ECO BOLIVIANA TAMAMES, Ramón
ECO BOLIVIANA TAMAMES, Ramón
TAMAMES, Ramón
CONTENIDO
PRIMERA PARTE
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Por último, expone su propia postura de un modo sistemático que Justifica el orden
que seguirá en el libro. Entre los distintos elementos que integran la realidad económica,
existen unas relaciones de interdependencia, que en muchos casos pueden ser traducidas
en coeficientes técnicos sectoriales o en tensiones sociales. Estas relaciones se formalizan
en instituciones que se complementan unas a otras. El marco institucional cambia a
medida que se transforma la estructura económica y define el sistema dentro del cual se
desarrolla ésta.
2. Instituciones económicas
Por último, hace una sucinta enumeración de las instituciones que, a nivel nacional e
internacional, influyen sobre el funcionamiento de la economía y forman una malla de
relaciones que sirve de soporte a la propia estructura económica.
3. Sistemas económicos
Entre las distintas clasificaciones que se han hecho de los sistemas económicos, el
autor reseña las de Werner Sombart, Walter Eucken, Ernst Wagemann y André Marchal.
Tamames reconoce la complejidad de intentar sistematizar los sistemas económicos, pues
no existen formas puras: "de hecho se combinan la autoridad y el mercado, originándose
de esa manera los llamados sistemas mixtos". Sin embargo, su análisis se centra en la
polarización capitalismo-socialismo.
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de Galbraith: los servicios públicos han dejado de estar a la altura del consumo privado; la
producción ha pasado a considerarse como un fin en sí mismo, por lo cual los empresarios
crean continuamente necesidades artificiales a través de la publicidad— el medio
ambiente y el clima social (alcoholismo, drogas) se degradan cada vez más en la sociedad
opulenta.
Esto es así, porque, a pesar de modificaciones secundarias, "el principio básico del
capitalismo —el máximo de rentabilidad o de lucro a corto plazo— no ha variado en
absoluto". El más grave inconveniente de este sistema es la alienación de las masas
trabajadoras, no sólo por el hecho de la opresión directa del trabajo, sino
fundamentalmente por la finalidad que la explotación capitalista asigna al trabajo. En
lugar de satisfacer las verdaderas necesidades individuales y colectivas, el trabajo en el
sistema capitalista "no tiene sentido sino en cuanto que es origen de la producción de
beneficios, cualquiera que sea la utilidad de los productos o servicios"(p. 89).
El primer paso para liquidar el sistema capitalista y edificar el nuevo, exige crear un
amplio sector socialista de base, mediante la reforma agraria y la expropiación de la
banca, la industria básica y los transportes.
De este modo, "el Estado socialista cuenta con una base suficientemente firme para
la planificación económica centralizada, en la cual gradualmente las formas de
organización se van haciendo menos burocráticas, más flexibles" (p. 95). Cabe entonces
preguntarse por qué se ha producido un resultado exactamente opuesto, ya que la
burocratización ha llegado a ser el gran obstáculo para la eficacia de las economías
socialistas. Pero tanto en este epígrafe como en el resto del libro, Tamames se limita a
hablar del proceso de construcción del socialismo o de las virtudes que deberá tener, pero
sin analizar en ningún momento los resultados del socialismo real.
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Tal vez por la misma razón, se muestra cauto al plantearse cuál de los dos sistemas
—capitalismo o socialismo— acabará por ser el predominante. En lugar de intentar una
comparación del crecimiento económico y del nivel de bienestar en ambas áreas, hace una
digresión histórica para mostrar que las grandes transformaciones después de la II Guerra
Mundial han sido consecuencia de la pugna entre ambos sistemas.
El rumbo futuro de esta confrontación es difícil de predecir. De una parte, "si una
serie de sistemas económicos han existido antes que el capitalismo, no existe en principio
ninguna razón para pensar que éste haya de ser eterno", afirmación que, evidentemente,
podría aplicarse también al socialismo. Para el autor, "todos los indicios son contrarios a
una suposición de este tipo, lo cual no significa, naturalmente, ninguna clase de
resistencia a aceptar que en el momento presente el Capitalismo goza de buena salud en
muchos países (p. 96).
