por
su frialdad. No le dirige la palabra a Léo y, cuando me vuelvo
a sentar a su lado, levanta una ceja inquisitivamente.
—La furia se ha desatado.
—¿Esto pasa a menudo? —pregunto sorprendida.
Harriet nunca ha venido aquí desde que me mudé. Se
encoge de hombros.
—Cada vez que Nolan la caga.
Me da un tic, miro hacia el sofá y me sonrojo.
—¿Y la caga a menudo?
Léo se ríe y se me hace un nudo en el estómago.
—Estamos hablando de Nolan. Cagada es su segundo
nombre.
Esa característica de su personalidad es nueva.
—¿Le pone los cuernos a Harriet?
Aunque más bien lo que quiero preguntar es si yo no soy la
única.
—¡No! —exclama Léo—. No le es infiel. Cuando hablo de
cagadas, me refiero sobre todo a las fiestas improvisadas a las
que va sin ella. La bebida, las peleas; ese tipo de cosas la
vuelven loca. Es un poco tocapelotas.
—Una competidora digna —bromeo a mi costa.
En el fondo, mi cerebro se ha quedado en la parte que dice
que no es infiel.
¿Besar a una chica en un sofá como hizo la otra vez se
consideran cuernos?
¿Ignorarla y no volver a hablar de ello le convierte en un
gilipollas?
Y a mí en una fresca. Gran equipo.
—No te preocupes, Scar, que nadie puede destronarte. ¡Eres
la reina de los plastas!
Le doy una colleja y él estalla en carcajadas. Ambos nos
detenemos cuando las voces en el pasillo se hacen más fuertes
y próximas.
—¿Vas en serio?
Pongo la oreja, incapaz de oír bien lo que responde Nolan.
Harriet continúa chillando. Edgar entra en ese momento y nos
mira a los dos sentados en el sofá. Observa con detenimiento
la puerta del pasillo y pone los ojos en blanco.
—¿Otra vez? —se queja—. Creía que se habían terminado
las crisis histéricas y estúpidas.
—Yo creo que la va a dejar —suelta Léo, impasible—.
Estoy seguro de que ella ha descubierto lo del chupito de
tequila.
Los chicos sofocan una risa y yo frunzo el ceño.
—Joder, que es un chupito —refunfuña mi hermano—. Esta
tía tiene oídos en todas partes.
—Eres un cabronazo, lo sabes, ¿no?
Harriet entra en el salón tras Nolan. Él lleva el pelo mojado
y se ha puesto unos pantalones de chándal grises junto con una
camiseta blanca que se le sube un poco en un lado de la
cadera. Es como si se hubiera vestido precipitadamente al salir
de la ducha. Y, de hecho, es el caso. Mis ojos se desvían por
un momento a la piel que se ve y luego se deslizan hacia los
pantalones de chándal.
Imagino que todavía no se ha puesto nada debajo.
Mis mejillas arden y trago saliva.
—Me estás tocando los huevos, Harri.
La voz grave de Nolan tiene un tono bajo, irritado y
hastiado. Ni siquiera nos presta atención mientras se encamina
con presteza hacia la puerta.
—¿Te parece normal que me entere por una amiga?
—¡Joder, que es un chupito! ¡Un chupito de un juego
estúpido!
Pillo a los chicos conteniendo la risa y me muerdo el labio.
—Sabes perfectamente cómo me sienta enterarme de eso —
dice con un tono más dulce que antes.
Bajan la voz, por fin conscientes de que hay más gente en el
apartamento.
—Nolan, me importas mucho. Sé que soy celosa y a veces
reacciono de forma exagerada, pero no me gusta enterarme de
este tipo de cosas en las fiestas. Quedo como una imbécil.
Nolan gira la cabeza hacia nosotros. Nuestras miradas se
encuentran y él coge aire. Agarra la mano de su novia sin dejar
de mirarme y tira de ella con delicadeza hacia la salida. Cierra
la puerta detrás de ellos, lo que nos impide seguir escuchando
la discusión.
—Yo creo que no la va a dejar —continúa mi hermano—.
Empieza a encariñarse con ella y, aunque tiene un carácter
fuerte, ¡le gustan esas cosas!
—¿Las chicas cargantes?
—No, las que le excitan.
—A todos nos gusta que nos exciten.
Léo sube las cejas, con una expresión sugerente, y le tiro el
cojín a la cara.
—Gracias por hacer que me imagine tu cosa, eres un
guarro.
—Soy un hombre, Scar.
—Un hombre que todavía reacciona cuando digo «excitar».
¿Hace cuánto que no follas?
Mi hermano estalla en carcajadas y me da un toque en la
mano como si acabase de decir la cosa más graciosa del
mundo. Léo esboza una sonrisa y me hace una peineta. Nolan
pega un portazo y yo salto. Los tres nos giramos hacia él. No
nos mira, se pasa una mano por el pelo y se deja caer en uno
de los asientos vacíos del salón.
—Acabo de dejar a Harriet —declara con voz apagada—.
Y, antes de que me preguntéis nada, no tengo ganas de hablar
de ello.
Mira fijamente la pantalla de la televisión con aire apenado.
Me muerdo el labio y enlazo los dedos para evitar sobarme el
pelo. Las arrugas de su frente y la mueca de su boca dejan
adivinar que está triste. Me gustaría cogerle entre mis brazos y
consolarle, como quizás habría hecho con mi hermano. Pero
no hago nada. No tengo el derecho de hacerlo. No puedo
hacerlo. Léo se levanta, se va a la cocina y vuelve al salón
unos segundos más tarde con cuatro cervezas.
—Lo siento, tío.
Con la mano, le da un apretón en la nuca suavemente y le
pasa un botellín. Nolan lo agarra, negando con la cabeza, y
esboza una sonrisa un poco tensa. Se me encoge el corazón.
No me dedica ni una sola mirada y, aunque por dentro
esperaba él sería todo para mí cuando lo dejaran, me doy de
bruces con la cruda realidad.
El beso que intercambiamos fue un error de una noche.
Ha dejado a su novia por una razón que se me escapa y,
viendo el dolor que refleja en su rostro, no quería hacerlo.
¿Y qué pinto yo en todo esto? Yo siempre quedo relegada al
mismo lugar.
Ahora tengo aún más recuerdos para alimentar mis
fantasías imposibles sobre un crush inalcanzable.
Un día cualquiera en la vida de Scarlett Martin.
24

Nolan

—¿Quién es ese tío? ¿Lo conoces?


Le doy un trago a mi whisky con Cola-Cola y miro
discretamente al grupo que señala Edgar con el mentón. No le
quita el ojo de encima a un moreno alto y atlético que lleva
más de veinte minutos charlando con Scarlett y sus amigas.
Encadenan bebida tras bebida alrededor de unas mesas, y cada
vez que echo un vistazo en su dirección, el tipo las está
haciendo reír a mandíbula batiente. A todas, sin excepción.
—No lo he visto nunca —confieso—. ¿Crees que es de la
Ivy League?
—¿Le has visto los hombros? Parece tallado en mármol.
Edgar mira con descaro al desconocido, observándolo
desde todos los ángulos mientras sigue deslumbrando a las
chicas. Es imposible saber qué les está contando exactamente.
La música es ensordecedora y no cabe ni un alfiler en la
discoteca que hemos elegido para la fiesta. Además de los
estudiantes de la universidad de Boston, ha venido gente de
facultades cercanas para celebrar con nosotros nuestra entrada
triunfal en el campeonato de hockey. Es un poco irónico.
Hemos derrotado a los Harvard Crimson y, si este tío estaba en
el hielo esta tarde, ha debido llorar en el vestuario.
—¿Crees que es el veinte?
Levanto un poco más la cabeza e intento ver más de su cara
en la penumbra. Los focos se pasean repetidamente por su
perfil, pero desde donde estoy no puedo ver nada. Tendría que
mover el culo del sofá en el que está apoltronado e ir a la pista
de baile, pero parece que el espectáculo que está haciendo para
las chicas le tiene demasiado absorbido como para irse de su
sitio.
—No tengo ni idea, pero ¿sabes qué? Voy a ir directo hacia
allí.
Agarro a Ed del brazo, impidiendo que avance.
—Tío, si vas, Scar te mata.
—¿Se te ocurre algo mejor? Si no le advierto, va a ligar con
ella delante de mí toda la noche.
Me muerdo el labio, poco convencido de que esa
perspectiva me agrade. Cuando llegué, Scarlett y sus amigas
ya estaban aquí. Habían venido a ver el partido como de
costumbre, sentadas en los sitios que tenían reservados lo más
cerca posible del hielo. Aunque era muy consciente de la
presencia de la hermana de mi amigo en las gradas, la ignoré
como llevo haciendo desde antes de ayer. Desde que dejé a
Harriet en el umbral de la puerta, un montón de recuerdos han
ido envenenando mis pensamientos. Frunzo el ceño al ver al
señor-hombros-de-mármol agacharse más y rozar a la rubia
sentada a su lado. Ella se ríe. Se me hace un nudo en el pecho.
Desvío la mirada y suspiro.
—Déjala tranquila. Voy a dar una vuelta a ver si averiguo
algo. Intenta disfrutar de la fiesta.
La idea es principalmente salir de aquí para tomar un poco
de aire fresco y dejar de vigilar a Scarlett Martin. Me juré que
lo dejaría estar y olvidaría todo lo que pasó, todo lo que sentí y
todo lo que ella todavía provoca en mi interior. Y esta no será
la noche en la que mande al cuerno mi propósito. Llego a la
barra y pido una segunda copa, bien cargada. La bonita
morena que está detrás de la barra me guiña el ojo y, cuando
me da el cambio, encuentro su número entre dos billetes.
Sonrío, me meto el trozo de papel en el bolsillo de atrás de los
vaqueros y me apoyo para tomar unos tragos.
Siempre puede valer, por si una noche me debato entre
llamar a mi ex o deslizarme en la habitación contigua a la mía.
Son dos ideas de mierda y, bueno, una solución que llega en el
momento oportuno.
—¿Acabas de volver al mercado y ya vuelves a las
andadas?
Casi me ahogo cuando oigo la voz aguda que resuena en mi
oído a pesar de la música. Instintivamente miro a la mesa que
estaba observando hace unos minutos con Edgar y me doy
cuenta de que ya no está allí. Me tenso y me giro hacia Scar.
—¿Qué quieres, mini Martin?
Hablo en voz baja y me pierdo en su mirada. Sonríe y me
da un golpecito en el hombro. Su cara está sonrosada y lleva el
pelo un poco desordenado; me obligo a no observar su
atuendo. Creo que lleva los mismos vaqueros que al inicio de
la semana: unos Levi’s de cintura alta que le hacen un culo en
forma de melocotón. Hace que sea muy fácil mirar pero muy
difícil apartarse.
Lo sé porque me pasó a mí cuando me tropecé con ella sin
querer mientras caminaba por el salón de casa para ir a clase.
Me quedé parado durante más de un minuto mirando sus
piernas esbeltas, y entonces todos mis sentidos se fijaron en su
culo. Perdí la noción del tiempo y no recuperé mis facultades
mentales hasta que no salió por la puerta del piso.
—Celebrar vuestra victoria, número doce. A menos que
tengas otros planes.
Ella mira hacia abajo y sé perfectamente qué es lo que está
mirando: mis pantalones, donde he guardado el trozo de papel
que me ha dado la camarera hace dos minutos. Le doy un trago
a mi copa mientras evito mirar el resto de su cuerpo.
—¿Celosa?
La miro con insolencia, utilizando sus palabras. Las que me
dijo la última vez que hicimos una tontería. Porque cuando la
tengo delante de mí, es lo único en lo que puedo pensar. Me
estropea todos mis buenos propósitos.
—Intrigada —replica.
Esbozo una sonrisa.
Ella tampoco lo ha olvidado.
—Estoy soltero, ¿qué piensas hacer al respecto? ¿Joderme
los ligues como cuando teníamos quince años?
Se ríe y en ese momento soy plenamente consciente de la
sensación que ese sonido provoca en mi pecho. Doy más
sorbos, de nuevo, acabando con mi bebida a una velocidad
desconcertante.
Joder, Scarlett, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Paso. Ya no tengo quince años.
Lo sé.
—Y, por lo que veo, tú también has vuelto a las andadas —
le digo sin poder contenerme.
Me fijo en un punto invisible e ignoro la reacción que mi
comentario provoca en ella. Debería haber cerrado la boca,
pero al verla en la mesa con el otro tipo, me ha salido solo.
Bien hecho, Nolan. Una reflexión muy discreta.
—¿Celoso?
Me río. Hacer esta pregunta se está convirtiendo en una
costumbre. En un juego. Una prueba, para ver cómo reacciona
el otro. Es un comentario de mierda para tocarle las narices al
otro, lo cual se nos da bastante bien a los dos. Pero, en este
caso, es extrañamente retórico. Sí, estoy celoso. Y prefiero no
saber por qué, cómo, ni desde cuándo. Pongo el codo en la
barra para girarme en su dirección y la observo un instante. Se
ha inclinado hacia delante para pedirle algo rápido a la
camarera. Tiene las manos en la barra y el culo se le eleva un
poco. El efecto en mí es brutal.
Vaqueros Levi’s.
Blusa blanca.
Está como un tren.
Y yo estoy jodido.
Desvío la mirada de inmediato, concentrándome en la
camarera, la cual me dirige unas cuantas miradas insistentes.
—¡Aquí!
Scarlett le chasquea los dedos bajo la nariz y yo reprimo
una carcajada cuando la «barista seductora» se sobresalta.
Frunce el ceño, se muerde la mejilla y toma nota del pedido.
—Eres un incordio —se queja—. Estoy segura de que no ha
escuchado ni la mitad de lo que le he pedido.
—No es mi culpa si mi encanto legendario hace babear a
más de una.
—Pues para con el encanto, ¡que me tiene que preparar las
bebidas!
Me río y cruzo los brazos. Nuestros hombros se rozan, pero
ninguno de nosotros nos movemos.
—¿Qué querías?
—Dos ginebras, un mojito y una Coca-Cola.
—¿Hoy no bebes?
—Es para Paige, que nos ha traído.
Asiento, miro a la camarera y me aseguro de que el pedido
esté bien hecho. Ignorando el calor de nuestros brazos al
tocarse, trato de obviar la presencia de Scar mientras se mueve
más y más al ritmo de la música. Suena un ritmo latino que me
hace querer llevarla a la pista de baile solo para ver su culo
contoneándose en los vaqueros.
—La verdad es que estoy contenta —suelta de repente—.
Por lo nuestro.
La miro, confuso, y me sonríe.
No mires más abajo.
—No ha sido nada incómodo tras lo de la otra vez.
Mi ceño se profundiza.
—¿Se te ha olvidado? Lo del sofá.
Mi corazón deja de latir cuando comprendo a qué quiere
llegar y hago una mueca que espero que parezca casual.
Nada. Incómodo.
—Se me había olvidado —miento—. Pero mejor si te
parece bien.
Su sonrisa se esfuma y su rostro se tensa
imperceptiblemente.
—Sí —dice—. Tan insignificante como la primera vez.
Todo mi cuerpo se crispa ante su comentario; casi dejo caer
el vaso. La miro de reojo.
Insignificante.
Eso es lo que le dije después de que intentara besarme
cuando estaba borracha. Mis palabras habían sido un poco
crueles porque en ese momento no tuvo ninguna importancia
para mí. Entonces, ¿la otra noche? Me gustaría que utilizara
cualquier otra palabra para definir lo que hicimos en el sofá.
Excitante. Fogoso. Tórrido. Desestabilizador. Prohibido.
Pero no insignificante.
Porque no fue así para mí.
—Al menos estamos en las mismas.
—Claro —me confirma—. No volverá a pasar.
Si la música no estuviera tan alta, podría jurar que mi voz
se ha vuelto temblorosa, al menos tanto como la suya. Sin
embargo, como el DJ sigue subiendo el volumen, no puedo
analizar el tono de Scarlett.
¿Y a mí qué me importa cómo suena su voz ahora mismo?
Me duela o no me duela, los besos ardientes en el sofá
tienen que acabarse.
Nunca más.
La camarera pone las bebidas de Scarlett en la barra y yo
examino a la rubia que está a mi lado y que ahora me evita con
la mirada. Su pelo corto, su pecho que sube y baja a un ritmo
regular, el rubor de sus mejillas…
—Espero que encuentres algo menos insignificante esta
noche —dice—. Si quieres mi opinión, la «tigresa» de la barra
es una elección excelente. La cosa se pondría que arde con los
dos en la cama.
Me hace un guiño forzado antes de desaparecer
apresuradamente entre la multitud que se agolpa en la barra,
con las manos cargadas con las cuatro bebidas. La sigo con la
mirada, irritado por su comentario y a la vez incapaz de
deshacerme de la imagen de una noche caliente en mi cama.
Con ella.
Frunzo el ceño, gruño y vacío mi vaso. No me da tiempo de
volver a ponerlo en la barra cuando la «barista seductora» me
sirve un segundo al que invita la casa. Le sonrío y me voy. No
me apetece jugar con ella esta noche. No, ahora mismo se me
antoja otra cosa que no es tan insignificante y que acaba de
hacer que se me tensen la garganta, el estómago y la polla.
Scarlett Martin me busca las cosquillas y, cuando llego a la
mesa donde están sentados mis compañeros, me encuentro con
un espectáculo que me hace estar aún más irritado.
Dirijo la mirada hacia la pista de baile, hacia una figura,
una mirada que me obsesiona y un contoneo lascivo. Me
quedo totalmente embelesado. No me quita los ojos de encima
y sigue bailando como si fuera la dueña del club, como si lo
hiciera solo para mí, para volverme loco, para hacerme rabiar,
para hacerme reaccionar.
Sacudo la cabeza y me niego en silencio a dejar que me
seduzca, a perder el control e ir con ella, agarrarla de las
caderas, pegarme a ella y disfrutar de sus movimientos contra
mí. Su mirada traviesa, sus labios burlones, sus manos
juguetonas…
—¿Y la camarera?
Al instante desvío mi atención, esperando que mi
compañero de piso no se haya dado cuenta. Léo me observa
sonriente, con una copa que bebe con ganas, y mira a su
alrededor.
—No me interesa.
—¿Sigues pensando en Harriet?
Me encojo de hombros e ignoro el dolor en mi pecho al oír
ese nombre.
No había pensado en Harri en toda la noche.
—Hay cientos de chicas esta noche, ¡encuentra una y vete
con ella a casa!
Se me ocurre algo al momento, pero creo que hay una o dos
normas que me impiden hacerlo. Incluso tres, de las cuales una
es particularmente importante: el código entre colegas. Y, de
repente, me doy cuenta. Si esta noche quiero estar tranquilo y
concentrado en algo que no sea la rubia que me vuelve loco,
que me hace perderme y que empieza a ocupar demasiado
espacio en mi cabeza, tengo que encontrar a una chica.
Si no, voy a perder el control.
Y, aunque la camarera sea presa fácil, hay un pequeño
inconveniente: está trabajando y yo no tengo toda la noche.
—No te preocupes —digo con energía—. Me voy a buscar
una.
Vuelvo a centrar mi atención en la pista de baile y me paro
en el primer objetivo posible. Léo se ríe a mi lado y yo doy
comienzo al plan de caza más rápido de la historia. Una
morena que baila a unos pasos de mi problema me mira con
una sonrisa.
Demasiado fácil.
Dejo mi copa sobre la mesa y avanzo hacia ella a paso
firme, dejando que me mire de los pies a la cabeza con
complicidad. Cuando llego donde está ella, no necesito hacer
nada. Sus brazos me rodean el cuello y sus labios se pegan a
mi oreja.
—Te has tomado tu tiempo —ronronea—. Hace una hora
que intento captar tu atención.
Le pongo una mano en la cadera y con la otra coloco un
mechón de pelo tras su oreja con mucho cuidado.
Como un auténtico caballero.
Sé que ni siquiera tengo que hacerme el difícil con ella,
ligar bien y prometerle el oro: ya está seducida. Mueve las
caderas frotándose contra mí y presiona el pecho contra mi
torso, dócil. Ya me ha puesto firme. No por ella, no gracias a
ella, pero mientras sus dedos se deslizan por el borde de mi
camiseta, este rollo me confirma lo que ya sé: Scarlett puede
irse al infierno.
Esta noche follo.
Y el código entre colegas se mantendrá intacto.
25

Scarlett

Estoy que echo humo.


