Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo
alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro logra llegar
a tu país, te animamos a adquirirlo. No olvides que también puedes apoyar
a la autora siguiéndola en sus redes sociales, recomendándola a tus amigos,
promocionando sus libros e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.
Por favor no menciones por ningún medio social donde pueda estar la
autora o sus fans que has leído el libro en español si aún no lo ha traducido
ninguna editorial, recuerda que estas traducciones no son legales, así que
cuida nuestro grupo para que así puedas llegar a leer muchos más libros en
español.
SÍGUENOS EN NUESTRAS REDES SOCIALES:
Instagram: Team_Fairies
Facebook: Team Fairies
Hada Musa
Hada Isla
Hada Gwyn
Hada DarkSky
Hada Arion
Hada Belen
Hada Aerwyna Hada Musa Hada Aine
Hada Muirgen
Para aquellos que maldicen mi nombre y me llaman malvada...
Este libro no les hará cambiar de opinión.
Brexley ha soportado el hambre y ha sobrevivido a la tortura, e incluso a
Warwick Farkas, la brutal leyenda que aún la persigue como un
fantasma, metiéndose en sus pensamientos y en su vida. Su traición la
convirtió en prisionera de Killian, el magnífico Lord Fae de Budapest.
Allí su vida da otro giro imprevisto, algo que cambiará la frágil alianza
entre los humanos y los Fae, y Brexley se encontrará en el medio.
Con el paso de las semanas, Brexley también descubre que Killian no
es el líder malicioso del que le habían hablado. A medida que pasan más
tiempo juntos, su relación empieza a cambiar. Sin embargo, cuando
aparece un viejo conocido, ella tiene la oportunidad de escapar del sexy
líder fae, y todo su mundo explota.
Brexley se ve arrojada a una nefasta red de política, deseo, traición,
mentiras y verdades que harán añicos sus cimientos y quién es, en qué
cree y en quién puede confiar. Ya no hay una línea clara entre el bien y el
mal.
Perseguida por ambos bandos, Brexley está huyendo y debe desenredar
todas las mentiras, engaños y decepciones, antes de convertirse en otra
víctima en las tierras salvajes.
El sudor se deslizaba por mi cara, mis brazos temblaban mientras
bajaba a unos centímetros del suelo. Resoplando a través de mis dientes,
cerré mi mandíbula y mantuve mi enfoque directamente debajo de
mí, enfocándome en el piso de cemento granulado.
Gris.
Eso es todo lo que había. Suelo, techo, paredes. El uniforme que me
volvieron a poner. Incluso la manta y la almohada de mi catre.
Gris.
Creo que la almohada solía ser blanca, pero el tiempo y el uso la
habían decolorado.
Gracioso. Los gérmenes, la suciedad y los artículos de segunda mano
solían molestarme cuando era la chica que iba a fiestas glamorosas y
peleaba porque era buena en eso, no porque mi vida dependiera de
ello. Antes de la cárcel, solía ser muchas cosas y, a veces, no podía
descifrar si había cambiado para mejor o no. Otra cosa perdida en el
medio.
Gris.
Una mezcla de dos cosas que ni siquiera se consideraban colores, que
parecían perfectas para mi estado actual. Suspendida entre la oscuridad y
la luz, entre la vida y la muerte. Flotando en la nada.
Esperando.
—Cien. —Marqué mi última flexión antes de dejarme caer y rodar
sobre mi espalda con fatiga. Mi mirada viajó por la pequeña celda sin
ventanas, mi nuevo hogar en las profundidades del castillo de Lord
Killian. Los aromas de tierra, descomposición y grano aún permanecían
en las paredes. Me di cuenta que se había convertido de un armario de
almacenamiento de alimentos a una celda rápidamente, como si no
hubiera estado preparado para un prisionero hasta momentos antes de mi
llegada. Dentro de la habitación de tres por tres sólo había un catre, un
inodoro portátil y un lavabo, que habían sido atornillados toscamente a la
pared.
Todo gris.
Estaba empezando a preguntarme si el vacío de color era su propia
tortura, expandiendo los días en años, matándome cruelmente por
aburrimiento. Los días en la Casa de la Muerte eran un infierno, pero al
menos había estado ocupada. Aquí los minutos se desvanecían en horas.
Solo llené mi tiempo haciendo ejercicio, con el objetivo de recuperar la
masa muscular que perdí en Halálház. Pero los golpes de boxeo y las
flexiones de brazos solo llenaban algunas horas.
Capaz de mantener el tiempo contando las bandejas de comida
entregadas a mi habitación, calculé que había estado aquí
aproximadamente dos semanas desde esa noche.
Desde él.
Mi pecho se llenó como un globo, lo que me hizo sentarme contra el
catre con un bufido. Emociones afiladas de dolor, ira y vergüenza se
agitaron en mi cuerpo. ¿Cómo había caído en su engaño? No podía creer
que hubiera dejado que su culo medio fae me convirtiera en un pretzel y
me hiciera creer que en realidad le importaba una mierda. Que hubo algo
entre nosotros, algo visceral, deslizándose y rodando contra mi piel,
rozando mi alma.
Incluso ahora, juré que lo sentía deslizarse a mi alrededor, golpeando
los bordes de mi inconsciencia. En el momento entre el sueño y la
vigilia, escuchaba mi nombre, un tirón en mi alma, su presencia se
enroscaba a mi alrededor como una víbora. Entonces desaparecería.
—Que se joda —murmuré y empujé mis piernas hacia mi pecho, mis
uñas clavándose en mis palmas. La mitad de mi furia estaba dirigida a
mí. Yo era la que lo imaginaba tratando de llegar a mí, que, a través del
espacio, el tiempo y contra toda lógica, él estaba aquí, tratando de
consolarme de alguna manera.
¿Qué tan patético era eso?
El hombre me traicionó por completo, me cortó tan profundo que me
costaba respirar y todavía pensaba que podía sentirlo como un maldito
fantasma. Como el mito que era. Warwick Farkas, El lobo, la leyenda. El
gran imbécil traicionero.
Hacer ejercicio me ayudaba a olvidar mis momentos de debilidad.
Puse un muro a mi alrededor, luchando contra mi psique profundamente
perturbada a que lo llamara a él en lugar de a Caden.
Caden.
Aspirando, dejé caer la cabeza sobre mis rodillas. La imagen de mi
mejor amigo abrió otro agujero en mi corazón. Había estado tan cerca.
De casa. De él.
Clic.
Las cerraduras rasparon la puerta de metal, un sonido estridente a
través del cubículo como el llanto de un recién nacido. Levanté la cabeza
lentamente. Me había vuelto insensible a los guardias que iban y venían
sin una palabra o amenaza. Día tras día, dejaban una bandeja, tomaban la
vieja y no respondían a ninguna de mis preguntas.
De pie, vestida solo con un sostén deportivo y pantalones sueltos que
colgaban de mis caderas, agarré mi camisa del final de la cama. Me
concentré en la puerta que se abría cuando un guardia entró en la
habitación y me encontró con la mirada. Fue casi insignificante, pero su
atención cayó a mi tonificado abdomen y mi apenas cubierto pecho antes
de alejarse.
Una sonrisa despiadada curvó mis labios mientras me sentaba
tímidamente en mi catre, mis ojos rodando sobre el bonito guardia
fae mientras escaneaba el espacio.
—Limpié mi habitación, Papi. ¿Puedo ir a jugar ahora? —Me burlé,
apoyándome en mis manos, mi voz llena de significado subyacente.
Sus mejillas se pusieron rojas bajo su piel pálida, sus dientes
apretados. Él se veía de dieciocho años, pero con los Fae, la apariencia
era engañosa. Podría haber tenido cientos de años, pero este guardia
parecía especialmente joven e ingenuo, y se ponía demasiado nervioso
cuando me burlaba de él. Tenía que encontrar mi diversión donde
pudiera. Salió de la habitación, despejó la puerta, se puso tenso en
una postura de soldado, con la barbilla en alto.
—Todo despejado, señor.
Entonces escuché las suelas de los zapatos golpeando el piso de
piedra. La alarma hizo que la electricidad me subiera por la nuca. Una
figura rodeó al guardia y entró en mi espacio, obligándome a respirar.
Killian. El líder de los Fae en Hungría. El poder y la magia emanaban
de él, mi piel chisporroteaba, mi columna crujía contra la pared y mi
cuerpo se congeló.
No lo había visto desde esa noche, como si el rey se hubiera olvidado
por completo de la sujeto humilde encerrada muy abajo en esta
mazmorra improvisada. Pensé que me haría desfilar, burlándose de
Istvan con su premio. No lo había hecho.
—Señorita Kovacs. —Su suave voz de miel se derramó sobre mí,
deslizándose sin esfuerzo por mi torso hasta mis muslos. Apreté mis
piernas. Su voz era lo opuesto al timbre áspero y profundo de Warwick,
como si te arrastraras a través de la grava, frotándote contra todos los
puntos erógenos. La voz de Killian se deslizaba sedosamente sobre
tu piel, patinando contra ti.
Los Fae tenían el poder de embellecer y seducir a los humanos,
atrayéndonos como peces en un anzuelo con su increíble apariencia,
magia y magnetismo sexual puro.
Dio un paso más cerca de mí, deslizando sus manos en los bolsillos de
su pantalón, demostrando que no tenía ni un indicio de preocupación que
yo lo atacara. Incluso con un solo guardia, no era una amenaza para él.
El gobernante de los Faes no estaba en su posición por nada. Las
historias y los rumores sobre él eran casi tan legendarios como sobre
Warwick. Killian era despiadado y cruel, pero donde Warwick confiaba
en la fuerza física bruta, Killian era estratégico.
Incluso dentro de los muros de las Fuerzas de Defensa Humana, se le
consideraba extraordinariamente guapo. Exquisito. Si pudieras llamar así
a un hombre. Hermoso y sexy, palpitaba con poder, confianza y derecho.
Sus ojos violetas aparecieron contra su cabello castaño oscuro. Llevaba
un traje oscuro, la nuca y el cabello estaban perfectamente recortados.
Parecía tener poco más de treinta años, pero sabía que era mucho, mucho
mayor. Alto y corpulento, rebosaba carisma, me recordaba a los hombres
que veía en las revistas de glamour occidentales que solía pasar de
contrabando a mi habitación cuando era niña.
Su atención se centró en mí, la magia que sostenía vibró en las
paredes, cavando en mi alma. Moviéndome en el pequeño catre, el metal
chirrió mientras ajustaba mi peso cuando me movía.
—Pido disculpas por no haber venido a verte antes. —Su tono
encantador me hizo pensar en una piñata, inofensiva por fuera, pero llena
de implicaciones—. Has hecho un gran lío que he tenido que limpiar. —
Caminó lentamente alrededor, su poder empujándome, tratando de
intimidarme.
—Halálház está en ruinas y el nuevo debe construirse en un lugar
secreto durante la noche. La mitad de los presos se han escapado y, por
tu culpa, tuve que renunciar a uno de mis bienes más preciados. —Me
arqueó una ceja, pero me quedé en silencio. Me miró durante un minuto
antes de volver a hablar—. Poco sabía que alguna ladrona sin nombre en
mi prisión estaría bajo la tutela del general Markos. Una humana frágil
que todavía tenía la capacidad de sobrevivir a todo, incluidos los Juegos,
y capturó el interés del asesino más temido y brutal lo suficiente como
para salir a salvo.
—¿No lo estaba haciendo por ti? —Mi labio se levantó.
La boca de Killian se curvó con una tensa complacencia.
—Costó un poco persuadirlo para que hiciera lo correcto. —Killian se
acercó. Sacó una mano del bolsillo y se frotó la barbilla—. ¿Qué hay de
ti? No eres Fae; no deberías dominarnos, no deberías tener ningún poder
para luchar contra nuestro encanto. Sin embargo, lo has resistido cuando
ningún otro lo ha hecho. ¿Cómo? —Inclinó la cabeza, su mirada
clavándome en la pared.
¿Lo resistí? ¿De qué estaba hablando?
—Es un enigma, señorita Kovacs. Una ola chocando contra
todo. Girando, rompiendo y volteando todo al revés en el momento en
que entra. —Él sonrió con satisfacción, sus dedos tocando su labio
inferior lleno—. Conozco a Warwick desde hace mucho tiempo.
Implacable. Asesino. Cruel. Pero con usted… —Él negó con la cabeza—
. Incluso tiene a mis centinelas aquí completamente hechizados.
Mi mirada se posó en el guardia rubio detrás de él. Todavía estaba en
posición de firmes, pero sus ojos se lanzaron hacia mí, sus mejillas
florecieron con un tono más profundo de carmesí.
Killian cruzó los brazos sobre el pecho. Incluso con su elegante traje,
me di cuenta que el hombre era musculoso.
—¿Qué debo hacer con usted, señorita Kovacs?
—¿Es esto de opción múltiple o de rellenar? —contraataqué—. Porque
yo voto porque me liberes.
—Siempre puedo matarte. —El sentimiento me envolvió como
mantequilla, ocultando el peligro en el terciopelo.
—Pero no lo harás.
Sus cejas se arquearon hacia arriba.
—¿Y por qué no lo haría?
—Porque me necesitas para algo. Negociar. Aprovechar. No lo
sé, pero no me buscaste en las Tierras Salvajes, perdiste tu mayor activo
y me mantuviste aquí durante semanas solo para matarme.
Una leve sonrisa tiró de sus labios carnosos, sus ojos recorriéndome.
—No eres nada como pensé que serías. —Sus ojos violetas se clavaron
en los míos, sosteniéndome como si estuviera atrapada en una red. Mi
corazón se aceleró bajo su escrutinio—. Tienes razón. No te mataría de
inmediato, pero estás equivocada por las razones por las que te deseo. No
me importan tus patéticos humanos. Aquellos cuya arrogancia les
hizo pensar que tienen un control aquí cuando todo lo que haría falta es
una palabra mía para acabar con ellos.
—¿No quieres usarme para intercambiar con Istvan? —Tragué.
—¿Intercambiar? —La cabeza de Killian se echó hacia atrás con una
risa, el sonido hundió un hormigueo de calidez a través de mí,
enganchando mi pecho. La furia por la respuesta de mi cuerpo a él se
reflejó en mi rostro. Tiré de mis piernas con más fuerza en mi cuerpo.
—¿Por qué necesitaría intercambiar, señorita Kovacs? Tengo mucha
curiosidad por saber qué cree que necesitaría de los de su clase. —
Inclinó la cabeza hacia un lado. Presioné mis labios juntos, sin
responder—. Ustedes los humanos siempre creen que son mucho más
importantes de lo que son. Sus vidas, sus necesidades, están por encima
de todo: la tierra, los animales, los recursos de la naturaleza, incluso las
personas de su propia especie. —Él sonrió. El destello de algo salvaje
debajo de su imagen prístina irradió de él, sus ojos destellaron. Se inclinó
hacia mi cara y apenas podía respirar—. Pero es mentira,
señorita Kovacs. Todos pueden caminar en sus delirios, diciéndoles a sus
hijos las mismas falsedades. Pero su especie está en la parte inferior del
tótem. Y en un abrir y cerrar de ojos… —Chasqueó los dedos contra mis
mejillas. Su aliento me rozó la garganta, interrumpiendo mi propio
aliento—. Se puede acabar.
El aire rasgó irregularmente mis vías respiratorias, sus palabras se
asentaron a mi alrededor. Todo este tiempo pensé que sería una
zanahoria para colgar, un premio para usar contra el general de la Fuerza
de Defensa Humana. Era algo que Istvan siempre nos advirtió a Caden y
a mí, que nuestro enemigo nos usaría.
—Entonces, ¿qué quieres conmigo? —El terror provocado por la
adrenalina me desgarró los nervios.
—Pregunta equivocada. —Su voz se deslizó por mi cuello, pinchando
mi piel con escalofríos—. Es lo que ya estoy haciendo con usted, señorita
Kovacs. —Sus dedos se deslizaron sobre mi oreja, metiendo un mechón
de cabello, haciendo que se me pusiera la piel de gallina—. Está
resultando ser mucho más interesante de lo que jamás podría
haber imaginado. —Su proximidad inmovilizó mi columna contra la
pared, mis pulmones se estrecharon cuando el miedo se apoderó de
mí. Sus ojos vagaron por mi rostro—. No puedo entender por qué eres
diferente a los demás. ¿Por qué no has sucumbido? ¿Cómo
puedes resistirlo cuando nadie más lo ha hecho?
—¿Que otros? ¿Sucumbir a qué?
Una mueca curvó su boca, sus ojos violetas brillando. Se apartó de mí,
metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó una pequeña pastilla y
la sostuvo en alto.
Mi mirada cayó al objeto, mi garganta se obstruyó al ver la pastilla
azul neón entre sus dedos. La reconocí al instante, el color tan único. Era
del mismo tipo que había robado del tren la noche que me capturaron.
—Tan pronto como descubrí quién era, me enviaron tus cosas la noche
en que te detuvieron. Tenía curiosidad. ¿Por qué la pupila del
general Markos estaría en el tren robando a los de su propia especie?
Me quedé viendo la píldora extraña, mi garganta moviéndose.
—Dime qué son.
Mis ojos se lanzaron a los suyos, mi mandíbula se cerró.
—¿Por qué estabas detrás de esto?
Nada.
—¿Crees que es prudente desafiarme? —La ira floreció en un abrir y
cerrar de ojos, sus ojos se encendieron con furia, envolviéndome—.
¡Habla!
Silencio.
—Le ordeno que hable, Sra. Kovacs. —Sus párpados se estrecharon,
su enfoque se agudizó. Un remolino de energía crepitó a mi alrededor,
tirando de mi lengua y mandíbula, pero rompió como olas contra las
rocas en el momento en que la magia tocó mi piel.
Su nariz se ensanchó; un nervio en su mandíbula se contrajo.
—Respóndeme. ¡Ahora! —Podía sentir el poder de la orden. La
demanda siseó en mi oído, pero solo apreté los dientes, presionando
contra la sensación—. ¡Dije habla! —Su mano atrapó mi garganta,
golpeándome contra la pared, arrancando aire de mis pulmones. Su
figura pareció expandirse, la magia emanaba de él—. Última
oportunidad.
—No lo sé —gruñí.
—¿Esperas que me crea eso? —Su cara estaba a una pulgada de la
mía, su pulgar presionando mi garganta lo suficiente como para hacer
que mi corazón saltara y tartamudeara—. Encontré tu bolsa llena de
estas píldoras. Dime por qué las estabas tomando. ¿Qué sabes de ellas?
—No sé nada —escupí—. Lo juro.
—Tengo muy poca paciencia hoy. —Su mejilla se crispó, su pulgar se
deslizó arriba y abajo de mi cuello como si se estuviera burlando de mí.
—Te dije que no sé qué son.
—No. Me. Mientas. —Él apretó más fuerte. Mi nariz estalló. Mi pecho
se infló hacia arriba y hacia abajo, buscando aire, mi columna protestaba
mientras él continuaba empujándola contra la pared.
—No lo hago. —Levantando la barbilla, lo miré fijamente, el oxígeno
resoplaba por mi nariz.
Su inquietante atención permaneció en mí durante otro minuto
completo antes que una sonrisa se insinuara en sus labios.
—Bien. Quiere jugar de esa manera. Pronto descubrirá, señorita
Kovacs, que éste no es Leopold. Usted presiona... yo no presiono de
vuelta. Yo destruyo.
—Sobreviví y escapé de tu inexpugnable prisión, Killian. ¿Quieres
torturarme o matarme? Hazlo —gruñí en respuesta.
—Nunca me llames por mi nombre de pila —gruñó, apretando los
puños y levantándose los hombros. Los nombres tenían poder para
los Fae. Eran íntimos—. Me llamarás Rey.
—Solo hay un rey en este mundo. Su nombre es Lars —escupí
entre dientes, mi cabeza nadando por la falta de aire.
—Él no es el rey aquí. Yo lo soy.
—El hecho que te llames rey no significa que sea verdad. —La saliva
goteaba por mi barbilla mientras luchaba por pronunciar cada sílaba.
Sus dedos apretaron más fuerte, robando todo mi aire. Arañé su agarre,
que no movió sus dedos, mientras la oscuridad salpicaba mis ojos.
—Tenga cuidado, señorita Kovacs. Soy conocido por tener muy mal
genio cuando se trata de desobediencia. —Su aliento se enroscó
alrededor de mi oreja, desatando energía a través de mi piel antes de
arrancar su mano, dando un paso atrás.
El aire regresó a mis pulmones con una tos jadeante, mi mano voló
hacia mi garganta mientras inhalaba oxígeno.
—¿Quiere saber lo que quiero con usted? ¿Para qué la estoy usando
ya? —Killian volvió a su comportamiento tranquilo y sereno, dándose la
vuelta y saliendo por la puerta—. Entonces lo verá de primera mano. —
Movió la cabeza hacia el guardia—. Espósala. La señorita Kovacs va a
hacer una pequeña excursión.
Dos guardias me escoltaron fuera de mi habitación esposada,
agarrándome firmemente por los brazos y el cuello, lo que me impidió
intentar escapar. No me hubiera molestado. No ahora. Tenía que ser
inteligente, estudiar este lugar. Encontrar sus debilidades.
Observé todo lo que pasamos. Me llevaron más lejos por un pasillo de
piedra a través de dos pesadas puertas de seguridad con cerraduras de
código, llevándome a un ascensor que necesitaba la magia de Killian
para activarlo. En lugar de subir, bajamos. Cuanto más descendíamos a la
tierra, más se me retorcía el estómago. Era una tumba subterránea, que
me recordaba demasiado a Halálház, alejándome de mi oportunidad de
libertad.
El ascensor sonó y las puertas se abrieron. Killian giró la cabeza
para mirarme, pero aparté la mirada de sus mejillas cinceladas y su
mandíbula.
—¿Cree que está preparada para lo que se avecina, señorita Kovacs?
Olfateando, levanté la barbilla, enfrentándolo sin emoción.
—Humanos. Se creen tan rudos. —Sacudiendo la cabeza, salió.
—He sobrevivido hasta ahora —murmuré mientras los guardias me
empujaban hacia un área recién construida. Era un marcado contraste con
el antiguo castillo de piedra en el que había estado alojada. Esta área era
fría, elegante y moderna y parecía muy nueva, el olor a pintura aún
emanaba de las paredes blancas.
—Lo ha hecho. —Una extraña amenaza giró alrededor de las tres
palabras. La mirada violeta de Killian recorrió mi cuerpo lentamente.
Curiosamente—. Como una cucaracha. Pero es por eso que me fascina
tanto. —Se giró, sus zapatos golpeando el piso de baldosas, atravesando
dos puertas de seguridad más, que también tenían guardias.
¿Qué diablos tiene aquí abajo? ¿Y por qué quiere que lo vea?
Entramos en una pequeña cámara con una gran ventana que le permitía
observar lo que había en la habitación adjunta. Parpadeé, mis ojos y mi
mente tratando de asimilar todo lo que veía. Frente a mí había una gran
sala llena de equipo científico, máquinas Fae, microscopios, cosas que ni
siquiera podía describir y un puñado de figuras vestidas con batas
blancas.
Un laboratorio.
—¿Qué es esto? —La bilis me quemó la parte posterior de la garganta
mientras mis nervios saltaban, un malestar agriando mi estómago—.
¿Qué estás haciendo?
—Lo que los de su clase me han hecho hacer. —Se acercó a mí en la
ventana. Su rico olor a bosque-fresco-después-de-una-lluvia-con-un-
toque-dulce era poderoso en la habitación estéril, calmando el pánico que
quería estallar en mí—. Lo que usted me hizo hacer, señorita. Kovacs.
Mi cabeza se movió bruscamente hacia él.
—¿Yo? ¿Qué vas a…?
—¿Mi señor? —La voz de una mujer me interrumpió, atrayendo mi
atención hacia la puerta cerca de él. Una técnica entró en la habitación,
bombardeando el pequeño espacio con electricidad, encendiendo mi piel,
pulsando mi núcleo. Santo cielo. Se bajó la máscara, mostrando su rostro
y ojos etéreos. Eran del color de la savia de ámbar recién llorada de un
árbol. Su magia se sintió como un roce de viento en mi cara. Vi rastros
de cabello rojo debajo de su gorra.
Era alta, delgada y se movía como una hoja en el viento. Todo en ella
era elegante, fuerte y sexual, lamiendo el aire con deseo y necesidad.
—Willow. —Killian se volvió hacia ella, inclinando la cabeza a modo
de saludo.
—Tenemos los últimos resultados. —Se acercó más, ofreciéndole un
archivo, sus ojos se movieron por mi figura y luego se movieron hacia
Killian con avidez, provocando que un leve gemido se atascara en mi
garganta. Mordiéndome el labio, me lo tragué, pero sentí su magia
moverse por mis extremidades, acariciando mis muslos.
El joven guardia detrás de mí gimió en voz baja en mi oído,
empujándome en la espalda. Podía sentir su emoción, su necesidad. El
otro guardia me agarró con más fuerza, su mano se deslizó alrededor de
mi cadera.
Mi cuerpo respondió instantáneamente, sintiendo la chispa de su
energía besar mi piel, aunque mi cerebro me dijo que estaba mal.
Apretando los dientes, traté de apartarlo, pero fuera lo que fuera, inundó
el pequeño espacio con su lujuria. Deseaba empujarme contra los
cuerpos calientes detrás de mí, sentirlos contra mí, pero me quedé helada
en su lugar, haciendo caso omiso de la necesidad.
—Gracias. —Tomó la carpeta, la abrió, su atención en los documentos
que había dentro, aparentemente inmune a su poder—. ¿Qué pasa con el
Sujeto Dieciocho?
—Etapas finales. No es diferente de todos los demás. Bueno, excepto
el Sujeto Uno. —Sus palabras eran reales, pero parecían ronronear de
ella, su intensidad pinchaba la parte de atrás de mi cuello.
—Interesante. —La atención de Killian pasó de los papeles a mí, la
fuerza de su mirada me cortó la respiración.
Lujuria.
Hambre.
Necesidad cruda.
Parpadeó, volviendo la cabeza hacia la ventana, su expresión en blanco
de nuevo.
—Gracias, Willow. Te puedes ir.
—Sí, mi señor. —Inclinó la cabeza, su lengua se deslizó sobre su labio
inferior mientras se giraba y regresaba a la sala de laboratorio,
despejando la pesadez de la habitación.
—Mierda —siseé—. ¿Qué diablos es ella? —El aire brotó de mis
pulmones. Los guardias detrás de mí suspirando de alivio llamaron la
atención de Killian.
—Un hada de los árboles. Científica de la naturaleza. Son increíbles
mezclando y probando pociones. Encontrando curas y medicinas. —Sus
ojos rodaron sobre mí de nuevo, volviendo a buscarme como un insecto
clavado a una tabla. Movió la barbilla hacia mis niñeras—. Pueden irse.
—¿Señor? —respondió el joven guardia.
—La señorita Kovacs no hará ninguna tontería. No tiene adónde ir ni
forma de salir de aquí. Ella comprende lo inútil que sería si lo
intentara, ¿no es así? —Killian inclinó la cabeza hacia mí.
Mi nariz se arrugó mientras lo miraba, lo que solo lo hizo sonreír,
retorciendo mi estómago de nuevo. Y no fue por miedo. La ira se infló en
mi pecho, junto con el disgusto y la irritación.
—Quítale las esposas, Iain. Creo que soy perfectamente capaz de
manejarla. —Él más joven con el que había estado jugado con
anterioridad asintió con la cabeza. Iain hizo lo que le dijo,
ambos guardias salieron de la habitación, pero Iain mantuvo una mirada
atenta en mí hasta que la puerta hizo clic detrás de ellos.
—Alguien quiere impresionar a su maestro. —Me froté los brazos, la
sangre me hormigueaba en los dedos mientras trataba de alejar el
persistente deseo de frotarme contra el hombre frente a mí.
—Póngase esto —cortó Killian, arrojándome una mascarilla, botines y
abrigo—. No quiero que sus gérmenes y enfermedades humanas
contaminen ninguno de los experimentos.
—¿Experimentos? —Mis pulmones revolotearon mientras me ponía
los artículos. No tuve más remedio que seguir adelante, mi curiosidad me
impulsaba a averiguar qué estaba tramando.
—No toque nada, señorita Kovacs. —Apretó un botón, abriendo
una puerta hermética, que siseó aire controlado en mi cara. No tenía
olor, ningún indicio de vida, solo limpieza.
Aparentemente por encima de usar cualquier cosa que pudiera arrugar
su costoso traje, Killian entró al laboratorio con autoridad y rectitud tan
rápido que tuve que apresurarme para alcanzarlo.
Sorprendentemente, ningún técnico miró hacia arriba ni saludó a su
señor, actuando como si fuera un compañero de trabajo ordinario en
movimiento. Hubiera pensado que su ego exigiría que todos se tomaran
un tiempo de lo que estaban haciendo y se inclinaran ante él.
No dándome mucho tiempo para descifrar cualquier cosa que pudieran
estar estudiando, nos hizo pasar rápidamente, deteniéndose en otra
puerta. Esta era gruesa, similar a la puerta de un congelador, con una
pequeña ventana en la parte superior para mirar a través de ella. Escribió
otro código, la cerradura tintineó, el ruido me puso tensa.
—Se lo advierto, señorita Kovacs. Prepárese —dijo ominosamente
mientras abría la pesada puerta.
—¿Para qué? —Las palabras apenas salieron de mi boca cuando gritos
desgarradores se estrellaron contra mis tímpanos, y el aire pasó de estéril
a pútrido, golpeando mis sentidos.
La bilis subió por mi garganta mientras mi mano cubría mi nariz
y boca. Me atraganté con el hedor a carne podrida, orina, vómito y heces
que se filtraban a través de la máscara. Los lamentos se deslizaron por mi
columna, mis huesos temblaron. Me envió de regreso a Halálház, pero
esto se sentía aún peor, si eso era posible.
Mi corazón golpeó contra mis costillas, el pánico recorrió mi cuerpo
mientras seguía a Killian. Doblamos una esquina y mis pies se
detuvieron abruptamente.
Oh, dioses.
Mi mirada se movió sobre el espacio, pero apenas podía asimilar lo
que estaba frente a mí. Una docena de celdas de barrotes gruesos
construidas en la tierra se alineaban en un lado. Cada una ocupaba a
personas de diferentes sexos, edades y nacionalidades, pero sabía en mi
interior que todos eran humanos por sus defectos: canas, dientes en mal
estado, apariencia sencilla. Cosas de las que los Faes estaban exentos.
Los guardias estaban estacionados en cada extremo, cargados con
todas las armas posibles, como si estuvieran listos para enfrentarse a un
ejército.
En prisión, había visto muchas cosas que harían perder la cabeza a
la mayoría de la gente: las tripas arrancadas de los cuerpos de las
personas, la tortura, la muerte, la gente durmiendo en su propia mierda,
llorando de agonía todas las noches. Nada me preparó para esto.
Desde la primera celda hasta la última, era como ver las etapas de
una terrible enfermedad que le quitaba la vida a cada persona. El primer
individuo parecía bastante sano, sucio y asustado, pero regordete y
presente. Siguiendo la hilera, se volvían más delgados, enloquecidos,
murmurando para sí mismos, algunos caminando dentro de la
jaula. Alrededor del área central, las figuras ya no se movían. Se
quedaban allí firmes, mirando fijamente al frente como si estuvieran
esperando una dirección. Las personas en las dos jaulas al final gritaban
de agonía, arañándose la piel, sujetándose la cabeza, acurrucándose en el
suelo, llorando por la muerte, solo piel y huesos. La última jaula estaba
vacía.
—¿Qu-qué es lo que está mal con ellos? —grazné, la emoción llenó
mis ojos, la ira subió por mi cuello—. ¿Qué les estás haciendo?
—¿Yo? —Killian se giró hacia mí, arqueando una ceja—. Por
supuesto, pensarías que esto es obra mía. Los grandes Faes malvados
disfrutarían torturando a los humanos por diversión.
—Parece algo que disfrutarías —escupí.
En un abrir y cerrar de ojos, agarró mis muñecas, golpeando mi cuerpo
contra la pared, su cuerpo se cernió sobre el mío, sus labios metidos en
una mueca.
—No tengo ningún interés en ustedes, humanos. Torturándolos o de
otra manera. Esto, edesem. “Cariño”. Todo es obra de los de tu clase.
—¿Qué? —Mi cabeza se volvió hacia él.
Se apretó más, su cuerpo alineándose con el mío.
—Lo que tu amado maestro le está haciendo a su propia gente
mientras mata a la mía.
—¿Istvan? ¿Qué tiene que ver él con eso?
—¿Quieres saber qué hacen esas pastillas azules? ¿Que estabas
robando? —Soltó una de mis muñecas, su mano se deslizó por mi brazo,
encendiendo escalofríos a lo largo de mis nervios. Tirando hacia abajo la
mascarilla que llevaba, agarró mi barbilla, sosteniéndola entre sus dedos
mientras me miraba—. ¿Por qué eres tan diferente? —susurró, como si
estuviera hablando solo.
No pude responder, sintiendo cada parte de él presionarme, su intensa
magia sobre estimulaba mis sentidos y engañaba a mi cerebro.
—Suéltame —siseé entre dientes, contrarrestando lo que mi cuerpo
quería, provocando aborrecimiento.
Su mirada fue a mi boca, ninguno de los dos se movió por un
momento. Luego me empujó hacia atrás, sacudiendo la cabeza y
cerrando sus manos en puños.
—Venga, señorita Kovacs. Vea de primera mano lo que su tutor está
traficando en esas cajas a otros países. —Se dio la vuelta, se acercó a
las celdas y sacó un portapapeles de un soporte—. Conozca a Adel.
Trabajadora de treinta y cinco años en las Tierras Salvajes. Es su primer
día tomando las pastillas. ¿Cómo se siente, Sra. Denke?
Estaba acurrucada en un colchón sorprendentemente agradable lleno
de mantas y almohadas limpias, con una bandeja de comida y bebida
intactas a su lado. Ella miró hacia arriba, encogiéndose de hombros
levemente, sin decir nada. La tristeza estaba grabada en su rostro.
—¿Crees que no eres malvado y estás enfermo? —Me acerqué a él,
señalando la jaula—. ¿Secuestrar y probar en seres humanos inocentes
porque para ti no somos más que ganado?
—¿Señora Denke? —Killian bajó a su nivel, su voz más suave de lo
que jamás hubiera pensado—. ¿La secuestraron y la obligaron a hacer
algo?
Su expresión se quebró de dolor, pero negó con la cabeza.
—No.
Resoplé, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué más diría ella? ¡Está en una jaula!
—Las rejas son para su protección y la nuestra.
—Eres un monstruo.
Exhaló bruscamente, como si tratara de mantener la calma.
—Mi amiga aquí no parece creerme, señora Denke. ¿Le dirá cómo
llegó aquí?
Ella asintió con la cabeza, secándose los ojos, cruzando los brazos con
más fuerza alrededor de sus piernas.
—Salvó a mi familia del hambre y la desolación. Me ofrecí como
voluntaria.
Mi frente se arrugó.
—¿Te ofreciste como voluntaria?
—Mi familia ahora tiene un techo sobre sus cabezas, comida en la
mesa y mi esposo tiene un trabajo bien pagado en el palacio.
Mi garganta se apretó.
—¿Quieres decir que les pagan a cambio de esta tortura?
—No estoy bien de todos modos. —Ella se encogió de hombros—.
Saber que están atendidos hace que valga la pena lo que me suceda.
Mi mirada se disparó hacia Killian mientras se levantaba.
—Todos están aquí por su propia voluntad.
—Porque te aprovechaste de su punto más débil. Te aprovechaste de
ellos. —bramé.
La rabia brilló a través de sus ojos, su mandíbula se tensó.
—Soy un señor, señorita Kovacs, no un santo de una de sus historias
imaginarias. —Dio un paso de nuevo hacia mí, su fuerza
empujándome—. Les estoy dando mucho más de lo que les da su querido
líder. Al menos es su elección, y su familia se beneficia de mi gratitud.
—Eres vil —gruñí.
—Lo que sea que te permita dormir por la noche —se burló, su aliento
goteaba por mis labios, haciéndome darme cuenta de lo cerca que
estábamos—. Terminemos nuestro recorrido, ¿de acuerdo? —Giró,
señalando la segunda jaula.
Un hombre mayor de cabello gris se sentó en la cama, meciéndose,
moviendo los labios, murmurando para sí mismo, pero no pude entender
sus palabras.
—El señor Laski ha estado tomando las pastillas durante dos días. El
señor Petrov. —Señaló la celda de al lado, un hombre más joven, pero la
vida no había sido amable con él. Sus pantalones casi se le caían, su piel
era de un color amarillento, y hablaba consigo mismo como si estuviera
teniendo una conversación completa, a veces gritando palabras.
Caminaba por la pequeña celda, rascándose y tirando de su cabello, sin
notarnos en lo absoluto—. Ha estado así por tres. —Killian continuó.
—Pero con la señorita Kinsky es donde las cosas comienzan a
cambiar. —Se detuvo en la siguiente jaula. La chica no tenía más de
veinte años, pero de nuevo se podía ver que su vida no había sido
fácil. Su piel estaba estirada y dañada por el sol, con cicatrices a lo largo
de su rostro y brazos. Se quedó inmóvil, con los ojos vacíos. Su delgada
figura ni siquiera temblaba de debilidad—. El cuarto día es el cambio.
—¿El cambio? —Me acerqué a los barrotes y la miré. Ella no nos
prestó atención, ni siquiera un parpadeo. Extendí la mano y le toqué la
mano. Nada—. ¿Qué le pasa?
—¿Realmente no tienes idea de lo que hacen esas pastillas? —Killian
me miró.
—No. —Negué con la cabeza, chasqueando los dedos frente a su
cara. Sin reacción—. ¿Cuánto tiempo ha estado así?
—Dejó de caminar hace veinticuatro horas y no se ha movido desde
entonces.
—¿Veinticuatro horas? —Se me cayó la boca.
—Se quedan en este estado durante días. Hasta ahora, el tiempo
máximo ha sido de cinco días, pero podría ser la primera que lo supere.
—Killian bajó la barbilla por la fila hacia los que lloraban, nada más que
esqueletos—. Después, esto comienza a suceder… y luego…
Tragué saliva.
—¿Y luego qué?
—Sus cerebros prácticamente se derriten y finalmente mueren. —Mi
mano fue a mi estómago, presionando.
—No comen, beben, ni defecan. ¿Pero cuando llegan a este estado? —
Hizo un gesto hacia la señorita Kinsky—. Son increíblemente fáciles de
controlar.
—¿Controlar? ¿Qué quieres decir?
—¿Señorita Kinsky? —Killian se dirigió a ella, aunque ella no
respondió. Nos movió lejos de los barrotes, señalándome—. Mátala.
Como si un monstruo se apoderara de ella, se abalanzó hacia los
barrotes, haciéndome retroceder con un grito. Un aullido gutural resonó
en ella, rebotando en las paredes mientras intentaba arañarme. Su rostro
se contrajo, sus huesos crujieron mientras trataba de forzarse a encajar
entre los barrotes, desgarrándose la carne.
—¡Detente! —ordenó Killian. Se quedó quieta y volvió a quedarse allí
como un robot.
—Oh mis dioses. —Un sabor amargo cubrió mi lengua, mi corazón
latía con fuerza en mi pecho.
—Nos tomó un tiempo darnos cuenta que cuando llegaron a esta etapa,
estaban esperando órdenes. —Observó a la chica, sin mirarme a mí—.
También tienen el triple de fuerza que un humano normal y son un poco
más difíciles de matar, como si sus sentidos no les dijeran cuando tienen
dolor.
Moviendo la cabeza, tragué.
—No entiendo. ¿Quién haría esto?
—Vamos, señorita Kovacs. ¿Quién cree que se beneficiaría de un
ejército de personas que no sienten dolor y atacarán a cualquiera que se
les diga?
—¿Estás diciendo que Istvan está haciendo esto? —balbuceé, riendo—
. Protegemos a los humanos; esto es lo contrario de eso. Esto es algo
que los Faes harían.
—No lo necesitamos. —Se volvió hacia mí, su declaración llana y
práctica—. Además, ¿por qué dañaría a mi propia gente para conseguir
algo que ya tenemos?
—¿Qué quieres decir?
—¿No has adivinado cuáles son los componentes principales de estas
píldoras? —Sus ojos violetas se clavaron en mí como si estuviera
tratando de excavar en mi cerebro y sacar lo que estaba escondido ahí—.
¿Qué les está dando a estos humanos esta habilidad?
No respondí, mi mandíbula se apretó. El pavor se arremolinó en mi
estómago porque en el fondo, tenía miedo de saberlo. Y tendría que
enfrentarme a lo ingenua y ciega que había sido cuando se trataba de
Istvan. Lo que había estado haciendo.
La furia parpadeó en los ojos de Killian.
—Nos miran como si fuéramos los monstruos cuando han sido ustedes
los humanos todo el tiempo. Quienes nos obligaron a escondernos
durante siglos, quienes nos masacraron por miles, quienes negaron
nuestra existencia. Porque, en verdad, los humanos siempre han estado
celosos y han querido ser nosotros.
El oxígeno estaba obstruido en mis vías respiratorias.
—No. —Negué con la cabeza, negando lo que temía que vendría.
—Solo hay una forma de obtener esencia de fae como esta. —
gruñó, acercándose—. Cosechandola de faes y mestizos.
Aspirando bruscamente, la cascada de su declaración se rompió sobre
mí.
—¿Y sabe lo que encontré aún más interesante?
—¿Qué? —un susurro ronco salió de mi garganta.
—A usted.
—¿A mí? —Me señalé—. ¿Por qué a mí?
—Porque, señorita Kovacs, todos los sujetos de prueba han respondido
exactamente de la misma manera, hasta sucumbir. Cada. Uno. De.
Ellos… excepto uno. —Metió las manos en los bolsillos y se acercó a
mí—. El Sujeto Número Uno.
—¿Y dónde está el Sujeto Uno?
Él sonrió con suficiencia.
—De pie frente a mí.
—¿Qu-qué? —dije con voz áspera. Una avalancha de hielo atravesó
mis venas, el terror recorrió mi cuerpo.
—Usted, señorita Kovacs, fue mi primer sujeto. Durante dos semanas,
ha estado tomando las pastillas, trituradas en sus comidas.
No podía mover mis extremidades; mis pulmones lucharon por tomar
aire. ¿La droga que causaba muertes dolorosas a estas personas había
estado en mi sistema durante semanas?
—Si bien no le pasó nada, los otros sujetos se volvieron más parecidos
a los Faes antes que comenzaran a flaquear y morir. Los órganos
fallaron. Algunos más rápido, otros más lento, pero al final, todas sus
mentes se doblegaron, recibiendo órdenes antes de morir. —Sus
zapatos golpearon mis dedos cubiertos y se inclinó sobre mí, sus cejas se
arrugaron, su voz amenazante—. Pero usted no. Se ha vuelto aún más
indiferente al glamour de los Faes.
Fruncí el ceño.
—Las hadas de los árboles son muy sexuales. Casi equivalente a las
sirenas en energía carnal. Si un hada del agua o del árbol te ataca, ningún
humano podrá resistirse. La mayoría de los Faes no pueden. —Recogió
un mechón de mi cabello, jugando con el final—. Le dije a Willow que
concentrara toda su magia en usted. Mis guardias Fae estaban a punto de
follarla en el acto. Yo estaba… —Se interrumpió y tragó saliva—. Pero
no se doblegó.
Casi lo hice.
Soltó la punta de mi cabello, sus dedos rozaron mi clavícula.
—Usted no es Fae. Pero ningún humano ha sobrevivido todavía. Una
treintena de personas han venido después de usted, señorita Kovacs, y
diecisiete de ellos están muertos. Pero usted no. ¿Por qué es eso? ¿Qué la
hace tan especial?
—Nada —susurré, mi cabeza dando vueltas con esta verdad—. Soy
una humana común.
—Miente. —Se acercó un poco más, su boca se cernió sobre la mía,
deslizando el mismo mechón de cabello detrás de mi oreja—. Usted y yo
sabemos que es mucho más que eso. —Sus ojos brillantes buscaron los
míos. Por un breve momento, dejó caer sus paredes, dejándome ver una
suavidad en su mirada, haciendo que mi garganta se apretara.
—Entonces, ¿qué soy? —Tragué, aterrorizada, pero no por las razones
por las que debería haberlo estado.
—No lo sé. —Su voz era baja mientras los gritos y murmullos de
las jaulas golpeaban contra la burbuja en la que parecíamos estar—. Solo
sé que embruja e intriga a casi todas las personas con las que entra en
contacto. —Sus dedos se deslizaron por mi cabello—. Puede bloquear
el glamour de los Faes y, al parecer, nuestra esencia. —La última palabra
se enroscó a mi alrededor con energía sexual, palpitando alrededor de
mis muslos.
Mis pulmones bombearon, congelados bajo la atención del señor Fae.
—Soy el Fae más poderoso de este país. No me gusta no saber algo —
dijo. Su voz sonaba irritada, pero sus ojos todavía se movían sobre
mí con abierto interés—. O lo averiguo o… —Su cabeza se inclinó como
si fuera a besarme, succionando oxígeno por mi nariz.
—¿O?
—Lo aplasto. —Se dio la vuelta y salió, la puerta se cerró de golpe
detrás de él. Me dejó sin aliento, con la cabeza dando vueltas, sintiendo
como si una ola me hubiera golpeado, volteado y aplastado. Killian
arrancó el suelo debajo de mí, dejándome a la deriva.
—Matar. Matar. Debo matarlos. Esa es la única forma. —Una voz
llamó mi atención de nuevo a una celda. El hombre más joven, el señor
Petrov, murmuró una y otra vez, sus brazos temblaban y se movían como
si hubiera perdido el control—. Purifica el mundo. Ellos deben morir.
—¿Quién? ¿Quién debe morir? —Di un paso hacia la jaula.
Comenzó a mover su cabeza, agitando los brazos.
—Morir. Matar. —Empezó a mecerse, sin parecer oírme ni verme.
Miré a cada uno de ellos en la hilera, con el pecho lleno de tristeza y
miedo.
Podría haber sido uno de ellos. ¿Por qué no lo era? ¿Qué me hizo
diferente?
Un grito sonó desde la última jaula ocupada, la figura parecida a un
esqueleto que se había hecho un ovillo dejó escapar un lamento
angustiado, haciéndome girar. La sangre brotó de su nariz y ojos. Su
boca se abrió, su mano huesuda extendiéndose a través de los barrotes
hacia mí, sus ojos vacíos y nublados. Ella apenas se parecía a un ser
humano, pero todavía quería ayudarla. El miedo golpeó mis oídos, pero
mis pies se movieron hacia la celda, donde me agaché junto a ella.
—Estoy aquí. No estás sola —dije suavemente. Empujando contra mi
disgusto, tomé su mano. No podía decir si ella entendía o incluso sabía
que yo estaba allí, pero tomé su mano, sintiendo que su vida se le
escapaba, la sangre se acumulaba debajo de su cabeza. Y luego dejó de
respirar.
—Lo siento. —Mi garganta se coaguló con la emoción, pensando en el
dolor y el miedo por el que debió haber pasado. Todo era mi culpa. Traje
esto a la puerta de Killian, y también me sentí culpable por sobrevivir
cuando ellos no lo hicieron.
La emoción llenó mi pecho. Eran personas, las que conocí en Kitty's
como Rosie, o mi criada, los niños de Maja, que intentaban sobrevivir en
las Tierras Salvajes, haciendo lo que pensaban que era lo mejor para sus
familias. Una oleada de dolor y pena me golpeó las costillas.
De repente, la mujer aspiró una violenta bocanada de aire y levantó la
cabeza. Sus dedos demacrados me apretaron dolorosamente, clavándose
en mi piel. Me eché hacia atrás con un chillido. Me escabullí cuando la
cabeza de la mujer cayó al suelo, su cuerpo inmóvil mientras la sangre
manaba de su boca y nariz.
Muerta.
Jadeando por aire, me dejé caer contra la pared, mi cuerpo temblaba.
¿Qué carajo? Sabía que, cerca de la muerte, tus músculos y nervios
podrían latir con una última oleada, pero eso no lo hacía menos aterrador
de experimentar.
—¿Señorita Kovacs? —Al oír una voz masculina, miré a la izquierda.
Iain, el joven guardia, estaba allí—. Es hora de volver a su celda. —
Levantó un par de esposas.
Asentí, levantándome temblorosamente, mirándolo aturdida mientras
me sujetaba y nos llevaba de regreso a mi celda.
El hecho que las pastillas no me hubieran afectado todavía no
significaba que no lo harían. Yo podría haber estado aquí abajo, tomando
el lugar de la mujer, murmurando para mí misma, esperando a que mi
cerebro se convirtiera en líquido.
Tenía que salir de aquí. Mi mirada se desvió hacia Iain, sus ojos
enfocados hacia adelante, pero vi sus mejillas sonrojarse bajo mi
escrutinio.
Le agradaba.
E iba a usar eso para liberarme.
—Maldita sea, quítale el dedo de la nariz. —Una voz tarareó a través
de mis sueños, caminando por la línea de la seminconsciencia. El tenor
familiar sacó a relucir la única felicidad y seguridad que había sentido
en Halálház, haciéndome aferrarme al sueño.
Chirrido.
—No, no creo que a ella le guste en secreto.
Chirrido.
—¡Eso es una mentira! No.
Chirrido.
—Prometiste no volver a hablar de ese incidente nunca más. Tampoco
lo disfruté —siseó la voz, sonando muy real, despertándome del sueño.
Mis pestañas se despegaron de algo pegajoso mientras recobraba la
conciencia. Mis ojos borrosos se abrieron para ver a dos caras a solo un
suspiro de mí, y me di cuenta que una tenía un dedo largo en mi nariz.
—¿Qué demonios? —murmuré, dando una sacudida hacia atrás, mi
cabeza chocando contra la pared de piedra mientras mi cerebro trataba de
asimilar los colores brillantes que explotaban contra el gris apagado.
—Ah, la pequeña Pececito está despierta.
Chirrido.
—Tú eres quien la despertó. No me culpes.
Mi mente se revolvió para encontrarle sentido a lo que veía. ¿Estaba
todavía soñando? ¿Estaba todavía en Halálház y después de todo había
sido una pesadilla?
No... mi mirada vagó alrededor. Todavía estaba en la celda del palacio
donde había estado viviendo durante semanas. El catre y la almohada
llena de bultos eran iguales, pero las figuras frente a mí no encajaban en
este nuevo terreno.
—¿Opie? —Me quedé boquiabierta ante la figura familiar que sostenía
una escoba. El brownie con su cara en forma de corazón, nariz grande,
orejas ligeramente puntiagudas, ojos marrones, cabello castaño y barba
se paró frente a mí. En su espalda, una criatura diminuta de orejas
grandes me volteó.
Bitzy.
—Hola, Pececito. —Sonrió y se apartó la borla dorada de la cabeza.
—Opie… —repetí, mi cerebro no envolvía lo que mis ojos me decían.
Chirrido.
—No. Estoy seguro que no tiene muerte cerebral.
Chirrido.
—Oye. Soy bastante memorable, muchas gracias —resopló, poniendo
sus manos en sus caderas, mirando al diablillo. Su atuendo casi me
cegó. Su mitad inferior estaba envuelta en pantalones cortos de color
verde azulado brillante como un pañuelo. Su mitad superior era de
botones rojos y amarillos ensartados con cordones rosas, como un sostén,
y una borla de cortina dorada a modo de sombrero. Su barba estaba
trenzada con una cinta morada.
—Oh. Mis. Dioses. —Me incorporé, sacudiendo la cabeza con feliz
perplejidad—. ¿Qu-qué están haciendo aquí?
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Cruzó los brazos y arqueó una ceja
poblada. Bitzy sacudió la cabeza con expresión acusadora—.
Te escapaste de Halálház, sin un adiós, déjame agregar.
Chirrido. Un dedo voló hacia arriba, reprendiéndome de varias
maneras.
—¿Para terminar aquí?
—No fue mi elección. —Fruncí el ceño brevemente, pensando en el
engaño de Warwick, pero ver a Opie e incluso a Bitzy de nuevo me hizo
burbujear de alegría, incapaz de aferrarme a mi ira—. Pero en serio, ¿qué
están haciendo aquí?
—El Maestro Finn está en deuda con Lord Killian. —Giró la cabeza,
empujando la borla hacia el otro lado—. Y dado que la prisión está en
cierre temporal, nos hemos mudado aquí. Que es un millón de veces
mejor. Tiene cosas mucho mejores. Al principio, estábamos en sus
habitaciones superiores, pero… —Se arregló el nudo de sus pantalones
cortos—. Una vez más, saqué la pajita corta, limpiando las celdas de los
prisioneros aquí.
Mis párpados se estrecharon.
—Por curiosidad. ¿Cuántas veces sacas la pajita corta?
—¡Cada vez! Extraño, ¿eh? —Alzó los brazos dramáticamente—. El
Maestro Finn dice que tengo mucha suerte para un brownie.
Chirrido.
La sonrisa de Opie se desvaneció, pero no respondió a Bitzy, pasando
su escoba de un lado a otro sobre mi manta gris. No tenía nada que ver
con la suerte y todo que ver con que Opie no siguiera las normas de
comportamiento de los brownies. Esta era su forma de condenarlo al
ostracismo. Pero no podría estar más agradecida que estuviera aquí.
—Está bien. Al menos puedo salirme con la mía sin tener que limpiar
realmente. —Opie continuó barriendo distraídamente la manta, forzando
una sonrisa en su boca—. Quiero decir, arriba todo tiene que ser
perfecto, pero, ¿aquí abajo? —Hizo un gesto con un encogimiento de
hombros—. Sin la mierda, el vómito, la orina, la sangre o la materia
cerebral, es el trabajo más fácil de todos.
—¿Materia cerebral? —Mis ojos se agrandaron. ¿Estaba limpiando las
jaulas en el laboratorio?
Chirrido.
—Bitzy piensa que eres una idiota. —Opie se saltó mi pregunta.
Me pellizqué la nariz, todavía tratando de aceptar que estaban aquí.
Eran reales.
—Sorprendente.
—¿Disfrutas tanto de estar en una celda que tuviste que buscar otra?
—Opie suspiró—. Quiero decir, he escuchado que muchas mujeres están
encadenadas, especialmente por Lord Killian, pero esto parece un poco
excesivo.
—Asqueroso. —Apreté los dientes, un rubor de disgusto calentaba mi
cuello—. Ese hombre es arrogante, desalmado y… —Mi mente volvió a
la noche anterior, la sensación de su cuerpo presionado contra mí, su
poder vibrando por mis huesos. La intensidad de su mirada cuando su
dedo rozó mi cuello.
—¿Caliente? —Opie intervino.
Bajando mis párpados, lo miré.
Chirrido.
—¿Qué? —Opie miró entre Bitzy y yo—. Como si ustedes dos no lo
estuvieran pensando.
—No.
Chirrido.
—Ambas están llenas de mierda. —Él puso los ojos en blanco.
Chirrido.
—Por favor, ¿cuántas veces has querido meter el dedo en su nariz o
en otros lugares?
Bitzy parpadeó, su cabeza ladeando pensativa.
—Doblemente asqueroso. —Froté mi cabeza, sentándome más
firmemente contra la pared, arrastrando mis rodillas hacia arriba,
bostezando. Después del traumático y emocional día anterior, casi me
había desmayado, mi noche estaba atormentada por gritos, sangre y
esqueletos atacándome—. ¿De alguna manera puedes traerme café a
escondidas aquí?
Este lugar podría considerarse más despiadado que Halálház; al menos
ahí, podría tomarme un café antes de los azotes.
—Lo siento, ¿te parezco un barista? —Hizo un gesto hacia sí mismo.
—Con tu atuendo, estarías bien en casa de Madam Kitty.
—¿Gatito? —Sus ojos se ensancharon, mirando a su alrededor—.
¿Dónde? ¿Dónde? —Se agachó, con los brazos preparados para luchar.
Chirrido.
—Puedo luchar.
Chirrido.
—No grité como un pavo real y me escondí debajo de una almohada.
Chirrido.
—¡Bueno, el gato era enorme! Y te juro que estaba tratando de
atraparme. —Opie movió sus brazos en un movimiento de kárate
genérico—. Y no seas arrogante. Te escondiste debajo de la almohada
conmigo. No te vi salir corriendo y desafiarlo.
Chirrido.
—Okey. —Rompí su conversación y les levanté las manos—. ¿Qué
está pasando?
—Dijiste que había un gatito. —Pateó su pierna—. Vamos, cubo de
pelusa. ¡Ven a enfrentarme ahora!
Una risa brotó de mi pecho. Fue como limpiar las telarañas de una casa
abandonada, dejar entrar la luz en mi alma. Las risas brotaron de mi
boca, haciéndome sentir más ligera. Ni siquiera podía recordar la última
vez que me reí.
—¿Qué? —Opie me devolvió la mirada.
—No hay ningún gato. —Me llevé una mano a la boca y las risitas
estallaron entre mis dedos.
—¿Ningún gato? —Opie bajó los brazos lentamente, sin dejar de mirar
a su alrededor.
—No. —Negué con la cabeza, limpiando una gota de humedad que se
me escapó por el rabillo del ojo. Una lágrima derramada de diversión, no
de dolor.
—Entonces, ¿por qué dijiste que lo había? —Opie resopló.
Chirrido.
Dedo.
—Señora Kitty. Ella es una persona. Dirige un burdel en las Tierras
Salvajes.
—¿Tierras Salvajes? —Opie se quedó quieto y abrió la boca en
sorpresa—. ¿Estuviste ahí?
—Lo estuve. —Incliné mi cabeza hacia la pared, cada detalle de mi
tiempo todavía vibrante y fuerte en mi mente—. Solo por unos días, pero
definitivamente me impresionó. Creo que encajarías bien donde me
quedé.
—¿Cómo es? —Opie se acercó a mí con los ojos brillantes de
asombro—. Siempre quise ir, pero el Maestro Finn dice que solo los
brownies depravados y de mala reputación van ahí. Debemos apreciar lo
que tenemos y no aventurarnos fuera de nuestro mundo. Ya tenemos lo
mejor. No tiene sentido ver nada más.
—¿Lo mejor para quién? —Le quité la borla de los ojos y le di a Bitzy
en la cara. Ella me fulminó con la mirada y me sorprendió. Qué triste que
su gesto me resultara tan reconfortante—. Lo mejor es relativo, ¿no? Lo
que es mejor para el idiota de Finn puede que no sea lo mejor para ti. —
Maldita sea, si no he sonado como mi viejo amigo druida. Pensaba
mucho en Tad y Kek, esperando que estuvieran bien. Que hubieran
escapado y estuvieran a salvo en algún lugar—. Me criaron con los
mismos ideales… ¿por qué irme si lo que tenía era lo que todos
querían? Pero cuanto más he visto, más he aprendido… —Suspiré,
mirando fijamente.
Cuando estaba en las Tierras Salvajes, todo lo que pensaba era en
volver a casa, sin darme cuenta que el pequeño sabor del mundo exterior
se había filtrado en mis huesos. Me cambió.
¿Podría volver a mi mundo amurallado y estar bien con eso?
Las llaves traquetearon en la cerradura, disparando la alarma por mi
columna como una jabalina. Mi mirada se dirigió hacia la puerta. A pesar
que probablemente era solo mi desayuno de cereal caliente, como lo
había sido todos los días, mis nervios se sentían delgados y crudos, como
si los hubieran arrancado y funcionaran como caramelo.
Mis ojos regresaron a donde habían estado Opie y Bitzy. Se habían
ido. En un segundo, se habían desvanecido. Busqué en la habitación
básicamente vacía para ver si los veía escabullirse.
Nada.
La puerta se abrió, atrayéndome de regreso a la figura que entraba, una
fuerte inhalación empujándome contra la pared.
Mi desayuno estaba siendo entregado en mano.
—¿Ha dormido bien, señorita Kovacs? —Killian, luciendo
injustamente hermoso, estaba vestido con un traje azul marino ajustado,
una corbata azul claro y un pañuelo, sosteniendo una bandeja con huevos
en lugar de mi cereal caliente habitual. Su impacto fue como un puñetazo
en los pulmones y aparté la mirada. Mirando hacia un lado, traté de
ignorar su energía estallando a mi alrededor.
—¿No me hablará? —Caminó hasta el borde del catre, esperando que
respondiera. No era exactamente lo que pensé que sería. Esperaba la
misma crueldad que había recibido en la Casa de la Muerte de este
hombre que la diseñó. No que él mostrara una extraña cortesía con sus
cautivos como lo hizo conmigo o con Adel en la celda de abajo. Me hizo
sentir inestable y escéptica, esperando que el látigo o su puño me
derribaran.
—Ya veo.
Dejó la bandeja al final de mi catre. El aroma de huevos con queso,
tocino crujiente, fruta, tostadas con mantequilla y… café… se enroscó en
mi nariz, haciendo que mi estómago gruñera y mi boca se hiciera agua,
llamándome para que cayera de cara al plato, gimiendo de éxtasis.
Un desayuno digno de un señor.
Mi mandíbula se abrió cuando me di la vuelta de nuevo, el olor me
hizo caer de rodillas. La última vez que comí huevos de verdad, tocino,
fruta y café importado fue en la FDH. Hace meses, que parecían años.
—Te aseguro que no contiene veneno. Ni pastillas trituradas. —Se
paró a mi lado, cruzando los brazos.
Me quedé mirando un pequeño agujero en la pared.
—No me molestaría en mentirle ahora, señorita Kovacs. Ya ha
demostrado ser inmune.
Me volví para mirarlo y apreté los labios.
Sonrió como si pudiera leerme.
—No solo las tomaste durante dos semanas seguidas, sino que también
estuvieron en todas las comidas después que pasaron los primeros
días. Los que vio tomaban sólo una pastilla al día. No parecía importar:
el peso, el sexo o la salud. Todos se vieron afectados en las primeras
veinticuatro horas. —Se sentó sobre sus talones—. Quiero ponerla a
prueba de otra manera, ¿puedo?
—¿Si puedes? —farfullé, la ira arremetiendo como veneno—. Por
favor, no me estás pidiendo permiso, Killian, así que deja el acto.
En un instante, su rostro estaba en el mío, sus manos me aplastaron
contra la pared.
—Te dije. No me llames por mi nombre —enfureció, sus iris
estallaron de color, su nariz se ensanchó. Nos miramos el uno al otro
antes que se aclarara la garganta—. No me presiones. A diferencia de tu
último compañero, no siento la necesidad de usar la violencia para todo.
—Su boca rozó mi oreja, lo que hizo que mis pulmones se contrajeran—.
Pero si es la única forma de obedecerme, lo haré. —Se hechó para atrás,
tirando de sus esposas—. Coma su desayuno. Un guardia vendrá a
buscarla en diez minutos. —Se dio la vuelta y salió.
—Oh, Dios… —Una voz hizo que mi cabeza volviera a la bandeja de
comida, con la mitad de una salchicha saliendo de su boca. Opie se
quedó allí, abanicándose—. Es tan delicioso.
Chirrido.
—No, no creo que a él le guste eso.
Chirrido.
—¡Bitzy! —La boca de Opie se abrió—. Él es nuestro maestro. No
pongas esas imágenes en mi cabeza.
Chirrido.
—Tienes razón. Ya lo había pensado totalmente. Probablemente le
gusten esas cosas a puerta cerrada.
—Por favor, paren. —Me froté la cara—. Me están mareando.
—Oh, ¿entonces no vas a comer esto? —murmuró, su boca sonaba
llena.
Mi cabeza se volvió hacia mi desayuno, viendo una rebanada de tocino
saliendo de la boca de Opie, mientras el dedo de Bitzy removía el café, lo
lamía y lo volvía a meter en la taza.
Doblándome sobre mis piernas con un suspiro, dije:
—No. Todo suyo.
—¡Oh Dios! Sé que comimos un montón de panqueques hace veinte
minutos, pero me muero de hambre. —Opie se metió a la boca un trozo
de tostada y la mantequilla le bajó por la barbilla.
La cerradura de mi celda tintineó y la puerta se abrió. Mirando a
mis amigos, una vez más, se desvanecieron como si nunca hubieran
estado allí.
—Vamos —ladró la voz profunda de una mujer, empujándome hacia
la puerta. Me sorprendió no ver al joven y lindo guardia, Iain, parado
allí. La mujer vestía un traje de guardia característico con el símbolo de
Killian en su pecho, una espada colgaba de su cintura. Medía más de un
metro ochenta, tenía una nariz afilada y hombros anchos. Su cabello
corto, parecido a una pluma, tenía varios tonos de marrón y dorado. Los
agudos ojos marrón-dorado se entrecerraron en mí con total disgusto—.
¡Muévete!
Joder. Me puse de pie y caminé con cautela hacia la puerta.
—¿Dónde está Iain?
—¿Dije que podías hablar, prisionera? —Me empujó hacia adelante,
mi hombro chocando contra la pared de piedra al otro lado del pasillo—.
Cállate y haz lo que te dicen antes que deje de ser amable.
—¿Alguien también escupió en tu café? —murmuré.
Sus grandes manos agarraron mi cabello, tirándome hacia atrás, su
expresión se torció.
—Sea cual sea el hechizo que le pongas a los hombres, no funcionará
conmigo. Por eso me tienen vigilándote. Iain se estaba encariñando
demasiado contigo.
Maldita sea. Killian vió la debilidad antes que pudiera explotarla.
—No quiero nada más que tu muerte. Entonces, recuerda tu lugar,
humana. O mi cuchillo podría deslizarse accidentalmente por tu cuello,
como te mereces. —Me empujó hacia adelante, mis pies luchando para
mantener el ritmo.
Mierda, ¿qué le había hecho?
Me quedé callada el resto del viaje al laboratorio, pero ella aprovechó
cada oportunidad para empujarme contra las paredes y las jambas de las
puertas. Mis brazos estaban magullados cuando entramos al laboratorio.
—Nyx. —La voz de Killian cortó el aire cuando entró en la habitación
con la ventana, encontrándonos—. Es suficiente.
—No estoy de acuerdo, mi señor. Creo que la prisionera se ha puesto
demasiado cómoda y se ha olvidado de su lugar. Lo que realmente es.
—¿Y qué es, Nyx?
—¡Afortunada! Todavía no le he hecho un agujero en el pecho —
respondió.
Un toque de humor brilló en el rostro de Killian, sus ojos se
encontraron con los míos.
—Veo que hizo una amiga, señorita Kovacs.
Le devolví la mirada.
—Puedes irte, Nyx. Te avisaré cuando sea necesario que la devuelvan
a su celda.
Nyx bajó la cabeza a su orden, gruñendo antes de marchar por el
pasillo.
—Mejor se cuidadosa. Los halcones cambiantes se concentran en su
presa y son difíciles de desviar de su objetivo. Y ella realmente quiere
cualquier motivo para matarte.
Halcón cambiante. Eso no me pareció bien.
—¿Qué diablos le hice? —Me froté los brazos doloridos—. ¿O es solo
porque soy humana?
—La parte humana es lo que quiero averiguar. —Se acercó a mí, su
cuerpo sólido era evidente debajo de su bonito traje—. Pero no es por eso
que quiere matarte.
—¿Entonces por qué?
—Porque asesinaste a su pareja, Yulia. —Levantó una ceja—. Pusiste
una bala en el corazón de su amante y la vio caer al Danubio la
noche que escapaste de Halálház.
Parpadeé y miré hacia la puerta. Mierda… Yulia. ¿Su novia era la
búho cambiante a la que disparé mientras Warwick y yo huíamos de
Halálház?
Mierda.
—Ella lo vio suceder en vivo, así que creo que eso le da una razón
excepcionalmente buena para quererte muerta. —Se dio la vuelta, yendo
hacia la puerta—. Harás lo que te diga, o la dejaré buscar la venganza
que anhela.
—Ya es suficiente por hoy. —La sedosa voz de Killian hizo que mis
pestañas se abrieran, y me fijé en su constitución familiar mientras
caminaba hacia la cama en la que estaba acostada. Apagó las máquinas
que me rodeaban con sus pitidos y zumbidos rítmicos, que me habían
arrullado—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor si tuviera una galleta. —Traté de contener mi sonrisa.
—Estoy seguro que podría encontrar algo dulce. —Sus ojos violetas se
alzaron hacia los míos con una sonrisa juguetona, haciendo que mi pecho
se apretara. Volví mi atención a mis manos. ¿Qué diablos, Brex? Él es el
enemigo.
Cada vez era más difícil recordar eso.
Había pasado más de una semana y media desde que me trajo aquí por
primera vez. Todos los días regresaba, pero en lugar de obligarme a
tomar pastillas por la garganta, me sometía a todo tipo de pruebas
imaginables: de sangre, físicas, psicológicas, radiografías, ondas
cerebrales, cosas Fae. Y en ese tiempo, Killian había estado a mi lado.
Dejé de cuestionarlo después del tercer día; su presencia constante era lo
único que me consolaba. Solo se iba cuando surgían negocios, pero
regresaba en el momento que podía. Porque estaba haciendo lo que él
quería sin pelear, su amenaza de castigarme no faltaba cada día que
pasaba. Pero no era tonta. Entendí que todo podría cambiar en un abrir y
cerrar de ojos, y que fácilmente podría matarme.
Esperaba que las pruebas comenzaran a rayar en la crueldad. Pero
además de un examen físico básico, podía quedarme ahí tumbada y
comer galletas más tarde. En mi libro, eso era un día festivo.
—Te ves un poco pálida hoy. —Killian despegó un monitor que estaba
pegado a mi sien—. Podrías beneficiarte de un poco de aire fresco. Un
paseo, tal vez. ¿Te unirías a mí?
Mi cabeza se movió bruscamente hacia él.
—En realidad, tengo una pequeña sorpresa para ti.
Mi frente se arrugó. Su amabilidad pasó por alto cada una de mis
defensas. Yo dudaba de sus intenciones y de mi propio juicio de carácter.
Killian no se parecía en nada a lo que imaginaba o a lo que me habían
dicho. No tenía esclavos humanos que le llevaran bandejas de comida
mientras él torturaba, mataba y violaba a los de nuestra especie. Era
compasivo conmigo. Atento. Me encontré riendo y bromeando con él
cuanto más tiempo pasábamos juntos. Me molestaba.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto. —Suavemente sacó la aguja de mi brazo.
—¿Por qué estás aquí? —Lo veía hacer todo él mismo en lugar de
un especialista de laboratorio. Tenía toda la semana. Si estaba a mi lado,
sacaba a los técnicos y se ocupaba de mí él mismo.
—¿Qué quieres decir con qué por qué estoy aquí? —Frunció el ceño,
agarró un hisopo de algodón para palpar el goteo de sangre del agujero
de la perforación—. Este es mi laboratorio. Mi palacio.
—Exactamente. Tuyo. Tienes docenas de empleados a tu voluntad que
podrían estar aquí en tu lugar.
Él no respondió, todavía ejerciendo presión sobre la herida.
—¿No tienes otras obligaciones? Tú eres el líder. ¿No deberías
estar, no sé, dirigiendo tu lado del país en lugar de ser mi enfermero?
—Mi atención está precisamente donde debería estar. —Sus ojos se
encontraron con los míos—. Y disfruto ser tu enfermero.
Aspiré, su mirada pesada sobre mí.
—¿Por qué?
Dio un paso atrás y arrojó los hisopos a la papelera.
—Ven —ordenó, avanzando hacia la puerta, ignorando mi pregunta.
Soltando mi aliento, me deslicé fuera de la cama, siguiéndolo. Nyx nos
esperaba en los ascensores, su ceño fruncido se oscureció en el momento
en que me vio.
—Señor. —Ella bajó la cabeza y sacó un par de esposas—. ¿Debería
llevar a la prisionera a su habitación y… asfixiarla con una almohada?
Se rió entre dientes, sacudiendo la cabeza mientras subía al ascensor.
—No esta noche. Yo mismo acompañaré a la señorita Kovacs. Puedes
tomarte el resto de la noche libre.
—¿Señor? —Ella parpadeó horrorizada, con las esposas en las
manos—. ¿No debería al menos esposar a la cautiva?
—No hay necesidad. —Su mirada se deslizó hacia mí cuando me moví
en el ascensor con él, luego de vuelta a Nyx—. Creo que puedo
manejarla.
—Mi señor… —Nyx negó con la cabeza—. Sí, ella es una humana
débil, repugnante y vil. Pero me preocupa que no vea con claridad.
—¿Me está cuestionando, teniente?
—No señor. —Inclinó la cabeza más profundamente—. Es mi trabajo
mantenerlo a salvo. Ver todas las amenazas.
—No creo que una humana sea una amenaza para mí. —Apretó el
botón del ascensor—. Buenas noches, Nyx.
La boca de Nyx permaneció abierta, sus ojos como platos cuando las
puertas se cerraron, llevándonos hacia arriba.
—Creo que realmente le estoy empezando a agradar. —Miré a Killian,
su mirada encontrándose con la mía, una sonrisa insinuada en su
boca. Había visto más y más de este lado suyo en la última semana.
—Me atrevería a decir que sí —respondió, su mirada no vacilaba, lo
que me obligó a mirar hacia otro lado mientras la tensión aumentaba en
el pequeño espacio.
Las puertas se abrieron, finalmente separando la atención de Killian de
mí cuando salió a una gran habitación. Un jadeo se quedó atrapado en
mis pulmones mientras lo seguía, girando para absorber toda la grandeza
y la opulencia que me recordaba a mi hogar. Me había llevado a su
palacio. Su hogar.
La enorme galería tenía suelos de mármol y una rica alfombra roja.
Finísimos detalles fueron esculpidos en los techos abovedados muy por
encima de nuestras cabezas. Estatuas de Faes exquisitamente talladas
se alineaban en la habitación, murales invaluables pintados en techos y
paredes. Cada espacio estaba lleno con candelabros de cristal y oro puro,
alfombras ornamentadas, chimeneas de gran tamaño y riquezas excesivas
más allá de la imaginación de cualquiera.
Lo reconocí; era muy similar a la FDH. Aquí, los gatos gordos lamían
la crema, mientras que la mayoría de los demás se morían de hambre y
pedían migajas en la calle.
Cuando estaba en la FDH, solía mirar a este castillo desde el otro lado
del río. Yo sabía que la fachada del edificio la habían dejado intacta, pero
a partir de fotografías antiguas, estaba claro que Killian tenía el interior
actualizado, eliminando la influencia humana de sus anteriores
propietarios.
Ahora era más moderno, limpio, pero rezumaba decadencia y dinero.
Las pinturas de la mitología de los Faes reemplazaron los retratos de
líderes humanos, y la insignia de Killian estaba en todas partes: dos
círculos entrelazados y detallados con una espada cortando en el medio,
la hoja y el mango incrustados con símbolos celtas y brillando con luz.
Simbolizaba la Espada de Nuada, un tesoro del viejo mundo que se dice
que fue destruido en la época de la Guerra Fae hace veinte años. Sin
embargo, algunos todavía creían que se había salvado, y estaba
escondida en algún lugar del mundo.
El tiempo a solas con Killian casi me hizo olvidar quién era realmente.
Ver esto fue como un puñetazo en la cara. Él era el líder de los Faes. Mi
enemigo.
Mis suaves zapatos tipo zapatilla patinaban sobre los fríos suelos. Me
picaba la piel y los pulmones aspiraban el aire fresco que entraba por las
ventanas abiertas, donde cortinas transparentes ondeaban como velas en
el mar abierto. Las primeras horas de la noche trazaban
profundos púrpuras y azules a lo largo del horizonte y proyectaban
sombras en la habitación. La cálida luz mantecosa se derramaba de los
candelabros y apliques.
Killian salió al balcón y me miró por encima del hombro. Poniéndome
a su lado, respiré hondo, las lágrimas picaban en mis ojos. El olor del
Danubio me envolvió, con un olor familiar y agradable. Mi respiración
se estremeció al contemplar la ciudad resplandeciente al otro lado del
río. Las luces de las Fuerzas de Defensa Humana parpadearon como un
viejo amigo, llamándome. Mordí mi labio, el anhelo y la tristeza
apuñalaron mi corazón. Hogar.
Podía sentir la mirada ponderada de Killian sobre mí, pero no podía
mirarlo, perdida en la vista. Rastros del otoño besaban el aire. Sólo
habían pasado unos pocos meses desde mi captura en el puente de abajo,
pero aquí de pie al lado de un Seelie Fae, el señor de Hungría, mirando a
mi antiguo hogar desde su castillo, viva e ilesa, me di cuenta de cuánto
había cambiado para mí. Viví vidas en esos meses, experimenté cosas
que nunca imaginé.
La chica que solía sentarse en el techo de la FDH mirando este palacio
no reconocería a la chica que miraba ahora de vuelta.
—No me dejarás ir, ¿verdad? —pregunté, mi voz sin emoción.
Killian se metió las manos en los bolsillos.
—¿Eso es realmente lo que quieres?
Lo miré, perpleja por su pregunta.
—¿Puedes imaginarte volviendo a lo que estabas haciendo antes? —Él
movió su cabeza hacia la FDH, las luces de los jardines reflejándose en
su oscuro cabello y reflejándose en sus impresionantes ojos—.
Entrenando para matar Faes, escuchándolos repetir una y otra vez qué
monstruos somos. —Se curvó hacia mí—. ¿Podrías volver? Volver a
querer matar Faes… ¿matarme a mí?
—¿Cómo sabes que no lo quiero ahora? —Mi voz tembló más de lo
que esperaba, mi garganta se enroscó sobre sí misma, tratando de ignorar
lo impresionante que era.
—¿Lo quieres? —Se acercó a mí, su cuerpo estaba a sólo un aliento,
su rostro demasiado cerca de mí—. ¿Me quieres muerto, Brexley?
Inhalé abruptamente como si me hubiera disparado una bala
directamente en el pecho. La potencia y la intimidad de mi nombre en
sus labios pulsó a través de mi estómago y bajó entre mis muslos.
—El poder de un nombre —murmuró, inclinándose más hacia mí.
¿Era así cómo se sintió cuando dije su nombre de pila? Entonces pude
entender su enfado en ese momento. Santa mierda...
—Los humanos normales no sienten el intenso peso de un nombre
como nosotros. —Él inclinó su cabeza hacia un lado, me estudiaba—.
Pero no hay nada normal en ti, ¿verdad?
Tragué, tratando de no moverme ni respirar.
—Creo que Nyx puede tener razón sobre ti.
—¿Que debería ser asfixiada por mi almohada? —grazné.
Soltó una carcajada, moviendo la cabeza.
—No. —Sus manos subieron a mi cara, deslizándose por mis mejillas,
mis pulmones haciendo un nudo. Ahuecó mi cara, su mirada descendió a
mi boca—. Que eres una amenaza para mí. No puedo ver claramente
cuando se trata de ti. No puedo explicarlo, pero me haces sentir vivo.
Eres una fuerza que me atrae, y parece que no puedo evitar querer
seguirla.
Sin previo aviso, sus labios se posaron sobre los míos, dejando mis
músculos en estado de shock. Su boca era cálida y acogedora,
encendiendo pasión a través de mí. Encendiendo esa necesidad de
caricias, de un momento de placer frente a toda la cruel dureza. Para no
sentirme sola y asustada.
Respondí lentamente. Me abrí a él. Siseó, reaccionando a mi respuesta
voraz, sus dedos apretaron mi rostro con más fuerza, su lengua se deslizó
a través de mis labios, curvándose contra los míos, profundizando el
beso.
Esto fue como cuando Zander me besó. Un estallido de fervor estalló
en mis vértebras, tomando el control. Le devolví el beso como si mi vida
estuviera en juego, pero no estaba obteniendo lo que necesitaba. Nuestras
bocas se movieron hambrientas, pero, aún así, necesitaba más. Lo exigía.
Entonces algo cambió cuando presionó su cuerpo contra el mío.
Parecía más grande de lo que recordaba, dejándome sentir todo. Su
necesidad. Su deseo. Pulsante y extraordinariamente masivo. Todo en él
me rodeaba como si de repente hubiera crecido un metro más. Más
ancho, más musculoso, consumiéndome. Su boca moviéndose contra la
mía era absolutamente divina, por una vez quedé satisfecha. Y
joder… excitada como el infierno. Nuestro beso generó un denso deseo
en mi centro, arqueando mis piernas, agregando más desesperación a mi
besar.
—Joder, Kovacs, después de semanas, no puedo decir que me importe
que me saluden de esta manera. —Una voz grave raspó mi piel,
deslizándose entre mis piernas como dedos, endureciendo mis pezones
instantáneamente. Mis párpados se abrieron de golpe, sacándome de
mis brazos atados.
—Oh mis dioses. —Tropecé hacia atrás, parpadeando en confusión y
miedo, mirando boquiabierta a la enorme figura parada frente a mí,
bloqueando completamente a Killian.
Warwick Farkas.
Una sonrisa arrogante tiró de un lado de su boca, sus ojos azul agua
brillando como luces en la noche, su intensidad golpeándome. Crudo.