4. Niveles de desarrollo
Resume las raíces del atraso económico en cuatro epígrafes. En primer lugar, los
problemas planteados por el rápido crecimiento demográfico, típico de la mayor parte de
los países no desarrollados. Esto se traduce en deficiencias de alimentación y agrava el
problema de la población en paro, que nutre las filas de la mendicidad rural y del
"lumpenproletariat" urbano. Reconoce que estas tensiones demográficas no pueden
resolverse únicamente por la política de control de la natalidad, ya que estos países
carecen del nivel cultural y de planificación indispensable para llevarlo a la práctica.
En cuanto a la renta, no sólo su nivel es mucho más bajo que en los países
industrializados, sino que también su distribución es mucho más desequilibrada.
Finalmente, son países muy dependientes del exterior, ya que sus exportaciones se
reducen fundamentalmente a productos básicos agrícolas o minerales, que sufren fuertes
fluctuaciones de precios en los mercados mundiales. Esto determina variaciones
importantes de sus ingresos en divisas, con efectos nocivos en sus balanzas de pago y, por
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A lo largo de este capítulo, Tamames se plantea también cuál es el camino más eficaz
para salir del subdesarrollo: ¿la evolución paulatina o la mutación revolucionaria? Una
revolución, un cambio de sistema ¿es algo rentable? Para Tamames, esta es una pregunta
conservadora y necia. La única respuesta posible —desde el punto de vista marxista— es
que "las revoluciones se hacen cuando las condiciones objetivas y la organización de las
clases oprimidas alcanzan el nivel suficiente". En vez de esta contestación ideológica,
hubiera sido posible una respuesta empírica, más acorde con el análisis económico:
comparar el grado de desarrollo económico alcanzado por los países que han implantado
el socialismo y el de los que han elegido otros caminos. Pero entre los países que han
empezado a despuntar del mundo del subdesarrollo no se encuentran precisamente los que
han optado por la revolución socialista. Y los hechos son más difíciles de manejar que la
ideología.
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SEGUNDA PARTE
Tras esta breve presentación, el autor pasa a exponer los métodos que se utilizan para
describir e interpretar la estructura económica en sus cinco dimensiones: material,
espacial, temporal, social y tecnológica.
Aquí, el autor hace una exposición somera de la base teórica y de las aplicaciones de
las tres grandes ramas de la Contabilidad Social: la estimación de la riqueza y el producto
nacional, las Cuentas Nacionales y el análisis Input-Output.
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Es un capítulo descriptivo sobre los distintos tipos de fuentes a las que hay que
acudir para el análisis de la realidad económica, más algunas reflexiones sobre el modo de
utilizarlas y de valorar su fiabilidad.
Directas (Investigación)
Elaboradas (Información)
TERCERA PARTE
Los cuatro capítulos finales del libro, añadidos a partir de la 3ª edición, se refieren a
cómo transformar la realidad económica. O, más exactamente, cómo instaurar un sistema
económico socialista en los países capitalistas desarrollados. Transformar la realidad
económica de los países socialistas no entra dentro de las preocupaciones del autor en este
libro.
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"Los rasgos del crecimiento económico en los países más avanzados —asegura
Tamames en el prólogo, p. 17— configuran el sistema como de capitalismo monopolista
de Estado, en el cual la oligarquía se apodera del Estado para de este modo explotar a todo
el resto de la sociedad". Este es un capítulo esencialmente ideológico, en el que Tamames
desarrolla conceptos formulados por Engels y Lenin, y que ulteriormente han sido tratados
por autores marxistas como Wright Mills, Arnold Rose o Paul Boccara.
