La Teodicea y la Existencia de Dios
La Teodicea y la Existencia de Dios
1. LA EXISTENCIA DE DIOS
La existencia de Dios como problema no se presenta del mismo modo al teólogo y al metafísico, al
investigador y al expositor o docente. El teólogo parte de la existencia de Dios conocida por revelación y
aceptada por fe, y reflexiona ulteriormente sobre ella. El metafísico empieza por indagarla incitado a ello por
las exigencias resolutivas del conocimiento del ser en cuanto ser, y termina nombrando a Dios en conformidad
con los atributos que descubre en él al encontrarlo.
Ulteriormente, al tratar de sistematizar estos conocimientos y de desentrañarlos, puede ya adelantar
nombres y nociones y señalar caminos o métodos, como sucede en las demás ciencias. En realidad, a la
mayoría de los hombres el tema de la existencia de Dios nos lo ofrece la sociedad civilizada en que vivimos,
previamente a la indagación directa. Se trata, pues, de un examen crítico más que de una búsqueda inédita.
Partimos, por consiguiente, de una noción nominal de Dios.
La palabra Dios (en latín Deus) parece proceder de la raíz aria div, e implica la idea de luz, luminosidad.
Usualmente, por Dios, se entiende, con mayor o menor precisión, según la cultura teológica de quien emplea la
palabra, el Ser óptimo, ordenador del universo y trascendente al mismo, ser personal y providente, principio y
fin de todo. El Concilio Vaticano I precisó cuidadosamente el sentido que dan los católicos al término Dios,
frente a las posiciones ateas y panteístas.
El existir, aplicado a Dios, se refiere, por supuesto, a un existir real, objetivo; no a una mera realidad de
conciencia, de imaginación o de cultura, en que piensan los profetas de «la muerte de Dios». Debemos
precisar, además, que el verbo existir, dicho de Dios, debe ser entendido sin la nota de dependencia u origen
que sugiere el prefijo ex (ex sistere, en latín), dando al verbo ser (esse, en latín) toda su intensidad óntica, que
es más que el durar cosmológico: Dios no existe, es simplemente.
El tema de la existencia de Dios se presenta como problema en dos sentidos y momentos distintos. En
primer lugar, en el sentido de demostrabilidad, que supone o implica dos cosas: que la existencia de Dios no es
un dato evidente, simplemente observable (en ese caso sería mostrable, no demostrable); y que, no siendo
evidente en sí, se puede llegar a su conocimiento por vía de demostración o conocimiento científico. En
segundo lugar, supuesta la posibilidad de indagar su existencia, queda el problema de la demostración o
realización de aquella posibilidad.
Las causas eficientes que obran en la naturaleza, si bien actúan o causan de una manera real o efectiva,
dependen, sin embargo, de otra causa para ser y para obrar. Así, por ejemplo, el crecimiento de las cosechas
depende (en parte) de las lluvias caídas sobre los campos; éstas, de la formación de las nubes; éstas, de la
condensación del vapor, el cual procede de la evaporación de los mares, etc.
Esto nos revela que todas las causas que actúan en el mundo tienen el carácter de causas segundas, es
decir, de causas causadas, y que todas las cosas que obran son contingentes (o no tienen en sí mismas la causa
de su ser).
Es preciso entonces buscar una Causa Primera, causa de sí misma, que explique el ser de cuanto es y la
actuación de todas las causas segundas que en sucesión o en simultaneidad obran en el mundo.
Si lo que conocemos es, ante todo, las cosas finitas, y si éstas no tienen en sí mismas su causa o razón
de ser, será necesario que exista una causa o razón suprema. Si esta causa fuera incognoscible o si no existiera,
habría que declarar fracasada la empresa humana de saber y la filosofía como ciencia de las causas últimas.
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1.1 Teorías sobre la Existencia de Dios y su Demostrabilidad
La búsqueda de una Causa Primera que explique el ser y el obrar contingentes de todas las cosas de
este mundo es precisamente la búsqueda de Dios, puesto que por Dios entendemos el ser que es causa de sí
mismo y origen primero de cuanto existe.
Sobre el problema de la existencia de Dios ha habido distintas posiciones entre los filósofos a lo largo
de los tiempos:
a) Algunos -muy escasos en la historia del pensamiento- niegan su existencia. Son los llamados ateos.
Quizá los más característicos de la historia sean los modernos marxistas. Una forma especial de ateísmo es el
panteísmo, que identifica a Dios con el conjunto del Universo y le niega un carácter personal y distinto del
mundo. Tal es el caso de Espinosa (siglo XVII), que ya conocemos, y de los antiguos estoicos.
b) Otros autores declaran que Dios es incognoscible, es decir, que nada podemos saber de su
existencia. Son éstos los agnósticos, que no niegan que Dios exista, sino sólo el que podamos llegar a su
conocimiento. Cabe citar entre ellos a Kant y a los antiguos epicúreos.
c) Un tercer grupo de pensadores -el más extenso- afirma que Dios existe, y que de algún modo
podemos conocerle. Pero entre ellos hay también distintas posiciones:
Algunos sostienen que a Dios se le conoce de un modo directo, inmediato: que Dios se hace
patente a nuestra experiencia. Son estos los ontologistas (Malebranche, Gioberti, Rosmini, entre otros). Para
ellos no es precisa una demostración racional de la existencia de Dios, puesto que basta una mostración de lo
que es por sí mismo evidente.
Otros, los fideístas, creen que a Dios se puede llegar por la fe, pero no por la razón. La fe es
para ellos un modo de saber, pero no racional ni basado en la razón, sino completamente ajeno a ella. Cabe
citar entre éstos a Daniel Huet (siglo XVII) y a las corrientes que dan a la fe una fundamentación afectiva o
sentimental (siglo XIX).
Otros, en fin, afirman que Dios no es evidente (en esta vida), pero tampoco es inasequible para
la razón. Según ellos, la existencia de Dios es demostrable racionalmente. Tal es la posición ortodoxa católica.
Si Dios fuera evidente (como para los ontologistas), la fe carecería de todo mérito moral; si fuera inasequible a
la razón (como para agnósticos y fideistas), la teología no podría ayudarse de la razón ni ésta nos conduciría a la
verdadera causa de las cosas.
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2) Posibilidad de llegar a conocer la existencia de Dios.- Dios no nos es evidente y mostrable, pero sí
demostrable. Por demostración se entiende un conocimiento mediato, objetivo y cierto. Tratándose del
conocimiento de Dios, debe darse por supuesto que no se trata de una demostración «a priori» en el sentido
riguroso aristotélico (como si Dios pudiese ser efecto real de algo anterior existente), sino «a posteriori», a
través de efectos que lo notifiquen.
También este tema tiene una larga y variada historia, que vamos a reseñar brevemente. Frente a
quienes pensaron y piensan que la existencia de Dios se puede demostrar racionalmente tomando como medio
objetivo la realidad observable de este mundo, otros pensaron o piensan que no cabe ni este ni otro género de
demostración. También se registran conatos de demostración poco críticos.
Los que niegan la posibilidad de la demostración, no todos son ateos. Hay entre ellos quienes profesan
la existencia de Dios debido a la fe, a la tradición de los antepasados o postulados de razón práctica. Así como
en el apartado a) distinguíamos dos vivencias inmediatas de Dios, una intelectual y otra sentimental, así en este
apartado b) distinguiremos dos aceptaciones mediatas de Dios, una intelectual-racional y otra al margen del
razonamiento especulativo. Opuestos a cualquier aceptación de la existencia de Dios son los agnósticos ateos:
Agnosticismo fideísta. La razón, sobre todo después del pecado original, es incapaz de conocer
naturalmente la existencia de Dios y sus atributos. Sólo por la revelación y la fe tenemos acceso a Dios.
En el siglo XII, el judío cordobés Moisés Maimónides abundaba en esta apreciación oída a otros. En el
siglo XIV es tesis frecuente entre los nominalistas, muy singularmente en Occam (m. 1349) y en Nicolás de
Autricuria (m. 1350), llamado el Hume de la Edad Media. En el siglo XVI, Lutero, que tenía a honor ser discípulo
de Occam, acentúa la posición agnóstica en razón de su pesimismo sobre la condición de la naturaleza humana
después del pecado original. En el siglo XVII, Miguel de Molinos (m. 1696) adopta una posición netamente
fideísta con su misticismo quietista.
En esa misma línea están Cornelio Jansenio (m. 1638) y Blas Pascal (m. 1662), tan fácilmente citado en
los agnósticos posteriores. En el siglo XIX es Luis Eugenio Bautain (m. 1869) quien mantiene y sistematiza esta
ideología, que él llama Fideísmo en su obra Philosophie du Christianisme. En nuestro siglo, el gran propugnador
del agnosticismo fideísta fue el teólogo protestante K. Barth (m. 1969). Según él, los que creen demostrar la
existencia de Dios, en realidad no llegan al Dios de la revelación, sino a una proyección mental de sus discursos,
cayendo en una cierta idolatría. Le parecía que la teología católica se fundaba toda en la «analogía entis», que
él considera invención del anticristo.
Agnosticismo tradicionalista. Es un fideísmo más generalizado. No sólo la verdad sobre la existencia de
Dios, sino que toda, por elemental que sea, tiene su único origen en la tradición, cuyo vehículo es la palabra,
don originario de Dios. La palabra no es expresión del concepto, sino el origen del mismo. El máximo criterio de
certeza es el testimonio de la comunidad. Principales representantes de esta actitud son Luis de Bonald (m.
1840). De La Mennais (m. 1854) y Bonnetty (m. 1879). Actualmente, y desde una perspectiva más bien
positivista, el teólogo protestante Paul M. van Buren no reconoce otra vía de acceso crítico a la realidad que el
análisis del lenguaje.
Agnosticismo kantiano. Según Kant ( m.1804), el único conocimiento científico o teóricamente válido es
el que resulta de la síntesis de la experiencia y de las categorías de nuestro entendimiento, esto es, los juicios
sintéticos «a priori» que se dan en la matemática y en la nueva física. De ahí que la metafísica o la teología, al
no versar sobre materia experimentable, carecen de objeto científico; Dios ni es intuido inmediatamente, ni
está comprendido en el nexo de la experiencia. Sin embargo, Kant no fue ateo; aparte de su fe religiosa de
familia, que conservó siempre, la existencia de Dios le parecía exigida por la razón práctica, para remuneración
de la vida humana.
Agnosticismo positivista. El positivismo nominalista del siglo XIV, cuyo postulado fundamental era la
negación del conocimiento conceptual de los universales, reduciendo al singular el ámbito del conocimiento
válido, en los siglos XVIII y siguientes se autoconstituye en único saber científico y deriva en las naturales
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consecuencias teológicas. Para Hume (m. 1776), no hay más conocimiento válido que la experiencia sensible. El
supuesto nexo causal de los fenómenos y el principio de causalidad, al no ser sensibles, carecen de valor. Stuart
Mill (m. 1873) abunda en el mismo empirismo agnóstico. No tiene inconveniente en hablar de la causalidad
física, pero entendiéndola exclusivamente dentro del orden sensible de los fenómenos, sin dar lugar a la
supuesta causalidad eficiente de los metafísicos.
Con Augusto Comte (m. 1857) el positivismo agnóstico (= no hay más conocimiento válido que el
intuitivo y sensible) no sólo socava los fundamentos de la demostración de la existencia de Dios, sino también
de toda creencia religiosa: la fe religiosa no se funda en una intuición sensible; por tanto, es vana, es un residuo
del primitivo estado teológico o infantil de la humanidad, que ha sufrido crisis en el estado metafísico de la
época moderna, y terminará desapareciendo en el estado positivo del positivismo, tan utópicamente
profetizado por Comte. En contrapartida, Comte instituyó la religión de la humanidad, suplantando a Dios por
la humanidad, y autoconstituyéndose primer gran sacerdote de la misma.
El positivismo agnóstico no establece exprofeso la inexistencia de Dios, pero la dejó sin base, ya que,
según sentó el positivista Littré (m. 1881) «las cosas acontecen como si no existiera». El paso del agnosticismo
o ateísmo gnoseológico al ateísmo positivo y militante (antiteísmo) sobrevendrá con el positivismo materialista
del siglo XIX, en cuyo inicio aparece la Enciclopedia de los Sin Dios (1800), de Pedro Maréchal, y que tendrá su
mayor éxito a partir de 1840. Representante teórico máximo de esta actitud es Feuerbach (m. 1872), que
pretendió reducir la teología a antropología materialista, proclamando al hombre único Dios del hombre. Poco
después, Nietzsche (m. 1900) proclamará la muerte de Dios y la aparición del superhombre.
El actual neopositivismo no suele presentarse tan exclusivista en cuanto a valor científico de su saber,
bien acreditado en el ámbito de la físico-matemática, sin cerrarse, por consiguiente, a la posibilidad de otras
vías de acceso al conocimiento de Dios.
Como no todos los agnósticos son ateos (aunque lo hayan sido los principales representantes del
agnosticismo positivista, máxime los de signo materialista), no se puede identificar la cuestión de la
demostrabilidad de la existencia de Dios con la de su existencia. Dejemos, pues, el tema del ateísmo para el
apartado siguiente, y veamos ahora, positiva y negativamente, las bases noéticas de dicha demostrabilidad.
A) Bases noéticas de la demostrabilidad de la existencia de Dios. En general, la demostración «a
posteriori», del efecto a su propia causa, es posible y válida, ya que los efectos nos son frecuentemente más
conocidos que sus causas. Por eso, dado y conocido un efecto, se puede conocer la existencia de su propia
causa, y sus notas fundamentales, reveladas en el modo de ser del efecto. Ahora bien: la Metafísica, al someter
a su objeto a último análisis, en visualización formal propia, es decir, en el tercer grado de abstracción formal,
puede descubrir en él los caracteres de efectualidad, de dependencia causal, postulada por su inconsistencia
ontológica en el existir, lo cual es punto de partida para un discurso ascendente que nos lleva a la causa propia
del ser que estudia la Metafísica: Dios.
La validez de este modo de argumentar supone varias cosas de orden gnoseológico-metafísico.
1. El realismo de un área o ámbito del ser más profundo y amplio que el ámbito de lo sensible y
de lo cuanto; y, proporcionalmente, por parte de la mente humana, una capacidad de captación del ser más
allá de la aprensión sensible y experimentable (que realiza la física) y de lo imaginable cuanto (con que opera la
matemática). Se trata de la noción del ser en el tercer grado de abstracción formal, con su fundamento
objetivo en que se desenvuelve toda la metafísica.
2. La existencia de una auténtica causalidad eficiente, más allá de la mera sucesión de los
fenómenos, y el valor objetivo u ontológico del principio de causalidad, que Santo Tomás enunciaba así:
«Porque el efecto depende de la causa, puesto el efecto, es necesario que la causa exista».
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3. El concepto de causa «propia», que es aquella de la que depende el efecto primordialmente
(«per se primo»), esto es, inmediata y necesariamente, como efecto propio, que viene a ser como su propiedad
expansiva («ad extra»), bien sea en cuanto al «fieri» o en cuanto al ser resultante.
4. El carácter análogo (no unívoco) de las nociones de ser, de causa y del mismo principio de
causalidad: dado un efecto y el modo del efecto, hay que suponer una causa conforme a su modo. Por eso, si
este mundo o algún fenómeno de el revela una efectualidad a nivel del ser, de orden trascendental, tenemos el
camino abierto a la indagación de una causa superior a ese orden.
