Querido Diario
Cait
Noni Manso
Copyright © 2024 Noni Manso
ISBN: 9798332859175
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“Ana,
porque sin ti
este universo
no tendría forma”
CAPÍTULO 1
Jueves, 30 de junio
Querido diario: Lo primero que creo que debo hacer es decirte mi nombre.
Me llamo Luna, soy de Málaga, tengo veinte años, y menudo día he tenido.
Comenzaré por el principio…
Desperté a media mañana por culpa de un extraño ruido procedente de la
habitación de al lado. Me suelo despertar muy tarde siempre. Abrí los ojos y
percibí una extraña sensación; verdaderamente era un nuevo día, distinto a
los demás.
Decidí levantarme a comprobar a qué se debía aquel ruido que me despertó.
Inspeccioné la habitación vacía; mis padres estaban pintando y no había
nada dentro, más que una escalera, brochas y una pila de latas tiradas por el
suelo, lo que podría explicar el golpe. Misterio resuelto, aunque ahora se
planteaba otro: ¿Qué fuerza extraña pudo haber tirado todas esas latas? No
había nadie en casa y las ventanas estaban todas cerradas, lo cual también
me parecía muy extraño: en pleno verano todas las ventanas estaban
cerradas. Pero no era el momento de ponerme a abrirlas, ya que tenía que
prepararme para el gran momento.
Pensé en darme una ducha con agua fría, pero decidí que antes de eso, unos
puñetazos no me vendrían nada mal para calmar mis nervios. Y eso hice,
me coloqué los guantes y subí al desván a desahogarme con el saco de
boxeo que tenía allí colgado, en medio de la habitación. Es un desván
enorme donde suelo pasar la mayor parte del tiempo. Además del saco, al
lado de la ventana, nada más subir las escaleras, te encuentras con un
escritorio, un ordenador encima y algunos, –qué digo algunos–, muchos,
muchos folios, repisas llenas de libros, y una cama que parece un sofá por
la colocación de los cojines, con un pequeño televisor frente a él.
Se podría decir que mi vida discurre en torno a esa habitación –muchas
noches duermo ahí en vez de en mi habitual dormitorio–. Por esa ventana
entra una suave brisa por las noches y disfruto de unas vistas preciosas
estando recostada sobre la cama. Tengo pensado tener un mini loft ahí
arriba, aprovechando que a mano derecha de las escaleras tengo un pequeño
servicio, justo al lado de la ventana una encimera donde puedo montar una
pequeña cocina, y la puerta con llave y todo. Si en algún momento decido
desconectar del mundo exterior, ese es el lugar perfecto, una vez esté
terminado de montar, claro está.
Cuando hube terminado con el saco y la ducha, encendí el ordenador y puse
música a todo volumen, abrí la ventana y me recosté en el sofá pensando en
cómo decirle a esa maravillosa chica, que era la mujer de mis sueños. Lo
primero que pensé fue en soltarlo como quien no quiere la cosa…
– Hola Cait, ¿qué tal?, ¿sabes? me gustas, pero no como amiga, no, sino
como algo más. Quizá podríamos tener una relación o algo...
No, no funcionaría, más que nada porque soy muy vergonzosa cuando estoy
con ella y no me veo capaz de hacer eso. No sabía qué hacer. Ella se mudó
al barrio hace tan solo cuatro meses y medio, es guapísima, completamente
mi prototipo de chica, exterior e interiormente. Aunque a veces me
replanteo una gran cuestión, ya que por otro lado no termino de encajar con
ella, aunque después la miro y esa duda se esfuma en cuestión de segundos.
Ella no vivía aquí, es de una ciudad de Cádiz. Cuando se mudó me acerqué
poco a poco a ella para averiguar si por casualidad podría llegar a sentir
algo. Mas todo fue una decepción: tenía novio. Bueno ex, ya que al
mudarse lo acabaron dejando, aunque ella seguía enamorada de él. Me hice
amiga suya y hasta entonces todo iba relativamente bien…
Decidí levantarme de aquella cama y comer algo, era ya mediodía, no había
rastro de mi hermana ni de mis padres, así que los llamé. Ellos estaban de
“escapada romántica” todo el fin de semana y sin avisar. Suelen hacerlo a
menudo para mantener viva la llama. Y mi queridísima hermana, había
pasado la noche en casa de su nuevo rollo; la casa para mí sola. Una idea
rondó durante unos instantes por mi cabeza: ¿y si la traía a ella y la hacía
pasar el mejor fin de semana de su vida? Podía probar. La llamé.
– ¿Sí? – Me respondió.
– Cait soy yo, ¿estás ocupada? – Pregunté.
– Aún no, ¿qué pasa, tienes algún plan para esta tarde? – Dijo con una
risilla en la pregunta.
– Pues la verdad es que sí, pero para todo el fin de semana.
– Sorpréndeme. – Advirtió.
– Mis padres se han ido de escapada romántica y…
– ¿Escapada romántica? – Preguntó riendo.
– Sí, estúpido plan suyo para mantener viva la llama del amor. Creo que no
andan en su mejor momento. – Ella echó a reír.
– Pues iré para allá en cuanto se vaya Marcos. Ha vuelto a venir a verme, es
tan mono… Nos vemos en un momento, tengo que contarte una cosa que
me está comiendo bastante la cabeza.
– ¿Qué te pasa? – Pregunté.
– Luego te cuento, ahora nos vemos.
Y colgó. Pasaba algo, de eso no había duda. Almorcé un poco y justo
cuando soltaba el plato en el lavavajillas sonó el timbre. Corrí a abrir.
– ¿Qué pasa Cait?
– ¿Puedo pasar mejor y hablamos? – Preguntó con un halo de preocupación
en su dulce voz.
– Si, claro. Subamos la maleta a mi habitación.
– Nuestra, por este fin de semana. – Me corrigió mientras poníamos rumbo
hacia arriba.
– Eso… – Le reí.
– Eh… ¿Y si en vez de dormir aquí, dormimos en el desván? – Propuso
segundos después de soltar su maleta a los pies de la cama.
– Creo que aquí vamos a estar más cómodas, son dos camas. – Eliminé de
mi cabeza la absurda idea de dormir a su lado.
– Bueno, también podríamos abrir la cama de matrimonio de arriba.
Tenemos unas vistas desde ahí que muchos desearían. – Dijo echando a reír
mientras se sentaba en la cama. – Pero como tú prefieras. Ven, será mejor
que te sientes. – Comenzó a decir mientras me cogía de las manos y me
invitaba a sentarme a su lado.
– ¿Qué pasa Cait? – Insistí. – No me asustes… – Susurré.
– Tengo una falta…
–¿Cómo una falta? – Pregunté incrédula.
– Llevo una semana de retraso y estoy un poco asustada.
– ¿Y ahora qué vas a hacer? – Pregunté.
– No sé, si lo estuviera… No sé, solo tengo 18 años.
– Tienes que tomar precauciones Cait, mírate… ahora vienen los sustos. Y
esperemos que todo quede solo en eso.
–No teníamos precaución en ese momento encima, estábamos en el cine…
– Ya, pero en la cartera… – Le dije riendo.
– Claro, como tú lo tienes tan fácil. – Respondió.
–Son todo ventajas. – Le dije como intentando convencerla de algo.
– ¿Y tú? ¿Qué tal llevas la ruptura con Ruth?
– Bien… – Respondí.
– No habrás vuelto a llamarla, ¿No?
– Vamos a comprar un predictor. – Cambié de tema levantándome de la
cama a toda prisa.
– ¡Luna! ¿La has llamado? – Insistió levantándose y siguiéndome escaleras
abajo.
– ¿Qué? No, no la he llamado. – Dije cogiendo el bolso y abriendo la puerta
de la entrada, intentando no mirarla a la cara.
– Has estado con ella. – Susurró cerrando la puerta tras sí. – ¿Eres tonta?
¿Cuándo?
– Hace un par de días. Deja ya el tema, anda.
– Luna, sabes de sobra que esa chica a lo que va es a hacerte daño.
– Lo sé, pero una tiene necesidades. – Me excusé.
– ¿Te has acostado con ella? ¿Pero com…? – La miré con una media
sonrisa en la cara. – Vale, no digo cómo de qué forma, sino de ¿cómo has
podido? Lleváis sin estar juntas menos de un mes, así que “tus necesidades”
no son una excusa válida.
– Habló la que tiene un retraso y pone como excusa que estaba en el cine
sin precaución. Si no se puede, no se puede.
– Eh, que ahora vamos a salir de dudas, y como todo sea falsa alarma (que
lo será), la única que estará poniendo excusas serás tú.
Y, mientras discutíamos por Ruth y disertábamos sobre su falta, llegamos a
la farmacia.
Ruth es mi ex novia. Hace más o menos un mes que lo dejamos, porque me
enteré de que me ponía los cuernos y que ya habían sido varias veces. El
caso es que constantemente se ponía en contacto conmigo para pedirme
perdón.
Cait, la chica de la que estoy enamorada, también es mi mejor amiga. Y,
bueno, eso es lo que realmente me da miedo: perder su amistad al
confesarle mis sentimientos. Ella conoce toda la historia, y… la odia
también por hacerme daño; por hacerle daño a su mejor amiga. Incluso me
hizo prometerle que no volvería a hablar con ella, pero es que fueron dos
años, dos largos años con muchísimos buenos momentos.
– Habla tú… – Pidió llegando al mostrador.
La miré dudosa y me apoyé en el mostrador.
– ¿Qué desea? – Me preguntó la chica, la miré de arriba abajo y resoplé. Era
guapísima, y estaba muy buena.
– Eh… deme una caja de caramelos masticables para la irritación de
garganta. – La chica sonrió y se fue a buscarlos al otro lado de la farmacia.
– ¿Qué haces? – Susurró Cait pegándose a mí.
– Ahora vamos a la de la calle de atrás. – Cait, me miró extrañada. La chica
llegó con una caja de Strepsils, sutilmente hice que Cait se separara de mí y
se alejara.
– ¿Algo más?
– Eh, sí… – Hice una pausa.
– Dígame. – Insistió.
– Tu número de teléfono. – Le espeté. La chica sonrió levemente, pero un
ruido nos sobresaltó. Era Cait a quien se le había caído un chupete de las
manos. – Eh… – Dudé mientras miraba a Cait. – Y un predictor para ella.
La farmacéutica sonrió levemente, cogió el predictor y las pastillas, las
metió en una bolsa, me dijo el precio y le pagué.
– Gracias. – Susurré. – Vamos anda. – Dije agarrando a Cait del brazo y
haciendo que soltase un biberón en la estantería.
– El número va en el tique de compra. Gracias a vosotras.
Me giré, le sonreí y salimos de allí.
– ¿Qué ha sido eso? – Preguntó.
– ¿Qué hacías con los complementos de bebe? – Pregunté casi a la vez que
ella.
– No sé, me llamaron la atención… – Su cara se descompuso. – ¿Y si es
una señal? ¿Y si estoy embarazada? Joder... – Resopló. – Estoy
embarazada, lo noto...
– Vamos a mi casa y salgamos de dudas. – Dije riendo.
Porque sí, Cait estaba muy pero que muy loca, demasiado. Tal vez era uno
de los motivos que me echaba para atrás a la hora de confesarle mis
sentimientos. Prefiero las chicas tranquilas, que me den estabilidad... Y me
da a mí que con Cait, tranquilidad y estabilidad era lo que menos iba a
tener. Pero aun así, es que me vuelve loca.
Camino de casa abrí la bolsa, saqué el tique de compra y caminé más
despacio mientras guardaba el número en el móvil.
– ¿Enserio? – Miré a Cait. – Pero si ni la conoces.
– Tendré que pasar página con Ruth, ¿No?
Cait negó con la cabeza y continuamos sin mediar palabra hasta llegar a
casa.
– Dame eso y salgamos de dudas.
Le tendí el predictor. Lo cogió, me acercó el prospecto y entró en el baño
mientras abría la caja.
– A ver si apunto bien. – Dijo con una risa nerviosa.
– Pone aquí que tienes que… eh… orinar en él durante ¡cinco segundos! –
Dije bastante nerviosa dándole vueltas al papel.
– Ya. – Susurró.
– Hay una casilla que debe estar marcada y…
– Luna, no es el primero que me hago. – Dijo riendo. – Tranquilízate.
– Entonces… ¿Habéis vuelto? – Pregunté apoyándome contra la pared. Ella
había dejado una rendija de la puerta abierta.
– No, él está conociendo a otra chica…
– ¿Qué? – Le pregunté extrañada mientras Cait salía agarrando el predictor
fuertemente.
– Ha salido una T, ¿qué significa? – Intentó quitarme el papel de las manos.
– Déjame a mí. – Le di un tirón y el prospecto cayó al suelo. Me agaché a
recogerlo y lo leí mientras me incorporaba. Me quedé pálida. La miré sin
saber qué decir. – Eh…
– Es broma, aún no ha salido nada, y me da que no va a salir, no ha cogido
color, no hay hormonas de embarazo.
Resoplé, dejándome caer contra la pared.
– Si hubieses nacido hombre y nos hubiésemos acostado sin preservativo,
ahora habrías estado esperando y te acabarías desmayando de la tensión y el
susto. – Dijo riendo. – Menos mal que tú no vas a tener sustos de estos. –
Me dio un suave golpecito en el brazo con su codo. – ¿Dónde estaba el
cubo de la basura?
– Ahí en la segunda puerta. – Señalé a la cocina. – Yo no me hubiera
acostado contigo sin preservativo, es una irresponsabilidad. – Solté
sonriendo.
– Ah, ¿pero te acostarías conmigo? – Se giró y comenzó a reír nuevamente.
– No… A ver, es solo un supuesto, un decir. – Me puso nerviosa. – Si
hubiese sido hombre y si hubiese existido algo entre nosotras... Nosotros...
¡Eso! – Grité.
– Que tonta eres, estoy de broma. – Me acarició levemente la cara. – Te
pones super graciosa cuando te pones nerviosa, eh... – Sonrió, me puse
bastante colorada, ella soltó una leve sonrisa bajando la cabeza.
Nos fuimos al salón, nos tiramos en el sofá y encendimos la tele.
– Y si está conociendo a otra… ¿Por qué os acostasteis? – Dije un poco
celosa, aunque suelo controlarme para que no me lo note.
– Puede que me diera por insistirle un poco y acabamos así… – Bajó la
cabeza sonriendo.
– Las dos la hemos liado. – Dije mirando hacia la tele.
– Mira, hagamos una cosa... – Se sentó en el sofá mirándome. Yo me volví
hacia ella y la miré también. – Ni tú vuelves a ver a Ruth, ni yo vuelvo a ver
a Marcos. – Me tendió la mano y arqueó una ceja.
Le choqué la mano. Mi hermana entró dando un portazo.
– Eh, Luna….
– ¿Al final duermes aquí? – Pregunté.
– ¿Qué pasa? ¿Interrumpiría algo? – Dijo soltando una carcajada. La miré
extrañada.
Me puse de pie y me acerqué a ella.
– Has bebido. – Dije.
– Oh, venga ya, no vas a venir ahora a darme la lata. Vengo solo a por una
muda, tranquila. Duermo con Ricky.
– De aquí no sales. – Me puse en la puerta para impedir que saliese.
Lo siguiente que recuerdo fue despertar con un fuerte dolor de cabeza aquí,
en el hospital.
Cait llamó a una ambulancia después de que mi queridísima hermana me
diera un golpe bastante fuerte en la cabeza. ¿Ella? Ella se largó.
Cuando desperté, noté que Cait estaba muy asustada. Pude notar cómo le
temblaba el pulso al cogerme la mano. Me habían hecho una resonancia y
afortunadamente todo estaba bien. Sólo se trataba de un fuerte golpe y el
labio un poco roto por el puñetazo que me dio mi hermana. Acto seguido se
fue con el Rick ese sin ni siquiera preocuparse por mí. Por suerte todo
quedó en un susto.
– Creo que es la primera vez que me dan los resultados y el alta tan
rápidamente en un hospital. – Reí mientras nos bajábamos del taxi para
entrar a casa.
– Es lo que tienen los hospitales privados. Llamé a mi hermana
inmediatamente para que me mandara una ambulancia. – Me explicó.
– ¿La doctora es tu hermana? – La miré incrédula.
– Sí… No nos parecemos, ¿A qué no? – Negué con la cabeza.
– Jamás lo hubiese imaginado. ¿Me darías su número? – Reí.
– Eh… Con ella sí que no, que ligases con esa farmacéutica no significa que
todas las chicas de las que quieras su teléfono vayan a querer algo contigo.
– La farmacéutica, me olvidé de ella… Voy a hablarle ahora.
– Vale, pero antes abre la puerta. – Me pidió en un tono poco simpático.
Abrí la puerta y entramos. Cogí mi móvil para acabar hablándole a la
farmacéutica.
YO: “Tendrías unos minutos?” “Me gustaría charlar contigo”.
– Pedimos unas pizzas, chino, hamburguesas… ¿Qué te apetece? – Me
preguntó sentándose en el sofá mientras sacaba su móvil. – Vente, siéntate.
– Me senté a su lado. – Tú eliges... Ahora me toca cuidarte... – Me sonrió
acariciándome el brazo. Sonreí, mientras ella bajaba la cabeza.
– Pizza. v Respondí, para seguidamente, clavar la vista en la pantalla de mi
móvil. La chica estaba en línea.
NÚMERO DESCONOC.: “Puedo tener toda la noche para ti si quieres.”
Sonreí.
YO: “Antes de nada, ¿cómo te llamas?” “Yo Luna”
NÚMERO DESCONOC.: “Laura”
Volví a soltar otra sonrisa; ya tenía su nombre. Cait resopló y la miré de
reojo. Le gustaba bastante poco que alguien captase mi atención mientras
estaba con ella. Es otro de los aspectos de ella que me volvían muy loca y
que en cierto modo removía algo en mi interior. Aunque solo fuesen celos
de amistad. Ya me lo dejó claro una vez, me lo dijo tal cual: no le gustaba
cuando quedaba con ella que nadie más se acoplase, ni que la dejase tirada,
ni nada por el estilo.
YO: “¿Sabes?” “Se me ocurren varias cosas con las que entretener la
noche.”
– ¿Hola? Tierra llamando a Luna. ¿Quieres dejar el móvil? – Dijo
quitándomelo de las manos y poniéndose en pie para mirar la conversación.
– Eh, no… Trae. – La seguí. – Parece que estás en una estación espacial
“Tierra llamando a Luna” – Reí.
Cait comenzó a reír.
– Dame el móvil. – Pedí.
– No, mira te ha contestado.
– Dame, eh, no, no le digas nada. Cait por favor…
– Que no tonta, toma. – Me tendió el móvil. – Voy a pedir la cena.
Asentí y abrí la conversación.
LAURA: “¿Sí?” “Tengo un rato libre” “Podemos quedar y me enseñas
esas cosas con la que podemos entretenernos”
Leí la frase muchísimas veces. Miré a Cait, que acababa de colgar.
– Sabes que vivo aquí al lado, por mí no te preocupes. – Me dijo sonriendo
decepcionada, aunque intentaba no demostrarlo. – Pero antes cenamos.
– Creo que no debe…
– Luna, así pasas página con Ruth. – Me interrumpió susurrando y soltando
un suspiro.
– Es que no quiero pasar la noche sola. – Añadí.
– Ella la puede pasar contigo.
– No, me ha puesto que tiene “un rato libre”, no toda la noche. – Expliqué.
Cait me miró, bajó la mirada y sonrió.
– Hagamos una cosa: yo me quedaré aquí y tú te subes con ella arriba del
todo. – Me dolió que me dijese eso. Quizá yo esperaba que Cait insistiese
en que no, en que quería pasar la noche conmigo.
– ¿Qué? – Dije. – No voy a hacer eso. – Comencé a reír.
– Oh, venga ya. Además, mi hermana me ha dicho que te cuide esta noche.
Lo consideraremos como cuidados especiales. – Dijo echando a reír.
Mi móvil sonó, lo miré.
LAURA: “¿Hola?”
– Venga, dile que sí. – Insistió sonriéndome, aunque yo sabía que no le
hacía ninguna gracia. – Pero en plan, ven que te voy a empotrar contra la
cama. – Ahí sí que se echó a reír. Estaba loca, negué con la cabeza. – No, en
serio, yo me quedaré aquí viendo una peli.
– Vale. – Sonreí.
YO: “Te mando mi ubicación” “Si vienes no te vas a arrepentir” “Te lo
aseguro.”
– Ya, ¿Contenta? – La miré sonriendo.
– Este es tu comienzo para pasar página. – Me dio un suave golpecito en la
pierna.
Sí, lo era, pero yo quería pasar página junto a ella.
Cenamos tranquilamente, charlando y viendo la tele a ratos.
– Tengo una idea. – Dije levantándome para volver con una botella de
tequila.
– Me gusta esa idea. – Respondió riendo.
Comenzamos a beber chupitos. Uno tras otro. Hasta que mi móvil sonó.
LAURA: “Ábreme la puerta” “No tengo mucho tiempo” “Tengo algo que
enseñarte”
Suspiré y miré a Cait.
– Oh venga, ábrele. Yo me quedo aquí con la botella. – Sonrió.
Reí junto a ella y abrí la puerta. Laura se abalanzó a mi cuello y sin dejar
mediar palabra alguna me besó, se apartó de mí y dejó caer su abrigo.
Estaba desnuda.
– Eh… – Dije mirando hacia el sofá.
– Mierda. – Susurró colocándose de nuevo su abrigo.
– Por mí no os cortéis. – Las dos la miramos extrañadas. – No, no penséis
mal, vosotras arriba, yo abajo. Corred, subid.
– ¿Alguien me explica que pasa? – Laura me miró con cara dudosa.
– ¿Tú no tenías prisa? – Pregunté.
– Sí.
– Venga, me subo yo. – Cait agarró la botella y subió los escalones de dos
en dos, riendo a carcajadas.
Laura volvió a dejar caer su abrigo. Tenía un cuerpo de escándalo.
Comenzó a quitarme la ropa poco a poco, a besarme como si nos fuese la
vida en ello. Una vez me tuvo en prendas menores me tiró en el sofá y se
recostó sobre mí. Me besó por todo el cuerpo, el corazón nos latía a mil por
hora. La agarré y me coloqué yo encima de ella. Comencé a besarla por
todo su cuerpo, y ella comenzó a gemir suavemente, mientras la hacía mía.
– Joder... – Se estremeció.
Gimió todo lo que pudo y más hasta que se corrió en mis manos.
– Vuelve a hacerme esto y dejo a mi novio para irme contigo. – Dijo en un
último suspiro, lo cual me dejó estupefacta.
– ¿Qué? ¿Tienes novio? – Pregunté levantándome rápidamente.
– Si, ¿qué más da? Ven que te quiero probar yo a ti. – Intentó agarrarme,
pero me levanté del sofá poniéndome el pantalón.
– No… – Comencé a decir poniéndome la camisa. – Me dije una vez que
nunca tendría nada con nadie que tuviese pareja, ni con bisexuales. Lo
siento, esto ha sido un error.
– ¿Bisexual? No, a ver, te confundes. – La miré extrañada. – Me llamó la
atención y... – Sonrió. – Pero a mí me gustan los chicos, me gusta mi
novio...
– ¿En serio? No, no me metas en esto por favor, vete. – Le tendí el abrigo y
lo cogió, pero no se lo puso.
– Vamos, venga ya. Tenemos que volver a vernos, esto que he sentido
contigo nunca lo he sentido con nadie.
– Laura, lo siento. Aquí no ha pasado nada, tienes que irte, ¿Vale?
– No. – Acto seguido me besó, tiró el abrigo y me sentó en el sofá, mientras
me desabrochaba la camisa.
– No, no, no… Mira, de verdad me has puesto a cien, que digo cien, mil,
millones, pero no puedo… De verdad.
Laura pareció al fin entenderlo, me dio un último beso y se levantó de
encima de mí.
– Bueno… Si en algún momento cambias de opinión, sabes mi número, y
también donde trabajo.
Cogió su abrigo y tapó sus curvas con él, para acabar saliendo de la casa.
Resoplé mientras me abrochaba la camisa.
– Juro que no he estado escuchando a posta. ¡Qué fuerte! ¡Qué cabrona!
Que… colorada estás. ¿Estás bien? – Preguntó Cait soltando la botella
encima de la mesa que había frente al sofá.
– Si, acalorada. – Reí. – Lo normal. ¿Ves?, ahora es cuando tengo que
llamar a Ruth.
– No… Si acaso te das una ducha fría.
– Si... Voy a dármela, dame cinco minutos. – Sonreí y ella me sonrió
también, asintiendo con la cabeza mientras se sentaba.
En unos diez minutos estaba volviendo a bajar las escaleras. Entré al salón.
Cait miraba distraída la tele. Me senté a su lado, me miró, le sonreí.
– ¿Mejor? – Sonrió.
– Si... – Dije subiendo mis piernas sobre el sofá.
– ¿Segura? – Dijo pasando su mano por mi pierna, lo cual me estremeció.
– ¡Eh! Las manos quietas. No quiero hacer algo más de lo que arrepentirme
mañana. – Reí.
Cait cogió la botella junto a un vaso, me lo dio y me lo llenó. Le dio un
gran sorbo a la botella, a la vez que yo me bebía el chupito.
– Lo que has hecho… – Comenzó a decir. La miré. – No lo hace cualquiera;
yo misma me acosté con Marcos sabiendo que tenía otra novia… Y él lo
hizo, se arrepintió después, pero lo hizo. No tienes que sentirte mal por lo
que ha pasado aquí.
– En parte sí, la busqué yo.
– Pero tú no sabías nada.
– Si lo hubiese sabido… – Le quité la botella, llené mi vaso y se la devolví.
– Ni le hubiese pedido el número. – Me bebí el chupito.
Cait se mordió el labio y cerró los ojos sonriendo.
– ¿Qué? – Pregunté soltando una leve risa provocada por el exceso de
tequila.
– Tengo que confesarte algo… – El corazón me dio un vuelco, tenía la
certeza de que yo debía confesarle también algo. Algo que aquella mañana
me había propuesto hacer.
– Yo también tengo que decirte algo. – Confesé. Ella me miró extrañada, le
dio un sorbo a la botella, me echó en el vaso y me volvió a mirar.
– Yo primera. Tú después.
– Vale. Llena el vaso y tú dirás.
Me llenó el vaso, le dio otro sorbo a la botella, esta vez un poco más largo.
Me estaba poniendo muy nerviosa. Me miró, cerró los ojos y sonrió.
– Me encantas. – Soltó al fin, el corazón se me iba a salir del pecho. –
Pero…
– Oh, venga ya, ¿hay un pero? – Cait abrió los ojos y me miró extrañada. –
¿Lo he dicho en voz alta?
– Si… – Confesó con una sonrisa en la cara.
– Pues… – Colocó su dedo en mi boca para callarme. Las ganas de tirarla
allí mismo eran cada vez más incontrolables.
– Pero… – Volvió a decir. – Eres una mujer, y a mí no me gustan las
chicas… ¿Por qué no eres un hombre? – Terminó en un susurro quitando su
dedo de mi boca.
No supe qué decir. Mi silencio la estaba poniendo nerviosa.
– Yo...
– ¿Qué me estás haciendo Luna? – Me interrumpió cerrando los ojos
mientras pegaba su frente contra la mía. Cerré los ojos.
– No estoy haciendo nada… – Dije en un susurro casi inaudible.
– Cada vez que estoy contigo, no quiero separarme de ti. Y este sentimiento
cada vez es más fuerte. Quiero que encuentres a alguien, que seas feliz,
pero si te soy sincera, me he alegrado de que Laura se fuese, estaba
empezando a no soportar escucharos. – Se separó de mí. – Dime algo por...
Abrí los ojos, agarré su cara y me acerqué poco a poco.
– No puedo decirte nada, no quiero influir en nada respecto a eso...
– Yo quiero que influyas, Luna... dime algo... ¿Qué opinas tú de todo esto?
¿Por qué estoy loca por besarte? – Se acercó a mi cara nuevamente para
volver a pegar su frente contra la mía. No pude más que tragar saliva.
– Opino que estás demasiado borracha y que no es momento para hablar de
nada. Y mucho menos para influir en nada. – Le acaricié la cara, ella cerró
sus ojos y se separó asintiendo.
– Vale. – Susurró. – ¿Vamos a dormir? Tienes razón, hemos bebido
demasiado. – Resopló. – Puede que... – Dudó. – No esté diciendo más que
tonterías.
– Si, vamos. Mañana te vas a arrepentir de todo lo que acabas de decir. –
Esto último lo susurré para que no me escuchase.
– ¿Podemos dormir... – dudó – ...arriba, en la buhardilla? – Yo resoplé. –
Venga, porfa.
– Vale, pero estoy en un momento en el que necesito que guardes distancias
conmigo.
– Trato hecho. – Sonrió. – Pero si cuando me quede dormida te abrazo no
me puedes decir nada. Estaré dormida. – Sonreí levantándome del sofá, ella
me siguió.
Subimos a mi habitación, cogimos los pijamas y subimos a la buhardilla.
Cait se acercó a la ventana y abrió la persiana para poder ver el cielo
estrellado, mientras yo abría la cama.
– Esto es lo que más me gusta de tu casa… – Dio unos pasos atrás y se tiró
en la cama. – Aparte de estar contigo, claro... – Sonrió. – Las vistas de esa
ventana. – Suspiró.
– Si… a mí también. – Susurré. – Voy al baño un segundo... – Ella asintió.
Fui al baño, me cepillé los dientes y luego me puse el pijama.
Al salir, me quedé embobada mirándola. Ella estaba acostada. Se había
cambiado mientras yo estaba en el baño. Su pelo negro relucía sobre las
sábanas blancas. Se percató de que la estaba mirando y me miró. La oí reír
bajito. Me giré para apagar la luz, y logré encontrar la cama con la ayuda de
la escasa claridad que aportaban la luna y las estrellas. Esperé a que mis
ojos se acostumbraran a la casi oscuridad.
– ¿Qué piensas? – Pregunté. Y en qué momento lo hice…
– No quieras saberlo, en serio. – Me miró riendo.
– Oh, venga ya. – Insistí.
No debí haberlo hecho.
– Pienso, en cuánto me gustaría que fueras un chico... – Suspiró y la miré. –
En cómo me estarías haciendo el amor en esta cama mientras tengo esa
ventana con las estrellas de fondo. Es una fantasía que tengo desde hace
bastante tiempo... – Soltó. ¿Ves diario? No debí insistir; esas palabras me
dolieron. Yo no soy un chico. Ella se incorporó un poco y me miró. – ¿Tu
das mucha caña o te gusta más ir suave?
La miré dubitativa.
– ¿Qué clase de preguntas son esas? Deja de pensar, anda. Mira, cuando te
eches un novio te lo traes, yo os dejo para que echéis un polvo aquí. – Se
recostó a mi lado. – Duérmete.
– No quiero a otro chico. Te quiero a ti de chico... – Dijo. Me miró. – En
forma de chico, tal cual eres, pero simplemente siendo un chico. – Mi
corazón no paraba de llevarse sobresaltos, en cualquier momento se iba a
salir del pecho.
– Qué pasaría si fuese un chico, ¿estarías conmigo? – Reí.
– Si... – Dijo riendo.
– ¿Aunque fuese feo? – Pregunté.
– Eres la mejor persona que conozco y me encanta como eres. Es solo que
te falta ser un chico... – Soltó. Suspiré.
– Bueno... Podría haberlo sido entonces. – Sonreí. – Pero no, soy una chica,
así que acostúmbrate.
Cait se acurrucó contra mí, rodeando mi brazo. Estuvimos varios minutos
en silencio hasta que ella misma decidió que era mejor romperlo.
– ¿Yo te gusto? – En cualquier momento me iba a dar un infarto, no paraba
de tener sobresaltos. Me estaba matando con sus preguntas, no la pensaba
dejar beber más. – ¿Te atraigo físicamente? ¿Me harías el amor o me
follarías?
Me incorporé y la miré.
– Al final te mando al sofá. O me voy yo.
– Vale, no diré ni una palabra más.
Cuando creí que iba a parar y que se había quedado dormida, volvió a
hablar.
– ¿Cuándo dos chicas lo están haciendo y…
– ¡Caitlin! – Grité.
– Calla, ¿no sabes que es de mala educación interrumpir mientras otra
persona habla?
Me senté en la cama dándole la espalda.
– Bueno, déjame preguntar. ¿Cuándo dos chicas lo están haciendo y
necesitan lo que viene siendo un miembro que no tenéis o sea la…? Eso de
un chico… ¿Qué hacéis?
– ¿Qué dices? Qué mal te sienta a ti el tequila…
– Estoy preguntando en serio, es una duda que tengo. – Se sentó a mi lado y
me miró seriamente.
– A ver, simplemente, eso no se necesita, se basta con lo que se tiene.
– ¿Puedo probarlo? – Clavó su mirada en mí.
– ¿Qué? – La miré extrañada.
– Solo un beso Luna, es curiosidad, no quiero que eso cambie nuestra
amistad ni nada. Es más, no volveremos a hablar de ello.
La miré y me eché a reír.
– No, conmigo por lo menos, no.
– ¿Prefieres que me busque a otra? – Comenzó a pasar su mano por mi
pierna hasta llegar a la entrepierna, donde se paró. Con mi mano agarré la
suya y la aparté de ahí.
– Buenas noches Cait, duerme la borrachera anda. – Resoplé acostándome a
la vez que me daba la vuelta.
– Si sólo te estoy pidiendo un beso, Luna… – Susurró mientras se subía
encima de mí, para ponerse cara a cara conmigo. Se quedó a tan solo unos
centímetros de mi boca.
Ella suspiró mientras yo terminaba de unir nuestros labios, cortándole el
suspiro. No hice nada, intentando que ella me pusiese los límites, aunque
solo supo apartarse un poco y suspirar nuevamente.
– ¿Bien? – Pregunté. – ¿Te has quedado tranquila ya?
– Si…
– Pues venga, a dormir.
– No. – Me agarró la cara y me besó.
Nunca creí que fuese a hacer eso, pero sí, lo hizo. Comenzó a besarme, se
empezó a acostar sobre la cama, haciendo que yo quedase sobre ella,
tornando el beso en un beso pasional. Sin dejar de besarla, comencé a
acariciarla poco a poco por debajo de la ropa. Al ver que sus manos
comenzaban a levantar mi camiseta para deshacerse de ella, me limité a
hacer lo mismo con la suya. Sus pantalones desaparecieron una vez que los
míos estuvieron fuera. Comencé a separarme poco a poco de sus labios,
besando su cara, bajando por su cuello hasta llegar a sus pechos. Ella se
limitó a buscar mi mano y entrelazar sus dedos con los míos. Su respiración
comenzaba a acelerarse. Soltó mi mano momentáneamente para colocarse
bien el pelo y volvió a agarrarla.
Reaccioné y me aparté de ella.
– No, no… – Susurré separándome. Estábamos muy borrachas y no quería
aprovecharme de la situación.
– ¿Estás bien? – Me preguntó extrañada. Mi vista se desviaba hacia sus
pechos, aunque intentaba evitarlo.
– Sí. No podemos, Cait. Estamos borrachas, y tú más que yo. – Ella asintió
acostándose a mi lado.
Me desperté muy temprano, demasiado. Eran sobre las seis de la mañana;
había dormido muy poco, pero me levanté a escribirte, a contarte el día de
hoy. Porque sí, hacer esto, comenzar justo hoy, ha sido la mejor idea de mi
vida y… Bueno, ahora voy a volver a la cama, a dormir un poco más, al
lado de Cait, junto a esa chica de la que estoy tremendamente enamorada.
Hasta mañana querido diario, hasta mañana.
CAPÍTULO 2
Viernes, 1 de julio
Hola querido diario. No quiero adelantar acontecimientos, así que empezaré
por el principio.
Aún dormía, cuando empecé a notar como alguien se levantaba sobresaltada
de la cama. Era Cait.
No sabía dónde meterme. Habíamos acordado que no volveríamos a hablar
nada de ese beso, así que intenté no darle importancia, pero eso era
imposible. Aun así, no sería yo quien le hablara de ello, no le sacaría el
tema.
Oí cómo cerró la puerta del baño al entrar. Abrí los ojos y miré a mi
alrededor; todo estaba como siempre.
Estaba aún semidesnuda. Me puse el pijama para bajar a mi habitación, abrí
el armario, cogí unos vaqueros y una camiseta blanca ancha. Una vez
vestida, al volver a salir, oí la ducha. Miré el reloj, eran las 11:30.
Preparé café y recogí las cajas de pizzas de la noche anterior, las metí
dentro de una bolsa y las saqué al patio para tirarlas más tarde. La cafetera
eléctrica encendió la luz indicando que el café ya estaba listo. Me serví un
buen vaso.
– Hola. – Oí a mis espaldas. Quería que la tierra me tragara.
– ¿Café? – Pregunté sin mirarla.
– Sí. – Respondió. Cogí otro vaso y, mientras lo llenaba, noté cómo se
sentaba en una silla.
– Aquí tienes. – Dije poniéndolo delante suyo. Cogí unas galletas y las puse
sobre la mesa, me senté frente a ella y di un sorbo al café. No podía mirarla
a la cara.
Noté que ella me miró varias veces. Mi móvil comenzó a sonar. Me
incorporé un poco para sacarlo del bolsillo. Era mi madre.
– ¿Sí?
– Hola cariño, ¿cómo estás? – Me preguntó.
– Bien, bien. Tu hija Tamara me dio ayer un puñetazo y me dejó
inconsciente, pero ya estoy bien.
– ¿Otra vez? No sé qué voy a hacer ya con esa niña… ¿Has ido al médico?
¿Te han hecho pruebas? ¿Quieres que vayamos para allá?
– No, tranquila. Está Cait aquí conmigo. Ayer fui al hospital donde trabaja
la hermana. Estoy bien, no te preocupes.
– ¿Y tu hermana dónde está?
– En casa de una amiga, un ligue o no sé… – Expliqué. – Está bien.
– Si vuelve no te pelees con ella, déjala. Ya tomaremos medidas cuando
volvamos.
– Vale, disfrutad.
– Sí cariño. Dale un beso a Cait de mi parte.
– Se lo daré, adiós mamá dale tú otro a papá.
Colgó. Abrí WhatsApp. Tenía 3 mensajes en tres conversaciones distintas.
Abrí el primero; era mi hermana.
TAM: “Siento lo de ayer…” “¿Estás bien?”
YO: “Sí.”
La segunda conversación era del grupo de amigos.
RAÚL: “¿Tenéis algún plan para hoy?”
Raúl es un amigo. Es gay. Nos conocimos en un pub después de que casi
me salvase de Ruth, ya que los conocí a los dos el mismo día. Ellos se
conocían desde antes, y él sabía que no era buena chica. Intentó advertirme,
mas pasé de él... Aunque después se convirtió en mi mejor amigo, debí
haberle hecho caso en ese mismo momento.
En la conversación de WhatsApp, preferí no responder ya que nadie más lo
hizo.
La tercera era Laura. Resoplé.
LAURA: “Hola Luna” “Sé que es un poco pronto para escribirte…”
Miré la hora a la que me lo había enviado: las 7 de la mañana. Me extrañé,
pero seguí leyendo.
LAURA: “Mi novio y yo no pasábamos por un buen momento, lo hemos
dejado de mutuo acuerdo” “No he podido dejar de pensar en lo que pasó
anoche entre nosotras…” “Necesito verte” “Y que hablemos” “Lo siento si
te despierto.”
Releí el mensaje unas cuantas veces sin saber si contestarle o no. Ni qué
decirle.
– ¿Qué te pasa? – Me preguntó Cait mirándome extrañada. La miré, se me
hizo raro. No podía dejar de pensar en el beso.
– Laura me ha enviado un mensaje. – Expliqué.
– ¿Puedo verlo? – Le pasé el móvil y lo leyó. – ¿Qué le vas a decir? Joder,
mi cabeza. – Se llevó una mano a la cabeza.
– Ni idea. Siento que si entro ahí me voy a meter en un lío.
Comenzó a sonar nuevamente el móvil. Cait arqueó una ceja y me lo tendió.
La miré extrañada.
– Ruth. – Dijo con mala cara.
Miré la pantalla, me puse en pie y lo cogí.
– ¿Sí?
– Hola, es viernes.
– Ya. – Reí. – ¿Y qué pasa? – Me bebí el café de un sorbo y solté la taza en
el fregadero.
– Viernes día 1 de julio.
– Ah, vas por ahí… – Abrí la puerta que daba al patio y me apoyé en el
quicio. El viernes 1 de julio de hace justo un año nos fuimos a pasar unos
días a la playa las dos solas. Estuvo genial.
– Te echo de menos… Sé que no me puedes perdonar, ni siquiera te lo voy a
volver a pedir, sé que todo por lo que te he hecho pasar no tiene perdón.
Pero no puedo vivir sin ti. – Fueron dos largos años…
– Sabes de sobra que yo también te echo de menos, pero también sabes que
no quiero verte… ¿Para qué me llamas?
– Dame otra oportunidad, la última. Si ves algo en mí que no te guste
desapareceré por completo, para siempre.
– Ruth, la última vez que volvimos me dijiste lo mismo. – Escuché a Cait
levantarse de la silla. – ¿Quién me da a mí la certeza de que no vas a volver
a hacerme lo mismo y después seguir? Tal y como lo estás haciendo ahora.
Prométeme que…
– Te prometo todo lo que quieras. – Me interrumpió.
– Escúchame, podem… – Cait me quitó el móvil. – ¡Eh!
– Ruth, no. – Dijo, para acto seguido colgar. – ¿Pero no ves que te come la
cabeza?
Volvió a sonar. Miré a Cait, que pretendía descolgar.
– No. – Pedí.
– Vas a hablar tú y le vas a decir que no vas a volver a verla, ¿en qué
quedamos anoche? – Un resumen de toda la noche pasó por mi cabeza.
– En demasiadas cosas. – Susurré, descolgó y me lo dio. – Ruth…
– ¿Me has colgado?
– Sí, es que no, no puedo. Me comes la cabeza, caigo siempre, ya no más.
Adiós. – Colgué.
– Mejor así.
Resoplé. Cait se giró, cogió su taza y la metió en el fregadero junto a la mía.
No pude apartar la vista de su cuerpo, me estaba volviendo loca por esa
chica. Se giró hacia mí, yo giré sobre mí misma y salí al patio mordiéndome
el dedo, para no soltar otro resoplido.
– Hace calor hoy. – Dijo Cait, saliendo y acercándose a la piscina. – Me
apetece un chapuzón.
– Como si estuvieras en tu casa. – Le dije sin apartar la vista.
Se quitó la camiseta quedándose en sujetador, para luego terminar
quitándose los pantalones.
Me quedé embobada, ¡qué cuerpo!… Saltó a la piscina.
– ¡Eh vente!, está buenísima.
Me acerqué al borde y me agaché para tocar el agua. Estaba fría.
– Está fría, aún no ha pegado hoy el sol aquí.
– ¡Venga ya! – Se acercó a mí.
El timbre de la puerta sonó al mismo tiempo que mi WhatsApp. Me quedé
extrañada. Cait me miró aún más extrañada.
– ¿Quién será? – Me puse en pie para entrar a la casa.
– Abre primero el WhatsApp. – Dijo saliendo de la piscina y cogiendo una
toalla del tendedero.
Abrí el WhatsApp. Era Raúl.
RAÚL: “Abre la puerta.”
– Es Raúl. – Entré a la casa mientras volvía a escuchar cómo se tiraba a la
piscina.
Me acerqué a la puerta y lo escuché hablar con alguien. Dudé si abrir o no,
agarré el pomo, suspiré y finalmente abrí.
– ¡Hola! – Dijeron al unísono Raúl y Marcos. ¿Me podría explicar alguien
qué hacía él en mi casa? Querido diario: ahora más que nunca el mundo se
me vino encima.
– Hola. – Susurré. – Pasad, estamos en la piscina.
– ¿Y Lidia? – Me preguntó Raúl mientras caminábamos hacia la parte de
atrás. – Quiero...
– No está, se ha ido con mi padre. Mañana a la tarde vuelven; están de
escapada romántica.
– Se me ocurre algo… – Comenzó a decir. – Si quieres, claro.
– Luna pásame la… ¿Qué haces tú aquí? – Cait se quedó atónita al ver a
Marcos. Lo primero que hizo fue mirarme.
– Hablé anoche con Raúl, me apetecía verte…
– ¿Pero tú no tienes novia? – Pregunté extrañada.
– Si bueno… Aún no es nada serio.
– ¿Y no crees que si estás empezando una relación con otra persona
deberías dejar de verla? Por su bien, y por el de la otra. – Dije.
– ¿Qué te has fumado? – Preguntó riendo, me apartó y se acercó a Cait para
darle un beso. – Es mutuo acuerdo entre los dos. Además, follas mejor que
ella, créeme. – Volvió a besarla.
Aparté la mirada. ¡Y pensar que hacía unas horas me estaba besando a
mí…!
– ¿Estás bien? – preguntó Raúl mirándome.
Asentí, saqué el móvil del bolsillo y llamé a Ruth.
– ¿Diga? ¿Luna? – Preguntó al otro lado del auricular. Dudé si responder o
no.
– Eh, sí. Vente a mi casa después de comer, vamos a hacer una barbacoa
esta noche. Tráete el pijama por si acaso.
– ¿Y ese cambio tan repentino?
– Que quede claro que somos amigas, nada más.
– Si accedes a amigas con derechos, acepto. – Reí.
– Vale, te espero.
Colgué y salí fuera.
– He pensado que podríamos hacer una barbacoa esta noche, piscina,
alcohol… – Me dijo Raúl.
– Sí, claro, tráete un amigo. – Propuse.
– No, tú y yo estamos bien acompañados. – Añadió.
– He llamado a Ruth para que se venga.
– Ya estamos otra vez. – Protestó.
Cait se acercó a Marcos.
– ¿Qué has hecho? – Preguntó enfadada.
– Uff… Pelea de fieras, vámonos de aquí, vayamos a comprar algo y a
comer, luego volvemos. – Dijo Marcos tirando de Raúl. – Que no se me
olviden los condones.
Puse los ojos en blanco.
– ¿Qué dijimos anoche? Nada de Ruth y nada de Marcos.
– ¡Eh!… Ha venido él. – Se excusó.
– Ella me llamó a mí.
– Con que con esas tenemos, ¿no? – Estaba realmente enfadada.
– Tampoco es para que te pongas así. Has sido tú la primera que ha
incumplido nuestro acuerdo. Podrías haberle dicho que no.
– No quiero decirle que no. ¿Algún problema? – La situación era cada vez
más extraña.
– Pues yo tampoco quiero decirle que no a Ruth.
– Haz lo que quieras. – Se encerró en el baño.
Yo no sabía qué pensar. Se me pasó por la cabeza que estaba celosa de
Ruth; y no celosa porque le robaba su tiempo conmigo en plan amigas, no.
Celosa de celosa... Por... Lo que pudiese pasar entre ella y yo... Aunque
tampoco era para ponerse así. Pero aparté ese pensamiento de mi mente, ya
que, si fuese así, hubiese echado a Marcos nada más entrar.
No me dirigió la palabra en toda la mañana. Nos sentamos a ver la tele en
silencio, sin hablarnos. Fui a la cocina, preparé algo de comer y le llevé un
plato al salón. Comimos en silencio.
Al terminar, seguí viendo la tele. Después me quedé dormida.
La puerta me despertó. Ella se también sobresaltó, por lo que supuse que
había dormido igualmente.
– Hola… – Ruth me besó fugazmente.
– Hola. – Saludé.
Cait salió. Estaba envuelta en una toalla, caminó hasta la puerta trasera y la
dejó caer. Me quedé embobada.
– Cada vez está más buena... – Susurró Ruth con la mirada perdida en la
toalla del suelo.
– Pues a por ella. – Incité.
– ¿Le van las chicas? – Se extrañó. – ¿No estaba con ese... Marcos?
– Bueno... – Dudé poniendo los ojos en blanco.
– Ya veo que pasa aquí, viene él también, ¿No? – Ruth era una chica muy
lista.
– Si, estará al caer con Raúl.
– ¿Te gusta ella o solo es cuestión de si una lo hace la otra también?
– Puede que se mezcle todo un poco… – Confesé.
– Ya veo… Veré que se me ocurre, pero necesito completa vía libre contigo.
Me acerqué a su oído.
– Tienes completa vía libre. – Me aparté y le sonreí.
– ¿Vamos al desván? – Me dijo acariciando mi cintura bajo la camiseta. Sí,
se apresuró a meter sus manos bajo ella.
La puerta volvió a sonar, Ruth se giró y abrió.
– ¿Todo bien? – preguntó Raúl mirando a Ruth.
– Si, hemos aclarado varias cosas. – Dije.
– Así me gusta… – Sonrió. – Él es Marcos. Marcos, ella es Ruth.
Se dieron dos besos.
– ¿Tú eres el ex novio de la del patio? ¿De Cait? – Preguntó Ruth.
– Eh… Sí, algo así. – Se extrañó.
– Pues déjame decirte que si es culpa tuya por lo que ya no estáis juntos,
eres imbécil, porque está buenísima... Como me deje le voy a echar un
polvo que va a flipar. – Sonrió Ruth.
Él se quedó atónito. Salimos fuera. Cait estaba tomando el sol; llevaba unas
gafas de sol puestas.
Evité mirarla ya que si lo hacía no podría apartar la vista de ella. Tal vez
esas gafas de sol me hubieran venido bien a mí.
– Hola chica guapa. – Dijo Ruth agachándose a su lado mientras se quitaba
las gafas de sol para darle dos besos. Cait se dejó puestas las suyas y se
incorporó un poco.
– Hola Ruth. – Dijo en un tono algo borde. Ruth se quitó la camiseta para
quedarse en bikini y se volvió a colocar las gafas.
Caminó hasta la piscina quitándose los pantalones, dejó las gafas en el
borde y se tiró de cabeza.
– ¿Dónde dejamos las…? – Marcos se quedó embobado mirándola como
salía del agua. – ¿…bolsas? – Terminó de decir mirándome.
– Meted las cosas ahí en esa nevera.
– ¿Ya estás sin tequila? – Preguntó Raúl con la botella de tequila abierta y
vacía en la mano.
– Bebimos un poco anoche. – Confesé.
Ruth cogió otra toalla y la echó al lado de Cait. Ella se incorporó y la miró
de arriba abajo muy descaradamente. Yo me quedé mirándolas, mientras los
chicos metían las cosas en la nevera del patio.
– ¿Qué es el tatuaje? – Me preguntó Cait mirando unas líneas que
sobresalían del bikini de Ruth. Ella se incorporó a la altura de Cait y se
quedó mirándolo.
– No me gusta desvelar que es, hay que verlo… – Comenzó a decir. Cait
tragó saliva. – Te lo mostraría, pero acaba muy abajo. Aunque si quieres
verlo... – Le arqueó una ceja y sonrió. – No tienes más que pedírmelo.
– Eh… vale… voy… a… coger algo para beber… ¿Quieres algo? – Cait se
puso algo nerviosa. Se levantó.
– Si me traes una cerveza te lo agradecería. – Le sonrió Ruth.
Reí para mis adentros. Cait resopló y acabó agarrándome del brazo para
arrastrarme hacia dentro de la casa.
– Esa está intentando ligar conmigo. – Abrió la nevera, cogió dos cervezas,
le quité una y cogió otra.
– ¿Y te extraña después de todo? Sabes de sobra que es lo normal en ella…
– Expliqué mientras le daba un sorbo a la cerveza.
– ¿Qué es el tatuaje? – Me preguntó quitándose las gafas.
Reí y negué con la cabeza.
– Si te fijas en su espalda, pegando al culo, sobresalen unos números. Ese es
más fácil de averiguar, ese te lo puede enseñar. – Reí.
– 184.
– Si, 18 de abril, su fecha de nacimiento. Qué bien te has fijado. – Arqueé
una ceja riendo.
Se dio la vuelta y salió, la seguí.
– Gracias guapa. – Agradeció Ruth al coger la cerveza, y se giró para que le
diera el sol en la espalda. – ¿Me das un poquito de crema? – Le sonrió.
Rompió a reír al ver que Cait resopló dejándose caer en la toalla.
– Luna, van a venir un par de amigos. – Me dijo Raúl. Asentí. – Si nos
quedamos a dormir, solo se quedará uno.
– Me daría igual que se queden los dos… – Le dije riendo.
– Va a ser demasiado para mí. – Raúl soltó una carcajada. – Pero te tomaré
la palabra.
Marcos se quitó la camiseta y se acercó a Cait. Lo seguí con la mirada.
– Contra eso no puedes hacer nada… – Me dijo Raúl.
– ¿Qué? – Me extrañé.
– ¿Tú te crees que soy tonto? Te gusta Cait. Te has traído a Ruth por
despecho.
– ¡No! – Mentí. Marcos se tiró de cabeza a la piscina y salió alisándose el
pelo. Nos quedamos mirándolo.
– Qué bueno está… – Soltó sonriendo.
– Calla… – Le di un golpe en el brazo.
– Tú también estás tremenda, solo que tienes tetas y…
– Ya, ya, déjalo ya. – Me crucé de brazos. – Si yo te contase... – Me miró
extrañado.
Marcos miró a Ruth que se estaba levantando.
– ¿Qué es el tatuaje? – Le preguntó. Ella se puso frente a él.
– Si quieres saberlo, se lo enseño en privado a tu novia y que ella te lo
diga… – Dibujó una media sonrisa en su cara y arqueó una ceja. – Si ella
decidiera decírtelo, claro.
Cait se incorporó y miró a Marcos, que a su vez estaba siguiendo con la
mirada a Ruth, que venía hacia mí.
– ¡Qué te gusta, eh…! – Reí.
– Le he hecho algo nuevo…– Comenzó a decir. – Tienes que verlo… – Me
susurró al oído, lo que hizo que me mordiera el labio. Entró en la casa.
Marcos me miró, resopló y se agachó junto a Cait.
– Cait… – Comenzó a decir. Lo siguiente no lo escuché, ya que estaba
hablando muy bajo, por lo que me acerqué un poco a poner la oreja.
– Estás loco… – Susurró ella. – Me da que no le gustan los chicos. Además,
¿y con Luna, qué?
– Que se una…
Cait se bajó un poco las gafas para mirarlo por encima de ellas.
– No, Luna sí que no. Y eso no se debate. – Terminó por decir, y se acostó
sobre la toalla.
– Vale… Pero con Ruth, sí. Vamos, venga… Yo hablo con Luna para que no
se queje. – Comenzó a ponerle ojitos.
– No lo vas a conseguir… – Terminó en un susurro casi inaudible.
Marcos me miró, y me hizo señas para que fuese. El sol picaba y molestaba
muchísimo.
– ¿Qué? – Pregunté agachándome junto a ellos.
– Me he estado fijando en que Ruth mira mucho a Cait. – Comenzó a decir.
Arqueé una ceja. – Si consigo convencerla para hacer un trío, ¿te
molestaría? – Me eché a reír. – Shhh… Calla.
Miré hacia la puerta. Ruth acababa de salir y estaba hablando con Raúl.
– Mira, te seré sincera: es tan probable que ella se acueste con un chico,
como que Raúl se acueste con una chica.
– Pero si Raúl es gay… – Lo miré con cara de extrañada.
– Por eso mismo; ella es lesbiana, le gustan las chicas.
– Pero a ver, ¿ella alguna vez ha estado con un chico? – La pregunta hizo
que lo mirara seriamente. No me gusta ese tipo de comentarios.
– No, ¿Y tú? – Pregunté.
– ¡No! Qué asco… – Susurró. – Raúl me cae muy bien, es mi amigo, pero
de ahí no pasa.
– Pues lo mismo ocurre con ella.
– No, ella es una mujer y yo un hombre.
– ¿Y? Entonces por esa regla de tres, también opinas lo mismo de mí.
– Y lo pienso, a vosotras lo que os hace falta es un buen polvo. – Dijo en el
peor momento. Ruth acababa de llegar y Raúl se estaba quitando la
camiseta junto a nosotros.
– ¿Qué dice este? – Ruth lo miró con cara de asco.
– Cariño mío, ya la has liado. – Le dijo Cait.
– No me puedo creer que pienses eso de verdad. – Comenzó a decir Raúl,
mientras se agachaba detrás de mí. – Quítate esto, tienes que estar
muriéndote de calor.
Raúl me quitó la camiseta y la tiró al otro extremo del patio.
– Pero a ver, si no lo habéis probado ¿cómo sabéis que no os gusta?
– Si tú no has probado nada con un chico, ¿cómo sabes que no te gusta? –
preguntó Raúl agachándose a su lado.
– Salgamos de dudas. – Dijo.
Marcos agarró a Raúl de la cara y lo besó.
– Ostras… Si no lo veo no lo creo. – Dijo Cait bajándose las gafas y riendo.
– ¿Y bien? – preguntó Raúl. Marcos lo miró extrañado.
– No me ha dado asco, a ver si voy a ser gay o más bien bisexual… –
Susurró dejándose caer en el suelo.
Cait no podía parar de reír.
– ¿En serio? – preguntó Cait entre carcajadas.
Marcos agarró a Cait y la besó durante unos segundos. Tuve que apartar la
mirada.
– Con ella me pone y contigo no. Así que no, definitivamente no soy
bisexual. ¿Veis? Ya lo he probado y no ha pasado nada.
– Venga ya, a ti lo que te hace falta es que te la metan por detrás… – Raúl
lo intentó agarrar, pero él se echó a un lado.
– No, déjate.
– Cait… – Comenzó a decir Marcos seriamente. Ella lo miró. – ¿Alguna
vez has dudado?
No sé si fueron alucinaciones mías o qué, pero noté cómo me miró durante
una milésima de segundo mientras reía. Yo opté por no mirarla, ya que
seguía pensando en el beso. ¿Y si dudó y por eso me besó? ¿Y si por eso
mismo noté que me había mirado? Muchas dudas sin respuesta pasaron en
ese momento por mi cabeza. Sentía que me iba a explotar en cualquier
momento.
– Si… – Confesó.
– Ostras, madre… – Raúl no se esperaba esa respuesta. Y confieso que yo
tampoco. La miré.
– ¿Y cómo saliste de dudas? – Preguntó Marcos.
– Acostándome con una chica.
No podía creerme que Cait estuviese diciendo eso. Es decir, ella se había
acostado con una chica; ya había estado con una y me engañó para que la
besara, ¿Por qué me pidió que la besara? Mi cabeza estaba a punto de
estallar.
– ¿Te has acostado con una chica? – Cait asintió riendo. Marcos estaba que
no daba crédito. – ¿Cuándo? ¿Por qué nunca me lo has contado?
Bebí un trago largo de cerveza.
– Porque fueron cosas de críos, hace muchos años ya. – Explicó. No me lo
podía creer.
– Y… ¿no te gustó? – preguntó Marcos mirándola.
– En ningún momento he dicho que no me gustara. – Le dijo arqueando una
ceja, con media sonrisa en la cara.
– ¿Eres bisexual? – Le preguntó Raúl. Mi corazón dio un vuelco.
– No, soy hetero. – Dijo. Y esta vez mi corazón se rompió en pedazos.
– Pero si te gustó…
– Me gustaba aquella chica, solo ella. – Interrumpió a Raúl.
– ¿Por qué nunca me contaste esto? – Marcos estaba pálido. – ¿Estuviste
saliendo con ella?
– No, fue cosa de una sola noche. Además, ella tenía novio. Y no te lo he
contado nunca, porque nunca preguntaste. Y no es algo que vaya contando
a los cuatro vientos.
Mi corazón estaba latiendo fuertemente. Ella me mintió anoche; ya había
tenido otra experiencia con una chica. Es más, se había acostado con una
chica; eso, o estaba maquillando muchísimo la historia. Mi cara era un
poema.
– A ti seguro que te lo había contado, ¿No? – preguntó Marcos mirándome.
– ¿A mí? No, eh… No que yo recuerde.
– Ya he dicho que no es algo que vaya contando a los cuatro vientos.
Me puse en pie y entré. Ruth me siguió.
– Se acaba de encender una pequeña esperanza ahí, ¿no? – Me dijo
dándome un suave golpe en el pecho y sonriendo. – Me duele perderte, me
duele dejarte ir.
– No tienes por qué hacerlo… – ¡¿POR QUÉ?! No sé, no entiendo, no
comprendo por qué le dije tal cosa.
Acto seguido me besó, me besó muy apasionadamente.
– Ahora vuelvo, voy al baño.
Cait acababa de entrar.
– Eh… – Me quedé sin palabras.
– Sigues enamorada de ella, ¿Verdad? – Comenzó a decir. – Tienes que
pasar página.
– Tú también. – Repliqué.
– A ver cuándo te das cuenta de que mi situación es diferente.
– Es la misma. – Le reproché.
– Yo no estoy enamorada de él. Lo sigo viendo y hago mi vida como si
nada, porque es rutina, costumbre. Me va a costar separarme de él por
completo por ese motivo; no porque esté enamorada de él y lo necesite a mi
lado. – Explicó enfadada.
– No hace falta que me des ninguna explicación. Puedes hacer con tu vida
lo que te dé la gana. Al fin y al cabo, quien lo va a pasar mal luego eres tú.
Me miró a los ojos, le sostuve la mirada unos segundos y se la acabé
apartando.
– Luna… Pero no te pongas así. Sé lo que hago. Pero tú no, tú te desvives
por ella…
– ¿Que dices? No me desvivo po…
– ¿Cuántas veces te has acostado con ella después de que te pusiera los
cuernos? ¿Cuántas cosas le has perdonado en estos últimos dos meses?
¿Eh?
– Tú no lo entiendes… – Susurré girándome.
– Claro… Abre los ojos Luna, te quiere por lo que te quiere. – Terminó la
frase en susurro, porque observó que Ruth se acercaba a nosotras.
– ¿Qué hace la cama del desván abierta? – preguntó Ruth extrañada.
– Porque he dormido ahí ¿puede ser? – Reí.
– ¿Con quién?
Miré a Cait.
– Con e…
– ¿Qué más te da con quien duerma o deje de dormir? – Me interrumpió
Cait nerviosa.
– Sé que no ha dormido sola… – Ruth estaba celosa.
– He dormido arriba con Cait. No es nada malo.
– Claro que es algo malo. – Reprochó.
Cait me miró incrédula.
– Y ¿Por qué iba a ser algo malo? – Cait no daba crédito.
– Luna… – Comenzó a decirme Ruth, apartándome de Cait. – Ese desván
es nuestro pequeño rincón del mundo… – Susurró y me llevó hasta el salón
para que Cait no la escuchase, mas esta nos siguió y se escondió tras el
marco de la puerta. – Sabes que no me gusta que alguien que no sea yo,
duerma contigo ahí. – Ruth comenzó a apartarme el pelo de la cara.
– Ruth, no exageres las cosas.
– Quiero hacerte mía, quiero sentirte, lo necesito, te necesito. – No tuve otra
cosa que hacer más que besarla. – ¿Tienes la caja arriba? O ¿Ya la has
bajado a tu habitación?
– Sigue arriba. – Respondí.
– La voy a necesitar cerca, te voy a follar como nunca, hasta que no puedas
más.
– No alucines. – Le dije separándome de ella.
– Podemos hacer roll, me puedes poner la cara de tu amiguita esa. Tiene
pinta de ser una fiera en la cama. El novio/ex, tiene que estar contento.
– Ruth… – Reí. – Las apariencias engañan. Aunque nunca se sabe. – En
qué momento dije eso… No supe que Cait estaba ahí escondida escuchando
hasta un rato más tarde.
– No creo que sus apariencias engañen…
– No sé yo…
– ¿Qué pasa? ¿Te acostaste anoche con ella?
– ¿Qué? ¡No! – Reí. – Nos besamos un poco… Solo eso.
– ¿Os besasteis? ¿Cómo fue?
– No sé. Se ve que quiso probar. Con la borrachera… Hemos quedado en no
volver a tocar el tema.
– Pero no ha dicho hace un momento que… – Se extrañó.
– Si, es lo que me ha dejado muy loca.
– A lo mejor quería tema anoche. – Me eché a reír.
– No, la noté incómoda, fue un simple beso. Nada del otro mundo. Por eso
te digo que creo que es más bien sosilla. – Reí.
– Yo puedo darte más que un simple beso y lo sabes… Yo puedo hacer que
te corras… Y varias veces…
– Joder Ruth que bruta eres hablando. – Le di un empujoncito y di un par de
pasos hacia la puerta para irme, mas Ruth me agarró y me besó.
Escuché pasos alejarse y extrañada me separé poco a poco. Miré a Ruth.
– ¿Cait es de las que escuchan tras las puertas? – Me preguntó Ruth.
– No creo.
Salí de allí buscando toparme con ella. Entré a la cocina y la encontré frente
a mí.
– ¿Qué? – Me preguntó en un tono muy borde, girándose para salir al patio.
– Nada… – Susurré. Ruth se acercó a mí.
– ¿Era ella?
– Ni idea… Pero no sé por qué, algo me dice que sí. – Salí al patio y me
senté en una silla dándole vueltas a todo.
Marcos acababa de salir, me giré un poco para ver donde iba. Cait se acercó
rápidamente a él y se lo llevó al lateral de la casa. Miré a Ruth, le hice una
señal para que pusiera la oreja y lo hizo sin dudar. Un par de minutos
después contuvo la risa y corrió a mi lado.
– Lamento informarte que fue ella quien corrió antes por el pasillo. –
Susurró mientras se sentaba.
– ¿Estás segura?
– Acaba de preguntarle a Marcos que si ella es una sosa en la cama.
– La he liado… – Estampé mi cabeza contra la mesa.
– Él le ha dicho que no, por si te interesa. Y añadió que...
– Ya, calla, no quiero saber nada más. – Contesté un poco antipática.
– Te conviene saberlo. – Levanté la cabeza para mirarla. – Cuando él dijo
que no, añadió que a veces sí. Pero que normalmente no. Que a qué venía
esa pregunta. ¿Sabes que le ha dicho ella?
– ¿Qué? – Susurré.
– Que se está viendo con alguien... Y que un amigo de ese alguien le ha
contado que ha dicho que es una sosa en la cama. Él se ha quedado a
cuadros, y lo último que he escuchado ha sido: ¿Pero entonces ya no nos
vamos a ver más?
– ¿Y no has puesto la oreja para ver que le decía ella?
– Sabes que no me gustan los cotilleos.
– No son cotilleos Ruth. Venga. Suéltalo. – Insistí.
– Ella le ha dicho que sí, que quiere seguir viéndolo, que la relación con esa
otra persona no va a ninguna parte, que es solo que eso la ha dejado un poco
tocada.
– Ah… – Susurré. – Y ni siquiera me he acostado con ella…
– Pero vaya, sabes de sobra que yo no soy nada sosa… Si quieres
podemos…
– Ruth por favor… – Pedí.
– Me has dado completa vía libre contigo.
– Ya, pero con un fin. – Expliqué.
– Me juego lo que quieras a que cada vez que estoy cerca de ti, está que
echa fuego.
– Pero por el pacto que hicimos.
– Si, claro, pacto. Os besáis y ahora va por ahí con los celos.
– No, lo dejamos todo claro desde el primer momento.
Desvié mi mirada a Marcos y Cait que acababan de volver. Él se acercó a la
nevera para coger una cerveza, ella en cambio se tumbó en la toalla.
– Yo creo que no está todo tan claro. – Dijo levantándose.
– ¿Dónde vas? – Pregunté.
– Al agua, ¿vienes? – Negué con la cabeza. – Deberías refrescarte.
La seguí con la mirada. Se dio un chapuzón, salió de la piscina y se acercó a
la toalla que había tirado junto a Cait. Ella ni se inmutó.
Subí, y en menos de dos minutos me cambié para ponerme el bikini, ya que
no me apetecía meterme en bragas y sujetador teniendo un buen repertorio
de bikinis aquí.
Me di un chapuzón y me acerqué a Ruth para acabar sentada en su toalla.
Me acarició la espalda.
– Después dices que no vas provocándome. – Me reprochó riendo mientras
se giraba para que le diese el sol en la espalda.
– Ya quisieras tú que fuera provocándote. – Reí, mirando cómo Raúl se
tiraba a la piscina.
Yo me levanté, cogí otra toalla y la puse a su lado para tomar un poco el sol.
Ruth se apoyó sobre sus codos para mirar a Cait.
– Se te va a quedar marca. – Advirtió Ruth.
– ¿Qué? – Se extrañó Cait.
– Las gafas.
Cait se incorporó un poco y miró a Ruth.
– Da igual. – Susurró.
– Te voy a ser sincera: con el tío ese no, pero si tienes una amiga por ahí, sí
me apunto al trío. – Esa chica es que no es normal.
– ¡Ruth! – Me giré.
– No he dicho nada malo. ¿Estamos juntas?
– No… – Susurré.
– Pues ya está, ¿qué me dices? – Insistió. Yo opté por girarme y no mirarlas
siquiera.
– Primero, creo que puedo ser demasiado sosa en la cama, y segundo, no
me gustan las chicas.
– Ostras… – Susurró Ruth riendo. – La primera sí que no me la esperaba. –
Mi cara era un poema. – Bueno, déjame comprobar si lo eres o no, ya que
aquí nuestra amiga no tiene cojones de echarte un bu...
– ¡Ruth, ya! – Me giré de golpe. Se suponía que no debíamos tocar el tema.
Yo estaba respetando nuestro acuerdo, y confiaba en que ella también lo
haría.
– Tienes razón… – Comenzó a decir Cait mirándome. – Aunque no
recuerde nada de lo que pasó anoche ahí arriba. – Acabó apartando la
mirada y clavándola en la piscina. – Bebí demasiado, tengo bastantes
lagunas de anoche.
– ¿No te acuerdas o no te quieres acordar? – Tenía la sensación de que si
Ruth seguía hablando la iba a liar.
– Ruth, déjalo ya. – Terminé de decir, y volví a mirar hacia el otro lado.
– No me acuerdo, y no sé qué hace contándote a ti nada.
– Porque no tenemos secretos la una con la otra. – Noté como Ruth me
acarició la espalda. – Realmente estamos destinadas a estar juntas.
– ¿No tenéis secretos? Será ella contigo. Porque tú con ella… Si no es
porque te pilló poniéndole los cuernos, aún no lo sabría.
– Ahí te ha dado… – Susurré metiendo la cabeza entre mis brazos.
– He cambiado… – Susurró. – Ahora mismo sería incapaz de volver a
hacerlo.
Preferí no hablar. ¿Para qué dar más bombo al asunto?
– ¿Cuántas veces habrás dicho eso? – Cait no confiaba en ella. – Se merece
algo mejor que tú.
– ¿Cómo a ti, por ejemplo? – Susurró Ruth mirando a su alrededor, ya que
Marcos acababa de tirarse a la piscina. Cait soltó una carcajada forzada.
– Soy muy hetero. – Dijo mirando a Marcos. – Y me gustan demasiado los
chicos.
– Si, se ve, estás loca por él. – Señaló a Marcos con la cabeza, que estaba
saliendo de la piscina. Cait lo miró de arriba abajo. – Venga ya, confieso
que me ha llamado por despecho.
– ¿Y? – Susurró. – Quedamos en que ella no volvería a hablar contigo.
– Ni tú con él. – Ruth se sentó en la toalla.
– Él ha venido aquí sin que yo le dijese nada.
– Y yo la he llamado a ella. – Cada vez susurraban más.
– Pues eso…
– Estáis en las mismas. – Le dijo. – Y esta noche yo duermo aquí y con ella.
No sé por qué, pero noté que me miraron.
– Pues muy bien, que lo disfrutéis. Yo voy a dormir con Marcos y me lo
voy a tirar. – Eso me dolió, y mucho… No pude aguantar las lágrimas que
recorrieron mi cara lentamente.
– Después no me vengáis con que queréis un trío conmigo, porque os voy a
decir que no. – Advirtió Ruth.
– Ni lo sueñes. Eso es cosa del tonto ese. – Señaló a Marcos con la cabeza.
– Y déjame ya tranquila.
Ruth la agarró del brazo para apartarla un poco y susurrarle algo al oído,
algo que no pude alcanzar a escuchar.
– Tú misma… – Terminó de decir Cait, para acto seguido volverse a acostar
en la toalla.
Fui a levantar la cabeza hacia donde no estaban ellas. Antes me limpié las
lágrimas.
