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Los Mejores Relatos de Lena Lena Dalgliesh

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ANTOLOGÍA DE RELATOS

ERÓTICOS
Lo mejor de mi colección

LENA DALGLIESH
Sinopsis
Colección de los mejores relatos eróticos de la autora de origen francés
Lena Dalgliesh. Contenido solo para adultos.

Algunos títulos:

1. Profesora: Fantasía adolescente


2. El Pianista
3. Mía
4. Paréntesis: Deseo prohibido
5. Masajista.

Y más.
Tabla de contenido
Profesora: Fantasía adolescente
Masajista
En un Hotel de Madrid
Paréntesis: Deseo prohibido
Mía
Profesor Keegan
Profesor Keegan II
El Pianista
Sobre la autora:
© LENA DALGLIESH 2017.
Todos los derechos reservados
Profesora: Fantasía adolescente
Marina se levantó de la silla del profesor después de corregir el último
examen de Lengua y Literatura. El gesto de la mujer era de disgusto, la clase
contaba con veinticuatro personas y hubo cinco suspensos. Pese a que no
estaba mal, en comparación con los resultados de otras aulas, la mujer se
exigía lo máximo y pese a solo tener un suspenso entre sus alumnos, se
marchó defraudada consigo misma y con los que no reunieron los requisitos
para aprobar.

D repente la mujer soltó un quejido de dolor cuando su muslo chocó de


contra una de las mesas que había en el camino entre su mesa y la puerta,
provocando que los folios que había en la cajonera de la mesa que casi volcó,
cayesen directamente al suelo.

Aún dolorida, Marina se acuclilló sobre el suelo para reunir todas las
hojas y volver a meterlas en el lugar del que habían salido, pero antes de
hacerlo las echó un vistazo. La mujer no sabía bien de quién eran, tenía muchas
clases diferentes y tan solo llevaba un trimestre desde que había llegado a
aquel instituto, por lo que no le había dado tiempo para asociar las caras y
nombres de todos sus alumnos.

Lo primero que vino a la mente de la mujer fue que aquel debía ser uno
de los alumnos que había suspendido: en aquellas hojas no había
absolutamente nada acerca de su materia, en su lugar no encontró más que un
montón de dibujos, bastante realistas, de mujeres en poses eróticas, con
cuerpos en los que sus atributos femeninos se veían muy potenciados, siendo
penetradas por falos desproporcionados.

La mujer, movida por la curiosidad de ver hasta donde llegaba la


imaginación de aquel alumno, hojeó los folios, hasta que se paró en seco, ya
que después de una docena de hojas tan solo con dibujos eróticos, se encontró
con las primeras palabras escritas.

Marina no dudó en echarles un vistazo por encima, no sorprendiéndose


cuando se dio cuenta de que trataban de lo mismo que los dibujos: sexo. Pero
en esta ocasión la mujer le prestó mayor atención hasta que finalmente decidió
introducir las hojas en su bolso para leerlas más tranquila en su casa.

La profesora, que acostumbraba a detenerse camino a casa en alguno de


los supermercados que había en el centro de la ciudad, en aquella ocasión no
lo hizo, asegurándose firmemente que al día siguiente compraría lo que no
había comprado aquella tarde.

Era la primera vez que hacía una cosa así, nunca, en sus quince años
como docente, se le había pasado por la cabeza robar alguna pertenencia a sus
alumnos, aunque también era cierto que nunca se había encontrado algo así.

Marina, pese a que no escribía relatos de aquel tipo, si era bastante


aficionada a leerlos, pero nunca antes el calor en su interior había sido tan alto
por un relato: el ser un escrito con alguna de las fantasías sexuales de un
alumno hacía a aquel texto especialmente tentador.

En cuanto llegó a casa, la mujer buscó un par de fundas de plástico en las


que introdujo las hojas que había sustraído a su joven alumno. Marina, siempre
que leía relatos eróticos lo hacía mientras se daba un relajante baño con
espuma, después de un cansado día de trabajo.

Marina no se molestó en cerrar con pestillo la puerta del baño, su


marido debía estar trabajando y no se presentaría hasta bien entrada la tarde, y
para la hora a la que debía presentarse a recoger a sus hijos en el colegio aún
quedaban casi dos horas, tiempo más que suficiente para gozar de las ideas de
su alumno.

Marina se fue desnudando mientras se iba llenando la bañera de agua, y


los chorros de jabón que echó comenzaban a crecer formando masas de
espuma. Sintió grandes deseos de liberar su cuerpo de su blusa, que oprimía
sus grandes y suaves pechos, y su falda, que daba un aspecto estilizado a sus
caderas pese a que la sobraba algún que otro kilo.

La maestra no pudo ignorar por más tiempo su hinchado clítoris que


pedía a gritos ser estimulado, placer que ella misma se dio, pasando primero
su mano por sus empapados labios vaginales, para acabar acariciando su
clítoris y frotarlo con la palma de su mano, pero parando después de un par de
movimientos intensos: no deseaba llegar al orgasmo antes de leer el relato que
había encontrado.

Marina soltó un corto gemido de disgusto cuando al meter su pie


derecho sintió que el agua estaba demasiado caliente, pero decidió ignorarlo y
dejarse caer, sintiendo como aquella cálida agua jabonosa envolvía todo su
cuerpo, hasta sus pechos, quedando estos un poco por encima, mostrando su
excitación en sus grandes y rosados pezones mucho más erectos de lo normal.

—Vamos a ver qué cosas escribes, Albertito —dijo la mujer sonriendo


al reconocer al autor, ya que llevaba un rato pensando en de quién podría ser
aquella letra, estirando su mano hasta que finalmente llegó a las hojas
plastificadas, mientras que con la otra se dedicaba a atender a sus excitados
pezones.

Me quedo mirando el examen durante unos minutos más, no quiero


entregarlo aún, sé que si lo hago suspenderé y eso me daría muchos problemas,
sobre todo con mis padres y su dichosa manía de compararme con mi hermano
“el universitario”.

Ya solo quedan cuatro personas y apenas diez minutos para que se acabe
el examen, si no se dan prisa me va a ser imposible poder tratar de hablar con
Marina “la profe tetona” para que considere mis circunstancias antes de
ponerme la nota.

Bien, ya se marchan otros dos a la vez, con lo que ya solo quedamos


Esther y yo. Estoy seguro de que ella también está apurando el tiempo lo
máximo posible para ir con la profesora con algún cuento. Pero no, me alegro
cuando veo que ella también se levanta y se marcha, dejándome por fin a solas
con la profe.

Marina siempre procura darnos algún tiempo de más para terminar los
ejercicios, y más cuando es un caso como aquel, en el que el examen es a última
hora. Finjo estar concentrado cuando la mujer se levanta de su asiento y
camina hacia mí, es una mujer hermosa de unos treinta años, de piel clara,
larga melena de pelo rubio y grandes ojos azules, pero como ya he dicho antes
no la llamamos “la profe tetona” por nada. Sus enormes pechos son una gran
tentación para todos, pero nos tenemos que conformar con verla sin un mísero
escote, el director tiene prohibidos los escotes tanto para las profesoras como
para las alumnas: son las normas de vestir del colegio. Por ese motivo tan solo
nos podemos permitir imaginarnos cómo son esas enormes tetas, y disfrutar de
sus deliciosos botes cuando la profe se desquicia con nosotros y trata de
explicarnos las cosas haciendo movimientos demasiado ostentosos.

Marina notó como su excitación subía, y ya no era por el calor que hacía
dentro de la bañera. La mujer no sabía si lo que acababa de leer era cierto,
nunca había oído que la llamasen “la profe tetona”, pero si era así no le
importaba, y el saber que algunos de sus alumnos estaban pendientes de sus
movimientos en clase, para ver botar sus senos, la hizo calentarse aún más.

—Vamos, Alberto, es hora de que entregues el examen —me dice la


profesora después del cuarto de hora que siempre concede a los rezagados.

—Sí, profe —digo, escribiendo más rápido para apurar hasta el último
segundo que me concede.

Marina me coge el examen de las manos con rapidez y lo mete en la


carpeta en la que están los de todos mis compañeros.

—Este es un examen importante para mí, he estado algunas noches


durmiendo muy poco —explico, tratando de ablandar su corazón— ¿me lo
podría corregir ahora para saber si aprobé?

Marina mira su reloj y hace cuentas mentalmente, para finalmente


desenfundar su bolígrafo rojo y sonreír mínimamente, si algo valora aquella
profesora es que pongamos interés en su asignatura y al parecer mi historia
inventada ha logrado engañarla.

Yo me coloco a la derecha de la mesa para ver cómo va corrigiendo mi


examen, y maldigo de nuevo al director por su norma con los escotes: que
delicioso sería pasar mi mirada de mi examen a los hermosos pechos de la
profesora…

Después de que Marina ha corregido un par de ejercicios me doy cuenta


de que no hace más que mover los hombros hacia atrás, como si tratara de
relajar la espalda. Así que haciendo acopio de todo mi valor poso mis manos
sobre sus hombros y los masajeo suavemente.
Durante los primeros segundos mi corazón late con fuerza, temeroso de
que la profesora pudiera tomarse a mal aquello, y comunicar aquel
comportamiento al director o a mis padres, pero me calmo cuando veo que “la
profe tetona” no dice nada y agradece con ligeros movimientos de cuello mi
contribución a mitigar su dolor.

—No pienses que por un masajito te voy a aprobar, estoy viendo


demasiadas faltas por aquí —dice, girando un poco la cabeza—. Si quieres
aprobar como mínimo el masaje tendría que ser en los pies.

No sé si lo dice en broma o en serio, pero no dudo ni un momento y clavo


mis rodillas ante los pies de mi maestra para liberarlos de sus zapatos de cuero
negros. Siento que mis posibilidades van en aumento cuando veo que ella no los
separa de mí, y deja que los agarre con mis manos. Tiene unos pies largos, de
dedos finos y con las uñas perfectamente arregladas.

Marina se maldijo por no tener más manos con las que poder
estimularse mientras leía la caliente historia de su alumno. Alberto era uno de
los chicos más populares de la clase, un muchacho alto, de piel clara, de
complexión atlética, bastante popular entre las chicas… todo aquello hacía que
la autoestima de la mujer subiese por las nubes, y que el joven no hubiese
centrado su fantasía tan solo en sus generosos pechos la hizo sentir satisfecha
con todo su cuerpo.

Nada más pongo mis manos sobre aquellos cuidados pies, me doy cuenta
de que están bastante fríos, por lo que alzo la vista para ver lo ocupada que
está Marina con la corrección de mi examen, para quitarme la camiseta y dejar
que cada uno de sus suaves pies se apoye sobre mi pecho.

Noto que la profesora mira por encima del examen lo que estoy haciendo,
pero tan solo lo noto, ya que estoy más preocupado por masajear sus pequeños
dedos con cuidado mientras mantengo la vista en su falda a la espera de verla
separar sus piernas lo suficiente como para que pueda ver su ropa interior.

Para mi sorpresa, Marina, pone las cosas mucho más fáciles de lo que
esperaba y separa sus piernas de golpe, dándome así la invitación para poder
tocar su vagina. Ver aquella pequeña braguita de tono rojo introduciéndose un
poco entre sus labios vaginales me hace perder el control y me acerco con la
cabeza por delante para probar su sabor.
—¿A dónde crees que vas, jovencito? —me pregunta aprisionando mi
cabeza entre sus muslos—. Cierra la puerta de clase, desnúdate y al rincón
hasta que termine de corregir.

Nunca había oído a “la profe tetona” dirigirse así a ningún alumno, lo
normal es que use un tono más moderado, pero el oír que desea que me desnude
hace que no dudé en ir corriendo hasta la puerta, cerrarla de golpe con el
pestillo e ir quitándome la ropa que me queda hasta colocarme en el rincón
más cercano a la maestra.

Trato de afinar mi oído para escuchar lo que hace, pero en aquella


situación lo único que puedo escuchar es mi agitada respiración, excitado.
Pese a que no percibo a la profesora me siento excitadísimo y poco a poco noto
como mi polla se va hinchando, hasta llegar a su tamaño máximo, sintiendo
como el glande queda casi pegado a mi abdomen.

Marina acarició con energía su sexo, imaginando aquella polla ansiosa


de penetrar su cuerpo. También se recreó imaginando como sería el cuerpo de
Alberto bajo su atuendo habitual de camiseta y vaqueros. La vez que con
menos ropa lo había visto había sido una mañana en el instituto, cuando, entre
un corrillo de alumnos se encontró a Alberto, desnudo de cintura para arriba,
peleándose con otro chico de su edad. A la mujer le dejó un poco impactada
que su alumno tuviese un cuerpo tan desarrollado con tan solo dieciséis años,
con los músculos del abdomen y los brazos bastante definidos. Por aquel
motivo Marina aún retenía en su memoria aquel cuerpo, ayudándole esto a
echar a andar aún más su imaginación al leer el relato.

Los pelos se me ponen de punta y mis músculos se tensan cuando escucho


como la profesora mueve su silla hacia atrás, arrastrándola por el suelo: la
corrección del examen ha terminado. Marina camina taconeando tras cada
paso hasta colocarse a mi espalda.

—Eres un niño pervertido —dice mientras acaricia mi espalda con uno


de sus dedos, llegando desde mi cuello hasta la mitad de la espalda, para
volver a subir y repetir la operación con dos dedos, surcando mi espalda con
sus uñas—. Estoy segura de que solo estás interesado en mí por mis pechos.

Tras decir aquello Marina rodea con sus brazos mi torso y pega a este
sus pechos, cubiertos por toda su ropa, sobre mi espalda. En aquel momento,
una vez comprobado que aquella mujer también desea algo conmigo, siento el
impulso de darme la vuelta y tomar las riendas de la situación, pero no lo
hago: poco a poco las manos de la profesora van bajando, pasando de mis
pectorales definidos, a mi abdomen, al que también araña hasta que finalmente
agarra mi polla.

Gimo de placer cuando noto la mano derecha de mi maestra apretando


con firmeza mi polla, viendo como de la punta de esta salen gotitas de líquido
pre-seminal, mojando y dando un aspecto brillante a mi caliente e hinchado
glande que ha pasado de su color rosa habitual a un morado suave.

“La profe tetona” me pajea suavemente durante instantes, mientras que


con su otra mano agarra mis testículos para acariciarlos mientras siento una
gran oleada de placer.

—Estás suspenso, niño —me dice— el contenido el examen no estaba mal


del todo, pero las faltas de ortografía han sido demasiadas —me susurra al
oído sin dejar de pajearme. En ese momento tengo la cabeza tan turbada que no
se me ocurre replicar, por fortuna la maestra es la que habla—. Pero como sé
que eres un chico que se esfuerza —añade mientras suelta mis testículos para
desabotonarse la falda— creo que te voy a dar la opción de un examen oral.
Túmbate boca arriba en el suelo y comenzamos la prueba.

Marina miró un poco frustrada que allí se acababa lo que en aquella hoja
escribió Alberto, y la lanzó fuera de la bañera para estirar el brazo hasta que
llegó a la banqueta en la que estaba su ropa, y sobre esta la siguiente hoja del
relato. La idea de poder dar una opción así a Alberto, o a algún otro de sus
alumnos, la excitó muchísimo pese a saber que intentar hacer una cosa así en la
vida real sería muy arriesgado y que podría generar un escándalo.

Me tumbo, pegando la espalda al frío suelo de la clase pero apenas


siento frío, el tener a mi maestra tan cerca de mí, prácticamente desnuda de
cintura para abajo, mostrando sus largas y suaves piernas, hace que apenas me
dé cuenta de la temperatura del suelo, suelo que incluso me parece que está
caliente cuando la profesora finalmente se decide a bajarse las bragas de
golpe, mostrando su sexo depilado, de grandes labios rosados.

Apenas me da tiempo para apreciarlo bien, ya que Marina se acerca con


decisión y apoya sus nalgas sobre mi cara, quedando su caliente sexo a la
altura de mi boca.

Torpe, pero con mucha curiosidad por saber cómo sabe la vagina de una
mujer madura, saco mi lengua y la meto en su interior: está caliente y
húmeda y tiene un gusto dulce.

—Me gustan las lenguas rápidas y enérgicas —me dice la mujer,


mientras noto cómo se inclina para agarrar mi polla.

Me deshago de placer y meto mi lengua hasta el fondo de la vagina de


Marina mientras siento cómo aprisiona mi polla entre sus labios y da rápidos
lametazos sobre esta. El estar en esa situación hace que su vagina me sepa más
dulce y no tardo en volverme adicto a aquel perfumado sexo que, unido a las
suaves nalgas que aplastan mi nariz, casi no me dejan respirar, pero no me
importa.

Cuando finalmente logro localizar el clítoris de Marina, lo primero que


hago es lamerlo, pero al ver lo duro que está decido que es mejor darle algún
suave mordisco para ver qué le parece.

La mujer al sentir los mordiscos deja mi polla para acomodarse mejor


sobre mi cara, mientras gime de placer de manera exagerada, ya sin importarle
que alguien pudiera oírnos.

—Sigue lamiendo —me dice, mientras se levanta un poco para que pueda
oírla bien, pero siempre estando su vagina a una distancia alcanzable para mí
—. Si pasas el examen oral tendré un detallito contigo.

Oír aquello era justo lo que necesitaba para lanzar mis manos sobre las
caderas de Marina para evitar que esta se levante y aleje su delicioso sexo de
mi cara. En cuanto la tengo bien agarrada la hago caer de nuevo hasta sentir
sus blanditas nalgas de vuelta sobre mi rostro, pudiendo así meter de nuevo mi
lengua en su interior.

Al principio tengo dudas de si lo hago bien o mal, pero no tardo en notar


que Marina comienza a mover sus caderas suavemente sobre mi cara, siempre
manteniendo su sexo a la altura de mi boca, de modo que mi lengua no deja de
lamer su caliente hendidura.
La zona que estoy estimulando está más húmeda y caliente, lo que me
motiva para seguir adelante, succionando aquel dulce sexo y relamiéndome, ya
que con tanto movimiento sobre mi cara tengo labios y mejillas cubiertas por
sus deliciosos fluidos.

—Ya es suficiente —me dice, quitando mis manos con las suyas, de sus
caderas— ahora te daré el premio.

Marina, que estaba segura de que acabaría llegando al orgasmo con la


última parte, no pudo evitar parar de leer para recrearse en lo que vendría a
continuación ¿Cuál sería el regalo que el muchacho desearía que su maestra le
hiciese?

La mujer rezó para que el relato continuase y no fuese un simple


aprobado, Marina estaba convencida de que si eso le sucediera en la realidad y
el muchacho la hubiese lamido con tanto ímpetu, sería muy pero que muy
generosa con su joven e inexperto amante.

Todas aquellas reflexiones las hizo después de dejar la hoja sobre su


ropa, para así poder usar sus dos manos para tocar sus generosos y sensibles
pechos y deslizarlas hasta su sexo para frotarlo con fuerza hasta quedar muy
cerca del orgasmo… pero sin llegar. Tan solo llegaría al orgasmo cuando
leyese en final del caliente relato.

Marina me mira con sonrisa pícara cuando finalmente se levanta de mi


cara, y sonríe satisfecha por haberme cubierto con los fluidos de su sexo. Yo no
me muevo y la observo mientras se acerca a mi polla para chuparla mientras
me mira de forma lasciva. Eso hace que de mi polla vuelva a salir líquido pre-
seminal, que la profe se afana en restregar sobre mis testículos.

—Ahora vamos a ver cuánto aguantas —me dice, colocándose de rodillas


sobre mi miembro, quedando su vagina rosada sobre el glande, ansioso por
entrar en aquel caliente orificio.