Miro descaradamente a la morena que se restriega contra
Nolan como una perra en celo. Tiene las manos entrelazadas
en su cuello y se ha puesto de espaldas para contonear su culo
contra él. Tengo ganas de vomitar, de tirarle de los pelos, de
sacar a Nolan a rastras de esta maldita pista de baile.
Él no baila nunca.
Y esta noche tiene que echarme en cara su ligue de una
noche. Está soltero y se le ve muy contento de recordármelo,
así como su monumental olvido de lo que hicimos en el sofá.
Joder.
No puede haberlo olvidado. No puede ser, no después de
haberme hecho la misma pregunta que antes de besarnos. ¿Por
qué me dice que no lo recuerda? Que no recuerda haberme
acariciado como si fuera la cosa más hermosa que jamás
hubiera visto. Todavía oigo su respiración en mi oído, el
cosquilleo en mi pecho, en mi piel, el fuego entre mis piernas.
Todavía puedo sentir el bulto entre sus muslos que presionaba
contra mi culo.
No se le puede haber olvidado todo de verdad, ¿no?
Y esta noche me mata un poco más exhibiéndose con ella.
Una perfecta desconocida que no ha parado de mirarle desde
que llegué. ¿Y cómo lo sé? Porque yo no he sido capaz de
quitarle los ojos de encima desde que él entró a la discoteca.
Desde sus vaqueros caqui —que encabezan la lista de
pantalones que hacen un culo de infarto a Nolan Jones— a su
camiseta blanca ligeramente remangada sobre los bíceps, que
hace que su piel parezca aún más bronceada; sus brazos, más
musculosos; y su torso, más duro. Cuando le vi ir hacia la
barra, no pude evitar seguirle. ¿Era una idea de mierda? Desde
luego. Sobre todo cuando pienso que, a pesar de todos los años
que han pasado, no me acostumbro a esto: a todas las chicas
que comen de su mano y que solo buscan compartir un
momento con él. Nunca me he fijado en si es así con todos los
jugadores de hockey y mi hermano también tiene un harén. Sin
embargo, en lo que respecta a Nolan, siempre lo pillo al vuelo.
Y es peor aún desde que la noticia de su soltería se extendió
por el campus como la pólvora.
¡Que solo han pasado dos días, joder!
—¡Respira!
Los dedos cálidos de Paige me agarran la muñeca. Me giro
para mirarla, dándome cuenta de que estaba conteniendo la
respiración y clavándome las uñas en las palmas de las manos.
—¡Le odio! —digo.
—Lo sé. Es un cabrón.
—Para de fijarte en él esta noche —dice Carol mientras su
cita baila detrás de ella—. No vale la pena.
Hemos conocido oficialmente a Mitch, el estudiante de
Medicina al que conoció en una app, y en cuanto ha abierto la
boca para contarnos un montón de anécdotas divertidas, he
sabido que era el adecuado para Carol. Divertido, lleno de
vida, seguro de sí mismo y atento. Creo que nos pagó las dos
primeras rondas y no soltó a su conquista en toda la noche.
Podría haber revoloteado por aquí, acercarse a las chicas
presentes esta noche, pero no lo hizo. Y me alegro mucho por
ella.
—¡Es superior a mí!
—¿Sabes qué? —añade Mitch, inclinándose en mi
dirección—. Deberías ponerle celoso.
Me río e ignoro el remolino en mi estómago ante la mera
sugerencia de poner celoso a Nolan.
—Para ponerse celoso hay que estar interesado. Lo único
que voy a conseguir es la ira de mi hermano.
—¿El rubio de ahí?
Me señala hacia el fondo de la sala, donde veo a Edgar
metiendo mano a una chica en uno de los sofás.
Asqueroso.
—¡Creo yo que está a otra cosa!
—Va a parecer que estoy desesperada si hago eso.
—No, es solo una manera de ver si realmente está todo
perdido con este tipo. Fue él quien te besó, ¿no?
Asiento, incapaz de averiguar por qué le he contado esa
parte de la historia si lo conocía de hace tres horas.
—Si quieres mi opinión, no le da igual.
Echa un vistazo por encima de mi hombro.
—Y, además, eres mucho más guapa que esa chica.
—Gracias por los ánimos.
—¿Y qué tal ese tío?
Paige señala con discreción a un chico que tenemos cerca.
Con un estilo distinto, podría ser guapo, pero ponerse una
camisa en una discoteca no es que me vuelva loca
precisamente. Parece el tipo de chaval que se cree Bill Gates.
—Niño de papá —gruño.
—A quién le importa —añade Carol—. Dará el pego.
No tengo tiempo de protestar cuando las chicas empiezan a
bailar poco a poco con más energía, haciendo algunos
movimientos para abrirme paso hasta Bill Gates Junior. Estoy
a punto de largarme de aquí, pero cuando sus manos me
rodean la cintura por la espalda y mi mirada se encuentra con
los ojos oscuros de Nolan, tengo la pequeña esperanza de que
este plan de mierda funcione. Aunque sea un poco.
—¿Quieres bailar?
La voz grave junto a mi oreja me devuelve a la realidad y
me obliga a dejar de prestarle atención a Nolan. Me giro con
una sonrisa deslumbrante hacia el chico que tengo frente a mí.
—Me llamo Joe.
—¡Scarlett!
—Una preciosidad. Y el nombre, también.
Me guiña el ojo y me río. Todo empieza a ir muy rápido.
Un remix de Shape of You de Ed Sheeran suena por los
altavoces y todo el mundo empieza a menearse al ritmo de la
música. Joe me agarra de la mano y me hace girar un par de
veces, hasta que mi espalda queda presionada contra su pecho.
Con sus manos en mis caderas, se mueve detrás de mí,
atrayéndome a un ritmo lascivo y terriblemente sensual. El
problema es que, en esta posición —que hace unos minutos
odiaba por Nolan y esa chica— me encuentro de nuevo con el
problema. Nolan no se ha movido del sitio y sigue pegado a
esa arpía, que hace movimientos cada vez más seductores, casi
haciendo un baile erótico para él en medio de la pista de baile.
Pero en lugar de concentrarse en el pequeño espectáculo que
está montando con gran esmero, me observa sin pestañear.
Tiene el ceño fruncido y la mirada penetrante. Me examina de
pies a cabeza antes de posar sus ojos en las manos de Joe. Su
mandíbula se tensa, mis piernas se tambalean y todo mi cuerpo
explota. Mi culo, atrapado contra el cuerpo que tengo a mi
espalda, se despierta y se mueve con gusto. Me contoneo,
mirando a Nolan, que no parece estar disfrutando del numerito
y que además no presta atención a su ligue de esta noche.
Me regodeo y me vuelvo hacia Joe, con una sonrisa de
oreja a oreja, pero no me da tiempo a terminar mi baile, ya que
su cuerpo se separa violentamente del mío. Una mano áspera
me agarra de la muñeca y me saca de la pista de baile sin
ninguna delicadeza. Me tropiezo por el camino, pero me aferro
a la espalda que hay delante de mí mientras se desliza entre la
multitud. Miro el cuello recto del hombre, su pelo corto y sus
hombros anchos, moldeados en una camiseta blanca que
conozco demasiado bien. Mi corazón se acelera. Nolan cruza
una puerta al fondo de un pasillo oscuro y llegamos sin
dificultad al patio de detrás del edificio. El cambio brusco en
la temperatura y el enfado me hacen temblar.
—¿Se puede saber qué coño haces? —le suelto.
—Joder tu pequeño espectáculo. ¿Qué era lo de ahí dentro?
¿Un baile erótico?
Contengo la risa ante las palabras que utiliza, porque son
exactamente las mismas que se me pasaron por la cabeza
cuando la morena se pegaba a él.
—Estoy soltera y hago lo que quiero. ¿Qué piensas hacer al
respecto? ¿Joderme los ligues como cuando teníamos quince
años? —le imito.
—No empieces con esos jueguecitos, Scar.
—¡No estoy jugando a nada, Jones!
Le fulmino con la mirada y me fijo en lo que nos rodea.
Descubro que estamos rodeados de cajas llenas de botellas de
alcohol y que la puerta que acabamos de pasar se ha cerrado
de golpe tras nosotros, encerrándonos en este oscuro y
estrecho patio que dista mucho de estar abierto al público.
—¿Tú sabes la que se puede liar si nos encuentran aquí?
—Me importa una mierda.
Su furia es palpable. Frunzo el ceño y me cruzo de brazos
mientras nos envuelve una ligera brisa.
—¿Por qué me has traído aquí?
—Para quitarte de encima las zarpas de ese pervertido —
suelta con una facilidad desconcertante.
Sus manos se cierran en puños a ambos lados de su cuerpo
y su pecho sube y baja de forma muy irregular. Con la
mandíbula apretada, me sondea con un brillo indescifrable en
los ojos. Solo cuando veo su postura y la arruga entre sus
cejas, me doy cuenta de ello.
Nolan está irritado.
No como cuando mi hermano me encuentra con un tío. No.
Sino como un hombre que acaba de ver algo que habría
preferido evitar.
Como cuando yo lo veo con una chica.
Pero no puede ser que Nolan esté celoso.
—¿Cuál es tu problema?
Mi voz suena más tranquila y me acerco a él; me detengo a
unos pocos centímetros de su cuerpo. Su cálido aliento me
quema la cara y el dulce olor de su piel me cosquillea las fosas
nasales. Mi corazón me da un salto en el pecho cuando sus
ojos se deslizan hasta mis labios.
—Te estoy protegiendo, eso es todo —increpa—. Los
perdedores de las discotecas solo piensan en follar.
—Corrígeme si me equivoco, pero… ¿no es eso lo que ibas
a hacer con tu presa de esta noche?
Le da un tic y enarca una ceja.
—Perdona, que no he especificado. Entre la camarera y la
morena de la pista de baile, empezaba a acumularse una
multitud en la puerta de Nolan Jones.
Mi voz suena clara y molesta. Estoy celosa, y no intento
ocultar mi irritación. Creo que he llegado a un punto en el que
haga lo que haga, toda mi alma clama por él. Mis sentidos, mi
piel, mi corazón. Deseo a este hombre. Mucho. Cada parte,
cada fibra, cada músculo, cada vena de mi cuerpo lo desea.
—No es lo mismo.
Estallo en carcajadas y su rostro se relaja. Mientras me
observa, las arrugas de su entrecejo desaparecen poco a poco.
—Eres igual que los otros. Débil en cuanto una mujer
menea el culo. Si eso es todo lo que hace falta, puedo bailar
para ti aquí mismo, si quieres.
Sus hombros se tensan.
—¿Qué mosca te ha picado?
—¿Todavía no lo entiendes?
Se me quiebra la voz en los agudos y no reconozco mi tono.
Parezco histérica.
—Estás borracha.
Suspira y se pasa una mano cansada por el pelo.
—Escucha, voy a fingir que lo que has hecho con ese
payaso en la pista no ha pasado. No le diré nada a tu hermano,
haremos como si no hubiera pasado nada y dejarás de beber.
—La especialidad de Nolan Jones —digo, con amargura—.
Olvidarlo todo.
Parpadea y retrocede ligeramente.
—Sabes que no vas a poder huir siempre, ¿no? Fingir que
no pasa nada, que nunca ocurrió nada en ese puto sofá. De
hecho, ese es el problema. Eso es de lo que deberíamos estar
hablando ahora, Nolan.
—Scar.
Su voz profunda me provoca una ráfaga de mariposas en el
estómago, pero su advertencia suena vacía y sigo avanzando
hacia él. Mi cabeza inclinada hacia arriba le obliga a bajar la
suya para mantener nuestras miradas ancladas. Se eleva por
encima de mí y puedo oír su corazón latiendo en su pecho. O
puede que sea el mío, que se ensaña cuando mis sentidos se
llenan de él.
—Júrame que lo has olvidado —susurro—. Júrame que no
ha tenido ninguna importancia para ti. Júrame que no lo
recuerdas por las noches cuando te acuestas. Por el día cuando
pasas por delante del sofá.
—Scarlett.
No se mueve y me observa, y esta vez, su respiración se
altera. Es tan imperceptible como el brillo de sus iris, pero está
ahí, lo siento como el cambio en el ambiente que nos rodea.
Está cargado, pesado, eléctrico.
—Yo pienso en ello todo el tiempo. Pienso en tu boca. En
tus manos sobre mi cuerpo. En el olor de tu piel y el calor de
tus dedos. La sensación entre m…
Su boca se estrella contra la mía y me silencia. Sofoco un
gemido y me agarro a su camiseta para no caerme de espaldas
mientras su mano se coloca en mi nuca. Su lengua me hace
cosquillas en el labio por un momento y luego se abre paso
para encontrarse con la mía. Su boca sabe igual. Ligeramente
más dulce, pero igual de adictiva. Me rodea la cintura con un
brazo y me atrae hacia él. Pongo las piernas alrededor de sus
caderas y da algunos pasos hasta que mi culo choca contra una
superficie dura, sobre la que me posa él. Se pega más a mí,
entre mis muslos abiertos, sin separarse de mi boca, que
manipula con destreza. Los embates de su lengua se vuelven
directos y lánguidos. Siento que su rabia se derrama entre
nosotros, al igual que mi frustración, mi deseo y sus ganas. Me
acerca un poco más, haciendo que nuestros cuerpos choquen.
El bulto de sus pantalones es enorme y un gemido se me
escapa de la garganta al sentirlo contra mi sexo.
—Nolan.
Mi voz muere en su beso. No dice nada; se limita a meter
una mano por debajo de mi blusa y me agarra el pecho con
destreza. Mi cabeza se inclina hacia atrás. Aprovecha para
enterrar su cara en mi cuello. Chupa mi piel, la besa, la lame.
Todo me da vueltas y mis caderas se mueven hacia delante y
hacia detrás, buscando más contacto. El calor entre mis piernas
sigue en aumento mientras me besa por la clavícula y me
deslizo fuera de la caja de madera. Nolan da un paso atrás, me
suelta y me mira con ojos confusos. Pongo una mano en su
torso para obligarle a dar otro paso atrás y, sin dejar de
sostenerle la mirada, me arrodillo. Veo el momento exacto en
el que se da cuenta de lo que quiero hacer. Lo que voy a hacer.
Traga con fuerza y me mira mientras desabrocho su cinturón.
Sus ojos se cierran por un segundo mientras le bajo la ropa
interior y los vaqueros a la vez. Está casi desnudo. Solo
cuando su sexo se alza orgulloso frente a mí me doy cuenta de
lo que está pasando. Dudo por un breve instante, pero lo nota.
—Oye, no tienes por qué…
No termina su frase. Su tono es ronco y sus ojos brillan
cuando agarro su pene con firmeza antes de desenrollar el
condón que me entrega.
Aunque vaya a pasar una vez, solo esta vez, quiero que
supere mis expectativas. Porque he soñado mucho tiempo con
estar así con él.
Me pongo su glande entre mis labios y su gemido resuena
entre mis muslos. Tiene la boca entreabierta y no me quita los
ojos de encima. Con la cabeza agachada, me observa mientras
se la chupo, mordiéndose el labio en cuanto aumento la
intensidad. Le pongo ganas. Lamo el glande, succiono los
testículos, le estimulo el pene en toda su longitud. Suspira con
fuerza y mueve las caderas para dar ritmo.
—Joder, qué maravilla.
Gimo y la vibración que se produce en su erección le hace
estremecerse.
—Scarlett.
Sus dedos se entierran en mis cabellos y aumento la
intensidad. Se apoya en mi cabeza para empujar más
profundo; la sensación de saber que él mantiene el ritmo me
hace cosquillas en el bajo vientre. Me gusta verlo así, con los
ojos llenos de un deseo crudo del que me costará deshacerme.
Es un hombre sublime, incluso en esta postura.
Sobre todo en esta postura.
Conmigo de rodillas y chupándosela hasta que se vuelva
loco.
Me agarra de unos cuantos mechones y me cambia de sitio,
gruñendo. Me incorporo y beso sus labios carnosos. Me
empuja contra los cajones, me desabrocha los vaqueros y
hunde sus dedos en mis bragas. Mi cuerpo se estremece, lo
ojos se me cierran y mi cabeza cae hacia atrás.
Mierda. Sí que es bueno.
Demasiado bueno.
Hace círculos en mi clítoris mientras introduce un dedo y
luego otro más en mi sexo empapado. No puedo contener los
sonidos entrecortados que salen de mi boca. Juega conmigo, a
veces rápido, a veces lento, su mano moviéndose dentro de mí,
disfrutando de mi deseo. Quiero que me tome, aquí y ahora.
Entonces, en un arrebato, me deshago de los vaqueros y agarro
su polla. Separo mis muslos desnudos, me siento en las cajas
detrás de mí y atrapo sus labios. Lo masturbo enérgicamente,
chupando el dedo que desliza entre mis labios. Gruñe y admira
mi boca mientras saboreo su dedo índice con ganas.
—Eres increíblemente sexi —dice con voz ronca—. Lo
sabes, ¿no?
Muerdo su dedo y él aprovecha este momento para hundirse
hasta el centro de mis muslos, en un medido empuje con las
caderas. Gemimos al unísono sin dejar de mirarnos. La
sensación de su sexo dentro de mí hace que una emoción
crezca en mi pecho. Algo devastador, que cae entre mis
piernas, donde él está enterrado. Cierro los ojos por un
segundo. Esto es mucho más intenso que en mis fantasías. La
tensión entre nosotros, esa atmósfera palpable que nos rodea
desde hace días, esa atracción que explota por mil en este patio
trasero sin que él ni yo lo hayamos previsto.
Parece surrealista, pero cuando se retira y me penetra aún
más profundo, dejo escapar un gemido lujurioso. Sé que lo que
está ocurriendo es real. Aquí, él y yo.
—No te atrevas a parar —jadeo.
—¿Y si no qué, Scar?
Una sonrisa de suficiencia se extiende por su rostro; yo le
muerdo el labio y le tiro del pelo. Su risa grave hace que mi
clítoris se estremezca.
—Más fuerte —gimo.
Me besa el cuello y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Luego me agarra firmemente de las caderas y me penetra de
nuevo. Esta vez no para. Continúa entrando a un ritmo
frenético. A duras penas me sujeto a las cajas, con la piel
quemada por el roce de la madera en mis nalgas con cada
penetración de Nolan. Me tumbo más, tirando de su camiseta
para obligarle a ponerse sobre mí.
—Tengo una idea mejor —dice.
Me pone de pie, rodea mi cintura con el brazo y me gira,
poniendo mi estómago contra las cajas. Su sexo choca contra
mi culo y su boca está pegada a mi oreja.
—Quiero follarte así. Admirar tu culo.
—¿Tiene algo que admitir sobre mi culo, señor Jones?
—Me vuelve loco.
Dicho esto, me agarra de las caderas mientras coloco las
manos frente a mí. Con el culo puesto como si fuese una
ofrenda, siento su glande abrir mi entrada y hundirse en mí.
Gime. Es un sonido ronco y grave. Una cosa bestial que me
revuelve hasta en lo más profundo. Me penetra lentamente por
primera vez y luego, incapaz de aguantar más, reanuda sus
frenéticos y potentes embates.
—No voy a durar mucho más, Scarlett.
Quiero decirle que yo tampoco, pero no puedo. Me quema
todo el cuerpo y mis músculos se tensan. Nolan me embiste
sin descanso y la sensación entre mis muslos es divina.
Abrumadora. Me corro de repente. El orgasmo es devastador,
fulminante. Empiezo a temblar entre sus brazos hasta que él se
derrumba a su vez con un gemido liberador. Estoy empapada
de sudor, el corazón se me desboca y me cuesta recuperar el
aliento. Se retira y se coloca los pantalones tras quitarse el
condón rápidamente. Me incorporo, con las piernas
temblorosas, y me pongo la ropa. Cojo mis deportivas, que se
han caído al suelo durante el encuentro. Ya vestidos, nuestras
miradas se cruzan. Habiendo abandonado el letargo, ambos
nos damos cuenta de lo que acabamos de hacer.
Intento sonreír, pero él no reacciona en absoluto. Tiene el
pelo revuelto y la camiseta se he ha descolocado un poco
durante nuestra batalla. Ahora creo que está librando otra
batalla, esta vez interna, y me da miedo saber qué va a ganar.
Si el arrepentimiento o la aceptación.
—Era inevitable —le tranquilizo—. Tú y yo, eso.
Señalo con la cabeza hacia el escenario del crimen: cajas
llenas que me dejarán moratones durante días. Pero, joder, el
orgasmo que he tenido vale todos los males del mundo.
—Ha sido un error —replica.
Se me encoge el corazón.
El arrepentimiento.
—Inevitable, es cierto. Pero debemos pararlo ahora antes de
que vaya a más.
Permanezco callada, cruzando los brazos para protegerme
de mis repentinas ganas de saltarle a la yugular. De hacerle
regresar a unos minutos antes, de ver en sus ojos ese deseo,
esas ganas, ese impulso pasional que sosegó conmigo.
Ese arrebato de locura.
—No debió ocurrir nunca —continúa—. El beso, el sofá, ¡y
ahora esto! Esto es un disparate. Nos conocemos desde que
éramos críos, Scar. Eres la hermana de mi mejor amigo,
vivimos juntos. Tú y yo, es…
Deja de hablar y suspira, permitiendo que imagine mil y
una palabras en las que sé que está pensando pero que no va a
pronunciar. Imposible. Irreal. Incompatible. Inconcebible.
Prohibido.
—Entonces, ¿esto es todo?
Se me quiebra la voz por la patética pregunta que no he
podido contener. Ya está. Se acabó. Nolan acaba de destrozarlo
todo y se está cerrando de nuevo. Ha roto mi corazón, mis
sueños y toda la esperanza que había hecho florecer.
—Sí.
Se pasa la mano rápidamente por la camiseta y me rodea
con rapidez para ir hacia la puerta. Me siento sucia. Como un
calcetín usado y viejo una vez que han tirado a la basura. ¿Esto
es lo que se siente al acostarte con un tipo que se marcha justo
después, que te abandona cuando ya tiene lo que quiere?
—¿De verdad ha tenido tan poca importancia para ti?
Se para en seco, de espaldas a mí, y se gira. Sus facciones
muestran cansancio. Me observa y coge aire.
—Ojalá fuera el caso, Scar.
Y se va rápidamente, dejándome sola con esa confesión.
26

Scarlett

—¿Te ayudo, Meredith?


Mi madre y yo nos giramos hacia la voz familiar, y me
encuentro con la sonrisa más amplia que conozco. Acabamos
de comer y, mientras todos siguen conversando en el salón, me
he escabullido a la cocina con mi madre.
—¡No seas pelota, Jones! —protesta mi hermano, que llega
detrás de él.
—Siempre siendo un niño modelo. ¡Que ya no tenemos
diez años! Los Martin ya saben en qué te has convertido —le
sigue Léo.
Mi madre se ríe y pone los ojos en blanco al ver a los
chicos discutir alrededor de la encimera como de costumbre.
Natalie, Tom, Anya y James llegaron hace casi dos horas, pero
sus hijos Léo y Nolan vinieron al final de la mañana. Por si
fuera poco que los tres vivan juntos entre semana, también
tienen que pasar los findes apelotonados en casa de los demás.
Y esta vez no iba a ser la excepción. Lleva siendo así
demasiado tiempo. Suspiro, retirándome el pelo de la nuca con
un rápido movimiento de la mano. Cierro el lavavajillas con
un pie e ignoro la mirada que siento que me quema el rostro.
Hace eso cuando no lo miro, cuando cree que no lo veo. Me
observa de reojo, pero se comporta conmigo de la misma
forma que siempre: los piques, las bromas y las riñas. Eso es
cuando no estamos solos, es decir, cuando nuestros padres
están cerca y no tenemos más remedio que hacerlo para no
levantar sospechas. ¿Y cuando estamos solos? Silencio total.
Me evita, no me mira a la cara y me echa ojeadas rápidas
como sucede ahora mismo. Me acerco, capto su atención, que
desvía al instante, y salgo de la cocina.
Vuelta a la casilla de salida.
Pero, esta vez, con más recuerdos que la última.
Nolan a mi espalda. Yo de rodillas. Su aliento en mi nuca.
Su voz en mi oreja. Su mirada lasciva.
En fin. Ha hecho justo lo que prometió: como si nada
hubiera pasado.
Y eso me hace daño. Muchísimo.
—Scar, ¿te apetece echar una partida al NHL en el sótano?
Me siento junto a la mesa del salón, donde están los padres,
y miro a mi hermano de pie en mitad de la sala.
—¿No queréis postre, chicos? —pregunta mi madre, que
viene de la cocina—. Es tarta de chocolate.
—¿Cuándo vas a sacarla? —dice mi hermano.
—En unos quince minutos.
—Volveremos cuando esté.
—¿Quieres que te arrope para dormir también? —se mofa
nuestro padre.
Léo hace un chiste por lo bajini y no lo oigo, pero puedo
asumir con certeza que era algo sexual dada la reacción de mi
hermano y la risa mal disimulada de Nolan detrás de ellos.
—Calla —replica Edgar—. Vale, estaremos aquí para el
postre. Solo quiero bajarle el ego a Nolan.
—Sigue soñando.
Los padres se ríen cuando ven a los chicos pelearse por un
juego de PlayStation y, antes de que la conversación haya
terminado, bajan corriendo las escaleras del sótano. Suspiro al
oír sus voces desde lo alto de la escalera.
—Scarlett, cielo, sabes que no tienes por qué ir detrás de
ellos —dice Anya entre risas—. ¡Vales más que eso!
—Si bajo, les voy a hacer llorar, así que les estoy dando un
tiempo de ventaja —bromeo con la madre de Nolan—. Soy
mejor que tu hijo en el juego de la NHL, pero no quiere
admitirlo.
Me hace un guiño cómplice y me quedo con ellos un
momento, escuchando sus conversaciones antes de decantarme
por ir al sótano con los chicos. Después de todo, ¿qué sentido
tiene huir cuando la única persona que quiero evitar vive
conmigo todo el tiempo? Además, a diferencia de él, yo no me
arrepiento de nada más que su comportamiento.
Pero es Nolan.
Y se las perdono todas.
Cuando llego al sótano, los chicos están en medio de una
partida y sospecho que Nolan está haciendo sufrir a mi
hermano. Me río mientras me dejo caer en el asiento libre y
compruebo que no me he equivocado. 2-0. A mi hermano le
están dando una paliza.
—Qué malo eres, Ed —comento.
—No te pases de lista, Scar. Vas después de mí y me voy a
descojonar cuando el capullo este te haga morder el polvo.
—¡Toma, mira lo que te responde el capullo!
Con un lanzamiento perfecto, Nolan marca un gol
magistral, haciendo que Léo grite de alegría y mi hermano
refunfuñe. Estallo en carcajadas. Veo por encima la mirada que
el moreno lanza en mi dirección. Finge que no le he pillado y
vuelve al juego, machacando el mando hasta el último
segundo.
—¡Joder! Estoy seguro de que este mando no va bien —
protesta mi hermano.
—Seguro que es el mando —se mofa Léo.
Nolan se ríe, coge el objeto en cuestión y me da el que tiene
en la otra mano.
—Vamos a comprobarlo.
Sin mirarme, inicia la partida y me asigna a los Montreal
Canadiens. Él escoge el equipo de siempre: los Boston Bruins.
Previsible.
—¿Qué os jugáis? —Pregunta Léo.
—¿Que qué nos jugamos? —pregunto confusa—.
¿Apostasteis algo antes?
—Lavar los platos durante toda la semana.
Mi hermano refunfuña en su rincón y ahora entiendo mejor
por qué se ha esforzado tanto en ganar. Esta semana son dos
personas para repartirse las tareas domésticas, ya que nos
alternamos regularmente, y por lo que tengo entendido…
Edgar tendrá mucho trabajo.
—Nada de limpiar. Esas apuestas son de pringados.
Nolan sonríe y siento una colleja en la nuca.
—Eres una cobarde.
—Y tú eres tonto —le respondo a mi hermano en el mismo
tono.
—Pues venga, doña perfecta —se mofa Edgar—. Tengo
ganas de ver cómo te las apañas. Si no quieres que la limpieza
sea el premio, ¿qué te parece si quien pierda le debe un favor a
quien gane? Cualquiera.
—¡Como limpiar! —exclama Léo entre risas.
—¿Cualquier favor?
Me giro hacia Nolan y veo cómo sus hombros se tensan. Sé
que ha captado la implicación de mi pregunta. Estaba dirigida
a él y ahora sé lo que me gustaría pedirle si ganara. Un favor
es un favor, y más vale que Nolan Jones se ande con ojo,
porque yo podría tener mucha inspiración.
—Vas a perder, mini Martin. Te lo digo yo.
Su voz profunda hace que se me revuelva el estómago y,
antes de que me haya recuperado de mis emociones,
comenzamos el juego. El partido empieza fuerte, y mientras él
se esfuerza todo lo posible por no perder el disco, intenta pasar
entre mi línea defensiva sin éxito. Mi portero intercepta el tiro
fácilmente y mis jugadores recuperan el liderazgo.
—¡El postre está servido!
Mi madre grita desde lo alto de la escalera y Edgar y Léo
saltan del sofá.
—¿Lo vais a poner en pausa?
—No —corta Nolan—. ¡Primero terminamos!
Está concentrado. Sus dedos se mueven por los botones de
su mando y sus ojos no se apartan ni un segundo de la pantalla
que tenemos delante. No me siento muy segura de mi victoria;
juega bien. Muy bien. Desde siempre. Y no se queda para nada
atrás. Puedo pedirle lo que quiera si gano y no podrá decir que
no. Lo sabe, y por eso me está demostrando que no se va a
dejar ganar.
—¡Luego os venís!
Edgar sube las escaleras detrás de Léo y nos quedamos
solos en el sótano. Nolan está sentado en el sillón de cuero.
Estoy de perfil respecto al televisor, pero tengo una visión
perfecta de Nolan. Su cara está tensa, tiene los codos apoyados
en los muslos y las piernas ligeramente separadas. Intento lo
mejor que puedo no perder de vista la partida, pero es difícil
hacerlo con su presencia a pocos metros de mí. Tras el
segundo período, el juego nos da un respiro de unos segundos
y aprovecho para levantarme ante su mirada confusa.
—¿Qué haces?
—Voy a ponerme ahí —respondo—. Estás mejor sentado
aquí; no puedo permitir que estés en mejores condiciones que
yo.
Se ríe y, al sentarme en el sofá, aprovecho para acercarme a
él un poco de más. Nuestros brazos se rozan y él se aparta. El
juego se reanuda y yo suspiro sin poder evitarlo. No es fácil
hacerle ceder.
—Te estás ablandando, Jones.
—No me vas a pillar así, mini Martin.
Me río y le empujo el codo.
—¡Tramposa!
—¡Manco!
Se ríe y, al ver la sonrisa en sus labios carnosos, el
estómago me da un vuelco.
—Intentas desconcentrarme, ¡pero no va a funcionar!
—Claro que sí. Lo que buscas es una excusa para justificar
que juegas de pena.
Me da un codazo y grito sorprendida porque he perdido el
disco y él lo ha recuperado con facilidad.
—¿De verdad quieres jugar a esto? —le amenazo.
Se ríe y no puedo evitar disfrutar del momento. Sin estar
incómodos, como antes. Aunque estemos los dos solos, no me
ignora. Actúa con naturalidad a pesar de todo lo que ha
pasado.
—Siempre puedes intentarlo. Podrías ponerte delante de mí
en bragas y no cambiaría nada. Voy a ganar, Scar.
No sé si es su comentario lo que eleva la tensión en la sala
o que nuestros muslos se rozan en ese momento, pero una
electricidad se extiende entre nosotros y mi piel se estremece.
Trago con fuerza, incapaz de pensar en algo que no seamos él
y yo casi desnudos. Miro en su dirección. Parece
imperturbable, aunque puedo notar que su comentario le ha
sorprendido tanto como a mí, ya que sus hombros están menos
encorvados que antes. Su espalda está tensa y sé que está
menos concentrado de lo que quiere aparentar.
—¿Y si te la chupo? —digo con voz ronca—. ¿Eso
tampoco te desconcentraría?
En ese instante, falla un pase y consigo tirar a la portería.
Logro meter el disco entre las piernas de su portero y me hago
con el primer gol del partido. Suena el final del juego en la
televisión y los colores de los Montreal Canadiens iluminan la
pantalla. Nolan gruñe y tira el mando al sofá. Estallo en
carcajadas y me levanto para chulear con un baile de la
victoria. Él despotrica con los brazos cruzados contra el pecho.
—Has jugado sucio.
—Creía que nada te desconcentraba.
Me inclino ligeramente hacia él, sonriendo.
—Y ni siquiera me ha hecho falta quedarme en bragas.
Esta vez puedo verlo perfectamente: el brillo de sus ojos, el
destello de su mirada que me recuerda que lo que compartimos
la noche del viernes en el club no fue producto de mi
imaginación. Pasó de verdad. Él y yo en aquel patio, y lo que
fuera que intentase hacer.
—No, ha bastado con que te recuerde lo que pasó.
Mi voz no es más que un susurro y me inclino aún más
hacia él, posando las manos en el respaldo que tiene detrás.
Estoy casi a horcajadas sobre su regazo y puedo ver cómo
mira mi pecho antes de subir a mi boca y a mis ojos.
Se acuerda perfectamente.
—¿Intentas provocarme?
—Puede.
Suspira, me aparta con cuidado y se levanta rápidamente
del sofá. Le sorprendo mientras se recoloca los vaqueros entre
los muslos y me imagino el duro bulto en su ropa interior.
Trago saliva con dificultad.
—Tienes que dejar de hacer esto, Scar.
—¿El qué?
—Hablar de cosas de las que no deberíamos.
Se coloca en el centro de la habitación y me encara, serio.
Me acerco a él y no se mueve, aun cuando nuestros cuerpos se
rozan. Elevo la cara hacia él, forzándole a bajar la suya. Como
la otra noche. Bastaría con ponerme de puntillas para que
nuestros labios se encontrasen, pero no hago nada.
—¿No te gustó?
Me mira sin responder. Sin embargo, le da un tic en la
mandíbula y sé que esta conversación le sube la temperatura.
Mucho mejor, es exactamente lo que quiero.
—Sabes que me debes un favor.
Suspira y se pasa la mano por el pelo.
—No me lo vas a poner fácil, ¿eh?
Niego con la cabeza y me encojo de hombros.
—Muy bien. ¿Qué quieres?
—Sabes lo que quiero.
Frunce el ceño y se muerde el labio.
—Bésame.
—Scar.
Agarro los bordes de su camisa y lo acerco un poco más
hacia mí.
—Bésame.
Me empuja ligeramente.
—No.
—Una apuesta es una apuesta. Lo sabes de sobra.
Su cabeza se inclina hacia atrás y se queda mirando el techo
durante un largo segundo mientras resopla. Finalmente se
endereza, me pone una mano en la nuca e inclina la cabeza.
Justo cuando creo ver que pone sus labios en los míos, se
detiene más arriba. Posa un beso dulce y distante en mi frente.
Su aliento roza mi piel y él se aparta, con su cálida mano
todavía en mi cuello.
—Tramposo —murmuro.
Se ríe.
—Juegas con fuego, Scarlett.
—¿Y si quiero quemarme?
—No podemos hacerlo. Lo sabes de sobra.
Su voz se vuelve clara otra vez y retrocede bastante. El
sonido de unos pasos nos devuelve a la realidad. La puerta de
la escalera se abre y Edgar se asoma:
—¿Os venís?
—¡Ya vamos! —responde Nolan sin dejar de mirarme.
Edgar cierra la puerta y el silencio nos envuelve de nuevo.
La tensión ha aumentado, pero ahora es menos sexual y más
opresiva. Está llena de palabras sin decir, prohibiciones y
frustración.
—Edgar es como mi hermano. Lo sabes mejor que nadie.
No podemos seguir con esto. Dejarnos llevar. Se va a joder
todo y no puedo perderos a los dos. Eres mi familia, Scarlett.
Hago una mueca.
—No es eso lo que parecía el viernes por la noche.
Su respiración se vuelve pesada y su mandíbula se tensa.
—Lo del viernes por la noche fue un error.
—En tu vida hay muchos errores, Nolan, y muchas excusas.
—No me provoques. Sabes tan bien como yo que no puede
salir nada bueno de esto. Por favor.
Esta vez no hay rastro de ira en su voz. Un dolor agudo e
intenso recorre sus iris. Se me encoge el corazón.
Nolan no suplica jamás.
Y ahí mismo me doy cuenta de que, para él, nos hemos
pasado de la raya.
27