Ruth se recostó encima de mí para alcanzar a verme, notó que no estaba
bien y me colocó sus gafas, terminando por darme un beso en la mejilla,
gesto por el cual suspiré profundamente.
– Gracias. – Susurré con la voz rota. Ruth me puso un dedo en los labios
para que no hablase.
– ¿Está bien? – preguntó Cait sentándose en la toalla.
– Sí, ¿cómo va a estar?
Escuché a Cait resoplar mientras Ruth se echaba sobre mi espalda quedando
cara a cara conmigo. Me guiñó un ojo.
– Si me das otra oportunidad prometo no desaprovecharla. – Pidió.
– Ruth… – Susurré.
– Vale, me callo. – Comenzó a tocarme el pelo. – Ahora vengo, no te
muevas de aquí.
Noté como alguien se sentó en mi toalla.
– Luna… – Me dijo Cait en tono muy bajito. El corazón me dio un vuelco,
pero no quise contestarle. – En serio, no la soporto, no puedo ni verla, me
ataca de los nervios.
– Pasa de ella. – Le supliqué.
– Tú también deberías de pasar de ella y dejar de contarle nuestras cosas. –
Murmuró acercándose a mi oído. – Te espero arriba en el desván; tenemos
que hablar de lo de anoche.
Acto seguido se levantó y entró en la casa. Ruth se acercó a mí con una
cerveza.
– ¿Quieres? – Me preguntó. La cogí y me bebí media botella de un tirón. –
Si que tenías sed. – Dijo riendo.
– Ahora vuelvo.
Subí. Ella estaba sentada en el suelo ya que estaba mojada de la piscina. Al
verme se puso en pie y me miró de arriba abajo, y nuevamente de abajo a
arriba, hasta toparse con mi mirada fija en ella.
– ¿Qué pasó? – Preguntó sin venir a cuento, aunque yo sabía a qué se
refería.
– Nada con importancia… – Susurré acercándome a ella y sentándome a su
lado. Bajé mi mirada al suelo y ella se dejó caer junto a mí.
– ¿Nos… Eh… nos acostamos? – Le costó preguntarlo.
– ¿Qué? No… – Reí. Cait frunció el ceño.
– ¿Segura?
– Sí, solo me pediste un beso. Nos besamos, solo eso. Fue una tontería, no
te rayes.
– Es que no me acuerdo… – Susurró. La miré. Nuestras caras estaban a
escasos centímetros la una de la otra.
– ¿Qué es lo que recuerdas de anoche?
– Poco, la verdad… Recuerdo que te dejé abajo con la chica esa, que la
echaste… Entonces bajé y nos pusimos a beber, luego sub…
– Mientras bebíamos estuvimos hablando, ¿no te acuerdas? – Negó con la
cabeza poniéndose muy seria.
– ¿Qué te dije? – Preguntó extrañada.
– Pues… – Me quedé pensativa. – Nada con importancia… Luego en la
cama, empezaste a preguntarme cosas raras.
– ¿Preguntas raras? No recuerdo nada... – Sonrió y bajó la cabeza.
– Pues tranquila, que no pasó nada. Solo ese beso tonto. – Susurré mirando
hacia otro lado.
– Pero… ¿Por qué se lo cuentas a Ruth?
– No sé, estoy acostumbrada a contarle casi toda mi vida a ella.
– Pues nuestras cosas, prefiero que se queden entre nosotras. – Asentí. –
Aunque solo fuese un beso tonto entre amigas, nuestras cosas, entre
nosotras y ya… Eh… ¿Cómo de tonto fue el beso? – La miré. Ella estaba
mirando al suelo.
– Un beso rápido… – Mentí. No podía contarle que nos quedamos sin ropa
y que casi nos acostamos.
– Pero, en plan pico o…
– En plan pico, muy fugaz. – La interrumpí.
– ¿Segura? – Me miró a los ojos.
– Ss… No… – No podía mentirle más.
Cait me miró, mientras negaba con la cabeza.
– ¿Qué pasó? – Insistió. – Nos acostamos… Lo sabía, sabía que en
cualquier momento iba a pasar... – Soltó.
– ¿Qué? ¡No! – Reí. – ¿Por qué iba a pasar nad...?
– ¿Entonces? Luna, ¿me vas a contar ya qué fue lo que pasó? – Me
interrumpió.
– A ver… – Comencé a decir alejándome de ella. – Nos besamos
fugazmente, luego me volviste a besar, pero más… – Cait asintió y me miró
esperando que siguiese contando. – Fue una tontería, estábamos borrachas.
– ¿Pasó algo más? – Negué con la cabeza. – Preferiría que me lo contaras
antes de que te sientas incómoda estando cerca de mí. Somos amigas, fue
una tontería, ¿no?
– Si… No pasó nada más, de verdad. – Mentí sin poder mirarla a los ojos.
Yo por mi parte opté por mirar al suelo. – Fue una tontería, estábamos
borrachas.
– Está bien, pues ya. Somos amigas, no ha pasado nada, deja de repetir
siempre lo mismo. – Asentí. – Y lo siento por tratarte así antes.
– Yo también lo siento, no quiero que estés mal por ese tonto.
– No voy a estar mal por Marcos. Pero sigo pensando que tú deberías
alejarte de Ruth, o vas a pasarlo mal. – Negué con la cabeza.
– Cait… – Me miró. – No voy a volver a pasarlo mal por ella; voy a vivir el
momento y ya...
– Está bien… – Sonrió. – Pero sigue sin gustarme cómo te trata.
Bajamos juntas. Ella fue a darse un chapuzón a la piscina, y yo cogí una
cerveza. Ruth se acercó a mí.
– ¿Estás bien? – Me preguntó.
– Si, todo bien. Tranquila. – Confesé.
– ¿Podrías estar mejor?
– Puede… – Sonreí acercándome a la comisura de sus labios. – Esta noche,
voy a echar un vistazo a ver qué tiene de nuevo ese tatuaje... – Terminé de
decir, mientras miraba cómo Marcos se acercaba a Cait. Ruth se giró
sonriendo para mirarlo.
– Si siente algo por ti, te la vas a cargar, porque vas a gritar como nunca. –
Me dijo empujándome hacia fuera.
No aparté la vista de ellos. Ese chico me ponía muy nerviosa, no quería que
se acercase a ella.
Me pareció que ella lo esquivaba acercándose a la nevera. La abrió y cogió
una cerveza, sin siquiera mirarlo.
– Eh, ¿Qué te pasa? – Le preguntó. Yo la estaba mirando, pero ella no se dio
ni cuenta.
– Nada. – Sonrió, mientras daba un sorbo a la cerveza.
Ruth me miró, sonrió y me guiñó un ojo, mientras señalaba con la cabeza a
Cait.
– ¿Podemos subirnos un rato? – Me preguntó en un tono bastante alto, lo
que hizo que Cait y Marcos se volvieran a mirarnos.
– Luego… – Comencé a decir. Ruth me agarró por la cintura para darme un
beso en el cuello, que hizo que me estremeciera.
– Yo, si queréis puedo ir con vosot… – Cait le dio un codazo en el costado a
Marcos, que se disponía a soltar una burrada.
– Vamos a tomar el sol un rato. – Ruth me movió como pudo.
– Voy con vosotras… – Cait me agarró del brazo para acabar siguiéndonos.
Ahora sí tenía la certeza de que estaba rehuyendo de Marcos.
– Caitlin… ¿Puedes no pasar de mí? – Nos siguió hasta las toallas.
– He estado pensando y… Creo que la chica a la que estás conociendo no se
merece que la trates mal.
– ¿Qué dices? Aún no es nada serio.
– Marcos... –Susurró sentándose en la toalla. Ruth se tiró a mi lado en la
misma toalla que yo. – Hemos terminado. Por completo, lo siento.
– E…Estoy bien, tranquila. – Susurró él, simulando normalidad y sonriendo
falsamente. – ¿He hecho algo mal? ¿Tan mal follo? ¿Quién es ese chico con
quien estuviste anoche?
– Marcos, no tiene nada que ver contigo, ni con ese chico.
– Ya, claro. Vámonos, anda… – Marcos la agarró para llevársela de allí.
Raúl, que estaba escuchando toda la conversación desde la piscina, salió y
comenzó a acercarse a nosotros. Yo me interpuse entre Marcos y Cait
haciendo que este la soltara.
– Déjala. – Le dijo Ruth.
– Tú no te metas. – Soltó. – Vamos Cait.
– ¡Marcos ya!, suéltala. – Le dijo Raúl apartándolo de nosotras.
– ¿Pero tú la has escuchado? Que dice que se acabó.
– Y es lo más normal; lo habéis dejado y ella está conociendo a un chico.
Tú estás conociendo a otra también.
– Ya, pero…
– No hay peros. Venga, vámonos tú y yo de aquí, que creo que no es el
mejor momento. – Raúl cogió sus cosas y las de Marcos. – Dejaremos la
barbacoa para otro día, chicas. Consumid vosotras la comida y la bebida, y
para la próxima invitáis, no os preocupéis. Pasadlo bien.
Raúl se lo llevó de allí, mientras Marcos estaba un poco en shock.
– Eh… – Susurró Ruth mirando a Cait.
– Tú no… ¿Te ibas? – Preguntó Cait a Ruth. Ella me miró riendo, y yo no
pude más que encogerme de hombros. – Luna…
– Tranquila, si quieres me largo y te la dejo para ti. – Soltó de malas
maneras dirigiéndose a Cait.
– Ruth, ya. No hace falta que vayas a ninguna parte.
– Luna… – Insistió Cait. – ¿En qué quedamos? – No respondí, preferí mirar
al suelo. – Ah… Bien…
– Creo que la que sobra aquí eres tú. – Le dijo Ruth.
– Ya veo, ya…
– No, aquí no sobra nadie. – Dije.
– Si, Luna, sobro yo… – Susurró Cait. – Voy a coger mis cosas.
Cait subió las escaleras. Corrí tras ella, no sin antes pedir a Ruth que se
quedase abajo.
– Cait, ¡Caitlin! – Acabé gritándole mientras guardaba su pijama. Lo saqué
de la maleta y se volvió hacia mí. – Ya… – Susurré.
– ¿Ya? – Me preguntó. – He mandado a la mierda a Marcos. – Me pegó un
tirón del pijama y lo volvió a guardar. – Que menos que mandes tú a la
mierda a esa imbécil, ¿no? Pues me dejas en paz, ¡y me voy! – Cogió la
maleta. – Fóllatela o haced lo que os dé la gana, haz lo que quieras, pero
después no me vengas llorando.
– No voy a… – Bajó las escaleras a toda prisa. – Caitlin por favor, déjate de
tonterías, no montes un drama de esto.
– ¿Un drama? ¿En qué habíamos quedado? Ni Marcos, ni Ruth. – Se paró
frente a la puerta. – Yo ya he dejado las cosas claras con Marcos y tú pasas
de hacer lo mismo con Ruth. Mira por dónde, preferiría que llamases a
Laura.
– ¿Quién es Laura? – Me preguntó Ruth acercándose a nosotras. Cait sonrió
y me dio dos suaves golpes en el hombro.
– Ahí os dejo. No folléis mucho. – Cogió la maleta y se fue dando un
portazo.
Ruth me miró.
– Es... – Dudé. – Una chica que conocí ayer.
– Bien, y eso ¿cuándo pensabas decírmelo? ¿Estás con ella?
– No… Tenía novio, la eché. – Expliqué.
Aparté algo de carne para cenar con Ruth, recogí el resto y la guardé en el
congelador para que no se estropease, ya que era mucha cantidad. Al
anochecer encendimos la barbacoa y cenamos. Cuando oscureció por
completo, encendimos las lámparas de fuera.
– ¿Estás bien? – Preguntó mientras caminaba hacia la piscina y se dejaba
caer dentro poco a poco. Yo asentí. – Vente, está muy buena, te lo prometo.
– Sonrió.
Comencé a meterme. Tenía razón, estaban bastante buenas, tanto ella como
el agua. Nadé un poco hasta ella, la agarré por la cintura y la acerqué a mí
todo lo que pude, quedando las dos cara a cara.
– ¿Sabes que pegaría ahora? – Comencé a decirle… Luego la besé.
Ruth comenzó a besarme con más fogosidad, me acerco al borde de la
piscina y me apoyó contra él, mientras continuaba besándome. Bajó hasta el
cuello, sus manos no paraban quietas, delineando cada centímetro de mi
cuerpo. Dejó de besarme por un instante y me miró, sonrió, bajó la mirada y
me giró dejándome de cara al borde de la piscina. Agarró mis brazos
mientras me besaba el cuello; después subió mis brazos hasta la zona
superior del borde, haciendo que me agarrase a él. Comenzó a bajar con su
boca hasta el tirante del bikini, tiró con sus dientes, lo soltó, y con una de
sus manos me lo quitó. Continuó besándome mientras acariciaba mis
pechos. Me estaba muriendo por dentro. Bajó una de sus manos hasta la
parte baja del bikini, y lo hizo desaparecer con rapidez.
Comenzó a acariciar mi clítoris, haciendo que me estremeciera. Estaba a
mil, sabía que en el momento en que me tocara un par de veces, terminaría.
Entonces acercó su boca a mi oreja, y la besó, apartó mi pelo y besó todo lo
que pudo de mi cuello, mientras bajaba su mano nuevamente hasta mi
clítoris volviendo a acariciarlo. Solo que esta vez dejó caer su mano más
abajo, y me introdujo un dedo, suspiró en mi oreja, y me estremecí, por lo
que solté un leve gemido. Estos se fueron intensificando conforme se movía
en mi interior. Acabé gritando como nunca… Lo solté todo, creo que
demasiado. Hubo un momento que no podría describir más que con un:
“Buff..” o algo similar. Era… No puedo, no sé, demasiado. Me vine en su
mano, me quedé sin fuerzas, me abrazó sin dejar de besarme. Y al girarme
me miró a los ojos.
– ¿Estás mejor? – Me preguntó. Solo supe sonreír. – Venga vamos a la
cama.
Me sacó de la piscina, nos envolvimos en una toalla, que poco después cayó
escaleras abajo. Nos besamos por cada rincón hasta llegar al desván, donde
acabó tirándome en la cama. Yo estaba desnuda, y pensaba dejarla desnuda
a ella también. Pero casi sin darme cuenta elevó mis brazos hasta el
cabecero y no sé cómo, ni de dónde, sacó una correa y me ató a él. Sonrió
mordiéndose el labio.
– Ahora, no puedes hacer nada, y yo todo lo que quiera. – Susurró en mi
oído.
– Eso no vale, deberías dejarme. – Intenté soltarme, mas vi que no había
manera alguna.
Resoplé.
Ruth se bajó de la cama y se giró. Pasó su mano por la espalda hasta llegar
al sujetador, y se lo soltó. Sin girarse aún, se bajó las bragas poco a poco.
Una vez quedó desnuda por completo se giró. ¡Qué cuerpo, qué mujer, que
todo!… Se acercó a mí y me besó, unió su cuerpo al mío todo lo que pudo.
Mientras me besaba y acariciaba cada milímetro de mi piel, yo intentaba
soltarme, pero no podía.
De pronto se separó de mí y sonriendo me miró.
– Recuerdo que una vez, estuvimos con la tontería, bebiendo, e hicimos de
todo… pero esto no lo habíamos hecho nunca. Solo te digo que lo he hecho
varias veces en mi casa pensando en ti.
– Ruth no, por favor, no… – Supliqué.
– Si… – Me dio un último beso y se colocó delante de mí. – Y ya de paso
ves mejor lo nuevo que le he hecho al tatuaje.
Ruth abrió sus piernas lentamente, dejando su mano tapando su sexo. Luego
la apartó momentáneamente y se acarició muy lenta y suavemente; se
mordía el labio, cerró los ojos y se dejó llevar. Se acomodó apoyándose
contra el otro extremo de la cama, y muy lentamente metió uno de sus
dedos dentro de ella. Se arqueó, soltando un leve gemido. Con su otra mano
se apartó el pelo de la cara y resopló. Entonces introdujo dos dedos.
Necesitaba soltarme, irme para ella y comérmela a besos, hacerla mía, hacer
que me sintiera… pero lo que estaba haciendo me tenía a mil. Comenzó a
gemir, a arquearse cada vez más. Sacaba y metía sus dedos una y otra vez,
los movía dentro, los volvía a sacar y los metía de nuevo. Yo sentía que no
podía más, notaba mi pulso ahí abajo, notaba que estaba muy pero que muy
mojado, mucho más de lo que podía ver que lo estaba ella. Los gemidos
comenzaron a sonar más fuertes, se mordía el labio fuertemente, hasta que
llegó. Abrió los ojos y me miró sonriendo.
– Por favor, suéltame. – Le pedí. Ella negó con la cabeza, acercó su mano a
mi boca y no pude contener el deseo de lamerlos y tragarme todo el resto de
ella, que los había impregnado.
Comenzó a besarme hasta llegar a mi clítoris, donde pasó su lengua por
todo. No pude contenerme ni un segundo, gemí cuanto pude y me corrí
enseguida.
– ¿Ves cómo puedo darte mucho más que esa niñata…? – Acto seguido me
dio un beso en los labios, y me soltó, dejándome en la cama tumbada.
Se recostó a mi lado acariciándome la cara. Noté como se le cerraban los
ojos, al igual que a mí.
– Te quiero… – Susurró. Yo solo supe sonreír.
Poco a poco nos quedamos dormidas.
Me desperté a eso de las diez de la mañana, y llevo unas tres horas
escribiéndote. Por cierto, vi bastante bien su tatuaje, su trival, que llegaba
hasta ahí mismo, hasta donde ocultó con su mano, justo antes de darse
placer a sí misma.
En fin, hasta esta noche, o hasta cuando pueda escribirte. Adiós querido
diario.
CAPÍTULO 3
Sábado, 2 de julio
Esta mañana desperté junto a Ruth. No podía dejar de pensar en cuánto me
gustaría que fuese Cait la que estuviese en mi cama.
– Buenos días… – Balbuceó desperezándose un poco.
– Hola. – Le sonreí.
Ruth se giró para coger el móvil de debajo de la almohada, miró la hora y
vio que tenía mensajes nuevos, abrió WhatsApp y comprobó que era Raúl.
– Ven… – me dijo para que me acercarse a ella, y que así pudiera ver la
pantalla.
En el mensaje le decía que se alejara de mí, que me iba a hacer daño y que,
si en algún momento había sentido realmente algo por mí, que me dejase ir,
y muchas otras cosas por el estilo. Ella optó por pasar de él y mirarme.
– ¿Por qué estás vestida? – Me preguntó acariciándome la pierna.
– Me levanté esta mañana y estuve un buen rato en el ordenador; no era
plan de hacerlo desnuda.
Ruth sonrió y se mordió el labio.
– No hubiera sido mala idea… – Se acurrucó a mi lado para acabar
besándome.
Comenzó a quitarme el pijama, hasta dejarme completamente desnuda. Yo
la imité para dejarla a ella sin ropa también, pero la puerta nos interrumpió.
– Voy a abrir, va a ser solo un segundo; no te muevas de aquí.
Camino de las escaleras, cogí mis bragas y una camiseta ancha que había
tiradas por allí, me lo puse todo mientras bajaba, y abrí la puerta.
– ¿Qui… – Me quedé muda.
– Hola… – Susurró Cait. – ¿Estabas dormida? Siento haberte despertado,
pero necesitaba hablar contigo y pedirte disculpas por lo de ayer. No tenía
motivo para actuar así, y menos por esa hij…
Ruth apareció de la nada y me dio un suave beso en los labios.
– Me voy, te llamo luego. – Me guiñó un ojo y se fue. Me llevé las manos a
la cara para restregarme los ojos. ¡Siempre tan oportuna! Cait la siguió con
la mirada hasta su coche y luego me miró incrédula.
– ¿En serio? – Puso los ojos en blanco y se giró para marcharse.
– Cait… – La llamé. Al ver que no me hacía caso salí y la agarré del brazo.
– Sí, tú sal así a la calle. – Me miré de arriba abajo para acabar dándome
cuenta de que estaba sin pantalones.
– Mierda… – Mascullé volviendo a dar dos pasos atrás. – Ven por favor. –
Pedí.
Cait resopló, se quedó pensativa, pero acabó por entrar en la casa.
– ¿Os habéis acostado?
– Si… – Musité.
– Bien… Muy bien, Luna…
– Ca…
– Que no… – Me interrumpió. – … no voy a decirte nada más. Haz lo que
quieras, pero luego no me vengas llorando; solo eso. Eres mi amiga y no
quiero que estés mal, pero pasas de mí… Pues nada, al menos que no se
diga que no lo he intentado.
El timbre volvió a sonar. Cait me miró dubitativa y se echó a un lado para
que yo pudiese abrir, quedándose detrás de la puerta.
– Ho…– Era Laura. – …la – Sonreí. – ¿Qué haces aquí?
– Estás… – Me miró de arriba abajo.
– Lo siento. – Intenté taparme con la puerta. Cait soltó una leve carcajada, y
yo le di una suave patada para que se callase.
– ¿Estabas dormida? ¿Te he despertado?
– No, no… Estaba…
– He dejado a mi novio. No sé si leíste el mensaje que te envié ayer… Pero
como te he visto en línea y no has respondido, decidí venir aquí a verte
antes de ir a trabajar. Tengo poco tiempo, pero… Solo era para ver si
estabas bien y tal…
– Si, eh, estoy bien…
– Claro… – Murmuró bajando la cabeza.
– Sí, ¿y tú? ¿Estás bien? Por lo de tu novio y todo eso.
– Sí, sí…. Llevábamos un tiempo mal, y lo que pasó entre nosotras… –
Solo sonreí.
– Lo siento.
– No pasa nada, no tienes la culpa. Aunque en realidad algo sí… – Se le
notaba nerviosa. – …pero es bueno, me gusta que tengas la culpa… – se
estaba haciendo un lío. – No, a ver, no la culpa, sino que me gustas; quiero
decir, que me gusta que me gustes. Aunque a lo mejor ni te gusto yo…, no
sé. Creo que me voy a ir, me estoy poniendo bastante nerviosa.
– Tranquila… – Sonreí. – Está todo bien, si quieres podemos quedar y
hablar tranquilamente, cuando vayas sin prisas y…
– Que no estaría nunca más con un chico, por eso que dijiste de que nunca
te liarías con una bisexual. Que no soy bisexual, creo que soy lesbiana,
porque… no sé, pero que no significa que vaya a liarme con más chicas;
que solo me liaría contigo, en serio. – Arqueé una ceja, me estaba poniendo
nerviosa hasta a mí. – Aunque, si tú no quieres…
– A ver, Laura: quedamos y hablamos tranquilamente, de verdad. Me estas
poniendo un poco nerviosa. – Sonreí. Laura asintió.
– Si, claro, siento haberte puesto nerviosa, no era mi intención. Es solo
que… no quiero cagarla más.
– Te llamo. – Dije, e intenté cerrar la puerta, pero Laura la detuvo.
– No, te llamo yo mejor. Vaya a ser que se te olvide, o que no quieras. –
Esto último lo dijo en voz baja, pero lo escuché perfectamente.
– Vale. – Llámame.
– Si… – Bajó la cabeza y se fue. Cerré la puerta lentamente. Cait rompió a
reír.
– No tiene gracia. – Le dije.
– Sí que la tiene, la tienes loca. Levantas pasiones… ¿Ves?
– ¿Qué? – Dije sonriendo.
– Olvida de una vez a Ruth.
– ¿Quieres decir que lo intente con Laura?
– ¿Qué? – Puso mala cara. – ¿Con esa? No… No me gusta. Lo que quiero
decir es que puedes intentar buscar a otra; a una normal. Ni una loca tarada
como Ruth, ni una zorra como Laura. – Sonreí.
– Ya saldré.
– Salgamos esta noche, e iré contigo a ese pub gay.
– ¿Tu? ¿En un pub gay? – Tuve que reírme. – Venga ya. – Le dije, subiendo
las escaleras.
– Que sí… No vas a ir sola, y menos con Ruth.
Subí hasta el desván, el cual tenía la cama bastante revuelta. Se me hacía un
poco incómodo que Cait subiese. Me paré en seco al ver el panorama,
haciendo que esta chocase contra mí.
– ¿Puedes no pararte en sec…? ¡Ajá! Aquí se ha producido el crimen. –
Masculló, dirigiéndose hacia el ordenador y sentándose en la silla.
Comencé a recoger un poco la habitación, quité las sábanas y las eché a
lavar.
– Ni habrás dormido... Ponte algo más de ropa anda, que se te va a enfriar
el… – Le lancé la almohada.
– Guarra. – Me la lanzó ella a mí, la cogí y la puse en la cama.
– ¿Qué es esto? – Me preguntó. Me giré y la vi leyendo en el ordenador.
Estaba abierto el diario.
– Eh, eh… – Me acerqué corriendo, pero ella ya había leído algo.
– ¿Lo de niñata…? ¿Es un diario sexual? ¿Qué cojones es esto? – Apagué
la pantalla.
– Mi diario. – Fui bastante directa.
– Déjame que lea esto último.
– No; invadirías mi privacidad, y no quiero que lo hagas.
– Eso de niñata…
– Caitlin…
– Vale, muy bien… – Su cara era un poema.
– Venga, lee. Ahora bien, te advierto que, si lees algo que no debieras leer,
será bajo tu responsabilidad. – Encendí la pantalla.
Leyó lo último que escribí del día anterior.
– Luna… – Me miró con gesto en su cara que pareciera que le hubiese
ocurrido algo malo.
– Dime.
– ¿Has escrito aquí lo que pasó entre nosotras?
– Asentí. – Tragó saliva.
– ¿Me puedes poner esa parte? Solo un trozo, solo quiero…
– ¿Estás segura? – A estas alturas ya me daba igual todo.
– Si… – Susurró.
Dejé que leyese el pasaje donde te contaba a ti mi querido diario, desde el
momento en que nos metimos en la cama hasta que acabó la noche y le puse
fin al capítulo.
Cait se quedó un buen rato mirando la pantalla; demasiado. Lo sé porque a
mí me dio tiempo de releerlo unas tres veces. Luego cerró los ojos y negó
con la cabeza.
– Me has mentido… – Me miró. Solo pude encogerme de hombros. – Me
has estado mintiendo.
– A ver, Cait, si te hubiese dicho que intentaste desnudarme y todo lo
demás, ¿me hubieses creído?
– Eh… – Negó con la cabeza.
– Pues eso.
– Baja… – Suplicó tragando saliva. Seguramente pensaba que había más,
que había pasado algo más.
– Ahí terminó la noche. Bajé dos líneas más dando scroll al ratón para que
pudiese ver la fecha del día siguiente.
– ¿Puedes dejarme leer un poco más? – Pidió. Dudé un instante, pero pensé
que si le decía que no, sospecharía que ocultaba algo y no quería más
problemas. Así que accedí.
– Pero solo un poco para que veas que no pasó nada más. – Cait asintió con
la cabeza. Bajé toda la página para que la pudiese leer completa, desde el
principio hasta que Tam me habló.
Cait me miró y me espetó:
– Vale, no pasa nada, esto no cambia nada entre nosotras, estábamos
borrachas y ya…
– ¿En serio no recuerdas nada?
– Ahora parece que me vienen algunas imágenes… – Resopló, yo moví la
cabeza en señal de aprobación y apagué la pantalla del ordenador. – Es…
muy extraño leer así las cosas… – Sonrió. – ¿Lo has escrito todo hasta el
día de hoy?
– Si… – Respondí.
– ¿Me dejas leer algo más…?
– ¿No crees que ya has leído bastante? – Le dije.
– No… – Me miró a los ojos. – …quiero leer nuestra pelea, cuando se
fueron Raúl y Marcos, cuando nos quedamos solas. – Refunfuñé.
– ¿Para qué? Ya has leído bastante.
– ¿Por qué no me dejas verlo? – Me preguntó.
– No es que no te quiera dejar… Insisto: bajo tu responsabilidad queda leas
lo que leas. – Ella asintió desganada.
Volví a encender la pantalla, la giré hacia mí y busqué ese momento. Volví a
girarla hacia ella y le di el ratón.
– Ve bajando, lee lo que quieras, no tengo nada que ocultarte. – Bajé la
cabeza muerta de vergüenza.
Poco a poco fui mirando por el rabillo del ojo para ver que leía. Llegó
prácticamente hasta el momento en que le dije a Ruth que era probable que
yo tontease con ella por despecho hacia Cait –ya que ella no debía hacerlo
con Marcos–, y que quizá se mezclaba con el hecho de que me gustaba.
Ante esa última frase empujó un poco el ratón hacia dentro del escritorio y
volvió la cabeza hacia otro lado.
– Vale. – Confesó. – Podrías no haberme dejado leerlo.
– Sé que lo estabas buscando… – Le espeté. Ella suspiró mirando al suelo.
– ¿Desde cuándo? – Preguntó sin venir a cuento.
– Me fijé en ti desde que te conocí, pero… – Hice una leve mueca y solté
lentamente el aire. – Cuando rompí con Ruth y tú te portaste tan bien
conmigo. Eres… – Sonreí a nadie.
– Vale… – Resopló. – Lo siento.
– No pasa nada, como ya te he dicho no tengo nada que ocultar. Sabía que
lo estabas buscando, sé que no eres tonta. – Cait negó con la cabeza.
– No, lo digo por lo de la otra noche. Tuviste que pasarlo mal.
– Tampoco es para tanto. – Sonreí. Ella se giró para mirarme.
– ¿También vas a escribir esto? – Preguntó.
– Lo escribo todo… – Aclaré.
– ¿Cuánto tiempo llevas escribiendo? ¿Tienes el día que nos conocimos? –
Sonreí, mientras negaba con la cabeza.
– Solo llevo un par de días.
– Vale, pues… No volveremos a tocar el tema del diario. ¿Ruth sabe de su
existencia?
– No, solo lo sabes tú.
– Mejor… – Sonrió. – Me gusta como escribes… ¿Me has descrito en algún
momento? – Asentí. – ¿Puedo? – Me encogí de hombros, volví a encender
la pantalla y fui hasta arriba del todo.
– Tampoco pones nada del otro mundo… – Protestó decepcionada.
– Bueno…
– ¿En serio pretendías decírmelo? – Asentí. – ¿Por qué no lo hiciste?
– Porque mira como acabó aquella noche… Además ¿querías que te lo
dijera estando borracha? Y ayer… mira como acabamos. Hoy simplemente
lo has leído.
– Bueno, tal vez… te hubiese quedado más bonito habiéndomelo dicho tú…
– Sonrió. – Mira, hagamos algo: haremos como que no lo he leído y tú me
lo sueltas cuando lo creas conveniente. – Dijo riendo. Yo sonreí también.
– Sí claro, déjate de tonterías, anda. – Apagué nuevamente la pantalla del
ordenador. – Voy a darme una ducha.
Ya está, ya lo sabía. Y tampoco se lo había tomado tan mal. Queda claro
que no siente lo mismo que yo, pero al menos no la he perdido.
Salí de la ducha más tranquila, desahogada, pero tenía el presentimiento de
que no había acabado todo ahí.
Subí al desván a buscarla, pero no estaba.
– ¿Cait? – La llamé, pero no respondió. – ¿Caitlin? – Volví a llamarla
cuando estuve en el piso de abajo.
– ¡Estoy fuera! – Me extrañé. Salí a buscarla y tuve que resoplar y llevarme
las manos a la cara. – ¿Qué haces? – La miré embobada. Ella se quitó las
gafas de sol y me devolvió la mirada.
– Tomar el sol. – Estaba tumbada sobre la toalla, en bikini. Se me hacía raro
verla así después de que supiera que sentía algo por ella. – ¿No puedo?
– Sí, claro. – Asentí. Me quité la ropa y me tumbé a su lado boca abajo con
otra toalla –aclaro que me dejé puesto el bikini–
– Luna… – La miré.
– Dime.
– ¿Cuándo me ves así te excitas? – Dejé caer mi cabeza contra el suelo y
ella sonrió. – Te vas a hacer daño, tonta. – Dijo acariciándome el pelo.
– Me pones nerviosa con tus preguntas, en serio. Cada vez que me dices:
“Luna…” Y dejas ahí un leve espacio de silencio, temo y mucho… –
Expliqué.
– Que exagerada eres. – Gruñó volviendo a ponerse boca arriba.
Se me hacía muy extraño que hiciese parecer la situación tan normal. Ahora
no podía mirarla igual, me ponía más nerviosa de lo habitual, ya que podría
estar pensando en cualquier otra cosa.
Estuvimos un buen rato en silencio.
– Que calor, madre mía… – Protestó.
– Allí tienes la piscina. – Dije señalándola.
– Date la vuelta que te vas a quemar. – Me dijo mientras se ponía de pie
para tirarse al agua. Opté por pasar de ella y no le hice caso. Me encontraba
muy cómoda.
– ¿No tienes calor? – me preguntó al volver. No me había dado tiempo de
responder, cuando volvió a hacer una de las suyas tirándose encima de mí,
para ponerme empapada.
– ¡Cait! ¡Joder! Estás helada… – Me quejé.
– Cállate la boca tonta. – Se recostó sobre mi espalda, volví a cerrar los ojos
y sonreí levemente. – Encima que te refresco sin que tengas que moverte
del sitio.
– Ya claro, lo que no sé es cómo no te veo venir, sabiendo que siempre me
haces lo mismo.
– Soy impredecible. – Proclamó levantándose un poco para masajear mi
espalda.
– Si, imprede… ¡Auch! – Me quejé. Me había hecho daño, creo que apretó
demasiado. – Ten cuidado, anda.
– Venga ya, quejica. – Me dio un suave beso donde me había dado el
apretón y se levantó por completo para tirarse sobre su toalla. – Me aburro.
– Calla y toma el sol. – Se giró hacia mí.
– Luna… – Susurró mirándome por encima de las gafas de sol, levanté un
poco la cabeza para mirarla.
– Eh… ¿Qué? – Miedo, me da miedo.
– ¿Cómo describirías este momento? – Me extrañé, no comprendía qué me
quería decir.
– ¿Cómo? No te entiendo…
– A ver… – Se sentó en la toalla mirándome, me hizo señas para que me
levantase. A duras penas logré incorporarme. – Si estuvieras con tu diar…
– Cait… – Resoplé.
– No, escucha… – Bajé la cabeza.
– Escucho…
– Si estuvieras escribiendo en tu diario, ¿Cómo describirías esto?
– Te estas obsesionando Cait. – Le dije riendo.
– Es que, me gusta como… No sabría explicarlo. – Suspiró, estaba efusiva.
– Dame tus manos. – La miré dudosa mientras ella me tendía sus manos
para que yo le pusiese las mías encima.
Dudé, miré mis manos y las suyas extrañada, para luego elevar mi vista
hasta su cara. Me estaba mirando fijamente. Sentí cómo su mirada se
clavaba en la mía, a pesar de que tenía puestas las gafas de sol con efecto
espejo. Era algo que podía notar bajo cualquier circunstancia; me taladraba
llegando hasta lo más profundo de mi ser. A veces, hasta hacía daño.
– Venga… – Insistió sonriendo.
Posé mis manos lentamente sobre las suyas. Volví a mirarla y finalmente
sonreí abiertamente. Estaba casi a punto de reír, cuando soltó:
– ¿Qué sientes? – Preguntó. Ahora sí, solté una breve carcajada nerviosa.
– No entiendo, ¿Qué quieres decir con “qué siento”?
– ¿No sientes nada cuando me das las manos? Pensaba que sentías algo
fuerte por mi…
Mi corazón me dio un vuelco. Aparté la vista y quité mis manos de las
suyas, como si hubiese sentido una fuerte sacudida. Y es que, efectivamente
esas palabras me dieron un calambre muy fuerte.
– No intentes jugar con...
– ¿Qué? No… Nunca haría nada que te hiciese daño. Lo siento si te ha
parecido que estoy reprochándote algo. – Asentí. – Solo quería escuchar
algo bonito. – Sonrió.
– Definitivamente te estás obsesionando.
El timbre de la puerta comenzó a sonar.
– ¿Esperas a alguien? – Preguntó mirándome, mientras me ponía en pie
para rodear la casa por el patio e ir hacia la puerta.
– No… – Le dije.
Abrí y era Marcos. Me miró de arriba abajo.
– Eh…
– Arranca. – Pedí. Sacudió la cabeza.
– ¿Está Cait aquí?
– ¿Qué quieres? – Preguntó ella, que me había seguido.
Siempre tenía que joderlo todo. Cada vez odiaba más a ese chico; cuando
mejor y más tranquilas estábamos, tenía que aparecer para volver a
ponerme celosa.
– Cait… – Cuchicheó dando un paso hacia dentro – …he dejado a Judith,
quiero estar contigo. Voy a mudarme aquí.
¡¿QUE?! VAMOS NO ME JODAS… UF. TENSIÓN. TENSIÓN.
TENSIÓN. GANAS DE PEGARLE UN PUÑETAZO A ALGO.
Agarré fuertemente el pomo de la puerta, que aún no había soltado, y apreté
los dientes, sin darme cuenta de que me estaba dando un bocado en el labio.
Hice un gesto de dolor, e instintivamente me llevé un dedo a la boca para
ver si salía sangre. Sí, soy imbécil.
– ¿Eres tonto? Yo no voy a dejar a… a… – Cait me miró como buscando
ayuda, pero al ver que yo estaba más preocupada por mi labio, volvió la
vista hacia Marcos y terminó la frase sin poder encontrar un nombre. Será
porque no hay nombres de chicos en el mundo. – …al chico este.
– ¿Qué chico? – Preguntó él.
– A mi futuro novio.
– O sea, que vais en serio. – Ella afirmó con la cabeza. – ¿Y ni siquiera
sabes cómo se llama?
– Eh… Claro que sé cómo se llama. – Volvió a mirarme. – Pero no te voy a
decir quién es, porque eres capaz de buscarlo, encontrarlo y hacerle algo.
– Venga ya Cait. – La había pillado. – ¿No quieres que volvamos a
intentarlo?
– No. – Soltó. Miré hacia otro lado.
– Vale, muy bien. – Balbuceó. – No pensaba que me lo fueses a poner fácil.
Pero volveré a enamorarte, Cait. Lo haré, cueste lo que cueste. ¿Y sabes por
qué? – Puse los ojos en blanco y resoplé. Marcos me miró fugazmente, y
siguió a lo suyo. – Porque te quiero, porque te quiero más que a cualquier
otra persona en este mundo. Pienso dejar toda mi vida allí para venirme
aquí contigo, para estar más cerca de ti.
– Pudiste hacerlo antes… – Se quejó.
– Más vale tarde que nunca… ¿No? Que no se diga que no lo he intentado.
– Cait negó con la cabeza. – Te quiero.
Justo después de pronunciar estas palabras se lanzó hacia Cait y la besó.
Tuve que volver la cabeza y cerrar los ojos.
– Vete. – Le soltó Cait.
Por fin se marchó.
Sin soltar aún el pomo de la puerta la cerré, hice como si nada, miré a Cait y
me encogí de hombros. Anduvimos hasta el patio de atrás en silencio, hasta
que volví a tocarme el labio para ver si se había cortado la sangre.
– ¿Qué te ha pasado a ti en el labio? – preguntó extrañada, apartándome la
mano para examinarlo.
– Me he mordido. – Dije una vez que soltó el leve pellizco mediante el que
observaba el interior de mi labio. Ya no había sangre.
– ¿Cómo estás? – Me preguntó.
Me encogí de hombros sonriendo.
– Bien, ¿Cómo voy a estar?
– Luna…
– ¿Qué…? – En ese momento volví a recordar que lo sabía. – A ver es tu ex
novio, tampoco es…
– Tú te estás quedando conmigo o algo. No sientes nada por mí y todo lo
del diario es una broma, ¿verdad?
– ¿Por qué dices eso ahora? – Me extrañé.
– No te pones ni una pizca celosa.
– Cait… – Supliqué bajando la cabeza.
– ¿Qué?
Solté un leve resoplido y me dejé caer en la toalla.
– En ningún momento te he dicho que vaya a demostrar ningún tipo de
sentimiento hacia ti. Voy a seguir… No, vamos a seguir con nuestras vidas
como antes, como si no supieses nada, como si no hubieses leído nada.
– Ah… – Se sentó frente a mí. – ¿Eso te gustaría que pasase? ¿Dónde está
aquello de decime “que podría ser el mayor error de tu vida o la mejor
decisión”? ¿Dónde está tu historia? ¿Es esta tu historia? ¿Hacer como si no
me hubiese enterado? ¿No piensas ni siquiera intentar enamorarme?
ZASCA. APUNTÓ, APRETÓ EL GATILLO Y ACERTÓ EN LO MÁS
PROFUNDO DE MI CORAZÓN. Me dejó sin respiración.
– Eh… – Insistió zarandeándome. – Reacciona, niña. – Volví a respirar, bajé
la cabeza, y ella resopló. – ¿Qué te ha pasado?
– Me has parado el corazón. – Murmuré sin ni siquiera mirarla.
– ¿Qué? – Dijo riendo mientras intentaba levantarme la cabeza, aunque no
se lo permití. – Venga ya, mírame.
Con un gran esfuerzo logré levantar la cabeza poco a poco, hasta llegar a la
altura de su cara. Ella se quitó las gafas de sol para poder mirarme bien. No
era capaz de mantenerle la mirada. Finalmente inhaló aire lentamente, y
mientras lo soltaba me insistió:
– Luna… – La miré. – ¿Estás bien? – Negué con la cabeza. – ¿Qué te ha
pasado a ti ahora?
La besé. (Es lo que hubiese pegado, ¿verdad?) No, no lo hice, pero juro,
querido diario, que lo pensé.
– Lo que has dicho… – Me miró pidiendo una explicación. – Significa
que… tengo una, aunque sea muy, pero que muy diminuta, microscópica,
posibilidad de… – Volví a bajar la cabeza. – … de que tú y yo… o sea de
que exista un ¿tú y yo?
Esta vez fue ella la que se quedó muda, durante varios largos, eternos,
segundos.
– A ver, la verdad es que no quiero crearte falsas esperanzas, pero… En
serio, sigo pensando que todo es una broma tuya… – Dijo, para
seguidamente echar a reír.
– ¿Una broma? – Sonreí.
– Si. – Me sonrió ella. Negué con la cabeza, sonriendo. – Es broma,
¿Verdad?
– ¿Te parece esto una broma? – Me miró extrañada.
La agarré de la parte posterior del cuello, cerré los ojos y la besé. Esta vez
sí, ahora sí era el momento: besé sus labios, estando completamente serena,
sin nada de alcohol en el cuerpo. Este sí que lo recordaría con todo lujo de
detalles: el corte de respiración al unir mis labios con los de ella, tan suaves
y blandos...
Me quedé quieta, esperando que ella diese algún paso, pero como se quedó
de piedra, incluso sin respirar, decidí separar mi boca de la suya poco a
poco. No fue hasta después de que mis labios dejaron de tocar los suyos,
cuando suspiró. Solté su cuello y me separé por completo de ella, que me
miraba fijamente sin mediar palabra.
La tensión me estaba matando, no podía romper el silencio. Y advertí que
ella tampoco se decidía a hablar. Estaba ahí, sin decir absolutamente nada,
por lo que me levanté y me tiré al agua para refrescarme. Me quedé unos
segundos bajo agua, tal vez demasiados. Luego subí lentamente.
– ¿Estás tonta o qué? – Me increpó desde el borde de la piscina. Se le
notaba bastante enfadada.
– Lo siento, si llego a saber que te ibas a poner así por un beso, no lo hago.
– No ha sido por… – Cerró los ojos y gruñó. – ¿Tú sabes el rato que has
estado bajo agua?
– Tampoco ha sido…
– Imbécil. – Protestó volviendo a su toalla.
– Eh… – Fui hacia la escalera de la piscina para salir. – …lo siento, no me
he dado cuenta.
– Ya, déjalo ya.
Volvía a estar acostada con las gafas puestas. La miré de arriba abajo,
estaba buenísima… Cerré los ojos y me volví para lanzarme nuevamente al
agua; una vez se fueron de mi cabeza todos los pensamientos sexuales que
sentía hacia ella, salí para volver a la toalla y tirarme boca arriba.
– ¿Te acostaste con una chica? – La pregunta hizo que se sobresaltara,
sentándose en la toalla, quitándose las gafas y mirándome.
– No. – Dijo seriamente. Yo la miré con gesto de extrañeza, mientras me
incorporaba un poco ayudándome de mis codos.
– Pero contaste que…
– Era mentira.
– Ajá. ¿Por qué lo dijiste entonces?
– Para llamar la atención de tu… ósea, de Ruth. – Me dijo casi en un
murmullo, volviendo a ponerse las gafas.
– ¿Para? – Pregunté en un tono muy borde.
– Para que se fijase en mí y pasase de ti. – Con esa respuesta, me había
dejado exactamente igual.
– ¿Por?
– Joder Luna, porque es una hija de puta y no para de tirarte la caña. Es
evidente que quería alejarla de ti, pero vaya… Te la has follado, así que de
nada ha servido. – Puse los ojos en blanco y me tiré en la toalla cerrando los
ojos. – ¿Arriba verdad?
– Si, y ahí en la piscina. – Le indiqué sin ni siquiera abrir los ojos.
– Ya… – Suspiró. – Que asco, y luego nos hemos bañado ahí, donde tú y
ella…
– El agua se filtra, ¡eh!. – Murmuré nuevamente pasando del tema.
– Pero, tú y ella, ahí en…
– Contra el borde, junto a los escalones. – Aclaré.
– Por favor… Luna… – Se tiró a mi lado boca abajo, abrí un poco un ojo y
vi que se había acostado mirándome.
Estuvimos en silencio casi hora y media, ella me acarició la cara y el pelo
suavemente durante casi todo ese tiempo, lo cual me dejó medio dormida.
Poco después llegaron mis padres, y entre preguntas y anécdotas del viaje
acabó haciéndose de noche.
Cait estuvo como habitualmente, nada raro.
– Bueno, me voy a ir marchando. – Le dijo a mi madre, una vez acabamos
de ver las fotos del viaje.
– Cait, si quieres puedes quedarte a dormir.
Cait me miró y negó con la cabeza.
– No, grac... – Mi móvil la interrumpió. Ella miró hacia él.
Era Ruth.
– Un momento… – Me aparté de ellas. – ¿Sí?
– Eh… ¿Cómo estás? – Me preguntó.
– Bien, acabo de tragarme unas quinientas fotos del viaje de mis padres. –
Reí.
– Si quieres vente a mi piso y te desconecto un poco. – Sonrió.
– No, aho… – Se me ocurrió decirle algo, por lo que me alejé un poco para
tener más intimidad. – Te voy a decir que sí, pero en realidad no.
– ¿Aún sigue ahí? – Se refería a Cait.
– Si…
– Bueno… Como quieras… – Accedió. Volví a acercarme un poco más a
ellas para cerciorarme de que Cait lo escuchaba.
– Vale sí, ahora voy. Nos vemos, un beso. – Colgué. – Mamá voy a ir a
dormir a… – Mi madre me miró. – …casa de Ruth.
– Vale, ten cuidado cariño. Y mira ésta: estábamos a punto de montarnos en
el avión para volver. – Cait no me apartó la vista. – Que bien ha estado el
viaje, nos ha unido mucho más. Cambiar de aires a veces viene bastante
bien.
– Si… – Convino Cait apartándome la vista al fin. – Cuando nos mudamos
aquí fue un cambio energizante para todos, la verdad. Nuevas personas,
nuevo barrio, casa nueva, habitación nueva… – Dijo, para acabar dejando
una sonrisa flotando en el aire.
– Si, Leo y yo hemos estado pensando en mudarnos, a ver si así Tam se
asienta un poco en la vida, y esta se aleja de... En fin, que mañana nos
vamos a Madrid.
¡¿CÓMO?!
– ¿Qué dices mamá? ¿Mañana? ¿Madrid? Ni de coña. – Me quejé.
– Tú no tienes voz ni voto en esto. Nosotros somos los que trabajamos,
nosotros somos los que pagamos el alquiler, la luz, el agua y todo.
– ¿Qué alquiler si la casa era de la abuela? – Mi madre se quedó pensativa.
– Verdad… Que nos mudamos, Luna. No te lo queríamos decir así, pero…
nos mudamos a la gran ciudad: Madrid. Alégrate un poco, allí hay mil veces
más oportunidades de trabajo que aquí. Además, nosotros vamos a abrir una
sede del bufete allí. – Sonrió, aunque a mí no me hacía ninguna gracia.
– ¿Y cuándo pensabas decírmelo?
– Mañana, cuando el primer camión de mudanza viniera a recoger cosas.
– ¿Qué estás diciendo? Estáis locos…
Ellos siempre han sido así; si se les pasa algo por la cabeza y deciden
hacerlo, es casi inmediato. Todavía recuerdo cuando cometieron la locura
de darme una hermana, o de hacer la piscina. Fue algo así como, “Que bien
quedaría una piscina aquí” “¿Sí, verdad?” “Vamos a hacerla” y ponerse ahí,
manos a la obra, en ese mismo instante…
– Me lo agradecerás. – Dijo.
Corrí escaleras arriba hasta llegar al desván, donde, sin siquiera ponerme
los guantes, empecé a pegarle golpes en seco al saco de boxeo, hasta que
rompí a llorar y me dejé caer en el suelo.
– Eh… – Me susurró Cait abrazándome, mientras me daba suaves besos en
la cabeza. – Ya… Tranquila.
– No puedo estar tranquila, me quieren separar de ti, joder. No puedo estar
tranquila. – Lloré.
Y lloré, y lloré y lloré mucho más, cada vez más. Cait decidió pasar la
noche aquí, para que me encontrase mejor. Pero aún sigo llorando, querido
diario, y creo que no voy a poder parar. Mientras te lo contaba todo, he
desconectado un poco, pero… al volver a llegar a ese momento, vuelta a lo
mismo. Ahora mismo Cait está ahí, tumbada en la cama, boca arriba,
mirando las estrellas. No puede dormir, llevamos varias horas en silencio.
Las mismas que llevo escribiéndote. Ella podría haberse quedado dormida,
pero no lo ha hecho; no sé qué estará pasando por su cabeza, pero más de
una vez ha resoplado. No quiero dejarte aún, ya que no ha acabado la
noche, y con lo tarde que es, mañana no podré levantarme temprano para
escribirte tan detenidamente todo.
Puede que, si pasa algo irrelevante, te lo deje escrito en otro párrafo.
Pero…, espera. Cait está llorando:
Estaba aquí, escribiéndote, cuando de pronto la escuché sollozar. Me
acerqué a ella y la abracé, lo que provocó que yo llorase más aún. Somos
amigas, así que supongo que es normal que se ponga triste.
– No quiero que te vayas… – suplicó.
– Yo no quiero irme. – Dije.
– ¿A quién le voy a hacer todas mis preguntas ahora? – Soltó. Me eché a
reír mientras lloraba. – ¿Y quién me va a querer en secreto?
– Ya no es en secreto, Cait.
– Si, calla, no rompas el momento. – Volví a reír, y se separó para mirarme.
– ¿Ves?, así al menos te ríes. No quiero verte mal. – Volvió a abrazarme.
– Te quiero, Cait… – Confesé.
– Y yo a ti… – Me dijo con la voz rota.
– Pero no de la misma forma…
– Eso da igual… – Lloró al fin. – No te ha dado tiempo ni para intentar
enamorarme. – Dijo riendo.
– Tampoco sé si hubiese podido siquiera intentarlo… – Balbuceé entre
lágrimas.
– Nos quedaremos con la duda de qué pudo haber pasado. – Corté el llanto
y la miré.
– ¿Qué pudo haber pasado? – Pregunté mirándola a la cara. Ella asintió
limpiando las lágrimas de sus ojos verdes. – ¿Con nosotras dices? – Volvió
a confirmar, moviendo la cabeza e intentando dejar de llorar. – ¿Crees
que… hubiese podido pasar algo? – Pregunté. Ella se encogió de hombros.
– No sé, no sé nada. A fecha de hoy no me gustan las chicas, pero… No sé,
Luna…
– Me estás matando poco a poco, lo sabes, ¿no?
– Termina de escribir eso ya y vente aquí a dormir. – Asentí con un gesto
afirmativo.
Hasta mañana, querido diario.
CAPÍTULO 4
Domingo, 3 de julio
Querido diario: Estoy en mi nueva habitación. Al parecer, mis padres
incluso habían encontrado ya la casa donde vivir en Madrid. No es justo en
el centro de la capital, pero tampoco en un pueblo. Podríamos decir que está
situada en la periferia, a las afueras de la ciudad. Pero lo realmente
importante es que está muy lejos de ella, de Málaga, de Cait.
La casa es muy grande y bonita, y ya viene con piscina incorporada, así que
esta vez no tienen que cometer la locura de construirla. Esta además es
bastante más grande que la de la otra casa. Mi habitación, se podría decir
que ahora vivo en un loft. El desván es enorme, no tiene esa ventana que da
al cielo, pero es precioso. La casa en sí es enorme, tiene una zona de
frondoso césped muy muy extensa. Me parece haber oído algo de que
quieren comprar un perro grande. En fin, ya estoy casi instalada aquí. Sólo
me quedan un par de cajas por desembalar, pero con la ayuda de Cait, que
se ha venido unos días para ayudarnos, se está haciendo todo un poco más
ameno; no duele tanto, ya que de momento la tengo cerca.
El día ha pasado de una forma muy extraña, moviendo cajas,
organizándonos … Ha sido todo muy rápido. Ahora mismo es ya bastante
tarde y Cait sigue aún ahí intentando montar mi cama nueva. La he dejado
sola un poco ya que, en cuanto se termine de montar vamos a caer rendidas
y no me va a dar tiempo de escribirte.
– ¿Me vas a ayudar a montarla o vamos a dormir en el suelo esta noche? –
Me acaba de preguntar. He pasado de ella.
– Oye… – Dije dubitativa. Cait me miró dejando el martillo a un lado. –
¿Cuánto tiempo llevarán mis padres liados con esto? – Señalé a ninguna
parte en concreto, refiriéndome a la casa, a la nueva ciudad.
– Tu solo piensa en que se van casi todos los fines de semana, así que
seguramente llevaban ya mucho tiempo mirando casas por aquí… – Suspiró
volviendo a coger el martillo.
– Y seguro que compraron todo hace mucho… – Resoplé.
– Seguro. A la persona que se la vendió le encargarían venir a abrir la
puerta para meter tanto mueble. – Sonrió como pudo. – Venga, anda,
ayúdame… Que ya que estaban podrían haber contratado el montaje – dijo
riendo un poco. Me levanté y la ayudé a terminar lo que estaba haciendo.
No comprendo cómo puede hacer como si nada y volver a meterse en la
cama conmigo. Tanta naturalidad a mí me va a volver loca.
Acabamos de terminar de montar la cama. Es muy grande, mayor que una
de matrimonio.
A ver, a ver, ahora es por la mañana… Me estoy descontrolando un poco
con esto del diario; debería seguir haciéndolo como antes: te escribo lo de
anoche y hasta que no termine el día no vuelvo a escribirte, porque si no
esto va a ser una locura…
Lo dejé en que terminamos de montar la cama.
– Es enorme… – Susurró Cait sentándose sobre ella.
– Si… – Dije, echándome.
– Es muy cómodo el colchón, voy a caer rendida.
– Gracias por venir a ayudarnos. – Me incorporé para mirarla.
– No, gracias a vosotros por traerme; esto también me despeja a mí de todo
aquello.
Se levantó y se fue hacia la ventana para asomarse. Era completamente de
noche, y las farolas iluminaban toda la calle. Todas las casas eran iguales
entre sí, aunque diferentes a la mía: eran mucho más pequeñas, no tenían
apenas patio y mucho menos piscina. Me levanté de la cama y fui junto a
ella para mirar también por la ventana.
– Quizá me venga bien esto. – Murmuré.
– Si… – Cait bajó la cabeza. – …te puede venir bien. Todo nuevo, conocer
a alguien nuevo, volver a enamorarte, olvidarte de mí… – Esto último lo
dijo con un hilo de voz.
Sonreí.
– No podría olvidarme de ti tan fácilmente. – La miré, me miró, nos
miramos. – Por encima de todo eres mi amiga, mi mejor amiga, y eso no se
olvida, Cait. – Recostó su cabeza sobre mi hombro.
– Yo no pienso olvidarme de ti. Que sepas que voy a venir cada vez que
pueda, y espero que tú también te escapes y vuelvas de vez en cuando por
allí.
– Lo haré, no te preocupes, ¿O crees que voy a durar mucho tiempo
encerrada aquí?
– Lo harás… Conocerás a alguien, y te olvidarás de todo aquello. – Negué
con la cabeza.
– En momentos como este me gustaría que estuvieras con Ruth, o con
alguna otra, para que tuvieses algo allí que te hiciese volver en algún
momento. – Volvió a incorporarse para mirar a una chica que paseaba a un
labrador color canela, que por el tamaño parecía aún un cachorro.
Observamos como entraba en la casa de enfrente.
Según pude ver a duras penas –ya que me encontraba en la ventana del
desván, que equivale a un segundo piso– parecía guapa. Tenía el pelo
castaño oscuro, a media espalda. Llevaba puestos unos vaqueros tipo pitillo
de color azul muy pegados, lo que hizo que me fijase en sus curvas. Solté
un leve resoplido. Solo pude verla de espaldas. ¡Vaya chica me había tocado
de vecina! Noté que Cait me miró, sonrió y bajó la mirada.
– ¿Ves…?– Quité mi vista de la chica, que abrió la puerta de la casa y entró.
– ¿Qué? – Pregunté haciéndome la tonta.
– Nada… – Replicó.
– ¿Es por…? – Señalé la casa de enfrente. – Qué va… ¿Te vas a poner
celosa? – Sonreí. Cait me miró arqueando una ceja.
– Ya quisieras… – Me dio un suave empujoncito. Sonreí. – ¿Vamos a
dormir?
– Si… Siento que como me mueva mucho me voy a romper en pedazos.
– Pues no, eh, te necesito completa. – Pusimos rumbo a colocarnos los
pijamas.
Ella entró en el baño que había en mi pequeño loft y yo me lo puse allí
mismo. Una vez preparadas, nos metimos en la cama.
– Pues sí que se está cómoda. – dije mientras trataba de relajarme. Cait se
acercó a mí para acurrucarse.
– A ver con quien estrenas esta cama, y esa piscina…
– Y el jacuzzi del baño de abajo... – Le dije guiñando un ojo.
– Si, el jacuzzi… Mucho más cómodo que la piscina, no te quepa duda.
– ¿Qué pasa, lo has probado o qué? – Reí.
– No… Pero en la piscina, ahí de pie… En el Jacuzzi te puedes echar, o
sentado, o… Me voy a callar ya que me estoy poniendo mala. Llevo ya
demasiado tiempo sin sexo.
– Cuatro días, Cait.
– Lo que yo te diga… demasiado. – Dijo riendo.
– Si quieres estrenamos la cama… – Susurré de broma mientras la abrazaba
por la cintura.
– No tienes lo que hay que tener para intentar calentarme. – Me murmuró al
oído. Sólo le sonreí negando con la cabeza. – ¿Ves…? Que no se diga que
he sido yo la que te he dicho que no. Lo que no sé es cómo tuviste el valor
de besarme ayer.
– Salió solo… – Confesé. – No quiero ni pensar en ello, me da vergüenza.
Lo siento.
– No tienes que disculparte, tonta… – Cait se echó sobre mí, y la abracé. –
…Estuvo muy bien, me dejaste… – Hizo un gran silencio. – …bastante
confundida. – Soltó al fin.
– ¿Confundida? – Pregunté sin mover un músculo.
– Si… No me lo esperaba, no pude reaccionar, me supo a poco.
– Venga ya…
– En serio. – Insistió. – Si lo volvieses a hacer, no me molestaría, la verdad.
– ¿Me estás pidiendo que te bese? – Pregunté. Noté como ella negó con la
cabeza.
– Te estoy informando de que, si lo volvieses a hacer, no me molestaría. –
Aclaró. – No te voy a pedir que me beses; si quieres besarme, bésame y ya.
Ni te voy a apartar ni te voy a decir nada.
– Entonces no pararía en todo el día. – Hubo un gran silencio. Luego
suspiró, abrazándome más fuerte.
Estuvimos un buen rato en silencio.
– Entonces, ahora no tienes ganas, ¿no? – Dijo de pronto.
– ¿Qué? – Me extrañé.
– De besarme, digo... – Insistió. Sí, estaba insistiendo.
– Sí que las tengo. El problema es que siempre las tengo y que, si me dejas
hacerlo cada vez que quiera, no pararía en todo el día. – Suspiré. – Y no
tendríamos tiempo para nada más... Ni piscina, ni películas, ni paseos,
nada... Así que... – Reí un poco. – Mejor que no.
– Pues yo si fuera tú, sacaría tiempo de cualquier parte, que en nada me
voy... – Soltó. – Y a tantísimos kilómetros de distancia sí que no vas a poder
hacerlo. – Me incorporé y la miré.
– ¿Lo dices en serio? – Pregunté. Ella asintió. Me acerqué lentamente y la
besé muy suavemente, suspiré y me separé de ella.
– ¿Tanto para esto? – Se quejó. – Luna... No seas tonta... – Sonrió.
Me senté en la cama. Ella me miró; estaba un poco incorporada, apoyada
sobre sus codos.
– No puedo... – Dije. – Es que no puedo...
– No quieres, no pasa nada. – Sonrió.
– Si quiero, Cait. Siempre quiero... – Me estaba alterando. – Pero es que
como lo haga, me va a costar más separarme de ti.
– Nos va a costar igualmente, Luna. Creo que deberíamos aprovechar estos
días, hasta el último momento, para ponernos al día con todas las series y
películas que teníamos pensado ver y... – Dudó. – Tomar el sol juntas,
meternos en la piscina, charlar, no separarnos para nada... – Sonrió. – Y
para...
– Para ponerme un poco al día con todos los besos que tengo que darte. –
Dije. Y acto seguido, agarré su cuello y la besé, la besé muy
apasionadamente, volviendo a dejarla recostada sobre la cama. Ella tiró de
mí para medio recostarme sobre ella.
Y así, besándola, sin querer mover un solo músculo, estuvimos un buen
rato. Me sentía genial, sentía que estaba en las nubes, que no quería
bajarme, que quería estar viviendo en mi casa, cerca de la suya, para
quitarme de la cabeza el miedo a que esto que parece que avanza un poco,
pudiera llegar a algo. Quería que ese momento no se acabase nunca, pero,
todo lo bueno siempre se acaba...
– Luna... – Me acabó diciendo medio riendo en un segundo que paramos.
Yo me separé un poco de ella y la miré. – Tenemos que parar... – Pidió.
Asentí bajando la cabeza. – Sé que pasarías toda la noche besándome,
pero... – Dijo soltando una leve risa. – Creo que ya.
– Si, sí, claro. – Resoplé levantándome de encima de ella. Me sentía un
poco acelerada, a lo que ni presté atención, pero seguro que ella se había
dado cuenta. Posiblemente decidió pararme al ver mi situación, puede que
percibiese que mi cuerpo me estaba pidiendo un poco de sexo. Tal vez se
sintió incomoda, no sé,… en el mismo momento en que me di cuenta de
todo esto, la miré muy seria. – ¿Estás incómoda? – Pregunté.
– ¿Qué? – Se extrañó incorporándose un poco.
– Que si te resulta violento, si te sentías molesta con mis besos. – Le dije en
tono curioso, sabiendo que me arriesgaba a que me destrozase con una sola
palabra.
– No. – Dijo casi riendo. – No, tranquila, estoy bien. Estaba bien, es solo
que... Creo que ya...
– ¿Pero por qué ya? – Insistí. – ¿Te has sentido agobiada porque me he
acelerado un poco?
– ¿Qué te has acelerado un poco? – Dijo rompiendo a reír. – Luna, estás
colorada como un tomate. Respiras a destiempo, y tenías mi pierna entre las
tuyas... – Se quedó pensativa un segundo. – Yo también la tuya entre las
mías, pero no pasa nada, estoy bien...
– No te ha gustado entonces... – Suspiré.
– A ver, Luna... Son besos, los besos gustan. Eres una chica, yo soy otra, a
mí no es que me atraigan... Creo... No sé... He sentido tu pierna de lleno ahí,
en mi... – Dijo soltando una breve carcajada. – Eso… Estabas sobre mí,
besándome, en fin... – Resopló. Noté que se había quedado un poco
confusa.
– Vale... – Sí. no supe, aún no se, como interpretar esas palabras, aunque
prefiero no darle muchas vueltas a ello. Simplemente quiero disfrutar
estando cerca de ella.
– Y... – Suspiró. – No quiero que te confundas con eso de que me beses
cuando quieras. Creo que con todos los que me has dado ahora tienes el
cupo cubierto hasta la próxima vez que venga. – Dijo riendo.
– ¿Lo estás haciendo para hacerme sentir mejor, o qué? – La situación me
estaba sobrepasando. No sabía qué interpretar ni cómo, pero es que
realmente no quería interpretar nada.
– No, lo estoy haciendo porque quiero… quería, que me dieses algún que
otro beso. Y la verdad es que me has soltado una buena tanda, Luna. –
Sonrió.
– ¿Por qué querías que te diera algún que otro beso? – Insistí.
– Porque me haces sentir bien, tienes unos labios muy suaves y besas muy
bien... – Confesó bajando un poco la cabeza mientras sonreía.
– Vale... – Susurré sonriendo, mientras ella dibujaba también una leve
sonrisa.
– ¿Más calmada? – Asentí. – ¿Me puedo echar sobre ti, o te van a entrar
ganas de echarme un polvo? – Soltó una leve risa.
– Ven... – Dije riendo mientras me acostaba.
Noté como se acabó quedando dormida recostada sobre mí. Suspiré varias
veces, intenté quitar de mi cabeza la idea de que pronto se iría y ya no
podría verla tan a menudo, ahora que estaba dándome algo de pie con
todo... Me dolía solo pensar en no verla, en no sentirla cerca; aunque solo
fuese para ver su sonrisa mientras me proponía dar un paseo, salir juntas a
comer algo fuera, o simplemente contarnos que tal el día. ¿Qué hubiese
pasado si no me hubiese mudado?
Puede que me hubiese dejado tener algo con ella, y que ahora no me deje
porque estamos muy lejos. No sé cómo interpretarlo todo, no quiero
pensar... Todo iba a dolerme tanto… Y sin poder remediarlo, aunque no
quisiera –porque no quería– entre pensamientos, acabé quedándome
dormida también.
CAPÍTULO 5
Lunes, 4 de julio
Hola, querido diario. Hoy ha sido un día raro. Triste. No hay mucho que
contar: nos levantamos tarde, hemos estado toda la tarde viendo películas,
hablando más bien poco y, aunque es cierto que por la noche tuvimos algo
más de conversación, no me siento con fuerzas para escribir. No fue nada
interesante, ni de otro mundo… Todo demasiado normal.
Buenas noches.
CAPÍTULO 6
Martes, 5 de julio
Hoy… nada. No hay nada, ha sido un día de lo más normal. Con ella, sí,
pero normal. Lo único a destacar del día es una llamada de Ruth… Fue algo
así como…
– ¿Qué es eso de que te has mudado? – Me preguntó.
– Pues que me he venido a Madrid… Mis padres y sus locuras. – Respondí.
– ¡Ah, mira que avisas…! Ni te despides de mí ni nada.
– Ruth, no quiero saber nada de ti. Ya, se acabó. Es más, es mejor así. Un
punto y final a lo nuestro.
– Muy bien. Adiós Luna. – Colgó de malas maneras...
También estuve hablando con Raúl de eso mismo, de la mudanza.
Me da que voy a dejar de escribir. Mi vida no es lo suficientemente movida
como para contar nada, y no me siento con ganas. Puede que esta sea la
última entrada aquí.
CAPÍTULO 7
Viernes, 8 de julio
Sí, lo sé, querido diario; el miércoles y el jueves me los he comido. No
había nada relevante que contarte. Es más, por un momento pensé incluso
en dejar de escribir, tal como apunté en la entrada anterior, pero lo que ha
pasado hoy tengo que dejarlo aquí plasmado. Porque hoy sí, hoy ha sido un
día relevante.
Aquí comienza mi día, querido diario…
A tan solo dos días del domingo, momento en que se marchará Cait de aquí,
nos levantamos igual de monótonas que estos días atrás, sin ganas de nada,
con cierto toque de tristeza en cada palabra, cada mirada, cada suspiro…
Creo que estamos las dos tan afectadas que nos da pena incluso ir más allá
con nuestra amistad, o lo que sea lo que nuestro se esté convirtiendo. Y es
que, aunque haya una pequeña posibilidad de que pueda ir a algo más, sin
ni si quiera haberlo hablado –porque sencillamente no hemos vuelto a tocar
el tema–, ni intentar nada fuera de lo común, creo que al igual que a mí, a
ella le apena el hecho de tener que alejarnos.
Desayunamos tranquilamente, demasiado tranquilas, como estos días, en
silencio.
– Cariño, voy a ir a hacer la compra, ¿necesitáis algo? – Miré a mi madre,
luego a Cait. Ésta negó con la cabeza.
– Si, tráeme algo de frutos secos, y cerveza. – Pedí. Sacó una lista y lo
apuntó en ella, mientras insistía dirigiéndose a Cait:
– Cait cariño, ¿Quieres algo? Que no te de vergüenza decírmelo.
– No gracias, estoy bien… Aunque… Sí, quiero que os volváis a mudar
donde vivíais antes. – Mi madre sonrió y negó con la cabeza saliendo de
allí. – Por lo menos lo he intentado. – Sonreí.
– ¿Vamos a dar un paseo? – Pregunté, levantándome de la silla. Cait aceptó
a duras penas.
Salimos a la calle, el sol pegaba muy fuerte, hacía bastante calor. Miré al
cielo: ni una nube.
– Aunque, mejor que un paseo, un chapuzón en la pis…
– Buenos días. – Interrumpió la vecina de enfrente. Nuevamente llevaba el
perro.
Me quedé embobada. Su largo y ondulado pelo castaño le caía sobre los
pechos, tenía los ojos verdes claro. Los de Cait también eran verdes, pero
de un tono más oscuro. Por su apariencia, no tendría más de 20 años. La
miré de arriba abajo; era guapísima.
– Buenas. – Saludé. – Qué bonito el perro, es un labrador, ¿Verdad? – La
chica afirmó acercándose más a nosotras.
– S–sí... Sí... – Logró decir. Se había puesto nerviosa y me apartó la mirada.
– Es... – Dudó. – Es u–una cría aún, solo tiene si–siete meses. – Me acabó
sonriendo mientras se encendía. Sus mofletes se habían tornado muy pero
que muy colorados. Sonreí ante su reacción.
Me agaché al lado del perro, saludándolo.
– Hola guapo. – Lo acaricié. – ¿Cómo te llamas?
– Anda que si pretendes que te responda. – Dijo Cait, riendo irónicamente.
La chica sonrió ante mi gesto.
– Pe–Pegaso. – Nos dijo. Miré a Cait, y ella acarició el perro un poco, pero
pasó de él. – Se llama Pegaso. – Se le notaba bastante nerviosa.
– ¿Qué tal, Pegaso? ¿Dando un paseo?
– Luna… ¿Puedes dejar de hacerle preguntas al perro? – Cait me tocó el
hombro y la chica sonrió nuevamente.
– Yo...– Sonrió, bajando la cabeza. – Yo suelo hablarle también... – Añadió.
– Aunque no responde... El día que lo haga lo llevaré a la tele. – Dijo riendo
sin mirarme. A Cait sí que la miraba de vez en cuando, a mí no, no podía;
se ponía muy colorada.
– Vale, ya… – Susurré levantándome. – Yo soy Luna, ella Cait, y… ¿Tú? –
Pregunté sonriéndole.
– A–aria. – Esta vez sí que clavó su mirada en la mía, suspiró y me
devolvió la sonrisa bajando un poco la cabeza. ¡Qué mona! pensé, reflexión
ante la que tuve que sonreír.
– Bien… – Dije sin borrar la sonrisa de mi cara. – Eh… – Miré a Cait.
– ¿Vamos? – Me dijo. Acepté.
– Yo... voy a… pasear a… a Pegaso, si queréis venir… – Dijo. Le costó
decirlo, pero lo dijo.
Miré a Cait, que se encogió de hombros de mala gana.
– Venga. – Dije. Comenzamos a andar.
