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Arqueología de la Sierra de San Francisco:

dos décadas de investigación


del fenómeno Gran Mural
María de la Luz Gutiérrez Martínez
Centro INAH-BCS

Introducción

En el ámbito de la investigación arqueológica del país, Baja California permaneció


durante décadas como una tierra inexplorada. Su condición de marginación extrema ha sido en
gran medida el factor responsable de su muy peculiar desarrollo histórico desde tiempos muy
remotos. El desinterés histórico en la península es paradójico porque durante años se presentó en
proporción inversa a la importancia y riqueza de su arqueología, de su historia y en general de
sus asuntos antropológicos, sin olvidar el extraordinario arte rupestre que concentra.
En el relativo aislamiento de Baja California tuvieron lugar interesantes desarrollos
culturales que nos llevan a preguntarnos hasta donde son válidas las distinciones tradicionales en
cuanto a la complejidad social entre cazadores-recolectores y grupos sedentarios agricultores.
Aun cuando existen rasgos culturales compartidos, el avance en las investigaciones hace cada
vez más evidente el desarrollo de complejos únicos que surgieron como innovaciones regionales;
un ejemplo de este mosaico cultural son las abundantes tradiciones de arte rupestre que se
extienden por toda la península, así como las elaboradas costumbres funerarias que se han
identificado, sobre todo en la Región del Cabo. Esta diversidad y riqueza cultural es sorprendente
sobre todo, si se observa según los tradicionales esquemas asignados al modo de vida cazador-
recolector, los cuales durante años, se basaron en el muy extendido concepto de que la pobreza
de la cultura material refleja una pobreza intelectual similar. A la luz de las nuevas
investigaciones, éste concepto se derrumba irremediablemente.
A continuación se presentaran los resultados de un largo proceso de investigación
desarrollado en la Sierra de San Francisco y áreas aledañas, el cual se remonta en sus orígenes al
inicio de la década de los ochenta. La etapa más reciente de esta investigación culminó en 1995 y
el balance que presentamos aglutina los esfuerzos de años de investigación en el área.

Un poco de historia

Como es de todos sabido, uno de los aspectos que más han llamado la atención de
arqueólogos y público en general es el arte rupestre que se manifiesta a lo largo de la península.
De entre todos es el Gran Mural el que ha acaparado el mayor interés; y no es sorprendente si
consideramos que sus atributos lo colocan como uno de los más espectaculares y bien
conservados del mundo. Como se mencionó, los resultados hasta ahora obtenidos en torno a este
estilo pictórico se iniciaron en 1981, cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia
realiza el primer trabajo arqueológico en la región (García-Bárcena y Mora 1980; García-Uranga

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1984; García-Uranga y Gutiérrez 1984). Haciendo un recuento muy rápido de este largo proceso,
el primer paso consistió en realizar el inventario del arte rupestre y de otro tipo de
manifestaciones arqueológicas que se manifiestan en estas montañas. Más adelante, la
investigación se extendió más allá de las vertientes limítrofes de la sierra abarcando áreas
colindantes como el desierto de Vizcaíno, la costa del golfo y las estribaciones occidentales y
orientales de estas montañas. Aun cuando en sus inicios, se necesitaba conocer la magnitud del
recurso cultural aquí concentrado para su eventual protección, desde entonces estábamos
convencidos de la necesidad de “escapar de los recintos rupestres” e intentar comprender este
sistema simbólico en el ámbito de su más amplio contexto cultural.
Entre 1992 y 1993 tuvo lugar la etapa más reciente de esta investigación: el proyecto Arte
Rupestre de Baja California Sur (Gutiérrez 1992), un estudio de enormes proporciones acerca de
la arqueología y el arte rupestre Gran Mural de Baja California central. Gracias a la inclusión de
la sierra de San Francisco dentro de un programa de proyectos especiales de arqueología sin
precedentes en el país, se logró desarrollar en un tiempo relativamente corto, lo que en
condiciones normales nos habría llevado años. Ahora, a dos décadas de su inicio este programa
de investigación culmina con la aportación de una gran cantidad de nuevo conocimiento acerca
de la prehistoria de la Sierra de San Francisco y su Gran Mural. En estrecha colaboración con el
Dr. Justin R. Hyland, esta productiva etapa nos permitió realizar un intenso programa de
prospección, excavación y fechamiento, consiguiéndose un avance muy significativo en el
conocimiento de la arqueología regional. A continuación trataré de presentar brevemente los
hallazgos y avances más significativos logrados por el proyecto Arte Rupestre de Baja California
Sur (Gutiérrez y Hyland 1994b), aunque lo confieso, es difícil hacerlo en tan poco tiempo.