Consecuente con su ideología marxista, Tamames afirma: "hoy cada vez son menos
quienes hablando seriamente no aceptan que el Estado siempre tiene un contenido de
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clase. Incluso algunos llegan a considerarlo como el comité ejecutivo de las clases
dominantes, que lo utilizan a modo de junta coordinadora de toda la vasta gama de
instrumentos que utilizan para reforzar su dominación" (pp. 250, 251). Esta afirmación,
que Tamames generaliza a todo país capitalista avanzado, si en algún sitio se aplica a la
letra es precisamente en los sistemas comunistas. Allí, el Estado y el Partido único se
confunden, y la oligarquía burocrática monopoliza todos los resortes del poder, para
perpetuar su dominación sin contrapeso alguno.
Para alcanzar este nuevo tipo de democracia, será preciso cambiar la estructura
económica de la sociedad y transformar profundamente las instituciones que se apoyan en
ella.
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Los cambios estructurales afectan, en primer término, al uso del poder político: no
sólo hay que mantener la legitimación democrática por el sufragio universal, sino también
desmantelar progresivamente el Estado centralista, para contribuir a la descentralización
de decisiones. En las relaciones de propiedad, dos puntos claves son la reforma agraria,
para que los campesinos estén en pie de igualdad con los de más ciudadanos, y una
política de suelo edificable que corte la especulación inmobiliaria. La democracia
económica en las relaciones de producción vendrá favorecida por la presión del
sindicalismo libre y por una política económica que dé un trato equitativo a la pequeña y
mediana empresa. En las relaciones de cambio, se impondrá una profunda revisión de los
circuitos comerciales y un mayor control de las entidades financieras.
Como puede advertirse fácilmente, todo este capítulo tiene el sabor del típico
programa electoral vago y difuso, donde se señalan los objetivos deseables sin concretar
los medios. Cualquier intento de mejora social y económica se marca estas metas:
descentralización de decisiones, una fiscalidad justa, igualdad de oportunidades en la
enseñanza, mejora de los circuitos comerciales y financieros, un urbanismo acorde con los
intereses sociales... Lo importante es concretar los criterios que guiarán el cambio, los
medios que se emplearán, los mecanismos que garantizarán el buen funcionamiento de la
reforma. Tamames no necesita detenerse en estas minucias, pues de entrada ha encontrado
un chivo expiatorio: el capitalismo monopolista de Estado. Desaparecido el origen de
todos los males, nada impide ya el buen funcionamiento económico y social.
Pero, aunque este simplismo fuera cierto, habría que plantearse al menos qué medios
se van a emplear para lograr ese cambio radical. Si los países más desarrollados se
caracterizan precisamente por un capitalismo monopolista de Estado; si la oligarquía
domina el sistema económico,tiene en sus manos el control político, maneja los hilos de la
banca, coordina en su provecho todos los instrumentos del Estado y cuenta con el apoyo
del capitalismo multinacional, ¿qué puede hacer una sociedad inerme ante tan fabuloso
poder?. ¿Cómo implantar la planificación democrática sin una acción revolucionaria que
"expropie a los expropiadores"?
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La segunda fase nació con motivo de la planificación forzada por la segunda guerra
mundial y la subsiguiente reconstrucción. Ante la necesidad de concentrar el esfuerzo
económico en la lucha contra Alemania y Japón, las autoridades norteamericanas
introdujeron métodos de planificación que proporcionaron un crecimiento espectacular del
PNB. Para Tamames, el corolario de esta experiencia es claro: "una economía capitalista,
sin dejar de serlo, puede llegar a planificarse de manera casi total" (p. 269).
Sin examinar los resultados obtenidos en los países que utilizaron la planificación
indicativa, Tamames despacha la crítica de modo expeditivo y sumario. Le achaca que
carece de un proyecto global de nueva sociedad, con lo cual se limita a proyectar al futuro
las inercias del pasado, generando toda clase de desequilibrios. Cabría preguntarse por
qué tiene que ocurrir necesariamente así; si al planificador le interesa la eficacia del
sistema, su preocupación será dirigir el cambio en el camino deseado, ya que para
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arrastrar las inercias del pasado no se necesita ningún tipo de previsión. Lo conseguirá
más o menos, según el acierto de sus previsiones, pero su directriz será anticiparse al
futuro.