– ¡Qué casa...! – Susurró Aria. Yo sonreí asintiendo. – ¿Vivís las dos juntas?
¿Sois pareja? O… –
Cait y yo nos miramos.
– No… Eh… no – Dijimos al unísono.
– Vivo con mis padres. Ella es una amiga que ha venido a pasar unos días.
– Claro… – Aria se incomodó ante la situación que ella misma acababa de
crear. – Yo vivo... – Señaló su casa, frente a la mía. – Cualquier cosa que
necesites... – Dijo.
– Gracias. – Sonreí.
– ¿De dónde sois? – Preguntó mirando a Cait. – Del Sur, seguro… – Sonrió.
– Ese acento…
– Si. – Dijo Cait en un tono algo borde.
– Yo soy de Málaga. Ella vive allí también, pero era de… – Miré a Cait. –
De Cádiz, ¿De dónde exactamente? – Aún no recordaba el nombre del sitio.
– Vamos a ver, Luna. – Me sonrió Cait. – Algeciras, soy de Algeciras
– Eso, Algeciras. – Dije mirando hacia Aria. – Cádiz.
– Sé dónde está Algeciras… – Suspiró Aria.
Paseamos un buen rato.
– No sé si sabes lo que representa esa pulsera que llevas puesta… –
Comenzó a decir Aria mirando la muñeca de Cait, que la miró extrañada.
Era una pulsera que le regalé, a juego con otra que llevaba yo. Era simple:
una X, de los X–men. Pero ella, aunque se lo dije en su momento, ni se
acordaba.
– ¿De qué es? – Se extrañó. – ¿Qué representa?
– Eh... – Dudó bajando la cabeza algo cortada, era una chica un tanto
extraña. – ¿X–men? – Preguntó.
– Me suena, pero no... – Cait me miró. – ¿Tú me dijiste algo de eso no? –
Le sonreí. – Cuando me la diste.
– Sí, y vimos la película, Cait. – Dije sin borrar la sonrisa de mi cara.
– No me acuerdo... – Dijo. Puse los ojos en blanco.
– ¿Te–te gustan los superhéroes? – Volvió a tartamudear un poco al dirigirse
a mí. Los nervios quizá; aunque, ¿por qué habría de estar nerviosa? Era
guapísima, eso sí. Me pasaría horas mirándola.
– Si, bueno... conozco algo de la vida de los superhéroes, es algo que me ha
llamado siempre la atención, tanto colorido... – Reí.
– Si, está chulo... – Susurró, la miré mientras bajaba la cabeza nuevamente.
– ¡Ah! – Soltó Cait de repente. – Esa es la de las personas esas con super
poderes que... Vale, vale, si, ya me acuerdo. – Me sonrió, y yo le devolví la
sonrisa. – Que fuimos el mes pasado al cine a verla, ¿No? – La miré.
– Si, esa... – Reí. – Anda que tienes la cabeza...
Estuvimos hablando de donde vivía, le comentamos que tanto Cait como
yo, nunca habíamos estado por aquí…, una conversación de lo más normal.
A la vuelta nos acompañó hasta la puerta de mi casa.
– Bueno, pues aquí nos separamos. – Dije.
– El... – Dudó Aria mirándome. La miré fijamente, pero ella bajó la cabeza.
– El veintinueve de este mes... Déjalo, da igual. – Sonrió mientras miraba al
suelo. Me dejó loca, sonreí y le animé a seguir:
– ¿Qué pasa el veintinueve de este mes?
– No... – Volvió a dudar. – Nada... Es que... – Resopló, le costaba soltarlo. –
S–se estrena Li–Linterna Verde, por si queréis venir a verla al cine o a–
algo... – No pudo ni mirarnos a la cara. Miré a Cait, que tenía un gesto
extraño en la cara.
– Eh... – Comencé a decir. – Ella creo que no estará para entonces...
– O sí... – Añadió ella. – Nunca se sabe. – Sonrió.
– Pero si no, podemos ir las dos, claro... – Dije sonriendo. Ella me devolvió
una tímida sonrisa. ¡Qué graciosa!, pensé.
– Vale, claro, y... – Dudó. – Eh... – Susurró Aria sonriendo. – ¿M–me das
tu–tu nu–nu–nu? – Sacó su móvil, hizo un gesto con las manos.
– ¿Mi número? – Pregunté sonriendo.
– Po–por si quieres cualquier cosa, ya sabes, si quieres conocer más el
lugar, salir una noche o algo. – Consiguió decir sin mirarme a la cara.
Supuse que yo la ponía nerviosa, que y por eso tartamudeaba tanto.
– Te lo doy, pero hazme una perdida… – Sonreí.
– Claro, te… – Me tendió el móvil, lo cogí y le apunté mi número. – Te doy
la perdida ahora mis…mo. – Sonrió.
– Si. – Le sonreí.
– Eh… Bueno, no–nos vemos, o ya hablamos, por… – Señaló su móvil
sonriendo.
– Claro, sí. Cuando quieras. – Ella volvió a sonreír apartándose el pelo de la
cara. – Y ya quedamos para ir a ver la película... – Sonrió afirmando con la
cabeza. – Adiós.
– Adiós, un placer Caitlin.
– Igualmente… – La miró, con gesto contrariado. Abrí la puerta y la miré. –
¿Qué?
– ¿Qué de qué?
– Te ha gustado, ¿eh? – Me preguntó, mientras yo me limitaba a negar con
la cabeza.
– Que va, no…Yo solo... Ella… – Me miraba directamente a los ojos, me
estaba poniendo nerviosa. – Voy a… al baño. – Sonreí nerviosa y salí de
ahí.
Realmente era una chica preciosa, simpática, es verdad que muy cortada, –
lo que le daba un toque de gracia–. Me hacía gracia lo vergonzosa que era,
aunque es el prototipo de chica que me gusta: morena, ojos verdes…
Siempre me habían llamado la atención las chicas así. Y encima eso, su
timidez, que daban ganas de abrazarla y achucharla. Le gustaban los
superhéroes como a mí. No es algo que me fascine, pero me gustan. No sé,
otro punto a favor, y la verdad... me gustaría poder conocerla mejor. Parecía
un poco rara –o tal vez distinta–, y eso es algo que llamaba muchísimo mi
atención.
Cerré la puerta del baño y me apoyé contra ella. Resoplé. No quería dejar
que Cait se diese cuenta de que me atraía mi vecina, ya que realmente solo
tengo ojos para ella. O eso creo.
– Luna, sal de ahí; sé que no estás haciendo nada. – Dijo riendo Cait al otro
lado de la puerta. – Que se os ha notado a legua a las dos.
¿A las dos? Pensé.
– ¿Qué dices? – Salí. – Esta sí te gusta para mí, ¿o qué? – Se encogió de
hombros.
– Hombre, teniendo que elegir entre la paranoica posesiva de Ruth o la
guarra y zorra de Laura… Aria es un encanto… – Susurró esto último. – Es
muy tímida, ¿no has visto cómo te miraba? Te sonreía y todo... – Dijo
sonriendo. – Congeniáis muy bien y tiene pinta de que en su vida ha echado
un polvo, por lo que eso te quitará muchos dolores de cabeza, ya que no irá
pensando en eso.
– Y es guapa… – Añadí. Cait me miró, quedándose muda. Reaccionó
segundos después confirmando lo que le decía.
– Sí, sí, es… bastante guapa. – Dudó un instante. – ¿Vamos a la piscina?
– Sí, que hace calor.
Nos quedamos en bikini y nos zambullimos un rato. Luego nos echamos en
las tumbonas a tomar el sol. Cuando vinimos a darnos cuenta eran las cinco
de la tarde.
– Qué casa más pija. – Dijo colocándose las gafas de sol.
– ¿Qué?
– Con tus hamacas, tu sombrilla… toallas allí en el suelo. Y aquí estamos,
tan contentas. – Reí. Mi móvil sonó.
Lo cogí y lo miré; era un número desconocido que no tenía guardado. Me
había hablado por WhatsApp varias veces, pero como estaba en la piscina
no lo había oído.
ARIA: “Hola!” “Soy Aria” “Tu vecina” “Si necesitas cualquier cosa este
es mi número” “O si te aburres y te apetece conocer la ciudad” “O tomar
algo” “O lo que sea” “O si tienes algún plan y me lo quieres comentar”
“Estaré encantada en decirte que sí”
Me había fulminado a mensajes, y no pude menos que alegrarme ante ello.
El móvil volvió a sonar.
ARIA: “Lo siento si te he molestado…”
Volví a sonreír, y esta vez contesté al mensaje.
YO: “Tú no molestas” “Lo mismo te digo” “Cualquier cosa…” “Por
cierto” “Estamos en mi casa, en la piscina” “Si te quieres unir” “¡Ponte
cómoda y vente!”
Sí, acababa de invitarla a la piscina de mi casa. Dudé por cómo podría
reaccionar Cait, ya que noté que no le hizo mucha gracia que la vecina
llamara mi atención.
– Le he dicho a… Aria que se venga a la piscina… ¿Te importa? – Cait
negó con la cabeza y sonrió.
– Te gusta… – Dijo. Yo me limité a sonreír.
– ¡Que no…! – La miré, ella afirmaba con la cabeza.
ARIA: “Vale… Dame un par de minutos que me cambio y voy.”
Me contestó.
– Va a venir. – Dije incorporándome.
– Bueno, pasadlo bien... – Dijo Cait suspirando mientras se levantaba de la
hamaca. La miré extrañada y me levanté para pararla.
– ¿Qué dices? ¿Dónde piensas ir tú? – Pregunté mirándole a los ojos.
– A... – Dudó apartándome la vista. – A ninguna parte, solo me voy a
quedar dentro. Sé que quieres quedarte a solas con ella. Estás aquí conmigo
y la estás llamando, ¿Por qué? Sabes de sobra que no me gusta que hagas
eso.
– No quiero un ratito a solas. – Reí. – Y te lo he consultado y me has dicho
que sí.
– Después de haberla invitado, Luna, ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué no?
¿Que no quiero compartirte con nadie que pueda llegar a ser tu novia
porque te quiero sola para mí? ¿Eh? ¿Quieres que te diga eso? Pues ya está
Luna, ya te lo he dicho.
– Yo no... – Me quedé a cuadros. – Yo no creo que le guste a Aria.
– O sea. – Cait se volvió a sentar en la hamaca. – Te suelto eso y ¿es lo que
respondes? ¡Luna! – Se quejó.
– No, espera... – Resoplé. – No me ha dado tiempo de procesarlo todo, Cait,
¿Has dicho qué? – Quise volver a escucharlo.
– Nada, Luna. – Se quejó. – Ahora te vas con la vecina, que te gusta más. –
Dijo en tono muy borde. Sonreí hacia mis adentros. Se había puesto celosa,
algo que me gustó bastante, ya que significaba que sentía algo más fuerte
por mí. – Me senté a su lado.
– Lo mismo sí que intento tontear con ella... – Susurré. – Y echarle algún
que otro polvo, que falta me hace.
– ¿Te la vas a follar? – Me preguntó mirándome muy seria. Me encogí de
hombros.
– Puede, ¿Por qué no? – Pregunté. – Falta me hace... Y si ella es capaz de
hacerlo, ¿por qué no? – Cait suspiró acercándose a mi cara lentamente,
suspiré al notar su aliento en mis labios, mis ojos se cerraron para volver a
suspirar.
– ¿Quieres besarme? – Preguntó. Asentí levemente, sin abrir los ojos. –
Hazlo.
Agarré su cuello y la besé nuevamente, muy intensamente, tanto que me
acabé sentando sobre ella para echarla en la hamaca. Entonces deslicé mi
pierna entre las suyas sin contar con que estábamos en bikini, una fina capa
de tela donde la más mínima presión... Sí, sin querer ejercí presión en su
sexo, por lo que acabó soltando un leve y ardiente gemido que ahogó en un
beso. Su respiración se aceleró mucho, ella resopló mordiéndome el labio,
se incorporó haciendo que quedase sentada sobre ella, agarró mi culo y dejó
ir sus manos hacia mi cintura, la rodeó sin dejar de besarme ni un segundo
para, seguidamente bajar muy lentamente hacia mi sexo. Metió su mano
bajo el bikini y la dejó posada un segundo sobre él. Ahora sí, me aceleré de
golpe y estuve a punto de gemir, pero no lo hice ya que llamaron a la puerta
y dimos un salto las dos.
– Joder... – Resoplé levantándome sin siquiera mirarla.
– Esto no ha pasado. – Me dijo.
– No, no, no... – Suspiré. – Joder... – Resoplé mientras entraba a la casa. Me
eché un poco de agua en la cara antes de abrir.
Abrí y era Aria. Me miró de arriba abajo y se quedó sin mediar palabra.
¿Tendría Cait razón? ¿Le gustaría a ella? Traté de borrar esos absurdos
pensamientos de mi cabeza y la invité a pasar, la llevé hasta el jardín, donde
Cait la saludó mientras salía de la piscina. Sí, Cait acababa de hacer eso. Yo
no sabía hasta dónde quería llegar exactamente, pero lo había hecho.
Tendríamos que hablar.
– Hola. – Saludó ella. – Qué pedazo de piscina. – Dijo asombrada.
– Puedes ponerte cómoda y darte un chapuzón, que hace un calor... – Miré a
la piscina.
– Si… Eh… – Noté que le daba vergüenza quedarse en bikini.
– Sin cortarte… Tranquila, estamos en confianza. – Comenzó a quitarse la
camiseta que llevaba. Me fijé en que era color azul y con el símbolo de
Superman en el pecho.
– No te cortes, al menos llevas bikini; en la otra casa, sin bikini, en
sujetador y bragas, si total… – Sonrió Cait tumbándose en la hamaca. Aria
le devolvió la sonrisa y se comenzó a quitar los pantalones. Cait me miró de
reojo y le aparté la vista.
Miré a Aria de arriba abajo nuevamente, tenía las piernas bien puestas, en
su sitio, quizá tenía más de donde agarrar que Cait, que quizá estaba
demasiado delgada. No sé, pero, me atraía bastante, sí, igual le echaría unos
cuantos polvos si ella quisiese, claro. Resoplé, mi mirada se topó con la de
ella y me puse tan nerviosa que acabé girándome hacia las tumbonas. Ella
se lanzó a la piscina para refrescarse, se salió a toda prisa y se vino dónde
estábamos.
– Bueno, y tú… ¿Qué edad tienes? – preguntó Cait.
– Dieciocho. – Dijo.
– Mira, como yo. Ella tiene veinte. – Explicó Cait, yo confirmé
incorporándome un poco, recogí las piernas y la invité a sentarse a mis pies.
– Bueno y qué, ¿tienes novio? – Le soltó Cait. La fulminé con la mirada,
me pareció demasiado directa.
– No, déjate. – Dijo sonriendo. – ¿Y vosotras?
– Yo…
– Tú nada. – Interrumpí a Cait. – Con ese, nada de nada.
– Que no, que no, ni tú tampoco.
– Sé de sobra que no tengo nada. – Le dije.
– Pues eso. – Cait se había alterado un poco. – No, no tenemos novio, ni
novia, ni nada.
– Ah, ¿que sois bisexuales? – Preguntó Aria con total normalidad.
– No, no, no… – Se exaltó Cait. – Yo soy heterosexual, ella es lesbiana… –
Me señaló, mientras yo afirmaba con la cabeza. No sabía si era buena idea...
– ¿Y tú? ¿Te gustan los chicos, las chicas?
– Creo que... – Se quedó pensativa un segundo. – ...me gustan las personas.
– Aclaró.
Cait y yo nos miramos.
– Eso significa…
– Que si me enamorase alguna vez de un chico o de una chica, daría lo
mismo, lo que importa es el hecho de enamorarme, básicamente eso. No me
gustan las etiquetas.
– ¿Has tenido novio o novia alguna vez? – preguntó Cait.
– La verdad… – Aria dudó si hablar, nos miró dubitativa.
– No te sientas presionada a decir nada que no quieras. – Le dije. Ella bajó
la mirada y sonrió colocándose bien el pelo.
– No es eso… A ver, yo no soy persona de tener muchos amigos, no me
gusta salir mucho… Soy un poco rara y muy, muy vergonzosa. – Sonrió
para seguidamente bajar la cabeza. – Por lo que, a la hora de encontrar a
alguien, se hace un poco más difícil. – Acabó murmurando.
– Yo te veo normal. – Dije.
– A ver, un poco friki… – Añadió Cait. – Pero se te ve muy buena chica.
– Quizá algo tonta… – Añadió ella misma.
– Yo voy a buscar algo para beber, ¿os traigo algo? – preguntó Cait.
– ¿Cerveza? – Pregunté, miré a Aria.
– Yo alcohol… Es que no suelo beber… Pero, bueno… Venga. – Sonrió.
Cait entró en la casa. La seguí con la mirada para acto seguido frotarme los
ojos. Me senté en la hamaca para quedar cara a cara con Aria.
– Ahora en serio, sois novias, ¿No? – Me preguntó Aria sonriendo.
– No… Es una relación rara, pero no, no somos novias. – Sonreí
tristemente.
– Oh… Ya entiendo. – Comenzó a decir, chica lista. – ¿Te gusta? – Muy
lista.
– Se podría decir que sí… – Sonreí levemente.
– ¿Y tú a ella…? – Preguntó. Negué con la cabeza. – …Uf… bueno. – Pude
notar como suspiró.
Cait nos dio las cervezas, luego se tumbó tras de mí en mi hamaca, para
comenzar a acariciarme la espalda. Me encanta que me acaricien, es algo
que necesito constantemente en mi vida. No sé cómo voy a hacerlo cuando
se vaya... Seguro que me pasaré el día releyendo esto mil veces.
Aria, al ver que Cait se colocó en la misma hamaca, se sentó en la otra para
dejar hueco.
– Te vas a quemar. – Me advirtió Cait. Aria me miró y me sonrió levemente,
yo le devolví la sonrisa.
La tarde pasó tranquila, charlamos bastante, nos contamos muchas cosas e
inevitablemente el sol comenzó a caer, trayendo tras de sí la oscuridad de la
noche. Aria se marchó, no sin antes quedar en que volveríamos a charlar y
pasar otro rato al día siguiente, antes de que Cait se marchase el domingo.
Se marcha. Cada vez está más cerca el momento. Una vez cenamos y
estuvimos duchadas, nos fuimos arriba a mi habitación; irremediablemente
teníamos que hablar.
– Me juego lo que quieras a que esa… – Señaló con la cabeza hacia la casa
de la vecina. – …en su vida ha echado un polvo.
– No te obsesiones Cait, déjala, no me gusta. – Mentí mientras me sentaba
en la silla del ordenador. – Creo que tú y yo tenemos que hablar... – Suspiré
mirándola.
– ¿Vas a escribir? – Me cambió de tema. Yo negué con la cabeza, volviendo
a suspirar. – Me he dado cuenta de que llevas sin hacerlo un par de días.
– No hay nada que me motive a ello… – Protesté mirando la pantalla
apagada. – ¿No vas a hablar conmigo de lo que ha pasado antes ahí abajo? –
Me apartó la vista.
– ¿Y antes sí había algo que te motivara a escribir? – Sonreí levemente. Me
estaba poniendo nerviosa con sus evasivas. – Acabas de conocer a tu nueva
vecina. Digas lo que digas sé que te ha gustado, y tú a ella… ¿No vas a
escribirlo? Luna, es posible que eso sí forme parte de tu historia.
– Venga vale, mañana me levantaré antes y escribiré, ¿Podemos hablar tú y
yo ahora? Me has...
– Ya ha terminado el día, Luna. – Me interrumpió. – Hazlo ahora, no te voy
a molestar.
– Aún continúa, Cait. ¿Quién sabe las preguntas tontas que puedes hacerme
esta noche y que deberían quedar plasmadas aquí? – Toqué el teclado. –
Porque se ve que hablar, lo que es hablar conmigo, no quieres.
– Ya tengo alguna pregunta de esas en mente. – Dijo riendo.
– Dispara. – Sonreí. Ella negó con la cabeza.
– A la cama. – Soltó. Arqueé una ceja. – Vente… – Pidió sonriendo.
¿Cómo iba a negarme a ello? ¿Cómo iba a negarme a irme a la cama con la
chica de mis sueños? Y más aún si encima me lo estaba pidiendo ella
misma. No lo dudé, me eché y ella se tumbó a mi lado.
– A ver… – Comenzó a decir. – Te ha gustado, ¿Verdad? No me lo niegues
más, no soy tonta.
– Sí Cait, sí. Es muy guapa la chica.
– ¿Quién es más guapa ella o yo? – Me miró, negué con la cabeza.
– Cait…
– Luna… ¿Quién te parece más guapa?
– Ella… – Respondí.
– ¿En serio? – Me miró, y yo me eché a reír.
– Déjame ya, anda… – Reí. La noté molesta, y… decidí comprobar si
verdaderamente se estaba poniendo celosa de mi nueva vecina. – Además,
tiene unos ojazos… Y una sonrisa… – Susurré esto último.
– ¿Qué dices?, si tenemos el mismo color de ojos… – Miré a Cait y negué.
– Ella los tiene más claros, más grises. Los tuyos… – Me miró fijamente, –
de esas veces que siento que me está comiendo por dentro con esa mirada–.
– …son más oscuros… más intensos, más esmeralda.
– Has dicho más intensos.
– Sí, pero a mí me gustan cuanto más claros mejor. – Mentira, estaba
enamorada de sus ojos desde el primer momento en que los vi, aunque los
de Aria me llegaron muy al fondo también.
Me terminó de taladrar con la mirada; sentí cómo me atravesaba.
– Puedes ponerte a escribir ya, anda… Voy a dormir. – Se giró.
Definitivamente estaba fastidiada. Me encantaba, significaba que alguna
posibilidad tenía, pero… Sólo quedaban horas… Y a saber hasta cuándo no
volvería a verla.
– No te pongas así... – Reí. Ella me miró muy seria. Me fijé en que tenía la
cara muy colorada. – Te has quemado un poco la cara, Cait. – Le dije
levantándome.
– Da igual... – Resopló, volviendo a girarse.
– No, no da igual... – Entré al baño y cogí aftersun. – Deberías hidratarlo,
no es mucho, pero tienes que hidratarlo.
– Dame... – Resopló. Se le notaba incómoda. Le tendí el tarro abierto, ella
lo cogió y se lo esparció por toda la cara. – ¿Estás contenta? – Le sonreí
bajando la cabeza. – La verdad es que la espalda también la tengo un poco
quemada. Me molesta el sujetador un poco.
– Gira... – Le dije. Se tumbó boca abajo, le levanté la camiseta, y ella se la
terminó de quitar. Suspiré profundamente. – No tienes nada colorado, Cait.
– Dije mirándole toda la espalda y los hombros. Ciertamente no tenía nada
colorado.
– Pues a mí me molesta un poco... – Por un momento, por su voz, noté que
estaba algo así como picándome un poco. – Desabrocha el sujetador, verás.
– Arqueé una ceja y dejé ir mis manos a su sujetador para desabrocharlo.
Tuve que tragar saliva.
– Colorado no está, pero si quieres, por si acaso te... – Suspiré tragando
saliva. – ...Te echo un poco...
– Sí, por favor... – Pidió. No estaba quemada, no se le veía nada.
Me senté sobre sus piernas, –más bien sobre su culo– y me eché crema en
las manos para, con un suave masaje, esparcirla por toda su espalda. Noté
como se le pusieron los vellos de punta por el frío. Sonreí.
– ¿Te molesta? – Pregunté.
– ¿El qué? – Murmuró.
– Cuando te toco...
– ¿Porque me iba a molestar? – Suspiró.
– ¿Porque te has quemado? – Respondí con otra pregunta.
– Ah... No, no... – Dijo medio riendo. – Tú sigue, espárcela bien.
– Ya está absorbido todo, Cait. – Dije sonriendo. Por un momento noté que
quería mis manos ahí acariciándola, o lo mismo quería que continuase lo de
esta tarde. Pero eso no, no pretendía hacer nada, al menos hasta que no
hablásemos.
– Vale, ¿me das un masaje? – Dijo colocando mejor su cabeza y su pelo
para dejarme su cuello libre. Yo me limité a suspirar y comenzar a darle un
suave masaje. No me disgustaba tener mis manos en su espalda, y mucho
menos si era lo que ella quería.
Tras unos minutos, me limité a acariciarle la espalda de arriba abajo. Su piel
se erizaba a menudo, y suspiraba bastante. Acaricié su cintura y resoplé. Tal
vez se me habían ido un poco las manos. Percibí su risilla nerviosa.
– ¿Qué pasa? – Pregunté.
– Nada... – Dijo riendo por lo bajo. – ¿Te gusta tenerme así o qué?
– Me gustaría más tener a la vecina... – Reí. Ella se quedó callada, mientras
yo seguía acariciando su espalda suavemente.
– Pues para, si quieres... – Susurró.
– Que va, ya que estoy me conformo; sentir calor humano está muy bien... –
Sonreí. – Y más si es de una chica muy guapa.
– ¿No te gusta mi espalda? – Preguntó.
– Me encanta tu espalda... – Sonreí.
– Lo mismo te gusta más la de Aria... – Soltó.
– Puede ser... – Reí.
– Venga ya... – Dijo medio riendo, mientras se abrochaba el sujetador. La
ayudé. – Quita, ya no te dejo más... Ve y acaricia la espalda a Aria. – Ella se
incorporó, quedando sentada cara a cara conmigo. Sonreí ante un
pensamiento muy tonto, que me vino a la mente. – No, no pienses guarra...
– Me dio un leve empujón.
– Qué sabrás tú lo que pienso... – Reí. – Ponte la camiseta. – Pedí.
– En la de la casa de enfrente. – Dijo señalando hacia la ventana. Volví a
sonreír.
– Yo creo que con solo ponerle un dedo así... – le acaricié el brazo– se
pondría como un tomate... – Sonreí.
– Y yo creo que tú... – me empujó levemente, señalándome– te estás
pillando por ella.
– No... – Reí mientras negaba con la cabeza. – Es sólo que es muy mona...
– ¿Yo no? – Me preguntó. La miré fijamente. No me apartó la vista, por lo
que volvió a hacer que suspirara y le tuviese que apartar la mirada.
– Tú eres punto y aparte. – Reí. – ¿Te puedes poner la camiseta? – Negó
con la cabeza.
– No, yo suelo dormir así. – Dijo acostándose. Resoplé.
– Y yo suelo dormir siempre sin pantalones, pero por respeto hacia ti, me
los pongo cuando te metes en mi cama. – Expliqué. Y es cierto, es una
costumbre que tengo desde hace unos años; en verano, el calor, en fin.
– Pues no te los pongas, ¿qué pasa? – Me miró. – ¿No tenemos la suficiente
confianza? – Negué con la cabeza. – Que me ponga la camiseta, ¿no?
– Sí, por favor...
– Sí, me la voy a poner, que te estas poniendo hasta colorada. No me mires
los pechos... – Dijo riendo. Fue un acto reflejo, y rápidamente aparté la
mirada.
– Es que... – Resoplé medio riendo. – Tú no eres normal; ponerte así
delante de mí… Es que vas provocando. Ella se colocó la camiseta.
– Igual es lo que intento. Pero como tienes la cabecita en la chica de la casa
de enfrente. – Volvió a quejarse.
– Estás celosa, Cait. – Reí.
– No estoy celosa... – Sonrió. – Me alegra que te saques de la cabeza a
Ruth, pero... – Bajó la cabeza. Sonó triste. – No me gusta la idea de que te
olvides de mí...
– No me voy a olvidar nunca de ti, Cait... – Dije. – En el fondo, pase lo que
pase, estemos lo lejos que estemos, siempre seremos amigas.
– Y entren las personas que entren a nuestras vidas... – Me sonrió, se acercó
a mí y me abrazó. – No te olvides de mí, por favor...
– Nunca, Cait... Siempre vas a ser parte de mí. – Suspiré. – Y si necesitas
algo, sabes dónde encontrarme.
– Te quiero, Luna. Eres una persona increíble. – Esta vez, la que suspiró fue
ella. Me separé y la miré a los ojos; esta vez sí logré aguantarle la mirada.
– Y yo a ti, Cait... – Acabé bajando la cabeza.
– Vamos a dormir, anda...
– Yo voy a... – Señalé el ordenador.
– Sí, que tienes que contarle a tu diario cosas de tu nueva amiguita. – Dijo a
modo de queja.
– Es que es guapísima. – Dije picándola.
– Que sí... – Resopló, girándose en la cama.
– ¿Podemos hablar antes?
– No tenemos nada de qué hablar Luna, te he dicho que lo olvides, punto. –
Dijo en tono muy borde sin siquiera mirarme. Al rato de comenzar a
escribirte, se quedó profundamente dormida.
Y aquí estoy, terminando de escribir. Mañana te contaré; a ver cómo se
despierta. Adiós, querido diario.
CAPÍTULO 8
Sábado, 9 de julio
Querido diario… Desperté notando como Cait se desperezaba a mi lado.
Sin siquiera mirarla, la saludé.
– Buenos días… – Le dije con voz suave. Ella se limitó a soltar una tos
seca.
– Hola.
Se había despertado muy borde. Me giré para mirarla y se dio la vuelta.
– ¿Te pones tú así conmigo después de hacerme lo que me hiciste ayer ahí
abajo? ¿En serio, Cait? – Resoplé. – Eres alucinante, de verdad.
– No quiero discutir. Déjame… – Sollozó. Sí. Estaba llorando. – Mañana
me estaré largando de aquí… – Me abrazó fuertemente. – …Y te acabarás
olvidando de mí. – La abracé.
– Que no… Eso no va a pasar nunca; yo iré allí y tú volverás aquí. Verás
que no vamos a pasar nada de tiempo sin vernos. Lo que deberías
comprender es que tenemos que hablar.
– No quiero hablar, Luna. No hay nada de qué hablar. – Soltó. – Te quiero.
– Dijo. Suspiré y cerré los ojos.
– Y yo a ti Cait. – La abracé tan fuerte como pude. – Y yo a ti.
Nos levantamos, vimos una película, comimos, y luego nos pusimos otra.
Aunque ella estuvo más atenta que yo, ya que Aria comenzó a hablarme por
WhatsApp. Estuvimos charlando durante toda la película, preguntándonos
cosas absurdas, como cuál es el número o el color favorito de cada una, o
un lugar donde nos gustaría perdernos, y por qué... Hasta que hizo la
pregunta del siglo.
ARIA: “Y…” “Te has dejado a alguien allí?” “Una novia quizá?”
YO: “No” “Bueno…” “No era mi novia” “Lo fue” “Pero ahora ya no lo
era…”
ARIA: “Amiga?”
YO: “Si” “Bueno” “Algo más” “Aunque sin ataduras”
No sabía cómo explicarlo.
ARIA: “No entiendo bien, jaja”
Leí varias veces lo que le dije, pero seguía sin saber cómo expresarlo.
YO: “Es una ex con la que a veces…” “Mantenía relaciones…” “Intimas”
“Pero solo eso.”
Mejor soltarlo del tirón, la vi en línea, escribiendo, volvió a en línea y a
escribiendo. Eso, unas diez veces.
YO: “Y tú?” “Tienes a alguien?”
ARIA: “No”
YO: “Algún amor del pasado dando la tabarra?”
ARIA: “No” “No he estado nunca con nadie.”
Efectivamente, una vez más Cait tenía razón.
YO: “Es lo mejor” “No tener a nadie detrás tocándote la moral” – Carita
sonriendo. – “Pero ¿no has estado con nadie... en ningún sentido?”
ARIA: “No” “No creo en las relaciones sexuales esporádicas. Jajaja”
Solté una leve risa. Cait me miró, puso los ojos en blanco y volvió a fijarse
en la película.
ARIA: “Además” “¿Quién se iba a querer acostar conmigo?”
YO: “Seguro que más de alguno” “Y alguna” “Jajaja”
ARIA: “¿Tú cómo te diste cuenta de que no te gustaban los chicos?”
Otra con las preguntitas… No sé quién es peor, si Cait o ella.
YO: “Eso va a ser un poco largo de contar por aquí”
ARIA: “Pues si quieres quedamos y me lo cuentas”
¿Iba a saco o era mi impresión?
YO: “Estoy viendo otra peli con Cait” “Mañana se va…”
ARIA: “Oh…” “Bueno” “Cuando puedas y/o te apetezca quedar, me
avisas”
YO: “Por supuesto” “Pero...” “Te podrías venir a mi casa un rato”
ARIA: “A tu casa?”
YO: “Claro.”
ARIA: “Vale” “Dame un par de minutos y estoy allí” “¡Un beso, guapa!”
Si. Me acababa de llamar guapa.
YO: “Otro para ti, preciosa.”
Y sí. Acababa de llamarla preciosa. Después de esto me puso una carita
colorada y ahí terminó la conversación.
Minutos después sonó la puerta. Intuía que era ella. Cait me miró y negó
con la cabeza. Abrí.
– Hola… – Sonreí y ella me miró fijamente. Tuve que apartar la mirada de
sus ojos, sentía que se clavaban profundamente en mi interior. – Adelante,
como si estuvieras en tu casa.
– Hola Cait. – Saludó. Ella le sonrió y siguió viendo la película sin más.
– Nos vamos al patio, ¿Te vienes o…?
– Voy a terminar de verla, está acabando ya. – Me respondió con una
sonrisa, y siguió a lo suyo. Le pasaba algo. Ah sí, claro... tonta de mi al no
caer nuevamente en ese momento: no le gusta que cuando estamos solas y
tal, nadie nos “estropee el plan”. Y ya era la segunda vez que lo hacía.
Quizá no debí haberle dicho a Aria que viniese... pero es que me apetecía
verla.
– ¿Un refresco? – Dije sacando un par de latas de la nevera. Aria asintió
con la cabeza.
Salimos, nos sentamos en la mesa que hay bajo el techo del porche a la
sombra. Hacía demasiado calor como para ponernos al sol, en el césped o
en las hamacas.
– Entonces… Cuéntame, ¿Cómo te diste cuenta? – Me preguntó. Sonreí y
negué con la cabeza.
– Estuve con un chico. Mi primer y único novio. – Reí. – Y por cosas del
destino y por un lío de mi cabeza, me acabe liando con su hermana. Sin ton
ni son; simplemente, me estaba dando cuenta que quien realmente me
gustaba era la amiga de la hermana del que era mi novio. Me alejé, ella me
insistió en que le dijera qué me pasaba y por qué desaparecí, surgió y me
gustó. Pero eso, te das cuenta simplemente mirando a un chico que te guste
y a una chica que también. Te das cuenta de quién te atrae, quien te
acelera…
– Yo creo que soy lesbiana. – Dijo. Arqueé una ceja.
– ¿Crees? – Sonreí.
– Si, es que, a ver... yo... – Dudó. – Como ya os conté ayer, siempre he
pensado que me daría igual estar con un chico o con una chica... – Admitió.
Yo me limité a afirmar con la cabeza. – Pero... Hace unas semanas... Conocí
a una chica y... – Hizo un gesto extraño con las manos, acabó resoplando y
bajó la cabeza sonrojándose. – ...Y no sé... es difícil, es raro de explicar...
Me gustó, me encantó... – Sonrió y yo le devolví la sonrisa, aunque me
molestó un poco; era como… ¡joder, que me había gustado! Pero
simplemente acerté a sonreír.
– ...Guapísima, super simpática... Y me acelera en cierto modo... – Bajó la
cabeza haciendo un gesto con la mano pasándola por su estómago. Cortada,
sí; estaba claramente avergonzada.
– Oh... Te has enamorado... – Dije riendo. Ella bajó la cabeza. – ¿Nunca te
había pasado? – Negó con la cabeza.
– Nunca... A ver... – Suspiró. – Creo que me he sentido atraída por algún
chico y/o alguna chica últimamente, pero... No como eso, no como esa
sensación. Fue solo verla y… como... no sé... Era como necesitar estar cerca
de ella, escucharla, mirarla... – Sonrió bajando la cabeza, para seguidamente
volver a mirarme.
– Parece que cupido ha hecho de las suyas contigo. – Sonreí. Ella volvió a
bajar la cabeza muy avergonzada, pero nuevamente volvió a mirarme. –
Dicen que hacen falta solo siete segundos para saber que estás enamorada.
– Si… – Aria bajó la cabeza sonriendo nuevamente. – Creo que para eso
son necesarios incluso menos de siete segundos. – Sonrió mirándome,
asentí y le devolví la sonrisa. Verdaderamente era muy guapa; tuve que
apartar la vista, ya que si la miraba durante mucho tiempo me iba a acabar
sonrojando. – Bueno y... ¿qué me aconsejas tú?
– ¿Yo? – Reí. Sí, yo dando consejos; a una buena se lo estaba pidiendo. –
¿Sobre qué quieres que te aconseje exactamente? – Sonreí.
– Pues... no sé... – Aria bajó la cabeza. – Sobre saber qué hacer con esta
chica.
– Primero de todo... saber si le gustan las chicas.
– Si, si... – Dijo. – Sé que sí.
– En segundo lugar... – Sonreí. – Saber si está soltera. Porque deja que te dé
un consejo: nunca, jamás, te metas en una relación, huye de ahí... ¡Huye! –
Casi lo grité riendo. Ella me confirmó haberlo entendido moviendo
afirmativamente la cabeza.
– No tiene novia, está soltera. – Suspiró.
– Vale, pues entonces acércate a ella. – Dije abriendo las manos en señal de
aprobación.
– ¿Cómo que me acerque? – Se extrañó.
– No sé... Por más que te guste, si no la conoces bien, si no sabes si
compartís gustos, si es realmente una borde o... – Dudé. – ...si esconde
oscuros secretos... – Reí. – O lo mismo si es una gilipollas que solo busca
echar un polvo y luego si te he visto no me acuerdo… Otro consejo te doy:
aléjate de las personas así, son pura maldad. Y uno más: si es una chica que
ya le ha puesto los cuernos a alguna ex pareja suya, huye también... – Volví
a quedarme pensativa. – Eh...
– Es buena chica, no parece que sea de esas... – Sonrió. – Como ya te he
dicho no la conozco desde hace mucho; unas semanas, quizá un par de
meses. – Dudó. – No me acuerdo exactamente, y encima es guapísima... –
Sonrió bajando la cabeza.
– Pues si es tan buena y tan guapa como dices, corre a por ella antes de que
te la quiten, que duran poco solteras. – Reí.
– Pero ¿qué hago? – Suspiró. – Nunca he hecho nada parecido, es la
primera vez que siento algo tan fuerte.
– A ver, eh... – Resoplé pensando. – ¿La ves a menudo?
– Si... – Dudó. – Bueno, no exactamente, conectamos a través de la Play,
jugamos y eso. – Sonrió.
– ¿Tú crees que le gustas? – Pregunté. Ella tomó aire profundamente y
borró la sonrisa de su cara. – Uh... ¿Es un no? – Sonreí.
– Creo que va tras alguien, pero... – Dudó un segundo. – En primer lugar,
no me lo ha terminado de decir, (es solo que se le nota porque la tiene todo
el día en la boca), y segundo... no he notado nada por su parte nunca.
– Pues... – Resoplé. – En primer lugar, si le gusta alguien, mal vamos. –
Reí. – Y segundo, tonta es de no fijarse en ti. – Dije. Sí, sonó a que estaba
intentando ligar con ella; Y sí, ella lo percibió, porque se ruborizó y bajó la
cabeza. – Pero no pierdas la esperanza, eso es lo último que se pierde.
– ¿Qué hago entonces? ¿Se lo digo?
– ¿Decírselo? – Sonreí. – No, tú coges y le plantas un beso.
– ¿Cómo un beso? – Se exaltó. – ¿En la...? – Se señaló los labios, se puso
muy pero que muy colorada. – No... – Bajó la cabeza. – Me da mucha
vergüenza, nunca me he besado con nadie y no sé hacerlo. – Estaba muy
pero que muy colorada.
– Vale... – Me quedé pensativa. – ¿Sabes si ella es algo más lanzada? – Me
miró.
– Sí, ella... – Dudó. – Ha tenido más novias y novios.
– Uh... Bisexual... – Hice una mueca. – Corre de ahí.
– ¿Eh? ¿Por qué?
– Es otra norma mía. – Expliqué. – Bisexuales no.
– Pero... Son personas como tú y como yo... Si tú dices... ¿Qué más da si le
gusta blanco o negro? – La miré sonriendo. – ¿Qué más da que le gusten los
dos colores? Le gustan y ya...
– Ya, sí... Bueno, modificaré mi norma... – Sonreí. – La aplicaré solo a
chicas recién salidas de una relación hetero y que van a probar diciendo que
son bisexuales.
– Que también tienen derecho a probar. – Dijo sonriendo.
– Touché. – Sonreí. – Aun así... – Comencé a decir. – Si no quieres lanzarte
tú... puedes provocar que se lance ella, hacer que ella te bese, decírselo es...
– Puse mala cara. – Además de ponérselo demasiado fácil... es... – Dudé. –
...Raro... Es mejor que se dé cuenta ella sola, así todo tiene más mérito.
– ¿Cómo? Si creo que ni le gusto... – Suspiró.
– Tontea con ella, déjale ver que te gusta...
– ¿Y si yo no a ella y pasa del tema? – Preguntó intranquila.
– Si hace eso es gilipollas, Aria. – Reí. – Nadie en su sano juicio haría eso
con una chica como tú. – Ella bajó la cabeza, roja como un tomate. – Vale,
ya... – Reí. – No te digo nada más, pero en serio: eres guapísima, Aria; dudo
mucho que esa chica no se haya fijado en ti.
– Es todo una mierda... – Susurró sonriendo. – Aunque creo que lo peor de
todo es cuando te pasa con una chica hetero, ¿no?
– ¿Me lo dices o me lo cuentas? – Dije. Aria sonrió.
– ¿Duele?
– Mucho… – Susurré. – Pero a todo se acostumbra una.
– ¿Qué hacéis? – preguntó Cait mientras salía de casa.
– Ella siempre es muy oportuna, tú no te preocupes. – Se acercó a mí por
detrás, para poner sus manos sobre mis hombros y darme un beso en la
cabeza.
– ¿Habláis de mí? – Hizo que se extrañaba, y se sentó frente a mí.
– Si, y de tu orientación sexual. – Dije. Cait sonrió.
– Cada vez más confusa, créeme.
– Hombre, tanto estar con homosexuales… – Reí.
– No, tanto estar contigo… – Me espetó. Me dejó en shock. Aria nos miró.
Creo que se sintió incómoda. – Pero no, soy heterosexual; me gustan los
chicos.
– Tú estás hecha un lío. – Susurró Aria. Cait la miró. – Tú has estado con
chicos, ¿no? – Cait asintió. – ¿Y con chicas? – Negó con la cabeza,
mientras yo la miraba seriamente.
– Bueno… puede que algún que otro beso tonto. O no tan tonto… –
Confesó. Aria me miró, pero decidí no resolver ninguna duda que pudiese
pasar por su cabeza.
– ¿Y? – Preguntó.
– ¿Y? – Se extrañó Cait.
– Que si te gustó.
– Sí… bueno, el último que me di con una chica fue un poco... – Hizo una
mueca. – Calentito. – Dijo riendo. Definitivamente estaba hablando de
nuestro beso. Aria suspiró profundamente.
– Cait, yo si fuera tú me dejaba de tonterías; sabes de sobra que te gustan
los chicos. – Añadí. Cait asintió sonriendo.
– Sí, son… Paranoias, dejadlo. – Cait me quitó el vaso y se bebió mi
refresco.
– ¡Eh! – Me quejé riendo.
– Voy a… – Comenzó a decir Aria. La miramos. – Irme a casa, ¿me puedes
acompañar a la puerta? – Me pidió.
– Claro. – Respondí. Cait me miró extrañada, pero no movió ni un músculo
por acompañarla.
Anduvimos en silencio hasta la puerta, la abrí y miré hacia atrás porque
escuché un ruido a mi espalda; era Cait subiendo las escaleras.
– Bueno, pues… – Aria bajó la cabeza. – …Me voy. – Susurró girándose
para salir.
– ¿Hablamos luego? – Dije. Ella se giró para mirarme y me confirmó
regalándome una nerviosa sonrisa.
Me giré cerrando la puerta.
– ¡Cait baja ahora mismo! – No respondió. Resoplé subiendo las escaleras
hasta el desván.
Estaba sentada en la silla del ordenador, que había encendido.
– Tú… – Le dije. Me miró, retrocedí un paso, ya que tenía cara de pocos
amigos.
– ¿Me puedes abrir tu diario?
– ¡No! – ¿Qué se cree? Me estaba empezando a enfadar.
– Luna… – Suplicó cerrando los ojos. – Solo quiero leer una cosa.
– ¿El qué? – Pregunté.
– El momento en el que la viste por primera vez…
– Cait… – Me dejé caer sobre la mesa del ordenador.
– Por favor… –Volvió a suplicarme.
– Está bien… Tú misma.
Giré la pantalla, lo busqué, se lo puse y le di el ratón.
– No lo hice con mala gana… – Musitó. Yo la mire. – Bueno un poco, si…
Tampoco se ve que te guste mucho, la verdad. ¿Puedo leer el momento en
que llegó a tu casa ayer, y cuando os quedasteis a solas?
– Lee lo que quieras, Cait. – Le dije.
– ¿Me lo pones?
– Léelo todo.
– No, solo eso, y ya está… – Acepté, se lo busqué y volví a darle el ratón.
– Ve bajando.
Cait resopló… ¿Aliviada? No sé, no sabría describirlo.
– Te voy a llamar todos los días, que lo sepas. – Dijo poniéndose de pie para
abrazarme.
– Sí, por favor… – Susurré en su oído abrazándola fuertemente.
– Lamento haberte estropeado el momento antes... – Se disculpó aún
abrazada a mí. – Estoy un poco celosa de que otra chica entre en tu vida, no
por…
Ya estaba pensando lo que no era.
– Ya, ya… – Susurré separándome de ella.
– Sino porque no quiero que te olvides de mí por completo. Tengo la cabeza
hecha un lío con todo esto y... – Suspiró. – Creo que por eso pasó lo de ayer,
los besos... – Asentí. – No me olvides, Luna... – Rogó.
– Nunca. – Ella se dejó caer en la silla, miró la pantalla (supongo que
volviendo a leer algo de lo anterior).
Cogí el ratón y comencé a jugar con su rueda. La pantalla comenzó a bajar
y subir sin sentido, de forma que no se podía llegar a leer nada.
– Estate quieta anda, me estás mareando. – Cait soltó una leve carcajada.
Paré justo al final de la entrada anterior.
– Eh… – Le cogí la cara para que apartara la vista, al darme cuenta de lo
que había en pantalla, a la vez que la giraba.
– ¿Qué pone? – Me estaba mirando directamente a los ojos, eso que me
ponía tan nerviosa. Resoplé.
Giré la pantalla. No enseñárselo iba a ser peor; no quería enfados esta
última noche con ella. A saber hasta cuándo no volvería a verla.
Cait bajó la cabeza, creando un incómodo silencio.
– Y por esto mismo no quería dejarte leerlo. – Expliqué.
– No… – Comenzó a decir, mientras me miraba sonriendo. – No pasa
nada…
Pude notar cómo le cambiaba el humor; estaba más, no sé si podría
denominarse alegre, contenta, pero ya no parecía para nada enfadada.
Bajamos a cenar tranquilamente, mi hermana hizo acto de presencia, pero
no estuvo mucho tiempo. Mis padres decidieron ir a dar una vuelta.
– Luna, cariño… – Comenzó a decir mi madre. La miré. – Nosotros nos
vamos ahora a dar una vuelta, conocer la ciudad y eso, ¿Queréis veniros? –
Miré a Cait.
– Yo la verdad no tengo muchas ganas, aunque si tú quieres… – Cait negó
con la cabeza. – Pues eso, pasároslo bien.
– Llegaremos tarde. No nos esperéis despiertas. – Sonrió mi padre.
Una vez terminamos de cenar nos dispusimos a salir de la cocina.
– Nos vamos arriba, ¿no? – Preguntó.
– ¿Vamos a dar un paseo mejor? – La idea pareció no gustarle. – Te vas a ir
en nada y como subamos nos vamos a quedar dormidas rápidamente. – Le
dije.
– Si salimos sé que va a aparecer Aria, y, de verdad, no…
– Cait… – Susurré. – ¿En serio tampoco te gusta esta?
– Luna… – Me apartó un poco, ya que mi padre pasaba junto a nosotros
para ir preparando el coche. – Ninguna chica, nadie, nunca, jamás… Me va
a gustar para ti. – Resoplé. ¿Por qué me decía estas cosas? Me derretía a la
vez que me mataba por dentro.
– ¿Por qué? – Pregunté, aunque inmediatamente me di cuenta que no debí
hacerlo. Me miró a los ojos, miró a su alrededor y pegó su frente a la mía.
– Te quiero solo para mí Luna; te lo dije y vuelvo a repetírtelo. – Cerró los
ojos e inspiró. – Te quiero solo para mí.
Que sí. Pasó eso. Me mató. Sentí el impulso de besarla, pero mi madre
estaba en la cocina recogiendo para irse ya y no era plan de hacerlo.
La agarré de la mano, la saqué de casa a toda prisa hasta un parquecito que
había al cruzar la esquina, la senté en un banco y me puse a su lado, para
acabar agarrándola de la cara y plantarle un beso que le cortó la respiración.
Sentí cómo suspiró mientras cogía mi cara para darme un beso más
ardiente, más fogoso. ¡Cuánto tiempo llevaba deseando que hiciese eso!
Comencé a intentar separarme de ella, pero no pude. Ella me seguía
besando, siguiendo mis movimientos; acabó sentándose encima de mí y
continuamos besándonos durante un buen rato, donde solo la luna nos veía,
ya que no había nada de luz artificial. Llegado el momento, comenzó a
separarse de mí, dándome muchos, suaves pero intensos besos. Aún con los
ojos cerrados, suspiró y me besó una vez más, para terminar levantándose y
sentándose a mi lado. Sólo pude resoplar.
Pasamos varios minutos sin movernos, sin decir nada, simplemente
estábamos ahí. Me encantó ese beso; fue una de las mejores sensaciones de
mi vida. Había deseado tanto que lo hiciese, que ahora me parecía que era
mentira, que no podía ser. Aunque sí, lo había hecho, nos habíamos besado
como si no hubiese un mañana, sin importarnos nada. Quería que volviese a
hacerlo, pero ahora sí que no tenía el valor suficiente ni para mirarla a la
cara.
Me sentía muy acalorada, respiraba a destiempo y costosamente. Poco a
poco comencé a tranquilizar mi pulso, y a prestar atención a mí alrededor, a
Cait… La noté acelerada, su respiración era también descontrolada. Estaba
volviendo en sí, respiró sonoramente y giró la cabeza para mirarme. Pero yo
no quise hacerlo.
– Luna… – Comenzó a decir. Volvió a producirse un gran silencio, ya que
no respondí. – Esto que acaba de pasar… – Cerré los ojos esperando sus
siguientes palabras. – …no quiero que volvamos a hablar de ello; esto no ha
pasado.
– Vale… – Susurré con la voz rota. Un gran nudo se había creado en mi
garganta, los ojos se me llenaron de lágrimas, aunque logré contenerlas. –
Entonces no vuelvas a meterte en mi vida sentimental.
– No, tranquila.
– Sea con quien sea.
– Con Ruth, no. Ella está prohibida.
– Vale. – Aún no nos habíamos mirado.
– Esta noche hay que borrarla de la existencia. Mañana cuando nos
levantemos debe seguir todo tal cual, como si no hubiese pasado nada.
– Si… – Susurré.
– Mañana no debemos volver a tocar el tema… – Insistió.
– Que no… Tranquila, esto no ha pasado y ya está.
– Luna… – Me cogió de la cara para que la mirase. – He dicho mañana, no
ahora. – No terminaba de comprender nada.
– Vale, mañana…
– Vamos a tu pequeño loft… – Susurró acercándose a mi oído.
No. No. No. No y mil veces no. Pensé claro, porque lo que hice fue volver a
besarla. Me daba igual ya todo. Mil y una veces había soñado con algo
parecido: que me dijese algo al oído seguido de una noche loca. Y, bueno,
¿quién soy yo para impedir vivir un sueño?
Fuimos hasta la casa entre beso y beso, subimos la escalera intentando no
hacer ruido, besándonos en todo momento, sin separarnos para nada. Joder,
si es que sentía que estaba en las nubes.
Me tiró en la cama y se echó ella a mi lado. Comenzó a pasar su mano por
mi pierna hasta llegar a la entrepierna, donde se paró.
– Prométeme que cuando mañana despertemos haremos como si aquí no
hubiese pasado nada.
– Te lo prometo…. – Susurré mientras se acercaba a mi cara, quedándose a
tan solo unos centímetros de mi boca.
– Pero... ¿Seguro que quieres hacerlo? Llevas unos días rara y antes me
dijiste…
– Luna, por favor... – Imploró.
La besé, me besó, nos besamos, no quería hacer nada, me daba miedo dar
algún paso y que parase.
– ¿Bien? – Pregunté. – ¿Estás cómoda con la situación?
– Si…
– Si en algún momento quieres parar porque no te sientes cómoda, o
simplemente porque no te gusta, hazlo. No quiero que hagas nada que no
quieras hacer, ¿Vale?
– ¿Ves? Si es que no puedo contigo… – Me agarró la cara y me besó.
Comenzó a desnudarme, a quitarme la camiseta, y desabrocharme el
pantalón. Una vez me tuvo en ropa interior, paró y me miró a la cara.
– ¿No piensas quitarme tú la ropa? – Me preguntó sonriendo. Me tenía a
mil; asentí, pasando mis manos por cada curva de su cuerpo. Le levanté la
camiseta y se la quité. Recordé cuando, hace una semana la tuve en ropa
interior sobre mí. Ahora la situación se repetía, pero aún no me atrevía a
hacer nada. – Luna… ¿Estás bien tú? – Me susurró acelerada. Confirmé
asintiendo.
– Perfectamente.
– Y… ¿Qué pasa? ¿Cuándo te follas a cualquier otra también vas así? – La
miré, sonreí y negué con la cabeza. –Venga, por favor.
Me lancé, comencé a besarla y poco a poco dibujé un camino de besos
desde sus pechos hasta sus muslos, rodeando las bragas. Con la mano que
me quedaba libre las aparté con cuidado y suspiré. Se estremeció, y yo
acerqué mi boca a su clítoris y lo besé, para seguidamente comenzar a jugar
mi lengua con él.
Su respiración se comenzó a acelerar muchísimo más que antes. Soltó mi
mano momentáneamente para colocarse bien el pelo y volvió a agarrarla.
– Puedes quitarme las bragas... – Propuso.
Acepté su proposición y se las quité. Volví a dibujar un camino de besos,
solo que esta vez lo hice por sus delicadas piernas. Ella se estremecía cada
vez más; cuando volví a llegar a su clítoris y lo besé, soltó un leve pero
ardiente gemido, que me puso a mil. Mi lengua volvía a jugar, bajé un poco
más llegando a su vagina y pasé toda mi lengua por ella varias veces,
haciendo un leve recorrido por todo su sexo, lo que hizo que envolviera la
habitación con dulces y calientes gemidos; su cuerpo se arqueaba cada vez
más, comenzó a apretarme la mano, y me separé.
– ¿Estás bien? – Pregunté riendo.
– ¿En serio? Veng… – No la dejé terminar cuando volvió a arquear todo su
cuerpo.
Pasé mi mano por su vagina, que estaba muy mojada por lo que poco a
poco comencé a meterle dos dedos. Se estremeció, gimió como en ningún
otro momento, moví mis dedos lentamente dentro de ella, le acaricié todo,
volví a acercar mi boca a su clítoris y lo besé; saqué un poco mi lengua y la
pasé varias veces, ejerciendo un poco de presión, la justa. Me movía dentro
de ella, lentamente a veces, más rápido en algún momento, cuando su
cuerpo me lo pedía; sus gemidos sonaban cada vez más fuertes, eran
ardientes, resonaban por toda la habitación uno detrás de otro, –pensé que
en el momento en el que faltasen, comenzaría a echarlos de menos–.
Noté cómo su cuerpo comenzaba a soltar una fina y delicada capa de sudor;
cada vez se arqueaba más y más. Cuando soltó mi mano para agarrarme la
cabeza, lo hizo muy delicadamente, intentando no hacerme daño, ya que su
cuerpo se contraía cada vez más. Comencé a notar cómo se venía sobre mi
mano, la saqué rápidamente y pasé mi lengua para que se viniera en mi
boca, lo que hizo que se volviese a estremecer más aún; agarró mi cabeza
con más fuerza que nunca, y me empujó contra ella para que ejerciera más
presión: hice todo lo que pude, sus gemidos eran cada vez más fuertes y
pronunciados, hasta que la noté llegar al orgasmo. Su cuerpo quedó
exhausto sobre la cama, pasé mi lengua un par de veces más por todo su
sexo, para así quedarme con todo lo que me correspondía; tenía un sabor
especial, me encantaba. Su cuerpo volvió a arquearse, así que seguí con
ello, mi lengua jugó con su clítoris hasta que, de nuevo, solo que esta vez
fugazmente, volvió a llegar al orgasmo y a correrse en mi boca.
Besé todo lo que encontré por el camino, hasta llegar a su altura y me
recosté a su lado.
– Multiorgásmica, ¿No? – Reí.
– Eso parece, acabo de darme cuenta… – Estaba sin aliento. – ¿Cómo
estás?
– Bien… – Susurré acariciándole el pelo. Cerró los ojos, tragó saliva y
sonrió.
– Pero no has terminado… – Pasó su mano sobre mi pierna.
– Tranquila… – Comencé a decir agarrando su mano y acercándola a mi
boca para darle un suave beso.
– Tu hermana… – Dijo.
– Esa tiene que estar por Skype hablando con sus amigos y no se entera de
nada, y si se entera que se joda, paso de ella. Pero calla, y relaja… – Dije
pasando mi mano por toda su cara, ella cerró los ojos y sonrió. Acto
seguido, le di un suave beso en los labios.
Cait abrió los ojos, los volvió a cerrar y sonrió, se incorporó un poco y me
besó, delicadamente, como si me fuese a romper haciéndolo. Comenzó a
acariciar mi cuello, delimitó con sus dedos toda mi espalda, y una vez llegó
a mis bragas las rodeó; suspiré mientras la besaba. Noté cómo mientras me
acariciaba, dudaba si meter la mano bajo mis bragas o no, hasta que
comenzó a hacerlo.
– No tienes que hacerlo… – Susurré, sacando su mano con la mía.
– Quiero hacerlo… – Comenzó a decir soltándose de mi mano. – Es solo
que estoy algo nerviosa, es la primera vez que hago esto con una chica.
– No quiero que te sientas incómoda.
– No estoy incomoda con ello, solo nerviosa, calla… – Iba a volver a hablar
y me calló con un beso.
Metió la mano lentamente, soltó un suspiro al notar que estaba bastante
mojada. Me acarició lentamente, pasó uno de sus dedos por mi vagina, sin
llegar a ejercer presión alguna; no quería presionarla, pero en cualquier
momento iba a perder el control de mí misma. Tiró de mí un poco para
quedar recostada de lado, y yo moví una de mis piernas para que
estuviéramos más cómodas.
Siguió acariciándome suavemente, cada vez estaba más mojada, no
aguantaría mucho más. Lentamente comenzó a meter su dedo dentro de
mí… cuando lo hizo por completo, lo sacó y volvió a meterlo lentamente.
Me separé un poco de su boca y resople, abrí los ojos y la miré.
– No quiero presionarte, pero necesitaría uno más… – Susurré a un palmo
de su boca.
– Vale… – Sonrió.
Continuó besándome lentamente, acariciando mis labios con los suyos,
mientras poco a poco metía otro dedo más, con mucho cuidado. Bajé mi
mano junto a la suya y la agarré, haciéndole saber que no quería que
volviese a sacarlos de ahí. Comenzó a moverse dentro de mí, gemí, no lo
soporté. Comenzó a ejercer presión con su mano sobre mi clítoris, a la vez
que se movía poco a poco en mi interior... resoplé varias veces, intentando
contener mis gemidos, pero cada vez era más el placer y no pude. Mis
caderas comenzaron a moverse al compás de su mano. Continuaba
besándome, sus labios costosamente se separaban de los míos, soltando
leves jadeos. Con la mano que le quedaba libre, me agarró la cabeza, pasó
una de sus piernas entre las mías y me recostó en la cama. Su pierna hacía
que su mano ejerciera más presión, sacó sus dedos y los volvió a meter
lentamente.
No soportaba más la situación, no quería perder el control en ningún
momento, pero al mismo tiempo no quería que ella se sintiese incómoda,
quisiese parar y yo no la dejase. Pero la realidad me podía, necesitaba
soltarlo todo, así que acomodé mis manos a su espalda y dejé que mis
gemidos inundaran la habitación hasta llegar al orgasmo. Mi cuerpo no
respondía, y dejé los ojos cerrados por un instante.
– Ha sido raro, excitante, pero raro… – Susurró Cait a un palmo de mi boca
mientras acariciaba mi cuello.
Me limité a sonreír. Ella pasó sus labios por los míos y se recostó
nuevamente a mi lado.
– Mañana cuando despertemos, nada ha pasado, ¿Vale? – Volvió a requerir.
– Lo que ha pasado aquí, aquí se queda… Tranquila. – Dije para acabar en
un suspiro.
– Gracias… No sabes cuánto necesitaba esto... – Suspiró.
Cait se recostó sobre mi pecho, y poco a poco se fue quedando dormida,
mientras yo le acariciaba la espalda. Cuando noté que dormía
profundamente, me levanté y aquí estoy escribiéndote: un largo día, querido
diario, pero inolvidable.
Espero que mañana no se compliquen mucho las cosas respecto a lo que
acaba de ocurrir. Ahora voy a acostarme a su lado, abrazarla hasta que
despierte, y no dejar de mirarla ni un momento; no pienso dormir, con tal de
aprovechar hasta el último minuto de esta noche junto a ella, ya que mañana
se irá. No quiero ni pensar en ello.
CAPÍTULO 9
Domingo, 10 de julio
Me quedé dormida, no sé a qué hora, ni cuánto tiempo estuve mirándola…
era un ángel.
Cuando desperté aún estábamos desnudas, abrazadas. Aunque anoche me
vestí para escribir, luego volví a la cama tal como salí de ella.
Me había acostado con ella, era real, no había sido un sueño. Me parecía
imposible, pero sólo tenía que mirar a mi lado para comprobar que era
cierto, que la tenía completamente desnuda encima de mí, abrazándome,
dormida, tan tierna… Es que… Joder, no hubiese cambiado ese momento
por nada del mundo. Se movía un poco, ¿estaría soñando? ¿Lo estaría yo,
realmente?... No, era real: ella estaba allí como Dios la trajo al mundo y me
estaba abrazando… Suspiré, cerré los ojos, y justo en ese momento ella
empezó a despertar. Me quedé inmóvil, sin abrirlos, para hacerle la
situación más agradable… dejé mis ojos cerrados para que creyese que
seguía dormida.
Ella comenzó a acariciarme el cuello, lentamente; noté como sonrió y
apoyó su cabeza sobre mí, hizo un leve pero profundo suspiro y siguió
acariciándome suavemente.
– Luna… – me llamó. Yo me moví un poco, aunque no abrí los ojos. – Eh…
Luna… – me volvió a decir en un susurro acercándose a mi cara, apoyando
su barbilla en mi pecho, pero sin dejar de acariciarme el cuello.
Abrí los ojos lentamente y me topé con los suyos mirándome. Esta vez no
me perforaron, no me taladraron, aunque encontramos nuestras miradas
muy cerca y fijamente. Me llegó adentro, sí, pero simplemente me hizo
suspirar. Me sonrió y yo solo supe devolverle la sonrisa y apartar la mirada.
Definitivamente, pensé, me encantaría encontrarme con esa mirada, con
esos ojos, al despertar cada día.
Estaba distinta, la notaba con un ánimo completamente diferente. Quizá fue
por lo que pasó, tal vez necesitaba desahogar un poco su apetito sexual. No
sé qué era, pero estaba radiante. Cerré los ojos, y volví a tomar aire.
– ¿Estás bien? – Me preguntó. La miré para acabar asintiendo. – ¿No
hablas? – Sonreí y negué con la cabeza. – He estado pensando que despertar
y hacer como si no hubiese pasado nada no tiene sentido. Mejor esperamos
a que nos levantemos… – Se recostó sobre mi pecho y me abrazó. – No
tiene sentido, porque hemos amanecido desnudas, abrazadas… No puedo
hacer como si nada así recién despierta; ahora cuando nos levantemos, ya
hacemos como si no hubiese pasado nada… ¿Te parece? – Sólo moví la
cabeza en señal de aprobación. – ¿No vas a hablar? – Volví a negar. – Pues
nada, este es el momento de que hables o calles para siempre...
Cerré los ojos.
– ¿Has dormido bien? – Le pregunté al fin.
– Si… Como nunca… – Sonrió.
– ¿Qué tal…? – Comencé a decir apartando la vista. – ¿…lo de anoche?
– Bueno… No estuvo mal, aunque he tenido polvos mejores… – Dijo
riendo. – Al menos lo he probado y puedo descartar cosas, dudas y demás.
– Claro… – Le espeté, arrepintiéndome de haber preguntado.
– ¿Y tú? ¿Qué tal lo de anoche?
– Pues… También puedo ir descartando cosas…
– ¿Qué cosas? – Se extrañó, tanto que se incorporó de repente. Tiró de la
sábana para taparse un poco.
– Es que, creí que iba a ser más… No sé… Explosivo… Único. – Mentí.
Explosivo no, lo siguiente. Inolvidable. – También los he tenido mejores. –
Reí falsamente.
– ¿Con Ruth? – Preguntó sin mirarme.
– Si, por ejemplo, es que esa chica es brutal en la cama… Ya sabes… Si no
te quieres quedar con solo una experiencia…
– ¿Qué? No… Yo… Solo… ¿Pero…? – Se estaba quedando en shock, me
incorporé tapándome también para tranquilizarla.
– Eh, eh… ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? – Me alarmó. Ella asintió y me miró
mientras resoplaba.
– ¿Pero tú no estabas enamorada de mí? – Esa pregunta me pilló de
sorpresa.
– Eh… si… tú lo has dicho, estaba… creo, no sé, puede que fuese solo un
calentón, es que estas bastante buena y…
– Eres una hija de puta… – Dijo riendo. – Y me quejo de Ruth y Marcos. –
Me encogí de hombros. – No me lo esperaba, en serio. ¿Eres de esas?
– ¿Cómo de esas? – pregunté fingiendo extrañeza. Obviamente, era todo
mentira.
– De las que… se acuestan con una y luego… ya sabes, usar y tirar.
– Si, bueno, no del todo, he tenido mis relaciones y… eso… tú lo sabes.
– Imbécil… – Susurró dándome con un cojín. Estaba preciosa, así,
tapándose con las sábanas, y sus ojos… sus ojos, es que me tenían
hipnotizada. – E ibas de tonta enamorada.
– No, a ver, en todo caso de tonta que te quería echar un polvo.
– ¿Y eso de arriesgarlo todo a quedarte sin nada? ¿De vivir tu historia?
– Anoche la viví. – Sonreí.
– Venga ya… ¿Tan corta? – Se estaba quedando a cuadros, me acerqué a su
cara.
– ¿Qué pasa? ¿Quieres más? – Susurré a un palmo de su boca, lo que le
hizo cerrar los ojos y morderse los labios. Apoyó su mano en mi hombro e
intentó apartarme.
– No. – Sonrió. – Y me hubiese gustado quedarme con un mejor recuerdo,
así que…
– ¿Pero no se supone que tenemos que olvidarlo? – Pregunté arqueando una
ceja y sin moverme un centímetro. Ella me miró a los ojos, cerró los suyos,
soltó una leve sonrisa y volvió a mirarme.
– Déjame. – Volvió a darme un suave empujón.
– Vale… – Susurré, para levantarme a continuación.
– ¿Qué haces?, ¿dónde vas? – Me preguntó acercándose al filo de la cama.
Me giré y la miré.
– A darme una ducha, y eso… – Respondí. Ella me miró de arriba abajo,
estaba desnuda e intenté no pensar nada para no ponerme colorada.
– Te estas poniendo como un tomate. – Dijo riendo.
– No… – Susurré.
– Venga ya, Luna… Sé que te estás haciendo la dura, vuelve aquí. – Es muy
lista y además me conoce mejor que nadie.
– ¿Qué dices? No. Voy a darme una ducha y ya no se toca más el tema.
– Luna… Si estás intentando llamar mi atención, así no lo vas a conseguir.
– Amenazó.
– Qué va, ya no me interesas. Ahora la que me interesa es la vecina… –
Dije entrando al baño.
– Ven y dime eso a la cara si tienes ovarios. – Me gritó. Eso me hizo reír, ya
que verdaderamente estaba captando su atención.
Salí del baño y me acerqué a la cama para decírselo.
– Ahora la que me interesa es la vecina. – Repetí. Ella se acercó a mí,
dejando su cara a un palmo de la mía.
– No, eso no. ¿Que no te intereso? – Rozó con sus labios los míos. No pude
evitar cerrar los ojos y tomar aire. – Estás mintiendo. – Soltó sonriendo.
– No. – Sonreí. – Ya no me interesas, pero me da que yo a ti sí. – No sé
cómo tuve el valor de decir eso.
– Sí, puede que sí… – Susurró acercándose más a mí. Mi corazón pegó un
vuelco. – Puede que lo de anoche, no estuviese tan mal… – Se sentó encima
de mí, apartando la sábana, y dejando su cuerpo desnudo al descubierto.
Tuve que mirarla de arriba abajo Volvía a tenerla desnuda encima de mí.
Pasó sus manos por detrás de mi cabeza para agarrarla, apartó mi pelo del
oído y se acercó. – Puede que lo que hicimos anoche haya sido el mejor
polvo de mi vida… – Tragué saliva. Acercó su boca a la mía, yo intenté
echarme hacia atrás, pero no pude. – …hazme el amor, otra vez. – Me
empujó dejándome tendida en la cama. Sus palabras resonaron en mi
cabeza, me había alcanzado directamente en al corazón, dejándome K.O.
Ella soltó una leve risa, sentada aún encima de mí, mirándome. – …Tú te
creerás que yo soy tonta, ¿no? – No respondí, seguía noqueada. Me besó en
el cuello, acercándose a mi oído, cerré los ojos intentando mantener la
calma; estaba captando su atención y no quería cagarla. – Venga, dime
ahora que no te intereso.
La agarré de los brazos y la aparté de encima de mí, aunque tuve que hacer
un esfuerzo que me costó la vida. Necesitaba mantener mi cuerpo en
contacto con el suyo, era superior a mí. Me acerqué a ella y la tumbé,
quedando esta vez yo encima de ella.
– No me interesas. – Susurré a pocos centímetros de su boca. Ella cerró los
ojos, me pedía un beso a gritos, pero no lo hice; en lugar de eso, opté por
meter una de mis piernas entre las suyas y apoyarme sobre ella, lo que hacía
que ejerciese algo de presión en su sexo. Ella se mordió el labio ante ese
gesto. – Aunque tú estás deseándolo, y fliparías con todo lo que podría
llegar a hacerte. – Resopló aún con los ojos cerrados.
– Y… – Comenzó a decir. – ¿Qué es eso que podrías llegar a hacerme? –
Sonrió.
Agarré sus manos y las coloqué por encima de su cabeza, me tuve que
mover un poco por lo que mi pierna rozó de lleno su sexo, haciendo que
soltase un leve gemido y abriese los ojos de golpe para mirarme. Suspiró,
intentó zafarse de mí, pero la tenía bien agarrada.
– No te lo voy a decir, ya que te pondría a cien, y… te recuerdo que ya no
me interesas. – Susurré.
– Procura que no me suelte. – Amenazó.
– ¿Qué pasa si te suelto?
– Que te… – Volví a rozarme contra ella, volvió a soltar un gemido, solo
que esta vez más fuerte, al tiempo que comencé a notar el pulso en su sexo.
Sonreí ante aquello. – te…te… – Se quedó ahí, mientras notaba cómo mi
pierna se comenzaba a mojar.
– Qué rapidez. – Susurré. Ella resopló. – Creo que lo hago un par de veces
más y te vienes aquí, ya, sin más.