Salvaje. Brutal.
—También te extrañé, Kovacs —gruñó, arqueando sus espesas cejas.
Cada sílaba me golpeó, deslizándose y arañando mi piel como si les
pertenecieran.
—Parece que lo estás haciendo bien. Aunque no debe ser tan bueno,
porque todavía estás pensando en mí.
—No —gruñí, alejándome más, agarrando mi cabeza. Esto no era
real. Él no estaba aquí. Despierta, Brexley. Despierta.
—No… —Warwick se estiró hacia mí, sus labios se levantaron en una
mueca—. Finalmente entré… No me eches todavía.
—Vete a la mierda.
—No puedes confiar en él…
—No puedo confiar en ti. —Negué con la cabeza, cubriéndome la
cara. ¡Despierta! ¡Despierta ahora!
— ¿Brexley?
—¡Aléjate de mí! —grité, apretando mis párpados con fuerza.
—¿Brexley…? —Me tocó una mano. La voz era suave, calmando las
quemaduras que todavía sentía en mi piel por el toque de Warwick.
Abrí mis pestañas, volviendo mi cabeza hacia un hermoso rostro, los
ojos del color de la lavanda. Mi cabeza giró, buscando a Warwick,
sabiendo que no encontraría nada más que sombras y susurros, mi
imaginación lo evocó como un espíritu.
Con la garganta seca, me lamí los labios, poniéndome erguida.
—¿Estás bien? —preguntó Killian, con el dolor grabado en las
esquinas de sus ojos. Él miró a su alrededor, en busca de lo que hubiera
causado mi reacción—. Me disculpo si…
—No. Está bien… no fuiste tú. —Exhalé, tocando mi frente—. Lo
siento. Debo haber perdido demasiada sangre hoy. Estoy un poco fuera
de mí.
Ambos sentimos la mentira.
—Por supuesto. —Se aclaró la garganta, ya sin estar cerca de mí, con
las manos en los bolsillos, la conexión que habíamos roto estaba
esparcida por el balcón como vidrio.
Vete a la mierda, Farkas. Ni siquiera estás aquí, y todavía lo arruinas
todo.
—Déjame acompañarte de regreso a tu habitación. —Rápidamente
cambió al líder distante, como si no me hubiera estado besando
momentos antes. Killian mantuvo la cabeza en alto, regresando al
interior, dejándome agotada, confundida y un poco decepcionada. No
quería pensar que era porque realmente me gustaba. Eso no era
aceptable.
Tampoco era la forma en que mi cuerpo reaccionó ante el fantasma de
Warwick. ¿Estaba perdiendo la cabeza? ¿Por qué se sentía y se veía tan
real? ¿Por qué lo estaba imaginando aquí?
Suspirando pesadamente, mis ojos se movieron a través del agua,
escuchando el lento río lamiendo contra las paredes de piedra de mi
hogar. Tan cerca.
Cuanto más tiempo estaba fuera de los muros de Leopold, más me
olvidaba de mí misma. Pronto sería incapaz de recordar a la chica que
había sido. Necesitaba regresar. Estar con mis amigos, con Caden.
Entonces todo volvería a tener sentido. Tenía que hacerlo.
Todavía sentía a Warwick a mi alrededor como un fantasma, la
sensación de él rozándome, su presencia incluso en mi imaginación,
abrumadora y sólida.
Déjame entrar. Sus palabras susurraron a través de mí de nuevo.
Solté un bufido, mi cabeza temblaba.
—Diablos, no —murmuré. Haría todo lo que estuviera en mi poder
para bloquearlo.
Lo único importante era llegar a casa.
A lo lejos, escuché el rugido de una motocicleta, haciéndome temblar.
Un escalofrío se filtró en mis huesos, como si me hubieran quitado una
manta caliente de mi cuerpo, inquietando mi estómago.
Envolviéndome con mis brazos, me di la vuelta y me dirigí de regreso
a mi celda, ignorando la sensación de estar fuera de lugar y flotando sin
un ancla.
Vacía y asustada.
Me recordó a la noche en que Warwick me dejó en las duchas después
de mis muertes, arrancando el extraño consuelo que me había
proporcionado. Como si él fuera lo único que pudiera sostenerme o
dejarme caer en el olvido.
Killian me saludó justo después de mi desayuno de tostadas francesas
y fruta. Estaba distante, con los hombros echados hacia atrás, su
expresión una máscara de indiferencia.
—Ven —ordenó, ya empujando a Nyx. Lo miré, desconcertada por su
humor helado.
—Cuando el señor de los Faes te ordena que hagas algo —Nyx me
gruñó, agarrando mi brazo dolorosamente—, lo haces. —Me puso de pie
de un tirón, empujándome bruscamente hacia el pasillo—. Vivo por el
día en que pueda cortarte la garganta y ver cómo tu sangre gorgotea
mientras te ahogas. —La boca de Nyx tarareó junto a mi oído, su
amenaza estaba llena de aborrecimiento.
Pateando la parte de atrás de mis talones, me lanzó hacia adelante, mis
pies tratando de alcanzar la silueta de Killian al final del pasillo. Este era
el camino opuesto al que habíamos ido las otras mañanas.
—El laboratorio está al otro lado —dije con el pulgar señalando detrás
de mí.
—Gracias, soy consciente. —Killian mantuvo la cabeza hacia adelante
y los hombros hacia atrás. No quedaba ni rastro de la intimidad que
compartimos la noche anterior. Claramente estaba fingiendo que nunca
sucedió, y yo no sabía si la opresión en mi estómago era por falta de
sueño o si me sentía herida.
No, es falta de sueño. Debe ser eso.
Me había ido a la cama pensando en cómo había besado al líder de los
Faes, pero mis sueños estaban llenos de intensos ojos turquesas y una
sonrisa mortal que me perseguía desde la oscuridad.
Nyx se mantuvo cerca de mí ahora, pero me dejó sin esposas mientras
avanzábamos por el pasillo, entramos en otro ascensor y subimos varios
pisos. El silencio en el ascensor cerrado se sintió sofocante, pero
mantuve los labios apretados mientras subíamos. Cuando el ascensor
finalmente se detuvo, Killian salió sin siquiera mirarme.
—Muévete —siseó Nyx, empujándome hacia un pasillo enorme y
decadente que estaba lleno con más oro y cristal, Faes desnudos y
cambiaformas pintados en los techos abovedados en posiciones
sugerentes y situaciones grupales.
Tragando saliva nerviosamente, lo seguí. Todas las puertas por las que
pasamos estaban cerradas a mis ojos curiosos.
Finalmente, se detuvo frente a una puerta, su expresión en blanco
mientras alcanzaba el pomo de la puerta. La puerta se abrió, la luz de la
mañana inundando el suelo hasta mis pies. Él asintió con la cabeza para
que entrara, y lo hice.
El vidrio cubría casi una pared entera frente a mí, grandes puertas que
se abrían a un balcón. El sol brillaba sobre el Danubio y los edificios al
otro lado del río, lo que calentaba la habitación como una manta.
Mi boca se aflojó con asombro, contemplando la habitación que tenía
ante mí, mis ojos se estremecieron ante la embestida de la belleza. Mi
mundo había consistido en gris y metal durante tanto tiempo que no
podía asimilar por completo los ricos colores y las suaves texturas.
El dormitorio era más grande que el que tenía en la FDH. La elegante
cabecera subía hasta la mitad de la pared y la enorme cama tamaño king
tenía capas de blancos cremosos, amarillos mantecosos y azules
suaves. Todo el mobiliario era moderno y sencillo. Seda, lino, terciopelo
y cachemira envolvían la habitación, ofreciéndome una cálida invitación
que me susurraba a correr a sus brazos.
La chica que había sido hace unos meses ni siquiera habría dudado. No
lo hubiera pensado dos veces ante un lujo exuberante. Esto se habría
sentido normal. Familiar. Ahora no me moví.
—¿No te gusta? —Killian me rodeó con las manos en los
bolsillos. Estaba empezando a darme cuenta que hacía eso cuando quería
parecer sereno, pero escuché una punzada de duda en su tono.
No toqué nada, me moví robóticamente hacia las ventanas y miré hacia
afuera. Abajo, un puñado de caballos y carruajes se movían sobre el
Puente de las Cadenas, y los sonidos de las motocicletas y el ruido de los
cascos tocaron mis oídos. La calle estaba llena de gente que vivía su
vida. La cúpula del antiguo edificio del parlamento sobresalía en la
distancia, retorciéndome el corazón. Todo se sentía vibrante y activo. Era
la primera vez que veía la luz del día en semanas, animando todo lo que
no había podido ver anoche.
—Hay otras habitaciones entre las que puedes elegir. Pero pensé que
disfrutarías de la vista. —Killian se movió a mi lado, sacudiendo mi
cabeza.
—¿Por qué? —escupí—. ¿Para torturarme? ¿Para mostrarme lo cerca
que estoy, pero nunca podré alcanzarlo?
Apretó la mandíbula.
—Esa no era mi intención.
—¿Cuál es tu intención, Killian?
Se sobresaltó al escuchar su nombre, sus ojos se oscurecieron.
—Sigo siendo una prisionera, no importa en qué cama duerma. —Mis
ojos se mantuvieron fijos en su rostro—. Al menos mi celda es más
honesta.
Respiró por la nariz, sin dejar de concentrarse en mí. No podía
distinguir ninguna emoción debajo, pero podía sentir su peso, las
palabras saliendo de su lengua, queriendo arremeter contra mí. La
tensión entre nosotros recorrió la habitación, estrangulando el aire.
—Señor, ¿me llamó? —La voz de un hombre rompió la incomodidad,
el tono familiar hizo que mi cabeza fuera hacia la puerta. Sentí como si la
habitación se inclinara, un jadeo interno sacudió mis extremidades.
Los ojos marrón chocolate se dispararon hacia los míos desde el otro
lado de la habitación, un ceño levemente fruncido arrugando el espacio
entre los ojos del caballo cambiante mientras su mirada se movía
entre Killian y yo antes que su expresión se volviera neutral nuevamente.
Zander. El único guardia que había sido amable conmigo. Que me
había besado. Que me ayudó a escapar. Él fue la razón por la que
Warwick y yo salimos de Halálház. ¿Por qué nos ayudaría, pero trabaja
para Killian?
—Sí. —Killian se aclaró la garganta, alejándose de mí. No fue
hasta entonces que me di cuenta de lo cerca que habíamos estado
parados—. Gracias, Zander. —Se acercó a su guardia—. Vayamos a mi
oficina. Queda mucho por hacer para preparar la nueva ubicación.
No lo dijo, pero entendí, estaban hablando de la nueva prisión. El sitio
original se había visto comprometido, por lo que tendría que
reconstruirlo en un lugar completamente desconocido.
Zander bajó la cabeza, esperando a que Killian saliera primero.
Killian llegó a la puerta y se detuvo, mirándome.
—Podemos discutir tu alojamiento más tarde. Pero, por favor, disfruta
de la habitación hasta que regrese. Suspenderé tus pruebas por el día. —
Sus ojos no pudieron encontrar los míos—. Si necesitas algo, un guardia
estará justo afuera. —Se frotó la barbilla, dudando antes de darse la
vuelta y salir de la recámara.
Zander agarró el pomo y su mirada se clavó en la mía. Fue tan leve
que casi me lo pierdo, pero su cabeza se inclinó, sus ojos nunca se
separaron de los míos, como si estuvieran tratando de hablarme.
—Señorita —dijo, como si nunca nos hubiéramos conocido.
Lo vi cerrar la puerta, sin querer nada más que correr tras él, exigir
saber por qué nos había ayudado a Warwick y a mí a escapar. ¿Era
alguien en quien podía confiar o no? Si tenía alguna posibilidad de salir
de este lugar, simplemente salió de la habitación.
—Oh sí… ¡frótalo! ¡Más duro!
¡Chirrido!
Los rayos de la tarde atravesaron mis pestañas mientras mi cuerpo se
acurrucaba sobre la enorme cama como un gato. Incapaz de luchar contra
el letargo después que me sirvieron el almuerzo, el cálido sol que se
extendía a través de la suave cama me había convocado.
Ahora fruncí el ceño mientras salpicaduras y chillidos venían del
impresionante baño de la suite, levantando la cabeza.
—¿Qué hace este botón?
¡Chirrido!
— Ooooohhh siiiii —gimió una vocecita.
Frotándome la cara, me levanté y entré al baño. Me llevé una mano a
la boca, aguantando la risa mientras me apoyaba en el marco de la puerta,
contemplando la escena dentro de la bañera.
Vestido con lo que parecía un guante de goma rosa neón modificado,
Opie lo llevaba como un traje de buceo, y unidas a las rodillas, el culo y
los codos había trozos cortados de un estropajo naranja. El flujo de agua
salió a chorro mientras él movía el trasero de un lado a otro, con los ojos
cerrados mientras golpeaba la superficie.
Bitzy flotaba sobre una esponja cerca de él, su cabeza y su
diminuta figura estaban cubiertas con el mismo material de goma.
—Toma eso, bañera de hidromasaje… ¿Te gusta? Apuesto a que sí,
cosa asquerosa.
Un resoplido atravesó mis manos, sacudiendo a las dos diminutas
figuras.
—¡Santa esponja para fregar! —Opie se agarró el pecho
dramáticamente—. Casi volviste esta agua marrón, Pececito.
—Y pensé que nunca podrías acercarte sigilosamente a un brownie. —
Le sonreí.
—Bueno, normalmente, no puedes. —Se aclaró la garganta, tirando de
su ajustado traje—. Pero estaba realmente inmerso en la limpieza.
—¿Así es como lo llamas?
Chirrido.
—¡No lo estaba! —Los ojos de Opie se agrandaron en estado de
shock—. Yo nunca haría algo así. Eso sería vulgar.
Chirrido.
—No puedes probarlo. —Resopló, dándose la vuelta, ocupándose de
fregar la porcelana ya prístina.
Chirrido.
—Prometiste no volver a mencionar ese incidente nunca más. Fue
un malentendido.
Chirrido.
—También lo fue —respondió—. El Maestro Finn todavía no me ha
dejado acercarme a una aspiradora desde entonces.
—Oh, dioses. —Me reí, mi rostro plantado en mi mano, tratando de
borrar las imágenes en mi mente.
—Como dije, fue un malentendido. Me quedé atrapado por un
momento… en la succión.
Chirrido.
—No fueron cinco minutos.
Chirrido.
—No vamos a hablar de esto. —Resopló, dándose la vuelta, con los
hombros caídos.
Odiaba verlo tan triste, como si estuviera “equivocado” porque no
encajaba.
—Bueno, si me preguntas, creo que este maestro Finn se beneficiaría
enormemente de cinco minutos con una aspiradora.
—Eso es lo que le dije. —Una pequeña sonrisa se insinuó en el rostro
de Opie—. Me hizo fregar los inodoros durante diez meses después.
Caminé hacia la bañera, cerré el agua y me senté a un lado.
—¿Cómo supiste dónde estaba?
Opie se burló, enfrentándome de nuevo.
—Por favor, eres fácil de encontrar. Tienes un olor particular,
Pececito.
—¿Apesto? —Fruncí el ceño, pellizcándome la camiseta y oliéndola.
Sabía que no olía bien, pero recientemente me había dado una ducha
antes de la prueba y me habían dado un nuevo uniforme gris. Estaba
mucho mejor que cuando estaba encerrada en Halálház.
—No hueles mal ni nada. Es difícil de explicar. Realmente no hay una
palabra para eso. Es agradable. Esperanzado. Como ese breve momento
entre el amanecer y la noche. —Opie se dio unos golpecitos en la nariz—
. Los subfae tenemos narices excelentes.
¡Chirrido!
—Y orejas. —Hizo un gesto al diablillo—. Obviamente.
Hubo un golpe en la puerta del dormitorio y me levanté de un salto. En
menos de un segundo, volví a mirar a mis amigos. Desaparecieron. Sólo
la esponja donde Bitzy había estado descansando seguía dando vueltas en
el fondo de la bañera. Maldita sea, se movían rápido.
Frenéticos golpes tocaron en mi puerta de nuevo, así que corrí hacia
ella, mi estómago se hizo un nudo en una extraña ansiedad. Killian nunca
tocaría así o en absoluto. Ni Nyx ni Iain. Yo era una prisionera, no una
invitada.
En el momento en que alcancé la puerta, escuché mi nombre susurrado
en voz baja.
—Brexley, soy yo.
Al abrir la puerta, mi pecho dio un vuelco cuando la mirada salvaje de
Zander se posó en la mía.
—Zander —exhalé su nombre. Lanzó una mirada a su alrededor,
comprobando si había alguien allí antes de pasar a mi lado y cerrar la
puerta.
—No tenemos mucho tiempo. —Sus movimientos eran espasmódicos
y ansiosos—. Le dije a Iain que haría guardia hasta que Nyx entrara en
servicio. —Sus manos llegaron a mi cintura, luego a mi cara,
sujetándome—. Dioses, estaba tan preocupado por ti. Al verte esta
mañana… apenas pude mantener la calma. —Ahuecó mis mejillas, su
toque íntimo—. Sabía que estabas aquí, pero no esperaba verte aquí…
con él.
—Zander. —Agarré sus manos, apartándolas, mirando hacia la puerta,
temiendo que en cualquier momento Killian entrara—. ¡Tienes que
irte! No te pueden atrapar. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Este ha sido el único lugar en el que he pensado estar todo el día.
Era tan difícil concentrarse, sabiendo que estabas tan cerca. Tuve que
inventar una excusa para estar en el ala residencial. —Sus ojos se
movieron sobre mí—. Dioses, es tan bueno verte. Estoy tan contento que
estés bien. —Volvió a sujetar mi rostro—. Él no te hizo nada, ¿verdad?
¿Se tomó alguna libertad?
—No. Killian ha sido sorprendentemente amable.
—No estaba hablando de Killian. —Zander frunció el ceño. Se refería
a Warwick—. Odiaba verte partir con él. Me mató. Aunque me alegré
que te ayudara a salir.
—¿Por qué lo hiciste? —Di un paso atrás, dejando espacio entre
nosotros—. ¿Por qué estás aquí?
—¿Qué quieres decir con por qué estoy aquí? —Él frunció el ceño.
—Quiero decir, ¿qué está pasando? ¿Por qué me ayudaste a escapar
de Halálház? ¿No trabajas para Killian?
Inclinó la cabeza hacia un lado, parpadeando.
—¿Quieres decir que Warwick no te lo dijo?
—¿Decirme qué…? —Se cerró una puerta, el chasquido de pasos
subiendo por el pasillo.
—Maldita sea. —Zander resopló por la nariz, sonando como un
caballo—. No tenemos tiempo. Volveré, lo prometo. —Rápidamente
besó mi frente—. Solo mantente a salvo y prepárate.
—Prepararme para…
La puerta hizo clic, se abrió con un crujido cuando Zander se apartó de
mí, agarró la puerta de vidrio que conducía a mi balcón, la abrió y la
cerró de un portazo con voz enojada.
—La última vez que te lo digo. No debes salir de esta habitación. La
próxima vez que encuentre tu cabeza asomando por la puerta, te la
cortaré.
—Oh, ¿nuestra pequeña prisionera estaba siendo mala? —Nyx entró
en la habitación, sus iris brillando con sed de sangre—. ¿Puedo
castigarla? ¿Matarla?
—Lo manejé. —Zander asintió, rodeándome hacia la puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está Iain? —El reconocimiento
arrugó la frente de Nyx, su cautela hizo un nudo en mi estómago—. No
tienes ninguna razón para estar en esta ala vigilando a la prisionera.
El pánico golpeó mi corazón, pero mantuve mi expresión vacía de lo
que sentía por dentro. Nyx no era estúpida y ya pensaba que yo
“hechizaba” a todos los hombres que se acercaban a mí.
—Estoy suplantando a Iain esta noche. Llegué a encontrarlo
quedándose dormido de pie. Le dije que se fuera y terminaría la guardia.
Menos mal, porque casi había salido, probablemente para saludar a un
barco.
El ceño fruncido de Nyx me apuntó con una promesa de castigo. De
brutalidad.
Comprendí que Zander no tenía más remedio que arrojarme debajo del
autobús. No habría habido otra razón para que él estuviera solo conmigo
dentro de mi habitación a menos que estuviera tratando de escapar.
—Ella comprende su error ahora. —Tocó la espada en su cinturón,
como si me hubiera amenazado con ella—. Se portará bien. Puedo
garantizarlo. —Hizo un gesto a Nyx, ya cruzando la puerta—. Buenas
noches.
—¿E Iain? —Ella se giró hacia él.
Un momento de confusión revoloteó en el rostro de Zander.
—¿Qué hay de Iain?
—¿Le dirás a Lord Killian? Necesita ser disciplinado por no hacer
su trabajo. Él podría haber sido la razón por la que ella escapara. No
puede quedar impune.
La boca de Zander titubeó por un momento, inclinando la cabeza.
—Será severamente reprendido en el entrenamiento de esta noche. No
lo volverá a hacer.
Nyx bajó la cabeza superficialmente. Los ojos de Zander se posaron en
mí por última vez antes de cerrar la puerta.
Nyx miró la puerta por un momento, una expresión extraña en su
rostro, haciendo un nudo en mi estómago. Se volvió hacia mí, una
sonrisa malvada curvó su boca.
—Después que mi señor se entere de lo que trataste de hacer después
de todo lo que ha hecho por ti, descubriendo que eres una perra engañosa
y conspiradora, no creo que le importe si te doy una lección. —Ella tiró
del par de esposas de su cinturón, sus dedos se cerraron en puños—. No
te preocupes, no te mataré. Aún. —Su puño me golpeó tan rápido como
una víbora, arrojando mi cuerpo al suelo, el dolor estalló detrás de mi ojo
como una bomba. El ataque repentino me arrebató el oxígeno de los
pulmones. Se lanzó hacia abajo, agarrando la tela alrededor de mi
garganta, y me ayudó a ponerme de pie antes de golpearme contra una
silla.
—Eso fue por Yulia —escupió, esposando mis brazos detrás de mí—.
Pero hasta que no derrame tu sangre, ella no será vengada y yo no
descansaré.
—¿Crees que Killian entenderá que no lo hayas desobedecido? —
resoplé por la nariz, mi ojo ya estaba hinchado—. ¿Que te estás tomando
libertades que no ha ordenado?
—Dijo que no te matara… pero no dijo nada sobre golpearte al borde
de tu patética vida humana. —Agarró mi cabello, tirándolo hacia atrás
hasta que escuché un pop, mechones saliendo de mi cabeza—. He sido su
fiel guardia durante más de cuatrocientos años. Ni siquiera serás un
parpadeo en su memoria. Y eventualmente, verá que no eres más que una
pérdida de espacio.
Sin dudarlo, su mano se estrelló contra mi estómago, arrojándome con
un grito ahogado, fuego desgarrando mis órganos. Un gemido desolado
salió de su garganta cuando sus nudillos chocaron contra mi mejilla,
tirándome de la silla al suelo.
—¡Me la quitaste! —Su bota rompió contra mis costillas, la sensación
era demasiado familiar—. ¡Te lo llevaste todo!
Crack.
Mis huesos protestaron cuando su pie se hundió en mi estómago.
—Quiero que tu muerte sea tan lenta y tortuosa que me ruegues
que acabe contigo. —Me golpeó la cara, el sonido de los nudillos contra
el cartílago resonaba en el aire.
—¡Nyx! —Una voz retumbó. La magia irrumpió violentamente en la
habitación, mi cuerpo se congeló por el ataque—. ¡Detente! —Su poder
dominaba todas las moléculas del espacio. Nyx aspiró bruscamente,
deteniéndose, mostrando los dientes y un hilo de saliva goteando por su
barbilla.
—Aléjate de la señorita Kovacs. —Una ira apenas disfrazada
merodeaba en su voz—. Ahora.
Ella se secó la boca, retrocediendo. Killian estaba de pie en la puerta,
con la mandíbula apretada, su cuerpo rígido.
—Fuera. —Su voz era baja.
Como si saliera de un trance, miró hacia abajo a sus manos, viendo la
sangre que goteaba de sus nudillos.
—Mi señor… yo…
—He. Dicho. ¡Fuera! —gritó, y me sorprendió verla retroceder de
miedo. Tragó, bajó la cabeza y se dio la vuelta, corriendo hacia la puerta.
La miró, su expresión pétrea, pero un nervio a lo largo de su cuello
sobresalía, su mandíbula apretada. Ella inclinó la cabeza en sumisión.
—Llaves. —Vibró de rabia.
Su garganta se balanceó, colocando las llaves de las esposas en su
palma.
—Mi señor…
—Me ocuparé de ti más tarde —enfureció—. Vete.
Su cuerpo alto y grueso tembló bajo su poder. Agachó la cabeza de
nuevo antes de salir de la habitación.
Cerró los ojos brevemente mientras sus dedos se curvaban alrededor
de las llaves, con la nariz ensanchada. Respiró de nuevo antes de inclinar
la cabeza sobre mí.
No podía moverme, el dolor eclipsaba mi capacidad para funcionar. El
deseo de cerrar los ojos se filtró por los bordes de mi visión.
No hubo ningún sentimiento mientras su mirada se movió sobre mi
cuerpo, acurrucada en un ovillo, la sangre se acumulaba en mi nariz, la
tos salía de mis pulmones.
Se inclinó y me soltó los brazos. Sin una palabra, sus manos
se metieron debajo de mí, me levantaron y me llevaron al baño,
donde me dejó en el borde de la gran bañera.
Se inclinó y abrió el grifo.
—Voy a desvestirte —dijo con naturalidad, su palma descansando en
mi hombro.
Asentí aturdida, mi cara dolía demasiado para hablar.
Se paró frente a mí, levantando lentamente mi camiseta gris por
encima de mi cabeza, usándola para limpiar la sangre de mi nariz antes
de arrojarla a la esquina. Su mirada se deslizó por mi torso. Apenas me
quedaban curvas, pero el escote bajo mi sostén deportivo mostraba mis
senos atrevidos.
Extendió la mano, sus dedos rozaron los moretones que ya se estaban
formando sobre mis costillas. Su toque suave, lleno de magia, me hizo
inhalar bruscamente, lo que envió punzadas de dolor a través de mis
pulmones.
El vapor se arremolinó a nuestro alrededor cuando abrió el agua
caliente. Se inclinó, sus ojos permanecieron en mí mientras me quitaba el
pantalón. El dolor corría por mis venas, pero era el dolor que me
apretaba cerca de los muslos lo que me hacía respirar más fuerte.
Me quedé mirando las marcas de sangre que dejé en su traje,
extrañamente preocupada por haber estropeado su ropa cara. Extendí la
mano y toqué la sedosidad de su corbata amarilla.
—Brexley —susurró, su boca cerca de la mía.
Mis pestañas se elevaron hasta sus iris oscuros, el deseo saliendo de él
en oleadas.
—Será mejor que te metas en la bañera antes que haga algo muy
estúpido. De nuevo.
Tragando, aparté la mirada de él.
Él es el enemigo, Brex. No seas idiota.
Me moví para meterme en la bañera, un gemido escapó de mis labios,
mis brazos temblaron mientras me sumergía en el agua. Al esposar mis
brazos hacia atrás, Nyx se aseguró que no hubiera sido una pelea justa.
—Haré que alguien traiga sales y pociones curativas. —Se levantó.
—¿Te vas? —¿Soné decepcionada?
Una pequeña sonrisa insinuó su boca.
—Volveré. Ha surgido un asunto. Solo me detuve para ver cómo
estabas. —Se pasó la mano por la barbilla y frunció el ceño. Sacudió la
cabeza, despejando la emoción—. Volveré tan pronto como pueda. Lo
prometo. —Se inclinó como si estuviera a punto de besarme, pero se
detuvo. Sus ojos se abrieron por un momento antes de retirarse y salir
apresuradamente del baño, la puerta del dormitorio se cerró unos
segundos después.
Suspirando, me hundí más profundamente en el agua caliente,
deseando que sanara y disolviera el dolor. El calor instantáneamente tiró
de mis párpados hacia abajo, el cansancio y el dolor me deslizaron
rápidamente hacia un sueño indefenso, sin barreras contra los monstruos
que intentaban entrar.
La sensación de manos callosas patinando por mis piernas me hizo
gemir, reemplazando el dolor punzante por placer.
Una campana golpeó la parte posterior de mi cabeza, pero me alejé de
ella, permitiéndome ahogarme en la dicha, hundiéndome más profundo
en el placer. En una paz que nunca había conocido.
Manos rozaban mis costillas. El calor pulsaba contra ellas como una
cuerda mágica que envuelve las piezas agrietadas, reparando sus partes
fracturadas.
Como si unos labios rozaran mis pezones a través de la fina tela de mi
camiseta, mi espalda se arqueó, exigiendo más. Otro suave gemido salió
de mis labios.
Un gruñido zumbó contra mi oído, una vez más haciendo cosquillas en
mi inconsciente. Tenía la lejana sensación de agua agitándose contra mi
piel, el aire fresco acariciando mis pechos bajo el algodón mojado.
—Joder, Kovacs. —Su voz áspera se arrastró por mi cuerpo,
sacándome del último trozo de olvido. Mis ojos se abrieron con un
sobresalto, mi columna golpeó contra la bañera cuando un hombre se
arrastró sobre mí.
Feroz.
Implacable.
Salvaje.
Su intensa energía golpeó mi pecho sacándome un jadeo. Como si
hubiera estado durmiendo durante semanas, el golpe de adrenalina estalló
por mis venas, cada parte de mí gritaba con vida y muerte. Paz y
violencia. Lujuria y aborrecimiento. Calma y terror.
Sus largas y oscuras pestañas se elevaron hasta las mías,
inmovilizándome en mi lugar, su rostro a solo unos centímetros del
mío. El peso de su físico, su piel tocando la mía, su ropa mojada
frotándose contra mi figura casi desnuda era tan real.
—¿Metiéndote en peleas de nuevo, Kovacs? —gruñó, su pulgar pasó
por mi mejilla, sus párpados se estremecieron como si hubiera
experimentado el dolor que yo debería haber sentido por su toque. Pero
solo había calidez. El miedo bloqueó todo lo que no fuera mi palpitante
corazón. ¿Cómo era esto posible? ¿Él estaba realmente aquí? ¿Estaba
soñando?
—No puedo dejarte sola por un momento. —Él sonrió, sus párpados se
estrecharon sobre mí—. Tenías incluso a Killian en la palma de tu mano.
—Su mano se arrastró entre mis pechos, sobre mi estómago,
deslizándose sobre mi ropa interior, trazando sobre mis pliegues. Inhalé
bruscamente, mis caderas reaccionaron sin pensar, buscando el increíble
placer de un simple toque suyo—. Te lo dije. Tu vida es mía. Soy tu
dueño... y soy dueño de esto. —Frotó más fuerte, mis párpados
revolotearon, mi boca jadeó.
—Vete a la mierda. Me traicionaste. —La ira y el deseo me ahogaban
la garganta, mi voz baja y tensa—. Y te lo dije. No le pertenezco a nadie.
—¿De verdad? —resopló—. Mira a tu alrededor, Kovacs. Eres la
mascota de alguien. Pronto tendrás un brillante collar a juego.
Gruñí, pero mi cuerpo reaccionó contrario a mi odio, inclinándose
hacia su toque.
—Es hora de dejar de jugar a las casitas, Kovacs —gruñó en mi oído,
presionando su erección contra mí, su boca rozando mi cuello—
. Prepárate ... Todo está a punto de irse al infierno ... en tres, dos, uno ...
¡Booooooom!
La explosión rasgó el aire, arrojándome de vuelta a la realidad con un
violento salto. Salí corriendo cuando los temblores sacudieron la
habitación.
¿Qué demonios fue eso? ¿Qué estaba pasando? La confusión me hizo
temblar mientras me lanzaba hacia adelante saliendo de la bañera. Estaba
sola. Había estado soñando. Aunque inexplicablemente, todavía podía
sentir el rastro donde me había tocado, sus labios en la curva de mi
cuello.
—¡Brexley! —Una angustiada voz me llamó a gritos, haciéndome dar
tumbos hacia la puerta. La expresión de Zander estaba marcada por la
tensión, pero se detuvo tartamudeando y bajó la mirada hacia mí.
Mis ojos bajaron, consciente que estaba frente a él solo con bragas y
un sujetador deportivo, ambos blancos, mojados y transparentes. Pero no
fue eso lo que me inundó de conmoción y miedo. Mi piel estaba intacta.
Ni una pizca de moretones o cortes donde Nyx me había pateado y
golpeado. Todo estaba completamente curado. Boquiabierta, deslicé mis
dedos sobre mi piel pálida, sin sentir dolor.
¿Qué demonios…?
¡Boom!
Otra explosión sacudió los candelabros de cristal, tirándome hacia la
ventana. El humo y el fuego se elevaron en el crepúsculo del río justo
debajo de las puertas del palacio.
—¡Tenemos que irnos! —Zander salió de su trance y se dirigió a un
armario.
—¿Qué está pasando?
—¡Ponte esto ahora! —Zander me arrojó un pantalón, una camisa y
zapatos sin cordones. Ni siquiera me había dado cuenta que el armario
estaba lleno de artículos para mí—. ¡Apresúrate!
—¿Zander? —Agarré las prendas mientras los bramidos de los
guardias llenaban los pasillos. Mi corazón dio un salto en mi garganta,
mi cerebro todavía tratando de comprender todo lo que estaba
sucediendo.
—Sacándote de aquí. —Corrió hacia la puerta, poniendo su oreja
contra ella para escuchar el movimiento del otro lado.
Me vestí rápidamente, asimilando su declaración. Salir. Escapar. Mi
estómago se apretó, un susurro de dolor goteando en mis
entrañas. ¡No! Quieres irte, Brexley. ¿Qué sucede contigo?
—¡Vamos! Tenemos que irnos ahora. —Saltó hacia la puerta,
haciéndome señas para que avanzara. Empujando mis pies en los
zapatos, corrí hacia él.
Abriendo la puerta, miró hacia afuera, cada músculo tenso y listo para
reaccionar. Me hizo un gesto para seguir adelante, bajando por el
pasillo. Mi pulso resonó en mis oídos. Gritos distantes, golpes y el
movimiento resonaban en el pasillo, arañando mis nervios. Podrían
atraparnos en cualquier momento.
Zander me condujo por el pasillo hacia el ascensor, pero giramos hasta
una estantería, sus manos presionando y empujando a cada libro en el
estante.
—¿Qué estás ...? —solté un gritito de sorpresa cuando la estantería se
movió hacia adentro. Los escalones de piedra descendían a un pozo de
oscuridad.
—Quédate cerca. —Su mano agarró la mía, tirándome hacia adentro.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de nosotros, una bombilla
parpadeó, dándonos suficiente luz para ver frente a nosotros.
—Killian y sus guardias principales usan este túnel todo el tiempo,
pero es la única oportunidad que tenemos. —Zander bajó los escalones—
. Si deciden usarlo ...
—Estamos jodidos —terminé.
—Básicamente. —Sus cálidos ojos marrones me devolvieron la
mirada, sus dedos entrelazados con los míos. Bajamos por las escaleras
secretas, pasando unas cuantas puertas insertadas profundamente en la
pared de piedra, dirigiéndonos bajo el suelo.
Zander se detuvo repentinamente, se puso rígido e inclinó la cabeza
para escuchar mientras olisqueaba el aire. Abajo, una puerta se estrelló,
al igual que mis pulmones. Me tragué la oleada de pánico, sintiendo mi
corazón rebotar en las paredes como si estuviera tratando de delatarme.
El ruido sordo de unos pasos golpeando la piedra latió a tono con mi
corazón. Estábamos acabados. En unos segundos, nuestro escape estaba a
punto de ser expuesto.
La cabeza de Zander giró frenéticamente, sus ojos clavados en algo
detrás de mí. Él se volvió hacia mí, sus brazos envolviéndome mientras
me empujaba hacia una puerta por la que habíamos pasado
recientemente. Su mano cubriendo mi boca, su cuerpo acercándome
fuertemente al suyo, tratando de disolvernos en las sombras. Nos
presionó contra la esquina, la piedra desigual cortando mis vértebras.
Los pasos se acercaron, nuestros corazones palpitantes chocaron uno
contra el otro.
El crepitar de una voz llenó la cámara, el paso del guardia disminuyó.
Oh. Baszd meg… de todos los guardias.
Nyx apareció a la vista, con la mitad de la cara hinchada y cortada
como si la hubieran reprendido violentamente. Ella se llevó un
dispositivo a la boca.
—Me dirijo hacia ella ahora, mi señor.
—Si la lastimas, te mataré, Nyx. No hay segundas oportunidades si me
desobedeces.
—Sí, señor. —Ella colgó, deteniéndose en la misma plataforma que
nosotros, un gruñido curvó su labio—. Szuka ... —Perra.
El terror me tragó. No podía respirar o pensar. Todo lo que tenía que
hacer era girar su vista un poco hacia la puerta, y vería las siluetas
abultadas en la esquina. Descubrirnos.
Ella giró la cabeza, dejando escapar su molestia. Su cuerpo se puso
rígido, su mano buscó su arma.
Mierda. Mierda. La bilis me quemó la garganta.
Un boom distante se filtró a través del túnel, y ella despegó, subiendo
los escalones a toda velocidad. Sus pasos disminuyeron a lo lejos.
Mi cuerpo se hundió en el de Zander, el alivio gimió en mi
pecho. Zander exhaló, sus manos frotando mis brazos.
—Eso estuvo cerca.
Me burlé.
—Eso estuvo más que cerca. Pensé que estábamos acabados.
—Vamos. Tenemos que irnos. —Apretó mi mano, tirándome de
regreso escaleras abajo. Mis piernas se tambalearon por el estrés, pero mi
entrenamiento se activó y me mantuve erguida.
Descendimos rápidamente hasta el fondo, luego corrimos por un
camino subterráneo y nos detuvimos en una pesada puerta. Zander sacó
un juego de llaves y una potente magia zumbó de ellas, diciéndome que
esta puerta estaba protegida con un hechizo. Nadie podía entrar o salir a
menos que tuviera la llave del hechizo.
Desbloqueó la puerta, pero en lugar de abrirla, se volvió hacia mí, con
sus manos agarrando mis hombros, su mirada vagando de un lado a otro
en la mía.
—Una vez más, me veo obligado a ver cómo te lleva lejos.
Mi frente se arrugó por la confusión, pero no me dio tiempo de
preguntar. Tirando de mí hacia él, su boca se inclinó sobre la mía, y me
dio un beso rápido, sus labios suaves.
—Nuestros caminos se volverán a encontrar. Te lo prometo. —Tomó
un lado de mi cara, sus ojos se llenaron de adoración. Luego negó con la
cabeza, inhaló y tiró de la puerta para abrirla, dejando entrar la
conmoción del exterior—. Dirígete por ahí. —Señaló detrás de mí—
. ¡Ve!
Salté entre la puerta y Zander.
—¡Apresúrate! —La intensidad de su voz movió mis piernas y salí por
la puerta. Actúa primero; haz preguntas más tarde. Fue
instinto. Supervivencia. Lo miré por encima del hombro. Hizo un gesto,
señalando el camino. Profundos púrpuras y rojos pintaban el cielo,
reflejando los últimos restos de luz en sus ojos marrones. Estaban llenos
con un dolor que no supe descifrar.
El rugido de una motocicleta desvió mi atención de Zander hacia la
figura frente a mí. Mis pies se detuvieron con fuerza, mi corazón saltó
por mi garganta mientras mi mirada captaba lo que mi cerebro aún tenía
que comprender completamente.
No.
De ninguna manera.
—¡Vamos! —Su voz profunda y grave vibró a través de mi cuerpo,
como si sus palabras pudieran tocarme físicamente.
Mis músculos estaban congelados, el oxígeno bloqueado de mis
pulmones, inclinándome como si estuviera alucinando de nuevo. No
podía pensar en otra forma en que estaría aquí. El hombre que me
traicionó. La razón por la que había estado encerrada aquí en primer
lugar.
Y era incluso más sexy de lo que recordaba.
—¡Maldita sea, Kovacs! Ódiame después. Sólo súbete a la puta moto
—gruñó Warwick, sus ojos color aguamarina ardiendo en mí como fuego
a través del anochecer, el motor de la máquina acelerando.
¿Esta era otra trampa? Él ya me había traicionado una vez.
—¡Deténganse! —Una voz gritó detrás de mí.
Nos habían atrapado. Ahora solo había una dirección en la que podía
ir.
—¡Megallas! — ¡Paren!
Las balas saltaron junto a mi cabeza, haciendo que me agachara,
saliendo de su línea directa. Killian había sido amable, pero sabía que, si
me atrapaban tratando de escapar, sería una traición para él. Y por lo que
había visto, él no toleraba eso.
—¡Kovacs! ¡Ahora! —Warwick gritó. La rueda trasera chirrió
mientras la giraba, polvo y humo ondeando en la calle adoquinada como
un hongo brumoso.
Alejando mi duda, corrí hacia adelante, saltando detrás de él.
—Agárrate fuerte. —Apretó el acelerador, empujándonos hacia
adelante, obligándome a envolver mis brazos alrededor su grueso torso
musculoso para quedarme sujeta. Girando bruscamente la motocicleta,
apuntó al único y sinuoso camino de adoquines saliendo por el costado
del castillo. Guardias gritando corrieron detrás de nosotros, mi corazón
saltó a mi garganta cuando estallidos de disparos resonaron en la parte
trasera de la motocicleta y el suelo. La noche ocultó la moto con su
abrazo, haciendo que fuera más difícil de ver.
Acercándose a una curva que rodeaba la parte delantera del castillo,
Warwick volvió a pisar el acelerador. En el costado, integrada en parte
de la antigua muralla de la ciudad, una puerta de metal chirrió al
abrirse. El sonido de los hombres y de los motores chocaron contra mis
nervios cuando los pasamos hasta que giramos en sentido contrario por
un carril.
Los músculos de Warwick se tensaron debajo de su camisa, su cabeza
se movió hacia atrás ante el sonido de otras motocicletas cobrando vida
detrás de nosotros. Siguiendo su mirada, vi a seis guardias en
motocicletas y una enorme camioneta saliendo disparada del túnel debajo
del castillo. Los faros atravesaron la luz oscura, tratando de localizarnos
y fijarnos.
—¿No tienes un arma? —Le di unas palmaditas en los costados en
busca de un arma.
—¿Crees que me dejarían acercarme al palacio con un arma? Killian
nunca ha confiado en mí.
¿Eh?
—¿Cómo crees que llegué hasta aquí? Pensó que estaba aquí para
verlo.
—Ha surgido un asunto.
¿Warwick era ese asunto?
Estaba segura que había casetas de vigilancia en cada camino que
conducía al castillo, probablemente tenías que pasar por varios puestos
de ellos hasta llegar al rey mismo. Me di cuenta que Warwick no habría
podido acercarse sigilosamente hasta allí. Usó la conexión con Killian
para acercarse. Y ahora Killian sabría que él lo traicionó por completo...
Una ráfaga de balas nos alcanzó.
—Mierda. —Apreté con tanta fuerza contra él que cada respiración
que tomaba vibraba a través de mí. Sus manos apretaron mi muslo,
golpeándolo contra su cadera.
—El camino se va a poner muy accidentado. No te sueltes por ningún
motivo —ordenó por encima del hombro. No me dio la oportunidad de
responder antes de volver a pisar el acelerador, viajando hacia un
sendero destinado para caminar, mi culo casi resbalando de la pequeña
partícula de asiento que tenía. Me apreté como un pulpo, cada músculo
asegurado alrededor de su forma. Las balas pasaron a mi lado, la
motocicleta volando por el camino de tierra, cortando y tejiendo a través
del sinuoso camino del parque, bajándonos de la colina en la que se
encontraba el palacio.
Los disparos nos lamieron, uno de los cuales casi arranca un
neumático. La atención de Warwick se desvió hacia la perfecta posición
que la caravana tenía por encima de nosotros en el carril de retroceso.
—¡Warwick! —grité, señalando un camión en la carretera que venía
hacia nosotros, con los faros rebotando, ocupando todo el arco de piedra
de la puerta de la guardia. El hombre detrás del volante se fijó en
nosotros demasiado tarde.
—¡Mierda! —Warwick tiró la moto hacia un lado, los neumáticos
patinaron, su pierna se adelantó para mantenernos erguidos cuando nos
detuvo a tiempo de chocar con el vehículo. Él miró hacia adelante y
seguí su mirada. Casi podía ver su rostro, sentir su sonrisa, sentir la
decisión haciendo clic en su cabeza.
—No. —El miedo me quitó el aire de los pulmones. —No. Joder. No.
—Vamos, princesa, ¿dónde está tu sentido de la aventura? —Su voz
susurraba desde atrás, como un fantasma, dejando residuos, pegajosos y
cálidos, aunque lo que estaba pensando era imposible.
¡Bang!
Una bala atravesó nuestras cabezas, acabando con cualquier otro
pensamiento que no fuera nuestra situación inmediata.
Warwick me acercó más mientras la moto se dirigía a nuestra única
salida.
—MierdaMierdaMierda. —Me acurruqué contra él, agarrándome con
mis músculos con tanta fuerza que me dolió.
La motocicleta golpeó las escaleras de piedra desmoronadas que se
dirigían hacia el río, no más usadas por los turistas, la naturaleza
habiendo reclamado el camino no utilizado. Mi cuerpo se sacudió cuando
la moto se debatió sobre el terreno suelto, los escalones debilitados se
desintegraron, resbalando mientras bajábamos por los violentos
baches. Mis dientes crujieron juntos, mi cerebro se sentía como huevos
revueltos. Las espesas enredaderas cobraron su pago cuando pasamos,
cortando mi pantalón de algodón y camiseta como si fueran mantequilla
suave, luego cortándome las extremidades y el rostro.
Cerrando los ojos, me acurruqué en la ancha y musculosa espalda de
Warwick, tratando de ignorar las cuchillas del látigo de la naturaleza. Me
concentré en los latidos de su corazón, su calidez, su rico olor a madera
que se escurría por mi garganta como un trago del mejor whisky que
hubiera probado, aliviándome la respiración, alejándome de todo como si
fuera un sueño.
Todo desapareció excepto él. Una sensación de calma me reclamó,
como si estuviera en otro lugar. Mi cerebro destelló con la imagen de un
bebé llorando, cubierto de placenta, el cielo nocturno encendiendo en
vibrantes colores al bebé, luego cambió a un hombre que yacía inmóvil
en la hierba empapado de sangre. Warwick ... sus ojos cerrados, su forma
negra y quemada, su cuello en un ángulo antinatural, el mismo cielo
nocturno agrietado y brillando sobre él.
¡Bang!
Los disparos atravesaron mi ensueño, mis párpados se abrieron de
golpe, las imágenes se disolvieron más rápido de lo que vinieron,
deslizándose entre mis dedos como si nunca hubieran sucedido. Con mi
mundo de vuelta al presente, mi cabeza dio la vuelta para ver a algunos
guardias apuntándonos con armas desde la plaza inferior, su caseta de
vigilancia cerca del muelle donde la gente podía entrar en el reino de
Killian.
Llegamos al final de las escaleras, mi cabeza palpitaba por el terreno
brutal mientras más babosas zumbaban hacia nosotros, mellando nuestras
piernas. Claramente, no estaban tratando de matarnos, sino de frenar
nuestro avance.
Warwick se tensó, un gruñido vibró en su garganta, su cabeza se
inclinó con determinación. Pisó el acelerador conduciendo la motocicleta
entre la multitud de hombres, obligándolos a saltar fuera del camino.
Zigzagueando ligeramente para fallar sus balas, estábamos a punto de
doblar una esquina.
¡Pop!
El neumático trasero siseó, tirando de la moto hacia abajo como si
estuviéramos conduciendo por el barro.
—Mierda. —Warwick gruñó, inclinando la cabeza hacia abajo para
mirarlo. Le dio más gasolina al motor. No podíamos parar. El pánico
golpeó en mi pecho mientras la moto se retrasaba al mismo tiempo que el
aire continuaba escapando de la llanta.
—Resiste, Kovacs —gritó, atrayendo mi atención hacia adelante,
donde las puertas cerradas se alzaban frente a nosotros.
Gruñendo por lo bajo, lo rodeé con más fuerza con los brazos,
escondiendo una vez más mi rostro en su camiseta, su cálida piel se
sentía como el lugar más seguro del mundo. Acelerando el motor, trató
de aumentar la velocidad, la motocicleta luchando por la demanda, sin
llegar a empujarnos hacia la puerta de metal de seis metros.
Por favor, sé viejo y no estés mágicamente cerrado.
La parte delantera de la motocicleta se estrelló contra la puerta, el
impacto reverberó a través del metal y explotó en mis huesos con un
crujido audible. Mi cabeza se echó hacia atrás y luego hacia adelante,
excavando en la columna de Warwick, dolor me subió los nervios con
tanta fuerza que juré que podía sentir su cuerpo gritando de agonía.
El ruido crujiente del metal retorciéndose cortó en mis tímpanos
cuando la cerradura se rompió, la chopper estaba obligando a la puerta a
doblarse sobre sus bisagras. Destruyendo la parte delantera de la
motocicleta, la puerta finalmente cedió, cayendo en pedazos, y con él, un
cosquilleo de magia se arrastró por la parte posterior de mi cuello.
La vista de otro tramo de escaleras me hizo gemir. Él agarró el
manillar firmemente mientras rebotábamos y aplastábamos el tramo
corto, el neumático trasero explotó por completo cuando tocamos el
fondo y salimos a la carretera principal.
Los carruajes de caballos chillaban, los caballos relinchaban, las
motocicletas y algunos coches tocaban la bocina y se desviaban mientras
Warwick patinó la destartalada motocicleta hacia la concurrida calle. El
olor a neumáticos quemados me provocó náuseas.
Este lado del río estaba mucho más actualizado en automóviles de
diseño mágico, aunque eran muchos más los caballos y carruajes los que
trotaban en el carril lento que automóviles.
La vista y el olor del Danubio besaron mi rostro, mis ojos se llenaron
de lágrimas. El sol se deslizó por completo sobre el horizonte, la FDH
brillando intensamente desde el otro lado del río, un rayo de esperanza en
la distancia. Una vez más, estaba tan cerca que podía sentirlo, pero sabía
que estábamos lejos de estar a salvo.
Un agudo graznido hizo que mi cabeza se elevara hacia el cielo y vi un
halcón que se dirigía hacia nosotros. Por supuesto. No sólo que los
halcones cambiantes eran algunos de los mejores cazadores, éste venía
con una venganza personal. Nyx. Esa perra me odiaba.
—Tenemos compañía —advertí, deseando poder ir más rápido. La
llanta aleteando estaba comenzando a triturarse, y el puente hacia el lado
de Pest se sentía cada vez más lejano. Warwick refunfuñó en voz baja.
Nyx bajó en picado, garras afiladas raspando mi cuero cabelludo.
—Perra. —Golpeé el aire con una mano, sintiendo sus plumas
deslizarse por mí de nuevo. Su fuerte chillido estaba lleno de
rabia. Mientras ella se sumergía y me arañaba, Warwick giró la bicicleta
hacia el Puente Chain.
—Mierda. —El tono de Warwick me llenó de pavor. Busqué lo que le
había hecho reaccionar. Cuando lo hice, la desesperación llenó mi
estómago, ahuecando mi pecho.
—No —susurré. No podría soportar estar tan cerca de nuevo y no
lograrlo.
En medio del puente, que separaba los lados, había un bloqueo justo en
la línea divisoria. Solo unos guardias estaban parados alrededor de una
camioneta. Se apresuraron juntos, apuntándonos con sus armas. Fue
suficiente para detenernos.
Podía escuchar las motocicletas de los guardias viniendo detrás de
nosotros, el halcón cambiante dando vueltas sobre nosotros, el bloqueo al
frente, y la prisión cayendo a mi alrededor de nuevo. Había estado
viviendo en una prisión brillante, el brillo distrayéndome de la verdad,
todavía estaba cautiva. Ahora que estaba fuera del palacio, probé mi
libertad.
—Vamos. —Mi voz salió fría y decidida.
—Las posibilidades que los superemos son menores que cero. No
tenemos armas, una motocicleta que apenas se mueve hacia adelante, y
solo somos dos.
—No me importa. —Mis rodillas se hundieron en sus muslos—. No
volveré. Es mejor morir libre que vivir toda mi vida en una jaula.
¡Squawk!
Nyx se lanzó hacia nosotros de nuevo, y se abalanzó sobre el rostro de
Warwick. Su primer y último error. Un halcón podría ser un cazador,
pero el lobo legendario era un depredador, su ataque rápido y letal.
Su mano la arrancó del aire como una llamativa serpiente. Los huesos
crujieron y se partieron cuando su gran palma aplastó su cuello, luego
arrojó el cadáver al suelo.
Mi boca colgaba abierta. La velocidad y el desapego con el que podía
matar despertaron tanto asombro como miedo profundamente en mis
huesos. Yo la odiaba. Ella me había atormentado y golpeado, pero al ver
el cadáver de la mujer que perdió a su amante apenas un puente más
abajo, rompió el dolor en mi corazón. Un final poéticamente triste para
ambas.
—Te sientes mal por ella. —La cabeza de Warwick se volvió hacia mí,
su ceño fruncido—. ¿Por qué?
—Yo-yo... Espera, ¿cómo supiste que me sentía mal?
Parpadeó hacia mí, abrió la boca, pero antes que pudiera responder, se
escucharon disparos desde atrás. Los guardias del castillo se acercaron a
nosotros, sin preocuparse por los inocentes peatones en el camino.
Los párpados de Warwick se redujeron a rendijas antes de girar hacia
atrás. —¿Estás lista, princesa? También podríamos morir en este puente.
—Si. —Pasé mis brazos alrededor de su torso, sintiéndome
extrañamente tranquila—. Tú y yo ya hemos muerto una docena
veces. ¿Qué es una más?
Volvió la cabeza lo suficiente para que viera su perfil, sus ojos se
oscurecieron, la intensidad como una cápsula a mi alrededor donde podía
olvidar la muerte que nos esperaba en medio del puente. Estábamos
montando la línea letal entre la seguridad y el peligro.
Debería haber muerto cuando mi madre me dio a luz. Cuando me
dispararon por la espalda. En Halálház, muchas veces. Por las pastillas
que me había dado Killian.
La muerte parecía rechazarnos a los dos, dejándonos pasar. Entonces,
si ahora era cuando finalmente tomaba su reclamo, el precio por toda la
indulgencia...
Que así sea.
Moriría libre.
La gasolina y la goma ardiendo me chamuscaron las fosas nasales
mientras los hongos de humo se arremolinaban y llenaban el aire, la
motocicleta protestando por el avance, lista para terminar su viaje aquí
mismo. Pero como si Warwick ordenara su lealtad a él, la moto se lanzó
hacia adelante, dando su último esfuerzo, dirigiéndose a la batalla con
todo lo que le quedaba.
Bang. Bang. Bang.
Los disparos rebotaron en la carretera y en el metal de la motocicleta,
la rueda delantera siseó cuando una bala la atravesó. El caos llenó la
noche como violines desafinados, destrozando el aire. Los guardias
gritaban por delante y por detrás, los chirridos del neumático enviando
chispas al cielo nocturno.
Escuché el sonido de la carne al ser golpeada y la columna de
Warwick se curvó hacia adelante con un gruñido.
—¡Warwick! —Agarrándolo, busqué la fuente de su herida en su
costado y la cubrí con mi mano, tratando de limitar la sangre
brotando. Una dolorosa perforación atravesó mi propio costado en el
mismo lugar, como si pudiera sentir una bala atravesar mi carne,
forzando un grito ahogado de mis labios. Me agaché, pero no encontré
nada.
Warwick se desplomó hacia adelante, casi cayéndose de la
motocicleta.
—¡No! —Mis manos lo apretaron con más fuerza contra mi pecho,
tratando de mantenerlo erguido, su cuerpo y la bicicleta
balanceándose. Sangre caliente de la herida inundó mi palma.
Mi pánico era tan profundo que sentí como si algo viniera y me sacara
las entrañas, tirándolas al pavimento, dejándome fría y vacía. La idea de
perderlo me asaltó como un tren. No. No estando tan cerca de la libertad.
La adrenalina torció mis sentidos, haciendo cada vista, olor y sonido
tangible contra mi piel, pero, extrañamente, también muy lejanos; como
si nada pudiera tocarme. La sensación del volumen de Warwick presionó
contra mí, su calor me envolvió como un escudo. Una vez más, sentí
como si se hubiera subido dentro de mí, deslizándose a través de mi piel
como si tuviera derecho a consumirme, a darme el dolor que estaba
sintiendo. Yo solo me sumergí más profundo, apartando toda lógica y
siguiendo un instinto que ni siquiera entendía.
—No puedes morir. Hoy no —murmuré una y otra vez. Mis manos no
se movieron, pero sentí una extraña sensación que estaba raspando su
piel, por todas partes, entrando y saliendo, rodeando su herida. La agonía
en mi cuerpo era tan dolorosa y tensa que apenas podía respirar y pensé
que me desmayaría. Me balanceé, casi inclinando la bicicleta, pero la
mano de Warwick me envolvió. Un profundo gruñido vibró a través de
él, meciéndolo contra mi pecho. Levantó la cabeza y puso el hombro
hacia atrás. Reajustando los mangos de la bicicleta, sus músculos se
apretaron.
Los guardias corrieron colocando puertas para bloquearnos, queriendo
evitar que cruzáramos la línea invisible entre los lados.
Un rugido sonó profundamente desde Warwick cuando presionó el
acelerador al máximo. Me arropé en él con un suspiro. El aluvión de
balas y gritos estranguló mi garganta con miedo. La motocicleta lisiada
se estrelló contra una valla improvisada que habían levantado. La moto
chilló y gimió, golpeando la barricada, el impacto arrojándonos al
aire. Mis huesos crujieron cuando golpeé el pavimento, rodando, y el
asfalto me rasgó la piel. Gemí cuando el dolor recorrió todos mis nervios.
Mi cuerpo había chocado contra un bordillo, mi cabeza daba vueltas,
mi estómago se llenó de náuseas. Parpadeando, miré hacia las primeras
estrellas de la tarde, centelleantes y cada vez más audaces. Hermosas y
pacíficas, imparciales a la batalla de abajo.
Kovacs...
Sentí más de lo que escuché, que mi nombre se deslizaba a través de
mí, sacudiéndome la cabeza.
Empujándome hacia arriba, mi cabeza dio vueltas, mi garganta estaba
llena de bilis. El dolor crepitaba a lo largo de cada centímetro de mí, pero
todavía estaba mayormente insensible a la verdadera agonía que me
permitía moverme. Cuando lo hice, asimilé la enorme figura tendida a
varios metros de mí.
—Warwick —gruñí. Luchando por ponerme de pie, cojeé hacia él. Fue
entonces cuando me di cuenta que no había más disparos, ningún guardia
apresándome. Mi cabeza se volvió hacia los hombres a sólo unos metros
de distancia, de pie en la línea pintada en el puente como si una pared
real nos bloqueara, sus armas bajadas, sus rostros llenos de horror...
Porque lo logramos. De alguna manera los superamos. Estábamos a
salvo. A menos que estuvieran dispuestos a iniciar una guerra.
El Puente Margaret y el Puente Chain fueron los únicos puentes
divididos entre faes y la FDH. Los otros eran tratados como territorio
neutral y áreas “grises”. Entre estos puentes residían los dos lados,
desafiándose en silencio unos a otros. Sólo la división del Danubio les
impidió empujarse unos a otros como matones en un patio de
recreo. Sentí que solo tomaría un momento antes que uno diera el primer
golpe. Y no quise esperar a ver si hoy iba a ser ese día.
—¿Warwick? —jadeé y me dejé caer a su lado. Su camisa brillaba con
sangre, saturada y oscura alrededor del disparo, aunque ya no parecía
rezumar sangre. Su rostro estaba cubierto de abrasiones, cortando en su
barba, pintándole el cabello castaño rojizo. La quemadura de la carretera
estaba estampada sobre su piel como una marca de hierro caliente. Sus
párpados se cerraron, su pecho apenas se elevaba, mientras otra
inyección de adrenalina se disparaba por mis venas—. ¡Despierta! —Lo
sacudí.
Nada.
—¡Warwick! —Temblé más fuerte.
Detrás de nosotros, un guardia habló por un walkie-talkie.
—¿Qué quiere que hagamos, señor? —Su voz vino detrás de mi, y era
como si pudiera sentir a Killian a través del artilugio, un vínculo con el
hombre que acababa de traicionar. El miedo golpeó la base de mi cuello.
Una palabra y podrían olvidar el frágil tratado que tenían con
Istvan. No perderme podría valer la pena.
—¡Levántate de una maldita vez, Warwick! —Apreté los
dientes. Aterrorizada, le di una bofetada en la cara, tratando de
despertarlo. Un gruñido surgió de su pecho, pero sus párpados
permanecieron unidos.
—¡Des-pierta! —exigí, mi palma tirando hacia atrás para golpearlo de
nuevo. Su mano se lanzó hacia arriba, sus dedos envolviendo mi muñeca,
deteniéndome en un abrir y cerrar de ojos. Su movimiento repentino me
hizo respirar con un silbido audible. Los ojos de aguamarina se abrieron,
ardiendo en los míos.
Algo sobre el momento hizo que una extraña sensación de déjà vu me
atravesara, capturando el aire en mis pulmones como una bóveda,
poniéndome sobre mis talones. Pero tan rápido como llegó, la imagen se
desvaneció, sin dejarme aferrar a cualquier cosa.
—Me gusta duro, pero no creo que ahora sea el momento apropiado,
princesa. —Una sonrisa curvó sus labios cortados.
Dejé escapar un suspiro entrecortado, cerrando los ojos brevemente
con alivio, la determinación se posó en mi frente.
—Vamos —mordí dolorosamente mientras me ponía de pie,
ayudándolo a levantarse. Su enorme cuerpo se inclinó hacia el mío,
balanceándose mientras intentaba poner sus pies debajo de él. Ambos
fuimos destrozados por el accidente, la sangre de nuestras heridas
goteando sobre el cemento mientras nos alejábamos.
Curiosamente, mi lado derecho era el que más me dolía, como si fuera
yo quien hubiera recibido un disparo.
Warwick debería haber estado inconsciente, si no muerto, por la
bala. Ambos deberíamos estarlo.
—Supongo que la muerte tampoco nos quería hoy.
Agarrándome, se volvió para mirar la motocicleta rota, nuestro
vehículo de escape tirado en el suelo, destrozado y retorcido, goteando
sus fluidos.
—Tomó a uno de nosotros como pago —murmuró, luego nos dio la
vuelta—. Vamos a salir de aquí.
Ambos salimos cojeando del puente mientras una multitud se alineaba
en el extremo de Pest, viendo cómo se desarrollaba el drama frente a
ellos, sus bocas abiertas con asombro o miedo.
Los centinelas Faes se quedaron en silencio detrás de nosotros,
dejándonos alejarnos. Me sentí incómoda de que Killian dejara que
ambos nos fuéramos tan fácilmente. Parecía pensar que los humanos
estaban por debajo de él. ¿Por qué se molestó con el tratado?
Una brisa fresca azotó mi cabello sucio y enredado. La multitud se
separó y nos dejó pasar. Brevemente, miré atrás, viendo las luces del
palacio brillar desde el otro lado. El lugar que me retuvo durante
semanas pareció pintoresco y poderoso en la colina, una belleza
silenciosa. Sin embargo, pude sentir en mis huesos un cambio en la
delicada línea de tregua en las que la FDH y los Faes habían estado
caminando durante años.
Había alterado el equilibrio y volcado el primer alfiler.
—Usted es un enigma, señorita Kovacs. Una ola chocando contra
todo. Girando, rompiendo y volteando todo al revés en el momento en
que entras.
—Una sola gota de agua puede ser la que rompa la presa.
Warwick y yo caminamos penosamente hacia el norte, sintiendo mis
músculos más pesados a cada momento, como si estuviera tomando el
dolor y sufrimiento de Warwick, así como el mío propio. Al doblar la
esquina, la pared de Leopold se encontraba a unos cien metros de
distancia, la puerta principal apareció a la vista. Mis ojos se llenaron de
lágrimas de alivio y felicidad. Logré llegar a casa.
Warwick se detuvo y mi atención se centró en él.
—¿Qué? Casi hemos llegado.
—Tú lo estás. —Me miró—. Hice mi parte.
—¿Qué? —Podía escuchar la conmoción que se agitaba en la puerta,
las voces y el movimiento de personas alertadas de nuestra presencia,
pero todo era ruido de fondo cuando miré hacia el rostro golpeado de
Warwick.
—Estás en casa y a salvo. —Él asintió con la cabeza, alejándose.
—Pero… estás herido. Deja que nuestros médicos te examinen.
—No soy más bienvenido aquí de lo que fui en el lado de los Faes. —
Su voz se deslizó sobre mí mientras sus botas lo llevaban unos pasos más
lejos—. No me menciones. Nunca me has visto ni has oído hablar de mí.
—¿Qué? —balbuceé, sintiendo una punzada por su rechazo—. ¿Cómo
que no puedo? Me salvaste.
—Eres bastante capaz de salvarte a ti misma... si lo hubieras
querido. —Su ceja se elevó mientras retrocedía más profundo en las
sombras.
Con el miedo y el peligro inmediatos desaparecidos, el recuerdo de lo
que hizo, la profunda traición... di un paso atrás, la ira erizaba mi cuello.
—No me acuses de algo cuando todo lo que intentaba hacer era
sobrevivir.
—¿Sobrevivir? —resopló—. Parecías estar haciendo mucho más que
eso. Y tú estabas juzgando a los trabajadores en casa de Kitty.
—Vete a la mierda. —Bullía, sintiendo la ira que dejé a un lado
mientras escapábamos, burbujeando—. ¡Me traicionaste! Tú fuiste la
razón por la que estuve allí.
Inclinó la cabeza hacia atrás, mirándome, con la nariz ensanchada.
—¿Por qué me entregaste a él solo para ayudarme a escapar?
Torció su mandíbula.
—¿Por qué? —Empujé su pecho.
—No es asunto tuyo —gruñó, hizo un gesto señalando detrás de mí—
. Te traje de vuelta a casa, princesa.
—¡Ese no es el punto! —El dolor envuelto en mis palabras, la furia me
recorrió las venas con más fuerza—. Dime por qué harías eso. Me hiciste
pensar que podía confiar en ti.
—Tu primer error —gruñó, metiéndose en mi cara—. Confía solo en ti
misma.
—Eres un vil ...
—¿Quién está ahí? —Una luz bajó, cortando mis palabras, tratando de
fijar la fuente—. Dispararemos si no te identificas.
—Será mejor que les digas quién eres. —Los salvajes ojos de
Warwick brillaron en la oscuridad—. Sería realmente trágico recorrer
todo el camino a casa y ser disparada por tu propia gente.
—Identifícate —gritó un hombre.
—Diles —bufó Warwick.
Escuché botas golpeando la calle adoquinada, armas amartilladas,
listas para disparar.
—Pero yo... —No sabía exactamente lo que iba a decir, pero un pánico
repentino revoloteó en mi estómago.
—Ten la vida que querías, princesa. Te está esperando. —Retrocedió
hacia las sombras.
Mi boca se abrió. Tan enojada como estaba, sentí que estaba
arrancando una parte de mi alma, lo que no tenía sentido. Él me
traicionó. Él era la razón por la que me convertí en la prisionera de
Killian en primer lugar, pero la idea de no volver a verlo nunca más me
golpeó el corazón. El momento en que dio un paso atrás en mi vida, me
despertó haciéndome actuar.
—¿Por qué? —El ruido a mi alrededor se redujo a un zumbido
sordo—. ¿Por qué volviste por mí?
Sus ojos sin emociones se encontraron con los míos, su mandíbula
torcida.
Nuestras miradas se encontraron, y la sensación de él acurrucándose a
mi alrededor apretó mi garganta. Quería preguntar mucho más, para
entender, pero no salió nada; las palabras carecían de sentido cuando la
intensidad de su mirada me llenó de emociones que no pude explicar ni
definir.
—Estás en casa. A salvo. Ve con él. —La voz de Warwick mordió la
parte de atrás de mi cuello, moviendo mi cabeza hacia atrás para ver
quién estaba detrás de mí, aunque sabía que nadie lo estaba.
—Espera. —Mis piernas se acercaron a él como si ya hubieran
decidido qué camino tomar.
La luz se fijó en mí, congelándome en el lugar.
—¿Brexley? —La incredulidad y la conmoción sonaron detrás de mí
desde la puerta.
—Nunca estuve aquí —murmuró Warwick justo cuando mi nombre
sonó de nuevo en la noche. La familiaridad de mi nombre en una voz que
conocía tan bien rompió mi enfoque de Warwick.
—¡Brexley! —El chico que había amado casi toda mi vida dejó caer su
arma, corriendo hacia mí, su hermoso rostro encendido con absoluta
alegría e incredulidad.
—¡Caden! —Una oleada de amor al ver de nuevo a mi mejor amigo
atravesó mi pecho, mis pies cojeando hacia él. Su cuerpo chocó contra el
mío, un sollozo brotó de su garganta mientras sus brazos me rodeaban,
tirando de mí en su pecho, envolviéndome.
—Oh, dioses, Brex. —Su voz se quebró con una fuerte emoción, su
agarre en mí era tan fuerte, sus manos estaban frotando y tocándome en
todas partes como si quisiera asegurarse que yo era real. No me
importaba que mis huesos y las heridas palpitaran en protesta. Podría
soportar este dolor para siempre si eso significara que había regresado
con él.
—Pensé que estabas muerta... —lloró en mi oído, apretándome aún
más—. No puedo creer que estés aquí. Eres real. Soñé tantas veces que
volvías a mí.
Mi garganta estaba demasiado cargada de emoción; todo lo que pude
hacer fue sollozar, dejando que los meses de agonía, la tortura y muros
defensivos, cayeran. Mis hombros se hundieron, mi rostro se enterró en
el pecho de Caden.
—Realmente estás aquí... no puedo creerlo. —Besó mi sien, su cuerpo
y su aroma eran tan cómodos y familiares—. Estaba seguro que te había
perdido para siempre. —Caden hipó, sus manos amasándome y
acariciándome.
Mi cabeza se levantó.
—Estoy aquí.
—No entiendo… ¿C-cómo estás aquí? ¿Cómo es esto posible? ¿Dónde
has estado?
Mi cuello se retorció sobre mi hombro hacia donde había estado
Warwick.
Se había ido.
Pero todavía lo sentía, como un depredador en los arbustos, haciendo
que mi mirada se moviera rápidamente en su busca.
—No importa. Estás en casa y a salvo. Conmigo. —Caden rodeó mis
hombros con el brazo, tirando de mí hacia la puerta, besando mi mejilla,
sin importarle lo sucia y golpeada que estaba.
Juré que podía sentir esos ojos depredadores arder en mi espalda,
exigiendo que me volviera para mirar una vez más.
Olvídate de él, Brex. Te traicionó. Estás en casa. Estás de vuelta
donde se supone que debes estar.
En el momento en que entré por la puerta, las barras de hierro se
cerraron con estrépito, empujé contra la sensación de él, golpeando la
puerta contra él, así como los últimos meses de infierno.
Quería dejarlo atrás.
—¡Brexley! —La elegante figura de Rebeka corrió hacia mí, su
exquisito vestido agitando el suelo, los tacones haciendo clic en los
suelos de mármol. Su cabello brillante y tez perfecta eran una
yuxtaposición contra mi arañado, huesudo y sucio cuerpo.
La opulencia de la habitación también contrastaba con mi estado. Nada
había cambiado desde la última vez entré por las puertas de la FDH, pero
miré todo como una extraña. Todos los días de mi vida había caminado
por el salón principal, entumecida por la decadencia y las riquezas. Una
joya incrustada en su vestido o el oro usado para pintar el techo podría
alimentar a una familia en las Tierras Salvajes durante meses.
—Oh, mi querida niña. ¿Dónde has estado? —Los labios pintados de
Rebeka se separaron, su cabeza se sacudió con incredulidad mientras me
miraba. Caden me mantuvo acurrucada en su costado, sin estar listo para
soltarme, incluso mientras los brazos de su madre me envolvían
suavemente como si fuera a romperme y convertirme en polvo en la
alfombra—. No puedo creer que estés viva. Todos estábamos tan
desconsolados. —Ella rápidamente se apartó, frunciendo el ceño
levemente ante mi ropa y mi cara sucia—. Dioses, por lo que debiste
haber pasado.
Mi boca parecía estar cosida. El surrealismo de estar de vuelta, que mi
deseo se hiciera realidad, no se había instalado de la manera que
imaginé. Sentí que estaba representando una obra de teatro.
—Fue... —tragué, recuerdos de ser golpeada, torturada. Matar para
sobrevivir—. El infierno…
—Bueno... —La mano de Rebeka fue a mi mejilla, interrumpiéndome,
su expresión volviendo de nuevo a un perfecto desapego—. Eso ya no
importa. Estás en casa y segura, y puedes dejarlo todo atrás.
Una punzada de resentimiento quemó entre mis costillas. Esta era la
forma aristocrática. Empujar todas las cosas asquerosas e incómodas
debajo de la mesa, y fingir que nuestras vidas eran las adecuadas para
nuestra posición. Mantenerse agradable, perfecta y sencilla.
Ella no querría escuchar que me habían azotado hasta que mis huesos
se rompieron a través de mi piel, que mis tripas se derramaron en el
suelo. Que había sido agredida por guardias y presos, que dormía junto a
mis propias heces, o que había estado retenida en el palacio del señor de
los Faes durante el último mes. Pretensiones y mentiras sostenían
nuestras paredes. Ella no toleraría que dijera una palabra en voz
alta. Como si nunca hubiera sucedido.
—Te ves terrible. Ahora estás demasiado delgada. Oh, mira tu piel, tus
manos y tu cabello —aspiró, luego negó con la cabeza, agitando la
mano—. Nada que una mascarilla y un acondicionador profundo no
resuelvan. —Tocó mis hebras secas y anudadas, lágrimas brillando en
sus ojos—. Debemos meterte en un baño de inmediato. —Chasqueó sus
dedos a un sirviente—. Encuentra a Maja. Dile que prepare un baño.
—Madre... —La mano de Caden frotó mi brazo—. Dale a Brexley un
momento. Ella acaba de regresar.
Todos nos giramos al oír el ruido en el pasillo y encontramos a Istvan
entrando a grandes zancadas en la habitación. Vestido con su uniforme,
las medallas bailando en su pecho, su mirada se encontró con la mía, sus
ojos se abrieron como si hubiera visto un fantasma, sus pies deteniéndose
lentamente.
—¿Brexley? —El hombre que me había criado durante los últimos seis
años, sin mostrar una pizca de emoción, me miró boquiabierto como si
estuviera abrumado—. Lo escuché, pero no lo creí. —Caminó
cautelosamente hacia mí—. Regresaste…
Parecía algo extraño de decir, pero Istvan no era bueno para mostrar
emociones.
—¿Estás bien? —Su escrutinio saltó alrededor de mi figura, su tono
firme y familiar volvió a su lugar.
—Sí.
Se aclaró la garganta con un asentimiento. Se acercó a mí, frunciendo
el ceño como si no supiera cómo responder a mi regreso. Finalmente, se
inclinó y besó mi mejilla secamente.
—Es tan bueno tenerte en casa y a salvo. Todos temíamos lo
peor. Esto es extraordinario… —Rodó sus hombros, recuperando su
postura—. Estoy contento de saber que estás bien.
—Gracias —murmuré, tan bajo que apenas me escuché.
—Han pasado meses. Caden dijo que vio que te dispararon. ¿Dónde
has estado todo este tiempo?
Por alguna razón, mi boca no se movió.
—Padre... —advirtió Caden—. Ella acaba de llegar a casa.
—Los enemigos no esperarán a que ella se bañe. Necesito saber si
estamos amenazados. Lo que sabe. Dónde ha estado. Necesito un
interrogatorio completo ahora mismo.
—No. —Caden empujó su pecho, su brazo rodeándome con más
fuerza.
—¿No? —La ceja de Istvan se arqueó.
—Ella ha pasado por mucho. Deja que se acomode. Estoy seguro que
le encantaría darse un baño. Comer algo. Relajarse.
Estuve en un baño hace menos de una hora ... en la habitación de
invitados de Lord Killian.
Ahora estaba en casa.
Mi cabeza estaba teniendo problemas para entender el giro brusco de
los acontecimientos.
—Istvan —Rebeka le tocó el brazo, apartando la mirada de su hijo—.
Ella no es una de tus subordinadas. Ella es familia.
—Ella es uno de mis soldados —le espetó a su esposa. Rebeka apartó
el brazo y frunció la boca. Respiró hondo y me miró—. Brexley
comprende la importancia de hacer preguntas. Antes que nada, ella es
una soldado. Deber y honor. La cosa más pequeña podría ser vital para
nuestra lucha, ¿no es así?
Bajé la cabeza.
—Por favor, Istvan. Ella es como nuestra hija.
Una hija que habían vendido en matrimonio para alinear dos países y
ganar más poder.
Se pellizcó la nariz e inhaló.
—Tienes una hora. Enviaré al médico a tu habitación y después de
refrescarte, por favor, ven a mi oficina.
—Sí, señor. —Asentí. Las palabras salieron de mi lengua de forma
robótica.
—Buena chica. —Una extraña sonrisa se insinuó en la boca de Istvan,
su palma apretando mi hombro—. Sabía que lo harías. Siempre
entendiste la importancia de la guerra. La cosa más pequeña podría
inclinarla a nuestro favor.
Mi boca se inmovilizó en un acuerdo forzado.
—Enviaré al Dr. Karl para que te revise ahora. —Volvió a palmear mi
brazo con frialdad—. Estoy tan feliz que estés en casa. —Bajó la cabeza,
se volvió y atravesó la habitación hacia su oficina.
Caden resopló, sacudiendo la cabeza con agravio, pero en el momento
en que sus ojos regresaron a mí, se iluminaron con cariño y felicidad,
acercándome a su pecho.
—Ven. Vamos a limpiarte y alimentarte.
Caden no quería irse de mi lado, pero Maja lo ahuyentó cuando llegó
el Dr. Karl, diciendo lo inapropiado que era, lo cual fue muy gracioso
para mí. Después de todo lo que había pasado, ser vista desnuda parecía
tan insignificante. En Halálház, me duchaba mientras la gente follaba a
mi lado. Mierda en una habitación llena de gente. Había sido desnudada,
golpeada y apuñalada alrededor de multitudes de personas. Vi prostitutas
caminar desnudas, las sentí golpeando contra la pared del dormitorio que
compartí con la leyenda más temida de este país.
Yo había asesinado.
El viejo doctor me examinó de la cabeza a los pies, extrayendo sangre,
comprobando mis signos vitales, y aunque le dije que no tuve encuentros
sexuales, exigió un examen pélvico.
Finalmente, después que se fue, Maja me empujó a la bañera. Me
masajeó el cabello con champú, hablando sin parar sobre mi milagroso
regreso, cómo su dios escuchó sus oraciones y me trajo de regreso.
Solo yo sabía porque estaba sentada en esta bañera —no por ningún
dios, aunque apuesto a que se consideraba uno de ellos— sino por un
cuento popular. Uno confuso. ¿Por qué había vuelto Warwick por mí? Él
destruyó cualquier alianza que podría haber tenido con Killian. ¿Por qué
me había traicionado y me había entregado a Killian solo para arriesgar
todo para sacarme?
—Deja que el acondicionador repose un poco; tu cabello se siente
como paja —murmuró Maja.
—Necesito ir a ver a Istvan ahora.
—¡Oh, lófütty! —¡Silbido de caballo! agitó la mano—. Él puede
esperar. —Revoloteaba como una mamá pájaro, burbujeante de júbilo—
. Iré a traerte un poco de té. Nada mejor que una taza de té para hacerlo
todo mejor.
Té. Seguro.
—Te he echado mucho de menos, baratnom. —Mi niña. Ella apretó
sus manos sobre su corazón—. Volver a nosotros es un milagro. Traerás
vida aquí de nuevo. A Caden. —Se secó una lágrima de los ojos—. No
estuvo bien cuando te fuiste. Vacío y perdido. Como si toda la vida lo
hubiera abandonado —esnifó, alejando su pena, fijando una sonrisa en su
rostro—. Oh, cierto, tu té. Volveré. —Salió apresuradamente, cerrando la
puerta detrás de ella.
Su partida me dejó con un miedo extraño. Como si me hubieran dejado
en un lugar desconocido, no en el baño que usé durante los últimos seis
años.
Los acontecimientos del día finalmente me golpearon, y miré hacia
mis temblorosos miembros, notando que la profundidad de las abrasiones
que antes cubrían mi piel, ya se veían mejor.
—¿Qué carajo? —Miré por encima de la pierna en la que me había
caído más pesadamente. Todavía estaba cubierta de magulladuras y
cortes, pero todas las heridas estaban cerradas. Curadas. Las cicatrices y
las marcas decoraban mi cuerpo, pero nada parecía nuevo o fresco como
sucedió hace solo una hora.