Scarlett

Quince días.
Hace quince días desde que Nolan y yo nos acostamos en el
patio trasero de la discoteca y perdimos el control de la
situación. Un beso es un accidente; dos, son ganas.
Follar ya es otro nivel. Pensé que aprenderíamos a lidiar
con ello. No era la primera vez que lo hacíamos. Sin embargo,
jamás había estado tan equivocada. ¿Por qué? Porque Nolan
está peor que antes. Más frío. Más distante. Y sus
remordimientos parecen estar en su punto álgido.
¿Y yo? Yo reprimo mi sufrimiento. ¿Y esta noche? Pues ya
tiro la toalla.
Que se vaya al diablo.
Estoy sentada en una silla de madera, tomando una cerveza
que me ha ofrecido el nuevo miembro de los Terriers. Observo
el bar donde nos hemos instalado. Justo después del
entrenamiento, recibí una llamada de mi hermano pidiéndome
que saliera con él y con algunos de los jugadores a tomar algo.
Acepté al momento, pensando que una noche con gente me
haría bien. Mis amigas están atrapadas en la biblioteca para
acabar un trabajo que yo terminé hace una semana, así que no
he tenido más remedio que seguir a Edgar para tomar un poco
el aire. Pero esta elección también estuvo influida por una
cuestión importante: la presencia de Nolan. Está apoyado en la
barra, charlando con una rubia de escote escandaloso. Parece
ser el uniforme, porque cuando observo a las camareras que
caminan entre las mesas, me doy cuenta de que no van muy
vestidas. Supongo que las chicas en pantalones minúsculos
atraen a la clientela. Uno de ellos ha mordido el anzuelo
durante varios minutos y yo estoy rumiando en mi rincón.
Esperaba encontrar un momento para hablar con él, para forzar
la conversación que él había estado evitando durante varios
días. Ya no lo veo después de cenar. Cuando paso una noche
en el sofá, él no sale de su habitación; no me lleva a la
universidad aunque tengamos el mismo horario e ignora mis
intentos de hacerle reír cuando me lo cruzo. Mi hermano
empieza a sospechar algo.
¿He dicho que iba a tirar la toalla? Sería más fácil si los
celos no arrasaran con todo a su paso.
—¿Todo bien, Scar?
Léo se deja caer en la silla y da un sorbo a su vaso con una
sonrisa estúpida en la cara. Me río al ver su contagioso buen
humor.
—La vida es bella, ¿eh? Una cerveza, colegas, tíos buenos
hasta donde alcanza la vista.
Sube las cejas para insinuar y yo le empujo, segura de que
hace esa mención solo para cabrearme. Los jugadores de
hockey tienen fama de ser unos seductores, lo sabe. Ser la
hermana pequeña del capitán me da el privilegio de estar cerca
de la pandilla y debo admitir que, cuando noto las miradas de
algunas de las chicas, es difícil no ver sus celos.
—No está mal.
—Eso son los tíos buenos, que siempre surten efecto —dice
con ironía—. ¡Eres igualita a tu hermano! En cuanto hay algo
que mirar, disfrutas de la fiesta.
Pongo los ojos en blanco porque, a diferencia de Edgar,
solo hay una persona que me interesa esta noche —y desde
hace años—, pero está ocupada ligando con una rubia más
allá. Echo una rápida mirada y paro, ya que noto que el dolor
en mi pecho se extiende hasta formar un desagradable nudo en
mi garganta. Doy un trago a mi vaso.
Vamos, Scarlett, si no ha salido bien en toda tu vida, puedes
al menos ignorarlo esta noche.
—¿Puedo preguntarte algo?
Asiento con la cabeza y veo que Léo suspira un segundo.
Detiene su mirada en un punto y luego se vuelve hacia mí.
—¿Ha pasado algo con Nolan?
Casi me atraganto con la cerveza. Haciendo gala de una
sangre fría espectacular, mantengo una expresión seria
mientras mi compañero de piso me observa con atención.
—¿Qué quieres decir?
Finjo no saber de qué me habla, pero por dentro cunde el
pánico.
¿Lo sabe?
¿Desde cuándo?
¿Se me ve en la cara?
Joder. Puta. Mierda.
—No lo sé —dice poniendo el codo en el respaldo—. Ya no
habláis como antes. Me refiero a que pareces distante y creo
que no os he visto juntos en días.
Quince.
—Qué va… —intento disuadirle—. Vaya, que no tengo la
impresión de que… No sé.
Me mira durante un rato largo con insistencia. Parece
dudoso.
En este tiempo, ya he podido mejorar la explicación.
—No pasa nada.
—Nunca has sabido mentir. Eres consciente, ¿no?
Frunzo el ceño a la defensiva.
—Puede que a tu hermano le tengas engañado, o que
prefiera mirar hacia otro lado con ciertos asuntos, pero yo sé
que estás colada por Nolan.
No sé si es porque el vaso resbala, porque mi mano se
tensa, o porque lo que admite Léo hace que algo dentro de mí
explote, pero mi cerveza se hace añicos en el suelo y salpica
todo a su paso. Varias personas se vuelven hacia nuestra mesa
y mis mejillas se enrojecen cuando una mirada oscura cerca de
la barra se posa sobre nosotros. No tengo tiempo de ocuparme
del tema, pues un camarero me ayuda a recoger los trozos del
suelo y limpiar el líquido pegajoso.
—Os traigo otra.
—Gracias —responde Léo en mi lugar.
Cuando por fin nos quedamos solos, me atrevo a echarle
una mirada y comprendo que, diga lo que diga, nada le hará
cambiar de opinión.
Lo llevo escrito en la cara.
—No lo sabe —le digo—. Por favor, no le digas nada.
—No soy un suicida —se mofa—. Te dejo que se lo digas
tú a tu hermano.
Resoplo y me paso una mano nerviosa por el pelo.
—Hablaba de Nolan.
Léo se muerde el labio con una expresión apenada.
—Sabes que nunca te verá de esa forma.
Se me encoge el corazón y miro por el bar en busca de
Nolan, pero me percato de que ha abandonado el local.
—Lo sé.
Y los últimos días no han hecho más que reforzar esa idea.
Desliz o no. Nolan es Nolan.
Soy como una hermana.
La de su mejor amigo.
—¿Cómo te has dado cuenta?
—No estaba seguro —responde serio—. Digamos que me
lo acabas de confirmar.
Hace un gesto con la mano hacia el lugar donde se me ha
caído el vaso y le fulmino con la mirada.
Era un farol y yo he picado.
—No me mires así —comenta entre risas—. Tenía mis
dudas. Últimamente parecías distante y no eres la única que ha
sucumbido al encanto de Jones.
Se supone que su broma debe aligerar el ambiente, pero me
hace sentir aún más resentida. Con él, por la encerrona; y con
Nolan, por lo demás. No le da tiempo a decir nada más cuando
un grupo de chicos ruidosos se pasea por nuestra mesa y una
mano se posa en mi hombro. Doy un respingo y me vuelvo
hacia el intruso, cuyo rostro me suena pero no consigo ubicar.
—¿Nos conocemos?
Me sonríe ampliamente y se gira a Léo, que se queda
callado. Me quita la mano del hombro.
—Lo siento, tío, ¿es tu chica?
—Hermana —le corrige—. ¿Y tú quién eres?
—Andrew Peals.
Extiende la mano con firmeza, manteniendo su agradable
sonrisa. Frunzo el ceño, todavía sin entender la razón por la
que se une a nosotros como si fuéramos viejos conocidos. Está
bueno, eso no se lo puedo negar: pelo castaño recortado, torso
musculoso, piernas largas y esbeltas, sonrisa Colgate. Pero de
verdad que no sé quién es.
—Vamos a una clase juntos —continúa, acercándose a mí
—. Con la señora Ellen. Derecho Civil sobre contratos.
Ato cabos y asiento con la cabeza. Por fin me doy cuenta de
por qué su cara me resulta tan familiar.
—Vale, ahora sí.
—¿Te puedo ofrecer alguna bebida? —me propone—. A
menos que tu hermano prefiera que me mantenga lo más lejos
posible.
Vuelve a centrar su atención en Léo y no puedo evitar
reírme. No tiene ni idea de con quién está hablando y eso me
encanta. Me siento como cuando vi a Corey unos meses antes.
En ese momento, me sentía igual.
—El hermano acepta —se limita a decir Léo en un tono
neutro—. Pero evita al rubio alto de allí. A él sí le pueden
entrar ganas de partirte la cara.
—¿El capitán de los Terriers?
Andrew frunce el ceño mientras mira a Edgar de lejos.
—Ese es su auténtico hermano —dice Léo con soltura—.
Yo soy el compañero de piso, pero si le haces algo te parto la
boca igualmente.
Se levanta de la silla y le da una palmada en el hombro,
haciendo que Andrew se sobresalte. Me río. Léo me guiña un
ojo y desaparece de mi vista. Mi compañero de clase se queda
de pie frente a mí, un poco sorprendido por el rumbo que ha
tomado la conversación.
—¿Qué ha sido eso?
—Mi perro guardián —bromeo.
—Me da la impresión de haberme embarcado en una
epopeya caballeresca. No vas a ser fácil de cortejar, ¿me
equivoco?
Me troncho de la risa, sin evitar mirar en dirección a la
barra, donde estaba Nolan unos minutos antes. Todavía no ha
regresado, así que vuelvo a centrar mi atención en la mesa.
Andrew se sienta en la silla que hay a mi lado y deja su bebida
aquí. Él termina por ignorar a sus amigos, que lo llaman desde
detrás.
—Creo que te están esperando.
—Solo quieren joderme los planes.
Me río, me paso los dedos entre el pelo y finalmente miro
mis manos vacías.
—¿Qué te pido?
—Se supone que el camarero tiene que traerme algo —digo
removiéndome en la silla.
Miro a mi alrededor, esperando encontrar al tipo que había
venido a recoger mi desastre, pero en su lugar lo veo a él. Está
apoyado en la pared, no muy lejos de Edgar, y me observa con
los brazos cruzados en lugar de concentrarse en las palabras de
mi hermano. Se me hace un nudo en el estómago y desvío
rápido la mirada.
—No creo que tarde.
Me tiembla la voz y me cuesta horrores no seguir mirando a
mi derecha. Siento que sigue mirando fijamente en mi
dirección. La sensación que me produce es indescriptible,
tanto que no tengo ni idea de lo que me dice Andrew.
¿Y qué narices hago yo con él?
Cruzo las piernas en un intento de ponerme en una postura
más cómoda mientras golpeteo la mesa con los dedos.
Tengo que calmarme y dejar de pensar en él, de buscarle
con la mirada. Si Paige estuviera aquí, me diría que me abriera
a los demás, que dejara que los chicos me hablaran, que dejara
de bloquearme.
Pero ella no está aquí; solo estoy yo con mis dudas.
—¿Estás segura de que estás bien?
—Creo que me ha dado un sofoco —miento—. ¿Me
disculpas? ¡Voy al baño!
Me levanto de golpe y me alejo de la mesa. Voy con rapidez
hacia el fondo del bar y encuentro los baños sin problemas. El
hedor de la orina me pica en la nariz y hago una mueca antes
de poner la cara debajo del chorro de agua. Me limpio el
maquillaje, que se ha corrido, y me tomo unos segundos para
respirar.
Necesitaba salir y ver gente,
no presenciar los ligues de Nolan,
ni ser descubierta por Léo,
ni tener que darle conversación a un tío que no conozco.
Ni siquiera debería estar aquí.
Tomo aire y salgo del baño, dispuesta a salir del bar e irme
a casa. Pero me topo con un cuerpo nada más cruzar la puerta
y un olor almizclado demasiado reconocible me acelera el
corazón.
Nolan.
Miro su cara tensa y lo fulmino con la mirada.
—¿Se puede saber a qué juegas con Peals?
Arqueo una ceja al ver su aspecto serio.
—¿Lo conoces?
—Estaba en mi curso el año pasado. Ha repetido.
Me encojo de hombros.
—Va conmigo a clase.
Nolan cruza los brazos contra el pecho y sigue mirándome,
serio. No retrocede, así que su movimiento nos acerca un poco
más y el aire se vuelve irrespirable. Quiero huir de sus ojos, de
su olor, de todo lo que despierta en mí. Es increíble todo lo
que me recuerda sin tan siquiera hablar. Sus antebrazos tensos,
las venas bajo su piel, su aliento cálido en mi cara.
—¡Deja de hablar con él! —exclama—. Es un capullo.
—¿Perdona? ¿Y quién eres tú para decirme con quién
puedo estar?
Su mandíbula se tensa y retrocedo varios pasos.
¿Qué le pasa? Me aparta a un lado, me ignora, ¿y sigue
creyendo que tiene derecho a hacerse el protector?
—Vete a la mierda, Nolan —suelto.
—-¡Te prohíbo que salgas con ese tipo!
—Que te jodan —continúo—. Salgo con quien quiero.
—Solo quiere acostarse contigo.
—¿Y qué más da? —me enfado—. ¡Conozco a otros que
solo buscan placer también!
Mi comentario parece dolerle y creo ver un brillo en sus
ojos, pero es fugaz. Una expresión impasible toma sitio en su
rostro. Hincha el pecho y me mira con suficiencia.
—Muy bien —gruñe—. Si quieres follarte a ese trozo de
mierda, ¡adelante!
—No te preocupes por mí, que no va a ser el único con el
que me arrepienta de haberme acostado.
Camina hacia mí y frunce tanto el ceño que la arruga entre
sus ojos se vuelve aún más pronunciada que de costumbre. No
me muevo; dejo que se pegue a mí mientras me observa
irritado. Mi cabeza se alza ligeramente y le sostengo la mirada
en un duelo silencioso.
—No vengas a llorarme si te deja en tres días.
Suelto una falsa carcajada y su rostro se tensa. Está que
echa humo y solo quiero abofetearle tan fuerte que se caiga de
su pedestal.
¿Quién se cree para darme lecciones de moral?
Él me ha follado.
Él me ha dejado.
Él me ha hecho llorar.
—Métete en tus asuntos, Nolan, y deja de joder los míos.
Me apresuro a rodearlo, para poner algo de distancia entre
él y yo antes de que todos mis sentidos se intoxiquen
demasiado. La ira, la amargura, su boca, su olor, su mirada…
Pero me coge del brazo y me obliga a encararle una vez más.
Casi nos chocamos. Me acerca la cara al oído y me susurra:
—Si te toca, lo mato.
Lo empujo y me suelto de su agarre a la fuerza.
—Solo porque no quieras estar conmigo, no significa que
otros no puedan tenerme, Nolan. Vete a follarte a esa camarera
y déjame en paz.
Esta vez casi corro por el pasillo para evitar que me retenga
y me dirijo a la sala del bar con tal de reunirme con Edgar. No
veo a Andrew, y dijera lo que dijera, me siento aliviada de
haberme librado de él.
Y, sobre todo, de él.
28

Nolan

Mi puño se estrella contra la primera pared que se me pone


por delante y un dolor fúlgido se extiende por mi mano.
—¿Todo bien, tío?
Un chico se acerca a mí sin tocarme. No se mueve; espera
que yo me gire a él. Muevo los dedos que han golpeado la
dura superficie, comprobando que no me he roto un nudillo a
lo tonto, y evalúo al hombre rubio que está a mi lado.
—¿Te has hecho daño?
—Nada roto —le digo.
—¿Ha pasado algo con tu chica?
Lo fulmino con la mirada y retrocede un poco, levantando
los brazos ante él para evitar que me abalance. Claramente,
parezco lo suficiente enfadado como para disuadirle de
cualquier intento de calmarme.
—¡Lo siento, tío! ¡No me meto más en tus asuntos! Pero
ten cuidado con las paredes, que los dueños del bar son amigos
míos.
Me limito a asentir, le rodeo y salgo del pasillo dando
grandes zancadas. Me quema la mano, pero no tiene ni punto
de comparación con lo que arde en mi pecho. Estoy enfadado,
frustrado, apático. Estoy cansado de huir, cansado de todo lo
que siento cuando ella está cerca, cansado de intentar evitarla,
cansado de luchar contra todo.
Mis recuerdos.
Mis nuevas fantasías.
Mis jodidos sentimientos.
Me gusta Scarlett, y cuanto más intento alejarme de ella,
más me explota en la cara. Me ha molestado verla con el
imbécil de Peals esta noche. La camarera no pudo mantenerme
entretenido más de dos minutos, ya que estaba más
concentrado en los problemas a mi espalda. Me sentí
miserable haciendo eso delante de ella, alentando esa situación
cuando ni siquiera me apetecía hacerlo.
Solo necesitaba dejar de pensar.
Un fracaso absoluto, a la vista está, con lo que ha pasado
después.
Me he comportado como el mayor de los cabrones. La he
puesto alerta, amenazado e insultado. Le he hecho daño más
de una vez, a pesar de que he luchado todos estos años con
Edgar y Léo para que no se tope con el tipo de hombre que soy
con ella: un gilipollas al que su chica le importa.
Si fuera humanamente capaz de hacerlo, me daría una
paliza. Eso si no se lo cuento todo a Edgar y dejo que mi
suerte haga su trabajo.
Qué ironía.
No quiero estar con ella por miedo a tener que enfrentarme
a su hermano, pero justo por mi comportamiento merecería
que me partiese la cara.
Soy un desastre.
Me apresuro a cruzar el bar, cojo mi chaqueta de la mesa
que ha sido asaltada por algunos de los chicos del equipo y
veo a Léo más lejos. No miro a ningún otro sitio, ignorando el
paradero de Scarlett, y me dirijo a mi amigo.
—Me piro.
Léo me agarra antes de que le rodee y me mira un
momento.
—¿Estás cabreado?
—Necesito sobar —miento—. Me pillo un taxi.
No dice nada más y me suelta el brazo para dejarme salir
del bar en silencio. Paro al primer taxi que encuentro y le digo
la dirección del piso. Cuando llego frente al edificio, la carrera
no me ha quitado la tensión y la irritación sigue hirviendo en
mis venas. Subo las escaleras de dos en dos y me dirijo a mi
dormitorio. Dejo la chaqueta y la ropa en el suelo y me pongo
una camiseta de tirantes como pillo junto con un short de
deporte color gris. Me dejo caer en la cama; miro al techo e
intento calmar mi respiración en vano. Me escuece la mano,
pero prefiero sentir el dolor punzante que me recuerda lo
estúpido que he sido en vez de ponerme hielo.
Debería llamar a Harriet, pedirle perdón y recuperarla.
Estaba bien con ella, era divertida, vivaracha, intrépida y
sincera. A veces montaba pollos, pero le tenía cariño.
Me tendría que haber quedado con ella. A pesar de lo que
pasó con Scarlett.
No. Precisamente por lo que pasó con Scarlett.
Suspiro y cojo el teléfono, dispuesto a mandarle un mensaje
para verla, pero cambio de opinión. Son las dos de la
madrugada. Intentar reconquistar a una chica para olvidar a
otra, ¿qué clase de tío soy? Arrojo el móvil al otro extremo de
la cama, me levanto y camino por la habitación durante varios
minutos antes de ir al único sitio que debería evitar. Entro en la
habitación contigua a la mía y me revuelve por dentro el olor a
jazmín característico de Scarlett. Inhalo, respiro y me
embriago en esa fragancia mientras miro a mi alrededor. He
estado aquí miles de veces cuando todavía era la habitación de
Milo, pero desde que Scarlett se mudó solo he estado aquí una
vez.
Cuando estaba borracho y quise acostarme con mi novia.
Me río al recordar a Scarlett. La rabia que sintió cuando nos
pilló, la mirada asesina en sus ojos y el movimiento de pánico
que hizo para ocultar sus pechos bajo la camiseta que había
llevado toda la tarde.
La ropa interior roja.
Lo recuerdo como si fuera ayer, porque en ese momento
comprendí que Scarlett había cambiado. La cría insoportable
había dado paso a una chica sexi y vivaz con un gran culo y
unas piernas interminables. Mi deseo, que no hizo más que
aumentar con el paso de las semanas, al final me abrumó.
El olor de su cuarto me provoca un montón de emociones y
cierro los ojos para intentar regular los latidos en mi pecho.
Entonces pienso en aquella noche, que me llevó a
derrumbarme, a dar rienda suelta a mi deseo, a mis impulsos, y
hacer el amor con ella en el sórdido patio trasero de aquella
discoteca. Cuando la vi bailando con el chico en la pista, se me
cruzaron los cables. Durante días nada había ido bien entre
nosotros y nos evitábamos a toda costa, excepto en los
momentos en los que era inevitable encontrarse, como el
pasillo, las comidas o al salir del baño. No sé qué era peor: si
vivir con lo que no podía tener o fingir que no me afectaba.
Porque, joder, me ha puteado y, con lo que ha pasado esta
noche, creo que es el momento de parar de luchar. Aunque
últimamente había soñado con hacer el amor con ella
montones de veces, no me esperaba esto en absoluto. Vuelvo a
ver sus ojos, su boca alrededor de mi polla, sus labios en
forma de corazón, los movimientos de su pelvis. Escucho otra
vez sus jadeos.
Mi erección se despierta y doy un salto cuando se abre la
puerta de la habitación. Scarlett se congela al verme y frunce
el ceño, molesta.
—¿Qué coño haces aquí?
Me paso una mano por el pelo, nervioso. Es el momento de
tomar las riendas, de decirle que me gusta, que cuando la veo
con otros chicos me vuelvo loco, que la deseo y que no puedo
seguir ignorándolo.
—Tenemos que hablar.
—Los chicos volverán pronto.
Ella entra por la puerta, se quita la chaqueta y la pone en el
respaldo de la silla. Sabiendo que no estaremos solos mucho
tiempo y que Edgar no tardará en aparecer, debería
contenerme. Al fin y al cabo, podría oírnos e incluso
sorprendernos. Pero, en lugar de eso, protesto:
—¿Has vuelto sola en taxi?
—He cogido el coche de Ed.
Aprieto los labios, evitando que una nueva punzada de
preocupación me haga hablar demasiado rápido. No debería
haber conducido tras beber varias copas. Los chicos tendrían
que haberse quedado con ella y culpo a su hermano por no
haber estado más atento.
—Necesito dormir, ¿te vas a quedar mucho tiempo?
Se cruza de brazos y echo un vistazo rápido a sus pechos,
que se elevan con el movimiento. Cojo aire y me lanzo:
—Lo siento por lo que te dije antes. Fui un gilipollas.
Se ríe.
—Soy un gilipollas.
—Vale. Genial.
—Scar, lo pienso de verdad. Lo siento mucho, ¿vale?
Me acerco a ella lentamente, pero retrocede.
—Vale. Si es todo lo que querías decirme, te puedes largar
ya. Tengo sueño.
Me rodea y deja el móvil en la mesita de noche. No me
muevo y lucho durante un instante contra todos los
pensamientos que me asaltan. Quedarme, agarrarla, irme.
Dejar de luchar.
—No me arrepiento de nada —digo finalmente,
volviéndome hacia ella.
Atraigo su mirada.
—Tú y yo. Me habría gustado tener remordimientos, pero
no fue así.
Permanezco en silencio, evaluando su reacción. Intenta
mantenerse impasible, pero puedo oír que su respiración se
detiene y sus músculos se tensan. Así que continúo:
—Mentí cuando te dije que lo había olvidado. No olvidé
absolutamente nada. Tenía ganas todo el tiempo. Lo que pasó
en la discoteca era inevitable.
—Dijiste que era un error y que no debíamos volver a
hablar de ello.
Avanzo hacia ella.
—Me asusté.
La puerta principal se cierra de golpe y me detengo en seco,
mirando detrás de mí para asegurarme de que la puerta del
dormitorito está cerrada. Ni siquiera sé si la de mi habitación
sigue abierta…
—Ya veo —suspira Scarlett al ver cómo retrocedo—. No te
molestes, Nolan, ya lo he pillado. Lo nuestro no es posible.
Me muerdo el labio.
—No lo has entendido.
Ella levanta una ceja inquisitivamente y yo rodeo la cama
para estar a su lado. Pongo una mano en su nuca y la fuerzo a
sostenerme la mirada.
—Me gustas, Scarlett. He metido la pata contigo más de
una vez y solo quiero que sepas que, si te alejo, es porque no
puede ser. No porque me dé igual, me arrepienta o no me
intereses.
La oigo tragar saliva y se le van los ojos a mis labios antes
de subir la mirada otra vez.
—Créeme, si no fuera por tu hermano, si no fuera por lo de
compartir piso y tú fueras una chica y yo un chico, serías mía.
Ladea un poco la cabeza, apoyándose en la mano que puse
en su mejilla. Cierra los ojos y suspira sobre mi piel.
—No me lo pones fácil —dice—. Me dices estas cosas,
pero no dejas de mantenerme lejos.
Le alzo la barbilla con la punta de los dedos y fuerzo una
mirada mutua.
—No te alejo. Me alejo a mí. Porque sé que, si sigo dejando
que mis deseos hablen por sí mismos, me volveré loco.
—¡No entiendo qué te detiene! ¿Mi hermano? ¡No lo sabrá
nunca! ¿Léo? ¡Se la suda!
Doy un paso atrás, mirándola de reojo, confuso.
—Tu hermano es mi mejor amigo. No puedo mentirle
eternamente. Si se entera, ¡soy hombre muerto! ¡Te has
olvidado de sus reglas de mierda!
—¿Y quién se lo va a contar? ¿Tú? ¿Yo?
—Para, Scarlett.
Me agarra de la camiseta para obligarme a permanecer
cerca de ella. Sacudo la cabeza, olvidando momentáneamente
por qué no estoy encima de ella ahora mismo. Me muero por
hacerle el amor y, cuando desliza una mano sobre mi vientre
desnudo, me estremezco.
—No podemos hacer eso —suspiro con la voz ronca—. No
tenemos el derecho.
Mi cuerpo me grita lo contrario. Ella presiona su pecho
contra el mío y su pelvis choca contra mi erección. Un destello
de deseo ilumina sus iris y trago con dificultad la saliva que se
acumula toda en mi boca.
—Te mueres de ganas.
Me muerdo el labio inferior. Suspira y se pone de puntillas.
—¿Has venido a mi habitación a qué? ¿A decirme que te
gusto, pero que no puede ser?
Asiento. Ya no estoy seguro de que esto sea justo lo que
quiero ahora.
—Te propongo otra cosa —murmura a centímetros de mis
labios—. Quédate. Solo esta noche, y si por la mañana decides
que ya está, entonces te prometo que nunca habrá pasado.
Pero habrá pasado.
Mi boca se estrella contra la suya sin reservas. Porque la
distancia entre nosotros ha puesto mis nervios a prueba,
porque los recuerdos que reaviva su calor son demasiado
poderosos y porque ese deseo, que estalla en mis venas cuando
se entrelazan nuestros cuerpos, me hace olvidar todas mis
dudas.
29

Scarlett

Mi espalda cae sobre el colchón y el cuerpo de Nolan se


une al mío, chocando conmigo mientras nos besamos. Mis
muslos están abiertos y su caliente y dura erección se frota
contra mí con movimientos lujuriosos. Muerdo su lengua,
impidiéndome soltar un suspiro de placer; su lenta tortura
aumenta la presión entre mis piernas demasiado rápido. Le
agarro el pelo y tiro de él, arqueándome bajo su cuerpo. Se
incorpora sobre los codos y tira del borde la camiseta de
tirantes para quitársela por la cabeza. Me quedo embobada
durante un largo segundo en su pecho, sus pectorales, sus
abdominales perfectamente dibujados en el vientre.
—¿Te gusta lo que ves?
Una sonrisa de suficiencia se extiende por su rostro y
aprisiona mis labios.
—¿Puedo? —jadea contra mi boca.
Tiene mi camisa entre sus dedos y la levanta ligeramente
sobre mi estómago. No le doy tiempo a hacer nada; me
retuerzo para desnudarme a su vez, liberando mis pechos
envueltos en un sujetador gris marengo. Nolan se queda
mirando mis senos y respira con dificultad. Me río mientras le
observo.
—¿Te gusta lo que ves? —repito.
Me sonríe y me besa el cuello mientras me agarra las manos
y las sostiene por encima de mi cabeza. Sus dedos se deslizan
entre los míos; los agarran con fuerza. Me mordisquea la oreja,
me lame la piel y baja por mi escote.
—Llevo años soñando con tus tetas. Hola, preciosas.
Posa besos húmedos sobre uno de mis pechos, tirando de
mi ropa interior con sus dientes para liberar mi pezón. Lo
muerde y yo arqueo la espalda.
—Más.
Suspira de gusto contra mí. Estimula mi pezón; me
contoneo bajo él.
—Nolan —jadeo con la respiración entrecortada.
Sigue torturándome con los dientes antes de enderezarse y
mirarme a los ojos. Pone las manos a los lados de mi cabeza.
Su cuerpo está todo sobre mí.
—No tengo condones.
Frunce el ceño. Mira nuestros sexos y luego a la puerta de
mi habitación. Parece que está sopesando muchas
posibilidades, así que rezo en mi corazón para que no decida
dejar lo que estamos haciendo.
No podría soportarlo.
—Tomo la píldora —argumento.
Se inclina para darme un beso en la nariz y después otro en
la comisura de los labios.
—Joder, no quiero parar.
Espira y me besa en los labios.
—Estoy limpio por lo del hockey —murmura.
—Lo sé.
Arqueo la espalda cuando mete la mano bajo mis vaqueros
y me acaricia por encima de las bragas. Mi cabeza se inclina
hacia atrás en la almohada y me muerdo el labio para no emitir
un gemido.
—Dime que está bien si vamos a pelo, Scar —murmura en
mi oreja.
Sube su mano por mi pecho y me lo pellizca.
—Sí. Me hice pruebas hace diez días. No me acosté con
nadie desde lo…
El «nuestro» no sale de mis labios, ya que me besa con
ardor. Con su mano en mi pelo, me acerca a él y me agarro a
sus hombros con fuerza. El corazón parece que le va a salir del
pecho y siento su aliento en mi piel. Lleva un ritmo errático y
frenético, como el mío.
—¿Sabes lo que quiero hacer ahora mismo?
—¿Follarme? —pregunto con la voz ronca.
Su sonrisa hace que el corazón me dé un vuelco y me
palpite el clítoris.
—Tengo toda la noche para hacer eso.
Retrocede y tira de mis piernas para ponerme en el borde
del colchón. Me quita los vaqueros mientras me mira
fijamente a los ojos. No me cuesta captar lo que va a hacer y,
en cuanto me quita las bragas, me consumo un poco más. Se
inclina, me besa la pierna, la ingle, y su lengua sube por mi
sexo empapado en una lenta caricia. Gimo; me cubro la boca
con la mano. Siento cómo sonríe contra mí y muevo mi pelvis
hacia delante, obligándole a continuar con lo que está
haciendo. Sus labios se posan de nuevo en mi clítoris y lo
succiona. Lo roza con los dientes mientras juguetea con él en
su lengua. Uno de sus dedos se une a la danza y se introduce
en mí. Mi cuerpo tiembla y le agarro el pelo con la mano. Me
saborea y me lame, rápido y lento. Juega con mi placer y se
deleita con mi respiración entrecortada. Siento que mi cuerpo
tiembla y que mi orgasmo se acerca, pero no quiero acabar así.
No tan rápido, no sin él dentro de mí. Le toco la mandíbula
para hacer que alce la vista en mi dirección. Se pasa la lengua
por los labios y se une a mí, acercando ambos brazos a mi
cabeza. Me besa y yo gimo al sentir mi sabor. Me coge del
pelo; me levanta un poco. Le quito los pantalones cortos y
puedo ver la especialidad de Nolan: no lleva ropa interior
debajo. Clavo mis uñas en sus nalgas desnudas y tiro de él
para que su sexo choque con el mío.
—¿Estás segura? —murmura.
Sé que puedo parar todo, evitar que las cosas entre nosotros
tomen un giro que podría enviarnos a él y a mí a una espiral
infernal. La de los secretos y lo prohibido. Pero es demasiado
tarde para mí; hace ya años que este secreto me viene
consumiendo. Agarro su miembro y lo coloco en mi entrada.
Suspira de placer cuando su glande se desliza dentro de mí.
—Segurísima.
Le mordisqueo el labio y él se hunde hasta el fondo,
ahogando su gemido en un beso caótico. Se retira y luego
vuelve a penetrarme por completo. Gimo; siento que el deseo
aumenta entre mis muslos.
—Toda la noche —susurra en mi oído—. Eres mía durante
toda la noche.
Quiero decirle que soy suya durante el tiempo que quiera.
Para toda la vida. Pero me muerdo el interior de las mejillas:
no digo nada. Sigue arremetiendo dentro de mí sin darme
tregua, haciendo que nuestras pieles desnudas se encuentren.
Me agarra la rodilla y la acerca a mi costado para tener un
mejor ángulo. Su bajo vientre se frota contra mi clítoris
excitado y los ruidos roncos que salen de su garganta con cada
embestida me hacen perder la cabeza.
—No pares. Nunca.
Su mirada está clavada en la mía. Tiene la boca abierta y la
punta de su lengua se asoma ligeramente para humedecer su
labio inferior. No me quita los ojos de encima; me penetra
cada vez más rápido. Le rodeo el cuello con los brazos y le
pongo la espalda contra la cama para sentarme a horcajadas
encima. Mi pelo suelto está despeinado y él hunde su mano en
mi cabello, tirando de mí para acercar mi cara a la suya. Me
besa apasionadamente, con una mano todavía puesta en mi
cadera. Me muevo encima de él; me deleito con sus suspiros.
Pasa una mano entre nosotros y me pellizca el clítoris para
estimularlo. Mi cabeza se inclina hacia atrás y él coge mi
pecho, se levanta y lo muerde. Con su torso bien apretado
contra el mío, me deja manejar el ritmo, sin dejar de tocarme y
besarme con ímpetu.
—Estoy a punto de correrme.
Sus dedos empiezan a trabajar y yo me muevo con más
velocidad. Eso hace que su mano, entre nosotros, esté en
contacto incesante a la vez que refugia su cabeza en mi cuello.
Me lame, me chupa, me muerde y pierdo el control. Mi cuerpo
se estremece, derramando un intenso calor en mis venas y
músculos. Nolan rodea mis caderas con sus brazos y me acerca
a él mientras me contraigo alrededor de su polla. Se corre;
susurra mi nombre en un gemido sensual. Nos abrazamos
durante unos segundos y luego se deja caer en el colchón,
llevándome con él. Me da la impresión de que se ha quedado
dormido con la cara enterrada en mi pelo, pero cuando me
muevo para acostarme a su lado, nuestras miradas se cruzan.
—¿Ha sido un error? —pregunto en un hilo de voz.
Mi respiración es pesada, apenas puedo recuperar el aliento,
y cuando veo que su pecho se agita de forma irregular, sé que
está igual que yo.
Se ríe y se pasa una mano por su cara, perlada de sudor.
—El mejor error de mi vida.
Pasa su brazo por debajo de mi espalda y me atrae hacia él.
Acaricia mi frente con un beso furtivo.
—La noche no ha terminado.
—Lo sé —se ríe—. ¡Estaré operativo de nuevo en unos
minutos!
Coloco una mano sobre su pecho, inhalando su familiar
aroma mientras dejo caer mis párpados.
Aliviada.

