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Cuentos Cortos

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Cuento árbol mágico

Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un
cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-
ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor,
arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel
que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió
dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y
chocolate.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice
siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas

El zorro quisquilloso
Érase una vez un zorro con mucho miedo que vivía permanentemente huyendo de todo. En la huida
siempre se caía y se volvía a levantar.
Un buen día, otro zorro le preguntó: “Querido amigo. ¿Qué te ha ocurrido que sea tan grave para tener
tanto miedo y huir constantemente?”
El zorro temeroso contestó: “He oído que someten con violencia a los camellos”.
Entonces. ¿Por qué huyes? No entiendo muy bien ¿En qué te pareces tú a los camellos para querer
huir? respondió el amigo.
Y el zorro quisquilloso prosiguió: “Calla, tengo miedo de que los envidiosos digan de mí que soy un
camello y ser atrapado. En ese caso, ¿quién se molestaría en conocer mi propia identidad para
salvarme?

El león y la espina
Había una vez un león que vivía en el bosque y se alimentaba de las presas que encontraba a su paso.
Un buen día, durante un lindo paseo, el pobre animal se clavó una espina en la pata e intentaba sin
éxito sacársela porque sufría dolor al apoyarla. En su camino se cruzó un pastor que iba con su rebaño.
El león, algo desesperado por la molestia, le pidió al pastor que se la extrajera y aunque el pastor no
estaba muy convencido de acercarse a él, finalmente accedió a ayudar al animal.
Tras extraerle la espina, el pastor siguió su camino sin que el león intentara hacerle daño. Puesto que
recientemente había devorado a otro cabrero, decidió perdonarle la vida.
Pasado el tiempo, el pastor fue condenado a morir en el anfiteatro arrojado a los leones a causa de la
una falsa acusación. Llegó el día de la sentencia y cuando todos los leones se disponían a devorar al
pobre pastor, el león que había sido ayudado por el pastor, lo reconoció y gritó: “Este es el hombre que
me sacó la espina de la pata”.
Al oír dichas palabras, todas las fieras se sorprendieron y decidieron no darle bocado por haber
ayudado a un compañero suyo.

El gato y los ratones


Érase una vez un gato muy pillo conocido por su peculiar nombre; Rodil ardo se llamaba. El travieso
gato era el temor de todas las ratas y ratones de la aldea donde vivía, pues le encantaba disfrutar
cazándolas.
Durante algunos ratos del día, el gato se dedicaba a vigilar las madrigueras donde las ratas y ratones se
escondían para mantenerse a salvo. Esos pequeños animalitos le temían mucho.
Rodil ardo también estaba interesado en encontrar una linda gatita para casarse y se paseaba por los
tejados con asiduidad buscando a la que sería su esposa. Un buen día, mientras él se encontraba en
estos menesteres, los ratones y ratas se reunieron para hablar y buscar remedios a su miedo.
La más mayor e inteligente de las ratas tuvo una idea y la expuso a sus compañeros: “Amigos, nuestro
mal puede tener remedio. Si le atamos un cascabel al gato en el cuello, podremos escuchar cuando se
acerca y tendremos tiempo para huir antes de que nos asuste”. A todas las ratas y ratones les pareció
una magnífica idea y tenían claro que esa era la solución ideal. De forma unánime aplaudieron
entusiasmados la propuesta. Pasados unos instantes, las ratas y ratones fueron reaccionando ¿Quién le
pondría el cascabel al gato?

La caperucita roja
Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. Como la niña la usaba muy a menudo,
todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día, la mamá de Caperucita Roja la llamó y le dijo:
—Abuelita no se siente muy bien, he horneado unas galleticas y quiero que tú se las lleves.
—Claro que sí —respondió Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su canasta de galleticas recién
horneadas.
Antes de salir, su mamá le dijo:
— Escúchame muy bien, quédate en el camino y nunca hables con extraños.
—Yo sé mamá —respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa de la abuelita.
Para llegar a casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo del espeso bosque. En el
camino, se encontró con el lobo.
—Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día? —preguntó el lobo.
Caperucita Roja recordó que su mamá le había advertido no hablar con extraños, pero el lobo lucía muy
elegante, además era muy amigable y educado.
—Voy a la casa de abuelita, señor lobo —respondió la niña—. Ella se encuentra enferma y voy a llevarle
estas galleticas para animarla un poco.
—¡Qué buena niña eres! —exclamó el lob o. —¿Qué tan lejos tienes que ir?
—¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo Caperucita con una sonrisa.
—Te deseo un muy feliz día mi niña —respondió el lobo.
El lobo se adentró en el bosque. Él tenía un enorme apetito y en realidad no era de confiar. Así que corrió
hasta la casa de la abuela antes de que Caperucita pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a la abuela, a
Caperucita Roja y a todas las galleticas recién horneadas.
El lobo tocó la puerta de la abuela. Al verlo, la abuelita corrió despavorida dejando atrás su chal. El lobo tomó
el chal de la viejecita y luego se puso sus lentes y su gorrito de noche. Rápidamente, se trepó en la cama de
la abuelita, cubriéndose hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que tocaban la puerta:
—Abuelita, soy yo, Caperucita Roja.
Con vos disimulada, tratando de sonar como la abuelita, el lobo dijo:
—Pasa mi niña, estoy en camita.
Caperucita Roja pensó que su abuelita se encontraba muy enferma porque se veía muy pálida y sonaba
terrible.
—¡Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes!
—Son para verte mejor —respondió el lobo.
—¡Abuelita, abuelita, qué orejas más grandes tienes!
—Son para oírte mejor —susurró el lobo.
—¡Abuelita, abuelita, que dientes más grandes tienes!
—¡Son para comerte mejor!
Con estas palabras, el malvado lobo tiró su manta y saltó de la cama. Asustada, Caperucita salió corriendo
hacia la puerta. Justo en ese momento, un leñador se acercó a la puerta, la cual se encontraba entreabierta.
La abuelita estaba escondida detrás de él.
Al ver al leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó espantado para nunca ser visto.
La abuelita y Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarlas del malvado lobo y todos comieron
galleticas con leche. Ese día Caperucita Roja aprendió una importante lección:
“Nunca debes hablar con extraños”.

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