El impacto de Los Murales

En términos de escala, esta tradición representa una de las más grandes imaginerías
prehistóricas del mundo asociadas con sociedades cazadoras-recolectoras. Además de la enorme
escala de las figuras, a menudo estas se encuentran plasmadas en elevadas posiciones de las
paredes y techos de los abrigos rocosos. Tanto sus dimensiones como su peculiar ubicación
representan en conjunto una impresionante inversión de trabajo y recursos cuando es considerada
en el contexto del desértico hábitat de los grupos cazadores-recolectores que la crearon.
Los rasgos más sobresalientes de la tradición Gran Mural son: 1) la frecuente escala
monumental de la imaginería, lo que sugiere una substancial inversión de trabajo; 2) la
distribución restringida de la imaginería Gran Mural en la península y una marcada
homogeneidad del Subestilo Sierra de San Francisco (Figura 1); y 3) una fuerte separación de las
otras tradiciones pintadas y grabadas que se manifiestan a todo lo largo de la península de Baja
California.
Desde un punto de vista antropológico considerar estos rasgos nos había llevado al
planteamiento de una serie de cuestionamientos que actualmente, gracias a los resultados del
presente estudio, podemos empezar a evaluar: la cronología e intensidad de la ocupación
prehistórica en el área, el lapso en el cual se produjeron los murales, el contexto ecológico,
espacial y social en el que se dio la producción del Gran Mural, el papel que jugó en la vida
social prehistórica, y algo muy importante, averiguar si este fenómeno pictórico fue parte de una
complejidad social creciente entre los grupos cazadores recolectores de la península central.

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Figura 1. El Batequi, arroyo de Batequi, vertiente occidental de la Sierra de San Francisco.

Patrón de asentamiento regional

Ubicación de los sitios murales dentro del paisaje cultural prehistórico

El programa de prospección fue llevado al cabo en orden de proporcionar una base de


datos representativa que permitiese inferir los patrones de obtención de recursos, movilidad y
asentamiento prehistóricos. Como se esperaba, la densidad de las manifestaciones arqueológicas
fue más alta en los suelos aluviales que rodean la sierra donde predominan las asociaciones de
cardones y donde la cubierta vegetal puede alcanzar el 30% (Figura 2). La más alta diversidad de
manifestaciones arqueológicas fue registrada en las mesas rocosas y secciones de malpaís. Al
nivel de una burda escala temporal, la coexistencia de puntas de proyectil tempranas y tardías
sugiere una muy posible ocupación de varios miles de años en algunos sitios estratégicos. Como
era de esperarse, los artefactos mostraron una fuerte continuidad tipológica con los inventarios de
sitios y artefactos descritos en otra parte para la península central.
Una diferencia clave se relaciona con la naturaleza de la ocupación costera en el área del
proyecto. Donde es evidente que el patrón de ocupación en la costa y el aprovechamiento de
recursos eran de corto plazo, probablemente estacional, acoplado a actividades relacionadas con
el transporte a larga distancia de recursos marinos colectados hacia sitios del interior. Este patrón
resultó de la ausencia de agua fresca a lo largo de esta sección de la costa del Golfo. Los datos de
superficie también testifican la enorme importancia de las actividades de molienda a través de los
diversos ambientes encontrados en el área.
El hallazgo del yacimiento de obsidiana Valle del Azufre (Gutiérrez y Hyland 1998;
Hyland y Gutiérrez 1994) reveló el origen geológico de los abundantes artefactos de obsidiana

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Figura 2. Sitio Los Corralitos, vertiente oriental de la Sierra de San Francisco.