5. Supone, finalmente, la condición factual de las cosas observables de este mundo. Esto en una
observación elemental no es difícil de descubrirlo (mil modos de dependencias empíricas, atendidas por la
ciencia positiva), pero a mayor profundidad, hasta ver su condición de efectualidad absoluta, a nivel óntico, con
dependencia de algo trascendente, ya no es fácil. En este descubrimiento va a consistir precisamente la prueba
de la existencia de Dios, de la que nos vamos a ocupar en seguida.
En pocas palabras, la Teología Natural basa su posibilidad de llegar al conocimiento de la existencia de
Dios en la consistencia crítica del objeto de la Metafísica, en la capacidad y posibilidad de la mente humana de
operar con conceptos metaempíricos, irreductibles a la imagen sensible o imaginaria, y en la condición del
mundo observable, que necesita de una razón de ser extrínseca al mismo.
Sin apelar aquí a la mayor certeza que esta posición tiene en Sagrada Teología, y ateniéndonos sólo al
valor de un testimonio humano calificado, notemos que la Iglesia católica, amén de las reiteradas
reprobaciones del agnosticismo teológico, en el Concilio Vaticano I (Ses. 3, cap. 2, canon l) definió como dogma
de fe que la razón humana puede conocer naturalmente y con certeza la existencia del verdadero Dios a través
de las creaturas, como indican las Sagradas Escrituras.
B) El agnosticismo falla en la exclusividad que da al conocimiento intuitivo sensible: hay conceptos que,
por su universalidad e independencia de lo físico cuantitativo (ser, verdad, análisis abstractivo, etc.), no pueden
reducirse a la imagen singular sensible. El criticismo kantiano explica estas notas por las formas subjetivas «a
priori», pero a costa de caer en dificultades más generales. El agnosticismo positivista recurre a unas
lucubraciones fantásticas, totalmente alejadas de la experiencia sensible, que indican que el hombre es capaz
de razonamientos que desbordan el singular observable; que entender es más que sentir y que el hecho
religioso no tiene explicación en los presupuestos agnósticos.
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1. El positivismo sensista, desde los empiristas de los siglos XVIII-XIX hasta el actual
neopositivismo. Sus presupuestos metodológicos (sólo vale lo observable o verificable) y su delimitación del
campo de la verdad científica a lo empírico, con sus indudables éxitos «científicos», son una buena
predisposición para un «habitus» de pensamiento ateo. El paso entre el «no poder saber que existe» y el «no
existe» resulta muy fácil.
2. El iluminismo y racionalismo. La autosuficiencia de facultad (la Razón) para conocerlo todo
(cerrándose a la posible revelación), y la suficiencia de objeto material y mundano, sin necesidad de realidades
ultraterrenas, preparó el ambiente ideológico para una visión atea del mundo y de la vida. Por lo demás, tanto
iluminismo y tanta evidencia racionalista predispusieron, por reacción, al llamado comúnmente agnóstico.
3. El materialismo dialéctico. El paso del absolutismo idealista alemán al materialismo dialéctico
(Hegel-Feuerbach- Marx) marca para gran parte de Europa y Asia el antecedente histórico más notable del
fenómeno del ateísmo masivo de nuestros días. Su sistema materialista, abierto a la flexibilidad historicista; la
interpretación peyorativa de la religión (con la difusión de los «slogans» de Feuerbach y Marx «la religión es
una alienación», «la religión es el opio del pueblo»); la presentación de un humanismo social y escatológico
ateo, junto con el absolutismo político, son los grandes recursos para un ateísmo militante y confiado.
4. El humanismo existencial ateo. Es, en nuestro mundo occidental, al lado del neopositivismo, el
factor vital, cultural y filosófico más influyente en profundidad y extensión: filosofía, literatura, cine,
costumbres. Un acentuado inmanetismo, generalmente pesimista y agnóstico, junto con la sublimación de la
libertad a la más absoluta autonomía existencial, cierra el camino al concepto de Dios y a una vida
dependiente. «El Dios que todo lo veía, hasta al mismo hombre, tenía que morir. El hombre no soporta que un
testigo semejante viva» (Nietzsche). «Dios no existe. ¡Alegría, lágrimas de alegría! ¡Aleluya! Loco, no pegues; te
estoy libertando y libertándome. No más cielo; no más infierno; sólo la Tierra» (Sartre).
Las motivaciones inmediatas, personales (en las que se pueden integrar las históricas, como es obvio
en las personas cultas), unas son positivas, otras negativas; unas internas y otras externas o ambientales. En
ese orden podemos enumerar las siguientes:
a) La dificultad natural del conocimiento cierto de la existencia de Dios y de la compaginación de sus
atributos, como el de la inmutabilidad frente a un mundo contingente, el de la providencia infalible frente
al acontecer libre, el de la bondad frente al hecho del mal.
b) El compromiso moral difícil que lleva consigo una aceptación sincera y consecuente de la existencia de
Dios; y máxime si operan disposiciones morales en contrario. La opción por no comprometer la vida resta
fuerza a la búsqueda especulativa de Dios. Ninguna descripción mejor al respecto que aquella de Cristo:
«Todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz porque sus obras no sean reprendidas» (Jn 3, 20).
g) Falta de formación religiosa suficiente, proporcionada al propio nivel cultural y a las propias
responsabilidades. Es natural que a la crisis moderna de la metafísica acompañe una crisis teológica.
h) Una acusada falta de personalidad intelectual-afectiva, indispensable para acceder a la opción religiosa
o mantenerse en ella en un ambiente laicista o positivamente hostil.
j) La observación de un comportamiento social de los creyentes o teístas poco congruente con sus
convicciones metafísicas, que pueden servir de motivo o de pretexto para mantener una actitud escéptica.
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Relativamente, constituyendo un conjunto ordenado = quinta vía.
Primera vía: El movimiento como actuación del móvil. La formuló así Santo Tomás : «Es cierto y consta
por el sentido que en este mundo algunas cosas son movidas. Pero todo lo que es movido es movido por otro
('Omne quod movetur ab alio movetur')... Por tanto, si lo que mueve es movido a su vez, ha de ser movido por
otro, y éste por otro. Más así no se puede proceder hasta el infinito... Luego es necesario llegar a algún primer
motor que no es movido por nada; y éste todos entienden que es Dios». En este razonamiento (cuyas partes
accesorias explicativas dejamos en puntos suspensivos) hay cuatro partes: punto de partida de la vía,
formulación pertinente del principio de causalidad, negación de un proceso infinito de motores, y término.
A) Comienzo de la vía. Es la existencia manifiesta del movimiento en el mundo, bajo el aspecto pasivo
(«moveri»). Se trata del movimiento físico, experimental («sensu constat»), pero entendido metafísicamente,
como paso de la potencia al acto, como se explica en el contexto. En realidad, solamente entendiendo el
movimiento así (metafísica y analógicamente), puede ser correcto el paso del último movimiento al primer
motor, de la creatura a Dios, ya que este nexo no puede ser físico-experimental.
Como queda advertido, no sólo en la primera vía, sino en todas ellas, si bien se parte de un hecho
sensible, físico, o de un dato experimental, este dato es visualizado metafísicamente, trascendiendo sus
relaciones unívocas. Precisamente por eso es posible trascender el orden sensible. Es decir, todas las vías
proceden metafísicamente, aunque partan de datos empíricos. De ahí su realismo y su fuerza argumental. Si a
la primera se la llama física; a la tercera, existencial; a la cuarta, metafísica, y a la quinta, teleológica, se trata de
denominaciones accidentales en razón del punto de partida tomado materialmente.
B) Primer grado del proceso. El movimiento es paso de la potencia al acto, que no puede realizarlo más
que un ser en acto. Y como no es posible que algo está a la vez y bajo el mismo aspecto en potencia y en acto
(sería ser y no ser), nada se puede mover a sí mismo bajo el mismo aspecto. De ahí el principio analítico de
causalidad eficiente enunciado aquí («quod movetur ab alio movetur») que se resuelve inmediatamente en el
principio de contradicción: si se moviese a sí mismo, podría dar lo que no tiene (actuación), sería lo que no es.
Ni los mismos vivientes, que se definen como «se moventes» (la vida = movimiento ab intrínseco), se
exceptúan, dado que, al ser complejos, tienen parte motora y parte movida, y la parte motora está abierta a
mociones extrínsecas, sean de orden físico o de orden metafísico. La observación del movimiento del hombre
(locomoción-ordenación cerebral-apetito-imperio de la razón-elección) puede ilustrar bien este proceso de
resolución causal.
C) Segundo grado del proceso. La imposibilidad de la serie infinita de motores resulta clara tratándose
de mociones esencialmente subordinadas. En el supuesto proceso infinito, dice Santo Tomás, «no habría un
primer motor y, por tanto, tampoco ningún otro, porque los motores subordinados no mueven si no es siendo
movidos por el primero, como el bastón no mueve si no es movido por la mano».
En otro sitio dice que al más indocto resultaría ridículo pensar en una serie de sierras serrando sin
impulso del carpintero. Problema distinto es el de la posibilidad de una serie indefinida, al menos
potencialmente, de mociones no esencialmente subordinadas, en el que no vamos a entrar aquí.
Una objeción ingeniosa a este paso es la siguiente: si se niega la posibilidad del proceso infinito, ¿no se
niega la distancia infinita que media entre el mundo y el Dios que se pretende demostrar? No, son aspectos
distintos: la infinitud que media entre Dios y la creatura es de perfección, no de distancia ni de mediación
causal, ya que en este sentido nos es sumamente presente, como trataremos de ver más adelante.
D) Término de la vía: Es necesario llegar a un primer motor inmóvil, que todos entienden ser Dios. Y en
verdad, aparte de este atributo divino de Primer Motor inmóvil, resulta que, por ser motor inmóvil, es acto sin
potencia, es decir, acto puro; por ser motor no movido es primer agente de todo y ha de preexistir en él toda
perfección en grado eminente; y por carecer de potencia, carece de todo principio de limitación y
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multiplicación, y por eso es uno e infinito. Kant veía dificultad en poder concebir a Dios como motor inmóvil
por parecerle que al mover al mundo resultaría él modificado. Veremos esto más adelante, al tratar de la
inmutabilidad y eternidad de Dios.
Segunda vía: Experiencia de un orden de causas eficientes. «Vemos que en este mundo sensible existe
un orden de causas eficientes; pero no vemos ni es posible que algo sea causa eficiente de sí mismo, porque de
lo contrario sería anterior a sí mismo, lo cual es imposible. Ahora bien, no es posible que en el orden de causas
eficientes se proceda hasta el infinito... Luego es necesario suponer alguna causa eficiente primera, que todos
llaman Dios». También en esta argumentación se distinguen cuatro momentos:
A) Comienzo de la vía. Es la existencia manifiesta de causas eficientes con dependencia. No es el mismo
dato inicial de la primera vía: en la primera vía se parte del movimiento tomado pasivamente («moveri»), que
necesariamente hace referencia al principio activo («movens»); en la segunda vía no basta considerar el simple
hecho de la causalidad (que de suyo no exige otra causa), sino que hace falta comprobar que empieza a ser
causa formalmente o que depende de otra al causar. Este es el dato que incita a discurrir.
B) Primer grado del proceso: Nada es causa eficiente de sí mismo, es decir, nada se autoconstituye en
causa formalmente. Como nada es movido por sí mismo, nada se confiere a sí mismo el poder obrar; implicaría
ser anterior a sí mismo, ser y no ser. De ahí que la causa que empieza a ejercer su eficiencia lo hace
dependientemente de otra, veámoslo o no («no vemos ni es posible...», dice Santo Tomás). En esta resolución
causal, o se procede indefinidamente o se llega a una causa totalmente autónoma.
C) Segundo grado del proceso: No es posible que en la concatenación de causas eficientes,
esencialmente subordinadas, se proceda al infinito. Es necesario suponer la existencia de una causa primera, ya
que la multiplicación de la serie intermedia no resuelve, sino que aplaza el problema, y si no hay causa primera
tampoco habrá causa segunda ni última con su efecto real de que partimos. El carácter existencial del punto de
partida no permite suponer un proceso potencial indefinido de causas subordinadas que dejarían en pura
potencialidad el hecho real.
D) Término de la vía: Es necesario suponer una primera causa, que todos llaman Dios. Y en verdad, al
ser incausada, es independiente y trascendente; al ser primera y actuadora de toda eficiencia, es acto puro, el
mismo obrar sin potencialidad alguna, es el mismo existir; al ser causa universal, principio frontal de toda
acción, en ella han de preexistir todas las perfecciones en grado máximo y sobreeminente. De ahí que por la
primera y segunda vía ascendamos formalmente a Dios bajo los atributos dinámicos de principio de todo
movimiento y de toda acción («en El vivimos y nos movemos», decía San Pablo), pero desde esas cumbres se
vislumbran todos los demás atributos divinos.
Tercera vía: La contingencia o limitación en el existir. Nos encontramos con cosas que tienen
posibilidad de existir y de dejar de existir («possibilia esse et non esse»), pues algunas se engendran y
corrompen. Ahora bien, lo que tiene posibilidad de no existir, alguna vez no existe («quod autem está possibile
non esse, quando que non est»). De ahí que si todas las cosas tuviesen esa posibilidad de no existir, alguna vez
no habría habido nada, y, por consiguiente, ahora tampoco, porque de la nada no procede nada. Pero, dado
que ahora existe algo, es que no todas las cosas tienen posibilidad de existir y no existir, que algo ha de ser
necesario, y esto, en última instancia, es Dios. Veamos por partes:
A) Punto de partida. Es la existencia manifiesta de cosas contingentes en este mundo, que pueden
existir y dejar de existir, como se ve en los fenómenos de generación y corrupción: empiezan a existir y dejan
de existir; no existen necesariamente. A mi entender, el punto de partida de esta vía en el pensamiento de
Santo Tomás no es formalmente el hecho de la generación-corrupción, sino el hecho de la contingencia de
cosas existentes, hecho que se hace patente en el fenómeno de la generación-corrupción. Así como en la
primera vía el movimiento sensible era contemplado metafísicamente como actuación de la potencia del móvil,
así aquí Ia corrupción y la corruptibilidad son contempladas a nivel óntico como manifestaciones de la
posibilidad de ser o dejar de ser.
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B) Primer grado del proceso. Lo que existe con posibilidad interna de no existir existe por otro, tiene
causa.
Se trata del principio de causalidad aplicado al punto de partida de esta vía: lo que es naturalmente
corruptible o defectible en el ser, esto es, que puede existir y no existir, cuyo poder interno de existir es
limitado, alguna vez (ahora, antes o después) no existe, y, por eso, al existir, existe por otro, ya que nada se da
a sí el existir; la nada no da nada. Tenemos otra vez el principio de causalidad resuelto en el principio de
contradicción.
Santo Tomás formula de distinta manera el principio en la Suma Teológica y en la Suma contra Gentiles.
En ésta, mirando a los textos de Avicena, enuncia: «Lo que tiene posibilidad de ser y no ser tiene alguna causa,
porque de suyo es indiferente a ambas cosas, y así es necesario que otro lo determine a una de las
posibilidades». Posteriormente en la Suma Teológica, mirando más bien a los textos de Aristóteles, que había
dicho que «es imposible que algo corruptible no se corrompa alguna vez» (De Coelo et mundo, L.1, c. 10),
enuncia: «Es imposible que todas las cosas que son tales (capaces de existir y no existir) existan siempre,
porque lo que tiene posibilidad de no existir, alguna vez no existe» («quod possibile está non esse, quandoque
non está»).