– ¿Y eso es lo que quieres? – Susurró con los ojos cerrados sonriendo.
– La verdad es que no. – Dije, miré a mi alrededor y hacia atrás de mí. – Da
gracias a que tengo demasiado lejos aquella caja, si no… sí que te ibas a
enterar e ibas a ver lo poco que aguantas.
– No te hace falta ninguna caja para saber que aguanto poco contigo, estoy
ya que no puedo más, y encima, ahí apoyada…
– Estoy notando tu pulso… – Susurré.
– Lo sé y aunque no te muevas, como te quedes un poco más ahí me voy a
correr así sin más, es un aviso. – Noté que su cuerpo comenzó a tensarse.
– Hazlo. – Susurré. Ella sonrió.
– Procura que no me suelte, porque si no te voy a fo… – Volví a rozarme un
poco, su cuerpo se quedó en tensión, noté como sus caderas querían intentar
moverse para rozarse contra mi pierna, pero por algún motivo no lo hacía.
– Venga… Termina ya… – Dije. Ella negó con la cabeza.
– Quiero que me lo hagas tú. – Respondió. Esta vez fui yo quien negué con
la cabeza.
– Pues así te quedas. – Amenacé, mientras su cuerpo comenzaba a tensarse
más aún. Noté el pulso cada vez más intenso y cada vez estaba más mojada.
– E–e–es una pe–pena que me dejes acabar a–así... – Tartamudeó como
pudo.
– Haga lo que haga no vas a aguantar mucho más… – Susurré.
– Pero en tus manos está que lo disfrute más o menos…– Sonrió. – Y nunca
mejor dicho. – Negué con la cabeza y me separé de ella. – ¡¿Qué haces?!
¡No! Por lo menos quédate donde est… – Pasé mi lengua por todo su sexo;
gimió, llevé mi mano a su boca para que no gritase, ya que iba a comenzar a
hacerlo y mis padres sí estaban ya en casa.
Se estremeció, y en cuestión de segundos se corrió en mi boca, haciendo
que me pusiese a cien. Intentó gritar, pero al no dejar que lo soltara bien, se
comenzó a acelerar más aún, me agarró los hombros con sus manos y me
arañó… quizá demasiado. Separé un poco mi mano de su boca para que
pudiese coger algo de aire, pero la tuve que tapar enseguida, porque iba a
soltar gritos mucho más fuertes que los de la noche anterior. Llegó un punto
en el que la noté llegar, pero siguió, bajé la mano hasta su sexo y le metí dos
dedos, subí hasta su boca rápidamente para callar sus gemidos con un beso.
Qué digo uno… ¡millones! Me moví dentro de ella; se estremecía, quería
soltarlo todo. Pero no podía dejarla… Se ensañó en morder mi labio
inferior, en el que me dejó marca de un bocado. Me subió encima suyo,
comencé a ejercerle más presión, a moverme más y más… cada vez iba a
más. Yo no sabía hasta qué punto iba a llegar, pensé que en cualquier
momento se iba a desmayar; comenzó a sudar, yo estaba a mil por hora.
Noté cómo se tensaba cada vez más, llevó su boca a mi cuello y lo soltó
todo ahí… lo mordió y besó cuanto quiso para no hacer ruido, aunque
deslizó algún que otro gemido, hasta que quedó completamente lánguida en
la cama, recobrando el aliento, intentando llevar su respiración a un ritmo
normal, ya que la excitación era inmensa… tanto la de ella como la mía. Yo
estaba muy, pero que muy acelerada. Y Ahí se quedó varios minutos,
mirando el techo, conmigo a su lado, recobrando la compostura.
– Joder… – Acabó por susurrar.
– ¿Estás bien? – Le pregunté. Ella negó con la cabeza.
– Estoy un poco mareada… – Sonreí.
– Es normal, es porque has hiperventilado. – Le acaricié la cara, ella cerró
los ojos, y siguió intentando controlar su respiración.
– Esto ha sido… – Dijo aún con los ojos cerrados. – …demasiado ya… –
Me miró, yo tenía una sonrisa tonta dibujada en la cara, que se le contagió.
– ¿Qué tienes en esa caja? – Preguntó. – Reí.
– Nada que puedas saber.
– Sabes que tienes un problema, ¿no? – La miré extrañada.
– ¿Yo? ¿Por qué?
– Porque estoy suelta. – Se vino para mí y me tumbó en la cama.
– Vale, me rindo, toda tuya, hazme lo que quieras. – Dije riendo.
– No alucines… – Se tumbó encima de mí, para acabar susurrando en mi
oído. – …me vas a suplicar que te folle. – Me besó, me miró el labio
extrañada. – Te he… ¿hecho daño?
– No, ¿se me nota mucho? – Ella asintió. Le enseñé el cuello. Eso se notaba
más; lo comprobé por la cara que puso. – Y me has arañado los hombros,
no sé cómo estarán. – Reí.
– Parece que vienes de la guerra…
– Es que eres agresiva. Llego a saberlo y te esposo al cabecero. – Me miró
mordiéndose el labio.
– ¿Tienes esposas? – Asentí. – Eso es lo que tienes en esa caja…
– Si fuese eso lo único… – Susurré.
– Quiero probar una cosa… – Comenzó a bajar besándome por la barriga
hasta mis intimidades, pero antes de que llegase me incorporé y la frené.
– Eh… No hace falta que…
– ¿Te quieres callar…? – Me ordenó. – Al final abro la caja, cojo tus
esposas y te amarro a ti. – Resoplé, me ponía a cien.
Bajó, besó todo el alrededor: mis piernas, mi barriga, incluso mis pechos…
Pero, al llegar ahí, noté cómo dudó. Tardó unos segundos, pero lo besó;
llevé mi mano a la boca para morderme el dedo y no soltar un gemido. Cait
se levantó un poco para mirarme.
– Venga ya, esa mano la quiero por encima de tu cabeza… – Hice caso.
Pasó su lengua por todo mi sexo varias veces, temblé, fue una sensación…
bestial, demasiado, imposible de describir. Lo hizo, aunque no pudo estar
mucho tiempo, porque después de lo que yo le acababa de hacer, me tenía a
mil por hora; y ahora sí que me puso, como mínimo a un millón… No
aguanté nada, ni medio asalto, me corrí en su boca, lo que me puso peor
aún; hubo un momento, antes de llegar al orgasmo que… es que… sentía
que me iba a morir, que no aguantaba, que iba a explotar. Fue algo… brutal,
impresionante. Sentirla ahí, me dejó completamente sin aliento, tirada en la
cama. Ella sí que me tuvo que tapar la boca, lo que hizo que le diese un
bocado en la mano, del cual me arrepentí enseguida. Pero es que, ¡había
sido tan brutal…!
– Qué poquito has aguantado, no me has dejado jugar nada… – Me dijo,
poniéndose a mi altura. No tenía fuerzas ni para responder. – ¿Entonces, no
te intereso? – Negué con la cabeza como pude. – Vale, pues tú a mí
tampoco. – Susurró en mi oído, para, acto seguido regalarme un beso en la
comisura de los labios. – Voy a darme una ducha… la necesito. – Asentí.
Me quedé acostada varios minutos. Pensando, pensando en que se tenía que
ir, ahora cuando mejor estábamos. Ahora que incluso había dado el paso de
acostarse conmigo. Es que no terminaba de creérmelo.
– ¡Luna! – Me gritó desde el baño.
– ¿Estás bien? – Pregunté levantándome y abriendo poco a poco la puerta.
– No, ¿te metes conmigo? Así ahorramos algo de agua… – Propuso.
Resoplé. – Es broma tonta… – Sonrió asomándose entre las cortinas. –
Tráeme una toalla anda, que no hay ahí. – Miré el mueble de las toallas, no
había, sonreí y aprobé aliviada.
– Espera un momento, me voy a vestir un poco para bajar a por ellas.
Me puse unas bragas y una camiseta grande. Bajé, cogí 3 o 4 toallas del
tendedero, las doblé y las subí a mi baño. Le di una a Cait y dejé el resto en
su sitio.
– Ten… – Musité.
– Gracias. – Me guiñó el ojo.
Una vez se duchó ella me metí yo, dejé que el agua recorriera todo mi
cuerpo, inmóvil bajo la ducha; por mi cabeza volvieron a pasar varios
momentos con ella, en la cama, abrí de golpe el grifo de agua fría, haciendo
que me refrescara un poco. Terminé de ducharme, me puse una camiseta
ancha de color verde pastel que me llegaba por los muslos y un pantalón
vaquero corto, y salí de allí. Cait ya no estaba en la habitación.
– Hola. – Me saludó Cait sonriendo, le respondí con una sonrisa.
– Hola… – Miré a mi madre, que estaba con un metro midiendo el patio de
fuera. – Mamá… – Me miró. – ¿Qué haces? – Ya me podía esperar
cualquier cosa.
– Vamos a poner una barbacoa de obra, y mira, allí vamos a cambiar las
hamacas y vamos a poner otras más modernas, con colores vivos. – Negué
con la cabeza.
– Mamá, sabes que el sol se va a comer el color, ¿no? – Ella se encogió de
hombros, volví a negar con la cabeza. – Pon colores pastel.
– ¿Qué sabrás tú…? – Protestó.
– Pues nada, que no se diga que no te lo he dicho. Mira, Cait está de testigo.
– Mi madre miró a Cait.
– ¿A qué hora sale el tren? – Le preguntó. Sentí que me iba a faltar el aire
en cualquier momento, no quería hacerme a la idea de que se iba.
– A las seis y cuarto. – Dijo con desgano.
– Vale, saldremos sobre menos cuarto para que estés allí un ratillo antes. –
Cait asintió.
Me fui de allí, y me senté en el patio de delante, donde había un banco de
madera y una mesa a medio montar.
– ¿Qué te pasa? – Me preguntó Cait sentándose a mi lado. No la miré.
– Nada, estoy bien… – Susurré. Cait se conformó con la respuesta, aunque
no muy convencida.
Escuchamos un perro ladrar, cada vez más cerca.
– Eh, Pegaso, ya… Lo siento, es que es pequeño y solo quiere jugar. – Era
Aria, la reconocí. Seguramente Cait también.
– Sí, no pasa nada, qué bonito es… – Susurró una voz desconocida, era un
chico. Cait me miró, yo cerré los ojos y apoyé mi cabeza contra la pared. –
...pues ella es Sasha, y yo Eric. ¿Y vosotros sois?
– Yo me llamo Aria, él es Pegaso.
– Encantado Aria, ¿sales mucho por aquí? No te he visto mucho.
– Si… Eh… Vivo ahí.
Cait se levantó y se fue hacia la puerta para abrirla y asomarse.
– Eh… Eh… – Susurré parándola. – ¿Qué haces?
– Ver con quien está. – Susurró a un palmo de mi cara. Giré la cabeza para
crear más distancia, ya que no aguantaría las ganas de besarla.
– Déjalo. – La solté.
Hizo caso omiso a mis palabras y se asomó.
– Cait… – La llamé.
– ¡Hola Aria! ¿Qué tal? ¿Qué haces por… ¡Hola chico que no conozco!
– Hola… – Dijo él. Me asomé, ¿por qué lo hice…?
Era rubio, alto y, con mucho dolor, tengo que admitir que bastante guapo.
Al acercarme pude comprobar que tenía los ojos celestes. No lo conocía y
ya me ponía de mala leche.
– Hola, me saludó él mirándome. – Le hice un gesto con la mano para
saludarlo. – ¿Y tú eres?
– ¿Yo? – Me extrañé sonriendo, Cait me miró incrédula.
– Si, tú… – Me sonrió. – Bueno… vosotras. – Dijo para no parecer
descortés.
– Ella es Cait y yo Luna, ¿y tú…? espera déjame adivinar, te llamas Eric. –
Él asintió con una sonrisa tonta en su cara.
– Me has escuchado hablar con ella… porque no lees la mente, ¿no? –
Sonrió.
– No, al menos aún… – Reí.
– Y bueno, ¿vives aquí Jean...? – Dijo, mirando mi pulsera.
– Si, vivo aquí. – Respondí.
– Sabes quién es Jean, ¿no? – Preguntó desconcertado mientras señalaba mi
muñeca, asentí. – Jean Grey…
– Si, si… Sé quién es.
– ¿Quién es? – preguntó Cait a Aria.
– La pelirroja de los X–men que lee la mente. – Respondió susurrando. Las
miré.
– Pero si no es pelirroja… – Dijo Cait.
– Pero es por lo que han dicho de leer la mente… – Aria la miró, Cait hizo
un gesto como diciendo “vale”.
– Vamos anda… – Le dije a Cait. – Llámame luego. – Mascullé tan flojo
que casi ni se escuchó, y le hice a Aria una señal con la mano como
llevándome el teléfono a la oreja. Ella confirmó sonriendo.
– Eh, ¡espera Jean! – Me gritó Eric dando una carrera hacia mí con su
perro; era un Husky precioso. – ¿Me…das tu número? – Preguntó.
– Yo… eh… – Dudé, sonreí y finalmente le espeté: – Descúbrelo tú, Peter. –
Reí y tiré de Cait hacia dentro.
– ¿Estaba intentando ligar contigo? – Me preguntó Cait.
– No creo.
– ¿No? Sí, ya te lo digo yo… – Y otra vez los celos de Cait salieron a la luz.
– No me gusta este barrio. – Gruñó.
– Ni a mí el chico. – Añadí. Ella me miró.
– Pues parecías muy contenta hablando con él. – Me dijo.
– Sí, parece buen tipo. Pero no me gustan, eso lo tengo clarísimo.
– ¿Y quién es Peter?
– Peter Parker, el periodista de Spiderman. – Aclaré.
– No conocía este lado tuyo… –Farfulló.
– Tampoco es que sea muy muy muy fan, pero me gusta, sólo es eso.
– ¿Quién él? – Estaba sacando la conversación de contexto.
– ¿Qué? ¡No! Los superhéroes y eso, Cait, ¿Estás bien?
– No… – Se dejó caer sobre el banco. Yo me senté a su lado.
– ¿Qué te pasa? – Pregunté. Ella dejó caer su cabeza sobre mi hombro.
– No me quiero ir… – Dijo casi en un susurro. – No te quiero dejar aquí
sola, lo vas a pasar mal. – Sonrió.
– Me las apañaré. – Dije devolviéndole la sonrisa. – Pero sabes que puedes
quedarte. – Añadí.
– No puedo… Mi madre me ha dicho que vuelva hoy sí o sí, que es ya
abusar.
– Oh, venga ya, no abusas… – Le dije mirándola.
– Eso díselo a ella. – Se acurrucó sobre mí. – Cuando termine de estudiar y
trabaje, me vendré aquí. – Me hizo sonreír de nuevo.
– Venga, aquí te espero.
– Si a tus padres se les va la pinza y os volvéis a mudar, avísame, vaya a ser
que me venga aquí y no estés. – Dijo riendo.
– ¿No se supone que me ibas a llamar todos los días? – Ella asintió. – Pues
ya...
– Veniros a comer anda… – Nos llamó mi madre asomándose.
Comimos algo y luego subimos al desván a coger la maleta de Cait. Al
subir, ella se quedó mirando la cama, deshecha aún y sonrió.
– Tengo que… – Le di un tirón a las sábanas. – …echarlas a lavar. Ahora
vengo.
Las bajé y las puse en la lavadora.
– Pero si las pusiste ayer limpias. – Protestó mi madre.
– No preguntes. – Le dije. Ella hizo un silencio cómplice.
Subí.
– ¡Hola! – Dijo Cait dando un bote, como si algo malo estuviese haciendo.
Pero no estaba haciendo nada, estaba acercándose a su maleta, aunque su
reacción me hizo preguntarme ¿dónde estaría antes de eso?
– Hola… – Susurré. – ¿Qué haces?
– ¿Yo? – Preguntó haciéndose la extrañada. Definitivamente había hecho
algo. – Nada…
– Cait… – Insistí de forma inquisidora.
– Nada, en serio, ¿bajamos? – Sonrió, le hice un gesto con la cabeza y nos
dirigimos hacia la puerta. Volvió echar un vistazo por toda la habitación,
seguido de un gran y largo suspiro.
En un par de horas se iba, y yo no quería ni pensar en ello.
– Tenemos dos horas… ¿Qué hac…? – Mi móvil la interrumpió.
– ¿Sí? – Me extrañé era un número desconocido.
– Hola Jean… – Era Eric.
– ¿En serio? Ha sido Aria, ¿no?
– Sí, y me ha costado bastante que me lo diera. – A Aria ya le valía. – ¿Te
apetecería ir a tomar algo esta noche? Un refresco, aunque sea. – Pidió.
– Mira Peter…
– Eric. – Me corrigió.
– Eric… – Sonreí. – … ¿Estás intentando ligar conmigo?
– Sí, al final va a ser verdad que lees la mente, Jean. –Dijo riendo.
– Pues vas un poco mal… – Advertí.
– ¿Por qué? – Se extrañó.
– Porque me gustan las chicas… – Solté al fin.
– Ah… Pues me opero. – Respondió. – Me pongo pecho y me corto…
bueno, no… ¿amigos entonces? – Reí.
– Sí, amigos, mejor que una operación, sí… – Cait me miró.
– Aun así, los amigos salen a tomar algo juntos… – Insistió.
– Sí, pero hoy no estoy yo…
– Vale… – Me interrumpió. – …mañana, pasado, cuando quieras, ya
hablamos.
– Sí, adiós Peter. – Colgué.
– Cómo te gusta cortar a los pobres chicos, con lo mono que es. – Sonrió
Cait.
– Si quieres te doy su número. – La miré a los ojos, ella empezó a decir
algo, pero no lo hizo, bajó la cabeza y sonrió. – ¿Eh? – Sonreí.
– No… – Acabó por decir. – Los números que quiero ya los tengo en mi
agenda.
– Déjate de Marcos. – Le dije. Ella confirmó moviendo la cabeza
afirmativamente.
– Voy a… pasar un tiempo sola… – Me apartó la mirada. – …Lo necesito. –
Esta vez fui yo la que confirmó rotundamente.
– Es lo mejor que puedes hacer… Y pasar de él. – Ella asintió.
– Tú ya por fin vas a pasar de Ruth; la tienes bastante lejos… – Sonrió, y yo
le confirmé sonriéndole también.
– Lo que se me hace raro… – Susurré, sin terminar la frase.
– ¿Qué? – Me preguntó.
– ¿Qué? – Dije.
– ¿Qué se te hace raro?
– Se me ha ido… – Reí. Noté que me miró extrañada y que no se lo había
creído, pero pasamos del tema.
Se me había hecho raro que Laura no me hubiera llamado, cuando dijo que
lo haría. A ver, que, por mí mejor, ya que tenía la certeza de que si me metía
ahí iba a acabar mal con el ex novio o algo.
Estuvimos en silencio un buen rato. No hicimos nada, solo nos tumbamos
en las hamacas sin mirar nada en concreto; la hora de irnos comenzaba a
acercarse.
– Luna cariño, id preparando las cosas de Cait. – Me dijo mi madre. Ya las
teníamos listas. – Nos vamos en un rato.
– Sí mamá, ya está listo. – Le dije con desgana.
Cait me miró, resoplé y cerré los ojos.
– Te voy a echar de menos… – Me susurró. Observé que estaba mirando
hacia ningún sitio, allá enfrente.
– Y yo a ti… – Le dije.
– No dejes de escribir… – Me pidió, mirándome y regalándome una
sonrisa. Se la devolví.
– No…
– Has escrito… – Hizo una pausa. – ¿El día de ayer?
– Sí… Anoche… – Dije. Me miró extrañada. – Antes de ir a dormir, tú ya…
te habías quedado dormida. – Confesé, sin querer tocar el tema; habíamos
acordado que no lo haríamos.
– Y tú… ¿Estás bien con todo lo que ha pasado?
– Sí… – Asentí.
– ¿Incluso con el tema que no debemos tocar?
– Sí, sí… – Mentí un poco. Lo cierto es que no estaba bien. Ella se iba;
acababa de pasar la mejor noche de mi vida con ella, y se iba.
– Ya… – Comenzó a decir. Soltó un suspiro y negó con la cabeza. – Yo…
no estoy muy bien respecto a eso. – La miré.
– ¿Por qué? ¿Qué te pasa? – Pregunté alarmada.
– Mi cabeza necesita procesar muchas cosas aún… – Susurró. – Ahí arriba
en el momento, todo está bien, pero una vez he bajado a tierra… No es todo
tan fácil.
Creo que estaba dudando, pero no me aclaró nada. Aun así, yo tampoco era
quién para preguntarle.
– Cualquier cosa que necesites… – La miré. – …tienes mi número. – Me
miró y sonrió afirmando con la cabeza.
– Hablando de números…– Dijo casi en un susurro, mientras sacaba su
móvil. – Aria me pidió el mío antes, mientras hablabas con “Spiderman”. Si
hablas con ella, dile que me hable o me dé un toque. – Asentí.
– ¿Para qué lo querrá? – Pregunté, sin darme cuenta que lo decía en voz
alta. Ella soltó una carcajada falsa.
– ¿Por si la caga contigo de alguna manera o algo? Soy tu amiga, y se
supone que sé sobrellevarte.
– ¿Qué dices...? – Reí. – Me estuvo contando que está enamoradísima de
una chica que conoce desde hace ya bastante... – Expliqué; porque… sí, yo
aún tenía la esperanza de tener algo, sí. Pero con Cait.
– Luna… Que se nota que le gustas... – Sonrió tristemente. – Y que te
gusta... Creo que te puede hacer feliz. – Posiblemente fuera así, pero seguro
que no más feliz que ella. Mas, no la veía yo con la capacidad de entrar en
una relación afectivo–amorosa conmigo; ni ahora ni nunca. Si no, me
hubiese dicho algo; además, Aria estaba enamoradísima de otra chica con la
que quizá podría tener una relación preciosa. No era yo quién para quitarle
eso, para privarla de sus primeras veces con una chica, seguramente
estupenda.
– Aria me parece una chica asombrosa y guapísima, sí. No te negaré que es
mi prototipo de chica: morena, ojos verdes... – Añadí sonriendo. – Pero está
super pillada por otra; no soy yo quién, para meterme ahí. Además, me pide
consejos para ver qué puede hacer y eso... – Reí tontamente, y ella me miró
sonriendo, mientras negaba con la cabeza.
– Vamos niñas. – Mi madre vino a buscarnos. Miré a Cait, ella dibujó media
sonrisa y se puso en pie. Yo hice lo mismo y la seguí.
La llevamos a la estación; estuvimos todo el camino en silencio, sin mediar
palabra alguna. Cuando llegamos, su tren estaba a punto de salir. La miré y
los ojos se me llenaron de lágrimas.
– No… venga, Luna… – Susurró cogiéndome de las manos.
– ¿Podrías darme un abrazo? – Pregunté. Ahora sí que no pude contener las
lágrimas.
Me abrazó, muy muy muy fuerte, y yo a ella; no la quería dejar ir.
– Caitlin cariño, puedes quedarte unos días más… – Le dijo mi madre
acercándose a nosotras. Ella negó con la cabeza, separándose un poco de
mí, sin terminar de soltarse.
– Tengo que irme, mi madre me quiere allí ya…
– Pues vuelve cuando quieras, todas las veces que quieras. Ya eres como
una más de la familia. – Mi madre la hizo separarse de mí para abrazarla.
¿Por qué? Me la podría haber dejado a mí, deseaba que la soltase ya.
Cait se soltó de mi madre y volvió a venir hacia mí, para darme otro abrazo
enorme, hasta que dieron por megafonía el último aviso para los pasajeros.
Me dio un beso muy fuerte en la mejilla, y se fue. Así, sin más. Sentía que
una parte de mí se estaba alejando, y… ya la echaba de menos.
Suspiré varias veces… aún sigo haciéndolo.
Luego, no hay mucho más que contar. No hice nada, cené cuando llegó la
hora y al irme a mi habitación sonó mi móvil: era ella.
– Hola… – Susurré. – ¿Qué tal el viaje?
– Bien, algo cansada… ¿Qué haces? – Me preguntó.
– Pues nada, acabo de cenar y me he subido a la habitación a ponerme una
película o algo.
Y tú, ¿qué plan tienes?
– Ninguno, ahora desharé la maleta y…
– Cait, sal, tienes visita… – Escuché decir a su madre.
– A ver… no me cuelgues, voy a salir un segundo, te llevo conmigo. –
Comenzó a decir. Yo ya creía saber quién era. – ¿Qué haces aquí? –
Preguntó. Las pocas dudas que tenía, acababan de esfumarse.
– Quería verte… – Le dijo; era Marcos. – ¿Qué tal Luna por allí? ¿Estás
hablando con ella? Salúdala de mi parte.
– No hace falta, es un cabrón, sólo recuerda eso. – Interrumpí. Noté cómo
Cait sonrió.
– Dice que igualmente. – Mintió.
– ¿Quieres salir luego a dar una…?
– No, estoy cansada Marcos. – Le dijo.
– Bueno, pues puedo quedarme aquí y vemos una…
– Que no. – Lo cortó.
– Muy bien Cait. – La animé.
– Marcos, a ver, de la frase “no quiero tener nada más contigo”, ¿qué no
entendiste? – Esa fue buena.
– No entendí nada, porque tus ojos me decían otra cosa. ¿Podrías colgar y
ahora la llamas? – Me levanté y comencé a preparar la película para verla
cuando colgara.
– ¿Mis ojos? Sí, se ve lo que ves tú en ellos. Anda, vete. – Pidió. – Y lo que
tengamos que hablar –si está Luna aquí o al teléfono–, delante de ella.
– Muy bien Cait, pero que sepas que este no es el final. Adiós.
– Adiós, hijo, adiós… Qué pesado. – Ya sí hablaba conmigo.
– Qué va… – Reí. – Pero es normal que lo tengas así, no se encuentra una
chica como tú todos los días.
– Luna… – Se quejó, aunque noté que tenía una sonrisa en la cara.
– ¿Qué? No he dicho nada malo ni que sea mentira. – Dije.
– Eres tonta… – Susurró.
– Lo que tú digas.
– Bueno… creo que voy a irme a la cama.
– Yo acabo de ponerme una película. Ya estoy acostada.
– Pues si quieres me das un momento que me ponga el pijama y hablamos
un poco más.
– Vale. – ¿Cómo decirle que no? Me hubiese encantado que estuviera mejor
aquí conmigo.
Tardó muy poco.
– Ya estoy; me gusta más tu cama, eh… – Dijo riendo. Yo también sonreí y
cerré los ojos.
– Normal… – Dije en un suspiro, lo que provocó un incómodo silencio.
– A ver a quién abrazo esta noche… – Rompió el silencio. Volví a sonreír.
– Si quieres voy yo y te abrazo… – Le dije. –… Aunque tenga que empezar
a andar y no llegue hasta dentro de una semana.
– Deja de ligar conmigo. – Estaba tonta, se le notaba, y le gustaba que la
tratase así, se percibía.
– Venga ya Cait, si has empezado tú…
– ¿Yo? – Dijo riendo.
– “Me gusta más tu cama” o “a ver a quién abrazo esta noche”. ¿Te parece
poco?
– Pero eso es porque llevo una semana durmiendo contigo y me he
acostumbrado. – Se notaba a legua que mentía y que era para que yo le
dijese cosas.
– Venga ya Cait, pero vale, ya no te digo nada más.
– Así me gusta, aun así, ya no te intereso, ¿no? – Eso me hizo sacar una
sonrisa y cerrar los ojos. Nuevamente me vinieron a la cabeza recuerdos de
la mañana.
– Qué va, para nada. – Susurré. – Pero no saques el tema.
– ¿Qué tema? Yo no sé nada de ningún tema. – Dijo. Yo me limité a sonreír.
– O… puede que sí y que no pueda sacármelo de la cabeza.
¡¿QUÉ?! NO POR FAVOR, NO ME PODÍA ESTAR DICIENDO ESO.
AUNQUE, PARA LUNA, LO MISMO NO ES EN EL PLAN QUE
PIENSAS.
– ¿Tan mal estuve? – Reí. La imaginé sonriendo al otro lado del teléfono.
– Al contrario… – Musitó. –… Te lo juro, nunca nadie me ha tocado así…
– Resopló, y yo también lo hice.
SÍ, SÍ, ME LO ESTABA DICIENDO EN ESE PLAN.
– Bueno… Tú tampoco estuviste mal… – Dije.
– ¿No estuve mal?
– Estuviste genial… – Murmuré, tan flojo que seguramente hasta le costó
escucharme. – Pero dejemos el tema, anda…
– ¿Qué pasa? ¿Te excita pensar en ello? – Dijo en voz baja.
– Puede que sí, y no te tengo aquí para hacerte sufrir un poquito, que sé que
te gusta. – Se quedó muda.
– Bueno, pero… – Se quedó callada.
– ¿Pero? – Pregunté, ¿para qué? ¡Para qué pregunté!
– También se pueden hacer cosas así, en la distancia.
– ¡Cait! – Grite.
JODER. BUAH. ¿EN SERIO ME ESTABA PROPONIENDO LO QUE
CREÍA?
– Pues nada… – Dijo. –… Eres una sosa, con lo excitante que es echar un
polvo por teléfono.
– Venga anda, a dormir. – Le dije riendo. – Buenas noches.
– ¿En serio me vas a dejar así?
– ¿Que te voy a dejar cómo? – La situación me podía.
– Vale, pues tendré que apañármelas yo sola.
– Ca… – Me colgó. –... ¿Caitlin? – Miré el móvil, para darme cuenta de que
me había colgado. Volví a llamarla, y estaba riéndose a carcajadas. –
Imbécil.
– Tendrías que haberte escuchado. – Dijo sin dejar de reír.
– No le veo la gracia. – Protesté.
– ¿Te vas a enfadar?
– ¿Tú qué crees? Me dices que no toque el tema y eres tú la primera que lo
toca… Y encima para provocarme… eso no está bonito Cait.
– Vale, vale… Mañana vas en busca de tu vecina y la haces mujer. – Soltó.
– No tiene gracia.
– Sí que la tiene.
– Me voy a dormir. – Gruñí.
– Venga anda, pero no te enfades…
– No… – Dije muy seca.
– No seas tonta… Buenas noches. Anda, no disfrutes mucho tú sola. – Dijo
riendo.
– Ja, ja. – Respondí irónicamente. – Adiós, anda, descansa.
– Mañana te llamo.
– Sí, hasta mañana.
– Adiós… – Colgué.
Miré el móvil suspirando, tenía mensajes de WhatsApp; me extrañó
bastante, era ya tarde, pero lo abrí.
ARIA: “Te he llamado y comunica” “Supongo que estarás liada” “Si
quieres llámame cuando leas esto” “O si no, nada” “Ya mañana
hablamos” “Buenas noches”
Aunque no me apetecía, ya que no tenía mucho ánimo, la llamé.
– ¡Hola! – Me respondió eufórica. Sonreí.
– Hola Aria...
– Dame un segundo... – Pidió. Escuché cómo dejó el móvil encima de algún
sitio. – Desconecto, mañana nos vemos por aquí, sí, adiós. – Noté como
volvió a coger el móvil. – Ya... – Dijo de nuevo al teléfono. – ¿Qué tal? –
Preguntó.
– Bien, bien... – Mentí. – ¿Y tú?
– Bien... Bueno... – Dudó. – Realmente no estoy bien... Acabo de colgar
con ella, estábamos jugando un rato y me ha contado... Algo.
– ¿Hablas de la chica esa? – Pregunté.
– Sí... – Suspiró. – Eh... Te hice caso e intenté tontear con ella...
– ¿Y qué tal? – Le sonreí.
– Mal la verdad, al darse cuenta me dijo que estaba con la chica que le
gustaba... – Soltó, sí, la pobre...
– Uf... – Resoplé. – No estés mal... No era la tuya...
– Yo creo que sí... Me gusta muchísimo, Luna... ¿Qué puedo hacer?
– Le estás preguntando qué puedes hacer a una chica que está enamorada de
su mejor amiga... Hetero... – Reí.
– Ya... Bueno... – Dudó. – Pero con más experiencia en todo esto que yo...
Me pilla todo nuevo... Nunca... – Suspiró. – El amor es feo. – Noté como
sonrió.
– El amor es una mierda... – Reí. – Aunque... Cuando corresponde... Es la
sensación más fuerte que puede existir, es... brutal. – Dije exhalando. –
– ¿Alguna vez lo has sentido muy fuerte? – Me preguntó.
– Sí, es más: lo estoy sintiendo muy fuerte...
– ¿Cait? – Preguntó.
– Sí... – Solté.
– Y... ¿No estás abierta a otras relaciones? – Su pregunta me extrañó y me
hizo sonreír tontamente.
– Hombre... Cerrarme, no me cierro... – Dije soltando una carcajada.
– ¿Y si no es tu chica? Quiero decir... – Resopló. – No estés mal... Pero...
¿Y si hay otra chica para ti? Otra chica que sí te responda y que... – Esta
vez oí cómo tomaba aire. –... Te remueva más incluso que Cait.
– Pues por favor que aparezca. – Reí. – Y a ser posible, con la tuya también;
mira, que sean amigas y así las dos estaríamos bien y hablando de lo bonito
que es el amor. – Dije volviendo a reír.
– Sí... – Respondió sonriendo. – Aunque a mí me gusta bastante...
– No te machaques, Aria; es lo peor que puedes hacer... – La interrumpí.
– Pues no te machaques tú tampoco. – Me dijo. Me alegró oírla decir eso. –
Que tengas dos años más que yo, no significa que no me dé cuenta de que
tú también te derrumbas. ¿Y me dices a mí que no me machaque...? Pues
nada, nos trituramos las dos y...
– Me acosté anoche con Cait. – Expliqué; ella se quedó muda.
– Ah... – Perpleja. – Que... Tú y... Ostras... Qué fuerte... – Resopló.
– Bastante... – Suspiré. – Me ha dado cierto punto de esperanza... – Sonreí.
– Qué bien... – Exclamó, aunque no sonó muy convincente.
– Pero hay algo que... me dice, que no es buena idea...
– Joder ¿no es buena idea que la chica que te trae loca te responda? –
Sonrió.
– No... – Susurré. – Sí que es verdad que estaba loca porque lo hiciese,
porque me respondiese, no porque se acostara conmigo, que también,
pero... Eso... Era algo secundario...
– Tranquila. – Me paró.
– Es solo que... No sé... Falta algo... – Dije.
– ¿Cómo qué? – Preguntó.
– Felicidad... – Sonreí. – Ha respondido y me deja una pequeña esperanza
en el aire y yo...– Dudé. – No termino de ser feliz; al contrario.
– ¿Y si no es ella?
– ¿Cómo si no es ella? – Pregunté.
– ¿Y si no es ella la que tiene que hacerte feliz? – Preguntó. Mi boca dibujó
una sonrisa.
– Puede ser... Puede que necesite un poco de calma dentro de toda esta
locura...
– Busca alguien que te la cree... La calma, quiero decir.
– Sí... Al final la que pedía ayuda, es quien presta ayuda... – Sonreí.
– Hoy por ti, mañana por mí... – Me dijo. – Aunque ya que estamos
contándonos cosas... Te quiero contar algo...
– Dime... – Solicité.
– Quizá, y solo quizá, depende de todo...
– ¿Qué pasa, Aria? – Le pregunté con una risa nerviosa.
– Nada, mejor déjalo... – Dijo en un susurro.
– No, ahora me lo dices. – Insistí.
– No, en serio, no es el momento.
– ¿El momento de qué? – Pregunté extrañada.
– De nada, Luna... Ya te lo contaré. – Sonrió.
– Bueno, no te insistiré más, entonces. – Le devolví la sonrisa.
– Eh... Y... ¿Cómo es que...? ¿Cait y tú...? – Preguntó dudosa.
– Sucedió y ya... – Dije.
– Pero... Si le gustan los chicos... Y ha sido rotunda en eso... ¿No?
– Sí... – me lamenté. – Pero anoche nos besamos... Nos besamos y... –
suspiré. –... Una cosa llevó a la otra... – Sonreí.
– ¿Y ahora? – Preguntó.
– Ahora Cait no quiere hablar del tema... Pero si ha pasado es por algo...
Algo le gustan las chicas, como mínimo.
– Pues déjame decirte que Cait es tonta si le gustan las chicas y pasa de ti...
– Esa respuesta me sacó los colores y me dejó muda. – Tú eres... – Resopló.
–... La chica más guapa que he visto en mi vida. – Vale, sí me dijo eso,
pero... ¿Y su chica? ¿Y esa chica por la que estaba loca?
– ¿Pero la más guapa no era tu amiga? – Reí, y le saqué una sonrisa.
– Sí, bueno... Detrás de ella, claro... – Quiso aclarar.
– Bueno, y... – Comencé a decir. –... Esa chica tan guapa por la que estás
loca... – Dudé. – ¿Cómo es?
– Es... Uff… una diosa... – Sonrió levemente. – Amable, atenta...
– No, no... – La interrumpí. – Digo que cómo es físicamente.
– ¡Ah! – Dijo al fin. – Pues, guapísima... Tiene unos ojos... – Respiró
profundamente. – Superclaros, y… cuando me mira, siento que me
atraviesan... – Sonreí, ya que eso mismo me pasaba con Cait a menudo
(aunque con ella también me había pasado alguna que otra vez). – De cara
es guapísima... Es que... Me encanta, siento que cuando estoy con ella... –
Suspiró. – Se congela el tiempo; siento que no quiero que ese momento
acabe nunca... – Dudó. – Pero... Ella ha puesto su mirada en otra, y ahora yo
no puedo hacer absolutamente nada. – Protestó.
– Uf... – Refunfuñé. – Te has pillado muy fuerte, eh...
– Sí... – Se lamentó. – Supongo que soy demasiado poco para ella...
– No digas eso, tonta... – Le corté. – Eres guapísima, y no hablo de tu
exterior, que déjame decirte que es inmejorable... – Noté cómo se ruborizó
al soltar un leve gemido. – Eres supersimpática, muy vergonzosa, sí, pero
eso gusta; al menos a mí. No sé a esa chica ni a otras, pero no creo que les
resulte feo. Eres, atenta, amable, muy dulce...
– ¿Dulce? – Echó a reír levemente.
– Sí, muy dulce, Aria... – Afirmé sonriendo.
– No soy dulce... – Se quejó riendo también. Llegado este momento, creo
que había conseguido ponerla muy colorada.
– Eres muy dulce, digas lo que digas. – Sentencié. – Y tienes unos ojos…
– No... – Susurró.
– Bueno, piensa lo que quieras... – Dije. Hubo unos segundos de silencio.
– ¿En serio te parezco dulce? – Preguntó.
– Sí, mucho... – Sonreí. – Y guapísima. – No respondió, creo que la dejé
muda. – Y, por un lado, me alegro de que esa chica pase de ti.
– ¿Por? – Logró decir.
– Porque así sigues libre. – Hubo un incómodo silencio. – Lo–lo siento por
decirte eso...
– No... – Susurró. – Si escuchar eso de una, siempre gusta... Pero me has
dejado sin palabras.
– ¿Y eso es bueno o malo? – Pregunté.
– Depende de lo que tú consideres bueno o malo... – Me dijo.
– Pero... – Me atreví a preguntar. – ¿Te he dejado sin palabras y estás tan
campante, o te he dejado sin palabras y estás colorada como un tomate? –
Dije, tras lo que soltó una breve carcajada.
– O peor que un tomate: rojo puro... Después de todo lo que me has dicho,
qué menos... – Respondió. Sonreí maliciosamente.
– ¿Y si me tuvieras frente a ti? – Añadí.
– ¿Qué pasa? – Se exaltó.
– No sé... Pregunto... ¿Qué pasa? – Dije.
– Principalmente no te hablaría. – Espetó. – Después de todo lo que me has
dicho, no podría ni mirarte a la cara... No me dicen esas cosas todos los
días... – Dudó. – Vaya, no me las suelen decir nunca. Y que de repente
aparezca una chica como tú y me las suelte... – Resopló. – Podría ser parte
de un sueño, sí... – Soltó.
– Una chica como yo, dices... – Reí. – Anda, anda... Me vas a decir que
nunca has vuelto loca a nadie.
– Yo... – Comenzó a decir. – Creo que debería irme a dormir, Luna. – La oí
suspirar.
– Vale... – Asentí. – Podrías quedarte un poco más… Por cierto, ¿te vienes
mañana a mi casa un rato?
– Claro... – Sonrió.
– Llama a Eric y eso si quieres. – Le ofrecí.
– Lo llamaré, y tú... – Titubeó. – No le des muchas vueltas a lo de Cait.
– Ya casi ni me acordaba. – Mentí.
– Ya, claro... – Suspiró. – No le des vueltas, y piensa en que... Tiene que
haber una chica para ti que te haga feliz y que ponga en orden toda tu
locura.
– Sí... – Sonreí. – Y tú tampoco te comas la cabeza con esa chica tuya...
¿Cómo se llama? Para ponerle nombre de una vez.
– Lara. – Dijo sonriendo.
– Bueno, pues Lara es imbécil. – Le devolví la sonrisa. – Por no querer
estar con una chica como tú...
– Es que es tan... – Resopló. – Es increíble, de verdad; no entiendo... ¿por
qué me he tenido que enamorar así de ella?
– Porque tú también eres tonta al enamorarte de esa chica, las hay mejores.
– Dije. Admito que me ponía un poco celosa escucharla decir aquello.
– Tiene unos ojos... – Volvió a decir.
– Aria, escucha... – Dije medio riendo. – ¿No te intereso yo? También tengo
los ojos claros, y estoy soltera. – Noté cómo sonrió.
– Me gustan más sus ojos, son más azules, los tuyos son grises. – Soltó.
– Mi gris es precioso. – Protesté, aunque sonó un poco egocéntrico.
– Tu gris da miedo... – Murmulló sonriendo. – Cuando te da el sol de pleno,
pareces un zombi.
– Gracias por el cumplido, tú también eres muy guapa. – Reí. – Eso sí,
tengo que decirte que tus ojos son preciosos; no me cansaría de repetirlo.
– Los tuyos también son muy bonitos...
– Sí, intenta arreglarlo ahora, soy un zombi... – Continué riendo.
– No... – Dijo riendo. – Lo decía como un cumplido.
– Sí, el cumplido más bonito que existe... Eres tan guapa como un zombi. –
Dije. Ella se echó a reír. – No te rías... – Siguió. – No le veo la gracia. –
Dije sonriendo. A los pocos segundos, paró de reír poco a poco.
– Tú también eres muy guapa... – Me dijo casi en un susurro.
– Arréglalo, sí, intenta arreglarlo... – Dije.
– En serio, eres guapísima. – Insistió. Se le había cambiado el tono de voz,
noté que se había puesto tonta, más dulce de lo habitual; su cara debía estar
como un tomate.
– ¿Cómo de guapa? ¿Como un zombi? – Pregunté.
– No, eres una de las personas más guapas que he conocido nunca... – Sí,
me soltó eso. – Por debajo de Lara, claro. – Añadió.
– A esa Lara me la quiero echar yo a la cara, oye... – Dije. – No puede ser
más guapa que yo...
– A ti no te la presento, que seguro que te la ligas. – Me dijo Aria.
– Anda, muy bonito, ¿No confías en mí? Vale, vale... – Dije sonriendo.
– Sí confío en ti, lo que pasa es que tú sabes hacerlo, y yo no... Y me
atranco, ¿me ayudas? – Insistió. No me gustaba la idea, yo quería hablar
con ella todas las noches, no quería que se fuese con Lara y pasase de mí.
– Es que no quiero ayudarte, Aria; que entonces vas a pasar de mí, y no
quiero. – Reí.
– Venga ya, deja las bromas. Necesito ayuda, en serio... – Suplicó.
– Que no, no te quiero ayudar. – Dije riendo. –... Te quiero solo para mí.
– Luna... – Musitó muy bajito. – No me digas esas cosas, tonta.
– ¿Qué pasa, te vas a poner tonta o qué? – Dije sonriendo.
– Sí, y sé que es broma, pero nunca me han dicho nada así, y me... –
Suspiró. – Que estoy ardiendo, ¿vale? Tengo la cara que echa humo... Y
hace calor. – Se quejó.
– Pues aprovecha y guarda esas sensaciones, que llega un punto en el que te
acostumbras... Y te vas a acostumbrar, porque te voy a decir cosas a
menudo, que lo sepas. – Reí.
– A Cait la tienes que tener contenta en ese aspecto, ¿No?
– Cait pasa un poco de mí, tú me das más pie que ella.
– Ella se ha acostado contigo... – Hizo una breve pausa. – Yo no. – Noté
cómo sonreía.
– Sí, pero como te he dicho antes, eso no lo es todo. Y, falta algo, falta esa
chispa de felicidad. – Expliqué nuevamente.
– Busca quién te la dé. – Insistió. – Bueno, creo que ya es un poco tarde,
¿no?
– Pues sí... – Confirmé.
– Y tú no me vas a ayudar, ¿verdad? – Me preguntó.
– A ver... – Resoplé. – ¿En qué te puedo ayudar yo?
– ¿Cómo puedo ligar con ella? Es que no sé, estoy muy perdida. Igual me
está mandando señales, y no me doy ni cuenta... – Alegó. – No sé qué hacer,
y si ligo con ella, y me responde, y me besa, y quiere acostarse conmigo, y
yo… no sé, yo eso en la vida ni me lo he planteado, vaya.
– Ya me he dado cuenta, de que no te das cuenta de las señales... Hace un
momento he intentado tontear un poco y me has cortado todo el rollo. Pues
bien, si ella te hace eso, sabes que ahí no tienes nada que hacer... – Reí.
– ¿Tú has...? ¿Cuándo? – Se extrañó.
– Hace nada... – Expliqué. – Y escucha: si te besas con ella, y quiere
llevarte a la cama de inmediato, aléjate de eso... Lo mismo solo te querría
para un desahogo.
– Igual es más adelante, y sigo con el mismo miedo.
– Tú... – Suspiré pensativa. – Solo déjate llevar. Por no tener experiencia,
no quiere decir que vayas a hacerlo mal; solo se trata de estar relajada,
tranquila y confiar plenamente en la otra persona...
– Lo mismo no... – Suspiró. – No sé...
– Aria, si es con una chica; va a tener exactamente lo mismo que tienes tú. –
Dije riendo. – Quizá no los mismos gustos que tú, pero lo que es lo básico,
ya lo tienes...
– ¿Cómo? – No lo había comprendido.
– Vamos a ver: si por ejemplo tú y yo nos acostamos, somos dos chicas, lo
básico para hacerlo lo tienes. Al menos hasta ahí alcanzas, ¿no? Después ya
solo se trata de encontrar los gustos de cada una, qué da más placer, que
menos… Eso ya es a gusto de cada persona, es conocerla... Que a ti te dé
gusto una cosa, no significa que a la persona con la que estés metida en la
cama, también. – Expliqué. No dijo ni “mu”. – ¿Aria?
– Sí... – Susurró.
– ¿Qué te pasa?
– Que me he sonrojado mucho. – Dijo soltando una leve risa. – ¿Has
tonteado conmigo?
– Sí... – Reí. – Lo he intentado, pero me has cortado el rollo.
– Lo–lo siento, yo–yo no quería...
– Tranquila. – Le corté, porque se acababa de derrumbar. – Da igual, no te
comas la cabeza.
– Pero que no es... No lo hago conscientemente, ¿ves...? ¿Y si ella en algún
momento ha intentado tontear conmigo, y yo no me he dado cuenta y le he
cortado el rollo como a ti? – Esbozó. – Necesito algo universal para decirle,
y que me responda; y así poder saber si le intereso o no.
– Mira, puedes plantarte frente a ella, y decirle que te gustan sus ojos... –
Dudé un segundo.
– No, no, no, no, no... – Se alteró.
– Tranquila. – La paré riendo.
– Me da mucha vergüenza, no puedo... – Resopló.
– Pues díselo por WhatsApp. – Dije de broma medio riendo.
– Sí, va a ser mejor. – Suspiró.
– ¡Que era broma! No puedes hacer eso; rompes el momento, toda la
magia... ¿entiendes? – Me apresuré a decirle.
– ¿No da lo mismo? – Preguntó.
– No... – Reí. – Si, verdaderamente te gusta esa chica, vas a tener que dejar
a un lado tu timidez, plantarte delante de ella, mirarla a los ojos y decirle:
“eres guapísima”. Tu vergüenza se va a tener que esfumar. – Dije. – Que es
muy graciosa... – Reí un poco. – Pero vas a tener que aparcarla... Si no, no
sirve de nada que te guste.
– Bueno... – Suspiró. – Lo consultaré con la almohada.
– Consúltalo. – Sonreí. – Buenas noches, Aria.
– ¡Espera! – Dijo un poco alterada.
– ¿Qué pasa? – Me extrañé.
– Nada, no, es solo… – Suspiró. – ¿Ya vamos a colgar? Es pronto… ¿no
crees? ¿O tienes sueño? ¿Tienes sueño? Si es así, te dejaré dormir…
– No, no… – Reí. – Sueño, no tengo, pero, no sé…
– No quieres hablar más conmigo; es eso, bueno, no pasa nada, ya
hablaremos, supongo.
– Aria, ¿me puedes explicar qué te pasa ahora? – Pregunté divertida.
– No, nada, solo… soy un poco pesada. Lo siento, buenas noches. – Dijo.
– ¡Eh, eh! – La frené, ya que seguro iba a colgar. – Que no, tonta… –
Sonreí. – No quiero colgar, me gusta hablar contigo – Le dije. – Es solo que
pensaba que tú querías dejar de hablar. Como te estabas despidiendo y no lo
has hecho porque te he insistido un poco… Tampoco quiero resultar pesada.
– ¿Yo? – Se extrañó. – No, qué va, ¿Por qué iba a querer colgar?
– No sé… Antes lo insinuaste.
La conversación pasó a ser un poco extraña.
– No quiero dejarlo.
– No me cuelgues entonces. – Dije.
– ¿Quieres colgar tú? – preguntó.
– No, Aria, no quiero colgar. – Me estaba poniendo nerviosa. – ¿Qué pasa?
Quieres que lo dejemos ya, ¿verdad?
– ¿Qué? – Resopló. – Que no, de verdad…
Aguanté la risa; vi que la estaba poniendo nerviosa, y decidí seguir el juego.
– Sí, Aria, lo sé, se te nota, quieres colgar, ¿verdad? Yo cuelgo, no te
preocupes. – Sonreí.
– Que no quiero colgar Luna, ¿Lo dices porque tú quieres colgar? ¿Sí?
¿Verdad?
– La que me quieres colgar eres tú. – Tuve que soltar una breve carcajada al
escucharla resoplar de nuevo. – Que es broma, tonta.
– No tiene gracia, ¿No quieres dejar de hablar, entonces? – Preguntó.
– Como lo vuelvas a preguntar, cuelgo. – Reí.
– Pero…
– Aria. – La interrumpí.
– ¿Pero seguro que no quieres? – Insistió. Colgué y me eché a reír.
– Está fatal esta niña… – Dije hablando sola. Miré el teléfono esperando
que sonase.
Y, con él en la mano, me levanté de la cama. Ahora era yo quien me estaba
poniendo nerviosa; no llamaba. ¿Y si no iba a llamarme? Me empecé a
agobiar y decidí llamarla yo a ella.
– Me has colgado. – Dijo, nada más responder.
Sonreí, asomándome a la ventana.
– Te lo dije. – Vi una luz encenderse en la casa de enfrente. – ¿Tu
habitación para donde da? ¿A tu patio o a la calle?
– A la calle, ¿por qué? – Preguntó extrañada.
– Bonita colcha azul. – Sonreí.
– ¿Eh? – Se extrañó.
– ¿Dónde andas?
– ¿Cómo que dónde ando?
– Que donde estás, porque en tu cama, no. – Reí un poco.
– ¿Te has colado en mi habitación? – Preguntó extrañada.
– Sí, y me he tirado en tu cama, que tiene pinta de estar blandita. – Sonreí.
– Es muy cómoda, la verdad… – La escuché andar, la vi asomarse y mirar a
la calle.
– Arriba, Aria. – Reí, levantó la cabeza y me miró.
La saludé con la mano para, seguidamente apoyarme contra la ventana.
– ¿Qué haces ahí arriba? – Se extrañó.
– Bonito pijama. – Sonreí.
Aria se miró el pijama y volvió a mirarme. Estaba como un tomate. Me
eché a reír apoyándome contra la marquesina de la ventana.
– ¿Qué haces ahí arriba? – Insistió.
– Es mi habitación. – Expliqué. – Me tienen encerrada.
– ¿Encerrada?
– Sí, ¿me rescatas, Flash? – Pregunté. Ella volvió a mirarse el pijama.
Llevaba un rayo dibujado en el pecho, por lo que supuse que era del
superhéroe Flash. No fue capaz ni de responder; estaba superencendida. –
Qué graciosa, por favor… – Reí. – Qué colorada te pones. Me encanta, en
serio.
– ¿Te–te encanta? – Soltó.
– Sí. – Sonreí sin apartarle la vista. Ella dio un paso atrás para que no la
viese. – ¡Aria! – Le grité, riendo.
– ¿Qué te encanta exactamente? – Preguntó.
– Si te asomas, te lo digo; si no, nada. – Dije disfrutando del momento. Ella
resopló protestando, pero se asomó de nuevo a la ventana, arrastrándose
sobre su silla. – Me encanta que te sonrojes cada vez que te digo algo.
Realmente era algo que me gustaba bastante: su timidez.
– Déjalo ya, Luna… – Pidió.
– Es que eres muy graciosa, en serio. – Sonreí mordiéndome levemente el
labio inferior.
– Vale, pero ya.
– Estoy tonteando… – Dije. – ¿Quieres un luminoso, Aria? – Reí.
– Eh… Vale, que… – Protestó, dejando caer su cabeza contra el respaldo de
la silla, para acabar de espaldas a la ventana. – Lo mismo sí necesito un
luminoso… – Admitió.
– Te regalaré uno… – Sonreí.
– Por favor, y si tonteas conmigo, dímelo. – Exigió.
– Vale, voy a tontear contigo, Aria. Ya te lo digo. – Reí. – Me sale solo.
– ¿Te sale solo tontear conmigo? ¿O te sale solo tontear con todo el mundo?
– ¿Qué más da? – Reí.
– ¿Tonteas con todo el mundo? – Preguntó.
– No Aria, no tonteo con todo el mundo. – Suspiré.
– ¿Entonces por qué lo haces conmigo?
– Porque eres mona, te pones muy tonta y me hace mucha gracia; me gusta
la sensación.
– ¿Qué sensación?
– La de tontear contigo. – Expliqué. – Me gusta ver cómo te pones. Punto.
– Pero… – Dudó. – No va con otro fin, ¿no?
– ¿Con qué fin puede ir? – Pregunté.
Sabía lo que me estaba preguntando, pero quería ver hasta dónde era capaz
de llegar con su vergüenza.
– Pues… – Resopló. – Con un fin más…
Dejó ahí la frase. Lo cierto es que mi cabeza le daba vueltas a varias cosas,
aunque quizá solo una de ellas, tal vez la más leve, era la que pasaba por su
cabeza.
– ¿Más qué?
– Tipo… Tú sabes… – Seguía de espaldas a mí. Suspiré.
– No te sigo, Aria.
– Déjalo. – Contestó pesadamente. Se impulsó con los pies y la silla dio un
par de vueltas, para volver a quedar de espaldas a la ventana.
– No, dime, ¿más qué? – Insistí.
– ¿Tú cuando tonteas con alguien con qué fin tonteas, Luna? – Dijo por fin.
– Es que, a ver… – Resoplé, solté una leve risa. – Hay varios fines…
– ¿Cómo varios? – Preguntó.
– Puedes tontear con alguien con el fin de simplemente besarte y eso, con el
fin de salir con ella porque te guste y tal, también con el fin de simplemente
echar un polvo… – Reí levemente. – También simplemente puedes tontear
con una persona con el fin de verla ruborizada a través de una ventana. –
Sonreí. – Sin tener ningún otro fin en mente.
– Entonces tu fin es simplemente ponerme colorada. – preguntó Aria un
poco seca.
– Puede que sí, o puede que no… – Dije. – Tal vez.
– Pero… Tonteas conmigo de verdad, ¿no?
– Sí, muy de verdad… – Reí levemente. – Vamos, gírate… Quiero verte.
– ¿Para qué? ¿Para ver si tu fin de tontear conmigo funciona? – Soltó en un
tono muy borde.
– ¿Me acabo de perder algo? – Sonreí. – ¿Qué te pasa, Aria?
– No, nada, no me gusta que me vean así, ya está. – Se quejó.
No me convenció.
– ¿Preferirías haber escuchado que mi fin era echarte un polvo, o qué? –
Pregunté.
– ¡No! – Gritó girándose, me miró y se metió para dentro. – No, guarra, no,
borra esos pensamientos de tu cabeza, no.
– Bórralos tú que eres quien lo estás pensando. – Reí.
– No, no, yo, no… – Se puso nerviosa, me eché a reír más aún. – Que no,
Luna, de verdad, joder…
– ¿No me habrás imaginado desnuda verdad?
– ¡Luna! – Me gritó.
– Borra eso de tu cabeza, Aria. Deja de imaginarme desnuda… – Reí. – Yo
prometo no imaginarte desnuda. – Me quedé pensativa durante un segundo
y luego volví a la carga: – Bueno, mejor no prometo nada. – Reí.
– No voy a mantener relaciones sexuales contigo. – Soltó así de buenas a
primeras. Reí, me tuve que echar a reír. – No tiene gracia, me parece un
tema muy serio.
– Mira, Aria… – Logré decir mientras dejaba de reír. – Voy a necesitar
muchas más noches así, en serio. Escúchame: no pretendo meterte en la
cama; y, si en algún momento lo pretendiese, porque no descarto nada
nunca… – Dejé un instante para que fuese procesando todo poco a poco. –
Créeme que no lo haría simplemente con ese fin; jamás pretendería hacerte
daño. Ni a ti, ni a nadie.
– ¿Te acostarías conmigo? – Preguntó finalmente.
– ¿En serio? – Reí. – Te digo lo que te acabo de soltar, ¿y es con lo único
que te quedas?
– Responde. – Pidió.
– Joder, buena estás, Aria. – Sonreí. – Pero…
– Pero prefieres a Cait. – Soltó. Por un momento pensé que eran celos.
– Uh, vaya golpe bajo, ¿no? – Suspiré.
– Hombre, tú prefieres a Cait y yo prefiero a Lara. – Podría considerar que
escuchar aquello me molestase un poco.
– ¿Quieres acostarte con Lara? – Pregunté.
– Principalmente, en estos momentos no tengo pensamiento alguno de
acostarme con nadie, pero… – suspiró. – Si lo hiciese, que menos que
hacerlo con la persona de la que estoy enamorada. – Expuso. – También
pienso que tú vas a lo que vas, y que vas a eso; por ejemplo, acabas de decir
hace un ratito, que sí, que te has acostado con Cait y tal, pero que no
sientes… – Lo dejo ahí.
– ¿A qué viene eso ahora? – Pregunté. Me estaba haciendo sentir mal.
– Que tu tonteo con ella era para llevarla a la cama y ya. – Soltó Aria. – Y
lo has conseguido, y a tomar por culo.
– ¿Qué dices Aria? – Me extrañé, su entonación no me estaba gustando.
– ¿No es eso?
– No, no es eso. – Protesté. No me gustaba nada que ella pensase así de mí.
– No me gusta usar a las personas; a mí me lo han hecho, y jamás lo haría
con nadie. A mí me gusta Cait, claro que me gusta, me encanta, me arg…. –
Resoplé. – Pero eso no quita que después de que acabáramos en la cama
sintiese que faltaba, sintiese que… – Me quedé pensativa. – Que no siento
lo mismo que sentía con mi ex… que, por cierto, me engañó.
– ¿Cait?
– Mi ex. – Respondí.
– Lamento haber pensado…
– No pasa nada. – Suspiré. – No llevaba esas intenciones con Cait, surgió
así. ¿Creía que lo que sentía por ella era más fuerte? Sí. ¿Tonteaba con ella?
Mucho, muchísimo. ¿Con qué fin? Con el fin de enamorarla y pasar con
ella el resto de mis días. – Expliqué. – Pero se dio el caso de que el tonteo
nos llevó a otra cosa, y me he dado cuenta de que no hubiese funcionado…
Todo acaba pasando por algo… Y eso ha pasado por ahorrar tiempo. Lo
malo es que ahora tengo un cacao en la cabeza de los buenos, porque pienso
en ella y me gusta, y no consigo sacarla de mi cabeza en ningún momento.
– Antes me has dicho que no te acordabas de ella en el rato que estuvimos
hablando. – Soltó.
Me estaba poniendo nerviosa y no me había dado cuenta de que volvía a
estar en la ventana. La miré y solté un soplido.
– Creo que ha sido el único momento del día en el que no he pensado en
ella. Sí, por unos instantes has conseguido sacarla de mi cabeza. – Suspiré.
– Eso es bueno, ¿No? – Me sonrió, le devolví la sonrisa y asentí.
– Sí…
– Espera. – Dijo quitándose el teléfono de la oreja.
Sonrió, sonrió demasiado, para seguidamente acabar soltando una leve
risilla, respondió algo y volvió a llevarse el teléfono al oído.
– Qué sonrisa tan sospechosa… – Sonreí. – ¿Quién se acuerda de ti a estas
horas de la madrugada? – Miré el reloj: eran las tres de la mañana.
– Lara… – Respondió en un susurro casi imperceptible, para seguidamente
esbozar una sonrisa.
Nuevamente, no voy a negar que no me molestase; volvió a quitarse el
teléfono de la oreja para nuevamente responderle. Me estaba poniendo
atacada.
– Voy a la cama. – Dije. Prefería no verlo.
Me metí en la cama.
– ¡Pero no te vayas! – Pidió. – Vuelve a la ventana, anda…
– Déjalo… – Suspiré. – Si lo prefieres, te cuelgo y hablas con ella
tranquilamente.
Hubo un breve silencio.
– ¿Estás celosa? – preguntó extrañada. En cierto modo la respuesta era sí,
aunque, no comprendía como había logrado darse cuenta de ello.
– ¿Celosa? – ¿De qué voy a estar celosa? – Bostecé.
Otro breve silencio.
– De que hable con Lara.
– ¿Y por qué me iba a poner celosa de que hables con Lara? – Pregunté.
Ella sencillamente respondía quedándose callada. Me levanté para
asomarme; estaba nuevamente con el teléfono entre sus manos, tirada en la
silla.
Protesté negando con la cabeza y colgué para comprobar su reacción.
De primeras se llevó el teléfono a la oreja, luego lo trasteó y volvió a su
conversación con esa chica.
Me llamó, pero decidí no responder, y me fui a la cama.
Cerré los ojos. Un mensaje me hizo abrirlos.
ARIA: “????”
YO: “¿Qué?”
ARIA: “Me has colgado?”
YO: “Claro” “No me gusta que pasen de mí mientras hablo” “Mírale el
lado bueno” “Ya puedes hablar con Lara” “Buenas noches, Aria.”
Tardó unos minutos en responder, la vi en línea, no dejó de estarlo en
ningún momento. Me llamó incluso, pero nuevamente decidí no responder.
ARIA: “Oye Luna, por favor cógeme el teléfono”
YO: “No tengo ganas de hablar, Aria”
ARIA: “Pero, ¿por qué?” “No lo entiendo”
YO: “Porque estás pasando de mí” “Es normal” “Habla con ella” “Ya
mañana si eso nos vemos” “Hablamos” “O algo” “No sé”
ARIA: “¿Estás celosa?”
Se estaba poniendo pesada con eso.
YO: “No” “Simplemente es que a nadie le gusta que pasen de ti mientras
hablas con una persona”
ARIA: “Lo siento” “Déjame hablar contigo un ratito más…” “Por
favor…”
YO: “No” “Estoy hablando con Cait”
ARIA: “?????” “Qué dices?” “No se había ido a dormir?”
Obviamente era mentira.
YO: “Sí” “No estoy hablando con Cait” “Me jode que pasen de mí
mientras hablo con alguien, ya está”
ARIA: “Cógeme el teléfono, por favor…”
YO: “No”
ARIA: “Cabezota”
YO: “Mucho”
ARIA: “Yo puedo serlo mucho más, eh…”
YO: “Me da igual”
ARIA: “Eres una borde…” “No tienes por qué ponerte así”
YO: “Mira” “En eso tienes razón”
Me jodía bastante pensar que esa otra chica estaba sacándole tantísimas
sonrisas. Realmente no sé qué me está pasando, no comprendo por qué me
puse así con ella.
ARIA: “Pues nada...” “Mañana hablamos” “Descansa Luna…”
YO: “Buenas noches, Aria.”
Estuve un rato dando vueltas en la cama. Me agobié, me agobié tanto que
necesité aire, decidí ir a la ventana e inspirar hondo, para acabar de soltarlo
todo fuertemente por la boca.
Aria se asomó casi a la vez que yo, y… bueno, se quedó mirándome. Y me
quedé mirándola, apoyada en la ventana como una gilipollas. Ella me
saludó levemente con la mano y le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa,
bajando la cabeza mientras se giraba para coger su teléfono de la cama.
Mi móvil comenzó a sonar, me giré mirando a la cama, solté un suspiro
aliviador, la miré y volvió a sonreírme. Fui a la cama y respondí.
– ¿Qué pasa? – Pregunté, volviéndome a la ventana para mirarla.
– No puedo dormir… – Confesó. – Y por lo que veo tú tampoco…
– No, no puedo dormir… – Protesté.
– Lo siento por… – Dudó. – Por haber pasado de ti.
– Es normal Aria. – Sonreí. – Yo también lo siento por haberme comportado
así; no sé qué me ha pasado… – Admití. – Lo de Cait me tiene loca.
– No te preocupes… – Dijo devolviéndome la sonrisa.
– Por cierto, bonita sonrisa. – Dije. Ella se encendió y yo reí levemente. –
Vale ya. – Suspiré. – ¿Por qué no te acuestas y hablas conmigo mejor desde
la cama?
– Mejor desde aquí, así puedo estar viéndote. – Dijo. Me sorprendió su
respuesta, era obvio.
– ¿Para qué quieres verme? – Pregunté.
– Eh… – Dudó. – Hay varias posibilidades de respuestas para tu pregunta.
– ¿Cómo dices? – Pregunté extrañada. Comprobé que ella se estaba riendo.
– Puede ser porque esta situación sea un poco rara, o sea, estamos hablando
por teléfono y te estoy viendo. – Soltó una leve risa. – También puede ser
porque odio hablar desde la cama: soy muy maniática. Como también
puede ser porque sencillamente me gusta verte. Como ves, hay varias
opciones, y no descarto ninguna.
– Qué graciosa eres oye. – Dije sonriéndole.
– Pues como tú, ¿no? – Me sonrió.
– Bueno y… – Dudé si preguntarle. – ¿Cuál es la respuesta correcta?
– ¿Cuál era la tuya? – Preguntó.
– Porque me gustaba verte sonrojada, ya te lo dije. – Respondí.
– No, esa respuesta no era válida. Te lo sacaste de la manga, porque seguro
que no todas con las que tonteas se ruborizan.
– Buena observación, señorita. – Reí levemente, porque me estaba poniendo
nerviosa.
– Responde. – Pidió.
– Te vas a quedar con la duda. – Sonreí.
– ¿Me quieres llevar a la cama?
Solté una leve carcajada.
– Sí, eso va a ser. – Reí.
– Lo mismo quieres besarme…
– Puede ser. – Sonreí.
– O quizá quieres ir conociéndome poco a poco y ya ir viendo…
– También es posible. – Susurré. – O quizá sea porque me gustan tus ojos…
Y tu sonrisa…
– Pero eso no es un fin… – Dijo.
– ¿Qué importa cuál sea el fin? – Pregunté.
– A mí me importa.
– ¿Y tú cuál quieres que sea el fin?
– Buena pregunta… – Suspiró. – A mí también me gustan tus ojos. – Dijo
riendo.
– Tipo zombi, ¿no? – Sonreí.
– Hay zombis atractivos. – Añadió.
– ¿Estás diciendo que soy atractiva? – Reí.
– Fea, no eres…
– Soy del montón, ¿no? – Pregunté.
– Eres del montón bueno. – Dijo sonriendo. Nuevamente se estaba
poniendo colorada.
– Se te da bien. – Admití.
– ¿El qué? – Se extrañó.
– Tontear; aplícalo con Lara. – Suspiré. – Va a caer rendida a tus pies.
– Puede que no quiera aplicarlo con ella. – Soltó. Me dio un vuelco el
corazón, sí… ¡me dio un vuelco el corazón! – Bonita sonrisa, por cierto.
Esta vez, por increíble que parezca, me metí dentro yo.
– Vete a la cama, Aria. – Dije riendo. – Aprendes rápido: tienes una buena
maestra.
– ¿Dónde vas? No, vuelve a la ventana. – Pidió.
– Me quedo hablando contigo, pero necesito tumbarme. – Le aclaré.
– Vale… – Dijo, aceptando de mala gana. Escuché cómo ella también se
metía en la cama.
Estuvimos unos segundos en silencio.
– ¿Nos vamos a ver mañana? – Pregunté.
– Sí, por favor. – Rogó.
– Lamento haberme puesto antes así, de verdad.
– Da igual, no te preocupes. – Me dijo sonriendo. – Entiendo que lo estés
pasando mal…
– Créeme cuando te digo que tú haces que no lo pase tan mal. Consigues
sacarla de mi cabeza. – Admití. – Lo que me da miedo es que te metas tú.
– ¿Cómo que me meta yo? – preguntó. A veces costaba tontear.
– Déjalo Aria. – Sonreí.
– No, dime. – Respondió en un suspiro.
– Vente mañana a la piscina. – Le propuse, sin borrar la sonrisa de mi
rostro.
Y, querido Diario, tengo que admitir que recuerdo poco más de la
conversación, ya que acabé quedándome dormida con el teléfono en la
oreja.
Ahora te escribo recién despierta, y voy a por otro día. Aunque creo que, sin
Cait aquí, ya poco voy a tener que contar. Sin embargo, Aria es tan...
¿encantadora? Sí, podría ser esa la palabra. Me desconecta completamente
de lo de Cait. Casi me hace olvidarlo... ¿Y si ella era esa chica? ¿Y si...?
Bah... Ella está loquísima por otra; no me voy a meter ahí, sé que el tonteo
que ha tenido conmigo ha sido solo para probar, para ver si podría llegar a
funcionar con su amiga... Adiós querido diario.
CAPÍTULO 10
Lunes, 11 de julio
Querido diario, el día de hoy… bueno… este ha sido…
Me levanté, y lo primero que hice fue enviarle un WhatsApp a Cait.
YO: “Buenos días, preciosa”
Sin respuesta.
Hice la cama y me coloqué el bikini, bajé, desayuné algo y me tiré a la
piscina. Tomé un poco el sol y así pasé toda la mañana: sin rastro de Cait.
Sobre las once, Aria me habló.
ARIA: “Voy a sacar a Pegaso” “¿Vienes?”
YO: “Me pongo algo de ropa y salgo” “Estaba en la piscina” “Dame
cinco minutos”
ARIA: “Te espero en la puerta” – Seguido de una carita sonriendo.
Subí rápidamente a la habitación para vestirme, y salí a toda prisa
colocándome bien el pelo.
– ¡Hola! – La saludé sonriendo, salté el escalón de la puerta del patio y la
abracé.
Se quedó un poco de piedra; no se lo esperaba, pero es que la vi tan guapa,
tan… Buaf, que me salió, solo quise abrazarla fuertemente. Y, a duras
penas, al ver que no respondía al abrazo, me separé de ella para acabar
mirándola a la cara; lógicamente, se sonrojó.
– Vas como una loca… – Protestó, bajando la cabeza. – A ver si te vas a
caer. – Luego sonrió sutilmente sin llegar a mirarme, y agarró al perro. –
Ten. – Me dijo, mientras me tendía una piruleta en forma de corazón; la
cogí extrañada y le devolví la sonrisa. – Vamos, Pegaso. – El perro se
levantó y comenzamos a andar. – Te–te gustan… ¿O no?
– ¿El qué? – Pregunté extrañada mientras quitaba el envoltorio a la piruleta.
Ella llevaba otra en la boca, y la señaló con la cabeza mirándola. – Sí, claro.
– Volví a sonreírle y me la metí en la boca. – Gracias. – Acerté a decir
– De nada… – Sonrió, bajando la cabeza.