***
Abro los ojos de golpe. La luz que se filtra a través de las
cortinas me despierta. No bajé las persianas al llegar a casa y,
cuando miro la hora en la pantalla de mi teléfono, me doy
cuenta de que tengo una clase dentro de poco. Me duelen los
músculos, tengo el cuerpo adormilado y la cabeza embotada.
El calor en mi espalda hace que me vibre el corazón y acaricio
con las yemas de los dedos los brazos que rodean mi cintura.
Nolan se mueve ligeramente, afianzando su agarre mientras
entierra su nariz en mi pelo.
—¿Qué hora es? —farfulla.
—Las siete y doce.
—Qué precisión.
Me río y me giro hacia él para admirar su rostro
adormecido. La noche se me ha hecho corta y cada centímetro
de mi cuerpo recuerda con precisión las largas horas que he
pasado con Nolan. Y encima de Nolan, claro.
Pero el sueño ya llegado a su fin.
Se me encoge el corazón: veo en sus ojos que sabe lo que
estoy pensando. Su mandíbula se tensa.
—No quiero olvidar esto —dice antes de que pregunte
siquiera.
Se pone bocarriba y observa el techo con un aire ausente.
Suspira fuerte.
—Es una locura, pero no quiero perder esto.
—Yo tampoco —digo en un tono inseguro.
—Tu hermano no se puede enterar nunca.
Me mira fijamente.
—Tiene que quedar entre nosotros, Scar. Durante un
tiempo, para que sepamos qué es lo nuestro. Ahora no
podemos ir y decírselo.
—Nadie se enterará.
Resopla. Sé que no es una situación que le convenga. Sin
embargo, ninguno de los dos es capaz de controlar lo que pasa.
Pasa y ya. No lo esperábamos; ha sido potente e inverosímil.
Pero es lo que ha pasado y no podemos dar marcha atrás. Lo
sabe y se está dejando llevar por mí.
—Prométeme que valdrá la pena, Scar.
Un brillo indescifrable pasa por sus iris y se me encoge el
corazón. Acerca su rostro al mío; acaricio su mejilla con
ternura.
—Nunca lo sabremos si no lo intentamos.
Esboza una sonrisa y se inclina para besarme.
30

Scarlett

Con los codos apoyados en la encimera, le pego unos


bocados a la masa de galletas mientras me concentro en una
sección del libro de gestión empresarial, tratando de descifrar
la información escrita que hay ante mis ojos. Murmuro, cojo
más y, cuando me la meto en la boca, una conversación me
hace levantar la vista. Mi hermano y Léo entran en la cocina
con una ráfaga de aire y sus olores hacen que me pique la
nariz.
—¿Os habéis bañado en colonia o qué?
Hago como si me limpiara las comisuras de los ojos. Edgar
se coloca a mi lado, me tira de la coleta y se ríe.
—Y tú, ¿te has saltado la ducha hoy? —se mofa—. ¿Es
legal oler así?
Me mira de la cabeza a los pies, deteniéndose más de la
cuenta en mi chándal poco colocado.
—Vete a la mierda.
—La pequeña enseña los colmillos —se ríe Léo—.
¿Cabreada por no poder venir a la fiesta?
Le empujo con una risita y mi hermano se queda mirando el
libro, con los brazos cruzados con aire de seriedad. Su jersey
blanco moldea sus atléticos brazos y se ha afeitado la barba de
pocos días. Le ha quitado casi tres años.
—¿Estás segura de que no puedes librarte?
Niego con la cabeza.
—Todavía tengo varios ejercicios para repasar. Ya habrá
más fiestas.
—Sabes dónde encontrarnos si cambias de opinión —dice
Léo—. ¡Tendremos el teléfono encendido!
—Sí, papá —respondo con sorna.
Entonces, justo cuando estoy a punto de seguir burlándome
de él, Nolan entra en la cocina. Si no estuviera apoyada en un
mueble, sin duda habría perdido la fuerza en las piernas, ya
que su aparición me produce un cosquilleo en todas las
extremidades. Lleva el pelo ligeramente echado hacia atrás,
peinado de forma experta para que parezca desordenado. Sus
rizos castaños no le caen sobre los ojos, revelando una mirada
oscura que me observa desde el momento en que atraviesa la
puerta. Viste una camiseta negra de manga larga y unos
vaqueros rectos del mismo color, que caen sobre unas
Timberland desteñidas, lo que da a su mirada un aspecto frío y
misterioso que no conocía. Con su pulsera en la muñeca, ha
añadido a su atuendo un reloj de cuero que resalta sus venas
prominentes. Trago saliva y, al percatar me observa, siento que
se me suben los colores.
¡¿Qué hago con estas pintas?!
—¿Me estás mirando, Scar?
Su voz ronca me provoca mariposas en el estómago y
frunzo el ceño. Miro a mi alrededor avergonzada. Nolan se ríe
de su broma y yo me sonrojo más.
—Se te cae la baba —bromea Léo.
Para recalcar su pullita, me seca un rastro imaginario en la
comisura de los labios.
—¡En tus sueños, número doce!
Nos miramos fijamente durante un segundo y al final me
envía un guiño con discreción.
—Me tenéis harto, ¿os lo había dicho ya? —suspira mi
hermano—. Sois dos niños grandes.
—Lo dirás por él —murmuro.
—Lo siento, Scar, pero creo que eres la más joven de los
dos.
Nolan se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros,
mirándome con aire burlón, y yo pongo los ojos en blanco.
—Solo un año. Doce meses escasos y siempre me haces
parecer una adolescente que no ha pasado la pubertad. Me
pregunto si soy yo quien tiene que crecer.
Los chicos se ríen y Nolan dirige su mirada penetrante
hacia mí. Me derrito. Han pasado dos días desde que
aceptamos de forma no oficial esta relación inconfesable entre
nosotros. Dos días no es mucho tiempo, pero en un piso
compartido, guardar el secreto y mantener la distancia es una
hazaña. Cuanto más tiempo pasa, más me parece que no está
saliendo tan mal. Nada ha cambiado entre nosotros de puertas
para fuera. Sin embargo, todo es diferente: la forma en que me
mira, en que se dirige a mí cuando los chicos están de
espaldas, la forma en que me toca y me hace reír, la forma en
que me besa. Ya no huye de mí, ni me ignora, y se comporta
como si fuéramos una pareja cuando estamos solos. Si no me
hubiera pellizcado ya una veintena de veces, juraría que todo
es fruto de mi imaginación. Pero las miradas no engañan.
Tampoco el momento que compartimos en el sofá del salón.
Todo mi cuerpo se estremece al recordar sus hábiles y
prohibidas caricias. Cierro los ojos y suspiro.
—¡Mejor nos vamos y así dejamos trabajar a mi hermana!
—¡Sobre todo porque las pibas nos esperan!
—¿Qué pibas? —pregunto.
Mi boca se mueve por sí sola, pero me abstengo de parecer
demasiado curiosa.
—¡Scar, estás ante los tres solteros más codiciados de la
Universidad de Boston! Somos Terriers, ¡y un Terrier tiene que
ser un semental! Hay una reputación que mantener.
Me muerdo el interior de la mejilla para no mirar a Nolan,
que no se ha movido ni un milímetro de la entrada de la
cocina. Está apoyado en el marco de la puerta, sin inmutarse,
como si esta conversación no fuera con él.
Tres solteros cotizados…
Se me encoge el corazón y lucho contra la punzada de celos
que me da al pensar en la fiesta que les espera. No soy
oficialmente su novia, así que no tengo derecho a hacer ningún
comentario ni poner cara de preocupación. No puedo. No
cuando no estamos solos, cuando acabamos de empezar a
tener algo y todavía es inestable. Aunque tenga miedo,
permanezco impasible, escuchando las risas de los chicos e
ignorando con determinación a Nolan a mi lado. Puede que
solo le haga falta una fiesta para que se dé cuenta de que lo
que estamos haciendo es un error. Para decirse a sí mismo que
todo es inútil en cuanto vea a todas esas chicas a su alcance.
Chicas a las que puede abrazar sin arriesgarse a ofender a su
amigo. Chicas a las que puede besar sin cabrear a su amigo.
Chicas con las que puede salir sin perder a su amigo.
Entro en pánico, pero no digo nada. No reacciono, y dibujo
una sonrisa falsa en mi cara mientras miro a Léo a los ojos.
—Esta fiesta promete mucho.
Mi voz no tiembla. La amargura que he intentado tragarme
no ha empañado mi tono ni tampoco me he llegado a alterar.
Sin embargo, mi caja torácica hace un ruido enorme y cada
vez me falta más el aire. No tengo derecho a reclamar nada, a
afirmar que Nolan no está soltero, porque no nos hemos puesto
ninguna etiqueta real, salvo la de secreto.
—Frena un poco, Riley. Siempre estás igual —se mofa mi
hermano—. Muchas palabras y poca acción.
—¡Como la vez que nos hizo pasar un mal rato con la
rubia! Ni siquiera le dirigió la palabra, a pesar de que ya se
veía pasando la noche con ella.
Edgar y Nolan estallan en carcajadas.
—¿Queréis apostar? —dice Léo—. Esta es mi noche. No
tienes ninguna oportunidad, Jones. Voy a robarte a todas a las
que les eches el ojo.
Este comentario duele, más aún sabiendo que Léo conoce
mis sentimientos por Nolan. Y, en el fondo, estoy convencida
de que solo intenta demostrarme que no tengo ninguna
posibilidad de encontrar sentimientos recíprocos. Pero no sabe
todo lo que ha cambiado desde entonces, todo lo que hemos
dicho y hecho. Porque es un secreto. Nolan se ríe; no puedo
evitar que mi mirada se deslice hacia él. Nuestros ojos se
encuentran y me sonríe.
¿Está tratando de tranquilizarme?
¿Es esta su manera de decirme que no tengo nada de lo que
preocuparme?
¿Se ha dado cuenta de que tengo miedo?
No dice nada. Se limita a mirarme durante unos segundos
antes de devolver la atención a sus compañeros.
—¿Nos vamos?
—¿Impaciente por encontrar a una chica, Jones? Me sé de
uno que hoy no duerme en casa —suelta mi hermano entre
risas.
Les doy la espalda, fingiendo que no me interesan sus
bromas, y me concentro de nuevo en el libro. Las voces se
alejan y echo todo el aire de mis pulmones. Apoyo las manos
en la encimera, incapaz de leer una línea de lo que tengo
delante. Mi cerebro está demasiado concentrado en la
conversación que acaba de tener lugar, en la tortura de
comprender lo pesado que es guardar un secreto, soportarlo,
esconderlo. Me dieron ganas de gritarles a los chicos que se
callaran, que dejaran de poner a Nolan en brazos de la primera
que llegara, que yo estaba ahí. Quería gritar que yo también
quiero algo así con él, de verdad, y que no quiero que se vaya
a buscar a otra parte porque yo soy suya.
Y siempre lo he sido.
Pero no puedo. No tengo derecho a prohibirle ir con otras
mujeres, porque aunque acordáramos intentarlo, nunca me
prometió la luna. Sé que puede irse tan rápido como vino, pero
esa idea hace que mi corazón se encoja. Sin embargo, me
sobresalto. Un cuerpo cálido se pone a mi espalda y dos manos
se apoyan sobre las mías. Una boca se pega a mi cuello y una
nube de mariposas revolotea en mi estómago. Así es, esa voz
dulce me susurra al oído:
—Espérame, hoy duermo contigo.
Y luego desaparece tan rápido como regresó. Oigo que la
puerta principal se cierra de un golpe tras una corriente de aire.
No puedo contener la sonrisa y la tensión en mi pecho
desaparece.
Está conmigo.

***

Me estiro en la silla y la hago rodar por el parqué, pero me


choco contra la alfombra. Me duelen todos los músculos y
parpadeo varias veces para intentar humedecer mis ojos.
Bostezo, echando un vistazo rápido a la pantalla de mi
teléfono, que ya marca las once. He terminado más tarde de lo
que había previsto. Abro los mensajes que tengo sin leer de las
chicas e ignoro el pánico que me invade al pensar que aún no
les he contado nada de Nolan y de mí. Lo aplazaba cada vez
que tenía la oportunidad de hablar de ello porque me daba
miedo. Tengo miedo de decirlo en voz alta, de que todo
desaparezca o de que juzguen la situación en la que me he
metido.
Una relación secreta.
Una mentira.
Sé que esta relación me hará sufrir en algún momento y,
como las conozco, sé que me dirán si he hecho algo mal.
Tengo miedo. Miedo de que me digan que es un error. Que he
seguido a mis deseos más que a mi cabeza.
Quiero a Nolan desde hace años.
Mi hermano lo adora y lo considera un miembro más de
nuestra familia.
Es su mejor amigo.
No nos teníamos que haber acercado de esta forma.
Y, en lo más profundo de mi alma, sé que un día esto
acabará mal.
Doy un salto al oír que la puerta principal se cierra y me
apresuro hacia el pasillo. Una figura oscura se materializa ante
mis ojos, deteniéndose en seco. Nolan me observa con una
sonrisa traviesa, los brazos cruzados contra el pecho y el pelo
revuelto.
—Ya veo que estás trabajando duro.
—Ya veo que la fiesta épica se ha acabado.
—He vuelto pronto.
Levanto una ceja al ver que se acerca a paso lento.
—¿Tan aburrida era?
—Bueno, tenía ganas de ver a cierta persona.
Se sitúa a unos centímetros de mí, me hunde una mano en
el pelo y me obliga a mirarle a la cara.
—He estado pensando en ella toda la fiesta, ¿sabes? Así
que me dije a mí mismo: «Ya habrá más fiestas».
Se inclina un poco más; se me para el corazón. Todos mis
sentidos están en alerta, embriagados por su olor, su tacto y la
electricidad que desprende con su mirada.
—Pero son escasas las oportunidades como esta, en las que
puedo pasar tiempo con mi novia…
—¿Novia? —pregunto sorprendida.
—Eres mi novia, ¿no?
Su labio se curva y deja ver sus dientes blancos
perfectamente alineados.
—No sé.
Sí, en verdad sí lo sé. Por supuesto que sé lo que es para mí
y lo que quiero ser para él. Pero mi corazón late demasiado
fuerte en mi pecho y mi cerebro se bloquea. Los movimientos
de su boca me confunden y soy incapaz de formar una frase
coherente, de pensar, de entender. Me siento presa de su
hechizo. Ahora mismo, puede hacer lo que quiera conmigo. Se
ríe y el sonido de su voz hace que me cosquillee el estómago.
¡Estoy jodida!
—Sí —retomo con franqueza—. Bueno, sí. Lo sé.
Se ríe otra vez y repite en voz baja:
—Sí. Bueno, sí. Lo sabes.
Sus labios se encuentran con los míos. Me olvido de todas
mis dudas.
31

Nolan

La empotro contra la pared del pasillo y deslizo las manos


desde sus caderas hasta su culo. Lo aprieto, la alzo con los
brazos y enrosco sus muslos alrededor de mis caderas. Ella
entrelaza las manos en mi nuca y me sigue devolviendo con
ganas mi beso febril. Su pelvis se mueve contra mí; mi polla se
rebela en los pantalones. Me aprieta, pero no me siento con
fuerzas para soltarla y liberarme. Llevo esperando este
momento todo el día; toda la fiesta fingiendo que estaba donde
debía estar: con mis colegas. Mi cuerpo estaba allí, pero mi
mente me gritaba que me fuera con ella. Estaba sola y
teníamos toda la noche para estar juntos. Para aprovechar la
calma, esa distracción creada por la fiesta con tal de
encontrarnos. La relación secreta en la que nos hemos metido
oficialmente es lo peor que me podría haber pasado, porque
miento, engaño y oculto cosas a mis mejores amigos. Pero,
aunque quisiera parar, no podría. Ya no soy capaz. Hay cosas
que te vienen cuando menos te lo esperas. En mi caso, ha sido
una rubia.
Y es la hermana pequeña de mi mejor amigo.
Agarro su pelo con más fuerza y meto mi lengua en su boca
para jugar con la suya. Me trago su gemido, sofocando el que
se me escapa a mí cuando se pega a mi cuerpo un poco más.
Me siento presionado por el tiempo, la urgencia, el deseo y la
insatisfacción perpetua. Con ella, nunca tengo suficiente.
Incluso después de los pocos minutos que aprovechamos en la
esquina del pasillo, en la cocina cuando no hay nadie, en el
coche cuando la llevo a la universidad por la mañana y
también por la noche en el sofá. Nunca es suficiente. No sé
qué hace, no sé qué me hace, pero algo me retiene.
Incapaz de frenar el ritmo, la bajo de la pared y me apresuro
a entrar en la habitación, cuya puerta sigue abierta. La arrojo
en su cama, observando cómo rebota mientras me atrae con
firmeza. Me coloco entre sus piernas; nuestros besos se
intensifican. Me desvisto rápido, sin evitar hacer algunos
movimientos bruscos y agitados. No dice nada, pero me
responde con el mismo fervor.
Vamos a contrarreloj. Lo quiero todo de ella. Y lo quiero
ya.
—Te prometo que luego me tomo mi tiempo, pero…
No termino la frase, y en su lugar, le beso el cuello y le
muerdo la piel.
—No quiero que seas suave —suelta—. No seas suave,
Nolan.
Mi sexo palpita y tiro de su ropa interior a toda prisa,
atenazado por una repentina posesividad. Sus palabras me
golpean y mi deseo se multiplica por diez. Me enderezo, me
quito los bóxeres y tiro de Scarlett hacia mí, levantando sus
piernas para que apoye sus tobillos en mis hombros. Nos
miramos fijamente durante un instante, con la respiración
entrecortada. Su pecho se agita tan deprisa como el mío. Jadea
de vez en cuando y sujeto sus rodillas para mantener las
piernas rectas. Le sostengo la mirada; me hundo en ella hasta
el fondo. No ha habido preliminares, pero está empapada.
Cuando veo que su cabeza se inclina hacia atrás, el placer me
puede. Con la boca entreabierta, la penetro aún más fuerte, y
observo las palpitaciones de su cuello y el movimiento de sus
pechos al ritmo de mis embates. Me mira a los ojos. Tiene las
pupilas dilatadas y se muerde el labio inferior para evitar que
sus gemidos retumben alrededor.
—Estamos solos —digo con una voz irreconocible.
Quiero oírla. Quiero conocer el sonido de su voz cuando
haga que se corra, sin que nadie pueda pillarnos. Sin que nadie
pueda interrumpirnos. Necesito verla perder el control para
estar seguro. Seguro de que no soy el único que está perdiendo
la cabeza con esta historia. Tengo que asegurarme de que ella
y yo no seamos una locura fugaz, sino una locura magnífica.
Explosiva. Una locura que haga que todo te dé un vuelco y te
dé ganas hasta de bajar la puta luna del cielo. Me vuelvo a
hundir en ella; su voz rompe el silencio de la habitación.
Gruño, dejándome llevar por el sonido de nuestras
respiraciones, por el placer de su sexo envolviendo mi
miembro, por la sensación de mis huevos contra su culo. Sigo
penetrándola sin descanso, con mis ojos clavados en los suyos
hasta que mi orgasmo me obliga a cerrar los párpados.
—No —gime—. Mírame.
Y eso hago, con la cara contorsionada por el placer. Veo
cómo sus rasgos se tensan mientras se contrae alrededor de mi
polla, corriéndose con fuerza. Con un gemido liberador, me
desplomo sobre su cuerpo sudoroso, con el pecho húmedo y el
pelo cayendo sobre mi frente empapada en sudor. Permanezco
dentro de ella un momento y escucho el latido de su corazón
en su pecho junto con nuestras respiraciones acompasadas.
Me siento bien.
Donde debo estar.
Con ella.
—Puedes volver de las fiestas tan pronto como quieras —
jadea—. Sobre todo si es para esto.
Me río mientras y me retiro lentamente. Me dejo caer sobre
el colchón. Con los ojos clavados en el techo, dejo que mi
respiración se calme antes de girar la cabeza hacia ella. Ella se
ha colocado de lado, de modo que todo su cuerpo está ante mí.
Me mira en silencio y sonríe, con una mano bajo la mejilla.
—¿Ha estado bien al menos?
—Ha estado… —dejo de hablar un segundo para encontrar
las palabras adecuadas—. Mejor que bien. Mil veces mejor.
Se muerde el interior de la mejilla.
—Estaba hablando de la fiesta en casa de Milo y Gabriel.
—Y yo.
Le guiño el ojo, cómplice. Se ríe y su puño choca contra mi
hombro. Tras su rostro de indignación, suelto una carcajada.
—Ha estado guay. Ha estado todo el equipo.
Me callo y vuelvo a mirar al techo, suspirando. Estaba todo
el mundo allí: mis mejores amigos, los Terriers y muchísima
gente de las diferentes clases de la Universidad de Boston. En
la casa de Milo y Gabi había mucho jaleo, pero sabía que allí
no estaba todo el mundo. Al principio no me di cuenta, solo
estaba tomando una copa y charlando con los estudiantes que
vinieron. Me estaba divirtiendo con mis amigos, jugando, pero
luego pasaron las horas y me percaté de que solo había una
persona a la que quería ver. Me puse a mirar de reojo la puerta
principal, esperando como un niño que ella entrara por
sorpresa, y casi me vuelvo loco al comprobar cada diez
minutos las notificaciones en mi móvil.
Era patético.
—Vi a Harriet —suelto de sopetón.
Como para volver a la realidad, para hablar de algo que
controlo más que mis sentimientos por ella. No es que necesite
justificar nada, pero es precisamente porque se trata de Scar
por lo que siento la necesidad de decírselo.
Quiero que lo sepa todo.
O al menos todo lo que tengo palabras para decir.
—¿Cómo le va?
—Tirando.
—¿Estás contento de haber vuelto a verla?
Su pregunta me hace girar la cabeza en su dirección y veo
un brillo en sus ojos. Es un pequeño detalle que me revuelve el
estómago y me hace ver que, aunque necesitaba contarle lo de
Harriet, abrirme, este no era el momento. ¿Qué clase de cabrón
soy para hacerlo con ella y hablar de mi ex justo después?
—Mierda —digo—. Soy gilipollas, Scar. No debería ni
haber dicho eso… No ahora que…
—No pasa nada —responde—. Me gusta que seas sincero.
Con mis ojos clavados en los suyos, capto la intensidad de
su mirada y me pongo frente a ella. Sé que no he elegido el
momento perfecto para hablar de ello, pero al mismo tiempo
también es mi manera de decirle las cosas. De confesarle que
es ella y nadie más. Así que, conscientemente, sigo adelante:
—Ha intentado hablar conmigo y ligar. La conozco como la
palma de mi mano; solo quería que me fuera a la cama con
ella. Ella es así cuando sale de fiesta y al final es lo que
hacíamos normalmente.
Me muerdo el labio ante el silencio de Scar y, antes de ir,
resoplo.
—Digo que ya he terminado de hablar de ello y aquí estoy,
contándote un montón de cosas inútiles. Scar, ¡Harriet no me
importa! Debería haber empezado por ahí.
Ella sonríe y yo le paso una mano por la mandíbula.
—Creo que nunca la quise de verdad. Me gustaba y ya está.
Es guapa, pero…
Observo su boca mientras me acerco lentamente. Su cuerpo
se tensa bajo mis dedos y puedo oír su respiración
entrecortada. Me encanta el efecto que tengo sobre ella y, por
eso mismo, todos mis músculos reaccionan para que mi sangre
baje a un lugar concreto de mi anatomía. Mi polla.
—Nunca creí que le diría esto a una chica, pero… contigo
es diferente. He luchado contra lo que siento desde el
principio. Te juro que he intentado no verte así, no pensar en ti
de esa manera. Y luego, sin tan siquiera darme cuenta, me he
deshecho.
—¿Tienes miedo?
Presiono los labios por un instante.
—Sí.
Ella se ríe.
—¿Crees que nos odiará si se entera?
—Nos mata.
Scar suspira y yo cierro los ojos un momento.
—No digas eso.
—Créeme, si fuera por mí, preferiría que no se enterase
nunca.
—Qué valiente, señor Jones.
Me tumbo sobre la espalda, me pongo una mano en la
frente y exhalo todo el aire de mis pulmones. Se lo va a tomar
mal. Y lo sé. Conozco a Edgar lo suficientemente bien como
para saber que cualquier cosa que tenga que ver con su
hermana lo pone hecho una furia. Desde que lo conozco, ya
estaba protegiéndola. Estamos acostumbrados a que tenga esa
actitud con Scar. La vigila, la cuida, pone atención a las
personas con las que se junta, a las fiestas a las que va, las
clases que toma y otras muchas cosas. Es su hermano. Quiere
cuidarla. Eso es así. Es la manera en la que los tres nos
comportamos con ella, para demostrarle que nos importa. Por
eso, sé que si descubre que me acuesto con ella, va a
enloquecer. Va a querer descuartizarme de la manera más lenta
y dolorosa posible, porque va a pensar que me he aprovechado
de la debilidad de su hermanita. El pánico me invade y todos
mis músculos se tensan al mismo tiempo, acompañando así a
mi corazón, que se agita en mi pecho.
—Nadie lo sabe por ahora —murmura, poniéndome un
dedo en la barbilla.
—Sí.
Frunce el ceño, confusa.
—Milo se ha percatado, cuando he salido antes, de que era
para ir contigo. Vio el mensaje que me enviaste antes cuando
yo estaba en el coche. Ya le había dicho que había pasado algo
contigo y… es Milo, siempre es muy comprensivo.
—¿Y no ha dicho nada?
—No. Le da igual. No nos juzga. Con todo lo que pasó
antes de empezar a salir con Gabi, aprendió a dar un paso
atrás. No dirá nada, pero lo sabe.
—Y te molesta ponerle en un compromiso.
—Meterle en nuestra mentira, sí.
—Lo dices como si te arrepintieras.
—¿Tú crees que me arrepiento? —digo mientras me
incorporo sobre los codos—. Scar, si hay algo de lo que no me
voy a arrepentir, es de esto.
Hago una señal entre nosotros para indicar nuestra unión y
ella sonríe.
—Entonces, ¿por qué seguimos hablando de algo que no ha
ocurrido y no disfrutamos de estar juntos en este momento? A
ver, ¿por qué no me estás haciendo el amor lentamente, como
prometiste antes?
Remarca la palabra «lentamente», deslizando su cuerpo
desnudo contra el mío y despertando a mi pene en el proceso.
Su boca se pega a mi cuello y yo gimo, pues ha tomado mi
miembro y todas mis protestas no tiene lugar ahora. Y empieza
a acariciarlo en toda su longitud.
Joder.
Esta chica me va a matar.
32

Scarlett

—Scar.
La voz de mi hermano me saca del sueño y, al
incorporarme, me golpeo un codo. Nolan se levanta como si
tuviera un resorte. Con las manos cubriendo su entrepierna
desnuda, mira a su alrededor, desconcertado. Parpadeo un par
de veces y giro rápido la cabeza hacia la puerta, que Edgar
continúa aporreando.
—¡Scar!
Mi hermano agarra el pomo y gruñe al ver que no puede
abrirla. Me dio por echar el pestillo antes de dormir y, por
dentro, me felicito por mi decisión. A pesar de ello, mi
respiración se detiene y un enorme nudo se instala en mi
garganta, porque Edgar está detrás de la puerta. Estoy
enredada en las sábanas, con el cuerpo entumecido y la ropa
desperdigada por el suelo. Nolan se queda parado en el sitio,
intentando analizar la situación en la que nos encontramos.
Esta mañana no ha salido de mi habitación como habíamos
acordado; no hemos dormido mucho y el sueño me hace
bostezar. Aprieto el edredón contra mi pecho y le hago una
seña a Nolan para que no haga ruido. Él levanta los brazos en
el aire y pone los ojos en blanco, como para demostrarme que
no es tan estúpido de responder a mi hermano por mí. Frunzo
el ceño y él se revuelve en silencio sobre los calzoncillos, que
intenta ponerse a toda prisa. Edgar sigue llamando a la puerta.
—¡Ya voy!
A Nolan se le salen los ojos de las órbitas y pone cara de
angustia,; eso me impide abrir la puerta. Le empujo hacia la
cama, obligándole a esconderse entre las sábanas. De una
patada, lo cubro con ropa, tratando de ocultar su figura lo
mejor posible. No enciendo la luz y me pongo rápidamente
una camiseta para abrir la puerta. Ni siquiera sé cuánto tiempo
lleva Edgar esperando fuera, y por la cara que pone cuando le
abro, debe de estar escrito en mi rostro que estoy ocultando
algo.
Frunce los labios y se cruza de brazos.
—¿Qué pasa?
—Que me has despertado —farfullo—. ¿Qué cara esperas
que tenga?
Suelta una risa tonta.
—Tienes cara de mala hostia.
—Que te follen, Ed. ¿Qué quieres?
—¿Por qué tenías echado el pestillo?
Pone una mano en el marco de la puerta y mira a mi
espalda.
—Estabais de fiesta. ¿Crees que no tengo nada mejor que
hacer que esperar a que uno de vosotros venga borracho a
tocarme las narices? Ya veo venir vuestras tonterías.
Se ríe y da un paso atrás, mirando hacia el pasillo.
—Tienes razón, ¡con Nolan nunca se sabe! Lo suyo con los
dormitorios es un romance épico.
Me sonrojo, porque no sabe hasta qué punto ha dado en el
clavo… teniendo en cuenta que su amigo está en mi cuarto
ahora mismo. En mi cama. Casi desnudo.
—Por cierto, ¿le oíste volver anoche?
Niego con la cabeza. Mi garganta está obstruida por una
bola de estrés. Edgar da varios pasos y, cuando está a punto de
poner la mano en el picaporte de la habitación de Nolan, suelto
un gritito inesperado.
Qué discreta que soy.
—Déjale dormir —chillo—. Que hoy empieza más tarde.
Mi hermano suspira y se pasa una mano por el pelo.
—¿Estás listo, Ed?
Léo entra y me guiña un ojo al pasar por mi habitación.
—¿Ya te has levantado?
—Me ha despertado mi hermano —gruño.
—Quería saber si necesitabas que te llevase a clase —se
defiende.
—Hoy no tiene clase hasta las diez.
Pongo los ojos en blanco.
—Igual deberías leerte el maldito horario que nos obligaste
a colgar en la nevera. Ya sabes, el que detalla meticulosamente
todas nuestras horas de clase, justo al lado de tus reglas de
mierda.
Léo estalla en carcajadas y le da una palmada entre los
omóplatos.
—Scar está a tope esta mañana.
—Estaba durmiendo —protesto—. Me ha jodido la noche.
Mentira. Mi noche ha sido perfecta.
Entonces, en un gesto teatral, doy un portazo que hace
temblar las paredes del piso. Apoyo la frente en la madera fría
y suelto un suspiro largo, hasta que un brazo se desliza sobre
mi cadera para cerrar el pestillo por mí.
—Ha estado cerca —murmuro, volviéndome hacia Nolan.
Todo su cuerpo está tenso y se desploma sobre mí. Sus
cejas fruncidas forman una línea recta y severa. Su pelo está
revuelto y quiero pasar mis dedos por él, como he hecho toda
la noche, para aspirar su olor. Aún más. Siempre.
—Hay que contárselo.
Nolan retrocede rápidamente, herido por mi comentario.
Intento retenerlo, pero él se apresura a recoger sus prendas del
suelo y ponérselas. Su cabeza se levanta al menor ruido y se
relaja instintivamente cuando la puerta principal se cierra de
golpe.
—Nolan, ¿me has oído? —le pregunto más alto—. Hay que
decírselo a los chicos. Hay que contárselo a Edgar. ¡Casi nos
pillan!
Puede que esté exagerando, porque ayer mismo acordamos
disfrutar de lo que teníamos sin presionarnos. Pero si
terminamos contándolo todo, entonces seremos libres y este
tipo de despertares bruscos no ocurrirán más. Nunca.
—Lo sé.
—Puedo hacerlo yo. Conozco a mi hermano, hay que ser
directo. Se lo puedo contar esta tarde antes de que entrenéis.
Tiene que volver al piso después de una clase y estaremos los
dos solos.
Nolan niega con la cabeza y me atrae hacia él.
—Soy yo quien debe hacerlo, Scar.
—No tienes por qué.
—Sí. Encontraré el momento de decírselo, pero quiero que
sea bajo mis propios términos. Conoces a tu hermano, pero
creo que sé mejor cómo reacciona cuando se trata de ti. No
quiero que estés presente.
Le empujo para obligarle a soltarme y le escudriño con
atención.
Intenta protegerme.
Pero no como se protege a una novia, sino como se protege
a una niña que no debería estar presente en una pelea porque
es demasiado pequeña.
—Para ya —siseo.
—¿El qué?
—Lo de apartarme porque te crees que no puedo con la
confrontación.
—Scar —dice mientras intenta cogerme del brazo.
Retrocedo un paso.
—¿Quieres decírselo? Adelante, pero no lo hagas porque
creas que no voy a ser capaz de hacer frente a mi hermano. Tú
lo conocerás, pero yo también.
Es a mí a quien ha mantenido toda la vida en una burbuja.
A quien habéis mantenido toda la vida en una burbuja,
como si fuera frágil.
No dice nada, así que continúo, molesta:
—Mi hermano no me da miedo.
Nolan se ríe y yo me cruzo de brazos. Ladea la cabeza y
una sonrisa traviesa se extiende por su rostro angelical.
Odio esa sonrisa, porque me hace querer darle lo que
quiera.
Empezando por mí misma.
—No le tienes miedo a nada, Scarlett Martin. Eso ya lo he
entendido.
Da un paso adelante y yo no me muevo. Me agarra por el
bajo de la camiseta y me atrae hacia él, rodeando mis caderas
con sus fuertes brazos.
—Sé que puedes hacer frente a tu hermano. Y por mucho
que quiera que tú lo hagas conmigo, sé que no es una buena
idea. Edgar tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de
que se le crucen los cables y, si eso sucede, no te quiero cerca.
No quiero que sufras, ni por sus palabras, ni por sus acciones,
ni por la situación en la que nos vamos a meter. No quiero que
te salpique, o si lo hace, que sea lo menos posible. Así que, por
favor, antes de que saques los colmillos, déjame hacerlo a mí.
Yo me ocupo.
Me da un beso en la nariz y luego baja por mi mejilla, mi
mandíbula, mi cuello, y se detiene en la piel desnuda que deja
al descubierto el escote de la camiseta. Uno de sus dedos se
desliza bajo la tela y la extiende un poco.
—¿Tú tampoco tienes clase hasta las diez?
—No —digo con voz ronca.
Su mirada es ardiente y no me da tiempo a ponerme de
puntillas para acercarme a su boca cuando me alza y me arroja
sobre la cama, riendo.
El asunto está zanjado.