Al aplicar el principio a las cosas naturalmente corruptibles (que se han de corromper naturalmente),
resulta singularmente claro: dependen de otro, porque son naturalmente generables; y, radicalmente, a nivel
ontológico, porque no tienen de suyo la razón de existencia, puesto que son capaces de existir y de no existir.
Por eso pienso que la fórmula aristotólico-tomista «quandoque non sunt» (alguna vez no existen)
aplicada a las cosas contingentes («possibilia esse et non esse») ha de entenderse más en el sentido ontológico
que en sentido temporal: quiere decir que no existen de suyo, existen por otro. Si se entendiese sólo
temporalmente y refiriéndola al hecho de la corrupción de las cosas naturales, habría que seguir precisando
que a una cosa corruptible puede precederle otra corruptible y así indefinidamente (puesto que no hay
subordinación esencial en estos procesos) mientras no se de el paso en vertical hacia la razón del ser: hacia el
ser necesario.
C) Segundo grado del proceso. En la dependencia de los seres contingentes de otro necesario no se
puede proceder al infinito, sino que hay que llegar a un ser absolutamente necesario. Si lo contingente postula
lo necesario para existir, es necesario o tiene en sí la razón de su necesidad o la recibe de otro. Y como no se
puede proceder hasta el infinito en estas dependencias causales (que sería negar el influjo causal, existente de
hecho), hay que reconocer la existencia de un ser absolutamente necesario, en que apoyar todo el orden de
contingencia. Adviértase que las posibles sucesiones indefinidas de generaciones-corrupciones, al no mediar
subordinación esencial de dependencia, no darían razón de esta resolución en lo necesario.
D) Término de la vía: A este ser absolutamente necesario todos llaman Dios. Por existir en razón de su
esencia, es el ser subsistente. Y como carece de potencia para no ser, es acto puro. Por lo mismo carece de
toda imperfección y limitación, y así es infinito, inmutable y único. Y por conferir el existir a todas las cosas, es
el principio de toda perfección.
Cuarta vía: Diversos grados de perfección en las cosas. Encontramos en este mundo cosas más o menos
buenas, más o menos verdaderas, más o menos nobles, y otras cualidades así. Ahora bien, el más y menos se
dicen de cosas diversas según la diversa aproximación a lo que es máximo en ese orden. Por eso ha de haber
algo que sea óptimo, nobilísimo, máximamente verdadero, y, por consiguiente, máximo ser. Y como lo que es
máximo en un género es causa de todo lo que se contiene bajo ese género, ha de haber un máximo ser, causa
de la bondad, de la verdad, de la nobleza y de las demás cualidades por el estilo; y esto es Dios.
A) Comienzo de la vía. Son los diversos grados de perfección de las cosas. No se trata de datos
estrictamente sensibles (de los sentidos externos) como en la primera vía, pero sí inmediatamente perceptibles
por la cogitativa y el entendimiento en su contacto inmediato con las cosas. Se trata, como se ve por el
enunciado, de perfecciones análogas. (En realidad, las perfecciones específicas o unívocas no admiten
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formalmente grados.) Es más, en el enunciado, no entran más que las perfecciones llamadas «simples» y
«trascendentales» (que no importan de suyo imperfección y que son convertibles con el ser). En realidad
también sería válido partir de perfecciones simples no trascendentales (como el entender y el querer), pero
son más útiles argumentativamente las trascendentales, por ser más obvias y facilitar más el paso al Ser
Perfecto y único.
B) Primer grado del proceso. Como el más y el menos se dicen de cosas diversas según que se acerquen
más o menos a lo que es máximo, ha de haber algo máximamente bueno, verdadero, noble y, por tanto,
máximo ser.
Esta inferencia no es tan obvia. Lo primero que debe aclararse en este momento de la vía es que esa
aproximación a lo máximo ha de entenderse según una derivación real ontológica, que funda un ascendo
gnoseológico «a posteriori», no de una aproximación de mera ejemplaridad en relación con un término ideal.
Es decir, este primer grado de la vía, que está expresado en términos platónicos, no debe entenderse en
sentido propiamente platónico (doctrina de la ejemplaridad de las ideas separadas), sino en sentido platónico-
aristotélico de la participación real por vía de causalidad eficiente. En este sentido, el primer paso de la vía ya
es de ascenso gnoseológico hacia el primer ser, correlativo a la dependencia real-eficiente de las perfecciones
participadas respecto de él.
Cuando en el argumento se hace referencia a lo que es máximo en tal género de perfecciones, no nos
referimos a la máxima perfección entre las que consideramos en el punto de partida (así no habría progreso en
la argumentación) ni a la perfección ideal mentalmente concebida (así no se procedería a la búsqueda real del
ser), sino que nos referimos a lo máximo real, trascendente, que es causa eficiente de los diversos grados de
perfección considerados. Está aquí implicada la doctrina de la participación del ser.
Estas perfecciones, al ser más o menos tales, son perfecciones parciales, participadas («partem-
accipere»), que entrañan diversidad en la unidad o unidad en la diversidad. Y este hecho está exigiendo que
estén causadas eficientemente por el ser que goce de esa perfección en grado máximo. ¿Por qué? Aquí está la
clave del argumento; aquí está el principio de causalidad aplicado al punto de partida de esta vía, que, en
términos de Santo Tomás, puede enunciarse así: «es necesario que si algo se encuentra en común en cosas
diversas, sea causado en ellas por una misma causa, pues no puede ser que aquello común les convenga por sí
mismas, ya que en sí mismas se distinguen mutuamente, y causas diversas causan efectos diversos».
Si hay, pues, cosas más o menos buenas, verdaderas, nobles, estos diversos grados (pluralidad) no son
esenciales a esa perfección; esa perfección no exige tal graduación o limitación, puesto que trasciende todos
los grados. El sujeto de tales perfecciones, si bien puede ser la razón de la limitación de esas perfecciones, no lo
es de la misma perfección, que trasciende a cada sujeto. De ahí que estas perfecciones trascendentales y
limitadas tengan que ser participaciones «ab extrínseco», tienen que estar causadas.
En otros términos: la perfección propia (cuya razón de ser es el mismo sujeto) no admite más y menos
formalmente. Por eso la existencia de perfecciones formales en diversos grados está enunciando origen
extrínseco. En una palabra: las perfecciones trascendentales observadas en grados diversos tienen que estar
causadas por algo extrínseco y superior.
C) Segundo grado del proceso. Aquello de que participan la bondad, la verdad, la belleza, la nobleza, las
cosas que son tales por participación, es decir, que tienen bondad, verdad, etc., pero que no son a exclusividad
la misma bondad, verdad, etc., o tiene en sí esas perfecciones fontalmente, o las tiene participadas de otro. Y
como no cabe proceder al infinito en estas derivaciones eficientes, se llega al máximo bien, la máxima verdad,
etc., que es el máximo ser.
Algunos expositores de Santo Tomás, al no encontrar explícito este segundo grado del proceso, lo han
suplido de este modo. En realidad vale la explicitación cuando el punto de partida son perfecciones no
trascendentales (en el sentido clásico, no en el sentido kantiano), pero tratándose de perfecciones
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trascendentales (de las que parte Santo Tomás, como hemos subrayado), este paso es innecesario, porque las
perfecciones trascendentales no pueden menos de ser participaciones del ser por esencia.
D) Término de la vía. Si llegamos al ser óptimo, primera verdad, máxima belleza, principio de toda
perfección, ser por esencia, nos encontramos con el concepto más depurado de divinidad. De ahí que esta
cuarta vía, difícil de comprender para quien no está familiarizado con la doctrina tomista de los
trascendentales, de la analogía y de la participación, es en verdad la que más directamente lleva a Dios (no
necesita del segundo grado de acceso) y nos lo descubre en sus atributos más radicales. Y aunque críticamente
expuesta sea difícil, no es difícil una cierta vivencia racional, aunque precrítica, de la misma. Por ejemplo, un
espectáculo de la naturaleza singularmente bello, una audición musical genial, la perennidad y trascendencia
de ciertas verdades, etc., han elevado a mucha gente a Dios sin más complicaciones argumentativas.
Quinta vía: El gobierno de las cosas. «Vemos que algunas cosas que carecen de conocimiento, esto es,
los cuerpos naturales, obran con intención de fin... Ahora bien, las cosas que no tienen conocimiento no
tienden al fin si no son dirigidas por algún cognoscente e inteligente. Luego existe algún ser inteligente que
dirige todas las cosas naturales a un fin; que es lo que llamamos Dios». Tal es, en síntesis, el argumento por el
orden del universo, parecido al primero en cuanto a popularidad.
A) Punto de partida. Es la experiencia ordinaria del orden natural. Cosas que manifiestan no tener
conocimiento (y menos razonamiento) obran con intención de fin, como consta singularmente por el hecho de
que siempre o con la mayor frecuencia obran lo mismo y del mismo modo en orden a lo que es mejor, que es la
perfecta evolución individual, la mejor condición de vida, la conservación y propagación de la especie,
conjuntos ordenados. Esta observación se cristalizó en el axioma «opus naturae opus intelligentiae».
Actualmente, la observación elemental del orden ha podido ampliarse científicamente tanto en el microcosmos
como en el macrocosmos; de ahí la propensión a una concepción religioso-panteística del mundo en quienes
no descubren la existencia de un Dios personal.
B) Primer grado de la vía. Las cosas que carecen de razón no pueden tender al fin a no ser que sean
dirigidas extrínsecamente por un ser inteligente. Es necesaria una razón finalizante debida a la proporción
entre efecto y causa. Al no existir este proyecto de orden en una razón inmanente, y por tratarse, además, de
un proyecto que trasciende ampliamente el ámbito de las situaciones actuales del individuo y de todo su
margen vital individual, hay que pensar en una dirección recibida de un ser ordenador superior inteligente.
Así, pues, el punto de partida es el hecho de la finalidad en las acciones o comportamientos, pero el
medio argumentativo es el principio de causalidad eficiente: es necesario que ese orden esté impreso
eficientemente por un ser superior. No es sólo el principio de que toda acción es por un fin («omne agens agit
propter finem»), sino que depende de la intención del fin, sea propia o recibida.
C) Segundo grado de la vía. Esta inteligencia superior que ordena las cosas no cognoscitivas a unas
operaciones y fines que trascienden su condición y fines propios, o es un principio ordenador sometido a un
orden superior o es un principio ordenador original. En el primer caso se plantea de nuevo la cuestión sobre
ese orden impreso; en el segundo caso nos encontramos de cara a la Inteligencia Ordenadora Primera: Dios.
Este segundo paso es necesario darlo cuando se incluyen en el punto de partida órdenes naturales y artificiales
más o menos autónomos o dependientes en primera instancia.
Existen, efectivamente, órdenes que dependen de la inteligencia humana o de principios inmanentes
más o menos perceptibles, o, hipotéticamente, de inteligencias intermedias. Si se toman en consideración
órdenes estrictamente «naturales», cuya causa inmediata no puede ser otra que el Autor de la naturaleza, el
segundo paso debe darse por dado, como ocurría con la cuarta vía. Esta resolución del orden natural impreso
en la causa superior trascendente es singularmente notorio en el orden moral natural (principios de sindéresis)
y en las leyes básicas del pensamiento (primeros principios).
D) Término de la vía. Existe, pues, un ser inteligente supremo, ordenador de todas las operaciones
naturales y de sus principios más inmediatos, trascendentes o inmanentes, conscientes o inconscientes. Es
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Dios, provisor y promotor de toda la naturaleza, sabiduría subsistente, que penetra y sostiene todo orden
eficaz como imperceptiblemente, como «natura naturans».
3) Examen crítico de otros argumentos inválidos o incompletos.- Al lado de las famosas cinco vías de
acceso a Dios, tal como vienen estructuradas desde Santo Tomás, han ido apareciendo otros argumentos que
han sido presentados o como más eficaces o como más comprensibles que las vías clásicas. Ofrecemos una
breve exposición de los principales, con la consiguiente valoración crítica.
Argumento cronogónico, o por el comienzo del tiempo.
A) Formulación. El mundo y su movimiento, y, consiguientemente, el tiempo, comenzaron a existir. Es
una hipótesis científica basada en la observación de la «expansión del universo», uniforme y
proporcionalmente acelerada; lo cual quiere decir que su punto de partida es limitado en el tiempo. El mundo
comenzó a existir temporalmente. Luego existe un principio extramundano que lo causó, porque de la nada no
sale nada.
B) Valoración. En el supuesto que el mundo haya comenzado en el tiempo, se infiere fácilmente la
existencia de un principio exterior originante. También la tercera vía procede por la limitación en el existir,
partiendo de datos más elementales.
Pero ese supuesto o punto de partida no es suficientemente obvio ni demostrado científicamente; y,
además, tal como se presenta es insuficiente. En efecto, en filosofía pura no está probada la imposibilidad de
un mundo «ab aeterno», y en ciencia experimental no pasa de una hipótesis inverificable, como tampoco es
verificable la constancia del hecho de la expansión tal como ahora es observada. Es más: aún supuesto el
comienzo temporal de este mundo, su principio extrínseco originante no tendría por qué tener los atributos de
Dios; podría ser otro mundo físico.
Argumento entropológico, basado en la ley de la entropía.
A) Formulación. Al parecer, la energía del universo se mantiene la misma, pero en transformación
continua con tendencia al equilibrio termodinámico. Cuando se llegue a este punto omega cesará el
movimiento y la vida; será la muerte física del cosmos. Como aún no se ha llegado a ese punto de equilibrio, es
fácil inferir que el proceso no es eterno; debió comenzar; y, por tanto, hay que suponer un principio exterior.
B) Valoración. No parece estar comprobado suficientemente que esta ley de la entropía observada en
este mundo nuestro sea tan universal y necesaria que tenga vigencia en los demás sistemas cósmicos y
homogeneidad en todos los tiempos de nuestro sistema. Tampoco está demostrado que nuestro mundo esté
físicamente cerrado al influjo de otros mundos de dinamismo distinto. Mientras no se demuestren estos
extremos, el valor del argumento no es absoluto. Le falta, además, la consistencia metafísica de la tercera vía
para llegar a Dios, Ser necesario.
Argumento antropológico, por el origen de la vida del hombre.
A) Formulación. El hombre, compuesto de cuerpo y alma espiritual, irreductible a la materia, comenzó
a existir en la época Cuaternaria o Terciaria. Dada su trascendencia espiritual, su origen no tiene explicación si
no se piensa en un principio originante espiritual extramundano.
B) Valoración. En este argumento hay factores argumentativos de la tercera vía (limitación temporal de
existencia) y de la cuarta (irreductibilidad de la perfección espiritual al propio cuerpo). Sin embargo, en cuanto
a lo primero, si se toma el dato empíricamente no queda excluida la hipótesis de la procedencia del cuerpo
humano de otro cuerpo prehumano o extraterrestre, y en cuanto a lo segundo, si se admite la irreductibilidad
del alma a la materia, ciertamente postula un ser originante espiritual, que todavía habría que probar que era
Dios. Se trata, pues, de un punto de partida poco obvio, y de un proceso incompleto.
Argumento eudemonológico, por el deseo natural de felicidad.