Entre Nyx y el accidente, debería haber estado en el hospital, sin poder
moverme durante semanas.
Mi pulso palpitaba rápidamente en mi cuello como un código Morse,
mi respiración luchaba a través de mi nariz, mi cabeza girando. Yo era
racional: hechos y ciencia. No es que no creyera en la magia; el aire
estaba lleno de esta.
Pero todavía tenía que haber una razón lógica. Un Fae podría curarse
rápidamente. Los humanos no podían.
Mi mano se aplastó sobre mi corazón acelerado. Aspiré aire
lentamente, apretando mis párpados en un intento de calmarme. La
necesidad de sentirme segura, de no alejarme en el espacio, me hizo
empujar las rodillas hacia el pecho. Respira, me ordené. Hay una razón
perfectamente válida para esto.
Una risa burlona hizo que mis párpados se volvieran a abrir hacia
donde una figura enorme se apoyaba contra la puerta.
—Oh, dioses. —Mi columna volvió a chapotear en la bañera, el agua
caía a borbotones al suelo, mis labios jadeando un lloriqueo.
Una vez más, la abundancia de poder despiadado y sexualidad cruda
me golpeó, arrancando el aire de mis pulmones.
—Realmente tenemos que dejar de reunirnos así, Kovacs. —Warwick
sonrió, cruzando sus abultados brazos sobre su pecho desnudo. Su cuerpo
también estaba cubierto de heridas, la herida de bala en su costado se
veía roja y furiosa, pero también parecía como si hubiera estado sanando
durante semanas—. Empiezo a pensar que disfrutas que te vea bañarte.
—¿Cómo-cómo estás aquí...? —Mi lengua tropezó consigo misma,
vacilando mientras miraba a mi alrededor. Yo estaba en mi baño.
—¿Yo? —Una ceja se arqueó, su boca se torció en una mueca más
profunda—. Esta vez has sido tú, princesa.
¿Me quedé dormida? ¿Lo estaba soñando como antes? El pellizco de
mi piel contra la porcelana sugería que estaba despierta. No sientes dolor
en los sueños.
—¿Cómo entraste aquí? —Busqué en la habitación sabiendo que no
había ventanas. La única forma de entrar era la puerta contra la que se
apoyaba—. ¿Pasaste a los guardias?
Resopló, frotándose la barba. La intensidad de su mirada se sentía
como si pudiera ver a través de las burbujas. La sensación de unos dedos
subiendo por la parte interna del muslo me sacó del agua. Agarré una
toalla, me puse en guardia y me volví hacia él.
—¿Ahora te pones modesta? Parece inútil ya que lo he visto todo
varias veces. —Su boca tembló, mirando la toalla con la que traté de
cubrirme—. Y hemos pasado por esto muchas veces. No eres mi tipo,
princesa.
—Sigues diciendo eso, pero aquí estás, encontrándome desnuda en el
baño una vez más.
—Por segunda vez, has sido tú.
—¿Yo? ¿Cómo es mi culpa que estés aquí?
—Me trajiste aquí.
—¿Eh?
—Estaba a punto de disfrutar de cuatro mujeres con curvas que están a
punto de follarme hasta el olvido. —Inclinó la cabeza—. El último lugar
donde quiero estar es aquí. A menos que quieras ver...
De repente, ya no estaba en mi baño, sino en una habitación demasiado
familiar. El dormitorio que habíamos compartido en Kitty's. Cuatro
mujeres desnudas se retorcían en la cama, curvando los dedos hacia él,
tocando su pecho, besando su torso. Reconocí a una de ellas. La sirena,
Nerissa, que lo llamó la primera noche que llagamos. Las mujeres no me
miraron ni parecieron verme en absoluto, su enfoque estaba en la bestia
frente a ellas, sus manos rasgando con hambre su pantalón sucio y roto.
—¿Qué demonios? —El terror y la conmoción se apoderaron de
mí. Mi mirada se volteó salvajemente. ¿Cómo estaba ahí? ¿Cómo era
esto posible? Tenía que estar soñando. Debo haberme quedado dormida
en la bañera.
—No es un sueño, Kovacs. Créeme... —siseó mientras Nerissa le
bajaba el pantalón, tomándolo en su mano, arrullando y gimiendo por él.
—Bebé, sabes que puedo hacer realidad tus sueños más salvajes —le
dijo, lamiendo sus labios. Con un tarareo, ella se inclinó, pasando su
lengua a lo largo de su erección, luego lo tomó en su boca mientras las
demás se movían a su alrededor, tocándolo y besándolo.
La conmoción, la vergüenza y el disgusto gritaron en mi cabeza que
me diera la vuelta, que me despertara. Pero no lo hice. No podía. Contra
mi voluntad, mis pezones se endurecieron y un dolor palpitaba entre mis
piernas mientras se movía contra su boca, su gemido me atravesó con
pura lujuria. Inhalé violentamente, su gemido envolviéndose a mi
alrededor, deslizándose por mis caderas, lamiendo mi coño.
—¿Te gusta eso, Kovacs? ¿Mirar? —respiró pesadamente, sus caderas
se contrajeron, la cabeza se inclinó ligeramente hacia atrás, manteniendo
sus ojos en mí—. ¿Desearías que fueras tú?
Sí. Sentí la respuesta en mi cuerpo. Tragué, volviendo la cabeza hacia
un lado, mis venas ardían con el calor.
Estaba perdiendo la cabeza. Esto no era real. Despierta, Brex. Negué
con la cabeza, tratando de despertarme.
Lo escuché reír.
—Sigue intentándolo, princesa.
—Lo estoy haciendo. —Nerissa miró hacia arriba, respondiendo a lo
que me dijo—. Pero eres jodidamente enorme. Dioses, Warwick, estás
haciendo que mi coño esté tan húmedo, y sabes lo mucho que eso me
excita. —Nerissa bajó su boca de nuevo hacia él, claramente luchando
por asimilarlo todo. Otra mujer se puso de rodillas, lamiendo y chupando
el área que Nerissa no podía alcanzar. Las otras dos fae lo rodearon,
disfrutando del resto de su cuerpo.
Puse los ojos en blanco con molestia, mirando la pared del fondo.
—¿Algo de lo que ella dijo que no sea cierto? —rugió, su voz una vez
más era como manos acariciando, deslizándose debajo de la toalla. Era
cierto, pero sonaba tan cursi, y su ego no necesitaba hincharse más.
—He visto mejores.
Él resopló de nuevo.
—¿No te estamos complaciendo? ¿Qué quieres que hagamos? —Una
prostituta que no reconocí cayó de rodillas detrás de él, agarrando su
culo. Ella movió su lengua larga y bifurcada entre sus nalgas, haciéndolo
gruñir, sus caderas meciéndose más fuerte, y casi me atraganto con mi
saliva. Ella era una serpiente cambiante, y yo no quería pensar en dónde
estaba poniendo su lengua en este momento.
—Baszd meg. —Vete a la mierda, siseé, dándome la vuelta, pero su
energía me empujó, rozando y patinando sobre cada centímetro de mi
piel. Mi columna se arqueó, mi respiración se aceleró, mi piel dolía y
estaba en carne viva.
—Puedes irte en cualquier momento —me gruñó.
—Nunca... rogamos por estar aquí —respondió una de las chicas,
gimiendo de necesidad—. Déjanos complacerte. — Podía escuchar
sonidos de su entusiasmo, queriendo satisfacer al gran Warwick Farkas.
Me sentí enferma. La ira, el deseo y otra sensación que no quería
reconocer cubrieron mi lengua.
La sensación de él detrás de mí, presionando contra mí, me dejó sin
aliento por el miedo. Sabía que no se había movido, todavía estaba
parado al otro lado de la habitación frente a mí.
—¿Cómo? —Me atraganté, el oxígeno apenas tocaba mis pulmones,
haciéndome jadear por más.
—¿Cómo me sientes? —Su voz áspera estaba en mi oído,
congelándome en mi lugar—. Jodidamente no lo sé, pero dime cómo,
ahora mismo, tengo una sirena tarareando y cantando alrededor de mi
polla como si su única misión en la vida fuera hacerme desmayar ... ¿y
todo lo que siento eres tú, Kovacs, desde el momento en que te conocí?
Un calor abrasador latió dolorosamente a través de mi centro, el deseo
hormigueó en mi piel, secándome la garganta.
Gruñó contra mi cuello.
—Pensé que se había ido. Durante un mes tuve paz. Ahora estás en
todas partes. En cada jodida cosa. —La furia se arrastró por la curva de
mi cuello, separando inaudiblemente mis labios—. No quiero nada
excepto que salgas de mi cabeza.
—Lo mismo, Farkas. —Apreté los dientes mientras el anhelo se
apoderaba de cada centímetro de mí.
—Y, sin embargo, aquí estás —se burló.
—¿Por qué viniste por mí? —la pregunta salió involuntariamente.
Una de las chicas emitió un gemido de necesidad y no pude dejar de
mirar por encima del hombro.
Sus ojos brillaron, ardiendo en mí mientras aceleraba el paso,
agarrando la cabeza de Nerissa, empujándola a tomarlo aún más
profundo, su canción llenando la habitación, llevando a todos al
éxtasis. La otra Fae con Nerissa chupaba y jugaba con sus bolas, la
serpiente cambiante todavía detrás de él, lamiéndolo, mientras la cuarta
yacía extendida en la cama, complaciéndose a sí misma para su disfrute
visual.
Sentí sus dedos trazar a través de mis pliegues, mientras su mirada se
clavaba en la mía.
—Porque... —gruñó, deslizando un dedo dentro de mí. Cerré los ojos
de golpe mientras gemía.
Fuerte.
—¿Brexley? —La voz familiar sacudió mis ojos abiertos, parpadeando
con desconcierto, absorbiendo mi ubicación. Azulejos de mármol,
paredes blancas y un candelabro de cristal colgaban sobre mi
cabeza. Prístina y perfecta.
Caden miró alrededor de la puerta del baño, todavía vistiendo su
uniforme de guardia, frunció el ceño, sus ojos mirando alrededor
sospechosamente.
—¿Estás bien? Te escuché gritar.
Tragué saliva sobre mi garganta seca, asintiendo con la cabeza,
esperando ver una cama cubierta de semen con un hombre y cuatro
mujeres desnudas en la esquina.
No fue real. Estabas soñando todo.
Dormida estando de pie… Claro.
Apreté la toalla a mi alrededor, mis dedos de los pies se curvaron en la
alfombra de baño empapada, el agua se amontonó en el suelo.
—¿Brex?
—Sí. —Me levanté para mirarlo—. Estoy bien.
No, no lo estaba.
Sus ojos se movieron sobre mí, un fuego chispeó en ellos, sus pasos lo
llevaron a una pulgada de mí.
—Dioses, te he echado de menos —susurró con voz ronca—, una
parte de mí murió cuando pensé que te había perdido. No he estado bien,
Brex. No funciono sin ti. Lo perdí.
—Eso escuché.
—¿Lo escuchaste? —Inclinó la cabeza hacia un lado.
Bien, no sabían sobre Aron. Que habíamos estado en el mismo
lugar. Que yo lo había matado.
Tragando el nudo en mi garganta, aparté la mirada. La mano de Caden
se deslizó sobre mi mejilla, curvándose en mi cabello húmedo.
—Brex —susurró mi nombre, sus ojos se movieron rápidamente entre
los míos—. Ni siquiera sabes... esa noche en el techo me ha perseguido
todas las noches. Me torturó. Que tonto fui. Lamento mi elección. Pero
ahora tengo una segunda oportunidad. —Sus ojos se posaron en mi labio
inferior, lo que hizo que mi estómago se retorciera. El tiró de mi cuerpo
pegándolo al suyo, su boca avanzando poco a poco hacia la mía. Estaba
obteniendo lo que siempre quise. Lo que siempre he soñado—. Te deseo.
—Sus labios rozaron los míos antes de reclamar mi boca por completo.
Por encima de un caballo cambiante o un señor de los Fae... y
ciertamente de un idiota traicionero, el beso de Caden debería haberlos
disuelto a todos, el chico al que había amado casi toda mi
vida. Finalmente se sentía de la misma manera que yo. Él también me
deseaba.
—Deja de pensar en mí, Kovacs. —La profunda voz de Warwick
retumbó en mi oído, haciéndome retroceder. Busqué en el espacio vacío
detrás de mí, mis ojos escaneando por todas partes.
—¿Brex? —Caden dejó caer su agarre en mis brazos.
Joder, Farkas. Tuvo que arruinarlo todo.
—¿Brexley? —El tono de Caden subió y me trajo de vuelta a él. La
confusión tensó sus hermosos rasgos—. ¿Qué ocurre?
—Nada. —Meneé la cabeza—. Lo siento.
—No te disculpes. —Envolvió sus brazos alrededor de mí—. Sé que
has pasado por algo muy traumático. Quiero que vuelvas a sentirte
segura y amada. —Metió la barbilla sobre mi cabeza—. Te amo,
Brexley. Perderte me hizo ver lo estúpido que fui por alejarte. Quiero
estar contigo.
Parpadeé, mirando nuestras imágenes en el espejo.
Finalmente había dicho las palabras que soñé escuchar desde que tenía
catorce años. Las palabras que anhelaba...
La chica que se había sentado en el techo esa noche, la que hubiera
dado cualquier cosa por estar con él. Que rogó por solo un beso.
La mujer que se reflejaba ya no era la misma.
—¿Puedo decir que estoy en contra de esto? Ella debería estar
descansando. —Caden resopló en el asiento a mi lado, haciéndome
señas—. ¡O ser forzada a alimentarse! Mírala, padre. Parece que la han
matado de hambre y la han golpeado.
Noventa minutos después de cruzar la puerta, me examinaron,
pincharon, aguijonearon, bañaron, acondicionaron mi cabello, me
sumergieron en loción y en cualquier otro tratamiento de belleza en el
que Maja pudiera encajar. Ahora me encontraba sentada en la oficina de
Istvan, mi cuerpo flácido y exhausto por los eventos del día.
—Caden. —Istvan caminó detrás de su escritorio, la molestia cubría su
tono—. ¿No te dije que, si ibas a unirte a nosotros, tenías que quedarte en
silencio? Técnicamente todavía estás de servicio. Estoy siendo generoso
dándote un respiro de tus responsabilidades.
Caden resopló de nuevo, recostándose en su silla, su mano curvándose
sobre la mía. No podía dejar de tocarme o mirarme; como si cuando
parpadeara, yo podría volver a desaparecer.
—Brexley. —Istvan se sentó en su silla—. No puedo empezar a decir
lo bueno que es tenerte en casa a salvo —dijo las palabras, pero todo en
él era ajeno y distante, volviendo al hombre que conocía—. Estábamos
bastante conmocionados pensando que te habíamos perdido.
La puerta detrás de mí se abrió, y uno de los ayudantes de Istvan entró
con un carrito lleno de té: sándwiches cortados en triángulos diminutos,
bollos con gelatinas y cremas importadas, tés de China e Inglaterra. Rodó
el carro cerca de mí, inclinándose y saliendo. Un snack desechable, que
cuesta al menos el pago de un mes, si no más, para alguien como Rosie.
—Por favor. —Istvan señaló el carro con la cabeza—. Sé que debes
estar hambrienta.
Debería estarlo. No había comido por un tiempo, pero por alguna
razón, mi estómago dio un vuelco al verlo. Aún cuando sabía que, si no
comía, la comida se tiraría a la basura para alimentar a los cerdos y los
caballos. Tragando la opresión en mi garganta, agarré un sándwich,
dando un pequeño bocado, el pan suave y esponjoso se pegó al paladar
de mi boca y en la parte de atrás de mi garganta.
—Apuesto que te sabe a carne a la parrilla. —El toque de Caden
dirigió mi atención hacia él, su mirada emitía compasión. Tal vez en
Halálház lo hubiera hecho, pero Killian me había estado alimentando
excepcionalmente bien las últimas semanas.
Dejé el sándwich y miré a Istvan.
Me miró, sus gélidos ojos azules tratando de despegar mis capas, de
buscar cada bocado que pudiera usar contra su enemigo.
—¿Qué pasó, Brexley? ¿Cómo sobreviviste? ¿Dónde has estado?
Moviéndome en mi asiento, un peso cayó sobre mi pecho. Ni siquiera
podría describir por qué una barricada apareció en mi mente. Apreté los
dientes, seleccionando la información que le diría.
Dile todo. ¿Qué te pasa? La parte lógica de mi cerebro trató de desatar
mi lengua. Estás de vuelta en casa con tu gente. Les das todo lo que
puedas contra los Fae.
—Empieza por la noche en el puente. —Istvan se reclinó en su silla,
sus dedos juntos, esperando que le cuente la historia—. ¿A dónde te
llevaron?
El pan se amontonó en mi estómago, sintiendo como si la levadura se
expandiera alrededor de mis pulmones, forzando a salir al oxígeno.
—Padre... —Caden se sentó, notando mi respuesta, su mano cubriendo
la mía.
—Necesita decírnoslo, Caden. Ella es primero un soldado. Yo te
pediría lo mismo. —Se inclinó hacia adelante—. ¿Brexley...?
Asentí con la cabeza, aspirando.
—Me llevaron a Halálház.
Halálház era más que un lugar; era una presencia que permanecía
dentro de mí. Me marcó. Me cambió. Fue mi pasado, presente y
futuro. Una pesadilla y mi realidad. Había sido hace mucho tiempo, pero
tan vívido que podía saborear el hedor agrio de la sangre, el sudor y las
heces.
Ambos hombres se sacudieron, congelados con el mismo movimiento
violento, como si yo hubiera dejado una bomba sobre el escritorio.
—¿Qué? —La boca de Caden se abrió con horror y conmoción.
—¿Halálház? —Istvan siseó, levantándose para ponerse de pie, sus
ojos clavados en mí.
—Nadie sobrevive a ese lugar. —Caden todavía me miraba
boquiabierto, sacudiendo la cabeza—. No entiendo. ¿Cómo escapaste?
—Dónde. Está. —Istvan se inclinó sobre el escritorio, su voz tensa.
El extraño impulso de sujetar mi boca hizo que me doliera la
mandíbula. Halálház me había robado mi humanidad, me torturó, me
hizo jugar un juego a muerte, me obligó a asesinar a un camarada, y
todavía luchaba contra el impulso de ocultárselo.
¿Qué te pasa? Estás en casa, de vuelta con tu familia y los
humanos. Deberías estar dándoles cada bocado que puedas.
Halálház se había ido de todos modos, siendo reconstruido en una
nueva ubicación; mi información no ayudaría a Istvan nunca más.
—En la Ciudadela. —Apreté mis manos juntas—. Fue construido en la
montaña.
—¿La Ciudadela? —Caden se paró repentinamente, derribando su
silla—. ¿Quieres decir que está al otro lado del río? —Hizo un gesto
dramático en la dirección—. Ha estado ahí todo el tiempo.
Istvan me miró, su mirada desgarrándome, como si tratara de ver la
verdad completa de mi afirmación.
—Hubo una explosión allí hace un mes aproximadamente. —Estaba
tranquilo, pero su tono casi acusatorio entrelazó la declaración.
—Sí. —Asentí—. Fue entonces cuando me escapé.
—¿Hace un mes? ¿Dónde has estado desde entonces?
Caden puso su mano sobre mi brazo.
—No me menciones. Nunca me has visto ni oído hablar de mí. —
Como si Warwick estuviera sentado a mi lado, podía escuchar su
demanda, mi garganta se cerró sobre sí misma como si me hubiera
maldecido.
—Tu-tuve que esconderme. —Levanté la barbilla y le devolví la
mirada a Istvan—. Ellos, por supuesto, estaban buscándome por quien
era. Por eso me tomó tanto tiempo regresar.
El escrutinio de Istvan no cedió, su rostro era una máscara de
piedra. Solo un ligero movimiento de su ojo sugirió que no se tragó
completamente mi historia. Mentirle a alguien como Istvan era poner
suficiente verdad en los detalles para hacerlo sonar real, pero no tanto
como para tropezar. La FDH nos enseñó esto en el entrenamiento, en
caso que fuéramos atrapados por nuestros enemigos.
—Tengo curiosidad por saber quién lo bombardeó y por qué. —
Golpeó la madera—. ¿Quién tendría el conocimiento de su ubicación y
también la capacidad de hacerlo estallar? —Cada palabra suya sonaba
más como una acusación que como una pregunta—. ¿Quién tiene el
poder y el dinero para atacar al señor de los faes?
Me quedé en silencio, manteniendo mi rostro en blanco. Aunque no
sabía la respuesta, conocía a alguien que podría hacerlo.
—Padre, has oído rumores de una banda rebelde en las Tierras
Salvajes.
La cabeza de Istvan se disparó hacia su hijo, su ceño fruncido le decía
que se callara.
—¿El ejército Sarkis? No son más que un grupo de gamberros
mestizos. Ellos no pudieron hacer esto. —Meneó la cabeza—. Esto
requirió planificación, dinero, inteligencia y precisión. Son solo unos
pocos rufianes tontos en las Tierras Salvajes. Los únicos rebeldes que
tienen el poder de hacer algo como esto sería la Milicia Povstat de Praga.
El grupo revolucionario, Povstat, con sede en Praga, había crecido lo
suficiente como para volverse notorio y temido en la República Checa,
su fama se extendió a los países vecinos. Su líder, llamado Kapitan, los
estimuló a ser más “radicales” en su enfoque. Usar la violencia en la
lucha contra el ser humano y líderes Faes.
—¿El Povstat? —Caden se frotó la mandíbula—. ¿Pero por qué les
importaría Budapest?
—Quién sabe por qué estos maleantes hacen algo. Más poder —Istvan
gruñó, volviendo su mirada hacia mí—. Por favor, Brexley, cuéntame
todo sobre Halálház.
Caden gruñó en voz baja, divagando, ignorando a su padre.
—No puedo creer que haya estado tan cerca todo el tiempo.
Directamente frente a nosotros. Ese maldito y vil señor de los Faes nos
estaba tocando las narices. Probablemente haciendo cabriolas
regodeándose de lo estúpidos que eran los humanos. Quiero matarlo,
apuñalarlo en el corazón y verlo sangrar... mientras río.
—Ni siquiera te ha dedicado un pensamiento —espeté, mi boca
respondió antes que mi cerebro pudiera advertirme que me callara. Un
suspicaz silencio helado se infló en el aire—. O al menos eso imagino.
—Mis dientes se aserraron juntos—. Tú sabes que los Faes se ponen muy
por encima de los humanos.
Caden se burló de mí, la rigidez se escapó de la habitación.
—Halálház está destruido ahora. Cualquier prisionero humano que
quedara atrás o pereció o hubiera regresado a casa. No tiene sentido
atacarlo ahora. —O nunca. Killian no lo estaba reconstruyendo allí.
—Tú... —Caden se movió sobre sus pies, con la cabeza inclinada—.
¿Viste a Aron allí? Fue capturado. Pensé que era allí donde lo llevaron.
—¡Brexley! ¡No! Por favor... —La salpicadura de su sangre caliente
en mi cara, el repugnante sonido de la espiga desgarrando su garganta.
Miré hacia un lado, mis pulmones luchando por respirar, escuchando y
viendo su asesinato con perfecta claridad.
—¿Brex?
—Lo vi. —Asentí con la cabeza, tragando un nudo de
emoción. Suficiente verdad para vender la historia—. Él no lo logró.
Por mi culpa.
—¡Mierda! —Caden se giró y golpeó una estantería con el puño—.
Debería haber sido yo... no él.
—Aron era un luchador y soldado por debajo de la media. Era
imprudente, arrogante y compulsivo. Su muerte fue inevitable —
respondió Istvan con frialdad.
Lo miré fijamente. Aron podría ser un idiota, ¿pero ignorar su vida tan
fácilmente, como si no significara nada?
—Nos miran como si fuéramos los monstruos cuando ustedes los
humanos lo han sido todo el tiempo.
—¿Es eso lo que piensas de las personas con las que has probado tus
píldoras? —Una vez más, hablé sin pensar—. ¿De los Faes que mataste
para hacerlas?
La cabeza de Istvan se echó hacia atrás, su nariz se ensanchó, pero con
la misma rapidez, la confusión arrugó su frente.
—¿Píldoras? ¿Probadas? ¿De qué estás hablando? —La honestidad y
la perplejidad en sus ojos y su tono aplastaron mi indignación.
¿Y si Killian me estaba engañando? Haciéndome pasar por una tonta
todo el tiempo. Señalando con el dedo a Istvan mientras era él todo el
tiempo. ¿Quién se benefició más de convertir a los humanos en máquinas
sin sentido que luchan contra los suyos? ¿Incluso si tuviera que
"cosechar" algunos faes para hacerlo?
Nadie lo sospecharía.
Sería el arma perfecta.
Az istenit, Brexley. Eres una tonta tan crédula.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué pastillas? —La voz de Caden me
sacó de mis pensamientos—. ¿Y entre más faes muertos, no es mejor?
Negué con la cabeza.
—Nada. Solo rumores dentro de Halálház.
Istvan mantuvo su mirada en mí, pero no pude sentir sus emociones en
absoluto.
—¿Qué rumores? —preguntó con frialdad.
—Nada. —Negué con la cabeza—. Nada importante.
El enfoque de Istvan no cedió. Conocía este truco. Quería hacerme
retorcer y soltar cualquier cosa que estuviera escondiendo. Pero la
estratagema que usó conmigo cuando era niña ya no funcionaba con la
mujer que tenía delante. Sostuve mi posición, devolviéndole la mirada.
—¿Dónde te escondiste durante el último mes? —Finalmente se
rompió, moviendo los hombros.
La pregunta me pesaba ya que realmente no sabía cuánto decirle.
—Uh... las Tierras Salvajes. —Parte de la verdad.
—Tan cerca. —Istvan se sentó en su silla—. Curiosamente, solo
treinta minutos antes que milagrosamente regresaras a nosotros, hubo
informes de varias explosiones provenientes del otro lado del río cerca
del palacio de los Faes, y una persecución con un hombre y una mujer en
el puente. Hay informes que incluso pusieron un bloqueo para intentar
detener a este par. Ocurrió justo antes que llegaras.
—No sé. Vine del lado donde Caden y el resto me encontraron. —Si
supieran que era yo quien venía del lado de los Faes con un hombre,
habría demasiadas preguntas, abriendo una avalancha de interrogatorios,
todos apuntando a Warwick y a Killian.
Algo me mantenía en silencio sobre ambos.
Si supieran que había estado con el señor de los Faes. Había estado
con el enemigo... había sido su cautiva, su experimento, y su…
Sacudí la cabeza, sacando los recuerdos de nosotros, la forma en que
realmente esperaba que él viniera a mi celda por la mañana para
recogerme, la intimidad de los pocos días que pasamos juntos. ¿Fue todo
para retorcerme? ¿Me jugó sus trucos fae?
¿Había alguien en quien pudiera confiar?
—Fue un buen momento entonces. —Istvan inclinó la cabeza, sus
dedos empujaron su escritorio.
—Sí, lo fue. —Asentí, frotándome la cabeza.
Istvan abrió la boca para hablar cuando sonó un golpe en la puerta.
—¿Señor? —El Dr. Karl asomó la cabeza—. Tengo los resultados.
—Sí, por favor entra. —Istvan le hizo un gesto para que
avanzara. Levantándose de nuevo, se movió alrededor de su escritorio,
encontrando al doctor.
Mi atención se centró en la carpeta en las manos del médico, mi
estómago se retorció. Deberían ser normales. Nada diferente, pero no
pude luchar contra el miedo que se agitaba en mi estómago, recordando
la rareza que la gente de Killian había encontrado acerca de mí. No era
algo que pudiera rechazar porque los faes y los humanos eran
diferentes. Yo no era fae, pero ...
¿Los resultados del Dr. Karl dirían algo sobre mí? ¿Sería anormal?
El Dr. Karl le entregó la carpeta a Istvan, frunciendo el ceño.
—Es la cosa más extraña que he visto en mi vida.
Mierda.
—¿Qué cosa? —Istvan abrió el archivo y miró los resultados.
—La señorita Kovacs tiene niveles extraordinarios de lo que se llama
inmunoglobulina M.
—¿Qué significa eso?
—Hay anticuerpos que nos protegen de lo que el cuerpo consideraría
cuerpos extraños, como un virus, una infección o una enfermedad. Sin
embargo, cuando se elevan demasiado, los órganos suelen comenzar a
tener dificultades para funcionar. Los niveles de la señorita Kovacs… —
La mirada del Dr. Karl me golpeó como una acusación. La pausa
colgándome en la habitación como una soga—. Están fuera de serie, tan
extremadamente elevados, sus órganos deberían haberse apagado por
completo. Ella debería estar muerta. —El médico miró por encima de sus
gafas de media luna y me escudriñó—. Sin embargo, cada prueba
muestra que son lo más saludables posible. Está más allá de toda
explicación, señor. Absolutamente asombroso. Su cuerpo está usando
estos anticuerpos en lugar de combatirlos.
Cada músculo se bloqueó en su lugar mientras todos los ojos se
posaron en mí. Las palabras de Killian volvieron a mí.
—Durante dos semanas has estado tomando las pastillas, trituradas
en tus comidas. Si bien no te pasó nada, los otros sujetos se volverían
más parecidos a los faes antes que comenzaran a flaquear y morir. Los
órganos fallarían. Algunos más rápido, otros más lento, pero al final,
todas sus mentes se doblarían, tomando órdenes antes de sucumbir.
La intensidad de sus ojos, su confusión y su especulación me
estrangularon como una cuerda. A los humanos no les gustaba lo
diferente. Si había algo inusual en ti, algo que no cumplía con la norma,
eras tratado con sospecha. Desconfianza.
El nudo en mi garganta se expandió, sin dejar escapar una palabra.
—Tal vez la prueba estuvo mal hecha. —Caden habló primero,
aliviando la tensión que asfixiaba la habitación—. Sucede todo el
tiempo. Contaminación.
Los hombros del Dr. Karl se echaron hacia atrás, insultado.
—No se contaminaron ni se hicieron mal. Probé su sangre tres veces
para asegurarme.
—Hazlo de nuevo —ordenó Istvan.
El Dr. Karl resopló y su rostro se puso rojo.
—Entonces ella debe venir a mis laboratorios de abajo. —Se volvió
hacia mí, mirándome como si fuera mi culpa—. Incluso aunque sé que
no hay nada malo con las pruebas de laboratorio, si hay que insistir en
ello, llegará a un medio ambiente estéril esta vez.
—Ella estará allí mañana a primera hora —respondió Istvan, su mirada
recorriendo el archivo—. Además de eso, ¿ella está bien?
—Sí. —El Dr. Karl bajó la cabeza—. No hay señales de agresión
sexual. Solo está ligeramente deshidratada y desnutrida, con cicatrices
obvias en la espalda y el estómago. Pero, sorprendentemente, goza de
excelente salud. Aunque tuve que repasar mis registros...
—¿Para qué? —preguntó Istvan.
—Sus heridas de bala. No recuerdo haber visto a Brexley con un
disparo en la pierna o en la espalda.
—¿Por qué lo harías? —Istvan me miró, luego a Caden como si le
hubiéramos ocultado algún secreto.
—Bueno, porque la curación a su alrededor parece tener al menos tres
años. Mucho más tiempo del que ella ha estado lejos.
Los ojos azules de Istvan se encontraron con los míos de nuevo
brevemente, haciéndome sentir más como un espécimen que como una
persona.
—Gracias doctor. —Istvan lo despidió.
Hizo una reverencia a su general, saliendo de la habitación.
Istvan regresó a su escritorio y arrojó el archivo.
—Caden dijo que cuando te atraparon tenías un disparo en la espalda.
—Sí, señor.
—Una herida que sufriste hace unos cinco meses. —Apretó los
labios—. La forma en que Caden lo describió... debería haber sido fatal.
Silencio.
Entendí lo que insinuó. Una persona promedio habría muerto; una
persona extremadamente afortunada al menos aún se estaría recuperando.
—¿Quién sabe lo que le dieron esos bastardos fae? —Caden se cruzó
de brazos—. Probablemente les encanta curar a los humanos con su
magia vudú para poder destrozarlos de nuevo.
—¿Eso es lo que pasó allí?
—Sí. —Una vez más, no es una mentira total. Esa sanadora zorra me
inyectó algo antes de ir a la cárcel. Sin embargo, Halálház no ponía
ningún recurso para curarte antes que volvieran a por ti.
Istvan solo me miró, pero finalmente su cabeza se inclinó en
aceptación.
—¿Tuviste algún contacto con el señor de los Faes o cualquiera de su
gente de mayor rango?
—No. —La mentira se deslizó de mi lengua como mantequilla. ¿Por
qué no le dije? Divulgar cada detalle del palacio de Killian, todos los
secretos que pueda—. Solo traté con los soldados faes en
Halálház. Ninguno de ellos parecía tener el rango suficiente para ser
cualquier cosa más que guardias.
—¿Nadie conocía tu verdadera identidad?
—No. —Al igual que las piezas de Jenga, las mentiras se acumularon.
—¿Alguien te ayudó a escapar?
—No. —Me froté la frente.
—Padre... —Caden suspiró—. Vamos. Ella está exhausta.
—¿Hay algo más que puedas decirme, Brexley? —Istvan ignoró a su
hijo—. ¿Nada en absoluto? Sabes lo importante que puede ser cualquier
detalle.
—No, señor —respondí—. Sobrevivir a Halálház era mi único
objetivo.
Inclinó la cabeza.
—Es un milagro que hayas escapado. Nadie lo ha hecho nunca.
—Habría muerto allí. Solo el bombardeo me salvó la vida.
Istvan suspiró.
—Retomaremos esto mañana después que veas al Dr. Karl.
Asentí con la cabeza.
—Vamos. —Caden me agarró del brazo, tirándome hacia arriba—
. Será mejor que nos vayamos antes que cambie de opinión.
—¿Brexley? —La voz de Istvan nos detuvo en la puerta. Giré mi
cabeza—. Me alegro que hayas vuelto. Lo que has pasado... tu padre
estaría muy orgulloso de ti.
Puñalada. Giro.
—Gracias, señor —gruñí, las lágrimas rozaban mis ojos.
—Mañana a la misma hora, Brexley.
Bajé la cabeza en respuesta, dejando que Caden me sacara por la
puerta, lejos de las preguntas curiosas y la mirada severa de su padre.
—Estoy seguro que no deseas nada más que meterte en la cama y
sentirte caliente y segura de nuevo. —El brazo de Caden me rodeó—.
Estás en casa ahora.
Casa.
Estas paredes, que solían ser tan reconfortantes y familiares, ahora no
me traían ningún sentido de seguridad.
En todo caso, podía sentirlos vibrar con advertencia, diciéndome que
mi vida aquí dentro nunca sería la misma.
Que ya no pertenecía aquí.
—No creo que a ella le guste eso.
Mi mente flotaba en el borde de la conciencia, no estaba lista para
dejar ir la protección de la oscuridad y el calor.
Chirrido.
—Lo sé, yo tampoco lo entiendo, pero ella se pone muy nerviosa.
Con un gemido irritado, hundí la cabeza en la almohada mullida. La
conciencia se filtró. Fruncí el ceño ... Mi almohada en la celda no era tan
mullida ni cubierta de seda.
Chirrido.
—No, realmente no creo que ella prefiera eso tampoco, pero sé que me
da motivación por la mañana.
Lentamente, mis párpados se abrieron para encontrar dos ojos
marrones rodeados de colores brillantes y un dedo largo y nudoso cerca
de mi nariz.
Parpadeé, preguntándome dónde estaba, una oleada de pánico hizo
estallar mis ojos completamente abiertos. Entonces vi mi dormitorio, la
cama con dosel, mi tocador, fotos de mi padre y mías. Como una
bofetada, cada recuerdo del día y la noche anterior se derramaron sobre
mí a la vez. Me senté.
Estaba en casa, de vuelta en la FDH.
Mirando boquiabierta a Opie y Bitzy, sabiendo que Caden había
dormido a mi lado toda la noche, sacudí mi cabeza por encima de mi
hombro con miedo. El lugar junto a mí estaba vacío, pero la almohada
todavía mostraba señales de su compañía.
Mi atención volvió a las diminutas figuras en mi cama en estado de
shock. Las dos cosas no iban juntas.
Me estremecí ante el atuendo de Opie, mis ojos aún no estaban listos
para este nivel de abuso.
Usando un casco fucsia brillante restregado con cerdas de Mohawked
en el centro, su pecho estaba desnudo mientras que su mitad inferior
estaba bordeada con plumas multicolores que encontrarías en un
plumero, sus pies atados con plumeros de microfibra azul. En su espalda,
Bitzy tenía un cepillo de fregar más pequeño pegado con cinta adhesiva
en la cabeza, sus grandes orejas de murciélago torciéndose y
retorciéndose, sacándome el dedo.
—¿No-no lo entiendo? —Me quedé boquiabierta—. Es... cómo... pero
cómo...
—Oh-oh. Esta podría estar rota —Opie palmeó mi mano con
lástima—. Mi nombre es Opie; esta es Bitzy. Nosotros somos tus
amigos. Siempre me das cosas como monedas brillantes, telas relucientes
y joyas destellantes. —Él habló despacio, como si yo tuviera un defecto
mental—. ¿Me entiendes? ¿Debería hacerte dibujos?
—No te doy esas cosas.
—Ohhhh nooo, debes tener pérdida de memoria… o posiblemente
daño cerebral. También me das comida... como tocino.
Lo fulminé con la mirada.
—Me refería a, ¿qué diablos estás haciendo aquí? —Hice un gesto
alrededor—. ¿Cómo estás aquí? Está protegido para que ningún sub-fae
pueda entrar. Hay trampas y venenos.
Opie giró la cabeza y miró a Bitzy por un momento antes que ambos
estallaran en carcajadas, aunque las de Bitzy era más unos fuertes
chirridos.
—¿Crees que las trampas y los venenos evitarían que los sub-fae
entraran? —Opie aulló y se golpeó la rodilla.
Chirridochirridochirridochirrido.
—Shhh. —Miré a la puerta, lista para que Maja entrara corriendo.
—Oh, eres muy graciosa, Pececito. —Él se rió entre dientes,
secándose los ojos—. Ustedes los humanos piensan que es lo mismo que
atrapar una rata doméstica. Por favor, masco el queso mientras uso tus
trampas para levantar las piernas. —Él se curvó hacia un lado, frotando
su culo—. Hace que mi trasero se vea bien.
—Entonces... si los sub-fae pueden entrar tan fácilmente, ¿por qué no
lo han hecho?
Chirrido. Bitzy puso los ojos en blanco, básicamente diciéndome que
era una idiota.
Mierda. Estaba empezando a comprenderla.
—En primer lugar, lo hemos hecho, pero los humanos nunca quieren
pensar en las pequeñas cosas que se pierden. Ellos culpan a una criada o
al olvido. No nos atrapan porque podemos cubrirnos con glamour para
lucir igual que los roedores. Además, nos movemos mucho más rápido
de lo que el cerebro humano puede comprender. Y, sobre todo, ¿por qué
querríamos estar aquí? Los humanos no aprecian lo que hacemos —
esnifó, cepillándose las plumas.
—Yo lo hago.
Las mejillas de Opie se ruborizaron.
—Pero eso no responde por qué estás aquí. ¿Por qué no estás de vuelta
en el palacio?
Chirrido. Bitzy me enseñó el dedo.
—No vine por ella —Opie respondió a Bitzy.
Chirrido.
—No lo hice —exclamó—. Simplemente me gusta estar cerca de
ella. Ella aprecia mis atuendos.
Chirrido.
—Retíralo. —Opie golpeó el edredón con el pie.
Chirrido.
—Nunca lo haría. El Maestro Finn es... Escuchar tanta deslealtad hacia
él.
Chirrido. Ella me mostró el dedo dos veces, haciendo que Opie
jadeara dramáticamente, cubriéndose la boca con la mano.
—Bitzy...
Ella se encogió de hombros, luciendo aburrida.
—¿Qué? —Mis ojos bailaron entre ellos.
Opie miró a su alrededor como si temiera que alguien saliera de
repente.
—Ella dijo... —Él negó con la cabeza con asombro—. Qué yo te elegí
a ti para ser mi maestro en su lugar, que mi lealtad ahora es para ti. Loco,
¿verdad? Es sedición hablar así contra el Maestro Finn. Él es mi superior.
Chirrido.
—¡Sí, él lo es!
¡Chirrido! ¡Chirrido! ¡Chirrido!
La boca de Opie se abrió.
Inhalé y me alejé de la furia de su tono.
—Joder, no sé lo que dijo, pero ella realmente lo dijo en serio.
—No creo que él pudiera alcanzar su propio culo y hacer eso. —Opie
se miró a sí mismo, curvándose como si estuviera tratando de ver si lo
que ella decía era posible—. Quiero decir, si él pudiera, no creo que
fuera tan cascarrabias todo el tiempo.
Mi mano fue a mi cara, una risa brotó.
Mi vida era tan confusa en este momento. Mis sentimientos por estas
dos criaturas eran tan profundos, a quienes debería haber despreciado y
posiblemente tratado de matar según los estándares de mi propia
gente. Incluso Bitzy. Sin embargo, ellos me ayudaron a sobrevivir a
Halálház. Allí mi cuerpo se había roto, y ellos mantuvieron mi mente
unida, haciéndome reír o consolándome, ayudándome a superar algunos
momentos horrendos. Me salvaron de mí misma, se convirtieron en parte
de mí, y sabía en mi alma que los protegería con todo lo que tenía.
Un golpe firme sonó en mi puerta, y sin siquiera mirar, supe que ya se
habían ido.
—Adelante.
Maja abrió la puerta y entró apresuradamente.
—Edesem. —Querida—. Es hora de levantarse. Lord Markos te quiere
en su oficina en el momento en que haya terminado con el Dr. Karl. Está
de muy buen humor esta mañana, así que, por favor, no pierdas el
tiempo. —Ella ya estaba corriendo hacia mi armario, sacando un atuendo
para mí.
Nunca había pensado mucho en lo controlada que había sido mi
vida. Ropa, comida, incluso... hombres. A menudo, yo había tomado mis
propias decisiones.
Eché un vistazo a la almohada extra. Caden y yo habíamos dormido
juntos tantas veces, pero la última noche se sintió diferente.
Sus brazos me rodearon, acurrucándome con fuerza contra su
pecho. No trató de presionarme para más que solo dormir, asumiendo
que debía haber estado exhausta y traumatizada.
Sentí la diferencia en la forma en que sus dedos se detenían,
metiéndose debajo de mi camisón, su boca rozando mi cuello, la forma
en que rodó hacia mí, dejándome sentir su clara atracción por mí.
Me quedé allí tumbada después que se durmió, mirando al frente,
inquieta y vacía. Tenía todo lo que había deseado. Estaba a salvo en casa
con el chico que amaba y que también me amaba. Entonces, ¿por qué no
sentí un aleteo de emoción ante su toque? Sólo habría necesitado un poco
de aliento de mi parte, y podríamos haber estado juntos. Finalmente.
Lo amaba. Esa no era la pregunta, pero ahora algo se sentía mal
conmigo. Como si hubiera vuelto... descompuesta.
—¡Edesem, levántate! ¡Levántate! —Maja giró sus brazos hacia mí,
arrojando un bonito par pantalón y una blusa a la cama. Era un atuendo
que había usado mucho cuando no estaba entrenando. A Rebeka le
gustaba que me vistiera bien cuando no necesitaba estar en ropa
deportiva.
Resoplé. Saltando de la cama, fui directo a mis pantalones cargo y una
camiseta sin mangas.
—Pero hoy no estás entrenando. —Maja alcanzó los artículos, pero se
los quité de las manos. Dándole una mirada, pasé junto a ella hasta el
baño y cerré la puerta.
—El Dr. Karl dice que no comas ni bebas antes que lo veas —gritó a
través de la barrera.
—Está bien. Gracias —respondí distraídamente, perdida en mi
reflejo. Había tenido tanta prisa la noche anterior, que realmente nunca
me miré. La chica que me devolvía la mirada incluso parecía diferente de
alguna manera. Para todos los demás, ella era la misma; pero no lo
era. Nunca podría volver a serlo. Pensé que volver aquí volvería correcto
todo, una vez más. En cambio, solo enfatizó lo que estaba mal dentro de
mí.
Habían pasado demasiadas cosas. Y nadie aquí lo entendería jamás.
Ya querían volver a meterme en mi caja, como si eso me hiciera
olvidar. Olvidar que maté, olvidar el miedo, el hambre y el hecho que las
personas que más me importaban y con las que había desarrollado
relaciones cercanas eran faes. Olvidar las noches que pasé con un vicioso
mestizo, la temida leyenda que me dio consuelo después que asesiné a mi
amigo, haciéndome sentir como si pudiera respirar de nuevo.
Desnudándome hasta quedar en bragas, miré fijamente mi figura
desnuda, pasando mis dedos por las diversas cicatrices
arrugadas. Apuñalada, golpeada, azotada y disparada. Todo en los
últimos meses.
—La curación a su alrededor parece tener al menos tres años.
El miedo cerró mi garganta. Los humanos no se curaban así. Era un
hecho.
¿No soy humana? Una voz audaz se disparó en la parte posterior de mi
cabeza, obligándome a aspirar, agarrando la encimera. El terror me
envolvió, el aire luchaba por moverse en mis pulmones. ¿Qué soy?
Una profunda risa burlona hizo que mis ojos saltaran hacia arriba, mi
mirada se apoderó del reflejo detrás de mí. Santa mierda. No otra vez.
Warwick se apoyó casualmente contra el marco de la puerta, con los
brazos cruzados. Esta vez estaba completamente vestido con jeans, botas
pesadas, y una camiseta negra, que se le marcaban en el pecho y los
brazos. Su cabello estaba suelto y despeinado, enmarcando la intensidad
de sus rasgos.
Sus ojos color aguamarina ardieron en mí mientras se movían
lentamente sobre mí, encendiendo cada nervio con vida. Una sonrisa se
insinuó en su boca cuando mis pezones se endurecieron visiblemente.
—Ahora sé que quieres que te vea desnuda, Kovacs. —Su ceja se
arqueó, la burla persistía en su tono.
Podía descartar el incidente de anoche en la bañera debido al
agotamiento. Un sueño. Un momento que mi cerebro eligió para hacer un
viaje de campo. Era perfectamente aceptable después de todo lo que
había pasado.
De pie aquí ahora, completamente despierta, sintiendo la fría baldosa
bajo mis pies, el mostrador presionado contra mis caderas, no podía
ignorarlo. No hay forma de negarlo.
—¿Me estoy volviendo loca?
Resopló de nuevo, dejando la puerta.
—Ya lo estás, princesa, pero eso no tiene nada que ver con esto.
—No lo entiendo…
—¿Crees que yo sí? —Me miró ceñudo, acercándose. Su aura llenó
toda la habitación, consumiéndome, rompiéndolo en las costuras,
queriendo ocupar más espacio—. No tengo idea qué diablos está
pasando. Ni quiero tenerla.
Ouch. Aunque yo tampoco. No quería un vínculo extraño con este
hombre.
—Yo tampoco. Quiero mi vida de vuelta.
—No, no es así. Este ya no es tu mundo, ¿verdad?
Mi respiración se entrecortó, mis ojos se abrieron.
—¿Puedes leer mis pensamientos?
—No... —Bajó los párpados, sacudió la cabeza y se acercó.
—¿Cómo es esto posible? ¿Cómo estás aquí?
De repente, mi entorno cambió y me encontré de pie en el callejón de
las Tierras Salvajes. Los olores a café, orina, olor corporal y perfume
barato me perforaron la nariz con tanta fuerza que tuve que luchar para
no atragantarme. Podía ver la luz del sol brillando a través de los toldos,
calentando mi piel desnuda, y escuchar el zumbido y la conversación de
la gente mientras se movían a nuestro alrededor.
—¿Cómo estamos los dos aquí en tu baño ahora mismo? —Extendió
los brazos, haciendo que algunas personas se agacharan y salieran de su
camino. Una chica miró hacia atrás para ver con quién estaba hablando,
pero sus ojos nunca se posaron en mí.
Nadie me veía. No estaba aquí... Pero para Warwick y para mí, todo
era real.
Cuando me volví para mirarlo de nuevo, estábamos de vuelta en mi
baño, su figura acercándose tanto que su ropa me rozó la piel. Podía
sentir su calor. Un gemido trató de salir, pero apreté los dientes, cerrando
mis ojos brevemente ante la sensación de su aliento deslizándose por la
parte posterior de mi cuello.
—¿Por qué? —Una vez más mi atención se centró en él a través del
espejo.
—Yo tampoco lo sé... sólo sé que desde el momento en que entraste en
el comedor esa mañana en Halálház, lo has echado todo a perder. Como
una maldita súcubo... atrayendo toda mi atención, exigiéndola,
moviéndome a tu alrededor como un planeta. —Envolvió sus dedos
alrededor de mi garganta, su forma empujando la mía desde atrás,
inmovilizándome contra el mostrador, la sensación de él a través de su
jeans presionando contra mí.
Por un momento, estábamos de vuelta en la congestionada vía fuera de
Miss Kitty’s, la brisa fresca lamiendo mi piel y a través de mis
pezones. La gente lo miraba fijamente, dándole un amplio margen. Para
ellos, no sostenía nada más que aire, sus cabezas negando hacia el
hombre loco mientras él agarraba mi garganta con más fuerza, su otra
mano deslizándose por mi estómago.
—Esto tiene que terminar —gruñó en mi oído, encendiendo cada
molécula de mi cuerpo en llamas—. Yo estaba contento… me gusta la
muerte. No sentir nada.
—No quiero esto más de lo que tú lo haces —respiré, su toque y el
viento golpeando mi piel.
Incluso cuando parecía que estábamos de vuelta en el baño, podía
sentir el aire fresco del exterior. Era como sí estuviéramos en ambos
lugares a la vez.
Sus dedos se deslizaron más abajo, rozando mi área recién
depilada. Resoplé aire por mi nariz, mis caderas abriéndose
automáticamente para él.
—De vuelta a la chica limpia y buena... en el exterior —rugió en mi
oído, nuestros ojos se clavaron en el espejo—. Puedes fingir todo lo que
quieras, princesa. Juega este papel hasta el día de tu muerte, pero te
conozco mejor. —Me tiró más firme contra él, su pulgar presionando mi
garganta—. Lo disfrutas sucio y duro.
Mi nariz se ensanchó, mis párpados bajaron con un ceño fruncido,
pero todo lo demás me traicionó, la humedad se filtró a través de mí, el
aire helado del exterior deslizándose entre mis piernas mientras las
figuras se movían a nuestro alrededor.
Un ruido profundo vibró desde su pecho, su labio se elevó.
—No quiero tener nada que ver contigo, Kovacs. Te di la espalda. Se
suponía que iba a terminar ahí. Deja de pensar en mí y sácame de tu
cabeza.
—Tú primero —gruñí. Estábamos de nuevo en mi baño.
Su mandíbula se crispó, sus ojos ardían como si fueran verdaderas
llamas. Para alguien a quien le gustaba la muerte y no sentir nada, se
sentía como la vida misma. Vigoroso. Crudo. Intenso. Un fuego que
rabiaba dentro de mí.
Su mano se movió un poco más abajo, mi espalda se arqueó, sin
importarme si esto estaba bien o mal, real o no... lo deseaba. Me sentí tan
viva, tan vibrante que quería salirme de mi piel.
—Mierda. Kovacs —dijo tan bajo que apenas lo escuché, sus dedos se
deslizaron entre mis pliegues, hundiéndose en mí.
Jadeé bruscamente, mi cabeza se inclinó hacia atrás en su hombro, mis
párpados se cerraron con un placer tan intenso que quemó azotando mis
huesos como látigos.
—Oh, dioses ...
—¿Edesem? —Una voz vacilante hizo que mi cabeza se disparara y
mis párpados se abrieran. Vi a Maja parada en la puerta, sus ojos
vagando por la habitación antes de aterrizar en mí.
Sola.
El disgusto me quemó la cara, la humillación no solo por ser atrapada
sino por la persona que estaba imaginando tocándome. Un fae. Peor aún,
un mestizo.
—No es… —Mi mano se apartó.
—Lo-lo siento. Te escuché hablar... luego gemir. —Un profundo color
rosa enrojeció sus mejillas, al darse cuenta de lo que estaba haciendo—
. No lo sabía. Lo siento. —Ella retrocedió rápidamente, cerrando la
puerta. Hubo algunos golpeteos, pero la escuché hacer cabriolas fuera de
la puerta—. Es sólo que... el Dr. Karl llamó a tu habitación preguntando
dónde estabas.
—Estaré ahí. —Me pasé la mano por la cara, tratando de no solo
ahuyentar la vergüenza de ser atrapada, sino también el hecho que
todavía podía sentir el toque de Warwick. El calor del sol todavía
quemaba mi piel, el aire fresco y el áspero olor del callejón aún persistían
a mi alrededor. Mi imaginación no era tan buena. Yo era una persona
lógica, nunca fui alguien que pintara, escribiera o jugara a fingir cuando
era niña. Crecí participando en juegos estratégicos y búsquedas del
tesoro basadas en la lógica. No llegué a practicar el piano como un arte,
sino como una habilidad para tener en mi repertorio. Todas las cosas que
Istvan pensó que nos ayudarían a Caden y a mí a ser mejores piezas de
juego para que él las usara.
Nunca se me ocurriría algo tan loco. Entonces, si fuera real… ¿Qué
significaba? ¿Cómo era posible?
—¿Brexley? —Maja volvió a golpear.
—Sí, sí, ya voy. —Me puse el pantalón y la camiseta y me lavé la cara
antes de salir corriendo en dirección al Dr. Karl.
Él podría decir si soy humana o no, ¿verdad? El pensamiento me dio
ganas de reír. Pero después de todo lo que había enfrentado, la risa se
disolvió en mi lengua.
No podía ser totalmente normal.
—¡Brexley! —Dirigiéndome a la oficina del Dr. Karl, mi nombre sonó
en el aire en un chillido emocionado—. ¡Oh. Mis. Dioses!
Girando mi cabeza hacia la voz, vi a mi amiga, Hanna, corriendo hacia
mí. Ella usaba su ropa de entrenamiento de pantalón cargo y camiseta
blanca, su cabello rubio ondulado recogido en una cola de caballo. Su
rostro en forma de corazón estaba libre de maquillaje y lleno de
sonrisas. Ella era una chica ruda, tenías que serlo en nuestro mundo
mayoritariamente masculino, pero visualmente ella y yo éramos como el
día y la noche.
Su cuerpo se estrelló contra el mío, casi tirándome de culo. Sus brazos
me envolvieron, un sollozo brotando de su pecho. Ella era más o menos
de mi estatura, esbelta por el combate, pero tenía muchas más curvas que
yo. Especialmente ahora que había adelgazado tanto.
—No puedo creer que estés viva —esnifó Hanna, abrazándome más
fuerte—. Estás aquí... ¡En realidad estás aquí!
Apretando su espalda, sentí que mis propios ojos se llenaban de
lágrimas. Como las únicas dos chicas que quedaban en nuestro año,
naturalmente crecimos cerca, cuidándonos las espaldas. No fue hasta
ahora que me di cuenta de lo mucho que la había extrañado. Había estado
tan consumida por Caden que no apreciaba tanto a mis otros amigos.
—Te extrañé mucho. —Luchó por tragarse los sollozos.
—Yo también. —La aplasté contra mí de nuevo antes de soltarme,
inclinándome hacia atrás y mirando a mi amiga.
—No puedo creer esto —Ella resopló, secándose los ojos—. Todos
estábamos seguros que estabas muerta. Hicimos un funeral tanto para ti
como para Aron.
Bajé la cabeza y parpadeé para alejar la oleada de dolor y culpabilidad.
—¿Hay rumores que estabas en Halálház? —Sus ojos azules se
agrandaron.
Asentí con la cabeza en acuerdo.
—Santa mierda —jadeó—. Nadie ha salido de allí antes. ¿Es tan malo
como todos dicen?
No pude responder, mi cerebro destellando con gritos guturales, el
sonido del látigo cortando la piel, tripas y sangre empapando la tierra en
el pozo, la tortura sin fin en el hoyo, los fuertes olores de orina y sangre.
—¿Brex? —Hanna tocó mi brazo.
Forcé una sonrisa en mi rostro.
—Estoy viva.
—¿Es cierto que viste a Aron? ¿Él está muerto?
Mi cabeza giró hacia un lado, mi pecho se llenó de cemento.
—Oh. —Ella asintió con la cabeza, entendiéndome sin que yo tuviera
que decirlo.
Una campana sonó en la distancia, haciéndonos saber que se avecinaba
una nueva hora.
—Mierda, tengo que irme. —Me atrajo en un abrazo rápido—. Vamos
a pasar el rato y ponernos al día. Tal vez mañana podamos irnos
temprano de la fiesta.
—¿Fiesta?
—¡Demonios! Bakos me va a dar un infierno. Probablemente estaré
haciendo flexiones durante días. —Se volvió para irse—. ¿Cuándo
volverás a clase? Te extraño tanto... no es lo mismo sin ti.
—No lo sé. ¿Pronto? —respondí, pero ninguna emoción bailó en mi
estómago ante la idea. Solía amar el entrenamiento; era mi vida. Siempre
fui la primera en llegar y la última en irse, trabajando más duro que
nadie.
—Más te vale. Sé que tú, de todas las personas, no querrías perderte lo
que Bakos nos está enseñando ahora. —Sus ojos brillaban de emoción—
. Estamos aprendiendo las mejores técnicas para cortar la cabeza de un
fae para asegurarnos que esos viles monstruos estén
muertos. Especialmente los demonios, son lo mismo que las cucarachas.
La bilis subió por mi garganta, el hielo enrojeció mi corazón.
—Probablemente quieras destruir y destrozar a cada fae que veas
ahora más que nunca. Estoy segura que tendrás muchas historias que
contar. Probablemente podrías enseñarnos como matarlos mejor que
Bakos. ¿Estoy en lo cierto?
El pensamiento de un demonio de cabello azul se filtró en mi
mente. Vi la sonrisa intimidante de Kek mientras se paraba
protegiéndome de los humanos que amenazan mi vida. Un viejo druida
retorcido que instantáneamente me acogió. Una silenciosa y diminuta fae
que me defendió, tomando mi flagelo para protegerme. Zander, Opie,
Bitzy... Warwick e incluso Killian.
Los faes me apoyaron mientras mi propia gente se volvió contra
mí. ¿Cómo podría volver a pensar que eran desalmados y necesitaban ser
destruidos? Antes, ni siquiera lo hubiera pensado, creyendo todo lo que
me habían dicho, cayendo como un soldado sin conciencia.
Mi garganta no se abriría lo suficiente para hablar.
—¿Te veo luego? —Hanna ya estaba trotando hacia las escaleras que
conducían a las salas de entrenamiento.
—Si. —Asentí con la cabeza, no salió nada más, mirándola
desaparecer.
Avancé, rumbo a la clínica, pero sentí picazón e inquietud, como si
este vasto lugar fuera demasiado pequeño para mí.
—Ah, señorita Kovacs. Finalmente. —El Dr. Karl me indicó que lo
siguiera cuando llegué—. El General Markos quiere que haga todas las
pruebas que podamos. No es que haya cometido un error la última vez.
—Empujó sus anteojos de media luna en su nariz, indignado por la idea
que podría haber fracasado—. Siéntese. —Hizo un gesto a la mesa de
examinación—. Me aseguraré que todas las pruebas se realicen de
manera impecable y no perdamos nada.
Un grupo de enfermeras se unió a nosotros en la habitación,
enguantadas y enmascaradas; haciendo que mi estómago se retorciera.
—Relájese y recuéstese, señorita Kovacs. —Karl me frunció el ceño
mientras se levantaba la máscara; las enfermeras se dirigieron a mí como
si fuera un espécimen.
Ya no era una persona para ellos.
Me rodeé el cuerpo con los brazos. El estómago me retumbaba, pero la
idea de comer me daba asco. Ser un alfiletero en el palacio de Killian
había sido una fiesta comparada con las últimas tres horas con el Dr.
Karl. Después que me pincharan, me empujaran y me examinaran de
todas las formas posibles, me sentí violada y agotada.
Arrastré los pies caminando hasta el despacho de Istvan, sabiendo que
quería que fuera en cuanto terminaran las pruebas. Era más de la una de
la tarde y las oficinas estaban tranquilas, ya que la mayoría de los
empleados se habían ido a comer. Incluso el escritorio de su secretaria
estaba vacío.
—¿Hola? —llamé a la puerta abierta y me asomé a su despacho
desocupado. Me resultaba tan familiar como mi propia habitación. Había
estado aquí muchas veces, generalmente porque Caden y yo habíamos
sido sorprendidos haciendo algo que Istvan no aprobaba. Pero también
nos arrastraba para darnos lecciones de estrategia y de vida. Istvan era
duro, pero ahora que era mayor, entendía que algunas de sus enseñanzas
eran en realidad para nuestro bien. Nos empujaba a ser más, a saber más,
a ver más.
Mi mano rozó su estantería detrás de su escritorio; había leído casi
todos los libros que había aquí. Los que consideraba más importantes
estaban apilados detrás de él, siempre al alcance de la mano. Incluso
tenía una primera edición hecha jirones de El arte de la guerra que había
comprado en alguna subasta de antigüedades de las Naciones Unidas. La
encuadernación era tan frágil que no nos dejaba tocarla. Las letras
doradas se desprendían, las notas y los puntos extraños se desvanecían
entre las páginas y los márgenes del interior como un extraño código.
Al girar para sentarme en la silla y esperarlo, mi mirada se detuvo en
los documentos que había sobre su mesa. Mis ojos se fijaron en unas
cuantas palabras de la carpeta abierta, y algo se frotó en el fondo de mi
cerebro. Al acercarme, mi atención se desvió hacia la puerta, sintiendo
que estaba haciendo algo malo, antes que mis ojos volvieran a los
papeles.
Los papeles estaban cubiertos de notas manuscritas, fórmulas
desconocidas y bocetos de la anatomía de las personas. Parte del lenguaje
estaba en el antiguo ruso, en el dialecto anterior a la caída del muro entre
mundos y a que todo cambiara. La gente seguía hablando ruso, pero al
igual que nosotros, el mundo occidental había invadido tanto, que los
dialectos más antiguos habían desaparecido en su mayoría. Istvan hizo
que Caden y yo aprendiéramos esta antigua lengua cuando la mayoría de
los demás no lo hicieron. Quería que fuéramos capaces de hablar con los
líderes ucranianos y sus hijos con facilidad. Cuanto más los
entendiéramos, mejor podríamos espiarlos.
Siempre una pieza de ajedrez.
Mis cejas se arrugaron mientras intentaba traducir la escritura
garabateada, asimilando la fecha y el país que ya no existía, mis ojos
hojeando la página, leyendo rápidamente.
Georgia, 1991
Los faes viven entre nosotros, caminan con pieles como las nuestras,
fingen que encajan. Pero quieren destruirnos, hacernos sus esclavos,
alimentarse de nosotros, matarnos. No me quedaré de brazos cruzados.
Estoy probando una nueva fórmula para llevar a los humanos a un ser
superior. En la ciencia, habrá sacrificios, pero es por un bien mayor.
Los compañeros científicos se ríen y nos condenan. Pero ellos son los
tontos. No nosotros. Sin mis estudios, mis experimentos, la humanidad
está condenada. Los faes son más fuertes, más crueles, sin alma. Nos
engañan y nos utilizan como alimento y energía. No pueden morir tan
fácilmente. Depende de mí salvar a la humanidad de sí misma.
Demostrar que siempre tuve razón.
Mis ideas son demasiado avanzadas. Me dirigiré a América para
trabajar en el avance de mi formulación, mientras que el Dr. Novikov se
quedará aquí y continuará su investigación sobre el poder de la comida
de los faes. Hasta ahora, ningún humano ha vivido mucho tiempo en la
Tierra después de consumirla, pero él no ha abandonado la esperanza
de encontrar el néctar de la vida.
Continuaré con mis experimentos para salvar a los humanos de
enfermedades, defectos de nacimiento y debilidades, pero también creo
que mi fórmula acabará erradicando por completo todas las debilidades
del ADN humano.
Llegar a ser mejor que ellos.
Los faes deben ser destruidos a toda costa.
Y yo lideraré la carga para crear un ejército humano superior.
Dr. Boris Rapava
¿Fórmula? ¿Qué fórmula?
¿Como las píldoras?
El ácido cubrió mi lengua, mis ojos seguían recorriendo la página,
desesperados por creer que había leído mal. Que había malinterpretado el
lenguaje antiguo. Que todo esto no insinuaba lo que Killian sugería sobre
Istvan.
—¿Qué. Estás. Haciendo?
Un grito sacudió dentro de mi cabeza mientras saltaba hacia atrás, mi
atención se dirigió a la figura en la puerta.
Joder.
La mandíbula de Istvan se trabó, su mirada atravesó mi cuerpo, como
si pudiera cortarme por la mitad.
—Ist-Istvan —jadeé, dándome una palmada en el pecho como si
intentara evitar que mi corazón saltara.
—Te he hecho una pregunta. —Furia tensó los hombros mientras daba
un paso hacia dentro, con los ojos aún fijos en mí, con la nariz
encendida.
—Yo...
—Sabes que nunca debes ir detrás de mi escritorio. —Se acercó y
cerró de un manotazo la carpeta llena de documentos—. Tampoco se te
permite leer nada en mi escritorio. Abierto o no. Lo sabes bien, soldado.
Ni siquiera deberías estar aquí sin mí. Hay documentos de inteligencia
altamente clasificados que debo revisar y que ni tú ni Caden tienen el
privilegio de ver por su relación conmigo.
—Sí, señor. —Me moví alrededor de su escritorio hacia el lado de los
"invitados"—. En realidad estaba mirando el cuadro. —Alcancé uno de
los marcos en su escritorio cerca del archivo, mi cerebro trabajando
rápidamente—. Después de lo que había pasado, lo echo de menos.
Mucho. —Toqué la imagen, el apuesto rostro de mi padre me devolvía la
mirada. Habían pasado varios meses antes de su muerte. Mi padre había
vuelto recientemente de un largo viaje. Istvan, Rebeka, mi "tío" Andris,
su mujer, Rita, mi padre y algunas personas más celebraban una fiesta en
la residencia.
Mi padre había regresado ese mismo día de una misión. Iba y venía
siempre, pero por alguna razón, ésta se me quedó grabada.
—¡Apu! —chillé, corriendo hacia mi padre, con mis desgarbados
brazos de adolescente rodeándolo—. ¡Has vuelto!
—¡Kicsim! —Los ojos de mi padre se iluminaron, abrazándome tan
fuerte—. Te he echado mucho de menos.
—Yo también te he echado de menos. —Lo apreté más fuerte, mi
corazón se sentía completo ahora que había vuelto. El tío Andris y mi
padre habían estado fuera casi tres meses esta vez, viajando a lugares
lejanos, pero nunca me decían por qué—. Por favor, no te vayas otra
vez.
Papá se inclinó hacia atrás, ahuecando mi cara.
—Has crecido tanto. Te pareces tanto a tu madre. Inteligente, fuerte,
feroz y tan especial.
Vi una tristeza en los ojos de mi padre mientras buscaba en los míos.
—¿Qué? —Tragué nerviosamente.
—Se avecina una batalla. —Me agarró la cara con más fuerza—.
Quiero que recuerdes que, pase lo que pase, si me ocurre algo, Andris te
protegerá.
—Papá… —Traté de alejarme. Odiaba que hablara de peleas y de la
muerte. Teníamos esta conversación cada vez que se iba a la batalla. El
malestar entre los humanos y los faes se agudizaba constantemente,
nuestro país nunca descansaba.
—Hablo en serio, Kicsim. —Los ojos marrones de papá buscaron los
míos, haciendo que mi estómago se retorciera—. Andris puede encontrar
a tu tío Mykel. —Había escuchado muy poco sobre mi verdadero tío, ya
que mi padre fue exiliado después que se enamorara de mi madre. Todo
lo que sabía era que él era un criminal y que estaba en algún lugar de
Praga.
—Apu, me estás asustando.
—Promételo —exigió.
—Te lo prometo.
Una sonrisa triste y extraña se dibujó en la boca de mi padre mientras
me besaba la frente.
—Te amo mucho, Brex. No hay nada que no haga por ti. Eres toda mi
alma.
Poco sabía entonces, que la batalla de la que hablaba se llevaría su
vida y la del tío Andris también.
La noche de esta foto, Caden y yo los habíamos espiado desde el patio
mientras bebíamos a sorbos una bebida robada. Siempre miré la foto con
cariño, viendo los ojos vidriosos de mi padre y su sonrisa feliz, el brazo
de Istvan alrededor de los hombros de mi padre. Por una vez parecían
felices. Amigos de toda la vida pasándolo bien. Pero ahora, algo no
encajaba en la foto, el recuerdo de mi padre ese mismo día cambiaba la
forma en que la miraba. Algo no estaba bien en sus expresiones. En los
ojos de mi padre.
La forma en que me hablaba.
Estás siendo tonta, Brex. Viendo cosas en las sombras ahora.
La tensión se desplazó a lo largo de los hombros de Istvan. Su mano
agarró la foto y su mirada la recorrió, con un brillo lejano en los ojos.
—Sí. Yo también le echo de menos. Podríamos haber… —Istvan se
aclaró la garganta—. Éramos un gran equipo juntos. No tengo duda que
podríamos haberlo gobernado todo, ser temidos y respetados... si...
—¿Si?
—Si él viviera. —Istvan dejó la foto en la mesa, su mirada se deslizó
sobre los archivos de su escritorio. Sus labios se movieron mientras los
cerraba, su dedo golpeando la carpeta—. Es bueno saber sobre tus
enemigos. Lo que piensan. Lo que hacen. Cuanto más sepas, mejor
podrás luchar. —Su voz era uniforme, su mirada conocedora—. ¿Lo
entiendes?
No era estúpida; él sabía que lo había leído.
—Sí, señor. —Todavía tenía el estómago revuelto. Las semillas de la
duda habían brotado en mis entrañas.
Debía creer y confiar plenamente en Istvan. Él trabajaba para proteger
a los humanos. Killian no lo hacía.
—Esperaba que los resultados del Dr. Karl estuvieran de vuelta, pero
se está asegurando que estén hechos a conciencia. Sin errores. —Señaló
la silla—. Me gustaría interrogarte más sobre tu estancia en Halálház y
dónde estuviste después. Hay algunas cosas que no me quedan muy
claras.
Tragué saliva.
—Omite la parte de cómo escapaste viva y sola de Halálház. Todavía
me confunde cómo pudiste llegar a las Tierras Salvajes “tan cerca de
nosotros”, pero tardaste más de un mes en llegar.
—Apenas lo logré. —Forcé mi tono para mantener la calma—. Tenían
soldados buscando fugitivos. Recorriendo el muro. Así que tuve que
esconderme.
—¿Dónde?
—Eh... una casa abandonada.
—¿No lo sabes?
—Sólo quedó un cascarón de ella.
—¿Sobreviviste sin dinero para comida o agua, sin un arma para
mantenerte a salvo? —Se sentó, sus ojos azules se clavaron en mí. Istvan
no era tonto, y se empeñaba en buscar detalles de los que la mayoría no
pensaría, haciendo que las mentiras fueran mucho más difíciles de seguir.
Cuando éramos niños, podía enredarnos a Caden y a mí en nuestras
mentiras tan fácilmente.
—Hice lo que tenía que hacer. Se convirtió en una cuestión de
supervivencia. Como tú me enseñaste. —A una edad temprana, aprendí
que ningún hombre era inmune a que le acariciaran el ego—. No creo
que hubiera vivido si no fuera por todas tus lecciones al crecer. Mi
entrenamiento, la forma de evaluar una situación. Estratégica.
Inteligente. Así es como conseguí volver con vida.
—Siento que me estás ocultando algo. —Un nervio se crispó bajo su
ojo; la intensidad de su mirada humedeció mi nuca, mi corazón palpitó
detrás de mi oreja.
—Ahí estás. —Me giré al oír la voz de Caden—. Te estaba buscando
por todas partes. —Una sonrisa coqueta curvó su boca.
—Ahora mismo estamos ocupados, Caden. —Istvan no apartó la
mirada de mí.
—Lo siento. Solo soy el mensajero. Mi madre me envió a buscarla.
Supongo que te dijo antes lo de conseguir una cita para la prueba de
Brexley.
Istvan puso los ojos en blanco.
—Estoy tratando de dirigir un país, de derrotar a nuestro enemigo en
todo momento, pero claro, ella necesita un nuevo vestido de fiesta.
Caden se encogió de hombros y su sonrisa se posó en mí.
No me puse de pie, sino que me desplacé hasta el final de mi asiento,
queriendo salir corriendo de allí.
—Sí. Bien. Vete. De hecho, tengo otra reunión pronto. —Me hizo un
gesto para que me fuera, y me levanté del asiento en un abrir y cerrar de
ojos, dirigiéndome a Caden—. Pero, Brexley, todavía no hemos
terminado aquí.
—Por supuesto, señor. —Incliné la cabeza y me apresuré a cruzar la
puerta.
—De nada. —Caden me atrajo hacia él mientras caminábamos, su
nariz rozando mi oreja.
—¿No tengo una cita?
—Oh, sí la tienes... pero se ha pospuesto para otra hora. —Sus ojos
leonados brillaron y su boca rozó mi oreja—. ¿Qué tal si comemos algo?
Podríamos llevarlo a tu habitación en lugar de sentarnos con todos. —Su
beso en el cuello me dijo que esperaba mucho más que eso—. Pasar algo
de tiempo juntos. A solas.
La ansiedad se hundió en mi vientre. Después de mi mañana, me sentía
de todo menos sexual.
—Probablemente debería ver a todos. Ya saben que he vuelto. —
Arrugué la nariz como si fuera lo último que quisiera hacer—. Terminar
con esto.
—Sí. —Caden suspiró, inclinándose hacia atrás, pasando sus manos
por mis brazos—. Pero te tendré toda para mí esta noche.
Empujé una sonrisa en mi boca.
—De todas formas, ¿para qué fiesta es el vestido? ¿Otra gala?
La manzana de Adán de Caden se balanceó, sus ojos miraron hacia
otro lado.
—¿Caden?
—No es nada... nada importante. —Sacudió la cabeza, encarándose de
nuevo conmigo, con una sonrisa en la cara—. Lo único importante es que
has vuelto. Viva. Y conmigo. Eso es todo lo que deberíamos celebrar. —
Entrelazó sus dedos con los míos, tirando de mí hacia la cantina.
Justo cuando bajamos las escaleras, una enorme silueta atrajo mi
atención hacia la pared del fondo.
Apoyado en ella, con una sonrisa en la cara, estaba Warwick. Áspero y
salvaje, entraba en conflicto con todas las telas ricas, las paredes blancas
inmaculadas y los muebles elegantes que lo rodeaban.
—Tú tampoco encajas aquí —me susurró roncamente al oído como si
estuviera justo detrás de mí, aunque se quedó al otro lado de la
habitación, sin mover la boca. Aunque permanecía junto a Caden,
también estaba de pie en algún sucio callejón de las Tierras Salvajes, el
olor a basura y heces me revolvía el estómago.
—No me conoces, joder. —Me alejé de él, con la rabia desatada.
—Te conozco mejor que nadie aquí, princesa —me gruñó al oído.
Me giré para regañarlo.
Se había ido.
El ardiente y dulce sabor del Pálinka se deslizó por mi garganta,
abrasando mi estómago, haciéndome sentir sólida. Como si mi cuerpo y
yo volviéramos a ser uno y todo tuviera sentido.
Pero nada lo tenía.
El viento crujiente, muy arriba en el tejado de la FDH, me azotó el
cabello y se coló en mi abrigo, chisporroteando mi piel. Las luces
brillaban en la noche, bailando sobre el Danubio en suaves diseños de
caleidoscopio, pero mi mirada estaba fija en el edificio de la colina. Uno
que ya no me parecía extraño ni me llenaba de odio... sólo de confusión.
Tenía el culo entumecido, pero no quería irme. Tampoco quería volver
a la planta baja, donde me encontraría con la gente, con sus bocas llenas
de preguntas y sus mentes llenas de ingenuo salvajismo. Ya había tenido
suficiente de eso en el almuerzo de hoy. Pensé que ver a todo el mundo
me haría bien, que me pondría al día con mis amigos, que me devolvería
a la tierra, a mi vida aquí. Pero su alegría al verme duró poco antes que
su curiosidad por Halálház los convirtiera en monstruos frenéticos.
Rápidamente se jactaron de cómo habrían matado a todos los faes que
había allí, cortándolos y destripándolos. En su sed de sangre, parecían
olvidar que lo que yo había vivido era real y traumático.
Todos eran demasiado confiados, mal preparados, inexpertos e
imprudentes. Todas las cosas que harían que los mataran en el momento
en que salieran de estas puertas.
Durante el resto de la velada, me colocaron frente a un espejo mientras
el sastre de Rebeka me medía y me felicitaba por mi "pérdida de peso".
Me quedé allí como un robot, despreciando cada tejido sedoso
importado, cada joya brillante. Una pequeña joya en los zapatos que
eligieron podría alimentar a una familia durante semanas en las Tierras
Salvajes. En el pasado, había robado trenes y se los había dado a Maja
para ayudar a su familia, pero no lo hice porque realmente me hubiera
importado o entendido. Había sido autoritaria y arrogante, pensando que
era un maldito tipo de Robin Hood, disfrutando de jugar al héroe.
Pero no era más que una niña rica y snob. Una princesa.
Curvé el labio hacia mí misma, dando otro profundo trago al fuerte
licor. Apoyé los brazos en la barandilla, respirando profundamente el
mohoso Danubio. Me resultaba tan extraño estar sentada aquí de nuevo,
algo que había deseado tanto meses atrás, pero ahora no me sentía como
debería. Esperaba alegría, alivio, algunas emociones complicadas por lo
que había pasado en Halálház. Pero no esperaba el dolor en mi corazón,
la sensación que no pertenecía, que no debería haber vuelto.
Con la mirada fija en el palacio de los Faes, traté de localizar la
habitación en la que me había metido Killian. Sabía cómo era por dentro,
cómo olía, qué había debajo de los muros fortificados, qué habitaciones
estaban talladas en las profundidades de la montaña.
Mi mente era una fuente de conocimiento que Istvan mataría por
conocer, por cortar y raspar. Me considerarían una traidora por no
divulgar lo que aprendí. Los túneles, laboratorios y lugares que yo
conocía que podrían hacer caer a Killian.
Sin embargo, no pude.
¿Estaba parado en el balcón? ¿Estaba pensando en mí? ¿Podría
sentirme al otro lado del río, mirándole ahora mismo? ¿Y por qué me
sentía culpable por dejarlo como lo hice? Por muy amable que me
tratara, seguía siendo una prisionera y, sin embargo, me sentía mal por
haberlo traicionado.
—Pensé que te encontraría aquí. —Me giré para encontrar a Caden
paseando hacia mí, el viento agitando su abundante cabello castaño, una
sonrisa sexy que se dibujaba en el lateral de su cara. Llevaba una botella
en la mano. Todo en él era cómodo y cálido. Seguro. Se sentía como mi
única piedra de toque. El único que sabría dónde encontrarme—. Traído
de vuelta.
—Qué bien. —Terminé el primero, dejándolo a un lado.
Él resopló, sacudiendo la cabeza y sentándose a mi lado.
—Deberías haber traído refuerzos. —Me dio un codazo juguetón,
entregándome la nueva botella.
—Uno pensaría que ya habrías aprendido eso. —Tomé un sorbo y se
la devolví.
Sus dedos la rodearon, observándome durante un largo minuto de
silencio. Luego giró la cabeza, sus hombros rodando hacia adelante.
—¿Caden?
Un estrangulamiento salió de lo más profundo de su ser, clavándose en
mí como una daga.
—Pensé que te había perdido... para siempre. —Su voz era
estrangulada, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Nunca me di cuenta de
lo mucho que formabas parte de mí hasta que te fuiste. —Se esforzó por
contener un sollozo—. Me desmoroné. No podía funcionar sin ti. No me
importaba nada... No me importaba lo que me pasara o lo que me
deparara el futuro.
Puse una mano sobre la suya.
—Oye, está bien.
—No, no lo entiendes. Es demasiado tarde. Y todo lo que quiero es a
ti.
—¿De qué estás hablando?
Sacudió la cabeza. Pasaron otros latidos antes que volviera a hablar.
—Hice que mataran a Aron… —Se volvió hacia mí.
Mi garganta se estremeció ante su dolor.
—No, tú no lo hiciste.
Yo lo hice.
—No lo habrían atrapado si no fuera por mí. —Su garganta se
balanceó con fuerza—. Estaba en una misión suicida. Todo se sentía
oscuro, mi vida terminada... y él me siguió.
—Tomó su propia decisión.