***

—¿Que tú qué?
—¡Chist!
Gesticulo con vehemencia a las chicas, riendo con una
sensación de déjà vu: ellas y yo sentadas en la cafetería de la
universidad, hablando del único tema que me ronda por la
cabeza en los últimos días. Ese del que evité contarles nada
durante un tiempo antes de que el sentimiento de culpa llegara
al punto de tener que decírselo. Sobre todo sabiendo que,
dentro de poco, mi hermano también lo sabrá y necesitaré de
todo el apoyo de mis amigas.
—No hace falta gritar.
—Perdón —se disculpa Paige—. Pero creo haber oído que
sales con Nolan Jones. Ya sabes, el chico del que has estado
enamorada desde que eras una niña y que no te veía en ese
plan hasta hace un año.
—Has oído bien —me río.
—¡Entonces gritaré si quiero! Joder. Hostia. Puta.
Su voz se eleva y yo estallo en carcajadas junto con Carol.
—¿Lleváis saliendo desde la noche en la discoteca y nos lo
dices ahora?
Me encojo de hombros y coloco un mechón de pelo detrás
de la oreja.
—¡No sabía cómo contároslo!
—Todavía no me lo puedo creer —añade Carol—. Joder.
¡Que es Nolan!
—¿Y de verdad follasteis en el patio trasero?
Me río como una cría al recordar con tanta claridad esa
parte de la fiesta. Fue explosivo: todo mi cuerpo lo recuerda.
Frunzo los labios, sintiendo el rubor en mis mejillas. Pero,
cuando estoy a punto de contar los detalles, un alboroto nos
hace levantar la vista hacia la entrada. Los Terriers llegan
como una tropa musculosa alineada y mi mirada se sumerge en
los ojos oscuros de mi novio. Su pelo —tan revuelto esta
mañana— está peinado de una forma terriblemente sexi, hacia
atrás, y yo aprieto mis muslos. Me regala una sonrisa
juguetona y un calor me hormiguea en el vientre, reverberando
en el lugar que él consigue fundir en una fracción de segundo.
Sin ni siquiera tocarme.
Sin hablarme.
—¿Queréis iros a una habitación?
Me sobresalta la voz aguda de mi mejor amiga, que se ríe.
—Ahora en serio, ¿de verdad me quieres hacer creer que tu
hermano no se entera de nada?
Enarco una ceja y corto este silencioso y acalorado
intercambio con Nolan para centrar de nuevo mi atención en
las chicas.
—Esa mirada es la mirada del sexo.
—¿De qué hablas? —me río.
—Es la mirada de un tío que te quiere desnudar delante de
todos y follarte con locura.
—¡Paige! —exclama Carol, muerta de risa.
—Me dirás que tú no lo has visto. Se la ha comido con los
ojos. Si tenía dudas sobre lo que acabas de contarnos, aquí
tengo la prueba. Estáis liados, y si no habéis follado ya, ¡es
cuestión de tiempo!
—¿Lo dudabas? —respondo, fingiendo ofenderme.
Eso es lo único que he retenido de la historia. Mi mejor
amiga pone los ojos en blanco mientras se desternilla.
—¡Es una forma de hablar, Scar! Y… —añade, callándome
con un gesto de la mano—, ¿cómo es? En la cama, ¿es tan
bueno como dice la gente?
Miro a Carol, que se encoge de hombros y mueve la cabeza
con decepción.
—¿Quieres los detalles?
—¡Claro que quiero los detalles! Soy tu mejor amiga, ¡sé
buena persona y comparte tu felicidad!
Paige es imparable y su buen humor es contagioso. Tenía
miedo de su reacción, pero me he dado cuenta de que la
preocupación no era necesaria, ya que no están pensando en
los problemas que podría causar nuestra relación, sino en lo
feliz que me hace.
Y eso es todo lo que necesitaba.
La alegría antes que los problemas.
—Estoy segura de que sabe usar todos los dedos.
—Pues sí —confirmo.
—Estaba superconvencida. ¿Tan bien fue?
—Multiorgásmico.
Ella frunce los labios y se pone un dedo en la barbilla.
—¿Eso existe?
—Sí, ve a buscarlo al diccionario de sinónimos.
—¿En qué palabra? —pregunta.
Miro a Carol, que continúa riéndose a mi lado.
—En Nolan. Ahí tienes la definición de «multiorgásmico».
Hago hincapié en cada sílaba y, mientras Paige abre los ojos
de par en par, Carol no se contiene más y estalla en una
carcajada tan fuerte que la gente de las mesas que nos rodean
se gira en nuestra dirección. Mis ojos captan la atención de
Nolan, sentado más allá con los chicos, y le sonrío como una
idiota. Me encojo de hombros a él mientras que Paige me hace
mil preguntas más.
Al menos así consigue hacerme descansar de todos mis
interrogantes. De mis dudas. De mi pánico.
Pero, aun así, habrá que poner a mi hermano al tanto.
33

Scarlett

Cierro la puerta, me quito las zapatillas a toda prisa y dejo


la mochila en el pasillo.
—¿Hay alguien en casa?
—¡Estoy en la cocina!
Me dirijo hacia el lugar de donde sale la voz ronca de
Nolan y no tengo ni tiempo de entrar en la sala antes de que un
par de brazos me atrapen. Su cara se hunde en mi cuello y me
besa la piel, haciéndome reír.
—¡Parece que me has echado de menos!
—Qué va —responde mientras posa los labios en mi
mandíbula—. Estaba bien sin ti.
Le doy una colleja suave en la nuca y se ríe, haciendo
vibrar mi oreja. Me suelta, me libero de su agarre y me apoyo
en la encimera, donde he dejado abierto un paquete de dulces
que se pone a engullir de dos en dos.
—¿Qué tal el día?
Me encojo de hombros.
—He suspendido Derecho Mercantil. El profesor me ha
dejado mal delante de toda la clase.
—¿Incluso con los deberes que hiciste conmigo en la
biblioteca el otro día?
Asiento con una mueca de asco.
—Te ha puntuado como el culo, estoy seguro. Te lo sabías
genial.
—¡Debo haberme perdido algo!
—O el profesor no sabe corregir.
—O se me da mal.
Nolan se ríe por lo bajo y cruza los brazos contra el pecho.
Me quedo parada por un segundo mientras miro la vena que se
abulta en su cuello. Mi chico me hace un guiño cómplice.
—Tienes razón, señorita Martin. Eres un desastre.
—¿Desastre? —pregunto, indignada—. ¿Yo? ¿Un desastre?
Creo que va a dormir solo esta noche, señor Jones.
—¿Te atreverías a dejarme solo en la oscuridad?
Da un paso hacia mí.
—¿En una cama fría?
Y otro.
—¿Abandonado?
Otro más.
—¿Sin calor humano?
Me encuentro aprisionada contra la encimera.
—¿Sin abrazos? ¿Sin nada?
Le pongo las manos en el pecho y evito que se incline más
hacia mí.
—No me atraparás tan fácilmente.
—¿Eso crees? —susurra contra mis labios—. Yo creo que
no te vas a resistir a mí esta noche.
Se inclina a mi oído y su aliento me hace estremecer.
—Porque tengo muchas ganas demostrarte cuánto te he
echado de menos. Mi lengua tiene mucho que contar.
Suspiro y cierro los ojos. Mis piernas se tambalean y mi
corazón está al borde de una taquicardia. Nolan se retira,
abandonándome a mi suerte, y se va a buscar un vaso de agua
con una sonrisa traviesa.
—Mucho hablar —digo con suficiencia—, pero tengo
ganas de ver si aguantas el ritmo. Ya sabes, por eso de perro
ladrador, poco mordedor.
Se encoge de hombros y bebe un sorbo de mientras me mira
con atención.
—Supongo que lo descubriremos esta noche.
Me río, cojo una galleta y trago la saliva que se me ha
acumulado en la boca por todo el calentamiento. Me está
costando mucho disminuir la tensión que tengo acumulada por
todas partes.
Nolan es el rey de los calentones.
Y por si no fuera suficientemente difícil tener una aventura
secreta en un piso compartido, ser discretos por la noche se
está convirtiendo en una carrera de obstáculos.
—¿Listo para el viernes? —le pregunto para darme un
respiro.
Comienza el campeonato de hockey de manera oficial.
Desde hace dos semanas, los entrenamientos sobre el hielo se
han intensificado. Sé que están preparados; los he visto en
acción más de una vez.
—¡Los vamos a reventar!
—¡Más os vale! ¡No he vuelto para apoyar a un equipo de
perdedores!
Se ríe con el vaso en los labios y yo le desafío con la
mirada.
—¿Y con qué camiseta nos vas a apoyar?
Mi estómago da un vuelco, y con toda su atención sobre mí,
me derrito un poco más.
—Edgar querrá que lleve la suya.
Nolan frunce el ceño.
—¿Y si quiero que lleves la mía?
—Me darás tu pulsera.
Se mira la muñeca durante un segundo y suspira.
—Supongo que no tengo otra opción.
—Me la dejas siempre, ¿qué diferencia hay entre que sea
ahora y no sobre la marcha?
—No es lo mismo eso que si vienes con mi número.
—¡Tú y tu posesividad! ¡Es de locos!
—¿No tengo derecho a querer que mi novia me apoye?
—¡Seré tu novia cuando le digas a tu amigo que sales
conmigo!
Mi acusación resuena en el aire como una bofetada y Nolan
se detiene en seco. Me examina durante un largo momento, en
silencio, con la mandíbula apretada. Su respiración se vuelve
pesada. Han pasado más de quince días desde que me
prometió que hablaría con Edgar, quince días en los que solo
hemos seguido escondiéndonos. Milo, Gabriel y mis dos
mejores amigas son los únicos que lo saben. Sin embargo,
estamos compartiendo piso con dos personas a las que hemos
estado mintiendo durante casi tres semanas.
—¡Juraste que lo intentarías!
—Ahora no, Scarlett —suspira.
—Nunca encuentras el momento —digo—. Has tenido diez
mil oportunidades y lo sigues posponiendo, una y otra vez. ¿Y
así quieres que lleve tu puta camiseta de hockey? No puedes
tenerlo todo, Nolan, ¡en algún momento hay que elegir!
—¿Elegir el qué? —grita, levantando los brazos.
Retrocedo imperceptiblemente, sorprendida por su tono
claro y duro.
—¿Entre perder a mi mejor amigo o perder a la chica de
mis sueños, Scarlett? ¿Es eso lo que quieres que decida? ¿No
entiendes que la razón por la que lo estoy posponiendo es
porque no quiero tener que elegir?
Se lleva las manos a la cabeza y el aire deja de entrarme en
los pulmones. Nolan me observa por un segundo y puedo ver
en sus ojos el dolor que ha estado ocultando durante semanas.
Se me rompe el corazón. Camino hacia él con paso decidido y
apoyo mis manos en sus mejillas para que me mire a los ojos.
—Tengo miedo, Scar. Miedo a que todo lo que tenemos tú y
yo desaparezca cuando se lo cuente a tu hermano. Miedo de
hacerle daño, de hacerte sufrir y, sobre todo, tengo miedo de
que me dejes porque sea demasiado duro para ti esperar a que
yo tome riendas de la situación.
Suspiro, reprimiendo un sollozo, aunque mis ojos se
empañan con las lágrimas. Me rodea el cuello con un brazo y
me atrae contra su pecho. Su boca se posa en mi frente; la besa
con ternura.
—Te quiero, Scarlett.
Mi estómago se retuerce y una nube de mariposas comienza
a aletear en él.
—¿Qué? —digo con voz ronca.
—Te quiero —repite.
Mi corazón da un vuelco cuando mi cerebro se da cuenta de
la importancia de sus palabras. Afianza su agarre y me pongo
de puntillas para colocar mis labios sobre los suyos. Llevo
años esperando que lo diga y la sensación que estas palabras
provocan en mi cuerpo es aún más loca de lo que esperaba.
Todo es doloroso, con mentiras y sentimientos de traición,
pero es muy bonito. Tan bonito e intenso que le beso con
pasión, mordiéndole la lengua cuando intenta encontrarse con
la mía. Gime y me pega más a él, y los dos retrocedemos hacia
el primer mueble que hay a mi espalda. Me acomoda sobre él,
abriéndome las piernas para colocarse entre ellas. Sus dedos se
hunden en mi pelo y se aparta ligeramente, apoyando su frente
sobre la mía con el fin de recuperar el aliento. Acaricio su
mejilla y paso mi pulgar por su labio, todavía húmedo.
—¿Es un buen momento para decirte que yo ya te quería
desde antes?
Sonríe.
—Yo lo he dicho primero, así que técnicamente te gano.
Niego con la cabeza. Mi respiración se acelera.
—He estado enamorada de ti desde el colegio.
Retrocede y me observa, con un brazo rodeando mis
caderas aún. Parece confuso y, por eso, respiro profundamente
antes de añadir:
—No sabría decirte con exactitud cuándo se supone que me
di cuenta. Pero sí sé que, durante años, tu presencia era
suficiente para volverme loca. Tu voz, tu sonrisa, tus bromas
pesadas.
—Mis bromas no son pesadas.
Le pego en el hombro y él se ríe, abrazándome más fuerte.
Si no lo conociera tan bien, diría que mi confesión no ha
surtido ningún efecto sobre él. Pero sé que le ha conmovido: el
humor es su arma de defensa, su forma de recuperar el control
de un escenario que se le está yendo de las manos, así que le
insisto:
—Lo digo en serio, Nolan. Siempre me has gustado.
Me besa la frente con un suspiro. Finalmente, alza mi
barbilla con su dedo índice y nuestros ojos se encuentran.
—No sé cómo coño no me he dado cuenta de que estabas
ahí durante todos estos años.
Su comentario provoca un sentimiento cálido en mi pecho y
trago saliva con dificultad.
—No creí que pudiera llegar a ser correspondido.
Acerca aún más su rostro; me susurra en voz baja:
—Es correspondido. No lo dudes nunca.
Y me besa con dulzura. Se toma su tiempo para saborear
mis labios y mi lengua mientras mete las manos bajo mi
camiseta. Los sentimientos que compartimos explotan en
cuanto añadimos nuestras lenguas a la ecuación. Se buscan, se
pelean y electrizan el ambiente. Mis talones se clavan en sus
costados para mantenerlo pegado a mí, sintiendo su erección
junto a mi clítoris. Su respiración es pesada y su corazón se
acelera bajo mis dedos. Ya no hay lugar para la ternura; quiero
que me tome aquí mismo y sé que también lo quiere él porque
sus movimientos se vuelven más urgentes y ansiosos. Pero en
el instante en que abro la boca para decírselo, es otra voz la
que resuena en la sala.
Y no es la de Nolan.
34

Nolan

—¿Qué está pasando aquí?


Retrocedo bruscamente y abandono el cálido cuerpo de
Scarlett para encontrarme con los ojos azul grisáceo de mi
mejor amigo. Las facciones de Edgar se deforman por la rabia.
Su mirada pasa varias veces de mí a su hermana pequeña y
vuelve a intervenir ante nuestro atónito silencio:
—Qué. Coño. Está. Pasando. Aquí.
Se apresura a entrar en la cocina y agarra a Scarlett por el
brazo, bajándola de la encimera con un movimiento
impetuoso. Me interpongo entre ellos por reflejo y rodeo con
mi mano su bíceps flexionado. Él estalla de ira y me fulmina
con la mirada.
—Suéltala —ordeno.
—Me estás haciendo daño, Ed.
—¿Qué estabais haciendo? —pregunta Léo a mi espalda.
No me vuelvo hacia él; le mantengo la mirada a mi amigo,
que no se calma en absoluto. Léo ha visto perfectamente lo
que estábamos haciendo. Y ellos dos nunca deberían haber
estado aquí. Según el maldito horario de la «frigoagenda»,
iban a estar en casa dentro de una hora.
No ahora mismo.
No cuando estaba a nada de follarme a Scarlett en esta
cocina.
Edgar suelta el brazo de su hermana y yo la sorprendo
masajeando su piel herida, antes incluso de que me dirija una
mirada de pánico. Me siento impotente, hastiado, inquieto,
incapaz de pensar en cómo explicarle a Edgar lo que está
pasando. Así que, abrumado por el miedo, el pánico y un
montón de emociones que no soy capaz de describir, digo lo
único que se me pasa por la cabeza. Me arrepiento en cuanto
sale de mis labios:
—No es lo que piensas.
Edgar hace una mueca de desprecio y retrocede un poco. Se
pasa una mano por el pelo, irritado.
—Acabas de meterle la lengua hasta la campanilla, ¿pero
dices que no es lo que pienso? ¿Te estás burlando de mí?
No me atrevo a mirar a los ojos de Scarlett por miedo a leer
la decepción en ellos, pero no me echo atrás ante mi amigo.
Me aliso la camiseta, sacando pecho para darme presencia.
En el fondo, soy un mierdas.
—Ha pasado sin más.
Me hundo un poco más en mi mentira, sin encontrar fuerzas
para retroceder. Asumir la responsabilidad. El odio que veo en
los ojos de Edgar me jode por dentro y, en ese momento,
entiendo por qué he luchado tanto. Por qué he intentado no
ceder a la tentación, por qué me he engañado a mí mismo
todas esas semanas en las que mi deseo ha ido en aumento. Y
es que esto lo arruina todo con mi amigo; se va a llevar en
unos segundos veinte años de amistad.
—No sé qué me ha dado, estábamos discutiendo y tuve un
desliz. Pero no significa nada, ¡te lo juro!
Edgar frunce el ceño y se cruza de brazos. Se vuelve hacia
su hermana, cuyo silencio me preocupa. Cuando mi atención
se dirige a ella, se me para el corazón. Le tiembla el labio
inferior y sé que está conteniéndose para no llorar. Las
lágrimas se agolpan en sus ojos, su mandíbula está tensa y sus
manos forman puños a ambos lados de su cuerpo.
—¿Y tú le dejas hacerlo? —le espeta.
Se toma un momento para responder, tragándose su sollozo
mientras me fulmina con la mirada. Se encoge de hombros, se
muerde la mejilla y vuelve la atención a su hermano con
disgusto.
—¿No le has oído? —dice en tono sombrío—. Ha pasado
sin más. Un desliz.
Se me encoge el corazón y tomo una bocanada de aire para
intentar que la sangre fluya por mis venas. Siento que mi
cabeza va a explotar: mis extremidades están completamente
tensas y el estómago me duele tanto que me contengo para no
vomitar sobre mis zapatillas blancas.
Sin embargo, aunque me arrepiento de todas y cada una de
mis palabras, sé que era lo correcto. Que es para bien. Pero no
me hace sentir mejor saber eso.
Ni mucho menos.
—Estaba a punto de apartarle cuando entraste tú.
Entonces, de la nada, Scarlett me da una bofetada en la cara
delante de los chicos y yo ni siquiera rechisto; me acojo al
daño como un castigo purificador. Cierro los ojos y, cuando
los vuelvo a abrir, el odio que descubro en los suyos me
destruye un poco más por dentro.
—Eres un gilipollas, Nolan —escupe—. ¡Y tú, Edgar,
métete en tus asuntos!
—No te muevas, Scar —grita mientras su hermana sale
corriendo de la cocina—. No he terminado. ¿De verdad te
crees que me lo iba a tragar? Un desliz, ¿en serio?
La agarra del brazo y los seguimos hasta el salón. Los
hermanos se miden mutuamente y, lejos de inmutarse por el
hombre de uno ochenta y cinco que tiene delante, Scarlett mira
con suficiencia a su hermano.
—No me importa lo que creas o no creas, ¡me largo de este
piso!
—Scar —la llamo sin poder evitarlo.
Edgar se vuelve hacia mí con el ceño fruncido. Niego con
la cabeza e intento alcanzar a Scarlett, que se ha refugiado en
su habitación.
—¡Scarlett, por favor!
La observo, perdido por completo mientras saca una
mochila de debajo de la cama. Se apresura a abrir su armario y
tira ropa sobre el colchón. No me escucha, no me dedica ni
una sola mirada y sigue a lo suyo con furia.
—¿Vas a decirme que no pasa nada, Jones?
Edgar me agarra por el cuello de la camisa y yo lanzo los
brazos al aire en señal de rendición. Me siento impotente y, en
ese mismo momento, sé que lo estoy perdiendo todo.
—Tío, suéltale, ya ves que no está haciendo nada malo —
responde Léo con voz tranquila.
Está cerca de la puerta y nos observa en silencio,
claramente incapaz de saber cómo afrontar la situación en la
que nos encontramos por mi culpa. Me libro del agarre de mi
amigo con facilidad y él da un paso atrás, resoplando.
—¿Nada malo? No, solo quería tirarse a mi hermana
después de follarse a medio Boston.
—¡Cállate, Ed, no sabes lo que estás diciendo!
Gruño, concentrado en él. Pero a mis espaldas oigo la
cremallera de una mochila que se cierra con dificultad.
—¡Scarlett, quédate! —exclamo, dándome la vuelta—. ¡No
puedes irte!
—¿Y quién eres tú para retenerme?
Se detiene en seco y me observa: sé que me está dando una
oportunidad. Una señal, a pesar de la forma en que la herí
antes. Me está diciendo que tengo una oportunidad de
compensarlo, aunque sea pequeña, y de decir la verdad. La
miro vacilante y vuelvo mi atención a Edgar, que no se
tranquiliza. Su boca sigue siendo una línea recta y sus cejas se
tocan. Todos sus rasgos están deformados, y me entra la duda,
la incertidumbre. Son veinte años de amistad frente a tres
semanas de una relación que —a pesar de mis sentimientos—
no tiene ninguna posibilidad de rivalizar. Después de todo,
siempre ha sido así: mis amigos lo primero. Así que el
gilipollas que hay en mí no aprovecha la oportunidad de
redimirse y se calla. Ella suspira y se echa la mochila al
hombro.
—¿A qué estás jugando, tío? —farfulla Edgar.
—Basta, Ed —gruño—. No estoy jugando a nada, solo
intento evitar que tu hermana salga corriendo cabreada.
—Puede hacer lo que quiera, ¿no? Al fin y al cabo, si es
para salir de tus sucias garras, ¡preferiría que durmiera en la
calle!
—Francamente, todos me dais asco —sisea Scarlett al pasar
por el pasillo.
Empuja a Léo, que intenta detenerla, y yo me quedo en la
habitación con Edgar. El duelo en el que nos encontramos dice
mucho de lo que pasa entre nosotros. Me odia y me siento
como una mierda.
—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Tirarte a mi madre solo para
completar tu lista de las Martin?
—¿Quieres formar parte de esa lista? —replico con sorna.
El dolor punzante en el pecho me hace decir tonterías y uso
mi única arma de defensa: el humor inapropiado. Ahora
mismo estoy perdiendo el control de todo. De mi amistad con
Edgar, de mi relación con Scarlett, del equilibrio que habíamos
encontrado. Culpo a mi amigo por reaccionar así, por dejar ir a
Scarlett sin retenerla y no abrir los ojos para ver lo que
realmente pasa entre nosotros. Y me culpo aún más a mí
mismo por dejar que las cosas se vayan de madre en lugar de
disculparme, en lugar de gritar que estoy enamorado de ella y
de nadie más, que todo esto es de verdad. En lugar de elegir el
sentido común, solo desafío a Edgar, sin aliento.
—¡Eres un imbécil!
Sacudo la cabeza, repugnado por todo lo que está pasando,
por lo que llevo semanas intentando evitar y que ahora me está
estallando más fuerte en la cara.
—Te juro que como le pase algo a tu hermana por dejar que
se vaya, te mato con mis propias manos —exclamo, yendo
hacia el pasillo.
—No tienes derecho a decir eso —responde Edgar a mi
espalda—. Ni a actuar de esa manera.
Ignoro su comentario y me precipito hacia la puerta de
entrada del piso, abierta de par en par, desde donde aún puedo
ver la espalda de Léo, que está haciendo gestos. Corro hacia él
y me pongo a su lado, mirando a Scarlett con todo el dolor, la
angustia y la desesperación que siento dentro de mí.
—Scar, no te vayas —susurro.
Me fulmina con la mirada.
—Has perdido el derecho a hablar conmigo, Nolan. No
quiero volver a verte.
—Scarlett, por favor. Yo…
—Nolan, vete —ordena Léo—. ¡No quiere verte más!
—¡Está oscureciendo! Es una locura que se vaya del piso
así tal cual. ¡Joder!
—Yo me ocupo de esto, ¿de acuerdo?
Entonces, a modo de respuesta, él agarra el picaporte y me
cierra la puerta en las narices. Me quedo solo en la entrada y
me paso ambas manos por el pelo, tirando de los mechones
con fuerza. Quiero gritar, reventar todo, llorar, destrozar cada
centímetro cuadrado de este puto piso. Pero no hago nada, solo
recuerdo que hace unas semanas me reventé los nudillos
contra la pared de un bar de mala muerte y tardé días en
recuperarme.
—No me puedo creer que hayas besado a mi hermana.
Me estremezco ante el tono frío de mi compañero. Mis
hombros se tensan y me vuelvo hacia su voz. Está de pie en
medio del salón, con las manos metidas en los bolsillos
delanteros de sus jeans, y ya no parece cabreado. No, la
emoción que cruza sus rasgos es mucho peor. Es pena, pura y
dura. Una desolación tan grande que mi corazón se rompe en
mil pedazos.
—Creo que también necesito tomar el aire —murmura, con
voz temblorosa.
Luego, como para confirmar sus palabras, me rodea sin
tocarme y sale del piso. En una fracción de segundo, un
pesado silencio se instala en la habitación y me siento
abrumado por mi soledad, por mi cobardía y por la enorme
pérdida.
Mi mejor amigo me ha dejado.
Y yo he dejado a mi novia.
35