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A) Formulación. El hombre desea naturalmente la felicidad, que es el bien infinito. Como este deseo
natural no puede ser vano, su objeto ha de existir realmente. Existe, por tanto, Dios, bien infinito,
proporcionado a los deseos del corazón del hombre, conforme a la experiencia de San Agustín : «Nos hiciste,
Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti».
B) Valoración. El hecho del deseo natural de felicidad podría ser tomado como punto de partida para la
quinta vía, como cualquier otra actividad natural, que no tiene razón de ser suficiente en el sujeto. Pero tal
como está formulado el argumento, postulando la existencia real de Dios por ser término de un deseo natural,
tiene dos fallos fundamentales que le quitan valor apodíctico. En primer lugar, el deseo natural de la felicidad o
del bien ilimitado no es el de la felicidad o bien infinito que es Dios, sino del bien en común, está en Dios o en el
conjunto de los bienes creados. En realidad este deseo subsiste en quien está persuadido que no existe más
felicidad que la de este mundo. En segundo lugar, aun suponiendo que fuese deseo natural de Dios
concretamente, habría que demostrar que tal deseo no puede ser vano, que no puede ser una veleidad. Se
desea naturalmente no morir, no enfermar, no ser ignorante, y, sin embargo, se muere, se enferma, se ignora.
Si se insiste en que el deseo natural de Dios no puede ser vano, porque habría que atribuir ese desorden
natural a Dios, autor de la naturaleza, ya se esta suponiendo la existencia de Dios.
Argumento ideológico, por las verdades eternas.
A) Formulación. Se parte del carácter de necesidad, eternidad e infinitud de ciertas verdades, llamadas
eternas. Son aquellas verdades elementales, abstractas, universales, comunes a todo entendimiento, cuyo
fundamento objetivo ha de ser necesario, eterno, no contingente y temporal como son las cosas de este
mundo y el mismo entendimiento humano. Esta objetividad necesaria y eterna está postulando la existencia de
un ser necesario y eterno: Dios.
B) Valoración. El argumento. tal como está formulado, no es demostrativo. Tiene el fallo siguiente: el
carácter de eternidad, necesidad e infinitud de esas verdades no es positivo y existencial, sino negativo y
abstracto o ideal. Se llaman verdades eternas, en cuanto que su valor no está limitado a un tiempo
determinado; se llaman necesarias, en cuanto que no dependen de condiciones variables. No se trata de una
eternidad positiva y existencial (donde se plantea el problema de la existencia de Dios), pues en ese orden son
tan temporales como el entendimiento del hombre que las produce y en el cual existen. «Cualquier idea
universal -dice Santo Tomás en otra ocasión- se dice que existe en todas partes y siempre, en cuanto que los
universales abstraen del aquí y del ahora. Pero de ello no se sigue que sean eternos al no ser en un
entendimiento que sea eterno».
Ello no obsta a que de este dato de la existencia de verdades o perfecciones del entendimiento
humano que no tienen su total de razón de ser en él se pueda partir en busca de su adecuada razón de ser
siguiendo el proceso de la cuarta vía.
Argumento deontológico, por la conciencia moral.
A) Formulación. El hombre siente naturalmente la obligación moral de hacer el bien y evitar el mal. Esta
conciencia o sindéresis implica sentido de dependencia de un legislador superior, de dependencia de Dios.
B) Valoración. Esta conciencia de la obligación moral, aunque no sea formal y explícitamente conciencia
de Dios legislador (es algo previo al conocimiento de Dios y se da incluso en aquellos ateos que no carecen de
sentido de responsabilidades de honradez natural), es un punto de partida válido para la quinta vía. Esa
conciencia moral natural, espontánea, es un orden impreso, una ley escrita en el corazón, como decía San
Pablo, cuya razón de ser ha de estar fuera del hombre, y, siguiendo el proceso de la quinta vía, fácilmente lleva
a reconocer explícitamente a Dios legislador o Ley Eterna. Aunque, por su carácter humano y moral, este punto
de partida tiene preferencia respecto de los demás órdenes naturales, sin embargo ofrece algunas dificultades
en el discernimiento de hechos psicológicos afines. El freudismo, por ejemplo, pretende reducirlo todo a
psicología patológica.
Argumento etnológico o testimonio de la historia.
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A) Formulación. Según el aserto de Cicerón, «nulla gens est tam immansueta neque tam fera, quae
non, etiamsi ignoret qualem Deum habere deceat, tamen habendum sciat». El hecho, pues, universal del
reconocimiento de la existencia de Dios por todos los pueblos es argumento suficiente.
B) Valoración. Supuesta la inducción del hecho (más fácil en tiempos anteriores que en los últimos
siglos en que el ateísmo se va masificando) hay que reconocerle algún valor; sería poco racional pensar en la
persistencia de una ilusión tan grande en la Humanidad. No es una prueba directa de la existencia de Dios, sino
una testificación de que existe esa conciencia en un gran sector de la Humanidad. Si bien la extensión moderna
del ateísmo le resta valor, también es verdad que su persistencia en países sometidos a la propaganda y
persecución antiteísta lo acrisola.
4) Las razones del ateísmo.- Aparte de las razones previas o predisposiciones agnósticas, a que nos
hemos referido al tratar de la demostrabilidad, y que conducen a la opción atea, las motivaciones que
mayormente inducen a la negación de Dios son las cuatro siguientes:
A) Una es completamente especulativa: la inutilidad de Dios o su no necesidad. En tiempos primitivos -
se dice- se recurría a Dios como explicación de todo y como solución de nuestros problemas vitales; hoy basta,
o puede bastar, la ciencia para dar una explicación racional del cosmos; la Medicina ha licenciado a San Roque,
y la industria hidráulica hace innecesarias las rogativas. Si no es necesario, no existe, ya que los entes no se
multiplican sin necesidad.
Al exponer las vías hemos subrayado el carácter metafísico de la necesidad de Dios. No se busca a Dios
como una causa más entre las físicas o naturales; ni su necesidad es de suplencia de unos fallos o insuficiencias
naturales; ni su existir se subordina a la existencia del mundo o a las leyes de nuestro pensamiento. No es ese
el sentido de la solución ni es ese el planteamiento: no existe Dios porque sea necesario al mundo o a nuestro
pensamiento (a Dios no se le asignan porqués), sino que el mundo no puede existir sin Dios y nuestro
pensamiento no encuentra una explicación adecuada del mundo y de sí mismo sin Dios. No se subordina el ser
al conocer, ni la causa al efecto, sino a la inversa. La explicación física del mundo debe ser física. pero la
explicación física debe quedar abierta a una explicación metafísica, puesto que lo metafísico subyace también a
lo físico. La concreción del principio de causalidad en las cinco vías apuntaba en ese sentido trans-físico.
B) Una segunda motivación es especulativo-volitiva: la libertad y la autonomía humanas postulan la no
existencia o la muerte de un Dios que, con su acción universal y eficaz y con su ley moral, limita la libertad del
hombre: o Dios o el hombre. Realmente este planteamiento y esta opción fallan tanto en el verdadero
concepto de Dios como en el verdadero concepto del hombre. A Dios, de quien recibe el hombre todo lo que
es y hace, incluso su libertad y autonomía, no se le puede concebir como un competidor del hombre en el
ejercicio de la libertad. La acción trascendente de Dios, que penetra en lo más profundo del ser y del poder del
hombre, lejos de anular o disminuir su libertad, la hace posible y la promueve existencialmente ab intrínseco,
desde más adentro que ella misma. Y la ley moral no es para disminuir el ejercicio perfectivo de la libertad, sino
para marcarle su auténtica realización; sólo el ejercicio abusivo de la libertad, indigno del hombre, tiene
limitación moral (no psicológica) en la ley de Dios.
Pero el mayor fallo, filosóficamente hablando, por ser menos excusable en un análisis en profundidad
del ser del hombre, es el concepto absolutista de la libertad, siendo tan fácil reconocer las numerosas
vinculaciones necesitantes en que se desenvuelve, quiérase o no. Y si a nivel humano no podemos menos de
ver la libertad vinculada necesariamente a factores externos e internos (máxime al mismo ser del hombre y a
su facultad volitiva, de donde nace y donde existe la libre elección), ¿qué absurdo puede haber en reconocer su
vinculación metafísica a Dios, que existe y actúa en el hombre a mayor interioridad que la misma facultad
volitiva; cuya presencia no se debe concebir antropomórficamente como la de un competidor a nivel humano?
Tan natural es su presencia y acción que ni la sentimos, a pesar de que «en él vivimos, nos movemos y
existimos», al decir de San Pablo. Esta actitud, en su máxima expresión, implica un absurdo endiosamiento de
la autonomía humana, bien reflejada en la frase de Feuerbach: «El hombre Dios para el hombre».
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C) Otra impugnación de la idea de Dios, en esta misma línea antropocentrista, es la feuerbachano-
marxista de la alienación religiosa: la idea de Dios hace vivir al hombre ilusoriamente en un mundo que no es el
suyo; le hace perezoso para la praxis humana, soñando en la eternidad; amortigua sus aspiraciones de
liberación social con el proceso de sumisión a la superioridad: la religión narcotiza al hombre; Dios es opio para
el pueblo. Tal es el estilo de la propaganda popular y panfletista del ateísmo militante del último siglo.
En realidad, ni la religión cristiana ha sido un invento de los poderosos para explotar tranquilamente al
obrero narcotizado con ideas religiosas de sumisión (la historia muestra más bien lo contrario), ni las
esperanzas escatológicas le restan fuerzas para el trabajo; más bien el trabajo lo acepta el cristianismo como
precepto divino; la justicia es una virtud indispensable para la vida cristiana, y la caridad urge la vida
comunitaria de entrega y sacrificio. Si en la práctica esto no se realiza tan perfectamente como fuera de desear,
la culpa no se ha de cargar sobre la idea de Dios ni sobre la religiosidad del hombre, sino sobre las
inconsecuencias prácticas que se dan en la Humanidad, sin excluir la marxista. Resulta curioso que haya sido
San Pablo quien habló hace veinte siglos de alienación del hombre, no precisamente por vivir la vida de Dios,
sino por todo lo contrario: por vivir apartado de él.
D) La cuarta -aunque no última en importancia y en tiempo de aparición-objeción contra la existencia
de Dios es también especulativo-afectiva: el hecho del mal en el mundo. Si Dios no puede evitarlo, «dónde está
su omnipotencia?, y si puede, pero no quiere, «dónde está su bondad? «El ateísmo nace a veces -dice el
Concilio Vaticano II- como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo».
Ciertamente el mal es un tremendo problema que no puede menos de tener implicaciones teológicas.
«El máximo enigma de la vida humana -reconoce también el Concilio, n. 18- es la muerte. El hombre sufre con
el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición
perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós
definitivo».
Ahora bien, preguntamos: ¿Es eso imputable a Dios, o tiene el enigma del mal mejor solución
prescindiendo de Dios?
Aparte la solución más radical y satisfactoria que ofrece la fe cristiana con sus propios datos (pecado
original, expiación redentora, resurrección y glorificación definitiva), desde una antropología meramente
filosófica cabe hacer estas consideraciones: En primer lugar es necesario discernir entre el mal físico y el mal
moral. Del mal moral o culpa no se puede hacer responsable a Dios, siendo como es formalmente obra
exclusiva del hombre. Dios hizo al hombre defectible (lo cual no es un mal) no para que cayese en el mal, sino
para que, pudiendo caer y no caer, tuviese el mérito de obrar el bien responsablemente.
En cuanto al mal físico que no es consecuencia natural del mal de culpa (si queremos prescindir del
dato de la fe, que ve en el pecado original la razón de todo mal humano), el dolor debe contemplarse, más que
como un tormento absurdo, como una alarma saludable para el funcionamiento del organismo; es un aviso
urgente de que algo no va bien. Y, en este supuesto, más que una objeción contra la existencia de Dios, es
prueba de su sabiduría. A su vez la muerte debería verse como término natural del proceso biológico que es la
vida de un organismo.
A los animales, que no traumatizan tanto la previsión de la muerte, les resulta menos dolorosa y
angustiosa, y a los santos, que ven la muerte como un paso normal hacia la eternidad, el instinto biológico de
conservación queda contrarrestado con el ansia esperanzada de una nueva vida. De ahí que la muerte no
arguya falta de bondad o de poder en Dios, sino la existencia de unas leyes biológicas de generación-vida-
muerte, que se revelan maravillosas en su conjunto dentro del universo. ¿Sería más admirable la obra de Dios
excluyendo la muerte, suponiendo la rápida saturación de vida humana en la tierra? ¿No tiene más sentido la
muerte reconociendo la supervivencia del alma en Dios que la creó? En cuanto a las muertes accidentales, es
claro que Dios podría prevenirlas, pero sería interfiriendo continuamente el curso normal y suave de su
providencia que respeta de ordinario la acción de las causas segundas.
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Dos tipos de argumentos o demostraciones se han propuesto para demostrar la existencia de Dios: el
llamado argumento a priori u ontológico, y las pruebas a posteriori. (A priori y a posteriori quiere decir antes o
después de la experiencia real de las cosas.) El primero, como veremos, pretende demostrar la existencia de
Dios sin más que analizar la idea de Dios, antes o aparte de toda experiencia, lo mismo que puedo demostrar
que los ángulos de un triángulo valen dos rectos sin más que analizar la noción de triángulo. Los segundos
llegan a Dios a partir de la experiencia de las cosas reales, que exigen la existencia de una Causa.
El argumento más audaz y de mayores pretensiones demostrativas que se ha concebido fue el llamado
ontológico, que propuso en el siglo XI San Anselmo de Canterbury. Pretende demostrar la existencia de Dios
basándose en el mero análisis de la idea de Dios.
El argumento, en resumen, es como sigue:
Poseemos la idea de un ser que reúne en sí todas las perfecciones, un ser mayor que el cual no puede
pensarse otro. Esta idea la posee todo hombre; no es contradictoria (como sería «círculo cuadrado», por
ejemplo), porque incluso el «insensato» que dice «Dios no es», entiende lo que quiero decir cuando digo Dios;
él lo niega, «no en su mente, sino en su corazón». Una cosa es existir en la mente y otra existir en la realidad;
pero aquel ser que exista en la mente y en la realidad será mayor, más perfecto, que otro que existe sólo en la
mente. Luego si poseo la idea de un ser perfecto, mayor que el cual no puede haber otro, ese ser tiene que
existir, so pena de ser un concepto contradictorio; si ese ser más perfecto no existiese, sería y no sería a la vez
el más perfecto, lo que encierra contradicción.
Este argumento impresiona por el rigor cuasi matemático con que pretende demostrar la existencia de
Dios deduciéndola de su esencia. Sin embargo, no le faltaron contradictores en su misma época, y
posteriormente otros filósofos (entre ellos Santo Tomás) lo rechazaron como no concluyente. Su defecto
estriba en considerar a la existencia como una perfección más de la esencia, cuando en realidad es algo
radicalmente distinto, que no puede deducirse de ella. La esencia de un ser es la misma si existe que si es
meramente posible o imaginario. El fondo metafísico que lleva a San Anselmo a admitir este argumento es su
creencia en las ideas como anteriores y superiores a las cosas mismas; esto es, en que la realidad se rige por la
idea, y no la idea por la realidad.