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conseguido hasta ahora suficiente respaldo electoral por sí solo. Objetivo importante, sin
duda, para el partido, aunque muy ajeno al temario propio de un manual de estructura
económica.
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ANEXO
Como anexo se incluye el sistema de cuentas nacionales de las Naciones Unidas, con
la lista de las 88 cuentas. Este nuevo sistema de Contabilidad Nacional preparado por la
ONU data de 1970, y su detallada explicación figura en la publicación de la Oficina de
Estadistica de la ONU que lleva por titulo "Un sistema de cuentas nacionales". Aquí se
reproduce el capítulo de Introducción de dicha publicación, donde se resume el método
seguido en el nuevo sistema, así como sus aplicaciones.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Como puede verse por la exposición del contenido, los análisis estrictamente
técnicos se amalgaman con interpretaciones ideológicas revestidas de ropaje científico.
Los capítulos más objetivos y asépticos (V a VVII) corresponden a la segunda parte del
libro, donde se exponen los instrumentos para el análisis de la estructura económica.
En la primera parte, los tres capítulos iniciales ofrecen un panorama sintético, pero
suficiente, de cómo han enfocado las distintas corrientes del pensamiento económico los
conceptos de estructura, instituciones y sistemas económicos. Bien es verdad que se
privilegia de modo acrítico la concepción marxista. El capítulo cuarto sintetiza las
diferentes concepciones de las etapas del crecimiento económico e identifica las raíces del
atraso de los países subdesarrollados; sin embargo, no profundiza en los medios para salir
de esa situación, ya que su diagnóstico se reduce a denunciar la voluntad explotadora de
los países capitalistas.
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capitalismo, pero en ningún modo al momento presente" (p. 34). También podría haber
añadido que el descrédito es mayor entre los intelectuales que viven en los países
socialistas. Por eso, no alude a las leyes económicas marxistas ni a sus predicciones, que
han sido desmentidas por el transcurso histórico. Hasta llegar a decir, con Garaudy, que lo
esencial de la herencia de Marx no es un catálogo de principios económicos y filosóficos,
sino un método de prospectiva, "una ciencia y un arte de inventar el futuro".
Sin embargo, es más fiel a la concepción marxista de lo que él mismo dice. Así,
defiende explícitamente el materialismo histórico (apartado 1.3), el modelo de etapas del
desarrollo social cuyo motor es la lucha de clases (4.3), el materialismo dialéctico (5.1) o
la teoría leninista del imperialismo (5.2.4).
2. Olvidos históricos
No pretende presentar como modelo las experiencias de los países socialistas, pero
no puede evitar un sesgo a su favor en las digresiones históricas. Por ejemplo, cuando
afirma que, en el decenio de 1930, mientras los países capitalistas se debatían en el paro
masivo y la depresión, la URSS realizaba importantes avances (p. 90). Pero no menciona
a que precio sentó Stalin las bases del poderío soviético: de 1926 a 1938, murieron siete
millones y medio de rusos a consecuencia del hambre provocada por la colectivización,
las ejecuciones y las deportaciones.
Al referirse al subdesarrollo, indica que suele coincidir con la dictadura política, con
la explotación económica y la satelización política por parte de las grandes potencias, ya
sean los Estados Unidos, Inglaterra o Francia (p. 105). No cuenta en esta enumeración el
poder hegemónico de la URSS sobre Europa del Este u otros países, como Cuba o
Vietnam. El olvido se repite cuando advierte que los países que emprenden una revolución
socialista se exponen al cerco económico, a la financiación de revueltas por la CIA y, en
caso extremo, a la intervención armada (p. 111). También podría añadir que no están
exentos de estos riesgos los países —como Hungría o Checoslovaquia— que intentan
seguir un modelo socialista que les aleje de la órbita soviética. El imperialismo aparece
también en el libro como un rasgo típico de los países capitalistas. Este fenómeno sigue
vigente, pues la descolonización no implica que estos países tengan el control de sus
propias economías y de sus decisiones políticas, tan susceptibles de ser influidas "por
medio de intervenciones armadas y fuerzas expedicionarias de paz" (p. 183). Análisis que
recobra toda su actualidad tras la invasión soviética de Afganistán, posterior a la
publicación de este libro.