Scarlett

—¡Scar, espera!
Me vuelvo a Léo, agarrando mi mochila, que apenas se
cierra. Con lágrimas en los ojos, lo veo trotar hacia mí sin
decir nada.
—No te vayas, tu hermano no piensa de verdad lo que ha
dicho.
En este momento, la reacción de Edgar no es lo que me
hace huir en realidad. He tenido mil movidas con él. No, es
Nolan. Su rechazo. Su negación. Su silencio. Es de él de quien
quiero alejarme, porque no quiero que vea todo el daño que
me ha hecho.
—No puedo quedarme —digo mientras miro la puerta de
entrada que Léo ha cerrado tras de sí—. Has visto lo que ha
pasado.
Todavía puedo ver la mirada de Nolan cuando intentó que
me quedara. Ha sido cobarde por su parte. ¿Le niega todo a mi
hermano y se cree que puede suplicarme que me quede?
¿Después de lo que ha dicho? Suspiro y me dirijo a las
escaleras más cercanas.
—Scar, no hagas esto. Está oscureciendo, ¿a dónde vas a ir?
Vuelve arriba, los chicos se calmarán, te lo prometo.
Camino por el pasillo, sin girarme ni un instante hacia Léo,
que me sigue.
—¡No voy a volver, Léo!
Suspira, se pasa una mano por su pelo rubio y luego mira a
su alrededor.
—¿Quieres que te lleve a algún sitio, entonces?
Me encojo de hombros. Ni siquiera he pensado adónde ir.
¿Con las chicas? Ese es probablemente el primer lugar al que
mi hermano iría a buscarme. ¿A casa de nuestros padres? Solo
está a unos treinta minutos de Boston y es factible para las
clases, pero me harán mil preguntas…
—No sé adónde ir —comento con sinceridad—. Ya no sé
qué hacer.
—Ven aquí.
Me tira de la sudadera que antes me puse con prisa y me
abraza. El olor familiar y reconfortante de su piel me hace
cerrar los ojos. Inhalo durante un instante. Las lágrimas ruedan
por mis mejillas y mojan su jersey. Inspiro, me aparto y me
limpio los rastros de mi lloro con la mano.
—Te llevaré a casa de tus padres.
Me invita a seguirle y nos dirigimos al aparcamiento que
hay un poco más allá, donde deja aparcada su vieja furgoneta
durante la semana. Normalmente solo usa el Jeep de mi
hermano o el todoterreno de Nolan para no tener que depender
de un viejo trasto que amenaza con estropearse cada día. Me
subo con él en el sitio del copiloto y exhalo bruscamente. Otro
sollozo amenaza con salir de mi garganta y trago con fuerza.
—¿Puedes explicarme qué ha pasado?
—Ya lo has oído, no ha pasado nada.
Hace una mueca y chasquea la lengua contra el paladar.
—No sé a qué juega ni por qué ha dicho todo eso, pero la
cara que ha puesto cuando te has ido… —me observa—. Esa
no es la mirada de un tío que ha tenido un desliz. No, esa es la
mirada de un tío que acaba de perder a alguien que le importa.
Así que te lo preguntaré de nuevo: ¿qué ha pasado?
Dejo caer la cabeza contra el frío cristal de la ventanilla de
su coche y cierro los ojos durante un segundo, tratando de
calmar las sacudidas de mi pecho. Sale de Boston y entra en la
carretera que lleva a nuestro barrio natal en las afueras de la
ciudad.
—¿Estabais juntos?
—Sí.
—¡Joder! ¿Desde hace mucho?
Me encojo de hombros, decepcionada. Volver a pensar en
ello reabre la herida en mí y el dolor se me extiende por todo
el cuerpo. ¿Es esto el desamor? Creí que ya lo había
experimentado al ver que Nolan no me prestaba atención todos
estos años, pero me equivocaba. Probarlo para que te lo quiten
es peor.
Mil veces peor.
—Unas semanas.
—¿Semanas? —repite Léo—. ¿Ya estabais cuando lo del
bar? ¿Cuando confesaste que te gustaba y yo te dije que no le
importabas?
—Más o menos.
—Mierda —suspira—. Soy un imbécil.
—No podías saberlo.
Sus dedos se tensan sobre el volante y, de forma
espontánea, se pasa la mano por su corto cabello.
—Siento habéroslo ocultado.
—A tu hermano le costará perdonaros.
—Lo sé.
Se me encoge el corazón un poco más al darme cuenta de lo
mucho que todo va a cambiar ahora. Nada volverá a ser lo
mismo. El piso, mi relación con mi hermano, Nolan.
—Y tú, ¿me perdonas?
Léo se ríe, me pone una mano en la rodilla y me mira con
sinceridad.
—No te culpo. Ni a ti, ni a Nolan. Solo estoy sorprendido y
un poco dolido por haberme enterado tan tarde, pero lo
entiendo.
—¿Lo entiendes?
—Edgar está siendo sobreprotector contigo. Todos lo
hemos sido, y sé lo cuidadoso que era para asegurarse de que
sus amigos no te tiraran la caña. Probablemente se sienta
traicionado. Yo creo que tienes derecho a salir con quien
quieras.
—¿Incluso Nolan?
Se muerde el interior de la mejilla.
—Nolan es mi mejor amigo. Sé que se puede comportar
como un imbécil con las chicas, pero también sé que te adora y
que, si supiera que te iba a hacer daño de alguna manera, no se
habría metido en esto.
—Que niegue lo que ha pasado me ha dolido.
—La ha fastidiado.
Permanezco en silencio, reviviendo el momento en que
todo salió mal. La cocina, la llegada de mi hermano y de Léo,
las palabras que se han dicho.
Los dos la hemos fastidiado.
—Lo culpo —admito—. Por no apoyarme. Por no asumir la
responsabilidad.
—Lo sé —suspira Léo—. Y, créeme, creo que también se
culpa a sí mismo. Pero solo necesita tiempo para entenderlo.
—¿Entender qué?
—Que cuando quieres a alguien, no tiene sentido luchar
contra ello.
No respondo. El comentario de Léo me provoca un enorme
nudo en la garganta. El hecho de que Nolan hubiera admitido
que me quería antes de la pelea me había sorprendido por
completo. Que Léo lo diga en este coche me hace recordar
demasiadas cosas. Me duele aún más. Porque no intentó
detenerme. Darnos una oportunidad real. Dijo que me quería,
pero ¿lo decía en serio? Cuando se quiere a alguien, no se
actúa con cobardía.
El coche se detiene frente a la casa de mis padres y una
oleada de estrés me revuelve las entrañas.
—¿Quieres que vaya contigo?
Niego con la cabeza, me inclino para abrazarlo y le susurro
al oído:
—Gracias por estar aquí, Léo.
—Eso siempre, Scar.
Me besa en el cuello de forma fraternal y salgo de su coche.
Se queda esperando a que llegue a la puerta y vuelve a poner
en marcha su camioneta.
—¿Cariño? ¿Qué estás haciendo aquí?
Mi madre llega a la entrada con el ceño fruncido y mira los
faros del vehículo que, detrás de mí, ya gira por la calle.
—¿Quién te ha traído?
—Léo.
Dejo caer la mochila al pie de la escalera. Se me contrae el
pecho y siento que las lágrimas se me agolpan en los ojos.
—¿Qué pasa? —pregunta mi padre—. ¿Por qué traes una
mochila?
—He dejado el piso —digo con la voz ronca.
—¿Lo sabe Edgar? ¿Por qué no nos has llamado?
Suspiro, tragándome el sollozo con dificultad.
—Me he peleado con Ed. Yo… no quería quedarme.
Sin poder aguantar más, me echo a llorar. Mi madre viene a
mí y me abraza.
—¿Qué ha pasado, cariño? ¿Quieres contármelo?
Murmuro en su cuello y arruino el hermoso jersey de
cachemir que lleva puesto al empaparlo con mis lágrimas.
—Voy a llamar a tu hermano —dice mi padre, preocupado
—. ¿Por qué ha dejado que te vayas en este estado?
—No lo hagas —respondo—. ¡No lo llames! Me fui con
Léo, no estaba sola.
—¡Menuda bobada! ¿Primero insiste en que te mudes con
él y luego te echa? ¡Juro que lo va a pasar mal si no tiene una
buena excusa!
Inspiro, apenada, y bajo la mirada al suelo.
—Soy yo quien se ha ido—confieso con voz apagada—.
No quería seguir allí después de nuestra pelea y no sabía
adónde ir.
—Ya pasará —dice mi madre con un tono suave—.
Vuestras peleas nunca duran mucho. Todo va a ir bien. Vete a
la cama, cariño, mañana será otro día. ¿Te preparo un
chocolate caliente?
Niego con la cabeza y recojo mi mochila del suelo,
agradeciéndole internamente que no haga más preguntas. No
creo que hubiera sido capaz de negarlo durante más tiempo.
Los dejo en la entrada y subo las escaleras. Oigo cómo mi
padre suspira, intercambia unas palabras con mi madre y
luego, nada.
Se acabó.
36

Nolan

Doy unos cuantos tragos a mi cerveza, con la mirada


perdida en el ejercicio que he estado empollando durante más
de una hora. Suspiro, me tiro del pelo y le pego otro sorbo al
botellín. El líquido hace que me pique la nariz y me aclaro la
garganta para deshacerme de la desagradable sensación.
—¿Sigues sin querer hablar de ello?
Alzo la cabeza para observar a Milo. Me mira de reojo, con
los brazos cruzados, y le echa un vistazo a mi pierna. Aunque
estaba dando golpecitos en el suelo, me detengo en seco tras la
pregunta de mi colega.
—No creo que haya mucho que decir.
Se ríe.
—No, ¡solo parece que no sabes lo que quieres!
—Ahora mismo, lo que me gustaría es acabar con esta
mierda.
Me paso una mano por la nuca, intentando relajar los
músculos lastimados en la parte superior de la espalda. Me
duele mucho el cuerpo por el partido del viernes por la noche.
El primero del campeonato, en el que me dejé la piel en el
hielo. Creo que nunca he jugado tan bien. Tal vez fueran la
frustración, el resentimiento, la irritación y una semana entera
sin noticias. El asiento vacío en las gradas fue el golpe de
gracia.
Y, al mismo tiempo, ¿qué esperaba exactamente? ¿Que
apareciera cuando la he echado como si no valiera nada? ¿Que
su hermano no la odiase por lo que hicimos? Le hice creer que
hablaría con Edgar sobre el tema, asumir la responsabilidad, y
salí corriendo a la primera oportunidad que tuve. Siendo
honesto, yo también me odiaría si fuera ella.
No solo si fuera ella, sino también siendo yo. Porque,
aunque elegí deliberadamente a mi amigo por encima de ella,
sigue doliendo, y esta noche hay un músculo que duele aún
más que los demás. Y me gustaría poder olvidar ese dolor en
concreto. Ponerlo en pausa, hacer que deje de latir con tanta
fuerza, que deje de golpear contra mi caja torácica cada vez
que paso por delante de una rubia que se parece lo más
mínimo a la chica que lo rompió.
Por mi culpa.
—Nolan.
—¿Qué?
Frunzo el ceño y observo a Milo, que se muerde el labio,
como conteniéndose para no decir algo. Se levanta en silencio
y sale del salón; regresa después con una botella de tequila. Lo
miro perplejo. Me pone un vaso de chupito bajo la nariz, se
sienta y dice:
—¿No quieres hablar? Bien, entonces beberemos. ¿Sabes
por qué?
Sacudo la cabeza.
—Porque una resaca nunca ha matado a nadie.
—¿Y un corazón roto?
La pregunta muere en mis labios al igual que una patética
confesión. Me mira un momento sin decir nada y luego llena
el primer vaso hasta el borde. Me fijo en el líquido
transparente y pienso en todo lo que me ha traído hasta aquí.
Edgar no me habla. Actúa como si nada hubiera pasado,
dejando que la distancia entre nosotros se vuelva más y más
grande. El ambiente en el equipo es una mierda porque nuestro
capitán está de morros y nos echa la bronca al menor descuido.
Especialmente a mí. Pero mantengo la boca cerrada, ya que
me lo he ganado y solo necesito que mi amigo vuelva a confiar
en mí. Si eso significa que tengo que soportar su silencio, su
odio y su decepción durante años, lo haré. Me da igual mi
propio malestar.
Quiero que todo sea como antes.
Agarro el vaso y lo vacío de un trago.
—La echo de menos —digo, más para mí que para él.
Milo me observa, suspira y bebe. Nos rellena los vasos sin
siquiera preguntarme nada y vuelvo a vaciarlo. El alcohol me
quema la garganta y el esófago, pero la sensación que produce
en mis venas me hace sentir muy bien. Trago saliva,
empujando los recuerdos de ese día hacia lo más profundo de
mis entrañas: el día en que todo cambió. Cuando se fue con
Léo para no volver jamás. Una semana es mucho tiempo,
especialmente cuando el silencio es tan ensordecedor. Nadie
ha tenido noticias de ella, o desde luego yo no. Y, aunque le he
querido preguntar un millón de veces cómo está y dónde se la
había llevado, me he abstenido. Porque no tengo derecho.
—No podía hacer otra cosa —admito con voz pastosa—.
Conozco a Edgar desde hace veinte malditos años. Es mi
mejor amigo.
—Sé que lo es.
—Y Scar…
No termino la frase. Scarlett es Scarlett. Mi mejor amiga, la
primera chica de la que he estado enamorado de verdad. La
que me vuelve loco. Me hace reír, incluso cuando he tenido un
día de mierda. Que me tiene hasta los huevos cada dos por tres
y hace chistes malos. Que siempre responde a mis comentarios
con una burla y nunca se enfada conmigo, aunque le diga que
va hecha unos zorros. A la que le encanta cabrearme, sacarme
el dedo corazón sin motivo, empujarme en los pasillos solo
porque cree que ocupo demasiado espacio. En la que confío.
Todo el tiempo.
Es Scarlett.
Mi Scarlett.
Cierro los ojos, sintiendo que la bilis se me sube a la
garganta. Milo no dice nada y me da un tercer chupito. No
escatima en la cantidad y ya puedo sentir cómo se me
calientan las mejillas.
¿Me voy a arrepentir mañana? Sí.
¿Me importa un bledo? Por supuesto.
Ahora mismo, solo quiero desconectar. Olvidarme de todo
por una noche.

***

Me levanto de la cama y apoyo los codos en las rodillas


mientras miro fijamente a un punto invisible de mi habitación.
Puedo oír a los chicos en el salón, que llevan unos diez
minutos danzando por ahí. Llegué a casa antes que ellos y no
me moví de aquí, ni siquiera cuando los oí entrar. La razón es
obvia: huyo de Edgar como de la peste. Y me siento como si
tuviera doce años y no me responsabilizara de mis gilipolleces.
Al fin y al cabo, yo elegí: mi amigo antes que la chica de la
que estoy enamorado. No debería estar encerrado aquí como
un tonto, esperando no sé a qué, cuando nuestra relación es tan
tensa. Cuando llegó a casa la noche que lo descubrió, me
disculpé. Seguí negándolo, porque si voy a perder a Scarlett,
mejor que no sea a lo tonto. Me escuchó atentamente mientras
le contaba la misma excusa que la primera vez: «Fue un error
y no volverá a ocurrir». Me sentí como si cada palabra saliese
de mi boca de manera forzosa a medida que soltaba esas
tonterías. Fue ridículo, pero no pude retractarme. Mi mentira
era para recuperar de verdad a mi amigo. ¿El resultado?
Todavía siento que los he perdido a ambos, porque Edgar
todavía no me ha perdonado. Y no he tenido noticias de Scar.
Suspiro y decido que, aunque haya una persona que me
odia en el piso, tengo que seguir con mi vida. Fingir que nada
ha pasado, que la distancia no existe y que todo está bien. Tal
vez si finjo, yo también me lo crea. Que todo va bien. Así que
me levanto lentamente, me deshago de los vaqueros, me pongo
el primer pantalón de chándal que encuentro en el suelo y me
uno a los chicos en el salón. Su charla se detiene justo cuando
llego y simplemente ignoro la irritación que veo en sus caras
para tumbarme junto a ellos en el sofá.
—¿Pizza esta noche? —propone Léo.
Me limito a asentir.
—Voy a pedir un…
No termina su frase, porque la puerta del piso se abre de
golpe y la figura que se materializa frente a mí destruye todos
mis buenos propósitos. Scarlett nos observa a los tres sentados
en el sofá, como si no hubiera pasado nada, y el brillo de la
tristeza en sus ojos me rompe un poco más el corazón. Me
imagino los engranajes de su cerebro girando, pensando que
ella era el único problema en este piso, que su abandono era lo
único que estábamos esperando para volver a estar juntos.
Entre amigos. Pero lo ha entendido todo mal. Si supiera cómo
se fue todo al garete desde el momento en que entró por esa
puerta la primera vez, entendería que nada va bien.
—No me hagáis caso, ¡solo vengo a recoger algunas cosas!
Me obligo a quedarme sentado, con un enorme nudo en la
garganta.
La he echado de menos todos los putos días.
Verla frente a mí reaviva un sentimiento tan fuerte en mi
pecho que sé que, pasase lo que pasase, nunca podría haber
evitado este «desliz». El nuestro. Aparto la mirada y me fijo en
la pantalla negra del televisor con tal de ignorar a Edgar, que
se levanta del sofá para acompañarla al dormitorio. No oímos
lo que se dicen, pero cuando vuelven al salón, se siguen
hablando acaloradamente. Yo me muerdo el interior de la
mejilla; debo evitar levantarme y abrazarla.
He echado de menos su voz.
—Dile a mamá que llamarme no va a valer para nada —
dice Edgar—. ¡Especialmente si es para ponerme de los
nervios!
—¡Yo no le pedí que lo hiciera!
Inspiro durante un instante y cierro los ojos. Léo, a mi lado,
golpea el suelo con el pie, claramente preparado para
intervenir si algo va mal.
—Tal vez, pero lo hizo cuando decidiste irte a casa a dormir
sin siquiera decirle por qué. ¿No podías haber ido a quedarte
con tu novio o con tus amigas? No, ¡has tenido que meter a
nuestros padres en esta historia!
—En caso de que lo hayas olvidado, ¡ya no estoy con
Corey y no lo he estado durante mucho tiempo! Pero no, eso
no te importa, porque todo gira en torno a ti. Para ti es tu vida
y ya. No te importa lo que sientan los demás.
Edgar suelta una carcajada seca y yo los miro. Entonces me
doy cuenta de que me he levantado junto con Léo para
acercarme a ellos.
—Mira, ya me dejas más tranquilo. Por un momento pensé
que nos estabais tomando a todos por tontos.
Se vuelve hacia mí para juzgarme con suficiencia.
—Pero, al parecer, ¡solo es a mí! Por suerte para Corey, el
pobre no tuvo que pasar por todo eso.
—No sabes de lo que hablas y no he venido a que me
calientes la cabeza. De eso ya hace mucho.
Deja una maleta en la entrada, pone los ojos en blanco y se
apresura a volver a su dormitorio. Dejo atrás a todos los demás
y me precipito para seguirla. Cuando entro en la habitación,
siento el vacío que su ausencia había dejado en mí. Verla
deambular por aquí, como antes, ha supuesto un duro golpe
para el que no estaba preparado.
—Scar —murmuro.
Se da la vuelta, tensa, y no tengo tiempo de abrir la boca
para hablarle. Para disculparme. Para detenerla. Para decirle lo
mucho que lamento todo lo que está ocurriendo y lo mucho
que me afecta. Un cuerpo choca con el mío y un par de manos
me agarran del cuello de la camisa y me estampan contra la
pared.
—¿Qué cojones crees que estás haciendo, Jones?
—¡Tío, suéltalo! ¡No estaba haciendo nada!
Léo le pone una mano en el hombro, pero ni Edgar ni yo le
miramos. Seguimos midiendo al otro como dos animales
salvajes. Ahora queda claro que el tema no se ha zanjado aún.
La historia está lejos de terminar y la semana de silencio,
mentiras y palabras sin decir no ha hecho más que aumentar
esta tensión palpable. No sé si es la presencia de Scarlett o
simplemente la sensación de impotencia que sentía y que ha
desaparecido al ver cómo Edgar pierde los nervios, pero no
puedo aguantar más. Lo miro sin pestañear y exclamo:
—¿Qué crees que estoy haciendo?
—No toques a mi hermana, ¿te queda claro?
—Ed, no necesito tu aprobación. Es demasiado tarde para
eso.
El golpe viene solo. Lo siento antes de verlo venir y el
dolor en el pómulo me aturde durante un instante. Mi cráneo
se estrella contra la pared y tengo el tiempo justo para evitar
caerme, pero un segundo puño se encuentra con mi abdomen.
Contengo un jadeo de dolor; ya no sucede nada. Cuando
levanto la vista en dirección a mi amigo, Léo le está sujetando
y le hace retroceder con dificultad. Sus ojos me fulminan y me
paso una mano por la mejilla antes de darme cuenta de que
otros dedos también se han posado ahí. Scarlett, que se ha
agachado delante, me mira con pánico y examina el moratón
de mi cara hasta que sus ojos se encuentran con los míos. No
puedo evitar sonreír, porque me reconforta sentir el calor de su
cuerpo, el olor de su piel, y estar así de cerca tras días sin
vernos. Sé que todavía me quiere. Me doy cuenta por esa
forma en que se preocupa por mí. Por el brillo de sus ojos, y
aunque se esfuerza por no dejarlo ver, en ese momento ha
bajado la guardia lo suficiente como para que yo sepa que está
sufriendo. Por mi culpa. Ella se retira al momento y se pone de
pie. Suspiro, me llevo una mano al estómago y me incorporo
con dificultad.
—¿Te sientes mejor? —le pregunto.
—¡Eres un imbécil! ¿Lo sabes? Estáis follando, está más
claro que el agua. ¿Cuánto tiempo lleváis tomándome el pelo?
—No hay nada entre nosotros, Edgar, para.
Su confesión rompe algo en mí. Un dolor que arrasa con
todo a su paso. Me duele escucharle decir que lo nuestro no
tiene ninguna importancia. Y, en ese momento, me doy cuenta
de lo que le hice al negar lo nuestro. No pensé que la decisión
que tomé para proteger mi amistad pudiera volverse en mi
contra hasta este punto. Es doloroso y me duele demasiado.
—Cállate —le dice a su hermana—. ¡Sé que estás
mintiendo!
—Relájate —añade Léo mientras se pone frente a él—.
¡Tranquilízate un poco! Estar enfadado no te da derecho a
comportarte como un gilipollas.
—¿Te da igual saber que nos lo estaban ocultando? ¡Joder,
que se supone que debíais verla como a una hermana! Uno no
se tira a su hermana, Jones.
Me paso la mano que tengo libre por el pelo, viendo cómo
la cara de Edgar se descompone al revivir los acontecimientos
de los últimos días. A una velocidad escalofriante, alterna su
mirada entre ella y yo
—¿Acaso tenía que pedirte la bendición por correo? —
pregunto con sorna.
Sé que no debería provocarlo, pero la situación me asfixia.
Me ahogo al verla aquí y no poder tocarla, al saber que mi
amigo sigue enfadado conmigo y no poder darle explicaciones.
Así que me valgo de mi técnica personal: hacerme el tonto.
Provocarle para conseguir una reacción.
—Ahí está. ¿Finalmente lo confiesas?
Edgar se libra de la mano que Léo ha mantenido en su
hombro y sacude la cabeza, diciéndole en silencio que no lo
detenga. Pongo la espalda recta, dispuesto a recibir una paliza
a pesar de tener los músculos maltrechos y estar sin aliento.
—¿Desde hace cuánto lleva pasando esto?
—Edgar —suspira Scarlett—. Por favor, no lo hagas.
Levanta la mano para callar a su hermana sin quitarme los
ojos de encima.
—¡¿Cuánto tiempo?! Nolan.
—Tres semanas.
Cierra los ojos y frunce el ceño, ya no enfadado, sino
dolido. Dolido porque no lo veía venir.
—Joder.
—Iba a decírtelo.
—Vete a la mierda.
Abre los ojos y me mira con desdén.
—Vete —grita—. O te juro que te daré una paliza.
—Ed, te estás pasando. ¿No vas a dejar al menos que se
explique?
—No quiero oír ni una palabra más saliendo de su boca.
Hace unos días me juró que no había nada con ella. ¡Miente
más que habla!
—Alguna razón tendrá para hacerlo —me defiende Léo.
—¿Lo sabías? —le pregunta Edgar con una mirada
inquisitiva.
Léo guarda silencio por un momento y mira rápido a
Scarlett antes de decir:
—Tenía mis dudas.
—Os odio. A todos.
Sin decir nada más, Edgar sale de la habitación de Scarlett
y desaparece. Estaba dispuesto a recibir una paliza, pero el
sentimiento de rechazo es peor cuando no duele físicamente.
Me vuelvo hacia Scar, que se mete una mano en el bolsillo y
coloca un juego de llaves en su escritorio con un tintineo.
—Scar —jadeo—. Quédate, por favor.
Doy un paso hacia ella para sujetarla, pero retrocede. Me
detengo y le ruego con la mirada. Ella se limita a negar con la
cabeza y se va, haciendo rodar una maleta contra el suelo del
piso y cerrando la puerta de entrada a sus espaldas. Mi corazón
deja de latir en ese instante.
—Déjalos ir, Nolan. Solo necesitan espacio.
La voz de Léo no suena a reproche, y cuando le miro a los
ojos, veo una compasión que no esperaba encontrar.
—Nunca me lo perdonarán.
—Cuando quieres a alguien, le perdonas. Y los Martin te
quieren. Cada uno a su manera.
Se acerca y me pone una mano en el hombro antes de salir
de la habitación. Me quedo de pie en medio del cuarto vacío y
el olor familiar me revuelve el estómago. Observo las llaves
que ella ha dejado sobre la mesa y me doy cuenta de que, si
me quedo aquí, nunca voy a recuperarlos. Así que me arrastro
hasta mi cuarto, abro mi armario y meto algunas cosas en una
bolsa de viaje. Me pego el móvil a la oreja y dejo que suene
hasta que una voz conocida me responde:
—Hola.
—¿Puedo quedarme a dormir?
—¿Tan mal se ha puesto la cosa?
Suspiro, colocándome la correa de cuero en el hombro.
—No puedo quedarme aquí.
—Ven aquí, hombre. Esta es tu casa durante el tiempo que
necesites.
Se me encoge el corazón.
—Gracias, Milo.
37

Scarlett

—¡Oye, Scar!
Me vuelvo hacia la voz familiar y me encuentro cara a cara
con Léo. Por instinto, miro a su espalda para ver si le
acompañan las dos únicas personas que más rehúyo en esta
universidad.
—No están aquí.
Léo me sonríe y ladea la cabeza, avergonzado. Yo respiro
aliviada. Mi mano permanece sujeta a mi mochila y trago con
fuerza. Verle me hace sentir rara. No suele ir solo, y saber que
hoy lo está no me dice nada bueno sobre el estado de sus
amistades.
—Lo siento —digo sin poder contenerme—. Por todo.
Niega con la cabeza y se muerde el interior de la mejilla.
—No tienes que disculparte, sabes que no estoy de parte de
nadie. Y tienes todo mi apoyo.
—Has perdido a tus amigos por mi culpa.
Se encoge de hombros.
—Siguen siendo mis amigos. Edgar está de morros y Nolan
se ha refugiado en casa de Milo.
Mi corazón se encoge al oír el nombre de mi hermano, pero
no es nada comparado con la reacción que provoca la mera
mención de Nolan. Cierro los ojos y suspiro.
Quince días.
—¿Te acuerdas de aquella vez que Edgar tuvo un accidente
con el coche de Nolan? Estuvieron enfadados durante un mes.
Frunzo el ceño y Léo se ríe.
—Vale, era un coche, pero la cuestión es que son incapaces
de estar separados mucho tiempo. Aunque esta vez es
diferente, sé que volverán.
—¿Cómo está Edgar?
—¿No te ha contado nada nuevo?
Niego con la cabeza. Él pone los ojos en blanco.
—¿Tienes clase?
—En veinte minutos.
—Espérame, ahora vuelvo.
Se dirige al mostrador de la cafetería y pide dos cafés. Coge
los vasos rápido y me invita a sentarme en una mesa libre.
—Tu madre le llamó antes de ayer. Estuvieron hablando por
teléfono durante mucho tiempo.
—No me ha dicho nada.
—Probablemente no quería hacerte más daño sacando el
tema.
Bebe un sorbo de su café caliente.
—El caso es que le dio a Edgar mucho en lo que pensar.
Volvió al salón y se sentó en silencio. Conseguí sacarle alguna
cosilla y parece que tu madre ha estado hablando en vuestro
favor.
—Le conté todo —confieso.
La verdad es que no tenía ganas de hacerlo, pero después de
quince días de estar deprimida, finalmente se dio cuenta de
que había pasado algo malo y consiguió que me desahogara.
Mi padre no dijo nada, solo escuchó. Cuando mencioné lo que
había pasado con Nolan, mis sentimientos, nuestro secreto y el
descubrimiento de Edgar, ni siquiera reaccionaron. Como si el
hecho de que haya estado enamorada de Nolan todos estos
años no les sorprendiera. Al parecer, todos estaban al tanto
excepto él y mi hermano. Me sentí bien al hablar de ello, y mi
madre prometió intentar que su hijo entrase en razón. Hasta
ahora no ha funcionado: ya ni siquiera lo veo en la universidad
y, si lo hago, actúa como si yo no existiera.
—Sí, esa es la impresión que le dio a Edgar. No le gustó
demasiado. Cree que todo el mundo está confabulando contra
él.
—Menuda tontería.
—Lo sé. Pero le hizo pensar. Creo que esto terminará
pronto.
Léo mira alrededor del local.
—Hablé con Nolan hace dos días.
Se me revuelve el estómago. Me mira a los ojos, se pasa
una mano nerviosa por el pelo y se termina el café. Yo no he
tocado el mío. Me arde la garganta y hablar de esto me trae
recuerdos dolorosos.
—No he conseguido sacarle mucho; cada vez se encierra
más en sí mismo. Está hecho un desastre la mayor parte del
tiempo y durante los partidos es una apisonadora.
—Lo he visto —admito.
No me he perdido ninguno de los encuentros desde que
entraron en el campeonato. Ya no me siento en la parte
delantera como antes, sino que me refugio en las gradas más
altas. No podía faltar, no cuando están jugando el mejor
campeonato de sus vidas.
Aunque duela.
—Es una bomba de relojería. Juega bien, hace daño al rival
y vuelve loco al entrenador. Pero después de eso, es una
tumba. En el vestuario nunca se le ve. Ya no está con el equipo
y Edgar ya no actúa como un capitán. El entrenador está harto
y nadie sabe qué hacer.
Suspiro y jugueteo con mi coleta.
—¿Sabes algo de él?
—¿De Nolan?
Mi voz se quiebra y su nombre me rechina en la lengua. Se
me corta la respiración.
—Nada. No desde que vine a recoger mis cosas.
—Creo que voy a provocar un encuentro —anuncia Léo—.
He estado hablando con Milo y cree que es el momento de que
hablen.
—¿Crees que estarán de acuerdo?
—La situación les pesa, pero ninguno de los dos sabe cómo
dar el primer paso. Edgar no lo dice, pero sé que en el fondo lo
ha pensado.
Enarco una ceja.
—¿Y si se matan entre ellos?
Se ríe y juguetea con su vaso de cartón con la punta de los
dedos. Después añade:
—Milo y yo estaremos allí para separarlos. No sería la
primera vez. Puede que eso sea lo que necesitan: ¡partirse la
cara!
Niego con la cabeza y pongo los ojos en blanco, sonriendo.
Puede que Edgar nunca me perdone, pero si tiene la
oportunidad de hablar con Nolan, de arreglar las cosas y de
volver a lo que siempre han tenido —una sólida amistad—,
entonces es todo lo que deseo para ellos. Nolan tenía miedo de
perder a su mejor amigo por lo que pasaba entre nosotros y no
me puedo imaginar cómo se siente ahora al saber que lo ha
perdido. Me dolió cuando negó lo que había entre nosotros,
me sentí herida. Humillada. Pero al final entendí por qué lo
hacía, y aunque no fuese la mejor opción, lo hacía un poco
menos difícil. Tenía la esperanza de que, con esto, recuperase
a su amigo. Al final, todo este lío nos ha alejado a todos y le
culpo por ello. Si me hubiera hecho caso, tal vez las cosas
habrían ido de otra forma.
—Quizás tú también necesites hablar con él.
—Mi hermano necesita tiempo, volverá a mí cuando lo
asimile. Siempre ha sido así. Por ahora sé que no está listo. Si
no, ya estaría en casa.
—Hablaba de Nolan.
Léo me sonríe con dulzura.
—Ha tenido quince días para hacerlo —digo—. Si hubiera
querido disculparse, ya lo habría hecho.
—Igual hace falta un pequeño empujón.
—O igual toca aceptar que las cosas no funcionan. Si
realmente se preocupara por mí de esa manera, habría vuelto.
¿No crees?
—Sé que no está en este estado solo por lo que ha pasado
con Edgar. Scar, no es más que un hombre con el corazón roto.
Y, créeme, no se trata de amistad.
—Edgar no nos perdonará esta vez.
—¿Apostamos?
38