Marina no me atormenta más y se deja caer, gimiendo de forma aguda


cuando toda mi polla es tragada por su vagina. Yo por supuesto también
disfruto y suelto un gruñido ronco al notar las empapadas paredes que rodean y
presionan mi polla.
Quedo gratamente sorprendido cuando siento la vagina de la maestra
más apretada que las de otras chicas del instituto. La verdad es que esperaba
una vagina mucho menos apretada, porqué, debido a la edad de Marina, supuse
que esta había sido follada muchas veces y poco a poco su vagina tenía que
haber dado de sí.

Los efectos de mis lamidas anteriores no tardan en hacer efecto en la


mujer que me cabalga y se nota que progresivamente se va calentando, tanto en
sus miradas como en las cada vez más violentas cabalgadas.

Me siento cerca del orgasmo.

—Ahora vas a disfrutar de algo que solo mi marido disfruta, pero no lo


cuentes por ahí —me dice, mientras se desabotona la blusa.

Observo excitado como la mujer se libera de la blusa, quedando ante mí


los enormes pechos, tratando de ser contenidos por el sujetador rojo que hace
juego con las braguitas que se quitó antes.

Sin poder soportar ver aquellas deliciosas masas de carne botar ante mis
ojos, lanzo mis manos sobre estas, comprobando lo suaves y calientes que
están, para a continuación agarrar con fuerza las copas del sostén y dejar
ambos pechos al descubierto.

Tiene un par de grandes pezones rosados que no puedo evitar intentar


probar con mis dientes, pero para mí desgracia con Marina cabalgándome no
soy capaz de llegar hasta ellos. Por suerte la mujer estira sus manos para
agarrarme por la nuca cuando estoy a punto de caer de nuevo y lleva mi cara
hasta sus pechos.

El tacto de aquellos es aún más suave de lo que sentí bajo sus nalgas y no
puedo aguantar mucho sin hacer nada cuando noto cómo Marina las mueve
tratando de excitarme. Eso me anima a buscar sus pezones, para una vez
encontrados lamerlos y chuparlos con deseo, sintiendo como crecen y se ponen
duros dentro de mi boca.

—Me voy a correr —aviso, cuando noto que mi polla no va a aguantar


tanta excitación.
—¡Vamos, hazlo! —grita ella.

La mujer tan solo necesita dos movimientos de cadera más para hacerme
soltar un violento chorro de semen que inunda su interior, lo que desemboca
también en el placer de ella, ya que noto cómo por los resquicios de su vagina,
que mi polla no llega a taponar del todo, caen chorros de fluidos que llegan
hasta mi pubis. Además, Marina goza tanto de mi habilidad oral que pega mi
cara a sus pechos para que siga con lo que estoy haciendo.

Marina no se decide a soltarme durante unos minutos. Yo disfruto de


aquello, ya que si por mi fuera dejaría mi cara en aquel lugar para siempre,
pero la profe no es de la misma opinión y se levanta lentamente para vestirse
cuando nota que mi polla ya no tiene nada que ver con el grueso falo que
estuvo en su interior antes de la eyaculación.

—¿Me aprobará, profe? —pregunto al final.

—Sí, creo que las faltas de ortografía no son para tanto —me responde
con media sonrisa mientras se abotona su blusa para ocultar de nuevo sus
hermosos pechos.

Fin.

Marina se sumergió en el agua de la bañera cuando llegó al orgasmo,


tirando la hoja plastificada lejos de ella, y usó sus dos manos para estimularse
con la intención de que aquella sensación de placer no acabase nunca. Para su
desgracia tan solo pudo prolongar el orgasmo unos segundos más, antes de
que este finalmente terminase.

Unos minutos después, ya fuera del baño, la mujer recogió las hojas
para meterlas en su bolso, al día siguiente iría a clase antes de lo habitual para
dejar aquel relato donde lo había encontrado, sabía que si un escrito así
desaparecía el muchacho podría sentirse avergonzado al no saber en manos de
quién había caído. Además, tampoco quería truncar la prolífica imaginación
del chico, cosa que iba a tratar de estimular subiendo la nota de su examen de
un 4.75 sobre 10 a un 7.5, ignorando algunas faltas de ortografía y agregando
ella misma alguna que otra tilde. Con un poco de suerte el muchacho seguiría
dejando relatos eróticos bajo la mesa que ocupaba en su aula.
Masajista
El hombre vivía solo, alquilaba el altillo de aquella casa antigua y
gozaba de la confianza de todos los integrantes de la casa. Siempre prolijo,
trabajador, educado, honesto, incapaz de llevarse algo que no le pertenecía.
Era una sombra en el hogar que no perturbaba en absoluto. Una garantía cabal.
Habían pasado los años y se había quedado soltero; a veces salía los fines de
semana, de seguro a la pizzería de la esquina a comerse una porción de fainá y
beberse una cerveza mientras jugaba al pool con sus ocasionales compañeros
de boliche. Y cuando el deseo apremiaba solo bastaba marcharse a la whiskería
donde lo aguardaba Daisy, con su cariño de alquiler y sus expertas y frías
caricias. Bastaban pocas arremetidas para desfogarse. Después fumar algún
cigarrillo con ella como a escondidas, eso sí, siempre y cuando no estuviera
muy concurrida la cosa. Sino a sacudirla y… afuera y bailando…

Una vida chata y gris, sin futuro aparente, salvo por la presencia de ella.
La había visto crecer ante sus ojos: la flor de la casa. Aquella muñeca delicada
y prístina como un jazmín paseaba su fresca belleza por el lugar causando en
él emociones encontradas. Veía como los galancitos la rondaban, con poco
disimulado ardor, pero eso no lo inquietaba. Si ella se liaba con alguno de
ellos y si hasta le obsequiaba su inmaculado tesoro, eso le tenía sin cuidado. La
deseaba para saborearla sin prisas, con calma, como se hace con los mejores
manjares. Así lo imaginaba las veces que bajo la ducha se masturbaba en su
honor, elucubrando dulces placeres y profundos abismos de gozo al tiempo
que sentía como el orgasmo en su estallido le nacía desde lo más profundo.

Ya era una mujer, al menos así la ley lo decía, aunque su cuerpo lo


gritara desde hacía mucho antes, y el hombre comenzó a atreverse como si
hubiera podido traspasar esa difusa frontera entre las ideas y el hacer. Ella
parecía alentarlo, con sus sonrisas sugerentes y su mirada penetrante, esa… la
inconfundible… la que le dice a un macho lo que una hembra no se atreve a
expresar…

La danza de los amantes, el juego de seducción se extendió sobre la mesa y el


experto tahúr se enfrentó a la aprendiz. No era fácil traicionar la confianza de
aquellos que le habían abierto las puertas de su hogar y jugar de trampa fue su
única opción posible. Le gustó el desafío, le añadió adrenalina a su cordura y
cosquillas casi olvidadas a sus entrañas…

La tarde se presentó propicia. Hacía demasiado calor y ese día él había


regresado antes. Una rápida inspección comprobó que no había nadie en la
casa. En silencio, lo agradeció. Pasó por la habitación de la nereida y halló la
puerta entreabierta. La vio de espaldas, se estaba secando, acababa de ducharse.
Su cabello húmedo sobre su espalda, su cintura perfecta y su culo que no
dejaba lugar a la imaginación, allí desplegado ante sus ojos, en ese espectáculo
inesperado provocó en él una soberbia erección que no pudo ni quiso
disimular. Por instinto se llevó la mano a su entrepierna y sobó su pedazo,
entrecerrando los ojos. Ese gesto le proporcionó el placer justo, el aperitivo
adecuado que lo dejó con más ganas… Abrió la puerta sigiloso y juró que ella
notó su presencia pero se quedó allí inmóvil contemplando la escena mientras
la gacela seguía secándose la espalda como si tal cosa. Avanzó hasta ella e hizo
sentir su aliento en su cuello, la tomó por los hombros y la obligó a girarse.
La contempló, fijó su vista en aquellos pechos jóvenes, con la medida y la
densidad justa como para abarcarlos con la mano y sus pezones desafiantes
esperando una caricia bucal que no tardaría en llegar. Al hombre le dolieron
hasta los huesos ante tanta belleza, por la visión de su vientre plano y esa
almejita que lo esperaba más abajo con la muda promesa de deleitar a esa fiera
que rugía dentro de su ropa.

No dudó nunca del consentimiento. Con una mano tomó su nuca y con la
otra abarcó el sexo de la chica. No le costó hallar el clítoris que se asomaba
tímido entre los labios que comenzaban a entreabrirse; el dedo mayor en toda
su extensión hizo el trabajo acariciando el botón mientras su boca invadía la de
ella y su lengua se animaba a jugar con la suya, en suave cadencia, sin apurar
el trago. Ella comenzó a gemir y sintió cómo se le aflojaban las piernas en esa
oleada de placer que no llegó del todo hasta la orilla. El hombre en cambio
sintió cómo se humedecían sus dedos y como su propia calentura le exigía más
leña a la hoguera. En una hábil maniobra desordenó su ropa de la cintura hacia
abajo y en un gesto más de desesperación que de exigencia afirmó sus manos
en los hombros de ella obligándola a colocarse de cuclillas.

El hombre volvió a entrecerrar sus ojos imaginando pericia… No


habría de equivocarse. Las femeninas manos se apoyaron en el paquete y el
calor de las mismas provocó que su hombría brincara en su prisión. Le rogó
con ronca voz que lo descubriera, que su premio la estaba esperando y como
tal ella lo tomó entre sus manos. Una herramienta potente y vistosa, digna del
mayor de los respetos y cuidados. Una cálida presión se cerró sobre su falo y
un movimiento ancestral comenzó a dominar sus sentidos mientras el calor de
aquella húmeda lengua se instalaba en sus pelotas. Parecían derretirse con cada
paso de esa boca que hacía maravillas y cuando se abrió camino a lo largo de
su tronco el hombre sintió como se erizaba cada centímetro de su piel,
robándole toda voluntad, todo rastro de razón.

Ella no parecía cansarse de su tarea jugueteando sin cesar con el glande


prisionero entre su boca y sus labios que mimaban, recorrían y besaban sin
dejar nada sin cubrir ni estremecer. Él se sintió indefenso y con voz quebrada
le pidió que ella misma se tocara. Ella dudó un instante y se apartó, levantó la
vista y en su rostro se dibujó una mueca de desagrado.

—Quiero que te toques… que disfrutes… Después tendrás tu


recompensa…

Aquellas palabras parecieron conjurar el deseo renovando el hechizo en


la joven. Se afanó en su cometido quizás ya más liberada y aún más excitada a
medida que sus deditos jugaban con su propio sexo y con cada gemido de él
alentando los suyos propios. El ambiente empezó a caldearse. El ardor se
tornó impaciencia y cuando el ritmo de aquella increíble mamada estaba a
punto de marcar el compás del final, él la hizo incorporarse y de un empellón
la arrojó sobre la cama. A duras penas se quitó el resto de su ropa y se quedó
desnudo finalmente. Se encaramó sobre ella decidido a ensartarla de una buena
vez; fue cuando escuchó algo al oído que lo detuvo en seco. La miró con una
extraña mezcla de ternura y sorpresa; y ahí recordó su eterna fantasía: la de
tenerla sin apuro entre sus brazos sin importar el después. Estampó un beso
casi inocuo en la frente de la chica y fue su turno de decirle algo ininteligible
como en un susurro.

Sus manos se adueñaron de aquellos pechos, tan deseados, tan


imaginados, tan sustentadores de sus secretas pajas. Los acarició. Jugó con los
rosados pezones, erguidos, hasta que su boca hambrienta se hizo un banquete
con ellos. Su lengua que los recorría con parsimonia alternadamente,
arrancaba gemidos suaves en ambos mientras que la mano experta atacaba la
zona baja de la joven en perfecta y fatal sincronía. Primero el rocío, después el
torrente y no se habían acabado los últimos estertores de aquel primer
orgasmo cuando él se deslizó sobre ella y se ubicó entre sus piernas. Ella llevó
sus manos hacia atrás buscando trabajosamente los barrotes de su propio
lecho, aferrándose a ellos con desesperación al sentir la lengua masculina
transitando su intimidad. Indefensa y loca de deleite separó más sus piernas en
claro gesto de abandono. La delicadeza de esos besos, la humedad que la
empapaba, esa lengua que bordaba el deseo hasta crear las mejores filigranas,
la hicieron gritar al final del camino. Se quedó en remanso por un segundo y
abrió los ojos, lo vio a él frente a ella tomando una de sus manos, dirigiéndola
a esa verga hermosa que impaciente quería abrirse paso en las profundidades
de su vientre. Volvieron a sonar algunas suaves palabras y ella accedió, la
tomó segura, despacio y la colocó en la entrada de su estrecha cuevita. Suspiró
hondo y la sintió colarse. El hombre se detuvo al encontrar la ansiada
resistencia, ella rodeó su cuello con sus brazos y un beso invasivo fue el
disfraz del repentino dolor. De ese fuego en sus entrañas que parecía quemarla
viva, de esa llama que de a poco se fue apagando, de ese curioso alivio, de esa
rara dulzura, de ese raro placer, de ese torpe movimiento, de esa sincronía
aprendida de golpe y por instinto. Volvió a derramarse y no le pareció extraño,
fue más intenso, distinto y conocido a la vez. Estaba aletargada. Su razón no le
respondía bien y solo los guturales sonidos masculinos le avisaron del final
inminente desde la otra ribera. El invasor se retiró de ella repentinamente, su
dueño lo ahorcó con una sola mano y el volcán de vida estalló sobre sus
pechos. Aquel líquido caliente, espeso, del color más puro hizo nido en
aquellas tetitas. Primero un mohín de sorpresa, después de repentino morbo y
con sus manos extendió aquel producto, dejando una pátina sobre su piel…
Hermoso… sublime…

La tarde se presentó propicia. Hacía demasiado calor y ese día él había


regresado antes. Una rápida inspección comprobó que no había nadie en la
casa. En silencio, lo agradeció. Más tarde despertó con la cabeza embotada,
con un terrible dolor de cabeza. Pensó en ella por enésima vez. Pasó por la
habitación de la nereida y halló la puerta entreabierta. La vio de espaldas, se
estaba secando, acababa de ducharse. Su cabello húmedo sobre su espalda, su
cintura perfecta y su culo que no dejaba lugar a la imaginación, allí
desplegado ante sus ojos, en ese espectáculo inesperado provocó en él una
soberbia erección que no pudo ni quiso disimular. Por instinto se llevó la
mano a su entrepierna y sobó su pedazo, entrecerrando los ojos. Al acomodar
la vista, no podía creerlo, mucho menos entenderlo. En el suelo, la toalla con
la que ella terminaba de secarse, lucía impunemente el rastro de algunas gotas
de sangre… Y por si no le quedaban más dudas, aquella joven presencia
masculina sentada en el lecho le había robado la realidad de su fantasía...
En un Hotel de Madrid
Solo había tenido un novio en toda mi vida. Novio serio, quiero decir.
Como todas y todos había tenido mis follamigos, mis relaciones de tres meses
y mis rollos de una noche. Nunca nada de eso me había llenado o me había
realizado. Ni siquiera mi relación de cuatro años. Había sido feliz, muy feliz,
pero todo tiene un final y aquella relación acabó y no de muy buena manera.
No hubo terceras personas, al menos no por mi parte, el final fue sencillo y
fácil de explicar: Se acabó el amor.

Desde mi adolescencia siempre fui exigente con los chicos y es algo que
no cambió. No era exigente en plan cuerpo de escándalo, dinero y buena polla.
No. Eso lo puede conseguir cualquiera con una cara bonita y un par de tetas.
Yo era mucho más que eso y merecía algo mejor que eso. No quería al típico
cachas lleno de tatuajes. Ya me los había follado. No quería al recién
licenciado con BMW. Ya me los había follado. Y tampoco quería al típico
malotillo, que tras dejar atrás su pasado, conseguía un empleo decente y una
hipoteca de por vida. Ya me los había follado. Como veis tenía difícil
encontrar a alguien de mi edad ya que eran todos así. Allá a donde fuera
siempre me encontraba con alguien de cualquiera de esos tipos. No los
soportaba. No quería relacionarme con ellos, no me habían llenado y no me
llenarían jamás.

Y me preguntaba a diario si quizás me habría equivocado de época, si


quizás tendría que haber nacido antes, cuando los hombres cortejaban y
respetaban a las mujeres, cuando el amor tenía sentido. Siendo yo una anti-
romanticismo era irónico.

Ninguna de mis amigas, de mis pocas amigas, sabía eso. Lo único que
sabían era que tras mi ruptura lo estaba pasando mal y que me resultaba difícil
volver a empezar. Y en parte tenían razón porque es verdad que lo había
pasado mal, pero el problema no era ese, el problema ya lo conocéis.

Las pocas veces que había salido me presentaron a chicos guapos, sexys
e incluso un par de ellos con conversación, pero nada había resultado porque
yo me negaba a ellos. Eran todos una copia del mismo. A sí que dejé de salir
por las noches, perdí el contacto con muchas de ellas y me refugié en mis
estudios y en Internet...
Las noches se convirtieron en tristes horas perdidas ante la pantalla de la
TV. Películas, series y programas del corazón llenaban mi parrilla. Cuando
acababa con mis dosis de telebasura me iba a la cama y me conectaba a Internet
a través de mi portátil. Sin embargo, un día, navegando entre la ciberbasura me
saltó un gran anuncio de una página web de contactos. La página web prometía
que entre sus cientos de registrados encontrarías lo que estabas buscando. El
registro era gratuito y te ofrecía un sistema de chat con foto, perfil y video,
búsquedas personalizadas y lo más importante para mí: La posibilidad de
eliminar tu perfil rápidamente. Con mi exigencia hacia los hombres y con mis
prejuicios hacia internet era imposible que durara más de dos horas registrada
en esa web. Pensando en que no podía caer más bajo dí clic a registrarse.

“Por favor introduzca sus datos personales”

Nombre: Lisa.

Edad: 26

Sexo: Femenino

Ciudad: Madrid

País: España

Estado: Soltera

Sexualidad: Heterosexual

Altura: 1,75

Peso: 57

Complexión: Atlética

Color de pelo: Moreno, largo.

Color de ojos: Miel

Vivienda: Con mis padres

Fumador/a: Sí
Mi registro se completó satisfactoriamente. Solo me quedaba subir
cuantas fotos quisiera. En ese mismo momento me hice una con la cámara web
que incorporaba el portátil. Con mi pelo echado hacia un lado, una media
sonrisa y abriendo bien los ojos. Salió algo oscura pero no me molesté en
mejorarla, la subí a mi perfil y esperé a ver qué pasaba.

Empecé a recibir mensajes sin parar, al ser nueva me pusieron al


principio de la página y cientos de personas visitaban mi perfil y me mandaban
mensajes.

“¿Hola, nena, cómo va la noche?” “¿Qué tal guapa, aburrida?”


“¿Hablamos?” “Me has encantado, pásate por mi perfil y hablamos” Todos los
mensajes parecían el mismo y parecían enviados por la misma persona. Lo que
evitaba en la calle también lo encontraba en Internet. Chicos sin camiseta y
semidesnudos, posando delante de sus coches, en la playa o poniendo morritos
y vestidos horteramente en el garito de moda. Iba cerrando ventanas de
conversación y contestando con monosílabos a la misma velocidad con la que
me desanimaba. Millones de personas usan internet y yo solo encontraba a los
mismos tíos que rechazaba en la calle con el agravante de que aquí estaban más
salidos. “Sube alguna foto sexy guapa” “¿Aburrida, por qué no quedamos, nos
tomamos algo y vemos qué tal?” “¡Te vienes a mi casa, estoy solo!” Era
imposible que a alguno les funcionara eso. Mis minutos de fama se estaban
acabando, desaparecí de la página principal y el número de mensajes fue
disminuyendo. Parecía que se había corrido la voz de que no me interesaba
nadie y finalmente desistían en sus proposiciones.

Eran casi las dos de la mañana y estaba desnudándome para acostarme


cuando sonó la alerta de un nuevo mensaje. El usuario Madrid40 decía: “Hola,
buenas noches”.