La culpa que sentía Caden no era nada comparada con lo que sentía en
mi pecho. Pudo haber sido la idea de Caden la que hizo que Aron fuera
capturado, pero él conocía los riesgos. Fue mi mano la que realmente lo
mató. Oí el gorgoteo de su sangre en la garganta y vi cómo se le
escapaba la vida.
—Brex. —Caden dejó la botella en el suelo y me acercó a la cara—.
Estando aquí arriba... es como si pudiéramos retroceder en el tiempo.
Fingir que es esa noche y cambiar cada decisión equivocada que tomé y
que convirtió mi vida en una pesadilla. Ahora estoy atrapado. Mi futuro
ya no es mío, y lo único que quiero es volver y hacer el amor contigo en
lugar de alejarte estúpidamente.
Como si el destino se burlara de nosotros, el silbato de un tren rugió en
la noche, rodando hacia el puente. El escenario estaba preparado; la
fantasía que había conjurado en Halálház se estaba haciendo realidad.
—Por una noche. Sólo nosotros. —Me atrajo hacia él, su aliento
rozando mis labios separados, su frente presionando la mía—. Te amo.
Estoy enamorado de ti. Lo estoy desde hace tiempo.
Aspiré, las palabras se arremolinaron en mi cabeza y se enroscaron en
mi pecho. Cuánto tiempo había esperado a que lo dijera. No podía negar
que me hacía querer olvidar todo lo que me había pasado, rebobinar
hasta la última vez que estuvimos juntos aquí arriba y fingir que esto era
todo lo que quería y necesitaba.
—Caden, yo...
Su boca descendió sobre la mía, arrebatando el resto de mi frase. Sus
labios eran suaves y ansiosos, su lengua se enroscó alrededor de la mía,
profundizando el beso. Me agarró con más fuerza, tirando de mí,
besándome como siempre había imaginado.
Sí. Esto era correcto. Caden y yo.
—Entonces, ¿por qué estoy aquí? —Una voz profunda retumbó.
Oh. Joder. No. Abrí un ojo. Warwick se sentó en la barandilla detrás
de Caden.
—Tantos admiradores, Kovacs... Pero sabes, me resulta extraño que
cada vez que estás besando a uno de ellos, pienses en mí. —Warwick se
inclinó, su mirada hambrienta y peligrosa—. Y piensa que aún no te he
besado, princesa.
—Vete a la mierda —sentencié, agarrando la cara de Caden.
—¿Qué? —Caden se echó hacia atrás, con las cejas fruncidas.
—No estoy hablando contigo —gruñí, subiéndome al regazo de
Caden, a horcajadas sobre él. Mirando a Warwick, besé a Caden con
todo lo que tenía.
Caden gimió, sus manos subiendo por mi espalda, apretándome contra
él, su boca desesperada por más.
—Oh, mierda, Brex. —Tiró de la cremallera de mi chaqueta, su boca
frenética, sus caderas rodando hacia mí—. Necesito estar dentro de ti.
Mi mirada se dirigió a Warwick. Su atención estaba fijada en Caden,
su expresión era indiferente, aunque un nervio a lo largo de su mandíbula
palpitaba.
—Mmmm. —Hice un sonido de acuerdo, atrayendo los ojos de
Warwick hacia mí. Sus ojos turquesa se oscurecieron, sus hombros se
tensaron.
—¿Crees que me importa a quién te follas? —Warwick gruñó—.
Anoche me viste follar con cuatro ninfas, así que si crees que verte a ti y
al Capitán Quick Pump aquí hará algo más que ponerme a dormir...
—¿De verdad? —respondí con brusquedad, con los ojos encendidos
por el desafío—. Vamos a ver eso. —Empujé a Caden sobre su espalda,
mis dedos rasgando la cremallera de su pantalón. Podía sentir su erección
palpitando contra mí.
¿Cuántas veces había fantaseado con esto? ¿Imaginado cada detalle de
Caden deslizándose dentro de mí, haciendo el amor durante horas?
—Maldita sea… —Caden parpadeó hacia mí como si nunca me
hubiera visto antes, sus dedos tirando con avidez de mis pantalones de
cargo.
—Shhh. —Cubrí su boca con la mía, pero seguí mirando a Warwick
mientras mis manos empujaban los pantalones de Caden hacia abajo,
agarrando su polla a través de su bóxer.
Un gruñido profundo salió de Warwick, el sonido vibrando en lo
profundo de mis huesos, haciendo que las llamas recorrieran mis venas.
—Si no te gusta, vete —le dije a Warwick.
—No, me gusta... me gusta mucho —respondió Caden, pero yo no
estaba escuchando realmente.
—No soy yo quien me pone aquí. Lo entiendes, ¿verdad? —Warwick
se apartó de la barandilla, la furia irradiaba de él—. Tú me has traído
aquí, princesa. Sólo te lo estás tirando para demostrar un punto... ¿y qué
te estás demostrando a ti misma? ¿Que puedes volver a meterte en una
caja a la fuerza? ¿Vivir una vida que odias? Bien por ti. —Inclinó la
cabeza, con los brazos cruzados.
—Vete a la mierda. —Me quejé, mi mano se deslizó dentro del bóxer
de Caden, mis dedos envolviéndolo.
—Brexley. —Las caderas de Caden se agitaron cuando empecé a
trabajar con él, sus manos empujando por debajo de mis capas,
ahuecando mis pechos.
Un gruñido profundo salió de Warwick, nuestros ojos se encontraron,
haciéndome sentir que era realmente a él a quien estaba tocando, sus
manos deslizándose sobre mi piel, endureciendo mis pezones. La
humedad se filtró entre mis muslos cuando la mano de Caden se movió
bajo mi sujetador deportivo, sus dedos amasando mi pecho. Pero
entonces sentí que una lengua invisible me acariciaba el pezón del otro
pecho.
Un gemido raspó mi garganta, mis ojos nunca dejaron los de Warwick.
—Te gusta, ¿verdad? —Warwick se burló mientras su fantástica boca
chupaba, mi espalda se arqueó como si me hubieran electrocutado—. Yo
mirándote... igual que tú te excitaste viéndome follar con esas mujeres.
Como la noche en Halálház... Te veo, Kovacs. Sé lo que quieres. Lo
sucio que te gusta. Él no lo sabe. Soy el único que podría manejarte. Sé
sincera, no es por él por quien tu coño gotea... es por mí. Ni siquiera
notas que está aquí.
Me eché hacia atrás como si me hubiera dado un puñetazo, inhalando
bruscamente. Mi atención se desvió hacia Caden, el chico del que
supuestamente estaba tan enamorada y, sin embargo, ahora que lo tenía,
apenas me fijaba en él. En el momento en que Warwick apareció, me
volví agresiva. Feroz. Confiada. Carnal. Todas las cosas que nunca había
sido con Caden antes.
Ya no era la chica que se sentó aquí con él la primavera pasada: tímida
e insegura, esperando desesperadamente que me diera un toque de
atención. Permitiendo que me dijera que me amaba demasiado para estar
conmigo. ¿Qué mierda era esa?
Volví a centrarme en la barandilla donde se había sentado Warwick.
Vacía. Su desaparición hizo que se me oprimiera el pecho, sintiéndome
sola.
—¿Brexley? —La mano de Caden se acercó a mi cara, haciendo que
lo mirara. Sus ojos marrones estaban vidriosos de deseo, sus caderas
empujando hacia mí, su mano libre subiendo por mi blusa de nuevo—.
¿Qué pasa, nena?
¿Qué pasa?
Busqué los ojos de Caden. Lo amaba, lo amaba, pero ya no de la forma
en que lo había hecho antes. La chica inocente había muerto en el puente,
y no podía volver atrás.
—Lo siento. No puedo. —Me atraganté, la angustia inundó mis ojos y
se ahogó en mi pecho. Levantándome de un salto, me lancé por la
pasarela.
—¡Brexley! Espera! —La voz de Caden se elevó sobre el viento, llena
de confusión y dolor—. ¡Brex-ley!
No tenía idea que alejarse de él era una de las cosas más dolorosas que
había tenido que hacer. No sólo estaba huyendo del chico del que había
estado enamorada la mayor parte de mi vida, sino de todo mi sistema de
creencias. Me había creído mayor por haber vivido momentos dolorosos
como la muerte de mi padre. Pero todo lo que antes entendía como
verdad, como real, y a lo que dedicaba mi vida se había volcado,
derramándose por el suelo.
Nada volvería a ser lo mismo.
Y no tenía idea de lo que eso significaba para mí.
Una suave música clásica flotaba sobre nuestras cabezas. La sala de
oro y mármol de dieciséis lados brillaba con la luz de las velas y las
suaves bombillas. La brillante luna se asomaba por las ventanas situadas
en lo alto de la cúpula, proyectando un romántico resplandor sobre el
vasto espacio.
Vestidos de baile brillantes, joyas centelleantes y copas de cristal
bailaban y giraban a mi alrededor, creando un mundo de perfección
onírica.
La comida y la bebida, elaboradas y exageradas, llenaban
grotescamente todas las mesas y bandejas, incluso más de lo habitual. La
vajilla más fina estaba dispuesta, lo que sugería que no se trataba de una
fiesta típica, sino de una cena. Istvan sólo las hacía cuando algo era de
máxima importancia.
—¡Vaya! Estás preciosa. —Hanna se acercó a mí, con la boca
abierta—. Quiero decir... maldita sea.
Me burlé, sacando un vaso de la bandeja.
—Gracias.
El vestido rojo sangre intenso que me hizo llevar Rebeka era el colmo
de una velada ostentosa, que me manchaba el alma. Cientos de rosas
apretadas y cosidas a mano decoraban la enorme falda, mientras que la
parte superior era casi puro encaje de seda. Sólo mis pechos estaban
cubiertos, mientras que el resto de mi piel se mostraba, sin dejar casi
nada a la imaginación. Hizo que Maja me alisara el cabello hasta dejarlo
como un cristal negro en la cintura, y me pintó los labios de rojo
mientras estaba sentada como una muñeca. Me sentía como las muñecas
rusas que mi padre me traía de la patria de su familia: bonitas, de madera
y huecas.
En el fondo, me estaba asfixiando. Muriendo lentamente aquí.
—¿Cómo lo llevas? —Hanna me frotó el brazo, inclinando la cabeza
en señal de compasión—. Sé que esto debe ser difícil. —Hizo un gesto
con su copa de champán—. Sé que yo ahora mismo estaría en mi
habitación con helado y Pálinka.
Una sensación en mis entrañas me dijo que no se refería sólo a mi
regreso.
—¿De qué estás hablando?
—De la celebración. —Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué pasa con ella? —Se me secó la garganta y sentí una sensación
de hundimiento en el vientre.
—¿No lo sabes? —Sus ojos se abrieron de par en par y su boca se
abrió—. ¿Quieres decir que no te lo ha dicho?
—¿Decirme qué?
—¡Ese cabrón! Eso es un desastre y una crueldad. Sobre todo cómo
estuvo contigo en la comida del otro día. No podía quitarte las manos de
encima. Debería haber sabido que se acobardaría para no decírtelo. —
Miró a su alrededor, buscando a alguien.
—Dime qué pasa, Hanna.
—Oh no, el mensajero siempre es golpeado. Tiene que tener los
cojones de decírtelo él mismo.
—Dí. Me. —Me enfrenté a ella, con los dientes apretados y la voz
vibrando de furia. Antes de Halálház, nunca le habría levantado la voz.
Mis defensas se levantaron, y ya no eran pacientes ni amables; habían
aprendido a ser crueles. A ser el monstruo que Halálház trataba—.
Ahora.
Tragó nerviosamente, su piel palideció.
—De acuerdo. Sólo por favor. No te enfades conmigo...
—Hanna...
—Esta fiesta. Es... es una fiesta de compromiso.
—¿De quién?
Lo supe en el momento en que habló, pero mi cabeza daba vueltas con
la duda y la esperanza que estuviera equivocada.
Ella se mordió el labio.
—De Caden.
—¿Con quién?
—Con la princesa ucraniana. Perdió a su marido hace dos meses.
Todavía es joven, no llega a los treinta años. Es hermosa y puede darle
hijos.
El vómito cubrió mi lengua.
—¿Te refieres a la princesa ucraniana que encontré a Istvan follando
en su despacho cuando sólo tenía veintidós años?
—¿Qué? —exclamó Hanna—. Qué asco.
El cuchillo del engaño se retorció en mi pecho, arrancando el aire de
mis pulmones.
—Fingir que es esa noche, cambiar cada decisión equivocada que
tomé y que convirtió mi vida en una pesadilla. Ahora estoy atrapado. Mi
futuro ya no es mío...
Las palabras de Caden de anoche volvieron a mí. Me había dado
pequeños indicios que me iba a dejar, pero no tuvo el valor de decírmelo
realmente.
Girando sobre sí misma, mis pies comenzaron a moverse, mi pecho se
agitó.
—¡Brexley! —Hanna me llamó, pero al igual que Rodríguez, el toro
cambiante de Halálház, todo lo que vi fue rojo, y me dirigí hacia él a toda
velocidad.
Istvan, Rebeka y Caden estaban con el líder ucraniano y su esposa. Su
despampanante hija viuda estaba colgada del brazo de Caden, mirándolo
fijamente con estrellas en los ojos y una sonrisa perfecta. Como un buen
perro obediente.
Los ojos de Caden se alzaron, viéndome, y su rostro se tornó blanco
como un fantasma. Mi mirada se clavó en él con rabia y acusaciones. Sus
ojos se retorcieron de culpa y disculpa.
Que te jodan, dije, me di la vuelta y me dirigí a la salida más cercana,
llegando al pasillo.
—¡Brexley! —La voz de Caden me siguió—. Brexley, por favor,
detente. Deja que te explique. —Corrió detrás de mí.
—¿Explicar? —Me giré, furiosa—. ¿Quieres explicarme cómo casi me
follaste en lo alto del tejado anoche?
—Shhh. —Él sacudió la cabeza con pánico.
—¡Estás comprometido! —Lo empujé en el pecho—. Todas las
estupideces que me dijiste anoche... ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿No he
pasado ya por suficiente?
—Brexley, cálmate. —Miró a su alrededor, para ver si alguien me
había oído. Ya no me importaba.
—No me voy a calmar. Eres un bastardo sin agallas. —Volví a
empujarlo, y la ira se encendió en sus ojos.
—Jesús, Brex, ¿crees que quiero esto? —siseó, con la agonía y la ira
agrietando sus rasgos—. No quiero estar comprometido con ella. Quiero
estar contigo. Pero no tengo elección.
—¿No tienes elección? —Una risa burlona subió por mi garganta—.
Vaya, eso es gracioso viniendo de ti. ¿No fuiste tú quien me gritó que no
tenía que casarme con Sergiu? Ahora mírate, tumbado como un buen
chico.
—Es por tu culpa que incluso tenga que casarme con ella —gritó,
poniéndose en mi cara.
—¿Esto es culpa mía?
—No. —Se pellizcó la nariz—. No es lo que quería decir. Pero como
tu matrimonio no se produjo con Sergiu, el acuerdo con Rumanía se vino
abajo. Lo tienen preparado para casarse con la hija de algún líder en
China, lo cual es un gran golpe para Padre ya que tienen algún objeto o
sustancia que mi padre quiere.
—¿Sustancia?
—Un néctar especial. —Hizo un gesto con la mano—. No lo sé. Eso
no es importante para mí en este momento. Tú si. Ella no me importa.
Néctar. La palabra desencadenó algo en mi memoria, pero no tuve
tiempo de pensar en ello.
—Es extraño que la princesa de Ucrania se haya quedado soltera de
repente. —Moví la cabeza.
—¡Az istenit! —Caden se pasó las manos por el cabello, gruñendo en
voz baja—. Te lo dije: cuando te perdí, me importaba una mierda todo.
Mi vida se sentía gris y fría sin importar lo que hiciera. Padre me dijo
que me casaría con ella… —La rabia de Caden se erizó bajo su piel—.
Casado con ella o con otra mujer, me daba igual. —Me agarró de los
brazos, arrinconándome contra la pared—. No lo entiendes. Nada
importaba entonces. Porque te perdí. —Sus ojos marrones se alzaron
hacia los míos, llenos de pena y arrepentimiento—. Te quiero. Sólo a ti.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla, la pena clavando alfileres entre
mis costillas. Todo parecía estar en contra de nosotros, nuestros caminos
se separaban una vez más.
Me limpió la lágrima con el pulgar, su rostro se retorció de angustia.
—No quiero volver a perderte. —Me pellizcó la barbilla, tirando de
ella hacia arriba—. Por favor. No puedo...
—Te vas a casar. Ella tendrá tus hijos. Yo no...
—No te atrevas a decir que no perteneces a mi vida, porque lo haces.
Más de lo que alguna vez será. Puede que tenga una familia con ella,
pero tú siempre serás mía. La persona con la que elijo estar. La persona a
la que amo de verdad.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Quieres decir que quieres que sea tu amante?
—Y yo seré tu amante. —Sus labios rozaron los míos, besándome
suavemente—. Podemos seguir viviendo una vida plena juntos, sin
importar con quién estemos casados.
Su boca se movió sobre la mía mientras mi cerebro se tambaleaba ante
la proposición. No hace ni cuatro meses, no habría dudado. Si eso
significaba estar con él, habría aceptado cualquier cosa que pudiera
conseguir.
—No. —La palabra se me escapó de la lengua.
—¿Qué? —Se inclinó hacia atrás.
—No. —Lo empujé hacia atrás con facilidad, tomando distancia—.
Joder, no. No voy a ser tu aventura, Caden. Esperando y viviendo para
los momentos en que podamos encontrarnos en secreto, mientras tú te
vas a casa, besando a tu mujer y a tus hijos. —Sacudí la cabeza—. Esa
no es una vida que quiero.
—Brex. —Se acercó a mí.
—No, Caden. —Me alejé—. Te quiero, pero también me quiero a mí
misma. Me merezco algo mejor que eso. He pasado por demasiada
mierda para no ser la primera opción de alguien.
—Tú eres mi primera opción.
—La mujer que está ahí es tu primera opción.
—¡No puedo elegir, mierda!
—¡Sí, si puedes! —grité devuelta—. Quiero un amor en el que nada
pueda separarnos.
—Brexley… —El dolor se dibujó en su rostro.
—Nada.
—Caden —ladró la voz de Istvan desde detrás de mí—. Tu prometida
se está preguntando dónde has ido. No querrás ser grosero con tu futura
familia política.
La mirada de Caden se encontró con la mía. El tormento, el dolor y el
amor inundaron su expresión mientras nos mirábamos fijamente.
—Ahora, hijo.
La garganta de Caden se estremeció, y por un segundo, pensé que
mandaría a su padre a la mierda. Que me elegiría a mí. En lugar de eso,
suspiró profundamente, bajando la cabeza mientras pasaba junto a mí.
Mis pulmones resollaban por el dolor que me apuñalaba el pecho, mis
ojos lloraban mientras miraba a un lado. El sonido de la puerta al cerrarse
fue el último clavo en el ataúd.
—Brexley. —Apreté los párpados al oír la voz de Istvan, sin querer
escuchar nada de lo que decía. Secándome las lágrimas, respiré hondo y
me di la vuelta.
Frunció los labios y se acercó a mí con el tintineo de sus medallas y
premios.
—No soy tonto, ni estoy ciego. He visto lo que has sentido por Caden
durante mucho tiempo, lo que él puede sentir por ti... pero entiende que
el matrimonio no es amor. No puede serlo para ninguno de los dos.
Junté mis manos frente a mí, permaneciendo en silencio.
—Este matrimonio lo cambiará todo. La unión con Ucrania hará
avanzar nuestra posición en el mundo. Hungría se convertirá en una
capital formidable en el Bloque del Este. Comercio, dinero, ejércitos,
poder. Los humanos se elevarán al poder de nuevo. Así que no puedo
lamentar haber roto el corazón de ninguno de ustedes. Son jóvenes e
ingenuos y se recuperarán fácilmente. Pronto se darán cuenta que el amor
es un ideal tonto y no tiene lugar en el esquema de la vida. No para
nosotros. —Bajó la barbilla—. Ahora, límpiate, pon una sonrisa y vuelve
a la fiesta. La prensa de Leopold está aquí. Se ve mal que no estés allí,
celebrando con tu figura de hermano en esta feliz ocasión —ordenó y
volvió a entrar.
Observé cómo se cerraba la puerta tras él, con una profunda rabia que
me inmovilizaba en la alfombra, y mis puños se hacían bolas. Para él, yo
seguía siendo la pieza de ajedrez que había creado y tenía derecho a
moverse. Mi vida estaba totalmente en sus manos. Todo por más poder.
Mi mente se dirigió a algo que Caden había dicho con lo que había
leído en el escritorio de Istvan.
La palabra néctar...
—...no ha abandonado la esperanza de encontrar el néctar de la vida.
—El diario de este Dr. Rapava volvió a aparecer.
—Lo tienen preparado para casarse con la hija de algún líder en
China, lo cual es un gran golpe para Padre ya que tienen algún objeto o
sustancia que mi padre desea. Algún néctar especial.
—Hungría se convertirá en una capital formidable en el Bloque del
Este. Comercio, dinero, ejércitos, poder. Los humanos encontrarán su
camino a la cima de nuevo.
Un ejército humano superior.
Mis pulmones se apretaron, las piezas del rompecabezas empezaban a
encajar, pero no podía ver el cuadro completo ni lo profundo que era.
Istvan estaba tramando algo malo, y yo no volvería a ser utilizada como
peón, ciega e ingenua ante lo que ocurría a mi alrededor.
Mi mirada se dirigió al pasillo donde estaba el despacho de Istvan. Un
soldado estaba allí, pero no se lo pensaría dos veces si yo bajara allí.
Caden y yo teníamos todo el control del lugar a sus ojos. Y yo sabía
dónde escondía Istvan su llave de repuesto desde que era una niña. Los
adultos siempre pensaron que los niños eran despistados y obtusos.
Recogimos y vimos mucho más de lo que ellos pensaban.
Sin tener idea de lo que iba a encontrar ni de si quería descubrirlo, la
decisión me tiró de las tripas.
Debería volver a la fiesta, sonreír para las fotos y actuar como la
pupila que habían entrenado para la docilidad.
Debería...
Istvan pensaba que yo era una cara bonita que podía vender a otro país
para obtener más poder y dinero. Domada y obediente. No tenía idea. Yo
era más peligrosa. Podía parecer una muñeca por fuera, pero era salvaje
por dentro.
Y no me doblegaría ante ningún hombre de nuevo.
Al pasar por delante del guardia de turno, mantuve los hombros atrás y
la cabeza alta, tratando de disimular el terror que me invadía. La
confianza era necesaria en el arte del engaño. Si actuabas como si
pertenecieras, nadie cuestionaba tus intenciones.
Y yo pertenecía a este lugar.
Al menos para ellos.
—Buenas noches, Sra. Kovacs. —El guardia inclinó la cabeza.
—Buenas noches. —Mantuve la barbilla alta, recorriendo el pasillo,
mirando casualmente por encima del hombro cuando llegué a la puerta
de Istvan. El centinela miraba al frente, con los hombros relajados. Su
trabajo era aburrido y tedioso, probablemente uno de los más fáciles
aquí, evitar que los huéspedes se paseen por lugares que no deben.
Mis dedos tocaron la caja de seguridad oculta detrás de un cuadro
junto a la puerta de Istvan y abrieron la cerradura.
Istvan podía ser un excelente general, paranoico en lo que respecta al
mundo exterior, siempre atento a todos los detalles, pero se había vuelto
perezoso y arrogante dentro de sus dominios. No se había molestado en
cambiar el código de la llave oculta en años.
Con toda la delicadeza que pude, giré la llave en la cerradura,
sujetando mi vestido alrededor del pomo para amortiguar el sonido.
Clic.
Mi cabeza giró de nuevo hacia el guardia, con el corazón palpitando en
mis oídos.
No se movió.
Con cuidado, abrí la puerta lo suficiente como para deslizarme dentro,
cerrando y bloqueandola suavemente tras de mí.
Exhalé, sintiendo que mi pulso latía con fuerza contra mi endeble
vestido.
No deberías estar aquí, Brexley. Mi conciencia pataleó como una
preadolescente tensa. Te vas a meter en problemas. ¿Por qué dudas de
Istvan? ¿Qué es lo que buscas? Todos estos pensamientos daban vueltas
en mi cabeza, acelerando mi pulso hasta que me golpeaba en los oídos,
casi convenciéndome de escabullirme y volver al evento fingiendo que
este lapsus de juicio nunca había ocurrido. Ya no puedes fingir que no
sabes nada. Sabes que algo está mal. Lo sientes en tus entrañas. Istvan
está mintiendo. Has visto las píldoras. Lo que pueden hacer. Las notas
de ese Rapava. La voz contraria se deslizó en mi cabeza.
Mi lengua se deslizó sobre mis labios secos, inclinando mi oído hacia
la puerta cerrada. Escuché cualquier actividad antes de dirigirme a una
estantería con libros, que no tenían ningún interés para nadie,
especialmente para un enemigo. Libros de literatura, arte, idiomas.
Viejos y anticuados en tiempos como estos. Tirando del que conocía,
buscando el gancho, el diseño ahuecado se alejó en una agrupación.
Falso. Ocultando la caja fuerte empotrada en la pared.
Caden insinuó que Istvan tenía más escondites, pero éste era el único
que yo conocía. Lo había visto abrirla desde detrás de una cortina cuando
se suponía que no estaba usando su despacho en un juego de escondite.
Al igual que el código exterior, esperaba que Istvan no hubiera
decidido cambiarlo de repente.
Aspirando por la nariz, mis manos temblaban, sintiendo el peso de mi
conducta. Estaba entrando a propósito y espiando a alguien a quien había
considerado una figura paterna durante años. Alguien en quien había
creído y confiado. Ahora podía salir, volver a mi papel, convertirme en la
hija obediente y el soldado.
El sudor humedeció mi nuca, deslizándose por mi columna, mientras
la humedad se evaporaba de mi boca. Tecleé el código, con un nudo en la
garganta, una parte de mí esperando que no funcionara, que me diera una
salida fácil, una excusa para marcharme.
Clic.
La cerradura se soltó, un peso helado cayó en la boca del estómago
cuando la puerta de la caja fuerte se abrió. Me quedé paralizada, tratando
de escuchar cualquier sonido fuera de mi corazón palpitante, esperando
que Istvan entrara y me atrapara.
El pánico se alojó en mi garganta y el miedo me recorrió la columna
cuando mis manos temblorosas alcanzaron la pila de documentos que
había dentro. Al hojearlos, supe que el tercer archivo era el que había
visto el otro día. Lo agarré, con el corazón dando tumbos en el pecho, y
la alarma recorriendo mis venas como un grito.
Una nota en la segunda carpeta estaba garabateada con la letra del Dr.
Karl.
Resultados de Brexley Kovacs. He hecho la prueba de todo esto tres
veces. Tenemos que hablar.
Con dedos temblorosos, abrí la carpeta. La mayor parte era jerga
médica que no entendía muy bien, aunque me di cuenta que subrayaba
cosas que no eran normales. Mi mirada se dirigió a una nota a pie de
página.
Desde la primera prueba, su nivel de inmunoglobulina M había
triplicado el índice normal. Cuanto más probaba, más altos eran sus
resultados, como si cada vez su cuerpo intentara defenderse de mí.
Ningún ser humano puede sostener ni siquiera la mitad de estos niveles.
La Sra. Kovacs debería estar muerta. Ni siquiera está mostrando signos
de insuficiencia de órganos. En todo caso, parece más fuerte y
saludable.
Nota: Sus heridas frescas de cuando llegó se han curado como si
fueran de hace semanas.
Debemos discutir estos resultados en privado. Parece que sólo hay
una explicación.
El terror me dio un puñetazo en el estómago, inclinándome, el oxígeno
saliendo a borbotones de mis pulmones. Mis uñas se clavaron en el
escritorio mientras intentaba respirar.
Saben que no eres normal. Una voz se arrastró desde las
profundidades de mi subconsciente. Una cosa era dejar que el
pensamiento pasara por tu mente, pero que otros lo dijeran era una
acusación.
¿Me hizo algo Killian? ¿Esas píldoras me cambiaron? Me pellizqué la
nariz, exhalando por la boca. Vamos, Brex, nadie puede cambiar el ADN
humano. ¿Verdad?
Haciendo acopio de mi pánico antes de enloquecer del todo, abrí la
siguiente carpeta, desplegando rápidamente los papeles en el escritorio.
Todo se detuvo. Mi mundo se inclinó sobre su eje, tratando de
empujarme.
Unos dedos helados se arrastraron por mi cuello, rodeando mi
garganta. La conmoción y el miedo me retorcieron el pecho mientras
contemplaba la docena de fotografías que me devolvían la mirada.
Mi propia imagen.
Un ruido de pellizco subió a mi garganta, mi corazón golpeando contra
mis costillas. Alcancé la primera foto.
Estaba un poco borrosa porque era de noche y estaba a distancia, pero
no se podía negar que era una foto mía y de Killian.
Abrazados.
—Oh, dioses… —El pánico revoloteó en mis pulmones, las sombras
rodearon mi visión.
Recorriendo el resto, mostraban cada momento de nuestro beso. Una
intimidad y facilidad entre nosotros.
Frenéticamente, recogí otro conjunto. Unas en las que estaba de pie
junto a la ventana del dormitorio que me había dado Killian. Algunas a
solas, otras en las que él estaba de pie junto a mí, con nuestros cuerpos
cerca y conversando.
Mis músculos temblaban, mi mente se arremolinaba con
justificaciones sobre estas imágenes cuando Istvan me interrogaba. Él
sabía todo el tiempo que yo había venido de Killian... sabía que estaba
mintiendo.
Mi cerebro rodó con excusas que podía decirle: que tenía que fingir
interés por Killian para escapar, que lo hacía todo para salvar mi vida.
Podría haber sido factible... si no fuera porque había mantenido en
secreto el hecho de que había estado allí.
Y me ocultó el hecho que sabía de mi tiempo con Killian. Dejó que me
metiera en ello. Fue algo que hizo cuando trató de hacernos tropezar a
Caden y a mí en una mentira. Nos dio la cuerda para hacerlo nosotros
mismos.
El terror hizo que mis pulmones se agitaran.
Istvan lo sabía.
Sabía desde el primer día que le había mentido directamente mientras
estaba sentado en la silla al otro lado de este escritorio.
Y que no le había delatado nada.
¿Por qué no se había enfrentado a mí? Me dejó seguir en esta casa
como si todo fuera normal. ¿Cuál era su plan?
Con la mirada fija en la mesa, la bilis me quemaba el esófago. El
médico me llamó "anomalía" y las fotos demostraron que había mentido.
No sólo mentí, sino que lo traicioné y engañé, a mi pueblo y a mi
juramento de soldado.
Sedición a los ojos de la FDH.
Castigada con la muerte.
Istvan nunca dejaría pasar mi deslealtad, a no ser que pensara utilizarla
contra mí de alguna manera.
Unas voces procedentes del pasillo me sobresaltaron. El miedo y la
adrenalina corrieron por mi torrente sanguíneo, mi corazón latía con
fuerza y las palmas me sudaban. Mi mirada se dirigió desesperadamente
hacia las pruebas de mis crímenes que tenía delante. Juntando todas las
fotos y papeles, empecé a meterlos de nuevo en la caja fuerte. Pero uno
de ellos se me escapó y cayó al suelo. La carpeta con algún tipo de
fórmula y notas se esparció por la alfombra.
¡Mierda!
Empujé los otros dos hacia el interior, a punto de recoger el expediente
caído.
Los pasos se detuvieron en la puerta, las voces murmurando,
acelerando mi pulso.
¡Baszd meg!
Olvidándolo, presioné la caja fuerte para cerrarla, deslizando hacia
atrás la falsa fachada. El pomo de la puerta traqueteó. El pánico me llevó
a barrer la carpeta y lanzarme hacia la cortina tras la que solía
esconderme de niña. Arremangando mi enorme falda hasta el pecho, traté
de aplastarme contra la pared, los documentos presionando mi piel.
—Adelante. —La voz de Istvan sonó en la habitación, mi corazón se
aceleró al notar que la cortina aún se balanceaba por mi movimiento.
Apretando los dientes, esperé que no se diera cuenta o que pensara que lo
había provocado al entrar—. Siéntate.
—Prefiero no hacerlo. —Plana y baja, la voz del otro hombre me
golpeó en la nuca. Lo conocía, pero no estaba segura de dónde—.
Preferiría ir directamente al grano.
—Sí, muy bien —respondió Istvan mientras se movía detrás de su
escritorio—. ¿Has encontrado algo más?
—La he estado vigilando, tratando de encontrar cualquier tipo de
comunicación entre ellos, pero hasta ahora no he encontrado nada. —El
hombre parecía irritado por este descubrimiento—. Eso no significa que
no lo haga. Ella podría estar esperando hasta que las cosas se calmen.
—Sí, ella es inteligente. No haría ninguna tontería. —Istvan suspiró,
sonando cansado—. La crié para que fuera inteligente; ahora se está
volviendo contra mí.
Me di cuenta que estaban hablando de mí. Istvan tenía a alguien
siguiéndome, vigilando todos mis movimientos.
—Su traición ha calado hondo. Dediqué tanto tiempo a su educación,
esperando que no resultara como él... pero supongo que la manzana no
cae lejos del árbol. —Istvan resopló.
¿Como él? ¿Se refería a mi padre? Mi padre había sido su mejor
amigo. Su fiel general, apartado de mi lado durante meses para servirle,
dirigir sus ejércitos, y luego, finalmente, apartado de mi vida.
—¿Cómo quiere que proceda, señor?
Istvan inhaló pensativo, como si contemplara sus opciones.
—Mi hijo perderá toda la concentración si le pasa algo a ella en este
momento. Se ha vuelto débil cuando se trata de ella. Tonto. Además,
quiero ver cómo se desarrolla esto, ver si ella se acerca a su amante fae.
De lo contrario, ella ya no es de utilidad para mí. Puede que sea
impresionante, pero ahora, con los rumores que circulan sobre su
estancia en Halálház, ningún noble influyente la quiere cerca de su
familia. Mi única esperanza es el primer ministro León en Praga, pero si
rechaza mi oferta por ella, es inútil. —Istvan se quedó callado y la
habitación se llenó de un pesado silencio. Mi corazón latía tan fuerte que
estaba segura que alguien lo oiría.
—¿Señor?
—Lo que quiero, Kalaraja… —Su nombre se deslizó tan
profundamente en mis entrañas que tuve que obligarme a no jadear en
voz alta ni a caer de rodillas aterrorizada.
Kalaraja. Su nombre significaba el Señor de la Muerte.
Le llamaban así por su ocupación.
Era el espía y asesino privado del general Markos. Lo había visto un
puñado de veces en la oficina de Istvan a lo largo de los años. Sus ojos
eran oscuros y planos. Sin alma. Con la cara llena de cicatrices, calvo y
sin vida, se confundía fácilmente con la oscuridad.
Cada vez que pasaba por mi lado, me recorría un escalofrío. Era uno
de los únicos hombres a los que había temido de verdad. Había
escuchado las historias de sus víctimas, el arte y la dedicación que tenía,
no sólo para asesinar a alguien, sino para torturarlo. Era su única pasión.
—Me gustaría...
—Shh —Kalaraja cortó.
—Qué...
Hiciera lo que hiciera el asesino, Istvan se calló.
Mis párpados se cerraron por un momento, petrificados. Ni un
músculo se movió mientras mis pulmones se esforzaban por retener los
últimos trozos de aire. Y posiblemente mis últimos momentos de vida.
Los segundos pasaron como si fueran horas, y el miedo me quemaba.
Sólo un movimiento de la cortina y quedaría expuesta.
Tic. Tic. Tic.
Los latidos de mi corazón coincidían con los del reloj.
La risa chillona de una mujer desde el exterior llegó a nuestros oídos,
seguida por el murmullo de un hombre.
—Sólo hay invitados borrachos afuera —ladró Istvan—. Cálmate,
Kalaraja. Estás a punto de atacar mi planta en la esquina. —El
movimiento de la tela me indicó que Istvan se estaba moviendo. El cajón
de su escritorio se abrió—. Quiero que sigas vigilándola. Informa de
cualquier cosa que veas. Me refiero a todo. Normal o... anormal.
—¿Qué quiere decir con anormal, señor?
—Cualidades que podrías encontrar extrañas o diferentes en un
humano.
Un puño me atravesó el pecho, se me clavó en el estómago y el
corazón se me estrujó de dolor y miedo.
En una sola frase, con un cambio en su tono, me di cuenta que ya no
era la hija que antes consideraba.
Era una enemiga.
En un mundo de sospechas, desconfianza y odio, Istvan siempre
buscaba la traición, pero no esperaba lo rápido que se volvería contra mí.
—¿Y si no pasa nada, señor? —Kalaraja respondió
inexpresivamente—. ¿Puedo obligarla a hablar?
—Puede parecer una mujer débil, pero la he entrenado bien. Es más
dura que la mayoría de los soldados varones. No se quebrará.
—Me subestima, señor.
Escuché el sonido de algo golpeando la superficie del escritorio.
—Toma. Tu pago por sus servicios hasta ahora. Cuando llegue el
momento, habrá una bonificación si haces que parezca que los faes
fueron los que la mataron. Eso realmente provocará a Caden.
—Sí, señor.
—Ahora, debo volver al compromiso de mi hijo —dijo Istvan—. Su
muerte quemará aún más su odio hacia los faes, y entonces me ayudará a
liderar la nueva ola de humanos para destruir a los faes y recuperar
nuestra tierra. Nuestro mundo. Lo conozco. Una vez que se entere de su
muerte, lo hará sin duda. Es increíble lo poderoso que puede ser un
corazón roto.
Los pies se dirigieron a la puerta, seguidos por el ruido de su apertura,
pasos retrocediendo, luego la puerta haciendo clic al cerrarse.
La conmoción se apoderó de mis pulmones, obstruyendo mi garganta
con la emoción, el miedo, la rabia, la pena y la angustia.
Un hombre al que consideraba de la familia había ordenado tan
fácilmente mi tortura y muerte, volviéndose contra mí sin dudarlo. Por
un momento, quise acurrucarme en el suelo y dejar que la niña, que había
crecido bajo su cuidado, sollozara de pena sintiéndose rota y
aterrorizada.
Corre, me gritó mi cerebro. Ya no estás a salvo. Corre.
El instinto me empujó hacia delante, aplastando la carpeta contra mi
pecho. Miré alrededor de la cortina, buscando una amenaza antes de
escabullirme y dirigirme a la salida. Volví a mirar su caja fuerte, con la
falsa fachada un poco torcida, y luego bajé a mi objeto en las manos. Una
pequeña parte de mí todavía quería ser obediente a Istvan, demostrar que
era la soldado y la chica que él había criado para que estuviera orgulloso
de mí.
—Una vez que se entere de su muerte, lo hará sin dudarlo. Es
increíble lo poderoso que puede ser un corazón roto.
El terror se retorció en mi alma ante su crueldad. Metiendo la carpeta
bajo la bata y envolviéndola en las capas de tela, me escabullí, sabiendo
lo que tenía que hacer.
Y nunca podría volver de ello.
La música, las risas y las voces sonaban en el gran salón. La felicidad
y la alegría estaban por todas partes, los invitados eran ajenos a los
acontecimientos que se desarrollaban bajo este techo, o incluso fuera de
estas paredes. Su ignorancia y su derecho sólo me hicieron caminar más
rápido y con mayor determinación.
Con cada paso medido, traté de mantener mi expresión vacía de
emociones, esperando poder escabullirme por el pasillo y tomar algunas
cosas de mi habitación antes de escaparme en la noche.
—Brexley. —La voz de Istvan llegó detrás de mí. El hielo me heló la
espina dorsal y me hizo detenerme, con los pulmones encogidos y los
párpados aplastados. El miedo profundo me cubrió la lengua, y luché
contra un grito ahogado que floreció en mi garganta—. Te he estado
buscando.
Levanté las pestañas. En lugar de ver la opulenta decoración de la
FDH, tenía ante mí un dormitorio oscuro y sórdido. Los olores del sexo y
el sudor empapaban la cámara rancia. Iluminado por la tenue luz de la
mesita de noche, una figura solitaria estaba sentada en la cama, con el
rostro delineado por la frustración, lo que me dio unas extrañas ganas de
estirar la mano y apartarla.
Los ojos turquesa se dirigieron a mí. El escrutinio de Warwick me
recorrió, y luego más allá, como si pudiera ver lo que ocurría detrás de
mí. Lo que sea que haya visto en mi rostro lo hizo saltar de la cama.
—¿Kovacs?
Mi boca se abrió, mis ojos se fijaron en los suyos.
—¿Brexley? —La fría voz de Istvan me devolvió a la FDH, cortando
bruscamente el enlace con Warwick—. ¿Dónde has estado?
Tratando de mantener la respiración uniforme, me giré para mirar a mi
guardián.
—Necesitaba un poco de aire fresco. —Mantuve la barbilla levantada,
con los ojos directamente puestos en él.
Su mirada se deslizó desde la dirección por la que había venido y
volvió a mí. Su expresión no vaciló; nada en él cambió. Pero todo había
cambiado. Podía sentir la tensión del juego que no sabía que estábamos
jugando. Istvan nunca saldría a preguntarme. Dejaba que me colgara con
mis mentiras. El Bloque del Este estaba construido sobre dictadores
hambrientos de poder que jugaban a los espías como niños pequeños. No
se podía confiar en nadie, y todos eran sospechosos.
Todo lo que podía hacer era continuar el juego. Participar como si todo
siguiera igual.
—Rebeka se pregunta dónde estás. Los periodistas quieren hacer una
foto de la familia.
Había movido su pieza de ajedrez, y ahora era mi turno.
—Déjame ir a refrescarme, ya vengo. —Me señalé la cara.
—Te ves sonrojada, querida. —Inclinó la cabeza y sus ojos se
clavaron en mí.
—Hace calor ahí dentro.
—Excepto que estabas afuera tomando aire fresco… —Levantó una
ceja plateada, dando un paso más hacia mí.
—Demasiado champán —dije rápidamente. Mantén la calma. Mantén
la calma.
La cuerda estaba enroscada en mi cuello y sabía que si seguía
poniéndome a la defensiva, me estrangularía.
Permaneciendo en silencio, nos observamos mutuamente. El sonido de
la música de la orquesta en el salón de baile principal zumbaba
alegremente desde la fiesta. Contrastaba con la tensión que crecía entre
nosotros.
—Bueno, adelante, querida. —Forzó sus labios en una sonrisa—. El
tocador está ahí mismo. Te espero.
—Por favor, vuelve con tus invitados. Sólo tardaré un minuto. Seguro
que tienes mucha gente a la que saludar. —Le devolví la sonrisa,
tratando de fingir que todo era normal.
—Rebeka se enfadaría si volviera sin ti. —Dirigió la cabeza hacia la
puerta que estaba cerca de mí—. Ahora vete.
No tenía otra opción. Si me resistía, él no dudaría que algo iba mal.
Istvan quería mantenerme cerca, pero esperaba que no se diera cuenta de
lo consciente que era de su plan para mí. Lo que había escuchado.
Si lo hacía... se acabó el juego.
Haciendo una suave sonrisa con mis labios, bajé la cabeza.
—Seré rápida. —Me dirigí despreocupadamente hacia el armario del
agua, detrás de mí, con el corazón ahogado en la garganta.
Al cerrar la puerta, el pánico brotó y un pequeño gemido se escapó de
mi garganta. El tacto de la carpeta contra mi cadera hizo que la sangre de
mis venas se acelerara.
Todo mi mundo era un castillo de naipes, a punto de derrumbarse.
Aspirando bocanadas de aire, supe que el único camino que podía
tomar era seguirle la corriente, sonreír para las cámaras, fingir ser la
pupila a la que él daba forma y moldeaba.
Arreglando mi cabello, ya perfectamente peinado, traté de calmar el
miedo que temblaba en mis miembros y respiré profundamente. Abrí la
puerta de un tirón, educando mis facciones en la serenidad, algo que
había hecho toda mi vida.
La atención de Istvan se centró en mí cuando salí, y sus labios se
fruncieron como si supiera que él había ganado y no me diera ninguna
salida, a menos que estuviera dispuesta a poner fin a esta pretensión y a
dejar mis cartas. Dejar este juego del gato y el ratón, en el que ambos
sabíamos que estaba mintiendo. Él aún no sabía que yo sabía que él lo
sabía.
Curvó su brazo, una invitación para que lo tomara y me dejara llevar.
Con una sonrisa de felicidad en la cara, lo tomé del brazo.
Mis altos tacones se engancharon en el borde de la alfombra y tropecé.
Fue un segundo.
Un respiro.
Un parpadeo en el tiempo.
La carpeta se desprendió de las capas anudadas junto a mi muslo, la
tela abandonó su sujeción, como si el propio vestido fuera un conspirador
contra mí.
Mi estómago se hundió en el suelo, todo se aceleró y se ralentizó.
La carpeta cayó al suelo, esparciendo los documentos por la rica y
ornamentada alfombra. Las notas del Dr. Rapava estaban a la vista, la
fórmula a medio elaborar encima. Los ojos de Istvan bajaron a las
páginas. Sus cejas se fruncieron, observando los papeles esparcidos por
el suelo, antes que su atención se dirigiera a la mía.
Sus fríos ojos azules ardían de furia, encendidos por otra emoción. No
era dolor ni traición. Era una confirmación. Había demostrado ser la
traidora que él había decidido que era. No habría explicaciones ni
intentos de defender mi lado. No podría negar que los robé de su bóveda.
Sin segundas oportunidades. Él no funcionaba así.
Nuestros ojos se encontraron. El oxígeno se atascó en mi garganta.
Una gota de tiempo suspendida mientras ambos esperábamos que el otro
actuara. Con un destello en sus ojos, un tirón de su labio, pasé de hija a
enemiga.
—Niña tonta. Te lo he dado todo. —El veneno siseó de su boca—.
¡Guardias! —La voz de Istvan atravesó el aire. Mis instintos de
supervivencia me golpearon. Me agaché, agarrando los documentos
superiores, dejando los que estaban fuera de mi alcance, y me di la
vuelta. No tenía idea de lo que estaba haciendo; no había forma de
escapar, de salir de aquí. Sabía dónde estaba colocado cada guardia, la
cantidad que cubría el edificio por dentro y por fuera, su nivel de
habilidad. Eran lo mejor de lo mejor.
Era imposible, pero no podía luchar contra el sentimiento en mis
entrañas de correr, de salir de los muros.
Metiendo los trozos de papel en la tela que me cubría el pecho, corrí
hacia las escaleras. El grito de Istvan chocó contra mi mientras los
guardias llegaban de todas partes. El puñado de invitados a la fiesta que
deambulaban por allí gritaban incrédulos, saliendo a borbotones del salón
de baile.
—No la dejen escapar. ¡Traidora! —Istvan ya no mantenía su
pretensión. Las paredes se habían desmontado, mostrando los huesos de
los armarios.
—¡Detente! —gritó un guardia, sus manos agarraron mi brazo
dolorosamente.
Los Juegos de Halálház me enseñaron a mirar todo como una posible
arma, incluso cuando parecía que no había nada.
Saltando de mis tacones, agarré uno, balanceándolo con todas mis
fuerzas. El afilado tacón que Rebeka me obligó a usar se hundió en su
mejilla.
Se oyeron ruidos de rotura de huesos, carne y venas. Un grito gutural
aulló en la habitación y él dejó de agarrarme. La culpa y el dolor se
enfrentaron en mi pecho. Lo conocía. Los conocía a todos, al menos por
la cara, pero mi necesidad desesperada de escapar surgió en mí como una
bestia acorralada. Mi vida se antepuso a la de ellos.
El monstruo de Halálház, que asesinaba con sus propias manos,
desgarrando la carne, que aprendió a matar o a ser matado, irrumpió en
mi conciencia, tomando el control.
Otro guardia sacó su rifle, apuntándome.
—¡No! No la mates. Está enferma y confundida —ordenó Istvan—. La
quiero viva.
Viva para poder torturar información de mí.
Abriéndome paso entre la creciente multitud de invitados que salían a
ver qué pasaba, me abrí paso hasta el borde de la escalera. Una docena de
guardias corrieron hacia mí como un muro humano, bloqueando mi
huida. El terror me constriñó los pulmones.
El pánico podía encerrarte en tu sitio, o podía volverte feroz y
despiadado.
Con un gruñido, salté por encima de la barandilla, cayendo al suelo al
menos un piso más abajo con un fuerte golpe. Mis huesos crujieron y se
sacudieron con el impacto, pero la adrenalina mantuvo el dolor lejos
mientras corría por mis venas.
La conmoción me llegó a los oídos, como si se tratara de un ruido
blanco. Los viejos amigos, tanto hombres como mujeres, se convirtieron
en enemigos a medida que otros saltaban hacia mí.
Levantando mi vestido abullonado, le di una patada a uno, me retorcí y
golpeé con el puño a otro, y utilicé el codo para golpear la nariz del
tercero, haciéndola pedazos. Al intentar escapar, un guardia me agarró
del dobladillo del vestido y me empujó hacia atrás. Este vestido era la
personificación de lo que no se debe llevar en una pelea.
El sonido de la tela al rasgarse sonó en el aire, la delicada seda se
desgarró, haciendo que el soldado tropezara. Me lancé por su estómago y
lo estrellé contra los pocos guardias que tenía detrás, haciéndolos caer al
suelo.
Un puño me golpeó la mandíbula, robándome el aliento, y me
tambaleé hacia un lado.
No tenía ningún arma, y cada vez más soldados venían por mí, pero
sabía que si me detenía ahora, mi vida había terminado. Ahora sólo
estaba viva porque Istvan les había ordenado que no me mataran.
Sin embargo.
Con un gruñido profundo y los dientes desnudos, golpeé, pateé y luché
contra todos los que se acercaban a mí, acercándome cada vez más a la
puerta. Las vibraciones de dolor me recorrieron los huesos.
—¡Kovacs! —Un timbre familiar gritó a través del ruido, deteniendo a
todo el mundo, incluyéndome a mí—. ¡Alto!
Siguiendo la voz, divisé al hombre que había idolatrado durante años,
anhelando sus enseñanzas como una droga. Mi mentor, Bakos, mantenía
sus ojos fijos en mí, dirigiéndose tranquilamente hacia mí.
—Tranquila, soldado. —Mantenía los hombros hacia atrás, el cuerpo
tenso, en modo defensivo, pero vi una tristeza en sus ojos, una confusión
desgarradora.
Él y yo teníamos un vínculo especial. Había pasado mucho tiempo
detrás de él, pidiendo lecciones adicionales, siempre ansiosa por
aprender más, por avanzar más rápido. Fervorosa por ser la mejor. Le
encantaba mi tenaz necesidad de trabajar más y absorberlo todo.
Ahora estaba frente a mí, otro enemigo.
Levantó las manos como si estuviera tranquilizando a un animal
rabioso. —No tienes a dónde ir. Por favor. Déjanos ayudarte. No somos
tu enemigo... Somos tu familia. Tus amigos.
Por la forma en que hablaba, me di cuenta que pensaba que estaba
teniendo un brote psicótico. Que mi mente se había vuelto loca después
de estar encerrada en la Casa de la Muerte, y que ya no podía distinguir
entre la realidad y las alucinaciones.
Pronto sabría que no era cierto. Istvan me estaba tendiendo una trampa
mientras cubría su propio trasero. Era el amable que intentaba ayudar a
una chica con problemas. Nadie lo cuestionaría. Podrían fácilmente
hacerme pasar por loca.
Y yo encajaba perfectamente en el papel.
El movimiento alejó mis ojos de él, viendo más y más guardias
rodeándome. La mayoría tenía armas apuntando a mi cabeza.
—No te preocupes por ellos. Mantén tus ojos en mí, Kovacs. Sólo tú y
yo, ¿de acuerdo? No dejaré que te pase nada. —Bakos se acercó a mí.
Quería reírme, pero mi cerebro daba vueltas con lo que podía hacer, el
conocimiento innato de que estaba jodida. No había forma de salir de
esto. Istvan ganó.
Jaque mate.
Bakos viajó hacia mí. Como si fueran esposas, sus dedos alcanzaron
mis brazos.
¡Boom! ¡Boom! ¡Boom!
Las explosiones partieron del exterior de la FDH, sacudiendo el
edificio violentamente y haciendo que todo el mundo saliera despedido
con un golpe brutal. Mi columna chocó contra el suelo de mármol,
sacando el oxígeno de mis pulmones, haciéndome jadear, y mi oído se
oscureció y se nubló.
Rodé, cubriendo mi cabeza mientras llovía yeso dorado. Un
candelabro se soltó de su atadura y se estrelló contra el suelo, haciendo
estallar los cristales como si fueran balas. Los gritos de terror, los gritos
de dolor y los gritos de pánico se dispararon contra las paredes y los
techos.
Los recuerdos me devolvieron a Halálház, como si hubiera retrocedido
en el tiempo, viendo cómo la prisión se desmoronaba a mi alrededor.
Podía saborearlo, oírlo, sentirlo de nuevo. Los chillidos estridentes del
pánico y el terror de la gente cubrían mi lengua.
—Levántate. Jodidamente. Rápido. Kovacs. —Como si estuviera
sentado a mi lado de nuevo, tratando de hacerme levantar, la voz ronca
de Warwick gruñó en mi oído—. Corre.
Una cálida sensación se tejió dentro de mí, dándome una fuerza
inexplicable. Empujando hacia arriba, apreté los dientes, ignorando todo
el dolor. La sangre me corría por la cara a causa de los cortes de los
cristales y los puñetazos, pero no sentía nada.
Estaba adormecida.
Había cadáveres a mi alrededor. Algunos guardias ya corrían hacia la
puerta. Nadie parecía darse cuenta ni preocuparse por mí. La FDH había
sido atacada. Yo ya no era la amenaza más crítica. Pero no pasaría
mucho tiempo antes que la atención volviera a centrarse en mí.
Sin dudarlo, corrí hacia la salida, con las plantas de mis pies cortadas
por fragmentos de vidrio, dejando huellas sangrientas como rastro.
El alboroto y el desorden hicieron girar a los guardias en círculos. La
FDH nunca había sido atacada antes, y ningún entrenamiento se
comparaba con la realidad.
Los soldados corrieron hacia la explosión, sin que nadie se fijara en mí
mientras me escabullía en dirección contraria a las puertas, siguiendo el
tirón de mi estómago hacia la oscuridad.
—¡Brexley! —Me detuve al oír mi nombre y me volví hacia la FDH.
Caden estaba a unos metros de distancia. El torrente de luces de la
FDH resaltaba y ensombrecía sus rasgos. Pude ver que su esmoquin
estaba roto, la sangre goteaba de su mejilla, pero la agonía en sus ojos me
apuñaló en el pecho. No podía soportar la angustia absoluta con la que
me miraba, la confusión, el dolor.
No podía arrastrarlo conmigo. Lo amaba más allá de las palabras, pero
en este momento, supe que mi vida nunca podría estar entre estas
paredes. Ahora era un enemigo.
El lugar de Caden estaba aquí. Este era su hogar.
Volví a mirarlo, la pena batiendo mis pestañas mientras una lágrima
caía por mi cara.
—Lo siento —dije, sin saber si me había oído antes de girar hacia atrás
y desaparecer en la oscuridad, dejando un trozo de mi corazón con él.
—¡BREXLEY! —Un aullido de agonía llegó desde detrás de mí. El
sonido gutural me hizo subir un sollozo a la garganta, haciéndome correr
más rápido. Luché contra mis lágrimas, concentrada en mi supervivencia.
Como si una cuerda me tirara hacia delante, me deslicé más allá de las
puertas de Leopold, sabiendo que nunca volvería a entrar. No como una
persona libre.
En lo más profundo de la oscuridad, divisé una luz trasera roja y
brillante, una enorme silueta a horcajadas sobre una motocicleta.
Sus ojos turquesa trascendieron la oscuridad, recorriéndome como
dedos.
No quería pensar en cómo estaba aquí, en cómo sabía que necesitaba
una distracción para salir, en cómo sabía dónde estaría sin siquiera
pensarlo. Mis sentidos y mi mente ya estaban sobrecargados.
—Sólo por ti, princesa… —Aceleró el motor mientras me agarraba al
vestido, subiendo detrás de él, preguntándome cómo había conseguido
una moto nueva tan rápidamente. No eran fáciles de conseguir en este
país—. Correría desnudo, ensangrentado y descalzo.
—Cállate. —Lo rodeé con mis brazos.
Resopló, sacudiendo la cabeza, la moto acelerando por la calle. Me
giré y miré hacia atrás, viendo cómo las luces del único lugar que había
conocido se convertían en territorio extranjero y enemigo.
Istvan no lo dejaría pasar. Vendrían por mí. Enviaría a su asesino a
seguirme la pista.
Aspiré, levantando la cabeza, viendo pasar los edificios borrosamente
mientras mi antigua vida desaparecía detrás de mí.
El problema era que la chica que iban a rastrear ya había sido
destruida. Golpeada, torturada y enterrada.
No sabía que ahora estaba cazando a un monstruo.
Como un presagio cabalgando por la noche, mi vestido rojo escarlata
corría detrás de mí, navegando al viento en una máquina negra conducida
por la propia muerte, llamando más la atención de lo deseado. Con
gemas, la seda más fina y encajes caros, el rico y profundo color era
suficiente por sí mismo para gritar riqueza y privilegio. Las élites no
durarían mucho en estas calles.
Warwick y yo no hablamos mientras él zigzagueaba por las
callejuelas, maniobrando entre los caballos y los carros, asegurándose
que sí alguien nos siguiera, le costara seguirnos.
Más y más gente paseaba por las calles cuanto más nos acercábamos al
corazón de las Tierras Salvajes. Las hogueras brillaban en los barriles
mientras grupos de personas se acurrucaban en busca de calor a su
alrededor con niños y bebés, con los rostros dibujados, sucios y llenos de
cicatrices. Pero sus miradas se volvieron hacia mí, iluminándose con
asombro ante mi fino vestido, para luego volverse rápidamente hacia la
codicia.
Sabía lo que podían hacer por ellos unos cuantos metros de ese rico
material. Llenar sus estómagos durante muchas noches.
Al entrar en un callejón sin luz, Warwick apagó los faros y redujo la
velocidad hasta que nos metió en un camino aún más pequeño y detuvo
la moto. Nos sentamos por un momento en la oscuridad, con una pizca
de luna que proyectaba un brillo espeluznante sobre nosotros, sólo
nuestras respiraciones y los sonidos lejanos tocaban el aire. El hedor de
la orina vieja y la basura me atacó la nariz, obligándome a respirar por la
boca.
Después de varios momentos sin que nadie nos siguiera por el carril,
mis hombros se relajaron.
Emitió un sonido en la garganta, girando la cabeza lo suficiente como
para distinguir su perfil. Sin mediar palabra, comprendí lo que quería.
Me bajé de la moto, aparté los restos de mi vestido roto y comprobé que
los documentos seguían bien pegados a mi esternón.
Warwick empujó la moto detrás de un contenedor de basura, arrojando
cajas de cartón sobre ella para ayudar a disimularla. Resopló por la nariz
e hizo un gesto con la barbilla para que lo siguiera.
—No te alejes —dijo, con la frente arrugada por la irritación y su
mirada recorriendo mi cuerpo—. Eres un objetivo andante,
especialmente en Carnal Row.
—¿Carnal Row?
—Así se llama este lugar. No es difícil averiguar por qué se llama así.
La música, las risas, los gritos y el parloteo aumentaron a medida que
nos adentrábamos en el carril principal, cuyo nombre encajaba con el
depravado ambiente de carnaval. El camino familiar repleto de figuras
sacudió mi sistema con olores y vistas casi tanto como la primera noche
que pasé por aquí.
Era un sábado por la noche y el lugar rebosaba de pecado, codicia,
lujuria y seducción. La fiesta estaba llena de sexo, juego y bebidas.
Jadeé cuando una ráfaga de fuego estalló sobre mi cabeza, atrayendo
mi mirada hacia una mujer en bragas y corsé que se balanceaba en un
aro, haciendo girar un bastón en llamas. Las hamacas que colgaban del
techo ya estaban llenas de figuras desnudas perdidas en el éxtasis, sus
gemidos se enhebraban con la música que salía de cada establecimiento.
Los rugidos de lo que parecían animales salvajes bramaban desde el
fondo de la fila. Los cambia formas que sólo se desplazaban a medias se
movían de un lado a otro, ofreciendo píldoras y alcohol. Los disfraces
brillantes y baratos brillaban bajo las bombillas mientras hombres y
mujeres apenas vestidos enroscaban sus dedos, atrayendo a la gente para
que se acercara. Las mesas estaban repletas de jugadores y las peleas
estallaban cuando se descubrían las manos.
Al pasar por un local de juego, un hombre gritó:
—¡Tramposo! —Sacando una pistola, apuntó a otro hombre y lo mató
de un disparo en un abrir y cerrar de ojos. Los disparos ni siquiera
hicieron que la gente se inmutara.
—¡Eh, preciosa! —Una mano me tocó la cara, atrayendo mi atención
hacia una impresionante mujer fae que estaba frente a mí—. Pareces lista
para la fiesta. —Su mano se desplazó por mi cuerpo, ronroneando con
lujuria y promesas, pero sus ojos estaban vacíos—. Puedo ofrecerte lo
que desees —dijo, pero sus dedos volvieron a la seda de mi vestido, su
pulgar recorriendo la tela mantecosa y las gemas cosidas a mano en las
rosas—. Oh, mis dioses… —Su boca se abrió—. ¿Esto es real? Esto es
real, ¿no?
Warwick gruñó, agarrando mi mano y tirando de mí a través de la
multitud, lejos de ella.
—Tenemos que quitarte ese maldito vestido. Ahora —me dijo al oído,
acercándome, con el calor de su cuerpo apretándome mientras me llevaba
hacia un edificio conocido.
Kitty's estaba iluminado, casi todas las ventanas estaban llenas de
gente de todos los sexos. Las chicas llevaban corsés, batas y medias de
red. Los chicos sólo llevaban bóxers que mostraban sus paquetes,
algunos con sombreros de copa o chaquetas de cuero. Todos estaban en
posturas sexuales, exhibiendo lo que tenían que ofrecer, gritando ofertas
de sexo a los que pasaban. Jóvenes y viejos, los clientes entraban y salían
por la puerta principal en un flujo constante. Los gruñidos del callejón y
las ventanas sugerían que algunos ya se estaban dando el gusto.
—Warwick, cariño. —Todos arrullaron desde las ventanas. Levanté
mi atención, aterrizando en uno, mis párpados se estrecharon.
—Avísame cuando estés listo. Las chicas y yo dejaremos lo que
estemos haciendo por ti. —Nerissa se asomó a la ventanilla, mostrando
unos generosos pechos que salían de su top. Su mirada se deslizó hacia
mí, una sonrisa pícara curvando sus labios. Presumida. Como si ella
supiera exactamente cómo sabía, cómo se sentía... y yo no—. Oh, mira
quién ha vuelto. ¿La señorita Prudencia va a rebajarse a nuestra clase de
nuevo?
—Nerissa —advirtió Warwick, pero su sonrisa se volvió más risueña.
Subió de un salto los escalones hasta la puerta, sin mirar atrás para ver
si yo estaba detrás de él. Me sentí como una molestia o una hermana
menor a la que estaba obligado a venir a recoger.
Que se joda. Resoplando, me agarré a los lados del vestido, tirando de
el hacia arriba, subiendo las escaleras, tratando de no estremecerme. Las
tiernas almohadillas de mis pies ardían, dejando huellas parciales
ensangrentadas en los escalones.
—¿Qué? ¿No tenías nada más que ponerte? ¿Sólo algo que te pusiste,
duquesa? —Nerissa se inclinó más hacia fuera mientras se burlaba de mí,
y los demás aullaban de risa desde sus posiciones.
Gruñendo, la ignoré, entrando por las puertas.
—Warwick. —Un suspiro persistente y humeante lleno de fastidio y
amor—. No soy una casa de acogida. —La propia dama, Madam Kitty,
estaba de pie en el gran salón, con un aspecto tan pulido y elegante como
siempre. Su piel oscura brillaba a la luz de la lámpara, resaltando sus
afilados pómulos. Esta noche llevaba un vestido verde cubierto de
lentejuelas que se ajustaba a su cuerpo como un guante, con el cabello
oscuro recogido en una coleta alta y elegante, cuyas puntas le llegaban a
la cintura. Sabía que el cabello no era real. Tampoco lo eran las largas
pestañas y las aún más largas uñas rojas. Era llamativa, pero
excepcionalmente intimidante. Sin embargo, había algo que no encajaba,
algo que no podía explicar exactamente.
—Kitty… —Warwick inclinó la cabeza hacia un lado, dedicándole
una pequeña sonrisa—. Te juro que no pasará nada.
—Mi querido muchacho… —Su voz se volvió muy baja, su mano fue
a la cadera—. La última vez que dijiste eso, tuve que remodelar todo el
segundo piso.
—Eso fue una vez.
—La vez anterior, fue la sala de estar... La vez anterior tuve que
reemplazar cuatro camas...
—Eso fue completamente por una razón diferente. —Levantó la mano.
Sus pestañas rizadas bajaron en un gesto de desprecio antes que sus
ojos se deslizaran lentamente hacia mí. Siempre parecía disgustada, a no
ser que estuviera hablando con Warwick, pero no podía saber en absoluto
lo que pensaba de volver a verme.
Su mandíbula se tensó y su atención volvió a centrarse en Warwick.
—Un día de estos se te acabarán los favores.
La devastadora sonrisa de Warwick bailó sobre su rostro con descaro,
haciéndome inhalar bruscamente: una sonrisa genuina. Sus ojos brillaron
mientras tomaba su mano, besándola. —Eres un diamante raro, amiga
mía.
Ella resopló, retirando la mano y dándole una palmadita en el hombro.
—Sí que soy rara. —Suspiró—. Ahora sal de mi vista antes que cambie
de opinión. —Él volvió a sonreír, besando su mejilla—. ¡Vete! —Ella lo
golpeó—. No sé por qué te he aguantado todos estos años.
Warwick me devolvió la mirada, luego se dio la vuelta y subió las
escaleras, su alegre humor se disolvió en el instante en que me miró.
Agarrando la monstruosidad que llevaba, me dirigí a las escaleras,
inclinando la cabeza hacia Kitty.
—Gracias.
—Ten cuidado con ese, chica —dijo ella, con su reserva y su aspecto
pulido de nuevo en su sitio, viendo a los clientes entrar y salir por la
puerta—. Tiene una forma de arrastrarte, de ahogarte... —Tragó saliva, y
mis ojos se dirigieron a su cuello, notando la nuez de Adán—. Y todo lo
que haces es pedir más.
Hice una pausa, mi mirada buscó en su rostro, viendo la verdad detrás
de la máscara.
—Estás enamorada de él.
Su boca se torció en una suave burla, sin negarlo.
—El amor de mi vida es este lugar. No me sirve de nada el corazón.
Aprendí esa lección hace mucho tiempo. —Me miró—. Pero déjame
advertirte: no hay nada peor que amar a un hombre que nunca te
corresponderá. Es el peor tipo de tortura porque puedes acostumbrarte a
ella, anhelarla, desearla más que a la vida. Ni siquiera sabrías cómo
detenerlo. Ni quieres hacerlo. —Me tocó el brazo, inclinando la cabeza,
examinándome—. Pero quizás esta vez sea él quien deba tener cuidado.
—Sus ojos me recorrieron antes de apartarse—. Enviaré ropa para ti.
Mis ojos la siguieron hasta que la perdí de vista, sintiendo su
advertencia como algo pesado y potente.
Subiendo los escalones, mi mirada bailó alrededor. Nunca imaginé que
volvería aquí. Pasó sólo un mes, pero me parecían años.
Todo había cambiado desde la primera vez que subí estas escaleras.
Entonces lo único que quería era volver a casa, a mi vida, a Caden,
creyendo que podría volver fácilmente a ese mundo y ser feliz. Ahora no
tenía hogar, ni lugar ni familia a la que volver. Era una traidora a mi
pueblo, ya no era bienvenida.
No tenía hogar, no tenía dinero y era una verdadera huérfana.
Suspirando, me dirigí a la habitación en la que estaba Warwick.
Sea cual sea el vínculo que nos unía, me dio un susto de muerte y me
subió la rabia por la columna, porque lo sentía como un hogar. Algo a lo
que mi alma se aferraba, lo que me hacía querer cortarlo más. No era
sólo el miedo a lo desconocido o a lo que había perdido esta noche lo que
jugaba con mis emociones, sino la certeza de la atracción hacia la
habitación del fondo del pasillo. Podía sentirlo. Verlo. Sin siquiera estar
cerca de él, sabía que había una botella de Pálinka medio vacía sobre la
mesa, cartones de comida para llevar en la basura y una chaqueta en la
silla.
Warwick no era alguien a quien te apegaras de ninguna manera. Era la
muerte. Un lobo solitario. Vicioso y cruel.
—Es el peor tipo de tortura porque puedes acostumbrarte a ella,
anhelarla, desearla más que a la vida. Ni siquiera sabes cómo parar. Ni
quieres hacerlo.
Los tablones de madera crujieron bajo mis pies descalzos cuando entré
en la habitación. El olor a humedad se había instalado tan profundamente
en las paredes que ningún día de primavera podría airearlo. Las
indulgencias de esta habitación manchaban los suelos y las paredes;
estaban impresas en los muebles y grabadas en los propios cimientos del
edificio.
Warwick estaba de espaldas a mí, mirando por la ventana. Tenía las
manos en las caderas y los hombros se apretaban contra sus orejas. Su
camiseta se extendía por la espalda, los músculos se flexionaban con
cada respiración acompasada.
La puerta se cerró tras de mí, dejándonos solos en la pequeña
habitación. Engullía cada molécula, cada aliento, acaparándolo y
empujándolo contra mí como si pudiera ocupar el poco espacio que yo
contenía.
Levanté la barbilla, rechazando su dominio, impidiendo que se
apoderara de lo poco que me quedaba. Olfateó, el silencio tejiendo un
peso palpable en el aire.
El impulso hizo que mis sentidos se extendieran, como si estuviera
junto a él, deslizándome hacia el interior, sintiendo su ira y su
resentimiento como si lo vertiera en mis manos, envolviéndome con él
como un lazo.
Un gruñido profundo salió de él, sus hombros se movieron hacia atrás.
—Para —dijo, tan bajo que casi se perdió en la grava de su voz.
Me erguí más, empujando con más fuerza, quitándole lo que intentaba
reclamar de mí.
—Para —gruñó de nuevo, su físico se cerró, pero al mismo tiempo se
expandió tanto que bloqueó toda la ventana.
—¿Puedes sentir eso? —No era realmente una pregunta. Di un paso,
imaginando mis dedos recorriendo su columna. Podía sentir la tela de su
camisa, sus músculos tensos bajo mi toque.
—Dije. Que. Te. Detengas. —Su cabeza se inclinó hacia mí, un
gruñido curvando su labio.
—¿Cómo? —No me detuve, sólo me acerqué a él, sintiendo su pulso
golpear las yemas de mis dedos imaginarios. Podía percibir su inquietud
y su creciente irritación.
En un instante, un interruptor pareció activarse.
Saltó hacia delante, rodeando mi cuello con la mano como una boa y
empujándome contra la pared. Las chispas corrieron por mis venas, el
odio y la lujuria crepitaron en mi interior.
—Te he dicho que pares. —Sus ojos luminiscentes ardían en la
habitación oscura, su boca estaba a un suspiro de la mía, su agarre me
apretaba la garganta.
—Tú no me dices lo que tengo que hacer —dije con desprecio. Cada
fibra de mi cuerpo ardía de vida, absorbiendo su rico y sexy olor, su
calor, su furia.
—Quizás deberías escuchar por una vez. —Se apretó contra mí, la
falda le impedía aplastarse contra mí, pero de alguna manera seguía
invadiendo mi espacio. Su pesada polla palpitaba y estaba caliente—.
Entonces quizás no tendría que seguir salvándote el culo, princesa.
La rabia me quemó la garganta, estallando y efervesciendo como
fuegos artificiales. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su boca.
—Quítate de encima. —Le empujé el pecho, sin moverle un pelo—.
No te pedí que me salvaras. —Intenté empujarle de nuevo, pero no se
movió ni un milímetro—. Tampoco necesitaba tu ayuda
—¿De verdad? —Su mano libre agarró mis brazos agitados,
inmovilizando uno de ellos contra la madera—. Entonces, ¿a qué ha
venido tu visita aquí?
—No lo he hecho a propósito —me quejé, tratando de resistirme a
él—. Ahora suéltame.
—Si realmente pensara que lo haces a propósito, lo haría. —Me
empujó con más fuerza contra la pared, su pulgar se deslizó por mi
garganta y sus labios rozaron mi oreja. La humedad palpitaba entre mis
piernas, mis pezones se endurecieron ante su intensidad. Una risa oscura
salió de su garganta. Mi cuerpo se rindió por completo—. Eso es lo que
pensaba. Te guste o no, sé lo que te gusta, Kovacs. Lo oscuro y sucio que
quieres. Aunque no lo admitas todavía.
—Que te jodan. —Me contoneé bajo su agarre, y él se inclinó más
sobre mí.
—¿Qué te dije de eso? —Me agarró ambos brazos, atrapándolos junto
a mi cabeza, su volumen consumiendo el mío. Tomando el control.
Exigiendo más de mi espacio. Físicamente no era rival; lo entendía. Pero
mentalmente…
En mi cabeza, las yemas de mis dedos patinaban lentamente por sus
brazos. Pequeñas protuberancias surgieron en su piel tras mi toque
fantasmal. Su ceño se arrugó y su mandíbula se tensó. Pasé por su pecho,
sin detenerme al llegar a la línea en V ligeramente expuesta entre su
camisa y sus vaqueros.
Aspiró, y supe que me sentía trazar la profunda hendidura como si mis
manos estuvieran realmente allí.
—Kovacs —dijo entre dientes apretados.
—¿Qué? —Lo desafié, mirándolo fijamente a los ojos mientras sentía
mi mano deslizarse dentro de sus jeans, rozando la punta de los mismos.
—Joder. —Se atragantó, su cuerpo se curvó naturalmente hacia mí,
buscando más, deseando mi toque.
Mis dedos hormigueaban como si realmente estuviera acariciando su
piel caliente, sintiendo su pulso y su crecimiento contra mi palma. El
deseo me atravesó y mis caderas se abrieron, deseando.
Agarrándolo con más fuerza en mi mente, mi mano podía sentir cada
vena, cada centímetro de su piel. Pero incluso mis manos imaginarias se
esforzaban por captar su anchura y longitud.
Maldita sea. Este hombre era realmente una leyenda.
El aire salía de mis pulmones, igualando al suyo, mientras subía y
bajaba por su eje.
Gruñó y empujó sus caderas dentro de mí, apretando sus brazos. Sus
ojos brillaron, encontrándose con los míos, respirando con fuerza por la
nariz.
En ese momento, no era un mito ni una bestia cruel. Éramos iguales. Y
podía ponerlo de rodillas tan fácilmente como él a mí.
Sin llegar a tocarlo.
—Para. —Un gruñido gutural vibró en su garganta.
Lo golpeé con más fuerza en mi mente. Inhaló bruscamente y sus ojos
se pusieron vidriosos por un momento.
—¿Quieres jugar? Bien —murmuró. Una mano permanecía en mis
muñecas mientras la otra me agarraba la nuca con fuerza.
Sin aviso ni facilidad, dos dedos fantasmas acariciaron mi ropa interior
de encaje, apartando la tela, deslizándose a través de mí mientras sus
manos reales permanecían exactamente donde estaban. Un jadeo abrió
mi boca, un gemido profundo queriendo escapar. Apreté los dientes para
mantenerlo encerrado.
—Alguien está mojada. —Warwick sonrió, claramente amando el
cambio de poder.
Mi cuerpo se movió al instante para buscar su tacto, anhelándolo tanto
que una sacudida de miedo casi me cegó. Con un grito feroz, me
abalancé sobre él, empujándolo. Warwick no se resistió, soltó las manos
y me dejó salir corriendo hacia el otro lado de la habitación. No es que
pudiera escapar de él.
—¿Cómo es posible? —Mi mano fue a mi estómago, sintiéndome
ansiosa—. ¿Por qué está pasando esto?
Warwick se frotó la cabeza, alejándose lo más posible de mí.
—Tu suposición es tan buena como la mía.
La emoción me dominó.
—¿Cómo lo detenemos? No entiendo... ¿Por qué? ¿Cómo?
—Yo. No. Lo sé. Joder —rugió, con la rabia a flor de piel—. Créeme,
ojalá lo supiera
Me giré, mirándole con desprecio.
Él me devolvió la mirada.
—¿Crees que quiero esto? —Hizo un gesto entre nosotros—. Sea lo
que sea. Lo odio. Quiero que desaparezca. A diferencia de ti, parece —se
quejó, mirándome como si fuera mi culpa.
—¿Crees que quiero esto? —Me apuñalé el pecho—. Yo tampoco lo
quiero.
—Parece que te funciona. Dos veces te he salvado del peligro.
—¿Quieres decir que después de entregarme al señor de los faes?
¿Intercambiarme como si fuera una carga?
—No parecías sufrir mucho allí. ¿Cuánto tiempo tardaste en caer en su
cama?
Mi mandíbula crujió dolorosamente, con la furia desatada en él.
Instintivamente, supe que podía sentir mi ira y mi odio.
—Me traicionaste.
—Así son las cosas aquí. Te dije que sólo confiaras en ti misma. Cada
uno a lo suyo. Así son las cosas en el mundo real, princesa.
—Mentira —grité—. Mira a tu alrededor, Warwick. ¿Crees que estás
solo aquí? Tienes una casa llena de gente dispuesta a protegerte. ¡Az
istenit! Esa mujer de ahí abajo haría cualquier cosa por ti. Ocultarte a
cualquier precio. ¿Estás tan ciego, o te parece bien utilizar el hecho que
ella esté enamorada de ti?
Sus hombros se levantaron, un nervio bajo su ojo se crispó. Una ráfaga
de rabia me golpeó en el estómago cuando se acercó a mí.
—No sabes nada de ella, ni de mí, ni de nuestra historia. No hables de
cosas de las que no sabes nada.
—Pero lo ves, ¿verdad?
—No es lo que tú crees. Hemos pasado por cosas que tu cerebro
humano nunca podría comprender. No eres más que una niña.
—¿Disculpa? —grité, cerrando los últimos metros entre nosotros, cada
fibra de mi ser chisporroteando—. Esta maldita niña ha vivido en
Halálház. He asesinado y sobrevivido lo mismo que tú. Quizás no he
pasado por tanto, ni he vivido tanto, pero no te atrevas a rebajar lo que he
hecho... lo que he vivido y experimentado. —Le presioné el pecho—.
Mis manos también están manchadas de sangre.
Exhaló por la nariz, mirándome a través de sus pestañas.
—Creo que eso es lo que realmente te asusta...
—¿Me asusta? —se burló, inclinándose sobre mí—. Nada me asusta,
cariño.
—Excepto yo. —Las palabras salieron de mi boca sin pensar.
—¿Tú? —Dejó caer la cabeza hacia atrás con una risa oscura—. ¿Una
humana insignificante que ni siquiera será un destello en mi vida?
—Sí, porque yo también te veo, Farkas. —Sonreí. Esta vez, en lugar
de concentrar mi energía en su piel, me sumergí por debajo, rozando su
mente, su alma, alcanzando su verdad.
Apenas me coloqué bajo su piel, sentí que la energía volvía a
golpearme, envolviéndome.
Dolor alucinante.
Un placer cegador.
Un aullido resonó en la habitación al mismo tiempo que un grito salía
de mis labios, el poder era tan penetrante que mis rodillas se hundieron.
Jadeando ante la intensidad, me retiré rápidamente, no preparada para las
emociones extremas que abrumaban todos los sentidos.
¿Qué demonios fue eso?
Hubo una pausa mientras nos mirábamos fijamente, sin poder hablar.
Me agarró bruscamente, golpeando nuestros cuerpos contra la pared.
La locura indomable crepitó en él mientras se aplastaba contra mí, el
vestido no pudo resistir la fuerza. Incluso el aire pareció apartarse de su
camino, aterrorizado por el lobo furioso. La muerte parpadeaba en sus
ojos, su cuerpo vibraba. Sus ojos se clavaron en los míos.
Muerte.
Deseo.
Devastación.
Hambre.
Odio.
Lo sentí todo, como una pequeña prueba de una droga, y ahora quería
más. Lo necesitaba.
Sus dedos se clavaron en mi piel, sus ojos salvajes y despiadados,
dispuestos a desgarrar la habitación, mi vestido y mi piel,
desmantelándome hasta que no fuera nada. Arrasando con nosotros hasta
que nos destruyéramos mutuamente, sin dejar más que destrucción a
nuestro paso.
Su mirada se dirigió a mi boca y se inclinó hacia ella, con el calor de
su aliento rozando mis labios.