encontrados en los sitios de esta área (Figura 3). De trascendental importancia resultó el poder
evaluar los patrones de intercambio prehistórico con base en la distribución de los artefactos
derivados de este yacimiento. A pesar de que aquí se encuentra la mejor calidad de este vidrio
volcánico en la península, la distribución de dicha obsidiana está bastante restringida, no más de
200 km desde la fuente. Como lo indican las numerosas fosas mineras que lo cubren, este
yacimiento es asombroso por la clara intensidad de la extracción prehistórica que ahí tuvo lugar
(Shackley et al. 1996). El rancho donde se encontró la punta Clovis de obsidiana, el Batequi
(rancho del mismo nombre) se localiza muy próximo al Valle del Azufre e indica que la fuente
se empezó a aprovechar por lo menos hace 10,000 años. Probablemente el periodo de
explotación más intensivo de este yacimiento cae dentro de los últimos 2,000 años e incluso
puede ser contemporáneo al periodo de la producción Gran Mural (Gutiérrez y Hyland 1994;
Hyland y Gutiérrez 1996).
Las excavaciones realizadas en algunos sitios murales produjeron importante y novedosa
información con respecto a la naturaleza de la ocupación prehistórica de los sitios Gran Mural en
la Sierra de San Francisco. La evidencia testifica las actividades que aquí tuvieron lugar, tales
como manufactura de instrumentos líticos, de cordel, preparación de alimentos, molienda y
procesamiento de pigmentos y pinturas. Muchos de los artefactos aquí encontrados son
diagnósticos de la prehistórica tardía Cultura Comondú. A pesar de que la mezcla de los
depósitos imposibilita en gran medida la evaluación de los cambios en los patrones de
subsistencia, en los restos florales recuperados predominaron las especies propias al verano
tardío y principios del otoño. Esta evidencia satisface la expectativa derivada de las fuentes
etnohistóricas, la cual nos indica que el principal periodo de ocupación de los sitios murales y la
actividad pictórica asociada, tuvo lugar durante las agregaciones de finales del verano y
principios del otoño, en la que hemos denominado la estación ceremonial.

Cronología e historia cultural

Una de las más importantes contribuciones de este estudio es el reporte de la mayor


cantidad de fechas radiocarbono obtenidas hasta el momento para esta parte de la península. Las
81 fechas tienen un rango que va de la transición del Pleistoceno-Holoceno hasta el periodo
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Figura 3. La Sierra de San Francisco y el yacimiento de obsidiana Valle del Azufre.

histórico. La cúspide alcanzada por la distribución de fechas ocurre durante los siglos XV y XVI
d.C.
La fecha más temprana de 10,860 ±90 a.P. (fecha calibrada: 11,040–10,620 a.P.)
concuerda con el periodo de las dos puntas acanaladas tipo Clovis reportadas por el proyecto,
hallazgos que incrementan a tres la cantidad de puntas acanaladas reportadas para el área. Hasta
el momento, estas puntas constituyen la muestra total de puntas acanaladas encontradas en la
península.
Por supuesto, una de las preguntas clave de la cronología en el contexto del presente
estudio concierne al fechamiento de la producción Gran Mural en la Sierra de San Francisco. El
fechamiento de los murales es crucial para la investigación del cómo y el porqué del fenómeno y
la comprensión de sus relaciones con otros factores diacrónicos tales como los cambios
demográficos prehistóricos y los cambios climáticos. Actualmente la pregunta ¿qué tan antiguos
son los murales? puede ser contestada al abrigo de dos fechas confiables que ubican la tradición
Gran Mural en por lo menos 3300 a.P. (San Gregorio II: 2985 ±65 AP, edad calibrada 1410-1030
a.C. y Cueva de la Palma: 3245 ±65 a.P., edad calibrada 1690-1410 a.C.).
Las fechas directas de imaginería Gran Mural que conocemos para la Cueva del Ratón
son problemáticas cuando las comparamos con las fechas de la ocupación de los sitios murales
ya que parecen contradecir las relaciones de sobreposición de las figuras muestreadas. En tanto
que no se realicen fechamientos directos adicionales, la gran muestra de fechas de los contextos
excavados y de superficie de los sitios murales, que contienen abundante evidencia de la
actividad pictórica, y las dos fechas de San Gregorio permanecen como el mejor indicador
directo del lapso cronológico en que la producción Gran Mural tuvo lugar en la Sierra de San
Francisco.