No voy a contar todo lo que hablamos hasta las cinco de la mañana. He


olvidado mucho de lo que nos dijimos y tampoco es de vuestro interés. Lo que
importa es que parecía que había encontrado a una persona especial, diferente,
educada, inteligente y con las ideas claras. Coincidíamos en infinidad de temas
y discrepábamos sobre otros tantos. Teníamos gustos parecidos en música,
cine y en hobbies. A los dos nos gustaba el deporte, el salir por la noche con
cabeza y sabiendo perderla e incluso nos gustaban los mismos modelos de
coche. Él estaba casado, tenía cuarenta años y dos hijos. Vivía en Madrid, no
muy lejos de mi, tenía un empleo estable y de responsabilidad. Iba tres veces
por semana al gimnasio y hacía natación. Se le notaba. Era atractivo, sexy.
Joder, estaba bueno. Y era la primera vez que se metía en una página web de
contactos. Su historia es como la de tantos otros: Se casó con su única novia, la
de toda la vida, se acomodó en su empleo en el que fue ascendiendo, tuvo dos
hijos bastante joven, se podía permitir dos coches y cuarenta días de
vacaciones al año. Ni siquiera le preocupaba la hipoteca porque llegaba de
sobra a final de mes y estaba pensando en adquirir un chalet en la sierra. No
tenía problemas con su mujer, me contó que tenía sexo con ella prácticamente
todos los días, tenían escapadas románticas y no había perdido pasión. Seguía
enamorado de ella. Parecía un hombre feliz, pero era precisamente en su
felicidad donde encontraba su tristeza. Se arrepentía de haberse casado joven,
odiaba llevar una vida tan organizada, tan rutinaria. Pensaba que sus mejores
años se habían pasado, tenía dinero y tenía tiempo libre y no podía invertirlo
en lo que quería. Todo se iba para la rutina. Otro coche. Otra casa. ¿Otro hijo
quizás?

Necesitaba escapar sin abandonar a su familia, quería sentirse revivir


para poder disfrutar de lo que había logrado. Se sentía mal por haberse
registrado en la web, por estar hablando conmigo mientras su mujer dormía
en la otra habitación. Pero había llegado el momento. Era ahora o nunca. Si
esperaba más estaría atrapado para siempre. Y el chat era su escape. Yo era su
escape.

No se anduvo con rodeos. Yo le había gustado. Le conté lo que ya


conocéis y me entendió. Me dijo que parecía una chica que no encajaba en su
entorno. O que si encajaba pero nadie era capaz de verlo. “Una chica como tú
no merece a chicos como los de hoy” me dijo.

Apenas una hora y media de decirme “Hola, buenas noches” se había


ganado mi confianza. Fuimos elevando el tema de conversación y ninguno de
los dos se mostró tímido. Al final y al cabo el tema del sexo acaba surgiendo.
Me contó lo que le gustaba hacer, yo le conté lo que me gustaba a mí y
hablamos de experiencias pasadas. Habían pasado ocho meses desde mi último
polvo, desde mi última experiencia sexual. Y esa noche volví a sentirme viva,
renacer. Estaba cachonda.

No se lo dije, el mismo se dio cuenta. Me dijo que había estado


esperando el momento adecuado, por lo que me pidió que por favor subiera
unas cuantas fotos más. Que era una chica preciosa pero que quería ver, mi
más que seguro, precioso cuerpo. Me explicó que en mi perfil podía crear
álbumes de fotos privados y que solo el que yo quisiera podría verlos, mis
fotos serían solo para él. “Ok” le dije. Me haré algunas fotos para ti. Pero
tardaré un rato porque no quiero hacérmelas con la web cam, me las haré con
la cámara digital. “Tengo toda la noche” me escribió.

Todas nos hemos hecho alguna foto desnuda pero nunca se las había
enviado a nadie. La idea me había excitado, estaba nerviosa, casi temblaba
pensando en él. Le deseaba, quería que disfrutara antes de mis fotos que de mi
cuerpo. Estaba decidida a llegar hasta el final, el parecía que también aunque
quizás yo solo era su diversión nocturna. No lo sabía y me dio igual. Me había
hecho sentirme de nuevo mujer y eso tenía premio. Me quité el horrible pijama
que llevaba y saqué del armario una tanga y un sujetador negro a juego. Me lo
puse y cogí la cámara. No es fácil hacerse fotos a una misma, y como
cualquiera puede hacérselas ante el espejo, decidí que las mías iban a ser
mejor. Afortunadamente recordaba cómo poner la cámara de fotos en modo
automático así que no tendría problemas para hacérmelas. Me hice un par de
ellas de prueba y comencé con mi particular sesión de fotos.

Coloqué la cámara en la estantería que tenía a los pies de la cama, me


tumbé en el ancho de la cama boca abajo y doblé las piernas hacia mi culo con
los pies entrelazados; eché un poco la cabeza hacia atrás y el flash saltó. Me
hice dos o tres en esa postura para asegurarme, cosa que hice en todas las
fotos.

En esa misma posición levanté mi cuerpo y me coloqué a cuatro patas


mirando primero hacia la cámara y luego hacia las sabanas. Me giré
completamente y me puse de cara a la cámara, también a cuatro patas. Mirando
el objetivo, mirándole. Luego agaché la cabeza y levanté el culo, intentando
que solo se me viera un poco de la nuca y mi culo tomara todo el
protagonismo. Lo conseguí. Me di la vuelta y esta vez en lugar de la cara lo
que le miraba era mi coño, mi ano. Empuje para que se me marcara bien el
coño con el tanga y el flash saltó unas cuantas veces más. Me puse de pie en la
cama, me alejé un poco para salir entera. Me hice fotos de frente y luego de
espaldas, levanté de un lado la cadera, saqué culo, giré mi cabeza y me metí un
dedo en la boca. Estaba realmente cachonda, le deseaba tanto que empezaba a
empapar la tanga. Me quité el sujetador dejando mis tetas al aire. Uso una 90 y
tengo las aureolas y los pezones pequeños. Nunca he estado acomplejada de
mis tetas, en palabras de los que las habían visto “Tenían el tamaño y la forma
perfecta” Me coloqué de nuevo a cuatro patas mirándole y me las agarré
mientras saltaba el flash. Me puse de rodillas y eché mi cabeza hacia atrás
sacando pecho y poniéndoselas en la cara. Pensé en quitarme la tanga y
enseñarle mi coño depilado, pero decidí que era mejor que lo viese en
persona.

Saqué la tarjeta de memoria de la cámara, la metí en el ordenador y fui


desechando las fotos que no me gustaron. Finalmente cree el nuevo álbum con
6 fotos bien calientes. Había tardado 30 media hora en hacérmelas, me
disculpé y me dijo que no me preocupara que iba a merecer la pena el haber
esperado. Le di acceso al álbum y esperé.

Pasaron casi diez minutos. Temí que yo solo hubiera sido su


ciberdiversion, su ciberputa por una noche. Me fumé dos cigarros
consecutivos y le escribí cuatro veces preguntando qué le habían parecido.
Estaba histérica. Si se hubiera desconectado me hubiera hundido en la mierda y
posiblemente al día siguiente hubiera acabado follándome al primer gilipollas
o a mi ex. Pero su respuesta llegó y fue igual de ilusionante que su primer
saludo.

“¿Cuándo quedamos?”

Habían pasado tres semanas desde que nos conocimos en ese chat justo
en el momento en que yo llamaba a la puerta de una de las suites presidenciales
del Hotel Eurobuilding de Madrid. No habíamos hablado más por Internet. Nos
intercambiamos los teléfonos y hablamos solo un par de veces. Una para ver si
íbamos en serio y la otra para concertar la cita. Aprovechamos un fin de
semana que hubo puente. El jueves por la tarde su mujer y sus hijos pusieron
rumbo a la sierra a un chalet que había alquilado y que más tarde compraría. Él
se quedaría en Madrid trabajando. Y era verdad, ya que al trabajar para un
empresa anglosajona se regían por el calendario laboral del propio país. A si
que el trabajaría el Jueves y Viernes pero el Viernes solo iría por la mañana a
fichar y luego volvería a la suite en donde me habría dejado tras pasar la
noche conmigo. Ventajas de ser jefe.
Mientras esperaba a que él me abriera dejé la pequeña bolsa de viaje en
el suelo, en la que había metido lo necesario; cepillo de dientes, de pelo,
colonia, algo de ropa, el portátil, lencería, anticonceptivas, lubricante, un
consolador y mi cámara de fotos.

Llevaba puesto un vestido rosa muy ajustado, en el que todo mi cuerpo


quedaba bien marcado. Debajo, llevaba el mismo sujetador y tanga que el de
las fotos.

Estaba nerviosa, muy nerviosa. Quizá era un error el venir al hotel


directamente sin habernos conocido antes, quizá esa química surgida se
evaporara al conocernos físicamente. Quizá no abra la puerta, quizá se
arrepienta a ultimísima hora....

No hubo tiempo para más quizás. La puerta se abrió y ahí estaba él. Uno
de los rizos de su corto pelo le caía tontamente sobre la frente y sus ojos
verdes me miraban tímidos mientras sujetaba la puerta. Vestía traje y se había
quitado la corbata. Nos quedamos mirando unos segundos sin saber qué decir
o cómo actuar hasta que cogí mi bolsa, me acerqué a él y le di un tímido pico
mientras entraba en la habitación.

Recorrí el pequeño pasillo moviendo mis caderas, segura de que él ya


me comía con la mirada. Dejé la pequeña maleta sobre una silla y me ofreció a
sentarme con él en una mesa junto a la ventana en la que se enfriaba una botella
de champan francés. Abrió la botella, me sirvió una copa y brindamos por los
dos mirándonos cálidamente a los ojos. Hablamos y reímos relajándonos y
bebiéndonos la botella entera. Puso a enfriar la segunda botella nos levantamos
y brindamos de nuevo.

Bebí y dejé la copa en la mesa. Me acerqué a él, le rodeé el cuello con


mis brazos y bailamos una música que no sonaba por ningún lugar. Sus manos
se posaron en mis caderas bamboleantes, me acerqué a sus labios y se los besé.
Nuestras lenguas se encontraron y exploraron nuestras juguetonas bocas. Me
di la vuelta y bailé pegándole el culo a su paquete. Esta vez sus manos
ascendían por mi vestido agarrándome los pechos, mientras yo con la cabeza
girada suspiré junto a sus labios. Me volví a dar la vuelta y le agarré la cara
mientras le besaba. Una de mis manos desabrochaba los botones de su camisa
mientras la otra le agarraba y manoseaba el paquete. Él agarro mi culo con
fuerza y me levantó el vestido. Con sus dedos apartó hacia un lado la tanga y
empezó a rozar mi coño con las yemas de sus dedos. Nos besábamos
apasionadamente e intentamos desnudarnos a la vez. Me apartó de él y se quitó
la camisa. Su pecho era ancho y depilado. Era verdad lo del gimnasio y la
piscina porque marcaba abdominales a sus cuarenta. Le acaricié ese fuerte
pecho mientras me levantaba con los brazos y me acercaba a la cama donde
me tiró.

Metió sus manos entre mis piernas y me bajó la tanga.

“En las fotos no pude verlo, ahora no lo olvidaré” me dijo, mientras


metía la cabeza dentro de mi vestido.

Mi vulva chorreaba pasión cuando me la abrió con sus dedos. Metió la


lengua y luego la boca. Subió, bajó, giró y creo que escribió su nombre con la
lengua mientras yo me retorcía intentando llegar con mis manos a su cabeza.
Gemí y chillé intentando sacarme el sujetador porque sentía ahogarme con el
calor que me provocaba su lengua. Jugó con mi clítoris y metió y sacó sin
parar sus dedos de mi coño. Se puso mis piernas sobre sus hombros cuando
empezó de nuevo a jugar con su lengua. Me agarré fuerte a las sabanas
mientras gemía y miraba al techo casi mareada entre la mezcla de alcohol y
lujuria. Bordeó mi ano con uno de sus dedos mientras me besaba el clítoris y
cuando me lo introdujo dentro fue cuando me corrí. Mis piernas temblaron y
su boca se llenó de mi placer. Jadeé lentamente hasta que él paró. Salió de
debajo del vestido me lo subió y me lo quitó. Yo aún seguía tumbada cuando
me quitó el sujetador y empezó a lamer mis pechos. Ahora si pude agarrar su
espalda y recibir el orgasmo lentamente. Aún no podía reaccionar, estaba
exhausta y permanecía tumbada con los ojos mirando hacia el techo. Escuché
como se desabrochaba el pantalón. Como lo tiraba lejos de la cama y como se
deshizo de los bóxer. Levanté la cabeza y le vi de rodillas sobre la cama, con
su polla totalmente erecta apuntando hacia mí.

Se me acercó arrodillado con la polla entre una de sus manos. Se colocó


junto a mi cabeza. Tenía su polla a escasos centímetros de mis labios. Estiré mi
mano y se la agarré. Pude notar cómo le palpitaba la sangre bajo sus venas.
Estaba durísima y caliente. Calculé unos 20cm, él me corrigió y me dijo que
eran 21. Reímos un poco. Era magnifica. Empecé a pajeársela mientras su
mano volvía a mi coño.
Movía mis caderas empujando mi coño a sus dedos cuando giré mi
cabeza y su capullo quedó encima de mis labios. Empecé a besársela y a
mojársela con mi lengua. La deslizaba desde la punta hasta la base. De arriba a
abajo y de abajo a arriba sin parar de pajearle. Me detuve en el capullo,
tragándome sus líquidos y haciendo círculos con mi lengua. Empujé con mi
mano hacia abajo y su polla entró en mi boca.

Empecé a chupar el capullo lentamente, notándolo poderoso en mi


húmeda boca. El gimió.

“¿Lo deseabas verdad?” le dije.

Una de mis manos subió por sus abdominales y la otra permaneció en


mi coño, junto a la de él. Poco a poco su polla fue entrando más y más en mi
boca. Él empujaba a la misma velocidad que yo chupaba. Giraba mi cabeza
empapándosela bien, tragándome sus líquidos, notando su calor, su presión...
Yo tenía los ojos cerrados, respiraba fuerte por la nariz concentrada, muy
excitada cuando de pronto algo se iluminó. Un flash saltó. Cuando abrí los
ojos le vi con la cámara de fotos en la mano.

“¿Qué coño haces?” le dije.

“Inmortalizar el momento. Tú te hiciste fotos para mi ahora te las hago


yo a ti.” me contestó.

“¿Y si las ve tu mujer?” le pregunté.

“Mi mujer nunca las verá, porque son para ti contestó.”

Un estallido ocurrió dentro de mí, me corrí en ese momento. La idea de


tener fotos con él follando hizo que me excitara de tal manera que acabé
corriéndome. Estaba tan excitada que le tumbé en la cama y seguí
mamándosela sin parar, rápido, solo con mi boca. Le escuchaba gemir, se
retorcía, su polla entraba ardiendo en mi boca una y otra vez. “Me cooorr…!!”
fue la última cosa que escuché antes de que mi boca y garganta se llenaran con
su leche. Me llenó la boca, se me escapaba por los labios y tragué algo de su
semen. Seguí chupando hasta dejarle limpio. Me levanté, me fui al baño y me
limpié con una toalla. Enseguida la toalla acabó empapada y me agaché para
coger una de debajo. Fue ahí cuando sentí su mano en mi culo.
“No te vayas tan rápido, aún no hemos terminado” dijo.

Me dio la vuelta y me besó. Me levantó y me puso sobre el lavabo


pegada al gran espejo que tenía el baño. Tenía la cámara en la mano y me iba
haciendo fotos. Su polla aún estaba dura tras correrse en mi boca. Me abrió de
piernas, se las puso en sus hombros y me la metió. Creo que mis gemidos
llegaron hasta la recepción. Empezó empujando fuerte, moviéndose bien a un
lado y a otro. A veces me acercaba a él y le besaba mientras seguía haciendo
fotos a su polla entrando en mi coño y a mis caras de placer. Yo no podía
moverme bien porque estaba sentada y le pedí ir a la cama para estar mejor,
pero él se negó. El polvo estaba siendo espectacular.

De vez en cuando se acercaba a lamerme los pezones y a meterme un


dedo en la boca. Yo se lo chupaba al igual que su polla y se lo mordía
sonriendo. Al cierto tiempo paró, me hizo bajar, me dio la vuelta y me separó
las piernas y me la metió de nuevo. Ahora si podía moverme mejor y empecé a
empujar con mi culo hacia su polla bien rápido y duro. Escuchaba el clic de la
cámara de vez en cuando y eso hacía que me empapara bien. Se acercó a mí y
me susurró cosas al oído, me agarraba del pelo y de las tetas. Cogió mi pierna
izquierda y me la colocó encima del lavabo para sujetarme mejor. Ahí es
cuando empezó a empujar muy fuerte, me hacía daño en la rodilla pero no
podía parar de gemir y gritar. De pronto noté que me había metido un dedo en
el culo sin avisar. Estaban claras sus intenciones. Yo no era virgen de culo,
pero tampoco estaba muy experimentada.

Él seguía empujando y excitándome el ano. Yo no podía parar de gritar,


me sujetaba con una mano al cristal y la otra la tenía en mi pecho derecho. De
pronto paró y noté la fuerza de su polla en mi ano. Le dije que fuéramos a la
habitación, a la cama, pero no me hizo caso.

Empezó a meterme su capullo y me empezó a doler ligeramente. Y


empujó y me la metió prácticamente entera en el culo. Ahora si que estaba
convencida de que mi grito se escuchó incluso en el parking. Mi cabeza chocó
contra el cristal. Creí que me iba a desmayar. Pero lo que ocurrió fue que me
corrí. Jamás pensé que podría correrme sin tener una polla dentro de mi coño,
pero así fue. Me preguntó si me dolía, pero en realidad no me dolía. Me dolió
al principio nada más. Se acercó a mi, me susurró al oído y me besó antes de
comenzar a follarme el culo. Lo hacía mas lento. Yo me moví con él despacio,
a su ritmo. Luego empezó a darme fuerte. Me agarraba del pelo y me
empujaba hacia él. Yo movía mi culo a los lados.

Paraba y solo me movía yo. Me paraba y solo se movía él. Hubo un


momento que paré y pude apartarme de él. Me arrodillé y empecé a mamársela
otra vez para humedecerle. Me agarró del pelo y me folló la boca lentamente.
Me levantó y otra vez me la metió mientras me agarraba del culo. Yo no podía
ir más rápido, pero él seguía empujando y empujando. No parecía cansarse.
Paró de nuevo y me dio la vuelta otra vez cara a cara. Me pasó la polla por el
coño pero la metió en el culo mirándome a los ojos. Mis manos estaban por
detrás de mi cabeza sujetando el cristal. Me corría de nuevo y le salpicaba. Me
metía los dedos en el coño y la polla en el culo. No podía parar de sudar.

Mi garganta estaba seca. Me estaba quedando afónica de chillar y gemir.


Volvió a parar. Me arrodilló. Saqué la legua y me la golpeó con su polla. Puse
mis manos en su culo y me la comí hasta la base. Ya no tenía la garganta seca.
Mis babas caían al suelo. Él se retorcía...

Me levanté y me coloqué abierta con la pierna sobre el lavabo. Me la


metió otra vez, esta vez más lento. Muy lento... los dos nos movimos. Sabía que
estaba a punto de correrse y que quería disfrutar un poco más. Me dio un par
de azotes, él estaba muy rojo del esfuerzo, a mi me faltaba el aire pero no
quería que ese momento acabase. Me dijo que se iba a correr que no aguantaba
más. Estiré mi brazo, le agarré y le acerqué a mí. No quería que saliera de mí.
Le pedí que se corriera dentro de mi culo. Empujó más fuerte, gimió, gemí y
me llenó con su leche.