Llegamos al parque donde días antes había estado con Cait. Me vinieron sus
recuerdos al ver el banco donde estuvimos besándonos, y sonreí tontamente
mirando al suelo. Aria soltó a Pegaso y nos sentamos justo en ese mismo
banco. Ella se quedó mirándome un segundo.
– ¿Qué? – Le sonreí. Ella se sonrojó una vez más; es tan graciosa. Le aparté
la vista.
– Esta mañana estuve con Lara… – Musitó aun sin mirarme.
– ¿Qué tal estás? ¿Bien? – Pregunté.
– Me ha besado. – Soltó. Me quedé blanca, tragué saliva y me puse seria.
– Bueno, eh… – Dudé, no sabía cómo reaccionar, ya que, por algún extraño
motivo, eso me dolió, me molestó bastante escuchar aquellas palabras. –
Más vale que te trate bi… – Me quedé pensativa y me paré en seco; ella se
giró para mirarme. – ¿No me contaste que se había echado novia?
– Sí… – Murmuró. – Tiene novia.
– ¿Y te ha besado? – Pregunté. Ella asintió sonriendo. – Te doy un consejo,
y tú ahora ya lo tomas o lo dejas. – Aria borró su sonrisa. – No te metas en
medio de una relación: acabaréis mal tanto tú, como la novia.
– No la va a dejar… – Dijo.
– ¿Te lo ha dicho? – Pregunté. Ella afirmó asintiendo con la cabeza, y
poniéndose muy seria. – ¿Y cómo te sientes con ello? – Se encogió de
hombros. – Aria… – Insistí.
– Hombre… Mal… Me ha besado, me ha robado mi primer beso y
posiblemente no vuelva a besarme. – Dijo. La miré severamente y resoplé.
– No te veo muy afectada por ello, no sé por qué. – Le sonreí.
– No soy de expresar demasiado. – Sonrió cabizbaja.
– Pero quitando eso, ¿contenta con tu primer beso? – Sonreí.
– Sí… sí, claro, ha sido… – Resopló. – Suave, bonito, especial… Y–y a la
vez, ardiente.
– ¿Ardiente? – Pregunté. Aria se acababa de poner colorada, muy colorada.
Y la forma en que ella se estaba comiendo la piruleta, me estaba haciendo
pensar cosas que no debía. Si lo que le estaba haciendo me lo podría estar
haciendo a mí… Sí, diario, sí, estoy un poco mal.
– Sí… Me ha entrado de todo por… – Se señaló la barriga en dirección a su
estómago. Suspiré. – Y eso que yo no lo he pedido.
– ¿El qué? – Estaba un poco distraída de la conversación con la piruleta.
– El beso; no hice nada, simplemente quedamos las dos y un par de amigos
más, ellos se fueron un segundo y ella me dijo: “deja que compruebe algo”.
Y me besó, tal cual, pero un beso que… – Resopló. – Estuvimos un rato…
Creo, no sé, se paró el tiempo.
– Ajá. – Refunfuñé. Aunque la estaba escuchando, también tenía la cabeza
en su lengua y en su puñetera piruleta de fresa, lo que prefería, ya que
escuchar eso de su boca no me hacía ninguna gracia. Negué con la cabeza y
la miré muy seria. – Y… ¿Y por qué te besa?
– Porque le dije lo que me dijiste.
– ¿Qué te dije?
– Que le dijese que era muy guapa. – Sonrió.
– ¿Y para qué le dices eso? – Pregunté. Ella me miró extrañada.
– Porque me dijiste que lo hiciese para ligar con ella, ¿qué te pasa? – Pasó
su lengua lentamente por toda la piruleta. Sí, soy una obsesa, pensé. –
¿Luna?
– ¿Eh? – Miré hacia el perro, porque entre que me ponía un poco celosa
tener que escuchar que se estaba besando con otra, y el juego que estaba
dando la piruleta, tenía un cacao en la cabeza monumental. – Nada… –
Sonreí.
– ¿Por qué te has puesto tan borde?
– No veo bien que te bese sin tu consentimiento. – Dije, mordiendo mi
piruleta enfadada.
– No me lo preguntó, pero no me arrepiento de ello. – Sonrió.
– Pero tu primer beso podría haber sido mejor… – Me quejé. – Digo, con
alguien mejor.
– Ha sido muy bonito... – Dijo, con una sonrisa de oreja a oreja. Yo preferí
no mirarla. – Luego hablamos... Y me dijo que no debería haber pasado,
pero que, si volviese a pasar...
– ¿Vas a volver a besarla? – Salté alterada. Aria clavó sus ojos en los míos.
– ¿No lo sé? – Respondió en tono de pregunta.
– ¿Eh? – La miré, estaba demasiado cerca, y di un paso atrás. – ¿Ha pasado
algo más? – Aria negó con la cabeza, y yo resoplé aliviada, volviendo la
cabeza para que no me viese.
– ¡Pegaso! – Gritó Aria. El perro la miró. – ¡Vamos a casa! – Se acercó a
ella. – ¡Venga! – Le puso la correa y echó a andar.
Anduvimos en silencio hasta la puerta de su casa. Yo la miré muy seria
mientras ella abría la puerta.
– ¿Quieres pasar? – Me preguntó, negué con la cabeza, le sonreí, y sin
mediar palabra me giré. – Luna... – Me llamó. Di media vuelta para mirarla.
– ¿Estás bien?
– Sí, es solo que... – Dudé. – No me lo esperaba.
– ¿El qué? – Se extrañó.
– Que fueses a... – Señalé hacia ninguna parte en concreto. – Yo solo... –
Dije dubitativa. – Anoche… – Suspiré, cerré los ojos e intenté sonreír
levemente. – Mejor me voy a casa. – Saqué el móvil y lo miré esperando
tener respuesta de Cait, pero nada, ni un simple “hola”.
Tenía un buen comedero de cabeza; no sabía por qué no me quitaba a Aria
de la cabeza y tampoco comprendía por qué Cait no me respondía. Quería
contárselo, aunque recordé que nos habíamos acostado, y que me había
dado cierta dosis de esperanzas, ¿Cómo pude olvidarlo? Ah, sí, Aria me
sacó de su pompa otra vez. Me fui al patio, me tiré en la hamaca y cerré los
ojos. Estuve unos minutos allí, con los ojos cerrados, comiéndome la
cabeza, los abrí, tomé aire y cogí el móvil, dispuesta a enviarle un mensaje
a Aria; sí, a Aria.
YO: “¿En serio te has besado con Lara?”
Dudé varios segundos si enviarlo o no, pero finalmente me decidí a hacerlo;
estaba celosa, no puedo negarlo. Su respuesta fue casi instantánea, estaba
con el móvil en las manos, eso seguro.
ARIA: “Eh…” “Sí” “¿Por qué?”
YO: “Nada” “Olvídalo”
No debí mandar ese mensaje, me arrepentí en cuanto me preguntó “¿Por
qué?” Ya que, ¿qué iba a responder yo ante eso? ¿Que me ponía celosa?
Obviamente no. Insistió en preguntarme varias veces, y yo me limité a
pasar de ella y ni abrir la conversación. Volví a cerrar los ojos y me quedé
dormida.
A mediodía, mi madre llegó de trabajar, preparó la comida y comimos.
– ¿Has hablado con Cait? – Me preguntó.
– No, hoy no… – Respondí de mala gana casi en un susurro. No me
encontraba del todo bien.
– Digo ayer, ¿cómo fue el viaje y eso?
– Ah… – Asentí. – Sí, ayer sí… bien, llegó cansada y fue a dormir. – Esa
fue la breve conversación con mi madre.
Y seguí a lo mío: agua, piscina, sol… Me aburrí tanto, que llegó un punto
en que me tiré sobre la hamaca del revés: los pies donde la cabeza, y la
cabeza para los pies. Me puse las gafas y cerré los ojos.
De pronto noté que alguien me estaba tapando el sol.
– Mamá, me tapas el sol. – Dije con los ojos cerrados.
– No soy tu madre… – Dijo Aria riendo. Abrí un ojo.
– Hola… – Sonreí.
– Tú sabes que este tipo de sillas son para que pongas la cabeza dónde
tienes los pies, ¿no? – Me preguntó Eric. Lo miré. Estaba acercándose a
nosotras.
Me incorporé.
– Sí, eh… simplemente me he dejado caer. – Reí. – ¿Qué hacéis a…?
– Tu madre nos ha abierto y nos ha invitado a pasar. – Aclaró Eric, antes de
dejarme terminar la pregunta.
– Sí… – Confirmó Aria. – Por cierto... – Suspiró sentándose frente a mí. –
He hablado con Cait... y estuvimos hablando un rato. – Eric la acompañó y
se sentó a su lado; mi cara era un poema. – ¿Qué te pasa?
Cogí el móvil para mirarlo, no me había contestado.
– ¿Hablaste antes por WhatsApp con Cait? ¿A qué hora?
– No sé, hace dos o tres horas… Estuvimos un rato hablando, pero nada del
otro mundo… – Me aclaró.
– Es que le hablé esta mañana y no me ha respondido. – Me quejé
volviendo a mirar el móvil. Abrí su conversación.
YO: “Cait??”
– Estará… ocupada… – Dijo. Ni ella misma se lo creyó. – Por cierto, ¿te
apetece ir a dar una vuelta o algo...? – Aria me miró fijamente.
– Eh… – Musité. – La verdad es que no tengo ánimo.
– ¿Qué te pasa? – preguntó Eric. Miré a Aria de reojo.
– Nada…
– Sabes que… puedes hablar de lo que quieras conmigo, no voy a intentar
ligar más contigo ni nada.
– ¿Has intentado ligar con ella? – Aria lo miró, y él asintió.
– Pero me ha dicho que le gustan las chicas, ¿contigo sí puedo ligar? – Le
preguntó sonriendo.
– No. – Aclaró. – También me gustan las chicas.
– Joder… – Se quejó. – Anda que tengo buen ojo. – Aria sonrió. – Bueno,
pero podemos ir a tomar algo, aunque sea los tres, ¿no? A no ser que
queráis ir solas.
– No, no, yo… – Aria se puso nerviosa, la miré. No paraba de mirar mi
móvil.
Me estaba poniendo nerviosa.
– Dadme un momento. – Dije. Me alejé de ellos y llamé a Cait, un tono,
dos, tres… Lo cogió. – ¿Cait? – Pregunté.
– Luna… – Dijo con desgano.
– Uh… eso no ha sonado nada bien. – Algo no iba bien.
– Eh… hablamos luego, ¿vale?
– No, no…
– Adiós, Luna.
– Cait, Cait, no me cuelgues…
Colgó. Resoplé. Volví a llamarla, pero no me respondió. Maldije todo.
– ¿Estás bien? – Me preguntó Aria mirándome.
– La verdad es que no… – Confesé.
– ¿Qué te pasa? – Insistió Eric.
– ¿Tu amiga? ¿Cait? – Aria sospechaba algo. Confirmé con la cabeza.
– ¿Qué pasa con ella? – Preguntó Eric. – Yo no… O sea, contádmelo, si
queréis, si molesto, me marcho…
– No, tranquilo, no molestas, es que… – Me costaba decirlo con Aria
delante.
– Le gusta, y se acostaron hace un par de noches… – Aclaró Aria. Yo
confirmé moviendo afirmativamente la cabeza. – Que, por cierto, ella
también me lo ha contado...
– Y... – Dude. – ¿Te ha dicho algo más? Aria por favor cuéntame lo que sea.
– Aria confirmó.
– A ver… – Tomó aire, noté que no sabía cómo hablar, cómo contármelo. –
Me ha dicho que ha estado pensando y que, no tenía que haber pasado…
– ¿Qué dices? Ya hablé anoche con ella.
– Ya, pero estaba muy confundida y… eso… parece que se ha aclarado un
poco y que no, que no le gustan las chicas…
– No puede ser, si es que ya he hablado con ella de…
– ¡Luna! – Me paró Eric. Me estaba estresando demasiado, me cogió del
brazo para sentarme entre ellos de nuevo. Resoplé.
– ¿Y eso significa que va a dejar de hablarme? Porque resulta que la he
llamado y no quería hablar conmigo.
– No, ella me contó que quería seguir siendo tu amiga como siempre, pero
hay que darle tiempo…
– Vale. – Dije. La cabeza me estaba dando muchas vueltas. – ¿Podéis, tan
sólo… dejarme sola…?
Eric asintió y se levantó, Aria negó con la cabeza. Eric se volvió a sentar.
– Sé que estás mal y no te voy a dejar sola en un momento así.
– Ni yo. – añadió Eric.
– Joder, vaya mierda. – Me salió del alma. – Ahora no tengo, ni a Raúl, ni a
Ruth. Joder.
Me levanté agobiada, no sabía qué hacer.
– Eh… – Aria se acercó a mí para abrazarme; dejé que lo hiciese, noté
cómo se le erizó la piel. – Tranquila… – Susurró en mi oído, lo que hizo
que me estremeciera.
Me separé de ella, estaba colorada como un tomate y con la respiración un
poco agitada. La miré extrañada.
– ¿Estás bien? – Confirmó con la cabeza, llevándose las manos a los
bolsillos traseros del pantalón y mirándome. – ¿Segura?
– No… Es que… – Me miró de arriba abajo. Ahí lo capté.
– Vale… – Sonreí levemente.
Eric se acercó a ella.
– ¿Y tu móvil? – Preguntó mirándole los bolsillos.
– Allí. – Señaló la hamaca.
– Mejor. – La levantó en peso, para llevarla hasta el borde de la piscina.
– No, no, Eric, no por favor, no me tires. – Le dio un ataque de risa de los
nervios. – Eric, por favor. – Reí ante aquello.
– Aria, necesitas refrescarte, no respires.
– No, Eric. – Pidió riendo aún.
– Que conste que te he avisado. – Le dijo mientras la lanzaba a la piscina.
Ella se sacudió un poco el agua de la cara y lo miró desafiante.
– Ya te vale; te juro que no te vuelvo a avisar para que te vengas.
– Vendré solo. – Respondió. Aria nadó hasta la escalera para salir.
– Eric… – Dije poniéndome en posición de placaje. Sólo le dio tiempo a
mirarme. – No respires.
– Ni se t… – Lo empujé al agua, pero lo hice con tanta fuerza que caí tras
él.
Nadé hasta las escaleras, donde estaba sentada Aria. Me miró.
– Si supieras cómo pesa ésto… – Susurró señalando su ropa. Reí.
– Túmbate ahí y sécate un poco. – Dije. Aria se echó a reír y salió del agua
para tumbarse en la hamaca, y yo salí tras ella y me senté en la otra.
Eric salió, se quitó la camiseta y se colocó bien el pelo. Si a Aria le
gustaban los chicos seguramente le gustaría él: estaba marcado y era guapo,
tenía barba de un par de días, y el pelo un poco largo, con un corte
moderno. Al hablar con él no parecía el típico modernito de turno, pero, en
apariencia lo era. Miré a Aria, y observé que ella lo estaba mirando salir del
agua. Sonreí tristemente.
Eric se sentó a mi lado, colocando la camiseta en el césped para que le diese
el sol.
– Bueno, ahora que tenemos todos la cabeza fría y los pies en la tierra… –
Comenzó a decir Eric. – ¿Qué plan tenemos?
– Os puedo dejar algo de ropa seca… – Les dije mirándolos y riéndome.
– Creo que tu ropa me vendría un poco pequeña… y demasiado femenina…
– Dijo riendo Eric.
– Te puedo dejar un bañador de mi padre, tonto. – Reí.
– Y a ti, el problema es que… mis bikinis te van a quedar un poco
pequeños… de pecho. – Le dije haciéndole un escáner completo.
– A ver, vivimos aquí al lado, podemos ir a cambiarnos en un momento… –
Dijo Aria.
– Yo estoy bien… – Eric se tiró en el césped.
– Como vosotros queráis…
– Bueno, yo si voy a ir un momento a mi casa a cambiarme. Ahora vengo,
no tardo…
Acompañé a Aria a la puerta y volví donde Eric aún estaba tumbado. Había
cogido mis gafas y se las había puesto.
– Ven, échate aquí, nos vamos a hacer una foto para el Insta… – Dijo
riendo.
– Esta juventud… os vais a quedar tontos con tantas redes sociales. Qué
postureo más malo llevas, eh… – Reí, tumbándome a su lado y poniendo
una cara rara para la foto. La miramos, y la verdad es que estaba graciosa.
– Mola… – Me dijo. – Por cierto… – Se había puesto bastante serio y me
miró fijamente a los ojos. – ¿Te gusta Aria? – Sonrió. – Es que…
– No me hables de gustos ahora por favor, esto de Cait me ha dejado fatal. –
Dije, él asintió comprensivo. – Aparte, Aria está loquísima con la tal Lara
esa. – Suspiré.
– Sí, bueno, pero…
– No te voy a mentir, anoche estuvimos hablando. – Sonreí. – Y mucho. –
Bajé la cabeza sin borrar una tonta sonrisa de mis labios, volví a levantarla
para mirarlo. – Incluso le insinué que me gustaba, es guapa, y tiene algo en
su personalidad que enamora…
– ¿Estás enamorada de ella? – Soltó.
– Hala. – Reí. – No.
– ¿Pero te gusta?
– ¿Quién? – Dije, despistada.
– Aria. – Sonrió.
– Supongo, me atrae, pero no. – Negué con la cabeza sonriendo. – Primero,
no merezco a una persona como Aria en mi vida, soy un caos y le voy a
hacer daño. – Dije, suspirando. – Y segundo, después de la conversación de
anoche al verla tan buaf esta mañana… – Sonreí. – La abracé. – Eric soltó
una leve sonrisa. – No, no sonrías. – Hice una mueca. – Ella pasó de mí, no
me respondió, se sonrojó, pero no me correspondió al abrazo. Yo a ella no
le gusto, lo tengo comprobado. – Resoplé. – Aparte, Lara y ella se han
besado y está loquísima con ella; no soy yo quién para meterme ahí, así que
por favor te pido que no le digas nada.
– Tranquila… Pero si anoche tonteasteis… Y hoy se ha besado con otra… –
Hizo una mueca riendo. – Te ha dado calabazas, la chica.
– Mirándolo así. – Dije soltando una breve risa nerviosa.
– ¿Nunca te han dado calabazas? A mí, muchas veces. Te acabas
acostumbrando. – Añadió.
– Pues tú eres guapo, como para que te rechacen.
– Es que en el fondo soy raro, y friki… En fin… Pero es que tú también
eres guapísima como para que te den calabazas, eso sí, lo tienes más difícil
porque como te gustan las chicas y hay chicas a la que no le gustan las
chicas… – Hizo una mueca.
– Sí, me han dado bastantes… Tú solo piensa que no es que seas raro, eso te
hace único, es tu esencia, y cada persona tiene una distinta, es lo que hace
que cada una sea cómo es, no hay dos personas iguales en el mundo.
– Bonita reflexión. – Sonrió. – La anoto para insta. Volviendo al tema
anterior, ¿qué sueles hacer cuando te dan calabazas? Despejarte, ¿no?
– Solía llamar a Ruth, mi ex. Echaba un polvo con ella y eso parece que me
relajaba de todo. – Se quedó boquiabierto.
– Eh… – Mudo. – Bueno, olvida a esa tal Ruth. – Sonrió. – ¿Aria no te
sirve? – Lo miré negando con la cabeza. – ¿Por qué?
– Porque… ella… nunca ha… y no soy yo quién para que su primera vez
sea así… – Aclaré sin decir nada en concreto. – Y aparte, que está
enamoradísima de Lara.
– Ah, que ella… – Señaló hacia la casa. – Uf…
– Pues esa es mi situación…
– Bueno, si quieres conmigo puedes hacer lo que qu… – Le metí un
puñetazo en el brazo. – Auch. – Echó a reír levemente. – Vale, lo pillo.
También puedo presentarte a alguna… – Acabó por añadir, esa respuesta
me gustó mas.
– Eh… Eso no sería mala idea.
– ¿De qué habláis? – Aria llegó.
– Le voy a presentar un par de chicas a est… – Volví a darle otro puñetazo.
– Tú, no sabes cuando tienes que quedarte callado, ¿no? – Este se encogió
de hombros.
– Yo que sé, como me has dicho que ella no porqu… – Volví a darle,
protestando. – Vale, no hablo más.
– ¿Eh? – Me interrogó Aria.
– Olvídalo, Aria. – Reí.
– Vale... Yo… yo me voy a ir… – Caminó hacia la casa.
– Eh… eh… – Me levanté y la cogí del brazo para detenerla.
– No. – Me dijo dando un tirón; la solté y me puse frente a ella.
– Aria... – conseguí pararla. – ¿Qué te pasa? – Me volvió la cara.
– Nada, solo deja que yo me vaya y ya... – Intentó volver a andar, pero se lo
impedí.
– No voy a dejar que te vayas... ¿Qué te pasa? – Insistí.
– Aria, que no estábamos hablando de nada raro, solo de que necesita un
polvo… – Dijo Eric.
– Vale… – Respondió Aria volviendo a intentar andar.
– Aria... – Volví a detenerla y la miré a los ojos. Ella me apartó la vista una
vez más, lo que me hizo quedar pensativa; Y si... ¿Y si realmente no
hubiera otra chica? ¿Y si le gustaba yo? ¿Y si toda la historia de que se
había besado con ella, sólo era para ver cómo me sentaba a mí? Preferí
borrar esa idea de mi cabeza justo en el momento que lo pensé. – Insisto...
¿Qué pasa?
– Nada... – Susurró.
– ¿Pero por qué te vas? – Pregunté. – No te vayas… – le supliqué mirándola
a los ojos. Y nuevamente tuve esa sensación, como si me taladraran, que
hizo que tuviera que apartar la vista. Hasta ese momento sólo me había
pasado eso con Cait… ¿por qué me tenía que pasar con ella también?
– No, me quedo…
Nos fuimos a las hamacas. No terminaba de comprender por qué se quería
ir, estuvimos un buen rato en silencio, y yo seguía dándole vueltas al asunto
del momento en que la miré a los ojos.
Tras mucho pensar en todo lo que había pasado, se me ocurrió algo.
Estuvimos tranquilamente toda la tarde, charlamos un poco de nada
relevante, hasta que el sol terminó de caer. Cuando decidieron que se
marchaban, le pedí a Eric que se quedase un rato, que tenía que hablar con
él. Aria se fue sin más.
– Si alguien te pregunta por algo sobre mí, tú di que sí. – Le dije sin venir a
cuento.
– ¿Qué? – preguntó extrañado. Lógicamente no entendía nada.
– Sólo te puedo decir eso: si Aria o alguien te llama preguntándote algo
acerca de mí, tú di que sí; simplemente eso.
– No entiendo…
– ¿Tú te acuestas muy pronto? – Él negó con la cabeza. – Bueno, pues esta
noche te llamo y te aclaro. – Le expliqué. Él se limitó a asentir levemente.
– Miedo me das… – Sonrió.
Finalmente quedamos en que volvería mañana para otro chapuzón en la
piscina, solo que esta vez con menos ropa, y que llamaríamos a Aria para
que también se viniese.
Y nuevamente la rutina de ayer: cené, me duché y me encerré en la
habitación, esperando una llamada. Como no la recibía, decidí llamarla yo.
Descolgó al primer tono.
– ¿Sí? – Preguntó. Supuse que lo había cogido tan rápido porque ni siquiera
miró quién era.
– Soy yo… – Anuncié.
– Luna… – Dijo nuevamente con desgana, lo que ya me estaba poniendo
nerviosa.
– Ya he hablado con Aria.
– Mejor…
– Podrías habérmelo dicho tú… ¿no? Tenías que meterla a ella… – Me
quejé.
– Lo siento, Luna… – Se disculpó. Estaba muy rara. –… Espero no haber
causado problemas entre vosotras…
– ¿Problemas, por qué? – Me extrañé.
– No, no sé... Como sé que te gusta y eso... – Dijo.
– ¡No! Aria no me gusta, pero… – Hice una pausa, un largo silencio.
– ¿Qué pasa Luna? – Apremió.
– Eric me ha presentado a una chica... – Dije sonriendo. Obviamente era
mentira.
– Venga ya, Luna… – Noté que lo decía con pasotismo.
– En serio… Nos hemos acostado. – Suspiré. – Hace nada que se fue de
casa, es tan... – Resoplé. – Y está buenísima.
– ¿Tú acostándote con alguien que no conoces? ¿Y Aria?
– De verdad… – Insistí. – No me gusta Aria, ni yo a ella. Además se ha
besado con su amiguita esa. – Esto último lo dije con mala gana. Cait me
colgó. – Esta chica es tonta… – Dije para mí.
Marqué el número de Eric.
– ¿Luna?
– Sí, escúchame: si te llaman Aria o Cait (lo que ya no me extrañaría), tú di
que sí, que me has presentado a una chica.
– ¿Qué dices Luna? – Dijo echando a reír.
– Tú solo di que sí, por favor.
– Vale, vale, pero… Pensaba que te gustaba Aria...
– Sí, pero de momento quiero recuperar a mi amiga. Lo demás es
irrelevante.
– Bueno, vale, como quieras… – Me dijo riendo.
– Eric, que es qu… – En ese momento, mi madre entró en la habitación. –
Un momento Eric, hijo. ¿Qué haces aquí mamá? – Le pregunté en tono
seco.
– Ten, es Cait. – Me dio el teléfono fijo. – Mañana, que no se te olvide
bajarlo, que se queda sin batería.
– Sí, mañana lo bajo.
Mi madre se marchó sin decir nada más, y cerrando la puerta tras de sí.
– Eric, te llamo ahora y te cuento qué tal en la cama, que tengo a Cait por
otro lado, ¿Vale?
– Vale, ya me cuentas – Me dijo en un susurro.
– Sí… – Dije riendo. – Una fiera. Bueno, luego te cuento.
– Bueno, ya que estás podrías darme detalles de ese falso polvo, ¿No? –
Dijo riendo.
– No te voy a dar detalles de nada, guarro. – Dije riendo.
– Bueno, yo lo he intentado... – Alegó. – Ya hablamos anda.
– Sí, tú dile eso a ella. Adiós, hasta mañana. – Me despedí.
– Si me llama alguna se lo diré, aunque, lo mismo te metes en un lío. – Me
dijo él riendo. Sin más, le colgué el teléfono.
– ¿Qué quieres, Cait? – Le dije.
– Puedes dejar de comportarte como una gilipollas. – La noté enfadada.
– No me estoy comportando como una… – Cait me interrumpió
– No, que va; sí, te estás comportando como una imbécil, Luna. No sé, ata
cabos... ¿Y si le gustas? ¿Y si no existe esa otra chica? – Mi cabeza procesó
esas palabras, ya que yo misma había pensado eso mismo, pero… ¿Y si
quería hablar conmigo para decírmelo? ¿Y si la cagué contándole lo de
Cait? – ¿Luna?
– Dime… – Le pedí.
– Que se le notó desde que te vio, se ponía nerviosa al hablarte, ¿y qué me
dices de esa miradita de tonta que se le pone cada vez que te mira? Aunque
claro, no la habrás podido ver, porque le cuesta la vida sostenerte la mirada.
Mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo, me iba a explotar. Resoplé
levantándome de la cama y me asomé a la ventana. La casa de Aria estaba
toda apagada. Quería verla, necesitaba verla, quería hablar con ella.
– Un momento Cait, ahora vuelvo.
Me puse unos pantalones, bajé las escaleras a toda prisa y abrí la puerta con
la intención de salir.
– ¡Eh! ¿Dónde vas, Luna? – Me preguntó mi madre.
– Eh… A… lo de la vecina… – Me miró con mala cara. – Tengo que hablar
con ella un segundo.
– Ve, ve… – Me dijo riendo. – No quiero saber nada de lo que pueda
arrepentirme de haberme enterado.
– No tardo. – Dije.
– ¡Coge las llaves! – Me gritó. Volví a entrar, las cogí y crucé la calle a toda
prisa.
Saqué el móvil del bolsillo y le mandé un WhatsApp.
YO: “Sal a tu puerta…” “Necesito hablar contigo.” “Por favor”
Insistí porque observé que estaba en línea y no me contestaba. Volví a verla
en línea, y nuevamente no. Me estaba poniendo nerviosa.
Me giré para marcharme, cuando escuché abrir la puerta.
– ¿Qué pa…?
Agarré su cara y la besé. Sí, la besé, junté mis labios con los de ella; se
quedó de piedra. Sentí que se paró el mundo, que el tiempo se acababa de
congelar. Me separé de ella poco a poco, pero ella agarró mi cara
rápidamente para volver a juntar nuestros labios. Me separé un poco, lo
suficiente para notar su agitada y nerviosa respiración, entreabrí un poco la
boca y la acerqué a la de ella. Mi lengua se encontró con la suya y,
tímidamente comenzaron a conocerse. La sensación me estaba matando
lentamente, me estaba derritiendo… me encantaba sentir su boca, su
respiración, su aliento, noté que estaba muy pero que muy nerviosa. Y
entonces nos separamos, ella suspiró aún con los ojos cerrados.
– ¿Qué acabas de hacer? – Preguntó mordiéndose el labio.
– Besarte... – Susurré, dejando mi frente contra la suya. Ella volvió a
resoplar. – Lo siento por besarte. – Me disculpé. – Quería hablar contigo y
es lo que me ha salido.
– ¿Lo– lo sientes de verdad? – Preguntó bajando la cabeza.
– Pues... – Dudé por un momento. – Sentirlo lo que es sentirlo… no lo
siento. Pero si te ha molestado, lo lamento.
– No me ha molestado… – Susurró acercándose a mí todo lo que pudo,
levantó la cabeza y me besó, me cortó el suspiro y me llevó a otro mundo,
un suave, corto, pero intenso beso, y acto seguido me abrazó. –… Estás
muy loca… – Murmuró.
– Gracias por no apartarte. – Dije mientras le devolvía el abrazo.
– ¿Cómo iba a hacerlo? – No me soltó. – Has dicho que querías hablar
conmigo, ¿de qué?
– ¿Qué pasa con…? – Tragué saliva al tiempo que soltaba el aire; casi me
ahogo. – ¿... con Lara?
– N–no existe. – Consiguió decir. Inspiré y la abracé fuertemente. – Lara no
existe, tan solo existes tú...
– Y todo lo que me has contado de ella y... – Resoplé. – Joder... – Sonreí. –
Siento no haberme dado cuenta antes.
– No, si... basta con que te hayas dado cuenta. – Susurró sonriendo.
– Cait me ha ayudado un poco a abrir los ojos, parece que no quería darme
cuenta. – Solté Ella se separó un poco y bajó la cabeza.
– Voy a tener que darle las gracias, ha sido... – Resopló.
– Precioso... – Sonreí levantándole la cabeza con mi mano para que me
mirase a los ojos. Ella los cerró comenzando a acercarse a mí nuevamente,
y, mientras acariciaba su cara, volví a besarla; nuestras lenguas no querían
volver a separarse, pero, lentamente me aparté de ella. Volvió a suspirar.
– Besas de escándalo... – Me abrazó. Sonreí.
– Y tú... – Susurré. – No sé, ese miedo que tenías de donde lo sacas, me
encanta como besas, aunque, creo que tengo que volver a casa… – Me
lamenté.
– Sí, claro… – Me soltó. – Me quedaría horas abrazada a ti… – dijo
bajando la cabeza. Observé cómo se sonrojaba, le dio vergüenza. Le sonreí
para tranquilizarla, pero su reacción hizo que me pusiese colorada también.
– Vente mañana a la piscina. – Le pedí. Ella asintió. – Tráete ropa de baño,
más cómoda… – Reí. Ella confirmó con la cabeza. – Hasta mañana.
– Hasta mañana… – Sonrió. Me acerqué a ella, le di un fugaz beso en los
labios y corrí hacia mi casa, entré, cerré la puerta sin hacer ruido y me
asomé a la mirilla. Cuando comprobé que había entrado, volví a abrir la
puerta.
– ¿Dónde vas ahora? – Era mi madre, que me dio un susto de muerte.
– A lo de Eric. – Me miró extrañada. – Qué…
– Hija… ve… Ten cuidado.
– Sí, vive ahí, en la casa de la esquina. – Expliqué.
Salí de la casa, miré hacia la de Aria, y estaba todo apagado. Pensé que con
razón tenía aspecto de que la había despertado; puñetera Cait.
YO: “Peter sal” “Venga Spiderman” “Sal a tu puerta” “Estoy aquí”
– Voy, voy… – Susurró abriendo. – ¿Qué pasa? – Estaba sin camiseta. –
Entra.
– Anda que cualquiera que te vea, qué pelos. Péinate.
– Estaba acostado, Luna, ¿para qué me voy a peinar?
– ¿No están tus padres? – Negó con la cabeza.
– Vivo solo. – Me extrañé.
– ¿Qué edad tienes?
– Veintisiete.
– Joder, pareces más joven. – Le dije alucinada. – ¿Trabajas?
– Sí, bueno, a tiempo parcial… Era la casa de mis padres, se fueron y ahora
sólo me tengo que mantener aquí…
– Debí llamarte Batman. – Me quejé. Me invitó a sentarme en el sofá.
– ¿Qué pasa? Porque algo tiene que pasar para que estés aquí. – Sasha se
acercó a nosotros y comenzó a olerme; la saludé.
– Me he besado con Aria. – Solté.
– Anda… ¿Y eso? ¿Cómo ha pasado? – Me miró extrañado.
– Pues después de colgar contigo, Cait me dijo que quizás la tal Lara esa no
existía; que quizás la que le gustaba era yo. Me fui a su casa para hablar con
ella, y lo que me salió fue besarla.
– Pero… ¿Te ha correspondido?
– Sí, me siguió el beso. Nos seguimos besando y hablamos, me contó que
efectivamente Lara no existía, me dijo que sólo existía yo.
– Te gusta Aria... – Dijo. Confirmé moviendo afirmativamente la cabeza.
– Mucho... – Balbuceé. – Pero Cait...
– Cait fuera... – Soltó. – Dale la bienvenida a Aria a tu vida. – Sonrió.
– Sí... – Susurré. – Bueno, te dejo dormir, voy a irme a casa.
– Si quieres puedes quedarte, tengo una habitación libre.
– No hace falta… – Le sonreí. –… Estoy aquí al lado.
Nos levantamos, se quedó en la puerta hasta que me vio entrar en casa.
Resoplé una vez dentro.
– ¿Y bien? – Me dijo mi madre. – ¿Alguna excursión más esta noche?
– No, por hoy ya basta.
– ¿Todo arreglado?
– Sí, más o menos…
– No te estarás liando con ese chico, ¿no? – Reí. – No te líes con tu
sexualidad, que me lías y para qué queremos más.
– No, mamá, es un amigo.
– Más te vale… Me gusta Cait para ti.
– ¡Mamá! – Me quejé. – A Cait le gustan los chicos.
– Creí que vosotras… – Negué con la cabeza. – Ah… Bueno, acuéstate ya
anda.
Subí a mi habitación, y llamé a Cait.
– ¿Qué? – Protestó.
– Tenías razón… – Dije
– Te has ligado a la vecina... Ten cuidado que no ha hecho nada en su vida,
ve con pies de plomo... – Comenzó a reír. – Lo mismo te tiene a dos velas y
de calentón en calentón más de un año. – Dijo sin poder parar de reír.
– Cait, por favor... – Me estaba empezando a molestar.
– Vale, ya... – Dijo parando.
– ¿Qué has hecho hoy? Aparte de pasar de mí todo el día…
– Lo siento, Luna, pero…
– Ya, déjalo ya…
– Lo siento, de verdad… – Se disculpó. Resoplé en señal de hartazgo. – …
Pues nada, he estado todo el día en casa muerta del asco, viendo una serie.
– ¿Y Marcos?
– ¿Marcos? No me hables del tonto ese…
– ¿Qué ha pasado? – Me alarmé.
– Otra vez se ha plantado aquí.
– ¿Y…?
– Nada, otra vez lo he echado, es muy pesado… – Resopló.
– Pasa de él.
– Sí… Por cierto, ¿has hablado con Raúl? – Me preguntó. ¡Cierto, Raúl! La
verdad es que soy una persona que, si no me llaman, no llamo; a no ser que
sea Cait. Y, ciertamente, me había olvidado de él con todo este meneo.
– No, ¿por qué? – Pregunté extrañada. Se me hizo raro que me preguntara.
– Se ha peleado con Marcos y con Ruth.
– ¿Y eso?
– Ellos se han hecho muy “amiguitos” y tú no sabes tu farmacéutica, la que
ha liado… – Me reveló.
Cierto, tampoco me había llamado, y eso que dijo que lo haría.
– ¿Por qué?
– Según parece, fue a tu casa, se encontró con Ruth… En fin… Ruth la
puso fina por acostarse contigo, y la puso al día de dónde estabas. Le pidió
tu número porque había perdido el móvil o algo así, y Ruth (cómo no), le
tiró los tejos, según me ha contado Raúl. En fin, que se han estado
acostando…
– Qué raro… – Dije irónicamente.
– Y tu tarde, ¿qué tal?
– Bien, hemos estado los tres aquí, en la piscina charlando y eso… Han
acabado Eric y Aria en la piscina con toda la ropa puesta. – Reí.
– ¿Y el diario?
– Eh… Lo he dejado… – Mentí.
– Luna… con lo bien que estaba… ¿Cómo no vas a escribir tu día de hoy
con lo movidito que te lo he puesto?
– Cállate… Cállate… – Advertí con tono de amenaza. – Bueno, creo que
voy a ir a dormir.
– Sí, yo también… Buenas noches, Luna.
– Buenas noches, Cait. – Colgué.
Suspiré, dejando el móvil sobre mi pecho. Al poco, noté que vibraba;
extrañada, ya que no esperaba nada de nadie, lo cogí para mirarlo, mientras
me acurrucaba en la cama. Sonreí al ver que era Aria.
ARIA: “Hola” – Seguido de una carita colorada.
YO: “Hola guapa” – Seguido de otra carita colorada.
ARIA: “Qué tal?”
YO: “Me has hablado para preguntarme ¿qué tal?” “Es tarde” “Creí que
estarías dormida”
ARIA: “No puedo dormir…”
YO: “Y eso?” “Te pasa algo preciosa?”
ARIA: Carita colorada.
YO: “Venga” “Dime” – Seguido de una carita sonriendo.
ARIA: “Me has besado…” “No puedo dormir” “No puedo quitármelo de
la cabeza” “Uff…”
YO: “Para bien o para mal?” “Tengo que asustarme o alegrarme de que
no puedas dormir ni quitártelo de la cabeza?”
ARIA: “Tú que preferirías de las dos cosas?”
YO: “A mí me gustaría que quisieras otro” – Seguido de varios iconos
colorados.
ARIA: “Es que yo no quiero otro” “…”
YO: “Ah…” “Bueno” “No pasa nada” “Lo siento”
ARIA: “Quiero muchísimos más…” “…” – Seguido de, no sé, unas veinte
caritas coloradas.
YO: “Te daré todos los que quieras” – Le respondí con otra carita
colorada y un corazón.
ARIA: “Entonces no te ibas a separar nunca de mí” – Y nuevamente otra
carita colorada.
YO: “Quién ha dicho que quiera hacerlo?”
ARIA: Alguna que otra carita colorada. Las iba a gastar.
YO: “Por cierto” “No es por querer cambiarte de tema” “Es una duda que
tengo”
ARIA: “Sí” “Dime”
YO: “¿Por qué me dijiste que esta mañana te habías besado con otra
chica, si no lo habías hecho?” “Después de la conversación que tuvimos
anoche…”
ARIA: “Cierto” “Y tú ¿por qué te pusiste tan borde?” “Y tan colorada?”
YO: “He preguntado primera”
ARIA: “Yo segunda” “Respóndeme”
YO: “Tú primera”
ARIA: “No” – Seguido de una carita colorada.
YO: “Venga”
ARIA: “Dime”
YO: “Me puse un poco celosa” “Llamaste mi atención desde el primer
momento en que te vi y…”
ARIA: Icono carita colorada.
YO: “De alguna manera sentía que quería gustarte” “Pero también sentía
que no te gustaba” “Aunque después de la conversación de anoche creí que
al menos te había llamado la atención” “Pero esta mañana, después de
verte, que te vi tan… buaf…” “Te abracé” “Y pasaste de mí…” “Entonces
pensé que realmente no te gustaba” “Era un lío todo” “Por eso he estado
un poco borde”
ARIA: “Anoche, con quien estaba hablando era con Andrea” “Una
amiga” “Y ella me aconsejó que te pusiera celosa” “Porque mientras
estábamos hablando le estaba contando nuestra conversación y ella me
dijo que te estabas poniendo celosa” “Y pensaba que debía seguir así para
llamar tu atención…” “Ella me estaba guiando un poco en cómo debía
hacerlo todo…” “Pero admito que lo del beso de esta mañana sobraba” “Y
sobre todo después de ver el abrazo que me diste”
YO: “¿Por qué no me devolviste ese abrazo?”
ARIA: “Porque me da vergüenza…” “Yo es que te he visto demasiado para
mí” “Además” “Todo lo que ha pasado entre tú y Cait me echaba para
atrás” “Y todo lo que he notado que sientes por ella…”
YO: “Ya, bueno…” “Cait y yo no tenemos nada”
ARIA: “Ya…” “Pero sé que sientes cosas” “Y me has besado” “Y no me
gustaría crearme ningún tipo de esperanza ni nada” “Porque…” “Joder”
“Eres una chica impresionante” “Una chica que puede tener a cualquier
persona a su lado” “Y sé de sobra que no tienes por qué conformarte
conmigo”
YO: “Tú no te has mirado al espejo últimamente, no?” “Eres guapísima
Aria”
ARIA: “Sientes cosas por Cait” “No quiero juegos”
YO: “Créeme que hacerte daño es lo último que querría” “Y que si no
sintiera algo por ti” “Si no me gustaras” “No te habría besado” “Porque
también te considero una amiga” “Una buena amiga” “Y…” “No me
gustaría perderte”
ARIA: “Joder” “Es que…”
YO: “Qué pasa?”
ARIA: “Que me he besado contigo Luna” “Que no me lo creo” “Que estoy
en una nube” “Que ha sido...” “Buah…” “Joder” “Una sensación tan…”
“¿Bonita?” “No sé” “Es indescriptible” “Sentir tus labios” “Tan
carnosos” “Tan uf…” “Me encantan” “En serio, tienes una cara…”
YO: “Al final me vas a sacar los colores tú a mí” “No sigas que si no
empiezo yo a hablar de la tuya”
ARIA: “Qué le pasa a mi cara?”
YO: “Que es preciosa” “Tienes unos ojos…” “Unos mofletes” “Y tus
labios…” “Tus labios son perfectos” “Dan ganas de morderlos siempre”
“Puedo?”
ARIA: “¿Morder mis labios?”
YO: “Sí” – Seguido de una carita colorada.
ARIA: “Claro” – Puso unas cuatro o cinco caritas coloradas. – “Cuando
quieras” – Otra tanda más.
YO: “Quiero ya”
ARIA: “¿Como ya?” “¿Ahora?”
YO: “Sí” “Ya” “Ahora”
ARIA: “¿No estás acostada?”
YO: “Sí” “Pero me levanto”
ARIA: Carita colorada.
YO: “¿Vienes o voy?”
ARIA: “No sé…” “¿Qué prefieres?”
YO: “Lo que tú prefieras…” “Mi madre está en el salón” “Nos podemos
subir a mi habitación” “Ella no me va a decir nada porque te vengas”
ARIA: “Mejor ven tú a la mía” “No me gusta la idea de que tu madre me
vea en pijama entrando a su casa…” “Jajaja”
YO: “Como prefieras” “Si vas a estar más cómoda”
ARIA: “Sí” “Sí” “Por cierto”
YO: “Dime”
ARIA: “Estás tardando, eh…” – Seguido de una carita colorada.
YO: “Voy” – Otra carita colorada.
Me levanté a toda prisa y bajé. Al abrir la puerta escuché a mi madre
acercarse a mí.
– ¿Y ahora? – preguntó mi madre, la miré sonriendo.
– Voy a lo de Aria un rato, ahora vuelvo.
– ¿En pijama? – Me preguntó extrañada.
– Eh… – Dudé, mirándome de arriba abajo. – Sí mamá, solo voy ahí
enfrente un rato.
– Bueno… – Suspiró. – Yo voy ya a la cama, coge las llaves. – Dijo,
señalando hacia mis llaves, mientras subía las escaleras.
– Sí, sí… – Las cogí y salí cerrando la puerta. Aria me abrió la suya justo al
cerrar la mía; seguro que estaba esperando escucharla.
Crucé la calle dando una pequeña carrera.
– Pasa… – Me dijo muy cortada: estaba como un tomate. Sonreí al verla,
pasé lentamente cerrando la puerta tras de mí. – Eh… – Se quedó ahí, la
miré, y ella bajó la cabeza.
Observé que llevaba un pijama de Superman puesto.
– Está chulo, eh… – Sonreí. Ella me miró extrañada. – El pijama. – Le
señalé la S del pecho, la camiseta le quedaba muy grande, tanto que por un
momento dudé si llevaba pantalones puestos. El hecho de que me abriese
así la puerta, fue algo de primeras impactante, la verdad.
– Sí… – Susurró muy bajo. – Superman… – Sonrió y me miró de arriba
abajo. – Tú… Eh… – Dudó. – Parece que no llevas pantalones. – Bajó la
cabeza, poniéndose colorada.
– Es que duermo sin ellos. – Me miró de golpe para volver a bajar la cabeza
mientras se encendía aún más. – Pero que los llevo puestos. – Reí. – No voy
a salir a la calle y venir aquí sin pantalones. – Añadí.
– ¿Subimos a mi habitación o te vienes al salón? – Preguntó. ¡Por fin! Sí,
aún no nos habíamos movido de la puerta.
– Como quieras. – Dije, impaciente.
– Aquí mismo, vente… – Dijo colocándose bien el pelo mientras entraba al
salón. Me quedé embobada mirando sus piernas; al girarse me miró y le
aparté la vista corriendo. Se dio cuenta, seguro. – Siéntate… – Me dijo
ruborizada, mientras señalaba al sofá. – ¿Quieres un refresco? ¿Agua?
¿Algo?
– No, gracias. – Dije por cortesía.
– Sí, venga… – Me sonrió. – ¿Un refresco? – Le devolví la sonrisa. – Lo
tomaré como un sí. – Dijo saliendo del salón. Reí un poco por lo bajo y cogí
aire; me tenía atacada. – Aquí tienes. – Me dijo unos minutos después,
mientras me tendía un vaso con un poco de refresco.
– Gracias. – Sonreí. La miré; se había quedado de pie frente a mí. – Eh… –
Dudé mirando el sofá. – Sé que es tu casa, tu salón y tu sofá, pero… – Dije
con sorna. – Siéntate, prometo no morder, al menos aún. – Esto último lo
dije en un tono casi imperceptible. Ella se sonrojó y negó con la cabeza.
– No, es que… – Suspiró. – Desde aquí te veo mejor.
– ¿Eh? – Reí.
– Si me siento, no puedo verte bien, de frente mejor. – Dijo, lo cual me dejó
un poco descolocada.
– Si te sientes incómoda me voy, eh… – Dije. Ciertamente me sentía un
poco tensa.
– ¿Qué? No… No, no… – Se puso más nerviosa. – No te vayas… –
Resopló moviéndose. – Estás, eh… – Dudó. – Yo sólo, es que… – Me
levanté y le acaricié el brazo para que se calmase.
– Eh… Tranquila. – Dije mirándola a los ojos. Ella me apartó la vista.
– No hagas eso… – Me pidió en tono de súplica.
– ¿El qué? – Me extrañé.
– Mirarme tan… – Resopló. – Tan cerca…
– Vale. – Sonreí mientras me alejaba un poco. – Pero tú sólo tranquila,
¿vale? – Ella asintió.
– ¿Me das un abrazo? – Preguntó cómo pudo.
– Claro… – Sonreí quitándole el vaso de la mano, para soltarlo junto al mío
sobre la mesa.
La abracé, y ella me respondió mientras soltaba un gran suspiro.
– Mejor así… – Noté su respiración agitada.
– Estabas demasiado tensa, tonta. – Sonreí abrazándola más fuerte.
– ¿Podrías darme un abrazo todos los días? – Dijo echando su cabeza contra
mi hombro. Cerré los ojos y asentí. – Se siente tan bien…
– Yo te doy todos los abrazos que quieras. – Dije. Ella sonrió aliviada.
Estuvimos un buen rato allí, en mitad del salón abrazadas. Le di un suave
beso en la cara. Ella hizo por mirarme, y le planté uno muy leve en los
labios.
– Lo siento… – Susurró. – No es algo a lo que esté acostumbrada y… –
Bajó la cabeza avergonzada.
– No te preocupes. – Sonreí. – Si no estás cómoda, me voy a casa y ya
mañana nos vemos.
– ¿Te quieres ir? – Preguntó mirándome fijamente a los ojos, aunque justo a
continuación tuvo que apartar la mirada.
– Yo no, ¿tú quieres que lo haga? – Ella negó con la cabeza. Le sonreí con
dulzura y volví a abrazarla. – ¿Puedo besarte?
– S–si… – Susurró.
Agarré su cara suavemente para levantarla y la besé, entreabrí mi boca y
ella me siguió, hasta que nuestras lenguas volvieron a encontrarse. Sentí
cómo sus manos rodeaban mi cintura, pasé las mías tras su cuello sin dejar
de besarla; me sentía tan bien, tan uf… es algo que no se puede describir.
Lo cierto es que besa de escándalo; no quería separarme de ella, y creo que
ella tampoco de mí, ya que estuvimos un buen rato allí sumidas en ese
profundo e intenso beso, hasta que decidí morder su labio inferior, suave y
muy levemente. Ella se separó poco a poco al notarlo, y resopló, yo resoplé
también y luego sonreí.
– Me encantan tus besos, me encantan tus labios… – admití mirándola a los
ojos.
– No hagas eso. – Dijo bajando la cabeza mientras me abrazaba, quizá para
que no viese que volvía a ruborizarse.
– Pero, ¿que no haga el qué ahora? – Reí.
– Enamorarme así, que me estás volviendo loca. – Me dejó de piedra, y
respondí al abrazo sin saber que decir. – ¿Qué sientes cuando me besas?
– Uf… – Exhalé, riendo un poco.
– ¿Puedo seguir besándote? – Preguntó, sonreí asintiendo.
– Claro, eso no tienes que preguntarlo, simplemente hazlo.
– Vale…– Bajó la cabeza, un poco colorada, y comenzó a besarme. Me
movió un poco para acabar sentándome en el sofá y ella sobre mí. Sí, mal
asunto, muy mal asunto… Más aún por lo que acabó provocando en mí. Me
excitó muchísimo sentirla encima mío, aunque creo que ella no era muy
consciente de lo que me estaba provocando; es más, creo que no era
consciente ni de lo que se estaba provocando a sí misma. Me da que se le
fue un poco de las manos.
Mientras nos besábamos sobre el sofá, acaricié su espalda sobre la camiseta
y bajé lentamente hasta su culo, que terminé agarrando. Lo tenía muy bien
puesto, me gustaba, me gusta su culo, se lo volveré a coger, sí, seguro. La
levanté en peso para sentarla en el sofá y sentarme sobre ella, sin dejar de
besarla. Finalmente agarré sus manos y entrelacé mis dedos con los suyos.
Dejé momentáneamente de lado sus labios, para bajar por su cuello y
besarlo. Resopló un poco, solté sus manos, agarré su cintura para pegarla a
mí, volví a su boca y la besé con un poco de más pasión. Me tenía muy
acelerada, tanto que decidí parar antes de que la situación se me fuese de las
manos…
– Aria… – Susurré. Vi que tenía los ojos cerrados, sonrió y bajó la cabeza.
– Ya…
– ¿Por qué? Un poco más… – Pidió acercando sus labios a los míos, ¿Cómo
iba a negarme a ello? Volvimos a besarnos un buen rato, pero dejé mis
manos quietas. Su móvil comenzó a sonar, ella se sobresaltó, y yo también.
Me aparté de encima de ella y se levantó protestando mientras lo buscaba. –
¿Sí? – Respondió al encontrarlo. – Sí, sí, estoy bien, sí, vale mamá, hasta
ahora, adiós, sí, adiós. – Resopló sentándose en el sofá.
– ¿Dónde…? – pregunté exaltada. – ¿Dónde está tu madre?
– Con mi padre. – Soltó, me extrañé más aún, ¿estábamos solas?
– ¿Y tu padre está…? – Pregunté.
– En su restaurante. – Respondió en tono cansino. – Mi madre a veces se va
allí con él hasta que cierra. – Explicó.
– O sea… – Me quedé un segundo pensativa. Ella me miró tratando de
adivinar mis pensamientos. – ¿Estamos solas en la casa?
– Sí… – Asintió levemente.
– Vale… – respire aliviada.
– Pero vienen ya, eh… – Aseveró. – O nos subimos a la habitación o…
– No, no… – Me puse nerviosa. – Yo voy ya a casa, estoy cansada y… –
Ella me miró con cara de pena. Le dije sonriendo: – No me mires así
tonta… – La besé suavemente, y al separarme acaricié su cara. – Creo que
necesito un poco de agua en la cara y dormir.
– ¿No puedes quedarte un poco más? – Preguntó. Y no, querido diario, no
iba con ninguna segunda intención; sé que su idea sólo era que
estuviésemos besándonos, así, sin más.
– Es que… – Suspiré. – Van a venir tus padres, mírame. – Dije
señalándome. – Estoy prácticamente sin ropa.
– Estás en pijama. – Susurró sonrojándose. – Se nota todo… – Me puse
colorada y sonreí.
– Tengo que ir a casa. – Dije.
– Quédate un poco más… – Insistió. – ¿Te gusta la Play? ¿Echamos una
partida?
– Aria… – Sonreí.
– Es que no quiero que te vayas… – Pidió abrazándome. – Siento que me
voy a dormir, me voy a despertar y ya mañana no vas a estar así conmigo,
déjame disfrutarte un poco más.
– ¿Qué dices tonta? – Reí.
– Porfa… – Insistió dándome un suave beso en los labios.
– ¿Qué juegos tienes? – Sonreí. Ella agarró mi mano y tiró de mí hasta el
piso de arriba, donde, me metió en su habitación, grande, bastante,
demasiado, era alucinante, las paredes eran blancas y en la que estaba
apoyada la cama tenía un gran dibujo, de los trajes de varios superhéroes,
colgados, estaba bastante logrado. Ella agarró mi mano y tiró de mí hasta el
piso de arriba, y me metió en su habitación. Era grande, bastante,
demasiado, era alucinante, las paredes eran blancas y en la que estaba
apoyada la cama tenía colgado un gran dibujo, de los trajes de varios
superhéroes; estaba bastante logrado. – ¿Lo has hecho tú? – Pregunté
mirando el dibujo.
– Sí, me gusta dibujar… – Me respondió bajando la cabeza.
La cama tenía puesta una colcha azul cielo, muy bien estirada y cuidada.
Tenía dos vitrinas llenas de figuras de Batman, Superman, Capitán
América, Iron Man, Spiderman, Aquaman, varios X–men, en fin…
Muchos… También los villanos de estos, todos impolutos, estaba todo
superordenado. Había un ordenador grande y un par de estanterías con
comics y algún que otro libro; el cuarto era una pasada. Ella se acercó a la
Play, encendió una tele de unas treinta pulgadas que tenía encima de una
repisa, y me tendió un mando.
– ¿Prefieres un ataque a zombis en el Black ops o…? – Sonrió y se quedó
callada. – Te explico: Black op…
– Sí ya, Call of duty. – Sonreí. Se puso colorada, bajando la cabeza mientras
asentía.
– Si te van a gustar los videojuegos y todo, madre mía. – Resopló girándose
para ponerlo.
– No, a ver… – Reí un poco. – No es mi pasión, pero conozco varios.
Miré el mando: tenía adherido un vinilo de Capitán América.
– Capitán…
– Sí, ya… – Reí un poco. – Capitán América, está muy chulo.
– Sienta… – Me dijo mientras abría la cama. Me senté a su lado.
– A las cuatro me voy, eh… – La miré, ella miró el reloj del móvil, eran las
tres.
– Cinco. – Sonrió.
– Cuatro.
– Venga, ni para ti ni para mí, cuatro y media. – Me miró sonriendo.
– Venga, anda. – Reí. – Cuatro y media, pero con una condición.
– Vale, sí, la que sea, dime. – Sonrió mirándome.
– Que mañana estemos todo el día juntas.
– ¿Quieres estar todo el día conmigo? – Se sonrojó Yo le confirmé
moviendo la cabeza. – Si quieres, puedes quedarte a dormir.
– Aria… – Reí.
– Vale, sí, hasta las cinco. – Dijo riendo mientras miraba hacia la tele para
poner el videojuego en modo zombi.
– Cuatro y media. – Sentencié. Ella me dio un beso en la cara. – Vale, cinco.
– Reí.
– ¿Has jugado alguna vez? – Preguntó. Asentí. – ¿No te explico entonces?
– No, no, he jugado varias veces con Raúl, un amigo de Málaga. Vamos a
cargarnos zombis. – Reí.
Estuvimos un buen rato jugando. Sobre las cuatro y algo llegaron sus
padres, su madre tocó la puerta levemente.
– Aria… – La llamó.
– Dime, mamá. – Preguntó Aria. – Pasa.
– No, no, ven un segundo. – Pidió.
Aria salió.
– Dime… – Dijo Aria.
– ¿En serio hay una persona de carne y hueso ahí dentro contigo? –
preguntó su madre. Reí levemente.
– Sí, mamá, Luna, la vecina de enfrente. – Dijo orgullosa. – Estamos
matando unos cuantos zombis. – Fue a abrir la puerta, pero al parecer, la
madre la paró.
– Pero es tu amiga o… – Dudó. – ¿Algo más?
– Mi amiga, mamá. – Aria soltó una leve risa nerviosa.
– Claro… Esa cara no me convence, Aria. – Le respondió su madre.
– No mamá, de verdad, solo amigas.
– ¿Pero…? – Preguntó algo susurrando.
– Si… – respondió Aria. – Deja ya las preguntas y ve a dormir, mamá. – Se
quejó Aria riendo mientras entraba.
– ¿Pasa algo? ¿Molesto o…? – Dije. Aria negó con la cabeza, dejando de
reír mientras se sentaba a mi lado.
– No te preocupes, mi madre es muy cotilla. – Sonrió.
– No es cotilla, se preocupa por ti. – Le devolví la sonrisa.
– A la de tres, eh… – Me dijo mirando la televisión. – Dos a tu izquierda,
yo me cargo a la horda de mi lado.
– Van a ser muchos. – Me quejé.
– Que no venga, una, dos y tres.
Y seguimos jugando hasta cerca de las cinco y media de la mañana, que fue
cuando me di cuenta de la hora que era.
– Voy a tener que irme… – Dije tendiéndole el mando, ella asintió
apagando la Play.
– Bueno… ¿Nos vemos mañana entonces?
– Sí, claro… – Sonreí acercándome a ella para besarla. Tiró de mí haciendo
que no me separara de ella, me quiso recostar encima suyo, pero no, eso sí
que no, porque me iba a matar, vaya.
Estuvimos un buen rato besándonos, sentadas sobre la cama, hasta que sonó
su móvil; un WhatsApp, a las seis y cinco de la mañana.
– Aria… – Sonreí.
– Vale, sí. – Bajó la cabeza sonriendo. – Te dejo irte.
Cogió su móvil y lo miró, sonrió, respondió y lo dejó a un lado.
– ¿Qué persona se acuerda de ti a las seis de la mañana? – Sonreí
mirándola.
– ¿Eh? – Preguntó en tono de extrañeza. Miró el móvil y me sonrió. – Ah…
– Comenzó a reír. – Una amiga.
– Ajá. – Sonreí. – Amiga o… ¿Amiga?
– Sólo amiga, acaba de llegar de una fiesta en casa de su novio y ha llegado
un poco borracha. – Sonrió. – Aparte… – Comenzó a decir, acercándose a
mis labios. – Yo no tengo amigas con el tonito ese que tú me lo has dicho.
– Ah, ¿no? – Sonreí a un palmo de su cara. – ¿Y yo qué?
– Bueno, sí… – Se ruborizó y bajó la cabeza. – Hasta hace unas horas no
tenía ninguna.
– Pues ya tienes una. – Sonreí dándole un leve golpecito en el brazo.
– Pero… ¿Vamos a seguir besándonos? – Preguntó.
– Yo siento la necesidad de besarte en todo momento, Aria… – Susurré para
besarla seguidamente.
– Te pedí antes que no me dijeses esas cosas… – Resopló al separarse,
estaba muy colorada y ardiendo. – ¿Estás segura de que quieres seguir
besándome?
– No he estado más segura de nada nunca. – Sonreí. – ¿Y tú? ¿Tú quieres?
– Ella sonrió bajando la cabeza mientras asentía. – Pues ya está, mientras
las dos queramos… – Solté una leve risa nerviosa, y pensando que no me
gustaba la idea de que en algún momento dejase de querer. – Tengo que
irme… – Suspiré levantándome de mala gana.
– Te acompaño…
Sí, me acompañó a la puerta, le di un beso fuerte y sonreí para
seguidamente, sin decir absolutamente nada, correr hacia mi casa.
Subí a toda prisa y me tiré en la cama, mi móvil vibró. Lo miré expectante.
ARIA: “Buenas noches/día”
YO: “Jajajaja” “Ya mismo amanece” “Ve a dormir, anda”
ARIA: “Me ha encantado esta noche” “En serio” “Ha sido la mejor de mi
vida”
YO: “Y las que te quedan por pasar, preciosa” “Buenas noches”
“Descansa”
ARIA: “Buenas noches” – Seguido de un icono colorado.
YO: Le envié un corazón.
Me senté en la silla del ordenador, lo encendí y me puse a escribirte, para
acabar sobre las siete y pico de la mañana. Sí, todo muy bien, voy a ir a
dormir ya, ha sido todo muy… Buah.
Hasta mañana querido diario, hasta mañana.
CAPÍTULO 11
Martes, 12 de julio
Querido diario… No dejo de preguntarme “qué hago escribiéndote y
contándote todo esto”. Pero acto seguido me paro a pensar, y me doy cuenta
de que es un método bastante bueno de desahogo…
Anoche fue una noche muy larga, o quizá demasiado corta. Aria me sacó
por completo a Cait de la cabeza, y esta mañana, cuando desperté… un
sueño había vuelto a bajarme a mi realidad. Ha sido solo eso, un sueño,
pero es que se sentía tan real…
Soñé con Cait, con sus manos acariciando todo mi cuerpo, haciéndome el
amor… Pero desperté sofocada, excitada, y empapada en sudor; esto me
está matando, tengo que pararlo ya, sacarla de mi cabeza de una vez, porque
entre una cosa y otra me está destrozando. La verdad es que no es la
primera vez que tengo un sueño húmedo con ella; ya lo había tenido otras
veces, pero nunca llegábamos a nada importante. Esta vez sí, supongo que
porque ya me he acostado con ella. Sin duda, este ha sido con creces el peor
de todos.
Desperté un poco tarde, sobre las doce, y entre la comedura de cabeza del
sueño y las ganas que tenía de echar un polvo, no sabía ya dónde meterme;
es una lástima no tener a Ruth cerca cuando la necesito, porque otra cosa
no, pero follar, folla de escándalo, y no quiero ni pensar en la opción de que
sea Aria quien me alivie, NO.
Hice la cama, y a cada movimiento recordaba a Cait ahí, desnuda… esa
noche. Y… esa mañana… Demasiada larga la mañana. Acabé optando por
darme una ducha de agua fría; luego, caí en la cuenta de que podría
haberme tirado de cabeza a la piscina, pero bueno… Ya con el bikini puesto
me bajé y me eché a tomar un rato el sol. Cuando vine a darme cuenta, miré
dentro de la piscina, y había una colchoneta inflable enorme, con posavasos
y todo… Entré a la casa, y me topé con mi madre cocinando.
– ¿Qué es eso que hay en la piscina? – Pregunté.
– Una colchoneta inflable, ¿te gusta? – Me dijo. Me pareció tan obvia la
respuesta, que pensé que quizá no había hecho la pregunta correcta.
– Si… Eh… quiero decir, ¿qué hace ahí? ¿Cuándo la has comprado?
– Esta mañana. Pensé que como últimamente pasas mucho en la piscina, te
gustaría; así puedes simplemente dejarte caer al agua, cuando el sol te esté
pegando muy fuerte. – Sonrió.
– Pues mira, y encima para poner una cerveza… – Cogí una de la nevera y
me fui a estrenarla.
– Ten cuidado a ver si la vas a derramar en la piscina.
– Sí, mamá… – Resoplé.
Cogí mis gafas de sol, y las dejé en el borde de la piscina junto a la cerveza,
me di un chapuzón y me dispuse a subirme en esa colchoneta. Hice tres
intentos: los tres fallidos, volviendo a caer al agua. Sí, soy un poco patosa,
¿qué pasa?
Me salí para acercarla al borde, y allí sí que logré subirme, cogí la cerveza y
mis gafas, me acomodé el pelo y allí me quedé… Reí ante lo tonta que me
sentía, como viviendo en una película americana. Le di un sorbo a la
cerveza y dejé que el leve vaivén del agua me meciese por toda la piscina,
mientras tomaba el sol. Tengo que admitir que hasta di una cabezada.
– Qué chulada… – Dijo Eric, despertándome.
– ¡Hola! – Lo saludé mientras me incorporaba un poco.
– ¿Y Aria? ¿No ha venido? – Negué con la cabeza. – Hablé antes con ella y
quedamos en vernos aquí.
– Pues aquí no ha…
– Buenas… – Saludó Aria saliendo al patio; la saludé haciendo un gesto con
la mano (es que es guapísima, joder). Le sonreí tirando un poco de la
colchoneta para acercarme al filo.
– Ayuda… – Le pedí a Eric para que me sacase de allí encima. Me sacó de
la piscina de un tirón y miré a Aria. Ella bajó la cabeza sonrojándose y se
acercó a mí para abrazarme fuertemente. – Hola preciosa… – Le susurré
devolviéndole el abrazo. – ¿Has dormido bien? Tengo ganas de besarte… –
La noté asentir, estaba muerta de vergüenza. – Vale, ya paro. – Sonreí
separándome de ella, para echarme de nuevo sobre la colchoneta. – Si
queréis daros un chapuzón, aquí tenéis la piscina. – Reí señalando a mi
alrededor.
No se hicieron mucho de rogar; venían ya preparados, tal y como les dije,
se quitaron la ropa sobrante y se refrescaron. Como si de dos niños
pequeños maquinando un plan malvado se tratara, me arrojaron de la
colchoneta al unísono. Luego, Eric se subió desde el agua, –lo que yo aún
no había conseguido– y se tumbó sobre ella. Salí de la piscina haciéndole
un gesto con la cabeza a Aria.
– ¿Qué piensas de lo de anoche? – Pregunté. Tenía interés en sacarle el
tema.
Ella sonrió sentándose al borde de la piscina.
– No sé exactamente qué debo pensar de todo… – Se ruborizó, yo sonreí y
le aparté la mirada, asintiendo.
– Yo pienso que… – Me miró, y yo le devolví la mirada. –… Estuvo genial.
– Sonreí, y ella me regaló otra sonrisa. – Y… – Dudé. – Ha sido la mejor
noche de mi vida.
– Yo quiero que todas las noches sean iguales. – Bajó la cabeza
sonrojándose.
– Matamos muchos zombis. – Bromeé apartando la vista.
– Y nos besamos mucho. – Añadió.
– Sí, sin duda eso fue lo mejor de toda la noche.
– Me gusta mucho sentir tus besos, sentirte cerca. Me gusta mucho también
abrazarte. – Bajó la cabeza.
– Pues puedes besarme y abrazarme todas las veces que quieras, cuando
quieras. – Sonreí, y ella me abrazó levemente.
– Lo que sí… – Dijo separándose, colorada como un tomate. – Eché en falta
un beso antes de que te marcharas. – Suspiró. Sonreí bajando la cabeza,
para seguidamente mirarla a los ojos.
– Lo tendré en cuenta: a partir de ahora te daré todas las noches un beso de
buenas noches.
Aria se acercó a mí lentamente; yo me limité a apartarle el pelo de la cara
para rozar mis labios con los suyos.
– Coméis aquí, ¿no? – Preguntó mi madre sonriendo. Aria se separó
rápidamente de mí. Tuve que contener la risa. Eric la miró.
– No gracias, yo por lo menos ya vengo servido de casa. Pero muchas
gracias, de verdad.
– ¿Y tú, Aria? – Le preguntó. Ella negó con la cabeza y la agachó
avergonzada.
– Yo también he comido ya, soy de comer pronto. – Explicó. – Pero gracias
por la invitación.
– Bueno, pues quedaros a cenar, ¿vale? – Aria y Eric me miraron.
– Sí mamá, se quedarán. – Le dije.
–Vale, en un rato estará la comida, entra ¿vale?
– Sí, dame una voz y voy. – Asentí. – ¿Por dónde íbamos? – Pregunté
mirando a Aria. Su cara se iluminó mirando a la piscina, mientras movía los
pies dentro del agua.
– Ibas a besarme… – Dijo sin borrar la sonrisa de su cara. – Pero… –
Señaló hacia dentro de la casa con la cabeza.
– No te preocupes, solo es un beso, tonta. – Sonreí abrazándola. – ¿Puedo
besarte ahora? – Pregunté al separarme.
– Luna… – Dijo mirándome fijamente. La seriedad con la que me lo dijo no
me gustó mucho.
– ¿Qué pasa? – La miré por encima de las gafas.
– No quiero ser el clavo que saca otro clavo… – Susurró.
– No eres…
– Luna… – Me interrumpió. Asentí mientras mi móvil comenzó a estar
colapsado de mensajes; miré hacia la tumbona, que es donde lo había
dejado y me acerqué.
CAIT: “Luna” “Luna” Luna” “Luna” “Luna” “Luna” Luna” “Luna”
“Luna” “Luna” Luna” “Luna” “Luna” “Luna” Luna” “Luna” “Luna”
“Luna” Luna” “Luna” “Luna” “Luna” Luna” “Luna”
YO: “¿Queeeeeee?”
CAIT: “Hola” – Seguido de una carita sonriente. – “¿Te pasa algo?”
YO: “No, ¿por qué?”
CAIT: “Como no me has hablado esta mañana…” – Seguido de una carita
triste.
Me acerqué al borde de la piscina para volver al lado de Aria.
– Ten cuidado a ver si se te va a caer, o si a aquel le da por mojarnos. –
Miró a Eric, este respondió riendo.
– Déjate… – Rogué a Eric.
– ¿Nos hacemos algunas fotos? – Eric se incorporó de golpe. – Tengo que
actualizar mi Facebook. – Sonreí.
– Por mi, vale. – Dije.
– Venga. – Salió del agua a toda prisa y se sentó a nuestro lado. ¡Qué
impaciente! Es un chico que, según pude saber después, estaba demasiado
pegado al “qué dirán” de los demás y a sus redes sociales; no como yo, que
paso bastante de todo eso y del móvil.
Nos echamos en el césped y nos hicimos unas cuantas fotos, allí tirados. De
pronto, una ventanita de WhatsApp se abrió por encima de la pantalla de la
cámara. Como estábamos usando la cámara secundaria, pudimos ver que
era Cait. Me había olvidado de ella por completo… Eric que era el quien
estaba tirando las fotos, me dio el móvil. Aria me miró y suspiró. Me
levanté del suelo para sentarme en la hamaca, donde tenía un poco más de
intimidad.
CAIT: “¿Hola?”
YO: “Hola, hola, ja, ja, ja” “No te envié nada porque como ayer lo hice y
ni respondiste…”
CAIT: “Ya te pedí perdón…” “Estás ocupada, ¿no?”
YO: “Sí, un poco. Estoy con Eric y Aria aquí en la piscina, estábamos
haciéndonos fotos.”
¿Para qué mentirle? Somos amigas. Y ya de paso, le envié una foto de los
tres: se nos veía bien y contentos.
CAIT: “Qué bien te veo” – Carita feliz.
YO: “Sí je, je, je”
CAIT: “Bueno, te dejo disfrutar, háblame cuando quieras charlar un rato”
Estaba rara, pero era normal.
YO: “Vale” “Luego hablamos” “¡Un beso!” – Le mandé un par de iconos
de besos.