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En realidad, este tipo de crítica puede dirigirse contra toda concepción materialista
del trabajo, de la cual el marxismo es el más acabado exponente. Si se tiene en cuenta la
experiencia de los países comunistas, se comprueba que el paso al socialismo no ha
erradicado estos defectos, sino que los ha acentuado. La retórica que acompaña a los
planes quinquenales ("superemos al capitalismo", héroes del trabajo...) muestra hasta qué
punto la producción se presenta como un fin en sí mismo, excepto para los propios
trabajadores, cuya débil productividad es un mal crónico de las economías planificadas.
Las verdaderas necesidades del pueblo, que aspira a alcanzar un nivel de vida ya
generalizado en Occidente, han sido sistemáticamente marginadas por la asignación de
recursos hacia sectores que sostienen el poder de la clase dirigente, coto del partido
comunista. El que los bienes de producción hayan pasado a manos de un Estado "sin
clases", no parece haber estimulado ni la diligencia ni la satisfacción de los trabajadores.
No es en los países socialistas, sino en los capitalistas, donde existen poderosos sindicatos
libres, importantes asociaciones de consumidores y un libre debate político, que aseguran
un contrapeso de poderes.
Sin temor a parecer utópico, Tamames podría haber analizado por qué la realidad de
los países socialistas coincide tan poco con las previsiones de los fundadores del
"socialismo científico". Del mismo modo que critica los fallos del capitalismo y de la
planificación indicativa, cabría esperar un examen de la estructura económica en los
países socialistas y de los efectos de la planificación allí utilizada. En su lugar, sólo
encontramos chispazos esporádicos para indicar que la planificación de los países
socialistas no coincide con la que propugna Tamames. Así, cuando desmenuza los
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desequilibrios económicos del capitalismo, advierte de paso: "Lo cual no significa que en
el socialismo no puede haber también gran número de aspectos negativos, tales como
escaseces, el derroche de inversión y la falta de estímulos para innovar; debido todo ello a
una planificación excesivamente rígida, no sometida a crítica, y que tiene como efectos
aberraciones del tipo de la burocratización y de la falta de libertades" (p. 246). Critica así
los efectos, pero no se molesta en averiguar las causas. Es claro que los países socialistas
desearían que su planificación fuera flexible e innovadora, que no produjera derroche de
inversiones y que condujera a la abundancia y no a la escasez; lo importante es ver por
qué no lo consiguen. Para esto habría que considerar —al menos como hipótesis— si la
pretensión de planificar toda una economía es compatible con la eficacia y con la
supervivencia de un Estado de Derecho.
Mientras olvida los rasgos del socialismo real, Tamames ofrece una abusiva
simplificación de la situación en los países capitalistas. Su visión del capitalismo
monopolista de Estado puede ser válida para ciertos países subdesarrollados, pero en
modo alguno refleja la realidad global de los países más avanzados. Es cierto que las
grandes empresas tienen una capacidad de influencia mayor que antes, y que no faltan los
intentos de utilizar en su provecho los mecanismos públicos, pero también el Estado ha
acentuado mucho su intervencionismo y su papel en la economía. En los países más
desarrollados de Occidente, la media del gasto público supera el 40% del Producto
Nacional Bruto; el Estado ha nacionalizado o tiene una amplia participación en los
sectores básicos de la economía; una fiscalidad cada vez más progresiva asegura un
importante esfuerzo de redistribución de la renta; apenas hay actividad que no esté
controlada por reglamentaciones estatales. En realidad, el tema que hoy preocupa a buena
parte de los economistas es cómo reconducir el papel del Estado al nivel adecuado, de
modo que sus intervenciones no provoquen fallos más graves que los que intentan
corregir.
Tamames se limita a sugerir que las masas son engañadas. La utilización masiva de
las técnicas publicitarias puede hacer "que el más racional y democrático de los
programas electorales se vea superado en la práctica por planteamientos electoreros" (p.