Cuando me la sacó más de su leche corrió entre mis muslos. No me


quedaban fuerzas y me sujeté a él. Nos tiramos sobre el suelo del baño
agotados.

Permanecimos ahí tirados unos diez minutos hasta que se levantó y me


llevó en brazos a la cama. Dormimos unas tres horas y follamos todas las
siguientes. Cuando volví a despertar estaba sola. Había una nota sobre la
mesilla. Se había ido a fichar al trabajo, volvería en dos horas. Me dijo que
pidiera lo que quisiera del servicio de habitaciones y así lo hice. Me tomé un
buen desayuno, me di una buena ducha y pedí que nos cambiaran las sabanas.

Aproveché para echar un vistazo a las fotos de la cámara. Y ahí estaba


yo, con su polla en mi boca llena de leche, en el baño mirando a la cámara
mientras me follaba y ahí estaba mi culo con su polla dentro. Aproveché para
borrar las que estaban movidas o no se veían bien. Decidí desnudarme entera y
tumbarme en el sillón de la suite a esperarle. Por fin abrió la puerta. Llevaba
dos botellas de champan. Me buscó por la habitación. Me vio tumbada desnuda.
Se desnudó. Se acercó. Me besó.

“Traigo estas dos botellas y una nueva tarjeta de memoria”, dijo.

Como podréis imaginar nos pasamos todo el puente follando por toda la
suite. Haciéndonos fotos y grabándonos en vídeo. Bebimos y nos
emborrachamos. También comimos como reyes. Vimos películas e incluso
nos echamos la siesta unas cuantas veces. Jamás nadie me ha hecho sentirme
así. Nadie. Y no creo que nadie lo haga nunca.

Cada vez que hay un puente o algún día de fiesta nos vemos en la misma
suite y ampliamos nuestro álbum fotográfico. ¿Sabes cuántas fiestas hay en un
año?
Paréntesis: Deseo prohibido
Sólo faltaban veinte minutos para salir del trabajo. Diez minutos después
entré en el baño de chicas, retoqué mi maquillaje, me recoloqué la ropa y volví
a mi mesa a esperar la hora.
Salí de allí corriendo, cogí un taxi y bajé unos metros antes de llegar a la
cafetería.
Quería saborear la anticipación del mejor momento del mes, por fin iba
a verle, por fin iba a ser de nuevo completamente suya.
Entré en la cafetería y le vi en la barra, me intuyó y se giró.
—Hola preciosa —saludó, besando mis mejillas.
Sus labios rozaron las comisuras de mis labios un par de segundos y eso
bastó para que mi cuerpo se pusiera alerta ante el calor que me generaba su
cercanía.
—Me muero de hambre —dijo—, he pedido una botana.
Froté un poco mis manos. —Bien, no hay prisa.
—Si la hay preciosa —sonrió, dijo rozando con un dedo mi mano—,
créeme que si la hay.
Deseé que se engullera esa botana, pero me limité a mirar como comía.
Lo hacía como todo lo demás: concienzudamente y terriblemente despacio, tal
como recorría sus manos por mi cuerpo.
Hacía ya dos años que le vi por primera vez en esa misma cafetería.
Debía recogerle y entretenerle un par de horas. Charlamos de cosas triviales,
hasta que recibí una llamada que alteró todos los planes y nos vimos abocados
a pasar el resto de la tarde y la noche juntos. Paseamos un rato y luego fuimos
a cenar.
—Ya has cumplido, puedes llevarme al hotel, no quiero molestar.
—Es muy pronto, no te preocupes.
No quería que acabara.
Fuimos a una terraza y seguimos charlando un par de horas más.
Después le acompañé al hotel. Aparqué en la esquina y bajé a despedirme.
—Gracias, ha sido un placer —dijo, solicito.
—De nada —le dije, acercándole la cara.
Besó mis mejillas como acababa de hacer y sentí exactamente lo mismo.
Nos miramos con intensidad y dijo:
—Sube conmigo.
Mis manos temblaron.
—No debería —contesté, asustada por las sensaciones que recorrieron
mi cuerpo.
—No, no deberías subir, ni yo debería pedírtelo.
Se dio la vuelta y empezó a alejarse, entré en el coche y agarré el volante
mientras aún le veía; entonces se paró, se giró y me miró antes de seguir
andando.
Puse el coche en marcha, di la vuelta a la esquina y aparqué en un hueco,
cerré el coche e hice una llamada antes de entrar en el hotel. Pasé por la
recepción y cogí el ascensor. En la cena había comentado la vista desde su
habitación y había dicho el número.
Me frené unos segundos ante su puerta, pero finalmente toqué
presionando con decisión mis nudillos. Un minuto después la puerta se abrió y
su mirada de sorpresa recorrió mi cuerpo antes de meterme dentro.
—¿En qué piensas?
—En el día que te conocí.
Él sonrió y masticó el último bocado mientras pagaba la cuenta. Yo me
terminé mi bebida y el la suya.
—Vamos, preciosa.
Le seguí a la calle y empezamos a andar, iba a su lado, a su paso.
—¿Quieres ir a alguna parte?
—Sí, a tu hotel.
—Vaya, tú sí que sabes.
Desde el primer día tuvimos claro que lo que nos unía era el sexo,
perfecto, inigualable, pero sólo sexo y como tal lo afrontábamos sin esconder
nada.
Llegamos al hotel y él, caballero como es, saludó al encargado de la
recepción, yo seguí a su lado. Esperamos en el ascensor y ni siquiera en la
soledad del pequeño habitáculo se acercó. Y todo mi cuerpo anhelaba que lo
hiciera.
Anduve tras él por el largo pasillo enmoquetado, todo en él me parecía
erótico y morboso. Su manera pausada de andar con tranquilidad, sin prisas,
con la sensación de estar en todo momento donde quería estar. Miré sus manos
que abrían la puerta, grandes, ágiles y las recordé recorriendo mi piel.
—Pasa —dijo, haciéndose a un lado.
Entré en la oscura habitación solo iluminada por una lámpara en una
mesilla a un lado de la cama.
—Aún no he sacado nada de la maleta —contó, acercándose
peligrosamente y encogiendo un poco sus hombros—, llegué tarde y quería
estar allí cuando llegaras. Ya no aguantaba un minuto más sin verte.
Pasó dos dedos por mis labios, presionó y fue bajando hasta pasarlos
por mis pezones que como teniendo vida propia se endurecieron al instante.
—Me encanta cómo reacciona tu cuerpo, su predisposición... ¿es siempre
igual? —preguntó, respirando fuerte.
Mis palabras salieron fácil. —Sabes que siempre me excitan tus caricias.
Me miró sonriendo, siendo consciente que no había respondido a lo que
me pedía.
Sus manos bajaron al borde de mi camiseta y levantándola la sacó por
mi cabeza y la tiró junto a su ropa, después hizo lo mismo con mi sujetador.
Cogió un pecho en cada mano y los amasó mientras las puntas de sus
dedos friccionaban mis durísimos pezones.
—Como echaba de menos esto —dijo, suspirando.
Moví mis caderas pegándolas más a su cuerpo y noté su erección rozar
mis caderas.
—¿Te gusta saber cómo me pones verdad, nena? —preguntó, al darse
cuenta que me frotaba a propósito.
—Sí, me encanta —dije, con la respiración acelerada.
—Pues tócala, preciosa.
No me hice de rogar, desabroché el pantalón y lo bajé a medio muslo.
Liberé su polla y empecé a meneársela despacio. Noté la humedad en mi mano
y quise saborearla.
Poniéndome de cuclillas me acerqué, saqué la lengua y la pasé por la
punta. Me encanta su sabor salado, soy adicta a su semen.
—Nena, ahora no puedo controlar esto y luchar contra tu lengua —dijo,
ayudándome a levantar.
Desabrochó mi pantalón, pero en lugar de quitármelo metió su mano
dentro y sus dedos recorrieron mi vulva ya húmeda.
—Siempre estás tan caliente y mojada, eres un cielo.
Se arrodilló ante mí y agarrando mis vaqueros y mis braguitas fue
arrastrándolos por mis muslos, mientras besó cada porción de piel que
apareció ante su vista.
Le ayudé a deshacerse de mis vaqueros y descorrió el camino de nuevo
sobre mi piel caliente hasta llegar al final de mis muslos.
—Separa las piernas.
Lo hice y sentí sus dedos abriendo mi sexo, para de esta manera
facilitarle la tarea a su lengua que, consecuente, recorrió toda mi vulva.
—Eres tan buena. Sueño con esto a diario.
Succionó con fuerza mi clítoris apretando con sus manos mi culo para
guiarlo hacia su cara. No llegaba bien a cada rincón, la postura no era la ideal,
pero ver a ese grandullón de rodillas intentando lamer mi coño me estaba
matando de morbo y placer.
Le agarré de los pelos y tiré levemente. Sentí de nuevo la succión y mi
cuerpo tembló tal como si estuviese al borde de un precipicio.
—Separa bien las piernas, pero no te tumbes… quiero que mires —dijo
sentándome en la cama.
Hice lo que me pidió, separé las piernas y él, colándose entre mis
muslos, dispuso de mi vulva a placer. Lamió cada rincón de esta mientras yo le
miraba jadeando extasiada, hasta que el orgasmo me partió en dos y agarrada a
su pelo me corrí en su boca.
No paró hasta que aflojó mi orgasmo, se puso en pie, se bajó el pantalón
a mitad de los muslos y, arrodillándose en la cama entre mis piernas, tiró de
mí para ensartarme en su polla con desesperación.
Ambos gritamos al acoplarnos, su cinturón rozaba mis muslos por
detrás, el pantalón frotaba mi culo y yo subía las caderas para que me
penetrara más profundamente.
Jamás había sentido lo que siento y me deleito cuando él me penetra. Es
como si su polla se fundiera con mi sexo que lo aprieta y esquilma como un
guante hecho a medida.
Los dos nos movimos al unísono, el me agarró de la cintura y me movió
como una muñeca de trapo.
—Qué diferencia de tenerte solo en sueños a esto, que es deliciosamente
enloquecedor.
La intensidad de sus palabras me dio alas.
No podía hablar solo podía mirarle y dejar que mi cuerpo sintiera mil
sensaciones deliciosas al follarme como si no hubiera mañana.
Soltó mi cintura y separando más mis piernas agarró mi clítoris entre
dos dedos y, empujando muy adentro, empezó a mover los dedos al mismo
ritmo de su penetración y no lo soporte más, me corrí apretando su polla
fuertemente con los músculos de mi vagina.
—Nena, no puedo más —siseo—, si no dejas de hacer eso me correré.
—Hazlo, quiero tu semen —dije, posesa.
Y me lo dio, sentí su rigidez y después el calor de su semen inundando
mi vagina. Mi orgasmo parecía no tener fin, mezclándose con el suyo.
Media hora después nadie que nos viera andar entre la gente, el uno al
lado del otro, podría imaginar lo que sucede entre nosotros al estar solos.
Cenamos en un coqueto y pequeño restaurante al que ya habíamos ido
semanas antes. Llenamos los silencios con palabras que más tarde no
recordaríamos, porque los dos soñábamos con volver a esa habitación y
volver a disfrutar de nuestros cuerpos poniéndolos al límite. Porque ambos
sabíamos que lo de antes solo había sido el aperitivo, un desahogo necesario
para poder explorar más relajadamente el resto.
—¿Quieres postre? —pregunté.
—No, solo deseo volver a tenerte desnuda para mí.
Salimos del restaurante y volvimos andando al hotel.
—¿Por qué me miras así? —pregunté, al ver que me miraba con un dejo
de devoción.
—Pensaba en que eres una mujer amena e inteligente cuando estamos
rodeados de más personas. Me das lo que cualquier hombre desearía, me
entregas tu cuerpo sin compromisos, sin hacer preguntas, solo para el disfrute
de ambos.
—Gracias —sonreí, halagada de que me sintiera suya y entramos al
hotel.
Subimos en el ascensor y él seguía mirándome.
Al llegar a la habitación abrió la puerta y entramos.
Me agarró por detrás de la cintura y me hizo andar hacia las cortinas que
daban al balcón. Al llegar vi unas tiras que colgaban a cada lado de la barra.
De nuevo me sacó la camiseta y el sujetador, luego me hizo dar otro
paso y mi cara rozó las finas cortinas, entonces el levantó uno de mis brazos y
ató mi muñeca al extremo de la cinta besando mi piel mientras lo hacía, luego
hizo lo mismo con el otro.
Después se retiró, abrió un poco la puerta ante las cortinas y estas se
movieron, sentí la tela rozar mis pezones y una corriente eléctrica me atravesó
cuando la tela se meció suavemente rozando todo mi cuerpo, envolviéndome
mientras él, detrás de mí, besaba mi nuca y bajaba por mi columna lamiendo
mi espalda. Era una sensación impresionante. Por detrás sentí el calor y la
humedad de su lengua mientras la tela acariciaba mis pezones, mi vientre, mi
sexo y mis muslos.
Él siguió bajando y lamió mi culo, bajó por la parte de atrás de mis
muslos y mis pantorrillas para volver a subir hasta mi culo, ahí separó mis
nalgas y lamió mi vulva.
Con las manos atadas apenas podía moverme pero pude subir un poco el
trasero. Él incrementó sus lamidas en mis glúteos alternándolas con
mordiscos, clavando un poco sus dientes antes de volver a lamer.
Estaba perdiendo la cordura con la mezcla de sensaciones y mi cuerpo
vibró con tanto placer.
No sé en qué momento se desnudó, pero a continuación su polla, de
nuevo húmeda, rozó mis caderas mientras sus manos presionaron mis pechos
amasándolos, la dureza de estas en torno a mi carne trémula crecían en
intensidad a cada momento. Sentí frotar mis pezones con la tela de las cortinas.
—Ya que tu cuerpo es lo único que tengo, lo quiero todo.
—Es todo tuyo —dije, apenas sin aliento.
Sus manos dejaron mis pechos para bajar entre mis piernas y
acariciaron mi sexo, con una separaba mis labios mientras dos dedos de la otra
buscaron mi entrada paseándose por mi hendidura.
Me penetró con dos dedos y gemí cuando los empujó con fuerza,
entrando y saliendo mientras yo movía las caderas.
Me llevó de nuevo al borde del éxtasis y luego los sacó.
—No pares —supliqué, al borde del orgasmo.
—Tu cuerpo y tus orgasmos ahora me pertenecen y yo decido cuando
puedes correrte.
—Por favor —supliqué, sintiendo escalofríos.
Volvió a meterlos hasta el fondo y bramé por la sorpresa, los movió en
mi interior mientras jadeaba de nuevo a punto de explosionar, y al notarlo de
nuevo paró.
Temblaba por las sensaciones y por la frustración. Intenté soltar mis
manos, furiosa.
—Estate quieta o tirarás las cortinas —dijo, con voz seria, regañándome.
Cuando me quedé quieta, se puso a mi lado y de nuevo me penetró con
dos dedos, mientras me daba una palmada fuerte en el culo que me pilló por
sorpresa. Me eché hacia adelante y volvió a darme otro cachete, este aún más
fuerte.
—Te he dicho que te estés quieta —dijo, moviendo sus dedos.
Me ardía el culo por sus azotes, pero sus dedos dentro de mi sexo hacían
que deseara más rojos los cachetes mientras no dejara de hacer eso. La mezcla
de sensaciones me hacía llorar de placer. Mientras, una ráfaga de aire lió los
bajos de las cortinas haciéndolos acariciar mis piernas. Sentía las cosquillas,
los azotes, sus dedos...
La mano que me azotaba bajó por mi culo y dos dedos más se unieron a
los que ya entraban y salían de mi sexo.
—Estás muy húmeda.
Sacó los dos dedos que venían por detrás y con estos empapados apuntó
con uno en mi esfínter. Empujó un poco y metió la mitad. Me escocía a rabiar,
pero no podía dejar de jadear, no podía dejar de disfrutar de esa doble
penetración.
Una me bajaba al infierno y la otra me llevaba al cielo. De repente las
dos estallaron y me corrí como una posesa, él no dejó de mover sus dedos
dentro de mi cuerpo que estaba al borde del desmayo.
Acercó su maleta y puso uno de mis pies sobre ella abriéndome más, dos
de sus dedos seguían en mi culo que ya se había adaptado a esa intromisión. Se
agarró la polla y de un solo golpe dobló las rodillas y me penetró.
Seguía con las muñecas atadas y esa inmovilidad me dio más morbo,
mientras él, agarrado con una mano a mi cintura embistió una y mil veces
penetrándome con dureza en lo que uno de sus dedos se movía con furia
dilatando mi orificio.
—¿Te gusta que te folle así?
—Mucho —dije, notando como mi cuerpo volvía a responder tras el
orgasmo.
De nuevo me llevo al límite. Sin embargo, justo cuando empezaba sacó
su polla.
—Por favor fóllame —le imploré, sollozando.
Agarró la punta de su falo y sacando el dedo hizo fuerza con su glande
intentando vencer la elasticidad de ese lugar inexplorado.
Empujó un poco más y más, consiguiendo que más de la mitad de esa
dura barra de carne me abriera.
—Que estrecha estás, ¿es la primera vez? —preguntó, jadeando.
—Sí.
De nuevo las cortinas resbalaron por mi torso. Al mismo tiempo él me
agarró de la cintura y con un fuerte bramido me la metió hasta el fondo, se
quedó quieto y abrazando mi cuerpo empezó a moverse, salió un poco y entró
varias veces.
Fui relajándome y a pesar del escozor disfrutaba de esa penetración.
Bajó las manos de mi cintura y, como antes, con una separó mis labios y con la
otra rozó mi sexo. Alcanzó el botón y lo friccionó moviéndose más deprisa,
más adentro empujándome, aplastándome a cada empellón hasta que estallé. Él
no paró y, gritando, se vació por primera vez en mi culo.
Sin salir desató mis muñecas y me apoyé a la cristalera para no caer, él
volvió a abrazarme fuerte, mientras con placer me percaté de su agitada
respiración.
—Ha sido un auténtico deleite —dijo—, siento si he sido un poco rudo,
no sé qué me ha pasado, necesitaba poseerte completamente.
—Me gustó —dije, con un hilo de voz mientras él salía lentamente de mi
interior.
Caímos rendidos en la cama y me quedé profundamente dormida hasta
que desperté a la mañana siguiente sola.
Le oí dándose una ducha y me levanté sonriendo para ir a unirme con él.
—Buenos días, preciosa —dijo, bajo el chorro del agua.
—Buenos días, Pierre.
Él, abriendo la cortina, me invito a entrar y me uní a él.
—Mira lo que haces conmigo, ni yo mismo —dijo, llevando mi mano a
su sexo.
Le besé agarrando su sexo y empecé a moverlo mientras él
mordisqueaba mis pechos y mis pezones con avidez.
Salimos calientes de la ducha y me subió al lavabo, separó mis piernas y
lamió mi sexo todavía irritado por tanto sexo; succionó mi botoncito en pie de
guerra y volvió aponerme a cien.
Se sentó en el baño y subí clavándome en su polla, que él agarraba por la
base.
Esta vez fui yo quien llevé el ritmo de la penetración, quien eligió cómo
y cuándo mover las caderas, mientras su boca jugaba con mis pechos mientras
sus manos, me aguantaban por el culo.
Mordisqueó mis pezones y tiró de ellos. Me agarré a su cuello y moví
mis caderas hasta correrme.
Descabalgué de mi montura y poniéndome de rodillas llevé su polla a mi
boca; me encanta lamer su polla y sentir en ella mi sabor, mezclado con el
suyo.
Dejé que esta llenara mi boca hasta mi garganta y volví atrás para
succionar el glande mientras apretaba su base con fuerza y hacía ruidos en
cada succión.
—Preciosa… mi amor —dijo, jadeando.
—Separa más las piernas.
Él lo hizo y yo lamí sus testículos moviéndolos con mi lengua. Él movió
las caderas facilitándome la tarea. Alentada por sus jadeos, seguí lamiendo sus
huevos y bajé a lamer su agujerito. El soltó un bramido de sorpresa y seguí
arrancando jadeos de su boca cada vez que pasaba mi lengua por su orificio.
—Nena, criatura —bramó, entre gemidos cada vez más recurrentes.
Cuando noté que no podía más agarré con una mano sus testículos y los
masajeé; subí de nuevo a su glande y lamí las gotas del semen que emanaba,
succioné con fuerza y solté la presión. Él con un alarido se corrió en mi boca.
Lamí su polla y tragué todo el semen mientras me miraba con agradecimiento,
relajado y aún con la respiración entrecortada.
Me levanté y salí del baño contoneando las caderas, me tiré a la cama y
un momento después él se tumbó a mi lado.
—¿En qué piensas? —preguntó.
—En que te has corrido en mi vagina, en mi culo y en mi boca —le dije,
riendo.
—¿Y tú en que piensas?
—En que eres mi más maravillosa locura.
Nos besamos ya completamente saciados, nos vestirnos y volvimos a
besarnos antes de salir de la habitación. Eché un vistazo a la cama revuelta y
cerré la puerta, de nuevo andando a su lado.
Desayunamos juntos en la cafería de siempre, salimos de allí, paró un
taxi y me alejé de él con pesar de ambos.
El taxi me llevó a mi casa, saqué la llave del bolso, abrí, entré y fui a
darme otra ducha. Al terminar me puse ropa limpia y entretanto escuché la
puerta.
Bajé la escalera para enfrentarme de nuevo a mi vida, a mi gran mentira.
—Hola, Serge —saludé, con un afectuoso beso a mi esposo.
—Hola, cariño, mi vuelo ha llegado con retraso —dijo, yendo a su
despacho a dejar el maletín.
Sonó el timbre e hice mi camino de vuelta a la puerta.
—Debe ser mi padre, él también llegaba hoy —dijo Serge, desde el
despacho.
Le escuché mientras miraba al hombre ante mi puerta.
—Hola, Robert —saludé a mi suegro.
—Hola —dijo mi amante.
—Me doy una ducha y estoy con vosotros —dijo mi esposo, saliendo a
saludar a su padre.
Fui a la cocina dejándole en el salón, allí recordé como el primer día mi
aún novio me pidió que recogiera a su padre y lo entretuviera un par de horas.
Llegué a esa cafetería sin saber que no solo iba a conocer a mi suegro sino al
hombre que iba a cambiar mi vida.
Al momento vino a la cocina. Nos miramos intensamente como pasaba
siempre que estábamos solos, sin máscaras, sin poder olvidar como vibraban
nuestros cuerpos al estar desnudos y juntos.
Allí de pie ante él recordé sus manos, sus labios, su lengua y su aliento
excitándome.
—Deja de recordar lo sucedido o no seré capaz de obviar que me muero
por pedirte que dejes a mi propio hijo. Porque cada vez que estoy contigo o te
recuerdo, a pesar de sentirme mala persona, no puedo evitar desear que seas
solo mía.
—¿Sabes que no podría decirte que no a nada verdad? Solo tú puedes
mantenerme aquí, a su lado y lejos del tuyo —le dije, dejándole claro que le
pertenecía por completo.
—No puedo ni quiero pedirte eso, por ello me estoy planteando el venir
a vivir más cerca.
—¿De verdad? —dije, feliz.
—Sí, no puedo pasar tanto tiempo teniéndote solo en sueños… quiero
poder follarte más.
Sonreímos como tontos mientras bajaba Serge.
—¿Buenas noticias? —preguntó al vernos.
—Si —dije—, tu padre por fin ha decidido dejar de vivir tan lejos.
Un mes después me estiro en una cama a dos minutos de mi trabajo, con
el cuerpo dolorido y completamente saciado, mientras mi suegro jadea a mi
lado.
Mía
El gris de la mañana no apagó en nada el rojo que encendía su sed de
carne desde hacía tiempo; ese tiempo cómplice de juegos verbales, juegos
carnales, juegos…prohibidos.
Al verlo traspasar la puerta de cristales, yendo al encuentro de su
mirada, se estremeció levemente. Es mucho más atractivo de lo que parecía,
pensó, mientras él se acercaba con paso decidido y una gran sonrisa.
—¿Sabes?, pase lo que pase después, habrá sido un placer haberte
conocido—dijo, dándole dos besos.
—Y habrá sido un placer compartido —dijo ella, besándolo a su vez.
—¿Desayunamos? —propuso él—. Vengo desmayado y así malamente
voy a dar la talla —añadió, sin parar de reír.
—No te apures, si con poco voy.
Reían como ríen los amigos chicos cuando hacen alguna travesura, no
los pillan y la recuerdan cuando vuelven a juntarse.
—Un café rápido y te llevo —dijo ella.
Así, una mesa, dos cafés y a seguir una charla como viejos conocidos.
—¿A qué hora es tu reunión? —preguntó ella, pidiendo al mesero un
vaso con agua.
—En realidad…., no hay tal reunión, estoy aquí por y para ti.
Ella sintió como sus piernas temblaron y el color rojo subió a sus
mejillas.
—Te estás ruborizando —observó él, acariciando las mejillas de ella—,
por lo que te agradecería decirme si el calor que sube a tus mejillas llega a
otras zonas de tu cuerpo.
—Miénteme y dime que deseas comprobarlo.
—Te mentiré diciendo que no lo deseo y meteré mi mano bajo tu vestido
para demostrarte que lo deseo.
Aún no había terminado de decirlo y ya su mano buscaba bajo el
vestido; aún no había terminado y ya el cuerpo de ella se tensaba como arpa
que espera la caricia de unos dedos.
Instintivamente, al sentir la presión de la mano de él en su sexo, cruzó
las piernas para no dejarla escapar.
—Bésame —pidió.
El encuentro de sus bocas fue rápido; como rápida fue la mano de
ella llegando a su entrepierna para comprobar la dureza de su sexo e intentaba
bajar la cremallera de su pantalón cuando él le dijo:
—Vámonos o no seré dueño de mis actos.
Su hotel estaba cerca del mismo aeropuerto, por lo que tras confirmar la
reserva y recoger la llave, se dirigieron al ascensor. Al cerrarse las puertas,
sus cuerpos chocaron cual romper de olas contra los acantilados, con
violencia. Se devoraron con sus manos desesperadas, vertiginosas, apartando
la ropa y buscando la carne tanto tiempo deseada. Y la carne se hizo verbo y el
verbo fue lujuria…
—Te voy a follar aquí mismo —dijo él, mientras apretaba el cuerpo de
ella contra el espejo del ascensor para arrancar aquella minúscula tanguita de
hilo.
Ella colocó una de sus piernas alrededor de la cintura de él, dejando
caer su cuerpo contra el espejo para recibir la animal embestida de la que
acababa de ser objeto su sexo y que provocó un grito que hizo que él volviera
a arremeter aún con más fuerza mientras aprisionaba sus pechos. En ese
momento, se abrió la puerta del ascensor.
Con sus ropas, malamente recompuestas, entraron en la habitación y
no llegaron ni a la cama; allí mismo, en la cómoda que había en la entrada,
dispuesta con un gran espejo que llegaba hasta el suelo, la sentó, alzó sus
piernas para que abrazara una vez más su cintura y sin mediar palabra, la
penetró.
Ella se agarró a su cuello y se fundieron en un largo, apasionado y
carnívoro beso. Su cuerpo convulsionó por las embestidas de las que estaba
siendo objeto; los gemidos se escapaban de su garganta y él parecía volverse
loco con cada uno de ellos, aumentando así el ritmo y la profundidad de las
embestidas. En una de ellas, ella gritó y, agarrando su trasero, atinó a decir:
—Diossss, creo que me acabas de meter hasta los testículos. Quédate
quieto, no te muevas, quiero sentirte fuerte en mis entrañas, no te muevas, no te
muevas.
—Estoy tan excitado que creo que ahora mismo podría llenarte sin
moverme.
Hizo que el cuerpo de ella se apoyara en la pared y sin sacar su sexo,
empezó a masturbarla.
Ella empezó a retorcerse y a jadear, su cara desencajada mostraba el
intenso placer que estaba experimentando.
—Vas a correrte así, ahora, vas a correrte así —pidió él.
—Quiero que lo hagas conmigo —rogó ella, jadeando—. ¿Podrás?
¿Podrás hacerlo sólo sintiendo las contracciones que me estás provocando?
No contestó, pero un alarido inundó la habitación que empezaba a
sexo.
—¿Dónde has estado hasta ahora? —le preguntó, sellando sus labios.
—En tus más oscuras fantasías.
Pasó un rato hasta que sus cuerpos se desenredaron, se dirigieron al
baño y terminaron de desvestirse. Ella se disponía a entrar bajo la ducha
cuando él la atrapó entre sus brazos besándole el cuello.
—Tienes una espalda que me vuelve loco.
—Si me sigues reteniendo estaremos perdidos; mis piernas se están
empapando.
Dándole la vuelta, hizo que se acodara en el lavabo, separó sus
piernas y hundió su cabeza en su sexo empapado por los fluidos de ambos. Su
hábil lengua lo recorría todo y el cuerpo de ella volvía a ser mar brava
buscando la roca contra la cual romper una y otra vez. Sentirla así, hizo que su
sexo fuera recuperando dureza.
—Méteme los dedos —gritó ella—, méteme los dedosssss.
Sin dejar de lamer su sexo, él colocó sus dedos a modo de horquilla,
metiendo dos en su vagina y uno en su ano.
—Más fuerte, más fuerteeeeee, dame másssssssssss.
La dureza de su sexo fue más que palpable cuando se levantó y,
separando sus nalgas, arremetió contra su cuerpo.
—Ahora vas a ser mi yegua sin domar —dijo a la imagen que devolvía
el gran espejo delante del lavabo.
—Móntame, cabalga, rómpemeeeeeeeeeeeeeeeeee —gritó ella, fuera de
sí.
—Romperte será pocooo, te voy a dar hasta pasarte de lado a lado,
asíiiiiiiiiiii, asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Fue una cabalgada frenética, sin control. Sus nalgas estaban tan
abiertas y su ano tan dilatado que el sexo de él entraba y salía bestialmente.
Él disfrutaba viendo su cara desencajada en el espejo, sin dejar de
bombear, una y otra vez agarró sus pechos con fuerza, con la doble intención
de pellizcarle los pezones y, al mismo tiempo, poder imprimir más fuerza a
sus embestidas.