Interpretación de los murales con base en la etnohistoria peninsular

La unidad histórico-cultural de la península sugiere que el análisis de su etnohistoria y su


etnografía pueden proporcionar nociones decisivas para el entendimiento del papel que jugó el

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Gran Mural en la prehistoria. A través de un detallado examen de las fuentes etnográficas y
etnohistóricas peninsulares, hemos identificado un conjunto de conceptos religiosos pan-
peninsulares, practicas rituales y ceremonias relacionadas que hemos denominado el complejo
ceremonial peninsular. La veneración de los ancestros conformó el núcleo de la ideología
religiosa peninsular alrededor de la cual se desarrolló un conjunto de prácticas rituales.
Encabezando estas prácticas estuvo la comunicación con los ancestros a través de la
personificación de la muerte y la posesión del espíritu bajo un estado de trance, el cual por lo
común fue inducido a través de la intoxicación por tabaco. La capa de cabello humano y la tabla
ceremonial, exclusivos artefactos de la cultura material peninsular, junto con las figuras talladas
y pintadas y los bastones emplumados, forman un set consistente de la parafernalia ritual
asociada al complejo que sirvió como imagen sustituta para los ancestros durante los actos
rituales. Se sugiere una considerable profundidad en el tiempo para este complejo por la
concordancia del mito a lo largo de toda la península y la extendida distribución etnográfica y
arqueológica de material cultural asociado con dicho complejo.
La importancia e intensidad de la elaboración de imágenes en la península para la
representación de los muertos y los ancestros es la clave para la comprensión del significado y el
papel de los Grandes Murales dentro del contexto histórico específico de la ideología y la
religión peninsular. A través de la detallada lectura de las fuentes etnohistóricas y etnográficas,
ciertos rasgos de la imaginería Gran Mural tales como la perforación por flechas y las formas
estipticas adquieren cierto sentido, dada la recurrente metáfora de la muerte y la agonía y la
importancia de la posesión del espíritu y el trance en el desarrollo del ritual peninsular.

Estilo, identidad social y la arqueología de regiones

Uno de los objetivos de este estudio fue investigar cómo la variación del Gran Mural
puede relacionarse con la identidad social. Esto fue analizado al nivel de los grupos de dialectos
y a nivel comunitario.
En la escala del grupo de dialectos, aparece una fuerte correlación entre la distribución
del Gran Mural y el área sobre la cual fue hablado el dialecto ignacieño cochimí durante la
primera mitad del siglo XVIII. Ritter ha señalado que la correspondencia entre el cambio del
dialecto cochimí y la burda frontera entre las tradiciones rupestres de los Grandes Murales y el
Northern Abstract se sitúa aproximadamente a la altura de la Misión de San Borja y ha sugerido
que “los limites estilísticos del arte rupestre coinciden con una división lingüística/cultural entre
los pueblos Cochimí/Comondú" (Ritter 1995:20). Hacia el sur, una co-ocurrencia similar de los
límites del dialecto y los estilos de arte rupestre es observada alrededor de la latitud de Bahía
Concepción separando la tradición Gran Mural y la tradición Sierra Giganta Abstract y el
ignacieño, un dialecto cochimí septentrional y el cochimi sureño. ¿Cómo puede ser evaluada esta
probable correspondencia entre estilo y grupo cultural?
La identificación de entidades sociales a través de variaciones en la cultura material, ha
sido una preocupación añeja de la arqueología. Esto no es sorprendente puesto que se puede
argumentar que toda interpretación arqueológica concerniente a asuntos de relevancia
antropológica debe realizar tales asociaciones, al menos en cierto nivel. Lo que es claro es que
las relaciones entre cultura material, y específicamente el “estilo” en la cultura material, y la
etnicidad o cualquier otra construcción social, nunca es directa. Conkey (1990:11) advierte que
la correlación entre el estilo y las entidades sociales – en el caso que nos concierne, entre la
distribución de la imaginería Gran Mural y el grupo dialectal ignacieño – “no pueden por ellas