—¿Hola? —Sonó un golpe en la puerta, y la voz acentuada de una
mujer atravesó la habitación como un hacha, cortando la espesa bruma
que nos separaba, sacudiéndonos como si alguien nos hubiera echado
agua helada encima.
La puerta comenzó a abrirse. Warwick se alejó de mí como si le diera
asco, su ira seguía pesando en mi lengua, su repentina ausencia se sentía
como un desgarro en mi piel.
Respirando profundamente, traté de estabilizar mis piernas.
Se oyó un chillido en la puerta. Giré la cabeza hacia la forma familiar
que estaba en la puerta.
—¡Rosie! —Una sonrisa apareció en mi cara, mi cuerpo ya se movía
hacia mi amiga. Llevando exactamente lo mismo que cuando la conocí,
mi falsa rosa inglesa, con su brillante cabello rojo y sus ojos azules, era
aún más bonita de lo que recordaba—. ¡Oh, mis dioses!
—¡Cariño! —Me envolvió en sus brazos, sintiendo sus enormes
pechos como mullidas almohadas—. Eres tú de verdad. —Se apartó,
agarrando mi cara, mirándome con total alegría—. Cuando la señora dijo
que necesitaba que le trajera ropa de mujer a la habitación de Warwick...
lo esperaba. —Me atrajo de nuevo para un rápido abrazo—. No puedo
creer lo feliz que estoy de verte. Desde que te fuiste esa noche, se me
hizo un nudo en el estómago. Tenía una sensación horrible. Pero
entonces vi… —Sus ojos se dirigieron a los de Warwick y luego
volvieron a los míos—. ¿Interrumpí algo?
—¡No! —Los dos sacudimos la cabeza con fuerza.
Ella resopló, guiñándome un ojo.
—Siguen diciendo eso, y yo todavía no les creo.
—Me alegro de verte. —Agarré la ropa de las manos de Rosie—.
Muchas gracias.
Su mirada finalmente se fijó en mi vestido, sus ojos se abrieron de par
en par.
—Maldita sea. —Su exagerado acento inglés se acentuó—. ¿Esto es
seda de verdad? —Tocó una de las rosas—. ¿Son joyas auténticas?
—Sí, y son todas tuyas.
—¿Qué?
—¿Qué?
Tanto ella como Warwick se sacudieron hacia mí, su sorpresa se
convirtió en irritación.
—Vende lo que puedas, haz disfraces con el resto, haz lo que quieras.
No quiero volver a verlo. —Le apreté la mano—. Las gemas son todas
reales, así que no dejes que nadie te estafe.
Warwick resopló, negando con la cabeza mientras agarraba la botella
de Pálinka de la mesa y la tomaba de un golpe.
—¿Estás segura? Puedo decir que esta cosa cuesta una fortuna. Puede
que necesites el dinero.
Warwick hizo un ruido en su garganta como si estuviera de acuerdo
con ella.
—Estoy segura. Paga tus deudas, Rosie. No seas propiedad de nadie.
Incluso de Kitty.
Me miró con desconfianza.
—Sin ataduras. Es tuyo.
Las lágrimas llenaron los ojos de Rosie. Batió sus gruesas pestañas,
con la cabeza temblando.
—No sé qué decir. Bondad sin ataduras... No es algo que ocurra aquí.
No entendía cómo era realmente vivir en un mundo tan despiadado
que nadie hacía nada sin que le beneficiara.
Sin esperar, me despojé del vestido, dejando los documentos doblados
que robé en la mesita de noche. Me puse el camisón suelto, que no cubría
mi pecho sin sujetador, y me puse el diminuto pantalón corto de rayón y
un chal. Todo era fino, barato y raído.
—Toma. —Le entregué el pesado vestido, sintiendo mis huesos
liberados del peso.
—Intentaré encontrarte unos pantalones y un top más adecuados. —
Me quitó el vestido sin mirarme a los ojos—. Si hubiera sabido que eras
tú de verdad, me habría esforzado más por encontrar ropa mejor.
—Esto está bien.
Asintió con la cabeza, dando un paso atrás.
—Ya viene la comida. La señora quiere que les recuerde a ambos que
no salgan del dormitorio. Algunos de nuestros clientes estarían
especialmente interesados en encontrarlos a ambos.
—Entendido. —Asentí con la cabeza.
—No es como si no pudieran encontrar algo que hacer. —Me guiñó un
ojo.
—Buenas noches, Rosie. —Le abrí la puerta.
—Buenas noches, cariño. —Sonrió con picardía, mirando entre
Warwick y yo.
—Brexley —dije, sintiendo la necesidad de confiar en ella.
—Lo sé. —Ella inclinó la cabeza.
—¿Lo sabes?
—Cariño, mírate... Incluso antes de saber tu nombre, sabía que no eras
una de los nuestras. Pero Anita lo confirmó cuando pasó de contrabando
un periódico de Leopold de uno de los soldados con los que se acostó:
estabas en la portada. Tan impresionante y regia. La princesa de Leopold.
Warwick se rió sombríamente, tomando otro trago.
—¡No soy una princesa! —exclamé, fulminando con la mirada a
ambos.
—Sí lo eres en comparación con nosotros, cariño. Aunque me alegro
que hayas vuelto. —Se alejó, con el rojo presagio arrastrándose detrás de
ella como un torrente de sangre.
En el momento en que cerré la puerta, la habitación se derrumbó sobre
sí misma, llenándose de energía tensa. Relleno y apretado contra mi piel.
La energía que había entre nosotros antes que Rosie nos interrumpiera
me hizo sentir como si tuviera un pinchazo en las tripas. No podía
descifrar mis sentimientos.
—Has regalado una fortuna —gruñó Warwick—. Te das cuenta de lo
estúpido que fue, ¿verdad?
Probablemente no. Aparte de mi tiempo en Halálház, donde el dinero
no entraba en juego, nunca había estado sin él. Nunca había tenido que
preocuparme o pensar en el dinero. Incluso nuestras comidas en los
restaurantes estaban cubiertas. El ayudante de Markos se encargaba de
las cuentas. Nunca llevaba dinero en efectivo.
Ahora estaba en la ruina, pero nunca podría arrepentirme de haberle
dado el vestido a Rosie. Ella lo necesitaba mucho más que yo.
Tragando, me di la vuelta, desechando su pregunta, mi atención en
otras cosas. Me senté en la cama, con el silencio que sofocaba el aire.
—Las dos veces que me rescataste... sabías dónde estar. —Me aclaré
la garganta—. Cómo sacarme.
No respondió, la silla del otro lado de la habitación crujió con su peso
al sentarse.
—¿Sabes cómo hacer bombas?
—Tengo contactos. —Se echó hacia atrás en la desvencijada silla,
apoyando la bota en la cama.
Asentí con la cabeza, retorciendo los dedos en el edredón.
—¿Cómo detenemos esto?
Suspiró, con la cabeza apoyada en el cojín y los ojos en el techo.
—Ojalá lo supiera. Empezaré a preguntar por ahí, pero tenemos que
tener cuidado. —Su expresión grave se encontró con la mía—. No
sabemos qué es esto. E incluso en el mundo de los faes, algo no natural
suele tratarse con desconfianza. Cualquier enemigo que descubra que
estás conectada conmigo... lo usará contra mí y viceversa.
—Joder. —Subí las piernas hasta el pecho, apoyando la frente en las
rodillas. Ni siquiera había pensado en eso. La lista de enemigos de
Warwick era probablemente extensa, y la mía crecía a cada momento.
Habían cambiado tantas cosas desde la última vez que estuvimos
juntos en esta habitación, pero mi cabeza seguía volviendo a los
momentos en que nos sentábamos en estos mismos lugares, hablando.
Levanté la vista hacia él.
—¿Por qué me entregaste a Killian?
Giró la cabeza hacia la ventana.
—No me digas que estabas sufriendo.
—Que te jodan —dije de manera uniforme—. No tienes ni idea de lo
que realmente pasó detrás de esas paredes. No te sientes aquí actuando
como si me hubieras hecho un favor. Me traicionaste, Warwick. Me
vendiste.
Se bebió un buen trago de alcohol.
—¿Fue tu plan todo el tiempo?
Lo vi moverse ligeramente en su silla. Intenté acercarme y percibir
alguna emoción, pero como si me hubieran abofeteado la mano, sentí que
me echaba para atrás. Bloqueándome.
—Ah. —Fruncí los labios—. Fingir salvarme de Halálház sólo para
poder venderme tú mismo a él. —Una pierna se deslizó hasta el suelo, la
otra se enroscó frente a mí—. Bien hecho
Bebió más.
—¿Por qué retenerme tres días entonces? ¿Por qué no cambiarme de
inmediato?
—Kovacs —retumbó mi nombre.
—No, tengo curiosidad. Ya que me encuentras tan repulsiva
físicamente, sé que no me mantuviste para divertirte un poco.
Su cabeza se dirigió a mí.
—No es que no pudieras conseguir eso aquí cuando quisieras de todos
modos.
—No tienes idea de nada.
—Entonces dime. Ya que valgo tan poco para ti.
—Cállate, Kovacs. —Se levantó de la silla.
—No. —Me puse de pie con él—. ¿Por qué molestarse en venir por mí
esta noche? ¿O en salvarme de Killian? Ahora te has convertido en un
enemigo de Killian, ¿para qué? ¿Odias esta conexión? —Hice un gesto
entre nosotros—. En cualquier momento, podrías haber acabado con ella.
Resopló.
—Recuerda que soy una humana insignificante. —Rodeé la cama,
todo en mí tranquilo y controlado—. No soy nada para ti, ¿verdad?
Su pecho vibró con un gruñido.
—¿Cuánto dinero conseguiste por mí? Espero que haya sido
sustancial-
—Cá. Lla. Te.
—Un premio como yo, la pupila del general Markos, una élite de
Leopold. Apuesto a que te excitas con lo crédula que soy, lo fácil que es
engañarme...
—Kovacs —gruñó, acercándose a mí.
—Una humana estúpida, patética y débil.
—Eres todo menos estúpida, patética y débil —gruñó. En un abrir y
cerrar de ojos, me pasó los dedos por el cabello, tirando de mi cabeza
dolorosamente—. O humana.
Aspiré, con un ruido que se me clavó en la garganta.
Sus ojos escudriñaron los míos como si tratara de desprender cada
capa para ver su interior. Se apartó de mí, mirando hacia la ventana.
—Te cambié porque no tenía otra opción.
Parpadeé, inmóvil ante sus últimas palabras.
—¿Qué?
—Killian tenía algo… —Me devolvió la mirada—. Algo por lo que te
cambiaría de nuevo. Cambiaría cualquier cosa. Incluso mi vida. Así que,
no, no me disculparé por tus sentimientos heridos. Porque lo volvería a
hacer. —Me chasqueó los dedos en la cara—. En un abrir y cerrar de
ojos. Madura de una puta vez. Este no es el mundo feliz e ingenuo al que
estás acostumbrada, princesa. Es despiadado y cruel.
La ira se me erizó en la columna, pero me miré los pies descalzos; el
esmalte rojo había hecho juego con mi vestido. No era el color del amor,
sino de la muerte.
—¿Qué has querido decir con que no soy humana? —Luché por
pronunciar la palabra, el retorcimiento de las tripas me arañaba el pecho.
—Nada. No quise decir eso. —Se pasó la mano por la nuca—. Eres
humana.
—¿Cómo lo sabes?
Levantó la cabeza ante mi pregunta y frunció las cejas.
—Quiero decir, ¿lo hueles en mí o lo ves?
Sus ojos me siguieron, pero no respondió.
—¿Y si...? —Tragué saliva por el nudo en la garganta—. ¿Y si no lo
soy?
—¿Entonces qué serías? —Su voz era baja y tensa.
Mis pestañas se agitaron.
—No lo sé, pero hay algo diferente en mí. —Me crucé de brazos,
necesitando una barrera, mis miedos me hacían vulnerable—. Anomalía.
Anormal. Había otras palabras con las que me llamaban, pero el médico
descubrió cosas sobre mí.
—¿Descubrió qué? —Su voz era tan grave que un escalofrío me
recorrió la piel—. ¿Qué encontró?
Lamiéndome los labios nerviosamente, hablé.
—Descubrieron que mis anticuerpos estaban por encima de los niveles
normales. Es más, debería estar muerta por un fallo orgánico, pero están
más sanos.
—¿Qué anticuerpos? —Warwick pinchó de ira.
—Algo inmunológico, algo que termina con una M.
—Inmunoglobulina M. —Su mirada me taladró, su pecho se movió
más rápido.
—Sí. —Me enderezó, mi corazón tropezó consigo mismo—. ¿Cómo lo
sabes?
—Mierda. —Se giró, con los hombros temblando de furia. Se dirigió a
la ventana y golpeó la pared con el puño—. ¡MIERDA!
—¿Qué? ¿Qué significa eso? ¿Y cómo lo sabes? —Su violencia no me
asustó. En todo caso, me hizo querer calmar a la bestia—. ¿Warwick? —
Le toqué el brazo.
Se apartó de un tirón, su cabeza golpeó repetidamente contra el marco
de la ventana.
—Para. —Lo agarré de nuevo, sin dejarlo retroceder—. Habla
conmigo.
Inclinó la cabeza hacia mí.
—Tengo lo mismo.
—Este lugar es mágico. —Una voz insinuó en el horizonte de mi
conciencia—. Es como nadar en gelatina.
Chirrido.
—¡Ach! ¡Puaj! No, no sabe nada a gelatina. ¡Qué asco!
Chirrido.
—No lo hiciste. Me dijiste que lo probara.
Chirrido.
—Sí, tus dedos se deslizan más fácilmente con él. De hecho, parece
divertido.
Un olor extraño llenó mis fosas nasales, sacándome del sueño que
finalmente había encontrado, mis pestañas se abrieron de golpe.
Bitzy se sentó frente a mí, sus dedos moviéndose en mi nariz. Al ver
que estaba despierta, los sacó lentamente, tratando de parecer inocente.
—Oh, dioses... —Me senté, frotándome la nariz ardiente—. ¿Qué
demonios fue eso?
Resoplé y me limpié las fosas nasales, con arcadas por la textura y el
olor. Mi mirada finalmente captó la escena.
Mi boca se abrió, susurrando:
—Az istenit ...
Opie estaba dentro del cajón poco profundo de la mesita de noche,
vestido con un cuello tachonado de cuero y una correa que se envolvía
como un mono. Plumas de placer rojas, negras y rosadas se pegaban a su
espalda como alas, mientras sus pies descalzos patinaban alrededor de
gel transparente… de un recipiente de lubricante.
Chirrido.
Mi atención se centró en el diablillo sentado en mi almohada. Bitzy
usaba las mismas plumas como alas, con un objeto en forma de dardo
atado a su cabeza.
—Oh, dioses míos... ¿Eso es...? —Una risa quejumbrosa salió de mi
pecho, mi mano frotando mi frente—. Ni siquiera quiero decirte dónde
eso probablemente ha estado.
—Pececito, este lugar es asombroso. Como una tierra de diversión
gigante. —Opie hizo movimientos de carrera a través de la gelatina—.
Esto incluso se calienta. Mis dedos de los pies están tan calentitos.
Mi cerebro no pudo manejar esto tan temprano. No pude contener la
risa. La luz de la mañana posterior al amanecer atravesó las cortinas. Me
di cuenta que estaba nublado y todavía era temprano. Un escalofrío
pellizcó mi piel; el clima se volvía más frío cada día.
Sin tener que mirar, supe que la habitación estaba vacía. Podía sentir la
ausencia o presencia de Warwick como una onda de choque eléctrico.
Warwick todavía no había regresado.
Después de su pequeña revelación, básicamente se había cerrado, me
dijo que me quedara y se fue. Mi sueño había sido todo menos reparador.
Di vueltas y vueltas, esperando a que regresara, su revelación rodando
una y otra vez en mi mente.
Otra cosa que nos unió.
—Mira mis giros. —Opie giró como una bailarina.
Chirrido.
—Mi forma está bien. Mi dedo del pie está puntiagudo.
Chirrido.
—Sí lo es.
Chirrido.
Opie señaló con su gran pie peludo.
—Oh, tienes razón. Eso es mejor.
—Chicos. —Agité mis manos—. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Cómo
supieron que estaba aquí? —Un destello de miedo quemó la parte
posterior de mi cuello. Si lo sabían, ¿otros se habían enterado de dónde
estaba yo? ¿Istvan o Killian ya me habían encontrado?
—Como te encontramos en el último lugar. —Opie hizo una pirueta—.
Hueles, Pececito.
—¿Huelo a pescado?
—No, tienes un olor, Pececito. —Opie dejó caer los brazos y salió del
cajón—. Pensé que habíamos repasado esto.
Chirrido.
Por alguna razón, tuve la impresión que Bitzy simplemente me llamó
idiota.
—¿Pero por qué están aquí? ¿No se supone que deben estar en el lugar
de Killian?
Chirrido.
Opie le lanzó una mirada a Bitzy mientras saltaba sobre la cama,
dejando huellas grasientas en el edredón.
—Mira, hubo un pequeño malentendido... un pequeño percance con un
electrodoméstico... y bueno... digamos que el Maestro Finn no lo aprobó.
Chirrido. Chirrido. Chirrido. Bitzy agitó sus dedos medios en el aire,
su rostro se arrugó de ira, sus grandes orejas bajaron.
Mis ojos se abrieron al sentir su ira.
—Y bueno, supongo que todo el clan brownie había estado… no tan
contento con mi 'actuación' y el sacacorchos operado por magia, lo cual
fue totalmente un malentendido, por cierto. Pero... —Los hombros de
Opie se hundieron de dolor—. De todos modos, el Maestro Finn me echó
del clan.
—¿Qué? —exclamé.
—Ya estaban hartos de mis travesuras y básicamente dijeron que no
era apto para ser un brownie. Fui una vergüenza para toda mi especie. —
Opie resopló, su dolor desgarró mi corazón.
—Oh, Opie, lo siento mucho.
Se encogió de hombros abatido.
Lo miré por un momento, mi cabeza se sacudió.
—Bueno, ¡que se jodan! —Golpeé la cama, Opie y Bitzy se volvieron
hacia mí—. Digo que son una vergüenza si no ven lo increíble que eres.
¡Chirrido! ¡Estoy de acuerdo, que se jodan!
—De acuerdo. —Asentí con la cabeza a Bitzy. Mierda, ¿la estaba
entendiendo un poco?
—¿En serio? —Opie se secó los ojos.
—Ellos son los perdedores. Aburridos y predecibles. Tú —dije a Opie
con un golpecito en el pecho—, eres extraordinario. Y tendrás una vida
llena de aventuras.
—Ohhhh, los brownies no tienen aventuras.
—Pero eres especial.
¡Chirrido!
—No creo que ella se refiriera a ese tipo de especial. —Opie resopló a
Bitzy, tratando de poner sus manos en sus caderas, pero las puntas
puntiagudas del cuello de cuero se cayeron torpemente.
—Finn y los demás no te merecían en su clan. Quiero que estés en el
mío.
—¿Queeeeé?
¡Chirridooooo!
Ambos retrocedieron en estado de shock.
Mierda… ¿dije algo mal?
—¿Está bien?
—Oh, Dios mío, Pececito... —Las lágrimas llenaron los ojos de
Opie—. Ese es el mayor honor que se le puede otorgar a un brownie.
¡Chirrido! La esencia de eso lo entendí como:
—¿Estás segura de que quieres a este imbécil?
—Sí. —La fulminé con la mirada—. Y por más impactante que sea, yo
también te quiero, Bitzy. Es una especie de paquete.
—Estaremos honrados de estar en tu clan. —Opie se dejó caer sobre
una rodilla—. ¡Maestro Pececito!
¡Chirrido!
Estaba bastante segura que ella no repitió exactamente los mismos
sentimientos.
—Mierda. —Un gruñido profundo vino de la puerta. Todos salimos
disparados hacia la bestia que llenaba el marco de la puerta—. Espero
que sepas lo que acabas de hacer —gruñó Warwick, sacudiendo la
cabeza mientras entraba en la habitación.
Opie chilló, sumergiéndose bajo la almohada. Bitzy lo fulminó con la
mirada, volteándose, mientras mi cuerpo ardía con calor, sintiendo su
aura cubrir mi piel como una manta, presionando mis muslos.
—¿Entiendes que ahora eres la orgullosa dueña de dos mascotas ...
hasta la muerte? —Warwick cruzó la habitación pisando fuerte, su
expresión pesada por el cansancio.
—No son mascotas. —Me retorcí, lo seguí con la mirada hasta la silla
donde estaba sentado quitándose las botas sucias.
¡Chirrido! Bitzy alzó los dedos medios y le sacó la lengua.
—Exactamente. —Asentí con la cabeza a Bitzy.
Warwick resopló, la luz reflejó el color irreal de sus ojos mientras me
miraba.
—Te das cuenta que estás hablando con algo que no habla, ¿verdad?
—No importa. La entiendo perfectamente. —Obviamente no lo hacía.
¡Chirrido! ¡Chirrido!
—Como, sé que eso no fue agradable. —Chasqué mi lengua.
¡Chirrido!
—Si. —Me apoyé en mi brazo y levanté la ceja—. Realmente no le
gustas.
Resopló de nuevo, moviendo la cabeza.
—¿Dónde has estado?
Soltó una fuerte exhalación.
—Necesitaba encargarme de algo.
—¿Vas a decirme qué es ese algo?
—No. —Se puso de pie, quitándose la camiseta, exponiendo su pecho
ancho y tatuado, sus músculos ondeando y moviéndose bajo su piel, sus
jeans colgando de sus caderas, mostrando la profunda línea en V. Aspiré,
lanzando mis ojos hacia un lado.
Chirridooooo.
—Secundo eso... maldita sea. —La voz de Opie volvió a centrar mi
atención en la almohada. Ambos se sentaron con la boca abierta, mirando
a Warwick, parpadeando como si estuvieran en trance.
Chirrido.
—Sí... —Opie suspiró—. Él es un sueño.
—Oh no, ustedes también no. —Apreté los dientes. Warwick no
necesitaba un club de fans más grande—. Váyanse —les dije.
—Pero su habitación necesita limpieza, maestra Pececito. —Opie no
se movió, sus ojos brillaban—. Podría lamer, quiero decir, limpiar, su
ropa. ¿Necesitas remendar tus jeans mientras todavía los estás usando?
Las cejas de Warwick se arquearon.
—Váyanse —les ordené—. Vayan a explorar la de Madam Kitty.
Estoy segura que puedes encontrar muchas cosas para hacer atuendos.
Chirrido.
—Creo que también me gustará este mundo exterior, Bitz. —Opie se
puso de pie y, en un instante, ambos desaparecieron.
Warwick los miró fijamente, frunciendo el ceño.
—¿Llevaba un collar con tachuelas? ¿Y el diablillo tenía un tapón
trasero en la cabeza?
—Si. ¿Entonces? —Me encogí de hombros como si fuera lo más
normal.
—Dioses... —Se pellizcó la nariz—. Y pensé que mi vida era extraña
antes que entraras en ella.
—¿A dónde fuiste? —Me quité las sábanas, me puse de pie y me
acerqué a él con mi ropa apenas visible. Su cuello se tensó, su mirada se
apartó de mí.
Gruñendo, se deslizó de mi lado, tratando de evitar mi toque. Se
acercó a la cama, se desabotonó los jeans y se los quitó. Su firme trasero
llenó el bóxer negro. Sus muslos gruesos y su torso tenso eran como
colgar una comida gourmet frente a los hambrientos. Se me hizo agua la
boca. Mi cuerpo palpitaba.
El aire se atascó en mi garganta mientras lo veía gatear sobre el
colchón, su cuerpo de dos metros ocupaba la mayor parte de la cama.
—Dime. —Mi voz salió entrecortada.
Él no respondió. Rodando sobre su espalda, me miró fijamente,
metiendo mi almohada debajo de su cabeza.
—Maldita sea. —Marché al lado de la cama—. Deja de ser tan idiota.
Estamos juntos en esto, lo queramos o no.
Manos agarraron mis caderas y me arrojaron sobre el colchón. Su
volumen se movió sobre el mío, encajando entre mis piernas. La
adrenalina subió por mi columna, cortándome el aire mientras él me
presionaba, mi cuerpo reaccionó instantáneamente.
—No lo olvides, princesa… soy un idiota. De hecho, soy peor. Soy la
muerte. La anhelo como si fuera aire. —Su pulgar se deslizó por mi
barbilla hasta la muesca en mi garganta, un escalofrío recorrió mis
venas—. Hay una razón por la que soy una leyenda. Matar y follar son
las únicas cosas que disfruto. Nadie me controla. Yo los controlo. —
Rodó sus caderas contra mí. Mis dientes se clavaron en mi labio mientras
mis piernas se ensancharon automáticamente, anhelándolo tanto como
enfureciéndome—. Puede que haya un vínculo extraño entre nosotros,
pero eso no nos convierte en nada. —Su mano se extendió sobre mi
clavícula, su pulgar frotando la muesca, las llamas me atravesaron.
Ira y lujuria.
Deseo y odio.
—Si te mato ahora mismo, mi problema se acabará. —Su polla se
movió contra mí, dura y excitada.
La muerte lo encendía. Y me di cuenta que a mí también me afectaba.
—Entonces hazlo. —Lo miré a los ojos. Desafiante.
Su nariz se ensanchó, absorbiéndome. Sentí la adrenalina correr por
mis venas, el júbilo.
—¿Puras palabras, Lobo? —lo desafié, mis piernas se envolvieron
alrededor de él, acercándolo más. Podía sentir mi calor y mi humedad
filtrarse en su bóxer. Un profundo gemido vibró por su garganta—.
Hazlo aahor... termina con esto.
Su mandíbula se tensó, su mano presionando más fuerte.
—¿Quieres que esto termine? ¿Para no tener que volver a sentir nunca
más? —Me arqueé hacia él, mis huesos temblaron con la intensa
sensación.
—Kovacs —gruñó, apretando su agarre. Mis ojos se llenaron de
lágrimas y mi núcleo palpitó de necesidad—. Joder... te gusta —siseó.
—Hazlo. Ni siquiera pelearé contigo. —Luché por hablar, presionando
mi cuello contra su agarre.
—Maldita sea —gruñó.
Esperé varios latidos más a que él actuara, nuestros ojos fijos el uno en
el otro.
Mi mente se concentró en su respiración, alcanzando dentro de él.
—Detente —resopló, poniendo todo su peso sobre mí.
Una vez más, no era rival físicamente, pero el impulso me hizo llegar
más profundo dentro de él. Absorbiendo. Utilizando. Con la fuerza que
no podía poseer, mis piernas apretaron sus caderas, volteándonos como si
no pesara nada. Sus ojos se agrandaron cuando lo arrojé sobre su espalda,
mi cuerpo ahora sobre el suyo.
—¿Qué mierda? —murmuró.
Ignorándolo, agarré su cuello, inclinándome hacia él, arrastrando mis
caderas sobre su polla.
—No lo olvides, Farkas. Yo también puedo matar. La muerte y la
violencia también me siguen como una sombra. No soy tu secuaz,
mascota o puta. Y nadie me controla tampoco. —Lo presioné más fuerte,
mis labios rozaron su oreja, tratando de ignorar su erección dura como
una roca entre mis piernas, mi cuerpo dolía por aliviar la necesidad
golpeando mis sentidos. Qué fácil sería. Solo un tirón de tela y estaría
dentro de mí.
—Tuviste tu única oportunidad. No vuelvas a amenazar con matarme.
—Lo empujé de nuevo a la almohada, me arrastré fuera de él y salí por la
puerta.
Había estado en las profundidades del infierno y me arrastré.
Sobreviví.
Nadie volvería a controlarme.
Debería haber sabido que la serenidad del baño tibio no duraría
mucho. Mi vida ahora estaba enredada con la de un animal salvaje, sin
ningún sentido de privacidad.
¡Bam!
La puerta se abrió de golpe y la forma apenas vestida de Warwick
entró en la habitación. Podría ser silencioso como un fantasma y ruidoso
como un oso enojado.
—¿Qué diablos es esto? —Movió hojas de papel en mi cara.
—El menú del spa. —Cerré mis párpados de nuevo, mis brazos
extendidos en los bordes, el agua lechosa apenas escondía mi cuerpo
desnudo, pero ya no me importaba—. Pedí un masaje profundo a las
diez.
—No me jodas. ¿Qué es esto?
Abrí mis pestañas, mirando los objetos que sostenía. Mi estómago se
hundió, filtrándose lentamente por el desagüe junto con la sangre y la
suciedad.
—¿De dónde sacaste estos?
—¿Por qué? —Me senté, mi cabello mojado se aferraba a mis pechos.
—Contéstame —gruñó.
Suspirando, salí de la bañera. Agarré la fina toalla que colgaba del
gancho, me envolví en ella y pasé junto a él.
—Kovacs. —Me atrapó en el pasillo, tirando de mí hacia él.
Podía ver gente en mi periferia en el pasillo, deteniéndose, mirando.
Incluso en una casa de putas, ver a Warwick en bóxer y a mí en una
pequeña toalla pareció despertar emoción y curiosidad.
—¿De dónde carajo sacaste estos?
—¿Por qué debería decírtelo?
—No estoy jugando.
—Yo tampoco. Tú me ocultas información. Puedo hacer lo mismo. —
No retrocedí, acercándome aún más, mi voz se volvió ronca—. Ya sabes,
solo cuidándome a mí misma. —Agarré los papeles de su mano, los
retorcí y di dos pasos hacia el dormitorio.
—Maldita sea, mujer. —Los brazos me rodearon, lanzándome en el
aire con un grito estrangulado. Warwick me echó sobre su hombro,
llevándome a la habitación. Con un golpe, cerró la puerta detrás de
nosotros y me tiró sobre la cama, la pequeña toalla se soltó cuando
golpeé el colchón.
Los ojos de Warwick no se movieron de mi cara, pero todavía sentí su
atención moverse con avidez sobre mis ligeras curvas, haciéndome muy
consciente de cada una. La sensación de los dedos subió por mi muslo,
las manos rozaron cada superficie de mi piel húmeda.
Deseo.
Odio.
—¡Para! —Agarré la toalla, envolviéndome con ella, aunque no hizo
nada para apartarme de Warwick, de este juego retorcido.
Él sonrió con suficiencia.
—No tengo que decirte nada. Como no pareces sentir la necesidad de
hacerlo conmigo. —Me puse de rodillas en la cama, sosteniendo la toalla
dolorosamente contra mi pecho.
—Maldito infierno. —Se pasó ambas manos por el cabello, gruñendo
entre dientes—. Eres la persona más exasperante que he conocido.
—Lo mismo va para ti —espeté.
—¡Mierda! ¡Está bien! Te diré todo… lo que he comido y cuando
orino durante el día. Pero cuéntame sobre esto primero. —Señaló los
papeles que estaban a mi lado.
—¿Cómo sabes siquiera lo que son? —Mi ira disminuyó, el
escepticismo me enderezó los hombros.
—Kovacs. —Se frotó la frente con rudeza.
—Se los robé a Istvan. Recogí los documentos. Me colé en su oficina.
Tenía archivos sobre mí... sobre este médico...
—Doctor Rapava.
Mis pulmones se expandieron.
—¿Cómo sabes ese nombre?
—Te lo diré, pero continúa. —Se cruzó de brazos.
—Cuando estaba con Killian, él estaba probando las pastillas que robé
la noche que me atraparon y me pusieron en Halálház. Por cada persona
que examinó, sucedió algo extraño. Cambiaron... luego murieron.
Excepto yo. Mi cuerpo luchó contra eso.
—Espera, ¿estaba experimentando contigo? —La rabia se apoderó de
sus hombros.
—Yo fui su primer sujeto, pero lo intentó con otros, y todos se
enfermaron y tuvieron horribles muertes. —Tragué, sentándome sobre
mis talones—. Pero me volví más fuerte. Mas saludable. Cuanto más me
daba, más me convertía en una fortaleza.
Warwick comenzó a caminar, su mente claramente agitada.
—¿Cuándo dejaste de tomarlos?
—No lo sé… ¿una semana o quizás unos días antes que me sacaras?
¿Por qué?
—Porque... —Miró hacia el techo—. Traté de alcanzarte, pero no sentí
nada. Pensé que todo lo que había estado allí se había ido. —No me
miraba—. No fue hasta la noche en la terraza del palacio que te sentí de
nuevo.
—Tú estabas ahí. Quiero decir, no solo en mi cabeza. Estabas cerca,
¿no?
Se acercó a la cómoda, abrió un cajón, sacó una botella de licor sin
marca y bebió un gran trago. Sacudió la cabeza con un gruñido. No
respondió, pero no necesitaba que lo hiciera. Podía sentir la verdad.
Había estado allí muchas noches antes. Acechando. Mirando. Esperando
señales de vida. De mí.
—Hizo que un hada del árbol tratara de hacerme su magia. Pude
luchar contra eso.
—También pudiste ignorar los avances de una sirena. —Hizo un gesto
hacia la puerta hacia donde estaba Nerissa.
—Al menos uno de nosotros lo hizo —murmuré. Sus ojos se posaron
en mí, luego bajaron.
—¿Crees que esta fórmula es la que compone las píldoras que
encontraste? —Warwick señaló los papeles con la cabeza.
—Posiblemente. Las similitudes que vi con la gente de Killian era lo
que busca este Dr. Rapava no pueden ser una coincidencia. —Negué con
la cabeza mientras los recuerdos me atacaban—. Fue horrible. Los
sujetos de prueba se volvieron como máquinas; no sentían dolor. Se
volvieron más fuertes, más duros y no tenían otro pensamiento más que
seguir las órdenes de alguien. Pero cuando murieron, sus cerebros
prácticamente se derritieron. —Las imágenes de la forma en que murió la
chica me hicieron temblar. No tenía ninguna duda que la primera mujer
que conocí era probablemente una de esas criaturas sin sentido a estas
alturas—. Istvan… creo que está tratando de hacer un ejército
sobrehumano. Y ahora Killian lo tiene. Él podría hacer lo mismo. Sé que
las píldoras que encontró Killian tienen esencia de faes.
—¡Nyasgem! —Warwick golpeó el tocador con los puños y respiró
hondo un par de veces—. Vístete.
—¿Qué? ¿A dónde vamos?
—¿Querías que te dijera lo que he estado haciendo? —Agarró sus
jeans del suelo—. En su lugar, te lo voy a mostrar.
En el fondo de la chaqueta con capucha que saqué de la caja llena de
prendas perdidas y artículos dejados por los clientes en Kitty's, me
agaché más hacia la espalda de Warwick, la motocicleta aceleraba sobre
las calles llenas de baches. La lluvia caía sobre mi piel expuesta mientras
el viento azotaba brutalmente mi cara.
Era tarde por la mañana, el clima mantenía a la mayoría de la gente
fuera de las calles, pero aún era peligroso estar tan expuesto.
Warwick trató de cubrirse con un sombrero y gafas de conducción, los
guijarros y la lluvia le golpeaban la cara, pero el hombre llamó la
atención por mucho que trató de ocultar. Toda su presencia lo exigía,
incluso si estaba dormido.
Probablemente incluso muerto.
Hacia el noreste, Warwick dobló por un gran carril que nunca había
visto antes. Las líneas que dividían la calle ya no estaban allí, pero se
extendían por lo menos seis carriles de ancho, como si quisieran que toda
la ciudad encajara aquí. Sentados en amplias aceras desmoronadas había
grandes edificios decrépitos. Reliquias de un tiempo pasado. Las casas
grandes y elegantes, los museos, los teatros, los cafés y las tiendas
abandonadas estaban tapiadas y cayéndose a pedazos, pero aún
mostraban su elegancia, las estructuras desoladas gritaban dinero viejo.
Había oído hablar de esta zona. Era de donde provenía gran parte de la
élite que vivía en Leopold. La mayoría abandonó sus grandes mansiones
y elaboradas casas adosadas en la ilustre avenida Andrássy para
esconderse en los muros protectores bajo la protección de Istvan,
mientras que el resto del mundo se derrumbó y fue superado por la
naturaleza y la pobreza.
Graffiti cubría las paredes, había basura por todas partes y fogatas
quemadas frente a tiendas de diseñadores abandonadas hace mucho
tiempo y cafés costosos. Algunas mansiones fueron incendiadas o al
borde de la ruina. La gente construyó campamentos improvisados en
jardines, utilizando las plantas crecidas como refugio. La prestigiosa
zona ahora no era más que un campamento para los desfavorecidos, los
indigentes y los abusados.
Warwick llevó la motocicleta por un carril donde grupos de salvajes
nos miraban con interés, sus ojos siguiéndonos a través de la lluvia, listos
para tomar o atacar. Cuando pasamos, sacaron armas y cuchillos, sus
cuerpos amenazantes y a la defensiva.
Warwick me presionó como si dijera: —Mantente alerta y cerca.
Conduciendo la motocicleta por otro carril, redujo la velocidad hasta
detenerse.
—A pie desde aquí. —Esperó a que me bajara antes de seguir,
metiendo la motocicleta bajo un follaje cubierto de maleza—. Mantente
en guardia.
Asintiendo, lo seguí en silencio, sabiendo que era inútil preguntarle
adónde íbamos. El arma que me dio antes de despegar estaba cargada y
lista para usar. Aún no acostumbrada a un lugar tan sin ley, tuve que
recordar que aquí no existía la cortesía.
Warwick me metió en edificios y me sacó afuera, su cabeza
constantemente giraba, la tensión en su cuerpo era tangible. Podía sentir
sus nervios lamiendo contra los míos como si también estuvieran
arrastrándose a través de mí.
Entramos en un edificio que había sido quemado, el hollín negro
pintaba las paredes, el cielo lluvioso oscurecía el espacio frío hasta casi
la oscuridad.
Clic.
El cañón de una pistola se estrelló contra mi sien, silencioso como la
muerte. Dos enormes contornos aparecieron de un pasillo quemado,
moviéndose hacia nosotros desde ambos lados.
El terror bajó hacia mi estómago y robó el aire en mis pulmones.
—Suelten sus armas. Ustedes dos. —La voz era baja y fría. Distante.
—No —gruñó Warwick.
—Tienes dos segundos para soltarlas o le dispararé en la puta cabeza.
Los sesos de tu linda novia estarán por todo el suelo.
Mi pecho luchó por moverse mientras levantaba mi arma, mostrando
que cooperaría, moviéndome lentamente para colocarla.
—Soy yo, idiotas de mierda. —Warwick volvió la cabeza hacia el que
hablaba—. Y si la tocas, usaré tus entrañas como arte mural.
Las figuras se acercaron. Mi cabeza se balanceó entre ellos. Idénticos,
los chicos eran casi tan altos como Warwick, constituidos con cuellos
gruesos y narices más largas. En comparación con cualquier otra persona
que no sea Warwick, serían intimidantes. Guapos de una manera única,
sus ojos eran de un marrón tan oscuro que parecían negros. Tenían el
cabello blanco puro que parecía piel y sólo parecían tener veintitantos
años. La forma en que se movían, acechando y listos para atacar, me
recordó a los osos, dándome pocas dudas de que cambiaban de forma.
Osos polares.
—Entonces, ya sabes cómo es —respondió el mismo chico. Parecía ser
el líder de los dos, el otro apuntaba con su arma hacia nosotros—. Nunca
se puede tener demasiado cuidado.
Warwick se burló.
—¿Crees que alguien podría hacerse pasar por mí?
El primer gemelo simplemente se encogió de hombros.
—El teniente todavía no confía en ti después del truco que hiciste.
Finalmente, Warwick resopló, entregando su arma al segundo tipo, el
primero tomando la mía.
—Por aquí, leyenda. Mantenga sus manos donde pueda verlas. —El
primero se burló, clavó su pistola en la espalda de Warwick y lo empujó
hacia adelante. El otro se puso detrás de mí, haciendo lo mismo,
siguiendo a los otros dos.
La confianza era algo en lo que había estado escasa últimamente, pero
todo lo que podía hacer era seguir adelante y creer que Warwick sabía lo
que estaba haciendo.
—Todo estará bien, princesa. —La voz de Warwick se elevó hasta mi
oído, la sensación de él a mi lado me hizo saltar. Mis ojos se movieron
alrededor, sabiendo que no vería de lo que mi cerebro estaba seguro.
Él detrás de mí.
Delante de mí, Warwick curvó la cabeza lo suficiente como para
sonreírme.
—Bastardo —susurré en voz baja, produciendo una risa baja de él.
El guardia gruñó detrás de mí, empujándome hacia adelante.
Atravesamos varias puertas vigiladas, arriba y abajo, girando y girando
por varios pasillos. Un laberinto perfecto para confundir o atrapar a
cualquier intruso.
—Warwick, para ver al teniente. —Uno de los guardias habló por uno
de esos raros walkie-talkies de alta tecnología, lo que me sorprendió.
Eran muy caros y difíciles de conseguir. Creí que solo la élite tendría
tecnología de las Naciones Unidas.
¿Dónde estábamos? ¿Quién podría tener acceso a esos en las Tierras
Salvajes?
Subimos unas anchas escaleras curvas de la ruinosa mansión hasta el
segundo piso. Los suelos de madera desgastados por el tiempo crujieron
bajo mis pies cuando los guardias nos detuvieron en lo que parecía una
vieja sala de recepción. Tablas gruesas cubrían las ventanas, cortando
cualquier luz o exposición al mundo exterior. Las bombillas de fuego
bañaban la habitación desnuda con una luz tenue, que brillaba en el
borde de la hoja de oro descamado, suavizando el papel pintado y la
pintura descascarada. Si entrecerraras los ojos y realmente usaras tu
imaginación, casi podrías imaginar este lugar como podría haber sido.
Nos quedamos de pie por unos momentos, la tensión colgaba
fuertemente de mis hombros, antes de escuchar pasos subiendo las
escaleras. Una figura alta y delgada apareció en la habitación, vestida con
pantalones militares marrones sencillos, una chaqueta, sombrero, botas
negras y un cinturón, con tres guardias detrás de él.
Un jadeo agudo atravesó mis pulmones, mis pies tropezaron hacia
atrás, sin creer que realmente pudiera ser el rostro familiar que
permanecía en mis recuerdos de la infancia. Su cabello estaba salpicado
de sal ahora, pero conocía sus rasgos afilados, sus cejas oscuras y
pobladas que siempre habían estado en contraste con su cabello más
claro, y la profunda cicatriz que le retorcía un lado de la cara. Había
recibido la herida en la batalla, salvando la vida de mi padre. Había sido
una constante al lado de mi padre, su mano derecha, quien creía que
había muerto en la misma batalla que mi padre hace cinco años antes.
Teniente general Takacs.
—¿Tío Andris? —Me quedé mirando al fantasma que tenía delante.
Sus “restos” habían sido enterrados cerca de mi padre. Había asistido a
su funeral.
La cabeza del hombre se movió bruscamente hacia mí, sus ojos azul
claro encontraron los míos. El shock separó sus labios.
—¿Brexley? —Me miró como si yo fuera la manifestación,
moviéndose lentamente hacia mí—. Drágám ... —Mi querida.
—¿Cómo-cómo es esto posible? —Realmente estaba aquí. En
persona—. Estás muerto ... Fui a tu funeral.
Sus botas golpearon las mías prestadas, su esbelta figura se colocó
sobre mí.
—No deberías estar aquí, drágám. —Su cabeza se volvió hacia
Warwick—. ¿Por qué la trajiste? Ella no debería estar aquí. Involucrada
en esto...
—¿No debería estar aquí? —exclamé, mi cerebro listo para explotar—
. Se supone que estás muerto. Me paré junto a tu esposa y lloré con ella.
—Para todos los efectos, estoy muerto —dijo en voz baja, ahuecando
mi rostro con ternura. El hombre era una extraña contradicción. Parecía
peligroso e intimidante, casi cruel. Pero él era todo lo contrario, al menos
conmigo. Siempre me traía regalos y me trataba como a la hija que él y
su esposa nunca tuvieron.
—Nagybacsi. —Tío. Las lágrimas golpearon mis ojos. Lo había
llamado tío desde que tenía seis años, aunque no era pariente
consanguíneo. Sin conocer a la madre de mi padre ni a mi tío real,
Mykel, mi padre hizo todo lo posible para crearme una familia.
Andris y Rita Takacs habían sido esa familia para mí. Ella había
muerto hace dos años de una enfermedad pulmonar cuando un virus
arrasó nuestro país y no pudo combatirlo. Perderla se había sentido como
perder lo último de mi padre. De mi familia.
—No entiendo. ¿Cómo es esto posible? —Lo miré con incredulidad.
—No… No, esto no puede ser. Él no querría que fueras parte de esto.
—Sacudió la cabeza con vehemencia, ignorando mis preguntas, sus ojos
llorosos, sus manos agarrando mis brazos, atrayéndome en un fuerte
abrazo. Sosteniéndome tan fuerte. Fue como si hubiera retrocedido en el
tiempo y volviera a ser una niña, rodeada de amor y gente que se
preocupaba por mí. Protegida.
Nagybacsi me abrazó como si nunca quisiera soltarme, meciéndome
de un lado a otro. —Se lo prometí, dragam… hice un voto de protegerte
de la mejor manera que pudiera. Lo intenté... No deberías estar aquí. —
Se echó hacia atrás, la angustia llenó sus ojos.
—¿Quién? —Aunque ya sabía a quién. Estaba escrito en todo su
rostro. El único hombre al que Andris le había mostrado afecto.
Mi padre.
—¿Está... sigue vivo? —Una burbuja de esperanza me subió por el
pecho, pero estalló rápidamente tan pronto como miré a Andris a los
ojos.
—No, dragam… no. Murió esa noche.
Asintiendo, traté de contener una ola de lágrimas. Era algo que ya
sabía, pero por un breve momento, quise tener esperanza. Creer.
Andris y mi padre eran tan cercanos como hermanos. Mi padre me
había dicho que podían leerse el uno al otro desde cientos de metros de
distancia, conocer los movimientos del otro sin hablar. Los convirtió en
grandes socios en la guerra. Andris fue el segundo de mi padre en el
campo de batalla. Mi papá era un apasionado y corría hacia el peligro en
un abrir y cerrar de ojos, mientras que Andris era un planificador, seguía
las reglas. Tenían un equilibrio perfecto, salvándose la vida el uno al otro
en innumerables ocasiones.
—Se suponía que iba a ser devuelta. —La mirada de Andris se dirigió
a Warwick de nuevo con enojo, alejándose de mí—. Se suponía que
debía quedarse en Leopold.
—No me mires. Esta chica no puede evitar meterse en problemas. —
Warwick se acercó a mí y se cruzó de brazos. Se elevó por encima de
Andris.
—Se suponía que tenías que asegurarte. ¡Protegerla! Después de lo
que hiciste… —Andris se hinchó, su rostro se puso rojo de furia,
moviéndose hacia Warwick—. ¿Por qué la trajiste aquí?
—No puedo obligarla a hacer nada. —Warwick le respondió—. Si no
lo has notado, ella tiene una mente propia y una voluntad más obstinada
que cualquier otra persona que haya conocido. —Se movió hacia
Andris—. Además, ella no necesita que nadie la proteja. Ella es más
fuerte y mejor luchadora que la mayoría. Ella sobrevivió a Halálház...
superó los Juegos, que es mucho más que cualquier otra persona en esta
sala en este momento.
Andris respiró hondo y se frotó las cejas oscuras.
—No era así como se suponía que debía ir.
—Ni me lo digas. —Warwick resopló.
—Espera, ¿qué quieres decir? ¿Qué diablos está pasando? —Mi
cabeza se movía de un lado a otro entre los dos, mi corazón se aceleró.
Andris inclinó la cabeza hacia mí, un profundo suspiro salió de sus
pulmones.
—Primero, dime, ¿por qué dejaste Leopold?
Me lamí los labios con nerviosismo.
—Está bien, Kovacs, puedes decírselo. —Warwick estaba a mi lado.
Aunque su boca no se movió, una copia de él estaba al otro lado de mí,
gruñendo en mi oído. Debería haberme asustado, pero extrañamente no
fue así. Me estaba acostumbrando. Me tranquilizó, como si pudiéramos
tener un momento privado sin que nadie supiera cuándo lo
necesitábamos.
—Tenía que hacerlo. —Tragando, miré a Andris—. Ya no estaba
segura allí.
—¿Por qué?
—Porque Istvan pensó que estaba espiando para Killian... y porque...
porque... —No pude decirlo en voz alta, el miedo me destripaba el
estómago.
Los ojos de Andris rodaron sobre mí, su mandíbula se crispó, un
profundo suspiro salió de él.
—Porque él sabe la verdad sobre ti...
La verdad sobre ti.
Las palabras se derramaron sobre mi piel, quemando mi garganta.
—¿Q-qué? —Mi voz salió con un suspiro de miedo.
—Dragam. —Andris me tocó el brazo—. Tengo tanto que contarte ...
Solo desearía que no fuera en estas circunstancias. Esto no es lo que
quería tu padre.
Ante la mención de mi padre, se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Qué no quería? ¿Qué sabe Istvan? —Mordí mi labio, atreviéndome
a hacer la pregunta sentada en mi pecho por un tiempo—. ¿Qué está mal
conmigo?
Andris miró a sus guardias alrededor de la habitación.
—Por favor, regresen a sus puestos.
Los gemelos osos polares rubios, junto con los otros guardias,
asintieron y rápidamente se dirigieron hacia fuera mientras Andris me
conducía hacia lo que parecía una estantería. El estante se deslizó hacia
un lado, revelando una habitación detrás, decorada con un escritorio,
sillas y un mapa de Budapest abierto en la superficie del escritorio.
—Por favor Siéntate. ¿Puedo traerte algo de beber? ¿Un poco de té?
—Andris caminó alrededor del escritorio, tocando el walkie-talkie en su
cinturón, listo para dirigir una orden a alguien—. No tenemos mucho
aquí, pero puedo ofrecerles al menos un refrigerio.
Lo miré fijamente. Una taza de té era lo último en mi mente.
—Creo que necesitamos algo más fuerte para esta conversación —
murmuró Warwick, su palma tocando mi espalda baja, empujándome
más adentro de la habitación, cerrando la puerta / estante detrás de
nosotros.
Andris asintió con la cabeza, abrió el cajón del escritorio y sacó una
botella de Unicum. Mi nariz se arrugó automáticamente. Era un alimento
básico húngaro, un licor con un sabor amargo a hierbas para el que aún
no había adquirido un paladar. Solía beberse típicamente como digestivo
y aperitivo, pero los tiempos y la escasez lo convirtieron en un licor para
cualquier época. Cualquier cosa para aliviar la crudeza de la realidad.
Andris sacó tres vasos pequeños del mismo cajón, sirvió el líquido
ámbar y empujó dos vasos hacia nosotros. Warwick bebió el suyo.
—Siéntense. —Andris asintió con la cabeza hacia los asientos, pero no
me moví, mi cuerpo se tensó.
—A la mierda la bebida. Dime qué está pasando. —Crucé los brazos y
lo miré con el ceño fruncido.
Andris se tomó su bebida de un trago, frunció el rostro por un
momento antes de sentarse en la silla de la oficina.
—Cuando me fui, eras solo una niña… ahora mírate. Toda una adulta.
—Tío Andris... —advertí, mi paciencia se agotaba.
Tomó otro trago, dejando escapar un suspiro.
—Sabes que naciste en... tiempos inusuales. —Los ojos castaños
oscuros de Andris se encontraron con los míos. Su madre era armenia,
mientras que su padre era francés, lo que le daba unos rasgos tan
contrastantes pero llamativos.
—Sí, pero no me has dicho cómo estás todavía vivo, cómo se conocen.
—Hice un gesto entre él y Warwick—. Y lo que pareces saber de mí.
Andris se rió suavemente.
—La paciencia nunca fue uno de tus puntos fuertes. Lo mismo que tu
padre. Salta y vete. Querías saberlo todo, hacerlo todo tú misma, incluso
cuando eras una bebé.
—Andris. —Apreté los dientes.
Exhaló lentamente.
—Al perder a tu madre, criar a un bebé y aún estar a cargo de proteger
a Leopold, tu padre no se dio cuenta que nada era inusual hasta que fuiste
mucho mayor. Creo que tenías cuatro o cinco años cuando te subiste a
una barandilla en la FDH y te caíste. —El recuerdo era tan distante y
confuso; Sentí como si hubiera escuchado la historia, no experimentado
realmente—. Dios, la sangre estaba por todas partes. Estábamos seguros
que estabas muerta. Pero apareciste enseguida, queriendo volver a subir.
—¿Conoces la paciencia de la que hablabas? —refunfuñé. La
sensación de Warwick me rozó la espalda como un bálsamo calmante
mientras su figura se apoyaba contra la pared a varios metros de mí. Mis
ojos se lanzaron hacia él, fulminándolo con la mirada. Sus labios se
alzaron en una sonrisa.
—Te caíste más de dos pisos, dragam, sobre un piso de mármol. —
Juntó las manos—. Cuando tu padre te llevó de urgencia a la clínica, te
revisaron, te dieron una puntada y te dejaron ir.
—¿Entonces? Tuve suerte.
—Fue entonces que empezamos a notar pequeñas cosas. Otros niños
saldrían heridos y tardarían semanas en sanar, pero tú lo hiciste en solo
unos días.
Mi mente recordó cuántas veces me habían golpeado y luego llevado a
la clínica de la FDH después del entrenamiento, y después de un par de
horas, regresé por más, sintiéndome bien.
—La curación a su alrededor parece tener al menos tres años. Mucho
más que su tiempo afuera. —Las palabras del Dr. Karl regresaron a mi
mente.
—Así que me curo rápido. —Crucé los brazos y miré hacia un lado.
—Nunca has estado enferma. ¿o sí? —Andris preguntó—. Caden se
resfrió, gripe, varicela, conjuntivitis… y tú no tuviste nada. Casi muere
de escarlatina. ¿Te acuerdas? Muy contagioso. Mientras que tú nunca te
resfriaste.
—Tengo un sistema inmunológico fuerte. —Según el Dr. Karl, tenía
una inmunidad fuera de serie, anormalmente fuerte.
—Recuerdo una vez que estaba jugando contigo y te moviste tan
rápido que ni siquiera lo vi... aunque estabas justo frente a mí.
Tragué, mi garganta se cerró sobre mí.
—Solo tres personas conocen esta historia y dos de ellas están
muertas. —Andris tomó otro trago—. ¿Te acuerdas de nuestro gato?
—Aggie. —Había amado a ese dulce y viejo gato.
—Lo encontraste muerto en el jardín. Estabas tan angustiada. —Se
frotó la cabeza—. Si hubiese estado allí, si tu padre no lo hubiera visto
también, habría pensado que era un truco de mi cerebro.
Aspiré. El recuerdo era irregular y confuso. Solo tenía seis años, pero
estaba segura que el gato aún estaba vivo cuando lo encontré. Murió en
mi regazo.
—Estabas llorando y fuiste a acariciarlo. —Andris negó con la
cabeza—. El gato volvió a la vida.
—¿Qué? —Di un paso atrás, sintiendo la presión de la pared en mi
columna.
—Se subió a tu regazo y maulló. Estabas tan asustada que apartaste tu
mano. Instantáneamente quedó flácido. Muerto.
—Quizás no estaba muerto antes —susurré.
—El rigor mortis ya se había establecido. —Andris se recostó—.
Créeme, intentamos encontrar todas las excusas posibles. Pero ese
momento puso a tu padre en un viaje, una búsqueda de respuestas.
—¿Respuestas?
—Respuestas de lo que eras
—¿Entonces, qué es lo que estás diciendo? ¿Soy fae? —Dejé que mi
miedo se deslizara fuera de mi lengua, mi pecho apretándose por el
terror.
—No eres fae. —Warwick negó con la cabeza, su frente se arrugó, sus
ojos se clavaron como si estuviera tratando de ver más allá de mi
caparazón, hurgar y encontrar una razón.
—¿Cómo lo sabes?
—Tus padres eran humanos y mortales —respondió Andris.
—¿Conocías a mi madre?
—La conocí una vez. —Él asintió—. Eabha era impresionante. —El
nombre de mi madre se metió en mi pecho. Mi padre lo usaba tan poco,
siempre decía tu madre, casi me olvido que era una persona, con un
nombre. Una mujer con esperanzas y sueños. No es un cuento de hadas
que me inventé en la cabeza—. Tu padre estaba devastado cuando
regresó de la guerra y descubrió que ella había muerto la noche de la
Guerra Fae. Entre tu nacimiento y la magia del Otro Mundo chocando
contra la Tierra, su cuerpo no pudo soportarlo... Ni siquiera llegó a decir
adiós.
Me lamí el labio inferior, mirando al suelo, la culpa de su muerte en mi
conciencia. Entendí su significado sutil; si hubiera sido secretamente fae,
no habría muerto en el parto o por la magia. Los humanos sucumbieron a
eso.
—Entonces no hay forma que le pudiera haber devuelto la vida al gato.
—Podía escuchar la esperanza en mi voz, la necesidad de contrarrestar el
doloroso apretón en lo profundo de mi alma.
—Hasta donde yo sé, solo los nigromantes pueden resucitar a los
muertos. —El enfoque de Warwick me arrastró arriba y abajo—. Tú no
eres eso.
Una foto que vi una vez de un nigromante me asustó muchísimo. Piel
y huesos, encapuchados en túnicas, monstruos de aspecto fantasmal.
Fueron el origen de la imagen de la muerte con guadaña.
—¿Qué pasa con un oscurecedor natural? ¿No se rumorea que la reina
Kennedy es una... que puede resucitar a los muertos?
—Tendrías que ser un druida. —El tío Andris negó con la cabeza—.
Uno muy poderoso.
Cierto.
Una oscuridad natural vino de la línea druida más dominante. Sus
madres trabajaron deliberadamente con magia negra mientras estaban
embarazadas, queriendo que el poder se filtrara en el feto. Y, sin
embargo, todavía era una posibilidad remota que el bebé se convirtiera
en uno. El líder de las Naciones Unidas fue excepcional y reina por una
razón. Sus raíces provienen del druida de más alto nivel.
—Entonces, ¿qué soy yo?
—No lo sabemos. —Una expresión de dolor se posó en el rostro de
Andris—. Al menos, no creo que tu padre lo haya aprendido nunca. Se
volvió cada vez más retraído. Escurriéndose, saliendo por días. Dejó de
decirme nada, diciendo que era para mi protección y la de Rita. Si Istvan
descubrió lo que sabía ... —Andris se atragantó con las últimas
palabras—. Todo lo que me hizo prometer fue mantenerte a salvo.
Asegurarnos que Istvan nunca se enterara de lo que sospechábamos.
—¿Poniéndolo como mi tutor? —Lancé mis brazos hacia afuera.
—Se suponía que yo era tu tutor. —Andris inclinó la cabeza—. Pero
no pudo ser. Hablé con tu padre para que nombrara a Istvan tu cuidador.
—¿Por qué? Entonces estaría justo debajo de las narices de Istvan.
—Exactamente. —La mirada de Andris se volvió hacia la mía.
—Mantén a tus enemigos tan cerca que se conviertan en familia —
declaró Warwick, asintiendo con la cabeza en comprensión—. Cegarlos a
la sospecha.
—También funcionó. —Andris cruzó la mano sobre su regazo—.
Durante los últimos cinco años, has estado escondida al descubierto. Tu
padre y yo sabíamos que cuanto más cerca estabas de la familia Markos,
más segura estabas. Hasta que... —Negó con la cabeza.
Hasta que aterricé en Halálház.
—Baszd meg. —Levanté el licor de la mesa y lo bebí de golpe, el sabor
picante me quemaba la garganta. Golpeé el vaso contra la mesa y miré a
Andris. Llenó los tres vasos sin dudarlo, viéndome bajar el segundo.
—Has crecido mucho, Brexley. Las fotos de ti no te hacen justicia.
—¿Fotos de mí? —Golpeé mi vaso por otro. Odiaba el sabor de
Unicum, pero la quemadura me castigaba—. ¿Me has estado observando
todo este tiempo?
—Por supuesto.
—Me debes respuestas. ¿Qué es este lugar? ¿Por qué te escondes aquí
y por qué fingiste tu propia muerte? Además, ¿cómo se conocen? —Hice
un gesto entre los dos hombres.
—Mi 'muerte' era necesaria. Sabía demasiado... había visto demasiado.
Ya no podía seguir las órdenes de Markos. Era solo yo quien se suponía
que moriría la noche de esa batalla, escabullirme en la noche. Tu padre
nunca te habría dejado. Nunca. Pero las cosas salieron mal. Ni siquiera sé
qué exactamente; todo iba según lo planeado. Pero nos separamos. Ya
era demasiado tarde cuando lo encontré. —El dolor brilló en el rostro de
Andris—. Le fallé...
Mi cabeza se inclinó, aclarándome la garganta.
—¿Por qué fue necesaria tu muerte?
—Llegaremos a eso. —Andris se puso de pie y terminó su segundo
trago—. En cuanto a este lugar, es uno de los escondites de la
Resistencia...
—¿Resistencia? —Mi boca se abrió en estado de shock, otra pieza del
rompecabezas encajó. Solo sabía de un grupo de la Resistencia en esta
área—. ¿E-eres parte del ejército de Sarkis?
—Dragam. —Sonrió con satisfacción, con los brazos a la espalda—.
Soy Sarkis.
Lo miré parpadeando.
—Oh mis dioses…
Fue como si me hubieran golpeado con un bate, y los recuerdos y las
piezas encajaron en su lugar. El cachorro de peluche que me había dado
se llamaba Sarkis. No hizo clic hasta ahora. Las señales estaban justo
debajo de mis narices.
Sarkis era una palabra armenia que significa protector, pastor. Le
había puesto a su ejército el mismo nombre que el juguete que me hizo
sentir segura y protegida cuando era niña y se iban a las misiones, como
una pista. Puede que haya dejado de abrazar al juguete hace tanto tiempo
que casi lo había olvidado, pero mi pastor nunca dejó de protegerme,
guiarme y vigilarme.
Agarré mi cabeza y me dejé caer en la silla, mi cabeza daba vueltas.
Andris Takacs, el hombre que pensé que estaba muerto, no solo estaba
vivo, sino que lideraba el ejército de la Resistencia.
—Respira. —La voz ronca de Warwick se deslizó por mi columna, la
sensación de él a mi lado, aunque sabía que todavía estaba apoyado
contra la otra pared, bebiendo Unicum se sentía bien.
Inhalé, dejando escapar un suspiro lento, sin luchar contra sus
instrucciones y el efecto calmante que su voz tenía en mí.
—Sé que es mucho para asimilar. —Andris estaba rígido detrás de su
escritorio, mirándome. No sentí ninguna emoción en su voz, pero en el
fondo de sus ojos, vi su amor.
—¿Mucho para asimilar? —resoplé—. Apenas puedo soportar el
hecho que todavía estás vivo y que pudiste dejar a Rita como lo hiciste.
—Fue idea suya.
—¿Qué? —Me sobresalté.
—Ella sabía que se me estaba acabando el tiempo. —Se humedeció los
labios con nerviosismo—. Brexley, Rita y yo nos amábamos, pero no
como tú pensabas. No estábamos enamorados el uno del otro. Ella era
una mujer maravillosa. Ella significaba todo para mí. Pero ella sabía que
yo estaba enamorado de otra.
—¿Qué? —Me levanté como un rayo—. ¿Estabas engañando a Rita?
—Ella lo sabía y estaba bien con eso. Nuestro matrimonio nunca fue
de amor romántico. Se convirtió en un profundo respeto y amistad.
Cuando me enteré de su fallecimiento, parte de mí murió con ella. Sabía
que su vida era mejor donde estaba y que la mía estaba aquí.
—¿Cómo fingiste tu propia muerte? ¿Por qué lo hiciste? —exclamé—.
¿Qué te hizo dejarla… a ella? ¿A mi?
Se estremeció ante la última parte, la tristeza arrugó su frente.
—Me tenía que ir.
—¿Por qué?
—Me enamoré de una fae.
Me atraganté, sintiendo una mano que sabía que no estaba en realidad
frotando mi espalda.
—¿Fae?
—Nos conocimos en una de las misiones de tu padre, hace muchos,
muchos años, en China. —Una sonrisa que nunca antes había visto
estaba insinuada en su rostro—. Ella me detuvo en mis pasos. Ella me
abrumó. Traté de combatirlo, negarlo. Me odié, la acusé de seducirme.
Pero no, era solo ella. —Él rió levemente—. Benet usó esos viajes como
tapadera, diciéndole a Istvan que estábamos recopilando información
sobre nuestro enemigo mientras intentamos encontrar cualquier
información que pudiera sobre ti. Esos meses de viaje, vimos lo peor y lo
mejor de la humanidad. Y me di cuenta que las enseñanzas de la FDH
estaban equivocadas. Había bondad, familia, belleza, compasión y amor
entre los faes. Se reían como nosotros, se burlaban como nosotros,
amaban como nosotros. No eran los monstruos que nos dijeron que eran.
Que éramos.
»—Mientras que el camino de Istvan se basó en la codicia y el odio,
mi camino, el camino de tu padre, cambió. Me enamoré de un alma
hermosa. Una cambiaformas. Ella me mostró la injusticia que existe.
Abrió mis ojos a la desigualdad y el prejuicio de ambos lados. Una vez
que mis ojos estuvieron abiertos, ya no podía ser el soldado que exigía
Istvan. Quería que matara sin dudarlo, masacrara a niños y mujeres faes,
mientras que yo quería luchar por aquellos que no podían luchar por sí
mismos. —Dejó caer los brazos—. Istvan sabía que algo andaba mal y
que yo estaba cambiando de lealtad. Empezó a hacer que me siguieran.
Sabía que no pasaría mucho tiempo antes que descubrieran mi secreto. Si
la encontraban, la habrían torturado y matado. Y a mí. Posiblemente a
Rita.
Mi barbilla golpeó mi pecho pensando en lo rápido que Istvan se había
vuelto hacia mí. Matar a la amante fae de un traidor ni siquiera hubiera
sido un destello en su radar.
—Rita fue quien ideó el plan, temiendo en cualquier momento que
Istvan me descubriera. Era yo quien se suponía que debía 'morir' en el
campo de batalla. Pero como dije esa noche, todo salió mal. —La
mandíbula de Andris se contrajo por la emoción—. Lo siento mucho,
dragam, por no haber podido salvar a tu padre. Nunca pude decirte eso.
Yo también lo extraño todos los días. Él era un hombre maravilloso. Y te
amaba más que a la vida.
Miré hacia abajo a mis manos, luchando por contener las lágrimas.
—He estado tratando de observarte lo mejor que he podido para seguir
sus deseos. Esperaba que pudieras vivir de forma segura y cómoda
dentro de los muros de Leopold, sin saber nunca la diferencia.
Mi cabeza se disparó.
—¿Crees que vivir en la ignorancia y el odio es mejor? ¿Ser sofocada
y miserable? Casada con un hombre abusivo que me golpeara por
diversión, ¿pasando días aprendiendo a taparme los moretones para las
fiestas? ¿No ser más que una muñeca? ¿Crees que esa es la vida que
quería?
Andris bajó la cabeza.
—Pero al menos habría sido seguro.
—¿Seguro? —Me paré—. Eso no es seguro. Y no es la vida que
quiero. Mis ojos también están abiertos ahora. Lo sentí en el momento en
que volví a la FDH. Ya no encajo, si es que alguna vez lo hice. Nunca
podré volver. —Rodé mis hombros hacia atrás—. La gente ha tratado de
controlarme toda mi vida, por amor o por poder. No más. Ahora estoy en
esta pelea.
Andris me miró por un momento, sus ojos se suavizaron.
—Te pareces mucho a tu padre.
—Gracias. —Mi barbilla se levantó.
—Veo que el peligro y la violencia todavía te rodean. —Una voz de
mujer tranquila, pero fuerte habló detrás de mí. Ni siquiera había
escuchado la puerta abrirse.
Reconocí el tono, uno que nunca pensé que volvería a escuchar.
Especialmente aquí.
Me giré, mis ojos se fijaron en la figura, pero mi cerebro luchó por
comprender.
La pequeña chica que me había visto obligada a azotar en Halálház, la
chica que salvó mi trasero y me protegió, estaba de pie frente a mí.
—¿Ly-Lynx? —Mi cerebro no podía entender su presencia.
Una suave sonrisa apareció en su bonito rostro redondo, que estaba
enmarcado por un largo y brillante cabello lacio que caía suelto. Sin el
uniforme de la prisión, con ropa más ajustada, parecía un poco mayor
pero aún joven y dulce. Pasó junto a mí hacia Andris. Mi boca cayó
cuando ella se puso de puntillas y lo besó.
¿Qué. Mierda?
—Szerelmem. —Mi amor. Andris le sonrió felizmente, envolviendo su
brazo alrededor de su cintura y besándola suavemente de nuevo—.
¿Todo va según lo planeado?
—Hay algunas complicaciones. —Ella volvió a bajar y le entregó un
archivo.
—¿Qué diablos está pasando ahora mismo? —Presioné la palma de mi
mano contra mi cabeza, mi mente girando y girando, tratando de seguir
el ritmo.
¿Lynx era la mujer de la que se enamoró hace tanto tiempo? Parecía
apenas tener más de dieciséis años, pero siendo fae, podría tener siglos
de edad.
—Estoy tan confundida.
—Puedo imaginarlo. —Andris soltó el brazo de Lynx—. Istvan pensó
que estabas muerta, y Killian no tenía idea de a quién había capturado
hasta que ese pequeño camarada tuvo que compartirlo con todos. Pero
siempre supe dónde estabas todo el tiempo. Tenía ojos por todas partes.
Traté de cuidarte de cualquier manera que pude.
—Oh, dioses… —Mi mente recordó las veces que Lynx me ayudó.
Me protegió.
—Pero ella estaba allí antes que yo... ¿cómo?
—La atraparon en otra misión, pero a través de un guardia, pude
mantenerme en contacto. Le envié un mensaje a Ling para que velara por
ti. —Señaló con la cabeza a la chica que conocía como Lynx. Por
supuesto, ella no usaría su nombre real allí. Su mirada se dirigió
rápidamente a la esquina—. Adquirí alianzas que nunca pensé que
encontraría.
—El enemigo de tu enemigo difícilmente nos convierte en aliados —
murmuró Warwick.
—Lo hace en este mundo. —Andris se apartó de Ling y dejó el
archivo sobre su escritorio.
Me sacudí para enfrentar a Warwick.
—¿Sabías quién era yo todo el tiempo?
—No todo el tiempo, pero poco después. —Él sonrió, sus ojos
cerúleos se enfocaron en mí.
Me sentí engañada. Estúpida. Como si yo fuera la única a la que no
dejaran entrar en una broma.
—Mi plan para sacar a Ling y a ti tuvo que ser reforzado cuando tu
identidad fue descubierta y entraste en los Juegos. —Andris examinó
algunos papeles—. Volamos Halálház, te liberamos, ayudamos a
Warwick a bombardear a Lord Killian para ayudarte a escapar... y ahora
supongo que también de la FDH.
—Me sobró un poco. —Warwick se encogió de hombros.
Solté una risa burlona antes de beber el resto del licor de hierbas. Mi
cabeza daba vueltas como un carrusel con todas las revelaciones.
—Esto no es suficiente para continuar. —Andris cerró la carpeta y
miró a Ling. Era tan bonita, diminuta y delicada, pero algo me dijo que
no la subestimara.
Ling negó con la cabeza.
—Seguiré intentándolo, pero estamos luchando contra un cortafuego
mágico excepcionalmente complicado.
—¿Cortafuegos mágico? —lo repetí.
—Metafóricamente. —Andris se apoyó en sus talones y la miró con
orgullo—. Ling es lo que llamas un hacker.
—¿Hacker? ¿Qué demonios es eso?
—Antes que nacieras, todo nuestro mundo se ejecutaba en
computadoras. Toda la información se podía encontrar en línea. El dinero
también se manejó y transfirió digitalmente. Pero cuando cayó el muro,
la magia destruyó la tecnología tal como la conocíamos. El Rey de las
Naciones Unidas ha establecido un nuevo Internet que es aún más
poderoso. Pero aquí, solo la élite puede permitirse una computadora. El
problema es que este nuevo sistema es aún más difícil de ingresar. Está
protegido por magia. Ling es un Kitsune, un zorro cambiante que puede
burlar y engañar a los hechizos mágicos. Entrar y salir de lugares,
virtuales o reales. Su padre era uno de los mejores hackers de su tierra
natal y le enseñó todo. Ella ayudó a romper los hechizos que protegían a
Halálház para que todos pudieran escapar. Ella es la mejor que hay.
Ling mantuvo su expresión uniforme, sin responder a sus elogios.
—¿Una Kitsune que se hace llamar Lynx? —Arqueé una ceja.
—Ling-ks —Andris sonrió—. KS son las siglas de Kitsune.
—Me duele el cerebro. —Una risa salió por mi garganta. Tantas piezas
de rompecabezas para intentar armar.
—Probaré con otra puerta trasera. —Ling se inclinó y volvió a besar a
Andris. Ella asintió con la cabeza antes de volverse hacia la puerta.
Observé a la mujer que recibió una paliza de mí. Ahora entendí por qué
ella me ayudó, me protegió. Por qué fue tan amable conmigo.
Porque se le pidió que lo hiciera.
En el momento en que sus pasos se retiraron por las escaleras,
Warwick se acercó al escritorio.
—¿Podemos llegar a por qué estamos aquí ya que ella está al día? —
Warwick arrojó las hojas de papel dobladas.
—¿Que demonios? —Miré dentro de mi abrigo, donde había guardado
los documentos, y encontré el bolsillo interior vacío—. ¿Cómo hiciste
eso?
Curvó su rostro, su boca a solo unos centímetros de la mía.
—No eres la única que puede moverse sin ser vista.
El aire se atascó en mi garganta por su proximidad. Parecía que no
podía acostumbrarme a él. No responder a la intensidad carnal que
llevaba.
El dedo de Andris pellizcó los papeles y los recogió, sus pupilas
recorrieron los documentos, el color desapareció de su rostro.
—¿De dónde has sacado esto? —Su mirada se dirigió a Warwick,
luego a mí—. ¿Cómo llegaste a esto? ¿Es esto real?
—Es real. —Warwick me asintió con la cabeza—. Pregúntale.
—¿Dónde lo obtuviste? —La agitación se elevó en su voz.
—Yo-yo... —Tragué—. Se lo robé a Istvan. Estaba en su caja fuerte.
—¿Y él sabe que lo tienes? —Andris bajó los papeles para mirarme de
lleno.
—Sí.
Andris susurró, casi para sí mismo, antes que su mano golpeara el
escritorio.
—Szar. —Mierda. Siseó entre dientes—. Él encontró ... lo que más
temíamos tu padre y yo.
—¿Qué quieres decir?
—Este documento fue una de las cosas que Markos hizo que tu padre
y yo buscáramos. Fue durante esos viajes que intentábamos averiguar
algo sobre ti. —Andris hojeó las dos páginas que pude robar—. Él había
leído sobre este científico, el Dr. Rapava. Cuanto más aprendía sobre él,
más se obsesionaba con el trabajo de este hombre. Le gustaba la idea que
los humanos volvieran a convertirse en la raza superior. Quería destruir a
los faes y recuperar lo que sentía que era nuestro por derecho. No se le
ocurrió pensar que técnicamente era su tierra primero. Los enviamos a la
clandestinidad. Los humanos han invadido, masacrado y conquistado
territorios desde el principio de los tiempos, pero todo lo que podía ver
era lo que nos habían quitado.
»—Markos está obsesionado con el poder. Cada batalla que
perdíamos, él se obsesionaba más con esta idea. De los humanos que
avanzan, se vuelven más fuertes, imbatibles en una guerra contra los
faes. —Andris agitó las páginas—. Usando el trabajo de Rapava era
cómo él quería hacerlo. Replicando su fórmula en forma de polvo. El
problema era que el médico se fue a los estados del lejano oeste, donde
se decía que todo su trabajo avanzado había sido destruido. Sabíamos
que algunas de sus primeras notas experimentales sobrevivieron. Otro
científico tenía algunos de ellos y los primeros diarios de experimentos
de Rapava. Continuamos diciéndole a Istvan que era simplemente un
rumor, pero parece que siguió buscando y lo descubrió desde entonces.
—Andris tiró los documentos hacia abajo—. Maldita sea. Esto es malo...
—A punto de empeorar. —Me encogí—. Istvan no solo encontró la
fórmula de Rapava, sino que la está copiando y produciendo. No sé
cómo, pero lo está. Lo está enviando a otros países, probablemente
construyendo una alianza con todos los principales líderes mientras se
llena los bolsillos. —Una punzada golpeó mi pecho, mientras todavía
lloraba por el hombre que creía conocer, el hombre que pasó horas
enseñándome ajedrez. Istvan se había mostrado distante, pero nunca
pensé en él como un monstruo—. Ha estado enviando pastillas a la
República Checa. —Con el líder al que quería venderme como esposa—.
Y no tengo ninguna duda sobre Ucrania y más allá ahora.
Ahora me di cuenta de lo siniestro que era el matrimonio de Caden.
Fue parte de la toma de poder de Istvan, convertirse en el gobernante de
todos y, finalmente, volverse más poderoso que los líderes más fuertes
del Bloque del Este.
—¿Está produciendo pastillas? ¿Ha podido obtener esencia fae? —
Andris exhaló con dureza. Las dos palabras sonaron como un peso
golpeando el suelo—. ¿Cómo?
—No lo sé. —Meneé la cabeza.
—¿Cómo sabes esto? ¿Cómo sabes que Istvan las está produciendo?
—Porque ellas fueron la razón por la que me atraparon y me llevaron a
Halálház. Las robé de un envío que se dirigía a Praga.
—¿Las robaste? —Sus ojos oscuros se clavaron en mí—. ¿Todavía las
tienes?
Mi estómago se hizo un nudo, el miedo subió por mi columna.
—No. —Pellizqué mis labios—. Killian las tiene.
Andris se quedó quieto, sus costillas presionando contra la tela de su
chaqueta.
—¿El líder de los faes tiene estas píldoras?
Asentí.
—¿Los has visto?
—Sí, vi a sus sujetos de prueba. —Me lamí los labios—. Y yo soy uno
de ellos.
Fue como si hubiera dejado caer una bomba en la habitación. El
silencio irrumpió en el espacio, asfixiándose y expandiéndose.
—¿Tú. Eres. Uno? —La nariz de Andris se ensanchó, sus ojos se
agrandaron.
—Primero los probó conmigo, pero no me pasó nada. —Una gota de
sudor salpicaba la parte posterior de mi cuello, el significado de mi
revelación me golpeó.
No me pasó nada.
Porque yo no era normal.
—Nadie más sobrevivió. —Abrí la cremallera de mi chaqueta, el calor
envolvió mi piel.
—¿Qué les pasó a ellos?
—Todos murieron. Dolorosamente. Pero hubo una etapa en la que se
volvieron como máquinas y se volvieron agresivos y fáciles de controlar.
Atacaron por orden y tenían una tolerancia al dolor extremadamente alta.
—¿Pero tú no?
—No.
—Su cuerpo luchó. —Warwick se apoyó contra la pared con los
brazos cruzados—. Se volvió más fuerte, como yo.
—¿Qué quieres decir? —Lo miré.
—¿Crees que nadie ha intentado matarme de otras formas además de
venir directamente por mí? ¿Envenenar mi comida y bebida? —Inclinó
la cabeza—. Pero mi cuerpo luchó contra eso, haciéndose más fuerte en
su lugar.
Debido a que sus niveles elevados de inmunoglobulina M lo protegen
...
Como los míos.
Eso no puede ser una coincidencia. Simplemente no sabía lo que
significaba.
Andris comenzó a caminar, con las manos en las caderas.
—¿Cuánto tiempo te hicieron la prueba? ¿Cuándo empezaron a
cambiar?
—Killian me puso a prueba durante unas dos semanas. Dejé de tomar
las pastillas hace una semana. Nunca me pasó nada, pero cuando estaba
en sus laboratorios, vi lo que les pasó a las personas que estaban en ellos.
Pasaron unas veinticuatro horas antes que empezaran a enloquecer. Creo
que alrededor del cuarto o quinto día entraron en estado catatónico. Una
tuvo el intento de atacarme.
—¿Qué? —Warwick se apartó de la pared.
—Ella estaba tras las rejas. Yo estaba bien —le dije que se fuera—.
Pero nunca había visto algo así. Eran robots, luego cambiaron,
convirtiéndose en animales salvajes. Lo único que quería hacer era
matarme hasta que él le ordenó que se detuviera. Ella había estado así
durante unos días. Después de eso... —Negué con la cabeza—. Empiezan
a morir, su cerebro básicamente se derrite.
Andris siguió caminando detrás de su escritorio.
—Como si no tuviéramos una batalla lo suficientemente grande para
pelear, ahora nuestros dos enemigos tienen la fórmula y la están usando.
—No creo que Killian quiera usarla contra nosotros. Creo que quería
saber qué estaba planeando Istvan.
La cabeza de Andris se volvió hacia mí.