Ella, fuera de sí, siguió pidiendo más...y más. Cada vez con la voz
más entrecortada.
—¿Es así como te lo habías imaginado? —le preguntó él.
—Síiii, no dejes de follarme...quiero sentirte dentro, muy dentrooooo,.
—¿Serás mía durante el día de hoy?
—Síiiii… seré lo que quieras si me sigues follando así.
Esas palabras hicieron que él se encendiera aún más, si aún era
posible eso, y subió una rodilla de ella, de lado, sobre la encimera de mármol.
Tenía una visión perfecta de su culito totalmente abierto y a su coño que se
deshacía en jugos.
—Tócate, frótate, córrete como nunca —le dijo al oído, sin dejar de
taladrarla ni un solo segundo.
Ella comenzó a frotarse, a golpearse con la palma de la mano, a
pellizcar su clítoris mientras intentaba agarrarle los testículos. Notaba cómo se
tensaba hasta el último de sus músculos. Él, sabiendo lo que estaba a punto de
ocurrir, la agarró fuertemente por la cintura a la vez que le daba algún que
otro cachete en sus nalgas que comenzaban a ponerse rojas.
—Vamosssss, córrete conmigo, vamossssssssssssssssssssss, siéntelaaaaa.
A ella le faltaban manos, no sabía qué hacer, se frotaba, se pellizcaba
y lo agarraba fuertemente por los huevos.
—Ohhhhhhhhhhh...Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhh.... —gritó, notando cómo las
convulsiones la inundaban como un tsunami.
Él, al notar su culito contraerse, con los huevos doloridos por los
apretones, estalló entre alaridos en lo más profundo de ella; disfrutando de la
sensación que los espasmos de ella le provocaban en su aún dura polla.
Ambos, con piernas temblorosas, se miraron a los ojos a través del
espejo.
La cogió suavemente por el pelo y le giró un poco la cabeza para
lamerle la boca, aún temblorosa.
—Mmmmmmm… eres fantástica —le dijo, mientras su polla se escurría
lentamente, contrayéndose.
Él entró en la ducha, sentándose ella en el wáter para dejar fluir todo
lo que llevaba dentro. Nunca se había sentido tan llena y la calidez del semen
saliendo de su interior, aún por su vagina y abundantemente por su ano,
provocaba en su sexo contracciones insospechadas; cual perra en celo, sin
dejar de mirar como salía todo de su interior, usaba sus manos para darse más
placer y su cuerpo, volvió a estremecerse.
Al abrir la puerta, él la vio, encendida y masturbándose como una
posesa.
—Ven aquí, vamos, ven aquí… te voy a dar lo que necesitas, mujer
insaciable.
Sudorosa y sus muslos llenos de semen, ella entró en la ducha y dejó
que él la masturbara con el chorro de agua, acabando exhausta en sus brazos.
Después lavó y secó con mimo todo su cuerpo y la llevó a la cama; ella buscó
su boca, su lengua recorría sus labios y lo besó tiernamente.
—Necesito tiempo —le dijo él—; una pena que no tenga dos pollas para
poder saciarte.
Los ojos de ella se encendieron; imaginarse penetrada por dos pollas
al unísono provocó el estremecimiento de su cuerpo y él lo percibió, por lo
que se levantó de la cama y empezó a vestirse.
—Vamos a salir —pidió—, quiero que te vistas.
Sin replicar, se levantó y se vistió. Ya en el ascensor, sin dejar de
observar la gravedad de su gesto, preguntó la razón de su salida, a lo que él
respondió que algún día su curiosidad le iba a deparar grandes sorpresas. Lo
que ella no sabía es que aquel día iba a ser uno de ellos.
Profesor Keegan
A mis veintisiete años, mi vida dio un giro inesperado: me quedé sin
empleo y sin el hombre con el que creí que terminaría casándome el mismo
mes.

En las siguientes semanas busqué un nuevo trabajo y nada, menos mal


había guardado un poco de plata.

Días después, todavía buscando sin encontrar, tomé una decisión


apoyada por mis padres: retomé mis estudios.

Así empecé una nueva vida. Decidí dejar atrás los últimos años y olvidar
a ese hombre que me hizo daño. Lo había dejado todo por él: mi casa, los
estudios, mi ciudad y hasta mis amistades, y él me pagó acostándose con una
compañera de trabajo en mi propia cama.

Llegué a la universidad dispuesta a retomar todo donde lo dejé y me


habitué rápido a pesar de que mis compañeros eran más jóvenes. Mi carácter
abierto y espontaneidad me granjearon un extenso grupo de amistades.
Sumado a eso, mis padres, que estaban en una buena situación, me ayudaron
con todo y así pasaron rápidamente los meses.

Todo iba viento en popa. Seguía sola, de momento no me planteaba tener


ninguna relación pues aún me escocía la anterior y, aceptémoslo, me sentía
decepcionada de los hombres.

A mitad de curso cogí un fuerte resfriado que me mantuvo en cama un


par de días, me pasaron los trabajos por correo y me comentaron que el
profesor había tenido un accidente y que un sustituto se quedaría el resto del
curso.
Nada del otro mundo.

Cuando dos días después llegué a clase, noté que me habían dado mal los
horarios y pronto descubrí que iba cinco minutos tarde. Entré al salón
esperando pasar desapercibida y me senté detrás. Saqué mis cosas sin levantar
la vista y oí por primera vez su voz.
Antes de verle me cautivó su profunda voz, levanté la vista y me
encontré con su mirada, bajé la mía sintiéndome avergonzada por haber
llegado tarde y no volví a levantarla el resto de la clase.
Al final, por estar acomodando mis cosas, me quedé de último.

Cuando ya había recogido todo, agarré mi bolsa y salí al pasillo. No


obstante, mi bolsa se enganchó con algo y cayó, con tan mala suerte, que se
volvió a abrir y mis cosas rodaron escalera abajo. Bajé cada escalón lo más
rápido que pude y me agaché para ir recogiendo todo. En eso, vi dos zapatos
bien lustrados. Me preguntándome quién era y fui subiendo por el pantalón
hasta encontrarme con su mirada.

Mi profesor.

—Señorita, me alegra descubrir que, ya que llega de última.... también se


va de última —siseó.

Me sonrojé y apreté un poco mis labios para evitar responder de forma


altanera.

—Siento lo de antes—traté de aclarar—, no mi costumbre llegar tarde.


Hubo un malentendido con los horarios.

—Procure que no vuelva a ocurrir —dijo él, mirándome molesto—, no


me gusta que interrumpan mi clase. Es más, si hay una próxima vez, no entre a
clase.

Su soberbia me exasperó y me dispuse a soltarle alguna de las mías. Sin


embargo, para evitar problemas, no levanté la mirada y me tragué mis
palabras. Me dejó clavada allí, sola y contrariada por su actitud.

Al día siguiente llegué primera, me senté y esperé al resto de mis


compañeros. No quería problemas.

Pasé el resto de la clase tomando notas y observando al profesor


sustituto. Tendría tal vez treinta años, era alto y recio, con facciones
distinguidas. Tenía el cabello castaño, una nariz estilizada, labios carnosos y
ojos de color avellana casi rojizos y con mirada penetrante.

Su vestimenta era la adecuada para un hombre de su edad. Viendo eso y


su porte, concluí que seguro tendría a muchas mujeres a su disposición,
siempre y cuando estas prefirieran a los hombres dominantes, claro; porque
ése hombre destilaba poder y carácter por cada poro.

De repente me encontré imaginando cómo sería en la cama, cómo sería


ser acariciada por esas poderosas manos. Así, mi profesor, ejerciendo su
autoridad sobre mí en mi fantasía, consiguió que mis pezones se endurecieran
levemente al evocar imágenes de él desnudo.

Tenía que admitir que tenía carisma, a pesar de no ser mi tipo me


excitaba. ¿Y a quién no? Sólo bastaba mirarlo... Perdida en mis pensamientos,
le oí despedir la clase y tuve que apresurarme a recoger todo.

En eso, una de las chicas de mi clase se acercó a hablar con él y este la


regañó, cuando más serio se ponía más morritos le hacía ella. Debía estar
acostumbrado porque la despachó rápido.

—Es guapo, ¿no? —me preguntó otra compañera, pasando mi lado ya


camino a la puerta.

Balbuceé un poco. —Yo...

—No te sientas mal por quedarte mirándolo —sonrió y me guiñó un ojo


—. ¿Quién no? El Profesor Keegan lo vale.

¿Profesor Keegan? ¿Además de todo tenía un nombre caliente? Agradecí


saberlo para así ponerle un nombre al evocarle.

Y ahí estaba yo, haciendo objeto de mis fantasías a un profesor


malhumorado.

Nos cruzamos en el pasillo y, aunque traté de evitar, cuando me vio dijo:

—Señorita Hall, muy bien… Veo que siguió mis instrucciones

Su forma de hablarme hizo que sintiera ganas de darle una patada en la


espinilla. Le sonreí cínica y él se despidió con un gesto escueto. Le seguí con
la mirada hasta verle desaparecer en el baño. Eso me descolocó y la rabia
cedió paso al deseo, los meses sin sexo por fin hacían efecto e imaginé a
Keegan castigándome.
En mi fantasía lo seguí al baño y entré con él a uno de los cubículos.

—La castigaré por llegar tarde, señorita Hall.

Ahora que lo pienso, se le quedó demasiado fácil mi nombre.

Mis braguitas se mojaron ante la intensidad de mis pensamientos y me


marché rápido a casa. Llegué, subí a mi habitación y lo primero que hice fue
meter mi mano dentro de mi braga y me empecé a acariciarme para tratar de
saciar mi deseo.