Nolan

Me quito las protecciones y lo meto todo en mi taquilla,


ignorando las conversaciones que tienen lugar a mi alrededor.
La mayoría de los chicos ya están vestidos, ya que me he
ofrecido a guardar el equipo que hemos utilizado en el hielo
durante el entrenamiento de hoy. Es una huida anticipada.
Últimamente siempre me presento voluntario, así no tengo que
estar en el vestuario al mismo tiempo que los demás,
incluyendo a Edgar. Sobre todo Edgar. Porque ver que me
ignora, que me evita y que me mira de reojo cuando cree que
no le estoy viendo, me jode mucho. Han pasado más de tres
semanas y nada ha cambiado. Suspiro mientras guardo mis
patines bajo los bancos de madera y saco una toalla de mi
bolsa. Me dirijo a las duchas, solo, y aprovecho el ambiente
tranquilo para sumergirme bajo el agua caliente el tiempo
suficiente para eliminar todo rastro de mi esfuerzo físico.
Cuando vuelvo al vestuario unos minutos después, solo
quedan cuatro gatos. Pero siguen ellos. Me detengo en seco
cuando veo a los tres charlando, con sus bolsas en el suelo, y
me aprieto un poco más la toalla alrededor de la cintura. Una
punzada de pánico me atenaza la garganta, pero sé que este es
el momento. En ese instante, me doy cuenta de que esta
mierda ha durado demasiado. Su rechazo ya ha durado
demasiado. Elegí su amistad antes que a su hermana, para no
herirlo, para no perderlo. He tenido mil oportunidades en el
piso para enfrentarme a él. Pero esta tarde, tengo la impresión
de que no tendré un frente como este. En terreno neutral.
—Cooper, vete —le digo al rubio, que tarda horrores en
ponerse la chaqueta.
Todos se vuelven hacia mí, incluido el susodicho, y repito
mi orden con un gesto de barbilla. Suspira, gruñe y se va sin
decir nada. Solo quedan ellos. Milo, Léo y Edgar. Los tres me
miran, confusos.
—Tenemos que hablar.
Me pongo la ropa interior sobre mi piel aún empapada y me
seco el pelo con un movimiento rápido, ignorando la sonrisa
tonta que veo formarse en las caras de Léo y Milo. Se ríen por
adelantado de lo que va a pasar y los odio por ello. Tengo un
cincuenta por ciento de probabilidades de que Edgar me parta
la cara y, por las miradas que me echan los otros, ni siquiera
estoy seguro de que estén de mi parte. Dejarán que me
destroce solo para castigarme por haber tardado tanto en
espabilar.
La verdad es que me lo merezco.
Me pongo los vaqueros en silencio y me enfrento a ellos.
No me he puesto una camiseta y mi pelo sigue goteando por
los hombros y por el cuello. La sensación del agua me enfría la
piel y me produce escalofríos.
—¿Es una encerrona?
Edgar se pone de pie y se cruza de brazos para evaluarme
sin decir nada.
—Deja de estar a la defensiva —digo con aplomo—.
Tenemos cosas de las que hablar. Esto ya ha durado bastante,
¿no crees?
—Entonces, ¿quién va primero?
Miro fijamente a Edgar, que me fulmina con la mirada.
Echo de menos a mi amigo. Me duele que me ignore y verlo
aquí, después de dos semanas sin noticias, desbloquea algo en
mí.
Qué demonios. Esta vez le debo la verdad.
—Lo siento, tío.
Me mira y todo el dolor que veo en sus ojos me convence.
—Sé que me odias y que merezco que me partas la cara.
Créeme, no espero otra cosa. Porque me siento como una
mierda. Fui un imbécil por hacer lo que hice, por mentirte, por
traicionarte. Sé lo importante que era para ti que… Scarlett se
mantuviera al margen.
Oír su nombre deslizarse entre mis labios me revuelve las
entrañas y me quema la lengua. Cierro los ojos y suspiro.
—No había planeado nada de esto.
—¿Cuándo empezó? —me pregunta con una calma
impresionante.
—Lo sabes muy bien. Te lo dije el otro día.
Niega con la cabeza.
—Quiero decir, ¿cuándo decidiste que sería mi hermana y
no otra persona?
—Empezamos a salir unos días después de dejar a Harriet.
—¿La dejaste por ella?
Asiento. Aunque durante mucho tiempo me engañé a mí
mismo, en retrospectiva me resultaba obvio que era Scarlett la
que guiaba todas las decisiones que yo tomaba en ese aspecto.
—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué Scarlett? Sabías que
nunca lo iba a aceptar, sabías que no quería que la tocarais.
¿Por qué lo has hecho aun así?
Él me observa, con el ceño fruncido y la mandíbula
apretada. Los chicos se quedan junto a la puerta sin moverse,
ni siquiera cuando Edgar se acerca a mí. Permanezco
impasible y dejo que mi amigo se sitúe a unos escasos
centímetros para desafiarme.
—Me has mentido durante semanas. Hiciste que mi
hermana me mintiera, sabías que me haría daño y lo hiciste de
todas formas. ¡Y luego lo negaste mirándome directamente a
los ojos y disculpándote! ¡Maldita sea!
—Nunca quise llegar a esto.
—¿Esperas que crea que Scarlett te obligó?
Doy un paso atrás y lo miro con asco.
—No la metas en esto.
—Ella está involucrada, ¿no? ¿Dónde está? ¿Te la estás
tirando en secreto?
—Ed.
Edgar no desvía la mirada ni un ápice al oír a Léo, que
emite una advertencia por detrás. Cruzo los brazos contra mi
pecho desnudo. Medito unos segundos y me prohíbo saltar
sobre él y meterle un puñetazo en la cara cuando le oigo hablar
así de Scar. Respiro con calma y se lo suelto lo más tranquilo
posible:
—Todo se detuvo el día que nos viste.
Edgar se ríe.
—Tanto para eso. ¿Valió la pena al menos? ¿Perdernos a los
dos para qué? Tres semanas de mierda.
Me muerdo el interior de la mejilla con fuerza, conteniendo
las ganas de escupirle a la cara. Sé que metí la pata, pero
escucharle decirlo con tanta suficiencia me duele. Estas
semanas he tenido tiempo para reflexionar, y me he hecho esta
pregunta mil veces. Siempre he llegado a la misma conclusión.
—Sí. Valió la pena.
Parece que le sorprende, porque le da un tic en la boca.
—Si pudiera volver atrás, lo haría otra vez —continúo—.
Incluso si eso significa perderla de nuevo. Aunque signifique
que no vuelvas a hablarme. La conozco desde hace tanto
tiempo como tú. Si crees que no he tratado de luchar contra
mis sentimientos, eres un estúpido. Tío, sé lo mucho que te
importa tu hermana. Lo importante que era protegerla. Créeme
cuando te digo que intenté apartar mis sentimientos por ella.
No dice nada y me observa en silencio mientras hablo sin
parar. Se ha abierto el grifo y todo lo que he estado reteniendo
durante días se derrama en un flujo interminable de palabras.
—No quise enamorarme de ella. Pero pasó, me vino sin
previo aviso. Ella quería contártelo todo porque sabía que te
haría daño. Pensó que, si venía de ella, lo habrías aceptado
más fácilmente. Pero era yo quien tenía que hacerlo.
—¿Entonces por qué no hiciste nada?
Su voz es ronca, señal de que mi confesión no le es
indiferente.
—Tenía miedo de perderte, de ver en tus ojos lo mucho que
te había traicionado.
—Pero seguiste traicionando mi confianza al venir a
disculparte esa noche.
Respiro profundamente y me paso una mano por la nuca,
nervioso.
—La he cagado —confirmo—. Tenía la impresión de que,
si me ceñía a mi historia original, te recuperaría. Pensé que
justificaría alejar a Scarlett. Eras tú o ella y, en ese momento,
quería seguir adelante con mi decisión.
—Menuda gilipollez.
—Lo sé y no sabes lo mucho que me arrepiento. Debería
haber sido honesto, debería habértelo contado todo.
Deja caer los párpados y suelta un suspiro lánguido.
—Te odio, tío.
—Lo sé.
—Que es mi hermana pequeña, joder.
Exhalo y me paso la mano por los rizos húmedos.
—Lo nuestro se ha acabado.
Se gira para avanzar al centro del vestuario y me da la
espalda. Se lleva las manos a la nuca y le oigo expulsar aire.
Los chicos están apoyados en la pared del fondo,
observándonos en silencio. Agarro mi camiseta y me la pongo
rápido.
—¿La quieres de verdad?
Todo mi cuerpo se tensa y me incorporo cuando vuelve a
ponerse frente a mí. Tengo dos opciones: mentir, enterrar esta
historia para siempre y esperar recuperar a mi amigo, o ser
honesto y arriesgarme a no volver a verlo.
—Sí.
No dice nada.
—No quiero más mentiras, así que seré honesto contigo.
Ella probablemente me odia tanto como tú. No quiere verme,
ni hablar conmigo, porque no te lo conté. Hui, fui un maldito
cobarde al pensar que, si seguía mintiendo, te dolería menos.
Pero pasó todo lo contrario. Os perdí a los dos. Así que sí,
quiero a tu hermana. Estaba bien con ella, contento, y aunque
solo duró tres semanas, para mí fue más que suficiente para
saber que es importante para mí. Ella es especial. Aunque ya
no quiera estar en mi vida porque la alejé al negar lo que había
entre nosotros, sé que estar con ella valió la pena.
Me mira a los ojos y continúo, consciente de que no tendré
una segunda oportunidad.
—No quiero elegir entre los dos. Aunque no vuelvas a
hablarme cuando salga de este vestuario, voy a ir a ver a tu
hermana. Voy a disculparme y voy a intentar recuperarla.
Porque la verdad es que no puedo soportar más esta situación.
Verte ahí me recuerda lo que he perdido y lo que quiero
recuperar. A mi amigo y a mi novia. Si aceptas mis disculpas,
quiero que sepas que eres uno de mis mejores amigos. Eres
como un hermano para mí, y no importa lo que pase con tu
hermana, eso nunca cambiará. Una amistad es para toda la
vida.
—¿Y si rompéis dentro de unos meses?
Me encojo de hombros.
—No lo sabré si no lo intento.
—Y si le haces daño, ¿quién te va a dar una patada en el
culo?
—Yo lo haré.
Edgar se vuelve hacia Léo, que sonríe al otro lado de la
habitación.
—Tú —le digo a Edgar—. Te dejaré pegarme el primero.
Se ríe, y en ese momento sé que está dispuesto a intentar
perdonarme. Lo veo en sus ojos, esa forma en que se levanta y
se esfuerza por no sonreír. Sé que aún queda mucho camino
por recorrer, que esto es solo el principio y que tendré que
trabajar duro para demostrar que lo digo en serio. Pero lo haré.
Porque luchamos por los que amamos.
Me echa un vistazo de reojo y suspira mientras mira
rápidamente al techo. Echa la cabeza hacia atrás y gruñe.
—Mi mejor amigo se tira a mi hermana pequeña. Qué
mierda es esta.
Se endereza para volver a prestarme atención.
—¿Y si ya no quiere saber nada de ti?
—No volverás a oír hablar del tema.
Se me romperá el corazón, pero nadie se ha muerto de
desamor, ¿verdad?
—Supongo que no tengo elección en el asunto. De todos
modos, si sales de aquí, vas a ir a verla.
Asiento y se pasa una mano por su pelo rubio.
—Me estás tocando los huevos, Jones. Y, francamente, no
sé si alguna vez voy a aceptarlo. Pero, joder, te echo de menos,
tío. Creo que sigo prefiriendo que salgas con mi hermana a
que no estés en mi vida.
Voy hacia él y le doy un abrazo. He echado de menos a este
capullo y, aunque no es fácil de digerir para él, sé que nos
perdonará.
—Al menos no es Evan Teryl —dice Léo desde atrás.
—Casi que es una mejor elección —refunfuña Edgar—.
Los jugadores de hockey son unos gilipollas.
—¡Pues eres el capitán!
Le doy una palmada en la espalda y me da un puñetazo en
el estómago. Me deja sin aire.
—¡Venga, que tenemos que ir a otro sitio todavía!
Frunzo el ceño, masajeando el punto en el que me ha
pegado.
—¿El puñetazo era necesario? Cabrón.
—Sí, te estás tirando a mi hermana. ¿De verdad creías que
te ibas a ir de rositas? Capullo.
Luego sale del vestuario con las llaves de su Jeep.
—Te espero en el aparcamiento, Jones, así que será mejor
que te des vida.
Cojo mis cosas y salgo por la puerta con Milo y Léo. Sé
dónde quiere que vayamos, y mi corazón se desboca al pensar
que se acerca el desenlace.
Edgar me da una oportunidad.
Solo falta una persona para que la ecuación sea perfecta.
Y creo que ambos le debemos una disculpa.
39

Scarlett

Son más de las ocho de la tarde cuando mi madre llama a la


puerta de mi habitación. Estoy tirada en la cama y dejo el libro
que estoy leyendo para invitarla a entrar. Ella duda, pero abre
la puerta lentamente. Sin embargo, la cabeza que aparece por
la puerta no es la suya y el corazón casi se me sale del pecho.
Me incorporo de inmediato, viendo cómo es Edgar el que entra
en mi dormitorio. Está de pie en el centro de la sala, con las
manos metidas en la chaqueta, y se pone a examinar las
fotografías que cuelgan sobre mi escritorio.
—¿Qué haces aquí? —pregunto con la voz ronca.
—Necesitaba verte.
—¿Has venido a gritarme?
Me levanto de la cama, dando vueltas frente a la ventana
para intentar calmar el pánico que he sentido al verlo aquí.
Hace más de tres semanas que no sé nada de él y me estresa
saber que ha venido hasta aquí.
—No, a disculparme.
Sus ojos se encuentran con los míos y yo libero un grito
ahogado.
—Nunca debí haberte hablado como lo hice. Nunca debería
haber permitido que te marcharas.
—Ajá.
Me tiembla la voz y, por puro instinto, cruzo los brazos
contra el pecho.
—Estaba herido.
—Perdón —digo.
—Lo sé, Scar.
Juguetea con los dedos y mantiene la vista en sus pies antes
de mirarme afligido a los ojos.
—Necesitaba espacio para pensar en todo lo que había
pasado. He venido a decirte que no te culpo.
Resoplo, sin saber si debo alegrarme o no. Si me perdona
porque soy su hermana pequeña y porque no puedes ignorar a
tu hermana pequeña para siempre, ¿qué pasa con su mejor
amigo, que está metido hasta el fondo en esta historia?
—Si te dijera que no me molesta saber que tú y Nolan
estáis junto, estaría mintiendo. Francamente, ¡me pone malo
de rabia! No quiero que eso lo joda todo, ¿sabes? Pero ¿quién
soy yo para detenerte?
—No estamos saliendo.
Frunce los labios.
—¿Sientes algo por él?
Suspiro. El dolor en mi pecho se reaviva y trato de ignorar
el escozor que me produce en los ojos. Reprimo un sollozo.
Llorar se ha convertido en algo tan natural como respirar estos
días, pero Edgar no necesita ver el estado en el que me ha
dejado su amigo.
—¿Quieres la verdad o prefieres que te mienta?
—Miénteme.
Sonrío y me acomodo un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Nunca he estado enamorada de él.
Se ríe; la sensación de ese sonido familiar me tranquiliza.
—Define «nunca».
—Desde el colegio.
Gruñe.
—¿Y nunca me he dado cuenta? ¡Joder, estoy ciego!
—Nadie lo sabía.
—¿Ni siquiera él?
Niego con la cabeza.
—¿Lo echas de menos?
—No te gustará la respuesta.
—Esta historia no me gusta nada. Especialmente verte en
este estado por su culpa. Se merece que le partan la cara por
todo lo que ha hecho.
—¡No lo metas en esto! —exclamo.
Se ríe y pone las manos por encima de la cabeza, elevando
un poco la parte inferior de la camisa que lleva bajo la
chaqueta.
—¡Me estáis hartando entre los dos!
Me encojo de hombros, despreocupada, y él se acerca a mí
para abrazarme. Sus dedos se posan en mi nuca y me atrae
contra su pecho.
—Te pido perdón, Scar. Por todo.
Cojo aire, sintiendo que las lágrimas me escuecen en los
ojos.
—Te quiero, hermanita, hagas lo que hagas.
—Lo siento —sollozo en sus brazos.
Me agarro a la espalda de su chaqueta y lo sujeto con más
fuerza.
—No quería decepcionarte.
—Nunca me decepcionas.
Me acaricia la parte superior de la cabeza con un beso
fraternal y se aparta.
—Ceno aquí hoy. ¿Te parece bien?
—Estás en tu casa.
Me sonríe y sale de mi habitación. Todos los músculos de
mi cuerpo se relajan en cuanto se cierra la puerta y las
lágrimas siguen fluyendo. Esta vez no es la tristeza la que se
derrama por mi rostro, sino la alegría de saber que mi hermano
ha vuelto. Vuelvo a ver la confianza en su rostro y el cariño en
sus ojos. Me recojo el pelo rápidamente en una coleta,
evitando pensar en la única persona que no estaba presente en
este reencuentro, rezando por dentro para que el tiempo
consiga reunirlos a ambos. Suspiro y, cuando estoy a punto de
salir de mi dormitorio, la puerta se abre de nuevo.
El corazón se me sale del pecho y cae hasta el suelo con
clamor. Me quedo parada en el centro del cuarto, sin poder
apartar la vista de la figura que ha entrado. Tiene ojeras, los
rizos revueltos y la respiración entrecortada. Nolan me observa
un segundo antes de cerrar tras él; nos quedamos solos
adentro.
—¡Edgar está abajo!
—Lo sé.
Su profunda voz hace que mil mariposas salgan de su
capullo e inunden mi estómago, destruyendo todo a su paso.
Le he echado mucho de menos.
—He venido con él.
—Vosotros dos…
—Hemos hablado antes de venir —reconoce.
—¿Ya no te guarda rencor?
—Sí, pero no le queda de otra.
Frunzo el ceño. Respiro con dificultad, pero intento
serenarme para calmar el frenético latido de mi corazón. Todo
lo relacionado con Nolan hace que mi corazón lata más rápido.
Su constitución tonificada, enfundada en su chaqueta de
hockey; sus vaqueros oscuros ajustados a la perfección sobre
sus atléticas piernas; sus estrechas caderas; los abdominales
que puedo distinguir bajo la ligera tela de su jersey negro; los
rizos que caen sobre la parte superior de su frente; su boca,
fruncida por la preocupación; y sus ojos. Oscuros. Apenados.
Perdidos.
—Scarlett.
Camina hacia mí. No me muevo, pero se detiene antes de
tocarme. Se mantiene a una distancia tan prudencial como
terriblemente tentadora. Su olor embriaga mis sentidos y cierro
los ojos por un segundo para no lanzarme a sus brazos. Llevo
días esperando que venga a verme y saber que está aquí me
asusta más que cuando vino mi hermano. Porque sé que está
aquí para decirme algo.
Bueno o malo.
—Mírame —dice.
Su dedo se posa bajo mi barbilla y la alza ligeramente para
obligarme a ver sus ojos.
—Te ruego que me perdones. Por apartarte de mi lado
como lo hice. Nunca debería haberlo hecho, ni dejarte ir, ni
hacerte llorar.
Con el pulgar, me limpia la lágrima que resbala por mi
mejilla.
—Debería haber encarado a tu hermano. Debería haber
estado contigo todo el tiempo y no huir como lo hice. Soy un
cobarde y lo siento. No pensé que la cosa se me iría tanto de
las manos.
—Es un poco tarde para volver atrás, ¿no?
Niega con la cabeza.
—No tengo excusa para esto. Nunca podré borrar las
últimas tres semanas, y lo sé. Traté de alejarte lo máximo
posible para recoger los pedazos de mi amistad con tu
hermano. Pensé tontamente que no podría teneros a ambos en
mi vida, así que tomé el camino más fácil. Intenté olvidarme
de ti porque nuestra relación era nueva y esperaba olvidarla
por Edgar. Pero debería haber sabido que ya era demasiado
tarde. Ya te habías colado muy dentro de mí.
—Me has hecho daño.
Me coge la mano y la pone en su torso. Debajo de mis
dedos, siento cómo su corazón late desenfrenado, haciéndose
eco del mío, que amenaza con salirse de mi pecho.
—También me dolió a mí —murmura—. Porque no estabas
conmigo. Me siento tan culpable, Scarlett. Estoy enfadado
conmigo mismo por haberte alejado, por intentar olvidarte. Mi
vida sin ti no es lo mismo.
Respiro profundamente. Su declaración hace que un millón
de cosas revoloteen en mi cuerpo. Aunque esperaba que un día
me dijera que me quería, no esperaba palabras más fuertes que
esas. Una forma más bella de hacérmelo saber. Entonces, el
peso latente del posible rechazo de mi hermano se impone:
—¿Y qué pasa con Edgar? —exclamo con una voz
irreconocible.
—Edgar puede decir lo que quiera.
—¿Y si no lo acepta?
Nolan suelta una risa tranquila. Ver las pequeñas arrugas en
la comisura de sus ojos me hace cosquillas en el estómago. Es
guapísimo cuando sonríe; ya apenas recordaba el efecto que su
presencia tiene en mí.
—Él me ha conducido hasta aquí. Sabe muy bien lo que he
venido a decirte.
—¿Y qué has venido a decirme? —le reto.
Sonríe, porque ya ha dicho mucho y no necesita añadir nada
para convencerme. Me convenció en cuanto abrió la boca.
Vuelvo a coger aire. El olor de su piel hace que me dé vueltas
la cabeza.
—Pedirte disculpas.
Me agarra de la cadera para atraerme hacia él, con los ojos
brillantes.
—Decirte que te echo de menos.
Me derrito.
—Decirte que te amo, Scarlett.
Presiona su pecho contra el mío; su aliento caliente me
cosquillea en la cara.
—Pedirte que me des una segunda oportunidad.
—Va a hacer falta algo más que eso — matizo desafiante.
Su mirada traviesa me hace sonreír y se acerca a mi oído
para susurrar:
—¿Quieres que me arrastre?
Asiento, incapaz de decir ni una frase inteligible ante él.
Con su cuerpo pegado al mío, su mano en mi cintura, su boca
en mi oído, su aliento en mi cuello, su olor. Su todo.
—Al parecer, los que más dicen son los que menos hacen.
¿Quieres que te demuestre lo mucho que te quiero, Scar?
Su cara se retira y esta vez se detiene a milímetros de mi
boca. La punta de su lengua se desliza sobre mis labios.
—Puedo demostrártelo durante horas.
—Mucha palabrería, señor Jones —logro soltar en voz baja.
—Tienes razón, creo que es hora de pasar a la acción.
Presiona su boca contra la mía y todo explota. Su lengua se
entrelaza con la mía y mis piernas se tambalean. Su brazo me
rodea la cintura y me sostiene con ímpetu mientras me besa.
Su beso es urgente. Ardiente. Apasionado. Son semanas de
ausencia, de silencio y de carencia que ahora se esfuerza por
hacer desaparecer.
Y, en ese momento, sé por qué me enamoré de él.
Porque este siempre ha sido él.
Epílogo

Scarlett

—¡Deja que te ayude!


Edgar empuja la puerta con el pie y coge la caja que tengo
en las manos. Entro en el piso y me invade una repentina
sensación de calor.
Esta es mi casa.
Con una sonrisa en los labios, miro fijamente a mi
hermano, que se dirige al salón para depositar en una esquina
lo que lleva en las manos.
—¿Piensas quedarte diez años, Scar?
El corazón me da un vuelco y me vuelvo hacia la voz grave
a mi espalda. Apoyado en el marco de una puerta, Nolan me
mira de pies a cabeza. Con una mirada que me hace querer
bajarle la luna.
—Diez por lo menos —digo con un tono ronco.
No por el estrés. No de la tristeza. No, por una alegría
inconmensurable. Algo que me recorre las venas al ver cómo
me mira con una sonrisa orgullosa y dulce.
—¿Podéis esperar a que me vaya antes de ir al lío?
Me sobresalto y me vuelvo hacia mi hermano, que hace una
mueca mientras nos señala con el dedo. Me echo a reír y él
pone los ojos en blanco.
—Dios, voy a estar a salvo en Montreal, lejos de todo este
amor asqueroso.
—Vas a estar muy jodido sin nosotros —bromea Nolan—.
¡Sin tu hermanita tocahuevos y tus mejores amigos!
—También puedes añadir «tocahuevos» a lo de amigos —le
respondo con una peineta.
Se ríe.
—¿A qué hora te vas?
—Mi avión sale esta noche. El tiempo justo para ayudaros
con la mudanza. En una hora escasa me voy a casa de mis
padres para recoger mi maleta.
Se me encoge el corazón. Mi hermano se va con los
Montreal Canadiens, donde ha firmado un contrato con el
equipo de la NHL, y ya no lo veré tan a menudo. Se acabaron
los pisos compartidos, los años de discusiones en casa de mis
padres, de volvernos locos porque él se comporta como si
tuviera doce años aunque sea un año mayor que yo. Atrás
quedan las peleas, los mimos, los momentos de complicidad.
Se va al país de los alces, donde hace frío, donde nieva seis
meses al año y donde no creo que vaya a verle todas las
semanas. Me trago un sollozo y siento una mano apoyada en la
parte baja de mi espalda.
—Iremos a verte —dice mi novio a mi lado—. ¡Estaba
pensando en tomarme una semana de vacaciones para ir a
animaros este invierno!
—¡Cuando queráis!
Mi hermano hace un gesto de aprobación con la mano y yo
sonrío. Que haya usado el plural me llena de alegría, porque
tardó meses en permitirse decirlo. En vernos como una pareja.
En aceptarnos. Verle de pie en medio del salón, con las manos
en los bolsillos como si fuera su sitio, aunque sea nuestra casa,
hace que se me encoja el corazón.
De alegría.
De pura alegría.
—¡No os peleéis para venir a ayudarme, eh!
Una palabrota nos hace girarnos y vemos a Léo, que lleva
los brazos cargados con dos cajas que he llenado hasta arriba
de libros míos. Me precipito hacia él, riendo.
—¡Dame eso!
—¿Qué has metido, piedras?
—Made in France —bromea Nolan—. Por si acaso.
Me guiña un ojo, y mi estómago deja escapar una ráfaga de
mariposas al recordar aquel primer día tras volver de Francia,
cuando me mudé al piso compartido y él estaba allí. Me estaba
esperando con esa sonrisa en la cara y le amenacé con meterle
un puñetazo por el contenido de las cajas. Ese fue el comienzo.
Nuestro comienzo.
Y, aquí estamos dos años después, en Boston. En nuestro
piso.
Nuestra casa.
—¡Ed, no podemos quedarnos a pasar el rato si luego
queremos llegar al avión! —dice Léo.
—¿Qué no podemos quedarnos a pasar el rato? Tío, que
tienes todo un año por delante.
—No me puedo creer que te tomes un año sabático, la
verdad —dice Nolan—. Es una idea de vagos.
—Te da envidia.
—Cierra el pico.
—¡Sois unos críos!
Léo le da un golpe a Edgar en el hombro y yo me río al ver
cómo discuten los tres. Como antes.
O casi como antes. Los chicos han terminado sus estudios,
dejan la universidad para tomar caminos distintos y juran
seguir en contacto. Y yo… ya no tengo ese crush no
correspondido por el mejor amigo de mi hermano, todo
inalcanzable. No. Estoy saliendo con el inalcanzable mejor
amigo, mi amor de toda la vida, y él también está enamorado
de mí. Es increíble. Miro a Nolan y él me echa un vistazo con
un guiño. Después, me pone la mano en la cadera, pega su
boca a mi oído y finalmente me susurra:
—Bienvenida a casa, mi amor.

FIN
Agradecimientos

¡Tachán! Este es oficialmente el final de esta historia.