El monje Gaunilon, contemporáneo de San Anselmo, objetó ya el argumento ontológico; según él, sólo
demuestra la idea de Dios, pero no a Dios mismo. Santo Tomás, por su parte, señaló en tal argumento una
transposición ilícita de la suposición ideal a la suposición real del término Dios. En la Modernidad, Descartes,
por su racionalismo estricto, enuncia un argumento para demostrar la existencia de Dios muy semejante al de
San Anselmo. Kant, más tarde, lo criticó haciendo ver cómo «diez táleros (el tálero es una moneda) reales no
son más que diez táleros imaginarios». Esto es: no tienen más ni menos perfecciones, más ni menos céntimos.
Simplemente, los táleros reales están puestos en la experiencia, y los imaginarios, no. La existencia no es una
perfección más de la esencia, sino algo distinto.
En resumen, el argumento ontológico es rechazado por casi todos los filósofos en razón de que
nosotros no adquirimos las ideas por contemplación o iluminación directa, sino a través de la experiencia y
mediante un proceso de abstracción. No podemos, por tanto, deducir la existencia de la esencia, puesto que es
la esencia la que obtenemos de la existencia.
PRUEBAS DE LA INDEMOSTRABILIDAD DE DIOS
Razones Psicologicas
Las creencias son meras actitudes para alcanzar sentido. La fe crea su objeto. Por ejemplo , la fe en un
Dios quiere decir crear a ese Dios; y como es ese dios el que nos da la fe en él , ese dios se está creando a sí
mismo en nosotros. Los hombres aspiran a verse liberados , y las religiones pueden darles liberación de muchas
cosas : de la indignidad o el pecado , de los poderes malignos , del demonio , del mundo físico y material
presente , del dolor y la muerte.
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Karl Marx fue el ateo más influyente de la historia , le llamaba a la religión "el opio de la gente",
comparó la religión a una droga que ofrece una felicidad falsa. Afirmaba que la religión mantenía un orden
establecido en la sociedad , y animaba a las personas a ver el cielo como una mejor forma de vida. Karl Marx
propuso una teoría sobre la religión que supone que en una sociedad sin clases , al hacerse transparentes y
claras las relaciones sociales , desaparecerá la ilusión religiosa. Históricamente la religión ha sido el resultado
de la personificación en seres superiores imaginarios de poderes nada sobrenaturales , sino bien naturales y
sociales , que oprimen a los hombres.
Sigmund Freud fue un muy importante psicólogo que , al igual que Marx , también propuso su teoría de
la religión ; pero el lo vió desde el punto de vista de la colectividad , de la psicología de las masas. Freud llama a
la Iglesia una masa artificial , una masa sobre la que actúa una coerción exterior que tiene la finalidad de
preservarla de la disolución y evitar modificaciones a su estructura.
Freud dice que no depende de la voluntad del individuo entrar o no a formar parte de la Iglesia , o la
creencia en Dios. El individuo al estar ya a dentro de la Iglesia o de la creencia , la separación de ella se halla
sujeta a determinadas condiciones , cuyo incumplimiento es duramente castigado y reprimido.
La Iglesia tiene una ilusión , la de la presencia invisible de un jefe. En la Iglesia católica ese jefe es
Cristo , que ama igualmente a todos los miembros de la colectividad. La ilusión de este jefe es muy importante ,
ya que todo depende de esto. El desvanecimiento de esta ilusión traería consigo la disgregación de la Iglesia ,
en la medida en que la coerción exterior lo permitiese.
El individuo perteneciente a la masa artificial de la Iglesia , se halla doblemente ligado por lazos que
están relacionados entre si. Los dos lazos que ligan al individuo a la Iglesia son :
1. se hallan ligados al jefe , Cristo , y
2. 2) al resto de los individuos de la colectividad. La explicación del fenómeno fundamental de la
psicología colectiva , es la carencia de libertad del individuo integrado en una multitud , como en una multitud
de personas que creen en algo.
Sigmund Freud también escribe en su libro "El porvenir de una ilusión" : la esperanza de que le hombre
, frente a la ilusión del consuelo que le deparan las creencias religiosas , terminará por aceptar realista y
racionalmente la dura necesidad de su condición limitada y mortal.
Siempre han habido personas no creyentes , no aman a Cristo ni son amados per él. Por este motivo ,
toda religión , aunque se denomine religión de amor ha de ser dura y sin amor para con todos aquellos
individuos que no pertenezcan a ella. En el fondo , toda religión es una tal religión de amor para sus fieles y en
cambio , cruel e intolerable para aquellos que no la reconocen.
El hombre sólo por el hecho de formar parte de una religión congregada , desciende , pues , varios
escalones en la escala de civilización. Aislado , es quizá , una persona inteligente y pensante ; en una
congregación religiosa , es un instintivo , y por consiguiente un bárbaro que actúa impulsivamente. Al
encontrarse el hombre dentro de una congregación religiosa , éste tiene la espontaneidad , entusiasmos ,
actitudes y comportamiento en general de un ser primitivo , como al cantar o rezar.
Dentro de una religión , toda creencia , sentimiento y acto es contagioso , hasta el punto de que el
individuo abandona fácilmente su razonamiento personal al interés colectivo , aptitud contraria a su naturaleza
y de la que el hombre sólo se hace susceptible cuando está integrado en una religión. La idea del Dios
presentada por la mayoría de las religiones es propiamente contradictoria. En la vida ordinaria , la religión
influencia fuertemente mediante regulación ética. La religión reclama un conjunto de principios morales que
rigen el comportamiento y conducta de los hombres.
RAZONES FILOSÓFICAS
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De los puntos psicologicos y filosoficos podemos hablar como si fueran uno (aunque no lo son ya que
estan muy ligados.)
¿Por que? Bueno, por que todo lo que el hombre hace lo hace obligado por una sola cosa: Por la razon.
Cuando decimos que lo que el hombre hace es siempre regido por la razon es por que el hombre es
una maquina pensante. Como la filosofia se trata de explicar el pensamiento del hombre y la psicologia por que
es que el hombre piensa, es por que van intimamente ligados en lo que nosotros llamamos el invento o la
creacion de Dios.
Como argumento pdriamos decir que:
Dios no creo al mundo ni a la humanidad. El mismo mundo y la humanidad estan creando a Dios.
Mientras mas mal le va al hombre, este mas trata de buscar un alivio "espiritual " que mas bien es psicologico
pues el hombre siempre tiene la esperanza de una vida mejor, aunque esta vida mejor, por muy real que
parezca pueda existir fuera de esta nuestra relidad, sea fuera de este mundo y sea una vida que depende de
nosotros en un cien porciento.
Si dios existiera no haria falta probar su existencia. Como es sabido por todos, la mente del hombre es
una "maquina" fuera de serie, ya que siempre esta buscando respuestas a lo que no comprende o entiende.
Voy a poner un ejemplo aunque este pueda parecer muy burdo si tiene una relacion directa con lo
que trato de exponer:
Me levanto una mañana y llego a la clase de matematicas. De repente el profesor dice: ¨Saquen todos
una hoja que vamos a tener un examen sorpresa.¨ Hago mi examen y lamentablemente lo trueno. Ustedes
realmente creen que dios haya tenido algo que ver con que hayamos tenido un examen sorpresa en un día en
que todo parecia ir muy bien.
Ustedes realmente creen que Dios tuvo algo que ver con que yo haya tronado mi examen cuando la
única razon que hay es que no sabia.
Nosotros creemos que no y lo decimos por que lo estamos razonando y nos damos cuenta de que las
cosas pasan y pasan sin aparente razon alguna, pero que no las entendamos no quiere decir que la respuesta
tenga que ser algo que ni siquera tenemos permitdo cuestionar por que es pecado. Para nosotros eso
simplemente no tieno logica. y eso es precisamente a lo que vamos con el siguinte argumento:
Contra todas las apariencias,en las que por otra parte estamos todos aparentemente de acuerdo,
avanzamos guiados por la razon y la razon nos pide pruebas que tarde o temprano llegan y acaban con las
apariencias. Lo dice el refran, "las apariencias engañan". la razon no engaña pero es dificil que se imponga a las
apariencias.y sobre todo contra apariencias que han estado impuestas tanto tiempo.
Lo que se quiere decir con esto es que la razon del hombre siempre esta buscando respuestas que la
mayoria de las veces no encontramos por lo limitado que es el conocimiento de nuestro mundo y entorno.
Nosotros creemos ilogico que la mente del hombre se conforme con decir que dios creo todo lo que
nos rodea y que asi tenga que ser. Por eso aqui les podemos un ejemplo mas:
Tomemos como ejemplo a cualquiera de los hombres primitivos de la tierra. Este hombre, un dia como
todos, se levanta y voltea para arriba y ve el sol. Como es de suponerse, este primitivo e ignorante hombre se
queda maravillado por la magnificencia, tamaño, resplandor de aquel cuerpo que aun sin saber lo que era le
producia tanto bien.
Este hombre piensa: ¨Cosa maravillosa, tu que tanto bien me haces mereces que yo te honre asi que de
ahora en adelante te tratare e idolatrare como lo que para mi eres:mi dios.¨
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Claro esta que el sol no era lo unico que le producia bien al hombre asi que este empezo ha darle igual
importancia a todo aquello que le producia un bien y claro, tambien sabia distinguir entre lo que le hacia un
bien y lo que le hacia un mal. y siguio la vida de aquel hombre.
Que podemos deducir de todo este relato?
Lo que nosotros podemos deducir es que, al igual que ahora, una tremenda ignorancia ha aquejado y
aqueja al hombre por muy sabio este piense que es. A nosotros se nos hace ridiculo pensar que el sol podria
ser un dios. ¿Por que? Bueno pues debido a que nosotros sabemos que es el sol. ¿Y como lo supimos? Lo
supimos por que siempre estamos buscando respuestas. Esas respuestas llegan tarde o temprano. y se
sobreponen ante lo que parecia tener sentido para la mente sedienta del hombre.
En unos mil años, es probable que esl hombre del futuro mire para atras y diga: ¨Que ignorantes eran
los hombres del siglo veinte, creyendo que todo lo habia creado dios cuando la respuesta era...¨
Lo mismo pensamos nosotros de las supocuciones de los hombres antiguos.
La unica razon por la que ellos pensaban esto es por que eran ignorantes. Las respuestas llegan cuando
el hombre insatisfecho con lo que tiene las busca para darse sentido a si mismo, a su vida. Entonces dios puede
ser definido como la respuesta a la inagotable pregunta de siempre insatisfecho hombre que es: ¿Por que?
Existen otras razones por las que dios fue creado:
Dios es un complejo de ideas engendradas por la bestializacion del hombre, por la naturalza que le
rodea asi como por el yugo de la clase. La lucha de las clases explotadas en su lucha contra los explotadores,
engendra la fe en una vida mejor mas haya de la muerte tan inevitable como la impotencia salvaje en su lucha
con la naturaleza engendra la fe en los dioses, los demonios y los milagros.
Aquel que trabaja y vive en la miseria toda su vida la religion le enseña a ser humilde y resignado toda
su vida terrenal y a reconfortarse en la esperanza del premio celestial.
Eso es lo que engendra la creencia en un dios, el que sea, por que el hombre necesita vivir tranquilo,
sin preocupaciones en la desgracia humana. Asi el hombre tiene la necesidad de creer que dios se va a ocupar
de resolver todas esas desgracias humanas que el, al parecer, no es capaz de resolver cuando nosotros somos
los que creamos nuestras propias maldiciones y castigos.
Desgraciadamente la misma existencia de la desgracia humana , del hambre, del dolor, de la injusticia,
de las enfermedades, de las guerras, del odio, etc prueban que no existe tal dios salvador del hombre. El
hombre es el salvador de si mismo y este no es un dios.
Si dios nos da la razon, por que la razon no puede por si sola probar la existencia de dios. Si la razon es
dada por dios, entonces por que la razon por si sola no puede explicarse a si misma la existencia de dios. eso es
algo que mi razon no se puede explicar.
Hay quien me podria decir: El amor existe y sin embargo el amor no tiene forma, ni color, ni olor, ni
sentido. Por tanto no es necesario comprender a Dios ni verlo para saber que existe.
Lo que nosotros contestariamos es que el amor entiende a una de las necesidades basicas del
hombre( de eso es de lo que se ocupa la psicologia, de explicar por que es que tenemos necesidades no es solo
que la stengamos y ya.).
Si el amor es el nombre que nosotros los hombres le damos a cuando por fin nos llegan las ganas de
estar con alguien y lo que sentimos por ese alguien lo explicamos por medio del amor, entonces dios podria ser
el nombre que el hombre le dio a la nada en el momento en que dejo de entender esta misma. "Todo es dios".
Desde sus origenes, la relacion del hombre y la naturaleza se ha caracteriizado por dos cosas:
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Primero: el total dominio que las todopoderosas fuerzas de la naturaleza ejercen sobre los impotentes
hombres que son incapaces de entenderlas siquiera, y ya no digamos controlarlas.
Segundo: el dominio que poco a poco, el hombre, gracias ha sus instrumentos de trabajo, medios de
produccion e inventos, todos estos fruto de su enorme capacidad mental, ha hido consiguiendo sobre la
naturaleza. A medida que el hombre entiende y razona, va descartando ideas obsoletas que obstruyen su
pensamiento y razonamiento.
El padre de la teoria del causalismo, santo tomas de aquino, dijo: de la relacion causa-efecto se llega a
la idea de una causa ultima:todas las cosas dependen de alguna otra para existir. Por lo tanto la teoria aquinista
se destruye a si misma: Si dios creo todo, quien creo a dios. Si todo tiene que tener una causa entonces cual es
la causa de dios. Si la teoria aquinista es correcta entonces esta misma esta equivocada pues todo depende de
otra/s cosa para vivir, y si la teoria esta equivocada o sea que no todo dependa de algo para existir en este caso
dios entonces quien asegura que el hombre depende de dios.
Por otro lado, la ciencia, cosa creada por el hombre para tratar de explicarse lo que no entiende, ha
demostrado que lo que nosotros conocemos como materia y energia que es de lo que esta formado todo no se
puede ni crear ni destruir. Entonces que sentido tiene decir que dios creo algo que no se puede ni crear ni
destruir.
Decir que se cree en dios , y que dios maneja todo:el sol, la luna , las estrellas, nuestras vidas; que hay
que complacerlo para que nos mande cosas buenas; que si hacemos que se enfade y rabie nos mandara
castigos merecidos( terremotos, tornados, erupciones volcanicas, enfermedades, separaciones amorosas, la
muerte) y nos mandara al infierno a sufrir eternamente aunque el predique amor; son un razonamiento muy
simple, creible, razonable y logico para los hombres ignorantes de todo.
Esta fue la primer ideologia de una religion y la base de todas. Afortunadamente existen gentes como
los ateos que no se dejan llevar por estas "concepciones"de la vida y buscan una respuesta mas hayá de lo que
es impuesto por la sociedad cristiana (o cualquier otra religiosa) . es muy dificil probar que no existe ya que
nosotros estamos buscando las pruebas en la razon y en el razonamiento y es muy dificil ponerse en contra de
argumentos que durante tantos años han regido la vida de los hombres de una manera en que el hombre ha
encontrado una respuesta coherente, logica, creible, y sobre todo a la mano de todos, hacia todo lo que no
entiende y el hombre se lo explica con la creencia de una creencia.
Este es un punto que tiene que ser entendido primero:
¿Crees en creencias? nosotros no, pero pasa que si yo pregunto ¿Crees en el sol? ¿Crees en una rosa?