Sentí pequeñas palpitaciones en mi coño clamando sexo. No había


opción posible, debía llegar a más, tendría que mastúrbame.
Mientras pensaba en si estaba bien tocarme pensando en él, me debatía si
hacerlo o no y cómo hacerlo… mis piernas empezaron a cerrarse, frotándose
entre sí y los músculos de mi vulva se contrajeron… relajándose. Mi
excitación iba a más.
Me recosté boca abajo en la cama y mi mano derecha se coló más dentro
en mis bragas... Empecé a acariciarme con suavidad.
¡Joder! Me sentía húmeda incluso antes de empezar en serio. Era su voz,
seguro…
¿Qué tan grande la tienes, Keegan?
Humedecí mis dedos dentro de mi vagina y regresé a frotar y acariciar
mi clítoris. Mis piernas estaban tensas, mi culo apretado, mis pezones
empezaban a endurecerse. Me terminé de sacar la ropa y con mi mano
izquierda regalé a mis pechos caricias y algún pellizco de vez en cuando.
Dos dedos se movieron sobre mi clítoris en un momento rítmico y
ondulante. Levanté un poco el culo para llegar mejor a mi vagina e introduje
dos dedos para humedecerlos. Me excitó aún más escuchar el sonido de mi
coño mojado.
Vinieron imágenes muy morbosas a mi cabeza de Keegan follándome
con un vigor sobrehumano.
Llegué a un punto en el que un dedo me parecía poco. Me incorporé y
saqué de mi cajón de junto un estimulador, lo encendí y lo introduje entre mis
piernas, moviéndome suavemente, levantando un poco el culo, ondulante…
como si follara.
Mis manos quedaron libres por un breve momento, las dirigí a mis
pezones, y haciendo un pequeño esfuerzo pude lamerlos un poco. Estaba muy
excitada y mi respiración se aceleraba cada vez más.
Mi mano derecha volvió a coger el estimulador, subí un par de
intensidades y empecé a acompañar la vibración con mi mano, moviéndolo
cada vez más rápido.
Noté que llegaba al punto de no retorno... Ya no me importó imaginar
que él me follaba.
Mis piernas se tensaron más, mi culo también. Mi mano izquierda agarró
fuerte la sábana. La respiración se aceleró… Todo mi cuerpo se movía al
ritmo de mi clítoris.
Gemí suavemente. Tenía la cara hundida en la cama. Todo en mí iba más
rápido: mi mano moviendo el estimulador, mi cuerpo acompañando... Quería
una polla para que me follara así, boca abajo, fuerte…quería su polla.
Lo imaginé detrás, cogiéndome fuerte.
Aceleré aún más y subí de intensidad.
La voz, quería esa voz pegada a mi espalda, sus manos en mis caderas,
su polla dentro de mi coño...
Jadeaba de placer. Con los ojos cerrados, subí otro poquito de intensidad
y noté como llegaba. Desde mi clítoris hasta mi pelvis se irradiaba una ola de
placer. Luego vieron los espasmos en mi coño, mi culo y mi espalda.
Me escuché gimiendo de una manera peculiar, como sollozando, y grité
el nombre de esa voz, su voz, como suplicando que estuviera allí.
Sonreí; a pesar de no haber conseguido correrme sin pensar en él, la
corrida había sido muy intensa.
No aparté el estimulador, sólo lo dejé en intensidad mínima. Me ayudaba
a terminar de relajarme. Mi cuerpo estaba laxo sobre la cama. Un par de veces
más, sentí espasmos ligeros en mi coño.
Mi mente no, esta seguía funcionando. Me preguntaba cómo sería él en
la cama, qué cosas le encenderían más, cómo sería su polla, qué pensaría si
supiera que mientras me masturbé le imaginé follándome duro.... lo deseaba
tanto en ese momento…
Había llegado al orgasmo entre imágenes de mi profesor y yo retozando
en un baño.
Esa noche decidí que debía al menos intentar algo, le deseaba y
necesitaba saciar mi deseo, por lo que me propuse conquistarlo.

La mañana siguiente me puse una mini vaquera y mi camiseta más


escotada, unas botas tejanas y me dirigí a clase, aunque esta vez me senté en
primera fila; y mientras Keegan daba la clase no dejé de mirarle. Un par de
veces nuestras miradas se cruzaron y yo sonreí todas, aunque él no lo hiciera...
porque más bien endureció su mirada. Al finalizar me acerqué a su mesa y me
apoyé en ella, permitiéndole ver una porción de mis pechos. Por un momento
su mirada se perdió entre ellos, pero duró solo un instante.

—¿Qué desea, Señorita Hall?

—¿A qué se refiere con “qué deseo”? —le pregunté, sonriendo hábil. El
deseo me estaba matando.

—No juegue, señorita Hall —siseó—, no soy uno de esos que se quedan
tontos ante un par de buenas tetas.

Me bullía la sangre. Salí de allí enfadada.

Al día siguiente decidí lanzarme de nuevo, esta vez me puse unas mallas
apretadas y dejé tres botones de mi camisa abiertos.

Al final de la clase, de nuevo me acerqué a su mesa.

—Hola de nuevo, señorita Hall —saludó—, le repito que por más buena
que esté, ni su cuerpo, ni su mirada, ni su andar felino le harán aprobar mi
materia... tendrá usted que estudiar.

No pude más. Me percaté de que no quedara nadie, di media vuelta y me


senté en la mesa. Ahí crucé las piernas y, echándome un poco hacia atrás para
que pudiera verme completa, dije:

—Profesor Keegan, apruebo su materia con sobresaliente. No necesito


exhibirme para subir mi nota.

Dicho eso, me acerqué lentamente y le planté un beso en la boca, tipo


pico y bajé de la mesa contoneándome.
Salí de allí sabiendo que esta vez la batalla la había ganado yo. Y seguí
poniéndome sexi para él, seguí preguntándole cosas y seguí yéndome de
última, porque no me bastaba con ganar una batalla, quería ganar la guerra.

Un mes después ya era evidente mi juego. Por ello un día, durante la


salida, me acerqué a él por detrás para apoyar mis pechos en su espalda.

—Profesor Keegan, ¿de qué año es esta obra? —pregunté, con voz
inocente.

Él se giró para romper el contacto, me agarró por la cintura y quedé


pegada a su cuerpo rígido. Vi cómo gotas perlaban su frente.

—¿Qué quiere de mi, señorita Hall? —preguntó, cabreado.

—¿No es evidente?

—Entre nosotros no va a pasar nada. Nada. No voy a arriesgar mi


empleo por una alumna

Me obligué a no ceder. —Nadie tiene por que saberlo.

Él negó con la cabeza. —¿Por qué… —Sus palabras salían torpes— Por
qué hace esto?

—¿Deseo?

Sus ojos llameaban. —Eres una chica caprichosa y no voy a caer en tu


juego.

Su manera de hablar rebuscada, su negativa y su sequedad solo hacían


que le deseara más.

Era viernes y me puse mi falda corta preferida. Tenía una idea.

Al llegar a la universidad me saqué las bragas en el baño y al entrar a


clase me senté en la tercera fila. Los bancos estaban acomodados sobre gradas,
por lo que estaría a más altura. Enseguida noté que me buscaba y le ignoré.
Cuando a mitad de la clase conseguí captar su atención con una pregunta,
separé mis piernas lo suficiente para atraer hasta allí sus ojos… y le mostré mi
sexo. Su mirada se oscureció y la apartó de inmediato, pero ya sabía que no
llevaba bragas y eso me excitó.

Lo encontré mirándome cuando consideraba que no me daba cuenta; y


ese día, al finalizar la clase, no se levantó rápido de su mesa a diferencia de
otros que, rodeaba su escritorio y salía rápido.

Me acerqué queriendo dar la puntilla al asunto y me apoyé en la mesa.


Sus ojos bajaron a mi escote y durante unos segundos se quedaron allí,
calentándome.

—¿No se va, profesor? —pregunté.

—No... Tengo cosas que hacer.

Estiré el cuello a modo de quedar nariz con nariz y pude ver el bulto en
sus pantalones. Lo había conseguido, Keegan estaba excitado.

Me senté en su mesa como el primer y dejé que mi faldita se subiera un


poco más. Abrí las piernas separando mis muslos y vi cómo su mirada se
perdió entre ellos.

—Profesor Keegan, no necesito esto para aprobar, y lo sabe —dije,


mordisqueando un poco mi labio inferior—. Ha corregido pruebas mías.

—Cierto, estaban muy bien —balbuceo. Se escuchaba afectado.

—¿Quiere ver más? —pregunté, excitada.

Me sorprendió la rapidez con la que contestó:

—Sí, enséñame más.

Eso me calentó. Casi llego al orgasmo con solo oír la premura en su


voz. Vi que se levantaba y pensé que se había arrepentido, pero solo echó llave
a la puerta y regresó a nuestra mesa. Miré su entrepierna, el bulto era enorme y
tiraba de la tela de su pantalón.

Abrí bien las piernas y mi falda se subió hasta mi cintura. El miró sin
tapujos mi sexo, cogí su mano y la puse encima de mi muslo... Sus dedos
empezaron a acariciar mi piel caliente.

Me incliné hacia atrás para abrirme más y su mano recorrió la cara


interna de mi muslo. De esa forma me saqué las botas y le dije:

—Quíteme los calcetines.

Él lo hizo mecánicamente y volvió a mi muslo. Recorría con sus dedos


mi piel, haciendo que me mojara. Poco a poco sus dedos llegaron a mi vulva,
ya caliente y húmeda... y que exigía más.

Keegan movió dos dedos de arriba abajo empapándose con mis jugos.

—Que mojada estás —susurró, lamiendo un poco sus labios.

Dicho esto, empujó dos dedos dentro de mí y me penetró sin piedad


provocándome mi primer orgasmo con él. Jadeé moviéndome sobre la mesa y
no me di cuenta de nada más hasta que sentí su aliento entre mis piernas, su
lengua sobre mi hendidura y, sin sacar los dedos de mi coño, empezó a
lamerme.

Me acomodé mejor y me abrí lo más que pude para que siguiera. Me


tocaba por encima con sus dedos y a veces empujaba su lengua muy dentro.
Sentí mucho placer. Me dolía cuando metía sus dedos, pero el placer era
mayor.

Vaya lengua tenía ese hombre, me puso a mil en un segundo.

Sacó sus dedos y oí cómo se desabrochaba la cremallera y liberaba su


polla. A continuación, pasó sus dedos por los costados de mis pies
pringándolos con mis jugos, volvió a penetrarme con sus dedos y sacó más
jugos para volver a pringar mis pies. Me sentía excitada. Me cogió los pies y
se apretó con ellos la polla, una enorme polla de al menos veinte centímetros y
que me urgía tener dentro. Yo empecé a moverme notando el calor que
emanaba y lo dura que estaba. De esa forma le pajeé con mis pies.

Me sentí poderosa al ordeñar con los costados de mis pies su polla.

A medida que crecía en mi otro orgasmo, noté los espasmos, el calor


expandiéndose por mi cuerpo y su semen salpicándome. El néctar de Keegan
estaba por todos lados y yo sólo lo quería dentro.

Los dos nos corrimos abundantemente.

Él se echó hacia atrás y se acomodó en su silla, noté que su polla aún


palpitaba entre mis pies. Nunca había hecho nada parecido.

Minutos después se incorporó, se hizo de unos pañuelos de papel, limpió


mis pies y se apresuró a arreglar su ropa. Me excitó ver cómo ese hombre tan
recolocado, se hallaba perdido entre una mujer y sus papeles.

—Esto no debería haber pasado —dijo.

—Pues a mí me ha gustado mucho... y algo que te produce tanto placer


no puede estar tan mal.

—Lo está, señorita Hall.

Me bajé de la mesa, me vestí, me calcé las botas y salí de allí lo más


dignamente que pude. Ya sola en casa le di vueltas al asunto. Quería más.
Necesitaba más.

El siguiente día me rehuyó, contestó a mis preguntas sin mirarme y salió


de la clase casi antes de acabar. Así toda la semana.

Y yo, debido a sus constantes negativas, decidí dejarlo pasar. Aunque le


deseaba no iba a arrastrarme. Por consiguiente, a pesar de que no podía dejar
de pensar en él, me alejé.

En cualquier caso, me tocaba pensando en él y hasta me lié con un


compañero de clase para saciarme. Con este nos acostamos, y tras verle
ponerse el preservativo y colocarse entre mis muslos, me dejé penetrar
por él pensando en Keegan. Mi compañero estaba como loco y se
corría una y otra vez dentro, pero yo terminé frustrada. Solo
conseguiría estar medianamente satisfecha un rato después, sola en mi
cama y tocándome evocando a mi profesor. Keegan. El oscuro objeto de
mi deseo.

Me avergüenza un poco reconocerlo pero solo usé a mi compañero para


darle celos a Keegan, le besaba en los pasillos para que nos viera y hasta le
llevé al baño justo cuando entró él para que nos oyera hacerlo.

Al día siguiente estaba furioso, me miraba con odio, pero no dijo nada.
Al cabo de unas semanas, al darme cuenta que no conseguiría más, terminé
con mi compañero.

Un mes después planearon una cena todos los de la clase. Yo decidí


ponerme mis mejores galas: un vestido sencillo con escote acompañado con
unas medias de liguero y mis mejores sandalias de tacón.

En el restaurante, todos me dijeron que me veía guapa, ya que suelo


vestir más casual y cómoda. Keegan me miró de arriba abajo y sé que le gustó
lo que vio.

La cena fue muy bien y al final decidimos ir a tomar algo a un bar. Él se


apuntó.

En el sitio nos pedimos unas bebidas y entretanto tonteé con un chico de


la clase sin pasar de ahí, sin embargo no tardé en notar la furia en su dura
mirada.

Mientras bailaba con otro chico de manos algo ligeras, busqué su


mirada. Dejé de bailar, acerqué a otra de mis compañeras a mi pareja y me
acerqué a la barra donde estaba él. No pude evitar hurgar más y le dije:

—¿Se divierte, señor Keegan?

—No.

Hice un puchero. —¿No le gusta lo que ve?

—No.

—Sea sincero y al menos diga lo que piensa.

—Eres una puta.

—No lo soy, simplemente me divierto. Y ya que usted no gusta —me


señalé a mi misma—, ¿por qué no jugar con otros que si están dispuestos?

Le dejé allí mismo y me dirigí a los baños. No me di cuenta que me


siguió hasta que noté su brazo rodeándome, me agarró y me empujó dentro de
un cubículo. Sonreí y jadeé un poco al notar su sexo duro en mi trasero.

Me hizo apoyar las manos en la cisterna del baño y me subió el vestido.


Le escuché suspirar al ver el liguero y mis braguitas a conjunto.

—No puedo más, me estoy volviendo loco —dijo, respirando con


dificultad cerca de mi oído—. Escucho a todas horas tus gemidos... con él…
He muerto cien veces imaginando que otra polla te penetraba. Y lo que más me
cabrea es que termino tan excitado que me masturbo pensando en tu olor, en tu
coño y toda tú… completamente a mi disposición.

Mientras hablaba me bajó las bragas a medio muslo, se sacó la polla y la


frotó sobre mi vulva ya mojada.

—A mí me pasa lo mismo, fólleme profesor Keegan.

Sentí como mis palabras endurecieron más su polla. —Estás tan


húmeda.

Sin miramientos apoyó su empalme en la entrada de mi coño y empujó,


empujó hasta que sus huevos chocaron contra la parte baja de mi culo. Dolió
como nunca debido a su tamaño y fuerza, pero me excito saber que tenía a
tremendo semental entre mis piernas para mi sola. Keegan se agarró a mis
caderas y empezó a bombear.

—Que apretadita estás, preciosa.

Moví las caderas a su ritmo. Mis fluidos resbalaban por mis muslos y él
no paraba, no cesaba, golpeándome las rodillas contra el inodoro. No me
importó. Lo sentí tan adentro y tan descontrolado, que pronto entramos en
calor y empezaron las convulsiones.

—No aguanto más. Voy a correrme... Deja que te llene.

—Sí, profesor —jadee, cediendo a cualquier cosa que me pidiera,


Necesitaba tener ese pene dentro a todas horas.

—Has conseguido volverme loco.


Empujó una última vez y cuando empecé a sentir su semen me corrí con
él.

Soy la mujer de Keegan.

—Deseaba esto desde que te vi de rodillas ante mí.

—Yo también.

Sacó su polla despacio y me subió las bragas.

—No te limpies —pidió, aun jadeando—. Me excita saber que tienes mi


semen dentro.

Me volví hacia él para besar sus labios. —Como usted ordene, profesor.

—Ahora sal, diviértete una hora más, pero sólo con mujeres —enfatizó,
con su boca temblando un poco— y después de una hora sal y espérame en la
esquina. Aún no terminamos.

Casi me corro de nuevo con solo verlo recolocarse la ropa. Todavía un


poco fatigado, me dio un último beso y salió del baño.

Soy toda tuya, profesor.

Diez minutos después salgo del baño y le veo en la barra, pero esta vez
su dura mirada está teñida de anticipación y deseo. No me concentro en nada
esperando que pase el tiempo.

Después de una hora me despido del grupo y salgo a esperarle a la


esquina impaciente por volver a sentirle de nuevo.
Profesor Keegan II
Estoy en la esquina esperando al Profesor Keegan, sin dejar de pensar en
lo ocurrido en el baño. Pensamiento que me añade deseos renovados.

Le veo salir del local y detrás de él viene Laura, la alumna con la que le
vi hablando el otro día. Ella se acerca por detrás y le tapa los ojos. Él le aparta
las manos y se gira. A continuación, ella le sonríe demostrándole sin tapujos
que quiere irse con él, ha pasado toda la noche ofreciéndosele.

Me escondo para que ella no me vea, él le habla, ella le pone morritos y


regresa al local.

Cuando Keegan se halla solo camina hasta donde estoy yo, apoyada
entre dos coches. Me mira al pasar, pero no me habla… Pasa de largo y yo me
quedo ahí de pie, sin saber qué hacer. Él se gira, le veo poner los ojos en
blanco y regresa sobre sus pasos. Se planta ante mí y me coge de la mano. Ah,
quería que lo siguiera. En una esquina tira de mí y me mete en un callejón, allí,
entre las sombras, busca mi boca en lo que sus manos estrujan mi trasero,
pegándome más a su cuerpo. Noto la erección bajo sus pantalones y eso me
calienta.

Eres un hombretón, Keegan.

Se separa de mí y me quejo, a la vez me vuelve a coger de la mano y,


andando rápido, llegamos frente a un coche oscuro, abre la puerta y me siento;
él se coloca en su sitio y arranca. No dice nada hasta que dejamos atrás el
local.

—¿Te espera alguien? —pregunta.

—¿No y a ti? —pregunto.

—¿Te importaría?

Sonrío. —No.

Él deja escapar un suspiro de alivio. ¿Por qué? ¿Qué escondes, Keegan?


—¿Estás segura de que quieres seguir esto? —quiere saber.

Diablos, sí. —Completamente.

No volvemos a hablar, pone música y me relajo en el asiento mientras su


olor me llena, me envuelve, me atonta y me excita.

Llegamos frente a un gran hotel a las afueras de la ciudad y aparca. Me


abre la puerta y entramos en recepción, se registra y le sigo al ascensor.

—¿Qué quería Laura? —pregunto, observando de reojo el techo.

—Lo mismo que tú.

Oh.

—¿Y por qué ella no?

—Porque te deseo a ti, princesa.

No me ofende que me llame princesa. Al contrario.

—¿Lo de “Princesa” tiene que ver con mi actitud los primeros días? —
pregunto, curiosa. Estoy sonriendo.

—Sí.

Un sí rotundo. Vaya.