Ahora es el momento de dejar que Nolan y Scarlett vivan su
amor en público sin que nosotros nos interpongamos en su
camino… Lo sé, es desgarrador para mí también, pero todo lo
bueno debe llegar a su fin (y permitir el comienzo de algo
nuevo).
Pero antes de despedirme para siempre, me gustaría decir
¡GRACIAS!
A ti, lector, por darle una oportunidad a esta historia y por
quedarte leyendo hasta el final (me refiero a los
agradecimientos, obviamente…).
Gracias a mis lectores de Wattpad, sois un encanto. Me
habéis motivado mucho, me habéis apoyado, me habéis hecho
reír y me habéis emocionado. He disfrutado cada minuto que
pasé detrás de la pantalla leyendo vuestros comentarios,
contestándolos, compartiendo cosas con vosotros. Mis
historias existen gracias a vosotros.
Gracias a mi hermana por estar siempre ahí para apoyarme
en mis ideas, respaldarme e impulsarme a escribir. Gracias por
corregirme, por refunfuñar, por aconsejarme y sobre todo por
seguirme en todos mis proyectos (¡y solo tú sabes cuántos
tengo!). Sabes que, sin ti, nunca habría empezado a escribir y
te debo mucho. Es una locura editar juntas y no habría sido lo
mismo si no fuera por ti (¿cursi? Sí, pero de todas formas, te
adoro).
Gracias a mi familia por su apoyo y confianza (ya que
probablemente solo leerá este libro cuando los cerdos vuelen;
aún hay cosas que me gustaría ocultarles…). También esto ha
sido posible gracias a que os habéis volcado conmigo en esta
aventura.
Gracias a mi héroe de novela, que siempre está dispuesto a
hacer fotos, a escuchar mis ideas, a dejarme escribir durante
un día entero sin rechistar, a oír mis quejas cuando algo no me
gusta y, sobre todo, a estar a mi lado. Me empujaste a publicar
y no puedo agradecerte lo suficiente por haber creído en ello
tanto o incluso más que yo. Ahora tendrás que aceptar leer uno
de mis libros, ¡de lo contrario nunca sabrás si realmente vale la
pena!
Gracias a las chicas que me han acompañado desde las
sombras. A Juju, por ser una lectora beta increíble. Siempre
me animas a dar lo mejor de mí. Aunque a veces me hagas
dudar, cambiar de opinión y cuestionarme muchas cosas, haces
que mis historias sean mucho mejores. Así que gracias por ser
tú y por estar ahí. Y, Vivi, gracias por tus sabios consejos, tu
amabilidad, tus ojos de lince y tu apoyo inquebrantable. ¡Eres
un pilar fundamental!
Gracias, Pipelettes, porque esta aventura editorial era
nuestro sueño.
También a Clémence y Flora (sí, hola, amiguis). Los
kilómetros están ahí y los años pasan volando, ¡pero os quiero
mucho!
Igualmente, le doy las gracias a Éditions Addictives por la
confianza y a todo el equipo que hay detrás por su increíble
trabajo.
Y por último (¿lo mejor para el final?): un enorme
agradecimiento a Juliette, mi editora, por creer en mí. Has
convertido mis historias en pequeñas joyas y siempre es un
gran placer trabajar contigo.
En la biblioteca:

Jefe con derechos


Cuando Hazel consigue unas prácticas como asistente legal en
Brevitz & Co., no se hace demasiadas ilusiones: seguro que le
toca ser la chica de los cafés.
Sin embargo, todo es distinto a como imaginaba. Allí conoce a
Cole Parker, un brillante pero poco convencional abogado para
el que va a trabajar en el caso más importante del bufete… ¡Y
también el más sexy y ardiente de la profesión!
Si ganan este caso, podrán restaurar la reputación empañada
de Brevitz & Co. Si pierden… se quedarán sin nada.
Hay mucho en juego y Hazel sabe que no puede permitirse ni
un solo error.
Enamorarse de su gélido jefe, que le envía señales
contradictorias, no formaba parte de sus planes, pero ¿cómo
resistirse cuando la fotocopiadora, el ascensor o el despacho
de Cole ofrecen tantas tentaciones peligrosas?
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Zadig
ARROGANT HIGHLANDER

Primeros capítulos de la novela


ZYFE_001
1

Adèle

Siempre he querido visitar Escocia, pero nunca imaginé que


sería así. Me imaginaba a mí misma aterrizando en las
Highlands un bonito día de verano y descubriendo la belleza
de aquellos majestuosos paisajes bajo un espléndido sol. El
cielo azul, sin apenas nubes, haciendo contraste con el verde
esmeralda de los extensos campos y la colorida vegetación de
las tierras. A lo lejos se divisaría la silueta de un gigantesco
castillo medieval que podría haber visitado con la esperanza de
encontrar un fantasma deambulando por un pasillo.
Finalmente habría ido a un pub a beberme una cerveza
mientras escucho a un grupo de escoceses tocando la animada
música tradicional, todos vestidos con kilts de diferentes
colores.
Por cierto, estoy visualizando la escena ahora mismo.
Madre mía, estoy babeando ante los hombres de las
Highlands, a cada cual más guapo, deseando descubrir por fin
lo que se esconde debajo de esas falditas de cuadros.
Ya sé que todo son clichés, pero prefiero quedarme con esa
imagen idealizada antes que enfrentarme a una realidad que no
se le parece en nada.
Aunque me había imaginado que haría sol al bajar del avión
aquella noche, y a pesar de que solo eran las cinco y media de
la tarde, la lluvia y el frío me dieron la bienvenida. Cuando
llegué a la explanada del aeropuerto ya estaba congelada y,
aunque tengo la calefacción del coche de alquiler a tope, desde
entonces no he vuelto a entrar en calor. Introduzco las
coordenadas de mi destino en el GPS que acabo de enchufar al
mechero.
Ojalá funcione mejor que la calefacción.
Mientras espero a que termine de configurarse y a que me
indique los primeros pasos del viaje, observo el interior con
cierto recelo.
Incluso podría decirse que estoy cagada de miedo.
Una cosa en la que no había pensado es que, aunque estaba
claro que iba a tener que conducir por el lado izquierdo de la
carretera, había pasado totalmente por alto que todo en este
coche estaría en el lado contrario que en mi coche francés.
Aún no me atrevo a salir del aparcamiento de la agencia de
alquiler de coches porque tardo unos minutos más en
acostumbrarme a un salpicadero, unos mandos, unos pedales y
una caja de cambios que son todo lo contrario a lo que
conocía.
Reconozco que estoy empezando a entrar en pánico.
Pero, ¿qué hago en Escocia, a finales de enero,
congelándome en un coche al que no le pillo el tranquillo,
imaginándome ya como un peligro al volante por las carreteras
que deberían llevarme a Portree, en la isla de Skye?
¡Ah, sí, es verdad! Estoy aquí porque no me ha quedado
otra.
Hace una semana se puso en contacto conmigo un tal Sr.
Peerson que era notario. Me pidió que viniera sin poder elegir
ni el día ni la hora, diciendo que tenía mucho trabajo y que el
asunto no podía demorarse más.
Me dijo que el padre de mi madre me había incluido en su
herencia, un abuelo del que no sabía nada. No conocí a mis
padres, ya que murieron cuando yo era un bebé. Viví con mi
abuela y luego con la hermana mayor de mi padre que, a día
de hoy, es la única familia que tengo. Así que no me esperaba
ni mucho menos que un antepasado iba a aparecer veinticinco
años después de que naciera para dejarme una herencia, de la
cual no sé absolutamente nada, ya que el simpático del notario
no quiso darme más información. Un auténtico imbécil sin
empatía alguna. Ya podría haber hecho mejor su trabajo y
explicármelo todo en lugar de utilizar un vocabulario que no
entiende nadie. Me entero de que tengo un abuelo, que ha
muerto y que me deja herencia. Creo que la situación ya era lo
suficientemente complicada como para que este tío me tratara
de una forma tan desagradable.
Por eso estoy aquí, totalmente estresada. Hace unos meses,
habría llamado a mi novio y le habría contado mis miedos y
dudas. Como de costumbre, no habría hecho nada para
tranquilizarme, sino todo lo contrario. Habría colgado no sin
antes hacerme sentir que sin él no soy nada, que soy incapaz
de arreglármelas sola y que, al fin y al cabo, no puede
ayudarme.
Un tío majo al que tenía por un príncipe azul pero
solamente era un sapo que tenía que haber dejado en su
charca.
Entonces, seguramente habría recurrido a mi mejor amiga y
jefa. En ella habría encontrado el consuelo que necesitaba,
pero ya no cuento con ninguno de los dos, ya que mi novio se
fue con la susodicha, con la que llevaba engañándome seis
meses.
Mi vida es maravillosa. Ya no tengo chico, ni amiga, y,
claro está, tampoco trabajo. Si a eso le sumo este episodio
escocés, que no empieza con muy buen pie, puedo decir
definitivamente que es una mierda y que probablemente
acabaré en el hospital tras una colisión mortal de la que seré la
única responsable por no poder conducir bien el coche.
Con mucho gusto me quedaría aquí compadeciéndome de
mi vida de ensueño y lo que me está pasando porque no me
queda nada, me siento miserable, sola y abandonada. ¡Ya lo
he dicho!
Ya no sé si estoy temblando de frío o porque estoy
aterrorizada. Los minutos pasan, y tengo que ir pensando en
hacer algo. Me quedan casi tres horas de viaje, y si no quiero
llegar al hotel en mitad de la noche, tengo que coger el toro
por los cuernos.
Por último, muerta de miedo tomo todas las precauciones
para salir del aparcamiento antes de entrar en la carretera.
Estoy deseando salir de Inverness y espero que haya menos
tráfico después. No conduzco rápido, y sé que los otros
conductores están maldiciéndome ahora mismo, pero no
importa, es la única manera de tranquilizarme.
Tengo derecho a tomarme unos minutos para
familiarizarme con el coche. No soy Fangio1, por el amor de
Dios, y nadie me está pidiendo batir un récord de velocidad.
Así que recorro los primeros kilómetros como una tortuga
hasta arriba de tranquilizantes. Tengo que decir que los
escoceses son amables. No ha habido ningún bocinazo ni
gestos de enfado. Parece que no son conductores coléricos, lo
que me tranquiliza y me anima a acelerar un poco.
Necesito una media hora para relajarme. No me gusta
conducir de noche porque no puedo disfrutar del paisaje. La
carretera a la que me lleva el GPS pasa por el Lago Ness y
seguramente me habría encantado. ¡Podría haber visto a
Nessy!
La cara que pondría si viera al temible monstruo legendario
saliendo del agua. No sé cuál de los dos tendría más miedo del
otro…
¡Probablemente él!
Estoy a mitad de camino cuando empieza a llover de nuevo.
Menudo chaparrón. Tengo la impresión de que no voy a llegar
nunca.
Estoy agotada y tengo que concentrarme tanto en la
carretera que me escuecen los ojos y estoy muerta de
cansancio. ¡Estoy deseando llegar!
Tardo más de una hora en luchar contra la climatología para
llegar a mi destino. Entro en la pequeña ciudad y ya solo falta
encontrar el hotel.
Una habitación, una ducha bien caliente y una buena cama
para poder descansar.
Si la memoria no me falla, pronto tendré que girar a la
derecha, ya que mi lugar de residencia de esta noche está junto
al mar. No es el sitio más bonito de la ciudad, pero el
propietario, con el que hablé por teléfono, parecía joven, muy
agradable y hablaba mi idioma. Hablo inglés casi con fluidez,
pero me siento más segura teniendo a alguien que pueda
entenderme si hay algún problema.
Justo cuando giro hacia Bridge Road, mi coche empieza a
dar trompicones. Aun así consigo avanzar unos metros, pero
tengo que apartarme a un lado de la carretera antes de que se
detenga del todo. Por más que giro la llave, el coche no
arranca.
Pero, ¿qué he hecho yo para que el coche se averíe justo
cuando estoy terminando el viaje?
Estoy muy contenta y orgullosa de haber llegado hasta aquí
sana y salva.
Y de paso maldigo a todos los que hayan dudado de mí.
Miro el teléfono y compruebo que me queda un kilómetro
para llegar al destino. No está lejos, pero sigue lloviendo y
puede que acabe calada hasta los huesos aunque lleve
paraguas. Además, teniendo en cuenta mi situación actual,
¿qué esperaba?
Estoy harta. Por desgracia, no me queda otra.
Por mucho que me queje no veo otra solución, y más a estas
horas. Tendré que dejar la reparación para mañana. Me pongo
el bolso cruzado al hombro, cojo la maleta, cierro el coche que
he decidido abandonar y empiezo a caminar.
La carretera está cubierta por una lluvia torrencial. El viento
sopla ferozmente y el paraguas no resiste. Se rinde al cabo de
unos pocos metros, dejándome sin ninguna protección, por lo
que solo tardo unos minutos en ponerme como una sopa.
Sinceramente, maldigo este país, los coches que se
estropean y que deberían estar en el desguace, los hoteles
pintorescos que perduran en el tiempo y los paraguas made in
China que te fallan el día que más los necesitas.
Estoy hasta el moño, y maldigo a gritos mientras sigo
caminando.
Por fin llego al hotel, temblando de frío y agotada. En lugar
de un kilómetro parece que he andado cien. Es un edificio
bonito situado frente al mar. Es muy amplio y parece que hace
las veces de pub. Escucho música y voces nada más entrar por
la puerta. Por lo menos hace calor. Me acerco al mostrador tras
el cual se encuentra el panel con las llaves de las habitaciones,
y toco el timbre de latón de la bandeja de madera. Espero allí,
y no acude nadie por más veces que llame. Espero un poco
más, pero tengo frío, me gustaría quitarme la ropa que se me
pega a la piel y secarme. Decido ir a la zona del bar donde
espero encontrar al dueño para que por fin pueda darme las
llaves de mi habitación.
Empujo la puerta y se oye una pequeña campana entre
canción y canción. De repente, todas las cabezas se giran hacia
mí. La mayoría son cabezas masculinas, pero no me fijo en
ellas, ya que mi mirada se centra en un hombre con barba
gigantesco que me saluda desde detrás de la barra.
Supongo que es el dueño y siento un gran alivio al
conocerlo por fin, vislumbrando ya el fin de mis problemas y
las horas de sueño que tengo por delante. Voy a reunirme con
él, pero, una vez más, nada ocurre como debería. Tropiezo con
un escalón que no había visto y todo se tuerce rápidamente.
Me veo avanzando sin poder reaccionar frente a una docena de
consumidores atónitos que solo pueden observar impotentes
mi acrobacia.
Acabo en el suelo, muerta de vergüenza, mientras las risas
estallan a mi alrededor.
¿Qué había dicho antes? ¿Que los escoceses eran amables?

1. Juan Manuel Fangio, nacido el 24 de junio en Balcarce y


muerto el 17 de julio de 1995 en Buenos Aires, es un piloto
automovilístico argentino. Fue campeón del mundo de
Fórmula 1 cinco veces (en 1951, 1954, 1955, 1956 y 1957) y
dominó la disciplina líder del deporte del automóvil durante
los años 50. Hasta la actualidad, es el único piloto que ha sido
campeón del mundo con cuatro escuderías distintas.
2

Fyfe

—¡Angus, pon otra ronda! —digo mientras le doy el último


trago a la cerveza.
Ya nos hemos tomado unas cuantas copas, ¡pero el
cumpleaños del jefe no es todos los días! Angus es un colega.
Crecimos juntos y nunca hemos salido de la isla, como
hicieron muchos. Nos quedamos a vivir aquí y nuestra amistad
ha permanecido intacta durante todo este tiempo.
—Escasean las chicas —refunfuña Fark.
—Sí, y las caras nuevas —añade Hamish, lo que nos hace
reír.
Observo a los dos y sonrío. Farquhar y Hamish Mathieson
son gemelos y mis mejores amigos. Tenemos la misma edad y
vamos juntos a todas partes desde que aprendimos a andar. En
realidad, debería haber dicho que son hermanos de sangre,
porque no pueden parecerse menos. Fark es la cara oscura de
su hermano. Es alto, musculoso y está tatuado de la cabeza a
los pies. Tiene una larga cabellera negra y unos ojos oscuros
que harían estremecer a cualquiera. Nos parecemos mucho.
Nos encanta la fiesta. También nos encantan las motos y follar.
Hamish es el más guapo de los tres. Aunque tiene nuestra
estatura, nunca ha querido hacerse un tatuaje. Nuestro chico
alto y rubio con ojos azules prefiere los piercings. Es más
tranquilo que nosotros, más sereno, más agradable, pero nunca
dice que no cuando se trata de beber o de motos.
Por otro lado, no le interesan las chicas. Ha estado
refunfuñando porque le gustaría tener algunas pollas nuevas a
las que hincarles el diente, por decirlo de alguna manera.
Algunos le han dado de lado porque es gay. Sinceramente, a
nosotros nos da igual mientras él sea feliz. Además, diría que
hasta nos viene bien. Más chicas para nosotros.
Angus nos pone las tres cervezas y brindamos a su salud.
Se disculpa por la falta de tías y de pollas, y se va a servir a
otro de sus invitados, partiéndose de risa.
Frecuentamos varios bares, pero este del hombretón
barbudo que está detrás de la barra es uno de nuestros
favoritos. Siempre hay buena música, la cerveza es excelente y
el ambiente es siempre festivo, incluso cuando no está
celebrando su cumpleaños. Ya nos ha dejado alguna vez una
de las habitaciones de su hotel cuando estamos tan borrachos
que no podemos llegar a casa. Lo cual puede ocurrir esta
noche si seguimos empinando el codo de esta manera.
—¿Dónde vamos a ir este fin de semana? —pregunto como
cada semana cuando se acerca el día.
—¿Y si vamos a Inverness? —sugiere Hamish, que
definitivamente tiene ganas de conocer gente nueva.
—Nos vamos a poner como una sopa —refunfuña Fark, sin
mucho entusiasmo por tener que ir en moto a finales de enero.
—En moto no, idiota. Tengo que ir a buscar algunas piezas
para el coche del padre McTavish, pero ya que estamos
podríamos ir al club de Sidney.
—Nos vamos a emborrachar otra vez, me parto de la risa.
—Y vamos a follar como conejos —dice Hamish
maravillado.
Y brindamos. La bella Sidney nos recibirá en su club el
sábado por la noche y, con un poco de suerte, puede que
incluso me reciba en su cama. Solamente con pensar en la alta
y salvaje mestiza se me pone tiesa. Un revolcón con esta chica
es toda una aventura, ¡y eso es exactamente lo que necesito!
A Fark no le hace gracia el plan, pero también tiene sus
costumbres y sé que una de las camareras será capaz de
hacerle pasar un buen rato. En cuanto a Hamish, no me
preocupa, ya que nunca se queda solo por mucho tiempo.
Empezamos una nueva ronda de copas que pide uno de los
chicos invitados esta noche cuando oímos la campana que
anuncia la entrada de un cliente nuevo. ¡Menos mal que la
música se había parado durante unos segundos, porque si no el
recién llegado habría pasado totalmente desapercibido! Así
que todos nos giramos hacia la puerta que separa el pub de la
parte del hotel, y nos sorprendemos al descubrir que no es un
chico el que acaba de llegar, sino una chica. O al menos eso
creo. No podemos verle la cara porque está cubierta por
mechones de pelo rubio largo y mojado. La ropa le cuelga de
cualquier manera y está chorreando.
—¿Qué es eso? —dice Fark riendo—. ¿Un perro mojado al
que se le ha olvidado sacudirse antes de entrar?
—Yo más bien diría que es el primo Eso2 , con el pelo que
le cubre casi toda la cara —bromeó Hamish, que nunca se
queda atrás.
—Sí, se parece. Y además está buena debajo de todo ese
pelo —añade su doble malvado.
Angus saluda a la recién llegada, le grita que tenga cuidado
con el escalón con el que todos hemos tropezado alguna vez,
pero ella no se entera de nada y se le engancha el pie en el
saliente de piedra, dando un salto hacia delante digno de unas
olimpiadas.
Ocurre todo tan rápido que no nos da tiempo ni a mover un
pelo para ayudarla. Es un aterrizaje con poca clase
acompañado de un gran chapoteo y un plof cuando su ropa
empapada cae al suelo.
Angus sale corriendo hacia la patosa mientras una carcajada
general nos dobla a todos por la mitad. Vale, no está bien, pero
es bastante divertido. Nuestro camarero la ayuda a levantarse y
se sienta en una de las mesas. Baja la música, pide a uno de los
clientes habituales que traiga una de las mantas que guarda en
el salón del hotel, y se dirige rápidamente a la barra para
prepararle una buena taza de té.
Dejamos de reírnos. Esta chica está hecha un auténtico
desastre, y después de las risas, todos nos preguntamos de
dónde viene así vestida y tan empapada. Angus deja la taza
frente a ella y la invita a quitarse el pesado abrigo antes de
ayudarla a envolverse en la manta.
—¿Se ha caído de un barco la damisela? —pregunta uno de
los chicos antes de reírse.
—No, vino nadando por tierra —contesta otro.
—Cerrad la boca —grita Angus—. Es la clienta que
esperaba para esta noche. ¿Cómo está, señorita Lombart? —
pregunta en francés—. Bébaselo mientras esté caliente. ¿Se ha
hecho daño? ¿Llamo a un médico?
Ella alza la cabeza e intenta quitarse el pelo de la cara. Le
cuesta, pero una vez que consigue deshacerse de esos
mechones rebeldes nos caemos de espaldas. Es preciosa,
aunque ahora mismo parece un ratoncillo asustado. Tiene un
rostro ovalado con rasgos finos, grandes ojos azules, nariz
respingona, unos bonitos labios carnosos y barbilla dispuesta.
—Mierda. Antes estaba de broma, pero en realidad está
bastante buena.
—Cállate, Fark.
—Pero si no nos entiende. Angus le habla en francés.
Sí, si no fuera porque la chica ha girado la cabeza y mira
fijamente a mi amigo antes de volver a prestarle atención a
Angus, que espera algo inquieto a que ella le conteste.
—¿Señorita Lombart?
—Lo siento, señor…
—Llámame Angus. Te duele. ¿Quieres que llame al
médico?
—¿Crees que él tendrá algo para la autoestima? —le
pregunta a nuestro amigo, inexpresiva, en un inglés perfecto.
Oigo un ruido extraño a mi lado y me vuelvo hacia mi
amigo, que casi se ahoga con la cerveza.
—¿Qué va a pensar de mí ahora? —dice Fark
cuchicheando. Se acaba de enterar de que la chica habla
perfectamente nuestro idioma.
—Pues que eres un idiota, como cada vez que abres la boca
—le suelta su hermano.
Joder, me cago en la leche. La chica le ha contestado y le ha
dado un buen corte. Fark no se recupera del chasco y su
hermano y yo nos echamos a reír. Ella ha oído y entendido a la
perfección el cumplido y le ha dejado planchado de la mejor
manera posible.
Tras dejar a Angus más tranquilo, ella saborea el té
sujetando la taza caliente entre las manos, que deben de estar
congeladas, y nos mira a los tres. Una mirada que me traspasa
y hace que me muera de ganas de saber lo que está pensando.

2. Personaje de la serie de televisión y de la película La


Familia Addams. Es de pequeña estatura y la cabellera le
cubre todo el cuerpo. Lleva gafas de sol, un sombrero y habla
con balbuceos.
3

Adèle

Creo que mi llegada no podía haber sido más desastrosa.


Una avería en el coche, un diluvio y una acrobacia
espectacular delante de un público compuesto exclusivamente
por especímenes masculinos. Me esperaba un pub en Escocia
con música pegadiza, pero podría haberme ahorrado hacer el
ridículo delante de todos esos tíos.
Bueno, Angus parece muy amable y le agradezco mucho su
atención, ya que me sentía como un ratoncillo rodeado de
gatos. De hecho, si he entendido bien a uno de ellos, estoy
«bastante buena». Debería haberme sentido halagada, pero en
estos momentos, me siento miserable y un poco perdida. Por
no hablar del frío que tengo a pesar del té y la manta y que mis
tripas empiezan a rugir de una forma muy poco femenina.
—Tenías que haberme dicho que tienes hambre —dice el
dueño, afligido.
Se levanta y desaparece de repente, dejándome sola con
todos los clientes. Algunos de ellos retoman sus
conversaciones sin reparar en mí, pero no todos hacen lo
mismo.
Intento no prestar mucha atención a los tres que no me
quitan los ojos de encima, pero tengo que reconocer que me
resulta imposible. Los tres son unos ejemplares maravillosos.
Observo un rato a mi alrededor y ya que estoy también
aprovecho para mirarlos disimuladamente mientras retoman la
conversación con grandes tragos de cerveza. No me sorprende
la decoración del lugar, ya que corresponde a la idea que tenía
de un pub tradicional, con madera por todas partes, música y
un montón de telas a cuadros, pero no puedo decir lo mismo
del grupo de Highlanders que tengo delante.
Hay una docena de ellos, todos bastante altos y bien
proporcionados, pero sigo pensando que los tres tíos del final
de la barra son los que más llaman la atención. Dos morenos y
uno rubio. El primero tiene el pelo largo y castaño oscuro.
Parece que ha salido de una película, con las dos trenzas que le
sujetan el pelo a cada lado de la cara y la barba perfectamente
rasurada. Es muy guapo, alto, musculoso y parece que está
lleno de tatuajes. Lo he supuesto porque se ha remangado la
camisa dejando los antebrazos al descubierto. También por los
tatuajes del cuello, y si bajo más la mirada, por los que tiene
en el trozo de pierna que se ve entre los calcetines y el
dobladillo del kilt.
Me estoy poniendo colorada. Acabo de darme cuenta de
que todos estos hombres llevan puesto un kilt. En primer lugar,
si hay gente que piensa que las faldas no les quedan bien a los
hombres, os aseguro que es mentira. ¡Y si piensan que esta
prenda es afeminada, que vengan a comprobarlo por sí
mismos, porque los hombres que tengo delante exudan
virilidad por los poros!
Por el amor de Dios, Adèle. Contrólate y no te dejes llevar
por estos maravillosos especímenes.
Pero es más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo cuando el
que cree que estoy «bastante buena» me está mirando como si
me fuera a devorar. Es el más enigmático de los tres. Lleva el
pelo negro cortado a media melena y me mira intensamente.
Impresiona bastante y está igual de tatuado que el de al lado.
Me falta el tercero, que parece ser lo opuesto a los otros dos.
Tiene pinta de ser el más accesible de los tres. No es que sea
más bajito y tenga menos músculo, pero no lleva tatuajes y el
pelo rubio y despeinado enmarca un rostro de rasgos finos y
delicados. Si tuviera que elegir, sin duda me quedaría con este
último.
Pero no puedo prestarles más atención porque el dueño, que
me ha pedido por favor que le tutee, ha vuelto y me acaba de
servir un plato de comida humeante. Me habría gustado más
subir a la habitación y cambiarme antes de beberme el té y
comer algo, pero cuando huelo la comida que me acaba de
traer, no pongo pegas.
—Es un estofado irlandés —explica Angus—. Un guiso de
cordero con patatas. Espero que te guste.
—Huele de maravilla —le digo antes de hundir la cuchara
en el plato para probarlo—. Está delicioso —le digo a mi
anfitrión, que se muestra henchido de orgullo y admite que lo
ha cocinado él. Le sonrío y continúo disfrutando de mi plato
hasta que este queda completamente vacío.
—¿Quieres más?
—No, gracias. Ya estoy llena.
—¿Por qué has llegado toda empapada?
—Mi coche de alquiler me ha dejado tirada a un kilómetro
de aquí. De hecho, vas a tener que darme la dirección de un
mecánico para recogerlo mañana.
En cuanto termino de decir la frase, Angus mira a los
chicos que me habían llamado tanto la atención.
—¡Hamish, ven aquí!
El aludido parece sorprendido, pero se acerca. Es el chico
alto y rubio, y es tan guapo y atractivo de lejos como de cerca.
—Adèle, este es Hamish Mathieson, es mecánico y tiene su
propio taller en la ciudad.
Me saluda con un ligero movimiento de cabeza antes de
que Angus le diga en qué me tiene que ayudar. Se sienta en
nuestra mesa y le enseña el vaso vacío al dueño, que se levanta
y vuelve a la barra para rellenarlo.
—Cuéntame qué te ha pasado —dice Hamish con
amabilidad.
—Todo iba bien hasta que empezó a ir a trompicones y se
paró.
—¿Intentaste arrancarlo otra vez? —pregunta de forma
muy profesional.
—Sí, pero como si nada.
—¿Tenía gasolina? —pregunta de nuevo.
—No soy tonta, Sr. Mathieson. Sé que parece que soy una
chiquilla que no tiene ni pajolera idea de coches. Supongo que
los indicadores de gasolina escoceses son iguales que los
franceses y que cuando está en el medio, quiere decir que el
depósito está medio lleno.
¿Este se cree que soy retrasada o qué?
—No quería ofenderla, señorita —se disculpa amablemente
—, pero a veces los indicadores no funcionan bien y parece
que sí tienen gasolina. A lo mejor es otra cosa. Necesitaré las
llaves para recogerlo mañana y llevarlo al taller. Y su número
de teléfono para mantenerla al tanto.
Al igual que Angus, Hamish tiene un acento escocés muy
marcado. Tengo que concentrarme para entender bien lo que
dice, pero resulta bastante fácil. Veo que saca su teléfono
móvil y espera a que yo haga lo mismo, cosa que hago. Al
momento recibo un mensaje de texto.
—Así tendrá la dirección del taller y puede llamarme si lo
necesita.
—Gracias.
—Puedo prestarle un coche, si le sirve de algo.
—Estaría bien —digo sonriendo para demostrarle que no le
culpo por no confiar en mis capacidades.
Se levanta y vuelve con sus dos amigos, que han estado
pendientes durante toda la conversación. Me termino el té y
decido que ya es hora de que me den una habitación. Los
corpulentos gatos son más civilizados de lo que pensaba, pero
no puedo más y empiezo a tiritar de nuevo. Si no quiero
ponerme mala el resto del viaje, más vale que me dé una ducha
caliente y me meta en la cama.
—¡Angus! —llamo al dueño mientras cojo el bolso.
—Ven conmigo —dice sabiendo ya a lo que me refiero.
Me guía hasta la puerta por la que entré. Esta vez voy
mirando por dónde voy y veo mi maleta, que había dejado
delante del mostrador tras el que se desliza el dueño.
—Tienes que firmar el registro y después te llevaré a tu
habitación.
—Muchas gracias por el recibimiento, Angus.
—No es muy normal que una clienta tan guapa venga a mi
local —añade él, haciendo que me sonroje, lo cual le parece
divertido.
Como me había dicho, me lleva al piso de arriba y se
detiene delante de una puerta que abre antes de darme la llave.
Le sigo al interior y descubro una habitación amplia y
decorada con buen gusto.
—Es muy bonita.
—Gracias, me alegro de que te guste.
Sería muy exigente si no me gustara. La cama es
acogedora, está situada en un hueco y tiene a cada lado una
mesita de noche, cada una con una lamparita que proyecta una
luz suave. A los pies de la cama, encima de una alfombra
tupida, hay un baúl. Un poco más lejos, una mesa con dos
sillas. Las paredes están recubiertas con un papel verde oscuro
y hay cuadros con varios paisajes escoceses. También hay un
armario, dos ventanas que dan al puerto —que apenas está
iluminado— y una televisión sujeta a la pared para poder verla
desde la cama. Me gusta el ambiente que se respira aquí. Es
acogedora y calentita, como el propietario, que se deshace en
sonrisas.
Angus me enseña el baño contiguo.
—Hay ropa de cama limpia. Si necesitas algo más, no
dudes en llamarme. Ah, y si tienes frío esta noche, hay mantas
en un armario del pasillo.
—No te preocupes, estaré bien.
—Que descanses, Adèle. Hasta mañana.
Estoy desanimada y congelada. Lo primero que hago es
ducharme y ponerme ropa seca. Me quedo un buen rato bajo el
agua para calentarme porque estoy helada de frío. Después me
visto y me meto en la cama. No me puedo creer que esté en
Escocia, en las Highlands. Me ha costado, pero bien sabe Dios
que lo he conseguido. Sonrío y miro alrededor. Me gusta lo
que veo, me siento bien y segura a pesar de haber tenido una
llegada llena de contratiempos. Angus es encantador y ya he
encontrado a un mecánico que se hará cargo del coche. Oigo
música apagada, risas y algunos gritos procedentes del pub,
que debe de estar debajo de mi habitación. Me imagino a los
clientes continuando su velada. También pienso en los tres
chicos, entre los que se encontraba mi mecánico. Soñaba con
conocer a los Highlanders y no me han decepcionado. Están
buenísimos e incluso diría que son extraordinarios.
Me escuecen los ojos. Le envío un mensaje a mi tía para
decirle que he llegado sana y salva y para que no se vaya
preocupada a la cama. A esta hora ya tiene que estar dormida,
pero lo leerá cuando se despierte y se quedará tranquila. Me
arropo hasta la nariz y los párpados se me cierran a los pocos
minutos, llevándome a los brazos de Morfeo.
Creo que me despierto en medio de la noche por culpa del
frío. Me siento desorientada y perdida durante unos segundos
y tanteo la pared para encontrar el interruptor. Enciendo la luz
y ya lo recuerdo todo. Sé que estoy en mi habitación. No sé si
es porque las temperaturas han bajado o porque he estado
tiritando gran parte de la noche, pero voy a buscar otra manta
al armario que me mencionó Angus cuando me acompañó a la
habitación.
Abro la puerta y salgo sigilosamente al pasillo, al que
apenas iluminan unas lamparitas. Debería haberme puesto algo
de abrigo porque tengo frío. Ando de puntillas por miedo a
hacer ruido, aunque la gruesa moqueta del suelo amortigua
mis pasos, y recorro la corta distancia que hay hasta donde sé
que es posible que encuentre lo que necesito. De repente choco
contra una masa en movimiento que suelta un gruñido. Doy un
grito antes de caerme al suelo de espaldas mientras mi
obstáculo deja escapar una carcajada sonora al mirarme.
¡Desde luego que no es mi noche!

Continuará…
En la biblioteca:

Arrogant Highlander
Adèle siempre ha soñado con visitar Escocia, ¡pero no en estas
condiciones!
Tener que acudir a un notario por la herencia de un abuelo que
nunca has conocido, que el coche te deje tirada bajo la lluvia y
que, cuando llegues empapada al hotel, te caigas de bruces
delante de un grupo de Highlanders buenorros…
¿Lo peor de todo? Que uno de ellos, Fyfe –muy sexy, pero
arrogante a más no poder–, le planta un beso al cruzarse por el
pasillo esa primera noche. Muy a su pesar, se despierta en ella
un nuevo y poderoso deseo, y tiene que luchar para no ceder a
él.
Al día siguiente, Adèle recibe en herencia la finca de su
abuelo, donde viven Fyfe y sus amigos. Si la vende, ellos lo
pierden todo; pero si se la queda, ¡sus propios planes y su vida
quedarán patas arriba!
No es una decisión que pueda tomar a la ligera, tiene que
reflexionar, pero es imposible concentrarse cuando Fyfe la
confunde, la hace rabiar, la hace querer más, siempre más…
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Noviembre 2021
ISBN 9791025753644
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Traducción del francés: María Pérez Martín
ZSCA_001
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