– ¿Estás bien? – Me preguntó Aria mientras salía del agua, asentí
sonriendo.
– Sí, es que me había hablado y he pasado de ella, se me pasó contestarle. –
Expliqué. Aria sonrió.
Me acerqué a ella, la agarré con fuerza y la empujé al agua. Ella tiró de mí,
por lo que caí también.
Estuvimos toda la tarde entre tontería y tontería. Cada vez me gustaba más
esa chica, pero ella no quería dar ningún paso por lo de Cait. Es verdad que
Cait es muy importante para mí, pero después de lo de ayer, me estoy dando
cuenta de que Aria se está convirtiendo en alguien quizá más importante.
Creo que lo que siento por ella se está convirtiendo en algo muy fuerte, me
gusta bastante, y deberíamos hablar seriamente las dos.
Llegó la noche, y mi madre volvió a preguntarnos si se quedarían a cenar.
Lo hicieron, y pasamos una velada muy tranquila. Un rato después de la
cena, Eric decidió marcharse para dejarnos a Aria y a mí a solas. Nos
sentamos las dos juntas en la misma hamaca mirando a nada en concreto.
– Está la noche muy bien… Muy… Bonita… – Dijo Aria mirando hacia el
cielo; se veían las estrellas.
– La verdad es que sí, está muy despejada y no hace ni frío ni calor… –
Susurré, pegándome a ella, noté cómo se puso nerviosa.
– Yo creo que me voy a ir marchando… – Dijo finalmente, bajando los pies
al suelo.
– No… – La paré. – Eh… podrías que… – Mi móvil comenzó a sonar, lo
miré y era Cait. Miré a Aria, y nuevamente al teléfono. – Un segundo. – Lo
cogí. – Cait, ahora mismo no puedo hablar.
– No, tranquila, yo me marcho… – Dijo Aria poniéndose de pie. La agarré
del brazo, haciendo que volviera a sentarse.
– Ah… Que estás ahí con Aria… – Sonó decepcionada. –… Bueno, ya…
hablamos. – Colgó. Miré a Aria, separándome el teléfono de la oreja, al
tiempo que colgaba.
– Ya está, no te vayas aún. – Le pedí. Ella sonrió bajando la cabeza.
– Vale…
Me eché en la hamaca, ella dudó… le hice un gesto, se echó sobre mí y ahí
nos quedamos mirando las estrellas un buen rato, tanto que perdí la noción
del tiempo, y ella al parecer también. No hicimos nada, simplemente,
perdernos en pensamientos mirando el cielo. Ardía de ganas de besarla,
pero no quería que se sintiese incómoda. Aunque, pensándolo bien, puede
que hubiese sido oportuno; tal vez debí hacerlo. Mi móvil volvió a sonar,
aunque solo fue un mensaje; pasé de él y seguí otro buen rato abrazada a
Aria.
– Ahora sí, creo que voy a tener que irme… – Dijo incorporándose y
mirando la hora: eran las dos de la mañana. –… Es bastante tarde.
– Puedes… – Negué con la cabeza sonriendo. –… Nada, sí, será mejor que
te vayas. – Ella sonrió.
– ¿Qué me ibas a proponer? – Preguntó poniéndose colorada. Sonreí
bajando la cabeza.
– Que pasaras la noche aquí, pero no, es mejor que no… – Murmuré.
– S–sí, claro... – Dudó. – E–es mejor que no… – Me miró sonriendo
cabizbaja. Se le notaba nerviosa y bastante avergonzada. Sonreí (me hacía
mucha gracia, lo cortada que era con todo), aunque se estaba soltando un
poco más conmigo.
– Gracias…
– ¿Por qué? – Se extrañó.
– Por aparecer en mi vida… Creo que eres lo que necesitaba… Una chica
con los pies en la tierra, que me bajase de las nubes. – Bajé la cabeza.
– Que te bajase de la nube de Cait. – Dijo.
– Si… – Susurré.
– Yo… – Comenzó a decirme, bajando nuevamente la cabeza.
– ¿Tú? – Le pregunté intentando levantársela con la mano, aunque ella se
negó. – … no, dime… – Insistí.
– Siento que estoy enamorada de ti… Y me da miedo. – Sí querido diario,
sí: lo dijo, me lo dijo. Me quedé sin habla. – Dime algo… – Acabó en un
susurro.
No pude decir nada, estaba sin aliento, sencillamente no me lo esperaba; no
imaginaba oír eso salir de su boca. Simplemente, la besé, la besé. Sí, la
besé. Buah, no terminaba de reaccionar. Nunca, nunca me habían dicho algo
así. Estuvimos varios segundos, con nuestros labios juntos, sin más, solo
eso. Estaba bien, me sentía genial, hasta que ella suspiró, y comencé a
separarme.
– Uf… – Resoplé. – Me encantan tus labios… – Musité a un palmo de ellos.
Ella aún tenía los ojos cerrados, sonrió, y volví a besarla.
Comenzó a abrir un poco la boca, dando paso a un beso más intenso. ¡Era
tan cálido! tan sutil, tan inocente… me encantaba. Con mi mano acaricié su
cuello lentamente, ella comenzó a subirse encima mío mientras me besaba,
siguió besándome durante varios minutos. Mis caricias comenzaron a bajar
hasta su espalda, aunque ya estábamos vestidas. Si me hace eso en bikini,
no sé yo adónde podía llegar… Aun así, sentí que podía perder el control y
decidí detener el beso.
– Hey, hey… – Susurré separándome. Ella apoyó su cabeza contra mi
pecho, avergonzada. Sonreí. –… Tenemos que parar… – Asintió. –… Si no
es que no voy a poder frenarme. – Reí. – Demasiado aguanté anoche.
– Pero… – Dudó. – ¿Qué aguantaste anoche? – preguntó temerosa.
– Joder… – Abrí mucho los ojos, en señal de sorpresa. – Mejor déjalo.
– No, no… – Realmente estaba sorprendida: no lo había pillado.
– Te va a sonar un poco bruto, pero… – Resoplé riendo. – Me entraron
ganas de comerte, Aria.
– ¿Cómo comerme? – Preguntó inocentemente. Tuve que aguantarme la
risa, mientras ella me miraba muy seria.
– Vamos a ver… – Comencé a decir, mientras se levantaba de encima de
mí, poco a poco, para terminar echada a mi lado. – ¿Qué no entiendes
exactamente de lo que te acabo de decir?
– Es que… – Bajó la cabeza. – Si ya me comiste a besos.
– No me refería exactamente a eso, Aria. – Sonreí sin mirarla.
– ¿Entonces? – Insistió. La miré a los ojos: realmente no tenía ni idea de lo
que le estaba diciendo. Me sorprendía lo inocente que era.
– Tú… – Dudé cómo decirlo sin espantarla. – Tú sabes que… – Me quedé
pensativa, buscando las palabras. – Es que no sé explicarte.
– Tú sólo inténtalo. – Sí, ni idea… la miré a los ojos, agarré su cara y la
besé.
Me subí sobre ella, sentándome sobre su pelvis para besarla muy
apasionadamente. Ella simplemente, se dejó llevar; agarré sus manos y las
puse sobre su cabeza. Noté cómo soltó un leve gemido al hacerle ese gesto.
Inspiré mientras la besaba, y lo hice con mucha más insistencia y deseo.
Solté sus manos y agarré su cintura, mientras me recostaba totalmente sobre
ella; sentía la necesidad de acercarla a mi cuerpo lo máximo posible. Eso no
estaba bien, no, pero en el momento en el que advertí que mi pierna se iba a
colocar entre las suyas, paré, dejé de besarla lentamente y me incorporé
jadeando.
– Lo siento… – Murmuré. – ¿Lo entiendes ahora? Comerte, de… – Resoplé
señalándola. –… De comerte. – Susurré. Me llevé una mano a la cara:
estaba ardiendo.
– Vale… – Aria bajó la cabeza, ruborizada. – ¿Quieres decir de desnudarme
y…? – Se puso muy, pero que muy colorada y nerviosa. – Vale… –
Refunfuñó. – Joder, eso no es algo que tenga yo en mente ahora mismo,
eh… – Me miró a los ojos.
– Ya… ya lo sé, tranquila – Balbuceé mirándola. Ella bajó la cabeza. – Por
eso me paro siempre. – Aclaré.
– Pero tú… – Aria dudó un segundo. – Tú… ¿Lo harías conmigo?
– Eh… – No comprendía bien la pregunta. – No entiendo, ¿Cómo que si lo
haría contigo?
– Eso… – Susurró Aria sofocándose.
– Sí, si se diera el caso, sí… ¿Por qué no? – Pregunté extrañada.
– No sé… como tienes a Cait ahí metida, y hace no mucho lo hiciste con
ella, pues… – Suspiró.
– Ya ni me acordaba de Cait, Aria. – Sonreí. – Haces que desaparezca, en
serio.
– Me robaste el primer beso, Luna… – Comenzó a decir. – No… – Dudó. –
Ni se te ocurra llegar a ese punto conmigo, si luego me vas a dar la
patada…
– No te voy a dar ninguna patada, Aria. – Sonreí. – Puedes estar segura de
que… – Suspiré. – Primero, en ningún momento voy a hacer nada que tú no
quieras hacer, y en segundo lugar... me encantas, y estás haciéndome sentir
muchísimas cosas.
– Yo estoy enamorada de ti. – Volvió a soltar. – Y confío tanto en ti que
haría lo que fuese. Pero no quiero pasarlo mal, estoy muy asustada con esta
situación, créeme.
– Nada… – Le sonreí. – No voy a hacer nada que no quieras, y no voy a
hacer nada contigo hasta que no tenga claro lo de Cait.
– ¿Claro? – Se extrañó. – Sigues enamorada de ella… ¿Verdad?
– No puedo sacarme a una persona de la cabeza en un abrir y cerrar de ojos,
Aria… – Suspiré y ella bajó la cabeza con tristemente. Creo que le hubiese
gustado oír otra cosa. Normal, yo también lo hubiese querido. – Pero tú… –
Levanté con una mano su cabeza para que me mirase a los ojos. –… Tú
haces que los latidos de mi corazón vayan en otro sentido, que cambie el
rumbo y me olvide completamente de Cait. – En ese momento, Aria me
abrazó.
– Estoy asustada, en serio. – Masculló. Le di un suave beso en la cara, y
suspiró aliviada.
– Tranquila, voy a ser clara contigo en todo momento. No voy a jugar
contigo nunca, créeme.
– Y si… – Se separó y me miró. – Si por un casual, Cait se hiciese un lío
por lo que pasó o algo y tú acabas con ella… – Suspiró. – No quiero dejar
de ser tu amiga.
– Aria… – Le sonreí. – Cuando pasó lo que pasó entre Cait y yo…
– ¿El qué exactamente?
– Cuando me acosté con ella… – Aclaré. Aria bajó la cabeza asintiendo. –
¿Recuerdas lo que dije cuando hablé contigo? – Ella me miró extrañada. –
Que sí, que me había acostado con ella, que era lo que yo quería, pero
que… – Tomé aliento. – Que faltaba algo; que me faltaba esa chispa de
felicidad del amor… – Aria asintió. – Pues me sigue faltando, y siento que
contigo tengo esa chispa. No tengo sexo… – Reí. – Pero tengo esa chispa, y
creo que es algo más fuerte. – Aria sonrió tímidamente.
– Creo que voy a ir a casa, a darle unas cuantas vueltas a todo. – Dijo
levantándose.
– No te rayes Aria… – Le pedí siguiéndola. Llegamos a la puerta de
entrada, donde me besó fuertemente.
– Me encantan tus besos… – Susurró mientras se separaba de mí.
– Y a mí los tuyos… – Sonreí para volver a besarla, la agarré de la cintura y
la pegué a mí.
– Produces algo en mí que... – Me miró, separándose un poco, ruborizada.
Me dedicó una sonrsa y bajó la cabeza. –... Algo que nunca había sentido...
– Tomó aire y me miró a los ojos. –... Con nadie. Y es que... – Resopló. –
Mírate, eres guapísima, impresionante, eres una chica que... – Volvió a
resoplar. –... No sé qué haces besándome a mí, cuando puedes estar besando
a cientos de chicas mejores que yo. – La miré a los ojos.
– Créeme, que ninguna de esas chicas, es ni un uno por ciento de lo que
eres tú. – Se quedó cabizbaja.
– ¿De lo que soy yo? – Preguntó algo confusa.
– Eres alucinante, atenta, alegre, un poco friki, sí, pero me encantas. Muy
tímida... – Sonreí. – Cosa que me encanta también, eh... – Me quedé
pensativa. –... Haces que mi mundo se apacigüe cuando estoy cerca de ti...
Y eso no lo ha conseguido nadie... – La miré a los ojos. –... Nunca... –
Suspiré, y ella suspiró también. Estaba roja como un tomate. – Y encima
eres guapísima. – Declaré. Ella soltó una risa nerviosa. – Y haces que esté
feliz... que tenga ganas de verte todo el tiempo. – Sonreí, mientras ella
bajaba nuevamente la cabeza sin ocultar una generosa sonrisa.
– Tú también haces que yo esté feliz... Y tú sí que eres guapa... Tienes un
cuerpo... Unos ojos... Unos... – Se quedó mirando mis labios fijamente. –…
Unos labios... – Sonreí. Ella respiró apartando la mirada.
– Tipo zombi, ¿no? – Dije riendo. –A mí me dan ganas de besar los tuyos a
cada momento. – Dije.
– Hazlo... – Soltó. Y, sí, volví a besarla, lo necesitaba, me encantaba, me
encantaban sus labios. Acabó separándose, y ya lo echaba de menos. –
Ahora sí que sí, voy a tener que irme... – Dijo avergonzada. Yo moví la
cabeza en señal de aprobación.
– Buenas noches, guapa.
– Buenas noches… – Susurró sonriendo. – Hasta mañana. – La seguí con la
mirada hasta que entró en su casa; antes de hacerlo me dijo adiós con la
mano, y le correspondí con una sonrisa.
Entré en casa, resoplando. Joder, quería echarle un polvo, aunque… no.
Debía apartar esos pensamientos de mi cabeza, tenía que ir lentamente,
poco a poco…
Fui al patio a por mi móvil: tenía sólo un WhatsApp, y era de Cait. Lo abrí
mientras subía a la habitación.
CAIT: “¿Qué tal?”
YO: “¡Hey!” “Siento no haberte contestado antes. Estaba con Aria.”
Tiré el móvil en la cama, me puse el pijama y me tumbé.
CAIT: “¡Anda!” “¿Qué tal con ella?”
Preguntó. Llegó otro mensaje: era Aria.
ARIA: “¿En serio no hubieses parado de besarme allí en el patio?”
YO: “Hubiese seguido si tú hubieras querido…” “Nunca haría nada que
no quisieras…”
Cait insistió.
CAIT: “¿Luna?”
YO: “Sí” “Bien…” “Nos hemos estado besando mucho bajo las estrellas”
“Qué calentón más malo me ha dejado…”
Cambié a la conversación de Aria.
ARIA: “Me encantaría…” “Pero no sé cuándo estaré preparada…”
“¿Cómo se sabe?”
YO: “Simplemente, se siente…” “No es...” “No te agobies con eso”
“Cuando tenga que pasar, pasará y ya…” “Lo mismo, ni pasa...”
Volví a la conversación de Cait, ya que no contestaba.
YO: “¿Cait?”
CAIT: “Sí” “eh” “estaba metiéndome en la cama” “¡Qué bien!” “No?”
“Y parecía una mosquita muerta, ja, ja, ja”
YO: “Me ha hablado por WhatsApp y todo” “Está muy liada”
CAIT: “Qué le pasa?”
Entré en la conversación de Aria, hice un congelado de pantalla y se lo
envié a Cait. Luego le escribí a Aria.
YO: “Supongo que te habrás quedado dormida…” “Buenas noches,
preciosa, descansa”
No volvió a contestar. Cait me habló.
CAIT: “¡Anda!” “La tienes en el bote”
YO: “Qué va” “Con esta tengo que ir con pies de plomo”
CAIT: “Venga ya, Luna” “La tienes enamoradita”
YO: “Bueno…” “Algo así me dijo también”
CAIT: “¿Cómo algo así?”
YO: “Ya te contaré…”
CAIT: “Vale” “¿Sigues hablando con ella?”
YO: “No, ya no” “Se habrá quedado dormida…”
CAIT: “Me…” – Estuvo un rato escribiendo y borrando.
YO: “¿Qué?”
CAIT: “¿Me puedes llamar?”
YO: “En serio: ¿un siglo y medio para escribir eso? Ja, ja, ja”
CAIT: “¿Puedes o no?”
YO: “¿Para qué quieres que te llame ahora?”
CAIT: “Para que me lo cuentes, tonta.”
La llamé.
– Hola… – Me dijo, estaba sonriendo, se lo notaba en el tono de voz.
– ¿Qué pasa? ¿Qué tal tu día? – Pregunté cambiando de tema.
– No, primero me cuentas lo de Aria. – Suspiré.
– A ver, hemos estado desde este medio día juntas… Y con Eric…
– Ajá. – Dijo.
– Él se fue después de cenar y ella se quedó, estuvimos tumbadas en la
misma hamaca viendo las estrellas. Es tan sumamente mona, me encanta,
en serio. – Dejé de hablar, se hizo el silencio. –… Entonces… – Seguí
contándole. –… Me dijo que se iba a ir, y la besé, y luego me besó y se echó
encima de mí; en fin, que me ha dejado con un calentón de mil demonios.
– Eh… ¿No me tenías que contar algo del enamoramiento?
– Sí, verdad. Es que me ha dejado un poco ida… – Reí. –… Antes de que la
besara, claro, si no, no tiene sentido, me dijo que estaba enamorada de mí,
pero que le daba miedo…
– ¿Y la besaste?
– Hombre claro, me dejó muda. Era eso, o crear un incómodo silencio. La
besé, Cait; nunca, jamás, nadie me había dicho eso, y yo he sentido lo que
he sentido con ella: estoy en las nubes con esa chica. – Volvió otro silencio.
– ¿Cait? ¿Estás ahí?
– Sí, sí… – Tosió. – Es sólo… ¡Qué bien!, ¿no? – Le noté la voz algo rara.
– La verdad es que sí, necesitaba a alguien como ella, que me bajase a
tierra. – Sonreí, estaba muy contenta, había sido un gran día.
– Me alegro mucho, Luna. – Noté que ella sonrió.
– Bueno, y ¿tu día qué tal? – Pregunté acomodándome en la cama.
– Pues… Me ha tocado a mí el mal día.
– ¿Qué te ha pasado? – Pregunté preocupada.
– ¿Por dónde empiezo? Me levanté ya discutiendo con mi madre, porque
ella discutía con mi padre, (que por cierto, como sigan así, creo que se van a
separar…) – Hizo una pausa. No quise decir nada, no sabía qué decir. –…
Luego está el gilipollas de Marcos, que no me deja tranquila, y ya no sé
cómo decirle que no quiero nada con él. Pero bueno, eso no es nada, en
comparación con lo de esta tarde: me encontré con tu amiguita Ruth…
– ¿Ruth?
– Sí, Ruth.
– En ocasiones, como esta, la echo de menos… – Dije. Y en qué momento
se me ocurrió decirlo…
– ¿En qué ocasiones? ¿Qué dices? Dijimos que nada de Marcos y nada de
Ruth.
– Que no, que no…
– ¿Por qué dices eso ahora? – Insistió.
– Pues… – Dudé. –… Porque necesito un polvo, hablando claro; y claro, la
vecina no puede ser… Y no tengo a nadie cerca, y como siga así mucho
tiempo más voy a empezar a subirme por las paredes.
– Luna, si hace dos días de la última vez, eres una exagerada. – Dijo riendo.
– ¿Dos días sólo? Joder, parece que hace una eternidad que te fuiste.
Esta vez el silencio fue algo incómodo.
– No toquemos el tema. – Se quejó rompiendo el silencio.
– Has sido tú… – Protesté.
– Vale, ya. Se acabó.
– Vale, pero yo sigo necesitando un polvo. – Reí.
– Bueno, que me desvías… Lo que te estaba contando de tu folla–amiga.
– Sí, dime.
– Estaba yo tranquilamente, dando un puñetero paseo con Raúl, hablando
de mis padres, porque básicamente he estado todo el día preocupada… –
Repitió. –… Y nos encontramos con ella, y no tuvo otra cosa que hacer, que
intentar ligar conmigo… Luna, intentó ligar conmigo. – Estaba sorprendida
ante eso.
– ¿Y te extraña Cait? Si cuando te vio el otro día en mi casa lo primero que
me dijo…
– Sí, ya… Lo leí en el diario… – Admitió.
– Pues eso, ya sabes, corre a sus brazos. – Reí.
– Calla, calla, ni aunque fuese la última persona de la tierra…la odio, me
pone muy nerviosa, no puedo ni verla. – Se le notaba mosqueada.
– Tranquila, Rocky. – Dije riendo. –… Del odio al amor sólo hay un paso.
– Para o te cuelgo.
– Vale, no me comas. – Reí nuevamente.
– Ya quisieras tú.
– No, que después te arrepientes. – No paraba, diario, no paraba, pues yo
tampoco.
– Eh…
– Y calla, deja de tocar el tema, que después me echas las culpas a mí.
– Como tú dirías... Touche. – Añadió sonriendo.
– Bueno, me voy a dormir, que es tarde. – Comencé a despedirme.
– Vale, ten cuidado con lo que haces ahí sola. – Dijo riendo. Iba por mal
camino, pero no terminé de entender lo que me decía.
– ¿Qué voy a hacer aquí sola? – Pregunté inocentemente.
– Madre mía Luna, ¿me dices que estás desesperada por echar un polvo y
no pillas una indirecta así de directa? Pues vaya con tu desesperación. – Me
dejó a cuadros, estaba medio dormida, y no tenía la cabeza para pillar nada.
– Ah, con que ibas por ahí… Si total, no voy a hacer nada que no haya
hecho ya antes. – Reí. La escuché resoplar al otro lado del teléfono.
– Buenas noches, guarra.
– Anda, me vas a decir que tú en la vida has hecho… eso… si es de lo más
normal.
– Sí, pero no voy por ahí contándolo a los cuatro vientos. ¿O yo te he dicho,
Luna que anoche me hice un apaño pensando en…?– Se quedó ahí cogida.
– … no sé, Marcos, por ejemplo.
– Joder, ¿En serio? – Reí. – Después la desesperada soy yo. Además,
dijimos que nada de Marcos ni de Ruth; también cuentan las
masturbaciones, que después vienen las ganas de sexo.
– Buenas noches, Luna. – La noté algo mosqueada.
– No, no, no, es un tema serio, ¿Qué haces haciendo esas cosas pensando en
el gilipollas ese? – Seguí riendo la broma.
– Luna… Ya…
– Estoy en serio.
– No he hecho nada pensando en Marcos, Luna. Ha sido por ponerte un
ejemplo.
– ¿Entonces? – Pregunté.
– ¿Entonces qué?
– ¿Que a quién tenías en mente? Qué desesperada…
– Según el momento y las ganas, pienso en uno u otro. – Dijo riendo.
– Guarra.
– ¿Y tú en quien pensaste la última vez? – Obviamente fue en ella, hacía
bastante tiempo de eso, pero fue en ella. Pero claro, no se lo iba a reconocer.
– En Aria, y será esta noche. – Solté riendo.
– Anda, mira que bien. Que la disfrutes ahí, en tu cama, donde follaste
conmigo hace dos días. – Me dejó muda otra vez. – Buenas noches.
– ¡Eh, eh! – El impacto fue tal que hasta me incorporé en la cama. – Vale,
pues, pensaré en ti mejor, si es lo que quieres… No soy quién para quitarte
esa fantasía. – Reí. – Buenas noches, anda… No hagas nada raro. Hasta
mañana. – Le colgué, tenía pinta de que no iba a contestarme.
Y bueno, yo obviamente no hice nada, era broma. Prefiero reservar todas
mis ganas para cuando llegue el momento con Aria… tarde lo que tarde.
Me gusta mucho, y no voy a cagarla con ella.
Y aquí termina el día, tomándome un café por la mañana y escribiéndote,
como cada jornada.
Hasta mañana, Querido Diario.
CAPÍTULO 12
Miércoles, 13 de julio
Querido diario…
Desperté, nuevamente sobresaltada, sofocada, excitada y empapada… pero
esta vez no en sudor, aunque puede que hubiese sudado un poco. Me
desperté muy mojada, para una ducha, vaya.
Y no, no soñé con Cait, soñé con Aria, ¿Por qué? ¿Por qué? Ahora no iba a
poder mirarla sin tener la necesidad y los pensamientos de querer follármela
ahí mismo, donde la viese. Joder, iba a ser un día muy pero que muy
calentito…
Me di una ducha de agua fría. De nuevo me pregunto por qué no me tiré a
la piscina de cabeza... Y bajé a coger un poco de vitamina D, o lo que viene
siendo lo mismo, a tomar el sol.
Mi teléfono móvil comenzó a sonar: era Cait. Me extrañó; miré la hora y
eran las doce de la mañana. Ella no solía estar despierta a esa hora a no ser
que no estuviese en su casa o que tuviese clases, y me parecía que no se
trataba de ninguno de los dos casos… Descolgué el teléfono mientras me
sentaba en la colchoneta inflable.
– ¿Qué pasa Cait? – Pregunté preocupada.
– ¿Qué haces? – Me preguntó, lo que me sorprendió mucho.
– Eh… – Dudé. – Nada, aquí. Aacabo de bajar a la piscina a tomar un poco
el sol, ¿estás bien?, ¿dónde estás?
– En casa, en la cama, me acabo de despertar y me apetecía hablar contigo.
– Raro, raro, raro, raro.
– ¿Estás bien? – Insistí.
– Sí… – Susurró. La escuché moverse entre las sábanas, lo que me hizo
suspirar.
– Es que, se me hace muy raro que me llames a estas horas.
– Pues nada, Luna, hija. ¿Qué pasa, estás con Aria?
– No, no… Estoy sola, me he levantado hace nada.
– Vale, siento haberte hablado así.
– Tú estás soltando hormonas a diestro y siniestro, Cait… – Reí.
– No estoy con la regla. – Dijo.
– No, pero estarás ovulando o algo, tienes unos cambios de humor…
– Sí, puede ser… – Susurró.
– Ahora, ten cuidado, que después te vienen los sustos…
– No, no, tranquila. – Dijo riendo. – No tengo pensamiento alguno de
acostarme con nadie.
– Bueno, yo te aviso… – Advertí. – Yo me he levantado hoy… Creo que le
voy a decir a Aria que ni venga, porque me voy a poner malísima. – Dije.
Cait se echó a reír sutilmente.
– ¿Qué? – Resopló. – ¿Te diste caña anoche?
– Qué va, caí rendida… Y me he levantado con un calentón… A la ducha
voy del tirón. – La escuché resoplar de nuevo. – ¿Estás bien?
– Sí... – Susurró. – ¿Por qué?
– No sé, estás resoplando mucho. – Dije.
– Como dices tú, las hormonas... – Dijo riendo por lo bajo. – Eh... ¿Y qué
has soñado?
– Preferiría no recordarlo. – Reí. – Pero nada bueno...
– Me imagino... Con la imaginación que tienes... – Sonrió. – ¿Has vuelto
con el diario?
– No... – Respondí mintiendo, ya que no quería que lo supiese.
– Una pena... – Suspiró. – Entonces... ¿No hiciste nada de nada anoche?
– No, de no ser que lo hiciera dormida, que no me extrañaría... – Reí. –
Porque me he levantado muy... – Exhalé. – Mojada. Me he tenido que meter
en la ducha del tirón. – Reí. Ella volvió a resoplar y se quedó callada;
esperé a ver si decía algo, pero no lo hizo. – ¿Cait? – Pregunté.
– Dime... – Susurró.
– ¿Por qué no me hablas? ¿Qué pasa?
– Nada, solo quiero escucharte hablar a ti un poco, quiero sentirte cerca, te
echo de menos... Como amiga, claro. – Noté que sonrió. – Cuéntame algo.
– Yo también te echo de menos, Cait... – Dije melancólica.
– Pues yo tengo un calentón... – Soltó sin venir a cuento.
– ¿Tú también estás con los sueños húmedos, o qué? – Reí.
– Digo... – Dijo riendo. – Tanto trío con dos chicos no está nada bien. – Sí,
dijo eso.
– Bueno, sabes que no te costaría hacerlo realidad. – Sonreí.
– Ya te he dicho que no quiero hacer nada con nadie... Pero conmigo
misma, sí... Así que… voy a tener que... – Soltó una leve risa.
– Guarra. – Dije riendo.
– Es que estoy fatal...
– Yo también me he levantado fatal, pero he preferido una ducha de agua
fría, y luego bajar a la piscina. – Sonreí. – No me gusta tener que tirar de
imaginación para eso... Me gusta más sentir el calor de otra persona.
– Hombre... A mí también. – Suspiró. – Sentir las manos de otra persona
acariciándome mientras me echa un buen polvo... – Resopló. – Joder que
mal estoy.
– Fatal, Cait. – Reí. – Fatal.
– No, en serio estoy fatal. Estoy muy mojada... – Resopló nuevamente.
– ¿Qué? – Tragué saliva y me incorporé de golpe, quitándome las gafas.
– Que esto está muy mojado, Luna... – Y una vez más resopló. – Necesito
un polvo.
– Eh... – Me quedé muda por un momento. Reaccioné quitándome de la
cabeza la imagen de Cait con una de sus manos bajo su pijama, porque me
entró un sofocón... – Cait, eres una guarra. – Reí. – No te metas la mano
en... – Dejé ahí la frase. –... mientras hablas conmigo.
– La tengo por encima de las bragas Luna, esta noche he dormido sin
pantalones; he hecho un “tú”, ¿no?
– Sí, yo también he dormido sin pantalones. – Dije. – Lo hago cuando
duermo sola.
– Cuando duermes con alguien sueles acabar sin ropa. – Me dijo, lo que me
hizo reír.
– Cuando hace muchísimo calor, también. – Dije.
– ¿Duermes desnuda? – Preguntó en voz muy baja.
– Sí... – Balbuceé. – Y aun así, despierto empapada en sudor... – Dije. Ella
resopló. – Y recuerdo una mañana en que me levanté muy excitada. No me
hizo falta ni apartarme las bragas... – Cait jadeó. – ¡Eres una guarra Cait!
No duermo desnuda, no hago eso... – Reí.
– Lo mismo tú no, pero yo acabo de calar hasta las bragas... – Su
respiración se hizo más intensa; esta vez suspiré yo también, pero muy
débilmente para que no me escuchase.
– ¿Te excito, Cait? – Pregunté. – ¿Te excito diciéndote esas cosas?
– Mucho... – Murmuró en un halo de voz.
– Y... – Dudé si seguir preguntando o no. – ¿Mis manos sobre tu cuerpo, te
excitan? – Se quejó exhalando el aire. – Cuando te como a besos... ¿Te
excitas? Y si, justo en este momento, pasase mi boca por tu sexo... – La oí
resoplar. – ¿Te excitaría?
– Ahora mismo me excita hasta tu voz... – Dijo costosamente. Me
provocaba sólo pensar que tenía la mano debajo de todo.
– ¿Qué estás haciendo, Cait? – Pregunté volviendo a ponerme las gafas.
– ¿Tú qué crees? – Preguntó.
– ¿Do–donde tienes la mano exactamente? – Insistí. Quería que me lo
dijese.
– Bajo mis bragas... – Respondió. – Y dos dedos dentro de mí. – Soltó.
– Joder... – Gruñí, dejándome caer en la colchoneta: me entró mucho,
muchísimo calor.
– Estoy casi Luna, ayúdame un poquito sólo... – Pidió, casi suplicando.
Tuve que tragar saliva, mientras la oía sofocada, muy sofocada. – Solo un
poco y te cuelgo, estoy a nada de... Uf... – Escuché un leve gemido, muy
leve.
– Métete otro. – Le pedí muy bajito.
– No sé si... – Susurró.
– Quiero escucharte... – Insistí. No se hizo de rogar, y escuché como gemía
levemente al hacerlo. – Bien, ¿No?
– Sí... – Respiraba a destiempo, le costaba hablar. – Háblame... – Suplicó.
– No sé qué decirte Cait, me ha pillado un poco… bastante, de sorpresa...
No es algo que mi cabeza imagine todos los días; el estar hablando contigo
por teléfono mientras estás masturbándote... – Resoplé. – ¿Te haces solo
una idea de como puedo llegar a estar yo?
– ¿Mojada? – Preguntó.
– Seguro... – Susurré. Ella resopló muy fuerte.
– ¿No puedes comprobarlo? – Dijo. Yo sonreí al oírla.
– Estoy en la piscina, y en cuanto te cuelgue, voy a tirarme de la
colchoneta, porque tengo muchísimo calor... Si mi sueño ya me tenía mal,
tú me estás poniendo peor...
– Anoche soñé contigo... – Admitió. – Con tu cama...
– Podrías soñar con mi piscina, podríamos haber echado un polvo aquí, en
los escalones... – Noté cómo su respiración se aceleró más y cómo gimió un
poco más fuerte. – Córrete, Cait... – Pedí. Ella gimió y jadeó fuertemente.
– Lo–lo ha–hago... – Consiguió decir. – Vo–voy ya. – Resoplé.
– Yo también quiero notarlo... – Pedí.
– L–luna... – Gimió.
– Deja que te escuche. – Insistí en un susurro.
Y sí, dejó que la escuchase, dejó que sus gemidos traspasaran el auricular
del teléfono, dejándome sobre la colchoneta con un calentón malísimo.
Entonces colgó, me dejé caer al agua, y me di un buen chapuzón. Lo que
acababa de hacer no estaba bien: estaba besándome con Aria y quitándole
calentones a Cait; no, no podía volver a pasar, tenía que hablar con ella,
pero ya lo haría a la noche. No quería llamarla ahora.
A los pocos minutos, me llegó un WhatsApp: sí, era de Cait. Una foto suya
en la cama, poniéndome una cara rara. Reí.
CAIT: “Buenos días!” “Y sí, te has librado de ver esta cara todas las
mañanas.” Seguido de dos caritas con la lengua fuera.
Reí, ante su cara y ante la frase; estaba supergraciosa.
YO: “Sí, menos mal que ya no tengo que verla” “Yo ando por aquí”
Conecté la cámara de mi móvil, me coloqué las gafas de sol y me hice una
foto en la que saliese yo recostada en la colchoneta, y la piscina de fondo.
Tuve que rebuscar el ángulo, y eso sí, saqué la lengua para darle algo de
chispa a la foto. La miré, me gustó cómo había salido, reí y se la envié.
CAIT: “Me la podrías haber pasado antes” “Me hubiese servido de
ayuda” “Jajajaja” “Gracias por ayudarme un poquito”
YO: “Jajajaja” “Un placer, amiga” “Por cierto” “¿Tú no decías que a ti
no te gustaban las chicas?”
Abrí la conversación de Aria y le envié la foto que me había hecho.
YO: “Preciosa mía” “Te espero por aquí!”
Volví a la conversación de Cait.
CAIT: “No me gustan” “En serio” “Es solo que necesitaba un poco de
ayuda de alguien para esto”
YO: “¿Hasta de una chica?”
CAIT: “Sexo es sexo” “¿Tú, cómo estás?”
YO: “Fatal” “Entre lo de anoche de Aria con los besos” “Mi sueño” “Y tú
ahora…” “Me voy a morir en cualquier momento”
CAIT: “Son conversaciones de amigas” “La próxima si quieres, te ayudo
yo a ti”
YO: “Suena tentador” “Pero no, gracias” “Prefiero que mi próxima
corrida sea para Aria”
CAIT: “Tú te lo pierdes” “Lo mismo te tiene bastante a dos velas”
YO: “Podré soportarlo”
CAIT: “Si cambias de opinión solo tienes que pedírmelo” “Te la debo”
YO: “Vale” “Pero no creo”
CAIT: “Bueno” “Yo quiero eso que tienes ahí en la piscina, eh...”
YO: “Te la dejaría para ti” – Le puse una carita sonriente.
CAIT: “También la podríamos compartir.”
YO: “Pinta no tiene de hundirse, es grandecita” “Eric se tumbó conmigo
ayer y aguantó bastante bien” “Duramos poco, Aria nos tiró al agua.”
CAIT: “Voy a levantarme ya, hablamos luego” – Me envió dos besos, y yo
le respondí con otro par.
Aria contestó a la media hora.
ARIA: “Creo que hoy no podré ir…”
YO: “Por qué?” – Puse una carita triste.
ARIA: “Porque como vaya no me haré cargo de mis acciones.” – Me envió
muchos, muchísimos iconos colorados. – “¿Luna?”
YO: “Sí” “¿Qué?” ¿Qué acciones?”
ARIA: “He estado pensando…” “Anoche…” “Pensé mucho…” “Y creo
que tenemos que disfrutar del momento.”
Guay, qué mal momento para decirme algo así. Metí el móvil en el hueco
del vaso y me tiré al agua otra vez. Fue necesario volver a salirme, para
poder subir de nuevo a la colchoneta. Cogí el móvil, y comprobé que me
había vuelto a hablar.
ARIA: “A no ser que no quieras”
YO: “Aria” “Cariño” “Eso, pasará cuando tenga que pasar y ya…” “No
lo fuerces, si no, ni será bonito, ni nada.”
ARIA: “Claro…” “Pero sé que tú tienes tus necesidades y si vamos en
serio...”
YO: “Espera” “Espera” “¿Como en serio?”
ARIA: “A ver...” “No pienses…” “No” “No digo en plan saliendo, ni nada
de eso” “Estamos besándonos” “Nos estamos besando mucho” “Nos
estamos conociendo, sí” “Pero...” “No sé” “Olvídalo”
YO: “Sí” “Nos estamos conociendo”
ARIA: “No sé realmente qué intenciones tienes conmigo”
YO: “Nada malo, créeme”
ARIA: “Lo sé” “Siento como si te conociera desde siempre...” “Y...” “He
soñado contigo”
YO: “Sí?” “Qué has soñado?”
ARIA: “Que estábamos como anoche” “En tu patio” “Es como si cuando
me fui, no se hubiese acabado el momento”
YO: “Eres guapísima, en serio”
ARIA: Carita colorada.
YO: Tres o cuatro caritas coloradas.
ARIA: “Voy a sacar a Pegaso” ”¿Me acompañas?”
YO: “Claro” “Dame dos minutos, preciosa”
ARIA: “Te vuelvo a esperar en la puerta” – Seguido de un corazón.
Salí de la piscina, eso sí, no sin antes darme otro chapuzón, y me vestí, cogí
una camiseta ancha de tirantes, estilo basket, y unos pantalones muy cortos;
la camiseta me los tapaba, el bikini caló la ropa, pero no me importó: salí
corriendo. Aria me miró de arriba abajo y resopló apartando la mirada de
mí. Le sonreí.
– ¿Qué pasa? – Pregunté sin borrar la sonrisa de mi cara.
– Na–nada. – Dijo suspirando. – Ten. – Volvió a tenderme una piruleta en
forma de corazón, ella se abrió una, y se la metió en la boca. Me mordí el
labio inferior, pensando en lo que venía después de eso.
– Gracias. – Sonreí, mientras le quitaba el envoltorio. La miré, estaba como
un tomate. – ¿Estás bien?
– S–sí, sí. – Respondió visiblemente nerviosa. – Estabas en la piscina, ¿no?
– Sí, me estaba dando un chapuzón.
– Lo siento por haberte llamado, lo mismo no…
– No seas tonta, pasar un rato contigo me encanta. – Sonreí y ella me
devolvió la sonrisa sin siquiera mirarme a la cara; iba mirando al suelo y
seguía muy colorada. – Explícame. – Comencé a decir, lo que hizo que me
mirase, justo cuando entrábamos al parque. – ¿Qué está causando en estos
momentos el que estés así de avergonzada? – Reí un poco. – Me encanta, en
serio, pero no sé qué lo está causando y tengo curiosidad. – Se quedó
callada y soltó a Pegaso. – Vale. – Suspiré.
Nos sentamos en el banco de siempre y comenzó a jugar con la piruleta,
ante lo que tuve que apartar la vista… ya no soportaba eso, no podía.
– ¿Qué te pasa a ti? – Me miró al fin. – ¿Por qué te has ruborizado tú?
– ¿Yo? – Me extrañé sin mirarla.
– Sí, tú… – Suspiró. – ¿Qué estás pensando, Luna?
– Nada. – Negué con la cabeza riendo. – Pero tienes una forma muy
peculiar de comerte la piruleta, y me pone mal. – Dije, acto seguido. Saqué
su piruleta de la boca y la besé. Ella soltó un muy leve gemido, y yo resoplé
al separarme; sabía a fresa. Suspiró muy profundamente.
– Que bien besas. – Añadió. Se sonrojó más aún.
– El otro día me quedé con ganas de hacerlo. – Suspiré.
– ¿El qué? – Se encendió.
– El sacarte la piruleta de la boca y besarte. – Sonreí y la miré. – ¿Qué
piensas Aria? – Dije aguantando la risa, ya que sus pensamientos no iban
por ahí. Y ciertamente mi comentario podía interpretarse de otra forma.
– Y–yo, yo, no, Luna, no estaba pensando en… No. – Rezongó. – Deja tú
también la piruleta, por favor. – Pidió. Ahora sí me tuve que reír. – E–el
otro día la mordías, ¿Por qué no la muerdes hoy? – Me soltó.
– Hoy no estoy enfadada. – Sonreí.
– ¿El otro día si? – Asentí. – ¿Por qué?
– Porque me estabas contando que la tal Lara esa te había besado, y eso me
producía celos, y me enfadaba. Sentí impotencia por no haberlo hecho yo…
Y no poder hacer nada, porque realmente no puedo hacer nada, cada
persona es libre de besar a quien quiera, y más tú que no tien…
Me agarró de la cara y me besó.
– Déjalo ya, Luna. – Sonrió bajando la cabeza mientras se separaba. – Ya
sabes que esa tal Lara no existe.
– ¿Y por qué el nombre de Lara? – Pregunté.
– Lara Croft, Tomb Raider. – Sonrió bajando la cabeza. – Tenía la carátula
del juego frente a mí y fue el primer nombre que pasó por mi cabeza.
– Tonta… – Sonreí bajando la cabeza.
– ¿Sabes algo de Cait? – Preguntó. Suspiré y asentí levemente.
– Me–me llamó esta mañana cuando se despertó. Quería… charlar un poco.
– Sonreí.
– Vale. – Suspiró.
– No te rayes, tonta. – Dije dándole un leve empujoncito.
– N–no, no. – Volvió a suspirar, bajando la cabeza.
– Mira, te voy a confesar algo. – Ella me miró. – Me encantas… – Le dije
con mi mejor sonrisa. Ella se puso como un tomate y volvió a bajar la
cabeza.
– También te encanta Cait. – Suspiró.
– Aria… – Protesté.
– No, ya sé que no tenemos nada, pero… – Se puso de pie. – Yo me voy a
casa ya…
Sentí que la había cagado diciéndole que había hablado con Cait, pero es
que no quería mentirle; no quería ocultarle nada, y ya le estaba ocultando lo
que había pasado…
Volvimos a casa, cada una a la suya.
El resto del día pasó con normalidad. Eric no apareció, Aria vino por la
tarde, pero no sacó el tema en ningún momento, ni hizo ningún otro
comentario. Y Cait me preguntó un par de veces que cómo estaba. Le
respondía que bien, seguido de alguna foto; en una ocasión le envié una
junto a Aria encima de la colchoneta… todo de lo más normal.
Aria volvió a cenar en casa y me despedí de ella nuevamente con un beso,
un cálido y, esta vez, ardiente beso.
Luego me duché, hablé un poco con Aria y con Cait por WhatsApp, y Cait
me dijo que la llamase cuando se acostara Aria, si aún seguía hablando con
ella.
– Hola… – Susurré sonriendo.
– ¿Qué tal el día? – Preguntó.
– Genial, Aria es… – Resoplé. – Me encanta.
– ¿Os seguís besando y eso?
– Si… –Volví a resoplar. – Necesito que pase rápido el tiempo. – Reí. –
Necesito un polvo, en serio.
– Venga, otra ronda de sexo por aquí. – Dijo Cait, echando a reír. – Yo creo
que podría llegar a excitarme y volver a correrme contigo al teléfono.
– No me seas guarra, Cait. – Reí.
– A mí me dices dos tonterías y me corro. – Dijo. – En serio, prueba.
– Cait… – Dije.
– Pues nada, tendré que hacerlo sola… – Añadió. Solté un sonoro bufido. –
Ya que nadie me quiere ayudar...
– Tírate a Marcos. – Reí de broma.
– No, quiero sexo telefónico contigo. – Soltó. – Lo de esta mañana ha sido
bestial; si tú también hubieras podido bajar tu mano... – Me espetó como si
nada.
– ¿Qué? – Sí, me hizo entrar al trapo.
– Te habría escuchado… – Susurró. – Me hubiese puesto muchísimo peor
y… si ya fue bestial la corrida que tuve, ni te cuento como hubiera sido…
– ¿Co–como de bestial?
– Me puse perdida… – Dijo en un halo de voz. – Por tu culpa, por
imaginarme en la piscina.
– ¿Te excita el hecho de pensar en echar un polvo conmigo?
– Sí, bueno, sexo es sexo. – Soltó riendo un poco.
– ¿Te acostarías conmigo otra vez? – Pregunté.
– ¡No! – Respondió riendo. – No, no, deja… Eso es demasiado, podríamos
joder nuestra amistad; pero si no fuera por eso, ¿por qué no? Pero
acostarnos por acostarnos, puede traer lío y como que no…
– Estás rara…
– Necesito un polvo. – Dijo riendo.
– ¿Y otra vez quieres que te ayude? – Pregunté.
– Sí… – Solicitó. – Pero esta vez quiero escucharte a ti… – Rogó
susurrando.
– Yo no sé si puedo llegar a hacer eso… – Sonreí.
– Créeme que sí puedes… – Afirmó rotundamente. – ¿Dónde estás?
– En la cama… – Susurré casi riendo.
– ¿Qué llevas puesto?
– El pijama. – Reí sonoramente.
– Yo ahora mismo estoy desnuda… – Soltó. Me puse hasta nerviosa.
– ¿E–es–estás desnuda? – Pregunté tartamudeando.
– No, pero a ti te ha excitado pensarlo. – Dijo echando a reír.
– Imbécil. – Reí.
– Estoy en ropa interior, desnuda, no, pero sí sin camiseta ni pantalones.
– ¿Y qué haces así? – Resoplé.
– Hace muchísimo calor, y entre eso, y los calentones que me gasto…
Aunque creo que es más cómodo sin sujetador… ¿Me lo quito o qué? –
Preguntó.
– Sí… – contesté casi suplicando.
– ¿Me deshago de las bragas también? – Preguntó en un susurro. Resoplé. –
Joder, como se está poniendo esto en nada…
– Si quieres te cuento cómo se podría poner peor… – Dije. La oí soltar el
aire al otro lado de mi auricular.
– Joder, cuéntame… – Volvió a reclamar.
– Mira, yo pasaría mi lengua lentamente por ahí y… – Ella gimió
fuertemente. –… Y te iba a quitar todo lo que saliese… Y si es mucho,
mejor… Porque, ¿sabes…? Me encanta tu sabor, en serio…
– T–tú me supiste tan bien… – Jadeó. Me hizo excitarme. –… Es un sabor
tan apetecible… Tan… – Noté como soltó un leve gemido, que acalló
resoplando. – ¿Llevas pantalones?
– No… – Sonreí.
– Mejor… ¿Compruebas cómo estás? – Me dijo. No hice que me lo
volviese a pedir, y bajé una de mis manos hasta las bragas.
– Estoy mojada, Cait. – Dije en un suspiro. Ella suspiró al mismo tiempo.
– Joder, joder… – Gimió. – ¿Tienes la mano en? Uf…
– Si quieres la meto por debajo… – Le ofrecí.
– Sí… – Pidió con un hilo de voz. Gimió nuevamente. – Si supieras lo que
acabo de soltar por aquí… Me he metido dos dedos y estoy fatal…
– A ti te metía yo el vibrador con el arnés que tengo en la caja: te ibas a
enterar. – Dije. Ella soltó un gemido demasiado fuerte. – Me estoy
corriendo… – Dije mientras acariciaba con dos de mis dedos mi vagina. –
Y mucho… – Resoplé. Ella gimió de nuevo y dejó salir el aire sonoramente.
– ¿Q–qué estás haciendo?
– Metiendo dos de mis dedos, pero no sé si hacerlo.
– Hazlo. – Me suplicó. Lo hice soltando un leve gemido, muy leve, pero lo
suficiente para que ella lo escuchase, lo que hizo que soltase otro, y
resoplara unas cuantas veces. – Creo que acabo de manchar las sábanas.
– Si hubiese tenido mi boca ahí no la hubieras manchado…
– ¿La tendrías? – Preguntó.
– Sin pensarlo. – Susurré moviéndome en mi interior, al tiempo que notaba
cómo me corría.
– Yo te la pasaba a ti lentamente también, y te ibas a enterar… – Dijo. Yo
resoplé soltando un leve gemido.
– Quiero sentirte llegar… – Pidió. La verdad es que no estaba para tanto. –
Estoy a nada…
– Estás para meterte otro. Venga, quiero escuchar como lo haces. –
Supliqué. Ella lo hizo, y dejó escapar un gemido algo más fuerte.
– Si no la manché antes, acabo de mancharlas a–a–ahora… Uf… No puedo
más... V–venga Luna. – Insistió. – Quiero escucharte, métete otro…
Saqué mis dedos para añadir un tercero y los metí, dejé salir de mi boca un
gemido, que mató a Cait, ya que la sentí llegar al orgasmo brutalmente.
– Joder… – Se quejó al acabar. – Quería sentirte. – Sonó decepcionada.
– Yo creo que no puedo. – Dije, sacando mi mano de ahí.
– ¿Qué te pasa? – Preguntó extrañada. Resoplé mientras me sentaba en la
cama.
– No puedo quitarme a Aria de la cabeza; esto está mal… – Volví a
quejarme. – Estoy besándome con ella, diciéndole que no haría nada que le
hiciera daño, y creo que lo estoy haciendo.
– Pe–pero… – Cait dudó un instante. – ¿Qué sientes por ella, Luna?
– Creo que me estoy enamorando de ella. – Solté. Noté que Cait sonrió.
– Eso es bueno… – Dijo. – No te volveré a pedir que hagas esto,
tranquila… No te preocupes, no estáis saliendo, ¿no?
– No, aún no, pero…
– Vale, entonces no pasa nada. No son cuernos, no es nada malo,
simplemente dos amigas que se estaban desahogando un poco. – Bostezó. –
Y bien que me he quedado. – Sonrió. – Lo siento por ti, llama a Aria si
estás muy mal.
– Guarra. – Reí. – Estoy fatal, créeme, pero es que no puedo.
– Llámala. – Soltó. – Buenas noches, Luna, hasta luego.
– Adiós Cait.
– Hasta luego. – Insistió al tiempo que colgaba.
Llamé a Aria sin dudarlo dos veces. Me sentía muy mal y tenía que
decírselo.
– ¿Sí? – Sonó a que acababa de despertarla. – ¿Qué pasa, Luna? ¿Estás
bien?
– No… – Susurré. – Acabo de… Y esta mañana… y es que, no, es algo
que… – Respondí atropelladamente. – No puedo.
– ¿Qué pasa?
– Vente al parque, anda… – Le pedí.
– Vo–voy… – Se había puesto nerviosa.
Colgué sin decir nada más y me vestí. Yendo camino al parque escuché una
puerta cerrarse. Era la de ella, me giré para esperarla, y vi cómo daba una
carrera hacia mí.
– Ven… – Pedí.
– ¿Qué pasa? – Preguntó asustada.
– Tenemos que hablar. Ven, vamos al parque mejor.
– ¿Por qué me da que no es nada bueno? – Suspiró, sentándose al llegar.
– Porque no lo es… – Convine con ella. – He hecho algo que está muy mal.
– ¿No te quieres volver a besar conmigo? – Soltó. La miré extrañada.
– ¿Qué dices? – Sonreí. – No es eso tonta, claro que quiero. Pero creo que
la que no va a querer eres tú…
– ¿Yo? ¿Por qué no iba a querer? Eso es imposible, Luna…
– Esta mañana… – Comencé a decir. –… Me llamó Cait…
– Ya… – contestó en tono de indignación. – Cait… Me lo dijiste…
– Si… – Cogí aire y la miré a los ojos.
– ¿Qué pasa Luna? – Noté que estaba aguantando las ganas de llorar.
– Oye, eh… – Me alarmé. – No, eh, no… – Le di un suave beso en los
labios. – Te lo suelto y ya, me llamó calentita y la ayudé a quitárselo, ya. –
Ella dejó las lágrimas y me miró extrañada.
– ¿Eh? – Se extrañó.
– Que me llamó con ganas de… – Suspiré.
– ¿De?
– De echar un polvo, Aria. De echar un polvo… y la ayudé un poco. – Dije.
– ¿Cómo la ayudaste? ¿Cómo se ayuda? ¿Eh? – Estaba a cuadros, no
entendía nada.
– A ver… – Debí haberme imaginado esta situación. – Diciéndole cosas por
teléfono, yo no me hice nada, estaba en la piscina, pero ella sí y lo escuché
todo.
– Vale, ¿Qué pasa?
– Que esta noche volvió a pasar lo mismo, sólo que esta vez, sí que me… –
Suspiré.
– Vale… – Bajó la cabeza.
– Pero no he podido terminar, me… – Dudé cómo explicárselo. – Me he
sentido mal, sucia, he sentido que te estaba engañando, y no…
– ¿Estabas pensando en mí, con Cait al teléfono, mientras te…? – Aria se
encendió en cuestión de segundos.
– Puede sonar un poco así, pero… – Cogí aire. – No me estaba imaginando
nada de que tú me… –Me puse nerviosa, ella negó con la cabeza. – Pero me
estaba acordando de ti y tuve que dejar las manos quietas.
– Tenías tu mano… – Susurró y señaló mi entrepierna. Asentí; ella se puso
más colorada.
– ¿Puedes dejar de imaginarme así? – Reí.
– Necesito una ducha. – Se lamentó.
– Y yo un polvo. – Solté sin darme cuenta. – Lo siento, no, no debí decir
eso, se me ha escapado. – Reí. Aria se encendió más aún.
– Bueno, ¿Qué ha pasado con eso? – Preguntó.
– Nada… – Suspiré. – Paré y te llamé de golpe.
– ¿Has dejado a Cait a medias?
– No, ella sí terminó. – Expliqué. Aria asintió. – Se lo he dicho y no se
volverá a repetir, lo siento Aria.
– No tienes que disculparte, tonta… – Me sonrió. – A ver, me molesta, jode,
pero no tenemos nada formal, no puedo exigirte nada. – Asentí. – No pasa
nada, sigo queriendo besarte a cada momento. – Sonrió bajando la cabeza.
– ¿Sí? – Pregunté sonriéndole.
– Sí, y esto me demuestra que eres sincera, que… – Vi que tuvo que hacer
un enorme esfuerzo para hacer lo que hizo a continuación. – Que la que te
va a comer en cualquier momento, soy yo. – Dijo por fin, viniéndose hacia
mí, para besarme. Obviamente, dejé que lo hiciera…¿cómo decirle que no?
Me besó muy apasionadamente para, pocos minutos después, acabar
sentada sobre mí. No pude aguantar mucho con ella así, y mucho menos
mientras me acariciaba el cuello y me lo besaba. Sí, comenzó a bajar con
sus besos y me puso malísima, me aceleré, comencé a respirar a destiempo
e intensamente; sentía las pulsaciones en mi sexo, noté como de mí salió…
eso… bueno… en fin… Me corrí.
– Aria… – La paré negando con la cabeza. – Necesito que pares, no puedo.
– Repliqué mientras respiraba hondo para regular el ritmo de mi
respiración.
– Vale… – Asintió de mala gana.
– Siento haberte despertado. – Me disculpé. Ella aún no se había levantado
de encima mío.
– No te preocupes. – Sonrió. – Me acuesto sabiendo que soy (aunque sólo
sea un poco), importante para ti. – Sonreí bajando la cabeza. – ¿T–te
acostarías conmigo?
– Ahora no. – Fui rotunda.
– Mis padres no están. – Suspiró. – Podem…
– Aria. – La miré fijamente. – No.
– Vale… – Admitió cabizbaja. – ¿Nos cargamos unos zombis? – Preguntó.
– Vale, eso sí. – Sonreí.
Acabamos en su casa, en su habitación, en su cama, tiradas, pegando tiros.
– ¡No! – Gritó. Nos acababan de matar. – Al final reviento el mando. –
Soltó. Se había enfadado, lo que me hizo reír.
– Es un juego, tonta. – Dije dándole un suave beso. Ella me agarró la cara y
comenzó a besarme con más pasión; tanta, que se sentó sobre mí. – Hey,
hey… – La paré riendo. – Ya…
– Calla. – Me tumbó muy bruscamente contra la cama y siguió besándome,
por lo que solté un gemido, aunque demasiado alto. Aria se encendió,
separándose bruscamente de mí. – Vale, ya paro. –Se sentó en la cama y
reanudó el juego.
– Joder… – Resoplé, quedándome un poco allí tumbada. Pausó de nuevo el
juego y me miró.
– ¿Estás bien? – Preguntó. Yo negué con la cabeza. – ¿Te ayudo? – Volví a
mover la cabeza de nuevo en señal de negación.
– Estás tú un poco sueltecita, ¿no? – Reí incorporándome mientras cogía mi
mando.
– Lo siento… – Bajó la cabeza, visiblemente apesadumbrada.
– No, si… – Suspiré mirándola. – Si no pasa nada, es sólo que me extraña.
– No vuelvo a decirte nada, ya… – Dijo volviendo a reanudar la partida.
Volví a pararla y la miré.
– Aria, no seas tonta, me encanta que seas así. – Sonreí. – Ven, anda. – Le
quité el mando y me senté sobre ella para besarla. Estuvimos un buen rato
sumidas en un ardiente beso, justo hasta que escuchamos la puerta.
– Joder, mis padres. – Se quejó. – Podrían haber tardado un poquito más. –
Salió de la habitación a toda prisa, resoplando; podría jurar que también
llevaba un buen calentón.
Tardó un poco en volver, y cuando lo hizo me propuso terminar la partida;
media hora más, y luego ya volver a casa. Así lo hice, no sin antes volver a
despedirme de ella con un ardiente y fugaz beso.
En fin, hoy ha sido un buen día: nada raro, todo normal; y estoy viendo que
lo mío con Aria va viento en popa, estamos muy bien, y por suerte he
podido sobrellevar decentemente el tema del sueño erótico con ella.
Hasta mañana, querido diario.
CAPÍTULO 13
Jueves, 14 de julio
A ver, a ver, a ver… Uf… Empecemos el día, querido diario…
Otra mañana directa a la ducha. ¿Con quién esta vez? Con las dos… a la
vez, joder, cualquier noche me da un infarto…
La mañana fue completamente, eh… iba a poner tranquila, pero tengo un
sofocón encima por culpa de los sueños... Hoy me levanté tarde (sobre las
doce), te escribí, me duché, hice la cama, comí… en fin, se me echó la tarde
encima en nada de tiempo. Aria vino a casa, estaba yo arriba, en la
habitación, y mi madre la invitó a subir…
– ¡Hola! – Saludó. No la esperaba.
– ¡Hey! – La saludé sonriendo.
Yo estaba con esto abierto, con el diario, leyendo. A veces lo hago cuando
tengo un rato libre; me hace mucha gracia releerme, y a veces, revivir
ciertos momentos…
– Qué habitación más… ¿Grande? ¿Chula? Es una pasada… – Ojeó la
habitación así por encima.
– Siéntate. – Dije señalándole a la cama. Me fijé que llevaba gafas; unas de
pasta, de esas grandes, del estilo de los años 50–60 más o menos, creo.
– ¿Qué haces? – Me preguntó mirándome mientras sonreía.
Me quedé embobada: esas gafas le sentaban muy bien. Se había puesto una
camiseta roja de Flash, el superhéroe, y unos vaqueros pitillos color
mostaza, a juego con el rayo que resaltaba en la camiseta.
– Eh… – No podía dejar de mirarla. Me arrastré con la silla hasta ella.
– ¿Luna? – Me preguntó extrañada.
– ¿Qué haces con gafas? – Reaccioné al fin.
– Hoy no me he puesto las lentillas… ¿Qué pasa? ¿No te gusto con gafas? –
Se puso de pie, arqueé una ceja y sonreí. – Solo voy a casa y me las pongo,
no me cuesta nada… – Anduvo hasta cerca de mí, ya que iba para bajar las
escaleras, pero yo me impulsé con la silla para pararla.
– No, tonta, me encanta como te sientan. – Me levanté para besarla; debió
gustarle porque soltó un sonoro suspiro. – Además, no importa si me gusta
o no: eres tú quien se tiene que sentir cómoda. – La abracé.
– ¿Estás segura? No me cuesta nada ponerme las lentillas.
– Segurísima. – Sonreí. – Me podría tirar horas mirándote, con gafas, sin
ellas, o como quiera que sea. – Se ruborizó, y bajó la cabeza sonriendo. – Te
estaba esperando para sacar a Pegaso…
– Hoy no estoy muy… – Protestó, volviendo a sentarse en la cama. – Lo ha
sacado mi madre.
– Vale, pues entonces dame un segundo… – Bajé a toda prisa.
– ¿Qué haces dando carreras? – Me paró mi madre, cuando fui a entrar a la
cocina.
– ¿Compraste eso? – Pregunté.
– ¿Qué? ¿El qué, Luna? – Se extrañó.
– Las piruletas. – Me apresuré a preguntar. Ella me confirmó.
– Sí, allí están. – Me dijo señalando un cajón. Me acerqué hasta él y cogí
dos.
Subí corriendo, y al entrar me acerqué a Aria que estaba sentada en la silla
delante del ordenador. Le tendí una.
– Ten. – Sonreí.
– ¿En serio? – Dijo echando a reír. – Gracias.
– Me he dado cuenta de que te gustan. – La miré fijamente, volviendo a
sentarme en la silla.
Sonreí, mientras leía lo último que dejé escrito, y que, curiosamente, iba
sobre ella. Sonreí.
– ¿Qué es eso? – Me preguntó. No dudé en contarle la verdad.
– Un diario. – Confesé.
– ¿Un diario?
– Sí, un diario; empecé hace un par de semanas con él, lo intenté dejar, pero
engancha esto de escribir. Desahoga.
– Y… – Me miró extrañada. – ¿Has escrito sobre mí? – (Me recordó a
Cait). Asentí. – Y, ¿esto que te estoy preguntando lo vas a escribir? – Volví
a asentir riendo.
– Lo escribo todo, lo que es suficientemente interesante, claro.
– Ah, bueno, entonces tampoco habrás escrito mucho de mí. – Dijo riendo.
– Bastante… – Susurré. – ¿Quieres leer algo? – Pregunté, a lo que ella se
negó.
– No, no, invadiría tu intimidad y espacio personal.
– Qué va, Cait ha leído alguna que otra cosa. – Confesé. – No pasa nada,
mira, voy a buscarte… – Busqué el momento que tuvimos en la hamaca
hacía un par de noches. Ella se levantó de la silla para que me sentase. –
Mira, lee. – Dije sentándome, al tiempo que la invitaba a sentarse en mis
piernas, lo que no dudó un instante. Abrió la piruleta y me tendió el papel,
lo cogí junto con el mío y los lancé a la papelera que tenía bajo el escritorio.
Ella se colocó bien las gafas y comenzó a leer; yo me eché sobre su espalda,
abrazándola.
Estuvo unos minutos leyendo.
– Me acabas de dejar leer tus pensamientos, me acabas de dejar entrar en tu
mente… – Aria me miró. Yo la miré con actitud dudosa, ya no sabía si lo
estaba diciendo porque era algo positivo, o negativo.
– Sí… – Susurré.
– En serio… – Cerró los ojos y suspiró. –… Me estoy dando cuenta de que
no quiero volver a sacarte de mi vida… – Dijo cerrando los ojos, y
apoyando su cabeza contra la mía. Yo me limité a sonreír.
– Si quieres, te dejo leer hasta que te fuiste. – Le ofrecí sonriendo.
– Si quieres lo leeré, me encanta leerte. – Me dio un suave beso en los
labios y se giró para el ordenador. Bajé la conversación.
– Eh… Esto último creo que no debí haberlo leído… – Estaba roja como un
tomate: acababa de leer mis pensamientos sobre querer echarle un polvo;
me puse nerviosa, sólo supe apagar la pantalla. – Lo siento.
– No, no, es culpa mía, no me he dado cuenta de hasta dónde había bajado.
Lo siento de verdad, joder, no que– quería hacerte pasar un mal rato, lo si…
– Me besó para callarme.
– Ya, ya, haré como si no hubiese leído nada.
– Pero lo has leído.
– Sí, y sé que me quieres… eh… – Se sonrojó, sonrió, bajó la cabeza. –…
Eso… y no pasa nada, yo también quiero hacértelo a ti...– Cerró los ojos y
suspiró. –… Mierda, lo he pensado en voz alta. Ya, se acabó el tema. – La
abracé. – Y esto del diario… – El diario siempre daba mucho de qué hablar.
Cait ya cree que no lo escribo. –… Cuando estuviste con tu amiga,
cuando… pasó eso entre vosotras... – Cerré los ojos y asentí.
– Sí, también está, ¿qué pasa, quieres leerlo? – Reí. Ella sonrió poniéndose
más colorada aún.
– No, es solo curiosidad… Eso sí que no, no soy masoquista. – Dijo
soltando una risa irónica.
– Anda, entonces no te gustará mi caja.
– ¿Qué caja?
– Nada, olvídalo. – (Aún no sabes ni tú qué es la caja, querido diario).
– No, ahora me lo dices… – Insistió.
– Has dicho masoquista y yo te digo algo de una caja secreta, que solo una
persona sabe que existe.
– Eh… ¿Tengo que pensar mal? – Asentí. – Vale… – Admitió. Bajó la
cabeza; no se le quitarían los colores en la vida, pensé. – Yo creo que… –
Se mordió el labio.
– Uf… – Resoplé. –… Levanta, anda. – La quité de encima de mí. Eso de la
caja despertó algo en ella, y yo no quería aún nada de eso, y mucho menos
con una caja de por medio, en que lo que menos hay dentro es amor. – ¿Nos
damos un chapuzón? – Negó con la cabeza, y yo la miré extrañada.
– No puedo, esta mañana me levanté con sorpresa… – Se señaló a su
entrepierna. Le hice un gesto de comprensión y sonreí, para a continuación
negar con la cabeza.
Bien, muy bien, así segurísimo que no íbamos a hacer nada. Aunque, se
pueden hacer muchas cosas, pero no, para su primera vez, definitivamente
NO.
– Vale, mejor entonces… Así me cortas un poco el rollo respecto a… –
Dije. Ella soltó una risa nerviosa, para volver a ponerse como un tomate.
– Una cosa, Luna… – La miré inquieta. –… No quiero volver a leer nada de
este diario, es un espacio tuyo, personal y tenemos que respetar eso, ¿vale?
– Asentí.
– Claro, nunca volverás a saber de él. – Sonreí. – Bueno, primero de todo...
– La miré. – Creo que deberíamos hablar.
– Sí... – Suspiró.
– Como tú bien sabes, yo he estado muy pillada por Cait. – Comencé a
decir.
– ¿Estado? ¿Pasado? – Confirmé moviendo afirmativamente la cabeza.
– Sí... Es que... Has llegado tú, así tan... – La señalé. – Tan tú... – Sonreí. –
Y me la has quitado de la cabeza; lo que tú haces sentir en mi interior, hace
que lo que sentía por Cait se quede en nada... – Ella simplemente sonrió
bajando la cabeza. – Lo que pasa es que… – Traté de tomar aire.
– ¿Qué pasa? – Preguntó intranquila.
– Aún me siento muy mal por lo que pasó con Cait… – La miré esperando
su respuesta.
– Bueno, como ya te dije anoche, no pasa nada... – Sonrió.
– Aria... Que hice que…
– Vale, ya... – Suspiró mirándome. – No pasa nada, no toquemos más el
tema. – Le di la razón asintiendo.
Estuvimos unos minutos en silencio, hasta que mi móvil sonó: era un
mensaje.
CAIT: “¿Qué tal?” “¿Qué haces?” – Lo leí.
YO: “Bien, aquí con Aria.” “¿Cait?”
Llevaba un par de días bastante extraños.
– ¿Es ella? – Me preguntó Aria. La miré asintiendo.
– Sí, lleva unos días rara… – Suspiré, levantándome de la silla para
sentarme a su lado.
– ¿Qué le pasa? – Me preguntó mirándome. Me encogí de hombros. – Será
por lo que pasó entre ustedes… Digo por lo que pasó aquí... – Señaló la
cama. – No por lo del teléfono.
– No, eso ya quedó cerrado… – Me apresuré a aclarar. – Desde la broma
esa que le gasté, que acabé en tu casa y eso… Comenzó a estar rara. Pero
hace un par de días ha empezado a estarlo más aún. – Expliqué.
– Luna… – Me interrumpió. La miré. – ¿Y si siente algo por ti? – Sonreí y
negué con la cabeza. –Y si… ¿Sí? Ponte en situación.
– Aria… – Suspiré. –… Entre ella y yo no puede pasar nada más… somos
amigas, eso lo estropearía todo.
– Aún te duele hablar de ella… – Dijo, mirando al suelo. –… Se te nota. –
Sonreí y negué con la cabeza.
– La echo de menos, pero… no siento lo mismo. Te lo he dicho hace un
momento: has aplastado lo que quedaba de ella…
– ¿Segura? – Nos miramos, aun con las gafas, el color de sus ojos resaltaba
por encima de todo lo demás de la habitación. Afirmé con la cabeza, y a
continuación le di un suave beso en sus perfectos labios. Ella sonrió
dejando ver parte de su perfecta dentadura… Me dejó embobada su boca, y,
seguramente con cara de tonta. – ¿Estás bien?
– Me encanta tu boca, en serio… – Susurré para volver a besarla.
– Y a mí la tuya… – Me besó. –… No me separaría de ella nunca. – Sonreí.
Comencé a besarla mientras me sentaba encima de ella; sabía que no
podíamos llegar a palabras mayores, por lo que me dejé llevar un poco,
hasta que ella decidiese pararme en algún momento. Como tenía dudas de
si lo haría a pesar de sentirse incómoda, quise dejarlo todo claro, y me
separé un poco de ella.
– Si en algún momento te sientes incom… – le dije, mirándola a los ojos.
– Calla… – Susurró besándome. –… No estropees el momento. –Sonrió; yo
asentí y seguí a lo mío.
Volví a besarla, a pasar mis manos por su espalda, (siempre por encima de
la camiseta, ya que no quería incomodarla). Estuvimos varios minutos así,
besándonos, ella comenzó a meter sus manos bajo mi camiseta, por mi
espalda, muy tímida y lentamente, y comenzó a acariciarla entera, de arriba
abajo y de abajo arriba, sin dejar de besarnos. Poco a poco, seguí sus pasos,
igual o más lento, le levanté un poco la camiseta y metí mis manos por
debajo para acariciarla yo a ella también. Noté como su piel se erizó, cómo
poco a poco la respiración de ella era más agitada, la mía creo que lo era
desde hacía un buen rato. Al parecer decidió que mi camiseta sobraba, y me
la quitó, para, seguidamente comenzar a quitarse la suya. Solté un soplido
de aprobación, le sonreí y la ayudé a quitársela. Volví a acercarme a su
boca, a besarla como si no tuviésemos nada más que hacer, como si nos
fuese la vida en ello, sin ninguna prisa; decidí que llevábamos ya un buen
rato sentadas por lo que la tumbé en la cama lentamente, haciendo que
entrase más en ella para que quedáramos recostadas. Ella comenzó a
besarme más fogosamente y a quitarme de encima de ella, para ponerse
encima de mí. Mi móvil comenzó a sonar, me estaban llamando.
Refunfuñé varias veces, incorporándome un poco en la cama, y lo cogí sin
siquiera mirar quién era.
– ¿S… Sí? –Tosí, ya que no me salió demasiado bien la voz. Estaba
alterada, Aria resopló cerrando los ojos. – ¿Sí? – Pregunté lo mejor que
pude.