¿Crees en un rio? ¿Crees en el amor? Nadie pregunta eso por que no hay necesidad de hacerlo. Son cosas que
son, que estan, que existen. Las cosas o existen o no existen. Creamos o no creamos que una rosa o el sol
existen esto realmente no importa mucho ya que existen aunqe no queramos, tal como el dolor, el hambre, el
odio, el sida, el amor, la muerte ,etc.
Con esto se concibe que solo se cree en ficciones no en verdades y en hechos ya que las cosas son por
si solas. Por lo tanto si yo digo ¿Crees en dios? Al decir si. La gente se contradice. Por que solo creemos en
ficciones. Si dios realmente existiera. No nos preguntariamos si creemos en el.
Una de las cosas mas significativas que hay que entender sobre la mente del hombre es que siempre
esta buscando respuestas a todo y sobre todo a cosas que lo perturban tanto como el significado de la vida, si
es que esta tiene significado alguno.
Asi pues el hombre creo a dios como una ficcion tratando de explicar lo que el por si solo no podia: El
significado de la vida. sin dios, el mundo se vuelve accidental, sin sentido, y deja de ser una creacion de un dios
sabio que lo creo todo para nosotros y eso para el hombre siempre dependiente de algo no es posible.
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Por eso el hombre crea todo tipo de creencias o ficciones como dios, El nirvana, los cielos, el paraiso, la
otra vida despues de la muerte y se crea todo un sistema religioso, pero todo eso no es mas que una creencia
que obedece a ciertas necesidades psicologicas.
Dios es la mas grande ficcion jamas creada por el hombre. Yo no puedo decir dios existe o dios no
existe. No tiene sentido, como tampoco tiene senitdo preguntarse sobre el significado de una rosa o el
significaso de una nube flotando en el cielo. Simplemente no hay un significado y sin embargo tienen una
tremenda belleza, una rosa no tiene un significado propio pero a la hora de cortarla, entregarla y decir te amo
entonces cambia la cosa. La rosa aun sin tener un significado propio representa lo que el "usuario" de la rosa
quiere que signifique. A eso es a lo nos referimos cuando decimos que ningun dios, por muy convincente que
sea la concepcion de este,tiene que ver en nuestra vida real ya que aunque nosotros creamos que dios rige
nuestra vida nosotros tenemos total control sobre esta, ya que nacemos completamente libres.
Por eso nosotros decimos: no creas en ficciones por que una vez que tu creas o inventas una ficcion
tienes que crear mil y una ficciones mas para sostener la primera en nuestra realidad.
No existe dios sentado en los cielos creando, ni corrigiendo al mundo ¿O crees que dios crearia un
desorden tal como esto que llamamos mundo? Es por eso que la biblia no es mas que un absurdo completo ya
que la biblia es el intento del hombre de mantener en pie su primera y mas grande creencia o ficion:dios
RAZONES CIENTIFICAS
Hubo una epoca en donde todos creian en Dios y la iglesia gobernaba. A este periodo se le llamó el
obscurantismo. Epoca donde la ciencia practicamente no tuvo avanzes, las plagas y las guerras destruyeron
ciudades enteras y hay poco que apreciar de esa epoca.
Cientificamente hablando. Basandonos en principios de la fisica o la química; la existencia de Dios
resulta un obstaculo para el avance de la ciencia.
La ley de la conservación de la materia nos dice. ¨La materia no se crea ni se destruye, tan solo se
transforma¨ Lo cual nos da incapie a decir que en realidad no la crea nadie, si no que siempre estuvo y por lo
tanto es infinita. No podemos explicar el principio de la existencia del universo en una simple teoria. Hay
demasiadas cosas que se desconocen y demasiadas galaxias por descubrir. Areas que nunca se han explorado.
No por eso vamos a atribuir la creación del universo a un ser superior capaz de crear un existir.
Cada atomo, cada celula del ser es todo un proceso que evoluciona por si solo. El mundo tiene millonez
de interrogantes sobre su origen. La solución mas facil sería irnos por la explicacion que requiere menos
dolores de cabeza y dudas. ¨Dios creo todo¨ Es sencillo para el ignorante y mas aun para el miedoso. En el siglo
XVII el papa declaró que no quedaba nada por inventarse. Que la humanidad había llegado a un punto en
donde no se podían inventar mas cosas.
Afortunadamente el resto de la humanidad no penso así y ahora contamos con un sin numero de
avanzes tecnologicos que hace 100 años hubieran parecido imposibles. Pero el mundo es mas viejo de lo que
en un principio la religion declaraba.
Son millones de años de evolución y siglos bloqueados por la religion. La ciencia siempre ha sido
obstruida por la ignarancia y el temor del que busca mantener a las masas en orden.
Napoleon lo dijo ¨La religion es justo lo necesario para mantener a la gente comun callada.¨ Creo que el
no hubiera sido nadie si hubiera seguido con todo lo que le dijeron que debía ser.
Pero el romper con la rutina y las tradiciones es lo que nos trae el progreso. La ciencia es la respuesta a
todo. El misticismo y el miedo son el obstaculo a superar.
Hoy en día se puede crear vida a partir de un zygote mientras que hace un siglo se decía que solo
Dios y la mujer podían creer la vida humana.
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Hoy en día no existen pruebas cientificas que nos puedan comprobar la existencia de Dios. ¨Tampoco el
alma¨ dicen algunos. Pero hay partes del cerebro que aun no se han investigado y
dominado.
El cuerpo humano no es perfecto pero si perfectible. La realidad es que no existe nada perfecto. Todo
tiene sus defectos. Y el buscar un ser superior para no temer es uno de los errores mas grandes del hombre.
El cerebro es una maquina muy complicada de la que solo usamos el 6%. Cuando podamos dominarlo a
el 100% todas nuestras dudas serán aclaradas y el miedo será disipado. La existencia de Dios ya no será una
necesidad, si no un mito.
CONOCIMIENTO ANALOGICO DE DIOS
A través de las «cinco vías» tomistas o demostración a posteriori hemos llegado a la existencia de un
Ser origen de cuanto existe -Dios- al que las mismas vías han caracterizado como Primer Motor, Causa Primera,
Ser Necesario, Ser Perfectísimo y Fin Ultimo. Dado que por esas características se nos muestran tan sólo
aspectos de su relación con el mundo creado, procede que ahora nos preguntemos: ¿Cómo será Dios en sí
mismo, cual su naturaleza?
Ha habido autores, como sabemos, que han negado la posibilidad de todo conocimiento sobre Dios.
Sin embargo, en la medida en que nuestros conceptos sobre el ser son analógicos, podemos establecer
propiedades que, encontradas en los seres finitos con carácter de perfección positiva, han de hallarse también
en la Causa de ellos, aunque de un modo especial. A partir del conocimiento de los seres finitos podemos así
elevarnos al conocimiento de los atributos de Dios por tres métodos distintos:
A) El método de negación (vía negativa): Por él negamos de Dios todo lo que signifique imperfección en
los seres de este mundo. Por ejemplo, la materialidad, o la memoria, que implica un ser sucesivo.
B) El método de atribución (vía positiva): Por él aplicamos a Dios las perfecciones reales que
encontramos en los seres creados (la vida, la bondad, el poder...).
C) El método de sublimación (vía de eminencia): Por él elevamos a grado infinito esas mismas
perfecciones que a El atribuimos.
Sin embargo, la noción de Dios que obtenemos por estos métodos será siempre meramente analógica
e impropia. A nuestra razón le parece, por ejemplo, que la misericordia infinita y la infinita justicia se excluyen
mutuamente; es decir, que no pueden darse en un mismo sujeto. Sin embargo, en Dios no sólo han de ser
compatibles, sino que deben coincidir hasta fundirse en una y sola realidad, ya que Dios es simple y no admite
composición en su ser.
Cabe entonces tratar de encontrar un fundamento a esas diversas perfecciones por las que nuestra
mente se acerca al ser de Dios, esto es, alguna que sea como el origen y causa de las demás, lo que se llama en
filosofía el constitutivo formal o esencia metafísica.
Existen distintas teorías entre los teólogos sobre este problema del constitutivo formal de Dios. Según
una, este constitutivo radica en la infinitud; para otra estriba en la aseidad.
La primera teoría ha sido defendida principalmente por Duns Escoto (1270-1308), figura cumbre de la
escuela franciscana. Según él, la infinitud radical es la condición previa a cualquier otro atributo que pueda
convenir a Dios, pues solamente en grado infinito puede serle atribuido a Dios cualquier perfección. Dios posee
todos los atributos en grado infinito, precisamente porque es radicalmente infinito.
Puede objetarse, sin embargo, a Escoto que la infinitud no es un concepto radical ni algo sustantivo,
sino que afecta a un sujeto previo. Primero concebimos a un ser; después lo determinamos como finito o
infinito. El motivo de que un ser sea finito (o infinito) no reside en la finitud o infinitud misma sino en alguna
razón metafísica que lo afecte.
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La segunda teoría sostiene que la esencia de Dios reside en su aseidad; es decir, en que es un ser por sí
mismo (a-se), a diferencia del ser de las demás cosas, que es ab-alio (por otro); es decir, debido precisamente a
que Dios les ha otorgado el ser y les mantiene en él. Mientras que la existencia de los seres creados se debe a
que una causa distinta de ellos mismos les otorga el ser determinadamente a una esencia concreta (de forma
tal que los seres finitos no tienen el ser por sí, sino por participación), la existencia de Dios se debe a sí misma,
no depende de otro ser. Por ello, la mejor definición de Dios es, como dijimos, la que consta en el Génesis: Yo
soy el que soy (el que es por sí mismo, no por otro). Esta doctrina de la aseidad como constitutivo formal de
Dios se encuentra en Santo Tomás de Aquino.
NATURALEZA DE DIOS
En la cumbre de las vías de ascenso nos encontramos con Dios, primer motor inmóvil, primera causa
incausada, ser absolutamente necesario, fuente de toda perfección y ordenador de todas las cosas. Desde esas
alturas y echando una mirada comparativa a los lados y hacia abajo no será ya difícil completar un cuadro
descriptivo de los atributos divinos o naturaleza de Dios. El estudio de la esencia divina está estrechamente
vinculado al estudio de su existencia. En realidad, las cosas creadas no sólo son índice de la existencia de Dios,
sino también de su naturaleza, aunque muy imperfectamente.
El método consistir en comparar las perfecciones divinas ya descubiertas con las perfecciones creadas
que nos han orientado a El, discerniendo conveniencias y diversidades según la triple vía de causalidad, de
negación y de excelencia, que no sólo sirve para estudiar la esencia de Dios, sino que ya nos sirvió en la
indagación de su existencia: la vía de causalidad nos lleva a descubrir en Dios la fuente de acción, de ser y de
orden que se encuentran en las cosas; la vía de negación nos enseñará a reconocer a Dios esas perfecciones,
pero purificadas de las limitaciones con que se dan en las creaturas; la vía de excelencia nos sugerirá que las
perfecciones que nos son familiares en este mundo.
Dichas de Dios están infinitamente por encima de toda medida. De ahí que será siempre cierto que de
Dios sabemos más y mejor lo que no es que lo que es. Esta docta ignorancia tiene, sin embargo, su
compensación en la nobleza del objeto conocido: vale más conocer imperfectamente cosas grandes (Dios,
alma, universo) que conocer perfectamente algo insignificante (la estructura de un mineral o una operación
aritmética).
Al estudiar por separado los atributos divinos, huelga decir que no se trata del estudio de cualidades
realmente distintas (en Dios todo es idéntico e inseparable), sino de una distinción de formalidades según
nuestro modo de entender que nos ayude a formar un concepto aproximativo de la omnímoda perfección de
Dios. En este estudio sistemático de los atributos divinos seguiremos el plan de Santo Tomás que hemos
adelantado al final de la introducción. Estudiaremos antes los atributos entitativos que los operativos (el obrar
sigue al ser); antes los absolutos que los relativos (lo relativo no se entiende sin lo absoluto); antes el atributo
fundamental o constitutivo que los derivados.
SIMPLICIDAD Y TRASCENDENCIA DE DIOS
La simplicidad es el atributo más característico o radical de Dios, la nota que lo distingue más
radicalmente de lo que no es Dios. O, en otros términos, la nota más característica y radical de las creaturas en
comparación con Dios en su complejidad o composición; la perfección de Dios es simple; la de las creaturas es
compleja. De ahí que al tratar de la simplicidad de Dios como de su atributo primario, se trata a la vez de la
trascendencia de Dios sobre todas las creaturas.
El modo de entender la simplicidad de Dios será, conforme al método indicado, ir negando en él los
diversos modos de composición que encontramos en las creaturas, que son, de menor a mayor interioridad, los
siguientes: composición extrínseca (adunación de cosas distintas) y composición intrínseca (interior a cada
cosa), y ésta puede ser accidental (de los accidentes entre sí o de los accidentes con la sustancia) o sustancial,
que a su vez puede ser lógica (bien de género con diferencia específica o de lo esencial con lo accidental
predicable) o real, y ésta puede ser física (tanto de partes dimensivas como de partes esenciales) o metafísicas
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(composición de naturaleza y persona, y composición de esencia y existencia). Iremos, pues, viendo
ordenadamente la simplicidad y trascendencia de Dios sobre los diversos órdenes de composición, con lo cual
irá quedando también patente la unidad de simplicidad en contraposición a la unidad de composición de las
cosas distintas de Dios.
1) Inmaterialidad y espiritualidad de Dios. Que Dios sea completamente simple, en contraposición a los
seres compuestos de materia y forma, es decir, que sea totalmente inmaterial o espiritual, es fácilmente
comprobable fijándose en el término de las cinco vías de acceso a Dios.
Al ser primer motor inmóvil, no puede ser material, porque lo material mueve moviéndose o, al menos,
es movible, por ser algo potencial y determinable. Al ser primera causa, agente por esencia, no puede ser
material, porque lo material es pasible por naturaleza. Al ser necesario y a la perfección por esencia le repugna
la composición de materia y forma, porque ello supondría limitación o participación. Tampoco la primera
inteligencia, ordenadora universal, puede ser material, tanto por razón de su intelectualidad como por razón
de su universalidad causal.
Este concepto trascendente de Dios (no siempre logrado, singularmente en la idolatría y en el
panteísmo) no tiene por qué resultar intelectualmente difícil. Sin embargo, el lenguaje humano sobre Dios
difícilmente puede prescindir de expresiones antropomórficas, tan frecuentes incluso en una religión positiva
tan elevada como es la judeo-cristiana.
2) Simplicidad metafísica de Dios. Dios trasciende a todo espíritu creado, sobre todo por su mayor
simplicidad en la perfección: Dios está por encima de la «composición metafísica» de todos los seres creados;
en Dios no se da composición de naturaleza y persona, ni de esencia y existencia.
Resulta, pues, claro en que consiste, en última instancia, la trascendencia absoluta de Dios, su
constitutivo formal y su distinción última respecto de todo lo que no es Dios. Esencia o naturaleza significa el
principio ontológico (o síntesis de principios) que constituye a una cosa en determinada especie, la hace sujeto
de propiedades y operaciones, y la diferencia radicalmente de las demás. Persona (= sujeto, supuesto,
individuo) es el individuo subsistente de naturaleza intelectual (Santo Tomás) o sustancia individual de
naturaleza racional (Boecio).