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mismas revelar la causa de la relación ni ser tomadas como evidencia de interrelación". Más
bien, los procesos sociales inferidos de tales correlaciones necesitan ser sustentados con
evidencia arqueológica independiente.
Una línea de evidencia arqueológica independiente puede ser la distribución de la
obsidiana del yacimiento Valle del Azufre. La distribución de esta obsidiana esta ampliamente
definida por los limites septentrional y austral de la imaginería Gran Mural y los cambios de
lenguaje y dialectales descritos anteriormente. Si el modelo propuesto para la correlación
geográfica entre el arte rupestre y el lenguaje, postula que un grupo lingüístico se conservó
mediante parentesco recíproco a través de arreglos matrimoniales, intercambio y el uso común de
prácticas sociales y rituales representados por el arte rupestre, entonces los datos de la obsidiana
del Valle del Azufre, como evidencia de patrones de intercambio prehistórico, pueden ser un
sustento independiente adicional para esto.
En una escala geográfica, la variación en la imaginería de la Sierra de San Francisco es
asumida por ser funcional para la comunidad, o en un nivel intra-dialectical. Una estimación de
la geografía social de la organización de las comunidades peninsulares indica que fue común
para los territorios de linaje centrarse en los grandes arroyos. Dado el probable papel que jugó el
Gran Mural al interior de los contextos rituales relacionados con la veneración de ancestros de
linaje, se ha postulado que esta imaginería pudo variar entre los arroyos principales. Esto fue
evaluado a través del análisis de la distribución de los estilos de tocados entre cuatro importantes
arroyos en la Sierra: Arroyo de San Pablo (Figura 4), Arroyo de San Gregorio, Arroyo del Parral
(Figura 5), y el sitio Cuesta Palmarito en el Arroyo de Santa Marta. Los tocados fueron
seleccionados debido a que son uno de los rasgos más elaborados de la imaginería, y debido a
que el extendido uso de los tocados es indicativo de identidad (Wobst 1977).
Los resultados confirmaron el predominio de unos pocos tipos de tocados recurrentes en
la Sierra de San Francisco y sorpresivamente indicaron una fuerte variación entre arroyos que es
improbable debido a que tendría que reconocerse una variación temporal entre estos. La
distinción más marcada se expresa entre los principales conjuntos monotípicos de los dos arroyos
australes, El Parral y Palmarito (Santa Marta) y los conjuntos más diversos de los dos arroyos
septentrionales, San Pablo y San Gregorio. El hecho de que más de un tipo de tocado ocurra en
un solo arroyo podría parecer contradecir la postulada asociación del arroyo y el linaje. Sin
embargo, tal variación politípica puede esperarse dentro del contexto de la segmentación del
linaje donde los linajes de las hijas rastrean a los ancestros hacia atrás a través de diversas
cabezas de sub-linaje hasta el ancestro fundador. Por si mismos, los datos relativos a los tocados
por supuesto pueden tener algún componente temporal, los conjuntos politípicos de los arroyos
norteños pueden representar los efectos de una segmentación del linaje a través del tiempo.
Parecería ingenuo el sugerir que la función de los Grandes Murales es la demarcación de
cualquier territorio real en un sentido ecológico. Efectivamente, los asentamientos regionales y
los datos de subsistencia, sugieren una elevada movilidad a lo largo de extensos territorios,
mismos que pueden absorber cualquier territorio discreto centrado en el arroyo. Entonces, por el
contrario, los Grandes Murales pueden verse como un intento por mediar la contradicción entre
una geografía idealizada y la geografía social real, un intento por vincular a los grupos sociales
con el lugar, al menos en términos ideológicos, donde dicha vinculación no puede instrumentarse
en la práctica.

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Figura 4. Cueva La Pintada, Arroyo de San Pablo, Sierra de San Francisco.

Figura 5. El arroyo de Parral en la Sierra de San Francisco.

El "porque" de los Grandes Murales

Mientras el análisis de los materiales etnohistóricos y etnográficos nos permitió un mejor


entendimiento del probable papel del Gran Mural dentro del extendido contexto del ritual y la
religión peninsulares, aún estamos enfrentando la siguiente pregunta: ¿por qué esta
impresionante inversión en imaginería visual se desarrolló en este lugar y en este tiempo? Las
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rígidas convenciones estilísticas de la imaginería sugieren que los Grandes Murales pueden
representar el surgimiento de un culto restringido espacialmente a la península central y la
manifestación de la intensificación de las estructuras religiosas e ideológicas de larga duración
identificadas en este estudio. ¿Qué factores pudieron estar detrás de tal desarrollo?
Un escenario posible es que el Gran Mural estuvo relacionado con el incremento de una
circunscripción social y ecológica derivada de los incrementos en la población en la península
central (Conkey 1978, 1980; Jochim 1982). La intensificación de prácticas rituales y la
elaboración de artes visuales son postuladas como variables que juegan un importante papel en
condiciones de “tensión numérica” (scalar stress), la cual es provocada por el incremento de la
población durante las agregaciones, por los requerimientos para integrar grandes unidades
reguladoras y como coadyuvante en la indicación y negociación de la identidad (Hays 1993;
Johnson 1982, 1989; Ritter 1994; Turpin 1990). Como fue discutido anteriormente, los datos de
radiocarbono pueden proporcionar cierta evidencia acerca del incremento de los niveles de
población en el área del proyecto durante los primeros siglos d.C.
Aun cuando la teoría de la “tensión numérica” (scalar stress) ofrece importantes
elementos para la comprensión del fenómeno mural, es en esencia, un marco funcionalista que
tiende a eclipsar el papel de la entidad individual. Consecuentemente, es importante reconocer
cual fue el papel productivo del individuo en el fenómeno mural. Personajes tales como los
chamanes pudieron actuar durante las oportunidades que trajo consigo un cambio demográfico y
la fluctuación en los recursos para incrementar su prestigio social y la influencia mediante su
acceso al poder y a la autoridad de linaje, integrado materialmente en los Grandes Murales.
Como Hays (1993:87) ha señalado en otro contexto, es posible que tales individuos pudieran
alcanzar su objetivo y mantener “el orden solo con base en el poder ritual y social, en ausencia
de una habilidad para esgrimir el poder económico y político”. En este sentido, los Grandes
Murales pueden ser vistos como parte de una negociación de poder entre los individuos, que
Hayden (1994) califica como una expansión de la conducta. El acto de pintar los Grandes
Murales en sí mismo, involucró una substancial inversión de tiempo, trabajo y habilidad para
crear una figura monumental, que indudablemente incrementó el poder y el prestigio social del
pintor. La celebración es también un importante componente de esta competencia y por
consiguiente no es sorprendente encontrar que el festejo redistributivo fue el rasgo nuclear de las
peninsulares y extendidas ceremonias funerarias de los yumanos peninsulares (McGuire 1992), a
las cuales han sido asociadas los Grandes Murales en este estudio.