– ¿Luna? – preguntó alguien. No terminé de reconocer la voz.
– Sí, ¿Quién es? – Aria se acercó a mi espalda para besarla lentamente,
cerré los ojos y resoplé.
– Soy yo, Cait, ¿Qué pasa has borrado mi número?
– No, es que… – Dije a duras penas. No podía ni hablar con Aria
besándome la espalda. –… Estaba aquí ocupada y cogí el móvil sin mirar
quién era. – Expliqué como pude.
– ¿Estás bien? – Me preguntó extrañada.
– ¿Es algo importante? Es que, de verdad, estoy ocupada. – Insistí.
– No, pero…
–Cait, luego hablamos. – La interrumpí. Aria paró para mirarme a la cara.
– ¿Quién es? ¿Cait? – Asentí. – Dile que hola, y que te llame en un rato,
anda…
– Ostras… Eh… Vale… ¿Estás muy ocupada, no?
– Sí, la verdad es que sí.
– ¿Cómo de ocupada? – Insistió.
– Bastante, Cait hija, te llamo luego.
– Pero, ¿en qué base estás? – No, creo que es que no quería colgar, me
estaba poniendo nerviosa, entre ella y Aria besándome nuevamente, ya es
que iba a acabar tirando el móvil.
– En la segunda, Cait, en la segunda, te cuelgo, adiós. – Colgué. – Qué
pesada, por favor, ven aquí. – Aria, me paró. – Vale… – Susurré sofocada.
– Déjame a mí poner los límites. – Me tumbó en la cama; no iba a decirle
que no a nada, y mucho menos pretender que hiciera algo que no quisiese.
– Toda tuya. – Dije riendo.
Allí tumbada en la cama, besándome, acariciándome la barriga y la cintura,
pero sin tumbarse encima de mí, sólo recostada a mi lado, me tenía en las
nubes. Aunque, creo que hacía demasiado calor por ahí arriba. Poco a poco
comenzó a bajar su mano hasta mi pierna, que aún tenía los pantalones
puestos. Comenzó a acariciarla por dentro desde la mitad de mi muslo,
lentamente, pasándola suavemente y muy sutilmente por mi sexo, sin
ejercer presión, simplemente rozándome, pasando por ahí, hasta la otra
pierna, donde, siguió hasta mitad del muslo y volvió a subir hasta mi
barriga. Aunque realmente no era nada de otro mundo, aquello me puso a
cien. Comparado con todo lo que yo había hecho anteriormente, eso no era
nada, pero me excitó muchísimo. Yo me limitaba a resoplar (tal vez
demasiado) y a ponerme colorada como un tomate, debido a la excitación.
Ella cesó de besarme, para bajar hasta mi cuello; simplemente sentir su
respiración en él, me hizo estremecerme. Lo besó todo, sin dejar lugar
alguno sin uno de sus besos, y vuelta a resoplar. Estuvo un buen rato así,
pero, sin darme cuenta, no sé cómo, me tenía en las nubes… poco a poco,
comenzó a subirse encima de mí, tan lentamente, que cuando quise acordar,
estaba colocando su pierna entre las mías, y mientras me besaba el cuello…
apoyó su pierna contra mi sexo; no sé si lo hizo voluntaria o
involuntariamente, pero su gesto me hizo soltar un leve gemido. Llevé mis
manos hasta sus hombros para pararla, ella me miró a los ojos: estaba muy
colorada, su respiración muy agitada, aunque no más que la mía.
– Aria… Para… – Susurré con los ojos cerrados. –… Necesito echarme un
poco de agua en la cara.
Me estaba volviendo loca, me excitaba muchísimo y cada vez estaba más
suelta, aunque hoy era demasiado; no sé hasta qué punto hubiese estado
dispuesta a llegar, pero, al parar y decirle eso, simplemente asintió y se
levantó de encima de mí. Fui al baño, me eché agua en la cara y me miré al
espejo: estaba ardiendo y colorada como un tomate… es cierto que
necesitaba un polvo, pero no, ni de coña.
Salí del baño algo mejor, y la miré; se había puesto la camiseta, estaba
tumbada en la cama y, al verme se sentó y me echó la mía.
– Gracias. – Le sonreí. Ella también estaba muy colorada. – Eh…
¿Necesitas pasar? – Señalé al baño, ella sonrió y negó con la cabeza.
– No… – Se puso de pie. –… Voy a ir a casa un momento y me voy a dar
una ducha de agua fría… – Sonreí.
– Vale… Yo debería darme otra… ¿Vienes luego? O…
– Claro. – Me interrumpió. – Es solo, darme una ducha, estoy… Necesito
bajar la temperatura de mi cuerpo. – Le sonreí. Comenzó a bajar las
escaleras.
– Aria… – La llamé bajando tras ella. – ¿No me das un beso… ni… nada? –
Me dio uno bastante fugaz. – ¿Estás bien? – La noté rara.
– Sí, es que… necesito refrescarme, eso es todo… No te preocupes, todo
está bien, demasiado bien… – Sonrió bajando la cabeza, y yo asentí
sonriendo.
– Si quieres, y te apetece, podemos ver una peli esta noche, las dos juntas,
aquí tumbadas… – Me miró. –… Solo peli, en serio. – Reí. Ella confirmó,
devolviéndome la sonrisa.
– Vale, ¿me traigo el pijama o vuelvo a casa?
– Si te lo traes, te ahorras el camino. – Susurré regalándole un beso, que la
hizo suspirar al separarse de mi.
Bajé, la acompañé a la puerta y subí a toda prisa, cogí el móvil y llamé a
Cait.
– ¿Luna? Dime que no me has llamado sin querer.
– No te he llamado sin querer, a ti ya te vale… – Reí. Comencé a
prepararme la ropa para ducharme.
– ¿Qué pasa? – Preguntó en tono sonriente. – ¿Y Aria? ¿Ya no está ahí?
– No, ha ido a su casa a darse una ducha, y yo voy a ello también.
– Qué rapidez… – Dijo riendo.
– No hemos…
– Ah… Creí que sí, como me dijiste…
– Sí… – La interrumpí. –… Pero está en uno de sus días, en su primer día
para ser concreta, y como que no es plan de…
– Claro. ¿Pero qué ha pasado? ¿Hasta qué punto habéis llegado?
– Espera. – Solté el móvil en el filo de la bañera, me quité la ropa y abrí el
grifo del agua. –Pues casi a la tercera base. Un calentón importante, tanto
beso, tanta caricia, tan…
– ¿Qué haces? ¿Estoy escuchando la ducha?
– Sí, acabo de meterme debajo, necesitaba agua fría. – Reí.
– ¿Estás debajo de la ducha?
– Sí.
– ¿Desnuda?
– Hombre, no me voy a meter con ropa, Cait. – Reí. – Y es la segunda que
me he tenido que dar hoy ya.
– ¿Y eso? – Resopló.
– Me levanté esta mañana, bueno este mediodía, un poco sofocada;
últimamente mis sueños son bastante intensos. – Expliqué.
– ¿Qué has soñado, hija? – Sonrió.
– Eh… – Dudé. –… Déjalo mejor.
– No, ahora me lo dices. – Insistió.
– Soñé que me acostaba con dos a la vez, un trío…
– Qué fuerte. – Ella soltó una leve risa. – ¿Quiénes son ellas? Bueno, mejor
quién es la segunda, porque seguro que Aria estaba en él.
– Tú… – Un incómodo silencio nos inundó. –… Voy… A… Ducharme y
eso. – Volví a escucharla resoplar.
– Sí, vale. Llámame si quieres. O si no, no… Como quieras. – Colgó, sí, así
sin más. Lo primero que pensé era que se había enfadado.
Me di la ducha tranquilamente, pensando en que no debí decírselo; pero es
que no pararía de insistir. Aunque podría haberle mentido, soy tonta. Tras
vestirme, al ver que Aria aún no había llegado, volví a llamar a Cait.
– ¡Luna! – Dijo quizá demasiado emotiva, lo que me extrañó. – ¿Qué pasa?
– La noté exaltada.
– Nada… Me dijiste que te llamara.
– Eh… Sí, sí… Claro. – Susurró.
– ¿Estás bien?
– Sí, sí, estaba con…
– ¿Con quién estabas? Ya decía yo que sonabas como aquella vez que te
interrumpí con Marcos. No estarás con él, ¿no? Porque…
– ¡Eh, eh! – Me interrumpió. – Estaba sola...
– ¿Cómo que sola? – Pregunté.
– Sola, Luna; que estaba dándome un poco de placer, que todo hay que
decirlo.
– Ostras, te dejo entonces.
– No, tranquila, acababa justito de terminar. – Dijo riendo. – Me he quedado
a gusto... – Susurró. – Mis hormonas últimamente están fatal.
– Búscate un novio… – Sonreí, escuché la puerta de abajo cerrarse y oí a mi
madre hablar con Aria. – Te… voy a ir colgando que viene Aria.
– Te ha dado fuerte, eh… – Dijo casi susurrando.
– Sí, la verdad es que sí; me gusta bastante…
– Venga, anda. Llámame cuando se vaya. – Colgó.
No me dio tiempo a decirle que no se iría. Miré el móvil, mientras lo
separaba de mi oído.
– ¡Hey! – La saludé, ¿se puede ser más guapa? No.
– Hola… – Respondió sonriendo.
– Dame un segundo. – Le di un suave beso en los labios y bajé a toda prisa.
– Mamá. – La busqué. Estaba en el salón, sentada viendo la tele. Me miró. –
Que Aria se va a quedar a dormir esta noche aquí… Y cena aquí, ¿vale?
– Vale, si queréis llamar a vuestro amigo para que se veng…
– No, no… Sólo ella… – Mi madre sonrió y me asintió.
Volví a la habitación; Aria estaba sentada en la cama, me miró y me regaló
una de sus deliciosas sonrisas.
– Te has dado una ducha tú también, ¿no? – Confirmé sonriendo. – No
debería haberlo hecho…
– No, no, tranquila. Estoy bien…. – Suspiré. –… Bueno, todo lo bien que se
puede estar.
– Bueno… – Susurró.
Nos pusimos una película y la vimos tranquilamente, abrazadas, sobre la
cama. Se estaba tan bien… Luego bajamos a cenar y estuvimos un rato
charlando en el patio, sobre los estudios: me contó que iba a empezar la
carrera de diseño gráfico en octubre. Según pude comprobar, siempre ha
sido una chica de notas altas. Yo le conté que estudié un grado superior de
administración de sistemas informáticos en red, y que, a veces me salía
algún trabajillo, reparando ordenadores o creando webs, que también se me
daba bastante bien, aunque era poca cosa. Los ordenadores son algo que me
gusta muchísimo; trastear con ellos y demás. Quizá mi proyecto de futuro
podría rondar con algo relacionado con la reparación de equipos. Ella ama
diseñar, le gusta mucho la fotografía y todo lo relacionado con el arte.
Se nos hizo bastante tarde charlando, y cuando vinimos a darnos cuenta
eran las tres de la mañana. Y creo que fue porque sonó mi teléfono móvil, si
no aún estaríamos charlando. Era Cait, me había olvidado completamente
de ella. Dejé que sonara…
– ¿Estáis todo el día hablando? – Me preguntó Aria. Negué con la cabeza.
– Qué va, ya te digo que lleva unos días rara; su exnovio no la deja
tranquila, cree que los padres se van a separar… Y para colmo mi exnovia
tampoco la deja. En fin, está pasando un mal momento.
– ¿Tu exnovia no la deja, en qué plan?
– Ligando con ella y eso.
– Qué hija de puta, ¿no?
– Ella lo es… – Aclaré.
– Y… si no es molestia la pregunta. ¿por qué lo dejasteis? – El teléfono
dejó de sonar.
– A ver, te lo cuento desde el principio. – Aria asintió, recolocándose en la
silla. – Ruth y yo estuvimos saliendo dos años; los últimos meses me estuvo
engañando con otra, y Cait, que estaba ya en mi vida, me ayudó a salir de
ahí. Después me seguía viendo con ella de vez en cuando, pero solo sexo.
– Entonces, hace poco que conoces a Cait… – Afirmé con la cabeza. – Y
hace incluso menos que has salido de una relación de dos años. – Volví a
asentir.
– ¿No crees que es un poco pronto para…?
– Eh… no corras, esa relación llevaba muerta bastante tiempo.
– ¿Entonces por qué seguías con ella? – La pregunta del millón, ¿Cómo le
suelto que el motivo real es que era una fiera en la cama?
– Eh… – Dudé. –… Aún teníamos alguna que otra cosa en común.
– ¿Como qué? – Me estaba empezando a poner nerviosa.
– A ver, te voy a ser clara. – Aria me miró expectante. – Seguíamos juntas
por el sexo. Ya.
– Ah… – Susurró. –… No más preguntas entonces. – Negué con la cabeza.
– Desde que lo dejamos, solo había sido eso, sexo y nada más. Cait me
ayudó mucho a no volver a caer.
– Vale, vale… – No quería tocar más el tema.
– Y tú… ¿Nunca jamás has tenido nada de nada con nadie? – Negó.
– No, una vez un chico tonteó un poco conmigo y yo le seguí un poco el
juego, pero nada más. Ni nos besamos ni nada. Mi primer beso ha sido
contigo. – Dijo sonriendo, mientras bajaba la cabeza, visiblemente cortada.
Yo le sonreí. –… Es que… – Me miró. –… Es algo raro, lo que siento
cuando estoy contigo; desde que te conocí… Nunca jamás lo había sentido
absolutamente con nadie. – Si seguía diciéndome cosas así, me la iba a
comer de un momento a otro. ¡Me encanta!
– Créeme cuando te digo que el sentimiento es mutuo: yo siento que… que
cuando estás conmigo, no quiero separarme de ti, que quiero estar
abrazándote cada momento, y dándote besos… – Me sonrojé un poco, me
levanté de la silla y me acerqué para darle un suave beso.
– Y es que me... – Hizo una breve pausa para suspirar. – ...me das una
confianza... No sé... Siento que... No sé explicarlo, solo sé que jamás, en mi
vida, había sentido nada parecido con nadie... Si no... Mira lo que ha pasado
en tu habitación esta tarde… – Bajó la cabeza ruborizándose. – ¿Crees que
podría haberlo hecho con otra persona? – Negó con la cabeza. – Imposible,
ni pensarlo; es que no termino de comprender esa sensación que me haces
sentir... – Explicó cómo pudo. Yo me limité a sonreír, aunque me sacó un
poco los colores. Me encanta cómo me trata, cómo me habla, cómo… todo.
– Eres alucinante, en serio... – Sonreí. – Me encantas, Aria. – Dije. Ella bajó
la cabeza, poniéndose nuevamente colorada como un tomate.
Cait volvió a llamarme al móvil.
– Cógelo, que no va a parar. – Aria me miró. Asentí.
– ¡Ho…
– ¿Qué pasa Cait? – Pregunté interrumpiendo.
– …la. ¿Qué te pasa a ti? – Se extrañó.
– Nada.
– ¿Por qué no me has llamado?
– Es que me colgaste antes tan rápido, que no me dio tiempo a decirte que
Aria se quedaba esta noche aquí, y que por eso no te iba a llamar.
– Ah… Que… Vale, vale… Lo siento si interrumpo algo. – Sonrió.
– No, tranquila, estábamos en el patio, hablando. – Le hice una señal a Aria
con la cabeza, para irnos a la cama. Ella me sonrió asintiendo, mientras se
levantaba de la silla.
– Bueno… Entonces te dejo, que tendrás la noche liada. – Reí.
– Vamos a ver una peli. Ya hablamos, anda. – Le dije.
– Buenas noches, Luna.
– Buenas noches, Cait. – Colgué.
– ¿Habláis todas las noches? – Asentí. – En serio, cuando os conocí
parecíais novias… y aún lo parecéis.
– Qué va… Sólo hablamos, somos amigas, Aria.
– Ya… Luna. – Se puso frente a mí y la miré a los ojos. Otra vez me atrapó
en ellos, me quedé embobada. –… Yo, es que me gustas muchísimo…
– Y tú a mí, Aria, demasiado, eres guapísima, tienes unos ojos que me
hacen delirar cada vez que me miras… – Le dije. Sí, se lo dije, y ella se
puso como un tomate. – Y cuando se encuentran con los míos… – Los
busqué nuevamente para que nos mirásemos; ella estaba muy sonrojada. –
… Siento que no quiero dejar de sentirlos.
– Esas cosas me dan un poco de vergüenza, tanto decirlas como
escucharlas… – Susurró bajando la cabeza. – Pero la verdad, es que es lo
más bonito que me han dicho nunca.
– ¿Vemos una película? – Me miró.
– Venga… Pero solo si prometes no dejar de abrazarme.
– No lo haré… – Prometió en un susurro.
Cogí mi pijama y me metí en el baño para ponérmelo, (pantalones
incluidos, sí). A continuación entró ella a ponerse el suyo. Llevaba un
pijama corto de Batman, todo estampado con el símbolo del murciélago. La
miré.
– Batman… – Exclamé mientras me acercaba a ella para darle un suave
beso y abrazarla. – Si estoy en problemas, ¿Te llamo? – Sonrió.
– Llámame siempre que quieras. – Esta vez me besó ella, lo que arrancó un
profundo suspiro.
Nos metimos en la cama a ver una película.
– ¿Te harías una foto conmigo? – Le pregunté, con la intención de colocarla
por allí, en el muro de fotos que aún ni había empezado, como recuerdo de
la primera noche junto a ella.
– Claro, todas las que quieras.
– En principio con una me vale. – Saqué el móvil, puse la cámara trasera y
me acerqué a su cara para darle un beso, ella giró la cabeza para quedar cara
a cara conmigo, e hice la foto.
– Qué bonita… – Susurró. – Mándamela.
Se la mandé y nos pusimos a ver la película, para nuevamente volver a
quedarme dormida, esta vez a la mitad, abrazada a ella.
– Luna… Luna… – Me despertó moviéndose lentamente. – Te has quedado
dormida. – Me dijo sonriendo y sentándose en la cama para mirarme. – Ha
terminado la película, ¿dónde está el mando? Voy a apagarla. Tú no te
desveles… – Susurró. Sonreí levemente y se lo di; lo tenía bajo la
almohada.
Apagó la tele, la luz y se acurrucó junto a mí. Me había desvelado un poco,
pero no quería hacerla sentir mal, así que me hice la dormida.
– Me hacías falta, de verdad. Gracias por aparecer en mi vida… – Me dijo
en un tono casi imperceptible, cómo hablando para sí misma.
– De nada. – Le dije sonriendo.
– ¿En serio? No quería despertarte, lo siento mucho.
– No pasa nada. – Susurré pegándome a ella todo lo que pude. – Esta noche
hace fresco.
– No hace fresco. – Dijo riendo. – Tú lo que quieres es arrimarte a mí.
– Bueno, vale, me has pillado… – Reí. Estuvimos un rato en silencio, la luz
de la calle que entraba por las rendijas de la ventana hacía que se pudiese
ver algo. – Aria… – Susurré muy flojito, para no despertarla si estaba
dormida.
– Dime… – Respondió.
– ¿Te das la vuelta? – Pregunté. Ella se giró, quedando cara a cara conmigo.
No podía ver nada, así que palpé con mis manos su cara. – Qué guapa eres.
– Reí.
– ¿No puedes dormir?
– Qué va… Y menos contigo cerca…
– Entonces tendré que irme a casa… – Susurró sonriendo.
– No, ni de coña… ahora ya te quedas aquí, te secuestro conmigo.
– Pues tenme secuestrada mucho tiempo. – Se echó sobre mi pecho,
abrazándome. Suspiré, ella levantó la cabeza y se acercó a mi cara para
mirarme. – ¿Puedo preguntarte algo? – Miedo me daban sus preguntas, pero
accedí. – Alguna vez te has… – Se quedó callada.
– Me he, ¿qué? – Pregunté extrañada. Ella optó por volver a recostarse
sobre mí.
– Nada.
– No, termina la pregunta. – Dije en tono autoritario, pero sin llegar a
enojarme. Creo que es imposible enfadarme con ella.
– Es que, como antes con tanto beso y eso, he notado que nos hemos
acalorado bastante… Hasta el punto de tener que darnos una ducha fría…
Me estaba preguntando si tu alguna vez…
– Espera, espera… – Hice una pausa. – Ve directamente al grano, sin
vergüenza, así se pasa de golpe. – Reí.
– A ver… ¿Alguna vez te has quitado un calentón sola, pensando en mí? –
Reí, me tuve que reír. Me hizo mucha gracia que me hiciera ese tipo de
preguntas con voz de niña buena.
– ¡Aria! – Le dije en tono más alto de lo normal, mientras reía. – ¿Qué
preguntas son esas?
– Es que… Me ha entrado la duda. – La miré como pude.
– No, no me ha dado tiempo. – Dije sin dejar de reír. Empecé a sentir calor
en las mejillas; ella seguramente estaba encendiéndose. – Prefiero esperar lo
que haga falta. – Suspiré. Ella se quedó callada. – ¿Y tú? ¿Alguna vez lo
has hecho sola? Porque acompañada ya sé que no… – Ya había dejado de
reír.
– La verdad es que sí… – Admitió. – Pero hoy no, estoy con la regla y…
– De igual manera que hay distintas formas de hacerlo, tú también te lo
puedes hacer de distinta forma. – Susurré riendo. Me sentía rara hablándole
así. – Y… ¿Pensando en mí alguna vez?
– ¡Luna! – Gritó.
Tuve que echarme a reír.
– Responde. – Insistí, dejando de reírme.
– Yo, es que… – Resopló. – ¿Estás disfrutando verdad?
– Mucho. – Sonreí mordiéndome el labio, y la besé suavemente. – ¿No me
vas a responder? Yo te he contestado.
– Sí, y me has dicho que no. – Añadió.
– Porque no lo he hecho. – Sonreí de nuevo. – ¿Y tú?
– Eh… Puede que alguna que otra vez. – Suspiró.
– ¿Alguna que otra vez? – Pregunté impaciente. Noté como ella asintió con
la cabeza. – ¿Cuántas veces?
– ¿Tengo que responder? – Dijo medio riendo. Palpé su cara con las yemas
de mis dedos: estaba ardiendo. Reí levemente, sin que ella lo notase.
– ¿Sí? – Respondí riendo.
– Unas diez veces, aproximadamente. – Susurró.
Hice cuentas con los dedos y solté una breve risa.
– Si nos conocemos desde hace una semana, Aria. – Dije.
– Las mañanas y las noches son muy malas. – Lo dijo en voz muy baja.
– Yo, eh… – Me sonrojé al pasar por mi cabeza imágenes que quise hacer
que desaparecieran, más que nada por mi propio bien. – Por cierto, no es
por cambiarte de tema, pero hablando de esto me he acordado y, ya que
estoy, te lo digo… Llevo dos noches soñando contigo.
– ¿Sí? – Me miró sonriendo. – ¿Qué has soñado?
– Nada bueno, créeme. – Reí.
– ¿En serio? – Dijo riendo ella también.
– Y tanto… Y esta noche te tengo aquí; miedo me da dormirme.
– Pues mañana me cuentas… – Susurró mirándome. Enfoqué mis ojos para
verla bien, y comprobé que estaba colorada. Llevé mi mano hasta su cara
para acariciarla, y estaba ardiendo.
– ¿Puedo besarte? – Me preguntó.
– Claro… – Susurré sonriendo.
– Pero… digo como esta tarde… Me gusta la sensación que…
– Aria… Bésame como quieras… – La interrumpí.
Me besó… mucho. El tiempo se congeló para nosotras. Poco a poco volvió
a colocarse sobre mí, tal como lo hizo esta tarde. Suspiré, y sentí que ella
también lo hizo. Poco a poco colocó su pierna entre las mías. Otra vez,
aunque esta vez no le dedicó tanto tiempo; estábamos totalmente vestidas.
Tuve la sensación de que quería volver justo al momento en que la paré.
Volví a notarla, aunque esta vez con más intensidad, ya que el pantalón que
llevaba era muy, muy corto… El mío, aunque no tanto, era de una tela muy
fina. Acaricié suavemente toda su espalda, bajando mis manos hasta su
culo… ¡es perfecta! Me encanta. No me sentía tan acalorada como esta
tarde, ya que ahora se había subido directamente sobre mí, y lo pude
soportar. Seguí besándola, no quería perder el control, por lo que decidí
quitarla de encima y colocarme yo sobre ella. Lo hice con un ligero
movimiento, y continué con el beso. Entrelacé sus manos con las mías y las
llevé a los lados de su cabeza.
¿Realmente querría sentir la sensación de esta tarde? Yo la iba a hacer
sentir, y a base de bien. Comencé a bajar mis besos hasta su cuello. Dejé sus
manos ahí y con las mías acaricié su cuerpo, levantando poco a poco su
camiseta hasta que se la quité; aún llevaba sujetador. Resopló. Bajé hasta su
barriga y la besé, dudé un poco, pero como no hizo ningún intento de
pararme, continué, la besé toda, llegando hasta el filo de su pantalón. Decidí
rematarla de golpe: saqué un poco mi lengua y la pasé por toda su barriga,
hasta llegar al punto medio de sus pechos, donde paré, tragué saliva, suspiré
y continué hasta llegar al lóbulo de su oreja. Luego, la besé en los labios,
noté que tenía la respiración acelerada, la cara le ardía.
No sabía si dar un pequeño paso más (estaba casi segura de que ella me
detendría). Pero ¿y si no lo hacía…? Dudé, aun sabiendo que, si ella no me
frenaba, lo haría yo… Comencé a recostarme sobre ella, dejando mi pierna
entre las suya y apoyándola en su sexo; lo notó, y yo al mismo tiempo, ya
que una de sus piernas ejerció presión sobre el mío. Soltó un leve y casi
inaudible gemido, me mordí el labio y paré, ya que no la veía con fuerzas
para hacerlo. Me quité de encima de ella dejándome caer a su lado boca
arriba. Ella intentaba llevar su respiración a un ritmo normal, sonreí
mirándola de reojo, y pude ver cómo se pasaba la lengua por los labios y
cerraba sus hermosos ojos.
– Paramos mejor… ¿no? – Le pregunté sin mirarla.
– Sí… – Susurró acelerada. – Necesito… echarme un poco de agua en la
cara. – Me pidió, sentándose en la cama. Le señalé el baño, aunque ella ya
sabía dónde estaba.
Mientras ella entraba, me levanté para sentarme al filo de la cama, esperé
que saliese para refrescarme un poco yo también. A lo tonto, me había
puesto malísima ese gemido, tan sutil, tan leve, tan… tan… ardiente, quería
llenar toda la habitación de ellos.
Tardó un buen rato, escuché el grifo y soltó algún que otro resoplido. Al
salir se topó conmigo, me sonrió y volvió a la cama; yo entré y estuve
echándome agua en la cara y en la nuca un buen rato, cuando volví me
acosté a su lado, sin siquiera rozarla, me daba vergüenza.
– Has hecho algo que… – Comenzó a decir.
– ¿Qué? – Pregunté.
– Que nunca había sentido, es que, nunca he sentido nada así; me has…
matado, vaya… – Susurró.
– ¿Te puedo abraz…?
Ella se recostó sobre mi pecho, y me abrazó, sonreí y la abracé yo
también… Poco a poco fuimos quedándonos dormidas.
He despertado antes, y he venido al ordenador a escribirte. Acabo de
terminar, y vuelvo a la cama junto a ella.
Hasta la próxima entrada, querido diario.
CAPÍTULO 14
Viernes, 15 de julio
Hoy voy a ir al grano, querido diario:
El móvil de Aria comenzó a sonar.
– ¿Sí? – preguntó ella. Yo me di media vuelta para seguir durmiendo. – Sí
mamá, ahora voy, pero yo n.. ¿Y Pegaso? Vale, vale… – Colgó protestando.
– ¿Qué te pasa? – Le pregunté girándome para mirarla. La luz me
molestaba, por lo que tuve que cerrar los ojos.
– Mis padres quieren que nos vayamos a casa de mis abuelos a pasar el fin
de semana… – Dijo de mala gana. – No me apetece nada…
– Quédate aquí conmigo, y así tenemos dos noches más para dormir
juntas… – Me acerqué a ella y la besé. – Y si quieres, también para subirte
un poco los calores…
– Suena tentador… – Susurró poniéndose colorada.
– ¿Pero? – Pregunté.
– ¿Pero qué? – Me dijo extrañada.
– ¿No hay un pero? – Abrí los ojos y la miré; ella se encogió de hombros.
– Todo es cuestión de preguntarle a mis padres, pero no creo que me digan
que no. – Me sonrió para darme otro beso. – ¿En serio puedo quedarme?
– Claro.
– Tus padres…
– Mis padres seguramente se vayan de fin de semana por ahí, suelen
hacerlo. – Ella asintió. – Y aunque no se fuesen, tampoco pasaría nada,
puedes quedarte.
– Gracias… – Susurró mientras se sentaba en la cama colocándose las
gafas.
– Me gusta mucho cómo te sientan las gafas… – Susurré. Ella sonrió
sonrojándose. – Deberías usarlas más a menudo y dejarte de tanta lentilla. –
Me senté a su lado y le coloqué el pelo tras la oreja.
– De pequeña los niños se reían de mí por llevar gafas… Supongo que
desde entonces todo ha sido un mecanismo para evitarlo. – Me explicó; yo
negué con la cabeza.
– Pues ten por seguro que todos esos chicos que se metían contigo no tienen
una novia tan guapa como yo. – La besé, me besó, me agarró de los
hombros y me separó.
– Espera, espera… ¿Has dicho novia?
– Eh... – Sí. (Me había salido de dentro sin pensar). – …Se me ha ido, aún
no hemos formalizado nada ni nada, pero… te siento como tal…
– ¿Me sientes como tu novia? – Me preguntó sonriendo.
– Espera… A ver… Yo… Es que… – Me puse nerviosa, di un leve salto
para sentarme frente a ella. – Tengo que hablar contigo seriamente.
Suspiró, y le sonreí.
– ¿No es nada malo verdad? – Preguntó. Yo negué con la cabeza. – Vale,
suéltalo.
– En nada de tiempo me has hecho sentir cosas que no había sentido con
nadie. – Dije. – Sé que estuve dos años con una persona que me hizo mal, y
que he tenido un encaprichamiento enorme con mi mejor amiga; pero te
aseguro, y lo digo de verdad, que durante esta semana que llevo
conociéndote me has hecho sentir más viva que nunca, has hecho que Cait
no sea… – Pensé en como decirlo, aparté un segundo la mirada buscando
cómo soltarlo, para volver a mirarla. – Que no sea la persona con la que
quiero pasar seguramente el resto de mis días. – Reí levemente.
– ¿Qué sientes por Cait? – Dijo.
– Es mi amiga y la quiero, sí, pero como tal. – Expliqué. – Lo que siento
por ti, sobrepasa esos límites, Aria.
– ¿Qué sientes por mí? –Preguntó.
– Es muy probable que contigo quiera pasar lo que me queda de vida. –
Sonreí levemente, ella se encendió y bajó la cabeza.
– ¿Por qué? – Ni me miró, estaba muy cortada.
– Porque me haces mejor persona, porque no quiero imaginarme un día sin
ver esa cara que tienes, sin sentirte cerca, sin ver como te sonrojas con
cualquier cosa. – Suspiré. – Me tratas genial, como nadie.
– A ver… Tengo que pisar tierra, Luna. – Sonrió negando con la cabeza.
– ¿Qué? – Reí levemente. – No irás a darme calabazas, ¿Verdad?
– Sí, te odio, no me gustas, ni tus ojos, ni tus besos… – Me besó
suavemente. – Ni tus caricias… – Acarició mis manos con las suyas. Sonreí
bajando la cabeza. – Ni esa sonrisa que tienes, ni tu sentido del humor, ni
como me tratas; lo odio todo de ti. – Sonrió.
– Tonta. – Dije devolviéndole la sonrisa. – ¿Qué pasa?
– Que sí, que todo lo que me dices es tan… – Resopló sonriendo. – Tan que
me encantas, Luna, que no me termino de creer… – Levantó las manos con
las mías aún agarradas, las bajó y enlazó los dedos. – No me termino de
creer esto.
– Pues aquí estoy, contigo, en mi cama. – Reí levemente. – Donde no
pretendo meterte con otros fines, al menos aún. – Le sonreí. –
¿Formalizamos entonces?
– Espera… – Me sonrió. – No quiero cortarte el rollo, Luna; pero es que…
– No sé porque siento que no me va a gustar lo que sigue. –Dije,
empezando a soltar sus manos.
– Espera. – Volvió a cogerlas, pero esta vez con más fueza. – No te
adelantes. – Volvió a sonreír.
– Vale, dime. – Dije suspirando.
– A ver, yo me lanzo a la piscina contigo sin pensarlo, con los ojos
cerrados, lo hago, ¿vale? Pero tú debes entender que no quiero pasarlo mal.
– No, jamás. – Sonreí.
– Por eso mismo, pienso que para poder nadar bien, o sea, que para
lanzarnos, la piscina debe estar completamente llena de agua.
– Dime.
– Si dices que me sientes como tu novia… – ahora no estaba sonriendo, y
eso no me gustaba. – ¿Por qué hiciste antes de ayer lo que hiciste con Cait?
Vale, esa no me la esperaba.
– Eh… – Suspiré. – Lo siento, ya te dije que me sentí mal.
– Después de hacerlo.
– También se lo dije a ella: que no volvería a pasar.
– ¿Me sentías como tal? – Preguntó.
No quería que se produjese la primera discusión entre nosotras; me negaba
a ello y, aunque su tono no iba por ahí, yo me estaba poniendo bastante
nerviosa.
– Justo ahí me di cuenta de que por Cait no siento nada en ese aspecto, y
que no te podía sacar a ti de mi cabeza en todos los aspectos, que te tenía en
mente todo el día, que te tengo en mente todo el día, y que solo pienso en
estar contigo, en ver tu sonrisa, en simplemente sentirte cerca y sentir tu
calor. – Sonreí.
– ¿Y entonces, porqué me dijiste que no teníamos nada serio, que
simplemente nos estábamos conociendo? – preguntó. Al ver mi cara me
sonrió levemente, cómo para hacer que no me sintiese mal. – Solo quiero
poder decir que sí sin lamentarme luego por ello, Luna; quiero que no
tengamos secretos, ni mentiras y que todo esté siempre claro. Y sólo tengo
esas dos dudas. – Suspiró. – No te estoy diciendo que no, no lo he hecho en
ningún momento. Y quiero que sepas que me lanzo contigo a la piscina,
pero sólo si tu también estás dispuesta al cien por ciento.
– Eh… – Me refregué los ojos; era demasiada información para empezar la
mañana. – Conforme pasan las horas, los minutos, los segundos, se refuerza
más todo, deseo con más fuerza estar contigo, y no quiero perderte, no
quiero hacer una tontería y perderte; me niego. Cada vez estoy más segura
de eso.
– ¿De que estás segura, Luna? – La miré fijamente a los ojos.
– De que te quiero, Aria. – Solté mientras me acercaba lentamente a su boca
para besarla. – De que no quiero, por nada del mundo, perder esta
oportunidad contigo. Si no estás preparada aún para formalizar, vale, lo
entiendo; pero no me quites de tu vida, no podría soportarlo. – Le dije casi
en tono de ruego.
– Yo también te quiero Luna. – Sonrió, volví a besarla.
– ¿Saltamos? – Pregunté.
– De tu mano, siempre. – Dijo, para seguidamente abrazarme y echar su
cabeza contra mi hombro.
Alguien a tocó la puerta de la habitación.
– Luna, cariño, ¿Puedo pasar? – Era mi madre, y era muy muy raro que
subiese a mi habitación; cuando estábamos en la otra casa y yo habitaba el
desván, era muy pero que muy raro que subiese.
– Si, claro, pasa… – Dije separándome un poco de Aria.
Mi madre abrió la puerta y nos miró.
– ¡Buenos días Aria! – La saludó.
– Buenos días. – Sonrió Aria, la miré y sonreí yo también.
– Escúchame Luna, cuando puedas baja que tengo una sorpresa para ti. –
¿Qué podría ser? No tenía ni idea, pero después de la colchoneta inflable,
me esperaba cualquier cosa.
– ¿El qué? – Pregunté extrañada.
– Cuando puedas baja, la tengo en el salón; pero antes avísame que te la
quiero dar yo… – Sonrió. Asentí extrañada y miré a Aria después de que se
marchase.
– ¿Que habrá comprado…? – Dije poniéndome de pie y entrando al baño.
– ¿Qué puede ser? – Me preguntó Aria, mientras salía del baño.
– Ni idea, pero el otro día le pedí un ordenador portátil: ojalá sea eso… –
Supliqué. Aria soltó una leve risa. – Pasa al baño y bajamos a ver que es.
Ahora nos vestimos.
Al salir del baño bajamos riendo, mientras repetía una y otra vez qué sería
lo que habría comprado mi madre ahora.
– Luna… – Llamó Aria mi atención. La miré. – …Dile a tu madre que me
voy a quedar aquí el fin de semana, que a mí me da cosa.
– Vale, y mientras tanto vas a tu casa a por tus cosas. – Sonreí, Aria asintió
devolviéndome la sonrisa, y le di un suave beso en los labios. – Te quiero. –
Susurré.
– Yo sí que te quiero. – Me dijo en voz baja, mientras se sonrojaba. Volví a
darle otro suave beso.
– Mamá… – Dije entrando a la cocina.
– ¡Estoy en el salón con tu sorpresa, cariño! – Me gritó.
– Mamá, que Aria se queda el fin de semana aquí que los padres se….
“No, no, no, no, no” Eran mis pensamientos, hasta que Aria se topó
conmigo al entrar.
– No te pares en seco… – Protestó; ella también fijó la vista hacia donde yo
estaba mirando. – Uh… – Volvió a mirarme.
– ¡Sorpresa! – Me dijo mi madre. Intenté sonreír, mas no me salió nada:
¡era Cait! – He hablado con sus padres y ha venido a pasar el fin de semana
contigo. No podía verte mal por separarte de tus amigos.
– Eh… – De mi boca no podía salir ninguna palabra con sentido.
– Sí cariño, Aria se puede quedar también. – Mi madre estaba muy
contenta. – ¿No estás feliz? – Asentí, pero mi cara era un poema; aún no
había conseguido decir nada, ni Cait tampoco.
– Luna… – Aria me dio un toque en el brazo, la miré, y ella señaló a Cait. –
…reacciona – Dijo sonriendo.
– Si, eh… uf… – Resoplé. – ¿Qué tal el viaje? – Pregunté.
– ¿En serio? Anda, anda… Os dejo solas. – Mi madre se fue.
– ¿Una semana sin vernos y es lo que se te ocurre decirme? – Cait se vino
hacia mí y me abrazó; ya que ella había dado el paso, respondí a su abrazo.
No me quería ni imaginar el fin de semana. Nos separamos.
– Hola Aria… – Sonrió para acabar dándole dos besos.
– Buenas. – Saludó ella sonriéndole. Las miré. – Luna… – Me advirtió
Aria. – …debería vestirme e ir a mi casa antes de que mis padres se vayan.
– Asentí.
– Pues… – Miré a Cait.
– Os espero fuera, con tu madre. – Sonrió Cait.
Subimos en silencio las escaleras.
– Luna… – Susurró Aria, la miré. – ¿Estás segura de que quieres que me
quede? – Asentí. – Si me fuese y te quedases a solas con ella… – Bajó la
cabeza.
– Eh… – Le agarré la cabeza para que me mirase. – …en estos momentos
solo quiero estar contigo, me da igual todo lo que haya pasado y con quién;
sólo contigo, ¿entiendes? – Cerré los ojos y la besé, noté cómo suspiró,
escuché un ruido tras nosotras… Aria se separó de golpe. Ya empezamos
con los sobresaltos.
– Lo siento… – Se disculpó Cait, soltando la maleta al lado del escritorio. –
Yo me voy ya y…
– No, no hace falta, yo… – Comenzó a decir Aria, dirigiéndome una mirada
interrogante. – …cojo mi ropa y me visto en el baño. – La miré de arriba
abajo suspirando, mientras me daba la espalda para entrar al baño.
– Te juro que ha sido cosa de tu madre, lo siento. Si teníais algún plan… –
Dijo. Sonreí y la miré.
– Bueno… no te voy a negar que no lo tuviésemos. – Admití .
– Mira que le dije que no a tu madre, tenía que ha…
– Eh… – Pasé mi mano por su cara para que reaccionara. – …que no pasa
nada. – Cait miró al escritorio de reojo. – Tú no has abierto ese cajón,
¿cierto?
– No… – La miré muy extrañada. – ¿Por qué? – Pregunté mientras me
acercaba al escritorio. Cait me agarró del brazo.
– No. – Me detuvo en seco. – Ni se te ocurra abrirlo.
– ¿Por qué? – Me extrañé.
– Tú sólo hazme caso. – Se quedó mirándome a los ojos, agarrándome del
brazo. En ese momento, Aria salió del baño, y ella me soltó rápidamente,
pero no le aparté la vista.
– Ahora salgo… – Susurré a Aria dándole un beso en la mejilla. Miré a Cait
de reojo, y ella apartó la mirada.
Cogí mi ropa y me encerré en el baño. Me vestí a toda prisa; no me gustaba
la idea de que se quedaran solas. Las oía cuchichear. Sé que no debí
hacerlo, pero puse la oreja.
– (Claro, es eso… Pero todo bien, en serio). – Era Aria. – (Podrías haberme
avisado de que venías y no le hubiese dicho que sí a quedarme aquí).
– (Ya, pero te prometo que no quiero romper vuestros planes para el fin de
semana).
– (También se pueden hacer planes de tres; y podemos llamar a Eric). –
Aria y sus ideas.
– (Pero, seguramente queráis tiempo a solas, por la noche…) – Le dijo Cait.
– (Oh… no si, nosotras no…)
–(Ya, ya, lo sé, pero en algún momento tendrá que pasar, y pasará. Y no me
perdonaría que…)
– (Estoy con la regla, tranquila… Este fin de semana no hubiese podido
pasar nada…) – Dijo Aria con una risa nerviosa.
– (Ya, tu estas mala, pero ella no, y supongo que necesitará que le echen
un…)
Ya. Demasiada información para Aria. Abrí la puerta, cortando de sopetón
el cuchicheo.
– ¿Vamos? – Me miraron. Cait bajó las manos como si hubiese hecho algo
malo. – ¿Qué pasa?
– Nada. – Dijeron al unísono; se miraron y comenzaron a bajar las
escaleras.
Cuando bajamos el primer tramo y llegamos al primer piso, Cait se dio la
vuelta.
– Ahora vengo, se me ha olvidado algo en la maleta.
– Voy contigo. – Dije girándome.
– No. – Me paró. – Tú baja, no tardo. – La maté con la mirada.
– Aria… – La miré. Ella suspiró y cerró los ojos.
– Vale, me voy, tranquila… no pasa nada. – ¿Qué carajo decía?
– Eh… – La paré. – ¿Qué te pasa? No es eso, es que subas a ver qué hace,
creo que me oculta algo. – Me miró extrañada.
– ¿Algo como qué?
– No sé.
– Voy. – Aria subió a toda prisa, sin hacer ruido.
Yo bajé, y esperé un rato abajo. Me estaba poniendo nerviosa tanto misterio.
Además ya tardaban demasiado… hasta que al fin bajaron.
– Aleluya. – Me quejé.
– Bueno, Luna, yo voy a por unas cosas y a decírselo a mi madre. Si
hubiera cualquier problema te llamo, estate atenta al móvil.
– ¿Cómo que cualquier problema? ¿No me dijiste que no habría problema?
– Me tenía muy nerviosa.
– No creo que lo haya, tranquila… – Dijo tratando de tranquilizarme.
– No puedo estar tranquila, porque ni tú misma lo estas. – Me miró a los
ojos, y me sonrió, pero noté que sus ojos no sonreían. – A mí no me
engañas… – Protesté.
– No tardo… – Se fue, sin siquiera darme un beso, y ya comencé a echarla
de menos. ¿Qué cojones le habría dicho Cait? Me estaba poniendo muy,
pero que muy ansiosa.
– Luna, ¿vamos a darnos un chapuzón? – Me preguntó Cait sonriendo. La
miré a los ojos y volvió a darme un sobresalto el corazón, no…
– Vamos…
Subimos a ponernos el bikini sin mediar palabra alguna. Cuando ella estaba
en el baño abrí el cajón del escritorio, pero no había nada fuera de lo
normal. Bajamos y nos lanzamos al agua. Ella se subió a la colchoneta,
cómo no… Y yo me senté al filo agarrándola para que no se la llevase el
agua.
– ¿Qué tal todo por allí? – Pregunté.
– Bastante mal… Ruth está…
– ¿Qué le pasa? – En ese momento llegó Aria, nos miró y se sentó a mi
lado, sin llegar a meter los pies en el agua.
– Pues que te has ido de allí, ¿qué le va a pasar? – Se puso unas gafas de sol
y se tumbó por completo. – La farmacéutica la ha mandado a la mierda, y
yo más de lo mismo; a ver qué se cree la imbécil, ¿que puede estar con la
tía que quiera? Pues no, yo soy muy hetero.
– Pero ella es así.
– ¿Quién es la farmacéutica? ¿De quién habláis? – Preguntó Aria. Cait me
miró y empezó a explicarle.
– La farmacéutica es… – no sabía qué decir, no quería cagarla. –
Hablábamos de Ruth (su ex), que es una gilipollas; ¡pues no ha intentado
ligar conmigo! Que intentó hasta besarme…
– Ya, ya lo sé… – Dijo Aria. – Pero, ¿quién es la farmacéutica? –Insistió.
– A ver… Yo me acosté con Marcos, hablamos de hace ya más de dos
semanas, ¿vale? – Se sentó en la colchoneta, y yo tiré de ella para acercarla
más a nosotras. Aria permanecía expectante. – Fue en el cine, y no
llevábamos precaución encima, entonces… lo hicimos sin condón. Y como
no me bajaba la regla (tenía un retraso), fui corriendo a casa de esta para
que me comprase en la farmacia un predictor. Total, que allí ligó con la
farmacéutica y esta le dio su número; esa misma noche quedaron y tuvieron
tema. Y ya. – Volvió a recostarse.
– Eh… – Aria y yo nos miramos al unísono. – ¿Con cuántas te has
acostado?
– Nunca he hecho la cuenta. – Me quedé pensativa. Cait no me apartaba la
vista.
– Pues cuenta. – Me dijo Cait
– A ver, mi primera vez fue con Sonia, luego su amiga María… Después
llegó Ruth… Estuvimos dos años, ahí solo con ella, y me dejó. – Hice
memoria. – Vero, Andrea, Cristina…
– No, espera, antes de Cristina hay otra. – Cait me interrumpió.
– No. – Dije.
– Sí, esa del pelito corto, joder, ¿Cómo se llamaba?
– Diana.
– ¡Sí esa, Diana! – Gritó.
– Pero no me acosté con ella.
– Bueno, pero os besasteis y ya cuenta.
– No, me ha preguntado con cuántas me he acostado.
– ¿Cuántas van? – preguntó Cait quitándose las gafas.
– Seis, sin contar a Paola… Luego Ruth volvió.
– Pero es la misma y ya está contada, son siete. – Dijo Cait volviendo a
recostarse.
– Y ocho con Laura, la farmacéutica.
– Si, ocho, qué guarra eres tía… – Dije. Cait soltó una carcajada.
– Ajá… Entonces nueve. – Me dijo Aria haciendo un gesto hacia Cait.
– Sí ,eso es: nueve. Se me había olvidado. – Dijo Cait dándome un suave
empujón en la pierna para que la soltase. – Me voy al fondo, que me voy a
tirar al agua.
– Espera… – La paró Aria. – ¿Y tú, con cuántos chicos?
– ¿Yo? – Se extrañó.
– Sí, tú… – Insistió Aria.
– Pues… Mi primera vez fue con un chico que se llama Sergio. Pobre, qué
mal lo pasamos…– Cait soltó una leve risa. – Luego Marcos, con quien me
he tirado tres años; y ya… dos.
– Tres tiene más sentido que nueve… – Susurró Aria.
– Es que estaba resentida con Ruth… – Me quejé. – Pero ya no, te lo
prometo… – dije. Ella se puso muy colorada y me dio un beso.
– He dicho dos. – Corrigió Cait. Aria la miró. – Sí, vale, tres. – Bajó la
cabeza mirando al agua.
– ¿Y con cuántos años fue la primera vez? – Nos miró alternativamente a
las dos. Decidí hablar yo primero.
– Con dieciséis. – Dije sonriendo.
– Yo con catorce. Fue un desastre. – Respondió Cait riendo.
– ¿Por qué dices eso? – Preguntó Aria extrañada.
– También era su primera vez, y no tenía ni idea de cómo poner un
preservativo; lo tuve que poner yo, se acabó rompiendo porque le venía
chico, no tenía más, nos quedamos a medias… En fin. – Suspiró. – Éramos
pequeños, me pegué con él un año y siempre fue bastante torpecito en la
cama. – Cait movió la colchoneta hasta el otro lado de la piscina, dejó las
gafas encima y se tiró al agua.
– Con nueve… – Volvió a repetir Aria.
– Aria…
– Es que… No me gustaría convertirme en otro número de esa lista. – Ni
me miró.
– Ninguna es un número; todas tienen su nombre y su historia.
– ¿Todas tienen su historia y te acuerdas? – Preguntó extrañada. Cait salió
del agua frente a nosotras.
– Sí, me acuerdo de todas.
– Pues empieza, que tienes para rato.
– Aria… – Susurré. Cait nos miró.
– Empieza… – Insistió.
– Yo por aquel entonces tenía novio, y me llamó la atención María, una
amiga de su hermana. Me alejé del mundo, dejé a mi novio, y entonces
Sonia, su hermana vino a verme a casa y... Pasó: ella era la típica chica a la
que un día le gustaba uno y otro día otro… La típica que decían qué puta,
qué no sé qué… Y eso que realmente, no se había acostado con ninguno de
los que había estado y acabó haciéndolo conmigo, también fue desastroso,
fue la primera vez de las dos, con ella ni estuve saliendo fue solo eso. –
Suspiré. – María era su amiga, también iba un poquito perdida por la vida,
pero vaya ahí estaba yo para encarrilarla, me comentó que tenía sus dudas,
lo típico… empezamos a salir como con cualquier otra pareja, y lo hicimos
a los cuatro meses, duramos seis juntas. Me tiré un tiempo sola y llegó
Ruth… Ruth era la típica que levantaba pasiones, ella tenía clarísimo que le
gustaban las chicas y nos conocimos, dos años duramos. Después de
dejarlo, un fin de semana cualquiera, ya con esta en Málaga, la convencí
para que se viniese conmigo y con Raúl un amigo gay, al pub, y se vino, allí
conocí a Vero, eso fue esporádico ya que fue allí mismo en el servicio del
pub y tal, las dos sabíamos que eso era así. Andrea en cambio era una amiga
de Ruth que llevaba según ella un tiempo fijándose en mí, yo de lo resentida
que estaba me acosté con ella para que se enterase Ruth y eso, en fin… A
esta la utilicé un poco… Me arrepiento de ello. Pero como Ruth estaba
“enamoradisima”... – Recalqué las comillas con los dedos. – …de su nueva
amiguita, no me hizo caso, yo estaba despechada y me tiré de Cristina, otra
amiga suya, e ídem de…
– Y Diana… – Me interrumpió Cait.
– Que con Diana no me acosté, solo nos besamos.
– Ya, pero cuenta. – Insistió.
– Vale, venga. Ruth ya empezó a volver y tal, y de ahí en adelante sólo con
Ruth, sin haber tenido nada serio con ella; bueno, quitando a la
farmacéutica, que no paraba con el tópico: “tienes que pasar página”… La
farmacéutica se llama Laura, y ya sabes la historia.
– Me sorprende, la verdad… – Susurró Aria sonriendo. – La historia que
aún no sé bien es la de vosotras dos… – Nos miró. Yo quería que me tragara
la tierra. Cait y yo nos miramos perplejas; no nos esperábamos eso.
– A ver… – Comenzó a decir Cait. – …fue lo más tonto del mundo, pues
eso… de esto que empiezas con la tontería, jiji jaja y pasó. Quedamos en no
volver a tocar el tema y en ello estamos, pero eso parece algo imposible,
vaya… – Dijk en tono dc reproche.
– Pero pasó dos veces… – Insistió Aria.
– No, a ver… – Intenté hablar, pero Cait no me dejó.
– Aria, Aria… – Llamó Cait su atención, y ella la miró. – Fue por la noche
y luego por la mañana. Que no es que ocurriese en dos días distintos y eso,
no; fue en el mismo día. Típico de, te levantas ¿Qué ha pasado aquí? Venga
vale, aceptamos la situación y dices: “bueno… o lo pruebo otra vez o me
como la cabeza con el puede ser que…” Pero que no, que no me van las
tías, lo tengo clarísimo. Lo siento por ti, Luna, no es nada personal ni
nada… – Dijo riendo. – …pero donde se ponga un buen chico con una
buena...
– Ya, ya, ya… – La paró Aria. – Lo he pillado, gracias.
Realmente, no entiendo por qué siento celos, pero lo que había dicho Cait
me atravesó, me molestó, me hizo daño, aunque tengo clarísimo que no
siento nada por ella, que por quien tengo todos mis sentimientos es por
Aria. Sólo esperaba que no se me hubiese notado en el gesto, y no por mí,
sino por Aria; no quería que se rayase, ya que ni yo misma lo estaba.
Ahora en frío, lo pienso, y creo que es normal que me hubiese molestado; al
fin y al cabo estaba diciendo que no le había gustado acostarse conmigo, lo
que, a pesar de no tener sentimientos por Cait, jode escuchar algo así; el
ego…ya sabes, Querido Diario.
– Pues eso. – Resopló Cait.
– ¿Y no has vuelto a estar con nadie desde lo que pasó con vosotras? – Aria
estaba jugando con fuego, se iba a acabar quemando. Cait negó con la
cabeza.
– No… ¿Para qué? Tengo un ex novio que no para de dar por culo, y no
quiero saber nada más de él, es un hijo de puta y…
– ¿Qué te ha hecho? – Preguntó.
– Cuando me mudé, como vivíamos a un par de horas de distancia, y solo
nos podríamos ver un fin de semana sí y otro no, (porque él se negaba a ir el
finde que le tocaba…), me dejó, excusándose en que él tenía sus
“necesidades”; que se joda. El muy cabrón conoció a otra, y también la ha
dejado. Ahora se muda a Málaga y me dice que quiere volver. ¡Anda y que
se joda! – Se enfadaba cada vez que hablaba de él.
– ¿Y la ex de esta…?
– Otra… otra… Esa no para de intentar ligar conmigo… Me pone muy
nerviosa, le tengo un odio… Ojalá no la conozcas nunca. – Advirtió. Si de
mí depende, jamás la conocerá.
– A esta también la tienes loca… – Aria sonrió irónicamente sin atreverse a
mirarme.
– ¿Qué dices, Aria…? – Dije, sobresaltada; no me esperaba eso para nada.
Ella se levantó súbitamente y puso rumbo hacia la casa. – … Eh… – La
paré. – ¿Estás tonta? – Me abrazó. Estaba llorando.
Cait me miró y negó con la cabeza, acercándose a nosotras.
– No seas tonta, Aria… – Comenzó a decir Cait.
– Eh… – Le dije mirándola a la cara, mientras le limpiaba las lágrimas. –
La regla te tiene loca… Ya, ven aquí. – La volví a abrazar.
– En mal momento he venido… – Susurró Cait. – Aria… – Cait la separó
de mí para ponérsela cara a cara. – Créeme cuando te digo que ésta, por
quien está loca es por ti… – Consiguió que parase de llorar y la abrazó.
Miré a Cait, le sonreí dándole las gracias sin hablar, gesticulando sólo con
los labios. Se me hacía muy raro verlas tan juntas.
Al poco, comimos. Mi madre me informó, como yo ya sabía, que se iba con
mi padre y con Tam a un hotel de la zona, a conocer mejor las afueras y eso;
lo típico, vaya. Aria estuvo toda la tarde más tranquila. Se puso un pantalón
súper corto, para poder meter las piernas en remojo y demás.
Todo normal: Cait siguió poniéndome al día con las cosas de por allí, los
ligues de Raúl (a quien llamamos y estuvimos un rato hablando con él), y
esas cosas… hasta que el sol se fue. Después cenamos temprano, y
volvimos al patio para sentarnos y volver a charlar, cuando de pronto el
timbre de la puerta sonó.
– ¿Quién será? – Pregunté extrañada.
– Será Eric… – Me dijo Aria corriendo tras de mí. – Le he dicho que venga
un rato, ¿te importa? – Negué con la cabeza y abrí la puerta.
– ¡Hola guapísimas! – Nos saludó. – Enhorabuena, nos dijo guiñando un
ojo. – Lo miré extrañada. – Me ha contado que habéis formalizado.
– Ah… – Dije moviendo la cabeza.
– ¿Que habéis formalizado qué? – preguntó Cait, acercándose a nosotros. –
Hola Eric, ¿qué tal?
– Lo nuestro… – Respondí en un tono casi imperceptible.
– Ah… que… habéis… – Dijo visiblemente sorprendida. – ¿Novias? – Yo
confirmé con la cabeza. – Bien… – Empezó a decir con un deje bastante
falso. No sé si ellos dos se dieron cuenta, pero yo sí. – Me alegro por
vosotras… – Sonrió, pero no era una sonrisa sincera. Nuevamente, algo
estaba pasando por su cabeza, y yo quería saber qué era.
– Bueno eh… Pasa. – Invité a Eric a entrar, nos fuimos al patio, y Cait se
quedó hablando con Aria, lo que me ponía muuy nerviosa…
– He traído… – Me enseñó una botella de tequila.
– Uf… – Resoplé. – No sé cómo podría sentarnos eso, la situación es un
poco…
– ¿Qué pasa? – Se extrañó dejándola sobre la mesa.
– La última vez que bebí tequila, no me sentó demasiado bien…
– Uf… ¿Tequila? – preguntó Cait mirando mal la botella.
– Llego a saberlo y compro otra cosa. – Eric cogió la botella. – Pues para
mí solo.
– Eh… Comparte conmigo… – Dije mientras me sentaba junto a él. – Cait,
¿puedes traer unos vasos? – Asintió.
Aria se sentó en mis piernas y me abrazó.
– Qué bonito, por Dios… – Dijo Eric, mirando a Cait. – …Y tú qué, ¿te has
dejado a alguien atrás? – Cait sonrió.
– Sí, a un cabrón y a una loca. – Respondió riendo.
– Brindemos por ellos entonces… – Le dijo Eric, abriendo la botella y
llenando los cuatro vasos de chupito. – Tomad, anda parejita. Dejad algo
para esta noche. – Aria se levantó de encima mío y se sentó en la silla que
quedaba a mi lado, ya que Cait se había sentado también a mi otro lado,
supongo que para estar al lado de Eric.
Le puse un chupito por delante a Aria, quien lo miró extrañada.
– ¿Qué te pasa? – Le pregunté.
– Nunca he…
– ¿Quieres sal y limón?
– ¿Cómo que sal y limón? – Se extrañó. Eric se le quedó mirando.
– A ver, se supone que debes echarte un poco de sal en la mano… O en la
mano de alguien… – Sonrió mirándome. – Luego beberlo, y pegarle un
bocado al limón; o bien a la boca de otra persona, que debe tener el limón…
– ¿Que haga el qué? – Se extrañó más aún.
– Es un juego, Aria… al que parece que no vamos a jugar. – Miré a Eric.
Cait, a quien no le gusta nada una tontería…
– Venga, Luna. ¡Anda que no hemos jugado veces…!
– Pero mi juego tiene algo… Una botella para elegir con quién te toca… –
Susurró. – Y un gran beso, tras quitar el limón de la boca. – Miré a Eric,
que tenía su vista clavada en nosotros.
– No flipes. – Reí. – …no sé qué está pasando por tu mente; si vernos a
nosotras besándonos… – Señalé a Aria y a mí. – …o a ti liándote con
nosotras… – Lo miré.
– Puede que las dos cosas… – Me dijo riendo. – ¿Os hace o no?
– ¡Venga! – Insistió Cait. Me miró. – Luna… Venga…
– Vale, vale… – Desistí.
– Pues tres chupitos para dentro de un tirón y comenzamos a jugar.
– Vamos al suelo mejor, que la botella se puede caer de la mesa, y adiós
tequila. – Advertí.
– Si, mejor… – Dijo Eric.
Dado que, casi todo el patio era césped, pusimos la mesa y las sillas sobre la
hierba, y nosotros donde haciendo un círculo. Nos bebimos el primero…
– Esto es demasiado fuerte. – Dijo Aria con cara de asco. La miré para
comprobar si se encontraba bien.
– Si no te apetece, no bebas. – Susurré. Ella negó con la cabeza sonriendo.
– Sí, es que nunca he bebido en reuniones de éstas. Alguien tenía que estar
fresca para controlar a mi amiga. – Sonrió. – Pero alguna vez tendría que
ser la primera, ¿no? – Asentí.
– Como tú quieras… – Cait y Eric nos miraron. Debía tener una cara de
tonta...
– Pero, antes de beber más, voy a ir a quitarme las lentillas. – Dijo Aria.
– Y yo a por limón y sal. – Dije.
Corté los limones en un abrir y cerrar de ojos y cogí el salero, Eric y Cait se
bebieron otro en lo que estábamos dentro. Esperé a Aria.
– Qué guapa estás por dios… – Le dije plantándole un beso en la boca. Ella
suspiró; no se lo esperaba.
– Llego a saberlo y ni me pongo las lentillas…
– Si es que te dije que no te las pusieras, que me gustas así… – Aria sonrió.
Salimos, nos bebimos el segundo, y un tercero.
– Vamos… – Eric miró la botella que pretendía girar. – Va a ser que no… –
Dijo riendo.
– Espera, anda… – Dije.
Entré y saqué una botella de vodka. Esta sí tenía forma de cilindro…
– Pero esto tiene para un par de copas. – Advertí.
– Trae… – Cait se levantó y me la quitó de las manos, abrió la botella y le
dio un sorbo.
– Cait… Controla. – Pedí. Ella asintió.
– Bébete tu esto… – Me pasó la botella; la miré y sólo quedaba un poco.
Me lo bebí de un sorbo.
Eric volvió a cargar los chupitos.
– Yo primero… – Susurró. Le di la botella y me senté entre Cait y Aria. –
Falta una regla… –Comenzó a decir. – La sal, como he dicho, no se echa en
la mano, sino en cualquier otro lugar del cuerpo. Repito: cualquier otro
lugar del cuerpo… Y lo decide el de la derecha del que gire la botella; es
decir, yo giro, decide Aria. Aria tira, decid… – Negó con la cabeza. – Cait,
ponte en medio de las dos; nada de parejas… – Cait se colocó entre
nosotras. – Bien, entonces: cuando gire Aria, decide Cait; cuando tire Cait
decide Luna y cuando tire Luna decido yo… – Me guiñó un ojo. – Eso sí,
hay que decir dónde se va a echar la sal antes de girar la botella.
¿Entendéis? – Todos afirmamos con la cabeza. – Bien, pues voy a girar.
Aria, ¿dónde le tengo que echar la sal a quien me toque? – Terminó de decir
riendo.
– Pues… – Dudó.
– Aria, no tenemos toda la noche… – Insistió Eric.
– Venga va, en el cuello. – Dijo con voz tenue.
Eric giró la botella.
– Aria… – Susurró mirándola. Le eché unz mirada inquisidora y lo paré.
– Eh… Tira otra, esa no vale. – Eric me miró.
– Luna… Es un juego. – Resoplé y me limité a bajar la cabeza. Cogió el
salero, le echó sal por el cuello a Aria, y le colocó un trozo de limón en la
boca.
Se acercó a Aria y le quitó muy lentamente la sal, cosa que no me gustó
ver… pero para nada… Ella suspiró aliviada mientras él bebía el tequila,
luego se acercó a su boca y le quitó el limón, lo mordió y lo escupió para a
continuación darle un buen beso, ¿Celosa? ¿Yo? ¡Que va…! Lo mataba,
Querido Diario, lo hubiese matado.
– ¿Qué tal, Aria? – preguntó Eric riendo, separándose de ella para volver a
su sitio.
– La verdad: me gusta más cuando me lo hace ella… – Sonrió mirándome.
Estaba colorada, pero me da a mí que no era de vergüenza, sino por los tres
chupitos que se había bebido. Lo estaba notando incluso yo, que estoy algo
más acostumbrada a beber. – Me toca.
– Decid…
– Yo, ya, lo hemos pillado… – Lo cortó Cait. – Pues vamos a poner la cosa
un poquito peor… – Me dio miedo. – …A quien le toque se tiene que bajar
un poco los pantalones y justo al filo de la prenda interior. En mi caso y en
el de Luna no hace falta bajar nada, estamos en bikini. – Eric levantó la
mano.
– ¿Y los que no llevamos nada interior? – Respondió Eric riendo.
– Qué guarro eres… – Le dije.
– Es broma, Luna.
– Voy, eh… – Dijo Aria.
Giró, y le tocó… ¡conmigo!
– ¡Eso no vale! – Se quejó Eric. – Aunque bueno, venga, vale. – Aria me
miró dudosa; aunque más duda que la que tenía yo…
A ver… Cogió la sal… me la fue a echar más arriba y Eric la detuvo,
haciendo que me la echara justo a ras del bikini. Después me colocó el
limón en la boca. Dudó, dudó mucho, pero acabó haciéndolo, quitó cada
pizca de sal de mi cuerpo. Fue… Buah… Uf… Su boca tan cerca y su mano
apoyada en mi muslo, también muy cerca… iba a morir. Todo lo que me
había calentado anoche, y ayer por la tarde… volvió incrementado aún
más… Sentir su lengua rozando mi piel, tan cerca… Le di sin querer un
bocado al limón (qué asco), y al fin terminó, se bebió el chupito y me quitó
el limón de la boca. Pude respirar finalmente, pero todavía quedaba el beso.
Me cortó el suspiro y me elevó a las nubes y más; es que, uf… En fin, que
me puso fatal. Fue un gran beso; no sé exactamente cuánto duró, pero
quería otro así. Ahora le tocaba a Cait.
– La sal al brazo. – Dije resoplando aún.
– ¡Venga ya! – Se quejaron Cait y Eric a la vez. Me quedé mirándolos con
cara de circunstancias.
– Bueno venga, en el pecho. – Hice un gesto por encima de mis pechos.
Eric me miró y apartó la mirada rápidamente. Tuve que reírme.
La botella volvió a girar.
– Eh… – Cait miró a Eric, que era con quien le había tocado. Él se quitó la
camiseta, dejando al descubierto sus definidos y marcados músculos.
Cait se acercó a él riendo y se sentó sobre sus piernas, quedando cara a cara.
Él se dejó caer un poco hacia atrás, apoyándose sobre sus brazos. Ella le
echó la sal, y le colocó el limón en la boca.
Yo no quería ni mirar. Le quitó toda la sal tomándose su tiempo; juraría que
hasta se pasó. Luego Aria le dio su chupito, se lo bebió y le quitó el limón
de la boca, para a continuación plantarle un beso de película. En ese
momento tuve que mirar a Aria, que me regaló una sonrisa, que hizo que el
momento se me hiciese más ameno. Una vez terminaron, me tocaba a mí…
– A ver… – Suspiré.
Eric se quitó los pantalones quedándose en calzoncillos.
– ¿Qué haces, loco? – Me quejé. Él soltó una leve risita.
– Señalarte dónde vas a tener que acabar quitándome la sal, porque te va a
tocar conmigo. – Me guiñó el ojo.
– Eric… – Se quejaron Aria y Cait, cruzándose una mirada complice.
– Por aquí… – Se señaló la parte interna del muslo, cerca, muy cerca de su
paquete o aparato reproductor, como quieras llamarlo.
Aria me miró expectante, supongo que ante la posibilidad de que me
pudiese tocar con Cait. Noté cómo contuvo el aliento mientras giraba la
botella. Pero el destino quería ponerme sólo en sus manos.
– ¿Otra vez? – preguntó Eric. – Venga ya, esto está amañado…
Aria y yo nos miramos; ella me negó con la cabeza, en señal de que no
pensaba quitarse el pantalón corto que llevaba.
– Tranquila, lo echamos un poco hacia arriba y ya… – Le dije. Obviamente
no iba a perder la oportunidad de que me notase tan cerca.
Le arremangué sólo un poco el pantalón, ya que era muy muy corto, y le
eché la sal quizá demasiado cerca.
– Luna, esparce un poquito más esa sal que has echado, no en un punto
solo. – Se quejó Eric, mientras me cogía de la mano, haciendo que
extendiera la sal hasta mitad del muslo. – Venga… – Susurró con mi vaso
en la mano para dármelo.
Aria suspiró antes de que ni siquiera me hubiera acercado.
– Aria… – La miré. – Si te sientes incómoda paro… – Le dije. Ella negó
con la cabeza, me quitó la rodaja de limón de la mano y se lo metió en la
boca. – Tranquila… – Susurré.
Bajé hasta su muslo y comencé a quitarle la sal de fuera hacia dentro, poco
a poco, noté como se le ponía la piel de gallina, y como su respiración
comenzaba a acelerarse. El último tramo lo hice lo más rápido posible,
aunque reconozco que hubiese querido dedicarle mucho más tiempo… A
continuación me dirigí hacia su boca. Me notaba encendida, más incluso
que anoche. Mientras me acercaba a su boca para quitarle el limón, oí la
voz de Eric a mi espalda.
– Eh… Luna… – Me interrumpió. Al mirarlo caí en la cuenta de que se me
había olvidado el vaso con tanta sal y tanto calor. – …Ten…
Me lo tomé de un trago, como mandan los cánones, y ahora sí, le quité el
limón de un bocado rápido y me fui por fin a su boca, besándola como
nunca. Me sente en sus piernas, ella me agarró la espalda con sus manos, y
unos segundos después, noté cómo las puso sobre mis hombros para
separarme suavemente de ella.
– Para… – Me susurró. Asentí, dándole un suave beso.
– ¿Estás bien? – Pregunté en otro susurro.
– ¿Cómo quieres que esté? – Estaba bastante agitada… y la verdad es que
yo también. – Eh… Luna…
– Dime…
– Tenemos a dos personas mirándonos…
Me giré para mirarlos y ambos, al mismo tiempo, giraron la cabeza hacia
otro lado. Reí.
– Venga, vale, se acabó el espectáculo. – Volví a mi sitio. Sabía que Cait
estaba mirándome fijamente, pero preferí desentenderme. – Dale Eric.
Eric cogió la botella, y resopló mirándome.
– Si queréis repetimos… – Dijo. Lo miré con semblante muy serio. – Vale,
vale… Uf… Eh… A ver, os explico: ahora a la inversa, tiro yo y luego
vuelve a Luna, y, ya no decide el de la derecha, sino el de la izquierda.
¿Bien? – Asentimos. – Primero un chupito para calentar más los motores.
Ah, y no puede tocarnos con la misma persona dos veces; es decir, a Aria
yo ya la tengo descartada, pero eso no quita que cuando ella tire, le pueda
tocar yo. ¿Entendéis? – Todos confirmamos.
Rellenó todos los vasos y nos bebimos uno. Yo ya me estaba notando que si
seguía mucho, no me iba a dar para poder describir bien esta noche; no
quería imaginar cómo iba Aria.
– Luna, te toca a ti decidir de donde tengo que quitar la sal.
– Pues… – Comencé a decir pensativa.
– Y no te cortes, fuego al asunto… – Insistió Eric. Yo asentí.
– Eh… – Señalé desde debajo de mis pechos hasta el filo de mi bikini.
Asintió conforme.
Giró la botella, y esta apuntó a Aria. Como esa tirada no valía porque ya le
había tocado con ella, volvió a girar; esta vez le tocó con Cait.
– Te la debía. – Le dijo acercándose a ella, que se dejó caer un poco hacia
atrás. Eric le echó la sal y le colocó el limón.
Comenzó a quitársela, al mismo tiempo que le acariciaba las piernas. Una
vez eliminó hasta el último grano, le pasé el chupito, le quitó el limón, lo
mordió y lo escupió, para besarla; la cogió en peso se sentó en el suelo con
ella encima suyo, y así pasó un eterno minuto. Y hubiera seguido si no es
porque Cait lo detuvo.