Existencia significa el acto de ser, la perfección intensiva última de todo lo real que es más que el mero
perdurar temporal. Que Dios sea una naturaleza o esencia (divinidad), que sea persona, y que sea existente o
existencia es fácil de advertir con mirar al término de las demostraciones de la existencia de Dios: no sólo es
existente y principio de toda existencia, sino ser necesario por naturaleza, fuente de toda perfección e
inteligencia ordenadora de todas las cosas; es decir, naturaleza suprema fuente de todo existir.
Con igual rigor se puede concluir que en Dios no se da distinción real alguna entre naturaleza, persona
y existencia, y en eso precisamente esta su más radical distinción respecto de las creaturas.
No distinción entre naturaleza y persona, porque esta distinción, reconocida en el hombre, presupone
otra complejidad en que se funda: el hecho de la individuación por la materia, con la consiguiente distinción
entre lo específico y lo individual en cada naturaleza existente. La distinción entre lo accidental o transitorio y
lo sustancial y permanente; la distinción entre la naturaleza y su actuación existencial.
De ahí que la persona humana no sea naturaleza, ni sea accidentes, ni sea existencia, sino que tiene
naturaleza, tiene accidentes, tiene existencia. Dios, en cambio, en quien no hay composición de materia y
forma, ni de sustancia y accidentes, ni de esencia y existencia (como veremos), no tiene existencia, sino que es
existencia, no tiene divinidad, sino que es divinidad, y ni tiene ni es materia o accidentes.
Por otra parte, de mediar tal distinción real y suponer composición de naturaleza y persona, ambas
partes se limitarían mutuamente y la naturaleza tendría razón de forma en el conjunto, todo lo cual repugna a
Dios, Acto puro y Subsistente, según quedó descubierto en el término de las vías, que nos llevaron a la «natura
naturans», naturaleza subsistente y operativa.
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No distinción real entre naturaleza y existencia, no solo porque el existir de Dios es esencial (tercera
vía), sino porque la distinción real y consiguiente composición de esencia y existencia implicaría dependencia
de la existencia respecto de la esencia o de un tercer principio distinto (lo cual repugna a Dios como Primera
Causa incausada), y que la existencia (que es «forma de las formas») actuaría la potencialidad correlativa de la
esencia, lo cual repugna a Dios. Acto puro.
En conclusión, la existencia es esencial a Dios (no a creatura alguna), y la esencia de Dios es su existir.
Dios es el «ipsum esse subsistens».
3) Inmiscuibilidad de Dios con el mundo. No habiendo en Dios composición interna a nivel entitativo ni
a nivel sustancial, es fácil concluir que no cabe hacer sobre El composiciones lógicas de género y diferencia, de
especie y accidentes predicables. A Dios no se le puede «comprender» en una «definición». Siendo, además,
subsistente por esencia, es claro que en Dios no se dan accidentes de ningún orden (ni materiales, ni
espirituales, ni estáticos, ni dinámicos). Ello ha de ser tenido muy en cuenta al querer entender las relaciones
temporales de Dios con el mundo, o mejor, del mundo con Dios. Con esto tenemos despejado el tema de la
simplicidad de Dios en sí mismo. Dios no tiene partes. Pero, ¿es o puede ser Dios parte de un todo con el
mundo? Queda esto por dilucidar.
No se trata propiamente de rechazar el panteísmo, que queda suficientemente descartado al
constarnos la existencia de un Dios trascendente y personal, completamente simple, y, por tanto, radicalmente
distinto de este mundo tan complejo. Tampoco se pueden negar relaciones extrínsecas del mundo con Dios,
dada la real y total dependencia que todas las cosas tienen de Dios, que es justamente lo que ha hecho posible
el acceso gnoseológico a El. La pregunta es sobre una hipotética composición real e interna de Dios y el mundo,
formando un todo unitario. La historia del pensamiento registra, a lo largo de su evolución, ideas muy
singulares al respecto.
Recordemos, en primer lugar, como extremo de referencia, la identificación de Dios y el mundo, bien
por absorción del mundo en Dios (= acosmismo-panteísta), o bien por absorción de Dios en el mundo (=
ateísmo o pancosmismo). Ambas concepciones han revestido históricamente o la forma monista (un solo ser
eterno, sea inmutable o en continua transformación), o la forma pluralista, que admite multiplicidad de seres
como manifestaciones o emanaciones de un ser único y eterno (Dios o la materia).
La idea de la composición Dios-mundo (mal llamada «semipanteísta», que suena a medio-total) que
tratamos de analizar aquí, ha revestido también históricamente dos formas: bien de composición estática,
suponiendo que Dios es el alma o elemento formal del mundo (Estoicos, Amalrico de Bene, J. T. Robinson) o
incluso su materia prima (David de Dinant), o bien de composición dinámica, y esto o en forma descendente (el
alma, emanación sustancial de Dios: Prisciliano, Juan Oria), o en forma ascendente (el alma llega a divinizarse,
según las explicaciones de Eckart, M. Molinos y T. de Chardin).
La verdad es que Dios no puede entrar en composición interna con las cosas, ni las cosas con El. En
primer lugar, por ser Dios la causa eficiente primera y análoga de todas las cosas, no puede entrar en
composición interna con ellas, ni como principio informable ni como principio informante. La causa eficiente, y
máxime siendo primera y análoga, difiere completamente del efecto. Además, siendo Dios agente personal, no
puede ser parte de un todo unitario, puesto que la condición de parte es incompatible con el ser personal. Igual
imposibilidad resulta de considerar que Dios es el primer ser, es decir, ser por esencia (no por participación) y
acto puro, pues las partes de un compuesto no son por esencia, sino por participación; y lo que entra en
composición deja de ser acto puro sin más.
La vinculación extrínseca del mundo a Dios y la similitud analógica entre ambos términos tiene
suficiente explicación en la causalidad eficiente de Dios sobre todas las cosas sin incidir en el panteísmo ni en la
confusión o mixtura cosmoteísta.
PERFECCION Y BONDAD DIVINAS
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El tema de la perfección de Dios surge espontáneamente después de lo expuesto: en nuestro orden de
cosas lo simple es lo imperfecto; la perfección importa integridad («bonum ex integra causa»). Dios no es
compuesto como las cosas creadas; tampoco es simple como las cosas elementales. Pero es omniperfecto,
fuente de toda perfección, sumamente bueno. Ser perfecto significa, tanto etimológicamente (de «perfacio»:
terminar o completar) como en el uso lingüístico, no carecer de nada de lo que se puede ser o tener: ni interna
ni externamente; ni en el orden sustancial ni en el de los accidentes.
Refiriéndonos a Dios, la perfección no puede entenderse lógicamente como término de consecución o
como resultado. El concepto de bondad es el mismo concepto de perfección, pero con matiz de finalidad o
apetibilidad: el bien es lo perfecto, lo pleno de ser, en cuanto apto o capaz de ser apetecido o finalizar: «bonum
est quod omnia appetunt». Es uno de los atributos trascendentales del ser, convertible con El. Su opuesto, el
mal, es la ausencia de la perfección de vida en un sujeto. Digamos, pues, que:
1) Dios es omniperfecto. Se comprende fácilmente pensando que Dios es la causa eficiente primera y
principal de todas las perfecciones creadas, y que es el ser por esencia, de quien participan todas las cosas todo
lo que son.
La causa eficiente no obra si no es en razón de su actualidad o perfección existente en ella; su acción es
difusión o comunicación de la perfección que tiene o es, bien sea del mismo orden o grado (cuando se trata de
causas unívocas), o de grado superior (cuando se trata de causas análogas). Siendo Dios causa eficiente de
todo, y, además, en orden de principalidad (no causa instrumental ni ocasional) y trascendencia (causa primera
de todo), no puede menos de contener en sí, en plenitud desbordante y trascendente, toda la perfección de
todas las cosas. Por ser causa principal ha de precontener la perfección de lo causado, y por ser causa primera y
análoga, esta contención ha de ser de mayor plenitud; los efectos no pueden revelarla adecuadamente.
Siendo Dios el ser por esencia, se infiere igualmente con todo rigor que todo lo existente distinto de
Dios, que cualquier forma o modo de ser (vivir, entender, durar), nace o deriva de Dios. Dios es principio de
todo, «in ratione entis», y el ser así entendido (intensivamente en el último grado de abstracción formal)
implica todas las perfecciones: «omnes perfectiones pertinent ad perfectionem essendi», dice Santo Tomás al
respecto.
2) En Dios existen formal y eminentemente todas las perfecciones puras, y, virtualmente, todas las
perfecciones mixtas, sin composición real alguna por parte de Dios, aunque sí de razón, fundada en nuestro
modo de entender. Se llaman perfecciones puras las que no importan limitación o imperfección alguna, como
son la vida, el conocimiento, el amor y todos los trascendentales (ser, verdad, bondad, belleza, unidad); y se
llaman mixtas las que importan alguna imperfección o limitación, como sentir, razonar, elegir, desear.
Se dice que un ser o una perfección se da virtualmente en otro en cuanto que depende de él por influjo
causal extrínseco (como la planta depende de la semilla); y «formalmente», en cuanto que conveniencia en la
forma, bien sea unívocamente (como padre e hijo), bien sea analógicamente, esto es, en distinto orden, con
prioridad esencial de uno respecto del otro.
Pues bien, las perfecciones puras trascendentales existen formalmente en Dios en grado tan eminente
que son convertibles con él: como su naturaleza es su ser, así es también su verdad, su bondad, su belleza, su
unidad. Igual que se dice que Dios no tiene divinidad, sino que es divinidad, debe decirse que Dios no tiene
verdad, bondad, belleza, sino que es la verdad, la bondad, la belleza; y que su bondad es su verdad: y que su
verdad es su belleza, etcétera. Y lo mismo cabe decir de las demás perfecciones puras, aunque no sean
trascendentales (vida, conocimiento, amor, etcétera).
Las perfecciones mixtas no pueden darse o preexistir en Dios más que virtual o causalmente, dada la
incompatibilidad formal con las perfecciones puras. Dios no es cuerpo, pero causa la perfección corporal; no es
sensible, pero causa el ser sensible: como tampoco la semilla es planta, pero la causa; los principios no son
ciencia, pero la causan.
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En todo caso, aun tratándose de perfecciones puras, debe tenerse en cuenta que, para referir a Dios las
perfecciones que nos son conocidas en este mundo, deben ser depuradas o abstraídas de la modalidad
mundana para poder verlas formalmente en Dios; de lo contrario se caería en un inaceptable
antropomorfismo. Así, la sabiduría se da en Dios y en el hombre, pero en éste está en condición de hábito,
accidental y discursivo, que no tiene la sabiduría divina; la personalidad se da en Dios y en el hombre, pero en
el hombre tiene una serie de notas (individuación, racionalidad, deber) que no se dan formalmente en Dios.
En Dios se dan, pues, todas las perfecciones sin distinción o composición real alguna; la distinción (de
razón) la hacemos nosotros conforme a nuestro modo peculiar de entender distinta y limitadamente las
perfecciones observables en este mundo.
3) Las perfecciones creadas son efecto y reflejo de la perfección divina en diversos ordenes y grados de
similitud. Este aspecto es fácilmente comprensible dada por supuesta la universalidad de la causalidad eficiente
de Dios, y dada también por supuesta la eficacia asimilativa de toda causa eficiente: «omne agens agit sibi
simile», obra según su forma, y, por tanto, conforma el efecto a la causa, lo asimila. Por otra parte, tratándose
de una causa trascendente y libre, ya se ve la posibilidad indefinida de grados diversos de participación o
creación.
4) Finalmente, de lo dicho resulta obvio que Dios no sólo es bueno, sino que es el bien por esencia, al
que, de una manera u otra, «omnia appetunt», incluso los ateos y pecadores, que, al realizar su voluntad de
espaldas a Dios, perversamente le imitan, al decir de San Agustín.
INFINITUD Y UBICUIDAD DE DIOS
Los atributos anteriores de la simplicidad y omniperfección de Dios nos inducen a estos otros dos.
Tanto lo simple como lo perfecto parecen indicar algo determinado, acabado, en contraposición a los seres
compuestos e imperfectos. Al ser Dios simple y perfecto, «ser delimitado y diferenciado, y no indeterminado o
infinito» Esta consideración cuasi extensiva de la divinidad, si se considera estáticamente da lugar al problema
de su infinitud y omnipresencia o ubicuidad; y si se considera dinámicamente, da lugar al problema de la
inmutabilidad y eternidad.
1) Dios es infinito absolutamente por ser acto puro y subsistente en el orden más radical del ser, y
carecer, por tanto, de todo principio interno o externo de limitación. Se trata, pues, de una infinitud intensiva,
de perfección; no de indeterminación o potencialidad. Es claro que el atributo de infinitud, si bien tiene
fórmula negativa (infinito), en realidad se trata de una perfección positiva: es negación de negación (no-fin, no-
término); y, aunque la expresión sea de orden extensivo, no debe entenderse imaginativamente como
magnitud espacial ilimitada.
2) La omnipresencia de Dios no es menos obvia intelectualmente: siendo Dios infinito, totalmente
incircunscriptible, se sigue que esté en todas las cosas y lugares, que sea ubicuo, presente en todo. Así, aunque
parezca paradójico, la consideración de la trascendencia divina nos lleva a la de la inmanencia. Es más: Dios va
a resultar máximamente inmanente a todo en razón precisamente de su trascendencia. Así se unen ambos
extremos sin caer ni en el panteísmo o inmanentismo religioso, ni en el deísmo extrinsecista.
En el sistema de Santo Tomás el atributo de la presencia divina, la más íntima de todas, en todo ser y
en todo orden, tiene una explicación de máxima profundidad y consistencia. La verdad de la trascendencia
divina es precisamente la razón de su máxima inmanencia y de la exclusividad divina de este atributo. Y es que,
al ser Dios el ser por esencia, la existencia esencial ha de ser la causa propia y, por tanto, inmediata de todos
los seres y de todo el ser por participación; su influjo inmediato es «in omne et in totum esse» (en todo y
totalmente). Siendo, pues, el ser lo más íntimo, lo más formal, lo más comprensivo de las cosas, la acción de
Dios en las cosas y acciones creadas es la más íntima y profunda de todas. Por otra parte, la acción de Dios no
se distingue de la naturaleza divina, ni de su inteligencia, ni de su persona. De ahí que donde esté la acción
inmediata de Dios allí está inmediatamente su naturaleza, su inteligencia y su persona.
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La inmediación de acción es inseparable de la inmediación personal y cognoscitiva: está en todo lo que
son y hacen, siendo y obrando y conociendo («per essentiam, potentian et praesentiam», según la fórmula
clásica). Por eso Dios está más presente en nosotros que nosotros mismos: que ni nos conocemos inmediata y
perfectamente (nos conocemos por reflexiones parciales), ni nos damos totalmente nuestros actos, ni tenemos
la existencia en propiedad original. Más bien, según frase genial de San Pablo, «en El vivimos, nos movemos y
existimos».
LA INMUTABILIDAD Y ETERNIDAD DE DIOS
La simplicidad infinita de Dios nos lleva lógicamente a su inmutabilidad absoluta, tanto en el ser como
en el obrar, tanto en el conocer como en el amar; y la inmutabilidad nos lleva a la eternidad; lo mismo que, por
contraposición, la limitación y complejidad de las cosas explica su mutabilidad, y la mutación lleva consigo la
temporalidad.