—Ella está muy buena —digo, volviendo al tema de Laura—, más que
yo.

Keegan sonríe. —No, ella no tiene tus tetas y no me da morbo.

Supremo una risa. —¿Te has planteado ceder?

Quiero saber cómo se siente respecto a Laura.

—Sí, un día me acarició y yo estaba durísimo... Durísimo por tu culpa —


aclara—. Casi cedo.

—¿Por qué no cediste?


Espero no estarlo presionando demasiado.

—Porque te necesitaba a ti —admite.

Entramos a la habitación y yo ya estoy caliente a más no poder. Me


excitaron sus palabras

—¿Por qué deseas follar conmigo? —pido saber, rodeándolo.

Keegan acaricia mi cabello. —Porque tú no quieres hacerlo para subir la


nota. No lo haces por necesidad...

—¿Siempre es por la nota?

No le creo del todo, es un hombre apuesto.

—Sí —susurra, buscando acercarse a mi boca.

—¿Y... nunca te has aprovechado? —pregunto, mientras él desabrocha


mi vestido y lo deja caer a mis pies.

Me mira y contesta: —No niego que es una idea tentadora, pero… no me


gusta regalar aprobados.

Nos sonreímos con complicidad.

Keegan se separa de mí y se prepara una copa en el mini bar, le da un


trago y me pasa el vaso. Sin dejar de mirarle, paso la lengua por donde él ha
bebido.

Él mira mi boca y después baja a mis pechos. Recorre todo mi cuerpo


con su mirada.

—Dime que te da morbo a ti —pide saber.

—Me da morbo… —Inclino un poco mi cabeza hacia abajo— que el


profesor correcto pierda el control —acepto.

Keegan se acerca a mí y me saca los pechos por arriba del sujetador,


baja la cabeza y los lame sin tocar mis pezones, pasando la lengua alrededor.
Mis pezones se enduren y el resto de mi cuerpo reclama más. Keegan también
mordisquea un poco. Oleadas de placer sacuden mi cuerpo junto al dolor que a
la vez me provoca. Me caliento como nunca, llegando al punto de desear más
dolor. Quiero que siga mordiéndome...

A continuación, Keegan mete su mano bajo mis bragas y pasa dos dedos
sobre mi hendidura, busca mi clítoris y lo fricciona. Dos minutos después me
tenso y mi cuerpo estalla. Tengo que apoyarme en él para no caer

Deseoso de más, me lleva a los pies de la cama y me pide inclinarme


hacia adelante.

—No flexiones las rodillas y apoya las manos en la cama.

Me pongo en la postura que me pide y, poniéndose detrás de mí, agarra


el elástico de mis bragas y las baja por mis muslos, dejándolas en mis rodillas.

Pienso que va a penetrarme, pero noto que su boca baja a mi trasero, sus
dientes se clavan en mi carne sensible y empieza a mordisquear suavemente;
Mientras sus manos me abren, su lengua recorre mi sexo.
Nunca me habían lamido así y me está enloqueciendo. No puedo dejar de
jadear y gritar cada que su lengua recorre mi abertura. La coloca en la entrada
de mi ano y empuja penetrando un poco. Al mismo tiempo, con sus manos
amasa mi vulva y mis rodillas se doblan.

—¡Profesor Keegan! —jadeo, sofocándome.

Sus dedos buscan mi clítoris y baja un poco más… acariciándome; me


penetra con dos dedos y entra y sale de mi sexo. Una, dos, tres... diez. Jadeo y
me agarro a la cama. Mis piernas tiemblan. El orgasmo se expande por cada
rincón de mí ser y exploto en sus dedos.

—Me vuelve loco darte placer, princesa.

Empiezo a amar que me llame “Princesa”.

Tira de mí, sentándose en la cama y, sin apartarme, se saca la polla del


pantalón y me la mete lentamente. Yo me aferro a su cuello y le abrazo con mis
piernas tragándome por completo su fierro. Me siento llena. Ambos jadeamos
y él me agarra el culo para empujarme hacia él y entrar más profundo.
Después nos levanta a ambos para que lo cabalgue con movimientos más
intensos.

—Eres tan estrecha, princesa.

Muevo las caderas sintiendo aún las cosquillas del orgasmo anterior.

Keegan aprieta fuerte mi culo, busca mi ano con un dedo y me penetra.


Me escuece, nunca me han penetrado por ahí.

—Duele —jadeo.

—Lo sé, relájate —dice, entre jadeos—. Solo es un momento.

Puedo oír cuánto le excita.

Empuja su dedo completamente en mi interior mientras su polla llena mi


vagina, me muevo y el empieza a seguir el ritmo de mis caderas con su dedo.
Escuece menos… me gusta. Me agarro más fuerte a su cuello. Noto que un
nuevo orgasmo viene. Mi cuerpo se calienta, se tensa y estallan mil luces de
colores ante mis ojos.

—Sí, mi niña, córrete para mí.

Casi pierdo el conocimiento. Ese hombre sabe cómo dar placer.

Aún está dentro de mí. Se tumba y me arrastra con él. Nos ponemos de
lado y me acaricia las tetas.

—Quiero correrme en tu culo —pide.

—Me va a doler.

—Pero luego te gustará —promete, besando mis labios.

—Bueno —digo, poco convencida… Pero es mi profesor y debo


obedecerle.

Me pone boca abajo en la cama y empieza a lamer mi espalda, baja a mi


culo como antes y empieza a penetrarme con el dedo. Ya no escuece, pero
pienso en que su polla es mucho más grande que su dedo. Entra y sale
abriéndome, ahora con dos dedos y, sin prepararme más, se coloca abierto de
piernas sobre mi culo. Lo va a hacer. A continuación, saca los dedos y pone su
polla en la entrada. Tira de mis caderas subiéndome un poco… entonces noto
la cabeza forzando la entrada. Me duele horrores, pero Keegan no para,
empuja sin dejar de jadear. Empuja y gime.

—¡Me duele!

—Lo sé y me encanta, princesa. Eres tan estrecha.

Me agarra de las caderas y empuja fuerte.

—Tranquila, preciosa —dice—. Ya está, relájate... Madre mía, qué placer.

Empieza a moverse y mi ano escuece cada vez menos… Keegan pasa su


mano por debajo y fricciona mi clítoris, lo frota, lo pellizca y se mueve, sale
un poco y entra. Empieza a ser muy placentero y excitante ser follada así. Me
siento tan dominada que me enciendo.

—Ves... muévete lentamente y aprieta bien mi polla que voy a llenarte de


semen.

Me mojo, me excito, enloquezco, jadeo, gimo entrecortadamente y sus


dedos penetran mi vagina, fuerte, bien adentro... mientras su polla se hunde aún
más en mi culo. Sí, Madre mía, qué placer. Ya empieza, me pongo rígida.

—Sí… córrete ahora mismo.

Keegan empuja todo de él dentro de mis dos agujeritos y se tensa.

—Nena…

Y siento el calor de su semen inundando mi interior. Me corro con él.


Ambos jadeamos como locos moviéndonos al unísono hasta caer rendidos.

Keegan sale de mí y se tumba a mi lado. Me abraza mientras intentamos


regular nuestras respiraciones.

Me despierta el ruido del agua en el baño y de repente soy consciente de


cada rincón de mi cuerpo dolorido, me levanto y camino hacia el ruido, le veo
en la ducha. Me mira bajo el agua y me pide unirme a él.

El agua recorre nuestros cuerpos mientras él me enjabona los pechos,


baja la mano entre mis piernas y acaricia mi vulva hasta que vibro de
nuevo. Agradecida por tanto placer, me pongo de rodillas y agarro su polla, la
llevo a mis labios y empiezo a succionar. Le doy pequeños golpes con mi
lengua mientras la dejo resbalar entre mis manos. Satisfecho, Keegan penetra
lentamente mi boca, le agarro del trasero y succiono.

—Se ganó una A, señorita Hall.

Mientras, con una mano froto sus testículos, los toco, los aprieto y tiro
suavemente de ellos sin dejar de succionar. Después de torturarlo un minuto
dejo salir su polla y lamo sus testículos. Voy de uno al otro metiéndomelos en
mi boca, los dejo y vuelvo atrapar su sexo.

—Madre, que bueno... Sigue, sigue... qué bien. No aguanto más, si no


paras me correré.

Como respuesta, acelero el movimiento de mi mano y acentuó la


succión hasta que siento su rigidez. Keegan jadea y siento un fuerte chorro de
semen caer dentro de mi boca. Trago lo que puedo mientras él gime con
desesperación. Al terminar de correrse me mira con gratitud mientras relamo
gotas de su néctar de las comisuras de mis labios.

Terminamos de ducharnos y volvemos a la cama, donde dormimos


profundamente.

Que no sea un sueño, pienso.

Al despertar veo que se está vistiendo.

Me mira con pesadumbre. —Ha sido genial, pero no está bien y ambos
lo sabemos.

Me acomodo mejor sobre la cama. —No piense en eso.

Volvimos a ser profesor y alumna... Pese a mis ruegos de esperar un


poco más, nos vestimos y salimos del hotel. Afuera nos metemos en su coche
—¿A dónde te llevo?

Le pido dejarme cerca de mi casa y me bajo de su coche tras un simple


“Hasta el lunes”.

El fin de semana es raro. Me debato entre los buenos recuerdos y la


posibilidad de tener una relación con mi profesor. ¿Aceptará Keegan?
¿Querrá?

El lunes ambos estamos distantes. Yo le miro dar la clase mientras evoco


en mi mente imágenes de él desnudo.

“Se ganó una A, señorita Hall”, recuerdo sonriendo.

Al final de la clase tengo claro que no voy a renunciar a lo que ese


hombre me hace sentir.

Me desabrocho un botón de la camisa y me acerco a él. Enseguida me


mira las tetas. Veo el deseo en sus ojos, pero da la vuelta y sale del aula.

Lo sigo y le veo meterse en el baño, miro hacia ambos lados y entro tras
él. Toco la puerta de su cubículo con insistencia y a la tercera abre. Me meto
con él.

En eso oímos voces fuera. Dos chicos:

—¡El Profesor Keegan es un cabrón!

Vaya sí no.

Le cojo el paquete y él me quita la mano. Vuelvo a tocarle y suspira


levemente. Ahora sé que es mío. Lo beso y meto su lengua en mi boca. Él sube
deprisa mi falda, baja la tapa del inodoro, se sienta y me abre sobre él.
Desabrocha mi camisa y saca mis pechos del sujetador. Mientras los devora,
yo le guio a mi interior. Keegan jadea en mis pezones y al mismo tiempo se
hunde dentro de mí. Le rodeo con firmeza las caderas y empezamos a follar
como locos, ahogando los gemidos en nuestras bocas.

—Laura sabe lo nuestro —dice de pronto—. Nos siguió la otra noche.


—¿Dirá algo? —pregunto, sintiendo su polla salir y entrar mientras con
sus dedos frota mi vulva.

—¿Qué haremos? Quiere su ración del pastel a cambio de estar callada.

—Después pensamos en eso. Ahora sólo fólleme, señor Keegan.

Mi frase lo excita y me penetra más profundo.

—Sí, profesor, lléneme…

Él jadea. —Es tuya, princesa…

Justo lo que quería oír.

Ninguno de los dos para ni cuando entran más chicos, nos corremos
mordiéndonos los labios el uno al otro. Keegan me llena de semen calentito…

Al terminar subo mis bragas y salgo tranquilamente del baño con mi


ración dentro.

En los días sucesivos, aunque se negó una vez tras otra, terminamos
follando en su despacho, en clase, en el baño de nuevo y en su coche…

Entro en su despacho con la intención de preguntarle unas dudas sobre la


asignatura. La verdad es que en su asignatura siempre tengo dudas. Le presto
tanta atención a él, a sus pantalones ceñidos a ese culo bonito, al intenso brillo
de sus ojos, a la movilidad de sus dedos que tantas ganas tengo de sentir vez
tras vez sobre mi piel, que normalmente no me entero de nada de lo que dice
en clase. Tras hacerme su mujer dejé de ser su alumna más aplicada.

Me recibe con una sonrisa cálida y cautivadora.

—Pasa, señorita Hall, pasa. ¿Alguna duda sobre mi clase de hoy? —


pregunta, mientras yo siento como todo el calor de mi cuerpo se concentra en
mis pómulos y....entre mis piernas.

“Si, ¿cuándo me harás sentir tus dedos otra vez?" pienso para mí.

Me ofrece sentarme en una silla de cuero negro frente a su mesa y me


interroga con la mirada. Le expongo mis dudas sin poder apartar la vista de
sus labios que tanto me gusta besar. Se levanta de su asiento. Coloca sus brazos
sobre los brazos de la silla y con dulzura me empieza a explicar mis dudas.
Puedo sentir su aliento jugando en mi pelo y el calor de sus palabras atravesar
mi melena para después erizar los pelos de mi nuca.

En los brazos de la silla sus dedos juguetean tamborileando. Sus


palabras dejan de ser audibles para mis oídos. Solo puedo pensar en aquellos
dedos ágiles jugueteando entre mis piernas, en la cima de mi placer, en aquel
lugar prohibido que yo ya tengo empapado.

Estoy nerviosa, alterada, excitada, cachonda, loca de deseo y sin saber


realmente lo que hago, en un impulso incontrolable, mecánico, agarro una de
sus manos, la arranco del apoyabrazos de la silla y la apoyo con fuerza contra
mi sexo por encima de la tela de mi falda.

—¿No quedamos en que en la universidad ya no, señorita Hall? —


sonríe.

—No me acuerdo —susurro, sin poder contener más excitación.

Oprimo con fuerza su mano con mis dos manos por si él reacciona
intentando apartarla. No quiero que se mueva de allí y no lo hace.

Durante unos segundos se queda quieto. Puedo sentir el calor de su mano


en mi húmedo sexo. Noto la tela de mi tanga humedecerse. Mi excitación por
hacer esto en la universidad es tal que mis pezones se endurecen contra mi
blusa y, mordiéndome los labios, empiezo a contonear mis caderas contra su
mano.

Él no dice nada, no hace nada. Te gusta jugar conmigo, Keegan. Sin


embargo, puedo sentir su respiración en mi cuello y su mano en mi sexo.
¡Como lo disfruto!

Entonces él empieza a mover sus dedos. A tamborilear como había


hecho antes en la silla, pero ahora sobre mi coño. Al sentir sus dedos moverse
dejo escapar un gemido de placer. Suelto su mano y me aferro con fuerza a los
brazos de la silla.

Con su otra mano aparta el pelo de mi cuello y empieza a besarme con


dulzura, dejando restos de su humedad en mi cuello, en el lóbulo de mi oreja y
en mis hombros. La mano que acaricia mi entrepierna se detiene un instante.
Un “No pares por favor” se escapa de mis labios. El sube mi falda hasta dejar
mis muslos a la vista. Yo abro mis piernas. Mi tanga color rosa chicle tiene una
enorme mancha de flujos a la altura de mi sexo. Estoy caliente.

Él lo separa con la yema de sus dedos. Aquellos dedos mágicos que


tantas ganas tenía de sentir sobre mi piel. Los desliza por todo mi coño,
empapándose y haciéndome gemir de placer. Luego empieza a masturbarme.
Primero despacio, rozándome, pasando sus dedos por cada poro de
sensibilidad de mi empapado sexo. Después martillea con delicadeza mi
clítoris y por último, haciéndome estallar en gemidos incontrolables, me
penetra con dos sus dedos más largos.

—Insisto en que me encanta darle placer, señorita Hall.

Es tanto el placer que siento que noto como mi cuerpo se contrae y mi


espalda se arqueaba buscando sentir más dentro que dos dedos.

—No pares, no pares —es lo único que soy capaz de decir entre gemido
y gemido.

Entonces llaman a la puerta. Ninguno de los dos decimos nada. Yo


contengo mis gemidos. Me muerdo los labios hasta casi hacérmelos sangrar.
Estoy al borde del orgasmo. Necesito llegar al orgasmo.

En la puerta siguen insistiendo. Golpean cada vez con más insistencia en


el cristal opaco que nos oculta de miradas indiscretas.

Keegan responde: —Un segundo por favor, ahora le atiendo —Mientras


aumenta el ritmo de sus penetraciones en mi coño.

Le agarro su mano con las mías. Mi cuerpo se contrae, mi sexo


convulsiona y mis labios sufren la mordedura de un brutal orgasmo contenido.

Keegan besa mi boca antes de caminar hacia la puerta.

Me recoloco el vestido en lo que él abre... Es el rector que viene a


preguntar por los exámenes. Keegan me mira y sonriendo dice:
—Seguiremos con las explicaciones en otro momento, señorita Hall… y
no se preocupe, profundizaremos un poco más en la materia.

Sonrojada me levanto y salgo del despacho.

Sólo espero que él no tenga que dar muchas explicaciones por la mancha
de olor sexual que dejé en su silla.
El Pianista
Destellos de distintas tonalidades adornaban fugazmente el oscuro cielo.
Explosiones de brillantes colores: plateados, dorados, rojos, azules,
provocaban las admirativas expresiones de la aglomerada concurrencia.

El gentío se hacinaba en la pequeña plaza, transmitiendo sus afectuosas


intenciones de las más diversas maneras: Había quien, con su codo, deseaba
acariciar el costado de su compañero; los habían que hacían piececitos dejando
caer indiscriminadamente su cariño entre todos los pies de su alrededor. Lo
que nunca se hubiera imaginado Víctor, era que su pecho sirviera de respaldo
para una cansada espectadora.

Hacía más de tres minutos que las múltiples centellas, en forma de


lágrima multicolor, titilaban brevemente dando paso a las palmeras doradas
que iluminaban el nocturno cielo. Sharon admiraba todo aquello, como si no
lo hubiera visto una y otra vez durante los últimos cuatro días. Sentía sus ojos
resecos de tanto admirar el sinfín de monumentos, trajes regionales, fuegos
artificiales e iluminaciones callejeras. Las largas caminatas por aquella ciudad
mediterránea y las copas que más que menos había tomado durante las últimas
noches, hacían estragos en sus doloridas piernas. Lo fácil hubiera sido
abandonar, como lo habían hecho sus dos amigas, huir al hotel y refugiarse en
una mullida cama tras una larga ducha. Ella no había viajado desde Dublín
para perderse nada, debía aguantar en pie sin perdonar ni un detalle del último
acto con el que se pondría punto y final a aquel pandemónium.

Una rápida sucesión de palmeras enlazadas con explosiones esféricas y


culminadas por un millar de bólidos de brillantes colores, llevaron a la joven
Sharon a inclinar la cabeza más de lo debido, con el fin de centrar aquella
majestuosa muestra de luz y color en su campo visual. La forzada postura y el
agotamiento de sus piernas, fueron las causantes de que terminara con su
espalda apoyada en el torso de otro espectador.

Tras unos instantes, en los que la muchacha creyó que caería a


consecuencia del traspiés, unas grandes manos la sujetaron con firmeza a la
vez que delicadeza, de su estrecha cintura.

—I’m sorry –tartamudeó ruborizada Sharon.


Un delicado movimiento de aquellas manos la situaron en posición
vertical de nuevo. Ella se miró desconcertada la cintura, observando unas
varoniles manos asiéndola con firmeza de las caderas. Estas se retiraron con
lentitud, rozando con las yemas de aquellos largos dedos la estrecha cintura
femenina.

Sharon no pudo reprimir una sensación de ausencia. Ansiosa, giró el


rostro en busca del dueño de aquellas fuertes manos. Un joven espigado, de
rizado cabello negro y sonrisa sardónica, la saludó alzando una de aquellas
manos que habían rescatado a la irlandesa de un golpe contra el suelo.

Las mejillas de la pecosa muchacha comenzaron a arder. Su falta de


reflejos ante aquella situación tan desconcertante, la llevó a girar bruscamente,
observando compungida la mochila que colgaba de su pecho.