– Ya, ya… – Dijo Cait riendo. Él protestó ansioso.
– Eh… no te puedes levantar de aquí.
– Ya, hijo… Lo estoy notando. – Respondió riendo.
– Luna… Pásame los pantalones, anda… – Dijo Eric soltando una
carcajada.
Se los pasé, mientras le advertía:
– Eric, no tengo ganas de verte el miembro, eh. No te los pongas y colócate
los... ya tú sabes…– Él asintió.
– Joder que mal… – Resopló Eric sentándose en su sitio con los pantalones
encima para que no se le notase la erección.
– ¿Estás bien? – Le pregunté a Aria. Ella confirmó moviendo levemente la
cabeza y me sonrió. Aún estaba encendida.
– Te toca… – Me dijo ella. Cierto, me tocaba.
– Sí, pero espera; tú, coge de ese tendedero un bañador de mi padre, y date
un chapuzón, que la botella es muy traicionera. – Reí. Puta botella; ¡qué
asco le estaba cogiendo…! Y lo peor de todo, era que, o me tocaba con él o
con Cait: a cuál peor.
Me hizo caso, y se tiró de cabeza a la piscina. Una vez dentro del agua,
donde no lo pudiésemos ver, se cambió.
Mientras volvía, estuvimos hablando.
– Creo que lo has matado… – Le dijo Aria a Cait.
– Lo voy a matar esta noche… – Susurró Cait, riendo.
– ¿Vas a acostarte con él? – Preguntó Aria.
– No, no te confundas: me lo voy a follar. – Respondió riendo. Me giré
mirándolo, mientras se acercaba.
– Venga anda, vamos. – Dije. Él se sacudió el agua del pelo, se secó un
poco con una toalla, y acabó sentándose en su sitio.
– Cait… ¿Dónde? – preguntó Eric.
– Pues… – Señaló su pierna, la parte superior del muslo, desde el centro,
hasta el filo de su bikini. Lo que se me vino a la mente en ese momento fue
algo como: “si me toca con ella, voy flechada a la piscina, de cabeza”.
Giré la botella. Puñetera botella… ¿en serio?
– ¡Si! ¡Lo sabía! Ven aquí. – Me dijo Eric.
– Hijo de puta. – Me reí. Me llamó con los brazos y para hacerle callar le
metí el limón en la boca antes de echarle la sal. – Las manos quietas, eh… –
Le dije. Él confirmó con cara de solemnidad.
Le eché la sal por donde Cait había propuesto. Para poder quitársela, tuvo
que remangarse un poco el bañador. Procuré no demorarme mucho; ¿para
qué?
Aún así, noté como se puso: su respiración comenzó a acelerarse, y su piel
se erizó. Me tomé el chupito, le quité el limón, y comencé a besarlo. No era
la primera vez que besaba a un chico. Tuve mi primer novio hacía mucho;
se sentía raro, no voy a decir que no me gustase, al fin y al cabo era un
simple beso. Simplemente, no me excitó. Él por su parte, entre pensamiento
y pensamiento, recordando aquél novio que tuve, me sentó encima de él y
me cogió todo el culo.
– Eh, eh… – Cait y Aria se levantaron para separarnos, se me había ido el
santo al cielo con tanto pensamiento. ¿Él? Sí, otra vez… Lo peor de todo, es
que está vez la tenía yo justo debajo, y la estaba sintiendo…
Lo miré: tenía los ojos cerrados, y no dejaba de resoplar. Le eché el pelo
hacia arriba, ya que se le estaba metiendo el flequillo en los ojos.
– ¿Luna? – Me llamó Cait. Me volví a mirarla. – Si no lo veo, no lo creo,
vaya. – Luego miró a Aria, que estaba igualmente perpleja. – ¿Venga, no?
– Sí... Al agua… – Le dije. Él asintió sumiso, y se tiró de cabeza otra vez.
Yo aproveché el momento para volver a mi sitio. – Se me ha ido el santo al
cielo. Me estaba acordando de mi primer novio; ha sido lo más raro del
mundo… – Puse una cara rara y de asco. – …no me ha excitado nada…
– ¿Estás segura? – Me preguntó Aria. Yo le confirmé sin dudarlo, moviendo
afirmativamente la cabeza.
– ¿Tú quieres que te enseñe yo lo que me excita? – Le pregunté sonriendo,
mientras me acercaba a ella hasta quedarme a un palmo de su cara. Ella sólo
cerró los ojos y soltó un soplido impaciente.
– Enséñamelo… – Susurró. Le di un suave beso con la intención de
separarme, ya que Cait estaba ahí también. Pero ella me agarró de la cara y
no dejó que me despegase.
– Ar…Aria… – Conseguí decirle separándola de mí. Ella sonrió.
– ¿Y esto, te ha excitado?
– Mucho… – Susurré. Aria miró tras de mí; ahí estaba Eric de nuevo
disfrutando del espectáculo. Resoplando, se secó un poco y se volvió a
sentar. Yo volví a mi sitio.
– Luna… – Me llamó Eric. – …Te siguen gustando las chicas, ¿no? – Me
preguntó riendo.
– Sí hijo, sí… – Reí. – …ha sido muy raro, la verdad.
– Una lástima… – Respondió riendo sonoramente . – Bueno, Cait, dale.
– Es que ya pocos sitios quedan que no hayamos hecho… – Se quejó Aria.
Eric la miró.
– Habrá que ir repitiendo. – Dijo sarcásticamente.
– Bueno, por aquí es parecido a la primera, pero no exactamente igual… –
Se señaló de los pechos hacia la barbilla, pasando por el cuello.
– Yo… me voy a ir preparando… – Susurró Eric sediento, mientras le
llenaba el vaso a Cait.
– ¡No puedo contigo! – Dijo Cait riendo.
– No, pero con una de estas dos, sí. – Protestó.
Giró la botella…
– Uh… – Eric comenzó a reír a más no poder. Aria me lanzó una mirada…
Le había tocado conmigo. – Eh… no la mires así, sólo es un juego. – Le
dijo Eric a Aria.
– No si yo… – Sonrió. – ...tarde o temprano iba a pasar.
Mi cara era un poema. Cait pareció haberse quedado ahí, clavada en el sitio.
Eric me puso en posición para echar la sal, ya que para poder hacerlo por
donde había dicho, tenía que recostarme un poco.
– Espera… Tengo una idea… – Dijo antes de echar la sal. – Ven, Aria. –
¿Cómo que Aria? ¿Eh? Ella se acercó.
La sentó tras de mí y me echó sobre sus piernas mirando hacia ella.
– Hola. – Me dijo riendo. Yo cerré los ojos.
– Cuando te quite la sal, te levantas para el limón y el beso. – Me dijo Eric.
Beso, Cait, beso…
Y Aria estaba allí; de ahí no podía salir nada bueno.
Cait se acercó a mí para echarme la sal. Volví a cerrar los ojos, refunfuñé y
acto seguido me metió el limón en la boca.
Comenzó a pasar su lengua poco a poco por todo el camino que recorría la
sal, muy despacito, demasiado despacio, como si hubiese estado esperando
ese momento toda la noche. Noté como mi piel se erizo. Sentí las manos de
Aria agarrando fuertemente mis hombros, dudé si era por celos o por
excitación, ya que lo hizo de una forma extraña. Una vez que me había
quitado toda la sal, pasó de que me levantase. Lo intenté mientras ella se
bebía el chupito, pero volvió a echarme sobre las piernas de Aria.
Acostándose encima de mí, le dio el bocado al limón aún en mi boca,
haciendo que cayese algo de jugo dentro, y lo escupió para, seguidamente
besarme. Lo hizo como jamás en su vida, y mira que hemos tenido besos,
fue ardiente, parecía que me iba a comer, literalmente vaya; me había
dejado K.O. Sus manos me acariciaron por la cintura (hubo un momento en
que las perdí). Y poco a poco, bajó la intensidad del beso y se separó. Dejé
los ojos cerrados y resoplé. Temía abrir los ojos y encontrarme con Aria.
Dudé bastante, hasta que ella me acarició la cabeza.
– Luna… – Me susurró a un palmo de mi cara. – ¿Bien? – Dijo riendo. No
me lo podía creer: yo preocupada y ella riendo.
– Acabáis de…– Espetó Eric mientras me levantaba, señalándonos a las
tres; sí, a las tres.
– Miré a Aria. – Ella señaló a Cait con la cabeza, y se pasó la mano por toda
la pierna. Cogí la indirecta: Cait se lo había hecho a ella mientras me
besaba... ¡Que cabrona!
La fulminé con la mirada, y ella se limitó a lanzarme una pícara sonrisa. Sí,
ahora me estaban comiendo los celos.
Volvimos todos a nuestros respectivos sitios, y a Eric se le ocurrió la peor
idea de la noche:
– Bueno, como estamos a punto de terminar esta ronda, podríamos hacer la
última, ya sin botella, con lo que nos queda restante. ¿Qué os parece?
– Eric terminamos y…
– Vale. – Asintieron las dos a la vez.
– Venga ya, Luna… – Me insistió Aria. Cerré los ojos, resoplé y terminé
por afirmar de mala gana con la cabeza. No quería joderle la noche. –
Bueno, voy.
– ¡Espera! – La paró Eric enseñándole el salero. – Por aquí, al bordecito,
bordecito. – Señaló donde ya lo habíamos hecho antes, justo por encima del
biquini o bañador.
Giró la botella. NO, NO y NO.
– ¡No! – Me quejé. Aria me miró.
– Luna… – Dijeron al unísono los tres; resoplé y me senté.
Cait se recostó apoyada sobre sus brazos. ¿Por qué cojones le tenía que
hacer eso a ella? En su vida lo había hecho; además yo quería ser la
primera. Le puso la sal, le metió el limón en la boca y suspiró. Acto seguido
comenzó a quitarle la sal. Un flash de mi sueño me vino a la mente…
– Joder… – Proteste sin poder apartar la vista; me estaba excitando incluso
más que cuando me lo han hecho ellas a mí.
Una vez le lamió toda la sal, Eric le dio el chupito a Aria, se lo bebió y se
centró en el limón, lo mordió y se lo quitó con la mano, para dejarlo sobre
el suelo mientras se besaban. Resoplé, resoplé y volví a resoplar. Pensaba
que me iba a morir del calor tan sofoc que me estaba entrando.
Cait tiró de Aria para ponerla encima de ella, le acarició la espalda bajo la
camiseta; parecía que no iban a parar nunca, pero fueron aflojando poco a
poco y por fin sacó sus manos de debajo de la camiseta de Aria. Volví a
resoplar varias veces, el calor era demasiado insoportable.
– Tú… – Me susurró Eric cerca del oído. Lo miré. – …date un chapuzón
anda… – Me dijo mientras reía por lo bajo.
No lo dudé dos veces y me lancé al agua. Estaba buena de temperatura, algo
fría quizás; me sirvió para refrescarme, eso sí. Cogí una toalla y me sequé
un poco, acercándome a ellos; ya estaban cada uno en su sitio.
– ¿Qué? – Me preguntó Cait riendo.
– No preguntes… – Respondí mientras me sentaba. – ¿Ahora qué? – Miré a
Eric.
– Decide el de la derecha y me toca contigo. Ah, y vuelta al sentido
contrario al de las agujas del reloj. – Todos asentimos conformes. – ¿Aria?
– Por aquí… – Susurró señalando todo el pecho. Eric asintió sonriendo.
A mí no me hacía ninguna gracia, pero aún así dejé que esparciera un
poquito de sal de un extremo a otro de mis pechos. Me colocó el limón en la
boca, y me quitó la sal muy, muy rápido, Cait le dio el chupito, le dió el
bocado al limón, lo escupió y me besó; nuevamente esa sensación tan rara,
no era asco, ni excitación, era algo muy… neutro, no sabría definirlo. Paró.
Se notaba a legua que estaba deseando vernos entre nosotras. Reí.
– Anda, anda… – Le susurré.
– Calla, ahora Aria conmigo. – Llenó el vaso de Aria. – Cait, tú decides. –
Cait me miró, volvió la vista a Eric y se señaló el cuello. – Algo más…
– Eric… – Se quejó Cait.
Aria le echó la sal y le puso el limón en la boca, le quitó la sal lentamente
de nuevo. Otra vez me invadieron las ganas de estampar a ese chico. Luego
le di el chupito, se lo bebió y le quitó el limón, lo mordió y lo besó. Por lo
que pude ver, Eric no estaba muy cómodo, ni ella tampoco, pero esta vez lo
hicieron un poco más largo (o eso me pareció a mí), y se separaron.
– Cait… con Aria. – aclaró Eric llenándole el vaso. Me miraron. – Tú
decides, Luna. – ¿Yo?
Sí, es verdad, me tocaba y lo tenía claro: en el mismo sitio donde mismo me
lo hizo Cait a mí; para que necesitase mis piernas para apoyarse; así podría
estar más cerca de ellas dos. De tan sólo pensarlo, mientras lo decía, me
puse a cien.
Aria me miró, yo le devolví la mirada. Se sentó delante de mí, mientras Eric
la ayudaba para que quedase a la altura de mis piernas y la acostó echándole
la sal, Cait, le puso el limón en la boca. Resoplé, Cait me miró sonriendo,
Aria cerró los ojos.
– ¿Qué? Ahora no puedes correr a la piscina eh… – Dijo con una sonrisa
maliciosa. Seguidamente comenzó a quitarle la sal a Aria, muy pero que
muy lentamente, mientras le acariciaba la cintura bajo la camiseta. Lamió
toda la sal y siguió besándole el cuello, pasó una de sus manos por mi
pierna hasta casi mi sexo, casi, casi, lo que me hizo estremecer. Sentía que
en cualquier momento iba a explotar; mi respiración comenzó a acelerarse.
Cait dejó ir su mano hasta mi sexo; fue sólo un segundo, pero, buah… iba a
morir. Se levantó un poco; Aria estaba acelerada, lo estaba notando. Le di el
chupito a Cait, quien me guiñó un ojo, se lo bebió, me devolvió el vaso y
sonrió para acabar mordiendo el limón en los labios de Aria. Aspire y
espiré. Luego, lo sacó de su boca para comenzar a besarla, y nuevamente
dirigió su mano hasta mi pierna. Ahora empezó a besarla muy
salvajemente; ella le siguió el beso, seguido de un leve gemido, que fue lo
que me hizo volver un poco a tierra y pararlas.
– Hey… – Le susurré a Cait, que estaba muy, pero que muy acelerada
también. No nos librábamos ninguna; por fin comenzó a parar, y nos
levantamos. Aria necesitó un momento para recuperarse y me miró.
– ¿Estás bien? – Me preguntó. Le respondí con una sonrisa.
– ¿Y tú? – Ella negó con la cabeza.
– Venga… La última… – Dijo Eric, llenando mi vaso.
– Yo con Cait, o sea, yo a Cait –, decidía Eric. ¿Pretendía matarla? Ella
estaba bastante acalorada; iba a hacer que explotara, que se viniese sin
siquiera tocarla.
Miré a Eric, y él sonrió señalando el mismo camino que hice cuando me
tocó con Aria: desde mitad del muslo por dentro, hasta el filo del pantalón
que no pude remangar más; solo que Cait, lo que llevaba era biquini. La
escuché refunfuñar. Aria la miró, cogí el limón y se lo puse en la boca para
que no se pudiese quejar. Cait se echó un poco hacia atrás abriendo las
piernas, una de ellas doblada. La recostó y por esa pierna fue por la que le
eché la sal, desde medio muslo hasta el filo del biquini. Y a continuación
me dispuse a ello.
– Espera, espera… – Dijo Cait sacándose el limón de la boca.
– ¿En serio? – dijo Eric quejándose.
– Aria… si estas incomoda, paramos. – Dijo Cait. Miré a Aria, y vi cómo
ella negó con la cabeza. – Como esta tarde estuviste mal por…
– Que no pasa nada… Es un juego, y me ha quedado todo claro… – Sonrió.
Cait resopló.
– ¿Te quieres meter el limón en la boca? – Me quejé mirándola. Ella asintió,
se lo puso en los labios y cerró los ojos.
Comencé a quitarle la sal por el muslo, como había hecho con Aria, de
fuera hacia dentro. Muy lentamente; la piel se le erizó, noté como le estaba
excitando. Cuando más cerca pude estar de su sexo, suspiré, haciendo que
ella se tragase un gemido.
– Eh… – Aria me miró mientras me separaba. – Vale… Nada… Sigue.
– ¿Segura? – Pregunté. Ella confirmó con la cabeza; Cait ni abrió los ojos.
Eric me dio el vaso, me lo bebí y le quité el limón de la boca con la mano,
me lo metí en la mía y lo tiré separándome de ella.
– Eh, ¿Y el beso? – Se quejó Eric.
– Aria está incomoda, y no voy a hacer nada que…
– Luna, que estoy bien en serio. Bésala. – Pidió sonriendo. – De verdad.
Cait entreabrió la boca y la besé: pasando mi mano por detrás de su cuello.
Fue un beso ardiente; ella tiró de mí para que acabase sentada encima suyo.
Seguimos besándonos, noté como me acariciaba la espalda, y me cogió el
culo. Aria se acercó a nosotras.
– Luna, Cait… – Nos increpó, lo que hizo que nos separásemos de golpe,
al escucharla tan cerca. – Ya, ¿no?
– No… – Susurró Cait, agarrando a Aria y besándola también.
– Eh… – Las separé. – Ya… – Dije. Ella asintió, y Aria sonrió ante el
repentino ataque de celos.
– Se acabó. – Susurró Eric.
Tiré de Aria hasta llevarla cerca de las hamacas; necesitaba hablar con ella.
– ¿Estás bien? Lo siento por… – Me besó, me besó como hacía un
momento, jugando, ardiente. La detuve poco a poco.
– Necesito quitarme de esto ya… Ahora mismo… – Susurró apoyando su
cabeza contra mi hombro. Sonreí.
– Tranquila… tenemos todo el tiempo del mundo. – La miré a la cara, y ella
me sonrió.
– ¿Cómo estás tú? – Preguntó.
– Bastante jodida… – Susurré.
– Yo puedo… – Intentó meterme mano, pero la aparté.
– No, nuestra primera vez no puede ser así… – Susurré.
– Vale… – Convino conmigo. – ¿Nos podemos sentar? – Miré a Cait, que
estaba hablando con Eric.
Aria me sentó en la hamaca de más al fondo, cogió la sombrilla, la bajó y la
dobló para que la hamaca no se viese.
– Aria… – Comencé a decir, Aria decidió no hacerme caso, tumbarme en la
hamaca y colocarse ella encima. – Aria, estoy muy mal.
– Te creerás tú que yo estoy bien… – Susurró con la respiración agitada.
– No puede ser así nuestra primera vez… – Le rogué una vez más, pero ella
ya se había dejado caer sobre mí, quedando recostada sobre mí, con las
piernas entrelazadas, apoyadas. Cualquier movimiento me mataría, aunque
aún seguía en bikini.
– Así aguantaré más rato sobre ti… – Susurró. – No voy a hacer nada.
– Ni se te ocurra moverte, nada, ni un milímetro… – Amenacé resoplando.
– Eh… – Acababa de darse cuenta de cómo estábamos. – Uf… – Rezongó
al darse cuenta de la situación.
– Sabes que me estás matando, ¿no? – Aria asintió sonriendo; aun sin
moverse, estaba ejerciendo presión y eso… Así fue como acabó la mañana
que Cait y yo nos acostamos: con la tontería…
– Un poco más… – Me pidió. – …me están entrando unos calores… –
Resopló. – …me gusta mucho sentir esto, sentir que… uf…
– Hombre, no estamos haciendo nada, pero… Estamos apoyadas y eso… Se
nota. – Me estaba comenzando a tensar, cada músculo. – Aria… – Susurré.
Ella me miró, se mordió el labio. – …no quieras que nuestra primera vez
sea así.
– No… Estoy… estoy notando tu pulso de ahí en mi pierna… – Sonrió.
– No puedo, en serio, hazme algo… – Pedí. Se movió, y me mató, me
estremeció, me hizo gemir, me besó, un poco más y…
– Luna, Aria me… – Se quedaron de piedra, tanto Eric como Cait, que lo
había seguido hasta allí. Aria se levantó de encima de mí… Salvadas por la
campana. A ver si a la mañana siguiente podía mirarme a la cara. Con lo
cortada que es… – Eh… Esto… Lo voy a soñar yo esta noche… – Resopló
Eric largándose de allí.
– Eh… – Aria no sabía que decir. Lo siguió, y yo me quedé ahí unos
segundos para recuperar el aliento. Cait se sentó a mis pies.
Se habían acercado cuando estaba a punto, a punto de llegar. Nos
interrumpieron en el último momento. Por un lado, me quise morir, pero
por otro, se lo agradeceré toda la vida. Cait, se quedó ahí sentada. Aunque
estábamos a oscuras, yo sabía que estaba allí.
– Gracias… – Susurró.
– ¿Por qué? – Me extrañé.
– Por ser mi amiga, por estar ahí siempre, por todo lo que haces por mí. –
Estaba muy rara, aunque es cierto que estaba borracha. Me incorporé
quedando sentada a su altura. Nos miramos, y sus ojos me atravesaron; me
hizo suspirar y a la vez me cortó el suspiro.
– ¿Estás bien? – Pregunté. Ella asintió.
– Estoy bastante caliente, para serte sincera. Me hace falta un buen polvo…
– Dijo riendo.
– Ahí tienes a Eric. – Reí.
– He dicho un buen polvo, Luna.
Aria se acercó, incorporando la sombrilla.
– Voy a… – Comenzó a decir. – …a darme una ducha.
– Yo me voy a casa. – Dijo Eric.
– ¡Adiós! – Lo despedí.
Me acerqué a Aria y le di un beso en el cuello.
– Me encantan tus besos. – Susurró.
– ¿Nos vamos arriba? – Pregunté. Ella asintió.
Cuando subimos, Cait ya tenía puesto el pijama.
– Eh… – Intentó hablar. – Bueno, me bajo yo… – Susurró.
– Nadie baja. – Dije mirándola. – ¿Cómo vamos a dormir?
– Ahí… – Dijo Aria tirándose en la cama.
– Ella lo tiene claro. – Dijo riendo Cait. Reí. – ¿Vas a dormir con ella o
prefieres que me meta yo en la cama?
– Eh… ¿Qué? – No terminé de captarlo.
– Nada… – Negó con la cabeza riendo.
– Luna… – Susurró Aria llamándome.
– Un momento, anda… – Le dije a Cait, y me dirigí hacia Aria. – Aria…
Ven, ponte el pijama.
– No… – Se subió en la cama de rodillas.
– ¿No qué? – Pregunté riéndome. – ¿No te vas a poner el pijama?
– No…
– ¿Vas a meterte en la cama con la ropa? – Pregunté. Cait se sentó en la silla
del ordenador a ver el panorama, que era digno de una película.
– No… – Pensaba que iba tan borracha, que ya ni me entendía.
– ¿Entonces?
– Desnuda… Vamos a dormir desnudas. – Cerré los ojos al imaginármelo.
Aspiré y espiré. – Ven… – Tiró de mí para echarme en la cama, pero la
detuve.
– Ar… Aria… Aria… – Me empujó, y se sentó encima de mí. – Aria no…
– Si… – Susurró.
– Caitlin, ¿me ayudas por favor?
– ¿A qué exactamente? – Preguntó riendo.
– A que mi novia no me eche un polvo y mañana acabe arrepentida. – Cait
echó a reír y se acercó a nosotras, tenía a Aria besándome todo el cuello…
Brutal.
– Aria, ven… Vamos a…
– ¿Un trío? – Preguntó Aria. Yo resoplé y eché a reír. Cait también.
– Anda que estamos nosotras, para el pedo que lleva esta.
– Me da a mi que es la primera vez que bebe tanto. – Reí.
– También va a ser la primera vez que folla, como os deje solas. – Cait paró
de reír, y yo también.
– Voy a ponerme el pijama. – Dijo Aria. Me dio un beso en los labios
camino al baño, sin pijama. Corrí a cogerlo y se lo di.
– Tu pijama. – Le dije mientras se lo tendía con el brazo estirado.
– ¿Me ayudas a ponérmelo?
– Uf… Aria… – Comenzó a besarme de nuevo el cuello lentamente. – Me
vas a obligar a hacer cosas que…
– Eh, ya, Aria, ve, échate agua en la cara, ponte el pijama y te vienes. – La
detuvo Cait. Ella obedeció y entró al baño.
– ¿Tú no te ibas a ir con Eric? – Le pregunté a Cait, mientras me ponía el
pijama. Ella se sentó en la silla del ordenador, mirando hacia otro lado.
– Déjate. – Respondió riendo.
– Deberías desahogarte un poco, la noche ha sido calurosa… – Dije, por
llamarla de alguna manera.
– Si, pero lo sobrellevo.
– Y yo… – Susurré ya con el pijama puesto.
– Y tú, si… Tú también. – Noté que me miró de arriba abajo y se llevó las
manos a la cara.
– Acuéstate, anda. – Le dije señalándole la cama.
– Sí, va a ser lo mejor… – Susurró. – …No quiero hacer nada de lo que
pueda arrepentirme mañana.
– ¿Aria? – Abrió la puerta. – ¿Estás bien?
– Sí, un poco mareada…
– Venga, vente a la cama. – Nos metimos en la cama, dejé a Aria dormida, y
Cait cayó rendida también.
Yo me levanté y aquí llevo un par de horas escribiéndote, aunque aún me
siento algo mareada.
Buenas noches, querido diario.
CAPÍTULO 15
Sábado, 16 de julio
Querido diario:
Desperté y comprobé que aún era de noche, ya que no entraba nada de luz
por la ventana. Cait estaba despierta. Miré a Aria. Ella dormía
tranquilamente; estaba guapísima. Volví a mirar a Cait.
– ¿Estás bien? – Pregunté.
– Sí… – Susurró. – Me he despertado y no puedo dormir… tengo un
calentón importante.
– Bueno… Si quieres darte una… – Me interrumpió, poniéndose encima de
mí. – Cait… – Susurré mirando a Aria.
– No se va a despertar… Venga, si no vamos a tardar nada, tú estás que no
veas, y yo… más de lo mismo. – Me besó y la aparté.
– No puedo…
– Sí puedes, Luna, sé que sigues sintiendo lo mismo por mí, me haces daño
cada vez que te veo con ella… – Negué con la cabeza.
– No me puedes decir eso, ahora no…
– Mira, hagamos esto como despedida, y no volveremos a hablar de nada. –
Suplicó acercándose a mi boca. Resoplé. Me gustaba tanto…
– Nada de formar escándalo. – Susurré. No podía decirle que no.
Comenzó a bajar por mi cuello, me quitó la camiseta, ella estaba desnuda,
¿cómo no me había dado cuenta antes? Llegó a mi sexo, lo besó, lamió,
hizo todo lo que se le antojó. Sentía que iba a explotar; comencé a moverme
cada vez más rápido, y más, y más, y más, iba a llegar…
El móvil de Aria me despertó. Estaba empapada en sudor, otra vez, y muy,
pero que muy excitada. Me incorporé exaltada, con la respiración aún
acelerada por el sueño.
– ¿Sí? – Respondió Aria lo más flojo que pudo. – Sí, mamá, claro, luego
voy. Un beso, adiós. – Se tiró en la cama, resoplando. – Mi cabeza… –
Susurró. Me miró. – ¿Estás bien? – Miró a Cait, que estaba de espaldas a
nosotras. – ¿Qué hace…? ¿Qué ha pasado aquí?
Cait se giró.
– Ahora no se acordará de nada, ¿qué te pasa a ti? – La miré. No le pude
sostener la mirada, sonrió y volvió a mirar a Aria.
– ¿Ha pasado algo? Es que… Tengo lagunas, y muy grandes, creo. Joder,
mi cabeza. – Se acostó nuevamente.
– Lagunas… – Dijo Cait riendo. – Luna… ¿Estás bien? – Aún estaba
acelerada. – ¿Un sueño?
– Pesadilla… – Susurré. – De las que tanto tengo. – Miré a Aria. – ¿Qué es
lo último que recuerdas? – Pregunté.
– Voy a trozos.
– Cuéntanos. – Dijo Cait.
– De porqué estamos las tres en la cama, no recuerdo nada…
– Tranquila, no ha pasado nada. – La tranquilicé, ya que parecía que era lo
que más le preocupaba.
– Recuerdo que estábamos con Eric, bebiendo y jugando a un juego de
beber. – Cait y yo la mirábamos atentas. – El juego en sí lo recuerdo…
– Jugamos tres rondas, ¿qué es lo último que recuerdas?
– Ella con Eric… No, espera, a Eric en la piscina, no, no, eras tú… no…
Los dos, primero él cuándo le tocó con ella y luego tú cuando… Ostras… –
Como un tomate, se giró metiendo la cabeza bajo la almohada.
– ¿Se acuerda de todo? – preguntó Cait.
– ¿Te acuerdas de todo?
– Sí… De todo, todo, todo, todo, hasta del momento en el que me metí en la
cama.
– Luego caíste en redondo, y ella. Yo me levanté a escri…
– ¿No habías dejado el diario? – Preguntó. Mierda, mierda, mierda.
– Sí, pero no, te mentí un poco…
– Ah... Muy bien. – Se enfadó conmigo. – Aria… – Comenzó a decirle. –
Tú no te cortes, no seas tonta y disfruta.
– Sí… – Le dije acercándome a ella. – No te p…
– Por poco no hago que nosotras… No, menos mal que llegaron. Es que…
No… Joder… No puedo beber… – Estaba realmente afectada; la abracé.
– Ya… No te preocupes, no pasa nada…
– Venga, ¡abrazo colectivo! – Dijo Cait abrazándome por detrás. Me estaba
poniendo nerviosa.
– Cait… – Susurré. –… Me estás haciendo daño.
– Quejica eres… – Protestó separándose, para quedarse sentada en la cama.
– Aria, no pienses en ello y ya está, no pasa nada, todos cometemos locuras
cuando estamos borrachos. No pasa nada, si no, pregúntale a tu novia.
– Yo siempre me controlo… – Dije separándome de Aria para sentarme
también.
– Claro… Como aquel día que te tiraste a la piscina con Ruth… – Me miró.
–… Desnudas… – Me dio un golpecito en la pierna. Me crucé de brazos. –
… Y porque nos fuimos, si no, vemos todo el espectáculo.
Aria se levantó para mirarme con cara de extrañada; le hice un gesto con la
mano y negué con la cabeza.
– Dicho así suena más fuerte de lo que es… – Me excusé.
– Luna, suena como es, como sucedió. – Se levantó de la cama. – Voy al
baño, no tardo… – Dijo mirándonos y riéndose. – Aunque si queréis
tardo… ¿Eh? – Cogí un cojín y se lo tiré, yendo a darle en la cara. Ella lo
agarró y me lo devolvió para, seguidamente entrar en el baño.
– Yo no sé qué haces conmigo, con lo aburrida que soy… – Dijo
mirándome. La miré y sonreí: me lo había puesto en bandeja.
– Estoy contigo porque me encantas… – Susurré, acercándome a su boca.
Suspiró y me besó, simplemente eso, apoyó sus labios sobre los míos y me
besó, acariciando mi cara lenta y suavemente. – Porque mi mundo es un
caos... – Susurré separándome de ella. – Y tú consigues ponerlo en orden...
Has sido la única persona que lo ha conseguido, la única persona con la que
me siento así. – Ella sonrió acariciándome la espalda bajo el pijama.
– ¿Has pasado calor esta noche? – Preguntó separándose de mí.
– No, ¿por qué? – La miré extrañada.
– Estás empapada… – Susurró sacando su mano de mi espalda.
– Ah… La pesadilla. – Acabé diciendo.
– ¿Qué has soñado?
– No me acuerdo bien… – Susurré.
– Bueno, ha sido una pesadilla… Ya está… – Volvió a besarme. Cait salió
del baño, y Aria se separó de golpe.
– Bajo… Y ya… – Dijo para no interrumpir.
– No, si… – Aria se levantó. – Voy al baño.
Cait la miró, Aria entró en el baño, observé cómo la siguía con la mirada;
cuando se paró frente a la puerta, la miró de arriba abajo y nuevamente de
abajo arriba. Resopló. Sí, lo vi, juro que lo vi. La miré extrañada.
– ¿Estabas…? – Ella se sobresaltó, y me miró. – La has escaneado entera,
de arriba abajo y nuevamente de abajo arriba. – Ella negó con la cabeza,
poniéndose nerviosa. – Que sí, y has resoplado después. ¿Qué carajo te pasa
Cait?
– Nada Luna, ¡NADA! – Gritó, para después bajar rápidamente las
escaleras. Me pareció saber qué le pasaba, pero no terminaba de
comprenderlo y no estaba dispuesta a esperar.
Debí quedarme metida en la cama, esperar que mi novia saliera del baño,
hacerle volver conmigo bajo las sábanas y quedarme abrazada a ella
dándole miles de besos… pero no, yo, a la aventura.
– ¡Cait! – Bajé corriendo tras ella. – Ahora mismo me cuentas que mierda te
pasa, estás muy rara. – Me quejé mirando hacia arriba, ya que no quería que
Aria se enterase de nada.
– Muy bien Luna, ¿quieres saber qué me pasa? – Me preguntó mirándome a
la cara. Estaba llorando. – Muy bien, yo te lo digo… pero, ¿estás segura?
¿Eh?
– Sí. – Fui muy rotunda.
– Me pasa que me traes loca, Luna. Me traes loca, no he dejado de pensar
en ti, no duermo, no como… Y con todo lo que hago te tengo en mi
puñetera cabeza… – Dio dos pasos hacia atrás. – Me acosté con Marcos…
Porque estaba que no podía, tenía que aclararme, y no sirvió más que para
ponerme más dudas en medio. Luego con Ruth, y…
– Eh… – La paré.
– ¡Cállate! Me acosté con Ruth. – Susurró mirando hacia arriba. Creo que
fue cuando Aria salió del baño. – Y me gustó, me flipó… ¿Entiendes? ¿Qué
quieres que haga? ¿Que venga aquí, te vea con novia y me lance a tu
puñetero cuello? Pues no… Ella… Esa chica te quiere, pero… ¿Y tú a ella?
– Tragué saliva. – Pues eso… – Dos lágrimas salieron de sus ojos, mientras
se disponía a seguir bajando las escaleras.
– Cait… – Susurré, agarrándola del brazo. Paró y me miró a los ojos.
– Dime que vas a dejarla y que te vas a venir conmigo. – Dijo. Tuve que
soltar el aire contenido, de un soplido.
– No… – Dije.
– Pues ya está.
Bajó y yo me quedé ahí, de piedra. Aria se asomó, bajando poco a poco.
– ¿Qué pasa? ¿Estás bien? Os he escuchado discutir… – Me abrazó, y le
devolví el abrazo.
– Sí… – Suspiré. –… Aria. – Se separó para mirarme a los ojos; estaba
asustada. Cada vez que yo pronunciaba su nombre seriamente, se
atemorizaba.
– Dime… – Susurró con un hilo de voz.
– Cait acaba de decirme algo… – Ella bajó la vista.
– Ah… – Susurró. – ¿El qué? Aunque… – Sonrió irónicamente. –… No sé
si quiero saberlo. – Levanté su cabeza empujando su barbilla hacia arriba, la
miré a los ojos y le di un suave beso. Choqué con sus gafas sin querer. –
Dime… – Susurró suspirando.
– Me ha dicho que le gustan las chicas. Bueno, no así, pero…
– Vale… – Se separó de mí. – Yo, simplemente voy a…
– Eh… – La detuve. – No, tonta… – La abracé. – No te estoy dejando. Sólo
te lo estoy contando, porque creo que tienes que saberlo, que si te lo oculto
y te enteras vas a pensar que…
– Ya… Sí, entiendo… Pero… Sé que te gusta, que te trae loca, Luna…
– Tú me tienes loca, Aria… Tú… – Le dije. Ella me besó.
– Pero… Luna, a ver… – Aria me agarró las manos y me miró. – … ¿estás
segura de lo que estás haciendo? – Asentí. Ella negó con la cabeza. – No lo
hagas por mí, Luna… Tienes que vivir por ti, y hacer lo que éste… – me dio
un golpecito en el pecho, donde está el corazón –… te diga.
– Parece que eres tú la que quieres dejarme… – Aria bajó la cabeza.
– No… Pero sé que quieres estar con ella. – Susurró.
– Que no, Aria. Quiero estar contigo…
– ¿Por qué?
– Porque me gustas, me encantas, eres la mejor persona que he conocido en
mi vida; me creas estabilidad, tranquilidad, sin agobios, y me haces estar
bien cuando estás conmigo… Y eso es lo que más importa. – Dije
mirándola a los ojos. – Ella no, ella es nervio puro. Y es una chica
completamente inestable, está loca… – Dije.
– ¿Te ha dicho que le gustan las chicas? – Preguntó extrañada.
– No exactamente. Me ha dicho que cuando pasó eso entre nosotras se rayó
y cuando llegó allí se acostó con su ex y… – Negué con la cabeza. – Y que
se ha acostado con Ruth y que eso sí…
– ¿Ruth? ¿Tu ex? – Asentí.
– Sí…
– Con razón no para de mentarla… – Susurró pensativa.
– ¿Qué?
– Nada… – Me dio un suave beso.
– Vente anda, vamos a quitarnos esto… – Dije. Aria me miró. – Y a
ponernos otra ropa… – Dije riendo. – Anoche no te hubiese importado. –
Me dio un suave golpe en el brazo.
– Porfa, para… – Susurró sentándose en la cama.
– En algún momento tendrás que soltarte un poco más conmigo, ¿no? – Le
dije mirándola. Ella sonrió y bajó la cabeza.
– Siempre soy así. – Seguía sonriendo. Me senté sobre ella, se sonrojó
levemente y le di un suave beso. Al separarnos, me miró. – Ahora en
serio… – Susurró. La miré. –… Deberías hablar con ella. – Apoyé mi frente
sobre la suya. – Y siéntete libre de hacer lo que tengas que hacer, lo que te
diga tu corazoncito… – Me miró sonriendo tristemente. Asentí. – Ve…
– Voy a vestirme antes. – Me puse en pie, me quité la camiseta,
quedándome en sujetador y abrí el armario. La miré de reojo. Ella se colocó
bien las gafas y giró un poco la cabeza.
– Luna… – Dijo. Me giré y la miré. Ella resopló. –… Estoy aquí, podrías…
– Es como cuando me ves en bikini abajo, en la piscina, venga ya, no te
pongas así… – Reí.
– No es lo mismo… – Susurró. Se estaba poniendo como un tomate. Al
final me iba a acostumbrar a verla colorada, ya que se pasaba la mayor parte
del día así. – Venga… Baja y habla con ella.
– ¿Qué había en el cajón? – Pregunté sin venir a cuento, mientras sacaba
unos pantalones cortos.
– Una carta… – Susurró. – Me daba miedo decírtelo… No quería perderte,
pero visto lo visto…
– Aria… – La miré.
– Vístete, anda… – Dijo riendo. Me giré a buscar una camiseta de tirantes, a
juego con los pantalones. –… Básicamente, decía que la habías dejado
tocada, que esa había sido la mejor noche/mañana de su vida, que te quería
muchísimo como amiga, y que le daba mucho miedo de perderte como tal,
que iba a poner las cosas claras, y volvería cuando ya lo tuviese; que
cuando la leyeras, que la llamaras y le dijeras simplemente que la habías
leído.
– Voy a hablar con ella… – Susurré. Ella afirmó con la cabeza, sin ni
siquiera mirarme a la cara.
Me vestí en silencio, y me dispuse a bajar.
– Luna… – Susurró Aria, acercándose a mí. – Pase lo que pase… Podemos
seguir siendo amigas…
– No seas tonta… – Le dije, para besándola a continuación. Ella me volvió
a besar cuando hice el gesto de alejarme; estuvimos un buen rato así. –… Si
me encantan tus besos, ¿cómo voy a dejarte? – Sonrió.
– Ve… – Me dijo con los ojos cerrados y sonriendo. – Bajo contigo.
Bajé buscándola, pero no estaba en el primer piso. Seguí bajando hasta
llegar a la planta baja. Aria me estaba siguiendo, porque no quería quedarse
sola arriba. Se fue al patio, y yo entré en el salón buscando a Cait.
– ¡Luna! – Me llamó, Aria desde la puerta del patio. Corrí hacia allí y me
señaló hacia la piscina. Confirmé moviendo afirmativamente la cabeza. – Te
espero en el salón…
Cuando salí, me encontré a Cait tumbada en la colchoneta, en bikini, boca
abajo y con unas gafas de sol negras.
– Hola… – Dije acercándome a la piscina. Ella ni se inmutó. Me senté al
borde, cerca de ella, y para impedir que el leve vaivén del agua se acabase
llevando la colchoneta a otro lado, puse el pie por debajo para sostenerla
cerca. –… Cait, tenemos que hablar.
Susurró algo que no entendí. La atraje más hacia mí.
– Cait… – Insistí. – Venga ya…
– ¿Qué? – Dijo moviendo la cabeza hacia mi lado. Supuse que me miró,
aunque las gafas negras no me permitían ver sus ojos.
– Tendremos que hablar, ¿no? – Pregunté.
– ¿De qué?
– De lo que me has dicho, Cait… No puedes pretender soltar todo eso y
estar así como si nada. – Me quejé.
– Y tú no puedes darme calabazas y ponerte frente a mí como si nada.
– No te he… – Sonreí. Bajé la cabeza. – Vale, te he dicho que no voy a
dejar a Aria… Pero…
– Eso es darme calabazas. – Dijo volviendo la cabeza hacia el otro lado.
– Me ha contado lo de la carta… – Susurré.
– ¿Te lo ha contado? – Cait se sentó, sacando los pies al agua, y mirándome.
Asentí. – ¿Y…?
– Debiste habérmelo dicho... Y no dejarm…
– Es que se suponía que ibas a leerla antes… – Se excusó.
– No estoy atenta a ese cajón, Cait. – Sonreí.
– Pero… – Susurró. – A ver, Luna… – Estiró el brazo para que le agarrara
la mano, tiré de ella para acercarla, y se sentó al borde, junto a mí.
– A ver, Cait… – Decidí abrirle mi corazón. Cerré los ojos. –… Tú… has
sido, eres, una una persona muy importante para mí; pero en otro sentido…
Sigues siendo una amiga muy importante, pero… sí, me encantabas, estaba
superenamorada de ti, demasiado… hubiese dado lo imposible por estar
contigo. – Ella suspiró. – Pero no puedo, no puedo, tú eres locura
impulsiva, nervio puro, eres inestable y créeme, estás algo loca… – Dije
riendo. – Y estoy enamorada de Aria. – Terminé por añadir.
– La verdad es que sí… – Sonrió.
– Aria… – Susurré. Ella me apartó la mirada. – Es tranquila, estable, vive
en una nube y me sube con ella de vez en cuando… – Cait asintió.
– Ya… Es… Muy buena chica… te quiere un montón. Y no merece que la
trates mal. Cuídala, Luna…
– Sí – Susurré. Ella me miró. – ¿Sabes qué me ha dicho? – Me hizo un
gesto como diciendo “¿qué?” – Que hablase contigo, que pasase lo que
pasase, seguiríamos siendo amigas… – Puse una tonta sonrisa.
– Uf… – Resopló. – Y tengo que admitir que es guapísima. – Sonrió.
– Ya… Antes le hiciste un buen escáner… – Reí.
– A ver… La vista es libre y miro… – Sonrió.
– Entonces… ¿Te van las chicas? – Pregunté. Ella asintió. – ¿Los chicos
no?
– A ver, no te voy a decir que no me atraigan, porque lo cierto es que me
atraen, pero… A la hora del sexo… No hay color. Y además, el cuerpo de
una chica es más… no sé, sexy, bonito… – Dijo con una sonrisa sincera.
– Joder, qué raro se me hace escucharte decir eso. – Reí.
– Bueno, vas a tener que ir acostumbrándote. – Me dijo dándome un
golpecito en el brazo. – Y no te preocupes por mí, estoy bien, tú vive
plenamente tu fin de semana con Aria. – Sonrió. – Se lo merece, os lo
merecéis.
Aria salió y nos miró, tenía los ojos algo rojos, anduvo hasta las hamacas
para no interrumpirnos.
– Ve… Y bésala. – Susurró en mi oído. – No seas tonta, estoy bien, en serio.
– Le sonreí.
Me levanté y me acerqué a Aria.
– Hola… ¿Puedo? – Dije señalando la hamaca donde se había sentado. Ella
asintió.
– ¿Qué tal? – Susurró. Tenía la voz rota.
– Bien… hemos aclarado todo. – Me miró, la miré a los ojos, los tenía un
poco rojos, algo hinchados, estaban tristes. – Hemos decidido intentarlo… –
Mentí piadosamente.
– Ah… Eh… – Inspiró dejando todo el aire dentro y cerrando los ojos. –
Bien… Me alegro, ya la tienes… – Intentó sonreír, pero no pudo.
–Eh, eh… Que no, tonta; es. Es una broma, hemos quedado como amigas,
no ha pasado nada de nada.
– Eres tonta. – Las lágrimas salieron de sus ojos. La abracé.
– Pero no llores… – Le di un beso en la cabeza. –… Lo siento por soltarte
esa bromita, pero es que me lo has puesto a tiro. – Sonreí.
– Llevo un rato sin poder aguantar las lágrimas… – Me miró a la cara, la
besé varias veces. –… Me daba muchísimo miedo perderte, me gustas
muchísimo.
– Y tú a mí… – Volví a besarla. –… Que no me entere yo que vuelves a
llorar por nada. – Ella negó con la cabeza.
– Luna, mi madre me ha encargado que vaya a casa a esperar a una amiga
suya que va a venir a traerme algo que se dejó en su casa o no sé… ¿Puedes
venirte? – Asentí.
– Aunque si quieres, podemos sentarnos fuera y esperar a que venga… –
Ella asintió.
– Vamos, que tiene que estar al caer.
Nos levantamos. Me acerqué a Cait.
– ¿Te vienes? – Nos miró. – Ahí a la puerta, que ella tiene que esperar a una
amiga de la madre, que va a traerle algo.
– Vale, un segundo que voy a ponerme algo encima. – Dijo levantándose.
– Sí, nosotras vamos saliendo.
Decidimos esperar sentadas en la acera de la puerta de mi casa. Como
vivíamos enfrente, desde ahí la veríamos llegar… Aria se sentó en la
carretera, acomodándose entre mis piernas, se apoyó sobre mí. La abracé
dándole un beso en la cabeza.
Por allí no solían pasar muchos coches, así que no molestaría. Cait salió
después de nosotras y se sentó a mi lado, me miró y me sonrió levemente.
Le devolví la sonrisa.
Una moto rugió al fondo de la calle, la miré. Me. Me encantan las motos,
me flipan; según. Según pude ver, era una Harley–Davidson color negra, no
pude ver el modelo concreto, pero era preciosa, brillante. Parecía bastante
nueva. Pasó justo frente a nosotras.
– Joder, ¡qué moto…! – Susurré sin apartar la vista de ella. Paró frente a la
casa de Eric. Volví a darle un beso a Aria en el pelo.
– Qué moto no, qué tía… – Miré a Cait, no podía creer que saliese eso de su
boca.
– Cait se me hace m…
– Madre mía… – Babeó también Aria. Tuve que mirar.
Definitivamente, no exageraban, era una chica muy llamativa, al menos
para nosotras. Nos quedamos embobadas, tenía el pelo color castaño a
media melena, ondulado y por encima de los hombros. Comenzó a
desabrocharse la chupa, y me pareció que lo estaba viendo a cámara lenta.
Dejó ver una camiseta blanca con la S de Superman en color rojo en el
pecho. Fui a ponerle la mano a Aria en los ojos, pero me la apartó. La chica
se quedó sentada en la moto.
– Y dices tú de la moto… – Susurró Cait resoplando,
La chica se tocó el pelo acomodándoselo. ¿Quién cojones era? ¿Y qué hacía
allí? Sacó el móvil del bolsillo del pantalón y llamó a alguien.
– Que… camiseta… – Aria resopló.
– Claro, en la camiseta te estás fijando tú. – Dije.
– Aquí la única libre soy yo… Así que si se acerca…
– Ten fe… – Dije riendo.
La chica miró hacia donde estábamos nosotras, y las tres a una giramos la
cabeza para el otro lado; se nos notó a legua que la estábamos mirando. De
reojo pude ver cómo se abría la puerta de la casa de Eric. Ella lo miró y le
sonrió.
– ¿Lo conoce? – preguntó Cait.
– A ella sí que no la he visto nunca por aquí… – Aclaró Aria.
Eric se acercó a ella y la abrazó, para seguidamente darle un beso en la
mejilla. La invitó a pasar a su casa. Saqué el móvil para escribirle un
WhatsApp a Eric.
YO: “Eric, ¿quién era esa chica que ha entrado en tu casa?”
ERIC: “¡No me digas que vosotras sois las tres que os habéis quedado
mirándola!” “Jajajajajaja”
No contesté.
Miré hacia el frente.
– Nos ha visto. – Susurré.
– ¿Quién? – preguntó Cait.
– La chica, le he hablado a Eric… Mirad… – Les enseñé el móvil. Cait
negó con la cabeza.
– Qué vergüenza… – Susurró Aria.
Un coche paró frente a nosotras.
– Ahí está. – Se levantó.
Aria se acercó al coche, estuvo hablando con quien estaba dentro, y sacó
una caja grande del maletero. Corrimos a ayudarla, ya que pesaba un poco.
La mujer del coche y Aria se despidieron.
– ¿Me ayudáis a meterla en mi casa? – Preguntó sacando las llaves del
bolsillo. Nosotras asentimos.
Entramos en la casa, nos indicó que la dejáramos en el salón, que no era
muy grande. Aunque la casa desde fuera parecía bastante grande.
– Si queréis acompañarme un momento, voy a coger una cosa a mi
habitación. – Subimos con ella.
Cait se quedó mirando el dibujo de la pared.
– Qué friki… – Susurró Cait. Mientras Aria entró en el baño de su
habitación, Cait siguió ojeando por encima las estanterías.
– Bueno… Yo tengo mi lado friki también.
– Pero el tuyo no es obsesivo, esto sí es obsesivo. – Habló bajo para que
Aria no se enterase.
– A mí me gusta… Tiene su morbo.
– Anda que no… Un montón de tíos cachas y en mallas mirándote,
mientras…
– Mirándolo así… – Susurré poniendo mala cara. – Pero está todo muy
guay... – Sonreí.
– Vamos. – Aria salió con algo en las manos. Lo miré. – Son las lentillas.
– Aria… – Le dije acercándome a ella. – Dámelas. – Negó con la cabeza. –
Venga… Te quiero mínimo 24 horas con las gafas; me gustas muchísimo
con ellas. Sin ellas también, pero… – Cedió y me dio el estuchito, que tenía
en una especie de neceser.
Lo dejé encima del escritorio.
– Vamos. – Ella puso cara de dolor.
– Eh… – Miró el estuche.
– ¿Qué pasa? – Pregunté.
– Dame eso de ahí… – Señaló el neceser. Lo cogí y se lo di. – Es que, cada
cosa tiene su sitio… Me pone nerviosa el desorden. – Explicó.
– Maniática… – Dije en voz baja mientras soltaba una leve risa; me hacía
gracia, y en cierto modo me gustaba.
– Bueno, nadie es perfecto. – Susurró Cait. – Pero tampoco es algo que… –
Sonreí. –… También tiene mucho tiempo libre. Cuando le des lo suyo,
seguro que se apacigua. – Dijo riendo.
– Ja, ja, ja – Dije irónicamente. – No voy a tirármela en su habitac... – Me
callé, ya que volvió a salir del baño.
– ¿Vamos? – preguntó Aria, asentimos.
Salimos de la casa. Eric estaba fuera con la chica.
– No miréis… Qué vergüenza. – Les dije.
– ¡Eh! – Nos llamó Eric acercándose a nosotras con la chica. – ¿Qué tal? –
Nos miró riendo.
– Bien, ésta un poco resacosa, pero bueno. – Reí.
– Bueno, es la primera vez que bebe tanto. – Explicó riendo mientras bajaba
la cabeza. – Os presento a… – Dudó un momento. – Kara, mi hermana.
– ¿En serio? ¿Kara? – preguntó Aria mirándola. Los dos asintieron; yo la
verdad no entendía nada y Cait tampoco.
– Ellas son, Aria, Luna y Caitlin. – Nos presentó.
Nos saludamos, lo normal, dos besos.
– ¿Os pasa algo? – Preguntó mirándonos sonriendo. Era muy guapa, tenía
los ojos grandes y marrones, una sonrisa perfecta y… en fin, era muy
guapa.
– Eh… – Dudé si hablar, miré a las otras dos, que estaban embobadas,
mirándola.
– Kara, ve a por lo que sea y… – Ella asintió.
– Pero es Kara, K–A–R–A o se escribe de otra…
– K–A–R–A – Interrumpió a Aria para deletrear su nombre.
– ¿Qué pasa? – Pregunté.
– Se llama como Supergirl. – Nos dijo Aria a Cait y a mí susurrando,
mientras ellos hablaban.
– Lado friki modo ON. – Dijo Cait riendo.
– Eh... – Le di a Cait un golpecito, ya que a Aria no le sentó del todo bien.
Lógico, a nadie le gusta que le digan nada con tono despectivo.
– ¿Podrías no...? – Dudó Aria. – Eh... ¿no meterte conmigo? – Le costó
decirlo, y la agarré de la cintura para abrazarla.
– Lo siento... – Se disculpó Cait. Aria negó con la cabeza.
– A mí Supergirl no me termina de convencer... – Dije.
– ¿Qué pasa? – preguntó Eric. Kara se acercó más a él.
– A ver… – Comenzó a decir Aria. – Luna acaba de soltar por su boca que
no le acaba de convencer Supergirl.
– Uh... – Dijo Kara. – Merece morir. – Sonrió.
– Es la diosa de los superhéroes. – Soltó Aria, mirándome. Le sonreí.
– Lo siento, ya no hago más ese comentario.
– Uf… – Resoplaron Eric y Kara.
– Yo estoy deseando que saquen alguna película o algo... Tiene que estar
tremenda. – Dijo Kara sonriendo. ¡Y qué sonrisa! Miré a Aria de reojo, que
no le apartaba la vista.
¿Había dicho…? Sí, lo había dicho. Cait… Seguramente murió ahí. No
quise mirarla.
– Vale, controla. – Le dijo Eric mirándola. – Ellas dos son pareja y ella,
heterosexual.
– Que no Eric, ya no soy esa chica de dieciséis–diecisiete años que
intentaba ligar con todas. – Respondió riendo. Sí, definitivamente le
gustaban las chicas.
– Bueno, bueno… Cómo te he echado de menos… – Le dijo.
– Si… Eh… Voy tirando, ¿vale? – Dijo poniendo rumbo hacia la moto. –
Nos vemos luego, adiós, chicas… – Le guiño el ojo a Aria. Ella se quedó de
piedra.
– Uh… – Nos miró Eric que lo había visto. – Eh… Sólo, no os acerquéis, es
un torbellino. – Advirtió. – Arrasa con toda persona que pasa cerca de ella.
– ¿Cómo que arrasa? No entiendo esa expresión. – Al parecer, Cait estaba
interesada, bastante.
– A ver, que la lía, que sufre, que no os acerquéis a ella. Yo os lo advierto…
Como amiga todo lo que queráis, pero que de ahí no pase, ni un tonteo,
porque la lía, por mucho que diga que no… – Él asintió.
– Bueno y… ¿Viene mucho por aquí? – preguntó Cait.
– Se va a mudar a mi casa cuando termine la carrera el año que viene, y
ahora va a pasar lo que queda de verano por aquí… – Explicó. Cait asintió.
–Ha… ido a por algunas de sus cosas.
– ¿Te vienes a la piscina? – Le pregunté a Eric, él confirmó con la cabeza.
– Sí, pero voy a esperar a que vuelva para abrirle la puerta, y que se vaya
instalando. Cuando llegue me paso. – Asentí.
– Te la podrías traer… – Propuso Cait. La miré. – ¿Qué? Que se dé un
chapuzón que hoy hace calor… – Sonrió.
– Calor el que tienes tú en…
– ¡Eh! – Me calló. – Yo que tú vigilaba más el calor de Aria. – Me guiñó el
ojo y puso rumbo a mi casa.
– Bueno, nos vemos ahora en un rato… – Se despidió Eric. Miré a Aria.
– ¿Qué pasa? – Le pregunté muy seria; ella me miró sin saber qué decir.
– Yo…
– La vista es libre, no te agobies… – Le dije riendo, ella sonrió. – ¿Te gusta
más que yo o qué? – Pregunté mientras andábamos hasta mi casa. Negó con
la cabeza.
– Nadie me gusta más que tú… – Dijo poniéndose colorada sin poder
mirarme a la cara.
– Bueno… – Susurré sonriendo. La miré, y ella me apartó la mirada. –… Y
a ver si vas acostumbrándote… – Le di un suave beso, mientras nos
dirigíamos a la piscina rodeando la casa por el lateral.
– El domingo… Claro, sobre las cinco de la tarde… Vale, sí, adiós. – Cait
hablaba por teléfono. Estaba sentada al borde de la piscina con los pies en el
agua.
– ¿Con quién hablabas? – Pregunté sentándome a su lado mientras me
quitaba la camiseta. Aria se quitó la suya cerca de las tumbonas, para
dejarla allí encima bien doblada, ¿Cómo no me había dado cuenta de que
era tan perfeccionista? Ahora es cuando me planteo: con el caos de chica
que soy yo, ¿cómo puede querer estar conmigo?
– Con… – Dudó dándole un par de vueltas al móvil. –… Con Ruth.
– ¿Cómo? No te metas ahí Cait, en serio…
– No, si no es lo que crees, es que me dejé en su casa un bolso, y me lo va a
llevar a la mía.
– Bueno, pero no la metas en tu vida que después cuesta la misma vida que
salga… – Advertí.
Aria se acercó a nosotras sentándose a mi lado.
– Yo siempre elimino de mi vida a la gente que veo que me perjudica… Sé
que no tengo amigos donde elegir, pero mejor sola que mal acompañada…
– Susurró. Cait confirmó moviendo afirmativamente la cabeza.
– No te veas a solas con ella que vuelves a caer: ella es así. – Dije. Cait
volvió a asentir.
– Le diré a Raúl que me acompañe a su casa, o que venga a la mía cuando
vaya a venir. – Esta vez fui yo la que confirmé ostentosamente.
Estuvimos un buen rato allí con sólo las piernas metidas en el agua, cuando
de pronto mi móvil comenzó a sonar. Me levanté y lo cogí sin mirar quién
era.
– ¿Sí? – Pregunté.
– ¿Luna?
– Sí, ¿Quién eres? – Me extrañé.
– Eric, ¿no tienes guardado mi número?
– ¡Ostras! Sí, pero con las prisas por coger el móvil ni he mirado quién era,
¿Qué pasa? – Me extrañé.
– Nada, que estoy aquí en tu puerta y por lo que se ve no escucháis cuando
llamo. ¿No me queréis abrir? – Dijo riendo.
– Exactamente, no quiero abrirte la puerta de mi casa. – Reí mientras
rodeaba la casa para ir a abrirle. Abrí la puerta y allí estaba ella
nuevamente. Había venido con Kara; la miré de arriba abajo. Ahora iba más
sport, con unos pantalones cortos tipo bañador y una camiseta de tirante,
ambos color celeste.
– ¡Hola! – Saludó ella.
– Hola… Pasad… – Alcancé a decir cediéndoles el paso. –… Estamos
atrás, en el patio. – Rodeamos la casa.
– Qué pedazo de piscina… – Dijo Kara mirándola. Cuando habló, Cait y
Aria se giraron rápidamente para mirarla. A ver, era guapísima, sí, mucho,
estaba bastante bien, pero… Creo que se pasaban. Ella me miró. – La casa
es tuya, ¿no?
– Sí, bueno, mis padres pagan, pero… Sí, es mía. – Reí.
– Claro. – Sonrió, y se acercó un poco a ellas. – Y, a ver que yo me
ubique… – Se agachó entre las dos. – Tú eres Aria, y tu Caitlin. – Acertó.
Ellas asintieron con la cabeza, en silencio. – ¿Y quién de las dos va a ser mi
vecina y quién vive fuera? Mi hermano me lo ha contado así por encima y
no me he enterado bien. – Dijo riendo.
– Ella vive en la casa de enfrente y yo vengo de visita.
– Y… ¿Vienes mucho por aquí? – Preguntó.
– Pues…
– Yo llevo aquí poco más de una semana. Y el fin de semana pasado estaba
ella aquí y este otra vez, no me deshago de ella ni a la de tres. – Reí.
– Ajá… Entiendo, ¿Y tú estás segura de que no entiendes? – Preguntó.
– ¿Cómo? – preguntó Cait un poco perdida. Yo tuve que reírme.
– Que si estás segura de que no entiendes, o sea, que no te van las chicas…
– Kara… – Se quejó Eric mirándola.
– Vale, vale… – Susurró ella levantándose y riéndose. – A ti sí, ¿verdad? –
Eché fuego; se lo estaba diciendo a Aria.
– Yo… Eh… – Y maldito sea el momento en el que la vimos, no le salía
una palabra coherente, bueno quitando cuando se pusieron a hablar de
superhéroes. Es que no le salían, ug.
– ¿Qué te pasa niña? ¿Te ha comido la lengua el gato? – Le dijo volviendo a
agacharse a su lado.
– Kara. – Eric saltó, ya que vio que me estaba poniendo negra.
– ¿Qué quieres? No estoy haciendo nada malo, por cierto ¿Qué edad tenéis?
Yo veintiuno.
– Nosotras dieciocho y aquella veinte. – Dijo Cait, sonriéndole.
– Qué pequeñas… – Dijo viniéndose hacia mí y Eric. – Tú no, tú ya estás
mayorcita. – Me miró de arriba abajo para después guiñarme el ojo. Pasé de
ella, cosa que creo no le hizo gracia.
– Tírate a la piscina, el sol te está afectando Kara. – Le dijo Eric, dándole
un pequeño empujón. – Deja de liarla.
– Eric, no estoy haciendo nada, solo estoy charlando. – Se quejó.
– Sí, ya conozco tus charlas.
Eric se quitó la camiseta, y se lanzó al agua, Kara se quedó en bikini, pero
no lo siguió, se quedó a mi lado.
– Tú… – La miré, pasota, me ponía nerviosa. – ¿Estás segura de que a tu
amiga esa no le gustan las chicas?
– Hasta donde tengo entendido… – Susurré sentándome en la tumbona.
– ¿Y a ti? – Se agachó frente a mí, y le arqueé una ceja.
– Pues si Aria es mi novia, tú ya hazte tu propio croquis en la cabeza. – La
corté.
– Pero, ¿es tu primera novia? Estás probando… Cuéntame. – Insistió
poniéndose de pie. Tuve una idea, que podría alejarla de las otras dos.
– Yo… – Susurré poniéndome de pie y acercándome a ella para susurrarle.
–… Soy más de rollos de una noche, y he tenido varios, una buena cantidad,
todos chicas, aunque con ella he decidido tener algo más formal. Y la caja
que tengo, que no te voy a decir con qué cositas, porque solo ciertas…
“privilegiadas”, sí, se podría decir así, lo pueden saber, he decidido
utilizarla solo con ella. – Estuve vigilando a Aria, ya que no quería que
viese en el plan que estaba con Kara. Quien sí me vio –y se quedó un poco
extrañada – fue Cait, pero ni se le ocurrió llamar a Aria, por suerte.
Miré a Kara, se mordió el labio y me siguió con la mirada mientras me iba
con las otras dos, dio una pequeña carrera para ponerse a mi altura.
– Bueno, y si tú y yo… – Comenzó a decirme. Negué con la cabeza.
– No me interesas. – Dije, y me senté entre Aria y Cait, que me miró
preguntándome algo, pero no descifré el qué.
Aprovechó que Aria fue al baño para esperarme:
– Vale, que tengas algo con Aria y que me des calabazas, pase. Pero…
– Eh… – La paré, aunque le dio igual.
– No te pongas a ligar con la primera chica guapa que se te ponga delante,
porque eso sí que no lo tolero.
– ¿Te vas a poner celosa a estas alturas? – Pregunté.
– Sí, y no te pases, que no se merece que le hagan daño. – Hizo un gesto
con la cabeza hacia la puerta indicándome que Aria estaba cerca. Kara se
sentó a mi lado, la miré de reojo y me acerqué un poco más a Cait.
– Lo he hecho para que deje a Aria tranquila, que no para de tirarle, y así
por lo menos la tengo entretenida.
– Como se dé cuenta, verás. – Ni me miró. – Solo te digo eso.
– No se da cuenta. – Susurré. – Celosa... – Sonreí.
– ¿Y si fuese Aria la que ligase con ella? – Hablábamos muy bajito;
estábamos muy muy cerca, precisamente para que Kara no se enterase.
– Pues mira, la dejaría y yo estaría libre… – La miré, ella me miró, nuestras
caras se quedaron con una separación mínima, Cait me miró los labios,
sonreí y miré al frente, ella resopló. – Pero sé que ella no haría eso…
– Pues no se lo hagas tú tampoco… – Se tiró al agua. Aria se sentó dónde
estaba ella.
– ¿Qué te pasa? No tienes buena cara… – Le dije a Aria abrazándola. Ella
se acurrucó contra mí; es tan mona, tan… buaf.
– Esto me tiene loca… – Susurró. Eric estaba en la colchoneta dando
vueltas por la piscina. Cait se sumergió para tirarlo, pero no pudo.
Estuvimos una buena parte de la tarde allí, tomando el sol, dándonos algún
que otro chapuzón. Kara por fin se calmó un poco, parecía que no ligaba
más con ninguna. Su hermano le volvió a decir algo, de eso sí me di cuenta.
El sol cayó: otro día que se iba. Cait se iría el domingo por la tarde, y me
tenía bastante nerviosa por el tema de Ruth. Me gustaba tenerla cerca, así al
menos, sabía cuándo la cagaba; por teléfono no es lo mismo… de hecho se
acostó con ella y ni me enteré.
– ¿Os quedáis a cenar? – Pregunté.
– Creo que no es lo suyo, Luna – sonrió Eric, mirando a su hermana. – Es
mejor mantenerla alejada de vosotras, que estoy viendo que al final la va a
liar.
– Mientras no nos pongamos a jugar con ella al juego de anoche – dije
soltando una leve carcajada.
– ¿A qué jugasteis anoche? – preguntó Kara, acercándose a nosotros
mientras mostraba una sonrisa pícara.
– A nada a lo que vayas a jugar tú – le espetó Eric mirándola muy serio.
– Tequila, sal y limón – aclaró Cait.
– Creo que en casa tengo una botella. Podríamos… – Eric chasqueó los
dedos frente a la cara de su hermana, ya que no me apartaba la vista. Kara
lo miró. – ¿Qué?
– Que saques eso de tu cabecita. Además, antes te escuché hablando con
Hannah por teléfono y le dijiste que hablaríais esta noche.
Kara palideció momentáneamente al escuchar ese nombre. Puso una cara
que no le pegaba con su pose de chula prepotente. Era como si hubiese
tocado su fibra más sensible, y la hubiera desmontado por completo.
Aunque le duró un segundo y volvió a sonreír con esa sonrisa de "me las
llevo a todas".
– Hannah puede esperar perfectamente, no tengo nada con ella.
– Tanto tiempo tras ella y dejas que seguramente una tontería acabe con
vuestra relación.
Kara miró a Eric muy seria.
– No sabes de lo que estás hablando, no sabes ni la mitad de lo que... – me
miró y se calló. – Vámonos a casa.
Se dirigió a coger su ropa para vestirse.
– ¿Qué carajos has hecho? –pregunté extrañada.
– Tocarle la fibra – sonrió Eric. – Ya la tenéis fuera de juego al menos hasta
mañana.
– ¿Qué le pasa a esa? – se extrañó Cait señalando a Kara con la cabeza.
– Eric le ha mencionado a una tal Hannah y se ha descolocado por completo
– susurré. – Le ha tocado un tema sensible, al parecer.
– Es que le he dicho que, aunque no se quede a cenar, podríamos vernos
luego, y simplemente ha negado con la cabeza.
– ¡Cait! – grité poniendo los ojos en blanco. Ella soltó una leve risa.
– Vamos – dijo Kara lanzándole la camiseta a Eric. – Nos vemos, chicas –
se despidió cabizbaja.
Esa chica se había transformado en otra persona completamente distinta en
un abrir y cerrar de ojos. "Vulnerable" sería la palabra adecuada.
Preparamos algo para cenar entre las tres y nos sentamos fuera, en la mesa.
Se estaba bien, la noche era perfecta, una suave brisa fresca aliviaba el
bochornoso calor de Madrid, lo que hacía que se estuviese a una
temperatura ideal.
– ¿Una peli? – pregunté. Aria me miró con una sonrisa dibujada en sus
labios; se la devolví bajando la cabeza momentáneamente.
– Tortolitas, estoy delante – susurró Cait, cogiendo su móvil. – Si pretendéis
tenerme de sujeta–velas, avisadme y me voy ya a la cama.
– Cait... – regañé. – Solo he dicho de ponernos una película.
– Ya... – susurró pensativa. – Yo no tengo ganas de peli, la verdad – sonrió
forzosamente mientras se levantaba de la mesa. – Pero podéis verla
vosotras. Yo solo... – señaló hacia dentro.
– Cait... – volví a susurrar.
Ella me miró muy seria, clavando sus ojos en los míos. Me puse nerviosa;
sentía que, de un momento a otro iba a soltar algo que no me iba a gustar. Y
efectivamente, dejó salir tres palabras de su boca:
– Tenemos que hablar.
– ¿Os dejo a solas? – Aria me miró; yo miré a Cait y esta asintió levemente.
Me levanté haciendo que Aria se quedase sentada, aunque ella negó con la
cabeza y recogió los platos para meterlos dentro. Volví a dejarme caer sobre
la silla y Cait ocupó frente a mí el sitio en el que Aria había estado sentada
segundos antes.
– ¿Qué pasa? – suspiré.
– No puedo con esto, Luna – resopló mirando hacia otro lado.
– ¿Pero… con qué exactamente? – me extrañé.
– Esta situación... – susurró señalando a nada en concreto. – Me puede,
Luna.
– No te sigo, Cait – la miré muy seria.
– Tengo que marcharme, mañana mismo lo haré... – mi cara fue un poema.
– ¿Qué pasa? – no comprendía.
– Tú, Luna. Eso pasa – suspiró. – Estás súper bien con Aria, y me duele.
Tenía la pequeña esperanza de que, al enterarte de que yo sentía algo por ti,
volverías...
– Creía que ya habíamos hablado de eso y que todo estaba bien entre
nosotras...
– Entre nosotras estamos bien; es solo que no estoy preparada aún para esto.
Me has dado calabazas, te lo recuerdo – sonrió levemente. – Y estoy
enamorada de ti, y de verdad.
– Lo siento, Cait – suspiré bajando la cabeza. – Sé que todo esto es culpa
mía, pero es que lo que siento hacia Aria...
– Lo sé, Luna, tranquila. Por eso quiero irme, porque no quiero meterme. Y
sé que si me quedo voy a acabar loca, porque solo quiero irme hacia ti y
besarte.
– Vale... – susurré. Te quiero mucho, amiga.
Ella se marchó a la mañana siguiente. Le conté a Aria lo que había pasado,
mi conversación con ella, y al parecer en ese momento fue cuando ella se
dio cuenta de que realmente siento por ella lo que le digo. En tan poco
tiempo de relación, ha hecho que mi vida dé un giro de 180 grados, y no
precisamente para mal.
He de añadir que ante esta situación, tengo que dejarte, querido diario...
¿Qué si volveremos a vernos tú y yo? No te preocupes, tengo el
presentimiento de que sí. Aunque este libro quedará cerrado, sé que en lo
más profundo de mi corazón, sigue habitando la persona que ha provocado
en mí los sentimientos más fuertes de mi vida: Cait.
Ahora, solo me queda escribir mi preciosa historia de amor con Aria. Pero
esa vida merece ser contada en un nuevo diario, completamente distinto.
Hasta aquí hemos llegado tú y yo, querido diario… Hasta la próxima.