—No seas ingenua. Killian es despiadado. Va a usar esto en nuestra
contra.
—No creo que Killian hiciera eso.
—¿Por qué lo estás defendiendo? —Warwick se burló.
—No lo estoy. —Cambié el peso a mi otra pierna—. Simplemente no
creo que se sienta amenazado por los humanos. Parecía más
desconcertado por lo que hicieron.
—¿Desconcertado? —Andris dejó escapar una risa áspera—. El
hombre es despiadado y cruel. Recuerda mis palabras, él usará esto
contra nosotros.
—Eso no fue lo que vi.
Andris se detuvo, sus ojos muy abiertos sobre mí.
—Te gusta él…
—No.
Warwick resopló, sus ojos centellearon ante el conocimiento de cómo
me había encontrado con Killian.
—No seas tonta, niña. Estaba jugando contigo. Nos matará sin
pensarlo. No puedes confiar en él —dijo Andris.
Abrí la boca para responder, pero unos pasos afuera de la puerta nos
interrumpieron. Me giré para ver a un hombre vestido con ropa oscura,
botas y sombrero.
—Teniente, aquí para informar. —Levantó la cabeza y me mostró su
perfil.
Santa mierda.
La habitación se inclinó, la conmoción casi hundió mis piernas,
recibiendo otro golpe.
Ojos marrones suaves, cabello castaño sedoso, su alta estatura
orgullosa y elegante.
—¿Za-Zander? —Se me cayó la boca, mis ojos recorriendo al caballo
cambiante. ¿Qué demonios está pasando?
—¿Brexley? Oh mis dioses. —Sus ojos se abrieron con incredulidad,
moviéndose instantáneamente hacia mí, sus brazos envolviéndome,
atrayéndome hacia su cálido pecho—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Estaba a punto de preguntarte lo mismo. —Aunque las palabras
anteriores de Andris ya volvieron a mí.
—Pero a través de un guardia, pude mantenerme en contacto.
—Oh, dioses, eres el guardia. —Me eché hacia atrás, señalándolo a él,
luego a Andris—. Él está contigo.
La cabeza del tío Andris se inclinó en confirmación.
La asistencia de Zander, el que me ayudara a escapar de Halálház y en
el palacio de Killian, se hizo muy clara. Formaba parte de la Resistencia.
Un espía.
—¿Qué pasó? ¿Pensé que habías vuelto a la FDH? —Zander extendió
la mano, tocando mi cara, sus ojos buscando los míos, su pulgar
deslizándose suavemente sobre mi mejilla—. Aunque no voy a mentir...
Es tan bueno verte.
Un gruñido latió por la habitación. Sentí un destello de ira en mi
espalda cuando sentí la presencia de Warwick paseando alrededor de
Zander como si estuviera cazando una gacela, sus labios se curvaron.
Miré a la enorme forma detrás de mí que no se había movido de su lugar.
Detente. Lo fulminé con la mirada. La boca de Warwick se torció,
moviéndose contra la pared.
—¡Tú! —La mirada de Zander se lanzó sobre mi hombro, pasando a
una mirada ceñuda—. ¿Qué diablos hiciste, Farkas? Se suponía que la
llevarías a casa. A salvo. —La mano de Zander se alejó, acercándose al
Lobo—. Sabía que no deberíamos haber confiado en ti. —Zander cargó
hacia Warwick, sus manos se convirtieron en puños mientras las
aplastaba contra el pecho de Warwick. El Lobo solo dio un pequeño paso
hacia atrás—. ¡Lófasz a seggedbe! — ¡Vete a la mierda! ¡Polla de
caballo en el culo!
—Y aquí pensé que era su trasero donde lo querías. —Warwick se
burló.
—¡Vete a la mierda! —Zander lo empujó de nuevo.
El cambio en Warwick fue instantáneo.
—Retrocede, pony —Warwick recuperó el paso, hinchó el pecho y sus
ojos color aguamarina se oscurecieron por la ira—. Recibirás solo una
advertencia.
—Tú eres la razón por la que ella estaba incluso con Killian. Por qué
el teniente pensó que podíamos volver a confiar en ti, no lo sé. ¿A quién
vas a venderla ahora, Farkas? Ella no es más que una ganancia para ti,
¿no es así? —Zander enseñó los dientes, sus puños golpearon a Warwick
en su torso.
Una poderosa rabia llenó la habitación y se precipitó violentamente
hacia mí.
—¡Warwick, no! —grité, pero era demasiado tarde. Las manos de
Warwick agarraron el cuello de Zander mientras levantaba al caballo
cambiante y lo golpeaba brutalmente contra la pared, sacudiendo los
cimientos. La cabeza de Zander golpeó la madera con un crujido.
—Si me tocas o me amenazas de nuevo, no me importa de qué lado
estés... te mataré. —Warwick apretó el cuello de Zander con más fuerza,
acercándose a su cara—. Deja de pensar que eres un héroe que viene a
salvar a la damisela. Ella podría destriparte y lavarse las manos en tu
sangre antes que pudieras parpadear, burro.
¿Era enfermo que encontrara caliente su amenaza para Zander? ¿Que
pensara que yo era capaz de hacer eso? Joder... ¿qué me pasaba?
—Warwick, déjalo abajo —ordenó Andris.
Warwick no respondió, clavado en su presa, la furia flexionando cada
músculo.
Sin moverme de mi lugar, sentí mi yo fantasma cerca de él, mi mano
acariciando su espalda, deslizándose por su enorme brazo con las yemas
de los dedos que solo él podía sentir. Se tensó bajo mi toque ilusorio, su
mirada se dirigió hacia donde sentía mis dedos.
—Déjalo ir —dije con calma desde mi lugar. Sabía que podía oírme
susurrar las mismas palabras en su oído.
Inhaló bruscamente, apretó la mandíbula y lo dejó caer. Zander se
deslizó por la pared, estrellándose contra el suelo, jadeando y tosiendo.
—Tienes suerte que ella te cuide la espalda esta vez, chico pony. La
próxima vez que vengas a mí, será mejor que estés preparado. No habrá
nadie que me detenga. —Dio un paso atrás; sus ojos aún se posaban en el
caballo cambiante.
Zander se puso de pie, alisándose la ropa, su expresión cortada por la
furia y la humillación.
—Tenemos suficientes enemigos con los que estamos luchando —
ladró Andris, señalando más allá de nosotros—. No los necesitamos aquí
también. —Inhaló y exhaló un suspiro—. Zander, tu informe.
Zander echó los hombros hacia atrás, sus mejillas enrojecidas, sus ojos
ardiendo.
—Killian la quiere de vuelta, amenaza con actuar en la FDH. Hay una
recompensa por la cabeza de Warwick. —Los ojos de Zander se lanzaron
hacia nosotros, luego de vuelta a Andris—. Él ha estado furioso desde
que ella escapó. Limpió la casa de cualquiera que sospechara que estaba
involucrado
—¿Pero todavía no sospecha de ti?
—No. —Su garganta se balanceó—. Él no lo hace. Y la única persona
que lo hizo... está en coma curativo. Ella no puede decir nada.
Mi columna se enderezó como una vara.
—¿Nyx? —Mi boca se abrió—. ¿Sigue viva?
Zander asintió con firmeza.
—Sí, gravemente herida. El sanador cree que estará en coma durante
al menos dos o tres semanas más.
Pasando una mano por mi cabello, caminé en círculos. Si Nyx se
recuperaba por completo, vendría por mí. Nada la detendría. Ni siquiera
Killian. Me llevé a su amante y Warwick casi le quitó la vida.
—En el momento en que sientas que has sido comprometido... —
Andris dejó el resto.
—Lo sé. —Zander bajó la cabeza en agradecimiento—. Aún soy
valioso para ti y para él si me quedo.
—¿Qué está haciendo él para perseguirla? —Andris me señaló con la
barbilla.
—Él todavía piensa que ella está en la FDH, pero desde las
explosiones de anoche, está aún más desesperado por encontrarla. Ha
relacionado el bombardeo en Halálház, el palacio y la FDH de la misma
manera.
—¡Szar! —Andris golpeó con las manos el escritorio, inclinándose—.
¿Lo ha vinculado a nosotros entonces?
—Todavía no, pero está empezando a sospechar. No creía que la
Resistencia fuera más que unos pocos matones dispersos que estaban
provocando problemas, pero ahora está empezando a echar a algunos
espías —dijo Zander—. Ordenó a algunos soldados que recuperaran
cualquier material de bomba que quedara de Halálház. Él verá la calidad
de alto grado, notará que es lo mismo del bombardeo de la noche en que
ella escapó. Él sabrá que es más que unas bombas caseras.
Andris miró fijamente como si tratara de averiguar cuál sería su
próximo paso.
—Esta bien. Gracias, Zander. Te puedes ir. No necesitamos que nadie
se dé cuenta de tu ausencia también en este momento.
—Gracias Señor —Zander hizo una reverencia, retrocediendo, su
atención se dirigió a mí, una sonrisa curvó sus labios—. Brexley.
—Zander. —Le devolví la sonrisa.
—Espero volver a verte pronto.
—Yo igual.
Zander me guiñó un ojo, se volvió y salió de la habitación.
Un gruñido que solo yo pude escuchar me mordió la nuca. Me volví
hacia Warwick, levantando una ceja.
Sin emoción, me miró desafiante. Me encontré con su mirada,
cruzando mis brazos para igualar la suya. La conexión entre nosotros se
tensó alrededor de mis costillas, llenando la habitación de hostilidad e
intensidad.
Odio.
Furia.
Dominio.
Podía sentirlo moverse a mi alrededor, insinuando mis bordes, pero
empujé hacia atrás, no queriendo la intimidad, deseando que los
escalofríos que corrían por mi cuerpo desaparecieran.
Una tos forzada nos atrajo a los dos hacia la figura que nos miraba,
Andris, cuya mirada se movía entre nosotros como si pudiera ver las
redes entre nosotros, un ceño fruncido tirando de su frente.
—¿Quieres un recorrido por la base? —Andris señaló las puertas,
hablándome—. Podría ser mejor si te quedaras aquí con nosotros ahora.
—No. —La respuesta de Warwick apenas sonó como una palabra,
pero fue más como un ladrido.
—Sería más seguro para ella, Farkas. —Andris caminó hacia mí,
poniéndose entre nosotros—. No fue hace tanto tiempo que nos
traicionaste, la entregaste a Killian. Preferiría tenerla aquí. Sabiendo que
ella está segura. Además, los hombres de Killian y Markos están
buscándola a ella y a ti.
Salvaje y dominante, todo el cuerpo de Warwick se tensó.
—Sí, estoy de acuerdo. —Agarré el brazo de mi tío, mi atención se
centró en Warwick—. Creo que sería mejor. Estaría mucho más segura
aquí. Además, finalmente estás libre de mí.
—Libre de ti —se burló en voz baja como si fuera una broma, la
vibración viajando directamente entre mis piernas.
—No me controlas —La versión de mí que solo Warwick podía ver
paseaba a su alrededor—. Podrías pensar que eres una leyenda ruda a la
que todos se inclinan, pero yo no.
—Joder, princesa... vas a estar rogándome que te controle... que haga
cosas contigo con las que nadie podría soñar. —Su aliento ronco se
arrastró por mi cuello y, a mi pesar, mis pestañas se agitaron, mi
respiración se entrecortó. Me sentí abrumada por la sensación de sus
manos subiendo por mis muslos, su físico presionándome desde atrás,
curvando mi columna hacia él. El calor latía por mis venas y luché por
tragar—. No solo te inclinarás, sino que te pondré de rodillas pidiendo
más. —Sus dedos trazaron a lo largo de la banda de mi pantalón,
deslizándose debajo de la tela. Sentí que había recibido el mayor impacto
de una droga—. Si. ¿Te gusta eso, Kovacs?
Joder... lo hacía... demasiado. Un gemido se sentó en mi garganta, mis
dientes se apretaron. Su mano empujó hacia abajo.
—Bueno, gracias, Farkas, por salvar Brexley. —La voz de Andris
cortó el enlace, devolviéndome a la realidad con una caída brutal. Mi
cuerpo se estremeció ante la repentina ausencia de él—. Ella significa
todo para mi. Siempre estaré agradecido por lo que hiciste.
Me di cuenta que podía deslizarme fácilmente en mi pequeña burbuja
con Farkas y hacer caso omiso de cualquier otra cosa. Olvidarme de la
realidad. Olvidar que en realidad no me estaba tocando.
—Estoy seguro que conoces la salida. Sabes cómo contactarme en el
futuro.
—Sí —respondió Warwick a Andris, pero su expresión engreída
permaneció en mí, pesada y penetrante.
Mi tío, mi nagybacsi, asintió con la cabeza, me dio unas palmaditas en
el brazo y me llevó hacia la puerta.
Girando mi cuello, lo miré.
—Adiós.
—Si. Nos vemos, princesa. —Ni siquiera lo dudó, pasó a mi lado y
bajó las escaleras, sin mirar atrás ni una sola vez, como si finalmente lo
hubiera liberado de una jaula.
Era lo mejor. Necesitábamos romper este vínculo entre nosotros.
Quizás el tiempo y la distancia podrían al menos silenciarlo. Ninguno de
los dos lo quería, ni siquiera nos gustamos.
Si era para algo mejor...
¿Por qué me sentí tan vacía?
Dos niveles por debajo de la mansión tapiada, la vida zumbaba y se
movía por las habitaciones sin ventanas. Los grandes búnkeres eran más
altos de lo que imaginaba, lo que hacía posible que casi olvidaras que
estabas enterrado en la tierra. No es que pudiera. Despreciaba estar bajo
tierra después de meses de estar sin sol ni estrellas, sin aire fresco,
viviendo en una tumba en Halálház. Estar aquí abajo me picaba con un
miedo profundamente arraigado, como estar cubierta de hormigas.
Más de sesenta personas se arremolinaban alrededor de la base, todas
vestidas con ropa oscura, pero nada que gritara “uniforme”. Una
colección de formas, colores, razas y especies, la mayoría parecía tener
entre veinte y treinta años, pero con los faes, nunca se sabía.
El búnker subterráneo moderno era más grande que los pies cuadrados
de arriba, lo que me dijo que se construyó mucho después que se
construyeron las casas de arriba. El área grande se dividía en una sala de
capacitación, un comedor, una sala de computadoras, oficinas y baños, y
las habitaciones con literas estaban al final de un pasillo.
—Estos son solo para algunos de nosotros. Algunos optan por no vivir
aquí. Tenemos más de mil combatientes para nuestra causa, pero solo
unos cien viven aquí. Nada comparado con Povstat en Praga, pero cada
día se nos unen más. —Andris me guió a través del búnker.
—Esto es lo que llamamos el centro o el cerebro de la operación. —
Andris me llevó a una habitación donde estaba sentada Ling,
indicándonos que entráramos. El espacio estaba lleno de pantallas,
máquinas y otros equipos del que no tenía idea. Los monitores mostraban
números y letras, mapas y lo que parecían ser materiales de bombas—.
Intel, piratería, codificación, compra de artículos del mercado negro,
investigación para misiones. Esta sala es el quid y donde planeamos
todo. —Andris señaló las pantallas.
Ling tocó un teclado, junto con otras personas, ninguna de las cuales
miró hacia arriba cuando entramos.
—Guau. —No tenía que saber mucho sobre computadoras para saber
que este equipo no solo era importado, sino que probablemente era
extremadamente caro.
—Por aquí está la sala de entrenamiento. —Andris se movió
rápidamente, mirando dentro de la habitación. Una veintena de personas
se ejercitaban en las colchonetas, perfeccionando movimientos. Me
recordó mucho a mi formación en la FDH, pero aquí parecían más
autodidactas y no parecía haber un instructor principal.
Un tipo enorme se lanzó hacia una chica de solo un metro sesenta y
cinco sobre una estera. En dos movimientos, la chica le torció el brazo y
lo puso boca arriba.
Maldita sea.
—¿Birdie? —Andris la llamó—. Ven aquí un momento.
Se sopló un mechón de cabello suelto de la cara mientras se acercaba,
mirándome con fastidio. Parecía tener más o menos mi edad, baja,
delgada, pero tenía una estructura sólida, con ojos celestes muy marcados
y cabello rubio blanquecino, que le llegaba hasta el culo incluso en una
cola de caballo. Tenía un aro en la nariz y perforaciones en cada oreja.
Vestida de negro, toda su personalidad era defensiva y desafiante. Lista
para luchar contra ti, como si se hubiera pasado la vida demostrando que
no era débil, y ser una chica bonita no la convertía en un objetivo.
Algo que entendí. Sin embargo, no hizo que me gustara.
—Birdie, Brexley. —Él nos presentó. La sonrisa forzada más rápida se
deslizó dentro y fuera de sus labios como agua.
—Hola. —Colocó las palmas de las manos en las caderas y luego
inclinó la cabeza—. Espera... ¿Brexley como Brexley Kovacs?
—La misma —respondí secamente.
—Ella se quedará aquí, y pensé que ustedes dos podrían alojarse
juntas. —Pareció ignorar la tensión entre nosotras—. Ella podría seguir
tu horario.
—¿Qué? —exclamó, ya sacudiendo la cabeza—. Oh diablos, no.
Finalmente tengo una habitación individual.
—Birdie. —Su tono estaba lleno de la advertencia que recordaba tan
bien de mi niñez.
—Sabes que no me llevo bien con la gente. —Ella lo fulminó con la
mirada—. No soy material de compañera de cuarto.
—Yo tampoco. —La miré hacia abajo.
—Creo que ustedes dos tienen mucho más en común de lo que creen.
—Palmeó nuestros brazos—. Brexley, ¿estarás bien? Tengo algunas
cosas con las que lidiar.
—Claro —respondí. Birdie y yo continuamos mirándonos la una a la
otra.
—Está bien, me comunicaré contigo más tarde. —Me frotó el brazo
antes de alejarse.
Birdie se cruzó de brazos, evaluándome.
—Supongo que pensé que serías… no sé… más. La ilusoria Brexley
Kovacs parece un poco decepcionante. —Ella se encogió de hombros—.
¿Qué tipo de nombre es Brexley de todos modos?
—¿Qué tipo de nombre es Birdie?
—No es mi nombre real, pero me queda bien. —Dio un paso más
cerca, poniéndome a prueba—. Mientras la gente está ocupada arrullando
sobre lo linda y pequeña que soy, queriendo acariciar mis plumas, entro
en picado y les pateo el trasero. ¿Quieres que te enseñe? —Me lanzó una
mirada mordaz antes de volverse hacia las colchonetas, empujando a un
chico fuera de su camino.
He cambiado de opinión. Creo que me cayó bien.
Una hora más tarde, el sudor goteaba por mi espalda cuando me
acerqué y agarré una taza de agua. Había saltado al entrenamiento,
quitándome las capas superiores, dejándome solo con pantalón y una
camiseta sin mangas.
Se sintió bien hacer ejercicio a ese nivel de intensidad. Había pasado
un tiempo. Y Andris se había asegurado que todos aquí practicaran a un
alto nivel, incluso más en serio que en la FDH. No estaban bromeando.
—¿Ya terminaste, X? —Birdie rebotó en la alfombra, con la cara
empapada de sudor. De alguna manera, su delineador de ojos se mantuvo
en su lugar, pero su cabello se le pegó a su rostro. Había empezado a
llamarme “X” por alguna razón. Los faes creían que los nombres tenían
poder e intimidad, y se había filtrado a nuestra generación. Además,
habría sido una estupidez vincular tu nombre real a un grupo radical.
Dudaba que alguien aquí usara su nombre de pila.
—Para nada. —Me limpié la frente. Mis músculos ardían de fatiga y
me encantó. Birdie era pequeña, pero maldita sea, la chica podía pelear.
Sabía que era una fae, lo que la hacía más rápida y fuerte, pero hice todo
lo posible para mantener el ritmo.
—Tengo que decir que eres mejor de lo que pensaba. —Ella se movió
hacia atrás en la estera, haciendo espacio para mí—. Especialmente para
un humano.
—Gracias —respondí secamente—. Tú también.
Ella sonrió.
—¿Qué eres de todos modos?
—¿No sabes que es de mala educación preguntar? —Empezamos a dar
vueltas alrededor de nosotras.
—¿Me veo como que me importa? —Me encogí de hombros.
—Bueno, te ves como una de esas chicas criadas con perfecta etiqueta
social. Una servilleta de tela en su regazo y zapatos de juego separados.
Todo era jodidamente cierto.
—Nunca fui realmente buena para ser esa chica. —Di un paso hacia
un lado, manteniéndome a la misma distancia de ella mientras
aprendíamos las debilidades de la otra—. Y pareces alguien a quien le
importa una mierda la etiqueta o lo que es grosero.
Ella resopló.
—Soy la fae más baja que puedes conseguir y todavía soy considerada
fae.
—¿Padres?
—Colgados de cocaína fae. Lo único que les importaba era su próximo
golpe o golpearme cuando no podían conseguirlo. Me fui cuando tenía
unos diez años y nunca miré atrás. —Nos orbitamos la una a la otra, ella
me atacaba rápido, pero esquivaba a todos—. Como ya sé de tu trágica
historia de huérfanos, digo que el tiempo para compartir se acabó. No es
que nadie aquí sienta pena por ti. Tenías comida y una cama caliente, que
es muchísimo más que la mayoría de nosotros. —Ella se lanzó hacia
adentro, su puño golpeando mi cadera mientras me giraba para
apartarme. Sus párpados se estrecharon, su mandíbula se movió. Lo
intentó de nuevo mientras yo caía al suelo, pateando. Mi talón la golpeó
en el estómago, tirándola hacia atrás y golpeándola con fuerza contra el
suelo. Sus ojos se abrieron con horror.
Me moví más rápido de lo que esperaba.
—No te mueves como un humano.
Los otros aprendices se detuvieron, sus ojos en nosotras y sus bocas se
abrieron en estado de shock, luego se voltearon hacia mí desconcertados.
La respuesta me hizo pensar que esto nunca le había pasado a Birdie.
Estaba claramente acostumbrada a ser la que dejaba caer a la gente.
Ella saltó rápidamente, su expresión tensa por la furia. Se movió, su ira
la cegó ante la obviedad de su movimiento. Salté fuera del camino, mi
codo chocando contra su omóplato, mi otra mano golpeando su barbilla
mientras giraba. Ella no se cayó, pero soltó un gruñido desde su pecho,
girándose para enfrentarme.
Murmullos y movimiento nos rodearon mientras las figuras nos
encerraban, con toda su atención en nuestra lucha. Mi atención se desvió
por un segundo, y ella saltó hacia mí, su puño crujiendo en mi mejilla.
Tropecé hacia atrás. El fuego me quemó la cara, un lado de mi boca se
partió. Un hilo de líquido rodó por mi barbilla.
Al tocarlo, mis dedos se enrojecieron.
Oh diablos, no.
Lanzándome hacia ella, mi mano golpeó rápido, chocando contra sus
riñones, obligándola a inclinarse, un grito brotando de sus labios.
—Maldita sea, nadie ha derribado a Birdie —comentó un hombre—.
Quinientos florines por la chica nueva.
—Seiscientos por Birdie.
Las apuestas se lanzaron a nuestro alrededor, pero sus voces eran
distantes, mi atención estaba en ella. Ella era combativa. Alguien que
creció peleando sucio. Me habían entrenado adecuadamente, pero mi
tiempo en los Juegos demostró que podía ser igual de sucia.
Barriendo su pierna, su bota se hundió en la parte de atrás de mi
rodilla, mi cara se estrelló contra la alfombra con un crujido. Sentiría el
dolor más tarde, pero la adrenalina lo hizo a un lado cuando Birdie saltó
sobre mí.
La multitud vitoreó y gritó, agitando la intensidad en la habitación.
La sangre brotó de mi nariz, mis entrañas se llenaron de ira cuando su
puñetazo cayó sobre la parte posterior de mi cuello. Con un violento giro,
rodé y la arrojé. Birdie trató de saltar, pero la agarré y la volteé antes de
saltar sobre ella, inmovilizándola. Mi brazo se curvó hacia atrás, listo
para dar el golpe final.
Sus ojos ardieron de resentimiento, la sangre le caía por la barbilla. Se
notaba que no estaba acostumbrada a ser la perdedora.
Me gruñó y le habría dado el golpe, pero una mujer mayor entró en la
habitación y aplaudió. La habitación estalló de conmoción.
—Está bien. Ya es suficiente —dijo la mujer—. ¡Hora de comer!
A regañadientes, las figuras comenzaron a alejarse. Dejando que mi
atención divagara.
Estúpido error de novata.
¡Crack!
Los nudillos de Birdie se clavaron en el costado de mi mandíbula,
arrojándome de vuelta a la alfombra, la agonía explotó en mi cerebro
mientras luchaba por respirar. Cayendo al suelo, me agarré la cara,
preparándome para que ella viniera detrás de mí de nuevo. Pero se quedó
ahí. Ambas estábamos tumbadas de espaldas, jadeando y sangrando. Y
estaba pensando seriamente en vomitar. Pero enferma como estaba, me
encantó.
Mitad tos, mitad risa salió de mis pulmones. Estaba demasiado agotada
para moverme.
Su cabeza cayó en mi dirección y me volví para mirarla. Una sonrisa
se curvó sobre su boca, y luego la risa brotó de ella también. Miramos al
techo, riéndonos como locas.
Podía sentir las miradas curiosas, pero solo nos hizo reír más.
Mi tío tenía razón; parecía que teníamos más en común de lo que
pensaba.
A las dos nos emocionaba la pelea, incluso si nuestros traseros eran los
que iban a ser lanzados.
Diez minutos después, seguía a Birdie hasta una mesa en la cantina.
Una taza de estofado y pan en una mano y Alföldi kamillavirágzat
caliente, una infusión de manzanilla silvestre conocida por sus fines
medicinales, en la otra. Por la forma en que me dolía la cara, estaba lista
para beberme toda la olla.
—¿Le cortaron las alas al pajarito? —Un tipo con pómulos cincelados
y tatuajes que cubrían su cuello, brazos y manos sonrió con satisfacción,
luego se metió una cucharada enorme de estofado en la boca. Sus ojos
oscuros la miraron. Llevaba el cabello negro afeitado a los lados y largo
en la parte superior, el cual lo había anudado. Parecía ser de ascendencia
asiática.
—Cierra la boca, Maddox —gruñó Birdie, dejándose caer en un banco
frente a él—. Todavía podría llevarte.
Él se burló, pero siguió echando más estofado.
—Chicos, X. —Ella me hizo un gesto—. X, ellos son Maddox,
Wesley, Zuz y Scorpion. —Hizo un gesto alrededor del grupo, pero su
atención ya estaba en su comida.
—Okey. —Asentí con la cabeza, sentándome al final del banco junto a
ella. Todos parecían ser de mi edad y extremadamente hermosos, en
forma y muy diferentes del grupo en la FDH. Allí los chicos siempre
iban afeitados, todos limpios y cambiados para la cena, las botas
lustradas. Nuestras cenas eran filetes y comida gourmet. Aquí eran
impetuosos, salvajes e indómitos. Sucios, tatuados, desaliñados, con ropa
rota y gastada. Se comieron un guiso aguado como si fuera a
desaparecer.
Escaneé la asamblea, mi mirada aterrizó en el chico sentado frente a
mí, una extraña sensación retorciéndose en mi estómago, un golpe en la
parte de atrás de mi cuello me hizo mirarlo a través de mis pestañas.
Scorpion me miró descaradamente, su mirada penetrante, su rostro en
blanco. Sus ojos color avellana eran tan intensos que me sentí incómoda
mirándolo por mucho tiempo. Tenían un poder, un sentimiento de
muerte, como si me cortara la garganta aquí mismo. Me recordó a
Warwick. Su aspecto era severo, con tatuajes que cubrían cada trozo de
piel visible debajo de su cabeza. Su cabello castaño más largo estaba
recogido en un moño desordenado, y usaba anillos gruesos y
perforaciones en la frente. Llevaba puesta una camiseta hecha jirones y
pantalones de cargo rotos con botas, como si no le importara un carajo y
solo se pusiera estos artículos porque se viera obligado a hacerlo. Incluso
sentado, me di cuenta que medía al menos dos metros y tenía hombros
anchos.
—Guau. —La otra mujer en la mesa, Zuz, habló, atrayendo mi
atención hacia ella. Su expresión estaba torcida como si oliera algo mal.
Alta, delgada, en forma e impresionante, su cabello rubio oscuro colgaba
en una trenza por su espalda, mostrando su piel de porcelana, labios
carnosos y nariz respingona. Tenía un gran espacio entre los dientes
frontales, pero en ella funcionaba—. Entonces, existes. La infame
Brexley Kovacs —dijo con un marcado acento polaco, su significado
claro.
—No soy una fan, me estoy reuniendo. —Le di un mordisco a mi
estofado suave y luego la miré fijamente, no intimidada en lo más
mínimo por su tono altivo, tratando de ignorar la sensación de los ojos de
Scorpion todavía sobre mí.
—Acabo de escuchar mucho sobre ti, y...
—Esperabas más —respondí, levantando una ceja. Escuché a Birdie
resoplar en voz baja—. Menos mal que me importa una mierda lo que
pienses. —Perra, por favor. Lo hice a través de Halálház; tú no me
asustas.
Wesley se atragantó con su sopa.
—Maldita sea, Zuz, alguien que no te teme.
Ella le gruñó, sus ojos marrones se encontraron con los míos con una
sonrisa descarada y un guiño. Wesley era guapo, pero era el más discreto
de los chicos. Su cabello castaño oscuro era corto y no tenía tatuajes
visibles. Su energía era más liviana y juguetona. Se podía ver que era el
“encantador” del grupo.
—Déjame decirte que me impresionaron tus movimientos allí. —Sus
labios se juntaron—. Nunca he visto a nadie desafiar a Birdie como tú.
—Fue algo de una sola vez. —Birdie sonaba a la defensiva—. No
dormí anoche.
Wesley y Maddox se rieron, moviendo la cabeza.
—Seguro. —Wesley le dio unas palmaditas en el brazo.
—Estoy lista para repetir mañana si necesitas que te patee el trasero de
nuevo. —Por favor di que no, por favor di que no.
Los chicos aullaron cuando Birdie se volvió hacia mí, sus párpados se
estrecharon.
—Primero, no me pateaste el trasero. Si mal no recuerdo, te golpeé el
tuyo.
—¡Después de que ella te inmovilizara! —Wesley exclamó.
—¿Entonces? —Ella respondió, alzando la voz—. No hay tiempo de
espera cuando estás en el tapete. Al igual que cuando estás ahí fuera,
aprovechas cualquier oportunidad que puedas.
—Creo que Birdie puede manejarla, no hay problema. —Zuz me
sonrió mordazmente.
Su broma rebotó de un lado a otro, pero se convirtió en un ruido
blanco cuando mi conciencia de Scorpion se hizo más fuerte. No había
dicho una palabra. Apenas se había movido, pero no pude superar la
sensación de pesadez que cubría mi piel. La necesidad de mirar hacia
arriba como si me estuviera llamando me conmovió en mi asiento. No
era necesariamente sexual, pero me sentí demasiado consciente de él. Mi
pierna se balanceó con energía inquieta.
—Voy a ir al baño —murmuré, levantándome, sin mirar ni esperar una
respuesta mientras salía disparada de la cantina. La gente se movía a mi
alrededor, mirando abiertamente, probablemente habiendo escuchado los
rumores de que estaba aquí. Pasé junto a ellos, encerrándome en un
cubículo.
Apoyándome en él, dejé caer la cabeza entre las manos y respiré
profundamente.
—¿Esto es lo que llamas ser libre de ti? ¿Ya me extrañas, princesa? —
Mi cuerpo reaccionó instantáneamente a su voz, molestándome.
Mierda.
Levanté la cabeza para ver a Warwick sentado en la parte superior del
inodoro, con los labios torcidos por la arrogancia.
—No, simplemente me vienes a la mente cuando pienso en una
mierda. —Me crucé de brazos.
El fantasma de una sonrisa se insinuó en su boca. Sus ojos sobre mí
rompieron la sensación que Scorpion me había dejado un momento
antes. Incluso en mi mente, Warwick era una fuerza de la que no podía
protegerme. Él se hacía cargo. Me controlaba. Exigía mi atención.
Saliendo del inodoro, su mirada penetrante se movió sobre mi rostro.
Inhalé, inmovilizándome contra la puerta, sintiendo el calor de su alto
cuerpo chocar contra el mío.
—¿Te dejo sola por una hora, y ya has estado en una pelea? —Levantó
la mano, sus nudillos recorrieron el corte de mi boca, a lo largo del
hematoma palpitante de mi mandíbula.
Inhalando, esperé el dolor, pero no llegó ninguno, solo el zumbido de
su toque, que me encendió de adentro hacia afuera.
—¿Cómo te siento? Es como si estuvieras realmente aquí. —Mi voz
estaba apenas por encima de un susurro, mi garganta luchaba por tragar.
Anhelaba más de su toque. Sus labios carnosos flotaban a solo
centímetros de los míos.
—Joder si lo sé —rugió, acercándose, su aliento se filtró por mi cuello.
Cada músculo, la textura de su ropa, su cabello suelto haciendo
cosquillas en mi mejilla. Se sintió real—. Pero encontraré a alguien que
pueda romperlo. Terminar esto.
Mis ojos se clavaron en los suyos, mi barbilla se soltó de su agarre,
repeliendo la dureza de sus palabras.
—Si. Eso sería bueno. —Me moví en el pequeño espacio, tratando de
alejarme de él, de espaldas a él—. Cuanto antes mejor.
Sus manos sujetaron mis brazos, dándome la vuelta. Me empujó hacia
la pared divisoria, su cuerpo ocupando mucho más que el espacio en el
baño.
Su pulgar rozó mis cortes y moretones, deteniéndose en mi boca.
—Me encantaría ver cómo se ve la otra persona. —Sus ojos brillaban
con calor y lo que parecía orgullo. Su dedo se deslizó por mis labios,
separándolos. El deseo rabió a través de mi cuerpo, mi boca quería
morder su pulgar. Resopló como si pudiera sentir mi necesidad,
acercándose más.
Bam.
La puerta principal del baño se abrió de golpe, lo que me hizo saltar,
rompiendo el enlace. Warwick desapareció en un instante.
—¿Oye? —La voz de Birdie resonó en el azulejo—. ¿Te estás
escondiendo en el baño? No te tomes a Zuz como algo personal.
—No me estoy escondiendo. —Abrí la puerta, salí y me dirigí al
fregadero.
Al menos no por lo que crees que lo estoy.
—Bueno, iba a regresar a la habitación. —Ella señaló detrás de ella.
Incómoda. Rígida—. Por si querías ir conmigo.
Tenía la sensación que no tenía muchas amigas o incluso amigos
cercanos. Cada palabra sonaba extraña y forzada.
—Seguro.
—Permíteme decirlo de nuevo: creo que esta es una idea horrible,
como la peor. No me relaciono con la gente. Mi última compañera de
cuarto estaría de acuerdo.
—¿Se mudaron? —La seguí fuera del baño.
—No. —Birdie miró por encima del hombro—. Ella está muerta.
Bien entonces.
Al doblar por el pasillo, algo que ni siquiera podía nombrar me hizo
mirar hacia la cantina.
Apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, Scorpion me miraba
fijamente.
Como telarañas entrelazando el espacio entre nosotros y envolviendo
algún instinto profundo en mí, un escalofrío recorrió mi espalda.
No porque le tuviera miedo, sino porque en mi interior sabía que él
estaba experimentando lo mismo que yo, como si una magia nos atrajera
el uno al otro.
Las habitaciones eran pequeñas y básicas, muy similares a las de
algunos de los soldados en el cuartel en Leopold. Dos camas de metal a
cada lado, una mesita de noche entre ellas con casilleros en los extremos
de las camas para almacenamiento personal. Una toalla, ropa de dormir,
kit de baño, pantalones de cargo negros y tops estaban esperando en mi
cama. Con una nota doblada firmada Mi corazón se siente lleno de
nuevo: Nagybacsi.
―Mira quién ya es la mascota del teniente. ―Birdie puso los ojos en
blanco a la nota.
―Él es mi familia.
―¿No lo somos todos? ―Ella resopló, abriendo su casillero y sacando
una toalla y un kit de baño―. A veces tu bienestar dictaba sus acciones
incluso antes de nuestra misión. Brexley, Brexley, Brexley. ―Sus labios
se curvaron mientras se levantaba.
Se sintió extraño saber que la Resistencia sabía de mí todo este tiempo,
me había estado observando y no tenía idea.
―Nunca lo he visto perder su mierda como lo hizo cuando te
descubrió afuera en Halálház. Ni siquiera cuando atraparon a Ling.
―Luciendo lista para ir a la ducha con una toalla en la mano, se sentó en
su cama en cambio―. Ella fue entrenada para algo así. Preparada. Sabía
que ella estaría bien. Pero tú... joder. Él se volvió loco. Casi arruinamos
nuestra tapadera.
Eché un vistazo a la nota en mi mano, colocándola en la mesita de
noche. Andris era mejor expresando sus emociones por escrito que
diciéndolas en voz alta. Mis tarjetas de cumpleaños siempre estaban
llenas de amor, pero lo escuché muy rara vez de su boca.
―No creo que él pensara que lo ibas a lograr. Honestamente, ninguno
aquí lo hizo. Teníamos apuestas.
―¿Sobre si moriría o no? ―Metí mi cabello detrás de la oreja.
Birdie se encogió de hombros.
―Eres humana. Ningún ser humano vive mucho tiempo allí.
―Sí... ―Humana. ¿Lo era? Apartando el pensamiento, la miré a la
defensiva―. Bueno, lo hice.
―Escuché que estabas en los Juegos. Ling nos dijo que mataste a dos
personas una vez, uno era un fae. ―El primer signo de emoción iluminó
sus ojos.
No respondí.
―Que fuiste golpeada, torturada, pasando hambre e incluso luchaste
contra el Lobo. ―Birdie rodó sobre su nombre en un susurro, como si
tuviera miedo de convocar al diablo. No muy lejos de la verdad, en
realidad―. Ling dice que es real, pero vamos. ¿Warwick Farkas? ¿La
leyenda decía que había matado una docena de faes al mismo tiempo sin
un arma? No hay forma de que puedas luchar contra él.
Mantuve la boca cerrada. Estaba claro que Andris tenía un recuerdo
del secreto de Warwick. Poco sabía ella que él había estado justo encima
de su cabeza hace horas... o en el baño conmigo solo unos minutos antes.
―Supongo que sí hice todas esas cosas, probablemente sería prudente
no subestimarme. ―Incliné mi cabeza, levantando una ceja―. Aunque
es divertido cuando la gente lo hace. —Una sonrisa de complicidad
arqueó su boca y asintió. Ella entendió demasiado bien. Los faes eran
mucho menos sexistas que los humanos, pero aún así se filtraba,
contaminado esta tierra, lo que se remonta a generaciones atrás.
―Voy a saltar a la ducha. ―Se levantó de la ruidosa cama, caminando
hacia la puerta.
―Um, hey. ―Aclaré mi garganta―. Me preguntaba... ¿Cuál es el
trato de Scorpion?
―¿Oh? ―Escuché un estrangulamiento vocal en esa sola palabra,
instantáneamente tenía curiosidad por saber si ella y Scorpion eran una
cosa.
―Acabo de obtener una extraña vibra de él. Parecía como si quisiera
matarme. ―Ella se rió entre dientes
―Así es Scorpion con todos. Un hombre de pocas palabras, y la
mayoría de ellas son de una sílaba. Pero cuando lo ves pelear, es como la
poesía. Poesía dura, viciosa y cruel. Pero maldita sea, solo puedo
imaginar la forma en que folla.
―Entonces, ¿ustedes dos...?
―No. ―Ella frunció el ceño―. No toca a ninguna chica aquí, pero va
a muchas misiones, y estoy pensando que encuentra a alguien con quien
liberarse. Nadie con tanta rabia y la muerte puede pasar mucho tiempo
sin soltarla en alguna parte. ―Ella se mordió el labio―. Estaría más que
dispuesta a resolver su enojo.
―¿Qué le ha pasado?
―¿Qué no le ha pasado? ―Ella se burló, poniendo los ojos en
blanco―. Como la mayoría de aquí, tiene un pasado muy jodido. Pero
estuvo en la Guerra Fae hace veinte años y tiene una verdadera mierda de
PTSD. Él y Maddox, ambos fueron soldados Unseelie. Maddox lo
conoce desde que eran niños y dijo que el hombre que entró en la guerra
era muy diferente del hombre que se marchó. ―Un zarcillo de terror se
deslizó alrededor de mi estómago―. Borracho una noche, Maddox
empezó a confesar toda esta mierda... me dijo que vio cómo mataban a
Scorpion. Como completamente destripado y cortado por la mitad.
―¿Qué? ―Mi columna se enderezó.
―Quiero decir, lo dudo. Estaban en medio de una jodida batalla en la
noche. Maddox probablemente pensó que vio cómo lo cortaban. ―Ella
sacudió su cabeza, agarrando la manija de la puerta―. Aunque me asustó
lo persistente que fue Maddox. Su mirada estaba como muerta en sus
ojos, y nunca lo había visto antes con esa mirada frenética o asustado.
Jura que lo vio...
―¿Vio que? —Mi garganta se estranguló, apenas dejando salir la
pregunta.
Cruzó la puerta y me miró.
―Que había visto morir a su amigo y luego volver a la vida esa noche.
El reloj brillaba a las tres de la mañana en la habitación a oscuras, y el
sueño me esquivaba en cada giro. La respiración agitada de Birdie era
una burla constante de lo que mi mente me negaba.
Después de la ducha, me metí en la cama, esperando que mi fatiga me
llevara instantáneamente a un sueño. No. Mi mente dio vueltas y vueltas
pensando y con preguntas, incapaz de detener la molesta sensación en mi
estómago.
Los pensamientos de Scorpion golpeando en la parte posterior de mi
cabeza. Era una coincidencia. Mucha gente murió esa noche.
Probablemente muchos de los que estaban cerca a la muerte terminaron
sobreviviendo. Maddox probablemente pensó que vio algo diferente de
lo que pasó. En el momento del combate, los recuerdos pueden retorcer
tu mente.
Había escuchado innumerables historias de lo brutal y horrenda que
había sido la guerra, pero no podía imaginarlo del todo. Millones de
humanos habían muerto a causa de la afluencia de la magia. La pérdida
de faes en las batallas que se extendían por los globos también fue
grande.
Cuando tenía seis o siete años, una violenta tormenta golpeó Budapest,
y mi padre se escondió detrás de nuestro sofá, gritando órdenes, gritando
que atacaran, hablando con las personas que él conocía y que ya no
estaban vivas. Me asusté tanto que comencé a llorar. Mis lagrimas lo
trajeron de vuelta. Me envolvió en sus brazos y empezó a sollozar.
―Lo siento. Lo siento mucho. Está bien, kicsim. —Me acunó en sus
brazos―. Papá se confunde a veces. Cree que está en otro lugar.
―¿Dónde? ―Apreté un perro de peluche contra mi pecho, hundiendo
mi cabeza en el hombro de mi padre.
―A un lugar donde perdí más que mis amigos. Perdí mi corazón esa
noche.
―¿Mamá?
―Sí, kicsim. No estaba allí cuando dejó este mundo. Nunca pude
decirle adiós. Pero te gané... Hace que valga la pena. ―Besó mi
frente―. Porque tú, mi pequeña, eres mi alma.
Nos quedamos así por un momento antes que hablara en voz baja.
―Quiero que sepas que si pasa cualquier cosa, siempre estaré
pendiente de ti. No hay nada que no quiera hacer para mantenerte a
salvo. Tu tío también te está cuidando. Todos te protegeremos.
Poco sabía yo del verdadero significado de esas palabras. No estaba
hablando en general; entonces él sabía que algo era diferente en mí.
La piel me picaba, me quité las sábanas, necesitaba moverme. Me
coloqué un pantalón y una camiseta de las que me entregaron, me puse
las botas y el sujetador deportivo, y me dirigí a la sala de ejercicios para
concentrar mi energía.
Los pasillos estaban tenues en la noche, y todas las habitaciones
estaban oscuras, pero la gente de la guardia nocturna asintió con la
cabeza cuando pasé.
Encendiendo las luces de la sala de entrenamiento, fui directamente a
los sacos de boxeo, me zambullí directamente en un calentamiento como
los que Bakos nos hizo hacer varias veces. Diez minutos después, el
sudor goteaba por mi frente, sentí un cosquilleo en la parte posterior de
mi cuello, y una advertencia, sentí a alguien en la habitación.
No estaba sola. Girando alrededor, mi cuerpo se sacudió con la
advertencia. Scorpion se apoyaba contra la pared, mirándome. Vestido
como si nunca se hubiera ido a la cama, sus penetrantes ojos color
avellana me atraparon en su mirada. Tragando, recogí la compostura en
mi expresión, pero mi corazón golpeó salvajemente en mi pecho, y no
por el ejercicio.
―¿Necesitas algo? ―Alargué la mano para tomar un poco de agua.
No se movió ni habló.
―Encantada de hablar contigo. ―Empecé a darme la vuelta por la
bolsa.
―Puedes cortar la mierda. ―Su voz profunda le encajaba
perfectamente. Rasposa e irritada.
―¿Cortar qué mierda? ―Apreté mi cola de caballo. Scorpion se
apartó de la pared y su cuerpo de seis pies se dirigió hacia mí. Él tenía
una complexión delgada, aunque podía decir que la masa corporal que
tenía era pura músculo.
―Sabes de qué mierda estoy hablando. ―Sus botas golpearon las
mías haciéndome retroceder hasta que golpeé la bolsa, su tono ulcero
atravesando como clavos.
Le devolví la mirada, apretando la mandíbula. Mi mundo entero estaba
a punto de derrumbarse a mi alrededor. Fue lo suficientemente duro de
explicar a Warwick, pero Scorpion me presionaría. No habría forma de
racionalizarlo.
―No sé a qué te refieres. ―Tragué, mis ojos se movieron hacia un
lado con ansiedad.
Se burló, acercándose.
―Puedo sentir tu pánico. Puedo saborearlo ―gruñó, acercándose a mi
cara―. ¿Cómo diablos es eso posible? ¿Cómo sabía donde estabas sin
siquiera mirar? ¿Cómo puedo sentirte como un maldito fantasma
pisoteando mi tumba?
―Y aquí Birdie contándome que no hablas mucho. ꟷLo miré, mis
defensas levantándose como una fortaleza.
Su mano agarró mi barbilla, la furia estalló a través de él.
―No jodas conmigo. ¿Qué demonios eres? ¿Cómo haces esto? ¿No
eres humana?
Arrancando mi cara de su agarre, me alejé de él.
―Dime.
―No sé.
―No me mientas, joder.
―¡No lo estoy! ―Lancé mis brazos―. No entiendo esto más que tú.
Inclinó la cabeza. Podía sentir su desconfianza, su ira rozando contra
mi piel.
―Dudas de mi. Bien. ¿Dices que puedes sentirme? Localizarme.
Observa si puedes detectar alguna mentira. ―Me señalé, luego dejé caer
mis brazos a los lados, abriéndome a él, lo que se sintió como cepillarme
el cabello de mala manera. Quería encerrarme, alejarme, luchar contra la
conexión molesta deslizándose sobre mí como telarañas.
Su pecho subía y bajaba mientras se quedaba quieto, como si no
estuviera muy seguro de lo que estaba sugiriendo. Pero después de unos
momentos pude sentir su presencia revolotean a mi alrededor.
Mierda.
Aún con la esperanza que esto no fuera lo que pensaba, empujé mis
pensamientos a él. Un destello de mí lo rodeó mientras me encontraba a
unos metros de distancia. Hacer esto con Scorpion se sintió mucho más
difícil, como si tuviera que concentrarme activamente para hacerlo, pero
con el otro imbécil… parecía suceder sin siquiera intentarlo.
―¿Estoy mintiendo? ―Mi visión le susurró al oído, aunque no me
había movido.
Su cabeza giró hacia un lado como un látigo y saltó hacia atrás.
―Joder ―gritó, su cabeza volviendo a donde yo todavía estaba parada
un par de metros de distancia―. ¿C… cómo?
―De nuevo, no lo sé. ―Crucé mis brazos, cortando la conexión
mirando mis botas―. Estoy tratando de averiguarlo. No eres el primero.
Esperaba que encontraras una manera de romperlo.
―¿Sabes acerca de esto? ¿Hay otro como yo?
―Oye. Esta es una calle de doble sentido, amigo. ―Puse mis manos
en mis caderas.
―No tenía una jodida vía hasta que apareciste... amiga ―espetó en
respuesta.
Su tono me hizo querer patear su mierda, y no de la manera sexy.
―Sí. Hay otro. ―Sí, qué suerte la mía, vinculada a un maldito mito.
Uno aterrador y sádico. Y ahora parecía que tenía otro violento idiota
para agregar a la lista―. Pensé que era solo él.
―¡Kovacs! ―Como si hubiera convocado al mismísimo diablo,
Warwick estaba en la habitación, su mirada salvaje, la voz exigente―.
¡Ellos vienen! ¡Corre!
―¿Qué? ―El terror me heló la columna. Sin intentarlo, estaba fuera
de la base rebelde junto a Warwick, que parecía estar escondido en un
arbusto. Las calles estaban silenciosas y oscuras, pero mis entrañas
gritaban que algo estaba mal. A lo lejos, vi siluetas borrosas. Sonidos de
cascos de caballo y botas recortadas en la calle. Varios cientos de ellos
marcharon de esta manera.
―Ya casi están aquí ―Warwick ladró, sus manos agarrando mi
espalda―. ¡Sal jodidamente ! ¡Ahora!
El enlace se rompió y estaba de vuelta en el vientre de la Resistencia,
Scorpion mirándome con cansancio y confusión, su forma tensa.
―¿Qué? ―Su cabeza se movió rápidamente, sintiendo que el pánico
desaparecía. Pero claramente no podía ver, oír ni sentir a Warwick.
―Están aquí… ―repetí.
―¿Quiénes están aquí?
Una vez más, de alguna manera lo supe. Una respuesta instintiva.
―La FDH. ―Miré a los ojos de Scorpion―. Nos encontraron.
Una alarma estridente sonó a través del búnker mientras las figuras se
lanzaban en todas direcciones, el aire apestaba a pánico.
Scorpion no me había cuestionado, inmediatamente se lanzó a la
guardia nocturna e hizo sonar la alarma, probablemente sintiendo lo
mortalmente seria que estaba. No pasó mucho tiempo hasta que la
cámara exterior captara a los soldados que se acercaban por el carril con
un arsenal que podría destruir todo el bloque. Ellos ni siquiera estaban
tratando de ser reservados al respecto. Venían a esta base con todo el
poder de la guardia, queriendo aniquilarnos. Éstos eran soldados que
conocía personalmente, un grupo del que habría sido parte unos pocos
meses atrás, invadiendo la base rebelde “matones” sin hacer preguntas.
Ahora estaba entre los perseguidos.
Scorpion se había escapado con Wesley y Maddox, tomando el punto
en el techo para darnos a todos más tiempo para escapar.
―¡Brexley! ―Andris bajó las escaleras, gritando mi nombre,
buscándome frenéticamente.
―¡Nagybacsi! ―Lo llamé, empujando a través del puñado de
personas empacando el equipo en el laboratorio, sintiendo sus brazos
envolverme con fuerza.
―Tienes que irte, dragam. ―Se apartó, su rostro generalmente estoico
lleno de pavor.
―¿Qué hay de ti?
―No te preocupes por mí. Este no es el momento de luchar. No
podemos ganar aquí. Es como disparar a un pez en un estanque. Nuestra
lucha es el juego largo. Todo el mundo sabe cómo salir y, cuando sea
seguro, me pondré en contacto y restableceré la sede. Istvan ha estado
ansioso por encontrarme... o más bien El escondite de Sarkis y destruirlo.
Lo dejaré pensar que tiene esta victoria. Pero tú necesitas llegar a un
lugar seguro.
Asentí con la cabeza, viendo solo como la sala de computadoras era
limpiada, tomando información vital. Ling metió laptops, archivos y
mapas en una bolsa, tirándola a Andris mientras llenaba otra,
colocándose una sobre su hombro.
Disparos y gritos resonaron en la habitación de arriba, intensificando
la ráfaga de las multitudes cada vez más reducidas.
―¡Birdie! ―Andris me empujó hacia ella―. ¡Sáquenla de aquí!
―Ven conmigo ―le grité a Andris, el caos arriba y en el búnker cada
vez más fuerte. Apenas lo había recuperado; No quería perderlo de
nuevo.
Ahuecó mi cara.
―Me pondré en contacto una vez que estemos todos a salvo, dragam.
—Rápidamente besó mi frente, empujándome hacia Birdie―. Mantenla
a salvo. Te amo. ¡Ahora ve! Sácala de aquí ―ordenó a Birdie de nuevo
y se escabulló entre la multitud con Ling.
―¡Vamos! ―Birdie me agarró del brazo y tiró de mí en sentido
contrario. Como si hubieran ensayado un resultado como este, la gente se
dividió en torno a búnker.
―Hay varias salidas ―explicó Birdie, corriendo por el pasillo―. Para
no bloquear nuestra propia fuga y hacer que nos maten en el pánico.
Cada uno de nosotros tiene una salida determinada. Suave, eficiente y
acercándonos a todos en diferentes lados del bloque.
Esta estrategia era bastante genial. Debe haber tenido mucha
planificación y construcción secreta.
—¿Cuánto tiempo ha estado esta su base?
—Desde que me uní. Hace unos cuatro años. —Ella nos hizo girar en
la esquina a la vuelta dentro del armario del calentador de agua. Un
camino detrás del calentador ya se había abierto, y algunas personas
corrían por el oscuro túnel.
—¿Por qué, después de todo este tiempo, nos encontraron hoy? —La
culpa me hizo vibrar como la cuerda de una guitarra. Parecía demasiada
coincidencia. ¿El día que llegué aquí y encontraron la ubicación…?
No fue casualidad.
Corrimos varios metros en el túnel antes de llegar a las escaleras, que
sonaban debajo de nosotros mientras un puñado de nosotros trotaba.
Recordé mi escape en Halálház, mis pulmones se estrecharon, haciendo
girar mi cabeza. Las memorias mezclándose con mi presente,
haciéndome difícil respirar.
Todo era una bruma cuando llegué a la cima y me sumergí en un
callejón oscuro, el amanecer sólo un indicio en el horizonte. Sonaron
voces y disparos por las calles oscuras. Una bruma de aire húmedo
estremeció mis brazos desnudos. Los olores a basura podrida, piedra
mojada y orina me quemaban la nariz.
¡Bang! ¡Bang!
Las balas pasaron cerca de nosotras, rebotando en los edificios.
—Mierda. —Birdie se agachó cerca de la pared y sacó un arma.
—¿No tienes una extra? —Pensé que estaba bromeando hasta que sacó
tres más de su ropa. —Elige tu opción. —Todas ellas eran armas de
primera línea, costosas, rudas.
—Maldita sea. —Mi boca se abrió. No teníamos ninguna de estas
lindas cosas como soldados en la FDH.
—Mi pequeño pasatiempo.
—¿Qué? ¿Ser el pistolero más rudo de las Tierras Salvajes?
—Me encanta coleccionar cosas bonitas. —Ella retiró el seguro con
una malvada sonrisa—. Nadie sospecha que la linda chica rubia de ojos
saltones les roba a ciegas mientras están ocupados jugando. —Ella guiñó
un ojo, entregándome dos mientras sujetaba otra. Poniendo uno en mi
cintura y manteniendo la otra en mi mano, nos acercamos al final del
callejón, mirando hacia afuera.
—Joder —exhaló.
—Si…
La avenida de seis carriles estaba repleta de soldados de la FDH,
motocicletas y caballos. Mi mirada captó su formación, evaluando y
reconociendo la formación de batalla. Yo era una de las pocas personas
aquí, además de Andris, que conocía su estilo íntimamente, tenía una
idea de cómo luchaban.
—Vamos. —Birdie comenzó a moverse, más gente de abajo se unió a
nosotros en el callejón.
—No. —La agarré por el hombro, tirando de ella hacia atrás.
—¿Qué? —Ella miró a su alrededor, luego me fulminó con la mirada.
—Tendrán soldados en la parte de atrás mirando hacia afuera,
buscando amenazas desde atrás, listos para disparar a todo lo que se
mueva.
Los faes eran mucho más difíciles de matar, pero dado que la pared
cayó y las balas mágicas y con cordones de hierro eran estándar ahora,
no era tan difícil si eras un tirador realmente bueno.
—Por favor, me muevo más rápido de lo que ellos podrían parpadear.
—Una chica de más de dieciséis vino hacia nosotras —. No me
esconderé de los idiotas humanos. —Ella puso los ojos en blanco,
avanzando poco a poco.
—¡No! —Traté de agarrarla, pero salió volando del callejón.
¡Pop! ¡Pop! ¡Pop!
Las armas se dispararon hacia ella. Ella se lanzó a través de ellos, su
velocidad impresionante, y mis esperanzas se dispararon a medida que se
acercaba al otro lado.
¡Pop!
Su cuerpo golpeó el suelo como una bofetada.
—Gigi. —Birdie jadeó mientras veíamos cómo la sangre se derramaba
sobre el adoquín, todo el lado de su cara había desaparecido—. ¡Mierda!
—Birdie gruñó, golpeando la pared—. ¡Esa maldita perra estúpida! ¿Por
qué no escuchó?
Otra cosa que Birdie y yo teníamos en común, convertir la angustia y
el miedo en ira.
Me froté la cabeza.
—¿Ahora qué? —preguntó alguien, un puñado de guerrilleros de la
Resistencia ahora reunidos en el callejón.
Busqué alrededor del callejón sin salida y noté un contenedor de
basura contra la pared del fondo.
—Subimos. —Señalé el contenedor de basura. Era una escalada, pero
si conseguíamos llegar al techo, podríamos cruzar a la parte de atrás e
infiltrarnos en la noche—. ¡Vamos! —ordené.
Todos reaccionaron instantáneamente, corriendo hacia el contenedor
de basura y trepando. La parte superior se había ido, por lo que solo dos
a la vez podían usar el borde para saltar la ventana y luego subir al techo.
Me mantuve en guardia, solo volviéndome para ayudar a Birdie a
levantarse, preparándome para escalar.
—¡Detente! —Sonó una voz, dejando caer plomo en mi estómago.
Mierda, mierda, mierda. Dándome la vuelta lentamente, tres soldados se
pararon en la entrada. Esperaba poder distraerlos lo suficiente como para
que todos llegaran a la cima.
—¿Brexley? —La voz de un hombre se tensó por la sorpresa. A través
de la bruma de mi pánico, me concentré en el grupo. Los conocía a
todos. Habían estado en clases con Caden. Elek, Joska y Samu.
—¡Szar! —¡Mierda! Elek escupió, su mano yendo al vulgar walkie-
talkie de soldado que emitían una vez que estaban en el campo.
—¡No! —Me tambaleé hacia adelante.
—¡No te muevas! —Las manos fornidas de Joska volvieron a agarrar
su arma, apuntándola a mi cabeza. Era el tipo grande el cual recordaba
que tenía una actitud extremista que si no eras un ser humano puro, no
deberías estar vivo. Y las mujeres no deberían ser soldados. Fanático,
sexista y creído. Una nueva cosecha de lo que llamaban nacionalistas
humanos puros—. ¡Suelta el arma!
El tercer tipo, Samu, se quedó callado. Siempre dejaba que la persona
dominante liderara, seguidor como una oveja, regurgitando cualquier
cosa que le dijeran los demás sin un pensamiento propio. Había seguido
a Caden durante seis años como un cachorro. Caden había sido
demasiado amable para decir algo, pero el tipo daba escalofríos.
—Capitán, la tenemos. Tenemos a Brexley Kovacs —dijo Elek al
dispositivo. Era el único que una vez me había gustado. Él y Caden
habían sido bastante cercanos, así que llegué a conocerlo. Él se burló de
mí e insinuó que salíamos juntos, solo nosotros dos.
Ahora todo el mundo era mi enemigo.
—Dije que sueltes tu arma o te dispararé. No me importa lo que
Markos quiera. Eres una fae traidora repugnante. —Joska dio un paso
más cerca, moviendo su arma en medio de mi frente—. Deberías ser
colgada como la traidora y espía que eres, pero te volaré los sesos aquí
mismo. Ahora de rodillas.
Mis ojos se iluminaron, el luchador debajo de mi piel ansiaba atacar.
—¡Ahora! —Empujó el cañón en mi cráneo.
No era alguien que hacía amenazas vacías.
Pero yo tampoco.
Descendí, puse mi arma en el suelo, levantando lentamente mis manos,
mi mirada se movía en busca de objetos que pudiera usar.
—No te muevas. —Joska y Samu se abalanzaron sobre mí, pateando
mi arma fuera de mi alcance. El metal raspó el pavimento y golpeó la
pared.
—Regístrala —le ordenó a Samu. Samu me palmeó, encontró la otra
pistola, y la metió en sus pantalones con una mirada persistente.
Al menos los demás se escaparon.
—Espósala. Quiero llevarla personalmente al general. —Joska se
burló, indicándole a Samu que volviera a hacer el trabajo sucio.
Si me llevaban a Istvan, estaba acabada.
Pero eso no estaba en mis planes.
Mis puños se cerraron, el sabor amargo de la adrenalina en mi lengua,
mis músculos flexionados, listos para reaccionar a mi orden.
Tres contra uno. Todos ellos con múltiples armas. Lo más probable es
que yo moriría aquí, pero no me iba a quedar sin luchar.
Una vena se movió en mi cuello con el sonido de las esposas de metal
abriéndose, dirigiéndose a mis muñecas. Mi paciencia rascando mis
huesos, preparándome para la acción.
Fuera de mi periferia, noté un aleteo de movimiento, una figura
descendiendo, más como un ángel de la muerte que como un pájaro.
Birdie aterrizó justo al lado de Samu, golpeando su riñón con el puño.
Él se dio la vuelta, Birdie pateó el arma fuera de su agarre.
Con su llegada, el caos estalló en el estrecho callejón, y tomé mi
oportunidad. Agarré el cañón de la pistola de Joska, sacándolo de su
agarre como nos había enseñado a ambos Bakos.
Mi pierna barrió y pateó los tendones de su rodilla. Gruñó pero no se
movió, sus nudillos se estrellaron contra mi cara. Tropecé hacia atrás.
Dolor crujió a través de mi mandíbula ya adolorida, aumentando mi ira.
La chica que sobrevivió a los Juegos gruñó desde mi pecho.
Fui por la parte sensible de su garganta, mi puño golpeando su laringe.
Jadeando, se agarró el cuello mientras lo clavaba en la cuenca del ojo, un
fuerte grito saliendo de sus labios.
El tipo duro no era tan duro ahora.
—Perra —se atragantó, mostrando los dientes. Ya había escuchado
suficiente de sus comentarios misóginos a las chicas de su clase para
saber cómo se sentía sobre las mujeres entrenando a su lado. Sabía que
no podía soportar la idea de una golpeándolo.
Sería divertido.
Samu y Birdie estaban peleando junto a mí mientras Elek corría por mi
arma en el piso.
Joska corrió hacia mí. Aunque el pequeño callejón no me dejaba
mucho espacio, Me aparté del camino, así que sólo golpeó mi cadera. El
dolor corrió por mis nervios, y miré hacia abajo. La sangre se filtró,
empapando mis pantalones de rojo. Dirigiendo mi atención de nuevo a
él, vi la daga en su mano, una sonrisa engreída en su cara. El cabrón me
apuñaló.
Poco sabía él que una pelea como esta era un ritual matutino en el
vestíbulo desastroso de Halálház.
Se abalanzó sobre mí de nuevo, su cuchillo apuntando a mi pecho. La
furia levantó al monstruo dentro de mí, mi visión se nubló mientras
giraba, pateaba y golpeaba. Mis sentidos estaban en alerta máxima, pero
al mismo tiempo perdidos en una nube de violencia. Disfruté el sonido
del cartílago rompiéndose y los músculos desgarrándose, el golpe de
carne y hueso siendo golpeado. Un grito agonizante brotó de él mientras
golpeé con mi codo su columna, rompiendo una vértebra y dejándolo
caer el pavimento con un golpe.
En ese momento, Samu salió volando de regreso a la acera. Fuera de
combate. Dirigiendo una mirada rápida a Birdie, vi una sonrisa de
satisfacción en su rostro. Joder a ella le encantó también.
—¡Detente! —gritó la voz de Elek, el disparo de un arma nos detuvo.
Elek bajó el arma desde el aire hacia nosotras, balanceándola entre Birdie
y yo mientras él daba un paso al frente.
—No tiene sentido, Brexley. Saben que estás aquí. Viene Markos. —
Una pizca de arrepentimiento cruzó sus cejas—. Desearía que no fuera
de esta manera, pero no nos dejaste otra opción.
—Podrías dejarnos ir —respondió Birdie, encogiéndose de hombros—
. Esa es una elección.
Sacudió la cabeza. La lucha por ser un buen soldado era demasiado
poderosa. Eso era incrustado en ti a una edad temprana. Cumplir. Recibir
órdenes. Luchar por tu causa. Excepto que la causa era una mentira, y las
razones eran una mierda. Allí era solo Istvan y su necesidad de poder.
—Lo siento, Brexley. Vendrás conmigo. Todos los demás van a ser
fusilados en público. —Pasó a señalar a Birdie.
—Elek, no. —Extendí la mano, mis pasos lentos. Cautelosa.
—Lo siento... —Su dedo apretó el gatillo.
¡Boom! El disparo retumbó en el callejón, haciéndome saltar y gritar.
Los ojos de Birdie se agrandaron, llenos de tormento, pero luego
frunció el ceño confundida, sus ojos cayeron al lugar donde debería
haberle disparado.
El cuerpo de Elek cayó hacia adelante, chocando de frente contra el
cemento. Muerto. Una enorme silueta estaba detrás de él, con el arma
todavía apuntando al lugar en el que Elek había estado.
—Warwick. —El alivio se apoderó de mis pulmones al verlo. Nuestros
ojos se reconocieron, y pude sentir su toque familiar a lo largo de cada
centímetro de mi piel, aunque esta vez parecía estar revisando mi herida.
Furioso y belicoso.
—Vamos —se quejó. Me apresuré hacia adelante, los ruidos de la
batalla sonando justo encima de nosotros. Descendiendo rápidamente
obtuve las dos armas que me habían quitado. Me detuve en la figura de
Elek, agachada, mi mano se estiró para cerrar los ojos de mi viejo
conocido.
El dolor llenó mi corazón como un tsunami. Él era un buen tipo. No
merecía morir así. No importa que nos digan que es un honor morir por
la FDH, la realidad era una auténtica mierda.
Mi mano rozó su rostro, recordando las veces que Caden y yo
habíamos pasado el rato en su habitación con el resto de su clase,
emborrachándose. Él haría encontrar razones para acercarse a mí,
coquetear conmigo, pero debido a Caden, él nunca cruzó la línea ni me
invitó a salir.
—Kovacs —me llamó Warwick, pero no pude apartarme de Elek. En
un momento estaba vivo, ahora estaba muerto... por mi culpa. Yo
conocía a su madre y padre. Estarían devastados. La emoción se
arremolinaba dentro de mí estallando en las costuras, queriendo cambiar
su historia.
Bajo mi palma, un nervio se contrajo en su rostro, un espasmo en su
cuerpo, sus párpados se agitaron.
—Kovacs, ahora. —Warwick agarró mi mano, tirándome de nuevo
sobre mis pies, su nariz brillante, su mirada corriendo entre Elek y yo,
sus cejas se juntaron.
Entumecida, pero viva, las vastas emociones se arremolinaron dentro,
mi cerebro no queriendo aterrizar en lo que había estado haciendo. De lo
que podría ser capaz.
—Tenemos que irnos. —Me soltó, alejándose.
Bajé la cabeza en señal de acuerdo y volví a mirar a Birdie.
Ella nos miró, su expresión asombrada, sus ojos azules muy abiertos.
—Estás jodiendo a Warwick Farkas... —Su boca se abrió—. El Lobo.
Gruñó, acercándose lentamente al borde del callejón.
—Lo es, ¿no? —Ella me enfrentó—. Mierda. Él es tan... ¿Hay siquiera
una palabra para él?
—¿Imbécil? —respondí, obteniendo una mirada ceñuda de Warwick.
—No, en serio, ¿este es realmente Warwick Farkas? —Ella dijo su
nombre como si fuera un dios.
—Birdie...
—¿Es real? ¿La leyenda real está frente a mí? ¿El chico que volvió a la
vida? ¿Y lo sabías y no me lo dijiste? —Ella golpeó mi brazo.
—Ay. —Froté mi hombro.
—Eso es por no decirme que estabas durmiendo con un mito. ¿El sexo
es astronómico? ¿Estatus mítico?
—Sí —gruñó.
—No —respondí.
—No puedo creer que no me lo dijeras antes. Estaba totalmente
hablando de él... ¿y te lo estás follando? —La boca de Birdie se abrió.
—No. No, no es así. No… no somos... No... No lo estamos. —Negué
con la cabeza, incapaz de dejar de balbucear—. Él no estaba hablando de
tener sexo conmigo.
Warwick gruñó aún más fuerte, su irritación se acumulaba en la parte
posterior de mi cuello.
—¿Podemos concentrarnos aquí? —Afuera hacía mucho frío y mi
cuerpo estaba adolorido.
—Correcto. —Birdie agarró sus dos armas—. Mato primero, hablamos
después de cómo lo estás follandoooo. Y si no es así, deberías hacerlo. O
me ofrezco como voluntaria.
—Ella realmente cree que lo estás haciendo, princesa. —La voz de
Warwick retumbó en mi oído, su presencia cerca, mientras el hombre
real estaba a unos metros de distancia, sus ojos en la batalla en la calle.
—No —gruñí en voz baja, y pude ver al hombre real sonreír.
—Bueno, como sabes, follarme es una experiencia mítica. La mayoría
nunca se recupera.
Cambió a la otra oreja, el rastro de sus dedos deslizándose por mi
espalda baja.
—¿Quieres decir que es ficticio? —lo respondí solo a él.
El verdadero Warwick dejó escapar una risa ronca, sus ojos
volviéndose hacia mí, haciendo que Birdie volviera a mirar entre
nosotros con escepticismo.
—Sargento Gabor, indique su ubicación. Markos está yendo hacia allá.
—Una voz crepitante se elevó desde el dispositivo walkie-talkie de Elek,
y el miedo comprimió mis pulmones.
Markos. Él estaba aquí. Rara vez venía personalmente a las batallas,
dictando desde la seguridad de la FDH. Pero yo era personal para él.
—Mierda, ¿cómo salimos de aquí? —Birdie hizo un gesto alrededor,
los carriles llenándose de más y más soldados.
—Distracción. —Los ojos de Warwick se deslizaron hacia mí y una
sonrisa se extendió por mi cara porque sabía exactamente lo que quería
decir.
—¿Distracción? —Birdie lo miró, luego a mí.
¡BOOOOOOOM!
Un edificio entero al otro lado de la calle de la base explotó, haciendo
temblar la tierra. Nubes de escombros y vidrio salieron como hongos,
lloviendo sobre nosotros como granizo.
Todos nos agachamos, la forma de Warwick se cernió sobre nosotras
como un paraguas hasta que pasó lo peor de la explosión.
Miró a Birdie, arqueando una ceja.
—Distracción.
El aire era denso y pesado, ahogando mis pulmones. Tiré de mi camisa
sobre mi boca mientras nos lanzamos a través de la vasta avenida
congestionada con trozos de escombros, cadáveres y vagones volcados.
El atronador sonido de los gritos, confusión, disparos y escombros
cayendo agrietaron el pavimento como mini bombas, todas creando un
sonido ensordecedor.
Warwick tomó la delantera, zigzagueando a través de la destrucción,
haciendo una pausa detrás de un carro volcado a mitad de camino. Birdie
y yo seguimos su paso, nuestras armas arriba y apuntado. Alerta y en
guardia ante cualquier problema.
—Tengo que decir... —Birdie se empujó hacia atrás en el carro
mientras se deslizaba junto a nosotros, apuntando su arma detrás de
nosotros, los sonidos penetrantes de disparos llenando el ambiente―.
Como distracción, eso estuvo bastante bien.
Warwick no respondió, sus ojos mirando hacia adelante, mientras que
los míos buscaban cualquier peligro procedente de otras direcciones. Los
cielos grises no ayudaron con el aire humeante. Era difícil ver a más de
unos pocos metros frente a nosotros.
―Encontrarás un montón de cosas que explotan alrededor de Warwick
―respondí.
―Como mis ovarios ―Birdie murmuró en voz baja lo suficientemente
fuerte como para que pudiera oírla. Le lancé una mirada―. ¿Qué? ―Ella
se encogió de hombros―. Como si no estuvieras pensando lo mismo.
Sí… ¡No! No, Brexley, no lo estabas.
―Mierda ―se quejó Warwick, agachándose detrás de la carreta, su
furia golpeando contra mis huesos.
―¿Qué? ―La ansiedad recorrió mi cabeza. Podía sentir que estaba
enojado pero no sabía por qué.
―Se suponía que la explosión acabaría con esa cosa. ―Hizo un gesto
señalando la calle.
―¿Qué cosa? ―Miré por encima, mis ojos evaluando cada
movimiento y forma a través del aire brumoso.
―Eso ―gruñó, señalando un objeto enorme que estaba siendo movido
por el medio del bulevard.
―¡Ó, hogy baszd meg egy talicska apró majom! —Oh, que una
carterilla de pequeños monos lo joda, siseó Birdie, sacudiendo la cabeza.
Muchas frases antiguas en húngaro habían sobrevivido y parecían aún
más relevantes ahora en este mundo loco.
Mi garganta se apretó mientras miraba el objeto. Sabía exactamente lo
que era eso. Lo había cargado muchas veces en un simulacro. Hechos de
hierro, los cañones habían sobrevivido ilesos a la caída del muro, muy
buscado en los países del este del bloque. Especialmente en la lucha
contra los faes, ya que el hierro era su debilidad.
―Mierda. ―Mi estómago dio un vuelco al ver el cañón en posición,
apuntando directamente a la mansión ruinosa que contenía el cuartel
general de los rebeldes, un soldado encendiendo la mecha.
Por favor, vete ya. Por favor. El miedo fue instintivo. Mi pensamiento
fue directamente hacia él, llevándome a su ubicación.
Mierda. Me paré en el techo, mirando la espalda de Scorpion al lado
Maddox, Wesley y los guardias gemelos que conocí cuando llegué aquí
por primera vez. Ellos estaban escondidos detrás de una pared sin
terminar, disparando contra los soldados de la FDH. La neblina todavía
era espesa, y un gran pedazo de escombro bloqueaba su vista de lo que
realmente estaba sucediendo abajo y del peligro que se avecinaba para
ellos.
El terror se apoderó de mí, y vi a Scorpion sacudirse, su cuerpo dando
vueltas, sintiéndome, sus ojos encontrando los míos.
―¡Scorpion! ¡Corre! ―grité a través de nuestro vínculo. Abajo en el
suelo, escuché el chisporroteo de la mecha a punto de agotarse―.
¡AHORA!
Sus ojos se abrieron y reaccionó instantáneamente.
―¡Vamos! ¡Vamos! ―gritó a su grupo, señalando hacia las escaleras.
Maddox respondió instintivamente a su amigo, trepando por el techo, los
otros se movieron más despacio, cuestionando su reacción. Sabía que no
tenían tiempo para bajar por las escaleras, la ansiedad me atravesó en el
pensamiento. No pude hacer nada.
―¿Qué? ¿Que está pasando? ―Wesley se volvió hacia Scorpion.
―¡Solo muévete! ―gritó Scorpion, agitándolos con el brazo. Los
cinco se apresuraron hacia el otro lado, pero abajo en el suelo escuché
como el crepitar cambiaba de una manera que significaba que se les
acababa el tiempo.
―¡Rápido! ―les supliqué y les indiqué que se apresuraran, sabiendo
que solo Scorpion podía oírme y verme.
―¡Vamos…¡
¡BOOOOOM!
La bola de hierro atravesó la parte superior del edificio, dirigida a los
tiradores en el techo. Ladrillo, madera, yeso y metal triturados,
explotando en pedazos mientras los chicos corrían por escapar. Los
arrojó hacia adelante como papel en el viento. Sus figuras se elevaron del
edificio de cinco pisos como escombros lanzándolos contra el suelo.
―¡Scorpion! ―grité mientras veía su cuerpo caer en picado.
El vínculo entre Scorpion y yo se cortó con un fuerte chasquido,
obligándome a respirar fuertemente.
―¿Qué? ¿Qué ocurre? ―dijo Birdie. Ella y Warwick se volvieron
hacia mí, mi mano en mi pecho, tratando de estabilizarme. ¿Estaban
muertos? ¿No les advertí a tiempo?
―¿X? ―Birdie me llamó, pero no pude dejar de intentar extender la
mano. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, el dolor me apuñalaba.
Apenas lo conocía, a ninguno de ellos, pero el vínculo con Scorpion hizo
que todo eso careciera de importancia. Estábamos atados. Se sintió como
perder a un miembro de la familia.
De repente estaba de vuelta detrás del edificio, Maddox y Wesley
moviéndose, pero buscaba a los otros. Por el chico que de repente se
había convertido en tanto para mi.
Vi una figura aplastada bajo un enorme trozo de cemento, sangre y
violencia salpicada por todas partes.
No... por favor, no... El vómito subió por mi garganta.
Un gemido cambió mi vista a otra figura en los escombros.
—¡Scorpion! —Tumbado de espaldas cubierto de polvo, escombros y
sangre, sus ojos se abrieron de golpe, aspirando una bocanada de aire.
Volvió la cabeza, nuestros ojos se encontraron.
—¿Kovacs? —La voz de Warwick me sacó del vínculo con Scorpion,
girando mi cabeza hacia él. Sus ojos aguamarina se entrecerraron, como
¿qué diablos está pasando contigo?
—Están bien. —Respiré, mi columna se curvó en la carreta con
alivio—. Salió vivo.
—¿Quién salió? —preguntó Birdie.
—Los chicos... Maddox, Wesley y Scorpion. —Sabía que al menos
uno de los gemelos había sido asesinado, pero no podía negar el alivio
que sentía porque los demás estaban bien.
—¿Cómo lo sabes? —Birdie parecía desconcertada.
Podía sentir los ojos de Warwick hurgando en mi, pero no me
reconocía en ellos.
—Recarga —gritó un hombre, cambiando nuestro enfoque a los
soldados—. ¡Nivela!
—Tenemos que salir de aquí.
Warwick nos indicó que lo siguiéramos.
—Escondí mi motocicleta en los arbustos, allí. —Señaló los arbustos
cubiertos de maleza en el camino principal.
—¿Justo ahí?
—No tuve tiempo de encontrar un lugar mejor, princesa —me
espetó—. Si mal no recuerdo, le estaba advirtiendo a tu trasero en su
lugar.
Avanzamos poco a poco hasta el otro lado de la calle, escondiéndonos
cada pocos pies, asegurándonos que no nos siguieran ni nos vieran. Nos
reunimos en un callejón, la motocicleta de Warwick a solo unos metros
de distancia ahora.
—Bueno, aquí es donde nos separamos. —Birdie recargó su arma, su
voz sin emociones.
—¿Qué? —Me sorprendió cómo me había unido a este grupo en solo
un día.
—Sí, tengo un lugar para esconderme un rato. —Ella se encogió de
hombros—. Además, estoy mejor por mi cuenta. —Entendí totalmente
eso.
—No tengo ninguna duda que nuestros caminos se cruzarán de nuevo,
X. —Ella subió la capucha más alto sobre su cabello rubio blanco—. Los
problemas parecen seguirte.
Resoplé.
—Sí, lo entiendo mucho.
—Algo me dice que estarás en medio de lo que venga. —Ella asintió
con la cabeza hacia mí, luego hizo lo mismo con Warwick—. Leyenda.
Ella se había ido, corriendo por el pasadizo abierto, lejos del caos sin
sentimiento o “cuidado”. Hizo que me gustara más.
¡Booooom!
Saltando, me di la vuelta cuando otra bala de cañón atravesó la
mansión, demoliendo completamente la parte superior de la misma.
—Vamos. —Warwick salió, resbalando contra una pared,
arrastrándose hacia los arbustos.
Mantuve mi arma en alto, los ojos enfocados detrás de nosotros
mientras mi corazón golpeaba mi pecho. El ruido y el pandemonio
alcanzaron niveles penetrantes, desgarrando mi seguridad y cordura.
Cada momento se sintió como el último.
Nunca había estado en una guerra, pero así era en mi mente. Los
cadáveres de los jóvenes soldados salpicaban el suelo, el aire estaba
cargado de olor a terror, odio y muerte.
Gritos y órdenes. Balas y bombas.
Destrucción. Algarabía.
La batalla no era algo que pudieras entender realmente hasta que lo
experimentaras. Desencadenaba las respuestas más bajas en las personas.