Una nueva explosión de palmeras doradas y círculos rosados cautivaron


la atención de Víctor que, tras aquel sobresalto con la pequeña rubia, se había
quedado ligeramente afectado. Aquella presión sobre su pecho, aquel pequeño
trasero reposando inocentemente sobre su entrepierna y aquel rostro
arrebolado, habían encendido un pequeño cosquilleo en su vientre. Su mirada
se desviaba constantemente del calidoscopio de colores que era la noche
valenciana, a los bolsillos traseros del vaquero de la chica. Aquella manera en
que se tensaba la tela tejana moldeándose a la curvatura de los glúteos, parecía
llamar más su atención que la intensidad final de los fuegos artificiales.

Desde una esquina de la plaza, una ruidosa sucesión de explosiones


comenzó a avanzar a gran velocidad en dirección al enorme monumento de
cartón-piedra. Una serpiente de fuego reptaba rauda por la plataforma de la
colosal representación. Como una anaconda que quisiera asfixiar a su víctima,
el explosivo reptil se enredaba entorno al cuerpo de la infanta Elena de
Borbón, haciendo que brotaran las primeras llamas en su cuerpo.

Sharon había olvidado momentáneamente aquellas manos que tanto la


habían turbado. En sus retinas, el espectáculo de cartón y fuego, se mezclaba
con aquella sonrisa de medio lado.

Víctor, acostumbrado al incendio controlado de todas las noches de San


José, observaba expectante cómo el culebreo de la traca ascendía hacia la
figura central de un enorme hombre de turbante, sobre el cual danzaba una
bailarina ligera de ropa.

La parte baja del irónico monumento ya se encontraba salpicada de


pequeños conatos de incendio, cuando una flamígera explosión envolvió por
completo los majestuosos ninots centrales.

Sharon, del sobresalto, volvió a perder la estabilidad de sus piernas,


yendo a parar de nuevo sobre el pecho de Víctor. Él no se consideraba una
persona arrojada y mucho menos con las mujeres, pero en aquel momento,
con una guapa inglesa sobre su cuerpo, con aquella cabellera rubia a escasos
centímetros de su nariz, algo muy dentro de él surgió inesperadamente,
haciendo que sus manos se aferraran de nuevo a las caderas femeninas.

Una súbita sequedad invadió la boca de Víctor durante los segundos en


que la incertidumbre se hizo presa de sus emociones. “Una vez vale, pero
dos… me tocan la cara fijo”, pensó el joven mientras aguantaba el aire en sus
pulmones.

“Este chico va a pensar que soy idiota o que tengo las piernas de arcilla”,
pensó Sharon al perder el equilibrio. De nuevo, esa sensación agradable
cuando las masculinas manos sujetaron sus caderas. Se encontraba rodeada de
gente extraña, en un país que no era el suyo, viendo un espectáculo
maravilloso e inexplicablemente, deseaba que aquellas manos no se movieran
de su posición actual. Inconscientemente, su cuerpo movió levemente el
trasero, apretándolo contra el paquete de aquel muchacho. No lo podía jurar,
pero la irlandesa creyó sentir algo contra las carnes de sus nalgas. El aire se
detuvo en sus pulmones cuando sintió cómo aquellas manos se deslizaban
lentamente hacia su vientre, rodeando su cintura en un abrazo.

Entre las altas llamas se podía distinguir aún la enorme figura del
hombre del turbante. El calor del fuego se dejaba sentir en el sonrojado rostro
de Sharon; un calor que se confundía con el que comenzaba a arder en su
interior. La piel de la cara comenzaba a molestar y los ojos se secaban con
rapidez, tanto por el calor generado como por la imposibilidad de la chica de
parpadear, perdiendo de vista el flamígero espectáculo.

Víctor hundió su nariz tras la oreja de la joven extranjera; inglesa,


pensaba él. Inhaló el aroma a champú, humo y cenizas. Frotó delicadamente la
punta de su apéndice contra la fina piel del lóbulo femenino.
Sharon estaba paralizada por la osadía de aquel muchacho. Los latinos
tenían fama de lanzados pero, es que estaban junto a una multitud de personas.
Posó sus propias manos sobre las del joven con la intención de separarlas de
su cuerpo con delicadeza. No deseaba montar un espectáculo. Las yemas de sus
dedos tantearon el reverso de las fuertes manos, sintiendo la calidez que
desprendían. Una súbita vergüenza se apoderó de Sharon. Sus palmas sudaban
profusamente, al contrario que aquellas secas y tersas manos que la sujetaban.

El contacto de las yemas de los dedos femeninos, fue interpretado por


Víctor como un consentimiento tácito a continuar el camino iniciado. Con un
rápido movimiento, intercaló las posiciones de ambas manos. Ahora, las
palmas de Sharon reposaban sobre su propia cadera, mientras que las grandes
manos de Víctor cubrían por completo el dorso de las pequeñas extremidades
femeninas.

El corazón de la muchacha pareció detenerse súbitamente, cuando sintió


que la posición de las manos se invertía siendo abrazada por aquellos cálidos
brazos. Las vigas de recia madera, que servían de armazón al monumento,
iban apareciendo a medida que el cartón-piedra se consumía.

El calor comenzaba a ser molesto. Sharon, no sabía si era por la enorme


hoguera que ardía a escasos metros de su posición o por el sinfín de
emociones que se arremolinaban en su interior. Con delicadeza, las manos
masculinas tomaron las de la joven, llevándolas sobre el cierre del pantalón
vaquero. El abrazo se cerró aún más sobre la muchacha.

Víctor no sabía muy bien qué estaba haciendo. Aunque no le habían


partido la cara de momento, no tenía nada claro a dónde conducía todo
aquello. Como juego había sido sensual y divertido, pero aquel trasero
redondito apretándose contra él, estaba despertándole instintos que no eran
muy adecuados en una plaza atestada de gente. Inspirando con fuerza, se
decidió a dar el siguiente paso. Con deliberada lentitud, recorrió con la lengua
toda la longitud de la unión entre la oreja y la cabeza, terminando por
introducirse en la boca aquel diminuto lóbulo, adornado por un pequeño
pendiente de plata.

Sharon pensó que todo aquello debía ser un sueño. No sabía si uno
placentero o una mala pesadilla. Rodeada por miles de personas, se sentía
tremendamente indefensa y lo peor era que su cuerpo parecía no compartir sus
sentimientos. Sintió aquella ardiente mejilla rozar su cuello mientras le lamían
la oreja y sus piernas comenzaron a flaquear de nuevo. “No puede ser. Aquí
no”, pensó Sharon, identificando el cosquilleo de su bajo vientre, al que en
pocos segundos acompañó una creciente humedad en su entrepierna.

La rasurada mejilla de Víctor se adelantó, posándose sobre el ardiente


moflete de la rubia muchacha. Ella ya no podía seguir aguantando el aliento,
por lo que exhaló un profundo suspiro. El joven, interpretando aquel suspiro
en su conveniencia, apretó más a la delgada muchacha contra su pecho. Sharon
se sentía embriagada: el calor de la pira, el masculino aroma del joven y la
intensidad de aquel lazo sobre su pequeño cuerpo, hacían que la cabeza le diera
vueltas.

Su desconcierto iba en aumento. De un lado, su cuerpo estaba


reaccionando de una manera totalmente autónoma; de otro, los nervios cada
vez la estaban bloqueando más, sin encontrar una salida lógica para aquella
locura. Ahora sí estuvo segura de notar una dureza contra su nalga izquierda.
Sus sudorosas manos, bajo las protectoras y cálidas palmas masculinas,
transpiraban cada vez más, incrementando la inseguridad de la nerviosa
irlandesa.

Los labios masculinos se posaron sobre la mandíbula de la joven.


Viendo la pasividad de ella, el muchacho comenzó a lamer desde la oreja hasta
el mentón femenino, recorriendo con deliberada lentitud cuanta cálida piel se
encontraba al alcance de su húmeda lengua.

Sharon no sabía si salir corriendo o rendirse a las sensaciones que le


llegaban desde sus entrañas. Por el rabillo del ojo, vio cómo la gente de su
alrededor comenzaba a recular incomodada por el ardiente fuego. La masa de
individuos se compactaba, reduciendo el espacio libre entre unos y otros.

Víctor observó a su alrededor. Algunas personas habían roto en llanto.


El esfuerzo de todo un año de intenso trabajo perecía siendo pasto de las
llamas. Al mismo tiempo, un nuevo periodo, una renovación, comenzaba
ofreciendo nuevas oportunidades, nuevos desafíos. Culminaban en ese
momento cuatro días de intensa fiesta, de completo desmadre, de carreras,
procesiones, ruidos, colores, de profunda transformación de aquella ciudad
mediterránea.

El agobio por la presión del gentío iba en aumento. Sharon, Cada vez se
sentía mejor entre aquellos fuertes brazos que la protegían levemente de
empujones y codazos. “Si es agradable, si no me han obligado a nada, si mi
cuerpo responde encantado, ¿por qué no me dejo llevar? ¿Por qué no paso de
toda esta gente que no me conoce y disfruto este momento?”. La cabeza de la
joven era un hervidero de pensamientos contrapuestos.

El intenso calor, procedente de la inmensa hoguera y la excitación,


hacían que la respiración de la ruborizada joven fuera jadeante. Víctor, con su
boca sobre la barbilla femenina, percibió la dificultad en el respirar y
creyéndola una nueva concesión, incrementó las atenciones sobre aquella
dispuesta extranjera.

Las palmas masculinas liberaron el abrazo que mantenían sobre las


pequeñas manos de pálida piel. Con facilidad, bordearon el final de la camiseta
de algodón, introduciéndose bajo esta. Sharon se estremeció cuando aquellas
cálidas extremidades contactaron con su frío estómago, cubierto del intenso
calor por la mochila que colgaba de su pecho. “Menos mal que por lo menos
no me suda la barriga”, pensó la joven mientras no podía evitar un placentero
suspiro, provocado por las yemas de aquellos dedos acariciando la fina piel de
su vientre y su ombligo.

Perdiendo el último hilo de cordura, Sharon giró el cuello lo suficiente


para que la boca masculina pudiera apresar sus labios resecos por el intenso
calor. La humedad de aquella lengua, perfilando el exterior de su pequeña
boca, fue todo lo que necesitó la entregada muchacha para romper cualquier
atisbo de inhibición.

Aquellas grandes manos que la estaban torturando desde hacía un buen


rato, ascendieron hasta acomodarse en los costados de sus pequeñas tetas. Las
poderosas palmas oprimieron tiernamente mientras Las ardientes yemas
acariciaron la suave piel que el sencillo sujetador dejaba libre, buscando con
delicadeza aquella frontera entre los dos montes gemelos.

La muchacha respondía como podía a los ardientes besos de aquel alto


latino, que inspeccionaba la oquedad de su propia boca con una lengua cálida e
incisiva. El interior de sus sonrojados carrillos, su paladar, toda su boca,
quedó al alcance de aquel lúbrico invasor, ante el cual su pequeña lengua no
podía poner oposición alguna. Sharon no podía evitar que sus dedos, presos de
los nervios, torturaran las trabillas del pantalón tejano mientras que su
consciencia iba poco a poco abandonándola, desplazada por aquel intenso
cosquilleo de su bajo vientre.

Los habilidosos dedos de la mano izquierda buscaron el pecho derecho


bajo la fina prenda que lo cubría. No tardaron en alcanzar su objetivo,
acariciando con sutileza un pequeño pezón, que demostraba su agradecimiento
endureciéndose contra la fina piel de las yemas de aquellos dedos que
colmaban de sutiles atenciones las sensibles cúspides. La mano derecha, más
osada, atacó directa al objetivo final de aquella partida. Sharon tenía
sentimientos enfrentados: se sentía en la gloria pero, al mismo tiempo, estaba
aterrorizada por la inseguridad que aquella situación le provocaba. Cuando la
joven quiso despegar sus labios de la masculina boca y quejarse por la osadía
de aquella mano inquieta, ya era demasiado tarde. El botón de su pantalón
vaquero había sido desabrochado y unos largos y delgados dedos jugueteaban
con la cinturilla de sus braguitas. Su reacción fue abrazarse a la mochila con
fuerza para que nada de lo que sucedía en su pantalón pudiera ser visto por la
multitud que abarrotaba la plaza.

Sin poder poner oposición, cedió de nuevo a la insistente lengua que


llamaba a la puerta de sus labios. Acogió en su cálida boca aquella insidiosa
humedad que la estaba poniendo cada vez más nerviosa o tal vez, cada vez más
excitada. Los delgados tentáculos, acariciaron la sensible piel marcada por el
tenso elástico de la prenda íntima. Los dedos se movían lentamente,
recorriendo con deliberada parsimonia cada milímetro de fina piel hasta rozar
los primeros vellos púbicos.

Víctor sintió en las yemas de sus dedos la suavidad de un monte de


Venus bien recortado. Aunque al igual que el estómago, aquella parte también
había estado cubierta por la mochila, la temperatura de la piel del pubis era
mucho mayor que la del resto del cuerpo. Con paciencia, su mano izquierda
fue adentrándose en las intimidades del sujetador, apresando por completo el
pecho en su cálida palma, sobre la cual podía sentir la dureza del pétreo pezón.
Alzó con delicadeza el firme pecho como si lo sopesara. Con una dulce
presión, atenazó la tierna carne en el interior de su cálida palma, transmitiendo
todo el deseo que le despertaba la joven extranjera.
La mano derecha no buscó de inmediato el tesoro de la chica. En vez de
eso, prefirió manosear la entrepierna, deteniéndose en los delicados pliegues
de la suave zona. Delineó con la punta del índice el exterior de los inflamados
labios mayores. Acarició las cálidas inglés, sintiendo en la palma de la mano
el excitante cosquilleo de un suave monte púbico. En aquellas circunstancias,
hasta la suave fricción del antebrazo masculino en el firme vientre, resultaba
estimulante para la joven.

Sharon no podía creer lo que le estaba pasando. Aquello era una película
surrealista, en la que ella tan solo asistía como espectadora. Un atractivo
moreno le manoseaba con pericia su pecho por debajo del sujetador, al tiempo
que acariciaba con destreza su intimidad, sin que ella supiera si pararle o
incitarle a que continuara. Su propia lengua tenía vida autónoma y se unía a la
humedad de aquel muchacho como si se conocieran de toda la vida. Piel con
piel, boca contra boca, la mente de Sharon giraba vertiginosamente huyendo
de la consciencia arrastrada por el sinfín de sensaciones.

Los restos de la vicepresidenta del gobierno se consumían lentamente,


devorados por las llamas de la pira. Sharon sintió cómo su entrepierna ardía
cada vez con mayor intensidad, debido a las caricias de los hábiles dedos y a la
anticipación de atenciones más profundas. A estos no les costó trabajo
franquear la barrera que suponían sus dilatados labios mayores, separándolos
con desesperante lentitud. Un avezado apéndice se introdujo en sus humedades,
explorando con paciencia y delicadeza, toda la húmeda vulva. Las primeras
atenciones fueron para los recién flanqueados labios mayores. Un diestro
dedo, recorrió toda la longitud, primero del cálido interior del labio derecho
para cambiar posteriormente al izquierdo. En busca de cálidos fluidos, el
joven se acercó a los labios menores, los cuales encontró perfectamente
lubricados, propiciando que aquellos diestros apéndices profanaran la entrada
a las profundas intimidades de Sharon.

El trasero de la rubia se agitaba inconscientemente, provocando


rozamientos entre sus nalgas y el endurecido miembro del joven. Víctor, con
la mano que tenía sobre el pubis femenino, fraccionó hacia sí mismo,
propiciando que Sharon percibiera con mayor nitidez su endurecida
entrepierna. Himnos locales comenzaron a sonar por la megafonía de la
atestada plaza. Víctor y Sharon pasaban por una pareja más, algo melosa, pero
nada fuera de lo normal. La precaución de la extranjera frente a un posible
hurto, había propiciado que con la mochila sobre el pecho las maniobras del
muchacho quedaran ocultas a la mayoría de los observadores.

Aquel pequeño cuerpo cada vez vibraba más intensamente entre los
largos brazos de Víctor. Las intimidades femeninas eran exploradas por dos
dedos, el trabajo de los cuales era identificado claramente por la sensibilidad
de la chica. El pulgar hacía suaves pasadas por su inflamado clítoris,
moviéndose de arriba abajo o en círculos, daba igual. Cada sutil roce
despertaba un sinfín de breves descargas que cosquilleaban por todo el
sensibilizado cuerpo. El índice se había atrevido a penetrar en las
profundidades de su femineidad tras acariciar sus sensibles labios menores. En
aquella oquedad se podía sentir a la perfección la calidez y rugosidad de la
estrecha gruta. Los brazos de Sharon, atenazados en un fuerte abrazo a su
propia mochila, le picaban, presa del calor de las altas flamas de la falla.

La estructura principal se desmoronó, cayendo sobre sí misma. El


intenso calor y el estrépito causado, disimularon el profundo jadeo de Sharon,
cuando un segundo dedo acompañó al índice en el interior de su intimidad. El
sobresalto la llevó a morder con violencia el labio inferior de Víctor. Él,
interpretando que el final estaba cerca, aceleró el movimiento de su pulgar sin
romper la cadencia de los dos dedos que invadían la ardiente cueva de Sharon.

El orgasmo inflamó a la joven como si su cuerpo hubiera comenzado a


arder desde el interior. Una ola de candente magma la cubrió de pies a cabeza,
sensibilizando cada poro de su piel y cada terminación nerviosa de su cuerpo.
Apretó con fuerza la mochila sobre su tenso vientre, atenazando con sus
mandíbulas la carnosa boca del alto latino. A medida que la ola arrasó las
entrañas de Sharon, sus cansadas y doloridas piernas se aflojaron por unos
segundos, incapaces de sostener su liviano peso.

Recuperando el aliento, ella apoyó la nuca en la clavícula del joven,


respirando sofocadamente. Nada quedaba del monumento que había estado
admirando hacía unos minutos. Una montaña de brasas, de la cual surgían altas
llamaradas aquí y allá, era todo lo que quedaba de la impresionante escultura
de cartón-piedra.

Víctor, con delicadeza, extrajo las manos de los puntos estratégicos que
había estado acariciando y masajeando, para rodear la cintura de la menuda
joven. Ella no pudo reprimir un suspiro, aplastándose más aún sobre el pecho
de aquel improvisado amante. Sentía perfectamente la dureza palpitante de la
entrepierna masculina así como la protección y calidez del cariñoso abrazo.

Con disimulo llevó su mano hasta colocarla entre su propio trasero y el


paquete del joven. Tras recorrer con las yemas de sus dedos la oprimida
virilidad, ahuecó la palma de la mano para adaptarla al bulto que había
palpado. Con lentas caricias fue frotando el duro miembro sobre la tela de los
pantalones. Unos agradecidos labios se apoderaron del cuello femenino,
iniciando una nueva elevación de la excitación de Sharon. Ella aceleró los
movimientos sobre la entrepierna masculina al mismo tiempo que giraba la
cabeza, volviendo a buscar aquella jugosa boca.

Para Víctor, no era la situación más cómoda del mundo, teniendo a su


palpitante amigo encerrado en los ajustados tejanos. Lo morboso e inesperado
de toda aquella situación, había elevado su excitación sin importar que los
movimientos de aquella pequeña mano fueran erráticos. No pasó mucho
tiempo hasta que Sharon sintió cómo el abrazo sobre su cintura se
intensificaba y una profunda exhalación llenaba por completo su boca. A través
de la gruesa tela del pantalón, no fue fácil detectar la humedad, pero Sharon
estaba completamente segura de que aquel joven había explotado como uno de
aquellos brillantes fuegos artificiales, expulsando todo el fuego de su interior.

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Sobre la autora:
Lena Dalgliesh es una aspirante a actriz que suele compartir en relatos
experiencias personales o confesiones de índole sexual que tiene a bien
escuchar.

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