280). Riesgo cierto, pero que tal vez en este caso intente justificar el insuficiente respaldo
electoral obtenido por los comunistas en España.
En cualquier caso, si fuera cierto que las presiones de los grupos capitalistas anulan
la libre competencia en su propio provecho, la solución podría ser tomar medidas para
quitar los obstáculos a la libre competencia, en vez de recurrir a la planificación que no
está exenta del riesgo de acumulación de poder.
5. Racionalidad y planificación
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En primer lugar, toda planificación implica un amplio código común de valores, cosa
cada vez más difícil de conseguir en una sociedad compleja y pluralista. Lejos de
aumentar el margen de libertad, supone ampliar la esfera en que las acciones individuales
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quedan sujetas a reglas fijas. Es posible que el modelo que se siga se adopte por mayoría
de votos; pero, en cualquier caso, quienes queden en minoría tendrán menos libertad que
antes para desarrollar sus iniciativas.
La planificación democrática parte de la base de que todos los conflictos entre grupos
pueden resolverse mediante pactos. Aunque la idea sea tentadora, la práctica suele revelar
pronto el conflicto latente de intereses. Así lo hacía notar de un modo gráfico Friedrich A.
Hayek: "Todos pensamos que nuestra personal ordenación de valores no sólo es nuestra,
pues en una libre discusión entre gentes razonables convenceríamos a los demás de que
estamos en lo justo. El amante del paisaje, que desea, ante todo, conservar su tradicional
aspecto y que se borren del hermoso rostro natural las manchas producidas por la
industria; lo mismo que el entusiasta de la higiene, que pretende derribar todos los viejos
caseríos pintorescos, pero malsanos; o el aficionado al automóvil, que aspira a ver cortado
el país por grandes carreteras; y el fanático de la eficiencia, que ambiciona el máximo de
especialización y mecanización; no menos que el idealista que, para el desarrollo de la
personalidad, quiere conservar el mayor numero posible de artesanos independientes;
todos saben que sólo por medio de la planificación podría lograrse plenamente su
objetivo; y todos desean, por este motivo, la planificación. Pero, sin duda, adoptar la
planificación social por la que claman no haría más que revelar el latente conflicto entre
sus objetivos" (Camino de servidumbre, pp. 85-86).
7. Planificación y democracia
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economía de mercado, puede decirse que cada uno vota con su libre iniciativa cada vez
que decide emprender algo, producir o comprar. Es cierto que estos votos son desiguales,
aunque en estas disparidades influyen también las diferencias de dotes naturales,
capacidad de trabajo e inclinación al riesgo. En cambio, en la planificación democrática,
para decidir hay que participar en reuniones y votaciones explícitas. Lo cual supone
dedicar un tiempo considerable a informarse y deliberar, aunque, de hecho, pocos tienen
el necesario interés y conocimiento para juzgar los distintos proyectos. El que alienta a la
marca X a fabricar tal modelo de coche porque acaba de comprar uno, no necesita saber
cuál es la situación de la industria automovilística. En cambio, para votar como
consumidor o empleado sobre la viabilidad de tal o cual proyecto, tendría que conocer a
fondo los informes técnicos y financieros más complejos. En la práctica, los que tengan
ésa capacidad de juicio, o los que sepan hacer creer que la tienen, decidirían pronto por
los demás.
Por eso, cuando la planificación quiere ser efectiva acaba chocando con las libertades
públicas, como ha ocurrido en los países socialistas. La propuesta de Tamames, que no
desea incurrir en los errores de la planificación central del bloque soviético, se asemeja
más al sistema yugoslavo.
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No hay por qué poner en duda el propósito democrático del tipo de planificación
propuesto en este libro. Pero, si la historia sirve de algo, hay que reconocer —con Hayek
— que "los hombres más ansiosos de planificar la sociedad serían los más peligrosos si se
les permitiese actuar, y los más intolerantes para los planes de los demás". Y es que, para
defender la libertad, no basta que el poder se confiera por un procedimiento democrático.
No es tanto el origen como la limitación del poder, lo que impide a éste ser arbitrario.
I.A. (1981)
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