Supervivencia. Renunciar a amistades e ideales.
Estaba aturdida, destrozada y horrorizada... porque no era diferente.
Esta no era la primera vez que mataba a compañeros, camaradas para
sobrevivir.
Matar o morir.
―¡Cabo Markos! ―El nombre atravesó la conmoción, pelando todas
las capas, tirando de mi cabeza hacia el bulevard, mi estómago un
remolino nauseabundo.
Todo se detuvo.
Mis ojos se fijaron en mi antiguo mejor amigo. El hombre que amé
durante la mitad de mi vida. Sólo a unos veinte metros de distancia,
vestido con su ropa de soldado, su rango muy por encima de lo que
debería haber sido para un recién graduado. Istvan era todo sobre el
nepotismo si mantenía el poder en su familia, y tener un solo hijo ponía
todo eso sobre los hombros de Caden.
El pecho de Caden se hinchó, la mandíbula apretada.
—Informe.
—Encontramos a Gabor muerto y a los sargentos Anto y Joost
inconscientes y en estado grave. —El soldado tragó saliva con
nerviosismo. Él estaba hablando sobre Elek, Joska y Sam—. El soldado
Kovacs se había ido. Pero la estamos buscando por todas partes, señor.
Estaba justo aquí. A solo unos 18 metros de distancia de ellos.
—Si la encuentras, ven directamente a mí, ¿entiendes? No a mi padre
o Kalaraja. A mi.
Kalaraja. Joder. Debería haber imaginado que el Señor de la Muerte
estaba cerca. No dudaba que fuera él quien me rastreó hasta aquí.
—Kovacs. —Warwick había sacado su motocicleta, pasando su pierna
encima de ella—. Vamos.
Clic. Clic.
El sonido de una pistola amartillada me congeló en mi lugar. Sentí el
cañón presionado en mi sien cuando una figura salió de una puerta
oscura y vacía. Warwick sacó su arma en un abrir y cerrar de ojos,
apuntando al hombre manteniendo la distancia.
—Puedo dispararle a ella más rápido de lo que tú puedes dispararme a
mí. —El familiar tono nasal de Kalaraja envió escalofríos por mi
columna.
Cada célula de mi cuerpo estaba congelada, el terror gutural me
congeló en mi lugar. Mi mirada se cruzó con la de Warwick.
Qué estúpido e inexperto para los dos haber no haber considerado que
una serpiente estaría tendida en la hierba esperándonos.
—Creo que la Sra. Kovacs vendrá conmigo. —Kalaraja tomó mi arma,
sin darse cuenta de la que todavía tenía metida en mis pantalones.
Solo pasaría un momento antes que la encontrara.
—No me vas a disparar. Su vida significa demasiado para ti ¿no es
así? —se burló de Warwick—. Y aquí pensé que el mítico Warwick
Farkas, de quien se dice que mata sin pensar o emoción, sería digno de
tal alabanza. Creí que éramos iguales en ese sentido. Qué triste. El
sentimiento acaba con otra leyenda. —Empujó la pistola en mi cabeza
tratando de hacer que me moviera—. Muévete.
Sabía que Kalaraja no dejaría vivo a Warwick. Probablemente le
dispararía en la cabeza en el momento en que comenzara a caminar
mientras Warwick estaba distraído por mi.
—Warwick... —Me paré junto a él, aunque no me había movido—.
Dispara.
—Él te matará.
—Bueno, sí, lo haré. —Kalaraja respondió la respuesta de Warwick.
—Él me va a matar de todos modos. Y si no disparas primero, también
te matará. —Toqué su brazo.
—¿Crees que me iré tan fácilmente, princesa? —Él guiñó—. No soy la
maldita leyenda por nada.
—No.
—Demasiado tarde. —Una sonrisa traviesa tiró de un lado de su boca.
El dolor del cañón en mi sien fue agudo. El espíritu de Warwick se
movió a mi lado ahora, mientras su cuerpo todavía estaba sentado en la
motocicleta, sosteniendo la pistola en Kalaraja.
—Sé que puedes luchar —rugió Warwick en mi oído—. Pero este
chico no es completamente humano. Toma lo que necesites, princesa.
—¿Qué? —Mi boca se abrió. Eso no tiene sentido. Trabajó para
Istvan. Formó parte de la FDH—. ¿No es completamente humano? —Mi
mirada se dirigió a Kalaraja.
Los ojos de Kalaraja se agrandaron.
—¿Qué dijiste? —Pude ver un miedo salvaje moviéndose en sus ojos
de un lado a otro entre los míos como si alguien acabara de revelar su
secreto. Su pulgar apretó el gatillo.
Nuestro tiempo se estaba acabando.
—Ahora —me gritó Warwick.
Me invadió un torrente de adrenalina. Mi cuerpo se movió con
velocidad, poder y fuerza que ni siquiera podía comprender, como si
Kalaraja de repente fuera en cámara lenta. Agachándome, levanté su
brazo en el aire. El sonido del disparo sonó muy lejos. Girándome hacia
él, le di un puñetazo garganta, mi rodilla crujiendo contra su pelvis,
inclinándolo. Mi codo golpeó su columna, tirándolo al suelo, su arma
cayendo a mis pies.
Deslizándome hacia arriba, corrí hacia Warwick, con el motor
acelerando. Estaba a punto de subirme cuando voces enojadas hicieron
girar mi cabeza hacia un lado, chocando con el que yo conocía mejor que
el mío.
Caden se quedó rígido con los tres soldados con los que había estado
hablando, nuestros ojos bloqueados.
Fue solo un segundo de tiempo, pero sentí todas las emociones en sus
ojos, como una novela trágica. Agonía, dolor, traición, confusión y lo
peor de todo... amor. Lo conocía tan bien, entendí lo que estaba tratando
de decir: Vuelve a mi, te protegeré, te mantendré a salvo. Lo
arreglaremos juntos. No hagas esto ... porque si lo haces... nunca podrás
volver. Te amo.
Una parte de mí quería hacerlo. Quería correr a sus brazos y esperar
que pudiera resolverlo todo.
Pero ya no era la chica que creía en los cuentos de hadas.
Todavía tenía que entender que ya había pasado el punto sin retorno.
No había redención para mí. No había arreglo.
El dolor pasó por mis rasgos. Lo siento, Caden. Apreté mi mandíbula y
pasé mi pierna por encima de la parte trasera de la motocicleta de
Warwick.
Pude ver la devastación total en sus ojos. La traición. Al darse cuenta
que elegí el mundo fae, una vida en fuga, sobre él. Pero al igual que yo,
también era un soldado de la FDH bien entrenado. A pesar de saber que
Istvan probablemente me mataría si volviera, Caden se apresuró a
empujar la tristeza. Levantó la cabeza y entrecerró los ojos con disgusto
y odio mientras gritaba órdenes a los hombres que lo rodeaban.
―¡Atrápenla!
Nos acababa de declarar enemigos.
Warwick aceleró la motocicleta, alejándonos de la batalla.
Los disparos pasaron zumbando, haciendo tictac en el suelo cerca de
nosotros.
Me giré para ver a Kalaraja poniéndose de pie, haciendo un gesto y
gritando a los pocos soldados que Caden había ordenado ir detrás de mí.
Ellos corrieron hacia sus motocicletas estacionadas en la calle. Saltaron,
arrancando detrás de nosotros.
Kalaraja guiándolos.
―Rápido. ―Agarré a Warwick con más fuerza―. Estamos a punto de
tener compañía.
Warwick apretó el acelerador, la motocicleta se tambaleó hacia
adelante, desviándose bruscamente alrededor de objetos, cuerpos y
escombros, alejándonos de la batalla. Mirando hacia atrás, las cuatro
motocicletas se acercaban.
¡Bang! Las balas lamieron nuestra piel.
Me volví, respondiendo, mi brazo temblaba por la adrenalina y el
movimiento brusco de la motocicleta, ningún disparo acertó en su
objetivo. Solo tomaría uno de los suyos para acabar con esto.
―¡Mierda! ―Warwick murmuró. Miré para ver carros y caballos más
adelante, personas que se preparan para el mercado matutino,
inconscientes o sin importarles la pelea pasando por la calle. No cuando
todavía tenían barrigas que alimentar―. Sujétate.
Apreté mi agarre cuando la motocicleta chilló, y él se desvió por un
callejón, los neumáticos de la motocicleta luchando para mantenerse al
día. La bota de Warwick plantada en el suelo húmedo para evitar que nos
aplastáramos contra adoquines mientras nos señalaba por el estrecho
pasaje.
¡Bang! ¡Bang!
Las balas golpeaban la motocicleta, el callejón nos convirtió en un
blanco fácil. Esto era tan similar a la noche en que la pandilla nos atacó.
A diferencia de ellos, Kalaraja era un soldado entrenado y letal. Su bala
daría en el blanco.
No podía permitir que eso sucediera.
La motocicleta salió del callejón y regresó a una calle más suave
mientras sonaban disparos detrás de nosotros, golpeando el tubo de
escape y el guardabarros.
―Agárrate a mí ―grité sobre el motor mientras otro disparo sonaba
apagando la luz trasera.
―¿Qué? ―Warwick miró por encima del hombro, frunciendo las
cejas.
Agarré uno de sus brazos y lo enrosqué alrededor de mi torso.
―Espera.
Sin cuestionar mi plan, convencido que la siguiente bala sería
incrustada en mi columna o en la parte posterior de su cabeza, levanté
una pierna hacia mi pecho. Sentándome sobre mi coxis y girando, arrojé
mi otra pierna, dándome la vuelta con un ligero bamboleo, mirando hacia
la contienda.
―Mierda, Kovacs. ―El agarre de Warwick era fuerte en mi cadera―.
¡Estás jodidamente loca!
―¡Pensé que lo sabías! ―Saqué mi segunda pistola desde atrás de mis
pantalones, las figuras que nos perseguían a plena vista ahora―. Vamos,
idiotas...
Levanté ambos brazos y disparé. Las explosiones resonaron a través de
las calles abandonadas, uno golpeando el neumático de la motocicleta de
un soldado. La calle húmeda hizo que se escapara de su control, el
sonido del metal chirriando por el suelo, su cuerpo chocando contra una
vieja boca de incendios con un golpe fatal. El otro soldado le devolvió la
mirada, pero Kalaraja no apartó los ojos de mí.
Yo era su objetivo. Nada más importaba. Dudaba que alguna vez
hubiera fallado en conseguir su marca.
No es completamente humano.
Su pistola se levantó y me apuntó.
¡Bang!
―¡Warwick! ―grité en advertencia, mis emociones se hundieron en
él. Él arrojó la motocicleta a un lado, pero ya era demasiado tarde.
El dolor me atravesó cuando la bala me atravesó el estómago,
desgarrando a través de carne y hueso.
En estado de shock, miré mi cadera. Rojo pintó mi camiseta blanca. El
agujero en mi costado estaba cerca de donde Joska me apuñaló.
Mierda.
No era así cómo quería morir. Solo otra muerte para el Señor de
Muerte. Pude ver a Istvan enterarse de la noticia con un falso aliento de
tristeza, pero luego asintiendo con la cabeza sin emoción y agradeciendo
por el buen trabajo hecho. Ya no era un problema, se dijo a sí mismo que
tenía que hacerlo.
La ira curvó mi labio, la adrenalina fluyó por mis venas, adormeciendo
cualquier dolor que podría haber sentido y ayudándome a ignorar la
sangre caliente que absorbía mi camiseta, y la sensación que mis entrañas
se estaban astillando y muriendo. Toda mi agonía vibró bajo la superficie
hasta que no sentí nada más que rabia y venganza.
Warwick corrió a través de las Tierras Salvajes, tejiéndonos y
zigzagueando a través de los edificios en ruinas y destruidos, el viento y
el cabello suelto golpeando mi cara como látigos.
Apunté las armas a mis objetivos. Disparé ambas armas, las balas
retrocedieron desde la cámara en repetición mientras estrechaba mi
atención hacia los tres de la izquierda. Mi bala atravesó la cabeza de un
guardia quién se quedó inclinado sobre su motocicleta, la máquina patinó
por el pavimento, creando chispas en la luz de la mañana opaca. Su
cuerpo inerte rodó hasta el medio de la calle, donde sería dejado a los
carroñeros, tanto animales como humanos, para que lo despedazaran.
¡Bang!
Otra ráfaga de dolor me atravesó, mis pulmones jadeaban por aire,
pero no miré hacia abajo. No importaba. Sabía que iba a morir, pero me
iba a llevar a Kalaraja conmigo.
La necesidad gutural de proteger a Warwick, mantenerlo vivo y
salvarlo, ayudó a levantar mis brazos débiles de nuevo. No temblaron.
Mi odio y la ira me alimentaban desde lo más profundo.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Una bala alcanzó el hombro de Kalaraja, tirándolo hacia atrás, pero
sólo pareció cabrearlo. Me gruñó.
Sí, hijo de puta, el sentimiento es mutuo.
El último guardía disparó acertando una bala que cortó la cresta del
bíceps de Warwick.
Diablos no. Un grito de furia brotó de mi boca, sonando como una
loca. Maté al último guardia, las balas también rociaron a Kalaraja, su
cuerpo resbalando de su motocicleta y cayendo al suelo. Los dos últimos
objetivos neutralizados.
Con alivio, volví a Warwick, mis brazos cayeron, sintiendo un suspiro
pesado tratando de subir por mi garganta. Estaba áspero y sabía que el
líquido estaba llenando mis pulmones.
Nubes con lluvia cubrían el cielo, pero se sentía como si estuviera más
oscuro, no más claro, a medida que amanecía.
―¿Kovacs? ―La cabeza de Warwick se volvió hacia mí, el retumbar
de su voz contra mi espalda. Sentí frío, un frío terrible, excepto donde me
tocó. Quería acurrucarme en su calor, dejar que su cuerpo me
envolviera―. Oye.
Mi boca no quería trabajar.
Tanto frío…
―¿Kovacs? ―Su voz se elevó, su volumen se volvió más fuerte, su
mano agarrando mi lado herido. La sangre que parecía mermelada de
fresa comenzó a empaparnos a los dos―. ¡Mierda! ―Apartó la mano de
un tirón, la miró y luego volvió a mirarme.
Tanto, tanto frío y cansada. Solo quería dormir.
―Mierda. ¡No! Kovacs, aguanta. Necesito que aguantes un poco más.
―Una larga serie de malas palabras siseó en voz baja, la motocicleta
acelerando más, la vibración solo haciendo bajar mis párpados. No podía
mantener mis ojos abiertos.
―Quédate conmigo. ―Envolvió su brazo alrededor de mi con más
fuerza. Todo empezó a parecer un sueño. ¿Estaba despierta? ¿Estaba
durmiendo? Ya no lo sabía.
Pero la llamada a cerrar los ojos y dejar que la oscuridad me llevara
luchaba contra los gritos de mi nombre.
―¡Kovacs! ―Su voz me hizo querer aguantar, extender la mano y
dejar que él la tomara, tirando de mí hacia adelante, pero una fuerza me
tiraba río abajo. Ya no pude luchar contra la corriente―. No te rindas
conmigo ahora. No te dejaré. ―Su voz sonaba más cercana―.
Sobreviviste a Halálház, soportaste ser torturada y los Juegos... Puedes
sobrevivir a esto...
Me hundí más en el abismo.
―Brexley. ―El sonido de mi primer nombre rodeó mi corazón, el
dolor que podía escuchar en él―. Por favor…
Quería obedecer, pero la marea me llevó, rompiendo sus palabras. y
alejándolo de mí.
Me dejé hundir.
Ya no hacía frío.
Si encontraba la paz, no me dejaba quedarme mucho tiempo. Un
remolino de voces ásperas, náuseas, dolor y confusión me despertaron.
Tiempo, espacio e incluso mis pensamientos no se sentían tangibles.
Todo era abstracto y confuso. Sentí mis párpados aletear. El fuego
quemó mi torso, y oí un grito gutural chocar contra las paredes.
―¡Sujétala! Tengo que limpiarla ―ordenó una voz clara y sensual.
―Lo estoy intentando. ―Una voz profunda y grave me recorrió,
seguida de una presión en mis brazos que instantáneamente me calmó.
Pero pude escucharlo succionar como si estuviera sufriendo ahora.
Hubo una pausa.
―¿Qué?
La voz ronca ayudó a que mis músculos se relajaran, incluso atenuó el
fuego rugiendo a través de mi torso.
―Nada ―respondió el otro tipo, el escepticismo flotando sobre las
dos sílabas―. Ella va a reaccionar violentamente a esto.
―¡Me importa una mierda! Solo cúrala ahora, Ash.
―Az istenit, Warwick. Estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que
tengo aquí. Esta chica tiene múltiples heridas fatales. Apuñalada,
baleada. Sus pulmones están llenos de sangre. Sus riñones parecen queso
rallado y su pulso apenas está allí. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
―Esfuérzate más. ―Sonó un gruñido bajo. Una amenaza. Pude
saborearlo como la amargura de la adrenalina―. Maldita sea, arréglala.
El otro tipo hizo un ruido pero no respondió. Escuché el sonido de
movimiento, vidrio y metal repiqueteando, luego sentí una compresión
en mi estómago. Podía sentir mi cuerpo temblar, pero el dolor nunca me
alcanzó por completo.
Escuché un gruñido largo y profundo, dedos clavándose en mis brazos,
un bufido, respiración ahogada.
―¿Qué demonios? ―preguntó el primer hombre―. ¿Warwick?
―No es nada. Sigue ―dijo entre dientes, su tono lleno de con
tortura―. No es nada.
―¿Que está pasando? ¿Por qué estás actuando como si te extrajeran
una bala de un riñón mientras ella yace aquí tranquilamente?
―Como dije. No. Es nada. ―Respiró con dificultad, cerca de mi
oído―. Continua.
―Probablemente no vivirá. Quiero que estés preparado. Lo más
probable es que su sistema se apague por el shock.
―¡Solo hazlo!
Hubo un latido...
Las llamas estallaron dentro de mí, mi columna se estremeció. Pero
fue el profundo rugido que sacudió la habitación, desgarrándome y
llenándome de insoportable agonía.
Era demasiado.
Regresé a la oscuridad sin fin.
El murmullo de voces, aunque tranquilizador, me sacó de la oscuridad.
Mis pestañas se agitaron, tratando de abrirse. La bilis se pegó a las
paredes de mi esófago, y aunque no pude identificar el dolor, las náuseas
me recorrieron como si estuviera en un océano tormentoso. Débilmente,
mis párpados se abrieron a un viejo techo de madera vieja hecho de
ramas de árboles. La habitación estaba oscura y tenue, la única luz
provenía del fuego crujiendo a través de la habitación, pero todavía me
estremecía ante el brillo. Mirando a mi cuerpo estirado, una manta suave
me cubría, una almohada debajo de mi cabeza, y parecía estar acostada
en una mesa de comedor.
―Te conozco desde hace mucho tiempo. Luché a tu lado. ―La suave
y seductora voz se deslizó sensualmente hacia mí, viniendo cerca de la
gran chimenea―. Janos y yo fuimos los que te encontramos en el
campo...
Una silla crujió. Dejé caer la cabeza para mirar. En dos sillas de
madera de aspecto casero frente al fuego, Warwick y un hombre que no
conocía estaban sentados bebiendo.
La camisa de Warwick todavía estaba cubierta de sangre seca, un
vendaje en su brazo, su pantalón manchado de grasa, suciedad y más
sangre.
El otro chico vestía pantalón holgado de algodón verde oscuro y una
camisa de un verde más claro, sus pies descalzos.
Por lo que pude ver del perfil del chico desconocido, él era realmente
hermoso: mandíbula cincelada, labios carnosos, barba incipiente y
cabello rubio oscuro ondulado cayendo sobre sus hombros. Casi todos
los hombres eran delgados en comparación con el lobo. Warwick tenía
una forma de hacer que todos los demás parecieran pequeños.
Insignificantes. Aún estando sentada, podía decir que este hombre era
alto y estaba en forma, parecía estar en sus veintes para humanos.
―Estoy arriesgando mucho teniéndote aquí. Si Killian o cualquiera de
sus hombres te encontraran... Todavía estoy atado a él. Una deuda que
tengo que pagar. ―El chico frunció el ceño.
Warwick se frotó la cara y miró hacia el fuego.
―Realmente tienes problemas para confiar en la gente. Incluso yo...
después de todo lo que hemos pasado. ―El hombre lindo tomó un trago
de lo que había en su taza de madera―. Al menos dime qué es ella para
ti.
―Ella no es nada. ―La voz de Warwick salió baja.
―Sí, por eso la trajiste aquí, conociendo el riesgo, y amenazando mi
vida varias veces si no vivía. ―El chico resopló, rellenando su vaso de
una botella en una mesa auxiliar―. Eres un montón de cosas... Lo único
que no eres, amigo mío, es un buen mentiroso. Tampoco tomas riesgos
por personas que no son nada para ti.
Las cejas de Warwick se fruncieron.
―Te importa lo suficiente para mentir. Eres un tsunami, brutal,
abrumador, devastador, severo, pero nunca falso.
Warwick se echó más hacia atrás en su silla, frotándose el rostro. Dejó
caer su cabeza hacia atrás por un momento, tomando aire.
―No sé qué es ella...
―¿En general o para ti? ―La pregunta de su amigo lo conmovió en su
asiento.
―Joder, no echo de menos esto. ―Warwick le hizo un gesto―. Esta
mierda perspicaz.
―Viene con mi naturaleza. ―El chico se rió entre dientes―. Es por
eso que soy tan bueno sanando a la gente.
―Si hay una herida, quieres arreglarla.
El tipo resopló.
—Algunas heridas no están en el exterior.
Warwick gruñó molesto, haciendo que su amigo negara con la cabeza.
―Ella no tiene aura. No puedo sentir nada allí. ―El chico golpeó su
mano en su rodilla―. Como tú.
―No.
―¿No qué? Simplemente estoy declarando un hecho. Parece extraño
que ninguno de los dos tenga auras...
―¿A dónde quieres llegar, Ash? ―Warwick se inclinó hacia
adelante―. Lo único que no eres, amigo, es sutil.
―Vas a decirme que cuando la sujetaste antes... ¿no estabas
asumiendo su dolor? ―El hombre, Ash, inclinó la cabeza―. Será muy
incómodo verte mentir de nuevo, así que, ¿por qué no vas directo a la
verdad?
Warwick se levantó, sus grandes botas golpearon el suelo crujiente, su
cabeza casi tocando el techo. El agotamiento comenzó a tirar de mí, pero
mi curiosidad obligó a mis párpados a permanecer abiertos.
―No sé.
―¿No sabes qué?
Warwick retumbó, parecido a una bestia salvaje.
―¡Qué diablos es esto! ―Su brazo se movió en mi dirección―. En el
momento en que entró en Halálház... me sentí... Es como si... cediera.
―Jesús, eres aún peor admitiendo cualquier emoción.
―Así no soy yo.
―No, tienes razón. Pero creo que debes contarme sobre esto.
Warwick se pellizcó la nariz.
―Estamos conectados. ―Respiró pesadamente―. Como si pudiera
estar en la misma habitación que ella y estar al otro lado de la ciudad al
mismo tiempo.
―¿Qué? ―Ash se levantó de golpe―. ¿Como un sueño? No hay
forma que pudieras soñar o caminar en sueños. No eres un fae. Y ella
tampoco.
―No, no es nada de eso. No es un sueño. No estamos durmiendo... es
real. Puedo tocarla, olerla, ver todo lo que sucede a su alrededor y
viceversa. Es como si ambos estuviéramos realmente allí. Despiertos por
completo. Pero nadie más puede ver al otro.
―Eso no es posible.
Warwick soltó una risa tensa
―Bueno, dile eso al universo.
―Entonces, ustedes pueden visitarse y también tomar el dolor del
otro.
―No del todo, pero es algo así. Como un analgésico. Sucedió en
Halálház, pero la primera vez que lo reconocí, estaba sacando una bala
de la parte de atrás de su pierna. Mi pantorrilla ardía como si estuviera
cortando la mía, mientras ella parecía relajarse. Creo que ella me lo hizo
cuando me dispararon ayudándola a escapar de Killian.
―¿Cuántas veces les han disparado a los dos?
―¿Contando hoy? ―resopló con sarcasmo―. Muchas.
Hubo una pausa.
―He sido herido, realmente mal. Debería haber muerto. En cambio,
me curé. Rápido. Más rápido de lo que debería. Incluso para mí.
―Al igual que ella no debería estar viva en este momento. Pero está
sanando ―dijo Ash aturdido―. Szent szar. Sabía que algo estaba
pasando. Podía sentirlo, pero no esperaba esto.
―Yo tampoco.
Después de un momento de silencio, mis párpados se cerraron por sí
solos, el olvido arañando y tirando de mí, arrastrándome hacia abajo.
Quise escuchar, luchando con uñas y dientes para mantenerme
consciente.
―Es increíble. Quiero decir, he oído de alguna mierda. Lazos intensos
entre compañeros, compartir sueños, tocar el alma...
―No estamos jodidamente unidos. Ella no es mi compañera, y
ciertamente no soy el suyo. No soy de nadie.
―Entonces, ¿cómo diablos llamas a esto?
―Algo que debe terminar. ―Las palabras de Warwick llegaron muy
adentro, haciéndome estremecer―. Te lo dije porque esperaba que
pudieras ayudarme.
―¿Ayudarte?
―Ayúdame a romperlo. Eres un hada de los árboles poderoso. ¿Quién
mejor que tú?
―No creo que pueda.
―Ash...
―Mírala, Warwick. Serías un maldito bastardo afortunado de estar
vinculado a ella.
―No. ―Sus palabras comenzaron a romperse, alejándose de mí―. Yo
no soy capaz de eso. Ella se merece a alguien mejor. Alguien que la
quiera.
Ouch.
Comencé a escabullirme, pero juré que escuché a Ash reír.
―La única persona a la que le estás mintiendo es a ti mismo.
―No sé si deberías comer eso...
Chirrido.
―Sé que no soy tu madre, pero no te puedes poner nada en la boca.
¡Chirrido!
―¡Oye! Déjenme fuera de esto. Además, eso también fue un total
malentendido.
Los murmullos me arrastraron fuera de las deliciosas profundidades
del no ser, donde nada podía tocarme. Una irritación me hizo cosquillas
en la nariz, haciendo que mi cabeza se moviera.
Chirrido.
―No, no parece que le guste más.
Chirrido.
―No sé. La gente es rara.
Las voces familiares me devolvieron bruscamente a mi cuerpo. La
conciencia y la comprensión volvieron lentamente a mi mente, junto con
disparos de dolor y recuerdos.
Ataque.
Escapar.
Disparo.
Agonía.
Después de eso, todo fue un lío borroso de imágenes, nada encajaba.
Un gemido comenzó en mi garganta en carne viva, pero el dolor me
obligó a tragarlo de vuelta; mi esófago se sentía como si lo hubieran
hecho trizas con una cuchilla.
Como si nadara en el barro, luché por abrir mis párpados. Otro gemido
golpeó haciendo apretar mis ojos, mi cabeza se partía por la mitad por la
luz que se acumulaba en la habitación.
―¡Maestro Pececito! Está despierta. ―La voz de Opie hizo que
abriera mis ojos de nuevo.
Se puso de puntillas, mirando directamente a mi globo ocular.
―Oh, te ves horrible.
Así me sentía.
Chirridooo.
Bitzy estaba en la mochila sobre la almohada junto a mi cabeza, sus
orejas bajas, una extraña sonrisa en su rostro. Adorable, pero inquietante.
Hablando de inquietante...
Hoy, Opie estaba en un vestido pálido con estampado de leopardo que
cubría hasta la mitad inferior complementado con medias de malla, un
cinturón de perlas, mientras Bitzy llevaba una gargantilla de leopardo a
juego.
―¿Estás bien, Pececito?
Sin tener la energía suficiente para hablar, traté de sentarme un poco
más, la habitación giraba. Tragué el vómito en mi garganta, respirando a
través de mi nariz. Mi mirada viajó por mi cuerpo, que fue cuando me di
cuenta que estaba desnuda a excepción de mis bragas y un vendaje que
cubría la mayor parte de mi torso, que me envolvió desde mis pechos
hasta mis caderas. El bronceado de los vendajes tenían manchas de color
rojo oscuro en algunos lugares.
Una manta me cubría y una almohada descansaba debajo de mi
cabeza, pero estaba acostada sobre una mesa de madera dura, donde
estaba segura que el amigo de Warwick me había operado. Hierbas,
pociones, cuencos de líquido, instrumentos médicos, trapos
ensangrentados y gasas estaban esparcidas por todas partes cerca de mí.
Mirando lentamente a mi alrededor, asimilé la habitación en penumbra.
La única luz provenía de las dos ventanas de arriba dejando un brillo
matutino apagado.
Toda la casa estaba hecha de madera. Los techos eran bajos y las
ventanas pequeñas, como si estuviéramos parcialmente bajo tierra, pero
la habitación tenía una sensación acogedora y solitaria. El espacio podría
haber sido considerado espacioso, pero tenía postes de vigas y muebles
grandes. Cada pared tenía un estilo diferente, librerías, estantes y mesas
cargadas de pilas de libros, plantas, frascos, cuencos, y desorden, que
abarrotaban el espacio.
Un ronquido suave atrajo mi atención hacia la chimenea de piedra. El
fuego había desaparecido, pero Warwick llenaba una de las sillas,
hundiéndose profundamente en ella, sus piernas estaban extendidas y la
cabeza echada hacia atrás, estando profundamente dormido. Me tomó un
momento observarlo. Incluso en el sueño, podía sentir que su guardia
estaba en alto. Listo para responder si algo pasaba.
Más allá de él, al otro lado de la chimenea, vi una puerta con cortinas
donde podría estar el dueño de la casa. Mi mente vaciló sobre un
recuerdo. No pude recordar mucho excepto su voz. Suave. Sexy.
Giré y vi otra puerta cerca de mí, que se abría a una pequeña y
desordenada cocina. Todo el lugar era probablemente del tamaño de mi
dormitorio y cuarto de baño en la FDH.
―Este lugar está tan... habitado. ―Opie atrajo mi atención hacia él, su
cuerpo se movía como si le picara la piel―. Quiero decir, no quiero
limpiarlo o cualquier cosa. ―Su rostro parecía como si quisiera hacer
eso precisamente―. Está tan desordenado y sucio. No es que tenga nada
en contra. A cada uno lo suyo, ¿verdad? Pero… ―Soltó un suspiro,
pasando sus manos por su barba castaña―. ¿Qué me importa si le gusta
vivir en la suciedad? ―Él puso los ojos en blanco―. Hadas de los
árboles. ―Él negó con la cabeza como si eso lo explicara todo.
Un recuerdo más fuerte del hombre que vivía aquí parpadeó en mi
cabeza, el que me salvó, con sus ojos verdes como el cristal, cabello
color miel y una cara llamativa.
―Realmente debes disfrutar de casi morir, Pececito. ―Opie se movió
por la mesa, organizando los elementos en categorías, sin poder luchar
contra su naturaleza―. Podía oler la sangre a kilómetros de distancia.
Me quedé mirando a mis amigos, sin siquiera molestarme en
preguntarles cómo me encontraron. Parecía que podían seguir mi “olor”,
sin importar dónde estuviera. Pero por sus trajes, provenían de Kitty.
Bitzy hizo un chirrido feliz, sus dedos tocaron mi cara, todavía
sonriéndome, volviéndome loca.
―¿Qué diablos está mal con ella? ―gruñí, cada palabra y angustia del
movimiento. Cada segundo que pasaba, más dolor roía mis nervios
―¿Mal? ―Opie inclinó la cabeza hacia nosotras.
―Me está sonriendo... y no volviéndome loca. ―Parpadeé mientras
ella suspiraba felizmente, su sonrisa dichosa sin abandonar su rostro, sus
largos dedos enroscándose en el aire como si pudiera tocarlo―. ¿Está...
está drogada?
―Oh. Correcto. Podría haber comido algo de uno de estos frascos.
―Opie volvió a enderezar los artículos de la mesa.
Solté un bufido mientras Bitzy intentaba arrebatar a la nada.
―Genial, estás despierta. ―El sonido de una voz sensual, me hizo
girar y apoyarme en mi codo, viendo a un hombre deslumbrante salir
tranquilamente de la trastienda. Su cabello sin peinar era rubio ondulado,
largo hasta los hombros, enmarcaba sus brillantes ojos verdes y pómulos
prominentes.
Maldición. Es taaaan lindo.
Warwick saltó, sacando una pistola de su cinturón y apuntando a la
fuente.
―Joder, Warwick. No me dispares antes de que haya tomado mi té.
―El hombre bostezó, levantando un brazo―. Maldita sea, estás herido.
Warwick miró a su amigo, luego a mí, murmurando algo antes de
atravesar la puerta por la que acababa de llegar su amigo.
―Lamentablemente, ni siquiera puedo culparlo por no ser una persona
mañanera. ―El chico me guiñó un ojo, su energía sexual me golpeó.
―Hadas de los árboles ―murmuré para mí como si eso lo explicara
todo. Mi experiencia con ellos donde Killian sugirió que esa era su
naturaleza. Aún así, fue difícil de prepararse contra la intensidad que
liberaban en el aire, especialmente ahora cuando sólo estaba vestido con
un pantalón de algodón marrón claro. Se frotó el pecho desnudo y
rasgado, con una sonrisa sexy en los labios.
―Me alegra ver que estás despierta. Aunque un poco sorprendido.
―¿Sorprendido? ―Mi voz graznó.
Se detuvo frente a mí.
―¿Después de lo que pasaste? Incluso un fae no despertaría en
semanas. ―Frunció el ceño, mirándome críticamente―. Para ser
honesto, no pensé que ibas a sobrevivir la noche.
―Parece que soy difícil de matar.
―Así parece. ―El costado de su boca se torció, sus brillantes ojos
verdes aterrizando sobre mí―. Soy Ash.
―Brexley.
―Oh, lo sé. ―Una sonrisa sugestiva apareció en su rostro antes de
que algo llamara su atención. Mirando al final de la mesa, sus cejas se
fruncieron. Siguiendo su mirada, al final estaba Opie metiendo sus pies
en bolas de algodón, mirándolas como si fueran la última moda.
―¿Acabo de heredar un limpiador de casas travesti?
La cabeza de Opie se arremolinó hacia Ash, su boca se abrió y luego
se cerró, su pecho se hinchó, sus mejillas se volvieron de un tono
púrpura.
Oh… oh.
―¿Cómo se atreve, señor? ―Opie resopló indignado, con los brazos
cruzados ligeramente por encima de las perlas de placer―. ¡No soy un
limpiador de casas!
Traté de ocultar mi sonrisa. Me encantó que esa fuera la parte por la
que se sintió insultado.
―Eres un brownie. ―Ash le hizo un gesto―. Aunque los brownies
normalmente no se muestran o usan atuendos como si estuvieran
trabajando en una casa de putas.
―Primero, no trabajo allí. Y segundo, ¿según usted cómo es el aspecto
de un brownie normal, señor? ―Las zapatillas de algodón recién
adquiridas de Opie fueron pisoteadas con un soplido. Incluso a pesar de
mis náuseas, tuve que contener la risa. Opie miró arriba hacia mí, y
obligué a mi cara a estar seria.
―¿Cómo te atreves a llamarlo normal ―reprendí a Ash―. Debería
darte vergüenza. —Podía ver la boca de Ash moviéndose con humor,
pero asintió.
―Lo siento mi amigo. Claramente eres algo... más.
―Algo magnífico. ―Asentí con la cabeza a Opie―. ¿Correcto?
Opie se movió con timidez hasta que una amplia sonrisa apareció en
sus labios.
―¿Te gusta? La señora Kitty dejó una caja de cosas que podría usar.
―Él hizo un gesto a sí mismo.
―Me encanta.
―¿Madame Kitty? ―La cabeza de Ash se volvió bruscamente hacia
Opie, entrecerrando los ojos―. ¿Estabas en su casa?
―La siguieron hasta allí... ―La voz ronca de Warwick se chocó
contra mi columna con energía. Mi corazón palpitaba con fuerza
mientras me retorcía para verlo parado allí, su barbilla moviéndose en mi
dirección. Recién salido de una ducha, su cabello goteaba el agua y
bajaba por su piel manchada y con tinta. Solo una toalla cubría su mitad
inferior. Cada centímetro de mi cuerpo se calentó, mi garganta se apretó
mientras trataba de tragar―. Me he estado escondiendo ahí. Bueno, lo
estaba hasta... ―La mirada aguda de Warwick me atravesó.
―¿Te has mantenido en contacto? ―El tono de Ash sonaba tenso,
pero no pude recoger cualquier sentimiento en particular.
―No me voy a meter en el medio. ―Warwick se pasó una mano por
el cabello, irradiando irritación―. ¿Hay algo aquí que pueda ponerme?
―Debería haber algo en el armario del fondo. Aunque nada realmente
va a quedarte. ¿Seguro que no eres medio ogro?
Warwick resopló y regresó a la habitación, su aspereza en alto hoy.
―Él tiene la personalidad de uno. ―Ash me guiñó un ojo,
haciéndome reír.
―Escuché eso, idiota, ―gritó Warwick.
―¡Lo sé! ―Ash gritó en respuesta. Su fácil sonrisa me hizo sonreír―.
¿Puedo? ―Hizo un gesto hacia los vendajes. Asentí con la cabeza,
demasiada cansada y dolorida para preocuparme por la modestia
alrededor un extraño. Ese barco había navegado de vuelta en Halálház.
Me ayudó a sentarme, desenvolviendo lentamente el vendaje,
dejándolo sobre mis pechos, en su lugar. Inspeccionó las heridas que
había cosido. Uno cerca de mi pulmón derecho y el otro alrededor de mis
riñones.
―En realidad, se están curando notablemente bien. ―Él me miró.
Podía ver la pregunta en sus ojos mientras tomaba una botella llena de
líquido transparente y comenzaba a frotar alrededor de las laceraciones.
¿Qué eres? ¿No eres humana?
—¿Se conocen desde hace mucho tiempo? —pregunté, necesitando
distraerlo de su curiosidad y distraerme a mí de la agonía de las heridas.
Las bromas de ida y vuelta me recordaban a viejos amigos o hermanos.
—¿Warwick y yo? —Ash siguió trabajando—. Joder, de siempre. Lo
conozco desde cuando en realidad era un buen tipo. Uno al que no
querías darle un puñetazo todo el tiempo.
—Escuché eso también —gritó una voz ahogada desde la trastienda.
Ash me miró, su sonrisa atrevida calentaba mi estómago. Su
personalidad relajada y despreocupada mezclada con descaro sexual lo
hacía fácil de conectar. Y no dolió que el chico fuera inquietantemente
hermoso.
—Solíamos ser parte de los luchadores Unseelie aquí en Hungría.
—¿Peleaste en la guerra? —Inhalé, el dolor subiendo por mi garganta,
el olor a cúrcuma haciéndome cosquillas en la nariz.
—Sí. —Él asintió con la cabeza, frunciendo el ceño—. La mayoría
eran agricultores, panaderos... Fue una lucha por la vida, por la libertad.
—Para los humanos.
Ash exhaló, agarrando vendaje limpio.
—Técnicamente, los humanos tenían más que perder, pero también
cualquiera que creyera en la libertad, en el poder del equilibrio. La Tierra
es una creación mágica; todo depende de todo lo demás para sobrevivir.
Humanos, faes, animales, insectos, plantas, océanos, ríos... Una cosa se
elimina y provoca un efecto dominó en todo lo demás. Los humanos son
una fuente de “alimento” para muchos faes oscuros. Junto con eso, la
reina anterior también nos estaba controlando. —Abrochó la gasa
limpia—. Además, la mujer estaba fuera de su árbol. Estaba loca. —
Guiñó un ojo.
—Lindo. —Negué con la cabeza—. Vi lo que hiciste allí.
—Humor de hada del árbol. —Se puso de pie, apoyándose contra la
mesa, y miró mi herida—. Tendré que comprobarlo más tarde. ¿Puedo
conseguirte un poco de té? —Se detuvo, su cabeza inclinada hacia la
mesa, donde estaba drogado el diablillo frotándose los dedos largos sobre
su suave pantalón como si estuviera en el cielo, un ronroneo emanando
de su pequeño cuerpo. Ahora fuera de la bolsa, vi que también tenía un
vestido de leopardo. —¿Qué demonios? ¿Es un diablillo? —Él
retrocedió, sus ojos muy abiertos.
Bitzy levantó la mano, moviendo sus tres dedos en un saludo coqueto,
pero sus ojos se dirigieron a su mano, su boca se abrió como si el
movimiento fuera alucinante.
—Vaya, otro cerebrito del grupo —resopló Opie, poniendo los ojos en
blanco.
—Se supone que están extintos. —Ash miró a Bitzy con asombro.
—¿Extintos? —Fruncí el ceño.
—Los fluidos corporales de los diablillos supuestamente tienen
cualidades mágicas curativas. La vieja reina Seelie legalizó su caza.
Fueron capturados por millones, asesinados y convertidos en pociones
curativas para vender en el mercado. Sus números disminuyeron hasta el
punto que se suponía que estaban extintos.
—Supongo que no todos. Y no estás tocando a Bitzy, hombre árbol. —
Opie se acercó a Bitzy y le dio unas palmaditas en la cabeza—. Ella no
es una poción curativa.
—¿Bitzy? —Ash se rió entre dientes, mirando entre ellos con
desconcierto—. ¿Y es Bitzy el diablillo que lleva un collar de perro y
vestida?
—Esas etiquetas son tan anticuadas. —Opie hizo un gesto hacia su
garganta—. Esto es una gargantilla. Y en lugar de vestidos, prefiero
llamarlas impulsoras de la moda. Es mi diseño.
Ash parpadeó ante el brownie y el diablillo.
—Sí, no creo que esté listo para tu fabulosidad —susurré a Opie. Podía
sentir mis ojos volviéndose pesados, agotamiento arrastrándose de
nuevo.
—Claramente. —Opie suspiró—. ¿Pero qué puedo esperar de un hada
de los árboles?
—¿Qué significa eso? —Ash se cruzó de brazos—. Apuesto a que
todo tu armario está lleno con la camisa del mismo color y pantalones de
cáñamo.
Warwick eligió el momento perfecto para salir vistiendo un pantalón y
camiseta verde bosque, a juego como los que usaba Ash, la tela se
extendía sobre su pecho a punto de romperse. El pantalón le quedaba
ajustado y le llegaba solo a sus pantorrillas.
Me tapé la boca con una mano, tratando de no reírme.
—Cállate —refunfuñó, moviéndose hacia nosotros—. De todos
modos, necesito volver corriendo a donde Kitty y conseguir algunas
cosas.
Noté que Ash se puso rígido ante la mención de su nombre. ¿Qué
había entre él y Kitty? Warwick se acercó a la mesa y miró a Bitzy. Ella
giró un dedo alrededor de su oreja, la otra mano moviéndose
coquetamente hacia Warwick.
—¿Qué diablos le pasa? —gruñó.
—Ella comió algo. —Opie trató de agarrarle las manos, pero siguió
apartándolas de su camino, extendiendo la mano para acariciar la pierna
de Warwick.
—¿Comió? —La columna de Ash se enderezó—. Mierda. ¿Se comió
mis hongos? —Ash se lanzó hacia un frasco sobre la mesa.
—Le dije que no se llevara cosas a la boca que no reconociera. —Opie
se encogió de hombros.
Chirridooooooo.
—Silencio. Nadie te estaba preguntando. —Opie apartó la mirada—.
Te dije que era un malentendido.
Bitzy soltó un chillido y luego saltó al brazo de Warwick.
—¡Bitzy, no! Probablemente te comerá. —Opie trató de detener a su
amiga mientras ella gateó hasta el hombro de Warwick.
Warwick giró la cabeza para mirarla, sus ojos se dirigieron a Opie por
un momento. Segundos antes que la cabeza de Warwick se tambaleara
hacia adelante, sus dientes chasqueando unos cabellos lejos de Bitzy.
Opie chilló, sus manos volaron como un molino de viento, cayendo en el
suelo dramáticamente.
Bitzy dejó escapar un sonido parecido a una risita, tocando la boca de
Warwick como si estuviera siendo tonto.
—Eres un bastardo —resoplé.
Warwick me sonrió con malicia.
—A ella le gustó.
—Oh, dioses... mi corazón. —Opie se dio unas palmaditas en el pecho
teatralmente—. Acabo de perder ocho de mis nueve vidas.
—No eres un gato. —Froté el espacio entre mis cejas, mi cabeza
comenzando a latir.
—¿Qué? ¿No lo soy? —Opie se sentó, palmeando su cuerpo como si
estuviera ahora descubriéndolo.
—Reina del drama —murmuré.
Los felices chirridos de Bitzy hicieron que mi cabeza volviera a
levantarse. Ella se movió a través del largo cabello húmedo de Warwick,
chillando.
Chirridooooooo. Los dedos de Bitzy se aferraron al cabello de
Warwick mientras se balanceaba de ida y vuelta como si estuviera
bailando con música. Warwick ni siquiera parecía estar desconcertado
con ella.
—Maldita sea. Creo que soy yo la que está alucinando. —Dejé que mi
cabeza cayera hacia abajo, mirando mis rodillas desnudas, mi agarre en
la mesa era lo único que me mantenía en posición vertical. El sueño se
estaba apoderando de mí de nuevo. El balanceo en mi cabeza me hacía
sentir incómoda, mis huesos se volvieron más densos.
—¿Tú? —Ash resopló—. Tengo un Brownie travesti, un alucinante
diablillo, una leyenda está usando mis pantalones, y una chica desnuda
en mi mesa de comedor que debería estar muerta.
Inhalé bruscamente ante sus palabras. Ash negó con la cabeza,
mirando a nuestro extraño pequeño grupo.
—Es demasiado temprano para esto. —Se volvió hacia la cocina—.
Estoy haciendo té.
Parpadeé tras él, mis párpados se volvieron pesados.
—Kovacs. —Mi nombre salió del pecho de Warwick, enviando
escalofríos a mi cuerpo—. Duerme.
Teníamos mucho que discutir y resolver.
—Descansa. Hablaremos más tarde. —Agarró mi cabeza suavemente,
tratando de ayudarme a recostarme de nuevo. En el momento en que me
tocó, sentí calor y chispas chisporroteando a través de mi abdomen,
entumecimiento y chocando, aliviando el dolor. Una sonrisa curvó mi
boca mientras me acomodaba de nuevo en la almohada, el mundo de los
sueños llamándome.
—Tú me quitas el dolor —murmuré. Un destello de dos hombres junto
al fuego vino a mi mente, sus palabras sonaban importantes y urgentes.
Pero antes de que pudiera atraerlos, darles sentido, la oscuridad me
arrastró hacia abajo.
—Deja de intentar ayudarme. No podré encontrar nada.
Mis pestañas se abrieron ante el tono bajo y sedoso del hombre
amortiguado por la cortina. Mirando a mi alrededor, me encontré en un
dormitorio, cubierta de mantas y pieles, en lugar de estar sobre la mesa
de la sala principal. Una ventana pequeña dejaba entrar la luz temprana
del atardecer, lo que me permitió ver la pequeña recámara. La cama era
un colchón de plumas en el suelo lleno de mantas y almohadas, lo que
hacía que quisieras excavar en ellos y quedarte hasta la próxima
primavera. Dos áreas frente a cada una estaban divididas con estantes
llenos de ropa y artículos para el hogar. Más repisas estaban llenas de
libros, plantas y artículos personales.
—No sé cómo encuentras nada ahora. —La pequeña, pero clara voz
de Opie revoloteó.
—Pensé que habías dicho que no limpiabas —resopló Ash.
—No estoy limpiando... estoy ordenando conscientemente.
Una sonrisa apareció en mi rostro y lentamente me levanté. Todavía
me sentía como una mierda, mi cuerpo palpitaba, pero estaba lo
suficientemente bien como para ir al baño e ir a la caza de comida. Lo
último que comí fue un pequeño guiso en el Base de la Resistencia.
Mi corazón instantáneamente dio un vuelco al pensar en mis nuevos
amigos. Me preguntaba cómo Andris, Ling, Birdie, Maddox, Wesley y
especialmente Scorpion estaban. Cerré los ojos, pensando en Scorpion,
tratando de agarrar el vínculo entre nosotros.
Podía sentirlo, un hilo, pero no parecía poder alcanzarlo. O él estaba
durmiendo, o simplemente no tenía suficiente energía todavía, pero sabía
en mi interior que no estaba muerto, lo que me alivió un poco. Todavía
no hizo que estuviera menos preocupada por él y los demás.
Qué extraña me había vuelto tan rápidamente unida a un grupo de
personas que apenas conocía, mientras que había atacado a otros que
había conocido casi toda mi vida.
Con una exhalación estrangulada, me puse de pie, presionando mi
mano en mis heridas. Mis dedos frotaron la suave camiseta verde oscuro
de un hombre, que ahora usaba, la parte inferior apenas cubría la parte
superior de mis muslos.
Dando unos pasos hacia el baño, me mordí el labio. Gotas de sudor por
el dolor humedecieron mi espalda baja, pero finalmente me metí en el
inodoro como una anciana. Construido casi en su totalidad de madera,
era pequeño, pero hermoso. Como si estuviera construido en un árbol, la
pared trasera era un enorme tronco de árbol. Surgió un pico de la pared,
como un cabezal de ducha, y la piedra cubría el suelo. El fregadero era
de piedra con gabinetes de madera para almacenamiento y un banco para
sentarse con un agujero, similar a una letrina. Los helechos y las plantas
llenaron la habitación, haciéndolo sentir como que había entrado en un
bosque, no en la letrina.
Después de orinar, me lavé las manos, sorprendida por la imagen que
reflejaba el espejo de mi. Me estremecí ante el desastre que miraba en el
cristal. Me había olvidado que tuve una pelea con Joska antes que me
dispararan. Los cortes estaban sanando, pero mi cara todavía estaba
hinchada, negra y azul. Me cepillé los mechones enredados de mi cabello
sucio, pegados a mi rostro, que estaba pegajoso con sangre seca. Todo en
mí estaba sudoroso, mugriento, pegajoso y repugnante.
Esta parecía ser mi nueva normalidad. Quería una ducha, pero no
estaba segura de si mis heridas podían mojarse, deambulé en la
habitación principal, el fuego crepitaba en la chimenea, la habitación
estaba en silencio y tranquila. Sin siquiera mirar, supe que Warwick no
estaba allí. Su presencia llenaba el aire cuando estaba cerca, y cuando se
iba, parecía que algo faltaba.
Ash estaba sentando en la mesa que había estado antes, encorvado
sobre un montón de libros, una extraña energía saliendo de ellos. Opie
estaba organizando silenciosamente sus frascos, mientras Bitzy estaba
desmayada en la mochila sobre sus hombros, la boca abierta de par en
par.
—¡Pececito! —Opie saludó con la mano, sintiéndome primero.
—Oye, estás despierta. —Ash miró hacia arriba, curvándose hacia mí.
Su sonrisa se expandió sobre su rostro, haciendo que mis entrañas se
rieran. Su energía era intensa, hormigueando alrededor de mis muslos.
—Si. —Asentí con la cabeza, pasando mis dedos por mi cabello—.
Gracias por dejarme dormir en tu cama.
—Por supuesto. Aunque iba a trasladarte yo mismo, Warwick fue el
que te llevó allí en el momento en que tus ojos se cerraron.
—Oh. —Me moví de puntillas—. ¿Dónde está?
Ash se encogió de hombros.
—Se retiró después que te instaló y no ha regresado. Eso fue —Ash
miró un reloj que marcaba suavemente en la pared—, ¿hace siete horas?
—¿Dormí siete horas?
—Lo necesitabas. —Se levantó del banco—. ¿Tienes hambre? ¿Sed?
Primero comenzaremos con algo pequeño y suave.
—Seguro. —Se dirigió a la cocina, y yo fui al banco que abandonó,
relajándome mientras me sentaba. La magia zumbaba por mi brazo y me
atraía a los libros colocados sobre la mesa. Un extraño zumbido, como
un susurro en el viento, me atrajo a tocarlos.
Mi mano se levantó, mi dedo estaba ansioso por recorrer las páginas.
—Oh, ten cuidado con ese —dijo Ash por encima del hombro mientras
me sirvió una taza de té—. Es muy, muy viejo, algo irritable y necesita
mucha coerción para que se abra a ti.
—¿Qué?
Ash recogió la taza y una rebanada de pan casero, regresando a mi.
—Correcto. Olvidé que ustedes, los humanos, no saben mucho sobre
los libros de los faes. —Él se sentó a mi lado, colocando la comida frente
a mí—. Muchos de ellos se extinguieron cuando el muro cayó. La
abundancia de magia borró a algunos de ellos.
—¿Qué quieres decir con que murió? ¿Como perdidos?
—No. —Ash negó con la cabeza—. Nuestros libros en el Otro Mundo,
los de los reinos fae, están vivos, por así decirlo.
—¿Vivos? —Tomé un sorbo del té tibio, el sabor de la caléndula
cubría mi lengua. Era una potente hierba curativa.
—Contienen información igual que cualquier otro libro, pero si se
tratan bien, te lo mostrarán, te contarán historias que no están escritas en
sus páginas. Este tiene una historia del pasado que se remonta a cuando
había reyes, dioses faes y brujas. Este viejo libro fue lo suficientemente
poderoso como para sobrevivir a la fusión de nuestros mundos. Pero el
tiempo también lo ha vuelto cascarrabias. No soy fan de las nuevas
formas.
Miré a Ash y mi boca se abrió. Esta era la información que nunca
aprendí o escuché, algo que se perdió en la historia en el lado humano en
este nuevo mundo.
—¿Funciona en humanos? —Tragué nerviosamente—. ¿Pueden
sentirlo?
Por favor di que si. Por favor di que sí... no soy un bicho raro.
—¿Lo sienten? —Me miró mientras trataba de tragar un poco de pan.
—No te preocupes. —Ash sonrió—. Los humanos probablemente
podrían sentir la magia saliendo de él, pero el libro no les hablará. Ellos
no podrían leerlo sin importar cuánto lo intenten. Los libros fae pueden
sentir si tienes incluso una gota de sangre fae en tus venas. Aunque es
particular para quienes se abren completamente. Algunos faes solo
podrían leer el nivel de superficie de este libro, mientras que otros nunca
encontrarían el final.
—¿Y dónde quedaste tú? —susurré. Sus ojos se encontraron con los
míos. La mirada se sintió intensa. Íntima.
—Todavía tengo que encontrar el fin. Pero tomó años para que me
dejara entrar por completo.
—¿Qué es lo que estabas buscando? —Me olvidé del té y el pan, mi
atención dirigida tanto a Ash como al libro. Incluso Opie que se
balanceaba mientras investigaba ruidosamente los frascos que
organizaba, no quitó su atención. Tuve un sentimiento extraño, ya sabía
la respuesta sin saber realmente cómo… un aleteo de voces hablando, un
fuego, Warwick...
―Tú. ―Ash sostuvo mi mirada.
Tragué saliva. Eso fue lo que pensé.
―¿Qué hay de mí?
―Tú y Warwick. ―Movió la cabeza―. La conexión que tienes no
debería ser posible.
―¿Por qué asumes que soy yo? Podría ser él. ―La inquietud surgió
dentro de mí.
―Definitivamente él es parte de eso, pero creo que eres tú. ―La voz
de Ash bajó, enviando un escalofrío a través de mi cuerpo, lágrimas
acumulándose bajo mis párpados.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque yo también lo siento. ―Se lamió el labio inferior, frotándose
la frente, su intensidad subiendo―. El tirón hacia ti.
―¿Qué? ―La palabra apenas salió de mi garganta.
―Las hadas de los árboles son buenas para curar y crear pociones
porque estamos conectados a la tierra, como las raíces de un árbol.
Entendemos las cosas que no se pueden expresar con palabras, lo
sentimos todo. Vida y muerte.
Un nervio a lo largo de mi cuello se contrajo, mi respiración se volvió
más errática.
―No puedo ver auras como los druidas, pero las siento y puedo sentir
la energía en todo ser vivo. ―Se inclinó más cerca―. Y tú, Brexley, eres
la vida y la muerte. Nada y todo.
Una fuerte inhalación aspiró por mi nariz, me congelé. ¿Qué quiere
decir?
Ash se echó el cabello ondulado detrás de la oreja.
―Ya lo sabes, ¿no?
El hecho que Andris dijera que le devolví la vida a un gato no
significaba que fuera cierto. O a Aron, Mo, Rodríguez, la mujer que
murió en la jaula ... y a Elek, ayer.
Luchando contra el terror y las lágrimas, tragué saliva.
―¿Qué significa? ¿Qué soy yo?
―No lo sé. ―Su frente se arrugó con simpatía―. De lo qué Warwick
me ha dicho hasta ahora, no conozco nada que pueda crear lo que existe
entre ustedes dos. Es antinatural, incluso en el mundo fae. Puedo sentir la
energía corriendo entre ustedes dos, pero no la entiendo. Es como un
idioma que no reconozco. Tampoco estoy seguro que sea algo que se
pueda romper tanto como tú y Warwick querrían que fuera.
Su declaración golpeó los recuerdos febriles de la noche anterior.
Warwick exigiendo a Ash que encontrara una manera de romper la
conexión. No soy capaz de eso. Ella se merece a alguien mejor. Alguien
que la quiera.
―¿Estás seguro?
―Puedo seguir mirando... ―Se interrumpió, mordiéndose el labio
inferior.
―¿Qué?
―Quiero intentar algo.
―¿Intentar qué?
Ash me miró fijamente. Estirándose, sus dedos se envolvieron
alrededor de los míos, moviéndolos lentamente hacia el libro.
La inquietud martilló mi pulso, y mi boca se secó cuando
nuestros dedos flotaron a un suspiro de las páginas. Magia
bombeada, mi piel
cosquilleaba. Temblé de miedo a encontrar una respuesta, pero también
de no descubrir nada.
―Respira, Brex. ―La voz de Ash era suave y calmada―. Cierra tus
ojos. Relájate. Se resistirá si te pones a la defensiva y con cautela. Toma
el aire nuevamente.
―¿Qué va a pasar?
―Si eres humana, nada. Pero si no lo eres... ―Rozó el pulgar sobre
mis dedos. Si no lo eres―. Supongo que veremos, ¿no?
Inhalando y exhalando lentamente, traté de aliviar la tensión en mi
espalda. Dejando que mis párpados se cerraran.
―Ábrete a ello. Recuerda que en realidad no puede lastimarte
físicamente. Todo lo que experimentas está en tu mente, como ver una
película. Los eventos ya han sucedido y tú solo los estás viendo. No
pueden interactuar. ―Nuestros dedos se cernieron sobre las páginas―.
En tu cabeza, preséntate, muéstrale respeto.
¿Me presento a un libro? ¿En serio?
Mientras el pensamiento pasaba por mi cabeza, sentí descargas de
magia. Enfadada. Insultada.
―Brexley ―advirtió Ash.
Echando mis hombros hacia atrás, relajando mi rostro, lo dejé ir.
Hola, soy Brexley Kovacs.
Ash presionó nuestras yemas de los dedos en las páginas. Como si una
explosión estallara en mi cuerpo, cada nervio en mí se congeló cuando la
corriente eléctrica estalló dentro de mis venas, mi corazón latía como si
fuera explotar. Imágenes que no pude captar volaron por mi cabeza
cuando una profunda, voz inhumana repitió mi nombre como si me
estuviera saboreando, conociéndome, hojeando mis recuerdos tan rápido
que estaba a punto de vomitar.
Cuando se detuvo, me paré en un campo. No había luna, pero el cielo
brillaba con colores vibrantes, arremolinándose y tejiendo como la aurora
boreal. El aire estalló con magia; el campo estaba lleno de figuras
luchando. Gritos y sonidos de metal chocando destrozaron el cielo
nocturno. Me di la vuelta para absorber el caos, el miedo se disparó en
mi pecho. Criaturas que nunca había visto antes chocaban ente sí, y
pájaros del tamaño de los aviones volaban en el cielo. Criaturas tan
pequeñas como brownies y tan enormes como gigantes salpicaban el
paisaje. La noche sonó con la muerte, el campo empapado en sangre. En
la distancia, parecía como si hubiera una cortina de energía que crepitaba
y chisporroteaba con luz, formando agujeros en ella. Detrás vi el
contorno de un castillo. Se veía exactamente igual que algunos de los
dibujos y fotos que había visto en los libros de la Guerra Fae, del castillo
de la reina Aneira, la Líder Seelie antes que el muro entre los mundos
cayera hace veinte años.
Yo estuve ahí. Cuando la Tierra de noche y el Otro Mundo se
volvieron uno.
La noche en que nací.
Podía sentir las tripas aplastarse entre los dedos de mis pies, los olores
amargos de sangre y miedo, escuchar cada sonido metálico, cada grito de
muerte. Personas estaban muriendo justo en frente de mí. Todo era tan
real. Tan vívido que me abrumaba.
―Déjame salir, ―le hablé al libro, pero no pasó nada―. ¡Quiero salir!
¿Por qué me traería aquí?
―¿Warwick? ―Un hombre habló, haciéndome girar. Jadeé, mi
mirada aterrizando en una figura familiar.
Ash.
Vestido con capas de ropa oscura, su cabello era más largo de lo que lo
usaba ahora y atado en un nudo. La mayor parte de su cara estaba
cubierta de sangre. Lleva una espada, su cinturón goteaba con más
cuchillos y pistolas.
El chico a su lado era alto, delgado, de piel oscura y vestía el mismo
atuendo, con rasgos nítidos, pero bonitos. Había algo familiar en él que
no pude ubicar.
―¿A dónde diablos se fue? ¿Qué te dijo él? ―Ash le preguntó a su
camarada, pero el tipo no parecía escucharlo, sus ojos se movían
frenéticamente sobre el terreno―. ¿Janos?¡Oye!
La cabeza de Janos se volvió hacia Ash. En un gesto que no esperaba,
Ash extendió la mano, tocando suavemente la mejilla del hombre.
―Está bien, lo encontraremos.
―No me mientas, Ash ―murmuró―. Puedo leer tu cara. Ellos lo
atraparon, ¿no es así? ¿Cómo pudo simplemente huir sin nosotros? Si
ellos finalmente lo encontraron, no le mostrarán piedad.
―Vamos, estamos hablando de Warwick. ―Pude sentir una profunda
intimidad en la forma en que los dedos de Ash frotaban la mejilla del
otro hombre―. El tipo es más duro que nadie que conozco. Estará bien.
Lo encontraremos. ¿Okey?
Janos asintió con la cabeza, alejándose de su toque, con la nuez de
Adán balanceándose. Aspiró y levantó la barbilla, preparándose para
seguir adelante. Luciendo majestuoso. Refinado.
Santo cielo.
En una acción, vi a otra persona en el rostro de Janos. Mi mandíbula
cayó por el choque. Señora Kitty. Habia rumores de personas transgénero
en las Tierras Salvajes. ¿Pero en Leopold? Ni siquiera hubo susurros
sobre ellos. Ni siquiera había sabido lo qué la palabra significaba hasta el
final de mi adolescencia. Cuando conocí a la Sra. Kitty, ni siquiera
consideré que fuera trans.
Había estado tan protegida dentro de las paredes de la FDH.
―¡Vamos! ―Ash tiró del brazo de Janos, sin darme tiempo para
pensar más sobre esto mientras los seguí a través del combate. Ellos
cortaron cuerpos y lucharon mientras se movían rápidamente por el
campo.
Pasaron disparos y pequeñas bombas cayeron de los pájaros gigantes
en el aire, arrojando tierra y carne al cielo, aterrizando sobre mí como
granizo. Ash y Janos se movieron con habilidad y compañerismo a través
de la batalla, ascendiendo una pequeña colina. Se detuvieron a
trompicones, mis pies se desaceleraron junto a ellos, sus ojos se clavaron
en algo debajo.
―¡Warwick! ―Janos gritó antes de despegar corriendo hacia un gran
objeto amontonado en la hierba. Las piernas de Janos cedieron y se
arrojaron sobre la tierra húmeda al lado de la forma, su cuerpo
acurrucado sobre un desorden quemado, una astilla en la cara asomando
a través de la abrasadora negrura―. ¡Noooo!
Me tomó un momento juntar las piezas. Para reconocer lo que estaba
viendo. El ácido me desgarró la garganta y me tapé la boca, la emoción
golpeándome en el pecho mientras el vómito quemaba mi esófago.
Warwick era ese objeto. Me contó la noche en casa de Kitty cómo
murió, pero verlo era algo completamente diferente. El hombre más
grande que la vida era una pila distorsionada de forraje de buitre. Su
cuello torcido de forma antinatural, su enorme constitución en su
mayoría habían sido quemada hasta los huesos, la ropa aún ardía,
apuñalado tantas veces en todo su torso que parecía como si lo hubieran
desollado. El único ojo que no estaba carbonizado miraba vacío al cielo.
Muerto.
―Oh, dioses. ―Tragué más bilis.
Ash se quedó allí, con la agonía grabada en sus rasgos, su cuerpo
balanceándose como si estuviera a punto de desmayarse.
Janos sollozó de dolor, inclinándose sobre el cadáver.
―Lo siento mucho. Te fallé... ―Tocando suavemente el rostro de
Warwick, cerró su único parpado sin quemar. Los dedos de Janos
temblaron violentamente, deteniéndose en el corte de la cara de Warwick
que todavía lo hacía parecer un poco a un hombre.
Como un zombi, Ash se tambaleó, arrastró su arma detrás de él,
mirando los restos de su amigo.
―Baszd meg ―pronunció, su expresión se torció―. ¡BASZD MEG!
―Un bramido gutural aulló en la noche, gritó al cielo en pura agonía,
quemando mis ojos con lágrimas por su angustia.
La atmósfera crujió y estalló, los agujeros en la atmósfera se hicieron
cada vez más grandes, y el castillo ya no parecía ser visto a través de una
película en la que las hadas, trolls, ogros y otras figuras lucharon por
todas partes. Solo quedaba una franja de la pared entre los dos mundos.
Una manada de lobos cambiantes llegó arrasando la tierra,
chasqueando y rasgando todo a su paso, acercándose a Ash y Janos.
―¡Vamos! ―Ash le gritó a Janos que se moviera y luchara, pero
Janos continuó llorando por Warwick. Ash pisoteó, tirando de Janos
hacia arriba, acercando sus rostros.
―Él no querría que nosotros también muriéramos esta noche. ―Ash
sostuvo el rostro de Janos, sus narices tocándose―. Si no puedes luchar
por eso, lucha por él. Se lo debemos a Warwick para rastrear a esos
cabrones. Matar a todos y cada uno. Hacer lo que le hicieron a él. Te
necesito, Janos. No puedo vengarlo sin ti.
Janos aspiró y asintió. Se alejaron el uno del otro, agarrando armas, y
se giraron directamente a la masa de lobos, dando hachazos y
cortándolos, disipándose en los interminables enemigos que venían.
No los seguí, mis pies se acercaron tímidamente al hombre en el suelo.
La forma brutal en que fue asesinado se veía aún más prominente de
cerca. Me mordí el labio hasta que sentí el sabor de la sangre y me
agaché a su lado. Incluso si sabía que él estaba vivo en mi realidad, verlo
aquí era desgarrador. Conmovedor. Equivocado. Supuestamente el fae
mestizo murió esa noche, y la leyenda se levantó de sus cenizas. No me
imaginaba como pudo volver de esto. ¿Cómo estaba vivo ahora? No
parecía haber manera.
Lo habían reducido a las cenizas, lo habían destripado, le habían roto
el cuello.
Nadie regresaba de eso.
Ni siquiera un fae.
Un profundo pánico ante la idea que no se despertaría esta vez empujo
en mi tripa como un taladro. El terror de perderlo arrastró una lágrima
por mi mejilla, construyendo energía en mi pecho. El aire siseó y
chisporroteó, la magia chispeó en mi piel.
No pude detenerme; mi mano se acercó a su mejilla.
Mi palma tocó su piel chamuscada cuando un fuerte crujido llenó la
noche. Un rayo golpeó la tierra; gritos ensordecedores y aullidos se
hicieron eco en todo el campo de batalla mientras las luces cegadoras
explotaban cerca del castillo.
Los últimos hilos del muro estaban cayendo.
Un zumbido de magia me atravesó como un maremoto, el poder
destrozándome tan brutalmente, un grito desgarrador salió de mis
pulmones. Tirándome sobre Warwick, la energía se hundió en mí y sentí
como si fuera arder, mis músculos temblaban violentamente.
Había mucho dolor.
Pensé que el libro no me haría daño.
Me atravesó como colas puntiagudas, azotando y atravesando mi
interior, dejándome jadeando por aire y retorciéndome como si me
hubiera electrocutado.
Debajo de mis palmas, los párpados de Warwick se abrieron de golpe,
lanzando un violento aliento de vida, su cuerpo convulsionando. Sus
ardientes ojos de color aguamarina vieron dentro de mi.
Mirándome directamente a los ojos.
Viéndome.
Con un empujón, sentí que me echaban hacia atrás, el libro tirando de
mí con un grito mientras la oscuridad me envolvía.
—¿Brexley? —Escuché mi nombre desde lejos—. ¡Brexley!
Con un grito ahogado, abrí los ojos, mis pulmones tomando bocanadas
de oxígeno. Iris del color del musgo me miraron. Ash se inclinó sobre
mí, su rostro lleno de preocupación y asombro.
Parpadeando, me tomó unos momentos darme cuenta de dónde estaba,
mi mente se sentía como huevos revueltos. Me acosté en el suelo,
cayendo hacia atrás del banco.
—¿Estás bien? —Ash preguntó, su mirada buscándome, asegurándose
que estuviera físicamente bien.
—Maldita sea, Pececito, chocaste contra el suelo como una esponja
húmeda. —Opie saltó a mi lado, la cabeza de Bitzy se balanceaba en la
mochila, su lengua colgaba aún más—. ¡Pum! —Juntó las manos—. Sin
embargo, para una inmersión hacia atrás, solo puedo darte un dos. Tu
forma apestaba.
—Gracias —me quejé, tratando de sentarme, todavía luchando por
respirar. Ash envolvió sus manos alrededor de mis brazos y espalda,
ayudándome a sentarme.
—¿Te duele en alguna parte? ¿Algo se siente roto? —Él asintió con la
cabeza ante mis heridas.
—No sé. —Mi cerebro se sentía disperso, mi piel todavía zumbaba por
la experiencia en el libro, como si realmente hubiera sucedido.
Se acercó más a mí, sus dedos alcanzaron la camiseta.
—¿Te importa?
—Me desnudaron y golpearon en Halálház, y me usaron como rata de
laboratorio tanto para Killian como para Istvan… así que no, no me
importa.
Los ojos cubiertos de musgo de Ash se encontraron con los míos, una
tristeza los atravesó.
—Aún más razones para preguntar. —Su sentimiento agitó la emoción
en mi pecho. Suavemente me levantó la camisa, frunciendo el ceño ante
las nuevas manchas de sangre—. Te quitaste los puntos. Aunque este
otro se está curando notablemente rápido. —Su mano rozó la que estaba
en medio de mi pecho—. No te muevas. —Se levantó, tomó los
suministros de la mesa y regresó a mí. Con un ligero toque, desenvolvió
el vendaje viejo, limpiando la sangre.
—¿Qué pasó? El libro te mostró algo, ¿no? Nunca lo he visto llevarse
a alguien al instante. ¿Qué te mostró? —Su pregunta rozó mi piel, su
cuerpo muy cerca del mío mientras curaba mis heridas.
Opie se había movido a su lado, hurgando en los frascos que había
tirado, inspeccionando los hisopos y las bolas de algodón como si ya los
estuviera convirtiendo en futuros atuendos.
—Me mantuvo afuera hoy. No me dejó seguirte. Nunca ha hecho eso.
—Sus ojos se encontraron con los míos, y todo lo que pude ver fue al
hombre de la Guerra Fae, cubierto de sangre, un profundo dolor cortando
sus ojos mientras aullaba en el aire de la noche por la pérdida de su
amigo.
—Tú y Janos…
—¿Qué? —Ash se echó hacia atrás, con los ojos muy abiertos—.
Janos… ¿Cómo-cómo sabes ese nombre?
—Janos es la Sra. Kitty, ¿no es así?
Ash aspiró bruscamente.
—¿Qué te mostró el libro? —Pude ver el pánico revoloteando en su
pecho, haciéndome saber que había secretos que esperaba no fuera visto.
—La guerra hace veinte años. La noche en que cayó el
muro. Warwick. —Me encogí, sacudiendo los malos recuerdos.
Bajó los hombros, pero la garganta le tembló de emoción, volviendo a
concentrarse en su deber.
—Esa noche todavía me persigue. ¿Por qué te llevaría allí?
—No estoy segura. —Mordí cuando terminó de limpiar la herida,
agarrando la gasa—. ¿Sabías que nací esa noche?
—¿Qué? —Su barbilla se levantó de su trabajo, encontrándose con mi
mirada, sus ojos muy abiertos.
Tragué saliva, moviendo la cabeza.
—En el momento exacto en que se rompió la barrera, mi madre me dio
a luz. Ella murió justo después. Mi padre dijo que su cuerpo no podía
soportar el estrés traumático de mi nacimiento y la inundación de magia.
—¿Ella era humana?
—Sí —respondí automáticamente, luego me encorvé hacia atrás con
un conmovedor suspiro—. Quiero decir… eso es lo que asumí de todos
modos. Lo que me dijo el tío Andris.
—¿Pero ahora te preguntas si es verdad? —Ató el vendaje.
Intenté tragar saliva varias veces.
—Sé que algo es diferente en mí. Incluso si no soy un fae, soy… soy
algo. —La última parte salió como un susurro.
—Lo eres. —La voz de Ash también bajó, su mano tocando mi
mandíbula, levantando mi rostro para mirarlo—. Definitivamente eres
algo. —Su garganta se movió y acarició tiernamente mi mejilla con el
pulgar. El mismo gesto que había hecho con Janos—. No puedo
explicarlo. Eres una luz, pero tanto la vida como la muerte zumban a tu
alrededor. Atrayéndonos a todos como insectos a la miel.
—Miel. —Me reí—. Nunca había sido comparada con eso antes.
Él sonrió.
—¿Me ayudarás? —Me sentí asustada y frágil, dejándome sumergir en
su ternura. Parecía alguien en quien podía confiar. Un amigo—.
¿Descubrir lo que soy?
Sus ojos buscaron los míos, su mano todavía en mi rostro.
—Por supuesto.
Sentí el repentino zumbido, el cambio de aire, pero no era del chico a
mi lado. La puerta se abrió de golpe, volviendo la cabeza hacia la entrada
con una sacudida.
Warwick entró, su mirada rápidamente asimiló la escena entre
nosotros. Todavía me picaba la piel donde Ash me tocaba.
Ash dejó caer su mano y se puso de pie, pero ya era demasiado
tarde. La oleada de rabia se arremolinó a su alrededor, cavando
profundamente. La presencia de Warwick se enroscó en mí.
—Te mueves rápido, ¿verdad, princesa? —Su voz gruñó en mi oído,
aunque todavía estaba en la puerta, en silencio mientras cerraba la puerta
desde el otro lado de la habitación—. Tu club de fans se está volviendo
bastante grande, ¿no crees? ¿Seguro que tienes espacio para otro?
—Vete a la mierda —gruñí en voz alta, alcanzando la mano de Ash
para ayudarme a levantarme—. No es así. Aunque no necesito explicarte.
La cabeza de Ash se movió de un lado a otro, como si se perdiera lo
que estaba respondiendo.
—¿No es así? —El fantasma de Warwick respiró contra mi
cuello. Sentí dientes arrastrándose por mi hombro, calentando mi
cuerpo. Entrecerré mis párpados ante el hombre real, tratando de no
estremecerme ante la sensación que envolvía mis nervios, mi adrenalina
bombeando. A estas alturas, debería haberme acostumbrado a él, pero no
lo estaba. Entraba y demolía todo lo que me
rodeaba. Abrumando. Tomando. Consumiendo.
—Ella se quitó los puntos. —Ash me obligó a sentarme de nuevo,
ignorando la mirada furiosa que Warwick le lanzó—. Lo estaba
limpiando y volviendo a envolverlo.
—¿Es así como lo están llamando? —Warwick murmuró, haciendo un
sonido con la garganta, apartando su mirada de mí, moviéndose más
adentro de la habitación, dejando caer una bolsa sobre la mesa.
—¿Qué es eso? —Lo miré.
—Pensé que querrías ropa. —Hizo un gesto hacia la bolsa, su
irritación todavía me rodeaba. Se había vuelto a poner su propia ropa,
ajustando su cuerpo como un guante.
—¿Me has conseguido ropa? —Abrí la bolsa y vi unos pantalones
cargo y una camiseta, unas braguitas y un sujetador deportivo—. ¿Estaba
esto en lo de Kitty?
—No. —Se acercó a una mesa pequeña, agarró una botella y se sirvió
un vaso de líquido marrón.
Warwick era alguien a quien tenías que aprender a leer porque
delataba muy poco. Las respuestas de una palabra volverían loca a la
mayoría de las personas si no estuvieras prestando atención.
—¿Las robaste? —Sin moverme ni abrir la boca del banco, rocé la
parte posterior de su brazo. Los músculos de su espalda se tensaron ante
mi contacto invisible.
—¿Importa? —me murmuró por encima del hombro, tomando la
bebida.
En realidad, era el equivalente a regalarme flores, tal vez incluso
mejor, ya que la ropa era útil. No le pidió a Rosie ni a una de las chicas
que me recogieran algunos artículos; los consiguió él mismo.
Luché contra una sonrisa mientras sacaba el sujetador deportivo.
—No estoy segura de poder usar esto por un tiempo. —Me dolían las
costillas y las heridas al pensar en algo que las atara.
—Mucho mejor. —Se dio la vuelta, apoyándose contra la mesa, sus
ojos aguamarina ardiendo en mí mientras tragaba otro gran bocado.
Me encontré con su mirada, energía haciendo ping-pong entre
nosotros, mi piel estalló en bultos.
—A kurva eletbe. —Maldito infierno. Ash exhaló, pasando sus manos
por su cabello—. Y supuestamente soy yo el que tiene la abrumadora
energía sexual. ¿Podrían follar y acabar con todo esto de una vez?
—Oh, ¿está sucediendo ahora? —Opie salió disparado de los frascos
que estaba adquiriendo, medio vestido con bolitas de algodón y tiras de
gasa—. Bitzy querría que la despertara. ¿Necesitas una aspiradora?
—¿Una aspiradora? —Me volví hacia Opie.
—¿Qué? —Observó a todos que lo miraban fijamente, luego comenzó
a reír con fuerza—. Oh. Si. Estaba bromeando totalmente. ¿Por qué
necesitarías uno de esos, ¿verdad? —Sus mejillas se sonrojaron.
Chirrido. Bitzy levantó la cabeza y se frotó las orejas con los dedos.
—Oh, ahora te despiertas y añades tu opinión.
Chirrido.
—No tengo idea de lo que estás hablando. —Resopló, mirando por
encima del hombro—. Nadie te estaba preguntando de todos modos.
Chirrido.
Bitzy le devolvió la mirada.
—Eso era un malentendido. ¿Cuántas veces tengo que decirte eso?
—Me duele la cabeza. —Ash se frotó la cabeza.
¡Chirrido Chirrido Chirrido! Bitzy señaló con el dedo medio al hada
del árbol.
Los ojos de Opie se abrieron al ver a Ash.
—Wow, ella está enojada contigo.
—Gracias, joder, no soy yo por una vez —murmuré. Bitzy me lanzó
sus dos dedos medios, haciéndome resoplar—. Ahhh, todo está bien en el
mundo otra vez.
—¿Por qué está enojada conmigo? —Ash extendió los brazos—. ¿Y
por qué me importa una mierda? —Parecía desconcertado.
—Bienvenido a mi mundo. —Warwick soltó una risita, tomando el
resto de la bebida.
—Ella no se siente tan bien en este momento —respondió Opie.
—¿Cómo es mi culpa? Ella se comió mis hongos. —Ash la señaló.
Chirrido Chirrido Chirrido…
—Guau. —Respiré cuando Bitzy se fue con él—. Ni siquiera quieres
saber cómo te acaba de llamar.
—¿Tú lo entiendes?
—Dioses, espero que no. —Apoyé la frente en la mesa. Una vez más,
no entendí sus palabras exactas, pero ciertamente sentí su significado, y
estaba bastante segura que Ash debería dormir con un ojo abierto esta
noche.
—Creo que prefiero el diablillo drogado. —Ash se dirigió a Warwick
y se sirvió una copa—. ¿Desde cuándo mi vida consiste en discutir con
un diablillo y tener que esconder mi aspiradora de un brownie?
—Cuando ella entró en tu vida. —Warwick me hizo un gesto con la
barbilla, le quitó la botella a Ash y le echó una buena cantidad de líquido.
—Ahora. —Torcí mi palma—. ¿Cuándo se convirtió en mi culpa?