Inmutabilidad significa, como indica el mismo nombre, negación de posibilidad de mutación. Es la
condición de lo perfectamente estable o fijo. Tratándose de Dios, la inmutabilidad ha de entenderse
naturalmente en el sentido de inmutabilidad de perfección o plenitud de ser, no de impotencia, inercia o
muerte. Algo así como antes distinguíamos la infinitud que era imperfección (= indeterminación) de la infinitud
que era plenitud.
También en el orden humano distinguimos la inmutabilidad que resulta de la posesión del bien o de la
verdad de la inmutabilidad, que es inapetencia, abulia o escepticismo. Sobre la eternidad se ha hecho clásica la
descripción de Boecio: «interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio» (De Consolatione, Lib. 5, prosa 6).
Etimológicamente es una contracción de la «aeviternitas» latina (de «aeviternum» = triple edad, esto es,
pasado-presente-futuro). Podríamos traducir la noción de Boecio por: duración interminable sin sucesión (la
antítesis del tiempo).
La inmutabilidad de Dios va implicada: tanto en la verdad de que Dios es motor universal, acto puro, a
quien es extraña cualquier potencialidad; como en la verdad de la absoluta simplicidad de Dios; como en la
verdad de su infinitud e inmensidad. Todo ello implica necesariamente absoluta inmovilidad, esencial
necesidad.
La eternidad, en contraposición a la finitud temporal, es inseparable de dicha inmutabilidad, como el
tiempo lo es de la mutación.
Ahora bien, estos atributos, muy positivos en sí, nosotros los concebimos relativa y negativamente en
comparación con lo mudable y sucesivo. Al hacer esta comparación se impone superar concepciones
imaginativas. La inmutabilidad de Dios no es inmovilismo inerte, sino perfecta estabilidad vital por saturación o
plenitud de ser.
Esta inmutabilidad, en razón precisamente de la inmensidad y omnipresencia divinas en todo, es
perfectamente compatible con la novedad, historicidad y contingencia reales en las correlaciones Dios-hombre,
Dios-mundo: cabe toda la gama de variaciones reales en esta correlación al variar realmente las cosas cara a
Dios inmutable íntimamente presente en todo. De modo parecido, la eternidad de Dios no se debe concebir
imaginariamente como una duración ilimitada anterior y posteriormente al tiempo presente. No es
propiamente duración; es un «nunc stans», un presente trascendente, no un «nunc fluens»; es el mismo
«esse» divino, distinto del existir derivado («ex-sistere») de lo participado.
COGNOSCIBILIDAD Y FABILIDAD DIVINAS
Después de estudiar los atributos entitativos de Dios, Santo Tomás dedica dos cuestiones a reflexionar
sobre la naturaleza de nuestro conocimiento de Dios y sobre el valor de nuestro lenguaje teológico (cuestiones
12 y 13 de la Suma Teológica): la naturaleza de Dios en nuestro pensar y hablar. A estas alturas ya sabemos que
podemos conocer la existencia y, de algún modo, su naturaleza. «Cómo es este conocimiento y cómo es
traducible en palabras humanas?
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Prescindiendo aquí de los modos superiores de conocimiento de Dios, de que se ocupa la Sagrada
Teología (visión inmediata de los bienaventurados y conocimiento por fe sobrenatural), el conocimiento
natural y mediato de la existencia de Dios y atributos divinos tiene su fundamento objetivo en la manifestación
externa de Dios en sus obras, que no pueden menos de reflejarlo, aunque sea de un modo imperfecto o
inadecuado.
Subjetivamente contamos con los siguientes factores de posible acceso a Dios: la percepción sensible
de este mundo, tan apto para sugerir preguntas sobre toda su verdad; nuestra facultad intelectiva y cuestiones
de las causas; los principios de causalidad y de analogía que nos abren el camino hacia lo trascendente,
conforme al triple procedimiento, ya mencionado y usado, de causalidad, negación y eminencia. Así discurre
Santo Tomás : «Nuestro conocimiento natural tiene su principio en los sentidos, y por ello sólo puede alcanzar
hasta donde puede llevarle lo sensible. Más lo sensible no puede elevar la inteligencia hasta ver la esencia
divina, porque las criaturas sensibles son efecto que no se equiparan con el poder de su causa, por lo cual no es
posible conocer con su auxilio todo el poder de Dios, ni, por tanto, ver su esencia.
Sin embargo, como son efectos suyos y de El dependen como de su causa, pueden llevarnos a conocer
la existencia de Dios y lo que necesariamente ha de tener en su calidad de causa primera de todas las cosas,
que sobrepasa a cuanto produce. Por tanto podemos conocer su relación a las criaturas, o sea, que es causa de
todas ellas, y la diferencia entre las criaturas y El, o sea, que no es ninguna de las criaturas que produce y que
esta diferencia no es debida a que le falte nada de lo que las criaturas tienen, sino a su infinita excelencia».
En conformidad con el hecho y el modo de nuestro conocimiento de Dios procede el hecho y el modo
de nuestro lenguaje. Si conocemos a Dios mediante las creaturas, nuestro lenguaje teológico estará también
originado y condicionado por las palabras con que designaremos a las creaturas. Al principio ya hicimos alusión
a la etimología del mismo vocablo «Dios» (de la raíz «div» = luz). Y como para poder entender de algún modo lo
que es Dios tenemos que depurar nuestros conceptos correspondientes a las perfecciones mundanas,
restándoles modalidad humana y potenciándolas intelectualmente, de modo parecido las palabras de
significación original humana, al aplicarlas a Dios, han de ser depuradas y matizadas en su nueva y superior
significación.
De ahí la abundancia de terminología teológica negativa (inmenso, infinito, incomprensible, inmóvil...)
y amplificadora (omnipotente, omnisciente, óptimo, sobrenatural, trascendente...). Y así como en la intelección
de Dios se ha de superar tanto el equivocismo agnóstico (= de Dios no podemos conocer nada que se parezca a
las creaturas) como el antropomorfismo univocista (= pensar a Dios al modo de hombre) así también en la
locución no basta conformarse con la inefabilidad del misterio de Dios (= de Dios no se puede decir nada
positivamenle), ni se debe trivializar a las realidades divinas hablando de ellas en términos humanos y
sociológicos. En otras palabras, en Teología (tanto sobrenatural como natural) es fundamental el uso continuo
de la doctrina de la analogía de los conceptos y de las palabras. No es, pues, sorprendente que los grandes
tratados sobre analogía se deban a dos grandes teólogos (Cayetano y Ramírez).
ATRIBUTOS DINAMICOS DE DIOS
Sabiendo que Dios es espíritu y ser personal, sus atributos de orden dinámico u operacional han de ser
espirituales, concretamente conocimiento y volición. El obrar de Dios (su potencia), lo mismo que su vivir,
consiste en conocer y querer o amar.
Después de lo expuesto, resulta fácil entender que en Dios se dan formalmente estos dos atributos:
inteligencia y voluntad, sabiduría y amor. Y ello no sólo por estar reflejados en la obra que nos sirvió de punto
de partida de la quinta vía (que denunciaba la existencia de una inteligencia ordenadora y eficaz en Dios), sino
también por tratarse de perfecciones puras, que han de darse en Dios, de acuerdo con el término de la cuarta
vía. Además, sabiendo que Dios es acto puro, sumamente inmaterial, es fácilmente comprensible que sea
sumamente inteligente y libre (puro entender y amar, sin necesidad de facultad o hábito), puesto que la
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inmaterialidad positiva es la raíz de la intelección y de la libertad. Su conocer y amar es su mismo existir, su
mismo ser.
Tampoco es difícil comprender que el objeto propio, cuasi especificativo, del conocer y amar divinos
sea su propia verdad y su propia bondad, esto es, su propio ser autoposeyéndose intelectual y volitivamente; y
que al conocer y amar las cosas que no sean Dios, ha de ser a través de sí mismo, sin dependencia causal-
objetiva alguna respecto de las cosas. Con la máxima brevedad: Dios no conoce y ama las cosas porque se le
presenten verdaderas y buenas, sino que son verdaderas y buenas porque Dios las conoce y ama; su conocer es
causal, no causado.
La gran dificultad ocurre al querer ver cómo se proyectan estos atributos divinos sobre nuestro mundo
que, por su opacidad y variabilidad en muchos aspectos, parece refractario a una providencia divina
omnisciente e infrustrable. Concretamente, ¿cómo es posible que conozca con la perfección propia de Dios los
futuros contingentes, los secretos del corazón, los pecados tenebrosos de los hombres? Parece que lo
contingente futuro no puede ser objeto de conocimiento necesario; los movimientos del corazón del hombre,
tampoco, debido a su volubilidad; y el mal carece de entidad cognoscible. He ahí la primera aporía.
Por otra parte, la acción de Dios, su volición eficaz, ¿de qué manera compagina con la libertad
constitutiva del hombre y con la frustración de tantas ordenaciones naturales?
Tanto los teólogos como los metafísicos han derrochado tiempo de reflexión e ingenio para responder
a estas cuestiones. Sin pretender esclarecer satisfactoriamente el tema, sino en orden a sugerir caminos de
salida en claroscuro, y a obviar la fuerza de las aporías apuntadas, advirtamos esto:
1. Que Dios conozca y ame todo lo que es distinto de él, por insignificante y contingente que sea, es
exigencia de su condición de ser por esencia. Todo lo que existe, existió o existirá, en Dios es un presente
eterno e invariable, sin opacidad o mutabilidad alguna. Nada hay de ser en las cosas que no esté en Dios
bañado de luz (recuérdese lo dicho sobre la razón de la omnipresencia de Dios) y nada existe que no proceda
de su ordenación libre, inteligente y eficaz.
2. El obrar de Dios sobre la voluntad libre de los hombres no destruye ni limita la libre elección, porque
Dios, en razón de su trascendencia, es más íntimo, más inmanente a nosotros que nosotros mismos. Y como no
repugna al acto libre proceder casualmente de la propia voluntad, no le repugna, «a fortiori», proceder
causalmente de lo que es sostén de la misma voluntad. No se debe concebir antropomórficamente la acción de
Dios sobre la voluntad como si fuese la acción de otro agente del mismo orden, totalmente extrínseco a su ser.
Por ahí va la solución más satisfactoria a este eterno problema.
3. El mal libre (mal moral) y las demás frustraciones naturales (mal físico) no se escapan a la mirada
causal de Dios, porque lo que tienen de ser (el mal no es algo positivo, sino privación de ser en el ser)
dependen de Dios positivamente. Y la formalidad de mal o privación (no ser) no es cognoscible en sí (ni para
Dios ni para nadie), sino a través del ser deficiente y de sus causas defectibles y defectuosas. Todos los hilos del
devenir defectible y defectuoso, en lo que tienen de ser, están en las manos de Dios; y este aspecto positivo es
la única cara cognoscible, pero suficiente para conocer lo que el mal es: conociendo al ser deficiente se conoce
el defecto. Por ahí está la salida al gran problema del mal dentro de la providencia perfecta de Dios.
EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO
La providencia o gobierno de Dios sobre el mundo y sus criaturas plantea el problema teológico de la
existencia del mal en el mundo. Si Dios ha querido desde la eternidad un orden del Universo, ¿cómo ser
compatible el mal existente con su sabiduría y bondad infinitas? ¿Cómo permite Dios el mal siendo providente?
A este problema, difícil para la mente humana, han dado los teólogos y filósofos diversas soluciones:
La primera consiste en suponer que el mal existe sólo en la mínima proporción indispensable para que
resalte la máxima cantidad de bien posible. El mal sería para esta teoría como el fondo oscuro de un cuadro,
necesario para que se aprecien en el la luz y los colores. Propuso esta teoría Leibniz, bajo el nombre de
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«optimismo universal». Según ella, este mundo será «el mejor de los mundos posibles», y por eso ha sido
elegido por Dios en su previsión. El mal, como condición del bien, sólo en apariencia podrá considerarse
verdadero mal.
Una segunda solución consiste en admitir la existencia del mal como realidad positiva, pero referir su
origen, no a Dios, sino a un principio maligno en lucha con Dios. Es doctrina de ciertas religiones orientales
(Zoroastro) y del maniqueísmo. Esta posición es absurda, porque atenta contra la omnipotencia divina y no se
concilia con la infinitud y unicidad de Dios.
Una tercera solución, en fin, admitiría la realidad del mal, pero no como entidad positiva, sino como
una entidad privativa. Según esta solución, el mal existe, no es un mero elemento del bien conjunto. Pero no
existe de un modo positivo, sino de un modo privativo: como privación de la perfección debida a un ser. Por
consiguiente, Dios no es causa del mal, pues Dios es sólo causa de lo que es, no de lo que no es.
Pero el mal es eficaz, no por sí mismo, sino por el ser del que es como parásito. Por consiguiente, en la
medida que el ser afectado de privaciones sea más poderoso, el mal será también más terrible. De aquí que el
mal moral sea una mutilación de consecuencias mucho más temibles que el mal físico. Si la providencia, con
todo, permite estas privaciones es para ordenarlas a un bien superior; por ejemplo, el pecado es permitido en
gracia a la libertad del hombre y a sus posibilidades libres de salvación.
DIOS Y EL MUNDO. CREACION Y PROVIDENCIA
Las pruebas a posteriori de la existencia divina nos mostraron a Dios como Causa Primera, Primer
Motor, etc., de los seres de nuestra experiencia. El mundo, pues, no existe por sí (es contingente), y tampoco
puede haber brotado de la sustancia divina (panteísmo emanatista), porque tal hipótesis contradice la
simplicidad del ser de Dios, y en su caso las cosas de este mundo tendrían los atributos de la divinidad. El
mundo, en consecuencia, ha tenido que ser creado por Dios, esto es, producido por El de la nada (ex nihilo), sin
materia alguna preexistente.
La creación es un modo de causalidad, pero un modo de causar radical y absoluto, propio sólo de Dios.
Mientras que las causas eficientes ordinarias ponen en la existencia a un ser que preexistía en potencia
en un sujeto anterior -por lo cual la función de la causa eficiente consiste en hacer que lo que estaba en
potencia pase al acto-, la causa eficiente creadora confiere la existencia a un ser que no preexistía
potencialmente en ningún sujeto previo.
La providencia es la acción divina por cuya virtud Dios dispone que los seres de este mundo actúen
dentro de la ley general que preside el mundo o Cosmos (Universo ordenado). No es lo mismo la providencia
que la ley divina. La ley expresa la ordenación general del Cosmos; la providencia es el acto que impera o
manda el cumplimiento de esa ley.
La providencia, como acto de la voluntad y del amor divinos, es eterna como Dios mismo, pero su
realización se acomoda a la temporalidad o ser sucesivo de las criaturas. La providencia explica la posibilidad
del milagro, que es una suspensión de las leyes naturales que rigen el Universo, excepción asequible al poder
divino (no contradictoria) y ordenada al gobierno del mundo.
De esta providencia, mediante la cual Dios gobierna al mundo, se destaca la providencia especial con
que Dios ordena la vida de los hombres. Mediante ella, sin forzar su libertad o albedrío, dispone las
circunstancias del modo más favorable para el cumplimiento de su destino y para su salvación. Séneca, en la
antigüedad romana, aún sin ser cristiano, admitió ya esta especie de tutela personal de Dios sobre la vida de
cada hombre.
Trabajo realizado por:
Justo Mendez
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