Significado de la investigación y orientaciones futuras

El significado del presente estudio puede ser evaluado en términos de su contribución


tanto a los asuntos y prioridades de la investigación regional y de una investigación más general.
Este estudio ha colocado la infraestructura para el trabajo futuro en esta área, gracias a la
descripción en cierto detalle de los patrones regionales de asentamiento, intercambio y la
cronología. En el amplio contexto regional de la arqueología peninsular, se ha incrementado
considerablemente nuestro conocimiento de los patrones arqueológicos en la península central
entre Bahía Concepción y Bahía de los Ángeles, las dos áreas de la península central donde ya
había sido realizado trabajo anterior.
Los resultados aquí expresados sugieren cierta cantidad de áreas para realizar
investigación adicional. Más trabajo será dirigido hacia la evaluación de los patrones de tocados
reconocidos en la Sierra de San Francisco. Otros rasgos de la imaginería y otras clases de datos

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arqueológicos pueden ser examinados para ver si existe una similar o divergente co-variación
geográfica.
Asimismo es necesario continuar la investigación en relación con el fechamiento directo
de la imaginería en conjunción con el análisis de la composición de la imaginería y otros
aspectos de la tecnología prehistórica asociada a la producción mural.
El sexo y la división de edades en los grupos cazadores recolectores forman la base
primaria para definir las relaciones sociales de producción. Un aspecto que necesita ser discutido
es cómo cambian las relaciones de producción al paso del tiempo con relación al fenómeno
mural. Por ejemplo, ¿acaso la intensificación del ritual representada por la producción mural
conduce a o requiere de la apropiación de los productos colectados por las mujeres y el trabajo
de procesamiento de los alimentos? ¿Cómo están bosquejadas y externadas las relaciones de
producción dentro de la misma imaginería?
La antropología, durante mucho tiempo obcecada por un mal dirigido énfasis en el
igualitarismo de los cazadores-recolectores, ha progresado mucho en relación a la comprensión
de estas sociedades en términos de las mismas fuerzas de trabajo presentes en otras formaciones
sociales. Ello ayudó a derrumbar la perniciosa dicotomía de las llamadas sociedades “complejas”
y “no-complejas”, con sus asociadas implicaciones evolucionistas. Tal y como los australianos y
otros datos etnográficos aclaran, no existe un vínculo necesario entre lo tecnológico y las esferas
sociales e ideológicas: la simplicidad tecnológica puede ser coincidente con elaborados y
complejos sistemas de parentesco, intercambio y alianzas, cosmologías y prácticas rituales
(Bender 1989; Tilley 1991:157-158). Las móviles comunidades cazadoras-recolectoras que
crearon los Grandes Murales, aun viviendo en un medio ambiente árido y sin cerámica u otras
tecnologías de almacenamiento de largo plazo, representan otro importante caso de una
complejidad social en el contexto de simplicidad tecnológica.

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Memorias: Balances y Perspectivas 44


de la Antropología e Historia de Baja California
Tomo 1 (2000)

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