Ambos chicos me miraron con las cejas arqueadas. Miré a Opie, que
estaba de nuevo arreglando sus pantalones cortos de algodón, que
parecían pañales, un top corto de gasa y sus pies en bocanadas frescas.
—Sí… está bien… —Curvé mi mano para que Warwick me trajera
una bebida. Se apartó de la mesa y me entregó su vaso. Era una tontería,
pero me gustó que automáticamente compartiera conmigo en lugar de
conseguirme el mío.
La quemadura de Pálinka extremadamente potente me hizo llorar. Vi
su atención dirigirse al objeto sobre la mesa, frunciendo el ceño.
—¿Qué diablos es esto? —le espetó a Ash.
—Cierto… —Ash se encogió—. Mira, hombre, estaba pasando en eso
por ti cuando se despertó… y…
—¿Y qué? —Warwick aspiró, la columna se puso rígida.
—Pensé por qué no dejar que intentara leerlo.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿La dejaste tocar un libro de
faes? Especialmente este.
—Ella esta bien.
—¿Bien? —Warwick se precipitó hacia Ash. Chillé, saltando mientras
él agarraba la garganta de Ash. Un pequeño grito de dolor me inclinó
hacia adelante, pero me acerqué a ellos.
—Warwick, detente. Estoy bien.
Empujó a Ash, ignorándome.
—Sabes de lo que es capaz ese libro.
—No la dejé hacerlo sola. Tomé su mano, pero Warwick, nunca había
visto que el libro respondiera de esta manera. Se apoderó de ella
instantáneamente, en su lugar me empujó.
La boca de Warwick se pellizcó.
—¿Te bloqueó?
—Si. —Él asintió con la cabeza en estado de shock—. Podía
sentirlo. La quería a ella. Como si la hubiera estado esperando o algo así.
Warwick soltó a Ash, girando hacia mí, mirándome como si yo fuera
un misterio.
—¿Qué? —Di un paso atrás—. ¿No se suponía que debía
hacerlo? Pensé que habías dicho que no podía lastimarme.
—No físicamente, pero si eres débil o tienes planes nefastos para ello,
se sabe que hace que la gente se vuelva loca o los mantiene prisioneros.
—¿Prisionero?
—Tiene el poder de atrapar tu mente en él, sin dejarte salir.
—¿Y me dejaste tocar esa cosa? —le grité a Ash.
—El libro solo se protege a sí mismo. Tienes que tener mala voluntad
hacia él. Tu no la tenías. Fue un presentimiento. Simplemente sentí la
necesidad que lo tocaras… como si me estaba pidiendo que lo hiciera.
—¿Qué te mostró? —Warwick se inclinó hacia mí.
Miré a los mismos ojos que vi mirarme en el campo de batalla.
—A ti —susurré.
Su mandíbula se crispó, pero no respondió.
—Me mostró a Ash y a la Sra. Kitty, me refiero a Janos…
Warwick inhaló cuando dije el nombre, retrocediendo, pasando la
mano por su rostro mientras comenzaba a caminar.
—Sí, tuve la misma respuesta —dijo Ash.
—¿Por qué? —Miré entre ellos.
—Nadie más conoce ese nombre excepto nosotros tres. Kitty dijo que
Janos murió esa noche en la guerra. Ella nunca nos ha permitido
mencionar el nombre o reconocerlo nuevamente. Para ella, murió. No
hay forma de que lo sepas a menos que… —Ash se calló.
—Realmente estuviese allí —completé.
—¿Qué más? —Warwick demandó.
—Vi cómo te encontraban… —Mis piernas empezaron a tambalearse
por la fatiga, y me senté en el banco—. Muerto.
No reaccionó, pero sus hombros se tensaron contra su camisa oscura.
—Tú-tú estabas… —Las imágenes de él muerto me hicieron negar con
la cabeza, mi garganta se apretó con náuseas—. Lo que te hicieron.
—Sí, sé lo que hicieron —refunfuñó—. ¿Eso fue todo?
—Sí —mentí, asustada de admitir que se despertó y me vio. Podía
sentirlo en mis huesos, su mirada incrustada en mí. Pero fue ridículo. No
podía haber forma que estuviera allí en ese momento. El libro repitió lo
que ya había pasado, por lo que no pude interactuar con él.
Los ojos de Warwick iban y venían entre los míos, sintiendo que había
más. Subí por mis paredes, manteniendo mi rostro sin emociones y sin
dejarlo entrar.
Nos miramos el uno al otro; la presión de él tratando de empujar,
golpeó mi piel. Siempre había sido capaz de invadirme, tomar lo que
quería, ver y sentir mis emociones.
—¡No! —Mis hombros se levantaron a la defensiva, y pude sentir que
me empujaba hacia atrás, tratando de no dejarlo entrar.
Sacudió la cabeza, su pecho se elevó en jadeos de furia, pero se echó
hacia atrás.
Mierda, nunca había hecho eso antes. Podía bloquearlo.
—Szent szar —murmuró Ash, moviendo la cabeza con incredulidad—.
Ustedes dos…
Warwick le gruñó.
—No hay un nosotros.
—Puedes mentirte a ti mismo todo lo que quieras. —Ash vertió más
líquido en su vaso y se lo bebió de un trago—. Pero prácticamente puedo
sentir los colores destellando sus auras.
—No tengo una —tanto Warwick como yo dijimos al unísono.
La mirada de Ash se detuvo en mí.
—¿Cómo sabes que no tienes una?
—Tad… —Tragué nerviosamente—. Me dijo que no tenía una.
Ambos chicos me miraron fijamente, un recuerdo haciendo cosquillas
en la parte de atrás de mi cabeza desde la noche del ataque.
—Ella no tiene aura; No siento nada ahí. Como tú.
—No lo hagas.
—¿No hagas que? Simplemente estoy declarando hechos. Parece
extraño que ninguno de los dos tenga auras…
Mordí mi labio.
—Tad dijo que probablemente era porque me volví buena
bloqueando… —Aunque estaba empezando a dudar de eso.
—¿Tad? ¿Quién es Tad? —preguntó Ash.
—Tadhgan. —Warwick se frotó la nuca.
—¿El druida, Tadhgan? —La boca de Ash se abrió.
—¿Sí, por qué?
—Pensé que estaba muerto. Quiero decir, ese tipo probablemente tiene
la misma edad que el libro. —Ash señaló el objeto antiguo sobre la
mesa.
—Estaba en Halálház —agregó Warwick—. Se hicieron amigos.
Ash se pellizcó el puente de la nariz e inclinó la cabeza hacia mí.
—¿Tú y el druida más viejo que se sabe que existe se convirtieron en
compañeros de prisión?
—Si. —Miré a Warwick y de nuevo a Ash—. ¿Por qué?
—Parece extraño de todas las personas, el druida gravita hacia ti… ¿Y
qué diablos estaba haciendo allí de todos modos? —Ash dejó su vaso.
—No pregunté. —Me encogí de hombros.
—No, quiero decir, la magia de los druidas es diferente a la de los
fae. Tan poderoso como es Tadhgan, probablemente podría haberse
marchado en cualquier momento que quisiera.
Había aprendido que los druidas eran diferentes a los fae. En un
momento, eran brujos humanos normales que hacían favores a los dioses
faes cuando los faes gobernaban la Tierra. Los dioses faes estaban tan
cautivados por ellos que dieron a algunos clanes regalos de verdadera
magia, largas vidas y poderes extraordinarios. Vivieron durante muchos
siglos y también podían curarse de forma similar a los faes. Su magia
había sido codiciada por primera vez por los líderes faes, trabajando
como sanadores, futuros narradores y guías espirituales, hasta que se
volvieron más poderosos que los faes. La vieja y celosa reina Seelie en el
Otro Mundo casi los había borrado de la existencia, excepto a aquellos
que se escondieron. Por eso eran tan raros ahora.
—¿A quién le importa una mierda por qué estaba allí? —Warwick se
volvió hacia mí—. ¿Dijo que no tenías aura? ¿No vio nada allí?
—Sí. —Asentí con la cabeza, mirando a Warwick a través de mis
pestañas—. Como tú.
Frustrado, Warwick se pasó la mano por la cara.
—¿Las coincidencias finalmente te hacen pensar, viejo amigo? —Ash
sonrió en su vaso—. Puedo sentirlos, pero un druida puede verlos. O la
falta de ellos.
—Vete a la mierda —gruñó Warwick, paseando por la habitación. La
habitación se quedó en silencio, la tensión crecía mientras Warwick se
movía por el espacio, finalmente gruñendo—. Bien, digamos que hay
una razón por la que ambos no tenemos una, y tenemos esta extraña
conexión. ¿Qué significa eso y cómo podemos romperlo?
—Necesito saber por qué y cómo sucedió antes que pueda empezar a
tratar de averiguar cómo cortar el enlace —respondió Ash.
Mi mente fue a la imagen de mí inclinada sobre el cadáver de
Warwick, mi palma tocando su piel, un zumbido de magia
golpeándome… la sensación de la muerte. De la vida… El libro me
había llevado allí por una razón.
Ya sabía la respuesta a la pregunta de Warwick. Sentí como si hubiera
estado esperando a que lo reconociera… simplemente no quería. Pero
tampoco pude negar lo que vi. Lo que sentí. Lo que sabía en mi alma.
—¡Entonces hazlo! —ordenó la voz de Warwick a su amigo.
Encaramada en el borde del banco, me miré los dedos de los
pies. Podía sentir el zumbido del libro desde el otro lado de la mesa,
todavía rodando por mi sistema, los momentos repitiéndose una y otra
vez. El miedo coaguló mi garganta y envolví mis brazos alrededor de mi
cuerpo.
—Yo sé por qué. —Hablé demasiado bajo para que me
escucharan. Así que me aclaré la garganta, levanté la cabeza y dije más
fuerte—: Sé por qué.
Ash y Warwick se detuvieron, toda la atención apuntada hacia mí.
—¿Sabes qué? —Warwick rugió.
—Por qué estamos conectados.
Ambos hombres me miraron fijamente, la tensión saturando el aire.
—Fui yo.
—¿Qué eras tú? —La voz profunda de Warwick picó contra mi piel
con la ansiedad de correr demasiado rápido al borde de un acantilado
para detenerme.
Mis ojos miraron directamente a los suyos, los mismos que se abrieron
la noche en el campo.
—Creo que fui yo quien te devolvió a la vida esa noche.
El silencio estalló y floreció en la habitación como humo,
expandiéndose y succionando todo el aire. El calor pisoteó mi espalda,
dejando gotas de sudor sobre mi piel.
Los ojos ardientes de Warwick permanecieron en mí, su nariz dilatada.
—¿Qué quieres decir con qué lo trajiste de vuelta a la vida? —Ash
cortó la tensión, su tono extrañamente distante.
Mis ojos no dejaron los de Warwick. Apretó la mandíbula, pero no
habló.
—Me viste allí, ¿no? —Cada sílaba estaba entrecortada y aterrorizada.
Se quedó quieto.
—¿No es así?
Su cabeza comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás, su garganta
subiendo y bajando.
—No —murmuró tan bajo que apenas lo escuché—. No. —Se dio la
vuelta, sus pies se alejaron de mí. Automáticamente extendí la mano
hacia él en mi cabeza, proyectándome hacia él, mi mano presionando su
espalda.
Warwick se tembló ante mi toque. Se dio la vuelta, mirándome.
—No lo hagas. —Me aparté, retrocediendo hacia mí, pero mi cuerpo
físico dio un paso hacia él.
—Mírame —exigí.
La mirada de Warwick se movió rápidamente alrededor, sin posarse en
mí.
—Dije, mírame —le ordené. Como si no pudiera ignorar mi solicitud,
sus ojos llenos de furia se clavaron en mí—. Estuve allí esa noche, ¿no?
—No. —Se frotó el cuello—. Esto no puede ser posible. Lo soñé…
fue una alucinación.
—No lo fue. —No tenía idea de dónde venía mi seguridad, pero se
sentó en mi estómago, idéntica a la verdad.
—¿Cómo es posible? Ni siquiera habías nacido todavía. —Warwick
alzó un brazo y su agitación aumentó.
Técnicamente, apenas lo estaba, pero entendí lo que quería decir. No
pude haber estado ahí. Mi madre estaba en casa dándome a luz. No
estaba ni cerca de la guerra. Y era un recién nacido.
—Espera espera. —Ash levantó las manos, paseando en medio de
nosotros—. ¿Qué diablos está pasando?
—No lo sé, pero cuando estaba en el libro, no estaba simplemente
viendo los eventos de forma pasiva. Podía sentir la magia, oler la hierba
y la sangre, ver la barrera entre el mundo cayendo… lo sentí… como si
estuviera allí.
Ash se sacudió, sus ojos se abrieron de par en par.
—¿No es eso normal?
—El libro te muestra lo que sucedió anteriormente. Lo ves como una
película, historia que ya pasó. Sí, puede parecer que estás ahí, pero no lo
estás. No puedes tocar ni oler nada y ciertamente no puedes interactuar
con él —dijo Ash con firmeza.
Mis músculos se contrajeron alrededor de mi garganta y pulmones,
haciéndome difícil respirar.
Recordé cómo me sentí cuando la suciedad llovió sobre mi, los golpes
en mi piel, el barro y las tripas aplastando entre mis dedos de los pies. La
sensación de la piel quemada de Warwick contra mis dedos.
—Cuando te pregunté si viste algo más, mentiste. —El estruendo de
Warwick atrajo mi atención hacia él como un imán.
Asentí con la cabeza, mi garganta luchando por tragar.
—Me viste volver a la vida. —Un nervio en su mandíbula saltó.
—Y me viste.
Inhaló bruscamente, dándose la vuelta.
Yo tenía razón.
—¡Szent fasz! —¡Mierda! Ash se volvió hacia Warwick—. ¿Esto
es sötét démonom? —Tu demonio oscuro.
—¿Demonio oscuro? —lo repetí en inglés. El dicho me resultó
familiar, mi cerebro retrocedió tratando de recordar por qué lo hizo.
Recordé la noche en que escapamos de Halálház, escondiéndonos en el
lugar de Kitty. Empezó a contarme un poco sobre su pasado. Él había
pronunciado esas mismas palabras.
—Fue la noche de la Guerra Fae. Justo antes que cayera la barrera
final, muchos enemigos me saltaron a la vez. Una partida de caza. —
Miró por la ventana, tomando otro trago.
—¿Cómo es posible?
—Sötét démonom.
Mi demonio oscuro.
—¿Cómo diablos sabes sobre eso? —El pecho de Warwick se hinchó
de furia, sus hombros rodando hacia Ash.
—Unas cuantas veces cuando estabas aquí sanando después de la
guerra, murmuraste sobre un demonio oscuro que te salvó, sus ojos y
cabello negros como la noche. —Ash me miró, deteniéndose en esos
rasgos, exactamente del color de la noche—. Pensé que era porque tenías
fiebre e imaginabas mierda.
—Lo estaba —declaró Warwick, pero cayó plano, salpicando el suelo,
lleno de negación. Comenzó a caminar de nuevo—. Acababa de volver a
la vida. No estaba exactamente en un estado mental coherente.
—Dioses, escúchate. —Ash se rió entre dientes secamente—. No
tienes ningún problema en aceptar que volviste de entre los muertos,
como un muerto, pero ¿es demasiado pensar que ella estuvo allí?
—¿Y puedes creer que lo estaba?
—No estoy diciendo que esto no sea una locura. Nada de eso debería
ser posible. Las únicas personas que pueden traer gente de entre los
muertos son los druidas de más alto nivel que incursionan en la magia
negra y los nigromantes. Y ninguno puede traer a alguien realmente de
regreso. Son básicamente los muertos vivientes. Un caparazón de ellos
mismos, torturados y atrapados, suplicando morir.
—¿Me veo o actúo como un zombi? —Warwick se acercó a la
chimenea, poniendo más distancia entre nosotros.
—No, actúas como un bastardo vivo completo —le disparó Ash.
—¡Exactamente!
—Warwick. —Metí el cabello detrás de la oreja, mis pies descalzos
avanzando hacia él. Se movió sobre sus piernas, sus ojos se movieron de
nuevo. Me detuve frente a él, con el cuello estirado hacia atrás para
mirarlo.
—Warwick.
Su mirada finalmente vino a mí, sus ojos siguieron los míos durante
mucho tiempo antes de pronunciar.
—Oscuro. Tan negros que se sentían sin fondo. Como si pudieran
salvarme y destruirme.
—¿Que era?
—Sus ojos. —Su mano se extendió, su pulgar patinando bajo mis
pestañas—. Tus ojos.
En el momento en que me tocó, la energía crepitó entre nosotros, y una
vez más vi ese momento en el que me incliné sobre él, su figura
sacudiéndose violentamente con vida, nuestros ojos conectando. Me vi a
través de sus ojos: la chica inclinada sobre él, pálida, con cortes y
magulladuras en la cara. Su cabello oscuro enredado y salvaje, solo
vistiendo una camiseta verde oscuro de hombre.
Exactamente lo que estaba usando ahora.
—Mierda. —Warwick se tambaleó como si lo hubieran electrocutado,
con el pecho agitado, y supe que había visto lo mismo. El demonio
oscuro que lo salvó hace veinte años era exactamente la chica frente a él
ahora, hasta la camisa que estaba usando. Aunque fue hace mucho
tiempo, esa noche, lo había salvado.
Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo. El sonido del tic-
tac del reloj aumentó la ansiedad hasta que sonó como si alguien
estuviera gritando.
—Esto no puede ser posible —estalló Warwick. Pero ambos sabíamos
que lo era—. Fuiste tu. —Su mirada pesada se arrastró por mi cuerpo,
mirando mi camisa—. Estabas usando eso. ¿Cómo?
Negué con la cabeza, sin tener idea.
—Espera. —Ash levantó su mano, viajando hacia nosotros—. ¿Qué
estás diciendo? ¿Qué quieres decir con que ella estaba usando esto? —
Ash empujó sus palmas en su cabeza como si fuera a explotar—. ¿Estás
diciendo que la visión que tuviste hace veinte años fue la Brexley de esta
noche?
Las venas a lo largo del cuello de Warwick palpitaban y tiraban.
—¡Eso no es jodidamente posible! —Los brazos de Ash volaron, su
voz rebotó en las paredes—. El libro registra la historia; no lo altera.
—Lo sé —espetó Warwick, sus dedos patinando hacia atrás sobre la
costura de la camiseta, cerca de mi hombro—. Pero incluso este pequeño
agujero… Ella estaba usando esta camisa. —Los dedos de Warwick
pellizcaron la camisa, tirando del agujero, su otra mano se movió hacia
mi cara, su pulgar se deslizó sobre mi mejilla—. Este hematoma. El corte
en su labio. Lo recuerdo todo.
Un siseo de malas palabras vino de Ash mientras se inclinaba sobre
sus piernas, respirando profundamente.
—¿Cómo diablos es esto posible?
—Dímelo tú, Hada del árbol —ladró Warwick, retrocediendo—.
Mierda…
Me quedé allí. Entumecida.
—¡Mierda! —Warwick gritó, alejándose de mí—. Esto es… Joder…
no puedo… —gruñó, paseando por un momento antes de caminar hacia
la salida.
—¿A-dónde vas?
Warwick no respondió cuando salió pisando fuerte, la puerta se cerró
de golpe detrás de él, dejando un silencio palpable a su paso.
Me quedé mirando por donde salió, perdida, asustada y abrumada.
Ash tardó varios momentos en ponerse de pie y concentrarse.
—Necesita un momento para calmarse, ordenar sus pensamientos. Él
estará de vuelta.
Asentí, desplomándome hacia adelante, sintiéndome fatigada y pesada,
además de extremadamente sudorosa, sucia y asquerosa. Mi mente y mis
emociones eran un desastre. Todo esto fue demasiado.
Pude sentir que me cerraba. Necesitaba hacer algo para no perder mi
mierda.
—Voy a ir a darme una ducha —dije formalmente, sin emoción en mi
voz. Mi cabeza estaba sobrecargada y mi cuerpo estaba exhausto.
—¿Ahora mismo? ¿No quieres resolver esto? Necesito cada detalle
—No. —Levanté mi mano—. Necesito un momento. —Me dirigí al
baño, escuchando a Opie y Ash murmurar el uno al otro. Entré en la
habitación, cayendo contra la puerta. Mis emociones fueron de tantas
maneras. No sabía si iba a llorar, gritar, hiperventilar o reír.
Automáticamente, me puse en contacto con Warwick, sintiendo una
barrera sólida allí. Entendí. Esto era mucho para asimilar. Ni siquiera
habíamos entrado en los cómo y por qué.
¿Qué era yo? ¿Cómo fue posible?
No tenía idea de nada, excepto que había estado allí. Le había dado
vida a Warwick. De alguna manera, yo estuve ahí.
Sötét démonom.
Yo era su demonio oscuro.
El agua de la ducha caía en cascada suavemente desde el pico,
golpeando el suelo de piedra, rogándome que me metiera bajo el
arroyo. Tenía ganas de estar limpia, de lavarlo todo. Olvidar el mundo
por un momento.
—¿Brexley? —Llamaron a la puerta—. Tengo la ropa para que te
cambies. Además, quiero envolver tu costado para que no se moje.
—Oh, por supuesto —respondí. —Adelante.
La puerta se abrió, la impresionante cara de Ash se asomó como si
todavía no estuviera seguro de si estaba permitido. Se movió con cautela,
sonriéndome cálidamente.
—Probablemente quieras remojarte durante horas, pero debes
mantenerlo seco. —Ash dejó la ropa que me trajo Warwick y se acercó a
mí con una tira adhesiva para cubrir mis heridas—. Sé que esto debe ser
mucho en este momento.
Solté un bufido mientras él levantaba mi camisa, cubriendo los
vendajes limpios y secos con la cinta, su tacto hormigueaba mi piel. Su
naturaleza sexual siempre estaba ahí, palpitando bajo la superficie.
—Lo resolveremos. —Sus ojos verdes se encontraron con los míos
con determinación—. Lo prometo. Y sabes que los fae no hacen
promesas a menos que lo digan en serio.
Una promesa era un vínculo en el mundo de los fae. No las arrojaban
ni las rompían como solían hacer los humanos.
—Gracias —gruñí, mordiéndome el labio, sin poder pensar en todas
las cosas que quería decir. Solo me conocía desde hacía un día y ya me
trataba como a una amiga, volviendo a hacer trizas la noción de que los
fae eran malvados y menos que humanos—. Has sido más que amable
conmigo.
—Es lo que hace la familia. —Sus dedos presionaron mi piel,
asegurándose que la cinta se pegara alrededor de los bordes de la gasa.
—¿Familia?
—Salvaste a alguien a quien considero un hermano; eso te convierte
en familia para mí. —Ash continuó trabajando, sin darse cuenta del
efecto de sus palabras. Traté de luchar contra las lágrimas que resbalaban
por mi mejilla, mis emociones del día, el infierno, los últimos meses,
golpeándome—. No puedo explicarlo, pero en el momento en que
Warwick te trajo, sentí como si te conociera desde siempre, como si
fueras parte de nosotros.
Limpié otra lágrima perdida.
—Y si esta noche nos dice algo, en cierto modo lo has sido. —Me
guiñó un ojo con descaro.
Una risa seca se retorció en mi garganta, varias gotas más escaparon
por mi rostro.
—Oye. —Ash se enderezó, notándolos, ahuecando mi rostro—. No
estás sola, ¿de acuerdo? Resolveremos esto.
Mis párpados se cerraron brevemente, la calidez de sus reconfortantes
palabras me inundó, aumentando mi emoción. Su energía llenó la
habitación, cubriendo mi cuerpo, haciéndome inhalar.
—Lo siento —murmuró, su boca a sólo unos centímetros de
distancia—. Estoy tratando de reprimirlo tanto como puedo, pero es
difícil. Especialmente a tu alrededor.
—No quiero que no seas tú mismo. —Mi mirada fue a la suya. Estaba
tan tranquilo, cariñoso y sensual. Quería envolverme en él, dejar que me
quitara el dolor y se sintiera maravilloso por un momento. Sería fácil
enamorarse de él… si yo fuera otra chica.
O al menos una inteligente. Pero parecía que me atraían los idiotas.
—No dejes que el estado de ánimo de Warwick te moleste. Siempre ha
sido un imbécil terco y malhumorado. —La descripción de Ash trajo una
leve sonrisa a mis labios.
—Y egoísta —agregué.
Él se rió y asintió con la cabeza.
—Ciertamente él también lo es. —La expresión de Ash se puso
seria—. Durante veinte años, ha tenido la venganza y la muerte en su
corazón. Vacante de vida. ¿Pero contigo? No lo había visto de esta
manera en mucho tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Antes era casi una máquina. Solo matar lo hacía sentirse vivo. ¿Pero
contigo…? —Los ojos de Ash siguieron los míos—. Tienes un poder,
Brexley. Algo que no puedo explicar… aleja toda la muerte y la
fealdad. Es como si pudiera respirar de nuevo.
Su proximidad sacudió mis nervios, lo que obligó a mi cabeza a mirar
hacia abajo y dar un paso atrás. La compasión, la naturaleza sexual y la
honestidad de Ash eran difíciles de combatir.
—¿Necesitas ayuda para desvestirte? —Ash sonrió juguetonamente—.
¿Cabello lavado? ¿Cuerpo restregado?
—Yo lo tengo. —Profunda, ronca y vibrante de ira, la voz de Warwick
se quebró por encima del hombro de Ash. Llenó toda la entrada, apoyado
contra la jamba, con la mirada fija en la parte posterior de la cabeza de
Ash—. Puedes irte a la mierda.
Una gran sonrisa se curvó en el rostro de Ash, alejándose.
—Supongo que iré a ver qué puedo recoger para la cena. Dar un largo
paseo hasta mi huerto, un paseo muy largo. —Me guiñó un ojo antes de
salir, palmeando el brazo de Warwick mientras pasaba junto a él,
cerrando la puerta y dejándonos solos.
—Estás de vuelta. —El Capitán Obvio se presenta al servicio aquí.
Su mirada se arrastró sobre mi piel, pesada e intensa, su rostro vacío
de emoción.
—¿Qué? —Tiré de las puntas de mi cabello con agravamiento—.
Estoy demasiado exhausta para lidiar con esto ahora mismo. Ponte
manos a la obra o sal.
Se apartó de la pared, dando un paso hacia mí, sus ojos nunca me
dejaron mientras se sacaba la camisa por la cabeza, sus abdominales
ondulaban mientras se movía, la tinta rodaba por los músculos.
El oxígeno llenó mis pulmones, mis ojos se clavaron en su torso
esculpido. Marcado y entintado, era aún más hermoso debido a sus
cicatrices. Las historias que contó, las batallas que ganó. Joder… El
físico de este hombre. Necesitaba advertirme antes de hacer una mierda
como esa.
Se quitó las botas, sus manos se movieron hacia su pantalón, tirándolo,
sus boxers le siguieron…
Santa madre de todo lo que es masivo. Nunca estuve preparada para
este hombre vestido, pero desnudo, volcó todo mi mundo fuera de su eje,
vaciando mi cerebro.
—¿Qué estás haciendo? —Mi voz sonó pequeña y débil,
recordándome la primera vez que entró a la ducha en Halálház conmigo.
Caminó hacia mí, duro, salvaje y confiado, rompiendo en pedazos la
energía que Ash dejó. Todo en Warwick era sin complejos, crudo y
severo.
Mis muslos se apretaron, mis ojos se desviaron mientras un deseo
feroz encendía mis nervios en llamas. Desnudo, este hombre era un
pecado. Uno que quería cometer una y otra vez.
Agarró la parte inferior de mi camiseta, tirándola suavemente de mi
cuerpo, mi cuerpo respondiendo al suyo, la necesidad recorría desde mi
cabeza hasta mis pies. El aire frío lamió mi piel.
—¿Warwick…? —Mi pecho se agitó, sintiendo su presencia
cubriéndome, manos invisibles deslizándose por mis muslos, sobre mis
brazos.
—No hables —rugió, dándome la vuelta para mirar hacia la ducha,
inclinando mi cabeza bajo el chorro de agua. Sus dedos se detuvieron en
la parte superior de mis bragas, pude sentirlo buscando una respuesta,
esperando algún tipo de no, pero no la obtendría.
Sus manos se deslizaron por mis piernas mientras me quitaba la ropa
interior, mi espalda se arqueó mientras el calor recorría mi columna. Se
acercó, agarró el champú casero y se lo vertió en la mano. Sus dedos se
enredaron en mi cabello mientras masajeaba mi cabeza.
Esto me recordó mucho a la primera vez que nos duchamos juntos,
cuando sentí por primera vez la atracción hacia él y la extraña sensación
que me tocaba sin hacerlo físicamente.
Poco entendíamos entonces lo que nos esperaba.
Ya no podía negarlo o fingir que todo estaba en mi cabeza. Me incliné
hacia la sólida sensación de sus manos espirituales recorriendo mi
estómago y mis piernas, mientras sus manos reales lavaban mi
cabello. No hubo diferencia entre cualquier tipo de toque. La conexión
entre nosotros parecía hacerse más fuerte.
El agua caía en cascada sobre mí mientras él lavaba el jabón de mi
cabello, con cuidado de mantener mi lado izquierdo mayormente fuera
del chorro de agua. Se empujó más cerca de mí, sus caderas presionando
lo suficientemente cerca para que lo sintiera duro y pulsando contra mi
trasero. Reprimí un gemido, unas manos invisibles acariciando y
deslizándose sobre mi figura, mis nervios cobrando vida y ahogando mi
respiración.
El dolor se fue. Sólo la lujuria y el deseo me atravesaron, mi cabeza se
alejó flotando mientras me rendía a las sensaciones.
Sus manos cubrieron las puntas de mi cabello con acondicionador
antes de agarrar una barra de jabón. Aspiré mientras él deslizaba el jabón
entre mis senos, luego lo deslizaba lentamente sobre un pezón. Con un
suave gemido, incliné mi cabeza hacia atrás en su hombro, su mano libre
se envolvió con más firmeza alrededor de mi cintura. Enjabonándome los
senos, unas manos inexistentes trazaron y pellizcaron mis pezones,
dejando todo mi cuerpo en llamas. La necesidad palpitaba en mi núcleo,
mi trasero se curvaba hacia él.
Un ruido vibró desde su pecho, el jabón se deslizó por mi torso,
deteniéndose justo en mi coño, haciéndome sentir dolor de necesidad. Su
polla palpitaba contra mi espalda y abrí las piernas, necesitándolo.
—Warwick —susurré su nombre, empujándome hacia él.
Sacó la pastilla de jabón, limpiando la sangre seca alrededor de mis
heridas. Sus manos reales permanecieron más arriba, pero sentí sus
manos fantasmas continuar hacia abajo, la sensación de dedos
deslizándose a través de mis pliegues haciendo que mi respiración se
atascara. Me sostuvo más firme contra él mientras colocaba su enorme
longitud entre mis nalgas, dejándome sentir cada vena y pulso.
La lógica se evaporó en el vapor, mi cuerpo rodó hacia él. Los dedos
fantasmas empujaron mis piernas para que se abrieran más mientras
encontraban su camino hacia adentro.
— ¡Baszd meg! —El aire me atravesó los dientes y separé los
labios. Su cabeza no se movió, pero podía sentir su boca patinando por
mi cuello, arrastrando un gemido más fuerte. Podía sentir la intensidad
mientras bombeaba sus dedos dentro de mí, luego una lengua se deslizó a
través de mí—. Oh, dioses… no te detengas.
Su lengua se movió y pellizcó con tanta fuerza que comencé a
temblar. El placer golpeó tan profundo en mis huesos que ya no me
sentía atada a nada real, perdiendo la noción de cuándo y dónde
estábamos. Un fuerte grito salió de mis labios y mis dientes se clavaron
en mi labio inferior. Warwick estaba en todas partes; su boca, dientes y
dedos tocaron, pellizcaron, besaron y lamieron mi piel mientras una
presión frotaba mi centro.
—Oh, dioses… joder… Warwick.
Perdí todo el control de mí misma mientras se movía más rápido,
aumentando la fricción, mi clímax corriendo hacia mí. Sus dedos
fantasmas se curvaron mientras su pulgar trabajaba en la parte
sensible. Sentí su cálida boca consumirme, chupando mi clítoris. Luego
mordió.
Un grito gutural subió por mi garganta cuando todo se hizo añicos, mi
cuerpo se agitó violentamente mientras mi clímax me consumía, todo en
mí se debilitaba.
Warwick me apretó contra él, sosteniéndome, su palma presionando
mi pecho como si quisiera sentirme jadeando por aire, sentir cada gramo
de vida palpitando a través de mí.
Resoplé y jadeé en busca de oxígeno, volviendo lentamente a mí.
—Mierda —murmuré, sintiendo mis extremidades como gelatina.
—Y piensa… que en realidad ni siquiera te toqué. —Su voz era
espesa y fuerte en mi oído.
Mierda. No sabía si podría manejar la realidad.
Enjuagándonos, me sacó de la ducha, envolviendo una toalla a mi
alrededor y secando suavemente los lugares cercanos a mis heridas. Sin
decir palabra, me vistió con una camiseta sin mangas y ropa interior
limpia antes de llevarme al dormitorio.
—Duerme un poco —murmuró, ayudándome a meterme en la cama,
mi cuerpo flácido y mi mente vacía de pensamientos o preocupaciones,
como si supiera exactamente lo que necesitaba para dormir.
Warwick sacó algo de su ropa de la bolsa que trajo, se puso unos
pantalones deportivos describiendo todo lo que estaba tratando de cubrir
debajo. Su erección tensó sus pantalones de manera tan pecaminosa que
el calor me atravesó de nuevo.
Joder.
Me acurruqué sobre mi lado bueno, lejos de la tentación, deseando que
se quedara, pero mi boca no se abría para preguntar.
La cama se hundió con su peso mientras se arrastraba dentro,
deslizándose detrás de mí.
—Sólo esta noche. —respondió a la pregunta que nunca hice.
Una tregua por la noche, nada más que él y yo antes que todo se
enredara y se entrelazara de nuevo. Podríamos ocuparnos de todo esto
por la mañana.
Su enorme figura se acurrucó detrás de mí, cubriéndome de calidez y
seguridad. Mi insanamente e increíble orgasmo solo redujo el borde del
deseo que se acumulaba mientras su cuerpo se envolvía alrededor del
mío, su polla aún presionada en mi espalda.
—Duerme, princesa —murmuró en mi oído. Suspirando
profundamente, contenta y relajada, me dejé ir.
La oscuridad me tomó rápidamente, pero justo antes de hundirme,
sentí sus labios rozar mi sien.
—Te valodi vagy… sötét démonom.
Eres real… mi demonio oscuro.
Un cosquilleo en mi nariz me despertó, mis párpados se abrieron
viendo los dedos de Bitzy.
Chirrido. El ruido sonaba como ‘buenos días’.
—Bitzy. —Aparté su mano, notando una sonrisa perezosa en su
rostro—. Oh, mierda. —Miré alrededor. Por una vez, era solo ella; Opie
estaba ausente. Mi mirada vagó sobre la cama, encontrándome sola, la
cama y la almohada todavía impresas con el contorno de Warwick,
sugiriendo que no había soñado que él durmió a mi lado.
Exhalando, la sensación de él todavía palpitaba a través de mí, los
recuerdos de lo que sucedió en la ducha, las imágenes de este hombre
enorme y violento lavándome el cabello… mi cuerpo.
Chirrido.
Mi atención volvió al diablillo, su mano sosteniendo algo mientras
masticaba.
—Bitzy, ¿qué estás comiendo?
Ella miró abajo al artículo, luego me miró inocentemente.
—¿Eso es un hongo?
Ella rodó en sus labios tímidamente, sus ojos enormes, sus orejas
bajando hacia un lado, y se rió.
—Oh diablos, Bitzy —gemí, palmeándome la cara—. ¿Estás drogada
de nuevo?
Su sonrisa mostró los pocos dientes en su boca. ¿Cómo podía ser tan
adorable e inquietante al mismo tiempo?
Luché contra la sonrisa que curvó mi propia boca, tratando de sonar
enojada.
—Dámelo aquí. —Le tendí la mano.
Chirrido. Ella negó con la cabeza, guardando el trozo de hongo.
—Bitzy. Ahora. —Mi mano se abrió para que ella lo pusiera allí.
Frunció el ceño.
—Ahooora.
Sacó el trozo de nuevo, pero en lugar de dármelo, se metió todo en la
boca, con las mejillas llenas de relleno como una ardilla mientras mordía
el enorme trozo.
—Oh, sólo espera, jovencita. Cuando bajes de lo alto, no te verás tan
orgullosa de ti misma entonces —le reprendí.
—Phhhfffttt. —Me sacó la lengua, trozos de hongo masticado salieron
volando.
—Lindo. —Aparté las mantas y salí de la cama, todavía rígida y
dolorida, pero estaba empezando a sentirme mucho mejor. Juro que el
orgasmo era una cura milagrosa. Conociendo a Warwick, probablemente
lo era.
Todavía sentía las secuelas de él, y ahora ansiaba más. Pronto me
convertiría en una adicta como Bitzy, pero no serían hongos lo que me
estaría metiendo en la boca.
—Vamos. —Asentí con la cabeza y ella escaló por brazo hasta mi
hombro, sin voltearme ni una vez. Su lado agradable se sentía del todo
mal, como si mi día ya estuviera comenzando al revés—. Necesito café.
Después de ir al baño, me dirigí a la sala común, sintiendo que el
hombre por el que me dolía el cuerpo estaba cerca.
—Joder, Warwick. No puedes irte. No con todo lo que está pasando.
—La voz de Ash me detuvo, deteniéndome en la puerta.
Bitzy hizo un pequeño sonido y me llevé el dedo a la boca para
callarla. Ella me imitó, su largo dedo en sus labios, sus ojos muy
abiertos.
—Ella te necesita. Esto es una mierda loca y aterradora, ¿y quieres
dejarla?
Se me cayó el estómago, el terror, el dolor y la ira burbujeando en mi
vientre como un caldero.
—No voy a abandonarla. Solo necesito lidiar con algunas cosas. No
tardaré. —Su voz era como una droga, bañando mi piel, dejándome
drogada y enganchada—. Necesito moverlos, asegurarme que están a
salvo. Después de lo que hice, Killian tendrá hombres buscándolos.
¿Buscando a quién?
—Warwick…
—Ash, haré todo lo posible para protegerlos. Merece crecer feliz. A
salvo. Lo contrario de lo que tenía.
—Lo sé, pero, ¿qué le voy a decir?
—Por el amor de Dios, actúas como si esto fuera una carga horrenda.
—Un banco de madera chirrió al deslizarse sobre el suelo de madera—.
Te he visto cerca de ella, así que no actúes como si no te importara que
me alejara permanentemente.
—Que te jodan, hombre. Sabes que soy coqueto, y no voy a negar que
hay algo en ella que me atrae, pero dejaste tu posición bastante clara
anoche. En mi cama, puedo agregar.
—No pasó nada.
Una risa ahogada salió de Ash.
—Eres un idiota y un mal mentiroso. Podía sentirlos desde más de dos
millas de distancia. Seguí teniendo que ir más lejos, tratando de
encontrar una distancia donde ya no podía sentir la intensidad entre
ustedes dos. ¿Sabes lo que le hace ese tipo de energía a un Hada de los
árboles? Estaba tan tenso que tuve que ir a casa de Kara para calmarme.
—¿Kara? ¿Ustedes dos todavía son folla amigos?
—Es conveniente. Intercambio sexual de Hadas de árboles a Hadas de
río. —Los Hadas del agua eran otro grupo que estaba constantemente
cargado de sexo, no muchos faes no lo eran, pero supongo que la
corriente del agua, la energía y la vida en ella, los irritaba—. Pero estás
perdiendo mi punto.
Bitzy comenzó a balancearse en mi cabello, tarareando para sí misma.
—Shhh —traté de callarla.
Chirriiidooo. Ella golpeó el aire, cayendo y golpeando el suelo con un
ruido sordo.
Un extraño chirrido de risita salió de ella, sus pequeñas piernas y
brazos pateando como si estuviera nadando.
—Gracias, Bitz. —Fruncí el ceño cuando Warwick y Ash se volvieron
en mi dirección, obligándome a salir.
—¿Está drogada de nuevo? —La mirada de Ash se dirigió a un frasco
en la mesa, con la boca abierta—. ¡Esa pequeña mierda! ¡Ella robó mis
hongos otra vez!
—Hay piezas en tu almohada si quieres. —Hice un gesto por encima
del hombro, avanzando más hacia el interior de la habitación, con la
mirada recorriendo a Warwick. Vestido con pantalones cargo oscuros,
camiseta y botas, su expresión era indiferente, pero su atención
recorrió cada centímetro de mi piel, cubriendo el top apretado y
deteniéndose en las diminutas bragas que no me molesté en
taparme. Todos aquí ya me habían visto desnuda.
La sensación de su energía aterrizó justo entre mis piernas, haciendo
que mi coño palpitara en respuesta, como si supiera dónde se detuvo su
enfoque y gritara pidiendo más atención.
Mi mandíbula se cerró y me protegí contra la oleada de deseo que me
atravesaba.
Ash apartó su atención de Bitzy que todavía se movía por el suelo, y
me miró.
—¿Cómo te sientes? —Él se puso de pie.
—¡Increíble! —exclamé, sacudiendo los brazos.
—¿En realidad? —Inclinó la cabeza, sus ojos se abrieron de asombro.
Mi rostro y mi voz se apaciguaron, mis brazos se cruzaron.
—No. Me siento como una mierda.
Él sonrió, sacudiendo la cabeza, algo en su sonrisa me hizo moverme
de pie.
—¿Qué?
—Nada. —Pero la misma sonrisa de complicidad permaneció en sus
labios mientras miraba a Warwick—. Te traeré unas tostadas y té.
—¿Café? —Podía escuchar la súplica en mi voz.
—Uh, lo comprobaré, pero no lo creo. —Ash fue a la cocina,
ocupándose de mi desayuno.
Crucé los brazos con más fuerza y me miré los dedos de los pies.
—Entonces… ¿te vas?
Warwick se echó hacia atrás, levantándose del banco y recogiendo su
chaqueta y su bolso en la silla.
—¿En serio? —Negué con la cabeza, la ira bailaba en los bordes de mi
tono. Debería haberlo sabido mejor, tomando ‘solo por esta noche’
literalmente.
Warwick se movió frente a mí, su cuerpo casi presionado contra el
mío.
—Tengo que hacerlo. —Los aromas de maderas ricas y jabón llenaron
mi nariz, haciéndome querer aplastarme contra él—. Durante una semana
más o menos. Trata de no meterte en problemas. —Me miró fijamente,
pero sentí una indiferencia esta mañana. Una línea que estaba tratando de
volver a redibujar después de anoche—. No es que no puedas
contactarme en cualquier momento.
Mi respuesta fue alejarme, dándole libre acceso a la puerta.
No se movió.
—Estarás a salvo con Ash.
Asentí.
—Anoche…
—No pasó nada —lo corté—. ¿De acuerdo? —Arqueé una ceja.
Nunca había sido una chica celosa y perra. Incluso cuando Caden salía
con todas esas otras chicas, con la mayoría de ellas era amigable. No
tenía idea de adónde ni a quién iba a visitar Warwick, pero eso hizo que
se me erizaran los hombros, el resentimiento se me escapó de la
columna.
—Que tengas un buen viaje —dije rotundamente.
Su boca se abrió, luego se cerró, su mandíbula se puso en
movimiento. Resopló mientras pasaba por encima de Bitzy, salía por la
salida y cerraba la puerta de golpe.
Solo así, se fue. Me dejó.
De nuevo.
Supongo que fue una mejora que no me vendió de nuevo a Killian,
pero su indiferencia todavía cortó profundamente, recordándome que la
única persona con la que realmente podía contar era yo.
—Vete a la mierda —le susurré a la puerta, pero supe que lo sintió y
lo escuchó.
Me volví hacia la cocina, recogí a Bitzy y me dirigí hacia la mesa,
colocándola sobre unas bolas de algodón.
—¿Dónde está Opie?
—Oh, ha encontrado mi baúl. —Ash señaló el rincón más alejado. La
tapa estaba abierta.
—¿Qué hay ahí? —le pregunté justo cuando Opie apareció.
—¡Pececito!
—Oh, dioses. —Me froté los ojos.
Opie había diseñado una falda hasta la rodilla con hojas de laurel, que
se desplegaban mientras él giraba. Su pecho estaba desnudo pero pintado
con marcas carmesí oscuras. En su espalda tenía grandes alas de fae
hechas de flores y hojas secas de caléndula; sus párpados estaban
pintados del mismo rojo baya. Su barba estaba trenzada con corbatas de
cuero y flores, y en la parte superior de su cabeza lucía un ramo de
lavanda que se abría en abanico como una corona.
—Guau. —Parpadeé.
—Lo se, ¿verdad? —Se subió a la mesa—. Este tiene que ser uno de
mis mejores. —Giró de nuevo, las hojas bailaron en el aire.
—Como si estuvieras listo para un baile. —En Carnal Row.
Chirrido. Bitzy se acostó boca arriba, alcanzando cosas en el aire que
no estaban allí.
—No, ella no estaba hablando de ese tipo de pelota. —Opie resopló—.
Y eso también fue un malentendido.
Chirrido.
—¡Lo era! —Opie golpeó con el pie—. Llegaste en el momento
equivocado. No era lo que parecía.
—Tostada. —Ash se acercó y puso un plato y una taza frente a mí.
—Oh, gracias a Dios. —No quería saber más sobre este incidente de
‘pelota’.
—Lo siento, solo té. —Ash se deslizó a mi lado, apoyando su espalda
contra la mesa.
—De repente, Halálház no se ve tan mal. —Sonreí con satisfacción,
tomando un bocado de mi tostada de mantequilla y mermelada, tratando
de no gemir mientras se derretía en mi lengua—. Al menos allí servían
café.
—Puedo ver cómo podría hacerte querer volver —bromeó en
respuesta—. Es duro aquí.
Empujando más pan en mi boca, resoplé ante su comentario.
—¿Puedo? —Hizo un gesto hacia mi herida.
Con mi consentimiento, Ash desenvolvió la gasa alrededor de mi
cintura, succionando de forma brusca.
—Eso pensé —murmuró, sus dedos rozando mi costado.
—¿Pensaste qué? —Miré hacia abajo, las tostadas se atascaron en mi
garganta. La herida que se había abierto la noche anterior estaba curada y
cerrada. Como si la herida tuviera semanas o incluso meses.
—Qué estarías completamente curada esta mañana.
—¿Qué carajo? —Mi mano tocó la piel levantada, una cicatriz
permanente en mi costado. Me curaba más rápido que la gente común,
pero esto fue mucho más allá de lo normal.
—¿Cómo?
—Creo que lo que sea que supuestamente no sucedió anoche contigo y
Warwick curó tus heridas. —Las cejas de Ash se arquearon, burlándose.
Lo miré parpadeando.
—Ciertos fae tienen el poder de curar a través del sexo.
—No tuvimos sexo. Tampoco soy un fae.
—Bueno, cualquier conexión que compartan, parece disminuir el dolor
del otro y ayudarlos a sanar. El poder que sentí viniendo de ustedes
dos anoche debe haber hecho el truco. —Sacudió la cabeza, arrancó el
resto de mis vendas y las arrojó al banco, ya no las necesitaba—.
Warwick me dijo que se curó de las heridas que recibió al escapar de
Killian mucho más rápido de lo normal. Y deberías haber muerto la
noche que llegaste aquí. Observé con mis propios ojos cómo Warwick
soportaba algo de tu dolor. Creo que también te ayudó a mantenerte
con vida.
Mi cabeza cayó hacia adelante, mis hombros se encorvaron. Otra cosa
q
que nos une. Estaba empezando a retorcerse y enrollarse tanto que no
u
veía una salida.
e
—No lo pienses ahora mismo. Necesitas comer. Sigues estando débil. c
o
Ash estaba callado, mirándome tomar mi desayuno antes de hablar de m
nuevo. p
—Pensé que podríamos trabajar con el libro de nuevo hoy; tal vez te a
muestre más. r
t
—Si. —Asentí con la cabeza, sorbiendo el té con leche—. Seguro. a
n
—Él estará de vuelta. —Ash apoyó el codo en la mesa, inclinándose
,
más hacia mí—. Warwick siempre ha sido una isla para si mismo,
p
incluso más después de su 'muerte'. —Ash curvó los dedos entre
a
r
e
c
e
d
comillas—. Es severo, violento, grosero, letal y arrogante. Mata y tortura
sin pensarlo. Pero si te considera parte de su familia, luchará hasta la
muerte por ti. No hay nada que Warwick no haga por aquellos que le
importan. Es por eso por lo que he sido amigo de él durante tanto
tiempo. Es más, es como mi hermano, y yo también moriría con
cualquier espada por él.
Puse la taza abajo, lamiendo todo lo que pude sobre Warwick.
—Dime más.
—Al conocerlo antes y después de su muerte, vi la parte feroz de su
personalidad intensificarse. Solía reír mucho más fácilmente, sonreír,
divertirse, era un apasionado de las cosas. Cuando regresó de la muerte,
pareció perder la alegría de vivir. Pensé que esas cualidades se habían ido
para siempre. —Ash inclinó la cabeza, su mirada significativa golpeó la
mía—. Pero a tu alrededor, las veo salir de nuevo. Siento el fuego y el
impulso que solía tener.
Me burlé.
—La mayor parte del tiempo él no me soporta, ni yo a él. Siempre
estamos en la garganta del otro.
—Exactamente —Ash sonrió—. Nunca antes le había importado lo
suficiente como para discutir con nadie. Ciertamente no habría
renunciado a su libertad del control de Killian para salvar a nadie.
—¿A dónde va? —Me quedé mirando mi plato.
—A la razón por la que te entregó a Killian en primer lugar. —Ash se
echó el cabello ondulado detrás de la oreja—. Pero esa es su historia para
contarte.
Aparté mi plato, sin saber cómo responder.
—Solo digo que le salvaste la vida hace veinte años, pero ahora
también le estás dando vida.
Vestida y alimentada más tarde esa mañana Ash y yo nos sentamos a
la mesa, con el libro ante nosotros. Los nervios se trenzaron en mi
estómago y parecieron retorcerse por mi garganta. Esta vez entendí en lo
que me estaba metiendo. Qué podía hacer el libro.
¿Y si esta vez me tomara y no me dejará ir?
—Estaré aquí a tu lado todo el tiempo. —Ash entrelazó nuestros
dedos—. Si te asusta o te sientes incómoda, concéntrate en mi
toque. Recuerda, esta es tu realidad, no lo que el libro te muestre.
Asentí con la cabeza, mi garganta seca. Observé al diablillo
desmayado en mi plato de desayuno, con la lengua afuera, migajas de
pan tostado cubriendo su boca, una mancha de gelatina en su oreja. Opie
había vuelto a desaparecer en el baúl de Ash, probablemente diseñando
su próximo atuendo.
La espesa niebla y los cielos enfurecidos del exterior atenuaron la luz
de la habitación. El clima se volvía más frío cada día, pero el fuego
crepitante calentaba el espacio. Perdí la cuenta de los días desde el
momento en que dejé la FDH, aunque el otoño definitivamente había
llegado.
—¿Estás lista? —Ash apretó mis dedos.
—Claro —exhalé, seguido de una pizca de risa enloquecida. Aterrada
ni siquiera lo cubría, pero necesitaba saber más, averiguar qué pasó esa
noche y cómo me involucré.
—Quién sabe… puede que ni siquiera te deje entrar hoy. Puede ser así
de delicado. —Ash trató de aliviar mis miedos, su pequeña sonrisa
provocó una mía.
—Okey. —Tragué, levantando nuestras manos unidas hacia la cubierta
abierta.
—Se abierta a todo lo que quiera mostrarle, pero también recuerda que
no es real. Yo lo soy. —Sus serios ojos verdes se encontraron con los
míos.
Me lamí los labios y bajé los dedos lentamente.
El libro zumbaba con energía, y tuve la sensación que estaba
consciente de mí, clamando por mi toque.
Mis dedos hicieron contacto con la página.
Jadeé cuando me sentí caer, la energía estalló a través de mí mientras
el libro me tiraba hacia abajo, la bilis me quemaba la garganta.
—Brexley Kovacs. —La misma voz ronca e inhumana dijo mi nombre
como si hubiera estado esperando a que regresara—. La niña que desafía
las leyes de la naturaleza.
Las imágenes y las voces se voltearon tan rápido frente a mí que me
acurruqué y me tapé los ojos con las manos.
El giro se detuvo cuando los fuertes gritos, el sonido metálico y el
estallido de las armas me subieron por la cabeza. Mi atención se movió
rápidamente, empapándome de la misma escena que la vez anterior, el
libro me devolvió a la batalla. Afuera, en el campo oscuro, la muerte
yacía a mi alrededor, y los olores amargos de sangre, orina y miedo
empaparon la tierra. Los colores vibrantes de la magia del Otro Mundo
rasgaron la atmósfera de la Tierra casi en pedazos. Estallidos y
crepitaciones sisearon en el aire, y la presión de la magia pesada en mis
huesos fue tan densa que pude saborearla. La barrera apenas estaba allí,
solo redes que la mantenían unida, el hilo final apenas colgaba.
Volviéndome hacia donde habían venido Ash y Janos, esperé a que
volvieran a entrar, pero la escena se sentía un poco apagada. Un lugar
diferente. También parecía ser más tarde en la noche que la última vez
que había venido.
—¡Scorpion! —La voz de un chico retumbó cuando pasó corriendo a
mi lado, llamando mi atención a un hombre que
conocía. Maddox. Vestido de negro, con heridas y sangre cubriéndolo,
su cabello oscuro anudado en su cabeza con un solo tatuaje entintado en
su cuello, no los múltiples que tenía ahora. Gritó el nombre de su amigo
de nuevo, mi mirada se disparó a una figura en la distancia luchando
contra una criatura que tenía que ser en parte gigante.
Corrí, alcanzando a Maddox. Estábamos a metros de distancia cuando
el hacha de la bestia se lanzó hacia Scorpion. Estaba demasiado cerca
para apartarse.
—¡Scorpion! —Maddox gimió, viendo cómo la hoja cortaba a su
amigo. Un grito salió de mi garganta mientras miraba el hacha
atravesarlo todo con un repugnante sonido de tejido, músculo y materia
al ser cortada antes de que la hoja se detuviera con un crujido cuando
golpeó la columna vertebral de Scorpion. El monstruo rugió, sacando su
espada, dejando un enorme agujero en la forma de Scorpion. El monstruo
ni siquiera esperó a que el cuerpo cayera antes de salir pisando fuerte,
luchando contra su próxima víctima.
—¡No! —Maddox gritó, corriendo hacia adelante cuando el cuerpo de
Scorpion cayó al suelo.
Una grieta atronadora se astilló a través de la noche como un rayo, más
magia golpeando contra nosotros. Un rayo de luz atravesó el campo,
viniendo hacia los lados en lugar de desde arriba. La energía raspó mi
piel con una extraña familiaridad.
Cuando el cadáver de Scorpion cayó, el rayo de energía chocó con él
en el mismo momento. Podía sentir su poder crepitando a través de mí,
saborear la magia en mi boca… Y reconocí el espeso olor
agridulce. Suciedad en una mañana de primavera, una flor a
medianoche. El chocolate más oscuro con una pizca de sal.
Olía tanto a vida como a muerte. Como cuando todo vuelve a la vida
después de un largo invierno.
Mi corazón golpeó en mi pecho, al ver la energía golpear su
cuerpo. La electricidad encendió su cuerpo, cargándolo y aleteándolo
como un pez antes que golpeara el suelo. Un segundo más lento o más
rápido, y lo habría perdido por completo.
—¡Scorpion! —Maddox se arrodilló y sus manos sucias y
ensangrentadas se esforzaron por poner a Scorpion de espaldas—.
¡Mierda! ¡No, hombre, no te mueras por mí!
Pero pude ver por su comportamiento que ya sabía que su amigo
estaba muerto.
No había forma de que alguien pudiera sobrevivir a eso.
La mirada de Maddox lo recorrió. Era difícil de ver en la oscuridad,
pero sabía por su ubicación que el hacha había destruido todo el costado
de Scorpion y sus órganos vitales con él.
Lo destripó.
Maddox se sentó sobre sus talones, mirando al cielo, respirando
temblorosamente. El dolor y frustración de perder a su amigo estaba
grabado en su rostro, su pecho temblaba de tristeza.
Pero luego, con una fuerte inhalación, el cuerpo de Scorpion se
sacudió, abrió los ojos y levantó el cuerpo. Maddox se echó hacia atrás
sobre su trasero, un grito desgarrando su garganta.
Scorpion aspiró largas bocanadas de aire, sus ojos desorbitados, su
cabeza moviéndose como si no supiera dónde estaba.
—¿Scorpion? —La voz de Maddox tembló de esperanza y terror—.
¿Que…? —Maddox se quedó boquiabierto, mirando a su alrededor como
si algo fuera a darle una respuesta lógica—. ¿Estás vivo? ¿Cómo
diablos… vi que te cortaban por la mitad?
La cabeza de Scorpion se levantó, sus manos arañaron donde había
sido cortado, como si recordara lo mismo. Tiró de lo que quedaba de su
camisa hecha jirones. Pude ver un corte profundo, tejido y sangre
rezumando, pero la mayor parte de su costado estaba intacto.
—Qué. Mierda. —Maddox aspiró, el miedo entrelazó su tono—.
¿Cómo es eso posible?
Los grandes ojos de Scorpion se encontraron con Maddox, con la
cabeza moviéndose.
Lo sabía. Yo.
Giré alrededor, mirando a través de la oscuridad y las figuras en
movimiento. No podía ver, pero sabía, de la misma manera que el libro
sabía que Warwick y yo no estábamos muy lejos… El rayo que golpeó a
Scorpion era mío.
Por eso el libro me trajo aquí. Para mostrarme. Mi conexión con
Scorpion. Nuestro vínculo se había forjado esa misma noche. Ni de lejos
tan fuerte, pero estaba allí de todos modos.
La conmoción se estaba calmando un poco como si la guerra estuviera
llegando a su fin. En la distancia, el llanto de un bebé sonó en el aire,
atravesándome y haciendo que mi columna se enderezara.
Un grito ahogado salió de mis pulmones, el sonido tocó algo muy
dentro de mí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi estómago dio un
vuelco, un aleteo de comprensión golpeando el fondo de mi mente.
Podía sentir el tirón cuando el bebé lloró de nuevo, mis pies se
movieron…
Ruido.
La oscuridad me envolvió, todo giraba y se movía cuando sentí que el
libro me empujaba hacia afuera.
Con un grito, salí volando de regreso al piso de madera con un ruido
sordo, mis pulmones luchando por aire mientras mis ojos se abrían de
golpe.
Dos figuras se pararon sobre mí.
—Casi ninguna mejora con respecto a ayer. —Opie negó con la
cabeza, con las manos en las caderas—. Lo siento, todavía solo te doy un
dos, tal vez un dos y medio. El rebote de la cabeza fue un buen toque.
—¿Estás bien? —Ash se inclinó y me ayudó a sentarme, ignorando a
Opie.
—Si. —Froté la parte de atrás de mi cabeza, mi estómago se
balanceaba como un océano—. Sólo náuseas.
—Te traeré un poco de té de jengibre. —Ash me tiró el resto del
camino hacia arriba, dejándome caer en el banco del que me había
caído—. ¿Qué tal si la próxima vez nos cambiamos a una silla con
respaldo? —Me masajeó el hombro antes de dirigirse a la cocina.
—¿Tienes más de esas galletas de té? —Opie saltó sobre la mesa a mi
lado, su falda agitándose, el fuerte olor de las hojas de laurel agitando mi
nariz.
—Se acabaron —Ash refunfuñó.
—¿Qué? Ayer tenías un frasco lleno —exclamó Opie.
—Sí, alguien tiene ganas de comer. —Los párpados de Ash se
estrecharon sobre el diablillo desmayada sobre la mesa.
—Oh, ¿es por eso que sus pedos huelen a galletas? —Opie respondió.
Ash negó con la cabeza y volvió a preparar el té.
—Entonces, ¿qué te mostró?
Me miré los dedos. Ni Warwick ni Ash sabían sobre Scorpion y, por
alguna razón, me sentía protectora con él. Él era inocente en esto. Un
momento más y se habría perdido la corriente mágica. Habría
muerto. Bueno o malo, seguía siendo víctima de lo que fuera que había
hecho esa noche.
—Más de lo mismo —dije uniformemente, mi mente volviendo a la
escena, algo picaba en la parte de atrás de mi cuello. Me sentía inquieta y
ansiosa, como si estuviera al borde de algo, pero aún no podía ver qué.
—Aquí tienes. —Ash dejó la taza humeante a mi lado, junto con
algunas galletas, y acercó una silla a mi lado.
—Gracias. —Agarré el té, dándole media galleta a Opie, mi estómago
no quería nada en él.
—¿Es esto dulce? —Lo olió.
—No, es una galleta. —Ash se amasó las sienes—. Salada.
—Los brownies prefieren los dulces. ¿Seguro que no tienes más
galletas? ¿Tarta? ¿Bollos? ¿Pastel?
Ash dejó caer la cabeza sobre sus brazos.
—Voy por un gato.
—¡Gato! ¿Dónde?
Sus voces se arremolinaron a mi alrededor, pero ya no escuchaba. Mi
rodilla rebotó, el agravamiento de mis extremidades fue demasiado para
contenerlo. Mis entrañas se llenaron de ganas de
moverme. Irritada. Agravada.
—Voy a dar un paseo. —Salté hacia arriba, desesperada por
moverme—. No he salido en días.
—Iré contigo. —Ash se puso de pie.
—No. —Me moví hacia el perchero, agarrando la chaqueta que me
trajo Warwick. La tela era pesada y gruesa—. Los últimos días, diablos,
pocos meses… ha sido mucho. Solo necesito un momento para mí.
Ash se movió sobre sus pies.
—Warwick no querría que fueras sola. Estamos en territorio de
Killian.
La mención de Killian me provocó miedo y culpa. Sin embargo, por
mucho que los humanos lo pintaran como un monstruo, él había sido
amable conmigo. No tenía idea de cómo actuaría si nuestros caminos se
cruzaran de nuevo. Probablemente ahora no sea
favorable. Probablemente se arrepintió de haberme besado.
La noche en el balcón revoloteó en mi mente, sus palabras pincharon
la parte de atrás de mi cuello.
—No puedo ver claramente cuando se trata de ti. No puedo explicarlo,
pero me haces sentir vivo. Me siento atraído por ti.
Atraído por ti.
Lo que me había dicho Zander.
Lo que Ash había dicho…
—Me quedaré cerca. Necesito un poco de aire. —Me puse el abrigo,
mis pulmones se tensaron.
Ash suspiró.
—Bien. Pero no vayas muy lejos. Hay una bonita zona boscosa justo
detrás de aquí. Mantente a quince metros de esta casa.
Asentí con la cabeza, ya afuera de la puerta, la necesidad de correr
hizo que mis músculos se contrajeran. Aunque sabía que no importaba a
dónde corriera, nunca podría huir de esto… o de Warwick.
La niebla abrazó el follaje. Las hojas empapadas colgaban con el peso,
enrollando las ramas más cerca de la tierra. El cielo estaba envuelto en
nubes grises, pero me di cuenta que el sol ya se estaba moviendo cerca
del horizonte, las sombras se pegaban en parches oscuros. Hacía frío, se
acercaba el otoño y el aire fresco entraba en mis pulmones. Mis hombros
bajaron mientras tomaba otra respiración profunda, envolviendo mis
brazos alrededor de mí, metiéndome más profundamente en mi capucha.
Dejé que mi mente se apagara, mis piernas se movieron más
profundamente por el sendero cubierto de maleza, amando la sensación
del aire fresco en mi piel. Me dolían los músculos y los huesos, y todavía
no estaba ni cerca en mi mejor momento, pero estirar las piernas,
moverme, ayudó a aliviar la ansiedad que paralizaba mi cuerpo.
Mi cerebro daba vueltas y vueltas con lo que había aprendido el último
día, sin siquiera pensar en encontrar a mi tío con vida y confesarle lo que
mi padre había sospechado. Todos esos viajes que hizo, dejándome,
fueron para encontrar pistas sobre lo que yo era.
Si yo fuera un fae, él podría haberlo descubierto rápidamente, pero no
lo era.
Pero yo tampoco era humana.
En algún lugar intermedio.
Como vida o muerte.
Amor y odio.
¿Mi padre averiguó algo? Andris dijo que se volvió más reservado,
diciendo que era por su seguridad. ¿Encontró respuestas entonces?
Traer de vuelta a un gato de entre los muertos parecía imposible, pero,
¿qué pasa con el profundo entendimiento que volví a la noche de la
Guerra Fae y devolví a Warwick y Scorpion a la vida?
Ninguno de los dos era un caparazón de sí mismo. Estaban llenos de
vivacidad, vibrando con peligro, violencia y muerte.
—Peligro y violencia —recordé las palabras de Lynx—. Te siguen.
Ella tenía razón. Realmente lo hacían. Y ya no pensaba que fuera una
coincidencia. Necesitaba descubrir quién era realmente… qué era.
Perdida en mi mente, mis pies moviéndose distraídamente mientras mi
mente giraba con preguntas, no estaba prestando atención a nada más que
a mis pensamientos turbulentos.
Revisé cada detalle de lo que me mostró el libro. Lo que estaba
sucediendo cuando estaba con Warwick, hasta el estridente llanto del
bebé, rompiendo la espesa bruma de la magia como una espada.
Perdida en mis pensamientos, me tomó más de lo que debería sentir
los pinchazos por mi columna, la alarma patinando por mi pecho,
dándome cuenta que estaba mucho más lejos de Ash de lo que había
planeado estar.
Me detuve, volutas de mi aliento ondeando en las sombras
profundas. Mi corazón latía en mi pecho, mi piel se erizándose,
reconociendo que algo estaba mal. Los soldados siempre confiaban en su
intuición. Incliné la cabeza, aguzando el oído, escuchando cada sonido.
Sabía que los animales salvajes se habían apoderado de las áreas del
parque, regresando a los territorios que los humanos ya no usaban como
recreación. La vida aquí no fue hecha para picnics o juegos.
Lo que sentí fue más mortal que el tipo de animales que
probablemente vivían por aquí. No hubo ruidos ni movimiento, pero la
advertencia golpeó fuertemente mis instintos. El corazón me latía en los
oídos, la adrenalina me llenaba las venas.
¡Muévete, Brex!
Lentamente, di vueltas alrededor, mirando en la dirección de donde
venía, la pequeña cabaña no estaba a la vista. Había recorrido al menos
una milla más o menos. Ash me iba a matar.
El miedo helado me raspó el cuello mientras avanzaba rápidamente
por el camino, firme y silenciosa.
Un chillido agudo vino de encima de las copas de los árboles,
haciéndome saltar.
Un halcón volaba en círculos por encima.
El terror secó mi boca, mi corazón martilleaba contra mis costillas.
Nyx.
Brex, el mundo está lleno de aves y animales salvajes. Aquí también
hay halcones salvajes. No significa que sea ella.
Pero mis pies aceleraron el paso, la sensación helada de algo detrás de
mí me arañó la espalda como uñas raspando un hueso.
Otro graznido llenó el cielo, un profundo terror ardía en mis oídos
mientras salía corriendo. Podía sentir mis músculos acalambrados, pero
los empujé más rápido, ignorando la rigidez y el dolor.
Al oír el crujir de las hojas y el chasquido de las ramas, me volví para
mirar. Figuras oscuras encapuchadas irrumpieron en el follaje desde
todos los ángulos, moviéndose detrás de mí.
¡Joder!
Mi intuición había sentido lo que no podía ver ni oír.
Peligro.
Me siguió.
Killian me había encontrado. Aunque algo sobre este ataque furtivo no
me pareció de su estilo. Habría irrumpido por la puerta de Ash y me
habría llevado. ¿Por qué esconderse en el bosque con la esperanza que
saliera?
No era el momento de contemplar. Me lancé por el camino,
escuchando botas golpeando la tierra, acercándose.
Podía ver el humo de la chimenea de Ash a lo lejos.
Grité su nombre, esperando estar lo suficientemente cerca para que
pudiera oírme.
—¡Cállate! —Una mano agarró la parte de atrás de mi chaqueta,
tirándome de regreso. Un grito salió de mis labios mientras me giraba, mi
puño golpeando la cara de una persona. El hombre gruñó, la sangre brotó
de su nariz mientras se tambaleaba hacia atrás. Otra figura me agarró. Me
retorcí y pateé, mi bota aterrizó en su ingle, la figura encapuchada cayó
al suelo, siseando malas palabras en mi dirección. Dando puñetazos y
patadas, golpeé a otro que venía hacia mí, tratando de ignorar las
múltiples figuras envueltas que se movían sobre mí, mi fuerza ya se
estaba hundiendo, el dolor ya atravesaba mis músculos.
Gruñendo, le di un puñetazo a la figura a mi derecha mientras unas
manos desde atrás agarraban mis hombros, tirando con fuerza. Me
estrellé contra el suelo rocoso, la agonía me desgarró la columna. Traté
de dar la vuelta y volver a ponerme de pie, salir de la posición de
indefensión, cuando un pie se estrelló contra mi estómago, justo donde
me habían disparado. Un grito desgarró mi garganta mientras caía de
espaldas. Un arma amartilló y apuntó a mi cara, y una bota empujó hacia
abajo en mi pecho. Me di cuenta que era una niña, sus trenzas rubias
oscuras cayéndose de su capucha, mostrando parte de su rostro
desconocido.
Si era de Killian, nunca la había visto antes.
—No te muevas —ordenó. Más de una docena de figuras
encapuchadas se movieron a mi alrededor, mi cuerpo inmóvil por el
terror, comprendiendo que no tenía ninguna posibilidad.
¿Era así cómo terminaría? ¿Después de todo lo que había pasado?
Una gran figura encapuchada se abrió paso entre el grupo, la sangre
aún goteaba de su nariz. Sus ojos castaños claros se entrecerraron en mí,
su rostro y su voz más joven de lo que esperaba.
—Nos advirtió que podrías ser luchadora.
Un graznido sonó en lo alto, rodeando los árboles. El terror ahogó mis
pulmones ante la idea que Nyx estuviera cerca de mí. Tenía la sensación
que incluso iría en contra de las reglas de Killian y me mataría antes de
que yo llegara al palacio.
Mi boca se llenó de saliva.
—Vete a la mierda y vete a la mierda con Killian.
El hombre se rió entre dientes suavemente, arrodillándose a mi lado,
con una especie de paño en la mano, un ligero olor dulce provocando mi
nariz.
No. Joder. ¡No! Cloroformo.
Traté de alejarme, pero el talón de la chica se hundió más en mis
costillas. Ninguna de estas personas me resultaba familiar del
palacio. Ninguno llevaba la insignia del señor.
—¿Quién eres? —Mi pulso martilleaba contra mi cuello, mis ojos se
movían rápidamente, observando sus capas gastadas y sus caras sucias,
una comprensión me golpeó.
Estos no eran los hombres de Killian.
—Pronto lo descubrirás. —El hombre sonrió, tapándome la boca y la
nariz con el trapo.
El terror se apoderó de mí mientras aspiraba el dulce y extraño sabor
de los productos químicos.
El susto destrozó todas las capas y paredes.
De repente me paré en una pequeña habitación destartalada con solo
un viejo sofá, una mesa y una silla. Una mujer hermosa de cabello oscuro
miró a Warwick como si fuera su mundo, sus brazos alrededor de él,
mientras sostenía a un niño de tal vez seis años en sus brazos, el niño lo
abrazó como si nunca quisiera dejarlo ir.
Como un hijo lo haría con un padre…
Parpadeé, asimilando la escena íntima, el dolor cortando mi
alma. Tenía familia… ¿esposa? O un amante y un hijo. ¿Fueron ellos por
quienes me dejó? Por qué no quería este vínculo entre nosotros… estaba
con otra persona.
El miedo lo alejó todo mientras sentía que me deslizaba hacia la
inconsciencia, los efectos del cloroformo envolviéndome alrededor de
mis piernas, tratando de arrastrarme hacia la oscuridad. Solo me
quedaban unos segundos.
—¡Warwick! —grité.
Se dio la vuelta, sus ojos se agrandaron, sus hombros se expandieron
alarmados al verme.
—¿Kovacs? —Dejó al chico en el suelo, moviéndose hacia mí,
buscando la escena detrás de mí—. ¿Qué está sucediendo?
Mi boca ya no se movía, la oscuridad me arrastraba hacia abajo.
—¡Kovacs!
Ya no pude luchar contra eso. Escabulléndome, arañé y rasgué para
quedarme con él, pero me tragó, alejándome de la conciencia.
—¡Brexley! —Su voz aulló en mi cabeza cuando el químico me
reclamó.
El sonido de mi nombre en sus labios me envolvió como una manta.
Entonces nada.
Las náuseas me recorrieron, el vómito me subió por la garganta
incluso antes que me despertara por completo, mis huesos temblaron con
las secuelas del químico. Mi cabeza palpitaba mientras trataba de abrir
los ojos, pero solo la oscuridad me rodeaba. Un paño envuelto alrededor
de mis ojos, manteniéndome en la oscuridad.
Gruñendo, traté de moverme, con los brazos inmovilizados detrás de la
espalda.
—Ve lento. Tu cuerpo necesita tiempo para recuperarse. —Una voz
profunda me sobresaltó. Mi cabeza se inclinó automáticamente hacia el
sonido, mis sentidos estaban aturdidos.
Me sentí tan mal que quise vomitar de nuevo. Mi instinto me llevó a
intentar sentarme, no estar tan indefensa. Difícil de hacer cuando tenía
las manos atadas.
—Pido disculpas por las restricciones, pero al ver lo que les hiciste a
algunos de mis hombres, no podíamos ser demasiado cuidadosos. —
Algo en su voz, en la forma en que hablaba, me resultaba extrañamente
familiar.
—¿Quién es usted? —Mi garganta croó por la pregunta.
—Bueno, esa es una pregunta complicada. Respondo a títulos
diferentes. —Los zapatos cortaron la piedra, su voz se acercó cada vez
más, y sentí que había otras figuras en la habitación—. La mayoría aquí
me llama Kapitan.
El nombre tocó algo en el fondo de mi mente, pero estaba demasiado
confusa para ubicarlo, mi mente todavía estaba tratando de ponerse al
día.
—Has creado muchos problemas, ¿no es así? Tantos quieren
reclamarte.
—¿Te estás agregando a la lista? —Corté.
—No de la manera que sugieres, querida. —El hombre se burló, una
risa burbujeando en su garganta. El sonido tocó un acorde profundo en
mis entrañas—. Eso sería muy inapropiado.
—Deja la mierda. ¿Qué quieres? ¿Por qué me has secuestrado? —Mi
dolor de cabeza empujó toda mi paciencia por la ventana.
Escuché un ruido, luego unos pasos pesados se movieron hacia
mí. Manos agarraron mis brazos, poniéndome de pie, deshaciendo mis
brazos, la sangre inundó mis extremidades, los alfileres y agujas los
mantenían flácidos a mis costados.
—Adelante. —El hombre ordenó a alguien en la habitación. Me di
cuenta que una figura más pequeña se movía frente a mí. Luego, los
dedos se envolvieron alrededor de la venda de los ojos y me la
arrancaron de la cabeza.
La luz me hizo retroceder. Parpadeé desesperadamente hasta que
finalmente pude ver claramente la figura frente a mí.
Mi respiración se atascó en mi garganta, mi boca se abrió, mientras
retrocedía.
Oh. Mis. Dioses.
La mujer hizo girar su cabello azul alrededor de su dedo, una sonrisa
tímida en sus labios.
—Oye, corderito.
—¿K-Kek? —susurré, mi mente confusa no era capaz de entender—.
¿Cómo por qué? ¿Qué-qué está pasando?
—También te extrañé. —Me guiñó un ojo juguetonamente, mirando
por encima del hombro mientras un hombre la rodeaba.
—Perdón por las precauciones adicionales. No podría permitir que te
despertaras y vieras la ubicación de nuestro escondite.
Un grito gutural salió de mi alma, mi cuerpo tropezó con la figura
detrás de mí.
Mi corazón dio un vuelco.
El hombre que estaba allí se parecía tanto a mi padre que era como ver
un fantasma. El dolor se astilló a través de mi pecho, abriendo el agujero
en mi corazón.
Era alto y de hombros anchos, cabello corto y negro, barba y suaves
ojos castaños. Era un poco más delgado que mi padre y su rostro más
ovalado, pero gran parte de él se veía igual.
—De acuerdo. —El hombre bajó la cabeza—. Debí haber previsto tu
reacción. Pido disculpas por no darte más advertencia.
—¿Có-cómo? —Chillé, las lágrimas se acumularon en mis ojos. Ahora
entendí por qué su voz me parecía tan familiar. Sonaba igual que la de mi
padre.
—Brexley. —El sonido de mi nombre se sintió como si hubiera
retrocedido en el tiempo, escuchando a mi padre llamar mi
nombre. Después de todas las veces que deseé poder escuchar su voz de
nuevo, no estaba preparada para lo mucho que me dolería.
Dio un paso hacia mí y se detuvo cuando intenté alejarme.
—Yo-yo no entiendo.
—Brexley, soy tu tío. El hermano menor de tu padre Benet, Mykel.
—¿Qué? —¿Mi tío?
—Pero… él-él es un criminal que se esconde en Praga. —Nunca lo
había conocido porque se había escapado a Praga, escondiéndose de la
ley.
—Cierto en ambos sentidos. —Se frotó la barba y asintió. Parecía
distante, sin la amabilidad que tenía mi padre, pero las similitudes físicas
eran sorprendentes. No había forma de negar su relación.
—Lo que algunos consideran una actividad delictiva, otros lo llaman
una revolución. —Hizo un gesto hacia la habitación llena de gente, todos
vestidos con ropa oscura: jóvenes, viejos, hombres, mujeres, faes,
humanos. Mi mirada se posó de nuevo en Kek, mis ojos pidiendo
respuestas. ¿Qué diablos estaba haciendo ella aquí?
—¿Revolución? —Tragué.
—Bienvenida a la milicia de Povstat. —Mykel extendió los brazos. El
nombre se sintió como un puñetazo en mi estómago. Povstat fue la gran
insurgencia en Praga, al borde de ser fanáticos, violentos… Terroristas,
como los describió Istvan.
Kapitan, su líder conocido.
—Mierda —murmuré. Mi tío de sangre era el líder de Povstat,
mientras que mi pseudo tío dirigía el ejército de Sarkis.
—Se acerca una revolución, Brexley. —Juntó las manos y me miró
directamente—. Y tú nos vas a ayudar, guiarnos directamente hacia ella.
Lo miré mientras mi mundo se volcaba una vez más.
—Hogy baszd meg egy talicska apró majom —murmuré en voz baja,
robando la frase de Birdie.
Oh, que se joda una carretilla de pequeños monos.
Continuará…
Dead Lands, Libro 3
Secuestrada por el notorio grupo rebelde
Provstat, Brexley descubre que su conexión es
más profunda de lo que nunca imaginó. Al
reencontrarse con viejos conocidos y con un tío
que nunca conoció, Brexley se ve arrojada al
despiadado mundo de la política, en el que los
líderes humanos y los Faes harán cualquier cosa
para salir victoriosos. Aquí, las peligrosas
asociaciones y las meticulosas conspiraciones
son mucho más peligrosas y despiadadas que
cualquier juego al que haya sobrevivido en
Halálház.
Como si su vida no fuera lo suficientemente
complicada, su relación con la infame leyenda
es cada vez más fuerte. Cuanto más intenta desenredar el vínculo entre
Warwick y ella, más denso se envuelve a ambos, entrelazándolos en un mundo
entre la vida y la muerte, donde la pasión brutal y la furia chocan.
Cuando los susurros de una codiciada sustancia mágica, llamada el néctar,
comienza a llegar a más personas, el extraño vínculo de Brexley con el libro
de los Fae la lleva a un viaje inesperado. Uno que la acerca a las respuestas
que busca.
Pero una vez que abre la puerta, todos los secretos y mentiras de su pasado
salen a la luz.
Verdades que no está preparada para afrontar.
Y traiciones que calan hondo.
Stacey Marie Brown es una amante de los chicos
malos de ficción y de las heroínas sarcásticas que
patean culos. También le gustan los libros, los
viajes, los programas de televisión, el senderismo,
la escritura, el diseño y el tiro con arco. Stacey jura
que es en parte gitana, ya que ha tenido la suerte de
vivir y viajar por todo el mundo.
Se crió en el norte de California, donde correteaba
por la granja de su familia, criando animales,
montando a caballo, jugando al encuentrame y
convirtiendo fardos de heno en geniales fortalezas.
Cuando no está escribiendo, practica el senderismo, pasa tiempo con sus
amigos y viaja. También es voluntaria ayudando a los animales y es
ecológica. Cree que todos los animales, las personas y el medio ambiente
deben ser tratados con amabilidad.